Obras completas de Amado Nervo. [Texto al cuidado de Alfonso Reyes; ilustraciones de Marco]

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1

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OBRAS COMPLETAS

DE

AMADO ÑERVO

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1

*

DE CADA TOMO SE HAN IMPRESO CIEN EJEMPLARES EN PAPEL DE HILO /• fi * fi

TOMOS PUBLICADOS I.— PERLAS NEGRAS.-MISTICAS II.-POEMAS

LAS VOCES, LIRA HEROICA Y OTROS POEMAS IV.-EL ÉXODO Y LAS FLORES DEL CAMINO V.— ALMAS QUE PASAN

III.-

VI.-PASCUAL AGUILERA.

-EL DONADOR DE

ALMAS Vil. -LOS JARDINES INTERIORES VIIL-JUANA DE ASBAJE IX.-ELLOS X.-MIS FILOSOFÍAS

*&XLfeB¿£¿

¡m

OBRAS COMPLETAS AMADO ÑERVO ¿"Volumen X

MIS

i FILOSOFÍAS

ES

PROPIEDAD

DE LOS HEREDEROS DEL AUTOR *

TODA EDICIÓN FRAUDULENTA SERÁ PERSEGUIDA POR LA LEY * ¡9

''O I

I

AL PARTIR

Ha llegado

el

momento de

partir

y nuestro viaje-

ro piensa en liquidar sus cuentas.

Ante todo rio,

la del hotel:

tantos días a tanto dia-

hacen tanto; más algunos extras que

sabe, total, tanto... Pero

si

él

ya

hasta aquí se trata de

cantidades previstas, ahora hay que entrar en un terreno absolutamente indefinido, terrible, implacable: el terreno

de

—Vaya— dice

las propinas.

el

viajero—, procuremos hacer un

cálculo aproximado.

En primer Cierto que,

lugar, está el

como yo

muchacho

del ascensor.

vivía en el primer piso,

nunca

hice uso del aparato; pero ello no es culpa del chico. Él estaba

allí

para que yo subiera. ¿Que no subí? 11



Amado Ñervo ¿Es ésta una razón para defraudarlo? Pude subir,

como mínimum. Ponga-

en ocho días, ocho veces

mos a

veinticinco céntimos

día,

el

y nos resultan

dos francos. Viene en seguida

se ponía en pie.

Jamás me

portero.

el

nada; pero invariablemente,

En ocho

al

sirvió para

subir yo la escalera,

días este portero lleno de

cortesía se ha puesto de pie lo

menos

veinticuatro

veces. ¿Cuánto vale eso? Calculemos a diez cénti-

mos cada puesta de una más, porque, al

recibir la

pie,

sin

y contando veinticinco

duda, se pondrá aún de pie

propina— démosle dos francos

cin-

cuenta.

Siguen

las

doncellas o camareras.

Una hay que me ha hecho mi claro, fuerza es darle, rio.

Pero de

las otras dos,

riablemente en

el

habitación, y a ésa,

por lo menos, un franco dia-

que encontraba yo inva-

corredor, la una

pre: Bonjour, monsieur,

y

la otra

o bien: Ilfait mauvais, según

el

no

decía siem-

tiempo.

Ustedes comprenderán que un afable y constante

me

añadía: ilfait beau,

«buenos días»

tiene precio. Sin

intentaremos cotizarlo y

le

embargo,

asignaremos diez cénti-

mos. Veinticinco «buenos días» a diez céntimos, igual a

dos francos cincuenta. En cuanto 12

al // fait

Obras Completa» beau, Ilfait mauvais... aquí tenemos que establecer

una pequeña

diferencia.

podemos pagar

Ciertamente, no

un

igual

//

fait

beau que un Ilfait mauvais.

Un

//

fait beau

hotel, os llena el

cuando os disponéis a

alma de

luz.

reáis las delicias del sol radioso,

Mientras que un

bremanera. Es

medad,

//

la lluvia,

me

de

la

brisa fresca...

mauvais os desalienta soes

el

barro, la hu-

frío, el

la tristeza...

¡Oh! Claro que Ella

fait

salir del

De antemano sabo-

la

camarera no fabrica

decía Ilfait beau o

en efecto,

así era.

elemental

si

Pero yo

pagase

lo

//

fait

faltaría

mismo

lluvia insípida, la brisa fresca

a

tiempo.

la

el

lógica

más

radioso que

el sol

que

el

mauvais porque,

la

viento húmedo.

Por tanto, daremos a esta chica veinticinco céntimos por cada día claro y sólo quince por cada día

nublado o lluvioso.

a Al maitre d'hótel ya

le

asignaremos una buena

propina, pero hay un criado que la

puerta del

con precisión abrirla yo.

me

comedor cuando voy a

No

tal,

abre día a día salir.

Y

lo

hace

que nunca me ha acontecido

importa que mis salidas sean inopi13

N nadas

que

ni

Adivina

el

esté sirviendo

él

una mesa

lejana.

movimiento previo con que yo me

dis-

pongo a levantarme y va hacia la puerta del comedor, que abre con movimiento ágil. Yo no puedo escatimar a este perfecto operador una buena propina.

Ha

días,

y vamos a considerárselas,

abierto la puerta diez y seis veces en lo

ocho

menos, a quince

céntimos cada una.

¿Y

el

chasseur? ¿qué haremos con

Cierto que no

oficios para recado

muchacho pasábamos

el

chasseur?

hemos necesitado de sus buenos

sin par

o comisión alguna; pero este

jamás dejó de sonreimos cuando

frente a

él.

Jamás, ¿lo oyen ustedes?,

jamás.

Y

su sonrisa era siempre

cordial, lloviese,

Yo

misma, hospitalaria

ya diluviase.

bien sé que una sonrisa no tiene precio. Es

privilegio tan alto, tan

que os ama con todas

humano, que las energías

llena de lealtad, el perro,

vida,

la

ya hiciese beau o ya hiciese mauvais, ya

la bestia fiel

de su naturaleza

que daría por vosotros

la

no puede sonreiros, a menos que entendáis

por sonrisa su meneo de cola. (El perro— dice Víctor

Hugo— tiene

en

el rabo.)

su sudor en

14

la

lengua y su sonrisa

.

Obras Completas No, de seguro que una sonrisa no tiene precio; pero, en

fin,

puesto que aquí se trata de recompen-

sar de alguna

manera

las del chasseur,

démosle por

cada sonrisa veinticinco céntimos, en atención a

que es hombre, que

si

mujer fuera

la

que nos hu-

biese sonreído, habría que elevar la tarifa a cin-

cuenta céntimos, no sin advertir que no hay dinero

en

el

jer;

mundo con que pagar

la

sonrisa de una

sobre todo, de una hermosa. Es

sieseis

si

qui-

iris.

Después de

leer esto,

posiblemente pensaréis:

Os

viajero rabia contra las propinas.

el

engañáis; este

no rabia en absoluto

Paga con más gusto a quien a quien se pone de pie

le

verle,

al

dice: Ilfait beau,

a quien

le sonríe,

que a los que ejecutan duros trabajos por

él.

¿Sabéis por qué? Porque los primeros

porcionan una sensación deliciosa de chez

que un

mu-

pagar una aurora, un celaje, un crepúsculo

o un arco

viajero

como

Ilfait beau,

una

sonrisa,

le

pro-

soi\

por-

una cara amable,

en quienes os sirven, son eminentemente hospitalarios.

Aunque os cuenten

lo

contrario, creed

15

que

la

m

N

hospitalidad en un país está, no en lo que os dan,

sino en

la

manera de dároslo; no en

ven, sino en

la

manera de

lo

que os

sir-

servíroslo.

Para mí, especialmente, los países hospitalarios

son aquellos en que todo

que

las

mujeres

me

sea para decirme:

el

mundo me

sonríe y en

miran más dulcemente, aunque

II

fait beaa,

16

II

fait mauvais.

