Obras completas de Amado Nervo. [Texto al cuidado de Alfonso Reyes; ilustraciones de Marco]

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"'^IH

OBRAS COMPLETAS

DE

AMADO ÑERVO ./"'v^'rvo

,

TOMOS PUBLICADOS I.-PERLAS NEGRAS.— místicas II.- POEMAS

III.-LAS

VOCES, LIRA

HEROICA Y OTROS

POEMAS IV.-EL ÉXODO Y LAS FLORES DEL CAMINO V.— ALMAS QUE PASAN

VI.-PASCUAL AGUILERA,

-EL DONADOR DE

ALMAS VIL- LOS JARDINES INTERIORES.-EN VOZ BAJA DE ASBAJE IX.-ELLOS X.-MIS FILOSOFÍAS

VIIL- JUANA

XI.-SERENIDAD XII.-LA AMADA INMÓVIL XIII.-EL BACHILLER.-UN SUEÑO.- AMNESIA.-

EL SEXTO SENTIDO DIAMANTE DE LA INQUIETUD.-EL DIA-

XIV. -EL

BLO DESINTERESADO.-UNA MENTIRA XV.— ELEVACIÓN XVI.—LOS BALCONES

DE CADA TOMO SE HAS IMPRESO CIEN EJEMPLARES EN PAPEL DE HILO /»/»/»/$

TEXTO AL CUIDADO DE ALFONSO REYES ILUSTRACIONES DE "MARCO

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OBRAS COMPLETAS DE AMADO ÑERVO '¿^o/ajTienXVX

BALCANES

'^

ES

PROPIEDAD

DE LOS HEREDEROS DEL AUTOR

TODA EDICIÓN FRAUDULENTA SERÁ PERSEGUIDA POR LA LEY ft )i

f

i

Este

libro

quedó entre

los papeles

de

Amado

Ñervo, e ignoramos la causa de que no se haya

publicado antes de ahora.

Acaso

el lector

recuerde haber encontrado en

El Imparcial, de México; en ras y Caretas, de

na sobre

la

Buenos

La Nación o en Ca-

Aires, tal o cual pági-

Emperatriz Carlota, sobre

colía Real, sobre los soldados

la

Melan-

que pasan bajo los

balcones del poeta, sobre Pascualillo, sobre Neptuno, o en Elogio de la noche, que aquí apare-

cen reunidas, con algunas leves variantes y adiciones.

Estas variantes, estas adiciones, tienden principalmente a dar carácter de conjunto a las pá-

ginas dispersas.

forma

De

todos modos, el libro, en su

actual, es nuevo,

y nos atrevemos a creer

que inédito en mucha parte. Aquí, como en otros

libros,

Ñervo se compla-

ce en mezclar con su prosa noticias

y curiosida-

Amado Ñervo des que tomaba de ajenos libros

Prensa diaria.

A

como en Amnesia

el vol.

(v.

y hasta de

la

en sus cuentos mismos,

veces,

XIII de estas obras

completas), hace largas citas de esta especie.

Y

una cantidad jabulosa de recortes de periódicos, que le servían para sazonar un artículo, o le proporcionaban asunto para un cuento. dejó

El poeta es

el

(al principio iba

y

así,

protagonista de su obra:

el

Luis

a llamarse Fernando o Antonio,

en los manuscritos originales, hay

vacilación de nombres)

que vive en

la

cierta

calle

de

y contempla desde tierra, los cometas y los

Bailen, frente al Palacio Real,

sus balcones el cielo y la

monarcas, las flores,

los

pájaros

y los astros, con

cierta melancolía serena.

Q Dice *Azorín*, en

Una ciudad y un

balcón:

*...Juntoa un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá

un hombre con

la

cabeza,

meditadora y triste, reclinada en la mano. podrán quitar el dolorido sentir.»

10

No

le

LA

MUERTE IMPORTUNADA..

Üh Muerte, déjame acabar —Abominable

—Déjame Muerte!...

más

filosofastro,

acabar este

este libro!

¿un

libro,

libro

más?

te lo ruego, ¡oh

¿Sabes que te encuentro más bella, que nunca, y con unos ojos más

esbelta

grandes y expresivos?

—Adulador indiscreto, te dejo vivir aún porque voy de prisa. Tengo que matar a un emperador megalómano, a dos obispos muy gordos, a un banquero panzudo y gotoso que ha quebrado tres veces, a un general muy nulo, de grandes bigotes retorcidos, y a un politiquillo discursero y venal. Pero me prometo no seguir permitiendo que manches papel con tus insípidas

filosofías...

—Ya

tardarás, amiga;

yo soy menguado

fruto

para tu cosecha, y aún no es mi hora. Tienes que pillarme con dinero y con dignidades para

que

te

puedas

llevar

algunos harapos amarillos

entre las manos... jy eso es un poquiíin 13

difícil!

COMPOSICIÓN DE LUGAR

Luis cones:

tiene en su piso tres claros y amplios balel

primero da luz a una pequeña sala

contigua a su despacho (y de sino al final de este

él

no se hablará

dos se despacho mismo. Por ellos entra, desde que Dios amanece, una PiOdigiosa inundación de luz, de tal suerte intensa, que en la primavera pueden hacerse instantáneas dentro de la pieza.

abren en

libro...);

los otros

el

El balcón de la izquierda,

como

tantos y tan-

tos balcones madrileños, está lleno de macetas. 14

Obras Completas Las hay de todos tamaños. En una maceta muy grande crece una adelfa. Esta adelfa se la regaló a Luis, un día de su santo, hace cuatro años,

hermosa,

muy

quiso con

el

una mujer

muy

noble,

rubia,

muy

buena, a quien

más acendrado y gran

él

cariño.

La mujer que le regaló la adelfa murió pocos meses después, en una glacial mañana de enero. Luis ha cuidado siempre su adelfa sentimentalmente, románticamente; pero la adelfa no florecía.

—Le

falta

maceta no es demasiado

tierra; la

grande— le decían a

Luis.

Pero él no se atrevió nunca a cambiarla de en aquél se la había regalado la «muerta». Eso sí: poníale un poco de tierra nueva enci-

tiesto:

ma,

la cual

se iba apelmazando.

Tres años estuvo ña,

triste... ella,

la

adelfa en su tiesto hura-

que es

la alegría

misma por na-

turaleza.

Cuando

Luis,

en

el

verano, pasaba frente a

que ondulan

al Sur de la Plaza de Oriente, y veía unas gigantescas adelfas que hay allí cuajadas siempre de flores, pensaba:

los jardincillos

—¡Y

la

mía que se está tan mustial

Pero este verano de 1915, en cuanto el sol calentó un poco, la adelfa empezó a echar flores.

¡Y vaya

si

ha florecido hasta septiembre! 15

Amado Ñervo Como

quisiese

si

compensar a Luis de su

tris-

teza pasada, durante junio, julio y agosto, ha es-

tado materialmente vestida de

flores.

Luis, en cuanto la vio florecer, se dijo infan-

tilmente, ingenuamente:

de mí.

Ha

«La muerta se acuerda

salido ya, a los tres años y medio, de

su letargo espiritual, de ese letargo en que caen las

almas

como una

al

separarse de los cuerpos, y que es

infancia al revés; porque la naturaleza

no procede por saltos (natura non facit saltas), así como blandamente nos mete en la vida, de la cual no tenemos conciencia sino después de seis o siete años, así blandamente nos mete en y

ia

muerte.»

La muerta, pues, ante

la

imposibilidad de

mostrarse en otra forma a su amigo, en quien

Reino Arcano, resolvió

volvía a pensar allá en

el

hacérsele presente con

flores...

idea tan

humana

y tan delicada que no podrá menos de agradar a quienes lean estas líneas. Luis está seguro de que la adelfa seguirá ya floreciendo todos los años.

Q Hay en

el

dicho balcón de Luis, según se ha

expresado, otras varias plantas; entre ellas un cactus, del que se hablará en capítulo aparte, porque lo merece, y claveles, naturalmente, esos



16

Obras Completas claveles encendidos de los cuales dijo

Rubén

Darío que eran la flor

extraña

regada con la sangre de los

toros...

Luis contempla sus flores mientras trabaja, pues tiene su mesa al lado de este balcón. En cambio, rara vez se asoma a él: se lo estorban las plantas. Para asomarse ha dejado el

Y

de

la

derecha, vacío.

y todo, es

el

balcón por excelencia. ¿Sabéis por

otro, el

ese balcón, vacío

qué? Pues porque Luis posee un anteojo astronómico que lo acompaña desde hace mucho tiempo, y por cuyo crístal límpido— de sólo 68 milímetros de diámetro— se ha asomado noches y noches, hace casi tres lustros, al Infinito... ¡Cuántas horas de soledad le ha encantado ese anteojo modestol

{Cómo, gracias a él, Luis, en las más hondas de su vida, ha encontrado oasis de sere-

crisis

nidad! el don de apaciguar nuesalmas con su ritmo luminoso y eterno. Y no porque él sea tranquilo, no, señor jqué

El firmamento tiene tras

va a serb! Giran en él orbes convulsos de llamas, ho¿ eras inmensas en que arden, hasta la volatilización, todos los metales, y en que los gases lamen

el vacío con sus lenguas de fuego; o bien planetas donde, como en Júpiter, la soli-

17

Tomo XVI

2

Amado Ñervo dificación apenas comienza, tinente, «la

toda

la tierra—,

graciones. al

mancha

cual

O

roja»

y se forma un con-

— muy más grande que

en medie de ciclópeas confla-

bien planetas sabios,

como

Marte,

hemos de consagrar asimismo algunas

páginas.

O

cometas ingrávidos que trazan en el de oro; bohemios de viajeros perennes que van a través de

éter sus tenues pinceladas infinito,

un sistema, y a veces a través de varios, fecundando quizá mundos, dejando caer en cada uno, como sembradores misteriosos, la divina simiente de la vida. O, en, fin, nebulosas enormes de las cuales han de surgir los universos de mañana.

Pues ¿y

la

luna?

B Oh,

sí,

ese balcón vacío en el que Luis coloca

su pequeño anteojo, es el balcón por excelencia de estas páginas (aun cuando haya otro: el del

pequeño salón contiguo, que se menciona al principio— y que ha de dar asunto al postrer capítulo de este libro—, el cual ha sido para Luis

faro cordial).

No vayáis, empero, a creer, por lo que se ha hablado y se hablará de los astros, que Luis sea un especie de papamoscas, eternamente embobado con las estrellas y con la luna. No, señor: is

y

Obras

Completas

a veces, muchas, deja de mirar hacia arriba y la amplia y risueña calle, bordada de acacias y de álamos en la parte que

mira hacia abajo, hacia

ve

al

poniente.

Por esa calle pasa la vida entera de la Corte. Pasan los reyes e infantes con muchísima frecuencia, ya que no lejos se levanta la bella e imponente mole del Palacio Real, cuya puerta del Príncipe da a la dicha calle. Pasan los Grandes de España, con sus variados y lucientes uniformes. Pasan los diplomáticos, muy entonados y trascendentales, lleno el meritorio pecho de innumerables cruces de todos colores. Pasan infinidad de automóviles, iandós y berlinas, en que la aristocracia se dirige a la Casa de Campo o a la

estación del Norte (a dejar a los amigos, es-

pecialmente cuando

el

veraneo). Pasan los de-

mocráticos tranvías que van a Pozas y al delicioso Parque del Oeste. Pasan los innumerables

simones y carros que sostienen el tráfico con la estación. Pasa la guardia que va a relevar la de Palacio, y que sale del cuartel del Príncipe Pío, tocando sus vivaces pasos dobles y marchando tan ágilmente, con esa agilidad y esa alegría— esa gracia, lo diremos de una vez— del soldado

español

(1).

Tachado: «que hacía exclamar a don Justo Sierra: «estos soldados no marchan: bailan, y que es única en Europa.> (1)

19

Amado Ñervo (Al autor le parece grotesco el «piafar» de los

soldados prusianos, por

que pide perdón a

lo

sus amigos teutones, sobre todo a los para

él

simpatiquísimos— ¡claro!— que han vertido a la lengua de Nietzsche muchos de sus versos y algo de su prosa. Felizmente, en Alemania no todo es

piafar...)

vida entera de

Si, la

la

Corte, en sus infinitas

manifestaciones, desfila por esa calle, aristocrática

y popular a

lar,

mo

que en al

la

vez cual ninguna

como ya

aristocrática

la

otra.

se ha dicho, y tan

Tan

popu-

taberna ya famosa (y no es reclala puerta de al

tabernero) que se abre a

lado, vienen a refrescar todos los cocheros, y a

cenar en

el'

buen tiempo, en unas mesitas que

están bajo los árboles, innumerables gentes del

pueblo, en

el

que abundan, como todos saben,

mujeres hermosas y según cálculos de Luis, las

gallardas; el

tanto que,

noventa por ciento

muchachas del pueblo madrileño son boo cuando menos agraciadas. También abundan los niños, una enorme cantidad de niños preciosos, rubios y morenos como es de rigor, que alborotan de lo lindo mientras sus pade

las

nitas,

dres cenan.

noches estivales, la taberna no se cieque tampoco en las invernales), y toda la santa noche, Luis, que duerme en una alcoba pegada al despacho, con los balcones— esos

En

las

rra (creo

ao

Obras Completas hermosos balcones— de par en par abiertos, oye coplas de cuantas regiones hay en España, asi como los aires entresacados de todas las zarzuelas en boga, cantadas, ya per ciegos pedigüeños en

las

primeras horas de la noche, ya por juer-

guistas en las postreras: simpáticos juerguistas

de ambos sexos (como es de suponer) que pala calle de Bailen, de regreso de la Bombilla, y refrescan en la taberna. Si Luis repitiese algunos de los cantares que ha oído allá en la madrugada, cuando la plata de la luna y de las estrellas se va soldando tenuemente con el oro del alba, sería éste un libro de DEiWOPEDiA (como aconseja que se diga, en vez de folklore, el maestro Cavia) y no lo que va a ser.

san por

También pasan— a toda velocidad y metiendo un ruido de mil demonios— los automóviles en que muchos inefables señoritos vuelven de la nunca bien ponderada Cuesta de las Perdices... algunos de ellos, en el estado que ustedes podrán suponer.

Teniendo, pues, balcones tan privilegiados del lado derecho, sobre todo, al cual se Luis,

(el

asoma

según va dicho) para ver los cielos, herelas almas contemplativas, y muchas de

dad de

21

N las

grandezas de

tivas

de

la

Luis no se

la tierra

vida diaria,

le

y de

¿cómo

ocurriera escribir

las

escenas fes-

que a que se

es posible

un

libro

llamase Los balcones?

¿Verdad que parece mentira que no se

le

hu-

biese ocurrido?

Pues sí se le ocurrió muchas veces en los nueve años y pico que lleva de asomarse al miradorcito ése— que no es el de Próspero, desgraciadamente— y el tal libro lo tienes, lector, en tus manos. Como verás si te resuelves a leerlo todo (¡resuélvete!), habla de lo alto y de lo bajo, de lo divino y de lo humano, a veces en serio, muchas otras sonriendo, porque Luis gusta de sonreír. Es un optimista, no de ésos azucarados que creen, como el doctor Pangloss, que éste es el mejor de los mundos posibles (en contraposición a los que creen, con Hartmann, que es el peor), sino de los optimistas discretos (perdonando la inmodestia), los cuales piensan que la mayor parte de los males que aquejan a la humanidad son obra de la propia estupidez humana, y por lo tanto remediables... cuando a la humanidad empiece a salirle la muela del juicio, de lo cual es quizá un anuncio esta terrible fiebre de la guerra. ¿No tienen por ventura fiebre todos los chicos a quienes salen los dientes? Pues tratándose de toda una señora muela del juicio del género humano, ¿cómo no ha de 22

Obras Completas subir

la

acusa

el

temperatura hasta los extremos que

termómetro mundial?

Además, Luis es poeta; como poeta, espiricomo espiritualista, no puede menos que pensar en que la portentosa máquina de los universos— que él adivina a través de la lente de su anteojo— debe tener un fin, y un fin bello

tualista;

y bueno.

Le es imposible imaginar que el Cosmos venga del acaso y al acaso vaya. Cree, pues, en Dios: un Dios a quien quisiera no nombrar, porque, con nombrarle sólo, le parece que lo limita. Un Dios que no es ni bue-

no

porque el asigun Dios inefable, incomprensible «por ahora», cuyos fines son tan vastos que resultaría ridículo juzgarlos por el cachito insignificante de tiempo que hace que la humanidad existe... Un Dios que es lo absoluto, lo incognoscible... pero que nos ama, que es más uno con nosotros de lo que creemos: que está más identificado de lo que pensamos con nuestro doloroso pero inmortal esni malo, ni justo ni injusto,

narle atributos lo limita también;

fuerzo.

De

ahí

que Luis estime que cuanto sucede

está bien, o que,

como

dice el gran poeta

Pope

en su Essay on Man: All Nature

is

but Art,

all chance, direction,

unknown

which

23

to thee;

tfiou can'st

not

see,

N all discord,

harmony, not understood; Universal Good;

all partial evil,

and, spite of pride, in erring reason spite, all írutfi ís

Por

tanto,

dear—whatever este libro

dicho— optimista y

No las

is, is

ríght.

ha de ser— es, ya

lo

he

sonriente.

se dirige a los «amargados» a ultranza, a

almas obscuras, incapaces de admitir

la luz,

sino a los que quieren creer o creen, a los que

se resignan o quieren resignarse, a los que esperan...

o quieren esperar!

24

EL PAISAJE

Luis ve desde su balcón

lo

que se ve desde

el

Palacio Real. Tiene este visual privilegio, del cual se ufana, porque mirar es para él la vida: mirarlo todo y, sobre todo, la Naturaleza.

Luis tiene, según

repiten frecuentemente

le

sus amigos, unos ojos

muy

grandes,

muy

abier-

de niño, que parecen sorprenderse de todo; ojos que acarician lo que miran, sobre tos: ojos

todo

si

lo

que miran es

el

cielo, los

montes,

la

nieve, el agua, los árboles... ¡y las mujeres!

Hay dos edades:

la edad de los ojos abiertos edad de los ojos cerrados. Se nace con los ojos cerrados; se muere con los ojos abiertos; como si lo que hay que ver no

y

la

estuviese

de

la

más acá

del nacimiento, sino

vida. Pero, fuera

más

allá

de estos dos extremos, 27

Amado Ñervo hasta los treinta y cinco o cuarenta años puede decirse que se vive con los ojos abiertos y, después, con los ojos cerrados; es decir, que ya no

se ve lo de fuera, sino lo de dentro, la vastedad

de

los

mundos

interiores...

Pero Luis tiene abiertos los ojos del alma y los del cueipo: siempre ve para fuera y para dentro. No se cansa de contemplar la vida. Y tampoco se cansa de escrutar el abismo interior, en el que percibe ciertas luces misteriosas que danzan sobre

tinieblas,

la^.

gueces del Génesis

como

en las lobrede Dios flotaba

allá

«el espíritu

sobre las aguas >.

H Frente por frente del balcón, entre Real y

la

rat fusiló

el

Palacio

montaña del Príncipe Pío, donde Muha más de un siglo a tantos infelices,

trágicamente eternizados en

de Goya, se extiende hasta ciones del Guadarrama amarillento,

bien

el

las

el

célebre cuadro

primeras deriva-

campo ondulante,

arbolado, con

mullidas y risueñas que,

al

depresiones

un Moro;

pie del alcázar, es

parque deUcioso, llamado el que un poco más allá forma

Campo

del

la vasta y apacible «Casa de Campo >; que después, con menos verdor y más amarilleces, constituye los montes del

Pardo.

En

augusta,

el

fondo, azul, encrestada, lejana,

la Sierra limita el paisaje.

