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Spanish Pages [204] Year 2008
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"'^IH
OBRAS COMPLETAS
DE
AMADO ÑERVO ./"'v^'rvo
,
TOMOS PUBLICADOS I.-PERLAS NEGRAS.— místicas II.- POEMAS
III.-LAS
VOCES, LIRA
HEROICA Y OTROS
POEMAS IV.-EL ÉXODO Y LAS FLORES DEL CAMINO V.— ALMAS QUE PASAN
VI.-PASCUAL AGUILERA,
-EL DONADOR DE
ALMAS VIL- LOS JARDINES INTERIORES.-EN VOZ BAJA DE ASBAJE IX.-ELLOS X.-MIS FILOSOFÍAS
VIIL- JUANA
XI.-SERENIDAD XII.-LA AMADA INMÓVIL XIII.-EL BACHILLER.-UN SUEÑO.- AMNESIA.-
EL SEXTO SENTIDO DIAMANTE DE LA INQUIETUD.-EL DIA-
XIV. -EL
BLO DESINTERESADO.-UNA MENTIRA XV.— ELEVACIÓN XVI.—LOS BALCONES
DE CADA TOMO SE HAS IMPRESO CIEN EJEMPLARES EN PAPEL DE HILO /»/»/»/$
TEXTO AL CUIDADO DE ALFONSO REYES ILUSTRACIONES DE "MARCO
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mmmmmmm^s^im>
OBRAS COMPLETAS DE AMADO ÑERVO '¿^o/ajTienXVX
BALCANES
'^
ES
PROPIEDAD
DE LOS HEREDEROS DEL AUTOR
TODA EDICIÓN FRAUDULENTA SERÁ PERSEGUIDA POR LA LEY ft )i
f
i
Este
libro
quedó entre
los papeles
de
Amado
Ñervo, e ignoramos la causa de que no se haya
publicado antes de ahora.
Acaso
el lector
recuerde haber encontrado en
El Imparcial, de México; en ras y Caretas, de
na sobre
la
Buenos
La Nación o en Ca-
Aires, tal o cual pági-
Emperatriz Carlota, sobre
colía Real, sobre los soldados
la
Melan-
que pasan bajo los
balcones del poeta, sobre Pascualillo, sobre Neptuno, o en Elogio de la noche, que aquí apare-
cen reunidas, con algunas leves variantes y adiciones.
Estas variantes, estas adiciones, tienden principalmente a dar carácter de conjunto a las pá-
ginas dispersas.
forma
De
todos modos, el libro, en su
actual, es nuevo,
y nos atrevemos a creer
que inédito en mucha parte. Aquí, como en otros
libros,
Ñervo se compla-
ce en mezclar con su prosa noticias
y curiosida-
Amado Ñervo des que tomaba de ajenos libros
Prensa diaria.
A
como en Amnesia
el vol.
(v.
y hasta de
la
en sus cuentos mismos,
veces,
XIII de estas obras
completas), hace largas citas de esta especie.
Y
una cantidad jabulosa de recortes de periódicos, que le servían para sazonar un artículo, o le proporcionaban asunto para un cuento. dejó
El poeta es
el
(al principio iba
y
así,
protagonista de su obra:
el
Luis
a llamarse Fernando o Antonio,
en los manuscritos originales, hay
vacilación de nombres)
que vive en
la
cierta
calle
de
y contempla desde tierra, los cometas y los
Bailen, frente al Palacio Real,
sus balcones el cielo y la
monarcas, las flores,
los
pájaros
y los astros, con
cierta melancolía serena.
Q Dice *Azorín*, en
Una ciudad y un
balcón:
*...Juntoa un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá
un hombre con
la
cabeza,
meditadora y triste, reclinada en la mano. podrán quitar el dolorido sentir.»
10
No
le
LA
MUERTE IMPORTUNADA..
Üh Muerte, déjame acabar —Abominable
—Déjame Muerte!...
más
filosofastro,
acabar este
este libro!
¿un
libro,
libro
más?
te lo ruego, ¡oh
¿Sabes que te encuentro más bella, que nunca, y con unos ojos más
esbelta
grandes y expresivos?
—Adulador indiscreto, te dejo vivir aún porque voy de prisa. Tengo que matar a un emperador megalómano, a dos obispos muy gordos, a un banquero panzudo y gotoso que ha quebrado tres veces, a un general muy nulo, de grandes bigotes retorcidos, y a un politiquillo discursero y venal. Pero me prometo no seguir permitiendo que manches papel con tus insípidas
filosofías...
—Ya
tardarás, amiga;
yo soy menguado
fruto
para tu cosecha, y aún no es mi hora. Tienes que pillarme con dinero y con dignidades para
que
te
puedas
llevar
algunos harapos amarillos
entre las manos... jy eso es un poquiíin 13
difícil!
COMPOSICIÓN DE LUGAR
Luis cones:
tiene en su piso tres claros y amplios balel
primero da luz a una pequeña sala
contigua a su despacho (y de sino al final de este
él
no se hablará
dos se despacho mismo. Por ellos entra, desde que Dios amanece, una PiOdigiosa inundación de luz, de tal suerte intensa, que en la primavera pueden hacerse instantáneas dentro de la pieza.
abren en
libro...);
los otros
el
El balcón de la izquierda,
como
tantos y tan-
tos balcones madrileños, está lleno de macetas. 14
Obras Completas Las hay de todos tamaños. En una maceta muy grande crece una adelfa. Esta adelfa se la regaló a Luis, un día de su santo, hace cuatro años,
hermosa,
muy
quiso con
el
una mujer
muy
noble,
rubia,
muy
buena, a quien
más acendrado y gran
él
cariño.
La mujer que le regaló la adelfa murió pocos meses después, en una glacial mañana de enero. Luis ha cuidado siempre su adelfa sentimentalmente, románticamente; pero la adelfa no florecía.
—Le
falta
maceta no es demasiado
tierra; la
grande— le decían a
Luis.
Pero él no se atrevió nunca a cambiarla de en aquél se la había regalado la «muerta». Eso sí: poníale un poco de tierra nueva enci-
tiesto:
ma,
la cual
se iba apelmazando.
Tres años estuvo ña,
triste... ella,
la
adelfa en su tiesto hura-
que es
la alegría
misma por na-
turaleza.
Cuando
Luis,
en
el
verano, pasaba frente a
que ondulan
al Sur de la Plaza de Oriente, y veía unas gigantescas adelfas que hay allí cuajadas siempre de flores, pensaba:
los jardincillos
—¡Y
la
mía que se está tan mustial
Pero este verano de 1915, en cuanto el sol calentó un poco, la adelfa empezó a echar flores.
¡Y vaya
si
ha florecido hasta septiembre! 15
Amado Ñervo Como
quisiese
si
compensar a Luis de su
tris-
teza pasada, durante junio, julio y agosto, ha es-
tado materialmente vestida de
flores.
Luis, en cuanto la vio florecer, se dijo infan-
tilmente, ingenuamente:
de mí.
Ha
«La muerta se acuerda
salido ya, a los tres años y medio, de
su letargo espiritual, de ese letargo en que caen las
almas
como una
al
separarse de los cuerpos, y que es
infancia al revés; porque la naturaleza
no procede por saltos (natura non facit saltas), así como blandamente nos mete en la vida, de la cual no tenemos conciencia sino después de seis o siete años, así blandamente nos mete en y
ia
muerte.»
La muerta, pues, ante
la
imposibilidad de
mostrarse en otra forma a su amigo, en quien
Reino Arcano, resolvió
volvía a pensar allá en
el
hacérsele presente con
flores...
idea tan
humana
y tan delicada que no podrá menos de agradar a quienes lean estas líneas. Luis está seguro de que la adelfa seguirá ya floreciendo todos los años.
Q Hay en
el
dicho balcón de Luis, según se ha
expresado, otras varias plantas; entre ellas un cactus, del que se hablará en capítulo aparte, porque lo merece, y claveles, naturalmente, esos
—
16
Obras Completas claveles encendidos de los cuales dijo
Rubén
Darío que eran la flor
extraña
regada con la sangre de los
toros...
Luis contempla sus flores mientras trabaja, pues tiene su mesa al lado de este balcón. En cambio, rara vez se asoma a él: se lo estorban las plantas. Para asomarse ha dejado el
Y
de
la
derecha, vacío.
y todo, es
el
balcón por excelencia. ¿Sabéis por
otro, el
ese balcón, vacío
qué? Pues porque Luis posee un anteojo astronómico que lo acompaña desde hace mucho tiempo, y por cuyo crístal límpido— de sólo 68 milímetros de diámetro— se ha asomado noches y noches, hace casi tres lustros, al Infinito... ¡Cuántas horas de soledad le ha encantado ese anteojo modestol
{Cómo, gracias a él, Luis, en las más hondas de su vida, ha encontrado oasis de sere-
crisis
nidad! el don de apaciguar nuesalmas con su ritmo luminoso y eterno. Y no porque él sea tranquilo, no, señor jqué
El firmamento tiene tras
va a serb! Giran en él orbes convulsos de llamas, ho¿ eras inmensas en que arden, hasta la volatilización, todos los metales, y en que los gases lamen
el vacío con sus lenguas de fuego; o bien planetas donde, como en Júpiter, la soli-
17
Tomo XVI
2
Amado Ñervo dificación apenas comienza, tinente, «la
toda
la tierra—,
graciones. al
mancha
cual
O
roja»
y se forma un con-
— muy más grande que
en medie de ciclópeas confla-
bien planetas sabios,
como
Marte,
hemos de consagrar asimismo algunas
páginas.
O
cometas ingrávidos que trazan en el de oro; bohemios de viajeros perennes que van a través de
éter sus tenues pinceladas infinito,
un sistema, y a veces a través de varios, fecundando quizá mundos, dejando caer en cada uno, como sembradores misteriosos, la divina simiente de la vida. O, en, fin, nebulosas enormes de las cuales han de surgir los universos de mañana.
Pues ¿y
la
luna?
B Oh,
sí,
ese balcón vacío en el que Luis coloca
su pequeño anteojo, es el balcón por excelencia de estas páginas (aun cuando haya otro: el del
pequeño salón contiguo, que se menciona al principio— y que ha de dar asunto al postrer capítulo de este libro—, el cual ha sido para Luis
faro cordial).
No vayáis, empero, a creer, por lo que se ha hablado y se hablará de los astros, que Luis sea un especie de papamoscas, eternamente embobado con las estrellas y con la luna. No, señor: is
y
Obras
Completas
a veces, muchas, deja de mirar hacia arriba y la amplia y risueña calle, bordada de acacias y de álamos en la parte que
mira hacia abajo, hacia
ve
al
poniente.
Por esa calle pasa la vida entera de la Corte. Pasan los reyes e infantes con muchísima frecuencia, ya que no lejos se levanta la bella e imponente mole del Palacio Real, cuya puerta del Príncipe da a la dicha calle. Pasan los Grandes de España, con sus variados y lucientes uniformes. Pasan los diplomáticos, muy entonados y trascendentales, lleno el meritorio pecho de innumerables cruces de todos colores. Pasan infinidad de automóviles, iandós y berlinas, en que la aristocracia se dirige a la Casa de Campo o a la
estación del Norte (a dejar a los amigos, es-
pecialmente cuando
el
veraneo). Pasan los de-
mocráticos tranvías que van a Pozas y al delicioso Parque del Oeste. Pasan los innumerables
simones y carros que sostienen el tráfico con la estación. Pasa la guardia que va a relevar la de Palacio, y que sale del cuartel del Príncipe Pío, tocando sus vivaces pasos dobles y marchando tan ágilmente, con esa agilidad y esa alegría— esa gracia, lo diremos de una vez— del soldado
español
(1).
Tachado: «que hacía exclamar a don Justo Sierra: «estos soldados no marchan: bailan, y que es única en Europa.> (1)
19
Amado Ñervo (Al autor le parece grotesco el «piafar» de los
soldados prusianos, por
que pide perdón a
lo
sus amigos teutones, sobre todo a los para
él
simpatiquísimos— ¡claro!— que han vertido a la lengua de Nietzsche muchos de sus versos y algo de su prosa. Felizmente, en Alemania no todo es
piafar...)
vida entera de
Si, la
la
Corte, en sus infinitas
manifestaciones, desfila por esa calle, aristocrática
y popular a
lar,
mo
que en al
la
vez cual ninguna
como ya
aristocrática
la
otra.
se ha dicho, y tan
Tan
popu-
taberna ya famosa (y no es reclala puerta de al
tabernero) que se abre a
lado, vienen a refrescar todos los cocheros, y a
cenar en
el'
buen tiempo, en unas mesitas que
están bajo los árboles, innumerables gentes del
pueblo, en
el
que abundan, como todos saben,
mujeres hermosas y según cálculos de Luis, las
gallardas; el
tanto que,
noventa por ciento
muchachas del pueblo madrileño son boo cuando menos agraciadas. También abundan los niños, una enorme cantidad de niños preciosos, rubios y morenos como es de rigor, que alborotan de lo lindo mientras sus pade
las
nitas,
dres cenan.
noches estivales, la taberna no se cieque tampoco en las invernales), y toda la santa noche, Luis, que duerme en una alcoba pegada al despacho, con los balcones— esos
En
las
rra (creo
ao
Obras Completas hermosos balcones— de par en par abiertos, oye coplas de cuantas regiones hay en España, asi como los aires entresacados de todas las zarzuelas en boga, cantadas, ya per ciegos pedigüeños en
las
primeras horas de la noche, ya por juer-
guistas en las postreras: simpáticos juerguistas
de ambos sexos (como es de suponer) que pala calle de Bailen, de regreso de la Bombilla, y refrescan en la taberna. Si Luis repitiese algunos de los cantares que ha oído allá en la madrugada, cuando la plata de la luna y de las estrellas se va soldando tenuemente con el oro del alba, sería éste un libro de DEiWOPEDiA (como aconseja que se diga, en vez de folklore, el maestro Cavia) y no lo que va a ser.
san por
También pasan— a toda velocidad y metiendo un ruido de mil demonios— los automóviles en que muchos inefables señoritos vuelven de la nunca bien ponderada Cuesta de las Perdices... algunos de ellos, en el estado que ustedes podrán suponer.
Teniendo, pues, balcones tan privilegiados del lado derecho, sobre todo, al cual se Luis,
(el
asoma
según va dicho) para ver los cielos, herelas almas contemplativas, y muchas de
dad de
21
N las
grandezas de
tivas
de
la
Luis no se
la tierra
vida diaria,
le
y de
¿cómo
ocurriera escribir
las
escenas fes-
que a que se
es posible
un
libro
llamase Los balcones?
¿Verdad que parece mentira que no se
le
hu-
biese ocurrido?
Pues sí se le ocurrió muchas veces en los nueve años y pico que lleva de asomarse al miradorcito ése— que no es el de Próspero, desgraciadamente— y el tal libro lo tienes, lector, en tus manos. Como verás si te resuelves a leerlo todo (¡resuélvete!), habla de lo alto y de lo bajo, de lo divino y de lo humano, a veces en serio, muchas otras sonriendo, porque Luis gusta de sonreír. Es un optimista, no de ésos azucarados que creen, como el doctor Pangloss, que éste es el mejor de los mundos posibles (en contraposición a los que creen, con Hartmann, que es el peor), sino de los optimistas discretos (perdonando la inmodestia), los cuales piensan que la mayor parte de los males que aquejan a la humanidad son obra de la propia estupidez humana, y por lo tanto remediables... cuando a la humanidad empiece a salirle la muela del juicio, de lo cual es quizá un anuncio esta terrible fiebre de la guerra. ¿No tienen por ventura fiebre todos los chicos a quienes salen los dientes? Pues tratándose de toda una señora muela del juicio del género humano, ¿cómo no ha de 22
Obras Completas subir
la
acusa
el
temperatura hasta los extremos que
termómetro mundial?
Además, Luis es poeta; como poeta, espiricomo espiritualista, no puede menos que pensar en que la portentosa máquina de los universos— que él adivina a través de la lente de su anteojo— debe tener un fin, y un fin bello
tualista;
y bueno.
Le es imposible imaginar que el Cosmos venga del acaso y al acaso vaya. Cree, pues, en Dios: un Dios a quien quisiera no nombrar, porque, con nombrarle sólo, le parece que lo limita. Un Dios que no es ni bue-
no
porque el asigun Dios inefable, incomprensible «por ahora», cuyos fines son tan vastos que resultaría ridículo juzgarlos por el cachito insignificante de tiempo que hace que la humanidad existe... Un Dios que es lo absoluto, lo incognoscible... pero que nos ama, que es más uno con nosotros de lo que creemos: que está más identificado de lo que pensamos con nuestro doloroso pero inmortal esni malo, ni justo ni injusto,
narle atributos lo limita también;
fuerzo.
De
ahí
que Luis estime que cuanto sucede
está bien, o que,
como
dice el gran poeta
Pope
en su Essay on Man: All Nature
is
but Art,
all chance, direction,
unknown
which
23
to thee;
tfiou can'st
not
see,
N all discord,
harmony, not understood; Universal Good;
all partial evil,
and, spite of pride, in erring reason spite, all írutfi ís
Por
tanto,
dear—whatever este libro
dicho— optimista y
No las
is, is
ríght.
ha de ser— es, ya
lo
he
sonriente.
se dirige a los «amargados» a ultranza, a
almas obscuras, incapaces de admitir
la luz,
sino a los que quieren creer o creen, a los que
se resignan o quieren resignarse, a los que esperan...
o quieren esperar!
24
EL PAISAJE
Luis ve desde su balcón
lo
que se ve desde
el
Palacio Real. Tiene este visual privilegio, del cual se ufana, porque mirar es para él la vida: mirarlo todo y, sobre todo, la Naturaleza.
Luis tiene, según
repiten frecuentemente
le
sus amigos, unos ojos
muy
grandes,
muy
abier-
de niño, que parecen sorprenderse de todo; ojos que acarician lo que miran, sobre tos: ojos
todo
si
lo
que miran es
el
cielo, los
montes,
la
nieve, el agua, los árboles... ¡y las mujeres!
Hay dos edades:
la edad de los ojos abiertos edad de los ojos cerrados. Se nace con los ojos cerrados; se muere con los ojos abiertos; como si lo que hay que ver no
y
la
estuviese
de
la
más acá
del nacimiento, sino
vida. Pero, fuera
más
allá
de estos dos extremos, 27
Amado Ñervo hasta los treinta y cinco o cuarenta años puede decirse que se vive con los ojos abiertos y, después, con los ojos cerrados; es decir, que ya no
se ve lo de fuera, sino lo de dentro, la vastedad
de
los
mundos
interiores...
Pero Luis tiene abiertos los ojos del alma y los del cueipo: siempre ve para fuera y para dentro. No se cansa de contemplar la vida. Y tampoco se cansa de escrutar el abismo interior, en el que percibe ciertas luces misteriosas que danzan sobre
tinieblas,
la^.
gueces del Génesis
como
en las lobrede Dios flotaba
allá
«el espíritu
sobre las aguas >.
H Frente por frente del balcón, entre Real y
la
rat fusiló
el
Palacio
montaña del Príncipe Pío, donde Muha más de un siglo a tantos infelices,
trágicamente eternizados en
de Goya, se extiende hasta ciones del Guadarrama amarillento,
bien
el
las
el
célebre cuadro
primeras deriva-
campo ondulante,
arbolado, con
mullidas y risueñas que,
al
depresiones
un Moro;
pie del alcázar, es
parque deUcioso, llamado el que un poco más allá forma
Campo
del
la vasta y apacible «Casa de Campo >; que después, con menos verdor y más amarilleces, constituye los montes del
Pardo.
En
augusta,
el
fondo, azul, encrestada, lejana,
la Sierra limita el paisaje.
