Psicoanalisis De La Dinamica De Un Pueblo

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ANICETO

ARA MONI

PSICOANÁLISIS DE LA DINÁMICA

DE UN PUEBLO

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MEXICO i

PSICOANÁLISIS DE LA DINÁMICA DE UN PUEBLO

ANICETO

A R A M O N I

PSICOANALISIS DE LA DINÁMICA

DE UN PUEBLO

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO MÉXICO,

1961

Primera edición: 1961

Derechos reservados conforme a la ley © 1961 Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria. México 20, D. F. Dirección General de Publicaciones

Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

Al dr. Erich Fromm

La verdad es algo tan noble que si Dios pudiera desviarse de ella, me quedaría con la verdad y dejaría a Dios. Maestro Eckhart

PRÓLOGO i

Psicoanálisis de la dinámica de un pueblo está formado por ocho conferencias que he síistentado como profe­ sor de Psicología Social en la Universidad Nacional Autónoma de México, y son el resultado de estudios sobre el matriarcado y patriarcado en nuestra historia y de los rasgos caracterológicos del machismo que florece en algunos mexicanos, con implicación social psicológica y criminológica de Importancia, Se han ocupado del "mexicano” y de "lo mexicano” Sahagún, Durán, Las Casas, Tata Vasco y T ezozómoc en la primera época, José Ma, Luis Mora y Justo Sierra en la segunda, Samuel Ramos, Octavio Paz, forge Carrión y José Iturriaga en la tercera. Frecuen­ temente es afirmación parcial o estudio de interés pe­ netrante, tratando de comprender a un individuo y a una sociedad que siendo iguales son al mismo tiempo diferentes. Todos investigan el punto de vista que les interesa: antropológico, administrativo, histórico, de defensa social, amor y reivindicación, de interés filosófico, poético doctrinario, económico, pero ninguno de ellos se interesa expresamente por el aspecto de la psico­ logía. 9

A últimas fechas los psicoanalistas y los psicólogos son quienes estudian aspectos reducidos del habitante y de la sociedad comprendiendo eventualmente las dificultades. Al hacer aquí observaciones sobre ciertas caracte­ rísticas del "mexicano” se refieren a la clase media y baja, de ninguna manera a la generalidad. Se ha buscado la verdad. ¿Es sólo una? ¿Es un momento histórico? ¿Cambia con el tiempo? ¿Lo que es bueno no lo será mañana? ¿Es un proceso ininterrumpido? ¿Se conoce alguna vez la verdad total y defini­ tiva? Aceptamos estos hechos y otros que se les ocurri­ rán a los críticos, en razón de la utilidad del objetivo.

ii

Es difícil hablar claro y no lastimar. Nuestro tiem­ po ha conocido la racionalización y la ha empleado indiscriminada y constantemente en todos los sectores del pensamiento, en los que acabó por ahogar la es­ pontaneidad de la expresión y constituye un lenguaje "superpuesto” de compromiso y gran aceptación so­ cial y cultural. Acostumbrados a la mentira industrializada, la ver­ dad o su apariencia racional hacen desconfiar, las­ timan y suenan como insulto, grosería y carencia de savoir faire. Posiblemente no estarán de acuerdo quie10

lies emplean el eufemismo, la hipérbole y el ocultamiento de "buen gusto”. Lo que desarrollo en estos ensayos ha sido escrito en favor de México. Conocerlo para modificarlo es la labor que se pretende. La Psicología Social tiene una justificación básica cuando se sabe lo que es, y lo que debería ser. Psicología Social es revolución social y propone lo que debe ser, fundada en lo que se conoce de la ac­ titud de las personas, las necesidades básicas humanas y el resultado obtenido hasta el momento. Es necesario transmitir lo que se piensa del mexi­ cano y su actitud frente a ciertos hechos fundamen­ tales de la existencia, aunque sea una pequeña porción.

Si esto fructifica al ser escuchado, e invita a las personas a recapacitar y hacer un balance del carácter individual y social, a tomar medidas prácticas nece­ sarias para el cambio que podrá llegar en algunos años, eso es lo importante. Hablar en favor del conocimiento y llamar la aten­ ción sobre lo inadvertido ha sido mi deseo. Las gentes oyen, leen, dicen, comentan, lo que no han razonado, lo que no ha hecho vivencia en ellos. Dicen: "Nada importa hallar la muerte — en la reja de una ingrata, — o llevar en la conciencia — otra culpa por matar”, y sienten que aparentemente 110 han dicho nada. Al leer veinte de las más populares canciones, al recapacitar porque se presentan tendenciosamente; se hará la luz que ilumine la cueva desconocida, el hom­ bre podrá entonces preguntarse por qué acepta la 11

canción que habla de muerte, de destrucción de la vi­ da y en cambio se impide cantar lo que exprese impotencia de Dios o se relacione con sugerencias sexuales. ¿Oué es lo fundamental? Proteger la vida y excluir el ma chismo como solución de los problemas de la existencia. Siempre se ha considerado como una realidad por alcanzar el amor y la conducta de la madre. ¿Acaso de la que se apodera del hijo y lo cree su propiedad ejerciendo sobre él ese derecho? ¿Se trata de la que indulgente en extremo lo con­ vierte en inútil, c incapaz de resolver nada? ¿Se refiere a la seductora franca y abierta qtie lo induce al sexo desde temprano? Los hijos son instruidos y formados por los padres • para ser buenos hijos; pero los padres jamás recibie­ ron instrucción necesaria ni guia suficiente para ser buenos padres. Mitológicamente se piensa en la madre como si­ nónimo de amor, a pesar del sinnúmero de ejemplos contrarios, que conocen los psicoanalistas y los que se interesan por estos problemas, sin contar con los re­ sultados nefastos de la educación e influencia en la caracterología de los hijos. La porción del "amor materno” más importante y trascendente, no es precisamente materno sino fra­ ternal. Ser madre desde el punto de vista instintivo, en los primeros meses de la vida y en los primeros años, no tiene mérito. 12

Es cuando comienza el hijo a convertirse en ser, por consiguiente fraternal, cuando se inicia el verda­ dero amor por quien es igual o debiera serlo. Ser amigo del hijo es básico, la fracción amistad del amor es difícil de llenar, su ausencia en la rela­ ción madre-hijo naturalmente conduce al fracaso. Cuando la madre parte del principio de que su nombre calificativo, es indiscutible; cuando los que la rodean "hijos todos”, creen lo mismo y la adulan permanentemente sin discriminación o escrutinio, ali­ mentan algo definitivamente irracional y peligroso, infundado y destructivo. Se debe ser más justo y crítico con las madres y los padres, al igual que se es con los hijos en general, quienes son constantemente enjuiciados y criticados utilizando un patrón creado por los antepasados y la cultura atrasada. Detener la evolución y la historia es una locura, pero cuando se trata de los hijos, es perverso. En consecuencia, la cultura en sí, no es un buen medio para enjuiciar la condticta de los hijos, puede serlo si se emplea por medio la ética. Desgraciadamente el problema se complica en cnan­ to al género de valores que se utilizan para el juicio. Si son religiosos, expresamente judío-cristianos, ha­ brá que amar a los padres por mandato; éstos serán los propietarios de los hijos y podrán hacer de ellos lo que quieran. Tienen ellos que agradecer desde la leche materna, hasta la educación y finalmente, la elección de filosofía y vida. Humanísticamente hablando, no habrá diferencia entre dos seres humanos que, igualmente valiosos, me­ 13

recerán el empeño que pongan en la propia realización personal, madurez y búsqueda de la felicidad; siendo enteramente circunstancial que se trata del padre, la madre o el hijo. En cuanto al problema de la religión y la interpre­ tación del símbolo de la virgen de Guadalupe, puede decirse independientemente de que se crea o no en su existencia y aparición; que del fenómeno de qtie la madre de Jesús exista y ayude a los mexicanos en el sentido de la auténtica religión de carne, hueso y sangre, se plantea el problema de entender lo que su­ cedió psicológicamente como una realidad, haciendo caso omiso de toda consideración mágica. Se trata el hecho mismo, el símbolo, con todo el respeto de quien no censura opiniones o creencias ajenas. Se plantea el problema sin subterfugios o distorsio­ nes, con el fin legítimo de comprender. Contrariamente, creo que se es muy irrespetuoso cuando se cree en la santidad y en el milagro y se hacen chistes alusivos a qtiien es santa y realmente digna de toda consideración y ausente de las cosas mundanas que son con cierta frecuencia groseras y chabacanas. Ocurre que en nuestra cultura importa más la for­ ma que el fondo. Basta con creer en la virgen aunque tino se com­ porte como si no creyera. Es más importante creer y decirlo, pertenecer al grupo, no ser disidente; que respetar dudando, ser consistente en la actuación, auténtico en la conducta, 14

aunque no se emplee el lenguaje convencional y la aceptación tácita. En el mundo matriarcal subyacente de la cultura, en el clara y ostensiblemente matriarcal de la religión mexicana, debe haber una explicación qzie puede o no encontrarse aquí, pero que se buscó con toda honra­ dez y seriedad. El lenguaje empleado, directo y sin embrollo, puede tal vez provocar la censura y la mala interpretación. No sería justo que así sucediera. Cada uno posee una forma de decir las cosas y sólo haciéndose traición podría cambiarla. Todo ello redundaría en falta de espontaneidad y falsificación indigna. Es necesario ocuparse de la religión primitiva de los aztecas, protohistoria de México, y dilucidar su intervención en la psicología y conformación de un rasgo qiie no pztede haber aparecido porqtie sí. Se encontró en la religión tm fermento importante ligado a la relación hombre-mujer. Una tendencia patriarcal franca en la religión y en la cultura, con remanente apreciable de lucha entre hombre y mujer, permanencia de matices y datos qzie podían hacer pensar en que alguna vez, reciente o muy arcaica, las mujeres mandaron y fueron de gran significación. Entre los aztecas existió secundarismo por parte de la mujer y qtázá actitud reactiva del hombre frente a ella. El hombre era muy importante, y el insulto máximo era llamar homosexual al individuo mascu­ lino, que poseía enorme destructividad y agresividad sin sublimación, directa y clara, en contra de la vida a través de justificaciones diversas. 15

Inevitable bosquejar las cacicas y especialmente do­ ña Marina. Tres personajes más o menos representativos de los hombres que se encontraron en un momento histórico crucial, dejaron secuela de rectierdos, influencias y emociones. Aún boy son motivo de controversia y re­ presentan ídolos de facciones contrarias y contradic­ torias, dan un pretexto magnífico para estudiar la historia y las costumbres desde la iniciación del im­ perio. Cortés, caballero un tanto desvirttiado, pero caballero al fin; es el ejemplar del qzie arranca la caba­ llería mexicana. Ctiauhtémoc, único héroe aceptado sin diida y sin reparo por todos, es símbolo de los que hasta hace algunos años expresaban el 15 y 16 de Septiembre la agresividad, la hostilidad y el rencor, reprimidos durante siglos hacia el gachupín o su equi­ valente. Ambos, Cortés y Cuauhtémoc, son auténticos. Moctezuma, figura dudosa, ejemplar del traidor y del cobarde carente de patriotismo, también es im­ portante porque representa un rasgo negativo odiado con intensidad. Refiriéndonos a los charros, Pancho Villa y el machismo, se estudió una especie de receptáculo de la "hombría” donde es posible ver la evolución del con­ cepto de la caballería y de la mujer a través de varios siglos; cómo fue impregnado todo por las caracterís­ ticas mexicanas y, finalmente, cómo llega y funciona durante la Revolución llenando un cometido inapre­ ciable. El corrido y la canción ranchera en su relación con el machismo, comprueban uva suposición teórica, la búsqtieda intencionada y tendenciosa en un material 16

fácil, abundante y simple, afirman claramente una actitud cultural social del individuo —masculina y femenina—, frente a la mujer; de temor, odio y des­ precio y su actitud peculiar hacia la muerte y la hombría. Existe un factor sociocultural en el rasgo machis­ mo, con antecedentes históricos con influencia indi­ vidual que tiene su raíz en la familia y específicamente en la relación con la madre, lo que hace importante el estudio de la caracterología materna, el de la Adelita y, el de la madre por antonomasia, la virgen de Guadalupe. Para agotar el tema y hallar la explicación diáfana de un rasgo psicológico, difundido entre los mexica­ nos, se necesita el conocimiento clínico, el estudio completo de las comunidades, el escrutinio y la bús­ queda de nuevos factores. 1959.

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LA RELIGIÓN AZTECA

I

Para saber de un individuo o de una sociedad es necesario conocer sus aspectos fundamentales: Profundidad (el inconsciente). Horizontalidad (el aspecto social y económico). Verticalidad (el aspecto religioso). Para conocer al mexicano de hoy, es necesario in­ vestigar el aspecto inconsciente individual y colectivo, conocer de su evolución histórica sociopolítica y de su religión pasada y actual. Nos vamos a ocupar de la religión azteca para tra­ tar de comprender la dinámica de ella, con el fin de integrar un conocimiento verdadero que nos pueda ilustrar la actitud de los aztecas ante sus problemas existenciales. En su religión se encuentra un doble principio crea­ dor masculino y femenino, del que provienen por generación los otros dioses. En Omeyocan, lugar dos. Ometecuhtli, dos señor. Omecíhuatl, dos señora. Tuvieron cuatro hijos: Tezcatlipoca rojo, llamado también Xipe y Camaxtle. Tezcatlipoca negro, llamado comúnmente Tezcatlipoca. Quetzalcoatl, Tezcatlipoca blanco. Huitzilo­ pochtli, Tezcatlipoca azul. Cuatro hombres, ni una mujer. 21

Todo impregnado con la dualidad, factor impor­ tante de la religión y en general de la cultura y civi­ lización aztecas. Los grandes dioses del cielo desempeñaron un papel impor­ tante en la dualidad del mundo azteca, en el cual se sostuvo una guerra eterna simbólica entre la luz y la oscuridad, el calor y el frío, el norte y el sur, el Sol de Levante y el del Poniente. A menudo estos dioses tenían a diosas por mujeres o compañeras, como si la idea de la reproducción de los prin­ cipios masculino y femenino, estuvieran alboreando en la teología azteca (Vaillant: Los aztecas).

Vaillant tenia razón, excepto que esa dualidad es probablemente el motivo básico de la religión y cul­ tura aztecas. La última vez que el hombre fue creado, según uno de los mitos, conservado por Mendieta, Quetzalcoatl, el Prome­ teo mexicano, el dios benéfico para todos, bajó al mundo de los muertos para recoger los huesos de las generaciones pasadas y, regándolos con su propia sangre, creó la nueva humanidad. Dos son los dioses que alternativamente han creado las diversas humanidades que han existido: Quetzalcoatí, el dios benéfico, el héroe descubridor de la agricultura y de la industria, y el negro Tezcatlipoca, el dios todopo­ deroso, multiforme y ubicuo, el dios nocturno, patrono de los hechiceros y de los malvados, los dos dioses combaten y su lucha es la historia del Universo; sus triunfos alterna­ tivos son otras tantas creaciones (Alfonso Caso: El pueblo del sol, pp. 22 y 25).

Cuatro generaciones son alternadas. Vence Tezca­ tlipoca, lo derrumba Quetzalcoatl con un golpe de bastón. 22

Triunfa Quetzalcoatl, lo derrumba Tezcatlipoca de un zarpazo. Ponen a Tláloc, Quetzalcoatl hace llover fuego. Quetzalcoatl coloca a la hermana de Tláloc, Chalchiuhtlicue la diosa del agua, entonces Tezcatlipoca hace llover con enorme fuerza. Sobreviene un arreglo por el cual Tezcatlipoca y Quetzalcoatl levantan el cielo a fin de que la tierra inicie su aparición. Statu quo. Reunión de dioses en Teotihuacan y necesidad de un sacrificio vital para que aparezca el Quinto Sol y después la luna que brilla tanto como él. El sol no se mueve, exige el sacrificio de los otros dioses, las estre­ llas. Dualidad dinámica con lucha constante, se inicia en el aspecto cósmico religioso, se percibe en la teo­ gonia y transciende a la cultura en forma clara y fácil de apreciar, entre hombre y mujer y permanece entre las deidades. Cuatro creaciones producidas no por la dualidad inicial (Omecíhuatl y Ometecuhtli), sino por dos de los cuatro hijos que serán eternamente representativos de dos facciones, de dos aspectos de la vida; la acti­ tud y la cultura. Desaparece la mujer que aparentemente carece de importancia hasta ahí; si exceptuamos la presencia de Chalchiuhtlicue, colocada por Quetzalcoatl y sig­ nificativamente inclinada de su lado. Es Quetzalcoatl el que lleva el factor femenino en la lucha, ese pe­ queño indicio tímido de la existencia de la mujer, posterior a los padres creadores, más tarde hallaremos 23

la representación de la mujer en la forma clara y abier­ ta de diosas muy importantes. Tres diosas, que aparentemente son sólo aspectos de una misma divinidad, representan a la Tierra en su doble función de creadora y destructora: Coatlicue, Cihuacóatl y Tlazoltéotl. Coatlicue tiene en los mitos aztecas una importancia es­ pecial porque es la madre de los dioses, es decir, del Sol, la Luna y las Estrellas. Ya hemos visto cómo nace de ella milagrosamente Huitzilopochtli en el momento en que las estrellas, capitaneadas por la Luna, pretenden matarla porque no creen en el prodigio de la concepción divina, y cómo el Sol-Huitzilopochtli sale de su vientre armado del rayo de luz y mata a la Luna y a las Estrellas (Caso: op. cit., p. 72).

Vale la pena citar aquí también a Tonantzin, "nues­ tra madre”, como un equivalente o una de las múl­ tiples manifestaciones de Coatlicue, diosa madre. Sintetizando: una diosa madre, polimorfa y ubicua, la llamaremos Coatlicue para el panteón azteca; un dios mayor masculino llamado Tezcatlipoca y uno más con iguales características, de mayor importancia para la idiosincrasia azteca: Huitzilopochtli Sol. Finalmente llamamos la atención sobre la figura de un Dios difícilmente catalogable, preferentemente tolteca, en contradicción con el anterior que era tenochca, Quetzalcoatl, a quien provisionalmente cali­ ficaré de dios maduro, de carácter mixto por lo que a sexo toca por reunir atributos óptimos masculinos y femeninos. Existen numerosísimos dioses de atribuciones me­ nores o mayores, que progresan en número a medida que evoluciona el pueblo. 24

Unos significan la lluvia, dios mayor, para un pue­ blo agricultor o que vive del maíz de temporal. Tláloc significa un fenómeno de la naturaleza, Chalchiuhtlicue es manifestación del agua; Xipe Totee es símbolo de la nueva cubierta de la tierra, necesaria para la producción de los granos alimenticios. Así, en gra­ dación insensible llegamos a un dios de las flores, a un dios de la embriaguez, desmenuzable en cuatro­ cientos dioses menores. Politeísmo abundante, inútil, como el de los griegos y romanos, que se convierte en un juego, ejercicio de memoria, que puede expre­ sar gran pasividad y enorme dependencia. Podría intentarse en justicia colocar la dinámica de la religión azteca en tres pivotes principales: a) Tezcatlipoca — Huitzilopochtli, representativos del hombre masculino, joven o adolescente desde el punto de vista psicológico, con características orien­ tadas hacia el mal, la destructividad, la guerra, la men­ tira, el ardid y la argucia, la jerarquía, el dominio, la autoridad brutalmente impuesta, el Sol (aquí se parte del punto de vista de nuestro concepto de moral occi­ dental, considerando como base la naturaleza humana y como obligación primera la "reverencia por la vi­ da”, única forma de alcanzar cualquier entendi­ miento) . b) Coatlicue — Tlazoltéotl — Cihuacóatl — Tonantzin — Cihuateteo — Mocihuaquetzque. Un com­ plejo que como el anterior puede resumirse en ciertos principios básicos comunes: hombre femenino, pro­ ductora de vida, ternura, bondad, igualdad, sensación de arraigo, pertenencia, amor; por otra parte, depen­ 25

dencia, temor, inmadurez, conservadurismo, infantilidad, la Tierra. c) Quetzalcóatl, dios maduro que incluye lo mejor femenino y lo mejor masculino balanceado; la pro­ ductividad, el amor, el trabajo, la racionalidad, la exigencia y la tolerancia, la independencia, la seguri­ dad y el atrevimiento, la aventura, la conservación y la permanencia, el aire y la vida. Son estos tres complejos los que poseen atributos psicológicos humanos, dinámicos, porque entre ellos hay lucha, triunfo, fracaso; entre ellos se resuelve lo que más importa al hombre: vida y muerte, produc­ tividad y destructividad, lo bueno contra lo malo, polaridad permanente. Los antecedentes aztecas son claros en cuanto a dua­ lidad entre hombre y mujer, entre poder masculino y femenino, matriarcado y patriarcado. El hombre de México como el de cualquier parte del mundo, ha pasado por épocas similares en el ama­ necer de su historia.

ii

En el contenido de la literatura que aquí se cite, se percibirá la tendencia clara a demostrar las afirma­ ciones relativas a la dualidad de la religión y de la cultura. Los ejemplos incluyen aspectos religiosos y al­ gunos relacionados con la situación de mandato y de importancia de la mujer dentro de la sociedad azteca. Tienen sabor de historia, de leyenda y de mitología; expresan claramente la idea de que la mujer en ciertas 26

épocas fue importante, ocupó puestos de significa­ ción, fue escuchada durante los conflictos serios, pudo intervenir y hacerse obedecer, apareció mágicamente para salvar a los hombres, e incluso estableció un tipo especial de sacrificio que se generalizó posteriormente. Tomemos los Avales de Cuauhtitlán *. Así es la relación de los viejos chichimecas, que dejaron dicho que, cuando comenzó el señorío de los chichimecas, una mujer, de nombre Itzpapálotl, los convocó y les dijo: "haréis vuestro rey a Huactli” (p. 6). Donde cayeron en poder de Itzpapálotl, que se comió a los cuatrocientos mixcoas, y los consumió. Solamente Iztamixcóatl, al que se nombra Mixcoaxocóyotl (Mixcóatl el menor), huyó, escapó de sus manos y se metió apresurado dentro de una biznaga. Itzpapálotl arremetió contra la biz­ naga; salió de prisa Mixcóatl, luego la flechó repetidas veces y evocó a los cuatrocientos mixcoas que habían muerto y aparecieron, en seguida la flecharon una y otra vez. Así murió, la quemaron; con su ceniza se empolvaron y se pintaron ojeras (p. 1). 6 tochtli —< 7 ácatl. En este año murió la señora Xiuhtlacuilolxochitzin, que reinó en Cuauhtitlán xn años (p. 7). En este año se entronizó la señora que gobernaba el pue­ blo de Cuauhtitlán, llamada Iztacxillotzin. En Izquitlanotla, donde está su altozano, estaba su casa pajiza, en que la acom­ pañaban muchas dueñas que la honraban con los chichimecas que la cuidaban, etcétera (p. 13).

Mujer diosa que convoca y ordena, destruye y es destruida a su vez, empleando la ceniza en forma simbólica, señora que gobernaba y a quien servían y honraban de manera clara. 2 técpatl — 3 calli — 4 tochtli — 5 ácatl — 6 técpatl — 7 calli — 8 tochtli. En este año estuvo habiendo muchos 27

agüeros en Tollan. También en este año llegaron ahí las diablesas que se decían Ixcuinanme. Así es la plática de los viejos. Cuentan que salieron y vinieron de Cuextlan; y donde se dice Cuextecatlichocayan (lugar en que lloró el cuexteca) hablaron con sus cautivos, que apresaron en Cuex­ tlan, y les certificaron esto que les dijeron: "Ya vamos a Tollan; seguramente llegaremos a la tierra y haremos la fies­ ta; hasta ahora nunca ha habido flechamiento y nosotras vamos a iniciarlo; nosotras os flecharemos.” Después que lo oyeron sus cautivos, se afligieron y echaron a llorar. Ahí em­ pezó este flechamiento, con que se celebraba la fiesta de las Ixcuinanme, cuando se decía (el mes) Izcalli. 9 ácatl. En este año llegaron a Tollan las Ixcuinanme: llegaron a la tierra con sus cautivos, y flecharon a dos. Los demonios eran dia­ blesas; sus maridos eran sus cautivos cuextecas. Ahí por pri­ mera vez comenzó el flechamiento (p. 13).

Aquí las mujeres diosas crean una nueva forma de sacrificio que posteriormente se hace habitual y ex­ presa francamente la agresividad femenina en contra de los hombres, a quienes eventualmente llaman ma­ ridos. En este Acpaxapocan, en cuanto había guerra, humana­ mente les hablaba a menudo a los xaltocamecas su dios, que salía del agua y se les aparecía: se llama acpaxapo; es una gran culebra; su rostro, de mujer; y su cabello enteramente igual al de las mujeres, así como el suave olor. Les anunciaba y decía lo que les había de acontecer: si habían de hacer pre­ sa; si habían de morir y si habían de ser cogidos prisioneros. También les decía cuándo y a qué tiempos iban a salir los chichimecas, para que con ellos toparan los xaltocamecas. Pero los chichimecas ya tenían entendido cuándo y a qué tiempos venían de muy lejos los xaltocamecas a hacer sus sacrificios y a poner sus ofrendas a Acpaxapo (p. 25).

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Diosa mujer nuevamente, con imagen de culebra, importante símbolo en la mitología y panteón tolteca y azteca, protectora y poderosa. 6 técpatl. En este año pasó el (señorío del) pueblo de Cuauhtitlán a la señora Ehuatlycuetzin, que fue mujer de Iztactotzin y estuvo asimismo en el templo de Mixcóatl, donde fue el palacio de Iztactototzin. 7 Calli — 8 tochtli — 9 ácatl — 10 técpatl. En este año mataron a la señora Ehua­ tlycuetzin. La fueron a flechar los chichimecas en el lugar que se dice Callacohuayan. Se enojaron los chichimecas, por­ que la habían prostituido los colhuas (p. 32).

La mujer aparece otra vez como importante, go­ bierna a la muerte de su esposo, situación extraña sin duda; no parece patriarcado franco o matriarcado claro, es más bien una cosa mixta, en que hereda la esposa el mandato del esposo. Por otro lado se habla de prostitución de la señora y flechamiento, en vir­ tud de hacer algo anormal y bajo la influencia de los colhuas. En esta ocasión fue prendida y hecha cautiva una hija del rey Tecocohuatzin. Que era la señora de Toltitlán y mujer del Rey Epcóhuatl. Esta señora, antes, cuando empezó la guerra, se propuso, porque así ya lo tenía pensado, que se destruyeran los tepanecas .. . . . . Por eso, al comenzar la batalla, así como que observaba, subió arriba de la casa del diablo en Toltitlán, y luego la misma señora prendió fuego a la cumbre pajiza de la casa del diablo, etcétera (p. 40).

La mujer manda, dispone, interviene en decisiones básicas y es tomada en cuenta, cosa enteramente inha­ bitual en la época clásica de los aztecas, cercana a la Conquista. 29

No cabe duda que el factor femenino llegó a influir ocasionalmente en los últimos tiempos, y quizá mucho más en épocas anteriores. Pero los chimalpanecas intervinieron cuando supieron que él iba a ser nuestro señor. Una mujer llamada Nanotzin se encolerizó y dijo a los chimalpanecas: "¿Acaso él será nues­ tro señor? ¿Es que el Ayapáncatl no vale?” (Anales de Qtiaubtinchan, p. 115, 1947).

El comentario es semejante, la mujer se hace oír y opina en asuntos serios. Cuando los aztecas, los mexicanos, pasaron de Aztlán acá, llegaron a Colhuacán; después salieron de allá para acá asiendo al "diablo Tetzahuitl-Huitzilopochtli”; cuando vinieron, tra­ jeron de Aztlán Chicoccan a una mujer llamada Chimalma, cuando salieron y caminaron hacia aquí. (Crónica mexicayotl', Fernando A. Tezozómoc, 1949, párrafo 2 5, p. 18.)

Fueron cuatro quienes cargaron a Huitzilopochtli, tres hombres llamados Teomamas, y una mujer, Chi­ malma. No deja de llamar la atención la presencia de una mujer en menester tan importante como car­ gar el dios máximo del panteón azteca. Después, cuando les persiguen los culhuacanos, cruzaron acá asentándose en los escudos —y a los demás mexicanos, que no podían vadear, les puso puente una mujer arreglada a la antigua usanza, que no se sabe de dónde vino— (Crónica mexicayotl, p. 48, 1949).

En los momentos críticos en que hay que salvar peligros, mágicamente sin saberse de dónde; ahí está ella, la mujer, para protegerlos. 30

El linaje mexicano comienza con una mujer de Colhuacán: Ilancueitl, termina en presencia de otra, la Malitzin. Antes está lo prehistórico y mal conocido, Omecíhuatl, Itzpapálotl, las Ixcuinname, Acpaxapo, todo el panteón femenino de mujeres madres y diosas; Coatlicue, Tonantzin, Cihuacóatl, Tlazoltéotl, las Cihuateteo, las Mocihuaquetzque. Todas ellas llenan una función de primer orden en la vida en un aspecto u otro. Llega el momento, sin embargo, en que desaparece en casi toda la zona dominada por los aztecas la im­ portancia femenina; queda sólo remanente en la región Coatzacualcos. Ha perdido el poder pero permanece en forma "descorporeizada”; es el fantasma, el daño, el miedo y el pavor a lo desconocido, nocturno y solitario; es la magia y la enfermedad; tan sólo se ha modificado para hacerla menos objetiva. Al subjetivarse la presencia femenina, se hace cons­ tante en el hombre y se convierte en angustia, incons­ ciente, irracional. En los primeros tiempos hay lucha cósmica entre los dioses Tezcatlipoca-Huitzilopochtli (?) contra Quetzalcoatl; equilibrada en principio, aparece como un destello una mujer: Chalchiuhtlicue, sostenida por este último. Después hay acuerdo entre todos para que aparezca el Quinto Sol, luego la envidia del Sol hacia la Luna y las estrellas, y la destrucción de éstas para que sólo predomine él: el Sol-Huitzilopochtli. Desventura de Quetzalcoatl que deja de ser figura preeminente en la cultura aunque permanece perdido, quizá en la cabeza de Coatlicue, tal vez en la deno­ 31

minación Cihuacóatl del segundo dios en la jerarquía azteca, que curiosamente es designación de diosa. ¿Qué tenía que hacer en la designación del segundo hombre de la jerarquía azteca Cihuacóatl (de cíhuatl mu­ jer) después de tlacatecuhtli hombre? Existe como Quetzalcóatl — Tláloc — Tlamacazqui y Quetzalcóatl — Totee — Tlamacazqui, los más altos prelados del templo mayor. Por último en el Calmecac se le celebraba todavía según lo hace notar Sahagún. Huitzilopochtli

, y le dijo Huitzilopochtli a Chalchiuhtlatónac: ven, oh Chalchiuhtlatónac, y dispon con cuidado y método lo necesario para que lleves a las muchas gentes que contigo irán; y que sean pues herencia de cada uno de los siete Calpuli aquellos que cogierais aquí, quienes habían caído junto a la biznaga; de los más fuertes y recios de los mexicanos, puesto que los naturales serán incontables, porque nos iremos a estable­ cer, a radicar, y conquistaremos a los naturales que están establecidos en el universo: y por tanto os digo en toda verdad que os haré señores, reyes de cuanto hay por doquiera en el mundo; y cuando seáis reyes tendréis allá innumerables, interminables, infinitos vasallos, que os pagarán tributos, os darán innumerables, excelentísimas piedras preciosas, oro, plu­ mas de quetzal, esmeraldas, corales, amatistas, las que ves­ tirán primorosamente, así como las diversas plumas, el cotinga azul, el flamenco rojo, el "tzinitzcan”, todas las plumas preciadas, y el cacao multicolor, y el algodón policromo; y todo lo veréis, puesto que ésta es en verdad mi tarea y para eso se me envió aquí (Crónica mexicayotl, pp. 23 y 24).

Dios joven, masculino, que desea guiar a los aztecas sin intervenciones los lleva al fin a la tierra prometida; 32

travesía llena de sangre, odio y destrucción. Desea marcar claramente según la teogonia, la separación clara entre la raza preferida y los demás. Así se esta­ blece definitivamente la escisión entre el pueblo ele­ gido y los otros, que quedan obligados a servir y permanecen enemigos. Desde siempre, cuando sufren, cuando tienen tantas dificultades, los sostiene con la idea de que son supe­ riores a los demás y les espera un destino que no tiene paralelo. No puede ofrecerles nada inmediata­ mente, es como cualquier dictador que pide todo género de sacrificios con racionalizaciones extrañas y ofrece algo impreciso y lejano. En el curso de la vida, posteriormente, ya en ca­ mino del ascenso, continúa siendo cierto que sólo im­ porta el tenochca. Así destruyen a Moquihuix en Tlaltelolco y hacen tributario a su pueblo; crean simbólicamente una gue­ rra y una derrota para Texcoco a fin de que quede claro que ellos son secundarios en cualquier caso a los de Tenochtitlan (Fr. D. Durán). Logran que se forme una confederación, imponiéndose ellos en primer término. Los aztecas aceptan todo lo indicado por el dios. Son un pueblo extraño, sufrido, carente de presente, que vive un porvenir dudoso, una promesa. No hay presente durante toda la peregrinación, no hay motivo inmediato para vivir, se piensa sólo en el dios, al que hay que alimentar, transportar, cuidar. Ningún sufrimiento importa a ese pueblo que lleva algo dentro de sí, que permanece inmutable a pesar 33

de todo, con una actitud rígida y segura que no ad­ mite variantes ni desviaciones, en línea recta. El dios es así, no concede la menor importancia al cansancio, al sufrimiento, a las solicitudes y explica­ ciones de que el lugar es bueno y hay que quedarse en él, no tolera ninguna desviación de su ortodoxia de Dios autoritario, dominante, despótico, que no endulza la vida, el camino o la verdad. Finalmente, selecciona el lugar más inhospitalario, donde hay que hacerlo todo desde el principio, crear la tierra para asentar las construcciones, traer desde lejos el agua para beber, lo necesario para la alimen­ tación, donde no se puede cosechar lo mínimo para que viva un pueblo en pleno crecimiento. En lucha con los vecinos, esclavizándolos, para im­ ponerles situación secundaria, el dios ordena que se sacrifique (en forma ininteligible para una mente occidental) a la hija del rey Achitometl, a la que se desuella, provocando odio y venganza de los de Colhuacán. Estas condiciones de vida en la primera época de los aztecas crean la necesidad de convertirse en amo y señor, de dominar y tomar lo ajeno. Sin el despojo, la fuerza y la guerra, jamás habrían podido sobrevivir. ¿Se inventó el dios, la liturgia, el ceremonial y todo el simbolismo religioso para sostener y justificar la guerra y la depredación? o ¿cómo consecuencia de una necesidad ineludible de ser y de portarse así el azteca, fue necesario representar al dios como intér­ prete de esa misma necesidad? 34

Es muy significativo el hecho de que los tres dioses más característicos del panteón azteca propiamente di­ cho, Coatlicue, Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, estén relacionados con atributos aparentemente negativos. Coatlicue, concibe en forma vergonzosa, tiene as­ pecto destructivo desde el punto de vista simbólico y representa muerte entre otras cosas. Tezcatlipoca y Huitzilopochtli son amigos de la trampa, la mentira y la truculencia, de la utilización de medios aviesos y también de la destrucción. Tezcatlipoca, representado por un joven sin tacha, hermoso mancebo, sacrificado en la forma conocida después de haber gozado durante un año de grandes beneficios físicos de índole diversa: alimentación, ro­ pa, reposo y mujeres, era un adolescente que gozaba de los placeres de la vida, se le admitía incluso la poli­ gamia durante cierto lapso con jóvenes muy bellas. Huitzilopochtli, poderoso y joven como el anterior, llenaba el otro aspecto de la vida tan importante para el Tenochca: la guerra con todas sus consecuencias. Ambos funcionaban como una proyección del sentido vital del hombre de esa cultura. Representaban lo que ellos creían y querían ser. Huitzilopochtli era un guerrero zurdo, quizá por la consideración de que éstos eran prácticamente in­ vencibles. Recuérdese que durante los sacrificios lla­ mados gladiatorios, cuando fracasaba uno o más gue­ rreros, se enviaba otro con la característica del dios zurdo, que casi siempre vencía en la lid. Huitzilopochtli, era sin duda alguna, el dios más importante en un pueblo de soldados: 35

La fiesta más celebrada y más solene de toda esta tierra y en particular de los tezcucanos y mexicanos, fue la del ídolo llamado Vitzilopochtli . .. —dice Durán, y continúa explicando— El ídolo de que vamos tratando era tan temido y reverenciado de toda esta nación que a él sólo llamavan señor de lo criado y todopoderoso y a éste eran los princi­ pales y grandes sacrificios cuyo templo era el más solemne y suntuosso mayor y más principal entre todos los de la tierra del qual oy [í] siempre a los conquistadores contar muchas excelencias de su altura y hermossura y galán edificio y fortaleza . .. (Historia de las Indias y Nueva España y Islas de Tierra Firme, por Fr. Diego de Durán, 1951, pp. 79 y 80.)

También Sahagún recogió parecida tradición. Este dios, llamado Huitzilopochtli, fue otro Hércules; el cual fue robustísimo, de grandes fuerzas, y muy belicoso, gran destruidor de pueblos y matador de gentes . . . ; también éste era nigromántico o embaidor ... A este hombre por su fortaleza y destreza en la guerra le tuvieron en mucho los mexicanos cuando vivía. Después que murió lo honraron como a dios y le ofrecían esclavos, sacrificándoles en su presencia (p. 19, tomo i).

Es claro que se trataba de una representación de fuerza, destrucción, juventud y muerte. Coatlicue ; que hay una sierra que se llama Coatepec, junto al pueblo de Tulla, donde vivía una mujer que se llamaba Coatlycue, que fue madre de unos indios, que se decían Centzonhuitznaua, los cuales tenían una hermana que se llamaba Coyolxauhqui, y esta Coatlycue hacía penitencia barriendo cada día en la sierra de Coatepec. Acontecióle un día que andando barriendo descendió sobre ella una pelotilla de pluma, como

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ovillo de hilado, y tomóla y púsola en el seno junto a la barriga debajo de las enaguas, y después de haber barrido la quiso tomar y no la hayo, de que dicen se empreñó; y como vieron los dichos Centzonhuitznaua a la madre que ya era preñada, se enojaron bravamente preguntando ¿quién la empreñó?, ¿quién nos infamó y avergonzó?; y la dicha hermana que se llamaba Coyolxauhqui decíales: "'hermanos, matemos a nuestra madre porque nos infamó, habiéndose a hurto empreñado”... (Sahagún, pp. 286 y 287, t. i.).

Dos cabezas de serpiente frente a frente, dos pies firmes en la tierra, provistos de garras, asidos defini­ tivamente. Dos brazos colocados lateralmente provis­ tos de dedos gigantescos . . . este es el marco. Dentro está todo lo que se quiera o pueda imaginar, amar y odiar, simbolizar como creación o destrucción. Ahí está la gran Coatlicue que concibió al Dios Hombre-Guerrero de la teogonia azteca, el dios por excelencia, el que sólo podía ser representado por el emperador, por el tlacatecuhtli "jefe de hombres”. Cuatro manos implorantes, dos senos flácidos que no dan leche ya . . . es una madre mujer, vieja, de vientre estéril y de senos vacíos. Cinturón calavérico por delante y por detrás, sos­ teniendo falda de serpientes fálicas pendientes en todo lo circular; cabeza abajo, cerradas las fauces, invisi­ bles los colmillos, penden a montón, caen hacia la base, son cabezas solamente orientadas hacia la tierra, los cascabeles también hacia abajo; estas serpientes no son hermanas de las de arriba, no tienen nada que ver con ellas. Simbólicamente quizá son también muy le­ janas unas de otras. 37

Corazones desprendidos de sus grandes vasos, cora­ zones concretos que pueden significar vida, latido, circulación, chalchíhuatl, amor. Ella, Coatlicue, es una mujer, intrínsecamente fe­ menina. De lo más profundo de la piedra brotan los senos caídos, usa falda y se sabe que era mujer y fue madre de Huitzilopochtli entre otros muchos. No puede pensarse en mujer así para el amor, para el placer sexual o para tenerla en la casa junto al fogón. Coatlicue no es una madre normal, alimentaria, pro­ tectora, tierna y sencilla, reposo del hombre cansado de la lucha, dura y dispuesta a levantar al hijo caído. Es madre arcaica y simbólica, madre vieja incapaz de acariciar y procrear; no se la puede concebir entre­ gada al orgasmo en brazos del ser que ama, del hombre deseoso y confiado. Es madre vieja como la vida, como los sexos, la tormenta y el rayo, como el mundo que dejó de ser asunto de primates y se convirtió en problema de hombres, mundo de amor, odio, paz, lucha; de hom­ bre y mujer, de macho y hembra. Es la vieja matriz procreadora, refugio del feto, la casa de los hijos de donde se sale y no se vuelve más. Útero envolvente y tibio, impermeable al mundo, intrascendente. Madre de los padres, madre de todos, esposa pero no hija. Es la tierra misma, el polvo que se pisa, el que al mojarse recibe la semilla, produce la planta; integra esa misma porción imposible de abstraer que llega a identificarse con la vida en su última esencia. Pero es algo más, es vida y muerte. 38

Los pies provistos de garras están firmemente asi­ dos a la tierra; por arriba, las cabezas de serpientes se arrastran sobre la superficie. Círculo simbólico de la vida que se inicia en la tierra y termina en ella, con la muerte; tierra en la base, en la cúspide, muerte por delante y detrás. Corazones palpitantes símbolo de vida, manos que significan el hacer de ella, lo más importante del hom­ bre, la mano como factor de la inteligencia. La diosa es algo más: un artista anónimo, como casi todos los artistas aztecas, ha creado arte auténtico y ha esculpido lo que llevaba dentro de sí proyectán­ dolo. Logró sintetizar en una mole de piedra su actitud y la de su pueblo. Artista desconocido, representativo de una raza en un momento histórico, no fue anónimo para ellos; a él se encargó la realización de esa obra y el proyecto fue aprobado por quien debía. Quiza tuvo su propio templo, lo merecía. Ella fue aceptada. La gran Coatlicue es para la cultura azteca, la tenochca específicamente, lo que para los griegos la Venus del Milo, para los romanos El Circo, para los italianos del Renacimiento los frescos de la Capilla Sixtina, para los franceses del siglo veinte la Torre Eiffel y los frescos de Orozco y Rivera para el mexi­ cano de hoy. Representan una cosmovisión, vigente en el mo­ mento preciso de su creación. Coatlicue es entonces representativa de esa Weltanschauung de los aztecas. 39

Ahí está la creación de un artista que plasmó lo que su cultura quería y creía. Al más importante de sus hijos lo concibe sin hom­ bre; el dios más importante de la cultura patriarcal azteca no puede recurrir a ningún linaje masculino, es hijo total y único de su madre; lleva dentro de sí todo lo que ella sola puede darle. Tiene lo bueno y lo malo de ella. Ahí termina el linaje de Coatlicue que ha dado a su hijo lo que puede y tiene. No volverá a procrear más. Sus senos que­ daron huecos, su vientre estéril, muerto. Es hijo y no es hijo de ella, sale cuando quiere del vientre, poderoso y protector. El panteón azteca no pudo prescindir de la mujer para la procreación de su dios máximo; pero el hecho mismo de la creación no tiene como en la religión católica el sentido de lo divino, de la intervención del dios absoluto que hace concebir a una mujer y la diviniza; aquí la concepción y la creación están impregnadas de duda, de vergüenza y baldón. La Coatlicue ha engañado a los demás hijos capi­ taneados por una hermana, Coyolxauhqui, quienes parecen ser los legítimos. Es una lucha incestuosa entre hermanos de donde sale un nuevo orden de cosas, la entronización de un dios masculino, guerrero que destruye a los demás y a la hermana causante de la rebelión, enemiga del cambio de una situación estatuida, por otra completa­ mente contraria; nace una nueva rama espúrea de enorme poder que mandará en adelante. 40

Dios padre escoge mujer y de eHa, mortal, nace Jesús hijo de Dios; él Dios también como su padre, remoza la antigua religión revolucionándola, es religión de hijo. Dios es ahora hombre y semejante, tangible, visible, está presente; salva a los hombres sacrificándose por ellos. Siempre actúa como hijo de Dios y como Dios mis­ mo. Su presencia revive la fe que va perdiéndose. De insensible y paulatina manera posterga al pa­ dre, el predominio de hijo y madre. Ahora, en México, también por causas indetermi­ nadas o no sospechadas, se evoluciona lentamente ha­ cia una nueva religión femenina con predominio de madre y, específicamente la local; como factor prin­ cipal, que ha dejado atrás hijo y padre, ambos dioses. Entre los aztecas —antes de la Conquista y de la llegada de María y Jesús, hijo del Dios Padre—, existe una religión aparentemente patriarcal, que ha evolu­ cionado desde la creación del Universo hasta la des­ trucción indiscriminada, sin límites. En algún momento de su curso fue matriarcal. El hijo maravilloso la convirtió en religión de hijo; y al final de la Conquista evolucionó hacia la religión de madre, nuevamente, al identificar el panteón fe­ menino concretándolo en una figura recia y perma­ nente. ni El artista ha representado a esa mujer —madre, esposa y diosa—, como probablemente la siente el 41

azteca medio desptfés del derrocamiento del poder patriarcal. Antes ella era jefe, tenía el poder manifiesto; ahora está expresada en un monolito hermosamente sim­ bólico. Ahí está la proyección del artista autor de la obra, ahí está cualquier azteca hombre, hijo de madre. Representa lo impenetrable, la noche, el fantasma, la enfermedad desconocida y rápida que se apodera del cuerpo, y daña a los jóvenes. Un pedazo de su cuerpo, un dedo, el cabello, son amuletos que fortifican, que tienen poder mágico. Lo que da la vida servirá también para causar la muerte de los enemigos. Significa lo lejano, ignoto y aterrorizante. Tiene armas terribles, da vida, seguridad, alimento, amor, igualdad. Su mundo es tranquilo, tibio, hace nacer el deseo de permanecer en él y quedar siempre sin pro­ blema. El resto del mundo hecho por el hombre, por el macho, es oscuro, tétrico, frío. Hay en él lucha por ser fuerte, dominar, y matar; por asustar a la mujer con el poder y demostrarle lo que puede hacer el hombre, recordarle que debe es­ tarse quieta y alejada. Él ordena sobre la vida y las cosas. Ella debe estar a la orilla del fuego. Manda el fuerte. * Sin embargo, el azteca iracundo, autoritario y vio­ lento, petulante y fanfarrón, es inseguro por exce­ lencia frente a la mujer; su actitud es reactiva no auténtica. 42

Sabemos que el ejemplar Huitzilopochtli se impone sobre su hermana Malinalxóchitl y sobre Coyolxauhqui (tradición recogida por Duran). Continúa la se­ cuencia, cuando una mujer hija del rey de Colhuacán es causa de discordia y de guerra, porque el mismo Dios así lo quiere. La toma como madre y esposa o "madre y agüela”, de ahí Togi Teteoinan. En Sahagún se conserva más información en la descripción de la fiesta y ceremonia del undécimo mes, Ochpaniztli —desollamiento de una mujer que representaba a la diosa Togi— durante la cual el hom­ bre más fuerte y robusto, vestido con piel de esa mujer, ofrendaba frente a Huitzilopochtli; luego lle­ vaban el primer trozo desollado, el muslo, al cerro Popotltemi para dejarlo colgado de una garita. Preci­ samente en la línea divisoria con sus enemigos, "en la misma raya de la pelea”. El señor (el vestido con la piel, imagen de Togi) poniase en su trono en las casas reales, y tenía por estrado un cuero de águila con sus plumas, y por espaldar de la silla un cuero de tigre [¿’s extraordinario el símbolo derivado, caballeros tigres y caballeros águilas]-, estaba ordenada toda la gente de guerra, delante de los capitanes y valientes hombres en medio de los soldados viejos, y al cabo los bisoños; iban todos delante del señor así ordenados, y pasaban como haciendo alarde por delante de él, haciéndole gran reverencia y acatamiento, y él tenía cerca de sí muchas rodelas y espadas, y plumajes que son aderezos de la guerra, y mantas y maxties, y como iban pasando, a cada uno le mandaba dar aquellas armas y plumajes (Sahagún, p. 200, t. i).

Tiene que aceptarse como sugerente un simbolismo tal: 43

¿Representará a Huitzilopochtli dentro del cuerpo de su madre Coatlicue? ¿Significará la destrucción del poder de la mujer por el hombre joven y robusto, y revivir el hecho mismo en forma de acto tan rudo y tan real? ¿Expresará el temor hacia ella, la rememoración permanente con el fin de evitar cualquier intento de rebeldía? ¿Querrá decir que con motivo de ese sacrificio se inició la actitud guerrera y destructiva?, ¿o se trata de introducirse en la mujer para obtener su poder, asimilarlo, e identificarse con ella? ¡Cómo saberlo después de tanto tiempo, tanta de­ formación en el ceremonial, tanta modificación en su mente y tal desproporción entre la manera de pensar y la diferente actitud hacia la vida entre ellos y nos­ otros después de más de cuatro siglos! Coatlicue, da vida y la quita; corazones y calaveras. Recibe en su seno o regazo al hijo sediento, vencido y cansado; de ahí las manos en actitud de recibir, de esperar. Ella es tierra y simboliza lo bueno y lo productivo, quizá por eso tiene dos cabezas "quetzalcóatlicas”. Es mujer vieja, tiene garras de fiera, los pies gi­ gantescos; es monstruo que destruye al hombre y se aparece en los caminos sombríos, asusta y enferma. Es universal, no tiene cara, es cualquier xóchitl, cíhuatl. En toda mujer hallada en el camino está Coatlicue; que como símbolo de abstracción contiene a cada una de las jóvenes y todas ellas; cada una de las viejas y todas ellas. 44

Ubicua y polimorfa en suma. El artista plantea en bloque de piedra lo que en­ tiende por mujer y por madre, por esposa y diosa; Tonantzin, Cihuacóatl, Tlazoltéotl, Ixcuina y Coatlicue. Polivalencia clara, madre, esposa y diosa, amadas. Las tres temidas violentamente. Coatlicue no es solamente una obra de arte, es una ecuación a desarrollar. El escultor ha simbolizado, concretizando en una abstracción, la manifestación universal de los aztecas y de cada azteca en particular. Cualquier habitante de la región del lago habría fir­ mado la obra. Por mujer, tiene falda formada de serpientes que no tienen la "nobleza” de las cabezas de "arriba”. Las de "abajo” son representación fálica quizá de la madre enemiga, omnipotente y castrante. Penden flácidas y tal vez inútiles. Trofeo interesante y final de la lucha de ambos sexos. Ofrenda máxima del artista al poder sin límites de su propia madre, o de la madre-diosa-esposa de cada uno de ellos. . . ¡Los que alimentaban al Sol y por quienes los mundos continuaban su existencia! ¡Manifestación monstruosa de poderío, de hiper­ trofia; reacción violenta de paranoia cósmica frente a su impotencia ante la mujer! Quetzalcoatl Está bien decir Quetzalcoatl. Este Nombre se explica de este modo: Quetzalli es el nombre de la pluma del pájaro más bello que existe, que se llama Quetzal, señor del espacio.

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Es libre por sus alas y dentro de su propio ser y no reconoce dueño ni señor ni tolera prisión ni manos que le detengan ni sujeten ni acaricien sin licencia de amor o de confianza. Cóatl quiere decir serpiente o animal que se arrastra sobre el pecho desnudo en lo bajo o inmundo (Quetzalcóatl sueño y vigilia, p. 38. E. Abreu Gómez).