28

A

la izquier-

Obras Completas da, y en el frente, sus picachos parecen surgir del horizonte, angulosos y dentados; pero hacia la derecha, se

de

las

va haciendo visible

montañas,

la

el

vasto lomo

ondulación es suave, y gra-

dualmente se destaca, hasta erguirse en toda su

magnitud en

el

Norte,

bre todo cuando

el

donde es imponente, so-

invierno la acoraza [de nie29

Amado Ñervo y en

noches azules esa nieve bulle misla custodia de la Osa Mayor, que muestra siempre sus siete clavos relucientes. ve,

las

teriosamente bajo

Oblicuando un poco cha, desde

el

la

mirada hacia

la

dere-

balcón, y dejándola peregrinar

hasta la falda del Guadarrama, los ojos de Luis

tropiezan con un distante caserío en

el que dominan cuatro torres azuladas y un domo enorme, que parece temblar en la humedad de la atmósfera como un paisaje aéreo: es El Escorial. Por las mañanas, temprano, cuando el sol le da de frente, El Escorial es perfectamente visi-

ble a la simple vista.

Parece un monumento espectral, una basílica de ensueño, un fantasma azul, recortándose apenas sobre el azul más profundo del Guadarrama.

Es indecible

lo

que Luis goza contemplando

esa maravilla lejana,

como disfuminada

y des-

mañana. Todo el paisaje que Luis no ha acertado a describir, lo hallaréis, por lo demás, como fondo obligado de muchos cuadros de Velázquez y de oro de

materializada en

el

Goya. Buscadlo

allí,

del arte,

como

la

dentro de

la

inmortalidad

Luis lo contempla en la inmorta-

lidad de la Naturaleza.

30

Obra

C

o

m

p

I

e

t

En cuanto al Palacio Real, que se yergue a la esquina en primer término, obstruyendo buena parte del paisaje, y dejando ver apenas la carrede Extremadura, Luis

tera

so y en prosa. Sobre

lo

ha cantado en ver-

En verso ha dicho de

el viejo

él

palacio de los reyes de

aquello de:

España

vierte místicamente su palidez la luna... (1).

Es un viejo amigo, un familiar amigo aristoconoce sus menores detalles exte-

crático. Luis riores.

Parécele

como

si

él

lo

habitara,

como

si

lo

que ve fuese una prolongación de su morada... En realidad, Luis vive en un palacio, y mira uno de los paisajes más bellos del reino. Casi diríamos que posee lo mejor de un reinado. (1)

Obras completas,

vol. XI, pág. 141.

LA CARRETERA

Chorno un borde que

DE EXTREMADURA

limita el paisaje, a la iz-

quierda, hacia el Suroeste, detrás del Palacio Real,

formando una

ideal (vista

a cortar

la

línea cuya prolongación desde los balcones de Luis) vendría vertical de la gallarda Punta de Dia-

mante del dicho Palacio, alárgase la carretera de Extremadura, recamada por raros arbolillos, y a cuyos lados alíneanse algunas casas, entre ellas un palacete con dos torres cúbicas, que unos excelentes gemelos (extraluminosos, número 8) detallan perfectamente. 32

Obras Completas Por

la

noche, una línea de luces indica

la

dirección de la carretera. Esas luces, en la obs-

curidad del campo, tienen algo de fantástico.

Muclias veces, Luis, contemplándolas o mirando durante el día la cinta polvosa del camino, ha pensado, por natural asociación de ideas, en aquel extremeño de acero, que fué a

México en 1519, bajo el reinado del emperador Carlr y que después de peripecias dignas de la Ilíada, ya por el heroísmo inmenso de los me,

xica,

ya por

la

invencible persistencia de los

castellanos, se apoderó, el martes 13 de agosto

de 1521, de la augusta persona de Cuauhtémoc, el último monarca azteca, y rindió así a los defensores de la gran ciudad de Tenoch, rematando con esta victoria la conquista moral, si no material, del Imperio de Motecuhzoma. En Extremadura vieron la luz muchos de los conquistadores que con don Hernando corrieron esta aventura, una de las más maravillosas que hayan contemplado los límpidos ojos de la Historia.

Los dominadores de México parecen hoy seres de milagro, y los defensores— sobre todo

Cuauhtémoc— pueden parangonarse con aquegrandes griegos y romanos cuya virtud y cuyo heroísmo de diamante asombraron la diáfana adolescencia de Luis, en las páginas de sus llos

libros predilectos.

33

Tomo XVI

3

A A

últimas fechas, mirando desde su balcón la

carretera

que conduce derecho a

la

cuna de

los

conquistadores, Luis ha releído algunas páginas

de

la

formidable epopeya, valiéndose de

formación tan discretamente recogida en

in-

la

Dic-

el

cionario Biográfico Mexicano, por su ilustre y

muy

querido amigo don Antonio de

la

Peña y

Reyes.

De estas páginas, Luis ha entresacado algunos fragmentos sugestivos, que se refieren al asedio y toma de la ciudad de México, de la Venecia Azteca, asentada sobre los lagos; de la ciudad única, que Cortés describe, embelesado,

en sus cartas al emperador. Helos aquí: «Cortés ordenó el asalto general para

el

28

de junio (1521). No había querido Cuauhtémoc, en aquel sitio trágico que habría aterrado a muchos capitanes, que hubiera infundido pavor en el alma de no pocos monarcas,— escuchar una palabra de rendición y de paz. Rehusó toda



entrevista;

más ruda

desechó todo ofrecimiento, y mientras más lejana la esperanza

era la pelea y

del triunfo, mayores eran sus ardimientos,

más

bélicas e imponentes y patrióticas sus órdenes de combate; más firme, más heroica su resolu-

ción de sucumbir en aras del deber y de »

Bramaban

los cañones;

ediiícios; caían a millare? los

34

la patria.

desplomábanse

los

cuerpos de los az-

Obras Completas tecas,

y cuando

el

incendio y la matanza eran la ira devastadora arrecia-

más grandes, cuando

ba su mortífero empuje, entre aquel estruendo homérico, sonaban más solemnes que nur :a el caracol y el atambor guerreros, el mandato imperial de que la lucha continuase. Cuauhtémoc ordenaba tocar su corneta, dice Bernal Diaz del Castillo, «que era una señal que, cuando aquélla tocase, que habían de pelear sus capitanes de manera que hiciesen presa o morir sobre ello,

y retumbaba el sonido, que se metía en los oídos; y de que lo oyeron aquellos sus capitanes y escuadrones, saber decir yo aquí

ahora con qué rabia y esfuerzo se metían entre nosotros a nos echar mano, es cosa de espanto. Y oíase también un atambor de muy triste

nios,

fin como instrumento de demoy retumbaba tanto que se oía a dos o tres

sonido, en

leguas.»

«Reforzado el ejército del Conquistador con hombres llegados de la Florida y por nuevos aliados, Cortés formó un cuerpo de zapadores, compuesto de cien mil hombres, con el objeto de terminar la destrucción de la ciudad. A principios de agosto, ésta se hallaba convertida en ruinas, y los aztecas habían quedado reducidos a»

N de Tenatitech, en donde, dice Pérez encontraban agrupados hombres, mujeres y niños, sin tener un techo en que abrigarse, viviendo a la intemperie y sin poder proal barrio

Verdía, «se

porcionarse ni más agua que

la

llovediza, ni

otros alimentos que unas sabandijas.»

«No

te-

nían—cuenta Sahagún— agua dulce para beber, ni para ninguna manera de comer; bebían del agua salada y hedionda, comían ratones y lagartijas, y cortezas de árbol, y otras cosas no comestibles; y de esta causa enfermaron

mu-

chos y murieron muchos.» «En esta situación pavorosa, combatidos por la sed,

por

que por

el

el

hambre y por

la peste,

no menos

fuego mortífero del enemigo; amon-

tonados en escombros sus templos y sus hogares; sin más esperanza en aquella tragedia augusta que

la

única del poeta antiguo: no abri-

gar ya ninguna, según dice

el

señor Altamirano,

los aztecas defendieron hasta

el

último

ins-

tante el suelo de sus mayores; y mientras los

hombres combatían sin descanso, las mujeres ayudaban en esta tarea sublime. «Y soy certificado—dice Oviedo— que fué cosa maravillosa los

y para espantar ver la prontitud y constancia que tovieron en servir a sus maridos, y en curar las heridas, e

en

el labrar

de

las piedras

que tiraban con hondas, e en otros más que mujeres.» 39

para los

oficios para

Obras Completas «Nuevos y

terribles asaltos verificáronse el

7

8 de agosto; murieron en ellos cerca de 3.000 aztecas, y el 1 1 propuso Cortés una entre-

y

el

pero Cuauhtémoc no asistió a ella. Ordenó entonces el Conquistador un ataque general por agua y por tierra, y fué aquél el asedio más terrible de los que sufrió Tenochtitlán. Prescott lo describe en las líneas que citamos al principio vista,

de esta biografía, y bástenos decir ahora que, después de dos días de duración, en las primeras horas del martes 13 de agosto de 1521, Cortés habló con el Cihuacoalt o general de los aztecas, a fin rindiera;

de que lograse que

el

mas de nuevo rechazó

monarca toda

entrevista

con

el

Emperador se el

indomable

Conquistador,

el adversario, y encargó que estaba dispuesto a sucumbir antes que doblegarse o hablar con el enemigo de su patria. La lucha continuó entonces por algunas horas, hasta que Sandoval ordenó a García de Holguín que persiguiese a la canoa en que estaba Cuauhtémoc. Hízolo así el enviado, y en los momentos en que los iberos disparaban sus armas sobre la real embarcación, irguióse el mo-

toda transacción con

que se

le dijera

narca y dijo a los españoles estas palabras: «No me tiren, que yo soy el Rey de México y desta tierra, y lo que te ruego es que no me llegues a mi mujer, ni a mis hijos, ni a ninguna mujer, ni a ninguna cosa de lo que aquí traigo, sino que me

37

I

Amado Ñervo toques a mí y me lleves a Malinche (Cortés)». Ya en presencia de Cortés, «llegóse a mí, dice éste,

y díjome en su lengua: que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a



y a los suyos, hasta venir en aquel es-

que ahora ficiese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenia, diciéndome que le diese de puñaladas y lo matase.» «Preso Cuauhtémoc, sus soldados rindieron tado;

las

armas; y así murió, en aquella fecha

rable, la

monarquía de

memo-

los aztecas. >

B grande en de los conquis-

Si el heroísmo de los aztecas fué estas jornadas,

tadores; y

no fué menor

si las

mujeres nuestras se portaron a

maravilla, haciendo cosas

según

la citada

el

más que de mujeres,

expresión de Oviedo, las españo-

también en la conquista. hurgando hace algunos años en los archivos de la Real Academia de la Historia, copió de cierta obra manuscrita la siguiente lista de «Doce Animosas Mujeres Conquistadoras >: «María de Estrada Farfán y señora de Tétela, que la Noche Triste en Otumba i cerco de México, mostró varonil esfuerzo. Vino con Narbáez,

las se significaron

Luis,

i

vivió en Toluca.»

Décadas,

3, lib.

I,

(Léase a Torq. A. y Herr.

Cap. 22.) 38

Obras Completas Beatriz Bermúdez deVelasco,muger de Fran-

«

que en el cerco de México reprehendió a los castellanos que se retiravan, arremetió a los enemigos, armada de cisco de Olmos, tan esforzada

espada

i

rodela,

i

animados

los españoles, vol-

vieron a la batalla, ella delante, alcanzando victorioso triunfo por la heroica muger. (Herr.

Dec,

Torq. A. cap. 97. Vino

con

lib.

3,

2,

Cap.

I.

Narbáez.)»

«Elvira Hernández, suegra de foles,

Tomás de

Eci-

brava e insigne. Fué con Cortés.»

«Isabel Rodríguez, piadosísima en curar a los

heridos, a los cuales sanava en

que

los santiguava en el

una o dos veces

nombre

del Padre, Hijo

e Espíritu Santo, poniéndoles un poco de aceite. (Herr. Dec. 3,

lib.

I,

Cap. 22.) Vino con Cortés.»

«Beatriz Hernández, hija de Elvira y Ecifoles, fué valiente. (Oct.

Mar.

lib. 7,

muger de Oct. 66.)

Vino con Cortés.» «Cathalina Márquez, matrona singular. (Oct. mar.

7, oct. 69.)

Con

Cortés.»

muger de Hernando Alonhermana de Francisco de Ordaz, sublime.

«Beatriz de Ordaz,

so

i

Con

Cortés. (Oct. mar. 7, oct. 69).»

3i

N Nota: Luis tiene por apellido materno

Ordaz, que llevaron los conquistadores e traron, entre

otros,

del reino de León,

/

e

a

¿

pequeño como formidable:

y

trá-

de cierto arácnido, de tal suerte minúsculo, que apenas si la excelente vista de Luis alcanza a percibirlo, como un átomo amarillento, sobre el verde jade de la planta. tase

Este arácnido se multiplica con la rapidez de

fecundación con que

la

defiende

naturaleza

algunas especies, y posee una cualidad peculiar de casi todos los insectos, pero que ha en-

señado a Luis más que muchos

libros: la tena-

cidad, la perseverancia, elevadas

ha^ta lo ab-

soluto.

Todos los días, entre las espinas, que le sirven a maravilla para su telar, tiende redes de un cristal tan tenue, que casi llega a la inmaterialidad; y todos los días coge Luis un largo alfiler y destruye su tela, digna de vestir a una dimi-

le

nuta cenicienta, en

el

país de las hadas.

Invariablemente, después del

almuerzo,

al

saHr Luis a sus balcones, buscando por breves instantes la pálida caricia de

otoño, telar

la tela

un

ictérico sol

penelopeica está tendida en

de espinas; e invariablemente, con

zo brutal,

él la

de el

alfilera-

desgarra.

La araña no ve a Luis, no puede verlo; vive en otro plano. La diaria catástrofe debe ser para ella tan inexpllcabla

I

como algunas de

las

que

al

Amado Ñervo hombre

aterrorizan,

y que

lo

han hecho, en

el

albor de las edades, forjar cóleras de dioses imaginarios... Pero, al revés de nosotros, sin la-

mentaciones

inútiles, sin

rios filosóficos,

detenerse en comenta-

emprende

Débácle, de Zola, coge la

Francia deshecha,

ella

resueltamente la

como

restauración de su tela,

el

héroe de La

arado para reconstruir día siguiente de la de-

el

al

rrota definitiva.

¿Quién se cansará primero: la araña, que «quiere» tejer su tela, o Luis, que «quiere» defender su

He

flor rara

aquí

el

y preciosa?

choque de dos voluntades,

las

dos

conscientes quizá... la vencedora? Confesémoslo humildemente: ¡la vencedora será la voluntad de la araña! A menos que un tercero en discordia, un oufsider, el invierno,

¿Cuál ha de ser

mate al insecto. Vencerá la araña, sí, porque Luis ignora los medios de destruir sus gérmenes microscópicos, y ella tiene contra la tenacidad nativa de él la fecunda pequenez de sus huevos. Pero, vencido Luis, debe a este animálculo una de las mejores lecciones de su vida. Este insecto ha sido para él un profesor de energía

(«como dicen

los locos

de hoy»...)

o

b

a

s

Completa

—Amiga arana— exclama Luis al contemplarla—, yo he de vencer siempre como tú, porque soy

como

tú laborioso, paciente, sereno, tenaz.

«Nada en

la tierra

me

impedirá

tejer

mi

tela

de

plata y de cristal ingrávido y aprisionar en ella

a muchas voluntades,

al

parecer

más

firmes,

corpulentas y ruidosas, como las moscas badoras que tú aprisionas en la tuya.»

49

Tomo XVI

zum-

^^^3±tL:Sr melancolía real

balcones de Luis Ya se ha dicho que desde loscerca. se

ve S

el

Palacio Real de

muy

vecindad que puy Luis son vecinos... desigual, aquel diálogo lo por recordar, diera Samuel Eduardo Vil y el gran humorista

M

entre

50

Obras Completas Clemens (Mark Twain), cuando este último fué presentado al Emperador y Rey. Tenia muchos deseos de conocer a usted— dijo Eduardo—: no le había visto más que en



retratos.

—Vuestra Majestad no recuerda, probablemente, que ya nos hemos encontrado en

el

Strand...

—¿Es

posible?

—Sí, señor; Vuestra Majestad iba en su carroza, y yo... estaba en un balcón.

S.

M.

ven en

Católica y Luis son, pues, vecinos: vi-

la

misma

calle.

muy

Sólo que Luis sale

frecuentemente a sus balcones (¿hubiera de otra suerte escrito este libro?) y S.

M. muy

raras

veces. Fuera de los días en que pasa algún re-

gimiento, durante cuyo desfile suele

marse

Un

al

el

Rey aso-

balcón que da a su despacho.

rey es demasiado notorio para salir al

balcón.

Además, esto no sería distinguido. Los palacios están casi siempre cerrados. El sol es harto chillón para la aristocrática

penumbra que debe

reinar en ellos,

propicia resulta para las

cien

y que tan

obras de

arte,

para las sedas preciosas, para los muebles delicados. 51

Amado Ñervo Sólo en los cuentos los reyes, mejor dicho, en los balcones cuando pasa

las princesas, están el

príncipe azul, o

el

caballero heroico, o

el

pastor-

La princesa el

milagro se

amor hace de

los ve:

las suyas,

y

realiza...

Don Quijote a Sanchomundo como en aprobación bus-

«Es menester— dice andar por

cando

el

para que, acabando algu-

las aventuras,

nombre y fama

que cuando se monarca ya sea el caballero conocido por sus obras, y que apenas le hayan visto entrar los muchachos por la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen dando voces, diciendo: «Este es el cabanas, se cobre

tal,

fuere a la corte de algún gran

llero del Sol,

alguna>.

y de

la

Y

o de

o de otra insignia

la Sierpe,

luego, al alboroto de los

demás gente, se parará a

su Real Palacio

rey de

el

muchachos

las fenestras

Y

aquel reino.

de así

como vea al caballero, conociéndole por las armas o por la empresa del escudo, forzosamente ha de

decir: «¡Ea!

¡Sus!

Salgan mis caballeros

cuantos en mi corte están a recebir a la caballería

que

saldrán todos; y

allí

viene>, a cuyo

él llegará

la flor

de

mandamiento

hasta la mitad de

la es-

calera y le abrazará estrechísimamente, y le dará

paz, besándole en

por

la

adonde

mano el

al

el

rostro,

aposento de

y luego le llevará la Señora Reina,

caballero la hallará con la infanta su

52

Obras Completas hija, que ha de ser una de las más hermosas y acabadas doncellas que en gran parte de lo descubierto de la tierra a duras penas se puede hallar. Sucederá tras esto, luego encontinente, que

ella

ponga

los ojos

en

el

caballero y él en los

y cada uno parezca a otro cosa más divina que humana... Y el caballero huésped le pide della,

cabo de algunos días que ha estado en su ir a servirle en aquella guerra dicha... Y aquella noche se despedirá de su señora la Infanta por las rejas de un jardín que

(al

corte) licencia para

cae en

el

aposento donde

cuales ya otras (Parte l.Mib.

En cesas,

un

vida

la

muy

ella

muchas veces

la

duerme, por

las

había hablado.»

III.)

real, los

otros

monarcas, príncipes y prin-

que estos del Quijote, tienen

tirano implacable: la curiosidad pública, casi

siempre estúpida.

Un

rey no puede detenerse ante un escaparano puede ir y venir a su sabor y talante... fuera del pastoril Munich, donde S. M. bonachona, un excelente Wittelsbach, se cuela por todas partes, como el Gran Arún el Raschid o el justiciero don Pedro de Castilla. te,

Aquel taba en

día, pues,

el

balcón

excepcionalmente,

(el

primero de 53

la

el

Rey es-

fachada Nor-

Amado Ñervo te del

Alcázar, en el saliente del torreón, y el picadero).

que

se abre sobre

M. fumaba un

S.

cigarrillo

después del

al-

muerzo. Vestía de obscuro. Tenía la cabeza apoyada

en

palma de

la

la

mano, y

el

codo sobre

el

ba-

randal, en la actitud clásica de la meditación.