II

EL CONTAGIO DE LA VIDA

La

humanidad vive en un perpetuo estremeci-

miento de

Ayer

la

terror: el terror del contagio.

peste bubónica,

hoy

el

mañana

cólera,

la fiebre tifoidea.

La Edad Media transcurrió entre dos luchas: lucha contra los

«infieles»

y

la

lucha contra

la la

lepra.

En

la

época

actual,

cuando aparece

otro.

apenas se vence un microbio

Vamos de

tagio y de éste a aquélla, en

la profilaxis al

con-

un perpetuo vaivén.

Tal estado de vibración angustiosa, de temor incesante, subleva a veces

el

de justicia que llevamos en

invencible sentimiento el

alma.

«La Naturaleza es cruel— exclamamos—

,

la

vida

17

Tomo X

2

Amado Ñervo es madrastra. Se diría que un* poder oculto ha jura-

do guerra a muerte a Pero

porque

la

humanidad.»

somos nosotros

los injustos

hablar así

al

tenemos presente a todas horas

si

universal, del

No

todopoderoso contagio de

advertimos, ciegos, que

el

la vida.

la salud, la

la vida,

alegría brotan a raudales en derredor nuestro;

no podemos

salir

a

la calle, ni

Observad

al

que

conversar con nues-

tros semejantes, ni recibir la luz

este irresistible contagio

con-

cambio del

tagio de la muerte, nos olvidamos en

del sol, sin

que

nos haga presa suya.

enfermo, especialmente

al

neuras-

ténico. Sale

de su casa maldiciendo de todo, por-

que todo

le

parece conjurarse contra

es negro,

el

porvenir está preñado de tormentas.

Físicamente, hasta

la raíz

Pero en sano, que

le

duele desde

la calle ríe,

mundo

planta de los pies

encuentra a un amigo que está

que ama

la

existencia.

¿Qué va

a

de aquel rayo de luz y de

mancha de sombra?

{Vencerá siempre

la luz!

El sano contagiará

Jamás

Y

El

de los cabellos-

resultar del encuentro

aquella

la

él.

el

con su alegría

enfermo entristecerá

esto acontece en todos los 18

al

al

enfermo.

sano.

momentos de nues-

O

a

r

b

tra vida, sin

que

como

tagioso

Completas

8

el

lo advirtamos.

optimista es encontrar El llanto la risa

de

de

los otros,

el

pero

la risa,

decimos, qué conta-

buen humor!

¡Ciertamente!

como son

mo,

llorar;

reir.

Como

es contagiosa

es contagiosa la confianza, fe,

hacernos

invariablemente, irremisible-

¡Qué contagiosa es gioso es

tan con-

clave de la felicidad.

la

los otros suele

mente, nos hará

Nada hay

optimismo. Vivir con un amigo

contagiosos

la

como

la

luz,

como

es contagiosa la

esperanza,

el entusias-

el amor...

Estamos

tristes;

pero

al

trasponer los umbrales

de nuestra morada, un rayo de sol matinal, que es

un hervidero de átomos, una vía láctea minúscula en turbulento torbellino de vida, nos dice: y del «¡eso es!>

Os aseguro que tisfecho,

vuestro interlocutor quedará sa-

juzgando que

con atención, sino con

lo

habéis escuchado, no sólo

deleite.

Pero ¿y qué pensáis de

la

prodigiosa exclama-

ción: «¡qué tal!»?

Difícilmente se hallará algo que mejor cuadre a

todas las situaciones, a las conversaciones todas.

Es una gama

infinita:

Admirativo: «¡Qué Este cabe

Si os dicen algo

«Qué

tal,

que sorprende, podéis exclamar:

¿eh?»

Este «¿en?» matiza tal».

tal!>

cuando os cuentan cosas graves.

Es como

muy

graciosamente

al

«qué

si dijerais:

«¡Pero quién lo hubiera creído, hombre!, ¡mire

usted lo que son las cosas!, ¡quién lo dijera!, ¡qué

mundo

éste!», etc.

51

Amado Ñervo Cuando os

relatan grandes penas,

un «¡qué

tal!»

opaco, acompañado de cierto grave movimiento de cabeza, viene

muy

a

pelo...

Mas, imaginemos que encontráis a un buen amigo, a quien no habíais visto. El se quedará encan-

tado

si

tendiéndole los brazos

le decís:

«¿qué

mejor que mejor: «¿qué

tal?»

«hombre»,

Si en ciertos casos añadís la palabra

hombre?». Natural-

tal,

mente, esto depende del grado de confianza.

De una

acera a otra podéis asimismo gritar a un

amigo que pasa:

«¿Qué

tal?»

Es éste un

grito

de inteligencia, que

vale tanto como:

«¿Qué ha habido de aquello?» «¿Cómo de entonces?»,

No

etc.

concluiría

nunca

esta

quisicosa

todos los matices y significados del

modo

«qué

estás des-

si

apurase

famoso y có-

tal».

Él nos libra, en unión de las otras palabras providenciales, de la

más grave de

obligan la cortesía y se

empeñan

la

las

cargas a que

mundanidad: de

oir lo

que

en decirnos los frivolos y los tontos.

52

VIII

INQUIETUD

fcs mi amigo

Máximo hombre a quien

misterioso que llamamos

dos los elementos para ser Naturalmente, no lo

ese factor

buena suerte ha dado

es,

to-

feliz.

porque

la

felicidad

no

consiste en esos elementos -llámense riqueza, her-

mosura, salud,

poder— sino en

algo

muy

recóndito

e impalpable, que está en los confines de nuestra conciencia, y que, sin concurso alguno exterior,

nos proporciona a veces una beatitud incomparable.

Mi amigo jamás ha conocido esa diga de paz, que no requiere ni saje ni la caricia

la

beatitud, pró-

belleza del pai-

de opulencia alguna para soñar

su sueño divino. 53

N Mi amigo celente.

es

muy

de una salud ex-

rico, disfruta

Sus relaciones

encuentran ultra-chic.

lo

Sus vanidades, grandes o chicas, van por con

el

penacho

la

vida

al aire.

Frecuentemente, sin embargo, viene a quejarse

conmigo de su mala

suerte.

¿En qué consiste

esta

En primer

en que

gundo

lugar,

lugar,

mala suerte?

En

cree tenerla.

él

se-

en una inquietud perenne.

Mi amigo sufre de la moderna y terrible enfermedad del mercurialismo (la llamaré así, porque es palabra que

la

la

define por excelencia); es decir,

que necesita moverse como jar

la ardilla,

ir,

venir, via-

sobre todo.

Cuando ha pasado un mes en su espléndida casa, bajo los tutelares árboles

de su parque,

al

borde del admirable estanque glauco en que nadan cisnes negros y cisnes blancos, al lado de amigos ultra-chic,

como

él,

que nunca se han vestido más

que en Londres, Máximo comienza a bración interior, algo

como

el latido

de cien caballos que tiembla bajo

el

sentir

de

Entonces inventa un importa adonde.

viaje.

* 54

una

vi-

máquina

obstáculo de

los frenos.

No

la

¿Adonde?

Obras Completas estará mejor

¿En qué ciudad, en qué hotel

que

en su casa? ¿Qué cocinero se afanará en compla-

como

cer,

¿Qué

suyo, todos sus sibaritismos?

el

coches tendrán

el

muelle y adormecedor movi-

miento de los que posee?

No

importa. Él sabe bien que va de lo bueno a

balneario o lo

lo malo.

La ciudad,

que

que ha elegido como término de su

no

sea,

le

pa;

la estación,

despierta interés alguno.

el

viaje,

Conoce toda Euro-

es decir: todos los hoteles, los clubs y

grandes teatros de Europa

(el arte le interesa

y no hay uno solo en que no Al llegar a un hotel, bre, segura

lo

conozcan a

de

las caras

él.

sonrisa de la servidum-

de pingües propinas,

nal solicitud

—El —El

la

los

poco)

lo

acoge, y

la

ve-

rasuradas lo envuelve:

señor conde está servido.

señor conde ha hecho sin duda un buen

viaje...