Quetzal, pájaro hermoso, masculino como todas las aves verdaderamente hermosas. Cóatl, serpiente, símbolo entre los aztecas asimilado de los toltecas, quizá expresión de tierra generatriz de alimento, vida y permanencia. Las serpientes Quetzalcóatl son hermosas, carecen del aspecto terrorífico que habitualmente posee el ani­ mal original, no dan idea de lo que acecha y puede herir en el calcañar, son como leones henchidos de nobleza, hermosura, fuerza y franqueza; atacan por necesidad abiertamente y sin crueldad. De actitud noble y tranquila, expresan serenidad, sabiduría, infinitud. Permanecen expectantes ante la inmensidad de la vida, de la tierra, del porvenir del hombre y de la especie. No son sierpes horribles y dañinas, aconsejadoras de pecado y llenas de veneno y perversidad. Son circu­ lares, "se arrastran sobre el pecho desnudo” por la tierra, la superficie que pisa el hombre, que lo sostiene y da de comer, le da agua y le permite descansar. Ahí también descansa definitivamente, cuando muer­ to se reintegra, se siembra y permite el abono y la reproducción de otro ciclo que continuará la especie, la civilización y el curso de la vida inmodificable. Así, Quetzalcóatl es libertad y carencia de limita­ ción y coerción, es pájaro de pluma bella que vuela 46

siempre libre; que muere en toda situación de cauti­ verio. Respira libertad, que cuando ausente le significa anoxia y muerte. Es tierra que no cambia, perma­ nente, arraigante; es seguridad inmutable, sitio de cal­ ma, reducto de reposo eterno. El sol permanecía me­ dio día en el aire, en el espacio donde vuela el quetzal, en la claridad, en el calor y medio día en la tierra, donde se arrastra la culebra, en la oscuridad, en el frío. De la libertad sin límites que sugiere el espacio abierto al aire; de la restricción permanente de la ad­ herencia a la tierra, y de su horizonte limitado preci­ samente por esa grandiosa libertad que implica el "cielo”; nace la idea de plenitud, sabiduría y madurez que posee el "concepto” de Quetzalcoatl. El pueblo tolteca inicia la idea del Dios-Hombre que se confunde como el Jesús histórico con el hijo de Dios. Pueblo de varios siglos de existencia y de creación, intenta entender la naturaleza y modifi­ carla quizá, hallar una razón a la existencia. Pueblo que tiene tiempo de pensar en la belleza, en la arte­ sanía, en el pensamiento abstracto, en la representa­ ción de los dioses, en la arquitectura y en la escultura que le sirve de expresión. Pueblo que ha dejado atrás la infancia, la adolescencia y la juventud; con madu­ rez espléndida y sabiduría para enfrentarse al ocaso de la vida —la muerte—; recapacita, siente angustia ante lo desconocido e inexplicable, percibe en forma incipiente la necesidad de hallar un sentido a la vida, una finalidad digna de la existencia. 47

Quetzalcoatl el hombre dios de la mitoteogonía tolteca, encarna lo mejor de la especie, el respeto por la vida humana, la bondad, la verdad, la tolerancia y el trabajo productivo, encarna el amor a sus seme­ jantes y el perdón, expresa la moderación en el ali­ mento, en la bebida y en el sexo. Quetzalcoatl es madurez o inicio de ella, en una época en que es posible y cuando el cuerpo ya viejo ha vivido suficiente y permite al espíritu iniciar su predominio, su labor, su sedimentación y ejercicio tranquilo, creador sereno y sabio. Los pueblos, cuando jóvenes, podrán utilizar el cuerpo en forma desusada, abusiva, hasta la fatiga; harán la guerra o el deporte. Cuando se es maduro, no se conquista por la guerra, no se gasta esfuerzo en el deporte. Se utiliza el es­ píritu con una fuerza cada vez mayor, los intereses del espíritu van por otros caminos que no son guerra y destrucción. No se alimentan con lo que deplora y produce náusea y enferma. El tolteca había envejecido lo suficiente histórica­ mente hablando para entender lo malo de la bebida, alimento y sexo excesivos que dañan y rebajan al hombre a la categoría animal de la que lucha constan temente por salir. Llegado a la edad de comprender el daño que hacen la guerra y la muerte inútil de los demás hombres por motivos que no se justifican; esta­ ba en situación de entender y sentir que había algo que diferenciaba al hombre y que no le permitía hacer lo que los animales y los hombres, indiferencia­ dos, primitivos y arraigados en lo arcaico hacen. Y que podía ser la bondad, la verdad y el amor, la tolerancia 48

y la igualdad, el trabajo productivo y espontáneo, la belleza, la limitación de los apetitos y de lo instin­ tivo, el respeto por la vida humana, el monoteísmo y la destrucción de la idolatría. Una crisis histórica de índole indeterminada, pro­ bablemente económico social, destruyó una cultura que parecía haber alcanzado la iniciación de una ma­ durez espléndida, demostrada por dos hechos impor­ tantes: presencia de un dios hombre, maduro y matizado de bondad, síntesis de lo mejor masculino y femenino y presencia de una necesidad de monoteís­ mo, de un dios irrepresentable por los medios habi­ tuales. Los toltecas terminan su labor histórica pronto. Los aztecas llegan al ámbito de la historia también pronto y al igual se marchan de ella. Los toltecas abandonan el escenario de la vida ma­ duros, al iniciar su sabiduría y en pleno ejercicio del espíritu. Los aztecas —tenochcas— se retiran adoles­ centes, cuando aún gastan su tiempo en juegos des­ tructivos: la guerra y el deporte; cuando el cuerpo floreciente y sano pide gasto diario, cuando no hay tiempo de reposar en silla cómoda, ver ponerse el sol y observar el nacimiento de la luna, cuando el sexo acicatea y desean liberarse de la dependencia paterna y materna, enfrentarse al mundo y a la existencia para resolverla con toda la fuerza que sienten mar­ char por las venas y latir en ese corazón aún joven, lleno de energía; cuando el cerebro y el espíritu no han gritado lo suficiente para llamar la atención sobre su existencia y su derecho a ser escuchados. 49

En ese momento aparece el representante de una cultura nueva y su cohorte, con un Dios semejante a Quetzalcoatl aparecido años antes en algún lugar de Palestina, producto de una cultura que llevaba la ventaja del tiempo y la experiencia. Estos hombres han recorrido un camino similar, se iniciaron en las cavernas en cuanto dejaron de ser monos arbor i colas y encontraron pulgar oponente al servicio del lóbulo frontal desarrollado. Se mataron los unos a los otros, enterraron a sus muertos, se asustaron ante los fenómenos de la natu­ raleza, recurrieron a alguien superior para su protec­ ción, manejaron la naturaleza hasta dominarla en forma aceptable domesticando la planta y el animal útil; construyeron pirámides para enterrar a sus muertos insignes, pelearon entre sí, hombre masculino y hombre femenino, por el poder que a ella corres­ pondía por ser la que daba vida gratuitamente y por la dependencia consiguiente; primero de ella, luego de él. Permanecieron resentidos y siempre juntos: sus mundos de dominio fueron impregnados por sus ca­ racterísticas; durante el tiempo transcurrido del do­ minio de él, se ha modificado la naturaleza, se la ha dominado en grado increíble; pero por él también permanece aún la destrucción. En un recodo del camino ha aparecido un signo discreto, casi imperceptible de que algún cambio se organiza; han surgido varios hombres en diversos tiempos, con diferencia de siglos y en distintos luga­ res, entre gentes y pueblos diversos. Todos ellos han tenido la característica de reunir los mejores atributos 50

del hombre y de la mujer, han propugnado por rea­ lizar lo mejor que el hombre tiene, se han llamado Jesús, Buda, Quetzalcoatl, Gandhi.

IV

• Frente a los principales dioses tenochcas, Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, jóvenes y fuertes; está Quet­ zalcoatl el dios tolteca y que puede representarse como un anciano (recuérdesele barbado en la repre­ sentación simbólica), al que no pueden adjudicarse ciertos atributos, como ser lúbrico, agresivo, guerrero, destructivo. Por definición era mesurado, circuns­ pecto, interesado en cosas del espíritu como amor y trabajo productivo. Cuando ya no funciona en la sociedad nueva donde no tiene cabida y es extraño porque ha fallado a su imagen en cuanto a moderación en todos sentidos, se avergüenza, se marcha y se pierde. Su celebración en la sociedad azteca, sus fiestas, su ceremonial, tenían probablemente cierta limitación, estaban reducidas a cierto sector. En el signo llamado Ce ácatl, en la primera casa hacían gran fiesta a Quetzalcoatl, dios de los vientos, los señores y principales. Esta fiesta hacían en la casa llamada Calmecac, que era donde moraban los sátrapas de los ídolos y se criaban los muchachos. En esta casa que era como un monasterio, estaba la imagen de Quetzalcoatl. Este día la aderezaban con ricos ornamentos, y ofrecían delante de ella perfume y co­ mida: decían que este era el signo de Quetzalcoatl (Sahagún, op, cit.y p. 126). 51

Parece justificada la idea de que en la sociedad y en la religión azteca no era figura de primera magni­ tud, sino secundaria a la de los dioses principales de una organización guerrera, cuyos atributos eran ex­ presión de la proyección personal de la totalidad de sus componentes. Quizá pueda decirse respecto al mito de Quetzalcóatl lo siguiente: existió en el tolteca y en general en los mexicanos —que los superaron en cuanto a poder o que los continuaron en tiempo—, una nece­ sidad de alguien representativo del aspecto humano que siempre ha exigido su participación en la civili­ zación y que frecuentemente es postergado y escar­ necido. Funcionó mientras las condiciones lo permitieron. La figura y la necesidad ocuparon un sitio predo­ minante que duró más o menos tiempo. Una situación especial, una crisis económico-social, la presencia del chichimeca y del tenochca; hicieron innecesaria la existencia de este principio rector de la conducta humana y su representación (¿dejó de fun­ cionar?) se le superó. Se prescindió de Quetzalcóatl que contradictorio a las necesidades económicas, políticas y guerreras, cho­ có con la visión del momento, con las aspiraciones de una cultura dada y ya sin razón de ser es vencido y derrotado por el triquiñuelista Tezcatlipoca y sus se­ cuaces; dominadores de la trampa, la mentira y el engaño. Perdida su categoría, Quetzalcóatl —necesario en ese momento de la evolución— se entorpece, deja que lo confundan, ingiere el pulque —descubierto por 52

él—, conocido por sus virtudes y sus defectos; se asusta y se preocupa por su aspecto físico al serle mostrado a través del espejo que humea (símbolo de Tezcatlipoca). Él, Quetzalcoatl que se interesaba fundamentalmente por las cosas buenas del espíritu, por lo bondadoso del hombre; acaba como cualquier mujerzuela de gran mundo, pendiente del espejo, de sus arrugas, envejecimiento y fealdad; se desespera, deja que lo venza el aspecto convencional. Tal vez impotente por la edad, se refocila con una mujer: Estando ya alegre Quetzalcoatl, dijo: "id a traer a mi her­ mana mayor Quetzalpétlatl; que ambos nos embriaguemos”. Fueron sus pajes a Nonohualcatepec, donde hacía penitencia, a decirle: "'señora, hija mía, Quetzalpétlatl, ayunadora, he­ mos venido a llevarte, te aguarda el sacerdote Quetzalcoatl. Vas a estarte con él”. Ella dijo: "sea en hora buena. Vamos, abuelo y paje”. Y cuando vino a sentarse junto a Quetzalcoatí, luego le dieron cuatro raciones de pulque y una más, su libación, la quinta. Ihuimécatl y Toltécatl, los emborra­ chadores, para dar así mismo música a la hermana mayor de Quetzalcoatl, cantaron: "Oh tú, Quetzalpétlatl, hermana mía, ¿adonde fuiste en el día de labor? Embriaguémonos. ¡Ayn! ¡Y-a! ¡Y-nye! ¡Y-nye! ¡An!” (Anales de Cuauhtitlán, unam, 1945, p. 10).

Si los aztecas y los toltecas no llamaban hermana mayor a la esposa o amante del dios, tendremos que aceptar que se le acusa de incesto; es decir, el indi­ viduo está en decadencia, se muestra tonto, se deja engañar, olvida o desprecia lo referente al pulque; coquetea como una mujer que no sabe envejecer con dignidad y cuyo porvenir depende del número de sus arrugas faciales. Y lo que es peor por ser ya viejo, se muestra lúbrico. 53

¡Bastante volumen para enjuiciar y castigar hasta a un dios topoderoso específicamente si es el símbolo de lo bueno y lo moderado! (Se le perdona a Pedro haber negado a Cristo cuan­ do peligraba su vida, pero nadie habría perdonado a Sócrates huir, ni a Jesús pedir clemencia a sus jueces y solicitar su libertad, retractándose.) Tal ocurre con Quetzalcoatl, la cultura ya no lo tolera ni quiere saber más de él; han vencido los po­ deres del mal, la adolescencia contra la madurez autén­ tica, ya no lo necesitan, no tiene cabida ya, debe marcharse tanto del horizonte histórico como del ce­ leste. Atraviesa las montañas nevadas donde se mueren los corcovados y tarados que, irónicamente, son los únicos que lo acompañan. ¡Nadie está con él! ¡Va solo y derrotado! ¡Han triunfado Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, representativos de lo masculino ado­ lescente o joven; son los guerreros, la destrucción, la guerra, los sacrificios humanos y la antropofagia!

Origen de los sacrificios humanos

Huitzilopochtli, Coatlicue, Quetzalcoatl; trinidad importante y fundamental del panteón azteca autóc­ tono y heredado. El primero, hombre joven y des­ tructivo. La segunda, mujer arcaica y actual, mixta en cuanto a bien y mal, subjetivación del concepto concreto de la mujer e introyección de un arquetipo. El tercero símbolo de la persona madura y productiva con expresión de lo mejor adquirido por el hombre 54

en el transcurso de milenios de lucha, historia y apren­ dizaje. La situación entre los tres es clara. Evolutivamente Quetzalcoatl es más antiguo, está situado en la cum­ bre del panteón tolteca, es producto de la duda, del estudio y la necesidad, de la experiencia y la insatis­ facción, de la civilización de lo humano que aflora y exige su sitio y su sentir; es también urgencia de una figura poderosa, llena de bondad, figura que re­ presenta la quietud y el cambio, que va al monoteísmo y que llevará eventualmente a la irrepresentabilidad del dios y al respeto por la vida de los demás. Mucho tiempo después, no se sabe con exactitud, Coatlicue aparece y procrea al último hijo, que será el más importante y estará bien definido en cuanto a carácter y representación: Huitzilopochtli. Como consecuencia natural, toda la cultura se orienta hacia el patriarcado, la actitud obtenida será reactiva frente a la mujer. Se desatará inicialmente una ola de terror, de destructividad, cuyas motivaciones originales o causas primeras, generalmente son difíciles de hallar puras. Cuando ha transcurrido el tiempo y puede es­ tudiarse el horizonte histórico y cultural, el material está deformado, han ocurrido incidentes de diversa naturaleza distorsionando el proceso psicológico ori­ ginal. Entonces se halla que la guerra ya no tiene jus­ tificación clara. Quizá económico-religiosa, con un agregado político de conquista: los sacrificios huma­ nos pretenden asustar y atemorizar a los enemigos. Existe un orgullo hipertrófico que no tolera la menor agresión o insulto. 55

Creado un patrón cultural, es difícil hallar expli­ cación, o bien es necesario desbrozarlo del contenido simbólico que encierra. Puesto en marcha el sacrificio humano, va "me­ jorando” y modificándose progresivamente. Primero hay una sola forma de hacerlo. La evolución crea el flechamiento de hombres inventado por mujeres que se matiza incluyendo la modificación mediante el fuego; luego el gladiatorio. El número de modificaciones aumenta hasta hacerse pasmoso. Se realiza en forma de espectáculo que causa placer y divierte, en plena per­ versión de lo original. Es imposible definir en qué con­ siste el aspecto religioso puro, y en qué el guerrero, el de meter miedo a los enemigos, sostener el Sol. En este momento —de Izcóatl a Ahuizotl— hay una transformación importante del ceremonial (atri­ buida según Durán a Tlacaelel) que es ya una forma incontrolable; se ha tornado alud inmenso, cada uno de los personajes connotados pone su parte y acre­ cienta en forma monstruosa el fenómeno. Ya nadie necesita averiguar el porqué de los sacri­ ficios, nadie pone en duda la seguridad y justeza del hecho, no considera que su modo de pelear es una limitación importante puesto que hay que coger vivos a los individuos para sacrificarlos. Se petrifica el con­ cepto de la guerra y el criterio de la estrategia. En el azteca y en el ceremonial de siglo xvi ya casi no es posible explicarse las motivaciones que determinaron la religión, la cultura, la política, la economía social. La tesis que aquí se plantea es la situación dinámica de lucha entre hombre y mujer, eso es lo que se tra­ tará de demostrar. 56

A continuación se citan ejemplos necesariamente tendenciosos que persiguen ese fin: Cuando Huitzilopochtli dejó a su hermana Malinalxoch dormida en el camino, junto con todos sus padres, fue por­ que no era una persona humana, sino que se había convertido en una grandísima malvada, que se ocupaba de comer cora­ zones y pantorrillas, en embaucar, adormecer y apartar del buen camino a las gentes, hacerlas que comiesen culebras y buhos, y tenía trato con todo ciempiés y araña; siendo pues así una hechicera grandemente malvada, por lo que no la quiso Huitzilopochtli, y por ello no trajo acá a su hermana Malinalxoch, dejándola dormida junto con sus padres (p. 28, op. cit. Crónica mexicayotl).

Esta es una indicación de la existencia de importan­ te disención entre hombre y mujer, hermano y herma­ na, y padres. Puede argüirse que en realidad Huitzilo­ pochtli es un dios y no un hombre, ¿quién lo sabe en realidad? ¿No será ambos?, ¿uno primero que otro? Hay que recordar que es traído en un envoltorio, en una caja o en un altar. Lo cargan tres hombres y una mujer: Chimalma; ella cuenta por lo visto en la li­ turgia de ese momento. Por otra parte, Sahagún en una versión, se refiere al dios como guerrero original­ mente. Poco después ocurre otro incidente ilustrativo: Al punto se enojó Huitzilopochtli y les dijo luego: "¿Qué es lo que decís? ¿Qué acaso sabéis vosotros, u os compete a vosotros, o tal vez me sobrepujáis? Que yo sé lo que he de hacer”: e incontinenti apercíbese Huitzilopochtli en su mo­ rada, en el templo se aprestó, se armó para la guerra, precisa­ mente con miel fue con lo que se pintó todo; entonces cercó a cada uno, y tomó su escudo, con que se enfrentó a sus

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tíos, con el que escaramuzaron —estaba allá la madre de Huitzilopochtli, llamada Coyolxaucíhuatl—; en cuanto se preparó para la guerra viene luego, a destruir y matar a sus tíos, a los "Centzonhuitznahua”; allá en Teotlachco cómese a sus tíos y a su madre, a la que había tomado por madre, la llamada Coyolxauhcíhuatl; por ella fue por quien comenzó cuando la mató en Teotlachco, y la degolló y se le comió el corazón. Coyolxauh era la hermana mayor de los "Centzonhuitzna­ hua”; cuando se los comió era medianoche, y al llegar el alba vieron sus padres, sus vasallos, los mexicanos, que todos están agujerados precisamente del pecho, Coyolxauh y los "Centzonhuitnahua” allá en Teotlachco; que nada queda ya de sus corazones, que Huitzilopochtli se los comió todos, con lo cual se volvió gran duende, grandísimo diablo {Crónica mexicayotl, pp. 45 y 3 5).

Finalmente, Copil, hijo de Malinalxóchitl, intenta una última rebelión contra Huitzilopochtli: y de inmediato dijo Copil: "Está bien, oh madre mía; puesto que ya lo sé iré a buscarle adonde se fue a acomodar, a asentarse, e iré a destruirle y cómermele, y a desbaratar y conquistar a los que trajo, a sus padres y a sus vasallos”;

Después Copil busca y encuentra a Huitzilopochtli, luchan entre sí y. . . luego agarraron a Copil allí, en Tepetzinco; en cuanto murió le degolló al punto, le abrió el pecho y le tomó el corazón; y la cabeza la puso sobre el cerrito que es ahora el lugar llamado Acopilco, y allí murió la cabeza de Copil. En cuanto le hubo muerto Huitzilopochtli echó a correr con el corazón de Copil, yendo a encontrarle el teomama llama­ do Cuauhtlequetzqui, quien al encontrarle le dijo: "¡Pasaste trabajos, oh sacerdote!”, respondióle él: "Oh, Cuauhtlequetz­ qui, ven, he aquí el corazón del bellaco de Copil, a quien 58

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fui a matar; corre y llevátelo dentro del tular, del carrizal, don­ de verás un tepetate sobre el cual descansara Quetzalcoatl cuando se marchó; de sus sillas la una es roja y la otra negra; allí te colocarás en pie cuando arrojes el corazón de Copil” (Crónica mexicayotl, pp. 40 y 43).

¿Qué podría tener que hacer Quetzalcoatl en el simbolismo, sino como punto de referencia, de algo que ya no tenía que ver con los aztecas? Que el triun­ fo de Huitzilopochtli precisamente partía de ahí en­ tre otras cosas, es una inferencia probablemente adecuada. Fuera de la cultura y del predominio den­ tro de la religión el dios tolteca por excelencia, se completaba el triunfo al destruir el último caballero andante del poder femenino, Copil. idos incontinenti a ver el "tenochtli” en el que veréis se posa alegremente el águila, la cual come y se asolea allí; por lo cual os satisfaréis, ya que es el corazón de Copil que arrojarás cuando te pusiste en pie en Tlalcomocco, y que luego fue a caer a donde visteis, al borde del escondrijo de la cueva, en Acatzallan, en Toltzallan y donde germinó el corazón de Copil, que ahora llamamos "tenochtli” (p. 64).

Debió ser muy importante la lucha de Copil y sus familiares femeninos contra Huitzilopochtli, para que el final sea tan simbólico y dé nombre incluso al sitio donde permanecerán definitivamente. Durante la búsqueda del lugar donde aposentar, ocurre una modificación interesante desde el punto de vista de la cultura y de la religión: se deja a Malinalxóchitl abandonada en el camino, porque entre otras cosas es una bruja de malas artes. Se mata a Coyolxauhqui y a los Centzonhuitznahua que la defienden. Copil viene a luchar contra Huitzi59

lopochtli que ha dejado en el camino y ha marginado a la madre, a la hermana. Destruido Copil se arroja su corazón donde se fun­ dará Tenochtitlan; ahí en ese sitio descansará el co­ razón del último hombre que luchó por el poder de la mujer frente al hombre; ahí se perdió también defi­ nitivamente la última batalla y se iniciará una nueva cosmovisión, una nueva cultura. Queda en el camino la huella sangrienta de la lucha, la mujer abierta del tórax con el corazón ausente, acompañada de sus hermanos, todos sin corazón y destruidos bárbaramente. No sólo es la muerte del elemento femenino, es el sacrificio hecho con crueldad y saña, es escarmiento y destrucción desesperada a fin de ahuyentar de una vez por todas su posibilidad de retorno al poder. El sacrificio humano y la antropofagia consecutiva en plan ceremonial (que nunca fue habitual y menos alimentaria) fue en primer lugar para destruir a la mujer, sacándole el corazón. Después al comer su carne, conquistar su poder y adquirirlo identificán­ dose con ella, enemigo aún poderoso y temido; sus­ ceptible de ser asimilado a la manera de una mente primitiva: comiéndolo. La destructividad del tenochca podría ser entonces algo derivado de su lucha contra los mágicos poderes malvados, de quienes trataban con todo género de bichos, escorpiones y ciempiés; la actitud es manifies­ tamente reactiva ante la dependencia del poder fe­ menino y sería ocasionada en la lucha primera quizá para mantener pánico y terror, después ya con mo­ tivos diferentes. 60

Se asentarán y vivirán en el lago, donde el corazón de Copil. Ahí dominan los hombres. Las mujeres ya nada tienen que hacer. Han luchado por llegar a al­ guna parte, finalmente están ahí donde todo es nuevo y hay que comenzar, sin tradición a crear los cimien­ tos, la tierra, la cultura, el dominio de los hombres. ¡Por fin han llegado! Empieza la época del dominio de Huitzilopochtli. Es legítimo suponer que el origen de los sacrificios humanos en la forma tradicional, original y arcaica: abrir el tórax por la porción anterior, o donde se inicia el abdomen; extraer el corazón aún palpitante y mostrarlo al aire, al sol, no es precisamente porque Huitzilopochtli-Sol, se alimentara de ellos y con san­ gre. No se trata de eso, quizá simbólicamente se reproduce la lucha entre el dios y la mujer —Coyolxauhqui, y los Centzonhuitznahua y Copil—, se repite esa lucha y el hecho mismo de la terminación y la forma de consumarse: muerte de los que se opo­ nen al dios, muerte extrayéndoles el corazón, comién­ doselo o arrojándolo al lago de Tenochtitlan. Es indispensable recordar algo más: Huitzilopoch­ tli no mató para comer de ellos. Ni siquiera fue en la leyenda y el mito el primero que comió carne humana; ya Malinalxóchitl "se ocupaba de comer corazones y pantorrillas . . .” Probablemente Huitzilopochtli no mató a esas per­ sonas por comer, sino por castigo y demostración de poderío y fuerza; fue un castigo ejemplar y es de suponerse que entonces se inició el triunfo del patriar­ cado sobre el matriarcado, terminando esa lucha que hubo de revestir características de crueldad, ferocidad 61

y saña inenarrables. Se trataba de cambiar todo el sistema de la cultura, de invertir todo el orden exis­ tente. La lucha de Huitzilopochtli contra Malinalxóchitl, Coyolxauhqui y Copil, la crueldad hacia la hija de Achitometl, que los separa de los de Colhuacán y crea un odio intenso hacia ellos, es simbólica de esa inver­ sión y de la implantación de un nuevo orden de cosas. Se producirá en adelante la rememoración de los sacrificios en la forma tradicional. Vendrá el desollamiento, es decir, el meter dentro de la piel de una mujer, un mancebo fuerte y joven, con todas las implicaciones que esto pueda suponer, el sacrificio del fuego, el gladiatorio. Las mujeres inventan uno por su cuenta contra los cuextecas, el flechamiento (algo semejante a lo anterior, quizá como un intento de venganza contra los hombres). Sigue una "evolución” con variantes diversas, de tal manera abundantes que se pierde toda relación de lo que pudo ser original­ mente, y dificulta cualquier explicación o interpre­ tación.

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Il

HOMBRE Y MUJER ANTES DE LA CONQUISTA

Su historia y su cultura

Se ha demostrado que la religión azteca es expresión clara de dinamismo y dualidad, con base en la sepa­ ración hombre mujer y en sus relaciones desde el comienzo de los tiempos, surgiendo una posibilidad clara: el motivo original de la religión fue esa dualidad y lucha. Ahora se trata de hacer una semblanza de la situa­ ción que guardaban dentro de la cultura el elemento masculino y el femenino; con intención de fortalecer la hipótesis sostenida anteriormente. Hija mía y señora mía ya habéis venido a este mundo, acá os ha enviado nuestro señor, el cual está en todo lugar; habéis venido al lugar de cansancios; de trabajos y congojas, donde hace frío y viento. Notad hija mía que del medio del cuerpo corté y tomé tu ombligo, porque así lo mandó y ordenó tu padre y madre Yoaltecutli, que es el señor de la noche, y de Yoaltícitl que es la diosa de los baños. Habéis de estar dentro de casa, como el corazón dentro del cuerpo, no habéis de andar fuera de casa, no habéis de tener costumbre de ir a ninguna parte: habéis de ser la ceniza con que se cubre el fuego del hogar; habéis de ser las trébedes, donde se pone la olla; en este lugar os entierra nuestro señor; aquí habéis de trabajar, y vuestro oficio ha de ser traer agua, y moler el maíz en el metate; allí habéis de sudar junto a la ceniza y el hogar (Sahagún, p. 604, t. i). Hijo mío muy amado y muy tierno, cata aquí la doctrina que nos dejaron nuestro señor Yoaltecutli y la señora Yoaltí­ citl, tu padre y madre. De medio de ti corto tu ombligo; 65

sábete y entiende que no es aquí tu casa donde has nacido, porque eres soldado y criado: eres ave que llaman Quecholli. Eres pájaro que llaman Zaquan y también eres ave y soldado del que está en todas partes; pero esta casa donde has nacido no es sino un nido, es una posada donde has llegado, es tu salida para este mundo; aquí brotas y floreces, aquí te apar­ tas de tu madre, como el pedazo de la piedra donde se corte; esta es tu cuna y lugar donde reclines tu cabeza, solamente es tu posada esta casa, tu propia tierra otra es; para otra parte estás prometido, que es el campo donde se hacen las guerras donde se traban las batallas, para allá eres enviado, tu oficio y facultad es la guerra, tu obligación es dar a beber al sol sangre de los enemigos, y dar de comer a la tierra, que se llama Tlaltecutli, con los cuerpos de tus contrarios; tu propia tierra, su heredad y su suerte, es la casa del sol en el cielo; allá has de alabar y regocijar a nuestro señor el sol que se llama Totonametl In Manic; por ventura mere­ cerás y serás digno de morir en este lugar y recibir en él muerte florida. Y esto que te corto de tu cuerpo, y de en medio de tu barriga, es cosa suya, es cosa debida a Tlaltecutli, que es la tierra y el sol; cuando se comenzare la guerra a bullir, y los soldados a se juntar, ponerla hemos en las manos de aquellos que son soldados valientes, para que la den a tu padre, y madre, la tierra y el sol; enterrarla han en medio del campo, donde se dan las acciones de guerra, esta es la señal que tu haces de tu profesión y de hacer este oficio en la guerra y tu nombre estará escrito en el campo de las batallas, para que no se eche en olvido ni tampoco tu persona; esa es la ofrenda de espinas de maguey, y caña de humo de ramos de Acxoyatl, la cual se corta de tu cuerpo y es cosa muy preciosa; con esta ofrenda se confirma tu penitencia y tu voto, y ahora resta que esperemos el merecimiento, dig­ nidad y provecho, que nos vendrá de tu vida y de tus obras; hijo mío muy amado, vive y trabaja: deseo que te adorne aquel que está en todo lugar. .. (Sahagún, p. 601, t. i). 66

Para el azteca habitante del lago y lugares sojuz­ gados, el mundo del siglo xvi en el momento de la Conquista y durante su existencia como pueblo seden­ tario desde el arraigo en Tenochtitlan, era de sepa­ ración clara entre hombre y mujer, entre lo femenino y lo masculino. Dos campos son delineados desde la iniciación: el hombre ha de luchar en el campo de batalla. Debe alimentar a los dioses, a la tierra y al sol, con la sangre y los cuerpos de los soldados enemigos. Debe ser pre­ ferentemente guerrero. Su lugar está fuera de la casa, donde su situación es transitoria: se lo dicen al cortarle el ombligo. No hay duda sobre lo que le ocurrirá después de haber proferido el primer vagido. Se enterrará el ombligo masculino y con él la vida del hombre en el campo de la lucha, de la muerte y de la destrucción. La mujer irá a la casa. Ahi enterrará el ombligo y con él a la mujer, para mantenerla atada al hogar, fija y eternamente arraigada a las cenizas del fuego. Ha recibido desde pequeña la indicación de que no saldrá. Se le ha aclarado que la vida es: lloros, aflicciones y descontentos, donde hay fríos y des­ templanzas de aire y grandes calores del sol, que nos aflige, y es el lugar de hambre y sed . . . (Sahagún).

Recibe también un consejo que al mismo tiempo la ilustra contra el adulterio: se le dice que es y que ella sólo debe ser para su marido, quien no va a reci­ birla incompleta por haber entregado sus primicias a otro. 67

A él se le explica que debe ser consecuente con ella, moderar su lujuria, etcétera. En cambio se le autoriza a poseer varias mujeres. ¡Ser adúltero así es positiva­ mente superfluo! Ambos han sido formados en: "el lugar más alto, donde habitan los dos supremos dioses, que sobre los nueve cielos” (Sahagún), son producto de la duali­ dad Omecíhuatl, Ometecuhtli. Se inicia la vida como una dualidad que conduce a una síntesis final. Hombre y mujer llegan a una realización última, a un cruce en la vida, a una identificación por ca­ minos diferentes, que se corresponden y coinciden por lo que toca a finalidad: muerte del hombre en la guerra. Destrucción, creación y muerte durante el parto, realización máxima de la mujer. Se reúnen ambos para ayudar al sol en su curso y mantenerlo ahí. La mitad inicial del día es labor de los guerreros muertos en el campo de batalla durante la matanza y destrucción. La otra mitad del día es de las mujeres muertas durante el momento creador de dar la vida, el parto. Es labor común mantener el sol en su carrera, con­ ducirlo en claridad. Durante la noche, en la oscuridad, pertenece a los demonios existentes en Mictlán. Muer­ te y creación de vida, destructividad y creatividad indisolublemente unidas. En la clara cultura patriarcal azteca, la pauta a pesar de cualquier contenido esotérico, la da el hom­ bre. Es cultura de hombres. Se le dice a la partu­ rienta: 68

Asimismo esperábamos con angustia y trabajo cómo se esforzaría y se habría varonilmente nuestra hija tiernamente amada; esperábades también con mucha angustia ver cómo saldría, y echaría fuera, lo que tenía en el vientre, cosa a la verdad muy pesada, y muy lastimosa, y aún cosa mor­ tal; por cierto este negocio es como una batalla en que peli­ gramos las mujeres, porque es como tributo de muerte, que nos echa nuestra madre Cihuacóatl, y Quilaztli (Sahagún, op. cit.9 pp. 608 y 609).

No puede prescindirse del elemento mujer en cir­ cunstancias especiales. La cultura que identifica al hombre con el que manda y gobierna, teme a la mu­ jer, diosa que asusta al hombre por las noches a la sombra de cualquier árbol del camino, le da bebedizo para causarle mal, y al mismo tiempo, lo fortalece durante la guerra. Cuando éste inserta en la rodela el cabello, el dedo medio de la mano izquierda, o bien el brazo, se produce una especie de efecto má­ gico que adormece o confunde a quienes pretenden robar o hacer daño. Es un procedimiento utilizado por curanderos, ladrones, magos. "Llegada la hora del parto, que se llama hora de muerte”, la vida se reúne con la muerte en especial síntesis, tal como se reúne la actitud del guerrero y la de la que pare y da vida: Hija mía muy amada, mujer valiente y esforzada, habéislo hecho como águila y como tigre; esforzadamente habéis usa­ do en vuestra batalla de la rodela . . . (ambas citas de Saha­ gún).

Se imita a la primera mujer que dio a luz, Cihua­ cóatl —mujer serpiente— símbolo importante que se conserva como elemento y nombre, en la adminis69

tración y organización burocrática azteca, básica­ mente teocrática-guerrera. Cihuacóatl segundo en jerarquía, Tlacatecutli el primero, como representante del dios mayor Huitzilopochtli. Es un mundo masculino, mandado por hombres, por jóvenes que no saben de la serenidad; es un mun­ do de adolescencia pujante, excesiva, sin dique ni control, la vida está fuera de la casa; dentro, sólo las mujeres. El hecho más real de la vida —la muerte— corres­ ponde al hombre y él la determina. El acto de la creación misma, el procrear y dar vida —asunto de mujeres—, se trastoca, se invierte y se asimila a la labor de los hombres. Entonces se le dice a ella, águila, tigre y cuando está dando vida al nuevo ser, su acto se asemeja a lo varonil. Quizá se trata de una expresión envidiosa ante el mo­ mento y acción más desconcertantes de la vida. Quizá dar vida sin hipérbole, es función de la mujer que el hombre imita y realiza por senderos múltiples. El azteca se enfrentó a un problema básico de to­ dos los hombres: la productividad, afán de crear algo ocasionalmente tangible, o en forma más fácil y con­ traria a la creatividad, trascender la vida superándola, destruyéndola. Quizá fueron consecuencias de ese mismo hecho: el agradecimiento por una parte y la dependencia por otra, con todas las implicaciones que debió tener para un pueblo patriarcal, y cuya norma cultural, religiosa y guerrera, era impuesta por los hombres. ¿Cómo resolver el agradecimiento, la ambivalencia, la dependencia? 70

Se vislumbra el conocimiento de ciertos hechos que debieron influir básicamente en la relación hombremujer y mujer-mujer: Mira, pobrecita —decían a la hija—, que te esfuerzes, ya te has de apartar de tu padre y madre, mira que no se incline tu corazón más a ellos; no has de estar con tu padre ni con tu madre, ya los has de dejar del todo . . . (Sahagún).

Hay sugerencia hacia la madurez en sentido de lograr o tratar de conseguir independencia de los padres, planteamiento extraño en una sociedad como la azteca. Hay una compensación a la labor y esfuerzo de la mujer: "Y así a las que se mueren de parto las llaman Mocihuaquetzque, después de muertas, y di­ cen que se volvieron diosas” (Sahagún). En el aspecto físico, no en el psicológico, con men­ talidad de pueblo primitivo, carente de complicacio­ nes, se reduce a la mujer, a paridora de hijos para la guerra, a hacer tortillas en el comal y barrer pisos.

Ediccación y posibilidades ... y por la mayor parte aún los hijos de los Señores los criaban sus madres, si estaban para ellos, y si no, buscaban quien les diese leche, y para ver si era buena echaban unas gotas en la uña, y si no corría por ser espesa la tenían por buena. La madre o el ama que les daba la leche no mudaba el manjar con que los comenzaba a criar: algunas comían carne y algunas frutas sanas: dábanles cuatro años leche, y son tan amigas de sus hijos y los crían con tanto amor, que las mujeres, por no se tornar a empreñar entretanto que les 71

dan leche, se excusan cuanto pueden de se ayuntar con sus maridos, o si enviudan e quedan con hijo que le dan leche, por ninguna vía se tornan a casar hasta lo haber criado; y si alguno no lo hacía ansí parecía gran traición (Breve relación de los señores de la Nueva España. Zurita, 1941, p. 108).

Nos preguntamos cómo es posible que en cul­ tura como ésa, en que las madres eran tan cariñosas y ligadas a los hijos, tan cuidadosas, éstos resultaban personas con enorme destructividad y cómo podían vivir dentro de un medio tan cruel con tanto des­ precio por la vida propia y la de los demás. ¿A qué atribuir ese hecho paradójico? ¿Cómo explicárnoslo? Contradice los principios psicológicos actuales que sugieren la necesidad de amor, ternura, cariño, cerca­ nía y preocupación por los intereses del niño; alimen­ tación del seno el tiempo necesario, etcétera. ¿Cómo entender tal circunstancia? Sólo es explicable si procuramos darnos cuenta de lo que ocurría cuando ellos se separaban de la madre o de la nana-nodriza y comprender el hecho psico­ lógico de la posible influencia bondadosa, nefasta o indiferente que puede tener sobre un niño, la pre­ sencia de un maestro, un amigo, un abuelo, o fami­ liar que marque y determine algún cambio en la manera de ver el mundo y los problemas de la vida. Zurita nos da una clave: En habiendo cinco años los hijos de los señores, los man­ daban a llevar al templo para servir en él, para que allí fuesen doctrinados y supiesen muy bien lo que tocaba al servicio de sus dioses, y los criaban con mucho castigo y disciplina, y ellos eran los primeros en todo, y el que no andaba muy

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diligente en el servicio era muy castigado. Estaban en este servicio hasta que se casaban o eran ya de edad para ir a las guerras {Breve relación de los señores de la Nueva España, pp. 108 y 109).

Antes de los cinco años, la educación maternal di­ recta, el cuidado y la ternura de la madre, el exceso de afecto, de protección, la imposibilidad de valerse por sí, la prolongada lactancia, la solución de todos los problemas con imposibilidad de iniciarse en inde­ pendencia o bastarse a sí mismo; gran dependencia y fijación hacia la madre en los primeros años de la vida. Durante este tiempo el padre está ausente, no tiene función, sólo la madre. Tiempo de formación y de influencia psicológica más efectiva en cuanto a la actitud hacia la existen­ cia, la religión, la mujer, el trabajo, la muerte. Años formativos del carácter del azteca, para enfrentar los grandes problemas de la época y tratar de resolverlos. Después el ingreso al Calmecac o al Telpochcalli y la permanencia ahí varios años, hasta la edad de pelear o de casarse. De los cinco años en adelante la educación es de hombres y para hombres, en manos de sacerdotes, educadores, tlamatinime. Ellos harán que él acepte, funcione y ame, a través de lo que se le enseña. Así se esculpe el carácter social e individual del habitante del lago. Dentro del Calmecac o del Telpochcalli funciona una moral, una particular manera de entender la vida, ahí existe un conjunto de maestros que tienen la obli­ gación de transformar al azteca en lo que la cultura 73

necesita: un pueblo de guerreros, conquistadores, que debe dominar a los demás; habrá que portarse como tales, fuertes, sufridos, sacrificados, crueles y orgu­ llosos con un enorme sentimiento de superioridad consciente. Deben ser, hombres masculinos, para adaptarse a la regla explícita de lo que se entiende por esto. De ahí que el mayor insulto que podía hacérsele a un azteca, era decir que no era hombre: Los que cometían el pecado nefando eran sin remisión muertos; y era tan abominado entre ellos este delito, que la mayor afrenta y baldón que uno podía hacer a otro era llamarlo Cuilon, que quiere decir puto en nuestra lengua (Relación de Tezcoco: Juan Bautista Pomar, 1941, p. 31).

Al llamarlo nefando por su cuenta Pomar está proyectándose, y lo que sus contemporáneos del siglo xvi pensaban de eso se transparenta, cuando dice que era tan abominado, le confiere fuerza y expresa que era más grave que para él mismo o para su cul­ tura; lo dice comparativamente. El sentido de la instrucción y la enseñanza era francamente patriarcal, como se ve en algunos de los discursos conservados por Sahagún; ilustrativo es el siguiente: Hij os míos, escuchad lo que os quiero decir, porque yo soy vuestro padre, tengo cuidado y rijo esta provincia, ciudad o pueblo, por la voluntad de los dioses, y aun lo que hago es con muchas faltas y defectos delante de dios, y de los hombres que morirán. Tú que estás presente, que eres el primogénito y mayor de tus hermanos, y tú también que estás presente, que eres el segundo, y tú el tercero, y tú

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que estás allá a la postre, que eres el menor, sabed: que estoy triste y aflijido, porque pienso que alguno de vosotros ha de salir inútil y para poco, y alguno de tan poca habilidad, que no sepa hablar, y que ninguno de vosotros ha de ser hombre ni ha de servir a dios; ¡ah! no sé si alguno de vosotros ha de ser hábil, y ha de merecer la dignidad y señorío que yo tengo, o si por ventura ninguno de vosotros lo será, o si en mí se ha de acabar este oficio y dignidad que poseo. Acaso nuestro señor ha determinado que esta casa en que vivo, la cual edifiqué con muchos trabajos, se caiga por tierra, y sea como muladar y lugar de estiércol, y que la memoria se pierda, y no haya quien se acuerde de mi nombre, ni haya quien haga mención de mí sino que en muriendo me olviden todos. Oídme pues ahora que os quiero decir, cómo os sepáis valer en este mundo. . . (t. i, op. cit., p. 526).

Es de notarse que la mayor importancia se ponga en "No sé si alguno de vosotros ha de ser hábil, y ha de merecer la dignidad y señorío que yo tengo”, esto es, heredar lo que ha de conservarse dignamen­ te. Para ello necesita ser el mejor de los hijos, no el primogénito ni simplemente el más digno, sino el que más semeje al padre. Aparentemente todos tienen el mismo derecho co­ mo si se tratara de un resto de influencia de legis­ lación matriarcal; pero será simplemente el mejor do­ tado, no por el hecho de ser amado y ser hijo, el que ha de conservar la gloria del nombre del padre y de la casa. Lo mismo sucede en la elección del gobernante su­ premo de los aztecas: Para no dejar demasiada libertad a los electores y evitar en cuanto fuese posible las inconveniencias de partidos y fac­ ciones, legaron la corona a la familia de Acamapitzin, y algún

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tiempo después se estableció por ley que al rey difunto suce­ diese uno de sus hermanos y a falta de hermanos uno de sus sobrinos y en caso de faltar unos y otros, un sobrino de los reyes antecedentes, quedando al arbitrio de los electores el escoger entre los hermanos y sobrinos del rey difunto el que reconociesen más idóneo para el gobierno; con lo que pre­ cavían el inconveniente de verse alguna vez gobernados por un niño. Esta ley se observó inviolablemente desde el segundo hasta el último rey. A Huitzilíhuitl hijo de Acamapitzin sucedieron sus dos hermanos Chimalpopoca e Izcóatl; a Izcóatl, su sobrino Moteuczoma Ilhuicamina; a Moteuczoma sucedió Azayácatl, hijo de Tezozómoc y sobrino de los tres reyes antecesores de Moteuczoma, a Azayácatl le siguieron sus dos hermanos Tízoc y Ahuizotl; a Ahuizotl, su sobrino Mocteuczoma Xocoyotzin, a Moteuczoma su hermano Cuitláhuac y a éste su sobrino Quauhtémoc . . . No se atendía para la elección a los derechos de primogenitura; y así se vio en la muerte de Moteuczoma I, en que (por consejo del mismo rey) dieron por sucesor a Azayácatl con preferencia a sus dos mayores Tízoc y Ahuizotl (Historia antigua de México, F. J. Clavigero, t. n, 1945, pp. 211 y 212).

Es evidente que se buscaba la presencia y perma­ nencia del mejor, del que seguramente poseía las virtudes que el azteca deseaba para sí, y quizá poseía. El gobernante era representativo del "carácter social”. Para los electores representaba en el grado más elevado, las virtudes necesarias para conducir el pue­ blo hacia un destino que se vislumbraba brillante y lleno de esplendor. En general los electores no se equi­ vocaron —si consideramos la actitud del azteca hacia la vida—, sus gobernantes respondieron siempre a la confianza que en ellos depositaron, exceptuando a Moctezuma II, que mostró su pobreza espiritual en los últimos años después de haber adoptado al prin­ 76

cipio de su reinado una conducta perfectamente adecuada para el puesto y fin que le habían sido de­ signados. Se perfilan dos posibilidades: el nivel del individuo medio de la nobleza del que saldría el emperador era aproximadamente igual y por consiguiente cualquiera que se nombrara rendiría lo mismo; o tal vez, el nivel habitual del azteca —haciendo exclusión de clases— era bastante similar y entonces sólo se buscaba un representativo que aparentara esas cualidades. Es de suponerse que había una gran identificación en cuanto al pensamiento, la cultura, la solución económica de los problemas que enfrentaban, hacia la filosofía y la religión. Stattis El hombre era el jefe indiscutible de la familia, y ésta vivía en un ambiente completamente patriarcal. . . sin em­ bargo, no hay que representarse a la mujer mexicana como una especie de perpetuo menor de edad. En una sociedad donde el hombre dominaba, no estaba tan postergada como podría creerse a primera vista. En la antigüedad, las mujeres habían ejercido el poder supremo, en Tula por ejemplo, y hasta parece que originalmente el poder monárquico en Mé­ xico se encuentra en una mujer, Ilancueitl, las mujeres por lo menos en un principio, transmitían el linaje dinástico: Ilancueitl transplantó a México el linaje tolteca de Colhuacán, que permitió a la dinastía azteca reclamar para sí la ascen­ dencia prestigiosa de Quetzalcóatl. . . (Jacques Soustelle: Vida cotidiana de los aztecas, pp. 184 y 185, 1956).

En una época más reciente, se puede ver cómo un plebeyo de la condición más humilde se convierte en tlatoani de una 77

provincia por haberse casado con una hija del emperador Izcóatl. No hay duda de que con el transcurso del tiempo el poder masculino se vio reforzado y que tendió a encerrar a la mujer, cada vez más, dentro de las cuatro paredes de la casa. Pero ella conservaba sus propios bienes, podía hacer negocios confiando sus mercancías a los negociantes ambulantes, o ejer­ cer algunas profesiones: sacerdotisa, partera, curandera, en las cuales disfrutaba de una gran independencia. Las auianime, que los cronistas españoles tienden a presentar como prosti­ tutas a pesar de precisar "que daban su cuerpo de balde”, ejercían una profesión no solamente reconocida, sino hasta estimada: tenían un lugar especial al lado de los jóvenes gue­ rreros, sus compañeros, en las ceremonias religiosas (Soustelle J.: op. cit., p. 185).

Es claro que la mujer podía vivir dentro de la cul­ tura azteca y aún ejercer ciertas profesiones: sacer­ dotisa, curandera, partera. Todas estas profesiones te­ nían cierto matiz peculiar relacionado con lo mágico, factor muy importante entre ellas y depositado en ma­ nos de quien era más poderosa para tales menesteres. Exceptuando la prostitución, que sólo en nuestra época puede ser ejercida por hombres y que siempre ha sido atributo de mujeres, puede decirse que la mu­ jer ejercía aquellos atributos de los que no se le podía despojar: parir y saber de ello (aquí influiría de modo determinante el pudor, no dejarse ver por el hombre, actitud habitual en muchas culturas), sacerdotisa y curandera. Poseía quizá esa categoría particular de atraer los poderes sobrenaturales, asustando al hombre por una parte, curándolo por otra. A pesar de esas pequeñas licencias, la mujer guarda­ ba un papel real secundario en relación con el hombre, 78

compensado en lo relacionado con lo subjetivo, des­ conocido y oculto, en los poderes derivados de la si­ tuación angustiosa de cada quien, en lo mágico y ultraterreno.

Cacicas

En la dinámica de la religión azteca hay datos im­ portantes de la actitud hacia la situación hombre-mu­ jer. Uno de suma importancia, que posee la caracte­ rística de ser indiscutible, contemporáneo de la Con­ quista y auténtico, es el relatado por don Flernando Cortés en su cuarta carta de relación escrita el 15 de octubre de 15 24, en la que se refiere a un episodio ocurrido entre la carta tercera fechada en 15 de mayo de 1522 y ésta. El dicho alguacil mayor y gente fueron, y se hizo lo que yo le mandé, y no hallaron en ellos la voluntad que antes habían publicado; antes, la gente puesta a punto de guerra para no les consentir entrar en su tierra; y él tuvo tan buena orden, que con saltear una noche un pueblo, donde prendió una señora a quien todos en aquellas partes obedecían, se apaciguó, porque ella envió a llamar todos los señores y les mandó que obedeciesen lo que se les quisiese mandar en nom­ bre de vuestra majestad, porque ella así lo había de hacer . . . (Cartas de relación de la Conquista de México. Cuarta carta, 1945, p. 242).

Se refiere don Hernando a la provincia de Guazacualco, a cincuenta leguas de la ciudad de Medellín, y a la desembocadura de un río, o cercana a un río navegable (¿ Coatzacualcos ?). 79

Es evidente el carácter francamente matriarcal del incidente relatado. En esos años, en presencia de los españoles que recién habían conquistado la ciudad clave del imperio azteca y durante la época de prepon­ derancia de ellos y de la confederación, era posible encontrar matriarcado claro y definitivo.

Doña Marina y no fue nada todo este presente en comparación de veinte mujeres, y entre ellas una muy excelente mujer que se dijo doña Marina, que ansí se llamó después de vuelta cristiana .. . (Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España: Bernal Díaz, 195 5, p. 75). . . . como desde su niñez fue gran señora y cacica de pueblos y vasallos; y es desta manera; que su padre y madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Paynala, y tenía otros pueblos sujetos a él obra de ocho leguas de la villa de Guazacualcos: y murió el padre, quedando muy niña, y la madre se casó con otro cacique mancebo, y hobieron un hijo, y, según paresció, queríanlo bien al hijo que habían habido; acordaron entre el padre y la madre de dalle el caci­ cazgo después de sus días, y porque en ello no hobiese estorbo, dieron de noche a la niña doña Marina a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama que se había muerto. . . (op. cit.: Bernal Díaz, p. 78).

No parece simple coincidencia que ella, la figura femenina más importante de la Conquista, fuera oriunda de la zona "del cacicazgo de Olutla, en la región de Coatzacualcos...” (Historia de la Con­ quista de México: F. L. de Gomara, tomo i, p. 105, 1943). 80

Originaria de una de las zonas del Estado de Veracruz donde la influencia de la mujer era determinante, parece ser, si aceptamos lo dicho por Bernal Díaz, la heredera de un cacicazgo que le sustrajo su propia madre en favor de un hijo varón habido con el segundo esposo. Entre ellas había una joven noble, bella, piritosa y de buen entendimiento nombrada Tenepal, natural de Painalla, pueblo de la provincia de Coatzacualco. Su padre era feuda­ tario de la corona de México y señor de varios lugares. Habiendo muerto casó la viuda con otro noble de quien tuvo un hijo. La predilección que ambos consortes tuvieron a este fruto de su matrimonio, y el deseo de que la primo­ génita no le perjudicase en la herencia, los indujo al inicuo consejo de suponerla muerta, y para hacerlo creer al público la entregaron a unos comerciantes de Xicalango, lugar si­ tuado en la raya de Tabasco. .. (Historia antigua de México, F. J. Clavigero, pp. 18 y 19, t. ni, 1945).

Parece ignorar Clavigero que si el señor fuera la autoridad en determinado sitio, no heredaba a la es­ posa el mandato y consecuentemente, ésta no podría transmitirlo a otro y menos a un hijo del segundo matrimonio. Si fuera patriarcado: ¿qué podría importar una pri­ mogénita mujer? El que tiene razón en el caso par­ ticular es Bernal Díaz. Doña Marina, era cacica y gran señora de pueblos y vasallos. En Coatzacualcos mandaban las mujeres. Así lo dice explícitamente Cortés. Era un matriarcado y la que poseía el poder era la madre de doña Marina. Malitzin figura indispensable de la Conquista, úni­ ca con alguna importancia, no porque supiera dos 81

"lenguas” y aprendiera una tercera, es un símbolo. Es la primera mujer cristiana. Su hijo el primer mes­ tizo espúreo, ilegítimo que significa algo. Aparece durante la conspiración de 1568, atormentado por su supuesta complicidad, contrasta el trato que se le da, con el que recibe el Marqués del Valle, primogénito reconocido del conquistador. Es la primera que acepta la presencia de extraños y decide inmediatamente su aproximación al bando de los peninsulares frente al de los suyos. "Cacica”, regalada como esclava dos veces y finalmente entre­ gada al castellano. Resentida con su pueblo y con la organización de hombres que la han desposeído de lo que era suyo. Con el hombre que asociado con su madre para hacer heredero a otro hombre, la ha en­ viado a la esclavitud, en Xicalanco, en Tabasco y después con el español, quien al fin, por necesidad urgente, la coloca a su lado y la convierte en una persona prestigiosa e indispensable. De cacica a esclava dos veces y finalmente a figura impar durante la Conquista. Amante del caballero del siglo xvi. Del que destruyó el ejército, la religión, la organización y la cultura aztecas; máximos expo­ nentes del mexicano de ese siglo. Para cualquier persona en las mismas circunstan­ cias, la elección no era dudosa. En consecuencia ella se asoció con los enemigos de quienes la habían escla­ vizado. Mujer morena, tratada como sierva, descendiente de personas poderosas, la Malinche, no tenía senti­ miento de inferioridad. 82

Con buena dotación intelectual y facilidad para el manejo de idiomas; ocupa el puesto más importante dentro del orden provisional de los castellanos, que necesitan de ella desesperadamente. Se acuesta con el descendiente de Quetzalcóatl, o con Quetzalcóatl mismo, que vino a tomar revancha de lo que se hizo al representativo de la moderación y la madurez dentro de la religión azteca. Con él procrea un hijo que es de Teul, salva a su señor y amante, a sus huestes, prevee dificultades y aconseja el modo de resolverlas. Es pues la última mujer indígena y quizá de la organización colonial, que ocupa un sitio, que es ne­ cesaria, que se respeta y sirve en forma importante; es el último destello del influjo de la mujer en la cul­ tura antigua y en los principios de la nueva ¡No tenía razón alguna para sentir inferioridad! Al desaparecer ella como función activa de la Con­ quista, al difuminarse por las necesidades posteriores a la toma de Tenochtitlan y a la época de recons­ trucción, de abuso y dominio consecuentes; no queda a los mexicanos sino la sombra de Ilancueitl, matriz de su especie y Coatlicue símbolo arcaico del amor y odio hacia la mujer orgánica y arquetípica. Vacío femenino imposible de sufrir, que se llena pronto, en síntesis bondadosa, necesaria y vital, con la figura robusta de la diosa y madre morena: la virgen de Guadalupe.

