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Nazismo y revisionismo histórico Pier Paolo Poggio
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Diseño de cubierta RAG Traducción de Marta Malo de Molina Bodelón
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Título original
Nazismo e revisionismo storico © manifestolibri srl, 1997 © Ediciones Akal, S. A., 2006 para lengua española Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madrid - España Tel.: 918 061 996 Fax: 918 044 028 » www.akal.com
ISBN-10: 84-460-1551-X ISBN-13: 978-84-460-1551-2 Depósito legal: M-32.463-2006 Impreso en Cofás, S. A. Móstoles (Madrid)
índice general
Advertencia ............................................................................................................ 1. 2. 3. 4. 5.
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El conflicto de las interpretaciones............................................................... Hitler y el racismo nazi ................................................. ................................. Estrategias revisionistas .................................................................................. Ernst Nolte y la superación histórico-filosófica del nazism o.................... La solución final y la historia.........................................................................
9 47 81 105 133
Apéndice ................................................................................................................
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Por un análisis crítico-histórico del revisionismo....................................... La recepción de Nolte en Italia.....................................................................
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Advertencia
Desde hace por lo menos una década, el revisionismo histórico ocupa un lugar central en un conflicto en el que está en juego el control de la representación del pasa do, en primer lugar de la historia del siglo X X . Teniendo por objeto la formación del sentido común a través del uso público de la historia, la revisión del juicio sobre los grandes acontecimientos de la contemporaneidad ha descubierto como lugar privile giado el sistema de los medios de comunicación de masas. Los resultados alcanzados no se derivan únicamente de la potencia del medio, sino de la crisis concomitante de las culturas políticas, de la que el revisionismo histórico constituye una expresión, y de la imposibilidad por parte de la enseñanza de hacer de muro de contención de un discurso con una fuerte legitimación en términos de «novedad» y «cientificidad». Lo cual remite al papel desempeñado por aquellos sectores de la historiografía académi ca que han desarrollado una opción militante, utilizando el revisionismo histórico como instrumento para una batalla política. En este contexto, la revisión del juicio sobre el nazismo adquiere una enverga dura decisiva. El revisionismo histórico ganará o perderá en la medida en que con siga invertir la representación de sentido común del nazismo y relativizar el juicio sobre el Tercer Reich, llegando a mitigar las dimensiones y el significado de la solu ción final. El problema resulta crucial entre otras cosas porque la Alemania hitleriana, el nazismo y la Shoá representan el banco de pruebas, el desafío más elevado y difícil, para toda la historiografía. Y, en efecto, las investigaciones se han multiplicado con gran intensidad, aunque con demasiada frecuencia se han quedado en el seno de los circuitos de especialistas. Hay, por lo tanto, un trabajo de traducción al público, de divulgación y discusión, que tiene una urgencia propia y un significado en absolu7
to banal si se pone en relación con el desafío del revisionismo histórico, sin olvi darse del negacionismo. Este texto intenta responder a este tipo de exigencia. No pretende proporcionar una interpretación del nazismo, ni tampoco un verdadero análisis historiográfico, sino más bien discutir selectivamente las tesis del revisionismo en relación con el nazismo y la solución final, contextualizándolas y confrontándolas con la mejor his toriografía sobre el tema. Una primera versión de este texto apareció publicada en Studi bresciani. Qua derni della Fondazione Micheletti 9 (1996). Doy las gracias a mis amigos Sergio Bologna y Alberto Burgio por sus críticas y sugerencias.
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El conflicto de las interpretaciones
El punto exacto de engarce entre el revisionismo y las culturas políticas domi nantes hoy día en los países industrializados se sitúa en el juicio sobre el papel his tórico del capitalismo, a su vez sintetizable en la tesis de acuerdo con la cual el capi talismo ha producido la democracia, derrotando a todos sus adversarios ideológicos, incluido, paradójicamente, el propio liberalismo. Se entiende, por lo tanto, que los revisionistas históricos de todas las gradaciones muestren poco inte rés en indagar la relación nazismo-capitalismo, tema clásico de la historiografía mar xista arrollada por el derrumbe del «comunismo», y de ahí el riesgo de que quede ensombrecido un nudo histórico y teórico fundamental. El encuentro entre el movimiento nazi y el capitalismo alemán, antes y sobre todo después de la toma del poder, tiene lugar a raíz de una confluencia de intereses, aun que ésta no fuera la única motivación. Los nazis no exaltaban el capitalismo como modelo cultural, pero no obstante pensaban que economía y capitalismo coincidían y que su cometido consistía en eliminar los factores perturbadores, como la lucha de clases o la actividad financiera parasitaria judía, con el fin de permitir que la econo mía se expandiese de acuerdo con las potencialidades de la nación alemana. Un pro grama de estas características contaba con la simpatía de la gran industria, es más, los industriales alemanes, indiferentes a la supuesta vocación democrática del capi talismo, pensaban que precisamente la eliminación de la democracia permitiría que la economía capitalista se expandiese en estado puro, sin obstáculos. La colabora ción entre nazismo y capitalismo no desapareció en los años de la guerra, cuando la industria podía disponer de grandes cantidades de fuerza de trabajo a bajo coste, mientras se proyectaban horizontes de un color aún más rosa a través de la expan sión hacia oriente y de la destrucción del bolchevismo. 9
El capitalismo alemán se había adherido al proyecto nazi porque vislumbraba en él la posibilidad de dar rienda suelta a sus propios apetitos: los «espíritus animales» del capitalismo habían encontrado por fin a alguien que allanaba el terreno destru yendo toda oposición. Con la guerra, el saqueo adquiría dimensiones inéditas y la industria intentó sacarle el máximo provecho, con la explotación de millones de esclavos. Pero, llegada a este cénit, la alianza empezó a dejar ver de manera abierta sus implicaciones, hasta aquel momento ensombrecidas de modo infame por la sed de ganancia. En última instancia, quienes decidían eran Hitler y los dirigentes nazis, y sus decisiones empezaban a dejar de ser convenientes desde el punto de vista eco nómico; en su carrera destructiva y autodestructiva, el nazismo se estaba autonomizando. La guerra, que había permitido llevar al máximo la explotación de los recursos humanos y materiales, con su acción gigantesca de destrucción, estaba pre parando el terreno para una nueva fase fértil de desarrollo económico, pero sólo si se conseguía quitar de en medio al nazismo: «L a dinámica nihilista, loca e incon trolada del nazismo era incompatible con la construcción y reproducción de cual quier orden económico permanente»1. El capitalismo alemán había creído encontrar en el nazismo el instrumento para conseguir resultados ilimitados e inconfesables, contribuyendo a la destrucción de la democracia y a la privatización y feudalización del Estado. Por avidez insaciable, grandes empresas como la I. G. Farben acabaron participando en la destrucción y el genocidio, ligándose inextricablemente al régimen, llegando a unirse indisoluble mente con el nazismo. Cuando el lazo es tan estrecho y las partes son intercambia bles, con las SS fundando un imperio económico al mismo tiempo que los capita listas y directivos empresariales se convierten en perfectos nazis, resulta difícil y puede ser desorientador separar política y economía para determinar quién decide en última instancia entre sujetos embebidos de la misma Weltanschauung [concep ción del mundo]. Podríamos limitarnos a constatar una confluencia y engarce difí cil de eludir pese a todos los esfuerzos revisionistas; sólo si se incorpora y se man tiene muy clara esta evidencia, tiene sentido seguir avanzando sin perder lo esencial. Éste nos parece el planteamiento, la disposición intelectual, del historiador que tal vez haya proporcionado las aportaciones más estimulantes sobre la relación exis tente entre nazismo y capitalismo, y efectuado indicaciones que siguen siendo toda vía válidas, más allá de los aspectos particulares puestos en discusión o superados por las investigaciones posteriores. 1 I. K e r s h a w , Che cos’è il nazismo? Problemi interpretativi e prospettive di ricerca, Turin, Bollati Boringhieri, 1995, p. 92 [ed. orig.: Nazi Dictatorship: Problems and Perspectives of Interpretation, Lon dres, Arnold Publishers, 1985; ed. cast.: La dictadura nazi. Problemas y perspectivas de interpretación, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004] -
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A principios de la década de 1970, la controversia alrededor de las relaciones existentes entre política y economía en el Tercer Reich, incluida la cuestión de la guerra y el exterminio, encontró en Tim Mason a un estudioso perspicaz e inno vador, tanto en el plano analítico como en el planteamiento general del problema2. En polémica explícita con aquellos que ven en el nazismo una etapa de la moder nización, Mason pone de relieve los contenidos y los resultados regresivos de la destrucción del movimiento obrero: la cancelación del conflicto social, contra rrestada únicamente por luchas espontáneas y subterráneas que este historiador inglés saca a la luz a través de trabajos pioneros, no conllevó la materialización de una «comunidad del pueblo» (Volksgemeinschaft) en la que el sistema de bienes tar compensara la regresión. Quienes aceptan como realidad esta representación ideológica de la máquina de propaganda nazi mistifican la sustancia del nazismo, persiguiendo, en el mejor de los casos, una historización tranquilizante o apolo gética. La manipulación represiva en el interior era funcional a la guerra; la des trucción de los opositores, de los marginales, de los diferentes, constituía la base para un dominio político-racial que debía extenderse desde Alemania a toda Europa y el mundo entero. Bajo la perspectiva de Mason, la primacía de la política se concreta en la centra lidad del terror, cuya tremenda eficacia se deriva del engarce, a través de aquél, entre dominio y explotación. El terror desplegado -subraya Mason- se convierte en un instrumento «educativo» indispensable que penetra en la cotidianidad de la vida y del trabajo, que constituye la verdadera garantía de perpetuación de un poder abso luto, la forma específicamente nazi de engarce entre política y economía, el terreno de encuentro del nuevo poder con el capitalismo. Si el camino que llevaba de la comunidad empresarial a la empresa como campo de concentración era breve y directo, del mismo modo, el trayecto de la «comuni dad del pueblo» al dominio de la raza superior se manifestaba a través de la guerra total y el exterminio. La política de represión y destrucción del movimiento obrero se había completa do con un ambicioso intento de integración, con la adopción de una política social, encomendada principalmente al sindicato nazi (DAF, Deutsche Arbeitsfront [Fren te Alemán del Trabajo]), articulada en tomo a compensaciones de orden material y simbólico. De acuerdo con Mason, un objetivo fundamental de Hitler y del nazismo era asegurarse la «paz social», integrando a los trabajadores atomizados en la Volks gemeinschaft, algo que tuvo fuertes repercusiones en la propia gestión de la guerra, 2 Véase T. MASON, La politica sociale del Terzo Reich, Bari, De Donato, 1980, que reproduce la introducción a la vasta antología documental T. MASON, Arbeiterklasse und Volksgemeinschaft. Dokumenta und Materialen zur deutschen Arbeiterpolitik 1936-1939, Opladen, Westdeutscher Verlag, 1975.
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dado que limitò la libertad de maniobra de Hitler. Del mismo modo, preocupacio nes de orden ideològico y social indujeron a los nazis a mantener a las mujeres en la mayor medida posible al margen de las fábricas, recurriendo en cambio a trabajado res extranjeros y a la población de los Lager [campos de concentración]. En Mason, la argumentación «obrerista», de acuerdo con la cual la lucha de cla ses, incluso sólo de carácter económico, contribuyó a frenar y debilitar el impulso agresivo del nazismo, encuentra formulaciones, prudentes y matizadas, que el revi sionismo extremista no ha tenido en absoluto en cuenta, manteniendo la opinión de que el imperialismo social del Tercer Reich tenía su base precisamente en la clase obrera, en perfecta simetría con el expansionismo soviético de Stalin. Las posiciones de Mason, no reductibles a esquemas y ortodoxias, han suscita do las críticas tanto de la historiografía marxista como de la liberal. Mason no ha estudiado directamente el problema de los campos de concentración y exterminio, pero también en esta vertiente crucial del nazismo ha expresado posturas no con formistas y abiertamente disidentes con las tesis estándar de la izquierda radical a la que de hecho pertenecía. A partir de sus consideraciones alrededor del carácter económicamente irracio nal del exterminio judío, se puede suponer que no habría compartido algunos inten tos recientes y ambiciosos de reinterpretar el Holocausto a la luz de la lógica econó mica. En cualquier caso, sobre la cuestión históricamente decisiva del genocidio, queremos reproducir un fragmento de Tim Mason, tanto más notable en cuanto extraído de un texto coyuntural. El objetivo de la polémica en este caso es determi nado revisionismo de izquierdas que, en nombre del antisionismo, está dispuesto a confluir en las posiciones de los Nolte, cuando no de los Faurisson: unos y otros están a la busca de un «núcleo racional» del antisemitismo, de aquello que, si no lo justifica, lo hace no obstante comprensible e historizable, relativizándolo y calando en la historia reciente y lejana para encontrar antecedentes y analogías. Mason, interviniendo contra un peligroso paralelismo histórico, en el momento en que está a punto de desarrollarse el embate más fuerte del revisionismo acadé mico, se muestra muy preciso y su conclusión resulta perfectamente actual: Hay un aspecto de importancia capital por el cual la historia/mito de la persecución de los primeros cristianos se diferencia por completo de la historia del genocidio nazi: en el caso de este último, no existe un mito instrumental que espere a ser desvelado; por el contrario, hay unos hechos (que, desde luego, pueden ser instrumentalizados hoy día para los fines del sionismo). La idea de que una nueva investigación puede reducir de algún modo o llevar a una medida reconociblemente humana el exterminio nazi de los judíos constituye una fantasía fascista/antisemita. Y por más necesario que sea recalcar los hechos referentes al genocidio nazi de los rusos, los polacos y los gitanos, no hay duda de 12
que éstos no relativizan ni dism inuyen la im portancia de los hechos que conciernen al exterm inio de los judíos. A diferencia de las historias convencionales de los m ártires cris tianos, la historia del antisem itism o nazi es absolutam ente clara en sus líneas generales y en m uchos detalles; el problem a es que es tan enorm e y tan terrible que constituye to d a vía un desafío para quien intenta com prenderla y analizarla. P eor aún, tal com paración es oscurantista, p orqu e p u ede prod u cir el efecto de d esa lentar ulteriores análisis e investigaciones sob re el antisem itism o nazi - ¡c o m o si no se tra tase m ás que de otra p ersecu tología!-. A quel acto de genocidio exige si acaso m ás d is cusiones, no m enos. Todavía no se ha com pren dido ni digerido, no está listo para que lo m etam os en el cajón. L a valoración de su significado está todavía en sus com ienzos, tanto para el m undo académ ico com o para los m edios de com unicación de m asas, tanto para la izquierda política com o para las altas esferas del m u n do cultural3.
El revisionismo historiográfico es funcional u orgánico a la cultura política neoconservadora hoy día en posición preeminente en todos los países occidentales; su objetivo específico consiste en la normalización del nazismo y el fascismo, un resul tado que se hace posible gracias a la confluencia de otros factores, en primer lugar, la distancia temporal con respecto a los acontecimientos, la desaparición de los tes tigos y el agotamiento de la memoria, y, en relación con ello, la demanda por parte de la «zona gris» de la sociedad de olvidar una época de horrores que ya no tiene interés ni relaciones con la actualidad. No se puede subestimar esta tendencia y, sin embargo, hay que tomar nota de que, pese a haberse vuelto a presentar una y otra vez desde el periodo inmediata mente posterior a la guerra, no ha conseguido imponerse en ningún momento: «Lo que sucedió durante la década de 1940 no envejece; en lugar de abismarse en la noche de los tiempos, todo ello se nos abate encima y nos obliga a revisar todas nues tras nociones y todas las relaciones humanas». Estas palabras de Hans Magnus Enzensberger escritas hace treinta años tienen validez todavía hoy4. Significan que la ruptura de la civilización acaecida entonces aún no ha encontrado cura y que sigue imponiéndose y resurgiendo más allá del olvido y de la normalización. 3 T. MASON, «Parlo da goyim», en II Manifesto del 15 de febrero de 1986. De los ensayos más sig nificativos de Tim Mason se ha realizado en fecha reciente una recopilación: T. MASON, Nazism, Fascism and the Working Class, ]. Caplan (ed.), Cambridge, Cambridge University Press, 1995. Espe remos que algún editor italiano se decida -lo cual no ha ocurrido cuando se publica esta edición en castellano- por una iniciativa análoga, entre otras cosas porque Mason, pese a haber concentrado sus investigaciones sobre el nazismo, no dejó de dedicar atención a la historia y al panorama políti co-cultural del país en el que pasó los últimos años de su vida. 4 Extraigo la cita de C. PlANClOLA, «Auschwitz e Hiroshima, eredità del secolo», Giano 21 (1995), p. 103.