—El se

le

señor conde se dignará indicar a qué hora

prepara su baño.

La perspectiva de toda esta miel comprada, de toda esta uficiosidad,

lo decidiría

a quedarse en

casa; pero la maquinita interior vibra,

vibra ince-

sante, implacable, impulsándolo hacia otra parte. el

Y

señor conde se va: se va a comer mal, a dormir 55

Amado Ñervo peor, a fatigarse en los sleepings, a ser víctima de la solicitud

mismos

de

sitios,

los mattres d'hótel,

a recorrer los

a fastidiarse a las mismas horas.

Así pasa un mes, dos a lo sumo; y entonces la

inquietud interior

asume

otra forma: el señor con-

de siente un vivo deseo de volver a su casaDurante algunas horas, su ayuda de cámara, con pericias ya clás'cas, dispone y arregla los

rables trajes, las camisas

innume-

más innumerables aún, en

complicados y sabios baúles, construidos en Filadelfia,

o Nueva York, o Londres,... y otra vez a

Madrid, donde respirará un m:s, dos meses quizá, mientras

vibración

la vieja

despierta de

nuevo y

sacude sus entrañas: Errar de clima en clima es un instinto en ciertos genios como en ciertas aves,

dijo

un poeta nuestro, y estos dos versos han ser-

vido a muchos poetas menores de

como

Sur, andariegos

América del

la

ellos solos, para creerse

ge-

nios.

Mi amigo no tinto,

un

es genio ni ave, pero

instinto

que constituye

la

que cada



día se hace

tiene el ins-

más común,

enfermedad moderna por exce-

lencia, la angustia inenarrable

5G

de los

ricos, la

te-

Obras Completas rrible

compensación de muchas fortunas

injustas.

estos atribulados viajeros experimentarán

Jamás

la felicidad

nirvánica que consiste en adormecerse

blandamente ante un

paisaje,

con

la

mirada inte-

rior vuelta hacia zonas de misterio...

Jamás sentirán nal,

la

magia de una naturaleza mati-

del agua que corre, del viento que canta. Pre-

sas de un vértigo espantoso, verdaderos

condena-

dos dantescos, desearán siempre, necesitarán siempre, irse, sin

irse

de prisa,

pensar jamás que

como

dijo el otro,

hace un

siglo,

en

muy de

prisa,

a otra parte,

la

esencia de un viaje no está,

ir

hoy más rápidamente que

de París a Londres, sino en

ir

a Lon-

dres a hacer algo más importante o más bello que lo

que hacían

los viajeros

de hace un

siglo.

IX

ANTINOMIAS

La

edad

dio,

del automovilismo y de la aviación,

actual,

más que de

la electricidad, del ra-

debiera

llamarse de los microbios.

Pasteur primero, y Metchnikoff después, han

do definitivamente

(?)

para

la

fija-

ciencia esta verdad:

La enfermedad no procede sino de parásitos. El

hombre— esa

admirable máquina de

Napoleón— está hecho para

durar.

feccionados y afinados en

el

rios, dio...

funcionarían

tal

acaso dos, sin

vez un la

vivir,

que

dijo

Sus órganos, per-

curso de los milena-

siglo,

quizá siglo y me-

traidora intervención de

esos animálculos que se solapan en

el misterio,

nos acechan a cada instante, que invaden 59

que

el aire

y

que respiramos hasta saturarlo de muerte, y que se llaman microbios, hongos, esporozoarios,

etc.

«El parásito es la enfermedad. Sin parásito,

no

hay enfermedad posible.»

Se

que un dios blanco creó

diría

dios negro

creó

el

hombre, y un

al

El dios blanco entonces

parásito.

al

glóbulo blanco de

la

sangre,

nodado que rinde un combate

defensor de-

el

sin tregua al

micro-

bio intruso.

Habrá quien piense que mejor hubiera sido no crear ni una ni otra cosa; que

de

la

creación es que

el

lógica pide

to, viva, la

si el fin

hombre,

el

que no se

ser le

escondido

más perfec-

pongan obs-

táculos a esa vida; que es contradictorio crear una

máquina de

vivir tan

no—robaremos

admirable

crear al propio tiempo una

estupenda como en honduras y

como

otra vez su frase a

el

me

el ser humaNapoleón—

máquina de muerte tan

microbio; pero yo no

me meto

limito a registrar hechos.

Q Ahora tivo

de

bien: ciertos señores, a pesar de lo defini-

las

conceder

verdades que he apuntado, se niegan a

al

microbio

la

importancia capital que

han atribuido Pasteur y Metchnikoff. GO

le

Obras Completas El

microbio— se atreven a decir estos señores-

no es causa de de

la viruela,

de

la tuberculosis,

sino

dades existen, como

la

escarlatina,

signo de que tales enferme-

el

humo

el

es

el

signo y no

el

origen del fuego.

Un

individuo tiene

el

bacilo de

la

tuberculosis

porque está tuberculoso: no está tuberculoso por-

que tenga

el bacilo.

Combatir, por tanto, la

enfermedad: es

bomberos

al

microbio, no es combatir

como

apurando

si,

se pusieran a disipar

el símil,

humo

el

los

para ex-

tinguir el fuego

¿Qué

es,

pues, la enfermedad?

¿De dónde

vie-

ne? ¿Por qué vivimos? ¿Por qué morimos? Hombre... a

la

ciencia

tantas cosas a la vez.

no hay que preguntarle

Hay que

mos apenas aprendiendo a

No

ir

por partes. Esta-

saber

cómo

somos...

morahnente, que esto es imposible, sino

mente.

Nos hallamos en

elemental...

By and

el

a b c de

la

física-

fisiología

by...

Pero como parece que esta cuestión de

fermedad apasiona por todo extremo a 61

los

la

en-

hom-

Amado Ñervo bres (y apenas está de

si

las teorías

que

respetos...

No

andan por ahí campando por sus sin confesar

que

ner ninguna; que sin

la

el

mejor de

las teorías

es

hombre ha nacido para

médicos; que aquel a quien cabe

no tropezar con

no

los pobrecillos tienen razón),

más exponer alguna vez

ellos

en

el

la

no

te-

vivir...

suerte de

camino de su vida,

suele morir de viejo; que una farmacia es una fábrica de enteritis, de dispepsias,

y que

la

de

gastritis, etc.,

naturaleza piadosa nos da aún, con libe-

ralidad real, tres cosas admirables, de las cuales

nos obstinamos en

huir:

el

sol, el

campo,

el

mar.

X EL SEÑOR SALVAJE

C^uando

se advierte el movimiento de una gran

ciudad, de París, por ejemplo, con su incesante y

formidable palpitación de vida, lo que más sor-

prende

sin

duda a muchos es

de atropellados que arrojan

el

las

reducido número estadísticas

me-

nudas.

—¡Cómo!— exclamará ¿es, pues, posible

el

observador viajero—:

que esta enorme y ultracompli-

cada máquina se mueva sin aplastar centenares de gentes?

—¡Qué!— continuará exclamando—, ¿no hay por ventura en París poetas,

artistas, filósofos, sabios,

inventores, enamorados, gente distraída, en

fin, que no se dé cuenta del espantable peligro y caiga destrozada por un vehículo?

63

Amado ¿Cómo

es posible

N

'"

e

r

v

o

que esos caballeros de

la

abstracción y del ensueño, esos seres de alma es-

capada perennemente

país

al

perennemente recluida en

de

la

divagación o

misma, no caigan a



montonadas?

¿Cómo

admitir que en un año, en dos, apenas

haya un distraído, un Curie que se desplome bajo la

mole de un carro?

Y

el

observador curioso, después de estas excla-

maciones, sigue mirando

el

trajín loco, el

parable ajetreo de este París siempre

incom-

febril:

filas

cerradas o tropeles en desorden de coches de

punto, ruedan sin estruendo por orillan

los

plátanos.

la

avenida que

Ruidosamente avanzan

los

enormes autobús, cuyos abultados neumáticos parecen ruedas de aserrar.