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III

TRES PERSONAJES DE LA EPOPEYA

Hemos estudiado la religión y la mitología, los inicios de la historia mexicana y las condiciones que guar­ daban hombre y mujer antes de la Conquista. Estos conocimientos permiten comprender la ac­ titud hacia la vida del azteca, habitante de Tenochtitlan y aledaños. No basta lo dicho para formarse una idea completa de la evolución y desarrollo de esta cultura; es nece­ sario también comprender qué sucedió en el momento de la Conquista e inmediatamente después. La toma de Tenochtitlan, el cambio radical de un pueblo de amos a la esclavitud, la destrucción fácil de su ejército y de su religión; la aparición de un hecho tan significativo como la adoración de la Vir­ gen de Guadalupe, tan sólo 10 años después de consu­ mada la derrota. Es necesario mostrar algunos de estos aspectos cul­ turales, seguir parcialmente la marcha de la destruc­ tividad y la expresión clara de su mayor exponente en la religión: los sacrificios humanos. Vamos a estudiar tres personajes: el conquistador y dos ejemplares del conquistado como individuos re­ presentativos y cuyas semblanzas son útiles para explicarse aspectos psicológicos y sociológicos. Doña Mari­ na fue de bastante utilidad en lo referente a la mujer. Se hablará de Cortés, Moctezuma II y Cuauhtémoc. Los tres expresan diferentes características importan­ 87

tes durante el siglo xvi, y muy significativas en este siglo xx. Cortés ha sido vilipendiado y admirado, Moctezu­ ma despreciado generalmente, Cuauhtemoc admirado sin distinción y sin reserva. Los tres son fundamentales para el conocimiento psicológico del mexicano y la investigación de pro­ yecciones que expresan subjetividad. El mexicano actual contiene lo mejor y lo peor de cada uno de los personajes representativos del español y del indígena, en el autóctono habitante, en el mes­ tizo, en el criollo. El mexicano no ha logrado integrarse aún, establece distingos entre lo autóctono y lo español; en algunos casos se admira, en otros se desprecia. La separación es radical en los grupos sectarios. No hay seguridad en cuanto a lo que se es. De ahí la autoafirmación constante en todos los aspectos: po­ lítico, económico, nacionalista, deportivo, machista; de alguna manera es necesario mostrar que somos. Vamos a estudiar los tres personajes que fueron y son raíz que penetra hasta el núcleo de las caracte­ rísticas heredadas y adquiridas de temperamento y carácter del mexicano de hoy. Cortés E muchas veces fui desto por muchas veces requerido y yo los animaba diciéndoles que mirasen que eran vasallos de vuestra alteza, y que jamás en los españoles en ninguna parte hobo falta, y que estábamos en disposición de ganar para vuestra majestad los mayores reinos y señoríos que había

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en el mundo, y que demás facer lo que como cristianos éramos obligado en puñar contra los enemigos de nuestra fe, y por ello en el otro mundo ganábamos la gloria y en éste conseguíamos la mayor prez y honra que hasta nuestros tiem­ pos ninguna generación ganó. Y que mirasen que teníamos a Dios de nuestra parte, y que a él ninguna cosa es imposible, y que lo viesen por las victorias que habíamos habido, donde tanta gente de los enemigos eran muertos, y de los nuestros ningunos; y les dije otras cosas que me pareció decirles desta calidad; que con ellas y con el real favor de vuestra alteza cobraron mucho ánimo y los atraje a mi propósito y a facer lo que yo deseaba, que era dar fin en mi demanda comen­ zada .. . (Cartas de relación de la conquista de Méjico, 2a. Carta. H. Cortés, p. 52).

Aquí está presente el español del Renacimiento, del siglo xvi; el hombre ansioso de fama, que había que ganar en este mundo; en el otro estaba Dios con él cuidándolo para sí y para su fe. Luchaba contra los gentiles y tenía que luchar con­ tra los propios cristianos; soldados, con menos fe y más miedo. Sin embargo, el tipo medio del soldado original que Cortés trajo de la isla Fernandina era de su calidad; sus capitanes: Pedro de Alvarado, Gon­ zalo de Sandoval, De Ávila, Velázquez de León, De Ircio, Marín, De Olid, eran valientes, esforzados, am­ biciosos. En la epopeya de la Conquista de México, abruma el desprecio por la vida humana, desconcierta la te­ meridad, el enorme esfuerzo puesto al servicio de un fin: la fama, la gloria, el dinero. Los conquistadores, desean vivir intensamente una vida aventurera, no conciben la idea de morir en la cama "de su muerte” como decía Bernal Díaz. 89

El concepto del tiempo pierde interés en función del fin que se persigue. Más de dos años emplea Cortés en realizar la expedición de las Hibueras con el objeto de conservar en ese lugar lejano, el principio de auto­ ridad y así evitar la incipiente desintegración de la obra general. Cada uno de sus capitanes es un "individuo” que lucha por sí y para sí, que en cuanto es posible se rein­ corpora a él mismo haciendo todo para su propio beneficio y desinteresándose del grupo. Pedro de Alvarado pide la gubernatura de Guatemala. Cristóbal de Olid se rebela para quedarse, o intentarlo, como dueño de una porción importante de Centroamérica. Cortés, símbolo y ejemplo del conquistador, es fi­ gura muy compleja. Viene por orden y con ayuda de Velázquez y lo olvida antes de pisar tierra mexicana. Velázquez lo sabe, lo presiente, no se fía de un hombre de la categoría de don Hernando, que luchará para sí seguramente y se quedará con todo cuanto pueda. Como no le es posible olvidar al rey su emperador, Cortés lo adula y acepta ser un segundón de su alteza. Lo regala y le dice que todo ha sido hecho por él aun­ que lo engaña. Cobra quinto para él y para sí, mueve perfectamente los resortes que en cada caso darán resultado. Miente a los soldados que han luchado a brazo partido por él y con él. No se sabe de muestra alguna de reconocimiento y gratitud para el soldado que en dos ocasiones le salvó la vida (Bernal Díaz dice que se trataba de Cristóbal de Olea). Es el hombre del Renacimiento que abusa de los de abajo, a los que considera carne de cañón, sin re­ tribuirles lo que parecía justo. Éstos se quejan cons­ to

tantemente. Uno de ellos es portavoz perenne: todo el libro de Bernal Díaz, quejumbroso y reivindicador, habla de las injusticias y de la ingratitud de Cortés. Como magnífico historiador objetivo, artista de la realidad y de la sencillez, es justiciero y honrado, re­ conociendo todos los méritos de valor, estratega y gran capitán que tenía el magnífico ejemplar de caste­ llano conquistador de México. Cortés destruye sus naves, así ni él podrá pensar en regresar. Corta los pies de Gonzalo de Umbría, azota doscientas veces a los Penates, manda ahorcar a Pedro Escudero y Juan Cermeño por insubordina­ ción cuando apenas ha sentado sus reales en México, manda cortar las manos de los espías tlaxcaltecas que tratan de investigar sus fuerzas y posibilidades, paga a los soldados distribuyendo el oro y los chalchihuites cuando tratan de escapar, porque no les queda otro remedio, quema ahí mismo a los patriotas que Moc­ tezuma le entrega frente a miles de enemigos deseosos de terminar con él; hace ahorcar a Cuauhtémoc en presencia de tres mil mexicanos, allá en Acallan, cuando va derrotado, muerto de hambre, de necesi­ dad, enfermo y encerrado en condiciones precarias. Besa el tosco sayal de los franciscanos a quienes re­ verencia humildemente, resuelve en forma pasmosa la situación tremenda entre Moctezuma, Pánfilo de Narváez y la resultante del acto estúpido, cruel e inne­ cesario de Pedro de Al varado; situación desconcertante y única donde actúa con toda frialdad y con la se­ guridad que lo caracterizó siempre: usa la dádiva, emplea la traición, utiliza el coraje, su genio guerrero, su gran movilidad en la acción. 91

Caballero temeroso de Dios, mujeriego, enormemen­ te ambicioso, fiel a su emperador en todo momento, valeroso y gran soldado, magnífico táctico, realista y objetivo: sufre de un gran defecto tratándose de un hombre del Renacimiento: ningún respeto por el arte y la etnología indígenas, una terrible estrechez de horizonte cultural nefasta para la historia, y la ar­ queología. ¡Qué diferencia entre Cortés y Sahagún! Cortés es un hombre del destino, posee el signo del genio que tendrá que lograrse, todo el curso de su existencia así lo indica y los resultados lo comproba­ ron. Su característica más importante es la seguri­ dad. Cortés no titubea jamás, cuando ha decidido, no se echará atrás nunca; su campo de acción es inmu­ table, su actuación es una línea recta que no tiene desviación alguna. En virtud de su carácter decide tranquila y defini­ tivamente, sin muchas consideraciones. Lo que cuenta para él son los resultados y la utilidad, llegar al fin propuesto. España no dio otro hombre contemporáneo co­ mo él. Ambicioso de la fama y la gloria, hablaba y escribía para ella. Quiso que sus restos reposaran aquí, en Mé­ xico, donde siempre sería uno de los primeros. En la Península sería uno más. Muerto y enterrado aquí es un emblema, un símbolo, el creador de la hispanidad. Moctezuma Era el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años y de buena estatura e bien proporcionado, e cenceño, e pocas 92

carnes, y la color ni muy moreno, sino propia color e matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, e pocas barbas prietas e bien puestas e ralas, y el rostro algo largo e alegre, e los ojos de buena manera, e mostraba en su persona, en el mirar, por un cabo amor e cuando era menester gravedad . . . (Bernal Díaz, op. cit., p. 191).

Moctezuma Xocoyotzin es la antítesis de Cortés. Durante el clímax de su actuación histórica no en­ carna las virtudes del tenochca. El español sí es la síntesis de lo mejor que tuvo España en el siglo xvi. Heredero de una corriente particular de perversión del poder, ocupa un sitio dentro del gobierno y la cultura que implica y sufre una crisis. Son menos de cien años de la consolidación del Tenochca como miembro de la confederación de pue­ blos, y del imperio construido por la fuerza y el te­ rror. Gobierna un pueblo con un hado particular; es el pueblo, no el hombre quien debe llenar un sitio y realizar el destino que un oráculo ha determinado. Tribu nómada, pobre, desgraciada; llega a un ni­ vel de superioridad tal, que se convierte en el pueblo del Sol que lo sostiene y del que depende su supervi­ vencia. Moctezuma es su emperador cuando ya ha alcanzado esa modificación, cuando hay una petu­ lancia y sentido de grandiosidad desorbitados. ¿Cómo era el pueblo que Moctezuma mandaba a la llegada de los españoles? ¿Cuál su actitud hacia la vida? ¿Cómo su sentir frente a la religión? ¿Cuál su conducta respecto de la destructividad y de los sa­ crificios humanos? ¿Cómo se fue integrando ese im­ 93

perio que los castellanos destruyeron con tanta faci­ lidad? Es necesario para tratar de comprender algo del panorama histórico, referirse —con objeto de evitar la difusión y amplitud exageradas—, a lo que nos interesa específicamente: la destructividad derivada de la religión y la impregnación de la misma en la cultura azteca. Se desconoce la fecha exacta de la iniciación de los sacrificios humanos, expresión ostensible y clara de la actitud hacia la vida del habitante del imperio, aunque puede inferirse que es anterior en muy poco tiempo a la cifra de 1168. La primera noticia relacionada con abrir el tórax y extraer el corazón, puede estar relacionada con la aparente rebelión de Coyolxauy: ... Y de donde se tomó principio de sacrifiar hombres y abrillos por los pechos y sacalles los corazones y ofrecérselos al demonio y a su dios Vitzilopochtli. . . (Duran, op. cit., t. i, p. 26).

No puede aceptarse como iniciación en pleno cere­ monial la fecha indicada, esto parece haber ocurrido más tarde. Entre 1168, 1318 y 1325, aparece una nue­ va manifestación de la crueldad de la cultura: Ya os avisé questa muger auia de ser la muger de la dis­ cordia y enemistad entre vosotros y los de Culhuacán, y para que lo que yo tengo determinado se cumpla, matá esa mo^a y sacrifícamela a mi nombre, a la qual desde oy la tomo por mi madre; después de muerta desollallaeis toda, y el cuero vestídselo a uno de los principales mancebos, y encima ves­ tirse ha los demás vestidos mugeriles de la mo$a, y convi­ 94

daréis ai rey Achitometl que venga a adorar a la diosa, su hija, y a ofrecelie sacrificios (Duran, t. i, op. cit., p. 34).

En 1440-45 muere Izcóatl y sube al poder el pri­ mer Moctezuma, "Ilhuicamina”, que reina hasta el año de su muerte en 1469 (Duran). Si Duran está en lo correcto, la implantación de los sacrificios hu­ manos en forma ceremonial —el de los enemigos tomados prisioneros en el campo de batalla—, tenía de iniciado a la llegada de los españoles, entre 74 y 79 años. Durante el gobierno del primer Moctezuma se im­ plantan los sacrificios, en los años 1440-45 a 1469, iniciados durante la guerra con los chalcas: Moctezuma, viendo que tanto les turaban los chalcas, sin poder ser vencidos, hi^o voto a su dios que así como los chalcas auían prometido a su dios Camaxtli de le celebrar la fiesta con sangre de mexicanos, que así le prometía de se la celebrar con muerte de muchos chalcas y de le edificar el templo con chalcas y no con otra gente y de le hacer un sacrificio de fuego de cuerpos de chalcas solenísimo y sun­ tuoso. (Duran, t. i, op. cit., p. 142).

Se refiere el autor al sacrificio humano, ceremonial de extraer el corazón del cuerpo vivo, y en la segunda parte al sacrificio del fuego: arrojados a una hoguera, antes de morir de las quemaduras, eran jalados con garfios para extraer el corazón como antes se dijo. En esta misma época, en el período de Moctezuma I, se inicia tal vez el establecimiento de la jerarquía y se comienza a consolidar lo conquistado, se estable­ cen tributos postbélicos iniciados en el período de 95

Izcóatl, se crea el ejército de manera permanente es­ cogiendo jóvenes de 16 a 24 años de edad. En algunos casos se crean gobernadores de la tierra conquistada, nace una actitud militarista franca y evoluciona la religión hacia la crueldad cada vez ma­ yor y el politeísmo asombroso de los últimos años. Se domina por el terror, toda transgresión es casti­ gada en forma enérgica y excesiva. Se lucha por con­ servar el temor permanente y se exige tributo, manutención de los enviados y respeto por los comer­ ciantes quinta columnistas. La era militarista señala la aparición de ciertas vir­ tudes: ... y de propósito se exercitauan en trauajos de sufrir ham­ bre, sed, desnudez y dormir por los suelos, e echarse a cuestas cargas muy pesadas para podello llevar quando la necesidad les compeliese, llegándose a los capitanes señalados para de­ prender de ellos los modos y artes militares; no tratándose ya en México de otra cosa sino de cómo se auian de auer en las guerras. (Durán, t. i, op. cit., p. 166).

Se destaca clara la idea de que el sacrificio de que­ mar, desollar, abrir el tórax y extraer el corazón, era con el fin de escarmentar y aterrorizar: Después de acauadas las fiestas y solenidades pasadas, y el sacrificio terrible y espantoso que de los guastecas se hi^o, creyendo los mexicanos que aquello aula puesto terror y es­ panto a toda la tierra . . . (Durán, t. i, p. 180).

La guerra gusta, es productiva, las gentes prefieren guerrear en vez de permanecer en las ciudades en las "que ya no se hallauan”; es un oficio principal, es la ocupación más importante de los hombres: 96

este es vuestro oficio, no os crió el Señor de lo criado del cielo y de la tierra y de la noche y el dia para que os pongáis faldellines, como mugeres, ni camisas, sino que con la rodela y espada y flecha y vara mostréis el valer de vuestro coraron: (Duran, t. i, p. 182).

Principia entonces la época de las grandes construc­ ciones religiosas, se piensa, con grandeza, en un templo digno del poder y los merecimientos del dios Huitzi­ lopochtli. Ya hay tiempo para pensar en detalles de indole administrativa, desvinculados del problema principal de la guerra. Consolidado el poder y el dominio tenochcas definitivamente, es época de conservar. Entonces es cuando Duran pone en labios de Tlacaelel (personaje dudoso, aparentemente equivalente a Izcóatl) la creación de las guerras floridas: sino que se busque un cómodo y un mercado donde, como a tal mercado, acuda nuestro dios con su exército a comprar vi timas y gente que coma: y que bien, así como a boca de comal, de por aquí cerca halle sus tortillas calientes quando quixere y se le antojare comer . . . Este tiánguez y mercado, digo yo Tlacaelel, que se ponga en Tlaxcala y en Vexotzinco, y en Cholula y en Atlixco, y en Tliliuhquitépec y en Técoac, porque si le ponemos más lexos como en Yopitzinco o en Mechoacán, o en la Guasteca o junto a esas costas, que ya nos son todas sujetas, son prouincias muy remotas y no lo podrán sufrir nuestros exércitos: es cosa muy lexana, y es de advertir que a nuestro dios no le son gratas las carnes desas gentes bárbaras, tiénele en lugar de pan ba$o y duro, y como pan desabrido y sin sagón ... la gente de los quales pueblos terná nuestro dios por pan caliente que acaua de salir del horno, blando y sabroso. La causa es, porque están cerca, aquí junto, que no abrán ido nuestras gentes quando luego vuelvan con la presa, los quales vendrán calientes, hirviendo ... y a

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de ser esta guerra de tal suerte, que no pretendamos destruidos, sino que siempre se está en pie, para que cada y quando que queramos y nuestro dios quiera comer y olgarse, acudamos allí como quien va al mercado a mercar de comer . . . (Du­ ran, t. i, pp. 238 y 239).

Indidentalmente puede verse cómo interviene el aspecto práctico, cómo se crea algo que luego se hace tradicional y que probablemente ya no tiene nada qué ver con las motivaciones originales de los sacri­ ficios humanos. Continúa el reinado Axayácatl. Se construye el templo que finalmente termina en el mandato de Ahuizotl. No precisa hacer mención especial de Tí­ zoc. En 1487 se termina el gran templo y entonces llega a su máximo el derroche de sangre y vidas huma­ nas: 88,400 según Durán, 72,344 según Torquemada, 20,000 según la pintura histórica conservada en el Códice Telleriano Remense, dos días de duración se­ gún Origen de los mexicanos. Considerando toda la historia azteca, en este mo­ mento hace clímax, el número y volumen de los sa­ crificios humanos. Moctezuma II Xocoyotzin, emperador de los az­ tecas a la llegada de Cortés, sucesor de Ahuizotl; recibe un imperio ya consolidado, organizado, teocrático-militarista, perfectamente jerarquizado, con gran ceremonial, abundante politeísmo y riqueza increíble heredada de varios antecesores que convierte a Moc­ tezuma II probablemente en uno de los emperadores más fastuosos de todas las épocas. Abundan el oro, las joyas, los vestidos, las plumas finas. 98

Su territorio es enorme, incluye por el norte la zona de los Huaxtecos, a lo largo del río Panuco; por el sur hasta Xoconochco en Chiapas. Por el orien­ te y por el occidente todo el territorio actual hasta los litorales del Atlántico y del Pacífico respectiva­ mente. (Según R. H. Marlow y otros autores, tomado de Jacques Soustelle, Vida cotidiana de los aztecas, op. cit.)

Es Moctezuma un hombre muy poderoso y muy extraño. Inició su reinado en el año de 1 5 03 (Duran) y terminó con su muerte en 1520. Durante ese período de 17 años aproximadamente, ocurrió un tipo particular de modificación en la ad­ ministración del Estado y del poder público, en la cortesanía y jerarquía habitual del gobierno: una exageración en el despotismo —desconocido hasta en­ tonces y nunca alcanzado de nuevo en nuestra his­ toria—, que permite atribuir a Moctezuma los hechos más atroces. Transformó el estado guerrero en una organización cortesana, con multitud de ' gestos y actitudes inúti­ les”, propios del avance de la civilización. Se formó una organización nueva de servidores del emperador integrada por lo más selecto de la nobleza, de determinada edad, todos hijos legítimos, medidos con una vara para que no se excedieran en más o en menos de la pauta que los homogeneizaba, que debían hablar en voz baja, moderada, modulada; an­ dar descalzos y no levantar la vista del suelo en pre­ sencia del emperador. Se organizaron banquetes cotidianos con enorme dispendio: cientos de platillos de lo más distante y lo 99

más cercano, lo más difícil y lo más fácil, lo extraño y lo habitual. Oro por todas partes, vestidos especiales, vajilla que no se repetía, ropa para una sola ocasión. Moctezuma es un verdadero emperador, creador de todo un sistema cortesano de existencia de lujo incomparable. Todos deben servirle incondicionalmente y sentirlo como un favor. Porque es emperador puede disponer de vidas y haciendas, dar órdenes estúpidas y absurdas, faltar al respeto a todo el mundo, identificarse con Dios; lo que también es en cuanto a crueldad. Nadie lo fue ni lo será después de él. Auténtico y con la aceptación tácita de todos. ¿Es esto debido a un factor general de evolución? ¿Es debido a una actitud personal o a una manera peculiar de ser? Parecería que la influencia parcial de cada uno de los dirigentes anteriores hubiera ido preparando el terreno para la integración de un imperio a la manera del de Moctezuma II. Cuando los españoles llegaron y realizaron la con­ quista, encontraron una cultura que permitía los sa­ crificios humanos practicados con lujo de crueldad por una parte y por la otra, admitía artistas de una calidad extraordinaria, poetas, músicos, escultores, pintores; que hacía además filosofía y se planteaba los problemas básicos de la existencia; cultivaba ma­ ravillosos jardines, hacía astronomía. Parecería ser que los acontecimientos condujeran fatalmente a una situación especial evolutiva: los deta100

lies de cortesanía, delicadeza y finura; la expresión artística en todas sus manifestaciones. No obstante, es necesario pensar que también podría deberse todo a factores personales, atributos caracterológicos del emperador; quien poseyendo el mayor grado de poder que nadie pudo reunir antes que él, realizara trans­ formaciones gratas para él, producto de su propia angustia e inseguridad, causadas por una enfermedad psíquica. ¿Qué se sabe de Moctezuma? Los aztecas eligieron para representarse ante el mundo, a un individuo que poseía —exagerados— los atributos del tipo medio del mexicano. Despótico, cruel, destructivo, amante del lujo, religioso, influido por el pensamiento má­ gico, representativo de una raza superior con un des­ tino claro. Todas estas características habían trascendido in­ cluso hasta el macehual que podría ser ciertamente el equivalente de civis mexicanus sum, al dominar el mundo conocido, con excepciones limitadas. Dueños del mundo, petulantes justificados. El elegido no era sólo eso. Poseía todos los rasgos enunciados en grado superlativo como muestra pa­ tológica de una cultura tal. Individuo que ordena la creación de enormes jar­ dines, que regala "cueros humanos” (Duran) como un presente muy especial; que se baña diariamente, lo que impresiona y asombra hasta la enfermedad a los españoles, que casi no lo hacían por razones diversas y justificaciones varias (entre otras cosas y por mo­ tivos de seguridad, "dormían con los alpargatos pues­ tos”) . 101

Probablemente obsesivo, impregnado con espec­ tacular pensamiento mágico, pendiente de augurios y signos; muy interesado en el ceremonial, el orden y la religión, estaba convencido a través de la interpre­ tación de los pronósticos que había sido elegido para un fin desgraciado de destrucción total. Moctezuma es un hombre extraño: cortesano sen­ sual, guerrero valiente y —durante los primeros tiem­ pos de su mandato, antes de ser emperador— terri­ blemente miedoso de lo sobrenatural, pesimista en extremo y seguro de su fin triste: la fatalidad lo ha escogido para destruir con él a su especie. El momento decisivo de prueba (momento que con un carácter productivo, pudo convertirlo en héroe), sirve para que muestre su escasez humana, modifique su actitud de grandiosidad y se convierta en un mí­ sero implorante y obsequioso, en plañidera ridicula, aquejado de un gran temor y sólo trata de salvaje en un nivel de pobreza espiritual máxima. No permanece fiel al concepto de la grandeza del destino de su raza ni a la necesidad de mostrarlo. Moctezuma es un sádico —paranoide-narcisista—, con multiplicidad de rasgos obsesivos. Todo esto corresponde a una terminología descriptiva, ya que lo importante de la comprensión de un individuo radica en la dinámica de sus motivaciones y eso hace suma­ mente difícil, en este caso, una conclusión definitiva. Tolerado mientras fue posible por la cultura azteca, contravino lo más fundamental de su tradición: la creencia en la propia superioridad sobre todos los de­ más, la necesidad de guerrear de manera ofensiva siem102

pre, la natural inconformidad al aceptar gentes extra­ ñas que vinieran a dominar, a éste pueblo indomeñable, en su asiento definitivo en el lago. Mostró desprecio por sus dioses y por su dios de pre­ ferencia, Huitzilopochtli, que siempre lo había con­ ducido a la victoria y que había dicho que los aztecas serían los amos. Hizo a su pueblo rendir pleitesía a un dios ajeno y a unos hombres descendientes o similares a Quetzalcoatí, aquel extraño de la cultura azteca, redentor y feminoide, a quien habían arrojado ignominiosamente Tezcatlipoca y sus secuaces, utilizando sus propias armas. ¡Cómo podía Moctezuma atreverse a eso! ¡Extraña situación mental del emperador! ¡Pretender convencer y seducir al "descendiente” del más probo de todos los mexicanos indígenas, casi un apóstol; con dádivas de oro, chalchihuites y mantas! ¿Por qué tratar así a un émulo de Quetzalcoatl? Moctezuma no hablaba otro lenguaje que el de su interior y propio espíritu. Sus valores máximos eran el oro, las joyas, ropa y plumas, mujeres hermosas, "gallos de papada”. Un pueblo como el azteca tenía que encontrar personajes dignos de su grandeza que surgieron al sa­ cudirse la influencia desgraciada del gobernante laxo que se preocupaba exclusivamente por salvar el pe­ llejo. Cuando es urgente la presencia de representantes del pueblo, cada tenochca lo es. Aparecen en conjunto, los que creen en su obligación frente a la vida y hacia 103

el futuro: morir por su patria, vencer, arrojar a los extranjeros de su territorio. Permanecen unidos los pueblos que verdaderamente integraban una cultura: Iztapalapa, Xochimilco, Coyoacán, Tacuba, Tlaltelolco y Tenochtitlan, propia­ mente. No creen en relatos de barbones venidos del Oriente, de tez lechosa y descendientes del menos az­ teca de todos los dioses, Quetzalcóatl; fundador de una religión de bondad, tolerancia y ternura; arro­ jado por lo mismo fuera del territorio que no lo tole­ raba. No creen en cuentos de hadas que hacen temblar de miedo al gobernante pervertido y enfermo. Son el pueblo indomable, con una idea de gran­ diosidad, que no se ha vuelto a alcanzar. Lo destru­ yeron el bergantín, el fierro, la pólvora, el caballo, y el genio del; capitán más grande del renacimiento español, representante de una civilización más vieja que había llegado entonces a la cumbre de sus posi­ bilidades. El siglo siguiente daría el más grande de todos sus hijos, al padre del Quijote. Los aztecas en cambio, no dieron al mundo y a la historia sino las primicias de sus posibilidades, no du­ raron suficiente tiempo como para producir y realizar lo que existía en potencia y que llegó a vislumbrarse. Al cumplirse el oráculo que destruyó en embrión esa posibilidad, el azteca no dio lo que constituía su total obligación al concierto universal. En ese momento de la historia, Moctezuma no re­ presenta al tenochca; comparado con Cuitláhuac, con Cuauhtémoc, con cualquier macehual o guerrero im­ provisado de entonces, es un pobre diablo muerto de 104

miedo y enfermo de tradición y magia en condiciones de pánico paranoide, de inseguridad, tremenda inse­ guridad, ante la manifiesta y firme seguridad del cas­ tellano que crecía frente a cualquier descalabro.

Cuauhtemoc digamos cómo Guatemuz era de muy gentil disposición, ansí de cuerpo como de faiciones, y la cara algo larga y alegre, y los ojos más parecían que cuando miraba que era con gra­ vedad que halagüeños, y no había falta en ellos, y era de edad de veinte y un años, y la color tiraba su matiz algo más blanco que a la color de indios morenos, y decían que era sobrino de Montezuma, hijo de una su hermana, y era casado con una hija del mesmo Montezuma, su tío, muy hermosa mujer y moza (Bernal Díaz, op. cit., p. 422).

Heredero del trono tenochca a la muerte de Cuitláhuac, era Cuauhtémoc un verdadero azteca y reunía las virtudes y los defectos de cada uno de los habitantes de su "isla”. Representante caracterológico del habitante medio del lago, hijo de rey y sobrino de rey, descendiente de una cadena de gobernantes. Ejemplo del carácter de su raza. De gran valor y resistencia física y seguridad en su causa y en sí mismo. Orgulloso, valiente, joven y atrevido, se siente po­ seedor del derecho y la razón: su dios le ha dicho que haría de los aztecas "señores, reyes de cuanto hay por doquiera en el mundo”. No se rinde, como era la costumbre entre las demás tribus, al conquistar los españoles los templos o "cúes” 105

o al destruir o aprehender al general en jefe, no sucede eso con los aztecas. En Otumba, cuando golpean y arrojan al suelo al personaje más importante de la milicia, cuando los españoles están prácticamente perdidos; los aztecas retroceden y cometen el error de permitir escapar a los enemigos, las huestes de don Hernando casi des­ truidas; se repliegan y huyen. Los aztecas nunca se rindieron antes de 1^ caida de Tenochtitlan y tampoco entonces. Fueron destruidos —que es diferente— y casi quedaron sombras, cadá­ veres, autómatas. De cualquier modo la conducta de Cuauhtemoc es adecuada, no capitula. Después de setenta y cinco días de asedio constante en que desaparece todo alimento, cuando los hombres no pueden ya levantar los brazos de cansancio y las mujeres y los niños se pasan al enemigo o cuando menos ennegrecen el porvenir de la guerra defensiva, no se rinde. Huye en una canoa especial con sus fa­ miliares, pretende escapar, no porque le interese con­ servar la vida, sino para rehacerse, para no desmora­ lizar a sus soldados y compatriotas, para establecer una nueva resistencia quizá. No está dispuesto a rendirse y dejar el campo libre. Preso cambia el panorama. Desea morir y pronto, ya ha hecho lo que podía y debía. Todo ha concluido. Moctezuma toma la tradición más deprimente y triste de destrucción, en cambio Cuauhtemoc olvida esa tradición, permanece en la robustez de su carácter auténtico de tenochca educado para mandar en el mundo, guerrear, alimentar a los dioses. Asimila otro tipo de tradición y sus diosos expresan conceptos di­ 106

ferentes. Su frase final es clara: "Que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para de­ fenderse a sí y a los suyos” (Cartas de relación, op. cit., pp. 225 y 226). La similitud entre Cuauhtémoc y Cortés es que cada uno de ellos confía definitivamente en'su dios y siente que es un predestinado a cumplir lo que éste ordena y determina, ninguno se puede considerar in­ ferior al otro. Moctezuma niega su pasado y su dios. Vende una organización tradicional sustentada en el esfuerzo de muchos jerarcas y religiosos, por una enfermedad de su carácter y personalidad. En Acallan, Cuauhtémoc vuelve probablemente a sentir la imperiosa necesidad de hacer algo por su pueblo, por sí mismo y por los suyos. Es el momento, Cortés está desmoralizado, solo, no tiene alimentos, hay tres mil mexicanos armados y están en territorio propicio, la lucha es posible, cuando menos puede pensarse en ello. Se puede concluir en consecuencia que hubo de plantearse la rebelión que Cortés ahogó de manera cruel y efectiva. No le quedaba al con­ quistador otra alternativa. Cuauhtémoc es en cierta forma una especie de re­ ceptáculo de las bondades de su raza que Cuitláhuac su antecesor poseía también. Sin la muerte de Moc­ tezuma, gobernante de molicie y creador de una nue­ va época, no habrían aflorado esas bondades y vir­ tudes. La desaparición del blando emperador permitió la reaparición de esas cualidades que hicieron de los aztecas, señores que sojuzgaron el inmenso territorio. 107

Dignos contrincantes, Cuauhtémoc y Cortés, inte­ gran una epopeya frecuente en la historia; los perso­ najes del drama están a igual altura, no hay papel principal sino por los resultados que a uno favorecen y son adversos al otro. Cuauhtémoc era un digno ejemplar de la enseñanza del Calmecac, de la educa­ ción espartana de la raza superior, que suponía reli­ gión, ceremonial, teogonia y toda la organización. Pueblo cruel, de guerreros de conquista y de señores, digno y orgulloso, de grandeza sin par. Los hebreos y los griegos se tuteaban con los dioses, eran los elegidos y sus dioses siempre estaban presen­ tes, aparecían y desaparecían entre los humanos. Los tenochcas daban de comer a su dios y mante­ nían a su representación: el Sol; en cierta forma eran superiores a los hebreos y a los griegos, aquí el hombre era más importante, sin él su dios moriría. Cuauhtémoc es símbolo para el que recurre a la herencia autóctona. Demostró valor, integridad, se­ guridad, patriotismo, tolerancia al dolor y al sufri­ miento sin claudicar, hombría. Cortés y Cuauhtémoc son representantes extraor­ dinarios de muchas de las características que se atri­ buyen al hombre muy hombre, entre los habitantes de México. El "único héroe a la altura del arte”, convence a todos y es paradigma y objeto de imitación. De ahí que se diga en una canción: "y como Cuauhtémoc, cuando estoy sufriendo — y antes que rajarme . . . me aguanto y me río” ("Yo soy mexicano” Esperón y Cortázar). 108

Joven, con atributos que producen admiración, re­ presenta quizá una expresión heroica difícil de hallar, pero ambicionada por todos. Con una dignidad incomparable pide la muerte cuando ya está derro­ tado: "y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase”. (Cartas de relación. Cortés, op. cit.) Llama la atención que el emperador no se matase y evitara la ignominia. Quizá valga la pena hacer una aclaración aquí. Caben dos posibilidades cuando me­ nos: que él personalmente estuviera en contra del suicidio como solución, o que la cultura no lo acep­ tara en general y específicamente en ciertos casos. Se apunta un problema muy interesante, relacionado con la destructividad y la proporción inversa que exis­ te entre auto y hetero destructividad (Fromm lo plan­ tea en Psicoanálisis de la sociedad contemporánea). Cuauhtémoc no se suicida, pero tampoco busca quien lo destruya entre los suyos, como ocurrió con alguno de los personajes importantes de la historia romana. Se sabe de numerosos casos de suicidio en la historia del México precortesiano, pero quizá entre los tenochcas —terriblemente destructivos— no era tolerado el suicidio en condiciones habituales. Hay un ejemplo instructivo que tal vez valga la pena citar: Entonces se suicidó el nombrado Teutlehuacatzin, que era Tlacochcálcatl de Tenochtitlan; porque tuvo miedo; pensaba que así que mataran al rey Chimalpopocatzin, acaso ya les harían la guerra y serían vencidos los tenochcas; y por esto se envenenó. Al saberlo y verlo, montaron en cólera los te­ nochcas, nobles y señores. Con tal motivo, los mexicanos se congregaron, concertaron, propusieron . . . determinaron y di­

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jeron que ninguno de los hijos, sobrinos o nietos de aquel sería estimado o reinaría, sino que siempre pertenecerían a los plebeyos. Y así sucedió; pues aunque sus nietos andu­ vieran de soldados, peleando bien, ninguno reinó ni fue esti­ mado (Códice Chimalpopoca, op. cit., p. 38).

Descontando la consideración intencionada, encon­ traremos que el procer azteca tiene atributos autén­ ticos universales: integridad, sinceridad consigo mis­ mo, patriotismo, valor, solidaridad, seguridad, también es cierto que sin quererlo y de manera circunstancial o fatal, representa características que llenan un pa­ trón importantísimo cultural, cuando menos en cier­ tos sectores de la clase media; media baja y baja concretamente, donde se admira la resistencia al tor­ mento, la lucha en condiciones desventajosas y deses­ peradas, donde el pequeño lucha con el fuerte, el menor en número y armamento con el mayor y mejor dotado, donde se admira la tragedia y el sino, la lucha contra lo imponderable, la frase que muestra la au­ sencia de miedo, poética en ocasiones, pero carente de realidad. En estos ensayos se irá integrando un complejo sintomático del machismo, que incluye varias de estas características, que hallaremos cuando se hable de Pancho Villa, de la canción ranchera y de la clínica misma del rasgo. Puede verse ahora y después, cómo es importante que una lucha sea desesperada por la desproporción de número y de medios, y cómo en vez de criticar la técnica, lo inadecuado, se confieren méritos al que pierde. No se toma en cuenta que lo importante es prever, prepararse y emplear lo mejor. Huele un tan­ 110

to a caballería y lucha de aquella época: debían colo­ carse los bandos frente a frente y decir: "tirad vos­ otros primero”. Si estuviéramos en lo cierto podría concluirse que no sólo se trata de que Cuauhtémoc fuera indígena y representativo de una facción, "los de aquí” en contra de "los de allá”, ni de que fuera un ejemplar de cualidades muy apreciables universalmente hablando; sino que expresaba una aspiración del mexicano de cierto tipo: dramatismo, sufrimiento, actitud espe­ cial de desprecio hacia la muerte, lucha contra el destino en circunstancias adversas y desventajosas; todo relacionado con proyección de quienes cultivan el heroísmo y la idolatría hacia los patricios de la historia. Todo ello necesariamente reciente, quizá del siglo xix en adelante, en cuanto se inicia la formación e integración de algo que puede constituir un estado o una nación con un sentido particular de proyección existencial e histórico. Se encuentran nuevamente en estos ensayos, esa ac­ titud y aceptación de personajes —independiente­ mente del valor auténtico que poseen, indudable en el caso de Cuauhtémoc— que simbolizan una expre­ sión clara de procesos psicológicos enteramente sub­ jetivos de un grupo social.

Derrota y amargura La fundación de México fue en el año n calli que corres­ ponde al 1325 de la era vulgar, reinando el chichimeca Quinatzin, poco menos de dos siglos después de la salida de los

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nahuatlacás de Aztlán (Historia antigua de México, Clavigero, op. cit., p. 233). . . . .

Ciento noventa y cuatro años después, llega don Hernando Cortés con sus huestes y se inicia la Con­ quista de México. Antes de 1325 son un pueblo miserable que busca acomodo desesperadamente, sostenido e impulsado por el oráculo que lo dispara hacia el sitio determinado donde le espera un gran destino. Pueblo que lo soporta todo, desde la pobreza física hasta la pobreza espiritual y el desprecio, el hambre y el frío; porque hay algo que lo mantiene y le da fuerza. Tiene un fin, llegar y cumplir. Tiene que fundar una ciudad, llenar el mandato de dios y con­ cluir la integración de su tribu. Tiene un porqué, para soportar el sufrimiento y la vida nómada y difí­ cil, sin satisfacciones. Nada importa, Huitzilopochtli ha dicho que ellos son su pueblo; como el Jehová del Antiguo Testamento los guía, los anima, los lleva a la tierra prometida. Huitzilopochtli les dice qué hacer y por dónde ir, hasta alcanzar simbólicamente el sitio representado por el lago, el nopal, la serpiente y el águila. Ahí están por fin, se iniciará la construcción de su porvenir, su estado, su templo. De 1519 a 1521, se ha realizado un viejo oráculo, desenterrado y propalado, hecho verdadero por Moc­ tezuma II. Han transcurrido 194 años, escasísimo tiempo para quien se cree eterno y alimenta al Dios-Sol. Infinita­ mente pequeño lapso. El destino se ha cumplido y son ahora más que nunca desgraciados los descendientes de los hombres venidos de Aztlán. 112

Ahora sí son miserables y desgraciados de verdad. No tienen esperanza. Ha sucedido lo que la fatalidad deparaba a los aztecas. No queda ya nada que hacer ni por qué vivir. Esclavos de gente extraña que se ha apoderado de su territorio. Vejados y escarnecidos por aquellos mortales enemigos. ¡Ironía del destino, conservar la vida tan sólo para tener alimento tierno y calientito para los dioses, en un lugar cercano y accesible! Todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos. Con suerte lamentosa nos vimos angustiados. En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y en las paredes están salpicados los sesos. Rojas están las aguas, están como teñidas, y cuando las bebimos, es como si hubiéramos bebido agua de salitre. Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe y era nuestra herencia una red de agujeros. En los escudos fue su resguardo: ¡pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad! Hemos comido palos de eritrina, hemos masticado grama salitrosa, piedras de adobe, lagartijas, ratones, tierra en polvo, gusanos . .. (Historia de la literatura náhuatl, A. M. Garibay, K., t. i, p. 477, 195 3).

Ha transcurrido el huracán de la Conquista. Todo está frío y oscuro, no hay por qué vivir ni para qué vivir. Vacío y muerte, tranquilidad del final de las 113

cosas. Se ha enseñoreado la tristeza, el pesimismo y la indiferencia, en las almas. Hierro, encomienda, minas. Amor, esperanza, cris­ tianismo. Señor feudal y franciscano. Confusión in­ descifrable. Marcado en la cara y explotado hasta agotar el músculo y la grasa, trasladados sus hijos a miles de kilómetros de distancia y miles de metros de altura. Palos y hambre, violación y estupro. Hombres con sayos que por ellos entregan la salud, el alma y la fuerza, que viajan y luchan por ellos, por los desgraciados. Aprenden la lengua y exponen la vida por una conversión y una explicación, por la salvación de un alma. ¿Cómo entenderlo? ¿Qué pensar de ello? ¿Qué mundo es éste de locura y confusión? ¿Qué somos en suma? Por fin, todos nos pusimos en movimiento al sitio donde el agua se divide, llegamos al punto que la batalla tiene. Allí fué la dispersión. Sólo por las cuestas se refugia la gente: llenas están las aguas de hombres, llenos están de hombres los caminos. Así, de esta manera fue como feneció el mexi­ cano y el tlatelolca y dejó abandonada su ciudad. Allí, donde el agua se divide, nos hallamos reunidos todos. Ya no te­ níamos escudos, ya no teníamos espadas; nada de comida, no comimos ya. Y así la noche entera llovió sobre nosotros . . . Al ser aprisionados nuestros jefes, fue cuando el pueblo co­ menzó a salir en busca de lugar donde instalarse. Y aún al salir, en sus andrajos, en las más secretas partes de sus cuerpos, por dondequiera, los conquistadores hacen requisa y rebusca: a las mujeres les desenrollan las faldas, les pasan las manos por dondequiera, y buscan en sus bocas, en sus orejas, en sus manos, en sus cabellos. Y así se evadió el pueblo

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y se dispersó por todas partes por las poblaciones, se fue a meter a los rincones, o cerca de las paredes ajenas.. (A. M. Garibay, op. cit.y t. i, pp. 472 y 473).

Todo está consumado. Ahí termina un mundo se­ guro y fírme, primitivo y arcaico. Quetzalcóatl, encarnado en don Hernando y sus descendientes prohíben los sacrificios humanos, el dis­ pendio de sangre, ahuyentan el politeísmo, crean una nueva administración burocrática, "civilizan” por una parte; pero por otra . . . se nos puso precio; hubo precio para el joven, para el sacerdote, para la doncella, para el niño. ¡Basta! Hubo precio del mismo miserable del pueblo bajo: ¡dos puñados de maíz, diez tortas de moscos, veinte tortas de grama salitrosa: ¡ese fue nuestro precio! (A. M. Garibay, op. cit.y t. n, p. 7).

El oráculo, los arúspices, los sacerdotes y la ley no dicen nada, no saben nada. Los aztecas no tienen por qué vivir. Han hecho lo que tenían que hacer y ahora están desorientados, son esclavos. Quedó le­ jano el tiempo en que tenían que rendir pleitesía al rey de Colhuacán. El encomendero blanco de alma de color y dureza de obsidiana, definitivamente, no tenía nada que ver con Quetzalcóatl, se encargará de demostrarle que vivía en el empíreo en aquellos tiempos, comparado con lo que los súbditos del rey de España le harán sufrir. Ahora no se vislumbra una nubecilla de espe­ ranza. Se enfrenta un dios nuevo que se sacrificó por los hombres para que los humildes tuvieran un rayo de felicidad; pero manejado por hombres que 115

llevan una cruz en la siniestra y un hierro candente en la diestra para ponerle la marca infamante que lo convertirá en infrahumano y lo hará siervo para toda su vida y la de todos los suyos. Ahora sí es amargo el porvenir de los aztecas. Fueron siervos y llegaron a ser dueños del mundo, para pasar de dueños del mundo a siervos por toda la eternidad. Hay un "hombre” nuevo en su vida, que adora el oro y que no gusta del trabajo personal, que ha descubierto una gran tierra que debe usufructuar él, que es un caballero que tiene alma. ¡Que trabajen los indios de tez morena que son esclavos y que no son humanos, que no son racionales! La civilización del "fierro” que ha vencido a la civilización de "piedra”, se ha infamado marcando la cara del hombre antes o después de la almoneda, varias veces si necesario. Con razón el azteca orgulloso, petulante y fan­ farrón; el pueblo de señores, se convirtió en un pueblo de parias tímidos y asustadizos: Son pacientes, sufridos sobre manera, mansos como ovejas; nunca me acuerdo haber visto guardar injuria; humildes, a todos obedientes, ya de necesidad, ya de voluntad, no saben sino servir y trabajar. .. Sin rencillas ni enemistades pasan su tiempo y vida y salen a buscar el mantenimiento a la vida humana necesario, y no más (Historia de los indios de Nueva España, Motolinía, pp. 85 y 86, 1941).

¿Por qué no volverse así y peor aún? ¿Qué otra posibilidad había? ¿A qué recurrir? Ya no lo sos­ tenía la posibilidad de un destino lejano que se cum­ pliría porque los dioses así lo predijeron. No había 116

ya nada por delante sino la destrucción sistemática y la explotación sin límites. Señaladamente que son los indios tímidos y pusilánimes, o por mejor decir, por las crueldades que han en ellos come­ tido les han entrañado el miedo en los corazones, que los ha convertido casi en natura de liebres, y hecho degenerar de ser hombres ... Infinitos indios, hombres y mujeres, por no sufrirla (encomienda), se han desesperado y muerto a sí mis­ mos, muchos ahorcándose, muchos tomando ciertas yerbas y bebidas ponzoñosas con que morían luego, otros a los mon­ tes huyendo donde los comen tigres y leones; otros que de pura tristeza, viendo que jamás su vida tan calamitosa y amarga no tiene consuelo ni remedio alguno, se secan y en­ flaquecen hasta que se caen muertos, como nosotros por nuestros ojos hemos visto... (Doctrina, fray Bartolomé de las Casas, pp. 65 a 67, 1951). Don Vasco de Quiroga: ’’defensa natural, como en la verdad lo es en esta gente, que no tiene otra para tantos agravios y fuerzas y daños como recibe de los españoles, sino las armas del conejo, que es huir a los montes y breñas, que va muy lejos de rebelión y levantamiento que nosotros les queremos imputar y levantar... en lugar de alabar y conocer a Dios y ver y experimentar la bondad y piedad cristiana, verán y experimentarán la crueldad de los malos y codiciosos cristianos, y deprenderán a maldecir el día en que nacieron y la leche que mamaron (Pensamiento mexicano en los siglos xvi y xvn de José Ma. Gallegos Rocafull, cit., p. 193, 1951). movido de devoción y compasión de la miseria e incomodi­ dades grandes y pocas veces vistas ni oídas que padecen los indios pobres y huérfanos e miserables personas, naturales de estas partes, donde por ello muchos de los de edad adulta se vendían a sí mesmos e permitían ser vendidas e los me­ nores y huérfanos eran y son hurtados de los mayores y vendidos y otros andan desnudos por los tianguises aguar­ dando a comer lo que los puercos dejan. . . indios pobres e miserables personas, pupilos, viudas, huérfanos y mestizos que

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dicen mataron las madres por no los poder criar por su grande pobreza e miseria. .. (Don Vasco de Quiroga, obispo de Utopia, Benjamín Jarnés, pp. 295 y 296, 1942).

Mientras Cortés vivió en Nueva España y tuvo posibilidades de mandar, podía pensarse quizá en una clasificación benigna: los enemigos que habían lucha­ do contra los españoles o no los aceptaban por la buena, serían esclavizados; no así los que cedieran su territorio fácilmente y cooperaran con el conquista­ dor, proporcionando alimentación, mano de obra, sol­ dados. Una vez desaparecido él, y antes al perder el poder ¿qué podía esperarse? Rota la brida, se desbocó el corcel de los apetitos y del abuso. ¡Cuánta tinta, horas de esfuerzo, coraje y argu­ mentos, hubo de gastar Las Casas para conseguir un poco de bondad, un poco de lástima para el aztecía que castigaba en Soconusco, en la Huasteca, en cual­ quier parte; el menor insulto a su nombre y a su poder; el más pequeño intento de insurrección, el maltrato a sus mercaderes o incluso la simple falta de cooperación!

Hallazgo y esperanza

De 1521 a 1531, tan sólo transcurridos diez años de dominación, el mexicano vislumbra una solución a su problema vital —vertical—, espiritual. Entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 identifica a través de un representante originario de Cuauhtitlán, una 118

síntesis que se realiza ahí, en ese mismo instante: la Santa María Tonantzin de Guadalupe. Madre del Dios hijo nacido en Galilea, llevado a España y traído por Cortés con la diosa madre. La mujer blanca madre, con la mujer morena, madre también. Ahí se estrecha la unión espiritual entre dos tipos de religión aparen­ temente inconciliables, como parecían Cuauhtémoc y Cortés, el encomendero blanco y el esclavo moreno que en síntesis maravillosa realizada en el crisol de 436 años de ebullición ha dado lugar al mexicano de hoy con todas sus virtudes y sus pecados. Un pueblo descuartizado física y espiritualmente, sin consuelo alguno, derrotado del cuerpo y del alma; un pueblo sin futuro, no puede vivir. Tal habría sido el porvenir del pueblo mexicano de no haber hallado el refugio, la posibilidad futura, la madre morena, cercana, visible, que quiere al indio y le habla, se le aparece y le muestra confianza. Esa madre potente, madre de Dios y mexicana, lo protegerá contra el español y contra el destino. No la podrán destruir porque llena los cánones que los conquistadores exi­ gen para la religión. Renuncian a la antropofagia, los sacrificios humanos y a la carnicería toda que no to­ lera el blanco que manda; obtienen en cambio una madrecita aceptada por el peninsular, que tiene a la india metida dentro, agazapada en el interior de la dio­ sa blanca muchas veces conocida en efigie. Se puede imitar la figura española que hay que adorar. Sólo se le cambiará el color, y los millones de gentes sin amparo, herrados, muertos de hambre, disminuidos espiritualmente; ya tienen por quién vivir, con quién vivir, por qué vivir. Tienen ya una razón para la 119

existencia, hay un intercesor ante el director del uni­ verso, un abogado que habla el mismo lenguaje, come lo mismo, tiene el color y siente como él. Descubrir una madre que todo lo puede y hará la felicidad o cuando menos disminuirá la infelicidad del hombre de Nueva España, en cierto modo es vol­ ver a la madre universal tierna y protectora, es volver a lo arcaico. La cultura azteca, patriarcal por excelencia, cul­ tura de hombres y de guerreros, fracasa frente a los conquistadores. Se derrumba todo el mundo conocido, todos los valores que lo han sostenido. Vencidos hay que regresar a la madre. Ella lo arreglará todo con esperanza, perdón y amor. Es un retorno a los va­ lores de Quetzalcóatl, el "maduro”, la persona y el dios, el que lleva dentro de sí la bondad y lo feme­ nino, lo humano, la igualdad y la ética. En Quet­ zalcóatl, existe ese elemento desaparecido de la cul­ tura con motivo de la entronización y dominio del dios masculino por excelencia, Huitzilopochtli. Los valores trastrocados después de esa lucha cósmica e histórica no han sido destruidos, sólo postergados y permanecen en espera del momento de retornar; momento que llega en cuanto los españoles destruyen la organización azteca y los convierten en esclavos. Han regresado al contacto con las cosas simples: la tierra, la lluvia, la cosecha y el parto, la esposa y la hija, el amigo en desgracia como él. Entonces todos son hijos de la misma madre, hermanos de tierra, de pena, de hambre y desgracia. Ya no hay jerarquías, cualquiera puede ser marcado con el hierro en la 120

cara: el cihuacóatl, el Tlamacazqui, el tlamatini, el pochteca, el macehual. ¡Se puede volver a Coatlicue que es madre, vieja y mujer, que con las manos extendidas puede recibirlos! ¡Se puede recurrir a ella, a su porción buena y ma­ ternal! ¡Se puede regresar a Tlazoltéotl la que devora las inmundicias del mundo y de las almas de los hom­ bres, la que perdona en consecuencia, la que olvida y convierte en ser diferente, la que quiere sin dis­ tinción: al pecador, al malo, al bueno, a todos! ¡volver a Tonantzin —Tierra—, madre morena, amiga, fa­ miliar y mexicana, la Virgen de Guadalupe!