28
A
la izquier-
Obras Completas da, y en el frente, sus picachos parecen surgir del horizonte, angulosos y dentados; pero hacia la derecha, se
de
las
va haciendo visible
montañas,
la
el
vasto lomo
ondulación es suave, y gra-
dualmente se destaca, hasta erguirse en toda su
magnitud en
el
Norte,
bre todo cuando
el
donde es imponente, so-
invierno la acoraza [de nie29
Amado Ñervo y en
noches azules esa nieve bulle misla custodia de la Osa Mayor, que muestra siempre sus siete clavos relucientes. ve,
las
teriosamente bajo
Oblicuando un poco cha, desde
el
la
mirada hacia
la
dere-
balcón, y dejándola peregrinar
hasta la falda del Guadarrama, los ojos de Luis
tropiezan con un distante caserío en
el que dominan cuatro torres azuladas y un domo enorme, que parece temblar en la humedad de la atmósfera como un paisaje aéreo: es El Escorial. Por las mañanas, temprano, cuando el sol le da de frente, El Escorial es perfectamente visi-
ble a la simple vista.
Parece un monumento espectral, una basílica de ensueño, un fantasma azul, recortándose apenas sobre el azul más profundo del Guadarrama.
Es indecible
lo
que Luis goza contemplando
esa maravilla lejana,
como disfuminada
y des-
mañana. Todo el paisaje que Luis no ha acertado a describir, lo hallaréis, por lo demás, como fondo obligado de muchos cuadros de Velázquez y de oro de
materializada en
el
Goya. Buscadlo
allí,
del arte,
como
la
dentro de
la
inmortalidad
Luis lo contempla en la inmorta-
lidad de la Naturaleza.
30
Obra
C
o
m
p
I
e
t
En cuanto al Palacio Real, que se yergue a la esquina en primer término, obstruyendo buena parte del paisaje, y dejando ver apenas la carrede Extremadura, Luis
tera
so y en prosa. Sobre
lo
ha cantado en ver-
En verso ha dicho de
el viejo
él
palacio de los reyes de
aquello de:
España
vierte místicamente su palidez la luna... (1).
Es un viejo amigo, un familiar amigo aristoconoce sus menores detalles exte-
crático. Luis riores.
Parécele
como
si
él
lo
habitara,
como
si
lo
que ve fuese una prolongación de su morada... En realidad, Luis vive en un palacio, y mira uno de los paisajes más bellos del reino. Casi diríamos que posee lo mejor de un reinado. (1)
Obras completas,
vol. XI, pág. 141.
LA CARRETERA
Chorno un borde que
DE EXTREMADURA
limita el paisaje, a la iz-
quierda, hacia el Suroeste, detrás del Palacio Real,
formando una
ideal (vista
a cortar
la
línea cuya prolongación desde los balcones de Luis) vendría vertical de la gallarda Punta de Dia-
mante del dicho Palacio, alárgase la carretera de Extremadura, recamada por raros arbolillos, y a cuyos lados alíneanse algunas casas, entre ellas un palacete con dos torres cúbicas, que unos excelentes gemelos (extraluminosos, número 8) detallan perfectamente. 32
Obras Completas Por
la
noche, una línea de luces indica
la
dirección de la carretera. Esas luces, en la obs-
curidad del campo, tienen algo de fantástico.
Muclias veces, Luis, contemplándolas o mirando durante el día la cinta polvosa del camino, ha pensado, por natural asociación de ideas, en aquel extremeño de acero, que fué a
México en 1519, bajo el reinado del emperador Carlr y que después de peripecias dignas de la Ilíada, ya por el heroísmo inmenso de los me,
xica,
ya por
la
invencible persistencia de los
castellanos, se apoderó, el martes 13 de agosto
de 1521, de la augusta persona de Cuauhtémoc, el último monarca azteca, y rindió así a los defensores de la gran ciudad de Tenoch, rematando con esta victoria la conquista moral, si no material, del Imperio de Motecuhzoma. En Extremadura vieron la luz muchos de los conquistadores que con don Hernando corrieron esta aventura, una de las más maravillosas que hayan contemplado los límpidos ojos de la Historia.
Los dominadores de México parecen hoy seres de milagro, y los defensores— sobre todo
Cuauhtémoc— pueden parangonarse con aquegrandes griegos y romanos cuya virtud y cuyo heroísmo de diamante asombraron la diáfana adolescencia de Luis, en las páginas de sus llos
libros predilectos.
33
Tomo XVI
3
A A
últimas fechas, mirando desde su balcón la
carretera
que conduce derecho a
la
cuna de
los
conquistadores, Luis ha releído algunas páginas
de
la
formidable epopeya, valiéndose de
formación tan discretamente recogida en
in-
la
Dic-
el
cionario Biográfico Mexicano, por su ilustre y
muy
querido amigo don Antonio de
la
Peña y
Reyes.
De estas páginas, Luis ha entresacado algunos fragmentos sugestivos, que se refieren al asedio y toma de la ciudad de México, de la Venecia Azteca, asentada sobre los lagos; de la ciudad única, que Cortés describe, embelesado,
en sus cartas al emperador. Helos aquí: «Cortés ordenó el asalto general para
el
28
de junio (1521). No había querido Cuauhtémoc, en aquel sitio trágico que habría aterrado a muchos capitanes, que hubiera infundido pavor en el alma de no pocos monarcas,— escuchar una palabra de rendición y de paz. Rehusó toda
—
entrevista;
más ruda
desechó todo ofrecimiento, y mientras más lejana la esperanza
era la pelea y
del triunfo, mayores eran sus ardimientos,
más
bélicas e imponentes y patrióticas sus órdenes de combate; más firme, más heroica su resolu-
ción de sucumbir en aras del deber y de »
Bramaban
los cañones;
ediiícios; caían a millare? los
34
la patria.
desplomábanse
los
cuerpos de los az-
Obras Completas tecas,
y cuando
el
incendio y la matanza eran la ira devastadora arrecia-
más grandes, cuando
ba su mortífero empuje, entre aquel estruendo homérico, sonaban más solemnes que nur :a el caracol y el atambor guerreros, el mandato imperial de que la lucha continuase. Cuauhtémoc ordenaba tocar su corneta, dice Bernal Diaz del Castillo, «que era una señal que, cuando aquélla tocase, que habían de pelear sus capitanes de manera que hiciesen presa o morir sobre ello,
y retumbaba el sonido, que se metía en los oídos; y de que lo oyeron aquellos sus capitanes y escuadrones, saber decir yo aquí
ahora con qué rabia y esfuerzo se metían entre nosotros a nos echar mano, es cosa de espanto. Y oíase también un atambor de muy triste
nios,
fin como instrumento de demoy retumbaba tanto que se oía a dos o tres
sonido, en
leguas.»
«Reforzado el ejército del Conquistador con hombres llegados de la Florida y por nuevos aliados, Cortés formó un cuerpo de zapadores, compuesto de cien mil hombres, con el objeto de terminar la destrucción de la ciudad. A principios de agosto, ésta se hallaba convertida en ruinas, y los aztecas habían quedado reducidos a»
N de Tenatitech, en donde, dice Pérez encontraban agrupados hombres, mujeres y niños, sin tener un techo en que abrigarse, viviendo a la intemperie y sin poder proal barrio
Verdía, «se
porcionarse ni más agua que
la
llovediza, ni
otros alimentos que unas sabandijas.»
«No
te-
nían—cuenta Sahagún— agua dulce para beber, ni para ninguna manera de comer; bebían del agua salada y hedionda, comían ratones y lagartijas, y cortezas de árbol, y otras cosas no comestibles; y de esta causa enfermaron
mu-
chos y murieron muchos.» «En esta situación pavorosa, combatidos por la sed,
por
que por
el
el
hambre y por
la peste,
no menos
fuego mortífero del enemigo; amon-
tonados en escombros sus templos y sus hogares; sin más esperanza en aquella tragedia augusta que
la
única del poeta antiguo: no abri-
gar ya ninguna, según dice
el
señor Altamirano,
los aztecas defendieron hasta
el
último
ins-
tante el suelo de sus mayores; y mientras los
hombres combatían sin descanso, las mujeres ayudaban en esta tarea sublime. «Y soy certificado—dice Oviedo— que fué cosa maravillosa los
y para espantar ver la prontitud y constancia que tovieron en servir a sus maridos, y en curar las heridas, e
en
el labrar
de
las piedras
que tiraban con hondas, e en otros más que mujeres.» 39
para los
oficios para
Obras Completas «Nuevos y
terribles asaltos verificáronse el
7
8 de agosto; murieron en ellos cerca de 3.000 aztecas, y el 1 1 propuso Cortés una entre-
y
el
pero Cuauhtémoc no asistió a ella. Ordenó entonces el Conquistador un ataque general por agua y por tierra, y fué aquél el asedio más terrible de los que sufrió Tenochtitlán. Prescott lo describe en las líneas que citamos al principio vista,
de esta biografía, y bástenos decir ahora que, después de dos días de duración, en las primeras horas del martes 13 de agosto de 1521, Cortés habló con el Cihuacoalt o general de los aztecas, a fin rindiera;
de que lograse que
el
mas de nuevo rechazó
monarca toda
entrevista
con
el
Emperador se el
indomable
Conquistador,
el adversario, y encargó que estaba dispuesto a sucumbir antes que doblegarse o hablar con el enemigo de su patria. La lucha continuó entonces por algunas horas, hasta que Sandoval ordenó a García de Holguín que persiguiese a la canoa en que estaba Cuauhtémoc. Hízolo así el enviado, y en los momentos en que los iberos disparaban sus armas sobre la real embarcación, irguióse el mo-
toda transacción con
que se
le dijera
narca y dijo a los españoles estas palabras: «No me tiren, que yo soy el Rey de México y desta tierra, y lo que te ruego es que no me llegues a mi mujer, ni a mis hijos, ni a ninguna mujer, ni a ninguna cosa de lo que aquí traigo, sino que me
37
I
Amado Ñervo toques a mí y me lleves a Malinche (Cortés)». Ya en presencia de Cortés, «llegóse a mí, dice éste,
y díjome en su lengua: que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a
sí
y a los suyos, hasta venir en aquel es-
que ahora ficiese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenia, diciéndome que le diese de puñaladas y lo matase.» «Preso Cuauhtémoc, sus soldados rindieron tado;
las
armas; y así murió, en aquella fecha
rable, la
monarquía de
memo-
los aztecas. >
B grande en de los conquis-
Si el heroísmo de los aztecas fué estas jornadas,
tadores; y
no fué menor
si las
mujeres nuestras se portaron a
maravilla, haciendo cosas
según
la citada
el
más que de mujeres,
expresión de Oviedo, las españo-
también en la conquista. hurgando hace algunos años en los archivos de la Real Academia de la Historia, copió de cierta obra manuscrita la siguiente lista de «Doce Animosas Mujeres Conquistadoras >: «María de Estrada Farfán y señora de Tétela, que la Noche Triste en Otumba i cerco de México, mostró varonil esfuerzo. Vino con Narbáez,
las se significaron
Luis,
i
vivió en Toluca.»
Décadas,
3, lib.
I,
(Léase a Torq. A. y Herr.
Cap. 22.) 38
Obras Completas Beatriz Bermúdez deVelasco,muger de Fran-
«
que en el cerco de México reprehendió a los castellanos que se retiravan, arremetió a los enemigos, armada de cisco de Olmos, tan esforzada
espada
i
rodela,
i
animados
los españoles, vol-
vieron a la batalla, ella delante, alcanzando victorioso triunfo por la heroica muger. (Herr.
Dec,
Torq. A. cap. 97. Vino
con
lib.
3,
2,
Cap.
I.
Narbáez.)»
«Elvira Hernández, suegra de foles,
Tomás de
Eci-
brava e insigne. Fué con Cortés.»
«Isabel Rodríguez, piadosísima en curar a los
heridos, a los cuales sanava en
que
los santiguava en el
una o dos veces
nombre
del Padre, Hijo
e Espíritu Santo, poniéndoles un poco de aceite. (Herr. Dec. 3,
lib.
I,
Cap. 22.) Vino con Cortés.»
«Beatriz Hernández, hija de Elvira y Ecifoles, fué valiente. (Oct.
Mar.
lib. 7,
muger de Oct. 66.)
Vino con Cortés.» «Cathalina Márquez, matrona singular. (Oct. mar.
7, oct. 69.)
Con
Cortés.»
muger de Hernando Alonhermana de Francisco de Ordaz, sublime.
«Beatriz de Ordaz,
so
i
Con
Cortés. (Oct. mar. 7, oct. 69).»
3i
N Nota: Luis tiene por apellido materno
Ordaz, que llevaron los conquistadores e traron, entre
otros,
del reino de León,
/
e
a
¿
pequeño como formidable:
y
trá-
de cierto arácnido, de tal suerte minúsculo, que apenas si la excelente vista de Luis alcanza a percibirlo, como un átomo amarillento, sobre el verde jade de la planta. tase
Este arácnido se multiplica con la rapidez de
fecundación con que
la
defiende
naturaleza
algunas especies, y posee una cualidad peculiar de casi todos los insectos, pero que ha en-
señado a Luis más que muchos
libros: la tena-
cidad, la perseverancia, elevadas
ha^ta lo ab-
soluto.
Todos los días, entre las espinas, que le sirven a maravilla para su telar, tiende redes de un cristal tan tenue, que casi llega a la inmaterialidad; y todos los días coge Luis un largo alfiler y destruye su tela, digna de vestir a una dimi-
le
nuta cenicienta, en
el
país de las hadas.
Invariablemente, después del
almuerzo,
al
saHr Luis a sus balcones, buscando por breves instantes la pálida caricia de
otoño, telar
la tela
un
ictérico sol
penelopeica está tendida en
de espinas; e invariablemente, con
zo brutal,
él la
de el
alfilera-
desgarra.
La araña no ve a Luis, no puede verlo; vive en otro plano. La diaria catástrofe debe ser para ella tan inexpllcabla
I
como algunas de
las
que
al
Amado Ñervo hombre
aterrorizan,
y que
lo
han hecho, en
el
albor de las edades, forjar cóleras de dioses imaginarios... Pero, al revés de nosotros, sin la-
mentaciones
inútiles, sin
rios filosóficos,
detenerse en comenta-
emprende
Débácle, de Zola, coge la
Francia deshecha,
ella
resueltamente la
como
restauración de su tela,
el
héroe de La
arado para reconstruir día siguiente de la de-
el
al
rrota definitiva.
¿Quién se cansará primero: la araña, que «quiere» tejer su tela, o Luis, que «quiere» defender su
He
flor rara
aquí
el
y preciosa?
choque de dos voluntades,
las
dos
conscientes quizá... la vencedora? Confesémoslo humildemente: ¡la vencedora será la voluntad de la araña! A menos que un tercero en discordia, un oufsider, el invierno,
¿Cuál ha de ser
mate al insecto. Vencerá la araña, sí, porque Luis ignora los medios de destruir sus gérmenes microscópicos, y ella tiene contra la tenacidad nativa de él la fecunda pequenez de sus huevos. Pero, vencido Luis, debe a este animálculo una de las mejores lecciones de su vida. Este insecto ha sido para él un profesor de energía
(«como dicen
los locos
de hoy»...)
o
b
a
s
Completa
—Amiga arana— exclama Luis al contemplarla—, yo he de vencer siempre como tú, porque soy
como
tú laborioso, paciente, sereno, tenaz.
«Nada en
la tierra
me
impedirá
tejer
mi
tela
de
plata y de cristal ingrávido y aprisionar en ella
a muchas voluntades,
al
parecer
más
firmes,
corpulentas y ruidosas, como las moscas badoras que tú aprisionas en la tuya.»
49
Tomo XVI
zum-
^^^3±tL:Sr melancolía real
balcones de Luis Ya se ha dicho que desde loscerca. se
ve S
el
Palacio Real de
muy
vecindad que puy Luis son vecinos... desigual, aquel diálogo lo por recordar, diera Samuel Eduardo Vil y el gran humorista
M
entre
50
Obras Completas Clemens (Mark Twain), cuando este último fué presentado al Emperador y Rey. Tenia muchos deseos de conocer a usted— dijo Eduardo—: no le había visto más que en
—
retratos.
—Vuestra Majestad no recuerda, probablemente, que ya nos hemos encontrado en
el
Strand...
—¿Es
posible?
—Sí, señor; Vuestra Majestad iba en su carroza, y yo... estaba en un balcón.
S.
M.
ven en
Católica y Luis son, pues, vecinos: vi-
la
misma
calle.
muy
Sólo que Luis sale
frecuentemente a sus balcones (¿hubiera de otra suerte escrito este libro?) y S.
M. muy
raras
veces. Fuera de los días en que pasa algún re-
gimiento, durante cuyo desfile suele
marse
Un
al
el
Rey aso-
balcón que da a su despacho.
rey es demasiado notorio para salir al
balcón.
Además, esto no sería distinguido. Los palacios están casi siempre cerrados. El sol es harto chillón para la aristocrática
penumbra que debe
reinar en ellos,
propicia resulta para las
cien
y que tan
obras de
arte,
para las sedas preciosas, para los muebles delicados. 51
Amado Ñervo Sólo en los cuentos los reyes, mejor dicho, en los balcones cuando pasa
las princesas, están el
príncipe azul, o
el
caballero heroico, o
el
pastor-
La princesa el
milagro se
amor hace de
los ve:
las suyas,
y
realiza...
Don Quijote a Sanchomundo como en aprobación bus-
«Es menester— dice andar por
cando
el
para que, acabando algu-
las aventuras,
nombre y fama
que cuando se monarca ya sea el caballero conocido por sus obras, y que apenas le hayan visto entrar los muchachos por la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen dando voces, diciendo: «Este es el cabanas, se cobre
tal,
fuere a la corte de algún gran
llero del Sol,
alguna>.
y de
la
Y
o de
o de otra insignia
la Sierpe,
luego, al alboroto de los
demás gente, se parará a
su Real Palacio
rey de
el
muchachos
las fenestras
Y
aquel reino.
de así
como vea al caballero, conociéndole por las armas o por la empresa del escudo, forzosamente ha de
decir: «¡Ea!
¡Sus!
Salgan mis caballeros
cuantos en mi corte están a recebir a la caballería
que
saldrán todos; y
allí
viene>, a cuyo
él llegará
la flor
de
mandamiento
hasta la mitad de
la es-
calera y le abrazará estrechísimamente, y le dará
paz, besándole en
por
la
adonde
mano el
al
el
rostro,
aposento de
y luego le llevará la Señora Reina,
caballero la hallará con la infanta su
52
Obras Completas hija, que ha de ser una de las más hermosas y acabadas doncellas que en gran parte de lo descubierto de la tierra a duras penas se puede hallar. Sucederá tras esto, luego encontinente, que
ella
ponga
los ojos
en
el
caballero y él en los
y cada uno parezca a otro cosa más divina que humana... Y el caballero huésped le pide della,
cabo de algunos días que ha estado en su ir a servirle en aquella guerra dicha... Y aquella noche se despedirá de su señora la Infanta por las rejas de un jardín que
(al
corte) licencia para
cae en
el
aposento donde
cuales ya otras (Parte l.Mib.
En cesas,
un
vida
la
muy
ella
muchas veces
la
duerme, por
las
había hablado.»
III.)
real, los
otros
monarcas, príncipes y prin-
que estos del Quijote, tienen
tirano implacable: la curiosidad pública, casi
siempre estúpida.
Un
rey no puede detenerse ante un escaparano puede ir y venir a su sabor y talante... fuera del pastoril Munich, donde S. M. bonachona, un excelente Wittelsbach, se cuela por todas partes, como el Gran Arún el Raschid o el justiciero don Pedro de Castilla. te,
Aquel taba en
día, pues,
el
balcón
excepcionalmente,
(el
primero de 53
la
el
Rey es-
fachada Nor-
Amado Ñervo te del
Alcázar, en el saliente del torreón, y el picadero).
que
se abre sobre
M. fumaba un
S.
cigarrillo
después del
al-
muerzo. Vestía de obscuro. Tenía la cabeza apoyada
en
palma de
la
la
mano, y
el
codo sobre
el
ba-
randal, en la actitud clásica de la meditación.