Parecía

Y

triste.

que siente una gran simpatía por el vez ha recitado versos, solos los dos, en una mesita del comedor del Tiro de Pichón, casi al oído, con gran curiosidad de los aristócratas colombicidas, que no podían desde lejos, a través de las vidrieras, pillar ni una palabra de aquella para ellos insólita conferencia, sotto voce)\ Luis, digo, con la imaginación que tiene, púsose a pensar en esa melancolía real que pasea su claror de luna por el Trono de España, de rey en rey; en esa Melancolía que parece ser una herencia misteriosa y Luis,

Monarca

(a quien alguna

lejana...

Y

fué recordando a los reyes

tristes,

a los aus-

teros y pensativos monarcas, desde el atribulado

padre de

moria

lo

la Gran Isabel, repasando en su meque de esa melancolía dicen los histo-

riadores.

b\

>

o

h

a

r

Completa»

§

II

Pocas horas antes de morir, decía el rey don jucn II a su médico: «Bachiller Cibdad-Real, nasciera yo fijo de un mecánico e hubiese sido fraile del Abrojo, e no rey de Castilla... Su vida, amargada por pusilanimidades idiosincráticas,

conturbada por

las

ambiciones y tur-

bulencias de los grandes, entristecida por la

muerte de su valido

el

gran don Alvaro de Luna

(que se vio obligado a decretar), era un hosco

camino de melancolía, como por

lo

demás

la

vida de casi todos sus antepasados: ¡que es duro,

muy duro oficio el de reinar! Más de medio siglo después, una

nieta suya

moría, tras de larga locura, en una monacal y

bermeja ciudad castellana. Su juventud había acibarada, primero por una propensión

s'do

aguda a

los celos,

heredada de su madre

la

reina Isabel, y después por la muerte de su rido

don

gran

ma-

Felipe, en la flor de su edad.

Esta rara y admirable mujer pasó su larga exis-

una sombra... de Juana la Loca, el gran Emperador Carlos V, un siglo después de que su bisabuelo pronunciara las tristes palabras que he citado al principio de estas peinas, en 1555,

tencia asida a

El glorioso hijo

55



Amado Ñervo cumpliendo con la misteriosa iierencia de melancolía real, abdicaba en favor de Felipe II, su heredero, en la ciudad de Bruselas. En septiembre de 1556, al volver a España para encerrarse en un monasterio, besaba la tierra diciendo: «¡Oh madre común de los hombres: desnudo he salido del vientre de mi madre y desnudo entraré en el tuyo!> (1). Dos años más tarde, el 24 de agosto de 1558, en el monasterio de Yuste, el César asistía a sus exequias, y por su orden los monjes las celebraron, mientras él, envuelto y metido en su ataúd, salmodiaba débilmente el oficio de difuntos. Terminada la ceremonia, el Emperador se quedó solo en la iglesia, en su féretro, del cual pudo salir, vacilante,

para postrarse en

Poco después,

el

el altar.

21 de septiembre de 1558,

moría , no sin haber dejado

el

enorme

como

el

imperio

fardo de su melancolía, grande

español de entonces, a su hijo don Felipe. Este, en el

apogeo del poder y de

compuso una glosa que (1)

ya que

Como

los historiadores

la historia es

la fortuna,

decía:

jamás están de acuerdo,

«fábula convenida» en cuanto al

conjunto, y desacuerdo en cuanto a los detalles, otros

V dijo: «Salve, madre común de todos los mortales. Desnudo y pobre vuelvo a ti, tal como salí del vientre de mi madre. Deja que en ti repose has(N. del A.) ta el día que Dios me llame a juicio.» afirman que Carlos

56

Obras Completas Contentamiento, ¿dó estás te tiene ninguno?

que no

y como símbolo de su

displicencia,

de su auste-

ridad y de su tedio ascético, hacía surgir de la

montaña ese coloso gris que se llama el Escorial. Enemigo de la sociedad, hosco para con los grandes, bondadoso con los humildes, meticuloso en

el

ceremonial de

la coite, retraído, frío

en

apariencia, devoto en demasía, vestido siempre

de negro, , duque no se acaba, la dulce her-

rante esa noche

mana

del rey Alfonso.

74

PASA UNA EMPERATRIZ

Muy frecuentemente, en la

uno de

los

coches de

casa de Alba, venía del Palacio de Liria, al

Palacio Real, una anciana enlutada. Luis

la

ha visto pasar varias veces desde su

balcón.

Ha

tenido además ocasión, en alguna solem-

nidad, de contemplarla de cerca

Aún conserva algunos vestigios de

la

antigua

resplandeciente y soberana hermosura, que pintó Winterhalter.

Esta anciana es llamada todavía la

Empera-

y reinó— verdadero capítulo de cuento de hadas que muestra los tesoros de imprevistas

triz,

75

Amado Ñervo maravillas que tiene la vida—, reinó sobre

el

pueblo más admirable, más inteligente y entonces más poderoso de Europa. Esta anciana es Eugenia de AAontijo, condesa de Teba, viuda de Napoleón III, nacida en Granada en 1826, hace noventa años... Su reinado está de tal modo unido en la his-

famosa expedición de México y la de aquel deleznable imperio de Maximiliano de Austria, que es imposible para un mexicano ver a esta Emperatriz y no pensar toria

con

la

fundación

allá

la otra, en la pobre Emperatriz Carlota. ¿Es cierto que Eugenia llamó a la guerra de México MI GUERRA, por haberla sugerido Napoleón? No lo sé. La historia lo rectificará o lo

en

ratificará.

Pero

las

dos víctimas de aquel Impe-

dos nobles y bellas víctimas, Maximiliano y Carlota, merecerán siempre la rio

de Barro,

las

compasión simpática del mundo.

Cuando

Carlota vio perdida la causa de

Ma-

ximiliano, quiso, de acuerdo con su esposo, intentar

un recurso supremo: convencer a Napo-

león para que no retirase su ejército de México,

único apoyo del pobre archiduque en aquella tempestad deshecha. Emprendió, pues, el viaje a Europa, acompañada de la condesa del Barrio.

Las jornadas de México a Veracruz fueron En las cumbres de Maltrata, una

penosísimas.

horrible tempestad se

desencadenó a su paso. 76

o

h

r

a

Completas

s

El trueno retumbaba pavorosamente en las tañas.

de

la

rayos, le

Los relámpagos alumbraban

la

mon-

lívida faz

Emperatriz con su fulgor repentino. Los

como

al

rey Lear,

le

apuntaban, pero no

pegaban...

En

París, Carlota se alojó

en

el

Gran Hotel.

Apenóle profundamente que la Emperatriz Eugenia, a su llegada, no fuese a recibirla. (Después se supo que había sido por culpa del ministro de México, que no acertó a notificar a tiempo el arribo de su soberana.) La Emperatriz adolecía ya entonces'^de'un'huraño anhelo de soledad. No comía casi. Su admirable cara de veintitantos años, tan bella, veíase de continuo enlobreguecida por una pena sorda y misteriosa. Al fin se le notificó que

el

Emperador y

la

Em-

peratriz la recibirían en Saint Cloud.

Napoleón, negó a mantener en México sus tropas. Carlota, en un momento de nerviosidad excesiva, se lamentó amargamente, con exaltada voz, de haber podido por un momento fiar en la promesa de un príncipe parvenú, AHÍ

la

entrevista fué angustiosa.

cortés pero firmemente, se

olvidándose

ella

de quién

era.

Después, cuando por insinuación de la condesa del Barrio, la Emperatriz Eugenia ordenó que trajesen a Carlota la naranjada que habitual-

mente tomaba en

I

las tardes, la

pobre princesa

N que estaba envenenada... empezaba a hacer presa en ella. Su pobre alma se asomaba ya al maelstroom de la locura, próxima a naufragar vaciló entornarla: creía

El delirio de persecución

en

él.

Puesto que Napoleón no accedía a sus súplicas y que su príncipe rubio, allá en México, iba a perecer sin esta ayuda, iría Carlota a hablar a

Pío IX:

más

él

intercedería ante el Emperador.

alta autoridad

moral del

mundo

La

sería oída,

por el sobrino del corso... y el trono de México se salvaría. Pío IX recibió a la Emperatriz familiar y afectuosamente, mientras desayunaba, después de sin duda,

la

misa. Pw^ro,

con inmensa estupefacción del Papa,

Carlota, cogiendo de pronto un pedazo de biz-

cocho, lo sumergió en

el

chocolate de S. S. y lo

que tehambre y que no podía tomar nada en ninguna parte, porque querían envenenarla. llevó ansiosamente a su boca, diciendo

nía

Pío IX comprendió... Sin dejar de sonreír, pidió un chocolate para

la

Emp:ratriz de México e hizo seña de que

la

vigilasen.

Carlota negóse a

que

si salía

salir del

Vaticano, afirmando

peligraba su vida. 78

Obras Completas Se quedaría allí. jAllí dormiría! Gran conflicto. En las habitaciones

del

Papa

jcn-és ha ccín ico nujer alguna... El protocolo.. la

costumbre...

Pero no hubo remedio: la augusta leca se negaba en absoluto a marcharse, y fué preciso preparar para ella y para la condesa del Barrio dos

camas en

Más asilo,

a

la

la Biblioteca...

tarde,

unas monjitas, directoras de un M. para que asistiese

fueron a invitar a S.

inauguración del nuevo

edificio. S.

M. acep-

tó complacidí sima.

Vino por ella una carroza, y acompañada de monjas fuese del Vaticano. La discreta diplomacia pontificia había hallado el medio suave de hacerla salir del palacio. En la inauguración todo iba bien. Las niñas las

le

recitaban cumplidos y le ofrecían flores: la

Emperatriz sonreía.

Llegó

la

hora de

visitar

el

refectorio y la co-

un manjar de

cina, y se ofreció a la Emperatriz

los preparados...

tenia una

«Era

Pero

el

pequeña mancha de

la huella

la

La Emperatriz

condesa...

No

pro-

baría bocado...

Y

vino en seguida un horrible acceso de in-

sania; fué preciso a loca, meterla

la

fuerza sacar a la pobre

en un coche, cuyos 79

I

orín...

del veneno...»

mostró aquella mancha a

I

cuchillo de su cubierto

visillos

des-

Amado Ñervo garraba retorciéndose y gritando, y llevarla a un asilo.

B El epílogo de esta lamentable historia, fué, en

México el fusilamiento de Maximiliano, acompañado de los generales Miramón y Mejía, y en Bélgica será

la

muerte de

la

emperatriz loca.

Maximiliano fué fusilado en Querétaro, el 19 de junio de 1867. Murió con la noble serenidad

de un verdadero príncipe. He aquí cómo nos refiere cretario particular,

el

don José Luis

que fué su seBlasio, los pre-

liminares de la gran tragedia:

CÓMO ME DESPEDÍ DEL EMPERADOR «Después de mi última entrevista con

el

empe-

rador, el 16 de junio, día fijado para la ejecu-

que debía ser a las seis de la tarde, y despedido de él cuando me dio la cartera,— en que escribió con lápiz unos renglones, los que después, por temor de que se fueran borrando con el tiempo, pasé sobre ellos tinta, y de cuya car-

ción,

y renglones se ha tomado hoy una fotografía,— llevado de nuevo a mi prisión, del convento

tera

referí a mis compañeros lo pasado, mayor ansiedad esperamos de un mo-

de Teresitas, y en

la

Obras Completas mentó a otro saber si la ejecución tenía lugar; cuando uno de los oficiales que nos custodiaba, compadecido de nuestra pena, nos dijo que ésta se había aplazado para

tonces que

el

el

día 19, creyendo en-

Gobierno de

la

República, conce-

día el indulto a los tres sentenciados a muerte;

pero no fué

miento de

Como

así,

la

y

el

día 19 tuvo lugar el cumpli-

horrible pena.

durante los días del

16

al 19, a

pesar

de mis instancias no volví a ser llevado a presencia del emperador, sólo más tarde me fueron referidos los detalles de lo pasado en esos días,

por los

fieles

criados Grill y Tudos, y por lo re-

ferido por el doctor Basch.

Después de mi

salida de la celda, el confesor

del emperador, el padre Soria, vino,

y mientras emperador fué llevada al cuarto del doctor, donde éste escribió hasta las dos de la tarde. A la una fué celebrada una misa en el cuarto de Miramóp, y los tres sentenciados recibieron la Comunión. A las dos el doctor Basch llevó las cartas escritas a la fiema del emperador, que las

tanto la

mesa de

escritorio del

firmó, diciendo:

«Puedo asegurar que morir es más fácil de lo que me había imaginado. Estoy enteramente dispuesto.>

A

las tres el

emperador se despidió de Basch

y de los criados, los que sollozaban

al

besarle

81

Tomo XVI

6

>

N manos. Al quitarse su anillo de casamiento, que dio a Basch, le dijo: «Os dirigiréis a Viena las

para hablar del

mis últimos

sitio

a mis padres, refiriéndoles

días; diréis a

plido con mi deber

mi madre que he cumsoldado, y que he

como

muerto como buen cristiano.» El oficial de guardia, que a la vez estaba nombrado para mandar el pelotón de la ejecución, pidió llorando, perdón al Emperador. «Vos sois soldado— le dijo éste—, y es necesario cumplir vuestro deber.>

Eran ya las tres, y nadie aparecia para buscar a los sentenciados. Durante una hora entera el emperador y los dos generales esperaron en el corredor

la

orden que los llamara

al

lugar del

suplicio.

Sin turbación, sereno, Maximiliano pasó este

tiempo en hablar con su confesor y con sus defensores Ortega y Vázquez, expresando la ale-

que le causaba la hermosura del cielo.

«Sea este

Y

fuere,

yo ya no pertenezco más a

su pensamiento y sus actos del 16

al

19

fueron en perfecta armonía con esta resignación. El día 18, a las

dor se metió en

ocho de

la

la

noche,

el

empera-

cama y estuvo leyendo du-

rante una hora la imitación de Jesucristo, que

había pedido

al

padre Soria; después apagó

la

cuando alguno entró en el doctor Rivadeneira, anunciando

vela y se durmió, cuarto: era el

que Escobedo deseaba hablar

al

emperador.

El ruido lo había despertado, y volvió a en-

cender su bujía. Escobedo se aproximó, saliendo peco después.

«Escobedo ha venido a despedirse; es lásdormía yo tan bien»— dijo al doctor

tima,

Basch.

Después volvió a apagar su luz, y al cabo de una hora se oía su respirar tranquilo y regular, pues se había vuelto a dormir. 63

N A las tres y media de la madrugada se despertó y llamó a vecino; co, el

misa.

los criados

que dormían en un cuarto

confesor llegó en seguida y a las cinemperador y los generales oyeron una

A

el

las seis

menos

cuarto,

tomó

el

desayu-

no, que consistió en café, pollo, media botella

de vino y pan. A las seis y media llegó Palacios con la escolta, y el emperador salió, colocándose en medio de ella. Junio de 1917.

José Luis Blasco.»

En cuanto al último acto de la tragedia de Querétaro, oigamos como lo narra otro testigo presencial: el general Blanquet, quien lo refirió al periodista

Ángel Pola:

«Maximiliano en su prisión, estaba abatido; a

menudo

se paseaba. Mejía parecía

triste; tal

vez

por estar enfermo; tenía puestos unos sinapismos.

A Miramón

Como

le

veía sereno, pero contraria-

emperador, Mejía y Miramón se paseaban también en el recinto de sus celdas. do.

el

>Días antes de la ejecución, de orden superior, y al mando del capitán Montemayor, cinco sargentos primeros y dos segundos se ejercitaron 84

Obras Completas cn

el tiro al

blanco, siendo el blanco un maniquí

a quien suponían Maximiliano. Decíales Monte-

mayor que apuntaran bien al pecho, especialmente al corazón, para no tocar la cara, pues que se trataba de conservarla intacta y de embalsamar

el

cuerpo.»

B Al toque de diana del 19 de junio de 1867, empezaron a desfilar las tropas hacia el Cerro de Las Campanas. Formaron dos cuadros: uno grande en contacto con el público, y otro pequeño, dentro del grande, en contacto con los ajusticiados.

Como

a

las siete llegaron

en carruajes ceel brazo

rrados los reos, cada uno apoyado en

de un sacerdote, asiendo un

crucifijo

que apre-

taban contra su pecho, y rezando en voz muy baja. Vestían de negro y lucían una faja azul sobre

el

chaleco. El primero en aparecer fué

ximiliano.

Su continente

Ma-

era majestuoso, iba sin al

pequeño cua-

alto,

y esperó. Es-

sombrero; avanzó hasta entrar dro de ejecución, donde hizo

taba un poco pálido. Siguió Miramón, tranquilo,

con su paso automático de gran soldado; se dela izquierda del Emperador: hacía alarde

tuvo a

de firmeza y altivez. Fué el último Mejía, triste, con semblante de enfermo, como, en efecto, lo estaba; caminó pausadamente, y ocupó la de85

N recha de Maximiliano. El Emperador, viéndose en medio, con exquisita manera, tomó de la

mano a Miramón, y

le

cedió

el

centro, diciéndo-

En este momento, en que la silenciosa multitud aguzaba los oídos para escuchar los disparos, rompió el cuadro un niño, vestido con elegancia, que llevaba en una charola tres vendas de

le:

«éste es el lugar de los valientes».

critico

tela finísima,

muy

blancas, arregladas por deli-

cadas manos femeninas. Dirigióse a Maximiliano, le presentó la ofrenda, y el

con su diestra

las

alto, las estrujó

Emperador tomó

vendas; pero en seguida, en

y las dejó caer. El niño salió con

ellas.

Maximiliano fué el primero en hablar. Con voz gutural, muy gutural y fuerte, dijo: «Voy a morir por una causa justa: la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!» Entonces Miramón, pálido y con trémula voz, dijo:

«Mexicanos: En

el

Consejo, mis defensores

quisieron salvar mi vida; aquí, pronto a perderla, y cuando voy a comparecer delante de Dios, protesto contra

la

mancha de

traidor

que se ha

querido arrojarme para cubrir mi sacrificio. Muero inocente de este crimen, y perdono a sus autores, esperando que Dios me perdone y que mis compatriotas aparten tan fea mancha de

Obras Completas mis

hijos,

haciéndome

Mejía guardó

prema

justicia.

el silencio

de

¡Viva Méxicol»

la

resignación su-

.

Maximiliano desprendióse de su lugar, se acercó a los soldados que iban a dispararle, y dio a cada urio de ellos una onza de oro, diciéndoles: «Al corazón, al corazón.»

periistentemente

el

Y

les

indicaba

lugar con la diestra. Vuelto

a su punto, repitió: «Al»corazón.>

que fué el que mandó comenzó su obra; levantó su espaaltura de los hombros y los ejecutantes

El capitán Villalpando, la ejecución,

da a la prepararon sus armas; hizo un

ademán de

los sargentos: los tiros,

laron

uno

solo.

la

tendió y apuntaron;

ataque, y dispararon seis de

de tan uniformes, simu-

Maximiliano rompió con

la

mano

botón superior de su chaleco, que empezó a humear. Caído, movía el pie izquierdo, y

derecha

el

exclamaba: Era en esa hora plácida del aprés diner cuan-

do

el estómago, agradecido a la excelente cocina, nos regala con un suave calor, y el perfume del café y de los habanos, mezclado al tibio olor de

las espaldas

desnudas y emperladas, crea una

atmósfera deliciosa. >E1 secretario de la Nunciatura, un

monseñor

joven y afable, cuya sotana morada, siguiendo a la escarlata del Nuncio, contribuía con su especialísimo matiz a la tonalidad del ambiente, ha-

comido a mi lado, y juzgando acaso oportuno repasar algún recuerdo que tuviese relación con México, me refirió lo siguiente, en que quizá el lector halle una vieja esencia de poesía y de bía

tragedia:

•Residí algún tiempo en Bruselas— dijo— y en varias ocasiones hice, como tantos otros compañeros del cuerpo diplomático, excursiones a ,

todos esos

sitios deliciosos

trópoli belga. 88

que rodean a

la

me-

Obras Completan »Entre ellos

de

Bella del

la

que pudiéramos llamar Bosque Durmiente...

el Castillo

«Gracias a mi carácter especial, se

me

permi-

quizá con latitud, la visita del edificio y del

tió,

parque. Este último

más

bellos

»Caia

que he

la tarde,

es,

por

cierto,

uno de

los

visto.

serena y luminosamente.