Con

su monorrítmico re-

doble vienen los tranvías, de todos colores, de todas suertes, sobando las monótonas paralelas de acero; los viejos ómnibus, por su parte, rechinan y crujen, mientras

Y

penosamente avanzan.

enredando su confusión y su rumor a todas

aquellas confusiones y rumores, relampagueantes

de velocidad, nerviosos de premura,

ágiles,

impe-

riosos, entreverándose, asaltando el espacio libre,

hormiguean

los automóviles, los incontables auto-

64

Obras Completas móviles, los de lujo y los taxi, los populares taxi,

que por unos cuantos francos dan

al viajero

o

al

burgués atareado su encantadora ración de confort y de vértigo elegante.

Y

entre la babel de estridencias, de rumores, de

gritos,

de campanillazos, que tienen una continua-

ción subterránea: el metropolitano; entre aquella

balumba, entre aquella calentura

vibrátil, se desliza,

corre, vacila, tantea el peatón, el transeúnte,

aún se ajusta

al

que

secular procedimiento de locomo-

ción bípeda, de marcha adámica. El curioso observador contempla a este atrevido

viandante y murmura: ¿a qué hora lo matarán?

¿Cómo no

lo

han matado aún?

¡Ah! Ciertamente el parisiense es ágil, sabe a

qué

atenerse: todos sus sentidos se aguzan, se distien-

den, se afinan, en esos pasos laboriosos de una

acera a otra. Pero por astuto y flexible que lo su-

pongamos, hay imprevistos nudos gordianos, conflictos

res.

de circulación inminentes y desconcertado-

«¿Cómo no

lo

matan?»— sigue murmurando

el

curioso observador.

Por otra

parte,

no todos

los parisienses

esta agilidad,

no todos poseen

mento

en

difícil

la

calle.

Os

la

tienen

previsión del

repito

que hay

mo-

filoso-



Tomo X

5

Amado Ñervo fos,

y

que se

y poetas, y maníacos o inventores y os diré también que esta mucha-

artistas,

distraen;

cha que veis

de un

salir

taller

de modas con su caja

de cartón colgada del brazo, va pensando en todas las

posibilidades de tropezar con un millonario,

va construyendo aladas arquitecturas resplandecientes...

— ¿Cómo no Aquí,

el

la

matan?

curioso observador recuerda lo que dice

Maeterlinck del instinto.

Hay en

las

profundidades de nuestro

la civilización lo

violento,

ser,

adonde

ha arrojado, un salvaje, hosco,

peludo, que se llama

el

Instinto.

Casi

porque nos desacredita y compromete. Pero en los supremos instantes del

nunca

lo

dejamos

peligro: cuando,

volamos va a

salir,

por ejemplo,

el

automóvil en que

estrellarse contra el obstáculo,

tras la inteligencia, platónica

y

fría,

mien-

se da cuenta de

todo, y tiene hasta tiempo de ensartar pensamientos indiferentes en el hilo vital

que va a romperse, he

aquí que surge, brutal, autoritario, momentáneo, salvaje

recluso.

Con

celeridad

el

milagrosa se da

cuenta del riesgo y procede: pone en acción los

dos frenos, desvía con habilidad admirable prevé hasta

la

el

auto,

imposibilidad del éxito de su mani66

Obras Completas obra, y busca

serán

menos

todo, y

el

el

lugar en que

terribles...

el

choque, o

Un segundo,

la caida,

dos, tres, dura

salvaje— el instinto— nos ha salvado.

El alma, la princesa distraída e indiferente, ha-

bíase entretenido entretanto en contemplar el sitio

de

la

posible catástrofe; vio que el árbol contra el

cual iba a estrellarse

el

auto era un enorme álamo

cuyas hojas parecían de plata y temblaban

como

alas de mariposa...

Y

vio también que en una rama había un nido...

Pues

este señor salvaje, padre del movi-

bien:

miento reñejo, es París, a pesar

Gracias a

el

que nos salva en

de todas

él,

tores, filósofos

las calles

de

las divagaciones.

hay todavía músicos, poetas, inveny obreritas ce

los bulevares su esperanza

67

taller

que pasean por

de ser princesas...

XI

PÁJAROS FRITOS

£n

cuanto llega

el

invierno, el transeúnte advierte

en muchos escaparates de pastelerias, tocinerías, tabernas y tiendas de comestibles de Madrid, rimeros

enormes de pájaros

Son

fritos.

éstos

el

manjar más suculento de

modesta, de

la

clase

el

media y aun de

la

la

gente

pobre; pues

precio varía desde dos sueldos hasta cuatro y

cinco la pieza, según bre todo, según

Gracias a

la

la

el lujo

del escaparate, y, so-

antigüedad de los pájaros.

temperatura, los míseros animalitos

ya de suyo se conservan frescos por tres y cuatro días.

Una

vez

fritos,

su duración es ilimitada.

Ahí están, achicharrados, en actitudes trágicas, 69

Amado Ñervo una semana o más,

sin otra variación sensible

que

del precio.

la

Cuando

el

vendedor advierte que

ha embebido... los céntimos a

Pero en

fríe

la

manteca se

de nuevo y rebaja algunos

la pieza.

lo general

no hay necesidad de

esto: los

pájaros fritos se venden por docenas, y en algunas

casas acreditadas

enorme montón se renueva a

el

diario en el escaparate.

Os aseguro que una de definibles de

mi vida fué

las

impresiones más

la visión

in-

primera y des-

consoladora de estos pájaros muertos (y además

que

fritos)

el

madrileño devora con deleite.

Hemos convenido en que un es sentimental, tanto

nos de

moda

servidor de ustedes

más impenitente cuanto me-

está el sentimentalismo; pero es por

su desgracia un sentimental del peor género, del

más odioso género;

humanos

lo

táculo del dolor en

más

el

espectáculo de los dolores

conmueve medianamente; una

el

bestia lo hiere del

espec-

modo

raro.

Este servidor de ustedes posee una sensibilidad

de

tal

suerte desviada y ridicula, que sería incapaz

de golpear a un perro, a un

un

mulo... ni siquiera a

caballo... ni

un sapo. 70

siquiera a

Obras Completas La bestia es para

algo sagrado, por inocente,

él

por indefensa, y porque mientras aparta de su

fin

hombre se

el

y desvanece cada día más en su

espíritu la oculta

huella,— el signo enigmático de su

parentesco con los dioses,— la bestia conserva mirable secreto de su origen. Es cipio, a pesar

como

el

ad-

fué al prin-

de que también evoluciona, y «sabe

y se acuerda» del génesis arcano que nosotros he-

mos

olvidado.

¿Inferior a nosotros?

¡Y por qué! ¿Porque no habla? ¡Pero

si

esto es

una superioridad! ¿Porque no escribe? ¡Pero rioridad! el

¿Porque no se

si

esto es otra supe-

viste a la

moda

ni lleva

en

pecho condecoraciones? Si las bestias y el

hombre no siempre se entien-

hombre y no de la bestia. Ellas piensan, pero piensan de otro modo, porque viven den, culpa es del

en otro plano.

Su pensamiento ¿es tro?

Ni

lo

uno

ni lo

superior o inferior al nuesotro: es

simplemente dis-

tinto.

Creo que fué Augusto Comte quien llamó a los animales «nuestros hermanos inferiores». Este sabio era demasiado orgulloso. San 71

Francisco de

Amado Ñervo Asís los había llamado

mucho

antes


, o

luz o

la

la

Aventura, bañán-

penetrándonos de sombra.

varios nombres: se llama el «premio gor-

«la

mujer» que acierta a mirarnos hasta

el

fondo del alma y que modifica con una sola mirada nuestra existencia, o el «naufragio», o el «terre-

moto» o

«la

bomba».