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Es cierto que hemos entrado en la época de las grandes masacres de dimensio nes industriales y que esto ha generado hábito: «A estas alturas, estamos acostum brados a que el hombre pueda hacer de todo, incluso a una escala tremenda: ya no se trata de matar a un número restringido de personas, sino de matar a millones»5. Pero precisamente el nazismo dio el mayor impulso a la política del exterminio sis temático, encontrando competidores e imitadores, asegurándose una victoria pos tuma y obligando a la reflexión a seguir interrogándose sobre él. Quienes recuerdan y quienes quieren saber, aparte de los nostálgicos y los segui dores postumos, llegan a concebir el nazismo y el genocidio en términos de regre sión, barbarie, irrupción de pulsiones primitivas, interrupción del proceso de civi lización; en suma, en el nazismo se expresa la negación histórica más radical del progreso. Esta representación, pese a las intrigas del revisionismo, sigue todavía en pie, sobre todo por influjo de la literatura y de la ficción sobre el Holocausto6. Sus raíces son profundas, pero el grado de elaboración resulta con frecuencia superfi cial, por lo que corre el peligro de verse desplazada con respecto a las interpreta ciones que presentan una imagen del nazismo por completo distinta de la de la «vulgata» antifascista, aunque no tengan nada que ver con el revisionismo histórico, en el sentido restringido y específico del término. Este es el caso de la producción histórico-sociológica que liga el nazismo a la modernización más que a la reacción, articulándose luego, a su vez, en distintas corrientes en función de la valoración que se haga de la modernidad del nazismo. Entre los primeros en argumentar, ya en 1965, la tesis de acuerdo con la cual el nazismo tuvo como efecto la aceleración de la transformación en sentido moderno de la sociedad alemana estuvo Ralph Dahrendorf7. A su juicio, el nazismo había preparado de forma involuntaria el terreno para el triunfo de una sociedad demo crática en la Alemania posbélica, destruyendo el tejido social del antiguo régimen y rompiendo los lazos de carácter religioso, regional y corporativo; en otros términos, la Gleichschaltung totalitaria8 perseguida por los nazis había nivelado de hecho la 5 G. H e r l in g , «La stanchezza dell’esorcista», Una città 56 (1997), p. 15. 6 Al haberse hecho habitual, no se puede prescindir de tal término, pero hay que tener en cuen ta que «Holocausto es un término bíblico y expresa el acto sacrificial que se realiza con las manos puras en el altar, el acto sacrificial a Dios; resulta por ello más correcto recurrir al término utiliza do entre los propios judíos, Shoá (catástrofe) o hablar de exterminio sin más» (G. MlCCOLl, en Qua¡escoria 3 [1987], p. 99). ' R. D a h r e n d o r f , Sociologia della Germania contemporanea, Milán, Il Saggiatore, 1968 [ed. orig.: 1965]. 8 Con la palabra alemana Gleichschaltung (literalmente, «sincronización» o «nivelación»), el régimen nazi designó el proceso por el cual se estableció un sistema de control estricto sobre cada individuo y de coordinación de todos los aspectos de la sociedad, imponiendo a todo el mundo una
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nación alemana. Para Dahrendorf, la ruptura brutal con la tradición constituía un paso crucial hacia la modernidad, no obstante la envoltura ideológica nazi. La teoría de la modernización como rejilla interpretativa está en el centro del tra bajo de corte histórico de David Schoenbaum sobre la «revolución social» de Hitler9. La tesis fundamental y más provocadora de Schoenbaum, que radicaliza todo lo sostenido por Dahrendorf, es que el Tercer Reich constituyó una realidad sin clases, donde era posible el máximo de movilidad social y donde la disolución del nexo status-clase permitía «el triunfo del igualitarismo». Hay que advertir que toda la argumentación de Schoenbaum discurre sobre el filo de la paradoja: la igualdad que el nazismo impone a la sociedad se consigue a costa de la pérdida completa de la libertad; por tanto, la revolución social hitleria na se traduce en una especie de esclavitud generalizada, pero no era ésta la percep ción que tenía de ella la inmensa mayoría de los alemanes. Schoenbaum privilegia, de hecho, la «realidad social interpretada» con respecto a la realidad social objeti va, corriendo el riesgo de intercambiar una por otra de manera acritica. El progre so del que habla no es el fruto real aunque involuntario de la política nazi, sino una representación construida a través del uso selectivo de fuentes de segunda mano. A diferencia de los epígonos posrevisionistas, que pintan un nazismo moderno y avan zado socialmente bajo todo punto de vista, Schoenbaum mantiene una distinción entre los medios y los fines para dar cuenta del carácter doble del nazismo: reac cionario y antimoderno en los objetivos últimos, desarrolló el industrialismo para ganar la guerra contra las sociedades industriales, capitalistas y socialistas. En todo caso, Schoenbaum proporciona una interpretación modernizadora y posi tiva del nazismo, el cual realmente habría llevado a cabo un progreso social y habría desarrollado toda una serie de instrumentos innovadores, en el plano simbólico y material, en pos de la integración nacional prometida por la nueva Volksgemeinschaft. El carácter intrínsecamente contradictorio del nazismo queda recalcado con mayor fuerza de la mano de Henry A. Turner, cuyo análisis anticipa el motivo principal de un trabajo posterior, muy acertado, de Jeffrey Herf: el Tercer Reich debería verse como el caso más clamoroso de modernidad reaccionaria; en efecto, para conseguir doctrina específica que supuestamente eliminaría el individualismo y nivelaría el tejido social. Este proceso incluyó actuaciones como la eliminación sistemática de todas las organizaciones no nazis que pudieran tener alguna influencia social (sindicatos, partidos...), la institución de un control directo sobre las escuelas, la creación de un Ministerio de Asuntos Eclesiásticos para vigilar la acti vidad de las iglesias o la formación de distintas organizaciones de afiliación obligatoria para deter minados sectores de la población. El propio término constituye sin duda un típico eufemismo nazi. [N. de la T J 9 D. SCHOENBAUM, Hitler’s Social Revolution. Class and Status in Nazi Germany 1933-1939, Lon dres, Low & Brydone, 1966.
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sus fines absolutamente antimodernos, éste se vio obligado a impulsar al máximo la modernización, que en este contexto queda reducida a su cara más concreta, esto es, técnico-industrial10. Turner no intenta mediar o unificar los impulsos contradic torios, es más, acentúa una polaridad en la que se expresa la esencia del nazismo. El desarrollo de la industria debe proporcionar instrumentos para una guerra vic toriosa llevada a cabo con la tecnología más avanzada con el fin de conquistar el Lebensraum [espacio vital] ; a partir de esta base territorial, el nazismo habría inten tado realizar su utopía antimoderna y antihistórica, poniendo fin a la civñización urbano-burguesa. El culto del Führer, la estetización ritualista de la política y la ideología racista no resultan fáciles de insertar en el paradigma de la modernización, forjado sobre todo en el ámbito sociológico. Tanto desde el punto de vista de la reflexión teórica, como desde la perspectiva específica de la investigación histórica, se utiliza una categoría que se revela intrínsecamente débil y cargada de ambigüedades no resueltas. Con independencia de las críticas dirigidas a aspectos particulares de esta línea interpretativa y a la puesta en discusión de la teoría de la modernización por la con mixtión inextricable de elementos normativos y descriptivos, se desprende de la propia argumentación de Turner que desarrollos posteriores habrían conllevado una decisión o bien en la dirección de la valorización de los aspectos positivos ya identificados por Dahrendorf y Schoenbaum, o bien en la profundización de la cara negativa de la modernidad que Turner y otros leían en términos más bien tradicio nales, como ideología compensatoria del trauma de la modernización acelerada. Antes de tomar en consideración estos desarrollos recientes de la historiografía inspirada en la teoría o simplemente en la categoría de modernización, es necesaria una breve referencia a la reflexión teológico-filosófica sobre el nazismo y sobre el genocidio judío, porque sin ella no es posible comprender las implicaciones del paradigma de la modernidad empleado en el ámbito historiográfico. Obviamente, una de las fuentes del discurso sobre la modernización negativa encarnada por el nazismo se puede localizar en las reflexiones de los «frankfurtianos» en el exilio: piénsese en libros como Dialéctica de la Ilustración o El eclipse de la razónu . Pero sobre la producción historiográfica más reciente tal vez haya sido mayor la influencia de autores como Richard L. Rubinstein, que llega a presentar la
10 H. A. TURNER, Faschismus und Kapitalismus in Deutschland, Gotinga, Vandenhoech & Ruprecht, 1972. 11 M. HORKHEIMER y T. W. A d o r n o , Dialettica dell’illuminismo, Turin, Einaudi, 1966 [ed. cast.: Dialéctica de la ilustración: fragmentos filosóficos, Madrid, Trotta, 19941; M. Horkheimer, Eclissi della ragione, Sugar, Milán, 1962 [ed. cast.: Eclipse de la razón, Buenos Aires, Sur, 1973], ambos escritos en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.
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solución final como un método «racional» de regulación de la superpoblación12. Rubinstein no es un historiador, sino un rabino, autor de un libro famoso, After Auschwitz (1966), centrado en el concepto de la ausencia de Dios de la historia y en la imposibilidad de seguir creyendo después de la Shoá. Poco antes, otro rabino de origen vienés, más tarde vinculado a Leo Baeck, había publicado una obra igualmente importante. Ignaz Maybaum, en The Face of God After Auschwitz (1965), interpreta el genocidio como un holocausto en el que las víctimas hacen las veces de ofrendas expiatorias. Para Maybaum, Dios se sirvió de la Shoá para hacer que el mundo entrase definitivamente en la Edad Moderna y poner punto final al Medievo. No es éste el lugar para profundizar en las implicaciones de la lectura «escanda losa» o paradójica de Maybaum, por otro lado coherente con el concepto de Holo causto, a diferencia del uso que se hace normalmente de él en el ámbito historiográ fico. Nos limitamos a observar que la difusión del término es con toda probabilidad un síntoma de una adhesión amplia, en parte inconsciente, a la interpretación en exceso «optimista» de Maybaum y a su confianza en la modernidad al fin surgida tras la catástrofe de la guerra. Una postura que hoy día parece pasada de moda y contra la cual Rubinstein ha polemizado, por lo menos en el plano histórico, sobre todo con The Cunning of History, importante punto de referencia para una pro ducción historiográfica apoyada en la teoría negativa de la modernidad13. No se puede responsabilizar de la catástrofe judía sólo a la Alemania nazi, sino que toda la cultura occidental está implicada en ella, constituye el fruto envenenado de la modernidad. Frente a Maybaum, que interpreta el Holocausto como el estremeci miento agónico del mundo medieval, Rubinstein sostiene que la Shoá fue una empresa decididamente moderna, aunque demoníaca, tanto en el espíritu como en el método14. La categoría de modernidad, todo lo criticable que se quiera por su uso inflacionado y por la vaguedad de la definición, ha adquirido, no obstante, y hay que tomar nota de ello, una posición central en los estudios sobre el nazismo, que cons tituye a su vez el principal terreno de verificación crítica de la modernidad históri ca del siglo X X . Aquí se abre una profunda divergencia que atañe a toda la histo riografía sobre el nazismo.
12 R. L. Rubinstein, The Cunning of History: the Holocaust and the American Future, Nueva York, Harper & Row, 1975. 13 Para una exposición sintética del punto de vista de Rubinstein, véase R. L. RUBINSTEIN, «Allean za e divinità. EOlocausto e la problematica della fede», en VV.AA., Pensare Auschwitz, Milán, PardèsThalassa de Paz, 1996. 14 Ibidem, p. 123.
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Los estudiosos que subrayan sus rasgos völkisch15, la ideología de la Volksge meinschaft, la insistencia en la exaltación de los lazos de sangre y de los legados cró nicos (el Blut und Boden [sangre y suelo]), se inclinan hacia una interpretación que privilegia la antimodernidad, la barbarie, la irracionalidad y la regresión, y leen la solución final a la luz de tales categorías, poniendo el máximo de distancia entre el nazismo y el proceso moderno de civilización que quiere negar de raíz, propugnando una inversión completa de los valores. Por el contrario, los estudiosos que retoman la versión negativa de la moderni dad formulada por los «frankfurtianos» insisten en la relación existente entre modernidad y exterminio y en la integración catastrófica entre ciencia, técnica y poder que se lleva a cabo en el nazismo (y en las formas contemporáneas de domi nio totalitario). La obra más conocida a este propósito es la de Zygmunt Bauman16. Bauman da la vuelta con sistematicidad a la interpretación del nazismo como reac ción a la modernidad, reinterpretando también bajo esta perspectiva la categoría de racismo. A juicio de Bauman, el racismo moderno marca una discontinuidad con res pecto a la tradición del antisemitismo y a las distintas formas de heterofobia presen tes en la historia europea. El racismo nazi es una forma de ingeniería social aplicada por una tecnoburocracia irresponsable a la que sólo guía el principio de eficacia. El proceso de civilización es intrínsecamente ambiguo: contiene en su seno mecanismos que, en lugar de inhibir la violencia, facilitan su despliegue; así, el fun cionamiento de la máquina burocrática «sustrae el uso y el despliegue de la violen cia al juicio moral y desvincula los criterios de racionalidad de la interferencia de las normas éticas»17. Como puede verse, estamos en las antípodas de aquellas corrientes revisionistas que celebran o presentan asépticamente la modernización que caracterizaría el fas 15 Término alemán de difícil traducción, derivado de la palabra Volk [nación, pueblo] y propio de los movimientos e ideales populistas surgidos en Alemania a partir del siglo XIX, en los que nación y pueblo se identifican como una única cosa, definida a su vez en términos raciales, folcloristas y románticos. Los movimientos völkisch tuvieron su origen en el nacionalismo romántico expresado por autores como Fichte y combinaban un interés patriótico y sentimental por el folklore y la historia local con un populismo antiurbano que puede ser considerado reacción a la alienación producida por la Revolución Industrial. En algunos casos, a medida que evolucionaron, empezaron a conjugar aspectos esotéricos del ocultismo folclórico con una exaltación racial en ocasiones marcada por un fuerte antisemitismo. Tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, algunos de los movimientos völkisch que se habían desarrollado a finales del siglo XIX se reorganizaron adoptando una postura políticamente más comba tiva y agresiva. La ideología völkisch fue fundamental en el desarrollo del nazismo. [N. d e la T ] 16 Cfr. Zygmunt BAUMAN, Modernità e Olocausto, Bolonia, Il Mulino, 1992 [ed. orig.: Modernity and Holocaust, Ithaca, Cornell University Press, 1989; ed. cast.: Modernidad y holocausto, Madrid, Ediciones Sequitur, 1997]. 17 Ibidem, p. 50.