»Yo me dejaba llevar por una blanda contemplación, por un manso divagar, hijos del sitio y de

la

hora, discurriendo entre los macizos

y cuando de pronto vi descender la escade! castillo a una anciana vestida de blan-

arriates,

linata

co, la cual, seguida a respetuosa distancia por

una dama, dirigióse al parque, pasando casi a mi Tenía grandes ojos pensativos y había en su andar no sé qué ritmo elegante, misterioso y lado.

lejano.

>Naturalmente —agregó

do



,

monseñor sonrien-

ya habrá usted adivinado que aquella dama

silenciosa, aquella esbelta sombra, era la Archi-

duquesa Carlota, la que un día se llamó empede México, y hace treinta y seis años, ab-

ratriz

sorta en

hondo ensueño, habita

el castillo

como

una princesa encantada, esperando en vano a su principe rubio, que no vendrá jamás.»

B Y para que

la

narración sea completa, repro-

ducirá Luis, asimismo, la siguiente crónica pu-

N blicada por

A B

C, Qn

marzo de 1915, y proce-

dente del Havre:

«LA EMPERATRIZ CARLOTA

>¿Qué

suerte ha corrido la desdichada

Empe-

meses de guerra, estando su palacio-residencia dentro de la zona de invasión alemana, y habiéndose desarrollado en las cercanías de Aremberg combates de artillería entre las tropas belgas y alemanas? ratriz Carlota

de Méjico, en estos

siete

>Esta pregunta se hacían cuantas personas se interesan por la infeliz esposa de Maximiliano

de Austria. >E1 Gobierno belga, residente en esta ciudad, ha recibido informes interesantes, que fueron solicitados en primer término por el Rey Alberto, a quien la situación de su augusta tía pre-

ocupaba mucho. »La Emperatriz Carlota continúa en su castillo de Aremberg, respetada, como merece su sexo y su estado de salud, por los invasores.

>Ha cumplido setenta y seis años. Hace la vida de siempre. Los ecos del fuego de cañón y de fusilería han llegado hasta ella; pero por su inconsciencia no se ha dado cuenta de lo que significaban.

00

Obras Completas »Es curioso el relato que los servidores de M. I. han hecho de la presencia de las tropas alemanas en Aremberg. »Un día se presentó ante la reja de la posesión un destacamento de caballería, mandado por el S.

capitán Schmiz. » Extrañado éste de ver sobre la puerta una corona imperial, y en lo más alto del edificio enarbolada la bandera austríaca, preguntó al conserje, que vestía librea roja y ostentaba en el cuello

de su casaca »

ge

el

—¿Quién

al

escudo imperial de Austria:

reside en este castillo,

que se aco-

pabellón austríaco?

»— Su Majestad la Emperatriz de Méjico, Archiduquesa de Austria— contestó el servidor. »— Deseo confirmarlo, y ofrecer mis respetos a

señora— añadió

la

el

capitán.

— Imposible— repuso

el portero—. La Empepadece enajenación mental desde hace cincuenta años. Lo que puedo hacer es poneros en comunicación con el mayordomo mayor de »

ratriz

Su Majestad. »En efecto, del castillo,

el

capitán

y se puso

al

Schmiz pasó al interior habla con el alto fun-

cionario palatino, ante quien insistió en su de-

que constituía más bien una obligación, de la augusta dama. contestó el »— Lo único que puedo hacer es facilitaros el medio de que la mayordomo

seo,

ver a





91

N que ella advierta vuestra presencia. Es una consigna que tengo que cumplir. Es además una prescripción facultativa, que hasta aquí ha sido respetada... veáis, sin

»El capitán y

el

funcionario pasaron a otra sala

de la planta baja, cuyas ventanas dan sobre el parque del castillo. »Poco después pasaba ante su vista una venerable anciana, encorvada, de blanquísimo cabello, vistiendo sencillo traje negro. Se apoyaba en el brazo de un viejo criado, y paseaba lentamente, silenciosa, inexpresiva. »E1 capitán Schmiz salió de Aremberg y se dirigió a Bruselas, donde dio cuenta a sus superiores

de

que acababa de realizar a la repobre loca, que vive moralmente

la visita

sidencia de

la

muerta desde

el

día en

que su marido,

el

Empe-

rador Maximiliano, fué fusilado por las tropas

mejicanas en Querétaro. >E1 Estado

Mayor alemán ha hecho

fijar

en

la

puerta principal del castillo de Aremberg un car-

que reza

tel

así:

«Residencia de S. M.

la

Emperatriz de Méji-

Archiduquesa Carlota de Austria y hermana política de S. M. I. el Emperador Francisco José, nuestro augusto aliado. Respétese esta posesión, y absténgase todo militar alemán de penetrar en co,

esta

morada y de

llamar a sus puertas.»

92

Obras Completas Y

en todo esto piensa Luis tristemente, mienla Emperatriz Eugenia: más bien alta que mediana, muy blanca, sonriente, siempre sonriente, con su traje negro de elegante severidad, evocando, a través de los tras

observa a huríadillas a

montones de nieve de

los años,

la ideal figura

pintada por Winterhalter; en todo esto piensa Luis cuando, a diario, pasa frente a sus balco-

nes esa sombra que tiene algo de las Electras las Ifigenias...

93

y

Ni siquiera había alguien que se atreviese a quitar

el

perro de los

tranvía no

rieles,

consumara

la

para que

el

próximo

obra iniciada por

el

automóvil.

»Pero

la

bestezuela,

movida por

el

aguijón

formidable de su instinto, y a pesar de lo derren-

M

Obras Completas gada y maltrecha, hizo un esfuerzo (iba a decir «sobrehumano») y se arrastró, dando alaridos de dolor^ hasta la acera cercana, yendo a acurrucarse cerca del umbral de una puerta. Los bobos seguían rodeándola estúpidamente, sin atreverse a socorrerla. >

Algunos, más oficiosos,

para ver dónde estaba

el

le

palpaban

mal, y no los

el

cuerpo

movian a

compasión sus chillidos, hasta que el animalito acabó por enseñar rabioso los dientes a quienes se aproximaban demasiado. »La nena, nerviosa, angustiada, me dijo: > Baje usted y vea cómo está; vea qué puede



hacer por

él.

»No se atrevía a decirme todo su pensamiento. »Todo su pensamiento era:

>— Si

lo •

usted tuviese el valor de cogerlo y traera casa, aquí, cuando menos, moriría en paz... >Pero yo comprendí, y bajé, dirigiéndome al

donde yacía el perro, que, a cada amago de tocamiento, aullaba de miedo al dolor. »Me acerqué al grupo, y vi que no había rastro de sangre. sitio

>Sin duda se trataba de un miento. Además, parecía

como

terrible si las

magulla-

patas estu-

viesen rotas. >E1 animalito, lleno de barro, no era feo: pequeño, con grandes orejas; de pelo blanco y negro, en manchas muy desiguales; la cabeza, 95

N negra,

menos una

recía la raya

línea central, blanca,

que pa-

de un peinado. Ojos llenos de com-

prensión, de inteligencia.

»Me

informé con

el

grupo de bobos, en su ma-

yoría chicuelos del barrio, acerca de los detalles del accidente.

»Un chico me

>— Yo

dijo:

lo vi todo.

Le pasó por encima una de

ruedas del automóvil.

las

»Otro:

»— Está derrengado. >Otro:



Tiene «partidos> los ríñones. Morirá, alo más, dentro de una hora. >— Y si no— añadió otro—, vendrán los perre»

y lo asfixiarán. >Por último, una mujer n-.e dijo: >— Venía con su ama, señora anciana, que al verlo caer bajo las ruedas del auto, fuese tapándose los ojos y dando gritos... Tenía un collar,

ros, se lo llevarán

pero un chico acaba de quitárselo. >E1 perro, en tanto,

me

miraba. Parecía

com-

diálogo y darse cuenta de mi interés. Sus ojos, tristes, tenían un simpático brillo de

prender

el

aquiescencia. >

Acerqué lenta, muy lentamente mi mano y con suavidad su cabeza. No me mordió.

acaricié

Seguía mirándome intensamente.

»—¿Cómo

podría llevármelo a casa?— pre9ó

o

d

a

r

Completas

8

gunté a los chicos—. ¿Quiere cogerlo alguno de vosotros?

>— ¡Nos

»— Tal

mordería!— replicó uno.

vez en un saco, poniéndole con cuida-

do—insinué.

>Una voz,

la

de

la

mujer de marras (madre, sin

duda), surgió:

»— Cójalo

usted

como

los

cuando son pequeños: de

No

le

la

cogen

las perras

piel del cogote...

hará nada.

»Seguí

consejo, y

el

bestezuela se dejó ha-

la

cer dócilmente, sin quejarse. » Seguido

de

la

turba de chicuelos, atravesé la

subí a mi casa. La nena, compasiva y curiosa, salió a recibirme.

calle,

•—¡Animalito!— exclamó xión de inmensa piedad.

Y

al verlo,

trajo

con

infle-

unas mantas,

que puso en un rincón. >Lo echamos allí; despedí a los chicos, y ordené que lo dejaran en paz, limitándome a ponerle cerca un poco de leche. »— ¡Que se muera tranquilo!

B >Dos

días pasó el perro en su rincón sin

ver apenas

más que

la

mo-

cabeza, para seguirnos

con los ojos, entre curiosos y asustados, cuando pasábamos cerca de él. Respiraba con mucha fatiga.

07

Tomo XVI

7

N con gran sorpresa, lo encontracasi de pie... »Por la tarde, cojeando horriblemente, arrastrándose, pugnaba por ir y venir. »Un día más, y con torpeza, pero con resolución, paseábase ya por toda la casa. »Y a medida que iba curando, la gratitud, esa gratitud de la que no hay ejemplo entre los humanos; el amor, ese amor maravilloso al que nunca ha faltado la especie desde su enigmático pacto milenario con el hombre de las cavernas, iba manifestándose con más intensidad. »La cola no descansaba. Los gritos de alegría eran continuos en cuanto nos acercábamos a él. > Al

tercer día,

mos ya enderezado,

>— ¿Qué nombre le pondremos?— preguntó la nena—. De seguro el animalito tenía el suyo... pero vaya usted a preguntárselo!

>Me quedé

perplejo.

»Eso de poner un nombre es cosa muy delicada. iUn nombrel ¿Sabéis todo lo que es un nombre? La creación de una cosa en nuestro conocimiento, la individualización por excelencia... (la

que dentro de nosotros mismos otorgamos a que parecen venir del ex-

las representaciones terior; la

única «real».)

>FeHzmente, recordé una festiva costumbre de cierto amigo mío. Éste, cuando compraba algún objeto, por ejemplo

cortaplumas, veía

un bastón, un

el

lapicero,

un

calendario y bautizaba su 98

Obras Completas compra con eí nombre del santo del día. Tenía unos gemelos de camisa que se llamaban Justo y Pastor, una pluma-fuente que hubiera respondido (escribiendo) al nombre de Escolástica; un reloj al que había nombrado Canuto... et sic de ccEteris.

»Vi, pues,

el

santoral:

Rezaba «San Pascual

Bailón».

>Y

el

perro se llamó Pascualillo...

>Mientras escribo estas líneas está aquí, a mis

mirándome con una húmeda mirada de tery por mi un amor que

pies,

nura. Tiene por la nena

raya en

la insensatez...

como todos

los

grandes

amores. *

Cuando

llego a casa, por la noche,

conoce

la

vibración especial del timbre, un poco prolon-

gada, y aulla de placer. Salta como si se rebotara sobre el suelo, con sus patas < chuecas» aún,

pero ya seguras; rrer

me abruma

a fiestas, echa a co-

vertiginosamente, describiendo un círculo

cada vez más amplío en torno mío, y cuesta trabajo calmar su alegría atolondrada y ruidosa.

•Durante otros. Si

el día está siempre cerca de nosnos movemos, su mirada inquieta nos

sigue. Sabe,

que

le

con un saber escondido y profundo, la vida, y estoy seguro de que la

salvamos

daría por nosotros.

>|Pobre Pascualillo! ¿Habría un amigo en el

n •.i

N

m

A

mundo, habría una mujer que pagase

así

un be-

neficio?

amigo nos odiaría a fuerza de sentirde debernos la existencia. En cuanto a la mujer... tal vez se habría ido ya con »lAy! El

se humillado

otro.>

Julio 1915.

100

EL TREN QUE SE MARCHA...

I

IJ NO de

los espectáculos

más

desde su balcón, es que se marchan.

asiste Luis,

Allá, abajo,

frecuentes a que el

de los trenes

está la estación del Norte.

locomotoras van dejando se mece en bre

la

el aire,

so-

placidez del paisaje.

Como

la distancia

ciende rumbo

a que se ve

al Escorial

en virtud del ángulo,

el tren

que as-

es relativamente grande,

las

cortejo de carros, parecen

mente. 101

I

Todo

pues, la gran culebra de vapor que las

el dia,

locomotoras, con su arrastrarse

penosa-

Amado Ñervo Por

noche, en

la

todo en

el

vibra dolosamente,

como un

casi

total,

como un

grito

sobre

máquinas de alarma,

aullido de terror.

que duerme mal, oye varias veces este

Luis, grito

el silencio

invierno, el silbido de las

de

la sirena

andariega.

Sin embargo, más que pavor, cuando lo escucha, siente nostalgia... nostalgia de París.

Dos de esos

diariamente a París, a

la

menos, se marchan ciudad bien amada, con

que Luis sueña, y de

la

cual no sé qué destino

parece

trenes, por lo

alejarle.

libre, libérrima, hasta donde puede esclavo arbitrio. Tiene Luís medios de subsistencia muy modestos, mucho, muy modestos; pero que le permitirían vivir donde quisiese. Quiere ir a París, siempre ha querido ir a Pa-

Luis es

serlo el

y, sin embargo, ¡no val ¿Por qué? Por esas mil invisibles sutiles causas que se enredan a nuestra voluntad como los hilos de la araña a la mosca; por esos innumerables guijarros que van obstruyendo un camino; por esos obstáculos pequeñitos que se levantan a nuestro paso y que, en fuerza de su número, se vuelven imponentes e invencibles. Luis, en otro tiempo, vivió años en París. Su situación económica lo obligó un día a mar-

rís...

charse. 102

Obras Completas Para

aquella partida fué una verdadera ex-

él

patriación.

Pero toda su voluntad, como un arco, se encorvaba, y tendía hacia un fin: volver. Entonces, escribió estos versos: sí! yo tomaré, París divinol qué nave?

¡Oh,

—En

—Dios

sabe...

¡Yo no

Mas

sé!

sé que ni la vida ni

el

destino

impedirlo podrán. Es un camino fatal el

que nos une. Tornaré.

Veré tus bosques tranquilos en que dormitan los tilos; veré tus parques espesos, llenos de citas y besos; veré ¡todo,

todo

lo

que amé!

Yo tornaré. Me aguardan los castaños de un verde transparente; los huraños muelles mohosos de tu grácil rio. Lejos de ti mis años no son años:

son nostalgia y pasión y angustia y

Veré tus brumas livianas, que te arropan como en tules, en tus divinas mañanas aezuls.

Veré tus abriles breves llenos de aromas y broches,

103

frío...

Amado Ñervo y el armiño de tus nieves y la plata de tus noches. Veré ¡todo, todo lo que amé! ¡Oh!, sí yo tornaré... Mas, si no alcanza mi alma esta dulce aspiración suprema, ¿qué haré? ¡Clavar, sañudo, mi esperanza en el ancla divina, que es su emblema! (1).

La profecía

se cumplió.

Luis volvió a París, tres años después... pero

de paso. El destino lo empujaba lejos de la ciudad novia. Año por año, Luis iba a darle un beso, un beso furtivo, y se decía: «Cuando yo sea libre, volveré y me quedaré!» Y fué libre, y no volvió, y aún no vuelve... ¿Volverá? ¿A qué volverá en suma?... ¿Para qué volverá? Luis tiene ya cuarenta y cinco años y una vida

interior tan

honda, que dondequiera

está bien.

Sin embargo, ese tren que se marcha dos o tres

veces

tuerce en

al día;

el aire;

esa víbora blanca que se reese silbido que parece queja,

producen en Luis una nostalgia misteriosa y profunda. (1)

V. Obras completas,

vol. IV, págs. 221-222.

104

LA DIARIA TRANSFIGURACIÓN

Luis ha

leído

que

los poetas le

tragedia: la diaria tragedia,

Un la

llaman a esto

como

si

dijéramos.

poeta amigo escribió un poema, en que

noche

— Ótelo — asesina

— Desdémona—

Muy

a

la rubia

tarde

poema, pero no convence, porque después, al amanecer, un Ótelo rubio, la Aurora, estrangula a una Desdémona morena: la noche... Donde las dan las toman. .

bello el

Luis llamará, pues, a los crepúsculos vespertinos, la diaria transfiguración.

En

la

gran Plaza de Armas del Real Palacio

ultrasimpática,

juegan

allí

porque todas

los niños pobres; 107

las tardes

serenas

a un paso de los

Amado Ñervo reyes que entran y salen, hay un mirador que se

abre en

la galería

del poniente

formando varios

espaciosos arcos, y que se llama por antonomasia el balcón de Palacio.

Naturalmente, este balcón es

muy

superior al

de Luis. Luis, sin

que

embargo, prefiere

así el

el

suyo. Parécele

espectáculo vespertino es para

él

cuando menos, que él lo ve desde su palco. ¡Triste vanidad humana, o triste vanidad sólo... o,

de Luis!

Por

lo

demás, sorpréndese

él

de que espec-

táculo tan prodigioso no merezca otra mirada

que

y

la

la

de

suya,

la

de

las niñeras

tal

o cual paseante

distraído,

bobaliconas que charlan con

los novios, mientras aquella conflagración luces, aquel conflicto

de colores, aquella

de

crisis

como una epopeya de otros mundos. ¡Ayl un día los trusts yanquis o alemanes acapararán— vais a verlo— todos los crepúsculos y todas las noches de luna... y entonces muchos snobs pagarán el espectáculo, naturalmente en las funciones de moda. También lo pagarán los pocos novios románticos que queden. ¡Ahí muy pocos. (Luis ha oído a innumerables novios de Madrid hablar de política.) cromática indescriptible, se desarrolla

Y querrán

pagarlo, es lógico, los tres o cuatro 108

Obras Completas poetas

éstos,

para

que queden en

liiicos

haber tenido

como

el

el

mundo por no

valor de suicidarse aún... Pero

es de esperarse,

la entrada,

no tendrán dinero billete de

y habrá que darles

favor.

Claro que a

no

la

la

divina tarde no le importa

que

vean. Ella se enciende, se colora, se tiñe,

se matiza, en la soledad augusta del poniente,

pensando acaso que basta

la

mirada de un hom-

bre artista para compensarla de su derroche

ma-

que en suma, todo hombre es el centro del Universo, y sus ojos los ojos, con que la Naturaleza se contempla a sí misma. Y así sucede que a diario, la «religiosa» la ravilloso;

«unciosa>, la «pensativa» tarde (jtantos nombres

que

le

han dado

los poetas bautizando así sus

propios estados de alma!) va abriendo sus joyeros,

va extendiendo por

la

atmósfera tibia sus

oros, sus argentos, sus jades, sus lapizlázulis,

sus ópalos, sus topacios.

La magnificencia de los funerales del dios supera a todo lo soñado, y cuando la noche surge como una reina de Saba de aquella transfiguracontemplador embelesado dice a Aquel «que encendió el lucero>: ¡Señor, ahora si puedes llevarte en paz a tu siervo, porque mis ojos se han saciado de tus maravillas!

ción, el

109

ELOGIO DE LA NOCHE

V

lENEN a

la

memoria de Luis dos sonoros ver-

sos de las mocedades del notable poeta Chocano, versos de

una improvisación, que dicen:

Brindo por

el

Rey

Sol,

porque

es Satanás que cruza por

la

noche

el cielo.