Sus posibilidades son

infinitas,

su poder omní-

modo. Hasta ayer habíamos sido hombres metódicos y tranquilos; hétenos ahora, sin saber cómo, sin prever nada,

cabalgando en Al Borak...

¿Habéis pensado en esa enorme aventura de los mineros de Curieres? ¿Creéis que un novelista hubiera inventado más espantosa? Y la

vida diaria está preñada de sucesos

Es en vano que huyamos del

sin

la

embargo,

así...

azar: él

nos espía.

El misterio, lo raro, lo extraordinario, palpitan detrás

de este tranquilizador panorama de

bitual...

¡Estemos preparadosl

c.8

la

vida ha-

XIV

LO QUE SUGIEREN LAS SILLAS

Abarcón, cribió

«una

silla

humorismos madrileños, es-

entre sus

una vez todo

lo que,

del Prado».

según

Yo no soy

él,

silla

escuchaba del Prado,

pero también he escuchado muchas cosas. lo

que escuchan

las sillas,

Desgraciadamente,

muy poca

lo

No

sólo

sino lo que ellas dicen.

que

importancia. Las

ías sillas

sillas,

por

dicen tiene

lo general,

no

son inteligentes.

Aun cuando hay

varias clases de sillas: desde las

aristocráticas, cubiertas

de ricos tapices y modela-

das conforme a estilos admirables, hasta las plebeyas de Vitoria, o de

la

Canoa,

ni

unas

ni otras tie-

nen pizca de talento. La

silla

es

un organismo

refractario a la cultura.

Amado

Ñervo

Por algo tiene cuatro patas y está rellena o tramada de

Por

paja...

lo

o de cerda.

demás,

la ineptitud

de

la silla se explica.

más

vil

puede aprender! jcómo puede

ci-

Destinada a estar en contacto con del hombre, ¡qué

la parte

sentimientos nobles y elevados pue-

vilizarse! ¡qué

de adquirir!

«No hay redención» para toria»;

y

está de tal

ello

la silla, así

mente de todos, que fuera de la

la letanía,

Virgen Sedes sapientiae,—y esto en

fórico

y elevado,

noble: en

bello,

«Trono»,— nadie ha ¡La ineptitud de ia

sea «gesta-

manera arraigado en

el

la

que llama a estilo

meta-

sentido de

calificado a nadie de «silla». silla!

¡quién se atrevería a ne-

garla!

Ahí llón

tenéis,

en

la historia

colocado por

el

contemporánea, un

destino en sitio

si-

incomparable

para asimilarse ideas, para instruirse, para evolucionar: el sillón

de Voltaire.

¿Habéis imaginado alguna vez

empeñó en

el siglo

xvm

el sillón

el

papel que des-

de Voltaire?

¡Lo que oyó ese sillón! (iba a decir «¡ese bendito sillón!»,

pero

me

acuerdo de que, tratándose de 90

Obras Completas Voltair?,

no había nada bendito, y suprimo

la

pa-

labra).

¡Cuántas argumentaciones, cuántas ironías, cuántos

mots

cuántos alejandrinos más o me-

d'esprit,

nos bien

cuántos madrigales... cuánta

cortados,

filosofía!

¿Y qué aprovechó de todo

esto el sillón de Vol-

taire?

¡Seguro estoy de que no supo quién fué Carlos XII...! ¡ni quién fué Voltaire!

¡Vaya, estoy convencido de que ni siquiera fué

un

sillón optimista

como

Pangloss!

Este mueble dejó herederos. Por dondequiera veréis «sillones Voltaire».

Es posible que su nom-

os incite a comprarlos,

bre

posible

que creáis

aprender algo instalándoos en su hueco. Desconfiad:

no aprenderéis nada. Os dormiréis en

ellos:

voilá tout.

¿Y quién os

dice que poi

de que es tan pródiga rical

un

uno de esos sarcasmos

vida,

la

no despertaréis

cle-

después de haberos dormido librepensador en

sillón Voltaire?

Sin embargo, las

supremo

talento:

y los sillones tienen un

sillas

son por

lo general silenciosos.

91

N Son

silenciosos

aun en

las

asambleas: observad,

en efecto, que todos los oradores que hablan en las juntas, congresos, mítines, etc.,

o

jar el sillón

la silla,

empiezan por de-

poniéndose en

pie.

Son

silen-

ciosos aun en los banquetes. La prueba es que,

quienes brindan, nunca lo hacen sentados. El sillón

no

les sugiere nada.

Es

la

copa

la

que se encarga

de sugerirles algo: generalmente estupideces. Este discreto, este jamás bien alabado silencio de los sillones

y de

las sillas,

ha hecho pensar a algu-

nos que oían, y de ahí que Alarcón escribiese su fantasía (ya vieja, ¿eh?) sobre «lo que oye una silla del

Prado >.

¡Quién sabe

Hay que

si,

en suma,

las sillas

no oyen nada!

desconfiar de las afirmaciones de los

hombres imaginativos. La imagen no explica

ni

resuelve las cosas, y a

veces es contradictoria.

¿No

se nos ha repetido, por ejemplo, hasta la sa-

ciedad,

no

que

repite

Yo

que

las

paredes oyen? ¿Quién no sabe y

las

paredes oyen?

ignoro los siglos y los esfuerzos que nos cos-

tó descubrir y averiguar esta verdad axiomática

que

las

de

paredes oyen...

Y, sin embargo, hay una afirmación que contra92

Obras Completas dice

el

axioma, y todos admitimos

afirmación:

tal

como una tapia! >, decimos. como una tapia!» Pero una tapia, ¿no

Entonces empieza

la

cacería: nuestros 106

dedos ten-

Obras Completas talean el doble espesor de la tela, y los picaros se

escurren de lo lindo.

No

hay manera de hacerlos

salir

por donde han

entrado...

Suele ser preciso abrir un nuevo agujero en forro o ahondar desesperadamente decir, maltratar la prenda,

el

que es

el

primero... es

que

lo

ellos

quieren.

Al

Y

vencemos, pero ¡con cuánto esfuerzo!

fin

a

la

primera oportunidad, el espíritu

tario y sutil de los metales sugerirá

ágil, refrac-

una nueva es-

capatoria.

Así posee mejor: lo

el

hombre

lo

único que juzga poseer

que, candorosamente, llama

«la

materia

inerte».

Y aún pretendemos enseñorearnos de

entidades

o cosas menos sumisas: del aplauso de las multitudes, de la voluntad de

de una

un amigo o del corazón

mujer...

107

XVIII

DIME LO QUE BEBES Y TE DIRÉ LO QUE HABLAS

La

acariciadora tibieza del aire y

el

primor de los

árboles, enjoyados de retoños, incitan siempre a dejar la

casa y pueblan las calles de una

baldía, contenta

Los

cafés,

de sentirse

como

multitud

vivir.

es costumbre en cuanto la tem-

peratura lo justifica y autoriza, instalan en las ace-

moblaje de sus «terrazas», y

ras el frágil

la

continua

explosión de conversaciones, antes confinada en las cuatro

paredes del establecimiento, ahora se

produce en pleno

aire

y a pleno

Estas conversaciones tienen

sol.

muchas fisonomías

para un observador medianamente curioso, y tales fisonomías cambian y se diversifican, no en razón

de los diversos asuntos en que 109

las

conversaciones

N como pudiera

se inspiran,

de

lo

que beben

Un

razón-

mismos.

ejemplo aclarará este aserto:

Hay en cuya

creerse, sino en

los conversadores

la calle

clientela,

de Alcalá dos o tes cremerías,

en primavera y en verano, es nu-

merosa.

A

de

las seis

la tarde,

rios

aún a

del

«five o'clock»,

la

abundan

los que, refracta-

universalizada usanza inglesa

casi

encuentran que una taza de

chocolate o un vaso de leche pasteurizada son deliciosos.

No

que se

creáis

trata

llenos de alifafes: hay

de una clientela de viejos

hombres jóvenes y mujeres

bonitas que bucolizan la vida con leche pura o regalan con

el

la

ortodoxo chocolate, castizo y aba-

cial.