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CABALLERÍA y CHARRERÍA

Hasta aquí, se ha tratado de integrar una visión his­ tórica precortesiana. Ningún estudio para conocer cualquier rasgo psicológico del mexicano de hoy, de­ biera prescindir del conocimiento de su evolución histórica. Se perfilan ciertos matices semejantes a los que caracterizan al mexicano de hoy: la intensa destruc­ tividad azteca, el culto por la muerte, la actitud hacia la mujer, la admiración por ella en forma de diosa y el consiguiente temor hacia sus poderes expresos y ocul­ tos y su relativo secundarismo en los asuntos de la cultura. La importancia del hombre en la sociedad, sus pri­ vilegios; el castigo de la homosexualidad en forma brutal, el empleo de este calificativo como insulto máximo. Con la llegada de los españoles se verificaron algu­ nos cambios importantes: el paso brusco de señores a siervos y la aparición del mestizaje necesario y fatal, entre otros. Muchas cosas permanecieron igual. En el estudio correspondiente al "machismo”, se hallará el examen de tales semejanzas y de algunas diferencias. En el capítulo que ahora se inicia, se investigará un aspecto muy importante de la herencia española, que aparece después de la Conquista, cuando se hace la asimilación; que ha evolucionado por su cuenta y que posee un significado básico para entender las carac­ 125

terísticas psicológicas y con especialidad el machismo: la caballería en relación con la charrería, lo concer­ niente a su modificación en el tiempo, a sus implica­ ciones actuales hasta llegar al período postrevoluciona­ rio. Se investigará también un personaje —siguiendo la secuela de todo este estudio—, que parece repre­ sentativo, ejemplar y de gran significación, figura muy discutida y bastante nítida: Pancho Villa. Caballeros versus "Caballeros” Aquel llano que está entre las casas de campo es el lugar en que los caballeros, que en agilidad y maestría en la equitación aventajan mucho a los de todas las demás provincias, se adiestran en ejercicios ecuestres, y se ensayan en com­ bates simulados, para estar listos cuando se ofrezcan los verdaderos. Entre nosotros se llama "potreadero”, porque los picadores doman allí los potros; pues el verbo español "potrear” significa amansar y adiestrar de tal modo en los movimientos a los potros brutos y no enseñados al freno, que como dice Horacio: "El caballo enfrenado tenga el oído en la boca.” (México en 1554: Francisco Cervantes de Salazar, pp. 127 y 128).

De 1519 a 1521, ha llegado y triunfado el soldado con Hernando Cortés, representante parcial de la me­ jor caballería que jamás tuvo España o país alguno. Se preguntaba Bernal Díaz si las hazañas de los castellanos del siglo xvi eran comparables a las de sus antecesores; para él resultaban superiores y no había capitán en la antigüedad de tal categoría ni obra de esa magnitud e intrepidez. Un puñado contra miles y cientos de miles, destruidas las naves, marchas de dos años seguidos, puentes y más puentes construidos 126

de la nada y con nada, ríos atravesados con una te­ meridad de espanto. Hambre, soledad, enemigos por doquier y amenaza constante, comiendo maíz tostado cuando lo había. Sólo Gengis Khan está a la altura de Cortés en la acción. Lo mejor de la caballería en cierto aspecto: gente recia y robusta de cuerpo y de espíritu, consistentes en la acción, despreocupados en el vivir; caballeros en la fuerza y el valor, en el desprecio y el amor por la vida. Son los últimos caballeros verdaderos y con ellos se acaba una época que se caracterizó porque en ella se vivieron los libros de caballería, ellos hicieron lo que escribirían otros. Ellos no son míticos ni legendarios, son de carne y hueso, tendones y corazón bien puesto. Cortés y los conquistadores son estrictamente "perso­ najes en busca de un autor”; viven la caballería y la escriben con su sangre, sus heridas y sus obras. Un si­ glo después España daría al mundo, paradójicamente, el destructor de esa misma caballería; ¡son dignos el uno del otro, el más grande de ellos y el que los entierra a todos! ¡En México la epopeya más grande de la caba­ llería: caballo, arcabuz, pólvora y espada al servicio de Cortés! ¡La Mancha, sitio minúsculo y panteón gigantesco de caballeros: pluma, papel y tinta al ser­ vicio del genio de igual altura; su arma el instrumento más simple, más cruel y efectivo, la carcajada! Cortés y Cervantes Saavedra no pudieron ser con­ temporáneos. Casi cien años de diferencia fueron ne­ cesarios para la subsistencia de ambos; de ser simul­ táneos hubiera sido excluido el padre del Quijote; ¡no podía reírse nadie de Cortés, ni siquiera un igual como Cervantes! 127

De 1565 a 1568, puede decirse lo siguiente: —Cuerpo de Dios! Nosotros somos gallinas; pues el rey nos quiere quitar el comer y las haciendas; quitémosle a él el reino, y alcémonos con la tierra y dejémosla al marqués, pues es suya, y su padre y los nuestros la ganaron a su costa, y no veamos esta lástima. (La conjuración de Martín Cortés, p. 12, 1945.)

Eso lo dice cualquiera que es habitante de la Nueva España entre 44 y 47 años después de consumada la Conquista por don Hernando; al decirlo está ofre­ ciendo el usufructo a otro "caballero” hijo del que ganó un reino y lo ofreció graciosamente, con sonrisa, cortesana en bandeja de plata al emperador Carlos V. Don Hernando vestía y perdía "los alpargatos” durante la batalla; Martín, el heredero del marque­ sado y pretexto de la conjuración usaba "guión real”; pero había perdido autenticidad. Se formaba enton­ ces en la Nueva España el material que serviría para que Cervantes utilizara la burla cruel. Curiosamente, la deformación del hombre se anticipó mucho a la del arte y la arquitectura: don Hernando es a Mar­ tín lo que un convento del siglo xvi a un templo del xix; severidad, discreción, moderación y sencillez, fuerza y autenticidad por una parte; ropaje, frivo­ lidad, alegoría, mosaico, exuberancia, adorno y cohetería por la otra. El caballero que vestía jirones y conquistaba un reino a mandobles, contra el petimetre que vestía creaciones individuales y se atusaba el bigote durante todo el día por otra Marina ¡que tampoco era de aquella categoría! No han transcurrido cincuenta 128

años. Todavía respira ese viejo maravilloso que se lla­ mó Bernal Díaz y ya el clima está infecto y se ha iniciado la putrefacción; de hijo a padre hay siglos de diferencia. Los comediantes de la Conjuración son personajes de opereta, muñecos juguetones, caballeros de salón, son inauténticos. Contra burocracia integrada por vie­ jos resentidos y chupatintas, leguleyos biliosos y agria­ dos, que aplican la ley y no la cumplen. Cien años de diferencia también entre Alonso de Ávila y el homónimo que vino con Cortés; el uno recio, barbilindo el otro: "era muy blanco y muy gentil hombre, y muy galán, tanto que le llamaban dama porque ninguna por mucho que lo fuese tenía tanta cuenta de pulirse y andar en orden” (La Con­ juración de M. C., pp. 38 y 39, op. cit.j. Nadie describiría así ciertamente a ninguno de los conquistadores. Los "caballeros” conjurados jugaban a algo tan se­ rio como quitarle al rey una nación completa, de extensión enorme y de gran riqueza aparente; estos descendientes de don Hernando y de Alonso de Ávila, no tenían la menor idea de sus obligaciones desde el punto de vista de la caballería, del ejército y del pa­ triotismo; tampoco del peligro y responsabilidad en sí de enfrentarse al grupo de viejos carente del sen­ tido de la caballería y del deporte. Ignoraban la seve­ ridad y la crueldad de que podrían ser capaces los representantes de la burocracia española del siglo xvi. Se sentían inmunes y carecían de sentido real, estaban abrumados de pavorrealismo. 129

Nuestro charro vernáculo no desciende del español fiero de tez curtida y piel agujerada por la obsidiana, que comió maíz tostado y tomó Tenochtitlán cuando Cuauhtémoc. Desciende del caballero criollo, del re­ cién llegado; del que deseaba usufructuar lo que su padre, o cualquier pariente había ganado a ley, del que podía vestir bien, montar caballos hermosos, vivir en una casa castillo y mandar criados herrados; de él desciende nuestro charro actual. Algo se ha perdido definitivamente. Ahora lo im­ portante es estar colocado a la derecha o a la izquierda en una reunión pública, si es que los individuos halla­ dos en la calle deben adherirse o no a la comitiva. Se ha evaporado evidentemente el espíritu de rea­ lidad y austeridad que era atributo de lo intrínseco del individuo unos cuantos años antes. Comienza una época de comedia. El español ha desaparecido como caballero y se ha convertido en insignificante psicológicamente. Luce sus piernas cu­ biertas de seda, jubón elegante y nueva espada más angosta, menos larga, de lujo. Los músculos se han ablandado, los tendones no se mueven con suficiente rapidez, no tienen fuerza los huesos. El hombre está laxo, la espada ya no sale de la funda con rapidez para salvar su vida y destruir la de los enemigos. Ya no hay hombre que maneje el acero pesado de sus antepasados. Se conserva tan sólo la envoltura colorida y atrac­ tiva para los salones y las mujeres, que ya no lo son en sentido verdadero, pues se conforman con el tipo especial de caricatura que se pavonea delante de ellas. 130

Se ha conservado el atuendo que atrae a las mu­ jeres, que diferencia al macho de la hembra en el reino de las aves especialmente y expresa, es sinto­ mático de una nueva actitud que impregnará nece­ sariamente cualquier producto derivado de ella. Caballería y charrería

La caballería fue siempre asunto de españoles. Du­ rante los primeros tiempos, los padres, luego los hijos, después los criollos; mientras tanto los mexicanos no intervenían, o sólo servían para cubrir aspectos de utilidad: reunir el ganado, caminar grandes distancias, cargar, funcionar como mozos, palafreneros. Los caballeros van abandonando por laxitud, el caballo que ya sólo sirve para pasear. Son diferentes. Sombra gris y pesada de sus ante­ cesores. La evolución va destruyendo la utilidad de la caballería, al consolidar la propiedad la riqueza y el dominio son gentes que ya no desean hacer nada. Otros deberán hacerlo todo por er : . . . Ver con cuánta pesadumbre se levanta un Español de su cama muelle, y muchas veces Je echa de ella la claridad del sol, y luego se pone un monjilazo (porque no le toque el viento) y pide de vestir, como si no tuviese manos para lo tomar, y así le están vistiendo como a un manco, y atacándose está rezando; y podéis ver la atención que tendrá; y porque le ha dado un poco de frío o de aire, vase al fuego mientras que le limpian el sayo y la gorra; y porque está muy desma­ yado desde la cama al fuego, no se puede peinar, sino que ha de haber otro que le peina; después, hasta que vienen los zapatos o pantuflos y la capa, tañen a misa, y a las veces 131

va almorzado, y el caballo no está acabado de aderezar; y veréis en que son irá a la misa, pero como alcance a ver a Dios, o que no hayan consumido, queda contento, por no topar con algún sacerdote que diga un poco despacio la misa, porque no le quebrante las rodillas. Algunos hay que no traen maldito escrúpulo aunque sea domingo o fiesta; luego de vuelta la comida ha de estar muy a punto, si no no hay pa­ ciencia, y después reposa y duerme; ya veréis si será menester lo que resta del día para entender el pleito y en cuentas, en proveer en minas y granjerias; y antes que estos negocios se acaben es hora de cenar, y a las veces se comienza a dormir sobre mesa si no desecha el sueño con algún juego . . . (Motolinía, op. cit., pp. 87 y 88).

Se desea evitar el esfuerzo, las guerras son menores y distantes, olvidadas. Ya no se ejercita el cuerpo, hay que gozar la vida, la encomienda, la riqueza, las mu­ jeres y las bebidas. Motolinía describe justamente las circunstancias que preceden a la perversión y destrucción de un tipo de carácter que fue necesario para lograr el dominio. La caballería auténtica ya no se necesita, sólo sirve para pasear las calles, frente a las ventanas de mozas con ojos brillantes a penas perceptibles por el tocado, que se extasían ante la hermosura del corcel, del traje y de las plumas. Sólo para pasar petulantemente re­ vista, mientras ellas coquetean. Después de servir para lo más serio, ahora sólo sirve para la exhibición. Los padres fueron conquistadores de una inmensi­ dad de territorio y de hombres; los hijos, los nietos son "conquistadores” de mujeres en las fiestas y la cohetería. 132

Se ha pervertido el hombre, el sentido del hombre. De este remanente de la caballería, nacen proba­ blemente dos tipos de charros: "teóricos”, de lujo y "prácticos”, podría decirse. Los nacidos de los caballeros españoles del siglo xvi se conservan en plano tradicional, tienen el sabor de la cosa aristocrática, conservan lo que tiene menos variación estrictamente; la actitud externa, el sen­ tido de los ejercicios deportivos, los torneos o su equi­ valente, la exhibición en ocasiones especiales y que constituyen en la actualidad una organización que persigue el fin de conservar la tradición charra mexi­ cana, de: lujo, alegoría y diversión. Conservan un código expresado o no, con un sentido semejante al de la caballería: de honor, aristocracia y dignidad. El tipo "práctico” también arranca del mismo si­ glo. El español abandona por innecesaria la caballería para ciertos menesteres y la conserva para otros. Des­ pués del criollo, el mestizo y finalmente el indígena, comienzan a emplearla en plano utilitario; viajes, transporte, vigilancia, labores en haciendas: reunir ganado, cuidar el orden, etcétera. La trascendencia práctica más importante de la charrería quizá comience en el siglo xix con motivo de la guerra de Independencia. Se sabe que desde 1811 la "caballería” mexicana interviene en la lucha en forma clara: Esta provincia (Guanajuato) la más poblada del virreynado llena de hombres robustos y buenos jinetes, todos de­ clarados por la insurrección, ofrecía especiales dificultades para ser subyugada . . . García se había hecho temer en el Bajío por la rapidez de sus movimientos, la fuerza e impe133

tuosidad de sus ataques, y sobre todo por su táctica particular que desconcertaba de una manera imprevista las operaciones comunes de la milicia ordenada. El lazo era uno de sus me­ dios de ofender, y generalmente los insurgentes que se valían de él a su imitación se preparaban fuera de tiro para echarse sobre las líneas españolas; bien montados y en caballos ligeros acostumbrados a moverse rápidamente en todas direcciones, se precipitaban sobre la formación reboleando el lazo y ha­ ciéndolo caer sobre los que querían sacar de ella, en seguida aplicaban la otra extremidad de la cuerda a la cabeza de la silla del caballo que montaban, y se retiraban arrastrando consigo al que habían lazado y por lo común era algún jefe que rara vez llegaba con vida; todas estas operaciones se completaban en menos de un minuto, y lo general era que escapasen de las balas el jinete y el caballo que se arrojaban a ellas. Otro uso que se hacía de la cuerda todavía más perjudicial para las formaciones, especialmente cuando éstas se hallaban circunscriptas a un espacio reducido; dos hombres bien mon­ tados tomaban una larga y fuerte reata que abrazase la for­ mación, las extremidades estaban adheridas a la cabeza de la silla de cada uno de los jinetes que caminaban unidos hasta ponerse a tiro; entonces se separaban por ambos flancos, picaban a sus caballos, la cuerda barría con los soldados ene­ migos destruyendo sus líneas y entonces la caballería insur­ gente caía sobre ellos haciéndolos pedazos; si la resistencia que se hallaba en la formación no era vencida por momentos, se cortaba la cuerda, y los que la tenían asida pasaban rápi­ damente adelante siendo seguidos por otros y otros que repetían la operación hasta desbaratar las formaciones (México y sus revoluciones, J. M. L. Mora, t. ni, pp. 202 y 203).

El desenvolvimiento se hace claro. De ser producto sin significado práctico hasta ese momento, inicia en el siglo xix sus características estrictamente mexica­ nas. 134

Durante la lucha de libertad y después durante la consolidación y la época desordenada de luchas per­ manentes, tiene un fin importante, llena una función que a finales del siglo y durante la administración de don Porfirio alcanza un lugar importante con la creación de los rurales. A principios del siglo xx encuentra su mayor rea­ lización. Con jinetes que defienden las libertades; hay posibilidad de emplear en diversas formas el caballo como instrumento de lucha. La pistola que se trae al cinto como adorno, para matar y defenderse, el lazo para amarrar nuevamente a los hombres y los caño­ nes y para colgar enemigos de la causa y personales. Los soldados charros están ahora en una verdadera guerra ya no en un simulacro o equivalente; ahora pueden emplear prácticamente toda su experiencia y preparación. El que acompaña a Villa, charro de caballería ’'Do­ rado del Norte”. El que va con Zapata, un tanto diferente, muy mexicano, caballero al fin. Ambos son soldados de la Revolución, tienen un fin y poseen un medio, son tan caballeros y tan feroces como sus an­ tecesores, libran batallas grandes y sangrientas, lo ha­ cen por un motivo básico que los enardece y los incita a pelear y morir. Como imitación al principio, la charrería se con­ vierte en mexicana, al separarse de los españoles y luchar contra ellos por la independencia y la libertad. Desde ese momento comienza a tener las caracte­ rísticas personales autóctonas que perduran y la sin­ gularizan. 13í

Charrería y destructividad

Es importante determinar en la charrería un as­ pecto fundamental: el relacionado con la destructi­ vidad y otros rasgos psicológicos. ¿En qué momento se inició la destructividad aso­ ciada a la charrería? ¿Cómo se asocia ésta al machismo? Es difícil responder en forma categórica. Desde el siglo xvi parece existir en el mexicano una actitud peculiar destructiva que cabe dentro de la religión y de la cultura. En lo que respecta al machismo no es así. Los hombres se mataban durante las guerras de conquista, de represión, y económica; también lo ha­ cían tranquilamente durante la guerra florida que como fin principal tenía el de hacer prisioneros que pudieran ser sacrificados en los altares del dios máximo, o de los secundarios a discreción. Había una situación permanente destructiva de la vida humana en diversas formas. Una represión por causas civiles y criminales que conducía a la muerte generalmente, en forma de descuartizamiento o lapi­ dación. Esta condición permanente sostenida con pretexto de fiestas, guerras y castigo social, debe tener una explicación de carácter psicológico: era necesa­ rio dar pábulo y canalizar la agresividad, hostilidad y destructividad; a través de ese único medio: la muerte del hombre, de la mujer y eventualmente de la de algunos animales. 136

No se verificaba aparentemente la canalización a través de otros medios o vehículos como el deporte bastante brutal del juego de pelota y algunos otros juegos de índole menos brusca. La danza ocupaba a los hombres y las mujeres, desgraciadamente sólo du­ rante los espectáculos de tipo ceremonial y ritual; el alcoholismo no era permitido sino a los viejos y viejas, a los jóvenes en determinadas circunstancias. No ha­ bía posibilidades de canalizar la hostilidad, de dismi­ nuir el aburrimiento en forma importante. La presencia de los españoles corta de raíz esa situa­ ción, entre otros monopolios se conceden el de la des­ tructividad, siendo ahora los únicos que pueden ha­ cerlo. Transcurren varios siglos. En el xix, desde sus prin­ cipios en 1810, se inicia un período, interrumpido por treinta años de porfirismo patriarcal, de pacifi­ cación represiva, en el que sólo el gobierno puede destruir. Dejemos los años porfirianos, son cien años hasta 1910, ocurre entonces que de ahí hasta 1929 el país se maneja por las armas, la lucha, la muerte, la aso­ nada y la traición; en destrucción enorme que alcanza su clímax en esos veinte años sólo comparables a la época de oro de los aztecas. El período del siglo XVI al xix aunque no alcanza la importancia de los citados anteriormente, no sig­ nifica una paz porfiriana precisamente; "la conspi­ ración de Martín Cortés”, la "delirante” de don Guillén de Lampart en el siglo xvn, conjuraciones de negros y mulatos en el xvi y xvii, sublevación de in­ dios en el xvii, rebelión de la provincia de Panuco, 137

sublevación de la Provincia de Chiapas, insurrección de Nueva Galicia y la rebelión de Canek, no pasan de ser intentos de poca envergadura, y escasa significa­ ción, que no alcanzan en importancia a lo que ocurrió después durante el siglo xix y xx. Con la iniciación de la Independencia comienza una época de terror en la que están a igual altura insur­ gentes y realistas; se asesinan cien hombres de un bando y se cumple poco después la vendetta —en cuanto hay material suficiente— con muy escasas excepciones (la de Nicolás Bravo es la mejor). Es la época grave en que se emplean todos los sustantivos y apenas alcanzan: motín, cuartelazo, insurrección. República federalista, centralista, imperio, dictadura. Guerra contra los españoles. Guerra entre los mexi­ canos. Contra los franceses, los norteamericanos, los austríacos. No es claro el porqué —resulta difícil explicár­ selo— se habla del país como el más rico del mundo. Se emplea la petulancia, la fanfarronería, la hipertro­ fia desorbitada con carencia total de objetividad, tanto en jefes como en subordinados: El atraso de nuestro pueblo era tal, que se creía obten­ dríamos una victoria completa sobre Francia, y de ella misma sacaríamos elementos para hacer la guerra de Texas, no fal­ tando quien estimara que el bloqueo, que iba a acabar con la mayor parte de las rentas públicas, era un beneficio para nuestra industria; pues se vivía bajo la convicción de que nuestro país era el más rico del mundo y sus soldados inven­ cibles (Historia de México: Alfonso Toro, t. m, p. 404).

No hay datos claros ni huellas de machismo. Inci­ dentes aislados y una moderada impregnación de va­ 138

ler mucho, de ser superior a otros. Irresponsabilidad extrema, ¿infantil? Insultos al pelear en forma que podría recordar un tanto los discursos previos a las luchas de Aquiles, Héctor, Ayax, durante la Guerra de Troya, o los combates de los aztecas: En fin, el enemigo es alcanzado. Nada de disposiciones estratégicas, nada de maniobras que aconsejan la prudencia o que denotan la habilidad de un jefe. Desde que los beligerantes se miran, se provocan con in­ jurias: ¡vengan, cobardes, alcahuetes, chivatos! Los aludidos responden con las mismas palabras. Al fin se deciden a cam­ biar algunos tiros . . . En todo caso la acción no dura largo tiempo, pues en cuanto uno de los contendientes ve caer a unos treinta de los suyos, cede el terreno. Una vez rechazado no intenta reorganizarse, ni restablecer el combate, el desor­ den es general y se convierte en un "sálvese quien pueda”. . . . Santa Anna, cuando fue vencido en San Jacinto, le dijo a Houston: "Usted no ha nacido con un destino vulgar, ha vencido al Napoleón del Oeste” . . . Otro General, después de la misma batalla, en que los cívicos de Zacatecas opusieron una resistencia insignificante, decía a un extranjero: "Vea Usted todo lo que somos capaces de hacer y que no tememos a ninguna nación del mundo. Vamos ahora a dar una buena lección a nuestros insolentes vecinos (los norteamericanos) y en seguida a la' orgullosa Inglaterra (Alfonso Toro, op. cit., t. iii, pp. 48 8 y 489).

En ese tiempo los extranjeros aprecian algunas de nuestras características psicológicas en forma pene­ trante. "Para poner el país en orden será bueno hacer como en África, y que las localidades sean responsables de los asesinatos y robos cometidos en su territorio; tal vez sea preciso establecer cortes marciales en diversos 139

lugares. Parece que la pena de muerte no les hace im­ presión (a los mexicanos) y que los palos y el destierro son los mejores medios de represión” (Idem, p. 611). Esto escribía en 1863 el emperador francés a Forey. El período más significativo en la aparición del síntoma t?machismo” y de exacerbación de la destruc­ tividad, parece ser el de la historia moderna del país de 1810 a 1929. Período de destructividad endémica, permanente y con exacerbación esporádica. De este lapso, el más abundante en destructividad es el que se inicia el 20 de Noviembre de 1910, en que se abre un episodio en la historia de México enteramente nuevo: se rompen los diques, se pierde todo sentido de proporción, se externan los apetitos sexuales, alimentarios, económicos y de poder. Se está luchando por la libertad y la igualdad cier­ tamente. Se busca la desaparición de los privilegios y los latifundios; todo es verdad; pero no es sola­ mente eso, hay algo más: a la sombra de esas circuns­ tancias explota en forma brutal la hostilidad acumu­ lada y contenida largos años. Durante el porfirismo hay una represión tremenda que no permite sino la expresión sutil de agresividad por medio de un inciso periodístico o una caricatura política punzante. Se debe considerar que en esa época el mexicano no ha cambiado radicalmente, no ha modificado su carácter, personalidad y demás atributos; el influjo de tantos años de dictadura sólo ha permitido el cam­ bio en la clase alta, no ha llegado a la clase media, al agricultor, al indígena, a la clase obrera, o bien a la clase baja. 140

Queda el derecho de sospechar que existe "algo” fundamental dentro de él, invariable en el hombre de México, desde trescientos cincuenta años atrás; que brota y hace eclosión cataclísmica, rompe la presa y arrasa todo a su paso, sin limitación moral, intelec­ tual, cultural. Es entonces cuando aparecerá el ejemplar máximo de la destructividad física personal y de propia mano. Es el momento de permitir la canalización de la hos­ tilidad y el rencor. El momento de expresar y dar salida al sentimiento de inferioridad, odio, revancha. Ahí mismo, brota la lucha del humillado económica, sexual y socialmente. Entonces es cuando hay que ven­ gar a quien ha sido lastimado en un aspecto muy grave para el macho: la virginidad de la hermana. Estamos ya frente al "Centauro del Norte”. El que rienda en mano hará sentir a los demás cuán macho es. Ha llegado su turno al charro mexicano de utilizar en plano práctico y eficiente lo que sólo servía para recreo de la vista, para ocasiones de fiesta. Ahora tiene una función la "caballería” mexicana.

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PANCHO VILLA, LOS CHARROS Y EL MACHISMO

"Doroteo Arango era un muchacho temido porque, a consecuencia de un altercado con un individuo ape­ llidado Benítez, corrió la sangre y acusado Doroteo de intento de homicidio lo encarcelaron . . Pere Foix: Pancho Villa, 1955, p. 14. Habiendo regresado yo, el 22 de septiembre (de 1894), de la labor, que en ese tiempo me mantenía solamente qui­ tándole la yerba, encuentro en mi casa con que mi madre se hallaba abrazada de mi hermana Martina; ella por un lado y don Agustín López Negrete por el otro. Mi pobrecita madre estaba hablando llena de angustia a don Agustín. Sus palabras contenían esto:

—Señor, retírese usted de mi casa. ¿Por qué se quiere usted llevar a mi hija? Señor, no sea ingrato. Entonces volví yo a salir y me fui a la casa de un primo hermano mío que se llamaba Romualdo Franco. Allí tomé una pistola que acostumbraba yo tener colgada de una estaca, regresé a donde se hallaban mi madrecita y mis hermanas y luego le puse balazos a don Agustín López Negrete, de los cuales le tocaron tres (Martín L. Guzmán: Memorias de Pancho Villa, 1954, pp. 9 y 10).

Tenía solamente dieciséis años cuando este inciden­ te, era mozo y ya expresaba claramente las manifes­ taciones agresivas —destructivas de su carácter—. Desde el incidente de Gogojito hasta su convenci­ miento por Abraham González para afiliarse y luchar en la Revolución, ha transcurrido el tiempo suficiente —16 años—, durante los cuales es un individuo al 145

margen de la ley que sólo ha podido trabajar en oca­ siones y por corto tiempo. Con treinta y dos años —ya no un mozalbete— en 1910, con muchos años de ''gloria” entre sus antece­ dentes, encuentra en ese momento la "sublimación”: continuar con la vida de aventura y atropello en gi­ gantesca escala y ahora con justificación estupenda, va a salvar a los pobres y a reivindicarlos; pelea por la justicia y la igualdad. Pero el hombre no cambia ni cambiará, es el indivi­ duo destructivo que tiene posibilidades inmensas de realizar ese rasgo de su carácter con toda amplitud, sin restricciones y en circunstancias inmejorables. Agustín, en un momento crucial de su vida, vacío espiritualmente, ha arrojado de sí la doctrina del maniqueísmo que no le satisface y ya no quiere nada con la retórica estricta; es un hombre de carácter robusto, hombre como San Pablo en el aspecto de sexo, ha llevado una vida que incluye todo y que no tiene nada que ver con el ascetismo; necesita llenar ese hueco con el que el hombre no puede vivir, tiene que llenarlo con alguna filosofía, actitud, seguridad. Nada hay en ese momento de la historia, digno de una mente y de un cuerpo de su fuerza, que no se encuentre dentro del cristianismo; es entonces hacia allá a donde va Agustín para convertirse en obispo de Hipona y luego en San. Pancho Villa en sentido inverso y negativo: su ca­ rácter que se pudo conservar produciendo robos, ase­ sinatos, violaciones; encuentra su "salvación” en el brote convulso que lo contiene perfectamente y lo idealiza. 146

¡Exactamente lo que hace falta en ese movimiento! ¡Destruir sin compasión y sin límite! Llegará des­ pués el momento de construir, de crear; por lo pronto, ¡matar!, ¡abundantemente!, ¡siempre! Hoy por uno, mañana por otro; luego por un "ideal”, así con los postulados y principios. Hay que cambiar el orden existente y no dejar pie­ dra sobre piedra; es una revuelta de sangre y odio, ahí está bien Pancho Villa, ha encontrado su asiento definitivo, ahí se quedará. De carácter autoritario y sádico, de temperamento colérico y sanguíneo, de nula instrucción y baja ex­ tracción social, con probable sentimiento de inferio­ ridad social e individual, reacciona violentamente en forma brutal ante cualquier insulto, duda o agresión; el carácter autoritario lo hace sumiso y servil con cierto tipo de personas y en determinadas circunstan­ cias, dominante y despótico con otras, según sean su­ periores o inferiores. Las situaciones correspondientes, lo determinan. Implora arrojándose al suelo y llorando cuando van a fusilarlo por órdenes de Victoriano Huerta. Preten­ de fusilar a Obregón —que contrariamente conserva la tranquilidad necesaria y no se inmuta—, que lo irrita profundamente por su manera de comportarse porque no solicita perdón ni pide nada. Y sucedió entonces que el principal de aquellos tres ofi­ ciales prisioneros, de nombre Elias Torres, me dijo con muy grande arrogancia: —Yo no pido ni quiero su misericordia, señor. Y claro que oyendo yo aquellas palabras me enojé. Porque un soldado prisionero a quien se perdona la vida no debe

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ofender a su apresador, y era ofenderme a mí el decir aquel oficial que no quería mi misericordia, puesto que con ello significaba despreciarla, y se afrenta a un hombre cuando se desprecia lo que él ofrece con estima. ¿La misericordia de Pancho Villa no era tan buena como la de cualquier otro hombre, federal o revolucionario? Le respondí yo: —¡Ah, conque no quiere mi misericordia! Muy bien, se­ ñor. Dígame entonces cuál es la pena que en todas partes merecen los traidores. Me contestó él: —Los traidores merecen pena de muerte, pero yo no soy un traidor. —Amigo, eso cree usted, y eso dice, pero la vida no está hecha de palabras. Sus actos, que son los que valen, lo pintan como grande traidor. Conque usted dicta su pena: que lo fusilen inmediatamente. A seguidas le pregunto al capitán: —Y usted ¿qué me dice? Él me contestó: —Que pienso lo mismo que mi mayor. Yo le digo: —Bueno, pues que también lo fusilen, porque también piensa mal. Y le añado al otro: —Y usted, señor teniente? —Que quiero seguir la suerte de mi mayor y de mi ca­ pitán. A lo que contesto yo: —Pues que también lo fusilen. Y así fue. A seguidas los fusilaron. (Memorias de Pancho Villa, op. cit., pp. 224 y 225).

Grave sentimiento de minusvalía frente a tres indi­ viduos inermes, vencidos, de una resolución y teme­ ridad a toda prueba para encararse con un hombre como él sin temer la muerte, ¿cómo podían atreverse a despreciar su benevolencia y decírselo a él, Pancho Villa? 148

El guerrillero norteño es el símbolo representativo del machismo en varias de sus expresiones: motivos sexuales y de atropello a una de su hermanas, por alguien que ocupaba una posición más elevada desde el punto de vista social. El dolor de su madre y la opinión de las gentes que podrían enterarse y segura­ mente se enterarían. Su propia cólera y su sentimien­ to de inferioridad. Venganza y odio hacia el individuo y la clase. La realidad existente en su tiempo de la dificultad para obtener justicia y su propia capacidad de destruir. Por todas estas razones hiere a un hombre a quien propina tres balazos. Escapa a la sierra huyendo de quienes lo buscan para aprehenderlo, permanece en el Estado de Durango y después va a Chihuahua; siempre utilizando el atraco, la agresión física y el asesinato, acompa­ ñado de quienes han hecho una profesión de este modo de vivir. Algo es imprescindible en él durante ese tiempo y lo será siempre: el caballo extraordinario y la pistola dispuesta. Tiene los atributos que caracterizan el machismo: hipertrofia compensadora de la personalidad, narcisis­ mo, petulancia, agresividad, destructividad intensa, odio importante hacia el superior (no tan sólo en sentido jerárquico), desprecio profundo y temor por la mujer —siempre que no sea de la familia o empa­ rentada en grado cercano, que por el contrario hay que hacer respetar, gran amor por la propia madre y gran desprecio por la ajena, que llega al insulto grave con frecuencia—, hiperestesia ante las actitudes de los demás (grave inseguridad) que le hace recibir 149

como insulto cualquier actitud inocua; conceder gran importancia a la genitalidad y sexualidad medular. Su actitud ante el hombre es variable según la cate­ goría social y económica: los ricos son vistos necesa­ riamente abusivos y bandidos, los pobres con simpatía y protección; todos deben doblar la cerviz ante él, que no tolera discusión. Cuando Villa dice no, el mun­ do acata la voluntad del individuo agreste y rudo que impera lo mismo cuando dice sí. Parece que frente a su estructura de carácter y tem­ peramento no existe más posibilidad para resolver los problemas que plegarse a sus designios o ser destruido. ¡Él no puede quedar como un mequetrefe! Las situaciones en que eventualmente logran con­ tenerlo los que le rodean, son de tal modo graves que deben resolverse por elemental instinto de conserva­ ción. En tales ocasiones duda, no quiere en ningún caso aparecer como individuo que ha perdido o ha sido superado. Se trata probablemente del sentimiento de minusvalía que orienta constantemente su conducta. ¡Nadie podrá alardear de haber salido con la suya! Un pobre diablo durante su juventud, en su ma­ durez física encuentra la Revolución y halla acomodo en ella donde ocupa un lugar envidiable. Ha escalado un tramo, ahora le temen y puede mandar. Ejemplo definitivo para el mexicano postergado y de clase humilde, carne de cañón. De ahí salió Pancho Villa, convertido ahora en general en jefe de un conjunto de hombres, en factor que inclina la balanza de las decisiones básicas. Se vuelve omnipo­ tente, capaz de hacer temblar a las gentes con sólo 150

su presencia y nombre. Es meta para todos aquellos que ven en él sus posibilidades realizadas. Astro de primera magnitud, logro personal óptimo; es el exponente máximo de lo que podía dar la Revo­ lución en plano negativo. Hay gran diferencia entre el que cobraba 18 cen­ tavos al día, podía ser levado y enganchado para cual­ quier región inhóspita y lejana, y el que ahora con un fusil en la mano tiene derecho a intervenir, cam­ biar el orden social, invirtiéndolo radicalmente. Se vuelca aquí la inferioridad de siglos, todo el re­ sentimiento de muchos años, episodios y situaciones; ahora el "lépero”, el esclavo, marca el derrotero. No todos llegan a generales, ni pueden lo que Pancho Villa. La mejor porción es para los grandes, las mejores mujeres también; pero algo queda para el infeliz que se siente como un poder determinante, miembro de una facción, subordinado a un jefe que es muy pode­ roso y con quien se identifica. Puede matar a dis­ creción, colgar gachupines o chinos o de todas las razas y asesinar curas. Cada uno es el personaje más importante de México. El jefe de la "División del Norte” y sus secuaces, son cada uno un "caballero” y la lucha es: órdenes que cumplir, simple pelea en sí. Los resultados se explican o se racionalizan. Se jus­ tifican de manera satisfactoria: Creo por esto que mis tropas demostraban muy grande valor preparándose con sus pocos elementos al ataque de tan poderoso enemigo; el cual, además, nos espiaba, y nos ace­

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chaba, y se nos ocultaba en trincheras donde no lo pudiéra­ mos herir. Pero consciente yo de todos aquellos azares, comprendía también cómo en esta hora el futuro de nuestra causa no se cobijaba en retroceder, sino en avanzar, y cómo aunque nos amagara el peligro de la derrota, que siempre ocultan las peripecias de la guerra, teníamos que enseñar a Obregón que nuestros hombres, en su poco número, se acre­ cían por su grande arrojo junto a la mucha gente con que él nos esperaba, más que estuviera ella muy bien pertrechada y nosotros no (M. L. Guzmán: op. cit., p. 8 80).

Se ve claramente que el criterio de la guerra como algo que debe hacerse con preparación y técnica, no tiene nada que ver con la opinión de Villa. Él expre­ saba: ¡son unos cobardes los obregonistas, no pelean limpio, tienen más hombres, ametralladoras y caño­ nes, se esconden en trincheras y no salen a pelear a campo raso, vamos a demostrarles que los villistas nunca se rajan! La influencia emocional era predominante. Verda­ deros "caballeros” que se citaban para pelear, asal­ taban una fortaleza o posición a sabiendas de que serían destruidos o derrotados; pero que debían ha­ cerlo para no desmerecer en la opinión de sí mismos y de los subordinados o compañeros. Pero envalentonado Maclovio Herrera, según es mi juicio, por aquellas expresiones mías que me dictaba el afecto y mi amor de la concordia, me contestó con frases todavía más duras que su telegrama de cinco o seis días antes, en el cual me decía: '’Señor general Villa, como ya le he expresado, ni yo ni mis hombres queremos nada con usted. Aquellas injurias, que según memoria mandé yo desde Torreón a nuestro Pri­ mer Jefe, y que si en verdad existieron fue sólo por culpa 152

de Pancho Villa, y no porque don Venustiano Carranza las mereciera, esas mismas pongo aquí ahora para que usted las reciba en correspondencia a los actos de su conducta; y no le digo más, sino que lo espero con quinientos soldados en la Mesa de Sandías, paraje de su conocimiento y que si es hom­ bre para el caso puede venir a verme con fuerzas de igual número” (p. 121).

Esto es claramente, golpear el guante en la mejilla del adversario y entregar la tarjeta con el ofrecimien­ to de enviarle al día siguiente los padrinos para indicar el sitio, las armas y la hora. ¡La Revolución y todo lo demás, podía esperar! En Parral, cuando le solicitan que abandone la plaza para que no sufran las personas y los intereses, Villa dice: —Señores, yo no debo abandonar esta plaza, como us­ tedes lo desean. Mi honor de militar me lo prohíbe mientras el enemigo no llegue y me arroje de aquí a balazos. Pueden ustedes retirarse, señores (p. 212).

Frente a Chihuahua, intima la rendición de los defensores hablando en nombre de la humanidad y de la justicia: Si esas tropas quieren combatir, salgan a la guerra fuera de la ciudad: que si no lo hacen, es decir, si nos obligan a ir a batirlas a donde ahora se encuentran, según lo ejecu­ taremos mañana mismo si no abandonan sus posiciones, será suya la responsabilidad de los males que se causen y deber nuestro imponer el castigo. De Ávalos al sur escojan esas tropas el terreno que mejor les cuadre para campo de batalla, y allí nos acercaremos yo y mi ejército para que se trabe la lucha y se decida (p. 878). 153

En Celaya, se dirige al general Álvaro Obregón: Lo invito pues, señor general, a nombre de lo que se llama sentimientos humanitarios, a no seguir en aquel refugio, sino salir a la lucha de campo abierto con los soldados del pueblo que yo mando.- También le digo, que puede escoger sitio para el combate, no siendo otra ciudad, y que yo iré a batirlo donde se encuentre, conforme ahora voy a hacerlo; y que si desoye estas palabras y sigue la práctica de afortinarse entre aquellas paredes, deber suyo es poner a salvo de mis proyec­ tiles las familias y moradores extranjeros de Celaya en obe­ diencia a las leyes de la guerra y según conviene que se haga en beneficio de las relaciones internacionales. Óigalo, señor, y tenga presente que antes de tres días lo atacaré con todas mis bocas de fuego. (M. L. Guzmán: op. cit., p. 878).

Se percibe lozano el olor y sabor de la caballería: permite escoger el día, la hora y el lugar; da la ven­ taja de que tiren primero; probará la fuerza contra el adversario abiertamente, en plan de desafío perso­ nal. Habla de lucha a campo abierto —sin refugiar­ se—, fuera de la ciudad. A él lo sacarán a balazos, nada de estrategia o táctica; nadie dirá que él corrió. Así fue aquella segunda batalla de Celaya, librada entre mis tropas y las de Alvaro Obregón los días 13, 14 y 15 del mes de abril de 1915. Algunos lo nombran "segundo com­ bate de Celaya”, aunque yo creo que sin razón, pues de acuerdo con los dictados del arte de la guerra no fue combate, sino batalla. Cuando así sea, sufrí allí muy grave descalabro, o más bien dicho, muy fuerte derrota, lo cual causó tan hondo alivio en los hombres favorecidos de Venustiano Ca­ rranza, que en seguida empezaron a publicar los partes de Obregón, hechos también con los engaños de la alegría. Digo esto porque no comunicaba él las verdaderas proporciones de su victoria, según lo hacen siempre los buenos hombres 154

militares, ni decía cómo con muy poca gente, y muy escasas municiones, había yo venido a atacarlo en trincheras que tenía el muy bien preparadas y guarnecidas, sino que me acumulaba treinta mil soldados, y aseguraba, por obra de sus palabras, que les había yo traído desde toda nuestra Repú­ blica para vencerlo, y decía haberme hecho cuatro mil muer­ tos, y cinco mil heridos, y seis mil prisioneros. O sea, que para las expresiones de su gloria había yo perdido toda mi gente y tres o cuatro mil hombres más (M. L. Guzmán: op. cit., p. 890).

Vuelve a encontrarse aquí el individuo carente de objetividad, a quien sólo le interesa la derrota por haber llevado peor armamento y menos soldados y porque el contrario se ocultaba. No se piensa que lo fundamental en la guerra y principalmente en la Revolución, es triunfar, ganar, y lograr lo que se pretende: consolidar la ganancia; no aventurarse si las circunstancias hacen imposible o poco probable el éxito; intentarlo si las condiciones proporcionan ventaja o si las pérdidas, menores que las ganancias, corresponden al peligro de la interven­ ción. Pero entonces, cambiando aquella voz, oí que me decían: —No soy el jefe municipal; soy Emilio P. Campa, que te hablo de Sombreretillo. Por allá me tendrás esta noche para quitarte el orgullo. Yo nomás le dije: —Pasa, hombre, pasa, y se te harán formas de mucho cariño . . . La mañana de otro día siguiente un humilde lechero me entregó un papelito que contenía estas palabras: Desgraciado, dentro de cuatro días me tienes aquí de nuevo para quitarte el orgullo. — Emilio P. Campa (M. L. Guzmán, op. cit., pp. 118-120). 155

Agresión verbal directa, información previa de que se buscará al otro para destruirlo; lucha individual dentro de una situación que se proyectaba en todas las formas hacia un fin social y de trascendencia para todos los habitantes de la República. Es la lucha en una palestra o palenque de gallos, donde dos indivi­ duos dirimen sus dificultades y ocasionalmente sus odios personales y diferencias que no tienen nada que ver con el programa general que se ha convertido así, en un asunto que pasa a tener un significado secundario. Cada jefe importante de División, cada jefecillo, es todo poderoso y propietario del lugar con­ quistado y de la riqueza tomada. No existe el afán idealista de supeditar a intereses más altos y más am­ plios los propios. Ensoberbecidos intervienen en asuntos de índole ci­ vil, penal, económico y religioso. Las mejores mujeres del lugar son para él y sus subordinados. Imprimen papel moneda. Pretenden arreglos directos de tipo in­ ternacional. Puede deducirse que cada uno de los hombres lleva a la Revolución sus propios problemas. Eso, de ser verdad, no es suficiente para explicar un conjunto de circunstancias, que tienen que ver probablemente con la estructura caracterológica — social, de los que intervienen en ese episodio importante de enorme sig­ nificación.

Ejemplo: Eso le dije, y no mandé a llamar a Maclovio sino a José de la Luz, sabedor de cómo éste llevaba la voz de la autoridad en toda aquella familia, y como se decía entre los hombres de la Brigada Benito Juárez y entre las

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demás fuerzas de mi división, que José de la Luz fijaba a Maclovio Herrera todos los actos de su conducta, y que el referido José de la Luz era el principal instigador para que Maclovio se apartara de mí en mis luchas con el señor Ca­ rranza. Cuando así no fuera, es lo cierto que don José de la Luz ejercía sobre sus hijos tan grande autoridad y les inspi­ raba tan fuerte respeto, que siendo ellos generales, y man­ dando Maclovio una brigada, no se atrevían a fumar delante de él, ni mostraban delante de él la debilidad de ningún otro vicio aunque lo tuvieran (M. L. Guzmán: op. cit., p. 562).

Se comprende que un individuo con tan enorme dificultad frente a la autoridad paterna, actuara cons­ tantemente en forma reactiva, de modo hipertrófico ante cualquier autoridad. Gentes de gran problemá­ tica familiar ante el hombre o la mujer y frente a la autoridad paterna, darían lugar a numerosas dificul­ tades desde el punto de vista de la disciplina y serían poseedores de un gran resentimiento y una gran can­ tidad de odio frente a las personas dotadas de poder en alguna forma. Por otra parte, en una reacción grave, ante los desposeídos de autoridad y poder, se dedicaban al abuso, explotación y destrucción. Deseaban afirmar el poder auténtico de que care­ cían, al emplear el poder material y físico que poseían fortuita y accidentalmente. Se aprecia en muchos una forma específica de reac­ ción ante la mujer, polaridad fundamental en la vida de cada hombre de México desde siempre. ¿Y no es grande honra, por estar ya casado Pancho Villa, que él descubra una mujer, y que la escoja, y la quiera, y la atraiga, y la acaricie? El matrimonio, Luisito, se hace tan sólo por miedo a que el amor se acabe; mas viva usted seguro que no es honra de una mujer vivir siempre un hombre para 157

ella porque a eso lo fuercen el religioso y el civil. Honrada por un hombre es toda mujer que ese hombre quiere, y que él cobija con su cariño (M. L. Guzmán: o¡). cit., p. 711).

Se refiere el autor a una conversación entre Pancho Villa y Luisito, en relación con Conchita Fierro. Luego: Esta mujer tiene que recibir en buena forma el cariño que en buena forma le ofrezco yo. No ha de seguir acogién­ dome con las formas de su desagrado ni de su enojo. ¿Por qué, señor, he de consentir que me arrope ella con su ver­ güenza, y no con el orgullo de que se sienta a mi lado? (p. 711).

Así hice yo, estimando como es camino de los hombres, cuando por su yerro quedan en manos de una mujer, aca­ llarla, o aquietarla, o consolarla, mediante los halagos del dinero, pues frente a las riquezas siempre se inclinan ellas, y cuando no se inclinan, se ablandan, y eso lo mismo si es agravio lo que se les ha inferido a impulsos de la mucha pasión amorosa, que si es cualquiera otra la razón de su enojo (p. 759).

Huelga el comentario. La mujer es secundaria y debe sentirse honrada hasta cuando es violada por el macho arrogante y fanfarrón que se siente el ser máxi­ mo de la creación y que ellas nacieron para su "ser­ vicio” en todos los aspectos. ¡Este es el sujeto que vengó la virginidad de la hermana propinándole de balazos a López Negrete! ¡Es el mismo que iba a luchar en la Revolución a favor de los desarraigados y miserables, machos por supuesto, porque se comprende fácilmente el porve­ 158

nir de las hembras hermanas, esposas, e hijas, de todos aquellos a quienes él iba a salvar y de sus mismos colegas!

Los charros, Pancho Villa, la Revolución

Villa ha sido estudiado en diversas formas., con perspectivas diferentes, por personas de conocimientos adecuados y capacidad necesaria, no obstante, se debe explicar por qué un hombre como él significa tanto para el mexicano contemporáneo de cierta condición social, determinado tipo de formación psicológica y especial actitud hacia la vida. Implicará gran esfuerzo intelectual y multiplicidad de hojas por escribir, el tratar de explicar y justificar la conducta y actuación del guerrillero en las diversas circunstancias de su vida. No podrá agotarse fácilmente el tema de sus haza­ ñas y actuaciones. El "Centauro” representa lo verdaderamente des­ tructivo puesto al servicio de un "ideal” que encuen­ tra en la Revolución la forma de satisfacer su enorme agresividad frente a masas de hombres, de soldados y de toda clase de personas. La Revolución le dio su oportunidad, él no llevaba programa alguno ni era capaz de concebirlo, menos aún, elaborarlo y meditarlo. ¿Para qué programas?, le bastaba con la figura maternal del señor Madero, idealista, pequeñito y afectuoso. Muerto éste ya no importaba el ideal, lo 159

fundamental era pelear, luchar en cualquier condi­ ción; de manera que hubo de meterse hasta con los "gringos”, con o sin razón, ignorando por supuesto la consecuencia de tal actitud, con intención o sin ella. Figura ambivalente en el ámbito histórico, ha dado lugar a múltiples reacciones. Hay quien lo convierte en héroe nacional y solicita para él una estatua y quien lo juzga tranquila y definitivamente un ban­ dido y asesino. La descripción de su vida lo coloca en el lugar que le corresponde, su conducta lo expresa, pero no son suficientes para tratar de entender sus motivaciones, el porqué de sus reacciones y sobre todo: ¿por qué un hombre como él significa tanto y es admirado por un sector tan característico del pueblo mexicano? Pobre de solemnidad, agricultor, perteneciente a una fracción infeliz y atropellada del pueblo; sufre en carne viva todo lo que el jornalero y el peón odian más: el abuso de autoridad, la explotación, la carencia de respeto y el desprecio para quien se cree y se siente inferior. El "señorito” de la otra clase, la que ha mandado siempre, la que tiene la protección legal y económica del gobierno y su cacique repre­ sentante, agrede la porción hiperestésica del "honor” del de abajo: lo relativo al sexo y la integridad de la mujer. Desde que fue establecido el derecho de pernada (Jus prima nocte), violación grave e increíble en nuestra época, el hombre ha tenido que soportar ca­ llada y rencorosamente tales abusos, percibiendo la inutilidad de cualquier actitud gallarda. Pancho Villa, rompe con esta tradición, y en rebeldía hiere y huye 160

primero; después se acoge a la Revolución y se con­ vierte en vengador de los pobres. Analfabeto, grosero, colérico, sádico; lábil emocio­ nalmente, sujeto a raptos incontrolables. A pesar de todo ello, logra reunir un ejército que en determinado momento es el más numeroso y el más fuerte, que le admira y le quiere y llega a la incondicionalidad casi absoluta. ¿Por qué luchan a las órdenes de Villa y se le subor­ dinan, individuos de una gran calidad humana y de muy superiores atributos, definitivamente mejores desde cualquier punto de vista que su jefe? Podría responderse de una manera práctica: algu­ nos no hubieran tenido cabida sino con él; pero no parece suficiente explicación, sino solamente parcial. Hay en el personaje un imán que atrae a las personas y en un medio psicosocial como aquél no habría que asombrarse de que eso ocurriera. Precisamente era el individuo que poseía las características necesarias para reunir, atraer y enardecer al futuro revolucionario. Siempre se ha admirado al "macho” que aguanta, que no "se deja”, al de extracción humilde "enfren­ tado” a los otros, al "valiente” (en la forma que es interpretado comúnmente), al "que las puede todas”, al de actitud dominante y con la mujer, al que des­ precia la muerte. Al charro, magnífico jinete, al buen tirador de pistola; al hijo que "adora” a su madre, hace respetar las mujeres de la familia, que no tolera el menor insulto o duda sobre su hombría; el superdotado sexual que tiene las mujeres que desea, el "con­ quistador” que las toma y las deja. 161

Pancho Villa incursionó en la tierra de los yanquis, mal queridos en México por ser ejemplo de potencia, fuerza y dominio claro o solapado. Se metió con la nación más poderosa del mundo, la que se hacía no­ toria como intervencionista, inclinada hacia el gobier­ no y el "orden”, deseosa de cuidar sus intereses exclusivamente, enemiga de cualquier rebelión hacia un gobierno amigo, o bien interesada en ayudar a al­ guien comprometido e incondicional a ella. Personaje de leyenda que lo puede todo, Pancho Villa cumple con la regla ejemplar, con lo que cada quien desea realizar, con el anhelo inalcanzable de cada uno de los que están o estuvieron en igual situa­ ción. Es ejemplo y meta, llena todas las aspiraciones, recoge un patrón social y lo expresa de manera hiper­ trofiada. Puede ser considerado, como el "tipo” más logrado de machismo, realizado óptimamente en vir­ tud de las condiciones peculiares en que vivió. No debe asombrar entonces, que arrastrara miles de gentes a combatir con él, no con la causa o con el programa, ni que todos ellos hicieran alardes de temeridad y de arrojo personales. Sin técnica y sin estrategia, la labor fue producto de la obra de cada uno que funcionaba como "muy hombre” y que no se "rajaba”. Uno de los problemas que tuvieron que enfrentar los jefes, fue el número de "individuos” que ejercían predominio y tomaban determinaciones bajo la protección de los soldados a su mando, ocasio­ nando brotes constantes de indisciplina derivados del poder, la arrogancia y la hipervaloración personales. ¡Ellos habían hecho lo más importante! Cada hom­ bre era determinante del triunfo, cada uno tenía mé­ 162

ritos suficientes para presidente de la república y salvador del país. Eso en cuanto a los "grandes”; los pequeños son desde entonces o por ello, muy hombres, muy agre­ sivos y destructivos. Del triunfo de la causa obtuvieron los deshereda­ dos lo debido, poco a poco, ocasionalmente, con una lentitud desesperante, que aún no finaliza. Sobrevino por otra parte como producto, una actitud exagerada, contagiada de la época o por ella ocasionada, ¡quién sabe!, pero que permanece en la actualidad. Parece correcto atribuir su aparición a una resultante de la Revolución, determinada por factores múltiples que están aún por aclararse. Se ha terminado el sueño que duró unos diecinueve años, ahora se está en la realidad temida y odiada. Ha pasado el torbellino y hay que construir, tra­ bajar, dejar el fusil, tomar el arado y emplear la fuerza y la capacidad de producir. La realidad es dolorosa, hay que aplazar la entrega del usufructo de la lucha, justo, pero difícil y tardado. Sólo queda una imagen de lo que se ha sido, de lo que se hizo. Ahora ya no es tan importante el hombre en sí que debe postergarse y volver a lo que era antes. Ahora son importantes los políticos. ¿Podrá el hombre olvidar completamente todo? ¿Podrá convertirse en alguien diferente, adecuado para lo que se avecina? ¿Podrá contenerlo la nueva civilización que es pro­ ducto de la causa por la que combatió? La respuesta parece negativa. Continúa siendo vio­ lento e inseguro, bravucón, peleonero; reacciona aún 163

como en los años en que podía ser todo esto impu­ nemente. Raudo con el castigo físico, no tolera nada y mata fácilmente. La Revolución no lo ha cambiado fundamental­ mente, lo recibió en su seno y lo contuvo ahí, pero no lo cambió. Es el mismo; porque el problema no es superficial y fácilmente modificable, sino irracional, inconsciente y de muy honda raigambre. Es problema de caracterología, producto de la cultura, de la fa­ milia, de la educación. La Revolución sólo proporcionó la posibilidad de emplear algo que se estaba haciendo y que iba en marcha lenta pero segura; permitió usar abierta y ampliamente la destructividad entre hombres, en pre­ sencia de las mujeres. Es necesario entender que no se dice que la Revolución fuera causada por esto, sólo se explica que permitió su aparición y su empleo, su utilización en gran escala. Producto de la modificación de los hombres y del influjo de las condiciones económicas, sociales, psico­ lógicas y políticas imperantes, la Revolución ocasionó a su vez la estructuración caracterológica de ciertos tipos de individuos y especialmente de uno que nació al calor de ella con carta de ciudadanía, aunque exis­ tiera antes en forma de esbozo. La modificación de los individuos entre otras cosas y en forma importante, hace posible la rebelión, el cambio y la alteración del orden social. Los resultados de la lucha misma que dura casi cuatro lustros, modifican al hombre dándole forma a su carácter; ahora es representativo del mexicano, el hombre petulante y presuntuoso, con un sentimien­ 164

to de valía exagerado que oculta la inseguridad y una actitud reactiva hacia el sexo en sus diversas manifes­ taciones y hacia la mujer. El carácter individual y el social, fueron un medio de gran peso durante la lucha impregnada de ellos. Veinte años de matar y morir, de traer a la mujer consigo como "cosa”, de ser caballero en corcel ligero -—utilización práctica de la charrería—, de portar armas y usarlas a discreción; realizaron ese carácter cristalizándolo y dándole crédito como representativo. Treinta y ocho años después aparece aún en pleno vigor.