Pobre y divina noche calumniada. {Satanás eterna empolladora de astrosl Los poetas no han sabido, no hemos sabido, en lo general, comprender la noche: cuando más, la hemos comparado a los ojos negros de las ella, la

amadas. Y no sólo no la hemos sabido comprender, sino que algunos la han injuriado. Citaremos a su más reciente y notorio enemigo: Rostand, quien en aquel famoso Chantecler canta un him-

no

al sol

e insulta a

la

noche.

m

Obras Completas jComo si el sol fuera otra cosa que una de más modestas estrellas de la Vía Láctea! El día no significa sino la aproximación a estrella.

Lo tienen

los millones

las

una

de millones de

mundos que gravitan alrededor de esos gigantes que se llaman Canopo (quicio del universo), Sirio,

Vega, Rigel, Arturo, Alfa del Centauro, Ca-

pella,

Aldebarán, Antarés,

y es un Lo tienen

Altair,

extraordinario que el nuestro.

día

más

los pla-

netas a quienes los soles duplos, triples y cua-

druplos calientan e iluminan con maravillosas

combinaciones de colores... Lo tienen, en fin, todos los cuerpos obscuros que se aproximan a

un astro cualquiera. El día no es más que una relatividad. No es más que un deslumbramiento que ciega nuestros ojos, haciéndoles incapaces de percibir las infinitas tenuidades del Supremo Enigma que nos rodea. ¡La

noche es todo!

Sin

ella el

ría

hom.bre no sabría nada, no pensa-

nada, no descubriría nada.

La noche es nuestra madre, nuestra heredad y nuestra esperanza. El Chantecler, de Rostand es, pues, un pobre miope. Cieito que,

como

dice con suave ironía Carlos

Nordmann, no se puede llináceo que sea filósofo.

m

exigir

a un simple ga-

Amado Ñervo «Conviene

—al lado

— añade este eminente astrónomo

del brillo del día, adorar también el

moreno encanto de la noche. »Y no intento hablar aquí de su embeleso novelesco, sino únicamente de los progresos le

debemos en el Saber. >La media noche no

que

es sólo la hora de los

crímenes, ni de los complots, seguramente deplorables, fraguados por los picaros los gallos; es

los hacia los »

Durante

también

mundos el

día

la

buhos contra

hora de los vastos vue-

lejanos.

no se ve más que

el sol:

la

noche nos muestra millones de soles. Y si el deslumbrador telón que la luz solar extiende entre el cielo y nosotros está tejido de rayos resplandecientes, no por eso deja de ser telón, porque nos vuelve semejantes a las falenas, a quienes una luz demasiado viva impide ver más lejos que la punta de sus alas... >Cosa admirable: esas perspectivas que nos abren

espacio, no las

el

debemos sino

cura claridad que desciende de las decir, a

una

a la «obs-

estrellas; es

ligera vibración del éter».

el mundo sobre sus hombros. tenemos ahora, todo entero, suspendido del hilo impalpable y dorado que se llama un rayo de luz.» ¡Y ese hilo de oro nos lo da la noche! No la maldigamos, pues, oh poetas hermanos

»Atlas llevaba

Nosotros

le

112

Obras Completas míos, oh hombres de pensamiento y de ensueño: amémosla, por

el

contrario,

con un amor

exclusivo y sagrado; cantémosla místicamente

como En

el

divino Novalis.

su regazo sin límites, nos dormiremos

hombres para despertarnos ángeles. Gracias a su sombra, cómplice de grandezas, veremos los signos de inteligencia que las estrellas hacen a nuestras almas.

113

Tomo XVI

LA ESFINGE ROJA

I

Como la

un maravilloso topacio, Marte luce en

diafanidad de un cielo de invierno de esos

esencialmente madrileños (cuando cuajan). Luis ha estado

que

el

esperando pacientemente a

enigmático planeta salga asaz temprano

para poder contemplarlo antes de

che en

el

recordará

la

Poniente, que es adonde el

a una altura

media no-

mira— como

paciente lector— su balcón; y verlo tal

que no sufra

la

imagen

las

abe-

rraciones propias de to Jo objeto telescópico que

se acerca a las brumas del ocaso.

Claro que con el pequeño antee jo de Luis, Marte presenta un disco mínimo. Parece un pe114

Obras Completas queñísimo sol rojizo y tembloroso. Pero Luis ha ejercitado sus ojos, y una vista diestra ve muclias cosas:

por ejemplo,

el

casquete polar, casi

microscópico, de una blancura deslumbrante.

Sin embargo, quienes ven a Marte sin

la

pa-

ciencia y perseverancia de Luis, aun a través de los grandes telescopios, sufren profundo des-

encanto

.

—¡Cómo!— piensan— ¿y eso es todo? |A eso se ponderada contemplación los mundos de nuestro sistema solar!... ¡Un disquito amarillento en el que se adivinan algunas manchas, hoy por cierto más pálidas que nunca! ¡Qué mentirosos son los

reduce del

la

famosa,

la

más enigmático de

periódicos y los libros! La decepción parece a primera vista justifica-

Los mapas e imágenes de Marte, difundidos la saciedad por los libros de vulgarización científica, por las revistas y periódicos, nos muestran al planeta con un casquete de hielo en el polo visible, con mares interiores de una entonación obscura, con lagos casi circulares como el Solis Lacus, y entre unos y otros, la geométrica, la prodigiosa red de canales que Schiaparelli descubrió en 1877, y que Mr. Lowell, del Observatorio de Flagstaff, Arizona, ha acertado a fotografiar, dando asi un mentís a quienes pretendían que eran simples ilusiones de óptica, o bien puntos sucesivos que el ojo del observada.

hasta

115



Amado Ñervo dor unía por medio de una operación maquinal,

como

se verá en

hablemos de

el

capítulo siguiente,

los detractores

de

la teoría

cuando de los

canales.

Naturalmente, el observador bisoño, al asomarse por primera vez a un telescopio, piensa que va a ver toda esa misteriosa urdimbre de manchas y de líneas; y cuando sólo advierte un disquito anaranjado en que el casquete del polo sur se recorta apenas, y la sombra de Sirte sólo se presiente, retírase

Gran

la

desconsolado y

lleno de disgusto.

—Todo

eso que cuentan de

no es más que

Marte— se

dice

fantasía de poetas.

amigos— piensa Luis—, no que he leído mal cuando he leído es-

¡Ah, mis buenos

me

diréis

tas palabras

en vuestros ojos!

Claro que sólo osaréis pronunciarlas en

timidad del hogar; pero ¡quién duda que

la in-

las

pro-

nunciáis!

Luis recuerda a este propósito algo personal: la

primera vez que su curiosidad se asomó a

lente de

un ocular para ver

el sol, advirtió,

en

la el

metal deslumbrante de su disco, un punto negro. Parecía

un lunar en un espejo.

Era una mancha.

—¡Una manchal— pensó Luis—: lie

a eso se re-

Obras Completas ducía una mancha... Él las había visto dibujadas

de Astronomía, con emocionante de detalles: eran abismos de colores, de las formas más terribles y fantásticas, sobre las cuales danzaban indescriptibles puentes de llamas. ¡Cómo había anhelado Luis contemplar tales maiavillas en la faz divina del astro! Y ahora estaba allí tras la lente del aparato, y eso era todo lo que veía: un punto negro, y roen

los libros

lujo

deándolo, algo parecido a patas de mosca en

una superficie radiante... Se fué desengañado y melancólico. Después, poseyó un anteojo, una , y se dio a contemplar el sol; y a medida que se iba familiarizando con esta contemplación, las manchas revelaban más detalles, inaudita cantidad de detalles; y un día las vio por fin tal cual las dibujan los astrónomos,— un abate Moreux, por ejemplo,— y puede asegurar que difícilmente basta una hora a un buen dibujante para reproducir los principales aspectos del más simple de estos fenómenos, y la inimaginable diversidad de sus suaves coloraciones.

B Los mapas de Marte están hechos, por de la suma de enorme cantidad

contado, gracias a

de

observaciones, verificadas en 117

muchísimos

Amado Ñervo observatorios por innumerables astrónomos, durante varios años.

¿Cómo

sería posible

cuando no hay dos

ins-

tantes en que la atmósfera sea idéntica en clari-

dad, en humedad, en quietud, lescopio, la primera vez que

todas

las

etc., ver en un teuno se asoma a él,

particularidades de la superficie del

planeta?

Marte es uno de los objetos telescópicos más de observar. De aquí que, antes de cada oposición (por ejemplo, de esta de 1916) los astrónomos se preparen a sorprender los cambios que vienen notándose en su superficie, con todo difíciles

un programa, que, ahora, es el propio profesor William H. Pickering quien ha redactado y dirigido a todos los centros técnicos del mundo.

Para que los profanos adviertan siquiera la nieve de los polos, se requieren aumentos de doscientos diámetros, en noches claras, y una atención sostenida. Para ver el mar Adriaticum, que finge gran ala de murciélago, requiérense, en condiciones normales, aumentos de trescientos diámetros. Para notar los grandes canales, el

Euphrates,

el Etiops, el

Ganges,

etc.,

como

bastan

apenas aumentos de 456 diámetros. Para darse, en fin, cuenta de esos cruzamientos y entreveramientos de líneas que constituyen el sistema general de canales y que son tan finas como los

más

finos retículos,

se necesitan aumentos 118

o

r

b

Completas

s



de 600, de 800 y hasta de 1.000 diámetros, y eíto suponiendo que poseemos un gran ecuatorial, en «1 que tales aumentos no perjudiquen a la claridad de la imagen, que la definición tea buena, que no haya corrientes de aire demasiado intensas y que el vapor de agua no sea excesivo en la atmósfera. ¿Cómo sería, pues, posible que al primer vistazo advirtiéramos todas las maravillas de la Areografía o (Grafia de Ares) que es

el

nombre

griego del planeta?

Los astros eternos no nos revelan sino

muy

lentamente sus secretos luminosos y lejanos. La tierra, dadas las condiciones de su atmósfera,

es un pésimo observatorio astronómico.

Balcón que da al infinito le hemos llamado; pero es un balcón cerrado por espesas vidrieras, que a cada instante se empañan, se enturbian, tiemblan: las vidrieras de nuestra atmósfera.

La luna



que

sería

un observatorio

ideal,

perfecto, maravilloso; pero los pobres astróno-

mos de

la tierra

se asfixiarían probablemente en

aquella superficie, ya ardiente

como un

metal

ya espantosamente fria como el espacio; y donde, si hay atmósfera, es de una tenuidad indecible, en aquella superficie ultrajada y atormentada por seculares conflagraciones de

puesto

al rojo,

fuerzas.

Tenemos que contentarnos, 119

pues, con nuestro

Amado Ñervo con las raras escapatorias que nos concede el móvil cortinaje

terrestre observatorio, al infininito

de '

el

nubes.

las

como en

Así

guerra y en amor es lo primero

dinero, el dinero y el dinero, así para ser as-

trónomo, o siquiera aficionado,

lo

primero es

la

paciencia, la paciencia y la paciencia.

II

La existencia de

los canales

de Marte ha sido

puesta en tela de juicio desde 1877 por muchos sabios, y ha encontrado en otros siastas

Uno do su

muchos entu-

y perseverantes defensores. de los que más recientemente han nega-

realidad, es el director del Observatorio

Fabra, de Barcelona, don José

Comas

Sola, as-

trónomo estudioso, según el cual las grandes extensiones grises que se advierten en la superficie de Marte y que son «fajas más o menos anchas y generalmente difusas, aunque algunas ofrecen claramente

el

aspecto de lagos alinea-

dos, están constituidas, en parte cuando menos,

por lagos u oasis (regiones estas últimas en que la

vegetación es más lozana o

misma

la

coloración de

más obscura). > Los canales «serían EN REALIDAD CUENCAS HIDROGRÁFICAS, EN CUla

es

120

Obras Completas YAS VERTIENTES SE DESARROLLARÍA LA VEGETACIÓN. La dificultad de la visión de estos detalles

da un aspecto geomético que en realidad no tienen».

En concepto de

otros astrónomos, todo ese

reticulado canaleiforme no sería— según la ex-

presión del señor Martín Gil, sabio argentino—,

«más que

el

aspecto de sus costras secas, par-

tidas, resquebrajadas; las grietas

de

llo

los planetas

o patas de ga-

muertos o moribundos»...

En cambio un eminente americano,

el

Percival Lowell,— «el padre de Marte»,

profesor

como

lo

llaman los yanquis,— que dispone de uno de los

más formidables telescopios que existen en el mundo, afirma, y ha afirmado siempre, la existencia de los canales. He aquí lo que en carta de reciente fecha, dirigida a Camilo Flammarion,

nuevo telescopio de un mede abertura del observatorio Lowell, que está ya completamente equipado para la observación dice este sabio: «El

tro

visual, maestra los canales

como finas líneas exac-

tamente geométricas, corroborando así las observaciones hechas con instrumentos menos poderosos. Ello contradice

gún

la

la

opinión errónea, se-

cual los grandes reflectores no muestran

estos aspectos tan singulares y característicos de Marte.» (U Astronomie, marzo, 1914.) Percival Lowell lleva ya numerados más de 450 canales, y ha logrado fotografiar los mayo121

Amado Ñervo han publicado en numerosas revistas astronómicas, entre ellas en la Popular Astronomy, de Estados Unidos; en L'Astronomie, órgano de la Sociedad astronómica de Francia, y creo que en una revista res varias veces. Las fotografías se

alemana.

Los soñadores,

los

que piensan que en

neta amarillo que radia tan vivamente en terio

de

las

el el

noches hay seres mucho más

pla-

mis-

inteli-

gentes que nosotros, tienen, pues, un gran padrino para seguirlo creyendo. Este padrino es Percival Lowell, quien afirma que existe en Marte el

más vasto sistema de

ble,

para utilizar las aguas provenientes de los

irrigación

imagina-

deshielos polares, y llevar por toda la superficie

sedienta de un mundo de evolución muy avanzada—en que ya no hay océanos, sino simples

mediterráneos— la frescura y la vida. Por lo demás, no sólo se han fotografiado los canales por el sistema ordinario, sino que se ha empleado el método dicho de filtros selectores, el cual confirma plenamente las afirmaciones de Lowell. El señor Tikhoff, miembro de la Sociedad Astronómica de Francia y astrónomo ilustre, procedió por ministerio de estos filtros selectores, y, hablando de los resultados obtenidos, dice entre otras cosas: «La comparación de las fotografías tomadas a través del filtro rojo y del filtro verde, hace ver una gran diferencia en la 122

Obras Completas distribución de los colores en la superficie de

Marte. Sobre las fotografías rojas, los continentes (Helias,

Elyseum, Ausonla, Eridanda,

etc.),

se

como sitios más brillantes y sobrepasan con mucho en intensidad luminosa al caspresentan

quete polar austral. Al contrario, en las fotografías

verdes es

minoso del

el

muy obscuros en

casquete polar

disco.

las verdes.

En cuanto a

más

lu-

los mares,

son

el sitio

en las fotografías rojas, y grises

Además,

estudio de las pruebas

el

que es en las pruebas del rojo anaranjado, y sobre todo del rojo simple, donde se ven mejor los principales fotográficas originales muestra

canales,

como Xantus, Scamander, Simois, TarEn consecuencia^ el color de

tarus, Cerberus, etc.

los canales es semejante al

de los mares.*

Y

añade para concluir: «Los más notables entre estos canales, son Xantus, Scamander, Simois y Taríarus, que aparecen visibles como líneas continuas y regulares, y no están de ningún

modo compuestos de puntos

separados.*

La anchura de estos canales es de doscientos kilómetros poco más o menos.

Pero, volviendo al ilustre astrónomo señor

Comas de

Sola, diré que,

si

no admite la existencia cambio enérgicamen-

los canales, si afirma en

te la habitalidad

de ese misterioso planeta, como 123

N la ha firmado siempre el gran Flammarion (autor de un precioso libro sobre Marte, nutrido de datos), quien dice: «La hipótesis de que Marte está actualmente habitado por una raza intelectual

muy superior a la

nuestra, se afirma gradualmende año en año, a medida que las observaciones astronómicas se vuelven más precisas. > (< Flammarion: Les Autres mondes sont-ils hate,

bites?^)

Por su parte, el señor Comas Sola nos dice: Ahora bien, admitida la existencia de seres vivos en el planeta rojo, ¿es

posibl» comunicarnos con ellos?

— «¿Qué duda tiene?— responde barcelonés—. Si tierra está

mente

la

astrónomo sobre

la

todavía restringida a distancias relati-

vamente pequeñas, dentro de drá ser

el

la telegrafía sin hilos

cierto

tiempo po-

acción de dicha telegrafía práctica-

ilimitada, siéndolo quizá

ya para

los

apa-

que estarían dispuestos muy diferentemente que los nuestros; a menos que los habitantes de Marte hubiesen abandonado definitivamente las ondas herízianas e hiciesen uso de otras radiaciones o emisiones quizás desconocidas para nosotros y muchísimo más cómodas para el objeto que se persigue. «Pero si no dispusiéramos de ondas eléctriratos marcianos,

124



Obras Completas cas,

siempre podríamos emplear

las

luminosas, y

cabría la posibilidad de establecer un

cambio de

señales ópticas; dibujar, por ejemplo, figuras geométricas, cuyos vértices estuvieran formados por focos luminosos de gran intensidad, supuestos

perceptibles telescópicamente desde Marte.

«Esta idea, que no recuerdo quien propuso la

primera

vez— concluye

señor

el

más

es indudablemente la

Comas Sola

y no seria ningún disparate el ensayarla. Sólo hay la dificultad de que vemos casi todo el disco de Mar-

te

iluminado por

fácil advertir la

Además de

el sol,

factible,

que nos haría poco

lo

contestación de los marcianos.»

la dificultad

que expresa el Direchay otra «práctica».

tor del observatorio Fabra,

Los sistemas de señales luminosas son caros. ¿Saben ustedes cuánto costaría, por ejemplo, el de espejos pregonado por el profesor Pickering? Pues nada menos que dos millones de libras, se-

gún

cálculos que se hicieron oportunamente.

Este sistema,

ced a

él

mucho más

viable (porque mer-

se podría conversar con las humanida-

des planetarias), fué ideado en el año de 1869 por Charles Cros, y Flammarion lo reproduce extensamente en el apéndice de su libro Excursions dans le ciel. Pickering lo ha modernizado, es verdad, conforme a los elementos ópticos novísimos. Trátase de una serie de espejos

que ocuparían una área de un cuarto de milla y 125

I

Amado Ñervo que, reflejando la luz solar,

la

enviarían al espa-

cio en haz de potencia formidable. Estos espejos estarían unidos a

de

un gran

eje paralelo al eje

y serían movidos por motores poderosísimos, regulados por aparatos de relojería la tierra,

(como

merced a los cuales efecuna revolución completa en veinticuatro horas. El profesor Pickering piensa que la luz los ecuatoriales),

tuarían

reflejada por dichos espejos

sería fácilmente

distinguida por los marcianos, siempre que ellos

empleasen telescopios. Propuso que se empezauna serie de resplandores, seguida, después de un instante, de otra serie; y así sucesivamente, con intervalos iguales a los del código de telegrafía óptica. Esto atraería la atención de ra por

los marcianos,

que quizás contestaran con una

señal análoga.

La

como

teoría así expuesta es

se dice arriba,

el

muy

sencilla, pero,

costo del procedimiento

se calculó que ascendería a cincuenta millones

de

francos...

Bueno

está el

mundo

para gastarse

eso en hacer señales a unos señores hipotéticos

de un planeta vecino, cuando con

la

misma can-

tidad cualquier potencia puede fabricarse un su-

perdreadnaught, que en una hora convierta en

escombros un pueito y siegue algunos miles de una escuadrilla de submarinos que eche a pique muchos buques indefensos! Otro sistema para comunicar con Marte fué vidas, o

126

Obras Completas ideado por David Dodd,

el

famoso profesor

norteamericano de Astronomía, y consiste en el empleo de la telegrafía sin hilos. Convencido-

porqué los yanquis no dudan de nada— de que los marcianos hace mucho tiempo que intentan enviarnos mensajes, propuso una ascensión en globo hasta una altura atmosférica tal, que el enrarecimiento del aire anulase las influencias terrestres, a fin

de no turbar

las

ondas hertzianas,

que, sin duda, irradian de otros planetas.