G Pues bien, vale

la

pena

oir las

conversaciones de

tan apreciables personas.

¡Quién habla ¡Ni para

allí

de

política!

un remedio hay descontentos de

tuación actuall

No

oiréis, ni

por asomos, exclamar:

—¡Si yo fuera Gobierno!— o lio

bien:

la si-

Obras Completas —¡Sólo en España

—¡Aquí no

se

se ven cosas semejantes!— o:

puede

vivir!...

Exclamaciones todas que, pronunciadas áspera-

mente por unos señores embozados en capas negras con vueltas azules y rojas, os solicitan

a cualquiera hora, en

En

cremerías, se dijera que todo

las

está contento

con

las orientaciones

todo ra,

con su

el

en

de

que todos

el

mundo

con sus gobernantes,

suerte,

política; se dijera

la

mundo experimenta

fin,

oído,

el

el café.

que

layo/e de vivre; se dije-

los ojos

expresan en su silen-

cioso idioma de luz estas palabras:

— Et in Arcadia egof ¡Oh poder sedante de

¡Oh singular

De cada boca que que va a sí

salir

la

leche pasíeurizada!

influjo del castizo

chocolate abacial!

se entreabre se imagina

uno

no

sale,

una égloga de Garcilaso, y

si

surgen, cuando menos, frases mesuradas, sere-

nos conceptos, comentos apacibles de los sucesos...

Alguna vez, muy de cuando en cuando, se habla de enfermedades, de

como llero

el

tal

o cual niña anémica, láctea

vaso que tiene delante, de

tal

o cual caba-

que a anteriores intemperancias en

debe un rebelde desarreglo de 111

el

yantar

los órganos digesti-

Amado

Ñervo

vos; pero estas son excepciones: en general,

por su alteza, le, las



si

no

por su ecuanimidad y mansa índo-

conversaciones son diálogos de Platón, o

bien departimientos de una galante y atornillada aldeanía,

como

que podrían tener sonrosadas pa-

los

de pastores en un paisaje de Watteau.

rejas

H Pero pasad de

allí

a los cafés, y de

allí

a los

bars. ¡Jesús! ¡Los bars!

¡Qué caliginoso concepto de los bars!

la

vida se tiene en

¡Qué descontento nervioso y exaltado de

las actuales

condiciones de

la

sociedad! ¡Qué es-

pasmódicas protestas, qué azogadas actitudes, qué airadas exclamaciones! ¡Allí

se habla del

ción, de la política

La opinión, nen

la

amor como de una conflagracomo de un cataclismo!

el juicio,

respecto de los demás, tie-

acidez de los limones más agrios.

Y trémulo

aún

el

oído por

réspices, por lo acerado

sidad de los vocablos,

de

la displicencia

las ironías,

salís,

por

la

de los inten-

¡oh buenos amigos

míos!, del bar inquieto; retornáis a la leche pasteu112

Obra rizada,

de

la

y ya en

Completa la

cremería, deseosos de resarciros

anterior ansiedad, iniciáis

una de esas

lentas,

claras y

ponderadas conversaciones, propias sin duda de las almas vestidas de blanco, que pasean, al

caer de las tardes luminosas, por los

Elíseos.

113

Tomo X

Campos

>

XIX

LOS QUE QUIEREN IRSE .

«Fulano, decimos, es elegante; se viste en Londres.»

O

la

mar de

Todos sabemos, no es

admirablemente hecha>;

bien: «lleva ropa

o bien: «tiene

ni vestirse

hecha, ni tener

la

sin

trajes.»

embargo, que

el ser

elegante

en Londres, ni llevar ropa bien

mar de

trajes.

El Diccionario (uno de los mejores Diccionarios

que existen en castellano) define «Dotado de gracia, nobleza y

así al elegante:

sencillez, airoso, bien

proporcionado, de buen gusto.» El de lo define casi

la

Academia

de manera idéntica.

Sólo por analogía se llama elegante 127

al

hombre

Amado Ñervo que

viste

con sujeción a

la

última moda.

Y

esta

analogía es poco apropiada.

En

realidad,

debería llamársele dé~btro

más adecuado. Hasta gomoso,

modo

hasta «pisaverde»,

hasta «petimetre»... pero no elegante.

La elegancia consiste en

cierto discreto señorío,

en cierta majestad innata, en cierto ritmo inimitable del movimiento, en cierta noble gracia de

la

actitud.

No

se

puede

ser elegante

más que con una

distinguida, y ésta la Naturaleza la da

figura

con parsimo

nia a quien le place. Suele negársela a

un monarca

y otorgársela a un pastor.

B

No depende

la elegancia

de

la inteligencia ni

de

elevación moral.

la

El divino Sócrates era casi ridículo, y el vano y

ostentoso Alcibiades parecía un dios a su lado.

En

las bestias, las

las superiores

inferiores

El gato, por ejemplo, es

de

superan a veces a

en este don. el

animal más elegante

la creación.

Todos sus movimientos, todas sus 123

actitudes, tie-

Obras Completa* nen un

mo

sello

de agilidad ondulante y fina y un

rit-

lineal insuperable.

El

elefante,

inteligencia,

en cambio, excediéndole tanto en

pasea grotescamente su vasta fealdad

paquidérmica. El pájaro es elegantísimo, y lo son, al

tiempo, muchas mujeres que se

le

propio

parecen, que no

piensan más, por cierto, que esos seres alados y

como

«sagrados»

Hay en

la

los poetas.

elegancia nativa una invencible orien-

tación hacia todo lo que es gracioso, y una invencible repugnancia por todo lo

que es

ridículo.

Al elegir un matiz, un color, una joya, un adorno, la elegancia busca, por secreto impulso, la pro-

porción y

Es

la euritmia.

imposible que una mujer elegante por

casi

naturaleza caiga, por elección deliberada, en un color chillón, en una forma pesada o tosca, en una línea impropia.

La moda será para

más una

No

ella

un recurso perenne,

ja-

tiranía.

incurrirá

nunca en

la

un sombrero que no cuadra

estupidez de ponerse ni

a su fisonomía ni a

su cuerpo, simplemente porque se trata del dernier cri

en asunto de sombreros. 129

Tomo X

9

Amado Ñervo No

le

importará tampoco llevar una prenda

menos demodée con

tal

más o

que siente bien a su género

de belleza.

B

Como más

la

elegancia es flor rara y exquisita,

muy

rara naturalmente en el hombre, los ingleses,

con supremo

acierto,

han ideado

lo

que se llama

el

«tono neutro». El tono neutro impide ponerse en evidencia a

aquellos (y se llaman legión) a quienes

la

madre

común no

dio ía «nobleza y sencillez airosa» de

que habla

el

diccionario.

Puesto que es tan raro poseerla y distinguirse

merced a

ella,

no nos distingamos, en

en ningún sentido. Ni siquiera por escrúpulo en

el

Vayamos por sin pecar al

buen

par que

la

nimiedad y

vestir.

la calle

por exceso

tesis general,

la

ni

«como todo por defecto.

el

mundo»,

No

corramos

moda. Sigámosla, más bien, discreta-

mente.

Huyamos de

De

los sastres

los audaces,

audaces y aduladores.

porque es

moda. 130

muy

difícil iniciar

una

Obras Completa» De de

lo

los aduladores,

porque

el

noventa por ciento

que nos aconsejen no convendrá quizá

ni

a

nuestra estatura ni a nuestro color, ni a nuestro

grado de robustez

ni

a nuestra edad.

B Mas

si

un día tuviésemos que

una prenda

difícil,

llevar

en sociedad

llevémosla con garbo, con tupé,

con desenvoltura y desparpajo...

No vayamos como

pidiendo a los demás perdón de usarla, y

aguardando, mohínos,

el alfilerazo

del

como

amigo

ín-

timo.

Recordaré yo siempre, a este propósito,

la acti-

tud de cierto pollo de México, a quien encontré

una mañana en Plateros, bastante intimidado.