Charrería y mexicanidad

El caballero español genuino existe todavía, es fácil verlo donde haya el suficiente dinero y la posibilidad anticuaría de encontrar una armadura montable y co­ locarla en la esquina estratégica de un gran salón, con un palo metido en el espinazo simulando la columna vertebral que lo mantiene de pie y le permite dar el aspecto de que ahí está el señor que se la ponía para luchar, montar a caballo y destrozar al adversario. Es un objeto de antigüedad escaso y caro, apreciado por anacrónico. Hay quienes poseen la armazón del antecesor, ahí está el ancestro famoso que peleó en tal parte y en otra descabezó muchos enemigos, hendió piedras y finalmente conquistó un reino. Numerosas damas esperaron y enfermaron de clorosis por él. ¡Hasta se escribió sobre él un relato legendario! ¡Su nombre aparece en una canción romance! 165

De cualquier modo, es un ejemplar como el tiranosaurio o el diplodocus; de una capa terrestre y una época evolutiva que a nadie interesaría rejuvenecer o conservar para reproducir la especie, de una época histórica bien pasada, que algunos se interesan por retener atribuyéndole aspectos importantes de la pro­ pia nacionalidad y carácter, en un deseo manifiesta­ mente démodé y carente de realidad. La armadura y la panoplia son objetos de curio­ sidad y de interés anticuario e histórico. Son el pasado y su explicación y justificación. No se tiene que re­ vivir una religión animista, o primitiva con rituales de tipo antropofágico, tampoco hay que revivir una situación histórica que felizmente pasó y en el mundo ha sido olvidada. Es lástima que se perdiera lo que dio de positivo al mundo espiritual: la palabra empe­ ñada, el honor, la responsabilidad, la dignidad y el desfacer entuertos; conservando en cambio —en «1 caso de la caballería— la charrería, la presunción del traje elegante y el corcel lujoso en el nivel más alto; y en el más bajo, lo que es clave para entender la psi­ cología del mexicano de la metrópoli y de algunos lugares cercanos o de provincia; la permanencia de un código que la convierte en actual. El charro significa en México precisamente lo re­ presentativo. Especialmente para los extraños que lo conocen poco. Para el habitante de cualquier parte de la República es sustancial el caballo, el traje y la pistola, la canción agresiva y cruel, grosera y penden­ ciera, abusiva e irrespetuosa de la mujer; de perfil trá­ gico impregnado de balazos: entierro y engaño de 166

parte de "ella”; cariño y consuelo en la "madrecita santa”. Cuando un personaje extranjero venía a México y se le quería mostrar lo nuestro, frecuentemente se le llevaba a Xochimilco y se le ofrecía una comida que estaba integrada por las manifestaciones autócto­ nas de la gastronomía mexicana: mole, enchiladas, frijoles, carnitas, chicharrones, menudo, caldo tlalpeño, tamales, pulque y tequila. También se le llevaba a las ruinas de Teotihuacan cercanas a la capital y de fácil acceso, como representativas de un estadio de la mexicanidad. Después podía asistir a una charreada en cualquiera de los sitios adecuados; ahí podría ad­ mirar la pericia, el valor, la temeridad, el arte para emplear el caballo y el lazo, el toro y el torete; todo adornado con música vernácula y en presencia de mujeres hermosas, "reinas” de tal espectáculo. Se luciría el estupendo traje, 01 sombrero galo­ neado, las espuelas y el calzado, dando conocimiento y aprecio a lo mexicano para los que desconocen las tra­ diciones y tienen escasa oportunidad de gozar de ellas. Impecable, estéticamente irreprochable desde el punto de vista turístico y financiero; no lo es psico­ lógicamente y tampoco por lo que respecta a la ver­ dad total: el charro y su código no expresan la totalidad del problema, sólo representan en teoría la modificación de la caballería española en charrería mexicana. Es la esencia depurada e ideal, de los principios en que se basa la caballería: torneos, lucha por la mujer amada, por ofrecer el triunfo a la más bella y la me­ jor; aristocracia, honor, lealtad. 167

Realmente existe ese charro en casi todas partes, funciona y actúa, impregna la vida diaria con su actitud. En la Revolución ocupó un lugar impor­ tante, es personaje de cine, de televisión, de canciones; pero no es el mismo que se exhibe ante el extranjero; en él hay una reserva de hombría, de lo que es ser macho y su código no se parece absolutamente a la teoría. En los primeros tiempos de la caballería todo se hacía para ofrecérselo a una mujer. El caballero es­ pañol anterior al siglo xvi luchaba años por lograr el amor de la doncella que esperaba hilando en el palacio rodeado de fosos y que al final lo aceptaba en virtud de sus hazañas y atributos personales, físicos y espirituales. Teniendo como fin la monogamia para vivir sólo con la mujer amada y respetarla, lograr su aceptación y el amor único. No es ésta la finalidad del charro práctico; las can­ ciones lo dicen: pendenciero, parrandero y jugador, segará las mujeres como flores, solteras, casadas, de todo color; las dominará para demostrar superioridad. Ella era en la caballería dechado de honor, hones­ tidad, virtud, pudor y timidez. Ella en la charrería es Rosita Alvírez, que coquetea y baila con otros y hace que los hombres se destruyan o bien "no más tres tiros le den”, falsa, mancornadora. ¡Diferentes sin duda! Se advierte que cuando los conquistadores llegaron a México ya existía una variante significativa: Dios y el rey, la gloria y el dinero, substituían la mujer, el honor y el nombre, en cuanto a motivación de sus acciones; aunque se conservaban algunos de los atri­ les

butos básicos que identificaban la caballería. Don Hernando no es un caballero absoluto; pero nadie podría negarle ser una manifestación importante de la misma, modificada del siglo xvi, del Renacimiento. Hijodalgo primero, reconocido después y convertido en Marqués y señor feudal. El problema desde el punto de vista psicológico, sociológico y criminológico, tiene que ver con un as­ pecto colateral, fundamento de quienes aceptan la vida misma como el valor máximo de la existencia: la des­ tructividad. A nadie importa que un hombre se exhiba, se rego­ dee, actúe deportivamente; pero sí importa a todo aquel que no es charro, que no es machista, que se mate en nombre de algo que no tiene razón de ser. Que se destruya la fuente más importante y la riqueza más grande descubierta por el conquistador: el hom­ bre de México. Esto es ya perversión franca e intolerable. Aquí la protesta y la argumentación: la vida de cualquier hombre de México o del Universo, no le pertenece en absoluto, es resultado de la evolución de muchos mi­ llones de años. No se debe arrojar al suelo la vida de un hombre, agujerado a balazos por la causa más banal: mostrar que se es 'muy hombre”. Se ha des­ truido así algo que no es propio y de lo que no puede disponer. La charrería práctica no tiene la culpa; pero de algún modo se ha adherido a esto, la destructividad ha venido coincidiendo con uno de los atributos im­ portantes: la necesidad de demostrar cuán hombre se es frente a la mujer o frente a otro hombre. 169

Entender esta situación es uno de los propósitos esenciales de estos estudios. Que México ocupe el primer lugar en la estadística mundial de la heterodestructividad (homicidio) es una razón suficiente para emprender cualquier es­ tudio hacia la comprensión de un hecho de esta natu­ raleza que nos hace tan tristemente célebres en el mundo del siglo xx, como los sacrificios humanos y la antropofagia ritual en el siglo xvi.

Don Quijote y el charro

Cervantes crea durante el siglo xvn el último ca­ ballero auténtico, remembranza de lo que había sido siempre la caballería; con él entierra el último, el más grande de todos y el destructor de una filosofía que abarcaba siglos. Las virtudes y los atributos "paranoicos” del más cuerdo de los caballeros y de todos los hombres, eran genuinos en el mundo delirante y alucinado producto del pensamiento dereístico de don Quijote; dereístico por anacrónico y fuera de lugar, por paradójico con su época y con el pensamiento que en ella hacía su aparición con base en una filosofía diferente a la que prevaleció en los siglos anteriores. Se comprueba aquí la veracidad de la locura como fenómeno social: don Quijote era loco en la época de Cervantes. El genio del novelista anticipaba el ri­ dículo de toda una época histórica, la provocaba con suficiente antelación destruyendo todo el edificio pa­ cientemente levantado desde las postrimerías de la 170

Edad Media. ¡Don Quijote ya era loco en la época de Cervantes! La función de la sociedad como tolerancia y diag­ nóstico de la locura se comprueba entre nosotros: el charro perdonavidas, bravucón, agresivo y destructor; violador de mujeres, empistolado y dispuesto a matar, no es visto como un ser extraño a nuestro medio. La sociedad lo tolera y lo admira, las películas y las canciones le son dedicadas, es paradigma de lo imi­ table y bondadoso; cuando menos en ciertas fraccio­ nes y clases sociales. ¡En el siglo xvn, un personaje noble y humano, con las mejores cualidades que hombre alguno puede po­ seer, causaba risa y convirtió en genio a Cervantes, por el sólo hecho de ser don Quijote un caballero en una época que ya no lo aceptaba y creía en él! ¡En el siglo xx, en la era atómica, es tolerable por nuestra cultura algo que causaba risa en el xvn! (Los mani­ comios están llenos de individuos que han sido inter­ nados no precisamente por locos en el sentido médicoclínico estricto, sino porque han golpeado a la mamá, papá, hermano, amigo o vecino; han marchado en calzoncillos sobre una bicicleta, a la cabeza de un desfile patriótico en provincia; han pretendido violar una mujer; tratado de raptar una pequeña; no por locos psiquiátricamente hablando, sino por errores de conducta o defectos de comportamiento siempre con características agresivas para la sociedad o alguno de sus miembros. Por ello es un hombre internado, pero no lo será, aunque esté loco en el sentido científico de la palabra. Recordar cómo los paranoicos no lle­ gan al manicomio sino cuando "enredan” a alguien 171

con sus inventos y delirios, o agreden económica, física, social o políticamente a uno de los miembros de su círculo). No podía preverse que la destrucción aparente de Ja caballería dejara raíz profunda en un nuevo mundo. El caballero español enterrado ya, habitante de un continente viejísimo, se identifica como atavismo de un nuevo producto de la caballería moderna nacida en un continente nuevo, y con características que aunque diferentes, permiten la posibilidad del reco­ nocimiento e identificación, que se comprueba en cuanto se observan los actores, comparsas, circundan­ tes y espectadores. No hay sentido de irrealidad, la actitud es exactamente igual a la de los asistentes a un torneo del siglo xm, que creían en la verdad de un juicio, de un desafío, de ordalías; es una actitud de sinceridad, lo creen y lo toman en serio: no debe intervenirse en la disputa, a hora fija, solos, frente a frente, disparar inmediatamente. Es como lanzarse de gran distancia, arrojarse sobre el adversario, en un duelo hasta caer por tierra y destruir totalmente al enemigo, no conceder la vida ni permitir salvedad alguna, ni perdón. Del torneo o el duelo de la Edad Media, al duelo del siglo xvin a pistola, al del charro auténtico, o del charro —caballero— desvirtuado totalmente de las películas de vaqueros norteamericanos; el tránsito es suave y convincente, aunque se trata de lo mismo evi­ dentemente. Castigar al que se sienta más hombre o al que ponga en duda la hombría, al que sea más solicitado por las 172

mujeres, o preferido por la dama de sus sueños que hay que ganar a quien la dispute y finalmente de­ mostrar que se es el caballero mejor y más valiente de todos; no de Castilla, sino del lugarejo pequeño o grande donde se vive y se ha nacido. Todo este duelo que se antoja de la Mancha, con las características particulares propias del medio cul­ tural-social mexicano con matices de ferocidad autóc­ tona; tiene su acompañamiento correspondiente de trovadores que cantan generalmente la muerte glo­ riosa o las gestas del gran tipo que asoló una región, con el consiguiente acompañamiento de muertos, da­ mas robadas y poseídas y enemigos destruidos. La personificación del caballero nuestro, del Bajío, de Jalisco, de Michoacan, de la Huasteca, un charro bien acicalado, jinete sobre caballo magníficamente enjaezado, armado de pistola, adorado por las mujeres, temido por los hombres; llega a la cumbre en la per­ sona del charro por antonomasia que ocupa una época importante y que coincidió con la posibilidad de tras­ cender al través del mundo del cine, televisión, radio y cualquier tipo de ficción; que fallece en tierra ex­ traña, que canta una cierta canción que parece ad hoc después de muerto: "Que digan que estoy dormido y que me traigan acá . . .” Pareja al final de su vida de la "dama”, la dulcinea bellísima, reina de la her­ mosura sin par, y conocida por todos a través de sus proezas —algunas cantadas como en la época de la caballería—, en canción inspirada, en noticiero cine­ matográfico. Esposo de la mujer codiciada por todos, inalcanzable para sí; pero adecuada en cambio para el charro-caballero macho que se la ha ganado a ley. 173

¡Y no han cantado aún las gestas dignas de los me­ jores poetas de la antigüedad caballeresca y de la actualidad charresca! Jorge Negrete fue la despedida de la "caballería mexicana”, fue nuestro charro de pistola, caballo ca­ racoleados hermoso traje, magnífica voz y prestan­ cia, a quien las mujeres se rendían y los hombres ad­ miraban. Murió en tierra extraña, tierra yanqui antítesis de la charrería, de la actitud machista ante la vida. Al regresar se le recuperó para México y perma­ nece aquí, máximo galardón, el símbolo de la "hom­ bría” mexicana. Hemos andado tan sólo cuatro siglos sin solución de continuidad y hemos hallado exactamente el mis­ mo caballero que existía entonces. Este caballero cas­ tellano está modificado moderadamente: no come pan sino tortilla de maíz, en vez de pimienta come chile, no toma vino de uva sino tequila y pulque de ma­ guey; pero es el mismo. Ha tomado el águila simbólica del asiento defini­ tivo en Tenochtitlán para dibujarla en su traje, la espuela del español, el caballo del castellano; se apro­ pió el arma de fuego poco después de arrojar el ma­ chete por inservible para la época, utiliza el lazo manufacturado como el pulque del agave autóctono; conquista a la mujer por sus proezas y méritos, por la fuerza, modificación local que los sustituye. Los torneos tienen también su sabor provincial: la­ zo, coleo, paso de la muerte; reminiscencias trágicas del torneo de antes del siglo xvi. Duelo a muerte por motivos banales pero siempre por una raíz importante 174

y constante, por una mujer y por demostrar que se es el mejor ante ella. No admite ni se tolera compe­ tencia. Todo está saturado de sabor profano. La España religiosa anterior al Quijote, la católica, matizó las características de su caballería. El México de hoy lleva impregnado en su caballería-charrería, el aspecto importante de lo azteca y lo indígena en general: es seguramente lo que hace que un danzante practique idolatría frente a la Basílica de Guadalupe los doce de diciembre, como una ofrenda a María, representada por su paisanita, morena y familiar. Idolatría mezclada con catolicismo tan auténtico como el que más. Caballería real mezclada con cha­ rrería local, tal es nuestro espectáculo machista del siglo xx. Así como se ha utilizado en una construcción reli­ giosa, católica de ambiente español, el mosaico de Ta­ layera; como en San Francisco Ecatepec y en Santa María Tonantzintla, o lo indígena, en forma de ange­ litos de colores de aspectos mexicanísimos, de tianguis y cristos de cañita, gallitos y muñecos de Metepec; así en la caballería mexicana de hoy, lo español está mezclado en forma abigarrada con lo mexicano in­ dígena. Nuestro Quijote no nació en ningún lugar de la Mancha, tendrá que hacerlo en una modesta hacienda mexicana; no se llamará Quesada o Quijada, sino algo así como Pedro López Mixiote . . .

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VI

EL CORRIDO, LA CANCIÓN RANCHERA Y EL MACHISMO

Antecedentes, justificación

La canción y el corrido cubren uno de los aspectos del mexicano que produce la impresión de estar frente a algo peculiar, atributo propio y vernáculo. Ingenua y sencilla la canción, hasta el siglo pasado tenía caracteres propios de las personas que las can­ taban y que vivían en la república, tenía la simpli­ cidad de la vida que transcurría tranquila y se cifraba en el dominio español y en una vida de servidumbre irremediable. Había tiempo para canciones; aún cuando en 1810 se inicia el período complicado de la historia en que la vida es transitoria, de escasa duración, sujeta a nu­ merosas contingencias, expuesta constantemente. Los hombres se matan endémicamente, no trans­ curre tiempo sin nuevo acontecimiento en el que hay que luchar otra vez; siempre por algo diferente que pone en peligro la vida y no le permite al individuo gozar de las alegrías y dicha que ésta puede propor­ cionar habitualmente. A fines del siglo se instala en el poder el hombre fuerte de la época, el gigante a quien Madero destruye con una facilidad que asombra; desaprovechada in­ genuamente y causante de una enormidad de calami­ dades posteriores que parecían innecesarias en la época del combate bíblico. 179

Treinta años de vivir a la sombra de quien parecía inconmovible, hecho del material de las ruinas eter­ nas; viejo todo poderoso y réplica de Moisés, Abraham, Jacob. Positivismo, afrancesamiento, cientificismo de levi­ ta y pantalón de fantasía, en un medio de grandiosidad y festividad monstruosa para los que tenían y no les era suficiente. Para unos cuantos lo mejor y para otros unos centavos, tienda de raya, leva, y descanso de Ulúa cuando pasaban el período de lo ''caliente” y lograban el enfriamiento, que paradójicamente era lo que les permitía la vida, un tanto humedecida sin em­ bargo en el calabozo al nivel del mar. Pasa el siglo xix entre asonadas, aprendizaje de in­ glés, francés, alemán y austríaco; no logra manejarse bien ninguno de ellos, pero no alcanza el tiempo corto de la permanencia de los "profesores” en esta sufrida república que a unos tolera, a otros soporta y llama y procede a imitar. Desde la llegada de los españoles a América y la Conquista, se inicia un tipo particular de canción traída de la Península. Comienza a cantarse el ro­ mance que es definitivamente imitativo del que se creaba en España. Fray Nicolás de Perea, muerto en 1596, fue tentado por el demonio que usó como instrumento el romance de "Mira Ñero de Tarpeya a Roma cómo se ardía”. En 1694 salieron unas "Coplas al Tapado” y en 1713, canciones con motivo del nacimiento del in­ fante Felipe, hijo de Felipe V y otra en relación con el traslado de numerosas familias de México y la Flo­ rida y Pansacola el año de 1745. 180

Ya a principios del siglo xix encontramos corridos impresos que han llegado hasta nosotros. (Corrido de Carlos IV) ... Ya en plena guerra de Independencia aparecen las canciones y corridos al generalísimo don José María Morelos . .. que fue recordado por las fuerzas zapatistas durante la campaña de 1914. Más tarde aparecen los cantos al Ejército de las Tres Garantías, al soldado de Iturbide y otros más. Hacia 1829 circulaban por todo Michoacán canciones guerreras en forma de corridos . . . La elaboración de nuestro corrido como forma definitiva ocupa todo el siglo pasado. De la misma manera que la fija­ ción de nuestra personalidad como nación independiente ocupa también todo el siglo xix, el arte popular, para plasmar en sus genuinas formas de arte lírico, coreográfico, pictórico, etcétera, lo hace calladamente, en la soledad de los campos, en los poblados más distantes, en aquellos hasta los cuales no llega el bullicio de las capitales. Son las guerras, las revolu­ ciones, las asonadas y los cuartelazos los que dan ocasión a que surjan los cantos guerreros, las canciones de campamento, los corridos en que quedarán consignadas hazañas, victorias y derrotas de innumerables héroes: desde las canciones insur­ gentes del Bajío, de la Costa Sur; las coplas satíricas de los yanquis invasores, las glosas en décimas en que se hizo burla y escarnio de Su Alteza Serenísima, las canciones de las guerras de Reforma, y aquellas que nacieron bajo la opresión francesa del segundo imperio. Ni el emperador de barba do­ rada se escapó de tener corridos, ya dedicados a su persona, a su esposa la Emperatriz Carlota, al Sitio de Querétaro, al Cerro de las Campanas, o a sus brillantes jefes militares. Y así, de combate en combate, de rebelión en rebelión, no ha dejado de surgir en ningún momento del pasado siglo el corrido oportuno que señala la parte épica de los combates, las proezas de los ejércitos, las hazañas de los valientes; lo mismo que el temerario desdén con que afrontan la muerte numerosos cabecillas rebeldes a todos los gobiernos, bandidos que han sido antes soldados, u hombres del campo que han sabido conservar una absoluta independencia de acción en contra de las leyes.

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Ya en el presente siglo, desde que se inician las últimas etapas libertarias, es decir desde 1910, el corrido no sólo ha tomado incremento, sino que ha logrado un desarrollo completo, ha adquirido énfasis, serenidad, gallardía, fuerza y una belleza intransferible que lo hace no solamente el género más importante de nuestra lírica, junto con la canción, sino el verdadero arquetipo de mexicanismo, que pronto alcan­ zará el puesto que merece sirviendo de base inconmovible al arte musical de México. . . La demasiada proximidad de los hechos de nuestras con­ vulsiones internas, nos impide apreciar en toda su extensión la trascendencia que los cantos revolucionarios, en forma de corrido, mejor dicho, en forma de romance, tienen para nues­ tro futuro musical. Sin embargo, no escapa ya a la penetra­ ción de muchos, que la vida de Pancho Villa, el guerrillero más notable que hemos tenido, reunida en corridos de una fuerza descriptiva, de una transparencia y sencillez que pas­ man, lo mismo en sus victorias que en sus derrotas, una vez mediados los factores tiempo y distancia, llegará a constituir un gajo nutrido del auténtico Romancero Mexicano, pues esta gesta revolucionaria ha tenido principio dentro de los mismos combates, en el seno de los campamentos, a la luz de los vivaques, y no en las salas de las bibliotecas, ni en los gabinetes de los literatos. Sin embargo, eso que hace veinte años era arte de la masa anónima, del pueblo iletrado y pro­ ducto de la sensibilidad de los trovadores trashumantes que aspiraron el olor de la pólvora y escucharon el tableteo de las ametralladoras, principia a pulirse ahora con el uso, a bruñirse entre la multitud de manos cuyos dedos lo han ido estru­ jando; comienza a tener pátina, prestigio de cosa antigua, óxido y herrumbre, y tersura y suavidad, etcétera. (Vicente T. Mendoza: El romance español y el corrido mexicano, pp. 116, 125, 126, 127, 128, 131 y 132.)

Se observa fácilmente cómo se inició a la llegada de los españoles, el gusto por la canción que ellos traían, Bernal Díaz habla de ellas. Más tarde se trans­ 182

forma y lentamente va, llega a lo mexicano, producto de la modificación que hará aparecer una resultante dinámica, diferente y atribuible a una raíz caracterológica, a un rasgo de la personalidad del mexicano; a un matiz del carácter social. El siglo xix marca el comienzo del corrido. Siglo importante para la vida de México, en el que por pri­ mera vez se manifiesta un deseo de ser diferente, dejar de ser oruga y convertirse en mariposa que vuele inde­ pendiente, que ya no permanezca estacionaria, ni se arrastre. Es la época en que después del sueño de varios siglos —más de tres— se inicia el concepto de la patria, comienza la lucha espasmódica que conducirá a la li­ beración del dominio de la iglesia y de España. La voluntad de vivir en la nación es tan fuerte como en el hombre cuyo sentido existencial tiende a vivir no a morir. Vivir pasando por todos los impedi­ mentos del siglo xix y principios del xx. Para vivir a pesar de las intervenciones extrañas, del lenguaje e influencia bárbaros, se canaliza el sentido existencial cantando la muerte, la tragedia, el asesinato, la ba­ talla, el descarrilamiento, el triunfo y el fracaso; se canta a lo positivo y a lo negativo. Por encima del interés peculiar y del culto básico por la muerte, hay como especie de trampa; puesto que se le canta ha perdido fuerza, se juega con ella como con el peligro, se hace habitual, objeto de gra­ cejada, divertimiento en una figura, en un dulce, en un dicho o una canción. En la época en que se inicia la forja de la nación nace un tipo de cantar que será después representa­ 183

tivo porque se ha colado en la vida del mexicano y del español, como los colores fuertes y chillones gus­ tados por el indígena en lo español verdadero. Un matiz de diferencia entre lo de aquí y lo de afuera, la seguridad de distancia y desemejanza, la posibilidad de hablar de lo "nuestro” opuesto a lo de "otros”, hace que se integre a la estructura del país, que tiene el influjo de lo extraño, un agregado per­ sonal y vernáculo; la charrería, los templos del siglo xix y la adoración de una virgen morena son ejemplos de este fenómeno. Si un mexicano hace un vuelo de un tipo particular y muere durante él o al regreso, debe ponerse en le­ tras de molde, perdurar y eternizarse, se debe cantar en un corrido que diga que lo hizo un mexicano; es afán de trascender, permanecer, y hacer constar. Se vuelca la emoción y el afecto, se ensancha el entu­ siasmo, la duda y la inseguridad. Si la hazaña se realiza en otro país, puede causar entusiasmo, pero es únicamente alguien que intentó y logró lo que se propuso, sólo provoca alegría y satis­ facción. En México la reacción es excesiva e hipertrófica, probablemente por dudar de nosotros mismos, hay que poner de manifiesto nuestra capacidad y repe­ tirnos que tal cosa ocurrió aquí y fue un mexicano el que lo hizo. Cualquier artista hace un corrido después de un acontecimiento, influida su labor por su actitud per­ sonal frente al hecho. Hasta ahí todo es claro y sim­ ple; pero no basta para explicar la difusión, que sólo 184

será posible si hay similitud de intereses y gustos y un ambiente adecuado; por ello funciona una mo­ da, un artista, un deporte. En otros sitios el corrido sería recibido como algo fuera de lugar. Este es el corrido de Emilio Carranza que murió volando tras de una esperanza; volver a su patria cubierto de gloria para que su nombre quedara en la historia.

Carranza, Carranza, tu pueblo te llora, tu trágica muerte tu patria deplora. La Imperial Ciudad en gran recepción, triunfal y contenta, rindió admiración; un gran homenaje rindió el pueblo hermano como premio al viaje del As mexicano.

Es manifiesto el sentido de patria y nacionalidad, la demostración de poder y hacer, la admiración que causa en el extranjero y en el nacional. Un pueblo cualquiera podrá tener abundantes in­ dividuos ciudadanos que sean capaces de crear algo en forma particular, basta con tener iniciativa y la posibilidad de hacerlo, pero no tiene significación alguna mientras no reúna la característica importante que hará escuela: trascendencia social. Un genio hará una obra determinada que finalmente será apreciada como honra y orgullo de su patria y de la humanidad si alcanza popularidad y comprensión; pero eso no da característica a una nación: Rembrandt no es Ho­ landa, Leonardo no es Italia, Orozco no es México; los tres son ciudadanos del mundo nacidos en un sitio 185

particular y no representan a su país estrictamente hablando. En cambio, la afición por la música es ca­ racterística del italiano en grado estadístico, y se transparenta en las obras y el tipo particular de producción musical de sus hombres. Eso ocurre con el corrido en México, es caracterís­ tico de algo general con ribetes sociales, tiene atributos de lo que ha arraigado y se ha integrado en una cul­ tura; no importa que los corridos, no sean muy bue­ nos, tampoco que sean hechos por un genio; repre­ sentan una manifestación del mexicano como ser social y expresan el sentir, la actitud hacia la vida, una ma­ nera de ser, especie de afirmación de posibilidades del habitante de esta porción de América; es un relatar los acontecimientos concediéndoles una importancia que frecuentemente no merecen y que se les da por­ que representan cierta justificación. En 1810 al columbrarse por primera vez la posibi­ lidad de volver a integrarse como nación indepen­ diente y capaz de promulgar sus propias leyes, creán­ dolas y obedeciéndolas, se inicia lo que después dará el concepto de patria. Mientras ello ocurre, sólo se solicita un cambio inimportante de poder y de gober­ nante. Pasa el tiempo y lo que se inició como un movimiento para darle el poder a Fernando VII, se transforma en un movimiento lento pero constante que termina Juárez, en su primera etapa, separando el clero de los asuntos seculares y sentando las bases para constituirse en nación, al fragor de la invasión francesa-austríaca. Morelos inicia la organización de la patria, crea un congreso y una orientación constitucional y agraria; 186

todo se consolida teóricamente, la práctica comienza con Juárez. En todo ese tiempo no hay mexicanidad: es españo­ lismo, mesticismo, rencor, hostilidad yugulada, extra­ ñamiento, perplejidad quizá, pero de ningún modo patria, estructura, razón de ser. Se le puede cantar a la idea de "comerse un durazno desde la raiz hasta el hueso”, se imitará lo de otros países, se cantará en plan crítico moderado, insul­ tante quizá; pero no se ha encontrado el molde que puede contener lo que no existe; el corrido que canta lo de aquí por mexicano, no imitativo, que muestra que se es diferente, que ocurren cosas importantes y significativas, motivo de envidia para los demás, hechos extraordinarios que sanciona la cultura; gue­ rrilla, hombría-machismo, defensa de la independencia y la libertad, lucha contra la autoridad que impera despótica. En vez de la tradición oral o las telas rústicas con pinturas expresivas de los aztecas, se crea el molde del corrido en cuanto hay material que cantar con atri­ butos mexicanos, la historia cantada del amorío entre gentes que no lo pueden realizar, el provincialismo incestuoso en suma, para quien cualquier cosa que sucede dentro de los límites del poblado es de impor­ tancia extraordinaria, porque nunca sucede nada dig­ no de recordarse, bien puede ponerse en letra y mú­ sica la muerte del toro pinto, el novillo despuntado, etcétera. Con base en una oligofrenia cultural, sólo pueden hablar de ciertos objetos, animales, personas; no entienden de otros intereses y frecuentemente no conocen una mesa, un radio, un automóvil y menos 187

un libro, ¿de qué hablar si no del cochinito, de la llu­ via, del bandolero, de la carrera de caballos y de la fulana que hizo que dos tipejos del lugar se atravesa­ ran la barriga a puñaladas? ¿Cómo hacerlo de lo que no se sabe y que tampoco importa por lo mismo? El mundo se inicia y termina ahí donde se vive, en el casco de la hacienda cuando lo hay, en el poblado agrícola de cien habitantes, en la ciudad de gran pre­ tensión o en la ciudad máxima, dentro de los linderos de la patria, el idioma y la bandera. Cuando un país madura suficientemente y se unl­ versaliza, puede plasmarse en la canción y en la mú­ sica algo que interesa al resto del género humano, se comprende y se siente en todas partes, se canta a los aspectos abstractos generalmente, simbólicamente a la mujer o a una clase de mujer, no se la nombra ni se la concretiza. Nosotros hablamos de Heraclio Bernal, Rosita Alvírez, Pancho Villa, Maclovio Herrera, Venustiano Carranza, Juan Charrasqueado, el héroe de Nacozari, el treinta treinta, un caballo determinado: "el Siete leguas”, etcétera. Es biografía novelada musical, con ribetes general­ mente trágicos, es un episodio determinado que se relata. Se cuenta el detalle importante, que se desea hacer perdurar con la seguridad de que habrá más o regresará el autor: "Ya con ésta me despido.” Escuchen, señores, oigan el corrido de un triste acontecimiento: pues en Chinameca fue muerto a mansalva Zapata, el gran insurrecto.

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De Cuautla hasta Amecameca, Matamoros y el Ajusco, con los pelones del viejo don Porfirio se dio gusto.

Montado con garbo en yegua alazana era charro de admirar; y en el coleadero era su mangana la de un jinete cabal.

Toca la charanga un son de los meros abajeños; rueda un toro por la arena, pues Zapata es de los buenos. Una rana en un charquito cantaba en su serenata —¿Dónde hubo un charro mejor que mi general Zapata? Con jaripeo celebraba su victoria en la refriega, y entre los meros surianos, que es charro, nadie lo niega. —Cuando haya muerto, dice a un subalterno, les dirás a los muchachos: con l’arma en la mano defiendan su ejido como deben ser los machos—. Señores, ya me despido, que no tengan novedad. Cual héroe murió Zapata por dar Tierra y Libertad. A la orilla de un camino

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había una blanca azucena, a la tumba de Zapata la llevé como una ofrenda . . . *

Un acontecimiento social, un hombre, un progra­ ma y un pueblo. Asesinato alevoso y burdo. Una cate­ goría importante en la Revolución y el mexicano: el charro macho, reivindicador, con un programa simple que no interesa quien lo cumpla, pero que sea. Desde un vuelo en avión, hasta el sacrificio de la vida en aras de mejor distribución de la riqueza y justicia agraria. Un corrido relata un incidente como el asesinato de un bandido; pero al mismo tiempo puede servir de contención a la biografía de un hombre auténtico y seguro de sí mismo, enemigo de la política, perfecta­ mente definido en sus aspiraciones e invariable en su plan de acción. Zapata es ejemplar en lo expedito, en el sacrificio y permanencia en el ideal sin importar el hombre. Es manifestación de hacer lo imposible y morir por la realización de un principio lateralizando a los hom­ bres frágiles y variables deseosos de soslayar la reso­ lución del único problema que lo llevó a la revolución, ''Tierra y Libertad”. Lucha contra Díaz, después con­ tra Madero, Orozco, Huerta y Carranza; lucha siempre mientras llega el momento de la realización del plan, o hasta que llega la muerte. Seguro, recio, sincero y reivindicador del proletario desheredado y * V. T. Mendoza: Música de Graciela Amador. Letra de Armando Lizt Arzubide, op. cit., pp. 690, 91, 92, 93 y 96.

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ansioso de tierra donde regar el sudor y cansar el músculo. Todo está contenido en el molde del corrido, todo cabe ahí, es la forma de conservar lo propio; es como el lienzo que ilustrado frente a Cortés va a Mocte­ zuma y descifrado, hace comprender, relata y con­ serva lo ocurrido; es el archivo del pueblo de clase media — baja y baja. Se inicia en el siglo xix, y en el primer tercio del xx cobra un auge increíble por los acontecimientos de tanto influjo social acaecidos durante él. La revolución, movimiento sísmico social de enorme trascendencia en la conducta de la nación y sus hom­ bres, dio cabida al charro, prohijó la destructividad y acrecentó el corrido histórico. Producto del pueblo que canta lo suyo, lo que conoce y quiere; satiriza, exalta el valor, hace hincapié en la crueldad y el horror, canta a la muerte y al héroe, proyecta constantemente a su autor, su clase social y su actitud hacia la vida.

El corrido, la canción ranchera y el machismo

Ha triunfado la Revolución, han desaparecido los hombres actores: se fue primero don Francisco, el que prologó el primer acto, dos villanos ya que la obra movía grandes conjuntos: Huerta y Villa; el perso­ naje central Carranza, hombre y conflicto, programa y civilismo; se fue Zapata el coro del drama; los que usufructúan y realizan, Obregón y Calles, fuertes y 191

seguros. Lázaro Cárdenas termina la Revolución ha­ ciéndola verdad y cumpliendo el compromiso de Zapata: Tierra y Petróleo para los de México. Todo se cantó en corrido. Los entreactos, el epílogo. Aparece ahora un nuevo tipo de música, que se ha liberado del tango argentino, empalagoso y trágico que llenó los años posteriores a 1920 y que libera también del Fox-trot norteamericano pegajoso y sen­ timental de ritmo rápido. Nueva música, producto de la labor de un sólo hombre crea un gusto por el canto a la mujer y cierto aspecto de universalidad en el tema. En sus princi­ pios no estrictamente mexicana, caracterológicamente hablando, sino en cierta porción: cuando la considera a la mujer como vehículo de placer y objeto de com­ pra venta, engaño, traición. Llena una función im­ portante porque independizando lo mexicano de la esclavitud musical argentina y norteamericana, per­ mite la aparición de algo nuevo, símbolo de una ma­ nera de ser, que permite la expresión de una actitud, y de una manera de enfrentarse a la vida y a la mujer: la canción ranchera en su forma moderna y actual. En los últimos tiempos, en fecha reciente, ha ocu­ rrido un cambio digno de notar: una vuelta a la in­ fluencia externa, lo brasileño, lo cubano, lo venezo­ lano y finalmente lo norteamericano que es presencia permanente con momentos espasmódicos; zamba, tepo, mambo, joropo, rock and rol!, calipso. Vive aún la canción ranchera ya evolucionada, máxima expresión quizá, de la actitud caracterológica frente a la muerte, la mujer, la vida, el caballo. Docu­ 192

mentó estereotipado de raíz semejante siempre, atribuible a la herencia social y cultural de la postrevo­ lución. Actitud poderosa del hombre fuerte que canta contra la mujer, ocasionalmente delicado en el len­ guaje, frecuentemente soez y procaz en la expresión de naturaleza insultante y áspera. La canción ranchera impresiona particularmente porque se canta contra "ella”, una mujer a quien se le concede habitualmente ser hermosa y que se pue­ de describir como tal; sus ojos, sus formas físicas, su mirar, la boca y la sonrisa. Otras ocasiones sin embar­ go se habla de ella en forma diferente; concesión de belleza física, pero no psicológica o espiritual. Cuando la canción y el sentido de la obra es aún más duro y menos galante, se la compara incluso a una yegua; pero no en el sentido de los orientales que pueden pensar en lo hermoso de la yegua o en la finura del movimiento del venado o la gacela, no se trata de eso, se le dice semejante a una muía por­ que ésta es terca y peligrosa, patea, no se deja poner ni el sudadero ni la silla de montar, puede tirar un mordisco o una coz tremendamente fuerte y quizá se desconfía de "ella” como del animal. No se trata de lo bueno o meritorio del cuello de una jirafa, o los ojos del lince; se refiere a caracterís­ ticas negativas mal vistas. Puede la mujer ameritar ser domeñada y amaestrada por el macho; general­ mente se le puede atribuir infidelidad e independencia o inconstancia y preferencia por otro, por el dinero o la posición social, defectos que frecuentemente posee el mismo hombre que se supone canta a la mujer. 193

Psicológicamente no se canta ninguna cualidad fe­ menina ni se la reconoce, generalmente ahí reside lo grave del problema: "ella” ha engañado, es su cos­ tumbre, su hábito, su constitución de mujer, feme­ nina, endiablada, descendiente de Eva que engañó a Adán, que lo hizo probar la manzana y lo más grave: lo condujo a la obligación de trabajar. Ella no puede escoger entre dos individuos que lleguen a invitarla a bailar, el tipo que hace la can­ ción debe ser preferido; ella debe ser pasiva y confor­ marse sin ninguna autodeterminación, crítica o inde­ pendencia, debe bailar con Hipólito para evitar que los demás se burlen de él. —Rosita, no me desaires, la gente lo va a notar. —A mí no me importa nada, contigo no he de bailar.

Sólo por desairar a un individuo que solicitó una pieza para bailar, se justifica la conducta del macho que le propina tiros; aceptación cultural del hecho por la misma Rosita que le dice a Irene: —No te olvides de mi nombre, cuando vayas a los bailes no desaires a los hombres.

Ella acepta la situación como proveniente de su culpabilidad, no tenía el derecho de decir que no a un hombre; en cambio, en de "Hipólito y Rosita” la versión es un tanto diferente y aún más injusta y abusiva: 194

Llegó Hipólito al fandango haciendo a un lado la gente: —Salgan parientes y amigos, también los que están presentes—. Metió mano a su bolsillo como el pañuelo a sacar; Rosita lo está mirando, luego empezó a suspirar. Metió mano a la cintura y la pistola sacó y donde estaba sentada tres tiros no más le dio. Llegó el papá de Rosita como queriendo llorar: —Rosita, ¿qué te ha pasado?, te estoy oyendo quejar—. Cárcel de Guadalajara, cárcel de siete paredes, donde encierran a los hombres por las ingratas mujeres."’

Lo escrito comprueba la opinión general obtenida de la investigación sobre el machismo, la mujer no tiene importancia alguna. El hombre es primero y puede hacer lo que le pa­ rezca y hasta destruir su vida por la circunstancia más fútil. En un nuevo canto: "Qué te falta mujer”, se apre­ cia el otro elemento que completa francamente la constelación: ¿Qué te falta, mujer, qué te falta? ¿Qué te falta, si estoy a tu lado? * V. Mendoza: op. cit., p. 499.

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Soy dichoso, no soy desgraciado, tengo madre que llora por mí.

Eres flor que entre peñas naciste, y naciste para padecer; yo primero conocí a mis padres y después a una ingrata mujer. Si te quise, no fue que te quise, si te amé, fue por pasar el rato; ahí te mando tu triste retrato para nunca acordarme de ti. *

Aparece un nuevo hecho: la madre primero, cono­ cida antes; la otra, la que se supone que se ama, per­ tenece a otro clan, como segunda y postergada. Hay además desprecio por la mujer que debe sentirse feliz sólo porque lo tiene a su lado, ¡tan importante y sufi­ ciente es!; ella, ingrata, no está satisfecha, y para concluir brota el verso agresivo y doloroso, con un sentido de humillación que quiere convertirse en des­ precio: la quiso para pasar el rato, esto es, ¡las uvas estaban verdes!, ¡hermosa racionalización! Otro ejemplo completo en su constelación: Escuchen todos, amigos míos, la triste historia que me pasó, y nunca quieran mujer casada pa’que no sufran cual sufro yo.

Adiós, ¡oh triste penitenciaría, que ahí mi suerte también lloré; *

V. Mendoza: up. cit., pp. 599 y 600. 196

pues me llevaron ¡ay! para Ulúa sólo Dios sabe si volveré! Pero mi madre llegó a palacio, al magistrado mucho lloró, y con sus lágrimas y con sus ruegos de aquel castillo me libertó. *

Aparecen elementos nuevos: el ruego, el castigo y el alcohol. "De la rogona”. ¡Malaya mi suerte!, ¡qué estarías pensando! que yo te había de rogar; te has equivocado, malagradecida, ya tengo otra en tu lugar.

Estribillo:

Dime que sí, no digas no, tú bien lo sabes, que te amo yo. Me voy a tomar, me voy a beber tres copas de sentimiento; para no pensar y para olvidar a la que fue mi tormento.

Dime que sí, no digas no, tú bien lo sabes, que te amo yo. Cuando te quise, tú me abandonaste, me diste mis calabazas; hoy ya no te quiero, no seas tan rogona, conmigo ya no te casas. * V. T. Mendoza: p. 603.

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Dime que sí, no digas no, tú bien lo sabes, que te amo yo. *

Además, se introduce una circunstancia de la que no se ha hablado hasta ahora, la ambivalencia fre­ cuente frente a la mujer, que aquí en la anterior can­ ción se expresa clara y persistente en el estribillo. Le habla y la trata como a quien no se desea ni ver ni saber más de ella; la situación entre el hombre y la mujer, es de lucha por el triunfo; ella deberá doble­ garse y pronto, de no hacerlo se buscará otra, le ven­ drá a cantar y a pasearle por enfrente con la nueva para que sufra. No se piensa en el amor como relación de mutuo acuerdo, ni en la posibilidad de interesar a una persona del otro sexo, hay que ofrecer algo, in­ sistir y lograr el amor a base de esfuerzo y persistencia y mostrar que se tienen cualidades, máxime si se trata de un lugar en que el hombre goza de privilegios y puede acercarse a la mujer y enamorarla. Lucha, actitud despectiva, ambivalencia, la mujer traidora causante de mal, la madrecita, conocida an­ tes, más firme y segura salvadora de su hijo, que de­ pende enormemente de ella y de la que no puede liberarse; circunstancia que la novia o esposa aceptan como correcta, aunque es motivo de molestia, disención y desarreglo. Presencia del alcohol y la cantina, aspecto que encontraremos posteriormente en forma constante, como sitio de dolor, pena, agresión y canalización del rencor, odio, humillación y hostilidad, sitio donde no entran las causantes de la tragedia y del problema. * Idem., p. 533.

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La canción ranchera y la destructividad

La canción mexicana actual tiene dos aspectos: el bolero canción y la canción ranchera. La primera no tiene matices especiales para el estudio que aquí se hace, es una forma universal de cantar al amor, a la mujer; pueden encontrarse variantes en la letra y en la música que la caracterizan, haciendo pensar que se escribió en alguna porción de la América His­ pana. La ranchera tiene rasgos propios inconfundibles y clásicos. Es de interés para el estudio del machismo el revisar aunque sea someramente algunas de ellas, dejando para una ocasión posterior la investigación más profunda. Mi Jalisco nunca pierde y cuando pierde arrebata, y le atora a los peligros sin echarse nunca atrás. Nada importa hallar la muerte en la reja de una ingrata, o llevar en la conciencia otra culpa por matar.

En los Altos es de machos respetar la valentía y su ley son unos ojos que enamoran al mirar. Tienen fama sus caballos que los charros jinetean,

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y sus chinas son luceros de belleza sin igual. Por sus besos van sus hombres sin temor a la pelea, entre sangre de sarapes y cortadas de puñal. *

Como puede verse, se trata de un código no escrito antes, ahora expresado en canción de fama y enorme difusión. No puede hallarse fácilmente paradigma tan claro de machismo en una canción de éxito. Están presentes casi todos los elementos que se encuentran en el complejo psicológico del mexicano: mujer in­ grata, la fuerza como medio de realización, el apa­ rentar valor ante cualquier circunstancia (especí­ ficamente en los líos por mujeres, entre hombres), el desprecio por la muerte y el matar sin sensación de remordimiento o culpa. Juan se llamaba y lo apodaron Charrasqueado, era valiente y arriesgado en el amor, a las mujeres más bonitas se llevaba de aquellos campos no quedaba ni una flor.

No tuvo tiempo de montar en su caballo, pistola en mano se le echaron de a montón. Estoy borracho, les gritaba, y soy buen gallo cuando una bala atravesó su corazón. Y aquí termino de cantar este corrido de Juan ranchero, el charrasqueado burlador, * L. Barcelata y E. Cortázar: “Jalisco nunca pierde”. Método de guitarra sin maestro, p. 82. El Libro Español. Calle Real de Romita 14, México, D. F.

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que se creyó de las mujeres consentido y fue borracho parrandero y jugador. *

Aquí el hombre es casado y cuando lo llevan a en­ terrar, en una choza muy humilde llora un niño —su hijo—, sólo su madre lo consuela —la esposa de Juan—; se duelen un tanto del pequeño y la mujer que queda sola en el jacal, no por haber sido engañada o abusada, sino porque él se ha muerto y ella ha per­ dido a su hombre. La cultura acepta tranquilamente que no dejara "ni una flor” además de tener esposa e hijo. Yo soy mexicano y a orgullo lo tengo nací despreciando la vida y la muerte y si echo bravatas, también las sostengo. Mi orgullo es ser charro valiente y bragao traer mi sombrero de plata bordado que nadie me diga que soy un rajao.

Correr mi caballo en pelo montado; pero más que todo, ser enamorado; yo soy mexicano . . . muy atravesao.

Yo soy mexicano y por suerte mía la vida ha querido que por todas partes se me reconozca por mi valentía. Yo soy mexicano, de nadie me fío, y como Cuauhtémoc, cuando estoy sufriendo y antes que rajarme . . . me aguanto y me río.

* V. Cordero : "Juan Charrasqueado”, op. cit,. p. 95.

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Me gusta el sombrero echao de lao, pistola que tenga cacha de venao, fumar en hojita, tabaco picao. Jugar a los gallos, saberme afamao pero más que todo ser enamorao; yo soy mexicano . . . muy atravesao. *

Una biografía perfecta y una imagen idealizada, ficción rectora hacia un superhombre, no basta con ser cabal. (Adler.) Aspectos nuevos: la pistola, los gallos, la desconfianza, petulancia y sentido de irrea­ lidad. Se le reconoce ser valiente, enamorado y muy "atravesado”. Aguanta el sufrimiento en vez de evi­ tarlo. Tiene el sentimiento de ser observado por los demás y actuar en tal virtud, nadie debe decirle que es un "rajao”. Traigo un gallo muy jugado para echarlo de tapado con algún apostador, y también traigo pistola por si alguno busca bola y me brinca de hablador.

De Cocula es el mariachi, de Tecalitlán los sones, de San Pedro su cantar, de Tequila su mezcal y los machos de Jalisco afamados por entrones, por eso traen pantalones. Vengo en busca de una ingrata de una joven presumida *

Esperón y Cortázar: “Yo soy Mexicano”, op. cit., p. 90.

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que se fue con mi querer, traigo ganas de encontrarla pa’ enseñarle que de un hombre no se burla una mujer. Se me vino de repente dando pie pa’ que la gente murmurara porque sí, porque a ver hoy que la encuentre y quedemos frente a frente qué me va a decir a mí. *

Y otra más del mismo contenido y con sentido semejante, también se refiere a la Perla de Occidente: En Jalisco se quiere a la buena porque es peligroso, querer a la mala, por una morena, echar mucha bala, y bajo la luna cantar en Chapala. ¡Ay Jalisco no te rajes . . . ! etcétera. ¡Ay Jalisco, Jalisco, Jalisco, tus hombres son machos, y son cumplidores valientes y ariscos y sostenedores, no admiten rivales . . . en cosas de amores. ¡Ay Jalisco no te rajes. . . ! Etcétera. ** * Esperón y Cortázar: “Cocula”, op. cit., p. 65. ♦* E. Cortázar y M. Esperón: “Ay Jalisco no te rajes”, op. cit., p. 73.

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Yo fui uno de aquellos “dorados” de Villa de los que no tienen amor a la vida, de los que a la guerra llevamos nuestra hembra, de los que morimos amando y cantando, yo soy de ese bando.

Fue la Valentina mi fiel soldadera que por decidida llegó a Coronela: curó con sus manos mis rojas heridas y fue inseparable como carabina, mi fiel Valentina. * En mi caballo retinto he llegado de muy lejos y traigo pistola al cinto y con ella doy consejos.

Atravesé las montañas pa’venir a ver las flores aquí hay una rosa huraña que es la flor de mis amores.

Y aunque otro quiera cortarla yo la devisé primero, y juro que he de robarla aunque tenga jardinero. *

Pepe Guízar: “Corrido del Norte’’, op. cit., p. 54.

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Yo la he de ver trasplantada en el huerto de mi casa, y si viene el jardinero pues a ver a ver que pasa. *

Por ser la canción mexicana un medio artístico de expresión psicológica, debe decir lo que las personas —los autores—, quieren. Expresar en forma indivi dual su sentido social, lo que las hace importantes y les permite generalmente llegar en forma clara al que escucha. Algunas podrán ser muy significativas para el creador, incluso autobiográficas y representar la tragedia o la alegría de su vida sin que tenga el menor mensaje para los que las cantarán sintiendo el influjo de la justificación del arte plasmado en música y letra. Si la canción y el contenido no dicen nada a los demás, no interesan al público ni a la comunidad. Entonces la segunda característica debe ser: decir algo a los otros. Cada una representa la intención del com­ positor y significa algo para el que escucha, que en­ cuentra una proyección que lo toca de manera impor­ tante, de ahí que perduren. Al cambiar el medio sociocultural se convertirán en objeto de estudio y disección. Así decimos que una canción del siglo xvm es ingenua, no significativa, excepto que se la considera un momento de la vida del hombre y un momento de la psicología, de una actitud específica ante la vida en aquel sitio, tiempo y personas. Para la historia puede decirse que significó algo trascendente, que gustó a varios o muchos, suficientes * Jesús Monge: “La Feria de las Flores’’, op. cit., p. 75.