Parecía
Y
triste.
que siente una gran simpatía por el vez ha recitado versos, solos los dos, en una mesita del comedor del Tiro de Pichón, casi al oído, con gran curiosidad de los aristócratas colombicidas, que no podían desde lejos, a través de las vidrieras, pillar ni una palabra de aquella para ellos insólita conferencia, sotto voce)\ Luis, digo, con la imaginación que tiene, púsose a pensar en esa melancolía real que pasea su claror de luna por el Trono de España, de rey en rey; en esa Melancolía que parece ser una herencia misteriosa y Luis,
Monarca
(a quien alguna
lejana...
Y
fué recordando a los reyes
tristes,
a los aus-
teros y pensativos monarcas, desde el atribulado
padre de
moria
lo
la Gran Isabel, repasando en su meque de esa melancolía dicen los histo-
riadores.
b\
>
o
h
a
r
Completa»
§
II
Pocas horas antes de morir, decía el rey don jucn II a su médico: «Bachiller Cibdad-Real, nasciera yo fijo de un mecánico e hubiese sido fraile del Abrojo, e no rey de Castilla... Su vida, amargada por pusilanimidades idiosincráticas,
conturbada por
las
ambiciones y tur-
bulencias de los grandes, entristecida por la
muerte de su valido
el
gran don Alvaro de Luna
(que se vio obligado a decretar), era un hosco
camino de melancolía, como por
lo
demás
la
vida de casi todos sus antepasados: ¡que es duro,
muy duro oficio el de reinar! Más de medio siglo después, una
nieta suya
moría, tras de larga locura, en una monacal y
bermeja ciudad castellana. Su juventud había acibarada, primero por una propensión
s'do
aguda a
los celos,
heredada de su madre
la
reina Isabel, y después por la muerte de su rido
don
gran
ma-
Felipe, en la flor de su edad.
Esta rara y admirable mujer pasó su larga exis-
una sombra... de Juana la Loca, el gran Emperador Carlos V, un siglo después de que su bisabuelo pronunciara las tristes palabras que he citado al principio de estas peinas, en 1555,
tencia asida a
El glorioso hijo
55
—
Amado Ñervo cumpliendo con la misteriosa iierencia de melancolía real, abdicaba en favor de Felipe II, su heredero, en la ciudad de Bruselas. En septiembre de 1556, al volver a España para encerrarse en un monasterio, besaba la tierra diciendo: «¡Oh madre común de los hombres: desnudo he salido del vientre de mi madre y desnudo entraré en el tuyo!> (1). Dos años más tarde, el 24 de agosto de 1558, en el monasterio de Yuste, el César asistía a sus exequias, y por su orden los monjes las celebraron, mientras él, envuelto y metido en su ataúd, salmodiaba débilmente el oficio de difuntos. Terminada la ceremonia, el Emperador se quedó solo en la iglesia, en su féretro, del cual pudo salir, vacilante,
para postrarse en
Poco después,
el
el altar.
21 de septiembre de 1558,
moría , no sin haber dejado
el
enorme
como
el
imperio
fardo de su melancolía, grande
español de entonces, a su hijo don Felipe. Este, en el
apogeo del poder y de
compuso una glosa que (1)
ya que
Como
los historiadores
la historia es
la fortuna,
decía:
jamás están de acuerdo,
«fábula convenida» en cuanto al
conjunto, y desacuerdo en cuanto a los detalles, otros
V dijo: «Salve, madre común de todos los mortales. Desnudo y pobre vuelvo a ti, tal como salí del vientre de mi madre. Deja que en ti repose has(N. del A.) ta el día que Dios me llame a juicio.» afirman que Carlos
56
Obras Completas Contentamiento, ¿dó estás te tiene ninguno?
que no
y como símbolo de su
displicencia,
de su auste-
ridad y de su tedio ascético, hacía surgir de la
montaña ese coloso gris que se llama el Escorial. Enemigo de la sociedad, hosco para con los grandes, bondadoso con los humildes, meticuloso en
el
ceremonial de
la coite, retraído, frío
en
apariencia, devoto en demasía, vestido siempre
de negro, , duque no se acaba, la dulce her-
rante esa noche
mana
del rey Alfonso.
74
PASA UNA EMPERATRIZ
Muy frecuentemente, en la
uno de
los
coches de
casa de Alba, venía del Palacio de Liria, al
Palacio Real, una anciana enlutada. Luis
la
ha visto pasar varias veces desde su
balcón.
Ha
tenido además ocasión, en alguna solem-
nidad, de contemplarla de cerca
Aún conserva algunos vestigios de
la
antigua
resplandeciente y soberana hermosura, que pintó Winterhalter.
Esta anciana es llamada todavía la
Empera-
y reinó— verdadero capítulo de cuento de hadas que muestra los tesoros de imprevistas
triz,
75
Amado Ñervo maravillas que tiene la vida—, reinó sobre
el
pueblo más admirable, más inteligente y entonces más poderoso de Europa. Esta anciana es Eugenia de AAontijo, condesa de Teba, viuda de Napoleón III, nacida en Granada en 1826, hace noventa años... Su reinado está de tal modo unido en la his-
famosa expedición de México y la de aquel deleznable imperio de Maximiliano de Austria, que es imposible para un mexicano ver a esta Emperatriz y no pensar toria
con
la
fundación
allá
la otra, en la pobre Emperatriz Carlota. ¿Es cierto que Eugenia llamó a la guerra de México MI GUERRA, por haberla sugerido Napoleón? No lo sé. La historia lo rectificará o lo
en
ratificará.
Pero
las
dos víctimas de aquel Impe-
dos nobles y bellas víctimas, Maximiliano y Carlota, merecerán siempre la rio
de Barro,
las
compasión simpática del mundo.
Cuando
Carlota vio perdida la causa de
Ma-
ximiliano, quiso, de acuerdo con su esposo, intentar
un recurso supremo: convencer a Napo-
león para que no retirase su ejército de México,
único apoyo del pobre archiduque en aquella tempestad deshecha. Emprendió, pues, el viaje a Europa, acompañada de la condesa del Barrio.
Las jornadas de México a Veracruz fueron En las cumbres de Maltrata, una
penosísimas.
horrible tempestad se
desencadenó a su paso. 76
o
h
r
a
Completas
s
El trueno retumbaba pavorosamente en las tañas.
de
la
rayos, le
Los relámpagos alumbraban
la
mon-
lívida faz
Emperatriz con su fulgor repentino. Los
como
al
rey Lear,
le
apuntaban, pero no
pegaban...
En
París, Carlota se alojó
en
el
Gran Hotel.
Apenóle profundamente que la Emperatriz Eugenia, a su llegada, no fuese a recibirla. (Después se supo que había sido por culpa del ministro de México, que no acertó a notificar a tiempo el arribo de su soberana.) La Emperatriz adolecía ya entonces'^de'un'huraño anhelo de soledad. No comía casi. Su admirable cara de veintitantos años, tan bella, veíase de continuo enlobreguecida por una pena sorda y misteriosa. Al fin se le notificó que
el
Emperador y
la
Em-
peratriz la recibirían en Saint Cloud.
Napoleón, negó a mantener en México sus tropas. Carlota, en un momento de nerviosidad excesiva, se lamentó amargamente, con exaltada voz, de haber podido por un momento fiar en la promesa de un príncipe parvenú, AHÍ
la
entrevista fué angustiosa.
cortés pero firmemente, se
olvidándose
ella
de quién
era.
Después, cuando por insinuación de la condesa del Barrio, la Emperatriz Eugenia ordenó que trajesen a Carlota la naranjada que habitual-
mente tomaba en
I
las tardes, la
pobre princesa
N que estaba envenenada... empezaba a hacer presa en ella. Su pobre alma se asomaba ya al maelstroom de la locura, próxima a naufragar vaciló entornarla: creía
El delirio de persecución
en
él.
Puesto que Napoleón no accedía a sus súplicas y que su príncipe rubio, allá en México, iba a perecer sin esta ayuda, iría Carlota a hablar a
Pío IX:
más
él
intercedería ante el Emperador.
alta autoridad
moral del
mundo
La
sería oída,
por el sobrino del corso... y el trono de México se salvaría. Pío IX recibió a la Emperatriz familiar y afectuosamente, mientras desayunaba, después de sin duda,
la
misa. Pw^ro,
con inmensa estupefacción del Papa,
Carlota, cogiendo de pronto un pedazo de biz-
cocho, lo sumergió en
el
chocolate de S. S. y lo
que tehambre y que no podía tomar nada en ninguna parte, porque querían envenenarla. llevó ansiosamente a su boca, diciendo
nía
Pío IX comprendió... Sin dejar de sonreír, pidió un chocolate para
la
Emp:ratriz de México e hizo seña de que
la
vigilasen.
Carlota negóse a
que
si salía
salir del
Vaticano, afirmando
peligraba su vida. 78
Obras Completas Se quedaría allí. jAllí dormiría! Gran conflicto. En las habitaciones
del
Papa
jcn-és ha ccín ico nujer alguna... El protocolo.. la
costumbre...
Pero no hubo remedio: la augusta leca se negaba en absoluto a marcharse, y fué preciso preparar para ella y para la condesa del Barrio dos
camas en
Más asilo,
a
la
la Biblioteca...
tarde,
unas monjitas, directoras de un M. para que asistiese
fueron a invitar a S.
inauguración del nuevo
edificio. S.
M. acep-
tó complacidí sima.
Vino por ella una carroza, y acompañada de monjas fuese del Vaticano. La discreta diplomacia pontificia había hallado el medio suave de hacerla salir del palacio. En la inauguración todo iba bien. Las niñas las
le
recitaban cumplidos y le ofrecían flores: la
Emperatriz sonreía.
Llegó
la
hora de
visitar
el
refectorio y la co-
un manjar de
cina, y se ofreció a la Emperatriz
los preparados...
tenia una
«Era
Pero
el
pequeña mancha de
la huella
la
La Emperatriz
condesa...
No
pro-
baría bocado...
Y
vino en seguida un horrible acceso de in-
sania; fué preciso a loca, meterla
la
fuerza sacar a la pobre
en un coche, cuyos 79
I
orín...
del veneno...»
mostró aquella mancha a
I
cuchillo de su cubierto
visillos
des-
Amado Ñervo garraba retorciéndose y gritando, y llevarla a un asilo.
B El epílogo de esta lamentable historia, fué, en
México el fusilamiento de Maximiliano, acompañado de los generales Miramón y Mejía, y en Bélgica será
la
muerte de
la
emperatriz loca.
Maximiliano fué fusilado en Querétaro, el 19 de junio de 1867. Murió con la noble serenidad
de un verdadero príncipe. He aquí cómo nos refiere cretario particular,
el
don José Luis
que fué su seBlasio, los pre-
liminares de la gran tragedia:
CÓMO ME DESPEDÍ DEL EMPERADOR «Después de mi última entrevista con
el
empe-
rador, el 16 de junio, día fijado para la ejecu-
que debía ser a las seis de la tarde, y despedido de él cuando me dio la cartera,— en que escribió con lápiz unos renglones, los que después, por temor de que se fueran borrando con el tiempo, pasé sobre ellos tinta, y de cuya car-
ción,
y renglones se ha tomado hoy una fotografía,— llevado de nuevo a mi prisión, del convento
tera
referí a mis compañeros lo pasado, mayor ansiedad esperamos de un mo-
de Teresitas, y en
la
Obras Completas mentó a otro saber si la ejecución tenía lugar; cuando uno de los oficiales que nos custodiaba, compadecido de nuestra pena, nos dijo que ésta se había aplazado para
tonces que
el
el
día 19, creyendo en-
Gobierno de
la
República, conce-
día el indulto a los tres sentenciados a muerte;
pero no fué
miento de
Como
así,
la
y
el
día 19 tuvo lugar el cumpli-
horrible pena.
durante los días del
16
al 19, a
pesar
de mis instancias no volví a ser llevado a presencia del emperador, sólo más tarde me fueron referidos los detalles de lo pasado en esos días,
por los
fieles
criados Grill y Tudos, y por lo re-
ferido por el doctor Basch.
Después de mi
salida de la celda, el confesor
del emperador, el padre Soria, vino,
y mientras emperador fué llevada al cuarto del doctor, donde éste escribió hasta las dos de la tarde. A la una fué celebrada una misa en el cuarto de Miramóp, y los tres sentenciados recibieron la Comunión. A las dos el doctor Basch llevó las cartas escritas a la fiema del emperador, que las
tanto la
mesa de
escritorio del
firmó, diciendo:
«Puedo asegurar que morir es más fácil de lo que me había imaginado. Estoy enteramente dispuesto.>
A
las tres el
emperador se despidió de Basch
y de los criados, los que sollozaban
al
besarle
81
Tomo XVI
6
>
N manos. Al quitarse su anillo de casamiento, que dio a Basch, le dijo: «Os dirigiréis a Viena las
para hablar del
mis últimos
sitio
a mis padres, refiriéndoles
días; diréis a
plido con mi deber
mi madre que he cumsoldado, y que he
como
muerto como buen cristiano.» El oficial de guardia, que a la vez estaba nombrado para mandar el pelotón de la ejecución, pidió llorando, perdón al Emperador. «Vos sois soldado— le dijo éste—, y es necesario cumplir vuestro deber.>
Eran ya las tres, y nadie aparecia para buscar a los sentenciados. Durante una hora entera el emperador y los dos generales esperaron en el corredor
la
orden que los llamara
al
lugar del
suplicio.
Sin turbación, sereno, Maximiliano pasó este
tiempo en hablar con su confesor y con sus defensores Ortega y Vázquez, expresando la ale-
que le causaba la hermosura del cielo.
«Sea este
Y
fuere,
yo ya no pertenezco más a
su pensamiento y sus actos del 16
al
19
fueron en perfecta armonía con esta resignación. El día 18, a las
dor se metió en
ocho de
la
la
noche,
el
empera-
cama y estuvo leyendo du-
rante una hora la imitación de Jesucristo, que
había pedido
al
padre Soria; después apagó
la
cuando alguno entró en el doctor Rivadeneira, anunciando
vela y se durmió, cuarto: era el
que Escobedo deseaba hablar
al
emperador.
El ruido lo había despertado, y volvió a en-
cender su bujía. Escobedo se aproximó, saliendo peco después.
«Escobedo ha venido a despedirse; es lásdormía yo tan bien»— dijo al doctor
tima,
Basch.
Después volvió a apagar su luz, y al cabo de una hora se oía su respirar tranquilo y regular, pues se había vuelto a dormir. 63
N A las tres y media de la madrugada se despertó y llamó a vecino; co, el
misa.
los criados
que dormían en un cuarto
confesor llegó en seguida y a las cinemperador y los generales oyeron una
A
el
las seis
menos
cuarto,
tomó
el
desayu-
no, que consistió en café, pollo, media botella
de vino y pan. A las seis y media llegó Palacios con la escolta, y el emperador salió, colocándose en medio de ella. Junio de 1917.
José Luis Blasco.»
En cuanto al último acto de la tragedia de Querétaro, oigamos como lo narra otro testigo presencial: el general Blanquet, quien lo refirió al periodista
Ángel Pola:
«Maximiliano en su prisión, estaba abatido; a
menudo
se paseaba. Mejía parecía
triste; tal
vez
por estar enfermo; tenía puestos unos sinapismos.
A Miramón
Como
le
veía sereno, pero contraria-
emperador, Mejía y Miramón se paseaban también en el recinto de sus celdas. do.
el
>Días antes de la ejecución, de orden superior, y al mando del capitán Montemayor, cinco sargentos primeros y dos segundos se ejercitaron 84
Obras Completas cn
el tiro al
blanco, siendo el blanco un maniquí
a quien suponían Maximiliano. Decíales Monte-
mayor que apuntaran bien al pecho, especialmente al corazón, para no tocar la cara, pues que se trataba de conservarla intacta y de embalsamar
el
cuerpo.»
B Al toque de diana del 19 de junio de 1867, empezaron a desfilar las tropas hacia el Cerro de Las Campanas. Formaron dos cuadros: uno grande en contacto con el público, y otro pequeño, dentro del grande, en contacto con los ajusticiados.
Como
a
las siete llegaron
en carruajes ceel brazo
rrados los reos, cada uno apoyado en
de un sacerdote, asiendo un
crucifijo
que apre-
taban contra su pecho, y rezando en voz muy baja. Vestían de negro y lucían una faja azul sobre
el
chaleco. El primero en aparecer fué
ximiliano.
Su continente
Ma-
era majestuoso, iba sin al
pequeño cua-
alto,
y esperó. Es-
sombrero; avanzó hasta entrar dro de ejecución, donde hizo
taba un poco pálido. Siguió Miramón, tranquilo,
con su paso automático de gran soldado; se dela izquierda del Emperador: hacía alarde
tuvo a
de firmeza y altivez. Fué el último Mejía, triste, con semblante de enfermo, como, en efecto, lo estaba; caminó pausadamente, y ocupó la de85
N recha de Maximiliano. El Emperador, viéndose en medio, con exquisita manera, tomó de la
mano a Miramón, y
le
cedió
el
centro, diciéndo-
En este momento, en que la silenciosa multitud aguzaba los oídos para escuchar los disparos, rompió el cuadro un niño, vestido con elegancia, que llevaba en una charola tres vendas de
le:
«éste es el lugar de los valientes».
critico
tela finísima,
muy
blancas, arregladas por deli-
cadas manos femeninas. Dirigióse a Maximiliano, le presentó la ofrenda, y el
con su diestra
las
alto, las estrujó
Emperador tomó
vendas; pero en seguida, en
y las dejó caer. El niño salió con
ellas.
Maximiliano fué el primero en hablar. Con voz gutural, muy gutural y fuerte, dijo: «Voy a morir por una causa justa: la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!» Entonces Miramón, pálido y con trémula voz, dijo:
«Mexicanos: En
el
Consejo, mis defensores
quisieron salvar mi vida; aquí, pronto a perderla, y cuando voy a comparecer delante de Dios, protesto contra
la
mancha de
traidor
que se ha
querido arrojarme para cubrir mi sacrificio. Muero inocente de este crimen, y perdono a sus autores, esperando que Dios me perdone y que mis compatriotas aparten tan fea mancha de
Obras Completas mis
hijos,
haciéndome
Mejía guardó
prema
justicia.
el silencio
de
¡Viva Méxicol»
la
resignación su-
.
Maximiliano desprendióse de su lugar, se acercó a los soldados que iban a dispararle, y dio a cada urio de ellos una onza de oro, diciéndoles: «Al corazón, al corazón.»
periistentemente
el
Y
les
indicaba
lugar con la diestra. Vuelto
a su punto, repitió: «Al»corazón.>
que fué el que mandó comenzó su obra; levantó su espaaltura de los hombros y los ejecutantes
El capitán Villalpando, la ejecución,
da a la prepararon sus armas; hizo un
ademán de
los sargentos: los tiros,
laron
uno
solo.
la
tendió y apuntaron;
ataque, y dispararon seis de
de tan uniformes, simu-
Maximiliano rompió con
la
mano
botón superior de su chaleco, que empezó a humear. Caído, movía el pie izquierdo, y
derecha
el
exclamaba: Era en esa hora plácida del aprés diner cuan-
do
el estómago, agradecido a la excelente cocina, nos regala con un suave calor, y el perfume del café y de los habanos, mezclado al tibio olor de
las espaldas
desnudas y emperladas, crea una
atmósfera deliciosa. >E1 secretario de la Nunciatura, un
monseñor
joven y afable, cuya sotana morada, siguiendo a la escarlata del Nuncio, contribuía con su especialísimo matiz a la tonalidad del ambiente, ha-
comido a mi lado, y juzgando acaso oportuno repasar algún recuerdo que tuviese relación con México, me refirió lo siguiente, en que quizá el lector halle una vieja esencia de poesía y de bía
tragedia:
•Residí algún tiempo en Bruselas— dijo— y en varias ocasiones hice, como tantos otros compañeros del cuerpo diplomático, excursiones a ,
todos esos
sitios deliciosos
trópoli belga. 88
que rodean a
la
me-
Obras Completan »Entre ellos
de
Bella del
la
que pudiéramos llamar Bosque Durmiente...
el Castillo
«Gracias a mi carácter especial, se
me
permi-
quizá con latitud, la visita del edificio y del
tió,
parque. Este último
más
bellos
»Caia
que he
la tarde,
es,
por
cierto,
uno de
los
visto.
serena y luminosamente.
