Por qué no se deben hacer juicios de valor en la sociología y en la economía 9788420649764


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Por qué no se deben hacer juicios de valor en la sociología y en la economía
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MaxWeber

Por qué no se deben hacer juicios de valor en la sociología y en la economía (El sentido de «no hacer juicios de valor» en la sociología y en la economía) E d ic ió n d e Jo a q u ín A bellán

El libro de bolsillo Sociología Alianza Editorial

Der Sititt der «Wertfreiheit» der soáologischen und ókonomischen Wissenschafien

T IT U L O ORIGINAL:

Diseño de cubierta: Alianza Editorial Ilustración de cubierta: Ángel Uriarte

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley. que es­ tablece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daftos y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren pú­ blicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporteo comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

6 de la edición y de la traducción: Joaquín Abellán Garda, 2010 © Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2010 Calle Juan Ignacio Lúea de Tena, 15; 28027 Madrid; teléfono 91 393 88 88 www.alianzaeditorial.es ISBN: 978-84-206-4976-4 Depósito legal: M. 12.219-2010 Maquetación: Grupo Anaya Impreso en Fernández Ciudad, S. L. Printed in Spain SI QUIERE RECIBIR INFORM ACIÓN PERIÓDICA SOBRE LAS NOVEDADES DE ALIANZA EDITORIAL, ENVIE UN CO R REO ELECTRÓNICO A LA DIRECCIÓN:

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N o ta so b re la p re se n te e d ic ió n

El texto de «El sentido de “ no hacer juicios de valor” en la sociología y en la econom ía» es la traducción de «D er Sinn der “ Wertfreiheit” der soziologischen und ókonom ischen Wissenschaften» (1917), publicado en M ax Weber, Gesammelte Aufsatze zur Wissenschaftlehre, edición de Johannes Winckelmann, Tubinga, Mohr, 1988,9.a edición. El texto íue publicado p or M ax Weber com o artículo en la revista Logos. Internationale Zeitschrift fltr Philosophie der Kultur, editada en Tubinga p or R. Kroner y G. Mehlis, vol. VII, Heft 1, 1917/18, pp. 40-88. La paginación de la edición alem ana de 1988 aparece en los m árgenes de las páginas. Las notas con un asterisco son del propio Weber. En su caso, la inform ación entre paréntesis cuadrados es del edi­ tor. Las notas en arábigos a pie de página son del editor.

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D os asteriscos ( * * ) tras una palabra la prim era vez que ésta aparece indican que está com entada en el G losario. L as siglas de las o b ras se encuentran desarrolladas al co­ m ienzo d e la Bibliografía. Se ha op tad o p or titular la ob ra en la cubierta Por qué no

se deben hacerjuicios de valor en la sociología y en la econo­ mía porque expresa con m ayor precisión el núcleo del en­ sayo de M ax Weber, figurando com o subtítulo la traducción literal del m ism o.

Estudio preliminar

1. El contexto del debate sobre los juicios de valor Con anterioridad a 1917, año en el que se publica el ensayo que editamos en este libro y en el que tiene lu­ gar asimismo la conferencia La ciencia como profesión, Max Weber había hecho numerosas manifestaciones sobre la relación entre las ciencias sociales y los juicios de valor. La tesis de que las ciencias sociales no deben hacer juicios de valor había sido defendida por él en distintos foros y en todas partes había encontrado crí­ ticas y malentendidos. Un primer escenario en el que había expuesto esta tesis central habían sido los con­ gresos de profesores universitarios alemanes, que se celebraban anualmente. En el tercero de esos congre­ sos, celebrado en Leipzig en 1909, Max Weber tiene una intervención en la que responde a las críticas que, respecto a este tema, le había hecho el catedrático de Derecho procesal de la Universidad de Leipzig, Karl Wach. Éste había afirmado que li

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el método que Weber quiere practicar, no se practica en Alemania con carácter general, sino todo lo contrario; y yo mismo doy testimonio de que les descubro mi personalidad a mis alumnos en lo que respecta a mis posiciones políticas y religiosas. Y con ello no intimido a mis oyentes. El jurista no sólo ha de hablar de lege lata, y cuando habla de lege ferenda, el fin que se propone ha de ser también determinan­ te para los medios. Pero en los fines se configura la persona­ lidad, la concepción del mundo, y a veces también las opiniones políticas o religiosas. Y nosotros mismos nos configuramos asi en la enseñanza, y yo agradezco al docen­ te que no hace eso. La respuesta de Weber se sitúa naturalmente en la po­ sición opuesta al decir que «yo tengo que continuar diciendo lo mismo, que estoy en condiciones de expo­ ner enunciados científicos sin juicios de valor, y que sólo estoy orgulloso de aquella parte de mi docencia en la que soy fiel a esta idea»1.1 1. Verhandlungen des 3. Deutschen Hochschidlehrertages zu Leipzig («Deliberaciones del Tercer congreso de profesores universitarios alemanes»). Leipzig 1910, pp. 21 y s. Citado en Hennis 1996:148. En 1909 había escrito Weber en la revista Hochschul-Nachrichten (editada por Paul von Salvisberg) que «las Universidades no tienen que enseñar ni una concepción del mundo “contraria al Estado” ni “a favor del Estado”, no tienen que enseñar ninguna concepción del mundo. No son instituciones que tengan que dar una enseñanza sobre convicciones; analizan realidades y sus condiciones, sus leyes y situaciones, y analizan conceptos y sus contenidos y sus presupuestos lógicos. Pero, sin embargo, no enseñan ni pueden enseñar lo que hay que hacer, pues esto es un asunto de los juicios de valor personales, de la concepción del mundo, que no es algo que se pueda «demostrar» como un teo­ rema científico». (Heft 220, enero 1909, p. 90).

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El tema de los juicios de valor en las ciencias socia­ les también lo trató Max Weber en las primeras reu­ niones de la Sociedad Alemana de Sociología, que él mism o había contribuido a fundar en 1909. En el pri­ mer congreso de la Sociedad, celebrado en Frankfurt en 1910, recuerda Max Weber en su discurso que la Sociedad no es un espacio para la propaganda de ideas dirigidas a la práctica y que es «apartidista», no en el sentido de querer ser imparciales respecto a cualquier opinión o de querer buscar la «línea media» entre las distintas opiniones, sino en el sentido de que una sociedad de sociología no tiene nada que ver con las opiniones, de que no toma partido en ese terreno. Lo que en la Sociedad «puede muy bien ser objeto de análisis -objetivo y libre de juicios de valor- es la exis­ tencia, las características, los requerimientos y los re­ sultados de las opiniones políticas, estéticas, literarias, religiosas o de otra índole, en lo que respecta al hecho de su existencia, a sus motivos reales o hipotéticos, a sus resultados o a la probabilidad de tenerlos, a sus consecuencias lógicas o prácticas» (GASS 431)2. 2. Su idea la concreta al decir, por ejemplo, que si la Sociedad Alemana de Sociología organiza una investigación sobre la prensa no habría que pensar lo m ás m ínim o en querer juzgar la situación de la que se esté hablando o en preguntarse si esta si­ tuación es deseable o no; la investigación sólo tiene que consta­ tar qué es lo que existe, por qué la situación existe de esa manera, por qué motivos históricos y sociales («Rede au f dem ersten Deutschen Soziologentag in Frankfurt 1910», en: GASS 432). Los debates de los dos primeros congresos de Sociología —1910 y 1912- desilusionaron a Weber hasta tal punto que, cuando Rudolf Goldscheid fue elegido en 1913 directivo de la Sociedad en el puesto que había dejado la dimisión de Simmel,

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El tercer foro en el que Max Weber había discutido su «postulado» de que las ciencias sociales deben abs­ tenerse de emitir juicios de valor fue la Asociación de Política Social, de la que formaban parte numerosos economistas alemanes y austríacos. La Asociación es­ tuvo presidida durante muchos años por Gustav von Schmoller, representante máximo de la ciencia econó­ mica alemana en esas décadas. Pero, desde finales del siglo xix, habían aflorado en la Asociación distintas posiciones sobre cómo entender y practicar la econo­ mía política, especialmente en su relación con la ela­ boración de propuestas de política social. Algunos economistas miembros de la Asociación, entre los que se encontraban Max Weber o Werner Sombart3, ha­ bían hecho algunas críticas a la concepción de la eco­ nomía como una ciencia cuya tarea debiera consistir en formular medidas de reforma social. Las tensiones internas explotaron por vez primera en la asamblea de la Asociación de 1905, celebrada en la ciudad de Mannheim, a propósito de la discusión sobre la relación entre los cárteles económicos y el Estado. En la reu­ nión de 1909, celebrada en Viena, se planteó abiertaabandonó la Sociedad en 1913 como un «Don Quijote de un principio aparentemente irrealizable» (MWG II/8, 442, 470 nota). 3. Werner Sombart (1863-1941), economista y sociólogo, pro­ fesor en la Universidad de Breslau y desde 1906 en Berlín (Es­ cuela Superior de Comercio) y en la Universidad (desde 1918). Fue el último presidente de la Asociación de Política Social has­ ta su disolución (temporal) en 1936. Entre sus obras más cono­ cidas están: Der modeme Kapitalismus («El capitalismo moder­ no»), 1902; Die Juden und die Wirtschaftsleben («Los judíos y la vida económica»), 1911; y Der Bourgeois («El burgués»), 1913.

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mente un debate sobre los juicios de valor en la ciencia económica con motivo de la conferencia del economista Eugen von Philippovich, catedrático en la Universidad de Viena. El tema de discusión era en qué medida se puede establecer un incremento de la pro­ ductividad de la economía. Era de por sí un tema teó­ rico, no usual por otra parte en la Asociación, pues regularmente se trataban cuestiones relacionadas con la política social. Eugen von Philippovich se pronun­ ció a favor de la utilización del concepto de «produc­ tividad» económica, mientras que otros como Werner Sombart, F. Gottl4 y Max Weber argumentaron en su contra. Max Weber afirmaba que el concepto de «pro­ ductividad» contenía inevitablemente un juicio de va­ lor (Boese 1939: 134). En la siguiente asamblea de la Asociación, celebrada en Nüremberg durante los días 9 y 10 de octubre de 1911, el presidente Schmoller in­ sistió en caracterizar la actividad de la Asociación como una investigación científica que servía como trabajo previo para la política práctica. Y concluía a partir de aquí que, evitando las posiciones políticopartidistas, los juicios de valor eran inevitables. Y ha4. Friedrich Gottl, economista alemán nacido en 1868 que, tras el ennoblecimiento de su padre en 1907, pasó a llamarse Frie­ drich von Gotd-Otdilienfeld. Habiéndose doctorado junto a Karl Knies en Heidelberg con una tesis sobre el concepto de va­ lor, tuvo estrecho contacto con Max Weber, con quien colaboró en el Grundriss der Sozialókonomik («Fundamentos de econo­ mía social»). La obra suya que el propio Max Weber menciona en sus escritos es Die Herrschaft des Wortes. Untersuchungeti zur Kritik der nationaldkonomischen Denkens («El poder de la pala­ bra. Investigaciones para una crítica del pensamiento económi­ co»), lena, 1901.

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bía añadido que «si queremos hacer nuestros debates increíblemente aburridos e insípidos, podríamos po­ nernos como meta reprimir aquí todos los juicios de valor» (Boese 1939:141; Ñau 2032:50). En noviembre de 1912, a propuesta de Max Weber, el presidente Schmoller envió una circular a los miembros de la Asociación en la que proponía como tema de discu­ sión para la siguiente reunión los juicios de valor en la ciencia, destacando cuatro aspectos que deberían ser analizados: 1) la posición de los juicios de valor m ora­ les en la ciencia de la economía política, 2) la relación entre las tendencias evolutivas de la sociedad y los jui­ cios de valor, 3) señalar los fines de la política econó­ mica y la política social, y 4) la relación entre los prin­ cipios metodológicos generales y la función específica de la enseñanza académica. Con las respuestas de los socios se hizo una publicación para circulación inter­ na en 19135. La reunión de la Asociación celebrada en los primeros días de enero de 1914, en Berlín, discutió estos aspectos del tema propuestos por el presidente en su circular. Max Weber fue uno de los principales ponentes y, tras un debate caliente, reprochó a los asistentes que no habían entendido realmente lo que él estaba diciendo y, sin lograr convencer a la mayoría de los asistentes, abandonó enojado la reunión. (Boese 1939: 147 y s.). El texto redactado por M ax Weber en 1913 para esta discusión fue reelaborado por él mismo posteriormente para su publicación en la re5. Las respuestas han sido publicadas por Heino H. Ñau en: Der Werturteilsstreit. Die Áusseruttgen zur Werturteilsdiskussion im Ausschuss des VereinsfiirSozialpolitik (1913), Marburgo, Metropolis Verlag, 19%, pp. 65-200.

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vista Logos, en la que efectivamente apareció en 1917. Este texto de la revista Logos es el que figura en los Gesammelte Aufsatze zur Wissenschaftslehre, de donde se ha hecho la traducción que ahora publicamos. El texto original de 1913 fue publicado por Eduard Baumgarten en: M ax Weber. Werke und Persott. Dokumente ausgewahlt und kommentiert. Tubinga 1964, pp. 387-405. En el ensayo de 1917, Max Weber desarrolla la po­ sición que había expuesto anteriormente en estos fo­ ros mencionados y en algunos de sus escritos meto­ dológicos. Entre estos últimos hay que destacar el ensayo de 1904 sobre la «objetividad» del conoci­ miento en la ciencia social y la política social. Aquí había afirmado con claridad que la «política social», que tiene que ver directamente con la evaluación y la discusión de las medidas estatales de reforma social, no es ciencia social en el sentido en el que él pretendía establecerla. La diferenciación entre ciencia social y política social requería distinguir la explicación cien­ tífica de los hechos, por un lado, y los razonamientos de tipo valorativo, por otro. La conclusión final de su planteamiento era, en resumen, que la ciencia econó­ mica, que él califica como «ciencia de la experiencia», no es una ciencia moral (WL 157, 148). A esta dife­ renciación entre la esfera del conocimiento científico y la esfera de los juicios de valor hace referencia el postulado de «no hacer juicios de valor» que lleva al título del ensayo de 1917. Una cuestión que no puede confundirse con la di­ ferenciación de estas dos esferas, y que Max Weber trata brevemente al inicio del ensayo de 1917, es la de

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si los profesores universitarios pueden o no emitir jui­ cios de valor en sus clases. Weber se hace eco a este respecto de las dos posiciones más distantes existentes entre los profesores, pero deja claro que ésta es una cuestión irresoluble porque depende a su vez del jui­ cio de valor que los profesores tengan sobre lo que debe ser la Universidad (WL 489). Una posición es la de aquellos profesores que reconocen claramente la dife­ rencia existente entre juicios de valor y juicios de he­ cho y piensan al mismo tiempo que ambos tienen ca­ bida en la clase universitaria. La otra posición, la más alejada de esta primera, es la de aquellos profesores que no creen posible una diferenciación entre la esfe­ ra de la constatación de los hechos y la de los juicios de valor, pero recomiendan que en las clases no haya discusiones acaloradas sobre opiniones o juicios de valor. Esta última posición la rechaza Weber radical­ mente, y piensa que lo del acaloramiento en el de­ sarrollo de una clase no es lo más importante de la cuestión, sino que el núcleo de la cuestión está en que no se distinga con claridad entre la esfera de la expli­ cación de los hechos y la de las valoraciones. Respecto a la primera posición piensa que es un deber del pro­ fesor, en ese caso, aclarar a sus oyentes cuándo está tratando de hechos empíricos o lógicos y cuándo está emitiendo juicios de valor. De todos modos, la deci­ sión a favor o en contra de que en las clases universi­ tarias se transmitan juicios de valor es una cuestión que depende de lo que cada profesor piense sobre la misión de la Universidad; de si se piensa que la misión de la Universidad es «formar» hombres en el sentido más amplio de suministrar al estudiante una visión

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completa del mundo o si se piensa que la finalidad de la Universidad es dar una formación más profesiona­ lizada. Max Weber apuesta por esta segunda alternati­ va, pero no porque quiera que los estudiantes se con­ viertan únicamente en «profesionales», sino porque considera que la esfera de las convicciones debe que­ dar como un ámbito de decisión del propio individuo sin que se le marque una guía desde las cátedras. La Universidad debe educar en la «honestidad intelec­ tual», piensa él, y esto implica la aceptación de que la esfera de los hechos es distinta de la de los juicios de valor, es decir, implica aceptar los límites de la ciencia, ya que ésta no puede fundamentar los juicios de valor. En esta línea de argumentación, en el ensayo de 1917 -y también en La ciencia como profesión- critica abier­ tamente a aquellos «profesores-profetas» que invaden el ámbito de las decisiones individuales de los estu­ diantes suministrándoles en sus clases «concepciones del mundo» o ideologías, no aceptando por tanto la realidad de nuestro mundo, que es un mundo «ajeno a dios y sin profetas» (Ciencia: 105). Por ello Max We­ ber cree que lo que un estudiante debe aprender en el aula universitaria son fundamentalmente tres cosas: 1) la capacidad para poder cumplir serenamente una determinada tarea, 2) aprender a aceptar los hechos, y especialmente los hechos incómodos desde un punto de vista personal, y a distinguir entre la constatación de un hecho y la formulación de un juicio de valor sobre él, y 3) anteponer la realidad a su propia persona, re­ primiendo esa necesidad de exhibir sus propios gus­ tos o sentimientos personales sin ser solicitado para ello (WL 493).

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2. La función de los valores culturales en las ciencias sociales: «juicios de valor» y «relación con los valores» En el ensayo de 1917 menciona Max Weber algunos de los malentendidos y críticas que se le habían ido planteando en relación con el precepto de que la cien­ cia social no debe hacer juicios de valor. Y después de señalar que la exigencia del precepto es muy sencilla y trivial -diferenciar y no mezclar la esfera de la expli­ cación de los hechos y la esfera de los juicios de valor(WL 500), insiste en la necesidad de distinguir con claridad entre «juicio de valor» y «relación con los va­ lores» culturales (Wertbeziehutig), y entre un «juicio de valor» y el «análisis de los juicios de valor», pues en la confusión de estos conceptos encuentra el origen de los malentendidos sobre su propuesta (WL 511).

El concepto de Wertbeziehung («relación con los valores») Para la distinción entre «relación con los valores» y «juicio de valor» se remite Max Weber al filósofo neokantiano Heinrich Rickert, de quien dice que ha tomado el concepto de Wertbeziehung, concepto que él define como la interpretación filosófica de la pers­ pectiva científica desde la que se construye el objeto de investigación en las ciencias culturales (WL 511)*.6 6. Weber se refiere a su deuda intelectual con Heinrich Rickert asimismo en otros pasajes de su obra: WL 251-252,343. Respec-

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Efectivamente, el concepto de Wertbeziehung es un concepto central en la respuesta que Rickert da al pro­ blema de la objetividad del conocimiento en la ciencia histórica. Com o la ciencia histórica destacaba la his­ toricidad de la realidad, su carácter histórico y contin­ gente, y como el historiador no podía contar ya como dado con un orden objetivo de lo real, el problema de la objetividad del conocimiento histórico se había convertido en un problema de primera magnitud, y para su solución había acudido Rickert al concepto de Wertbeziehung («relación con los valores»). La cues­ tión de la objetividad del conocimiento era tan acu­ ciante porque la realidad había dejado de poder ser entendida como fundamentada en una armonía pre­ establecida de carácter divino, porque ya no se conta­ ba con un punto arquimédico desde el que se pudiera establecer un conocimiento objetivo de la realidad y to al concepto de «valor», hay que señalar que H. Rickert creía que no se podía definir en sentido estricto, pues es uno de esos conceptos últimos no deducibles con los que pensamos el m un­ do (como el concepto de ser, existir o realidad), pero no por eso queda invalidado su uso (Rickert 1921:113). No nos podemos preguntar si los valores son reales, pero sí nos podemos pregun­ tar si valen, si tienen validez: «un valor cultural es reconocido de hecho como válido por todos los hombres o su validez es recla­ mada al menos - y con ello la significación individual de los ob­ jetos- por un Kulturmensch [por un ser que puede atribuir sen­ tido a lo que hace], y no puede tratarse de un mero objeto de deseo sino de algo -u n bien- con cuya valoración y cultivo no­ sotros nos sentimos «comprometidos» más o menos. No es pre­ ciso que el valor lo concibamos como una norma moral, como un deber ser, sino que es suficiente que asociemos al valor la idea de una norma o de que es necesario realizarlo en un bien». (Ri­ ckert 1926:21).

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porque la pluralidad de concepciones del mundo se había convertido en algo imposible de ser abarcado racionalmente. En esta situación intelectual, para po­ der asegurar racionalmente el orden de la realidad y para establecer los criterios con los que ese intento re­ sultara fiable, se le iba a conceder al individuo una tarea importante. Y en esta tarea ocupaba un lugar central el concepto de Wertbeziehung. Por eso los li­ bros de Heinrich Rickert -Ciencia cultural, ciencia na­ tural (1899) y Los límites de la construcción de los con­ ceptos científico-naturales (1902)7- despertaron en su época, y especialmente en M ax Weber, una enorme fascinación porque ofrecían una reflexión m etodo­ lógica sobre las «ciencias culturales» y una respuesta al problema de la objetividad del conocimiento en estas ciencias. Lo que de Rickert le interesó a Weber fue la lógica en la construcción de los conceptos de las ciencias culturales a través de la Wertbeziehung. Este último concepto iba a ser la base del conoci­ miento científico en las ciencias que se acercan a la realidad desde la perspectiva de lo individual. El procedimiento rickertiano de construcción de los conceptos de las ciencias culturales sobre la base de la «relación con los valores» culturales negaba la aplicación de los procedimientos científico-naturales a las ciencias culturales, por un lado, pero renuncia­ ba igualmente, por otro lado, a los conceptos «esen7. Kulturwissenchaft und Naturwissemchaft. Eirt Vortrag, Friburgo, J. C. B. Mohr, 1899 (6.* y 7.* ed. 1926); Die Grenzen der

naturwissenschaftlichen Begriffsbildung. Eme logische Einleitung in die historischen Wíssenscha/íen,Tubinga/Leipzig, ]. C. B. Mohr, 1902(3.* y 4 *e d . 1921).

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cialistas» de la tradición romántica que «hipostasiaban» la realidad. A partir de este concepto central de la Wertbeziehung, Weber entendería de una nueva manera los conceptos de las ciencias culturales -lo s «tipos ideales»-, cuyas características había expuesto en el artículo de 1904 sobre la «objetividad» del co­ nocimiento. Este concepto de la «relación con los valores» cul­ turales está directamente conectado con el concepto de la realidad que tiene Heinrich Rickert. Este entiende la realidad como un «continuo heterogéneo». Heterogé­ neo quiere decir que la realidad no ofrece como tal ninguna diferenciación interna, ninguna estructura interna de carácter objetivo. Y sólo se puede raciona­ lizar a través de los conceptos construidos para poder abordarla; y es en este punto donde se diferencian las ciencias naturales y las ciencias culturales. Para Rickert hay dos posibilidades de conocimiento de la realidad: la realidad empírica «se convierte en Naturaleza si la contemplamos tomando en consideración (o general, y se convierte en Historia si la contemplamos toman­ do en consideración lo particular... Una tarea le co­ rresponde a la ciencia natural, la otra a la ciencia his- ' tórica» (Rickert 1902: 255). La historia y la ciencia natural se diferencian entre sí por la perspectiva desde la que se aborda la realidad, por el aspecto de la reali­ dad por el que se interesan (lo individual/particular o lo general). La ciencia histórica tiene que contar entonces con un principio organizador de sus conceptos históricos que no haga desaparecer, que no elimine la variedad y las particularidades de lo real en leyes generales, sino

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que dé cuenta por el contrario de la individualidad de un objeto, de aquello que constituye su peculiaridad o particularidad individual. La ciencia histórica tiene, por tanto, que construir conceptos de características distintas a los que construye la ciencia natural - a la que le interesa lo general de la realidad, aspirando gracias a ello a un conocimiento formulable en leyes generales-. El principio organizador de ese procedimiento que se­ leccione el objeto histórico a estudiar -el «individuo histórico», el fenómeno social individual- no puede ser aportado por el objeto mismo a estudiar ni tampoco por el propio investigador, si no se quiere caer en un decisionismo arbitrario. Y es aquí donde tiene su lugar la Wertbeziehung: el principio organizador de los con­ ceptos históricos consiste en poner lo real en relación con valores culturales de validez o vigencia general. Así es como se delimita el objeto de investigación dentro de este «continuo heterogéneo» que es la realidad. Sólo desde la perspectiva del significado cultural de la reali­ dad se logra un objeto de estudio, que no aspira a ser subsumido bajo leyes generales ni tampoco bajo con­ ceptos «esenciales» ni bajo conceptos que cada investi­ gador creara discrecionalmente. Hay que recordar en este momento que Heinrich Rickert define la cultura como «la totalidad de los objetos reales en los que se plasman valores de reconocimiento general o se plasma un sentido constituido por esos valores y que es culti­ vado en consideración a ellos» (Rickert 1926: 28). Este concepto de cultura es el que, en definitiva, le permite diferenciar los dos grupos de ciencias mencionados. Cualquier historiador interpretaría como un ata­ que al carácter científico de su trabajo que se le dijera

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que no es capaz de distinguir entre lo esencial y lo no esencial de la realidad, cuando a él le parece tan obvio que su trabajo está basado precisamente en esa dife­ renciación entre lo relevante y lo no relevante que no necesita explicitarla. Pero Rickert señala que aquí hay, de todos modos, un problema, el cual sólo puede so­ lucionarse si se hace explícita y consciente la relación de los objetos históricos con los valores culturales; una relación, por tanto, que nos permita diferenciar lo importante de lo no importante de la realidad, lo significativo de lo no significativo. Si los aconteci­ mientos de la realidad no fueran puestos en relación con los valores culturales, los acontecimientos no ten­ drían un sentido que pudiéramos entender, no serían importantes o no importantes, con lo que no podrían ser objeto de la investigación y exposición históricas. Para la ciencia natural, por el contrario, no es relevan­ te esa diferenciación entre lo esencial y lo no esencial, lo importante y lo no importante, lo significativo y lo no significativo. Para Rickert, este concepto de la Wertbeziehung formula explícitamente lo contenido implícitamente en la afirmación general de que el his­ toriador tiene que saber distinguir entre lo importante/significativo de la realidad de lo que no es impor­ tante o significativo (Rickert 1926: 85). El procedimiento de poner en relación la realidad con los valores culturales tiene, no obstante, dice Rickert, un carácter puramente formal. Precisamente porque él no pretende en ningún momento que se bo­ rre la historicidad de la realidad, este procedimiento es de carácter meramente formal, pues si la relación con los valores culturales se refiriera a contenidos

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concretos de los valores culturales, las cosas reales no podrían ser vistas sino como ejemplos o copias de esos contenidos, con lo que el carácter histórico y contingente de lo real se volatizaría. La Wertbeziehung es un procedimiento formal que no determina ni fija a priori al investigador a un contenido concreto del valor concreto que subyazca en la «relación con los valores» culturales. Lo decisivo en este procedimiento de la Wertbeziehung es el hecho formal de que son los valores generales de una sociedad en una época deter­ minada -variables, por tanto, según las épocas y dife­ rentes a los de otras sociedades- los que permiten de­ limitar el objeto de estudio. Los valores que se convierten en la base para la construcción de los con­ ceptos de la ciencia histórica «hay que tomarlos sin excepción de la vida cultural» (Rickert 1902: 309). Está claro entonces que el concepto de cultura con el que Rickert trabaja no es un concepto ontológico, sino una perspectiva que permite acotar el objeto de estudio histórico. Los valores que se convierten en guías para el conocimiento en las ciencias culturales no pueden estar «flotando por así decir en el aire» (Rickert 1902: 563), sino que los valores que desem­ peñan una función para las ciencias culturales son los valores culturales generales, es decir, los valores que «sólo se dan en hombres que viven en comunidad unos con otros, es decir, en seres sociales en el sentido más amplio de la palabra» (Rickert 1902:573). Un va­ lor cultural general es, por tanto, aquel valor «respec­ to al cual nos sentimos “comprometidos” por consi­ deración a la comunidad en la que vivimos» (Rickert 1899: 21); el valor cultural «representa así un asunto

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común de los miembros de una comunidad», por lo que lo que le interesa a la ciencia histórica son «las organizaciones que han sido hechas por los miembros de una comunidad para la satisfacción de sus necesi­ dades» (Rickert 1902: 576)*. Los valores culturales de general reconocimiento son valores que tienen validez en un contexto social e histórico determinado, lo cual quiere decir que nacen, se realizan y pueden perder significación en un con­ texto concreto. Se trata, por tanto, de un concepto «empírico» de valor, que es el único por el que se guían las ciencias culturales, pues «sólo los valores culturales hacen posible la historia como ciencia y sólo el desarrollo histórico genera valores culturales» (Rickert 1902:580): la religión, la iglesia, el derecho, el estado, las costumbres, la ciencia, la lengua, la literatu­ ra, el arte, la economía y los medios necesarios para 8 8. El concepto de valor en las ciencias empíricas es, por lo tanto, distinto al concepto de valor trascendente en la teoría del cono­ cimiento. Las ciencias históricas se ocupan exclusivamente de valores culturales de reconocimiento general, y para ellas no tie­ ne sentido «si existe entre esos valores culturales y los valores trascendentes o suprasensibles una relación que la filosofía pue­ da mostrar com o una relación necesaria. La ciencia empírica no tiene que preocuparse de esa relación» (Rickert 1902:578). Los valores culturales se convierten en la forma metodológica del conocimiento, mientras que el valor trascendente representa una categoría constitutiva del conocimiento (es decir, para que haya conocimiento, para que éste sea posible, el sujeto se tiene que encontrar con un deber-ser (soüen) trascendente, con preten­ sión de una validez independiente del sujeto. Si no fuera así, no podría haber conocimiento, no podría darse el conocimiento. Sólo cuando ese algo tiene pretensión de valer por encima del propio sujeto, como un deber, cabrá hablar de conocimiento).

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realizarla son, en todo caso en un cierto estadio de su desarrollo, «objetos culturales» o «bienes culturales» en el sentido de que el valor que va expresado en ellos o es reconocido por todos los miembros de una co­ munidad como válido, o se le cree capaz de ese reco­ nocimiento (Rickert 1926:22). En ese sentido, el con­ cepto de valor cultural general presupone que existen personas en una comunidad humana que quieren efectivamente realizar acciones que se corresponden con esos valores o los realizan, por lo que una ciencia empírica puede hacer «visibles» esos valores incorpo­ rados en acciones o en cosas. Los valores culturales son contingentes, y una ex­ posición científica basada en una «relación con los va­ lores culturales» siempre vale sólo para un determina­ do círculo de hombres que entienden los valores dominantes como valores, aunque no los valoren di­ rectamente, reconociendo con ello que con esos valo­ res se trata de algo más que de una mera valoración puramente individual. En Europa, por ejemplo, dice Rickert, cuando se lee una obra histórica se pueden entender como valores esos valores que se plasman en la religión, el estado, la lengua, el arte, etc.; y no se considera por ello arbitrario que sean estos valores los que acoten lo esencial o significativo de la realidad, es decir, los que delimiten la exposición histórica a lo importante o relevante en relación con ellos (Rickert 1926: 132). Todos los conceptos históricos, por tanto, sólo valen durante un determinado tiempo, y esto quiere decir que no valen como verdades intempora­ les o absolutas (Rickert 1926: 133), pero Rickert no considera, sin embargo, que represente una objeción a

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la cientifícidad de la historia el que ésta tenga que ser continuamente escrita de nuevo (Rickert 1926: 134). Hay tantas verdades históricas distintas como distin­ tos círculos culturales hay, y, por lo que respecta a la selección de lo esencial de la realidad, cada una de estas verdades es válida o inválida de la misma manera. La conclusión a que lleva este razonamiento es que parece que entonces no puede haber un progreso histórico (Rickert 1926:134). Si efectivamente los valores cultu­ rales son los que dirigen la selección del material histó­ rico y la consiguiente construcción de los conceptos históricos, la pregunta obvia que se hace Rickert es si esto no daña la objetividad del conocimiento históri­ co. Él cree, no obstante, que la objetividad no queda afectada si la investigación puede remitirse al recono­ cimiento realmente general de sus valores dominantes y si se atiene a la Wertbeziehung, aunque no se podrá negar que la objetividad de la ciencia histórica es de una naturaleza peculiar, que no se puede comparar con la de las ciencias naturales que son generalizadoras. Él es plenamente consciente de que éste es el gran problema de las ciencias culturales, y para encontrar un fundamento último que elimine la posibilidad de relativismo acudirá finalmente al establecimiento de un sistema de valores de carácter supratemporal9. Éste es el paso, sin embargo, en el que M ax Weber no seguirá a Rickert. Weber entenderá que esa cuestión no es propia de la ciencia social, sino de la filosofía, y él se 9. En su artículo de 1913 «Von System der Werte», en: Logas. Internationale Zeitschrift für Philosophie der Kultur IV (1913), pp. 295-327.

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queda simplemente con el concepto de la Wertbeziehung sin pretender buscar un fundamento ontológico para los valores culturales. El propio Heinrich Rickert dirá, por ello, que Weber es sólo un «lógico empiricista» por no entrar en la cuestión de una fundamentación última de los valores culturales que le sirven para seleccionar el objeto de investigación de la ciencia so­ cial10.

La diferenciación entre «relación con los valores» y emitir un juicio de valor Esta diferenciación es un punto clave en la reflexión metodológica de Heinrich Rickert. El procedimiento de la Wertbeziehung hay que distinguirlo claramente, dice, del procedimiento valorativo, y esto será asimis­ mo mantenido por Max Weber: «para la historia, los 10. Rickert escribió que «Weber no quería ser un filósofo y com o “especialista” no lo era en realidad» (Rickert 1926:237), que estaba alejado de toda idea de concebir la sociología como «filosofía» (Rickert 1926: 228). Y sobre la postura de Weber acerca de la Wertfreiheit de las ciencias escribió que Weber no persiguió «el hecho filosóficamente importante de que no existe ni siquiera para el teórico puro una “posición” totalmente que no contenga un juicio de valor» (Rickert 1926:230). Weber ha­ bla escrito que «al “dios” de la filosofía de los valores sólo se le podrá dar lo suyo después de que se le haya dado lo suyo a nues­ tro rey: el conocimiento empírico» (W L 250) y habla escrito también que las ciencias empíricas no necesitan ocuparse de problemas de teoría del conocimiento como tampoco «el cono­ cimiento de la anatomía es un requisito para andar “correcta­ mente” (WL 217).