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para que se conservara y fuera conocida por otros de época distinta y actitud diferente hacia la vida. Una película extranjera insultante para México, o no es colocada en exhibición o dura sólo el tiempo suficiente para que la protesta cuaje y tome fuerza; no ha sucedido así con las canciones citadas como ejemplares, no han sido censuradas ni retiradas del uso; en cambio sí ha sido necesario cambiar la letra de alguna canción que parecía inmoral porque se ponía en duda la potencia de Dios, o se suponía una situación sexual nocturna. Es claro entonces que la canción ha sido aceptada culturalmente, cantada con éxito, no es extraña y se­ guramente llena una función. Hay que hacer una aclaración que se relaciona con la importancia que se da en nuestro medio a lo que tiene implicación sexual y religiosa, como inmoral; permitiendo en cambio tranquilamente la sugerencia de vicio, asesinato, desprecio por el ser humano y la idea de abandono y de tratar a la mujer como algo que puede tomarse y dejarse sin mayor complicación; como el hecho de llevar una culpa más por matar. Aquí nuevamente la vida carece de importancia. Es mucho más substancial la idea del sexo o la de Dios. En el curso de esta investigación sobre la canción, se ha encontrado lo previsto en relación con el ma­ chismo: la imagen de la madre como determinante y de la mujer como figura secundaria y sin impor­ tancia, causante de las desventuras de los hombres "cabales” y "buenos”. La idea de hombre como macho; petulancia, fan­ farronería y caballería, asociado al alcohol, los gallos, 206

juegos de azar y carreras de caballos. La lucha entre hombres por mujeres, la idea de ser un "gallo muy jugado”, esto es, individuo con mucho conocimiento y gran potencia, que nadie puede con él. Predominio y suficiencia, desprecio por la muerte y la vida, poli­ gamia absoluta. Falta un hecho para completar el síndrome y se hará referencia a él ahora: Mérqueme asté las flores de Xochimilco, amapolitas que ahora abrieron pa usté, rosas pa mañana rosas pa que mañana .. . que’s día Domingo se las lleve a la Virgen nuestra mercé. Nuestra mercé la Virgen de Guadalupe, que es de mi misma raza y es como yo, . trigueñita y descalza a la que supe, supe nombrar la reina de mi Nación.

’ ’* * *. * !

Se ha completado el círculo, a ella se le canta espe­ cial y abundantemente, se le dicen versos, es la madre por antonomasia, quien canta lo dice, le brota espon­ táneamente como una frase indispensable: ¿Puede haber en mi patria quien no te quiera, bella flor perfumada de la pradera, si para dar alientos a tus legiones te colgó el padre Hidalgo de sus pendones; si el rigor suavizando de la conquista . entre nubes de ópalo y de amatista, te revelas al indio, calmas su angustia y besas y acaricias su frente mustia; * José Guízar: Los pregones de México, op. cit., p. 116.

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si eres lámpara de oro con cuya brasa mantienes vivo el fuego de nuestra raza y con ternura tomas entre tus manos el corazón de todos los mexicanos?

¡Oh madre que consuelas a los que lloran, que sus culpas perdonas a los que imploran, Virgen de Guadalupe, Virgen Morena, Dios te salve, María, de gracia llena! *

Sobra el comentario, se le habla a la madre que todo lo puede, a quien se le debe tanto, y a quien alguien atrevidamente quiso destruir colocando una bomba el día 14 de noviembre de 1921, aproximada­ mente a las diez horas, dando pie a los versos antes transcritos, donde se vuelca el amor hacia la madre, virgen y morena. Ahí van unos cuantos ejemplos más, que aclararán y abundarán la tesis sustentada: Voy a la guerra contento ya tengo rifle y pistola ya volveré de sargento cuando se acabe la bola, nomás una cosa siento dejar a mi madre sola. Virgen bendita, mándale tu consuelo, nunca jamás permitas que me la robe el cielo. Mi linda Guadalupana protegerá mi bandera y cuando me halle en campaña * Jesús García Gutiérrez: Cancionero histórico guadalupano, “Poesía de Heriberto Parrón”, pp. 206 y 207, 1947.

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muy lejos ya de mi tierra les probaré que mi raza sabe morir dondequiera. * Soy azteca de verdad un águila que va sin miedo hacia la guerra. Ya me voy a despedir cargando mi fusil con veinte cartucheras. Yo también soy general las pencas del nopal las vuelvo chaparreras. Con mi rifle y mi puñal en el camino real me rifo con cualquiera. No presumo de matón pa’darles un quemón me sobra corazón. **

El día que a mi me maten que sea de cinco balazos y estar cerquita de ti para morir en tus brazos ay, ay, ay, corazón por qué no amas. Por caja quiero un sarape por cruz mis dobles cananas y escrito sobre mi tumba mi último adiós con mis balas ay, ay, ay, corazón por qué no amas. *** * Cancionero del Bajío. “Soldado Raso”, p. 40. Desgraciada­ mente no puede juzgarse la ortografía. No se cita autor. ** V. Cordero: “Yo también soy General”, Cancionero del Bajío, núm. 28, p. 15. *** Cuco Sánchez : “La cama de piedra”, Cancionero del Bajío, núm. 40, p. 10.

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Si un hombre por una pérfida se mata con otro prójimo, si es decedido y muy atrevido es que es de Pénjamo; si a quemarropa te invita la copa pos ya ni qué hablar. *

En un pueblo de la sierra de aquel lado de Sonora, se mataron dos amigos por una mancornadora. Los dos eran forasteritos del Real de Guanaceví y uno al otro se decía "si para morir nací”. Llegaron a una cantina tomando buenos licores, y empezaron a cantar como buenos cantadores. Ramón le dijo a Cecilio cántame una cancioncita, pero muy bien entonada a salud de Rafaelita. Cecilio le contestó: eso sí no me parece, tocándome a Rafaelita el alma se me enardece. Adentro de la cantina se echaron el desafío, y se fueron a matar al otro lado del río. Los dos traiban sus pistolas su parque y su carrillera, * Rubén Méndez: '"Pénjamo’’, Cancionero del Bajío, núm. 40, p. 13.

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pero quién había de pensar que de esa pasión murieran. La de Cecilio era escuadra la de Ramón treinta y dos, pero las balas entraban en el pecho de los dos. Cecilio cayó primero con la sangre a barbollones, diciéndole a su rival así se acaban pasiones. Ya con ésta me despido y paseándome por los pinos, por una mancornadora murieron dos gallos finos. *

Se puede pensar que las canciones han sido seleccio­ nadas y que en realidad no simbolizan lo que gusta cantar el habitante de la república mexicana actual­ mente. Nada más lejano de la verdad; la selección no es difícil ni laboriosa, fue intencionada porque así lo ameritaba el fin. Lo grave del problema reside solamente en que es complicado para el que escribe hallar ediciones autorizadas y confiables, por lo que toca a contenido y a ortografía, hubo de recurrirse a ediciones comerciales en el amplio sentido de la palabra, hojas sueltas y cuadernillos. Es abundantísimo el material de canciones que se editan y emplean en radio, televisión, cine, y graba­ ciones. No se empleó en este resumen sino un corto número, algunas de las más representativas no se lo­ calizaron. * M. Martínez: ‘'La Rafaelita”, Cancionero del Bajío, níím. 33, p. 11.

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El volumen empleado es bastante, muestra de una manera clara el sentir del habitante de México, del que recibe, acepta y canta lo que se crea con fin artístico. La expresión de la canción es el sentir del pueblo, y el artista tiene el atributo de plasmar en pocas pala­ bras, en unos cuantos acordes, lo que todo un libro necesita demostrar. En una cuartilla está simbolizada frecuentemente toda una actitud hacia la vida, toda una filosofía de carácter negativo con aspecto de muerte y valores distorsionados: Gabino Barreda no entendía razones andando en la borrachera. Cargaba pistolas con seis cargadores le daba gusto a cualquiera. Usaba bigote en cuadro abultado su paño al cuello enredado calzones de manta, chamarra de cuero, traía punteado el sombrero. Sus pies campesinos usaban guaraches y a veces a raiz andaba pero le gustaba pagar los mariachis la plata no le importaba. Con una botella de caña en la mano gritaba viva Zapata . .. porque era ranchero del Indio Suriano un hijo de buena mata. Era alto y bien dado muy ancho de espaldas su rostro mal encachado .. . su negra mirada un aire le daba al buitre de las montañas. Gabino Barreda dejaba mujeres con hijos donde quiera por eso en los pueblos donde se paseaba se la tenían sentenciada.

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Recuerdo la noche que lo asesinaron venía de ver a su amada dieciocho descargas de máuser sonaron sin darle tiempo de nada. Gabino Barreda murió como mueren los hombres que son bragados por una morena perdió como pierden los gallos en los tapados. *

Los compositores si son espontáneos dan algo per­ sonal, que tiene éxito o no. De cualquier modo no fue hecho con el fin de obtener aceptación. Si son comerciales darán lo que el público guste y compre, no será entonces representativo de nada desde el pun­ to de vista del creador; pero sí del público que apre­ cia, comprende y compra. Si algo se vende en forma de escrito, música por radio, televisión o cine, es que tiene auditorio y es bien recibido; en tal caso el público reconoce algo suyo en lo que escucha, le agrada, lo tararea y frecuentemente sugiere un modelo de con­ ducta inspirado en la letra de la canción. Ha caído en terreno fértil y barbechado, la semilla rendirá su fruto. La canción contiene perfectamente la psicología del habitante de México de cierta clase social, sin óbice para que se incluyan ocasionalmente otras, especial­ mente durante la alcoholización. Tiene cabida en su mente lo que frecuentemente es proyección del ar­ tista. Puede decirse, que la canción representa en cierta forma la manera de ser y en algunos casos el ideal de cierto individuo, el sentir del ranchero, del charro * Víctor Cordero: “Gabino Barreda”, núm. 32, p. 6.

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provinciano práctico, del agricultor y aldeano, de clase media y baja; ocasional o circunstancialmente de mu­ chos otros, durante la embriaguez, pocos individuos escapan a su influencia que alcanza no sólo a mexica­ nos, sino con relativa frecuencia a los extranjeros. El mexicano canta, en sus momentos de calma, cualquier canción, en sus momentos de exaltación, de alegría intensa, de embriaguez especialmente, la can­ ción ranchera agresiva, gruesa y áspera, de sabor fuer­ te: tendrá a la mujer aunque ella no quiera, será suya por la buena o por la mala, la domará como a todas las potrancas, acabará reconociendo quién es su due­ ño; hará alarde de su gran categoría de hombre y del favor que le hace; si después de todo no resulta la cosa, la amenazará con balazos y puñaladas para ella o para el que prefiere y si aún no es efectivo el medio, entonces, se retirará cantando: MMe importa madre.”

El gallo en la canción mexicana

Un factor importante casi ubicuo en la canción y frecuentemente en el decir, es la referencia al gallo. Ave macho, posee características muy explicables para servir de parangón y ejemplo del mexicano de cierto nivel: es un animal hermoso desde el punto de vista del colorido de su plumaje, definitivamente y sin com­ paración más elegante y de mayor primor que la hembra, frecuentemente fea y sin significación. Posee numerosas esposas, o concubinas, se regocija con to­ das cuando quiere, escoge una y la posee después de 214

seguirla y aparentemente forzándola, después la olvida tranquilamente hasta que el señor puede o quiere re­ cordarla; la necesita y la usa sencillamente. Es el amo del gallinero y no permite que ningún intruso pre­ tenda competir con él o poseer alguna de sus mujeres; en tales circunstancias (humanizándolo), parece re­ gañar a la hembra y sentirse ofendido y ¡pobre del individuo macho como él, al que introducen a su harem! peleará y lo desplumará si puede, o bien él será el desplumado, herido y humillado, otro ocupará su sitio y él se conformará con las migajas. No conoce la cooperación o el cooperativismo, y si lo practica es en forma completamente extraordinaria y extraña. Está siempre dispuesto a la pelea; sobre todo los edu­ cados para ello a los que curiosamente nutren con carne —entre otras cosas—, que no es lo habitual para un animal con buche especial para moler granos y fundamentalmente creado para ser alimentado con semillas. La canción dice más o menos: "soy como el gallo, que tiene cincuenta y a ninguna la mantiene”, ade­ más, el gallo cuando ha peleado y continúa vivo y se libró de una mutilación grave, es un "gallo jugado”, de experiencia y seguramente mañoso, como podría ser el toro que fuera traído por segunda vez a la lidia; gallo muy jugado se autonombran los personajes de canción cuando pretenden tener experiencia, ser ma­ ñosos, sabedores y triquiñuelistas; valientes y foguea­ dos en la pelea. El gallo también utiliza una navaja semejante al puñal, no respeta pelo ni tamaño cuando es de buena ley y frecuentemente "madruga”, da los primeros gol­ 215

pes. Hay borbollones y borbotones de sangre en una pelea con navaja-puñal. Navaja que ofrece exacta­ mente el resultado de destrucción que frecuentemente ocurre entre humanos que utilizan tal medio, en los pleitos callejeros o de cantina por circunstancias machistas. El charro se llamará como uno de ellos. Estará dis­ puesto a "rifarse” la vida con el que sea; especialmente si va de por medio una mujer. No reconocerá diferen­ cia en sus oponentes, no tomará en cuenta su propia potencia o la posibilidad de perder; uno de los atri­ butos más importantes es que no pueda decirse que se "rajó”. Un gallo que corre o un macho que "no le atora” son una vergüenza. El gallo tiene atributos de vanidad y de egoísmo, de crueldad y agresividad, de poligamia, de belleza de plumaje; gran potencia sexual indiscriminada, desco­ noce la fidelidad de la que el palomo es ejemplo, accidentalmente el gallo también canta, por lo que la serenata que se lleva a una joven, a una ingrata, a una presumida y mancornadora, en algunos sitios se llama "gallo”. Resumen y conclusiones

En el curso de lo expuesto en este capítulo, puede encontrarse un complejo claro integrado en la forma siguiente: El corrido mexicano se inicia probablemente en el siglo xix, va tomando cuerpo durante todo el período de la lucha por la independencia, hasta organizarse 216

en la forma conocida por nosotros, durante la Revo­ lución a partir de 1910. Es una especie de archivo de los acontecimientos que interesan de preferencia a una clase social, aun­ que eventualmente pueden interesar a la totalidad; en cierta forma podrían ser equivalentes a los lienzos —códices— que ilustrados por los aborígenes ante­ riores al siglo xvi y durante el primer cuarto de éste, sirvieron para la formación de la historia del país y para el conocimiento por los propios españoles, de la cultura indígena. ; La canción ranchera parece ser un producto poste­ rior. Tal como se la conoce en la actualidad, casi seguramente es producto de la Revolución y la época inmediata posterior, influenciada directamente por ella. Ambos, el corrido y la canción ranchera, tienen rasgos que permiten su identificación con el país que los produce; podrán encontrarse algunas semejanzas con cierto tipo de canciones de Sudamérica —Vene­ zuela específicamente—, de cualquier manera tiene tal arraigo y tales características en nuestro país, que puede afirmarse que constituye un atributo personalísimo y peculiar en la cultura. Poseen en común su provincialismo, su interés por el detalle, su intención de conservar hechos; en cam­ bio son diferentes en cuanto a la agresividad mani­ fiesta e inconsciente, el resentimiento que expresan contra la mujer y la posición bastante limitada que tiene la canción ranchera ante la abundancia de temas del corrido. La primera sólo se interesa por la relación hombre-mujer-hombre, las variantes podrán ser múl­ 217

tiples pero la esencia del argumento es casi siempre el mismo. Muestra además, la necesidad de expre­ sar hombría —machismo—, cierta actitud hacia el "amor”, la mujer y la madre; que permite el conoci­ miento del mexicano de cierta clase social. Especialmente en la canción ranchera, se canta con bastante frecuencia contra la mujer, se cantan los defectos psicológicos, aunque se le reconoce hermosura y belleza, siendo un orgullo de quien canta confesarlo. Se canta a la hembra, no a la mujer propiamente dicha, en el estricto sentido bio-psico-social. Puede concluirse que el individuo machista expone a través de la canción escrita, cantada o dicha: que no ama a la mujer. Su actitud y su conducta no tie­ nen nada que ver con el amor, se acerca más a cual­ quier otra emoción que a la más positiva que el hombre puede sentir. Sería necesario transformar to­ talmente el criterio sobre ello, para poder colocar den­ tro de tal concepto lo que el individuo "siente” por ella: la maltrata, la insulta, la quiere como concubina para dejarla en cuanto consigue algo mejor, no le concede ninguna libertad ni independencia, no le per­ mite relacionarse con otros hombres, ella no cuenta como persona, es solamente un elemento en la vida del hombre —hermoso como gallo y de plumaje pre­ cioso—, que tampoco se preocupa por sus necesidades, su comodidad, su alegría, felicidad o expansión vital. No, definitivamente eso no es amor en ninguna acepción. Lo que se canta es desprecio, burla, revancha, in­ gratitud, liviandad, frivolidad, se le echa la culpa por la muerte de dos gallos finos. Se trata de una lucha 218

y no de una relación amistosa o de amor, de ganar una batalla y no de obtener un entendimiento; es odio, temor y miedo, lo que se expresa frente a la figura simbólica y arcaica que no se pudo aclarar y ver ra­ cionalmente. Se trata de mostrar poder frente a ella, en una actitud inauténtica y reactiva, ante quien es omnipotente y frente a quien se es inválido, de ma­ nera compensadora e irracional. Hostilidad franca, demostrable en cualquier situa­ ción frente a la mujer (en muchas canciones, en el chiste, en el dicho), en la conducta de todos los días y específicamente frente a la negativa o a la prefe­ rencia por otro. Puede verse también, en la canción ranchera, algo que impregna las manifestaciones de la vida del mexi­ cano con una generalidad que asombra: el sentido sui géneris hacia la muerte. En suma: hombre-mujer-hombre, trío constante en la canción ranchera, la una engaña o "mancuerna” a los otros dos, creando el problema perenne y la expresión de duda, celos, inferioridad, agresividad y destrucción. Caballo, pistola y puñal, gallo y baraja, poder y machismo en el sector masculino; hermosura, belleza, engaño, maldad, en el femenino. Conquistarla y dejarla, la meta constante; utilizarla como objeto de uso, de placeres, la finalidad; el medio, la canción; la causa, la venganza motivada por el resentimiento y la inseguridad, originados probablemente frente a la figura materna, de quien se depende en forma intensa e irracional y ante quien debe demostrarse "hombría” con todas las implicaciones inherentes.

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VII

GUADALUPANA, ADELITA Y MADRE

NON FECIT TAUTER OMNI NATIONI Quien se ocupe sincera y verdaderamente de tratar de comprender la psicología del mexicano actual (ini­ ciada después de la Conquista y que permanece hasta hoy), no puede desentenderse de la figura importante de la mujer en la historia mexicana. Hablar de un pueblo como el nuestro sin ocuparse de las figuras femeninas positivas de cada época, aunque despre­ ciadas habitualmente como totalidad por la otra por­ ción del género humano, no es objetivo. Cada fracción de la historia del país ha tenido imágenes femeninas importantes. Las aztecas o confe­ deradas, eran diosas con sentido particular de miedo, temor, revancha, mal agüero, perdón, magia y bru­ jería. Coatlicue inicia la importancia de la mujer en México. Mucho tiempo después, en el siglo xvi, durante la conquista aparece la Malitzin, que todavía es indí­ gena, mujer poliglota, hija de caciques, amante de Cortés, producto del matriarcado o su remanente; figura de gran simbolismo y poder físico. Transcurren unos años más y aparece la mujer más importante del gineceo mexicano: la Guadalupana que es mestiza, pero que cada vez es más indígena y que a la altura del siglo xix cobra mayor fuerza y es estan­ 223

darte y guía de los insurrectos, símbolo de los mes­ tizos e indígenas. No sólo es símbolo para los mexicanos sino que también lo es de lo mexicano, para los extranjeros y específicamente para los españoles: Indescriptible fue el espanto que se apoderó de la ciudad de México al saber que el ejército de Hidalgo estaba tan próximo, y como remedio para apartar los peligros imagi­ nados por los devotos vecinos, se hizo venir a la Virgen de los Remedios de su santuario, por considerársela como auxiliar de los conquistadores y especial patrona de los españoles. Fue depositada la imagen en la catedral, y allí fue el virrey a dejar a los pies de la Virgen el bastón de mando, a la vez que la declaraba patrona y generala de las fuerzas realistas, como la Guadalupana lo era de los insurgentes. Desde enton­ ces surgió el antagonismo entre el culto de ambas imágenes; pues el vulgo era tan ignorante y atrasado en la colonia, que veía a las dos imágenes como verdaderos ídolos total­ mente distintos, y en el curso de la guerra, los realistas, llegaron a fusilar imágenes de la Virgen de Guadalupe (Alfonso Toro: México independiente, op. cit., p. 100).

Parece ser que ambos bandos actuaban en una forma que ya se ha hecho habitual entre nosotros: la bús­ queda del milagro, o la solución de cualquier problema de la índole más diversa, por ese medio maravilloso y simple. (Justo Sierra: La evolución política del pueblo mexicano, F. C. E.) Los dioses Huitzilopochtli, Tezcatlipoca y Coatlicue, han muerto; la mujer ha desaparecido como re­ presentación del panteón azteca, la cultura dominada ya no la tolera: es pagana. Permanece parcialmente el contenido en Quezalcóatl (sin el nombre), en todo lo que Cristo trajo 224

marchando, sobre las carabelas hispanas. Lo que am­ bos representan es eterno. Como que es el hombre mismo y la estricta justificación de su abandono del reino animal. Coatlicue vuelve pronto, tanto que casi no se per­ cibe su ausencia; los hombres de México no pueden nada sin ella, y la reintegran inmediatamente que surge el momento: Juan Diego, el lugar de la Tonantzin y el año de la conquista espiritual correspondiente. Los mexicanos recuperan una diosa en la Guadalupana. Han dejado de ser humanidad al garete. No pueden vivir sin una explicación de la vida y de la muerte, sin un interés vertical que eleve el hombre hacia Dios. No pueden vivir sin un "marco de orien­ tación y un objeto de devoción”. Al realizar el hallazgo se logró la posibilidad de encontrar una figura poderosa, plena de bondad y ali­ vio a los males, los hombres se convierten en niños protegidos por una madre superior a todas las demás conocidas, incluyendo la propia individual y las re­ presentaciones diversas de su religión patriarcal, des­ tructiva, antropofágica. Tan sólo diez años después de realizada la conquista física, inicia su aparición y su intervención en los asuntos de la vida terrestre la figura que ha resistido los embates de la frivolidad, de la moda y del tiempo que la hace cuatricentenaria y arcaica, cada vez más fuerte y arraigada. Santa María Tonantzin de Guadalupe es la figura femenina de más intensidad que México ha creado. En este siglo la figura cuya evolución es paralela a la del pueblo mexicano, ha continuado su evolución 225

arrolladora, es ahora más poderosa que nunca. La he­ mos exportado y trasciende: algunos países de hispanoamérica la han hecho suya, se la han apropiado, es madre de mayor amplitud e importancia. La Virgen de Guadalupe, patrona y reina de los mexicanos y de algunos más. Transcurren los años, va cobrando arraigo y vínculo mientras el tiempo la envejece. Lucha por los suyos como Palas Atenea y Apolo durante la guerra de Troya. Propios y extraños saben que representa lo mexi­ cano desde su aparición y continúa el sentido de su evolución, influyendo poderosa y catalíticamente a veces. No sólo Juan Diego y la juventud del pueblo mexicano hicieron posible la aparición y la perma­ nencia de una figura tal; el siglo xx ha visto nueva­ mente apariciones semejantes, que siendo importantes no han logrado el éxito y la magnitud de la de aquí. Mujer, dependencia, receptividad, anhelo del milagro y en la base infantilidad que desea y vive de ilusión, podrían explicar el fenómeno que se reúne en la frase: Non fecit taliter omni nationi.

Bandera, madre y Guadalupana, tres cultos idolá­ tricos básicos de la patria. Símbolo de lo mexicano con mayúscula, la bandera. Diez de mayo, día en que se vuelca la angustia y el sentimiento de culpa mezclados con el amor genuino y el respeto, amalga­ mados. Guadalupana la diosa madre de Jesús —par­ cialmente olvidado— ahora nuestra y madre. En los tres cultos, lo mexicano es agresivo, violento y destructivo; productivo, amoroso, fraternal y her­ moso. 226

Al sentir el aguijón de lo que ahonda la inferiori­ dad; la magia, el incesto y la dependencia asociada a la impotencia, ocurre lo paradójico: gritamos nuestro patriotismo, alardeamos de nuestra religiosidad guadalupana de amor, vociferamos de nuestro amor in­ menso y respeto único hacia la madre, hacia la nues­ tra solamente. Diez de mayo, Doce de diciembre, ambos días fe­ meninos, días de mujer madre y mujer virgen y santa. Celebración entusiasta, alcohol, música, violencia, agresión, llanto y remordimiento. Petición, manda y retablo. Días de ofrendar, de pedir y de agradecer servicios que se recibieron, y se desearon como ilusión. Madre y mujer santa en cuyo regazo el niño, el ado­ lescente niño, el hombre-niño y el viejo-niño, han depositado la cabeza cansada, la fuerza disminuida, la ansiedad insoportable.

Doce de diciembre

Cohetería ensordecedora y aglomeración, mañani­ tas de los artistas, caravanas de hijos que buscan a la madrecita morena, caravanas de gentes que de rodillas vienen a implorar y a pagar su agradecimiento; enor­ midad en la columna humana que se integra por fie­ les, infieles y carteristas. Las rodillas sangran, los acompañantes les dan aire y los ayudan. Escuálidos y exangües buscan la cura­ ción a través de la manda, el ruego, la súplica. Ahí va el cáncer que todo lo endurece e hipertrofia, sobre dos pies hinchados que apenas pueden con el resto del 227

organismo, la tez color tierra, el alma llena de fe, petición y esperanza. Más allá los niños con muletas para sostener lo que la poliomielitis ha dejado de musculatura y nervios, que la Virgen Morena debe arreglar y componer. En otro lugar el conjunto de los paisanos de la virgencita, que piden agua, cosecha, salvación de la tierra y del animalito. Puede verse también el industrial que pide más dinero, más salud, más felicidad. El político pueblerino que solicita que "se le haga”. Otro pide que lo haga bueno, alguien más sacarse la lotería. Hombres, mujeres, niños; todos ellos creen en la milagrosa patrona de México, la que les permitió vivir desde el siglo xvi cuando la esperanza y la fe se habían perdido y no se vislumbraba nada en el horizonte, gris oscuro como un cuadro de Orozco. Los condujo luego a la Independencia y los prote­ gió, siguió haciéndolo en la Revolución y durante to­ dos los tiempos, cada vez con más fuerza e interés, con más poder, con mayor dependencia; ahora en el siglo xx es cúspide y vértice. Un día para celebrarla. Un pueblo entero a sus pies implorante y solícito, quejumbroso y esperanzado. Pueblo paradójico, que adora a su madre y adopta conducta idolátrica, que depende siempre de ella en la medida de todas sus fuerzas. Exige respeto con la fuerza bruta, la pluma y la pistola; insulta brutal­ mente a la madre de otros que la defienden por igual. No puede desprenderse de ella durante la vida, y a su existencia llega otra mujer —la esposa— como in­ trusa y segundona. Es el mismo que desprecia y usa a la mujer como objeto de placer, la golpea, la domina, 228

no tolera la menor desviación de las normas de la moralidad burguesa, férrea, cimentada; él que mata atribuyendo a las mujeres la causa y la culpabilidad’ que sólo es de él. La llevó a la Revolución, la hizo partícipe y la hizo sufrir la peor parte. Recluida en la casa como cual­ quier artefacto, la ha hecho sentir su superioridad externa y aceptada por la cultura; le ha arrojado las migajas sobrantes del festín en el que siempre parti­ cipa, desde que hizo la cultura a su imagen y se­ mejanza. La adora como madre, la lleva como Adelita, y la implora como Guadalupana. En esta porción del universo, la mujer que está dotada de potencia extraordinaria, de poderes inima­ ginables, también es prostituta, objeto de placer y bru­ talidad. Ambivalencia, ante ella que resolverá lo que venga, superior a Dios a quien hace muchos siglos postergó; madre de Dios después de todo, y éste no podrá desvincularse del problema que atañe a los hombres; él también cederá ante la influencia (¿ante la orden?), de la madre, que lo mandará como a todos. La culpable de que los hombres se maten, la can­ tada en forma agresiva y despreciante, infiel que siempre engaña, inferior al hombre, secundaria. Presencia constante en el insulto más genuino, pre­ sencia en su día y todos los días, presencia en diciem­ bre y durante el dolor, la angustia, la enfermedad y la muerte. Presencia para salvar el cuerpo y salvar el alma. Doce de diciembre, más fuerte que el día de la pa­ tria y libertad, más que el día de Dios, su hijo. 229

Nacida del inconsciente mexicano, es raíz honda que penetra al tuétano de los huesos, es arcaica-Coatlicue, es madre-Tonantzin; tiene la ternura de cual­ quiera de ellas que hace sentir seguro al pequeño en su regazo tibio y blando, en la plenitud del seno tur­ gente lleno de leche que escurre tranquilamente entre los labios del niño inerme que hasta hace unos días, lograba el máximo de homeostasis y euritmia en 8u envoltura líquida. Es la figura definida, amable, que asoma a la cuna cuando el llanto del hijo que reac­ ciona total y desordenadamente. Cuando la enferme­ dad, la angustia, la oscuridad y el temblor. Cuando el rayo, trueno, el golpe brutal que causa sangre, dolor y herida. Es la solución al problema indescifrable para su mente débil e impreparada. El beso, la comida, el dul­ ce; protección total, absoluta. El hombre no ha resuelto el acertijo crucial frente a la mujer, la madre y la diosa. Tiene lo mejor que ha encontrado en el ideal, símbolo de lo que es bueno con implicación y sin implicación ética. Cultura masculina que separa mujeres de hombres durante la fiesta, en la cantina y en el baile en que él va por ella al grupo para la invitación; en gran parte, herencia de otras culturas y de la religión —la mujer no puede penetrar al altar—, otro tanto propio, determinado por lo de aquí, personalísimo. El hombre ha cedido a la mujer la determinación referente a la religión, a la instrucción de los hijos. Así la adquisición más importante de la humanidad ha sido puesta en sus manos. La religión misma de ser, de padre, se convierte en filial, religión de mujer y 230

madre, que hace secundarios a ambos. ¡Guadalupana, receptáculo del amor y respeto por la mujer en el ideal, depósito de humanidad que se pierde sin haberse ganado! Adelita

Nos hemos referido a las figuras femeninas impor­ tantes del siglo xvi, seguidas hasta el siglo xx, la evo­ lución parcial de la que parece ser la más trascendente. El siglo xvn prohijó a Sor Juana Inés de la Cruz, que dentro de las posibilidades que la religión prome­ tía, se realizó, poetisa y monja; da lo que su siglo tolera: poesía, literatura, hábito; tres posibilidades pa­ ra la mujer de aquella época, constituye un nuevo hito dentro de la historia y la tolerancia cultural de la feminidad. Josefa Ortiz de Domínguez ocupa el sitio de honor de la actuación de mujer en el siglo xix, aún cuando ella sea estrictamente producto del siglo anterior por su educación y costumbres. Es figura predominante en el movimiento libertario para independizar a Mé­ xico del poder de un hombre español y entregarlo a otro, también español. A la sombra de ese movimiento o quizá por él flo­ recen otras mujeres entre las que puede citarse Leona Vicario, joven inspirada de anacrónica actitud inde­ pendiente. La Corregidora decide desde su prisión la hora ade­ cuada para lanzarse a la insurrección que conducirá a la libertad; la Vicario es más resuelta, sostiene corres­ pondencia, sirve a los patriotas y cuando es preciso 231

confesar ante quienes lo exigen a la manera ruda en que son especialistas los del rey, no lo hace y un golpe de suerte permite que tres valientes y arrojados la saquen de la prisión de la que rompiendo los cánones habituales en su tiempo, escapará para encontrar a quien después la convertirá en esposa, Andrés Quin­ tana Roo. Ni convencionalismo, ni ortodoxia, ni sen­ timiento de inferioridad. Esta centuria no ha dado todavía una figura des­ tacada; significativamente, el influjo de la mujer ha sido social, no es una sola la que a la fecha ilumine el firmamento, son muchas las que participan en la vida del hombre. En los principios del siglo y hasta cierta porción de su segunda veintena es quien inspira al caballero mexicano, es la Valentina, la Adelita, la soldadera que al lado del hombre, azuzó su crueldad, inspiró sus canciones y curó sus heridas; guerra de hombres contra hombres, en presencia de las mujeres. Ningún país actual parece haber hecho algo seme­ jante, las explicaciones podrán ser múltiples y diver­ sos los puntos de vista; pero hay una verdad defini­ tiva: ella lo acompañó, ayudó, excitó, estuvo presente y sintió el vaho de la sangre, el dolor del hombre des­ pedazado y sollozante, herido de metralla y de ma­ rrazo. Vivida ternura de la mujer que se duele del hijo huérfano o de la esposa llorando frente al cuerpo sin vida del hombre agricultor que fue por su pedazo de tierra y lo ha sembrado con su cuerpo que le ser­ virá de abono. Ella, la soldadera, hace las tortillas y guisa para el hombre, se acuesta con él y lo tranquiliza sexualmente, le pasa los cartuchos que destruirán la vida 232

de hombres que están allá del otro lado de la trin­ chera, de la paca de algodón, o del cabús de un tren; que le aviva la crueldad hacia otro hombre que morirá y dejará mujer como ella, en la orfandad y la des­ gracia, con el vientre turgente y lleno de una vida que carecerá de porvenir, de amor y protección; más tarde ella tendrá que prostituirse para dar de comer a su hijo, o cambiar de hombre. ¿Qué representa y qué tiene que hacer ahi la Adelita? ¿Cómo explicarse la presencia de una mujer den­ tro del campo de batalla o en su derredor, desde el punto de vista racional, si constituye un impedimento para la movilidad de las tropas? Decididamente no parece haber un ejemplo en la historia de las guerras en el que un ejército esté inte­ grado por hombres y mujeres que van a los combates. ¿Es una falta de respeto por la mujer a quien se lleva donde no le corresponde? ¿Es una necesidad, un sím­ bolo y un excitante? Nadie cuida de la vida de ellas, que no tienen nada que ver con la destrucción y que generalmente son enemigas de la guerra que les mata al hombre, les destruye la tranquilidad de la vida segura, calmada y cómoda que gusta a la madre, la esposa y la hija. ¿Cómo entender a las soldaderas y a los hombres que las llevaban consigo, a los generales que lo per­ mitieron, a los que les cantaron loas y canciones, cómo entender la mentalidad de tales individuos? Si la guerra fuera contra una potencia extranjera podría explicarse que las mujeres defendieran su tie­ rra, su casa, su hogar y sus hijos, su hombre en última instancia. 233

Pero, ¿en una lucha fratricida, dentro del mismo país, contra individuos semejantes y mujeres iguales, sin que les interesaran a ellas gran cosa los principios?, ¿qué ha sucedido con el hombre?, ¿y con la mujer, receptáculo de bondad, honradez y ternura, con ho­ rror por la destructividad? ¿Necesitan acaso los hombres demostrar su valor frente a ellas? ¿Quieren asustarlas y mostrarles lo ca­ paces que son de realizar crueldad? ¿Son ellas las que les transfieren ese valor necesario para pelear? ¿Se ne­ cesita tal vez la presencia y seguridad que significa la madre-mujer? ¿Basta para explicarlo el hecho práctico y económico de tener quien haga de comer y con quien acostarse? Es muy difícil responder a tales preguntas, la ex­ plicación no parece simple, quizá incluya múltiples razones; vale la pena plantearse algunas: fue obligado a llevarla y aceptó sumiso sus órdenes; pudo obligarla a ir y ella aceptó de manera dócil; lo hicieron de común acuerdo (¿quién debía quedarse con los hijos que no eran de pecho?); impuso ella su presencia para evitar que él consiguiera nueva mujer en cada pobla­ ción y fuera a olvidarla o a comprometerse de modo irreparable; fue por celos, por inseguridad de parte de la mujer; o porque era necesario comprender que ante la furia desencadenada, los hombres no se respe­ taban entre sí, no respetaban a nadie, las mujeres eran atropelladas en cada lugar con relativa facilidad e im­ punidad. Nuestra Revolución no tenía características espe­ ciales, fue como cualquier otra lucha entre gentes del mismo pueblo, idioma y condiciones; con las mismas 234

armas: artillería, dinamita, máuser y treinta-treinta, granadas y arma blanca; se trasladaban en caballos, a pie, en tren; las batallas revistieron características se­ mejantes, se luchó entre montañas y en terreno plano. Hubo sitio de ciudades y lugares claves, vías de ferro­ carril levantadas. Lo único extraordinario de esa lucha fue que inter­ vinieran las mujeres en forma inmediata y cercana al campo de batalla, en cierta promiscuidad; que se trasladaran juntos el macho y la hembra (que no era soldado como las inglesas, norteamericanas sajonas o alemanas, uniformadas y comisionadas en la última guerra, con una labor perfectamente determinada). Recuérdese la fotografía ya clásica La soldadera, del Archivo Casasola: es una mujer vestida como nuestras habitantes del Bajío, de Michoacan, o del Sur, ubicua; el rebozo sobre la cabeza, vestido de falda larga circu­ lar; cogida de las agarraderas y pisando el estribo de un carro de ferrocarril; la mirada angustiada, inqui­ sitiva, dolorida, cruel; ¿busca a su hombre?, ¿su cadá­ ver?, ¿su cuerpo mutilado?, ¿comida?, ¿está asustada por la batalla? Como quiera que sea, esa mujer no tiene nada que ver con las mujeres soldados de la gue­ rra moderna, es algo fundamentalmente distinto. Parece ser que la intervención del sexo femenino en las batallas mexicanas tiene cierta tradición; no es precisamente en la Revolución cuando aparecen por primera vez: Con esta segregación de partidas el grueso del ejército ha­ bía quedado reducido a cosa de unos mil hombres, y el general deseando imponer al enemigo puso en formación a todas las 255

mujeres que los seguían, logrando de esta manera hacer que su fuerza apareciese el doble de lo que realmente era; así pudo situarse en Guadalupe, convento de frailes franciscanos que domina la ciudad (J. M. L. Mora: México y sus revoluciones, t. m, p. 157).

Aquí el autor se refiere al año de 1811, los perso­ najes que intervienen son don Ignacio López Rayón, José Antonio Torres, José María Liceaga; el lugar de la acción, la ciudad de Zacatecas. El ejército, que tenía que atravesar varios ríos caudalosos y crecidos por las nieves del invierno, no llevaba canoas, ni puentes provisionales, ni con qué fabricarlos. La sed abrasa­ dora hacía innumerables víctimas en aquel clima extremoso, no sólo entre los soldados, sino entre sus mujeres e hijos, que según la mala costumbre de los ejércitos mexicanos, les acompañaban . . . En casi todas las batallas, nuestro ejército estuvo a la defensiva, que según los técnicos es el peor sistema que se puede seguir. La estrategia de nuestros generales se reducía a interceptar el paso del enemigo, sin cuidar jamás de organizar la guerra en el terreno que quedaba a la espalda y los lados del enemigo. Nuestros ejércitos marchaban siempre con un gran número de mujeres y niños que estorbaban las maniobras, y robaban cuanto encontraban a su paso, dejando un rastro de hombres y animales enfermos, muertos y reza­ gados de quienes nadie se ocupaba (A. Toro: Historia de Mé­ xico, t. m, p. 394, 1947).

La primera cita se refiere, aproximadamente, a 1836 y la segunda a la época de la guerra contra los Estados Unidos de Norteamérica, varios años después. Insiste el autor sobre lo mismo: A los ejércitos acompañaba un gran número de mujeres, las más de ellas prostitutas, sucias y ladronas, las soldaderas, 236

que eran las que cuidaban de la asistencia de los soldados con quienes vivían; pues no había administración militar propiamente dicha, p. 486.

Estamos frente a un hecho único en la historia de México y quizá en la historia del mundo: la mujer va con el pequeño en brazos, con su hombre, a la guerra; si es necesario interviene en la lucha ayudando o matando directamente con el fusil. No es un hecho incidental, sucede desde principios del siglo xix, en 1811, en 1836, en 1847 y finalmente en 1910-1929. Por supuesto no es la mujer española, es una mujer mestiza o indígena; producto elaborado durante la evolución de las gentes que viven en México desde el siglo xvi. Se relata desde esa época el caso de algunas mujeres españolas que pelearon junto a sus hombres durante la Conquista: Es también celebrada de las plumas el ánimo de María de Estrada mujer de un soldado español, la cual armada de lanza y rodela corría entre los enemigos hiriendo y matando con una intrepidez muy ajena de su sexo (Clavijero, t. ín, op. cit., p. 190).

Se habla de la batalla de Ot.umba que debe considerarse como un hecho completamente diferente, se trata de intervención voluntaria con verdadera vo­ cación o necesidad; no es como Adelita, llevada y traída, formando la intendencia del ejército y llenando el conjunto de menesteres que la convierten en ejem­ plo inaudito. 237

Nadie ha mostrado el camino ni sugerido la con­ ducta, no hay antecedentes. Ha ocurrido algo que lo permite y tolera, la cultura lo acepta y en el siglo xx es motivo de corrido y canción. Los soldados desprecian profudamente la vida de su mujer y de su hijo. Con gran dosis de egoísmo y narci­ sismo, por su propia conveniencia, quieren tener alguien que les sirva; la llevan a pesar del sufrimiento y la molestia, del peligro y la impedimenta. Los soldados deben tirar a matar a los enemigos, aunque dentro de ese grupo pueda haber mujeres y niños, la lucha se verifica de cualquier modo y no se sabe que los resultados hayan impedido la acción. Los jefes han tolerado la situación. Desconocida como puede ser la explicación, permanece la realidad de que los ejércitos se movían así, y de esa manera estaban integrados. ¿Esta actitud fue de carácter práctico?, esto es, ¿que los soldados exigieran así las cosas y de no serlo no irían a pelear? o ¿convenía de algún modo a las mi­ licias que las mujeres fueran y tranquilizaran a los hombres en todos los aspectos? Hay una perversión en el hecho mismo de incluir mujeres y niños en tales cosas, lo mismo si fue en plan de protección, de exhibicionismo, que si fue por de­ pendencia, necesidad o apoyo. Existe un antecedente en relación con el temor por lo que podía suceder a las esposas durante la ausencia de los revolucionarios: Al emprender Alvaro Obregón su avance desde las co­ marcas del Noroeste, Juan G. Cabral, que mandaba una de aquellas brigadas, no quiso que lo siguieran en los azares 238

de tan larga travesía las mujeres y los hijos de los soldados. Pero como porfiaran ellas que sí, que habían de acompañarlo, pues era grande su temor de caer en el desamparo durante la ausencia de sus maridos, porfió él que no, y para aquie­ tarlas y convencerlas les dio palabra de mandarles siempre la mitad de los haberes de aquellos hombres el mismo día y ahora en que a ellos se les socorriera (M. L. Guzmán: op, cit., p. 751).

El autor se refiere aquí a las familias de tres mil in­ dios mayos. Vale la pena resumir y tratar de explicarse el fenó­ meno, que bien puede tener conjuntamente, como se ha dicho, causas y motivaciones diversas: el factor eco­ nómico que consiste en temer a la imposibilidad de las familias de los soldados, esposa e hijos, para bastarse a sí mismas. (Pierde fuerza esto, cuando se piensa que en el siglo xix, no se pagaba nada, o casi nada al soldado, se empleaba la "leva”, los trataban como foragidos y casi como esclavos; no se les tenía la me­ nor consideración y ellos a su vez, obraban en conse­ cuencia, asaltando, atropellando, robando. No es cier­ to que vivieran mejor que los civiles.) El temor a lo que pudiera ocurrirle a la esposa en virtud de lo que ellos hacían con las de los otros; era mejor tenerla cerca, sea que él lo exigiera o ella lo solicitara, y esposa e hijos estuvieran dispuestos a correr los mismos ries­ gos y sufrir las mismas contingencias que el padre y esposo, por solidaridad y algún aspecto cultural, ya que siendo esa la vida que le había tocado a él, debe­ ría ser la que correspondiera a ellos. El depender ella de su voluntad, que desea tenerlo cerca y no permi­ tirle libertades con otras mujeres, cuidarlo durante 239

la lucha, en la alimentación, y vengar su herida o muerte. El sentirse protegido, más fuerte, más va­ liente, teniéndola cerca, y demostrarle además de lo que era capaz; pelearla por lo que tenia: vida, patria, hogar, mujer e hijos. La actitud heroica de parte de ella, convencida de la justeza de los ideales perse­ guidos y con genuino interés por intervenir directa­ mente en la solución de los problemas. Varias ex­ plicaciones más podrían intentarse, como base del problema, existe ciertamente, falta de respeto por la vida de los seres queridos. Se supeditaba a la relativa comodidad o a razones de mayor o menor importancia: el peligro en que podían colocarse mujeres y niños; la campaña molesta y grave, las marchas, las inconveniencias de la pro­ blemática de los adultos, frente a los niños, la pérdida o inexistencia de la actitud repelente hacia la muerte y el sufrimiento, sangre y crueldad, violaciones y estu­ pros, crimen y todo el conjunto de actitudes y aspectos desagradables inherentes a esa vida. Los franceses, ingleses, rusos y alemanes, todos los hombres que han peleado recientemente empleando las tácticas modernas, han sufrido —especialmente de 1940 a la fecha— grandes calamidades emanadas de la agresión a la población civil; en numerosos casos ésta ha sufrido mucho más que los soldados de línea en la trinchera o en el puesto de avanzada; ocasio­ nalmente ha sido intencional de parte de los comba­ tientes hacer sufrir y destrozar a los civiles, viejos, mujeres y niños; pero jamás se les ha ocurrido el llevar a sus mujeres y niños al frente para guarecerlos y protegerlos, para que comieran bien y estuvieran junto 240

al padre, el hijo, el hermano; o para que la mujer ayudara. Es inconcebible para la mente de esos pueblos, que establecieron la separación clara; y que han empleado a las mujeres como soldados en determinadas circuns­ tancias, tratadas como tales y para los menesteres designados. Hay algo en la cultura y psicología del pueblo de México que permite estas posibilidades. Quizá la in­ ferioridad sociocultural de la mujer, le permite acep­ tar el hecho de ser llevada y traída, utilizada como objeto y empleada para lo que sea necesario. Tal vez se trata de hacerla sentir su parte de inferioridad: ella vale menos que él, ¡que sufra en consecuencia! En la cultura masculina, el hombre es el que vale: aprovecha lo mejor, hace las leyes y usufructúa lo que es posible; si sufre, la mujer deberá estar cerca para pasar lo mismo; puesto que es servidora, debe estar en su puesto y para su conveniencia, sin consi­ derar nunca ni el respeto debido, ni el peligro. En ella la conducta de sierva y cosa de uso. Hipertrofia del valer del hombre. Atrofia en la que olvida la exis­ tencia de seres pequeños que no tienen nada que hacer ahí. Narcisismo grave en el uno, masoquismo en la otra. Imposición velada o aparente de él, aceptación de ella. Acuerdo tácito sobre el valor de ambos en proporción inversa. Lo mismo podría estar acompañándola cuan­ do ella pare y necesita cooperación, o ayudarla a las cosas de la cocina, el vestido, o la comodidad; aspecto que resulta extraño y no ocurre frecuentemente entre 241

esa clase social donde es necesario por la escasez de medios y gran pobreza. Inferioridad de la mujer, social y cultural, aparente y estatuida. Probable inferioridad irracional del hom­ bre, que debe maltratarla y disminuirla; temor incons­ ciente a quien no se ama, o más bien se odia, y ante quien se debe mostrar potencia. Durante un naufragio, un incendio o una catás­ trofe cualquiera, ¡primero las mujeres y los niños! En la Revolución ¡primero los hombres! Ellos van a caballo o a pie; ellas detrás, en vagones para trans­ portar ganado, robando gallinas, huevos, lo necesario para comer. Curando heridas, pariendo ahí en petate, en el piso del carro del ferrocarril, lavando ropa, cui­ dando al niño, pasando los cartuchos y haciendo uso del fusil si es necesario. Acostándose con él para darle tranquilidad y orgasmo. Sufriendo el horror físico, de la muerte, la herida, el cadáver, el zopilote y la pes­ tilencia. El dolor psicológico terebrante de la muerte de su hombre, de la herida sangrante o gangrenada difícil de calmar y curar por la escasez del auxilio médico. Expuestos a morir ella y su hijo también. Él, disparando el máuser, treinta-treinta, la artille­ ría y la ametralladora, matando y muriendo. ¡Después de todo, la mujer hizo la Revolución en su peor parte! Diez de mayo

Se agotaron las flores comerciales de México tem­ prano en la mañana, han hecho su "agosto” los ven­ 242

dedores que usando la sensibilidad del pueblo logran la usura. Se ha industrializado la fecha como la na­ vidad y el día de reyes; fue creada por motivos sentimentales de tradición, ahora se mantiene por la propaganda, el "concurso”, el anuncio y el comercio. D ía de las "cabecitas blancas”, que son madres, abuelas, que procrearon numerosos hijos y han reali­ zado actos heroicos. Se premia un cuento, un relato, describiendo la heroicidad maternal, haciendo gala de conocimiento del alma de las gentes, plasmando en unas cuartillas la santidad de la madre. Esas cabezas blancas son. madres, no mujeres, en el estricto sentido de la palabra. Lo que las gentes cele­ bran en ellas es la característica de serlo y de haber procreado un hijo o varios. En la procreación, no cuenta la labor del padre quien resulta extraño en esa situación en la que ella ocupa el papel único, que la eleva al grado máximo y la coloca en un nicho. Curiosamente, el acto de realizar un embarazo, de dar de mamar y cuidar durante los meses de desam­ paro e imposibilidad de bastarse a sí mismo, no es estrictamente cualidad moral o razonable de la madre, lo habitual es que suceda así porque se trata de algo que equipara a la mujer con los animales. Es instintiva la conducta y escasamente meritoria. Las que fallan son las anormales, por crueles, narcisistas, oligofrénicas; pero lo habitual es que la madre actúe así, y cuide con actitud de protección. ¿Por qué tanto mérito entonces en lo que mencs lo tiene desde el punto de vista de la actividad psí­ quica, del impulso de hacer algo porque se ha pensado 243

y sentido intensamente, a pesar de las incomodidades e impedimentos? Las madres generalmente funcionan bien, no fra­ casan en la labor que les concierne. Empiezan las dificultades cuando el ser que han dado a luz, lucha contra la posesión y pretende independizarse, ser un individuo, realizar lo que potencialmente tiene dentro de sí y a lo que deberá dar forma si desea cumplir con su primera obligación vital. Cuando el hijo quiere irse, escoger su sendero, con­ vertirse en miembro de una familia suya reuniéndose con otra mujer, de familia diferente y de costumbres contrarias a la de la madre, cuando desea determinar su propio destino, es cuando se probará el amor que existe en la madre; ahí fracasan la mayor parte. No se celebra a la mujer por buena, bondadosa y amante, ni por su realización como esposa, amiga, hija, ni como colaboradora del hombre y frecuente­ mente lo mejor de él. Ningún motivo es bastante para reconocer y tomar en consideración a la mujer en lo que es y debe ser. En cambio cuando se "materniza”, se ha logrado el milagro mágico que todo lo transforma y transubstancia; como el Rey Midas, la maternidad lo convierte todo en oro espiritual. La trasmutación que ocasiona el hecho de procrear, todo lo influye, todo lo cambia, como si maravillo­ samente hubiera ocurrido dentro del organismo una verdadera revolución que determina que se cambie lo más íntimo, lo intrínseco: de tontas a inteligentes, d^ 244

crueles a bondadosas, de feas a hermosas, de malas a buenas, de carentes de instrucción a autoridades del conocimiento. Las hijas esperan a su vez la oportunidad que con­ cluirá con la jerarquía que incluye: abuela, madre y finalmente, hija; que decrecerá progresivamente a me­ dida que la madre nulifique a la abuela y así sucesi­ vamente. Se entregará la estafeta a la que viene atrás, sin dejar completamente en manos de ella el "poder” que se conservará lo más que se pueda; no es resolución fácil abandonar puesto de tanta significación. La influencia maternal, importante para la hija, lo es más para el hijo, que deberá sentirla permanente­ mente sin posibilidad de modificación por su parte (exceptuando la salud o madurez mental que sí lo re­ suelve). El hombre deberá entonces resolver ese pro­ blema en forma reactiva, creando en algunos casos, destruyendo en otros más frecuentes. La cultura que él ha creado ha resuelto el problema, asignando a la madre el lugar más importante, desde el punto de vista emocional. La fijación crece me­ diante el sentimiento de culpa hacia ella y lo que ha hecho por él: sacrificio constante y diverso, del cuer­ po, de la juventud, del sueño, de la economía y en la lucha contra la enfermedad transmisible y repugnan­ te. Tolerancia cuando el hijo actúa mal, cuando la posibilidad de diversión con horarios e intereses entre ambos —madre e hijo— no coinciden, con la perma­ nencia en el hogar que ella integra a pesar de la molestia y el disgusto que le produce al esposo que no 24?

la entiende, por bruto y desconsiderado; todo lo ha hecho, lo hace por su hijo. Dependencia intolerable que debe y no puede rom­ perse. Los poderes de ella no son abiertos y francos. No tiene posibilidades de mandar por la fuerza y emplea, quizá sin intención, la fuerza que la vida le dio, crean­ do una manera especial de interpretar esos poderes y de utilizarlos. Ahora por alguna consideración entre ellos, se han hallado arreglos que conducen a la colo­ cación de la madre en el lugar más importante de la sociedad y la cultura: es idolatrada, se le quiere con aspectos de fe religiosa, sin base en la razón. Ocupa un sitio que pertenece a otra mujer que también es madre, sin intervención del hombre, pero sí de Dios; suprema en significación para el habitante de la Re­ pública. Después de ella existe la no canonizada pero cercana a serlo, en el día designado por su poder indes­ cifrable, portentoso, cimentado en algo irracional; el hecho de haber creado. La madre se hace grande cuando deja de serlo en el sentido convencional de la palabra. Es grande cuan­ do hace que sus hijos no la adoren, cuando logra que hagan su vida sin continuidad de la suya, cuando la marcha del hijo le causa placer y piensa que éste se ha logrado, que todo se hace por los hijos, no por tenerlos y poseerlos haciéndolos a su imagen y seme­ janza; cuando esa vida que procreó se realiza como unidad, en forma directa con lo que es posible heredar y con los caracteres obtenidos en el contacto del nú­ cleo social que constituye la familia. En estos casos 246

casi nunca hay conflicto de tipo irracional en cuanto a lo que ella pueda más que él. Cuando le ha propor­ cionado lo suficiente para que no le falte nada durante ese viaje hermoso, lleno de sorpresas- y posibilidades que es la vida, viaje que hace sin cargar peso neuró­ tico que hace tan difícil la marcha, ese sentimiento de culpa, de vergüenza de vivir para sí, viaje que debe hacer sólo y encontrar sus bellezas él mismo, producto de la espontaneidad sin intervención de extraños, pues­ to que no se repite nunca una experiencia igual en cada hombre. Cuando ha formado en su hijo algo que servirá para que no vaya desarmado y expuesto a las contingencias existenciales: su carácter, único elemento verdadero que llevará siempre consigo y que cambiará problemas y tragedias en peripecias tolera­ bles, susceptibles de resolverse y asimilarse sin pánico ni terror. Si ha logrado que la vida de su hijo sea lo primero para sí, si él se siente bien recibido en la fiesta de la vida y adquiere esa bendita seguridad que da el amor que no exige condiciones, si transmite la seguridad y el poder de lo auténtico que se lleva dentro, lo es­ pontáneo que no desmerece ante lo que los demás hacen o quieren, la madre logra la verdadera vida de su hijo. Diez de mayo. Celebración de la madre en plano fantástico, por lo que no es, por lo que no vale más o menos que cualquier otra mujer o ser humano: procrear y "tener” un hijo (ya el infinitivo indica lo imprudente del término, se trata de "dar” un hijo, no de "tenerlo”). 247

Su labor se realiza conociendo sus posibilidades de retener, influir y determinar el curso de una vida en cierto sentido; hace como el guerrero que conoce su poder, que ha triunfado y concede la vida y el honor al vencido sin ningún mérito de su parte. Diversas circunstancias permiten a veces una situa­ ción ventajosa, por eso la madre, conociendo su po­ tencia cuando es verdadera debe actuar como igual, frente al hijo, como gente que se interesa por quien se ha presentado en su vida y a quien no conocía. Debe evitar el abuso de la edad, de la inteligencia, de la experiencia, de la fuerza y de la religión; son medios de adultos, en este mundo ante el que va a abrirse la existencia del hijo y dentro de los cuales deberá vivir. Al nacer es sano, no está deteriorado como las per­ sonas mayores que en cierta forma semejan los con­ ventos y templos del siglo xvi: originalmente hermosos, hechos con amor por quienes en plan de artesanía labraban la piedra, construían, pintaban, esculpían y que fue después desvirtuado por la influencia ne­ fasta de un cambio en la perspectiva cultural; es pin­ tado con brocha gorda y pintura barata y grosera, ocultando así lo original, lo verdadero, que para re­ surgir necesita la presencia de un nuevo individuo que igual que el que la construyó, ame la obra y se tome el trabajo de ir destruyendo poco a poco la cáscara y cubierta de mal gusto, permitiendo la aparición de lo hermoso y auténtico, lo mismo pasará con las gentes que tengan la suerte de hallar un maestro, un amigo, un psicoanalista con la categoría necesaria. 248

La madre en el tiempo

Desde siempre ha interesado a la humanidad la relación padre-madre-hijo, que se ha pretendido ex­ plicar y comprender a través de numerosas hipótesis y estudios diversos. Motivo importante y central de novelas y dramas en épocas modernas y antiguas, pro­ bablemente no ha podido superar la profundidad al­ canzada por Sófocles en su Trilogía, escrita el siglo v a. C. Contiene el problema del ateniense de entonces: la autoridad y obediencia, la dependencia y dominio de la mujer, la obligación de los hijos de honrar a sus padres. Plantea claramente una filosofía patriarcal frente al remanente de una actitud matriarcal ante la vida: Edipo, Yocasta, Layo, Antígona y Creonte; Hemón enamorado de Antígona. Representa incesto, lucha por autoridad, rebeldía de la mujer contra el sistema condensado en una disposición absurda que no desea obedecer. La lucha y la argumentación de Creonte, Antígona y Hemón da el sentido de la exis­ tencia a tal actitud; Creonte dice a Hemón su hijo: Así, hijo mío, conviene que lo tomes a pechos para pos­ ponerlo todo a la opinión de tu padre. Por esto, pues, desean los hombres engendrar y tener en casa hijos obedientes, que rechacen con ofensa a los enemigos y honren al amigo lo mismo que a su padre. Quien cría hijos que no le reporten ningún provecho, ¿qué podrá decir de él, sino que engendró molestias y risa para sus enemigos? . . . , ... ¡porque a quien la ciudad coloca en el trono, a éste hay que obedecer en las cosas pequeñas, en las justas y en las que no sean pequeñas ni justas! . . . Así hay que defender el orden y la disciplina, y no

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dejarse nunca dominar por una mujer. Mejor es, si es preciso, caer ante un hombre; que asi nunca podrán decir que somos inferiores a una hembra —el coro le dice a Antígona— Tu independiente carácter te ha perdido (Sófocles: Antígona, pp. 670 y 671-679, 1950. Edic. Ateneo).