»Yo me dejaba llevar por una blanda contemplación, por un manso divagar, hijos del sitio y de
la
hora, discurriendo entre los macizos
y cuando de pronto vi descender la escade! castillo a una anciana vestida de blan-
arriates,
linata
co, la cual, seguida a respetuosa distancia por
una dama, dirigióse al parque, pasando casi a mi Tenía grandes ojos pensativos y había en su andar no sé qué ritmo elegante, misterioso y lado.
lejano.
>Naturalmente —agregó
do
—
,
monseñor sonrien-
ya habrá usted adivinado que aquella dama
silenciosa, aquella esbelta sombra, era la Archi-
duquesa Carlota, la que un día se llamó empede México, y hace treinta y seis años, ab-
ratriz
sorta en
hondo ensueño, habita
el castillo
como
una princesa encantada, esperando en vano a su principe rubio, que no vendrá jamás.»
B Y para que
la
narración sea completa, repro-
ducirá Luis, asimismo, la siguiente crónica pu-
N blicada por
A B
C, Qn
marzo de 1915, y proce-
dente del Havre:
«LA EMPERATRIZ CARLOTA
>¿Qué
suerte ha corrido la desdichada
Empe-
meses de guerra, estando su palacio-residencia dentro de la zona de invasión alemana, y habiéndose desarrollado en las cercanías de Aremberg combates de artillería entre las tropas belgas y alemanas? ratriz Carlota
de Méjico, en estos
siete
>Esta pregunta se hacían cuantas personas se interesan por la infeliz esposa de Maximiliano
de Austria. >E1 Gobierno belga, residente en esta ciudad, ha recibido informes interesantes, que fueron solicitados en primer término por el Rey Alberto, a quien la situación de su augusta tía pre-
ocupaba mucho. »La Emperatriz Carlota continúa en su castillo de Aremberg, respetada, como merece su sexo y su estado de salud, por los invasores.
>Ha cumplido setenta y seis años. Hace la vida de siempre. Los ecos del fuego de cañón y de fusilería han llegado hasta ella; pero por su inconsciencia no se ha dado cuenta de lo que significaban.
00
Obras Completas »Es curioso el relato que los servidores de M. I. han hecho de la presencia de las tropas alemanas en Aremberg. »Un día se presentó ante la reja de la posesión un destacamento de caballería, mandado por el S.
capitán Schmiz. » Extrañado éste de ver sobre la puerta una corona imperial, y en lo más alto del edificio enarbolada la bandera austríaca, preguntó al conserje, que vestía librea roja y ostentaba en el cuello
de su casaca »
ge
el
—¿Quién
al
escudo imperial de Austria:
reside en este castillo,
que se aco-
pabellón austríaco?
»— Su Majestad la Emperatriz de Méjico, Archiduquesa de Austria— contestó el servidor. »— Deseo confirmarlo, y ofrecer mis respetos a
señora— añadió
la
el
capitán.
— Imposible— repuso
el portero—. La Empepadece enajenación mental desde hace cincuenta años. Lo que puedo hacer es poneros en comunicación con el mayordomo mayor de »
ratriz
Su Majestad. »En efecto, del castillo,
el
capitán
y se puso
al
Schmiz pasó al interior habla con el alto fun-
cionario palatino, ante quien insistió en su de-
que constituía más bien una obligación, de la augusta dama. contestó el »— Lo único que puedo hacer es facilitaros el medio de que la mayordomo
seo,
ver a
—
—
91
N que ella advierta vuestra presencia. Es una consigna que tengo que cumplir. Es además una prescripción facultativa, que hasta aquí ha sido respetada... veáis, sin
»El capitán y
el
funcionario pasaron a otra sala
de la planta baja, cuyas ventanas dan sobre el parque del castillo. »Poco después pasaba ante su vista una venerable anciana, encorvada, de blanquísimo cabello, vistiendo sencillo traje negro. Se apoyaba en el brazo de un viejo criado, y paseaba lentamente, silenciosa, inexpresiva. »E1 capitán Schmiz salió de Aremberg y se dirigió a Bruselas, donde dio cuenta a sus superiores
de
que acababa de realizar a la repobre loca, que vive moralmente
la visita
sidencia de
la
muerta desde
el
día en
que su marido,
el
Empe-
rador Maximiliano, fué fusilado por las tropas
mejicanas en Querétaro. >E1 Estado
Mayor alemán ha hecho
fijar
en
la
puerta principal del castillo de Aremberg un car-
que reza
tel
así:
«Residencia de S. M.
la
Emperatriz de Méji-
Archiduquesa Carlota de Austria y hermana política de S. M. I. el Emperador Francisco José, nuestro augusto aliado. Respétese esta posesión, y absténgase todo militar alemán de penetrar en co,
esta
morada y de
llamar a sus puertas.»
92
Obras Completas Y
en todo esto piensa Luis tristemente, mienla Emperatriz Eugenia: más bien alta que mediana, muy blanca, sonriente, siempre sonriente, con su traje negro de elegante severidad, evocando, a través de los tras
observa a huríadillas a
montones de nieve de
los años,
la ideal figura
pintada por Winterhalter; en todo esto piensa Luis cuando, a diario, pasa frente a sus balco-
nes esa sombra que tiene algo de las Electras las Ifigenias...
93
y
Ni siquiera había alguien que se atreviese a quitar
el
perro de los
tranvía no
rieles,
consumara
la
para que
el
próximo
obra iniciada por
el
automóvil.
»Pero
la
bestezuela,
movida por
el
aguijón
formidable de su instinto, y a pesar de lo derren-
M
Obras Completas gada y maltrecha, hizo un esfuerzo (iba a decir «sobrehumano») y se arrastró, dando alaridos de dolor^ hasta la acera cercana, yendo a acurrucarse cerca del umbral de una puerta. Los bobos seguían rodeándola estúpidamente, sin atreverse a socorrerla. >
Algunos, más oficiosos,
para ver dónde estaba
el
le
palpaban
mal, y no los
el
cuerpo
movian a
compasión sus chillidos, hasta que el animalito acabó por enseñar rabioso los dientes a quienes se aproximaban demasiado. »La nena, nerviosa, angustiada, me dijo: > Baje usted y vea cómo está; vea qué puede
—
hacer por
él.
»No se atrevía a decirme todo su pensamiento. »Todo su pensamiento era:
>— Si
lo •
usted tuviese el valor de cogerlo y traera casa, aquí, cuando menos, moriría en paz... >Pero yo comprendí, y bajé, dirigiéndome al
donde yacía el perro, que, a cada amago de tocamiento, aullaba de miedo al dolor. »Me acerqué al grupo, y vi que no había rastro de sangre. sitio
>Sin duda se trataba de un miento. Además, parecía
como
terrible si las
magulla-
patas estu-
viesen rotas. >E1 animalito, lleno de barro, no era feo: pequeño, con grandes orejas; de pelo blanco y negro, en manchas muy desiguales; la cabeza, 95
N negra,
menos una
recía la raya
línea central, blanca,
que pa-
de un peinado. Ojos llenos de com-
prensión, de inteligencia.
»Me
informé con
el
grupo de bobos, en su ma-
yoría chicuelos del barrio, acerca de los detalles del accidente.
»Un chico me
>— Yo
dijo:
lo vi todo.
Le pasó por encima una de
ruedas del automóvil.
las
»Otro:
»— Está derrengado. >Otro:
—
Tiene «partidos> los ríñones. Morirá, alo más, dentro de una hora. >— Y si no— añadió otro—, vendrán los perre»
y lo asfixiarán. >Por último, una mujer n-.e dijo: >— Venía con su ama, señora anciana, que al verlo caer bajo las ruedas del auto, fuese tapándose los ojos y dando gritos... Tenía un collar,
ros, se lo llevarán
pero un chico acaba de quitárselo. >E1 perro, en tanto,
me
miraba. Parecía
com-
diálogo y darse cuenta de mi interés. Sus ojos, tristes, tenían un simpático brillo de
prender
el
aquiescencia. >
Acerqué lenta, muy lentamente mi mano y con suavidad su cabeza. No me mordió.
acaricié
Seguía mirándome intensamente.
»—¿Cómo
podría llevármelo a casa?— pre9ó
o
d
a
r
Completas
8
gunté a los chicos—. ¿Quiere cogerlo alguno de vosotros?
>— ¡Nos
»— Tal
mordería!— replicó uno.
vez en un saco, poniéndole con cuida-
do—insinué.
>Una voz,
la
de
la
mujer de marras (madre, sin
duda), surgió:
»— Cójalo
usted
como
los
cuando son pequeños: de
No
le
la
cogen
las perras
piel del cogote...
hará nada.
»Seguí
consejo, y
el
bestezuela se dejó ha-
la
cer dócilmente, sin quejarse. » Seguido
de
la
turba de chicuelos, atravesé la
subí a mi casa. La nena, compasiva y curiosa, salió a recibirme.
calle,
•—¡Animalito!— exclamó xión de inmensa piedad.
Y
al verlo,
trajo
con
infle-
unas mantas,
que puso en un rincón. >Lo echamos allí; despedí a los chicos, y ordené que lo dejaran en paz, limitándome a ponerle cerca un poco de leche. »— ¡Que se muera tranquilo!
B >Dos
días pasó el perro en su rincón sin
ver apenas
más que
la
mo-
cabeza, para seguirnos
con los ojos, entre curiosos y asustados, cuando pasábamos cerca de él. Respiraba con mucha fatiga.
07
Tomo XVI
7
N con gran sorpresa, lo encontracasi de pie... »Por la tarde, cojeando horriblemente, arrastrándose, pugnaba por ir y venir. »Un día más, y con torpeza, pero con resolución, paseábase ya por toda la casa. »Y a medida que iba curando, la gratitud, esa gratitud de la que no hay ejemplo entre los humanos; el amor, ese amor maravilloso al que nunca ha faltado la especie desde su enigmático pacto milenario con el hombre de las cavernas, iba manifestándose con más intensidad. »La cola no descansaba. Los gritos de alegría eran continuos en cuanto nos acercábamos a él. > Al
tercer día,
mos ya enderezado,
>— ¿Qué nombre le pondremos?— preguntó la nena—. De seguro el animalito tenía el suyo... pero vaya usted a preguntárselo!
>Me quedé
perplejo.
»Eso de poner un nombre es cosa muy delicada. iUn nombrel ¿Sabéis todo lo que es un nombre? La creación de una cosa en nuestro conocimiento, la individualización por excelencia... (la
que dentro de nosotros mismos otorgamos a que parecen venir del ex-
las representaciones terior; la
única «real».)
>FeHzmente, recordé una festiva costumbre de cierto amigo mío. Éste, cuando compraba algún objeto, por ejemplo
cortaplumas, veía
un bastón, un
el
lapicero,
un
calendario y bautizaba su 98
Obras Completas compra con eí nombre del santo del día. Tenía unos gemelos de camisa que se llamaban Justo y Pastor, una pluma-fuente que hubiera respondido (escribiendo) al nombre de Escolástica; un reloj al que había nombrado Canuto... et sic de ccEteris.
»Vi, pues,
el
santoral:
Rezaba «San Pascual
Bailón».
>Y
el
perro se llamó Pascualillo...
>Mientras escribo estas líneas está aquí, a mis
mirándome con una húmeda mirada de tery por mi un amor que
pies,
nura. Tiene por la nena
raya en
la insensatez...
como todos
los
grandes
amores. *
Cuando
llego a casa, por la noche,
conoce
la
vibración especial del timbre, un poco prolon-
gada, y aulla de placer. Salta como si se rebotara sobre el suelo, con sus patas < chuecas» aún,
pero ya seguras; rrer
me abruma
a fiestas, echa a co-
vertiginosamente, describiendo un círculo
cada vez más amplío en torno mío, y cuesta trabajo calmar su alegría atolondrada y ruidosa.
•Durante otros. Si
el día está siempre cerca de nosnos movemos, su mirada inquieta nos
sigue. Sabe,
que
le
con un saber escondido y profundo, la vida, y estoy seguro de que la
salvamos
daría por nosotros.
>|Pobre Pascualillo! ¿Habría un amigo en el
n •.i
N
m
A
mundo, habría una mujer que pagase
así
un be-
neficio?
amigo nos odiaría a fuerza de sentirde debernos la existencia. En cuanto a la mujer... tal vez se habría ido ya con »lAy! El
se humillado
otro.>
Julio 1915.
100
EL TREN QUE SE MARCHA...
I
IJ NO de
los espectáculos
más
desde su balcón, es que se marchan.
asiste Luis,
Allá, abajo,
frecuentes a que el
de los trenes
está la estación del Norte.
locomotoras van dejando se mece en bre
la
el aire,
so-
placidez del paisaje.
Como
la distancia
ciende rumbo
a que se ve
al Escorial
en virtud del ángulo,
el tren
que as-
es relativamente grande,
las
cortejo de carros, parecen
mente. 101
I
Todo
pues, la gran culebra de vapor que las
el dia,
locomotoras, con su arrastrarse
penosa-
Amado Ñervo Por
noche, en
la
todo en
el
vibra dolosamente,
como un
casi
total,
como un
grito
sobre
máquinas de alarma,
aullido de terror.
que duerme mal, oye varias veces este
Luis, grito
el silencio
invierno, el silbido de las
de
la sirena
andariega.
Sin embargo, más que pavor, cuando lo escucha, siente nostalgia... nostalgia de París.
Dos de esos
diariamente a París, a
la
menos, se marchan ciudad bien amada, con
que Luis sueña, y de
la
cual no sé qué destino
parece
trenes, por lo
alejarle.
libre, libérrima, hasta donde puede esclavo arbitrio. Tiene Luís medios de subsistencia muy modestos, mucho, muy modestos; pero que le permitirían vivir donde quisiese. Quiere ir a París, siempre ha querido ir a Pa-
Luis es
serlo el
y, sin embargo, ¡no val ¿Por qué? Por esas mil invisibles sutiles causas que se enredan a nuestra voluntad como los hilos de la araña a la mosca; por esos innumerables guijarros que van obstruyendo un camino; por esos obstáculos pequeñitos que se levantan a nuestro paso y que, en fuerza de su número, se vuelven imponentes e invencibles. Luis, en otro tiempo, vivió años en París. Su situación económica lo obligó un día a mar-
rís...
charse. 102
Obras Completas Para
aquella partida fué una verdadera ex-
él
patriación.
Pero toda su voluntad, como un arco, se encorvaba, y tendía hacia un fin: volver. Entonces, escribió estos versos: sí! yo tomaré, París divinol qué nave?
¡Oh,
—En
—Dios
sabe...
¡Yo no
Mas
sé!
sé que ni la vida ni
el
destino
impedirlo podrán. Es un camino fatal el
que nos une. Tornaré.
Veré tus bosques tranquilos en que dormitan los tilos; veré tus parques espesos, llenos de citas y besos; veré ¡todo,
todo
lo
que amé!
Yo tornaré. Me aguardan los castaños de un verde transparente; los huraños muelles mohosos de tu grácil rio. Lejos de ti mis años no son años:
son nostalgia y pasión y angustia y
Veré tus brumas livianas, que te arropan como en tules, en tus divinas mañanas aezuls.
Veré tus abriles breves llenos de aromas y broches,
103
frío...
Amado Ñervo y el armiño de tus nieves y la plata de tus noches. Veré ¡todo, todo lo que amé! ¡Oh!, sí yo tornaré... Mas, si no alcanza mi alma esta dulce aspiración suprema, ¿qué haré? ¡Clavar, sañudo, mi esperanza en el ancla divina, que es su emblema! (1).
La profecía
se cumplió.
Luis volvió a París, tres años después... pero
de paso. El destino lo empujaba lejos de la ciudad novia. Año por año, Luis iba a darle un beso, un beso furtivo, y se decía: «Cuando yo sea libre, volveré y me quedaré!» Y fué libre, y no volvió, y aún no vuelve... ¿Volverá? ¿A qué volverá en suma?... ¿Para qué volverá? Luis tiene ya cuarenta y cinco años y una vida
interior tan
honda, que dondequiera
está bien.
Sin embargo, ese tren que se marcha dos o tres
veces
tuerce en
al día;
el aire;
esa víbora blanca que se reese silbido que parece queja,
producen en Luis una nostalgia misteriosa y profunda. (1)
V. Obras completas,
vol. IV, págs. 221-222.
104
LA DIARIA TRANSFIGURACIÓN
Luis ha
leído
que
los poetas le
tragedia: la diaria tragedia,
Un la
llaman a esto
como
si
dijéramos.
poeta amigo escribió un poema, en que
noche
— Ótelo — asesina
— Desdémona—
Muy
a
la rubia
tarde
poema, pero no convence, porque después, al amanecer, un Ótelo rubio, la Aurora, estrangula a una Desdémona morena: la noche... Donde las dan las toman. .
bello el
Luis llamará, pues, a los crepúsculos vespertinos, la diaria transfiguración.
En
la
gran Plaza de Armas del Real Palacio
ultrasimpática,
juegan
allí
porque todas
los niños pobres; 107
las tardes
serenas
a un paso de los
Amado Ñervo reyes que entran y salen, hay un mirador que se
abre en
la galería
del poniente
formando varios
espaciosos arcos, y que se llama por antonomasia el balcón de Palacio.
Naturalmente, este balcón es
muy
superior al
de Luis. Luis, sin
que
embargo, prefiere
así el
el
suyo. Parécele
espectáculo vespertino es para
él
cuando menos, que él lo ve desde su palco. ¡Triste vanidad humana, o triste vanidad sólo... o,
de Luis!
Por
lo
demás, sorpréndese
él
de que espec-
táculo tan prodigioso no merezca otra mirada
que
y
la
la
de
suya,
la
de
las niñeras
tal
o cual paseante
distraído,
bobaliconas que charlan con
los novios, mientras aquella conflagración luces, aquel conflicto
de colores, aquella
de
crisis
como una epopeya de otros mundos. ¡Ayl un día los trusts yanquis o alemanes acapararán— vais a verlo— todos los crepúsculos y todas las noches de luna... y entonces muchos snobs pagarán el espectáculo, naturalmente en las funciones de moda. También lo pagarán los pocos novios románticos que queden. ¡Ahí muy pocos. (Luis ha oído a innumerables novios de Madrid hablar de política.) cromática indescriptible, se desarrolla
Y querrán
pagarlo, es lógico, los tres o cuatro 108
Obras Completas poetas
éstos,
para
que queden en
liiicos
haber tenido
como
el
el
mundo por no
valor de suicidarse aún... Pero
es de esperarse,
la entrada,
no tendrán dinero billete de
y habrá que darles
favor.
Claro que a
no
la
la
divina tarde no le importa
que
vean. Ella se enciende, se colora, se tiñe,
se matiza, en la soledad augusta del poniente,
pensando acaso que basta
la
mirada de un hom-
bre artista para compensarla de su derroche
ma-
que en suma, todo hombre es el centro del Universo, y sus ojos los ojos, con que la Naturaleza se contempla a sí misma. Y así sucede que a diario, la «religiosa» la ravilloso;
«unciosa>, la «pensativa» tarde (jtantos nombres
que
le
han dado
los poetas bautizando así sus
propios estados de alma!) va abriendo sus joyeros,
va extendiendo por
la
atmósfera tibia sus
oros, sus argentos, sus jades, sus lapizlázulis,
sus ópalos, sus topacios.
La magnificencia de los funerales del dios supera a todo lo soñado, y cuando la noche surge como una reina de Saba de aquella transfiguracontemplador embelesado dice a Aquel «que encendió el lucero>: ¡Señor, ahora si puedes llevarte en paz a tu siervo, porque mis ojos se han saciado de tus maravillas!
ción, el
109
ELOGIO DE LA NOCHE
V
lENEN a
la
memoria de Luis dos sonoros ver-
sos de las mocedades del notable poeta Chocano, versos de
una improvisación, que dicen:
Brindo por
el
Rey
Sol,
porque
es Satanás que cruza por
la
noche
el cielo.