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valores sólo entran en consideración cuando han sido valorados de hecho por sujetos y cuando, por ello, de­ terminados objetos han sido caracterizados de hecho como “bienes” Aun cuando la historia tiene que ver con valores, no es una ciencia valorativa. Más bien es­ tablece simplemente lo que es» (Rickert 1926: 87). Si no se hace esta distinción podría creerse que a la his­ toria se le adjudica una tarea que no es propia de la ciencia. El historiador no tiene que determinar o deci­ dir si las cosas que investiga son valiosas o no son va­ liosas, sino exponer lo que ha sido, pues el historiador es un teórico, no un hombre «práctico», es decir, no es una una persona que emite juicios de valor. Según Rickert, las ciencias culturales históricas no tienen por qué ocuparse de la cuestión de la validez de los valores. La validez de los valores no es un problema histórico y el historiador no tiene que hacer valora­ ciones ni positivas ni negativas. A la observación que había hecho el filósofo Alois Riehl de que poner la realidad en relación con los va­ lores es lo mism o que «valorarla»11 le contesta Hein­ rich Rickert diciendo que se trata realmente de dos actos diferentes en cuanto a su naturaleza lógica: la Wertbeziehungse mantiene en el terreno del estableci­ miento o constatación de los hechos, mientras que el juicio de valor no. La Wertbeziehung permite diferen­ ciar al hacer historia las cosas esenciales de la realidad 1 11. Alois Riehl, ¿o gftu n d Erkenntnistheorie. Die Kultur dere Gegettwart («Lógica y teoría del conocimiento. La cultura del pre­ sente»), vol. 1 ,1907, p. 101. Alois Riehl (1844-1924) lúe catedrá­ tico de Filosofía en la Universidad Friedrich-Wilhelm de Berlín, como sucesor de Wilhelm Dilthey, desde 1905.

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y las cosas no esenciales. Y aunque ninguno de los va­ lores reconocidos como tales por los hombres tuviera una validez fuera de las valoraciones que hicieran los hombres, seguiría siendo correcto que la selección de objetos dentro del conjunto de la realidad y la selec­ ción dentro de los objetos de aquella parte que es «sig­ nificativa» es relevante para que se pueda hablar de «bienes» como portadores de valores. Es decir, aun­ que no se formulen juicios de valor por parte del his­ toriador, se constituyen, en virtud de poner en rela­ ción la realidad con valores culturales, «individuos históricos» -fenóm enos históricos- en contraposi­ ción a lo que son meramente objetos sin carácter his­ tórico, sin significación cultural. Con lo cual, el proce­ dimiento de la Wertbeziehung es distinto al acto de valorar la realidad (Rickert 1926: 87-88). El hecho de que quepa hacer la «relación con los valores» con independencia de que exista un juicio de valor mues­ tra para Rickert que se trata de dos hechos diferentes. Com o ejemplo de lo que está diciendo, Rickert señala que un historiador no tiene que decidir, como histo­ riador, si la Revolución Francesa ha sido favorable o perjudicial para Francia o Europa. Esto sería hacer un juicio de valor. Por el contarlo, ningún historiador va a dudar de que, bajo ese nombre de la Revolución Francesa, hay un conjunto de acontecimientos que han sido importantes y relevantes para el desarrollo cultural de Francia y Europa, acontecimientos que por ello deben ser incluidos como elementos esencia­ les en una exposición histórica de Europa. Este acto no es afirmar un juicio de valor, sino establecer una «relación con los valores». Hacer un juicio de valor es

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siempre formular una alabanza o formular una cen­ sura sobre la realidad. Relacionar la realidad con valo­ res culturales, sin embargo, no es ninguna de esas dos cosas» (Rickert 1926: 88). Otro ejemplo, tomado esta vez del libro de Eduard Meyer, Sobre la teoría y el método de la historia (1902) ‘2, le permite a Rickert aclarar la diferencia entre el con­ cepto de Wertbeziehungy el de juicio de valor. Rickert hace una referencia11 al hecho de que el rey de Prusia Federico Guillermo IV rechazó, en 1849, la corona imperial que le habían ofrecido los parlamentarios de la Paulskirche de Frankfurt tras la aprobación de una Constitución liberal. Y dice que este hecho es históri­ camente «esencial», mientras que el sastre que le ha­ bía hecho el traje al rey, aun siendo real, es histórica­ mente «indiferente». Eduard Meyer le objetó que el sastre puede muy bien ser indiferente para la historia «política», pero que nos podemos imaginar fácilmen­ te que, sin embargo, podría ser esencial en la historia de la moda o en la historia de los tejidos. Y Rickert aprovecha esta afirmación de Meyer para decir que esa fiase demuestra precisamente que es la «relación con los valores» culturales la que determina en la ciencia histórica la selección de lo importante/significativo de la realidad y la construcción de los concep-123 12. Eduard Meyer (1855-1930), catedrático de Historia Anti­ gua, autor de Zur Theorie und Methodik dar Geschichte. Weber analizó la obra de Meyer en «Kritische Studien au f dem Gebiet der kultuwissenschaftlichen Logik» (1906), en: WL 215-290. 13. En Die Grenzen der naturwissenschaftlichen Begriffsbildung («Los limites de la construcción de los conceptos científico-natu­ rales»), Tubinga, J. C. B. Mohr, 1921,3.» y 4 * edición, pp. 224 y s.

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tos históricos, pues si cambian los valores culturales dominantes en la sociedad, cambia también el conte­ nido de la historia. La frase de Meyer demuestra asi­ mismo, dice Rickert, que juzgar un valor objetivo es distinto a poner la realidad en relación con un valor cultural, pues sin este procedimiento de la Wertbeziehung un mismo objeto no podría ser importante para una exposición histórica y no importante para otra exposición distinta: el traje del rey y el sastre que se lo hizo no son importantes desde la perspectiva de la historia política y pueden ser importantes, sin embar­ go, desde la perspectiva de la historia de la moda. La relación con los valores es distinta, por tanto, a valorar un hecho como aceptable o reprobable.

El postulado de «no hacer juicios de valor* Abstenerse de hacer juicios de valor es la consecuencia del principio lógico de diferenciar la esfera del cono­ cimiento y la esfera de los valores, de diferenciar el establecimiento o constatación de hechos y la evalua­ ción de los mismos. La exigencia de no hacer juicios de valor va ligada, por tanto, a la concepción weberiana de la nueva ciencia social, que era diferente de la que practicaban los economistas e historiadores de su época. En sus escritos sobre teoría de la ciencia, y es­ pecialmente, en el de 1904 sobre la «objetividad» del conocimiento, había insistido Weber en los límites de la ciencia, en aquello que la ciencia no puede hacer, que es precisamente formular juicios de valor sobre la realidad. Una «ciencia de la realidad» o una «ciencia

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empírica», como denomina Weber a la ciencia social, no puede deducir de sus investigaciones guías o nor­ mas para la práctica, utilizando su material de estudio para corroborar un «ideal». En 1904 había insistido en que las ciencias no pueden suministrar el sentido de la vida ni una orientación para actuar en la vida, ni son el camino conducente al descubrimiento o a la formula­ ción de los ideales por lo que guiarse: es engañarse a uno mismo pensar que las normas para la acción hu­ mana o los dogmas de un partido político pueden al­ canzar una validez científica (WL 155)'\ En el mismo sentido había escrito en 1907 que entre el ámbito del deber-ser y el de los hechos «fácticos» no hay «paso»: esta contraposición es evidentem ente irreconciliable y no es «pensable» conceptualm ente un «p aso » -p e ro p o r la senci­ lla razón de que se trata d e problem as y orientaciones dis- 14 14. Esta concepción de la ciencia de Max Weber y su tajante separación entre el ser y el deber se corresponde con la idea de ciencia del contemporáneo empirismo lógico del Circulo de Viena. En el Tractatus lógico-philosophicus (1922) escribía Ludwig Wittgenstein: «El sentido del mundo tiene que residir fuera de él. En el mundo todo es como es y todo sucede com o sucede; en él no hay valor alguno, y si lo hubiera, carecería de valor. Si hay un valor que tenga valor ha de residir fuera de todo suceder y ser-así. Porque todo suceder y ser-así son casuales. Lo que los hace no-casuales no puede residir en el mundo; porque, de lo contrario, sería casual a su vez. Ha de residir fuera del mundo. Pór eso tampoco puede haber proposiciones éticas. Las propo­ siciones no pueden expresar nada m ás alto. Está claro que la ética no resulta expresable. La ética es trascendente. Etica y esté­ tica son una y la misma cosa». Las diferencias están en la posi­ ción respecto al m undo de lo transcientífico, importante y ana­ lizable para Max Weber.

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tintos d e nuestro conocim iento: en un caso se trata d e un análisis d ogm ático d e un a «n orm a» (Satzung) en cuanto a su «sen tid o» ideal y d e una «valoración» d e la acción em pí­ rica p o r esa «n o rm a», y en el otro caso se trata del estableci­ m iento de una acción em pírica com o un «hecho» y la «ex­ plicación» causal de la m ism a. Este hecho de carácter lógico de que existen d o s «p u n to s de vista» distintos de análisis para nuestro conocer, lo proyecta Stam m ler en la realidad em pírica (W L 381).

Ahora, en el ensayo de 1917, cuando Weber escu­ cha las quejas de los historiadores de que no pueden renunciar en su trabajo a hacer juicios de valor políti­ cos, culturales, éticos o estéticos, les responde: La m etodología ni tiene la capacidad ni la finalidad de pres­ cribir a nadie qué debe ofrecer en su ob ra literaria; sólo se tom a el derecho, por su parte, de establecer que ciertos p ro­ blem as tienen sentidos diferentes, que la confusión de unos problem as con otros tiene com o consecuencia que su análi­ sis conduce a hablar sin entenderse, y que, con los m edios de la ciencia em pírica o los de la lógica, tiene sentido d iscu ­ tir sobre algunos problem as, m ientras que no es posible h a­ cerlo sobre otros. Q uizás podría añadir aquí una observa­ ción de carácter general, sin probarla p or ahora: un exam en atento de los trabajos históricos deja ver muy fácilmente que, cuando un historiador com ienza a «hacer juicios de valor», suele interrum pirse casi sin excepción el rastreo a fondo de las causas em píricas hasta el final, en detrim ento de los resultados científicos (W L 523-524). E n re su m e n , el p re c e p to d e « n o h acer ju ic io s d e v a lo r» c o n tie n e u n a ex ig e n c ia m u y trivial: q u e el c ie n ­ tífic o so c ia l m a n te n g a a b so lu ta m e n te separadas, p o r-

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que se trata de problemas distintos, la constatación de hechos empíricos (incluido el comportamiento «valorativo» que él compruebe en los hombres reales inves­ tigados por él) y su propia posición que juzga un hecho como agradable o desagradable, que lo «valora» en ese sentido (WL 500),s. Cada uno de estos dos ámbitos se ocupa de preguntas distintas: en un ámbito se trata de averiguar cómo se comporta una realidad determina­ da, por qué esa realidad ha llegado a ser como es, si esa realidad puede generar otra y qué grado de probabili­ dad hay de que eso ocurra; en la otra esfera -la de los juicios de valor- lo que se plantea es: ¿qué debemos ha­ cer en una situación determinada? ¿cómo valoramos esa situación y desde qué punto de vista la valoramos como «agradable» o «desagradable»? ¿Debemos hacer algo para que esa situación se desarrolle en una determina­ da situación y, en ese caso, en qué dirección? (WL 509). Las primeras son propias de la ciencia social. Estas se­ gundas están fuera del ámbito científico. Es sobradamente conocido el motivo por el que Max Weber afirma los límites de la ciencia en relación con la formulación de juicios de valor: la existencia de múltiples valores, de múltiples «ideales últimos», acerca de los cuales no se puede decidir racionalmen­ te su validez. Dos conocidos pasajes son especialmente claros a este respecto: El destino de una civilización que ha probado del árbol del conocim iento es tener que saber que no podem os deducir 15

15. Esto es algo que había escrito en 1904: WL 149, 199; en 1907: WL 381-382, y ahora en 1917: WL 489,497,501,523 y s.

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el sentido del mundo a partir de los resultados de la investi­ gación del mundo, por muy completa que ésta fuera, sino que debemos ser capaces de crearlo por nosotros mismos; y que las «concepciones del mundo» nunca pueden ser el resultado de un conocimiento empírico progresivo; y, por tanto, que los ideales supremos que más nos conmueven siempre actúan en lucha con otros ideales, que son tan sa­ grados como los nuestros (WL 154). Y en el ensayo de 1917: Entre los valores no se trata en último término de que sólo haya que elegir entre ellos, sino que se trata de una lucha a muerte insalvable, como la que existe entre «dios» y el «de­ monio»... El fruto del árbol del conocimiento... no es otra cosa sino conocer esa oposición [entre los valores) y tener que ver que cada acción concreta importante y toda la vida en su conjunto significa -si no ha de discurrir como un acontecimiento natural, sino vivirse conscientemente- una cadena de decisiones últimas, con las que el alma elige -como en Platón- su propio destino, es decir, el sentido de su ser y su hacer (WL 507-508). En La ciencia como profesión se vuelve a plantear el conflicto irresoluble entre la pluralidad de valores con la consecuencia para los individuos de ser ellos los que tienen que elegir entre estos sistemas de valores en lucha (Ciencia 104-105). El conflicto no se puede solucionar desde algún valor superior que actuara como criterio de armoni­ zación. Weber pone como ejemplo el valor de la justi­ cia, tan fundamental en los economistas alemanes de su época, y señala que no se puede resolver desde pre­ misas éticas el conflicto entre si hay que reconocer

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mucho a quien mucho rinde, o al revés, si el que m u­ cho puede rendir, a ése hay que exigirle mucho, es de­ cir, si se le dan muchas posibilidades a quien tenga talento o, al revés, para equilibrar la injusticia de una distribución desigual de las capacidades intelectuales, procurar que el talento no se aproveche de sus m ejo­ res posibilidades en el mundo (WL 505).

3. juicios de valor y análisis de los juicios de valor La otra precisión conceptual que hay que tener clara, según el pasaje de la página WL 511, es la distinción entre juicio de valor y el análisis científico de los jui­ cios de valor, recuerda Weber en WL 511. Com o ya se ha adelantado, la ciencia cultural no puede emitir jui­ cios de valor como conclusión de su trabajo, lo cual no implica que los juicios de valor no puedan ser ana­ lizados científicamente. Weber expone en el ensayo de 1917 precisamente un procedimiento para efectuar este análisis y los limites del mismo. Para él no hay ningún problema en que los juicios de valor puedan ser analizados, pues eso era ya algo que estaban ha­ ciendo la teoría económica marginalista y la sociolo­ gía. No es éste el problema. La cuestión está más bien en cómo analizar científicamente -sin hacer valora­ ciones- los juicios de valor «subjetivos». La utilidad de analizar los juicios de valor le parece clara, pues una discusión sobre ellos permite captar mejor lo que el adversario opina realmente, e incluso lo que uno mismo opina (WL 503). Si el análisis se realiza correctamente puede plantear preguntas de in-

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terés para el trabajo empírico. Pero Weber advierte, de todos modos, que analizar y «comprender» un juicio de valor, es decir, explicar su fundamentos, sus conse­ cuencias prácticas, etc., no es sinónimo de aceptarlo ni de excusarlo o justificarlo. Avisa también que el análisis no tiene por qué llevar a un acuerdo entre los juicios distintos en discusión, pues el análisis puede poner de manifiesto más bien por qué y en qué diver­ gen las posiciones y por qué no se puede llegar a un acuerdo. Y, sobre todo, el análisis de los axiomas en que se basa un juicio de valor, la deducción de sus po­ sibles consecuencias y de los medios que implicaría su realización, no desemboca en todo caso en un «por lo tanto, tienes que hacer esto». En relación con la reali­ zación de una acción «valiosa», lo único que puede mostrar el análisis son los medios que esa acción re­ queriría o las consecuencias que produciría: en el terreno de los juicios de valor políticos -y especial­ mente en los juicios de valor de carácter económico o en los de política social-, si se quisieran deducir directrices en re­ lación con una acción valiosa, lo único que una disciplina empírica puede ofrecer con sus propios medios es lo si­ guiente: 1) los medios indispensables [para esa acción va­ liosa], 2) las consecuencias inevitables y 3) las consecuen­ cias prácticas de la competencia así generada entre los múltiples juicios de valor posibles entre sí» (WL 508). Éste es el límite que la ciencia social no sólo no puede sobrepasar sino que ni siquiera debe dar la im­ presión de poder ofrecer una propuesta para decidir sobre la acción a realizar. A diferencia de la ciencia social, otras disciplinas, como la filosofía, se ocupan

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del sentido y de la estructura de los valores en los que descansan en último término estos juicios que se ana­ lizan o del lugar que ocupen en un sistema de valores. Pero el propio análisis científico de los juicios no pue­ de responder a la pregunta de si un fin justifica los medios declarados como necesarios para alcanzar ese fin, ni a la de si uno debe tomar en cuenta las conse­ cuencias colaterales no queridas de una acción, ni puede resolver tampoco los conflictos entre distintos fines que colisionan entre sí en un caso concreto. No existe procedimiento científico -racional o em píricoque pudiera suministrarnos aquí la solución de estas cuestiones, pues éstas pertenecen al ámbito de la deci­ sión o elección individual, decisión que la ciencia no puede pretender ahorrársela al individuo (WL 508). En las páginas WL 511-512 del ensayo de 1917, Weber desarrolla un procedimiento para el análisis de juicios de valor, que había esbozado con anteriori­ dad y especialmente en el artículo de 1904 sobre la objetividad del conocimiento. En este procedimiento establece las operaciones a realizar en el análisis: ope­ raciones de tipo lógico-racional y de tipo históricosociológico. Una primera operación lógico-racional es mostrar los principios «últimos» a los que cabe re­ conducir el juicio o los juicios de valor en cuestión y mostrar si tienen coherencia lógica interna. Una se­ gunda actividad es, por un lado, evidenciar las conse­ cuencias lógicas que se deducirían para el juicio en análisis de esos principios últimos en los que el juicio de valor está asentado, y, por otro lado, aportar datos empíricos sobre casos en los que se hayan producido esas consecuencias derivadas de esos principios. Una

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tercera operación es determinar las consecuencias reales que necesariamente se producirían con la reali­ zación en la práctica del juicio de valor en cuestión. Las consecuencias pueden ser de un doble tipo: con­ secuencias que se derivarían de la utilización de los medios considerados como inevitablemente necesa­ rios para la realización práctica del juicio de valor y consecuencias no queridas pero que inevitablemente se producirían también. La determinación de estas consecuencias puede conducir, al menos, a tres con­ clusiones: concluir que la realización del contenido del juicio de valor es totalmente imposible porque no hay manera de realizarlo; concluir que su realización es altamente improbable por ser muy difícil de reali­ zar o porque tendría tales efectos colaterales no queri­ dos que la equipararían prácticamente a una realiza­ ción imposible; o concluir que es necesario contar con otros medios y con los efectos colaterales no que­ ridos, que no han sido tenidos en cuenta por el defen­ sor del juicio de valor en cuestión, con lo que se com­ plica su decisión, pues tendría que repensar toda la relación entre los fines, los medios y los efectos colate­ rales. La última operación consistiría en mostrar que existen otros principios valorativos que no han sido tenidos en cuenta por quien defiende el juicio de valor sometido a análisis; principios cuyo examen le m os­ traría si chocan con aquellos en los que se asienta su juicio de valor, tanto por lo que se refiere a la coheren­ cia lógica interna o a las consecuencias prácticas. Este procedimiento de análisis lo había expuesto Weber, con una forma de expresión más directa y me­ nos formalizada, en una intervención suya en la reunión

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de la Asociación de Política Social en Viena, en 1909, a propósito de sus reflexiones sobre el concepto de «pro­ ductividad» en la economía. A pesar de la longitud de la cita, la transcribo a continuación por su claridad y por­ que no ha sido traducida todavía al castellano: Es verdad que una ciencia empírica sólo existe sobre el sue­ lo del ser, y no dice nada sobre el deber-ser. Por supuesto no quisiera decir con esto que no pueda darse una discusión científica que tenga que ver con el terreno del deber-ser. La cuestión es sólo en qué sentido tiene que ver con él. En pri­ mer lugar, yo le puedo decir a alguien que se enfrenta a mí con un determinado juicio de valor: querido, te equivocas sobre lo que realmente quieres tú mismo. Mira: yo tomo tu juicio de valor y lo descompongo dialécticamente con los medios de la lógica para reconducírlo a sus axiomas últi­ mos, para mostrarte que existen otros juicios de valor «úl­ timos» posibles que tú no has visto y que quizás no son compatibles con los tuyos, o no lo son sin hacer compromi­ sos, y entre los cuales tú tienes que elegir. Esto no es una ac­ tividad empirica sino una actividad lógica. Pero puedo decirle además: si tú quieres actuar de acuer­ do con este juicio de valor, realmente claro, a favor de un de­ terminado deber-ser, entonces tiene que aplicar, de acuerdo con nuestros conocimientos científicos, estos o aquellos otros medios para alcanzar el fin que se corresponde con aquel axioma valorativo. Y finalmente puedo decirle: tienes que pensar que, de acuerdo con nuestros conocimientos científicos, tú vas a obtener con los medios imprescindibles para realizar tu jui­ cio de valor también otros resultados colaterales que no has buscado. Estos resultados colaterales: ¿los deseas o no? La ciencia puede conducir al hombre hasta esta frontera del sí o del no, pues la lógica y una disciplina científica pue-

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den dar información sobre todo lo que hay más acá, es de­ cir, sobre cuestiones estrictamente científicas. Pero el sí o no mismo no es una cuestión de la ciencia, sino una cuestión de la conciencia o del gusto subjetivo (en todo caso una cuestión cuya respuesta está en otro nivel del espíritu). Por ello, en una asociación científica que discute sobre cuestio­ nes de la práctica, no es un sinsentido aclararse que sólo se pueden plantear estas preguntas: qué medios y qué resulta­ dos colaterales hay que aceptar si se actúa según este princi­ pio o según aquel otro -éstas son cuestiones de la ciencia empírica-, y además: qué «posiciones últimas» están detrás de los juicios de valor en lucha: ésta es una explicación lógi­ ca, es decir, una explicación científica que obliga a todo hombre que piense teóricamente. El pecado original co­ mienza solamente cuando se confunden estos pensamien­ tos estrictamente empíricos o puramente lógicos con los juicios de valor subjetivos» (GASS 417-418).

4. El sentido pedagógico del «precepto» de no hacer juicios de valor: objetividad y critica de los conceptos La Wertfreiheit consiste en abstenerse de hacer juicios de valor. El sentido del precepto no es, sin embargo, que Weber no le dé importancia a los juicios de valor o que no se puedan realizar análisis científicos sobre ellos. Pero su sentido más profundo, el para qué del precepto, revela en la propuesta de Weber una honda preocupación pedagógica, formativa. En este sentido, como ha escrito repetidamente Wilhelm Hennis, el precepto de «no hacer juicios de valor» quiere fomen­ tar la apertura de la mente al analizar los fenómenos y

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las distintas posiciones de cada uno, quiere formar al individuo para que pueda tener un distanciamiento consigo mismo y poder analizar con radicalidad las posiciones de los demás y las de uno mismo. Sólo so­ bre esta base tiene sentido entonces analizar y discutir sobre juicios de valor (WL 503)16. Esta actitud mental es la adecuada para la ciencia social, y concretamente en la construcción de los con­ ceptos científico-sociales. No hacer juicios de valor contribuye a poder construir y utilizar adecuadamen­ te los conceptos desnudados de contenido valorativo, los conceptos que construye la ciencia social están despojados de todo carácter esencialista o de toda pretensión de ser copia de la realidad o de identificar la fuerza que mueve la realidad, ya que son meros ins­ trumentos para la investigación. Son instrumentos intelectuales construidos que requieren dejar fuera esos elementos «espurios». En esta línea, la práctica del precepto de abstenerse de hacer juicios de valor contribuye a poder analizar críticamente los concep­ tos y las teorías construidas y a despojarlas de valora­ ciones insertas en ellos. Gran parte del ensayo de 1917 está dedicado precisamente al análisis crítico de los conceptos, a esta necesaria operación de «purifica­ ción» conceptual que, para Weber, es una tarea propia de la ciencia social. Ya había escrito en 1904 que los conceptos de la ciencia social no pueden contener jui­ cios de valor. Recuerda ahora, en 1917, que el funda16. Wilhelm Hennis ha destacado especialmente esta perspecti­ va del pensamiento de Weber. Véase, por ejemplo, Max Webers Wissenschaft vom Menschen («La ciencia del hombre de Max Weber»), Ibbinga, 1996, pp. 93-172.

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mentó de la ciencia social es precisamente «no hacer juicios de valor» y que la ciencia tiene que desarrollar principios del siguiente tipo: «para la consecución del resultado (económico) x, el único medio es y o, bajo las condiciones b \ b \ b3, los únicos medios o los más eficaces son y(>y2, ys » (WL 537-538). Es decir, la cien­ cia no necesita salir de la formulación de enunciados sobre la relación medios-fines que son, en definitiva, una conversión de los enunciados sobre relaciones de causa-efecto.

Análisis critico de los conceptos En un primer ejemplo de este análisis crítico de los conceptos, Weber muestra cómo un modelo teórico construido para comprender la realidad se ha conver­ tido en un ideal, en un valor. Se refiere a los teóricos librecambistas, que, según él, han confundido el pro­ blema ya que han construido una teoría pura, es decir, sin inclusión de elementos políticos, sin elementos morales e individualista, pero la han entendido como un ideal, es decir, como un deber-ser del que deducir normas de comportamiento real, en vez de conside­ rarla simplemente como un «tipo ideal» utilizable en la investigación empírica de la realidad (WL 536537). Weber llama la atención aquí sobre la diferencia existente entre la construcción de un modelo racional de la sociedad y entender este modelo como ideal a se­ guir por la sociedad. El modelo de análisis racional no da paso a «tienes que actuar económicamente de esa manera». Ahí se produce la confusión, en convertir un

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modelo teórico sobre la sociedad en un ideal normati­ vo de comportamiento. Weber despoja así al modelo teórico de todo elemento valorativo/normativo. Un segundo ejemplo de los que expone Weber en el ensayo de 1917 es el de aquellos economistas que convierten la constatación de una «tendencia evoluti­ va» en la sociedad en una norma que hay que «cum­ plir», por lo que deducen que hay que adaptarse a esa tendencia evolutiva. Weber destaca que se produce el mismo fenómeno del ejemplo anterior, al confundir la esfera de la constatación de los hechos con la esfera del valor o del deber-ser. Y vuelve a decir que la ciencia sólo puede hablar de si los medios son adecuados para conse­ guir un fin propuesto o de si una determinada concep­ ción tiene coherencia lógica interna (WL 514). Pero es, sobre todo, el concepto de progreso el que mayor atención merece por parte de Weber en este ar­ tículo. Lo primero que muestra es que en el concepto de progreso se incluyen tres sentidos, uno de los cua­ les, sin embargo, no tiene cabida en la ciencia social. Estos tres sentidos del concepto que se suelen mezclar entre sí son los siguientes: progreso entendido como un avance o un aumento de la complejidad social o intelectual; progreso como un avance o un aumento de la racionalidad técnica de los medios que se em ­ plean para alcanzar un fin; y, tercero, progreso en el sentido de que algo es «más valioso», que tiene un in­ cremento de valor (WL 525). Sobre este último senti­ do es sobre el que señala Weber que la ciencia social no puede decir nada. La ciencia puede, efectivamente, constatar si se ha producido un aumento de la comple­ jidad social o intelectual, pero excede de ella calificar o

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valorar ese fenómeno de una mayor complejidad o mayor racionalidad como un avance o un aumento de valor, pues si bien unos pueden juzgarlo como valio­ so, otros por el contrario pueden valorarlo como un peligro para sus ideales o modo de vida: ninguna dis­ ciplina empírica puede decidir sobre si la mayor com­ plejidad social o intelectual producida en la sociedad hay que valorarla como progreso en el sentido de un incremento de la «riqueza interior» (WL 518-519, 530). Lo que usualmente es calificado como un pro­ greso intelectual, en el sentido de un aumento de va­ lor, es realmente un aumento en las posibilidades de expresión o de formulación de las cuestiones, pero sin que podamos determinar que haya habido un incre­ mento de valor, una mejora. Max Weber pasa revista a la polisemia del con­ cepto de progreso en varias disciplinas académicas y va m ostrando cómo estas especialidades no pueden determinar la existencia de un progreso en el sentido de «m ás valioso», despojando de esta manera el con­ tenido valorativo del concepto en el ámbito de las ciencias culturales. En el terreno de la historia del arte, por ejemplo, Weber consideraba complicado aplicar el concepto de progreso en su sentido de au­ mento de valor, pues lo que la disciplina de la histo­ ria del arte puede hacer es constatar los avances téc­ nicos, es decir, los cam bios técnicos acaecidos en la arquitectura o en la pintura, por ejemplo, pero sin poder determinar científicamente el «valor estético» de esos avances, pues esa determinación excede de las posibilidades científicas. La historia del arte sólo puede constatar o determinar los cambios o progre-

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sos producidos en el ámbito de los medios técnicos (W L 520-521). En la historia de la música señala Weber que ocu­ rre lo mismo, porque lo único que se puede establecer son los «progresos» en los medios, en los instrumen­ tos. El significado estético, el a priori de la historia de la música, lo que le da su perspectiva, no se puede de­ rivar de lo que se analiza, sino que tiene otro origen distinto (WL 523). En la historia de la pintura piensa Weber que sucede lo mismo; y destaca que en esta dis­ ciplina se puede observar de manera especial la sepa­ ración existente entre la esfera de lo empírico y la es­ fera del valor, pues obras de arte primitivas -que no han conocido, por ejemplo, la perspectiva- pueden ser bellas y obras modernas con medios técnicos más desarrollados pueden no serlo. Hablar de progreso en la historia de la pintura sólo se puede referir, por tan­ to, a los medios que utiliza el artista (WL 523). Al hablar de la sociología y de la economía -en la que el concepto de progreso ha sido tan fundamen­ tal-, Max Weber señala igualmente que el progreso sólo cabe entenderlo en relación con un avance o una «progresión» en los medios utilizados para alcanzar un fin deseado. Lo que ambas disciplinas pueden de­ terminar es si los medios resultan adecuados para el fin o si una acción concreta es correcta, pero correcta en el sentido técnico de que resulta adecuada para el fin que se pretende alcanzar. Cabría hablar de «pro­ greso económico» hacia una solución relativamente óptima en la satisfacción de las necesidades, concede Weber, pero sólo cuando se dan determinadas cir­ cunstancias para la obtención de los medios condu-

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centes a esa solución, sin poder deducir de ahí un jui­ cio de valor de carácter estrictamente económico (WL 527). Por ello critica el ejemplo que expone el econo­ mista Liefmann. Se refiere Weber a que Liefmann consideraba objetivamente correcta, desde un punto de vista económico, la destrucción deliberada de bie­ nes de consumo con precios por debajo del coste de producción para beneficiar la rentabilidad de sus pro­ ductores. Weber señala que la afirmación de Liefmann sólo es correcta si se dan determinadas condiciones, que el propio Weber concreta en la página WL 529. Pero en ese caso, la valoración de «correcta» que for­ mula Liefmann se estaría refiriendo ya sólo a los me­ dios racionales para alcanzar la mejor solución de un problema técnico de distribución de los bienes. Weber argumenta que de las ficciones teóricas que constru­ yen los economistas no se pueden extraer juicios de valor sobre una situación real: la teoría económ ica no puede decir nada más que esto: que para un fin técnico d ad o x, el único m edio apropiado es y, aisladam ente o junto con y' e y2; y que, en este últim o caso, existen tales y tales diferencias en cuanto a los efectos de es­ tos m edios y - e n su c a so - en cuanto a su racionalidad; y que la utilización de esos m edios y, p or tanto, la consecu­ ción del fin x obliga a contar con los «resultados colatera­ les» z ,z ' y z’ fW L 529).