Estamos entre los años de 1916 y 1918, ahora es en Viena y no un dramaturgo sino un psiquiatra el que escribe: La elección infantil de objeto no fue más que un tímido preludio de la que luego se realiza en la pubertad; pero, no obstante, marcó a esta última su orientación de un modo decisivo. Durante esta fase se desarrollan procesos afectivos de una gran intensidad, correspondientes al complejo de Edipo o a una reacción contra él; pero las premisas de estos procesos quedan sustraídas, en su mayor parte, a la conciencia, por su carácter inconfesable. Más tarde, a partir de esta época, el individuo humano se halla ante la gran labor de desligarse de sus padres y solamente después de haber llevado a cabo esta labor podrá cesar de ser un niño y convertirse en miembro de la comunidad social. La labor del hijo consiste en desli­ gar de su madre sus deseos libidinosos, haciéndoles recaer sobre un objeto real no incestuoso, reconciliarse con el padre, si ha conservado contra él alguna hostilidad o emanciparse de su tiranía cuando por reacción contra su infantil rebelión se ha convertido en un sumiso esclavo del mismo. Es esta una labor que se impone a todos y cada uno de los hombres, pero que sólo en muy raros casos consigue alcanzar un término ideal, esto es, desarrollarse de un modo perfecto, tanto psicológica como socialmente. Los neuróticos fracasan por completo en ella, permanecen sometidos toda su vida a la autoridad paterna y son incapaces de trasladar su libido a un objeto sexual no incestuoso. En este sentido es como el complejo de Edipo puede ser considerado como el nodulo de las neurosis {Teoría sexual —"'Introducción al psicoanálisis”—, Obras Completas de Sigmund Freud, t. n, p. 233). 250

En 195 5, Fromm dice: —

Al conceder la mayor importancia al aspecto sexual del deseo incestuoso, Freud explica el deseo del niño como algo racional en sí mismo y evita el verdadero problema: la pro­ fundidad e intensidad del vínculo afectivo irracional con la madre, el deseo de volver a su órbita, de seguir siendo una parte de ella, el miedo a salir completamente de ella. En la explicación de Freud el deseo incestuoso no puede satisfacerse a causa de la presencia del padre-rival, cuando en realidad el deseo incestuoso se opone a todas las exigencias de la vida del adulto. Así, la teoría del complejo de Edipo es al mismo tiempo el reconocimiento y la negación del fenómeno decisivo: la nostalgia del hombre por el amor de la madre. Al dar una significación fundamental a la tendencia incestuosa, se reco­ noce la importancia del vínculo con la madre; al explicarla como tendencia sexual, se niega el significado emocional —que es el verdadero—, de ese vínculo.

Cuando la fijación en la madre es también sexual —y eso, indudablemente, ocurre en ocasiones—, se debe a que la fija­ ción afectiva es tan fuerte que influye en el deseo sexual, pero no a que el deseo sexual esté en la raíz de la fijación. Por el contrario, el deseo sexual como tal, es notoriamente voluble en cuanto a sus objetos, y generalmente ese deseo es precisamente la fuerza que ayuda al adolescente a separarse de la madre y no la que le ata a ella, Erich Fromm: Psicoaná­ lisis de la sociedad contemporánea, pp. 42 y 43, 1956.

Ser independiente y libre, es dejar de ser niño, es convertirse en persona madura; significa, entre otras cosas, reunirse con una mujer y tener relaciones sexuales. 251

Permanecer junto a la madre y junto al padre, sig­ nifica continuar siendo niño, no afirmarse. Poder te­ ner relaciones sexuales es una condición de madurez, es la comprobación de ser adulto y de la separación de la casa, del hogar y de la infancia; no puede lograrse mientras no se haya logrado un mínimo de superación de la impotencia infantil. La madre es ternura, seguridad amor; pero estar cerca de ella es ser niño y alejarse es ser hombre. "Ven­ cer” al padre es prueba de fuerza, de que ya se es como él, de que se puede seguir el curso de la vida por otro sendero, bajo la propia responsabilidad para iniciar un nuevo ciclo de la vida. El sexo es, entonces, la manifestación de que se pue­ de funcionar, después poder ganar el sustento, selec­ cionar el género de vida, resolver los problemas, rea­ lizar lo que se tiene como posibilidad. El sexo no es sino uno de los atributos del hombre. (Constante­ mente se comprueba que cuando éste no es colocado en un nivel superior, no se resuelve como síntoma neurótico. Mientras una persona con expresión de pa­ tología sexual, no comprende que está funcionando mal como individuo humano y que es sólo una mani­ festación de su humanidad sufriente; mientras no ten­ ga la vivencia que es un reflejo de algún trastorno de su personalidad y de su carácter, una expresión física de "no dar”, una revancha contra la mujer a quien se odia, o bien una manifestación de "temor” ante quien juzga omnipotente, destructivo, invenci­ ble; o bien, mientras crea que "darse” en el sexo es rendirse, entregarse atado de manos y pies y amar sexualmente es ser dominado, poseído, encarcelado. 252

Mientras cualquiera de estas posibilidades ocurra en un caso dado, la expresión sexual no se logra. Casi nunca ocurre lo inverso, porque el sexo es habitual­ mente manifestación sintomática y no etiológica; con­ secuencia, no causa). El animal padre o madre, ambos, enseñan al ca­ chorro impotente, torpe y necesitado, a comer, cazar, buscar el alimento, volar cuando es hijuelo y defen­ derse, con el único objeto de que se baste, pueda vivir solo, sea suficiente y se vaya. ¿Qué ocurre con el hombre? Generalmente lo con­ trario: se convierte al hijo en dependiente e inútil, se le llena de sentimientos de culpa, se le enseña que el sexo es sucio, que no tiene razón de ser sino bajo ciertas reglas, en determinadas circunstancias; se le instruye en lo que toca a autoridad irracional (los padres tienen razón siempre), no se estimula su liber­ tad ni su independencia física y mental, ni su autoafirmación y autodeterminación; se le explota y se le falta al respeto, no se le permite ninguna libertad, ni la posibilidad de sentir su propia fuerza; experi­ menta siempre el ridículo en cuanto pretenda ser ori­ ginal o diferente de los padres, tendrá que irse luchan­ do contra las conveniencias sociales, convencionalismos en general, y contra los sentimientos de culpa, se irá a fuerza y mutilado, lo contrario del animal, que se va porque es fuerte y poderoso, fue preparado para ello. El Edipo freudiano como el Edipo frommiano, sexual o por conflicto de autoridad, en nuestra actual sociedad occidental, sólo puede resolverse a base de la fractura de la personalidad. Siendo lo habitual el he­ 253

cho de tener que permanecer en condición incestuosa con la familia, el separarse de ella sólo es posible me­ diante la aceptación cultural: casándose, muriéndose o yéndose a tierra extraña. Resolverlo normalmente al madurar, sentirse seguro y con posibilidades de bas­ tarse para fundar una familia y funcionar social­ mente en plano productivo, es casi un imposible que es necesario lograrlo de manera heterodoxa, a pesar de la desaprobación, en lucha contra los progenitores, hermanos y resto de la familia. Causa daño y limita la felicidad, ¡está tan impregnado de sentimientos de culpa! Los padres no emplean medios adecuados que permitan la solución pacífica del conflicto medular de cada hijo, ¡si recapacitaran sobre los medios uti­ lizados para retener a los hijos, a quienes sienten como propiedad, aceptarían que no son amigos! ¡Nadie puede tratar así a quien ama! Un ser limitado, in­ terrumpido en su desarrollo, infeliz; aparece cuando se impide la libertad, la independencia y madurez de los hijos. Los padres suficientemente respetuosos de la inte­ gridad del hijo, querrán que se vaya y tan sólo les dolerá tener que dejarlo ir; lo ideal sería que al mismo tiempo quisieran que se fuera. (Fromm: Arte de amar y Psicoanálisis de la sociedad contemporánea.) Así se logra la solución psicológica del problema; de otro modo, casándose o partiendo a tierra extraña sólo se resuelve el problema físico, pero permanece latente y dinámico dentro del espíritu del individuo, el con­ flicto, que para siempre impedirá la realización y expansión personales. 254

¡Cuando se necesitan de tres a cinco años para tra­ tar de resolver conflictos de esa clase y después de mucho tiempo no se logra que una persona se exprese objetivamente (esto es, bien y mal de sus padres), se comprenderá el arraigo, la dificultad y lo irracional de este grave problema!

Feminidad, sexo

"Los casados deben ser y serán sagrados el uno para el otro, aún más de lo que es cada uno para sí. El hom­ bre cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar, y dará a la mujer, protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuer­ te debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él y cuando por la sociedad se le ha con­ fiado. La mujer, cuyas principales dotes son la abne­ gación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura, debe dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mis­ mo, propia de su carácter.” (Epístola de Melchor Ocampo, leída durante los matrimonios civiles en la Ciudad de México.) El siglo xix produce una carta que durante el siglo xx sigue siendo ejemplo para sancionar la unión civil entre dos personas bajo la forma de contrato 255

matrimonial. Es una enumeración de características masculinas y femeninas que aparentemente pretende dar la impresión de igualdad, pero que permite (esto fue el sentido del autor) percibir la orientación fran­ camente patriarcal de la cultura; hoy se lee y no se ha modificado ni ha sido necesario; representa el sen­ tir de la mayoría y está claramente expresado lo que se entiende por hombre y mujer y las cualidades que corresponden a cada uno, así como las obligaciones. Se ha partido de una dicotomía en que por una rama se describe el valor y la fuerza, la protección, que apoya y defiende, lo brusco e irritable, lo duro de sí mismo. Por otra la belleza, compasión, consuelo, ternura, perspicacia, consejo, abnegación, delicadeza y debilidad. Es un mundo de hombres en que se confía por me­ dio de la sociedad el débil al fuerte. Los hombres han hecho las leyes. Hace muchos siglos que han orientado la cultura para su propio provecho, partiendo de la base de que ciertos atributos son pertenencia del ma­ cho y que hay oficios que sólo él debe hacer. Él mandará, ella en cambio obedecerá y será prote­ gida, mantenida económicamente, en cuanto a ali­ mentos, ropa, casa, dinero, diversiones. Si es hecho cierto, afirmación apodíctica, que el hombre es superior a la mujer, lo mejor debe ser y será para él. Si se trata de una mujer, puede ganar cualquier salario y se podrá decir: "para una mujer está bien”. Ciertas profesiones le son adjudicadas: den­ tista, mecanógrafa, taquígrafa, vendedora, taquillera de cine, maestra de jardín de niños, trabajadora social, secretaria, enfermera. 256

Si se trata de lo relativo al sexo, deberá esperar hasta el matrimonio para relacionarse con el hombre. Él también debe esperar hasta el matrimonio según los mandamientos católicos, sólo que en este caso, ello se resuelve con tres Padres Nuestros y un Ave María, más el ofrecimiento de no volverlo a hacer. Ella en cambio no lo logra fácilmente, los repre­ sentantes de la religión y la sociedad lo pueden saber; no transigen, puede resultar un producto de tal unión y eso no es perdonable ni siquiera por violación mani­ fiesta y comprobada, como durante la Revolución. Ocurre con la mujer y la exigencia de "virtud”, lo que con la madre; encontramos nuevamente esa manera particular de ver las cosas, en que lo primor­ dial pasa a segundo término y se aprecia lo superfluo carente de valor. En la mujer se exige la virginidad para el matrimonio y la integridad necesaria para que el hombre conozca que es el primero. Si excluimos la posibilidad de que se halle para la virginidad la piedra filosofal de la reconstrucción (existente en principio), que transmutará cualquier metal inferior en oro, se debe recapacitar sobre lo ab­ surdo de un razonamiento que parte de minucias sin tomar en consideración el valor del amor, de la posi­ bilidad de colocar la vida de la mujer y del hombre en un plano superior a lo estrictamente biológico. Entonces será más importante ser amado y respetado por alguien, que en tal virtud, será monogámico y no considerará fácilmente la posibilidad de ser infiel. No podrán entregarse hombre y mujer a nadie que no los merezca. Hacer la unión a través del sexo, no es simple para quien se respeta; es darse por completo 257

y en consecuencia será necesario que ambas personas sean merecedoras, y posean ciertos atributos. El respeto por el cuerpo y la emoción, conduce a las condiciones para entregarse: que el otro sea semejante, merecedor, de la misma calidad humana. Lo contrario, que su­ cede frecuentemente, no altera el razonamiento: sólo se trata de instintivismo y mecanicidad, de escasez en el funcionamiento humano. Hace falta que el hombre y la mujer comprendan y sientan, que la vida no consiste en poseer una mu­ jer o un hombre diferente cada día, como el vaquero de la película yanqui de "caballitos’' que anota, en la cacha de su pistola 44 Smith and Wesson, una muesca que marque cada aventura: morena, pelirroja, rubia; es penoso que todo eso sea tan "glorioso” como pro­ ducir arte, poesía, filosofía, ciencia y amor. Se le concede una gran importancia a lo que menos la tiene: un hombre que ame a una mujer podrá quererla a pesar de cualquier amputación. Podrá te­ nerla con tres dioptrías de visión. La amará a pesar de alcanzar un nivel en la escala de Binet de 70, a pesar de que use calzado del número 9. Vivirá con ella y será feliz, aunque tenga una diferencia de dos centímetros entre el miembro inferior izquierdo y el derecho. Inmadurez, vanidad y hombría-machismo son la base de la dificultad, con la intervención absurda de la iglesia católica, convirtiendo en pivote y ci­ miento de eternidad, el sexto mandamiento. ¿Cómo entender la situación psico-social que plan­ tea el problema del sexo? ¿Por qué tanta importancia 258

culturalmente hablando? ¿De dónde su fuerza extra­ ordinaria? ¿Cómo explicarlo en nuestro medio? En el extranjero puede hallarse algo semejante, aunque más "civilizado”, resulta complejo entenderlo, pero hay que plantearse la explicación de ese mismo hecho en personas de calidad intelectual, cultural y filosófica. El doctor Víctor Frankl dice: Por lo general, se considera más imperdonable el adulterio en la mujer que en el hombre. Es posible que sólo en apariencia envuelva una gran injusticia. La actitud de los dos sexos ante la vida sexual difiere, entre otras cosas, desde el punto de vista psicológico. Allers, por ejemplo, señala esta diferencia del modo siguiente: el hombre se entrega al amor, la mujer se entrega en él. Sin embargo, el distinto criterio con que’ se en­ juicia la infidelidad radica en una diferencia profunda entre ambos sexos, diferencia que llega incluso a lo biológico y que tiene, tal vez, su razón de ser ontològica. La diferencia entre los dos sexos podrá expresarse, tal vez, mejor que de ningún otro modo, por medio de un símil, no sólo en lo tocante a la infidelidad sexual, sino también en lo que se refiere a la pér­ dida de la virginidad: una fuente que vierta su agua pura en un recipiente sucio no pierde, por ello, su pureza; en cam­ bio, una vasija que se llene de agua sucia, aunque sólo sea una vez, se ensucia ya para siempre (V. Frankl: Psicoanálisis y existcncialismo, F. C. E. Brevario 27, 1950, pp. 201 y 202).

El doctor Frankl interpreta fielmente el contenido intelectual de cualquier machista de aqui y lo justifica brillantemente desde el punto de vista existencial. En esa forma transcurren las cosas en esta cultura, en la que el hombre tiene que afirmarse frente a cada mu­ jer. Donde el acto sexual es una batalla en que él debe dejarla exhausta, ganar la lucha aún sin amor, 259

respeto y consideración. La búsqueda constante de la seguridad a través del dominio sobre la mujer en la so­ ciedad, la casa, el hogar y la cama. El hombre seguro de sí no necesita probarse. Llena una función espontáneosexual, satisface la situación económica habitual, cumple sus deberes paternal, so­ cial y productivamente. Su seguridad no puede depen­ der del número de mujeres en su vida, ni de la "cer­ teza” (?) de que en la vida de su esposa, novia o amante, él, fue el único. No es examinado, ni así lo siente, en ninguna sitúa ción de su vida, por la mujer a quien ama. Puede solicitar de ella ayuda y reconocer que en algunas cosas es superior, tiene potencialidades diferentes, y puede hacer algunas que él no podrá verificar. De toda esa maraña se libra aparentemente la ma­ dre, quien posee gratuitamente toda cualidad posible. Pero, ¿no ha sido una mujer como todas, como las otras, las que engañan y causan enredos, desgracias y muertos, se burlan de los hombres y de las madres infelices a su vez? Sólo planteando todo problema frente a ella, será posible comprenderlo. Es la única que se libra del insulto consciente y franco. La madre, la primera mujer que se conoce y se trata. Es la que inicia el carácter y toda relación humana. Es la que procrea, pare y lacta, acoge en el regazo, enseña a caminar y hablar, alimenta y cuida. Con ella se perciben los primeros problemas graves, para Freud: Edipo incesto-sexual; para Fromm: conflicto existencial de autoridad, de amor. Es la ima­ gen todopoderosa que da protección y seguridad. 260

Intencionada o sin intención, cobra su tributo: la dependencia, el deseo de quedarse ahí siendo alguien. Hay que luchar después por la libertad, contra ella y el padre. Éste, acostumbrado a mandar, propor­ ciona armas con su intolerancia, fuerza y abuso de autoridad y la imposición de sus principios frente a los del adolescente, futuro hombre que quiere saber quién es, dónde va, con quién y por qué. Pelean con armas relativamente semejantes, la lucha es desagra­ dable pero puede ganarse; entonces se es hombre. Pero, ¿contra ella?, ¿qué hacer? ¿Cómo luchar?, ¿cuáles ar­ mas emplear? Ha dado el ser, ha sacrificado su cuerpo que se deformó y maltrató. ¡Siempre ha deseado lo mejor para él! ¡Quiere una mujer que lo ame tanto como ella lo ha hecho, que le dé satisfacción en todo! Entonces moriría tranquila. Ella no exige nada para sí. La vida la ha golpeado duramente, el esposo no fue bueno; tuvo el consuelo de los hijos; pues fue madre, antes que esposa. Está ya enferma, vieja y cansada, la vida le dio poco. Tenía sus esperanzas en los hijos. Serían lo que ella no pudo ser, tendrían las cosas que quiso para ella y no logró. Los sacri­ ficios que tuvo que llevar a cabo, los actos heroicos, no deben ser inútiles. "Honrarás a tu padre y a tu madre” es válido para ambos, así está expresado —pero es indudable que lo que más importa es la madre. ¿Cómo pelear contra esa montaña de agradeci­ miento, deuda inacabable, de la figura santificada, abnegada, mártir? ¿Cómo sacudir una sociedad im­ pregnada profunda y radicalmente de maternidad? 261

Sólo colateral y simbólicamente, por el insulto a la madre de otro, que es lo contrario de la de uno; la agresión directa, grave, cruel contra la mujer que se define exactamente como una cualquiera en las can­ ciones. Preferencia por la madre ante la "otra” que debe rendir pleitesía, doblar la cerviz y aceptar papel se­ cundario. Mostrar machismo frente a ella, poseyendo mujeres, destruyendo hombres, para que ella vea y compruebe que él es hombre. Las llaman "viejas”, hiriéndolas e insultándolas; to­ do derivado de "mi vieja” — mi madrecita. Éstas son respetables por su edad, sufrimiento, limitación de movimientos, enfermedades, disminución intelectual, cercanía de la muerte. ¿Sería un atrevimiento pensar que esa denominación proviene de una actitud sola­ pada hacia la madre y que oculta una agresión in­ consciente? Luchar contra ella o lo que significa es muy difícil porque es la vida misma, lo arcaico, el principio de las cosas; produce terror y sensación de soledad ab­ soluta, de impotencia y muerte; pero conduce a la madurez y a la salud.

Maternidad y carácter

Un factor importante y fundamental en la deter­ minación del carácter del mexicano de cierta extrac­ ción social, es la relación madre-hijo. De gran signi­ ficación objetiva por lo que toca a la influencia de ella en su formación; de enorme significación subje­ 262

tiva en la que frecuentemente desconoce la razón y orienta constantemente su vida a lo que la sociedad, cultura y familia aceptan y ordenan como normas. Se le celebra el 10 de mayo, se le implora el 12 de diciembre. Produce hijos. Por presencia y ausencia, positividad y negatividad, los determina. Cuando bue­ na, por eso, cuando mala, por ello. Cataliza y es presencia hasta sin intervención. Ella actúa el papel más importante de la familia. Si el hombre la golpea, representa el sufrimiento y la resignación. Si trabaja y lo abandona, si busca sos­ tener el hogar, si se ha sacrificado por mantener a los hijos y no pudo ser suficientemente madre como ella lo hubiera deseado, actúa su drama y lo racio­ naliza eficientemente. Si se apoderó del hijo fue por­ que estaba tan sola, que él era su único consuelo, esperó 10 años estériles y logró tenerlo al fin. Si es autoritaria y despótica, el mundo la hizo así, ¡sufrió tanto! Si es ansiosa y angustiada, protectora en grado patológico y por consecuencia, debilitadora de la per­ sonalidad de su hijo, es porque tuvo un hogar original desgraciado ¡no fue su culpa! Si narcisista y adoles­ cente, tal vez lo seduzca, consiguiendo que se fije en ella de tal modo que sólo vea cualidades, hermosura de cuerpo y de espíritu, que pierda su objetividad y encuentre el modo de racionalizar, justificándola co­ mo la mejor madre del mundo. Si es fría o indiferente, habrá forma de verla como gente que no se inmuta, racional, intelectual, no la vence el miedo, es educada, ve las cosas con calma, fríamente. Cuando infantil e indulgente, se iguala a sus hijos, juega con ellos, les dedica todo su tiempo y siempre los perdona, ¡es bon­ 263

dadosa, tolerante, comprensiva! ¿Era brutal, sádica?, eso es fácil de explicar; la energía, la autoridad endu­ recen el carácter y el espíritu, no conviene ser blando, es cualidad actuar en esa forma, enfrentarse a los demás con indiferencia, intelectualizar y ahuyentar la emoción, un carácter así es cosa que se debe a la madre y a su forma de educación. Cuando incestuosa y seductora es tan tierna y cariñosa, constantemente acaricia, besa, seduce como puede, no logra estar ni un instante sin su hijo, lo conserva para su propia satisfacción y él no podrá desprenderse fácilmente de esa liga para unirse a una mujer con libertad, dis­ puesto a integrar un hogar y realizar su amor. Madre oligofrenica, madre psicòtica, madre neuró­ tica; tres creadoras de material de manicomio y en­ fermedad social, de carne de presidio y categorías in­ frahumanas; de enemigos de la sociedad, resentidos y contrarios a todo género de normas. La imposibilidad de la madre y del padre de ser felices, su incapacidad para realizar su personalidad y hacer algo del tiempo de la vida que les ha sido concedido; su ineptitud para utilizar ese tiempo y esa vida en conducir otra en el sentido de la propia es­ pontaneidad, hallando placer y satisfacción en ello. La seguridad absurda de que los padres son superiores a los hijos, y poseedores del mejor modo de vivir y realizar la vida; de que deben ser obedecidos, conti­ nuados, prolongados hacia el infinito por los hijos que (desgraciados de ellos), no pueden defenderse cuando pequeños por la desventaja y cuando adultos ya no pueden porque les han fracturado el carácter y la per­ sonalidad. 264

Abuso y atropello de seres grandes contra seres pe­ queños, de gentes con fuerza muscular y estatura, con capacidad económica y mejor capacidad de argumen­ tar y de mentir. Gentes que pueden decir: —esto no se hace porque yo no lo quiero, o bien esto se hace porque yo lo digo—. Personas que imponen su cri­ terio irracional sólo por haber procreado y tener más experiencia que cotizan por su edad, canas y tamaño. Hombres y mujeres adultos abusivos, que responden al hijo cualquier cosa con el objeto de ''quitárselo de encima”, que juegan con él fraudulentamente pensan­ do en otra cosa y con la impaciencia retratada en el semblante y en la acción. Padres que los abandonan para jugar y divertirse constantemente, que ponen la vida, producto de su unión, en manos extrañas y sin interés por quienes no son sus hijos. Padres que com­ pran el amor con la seducción económica o jugueteril, con el monto abrumador del regalo que cubre el cariño que no existe. Que mandan a sus hijos a educarse lejos, en nación extranjera, racionalizando la mejoría de métodos pedagógicos, pero en realidad con el afán de que alguien los aguante, los corrija, los eduque o los enderece; desde la escuela conventual hasta la escuela cuartel. Mujeres que se hacen obedecer con la mirada, el gesto y la sola presencia, convierten a los hijos en Zombies que voltean y miran antes de hacer o sugerir algo y que semejan mendigos que se acercan con la mano extendida después de haber explorado que la mi­ rada del sujeto no sea amenazadora, dura, desprecia­ tiva. 265

Hombres y mujeres que ridiculizan la iniciativa, los deseos, opiniones y aspiraciones de los hijos, frecuen­ temente más razonables y capaces que sus críticos; tan sólo han llegado al cumplimiento de una situación biológica y social, sin estar preparados para ello. Han tenido un hijo cuando todavía necesitarían que los cuidaran o tomaran la responsabilidad de ellos. Tener un hijo —y esto es bueno para padre y ma­ dre—, significa supeditar algunas cosas importantes a otras aparentemente menos importantes. Exige la necesidad de alternar, cuando menos, los intereses de las personas que forman la familia, padres e hijos, considerándolos todos dignos de atención. Exije limitaciones para la diversión, el paseo y lo que a cada quien le gusta más en particular. La difi­ cultad de los primeros tiempos de la paternidad y maternidad, consiste en que un infante necesita todo el tiempo disponible porque es pequeño, inerme, frá­ gil, indefenso, debe cuidársele constantemente, estar pendiente de lo que le ocurre; hay que dejar el libro, la fiesta, la música, las relaciones habituales, gastar el tiempo comprándole cosas, ocupándose de sus moles­ tias, llevándolo a donde se distraiga. Se le debe enseñar lo que no sabe e interesarse por él para entrenarlo y hacerlo aprender lo que quiere saber, conocer, domi­ nar; tratarlo como alguien igual aunque pequeño, a quien se debe respetar como humano, pues no hay diferencia en la edad para el conocimiento de las cosas de la naturaleza. Es problema de adultos limitar lo que "pueden entender” o lo que les "interesa”. Pro­ blema del adulto y de la neurosis del adulto es pos­ tergar y eludir, para otra ocasión la respuesta a una 266

pregunta escabrosa, sobre algo que, aparentemente, no tiene sentido, que es extraño y absurdo, pero que al niño le interesa como si en ello le fuera la vida, por­ que debe dominar las cosas del universo a través de su propia comprensión y entendimiento, no a través de su fuerza. En ello, le va la vida, de ahí su interés. Todo esto debe hacerse. Quizá no sea necesario tanto esfuerzo y disciplina, pues podría ser espontáneo, ha­ cerlo tranquilamente y lograr placer en ello. Lo que cuenta —puede ser dicho con firmeza—, es el carácter de los padres. Ser madre —me referiré exclusivamente a ella—, es algo gracioso durante los primeros tiempos de la vida del hijo; se trabaja en forma instintiva y lo heterodoxo e inhabitual es que ocurra lo contrario, que no funcione o sea cruel, des­ preocupada, fría e inexistente. No así en las épocas posteriores, donde el carácter de la madre matiza su conducta y la determina, como "fuerza que mueve al hombre” y que será funda­ mental para su actuación hacia la vida, y su hijo. Si una persona es de carácter improductivo (las orientaciones de carácter y el concepto de amor, están ajustados a la descripción de Fromm: Escape From Freedom, Man For Himself, Forgotten Language, Psychoanalisis and Religión, The Sane Society, y The Art of Loving) en la denominación de receptiva, acumu­

ladora, explotadora o mercantil; su conducta en las diversas circunstancias de la vida será motivada por el tipo a que pertenezca. Por el contrario, si se trata de una persona de ca­ rácter productivo, maduro, seguramente que su acti­ tud ante las varias manifestaciones de la vida que deba 267

enfrentar, será la adecuada desde el punto de vista de su personal madurez y grado alcanzado. La orientación receptiva, hará que la madre sea ante su hijo una persona que actuará con dependencia, su­ peditación. Si es persona explotadora, su actitud será consecuente: tratará de obtener el provecho necesario bajo la forma que adopte su conducta, lo utilizará, obtendrá ganancia, lo orientará para que lo permita, etcétera. Cuando acumuladora, no dará amor, tendrá temor de todo lo externo que pueda arrebatarle al hijo, se apoderará de él y lo convertirá en su propie­ dad. Quizá será indulgente, si es mercantil; ocasio­ nalmente servil y sumisa, eventualmente infantil, en cada ocasión en distinta forma, mimética, cambiante, sin nada consistente, será "lo que otros desean que sea” y consecuentemente su actitud hará que el hijo se le semeje y se convierta en algo parecido y que tampoco sepa a qué atenerse en las circunstancias de la vida, actuando en la forma que supone que los de­ más aprobarán, estarán satisfechos y lo aceptarán, ya que dependerá (de reflexión como espejo) de lo que los demás digan, hagan o indiquen. En cambio, si es productiva, su actitud estará ba­ sada en los atributos que caracterizan tal manera de ser: capacidad de amar en forma madura, objetividad que realizará sus potencialidades, su capacidad de uti­ lizar la razón en cada una de sus posibilidades. La capacidad de amor implica conocer a la persona amada, cuidar y responsabilizarse de ella, y finalmente respetarla. Es un conjunto de atributos y exigencias implícitos en el amor que necesariamente orientan 268

la conducta hacia quien se ama, sea hombre o mujer, hijo o padre, madre o hermano. El que ame a otro actuará siempre en el sentido del bien para la persona por quien tiene ese senti­ miento, procurará lo que preserve su vida y le haga feliz, pensará en su independencia, su libertad y es­ pontaneidad, intentará que su carácter se robustezca suprimiendo la dependencia en lo posible, capacitán­ dolo para dar, buscará el desarrollo y desenvolvimiento de quien ama, y no pensará en que continúe la vida de la madre, ni en poseerlo, en la única forma en que puede poseerse a una persona: convirtiéndola en cosa, destruyéndola. Ocurre que la actitud de la madre hacia el hijo, fuera de los primeros veinticuatro meses, puede ser influida en forma importante por su carácter, por la actitud socio-cultural, y por una adquisición relati­ vamente nueva; la manera psicológica de ver el pro­ blema, con las sugerencias escuchadas en la actua­ lidad. Una vida realizada permite ser tolerante y bon­ dadosa, no pretende la prolongación a través de un extraño, permite dar sin temor de perder lo propio que ya está logrado. Una persona que ha vivido con sentido de realización en una obra, en el hijo, en el tra­ bajo, está satisfecha, ha llenado su lugar en la exis­ tencia. Al vivir una vida plena, puede dar, tiene suficiente. La objetividad la obligará a ver con rea­ lismo, en el caso del hijo, del esposo y de la sociedad, le hará posible verse a sí misma como es y a los demás sin la distorsión paratáxica que todo lo embrolla, enreda y complica; podrá comprobarse como sujeto 269

frente a un objeto y objetivar frente a lo subjetivo. Esto la conduce a un grado de acercamiento de la realidad externa con la interior. Emplear la razón es obligación de todo ser racional, la madre no puede estar exenta de tal necesidad y mientras mayor utilización haga de ese atributo, será, en consecuencia, mejor madre. Así pues se celebra el diez de mayo, lo que no se es estrictamente: o la actitud supuesta que proviene de tener hijos —y en tal virtud la conducta fatal por tal cosa—, o la actitud heroica de la que se hace aparecer heroica por sus actos, o sacrificios. No se es madre exclusivamente por tener hijos, ni se es grande por heroica y sufrida. El amor maternal caracterizado por protección y amistad, por atributos de amor, por el deseo real de permitir independencia al hijo, dejándolo ir y aún queriendo que se vaya. Es fuerte, no necesita heroicidad, ni practica el sacri­ ficio; da amor y lo que puede conceder desde el punto de vista del carácter de la persona. Una clara mejoría social de hombres y de mujeres, educación e instrucción psicológicas, obtención de madurez, productividad; daría como consecuencia lógica la mejoría clara de la madre, que siendo una buena mujer, sería por definición, una buena madre. Ser buena mujer implica condiciones: amar la vida, lo que existe, las flores, el ser humano, los animales, el universo, sentir alegría, la alegría con que Dios ha querido que se le ame y odiar la destructividad. Inte­ resarse por todas las cosas del mundo, ya que le con­ ciernen como ser humano. Amar al hijo exactamente como a todo lo demás: como a un pájaro a quien 270

no se enjaula, una planta que no se mutila, un animal a quien no se lastima o impide la libertad. Como a la ciencia, a la música, al libro. Pero además, cosa im­ portante y fundamental, amar al hombre con quien ha tenido un hijo, con quien se ha relacionado y vive; de ahí la aberración grave de decir y hacer hincapié en que se es madre antes que todo. El hijo necesita también del padre, es necesario que ame a su padre que es el que completa el triángulo básico de su vida; no tiene por qué odiarlo, ni qué elegir entre ambos. Es necesario pues, el respeto por el que unido a ella procreó a ese hijo, por la labor que hace y por lo que le interesa. Madre absoluta, mártir y sacrificada, es madre creadora de sentimiento de culpa, de apoderamiento, dependencia y limitación, de carencia de espontanei­ dad para elegir el género de vida que debe llevarse. La mejor satisfacción y realización de los padres, principalmente de la madre, conduciría sin duda a una mayor posibilidad de felicidad para su hijo. Menos neurosis de los padres, mayor entrega y me­ jor relación entre madre e hijo, harán mejores hijos.

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VIII

EL MACHISMO

SU CONCEPTO Y ALCANCE La palabra "machismo”, no existe en los diccionarios de la lengua, ni tiene aceptación aparentemente. En México el uso la permite. Deriva de la palabra macho, del latín masculiis^ se llama así también al mulo, producto híbrido del cruce del asno con la yegüa. Alude a una cualidad sexual y se refiere particular­ mente al animal del sexo masculino y al hombre cuan­ do se le atribuyen características de masculinidad. Entre las gentes del campo se emplea la palabra para designar al varón, a la mujer se la dice hembra. Suena duro cuando se refiere al hombre, porque expresa genitalidad. Machismo quiere decir una manera de ser que puede ser cualidad positiva o negativa según se emplee. Puede ser admirativa o peyorativa. No se trata ciertamente de los caracteres del hom­ bre maduro productivo. Se refiere a la función rela­ cionada con genitalidad medular, a un tipo peculiar de valentía, a una forma especial de resolver las con­ troversias humanas y expresa una actitud especial hacia la mujer, la vida y la muerte. Funcionando desde el punto de vista del sexo, el hombre debe dominar a la mujer, ser capaz de agre­ dir, mostrar superioridad luchando abiertamente en plano muscular o empleando puñal o pistola, no tolerar 275

insulto o la duda respecto de la "hombría”, ni el floreo o piropeo a la mujer con quien pasea; mostrar temeridad y desprecio por el peligro y así afirmarse casi siempre en circunstancias triviales frente a los valores humanos. Su actitud reviste matices moderados o exagerados de filiación paranoide: "Yo soy mejor que tú.” "Más hombre-macho.” "Yo no me dejo.” "A mí nadie me insulta.” "El que lo hace se muere.” "Nadie puede atreverse con la mujer que anda conmigo.” "Yo soy padre de más de cuatro.” "Yo soy tu padre.” "Yo soy bastante para cualquier mujer.” "La mujer es mi in­ ferior y debe hacer lo que yo quiero y estar a mi servicio sin hacer yo nada a cambio.” "Los demás son hijos de prostituta, esto es, su madre es una cualquiera, no llegó virgen al matrimonio, fue de muchos, o vio­ lada, forzada, estuprada.” "A mí nadie puede ponerme cuernos.” "Yo tengo cincuenta, a ninguna la man­ tengo, y para todas hay.” Con devoción hacia la propia madre y gran des­ precio por la ajena, agrede a los demás en plano proyectivo, donde más duele. (Durante el pleito o la agresión no se les ocurre el insulto en relación con el padre, del cual se podría decir de homosexualidad por ejemplo.) Se asocia con la idea de aguardar y defender a la mujer del clan, a la próxima y familiar, a la del grupo consanguíneo: madre, hermana, hija. Implica ser suprapotente en el sexo, de genitales monstruosos, de labor sexual exhaustiva y agotadora para la mujer. Ella debe aceptar por su parte aquella superioridad (aquí se trata eventualmente de una especie de folie 276

á detix), en una situación cultural y social en que se

admira al individuo de tal atributo y se está de acuerdo parcialmente con la forma en que se es tratada. Es in­ teresante, se transparenta en el uso del lenguaje, el contenido psicológico entre cierto tipo de mujer de nuestra clase baja y media baja; cuando practica rela­ ciones sexuales, ésta dice: "cuando mi esposo o mi hombre me usa”. Durante una pelea mortal, cuando el hermano, hijo, esposo o amante, adopta una actitud machista, de "valentía”, se le admira, es motivo de orgullo. Si muere durante una trifulca tal, entonces su memoria es re­ verenciada. Inseguro de sí mismo, teme ser reconocido como inferior, lucha permanentemente contra ese senti­ miento. Aunque se inicia con diálogo, el problema es estric­ tamente monólogo con proyecciones intensas: duda de uno mismo, no del otro. La afirmación de cualquier persona cae sobre terreno fértil y bien regado. Existe en cada machista una duda profunda, arraigada sobre su hombría auténtica, frente a la mujer y frente a otro hombre. Españoles y aztecas

Hay una circunstancia importante en la raíz his­ tórica del machismo. En la historia de éste país han ocurrido situaciones de tipo particular que han per­ mitido posibilidades repetidas y es natural que hayan influido en las características culturales. Hablo de confluencia de causas: los mexicanos precortesianos 277

fueron conquistados por españoles del Renacimiento, de atributos claros y organizaciones sociales semejan­ tes. Las religiones, también permitieron el trueque, de ahí las virtudes y defectos del español y del indí­ gena asociados en forma de amalgama. ¿Azar o casua­ lidad?, prefiero llamarlo circunstancia histórica. Si los franceses o ingleses hubieran conquistado esta porción de América, los resultados habrían sido diferentes. Los rasgos del francés o del inglés han modelado la personalidad y los caracteres de las personas sojuzga­ das por ellos. México recibió sangre y psicología his­ pánicas, factor importante que aclara algunos hechos: El predominio del hombre en ambas sociedades, con disminución clara de la mujer, establece un mundo claramente patriarcal. Ambos pueblos de guerreros, conquista y rapiña, en el cénit de sus posibilidades militares. Los españoles dueños del mundo, los aztecas dueños de México. De organización jerárquica semejante: teocracia y ejército. Religión de Estado, aquí en México más clara, no se sabe de apostasía entre los indígenas, cuando más, hubo asimilación de otros dioses. Los españoles todos católicos, no eran influidos aún por la doctrina y obra de Lutero. Diezmo por ambas partes, sacerdotes por igual, con­ ventos de hombres y mujeres, confesión, mortifica­ ción y sufrimiento, impuestos: cilicio, disciplina y san­ gría de los músculos, el glande y la lengua. Idolatría y ceremonial excesivos, enorme liturgia y dispendio. Politeísmo y polisantismo. Matar, de par­ te de los indígenas, para alimentar al dios con racio­ nalizaciones diversas. Matar, en nombre de Dios, bajo 278

la racionalización de salvar a los hombres por parte de los españoles. Idéntica religión de sangre, cruel­ dad y destrucción, con motivos diferentes, iguales consecuencias. La Inquisición prohijó exquisiteces que los aztecas jamás imaginaron. Destructividad igual, la azteca, franca y valiente, sin sublimación; se mataba y así se resolvía el problema de hostilidad y agresi­ vidad, no había eufemismo. En el español había pseudo sublimación, racionalización. Dioses de barro, piedra y madera; frente a dioses de madera, piedra y barro. Sólo existía diferencia en la actitud artística: concretismo en el español, abs­ tracción en el azteca, imitación servil en uno, espon­ taneidad y simbolismo en el otro; los dos igualmente auténticos. La civilización de piedra contra la de hierro y acero; ambas en busca y en sendero de la del oro. Esclavitud por igual, humanizada la azteca, desco­ nocedora del "fierro” y sus funciones, no lo empleaba con fines de registro de la propiedad humana. Econo­ mía rapaz, vértice de una pirámide integrada por otros que trabajaban y entregaban lo hecho obliga­ damente; diferencia en lo cuantitativo ya que el es­ pañol lo hacía en mayor grado. Una clase determinada de soldados y guerreros aquí, que sólo hacían eso, pero que eran bien vistos e im­ portantes en la comunidad. Allá, clase de caballeros, guerreros con los mismos atributos sólo sabían pelear y matar. Organización urbana semejante: calpulli igual a barrio, frecuentemente ambos con sentido religioso. Organización en el campo que se iguala, después de 279

la Conquista española con los resultados de las con­ quistas de los aztecas o de su confederación en otros lugares: tributo, esclavitud. La diferencia es que la dominación española incluye a los de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan. Otra di­ ferencia básica y justificación posterior son doce fran­ ciscanos y unos cuantos más, Las Casas y Tata Vasco, la religión de ellos era diferente, la obra lo fue también. Eran otros que los conquistadores españoles y los indígenas; traían una nueva civilización que incluía a Jesús de Nazaret y al seráfico de Asís. Ense­ ñarían además el idioma que "nacería” un siglo des­ pués en la pluma de Cervantes. Mostrarían una actitud diversa hacia la vida y el hombre. Como en el Génesis, en arreglo entre Abraham y Jehová: son más de diez justos y es posible por ellos perdonar la Conquista.

Mujer, subjetividad, angustia

La conducta del hombre y la mujer en el siglo xvi y antes de él, era invariable, sujeta a cánones impo­ sibles de romper. El hombre es la figura predominante en casi todos los aspectos: poligàmico, guerrero, viajero y ausente de la casa, para él son los puestos importantes, honores, méritos, lujo, expansión vital. El adulterio era penado horriblemente para la mu­ jer. El hombre poligàmico sólo tenía la limitación económica; aunque también se le mataba, es por otra parte verdad que tenía las facilidades máximas para resolver el problema sexual en plano de promiscuidad, 280

sin recurrir al adulterio, que para él constituía propia­ mente una circunstancia de avidez y avaricia. En ella podría ser una necesidad; estaba postergada y consi­ derada como algo secundario; ante la posibilidad de una satisfacción o de ser amada en forma transitoria, tenía que arriesgar la vida. Las leyes protegían las costumbres y la moral, pero con raíz patriarcal, de­ fendiendo al hombre de la eventualidad de que se le engañara. ¡El había hecho las leyes! Llamar a un azteca cuilón — puto, era el insulto máximo, se ponía en duda su hombría. Entonces sin remisión debía morir aquel a quien se le comprobara esa actitud. El suicidio y la autodestructividad no eran bien vistos. El hombre iba a la guerra como a la fiesta, a lucir su fuerza, obtener honores y vestir con lujo ; se le recompensaba por la labor realizada, calificada por el número de prisioneros que hiciera y el valor desple­ gado. Al ponderar atributos y favores permisibles en ca­ da uno de ellos, hombre o mujer, se consideran las oportunidades y concesiones, la libertad y alegría; se comprende también la desventaja de la mujer, su infe­ rioridad real objetiva, ¡era un lujo y una suerte ser hombre en la cultura azteca! Sin embargo, la actitud era reactiva a la mujer en el habitante de esa sociedad; dominadas por el hombre, trastrocado el poder y la sociedad matriarcal, se im­ plantó una nueva modificación en la cultura: el go­ bierno es una organización jerárquica, que desplaza, por supuesto, a las mujeres de cualquier puesto im­ 281

portante. La reacción hacia ellas había sido violenta y drástica al situarlas en la casa, frente al fogón, pro­ duciendo hijos y sin ser compañera única. Era necesario evitar que la mujer recuperara el po­ der que detentó en los primeros años, cuando ha­ cía valer su ternura, su amor y su carácter de procreadora. Había que eliminar toda posibilidad de retorno, asentando firmemente el poder que se deseaba definitivo. Cuando los españoles llegaron to­ davía había remanentes de mucho tiempo antes, tal vez del comienzo de la historia y de la vida. Había cacicas que mandaban a los hombres; una de ellas hizo la Conquista con Cortés, dato que permite la sugerencia de que quizá no era tan lejana la época del cambio, o no había sido aún generalizada la lucha en la totalidad del territorio. Puede decirse que la situación de la mujer sólo cam­ bió de objetiva a subjetiva al ser vencida, y tornó más poderosa, inasible e imponderable. Ya el azteca, precursor del machista, no puede con la mujer ni podrá porque se le ha escapado, es una diosa, mariposa de mal agüero, espíritu mágico más potente que las armas mismas y que el hombre; una porción de ella es amuleto y fetiche. La lucha se ha perdido para siempre, no son iguales las armas. Él ha integrado una manera de ser que asusta y destruye, de actitud cruel, parece desenca­ denar lo peor de su capacidad. Ha perdido porque no se puede ganar una pelea tal. La única forma de "triunfar” es considerándola y tratándola igual, pro­ curando que así sea y deseándolo. 282

En este mundo de hombres, hecho para ellos, cuyas leyes sexuales ha creado y a las que exige cumplimien­ to; la mujer que se desvía de ellas es considerada pro­ ducto cariado, de segunda categoría, nuez vana, no tiene aceptación ni cabida en la vida de otro individuo y es por ello (además de oligofrenia, neurosis y agre­ sividad), que ella vende su cuerpo. Todo lo mejor es para él, nada cambió con la Con­ quista y llegada de los españoles, todo a su favor y beneficio; sólo angustia hacia ella a pesar de mandar y ser el fuerte. El poder está corrupto, no se arraiga en seguridad interior; resulta entonces la coerción, mediante la ley y el dominio. Como en los países so­ juzgados en que se emplean todos los medios de des­ trucción y pavor, represión brutal, en que todos pagan por todos, y los dominadores están perpetuamente esperando algo —muertos de pánico—; un triunfo así nunca dará resultado. ¡Es que el enemigo está dentro del castillo, ha traspuesto el foso!