«Los aeronautas— añadía— nos meteríamos en jaula de aluminio, con aparatos para expe-

una

gas ácido carbónico y substituirlo con oxígeno y aire comprimido, a fin de no sufrir el mal de montaña. Ascenderíamos lo más alto que pudiéramos y permaneceríamos a esa altura máxima el mayor tiemp j posible. Con nuestros aparatos de telegrafía sin hilos, intentaríamos, no ler el

enviar, sino recibir mensajes de Marte.»

Pero ¿es cierto que Marte nos envía desde hace siglos estos mens íes? «La casualidad— dice Charles Cros, ya cita-

do—me

ha puesto a

la vista

algunos hechos ex-

traños; quisiera verlos reunidos; quisiera

investigase

si

es cierto o

Diversos observadores

que se no que se producen.

Herschel Schroeter, Harding, Messier y otros, han visto puntos bri,

127

,

N liantes

en los discos de Mercurio, de Marte y

creo que también de Venus. Las explicaciones

que suponen que se trata de volcanes o de fenómenos de reflexión mal definida de los rayos solares son poco satisfactorias; todos convienen ello. Que se mire atentamente; quizá se verán de nuevo esos puntos y se les observará mejor. Se necesita una idea preconcebida para ver, y hasta aquí nadie la ha tenido.» (Moyen de communication avec les planétes. Libro de Flamma-

en

ya citado. Apéndice.) Por su parte, el señor Coultre, distinguido astrónomo de Ginebra, durante setenta días de rion,

observaciones hechas en

la

penúltima oposición una serie de

del planeta (la de 1813) (1), notó

un blanco azulado, dimanasen de la luz de poderosas lámparas eléctricas. Tal iluminación, que duraba algunos segundos, pudo observarse en muchas noches. No fué ésta, por lo demás, la vez primera que dichos fulgores se vieron. Aparte de los hechos citados por Cross, que remontan a épocas relativamente lejanas, en los últimos seis o apariciones luminosas, de

como

si

1916, pero en malas condiMarte sólo se ha aproximado a la tierra unos 111 millones de kilómetros, habiendo algunas en que se aproxima a la mitad: a 55 millones. La oposición más favorable será la de 1924, en agosto, sobre el (1)

La última ha sido en

ciones, pues

Acuario.

128

Obras Completas siete

años se han observado, por diferentes sa-

bios y en diferentes periodos, puntos luminosos. Se ha buscado inútilmente una explicación, y se

ha acabado por atribuirlos a efectos de luz atmosféricos, o erupciones volcánicas. Pero el señor Coultre cree firmemente que se deben a intentos metódicos para entrar en comunicación

con nuestro planeta. El escritor Aubrey Wilmer refiere de otro incidente significativo, de cuya autenticidad claro es que yo no respondo, limitándome a traducir del inglés el breve relato:

«En Bringhampton, Nueva York, el profesor Mac Donald volvía a su casa temprano, una mañana del año de 1897, cuando un fulgor vivo hirió sus ojos, y un objeto cayó a tierra cerca del sitio donde se hallaba. Más tarde pudo extraerlo del suelo, y advirtió que era una masa de metal blanquizco, que había sido fundido por el calor. Todavía estaba caliente, y cuando se enfrió lo bastante para poder romperlo, se encontró dentro una pieza, también metálica, en la que había ciertas señales curiosas, que «muy bien pudieran ser caracteres escritos». Era indudablemente un aerolito; pero el profesor Whitney, que después lo examinó, declaró que tenía una forma diferente de todos los que había visto antes, y el profesor Me. Djnald es de los que creen que este misterioso visitante

Jeremías

129

Tomo XVI

9

Amado Ñervo significaba

un intento de comunicación de otro

niundo.>

Recuerda uno, naturalmente, al leer lo anteadmirable novela de Wells, The War of the worlds, que es de una fantasía (sobre base

rior, la

científica) prodigiosa.

Pero ¿y qué resultados prácticos nos traería una comunicación con Marte?— se preguntarán ustedes.

Inmensos— puede responderse— si, como

man muchos astrónomos, antes que

la tierra

de

la

el

afir-

planeta rojo, salido

nebulosa primitiva, y en-

friado

mucho más rápidamente que

mundo

(1) a

nuestro

causa de su relativa pequenez, es

anterior a éste

quizá en millones de años. La

evolución de los marcianos habrá alcanzado dentro de

tal

supuesto alturas maravillosas, y

la

constante comunicación con ellos nos haría dar

en la escala del progreso, que nuesproblemas científicos más arduos resultarías juegos de niños. No más desigualdades sociales, no más incertidumbres religiosas, no más

un

salto tal

tros

(1)

Hay sabios que

le

suponen una temperatura me-

— 28° (28° 6070 cero), en

el Ecuador. Otros, como 17° durante el día, y 23° por la Arrheniusle dan noche; pero no hay que hacer caso ninguno de estos señores; la discrepancia misma de estas cifras prueba su

dia de





formidable falibilidad. 130

o

h

a

r

Completas

t

faenas ímprobas para arrancar a la naturaleza sus tesoros, para posesionarnos de sus fuerzas y utilizarlas en nuestro beneficio; no más enfermedades... ¡acaso no más vejez! (La vejez es sólo una enfermedad, según Metchnikoff.) Si el hombre en unos cuantos siglos ha alcanzado magnificencias y excelsitudes mentales estupendas, imaginemos a lo que habrán podido

en acción que se ejercitan desde hace millones de años... Si una hora de conversación con un hombre

llegar inteligencias

instruido y elocuente,

que sabe desmigajar sus de muchos libros,

ideas, equivale a la lectura

pensemos en

lo

que

significaría para los adelan-

tos de la especie la

comunicación metódica,

continua, con espíritus infinitamente tas,

más

serenos,

más

sabios,

más

que en

el

altruis-

trans-

curso de milenarios se han adentrado sin cesar

en

el

misterio del universo?

Supongamos únicamente que

los

marcianos

fuesen capaces de enseñarnos tres cosas: 1.^

La

utilización barata

atómica, o cuando

de

menos de

la

energía intra-

las

mareas y de!

calor solar. 2.^ La vacuna inmunizadora de todo género de dolencias; y 3,^ En el orden filosófico, la comprobación

científica

de

la

supervivencia del alma.

B 131

Amado Ñervo Vosotros, los escépticos, diréis, quizá, que ta-

en una humanidad no preparada aún para digerirlos, traerían más inconvenientes que ventajas. Objetaréis acaso que, aun resueltos estos tres problemas, la humanidad no sería feliz. Agregaréis, en fin, que no es sensato esperar nada de los mundos lejanos; que todo debemos más bien aguardarlo de nosotros mismos. les hallazgos,

Tal vez... Pero ¿quién detiene los ímpetus del alma contemplativa del filósofo, del artista, del poeta, que en la augusta y diáfana quietud de la noche pide a los remotos orbes todo aquello que ha ido buscando vanamente por la tierra? ¡Soñemos, alma, soñemos!

Siempre habrá tiempo de volver a lo que tres o cuatro pedantes llaman con énfasis «verdades comprobadas», y que son acaso las ilusiones por excelencia de la vida, los fantasmas entre los cuales se

mueve lentamente

sonámbulo atormentado.

132

nuestro

Yo como un

MÁS ALLÁ DE NEPTUNO

A- y!

el

anteojo astronómico de Luis, que,

se ha dicho, apenas

como

ve a Marte, adivina a

si

Neptuno. ¡Neptuno es un disquito azulado... pequeñito, pequeñito, lejano, lejano! Sin embargo, allá

más

allá

de él,— fijaos bien, más

de él,— dilatando hasta

de nuestro sistema

solar,

el

vértigo los límites

que es un

sistemilla

mediocre, cualquier cosa entre los universos,

hay otro planeta, vasallo de nuestro luminar. Este planeta ha sido descubierto por el ojo de la

Ciencia, o parece haber sido descubierto. Di-

gamos siempre

No

como Santo Tomás de

parece,

Aquino decía siempre:

Videtur...

se trata, por cierto, de

uno de esos innu-

merables asteroides que,

como enjambre de abe-

jas siderales, giran entre

Marte y Júpiter, sino de

133

N un gran planeta, que ha venido a extender desmesuradamente las fronteras del sistema solar, de un mundo uitraneptuniano, que gravita alrededor del sol a una distancia fantástica. Para darse cuenta de esta distancia, bastaría recordar que Mercurio gira a 58 millones de ki-

lómetros del

sol;

Venus, a 107; nuestra Tierra, a

149; Marte, a 227; Júpiter, a 775; Saturno, a 1.421; Urano, a 2.858; y

Neptuno, a 4.478 millo-

nes de kilómetros.

Ya

para Neptuno

el astro

rey que nos calien-

y vivifica es sólo una hermosísima reina misteriosa de su noche.

ta

El calor

y

la

luz

que del

estrella,

sol recibe el distante

menores que los que recibimos nosotros. Vive, pues, este mundo, sumido en perpetuo crepúsculo. Jamás ha conocido el día. ¿Pero qué es el día, en suma? Nosotros llamamos día a la aproximación a una estrella. Nos movemos tan cerca de esa estrella, que su luz nos llueve a raudales. La intensidad de sus fulgores nos ciega. Estamos deslumhrados. Nuestro ojo ha deplaneta, son novecientas veces

bido adaptarse

con

al

esplendor diurno, alternado

tinieblas nocturnas,

y ni percibe más que da cuenta más

ciertas vibraciones medias, ni se

que de ciertos colores. Pero los habitantes de otros planetas, a medida que se alejan del sol, van poseyendo fino134

Obras Completas Urano y que viven entre penun. jras suaves; los de Neptuno, en rededor de los cuales no hay casi más que noche, ven mejor que nosotros. zas de sentido sorprendentes. Los de

sus

Su

satélites,

vista es por fuerza delicadísima, y aprecia

vibraciones, tenuidades, matices que jamás he-

hombre. Pues imaginaos ahora lo que será ese planeta

rerirán la retina del

ultraneptuniane. ¡Para él no hay sino perenne noche estrellada!

¡No sabe siquiera que existe nuestro sol! Si, para Neptuno, el astro que nos alumbra es

una

estrella espléndida,

para

el

planeta ultranep-

tuniano se vuelve un astro de segunda o tercera magnitud,

mantes de

¿Cómo

un granito de oro entre

darse cuenta de que aquel punto de

luz los tiene asidos

atracción,

chan por

los dia-

las constelaciones remotas.

de que a

con el brazo invisible de la él obedecen y con él mar-

las infinidades del cielo?

¿Cómo

pensar que es el centro de su sistema, que pertenecen a un grupo de mundos entre los cuales nos contamos nosotros, los pobrecitos habitantes de este átomc oscuro que se llama tierra, y que nos hemos declarado reyes de la creación y centro del Universo?

Nuestro planeta surgió de

la

ardió, se enfrió y solidificó... sin 135

nebulosa

que

solar,

ellos se die-

N sen cuenta, y un día morirá helado y eriazo, sin que ellos se enteren tampoco!

somos hermanos, nacimos mismo

Y, sin embargo, del

mismo

sol, la

núcleo, giramos alrededor del

materia de que estamos formados es idén-

vez nuestros destinos.

tica acaso; idénticos tal

¡Y no nos conoceremos nunca!

A pesar de la distancia ese planeta, que sólo grafía

podrá

ver,

de

el él

enorme a que se mueve

ojo paciente de la foto-

a alguna de las estrellas



más cercanas, al Alfa del Centauro, por ejemplo,— hay un abismo tal, que los que separan a él comparaque nos hace comprender nuestro formidable aislamiento en el espacio, sometidos a la influencia de este sol que se desploma con todos sus mundos en el

nuestra tierra del sol nada son con

dos; un abismo

abismo, hacia

tal,

la

que da

vértigo;

constelación de

Pero ¡qué importa! Ni

la Lira.

la luz viaja

como

el

ave

misteriosa del pensamiento, encerrada ahora en la jaula del cráneo,

pero capaz, no obstante, de

franquear todos los vórtices y de salvar

Aunque jamás nuevo

la

el

caos.

humanidad contemple

al

planeta, él ha venido ya a saludarnos, im-

primiendo su punto áureo en el bromuro de plaacaso la existencia de nuestra misérrima tie-

ta;

rra le

ha sido revelada también por

hace muchos años;

tal

glos...

136

la ciencia,

vez hace muchos

si-

EL COMETA

Esa

noche, a

segundos,

la

tal

hora, tantos minutos, tantos

tierra

debía pasar a través de

la

cola del gran cometa de Halley, aparecido ya

en 1456, 1607, 1759 y 1835. El sorprendente fenómeno (¡qué pobre es este

tamaño suceso!) debía acaecer después de la una. La tierra, según el símil de Flammarion, pasaría a través de las infinitas y tenues partículas de la cauda cometaria, como una bala de cañón a través de un enjambre de moscas. La tenuidad de estas caudas es tal, que a traadjetivo para

vés de tros,

ellas se ven aun los más pequeños asy Herschell afirmó, con humorismo perfec-

137

N tamente inglés (a pesar de ser

él

hanoveriano),

que un cometa que en el éter ocupa una extensión de millones de kilómetros podía, condensado ya, colgarse de cualquier percha... Tal tenuidad se explica porque los gases que forman las colas se dilatan al aproximarse al sol, según su esencial propiedad; y esta dilatación efectúase en un medio imponderable, como es el éter, que no le pone coto, siendo, por tanto, indefinida.

De

alli las

colas enormes, fantásticas,

irreales casi, casi ingrávidas,

en comparación de

más leve celaje o la más ligera pluma que boga por el aire resultan groseros y pe-

las cuales el

sados.

con temblor de espíritu indescriptible, manecilla de su despertador en la una, y se acostó temprano, con ánimo de ya no dormir después, hasta que el fenómeno terminase. Luis,

puso

...

la

¿Qué

pasaría?

Recordaba aquel hermoso cuento de Wells, cual acontece lo

In the days of the comet, en

el

que en realidad y no en

imaginación de un

la

poeta iba a acontecer esa noche del 18 de mayo, a saber: que un gran cometa choca con la tierra, y en vez de envenenar su atmósfera con gases mefíticos, deja en ella un nuevo gas, verde, un

gas generoso, sedante, nutritivo, tónico, vital 1S8

Obras Completas por excelencia, que convierte el mundo en un paraíso, haciendo a la humanidad, de la noche a la mañana, ecuánime, saludable, buena, justa, sin necesidad ni

de códigos, de jueces, de

filósofos

de moralistasl

No más les,

guerras, no

no más

más desigualdades sociano más odioso culto

prejuicios,

del yo...

cometa se lleva al egoísmo prendido en su Amor, amor sólo queda: amor rey, el amor con que soñó el Nazareno; el amor que, como en piedra preciosa, encerró en un precepto: ESTE ES EL MANDAMIENTO QUE OS DOY: QUE OS ¡El

cola!

AMÉIS LOS UNOS A LOS OTROS...

B Jamás en su vida ha sentido Luis la emoción que le embargó esa noche al despertarse sobresaltado por

Era

la

el

repique del despertador.

una.

La gran tragedia cósmica iba a comenzar en breve: una tragedia de que no había memoria;

quizás definitiva para esta pobre bola opaca,

que pasea a su loca humanidad por

los

abismos

casi fría; el cielo estaba

encapo-

inconmensurables...

La noche era

tado y torvo. Ni una estrella.



N Parecía

como

si la

naturaleza aguardase la ca-

tástrofe.

Muchos trasnochadores pasaban

bajo los bal-

cones de Luis. Algunos bromeaban— con voces algo inseguras—sobre el cometa, haciendo chistes de actualidad,

más o menos burdos.

Otros cantaban.

Un ciego se había arreglado unas coplas ad hoc con acompañamiento de guitarra. A Luis le hacían daño aquellas cosas: hubiera

deseado intensamente estar solo en su bal-

cón. Solo en frente del prodigio, mirándolo cara

a cara, todo estremecido y tembloroso... Solo el abismo, solo ante Dios.

ante

...

¿Qué

pasaría?

Luis repasaba su vida, ya de ocho lustros, su

vida relativamente larga, buscando en todos los resquicios de la memoria algún hecho sorprenél presenciado... y no lo encontraba. ¡Qué avara había sido con él la suerte, de esas sensaciones capitales de asombro, de pasmo!

dente por

Recordaba unos versos

escritos en su adoles-

cencia, y que sintetizaban su anhelo de cosas maravillosas:

como Jacob, como Anacreonte,

Pelear cantar

140

Obras narrar

Corri'pletas como

Jenofonte,

lamentarse como Job, embelesar como Armida,

navegar como Jonás:

Lo demás

¡eso es vida!...

es limosna de la vida»

¡Ah! Él sólo había recibido

mosna,

(1).

lo demás,

la li-

las migajas.

nunca se había encon-

Espiritualista ansioso,

trado con lo sobrenatural. En vano había abierto los ojos en la sombra. Viajero febril, todo lo visto hallólo inferior a lo pensado.

El arte mismo, con ser alimento de su alma, nc acertó nunca a producirle el éxtasis que él iba pidiéndole.

La naturaleza (por ser

la

de su

país,

con

la

que

estaba familiarizado desde niño, tan majestuosa)

que pudiera asombrarle, ni aun en Acaso la impresión mayor que le produfué la de una gran nevada en París. En cuanto a la mujer... ¿No es verdad que con

era

difícil

Suiza. jo

el

último velo cae

amor una

la

última ilusión?

¿No

es el

arquitectura de pórticos preciosos...

y de sórdido interior? Nada, nada asombroso en toda su vida: ni en las más suntuosas cortes donde hormiguea la

(1)

Obras Comptetas:

vol.

«narrar» por «reír».

141

I,

p. 43.

Verso núm.

3:

Amado Ñervo vanidad humana cubierta de galones,

más ásperos

ni

en los

desiertos.

Sus asombros dormían vírgenes en el fondo de su alma, y pronto podría acaso exclamar, como Marcelina Desbordes Valmore: Toas mes étonnements sont finís surta terre!

Pero no: aquello que iba Luis a presenciar la noche del 18 al 19 de mayo sería superior a diez Niágaras helados, a diez Popocatepetls su-

perpuestos, a diez auroras boreales invadiendo

atmósferaLa tierra, nuestro planeta, nuestra morada milenaria, con su humanidad pensante, con esa joya de la idea, iba a correr una aventura formidable, la más grave quizá desde que salió de la nebulosa primaria; desde que Dios «la envolvió en nubes como se envuelve a un niño en sus pañales», y dijo al mar: «¡De aquí no pasarás, y la

aquí estrellarás

Y

Luis,

el

orgullo de tus olas!»

hombre

privilegiado entre tantas y

tantas generaciones de las cuales

no queda

ni el

polvo, entre tantos y tantos investigadores que quisieron escrutar los arcanos del infinito, iba a presenciar aquel espectáculo sublime. Si moría, su muerte sería

de Plinio el viejo, frente los fenómenos.

la

142

más envidiable que

al

Vesubio, anotando

o

r

h

a

C^mplettis

s

Si vivía, tal vez presenciaría

una nueva era

cósmica.

Dentro de algunas horas, la tierra seguiría bogando por el espacio con el cadáver de su humanidad asfixiada, o acaso con esa humanidad regenerada ya como en la historia de Wells; o bien se encendería toda, volviendo a ser un sol, un ascua viva, como en el orincipio, a conse*cuencia del choque espantoso, que habría trasmutado el movimiento en calor...

B ...

Amanece.

Una

luz desabrida,

atmósfera... ficios

y de


, invade la

Van surgiendo las

montañas

El palacio real recorta su la

las

masas de

los edi-

lejanas.

mole geométrica en

chridad invasora. Allá en la distancia, el Escorial,

dorado de

frente por los primeros rayos solares, se adivi-

na impreciso y azulado. La ciudad despierta, con sus mil ruidos... ¡No ha pasado nada!