La ciencia económica sólo puede «juzgar» la co­ rrección técnica; pero fuera de ahí ya no puede hacer ningún otro tipo de valoración. Fuera de esa esfera estrictamente económica cabrían múltiples juicios de valor, pues «detrás de la acción está el hombre» y ca-

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ben distintas valoraciones sobre la propia acción ra­ cional-técnica. No porque sea correcta técnicamente una racionalización económica tiene que ser juzgada como «valor», como un «progreso», pues para algu­ nos esa racionalización técnica puede implicar un pe­ ligro para otros «valores». La racionalización técnica de los medios no equivale a que tenga que ser consi­ derada como un valor en la esfera de los juicios de valor «últimos». El caso expuesto por Liefmann in­ cluía una valoración de corrección que, en realidad, sólo afectaba a los medios. Por ello considera Weber que en el terreno económico es mejor no utilizar el término «progreso», pues la racionalización técnica no implica necesariamente que haya que considerarla un valor mayor: «El concepto de progreso, legítimo en nuestra disciplina, está ligado a lo “técnico”, que aquí significa, como he dicho, adherido a los “medios” para un fin determinado. El concepto de progreso no se ele­ va nunca a la esfera de los juicios de valor “últimos”» (WL 530). Las proposiciones sobre la relación me­ dios-fines que hace la economía, cuando el fin es claro y preciso, no dicen nada sobre la esfera del valor. En esas proposiciones convertibles en proposiciones so­ bre relaciones causa-efecto no se altera la relación, mejor dicho, la no-relación lógica entre la esfera del valor y la esfera del conocimiento empírico (WL 539). Otro concepto que somete Weber al despojamiento de los juicios de valor que se habían introducido en él es el concepto de Estado. Señala Weber que del he­ cho de que el Estado había desempeñado un papel muy activo en la política económica y en la política social en los últimos años -especialmente durante la

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primera guerra m undial- se había pasado a cargar el concepto de Estado con una -altísim a- valoración, convirtiéndolo en la medida de toda decisión política: había que medir con los intereses del Estado toda ac­ ción social (WL 539). Weber encuentra, sin embargo, que «esto es una reinterpretación inaceptable de un hecho de la esfera de la realidad como una norma de la esfera de los valores». Y aunque no entra en el aná­ lisis pormenorizado de las consecuencias que se han extraído de esa valoración del Estado, sí hace algunas observaciones al respecto. Frente a la idealización del poder del Estado, él llama la atención sobre el hecho real de que el Estado no lo puede todo, pues la expe­ riencia estaba mostrando que el Estado no lograba obtener de todos los soldados una entrega libre y con­ vencida a su causa en la guerra17. Y por otra parte apunta que el Estado no podría trasladar a la época de paz la actividad económica que estaba desempeñado durante la guerra por las consecuencias que produci­ ría, que chocarían incluso con las ideas de quienes idealizan el poder del Estado. Su última reflexión a este respecto es que, en la esfera de los juicios de valor, tanto se puede defender que el Estado debe aumentar su poder para luchar contra la Revolución como que debe reducirlo y convertirse en un mero instrumento técnico al servicio de otros fines. Y aunque Weber no entra a discutir ninguno de estos juicios de valor posi­ bles, sí afirma con claridad que el intelectual de profe17. En la conferencia «El socialismo» pronunciada por Weber ante los oficiales del Ejército austríaco, en 1918, se refiere a con­ versaciones con soldados. Véase al respecto: Max Weber, Escritos políticos, Madrid, 2008, pp. 288-289.

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sión tiene que mantener la cabeza fría y en caso necesa­ rio nadar contra la corriente que fanatiza el concepto de Estado u otros ideales dominantes (WL 540).

Observación final El precepto de «no hacer juicios de valor» es la actitud adecuada del científico social, por ser la consecuencia lógica de distinguir entre la esfera del conocimiento empírico y la esfera de los «juicios de valor». La cien­ cia social, al hacer imputaciones causales en las rela­ ciones medios-fines realizadas con los criterios de «coherencia lógica» y «adecuación empírica», puede formular verdades empíricas de validez objetiva. La validez de esta objetividad, no obstante, está ligada al hecho de que no existen valores culturales generales de validez intemporal, pues el conocimiento científi­ co-cultural se desarrolla sobre la base de la Wertbeziehung, lo cual significa que cada época plantea nuevas preguntas al material histórico cuando cambian los valores culturales dominantes, con lo que el trabajo científico se desarrolla en un proceso continuo de re­ formulación de los conceptos con los que pretende­ mos captar la realidad. Aunque la constitución del ob­ jeto de investigación sea siempre un producto de la perspectiva científica, que es a su vez resultado de los valores culturales dominantes en un determinado círculo cultural, los problemas que planteen las cien­ cias sociales tienen que ser resueltos sin hacer juicios de valor, tanto en el análisis de fenómenos sociales como en el análisis de juicios de valor. Por ello el sen-

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tído profundo del precepto es ilustrar al individuo so­ bre lo que la ciencia puede y no puede en relación con la orientación del «m odo de vida» de los hombres. El precepto de la Wertfreiheit ha sido un tema muy debatido entre los analistas de Max Weber. Para algu­ nos tiene cabida en las ciencias sociales, mientras que para otros no es posible una ciencia social sin juicios de valor, al considerar que no se puede separar el pro­ ceso de establecimiento de los hechos de la formula­ ción de juicios de valor'*. Es igualmente un tema muy debatido si la ciencia social ofrece una base para la toma de decisiones políticas, es decir, si el análisis de la relación y adecuación entre medios y fines se puede convertir en la base para una política racional. La po­ sición de Max Weber deja claro que los análisis de la ciencia social pueden realizarse también sobre juicios de valor de distinta índole, tomándose éstos como un objeto de análisis, pero ni siquiera en ese caso puede suministrar la deducción de los fines (o valores, u ob­ jetivos) a partir del análisis.

18. Véase, por ejemplo, Hans Albert 1991: pp. 74-81.

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El sentido de «no hacer juicios de valor» en la sociología y en la economía*

* Este artículo es la reelaboración de un informe hecho por mí en 1913 e impreso para un debate interno de la Comisión de la Asociación de Política Social. He quitado la mayor parte de los comentarios que sólo interesaban a esta Asociación y he ampliado las consideraciones metodológicas generales. De los otros informes elaborados para ese debate se ha publicado el del profesor Spranger en el Schmollers Jahrbuch für Gesetzgebung, Verwaltung und Volkswirtschafi («Anuario Schmoller de Legislación, Administración y Economía»), Confieso que considero extraordinariamente flojo este trabajo de un filóso­ fo a quien estimo porque no favorece la claridad, aunque re­ nuncio a toda polémica con él por razones de espacio y sólo expongo mi propio punto de vista. [El informe de Spranger se publicó en el Schmollers Jahrbuch, vol. 38 (1914), Heft 2, pp. 557-581, con el título «Die Stellung der Werturteile in der Nationalókonomie» («La posi­ ción de los juicios de valor en la economía política»), Eduard Spranger (1882-1963) fue catedrático de Filosofía y Pedago­ gía en la Universidad de Leipzig desde 1911, y en la de Berlín desde 1920. Era discípulo de Wilhelm Dilthey]. 63

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Por «juicio de v alo r»** debe entenderse en lo su­ cesivo, cuando no se diga otra cosa o sea evidente por sí mismo, la evaluación de un fenómeno sobre el que podam os influir con nuestras acciones como aceptable o rechazable. El problema de que una determinada ciencia «no haga juicios de va­ lor», es decir, el problema del sentido y de la vali­ dez de este principio lógico, no es lo m ism o que la cuestión, que vam os a discutir brevemente con ca­ rácter previo, de si en la enseñanza académ ica de­ bem os «confesar», o no, nuestros juicios de valor fundados en la moral, en ideales culturales o en alguna concepción del mundo. Esta última cues­ tión no es resoluble científicamente, pues ella m is­ ma depende por entero de juicios de valor y por ello precisamente es una cuestión irresoluble. So ­ bre esta cuestión se mantienen las dos posiciones siguientes, por citar sólo las posiciones extremas: 65

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a) una posición afirma que es verdad que existe con toda razón una diferencia entre hechos pura­ mente empíricos o hechos deducibles lógicamen­ te, por un lado, y juicios de valor, morales o vincu­ lados a una concepción del mundo, por otro; pero que, a pesar de ello, - o quizás incluso precisamen­ te por ello- am bos tipos de problemas tienen ca­ bida en la cátedra; b) la otra posición afirma que \ no se puede realizar una separación consecuente desde el punto de vista lógico, pero que, no obs­ tante, en la enseñanza es recomendable evitar al m áxim o todas las cuestiones valorativas. La posición b) me parece inaceptable. En nuestra disciplina concretamente me parece que no se puede hacer la distinción, que se ha hecho a veces, entre juicios de valor «político-partidis­ tas» y juicios de valor de cualquier otra índole, y me parece que esta diferenciación sólo sirve para ocultarles a los oyentes el alcance práctico del juicio de valor sugerido1. Finalmente, la opinión 1. Esta distinción entre distintos tipos de juicios de valor a la que Weber se refiere, la había formulado G. Schmoller en un artículo de 1911, que Weber analiza y critica en varios pasajes del presente escrito, titulado «Volkwirtschaft, Volkswirtschaftslehre und -methode» («Economía política, teoría y método de la economía política») y se había publicado en el Handwdrterbuch der Staatswissenschaftert, 3.* ed., lena, 1911, 8 vols. fiand 8,426-501 (reeditado en: Heino H. Ñau, 1998: pp. 215-368). En él deda Schmoller: «Respecto a M. Weber in­ sisto en que yo le daría la razón si yo fuera de la opinión -com o él- de que todos los juicios de valor son absolutamente sub-

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de que la cátedra «no tiene que tener pasión» y que, por lo tanto, hay que evitar aquellas cosas que impliquen el peligro de una discusión «acalorada» sería, si en la cátedra se hacen realmente juicios de valor, una opinión burocrática que todo profesor independiente tendría que rechazar. Entre los pro­ fesores que creían que no tenían que renunciar a hacer juicios de valor en sus investigaciones em pí­ ricas, eran precisamente los m ás apasionados los que m ejor se podían soportar -c o m o Treitschke2 jetivos; pueden serlo, pero, junto a los subjetivos, hay juicios de valor objetivos, de los que participan no sólo personas y científicos individuales, sino comunidades grandes, pueblos, épocas, y toda una cultura. Quien piense sólo en los ideales y juicios de valor de clase, de partido o de grupo de interés en la vida y en la ciencia, le dará la razón a Weber. Quien crea en el progresivo triunfo de los juicios objetivos sobre los ideales partidistas de tipo político o moral no pensará tan despreciativamente como él de que estén metidos en la cien* cia» (Schmoller 1911/1998:352-353). Gustav von Schmoller (1838-1917) estaba considerado como el economista alemán más importante de la nueva es­ cuela histórica de la economía. Catedrático en la Universidad de Berlín desde 1882, era miembro de la Asociación de Polí­ tica Social, y su presidente desde 1890 hasta 1917. Sus obras más importantes son: Cuestiones fundamentales del derecho y

de la economía (Grundfragen des Rechts und der Volkswirtschaft), 1897; Fundamentos de teoría económica general ( Grundríss der allgemeinen Volkswirtschaftslehre), 1900; Übereinige Grundfragen der Sozialpolitik und Volkswirtschaftlslehre 1898 (existe traducción castellana: Política soáal y política econó­ mica, Granada, Comares, 2007), 2. Heinrich von Treitschke (1834-1896), historiador y políti­ co. Diputado en el Parlamento Alemán (Reichstag) entre

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o también, a su estilo, M om m sen3- . Pues precisa­ mente por la fuerza de su em otividad el oyente se pone en situación de apreciar por sí mismo si la subjetividad del juicio de valor del profesor distor­ siona sus afirmaciones y de hacer por sí mismo aquello en lo que fracasó el carácter del profesor. De esta m anera el auténtico pathos mantendría ese efecto sobre las alm as de la juventud, que, se­ gún yo supongo, querían garantizar los partida­ rios de hacer juicios de valor en la cátedra, sin que el oyente confunda una esfera con la otra, com o sucede cuando se sum ergen am bas cosas - la constatación de hechos em píricos y la invita­ ción a form ular juicios de valor sobre los grandes problem as de la v id a- en la m ism a y fría falta de carácter. La posición a) sólo me parece aceptable - y precisamente desde el punto de vista subjetivo de 1871 y 1874 por el Partido Liberal-Nacional y luego sin par­ tido. Catedrático en la Universidad de Kiel, de Heidelberg y Berlín, como sucesor de Leopold von Ranke, desde 1874. Editor de la revista Preussische Jahrbücher («Anuarios prusia­ nos»). Autor de Potitik. Vorlesungen («Política. Lecciones») (1897-1898) y Deutsche Geschichte im neunzehnten Jahrhutidert («Historia de Alemania en el siglo xix, 1879-1984, 5 vols.»). Weber, estudiante en la Universidad de Berlín en el curso 1884-1885, asistió a las clases de Treitschke. 3. Theodor Mommsen (1817-1903), catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Berlín desde 1861. Autor de R6mische Gesdtichte (3 vols.) («Historia de Roma»), obra por la que le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1902. Max Weber asistió también a las clases de Theodor Mommsen.

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sus eventuales defensores- si el profesor se im po­ ne com o un deber absoluto aclararles a sus oyen­ tes y a sí mismo -q u e es lo m ás im portante-, en cada caso concreto - y aun con el riesgo de dar una clase no excitante-, qué cosas de su exposi­ ción son hechos deducidos lógicamente o em pí­ ricamente y qué cosas son juicios de valor. \ Si se acepta que son diferentes esferas, a m í 491 m e parece que hacer esto es un m andato expreso de la honestidad intelectual; es lo m ínim o que se puede exigir en este caso. Por el contrario, la pregunta de si realmente debem os o no debem os hacer juicios de valor en la cátedra (incluso con la condición m encionada anteriorm ente), es una cuestión de política uni­ versitaria y, por ello, sólo se puede responder en último térm ino desde el punto de vista de la m i­ sión que cada uno quiera atribuirle a la Universi­ dad desde sus propios juicios de valor. Quien, en su calidad de profesor universitario, reclame to­ davía hoy para la Universidad y por consiguiente para sí m ism o, la función general de form ar hombres, de difundir convicciones políticas, m o­ rales, artísticas, culturales o de otra índole, ten­ drá una posición distinta a la de quien crea tener que afirm ar el hecho (con sus consecuencias) de que el aula universitaria despliega sus efectos realmente valiosos sólo a través de una enseñan­ za profesionalizada y que, por ello, la única virtud específica para la que tiene que educar es la «ho-

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nestidad intelectual». £1 prim er punto de vista se puede defender desde tantas posiciones diferen­ tes com o el segundo. Este último, que es el que yo adopto, se puede deducir a su vez tanto de si se valora con mucho entusiasm o la significación de la form ación profesionalizada com o si se la valora m odestam ente; y no, por ejemplo, porque desee­ m os que todos los hom bres sean, en su sentido profundo, los «especialistas» m ás puros que se pueda, sino porque, precisamente al revés, no de­ seam os ver que se meten en el m ism o saco la for­ m ación especializada - p o r m ucho que se valore el significado de esta última no sólo para la for­ m ación general del pensam iento sino tam bién por sus efectos indirectos sobre la autodisciplina y la actitud m oral del joven - y las decisiones per­ sonales m ás básicas, que un hom bre tiene que to­ m ar desde sí m ism o, y que sugerencias hechas desde la cátedra le priven al oyente de adoptar una solución desde su propia conciencia. Personalmente com prendo la predisposición favorable del profesor von Schm oller a hacer ju i­ cios de valor desde la cátedra com o el eco de una gran época, que él y sus am igos contribuyeron a crear. Pero yo creo que tam poco a él se le puede escapar \ la circunstancia de que la situación real ha cam biado considerablemente para la genera­ ción m ás joven en un punto importante. Hace cuarenta años estaba muy extendida entre los profesores de nuestra disciplina la creencia de

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que, en el terreno de los juicios de valor políticos, sólo una de las posibles posiciones tenía que ser en últim o térm ino la m oralmente correcta. (El propio Schmoller, no obstante, defendió esta po­ sición sólo de m anera muy limitada4). Pero hoy, com o puede dem ostrarse con facilidad, ya no es esto lo que ocurre entre quienes defienden que se hagan ju icio s de valor desde la cátedra. Ya no se pide la legitim idad de estos ju icio s en nom bre de una exigencia ética, cuyos sobrios postulados de justicia eran (relativamente) sen­ cillos tanto en su fundam entación com o en sus consecuencias y eran sobre todo (relativamente) im personales -p o r ser claramente suprapersonales-, o parecían serlo; sino que su legitim idad se pide en nom bre de un colorido ramillete de «jui­ cios de valor culturales» -e n verdad, en nom bre de exigencias subjetivas a la cultura- o se pide abiertamente en nom bre de un «derecho perso­ nal» del profesor. U no podrá indignarse contra la 4. Efectivamente, para Schmoller la distinción entre ser y deber no era un gran problema. Un alumno de Schmoller, Moritz )ulius Bonn, recuerda de él que «era sobre todo un relativista. Rara vez decía «sí» o «no». Enseñaba a sus alum ­ nos a tratar todos los problemas económicos como despro­ vistos de forma, como fenómenos en cam bio permanente, en cuya verdadera naturaleza no se podia profundizar. Por ello, lo mejor era estudiar su historia: quien sea constante e inda­ gador puede en todo caso describir la situación actual, pero no debe valorarla» (So macht man Geschichte, Munich, 1953, p. 53, citado en J. Radkau 2005:617).

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opinión de que la profecía de los profesores, ador­ nada en ese sentido de lo «personal», es entre to­ dos los tipos de profecía la única totalmente in­ soportable, pero es una opinión que en realidad no se puede refutar precisamente porque contie­ ne un «juicio de valor». Es realmente una situa­ ción insólita que num erosos profetas, acredita­ d os por el Estado, no prediquen públicamente en las calles o en las iglesias o en algún otro sitio pú­ blico, ni prediquen, si lo hacen privadamente, en asam bleas religiosas de su elección personal que se reconocen com o tales, sino que se permitan transm itir posiciones de la cátedra sobre cuestio­ nes de «concepción del m undo» «en nom bre de la ciencia» y en el silencio cuidadosam ente pro­ tegido de las aulas privilegiadas p o r el Estado, si­ lencio de las aulas supuestam ente objetivo, sin ningún control, sin ninguna discusión y por tan­ to protegido de toda réplica. Un viejo principio, defendido enérgicamente p o r Schmoller en una ocasión, era que lo que acontece en el aula debe estar excluido de la discusión pública. Aunque es posible opinar que esto puede causar en ocasio­ nes ciertos perjuicios -tam bién en el ám bito de las ciencias em píricas-, se adm ite abiertamente y yo también lo adm ito que la Vorlesung' \ debe ser algo distinto a una «conferencia», que el rigor, la objetividad y la sobriedad de la exposición aca- 5 5. Es la clase magistral universitaria.

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dém ica pueden sufrir si se le da un carácter p ú ­ blico - s i se abre a la prensa, p o r ejem p lo - perju­ dicando a los fines educativos. Este privilegio de no estar controlado sólo parece adecuado, en todo caso, en el ám bito de la especialidad del profesor. Pero no hay ninguna cualificación es­ pecializada para ser profeta y por ello no puede existir ese privilegio. Pero, sobre todo, no se pue­ de explotar la situación forzada del estudiante de tener que asistir a determ inadas actividades d o ­ centes y de tener, por tanto, que escuchar a los profesores que las im parten para poder abrirse cam ino en la vida para insuflarle, adem ás de lo que el estudiante necesita para ello (despertar y form ar sus capacidades para com prender y pen­ sar, y adem ás de eso conocim ientos), su propia asi llam ada «concepción del m undo», garantiza­ da contra toda réplica, que a veces podrá ser sin duda muy interesante y otras m uchas veces total­ mente indiferente. Para la difusión de sus ideales, el profesor tie­ ne a su disposición, com o cualquier otra perso­ na, otras oportunidades, y si no las tiene puede procurárselas de una form a m ás adecuada, com o m uestra la experiencia de los intentos honrados que se han hecho al respecto. Pero el profesor no debería pretender, en su calidad de tal, llevar en su mochila el bastón de mariscal del político o el de reform ador cultural, que es lo que hace si aprovecha la libertad de la cátedra para exponer

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sus sentim ientos políticos (o culturales). En la prensa, en las asam bleas, en las asociaciones, en sus ensayos, o en cualquier otra form a accesible asim ism o a cualquier ciudadano puede hacer lo que le dicte su dios o su dem onio (y debe hacer­ lo). Pero lo que hoy en día tendría que aprender un estudiante de un profesor en el aula es sobre todo: 1) la capacidad para atenerse al sobrio cum plim iento de una determ inada tarea; 2) aceptar los hechos, y especialmente los hechos incóm odos desde un punto de vista personal, y distinguir entre el establecim iento de un hecho y una tom a de posición valorativa sobre él; 3) an­ teponer a su propia persona los asuntos y repri­ mir, por tanto, esa necesidad de exhibir sus pro­ pios gustos personales u otros sentimientos sin que se lo pidan. Me parece que esto es hoy m u­ cho m ás urgente que hace cuarenta años, cuando 494 este problem a no existía de la m ism a forma. \ No es verdad, com o se ha dicho, que la «persona» form e en este sentido una «unidad» y que deba serlo, de m odo que, si esa unidad no se hiciera visible en toda ocasión, se produciría una pérdi­ da, por así decir. En toda actividad profesional, el asunto exige com o tal su derecho y quiere ser rea­ lizado según sus propias leyes. Aquel a quien se le encom ienda una tarea profesional tiene que lim i­ tarse y elim inar aquello que no form a parte es­ trictam ente del propio asunto, pero sobre todo tiene que elim inar sus odios y sus filias. Y no es

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verdad que una personalidad fuerte se acredite buscando en cualquier ocasión antes que nada su «nota personal». E s de desear, por el contrario, que la generación que está creciendo ahora se acostum bre de nuevo sobre todas las cosas a la idea de que «ser una personalidad» es algo por lo que uno no puede afanarse deliberadamente y que sólo existe un único cam ino para llegar a ser (¡quizás!) una personalidad: la entrega total a una «causa», sea ésta la que sea y sean las que sean las «exigencias de cada día» que de ella se deriven en el caso concreto. N o es de buen gusto mezclar asuntos personales con las explicaciones especia­ lizadas. Y si no se realiza esa autolim itación espe­ cífica que la «profesión» exige, se despoja al «tra­ bajo profesional» del único sentido relevante que todavía le queda hoy. Pero si el culto a la persona que está de m oda pretende desplegarse en el tro­ no, en el cargo público o en la cátedra, obtendrá casi siem pre sus efectos externos, pero muy pe­ queños en un sentido m ás profundo, y siempre perjudicará a la «cosa». Espero no tener que es­ pecificar que los adversarios sobre los que versan estos com entarios no tienen precisamente nada que ver con este culto a lo personal sólo por ser «personal». Ellos contem plan la cátedra bajo otra luz, y tienen otros ideales educativos, que yo res­ peto pero que no com parto. En vez de ello vam os a considerar no sólo lo que ellos quieren sino cóm o afecta eso que ellos legitim an con su auto-

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ridad a una generación que inevitablemente tie­ ne ya una fuerte tendencia a darse importancia. Por últim o, no es realmente necesario consta­ tar que algunos presuntos enemigos de los juicios de valor (políticos) en las cátedras son los m enos legitim ados de todos para desacreditar las discu­ siones político-sociales o político-culturales que 495 tienen lugar en público, fuera \ de las aulas, invo­ cando el principio de la exclusión de los «juicios de valor», principio que ellos malinterpretan con frecuencia gravemente. La indudable existencia de esas personas tendenciosas y que se abstienen falsam ente de hacer juicios de valor, apoyadas en nuestra especialidad por la posición obstinada y muy resuelta de fuertes círculos de interés, expli­ ca sin duda alguna que un significativo núm ero de profesores que son independientes en su fuero interno insistan ahora en que se hagan juicios de valor desde la cátedra, porque son dem asiado or­ gullosos para colaborar en ese simulacro de «no hacer juicios de valor» sólo en apariencia. Yo creo personalmente, que, a pesar de eso, habría que hacer lo correcto (según mi opinión) y que, si se supiera que un profesor posee la disciplina de hacer dentro del aula sólo lo que es propio de «su cargo», el peso de sus juicios de valor aumentaría por el hecho de limitarse a defenderlos fuera del aula en las ocasiones apropiadas. Pero todas estas cosas son, a su vez, juicios de valor y por ello no se pueden resolver.

POR QUE NO SE

DEBENHACER lujaosDEVALORENLA SOCKHOGIA..

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En todo caso, aceptar el principio del derecho a hacer juicios de valor desde la cátedra sólo sería coherente, en m i opinión, si se garantizara al m ism o tiem po que todas las posiciones tuvieran la oportunidad de expresarse en la cátedra*. Pero cuando entre nosotros se insiste en el derecho a hacer juicios de valor en la cátedra suele ser pre­ cisamente lo contrario del principio de que se defiendan por igual todas las orientaciones, in­ cluidas «las m ás extremas que se puedan pen­ sar». Desde el punto de vista personal de SchmoUer era naturalmente coherente, por ejemplo, que él descalificara a «m arxistas y manchesterianos»6 para obtener una cátedra universitaria, aunque él en concreto nunca com etió la injusticia de igno­ rar las aportaciones científicas procedentes de esos círculos. \ Pero aquí están precisamente los 4% * Para ello no es suficiente el principio que rige en Holanda, a saber, exención de requisitos confesionales incluso para las Facultades de Teología, pero libertad para fundar una Uni­ versidad si se garantizan los medios financieros, el manteni­ miento de los requisitos de cualificación para cubrir las cá­ tedras y el derecho privado a la creación de cátedras con el «derecho de presentación» por parte de los fundadores. Pues esto sólo privilegia a quienes tienen el dinero y a las organizaciones que ya poseen poder: como es sabido, sólo los círculos clericales han hecho uso de este principio. 6. Con «manchesterianos» se refiere al movimiento político en la Inglaterra del siglo xix que abogaba por la libertad de comercio y que tuvo su punto de partida en la ciudad de Manchester, a la sazón centro de la industria textil. Va asociado a los nombres de Richard Cobden y John Bright.

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puntos en los que yo personalm ente nunca pude seguir a nuestro venerado maestro. No se puede exigir que se perm ita hacer juicios de valor en la cátedra y al m ism o tiem po, cuando se sacan las consecuencias, señalar el hecho de que la Univer­ sidad es una institución estatal para la formación de concienzudos funcionarios «leales al Estado». Con esto haríam os de la Universidad no ya una «escuela de form ación profesional» (Fachschule) -algo que a m uchos docentes les parece tan de­ gradante-, sino un sem inario para sacerdotes, sólo que sin poder darle la dignidad religiosa de este último. Algunos han querido inferir ciertos límites [a ese principio] de m anera puramente «lógica». Uno de nuestros prim eros juristas ex­ plicaba en una ocasión, al manifestarse en contra de la exclusión de los socialistas de las cátedras, que él nunca podría aceptar a un «anarquista» com o profesor de derecho, porque los anarquis­ tas niegan la validez del derecho com o tal; y creía que este argum ento era totalmente convincente. Yo soy de la opinión contraria7. Un anarquista 7. Las dificultades de algunos grupos de docentes para llegar a ser catedráticos de Universidad provenían no sólo de la ac­ titud del Ministerio frente a esos grupos, sino también de la práctica de las Facultades universitarias, que no los propo­ nían para el cargo: los católicos tenían más difícil hacer ca­ rrera universitaria por la hegemonía del protestantismo; los judíos se encontraban siempre con reservas para ser prom o­ vidos; miembros del partido socialista, com o Robert Michels, emigraron a otros países para hacer carrera universita-

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puede ser probablemente un buen experto en derecho. Y si lo es, este punto por así decir arquim édico en el que él basa sus convicciones objeti­ vas - s i son auténticas-,/itera de las convenciones y de las presuposiciones tan evidentes para noso­ tros, puede capacitarle precisamente para cono­ cer una problem ática en las ideas básicas del res­ to de la teoría del derecho, que se les escapa a aquellos para quienes son dem asiado evidentes. Pues la duda profunda es el padre del conoci­ miento. El jurista no tiene la función de «dem os­ trar» el valor de esos bienes culturales cuya exis­ tencia va ligada a la existencia del «derecho», de la m ism a m anera que tam poco el m édico tiene la tarea de «dem ostrar» que merece la pena prolon­ gar la vida en cualquier circunstancia. Ninguno de los dos puede hacer eso con sus m edios. Pero si se quisiera hacer de la cátedra un lugar para exponer juicios de valor, entonces se debería per­ mitir claramente que se expusieran las cuestio­ nes fundam entales con total libertad desde todos los puntos de vista. ¿Puede suceder esto? Actual­ mente las cuestiones valorativas políticas m ás im portantes y decisivas están excluidas de las cá­ tedras de las universidades alem anas por la natu­ raleza de la situación política. Para quien los inria. Véase sobre este tema: Thomas Nipperdey, Deutsche Geschichte 1866-1918. Arbeitswelt und Bürgergeist, Múnich, Beck, 1990, vol. I, pp. 573-578. Max Weber era muy crítico con el sistema educativo de la época guillermina.

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tereses de la nación estén por encim a de todas sus 497 instituciones concretas sin excepción es \ una

cuestión central e im portante, por ejemplo, si la concepción predom in an te actualm ente sobre la posición del m onarca en Alemania es com pa­ tible con los intereses internacionales de la na­ ción y con los m edios con los que se defienden aquellos intereses - la guerra y la diplom acia-. No siem pre son los peores patriotas y, en absolu­ to, los enem igos de la m onarquía quienes hoy en día se inclinan a contestar negativamente a esta pregunta y a no creer en resultados duraderos en am bos terrenos, mientras no se introduzcan aquí profundos cam bios8. Pero todos saben, sin em ­ bargo, que estas cuestiones vitales de la nación no se pueden discutir con total libertad en las cá­ tedras universitarias alem anas.4 Pero a la vista de este hecho de que se sustraiga a las cátedras una discusión libre sobre juicios de valor acerca de las 8. La postura de Wcber respecto al emperador de Alemania fiie muy crítica, como se pone de manifiesto en su escrito «Parlamento y Gobierno», en: Max Weber, Escritos políticos, Madrid, 2008, esp. pp. 171-191. También dejó testimonio de su posición en sus cartas personales. Véase joachim Radkau, Max Weber. Die Leidenschaft des Denkens, Munich, Viena, 2005, pp. 745-6,758, así como Wolfgang J. Mommsen, Max Weber und die deutsche Politik 1890-1920. 2.* ed., Tubinga, 1974. * Esto no es ninguna peculiaridad alemana. En casi todos los países existen limitaciones de hecho, abiertas o encu­ biertas. Sólo es distinto el tipo de cuestiones valorativas que se excluyen de esa manera.

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cuestiones políticas, me parece que lo único ade­ cuado a la dignidad de los defensores de la ciencia es guardar silencio sobre estos problemas de valo­ ración, que tan amablemente se les permite tratar. Pero en ningún caso puede confundirse esta cuestión de si podem os, debem os o tenem os que hacer juicios de valor en la enseñanza -q u e es una cuestión irresoluble porque depende a su vez de un juicio de v alo r- con la discusión estricta­ mente lógica del papel que juegan los juicios de valor en disciplinas em píricas com o la sociología o la econom ía política. De lo contrario se dañaría la im parcialidad del análisis de un hecho propia­ mente lógico, la solución del cual no nos sum i­ nistra ninguna indicación en relación con la otra cuestión, excepto la claridad y la separación ex­ plícita de los distintos tipos de problem as por parte del docente, requeridas desde un punto de vista estrictamente lógico. N o quisiera discutir si es «difícil» hacer la se­ paración entre la constatación em pírica y el ju i­ cio de valor. Lo es. Todos los que defendem os esta exigencia y los otros chocam os siempre con ello. Pero los seguidores de la llam ada econom ía ética9 al m enos podrían saber que también la ley 9. La escuela histórica de la economía en Alemania consi­ deraba el mundo de la economía como un mundo «moral», en el que los hombres no persiguen su propio beneficio si­ guiendo sus impulsos naturales, sino que actúan moralmente de acuerdo a su voluntad. Concebían la economía como una

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m oral es incumplible y, sin em bargo, es conside­ rada com o algo «que se im pone». Y un examen de conciencia podría quizá m ostrar que el cum ­ plimiento de esta exigencia es difícil sobre todo 498 porque \ no nos gusta negam os a entrar en ese terreno de las valoraciones, especialmente con una «nota personal» tan estimulante. Cualquier docente observará naturalm ente que los rostros de los estudiantes se ilum inan y sus gestos se ten­ san cuando él comienza a hacer «m anifestacio­ nes» personales y observará igualmente que el número de asistentes a sus Vorlesungen se ve influi­ do muy positivamente por las expectativas de que él actúe de esa m anera. T odos saben adem ás que las universidades, en su competencia por te­ ner alum nos, prefieren a un pequeño profeta que llene las aulas a un distinguido intelectual y maestro experto, a no ser que la profecía de aquél se alejara dem asiado de los juicios de valor con­ siderados com o norm ales desde un punto de vis­ ta político o convencional. Sólo le supera en p o ­ sibilidades el profeta de los grandes intereses materiales que se abstiene falsam ente de hacer parte «orgánica» del conjunto de la sociedad, y no se podía entender como un mercado libre que opera según leyes natu­ rales, con independencia del Estado y la sociedad. Esta última era la visión económica de la escuela clásica (británica), en la que el homo ceamomicus persigue racionalmente su beneficio económico dentro de una economía entendida como un siste­ ma natural, que se organiza según leyes naturales.