Pobre y divina noche calumniada. {Satanás eterna empolladora de astrosl Los poetas no han sabido, no hemos sabido, en lo general, comprender la noche: cuando más, la hemos comparado a los ojos negros de las ella, la
amadas. Y no sólo no la hemos sabido comprender, sino que algunos la han injuriado. Citaremos a su más reciente y notorio enemigo: Rostand, quien en aquel famoso Chantecler canta un him-
no
al sol
e insulta a
la
noche.
m
Obras Completas jComo si el sol fuera otra cosa que una de más modestas estrellas de la Vía Láctea! El día no significa sino la aproximación a estrella.
Lo tienen
los millones
las
una
de millones de
mundos que gravitan alrededor de esos gigantes que se llaman Canopo (quicio del universo), Sirio,
Vega, Rigel, Arturo, Alfa del Centauro, Ca-
pella,
Aldebarán, Antarés,
y es un Lo tienen
Altair,
extraordinario que el nuestro.
día
más
los pla-
netas a quienes los soles duplos, triples y cua-
druplos calientan e iluminan con maravillosas
combinaciones de colores... Lo tienen, en fin, todos los cuerpos obscuros que se aproximan a
un astro cualquiera. El día no es más que una relatividad. No es más que un deslumbramiento que ciega nuestros ojos, haciéndoles incapaces de percibir las infinitas tenuidades del Supremo Enigma que nos rodea. ¡La
noche es todo!
Sin
ella el
ría
hom.bre no sabría nada, no pensa-
nada, no descubriría nada.
La noche es nuestra madre, nuestra heredad y nuestra esperanza. El Chantecler, de Rostand es, pues, un pobre miope. Cieito que,
como
dice con suave ironía Carlos
Nordmann, no se puede llináceo que sea filósofo.
m
exigir
a un simple ga-
Amado Ñervo «Conviene
—al lado
— añade este eminente astrónomo
del brillo del día, adorar también el
moreno encanto de la noche. »Y no intento hablar aquí de su embeleso novelesco, sino únicamente de los progresos le
debemos en el Saber. >La media noche no
que
es sólo la hora de los
crímenes, ni de los complots, seguramente deplorables, fraguados por los picaros los gallos; es
los hacia los »
Durante
también
mundos el
día
la
buhos contra
hora de los vastos vue-
lejanos.
no se ve más que
el sol:
la
noche nos muestra millones de soles. Y si el deslumbrador telón que la luz solar extiende entre el cielo y nosotros está tejido de rayos resplandecientes, no por eso deja de ser telón, porque nos vuelve semejantes a las falenas, a quienes una luz demasiado viva impide ver más lejos que la punta de sus alas... >Cosa admirable: esas perspectivas que nos abren
espacio, no las
el
debemos sino
cura claridad que desciende de las decir, a
una
a la «obs-
estrellas; es
ligera vibración del éter».
el mundo sobre sus hombros. tenemos ahora, todo entero, suspendido del hilo impalpable y dorado que se llama un rayo de luz.» ¡Y ese hilo de oro nos lo da la noche! No la maldigamos, pues, oh poetas hermanos
»Atlas llevaba
Nosotros
le
112
Obras Completas míos, oh hombres de pensamiento y de ensueño: amémosla, por
el
contrario,
con un amor
exclusivo y sagrado; cantémosla místicamente
como En
el
divino Novalis.
su regazo sin límites, nos dormiremos
hombres para despertarnos ángeles. Gracias a su sombra, cómplice de grandezas, veremos los signos de inteligencia que las estrellas hacen a nuestras almas.
113
Tomo XVI
LA ESFINGE ROJA
I
Como la
un maravilloso topacio, Marte luce en
diafanidad de un cielo de invierno de esos
esencialmente madrileños (cuando cuajan). Luis ha estado
que
el
esperando pacientemente a
enigmático planeta salga asaz temprano
para poder contemplarlo antes de
che en
el
recordará
la
Poniente, que es adonde el
a una altura
media no-
mira— como
paciente lector— su balcón; y verlo tal
que no sufra
la
imagen
las
abe-
rraciones propias de to Jo objeto telescópico que
se acerca a las brumas del ocaso.
Claro que con el pequeño antee jo de Luis, Marte presenta un disco mínimo. Parece un pe114
Obras Completas queñísimo sol rojizo y tembloroso. Pero Luis ha ejercitado sus ojos, y una vista diestra ve muclias cosas:
por ejemplo,
el
casquete polar, casi
microscópico, de una blancura deslumbrante.
Sin embargo, quienes ven a Marte sin
la
pa-
ciencia y perseverancia de Luis, aun a través de los grandes telescopios, sufren profundo des-
encanto
.
—¡Cómo!— piensan— ¿y eso es todo? |A eso se ponderada contemplación los mundos de nuestro sistema solar!... ¡Un disquito amarillento en el que se adivinan algunas manchas, hoy por cierto más pálidas que nunca! ¡Qué mentirosos son los
reduce del
la
famosa,
la
más enigmático de
periódicos y los libros! La decepción parece a primera vista justifica-
Los mapas e imágenes de Marte, difundidos la saciedad por los libros de vulgarización científica, por las revistas y periódicos, nos muestran al planeta con un casquete de hielo en el polo visible, con mares interiores de una entonación obscura, con lagos casi circulares como el Solis Lacus, y entre unos y otros, la geométrica, la prodigiosa red de canales que Schiaparelli descubrió en 1877, y que Mr. Lowell, del Observatorio de Flagstaff, Arizona, ha acertado a fotografiar, dando asi un mentís a quienes pretendían que eran simples ilusiones de óptica, o bien puntos sucesivos que el ojo del observada.
hasta
115
—
Amado Ñervo dor unía por medio de una operación maquinal,
como
se verá en
hablemos de
el
capítulo siguiente,
los detractores
de
la teoría
cuando de los
canales.
Naturalmente, el observador bisoño, al asomarse por primera vez a un telescopio, piensa que va a ver toda esa misteriosa urdimbre de manchas y de líneas; y cuando sólo advierte un disquito anaranjado en que el casquete del polo sur se recorta apenas, y la sombra de Sirte sólo se presiente, retírase
Gran
la
desconsolado y
lleno de disgusto.
—Todo
eso que cuentan de
no es más que
Marte— se
dice
fantasía de poetas.
amigos— piensa Luis—, no que he leído mal cuando he leído es-
¡Ah, mis buenos
me
diréis
tas palabras
en vuestros ojos!
Claro que sólo osaréis pronunciarlas en
timidad del hogar; pero ¡quién duda que
la in-
las
pro-
nunciáis!
Luis recuerda a este propósito algo personal: la
primera vez que su curiosidad se asomó a
lente de
un ocular para ver
el sol, advirtió,
en
la el
metal deslumbrante de su disco, un punto negro. Parecía
un lunar en un espejo.
Era una mancha.
—¡Una manchal— pensó Luis—: lie
a eso se re-
Obras Completas ducía una mancha... Él las había visto dibujadas
de Astronomía, con emocionante de detalles: eran abismos de colores, de las formas más terribles y fantásticas, sobre las cuales danzaban indescriptibles puentes de llamas. ¡Cómo había anhelado Luis contemplar tales maiavillas en la faz divina del astro! Y ahora estaba allí tras la lente del aparato, y eso era todo lo que veía: un punto negro, y roen
los libros
lujo
deándolo, algo parecido a patas de mosca en
una superficie radiante... Se fué desengañado y melancólico. Después, poseyó un anteojo, una , y se dio a contemplar el sol; y a medida que se iba familiarizando con esta contemplación, las manchas revelaban más detalles, inaudita cantidad de detalles; y un día las vio por fin tal cual las dibujan los astrónomos,— un abate Moreux, por ejemplo,— y puede asegurar que difícilmente basta una hora a un buen dibujante para reproducir los principales aspectos del más simple de estos fenómenos, y la inimaginable diversidad de sus suaves coloraciones.
B Los mapas de Marte están hechos, por de la suma de enorme cantidad
contado, gracias a
de
observaciones, verificadas en 117
muchísimos
Amado Ñervo observatorios por innumerables astrónomos, durante varios años.
¿Cómo
sería posible
cuando no hay dos
ins-
tantes en que la atmósfera sea idéntica en clari-
dad, en humedad, en quietud, lescopio, la primera vez que
todas
las
etc., ver en un teuno se asoma a él,
particularidades de la superficie del
planeta?
Marte es uno de los objetos telescópicos más de observar. De aquí que, antes de cada oposición (por ejemplo, de esta de 1916) los astrónomos se preparen a sorprender los cambios que vienen notándose en su superficie, con todo difíciles
un programa, que, ahora, es el propio profesor William H. Pickering quien ha redactado y dirigido a todos los centros técnicos del mundo.
Para que los profanos adviertan siquiera la nieve de los polos, se requieren aumentos de doscientos diámetros, en noches claras, y una atención sostenida. Para ver el mar Adriaticum, que finge gran ala de murciélago, requiérense, en condiciones normales, aumentos de trescientos diámetros. Para notar los grandes canales, el
Euphrates,
el Etiops, el
Ganges,
etc.,
como
bastan
apenas aumentos de 456 diámetros. Para darse, en fin, cuenta de esos cruzamientos y entreveramientos de líneas que constituyen el sistema general de canales y que son tan finas como los
más
finos retículos,
se necesitan aumentos 118
o
r
b
Completas
s
tí
de 600, de 800 y hasta de 1.000 diámetros, y eíto suponiendo que poseemos un gran ecuatorial, en «1 que tales aumentos no perjudiquen a la claridad de la imagen, que la definición tea buena, que no haya corrientes de aire demasiado intensas y que el vapor de agua no sea excesivo en la atmósfera. ¿Cómo sería, pues, posible que al primer vistazo advirtiéramos todas las maravillas de la Areografía o (Grafia de Ares) que es
el
nombre
griego del planeta?
Los astros eternos no nos revelan sino
muy
lentamente sus secretos luminosos y lejanos. La tierra, dadas las condiciones de su atmósfera,
es un pésimo observatorio astronómico.
Balcón que da al infinito le hemos llamado; pero es un balcón cerrado por espesas vidrieras, que a cada instante se empañan, se enturbian, tiemblan: las vidrieras de nuestra atmósfera.
La luna
sí
que
sería
un observatorio
ideal,
perfecto, maravilloso; pero los pobres astróno-
mos de
la tierra
se asfixiarían probablemente en
aquella superficie, ya ardiente
como un
metal
ya espantosamente fria como el espacio; y donde, si hay atmósfera, es de una tenuidad indecible, en aquella superficie ultrajada y atormentada por seculares conflagraciones de
puesto
al rojo,
fuerzas.
Tenemos que contentarnos, 119
pues, con nuestro
Amado Ñervo con las raras escapatorias que nos concede el móvil cortinaje
terrestre observatorio, al infininito
de '
el
nubes.
las
como en
Así
guerra y en amor es lo primero
dinero, el dinero y el dinero, así para ser as-
trónomo, o siquiera aficionado,
lo
primero es
la
paciencia, la paciencia y la paciencia.
II
La existencia de
los canales
de Marte ha sido
puesta en tela de juicio desde 1877 por muchos sabios, y ha encontrado en otros siastas
Uno do su
muchos entu-
y perseverantes defensores. de los que más recientemente han nega-
realidad, es el director del Observatorio
Fabra, de Barcelona, don José
Comas
Sola, as-
trónomo estudioso, según el cual las grandes extensiones grises que se advierten en la superficie de Marte y que son «fajas más o menos anchas y generalmente difusas, aunque algunas ofrecen claramente
el
aspecto de lagos alinea-
dos, están constituidas, en parte cuando menos,
por lagos u oasis (regiones estas últimas en que la
vegetación es más lozana o
misma
la
coloración de
más obscura). > Los canales «serían EN REALIDAD CUENCAS HIDROGRÁFICAS, EN CUla
es
120
Obras Completas YAS VERTIENTES SE DESARROLLARÍA LA VEGETACIÓN. La dificultad de la visión de estos detalles
da un aspecto geomético que en realidad no tienen».
En concepto de
otros astrónomos, todo ese
reticulado canaleiforme no sería— según la ex-
presión del señor Martín Gil, sabio argentino—,
«más que
el
aspecto de sus costras secas, par-
tidas, resquebrajadas; las grietas
de
llo
los planetas
o patas de ga-
muertos o moribundos»...
En cambio un eminente americano,
el
Percival Lowell,— «el padre de Marte»,
profesor
como
lo
llaman los yanquis,— que dispone de uno de los
más formidables telescopios que existen en el mundo, afirma, y ha afirmado siempre, la existencia de los canales. He aquí lo que en carta de reciente fecha, dirigida a Camilo Flammarion,
nuevo telescopio de un mede abertura del observatorio Lowell, que está ya completamente equipado para la observación dice este sabio: «El
tro
visual, maestra los canales
como finas líneas exac-
tamente geométricas, corroborando así las observaciones hechas con instrumentos menos poderosos. Ello contradice
gún
la
la
opinión errónea, se-
cual los grandes reflectores no muestran
estos aspectos tan singulares y característicos de Marte.» (U Astronomie, marzo, 1914.) Percival Lowell lleva ya numerados más de 450 canales, y ha logrado fotografiar los mayo121
Amado Ñervo han publicado en numerosas revistas astronómicas, entre ellas en la Popular Astronomy, de Estados Unidos; en L'Astronomie, órgano de la Sociedad astronómica de Francia, y creo que en una revista res varias veces. Las fotografías se
alemana.
Los soñadores,
los
que piensan que en
neta amarillo que radia tan vivamente en terio
de
las
el el
noches hay seres mucho más
pla-
mis-
inteli-
gentes que nosotros, tienen, pues, un gran padrino para seguirlo creyendo. Este padrino es Percival Lowell, quien afirma que existe en Marte el
más vasto sistema de
ble,
para utilizar las aguas provenientes de los
irrigación
imagina-
deshielos polares, y llevar por toda la superficie
sedienta de un mundo de evolución muy avanzada—en que ya no hay océanos, sino simples
mediterráneos— la frescura y la vida. Por lo demás, no sólo se han fotografiado los canales por el sistema ordinario, sino que se ha empleado el método dicho de filtros selectores, el cual confirma plenamente las afirmaciones de Lowell. El señor Tikhoff, miembro de la Sociedad Astronómica de Francia y astrónomo ilustre, procedió por ministerio de estos filtros selectores, y, hablando de los resultados obtenidos, dice entre otras cosas: «La comparación de las fotografías tomadas a través del filtro rojo y del filtro verde, hace ver una gran diferencia en la 122
Obras Completas distribución de los colores en la superficie de
Marte. Sobre las fotografías rojas, los continentes (Helias,
Elyseum, Ausonla, Eridanda,
etc.),
se
como sitios más brillantes y sobrepasan con mucho en intensidad luminosa al caspresentan
quete polar austral. Al contrario, en las fotografías
verdes es
minoso del
el
muy obscuros en
casquete polar
disco.
las verdes.
En cuanto a
más
lu-
los mares,
son
el sitio
en las fotografías rojas, y grises
Además,
estudio de las pruebas
el
que es en las pruebas del rojo anaranjado, y sobre todo del rojo simple, donde se ven mejor los principales fotográficas originales muestra
canales,
como Xantus, Scamander, Simois, TarEn consecuencia^ el color de
tarus, Cerberus, etc.
los canales es semejante al
de los mares.*
Y
añade para concluir: «Los más notables entre estos canales, son Xantus, Scamander, Simois y Taríarus, que aparecen visibles como líneas continuas y regulares, y no están de ningún
modo compuestos de puntos
separados.*
La anchura de estos canales es de doscientos kilómetros poco más o menos.
Pero, volviendo al ilustre astrónomo señor
Comas de
Sola, diré que,
si
no admite la existencia cambio enérgicamen-
los canales, si afirma en
te la habitalidad
de ese misterioso planeta, como 123
N la ha firmado siempre el gran Flammarion (autor de un precioso libro sobre Marte, nutrido de datos), quien dice: «La hipótesis de que Marte está actualmente habitado por una raza intelectual
muy superior a la
nuestra, se afirma gradualmende año en año, a medida que las observaciones astronómicas se vuelven más precisas. > (< Flammarion: Les Autres mondes sont-ils hate,
bites?^)
Por su parte, el señor Comas Sola nos dice: Ahora bien, admitida la existencia de seres vivos en el planeta rojo, ¿es
posibl» comunicarnos con ellos?
— «¿Qué duda tiene?— responde barcelonés—. Si tierra está
mente
la
astrónomo sobre
la
todavía restringida a distancias relati-
vamente pequeñas, dentro de drá ser
el
la telegrafía sin hilos
cierto
tiempo po-
acción de dicha telegrafía práctica-
ilimitada, siéndolo quizá
ya para
los
apa-
que estarían dispuestos muy diferentemente que los nuestros; a menos que los habitantes de Marte hubiesen abandonado definitivamente las ondas herízianas e hiciesen uso de otras radiaciones o emisiones quizás desconocidas para nosotros y muchísimo más cómodas para el objeto que se persigue. «Pero si no dispusiéramos de ondas eléctriratos marcianos,
124
—
Obras Completas cas,
siempre podríamos emplear
las
luminosas, y
cabría la posibilidad de establecer un
cambio de
señales ópticas; dibujar, por ejemplo, figuras geométricas, cuyos vértices estuvieran formados por focos luminosos de gran intensidad, supuestos
perceptibles telescópicamente desde Marte.
«Esta idea, que no recuerdo quien propuso la
primera
vez— concluye
señor
el
más
es indudablemente la
Comas Sola
y no seria ningún disparate el ensayarla. Sólo hay la dificultad de que vemos casi todo el disco de Mar-
te
iluminado por
fácil advertir la
Además de
el sol,
factible,
que nos haría poco
lo
contestación de los marcianos.»
la dificultad
que expresa el Direchay otra «práctica».
tor del observatorio Fabra,
Los sistemas de señales luminosas son caros. ¿Saben ustedes cuánto costaría, por ejemplo, el de espejos pregonado por el profesor Pickering? Pues nada menos que dos millones de libras, se-
gún
cálculos que se hicieron oportunamente.
Este sistema,
ced a
él
mucho más
viable (porque mer-
se podría conversar con las humanida-
des planetarias), fué ideado en el año de 1869 por Charles Cros, y Flammarion lo reproduce extensamente en el apéndice de su libro Excursions dans le ciel. Pickering lo ha modernizado, es verdad, conforme a los elementos ópticos novísimos. Trátase de una serie de espejos
que ocuparían una área de un cuarto de milla y 125
I
Amado Ñervo que, reflejando la luz solar,
la
enviarían al espa-
cio en haz de potencia formidable. Estos espejos estarían unidos a
de
un gran
eje paralelo al eje
y serían movidos por motores poderosísimos, regulados por aparatos de relojería la tierra,
(como
merced a los cuales efecuna revolución completa en veinticuatro horas. El profesor Pickering piensa que la luz los ecuatoriales),
tuarían
reflejada por dichos espejos
sería fácilmente
distinguida por los marcianos, siempre que ellos
empleasen telescopios. Propuso que se empezauna serie de resplandores, seguida, después de un instante, de otra serie; y así sucesivamente, con intervalos iguales a los del código de telegrafía óptica. Esto atraería la atención de ra por
los marcianos,
que quizás contestaran con una
señal análoga.
La
como
teoría así expuesta es
se dice arriba,
el
muy
sencilla, pero,
costo del procedimiento
se calculó que ascendería a cincuenta millones
de
francos...
Bueno
está el
mundo
para gastarse
eso en hacer señales a unos señores hipotéticos
de un planeta vecino, cuando con
la
misma can-
tidad cualquier potencia puede fabricarse un su-
perdreadnaught, que en una hora convierta en
escombros un pueito y siegue algunos miles de una escuadrilla de submarinos que eche a pique muchos buques indefensos! Otro sistema para comunicar con Marte fué vidas, o
126
Obras Completas ideado por David Dodd,
el
famoso profesor
norteamericano de Astronomía, y consiste en el empleo de la telegrafía sin hilos. Convencido-
porqué los yanquis no dudan de nada— de que los marcianos hace mucho tiempo que intentan enviarnos mensajes, propuso una ascensión en globo hasta una altura atmosférica tal, que el enrarecimiento del aire anulase las influencias terrestres, a fin
de no turbar
las
ondas hertzianas,
que, sin duda, irradian de otros planetas.