Los sabios nos dirán después que

la tierra

atravesó por una bifurcación de la cauda taria,

escapando

así

como por una

come-

rendija sal-

vadora...

¡Todo está

lo

mismo! ¡Todo seguirá 143

lo

mismo!

N La

de la vida real irá eslabonando comunes. El milagro no se ha efectuado... La humanidad podrá seguir comprando, vendiendo, disputándose la posesión de la tierra, esgrimiendo sus egoísmos afilados, y ostentando sus abominables miserias. trivialidad

los sucesos



••





Acuéstate, poeta: tus ojos están enrojecidos

de velar. ¡Pídele al Sueño panoramas interiores más inesperados que estos diarios panoramas de tu Vidal

144

EXHALACIONES

Luis ha experimentado siempre una gran sensación de misterio viendo caer las estrellas fugaces.

En un

libro,

ya

viejo,

ha dicho:

Mi mente es un espejo rebelde a toda huella, mi anhelo es una pluma funámbula, donaire del viento; el aerolito que cae, ésa es mi estrella; mis goces y mis penas son trazos en el aire (1). Sentiríase casi tentado de exclamar,

dama

misteriosa

poamor,

al

no supiese que

son obscuras... (1)

como la Cam-

expreso de

ver una exhalación:

Ved un alma que ¡Si

tren

del

muy

pasa... la

mayor

parte de las almas

obscuras!

Véase Obras completas, voL IV, pág. 145

11.

Amado Ñervo Recuerda Luis asimismo un soneto suyo, que de que en estas páginas, acaso insípidas, se vean a veces renglones cortos que intenten ameniincurrirá en la indiscreción de copiar, a fin

zarlas.

El soneto dice así

(1):

Cayó la tarde, y el tenaz anhelo que noche a noche la extensión explora, busca en vano la estrella donde mora su misterioso espíritu gemelo. Como un ave de luz herida al vuelo, que al caer bate el ala tembladora, una blanca fotófuga desflora la

comba

lapizlázuli del cielo.

¿Es lágrima de un dios ese astro errante? ¿Es Ella, que dejó su edén distante para buscarme en la existencia ingrata? Tú lo sabes, oh luna dulce y fría, que trazas, dividiendo noche y día tu divino paréntesis de plata.

Q No

es raro, pues, que los dias 9, 10 y 11 de

agosto especialmente, en que

la tierra

encuentra

enjambre más denso de las Perseidas (llamadas así porque su radiante se halla hacia la estrella de Perseo), Luis se quede en el balcón hasta muy avanzada la noche, viendo pasar, con el

(1)

Véase Obras completas,

«mi luminoso». 146

VII, pág. 95, verso 4.°:

Obras Completas esa majestad, con ese encanto supremo, con esa gracia indecible de un vuelo de luminosa ave del paraíso, las exhalaciones, planetas

minúscu-

los que, al entrar en la atmósfera terrestre, se in-

flaman por

el

frotamiento y se desparraman oro, dejando muchas veces

como enjambre de

un leve y tembloroso y fugitivo

rastro fosfores-

cente.

¡Oh! y cuántas cosas sugieren esas peregrinas del infinito.

Muchas,

casi todas se volatilizan

en

la

atmós-

y caen después en imperceptible polvillo cósmico. Pero algunas llegan aún a tierra bas-

fera

tante voluminosas, a traernos quizá

un mensaje

de los mundos lejanos. Luis recuerda los meteoritos de Chupaderos,

caídos en un rincón de

la

República Mexicana,

y que se exhiben (o exhibían) en del admirable palacio de Minas de México.

Y

el

vestíbulo

la

ciudad de

recuerda también, con cierta ternura por

tratarse

de un viejo amigo,

nas, relativas a

un

aerolito

las siguientes pági-

que

le es familiar, y que se intitulan Dos extranjeros: «Yendo en Biarritz hacia el Rocher de la Vierge, antes de pasar por el puente, en un recodo, a la derecha, hay una piedra verdinegra con bellos pavonados, de forma piramidal, que difiere extrañamiente de las piedras y rocas que la ro-

147

N deán, las cuales son de un color amarillento.

>Se advierte en seguida que fué colocada allí, que no tiene parentesco ninguno con las agloy meraciones calcáreas, con las masas de sodio que erizan por dondequiera sus dientes. >Es un intruso caído del cielo, un aerolito, que desde tiempos lejanos se yergue inmóvil y

como

silencioso

>Yo

esfinge.

conozco desde

lo

por primera vez a

fui

Me

amigos.

el

detengo por

cuando amenaza

la

año de 1905, en que y somos buenos

Biarritz,

las tardes,

sobre todo

tormenta, junto a

él;

me

siento a su lado; acaricio una de sus superficies,

ligeramente convexa, estriada por las lluvias de

bandas más o menos obscuras, y donde los liqúenes no han osado prender, como si supieran instintivamente que aquella piedra no es de las suyas. >

Mudos

los dos,

en

la

majestad del paisaje,

soñamos. >

de

Ambos somos las

extranjeros. El aerolito vino

negras reconditeces de la noche.

Yo

también.

»Las gentes y

somos de bito,

las rocas

este planeta.

desde

no nos hacen caso: no

Un derrumbamiento

las excelsitudes estrelladas,

anclar en los barrizales de la tierra. >

B 148

sú-

nos hizo

o

h

r

a

Completa*

8

cHay dos teorías sobre los aerolitos: dicen unos que son masas arrojadas en épocas geológicas inmemoriales, por nuestros volcanes, pro-

yectadas por ja

en

el

ígneo cíclope interior que traba-

globo con una fuerza in-

las entrañas del

mensa, y que ahora tornan, después de indefinidas trayectorias, al mundo de donde salieron. >

Dicen otros que proceden del descoyunta-

miento de algún planeta, como los quinientos y tantos asteroides hasta hoy descubiertos.

>De todas

suertes,

han viajado por

segregados de nuestra

tierra,

el infinito,

durante cientos de

miles de años.

•Saben el éter

las rutas

como

de los

astros;

han brillado en

lunas diminutas, doradas por

el sol.

Quizá en su superficie vivieron seres maravillosos, extinguidos al incendiarse el aerolito merced a su formidable rozamiento con las capas atmosféricas.

>Éste que contemplo tiene algunas cristaliza-

ciones de cuarzo,

como una

sonrisa en la

mole

verdinegra de su hierro.

>Pláceme creer que procede de otro mundo, que sabe secretos de humanidades distantes, que vio el florecer de especies hoy extinguidas, en el eterno morir y recomenzar de las cosas...»

B «Silenciosamente, erguidos los dos, impasibles 149

Amado Ñervo ante

el

azote del huracán, ante

el

choque de

las

olas rabiosas que, entre las fauces de las rocas, se

vuelven espuma colérica, nosotros pensamos: >

Pensamos en

los

mundos

mas, en

la tristeza

de los

distantes, en las

enigma de las alcuerpos, en lo inson-

vidas que se eslabonan, en

el

dable de los mañanas. >AlIá, lejos, la

multitud

en

trivial

la

grande plage, hormiguea

de veraneantes; suenan

questas de los cafés; desfila

la

las or-

imbecilidad hu-

mana, vestida de blanco, sin ver el mar... >Aquí todo es estruendo de olas, soledad y silencio de espíritus. »E1 aerolito y yo seguimos pensando... Acaso mi alma, antes de la prisión de la carne, cuando con otras en el espacio formaba enjambres de oro, vio pasar girando vertiginosamente esta piedra,

ahora tan quieta y tan callada.

>Acaso se posó en ella un momento como mariposa de luz; quizá hizo con ella un viaje en que no fué raro atravesar fosforescentes caudas de cometas... ¿Qué tragedia nos clavó en la tierra, oh aerolito? »¿Por qué caímos de tan alto?

»¿Cuándo acabará nuestra expiación, y tú, desmigajado, pulverizado, volverás a la altura, y yo, libre de mi prisión de carne, seré un pensamiento intenso y una voluntad indestructible en el

regazo de lo absoluto? 150

Obras Completas •Mientras, oh piedra verdinegra, tú inmóvil y yo peregrinando, tendremos siempre el aspecto de dos extranjeros, y ni acertaremos nunca a liarmonizar con los paisajes ni a contentar a los hombres. >Tu KARMA, sin embargo, es más hosco que el mío, porque yo soy más deleznable que tú. >Un día de éstos he de extinguirme «como un

ruido que cesa>, y tú siglos y siglos continuarás erguido, contemplando

de

la

>Nj más mi el

la

diamantina eternidad

noche, que fué tuya. cara amarillenta contrastará con

azulado matiz de tus

aristas...

na otra mano piadosa habrá de

y

tal

vez ningu-

acariciarte

como

la mía. tú, como obelisco mormi tumba siguieras señalando el

»Contentaríame que tuorio, sobre infinito...;

pero no, mejor estás

allí,

enigmático,

extraño, solitario, desdeñoso de los huracanes

y de

las

tormentas, pensando,

Dios!>

Biarritz,

Agosto 4 de 1913.

151

sí,

pensando en

TERCERA PARTE Entre

el cielo

y

la tierra^

Lk GOTA

DE AGUA QUE NO QUERÍA

PERDER SU es indecible lo que gozan con ese riego nocturno, cuya frescura se perpetúa, sobre todo en los balcones de Luis, que miran al poniente, hasta bien entrada la maraña. El otro día, a las doce, sobre el

ciopelado de una rosa,

como sobre

155

pétalo aterla tela

de un

N aún una gruesa gota de agua. Había pasado allí buena parte de la noche, fresca por excepción, dejándose penetrar por la estuche, radiaba

luna.

Un

viento suave la balanceaba en su

hamaca

olorosa de seda.

Pero avanzaba

la

mañana. El dios trasponía

meridiano, y una de las saetas de oro del arquero divino hirió en pleno corazón a la gota,

ya

el

trocándola en chispa maravillosa.

que de antaño comprende

Luis,

del agua, el

como

el

Sultán

el

lenguaje

Mahmoud comprendía

de los pájaros, oyó quejarse a

la gota, la

cual

decía entre suaves quejumbres:

—Tengo miedo, jay! tengo miedo. Siento que empiezo a evaporarme... ¡Oh sol, no me beses, por Dios! Tus besos hacen un espantoso daño.

Me

penetran toda,

Yo no

me

abrasan,

me

disgregan...

quiero deshacerme, no quiero volatili-

zarme...

¡No QUIERO PERDER MI INDIVIDUALIoh sol? No quiero perder mi

DAD!... ¿Entiendes,

individualidad.»

«Yo reflejo a mi modo la naturaleza. Soy un pequeño ojo cristalino, muy abierto, que la ve, que la admira, desde este nido de terciopelo, desde esta cuna suave y bienoliente. Llevo ya muchas horas divinas de vida harmoniosa. Durante buena parte de la noche he reflejado la luna. He sido, ya una perla, ya un zafiro místi156

Obra» Completas ya una turquesa celeste. Después, la bóveda se ha pintado de un amarillo suave, y yo me

co,

he vuelto topacio.

A

poco el cielo se tñó de Ahora soy diamante. Y rosal se miran en mi espejo

rosa y he sido rubí.

cuando

las hojas del

para contemplar su traje nuevo, recién cortado

en punta,

me

>Ne me

convierto en esmeralda.

beses, ¡oh sol!

mucho daño. No

eres

No

como

sabes besar: haces

la luna. Ella sí

sabía besar blandamente: al

fin,

mujer.

que



te

pareces a un hombre sanguíneo, tosco y premioso. >¡Ay!, siento

nezco, que

que

me

me

deshago, que

me

desva-

pierdo...

que me desvaneceré en la azul aire; que temblaré en esa como red de cristal del ambiente; que a través de mí se verán los paisajes, se contemplarán las »Sí, bien sé

transparencia del

estrellas...

comprendo que eso de

»Sí,

absoluta es una cosa

de

la

atmósfera

niente;

que

muy

húmeda

flotar,

la

transparencia

buena; que ser parte es cosa

volar, es cosa

muy convemuy apeteci-

Comprendo también que un poco de frío puede condensar mi humedad, y entonces ser yo parte mínima de una nube, de ésas que he visto pasar por la mañana, y que parecen cuentos y milagros... Todo eso, sin duda, es bueno. Pero yo dejaría de ser gota, de ser esta gotita diáfable.

157

N na y temblona que soy; esta gotita acurrucada en el pétalo de una rosa, y no quiero perder mi individualidad! »lAy! ¡Ay!, qué daño me haces..., job sol! Ya no me beses, ya no me be... ses. Yo soy u... na gotita... de agua..., una lu...mi...no...sa go...tita de agua... sobre una rosa... sobre una ro...> Estas fueron las últimas palabras de la gotita trémula que brillaba sobre el pétalo de una rosa, en el balcón de Luis.

El sol, brutal y sordo

como

hecho su obra.

ÍS8

la

muerte, había

EL BRAZO DE CONCEPCIÓN fai peur (Pun balsa eomme d'une abeille... Veklaink.

Soy cosa

tan pequeñita,

que, con su brazo desnudo,

mi vecina Concepción,

me

incita...

Ella sonríe: saludo... ¡y

me

alejo del balcón,

lleno de susto y de cuita,

ante aquella tentación maldita!

—¡Y

por qué!— dirás—

—Es bella

.

¿No

y rubia, en verdad, 159

es bella?

m y yo

d

a libre

y

Ñervo

o

libre ella;

¡mas guardo fidelidad a

la

que está en otra

estrella!

... Y además, estoy enfermo, y mi alma es un arenal tan desolado, tan yermo,

que

allí

no prende un

rosal.

jNada amo, nada quiero, nada busco, nada espero ni reclamo!

... Pero soy cosa tan pequeñita, que, en cuanto sale al balcón mi vecina Concepción, lleno de susto y de cuita,

huyo de

la

tentación

maldita! (Copiado del libro Serenidad, que anda por ahO

(1)

(1).

Obras Completas, \ol XI, paginéis 112-113. Ver-

so núm.

6:

«¡Y

me

escapo...>

\m

GOLONDRINAS Y GORRIONES

Los brotes de los árboles y las golondrinas que hacen sus nidos en las cornisas y aleros de las caballerizas de Palacio, anuncian a Luis el próximo reventar esplendoroso de la primavera, la

inminencia del anual milagro,

la

resurrección

de la juventud del Tiempo, ese Fausto perenne que se renueva con tan eficaz taumaturgia. Y los gorriones, los humildes gorriones— «la plebe del aire», que dijo Buffon— le anuncian

el

invierno.

Cuando

las

golondrinas se van, los gorriones

vienen. Luis,

que ha

visto durante los bellos

meses

revolotear fíente a sus balcones, con ese incansaole y ruidoso atolondramiento de colegialas,

a las golondrinas,

al verlas partir,

contemplando

su elegante y ahorquillada cola, se imagina una 161

Tomo XVI

11

Amado Ñervo desbandada de liras, como si toda la poesía del mundo se escapara con ellasl En tanto, los gorriones egoístas vienen a piar a sus balcones. Ellos saben por qué lo hacen:

saben que Luis, cuando ya no hay más gusanos,

cuando mueren los insectos de oro y carmín que los nutrían, ha de darles a diario migas de pan... Por eso vienen. Comen y se escapan, realizando la frase de aquel rey escéptico que por divertir sus ocios los alimentaba, y que decía sentenciosamente: «Estos gorriones se parecen a mis cortesanos:

una vez que han comido, se van.»

B La golondrina encanto.

Ama

él

tiene para Luis

un misterioso

su salvaje espíritu de indepen-

dencia y su maravillosa aptitud para el vuelo. La golondrina, fuera de las horas que le ro-

ban

el

sueño,

la

maternidad y

la

arquitectura,

vuela, vuela, vuela siempre!

Es misteriosa para Luis, porque

le

sugiere co-

sas del Egipto, del Egipto enigmático y pensativo, donde la golondrina estuvo consagrada a Isis, la

deidad arcana por excelencia.

Desde en

el

niño, Luis sabía que las golondrinas

invierno «se iban a Africa>; y su ama, que

estaba enterada de esto por ascendencia espa162

Obras Completai ñola, le contó que atravesaban los mares llevando en el pico una ramiía, merced a la cual, cuando se cansaban, podían posarse sobre las olas.

Luis leyó además, en un bello libro de histonatural, que, en cierta ocasión, se vio a

ria

una golondrina viajando en

el

lomo de una

ci-

güeña. El pensativo pajarraco, viendo su cansancio, la

había acogido entre sus alas poderosas, y las dos hacían el mismo viaje, la llevaba

como

consigo.

Q En algunas regiones de México,

las golondri-

las de un pecho asalmonado, y la profundo azul pavón. Cierta tarde de mayo, en la calurosa y lujunante ciudad de Cuautla, del Estado de Morelos, en una azotea, Luis oyó de pronto un gran ruido como el crujir de una inmensa tela de seda, y vio que instantáneamente se nublaba

nas tienen

el

.

el sol.

A

su lado estaba una hermosa joven rubia,

el fenómeno, dio un grito, quedó embelesada. Una inmensa bandada de golondrinas pasaba

que, sorprendida por alzó los ojos... y se

entre ellos

y

el sol.

163

Amado Ñervo La mujer rubia no olvidó jamás aquella encomo no olvidó nunca la vez primera que, como una joya trémula en el aire, vio a un colibrí. cantadora sorpresa ,

B Luis piensa en estas cosas, sobre todo cuan-

do

las

golondrinas se van

como un enjambre

y vuelven los plebeyos gorriones, semejantes a una irrupción de horteras en una de

liras,

asamblea de poetas.

164

LA NAVE^^

Adonde fuiste, Amor, Se extinguió y tú, que me volveré por

adonde fuiste! manso fuego

del poniente el

decías: «hasta luego;

la

noche», ¡no volviste!

¿En qué zarzas tu pie divino heriste? ¿Qué muro cruel ensordeció mi ruego? ¿Qué nieve supo congelar tu apego y a tu memoria hurtar mi imagen triste? ... Amor, lya no vendrás! En vano, ansioso, en mi balcón atalayando vive el campo verde y el confín brumoso;

y me finge un celaje fugitivo, blanca nave en que, al Puerto del Reposo,

va tu dulce fantasma pensativo... Septiembre 4-915. (1)

V. Obras Completas, vol. XII, páginas 228-229: El

con variantes. Adviértase la fecha de esta poeque no pudimos fijar al establecer el texto de La Amada Inmóvil.— {N. del E.) Celaje,

sía,

165

EL BALCÓN INTERIOR

¿L Alma está asomada a un

IffePasa

mos

al

su balcón.

filósofo y le dice:

Después ha de venir

nos.

«Ven conmigo; va-

Dolor. El Dolor está hecho para pulirel

reposo.

Luego

el

Dolor de otra vida. Cada vida pondrá una faceta más en el diamante interno... Y así ascenderás por la escala, por la escala infinita...»

Alma

El

escucha en silencio. El filósofo

le

pasa.

Un segundo

filósofo se acerca.

Es radioso y

noble. Le dice: «Dios lucha con una necesidad

eterna y ciega; de el espíritu allí

allí el

mal. Pero en esta lucha

divino obtiene triunfos parciales; de

el bien.

Triunfará

al

fin

Universo realizará entonces

la

totalmente, y

el

p :;fección abso-

luta.»

El

Alma no responde.

Viene

otro:

El filósofo pasa.

«Tú— murmura— eras 166

bella,

po-

Obras Completas derosa y feliz en el Reino de Dios. Pero caíste por orgullo. Ahora expías. Dios te perdonará

cuando pase la sombra de este Universo, amasado para tu penitencia...» Tú eres integralmente Dios, como yo, como todos. La personalidad es una ilusión: «Maya» Mayal» El Alma, indolente, deja pasar a éste

como a

los anteriores.