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juicios de valor, gracias a su influencia sobre los poderes políticos. Yo considero que todo esto es desagradable y por ello no quisiera abordar la afirm ación de que la exigencia de elim inar los juicios de valor es «em pequeñecedora» y que ha­ ría «aburridas» las Vorlesungen. D ejo a un lado si las Vorlesungen de una especialidad em pírica tendrían que aspirar ante todo a ser «interesan­ tes», pero me tem o en todo caso que el estím ulo que se logre con esas notas personales tan intere­ santes desacostum braría a los estudiantes, a largo plazo, del gusto por el trabajo objetivo y serio. N o quisiera discutir adem ás, sino reconocer expresam ente que, bajo la apariencia de eliminar los juicios de valor, se los puede estar generando con mucha fuerza insinuándolos mediante la utilización del conocido recurso de «dejar hablar a los hechos». Nuestra m ejor elocuencia parla­ m entaria y electoral opera claramente con ese m edio -m u y legítimo para sus fines-. N o merece la pena que le dediquem os ni una palabra a la cuestión de que, desde el punto de vista de la exi­ gencia de esa separación de los juicios de valor, utilizar ese recurso en la cátedra sería el m ás re­ probable de todos los abusos. Pero que la ap a­ riencia de estar cum pliendo la obligación de se­ parar los juicios de valor, insinuada de m anera deshonesta, pretenda ser tom ada por la realidad no significa una crítica contra esa obligación. Esta obligación conduce, sin embargo, a que, si el pro-

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fesor cree que no debe renunciar a efectuar juicios de valor, que se diga con absoluta claridad a sí mism o y a los estudiantes que son juicios de valor. \ Lo que hay que combatir con mucha decisión es la difundida idea de que el camino hacia la «obje­ tividad» científica se logra a través de una pondera­ ción entre los distintos juicios de valor y haciendo un compromiso «político» entre ellos. La «línea m e­ dia» no sólo es tan poco demostrable científicamen­ te como los juicios de valor «m ás extremos», sino que, en el ámbito de los juicios de valor, esa «línea media» sería la menos inequívoca precisamente des­ de un punto de vista normativo. No es propia de la cátedra, sino de los parlamentos, de los programas y de los despachos. Las ciencias -las normativas y las empíricas- sólo pueden prestarles a quienes actúen políticamente y a las partes en litigio un único servi­ cio inestimable: decirles 1) que las distintas posicio­ nes «fundamentales» que se pueden pensar sobre un problema práctico son tales y tales; 2) que éstos son los hechos con los que tenéis que contar para hacer vuestra elección entre las distintas posiciones. Y con esto entramos en nuestro tema. Se ha producido un inm enso malentendido y un debate term inológico - y por ello totalmente estéril- en torno a la palabra Werturteil («juicio de valor»), que no resuelve la cuestión en absolu­ to. C om o he dicho al comienzo, es algo total­ mente claro que estas discusiones en nuestras disciplinas tienen que ver con formular juicios de

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valor sobre hechos sociales, valorándolos como deseables o no deseables según criterios éticos o culturales o de otro tipo. A pesar de todo lo que he dicho al respecto*, se han planteado com o «obje­ ciones» serias cosas com o: que la ciencia quiere lo­ grar resultados l) wertvoll («valiosos»)10, en el * Me refiero a lo que he dicho en los artículos anteriores, pp. 146 y ss., pp. 215 y ss., pp. 291 y ss. (la insuficiente co­ rrección de algunas formulaciones, que es muy posible que tengan, no debería afectar a ningún punto esencial del ar­ gumento. Sobre la «irresolubilidad» de ciertos juicios de valor últimos en un importante terreno quisiera remitir, entre otros, al libro de G. Radbruch, Einführung iti dte Rechtswissenschaft («Introducción a la ciencia del derecho») (2.* edición, 1913). Me separo de él en algunos puntos, pero no son significativos para el problema comentado aquí. [Los artículos anteriores a los que se refiere Weber son: «Kritische Studien au f dem Gebiet der kulturwissenschaftlichen Logik» (1906) («Estudios críticos en el terreno de la lógica de las ciencias culturales», en: WL 1988:215-290) y «R.(udolf[ Stammlers “ Überwindung” der materíalistischen Geschichtsauffassung» (1907) («La “superación” de la concepción materialista de la historia en Rudolf Stammler», en: WL 1988:291-359 y 360-383). Gustav Radbruch (1818-1949), ausserordentlicher Professor de Derecho pe­ nal, Derecho procesal y Filosofía del Derecho en la Univer­ sidad de Heidelbcrg en 1910. En ese mismo año se publicó la primera edición del libro al que se refiere Max Weber. Después de haber sido ministro de Justicia durante la Re­ pública de Weimar en 1922 y 1923, Radbruch regresó a la docencia universitaria como catedrático de Derecho penal en Heidelberg. Su obra principal es Rechtsphilosophie (Fihsofia del Derecho) (1932)]. 10. A las objeciones de que la ciencia no está desligada de los valores por cuanto aspira a obtener resultados «valiosos»,

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sentido de valorados com o correctos desde un punto de vista lógico o material, y 2) resultados w ertvoll («v a lio so s»), en el sentido de resulta­ d os im portantes desde la perspectiva científica, y [3] que, adem ás, la elección de la materia de investigación contiene ya un juicio de valor. No es m enor el enorm e m alentendido que se ha planteado continuamente, casi incomprensible, 500 en el sentido de que yo afirmo \ que una ciencia em ­ pírica no puede tratar los juicios de valor «su b ­ jetivos» de los hom bres com o un objeto (m ien­ tras que la sociología y toda la teoría económ ica m arginalista se basan precisam ente en la presu­ posición contraria). Pero de lo que se trata real y exclusivamente es de una exigencia en sí m ism a trivialísim a: que el investigador y el expositor tienen que m antener absolutam ente separadas, porque se trata de problem as distintos, la cons­ tatación de hechos empíricos (incluido el com ­ portamiento «valorador» que él compruebe en los hombres reales investigados por él) y su propia posición que juzga un hecho com o agradable o desagradable, que en ese sentido lo «valora», (in­ cluyendo dentro de estos hechos los «juicios de Weber responde que resultados «valiosos» quiere decir, en el primer caso, resultados «válidos», es decir, obtenidos correc­ tamente; y, en el segundo, quiere decir resultados «importan­ tes», «de valia» o «de valor». De ahí que para él no sean obje­ ciones «serias» porque no entienden realmente la tesis que propone.

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valor» de los hom bres reales convertidos en obje­ to de investigación). En un ensayo, por lo dem ás valioso, un escritor expone que un investigador sí que puede tom ar su propio juicio de valor com o un «hecho» y sacar de ahí sus consecuen­ cias. Lo que dice este escritor es indiscutiblem en­ te correcto, pero es confusa la expresión elegida. Naturalm ente se puede acordar antes de un aná­ lisis que una determ inada m edida práctica sea el «presupuesto» de partida para el análisis - p o r ejem plo, cubrir los costes de un incremento del ejército acudiendo sólo al bolsillo de los pudien­ te s- y que sólo se analicen los m edios para la rea­ lización de esa m edida. Esto es con frecuencia muy conveniente. Pero a esta finalidad que se ha acordado en com ún com o el punto de partida no se la puede llam ar realmente un «hecho», sino un «fin establecido a priori». Q ue estas son dos co­ sas distintas se pondría de m anifiesto rápida­ mente al discutir sobre los «m edios», a no ser que el «fin establecido previamente» com o indiscuti­ ble fuera tan claro com o el de encender ahora un cigarro. En esos casos, los m edios sólo rara vez necesitan ser discutidos. En casi todos los casos en que se haya form ulado un fin con carácter ge­ neral - p o r ejem plo, en el caso m encionado an­ te s- se verá, por el contrario, que, al analizar los m edios, los individuos no sólo han entendido cosas m uy distintas po r ese fin supuestam ente claro, sino que podrá resultar que el m ismo fin se

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pretenda alcanzar precisamente por m otivos «fundam entales» m uy distintos y que esto tiene influencia sobre la discusión de los m edios. Pero dejem os esto a un lado. Pues a nadie se le ha ocu­ rrido realmente negar que se pueda partir de un determ inado fin acordado en com ún \ y que sólo se discutan los m edios para alcanzar ese fin y que esto pueda generar una discusión que se desen­ vuelva de manera totalmente empírica. Todo el debate gira, en realidad, sobre la elección de los fines, y no sobre la elección de los «m edios» para conseguir un fin establecido previamente; el de­ bate no gira sobre en qué sentido un juicio de valor en el que el individuo se basa puede ser to­ m ado com o un «hecho», sino en qué sentido se puede hacer de este juicio de valor un objeto de análisis científico. Si no se tiene esto en cuenta, todas las dem ás discusiones son en vano. No estam os discutiendo propiamente la cues­ tión de si los juicios de valor, concretamente los juicios de valor éticos, pueden aspirar a tener un carácter normativo, es decir, si pueden tener un ca­ rácter distinto del de la cuestión de si son prefe­ ribles las rubias o las m orenas, p o r ejemplo, que se ha puesto com o e jem p lo ", o del de los juicios 1 11. Schmoller habla escrito en 1911 que M ax Weber había dicho en la reunión de la Asociación de Política Social cele­ brada en Viena, en 1909, que «mezclar el deber-ser en las cuestiones científicas era algo diabólico» y que Sombart ha­ bía dicho que todas las decisiones sobre la concepción del

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sobre gustos subjetivos de índole similar. Éstos son problem as de la filosofía de los valores, no de la m etodología de las disciplinas em píricas. Lo que les importa a estas últimas es simplemente que los problem as de la validez de una obligación com o norm a, por un lado, y la pretensión de ver­ dad de una constatación de un hecho empírico, por otro, son planos absolutam ente distintos y que, si se ignora esto, intentando unificar a la fuerza los d os planos, se atenta a la categoría es­ pecífica de cualquiera de los dos ám bitos. Esto es lo que ha ocurrido en gran m edida, en m i opi­ nión, especialmente con el profesor von Schm o­ ller*. El respeto que precisamente le tengo a nuestro m aestro m e prohíbe pasar por alto estos puntos, en los que yo creo que no puedo estar de acuerdo con él. Quisiera, en prim er lugar, m anifestarm e en contra de la opinión de que los defensores de «no hacer juicios de valor» (W ertfreiheit) consideran que una prueba del carácter necesariamente mundo, el sistema moral o los juicios de valor morales están al mismo nivel que la cuestión de si los hombres las prefieren rubias o morenas. Y Schmoller añade inmediatamente des­ pués: «¿Por qué no decir entonces igualmente que la superior cualidad de las personas nobles respecto a los inmorales es lo mismo que preferir un corbatín azul y no negro o rojo?» (Schmoller 1911/1988:352). * En su artículo sobre la «teoría económica» (Volkswirtschaftslehre) en el Handw[drterbuch] der Staatswissenschaften (3.a ed., vol. VIII, pp. 426-501). [Véase nota 1).

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«subjetivo» de la ética, por ejemplo, es el mero hecho de que los juicios de valor válidos en cada m om ento cambien histórica e individualmente. También fijar un hecho em pírico es m uchas ve­ ces m uy polém ico y m uchas veces puede existir un acuerdo general m ayor sobre si hay que con­ siderar a alguien com o un canalla que un acuer­ do -entre especialistas- sobre la interpretación del significado de una inscripción mutilada. La suposición de Schmoller de que cada vez es m a­ yor \ el acuerdo de todos los hom bres y todas las confesiones religiosas sobre los puntos principa­ les de los juicios de valor se opone radicalmente a la im presión contraria que yo tengo12. Pero esto no tiene relevancia para el asunto, pues lo que hay que discutir en todo caso sería si nos pode­ m os contentar científicamente con el hecho de que ciertos juicios de valor tan extendidos ten­ 12. Max Weber no coincide con lo escrito por Schmoller: «Los juicios de valor morales determinantes de los católicos y protestantes actuales, de los cristianos y de los judíos, inclu­ so de los realistas y los idealistas se separan más en cuestiones secundarias que en la cuestión principal. Las diferencias in­ dividuales no excluyen juicios de valor morales comunes en las cuestiones fundamentales. Pueden discutir sobre muchas cosas en particular, sobre las derivaciones de los sistemas morales, pero las personas buenas y más calificadas del m is­ mo pueblo y de la misma época cultural coinciden sobre los juicios de valor m ás importantes cada vez más. Y de esto se trata, sobre todo cuando se investigan los juicios de valor morales con significación para la economía, la sociedad y el orden político» (Schmoller 1911/1998:355).

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gan una evidencia fáctica alcanzada convencio­ nalmente. La función específica de la ciencia me parece que es precisamente la inversa: convertir en problem a algo convencionalmente evidente. Esto lo hicieron Schm oller y sus am igos de la época. Adem ás, el hecho de que se investiguen los efectos causados por la existencia fáctica de ciertas convicciones religiosas o éticas respecto a la vida económ ica y que éstas sean eventualmen­ te muy apreciadas, no puede tener la consecuen­ cia, por ejem plo, de que haya que com partir esas convicciones o haya que considerarlas wertvoll («valiosas») por el hecho de que quizás hayan teni­ do una gran influencia; al igual que, inversamente, la afirm ación de que un fenóm eno religioso o un fenóm eno ético tenga un elevado valor no nos dice lo m ás m ínim o sobre si habría que valorar de form a igualmente positiva las consecuencias no habituales que haya tenido o tendría su reali­ zación. Sobre estas cuestiones no se puede decir nada a través de una constatación em pírica y el individuo las juzgaría de m anera muy distinta en cada caso según sus propios juicios de valor reli­ giosos o de otra índole. Todo esto no form a parte de la cuestión a debate. Por el contrario, yo niego rotundam ente que una ciencia «realista» de lo ético13 —es decir, una descripción de las influen13. Schmoller habla escrito en el ya mencionado artículo de 1911: «En efecto, la ética es para mí, como la economía polí­ tica, una ciencia de la realidad; yo tengo por equivocada la

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cias fácticas recibidas por las convicciones éticas predom inantes en un grupo hum ano determ ina­ do desde sus otras esferas de la vida y, al revés, las influencias ejercidas por las convicciones éticas sobre estas otras esferas de la v id a- genere por su parte una «ética» que pueda decir algo sobre el deber-ser. N o la puede generar de la m ism a m a­ nera que una exposición «realista» de las ideas astronóm icas de los chinos -u n a exposición que Etica puramente formal, trascendente, que M. Weber pone como la única justificada; y en ello coincido con la mayoría de los filósofos actuales. Yo he llamado a la economía políti­ ca, como muchos economistas desde). St. Mili hasta nuestros dias, una ciencia ética; también A. Smith la tuvo como una parte de la filosofía moral; la mayoría de quienes han hecho esto no querían fusionar la ética con la economía política ni situar a esta última en una categoría más elevada, ni menos aún querían introducir en ella todos los ideales culturales posibles. Yo he sido el que menos pretendía producir juicios de valor a partir de una concepción económica específica; al contrario, yo no quería admitir que la acción económica esté más allá del bien y del mal. Si M. Weber además no quiere que entre dentro de lo «técnico-económ ico» lo más eleva­ do que conmueve al corazón humano -el mundo de los ideales morales-, esto es un purismo ético que no puedo compartir. Y, en todo caso, nuestra disciplina precisamente no sólo tiene que ver con lo técnico-económico, sino con la estructura económica de la sociedad y consiguientemente con cuestiones jurídicas y morales. Nuestra ciencia está al menos en el terreno fronterizo entre lo técnico-económico y lo ético. M. Weber no habría podido escribir sus hermosos ensayos sobre la ética protestante y el capitalismo, si él mis­ mo no percibiera la estrechísima relación entre lo económico y lo ético» (Schmoller 1911/1998:360-361).

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m uestre por qué m otivos y cóm o han practicado la astronom ía, y a qué resultados y por qué han llegado ellos a esos resultados- nunca podría pretender dem ostrar la corrección de esta astro­ nom ía china. C om o tam poco pone en cuestión la validez de la trigonom etría o de la tabla de m ultiplicar la constatación de que los agrim en­ sores rom anos o los banqueros florentinos \ lie- 503 garan con sus m étodos a resultados incom pati­ bles con aquéllas (los banqueros florentinos incluso en particiones hereditarias de fortunas m uy grandes). Mediante una investigación histó­ rica y psicológico-em pírica de unos determ ina­ dos juicios de valor en relación con sus condicio­ nam ientos históricos, sociales e individuales no se llega nunca a nada distinto de una explicación de índole com prensivaH de esa posición. Y esto no es poco. Conocer los motivos últim os reales de la acción no sólo es deseable por sus consecuencias personales colaterales (pero no científicas) de poder «ser justos» m ás fácilmente con el que 14 14. Para Weber, comprender una acción humana o una ac­ ción social es conocer el sentido o significado de ese compor­ tamiento. Y comprendemos el significado de una acción cuando lo podemos explicar, es decir, cuando podemos ver el enlace existente entre el motivo por eí que la acción se hace y el propio desarrollo de ésta. Comprender una acción es co­ nocer su sentido, el motivo por el que la acción se hace, el motivo que explica la acción. Esta «comprensión explicativa» o «explicación de Índole comprensiva» de la acción es una operación de Índole racional, no psicológica o empática.

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piensa de otra m anera -re al o aparentem ente-, sino que tam bién es im portante científicamente 1) para un análisis em pírico de las causas de la acción hum ana, para conocer sus m otivos últi­ m os reales y 2), cuando se discute con alguien que tiene otras valoraciones distintas (reales o aparentes), para la investigación de juicios de va­ lor opuestos realmente entre sí. Pues éste es el sentido propio del análisis de los ju icios de valor (W ertdiskussion): captar lo que el adversario - o incluso uno m ism o - opina realmente, es decir, captar el valor al que cada una de las partes se está refiriendo realmente y no sólo en apariencia, para así hacer posible entonces una toma de p o ­ sición respecto a ese valor. Muy lejos, por tanto, de que la exigencia de «no hacer juicios de valor» (W ertfreiheit) en los análisis em píricos implique que sea estéril o no tenga sentido un análisis de los juicios de valor, conocer el sentido de esa exi­ gencia es precisamente el presupuesto de todo análisis provechoso de este tipo. Este análisis pre­ supone sim plem ente com prender que son posi­ bles juicios de valor básicos diferentes e irreconci­ liables entre sí, pues ni «com prender todo» significa «excusar todo», ni la m era com prensión de un punto de vista distinto conduce en princi­ pio a su aceptación; sino que conduce al m enos con la m isma facilidad, y en muchas ocasiones con una mayor probabilidad, al conocim iento de por qué y en qué no se puede llegar a un acuerdo.

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Pero este conocim iento es un conocim iento ver­ dadero y a él contribuye el «análisis de los juicios de valor». Lo que con toda certeza no se logra por este cam ino es, por el contrario, una ética nor­ m ativa o el deber de cum plir un «im perativo» -p o rq u e esto está en la dirección totalmente o puesta-. Cualquiera sabe, m ás bien, que este objetivo queda dificultado \ por el efecto «relativizador» - a l m enos en apariencia- de estos aná­ lisis. Con esto no estam os diciendo que haya que evitarlos po r eso. Precisamente al contrario, pues una convicción «ética» que se pueda desm ontar por la «com prensión» psicológica de los juicios de valor discrepantes ha sido tan valiosa (w ert) com o las opiniones religiosas que son destruidas por el conocim iento científico, algo que asim is­ m o ocurre efectivamente. Finalmente, com o Schm oller supone que los defensores de que las disciplinas em píricas «no hagan juicios de valor» sólo podrían reconocer verdades éticas «form a­ les» (se refiere claramente en el sentido de la Crí­ tica de la razón práctica), quisiera hacer algunos com entarios al respecto, aunque este problem a no pertenece necesariamente al tema. En prim er lugar, hay que rechazar la identifi­ cación entre im perativos éticos y «valores cultu­ rales» -incluidos los valores culturales m ás ele­ vad os-, que subyace en la idea de Schmoller. Pues puede darse un punto de vista para el que los «valores culturales» se nos «im ponen», aun-

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que estén en un inevitable e irresoluble conflicto con cualquier ética. Y, al revés, puede haber una ética internamente coherente que rechace todos los valores culturales. Pero, en todo caso, am bas esferas de valores no son idénticas. Es asim ism o un profundo m alentendido -m u y extendido, por supu esto- creer que los principios «form ales», com o por ejem plo los de la ética kantiana, no contienen ningún m andato m aterial. La posibili­ dad de una ética normativa no se pone en cues­ tión, efectivamente, porque haya problemas de tipo práctico para los que la ética no pueda dar desde sí m ism a ningún m andato - y ése es el caso, según creo yo, en un sentido muy especial, de de­ term inados problem as institucionales, de pro­ blemas por lo tanto «de política social»-, ni tam ­ poco se pone en cuestión porque la ética no sea lo único que «tiene validez» en el m undo por existir adem ás de ella otras esferas de valor, cuyos valores tal vez sólo puedan ser realizados por al­ guien que cargue sobre sí m ism o con un «deber» (Schuld) ético. Aquí entra especialmente la esfera de la actividad política. En m i opinión, sería una debilidad querer negar que precisamente la activi­ dad política se encuentra en tensión con lo ético. Pero esta tensión no es en absoluto sólo propia de la política, com o hace creer la contraposición ha­ bitual entre m oral «política» y m oral «privada». Veamos algunos de los «lím ites» de la ética m en­ cionados anteriormente.

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\ Entre las cuestiones que ninguna ética puede resolver claramente están las consecuencias de la exigencia de «justicia»,s. N o se podría resolver desde prem isas «éticas» si hay que reconocerle m ucho a quien m ucho rinde (esto se acercaría m ás a las opiniones m anifestadas por Schmoller en su época), o al revés, si hay que exigirle m ucho a quien pueda rendir m ucho, es decir, si en n o m ­ bre de la justicia (pues hay que excluir entonces otros puntos de vista distintos a los de la justicia, com o, por ejem plo, el de d ar un «estím ulo» im ­ prescindible) se le deben d ar m uchas posibilida­ des a quien tenga talento o, al revés, si hay que com pensar la injusticia de una distribución des­ igual de las capacidades intelectuales procuran­ do estrictamente que el talento, cuya m era pose­ sión puede dar ya un satisfactorio sentimiento de prestigio, no se aproveche para sí m ism o de sus m ejores posibilidades en el m undo (com o en Babeuf). Y el problem a ético de la mayoría de las cuestiones de la política social es de este tipo. Pero en el ám bito de la acción personal hay tam bién problem as éticos muy específicos, que la ética no puede solucionar desde sus propios pre­ supuestos. Entre esos problem as está sobre todo la cuestión fundamental de si para la justifica­ ción de una acción ética debe bastar solam ente el 15. La idea de la justicia era el principio regulativo de la po­ lítica económica y social del Estado en los economistas ale­ manes. Véase a este respecto: Ñau 1998:23-28.

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valor propio de la acción - la «pura voluntad» o la «convicción» (Gesinnung), com o se suele de­ nom inar esto-, com o en la m áxim a de que «el cristiano actúa bien y pone las consecuencias de sus acciones en m anos de D io s»16, tal com o algu­ nos éticos cristianos han form ulado esa justifica­ ción; o si hay que tom ar en consideración la res­ ponsabilidad por las consecuencias de las acciones que se puedan prever com o posibles o probables, debido al hecho de que las acciones están insertas en un m undo irracional desde el punto de vista m oral. Del prim er postulado parte, en el terreno social, la actitud política revolucionaria radical, el llam ado «sindicalism o» sobre todo; del segun­ do parte toda Realpolitik. Am bas se remiten a principios éticos. Pero estos principios se en­ cuentran entre sí en un conflicto permanente, que no se puede resolver con los solos m edios de una ética que se base en sí m ism a17. 16. Esta frase la retoma Weber en su Política como profe­ sión (1919): M adrid, Biblioteca Nueva, p. 135. Posible­ mente se refiere a un pasaje de un escrito de Lutero sobre el Génesis, en: Martin Luthers Werke. Weimarer Ausgabe, vol. 44 (1915), p. 78 («Fac tuum officium , et eventum Deo perm ite»). 17. El tema de la tensión entre ética y política lo aborda We­ ber varías veces en su obra, especialmente en la «Considera­ ción intermedia» en sus Ensayos sobre ¡a ética económica de las religiones universales. Véase: Max Weber, «Zwischenbetrachtung», en: MWG 1/19:479-522, La política como profesión (2007): 131 yss.

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Estas dos m áxim as éticas son estrictamente «form ales», sem ejantes en eso a los conocidos axiom as de la Crítica de la razón práctica. D e es­ tos últim os se cree que, po r ese carácter formal, no contienen absolutam ente ningún contenido material para poder valorar las acciones. C om o he dicho, esto no es exacto. Tom em os expresa­ mente \ un ejem plo lo m ás alejado posible de la «política», que nos pueda m ostrar quizás el sen­ tido propio del muy com entado «carácter sólo» forma) de esa ética. Supongam os que un hombre dice acerca de su relación erótica con una m ujer lo siguiente: «al comienzo nuestra relación sólo era una pasión, ahora es un valor» (W ert). La fría objetividad de la ética kantiana expresaría la pri­ m era parte de la frase en estos térm inos: «Al co­ mienzo nosotros éram os el uno para el otro sola­ mente un m edio». De esta m anera estaríam os tom ando la frase entera com o un caso particular de ese conocido principio, que curiosam ente ha sido visto com o una expresión del «individualis­ m o» característica de una época, cuando en rea­ lidad es una form ulación genial de infinidad de situaciones éticas, que hay que entender correc­ tamente. Con su expresión negativa - y sin entrar ahora en cuál sería entonces el opuesto positivo de ese tratar al otro «sólo com o m edio» ética­ mente rechazable-, esa frase contiene lo siguien­ te: 1) un reconocimiento de que existen otras es­ feras de valor autónom as fuera de la ética, 2) una

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delimitación de la esfera ética respecto a esas o tras esferas, y, p o r últim o, 3) la constatación de que una acción realizada a favor de valores de fuera de la esfera ética puede llevar adherida, no obstante, una cualidad ética diferente y de en qué sentido la tiene. Esas esferas de valores, que per­ miten o prescriben tratar al otro «sólo como un m edio», son realmente distintas de la ética. No podem os seguir esto ahora, pero, en todo caso, se m uestra que el propio carácter «form al» de ese principio ético abstracto no perm anece indife­ rente respecto al contenido de la acción. Pero el problem a puede com plicarse aún m ás. Esa m is­ m a calificación negativa expresada con las pala­ bras «sólo una pasión» podría considerarse, des­ de un determ inado punto de vista, com o un insulto a lo interiormente m ás auténtico y pro­ pio de la vida, al único cam ino, o al m enos al ca­ m ino m ás im portante, para salir de una situa­ ción dom inada por valores de carácter impersonal o suprapersonal, - y enem igos de la vida por tan­ to -, para salir de la situación de estar forjados para la roca muerta de la existencia cotidiana, para salir de las exigencias de irrealidades «im pues­ tas». Podemos pensar, en cualquier caso, un con­ cepto de esto, que -au n qu e renunciara a utilizar la expresión «valor» para esa experiencia tan 507 concreta a que el concepto se refiere- \ constitu­ yera de todos m odos una esfera, que reclamara su propia cualidad, una cualidad «inmanente»

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en el sentido m ás elevado de la palabra, a pesar de que fuera, y precisam ente por serlo, una esfera ajena y hostilmente opuesta a la santidad o al bien, a la ley m oral o a la ley estética, a toda sig­ nificación cultural o valoración de la persona. Sea la que sea nuestra posición respecto a esta pretensión, ésta no es, en todo caso, d em ostra­ ble ni «refutable» con los m edios de ninguna «ciencia». U na consideración de tipo em pírico de esta situación conduciría, com o observó el viejo M ili18, al reconocimiento de un politeísm o abso­ luto com o la única metafísica apropiada. Una consideración no de tipo em pírico sino dirigida a la interpretación del sentido -u n a auténtica fi­ losofía de los valores, por tan to- no podría -y en ­ do m ás le jo s- ignorar que un sistem a conceptual de los «valores» por muy bien ordenado que fue­ ra no haría justicia al punto m ás decisivo de la cuestión19. Pues entre los valores no se trata, en 18. John Stuart Mili (1806-1873), filósofo y economista in­ glés, miembro de la Cámara de los Comunes entre 1865 y 1868. Webcr se refiere a él también en La ciencia como profe­ sión a propósito del politeísmo de los valores (Madrid, Biblio­ teca Nueva, 2009, pp. 89-90). 19. Weber diferencia aquí claramente el planteamiento de la ciencia social respecto al de la filosofía de los valores como la practicaba Heinrich Rickert. Éste había escrito unos años antes en la misma revista en que Weber publicó el presente artículo otro titulado « Vom System der Werte» («Sobre el sis­ tema de los valores») (Lagos. Internationale Zeitschrift für

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últim o térm ino, sólo de opciones diferentes, sino que se trata de una lucha a m uerte insalvable, com o la que existe entre «d io s» y el «dem onio». Entre ellos no existe ningún com prom iso ni rela­ ción. N ótese bien que m e refiero a l significado de esos valores, pues, com o cualquiera puede experi­ m entar en su vida, se hacen com prom isos a cada paso en cuanto a sus contenidos y, por consi­ guiente, en cuanto a su m anera de presentarse. En casi todas las tom as de posición im portantes que hacen los hom bres concretos se cruzan y se mezclan las esferas de valores. Lo habitual en la «vida cotidiana» en su sentido m ás propio con­ siste precisamente en que el hom bre no es cons­ ciente en la vida cotidiana - p o r m otivos psicoló­ gicos o por motivos pragm áticos- de que vive de esta mezcla de valores que están a muerte entre ellos; y especialmente en que no quiere ser cons­ ciente de que se está privando de elegir entre «dios» y el «dem onio» y de decidir él m ism o cuál de los valores en colisión está gobernado por el uno y cuál está gobernado por el otro. El fruto del árbol del conocim iento20, incóm odo para la tranquilidad hum ana, pero inevitable, no es otra cosa sino conocer esa oposición [entre valores] y Philosophie der Kultur, IV (1913) (reedición en: H. Rickert, Philosophische Aufsdtze, Tubinga, 1999, pp. 73-106). 20. La expresión alemana es Baum der F.rkenntnis, que habi­ tualmente se traduce también por «árbol de la sabiduría» o «árbol de la ciencia».

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tener que ver que cada acción concreta im por­ tante, y toda la vida en su conjunto significa - s i la vida no ha de discurrir com o un acontecimiento natural, sino si se vive conscientem ente- una ca­ dena de decisiones básicas, \ con las que el alma elige su propio destino -co m o en Platón-, es de­ cir, elige el sentido de su ser y su obrar. Probable­ mente el m alentendido m ás burdo que se les si­ gue adjudicando a quienes sostienen esta colisión entre los valores es interpretar esta posición com o «relativism o», es decir, interpretarla com o una visión de la vida que se basa en una opinión diametralmente opuesta acerca de la relación de las esferas de valor entre sí y que sólo se puede form ular (de form a coherente) sobre la base de una m etafísica estructurada de m anera muy par­ ticular (una metafísica «orgánica»). Volviendo a nuestro caso concreto, me parece que se puede establecer sin ninguna duda que, en el terreno de los juicios de valor políticos - y es­ pecialmente en los juicios de valor de carácter económ ico o en los de política social-, si se qui­ sieran deducir directrices en relación con una ac­ ción valiosa, lo único que una disciplina em pírica puede ofrecer con sus propios m edios es lo si­ guiente: 1) los m edios indispensables y 2) las consecuencias inevitables [para esa acción valio­ sa], y 3) las consecuencias prácticas de la com pe­ tencia así generada entre los m últiples juicios de valor posibles entre sí. Las disciplinas filosóficas

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pueden ir m ás lejos e investigar con sus m edios conceptuales el «sentido» de los juicios de valor, es decir, la estructura significativa de éstos y sus consecuencias lógicas, esto es, pueden señalar el «lugar» que ocupan esos juicios dentro del con­ junto de los valores «últim os» posibles y delim i­ tar la esfera de validez de su sentido21. Pero pre­ guntas tan sencillas com o las siguientes son un asunto de elección o del com prom iso: ¿en qué m edida un fin justifica unos m edios inevitables?, o ¿en qué m edida hay que tom ar en cuenta las consecuencias colaterales no queridas?, o esta tercera pregunta: ¿cóm o se pueden resolver los conflictos entre varios fines, queridos o debidos, que colisionan entre sí en un caso concreto? No existe un tipo de procedimiento científico - r a ­ cional o em pírico- que pudiera sum inistrarnos aquí una resolución para estas preguntas. Y nues­ tra ciencia estrictamente empírica es entre todas la que m enos puede pretender ahorrarle al indi­ viduo esta elección, y por ello no debería suscitar la im presión de poder hacerlo. Hay que hacer notar, por último, que, en nues­ tras disciplinas, el reconocimiento de la existen­ cia de esta situación es totalmente independiente de la posición que se tenga respecto a la teoría \ de los valores a la que he hecho mención antes con 21. Esto es precisamente lo que hace Heinrich Rickert en su artículo «Vom System der Werte», en: Logos. Internationale Zeitschrift fur Philosophie der Kultur IV (1913), 295-327.

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seDEBEN HACER IU IC IO S D E VMjOR EN U

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sum a brevedad. Pues no existe ninguna posición defendible lógicamente desde la que se pueda re­ chazar esta situación, excepto la de una jerarquía de valores claramente prescrita por dogm as ecle­ siásticos. D ebo esperar a ver si se encuentra real­ mente gente que afírm e que las siguientes pre­ guntas -¿se com porta una realidad concreta de esta m anera o de esta otra?, ¿por qué esa realidad concreta ha sido así y no de otra m anera?, ¿suele una determ inada situación producir otra distin­ ta según alguna regla del acontecer láctico? y ¿con qué grado de probabilidad?- no son básica­ mente diferentes de estas otras: ¿qué debem os hacer en la práctica en una situación concreta?, ¿desde qué punto de vista puede aparecer esa si­ tuación com o agradable o desagradable?, ¿exis­ ten axiom as, es decir, principios form idables con carácter general -sea n los que fueran-, a los que se puedan reducir estos puntos de vista? Y tengo que esperar tam bién a ver si se encuentra real­ mente gente que afírm e que la pregunta siguien­ te: ¿en qué dirección se desarrollará probable­ mente una situación real concreta, (o dicho en térm inos generales, una situación de un determ i­ nado tipo, o de un tipo suficientemente determ i­ nado), y con qué grado de probabilidad se desa­ rrollará en esa dirección (es decir, con qué grado de probabilidad suele desarrollarse típicamente? no es diferente de esta otra pregunta: ¿debem os contribuir a que una situación determ inada se

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desarrolle en una determ inada dirección?, ¿en la dirección probable o en la opuesta precisamente o en cualquier otra dirección?; y, por último, la pregunta sobre qué opinión se form arán sobre un problem a probablemente - o incluso con se­ guridad - determ inadas personas, o una cantidad indeterminada de personas en las m ism as cir­ cunstancias ¿tiene lo m ás m ínim o en com ún con la pregunta de si esa opinión que probablemente o seguramente se formará es correcta? ¿No se pue­ den «separar las unas de las otras», com o se afir­ ma continuamente? ¿No está esta última afirm a­ ción de que no se pueden separar en contradicción con las exigencias del pensam iento científico? Si alguien que, por el contrario, reconozca que am ­ bas clases de preguntas son absolutam ente d is­ tintas se expresa, sin em bargo, sobre estos dos diferentes problem as en el m ism o libro, \ en la m ism a página, e incluso en un m ism o párrafo de la m ism a unidad sintáctica, eso es asunto suyo. Lo único que se le puede exigir es que no confun­ da a sus lectores sobre el diferente carácter de los problem as (sin intención alguna o para punzar intencionadam ente). Yo soy personalm ente de la opinión de que nada en el m undo es «dem asia­ do» pedante para evitar la confusión. Por lo tanto, el sentido de una d iscu sión ** so­ bre juicios de valor (de los propios participantes en la discusión) sólo puede ser el siguiente:

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a ) Poner de relieve la coherencia interna de los principios valorativos ( W ertaxiome) últi­ m os22, de los que proceden las opiniones que es­ tán enfrentadas entre sí. Con frecuencia nos en­ gañam os no sólo sobre las opiniones de los adversarios sino también sobre las nuestras pro­ pias. Es esta prim era una operación, en la que partiendo de un juicio de valor concreto y de su análisis lógico, se va ascendiendo progresiva­ mente a juicios de valor m ás fundam entales. Este procedim iento no opera con los m edios propios de una disciplina em pírica ni produce ningún conocim iento sobre hechos; «vale» de la m ism a m anera que la lógica. b) Deducir las «consecuencias» que se deri­ varían para un juicio de valor a partir de determ i­ nados principios valorativos básicos, si sólo estos principios se pusieran en la base de ese juicio de valor. Esta deducción es meramente lógica en cuanto a la argum entación, pero está unida, sin em bargo, a constataciones de carácter em pírico para establecer una casuística lo m ás exhaustiva posible de situaciones em píricas que puedan ser tom adas en consideración para el juicio de valor. c) Determ inar las consecuencias efectivas que se producirían necesariamente si se realizara en 22. Valores «últimos» son los valores «básicos» o «funda­ mentales» -com o también traduzco a veces- a los que, por su carácter más general o abstracto, se podrían reconducir lógi­ camente los otros.