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cismo italiano y el nazismo alemán. Este tipo de lectura de color de rosa de las dic taduras de derechas ha tenido un gran éxito, sobre todo por los usos políticos a los que se prestaba, lo cual no le resta ni un ápice de banalidad e inconsistencia con ceptual. No se trata sino de la inversión especular, y la aplicación al fascismo, de la presentación apologética que durante muchas décadas ha triunfado en la interpre tación del comunismo soviético; dado que diversos portavoces autorizados de la teoría de la modernización aplicada en positivo al fascismo son ex estalinistas, nos encontramos ante una curiosa compulsión a la repetición. La modernidad en el sentido de Bauman remite, en cambio, a las características burocráticas del exterminio, a la estructura de fábrica industrial del Lager, a la implicación de la tecnología y de la propia investigación científica en el proceso de destrucción. Por otra parte, la teoría negativa de la modernidad no considera que el exterminio de los judíos (y de los gitanos) se corresponda con alguna lógica racio nal de la acción política o una forma, aunque extrema, de interés económico18. El proceso de destrucción, fuertemente condicionado por la marcha de la gue rra, que sin embargo lo hizo posible, tiende a adecuarse a la racionalidad de fábri ca y a los métodos industriales: hay que considerar bajo esta óptica los reiterados intentos de optimizar el uso de los gases y la construcción de los grandes cremato rios. El exterminio aséptico y la supresión total de miles de hombres, mujeres y niños de acuerdo con un ritmo diario y un ciclo continuo siguen constituyendo en todo caso acciones insensatas por completo, además de un crimen sin parangón hasta el momento. La teoría de la modernización en negativo se encuentra, llegados a este punto, con las lecturas filosóficas o teológicas de Auschwitz que ponen el acento en el corte, en la ruptura sin precedentes del curso histórico. En la interpretación del nazismo y en relación con las teorías positivas y negati vas de la modernidad, la cuestión de la técnica ocupa un lugar muy importante. Uti lizando el afortunado oxímoron de «modernismo reaccionario», que remite al ante cedente de la «revolución conservadora», se ha propuesto una lectura que presenta la combinación de tecnología avanzada con regresión política como rasgo peculiar del nazismo; de acuerdo con tal perspectiva, la estetización de la técnica es la que hace posible el dominio político en nombre de la exaltación de la naturaleza. La ideología decimonónica del progreso, en la que confluían de distinto modo ilustración y liberalismo, positivismo y socialismo, propugnaba el desarrollo técni co-industrial en términos utilitaristas e instrumentales: la industria era el medio por 18 Para una crítica de las concepciones ideológicas, positivas o negativas, de la modernidad, a partir del caso límite de Auschwitz, cfr. M. ALLEN, «The Puzzle of Nazi Modernism: Modem Tech nology and Ideological Consensus in an SS Factory at Auschwitz», Technology and Culture 3 (1996).
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el cual se podrían realizar las promesas de felicidad para el mayor número de seres humanos, en una carrera pacífica hacia metas cada vez más avanzadas. Pero también los críticos radicales del progreso, los teóricos de la decadencia, en los que se inspiró el nazismo, podían llegar a una exaltación análoga de la técnica. En este caso, la técnica y la potencia transformadora de la industria se convierten en la encarnación de la creatividad libre de un pueblo (o raza) capaz de romper la mediocridad decadente de la civilización democrático-burguesa. No sólo la política, sino también la industria y la tecnología sufren un proceso de estetización: «Interpretando la tecnología como encarnación de la voluntad y de la belleza, los intelectuales weimarianos de derechas contribuyeron a la aceptación irracionalista y nihilista de la tecnología»19. La contradicción entre técnica y naturaleza, que había alimentado la crítica román tica de la industria, queda abolida de golpe; en la técnica, se expresa la esencia de la vida y de la naturaleza humana, una lucha incesante e implacable: «La técnica es la tác tica del conjunto de la vida. Es la forma íntima del comportamiento en la lucha, que cabe identificar con la vida misma» (O. Spengler). Aplicando a la sociedad los meca nismos de la selección darwiniana, la técnica se convierte en una metáfora de la guerra. Y la Kultur [cultura], en su acepción spengleriana, es sinónimo de fuerza y potencia. El objetivo constante de la crítica anticapitalista de los «modernos reacciona rios» estribó en separar la técnica y la industria del capital, distinguiendo entonces también a los empresarios de los financieros; de este modo, se exaltaba la produc ción y se estigmatizaba la especulación (cuya viva encarnación eran los judíos). Este tipo de enfoque selectivo era indispensable para llegar a la identificación de la esencia de la técnica y a su celebración; el capitalismo quedaba reducido a hecho histórico contingente, mientras que en la técnica se expresaba la naturaleza del hom bre, su misión de organizador, ordenador, controlador de la naturaleza, de creador de un mundo y de una sociedad ordenada, funcional, en la que cada cual y cada cosa estuviese en su lugar: una gran máquina perfecta. En la óptica de los pensadores de la revolución conservadora era necesario sepa rar la técnica del capitalismo, del dominio que la economía mercantil había consegui do ejercer sobre todos los aspectos de la vida, hasta el extremo de convertir «tanto al empresario como al trabajador en esclavos del proceso de producción» (H. Freyer). La lucha contra la autonomización de la técnica, fruto de la generalización de la economía capitalista, no la podía dirigir el proletariado, que, en opinión de Freyer, 19 J. H e r f, II modernismo reazionario. Tecnologia, cultura e politica della Germania di Weimar e nel Terzo Reich, Bolonia, Il Mulino, 1988, p. 60 [ed. orig.: Reactionary Modernism Technology, Culture and Politics in Weimar and the Third Reich, Cambridge, Cambridge University Press, 1986; ed. cast.: El modernismo reaccionario, México DF, Fondo de Cultura Econòmica, 1993].
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había sufrido un proceso de «domesticación», perdiendo su peso antagonista fren te a la sociedad industrial. Una lucha de estas características la podía dirigir un Volk, en el que se manifestaban los principios nacionales y sociales capaces de libe rar la técnica de las superfetaciones burguesas y marxistas, conduciéndola nueva mente a los lugares originarios del espíritu europeo, realizando la reconciliación entre técnica y alma. La tesis de la superioridad de la técnica sobre el capitalismo aparece expresada con mucha claridad en el trabajo de Heinrich Hardensett L!uomo capitalistico e l’uo mo tecnico (1932). Al primero, al estar impulsado por el beneficio, sólo le interesa vender mercancías, valores efímeros, abstractos, que, con su circulación vertigino sa, producen caos y anarquía; el segundo, en cambio, produce objetos con un valor intrínseco, crea formas estables, transformando lo que es incompleto y cambiante en algo eterno y duradero. Para Hardensett, la misión de la técnica consistía en crear un mundo natural, ordenado, permanente, llevando a cabo la superación del cosmopolitismo caótico de la sociedad burguesa mercantil. Los teóricos de la revolución conservadora y los ideólogos del nazismo (ante todo Goebbels) afirman que el pueblo alemán, a través del nacionalsocialismo, está en condiciones de infundir un alma a la técnica, creando un nuevo romanticismo tecnológico. Fritz Todt proclama la conciliación de técnica y naturaleza; las auto pistas se funden en el paisaje, el artificio industrial se mantiene fiel a las formas naturales, instalándose en la patria (y proclamando la voluntad de la raza). La técnica orgánica y espiritualizada permite que la raza nórdica realice su peculiar tendencia al dominio estético de la naturaleza, salvando la naturaleza alemana de la destrucción americano-judaica, de la deshumanización de la civilización puramente mecánica de Occidente. Sólo los alemanes estaban en condiciones de lograr la síntesis entre técnica y naturaleza, y su misión consistía en crear un nuevo orden, en encontrar un espacio adecuado para la raza de los señores, de los «amos de la técnica». Hannah Arendt, en su intento de aprehender la esencia del nazismo, propuso utilizar dos conceptos aparentemente en las antípodas entre sí: el de «mal radical» y el de la «banalidad del mal». En realidad, la propia Arendt proporciona una indi cación para ligar la negatividad doble que se expresa con el nazismo: dice que «el mal radical ha aparecido en el contexto de un sistema en el que todos los hombres se han vuelto igualmente prescindibles»20 y ésta es precisamente la realidad históri ca en la que se puede generalizar la «banalidad del mal», cuando personas corrien tes participan activamente en acciones de inhumanidad extraordinaria. 20 H. A r e n d t , Le origini del totalitarismo, Milán, Comunità, 1989, p. 629 [ed. orig.: The Origins of the Totalitarism, 1951; ed. cast.: Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza, 2004].
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La idea del mal radical se relaciona directamente con el terror totalitario, una forma inédita históricamente de destrucción psíquica y física de los enemigos del régimen, ya sean adversarios políticos declarados u obstáculos objetivos que elimi nar para la realización del programa ideológico de construcción de una nueva socie dad con un material humano adecuado. El instrumento principal del terror es el universo concentracionario. Los desarrollos historiográficos de esta interpretación del totalitarismo han sido irregulares, entre otras cosas por las disputas respecto a su aplicación al sistema soviético postestalinista: en todo caso, faltan investigaciones comparadas que saquen provecho de testimonios excepcionales como el de Marga rete Buber-Neumann21. Se trata, no obstante, de una línea interpretativa que habrá de tener desarrollos fecundos. No menos valioso se ha revelado el concepto de «banalidad del mal», más próxi mo a la sensibilidad microhistórica y al análisis de los comportamientos cotidianos que caracterizan las distintas corrientes de la historia social. Tal como se ha observa do con acierto, la adopción de la categoría explicativa de la banalidad del mal posibilita una aproxim ación a la cuestión del exterminio de los judíos en términos que permiten salvaguardar la especi ficidad histórica determ inada, nazi, del hecho, y, al m ism o tiem po, prefigurar su reproducibilidad y su universalidad en un plano generalmente (no genéricamente) humano: y esto en una dirección que se sitúa en las antípodas de las hom ologaciones revisionistas y de las jus tificaciones al estilo Nolte22.
Tal como veremos, si hay un hilo conductor en la vasta producción del historiador principal del revisionismo, está constituido por la infravaloración del antisemitismo, que acaba siendo un elemento marginal y, por lo menos desde el punto de vista histó rico, incluso fácil de comprender, en las circunstancias de la época y dado el papel desempeñado por los judíos. El resultado principal y más peligroso al que llega el revi sionismo es la banalización del nazismo, exactamente lo contrario de lo que quiere señalar la categoría de «banalidad del mal», que indica por el contrario una implica ción sin precedentes de los hombres normales en una empresa destructiva que afecta ba también a personas cercanas, familiares, amigos, conciudadanos, convertidos en poco tiempo en seres que no merecían vivir, bacilos peligrosos, enemigos absolutos. Sin el antisemitismo no habría sido posible la solución final, del mismo modo que sin el racismo no habría habido nazismo (y otras formas de dominio, en primer 21 M. B uber -N eu m a n n , Prigionera di Stalin e Hitler, Bolonia, Il M ulino, 1994 [ed. orig.: 1948; ed. cast.: Prisionera de Stalin y Hitler: un mundo en la oscuridad, Barcelona, C írculo de Lectores, 2005-]. 221. C ervelli , «Revisionism o e “banalità del m ale”», Qualestoria 3 (1987), pp. 86-87.
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lugar, el colonialismo), pero en el antisemitismo no estaba ya implícito el extermi nio, del mismo modo que no se puede hacer derivar el nazismo de la pretendida especificidad de la historia alemana. Es necesario entender la discontinuidad que marca el nazismo y, en este sentido, su «unicidad»; la investigación del contexto, de las diferentes aportaciones, de las circunstancias, de las causas y de las conexiones no puede desembocar en la supre sión del dato fundamental, es decir, la novedad histórica absoluta y efectiva del nazismo; el acontecimiento se manifiesta en el corazón de Europa y en el epicentro de su civilización, cambia la historia, destruye la idea de progreso e impone una hipoteca al futuro; la gran discontinuidad no se produce bajo la forma de la revo lución emancipadora, sino de la reacción destructiva. Se puede coincidir en que todo acontecimiento se produce en un campo ya construido, donde se localizan estructuras e instituciones, pero ¿cómo no recono cer que la catástrofe, aunque sea el resultado de transformaciones y acumulaciones moleculares, provoca una aceleración imprevista del cambio, causa una ruptura irreparable y marca el pasado inmediato de nuestra civilización de manera tan pro funda que proyecta una sombra sobre todo futuro posible? Un escenario de este tipo está más presente para nosotros, pese a todo exorcismo, de lo que lo estaba para sus coetáneos, que sabían mucho menos de lo que nosotros sabemos; ellos, además, tenían la esperanza de que, después de haber tocado fondo con el nazismo, fuera posible una recuperación vigorosa de un curso de la civilización firmemente anclado en valores de progreso y emancipación, tanto de los individuos como de los pueblos. En lugar de ello, no se ha tenido sino un crecimiento económico muy dese quilibrado y destructivo. La amplitud del trauma ha alimentado, no sólo en Alemania, varias estrategias de remoción, a partir de la desarrollada por el revisionismo negacionista, que cree poder resolver el problema de raíz haciendo desaparecer el exterminio y, sobre todo, el denominado Holocausto de los judíos. Es posible reconocer procedimien tos más complejos en aquellos enfoques que persiguen una especie de reduccionismo historiográfico, donde el acontecimiento-catástrofe queda mermado a través de la reconstrucción y la explicación, reducido dentro de modelos y teorías antropo lógicas y sociales formuladas antes del nazismo y que sólo consiguen explicarlo amputándolo de aquello que realmente lo caracteriza. Esta crítica es aplicable tanto a la historiografía marxista, cuando hace del nazismo una forma extrema de economicismo, como a la liberal, cuando personaliza el nazis mo reduciéndolo a la acción del individuo Hider. En el polo opuesto se sitúan aque llos que, para no mitigar ni un ápice una tragedia que ninguna historia puede restituir ni ningún lenguaje racional puede comunicar, ofrecen una representación de ella úni camente negativa, como acontecimiento en el que colapsa todo significado, abismo 23
que engulle cualquier confianza en la humanidad o fe en la divinidad. En este caso, el trauma se fija y se hace insuperable, pero una postura tan radical resulta en realidad frágil e insostenible; al negar la posibilidad de indagar y de explicar históricamente el nazismo y sus consecuencias, deja el campo libre al revisionismo relativizador23. Reduciendo el nazismo y los crímenes que perpetró al Holocausto y sosteniendo que no puede haber historia de éste, se entrega al revisionismo el monopolio de la investigación y de la representación histórica y esta última empieza a limitarse a la producida por aquél, sobre todo en el uso público de la historia: resultado por otro lado inevitable si a todos los que intentan explicar el acontecimiento con los méto dos estándar de la historiografía se les considera de por sí revisionistas. Si se cree que la comparación es inevitablemente relativizadora, se infiere que la investigación histórica es imposible. Pero la comparación puede servir para entender un fenómeno en su especificidad, y la confrontación y la contextualización pueden sacar a la luz precisamente sus rasgos sobresalientes, los elementos que lo distinguen. En este sentido, estos procedimientos resultan útiles para subrayar la novedad radL cal, el carácter de acontecimiento crucial del nazismo, con respecto al cual el propio fascismo constituye una especie de antecedente necesario pero no suficiente: el nazismo no aparece ya contenido en el fascismo. Desde luego que un planteamiento de este tipo puede ser sometido a discusión, pero no mitiga, es más, refuerza, los aspectos de radicalidad negativa, de ruptura traumática, que están en el centro de la preocupación de quienes luchan por que no se suavice la representación del nazis mo y del exterminio. Las estrategias de relativización, minimización o rehabilitación del nazismo se han desplegado ampliamente por otras vertientes. Un uso perverso de la teoría del totalitarismo ha permitido una doble operación reduccionista basada en el mismo programa interpretativo, aunque los resultados parezcan opuestos. El nacionalso cialismo se reduce al hitlerismo, a Hitler se le presenta, a su vez, como encarnación del mal, irrupción de lo demoníaco, único verdadero responsable de los crímenes de Alemania por el hechizo con el que subyugó a los alemanes. El objetivo eviden te consiste en disolver y eliminar el nazismo y, sobre todo, la profunda implicación de la sociedad, de la economía, de la clase dirigente y de los aparatos del Estado en él. Éste es el planteamiento que las corrientes conservadoras y nacionalistas privile gian. Su inversión especular viene dada por aquellas reconstrucciones que, por el contrario, atribuyen a Hitler las mejores intenciones (por ejemplo, la puesta en mar cha de un verdadero Estado social o el tesón en la destrucción del comunismo soviético para salvar Europa y Occidente) e incluso la capacidad de llevarlas a cabo. 23 Sobre esta problemática, véase D. L a C a p r a , Representing the Holocaust: History, Theory, Trau ma, Ithaca, Cornell University Press, 1994.