«Los aeronautas— añadía— nos meteríamos en jaula de aluminio, con aparatos para expe-
una
gas ácido carbónico y substituirlo con oxígeno y aire comprimido, a fin de no sufrir el mal de montaña. Ascenderíamos lo más alto que pudiéramos y permaneceríamos a esa altura máxima el mayor tiemp j posible. Con nuestros aparatos de telegrafía sin hilos, intentaríamos, no ler el
enviar, sino recibir mensajes de Marte.»
Pero ¿es cierto que Marte nos envía desde hace siglos estos mens íes? «La casualidad— dice Charles Cros, ya cita-
do—me
ha puesto a
la vista
algunos hechos ex-
traños; quisiera verlos reunidos; quisiera
investigase
si
es cierto o
Diversos observadores
que se no que se producen.
Herschel Schroeter, Harding, Messier y otros, han visto puntos bri,
127
,
N liantes
en los discos de Mercurio, de Marte y
creo que también de Venus. Las explicaciones
que suponen que se trata de volcanes o de fenómenos de reflexión mal definida de los rayos solares son poco satisfactorias; todos convienen ello. Que se mire atentamente; quizá se verán de nuevo esos puntos y se les observará mejor. Se necesita una idea preconcebida para ver, y hasta aquí nadie la ha tenido.» (Moyen de communication avec les planétes. Libro de Flamma-
en
ya citado. Apéndice.) Por su parte, el señor Coultre, distinguido astrónomo de Ginebra, durante setenta días de rion,
observaciones hechas en
la
penúltima oposición una serie de
del planeta (la de 1813) (1), notó
un blanco azulado, dimanasen de la luz de poderosas lámparas eléctricas. Tal iluminación, que duraba algunos segundos, pudo observarse en muchas noches. No fué ésta, por lo demás, la vez primera que dichos fulgores se vieron. Aparte de los hechos citados por Cross, que remontan a épocas relativamente lejanas, en los últimos seis o apariciones luminosas, de
como
si
1916, pero en malas condiMarte sólo se ha aproximado a la tierra unos 111 millones de kilómetros, habiendo algunas en que se aproxima a la mitad: a 55 millones. La oposición más favorable será la de 1924, en agosto, sobre el (1)
La última ha sido en
ciones, pues
Acuario.
128
Obras Completas siete
años se han observado, por diferentes sa-
bios y en diferentes periodos, puntos luminosos. Se ha buscado inútilmente una explicación, y se
ha acabado por atribuirlos a efectos de luz atmosféricos, o erupciones volcánicas. Pero el señor Coultre cree firmemente que se deben a intentos metódicos para entrar en comunicación
con nuestro planeta. El escritor Aubrey Wilmer refiere de otro incidente significativo, de cuya autenticidad claro es que yo no respondo, limitándome a traducir del inglés el breve relato:
«En Bringhampton, Nueva York, el profesor Mac Donald volvía a su casa temprano, una mañana del año de 1897, cuando un fulgor vivo hirió sus ojos, y un objeto cayó a tierra cerca del sitio donde se hallaba. Más tarde pudo extraerlo del suelo, y advirtió que era una masa de metal blanquizco, que había sido fundido por el calor. Todavía estaba caliente, y cuando se enfrió lo bastante para poder romperlo, se encontró dentro una pieza, también metálica, en la que había ciertas señales curiosas, que «muy bien pudieran ser caracteres escritos». Era indudablemente un aerolito; pero el profesor Whitney, que después lo examinó, declaró que tenía una forma diferente de todos los que había visto antes, y el profesor Me. Djnald es de los que creen que este misterioso visitante
Jeremías
129
Tomo XVI
9
Amado Ñervo significaba
un intento de comunicación de otro
niundo.>
Recuerda uno, naturalmente, al leer lo anteadmirable novela de Wells, The War of the worlds, que es de una fantasía (sobre base
rior, la
científica) prodigiosa.
Pero ¿y qué resultados prácticos nos traería una comunicación con Marte?— se preguntarán ustedes.
Inmensos— puede responderse— si, como
man muchos astrónomos, antes que
la tierra
de
la
el
afir-
planeta rojo, salido
nebulosa primitiva, y en-
friado
mucho más rápidamente que
mundo
(1) a
nuestro
causa de su relativa pequenez, es
anterior a éste
quizá en millones de años. La
evolución de los marcianos habrá alcanzado dentro de
tal
supuesto alturas maravillosas, y
la
constante comunicación con ellos nos haría dar
en la escala del progreso, que nuesproblemas científicos más arduos resultarías juegos de niños. No más desigualdades sociales, no más incertidumbres religiosas, no más
un
salto tal
tros
(1)
Hay sabios que
le
suponen una temperatura me-
— 28° (28° 6070 cero), en
el Ecuador. Otros, como 17° durante el día, y 23° por la Arrheniusle dan noche; pero no hay que hacer caso ninguno de estos señores; la discrepancia misma de estas cifras prueba su
dia de
—
—
formidable falibilidad. 130
o
h
a
r
Completas
t
faenas ímprobas para arrancar a la naturaleza sus tesoros, para posesionarnos de sus fuerzas y utilizarlas en nuestro beneficio; no más enfermedades... ¡acaso no más vejez! (La vejez es sólo una enfermedad, según Metchnikoff.) Si el hombre en unos cuantos siglos ha alcanzado magnificencias y excelsitudes mentales estupendas, imaginemos a lo que habrán podido
en acción que se ejercitan desde hace millones de años... Si una hora de conversación con un hombre
llegar inteligencias
instruido y elocuente,
que sabe desmigajar sus de muchos libros,
ideas, equivale a la lectura
pensemos en
lo
que
significaría para los adelan-
tos de la especie la
comunicación metódica,
continua, con espíritus infinitamente tas,
más
serenos,
más
sabios,
más
que en
el
altruis-
trans-
curso de milenarios se han adentrado sin cesar
en
el
misterio del universo?
Supongamos únicamente que
los
marcianos
fuesen capaces de enseñarnos tres cosas: 1.^
La
utilización barata
atómica, o cuando
de
menos de
la
energía intra-
las
mareas y de!
calor solar. 2.^ La vacuna inmunizadora de todo género de dolencias; y 3,^ En el orden filosófico, la comprobación
científica
de
la
supervivencia del alma.
B 131
Amado Ñervo Vosotros, los escépticos, diréis, quizá, que ta-
en una humanidad no preparada aún para digerirlos, traerían más inconvenientes que ventajas. Objetaréis acaso que, aun resueltos estos tres problemas, la humanidad no sería feliz. Agregaréis, en fin, que no es sensato esperar nada de los mundos lejanos; que todo debemos más bien aguardarlo de nosotros mismos. les hallazgos,
Tal vez... Pero ¿quién detiene los ímpetus del alma contemplativa del filósofo, del artista, del poeta, que en la augusta y diáfana quietud de la noche pide a los remotos orbes todo aquello que ha ido buscando vanamente por la tierra? ¡Soñemos, alma, soñemos!
Siempre habrá tiempo de volver a lo que tres o cuatro pedantes llaman con énfasis «verdades comprobadas», y que son acaso las ilusiones por excelencia de la vida, los fantasmas entre los cuales se
mueve lentamente
sonámbulo atormentado.
132
nuestro
Yo como un
MÁS ALLÁ DE NEPTUNO
A- y!
el
anteojo astronómico de Luis, que,
se ha dicho, apenas
como
ve a Marte, adivina a
si
Neptuno. ¡Neptuno es un disquito azulado... pequeñito, pequeñito, lejano, lejano! Sin embargo, allá
más
allá
de él,— fijaos bien, más
de él,— dilatando hasta
de nuestro sistema
solar,
el
vértigo los límites
que es un
sistemilla
mediocre, cualquier cosa entre los universos,
hay otro planeta, vasallo de nuestro luminar. Este planeta ha sido descubierto por el ojo de la
Ciencia, o parece haber sido descubierto. Di-
gamos siempre
No
como Santo Tomás de
parece,
Aquino decía siempre:
Videtur...
se trata, por cierto, de
uno de esos innu-
merables asteroides que,
como enjambre de abe-
jas siderales, giran entre
Marte y Júpiter, sino de
133
N un gran planeta, que ha venido a extender desmesuradamente las fronteras del sistema solar, de un mundo uitraneptuniano, que gravita alrededor del sol a una distancia fantástica. Para darse cuenta de esta distancia, bastaría recordar que Mercurio gira a 58 millones de ki-
lómetros del
sol;
Venus, a 107; nuestra Tierra, a
149; Marte, a 227; Júpiter, a 775; Saturno, a 1.421; Urano, a 2.858; y
Neptuno, a 4.478 millo-
nes de kilómetros.
Ya
para Neptuno
el astro
rey que nos calien-
y vivifica es sólo una hermosísima reina misteriosa de su noche.
ta
El calor
y
la
luz
que del
estrella,
sol recibe el distante
menores que los que recibimos nosotros. Vive, pues, este mundo, sumido en perpetuo crepúsculo. Jamás ha conocido el día. ¿Pero qué es el día, en suma? Nosotros llamamos día a la aproximación a una estrella. Nos movemos tan cerca de esa estrella, que su luz nos llueve a raudales. La intensidad de sus fulgores nos ciega. Estamos deslumhrados. Nuestro ojo ha deplaneta, son novecientas veces
bido adaptarse
con
al
esplendor diurno, alternado
tinieblas nocturnas,
y ni percibe más que da cuenta más
ciertas vibraciones medias, ni se
que de ciertos colores. Pero los habitantes de otros planetas, a medida que se alejan del sol, van poseyendo fino134
Obras Completas Urano y que viven entre penun. jras suaves; los de Neptuno, en rededor de los cuales no hay casi más que noche, ven mejor que nosotros. zas de sentido sorprendentes. Los de
sus
Su
satélites,
vista es por fuerza delicadísima, y aprecia
vibraciones, tenuidades, matices que jamás he-
hombre. Pues imaginaos ahora lo que será ese planeta
rerirán la retina del
ultraneptuniane. ¡Para él no hay sino perenne noche estrellada!
¡No sabe siquiera que existe nuestro sol! Si, para Neptuno, el astro que nos alumbra es
una
estrella espléndida,
para
el
planeta ultranep-
tuniano se vuelve un astro de segunda o tercera magnitud,
mantes de
¿Cómo
un granito de oro entre
darse cuenta de que aquel punto de
luz los tiene asidos
atracción,
chan por
los dia-
las constelaciones remotas.
de que a
con el brazo invisible de la él obedecen y con él mar-
las infinidades del cielo?
¿Cómo
pensar que es el centro de su sistema, que pertenecen a un grupo de mundos entre los cuales nos contamos nosotros, los pobrecitos habitantes de este átomc oscuro que se llama tierra, y que nos hemos declarado reyes de la creación y centro del Universo?
Nuestro planeta surgió de
la
ardió, se enfrió y solidificó... sin 135
nebulosa
que
solar,
ellos se die-
N sen cuenta, y un día morirá helado y eriazo, sin que ellos se enteren tampoco!
somos hermanos, nacimos mismo
Y, sin embargo, del
mismo
sol, la
núcleo, giramos alrededor del
materia de que estamos formados es idén-
vez nuestros destinos.
tica acaso; idénticos tal
¡Y no nos conoceremos nunca!
A pesar de la distancia ese planeta, que sólo grafía
podrá
ver,
de
el él
enorme a que se mueve
ojo paciente de la foto-
a alguna de las estrellas
—
más cercanas, al Alfa del Centauro, por ejemplo,— hay un abismo tal, que los que separan a él comparaque nos hace comprender nuestro formidable aislamiento en el espacio, sometidos a la influencia de este sol que se desploma con todos sus mundos en el
nuestra tierra del sol nada son con
dos; un abismo
abismo, hacia
tal,
la
que da
vértigo;
constelación de
Pero ¡qué importa! Ni
la Lira.
la luz viaja
como
el
ave
misteriosa del pensamiento, encerrada ahora en la jaula del cráneo,
pero capaz, no obstante, de
franquear todos los vórtices y de salvar
Aunque jamás nuevo
la
el
caos.
humanidad contemple
al
planeta, él ha venido ya a saludarnos, im-
primiendo su punto áureo en el bromuro de plaacaso la existencia de nuestra misérrima tie-
ta;
rra le
ha sido revelada también por
hace muchos años;
tal
glos...
136
la ciencia,
vez hace muchos
si-
EL COMETA
Esa
noche, a
segundos,
la
tal
hora, tantos minutos, tantos
tierra
debía pasar a través de
la
cola del gran cometa de Halley, aparecido ya
en 1456, 1607, 1759 y 1835. El sorprendente fenómeno (¡qué pobre es este
tamaño suceso!) debía acaecer después de la una. La tierra, según el símil de Flammarion, pasaría a través de las infinitas y tenues partículas de la cauda cometaria, como una bala de cañón a través de un enjambre de moscas. La tenuidad de estas caudas es tal, que a traadjetivo para
vés de tros,
ellas se ven aun los más pequeños asy Herschell afirmó, con humorismo perfec-
137
N tamente inglés (a pesar de ser
él
hanoveriano),
que un cometa que en el éter ocupa una extensión de millones de kilómetros podía, condensado ya, colgarse de cualquier percha... Tal tenuidad se explica porque los gases que forman las colas se dilatan al aproximarse al sol, según su esencial propiedad; y esta dilatación efectúase en un medio imponderable, como es el éter, que no le pone coto, siendo, por tanto, indefinida.
De
alli las
colas enormes, fantásticas,
irreales casi, casi ingrávidas,
en comparación de
más leve celaje o la más ligera pluma que boga por el aire resultan groseros y pe-
las cuales el
sados.
con temblor de espíritu indescriptible, manecilla de su despertador en la una, y se acostó temprano, con ánimo de ya no dormir después, hasta que el fenómeno terminase. Luis,
puso
...
la
¿Qué
pasaría?
Recordaba aquel hermoso cuento de Wells, cual acontece lo
In the days of the comet, en
el
que en realidad y no en
imaginación de un
la
poeta iba a acontecer esa noche del 18 de mayo, a saber: que un gran cometa choca con la tierra, y en vez de envenenar su atmósfera con gases mefíticos, deja en ella un nuevo gas, verde, un
gas generoso, sedante, nutritivo, tónico, vital 1S8
Obras Completas por excelencia, que convierte el mundo en un paraíso, haciendo a la humanidad, de la noche a la mañana, ecuánime, saludable, buena, justa, sin necesidad ni
de códigos, de jueces, de
filósofos
de moralistasl
No más les,
guerras, no
no más
más desigualdades sociano más odioso culto
prejuicios,
del yo...
cometa se lleva al egoísmo prendido en su Amor, amor sólo queda: amor rey, el amor con que soñó el Nazareno; el amor que, como en piedra preciosa, encerró en un precepto: ESTE ES EL MANDAMIENTO QUE OS DOY: QUE OS ¡El
cola!
AMÉIS LOS UNOS A LOS OTROS...
B Jamás en su vida ha sentido Luis la emoción que le embargó esa noche al despertarse sobresaltado por
Era
la
el
repique del despertador.
una.
La gran tragedia cósmica iba a comenzar en breve: una tragedia de que no había memoria;
quizás definitiva para esta pobre bola opaca,
que pasea a su loca humanidad por
los
abismos
casi fría; el cielo estaba
encapo-
inconmensurables...
La noche era
tado y torvo. Ni una estrella.
1»
N Parecía
como
si la
naturaleza aguardase la ca-
tástrofe.
Muchos trasnochadores pasaban
bajo los bal-
cones de Luis. Algunos bromeaban— con voces algo inseguras—sobre el cometa, haciendo chistes de actualidad,
más o menos burdos.
Otros cantaban.
Un ciego se había arreglado unas coplas ad hoc con acompañamiento de guitarra. A Luis le hacían daño aquellas cosas: hubiera
deseado intensamente estar solo en su bal-
cón. Solo en frente del prodigio, mirándolo cara
a cara, todo estremecido y tembloroso... Solo el abismo, solo ante Dios.
ante
...
¿Qué
pasaría?
Luis repasaba su vida, ya de ocho lustros, su
vida relativamente larga, buscando en todos los resquicios de la memoria algún hecho sorprenél presenciado... y no lo encontraba. ¡Qué avara había sido con él la suerte, de esas sensaciones capitales de asombro, de pasmo!
dente por
Recordaba unos versos
escritos en su adoles-
cencia, y que sintetizaban su anhelo de cosas maravillosas:
como Jacob, como Anacreonte,
Pelear cantar
140
Obras narrar
Corri'pletas como
Jenofonte,
lamentarse como Job, embelesar como Armida,
navegar como Jonás:
Lo demás
¡eso es vida!...
es limosna de la vida»
¡Ah! Él sólo había recibido
mosna,
(1).
lo demás,
la li-
las migajas.
nunca se había encon-
Espiritualista ansioso,
trado con lo sobrenatural. En vano había abierto los ojos en la sombra. Viajero febril, todo lo visto hallólo inferior a lo pensado.
El arte mismo, con ser alimento de su alma, nc acertó nunca a producirle el éxtasis que él iba pidiéndole.
La naturaleza (por ser
la
de su
país,
con
la
que
estaba familiarizado desde niño, tan majestuosa)
que pudiera asombrarle, ni aun en Acaso la impresión mayor que le produfué la de una gran nevada en París. En cuanto a la mujer... ¿No es verdad que con
era
difícil
Suiza. jo
el
último velo cae
amor una
la
última ilusión?
¿No
es el
arquitectura de pórticos preciosos...
y de sórdido interior? Nada, nada asombroso en toda su vida: ni en las más suntuosas cortes donde hormiguea la
(1)
Obras Comptetas:
vol.
«narrar» por «reír».
141
I,
p. 43.
Verso núm.
3:
Amado Ñervo vanidad humana cubierta de galones,
más ásperos
ni
en los
desiertos.
Sus asombros dormían vírgenes en el fondo de su alma, y pronto podría acaso exclamar, como Marcelina Desbordes Valmore: Toas mes étonnements sont finís surta terre!
Pero no: aquello que iba Luis a presenciar la noche del 18 al 19 de mayo sería superior a diez Niágaras helados, a diez Popocatepetls su-
perpuestos, a diez auroras boreales invadiendo
atmósferaLa tierra, nuestro planeta, nuestra morada milenaria, con su humanidad pensante, con esa joya de la idea, iba a correr una aventura formidable, la más grave quizá desde que salió de la nebulosa primaria; desde que Dios «la envolvió en nubes como se envuelve a un niño en sus pañales», y dijo al mar: «¡De aquí no pasarás, y la
aquí estrellarás
Y
Luis,
el
orgullo de tus olas!»
hombre
privilegiado entre tantas y
tantas generaciones de las cuales
no queda
ni el
polvo, entre tantos y tantos investigadores que quisieron escrutar los arcanos del infinito, iba a presenciar aquel espectáculo sublime. Si moría, su muerte sería
de Plinio el viejo, frente los fenómenos.
la
142
más envidiable que
al
Vesubio, anotando
o
r
h
a
C^mplettis
s
Si vivía, tal vez presenciaría
una nueva era
cósmica.
Dentro de algunas horas, la tierra seguiría bogando por el espacio con el cadáver de su humanidad asfixiada, o acaso con esa humanidad regenerada ya como en la historia de Wells; o bien se encendería toda, volviendo a ser un sol, un ascua viva, como en el orincipio, a conse*cuencia del choque espantoso, que habría trasmutado el movimiento en calor...
B ...
Amanece.
Una
luz desabrida,
atmósfera... ficios
y de
, invade la
Van surgiendo las
montañas
El palacio real recorta su la
las
masas de
los edi-
lejanas.
mole geométrica en
chridad invasora. Allá en la distancia, el Escorial,
dorado de
frente por los primeros rayos solares, se adivi-
na impreciso y azulado. La ciudad despierta, con sus mil ruidos... ¡No ha pasado nada!