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la práctica un determ inado juicio de valor sobre un problema: 1) consecuencias que se producirían como resultado del carácter necesario de determi­ nados medios inevitables, 2) consecuencias resul­ tantes de que son inevitables determ inados efectos no queridos expresamente. Esta constata­ ción estrictamente em pírica de las consecuencias puede tener com o resultado, entre otros: 1) que sea absolutam ente im posible realizar ni siquiera de form a rem otamente aproxim ada lo que el va­ lor exige, porque no se puede encontrar ninguna vía para poder realizarlo; 2) que sea m ás o m enos altamente im probable que ese valor se pueda rea­ lizar totalmente o incluso sólo de m anera aproxi­ m ada \ por ese m ism o m otivo o porque exista la probabilidad de que se produzcan efectos colate­ rales no queridos, que harían ilusoria una reali­ zación directa o indirecta del valor; 3) que sea necesario tom ar en cuenta estos otros m edios o estos efectos colaterales, que el defensor del co­ rrespondiente postulado no había tom ado en consideración, de m odo que su propia decisión entre fines, m edios y efectos colaterales se con­ vertiría para él en un problem a y perdería capa­ cidad para im ponerse sobre los otros. d) Por últim o, se pueden sostener principios valorativos nuevos-y las posibles exigencias deri­ vadas de ellos- que el defensor de que se realice una determ inada exigencia no había tenido en cuenta, por lo que no había tom ado posición res-

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pecto a ellos, aunque la realización de las exigen­ cias del juicio de valor que él defiende choque con esos otros nuevos principios valorativos (1) en los principios o (2) en las consecuencias prác­ ticas, es decir, que choque con ellos a nivel lógico o a nivel práctico. En el prim er caso, se trata de un problem a del apartado a, y en el segundo se trata de un problem a del apartado c. Por tanto, una discusión de este tipo sobre juicios de valor, lejos de «no tener sentido», tiene un sentido muy considerable si se entienden co­ rrectamente sus objetivos; en m i opinión sólo entonces tiene su sentido. Pero la utilidad de una discusión sobre juicios de valor, en el lugar adecuado y en el sentido co­ rrecto, no se agota con estos «resultados» direc­ tos que puede producir. Si la discusión se realiza correctamente, puede fecundar el trabajo em pí­ rico muy eficazmente al sum inistrarle preguntas para el trabajo. Los problem as que se plantean en las discipli­ nas em píricas han de ser respondidos ciertam en­ te «sin hacer juicios de valor» (« wertfrei»), pues no son «problem as de valoración»; pero en nues­ tras disciplinas el planteam iento de los proble­ m as se encuentra bajo la influencia de la relación de la realidad «con» los valores (W ertbeziehung* * ) . Sobre la significación de la expresión «relación con valores» debo rem itirme a m ani­ festaciones m ías anteriores y, sobre todo, a los

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conocidos trabajos de H.[einrich] Rickert23. Se­ ría im posible exponerla de nuevo aquí. Por ello, solam ente recordaré que el térm ino «Wertbeziehung» sim plem ente quiere decir la interpreta­ ción filosófica de la «perspectiva» científica espe­ cífica que determ ina la selección y construcción del objeto de una investigación empírica24. 512 \ En todo caso, este hecho estrictamente lógi­ co no legitim a hacer ningún tipo de «juicio de valor» dentro de la investigación empírica. Lo que realmente se deriva de ese hecho, coincidien­ do con la experiencia de la historia, es que quien le señala al trabajo científico-empírico su direc­ ción es la perspectiva cultural (Kulturinteressen), lo cual es decir la perspectiva de los valores (Wertinteressen). Está ahora claro que el análisis de los 23. Heinrich Rickert (1863-1936), catedrático de Filosofía en las Universidades de Friburgo, Brisgovia y Heidelberg, autor de Die Grettzen der naturwissenschaftlichen Begriffsbildung (1902) («Los límites de la construcción de los conceptos en las ciencias naturales») y Kulturwissenschaft und Noturwissenschaft («Ciencia cultural, ciencia natural», Madrid, 1922). 24. Se trata de la perspectiva específica de la ciencia cultural, que a diferencia de la perspectiva de la ciencia natural, se in­ teresa por lo individual de la realidad. Lo individualizador en las ciencias culturales se hace precisamente posible por po­ ner el objeto en relación con los valores; pues la realidad es acción a la que se le da un sentido (un valor), es decir, lo in­ dividual de la acción tiene que ver directamente con valores considerados como tales y que por eso guían la acción: al guiar la acción es porque son entendidos como valores. Sen­ tido, significado y valor están en la misma línea.

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juicios de valor (W ertdiskussionen) puede des­ plegar toda la variedad de estos Wertinteresseti. Estas discusiones pueden reducirle, o al m enos, hacerle m ás fácil al investigador científico, y es­ pecialmente al que trabaja históricamente, la ta­ rea del «a n á lisis** de los juicios de valor» (W ertinterpretation), que es para él un trabajo previo m uy im portante para su trabajo propiam ente em pírico. D ado que m uchas veces no se distin­ gue con claridad no sólo entre juicio de valor (W ertung) y «relación con los valores» (Wertbeziehung), sino tam poco entre juicio de valor ( Wer­ tung,) y análisis de los juicios de valor (W ertinterpretation) - e s decir, el despliegue de las posibles posiciones valorativas coherentes que se pueden adoptar respecto a un fenóm eno d a d o - y surgen por ello am bigüedades, concretamente en la apreciación de la naturaleza lógica de la historia, remito en este sentido a las observaciones de las páginas 245 y siguientes de este volumen sin con­ siderarlas por lo dem ás com o definitivas25. 25. La referencia original era a la revista Archtvfür Sozialwissenchajt und Sozialpolitik, volumen XXII, pp. 168 y s. Ese pa­ saje se encuentra en: «Estudios críticos sobre la lógica en las ciencias culturales» («Kritische Studien au f dem Gebiete der kulturwissenschfatlichen Logik»), en: Gesammelte Aufsütze zur Wissenschajislehre. Edición preparada por Johannes Winckelmann. Tubinga, 1988,9.* ed., pp. 245-246. Allí señala Weber que esta «interpretación» o análisis (Deutung) puede tomar dos direcciones, casi siempre mezcladas en la realidad, pero que se pueden diferenciar desde el punto de vista lógico:

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En vez de explicar nuevamente estos proble­ m as m etodológicos quisiera comentar m ás en detalle algunos puntos concretos importantes para nuestra disciplina desde el punto de vista de la práctica. Está müy extendida la creencia de que a partir de una «tendencia evolutiva»26 hay que deducir, o se debe deducir o simplemente se pue­ de deducir, alguna indicación para form ular un juicio de valor. Pero, sin embargo, desde estas «tendencias evolutivas» por muy evidentes que fueran sólo puede obtenerse algún precepto cla­ ro para la acción en cuanto a los m edios previsi­ blemente m ás adecuados en una situación deter­ m inada, pero no para form ular propiam ente un una nos enseña a «comprender» el significado de un objeto, es decir, a elevar lo que «sentimos» de manera imprecisa y oscura hasta un «juicio de valor» articulado; en esta opera­ ción no es necesario formular o «sugerir» un juicio de valor, pues lo que el análisis sugiere realmente aquí es que son va­ rias las posibilidades de «relación del objeto con los valores». La otra dirección es la «valoración» que nos provoca el obje­ to, que no tiene por qué ser positiva; en esta dirección, el análisis muestra la variedad infinita de «juicios de valor» po­ sibles, y el sentido del análisis de estos distintos juicios de valor está precisamente en descubrir los «puntos de vista» y los «puntos débiles» posibles del «juicio de valor». 26. Uno de los apartados de la contribución de R. Goldscheid al debate sobre los juicios de valor en la Asociación de Política Social de 1913-1914 se titulaba «Sobre la relación en­ tre las tendencias evolutivas y los juicios de valor» (Texto en: Heino H. Ñau (ed.), Der Werturteilsstreit, Marburgo, 1996, pp. 76-88). Max Weber criticó las tesis de Goldscheid en va­ rias ocasiones (véase nota 33).

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juicio de valor com o tal. Aquí naturalmente el concepto de «m edio» hay que entenderlo en el sen­ tido m ás am plio posible. Por ejem plo, aquel para quien su objetivo fundamental sean los intereses de poder del Estado tendría que considerar que, según las circunstancias, el m edio (relativamen­ te) m ás adecuado para ese fin sería tanto una constitución absolutista com o una constitución dem ocrática radical; y sería totalmente ridículo tom ar un eventual cam bio en su valoración del aparato del E stado por un cam bio en su posición «últim a» [respecto a los intereses de poder del Estado]. Pero para el individuo se plantea evi­ dentemente un problem a, com o hem os dicho antes: \ ¿Tiene que renunciar un individuo a su esperanza de que se realicen sus propios juicios de valor por el hecho de conocer la existencia de una tendencia evolutiva clara, que le exigiera el em pleo de nuevos m edios para la realización de sus aspiraciones -m e d io s eventualmente repro­ bables para él desde un punto de vista m oral o cuestionables desde cualquier otro punto de vis­ ta -, o la realización de la cual [tendencia] im pli­ cara para él la aceptación de efectos colaterales desacreditados, o que transform ara la realización de sus aspiraciones en algo tan im probable que su propio trabajo parecería entonces una «qu ijo ­ tada» infructuosa desde el punto de vista de la posibilidad de lograr el resultado? Pero el cono­ cimiento de tales «tendencias evolutivas» difíci-

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les de cam biar no desem peña ningún papel espe­ cial. C ada nuevo hecho concreto puede tener igualmente la consecuencia de que haya que rea­ lizar un nuevo ajuste entre el fin y los m edios ne­ cesarios, entre el fin querido y los efectos colate­ rales inevitables. Pero no es cuestión de una ciencia em pírica, ni de ninguna ciencia, com o hem os dicho, que eso tenga que producirse y con qué consecuencias prácticas. A un sindicalista convencido, por ejemplo, se le puede dem ostrar patentemente que su actividad no sólo es «in­ útil» desde el punto de vista social, es decir, que su acción no prom ete ningún resultado para la transform ación de la situación material del pro­ letariado, sino, incluso m ás, que su acción va a em peorar inevitablemente esa situación porque va a provocar actitudes «reaccionarias»; y, sin em bargo, con todo eso, si él realmente profesa su opinión hasta las últim as consecuencias, con todo eso no se le habrá dem ostrado nada en ab ­ soluto. Y no porque él sea un loco, sino porque él puede tener «razón» desde su punto de vista, com o vam os a explicar enseguida. En general, en la cuestión de los m edios a utilizar, los hombres tienden con mucha fuerza a adaptarse interior­ mente a los resultados, o a quien prom eta resul­ tados, y tienden a adaptarse a los resultados no sólo en la cuestión de hasta qué punto están d is­ puestos a realizar sus ideales - lo cual es obvio-, sino incluso en la de renunciar a ellos. En Alema-

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nía se cree que esto se puede adornar con el nom ­ bre de «realism o político» (Realpolitik). En todo caso, no se com prende por qué precisamente los representantes de una ciencia em pírica deberían sentir la necesidad de apoyar esto constituyén­ dose en «palm eros» de una «tendencia evoluti­ va» y convirtiendo la «adaptación» a esa tenden­ cia en un \ principio supuestam ente respaldado por la autoridad de la «ciencia», cuando esa adaptación a los resultados es un problem a de ju icio de valor que ha de resolver el individuo en cada caso concreto, es decir, un problem a de va­ loración que hay que trasladar a la conciencia de cada uno. Es acertado, si se entiende correctam ente, que una política exitosa es siempre el «arte de lo p o ­ sible». Pero no es m enos correcto que lo posible sólo se ha conseguido frecuentemente cuando se ha aspirado a lo im posible que está m ás allá de lo posible. La ética de la «adaptación» a lo posible - la m oral burocrática del confucianism o-27 no ha sido realmente la única ética coherente que ha m arcado las características específicas de nuestra cultura, apreciadas (subjetivam ente) por todos nosotros com o m ás o m enos positivas, a pesar de las diferencias que tengam os. Yo quisiera que, al m enos a la nación, no se le privase en nom bre de 27. Sobre el confucianismo, véase Max Weber,« Ensayos so­ bre la ética económica de las religiones universales», en: MWG I\19, pp. 128-470.

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la ciencia de que junto al «valor resultado» de una acción está el «valor convicción», com o he­ m os expuesto antes. Pero, en todo caso, el desco­ nocim iento de este hecho im pide la com pren­ sión de la realidad. Pues, p o r seguir con el ejem plo anterior del sindicalista, no es lógico que, para «criticar» ese com portam iento, se con­ fronte con el «valor resultado» un com porta­ miento, que, si es consecuente, debe adoptar com o guía «el valor convicción». El sindicalista realmente coherente sólo quiere mantener en sí m ism o una determ inada convicción, que le pare­ ce valiosa y sagrada, y, si es posible, despertarla en los otros. Sus acciones, condenadas de ante­ m ano al fracaso absoluto, tienen la finalidad en últim o térm ino de darse a sí m ism o ante su foro interno la certeza de que esta convicción es au ­ téntica, es decir, de que tiene la fuerza para «acre­ ditarse» en acciones y no es una mera fanfarro­ nada. Estas acciones sólo existen realmente (quizás) para ello. En lo dem ás - s i él es conse­ cuente-, su reino no es de este m undo al igual que el reino de la ética de convicciones28. «Cien­ tíficamente» sólo se puede establecer que esta concepción de su s propios ideales es la única coherente internamente, no refutable con «he­ chos» externos. Yo quisiera creer que con esto se 28. Para la contraposición entre la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad, puede verse Max Weber, La po­ lítica como profesión (2007): 135-136.

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habría prestado un servicio tanto a los seguido­ res com o a los detractores del sindicalism o, un servicio precisamente que ellos exigen con razón a la ciencia. Por el contrario, m e parece que no se gana nada en ninguna ciencia con el procedi­ miento del «p o r un la d o ..., por otro l ado. . del siete m otivos «a favor» y seis m otivos «en con­ tra» de un fenóm eno (\ la huelga general, por ejem plo) y de ponderarlos unos con otros al esti­ lo de la vieja cam eralística y de los m em orandos chinos m odernos2930. La tarea de una ciencia que no haga juicios de valor (w ertungsfrei) acaba m ás bien en darle una form ulación coherente y dota­ da de lógica interna a esa posición sindical y en la constatación de las condiciones em píricas de su nacimiento, de sus posibilidades y de sus conse­ cuencias prácticas atendiendo a la experiencia. Q ue alguien deba ser sindicalista o no deba serlo no se puede dem ostrar nunca sin determ inadas prem isas metafísicas, que no son dem ostrables, y ciertamente en este caso concreto, por ninguna ciencia, sea la que seax . Que un oficial prefiera 29. Weber veía un ejemplo de la cameralística china en el historiador Se Ma Tsien (145-90 a. C .), autor de «Shih-chi», editado y traducido por Edouard Chavannes: Les mémoires historiques de Se-ttta Ts’ien. 5 tomos, París: Emest Leroux, 1895-1905. 30. En el Informe de 1913 para la Asociación de Política So­ cial Weber había añadido lo siguiente: «Tampoco se puede “demostrar”, por ejemplo, si habría que preferir el papel de Don Quijote o el de Sancho Panza, si uno estuviera alguna

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dinam itarse en su trinchera a rendirse, puede ser totalmente inútil en un caso dado desde todo punto de vista, si se lo m ide por los resultados. Pero no debería ser indiferente que exista real­ mente, o que no exista, la convicción que le lleva a hacer esto, sin preguntar por su utilidad. En todo caso, esa convicción debe tener tan poco «sinsentido» com o la del sindicalista consecuen­ te. Si un profesor quisiera recom endar este catonism o31 desde la cóm oda altura de la cátedra, no parecería por supuesto de un especial buen gus­ to. Pero tam bién es cierto que no se le exige al profesor que alabe lo contrario y convierta en un deber adaptar los ideales a las posibilidades ofre­ cidas por una situación determ inada o una ten­ dencia evolutiva. Hem os utilizado aquí repetidamente el térm i­ no «adaptación», el cual es bastante inequívoco en el u so elegido en este caso concreto. Pero vem os que el térm ino tiene un doble sentido: adaptar los m edios de un determ inada posición valorativa básica a una situación determinada (« Realpolitik» en sentido estricto) y adaptarse, al vez en la terrible situación de tener que elegir sólo entre los dos, pero una situación al menos parecida sucede con m ás frecuencia de lo que a veces se cree» (Baumgarten 1964:125). 31. Catonismo como expresión de un comportamiento exi­ gente, por referencia a Catón el Viejo (Marcus Porcius Cato, 234-149 a. C.), representante de las virtudes romanas tradi­ cionales y elegido por Cicerón como ñgura principal de su escrito De Senectute.

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elegir entre las posibles posiciones, a las posibili­ dades del m om ento -reales o aparentes- de una de ellas (esa especie de «Realpolitik» con la que nuestra política ha conseguido resultados tan m agníficos desde hace 27 años). Pero con ello no se han agotado ni con mucho todos sus posibles significados. Por ello creo que, en el análisis de nuestros problem as, tanto sobre cuestiones valorativas com o sobre otras, sería preferible excluir por com pleto este concepto del que se ha abusa­ do mucho. \ Pues el concepto de adaptación es completamente equívoco com o expresión de una argum entación científica, pues se utiliza conti­ nuamente tanto para «explicar» (para explicar, por ejemplo, la existencia em pírica de ciertas concepciones éticas en ciertos grupos hum anos en determ inadas épocas) com o para «valorar» (para valorar com o objetivam ente «aceptables» determ inadas concepciones éticas, por ejem plo, y valorarlas, por ello, com o objetivam ente «co­ rrectas» y valiosas). Y, sin em bargo, el térm ino no aporta nada en ninguno de los dos sentidos, por­ que siempre necesita una interpretación. La ex­ presión tiene su origen en la biología. Si la expre­ sión significara en sentido biológico que un grupo hum ano tendría la posibilidad, relativa­ mente determinable por determ inadas circuns­ tancias dadas, de conservar su m asa hereditaria psicofísica si procreara prolíficamente, entonces los estratos sociales con m ás m edios económ icos

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y que controlen su vida con la m áxim a racionali­ dad posible, por ejemplo, serían los «m ás in­ adaptados» atendiendo a las estadísticas de nata­ lidad. «A daptados» al m edio ambiente de Salt Lake en un sentido biológico -p e ro también en cualquier otro sentido de los m uchos sentidos em píricos que pod am os p en sar- estaban los p o ­ cos indios que vivían allí antes de las migraciones de los m orm ones, exactam ente tan bien o tan mal adaptados com o las populosas colonias m orm onas posteriores32. Con este concepto, por tanto, no entendem os m ejor empíricamente nada, pero nos hacemos fácilmente la idea de que sí. Y se puede decir -esto ya lo podem os estable­ cer a q u í- que, sólo en el caso de dos organizacio­ nes absolutam ente iguales en todos los aspectos, una diferencia concreta hace que una de las orga­ nizaciones tenga una situación «m ás adecuada» em píricam ente que la otra para permanecer, una situación «m ás adaptada» en ese sentido a las condiciones existentes. Pero en la valoración, sin embargo, uno puede opinar que el mayor núm e­ ro [de personas] y las capacidades y cualidades materiales y de otra índole, que los m orm ones llevaron y desarrollaron allí, son una prueba de la superioridad de los m orm ones sobre los in32. Se reñere a las migraciones de los mormones hacia el Oeste norteamericano en 1846 (desde Nauvoo, Illinois, a Salt Lake, Utah, donde se asentaron y desde donde se expandie­ ron).

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dios, al igual que otro que desprecie absoluta­ mente los instrum entos y los efectos colaterales de la ética m orm ona, que son al m enos corres­ ponsables de esas aportaciones, puede preferir la estepa incluso sin indios o preferir la existencia rom ántica de los indios en la estepa, sin que nin­ guna ciencia del m undo, sea la que sea, pueda pretender convencerle de lo contrario. Aquí se trata ya de \ un ajuste irresoluble entre fines, me- 517 dios y consecuencias colaterales. Sólo cuando nos preguntam os por los m edios adecuados para un fin determ inado de manera absolutam ente inequívoca estam os ante una cuestión resoluble em píricam ente. La proposi­ ción «x es el único m edio para y» es, en realidad, una m era inversión de la proposición «y es efecto de x». Pero el concepto de la «adaptabilidad» - y todos los conceptos em parentados con é l- no nos da, en todo caso - y esto es lo m ás im portan­ te-, la m ás m ínim a inform ación sobre los juicios de valor que subyacen en ese concepto en últim o térm ino, y que él oculta, com o ocurre con el con­ cepto últim amente tan en boga d e «econom ía hum ana»33, que yo considero radicalmente con33. Se refiere al economista y sociológo Rudolf Goldscheid (1870-1931). En 1907 había fundado la Sociedad de Socio­ logía en Viena, y en 1909 participó en la fundación de la Sociedad Alemana de Sociología. Coeditor de los Amalen für Natur- und Kulturphilosophie. Goldscheid publicó en 1908 su escrito Entwkklungswerttheorie, Entwicklungsoko-

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fuso. En el terreno de la cultura, «adaptado» es todo o nada, según se entienda el concepto. Pues la lucha no se puede elim inar de la vida civilizada (Kulturleben). Se pueden cam biar los medios de lucha, su objeto, e incluso su dirección y quienes la hacen, pero no se puede eliminar la lucha m is­ ma. En vez de una lucha entre personas enfrenta­ das por cosas materiales puede ser una lucha in­ terior por bienes espirituales entre personas que se am an, en la que en vez de la coacción exte­ rior se dé una violación íntima (incluso bajo la form a de una entrega erótica o caritativa); o pue­ de ser una lucha en el interior del alma de un individuo consigo m ism o; la lucha o el conflicto siempre está ahí, y frecuentemente con tantos m ás efectos cuanto m enos se note, cuanto más adopte la form a de un autoengaño ilusorio o de un cóm odo e indolente dejar que las cosas suce­ dan o cuando se produce bajo la form a de una «selección». La «paz» significa un desplazam ien­ to de las form as de lucha, o de los luchadores o dei objeto por el que se lucha o, finalmente, de las posibilidades de selección, y no otra cosa. N o p o­ dem os decir nada con carácter general sobre si estos desplazam ientos pasarán la prueba, y cuán­ do, ante un juicio de valor de índole ética o de otro tipo. Sólo una cosa resulta indudable: si se tíomie, Menschenókanomie. Eine Programmschrift (Leipzig, 1908) («Teoría valoratíva del desarrollo, economía del desa­ rrollo, economía humana»).

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quiere valorar un sistem a (O rdnung) de relacio­ nes sociales de la índole que sea, hay que exam i­ nar todos los sistem as sin excepción, en últim o térm ino, en relación con la cuestión de a qué tipo de hombre le dan, en el cam ino de la selección material o espiritual, las m ejores posibilidades para convertirse en el tipo predom inante. Pues, por lo dem ás, no existe realmente ninguna inves­ tigación em pírica exhaustiva ni existe la base real necesaria para form ular un juicio de valor subje­ tivo o un juicio de valor con pretensión de vali­ dez objetiva. \ Hay que recordarles este hecho al 518 m enos a esos num erosos colegas que creen que podem os operar con un concepto preciso de «progreso» para caracterizar la evolución social. Esto nos conduce ahora a una consideración m ás detallada de este im portante concepto. Naturalm ente el concepto de «progreso» (Fortschritt) se puede utilizar «sin hacer ningún juicio de valor» (w ertfrei), cuando con él se iden­ tifica el «avance» [progresión] en un proceso de desarrollo concreto, aisladam ente considerado. Pero en la mayoría de los casos la cosa es m ucho m ás com plicada. Aquí vam os a considerar algu­ nos casos de diferentes ám bitos, en los que se da una relación m uy estrecha con la cuestión de la valoración. En el terreno de los elementos irracionales, sentimentales y afectivos de nuestro com porta­ m iento anímico, podem os calificar com o un

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progreso en la «com plejidad» espiritual, sin ha­ cer ningún juicio de valor, el incremento cuanti­ tativo de los m odos posibles de com portam iento o su diversificación cualitativa - lo cual va unido casi siem pre al incremento cuantitativo-. Pero en seguida se asocia a esa calificación de progreso el concepto valorativo de un incremento de la «ca­ pacidad», de la «relevancia» de un «alm a» indivi­ dual o del «alm a» de una época - lo cual es ya una construcción no inequívoca, com o ocurre en el libro de Sim m el Schopenhauer und NietzscheM—. No hay duda alguna evidentemente de que existe de hecho esa «progresión en la com pleji­ dad» (Fortschreiten der Differenzierung), con la reserva de que realmente no siem pre existe don­ de uno cree que existe. Se puede hacer creer fácil­ mente que aum enta la com plejidad porque au ­ menta la atención que se le presta actualmente a los matices del sentimiento, debido a la creciente racionalización e intelectualización de todos los ám bitos de la vida, así com o a la mayor im por­ tancia subjetiva que los individuos atribuyen a sus propias m anifestaciones vitales -q u e suelen ser indiferentes para los d em ás-. La mayor aten­ ción puede significar una com plejidad mayor o puede fomentarla. Pero la apariencia engaña fá­ cilmente y yo confieso que considero muy grave 34 34. Georg Simmel: Schopenhauer und Nietzsche. Ein Vortragszyklus, Leipzig, 1907.

p o r q u e n o se d eben

HACER luíaos D E v a l o r

en

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este engaño. De todos m odos, el hecho existe. La cuestión de que alguien denomine este aum ento de la com plejidad com o «progreso» es, en sí m is­ mo, una cuestión de adecuación term inológica. Pero la cuestión de valorarla com o «progreso» en el sentido de un incremento de la «riqueza inte­ rior» no puede decidirla, en todo caso, \ ninguna disciplina em pírica. Pues a estas disciplinas no les incum be la cuestión de si hay que reconocer com o un «valor» las posibilidades que se están desarrollando de nuevos sentim ientos o de que se tom e conciencia de ellos, junto a los nuevos «problem as» y «tensiones» que se plantean oca­ sionalm ente. Pero para quien quiera form ular un juicio de valor sobre el hecho de la com plejidad com o tal y busque un punto de vista al respecto -algo que ninguna disciplina em pírica puede prohibirle a nadie-, m uchos fenóm enos de la ac­ tualidad le harán preguntarse naturalm ente tam ­ bién a qué precio se «consigue» este proceso, si es que éste es realmente algo m ás que una ilusión intelectualista. Quien esto busque, no podrá pa­ sar por alto, por ejemplo, que ir a la caza de «ex­ periencias» (Erlebnis) -la auténtica palabra de m oda actualmente en Alemania - puede ser en gran m edida el resultado de una reducción de las fuerzas para sobrellevar interiormente la «vida cotidiana», ni podrá pasar por alto que la necesi­ dad creciente que el individuo siente de darle p u ­ blicidad a sus «experiencias» podría ser valorada

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quizás com o una pérdida del sentido de la d is­ tancia, y por lo tanto com o una pérdida del sen­ tido de la dignidad y del estilo. En todo caso, en el terreno de los juicios de valor sobre la expe­ riencia subjetiva, la «progresión de la com pleji­ d ad » sólo coincide con un incremento del «va­ lor» en el sentido intelectualista de que aum entan las experiencias conscientes o de que aumentan las capacidades expresivas y comunicativas. Algo m ás com plicada resulta la aplicación del concepto de «progreso» en el terreno del arte (progreso en el sentido de un juicio de valor). Esa aplicación se discute a veces con pasión. Y según el sentido en el que se lo entienda, con razón o sin ella. No ha habido ningún análisis valorativo del arte que se conform ara con hacer una contra­ posición excluyeme entre «arte» o «no arte», y que no diferenciara entre un experimento y un logro consum ado, entre el valor de diferentes lo­ gros, entre un logro consum ado y un logro fraca­ sado en algún punto concreto o en algunos pun­ tos concretos, incluso en puntos importantes, pero un logro, no obstante, no carente totalm en­ te de valor; y que no sólo aplicara esas diferencias a un artista individual sino también al estilo de épocas enteras. El concepto de «progreso», apli­ cado a estas realidades, resulta trivial por su otro uso en problem as estrictamente técnicos. Pero 520 no carece de sentido en sí m ism o. \ El problem a para la historia del arte em pírica y para la sociolo-

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gta del arte em pírica reside en otro lugar distinto. Para la historia del arte, en el arte no hay natural­ mente ningún «progreso», en el sentido de valo­ rar estéticamente las obras de arte com o un logro inteligible consum ado, pues una valoración de esa índole no es algo que se pueda realizar con los m edios del análisis em pírico y está, por lo tanto, m ás allá de su tarea. Por el contrario, sí puede usar un concepto de «progreso» exclusivamente técnico, racional y por consiguiente inequívoco, del que vam os a hablar enseguida y cuya utilidad para la historia del arte em pírica se deriva preci­ sam ente de que progreso, aquí, se lim ita exclusi­ vam ente a los medios técnicos que em plea una voluntad artística para una finalidad establecida ñrmemente. En la historia del arte se infravalora fácilmente la trascendencia de esta realmente m odesta investigación o se la malinterpreta en el sentido que le atribuyen los supuestos «especia­ listas» de m oda, serviles y falsos, al pretender «conocer» a un artista cuando han levantado las cortinas de su estudio y han pasado revista a sus m edios materiales, a su «estilo». Entendido co­ rrectamente, el progreso «técnico» es precisamen­ te el territorio de la historia del arte, porque aquél y su influencia sobre el artista contienen aquello que se puede com probar empíricamente a lo largo de la evolución del arte, es decir, aquello que se puede com probar sin hacer valoraciones estéticas. Pongamos algunos ejem plos que ilustran la signi-

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fícación real de lo «técnico» -e n el sentido autén­ tico de la palabra- en la historia del arte. El surgim iento del gótico fue, ante todo, el re­ sultado de lograr la solución técnica de un pro­ blema de construcción para abovedar espacios de cierto tipo: el problem a de encontrar el ópti­ m o técnico en la construcción de arbotantes para una bóveda de crucero, junto con algunos otros detalles que no vam os a exponer aquí. Se solu­ cionaron unos problem as de construcción muy concretos. Saber que con ello se había hecho po­ sible un determ inado m odo de abovedar espa­ cios no cuadrados despertó el entusiasm o apa­ sionado de aquellos arquitectos pioneros y quizás desconocidos para siem pre, a quienes se debe el nuevo estilo arquitectónico. Su racionalism o téc­ nico desarrolló el nuevo principio en todas sus 521 consecuencias. Su \ voluntad artística utilizó el nuevo principio com o una posibilidad para con­ sum ar tareas artísticas im pensables hasta enton­ ces y m etió a la escultura en la vía de una nueva «sensación del cuerpo», despertada ante todo por la nueva configuración arquitectónica de las superficies y los espacios. El hecho de que esta transform ación, que se había producido básicam ente desde un punto de vista técnico, se cruzara con determ inados senti­ mientos generados en gran m edida por causas sociales y religiosas, deparó los principales ele­ m entos de los problem as con los que trabajaron

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los artistas en la época gótica. La historia del arte y la sociología del arte agotan su tarea empírica en m ostrar las condiciones técnicas, materiales, sociales y psicológicas del nuevo estilo. Pero la historia del arte ni «valora» el estilo gótico en re­ lación, po r ejem plo, con el rom ánico o con el renacentista -m u y dirigido éste a su vez por los problem as técnicos de la cúpula y por los cam ­ bios en la función de la arquitectura condiciona­ d os tam bién sociológicam ente; ni «valora» esté­ ticamente una obra de arte en concreto, m ientras siga siendo una historia del arte em pírica-. Antes bien, la perspectiva de la historia del arte respecto a las obras de arte y a sus características concretas estéticamente relevantes -e l objeto propio de la historia del arte, por tan to- es algo heterónomo, es decir, es un a priori dado por el valor estético de esas obras, valor que ella no puede establecer con sus medios. Algo sim ilar ocurre en la historia de la m úsi­ ca. Desde la perspectiva del hombre europeo mo­ derno (¡«relación con los valores»!), su problema principal es realmente por qué la m úsica arm ó­ nica desarrollada en casi todas partes a partir de una polifonía popular se desarrolló sólo en Euro­ pa y en una época determ inada, m ientras que en otras partes la racionalización de la m úsica tom ó otro cam ino, casi siem pre el opuesto, a saber, el desarrollo de los intervalos por división de las distancias (por lo general, una cuarta) en vez de

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una división arm ónica (la quinta). En el centro está, por tanto, el problem a del origen de la tercia en su significación arm ónica: com o elemento del trítono y, adem ás, de la crom ática arm ónica; aun m ás, el origen de la rítm ica m usical m oder­ na (de las partes buenas y m alas de los com pa­ ses) -e n vez de una división meramente metronóm ica de los co m p ases-, una rítm ica sin la cual sería im pensable la m úsica instrumental m oderna. De nuevo se trata aquí, en prim er lu­ gar, de \ problem as puram ente técnico-raciona­ les del «progreso». Pues el hecho, por ejemplo, de que la cromática fuese conocida mucho antes que la música arm ónica com o m edio de interpreta­ ción de las «pasiones» señala a la antigua música cromática (supuestamente incluso «enarm óni­ ca») como uno de los docm ios pasionales de los fragmentos de Eurípides recientemente descu­ biertos'5. O sea, que la diferencia entre esta música antigua y aquella música cromática no estriba en el deseo de expresión artística, sino en los m edios de expresión, que los grandes experimentadores musicales del Renacimiento crearon en tormento-35 35. Referencia al descubrimiento, en 1906, de numerosos ver­ sos y fragmentos de la obra de teatro Hipsípila, de Eurípides. Estos 400 fragmentos de Eurípides, que se encontraban entre los cien mil papiros descubiertos en ese año cerca de El Cairo, fueron publicados en 1908. El docmio es un tipo de verso pro­ bablemente derivado del trímetro yámbico especialmente uti­ lizado en pasajes muy emotivos en las tragedias griegas.