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Por lo que se refiere a los crímenes, como la masacre de los judíos, hay que contextualizarlos en el escenario de guerra y, en todo caso, se cometieron a espaldas de Hitler. Ésta es la tesis, por ejemplo, del historiador inglés David Irving, que, del revisionismo, ha llegado luego al negacionismo: no sólo Hitler era inocente, sino todos los alemanes. La reproposición del «culto del Führer» en esta versión del buen monarca o del estadista previsor tenía como referente el mismo público que pedía instrumentos de remoción y legitimación, con una especial apertura, no obstante, hacia los nostálgi cos y las nuevas generaciones, concebidas como una «tabla rasa» perfectamente dis puesta a consumir «verdades» escandalosas, opuestas a las que se dispensaban desde las instancias oficiales. Sin embargo, la remoción del nazismo, reducido a paréntesis y cuerpo extraño con respecto al curso de la historia nacional, pese a contar con la ilustre paternidad historiográfica de un Meinecke -con un papel análogo al de Croce para el fascismo italiano-, no podía perpetuarse más allá de la época de la segunda posguerra; con la llegada de nuevas generaciones, desaparecieron las motivaciones psicológicas que la habían sustentado. La Historikefstreit [controversia de los historiadores] que se suscitó en la segun da mitad de la década de 1980 saca a la luz una nueva postura por parte de los his toriadores conservadores o abiertamente revisionistas como Ernst Nolte24. Éstos aceptan y pliegan a sus fines el llamamiento lanzado por Martin Broszat, exponen te punta de la escuela funcionalista, por una historización del nacionalsocialismo25: el nazismo, aparte del papel de Hitler, ya no es algo absolutamente «distinto», sino que forma parte integránte de la historia alemana y europea, con todas las de la ley y con buenos motivos para ello. La historización se traduce de inmediato en relati vización, cuando no en juicios abiertamente positivos. Las modalidades concretas de la operación varían en relación con los estudios y especializaciones de cada autor, pero el dispositivo de base es sustancialmente el mismo. Así, Andreas Hillgruber, muy apreciado por sus investigaciones sobre la Segunda Guerra Mundial, hace una valiosa contribución al revisionismo cuando vincula el exterminio de los judíos a la resistencia que opone el ejército alemán al avance del Ejército Rojo. ¿Acaso los sol dados alemanes debían renunciar a la resistencia y permitir el desmantelamiento de 24 Sobre esto, véase B. MANTELLI, «Il magazzino della storia. Riflessioni sull’Historikerstreit e i suoi echi italiani», Quaderno di storia contemporanea 4 (1988). 25 M. BROSZAT, «Playdoyer für eine Historisierung des Nationalsozialismus», Merkur 5 (1985). La historización propugnada por Broszat tiene un planteamiento categorial y de valores opuesto al revisionista: quiere investigar el Tercer Reich desde abajo, partiendo de la historia de la vida coti diana (Alltagsgeschichte), e intenta descubrir cómo fue posible el despliegue de dinámicas destructi vas dentro de la propia sociedad, y no por el poder irresistible de un Estado omnipotente.
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los campos de exterminio y el exterminio de sus propios connacionales? Centran do la atención en una dinámica factual perfectamente indentificable, Hillgruber llega a conclusiones que confluyen con el razonamiento desarrollado por Nolte en torno a los grandes escenarios de la época. En realidad, la propuesta de Broszat sobre la historización del nazismo no ha lle gado a adquirir centralidad en la «controversia de los historiadores», que ha acaba do aferrándose a un terreno predominantemente político-ideológico, con escasas aportaciones cognoscitivas innovadoras. No obstante, Saul Friedländer se la ha tomado muy en serio, y la ha rebatido, a través de un intenso intercambio intelec tual con el historiador alemán26. De acuerdo con Friedländer, la historización, aun que deseada desde varios lugares, no es posible y sólo puede producirse bajo la forma negativa de la remoción y la cancelación (de ahí, de nuevo, la relación entre revisionismo y negacionismo). Por su parte, los historiadores que aplican al nazismo (y al fascismo) la catego ría de «modernización», presentándola como un instrumento de análisis neutral y científico, llegan a reconstrucciones que confluyen con las del revisionismo históri co; la diferencia principal es que los revisionistas son explícitos en su revalorización del nazismo, mientras que los «modernizadores» prefieren un enfoque aséptico y, por lo tanto, se abstienen de sacar conclusiones; el resultado, no obstante, es el mismo, no sólo desde el punto de vista del juicio, es decir, del uso público de la his toria confiado a las simplificaciones de los medios de comunicación de masas, sino también en los contenidos de la investigación, en sus aportaciones cognoscitivas. Esta clase de resultado depende también del tipo de fuentes utilizadas y del examen al que se las somete: el nazismo era moderno, desarrolló mucho la indus tria, acabó con el desempleo, ayudó a los pobres, protegió a las mujeres y a los niños, en definitiva, llevó a cabo una auténtica revolución social: en efecto, todo esto se puede encontrar dicho y escrito en los documentos, en las fuentes, que el nacionalsocialismo produjo con profusión y que son aceptadas como reflejo de la realidad histórica. No hay que olvidar un dato claro: la burocracia, el ejército y el capitalismo alema nes no sólo se adaptaron al nazismo, después de haberlo sostenido frente al peligro rojo, sino que creyeron haber encontrado en él el instrumento para llevar a cabo sus aspiraciones, objetivos e intereses hasta sus últimas consecuencias. De aquí, de esta confluencia pluralista de todos los centros de poder (amén de las masas atomizadas), deriva la extensión totalitaria y la penetración del nazismo en todas las articulaciones 26 M. B r o s z a t y S. F r ie d l ä n d e r , «Um die “Historisierung des Nationalsozialismus”», en Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte 2 (1988). De Saul Friedländer véase el reciente libro, Nazi Germany and the Jews, vol. I, Nueva York, Harper Collins, 1997.
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principales del Estado y de la sociedad; de aquí, también, la conflictividad policrática que resalta la interpretación funcionalista: un poder que alimenta el desorden, la inseguridad y el terror. El sistema de dominio puesto en marcha por el nazismo, con el impulso expansionista externo y la acción capilar de penetración en cada ganglio vital de la socie dad, hasta acumular una enorme masa de energía destructiva dirigida a la guerra total, esta forma negativa o invertida de Estado, que Franz Neumann designó efi cazmente con la imagen de Behemoth 21, tenía su centro motor en un movimiento que se identificaba con su líder. Pero los problemas interpretativos más serios no conciernen al movimiento nazi y a Hitler, sino a lo que le sucede a la sociedad y al Estado alemán, o bien al engarce entre unos y otros, que no cabe circunscribir a un hecho contingente, entre otras cosas por las enormes consecuencias que se deriva ron de ello en un arco de tiempo muy breve. El revisionismo histórico sobre el nazismo ha sido el producto de una coyuntu ra política: en sus formas extremas, negacionistas, es impresentable; en su versión moderada, ha terminado por ser utilizado en apoyo de una operación de restaura ción neonacionalista, como soporte de la recién recuperada unidad de Alemania, que no podía cargar con la hipoteca nazi28. La perspectiva moderada del asunto ha puesto en dificultades a las posiciones críticas que no están dispuestas a aceptar una historización normalizadora ni a mantener el paradigma paralizante de la excepcionalidad absoluta. Una de las corrientes más interesantes y batalladoras es la que ha centrado sus investigaciones en la generación del nazismo partiendo de abajo, de la gente común. Los estudios sobre la vida cotidiana, inicialmente motivados por la investigación de formas ocultas de resistencia al totalitarismo nazi, en particular en ambientes obreros, han acabado por desplazar su baricentro cada vez en mayor medida hacia el foco opuesto: el racismo latente en la vida de cada día, en relación con los gru pos contra los que el nazismo estaba desatando su guerra ideológica. En términos sin duda más complejos y contradictorios que una adhesión en masa al exterminio, aparecía en primer plano la relación entre lo ordinario y lo excepcional, el consen so y la no resistencia, como contexto y sostén de la acción del régimen. Sin embargo,
27 Franz Neumann utiliza, para describir el poder del nacionalsocialismo, la imagen de Behe moth, monstruo terrestre del caos en la escatologia judía de origen babilónico: réplica del Behemoth hobbesiano, el Estado nazi sería «un no-Estado, un caos, un imperio de la anomia y la anarquía» [F. NEUMANN, Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, México DF, Fondo de Cul tura Económica, 1983 (ed. orig.: 1943), p. 11]. [N. de la T J 28 Cfr. S. BERGER, «Historians and Nations - Building in Germany after Reunification», Past and Present 148 (1995).
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la nueva tematización no estaba planificada dentro de un proyecto de amplio respiro, sino que más bien ha sido experimentada como una derrota, con la excep ción de los estudios de género. El éxito del revisionismo ha dependido también, pues, de una debilidad innegable de la historiografía crítica, abocada a un trabajo fatigoso e indispensable de reconstrucción de las propias bases y de los propios referentes ideales. Los resultados obtenidos por los historiadores en el estudio del genocidio judío ya se han analizado en obras especializadas; por lo demás, es evidente que se está constituyendo una historia de la historiografía, ante la existencia de los miles de libros y artículos existentes sobre el tema, incluso si nos limitamos a la producción de carácter científico. La «imposibilidad» de comprender el Holo causto y las dificultades indudables que surgen por el lado de la documentación y la interpretación no han obstaculizado, sino más bien incentivado, el análisis factual, empírico, y los intentos de síntesis; se pueden y se deben indicar los lími tes y los riesgos de la reconstrucción y representación historiográfica, pero este tipo de camino es obligatorio y ya está en marcha, aunque se esté muy lejos de haber llegado al final29. La historia, más que la historización, del nazismo, incluida la solución final, junto con la represión, las masacres y la política de exterminio contra amplios estra tos de la población civil de los países ocupados, en especial de Europa oriental, debe aferrarse al terreno de los hechos, donde, no obstante, vuelve a introducirse la propia ideología racista. Se trata, por lo tanto, de un camino que conlleva el riesgo de la construcción del propio «objeto» de estudio y que, lejos de desembocar en una relativización del nazismo como producto de la época, constituye la única garantía contra las remociones y la manipulación del conocimiento y de la verdad, una verdad histórica que es imposible fijar de una vez por todas y que, en el caso de acontecimientos de una repercusión tan sobrecogedora como éstos, es un deber reconquistar, profundizar y enriquecer sin cesar. La petición de dejar de lado, can celar, negar los acontecimientos más trágicos del siglo no puede ser aceptada ni en nombre de la oportunidad política, ni para satisfacer la necesidad psicológica de olvido, ni por ningún otro motivo. La cuestión de cuál es el enfoque histórico más eficaz sigue siendo, como es evi dente, materia de libre discusión, pero no se puede rebajar el nazismo y el propio Holocausto, concebido como su resultado último, al plano de una de las muchas 29
Para los temas afrontados aquí, véase M. M a r r u s , IlOlocausto nella storia, Bolonia, Il Mulino,
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dictaduras, de una de las muchas masacres, del pasado o de la actualidad. Recono cer la novedad y la unicidad del nazismo y, no obstante, colocarlo en una pers pectiva histórica significa también rechazar la tesis de la indecibilidad absoluta y de la incomprensibilidad del Holocausto y evitar que una posición tal, aunque legítima en el plano filosófico o religioso, se traduzca en una parálisis de la inves tigación y en el consiguiente triunfo de una historiografía revisionista o negacionis ta y apologética del nazismo, cuando no del genocidio judío. Volver a introducir «Auschwitz» en la historia significa correr riesgos y entrar en un campo de conflictos; sin embargo, este paso es inevitable. Hay quien sostiene que «Auschwitz» no ha tenido precedentes, que el genocidio de los judíos, por sus moda lidades y su significado, es «único» y que, en definitiva, en virtud de su absoluta novedad negativa, mantiene un margen de incomprensibilidad, de insensatez supre ma; hay escritores, filósofos, teólogos o, incluso, simples testigos que han dado expresión a este concepto límite de negatividad extrema y a un tiempo «banal», inherente a una rutina burocrática. La historiografía puede recibir rico alimento de estas reflexiones y, no obstante, mantener la propia autonomía, tanto afrontando crí ticamente la dificultad que constituye el revisionismo, como desarrollando investi gaciones innovadoras, con la conciencia de que el descubrimiento de nuevos docu mentos y fuentes no puede soslayar la confrontación con la intensa elaboración de la que ha sido objeto este acontecimiento después de su acaecer histórico, en la que vuelven a introducirse las reflexiones sobre la inadecuación de la cultura moderna para expresar, explicar y comprender la manifestación, en su seno, de aquello que la niega con un radicalismo sin igual. El debate sobre el revisionismo historiográfico ha contribuido a centrar la aten ción cada vez más en el genocidio de los judíos, que, con el paso del tiempo, ha ido adquiriendo una importancia cada vez mayor. Se ha producido un vuelco de pers pectiva con respecto a la posición que ocupaba en el momento en que tuvo lugar, cuando no sólo los alemanes o los polacos trataban de ignorarlo, si es que no lo aprobaban, sino que tampoco los demás pueblos y Estados, ni siquiera las autori dades religiosas ni, paradójicamente, las propias organizaciones judías querían creer ni saber. Esta centralidad alimenta las pulsiones antisemitas, constituye el blanco de los negacionistas y suscita las críticas de muchos sectores de la historiografía, no sólo de los revisionistas, sino también de aquellos que no soportan la unilateralidad de una representación cuyo resultado final niega la posibilidad misma de reconstruir la historia del genocidio, fijada en la dimensión sacra del Holocausto y, en todo caso, aislada del conjunto de la política nazi, del contexto de la guerra y de los demás exterminios que la caracterizaron (no sólo los nazis, sino también Dresde, Hiroshima, etcétera). 29
Con respecto a todo esto, parece útil subrayar dos cosas: (a) el exterminio de los judíos no puede no estar en el centro de la reflexión sobre el nazismo y la guerra; tanto desde el punto de vista de la interpretación, como de la reconstrucción historiográfica, éste constituye, en efecto, el nudo histórico-teórico decisivo y no cabe sortearlo; (b) desde una perspectiva histórica, resulta imposible y equivocado aislar la Shoá de los demás exterminios producidos por la máquina del terror, que encon tró en el sistema concentracionario el instrumento principal en el que conjugar explotación y destrucción. La formulación de Hannah Arendt puede servir una vez más de guía: la política nazi de genocidio, que no afectó sólo a los judíos, forma parte de un discurso ideológico más amplio y entra dentro de una praxis política de construcción de una «nueva humani dad» a través de la destrucción de los inútiles y nocivos; es el resultado final del totali tarismo, que no se expresó sólo en el nazismo, sino también en el comunismo soviético. El totalitarismo se sostiene sobre un sistema de campos que sirven para aterrori zar y explotar, matar y humillar a las personas, pero la finalidad que Arendt resalta con mayor fuerza es la de la alienación total: el objetivo de los campos es arrebatar a la persona toda espontaneidad y reducirla a una cosa. Llegados a este punto, se puede hacer de ella lo que se quiera: la destrucción a través del trabajo o el asesina to inmediato dependen de la conveniencia, del arbitrio y de la casualidad, del mismo modo que los medios empleados para el homicidio en masa pueden ser de lo más diverso, máxime cuando la situación de guerra, aunque, por un lado, facilita toda operación, por otro, pone en crisis los intentos recurrentes de organizar con proce dimientos burocráticos ordenados el cometido histórico que el nazismo se adjudicó. Se puede decir que, en el trabajo de Arendt, como más tarde en la gran síntesis histórica de Raúl Hilberg, el conflicto de las interpretaciones, suscitado en gran medida por un tema como el genocidio judío, queda de algún modo superado, e intencionalismo y funcionalismo pueden confluir. Se trata, no obstante, de excep ciones dentro de una historiografía muy orientada y polarizada, donde se ha inser tado la variable revisionista, que ha sobrecalentado el debate todavía más. Frente a acusaciones excesivas y sin fundamento, hay que precisar que la histo riografía funcionalista no niega la realidad ni las dimensiones del genocidio judío, aunque propone para él una dinámica profundamente interconectada con los acon tecimientos y con las contingencias histórico-temporales, en primer lugar con la marcha de la guerra. El riesgo estriba en que, de este modo, se subestime la relación existente entre antisemitismo y exterminio de los judíos: la participación directa, las distintas for30