Los sabios nos dirán después que
la tierra
atravesó por una bifurcación de la cauda taria,
escapando
así
como por una
come-
rendija sal-
vadora...
¡Todo está
lo
mismo! ¡Todo seguirá 143
lo
mismo!
N La
de la vida real irá eslabonando comunes. El milagro no se ha efectuado... La humanidad podrá seguir comprando, vendiendo, disputándose la posesión de la tierra, esgrimiendo sus egoísmos afilados, y ostentando sus abominables miserias. trivialidad
los sucesos
•
••
•
•
Acuéstate, poeta: tus ojos están enrojecidos
de velar. ¡Pídele al Sueño panoramas interiores más inesperados que estos diarios panoramas de tu Vidal
144
EXHALACIONES
Luis ha experimentado siempre una gran sensación de misterio viendo caer las estrellas fugaces.
En un
libro,
ya
viejo,
ha dicho:
Mi mente es un espejo rebelde a toda huella, mi anhelo es una pluma funámbula, donaire del viento; el aerolito que cae, ésa es mi estrella; mis goces y mis penas son trazos en el aire (1). Sentiríase casi tentado de exclamar,
dama
misteriosa
poamor,
al
no supiese que
son obscuras... (1)
como la Cam-
expreso de
ver una exhalación:
Ved un alma que ¡Si
tren
del
muy
pasa... la
mayor
parte de las almas
obscuras!
Véase Obras completas, voL IV, pág. 145
11.
Amado Ñervo Recuerda Luis asimismo un soneto suyo, que de que en estas páginas, acaso insípidas, se vean a veces renglones cortos que intenten ameniincurrirá en la indiscreción de copiar, a fin
zarlas.
El soneto dice así
(1):
Cayó la tarde, y el tenaz anhelo que noche a noche la extensión explora, busca en vano la estrella donde mora su misterioso espíritu gemelo. Como un ave de luz herida al vuelo, que al caer bate el ala tembladora, una blanca fotófuga desflora la
comba
lapizlázuli del cielo.
¿Es lágrima de un dios ese astro errante? ¿Es Ella, que dejó su edén distante para buscarme en la existencia ingrata? Tú lo sabes, oh luna dulce y fría, que trazas, dividiendo noche y día tu divino paréntesis de plata.
Q No
es raro, pues, que los dias 9, 10 y 11 de
agosto especialmente, en que
la tierra
encuentra
enjambre más denso de las Perseidas (llamadas así porque su radiante se halla hacia la estrella de Perseo), Luis se quede en el balcón hasta muy avanzada la noche, viendo pasar, con el
(1)
Véase Obras completas,
«mi luminoso». 146
VII, pág. 95, verso 4.°:
Obras Completas esa majestad, con ese encanto supremo, con esa gracia indecible de un vuelo de luminosa ave del paraíso, las exhalaciones, planetas
minúscu-
los que, al entrar en la atmósfera terrestre, se in-
flaman por
el
frotamiento y se desparraman oro, dejando muchas veces
como enjambre de
un leve y tembloroso y fugitivo
rastro fosfores-
cente.
¡Oh! y cuántas cosas sugieren esas peregrinas del infinito.
Muchas,
casi todas se volatilizan
en
la
atmós-
y caen después en imperceptible polvillo cósmico. Pero algunas llegan aún a tierra bas-
fera
tante voluminosas, a traernos quizá
un mensaje
de los mundos lejanos. Luis recuerda los meteoritos de Chupaderos,
caídos en un rincón de
la
República Mexicana,
y que se exhiben (o exhibían) en del admirable palacio de Minas de México.
Y
el
vestíbulo
la
ciudad de
recuerda también, con cierta ternura por
tratarse
de un viejo amigo,
nas, relativas a
un
aerolito
las siguientes pági-
que
le es familiar, y que se intitulan Dos extranjeros: «Yendo en Biarritz hacia el Rocher de la Vierge, antes de pasar por el puente, en un recodo, a la derecha, hay una piedra verdinegra con bellos pavonados, de forma piramidal, que difiere extrañamiente de las piedras y rocas que la ro-
147
N deán, las cuales son de un color amarillento.
>Se advierte en seguida que fué colocada allí, que no tiene parentesco ninguno con las agloy meraciones calcáreas, con las masas de sodio que erizan por dondequiera sus dientes. >Es un intruso caído del cielo, un aerolito, que desde tiempos lejanos se yergue inmóvil y
como
silencioso
>Yo
esfinge.
conozco desde
lo
por primera vez a
fui
Me
amigos.
el
detengo por
cuando amenaza
la
año de 1905, en que y somos buenos
Biarritz,
las tardes,
sobre todo
tormenta, junto a
él;
me
siento a su lado; acaricio una de sus superficies,
ligeramente convexa, estriada por las lluvias de
bandas más o menos obscuras, y donde los liqúenes no han osado prender, como si supieran instintivamente que aquella piedra no es de las suyas. >
Mudos
los dos,
en
la
majestad del paisaje,
soñamos. >
de
Ambos somos las
extranjeros. El aerolito vino
negras reconditeces de la noche.
Yo
también.
»Las gentes y
somos de bito,
las rocas
este planeta.
desde
no nos hacen caso: no
Un derrumbamiento
las excelsitudes estrelladas,
anclar en los barrizales de la tierra. >
B 148
sú-
nos hizo
o
h
r
a
Completa*
8
cHay dos teorías sobre los aerolitos: dicen unos que son masas arrojadas en épocas geológicas inmemoriales, por nuestros volcanes, pro-
yectadas por ja
en
el
ígneo cíclope interior que traba-
globo con una fuerza in-
las entrañas del
mensa, y que ahora tornan, después de indefinidas trayectorias, al mundo de donde salieron. >
Dicen otros que proceden del descoyunta-
miento de algún planeta, como los quinientos y tantos asteroides hasta hoy descubiertos.
>De todas
suertes,
han viajado por
segregados de nuestra
tierra,
el infinito,
durante cientos de
miles de años.
•Saben el éter
las rutas
como
de los
astros;
han brillado en
lunas diminutas, doradas por
el sol.
Quizá en su superficie vivieron seres maravillosos, extinguidos al incendiarse el aerolito merced a su formidable rozamiento con las capas atmosféricas.
>Éste que contemplo tiene algunas cristaliza-
ciones de cuarzo,
como una
sonrisa en la
mole
verdinegra de su hierro.
>Pláceme creer que procede de otro mundo, que sabe secretos de humanidades distantes, que vio el florecer de especies hoy extinguidas, en el eterno morir y recomenzar de las cosas...»
B «Silenciosamente, erguidos los dos, impasibles 149
Amado Ñervo ante
el
azote del huracán, ante
el
choque de
las
olas rabiosas que, entre las fauces de las rocas, se
vuelven espuma colérica, nosotros pensamos: >
Pensamos en
los
mundos
mas, en
la tristeza
de los
distantes, en las
enigma de las alcuerpos, en lo inson-
vidas que se eslabonan, en
el
dable de los mañanas. >AlIá, lejos, la
multitud
en
trivial
la
grande plage, hormiguea
de veraneantes; suenan
questas de los cafés; desfila
la
las or-
imbecilidad hu-
mana, vestida de blanco, sin ver el mar... >Aquí todo es estruendo de olas, soledad y silencio de espíritus. »E1 aerolito y yo seguimos pensando... Acaso mi alma, antes de la prisión de la carne, cuando con otras en el espacio formaba enjambres de oro, vio pasar girando vertiginosamente esta piedra,
ahora tan quieta y tan callada.
>Acaso se posó en ella un momento como mariposa de luz; quizá hizo con ella un viaje en que no fué raro atravesar fosforescentes caudas de cometas... ¿Qué tragedia nos clavó en la tierra, oh aerolito? »¿Por qué caímos de tan alto?
»¿Cuándo acabará nuestra expiación, y tú, desmigajado, pulverizado, volverás a la altura, y yo, libre de mi prisión de carne, seré un pensamiento intenso y una voluntad indestructible en el
regazo de lo absoluto? 150
Obras Completas •Mientras, oh piedra verdinegra, tú inmóvil y yo peregrinando, tendremos siempre el aspecto de dos extranjeros, y ni acertaremos nunca a liarmonizar con los paisajes ni a contentar a los hombres. >Tu KARMA, sin embargo, es más hosco que el mío, porque yo soy más deleznable que tú. >Un día de éstos he de extinguirme «como un
ruido que cesa>, y tú siglos y siglos continuarás erguido, contemplando
de
la
>Nj más mi el
la
diamantina eternidad
noche, que fué tuya. cara amarillenta contrastará con
azulado matiz de tus
aristas...
na otra mano piadosa habrá de
y
tal
vez ningu-
acariciarte
como
la mía. tú, como obelisco mormi tumba siguieras señalando el
»Contentaríame que tuorio, sobre infinito...;
pero no, mejor estás
allí,
enigmático,
extraño, solitario, desdeñoso de los huracanes
y de
las
tormentas, pensando,
Dios!>
Biarritz,
Agosto 4 de 1913.
151
sí,
pensando en
TERCERA PARTE Entre
el cielo
y
la tierra^
Lk GOTA
DE AGUA QUE NO QUERÍA
PERDER SU es indecible lo que gozan con ese riego nocturno, cuya frescura se perpetúa, sobre todo en los balcones de Luis, que miran al poniente, hasta bien entrada la maraña. El otro día, a las doce, sobre el
ciopelado de una rosa,
como sobre
155
pétalo aterla tela
de un
N aún una gruesa gota de agua. Había pasado allí buena parte de la noche, fresca por excepción, dejándose penetrar por la estuche, radiaba
luna.
Un
viento suave la balanceaba en su
hamaca
olorosa de seda.
Pero avanzaba
la
mañana. El dios trasponía
meridiano, y una de las saetas de oro del arquero divino hirió en pleno corazón a la gota,
ya
el
trocándola en chispa maravillosa.
que de antaño comprende
Luis,
del agua, el
como
el
Sultán
el
lenguaje
Mahmoud comprendía
de los pájaros, oyó quejarse a
la gota, la
cual
decía entre suaves quejumbres:
—Tengo miedo, jay! tengo miedo. Siento que empiezo a evaporarme... ¡Oh sol, no me beses, por Dios! Tus besos hacen un espantoso daño.
Me
penetran toda,
Yo no
me
abrasan,
me
disgregan...
quiero deshacerme, no quiero volatili-
zarme...
¡No QUIERO PERDER MI INDIVIDUALIoh sol? No quiero perder mi
DAD!... ¿Entiendes,
individualidad.»
«Yo reflejo a mi modo la naturaleza. Soy un pequeño ojo cristalino, muy abierto, que la ve, que la admira, desde este nido de terciopelo, desde esta cuna suave y bienoliente. Llevo ya muchas horas divinas de vida harmoniosa. Durante buena parte de la noche he reflejado la luna. He sido, ya una perla, ya un zafiro místi156
Obra» Completas ya una turquesa celeste. Después, la bóveda se ha pintado de un amarillo suave, y yo me
co,
he vuelto topacio.
A
poco el cielo se tñó de Ahora soy diamante. Y rosal se miran en mi espejo
rosa y he sido rubí.
cuando
las hojas del
para contemplar su traje nuevo, recién cortado
en punta,
me
>Ne me
convierto en esmeralda.
beses, ¡oh sol!
mucho daño. No
eres
No
como
sabes besar: haces
la luna. Ella sí
sabía besar blandamente: al
fin,
mujer.
que
Tú
te
pareces a un hombre sanguíneo, tosco y premioso. >¡Ay!, siento
nezco, que
que
me
me
deshago, que
me
desva-
pierdo...
que me desvaneceré en la azul aire; que temblaré en esa como red de cristal del ambiente; que a través de mí se verán los paisajes, se contemplarán las »Sí, bien sé
transparencia del
estrellas...
comprendo que eso de
»Sí,
absoluta es una cosa
de
la
atmósfera
niente;
que
muy
húmeda
flotar,
la
transparencia
buena; que ser parte es cosa
volar, es cosa
muy convemuy apeteci-
Comprendo también que un poco de frío puede condensar mi humedad, y entonces ser yo parte mínima de una nube, de ésas que he visto pasar por la mañana, y que parecen cuentos y milagros... Todo eso, sin duda, es bueno. Pero yo dejaría de ser gota, de ser esta gotita diáfable.
157
N na y temblona que soy; esta gotita acurrucada en el pétalo de una rosa, y no quiero perder mi individualidad! »lAy! ¡Ay!, qué daño me haces..., job sol! Ya no me beses, ya no me be... ses. Yo soy u... na gotita... de agua..., una lu...mi...no...sa go...tita de agua... sobre una rosa... sobre una ro...> Estas fueron las últimas palabras de la gotita trémula que brillaba sobre el pétalo de una rosa, en el balcón de Luis.
El sol, brutal y sordo
como
hecho su obra.
ÍS8
la
muerte, había
EL BRAZO DE CONCEPCIÓN fai peur (Pun balsa eomme d'une abeille... Veklaink.
Soy cosa
tan pequeñita,
que, con su brazo desnudo,
mi vecina Concepción,
me
incita...
Ella sonríe: saludo... ¡y
me
alejo del balcón,
lleno de susto y de cuita,
ante aquella tentación maldita!
—¡Y
por qué!— dirás—
—Es bella
.
¿No
y rubia, en verdad, 159
es bella?
m y yo
d
a libre
y
Ñervo
o
libre ella;
¡mas guardo fidelidad a
la
que está en otra
estrella!
... Y además, estoy enfermo, y mi alma es un arenal tan desolado, tan yermo,
que
allí
no prende un
rosal.
jNada amo, nada quiero, nada busco, nada espero ni reclamo!
... Pero soy cosa tan pequeñita, que, en cuanto sale al balcón mi vecina Concepción, lleno de susto y de cuita,
huyo de
la
tentación
maldita! (Copiado del libro Serenidad, que anda por ahO
(1)
(1).
Obras Completas, \ol XI, paginéis 112-113. Ver-
so núm.
6:
«¡Y
me
escapo...>
\m
GOLONDRINAS Y GORRIONES
Los brotes de los árboles y las golondrinas que hacen sus nidos en las cornisas y aleros de las caballerizas de Palacio, anuncian a Luis el próximo reventar esplendoroso de la primavera, la
inminencia del anual milagro,
la
resurrección
de la juventud del Tiempo, ese Fausto perenne que se renueva con tan eficaz taumaturgia. Y los gorriones, los humildes gorriones— «la plebe del aire», que dijo Buffon— le anuncian
el
invierno.
Cuando
las
golondrinas se van, los gorriones
vienen. Luis,
que ha
visto durante los bellos
meses
revolotear fíente a sus balcones, con ese incansaole y ruidoso atolondramiento de colegialas,
a las golondrinas,
al verlas partir,
contemplando
su elegante y ahorquillada cola, se imagina una 161
Tomo XVI
11
Amado Ñervo desbandada de liras, como si toda la poesía del mundo se escapara con ellasl En tanto, los gorriones egoístas vienen a piar a sus balcones. Ellos saben por qué lo hacen:
saben que Luis, cuando ya no hay más gusanos,
cuando mueren los insectos de oro y carmín que los nutrían, ha de darles a diario migas de pan... Por eso vienen. Comen y se escapan, realizando la frase de aquel rey escéptico que por divertir sus ocios los alimentaba, y que decía sentenciosamente: «Estos gorriones se parecen a mis cortesanos:
una vez que han comido, se van.»
B La golondrina encanto.
Ama
él
tiene para Luis
un misterioso
su salvaje espíritu de indepen-
dencia y su maravillosa aptitud para el vuelo. La golondrina, fuera de las horas que le ro-
ban
el
sueño,
la
maternidad y
la
arquitectura,
vuela, vuela, vuela siempre!
Es misteriosa para Luis, porque
le
sugiere co-
sas del Egipto, del Egipto enigmático y pensativo, donde la golondrina estuvo consagrada a Isis, la
deidad arcana por excelencia.
Desde en
el
niño, Luis sabía que las golondrinas
invierno «se iban a Africa>; y su ama, que
estaba enterada de esto por ascendencia espa162
Obras Completai ñola, le contó que atravesaban los mares llevando en el pico una ramiía, merced a la cual, cuando se cansaban, podían posarse sobre las olas.
Luis leyó además, en un bello libro de histonatural, que, en cierta ocasión, se vio a
ria
una golondrina viajando en
el
lomo de una
ci-
güeña. El pensativo pajarraco, viendo su cansancio, la
había acogido entre sus alas poderosas, y las dos hacían el mismo viaje, la llevaba
como
consigo.
Q En algunas regiones de México,
las golondri-
las de un pecho asalmonado, y la profundo azul pavón. Cierta tarde de mayo, en la calurosa y lujunante ciudad de Cuautla, del Estado de Morelos, en una azotea, Luis oyó de pronto un gran ruido como el crujir de una inmensa tela de seda, y vio que instantáneamente se nublaba
nas tienen
el
.
el sol.
A
su lado estaba una hermosa joven rubia,
el fenómeno, dio un grito, quedó embelesada. Una inmensa bandada de golondrinas pasaba
que, sorprendida por alzó los ojos... y se
entre ellos
y
el sol.
163
Amado Ñervo La mujer rubia no olvidó jamás aquella encomo no olvidó nunca la vez primera que, como una joya trémula en el aire, vio a un colibrí. cantadora sorpresa ,
B Luis piensa en estas cosas, sobre todo cuan-
do
las
golondrinas se van
como un enjambre
y vuelven los plebeyos gorriones, semejantes a una irrupción de horteras en una de
liras,
asamblea de poetas.
164
LA NAVE^^
Adonde fuiste, Amor, Se extinguió y tú, que me volveré por
adonde fuiste! manso fuego
del poniente el
decías: «hasta luego;
la
noche», ¡no volviste!
¿En qué zarzas tu pie divino heriste? ¿Qué muro cruel ensordeció mi ruego? ¿Qué nieve supo congelar tu apego y a tu memoria hurtar mi imagen triste? ... Amor, lya no vendrás! En vano, ansioso, en mi balcón atalayando vive el campo verde y el confín brumoso;
y me finge un celaje fugitivo, blanca nave en que, al Puerto del Reposo,
va tu dulce fantasma pensativo... Septiembre 4-915. (1)
V. Obras Completas, vol. XII, páginas 228-229: El
con variantes. Adviértase la fecha de esta poeque no pudimos fijar al establecer el texto de La Amada Inmóvil.— {N. del E.) Celaje,
sía,
165
EL BALCÓN INTERIOR
¿L Alma está asomada a un
IffePasa
mos
al
su balcón.
filósofo y le dice:
Después ha de venir
nos.
«Ven conmigo; va-
Dolor. El Dolor está hecho para pulirel
reposo.
Luego
el
Dolor de otra vida. Cada vida pondrá una faceta más en el diamante interno... Y así ascenderás por la escala, por la escala infinita...»
Alma
El
escucha en silencio. El filósofo
le
pasa.
Un segundo
filósofo se acerca.
Es radioso y
noble. Le dice: «Dios lucha con una necesidad
eterna y ciega; de el espíritu allí
allí el
mal. Pero en esta lucha
divino obtiene triunfos parciales; de
el bien.
Triunfará
al
fin
Universo realizará entonces
la
totalmente, y
el
p :;fección abso-
luta.»
El
Alma no responde.
Viene
otro:
El filósofo pasa.
«Tú— murmura— eras 166
bella,
po-
Obras Completas derosa y feliz en el Reino de Dios. Pero caíste por orgullo. Ahora expías. Dios te perdonará
cuando pase la sombra de este Universo, amasado para tu penitencia...» Tú eres integralmente Dios, como yo, como todos. La personalidad es una ilusión: «Maya» Mayal» El Alma, indolente, deja pasar a éste
como a
los anteriores.