Actitud hacia la muerte

El "machista” no es lo suficientemente seguro y va­ liente para reconocer su miedo y su inferioridad, la ne­ cesidad de respeto hacia la mujer cuando lo merece, y el ceder en algunas circunstancias de la vida, recono­ ciendo la razón y el mérito de quien lo tenga. Debe demostrar a los demás y a sí mismo que es va­ liente, lo debe probar. Quiere afirmar —su conducta lo orienta a ello constantemente— que no teme la muerte, que la busca y se ríe de ella. 283

Considerando que la muerte finaliza la existencia, verdad indiscutible, y tomando en cuenta que la vida es motivo de alegría, y felicidad, para producir, crear y realizar cosas, etcétera. ¿Cómo aceptar el hecho de que exponga constantemente la vida, la juegue y la desprecie?, ¿cómo entender tal perversión? Hay una tergiversación de valores: se mata o se muere por demostrar algo que no es superior ni com­ parable a lo que se pierde. Ni siquiera se oponen dos valores semejantes, por el contrario, se infravalora el más alto de todos, la vida. El individuo machista, expresa siempre que es po­ sible: "si me han de matar mañana que me maten de una vez”, "no tengo la vida comprada”, "la vida no vale nada”, "para morir nacimos”. La muerte ocupa el primer lugar, hay culto por ella y hace chunga, burla de lo que es trágico y amargo, lo que corta la existencia segando toda esperanza, dice: "velar muertos con cabeza de cerillo”, "a mí las calaveras me pelan los dientes”. La vida no tiene significación para cierto habitante del país que la encuentra cruel, difícil, llena de frus­ tración, aburrimiento, y explotación, carente de satis­ facción y justificación para continuarla. Eso explica en parte la facilidad con que puede "ri­ fársela”, no tiene significación ni valor, nada repre­ senta desde el punto de vista del placer o de alguna realización. La vida puede jugarse y perderse en un albur, en una "ruleta rusa”, como algo que no importa. Hay carencia de intereses, ausencia de alegría; se marcha arrastrando una carga pesada sin esperanza alguna. 284

Predominio de un valor negativo en contradicción con el positivo. La muerte como algo que supera, es razón de ser, finalidad. Por eso, ningún individuo de una cultura diferente se jugaría la vida al águila o sol; porque siendo el valor más alto obviamente no se le puede colocar en igualdad de circunstancias. La muerte tiene la sintomatología que relacionada con el machismo influye directamente la destructivi­ dad, en alto porcentaje de heterodestructividad; su código implica la posibilidad de matar o ser muerto en plan de hombría demostrada ante otro y por ella. En el medio social en que la destructividad de hombre a hombre ha sido endémica, con exacerbación esporá­ dica; en el que la muerte siempre ha tenido cabida dentro de un patrón, con aprobación del individuo y de la sociedad; donde jamás ha habido la repugnan­ cia expresa, el repudio y la reacción en defensa de valores humanos; se alimenta el síntoma y se ha llegado a exaltar como virtud. La muerte es y ha sido afirmación máxima en cier­ tos individuos y en diversas culturas; pero cuando se refiere a individuos, significa la expresión mayor de independencia, seguridad y libertad personales, desin­ terés por las cosas mundanas y un afán de demostrar con el sacrificio y la muerte, la realidad de una verdad. Al destruirse comprueban que la vida con limitación o perversión deja de ser el valor máximo. No se busca la muerte, sólo han tenido que afrontarla y aceptarla como un mal menor; en ningún caso la han deseado y jamás la aprobarían como fin. En algunas manifestaciones de lo mexicano, es os­ tensible la actitud hacia la muerte; en la canción 285

mexicana, en el corrido y la canción ranchera, se halla ese sentido especial hacia la muerte y la destructividad. En relación con el machismo, enfrentarse a la muer­ te, matar o ser muerto, es expresión de hombría; el sentido existencial es que para morir nacimos, como fin-meta de la vida; no como terminación de la mis­ ma; común a casi todas las filosofías y religiones, con excepción de las que creen en la vida de ultratumba. La religión católica que expresa ese sentir congrega el mayor número de individuos considerados como representativos de una actitud "profana” más de acuerdo con la filosofía y la religión azteca que con la española, acorde a un tipo especial de paganismo que se ha colado dentro del españolismo y catolicismo vernáculos, matizando la manera de resolver los gran­ des problemas de la existencia humana. Enfrentarse a la muerte es señal de hombría-machismo, jugar con ella es no concederle valor ninguno, burlarse de ella la hace amiga, inocua; de ahí el co­ mérsela en una calavera de dulce, casar dos esqueletos juguetones hechos de papel que la representan, hacer pan de muerto, hablar y versificar: ¡cómo se llevó la flaca! a los importantes miembros de toda profe­ sión, organización política o burocrática. Cantarle, colocarla en el vértice de lo alcanzable; cantar al he­ cho de matar y morir por ella. Muerte y heroicidad. Si no se puede producir algo durante la vida ni hacer nada con la vida miserable y llena de amargura, de inferioridad y abuso-explotación; si durante la vida no se obtuvo ni pitanza en cantidad y calidad sufi­ cientes: morir como héroes, por una mujer, con la seguridad de que se le eternizará en el recuerdo, 286

en el corrido, y se habrá cumplido con el máximo alcanzable en la cultura. Sufrir, destruir, morir es orgullo de quien no crea nada, vence a la muerte con quien juega y de quien se burla; y la produce a voluntad superándola. Si la muerte es indefectible, si produce terror y amargura, si causa respeto por su poder y la necesidad ineludible de enfrentársele; al superarla es más poderoso que ella que le corta la vida, que no tiene significación para él, porque no le da ni le concede nada, no le significa nada.

Adolescencia y narcisismo

Para entender el machismo es necesario profundizar diversas características del mexicano. Recurrir a as­ pectos colaterales distantes y sin relación con los he­ chos principales. El pueblo mexicano (no se pretende generalización absoluta) es un pueblo niño, cercano a la adolescencia, con escasos ejemplos de madurez, de tipos de carácter llamado productivo. Atributos comunes son la receptividad, dependencia, irrespon­ sabilidad, irrespetuosidad, desprecio por la vida huma­ na, fuerza física, conquista femenina, duelo y muerte, agresión armada y dependencia materna que solicita el milagro para resolver los problemas. Elude el uso de los propios recursos, no emplea el esfuerzo pro­ longado, la constancia y eficiencia. También gusta de la facilitación, improvisación, el "empujoncito”, apadrinamiento, recomendación; exige perdón y con­ sideración de parte de los demás. 287

Los atributos del niño y del adolescente están deter­ minados por una actitud particular hacia la existencia y las personas "mayores”, ya sean los progenitores o aquellos de quienes se depende y con quienes se vive en condición de protección adherencial, gentes que solucionan todos los problemas del infante y que deben tolerarle lo que quiera o haga, con la única explicación de que es "pequeño”, es el hijo, o es "niño”. Se toleran las cosas más absurdas, se dejan golpear por el pequeño, hay que cantar y bailarle para que coma, permitirle destruir con la más amplia facilidad sin reconvención, con carencia absoluta de disciplina y moderación, dándole todo gratuitamente sin exigen­ cia a cambio, amablemente y sin esfuerzo, que le per­ mite sentir que es el único, o el más importante. Hay otro aspecto importante que Freud atribuyó a características dependientes de la localización de la libido, que produciría un tipo especial de sadismo, que hace al niño cruel y desconsiderado, sin interés genuino por los demás, deseoso ocasionalmente del sufrimiento de los otros, en aparente perversión; aso­ ciado tal vez a destructividad intensa que lleva por base conocer, comprender, dilucidar y hacer sufrir. Es un hecho que el niño no tiene un concepto de valores desde el punto de vista del humanismo adulto, por lo tanto, es necesario advertir que la educación, el super yo, la escuela de la vida, el influjo familiar y social, son los factores que hacen manifiesta la exis­ tencia de dos posibilidades; la buena y la mala. Los lí­ mites, se aprenden con la instrucción y el ejercicio habitual de ciertos principios. Se reconocen los in­ tereses de los demás como importantes y dignos de 288

atención y aprecio, aunque frecuentemente contrarios u opuestos a los propios, y la obligación y justicia de ceder ocasionalmente ante las necesidades y urgencias ajenas. Pérdida del narcisismo primario y capacidad de amar. Superar el egocentrismo de quien siente que es el dueño del universo, "pequeño tirano del hogar”. El respeto por la salud y la vida, exigen solucionar los problemas por vías pacíficas y adecuadas, no destru­ yendo a los demás. Se comprende fácilmente que el medio más expedito, simple y práctico para evitar conflictos con cualquier persona, es destruirla. El adul­ to maduro no se plantea semejante posibilidad. En al­ gún momento especial de la vida y educación del niño tendrá que dejar de decir a quien le disgusta: ¡vete! O cerrar los ojos para que alguien, o él mismo, desapa­ rezca. Desde pequeño debe aprender que algunas cosas no se pueden hacer y que es menester a veces hacer concesiones y sacrificios. El machista parece infantil o adolescente o ambas cosas. Si sufre una negativa, una contradicción, lateralización o postergamiento; si alguien no cede a sus impulsos o deseos, supone que desean algo que es de él, que lo están agrediendo, que lo insultan y entonces se fijan en su novia, amante o esposa; si alguien lo ve "feo”, sugiriendo algo ofensivo, ni siquiera se toma el trabajo de entender que hay opiniones diversas a las suyas, gustos y necesidades semejantes comunes a otras gentes como él, que piensan, sufren, gozan y desean vivir y que no es el único tirano a quien se debe rendir pleitesía. Ignora que hay que considerar que los demás necesitan ser comprendidos en sus es­ 289

tados de ánimo, que si sufre un insulto podrá ser porque el que lo lanzó está agobiado por el sufrimiento y el dolor, porque se le ha muerto un hijo o no puede dar de comer a su familia, padece una enfermedad incurable o frustración intensa, puede ser psicotico o débil mental. En virtud del narcisismo grave sólo él importa, no hay mayores consideraciones, los demás no significan nada, pueden irse a la tumba o marchar mutilados para siempre, marcados por quien "muy hombre” no se deja de nadie. Narcisismo exaltado de primera in­ fancia. El universo termina con la piel, la ropa y el calzado; con la casa, automóvil y familia. No debe ser deteriorado o fracturado por la acción de otros que no son él estrictamente. Es el narcisismo el causante de que al ver pasar a una joven hermosa con los atributos que le agradan, del brazo de otro, el machista piense: "que tipo ése, no se la merece”. "¿Qué le habrá visto?”, "ella necesita de mí que soy muy hombre, debe corresponderme, está a mi medida”. "¿Cómo puede traerla ése que no vale lo que yo?” Olvidando, que él desconoce los merecimientos que puede tener aquel individuo. No son frecuentes los hombres que llegan en la vida a vivenciar el hecho de que no todas las mujeres (guapas o no) son para ellos. El ideal de la discusión oriental es escuchar argu­ mentos y decir los propios, sin el fin inmediato de convencer o de triunfar, en competencia que puede durar años o la vida entera; sin acudir a demostra­ ciones ni dudar de la buena fe del adversario (que no es ni oponente ni adversario, en la forma occiden­ 290

tal de proceder), con un deseo de llegar a la verdad, única justificación de tal empresa. En cambio, en la gente de menor serenidad, adolescentes y machistas, el tono de la discusión es vivo y caldeado, alta la voz y recio el ademán; tratando de hacer confesar al opo­ sitor que estaba equivocado, que la razón no le per­ tenece, que ha sido vencido; olvidando el objeto de la controversia, que se conduce hacia la comprobación de que se es superior. Para ello puede llegarse a la expresión áspera, al grito, al manotazo, a "embarrar en la cara del otro” la supuesta razón y superioridad, como en un torneo que se debe ganar porque va en ello la demostración de la propia seguridad y para sentirla, hay que derrotar al contrario. ¡Muerte para el vencido, el pulgar hacia el suelo como en el circo romano! ¡Vítores y corona de olivo para el vencedor! Alcohol y machismo

Nuestra pauta cultural exige que un individuo pú­ ber, para recibir el espaldarazo que de niño lo trans­ portará a hombre, reúna varias condiciones indispen­ sables: tener barba y bigote, haber practicado acto sexual primario, fumar cigarrillo con técnica impe­ cable de experto, sin toser, y trasegar un buen trago de bebida fuerte y rasposa sin inmutarse. Todo esto coincide en plan variable con la posibilidad de liarse a golpes, por una mujer o por un insulto personal; algunas veces en plano deportivo, otros en destructivo. Cuando se llenan estas condiciones se es hombre; si se exageran se es "muy hombre”. 291

Todo esto se refiere al carácter sexual secundario, atributo que corresponde por definición y morfología al hombre y se relaciona con algo que no es específi­ camente cualidad masculina pero que la sociedad y la religión sólo a él le toleran y permiten aunque en forma velada, como concesiones exclusivamente masculinas hasta hace unos cuantos años. Actualmente la mujer librándose un poco de la limitación impuesta, ha logrado integrarlo dentro de sus posibilidades y es aceptado a medias. La hombría está plenamente identificada con el alcohol; "el vino se hizo para los hombres”, la cantina también, en eso no se ha cedido un ápice —a una cantina común y corriente mexicana, no se permite la entrada a las mujeres—, sólo entran las descocadas. Se ha hecho un arreglo en su favor, creando un lugar nuevo, el bar importado, ahí pueden mezclarse hom­ bre y mujer, no en la cantina autóctona, hecha para los hombres, sitio de canalización de las penas, donde se habla mal de las mujeres que son frecuentemente las causantes. Si las mujeres han de beber que lo ha­ gan en departamentos especiales tal como lo ordenan las pulquerías. No existe mayor ofensa a la masculinidad y esti­ mación de los amigos que la esposa o amante vaya a la cantina por él y se salga con la suya llevándoselo. Si las mujeres sufren penas intensas, van al templo y al confesor. Cuando el hombre está decepcionado, porque un negocio le salió mal, o una mujer le dio calabazas y sufre pena muy honda, va a su templo predilecto —la cantina—; no faltará ahí alguien a quien hacer partícipe del acontecimiento y verificar 292

la catarsis. Ahí sucederá lo que tiene psicodinamia especial: "a la primera soy tu amigo, a la segunda tu hermano, a la tercera tu padre”. Ahí se cuenta el dolor, el engaño y la pena, se habla mal de quien en­ gañó o aceptó a otro porque era más rico o hijo del patrón, o por cualquier otro motivo; se da cuerda a la hostilidad y al resentimiento hacia ellas que no fueron fieles o despreciaron al hombre de "bien”; llora el que abandonó a la viejecita por otra que no valía la pena y le pagó mal su amor, igual que aquel a quien la desleal dejó con los hijos llorando en la cuna. Ahí se lloran todas las tragedias derivadas de la vida, del dinero y la mujer. Ahí mismo se atraviesa el pecho a quien primero entre por la puerta después de la apuesta concertada, se le quita el "hipo” a cualquiera; ahí los perdonavidas son alimentados con alcohol que suprime la corteza cerebral o la disminuye y los hace trabajar solamente con centros subcorticales, que los hace valientes y fuertes, capaces e inteligentes, suprapotentes y menos tímidos y los hace sentirse como gallos y castigadores. A la salida de ese lugar la vida no vale nada, y se juega fácilmente. Al que ha bebido suficiente y ya se siente "muy hombre”, le parecen todos los otros, hijos de prosti­ tuta, sólo él es hijo de mujer-virgen, que no fue de nadie más que de su padre; los que reciben el insulto —también muy hombres— no pueden quedarse tran­ quilos, porque no se les concede la posibilidad de dis­ cutir, se matará o herirá al que se crea suficientemente "hombre” para no aceptar la designación. 293

El sentimiento de inferioridad, aburrimiento, frus­ tración, fealdad, pobreza, carencia de status social im­ portante, tontería, timidez, la angustia en suma, desaparecen como por encanto, aunque en forma tran­ sitoria, con la ingestión adecuada de alcohol que alegra la vida en forma negativa, disminuye los impedimen­ tos sin desaparecerlos y que es decididamente una ilu­ sión. La reacción frente a la mujer después o durante el alcohol es brutal y desconsiderada, el hombre no le en­ trega el dinero para la comida porque se lo "bebe” todo, o lo ha jugado a las carreras de caballos o en la pelea de gallos; llega a la casa embriagado, sin dinero y ante la primera palabra de reconvención, o sin ella, la golpiza es inmisericorde y vengativa: ¡pobre diablo, no puede con su temor y su angustia ante ella, con su inferioridad y su frustración vital! ¡La golpea en vez de pedirle perdón! El alcohol frecuentemente agrava la destructividad del hombre aunque ésta tenga una base irracional inconsciente; disminuye la autocrítica, entorpece el juicio o lo nulifica, desinhibe en forma peligrosa, "paranoidiza” el curso del pensamiento, creando lo que el paranoico tiene durante su "norma­ lidad habitual”: hipertrofia total de sí como indivi­ duo, atributos enormes de hombría, poder, riqueza, belleza, fuerza; en otras palabras, lo convierte en "ma­ cho” extraordinario, esto es, el valor máximo de su cultura. El mejor calmante de la ansiedad es el alcohol, es barato, y permitido por la sociedad mientras no afecta los derechos de un tercero; es fácil de obtener y su­ perior a la morfina e hipnóticos de toda clase, proba­ 294

blemente mejor que los medicamentos modernos tan sugestivos, de nombres sedantes y tranquilizadores, que son inadecuados para reunirse con varios amigos y sentados frente a una mesa, ingerir cada uno parsi­ moniosamente su correspondiente tableta, mientras se habla mal de las mujeres y peor de los hombres y de la política. Noé debe su popularidad no a su proeza de navegar sobre cuarenta codos de agua y haber salvado la por­ ción física del universo animal; sino, fundamental­ mente, al importante hecho de haber sido el primer hombre-histórico, que se embriagó y pudo reconocer las excelsitudes de la bebida-néctar. Antes que él, sólo el mitológico Dionisos-Baco. El alcohol, calma la ansiedad habitual y produce una transformación aparente, transitoria y engañosa de la persona, del momento y la circunstancia. Un pueblo lleno de frustración vital, es limitado coercitivamente respecto al alcoholismo; tal ocurrió con el azteca y el pulque: sólo los viejos, de reaccio­ nes menores, y como compensación quizá de todo lo sufrido durante su larga vida no tenían tasa, los jó­ venes y adultos lo tomaban parcialmente, en plan ce­ remonial. En los individuos con una conciencia moral rígida y firmemente estructurada el alcohol no tiene cabida, la frustración puede ser utilizada y racionalizada al igual que la ansiedad. En la persona de conciencia moral elástica y estruc­ tura moral laxa, suceden las cosas en forma diferente: no se tolera la frustración y la ansiedad, se recurre a diversos mecanismos para calmarla o hacerla desapa­ 295

recer, desde jugar canasta, hasta las diversiones per­ manentes, pasando por el alcohol, la promiscuidad sexual, viajar constantemente, huir, para no enfren­ tarse nunca al problema que motiva la ansiedad o el conflicto. En relación con la última afirmación hecha al principio de este subcapítulo: la condición de liarse a golpes, destructividad, y agresión, puede decirse que frecuentemente, el adolescente desprecia y desvirtúa la labor de los demás: ¡Yo lo hago mejor! ¿Qué chiste tiene eso? ¡Si yo quisiera verían! Después el consabido ¡Yo lo mato! ¡Le pego! Todo considerado como una actitud casi normal. Hay moderadas excepciones y existen muchachos extraordinarios que incluso se in­ teresan profundamente por la ciencia, la literatura o el arte. Siendo este medio nuestro propicio a la agre­ sión, fácilmente iniciada y alimentada por los circun­ dantes que intervienen nula o escasamente y que gozan con amplitud del espectáculo; no es raro que la cul­ tura tolere o incite aquella actitud: los padres fre­ cuentemente mandan a su hijos a la calle a buscar al que le propinó una golpiza, porque no deben que­ dar como vencidos. Es claro que el adolescente nutrido con tales hábitos cree en el poder de la fuerza y sus ídolos son frecuentemente de tal tipo; cree a su vez poderlo todo y está convencido con certeza de que si algo no realiza es porque no lo desea y de que puede escalar el Himalaya en cuanto lo resuelva, sin entre­ namiento, ni preparación; por supuesto que no lo intentará y así podrá llegar al convencimiento mito­ lógico de que pudo hacerlo. Los que se cuidan de la preparación, del entrenamiento, del estudio, de la res­ 296

ponsabilidad y de los proyectos a largo plazo y pre­ parados con antelación y científicamente, salen so­ brando; ¡él podría hacerlo simple y sencillamente, sólo que no ve el caso, no lo juzga necesario! Actitud negativa, incapacidad para probarse porque podría disminuirse la imagen ideal de sí mismos, lo que pro­ duciría ansiedad extrema y una sensación tremenda de infravaloración consciente y objetiva. Prefieren vi­ vir una mentira piadosa, hablando en lenguaje pro­ fano, antes de probarse al fragor de las circunstancias y salir de ahí disminuido pero real. Además de lo aceptado a través de una pauta cul­ tural, respecto al castigo físico al que insulta, o se supone que lo hace; además de tratar al oponente como al villano de la época de la caballería a quien se hacía pagar caro su atrevimiento; existe el que corresponde a otro tipo de aceptación menos gene­ ralizado que el anterior y sin embargo de una enorme significación entre cierto tipo de personas y clase so­ cial, en diversos lugares de la República: hablo del hecho de matar. No "dejarse” de nadie, implica la posibilidad, el deber de destruir a otro en determinada situación, como afirmación de sí mismo frente a los demás y con cierta frecuencia, frente a la familia masculina y femenina. Existe una tolerancia relativa para cierto tipo de crimen: homicidio en condiciones específicas de pleito, en lucha abierta, en defensa del "honor” de la esposa, novia, hermana o madre; du­ rante dificultades de cantina, cuando alguien fue tan macho que ya casi muriendo logró acertar un tiro en pleno corazón o en la cabeza y se llevó consigo al que lo mató. 297

Es relativamente fácil hallar individuos jóvenes, fuertes, sanos y de cierta simpatía y prestancia, que han matado a varios, que llevan una cuenta larga y son personas aceptadas y en algunos casos admiradas por los conterráneos o por quienes conocen toda su ejecutoria. Cuando las cosas ocurren en forma de duelo y en defensa de ciertos principios —aquí no hay tal—, es tolerable y admirable la actitud y los resultados. La persona es objeto de atención, cuchicheo y co­ mentario, es ejemplo para la adolescencia que se ini­ cia, que frecuentemente encuentra en él un héroe para imitar. Al olvidar la posibilidad de solucionar cualquier dificultad actuando sobre el organismo del oponente, de manera infantil, adolescente o machista, se ha lo­ grado una actitud importante para resolver los pro­ blemas en forma adulta.

Celotipia e insegtiridad

Al tratar de comprender la estructura de la per­ sonalidad del individuo machista, encontramos que uno de los rasgos característicos que tiene gran im­ plicación, es el hombre que posee muchas mujeres, que a nadie quiere verdaderamente, que no da amor y frecuentemente nada de dinero, puede conseguirlas "a la vuelta de la esquina”, las cambia de todo color y condición, no se toma la menor molestia por ellas, evidentemente las desprecia, no se cuida de sus senti­ mientos ni de sus emociones, es muy celoso, no tolera variante en la conducta de su esclava o sierva, que 298

no debe mirar a nadie más, ni hablar, acercarse o rela­ cionarse siquiera como amiga, con otro. ¿Cómo en­ tender tal circunstancia? Desde un punto de vista dinámico se supone que los celos son motivados por inseguridad de la persona que los sufre, sin que cuente para nada la persona a quien se cela, que puede engañar o no; lo único que importa es la actitud de quien los siente. Nada tiene que ver la veracidad del hecho: fidelidad o infideli­ dad, tampoco la edad, la hermosura, inteligencia, ra­ cionalidad o irracionalidad de la persona celada, que se supone causante de esa problemática. La celotipia tiene su propia lógica, carente de sin­ déresis y de razón, exclusiva elaboración inteligente y a menudo comprensible y hasta aceptable, pero que no resiste un razonamiento serio y bien intencionado. La irracionalidad de la elaboración la acerca a la idea delirante con la que se identifica ocasionalmente, y cuya estructura es difícilmente influenciable por el razonamiento psicoterápico. El problema es de quien sufre los celos. No importa que las situaciones sean unas hoy, otras mañana; están en la persona, son los atributos que posee el que per­ mite la posibilidad de esos hechos. Inseguridad respecto de sus propios caracteres, posibilidades y valores. Una persona insegura es inferior y puede ser sustituida fácilmente por quien sea superior, y habrá muchos que lo sean. El que se siente seguro de una mujer, basa su segu­ ridad en sus propios atributos y no en los de ella; está cierto de que es amado, que no se le cambiará y que él es suficiente para la persona amada. Se sen299

tira capaz de interesar, sugerir y crear amor; cuali­ dades importantes, aunque no se sea el mejor de los sujetos. En cambio la inseguridad personal hace que no se pueda juzgar claramente la diferencia entre una per­ sona y otra, impidiendo la competencia, porque cual­ quiera parecerá superior y entonces el engaño podrá realizarse fácilmente. En tales condiciones habrá proyección clara hacia la otra persona, hombre o mujer según el caso, a quien no puede satisfacer. El hombre considera a la mujer insaciable, enamoradiza, solicitada y deseada por to­ dos, poco firme y tornadiza y tiene que buscar a otro para que la satisfaga. El que cela es inferior a los de­ más y ella mala y culpable. Se repite el pensamiento, con variantes diversas, indefinidamente. El celoso, emplea un medio preventivo: "el ataque es la mejor defensa”, en la lucha tratará de dar satis­ facción sexual hasta la fatiga y el cansancio, hasta la plenitud y la saciedad, pero eso no tendrá nada que ver con el problema verdadero, sino con la inferio­ ridad o superioridad, desde el punto de vista sexual, que tampoco se podrá demostrar así. Hará falta que la mujer tenga pensamientos semejantes para que ello sea una comprobación y un buen método; de lo con­ trario dará resultados inadecuados y constituirá un inconveniente serio. Si una de dos personas interesadas sexualmente recurre a ese medio de exageración, será empalagoso, molesto y rehusado cuando no se le desee, lo que implicará nuevo motivo de duda: ya no lo quiere, no lo desea, tiene a alguien más, está ya satis­ fecha con otro. 300

Respecto al machista, sin llegar a los excesos de quien sufre celotipia en forma delirante, los mecanis­ mos subyacentes son los mismos: inseguridad frente a la mujer y el hombre, actitud agresiva contra ella, y el tercero en discordia, existente o no y las raciona­ lizaciones derivadas: mancornadora, infiel, interesada, de mala índole, insaciable; todas son iguales, no cono­ cen ni honradez ni fidelidad. Una condición grave que iguala a la actitud del celotípico: la posibilidad de destruir por las circuns­ tancias más banales, originadas en un aspecto gratuito de irrealidad, sin base objetiva.

Actitud de la mujer ante el machismo

En un mundo masculino, la mujer debe tener una manera de enfrentarse a la vida, con características especiales. Acepta el papel secundario, como algo es­ tablecido e inmodificable. Entiende la maternidad, como solución y compensación de los sinsabores de la existencia; se apodera de los hijos, los hace depen­ dientes y a su vez depende terriblemente de ellos. No tiene intereses, se convierte en pasiva y hace pesar su propia vida sobre la de su esposo. No intenta, no inicia, no resuelve nada. El hombre la insulta, la desprecia y la golpea; todo por superioridad aparente. Ella lo defiende y acepta que las cosas son así, porque es manifestación de dig­ nidad y de lealtad mostrarlo. Respeta su hombría y la alaba, envidia poderosamente su genitalidad y las libertades que le permite. Envidia su status —que 301

ella parcialmente le confiere—, es servil y reptante ante la fuerza y poderío dél señor. Su actitud es re­ manente de feudalismo y esclavitud. Él es astro esplendoroso que le da refulgencia. Le place a la mujer su triunfo cuando muestra que es muy "macho”, porque su vida es tan anodina, inútil y displacentera, tan enajenada y extraña, que sólo reflejándose en él la puede aceptar. Cuando es insultada o está en dificultades —espe­ cíficamente por algún asunto sexual— o le sucede algo que afecte la hombría de él, la vigencia de su valer; protesta y exige el castigo de quien es culpable y pro­ voca la lucha destructiva y frecuentemente a muerte. Si alguien la piropea, toca, insulta, o agrede, voltea hacia el hombre —su hombre—, por algo lo es y debe probarlo funcionando ahora. Ella exige la actuación consecuente, él debe resolver el problema que es asunto de hombres: —ella es su propiedad y no necesita ejercer la iniciativa— excitado el hombre va a la lucha como el caballero que defiende su dama, su patria, su rey. Si dejara de cumplir con el patrón de la cultura, con el valor mayor que la sociedad o su constelación familiar acepta, sería llamado cobarde y feminoide. No está sola, tiene "quien responda por ella”. Es mo­ tivo de orgullo en cierto tipo social, tener un her­ mano, un esposo, un novio que infunda temor por su valentía y resolución, de larga ejecutoria. En cierta clase y cultura, además de la admiración, existe la tradición que llega a ser ocasionalmente una carga pesada y una responsabilidad desagradable, que algu­ nos tratan de eludir y al lograrlo cometen apostasía e indignidad. 302

La "abnegación” de la mujer de México, de la ma­ dre especialmente, motivo de satisfacción para ellas y tema favorito de quienes las loan, es frecuentemente pasividad absoluta, dependencia, receptividad excesiva, carencia de intereses y una forma especial de estre­ chamiento del campo vital de tipo incestuoso — pro­ vinciano, en que lo que interesa es estrictamente un anillo circunscrito, con un contenido mínimo. Acepta que debe ser "mantenida” por el hombre, de ahí que las intelectuales sean las feas sin espe­ ranza de encontrar quien se haga cargo de ellas; admite, además, que la mujer debe ser inferior al marido, ¿a quién le interesa o quién se fijará en una mujer inteligente y culta?, seguramente ésta ahuyen­ tará a los hombres. Quizá influya en forma importante el factor reli­ gioso-cultural: sólo a través del matrimonio será fac­ tible la satisfacción sexual, tal cosa sancionan los indi­ viduos y la religión. Los hombres también se casan frecuentemente porque las mujeres les interesan físi­ camente y con ese sólo fin. En los países más desarro­ llados es mucho mayor el número de "feas” casadas; que resultan más interesantes por otros atributos y no por el atractivo sexual exclusivamente. En una sociedad de derechos masculinos y de obli­ gaciones femeninas, se comprenderá fácilmente la dependencia, pasividad y receptividad de las mujeres. Elegidas por su físico, han realizado su porvenir y su profesión. Descansarán sobre el hombre, le darán hi­ jos y serán abnegadas; aguantarán insultos y golpes, pero también se harán defender por él. Distorsionarán su juicio respecto al señor y amo de la casa, con el 303

objeto de explicárselo; apreciarán los valores que lo ha­ cen diferente de ella y que irracionalmente funda­ mentan su superioridad socio-cultural y actitud pa­ ranoide. Él exagerará todos sus atributos y mientras más lo haga será más "macho” y la hará sentirse orgullosa. Entonces, cuando alguien se meta con ella, lo estará haciendo con él, con su propiedad, ¿por qué no había de recurrir a él y exigirle que defienda lo que es suyo, le pertenece y es su obligación?

Resumen final

El pueblo mexicano ha realizado en un siglo an­ terior al xvi, en una época desconocida y difícil de situar en el curso de la historia, la destrucción del orden matriarcal y lo ha sustituido por el mandato del hombre. La religión expresa esa lucha entre las figuras de dioses con representaciones masculinas y femeninas, y en algún caso mixtas: Huitzilopochtli y Malinalxóchitl y Coyolxauh; Huitzilopochtli y los Centzonhuiznahua y Copil. Esto es, la deidad mas­ culina clara contra deidades femeninas francas y con presencia de figuras masculinas que defienden el fac­ tor femenino: los tíos y el sobrino del mismo hombredios. El corazón de Copil yace en el sitio del nacimiento de un nuevo orden y una nueva cultura. Es un hecho claramente simbólico, el órgano básico vital del de­ fensor de los derechos de la mujer y su poder; es vencido, muerto y tratado cruelmente en forma de escarmiento. 304

El hombre manda desde ese momento y la mujer se torna secundaria y postergada a su servicio. Apa­ rentemente a pesar de tratarse de una lucha tan dura y cruel, con ribetes de gran destructividad, no se ha logrado la terminación de algo muy importante: el temor de la revancha y la regresión del dominio de la mujer. Se desata una verdadera orgía de sangre y destrucción por dos motivos básicos: rememorar y celebrar la lucha y el triunfo, e impedir el retorno del orden desaparecido; terminar por medio del terror, con cualquier pensamiento o intento de reincidir mostrando de lo que son capaces los hombres. La lucha con raíz en intereses opuestos, iniciada durante la creación y manifestada en la teogonia azteca, entre hombre y mujer, ha tocado a su fin. Se modifica la importancia de los dioses: en primer lugar Huitzilo­ pochtli acompañado de su secuaz Tezcatlipoca; Coatlicue, diosa madre, pasa a segundo término en la li­ turgia y ritual, sólo conserva su poder subjetivo representado claramente en su escultura monumental y grandiosa, terriblemente simbólica. Quetzalcoatl, el otro miembro importante de la trilogía básica, desaparece ignominiosamente, se pierde totalmente como fuerza, sólo subsiste como símbolo. Los hombres mandan ya, imponen sus leyes, se han consolidado. Han cambiado la organización que va progresando bajo ciertas pautas hacia el orden patriar­ cal; la organización guerrera en forma de ejército, la religiosa, la burocrática, productos de disciplina y organización de hombres, en forma de jerarquía rí­ gida, resultado de la mentalidad masculina que pre­ fiere y lleva a la abstracción, contraria a la mentalidad 305

y forma de interpretar la existencia, de la organización femenina, que tiende a lo concreto. Permanece un remanente en Coatzacualcos, la zona en que descubrieron cacicas en pleno siglo xvi, una que manda efectivamente, otra, hija de ellas y primera figura de la Conquista, que no manda; dos ejemplos vividos de lo que había sido la cultura. Se trata de un pueblo con características de adoles­ cente, asociadas a otras de madurez, que apuntan co­ mo esperanza futura; que no rinde lo que debería, o podría esperarse. Durante la época anterior al siglo xvi y en los pri­ meros 19 años del mismo, se ha elaborado una actitud que reúne ciertas características importantes desde el punto de vista de estos estudios; una manera de ser que semeja la actitud de los hombres de cierta clase social actual; a la forma de ser de los que sufren de "machismo”. Los hombres se visten en forma atractiva, las gue­ rras de frecuencia abrumadora, sirven para mostrar categoría y encontrar donde lucirse en varios aspectos, desde el físico hasta el de fama, riqueza y poder. Al regreso son vencedores admirados por las mu­ jeres y a quienes festejan todos, ocupan el nivel más alto dentro de la escala de valores socio-culturales, con la sola exclusión del emperador y los sacerdotes. Poligamia franca que indica la cualidad superior del hombre, que posee o puede hacerlo, todas las mu­ jeres que pueda mantener o conseguir. La sexualidad en forma de genitalidad medular es importante, y la duda respecto de la hombría, insulto máximo y mo­ tivo de escarmiento con pérdida de la vida. La danza, 306

el lujo, las posibilidades vitales, hacen pensar en la idea de franco predominio masculino. Todo lo que ocurre hasta el siglo xvi, es sólo una aproximación de lo que posteriormente sucederá, hasta alcanzar el gran esplendor del siglo xx. Aquella espe­ cie de "machismo”, sancionado por costumbres, acep­ tado y estatuido, desaparece con la intervención de un factor nuevo, una cultura más antigua, más evolu­ cionada; pero con orden patriarcal también. Los españoles convierten en secundarios o nulos a Jos aztecas y a los miembros de la confederación y del imperio. Ahora son ellos los que implantan nuevas leyes confusas y extrañas. Se inicia el abuso, la explo­ tación en todos los órdenes, sólo los conquistadores importan y orientan el sentido de la cultura. Es un factor importante la violación de la mujer indígena, que incluye a la madre, esposa, hija, hermana y que se convierte en concubina despreciada por los penin­ sulares que satisfacen exclusivamente una función bio­ lógica. De manera fatal, se procrea un nuevo tipo, el mes­ tizo; producto de la imposición, el abuso, el atropello y la fuerza. Este individuo no es bien visto ni por el español ni el indígena. Esto es consecuencia natural de la violación de la mujer indígena, con el consi­ guiente dolor y humillación de los hombres relacio­ nados con ella, que no puede ser querida, sino des­ preciada por ambos bandos. Uno la posee por necesidad sin concederle huma­ nidad, otro, el hombre importante hasta ahí, el de la cultura azteca, es ahora secundario y por ende inferior 307

a la mujer; esclavo solamente; ella cuando menos es amante y la necesitan, llena una función menos in­ digna. El mestizo, no es español ni indígena; resentido y melifluo con el primero; rudo y abusivo con el se­ gundo; sufre probable sentimiento de inferioridad ante la madre prostituida y tratada como sirviente, como ser de ínfima categoría, que ocupa un status desagra­ dable y humillante. Los hombres pierden la categoría y la importancia que tenían durante la época de dominio y superiori­ dad objetiva, ante ellos mismos, ante la mujer, los hijos y los subordinados antiguos; su situación frente al español es definitiva, son esclavos sin ninguna im­ portancia. En ese momento se han muerto los dioses, han quedado sin nada hasta que recurren a una nueva interpretación de Coatlicue, a una síntesis femenina, al recurso de la madre de Jesús que les es propia —imagen de fuerza, de bondad, de compasión y apo­ yo—, antitética con la mujer corpórea, la de todos los días, a la que no acepta fácilmente, y con quien está resentido. Vuelve a la mujer, pero a la madre, carente de todos los inconvenientes, de los aspectos dolorosos y molestos que representa quien debiendo ser suya a su servicio, es ahora del español. Transcurre la Colonia en forma pesada y agobiante, el hombre pierde cada vez más calidad y seguridad, va diluyéndose la figura que tanta significación mos­ traba durante la elaboración de su historia prehispá­ nica. No hay en ese momento nada real a qué asirse, nada que explique su lugar en el mundo, que confiera seguridad objetiva, razón de ser, justificación de la 308

existencia en un país que no es suyo, donde no es nadie, ni tiene ya qué hacer. Cuando se inicia la guerra de Independencia apa­ rece el motivo buscado; luchar por algo que será suyo, iguala y unifica a todos los que viven aquí: son soldados que pelean por lo mismo, por un motivo que los identifica, en un momento desaparecen las diferencias, cada uno es importante, necesario y fun­ damental. El mestizo y posteriormente el indígena, han asi­ milado en el curso de mucho tiempo, algo que el es­ pañol trajo y que ha ido abandonando: la caballería. De la original, pronto desvirtuada por el sitio, el tiempo y las circunstancias, nace una rama que con el concurso de los años toma la forma de charrería mexicana, con sus características vernáculas, que son variantes de lo original español, pero que difieren en algunos aspectos fundamentales. Permanece el caballo, la actitud, los fines teóricos; se modifica el traje, el arma, los fines prácticos. Hay sitios de torneo o su equivalente, que sirven como mo­ tivo de presunción. El descendiente de azteca y español, que en tiempos antiguos iba a luchar al campo de batalla, era admi­ rado y lucía su persona, su atuendo y habilidad y durante la dominación del europeo pasa a segundo término, no vale nada; recoge el guante en ese mo­ mento, ahora vuelve a ser importante, luce, tiene una actitud hacia la mujer, que no es la del caballero es­ pañol que la respetaba e idealizaba; parece que el re­ sentimiento del azteca y el mestizo ante la situación de "su mujer” en la conquista y después de ella, no 309

ha desaparecido y la charrería lleva consigo —en el aspecto práctico— a la mujer despreciada y odiada, te­ mida, a quien hay que dominar y hacer sufrir. Esta imagen es la que aparece en la canción mexicana ran­ chera y en algunos corridos: la charrería teórica he­ reda la imagen de la mujer española de la caballería. La charrería práctica, la del mestizo o indígena, ha heredado la imagen de la mujer mexicana poseída y abusada por el español, causante de duda y humilla­ ción. Pero del siglo xix en adelante el soldado o el charro llevan consigo a su mujer para que los ayude, luche y los vea luchar; a todas partes va esa mujer que se convierte en "soldadera”, que llega con él a la Revo­ lución, movimiento de gran intensidad y enorme tras­ cendencia para la vida de la República, donde el hom­ bre y le mujer luchan, por ideales, libertad y cambio de gobernantes. De esta lucha, de cuyo fin físico he­ mos sido observadores, ha derivado probablemente un individuo acostumbrado a matar, a emplear el arma en forma rauda y poco pensada, seguro de su fuerza y poder, de su importancia e irresponsabilidad. Fue caballero en ligero corcel, empleó el fusil y la pistola, peleó grandes batallas dignas de su categoría: Torreón, Zacatecas, Celaya, a las órdenes del ejemplar máximo, representativo de la hombría y del "machismo”. Fue cúspide, aunque siempre se le utilizó como platafor­ ma; fuerza incontrolable, carente totalmente de sig­ nificación. Al terminar la Revolución, permaneció el carácter elaborado desde fines del siglo xix y utilizado en el xx; cuarenta y ocho años después, el país en paz, in­ 310

necesaria la caballería, inútil la matanza, existe aún el individuo nacido en el crisol de la lucha, influido poderosamente por ella. Puede hallársele en cualquier parte, anacrónico, sin justificación, arcaico. La historia muestra la existencia de determinada conformación caracterológica que la cultura acepta, esto ha sido estudiado aquí en la secuencia de muchos años; conviene preguntarse ahora: ¿basta esa expli­ cación para comprender la actitud machista?, ¿es sa­ tisfactoria la elaboración de todo el proceso?, ¿se ex­ plica el rasgo mismo, o bien sólo ha sido descrito en el curso de los acontecimientos y del tiempo, acla­ rando el porqué de la aparición y la cabida dentro de la cultura y la evolución? Probablemente deba recurrirse ahora al entendimiento "individual”, cuan­ do ya se ha comprendido el aspecto "social”. Para el niño crecido cercano a la pubertad y para el adolescente, la hombría reside específicamente en los genitales externos y en su función: un niño y un adolescente se miden el pene, lo comparan entre sí, juegan a la competencia de quién pueda arrojar la orina y el semen —cuando la edad lo permite— más lejos. Son muy conscientes y les importan mucho los caracteres sexuales secundarios que esperan, cul­ tivan y exhiben con orgullo. La inhibición y la timidez ocasionalmente tienen como causa aparente el tamaño de los órganos geni­ tales. A mayor tamaño más hombría, mejor función, más satisfacción a la mujer, menos posibilidad de en­ gaño o desprecio, más seguridad personal. Competencia genital, en la infancia tardía y en la adolescencia tem­ prana, con características de normalidad estadística. 311

La hombría depende entonces, de algo que no sig­ nifica nada para quien comprende la masculinidad como algo diferente, con características físicas, psi­ cológicas y morales, e implicaciones sociales claras. Se limita la hombría a lo que no es ni lo más im­ portante ni lo único. Cuando esa actitud persiste en el adulto, la diferencia entre hombre y mujer es genitalidad; proyectándose a la vez la actitud masculina en la mujer. Tal situación pervierte la forma de enfrentarse a la problemática vital y existencial en una tergiversa­ ción de valores y en la corrupción total del sentido de la existencia humana. Claro que si se coloca en primer término la genitalidad, el valor mismo de vi­ vir con todas las implicaciones consiguientes, pasa a segundo término, la vida puede destruirse entonces para comprobar hombría y demostrarla. En el paranoico o en el paranoide, la idea de la genitalidad —dentro del delirio organizado— alcanza monstruosidad: genitales de extensión y volumen in­ concebibles, de medida astronómica; a ella se le atri­ buyen ideas de insaciabilidad, avidez, "furor uterino”; él, el que sufre de engaño, de celotipia, es postergado, inútil, disminuido y limitado para competir, ya que es "normal” en cuanto a dotación. La mujer tiene su parte en este drama que es co­ media de errores, en ella se proyectan ideas, senti­ mientos y emociones pero hay algo suyo genuino: si la cultura es de hombres, ella se coloca en un sitio secundario, envidia el status masculino, el que con­ fiere méritos que no posee, y acepta con cierto fata­ lismo y resentimiento la situación. 312

La cultura y el medio familiar, aceptan, estimulan y exigen que el hombre sea el primero en función de genitalidad, la mujer madre y la esposa, amiga, aman­ te o hermana, aceptan tal cosa y como definitiva y fundamental. El hombre posteriormente, proyecta en la mujer el hecho: es a ella a la que interesa básica­ mente eso, el hombre entonces deberá funcionar en calidad de monstruo y así ser examinado. Deberá mos­ trar a todas y por generalización y autoafirmación que es "muy hombre”, aquí se incluye por supuesto la madre, ante quien el hijo comprobará sus posibi­ lidades y frente a quien luchará con el padre. El ado­ lescente debe probarse y probar a todos que es hombre, le llevará inconscientemente a su madre el material que lo demuestre: las mujeres conquistadas, su poten­ cia, sus triunfos. Las domina, las desprecia, las utiliza, medio que usan algunos adultos "normales”, que pre­ sumen a sus esposas de potencialidades de seducción, de su capacidad de "conquista”, de los "detalles” que tienen, llevándole el material que demuestre que ellos valen y pueden mucho. Es una búsqueda de aprobación y comprobación, de espaldarazo materno de hombría. El correlativo es ingrato y desagradable: el otro hombre es objeto de agresión y castigo, objeto de prue­ ba y exhibición de fuerza. Cualquier incidente, será una provocación. La madre lo ha querido como niño, él lo ha seguido siendo, es así el niño de mamá, de quien no quiere ni puede irse; depende de ella, la quiere, la teme y quizá la odia simultáneamente. No puede resolver el problema que toca una de las raíces de la vida: el pro­ blema de la salud mental y madurez humana. 313

La madre fue complaciente, lo adhirió a sí cuando pequeño; traído y llevado con ella siempre en todo momento, en el regazo, o sobre sus muslos mientras vende, trabaja o platica; él no se levanta cuando cae al suelo hasta que ella lo recoge. Berrinches constan­ tes y dependencia máxima; simultáneamente castigo brutal, ya sea por la madre o el padre; desconsidera­ ción suma, desinterés por sus anhelos y gustos. Es una escala increíble la forma del trato hacia el hijo: la cercanía y tolerancia extremas y la brutalidad in­ creíble e indigna, psicológica y física. El hijo necesita romper esa liga emocional, irra­ cional, de tan profunda raigambre, con seres tan di­ fíciles de catalogar y asimilar. Debe descifrarlos y ponerlos en su sitio. ¿Cómo hacerlo? Aprendió que ambos son maravillosos y el summum de la bondad, que debe quererlos y honrarlos, que tienen razón, que lo quieren mucho, que poseen atributos mágicos, co­ mo la posibilidad de condenar o salvar y determinar el curso de la vida maldiciendo, que uno puede sufrir calamidades por no haberse portado bien. Después de su desaparición física, todavía producen sentimientos de culpa y sensación de perdición absoluta, casi de tipo excomunión en el siglo xm. ¿Cómo compaginar la actitud de la madre y el padre, que golpean y son brutales, frustrantes des­ considerados, abusivos y crueles, con su ansiedad ex­ trema por cualquier cosa que les sucede y la sobre­ protección, pegajosidad y adherencia increíbles? ¿Cómo amarlos o amar a la madre precisamente, en situación tal de ambivalencia carente de razón? ¿Có­ 314

mo aceptar emocional e intelectualmente esas situa­ ciones? Amor inmenso, exagerado y neurótico, insincero, hacia la madre, por una parte; hostilidad y agresivi­ dad, temor actitud violenta hacia ella, por la otra. Afán de librarse de la dependencia, dejando de ser niño para convertirse en hombre y enfrentarse a los problemas básicos de la existencia como adulto y deseo de permanecer como niño adorando a la madre, dedi­ cándole toda la vida, la obra, idolatrándola. No puede resolverse fácilmente esta situación. La impregnación sociocultural no le permite, hay que demostrar amor y veneración, dedicar toda la vida al ser más importante, loado constantemente; pero no se pueden arrancar tampoco del inconsciente las ex­ presiones irracionales. Se desplazará quizá la hostilidad y el resentimiento, la agresividad, tal vez hacia la mujer susceptible de eroticidad franca y hacia el hom­ bre que signifique la figura autoritaria, competitiva, desafiante. ¿Cómo descubrir lo genuino y auténtico dentro de lo reactivo, compensatorio y de compromisos? ¿Cómo discernir lo que es amor verdadero, de lo que está impregnado de sentimiento de culpa, remordi­ miento y expiación? No me atrevo a hacer afirmaciones categóricas; puedo no obstante, sugerir que el amor idolátrico que habitualmente se expresa dentro del ambiente mexi­ cano, tiene reminiscencias de la conducta y actitudes obsesivas hacia quien se es ambivalente o se odia y se teme inconscientemente; por quien se muestra gran cuidado, preocupación, solidaridad, ayuda y concer315

nimiento; porque entre otras cosas se siente, en forma mágica, que se puede ser culpable de no actuar sufi­ cientemente bien, no ser suficientemente bueno y te­ ner la responsabilidad de lo que le suceda en virtud del enorme deseo irracional que puede tenerse de que así sea: que algo malo o muy malo le ocurra. Pero las cosas no son tan simples, la psicología social no es axiomática, tampoco está hecha ya completa­ mente, puede solamente plantear posibilidades. El ma­ chismo podrá ser considerado como producto de un factor de creación familiar. Dentro de ese núcleo se elaboraría lo más importante de la estructuración del rasgo; la cultura lo aceptaría y le concedería valor elevado haciéndolo persistir, influir sobre la familia —su puesto de avanzada—, que deseará tal modelo y su permanencia. Puede decirse que es un sentimiento de inferioridad e inseguridad frente a la madre, con miedo y actitud reactiva hacia ella y hacia la mujer en general, ambivalencia cuya segunda dicotomía se­ ría el amor, dependencia, abnegación e idolatría. Se odia y se ama simultáneamente, se es inferior y se de­ sea no mostrarlo, toda la conducta va dirigida hacia ese fin. Irrealidad y extrañeza, pues se pretende orien­ tar la existencia hacia la demostración de hombría frente a la madre y por correlación frente a las demás mujeres. Se trata de superar la figura paterna, auto­ ritaria, desafiante y preferida por la madre, en las figuras de los otros hombres; ya que se trata del ar­ quetipo masculino. Actitud adolescente-infantil, con enorme duda so­ bre la hombría, miedo frente a la madre y la mujer en general, intenso deseo de mostrar lo contrario y 316

una conducta dirigida precisamente hacia ese fin. Predominio de los valores propios de la infancia y la adolescencia en quien no tiene limitación alguna de orden biológico. El individuo así descrito, es alimentado por la ac­ titud sociocultural de tolerancia, sostenimiento y exal­ tación. Todo sucede en una clase social que sufre enorme frustración vital y acepta el alcoholismo como solución, que a su vez, crea la atmósfera adecuada para la expresión de la conducta relativa. El machismo no es necesariamente atributo de una sola clase, ocurre en alguna o algunas especialmente, por encontrar en ellas el medio propicio que lo con­ vierte en habitual, es necesario decir que teóricamen­ te, podrá presentarse en la condición más variada socialmente hablando y en clases diferentes, siempre que existan las circunstancias adecuadas de contacto y medio familiar que llenen las condiciones de inver­ nadero. (Sería muy interesante e ilustrativo y ren­ diría buenos frutos, estudiar desde este punto de vista a los "rebeldes sin causa”.) Estas manifestaciones pueden encontrarse también, en forma esporádica, en algunas familias y en diversos lugares, aunque la existencia endémica en varios si­ tios, bastante diferentes en cuanto a situación, clima y condiciones económicas, en la república mexicana, hace posible la calificación de la actitud como carac­ terística psicológica. Mi conocimiento de la psicología de otros pueblos, no me permite la afirmación cate­ górica de que se trata de un rasgo exclusivamente mexicano o bien de influencia española, o de ambas 317

confluencias. Lo importante es que, en México, es abundante y de consecuencias trascendentes. Uno de los aspectos más significativos derivados del machismo es sin duda lo relacionado con el índice de muertes por homicidio en nuestro país: 50 por 100,000 habitantes de población adulta. Es preciso recordar que en las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, se anotan como porcentajes mayores un guarismo de 8.50 para el segundo lugar. (Estados Unidos de Norteamérica) ; México ocupa el primer lugar indiscutible, pero además es superior al índice de cualquier otro país, sumando actos des­ tructivos contra sí o contra otros: auto y hetero des­ tructividad. Dinamarca tiene una cifra de 3 5.09 de suicidios y 0.67 de homicidios, con un total de 3 5.76 (The Sane Society de Erich Fromm). Es claro que la criminalidad en México tiene causas muy diversas y complejas. Debe considerarse, sin em­ bargo, que el machismo puede por sí sólo, explicar el porcentaje mayor que en cualquiera otra porción del universo. Dirimir cualquier dificultad mediante golpes, herida o muerte, hace la situación de un país grave. Se dilapida lo más valioso que existe: la vida en sí y la vida del hombre, que constituye la riqueza máxima de la humanidad.

318

ÍNDICE

Prólogo..................................................................................

9

i La religión

azteca

1............................................................................................... 21 II ....................................................................................................... 26 Huitzilopochtli....................................................................... 32 Coatlicue.................................................................................... 36 III ..................................................................... 41 Quetzalcoatl............................................................................. 45 IV ....................................................................................................... 51 Origen de lossacrificios humanos..........................................54

n l

Hombre y mujer

antes de la conquista

Su historia y su cultura.................................................................65 Educación y posibilidades.............................................................71 Status................................................................................................ 77

Cacicas.......................................................................................... 77 Doña Marina.................................................................................... 80 319

III

Tres

personajes de la epopeya

Hemos estudiado lareligión..................................................... 87 Cortés........................................................................................88 Moctezuma................................................................................. 92 Cuauhtémoc............................................................................... 105 Derrota y amargura................................................................... 111 Hallazgo y esperanza............................................................. 118

IV

Caballería

y charrería

Hasta aquí............................................................................... 125 Caballeros versus "caballeros”................................................. 126 Caballería y charrería............................................................. 131 Charrería y destructividad....................................................... 136

v Pancho Villa,

los charros y el machismo

Doroteo Arango......................................................................... 145 Los charros, Pancho Villa, la Revolución.............................. 159 Charrería y mexicanidad....................................................... 165 Don Quijote y el charroi............................................................. 170

vi

El corrido, la

canción ranchera y el machismo

Antecedentes, justificación....................................................... 179 El corrido, la canción ranchera y el machismo . 191 320

La canción ranchera y la destructividad.............................. 199 El gallo en la canción mexicana................................................. 214 Resumen y conclusiones..............................................................216

VII

Guadalupana, Adelita

y madre

Non fecit taliter omni nationi............................................ 223 Doce de diciembre........................................................ 227 Adelita........................................................................... 231 Diez de mayo.................................................................... 242 La madre en el tiempo....................................................... 249 Feminidad, sexo...............................................................25 5 Maternidad y carácter.................................................. 262

vni El machismo

Su concepto y alcance..............................................................275 Españoles y aztecas..............................................................277 Mujer, subjetividad y angustia........................................... 280 Actitud hacia la muerte....................................................... 283 Adolescencia y narcisismo................................................. 287 Alcohol y machismo............................................................. 291 Celotipia e inseguridad....................................................... 298 Actitud de la mujer en el machismo.............................. 301 Resumen final.................................................................... 304

321

En

la

BAJO

Imprenta Universitaria, LA

Bonifaz Ñuño, IMPRESIÓN

DÍA

15

DE

DIRECCIÓN

DE

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RUBEN

terminó

ESTE

LIBRO

DE MARZO DE

la

EL

1961.

La EDICIÓN ESTUVO AL CUIDADO DE Jesús

Se

arellano y de

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2,000

Raúl Leiva. ejemplares.