mas de colaboracionismo y la indiferencia ante las persecuciones se apoyaron en el antisemitismo y en el antijudaísmo cristiano, en una estratificación arraigada de pre juicios muy presentes en todas las clases sociales, en gradaciones distintas en fun ción de los países, y, sin embargo, lo suficientemente consistente como para confi gurar un sustrato al que podían acudir no sólo los ideólogos fanáticos, sino también las personas corrientes en busca de una legitimación y de una cobertura psicológi ca que «justificase» las propias opciones. El antisemitismo constituye el contexto del genocidio, pero, para que éste se hiciese operativo, hacían falta varios factores más; incluso en el plano ideológico, el antisemitismo se saldó con una Weltanschauung racial que no arremetía sólo contra los judíos; la dinámica de destrucción-purificación puesta en práctica por los nazis era de por sí ilimitada, por lo cual no podía haber un «plan» que estableciese los plazos de cada paso. Antes de que la solución final se hiciese operativa, los nazis habían dado el pisto letazo de salida a las operaciones de eliminación física de aquellas personas que lle vaban una «vida indigna de ser vivida»: en nombre de la eutanasia, se había comen zado la purificación de la raza aria partiendo de la nación alemana. En este marco, entran las modalidades de la guerra de exterminio contra la Unión Soviética, así como la persecución y la masacre de los gitanos, un caso que merece mayor atención, porque en él se entrelazan de manera explícita las motivaciones sociales y raciales. El intento de exterminar a los judíos, en sustancia logrado por lo que se refiere al mundo judío de la Europa oriental, no fue simplemente fruto de un plan o de una orden de Hitler: los nazis y sus cómplices, en todos los ámbitos y en sintonía con su Führer, albergaron la intención, hicieron planes y emprendieron acciones dirigidas a la eliminación de los judíos (en un primer momento, con la expulsión-deporta ción, luego con el exterminio). Muchos historiadores del genocidio judío han subrayado con acierto la relación existente entre la solución final y el curso de la guerra, en particular, la repercusión crucial de la campaña de Rusia. Sin duda es cierto que el exterminio y sus modali dades y fases dependieron de la guerra en el Este, que empujó a Hitler y a los diri gentes nazis más que ningún otro factor a radicalizar hasta el extremo la política contra los judíos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la propia guerra, en par ticular el ataque contra Rusia, estaba de por sí cargada de un contenido políticoideológico explosivo, en tanto que guerra sin cuartel contra el judeo-bolchevismo. La posibilidad de establecer, a través de investigaciones detalladas, una cronolo gía precisa de las operaciones de exterminio, además de sus modalidades y localiza ción, es importante para verificar los modelos interpretativos. Por ejemplo, la tesis de Martin Broszat, de acuerdo con la cual el inicio de la solución final fue la respuesta al caos que se estaba produciendo en los Lager y en los guetos polacos a causa del fra31
caso de la ofensiva en Rusia, no se sostiene ante la acumulación de datos disponibles a estas alturas sobre la actividad de los Einsatzgruppen [grupos especiales móviles], mucho antes del bloqueo de la incursión hacia el Este. Por otra parte, los fusila mientos en masa demuestran que no existía una prioridad en cuanto a la explotación de la mano de obra esclava; ésta no era más que una de las posibilidades sobre el terreno que podía imponerse en circunstancias determinadas y limitadas. De acuerdo con Martin Broszat, el exterminio de los judíos se inauguró con ini ciativas promovidas desde abajo, a escala local. Sólo en la primavera de 1942, des pués de la construcción de los campos de exterminio en Polonia, la operación adop tó un curso más sistemático. En definitiva, ante una derrota ya segura, el exterminio de los judíos asciende a obligación «sacra»: los judíos debían expiar las muertes de los soldados alemanes en una guerra de la que eran los culpables. En suma, el geno cidio fue producto del engarce entre los delirios ideológicos del Führer y la acción de varios aparatos del Estado y del partido en pugna entre sí en nombre de la fide lidad a Hitler. El nazismo no fue un régimen monolítico, sino un sistema de poder policrático. A partir de esta tesis fundamental del funcionalismo, también Hans Mommsen infie re una interpretación de la Shoá de acuerdo con la cual ésta no fue el resultado de una decisión del Führer ni de un plan, sino más bien de la radicalización creciente del sistema, a su vez consecuencia de su estructura intrínsecamente caótica30. En la interpretación de Mommsen, tiene importancia la ausencia de una «orden formal» de Hitler, pero, sobre todo, el antisemitismo del Führer queda relegado al plano de la propaganda, del puro verbalismo, lleno de metáforas extremistas de uso demagógico. Aun admitiendo que esto fuese así, no se infiere una separación garan tizada entre el lenguaje y su eficacia práctica, algo que sería cierto en un Estado de derecho ordenado y organizado, en el que la esfera de la agitación declamatoria está separada por completo de la de las disposiciones gubernamentales y administrati vas, pero no, en absoluto, en la «policracia caótica» descrita por los funcionalistas. La cuestión del papel del antisemitismo y del racismo nazi constituye un punto débil de las interpretaciones de Broszat y Mommsen: ninguno de los dos consigue integrarlos en su modelo explicativo, que puede en ocasiones llegar a resultados cer canos a los del revisionismo historiográfico, pese a partir de puntos de vista opuestos. El revisionismo se basa en la autorrepresentación, tomando la ideología como la realidad del nazismo (y del fascismo), mientras que el funcionalismo se dedica al análisis sistèmico de los centros de poder, sin tener en cuenta de manera adecuada el poder de la ideología. 30 H. MOMMSEN, «Die Realisierung des Utopischen: die “Endlösung der Judenfrage” im “Drit ten Reich”», Geschichte und Gesellschaft 1 (1983).
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El funcionalismo no tiene nada que ver con el revisionismo negacionista, que es abiertamente apologético del Tercer Reich, o bien lo interpreta como un Estado capitalista normal, aunque mejor que las democracias occidentales y que el socia lismo soviético, quitando de en medio precisamente lo que el funcionalismo ha aprehendido con eficacia: la irracionalidad destructiva fundamental del nazismo. En el plano de la crítica histórica resulta, pues, por completo inaceptable la afir mación de acuerdo con la cual a los funcionalistas se les puede asociar al revisionismo, dado que contribuyen en un sentido «objetivo» a falsificar la realidad del exterminio. Por el contrario, este tipo de tesis son precisamente las que abren espacios enormes al revisionismo y al negacionismo: los exponentes de éste se convierten en «héroes» de una investigación desprejuiciada que no se detiene ante dogmas ni tabúes. La historiografía funcionalista aplica al Holocausto la misma estructura metodo lógica que utiliza en el análisis del sistema de poder nazi, pero, en este caso, resalta en mayor medida los límites hermenéuticos de una concepción que excluye un papel activo y decisivo por parte de los sujetos conscientes. En el análisis del funciona miento del nazismo, sobre todo a través de la identificación de las dinámicas conflic tivas de la policracia, había sido posible romper la jaula determinista del estructuralismo y, aunque los sujetos no eran libres de decidir, se daba mucha relevancia a la dimensión de la casualidad, accidentalidad y particularidad de las situaciones, enri queciendo de manera innovadora el estudio histórico de los mecanismos de poder. Pero no se puede investigar la situación extrema del exterminio en masa sin introdu cir en el centro de la reconstrucción historiográfica la responsabilidad individual y el papel de la ideología: en el tiempo breve del acontecimiento catastrófico, la hipoteca antihumanista y antihistoricista del estructuralismo conduce a un impasse. El límite hermenéutico del funcionalismo consiste sobre todo en su incapacidad de dar cuenta del papel desempeñado por la ideología nazi, basada en la invención, histó ricamente inédita, de un modelo de sociedad organizado en función de un racismo total. Por más que el antisemitismo se llevara al extremo y que hubiera un imperativo de per seguir la eliminación de los judíos por todos los medios, aprovechando cualquier opor tunidad, no se puede aislar la Shoá de la persecución, destrucción y eliminación de los enfermos mentales, los «asocíales», los homosexuales y los gitanos, ni del trato impues to a los pueblos eslavos y a los enemigos políticos, en primer lugar a los comunistas. En este sentido, por la operatividad del paradigma racial en toda la historia del nazismo, se puede afirmar que el genocidio se inscribe desde el principio en su pro grama político y no se puede relacionar únicamente con las vicisitudes de la guerra, aunque éstas hayan influido con toda seguridad en los modos y tiempos de su des pliegue concreto. «Sería desorientador -observa Enzo Collotti- perder de vista la planificación inicial del genocidio, su posibilidad, implícita desde el primer momen to, de la planificación de la segregación de los “diferentes” o, mejor, de aquellos que 33
se juzgaba como tales en función de un poder totalmente arbitrario, para hacer reca er las responsabilidades, de manera casi fatalista, en un entrelazamiento inaferrable de condiciones políticas y estratégicas»31. Incluso restringiendo el campo de obser vación a los meses en los que se decide concretamente el inicio de la solución final, con la deportación en masa, es posible encontrar documentos que testimonian una intencionalidad mucho más elevada de la que prevé el funcionalismo. Por ejemplo, Wolfgang Benz señala, como prueba de una planificación precisa no ligada a acontecimientos bélicos fortuitos, un documento de las SS, de diciembre de 1940, en el que, bajo la entrada de Solución final de la cuestión judía , se afirma que ésta se obtendrá «a través de la deportación de los judíos del espacio económico europeo del pueblo alemán a un territorio todavía por determinar. El proyecto atañe a 5,8 millones de judíos»32. Sin embargo, si se observa conjuntamente la guerra nazi, las políticas de ocupa ción y explotación, así como el universo concentracionario en semejante contexto y, en su seno, el exterminio puro y simple, entonces, la historiografía funcionalista nos suministra aportaciones cognoscitivas imprescindibles. Las oscilaciones entre explotación y exterminio y los conflictos ideológicos y de intereses entre los distintos centros de poder constituyen una adquisición historiográfica importante, difícil de mantener dentro de una lectura holística o, peor, teleo logica. Se desprende de ello que la crítica a las posibles derivas del funcionalismo es necesaria pero no suficiente. Junto a los resultados alcanzados y a las grandes canti dades de estudios, hay que registrar una especie de inadecuación de la historiografía ante el desafío que constituye el nazismo y el exterminio, innegablemente el banco de pruebas más importante de la historia del siglo X X . El enfoque funcionalista, volviendo por completo operativo el contexto histórico bajo una óptica que privilegia la complejidad y la contingencia, no merma necesaria mente el alcance del genocidio judío, su dimensión real y su significado simbólico. El intencionalismo expresa una repulsa neta, ético-política, de todo revisionismo y, sin embargo, al hacer derivar acciones y comportamientos de elecciones persona les conscientes, se expone a críticas insidiosas. Si una tragedia histórico-universal fue el producto de las intenciones de un solo hombre, entonces el genocidio se con vierte en algo del todo banal, o bien se vuelve inefable, sale de la historia, constitu ye un Holocausto en sentido teológico. A falta de una síntesis histórica satisfacto31 E. COLLOTTI, «II genocidio nazi: progetto politico non periferia», en II Manifesto, 5 de marzo de 1987. 32 Cfr. Wolfang B e n z , «La dimensione del genocidio», Qualestoria 2-3 (1993). Véase también W. BENZ, Dimension des Völkmords: die Zahl der jüdischen Opfer des Nationalsozialismus, Munich, Oldenbourg, 1991.
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ria, cabe buscar una recomposición, que es posible obtener a través del estudio del lugar central del dominio y del exterminio determinado históricamente33. Si resulta acertado considerar el campo de concentración como el centro no mera mente simbólico del nazismo y, dentro de esta óptica, el campo de Auschwitz como la síntesis de las distintas caras del sistema concentracionario nazi, entonces las dife rentes interpretaciones historiográficas del nazismo y de su política de exterminio pueden confluir, si no integrarse, en una visión unitaria. La construcción del sistema concentracionario, su extensión, estructura, tipología, el papel desempeñado y las modalidades operativas concretas, los efectos sobre las víctimas, sobre los espectado res y sobre los verdugos, y las motivaciones de los distintos actores en juego constitu yen un elenco no exhaustivo que los conceptos de totalitarismo y policracia, una con cepción intencionalista y un análisis funcionalista, ayudan a iluminar. Llegados a su conclusión final, las diferentes trayectorias se unen, para, a continuación, caer en un agujero negro que engulle hasta la explicación que nos parecía más próxima a la ver dad; sin dejar de buscar este límite, debemos tenerlo presente: la deshumanización se llevó tan lejos que ya no está del todo a nuestro alcance. Pero la historiografía, después de haber abandonado por completo la idea de convertirse en una ciencia, consigue convivir mejor que otras disciplinas más ambi ciosas con la ausencia de una explicación exhaustiva y con la imposibilidad de una comprensión plena, por lo cual es posible coincidir con las conclusiones optimistas que ha formulado de manera reciente Michael R. Marrus: la historia del Holocaus to se ha convertido en uno de los terrenos más frecuentados, donde se han desa rrollado debates intensos y se han hecho descubrimientos significativos, con un índice de revisión insólitamente elevado. La multiplicación de las investigaciones específicas refleja a su juicio un cambio de época: el Holocausto está entrando ple namente en el ámbito del conocimiento histórico, es reconocido como parte inte gral de la historia de nuestro tiempo34. Frente a aquellos que temen los riesgos de una «profanación» o de la banalización, este autor hace ver que no hay alternativas a la inserción del Holocausto en el trabajo corriente de la historiografía, porque en el fondo ésta es la mejor garantía contra el riesgo del olvido y de la cancelación. La Historikerstreit no ha hecho avanzar el conocimiento histórico y ha conclui do con la reafirmación de tesis a las que ya se había llegado en el debate historio33 El campo de concentración, en su versión nazi, se convierte, bajo la perspectiva filosófica de Giorgio Agamben, en el «paradigma biopolítico moderno». Cfr. G. A g a m ben , Homo sacer. Il potere sovrano e la nuda vita, Turin, Einaudi, 1995 [ed. cast.: Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Valencia, Pre-Textos, 1998]. 34 Cfr. M. R. M a r r u s , «Regard sur l’historiographie de PHolocauste», Annales 3 (1993), p. 797.