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sos afanes de descubrimientos racionales - y precisa­ mente para darle forma musical a las «pasiones»-. Sin embargo, lo técnicamente nuevo fue que esta m úsica cromática se convirtió en la de nuestros intervalos arm ónicos y no en una m úsica con las distancias melódicas de sem itonos y cuartos de tono de los helenos. Y que esto pudiera ser así te­ nía, a su vez, sus razones en soluciones dadas ante­ riormente a problem as técnico-racionales. Así es­ pecialmente en la creación de la partitura racional (sin la cual sería impensable cualquier com posi­ ción m oderna) y, antes aún, en la creación de de­ term inados instrumentos que im pulsaron la in­ terpretación arm ónica de los intervalos musicales, y, sobre todo, en el canto polifónico racional. La mayor parte de estos logros fue conseguida, sin embargo, en la Alta Edad Media por los monjes de las misiones noroccidentales [de Europa], quie­ nes, sin sospechar el alcance posterior de sus ac­ ciones, racionalizaron para sus fines la polifonía popular, en vez de elaborar su música com o los bizantinos, a partir de los poetas líricos educados en la tradición helénica. Particularidades concre­ tas, de carácter sociológico e histórico-religioso, de la situación interna y externa de la iglesia m e­ dieval en Occidente, hicieron que surgiera allí esta problemática musical, que en su naturaleza era de índole «técnica», partiendo de un racionalismo privativo del m onacato de Occidente. Por otro lado, la recepción y la racionalización del com pás

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bailable -e l padre de las form as musicales que iban a desem bocar en la so n ata- estuvo condicio­ nada por ciertas form as de vida social de la socie­ dad renacentista. Finalmente, el desarrollo del piano, uno de los factores técnicos m ás im portan­ tes del desarrollo musical m oderno y su difusión entre la burguesía, tuvo sus raíces específicas en las características de la construcción de un espacio cultural com ún en el norte de Europa. Todo esto son «progresos» en los medios técnicos \ de la m ú­ sica, los cuales han Influido fuertemente sobre su historia. Estos elementos de la evolución histórica los podrá desarrollar la historia empírica de la música, y los tendrá que desarrollar, sin realizar por su parte ninguna valoración estética de las obras de arte musicales. El «progreso» técnico condujo muy a menudo a aportaciones muy insu­ ficientes desde el punto de vista estético. La pers­ pectiva, el objeto que hay que explicar histórica­ mente, se lo da a la historia de la música de form a heterónoma la significación estética del mismo. En el desarrollo de la pintura, la elegante m o­ destia del planteamiento de Wólfílin en su obra El arte clásico36es un ejemplo excelente de las aporta­ ciones del trabajo empírico. 36. Se refiere a la obra de Heinrich Wólfílin (1864-1945), Die klassischeKunst Ene Einführung in die italienische Rettaissance (1899), Múnich, Bruckmann, 1908,4* ed. (El arte clásico. In­ troducción al Remamiento italiano). El suizo Wólfílin fue catedrático de Historia del Arte en Basilea, Berlín, Múnich y

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En ella se destaca de m anera característica la separación com pleta entre la esfera del valor y la esfera de lo em pírico, en que el em pleo de una determ inada técnica no dice lo m ás m ínim o, por «progresista» [avanzada] que sea, sobre el valor estético de la obra de arte. O bras de arte con una técnica muy «prim itiva» - p o r ejemplo, cuadros que desconocen la perspectiva- pueden estar al m ism o nivel estético que las obras de arte m ás perfectas, realizadas con una técnica racional, en el caso de que la voluntad artística hiciera una obra coherente con esa técnica «prim itiva». La creación de nuevos m edios técnicos sólo signifi­ ca una mayor com plejidad y sólo ofrece una po­ sibilidad de que aum ente la «riqueza» del arte en el sentido de un incremento de su valor. En reali­ dad, no pocas veces ha tenido el efecto contrario de «em pobrecer» las form as. Pero en un análisis em pírico de las relaciones de causalidad, los cam ­ bios en la «técnica» -e n el sentido m ás pleno de la palabra- son el m omento más importante de la evolución del arte que se puede constatar con ca­ rácter general. N o obstante, no sólo los historiadores del arte sino tam bién los historiadores en general suelen objetar a esto que ellos no pueden dejar de tener derecho a hacer valoraciones políticas, culturaZúrich. Su obra más conocida fue Conceptosfundamentales de la Historia del Arte (Kunstgeschichtliche Grundbegriffe, 1915).

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les, éticas o estéticas, y que no pueden hacer su trabajo sin ellas. La metodología ni tiene la capaci­ dad ni la finalidad de prescribir a nadie qué debe ofrecer en su obra literaria; sólo se toma el derecho, por su parte, de establecer que ciertos problemas tienen sentidos diferentes, que la confusión de unos problemas con otros tiene com o consecuencia que 524 su análisis \ conduce a hablar sin entenderse, y que, con los medios de la ciencia empírica o los de la ló­ gica, tiene sentido discutir sobre algunos proble­ mas, mientras que no es posible hacerlo sobre otros. Quizás podría añadir aquí una observación de ca­ rácter general, sin probarla por ahora: un examen atento de los trabajos históricos deja ver muy fácil­ mente que, cuando un historiador comienza a «ha­ cer juicios de valor», suele interrumpirse casi sin excepción el rastreo a fondo de las causas empíricas hasta el final, en detrimento de los resultados cien­ tíficos; cae entonces en el peligro, por ejemplo, de «explicar» com o consecuencia de un «error» o de un «declive» lo que quizás eran consecuencias de los ideales de algunos agentes históricos-diferentes a los suyos-, equivocando así su tarea más propia, que es la de «comprender» los fenómenos históri­ cos. Este malentendido se explica por dos motivos. En primer lugar, porque -p o r seguir con el terreno del arte-, podem os acceder a la realidad artística además de desde un análisis valorativo puramente estético o desde un análisis estrictamente empírico que se ocupe de establecer imputaciones causales,

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desde un tercer tipo de análisis: desde un análisis de los juicios de valor, sobre el que no vamos a repetir ahora lo dicho anteriormente. No existe duda algu­ na de que este análisis tiene su propio valor y de que es imprescindible para cualquier historiador. Y no hay duda tampoco de que el lector habitual de his­ toria del arte también espera encontrar este tipo de análisis. Pero este análisis, visto desde su estructura lógica, no coincide con el análisis empírico. Pero, en segundo lugar, hay que decir que quien quiera realizar una aportación a la historia del arte, por muy empírica que sea, necesita para ello la ca­ pacidad de «comprender» la producción artística, y esta capacidad no es pensable evidentemente sin la capacidad para hacer un juicio estético, es decir, no es pensable sin la capacidad para hacer una valora­ ción. Esto mismo vale, como es natural, para el his­ toriador político, el historiador de la literatura, el historiador de la religión o el historiador de la filo­ sofía. Pero esto no dice absolutamente nada sobre la naturaleza lógica del trabajo histórico. De esto hablaré m ás adelante. Ahora sólo iba a exponer la cuestión de en qué sentido puede hablarse de «progreso» en la historia del arte, fuera del ám bito de los juicios de valor estéticos. H em os visto que este concepto de «progreso» adquiere aquí \ un sentido técnico y racional, que se refiere a los medios para la realización de una finalidad artística, sentido que puede llegar a ser realmente relevante en una historia em pírica del

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arte. Es ahora ya el m om ento de investigar este concepto de progreso «racional» en su terreno m ás propio y considerar si tiene un carácter em ­ pírico o no empírico. Pues lo ya dicho sólo es un caso particular de un hecho muy general. El m odo en que Windelband delimita el tema de su «historia de la filosofía» -«e l proceso en el que el hombre europeo ha form ulado su concep­ ción del m undo [y sus apreciaciones sobre la vida] con conceptos científicos» (Geschfichte] der Phil[osophie] sección 2 ,4.a ed., p. 8)37- implica para su, en mi opinión, brillantísima pragmática un uso del concepto de «progreso» derivado espe­ cíficamente de esa relación con los valores cultu­ rales (cuyas consecuencias se sacan en las pági­ nas 15 y 16); un concepto de progreso que, por un lado, no es evidente para todas las «historias» de la filosofía, pero, por otro lado, es acertado para fundam entar la referencia a valores cultura­ les, no sólo en una historia de la filosofía y no sólo en la historia de cualquier otra ciencia, sino también en cualquier «historia» -p ero de m ane­ ra distinta a com o supone W indelband, en la pá37. Esta cita se encuentra dentro de la Introducción de la obra de Wühelm Windelband (1848-19)5), Geschkhte der Philosophie (Historia de lafilosofía), Friburgo, 1892, pp. 1-17. Windelband, Profesor de Filosofía en la Universidad de Es­ trasburgo cuando se publicó el libro, fue con posterioridad catedrático de Filosofía en la Universidad de Friburgo de Brisgovia y en Heidelberg.

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gina 7, núm . 1 de la sección 2, de la m ism a obra). En lo sucesivo, sin em bargo, sólo vam os a hablar del papel que juega el concepto de «progreso» ra­ cional en la Econom ía y en la Sociología. Nuestra vida social y económ ica europeo-norteam erica­ na está «racionalizada» de un m odo específico y en un sentido específico. Por ello, una de las ta­ reas principales de nuestras disciplinas es expli­ car esta racionalización y construir los conceptos correspondientes. Y ahí se presenta de nuevo lo que hem os tocado en el ejem plo de la historia del arte, pero que allí dejam os abierto: ¿qué quiere decir propiam ente caracterizar un proceso com o un «progreso racional»? También aquí se repite la mezcla de «progreso» com o (1) una mera «progresión» en la compleji­ dad, (2) com o un aum ento de la racionalidad técnica de los medios, y (3) com o un aum ento de valor. En prim er lugar, un com portam iento «ra­ cional» desde el punto de vista subjetivo no es lo m ism o que una acción racionalmente «correc­ ta», es decir, una acción que utilice los m edios correctos desde un punto de vista objetivo, se­ gún el conocim iento científico. Un com porta­ miento «racional» desde el punto de vista subje­ tivo significa solam ente que la intención subjetiva \ se va a guiar sistem áticam ente por unos me- 526 dios considerados com o correctos para un fin de­ term inado. Es decir, una mayor racionalización subjetiva de la acción no significa necesariamen-

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te un «progreso» objetivo hacia una acción ra­ cionalmente «correcta». La m agia, por ejemplo, se ha «racionalizado» tan sistem áticamente com o la física. La prim era terapia «racional» significó en casi todas partes, de acuerdo a sus propias pretensiones, renunciar a curar los síntom as con hierbas y brebajes experim entados en la práctica a favor de exorcizar las «causas reales» (supuesta­ mente) de la enferm edad (causas mágicas, de es­ píritus). Form alm ente esa terapia tenía la m ism a estructura racional que m uchos de los progresos m ás im portantes de la terapia moderna. Pero, sin embargo, nosotros no podrem os valorar estas te­ rapias de los m agos com o un «progreso» hacia la acción «correcta» en relación con aquel conoci­ miento experimental. Y, por otro lado, no todo el «progreso» en cuanto a la utilización de los m e­ dios «correctos» se logra con una «progresión» en el prim er sentido, en el sentido de un avance racional desde el punto de vista subjetivo. Que una acción con un aum ento de la racionalidad desde el punto de vista subjetivo conduzca a una acción «m ás racional» es solam ente una entre las m uchas posibilidades y algo que cabe esperar con distintos grados de probabilidad. Pero si en un caso concreto es correcta la proposición si­ guiente: la m edida x es el m edio (vam os a su p o ­ ner que es el único m edio) para alcanzar el resul­ tado y (lo cual es una cuestión empírica, y es por cierto la sim ple inversión de la proposición cau-

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sal de que y es efecto de x ) y si esta proposición es utilizada por los hom bres expresam ente com o una guía para que su acción se dirija al resultado y (lo cual es asim ism o com probable em píricam ente), entonces su acción está «co ­ rrectam ente» dirigida «desde un punto de vista técnico». Si el com portam iento hum ano - d e cualquier tipo que se a - se guía, en algún punto concreto, «m ás correctam ente» desde el punto de vista técnico que antes, entonces se da un «progreso técnico». Q ue éste sea el caso, esto es una constatación que tiene que efectuar una dis­ ciplina em pírica con los m edios de la experiencia científica, es decir, es una constatación em pírica -presuponiendo siempre, naturalm ente, que el ñn esté establecido de manera absolutam ente in­ equívoca-. En este sentido -obsérvese bien, en el caso de que haya un fin inequívocamente d a d o - se puede establecer un concepto de corrección «técnica» y de progreso «técnico» en los \ m edios, enten­ diendo aquí «técnica» en su sentido m ás am plio, es decir, com o com portam ien to racional en todos los terrenos, también en el terreno de las relaciones hum anas de poder de tipo político, social, educativo o propagandístico. Podem os hablar de «progreso» de m anera casi inequívoca en el terreno específico que se denom ina usual­ mente com o «técnica», pero, por m encionar co­ sas que nos son próxim as, tam bién en el terreno

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de la técnica comercial y en el de la técnica ju rí­ dica, si se tom a com o punto de partida el estatus claramente determ inado de una institución con­ creta. Digo de manera aproxim adam ente inequí­ voca, pues, com o cualquier experto sabe, los d is­ tintos principios técnico-racionales están en un conflicto entre sí, siendo posible ciertamente en­ contrar un com prom iso entre ellos desde los res­ pectivos puntos de vista de los distintos intereses involucrados, pero nunca una reconciliación «objetiva». Y hay también un progreso «econó­ m ico» hacia una relativamente óptim a satisfac­ ción de las necesidades si se dan determ inadas posibilidades de adquisición de los m edios para ello: si presuponem os com o d ad as determ inadas necesidades, si presuponem os adem ás que todas las necesidades com o tales y la apreciación subje­ tiva de su im portancia están exentas de crítica y si presuponem os, finalmente, com o firmemente establecido un determ inado sistem a económ ico - d e nuevo con la reserva de que los distintos in­ tereses pueden estar, y están, en un conflicto en­ tre sí, por ejem plo, en relación con la abundan­ cia, la seguridad y la duración de la satisfacción de las necesidades-. Hay progreso «económ ico», pero sólo bajo estos supuestos y limitaciones. A partir de aquí algunos han intentado deri­ var la posibilidad de hacer juicios de valor in­ equívocos y estrictam ente económicos. Un ejem ­ plo característico de juicio de valor económ ico es

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el aducido en su época por el profesor Liefm ann38: destruir deliberadamente bienes de con­ sum o con unos precios por debajo de su coste de producción para beneficiar la rentabilidad de los productores. Según el profesor, hay que valorar esta destrucción objetivamente com o «correcta desde el punto de vista económ ico». Pero esta ex­ plicación y cualquier otra sim ilar - q u e es lo que aquí im p o rta- da com o evidentes una serie de presupuestos que no lo son: en prim er lugar, pre­ supone que el interés del individuo no sólo va de hecho con frecuencia m ás allá de la m uerte de éste, sino que debería valer para siempre. Sin esta traslación desde el «ser» al «deber ser», no se puede realizar con carácter inequívoco la valora­ ción correspondiente, presuntamente económ i­ ca. Pues sin esa traslación, por ejemplo, no se puede hablar de los intereses de los \ «producto­ res» y de los «consum idores» com o si fueran in­ tereses de personas que no mueren. Que el indi38. Robert Lieímann (1874-1941), catedrático de Economía Política en la Universidad de Friburgo de Brisgovia (Alema­ nia). Por indicación de Max Weber había escrito su tesis doc­ toral sobre cárteles y asociaciones de empresarios. En 1940 fiie deportado al cam po de Gurs, en el sur de Francia. Weber alude a las declaraciones de Lieftnann después del debate so­ bre la productividad que había tenido lugar en la Asociación de Política Social, en 1911, en Viena. Sus obras: Die Unteme-

hmenrverbande: Konventioiten, Kartelle, Ihr Wesen und ihre Bedeutung (1897), Grunds&tze der Volkswirtschafislehre, 2 vols. (1917/1919).

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viduo tome en consideración los intereses de sus herederos no es un dato estrictamente económico. Al vivo lo sustituyen aquí m ás bien personas con intereses, que invierten «capital» en «em presas» y existen a causa de éstas. Ésta es una ficción útil para fines teóricos. Pero incluso com o ficción no se corresponde con la situación de los obreros, en especial con los obreros sin hijos. En segundo lu ­ gar, esta ficción ignora la realidad de la «situa­ ción de clase», la cual, bajo el dom inio del m erca­ do, puede (no debe) em peorar la provisión de bienes de ciertos estratos de consum idores, no sólo a pesar de una «óptim a» distribución del ca­ pital y del trabajo en las distintas ram as de la producción -la distribución «óptim a» posible en cada m om ento, valorada desde el punto de vista de la rentabilidad-, sino que puede em peorarla precisamente com o consecuencia de esa distribu­ ción «óptim a»; pues esa distribución «óptim a» de la rentabilidad, que condiciona la estabilidad de la inversión de capital, depende por su parte de las relaciones de poder entre las clases, las conse­ cuencias de las cuales pueden (no necesariamen­ te deben) debilitar, en casos concretos, la posi­ ción de esos estratos en la lucha de precios. En tercer lugar, esa ficción ignora la posibilidad de que la contraposición entre los distintos intere­ ses sea perm anentem ente irresoluble y toma par­ tido a priori por el «argum ento del libre com er­ cio», argum ento que, tan pronto com o se pongan

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en él exigencias de «deber ser», se transform a de ser un m edio heurístico m uy útil en un «juicio de valor» nada evidente. Y si, para escapar de este conflicto, esa Acción supone una unidad política de la econom ía m undial - lo que desde un punto de vista teórico hem os de conceder totalm ente-, entonces sólo se produce un desplazam iento en el alcance de la posible crítica sólida que se opon ­ ga a la destrucción de esos bienes de consum o para favorecer una determ inada rentabilidad ó p ­ tim a duradera de productores y consum idores en determ inadas circunstancias -c o m o se supone a q u í- La crítica se dirigirá entonces contra el principio como tal de la provisión de los bienes m ediante el m ercado con los indicadores que muestre la rentabilidad óptim a -expresable en d in ero- de las unidades económ icas participan­ tes en el intercambio. Si la organización de la provisión de bienes no estuviera regida por el m ercado, no \ tendría ningún motivo para tom ar 52 en consideración la constelación de intereses de las unidades económ icas dada por el m ercado y, por ello, tam poco estaría obligada a retirar del consum o aquellos bienes de consum o ya produ­ cidos. La opinión del profesor Liefmann sólo es co­ rrecta teóricamente y evidente si se dan por su­ puestas las siguientes condiciones: (1) que el obje­ tivo principal sea exclusivamente una rentabilidad constante contando con que no hay cam bio ni en

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las personas ni en las necesidades; (2) que la co­ bertura de las necesidades se haga exclusivamen­ te a través de un m ercado capitalista totalmente libre; y (3) que haya un poder estatal com o mero garante jurídico sin intereses propios. Pues ese juicio de valor [es económ icam ente correcta la destrucción de bienes de consum o con precios hundidos] afecta entonces a los m edios raciona­ les para la solución óptim a de un problema téc­ nico concreto de la distribución de los bienes. Pero las ficciones de la teoría económ ica, útiles para una finalidad teórica, no pueden convertir­ se en la base de un juicio de valor sobre hechos reales. C on ello lo que queda firmemente esta­ blecido es que la teoría económ ica no puede de­ cir nada m ás que esto: que para un fin técnico dado x, el único m edio apropiado es y, aislada­ mente o junto con y 1e y2; y que, en este último caso, existen tales y tales diferencias en cuanto a los efectos de estos m edios y -e n su caso - en cuanto a su racionalidad; y que la utilización de esos m edios y, por tanto, la consecución del fin x obliga a contar con los «resultados colaterales» z, z l y z2. Todo esto son sim ples inversiones de pro­ posiciones de tipo causal; y si a ellas se le asocia un «juicio de valor», es exclusivamente un juicio de valor sobre el nivel de racionalidad de una ac­ ción representada mentalmente. Un «juicio de valor» sólo es inequívoco si, y sólo si, están fir­ memente dados el fin económ ico y las condicío-

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nes estructurales de la sociedad y sólo se trata en­ tonces de elegir entre varios medios económ icos, y si estos m edios sólo funcionan de m anera dis­ tinta respecto a la seguridad, la rapidez o la pro­ ductividad en la consecución del resultado, pero funcionan de manera totalmente idéntica en cualquier otro aspecto que pueda ser importante para los intereses hum anos. Sólo entonces se puede valorar un m edio com o el medio «técnica­ mente m ás correcto» en térm inos absolutos y sólo entonces este «juicio de valor» es inequívo­ co. En cualquier otro caso, es decir, en cualquier otro caso que no sea estrictamente técnico, el ju i­ cio de valor deja de ser inequívoco y se introdu­ cen ahí juicios de valor que no se pueden calificar ya de estrictam ente económ icos. Pero con un juicio técnico inequívoco \ dentro 530 de la esfera estrictam ente económ ica no se habría logrado naturalm ente que fuera inequívoco el «juicio» definitivo. Es ahora cuando comenzaría, m ás allá de estas explicaciones, la m araña de los infinitos juicios de valor posibles, que sólo se p o ­ dría m anejar reconduciéndolos a axiom as últi­ m os, pues - p o r m encionar sólo una c o sa - detrás de la «acción» está el hom bre. Para el hom bre, el incremento de la racionalidad subjetiva y el au ­ m ento de la «corrección» técnico-objetiva de la acción como tal puede suponer, por encim a de cierto um bral e incluso con carácter general visto desde ciertas concepciones, un peligro para bie-

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nes más im portantes, por ejemplo, para bienes religiosos o éticos m ás im portantes. Es difícil que alguien de nosotros com parta, por ejemplo, la (gran) ética budista39, la cual reprueba toda ac­ ción finalista (Zweckhandlung) com o una acción que aleja [al hombre] de la salvación precisa­ mente por su carácter instrumental. Pero es im ­ posible «refutarla» en el sentido en que se puede refutar un cálculo erróneo o un diagnóstico m é­ dico erróneo. Pero incluso sin aducir ejem plos tan extremos, resulta fácil ver que la racionaliza­ ción económ ica, por muy indudablemente que sea «técnicamente correcta», no se legitima de ningún m odo ante el foro de la valoración por sólo esa cualidad. Y esto vale sin excepción para cualquier racionalización, incluso la racionaliza­ ción en un terreno tan estrictamente técnico com o el de la banca. Quienes se opongan a estas racionalizaciones no están necesariamente locos. Antes bien, si se quiere hacer un juicio de valor, hay que tom ar en consideración los efectos de la racionalización técnica sobre los cam bios en el conjunto de las condiciones de la vida -objetivas y subjetivas-. El concepto de progreso, legítimo en nuestra disciplina, está ligado a lo «técnico», que aquí significa, com o he dicho, adherido a los «m edios» para un fin determ inado. El concepto 39. La ética económica del budismo la estudia Max Weber en sus Ensayos sobre sociología de la religión, en: MWG 1/20, pp. 369-544.

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de progreso no se eleva nunca a la esfera de los juicios de valor «últim os». D espués de todo lo dicho, considero muy in­ adecuada la utilización de la expresión «progre­ so», incluso en el lim itado ám bito donde se p o ­ dría aplicar de m anera inofensiva. N o se pueden prohibir a nadie ciertas expresiones, pero cuan­ do m enos se pueden evitar los posibles m alen­ tendidos. Antes de terminar, queda por com entar un úl­ tim o grupo de problem as sobre la posición de lo racional dentro de las disciplinas em píricas. \ Cuando una cosa con validez norm ativa se 531 convierte en objeto de una investigación em píri­ ca, pierde, com o tal objeto, su carácter de norm a: se la trata com o «algo que existe» y no com o algo que «tiene validez». Por ejem plo, si una estadísti­ ca quisiera establecer el núm ero de «errores de cálculo» en un determ inado ám bito del cálculo profesional - lo que podría tener sin duda alguna un sentido científico-, los principios de la tabla de m ultiplicar «tienen valor» para esa estadística en d os sentidos totalmente diferentes. Por un lado, su validez norm ativa es naturalm ente el presupuesto absoluto de su labor de cálculo en sí m ism a. Pero, por otro lado, cuando lo que se plantea com o objeto de la investigación es el gra­ do de la aphcación «correcta» de la tabla, la cosa es totalm ente distinta desde un punto de vista es­ trictam ente lógico. En este segundo sentido, la

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aplicación de la tabla por parte de esas personas cuyos cálculos son objeto del análisis estadístico es tratada com o una m áxim a del com portam ien­ to de esas personas, convertida en habitual para ellas a través de la educación; y se com prueba la frecuencia de su aplicación concreta, de igual manera que pueden ser objeto de constatación estadística determ inados fenóm enos de locura. El que la tabla de m ultiplicar «tenga validez» norm ativa, es decir, que sea «correcta» no es, en este caso en el que el «objeto» es la aplicación de la m ism a, el tema de la explicación y es indiferen­ te desde el punto de vista lógico. Evidentemente el estadístico tiene que som eterse, por su parte, a esta convención de calcular «con la tabla» cuan­ do examina estadísticamente los cálculos realiza­ dos por las personas que son objeto de investiga­ ción. Pero también tendría que aplicar un procedim iento de cálculo «falso» (valorado en térm inos norm ativos), si algún grupo hum ano hubiera considerado «correcto» ese procedi­ m iento y él tuviera que investigar estadística­ mente la frecuencia de su aplicación real, consi­ derada com o «correcta» por el grupo hum ano en cuestión. Cuando nuestra tabla es investigada com o un objeto en cualquier análisis empírico, sociológico o histórico, es una m áxim a de com ­ portam iento con una validez convencional en el seno de un determ inado grupo hum ano, la cual es seguida con mayor o m enor aproxim ación en

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su com portam iento práctico, pero no es nada m ás. Cualquier exposición sobre la teoría pitagó­ rica de la m úsica tiene que aceptar el cálculo, «falso» según nuestros conocim ientos, de que 12 quintas son igual a 7 octavas. Cualquier historia de la lógica tiene que aceptar asim ism o la existen­ cia histórica de formulaciones lógicas contradic­ torias (para nosotros); \ y es comprensible hum a­ namente que alguien acom pañe esos «absurdos» con manifestaciones de cólera, com o ha hecho el meritísimo historiador de la lógica medieval40, pero eso no es ninguna aportación científica. Esta transform ación de verdades con validez norm ativa en opiniones con un valor convencio­ nal -transform ación a la que se som eten todas las estructuras mentales, tam bién las de la lógica o las de la m atem ática, tan pronto com o esas es­ tructuras se convierten en objeto de análisis so­ bre su ser em pírico, no sobre su sentido ( norm a­ tivam ente) correcto- es independiente del hecho de que la validez normativa de las verdades lógi­ cas o m atem áticas sea, por otra parte, el a priori de toda ciencia em pírica. M enos sencilla es su es­ tructura lógica en la función, tocada ya antes, que les corresponde en la investigación em pírica de fenóm enos culturales y que hay que distinguir 40. Puede referirse a Karl von Prand (1820-1888), autor de Geschichte der Logik im Abendland («Historia de la Lógica en Occi­ dente»). Leipzig, 1855-1870,4 vols. Von Prand fue catedrático de Filología y de Filosofía en la Universidad de Múnich.

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cuidadosam ente de estas d os posiciones: de su posición com o o bjeto de la investigación y de su posición com o el a priori de la investigación. Toda ciencia sobre fenóm enos sociales o psicoló­ gicos es una ciencia del com portam iento hum a­ no (concepto bajo el que cae aquí todo acto del pensam iento y todo habitus psíquico). Esa cien­ cia quiere «com prender» este com portam iento y «explicar» el proceso del m ism o a través de la com prensión. No podem os tratar ahora el difícil concepto de la «com prensión». En este contexto sólo nos interesa un tipo concreto de «com pren­ sión», la «racional». N osotros «com prendem os» sin m ás que un pensador «soluciona» un deter­ m inado «problem a» de la m anera que nosotros m ism os consideram os normativamente «correc­ ta»: por ejemplo, que una persona hace «correcta­ mente» el cálculo de que para conseguir el fin al que pretende llegar utiliza los m edios «correc­ tos» -e n nuestra propia opin ión -. Y nuestra com prensión de este procedim iento es tan evi­ dente porque ahí se trata de realizar algo que tie­ ne «validez» objetiva. Y, no obstante, hay que cui­ darse de creer que, visto desde un punto de vista lógico, lo correcto norm ativam ente se presenta en este caso con la m ism a estructura que cuando se presenta en su posición general de ser el a priori de todo análisis científico. Su función com o medio para la «com prensión» cumple la m ism a función que cum ple la «em patia» (Ein-

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fiihlen) psicológica cuando se trata de «com pren­ der» una relación de índole afectivo-sentim ental, que es irracional desde el punto de vista lógico \. Aquí el m edio que utilizamos para la ex- 533 plicación com prensiva no es lo norm ativam ente correcto, sino que utilizamos los usos convencio­ nales del m aestro o investigador de pensar de esa y no de otra m anera, por un lado, pero también su capacidad en caso necesario para tratar de com prender («einfühlen») un pensam iento, des­ viado de aquellos usos, que le parezca norm ati­ vamente «falso» según sus propios usos. El hecho de que un pensam iento «falso», un «error», sea tan accesible en principio a su comprensión com o el pensam iento «correcto» nos dem uestra ya que aquí no se tom a en consideración lo válido com o norm ativam ente «correcto» como tal, sino sólo com o un tipo convencional de fácil com prensión. Y esto nos lleva a un últim o punto sobre el papel de lo norm ativam ente correcto en el conoci­ m iento sociológico. Para poder «com prender» un cálculo o una proposición lógica «falsos» y para poder consta­ tar y exponer sus efectos sobre las consecuencias que hayan resultado de ahí, es evidente que no sólo habrá que com probarlos haciendo un cálcu­ lo «correcto» o repensando lógicam ente la pro­ posición, sino que habrá que indicar igualmente con los m edios del cálculo «correcto» o con la ló­ gica «correcta», el punto preciso en el que el cálculo

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o la proposición lógica objeto de la investigación se separa de las reglas que el autor que hace la ex­ posición considera por su parte que son norm a­ tivamente «correctas». Y esto habrá que hacerlo no necesariamente sólo con la finalidad pedagó­ gica práctica de poner un «aviso» ante los «cam i­ nos equivocados», com o pone Windelband, por ejem plo, en la introducción a su Historia de la Filosofía, pues esto sólo significa realmente una consecuencia secundaria deseada del trabajo his­ tórico; ni tam poco porque sólo el «valor de la verdad» que reconozcam os com o válido -y, por tanto, el «progreso» en la dirección de esa ver­ d a d - sea la única relación posible con los valores decisiva para la selección del objeto de investiga­ ción en toda problemática histórica, en cuyo obje­ to de estudio hubiese conocimientos lógicos o matemáticos o de otras ciencias. (Incluso enton­ ces, si éste fuera el caso, habría que tener en cuenta el hecho, en el que tanto ha insistido Windelband, de que el «progreso» en este sentido ha tomado frecuentemente, en vez del cam ino directo, el -e x ­ presado en términos económicos- «camino indi534 recto m ás productivo» (Produktionsum weg)*1 \4 1 41. Produktionsumweg es el término económico que expresa el proceso en el que el ahorro -renuncia al consumo inme­ diato- produce bienes de capital e incremento de la produc­ tividad. El economista austríaco Bóhm-Bawerk (1851-1914) lo ilustraba con un ejemplo: Robinson Crusoe en su isla se alimenta de moras cogidas directamente de los árboles en

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pasando a través de los «errores», es decir, la con­ fusión del problem a). H abrá que señalar ese punto preciso porque, por regla general, aquellos puntos en los que las form ulaciones intelectuales investigadas se separen de lo que el m ism o autor debe tener por «correcto» serán para él los pu n ­ tos específicamente «característicos» (y sólo esos puntos com o tales); es decir, esos puntos estarán para él directamente relacionados con valores o serán im portantes desde un punto de vista causal en relación con otros hechos relacionados igual­ mente con valores. Esto será lo que ocurra con m ás frecuencia si la exposición histórica se guía por el valor de la verdad del pensam iento, par­ ticularmente en la historia de una determ inada «ciencia» (p or ejem plo, en la historia de la filoso­ fía o de la econom ía teórica). Pero no necesaria­ mente es ése el único caso, sino que se da una si­ tuación al m enos parecida cuando el objeto de la investigación es una acción racional desde el cantidad más que suficiente para sobrevivir. Sin embargo, si contara con una vara de madera de varios metros podría lle­ gar m ás arriba en los árboles y conseguir más m oras y con mayor rapidez. Para dedicarse a buscar y preparar la vara de madera renuncia durante varios días a consumir todas las m oras que consigue, ahorrando moras para poder consu­ mirlas durante el tiempo que esté preparando la vara. La vara es, por tanto, una etapa intermedia que le permitirá aumen­ tar su productividad después. Este proceso es un Produktíonsumweg, que aumenta la productividad. Véase: Jesús Huerta de Soto, La Escuela Austríaca, Madrid, 2000, pp. 79-81.