—Te ruego— me dijo — que me acompañes hasta Guardiola.

—¿Para qué? —¿Sabes?... llevo monóculo,

como habrás

visto,

y siento una poquilla de vergüenza... ¡Acompáñame!

—Cuando no

se tiene

el

valor de llevar

monócu-

lo—le respondí con sentenciosa perogrullada— no lo

usa uno. El monóculo debe ser impertinente... Si

el

tuyo es tímido, guárdatelo. jYo no soy cirineo de

gomosos vergonzantes! 131

XXII

CUANDO DESCANSAN

Estamos

en

«corazón del estío >,

el

francés, y todo el

Es preciso lor?

mundo

irse a

por

diría

un

alguna parte. ¿Para huir del ca-

No, ciertamente, ya que en

nearias,

como

se va.

lo general,

las estaciones

hace más calor que

el

bal-

que

sentimos en casa, cómodamente instalados, entre nuestros muebles familiares. ¿En busca de confort? ¡Ah! no: el

más

lujoso hotel

esa sensación de

no nos proporcionará

comodidad que experimentamos

en nuestro rincón, más o menos modesto. ¿En pos

de

aire lA'á!

puro?

Desde luego

el aire

del

mar— y

en esto los

médicos, por excepción, están de acuerdo con los

clientes— tiene admirables condiciones de salud y de vida. 133

N Se han analizado y comparado playa cualquiera y

número de

de

el

París.

el

primero,

el río del

el

segundo-

bacterias es casi nulo; en el

todo es bacteria, como en

de una

aire

el

En

cuento andaluz

todo era pesca-

Nada más

lógico,

más sano, más oportuno, pues,

que escaparse anualmente de hacia las playas, hacia

el

las

grandes ciudades

mar, padre de nuestra

sangre, «reservarlo» de toda vida y de toda fuerzaPero...

Pero veamos un poco

la

manera que

gente acomodada de entender

En primer

lugar, se

el

escoge una playa a

es decir,

una playa frecuentada por

elegante,

que es

el

tiene la

veraneo.

«mundo» que

el

viaja

la «

moda,

mundo >

más: una

donde se em-

playa, en suma, atestada de gente, y

pieza por encontrar a todas las amistades de

la

corte.

Se

instala

uno en un lujoso

hotel,

y hecho esto

se dedica al «reposo».

He

aquí el programa de este

mañana,

la

señora se viste con

«reposo». Por

traje

de

calle

la

y sale

un poco, generalmente para hacer compras. jSe necesitan tantas cosas a la orilla del mar!

En seguida a comer: una comida 134

llena

de

salsas,

Obras Completas y luego

el café

en

et hall;

las

murmuraciones del

día, etc.

Por

tarde, excursión en automóvil, te, alguna

la

aventurilla, etc.

Después al

al

En seguida a En

casino.

el

vestirse para la cena.

casino se juega un poco,

vivo fulgor de las lámparas. Hace un calor

ble...,

A

sobre todo cuando se pierde

eso de las dos de

el

mañana, vuelta

la

terri-

dinero.

al hotel,

a

dormir con sueño nervioso y breve. Al cabo de un nica, el

mente cinco o

el

Y

mujer de

menos. acecha...

el

hí-

riñon están intratables. al

médico, quien receta, según

Dax, Vichy, Carlsbad, Evian,

etc.

nuestro amigo o nuestra amiga deja

¿La echa de menos?

A

la

playa.

decir verdad, no, porque

en realidad no ha estado en el

esta vida tan higié-

mundo pesa general-

anda mal. La gota

Entonces se ve el caso,

la

seis kilos

El estómago

gado y

mes o dos de

hombre o

la playa:

ha estado en

hotel y en el casino.

¿El mar? ¡Quién se ocupa de

de pura casualidad

al

él!

Lo habrá

paso del automóvil. 135

visto

.

N Cierto día

el

Fiat o

el

Mors (90 H.

tuvo una panne cerca de

!a

P. lo

menos)

playa, y entonces fué

preciso contemplar aquella palpitante inmensidad,

verde en

la ribera,

difuminarse en

al

azulada después, gris más

allá,

la lejanía imprecisa...

La panne duró una hora. Esos sesenta minutos son los únicos en que nuestra elegante amiga X. o ha visto

Z.

En

el

verano.

etc., la

vida no va a modifi-

mucho que digamos. Se tomará

carse

en

mar durante

el

Carlsbad, Vichy,

las

cierta

comidas y a determinadas horas, y

agua

el resto

del tiempo se pasará en el hotel y en el casino.

Otros cinco kilos menos de peso cuando ha concluido

Al bre,

la «cura>...

fin llega

en que

poeta

Octubre,

el

grave y pensativo Octu-

la naturaleza,

italiano, tiene la

según

la

expresión del

reposada y melancólica se-

renidad de una madre que acaba de dar a

Es fuerza volver a

las metrópolis, a las

luz.

urbes ten-

taculares que nos aguardan para devorar nuestras

horas

Y el mundano

o

la

mundana vuelven. 136

Obras Completas La vida

social, lenta al principio,

paulatinamente; pero

como hay

va activándose

cierta

normalidad

dentro del movimiento, los cinco o diez kilos per-

didos se recobran.

Como, por

el

período ése

balneario de moda, se empieza a

el

descansar de

veras...

No más

ha pasado

otra parte,

de reposo en

casino.

No más

hotel. El

mísero estóma-

go, agradecido, procura digerir; los nervios se distienden; la horrible fatiga de

no hacer nada, des-

aparece. El encanto íntimo de los muebles propios,

de

las

cosas usuales, envuelve de nuevo a

la ele-

gante blasée.

Y

todo marcharía

bien... ¡pero

hay que

partir

de

nuevo!

Hay que car

ir

a Pau, a Niza, a Montecarlo... a bus-

un poco de calor (en

los focos

de los casinos). Hay que tibias del Mediterráneo...

ir

incandescentes

a respirar las brisas

en los halls de los ho-

teles.

Y

así

sucesivamente, hasta que se cae, de golpe

o en lenta agonía, en cualquier sanatorio, en cualquier cuarto de

hutel, en cualquier hall, mientras

los zíngaros tocan

se

pone en

las

un vals «azul» o «rosa» y

el sol

aguas como una inmensa gloria que 137

Ar naufraga... sin

que nadie

¿Hay cosa más

cursi,

enfermo, que contemplar

Por eso yo los

que no

las

las

lo

vea

ni

le

haga caso.

por ventura, aun para un las puestas del sol?

miro mucho, mucho, por todos

ven.

138

XXIII

EL PECADO DEL LIBRO

C^ómo es

esto, poetas;

cómo

es esto, filósofos, sa-

hombres de meditación y de

bios,

que amáis tanto

alteza, vosotros

que

los árboles, vosotros

soléis

plantarlos con tanta solicitud, vosotros que os reposáis

con tan sereno goce a su sombra: vosotros

sois precisamente los

En

efecto,

que contribuís a

todas partes; una gran voz de alarma:

matando

destruirlos?

una gran voz comienza a oirse en

al árbol. El libro es el

el

papel está

enemigo natural del

bosque.

Cuantos más bliquen, está fin,

muy

libros, revistas

y periódicos se pu-

más inconsiderada ha de lejos la visión horrible

ser la tala, y

no

de un desierto

sin

abrasado por un sol sin misericordia, donde 139

la

Amado Ñervo dulzura y

el

um-

misterio de los antiguos paisajes

brosos sólo han de ser posibles ya en los lienzos

de

y en

los pintores

las

descripciones de los poetas.

comercio cada día más gigantesco y avasallador del papel impreso, el desmonte avanza Gracias

al

implacable. Las actuales selvas desaparecen una a

una,

va quedando desnuda de

la tierra

que

verde ca-

la

formaron los milenarios, y pronto será como una gran esfera eriaza y escueta, en la bellera

le

que acabarán por empequeñecerse hasta

mas

de continuos derrumbes, que se deben a

Todos sabemos que hombre confió la

mis-

la

caren-

humedad, y de esa falta de trabazón de que detiene el humus benéfico.

cia de ces,

las

arrugas de las montañas, en virtud

colosales

hoja de

la

la

el

primer papel

raí-

al cual

el

maravilla de su pensamiento fué

palmera.