Sigue asomada a la ventana; cae la tarde; se ensombrece el paisaje. A lo lejos no se ve ya venir la blanca túnica de ningún filósofo... El

Alma

cierra el balcón, y se vuelve tristemente camarín con su porqué...

al

EL HÁLITO DEL DOLOR

Y

sucedió— me contaba Luis— que una noche, una de esas maravillosas noches estivales de España, a fuerza de mirar y remirar los astros desde mi balcón y meter mi alma entre ellos, como si dijéramos, tuve un pequeño éxtasis (se le permitirá a mi modesta persona eso de tener un éxtasis, un pequeño éxtasis... un tout petit extase?) «Y soñé— o aconteció— (vaya usted a saberlo), que un ángel, amigo mió, porque suelo tener amistades aladas, vino a verme, invisible y, movido de mi poderosa sed de vuelo, de mi invencible curiosidad estelar,

para los demás;

me

ofreció el brazo,

que yo me apresuré a acep-

y se lanzó conmigo al vacío, como acontece o debe acontecer en algunos poemas.

tar,

Yo, estupefacto

al principio,

169

con vértigo de

la

N que poco a poco fué desapareciendo, quedé encantado después: como que el espectáculo que fué ofreciéndose a nuestra vista no era para menos. Veíamos el ángel y yo girar la tierra a nuestros pies, y nos divertía sobremanera la alternativa de luz y de sombra a que la rotación iba sometiendo a las diversas zonas. Las naciones, hormigueantes de hombres atareados en fruslerías ridiculas u ocupados en destruirse y aniquilarse, iban con gradación suavíaltura,

sima, debida a la atmósfera, recibiendo

baño misericordioso y tibio del sol. En torno de nosotros chispeaban

el diario

millares de

estrellas.

Arriba, abajo, delante, detrás, adondequiera

que volviese yo la mirada, el lejano esplendor de los astros me salía al paso. Las nebulosas, con la incomparable tenuidad de su fulgor pálido, servían como de fondo al espectáculo supremo y como tela dorada al estuche de pedrería estelar. Al volver mis ojos a nuestro planeta, del que nos hallábamos tan cerca, pude advertir que algo indescriptible se desprendía, lenta, pero

continuamente de su orbe. Era como un vapor sutil, como un humillo deücado y leve, como una imponderable nébula, como una bruma vaga, como un hálito ape-

no

Obras Completas ñas perceptible, que el

espacio, a

el

planeta fuese dejando en

medida que efectuaba su

transla-

ción en torno del sol.

Y

aquella bruma, aquella niebla ingrávida, al

exhalarse de la tierra, al atravesar su atmósfera, era opaca; mas, en cuanto salía al espacio, se

volvía luminosa, con una luminosidad fosfores-

cente y nacarada, de belleza indecible. Los diversos jirones de la casi inmaterial emanación, en cuanto se desprendían de las capas atmosféricas, iban aproximándose los unos a los otros, y

soldábanse

al fin

en

el

espacio, forman-

do una gasa trémula que parecía hecha de la sustancia misma del ensueño (such stuff as dreams are made on...) Esta gasa, con ondulación graciosa, de un ritmo lleno de majestad, se alejaba, se alejaba en infinito, sin dejar de soldarse a las nuevas emanaciones del planeta, de modo que parecía el

como

gigantesco chai en que hubiera estado en-

el mundo, y del que ahora fuese desenvolviéndose en fuerza de su rotación.

vuelto

El remate de la cauda se perdía en

como

el

límites;

como

huso de oro, enrarecido, de una extraña luz zodiacal;

lucífero

casi inconsistente,

como

el éter,

apéndice de un cometa que no tuviese

escala mística, tendida entre la tierra y

punto del

un

infinito.

Maravillado permanecí en contemplación, no

m



Amado Ñervo sé cuánto tiempo, y al fin pregunté al ángel la naturaleza y origen de lo que veía.

—Es

el hálito

del dolor

humano— me

contestó

sencillamente—. Ya lo ves, se exhala perenne de todas las almas; surge opaco, espeso... luego va sutilizándose; tórnase luminoso, asciende, asciende...

—¿Hasta dónde? —Hasta el núcleo mismo

—¿Y ...

del Universo.

para qué?

Por

la

cara del ángel pasó cierta expresión

de misterio.

—Es de

la

des...

una substancia prodigiosa— respondió que Dios se sirve para cosas muy granÉl la condensa y la plasma para fines ar-

canos y eternos.

No me atreví a preguntar más, y nos alejamos silenciosamente.

172

el

ángel y yo

MANO Y

LA

Si en todo

curso de este pequeño libro Luis

el

se ha asomado

ya para ver ocasiones,

de

LA LUZ

al

balcón, ya para ver la tierra,

cielo,

el

ha habido, sin embargo,

— muchas,— en que desde abajo,

la calle,

des-

ha alzado los ojos para ver sus bal-

cones.

¿Sabéis porqué? Pues porque desde uno de ellos, el

que está lleno de macetas, una mujer

agitaba todos los días la

más

blanca,

la

más

mano— la más

afilada

linda, la

mano que

queráis

imaginar— para hacer a Luis un signo de o,

adiós,

mejor dicho, de «¡hasta luego!»

Cuando el invierno desvestía los árboles, (como ahora que Luis traza estas líneas) los hermosos árboles que bordan la calle, merced a la ausencia de ver desde

mano

la estival cortina

más

lejos el

de hojas,

él

podía

amistoso signo de aquella

blanca. 173

.

Ñervo

do

El signo aquél seguíale hasta doblar la esquina,

o hasta

Por

la

la

plataforma del tranvía.

noche, Luis,

al

volver a casa, alzaba

los ojos para ver otro balcón, del cual

no se ha

hablado sino íncideníalmente en

primeras

las

páginas de este libro: el tercero de la habitación, que pertenece a un saloncito contiguo al despacho, a la izquierda de éste. Generalmente ese balcón estaba iluminado. La luz alegre que enrojecía los cristales, decíale a Luis: «Ella ha llegado ya... Lee o hace labor junto a la mesita de nogal con soportes de hierro

y torneadas patas

oblicuas...

[Está esperán-

dote! >

Y Luis subía las escaleras con paso más ágil, más animoso, a fin de llegar antes a la salita iluminada, donde poco después leería también, al lado de ella, un hermoso libro...

Q Pero un

día, la

mujer rubia que se asomaba

al

balcón a hacer a Luis un signo de despedida la mano larga y blanca, aquella mujer que esperaba leyendo cerca de la mesita de nogal,

con le

enfermó y tuvo que encamarse Veintiún días después, una tarde de enero, muy desapacible, se la llevaban a un lejano cementerio... a un lejano cementerio que Luis adivina desde sus balcones, y que distinguiría 174

muy

Obras Completas bien de no estorbárselo los edificios que se alzan al sur.

Desde entonces,

¿lo creeréis? Luis miró, al

llegar a casa y al salir, el

con más insistencia hacia

balcón.

Bien sabía él que aquella mano larga ya no podía hacerle signo ninguno. Bien sabía que (después de la noche en que el balcón de la izquierda estuvo más iluminado que de costumbre por

la luz

más

de unos cirios temblorosa), ya nunca

mostraría aquel fulgor rojizo, aquellos vivos

rectángulos de cía

que unas

la vidriera,

letras

en cuyo centro pare-

misteriosas y cordiales de-

cían: «¡aquí estoy

y te espero!» Bien sabía esto Luis; y, sin embargo, un ím-

petu incontenible hacíale alzar

la

cabeza, al sa-

de casa y al volver. Pero pasaron los meses y los años, y Luis acabó por no levantar más los ojos, como si su lir

alma niña, ingenua, enamorada del milagro, se hubiese convencido por fin de la inutilidad de su fantástica esperanza.

FIN

175

.

APÉNDICE Entre los documentos que

Amado Ñervo

tuvo a la vista

al escribir el caoitulo de este libro titulado

Emperatriz, está

por

tratarse de

la siguiente

Pasa una

página, que publicamos

una traducción hecha por

él

mismo

Apareció en El Imparcial, de México (31 de marzo o de abril de 1914).

1.°

LA *EMPERATRIZ> CARLOTA UNA INTERESANTE PAGINA DE NUESTRA HISTORIA

HL

conde Fleury y M. Luis Sonolet acaban de el tercer tomo de su obra La Sociedad del Segundo Imperio. En él hay algunas páginas relativas a la locura de la Emperatriz Carlota, de tal manera sugerentes, que no resisto a la tentación de traducirlas. Dicen así: — ¡Lograré

salvar nuestra barcal

— exclamó.

Carlota estuvo hosca y taciturna. Al desembarcar en Saint-Nazaire se »

Durante

la travesía,

encontró con una terrible noticia: ¡Sadowa! Después vino una desagradable serie de incidentes insignificantes.

En Nantes,

los oficiales encarga-

y de acompañarla, no llegaron a tiempo, en virtud de informes erróneos. La viajera se vio reducida a tomar un simple coche de punto. En París, otra decepción: pensaba que la

dos de

recibirla

conducirían a las Tullerías,y

la

llevaron al

Grand

Hotel. Estas minucias, ocasionadas por malen178

Obras Completas tendüs o por retardos, hirieron dolorosamente ella una agitaDesde aquel instante los que la acompañaban notaron un cambio en su mirada, en su voz. A1 principio de la entrevista, sobrevino un raro incidente, preludio de las desgarradoras

escenas que la

muy

hora en que

pronto iban a producirse. Era la

Emperatriz Carlota tenía

la

costumbre de tomar una naranjada. La condesa del Barrio, que no lo olvidaba, rogó a la dama de honor de la Emperatriz Eugenia, MUe. Bouvet, que la hiciera llevar, preparada ya, en una bandeja. servicio,

Un y

la

mattre d'hotel se encargó de este

soberana francesa, tomando 181

el

vaso

'Amado Ñervo lleno,

lo ofreció

presa suya,

la

a su

visitante...

Con gran

sor-

Emperatriz Carlota se quedó mi-

rándola fijamente, con expresión angustiada, vacilando en tomar el vaso. Por fin, lo cogió y lo

bebió de un sorbo. En su cerebro, que co-

menzaban a la

invadir horribles tinieblas, surgía ya

obsesión del veneno.

»La conversación entre la soberana extranjera y la pareja imperial duró cerca de dos horas. Fueron dos terribles horas de lucha, de argumentación apasionada, de resistencia penosa. La solicitante

coronada desplegó toda su elocuen-

al Emperaque se aplazara el llamamiento de las tropas francesas de México, y encontrar nuevos créditos. ¡Ay! La resolución de su interlocutor había sido madurada de una manecia,

toda su energía, para persuadir

dor, para obtener

ra inmutable. Ciertamente le costaba

mucho

al

Emperador abandonar a la aliada, a quien tan ampliamente había ayudado a subir a aquel trono tan peligroso, y resistir a súplicas casi humildes, a lágrimas, a sollozos.

Una

sola res-

puesta—dirigida ya varias veces a México—era dable: se necesitaba

que

el

Emperador Maximás

miliano renunciase a su empresa, cada vez

que volviese a Europa. Dejando habilidades diplomáticas, el Emperador habló con sinceridad. Explicó que hay casos de fuerza mayor; que debía pensar, ante

entretejida de peligros, y >

182

Obras Completas que había llegado un momento en que Francia tenía necesidad de todos sus recursos, y que no podía sacrificar ninguno, ni siquiera en bien de aquellas gentes que le eran más caras. L -^s ruegos de

todo, en los intereses de su país;

>^olviéronse más insistentes, más tenamás desgarradores. Después, a propósito de

Carlota ces,

Bazaine, estalló

la

tormenta. Vinieron las lágri-

imprecaciones y las amenazas. La dolorosa embajadora de Maximiliano parecía

mas, luego

las

presa de un verdadero delirio de exasperación. El furor de su desesperanza la llevó hasta el in-

y si hemos de creer a la condesa del Baque se encontraba en la pieza inmediata, exclamó con violencia extremada: >— ¡Cómo he podido olvidar lo que soy y lo que sois! Debí acordarme que corre por mis venas la sangre de los Borbones, y no faltar a mi raza y a mi persona, humillándome ante un Bonaparte, tratando con un aventurero!

sulto, rrio,

>Era demasiado. Las fuerzas de la infortunada no podían sostenerla más. Sobrevino una crisis nerviosa llena de sobresaltos, a la que siguió

una inmóvü rigidez, y un desvanecimiento profundo sobre el canapé en que el Emperador la extendió. Turbadísima por la emoción, con los ojos llenos de lágrimas, la Emperatriz Eugenia desabrocha

el

corsé de aquella su pobre her-

mana coronada, que luchaba 18»

contra

el

término

Amado Ñervo brutal de un ensueño. Humedece sus sienes con agua de Colonia, la da fricciones, y en seguida envía a buscar al doctor Semeleder, quedándose ella, en tanto, al lado de la enferma, con la condesa del Barrio. El frasco de sales acaba de reanimar a la infortunada, quien reconoce a su dama de compañía, sonríe, le toma la mano y le dice, después de mirar a la Emperatriz Eugenia con una mirada de pavor: »¡Manuelita, no me deje usted sola! > Inclinándose hacia el canapé, la soberana francesa quiere ofrecerle un vaso de agua. La mirada de la enferma se precisa, se vuelve de una fijeza que asusta. Rechaza violentamente el vaso, cuyo contenido moja el traje de la empe-



ratriz

Eugenia, y

grita:

— »|AsesinosI Dejadme y llevaos vuestra bebi-

da emponzoñada. »Viene después una

crisis

de lágrimas, segui-

y de un nuevo desmayo, y un largo entorpecimiento, que pudo ser mortal, si el doc-

da de

otra,

tor Semeleder,

que llegaba en aquella sazón, no

hubiese procurado desde luego despertar a

la

pobre Emperatriz. Era urgente que volviese a París, y que ya no viese ningún rostro extraño. ¡Qué partida de Saint Claud tan lamentable! Con los ojos enrojecidos por las lágrimas, la pareja imperial mira, angustiada hasta la muerte, alejarse, al lento

paso de los coches, como un cor184

Obras Completas a aquella princesa de veintiséis

tejo fúnebre,

años, cuyo rostro encantador expresa aún belleza,

juventud, inteligencia, y que durante una

larga vida va a enredar y desenredar cruelmen-

en

te,

fondo de su

el

espíritu, su pesadilla

de

horror y de locura. »A1 cabo de algunas semanas vino un poco de calma. Unos días pasados en Suiza, en la soledad, parecieron tener influencia feliz en la peratriz Carlota. Sin

Maximiliano,

ni

em-

embargo, jamás hablaba de

de México, y esta laguna asusDe pronto vínole la idea de

taba a los médicos. ir

a

Roma

a pedir

la

bendición del Papa. ¡Viaje

La pobre mujer ve asesinos por dondequiera. Para ella, un mozo de hotel se convierte en un emisario de Juárez; una camarera, finge a su obsesión una dama mexicana afiliada al partido republicano; un inglés, visto en la terraza del hotel, es Juárez mismo. En Roma viene un alivio. La palabra sigue siendo breve, los vocablos, raros; pero la mirada se suaviza. Caben cruel!

tal

vez vislumbres de esperanza...

al Papa que ha llegahace saber que antes de la audiencia solemne la recibirá en particular, en su capilla privada, después de la misa de ocho. Los coches del Vaticano vienen a buscarla a ella y a su

•Avisa inmediatamente

do. Éste

séquito.

le

Según

condesa del BaNota con estupor que su so-

la etiqueta, la

rrio lleva mantilla.

185

Amado Ñervo berana se ha puesto sombrero, y respetuosamente que

la

hace notar

le

mantilla es obligatoria.

Pero con voz imperiosa, Carlota proclama que ella está por encima de la etiqueta. Después de haber atravesado algunos salones llenos de genintroducen a

te, la

el

Papa, terminada

La conversación

ella sola la

a

misa,

la sala

toma

el

en

la

que

desayuno.

es cordialísima. Pío IX, al ver

a su visitante tan abatida, se esfuerza en reanimarla. Ella parece escucharle con interés, cuan-

do de pronto, acto de

en

tal

la taza

sin

modo

que nadie pueda prever un

extravagante, mete los dedos

de chocolate del Papa, diciendo que

muere de hambre, porque todo ven está envenenado. »Pío IX comprende... Hace que

se

lo

que

le

sir-

le lleven

pa-

y sin dejar su tono paternal y dulce, escribe una nota para el cardenal Antonelli, rogándole que venga inmediatamente con dos mépel, tinta,

dicos vestidos de camarlengos, para no asustar

a la infortunada demente. Una idea fija se ha apoderado de ella, y ancla en su cerebro: ho quiere salir del Vaticano, por miedo a los asesinos.

¿Cómo

tífice

evitar

una

crisis? El

soberano Pon-

se pliega a sus exigencias, y hace servir

para ella y para su séquito un almuerzo, que preside el Cardenal Antonelli. Después del al-

muerzo pasan a ratriz

la biblioteca;

pero

allí la

Empe-

expresa de nuevo su invariable resolución 186

Obras Completas de no

salir

pasará

allí la

ma de para

el

del Palacio.

Más

noche, «porque

aún, anuncia que

ella está

por enci-

costumbres, y es un honor Vaticano dar hospitalidad a una soberalos usos y

na perseguida». ¡Una mujer en el Vaticano, en la noche y en las habitaciones del Papa! Sin embargo, el miedo a un acceso de cólera, que podría ser temible, hace

que se

se llevan dos camas a

la

le



la

autorización,

biblioteca,

una para

y la

la condesa del Barrio. no podía eternizarse. ¿Qué imaginar, qué combinar para que partiese sin

Emperatriz y otra para

»Una

situación

tal

violencia la infeliz princesa, aterrorizada por sus

Se decidió que una diputación compuesta de la Madre Superiora y de dos hermanas del Convento de San Vicente de Paul, fuese a rogarle que visitara su nuevo establecimiento, construido para los niños pobres, y que asistiese a las comidas de éstos. Aceptó encantada, y montó en coche inmediatamente para ir al monasterio. Detrás de aquellos muros se volvió de pronto confiada; sonreía visiones de envenenamiento?

a los niños, sentíase penetrada de satisfacción y de orgullo por los honores que se le rendían. El

Congregación de Ritos que le dio asombró a todos. La visita de los dormitorios, de las salas de trabajo, de la enfermería,

cardenal secretario de

la

fué a saludarla. La lucidez de la respuesta

prosiguió tranquilamente. 187

Amado Ñervo «Después, nas. lAy!

un

la

emperatriz desea ver las coci-

detalle íntimo viene

entonces ton-

tamente a trastornarlo todo, y a desencadenar de una manera decisiva y para siempre el espectro tembloroso y huraño de la locura. La hermana encargada de la dirección de las cocinas tuvo la idea de hacer gustar a

la

que se estaba cociendo en vió un plato, poniéndole

visitante

el

guisado

las

marmitas, y

el

cubierto. Estupor

le sir-

repentino en los circunstantes: después de ha-

ber tomado er plato,

la

Emperatriz lo rechazó

violentamente, con un sobresalto de terror. Dirigió

por

en su rededor miradas terribles, y mostró a la condesa del Barrio el cuchillo que

fin

acababan de darle, y sobre la hoja del cual había una pequeña mancha de orín, que la Emperatriz señalaba, diciendo:

—«¡Mirad: aquí está

el

veneno. Se

les olvido

limpiar el cuchillol»

«Vino entonces el desenlace atroz: el calvaque acabó en un horrible y completo desastre de la razón. La metieron a la fuerza en un rio,

coche. Carlota gritaba, desgarraba los

visillos.

Fueron necesarios algunos hombres para arrancarla de los cojines del vehículo que asía desesperadamente, y conducirla a su habitación del Le sobrevino una invencible crisis de fu-

hotel.

ror, y hubo que ponerle camisa de fuerza. «El recuerdo de tan terribles escenas— escribía des-

188

Obras Completas pues la condesa del Barrio— me atormenta aún, impidiéndome con frecuencia dormir.»

El epflogo de esta tragedia lo escribí yo en 1910, en cierta

pequeña crónica para El Imparcial,

que, en un banquete diplomático,

refiriendo lo

me contaba

el SecreNunciatura Apostólica en Madrid. (Y aquí las palabras que aparecen en el articulo Pasa UNA Emperatriz, en boca del Secretario de la isunciatura, desde: 'r^

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