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gráfico; este tipo de lecturas es plausible en el terreno historiográfico, pero no deja de ser insuficiente; en realidad, hay que poner en perspectiva la «controversia de los historiadores» e interpretarla como un momento de la ofensiva neoconservadora. En este ámbito, no tiene importancia el contenido historiográfico, sino el uso polí tico de la historia; los contendientes se colocan en dos terrenos distintos, o bien no utilizan las mismas armas ni siguen las mismas reglas. La izquierda, en casi todas su variantes, desde las más moderadas hasta las más radicales, parece haber perdido interés por la historia, quiere librarse de ella en nombre de una completa integración y normalización, o bien porque cree que la historia constituye el obstáculo para la única revolución posible, que hay que enten der en términos subjetivos como experiencia cultural y estética. Por el contrario, la derecha se plantea de manera explícita el objetivo de la rea propiación del pasado y, en el caso alemán, de su normalización a través de la rein tegración del nazismo en la historia nacional. Proyecto que recibe sanción de la reu nificación política de Alemania, máxime cuando ésta es, o en todo caso se percibe como, el resultado del fracaso histórico de toda la izquierda. Se entiende entonces por qué la historiografía de inspiración progresista o inclu so liberal, pero ligada al antifascismo, pese a tener bases sólidas, parece estar a la defensiva, en Alemania no menos que en los demás países europeos, donde el revi sionismo gana impulso a raíz de la caída del comunismo soviético, sin aferrarse necesariamente a posiciones liberal-democráticas, que no consiguen expresar otra cosa que una cansada reproposición de la teoría del totalitarismo. En Alemania, la producción revisionista más reciente, inaugurada de manera ejemplar por la monografía de Reiner Zitelmann sobre Hitler35, opta por una vía más radical y anticonformista, presentando una versión modernizadora del nazis mo que, de este modo, vuelve a asociarse tanto al fascismo como al socialismo, unidos por una política social favorable a las clases populares y, en particular, a los obreros. Mientras Nolte, retomando tesis típicas de los ambientes intelectuales conserva dores y católicos, hace del nazismo la respuesta especular y necesaria al comunis mo, manteniendo y valorizando sus rasgos de crítica a la modernidad, la nueva generación de historiadores posrevisionistas asocia el nazismo al socialismo (como ya se había hecho con el fascismo), haciendo desaparecer o marginando los aspec tos reaccionarios que suelen utilizarse para delinear una posible genealogía de la solución final (antisemitismo, ideología völkisch, etcétera). 35 R. ZlTELMANN, Hitler, Selbstverständnis eines Revolutionärs, Hamburgo-Nueva York, BergLeamington, 1987. Véase también R. ZlTELMANN, Adolf Hitler. Eine politische Biographie, GotingaZurich, Muster-Schmidt, 1989.
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La historización ya inaplazable del nazismo se persigue en el terreno de la modernización, a la que el Tercer Reich habría dado un gran impulso, invirtiendo el juicio historiográfico tradicional. Y si el nazismo incrementó el grado de moder nidad, en términos de industrialización, urbanización, racionalización y dinamismo social, entonces su integración en la gran corriente histórica de la modernidad se sigue de manera automática36. De acuerdo con Zitelmann y sus amigos, convertidos rápidamente en referentes de la prensa neoconservadora, la acción iconoclasta con respecto a los viejos tabúes del antifascismo se ha hecho posible gracias al abandono de las ideologías y del moralismo, a través de una vuelta a la neutralidad y a la cientificidad del método historiográfico. Se trata de la misma postura que ha adoptado el revisionismo italiano con res pecto al fascismo, aparte de los esfuerzos por distinguir este último del nazismo: ope ración incoherente porque reintroduce criterios ético-valorativos en un ámbito cien tífico. Zitelmann propugna en cambio un positivismo y un empirismo absolutos y considera postideológica una actitud de adhesión a lo existente, de ayer y de hoy. A su juicio, hay que considerar a Hitler como un modernizador a todos los efec tos; su política inspirada en criterios socialdarwinistas destruye el orden tradicional de la sociedad y lleva a cabo una nivelación posburguesa en el ámbito de la Volks gemeinschaft, en cuyo seno los mejores podrán descollar. La misma formulación ins pira la política expansionista del nazismo, donde la modernización impone la con quista del Lebensraum. Cabe advertir la drástica simplificación efectuada por la nueva generación de historiadores posrevisionistas. A principios de la década de 1970, Henry A. Turner subrayaba que el Lebensraum se concebía como un espacio de realización de una utopía antimoderna: las tierras eslavas se habrían puesto a dis posición de los nuevos señores, a la vez agricultores y soldados, a través de una gue rra de conquista que exigía el uso de la tecnología bélica más moderna37. En el contexto definido por el discurso revisionista, la pareja reacción-revolu ción, que ya los observadores coetáneos habían utilizado para intentar comprender el nazismo, pierde todo significado. Precisamente en la medida en que Hitler es un fanático socialdarwinista, se convierte en un revolucionario y un innovador. Por otro lado, las tesis de Zitelmann se completan con las investigaciones de historia
36 La pretendida objetividad científica del enfoque revisionista ha recibido críticas en el plano metodológico y sociológico por parte de Jens Alber, que ha demostrado que, tomando los indicado res principales del modelo capitalista de desarrollo y aplicándolos al Tercer Reich, se deduce que el nazismo no llevó a cabo modernización alguna. Cfr. J. A lb e r , «Nationalsozialismus und Moderni sierung», en Kölner Zeitschrift für Soziologie und Sozialpsychologie 41 (1989). Véase también D. BlDUSSA, «Le angosce della normalità e la consolazione del terrificante», Humanitas 5 (1995), pp. 746 ss. 37 H. A. Turner, Faschistnus und Kapitalismus in Deutschland, cit.
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dores como Jürgen W. Fälter y Gunther Mai, que hacen de la clase obrera el prin cipal sostén de la dictadura nazi. La cuestión del consenso obrero, aparte de los aspectos de «falsificación» de la ideología marxista, desempeña un papel importante en la construcción de una ima gen moderna y socialmente avanzada del nazismo. Sin subestimar la importancia de tales estudios, que han demostrado de manera innegable la fuerte componente obrera del NSDAP [Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores], que confor maba alrededor del 40 por 100 de los inscritos antes de la toma del poder38, lo que se desprende de ello, en definitiva, es que el nazismo, incluso antes de 1933, estuvo en condiciones de captar militantes y consensos en todas las capas sociales y fue, por lo tanto, un movimiento «ventajista» pese (o gracias) a sus rasgos abiertamente extre mistas. Dejando de lado los contenidos ideológicos y basándose en una adhesión motivada por una pura lógica de interés, que se habría satisfecho a través de los pro gramas y de las actuaciones del nazismo, los historiadores modernizadores acaban llegando a un clasismo economicista y reduccionista. De ello se deriva una imagen del nazismo como marxismo invertido. Quienes, como Turner, aplicaban la teoría de la modernización al nazismo en las décadas de 1960 y 1970, antes de la difusión-afirmación del revisionismo, mante nían una distinción neta entre medios y fines: el nazismo perseguía objetivos reac cionarios, antiprogresistas, quería destruir las bases ético-políticas de la civilización moderna, pero para llevar a cabo su fin se servía de instrumentos modernos como el desarrollo técnico-industrial, las políticas sociales a favor de los trabajadores, la propaganda de masas y cualquier otro medio considerado eficaz para hacer crecer la potencia del Tercer Reich y prepararlo para la guerra por el Lebensraum, contra el comunismo soviético y las democracias burguesas. Los actuales modernizadores del nazismo dejan caer por completo toda referen cia a los valores, considerándolos un residuo ideológico, y aplican el enfoque codifi cado por todo el revisionismo histórico: eliminación de todo filtro teórico, reflexión directa, identificación con la autorrepresentación proporcionada por las fuentes. Por otro lado, han optado por privilegiar la política interna y la dimensión económicosocial por encima de la historia comparada de las ideologías, la política exterior y
38 Cfr. J. W. FÄLTER, Hitlers Wähler, Munich, Beck, 1991. Para una primera apreciación de una investigación todavía en curso, véase W. B r u s k in y J. W. F ä l t e r , «Who joined the Nazi Party?», Zeitgeschichte 3-4 (1995). Para una discusión crítica de este tipo de investigaciones: S. BOLOGNA, Nazismo e classe operaia, 1933-1993, Roma, Manifestolibri-Lumhi, 1996 [ed. cast.: Nazismo y clase obrera, Madrid, Akal, 1999] y K. H. ROTH, «Revisionist tendencies in historical research into Ger man fascism», International Review of Social History 39 (1994).
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la guerra. No se refieren, pues, directamente a Nolte o Hillgruber, sino a los teóri cos de la modernización involuntaria, utilizando sus argumentos con un signo invertido; además, proclaman ser los verdaderos intérpretes del llamamiento de Martin Broszat, representante principal de la escuela funcionalista, por una histori zación del nazismo. En este caso, la inversión no es menos radical, no sólo en tanto que Broszat esta ba alejado políticamente del nacionalismo radical de la nueva generación, sino por que su interpretación del nazismo en términos de «policracia» está exactamente en las antípodas de todo lo que está argumentando Zitelmann, que presenta a Hitler como un revolucionario social consciente, comprometido de manera deliberada con la modernización de Alemania. De acuerdo con Zitelmann, la modernidad de las ideas de Hitler se manifiesta también en el plano de su concepción de la raza, la cual, en efecto, tiene una formu lación darwinista y se remonta a la corriente cientificista que alimentaba la eugene sia. Se puede concluir a partir de ello que el líder nazi tenía una idea dinámica y cons tructiva del racismo y, por lo tanto, «moderna», a diferencia de los nazis völkisch y del ruralismo germánico de Darré y Himmler. Zitelmann desarrolla el mismo dis curso en lo que se refiere a la exaltación de la industria y del trabajo industrial, que sería, en Hider, completamente genuina, al igual que en Stalin (dentro de su mode lo), con el que además compartía la inclinación por una economía planificada39. La referencia al dictador comunista no debe entenderse desde el punto de vista de una confluencia ideológica, como en el modelo nazibolchevique que ha vuelto a circu lar en los ambientes de derecha y de extrema izquierda, unidos por el antisionismo, sino como un corolario del concepto neutro de modernización aplicado a los totalita rismos del siglo X X para resaltar el aspecto moderno de su lado social industrial y la consiguiente capacidad de obtener un amplio consenso popular. En sustancia, Zitel mann retoma el juicio que se ha hecho durante décadas del régimen de Stalin, incluso en el ámbito historiográfico, y lo utiliza en su revisión radical de la figura de Hitler. Resulta evidente que si la operación funciona con Hider, mucho más fácil aún resulta rá la revalorización de personajes como Albert Speer, Robert Ley y Fritz Todt, a los cuales se les ha dedicado rápidamente biografías de acuerdo con el nuevo canon40. 39 Para medir la distancia de la historiografía posrrevisionista al estilo de Zitelmann con respecto a la historiografía liberal-conservadora tradicional, considérese este juicio sobre Hitler: «Hitler año raba la antigua y “sana población agrícola”, combatía la cultura urbana, temía el predominio del capi tal, despreciaba a la burguesía, consideraba que los judíos eran los mayores responsables de todas las innovaciones y -al igual que M arx- afirmaba que la industrialización empobrecía el mundo» (E MELOGRANI, «Antimodernismo e antisemitismo», II Mulino 1 [1989], p. 59). 40 Como antídoto frente a la apologética nacional-social, desarrollada a través de las biografías de los dirigentes nazis, se dispone, no obstante, de obras rigurosas, como la biografía del legalista
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Los numerosos críticos de Zitelmann han subrayado, además de su habilidad, su pretensión de reconstruir la dimensión más profunda y coherente de la ideología hitleriana a través de un montaje de escritos, discursos, tomas de posición y decisio nes, extrapolados del contexto y ordenados de acuerdo con un modelo preconstituido, en el que se confunde lo accidental con lo esencial y la propaganda con la reali dad y donde falta la dimensión histórica concreta tanto del Führer como del nazismo. Parece improbable que el uso de un concepto por completo acritico de moderni dad derive sólo de una búsqueda exasperada y malentendida de rigor científico, pero en todo caso hay que rechazar la conclusión a la que llega Zitelmann en el propio terreno del conocimiento histórico del nazismo; la inversión medios-fines por él efec tuada, aprovechando las primeras aplicaciones de la teoría de la modernización, logra una historización legitimadora a partir de una representación falsificada: E n vez de considerar las ideas sociales de H itler [...] com o un m edio para alcanzar el fin de la purificación racial y de la conquista, Zitelm ann se acerca m ucho a una inversión del orden, vislum brando en el p rogram a racial el m edio p ara llevar a cabo los planes revolucionarios de un d ictad or que se veía a sí m ism o com o un revolucionario social41.
Zitelmann no se ocupa ni de los Lager ni del exterminio, pero es evidente que, dentro de esta óptica, es posible presentar los primeros como instrumentos de racionalidad económica y de uso educativo del trabajo, pero también como los luga res de experimentación científica, demográfica y eugenésica que en efecto fueron, funciones todas ellas compatibilizadas con las contingencias bélicas. Utilizando un concepto totalmente acritico de modernidad, que por tal motivo debería ser postideológico, los neorrevisionistas llevan a cabo una operación políti ca más que historiográfica. La opción neutral de Zitelmann le lleva a una presenta ción del nazismo que por momentos resulta francamente repugnante; él considera los pros y los contras, las ventajas y las desventajas, y, por último, se pregunta: «¿Cuánto pesaron los avances en materia de seguridad social y asistencia y el aumento de las posibilidades de ascenso para los Volksgenossen42 frente a las atro cidades sufridas por los judíos y por las demás minorías?»43. Con tales interrogan tes, la modernización historiográfica se revela tan coherente como patológica. ministro de Interior del Reich, racista y antisemita feroz, Wilhelm Frick: G. N e l ib a , Wilhelm Frick: Der Legalist des Unrechtsstaates. Eine politische Biographie, Paderborn, Schöningh, 1992. 41 I. Kershaw, Che cos’è il nazismo? Problemi interpretativi e prospettive di ricerca, cit., p. 282. 42 Literalmente, en alemán, «camaradas del pueblo», compatriotas, aunque, en el contexto nacionalsocialista, el término tiene evidentes connotaciones raciales: sólo los arios son considera dos Volksgenossen, miembros del Volk alemán. [N. de la T.] 43 R. Zitelmann, Hitler, Selbstverständnis eines Revolutionärs, cit., p. 206.