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punto de vista del sujeto, según la intención de éste, y cuando, por tanto, los errores de «pensa­ m iento» o de «cálculo» pueden ser factores cau­ santes del desarrollo de la acción. Para «com ­ prender» cóm o se ha hecho una guerra42, por ejemplo, hay que im aginarse inevitablemente en am bos lados, aunque no necesariamente en una form a explícita o desarrollada, a un general en jefe ideal, que conoce y siempre tiene presentes la situación general y la distribución de las tropas de am bas partes y todas las posibilidades que de ahí se derivan para alcanzar el objetivo preciso de destruir el poder m ilitar enemigo, y que actúa sobre la base de esa inform ación sin ningún error y sin «ningún fallo» lógico. Pues sólo entonces se puede establecer de m anera inequívoca qué con­ secuencias tuvo sobre la m archa de los aconteci­ m ientos la circunstancia de que los generales en jefe reales no tuvieran esa inform ación, com etie­ ran errores o no fueran auténticas m áquinas de pensar racionales. La construcción racional tiene aquí, por tanto, el valor de operar com o un m e­ dio para hacer una «im putación» causal correcta. Este m ism o sentido tienen las construcciones utópicas sobre acciones estrictam ente racionales y sin errores, que construye la teoría económica «pura». 42. En el Informe de 1913 Weber se refería en concreto a la guerra de 1866 (entre Prusia y Austria). Véase Baumgarten 1964:136.

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Para establecer una im putación causal entre hechos em píricos necesitam os hacer una cons­ trucción racional, \ de índole técnico-em pírica o de índole lógica, que responda a la pregunta de cóm o serta un hecho (o habría sido) si tuviera una absoluta «corrección» racional -em pírica o ló gica- y «no tuviera contradicciones» (fuera este hecho una acción en sus relaciones externas o una estructura de pensam iento, com o un siste­ m a filosófico, por ejem plo). Considerándola des­ de un punto de vista lógico, la construcción de una utopía así, racionalmente «correcta», sólo es una de las distintas expresiones posibles del «tipo ideal» -c o m o yo he denom inado a estas cons­ trucciones conceptuales con una term inología que podría cam biar por cualquier otra expre­ sió n -, ya que no sólo pueden pensarse casos, com o hem os dicho, en los que podría servir com o tipo ideal m ejor una inferencia falsa o un deter­ m inado com portam iento contraproducente, sino que hay esferas enteras del com portam iento - la esfera de lo «irracional»-, donde el m ejor servi­ cio no lo presta un tipo ideal con la m áxim a ra­ cionalidad lógica, sino solam ente un tipo preciso obtenido m ediante una abstracción que aísle ele­ mentos. Es cierto que el investigador utiliza de hecho con mucha frecuencia «tip os ideales» cons­ truidos «correctam ente» desde un punto de vista normativo. Pero considerada desde un punto de vista lógico, la «corrección» norm ativa de estos

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tipos no es un elemento esencial, pues, para tipi­ ficar las convicciones de los hom bres de una épo­ ca, por ejemplo, un investigador puede construir tanto un tipo que para él personalmente se co­ rresponda con una norm a ética -e s decir, un tipo en ese sentido «correcto» objetivam ente-, como puede construir un tipo que le parezca a él lo opuesto a una norm a ética, para com parar luego el com portam iento de los hom bres objeto de es­ tudio con el tipo construido, o puede construir, finalmente, un tipo de convicción para el que no pretenda personalm ente ninguna calificación positiva ni negativa de ninguna clase. Para esta finalidad lo norm ativam ente «correcto» no goza de ninguna clase de m onopolio. Pues sea cual sea el contenido sobre el que verse el tipo -u n conte­ nido ético o jurídico, estético o una norm a de fe religiosa o un principio técnico o económico o jurídico-político o político-social o político-cul­ tural o cualquier tipo de «valoración» que se haya llevado a su form ulación lo m ás racional posible-, su construcción dentro de una investi­ gación em pírica sólo tiene la finalidad de «com ­ parar» la realidad em pírica con el tipo, de cons­ tatar el contraste o la distancia de aquélla con 536 éste o su relativa proxim idad, \ para poder des­ cribir la realidad con conceptos comprensibles lo m ás inequívocos posible y para poder comprender y explicar la realidad haciendo una imputación causal. Estas funciones las cum plen los concep-

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tos de la dogm ática jurídica racional, por ejem ­ plo, en la disciplina em pírica de la historia del derecho (véase sobre esto las pp. 337 y ss. de este volum en)43 y la teoría del cálculo racional en el análisis del com portam iento real de las unidades económ icas en la econom ía. Am bas disciplinas dogm áticas tienen adem ás, com o «técnicas» (Kunstlehren), una finalidad eminentemente prác­ tico-normativa. Y am bas disciplinas, com o cien­ cias dogm áticas, son tan poco em píricas en el sentido aquí explicado com o, p o r ejem plo, la m atem ática, la lógica, la ética norm ativa, la esté­ tica, respecto a las cuales, por lo dem ás, son tan totalm ente diferentes por otros m otivos, com o diferentes son estas otras disciplinas entre sí. La teoría económ ica, finalmente, es claram en­ te una dogm ática en un sentido lógico muy d is­ tinto al de la dogm ática jurídica. Sus conceptos se com portan respecto a la realidad económ ica de m anera muy distinta a com o se com portan los de la dogm ática jurídica con el objeto de la historia em pírica del derecho y la sociología del derecho. Pero así com o los conceptos de la dog­ m ática jurídica pueden ser utilizados com o «ti­ pos ideales» para estas últim as disciplinas m en­ cionadas, de la m ism a m anera el sentido de la teoría económ ica pura es exclusivam ente utilizar43. Se refiere a la página 337 de su artículo: «R.[udolf] Stammlers “Überwindung” der materialistischen Geschichtsauffassung», ya mencionado anteriormente en la p. 83.

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la para el conocim iento de la realidad social del presente y del pasado. La teoría económ ica esta­ blece determ inados presupuestos, casi nunca cum plidos en la realidad, pero que se acercan a la realidad en diferente m edida, y se pregunta cóm o sería la acción social de los hom bres bajo esos presupuestos, si la acción transcurriera de m ane­ ra estrictamente racional. Presupone, en concre­ to, que rigen los intereses estrictamente econó­ micos, excluyendo de la acción, por tanto, la influencia de factores políticos y otros factores no económ icos. Pero en la teoría económ ica se ha producido el fenóm eno típico de la «confusión del pro ­ blem a» (Problemverschlingung). Pues esa teoría pura, en el sentido de una teoría «sin elementos políticos», «sin elementos m orales» e «indivi­ dualista», que era im prescindible com o un m e­ dio auxiliar m etodológico y siem pre lo será, ha sido entendida por la escuela librecambista radi­ cal com o una copia exhaustiva de la realidad «natural», es decir, una copia de una realidad no falseada por las torpezas hum anas, y [sobre esta 537 base] la ha entendido adem ás \ com o un «deber ser», es decir, com o un ideal, com o un valor, en vez de com o un tipo ideal utilizable para la inves­ tigación em pírica de lo real. Cuando, com o con­ secuencia de los cam bios habidos en la política económ ica y en la política social en relación con la valoración del Estado, se introdujo esta reper-

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cusión en la esfera de los valores y afectó ense­ gu id a a su vez a la esfera d e lo real, la teoría económ ica pura fue rechazada no sólo com o ex­ presión de un ideal - a l que nunca debió asp irarsino también com o m étodo para la investigación de lo real. Consideraciones «filosóficas» de la m ás diversa índole iban a sustituir la pragm áti­ ca racional y, al hacerse una identificación entre lo real «psicológico» y lo m oralm ente válido, se hizo inviable una separación clara entre la esfera de los valores y la investigación em pírica. Son ge­ neralmente conocidas las extraordinarias contri­ buciones de quienes han protagonizado esta evo­ lución científica en el terreno de la historia, de la sociología y en el de la política social, al igual que es evidente para quien juzgue con im parcialidad el total declive del trabajo teorético y estricta­ mente científico en la econom ía durante décadas que éste es una consecuencia natural de esa con­ fusión del problem a. Una de las d os tesis centra­ les que m anejaban los adversarios de la teoría económ ica44 pura era que sus construcciones ra44. La ciencia económica alemana estaba dividida en dos partes diferenciadas, una economía teórica y una economía práctica, después de que se hubiera separado de la econo­ mía la parte financiera. Esta separación la había introducido el economista Rau a mediados del siglo xix. La división en una economía teórica y otra práctica fiie algo típicamente alemán en comparación con la organización de la ciencia económica en otros países. La clasificación alemana respon­ día a la idea de que era posible, por un lado, una formulación

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cionales eran «puras ficciones», que no decían nada acerca de la realidad de los hechos. Esta añrm ación es, bien entendida, acertada, pues las construcciones teóricas sólo están al servicio de un conocim iento de la realidad que ellas m ism as no sum inistran, realidad que com o resultado de la intervención de otras circunstancias y otros motivos - n o recogidos entre los presupuestos de esas construcciones teóricas- sólo es, en el caso más extremo, una aproxim ación al proceso cons­ truido teóricamente. Esto no prueba evidente­ mente, después de lo dicho, lo m ás m ínim o en contra de la utilidad y la necesidad de la teoría pura. La segunda tesis era que no podía existir una ciencia de la política económ ica sin juicios de valor. Esta tesis es naturalm ente falsa de raíz, hasta tal punto falsa que «el presupuesto de todo tratam iento estrictam ente científico de la políti­ ca, y en especial de la política social y la política económ ica es precisamente no hacer juicios de valor» -e n el sentido explicado anteriorm ente-. abstracta de principios sobre el valor, los precios o la distri­ bución de la riqueza; y, por otro, una economía práctica que recogía la tradición cameralistica y administrativista de los siglos anteriores, y suministraba los conocimientos necesa­ rios sobre la agricultura y la industria y su atención por parte del Estado. Ambas partes se entendían com o complementa­ rias y ambas se enseñaban en las clases y manuales universi­ tarios. Max Weber quería que la ciencia económica incluyera también la historia económica y la sociología económica, como apunta en este ensayo un poco m ás adelante; WL 538.

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N o necesito repetir que es obviam ente posible, científicam ente útil y necesario desarrollar principios del siguiente tipo: para la consecu­ ción del resultado (económico) x , el único medio es y o, \ bajo las condiciones b \ b \ ¿P, los únicos 538 m edios o los m ás eficaces son y (, y2>y}. Y hay que recordar expresam ente aquí que el problema consiste en si es posible describir el fin que se pretende. Si se puede hacerlo de manera inequí­ voca, se trata entonces de la sim ple inversión de una proposición causal, es decir, se trata sola­ mente de un problem a puram ente «técnico». Pero precisamente p o r ello, en todos estos casos la ciencia no está obligada a form ular estas pro­ posiciones teleológicas técnicas de m anera dis­ tinta a las sim ples proposiciones causales -com o, por ejemplo, en la form a: el resultado x está pro­ ducido siempre por y, o está producido por y, y3, y3 bajo las condiciones b(, b2, b}- , pues esto dice exactamente lo m ism o y el «hom bre práctico» [de acción] puede derivar de ahí los «m edios» sin dificultad. Pero la teoría de la ciencia económ ica tiene realmente otras tareas, adem ás de estable­ cer fórm ulas de índole típico-ideal y de establecer estas relaciones económ icas concretas de tipo causal -p u e s de esto es de lo que se trata, de si la «x» es suficientemente inequívoca y si la im puta­ ción del resultado a su causa, y por tanto la im ­ putación del m edio al fin, es suficientemente es­ tricta-. La teoría económ ica tiene que investigar

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adem ás el conjunto de los fenómenos sociales desde el punto de vista de cóm o éstos están co­ producidos también por causas económicas, es decir, tiene que investigarlos con una interpreta­ ción económ ica de la historia y de la sociedad. Y tiene, por otro lado, que averiguar en qué sentido los procesos y las form as económ icos condicio­ nan los distintos fenóm enos sociales y los esta­ dios de su desarrollo: ésta es la tarea de la historia económ ica y de la sociología económica. Entre estos fenómenos sociales están evidentemente, y en un prim er plano, las acciones políticas y las instituciones políticas, sobre todo el Estado y el derecho garantizado por el Estado. Pero eviden­ temente no sólo están los fenóm enos políticos, sino todo el conjunto de instituciones que ejer­ cen una influencia sobre la econom ía en un gra­ do suficientem ente relevante para que tenga inte­ rés científico. El nom bre de teoría de la «política económ ica» sería naturalm ente muy poco ade­ cuado para el conjunto de todos estos problemas. El uso actual de esa denom inación, sin embargo, sólo es explicable por la im portancia práctica de su m odo de análisis, la cual se deriva de la orga­ nización de las universidades com o centros de formación de funcionarios del Estado, pero inter­ namente su importancia deriva de los potentes medios que tiene el Estado para influir intensa539 mente sobre la econom ía. \ N o requiere ninguna nueva constatación que, en todas estas investiga-

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ciones, es posible convertir las proposiciones so­ bre «causas y efectos» en proposiciones sobre «m edios y fines», si se puede indicar de m anera suficientemente inequívoca el resultado de que se trate. Naturalm ente no se cam bia con ello nada en la relación lógica entre la esfera del valor y la esfera del conocim iento empírico. Y en este con­ texto sólo falta, para terminar, hacer referencia a una cosa. El desarrollo de las últim as décadas y en par­ ticular los singulares acontecim ientos de los que som os testigos en la actualidad, han elevado fuertemente el prestigio del Estado45. Sólo a él se le atribuye hoy, entre todas las organizaciones so ­ ciales, un poder «legítim o» sobre la vida, la muerte y la libertad, y sus órganos hacen uso de ese poder contra los enem igos externos en la guerra, y contra la oposición interna en la guerra y en la paz. En la paz, el Estado es el mayor em ­ presario y el recaudador de im puestos m ás p o ­ tente, pero en la guerra dispone sin limitación alguna de todos los bienes económ icos a su al­ cance. La form a m oderna y racionalizada de or­ ganizar su actividad ha posibilitado logros en num erosos ám bitos que, sin duda alguna, no se habrían podido realizar con ningún otro tipo de organización social ni siquiera de m anera aproxi45. Este ensayo se publicó en 1917. Se refiere a la guerra mundial y al activo papel que el Estado desempeñó en esa situación.

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mada. Era muy difícil que no se sacara de ahí la conclusión de que el Estado tenía que ser el «valor» fundam ental con cuyos intereses habría que m edir en últim o térm ino - a l m enos en los ju i­ cios de valor que se hacen en el terreno de la «p o ­ lítica»- toda la acción social. Pero esto es una re­ interpretación inaceptable de un hecho de la esfera de la realidad com o una norm a de la esfera de los valores, sin entrar ahora en que las conse­ cuencias extraídas de ese juicio de valor no son inequívocas, lo cual se ve inmediatamente cuan­ do se explican los «m edios» a emplear (la «con­ servación» o el «fom ento» del «E stado»). Frente a ese prestigio del Estado se puede constatar en la esfera de la realidad que el Estado no puede cier­ tas cosas; y en ám bitos incluso que son conside­ rados sus dom inios m ás propios, es decir, en el ám bito militar. La observación de algunos fenó­ m enos que la actual guerra ha generado en los ejércitos de Estados m ixtos desde el punto de vista nacional enseña \ que no es indiferente para el éxito m ilitar que el individuo se entregue libre­ mente a la causa que su Estado defiende, una en­ trega que no se puede im poner por el Estado. Y en el ám bito económ ico habría que señalar que trasladar los principios y las form as de la econo­ mía de guerra al tiem po de paz com o algo per­ manente podría tener muy pronto consecuen­ cias, que les arruinarían su idea a los defensores de un ideal de Estado expansivo. Esto, sin embar-

PO R Q U E N O SC DEBEN HACER lU IC tO S D E VUXMt EN LA SO CIO LO G IA-.

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go, no lo vam os a discutir m ás ahora. Pero en la esfera de los juicios de valor se podría defender con buena lógica la opinión de que el poder del Estado aumentara hasta el m áxim o concebible para po­ der utilizarlo com o medio de coacción contra la revolución, pero negándole, por otra parte, un va­ lor propio y marcándolo como un medio técnico para la realización de otros valores diferentes, de los que exclusivamente obtendría su dignidad; dignidad que el Estado conservaría en tanto en cuanto no intentara salirse de este trabajo auxiliar. Naturalm ente no vam os a defender ni a desa­ rrollar aquí ninguna de las distintas posiciones posibles; sólo vam os a recordar que, de haber al­ guna obligación para un «pensador» profesional, tendría que ser ésta; mantener la cabeza fría, es decir, mantener la capacidad personal frente a los ideales dom inantes en cada m om ento, incluidos los m ás valiosos, y en caso necesario «nadar con­ tra la corriente». Las «ideas alem anas de 1914»^ han sido un producto de intelectuales de baja es­ tofa*7. El «socialism o del futuro» es el eslogan de 46. Representantes de estas «ideas alemanas de 1914» -que se contraponían a las revolucionarías ideas francesas de 1789- eran Rudolf Kyellen (Die Ideen von 1914, Leipzig 1916) y Johann Plenge, catedrático de Ciencias Políticas y Teoría Económica en la Universidad de Münster (Kriegsvorlesung über die Volkswirtschaft, 1915 («Lección en tiempo de guerra sobre economía»). 47. El término peyorativo que utiliza Weber es Literaten. Equivaldría a «plumillas».

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una racionalización de la econom ía en la que se com bina una mayor burocratización y una ad ­ m inistración de tipo corporativo a cargo de los propios interesados [de esas corporaciones]. C uan­ do en vez de discutir objetivamente la adecua­ ción de estas m edidas estrictamente técnicas, la cual está en buena m edida condicionada fría­ mente por la política financiera, el fanatism o de los patriotas económ icos ministeriales invoca para esas m edidas la bendición no sólo de la filo­ sofía alem ana, sino también de la religión -co m o está ocurriendo hoy m asivam ente-, esto ya no es m ás que un repugnante desvarío de intelectualoides que se hacen los im portantes. Nadie puede hoy realmente anticipar cóm o podrían ser o de­ berían ser las «ideas alem anas de 1918» reales, en cuya form ulación tendrán la palabra los solda­ d os que vuelven del frente. Pero de ellas depen­ derá el futuro.

Glosario

Análisis de los valores/discusión sobre los valores. Tra­ duzco Wertdiskussion y Wertinterpretatiott por «análisis» de los juicios de valor. Aunque «discusión» recogerla el aspecto de problematizar cualquier opinión o posición y de debatir sobre ellas, creo que «análisis» es lo suficiente­ mente inclusivo para expresar las distintas operaciones mentales que incluye la tarea de «discutir» sobre juicios de valor. De nuevo se puede plantear aquí si se trata de análisis/discusión sobre «valores» o sobre «juicios de valor». El contexto y el desarrollo del procedimiento de análisis, e incluso el ejemplo de análisis/discusión del propio Weber que aporto en el Estudio preliminar, indican que se trata de analizar/discutir sobre «juicios de valor», sobre posi­ ciones determinadas. Y lo mismo cabe deducir de la afir­ mación de Weber cuando señala que el procedimiento de análisis sistemático de los juicios de valor (Wertungen) co­ rresponde a las disciplinas filosóficas (WL 508), con lo que en las ciencias sociales el análisis tendría solamente un carácter metodológico, no sistemático, pero en todo caso se trata de juicios de valor. 167

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Juicio de valor. Con «juicio de valor» he traducido la expresión weberiana praktische Wertung. Es verdad que Weber no suele utilizar el término Werturteil, que sería el equivalente directo a nuestro «juicio de valor», pero la definición que ofrece de praktische Wertung al comienzo del ensayo de 1917 se corresponde con la definición que nosotros solemos dar de «juicio de valor». En efecto, en las primeras líneas del ensayo se dice que por praktische Wertung «debe entenderse en lo sucesivo, cuando no se diga otra cosa o sea evidente por sí mismo, la evaluación de un fenómeno sobre el que podamos influir con nues­ tras acciones como aceptable o rechazable» (WL 489). También he traducido con «juicio de valor» expresiones equivalentes a «posición valorativa» o «toma de posición valorativa». En las traducciones castellanas existentes se traduce praktische Wertung por «valoración»: «A lo largo de este ensayo, y mientras no se indique lo contrario ni se des­ prenda del contexto, entendemos por “valoraciones” las apreciaciones “prácticas” de un fenómeno, en el cual pueden influir nuestras acciones al aprobarlo o repro­ barlo». (Max Weber, Sobre la teoría de las ciencias soaales. Traducción de Michael Faber-Kaiser. Barcelona, Pe­ nínsula, 1971, p. 93). O: «Si explícitamente no se afirma otra cosa, o no es evidente de suyo, por “valoraciones” es preciso entender, en lo sucesivo, las evaluaciones prácti­ cas del carácter censurable o digno de aprobación de los fenómenos influibles por nuestro actuar». (Max Weber, Ensayos sobre metodológica sociológica, Buenos Aires, Amorrortu, 1973, p. 222). La edición francesa de J. Freund traduce praktische Wertung por evaluation con la siguiente definición: «l’apprétiation pratique d’un phénoméne sur lequel no-

GLOSARIO

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tre activité peut exercer une influence en adoptant á son égard une attitude d’approbation ou de désapprobation» (Julien Freund, 1965, París, p. 401). En la edición de Shils y Finch se traduce por valuejudgement. Y la definición se hace en los siguientes terminus: «by value-judgements are to be understood where nothing else is implied or expressly stated, practica! evaluations of the unsatisfactory or satisfactory of phenomena subject to our influence». (Max Weber, The Methodology of the Social Sciences. TVaducción y edición de Edward A. Shils y Henry A. Finch. Con prólogo de Edward A. Shils. Nueva York, 1949, p. 1). Una traducción de este pasaje algo distinta es la que se contiene en un artícu­ lo de Wilhelm Hennis «The Meaning o f “Wertfreiheit”. On the Background and Motives of Max Weber’s Postúla­ te», en: Sociological Theory 12, n.° 2 (1994), pp. 113-125: «By valué judgements is to be understood, when not sta­ ted otherwise or when it is obvious, as the “practica!” bestowing of valué to a phenomenon which can be influenced through our actions as something capable of being censured or of being approved» (p. 113).

Valor (Wert). Se suele decir, y con razón, que Max We­ ber no ofrece una definición de «valor». Wolfgang Schluchter ha propuesto definir Wert en analogía con el concepto de Zweck. Basa su propuesta en que Weber ha­ bía escrito en el artículo de 1904 sobre la objetividad del conocimiento que Zweck («fin») es la idea de un resulta­ do que se convierte en causa de una acción (WL 183). De manera análoga propone definir Wert como la idea de «una validez que se convierte en causa de una acción» (Schluchter 1996:232). Esta propuesta se basa, por tan-

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MAX WEBER

to, en considerar que el concepto de «valor» es donde están anclados los conceptos de «significado» o «senti­ do» de una acción: si la acción humana es entendida por Max Weber como aquella en la que el hombre atribuye un sentido o significado a su acción, es decir, aquella en la que el hombre actúa por un motivo, es decir, por algo que considera «valor», éste, en definitiva, tiene que ver con que el hombre realice su acción. Sentido/significado/valor se mueven en la misma línea explicativa de la acción: uno hace algo porque lo considera valioso. El valor -lo que es considerado como portador de una validezopera como causa impulsora de la acción. Y «compren­ der» una acción es captar el sentido que le da el sujeto, sentido que sólo se puede captar desde su relación con los valores culturales establecidos (compartidos).

Wertbeziehung. He traducido este término por «rela­ ción con los valores», que se puede traducir igualmente por «referencia a los valores». Es un concepto central en Max Weber, que lo toma de Heinrich Rickert, como él mismo reconoce expresamente en el ensayo de 1917, WL 511. Significa el proceso de poner en relación la rea­ lidad con los valores culturales, delimitando así el objeto de investigación. Las ediciones en español del ensayo de 1917 anteriores traducen Wertbeziehung por «referencia al valor» o «re­ lación de valor» (Max Weber, Sobre la teoría de las cien­ cias sociales, Barcelona, Península, 1971, pp. 122-123, para la primera; y Max Weber, Ensayos sobre metodología sociológica, Buenos Aires, Amorrortu 1973, p. 242, para la segunda). Sin embargo, en la traducción española del libro de H. Rickert, Ciencia cultural y ciencia natural

GLOSARIO

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(Madrid, Espasa-Calpe, 1943), el traductor Manuel Gar­ cía Morente traduce Wertbeziehung por «avaloración». En una nota a pie de página, el traductor explica lo si­ guiente en relación con el término Wertbeziehung: «Em­ pleamos la palabra avaloración en el sentido de referen­ cia a los valores. En cambio, valoración significa el establecimiento de un valor. Avaloramos una cosa cuan­ do la referimos a un valor, cuando le damos importancia por su relación con un valor. Por eso usamos el término a-valorar, que contiene la preposición ad, o sea la idea de referencia a» (pp. 131-132, nota 1). No obstante, el tra­ ductor habla más adelante (p. 133) de «la avaloración teórica y la avaloración práctica», con lo que no mantie­ ne la diferenciación que había establecido en la nota mencionada entre avalorar (a-valorar) y valoración. El resultado es confuso, pues después de haber distinguido correctamente entre «referencia a valores» y «valora­ ción» se utiliza ahora «avaloración» tanto para la Wert­ beziehung como para «valoración»/«juicio de valor», aunque distingue entre avaloración teórica para Wert­ beziehung y avaloración práctica para lo que antes había llamado «valoración». La edición francesa realizada por lulien Freund (Essai sur le sens de la «neutralité axiologique» dans les Sciences sociologiques et économiques, París, Librairie Pión, 1965, p. 24) traduce Wertbeziehung por «rapport aux valeurs». En las versiones del texto weberiano en inglés se suele traducir Wertbeziehung por «value-relevance» o «relevance to valúes». La traducción de Shils/Finch (Max We­ ber, The Methodology o f the Social Sciences. Traducción y edición de Edwaid A. Shils and Henry A. Finch. Con prólogo de Edward A Shils. Nueva York, 1949) dice «valuerelevance» en la p. 21 y «relevance to valúes» en la p. 22.

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Wertfreiheit. He traducido el término Wertfreiheit que figura en el título del ensayo y en numerosos pasajes del texto como «no hacer juicios de valor». Weber induce a confusión con el término Wertfreiheit, pues de lo que realmente habla aquí es de Wertungsfreiheit, es decir, de no hacer valoraciones o juicios de valor. Esto se puede constatar por la definición que da de praktische Wertung -«juicio de valor»-, por lo que lo ló­ gico hubiera sido que hubiera hablado de Wertungsfreiheit o Werturteilsfreiheit. De lo que Weber habla en el texto, y en el título, es de la exigencia (Postulat) de que las ciencias sociales se abstengan de hacer juicios de valor. Algunos de sus colegas que participaron en el debate sí utilizan tanto el término Werturteil («juicio de valor») como el de Werturteilsfreiheit («no hacer juicios de valor»/«abstenerse de hacer juicios de valor»), con lo que la traducción directa de estos últimos términos dejaría más claro de qué se trataba realmente. La exigencia de abstención que plantea Weber a las ciencias sociales es respecto a los «juicios de valor», evidentemente no res­ pecto a los «valores», pues éstos, como se ve en el con­ cepto central de Wertbeziehung, desempeñan una im­ portante función lógico-formal en la delimitación y selección del objeto de investigación. La expresión que utilizo de «no hacer» formula de manera contundente el «postulado» de Weber, es decir, la exigencia de que las ciencias sociales se abstengan de hacer juicios de valor. Cuando intentamos traducir Freiheit en el compuesto Wertfreiheit por «libertad» se pro­ ducen en español asociaciones mentales que nos desvían de la comprensión del concepto (por ejemplo, cuando se traduce por «libertad de valoración» o «libertad ante el valor»). En las traducciones inglesas, sin embargo, sí

GLOSARIO

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operan con freedom al traducir el término alemán como value-freedom y no se les presenta la dificultad que s( te­ nemos en español. La edición española de la editorial Península, de 1971, traduce Wertfreiheit como «libertad de valoración», tra­ duciendo el título del ensayo como «El sentido de la “li­ bertad de valoración” en las ciencias sociológicas y eco­ nómicas». La edición de Amorrortu, Buenos Aires, 1973 y sucesi­ vas reimpresiones, traduce el título del ensayo como «El sentido de la “neutralidad valorativa” de las ciencias so­ ciológicas y económicas». En algunos textos de especia­ listas weberianos, como Nora Rabotnikof, se traduce Wertfreiheit por «libertad ante el valor» (Rabotnikof 1997:113) La edición francesa de Julien Freund traduce el título del ensayo: Essai sur le setts de la «neutralité axiologique» dans les sciettces sociologiques et économiques» (París, Pión, 1965). Edward Shils y Henry Finch traducen el título del en­ sayo como The meaning of «ethical neutrality» in Sociology and Economics (Nueva York, 1949). Otros autores an­ glosajones, sin embargo, traducen el término Wertfreiheit del título del ensayo por value-freedom. Es el caso de Talcott Parsons en el capítulo «Value-freedom and Objectivity», en: Otto Stammer (ed.), Max Weber and Sociology Today, Nueva York, Harper Torchback, 1971, pp. 27-50. W. G. Runciman (A Critique of Max Weber's Philosophy of Social Science, Cambridge, 1972) habla de «value-free social Science (pp. 6, 16). Guenther Roth traduce Wert­ freiheit por value-neutrality: véase Günther Roth y W. Schluchter, Max Weber's Vision of History, Ethics and Methods, Berkeley, University of California Press, 1979,

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MAXWEBEJt

pp. 65-66, nota 1); y Günther Roth, «Interpreting and Translating Max Weber», en: International Sociology 7 (1992), pp. 449-459. La traducción italiana de Pietro Rossi dei título del en­ sayo es: II senso delta «avalutativitá» delle scienze sociologiche ed economiche, Turín, Einaudi, 2003. La traducción de Wertfreiheit por «neutralidad axiológica» es muy frecuente entre los especialistas en el mun­ do hispano. Creo, sin embargo, que «neutralidad axiológica» no recoge suficientemente bien el precepto de no hacer juicios de valor, que, sin embargo, sí se obtiene con la forma verbal imperativa del «no hacer». Si por neutra­ lidad axiológica se entiende expresamente abstenerse de hacer juicios, «neutralidad» vendría a coincidir con mi propuesta de traducir por «no hacer», pero seguiría que­ dando imprecisa la otra parte del término compuesto -lo de «axiológica»-, pues no se trata de «valor» sino de «juicio de valor», aunque, como he dicho más arriba, es el propio Weber el que induce al error al poner Wertfrei­ heit cuando en realidad está hablando de Wertungsfreiheit o Werturteilsfreiheit. Cuando se traduce Freiheit por «estar libre de» o «ausencia de» nos acercamos más al sentido alemán, pero creo, como he dicho ya, que es más exacta una expresión que recoja claramente el ca­ rácter de precepto de «no hacer» o «abstenerse de», ade­ más de que, en caso de traducir por «estar libre de valo­ res» o «ausencia de valores» (que yo mismo he hecho alguna vez) sigue subsistiendo el problema de la otra parte de la expresión, que no es en realidad «valor» en general sino valoración o juicio de valor. Y ahí es donde está el problema principal de la traducción de Wertfrei­ heit.

índice onom ástico

Bonn, Moritz fulius ,71 Bright, John, 77 Catón el Viejo, 118 Cicerón, 118 Cobden, Richard, 77 Dilthey, Wilhelm, 29,63 Don Quijote, 14,117 Eurípides, 130 Goldscheid, Rudolf, 13, 112,

Prantl, Karl von, 149 Radbruch, Gustav, 85 Ranke, Leopold von, 68 Ridcert, Heinrich, 20-34,101102,104,110,170 Riehl,A)ois,31 Sancho Panza, 117 Schluchter, Wolfgang, 169,173 Schmoller, Gustav von, 14-16, 66-67,70-72,77,88-92,95, 121 97 Góttl, Friedrich, 15 Hennis, Wilhelm, 12, 42-43, Se Ma Tsien, 117 Simmel, Georg, 11,124 169 Sm ith,A dam ,92 Kyellen, Rudolf, 165 Liefmann, Robert, 48-49,141, Som bart, Wemer, 14-15,88 Spranger, Eduard, 63 143 Stammler, Rudolf, 36,85,173 Lutero, 98 Treitschke, Heinrich von, 67-68 Meyer, Eduard, 33-34 Wach, Karl, 11 MiÚ, John Stuart, 92,101 Windelband, Wilhelm, 136,152 Mommsen, Theodor, 68 WólfBin, Heinrich, 132 Plenge, Johann, 165 175

índice

N

o t a so b r e la presen te e d ic ió n

E s t u d io

p r e l im in a r ,

.......................................................

9

por Joaquín Abellán

1. El contexto del debate sobre los juicios de v a lo r... 2. La función de los valores culturales en las ciencias sociales: «juicios de valor» y «relación con los va­ lores» .................................................................................. 3. Juicios de valor y análisis de los juicios de valor .. 4. El sentido pedagógico del «precepto» de no hacer juicios de valor: objetividad y crítica de los con­ ceptos ................................................................................

20 39

B ibliografía.................................................................................

55

El

s e n t id o d e

LO G IA y

en

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en la

11

44

S O C IO ­

la E C O N O M I A ...........................................................

63

G lo sa rio ......................................................................................... 167 Indice onom ástico....................................................................... 175 177

Estar libre de valores como un precepto de distanciamiento * Wilhelm Hennis

IV. H ennis: E l au tor discute la tesis extendida entre los investigadores de que e l postulado de «estar libre de valores» (W ertfreiheit) constituya la base m eto­ dológica de la ciencia w eberiana. E l postu lado w eberiano significa, p ara e l autor, que la ciencia no puede decidir los valores. «E star libre de valores » im plica un criterio pedagógico p ara e l científico: contem plar im pertérrito la lucha entre «/os dioses» de m odo que e l individuo pueda elegir en total responsabilidad.