Ese abanico de esmeralda

precedió en muchos milenarios a los que hoy guar-

dan entre su los versos

varillaje

dorado y sus sedas suaves

generalmente anodinos de los poetas. La

corteza de los árboles también sirvió de libro 140

a



Obras Completas nuestros antepasados,

como

sirve

aún a

las parejas

sentimentales para grabar cifras y nombres.

Muchos

nuestros antepasados

siglos después,

sustituyeron estos vegetales confidentes por blilla

los

cubierta de cera, que

romanos, y por

las laminillas

En Egipto, en vez de corteza de papyrus ahí el

nombre de

conquistaron

la

la

que

la

sirvió para escribir (de

cuando

los

romanos

de Cleopatra, entre otras mu-

chas cosas aprendieron a usar

minó

de plomo.

hoja de palmera, fué

«papel»), y

la tierra

la ta-

privanza tuvo entre

tal

casi exclusivamente

el

papyrus, que do-

después en Grecia y en

Italia.

Vino más tarde

comienzo de

el

de

la

la

el

pergamino, en

el

que, desde

era cristiana hasta los albores

edad moderna, se almacenaron

la

ciencia y el

pensamiento del mundo; y por fin el papel tal cual lo conocemos ahora (1), pero no tal como lo fabri-

camos ahora. En efecto— ¡y hasta hace

esto quién lo ignora!

muy poco tiempo

el

papel se fabricaba

con hilachos.

xm abundaban los manuscritos en paChina y que los árabes de España introdujeron en Europa. El papel de lino se llamaba entonces chaña, y el de algo(1)

Ya en

el siglo

pel inventado en

dón, chaña bombicina. 141

Amado Ñervo El andrajo, después de rodar por todos los muladares, se ennoblecía;

después de mancillarse con

todas las inmundicias, revestíase con brillo impere-

cedero de ideas. Compensación más bella y liberal

pocas veces se ve en

la

vida para un

triste

destino.

Primero, ser gala; luego, andrajo; después... gloria.

Y

era bueno, y sólido, y duradero, ese papel he-

cho de viejos trapos. Los siglos difícilmente

lo des-

truyen.

Hoy, en cambio,

el

papel se fabrica con toda clase

de sustancias vegetales, de

las

que se hace una

la

paja, pero sobre

pasta.

Se emplea frecuentemente

todo fibras de madera, y he aquí de dónde dimana el

peligro para los bosques; el

dicho, porque

la

avidez

nuevo peligro mejor

humana

los

ha amenazado

siempre, a todas horas, en todas formas y con horrible tenacidad.

La producción de papel alcanza en

la

actualidad

cifras inimaginables. Sólo con lo fabricado en diez

años en Estados Unidos habría para envolver tierra

la

como se envuelve un caramelo.

En ningún país se había logrado, por otra parte, fabricarlo más barato que en la Unión Americana. Por unos cuantos céntimos se llevaba 142

el

público en

Obras Completas cada diario

el

contenido de un

una

cientes para tapizar tanto,

que

allí

tarse el efecto

libro,

y hojas

Lógico

alcoba...

sufi-

es,

por

sea también donde comienza a no-

de

devastación.

la

Los grandes bosques desaparecen, y no ya para convertirse en muebles

más c menos confortantes

y lujosos, sino en hojas tenues que duran

menos que taba

el

las otras,

mucho

verdes y trémulas, en que can-

viento; en hojas impresas

que viven un día,

a veces una hora, y que luego se deshacen para siempre...

Así se van los árboles, los hermosos, los nobles árboles hospitalarios.

Y glos,

cosa lamentable: ellos que han sabido durar

no comunican

papel que

el

d2 madera es peles.

tal

hombre forma con sus el

si-

duración a las hojas éstas de fibras. El

más inconsistente de todos

Los libros hechos con

tórnanse polvo; a un grado

tal,

él

papel

los pa-

en breve tiempo

que se piensa ya se-

riamente en imprimir en hojas de sustancia

menos

deleznable aquellas obras que son gloria y guía de la especie y que por ningún concepto deben desaparecer.

Cabría acaso un consuelo ante esta tragedia de 143

N los árboles: el

de pensar que los sacrificamos a de

ideas, a la cultura

Pero

¡ay!

las

las almas.

¿no estamos todos por ventura con-

vencidos de que

la

mayor parte de aquello que se

publica en libros y periódicos mejor hubiera esta-

do en

el silencio?

Dumas

decía que la mitad de las cartas que se

pierden deben perderse, y yo creo que las tres cuartas partes de los libros que leemos no

debemos

leerlos.

El el

número de necedades impresas que anda por

mundo

es infinito,

como

el

de

los estultos,

según

Salomón. ¡Y para eso destruímos los árboles, los árboles llenos de belleza, de misericordia, de

mansedum-

bre y de majestad!

Seamos

siquiera justos y

demos a nuestras mu-

das víctimas una compensación: puesto que

y

el

periódico contribuyen a destruir

el libro

el árbol,

ha-

gamos que contribuyan en medida mayor a plantarlo.

Prediquemos todos

los días el respeto

y

el

amor a nuestros bosques. El proverbio árabe dice sin

haber tenido un

un

árbol.

que nadie debe morirse

hijo, escrito

144

un

libro y plantado

O

a

b

m

s

p

l

Prescindamos en buen hora del

mos

e

t

hijo, si

no so-

bastante sanos para engendrarlo fuerte; del

librr-, bi

no somos bastante

birlo, bello

y

útil;

inteligentes para escri-

pero plantemos

el árbol,

y

si

es

posible, dos árboles más:

uno por

vimos, otro por

que no nos fué dado es-

el libro

el hijo

que no tu-

cribir.

145

Tomo X

10

XXIV

SEAMOS ALEGRES

Por

qué están alegres

los pájaros?

Esta sencilla pregunta no ha podido ser resuelta aún, quizá por su sencillez misma.

Los pájaros no están alegres porque llega

la

primavera.

Hay, en los Alpes bávaros, ruiseñores que saltan y cantan en medio de

la

nieve.

Los pájaros no están alegres porque tienen

Razón suprema alas;

mas

como

es para la alegría eso

los pájaros

alas.

de tener

son tan alegres en cautividad

libres.

Bien sé que

la

epístola

Más precia

de Andrada afirma que

el ruiseñor su pobre nido de pluma y leves pajas; más sus quejas

147

Amado Ñervo en el bosque repuesto y escondido, que de un príncipe insigne las orejas lisonjero agradar, aprisionado

en

el

metal de las doradas

rejas.

Pero esto es pura poesía. El ruiseñor

no ha dicho nada sobre

el particular,

y a juzgar por su aturdido júbilo en las jaulas,

poco se

Yo

le

da del nido de leves pajas.

tuve uno de esos ruiseñores llamados «japo-

neses», al cual había frecuentemente que alejar de

mi habitación, porque su alegría atolondrada y dosa

me

Para

impedía a veces

él

rui-

trabajar.

no había días nublados

ni

lluviosos.

El

horror del invierno se estrellaba en su persistente

y cristalina felicidad.

a No;

la

alegría

de

los pájaros

en un amarillo rayo de

sol, ni

no está enhebrada

en un ambarino rayo

de luna.

Los pájaros están alegres por una razón más

modesta y menos

vistosa:

están alegres porque

están sanos. El intestino del

ductor de

hombre es como un gran con-

tristeza.

148

Obras Completas cuando su vida dependía

Allá en los milenarios,

de su huida ante

la

persecución de los monstruos

prediluvianos, o ante el espantable rigor de los cataclismos, la