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Sin esperar a los revisionistas, el nazismo y el fascismo no dejaron de autorrepresentarse como el verdadero socialismo, un socialismo nacional, más allá de capitalis mo y comunismo. El instrumento en el que se apoyaron para conseguir tal fin fue, fundamentalmente, la ideología del trabajo, la exaltación del trabajo en términos interclasistas, y el productivismo basado en la cooperación entre capital y trabajo. Una parte de la historiografía de las décadas de 1980 y 1990, y no sólo aquella abiertamente revisionista, ha insistido cada vez en mayor medida en el «socialismo» de los totalitarismos de derechas, subrayando sus confluencias doctrinales y prácti cas con el totalitarismo comunista. A partir de nuevas investigaciones empíricas y de rejillas interpretativas renovadas, se ha producido una recuperación del plantea miento categorial fraguado en la Guerra Fría, que ha contado entre sus primeras filas con historiadores ex comunistas o antiguamente pertenecientes a la «nueva izquierda» que han confluido en torno a posturas neoliberales. En este ámbito, son minoritarias las posiciones atribuibles a la Nueva Derecha, caracterizadas por una valorización cultural del nazismo y del fascismo, que depu ra los aspectos impresentables y, sin embargo, conserva la diferencia cualitativa, la alteridad reivindicada, tanto con respecto al marxismo ya derrotado como en rela ción con el capitalismo liberal-democrático triunfante. Nolte y los neoconservadores alemanes se colocan entre la Nueva Derecha y las cohortes del «pensamiento único» liberal-democrático. Pese a las indudables diferencias, a partir de aquí se deriva una inclinación a subrayar insistentemente los rasgos «socialistas» y «anticapitalistas» del fascismo en general y del nazismo en particular; en nombre de valores en conflicto o de la pre tendida neutralidad, se tiende desde más de un lado a escindir por completo el fas cismo y el nazismo del capitalismo. Estos resultados pueden vincularse a un ciclo político, aunque la vieja afirma ción de que no se puede entender el fascismo si no se quiere hablar de capitalismo conserva toda su validez. En realidad, la historiografía sobre la Alemania nazi no ha dejado nunca de estudiar las relaciones entre capital, gran industria y nazismo en el Tercer Reich44. El intento de separar el nazismo del capitalismo era ya muy visible en el modelo del Sonderweg45, de acuerdo con el cual el Tercer Reich era el pro ducto del atraso, es decir, de la falta o distorsión del desarrollo de la economía capi
44 Para un estudio importante y reciente, véase H. M o m m se n y M . G r ie g e r , Das Volkswagenwerk und seine Arbeiter in Dritten Reich, Düsseldorf, Econ Verlag, 1996. 45 La tesis del Sonderweg alemán sostiene que Alemania siguió una vía atipica hacia la moder nización y esta excepcionalidad (frente a la «normalidad» inglesa y francesa) explicaría muchas de las particularidades de su historia, entre otras, aquellas que hicieron posible el Tercer Reich. [N. de ' la T J
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talista y de las hipotecas políticas feudales que habían impedido el engarce entre mercado y Estado según el modelo «normal» occidental. Sin embargo, es innegable que el nazismo es simplemente incomprensible si no se investigan sus lazos con el triunfo del capitalismo industrial en una sociedad en rápi da transformación, inmersa en una crisis económica de grandes dimensiones. Pero no se puede, por reacción, hacer del nazismo la desembocadura necesaria, la «fase supre ma», del capitalismo, el modelo hacia el que tienden las sociedades tardocapitalistas. La fragilidad e insostenibilidad de un planteamiento tal comprometen los resultados de una investigación que no sólo interesa a los especialistas, porque es cierto que en el nazismo se manifestaron y tomaron cuerpo tendencias aún plenamente operativas. Temas de estudio como el etnonacionalismo y el racismo han adquirido un peso creciente en las dos últimas décadas, lo cual significa, entre otras cosas, que en este fin de siglo, mientras no parece haber alternativas al capitalismo, no se han supera do las cuestiones que el nazismo planteó con extrema violencia. La generalización de la economía capitalista vuelve a presentar el entrelazamiento de clasismo y racis mo que caracterizó de manera ejemplar, pero no única, el Tercer Reich. Algunas tendencias profundas de la modernidad se desplegaron allí como en un laboratorio gigantesco que, en determinado momento, engulló a toda Europa. Entre otras cosas por tales motivos, el estudio del nazismo constituye y constituirá durante mucho tiempo un banco de pruebas formidable para toda la historiografía. La historización del nazismo perseguida por el revisionismo histórico alemán de principios de la década de 1990 está, en cambio, estrechamente ligada a la nueva posi ción de Alemania y a los cometidos que le corresponderían en un mundo en el que las relaciones entre Estados ya no están predeterminadas por la «guerra civil mundial». El retorno de la geopolítica expresaría esta libertad de acción inédita en la palestra europea y mundial, que la Alemania unificada ha ejercido de hecho en el escenario yugoslavo, con resultados, por otro lado, más bien desastrosos. En todo caso, el pano rama se caracteriza por una competencia económica global en cuyo seno se impon drán los Estados-nación en condiciones de resistir la prueba, mientras que otros se desintegrarán y se convertirán en meros satélites; para afrontar el desafío, a Alemania no le bastan los recursos económicos, también debe recuperar una identidad fuerte y cohesión cultural-espiritual, y esto pasa sobre todo a través de la reapropiación de su pasado. Por lo tanto, la historización no debe aspirar únicamente a la superación del pasado y de todo sentido de culpa; sólo si llega a una reapropiación afirmativa del nazismo, que, más allá de sus conocidos errores, habría constituido una etapa impor tante en el camino de la modernización económica y social, podrá dejar de ser puesta en discusión al primer indicio de resurgimiento de franjas extremistas de derechas. En nombre de la cientificidad y de la neutralidad, henos aquí ante una nueva inversión de los valores; si esta operación revisionista llegase a buen puerto, el 42
camino quedaría libre para el inicio de un ciclo político de alto riesgo. En efecto, no hay duda de que la memoria del nazismo ha constituido la garantía, el factor disuasorio, frente a cualquier relanzamiento a lo grande de una política agresiva, a escala nacional e internacional, por parte de la mayor potencia europea. El debili tamiento inevitable del papel de la memoria hace aún más importante la partida en torno a la historia. El programa de renacionalización del discurso político lanzado en la década de 1980 por un intelectual como Bernard Willms46 pueden hacerlo ahora suyo fuerzas no marginales, bajo el estímulo de las indicaciones, que nadie osa discutir, prove nientes del mercado, es decir, de las exigencias de la competencia económica, y de los propios desequilibrios ocasionados por el rápido proceso de unificación tras la caída del Muro. Willms, al igual que tantos otros, propugnaba el rechazo de todo complejo de inferioridad y sentido de culpa, la reconquista de una identidad nacio nal y el fin de la «colonización» política y cultural a la que se había visto sometido el pueblo alemán después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial. No cuesta entender que sólo a consecuencia del trabajo del revisionismo histó rico han podido estas posiciones volverse presentables y utilizables políticamente, saliendo de la marginalidad del radicalismo de derechas, al que los nuevos historia dores han robado la representación apologética del nazismo, para transferirla a las universidades, las casas editoriales, las revistas científicas y el universo de los medios de comunicación de masas, en una operación manifiesta de reintegración legitima dora. El éxito del revisionismo en Alemania ha sido sobre todo de tipo político, mientras que, en el plano historiográfico, sus resultados no están a la altura de la investigación de mayor calidad, representada, por el contrario, por la intensa pro ducción de un joven maestro como Peukert. Detlev J. K. Peukert, uno de los jóvenes historiadores alemanes más brillantes, desaparecido prematuramente en 1990, hace referencia a dos filones de estudio muy trillados, el de la Alltagsgeschichte (historia de la vida cotidiana) y el de la «modernización». Su tesis fundamental es que, frente a las consecuencias explosi vas de la rápida modernización desarrollada en Alemania, con capacidad de invadir con fuerza penetrante la vida de las personas corrientes y de poner en crisis sus valo res tradicionales de referencia, el nazismo ofreció una respuesta eficaz y catastrófi ca, con su Volksgemeinschaft sólidamente racista. Peukert rechaza con determinación el modelo interpretativo basado en la «des viación» (Sonderweg) alemana, que presupone la aceptación dogmática de la vía occidental, anglosajona, a la modernización como único camino «normal». La 46 Cfr. B. W il l m s , Die Deutsche Nation, Colonia-Lövenich, Hohenheim Verlag, 1982.
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estructura normativa de tal vía hacia la salvación hace de ella el equivalente del unilateralismo soviético o de lecturas ideológicas análogas del curso histórico. A su juicio, el nazismo y la catástrofe alemana fueron producto de la crisis de la «modernidad clásica», es decir, de las transformaciones culturales y técnico-científicas incontroladas y muy intensas que caracterizaron las primeras décadas del siglo X X , encontrando en la guerra un multiplicador de sus valencias destructivas y nihi listas. En este contexto, las fuerzas representativas del Sonderweg (sintetizables en el concepto de «prusianismo») desarrollaron un papel negativo pero subalterno; el nazismo es parte integrante de la modernidad, sólo es posible explicarlo situándo lo en su seno, aunque como patología de lo moderno. De aquí se sigue también una neta toma de distancia con respecto a aquellos historiadores que tienden a identifi car en las fuerzas del «antiguo régimen», presentes en toda Europa pero más radi calmente reaccionarias en Alemania, la responsabilidad última de las guerras y cri sis de la primera mitad del siglo X X 47. En la Primera Guerra Mundial, el nacionalismo se reveló el arma más eficaz en la movilización total de las masas; por este motivo, y para camuflar la sustancia imperialista de la guerra, el Estado-nación se erigió como piedra angular de los ordenamientos posbélicos. Pero precisamente este planteamiento, que debía encon trar su máxima expresión político-jurídica en la Sociedad de Naciones, alimentó la inestabilidad en el área centroeuropea, favoreciendo tanto en los Estados-nación p equeñ os com o entre los p rop io s alem anes el nacim iento de varios proyectos dirigidos a una «so lu ción fin al» radical de la cuestión nacional: asim ila ción o traslado forzoso de las m inorías nacionales, creación de fronteras «é tn ic as» en provecho de la nacionalidad en cada caso m ás fuerte, planes de hegem onía inspirados bien en sentido tradicional en la vieja idea del Reich, bien en sentido racista en la crea ción de un Im perio oriental48.
Sin embargo, si la crisis de los sistemas liberales fue común a toda Europa, ¿por qué la fuga en masa hacia la «quimera totalitaria» se produjo sólo en Alemania? A esta pregunta, en opinión de Peukert, no se le puede dar una única respuesta; aunque, coincidiendo con la mayor parte de los estudiosos, opta por una explica ción multifactorial, nos parece legítimo sostener que, a su juicio, el factor crucial fue
47 Éste era el planteamiento del conocido libro de A. J. MAYER, The Persistence of the Old Regi me. Europe to the Great War, Nueva York, Pantheon Books, 1981 [ed. cast.: La persistencia del anti guo régimen, Barcelona, Altaya, 1997]. 48 D. J. K. PEUKERT, La Repubblica di Weimar, Turin, Bollati Boringhieri, 1996, pp. 217-218 [ed. orig.: Die Weimarer Republik. Krisenjahre der Klassisschen Moderne, Frankfurt, 1987].
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la velocidad de la modernización que caracterizó a Alemania ya antes del cambio de siglo: «Mientras se precipitaban en el movimiento vertiginoso de la modernización, los alemanes buscaban nuevos territorios seguros, tierra firme a la que arribar; y la buscaban con mayor frenesí cuanto más avanzaba la crisis. Al final, se encomenda ron a la promesa salvadora del nacionalsocialismo, que les llevó al naufragio»49. El triunfo de éste fue preparado por el engarce entre racismo y economicismo: en el momento culminante de la crisis y de las dificultades presupuestarias, la ingenie ría social acabó sirviendo de legitimación de las prácticas de selección y exclusión. Quienes no podían demostrar ser útiles y dignos se veían arrojados a los márgenes y dejaban de ser una carga para el presupuesto del Estado social. La conclusión de Peukert es que no se puede pretender que la solución final derive de los tecnócratas weimarianos: «Sin embargo, éstos le allanaron un buen trecho del camino con la política de revisión y abrogación del Estado social iniciada a principios de la década de 193 O»50. El intento de imponer las leyes de mercado por vía administrativa mina las bases de la democracia y amplía las bases del proceso de agregación totalitaria. La facilidad con la que los nazis llegados al poder obtuvieron la alineación (Gleichschaltung) de la sociedad en torno a sus directivas era índice de un proceso de masificación y de formación totalitaria del consenso en marcha desde hacía tiem po. Esquematizando una argumentación rica en matices, podemos decir que, en opinión de Peukert, los pasos principales fueron los siguientes: en las décadas a caballo entre los dos siglos se implanta la visión de un progreso material ilimitado; esta promesa de felicidad queda trágicamente desmentida con la guerra y la crisis de la posguerra; hay un terreno fértil para la difusión de ideologías que permiten la salvación a través de una «comunidad popular» y de la identificación con un líder surgido de la nada; los objetivos no cumplidos por el progreso burgués serán alcan zados a través de un Estado racial capaz de crear un nuevo «material humano» con el que edificar el Reich milenario. Para explicar un resultado así, para explicar a Hider, no sirve el recurso al para digma del Sonderweg-. «L a especificidad de la “toma del poder” de 1933 no se debió a una preponderancia particular de las elites tradicionales, sino a su particular debi lidad frente a la politización de masas»51. El análisis histórico de Weimar resulta extraordinariamente importante y no es casual que todavía se utilice de manera habitual como instrumento de lucha políticoideológica, lo cual se debe, por un lado, a la relación con el nazismo, con lo que ésta comporta para la representación del siglo X X , y, por otro, al hecho de que en Weimar 49 Ibidem, p. 259. 50 Ibidem, p. 161. 51 Ibidem, p. 292.
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tomó forma antes y en mayor medida que en ningún otro lugar el modo de vida actual, el mundo de la «contemporaneidad de lo no contemporáneo» (E. Bloch). Este vínculo doble con el nazismo y con el presente caracteriza el pensamiento histórico de Peukert y su insistencia en las «aporías de la modernización» y en las «implica ciones catastróficas de su normalidad». La catástrofe alemana todavía no se puede historizar, «nos remite a la naturale za intrínsecamente patológica de aquellos procesos de modernización que estamos acostumbrados a considerar normales y que, por el contrario, constituyen otros tan tos factores de crisis»52. Con el nazismo, aparece en primer plano la separación entre modernidad y progre so que marca todo el siglo X X . Por otra parte, el nazismo se impuso gracias a su supues ta capacidad de resolver de una vez por todas las contradicciones y crisis de la moder nidad. La comunidad del pueblo, racialmente homogénea, construida de acuerdo con dictados de ingeniería social, biología y medicina, habría constituido por lo menos una comunidad salvadora: fundidos en el Volk germánico, los individuos podrían vencer el miedo a la muerte, perpetuándose en la estirpe, y conquistar una inmortalidad terrena. Aquí se sitúa también la relación mística entre Hider y el pueblo, que marca el fin de la política y hace posible su estetización: el pueblo se refleja en el espectáculo de sí y se encama en el Führer, sintiéndose omnipotente e inmortal.