En un lugar central de la gran conferencia pronunciada por Talcott Parsons en el congreso de sociología de Heidelberg, en 1964, podemos leer lo siguiente: «El concepto de estar libre de valores (Wertfreiheit) puede considerarse fun­ damental para la posición metodológica de Weber». Parece que entre los investigadores de Weber reina la máxima coincidencia en que el estar libre de valores —junto a la doctrina del tipo ideal— constituye el pilar básico de la fundamentación metodológica de la sociología de Weber— así formulado o de manera similar. Yo quisiera intentar, en una hora escasa, hacer plausible la tesis de que, en los *

Traducción de Joaquín Abellán.

textos de Weber, no existe base de ningún tipo para esta opinión, convertida ya en un acuerdo, que ve en el postulado weberiano de estar libre de valores el fundamento metodo­ lógico de su manera de hacer ciencia. Después de 1945 se ha visto en este postulado weberiano el auténtico escándalo de su obra. El que Weber fuera expulsado de la teoría política y se le convirtiera en un clásico mundial de la sociología, tiene que ver esencialmente con este postulado. Ver un problema en lo evidente es la exigencia constante que emana de la obra de Weber. Preguntémonos, por tanto, con carácter muy fundamental, de qué se trata en este famoso postulado. No hay duda: en el esfuerzo por «estar libre de valores» —utilizo lá expresión sin una clarificación terminológica más precisa— se esconde algo así como el núcleo de la actitud de Weber ante el mundo en el que él se veía a sí mismo, él que había probado realmente del árbol de la ciencia: un mundo que, en todo lo esencial, sigue siendo el nuestro: sin la huella «posmoderna», desgarrado todavía por las antino­ mias de la modernidad. Libre de valores, con mirada abierta, sin estar protegido por la arrogancia de la tradición o por el optimismo de las ideas modernas, ataviado con la fina coraza de la esperanza, receloso a distancia respecto a todas las ilusiones y deseos, respecto al multicolor ramillete de valores que la modernidad ofrece masivamente, el estar libre de valores weberiano es más una máxima para la vida práctica, con el fin de mantener clara la cabeza en la vorágine del tiempo, que una base metodológica para una ciencia espe­ cializada. En lo que el postulado incide sobre la ciencia, no dice nada nuevo, una trivialidad, la pura evidencia, pero contra la que se sigue pecando porque es tan trivial. Lo nuevo —expresión y respuesta a la transformación de todos los valores que se realiza ante los ojos de lodos— es la radicalidad de su actitud, la seriedad para la vida práctica con la que Weber defiende este postulado. Antes de pasar a intentar una crítica de las opiniones al uso, recuerdo brevemente los lugares clásicos donde Weber trata el ppstulado de estar libre de valores. El debate comenzó en realidad, como es conocido, en el congreso de la Verein für Sozialpolitik (Asociación de política social) celebrado en Viena en septiembre de 1909, con moti­

vo de la ponencia de Eligen von Philippovich sobre la «Produktivitat der Volkswirtschaft» (Productividad de la econo­ mía). Nunca había habido ningún debate sobre un problema teórico en los congresos de la Asociación, que era realmente una Asociación de intelectuales y de prácticos comprometi­ dos con la política social. Para organizar el debate se decidió realizarlo, sin público, en una comisión ampliada —en el Consejo de la Asociación, por tanto— y sobre la base de ponencias previamente preparadas. La posición de Weber, el «Informe» de 1913, fue una de las presentadas ante la Comisión, y que él reelaboró en 1917 en el famoso artículo para la revista «Logos», con el título «Der Sinn der Wertfreiheit der soziologischen und ükonomischen Wissenschaften». La obra de Weber depara al intérprete dificultades tan grandes porque casi todos sus textos están dentro de con­ textos que no están explicados, contextos que resultaban familiares a los contemporáneos, por regla general, sin nin­ gún comentario especial. Cada uno de los participantes en el congreso de 1909 en Viena sabía, o podía ciertamente saber, por qué Weber, temido por su temperamento nervio­ so, se irritó tanto con la mera palabra «productividad». Per­ mítanme que cite los pasajes decisivos de las Actas del Congreso. Dice Weber que él estaba de acuerdo con su amigo Sombaral en que la mezcla de deber-ser y ser en las cuestiones científicas era un «asunto del diablo». Por su­ puesto que no quería decir con ello —esto es mucho más importante— que «no pueda haber una discusión científica que toque el terreno del deber-ser». El pecado, según él, sólo se comete cuando se confunden los pensamientos lógi­ cos o empíricos con los juicios de valor subjetivos, prácticos: «hoy se les ha expuesto a ustedes un concepto que, en ese aspecto, pertenece a los peores de todos... y, en vez de arrojarlo al infierno, adonde pertenece», se ha intentado salvarlo. Philippovich «ha intentado analizar muy bien de qué montón de "problemas” diferentes se trata en el con­ cepto de la productividad económica, con el que hoy se adorna todo demagogo». «El final era, sin embargo, que se llegaba de nuevo a “juicios de término medio”, que habían de valer como criterios». En esa forma, dice, se ha aceptado incluso por una cabeza teórica tan extraordinaria como la del respetado colega V. Philippovich, e incluso por el Sr. V.

Wieser, un teórico puro. «Yo tengo que decir que no puedo estar de acuerdo... y lamento realmente que una cuestión teórica se discuta aquí de ese modo. ¡Qué contradicciones! En la excelente ponencia, transparente y clara, del Sr. V. P. se dice muy correctamente: "nosotros no tenemos ningún juicio de valor uniforme". Pero apenas se ha dicho esto, surge de nuevo la "productividad” y se dice: por todos lados se forman "juicios de término medio” sobre lo que debe acontecer. Pues bien, criticar precisamente esos mismos jui­ cios de término medio para mostrar qué problemas se es­ conden detrás sería realmente la tarea de la ciencia; esa y no otra». Permítanme que repita la frase, pues en ella se encierra todo el sentido de una aproximación «libre de valo­ res» a problemas y también a «conceptos», las cáscaras que envuelven problemas ocultos. «Pues bien, criticar precisa­ mente esos juicios de término medio y mostrar qué proble­ mas se esconden detrás (como pueden esconderse en un concepto como el de la productividad), ésa y no otra sería la tarea de la ciencia». Ciertamente Weber contempla algu­ nas cosas más como tarea de la ciencia, pero, en cuanto entra en juego el estar libre de valores, no se trata realmente de «nada más» que del descubrimiento, sin prejuicios, «libre de valores, de los problemas que se esconden en los con­ ceptos y en los juicios convencionales». Cuán profundamente le afecta a Weber esta cuestión, lo pone de manifiesto la siguiente frase: «El motivo por el que ataco con tan extraordinaria rotundidad, en cualquier oca­ sión y con una cierta pedantería de mi parte, la confusión del deber-ser con el ser, no es porque yo infravalore la cuestión del deber-ser, sino precisamente por todo lo con­ trario: porque no puedo soportar que los problemas de significación universal, de la máxima envergadura ideal, en cierto sentido los problemas más elevados que pueden afec­ tar al corazón humano, se conviertan en una cuestión tecnico-económica de la "productividad" y en objeto de discusión de una disciplina especializada, como es la Econo­ mía política». Weber ve a la generación suya y de Sombart en una situación totalmente distinta a la situación en que estaba la generación de los socialistas de cátedra. Ellos pudieron creer que todos los seres racionales podrían reencontrarse en sus

juicios, y creían que científicamente estaba acabado quien no pudiera compartir sus juicios éticos. Sobre esto dice Weben «Esto es imposible, esto no podemos compartirlo, con todo respeto a la generación que ha dirigido las grandes luchas del pasado y cuyos epígonos somos hoy día nosotros... Este es el punto, donde tenemos que intentar llegar a otro suelo distinto...» Si Weber v sus amigos debían constatar con un cierto pesar «que hoy se ha introducido en nuestro medio una diferenciación en nuestros juicios de valor más fuerte que antes, la honradez nos obliga a constatarlo abier­ tamente». Para continuar con las famosas frases: «no cono­ cemos ningún ideal que pueda demostrarse científicamente. Ciertamente el trabajo es ahora más duro: tener que bus­ carlos (los ideales) en el propio pecho, en una época sin una cultura de la subjetividad. Lo que ocurre es que no tenemos que prometer ninguna Utopía ni ninguna calle pavimentada hacia ella, ni en el más acá ni en el más allá, ni en el pensamiento ni en la acción; y el estigma de nuestra digni­ dad humana está en que la paz de nuestra alma no puede ser tan grande como la paz de quien sueña con esa Utopía». Decía antes que la obra de Weber es tan difícil de enten­ der porque resulta difícil conocer los entrelazamientos y las ramificaciones internas de la misma. Para entender las ra­ zones de la irritación de Weber por el concepto de «produc­ tividad», hay que volver las páginas de 25 años de la vida de Weber anteriores al artículo de Logos, en 1917, hasta llegar a la Enquéte sobre la situación de los campesinos en la Alemania al este del Elba, del año 1892. En esa fecha —Weber tenía 28 años, es decir, mucho antes de que soñara quizá con poner los cimientos metodológicos de una socio­ logía «libre de valores» —él llega a conocer los problemas de la acción en una situación con valores en competencia, precisamente en ese problema de la «productividad» y, en concreto, de la productividad cerealística de las grandes fincas al este del Elba. Entre los distintos puntos de vista, bajo los que se puede examinar una estructura agraria, dice, tres de ellos entrarían en consideración, en la medida en que pueden expresarse en fenómenos cuantitativos, externos, susceptibles de medi­ da, cuales son: «1) el interés de la producción: el máximo producto posible de una superficie determinada, 2) el interés

de la población: muchos hombres por una superficie deter­ minada, 3) el... "político-social”: la distribución lo más amplia y equilibrada posible de la propiedad de una superficie determinada». En general, dice, los dos últimos intereses tienen entre sí una relación armónica, mientras que ambos, al menos respecto a la producción de cereales, chocan con frecuencia con el interés de la población. No habría la menor duda —escribe en las consideraciones sobre la cues­ tión de los fideicomisos, pero que es lo que él descubre con la Enquete sobre el este del Elba— de que, si se trata de la producción del máximo posible de cereales en determinadas superficies, al menos las unidades de propiedad y de pro­ ducción pequeñas y medianas son en verdad perjudiciales, y quien aspire a cubrir las necesidades alemanas de cereales con la produeción interior —aunque sólo fuese como un objetivo ideal— tendrá que luchar por la reducción numérica de la población campesina y por la eliminación, pero al mismo tiempo por la agravación de los antagonismos socia­ les en el campo y «engañaría a los otros o a sí mismo, si se callara esto». Siempre que hay que diagnosticar un conflicto de valores, Weber adopta en su argumentación un decidido tono moral, que no puede pasar desapercibido. Para conti­ nuar con la cita: «aquí no hay un "tanto... como", sino que, si se quiere apoyar artificialmente a la gran explotación técnicamente eficiente, hay que querer una continua reduc­ ción de la población campesina establecida». La empresa agraria de viejo cuño se hacía la siguiente pregunta: «¿cómo hago para alimentar al mayor' número posible de bocas con su trabajo sobre una superficie dada? La empresa capitalista se pregunta (esta es su característica conceptual): ¿cómo hago para, en una superficie dada y con el mayor- ahorro posible de trabajo innecesario, poner a la venta en el merca­ do la mayor cantidad posible de bienes?». Según Weber, hay que acentuar siempre este sencillísimo punto de partida «de considerar los efectos de la gran empresa y la cara políticosocial y de población de la producción agrícola». El conflicto de valores, del que es testigo Weber en la región al este del Elba, es traído a su punto clave. Quien sea de la opinión de que en el este es necesario que disminuyan los contrastes sociales y quien opine que lo más importante es «asentar al mayor número posible de campesinos independientes en el

poco poblado... suelo del este, tendrá que exigir que se eliminen en el este todas las instituciones dirigidas a objeti­ vos diametralmente opuestos, sin importar si, de esa manera, se produce un daño a los intereses de la producción —lo cual es muy probable, al menos para los cereales—. Para quien así piense, muchos campesinos alemanes tendrán más valor que mucho grano alemán». Weber problematiza el hecho de que la productividad sea el único supuesto valor económico; sólo de esta cuestión se trata, en cuanto al contenido, en las encuestas sobre la situación de los obreros agrícolas y, formulada como un problema científico, en la Lección inaugural de Freiburg en 1895. El escándalo de la Lección inaugural no es realmente el supuesto nacionalismo. Weber aclara que, junto al interés de la producción (de los grandes propietarios) también hay que pensar en el proble­ ma de la población y, como dice él, en la dislocación del Estado. No son los polacos los que debilitan al Estado pru­ siano, sino los polaquistas, es decir, los grandes propietarios que se hacen dependientes de los polacos. Lo grandioso en la Lección inaugural es la exposición de un problema de valoración, que no puede ser decidido por la ciencia, pero que ciertamente puede ser aclarado por ella. Para mi es incomprensible cómo se pueda ver, en la cuestión de los juicios de valor, una ruptura o, diría incluso, una evolución esencial, entre la Lección inaugural de 1895 y el artículo sobre la objetividad de 1904. El concepto de la productividad oculta un conflicto de valores, generado inevitablemente por un incremento de la productividad. Creo que, aquí en España, no es necesario decir a nadie qué consecuencias en aspectos no económicos tiene el incremento de la producti­ vidad en el turismo. Ninguna ciencia puede decidir si es razonable forzar el turismo en España a toda costa, y la que menos puede decidirlo es la Economía por sí misma. Pero, qué puede proporcionar la ciencia? Nada más que presentar ante nuestros ojos, con la máxima claridad, el conflicto entre los valores. Y ésto, y no otra cosa, es en realidad el tema de todas las exposiciones de Weber sobre el llamado estar libre de valores, tanto en el artículo sobre la objetividad como en el Informe de 1913 como, finalmente, en el artículo sobre el sentido del estar libre de valores. Para clarificar algo más la cuestión, permítanme que

acuda, brevemente, al artículo de Logos, de 1917, que con toda razón vale como la exposición definitiva de Weber sobre este problema sólo un experto traerá a colación ade­ más, para completar, el artículo sobre la objetividad de 1904 y quizá la Lección inaugural de 1895. Sabemos, pues, a qué terribles malentendidos está expuesto el famoso pos­ tulado weberiano. Las etiquetas de Weber como positivista, decisionista, nihilista ciego para los valores, precursor de Hitler y cualquier otra cosa tremenda que se pueda pensar, remite sin duda, básicamente, a este postulado, pero todos los malentendidos remiten al grotesco título «Der Sinn der "Wertfreiheit” der soziologischen und ükonomischen Wissenschaften» (El sentido del "estar libre de valores” en las ciencias sociológicas v económicas). Sobre el «sentido» del estar libre de valores, el lector no llega a conocer ni la sombra de una explicación en ese largo artículo. El artículo no trata de eso. En él se trata el «sentido» de las «discusiones científicas sobre valores» —tal como Weber lo había visto como un problema de política agraria desde 1892—, las cuales sólo pueden llevarse a cabo «sin prejuicios, sin reser­ vas» (unbefangen) —Weber utiliza siempre esta sobria pala­ bra alemana— si el científico deja a un lado sus propios valores. Que la ciencia esté libre de valores es un presu­ puesto para que sean posibles discusiones sobre los valores, y sólo éstas le interesan a Weber. Por tomar de nuevo un ejemplo corriente hoy: los «valores» ecológicos (aire y agua limpios, etc...) ¿deben tener prioridad sobre los económicos (incremento de la productividad, bienestar del pueblo, etc...)? He expuesto antes el ejemplo de Weber, tomado en su época: ¿Debe tener más «valor» la numerosa población cam­ pesina alemana al este del Elba que una gran cantidad de gran alemán? (Si lo tuviera ésto último, habría que dejar entrar a los obreros migratorios, más baratos, habría que «racionalizar» las empresas, habría que trasladar a los cam­ pesinos alemanes, que consumen demasiado grano alemán, al oeste). Preguntas razonables, importantes —se podría decir— que no se pueden decidir ciertamente con la ciencia, pero, después de una discusión científica precisa, sin prejui­ cios, son susceptibles de ser decididas. La decisión deben tomarla aquellos que tienen la responsabilidad de decidir, que no son, en todo caso, los científicos.

Sin embargo, leemos por todas partes que el «estar libre de valores» es la base, el fundamento de la posición «meto­ dológica» de Weber, el presupuesto metodológico de la so­ ciología weberiana. Que esto no puede ser correcto, —que, en todo caso, no puede ser todo el asunto— tiene que verlo realmente cualquiera que se haya ocupado alguna vez de la evaluación de las cuestiones metodológicas de Weber. A cualquiera debe llamarle la atención con qué desprecio se expresaba Weber, por regla general, sobre la significación de las discusiones metodológicas. Ya en el artículo sobre Knies expone su deseo de que «ojalá desaparezca muy pron­ to la moda actual de que los trabajos de principiantes tienen que ir adornados con investigaciones gnoseológicas». En el debate con Eduard Meyer podemos leer que «la metodología sólo (puede) ser una autorreflexión sobre los medios que han prohado su eficacia en la práctica, y que tener una conciencia explícita de éstos no (es) un requisito para un trabajo fructífero como no lo es el conocimiento de la anatomía para caminar "correctamente"». Así que, de la misma manera que quien «quisiera contro­ lar continuamente su manera de andar con conocimientos anatómicos, caería en el peligro de tropezar», lo mismo le pasaría al especialista en su intento de establecer los objeti­ vos de su trabajo sobre la base de consideraciones metodo­ lógicas. Si el trabajo metodológico, dice, puede servir direc­ tamente en algún punto de la práctica del historiador, lo es precisamente en que «le capacita para no dejarse impresio­ nar, de una vez por todas, por un diletantismo filosófica­ mente embellecido». De aquí se deriva la frase central para la comprensión de la idea de Weber sobre el papel de la metodología: «Las ciencias sólo se fundamentaron con la presentación y la solución de problemas objetivos y su mé­ todo se sigue desarrollando; las consideraciones puramente metodológicas o gnoseológicas, por el contrario, nunca han tomado parte en ésto, de una manera decisiva». Al final del Informe sobre el estar libre de valores, Weber retoma plás­ ticamente el cuadro de la significación de la anatomía para un correcto caminar. Dice que, en esa época, dominaba entre los economistas algo así como una pestilencia «meto­ dológica»; que no puede escribirse casi ningún artículo pu­ ramente empírico sin que el autor considere necesarias, por

el bien de su reputación —por así decir— observaciones «metodológicas»; que esto puede conducir con toda facilidad a la situación de la «maldición del sapo». «Se puede caminar sin conocer la anatomía de las piernas. Solamente cuando algo no funciona bien, entra aquélla en una consideración práctica para el andar». Las observaciones de Weber sobre la significación secundaria de la metodología se podrían aumentar con facilidad. En el curso sobre las categorías, del semestre de invierno de 1919/1920, en Munich, se dice: «el método es lo más estéril que hay... Con método solamente no se ha logrado nunca nada». Ahora ya sabemos con qué obstinada pasión —cum ira et studio, se podría decir— arremetió Max Weber contra la confusión de afirmaciones sobre el ser y sobre el deber ser, contra la ingenua y vaga alegría de establecer valoraciones, existente en la ciencia social de su tiempo. La ingenuidad en este punto era, para él, algo así como el enemigo más antiguo, una cosa del diablo, contra la que luchaba siempre que se topaba con ella. No necesito contar mucho la historia de esta lucha contra los molinos de viento de los juicios de valor improcedentes en el país de Don Quijote. Si las cues­ tiones metodológicas, como acabamos de ver, sólo tenían una significación relativa para Weber, la cuestión de los juicios de valor no puede haber sido para él una cuestión metodológica, atendiendo a la pasión con la que la seguía. Pero, ¿qué le interesaba a Weber en este debate que duró toda su vida? ¿Qué hay detrás de él, por qué le irrita tan desmesuradamente, en qué contexto biográfico e histórico crece este postulado? Permítanme que intente esbozar estos contextos. Creo que se pueden distinguir cuatro motivos, aun cuan­ do resulte difícil separar los motivos individualmente entre si. En primer lugar está una decidida «actitud» del joven Weber, adoptada muy pronto —documentable en su bio­ grafía—, respecto a la «profesión» que él elige —al principio, con dudas y sin muchas ganas—. Le atrae más bien una profesión práctica; de la docencia le interesa su tarea peda­ gógica. Sin querer imponer su actitud a nadie, Weber des­ arrolla una idea rigurosa de la enseñanza «académica». Junto a la famosa diferenciación entre el político y el funcionario existe una previa, la del intelectual independiente, compro­

metido solamente con la ciencia. Expresado en términos modernos: el político y el académico tienen distintas funcio­ nes, que sólo las desempeñan bien si están claramente sepa­ radas unas de las otras. A esta diferenciación va unida, en segundo lugar, una determinada idea del carácter específico de la enseñanza académica en las universidades alemanas, que se había ido desarrollando a lo largo de la historia —y sólo a través de esa idea adquiere su posición un cierto interés general—. Es, en cierta medida, la cara institucional de la actitud personal de Weber. Esta actitud se perfila, al fin y al cabo, en tercer lugar, por un tajante distanciamiento respecto a la actitud de la vieja generación de sus maestros. En el debate sobre el estar libre de valores se trata de un típico conflicto generacional. Así como, en su vida personal, su padre se le presenta como un burgués satisfecho y con­ tento consigo mismo, de la misma manera ve situados a Adolf Wagner y a Schmoller en la ciencia, como represen­ tantes del «lo hemos conseguido» del sistema guillermino, demasiado integrados y sin ningún distanciamiento, sin nin­ gún sentido para los grandes problemas de la cultura, en los que Weber se ve a sí mismo inmerso. Pero todos estos motivos se ven aumentados, en cuarto lugar, por la apasionada posición de Weber a favor de aquello que le ha quedado a la ciencia de servicio a los poderes morales, es decir, en relación al modo de vida, no mediante la producción de un conocimiento técnicamente útil, sino como posibilidad y tarea de llevar una vida perso­ nal: proporcionar claridad sobre lo que se puede y se quiere en la lucha, llegado el caso, entre las convicciones y la responsabilidad. 1. La idea de su tarea como docente la tenía determi­ nada con toda precisión el joven Weber a los 29 años. Sus «definiciones» funcionan siempre con delimitaciones y con­ traposiciones. El joven Weber colabora en cursos de perfec­ cionamiento para pastores protestantes, a iniciativa del Con­ greso social evangélico. Estos cursos se diferencian de otros cursos similares organizados «por ambas partes, católicos v evangélicos», por su carácter «académico». Los cursos de la competencia tenían como finalidad «inculcar» un determi­ nado programa económico; lo principal en ellos era su orien­ tación polémica contra la socialdemocracia.

En los cursos en que él participó, las cosas, según él, eran distintas. El y la mayor parte de los otros docentes rechazaban tajantemente, el «comprometerse» a enseñar pun­ tos «concretos y positivos» de un programa. Según él, no se podía excluir que los participantes no pudieran perder por completo «un sentimiento de decepción sobre el frío escep­ ticismo» que tenían los docentes, precisamente respecto a la resolubilidad de algunos problemas de interés inmediato. «Esto, sin embargo, se asienta en la naturaleza de la discu­ sión científica sobre estos objetos y no puede evitarse; aun cuando pudiera evitarse, no debería Hacerse». El des-engaño (Ent-Táuschung) se eleva a tarea académica. Weber mantu­ vo siempre esta posición de 1893. En «Wissenschaft ais Beruf» comienza la enumeración de los servicios de la cien­ cia de esta manera: «en primer lugar, éste: si uno es un maestro útil, su primera tarea será enseñar a sus alumnos a reconocer realidades incómodas». Si el maestro necesitara de sus oyentes para acostumbrarse al hecho de que hay realidades incómodas para las opiniones de cada parte, sería muy inmodesto calificando esta situación de «empresa moral». 2. Unido directamente a ésto, se limita o se reduce la idea weberiana de la «carencia de presupuestos» de la uni­ versidad alemana (es decir, su libertad respecto a «normas previamente fijadas» por la iglesia o el Estado, como se diría hoy). También su idea de la libertad institucional «de la ciencia» y de la enseñanza la aclara Weber mediante un contraste. Desde un punto de vista histórico, no resulta nada evidente la existencia de una libertad de enseñanza sin vinculaciones a presupuestos previos. Todos los cargos docentes en el occidente cristiano eran cargos eclesiásticos v las universidades estaban marcadas naturalmente por sus facultades primeras, las de Teología. Las universidades ale­ manas del siglo xix «se liberan» ciertamente del control de la iglesia, pero se convierten en pensionistas del Estado, al que tienen que suministrar personas diplomadas mediante un examen. Weber no conoce ningún concepto «de la cien­ cia» o «de la universidad», del que tuviera que derivarse «lógicamente» la ausencia de presupuestos previos. La «ausen­ cia de presupuestos previos» de la enseñanza en las univer-

sitiados alemanas es, para él, —como todo, en el fondo— un «problema», en lodo caso una «tarea cultural» que exige ser conocida en su problemática y peculiaridad. El mensaje emancipador que brota de su obra es que el mundo estuvo ordenado de una manera totalmente distinta y que podría estarlo de nuevo. De que las universidades alemanas, con su famosa «ausencia de presupuestos previos», no debían ser en absoluto la medida de todas las cosas, toma concien­ cia Weber en América, si es que este hombre, carente real­ mente de vanidad académica y nacional, no lo supo antes; toma conciencia de ello, además, por la fundación de la «Universidad Libre» Abraham Kuyper en Amsterdam. De agosto a diciembre de 1904 realizó un gran viaje a los Estados Unidos de América. Se ha intentado comparar este viaje con el de Tocqueville, 75 años antes. En cualquier caso, Weber le debe a ese viaje algunas impresiones de profundos efectos: en especial, la impresión del poder de las sectas, con sus efectos ulteriores sobre el carácter, compa­ rable totalmente a lo que Tocqueville había observado en las «asociaciones» americanas, pero, sobre todo, la visión de las universidades americanas impregnadas de otra tradición diferente. Habiéndose desarrollado a partir de los Colleges vinculados confesionalmente a las sectas, las universidades americanas habían conservado hasta el presente, de manera distinta a la universidad alemana, la tarea primigenia de toda educación, la formación del carácter (v no en último término mediante el apasionado juego de los equipos de fútbol). La «ausencia de presupuestos previos» de la ense­ ñanza universitaria alemana no era para Weber ninguna aportación cultural especial, sino una consecuencia de la secularización y de la pobreza alemana, que nunca había hecho posible que generosos mecenas crearan universidades fundaciones, unidas, por regla general, a una determinada concepción del mundo. La visión weberiana del carácter de las universidades alemanas como instituciones estatales está marcada, no sólo por la visión americana, sino por el ejemplo contemporáneo de la fundación de la «Universidad Libre» en Amsterdam por Abraham Kuyper, quien luego sería Pre­ sidente del gobierno holandés. La creación de una universi­ dad totalmente calvinista por Kuyper, radicalmente inde­ pendiente del Estado, le preocupó profundamente. ¡Todavía

era posible hacer algo así! Si se hace difusión de los propios «valores» desde la cátedra, según el modelo de Amsterdam, habría que conceder a todos el derecho a crear cátedras vinculadas a convicciones y a crear, él mismo tiempo, un Consejo con el derecho a cubrirlas: «la “Asociación central de industriales alemanes", la "Federación monista”, la “Aso­ ciación Kepleriana", el "Cártel sindical”, todas las iglesias y los partidos políticos podrían hacer uso entonces de este derecho, según sus propias posibilidades económicas». «Esto sería "libertad de enseñanza" sobre la base de la "enseñanza de convicciones"». Quien rechace esta consecuencia, dice, tendría que rechazar también la enseñanza de convicciones como tarea de la educación y tendría que rechazar asimismo que las convicciones fueren el requisito para ser profesor universitario. Dice que la «unidad cultural alemana en el terreno de la enseñanza sólo» se puede «justificar desde dentro sobre la base de una automoderación científica es­ tricta»; si se quiere esa unidad cultural —el Kulturkampf no quedaba muy lejos— tiene que caer la idea de todo tipo de enseñanza de convicciones. El maestro académico está en­ tonces «especial y estrictamente obligado» a evitar toda toma de postura propia en la lucha de los ideales y a hacer de su cátedra, en vez de un lugar para la lucha, un lugar para la comprensión intelectual e histórica de otras concepciones del mundo que no coincidan con la suya (enero 1909). 3. Sobre el trasfondo de esta comprensión institucional de las «tareas culturales» concretas de la universidad ale­ mana, los «profetas» funcionarios de la vieja generación del socialismo de cátedra le parecen especialmente repugnantes. En la época de su Lección inaugural de Freiburg ( 1895) ya no era el viejo Treitschke el tipo de profesor que Weber atacaba, sino más bien un nuevo tipo de profesor político, apologela del orden establecido, demasiado adaptado, sin ningún distanciamiento, a la burocracia estatal. Adolf Wagner, pero sobre todo Gustav Schmoller, era para Weber —a pesar de sus grandes contribuciones científicas— el más destacado representante de un nuevo tipo de «profesor co­ merciante» con influencias en los despachos oficiales. Según Weber, estas influencias eran en gran medida ilusorias

—prescindiendo del poder para cubrir cátedras, concedido en pequeñas proporciones—. Incluso una personalidad con el peso específico de Schmoller, en su actividad de asesoramiento a cargos estatales, «ha desarrollado una capacidad especial para saber siempre, puntualmente, lo que los minis­ terios deseaban ver defendido, para pregonarlo como un resultado de la ciencia». Sólo desde el trasfondo de la rígida ¡dea weberiana del distanciamiento e independencia acadé­ mica respecto a todos los poderes en lo social, se puede entender el pathos de su «postulado». Incluso a sus propios contemporáneos les costó entender a Weber en este punto. Karl Wach, el gran procesalista, le reprochó a Weber, en el congreso de profesores universitarios de Leipzig, en 1909, que no se aterrorizaba en realidad a los estudiantes si uno revelaba su personalidad y sus objetivos últimos. «En los objetivos se acuña la personalidad, la concepción del mundo, y bajo determinadas circunstancias también la concepción religiosa y política. Y así nos marcamos a nosotros mismos en nuestra enseñanza, y yo doy las gracias a los docentes que no lo hacen». Weber, por el contrario: «tengo que man­ tener que estoy en situación de exponer contextos científicos sin juicios de valor, y sólo estoy orgulloso de mi actividad docente en cuanto que he permanecido fiel a este ideal». «Permanecer fiel», no engañar, no engañarse, «aguantan) cosas incómodas: los contextos en los que aparece la exi­ gencia weberiana de que la ciencia esté libre de valores son contextos morales; la lógica sólo obliga a reconocer que las afirmaciones objetivas y los juicios de valor prácticos están en «niveles diferentes». Quién lo iba negar. Pero también ahí termina el problema «lógico» y comienza el problema decisi­ vo de filosofía de la ciencia. Los últimos dos discursos de Weber sobre Política y Ciencia «como profesión» forman parte de los más magnífi­ cos testimonios de honradez académica no sólo de la litera­ tura alemana sino de la literatura universal. «Wissenschaft ais Beruf» es un último y desesperado intento —y con ello estoy en el 4e motivo— por conservar algo de lo que la ciencia había sido para el occidente, desde sus comienzos en Grecia, un poder para dirigir la vida. En el Congreso de sociología de Heidelberg de hace veinticinco años, en con­

memoración del 100a. Aniversario del nacimiento de Weber, Jürgen Habermas aventuró la tesis de que el postulado del estar libre de valores lo había utilizado Weber para limitar la ciencia social «a un interés cognoscitivo, que se conforma con la producción de un conocimiento útil técnicamente». La así llamada «Teoría crítica» ha intentado surtirse su perfil crítico, relativo a la vida práctica, esforzándose en el trasfondo por apartar a* Weber como un mero positivista, como «Archiposilivista» (Habermas). Que la ciencia moderna produce un conocimiento técnicamente útil, era evidente para Weber; él no ha «producido» ni una sola frase de conocimiento técnico y no compartió nunca las esperanzas, que la ciencia «critica», desde Marx, asociaba a aquél. El no tuvo sino desprecio para toda clase de «esperanzas» y «bue­ nos deseos», el más de la ciencia «crítica». Era indiscutible que la ciencia no podía responder a la pregunta clave de Tolstoi «¿qué debemos hacer? ¿cómo debemos vivir?». La pregunta es, y con esto llega Weber al sentido de la ciencia y al «sentido del "estar libre de valores"», inseparablemente unido a aquél: «en qué sentido la ciencia no da "ninguna" respuesta y si, en vez de ello, no podría quizá proporcionar algo a quien plantee correctamente la cuestión». Aún cuando la ciencia no pueda decir a nadie hacia dónde tiene que guiar su vida, podría, sin embargo, ayudarle a «hacer examen de conciencia sobre el sentido último de sus propias acciones». No le parece que esto sea poco, inclu­ so para la vida personal. El estaría tentado a decir que un maestro académico que lograra ésto, estaría al servicio de «poderes morales» de «crear el sentimiento de la responsabi­ lidad, claridad y deber». Pero el medio, la vía metodológica, para llevar al oyente a eso, es ciertamente aquella «discusión sobre los valores», sobre lo único de que trata el artículo de la revista Logos de 1917. El sentido del estar libre de valores, es decir, el sentido de que el maestro aparte sus valoraciones personales, el sentido de sus esfuerzos por estar sin prejui­ cios, consiste únicamente en poder mirar a los problemas mismos en su rostro, en poder contemplar, impertérritos y desarmados, la lucha de los «dioses», de modo que él pueda elegir, y tenga que elegir, con total responsabilidad. Solamente una ciencia independiente puede cumplir su

tarea propia entre los poderes de la vida, una ciencia en ese sentido «libre de valores», que no se deje «encuadrar» irre­ flexivamente en «responsabilidades sociales», para la que la insistencia en la reflexión de lo fundamental, como tarea específica suya, sea más importante que el compromiso político, ciertamente también necesario. El postulado de Weber, correctamente entendido, no ha perdido nada de su validez.