Sigue asomada a la ventana; cae la tarde; se ensombrece el paisaje. A lo lejos no se ve ya venir la blanca túnica de ningún filósofo... El
Alma
cierra el balcón, y se vuelve tristemente camarín con su porqué...
al
EL HÁLITO DEL DOLOR
Y
sucedió— me contaba Luis— que una noche, una de esas maravillosas noches estivales de España, a fuerza de mirar y remirar los astros desde mi balcón y meter mi alma entre ellos, como si dijéramos, tuve un pequeño éxtasis (se le permitirá a mi modesta persona eso de tener un éxtasis, un pequeño éxtasis... un tout petit extase?) «Y soñé— o aconteció— (vaya usted a saberlo), que un ángel, amigo mió, porque suelo tener amistades aladas, vino a verme, invisible y, movido de mi poderosa sed de vuelo, de mi invencible curiosidad estelar,
para los demás;
me
ofreció el brazo,
que yo me apresuré a acep-
y se lanzó conmigo al vacío, como acontece o debe acontecer en algunos poemas.
tar,
Yo, estupefacto
al principio,
169
con vértigo de
la
N que poco a poco fué desapareciendo, quedé encantado después: como que el espectáculo que fué ofreciéndose a nuestra vista no era para menos. Veíamos el ángel y yo girar la tierra a nuestros pies, y nos divertía sobremanera la alternativa de luz y de sombra a que la rotación iba sometiendo a las diversas zonas. Las naciones, hormigueantes de hombres atareados en fruslerías ridiculas u ocupados en destruirse y aniquilarse, iban con gradación suavíaltura,
sima, debida a la atmósfera, recibiendo
baño misericordioso y tibio del sol. En torno de nosotros chispeaban
el diario
millares de
estrellas.
Arriba, abajo, delante, detrás, adondequiera
que volviese yo la mirada, el lejano esplendor de los astros me salía al paso. Las nebulosas, con la incomparable tenuidad de su fulgor pálido, servían como de fondo al espectáculo supremo y como tela dorada al estuche de pedrería estelar. Al volver mis ojos a nuestro planeta, del que nos hallábamos tan cerca, pude advertir que algo indescriptible se desprendía, lenta, pero
continuamente de su orbe. Era como un vapor sutil, como un humillo deücado y leve, como una imponderable nébula, como una bruma vaga, como un hálito ape-
no
Obras Completas ñas perceptible, que el
espacio, a
el
planeta fuese dejando en
medida que efectuaba su
transla-
ción en torno del sol.
Y
aquella bruma, aquella niebla ingrávida, al
exhalarse de la tierra, al atravesar su atmósfera, era opaca; mas, en cuanto salía al espacio, se
volvía luminosa, con una luminosidad fosfores-
cente y nacarada, de belleza indecible. Los diversos jirones de la casi inmaterial emanación, en cuanto se desprendían de las capas atmosféricas, iban aproximándose los unos a los otros, y
soldábanse
al fin
en
el
espacio, forman-
do una gasa trémula que parecía hecha de la sustancia misma del ensueño (such stuff as dreams are made on...) Esta gasa, con ondulación graciosa, de un ritmo lleno de majestad, se alejaba, se alejaba en infinito, sin dejar de soldarse a las nuevas emanaciones del planeta, de modo que parecía el
como
gigantesco chai en que hubiera estado en-
el mundo, y del que ahora fuese desenvolviéndose en fuerza de su rotación.
vuelto
El remate de la cauda se perdía en
como
el
límites;
como
huso de oro, enrarecido, de una extraña luz zodiacal;
lucífero
casi inconsistente,
como
el éter,
apéndice de un cometa que no tuviese
escala mística, tendida entre la tierra y
punto del
un
infinito.
Maravillado permanecí en contemplación, no
m
—
Amado Ñervo sé cuánto tiempo, y al fin pregunté al ángel la naturaleza y origen de lo que veía.
—Es
el hálito
del dolor
humano— me
contestó
sencillamente—. Ya lo ves, se exhala perenne de todas las almas; surge opaco, espeso... luego va sutilizándose; tórnase luminoso, asciende, asciende...
—¿Hasta dónde? —Hasta el núcleo mismo
—¿Y ...
del Universo.
para qué?
Por
la
cara del ángel pasó cierta expresión
de misterio.
—Es de
la
des...
una substancia prodigiosa— respondió que Dios se sirve para cosas muy granÉl la condensa y la plasma para fines ar-
canos y eternos.
No me atreví a preguntar más, y nos alejamos silenciosamente.
172
el
ángel y yo
MANO Y
LA
Si en todo
curso de este pequeño libro Luis
el
se ha asomado
ya para ver ocasiones,
de
LA LUZ
al
balcón, ya para ver la tierra,
cielo,
el
ha habido, sin embargo,
— muchas,— en que desde abajo,
la calle,
des-
ha alzado los ojos para ver sus bal-
cones.
¿Sabéis porqué? Pues porque desde uno de ellos, el
que está lleno de macetas, una mujer
agitaba todos los días la
más
blanca,
la
más
mano— la más
afilada
linda, la
mano que
queráis
imaginar— para hacer a Luis un signo de o,
adiós,
mejor dicho, de «¡hasta luego!»
Cuando el invierno desvestía los árboles, (como ahora que Luis traza estas líneas) los hermosos árboles que bordan la calle, merced a la ausencia de ver desde
mano
la estival cortina
más
lejos el
de hojas,
él
podía
amistoso signo de aquella
blanca. 173
.
Ñervo
do
El signo aquél seguíale hasta doblar la esquina,
o hasta
Por
la
la
plataforma del tranvía.
noche, Luis,
al
volver a casa, alzaba
los ojos para ver otro balcón, del cual
no se ha
hablado sino íncideníalmente en
primeras
las
páginas de este libro: el tercero de la habitación, que pertenece a un saloncito contiguo al despacho, a la izquierda de éste. Generalmente ese balcón estaba iluminado. La luz alegre que enrojecía los cristales, decíale a Luis: «Ella ha llegado ya... Lee o hace labor junto a la mesita de nogal con soportes de hierro
y torneadas patas
oblicuas...
[Está esperán-
dote! >
Y Luis subía las escaleras con paso más ágil, más animoso, a fin de llegar antes a la salita iluminada, donde poco después leería también, al lado de ella, un hermoso libro...
Q Pero un
día, la
mujer rubia que se asomaba
al
balcón a hacer a Luis un signo de despedida la mano larga y blanca, aquella mujer que esperaba leyendo cerca de la mesita de nogal,
con le
enfermó y tuvo que encamarse Veintiún días después, una tarde de enero, muy desapacible, se la llevaban a un lejano cementerio... a un lejano cementerio que Luis adivina desde sus balcones, y que distinguiría 174
muy
Obras Completas bien de no estorbárselo los edificios que se alzan al sur.
Desde entonces,
¿lo creeréis? Luis miró, al
llegar a casa y al salir, el
con más insistencia hacia
balcón.
Bien sabía él que aquella mano larga ya no podía hacerle signo ninguno. Bien sabía que (después de la noche en que el balcón de la izquierda estuvo más iluminado que de costumbre por
la luz
más
de unos cirios temblorosa), ya nunca
mostraría aquel fulgor rojizo, aquellos vivos
rectángulos de cía
que unas
la vidriera,
letras
en cuyo centro pare-
misteriosas y cordiales de-
cían: «¡aquí estoy
y te espero!» Bien sabía esto Luis; y, sin embargo, un ím-
petu incontenible hacíale alzar
la
cabeza, al sa-
de casa y al volver. Pero pasaron los meses y los años, y Luis acabó por no levantar más los ojos, como si su lir
alma niña, ingenua, enamorada del milagro, se hubiese convencido por fin de la inutilidad de su fantástica esperanza.
FIN
175
.
APÉNDICE Entre los documentos que
Amado Ñervo
tuvo a la vista
al escribir el caoitulo de este libro titulado
Emperatriz, está
por
tratarse de
la siguiente
Pasa una
página, que publicamos
una traducción hecha por
él
mismo
Apareció en El Imparcial, de México (31 de marzo o de abril de 1914).
1.°
LA *EMPERATRIZ> CARLOTA UNA INTERESANTE PAGINA DE NUESTRA HISTORIA
HL
conde Fleury y M. Luis Sonolet acaban de el tercer tomo de su obra La Sociedad del Segundo Imperio. En él hay algunas páginas relativas a la locura de la Emperatriz Carlota, de tal manera sugerentes, que no resisto a la tentación de traducirlas. Dicen así: — ¡Lograré
salvar nuestra barcal
— exclamó.
Carlota estuvo hosca y taciturna. Al desembarcar en Saint-Nazaire se »
Durante
la travesía,
encontró con una terrible noticia: ¡Sadowa! Después vino una desagradable serie de incidentes insignificantes.
En Nantes,
los oficiales encarga-
y de acompañarla, no llegaron a tiempo, en virtud de informes erróneos. La viajera se vio reducida a tomar un simple coche de punto. En París, otra decepción: pensaba que la
dos de
recibirla
conducirían a las Tullerías,y
la
llevaron al
Grand
Hotel. Estas minucias, ocasionadas por malen178
Obras Completas tendüs o por retardos, hirieron dolorosamente ella una agitaDesde aquel instante los que la acompañaban notaron un cambio en su mirada, en su voz. A1 principio de la entrevista, sobrevino un raro incidente, preludio de las desgarradoras
escenas que la
muy
hora en que
pronto iban a producirse. Era la
Emperatriz Carlota tenía
la
costumbre de tomar una naranjada. La condesa del Barrio, que no lo olvidaba, rogó a la dama de honor de la Emperatriz Eugenia, MUe. Bouvet, que la hiciera llevar, preparada ya, en una bandeja. servicio,
Un y
la
mattre d'hotel se encargó de este
soberana francesa, tomando 181
el
vaso
'Amado Ñervo lleno,
lo ofreció
presa suya,
la
a su
visitante...
Con gran
sor-
Emperatriz Carlota se quedó mi-
rándola fijamente, con expresión angustiada, vacilando en tomar el vaso. Por fin, lo cogió y lo
bebió de un sorbo. En su cerebro, que co-
menzaban a la
invadir horribles tinieblas, surgía ya
obsesión del veneno.
»La conversación entre la soberana extranjera y la pareja imperial duró cerca de dos horas. Fueron dos terribles horas de lucha, de argumentación apasionada, de resistencia penosa. La solicitante
coronada desplegó toda su elocuen-
al Emperaque se aplazara el llamamiento de las tropas francesas de México, y encontrar nuevos créditos. ¡Ay! La resolución de su interlocutor había sido madurada de una manecia,
toda su energía, para persuadir
dor, para obtener
ra inmutable. Ciertamente le costaba
mucho
al
Emperador abandonar a la aliada, a quien tan ampliamente había ayudado a subir a aquel trono tan peligroso, y resistir a súplicas casi humildes, a lágrimas, a sollozos.
Una
sola res-
puesta—dirigida ya varias veces a México—era dable: se necesitaba
que
el
Emperador Maximás
miliano renunciase a su empresa, cada vez
que volviese a Europa. Dejando habilidades diplomáticas, el Emperador habló con sinceridad. Explicó que hay casos de fuerza mayor; que debía pensar, ante
entretejida de peligros, y >
182
Obras Completas que había llegado un momento en que Francia tenía necesidad de todos sus recursos, y que no podía sacrificar ninguno, ni siquiera en bien de aquellas gentes que le eran más caras. L -^s ruegos de
todo, en los intereses de su país;
>^olviéronse más insistentes, más tenamás desgarradores. Después, a propósito de
Carlota ces,
Bazaine, estalló
la
tormenta. Vinieron las lágri-
imprecaciones y las amenazas. La dolorosa embajadora de Maximiliano parecía
mas, luego
las
presa de un verdadero delirio de exasperación. El furor de su desesperanza la llevó hasta el in-
y si hemos de creer a la condesa del Baque se encontraba en la pieza inmediata, exclamó con violencia extremada: >— ¡Cómo he podido olvidar lo que soy y lo que sois! Debí acordarme que corre por mis venas la sangre de los Borbones, y no faltar a mi raza y a mi persona, humillándome ante un Bonaparte, tratando con un aventurero!
sulto, rrio,
>Era demasiado. Las fuerzas de la infortunada no podían sostenerla más. Sobrevino una crisis nerviosa llena de sobresaltos, a la que siguió
una inmóvü rigidez, y un desvanecimiento profundo sobre el canapé en que el Emperador la extendió. Turbadísima por la emoción, con los ojos llenos de lágrimas, la Emperatriz Eugenia desabrocha
el
corsé de aquella su pobre her-
mana coronada, que luchaba 18»
contra
el
término
Amado Ñervo brutal de un ensueño. Humedece sus sienes con agua de Colonia, la da fricciones, y en seguida envía a buscar al doctor Semeleder, quedándose ella, en tanto, al lado de la enferma, con la condesa del Barrio. El frasco de sales acaba de reanimar a la infortunada, quien reconoce a su dama de compañía, sonríe, le toma la mano y le dice, después de mirar a la Emperatriz Eugenia con una mirada de pavor: »¡Manuelita, no me deje usted sola! > Inclinándose hacia el canapé, la soberana francesa quiere ofrecerle un vaso de agua. La mirada de la enferma se precisa, se vuelve de una fijeza que asusta. Rechaza violentamente el vaso, cuyo contenido moja el traje de la empe-
—
ratriz
Eugenia, y
grita:
— »|AsesinosI Dejadme y llevaos vuestra bebi-
da emponzoñada. »Viene después una
crisis
de lágrimas, segui-
y de un nuevo desmayo, y un largo entorpecimiento, que pudo ser mortal, si el doc-
da de
otra,
tor Semeleder,
que llegaba en aquella sazón, no
hubiese procurado desde luego despertar a
la
pobre Emperatriz. Era urgente que volviese a París, y que ya no viese ningún rostro extraño. ¡Qué partida de Saint Claud tan lamentable! Con los ojos enrojecidos por las lágrimas, la pareja imperial mira, angustiada hasta la muerte, alejarse, al lento
paso de los coches, como un cor184
Obras Completas a aquella princesa de veintiséis
tejo fúnebre,
años, cuyo rostro encantador expresa aún belleza,
juventud, inteligencia, y que durante una
larga vida va a enredar y desenredar cruelmen-
en
te,
fondo de su
el
espíritu, su pesadilla
de
horror y de locura. »A1 cabo de algunas semanas vino un poco de calma. Unos días pasados en Suiza, en la soledad, parecieron tener influencia feliz en la peratriz Carlota. Sin
Maximiliano,
ni
em-
embargo, jamás hablaba de
de México, y esta laguna asusDe pronto vínole la idea de
taba a los médicos. ir
a
Roma
a pedir
la
bendición del Papa. ¡Viaje
La pobre mujer ve asesinos por dondequiera. Para ella, un mozo de hotel se convierte en un emisario de Juárez; una camarera, finge a su obsesión una dama mexicana afiliada al partido republicano; un inglés, visto en la terraza del hotel, es Juárez mismo. En Roma viene un alivio. La palabra sigue siendo breve, los vocablos, raros; pero la mirada se suaviza. Caben cruel!
tal
vez vislumbres de esperanza...
al Papa que ha llegahace saber que antes de la audiencia solemne la recibirá en particular, en su capilla privada, después de la misa de ocho. Los coches del Vaticano vienen a buscarla a ella y a su
•Avisa inmediatamente
do. Éste
séquito.
le
Según
condesa del BaNota con estupor que su so-
la etiqueta, la
rrio lleva mantilla.
185
Amado Ñervo berana se ha puesto sombrero, y respetuosamente que
la
hace notar
le
mantilla es obligatoria.
Pero con voz imperiosa, Carlota proclama que ella está por encima de la etiqueta. Después de haber atravesado algunos salones llenos de genintroducen a
te, la
el
Papa, terminada
La conversación
ella sola la
a
misa,
la sala
toma
el
en
la
que
desayuno.
es cordialísima. Pío IX, al ver
a su visitante tan abatida, se esfuerza en reanimarla. Ella parece escucharle con interés, cuan-
do de pronto, acto de
en
tal
la taza
sin
modo
que nadie pueda prever un
extravagante, mete los dedos
de chocolate del Papa, diciendo que
muere de hambre, porque todo ven está envenenado. »Pío IX comprende... Hace que
se
lo
que
le
sir-
le lleven
pa-
y sin dejar su tono paternal y dulce, escribe una nota para el cardenal Antonelli, rogándole que venga inmediatamente con dos mépel, tinta,
dicos vestidos de camarlengos, para no asustar
a la infortunada demente. Una idea fija se ha apoderado de ella, y ancla en su cerebro: ho quiere salir del Vaticano, por miedo a los asesinos.
¿Cómo
tífice
evitar
una
crisis? El
soberano Pon-
se pliega a sus exigencias, y hace servir
para ella y para su séquito un almuerzo, que preside el Cardenal Antonelli. Después del al-
muerzo pasan a ratriz
la biblioteca;
pero
allí la
Empe-
expresa de nuevo su invariable resolución 186
Obras Completas de no
salir
pasará
allí la
ma de para
el
del Palacio.
Más
noche, «porque
aún, anuncia que
ella está
por enci-
costumbres, y es un honor Vaticano dar hospitalidad a una soberalos usos y
na perseguida». ¡Una mujer en el Vaticano, en la noche y en las habitaciones del Papa! Sin embargo, el miedo a un acceso de cólera, que podría ser temible, hace
que se
se llevan dos camas a
la
le
dé
la
autorización,
biblioteca,
una para
y la
la condesa del Barrio. no podía eternizarse. ¿Qué imaginar, qué combinar para que partiese sin
Emperatriz y otra para
»Una
situación
tal
violencia la infeliz princesa, aterrorizada por sus
Se decidió que una diputación compuesta de la Madre Superiora y de dos hermanas del Convento de San Vicente de Paul, fuese a rogarle que visitara su nuevo establecimiento, construido para los niños pobres, y que asistiese a las comidas de éstos. Aceptó encantada, y montó en coche inmediatamente para ir al monasterio. Detrás de aquellos muros se volvió de pronto confiada; sonreía visiones de envenenamiento?
a los niños, sentíase penetrada de satisfacción y de orgullo por los honores que se le rendían. El
Congregación de Ritos que le dio asombró a todos. La visita de los dormitorios, de las salas de trabajo, de la enfermería,
cardenal secretario de
la
fué a saludarla. La lucidez de la respuesta
prosiguió tranquilamente. 187
Amado Ñervo «Después, nas. lAy!
un
la
emperatriz desea ver las coci-
detalle íntimo viene
entonces ton-
tamente a trastornarlo todo, y a desencadenar de una manera decisiva y para siempre el espectro tembloroso y huraño de la locura. La hermana encargada de la dirección de las cocinas tuvo la idea de hacer gustar a
la
que se estaba cociendo en vió un plato, poniéndole
visitante
el
guisado
las
marmitas, y
el
cubierto. Estupor
le sir-
repentino en los circunstantes: después de ha-
ber tomado er plato,
la
Emperatriz lo rechazó
violentamente, con un sobresalto de terror. Dirigió
por
en su rededor miradas terribles, y mostró a la condesa del Barrio el cuchillo que
fin
acababan de darle, y sobre la hoja del cual había una pequeña mancha de orín, que la Emperatriz señalaba, diciendo:
—«¡Mirad: aquí está
el
veneno. Se
les olvido
limpiar el cuchillol»
«Vino entonces el desenlace atroz: el calvaque acabó en un horrible y completo desastre de la razón. La metieron a la fuerza en un rio,
coche. Carlota gritaba, desgarraba los
visillos.
Fueron necesarios algunos hombres para arrancarla de los cojines del vehículo que asía desesperadamente, y conducirla a su habitación del Le sobrevino una invencible crisis de fu-
hotel.
ror, y hubo que ponerle camisa de fuerza. «El recuerdo de tan terribles escenas— escribía des-
188
Obras Completas pues la condesa del Barrio— me atormenta aún, impidiéndome con frecuencia dormir.»
El epflogo de esta tragedia lo escribí yo en 1910, en cierta
pequeña crónica para El Imparcial,
que, en un banquete diplomático,
refiriendo lo
me contaba
el SecreNunciatura Apostólica en Madrid. (Y aquí las palabras que aparecen en el articulo Pasa UNA Emperatriz, en boca del Secretario de la isunciatura, desde: 'r^
'
;
;
-M *^-'tt& iry nf
C
^Vvi. ^i
'^.VTj^*-
PLEASE
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