52 Ibidem.
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Hitler y el racismo nazi
En la historiografía sobre el nazismo ocupa un lugar de gran relevancia el deba te sobre la figura de Hitler, que presenta aspectos de considerable complejidad interpretativa. En una primera aproximación, la disputa puede parecer de viejo corte y formar parte de la confrontación entre una historiografía liberal, que privi legia el papel de los individuos y de las grandes personalidades históricas, no impor ta si positivas o negativas, y una historia marxista o estructuralista que pone en pri mer plano la economía, la sociedad, el análisis social de la política y, en general, la dimensión colectiva de cualquier fenómeno. Situar a Hitler en el centro del estudio del nazismo significa también, para muchos historiadores, reducir de manera explícita el nazismo al hitlerismo; de este modo, se resalta el papel preponderante del Führer y se hace del nazismo algo abso lutamente único e irrepetible, otorgándole un lugar aparte en la geografía de los fas cismos históricos o de los totalitarismos del siglo X X ; el nazismo se identifica con Hitler, nace y muere con él. Un planteamiento así corre el riesgo de desembocar en el reduccionismo y en el irracionalismo, o en la banalización y disolución de un fenómeno histórico de enor me alcance. También puede ser de un signo político distinto y reproducir el intento realizado ya por sus coetáneos, y luego vuelto a proponer una y otra vez, de encon trar una explicación, una racionalización, de las características opresivas y destructi vas de las dictaduras de masas, atribuyéndolas al autócrata de turno: un caso ejem plar, el del estalinismo interpretado a través del análisis del carácter de Stalin. En el ámbito historiográfico, la reducción del nazismo al hitlerismo se debe com parar con la que realizó Renzo De Felice para el fascismo italiano, estudiándolo a través de la biografía de Mussolini. Sin embargo, la «valorización» de la figura de 47
Hitler por parte de muchos historiadores alemanes persigue finalidades distintas de la rehabilitación a la que nos ha acostumbrado el revisionismo histórico. Explícita mente antirrevisionista es la obra de Eberhard Jäckel, que considera indispensable el estudio de la Weltanschauung de Hitler porque, en el sistema nazi, las decisiones de importancia crucial pasaban a través del Führer y es impensable que no estuvie ran influenciadas, si no forjadas, por su ideología1. Aun teniendo en cuenta la seriedad de tal argumento, que, articulado de dife rentes maneras, está en la base de las interpretaciones intencionalistas, nos parece que hay que rechazar la reducción del nazismo al hitlerismo y que el género bio gráfico tiene una capacidad hermenéutica muy limitada, en especial cuando el obje to de estudio es una figura como la de Hitler, que fue, tal como se ha observado con perspicacia, en una medida extraordinaria, una «no persona» (H. Grami). Lo cual remite a uno de los nudos más oscuros e inquietantes de nuestro tema, es decir, a la relación entre el Führer y el pueblo alemán, donde parecen aflorar estratos arcaicos de la psique, canalizados en una máquina de poder destructiva. Así, de acuerdo con Ian Kershaw, «el ejercicio del poder hideriano estuvo fuerte mente condicionado por el poder simbólico que emanaba de la figura del Führer». Este estudioso cree que el concepto de «poder carismàtico» (charismatische Herrschaft) ela borado por Max Weber, por supuesto sin referirse a Hitler, constituye una de las pocas claves interpretativas para afrontar una cuestión muy difícil, un auténtico enigma, sintetizable en la desconcertante «disponibilidad a aceptar un grado de concentración personal del poder, que es único en la Historia del Estado moderno»2, por parte de una sociedad articulada, avanzada desde el punto de vista tecnológico y a la cabeza del desarrollo cultural. En cierto sentido, éste es el tema característico del sistema político totalitario del siglo X X , pero la aplicáción historiográfica de la teoría del «totalitarismo» al nazismo, con frecuencia muy por debajo de la riqueza del análisis arendtiano, ha acabado reduciéndose a la presentación de un sistema omnipotente y monolítico bajo la responsabilidad del Führer, que habría controlado tanto el Estado como el partido. Sin embargo, más que por las críticas marxistas motivadas por el intento de defender a la URSS, la teoría del totalitarismo ha sido puesta en discusión por estudios empíricos y por la recuperación del análisis de Ernst Fraenkel y Franz Neumann, no sin ceder al ascendente de la interpretación nihilista proporcionada por Hermann Rauschning. 1 Eberhard Jäckel ha dedicado numerosos trabajos a la concepción del mundo del dictador nazi; en italiano se puede ver Eberhard JÄCKEL, La concezione del mondo di Hitler. Progetto di un dominio assoluto, Milán, Longanesi, 1972 [ed. orig.: Hitlers Weltanschauung, 1969]. 2 1. K e r s h a w , Hitler e l’enigma del consenso, Roma-Bari, Laterza, 1997, p. 13 [ed. orig.: 1991].
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El sistema nazi parecía caracterizado por una fuerte conflictividad que implica ba a una pluralidad de centros de poder; la intensidad de los conflictos era tal que, no bastando el recurso a la analogía con el feudalismo, se empezó a describir las luchas internas con metáforas socialdarwinianas. Por otro lado, la lucha sin cuartel desembocaba en una radicalización continua de los objetivos políticos y era funcio nal al papel del Führer. Precisamente a causa de la disolución del Estado, la figura del Führer se volvía indispensable para el funcionamiento del régimen con el que Alemania se había identificado; éste es un elemento que sirve para explicar el consenso del que pudo disfrutar Hider hasta la catástrofe final. En la década de 1960, toma cuerpo la interpretación del sistema de poder nacio nalsocialista, llamada «policrática» en oposición al modelo totalitario, o bien «fun cionalista» en oposición a la escuela historiográfica denominada «intencionalista». Exponentes punta de ella son Hans Mommsen y Martin Broszat3. Broszat dedica mucha atención a la figura de Hitler, innegablemente en el cen tro del sistema de poder nazi. Pero el modo en que Hitler ejerce su autoridad surte efectos opuestos a los que prevé el modelo monocrático-totalitario: el líder nazi no tiene un proyecto político preciso ni se preocupa de ordenar las relaciones entre Estado y Partido, aprovechando por el contrario el caos organizativo para hacer valer su propia posición y desarrollar una autonomía que se traduce en decisiones fortuitas, incoherentes y temporales. A juicio de Broszat, el papel de Hitler consistía en la sanción de las exigencias que lograban surgir de la lucha cada vez más brutal entre los distintos centros de poder, los cuales, a su vez, intentaban interpretar lo que podría ser la voluntad del Führer. Dentro de este esquema interpretativo, la Weltanschauung de Hitler conserva su importancia, pero desempeña un papel meramente funcional y no de dirección y guía. A su vez, la crítica de Hans Mommsen al «hiderismo» toca aspectos de gran impor tancia (y resulta sintomático que en Italia se conozca y traduzca poco a un estudioso de semejante talla). Sobre la cuestión de Hitler, este autor sostiene que las interpretaciones personalistas son desorientadoras porque efectúan una racionalización a posteriori de la política del Führer; por otro lado, la concentración del discurso sobre el «fenómeno Hider» tiene como efecto el oscurecimiento de la implicación de la sociedad alemana y, en particular, de las elites dominantes en el nazismo y en su dinámica destructiva. En opinión de Mommsen, hay que tener muy presente la posición de Hider en el sistema de poder nazi, pero situándola dentro de un mecanismo a merced de una radicalización creciente, hasta el punto de volverse incontrolable: 3 Cfr. en particular M. BROSZAT, Der Staat Hitlers Grundlegung und Entwicklung seiner innem Ver fassung, Munich, Deutscher Taschenbuch-Verlag, 1969.
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N o se debe subestim ar el papel de H itler com o fuerza anim adora que, con la propia coerción interna, em pujaba hacia la autodestrucción. P o r otro lado, es preciso reconocer tam bién que el dictador no era m ás que el exponente extrem o de una cadena de im pulsos antihum anitarios liberados p or la caída de todas las barreras institucionales, jurídicas y m orales y que, una vez activados, se regeneraban a una escala cada vez mayor4.
El mérito de la interpretación funcionalista consiste en esta capacidad de leer la historia del nazismo descifrando en términos dinámicos la relación que mediaba entre las articulaciones de un sistema amorfo y caótico y, sin embargo, capaz de irra diar una gran energía en la opresión y la destrucción. Sólo con este tipo de enfoque se puede explicar el crecimiento del poder de las SS hasta la constitución de un Estado dentro del Estado; pero no fue el único caso, sino que, por el contrario, la tendencia venía dada precisamente por la multiplicación de centros de poder en competencia o confabulados entre sí. La desintegración de las estructuras formales de gobierno se materializaba en lo concreto bajo la forma de «privatización del poder de coerción estatal». Del Esta do moderno se retrocedía al dominio de bandas criminales, pero esta ilegalidad total se veía de hecho legitimada y suscrita por el apoyo de la gran mayoría de los alemanes, de los centros de poder económicos, de las Iglesias, de los intelectuales y de partes considerables de los propios grupos que sufrían la discriminación. En concordancia con el darwinismo social salvaje en el que se inspiraba el pro pio Führer, el dominio nazi se realizaba a través de una guerra de todos contra todos, haciendo saltar desde dentro los órdenes constitucionales y administrativos: el Estado se privatiza y cada una de sus articulaciones intenta autorreproducirse y aumentar la propia esfera de poder estableciendo alianzas o provocando conflictos con las organizaciones del partido nazi o las grandes concentraciones económicas del tipo de I. G. Farben. Hay que situar en este contexto de disgregación y radicalización nihilista la figura de Hitler, a la que la interpretación policrática atribuye un papel clave pero, tal como se ha dicho, sólo desde el punto de vista funcional: «El eje del carrusel de las conste laciones y alianzas de poder variables era el dictador, a su vez prisionero de una polí tica que, incapaz de conciliar los intereses divergentes por medio de compromisos pragmáticos, sólo podía hacerlo dentro del horizonte de metas finales utópicas»5.
4 Cfr. H. M o m m s e n , «H itlers Stellung in nationalsozialistischen H errschaftssystem », en G. Hirschfeld y L. Kettenacker (eds.), Der «Führer-Staat»: Mythos und Realität, Stuttgart, Klett, 1981, citado por I. Kershaw, Hitler e l’enigma del consenso, cit., p. 102. 5 H. M o m m s e n , «Nazionalsocialismo», en Enciclopedia del Novecento, vol. IV, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, 1979, p. 517.
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Retomando los temas que había blandido en un sentido propagandístico y coloca do ante la necesidad de adoptar decisiones que tenían ya un carácter bélico, es más, que debían orientarse hacia la guerra total, el Führer se deja llevar por una «selección nega tiva de los factores ideológicos» (M. Broszat), recogida de inmediato por los centros de poder rivales que intentan demostrar su propia indispensabilidad en la labor de opre sión y destrucción de los grupos raciales o étnicos, en especial si ello se traduce en la perspectiva de razias fáciles. «Por consiguiente -continúa Mommsen-, eslóganes como los del Lebensraum o la Kassenkampf [lucha de razas], que en origen sirvieron para enmascarar la política expansionista de potencia privada de metas precisas o para apa ciguar resentimientos sociales, se convirtieron en prioridades políticas que, por lo menos en apariencia, permitían ligar en un haz los intereses antagónicos de parte»6. Como puede verse, Mommsen introduce aquí en su modelo interpretativo la ideo logía, incluido el antisemitismo, que considera el único elemento estable dentro de una construcción sincrética plagada de contradicciones intelectuales. Este es uno de los puntos sometidos a debate de la interpretación funcionalista, la cual resulta sin duda muy eficaz en el análisis del papel de Hider en el sistema de dominio nazi. Con algu nas simplificaciones, es posible sintetizarla como sigue: en el caos que se está difun diendo a gran velocidad en el Estado y en la sociedad, los subordinados y súbditos, que han abdicado de su dignidad y libertad, proyectan en el dictador tanto la necesidad de racionalidad y de sentido como las pulsiones destructivas. Esta unión entre el pueblo y el Führer constituye la cara más monstruosa e inquietante del nazismo, el aspecto que todavía precisa de profundización históri ca y de nuevas aportaciones teórico-interpretativas. No resulta del todo compren sible en virtud de qué logra Hitler ejercer su carisma y enfervorizar a millones de alemanes. «Tomados por sí solos, los textos de los discursos hitlerianos no dista ban mucho de un catálogo de banalidades y lugares comunes, pero lanzados en la atmósfera especial, en la ambientación espectacular y en el aura mística de gran deza mesiánica que la propaganda nazi había construido en torno a Hitler, conse guían electrizar a las masas»7. El objetivo inamovible de Hider es realizar políticamente su idea; para lograr tal fin necesita a las masas, que, a su juicio, no están en condiciones de entender conceptos ide ológicos, por lo cual es preciso dirigirse a sus emociones, a sus inquietudes, miedos y pasiones. En primer lugar, afirma el propio Hider aún antes de tomar el poder, a su odio, «la única emoción que no vacila». El contexto histórico, el apoyo recibido de los centros de poder, el uso de la violencia y, luego, el terror, constituyen todos ellos ele 6 Ibidem. 7 1. Kershaw, Hitler e l’enigma del consenso, cit., p. 66.
mentos que deben ser considerados, pero son secundarios con respecto a la relación que se instaura entre el Führer y el pueblo alemán. A partir de ella, se desarrolla un sistema de dominio ilimitado, basado exclusivamente en la voluntad del Führer, que es al mismo tiempo la voluntad de la nación. El poder total, independiente de todo control, no sólo era exaltado por los juristas del régimen, sino apoyado de manera activa por la mayoría de la población que colaboró en el aniquilamiento de los enemigos del nazismo y com partía su política interior y exterior, materializando de este modo la mistificación de la identidad entre Führer y pueblo. Es relativamente fácil explicar la relación entre el líder y las masas si nos pone mos en el lugar del Führer o del Duce totalitario, para los cuales los demás no exis ten, no son más que instrumentos de la propia autoafirmación. Más difícil resulta, en cambio, entender cómo toda una sociedad que se dice avanzada, moderna, etc. puede entrar en una relación de subordinación mística con un líder. Muchos observadores han recurrido a una versión exacerbada del proceso de masificación: la desintegración de los viejos órdenes comunitarios, en ausencia de una socie dad articulada en sentido pluralista, provoca un proceso acelerado e inédito de atomi zación. Se constituye así la masa, que de por sí no es nada, pero existe como pueblo en la comunión mística con su líder. En este sentido, el Führer es el pueblo. Al nazismo no le queda más que utilizar políticamente esta precondición histórico-existencial. En la medida en que la dictadura totalitaria se sostiene sobre la relación directa entre líder y muchedumbre, se desprende de ello la importancia del instrumento plebiscita rio y, por ende, la reducción de las elecciones a plebiscito. El objetivo, observaba Her man Fleller ya en 1931, es «superar la democracia con la propia democracia». No hay de por medio ninguna soberanía popular, las votaciones son un ritual que debe demos trar la íntima unión entre el Führer y el Volk, y forman parte de la movilización perma nente que, imitando la «revolución permanente», debe hacer que «la acción de un apa rato autoritario aparezca como la actividad espontánea de las masas» (J. Goebbels)8. Encontramos una vigorosa formulación del problema del «enigma del consenso» en el historiador inglés Ian Kershaw, autor de las páginas más estimulantes a este propósito, aunque, a nuestro juicio, la investigación se encuentra apenas en sus ini cios, oscilando entre la concentración absoluta en el fenómeno Hitler y las simplifi caciones de Goldhagen sobre los «verdugos voluntarios». Por otro lado, las investi gaciones de historia social, a partir de la vida cotidiana de las comunidades locales, han sufrido el contragolpe del revisionismo, que ha plegado a sus propios fines político-ideológicos las exigencias de una historización capaz de llevar la investigación a los estratos más profundos de la sociedad, la mentalidad y la cultura. 8
Cfr. E . FlMIANI, « L a legittim azione pleb iscitaria n el fascism o e n el n azio n alism o », Quaderni sto
rici 1 (1997).
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Como conclusión de su estudio sobre el Führer, oportunamente titulado en la traducción italiana Hitler e l’enigma del consenso, Kershaw nos ofrece una síntesis precisa de los nudos problemáticos que, en nuestra opinión, cabe suscribir en su totalidad, con la advertencia, claro, de que hay que adoptarla como programa para ulteriores investigaciones y reflexiones. L a destrucción encarnada a la perfección en la figura del dictador alem án no fue p ro ducto de la im aginación, de la voluntad y del desenfreno de un solo hom bre, sino una fuerza inm anente al p rop io «sistem a » de p od er nacionalsocialista. E sb o zar una historia psicológica de H itler sin d u da no es suficiente para explicar p or qué una sociedad com pleja y m oderna com o la alem ana aceptó seguirle al abism o. Si no hubiese h ab id o en aquella sociedad una am plia disponibilidad, extendida incluso entre los defensores m ás escépticos y m enos entusiastas del nazism o, a «trab ajar para el F ü h rer» de m anera d irec ta o indirecta, la form a peculiar de p od er personal utilizada p o r H itler se h abría encon trado privada de bases tanto sociales com o políticas. E l consenso p op u lar fue, p or ello, in dispensable para el ejercicio efectivo de ese poder; H itler no fue un tirano im puesto a la nación, sino, en gran m edida y hasta p oco tiem po antes del fin de la guerra, un líder sosten ido p or el apoyo de las m asas: las dim en siones de esta pop u larid ad determ inaron la p osibilid ad de expansión de su p o d er p er sonal. H e aquí el m otivo p o r el cual la dinám ica destructiva del nazism o, m aterializada en la persona del Führer, no es com prensible fuera de las m otivaciones sociales y políti cas que llevaron a aceptar esa form a ilim itada de p o d er personal9.
Únicamente bajo esta perspectiva tiene sentido retomar elementos de la teoría del totalitarismo, tal como ha hecho Detlev Peukert para explicar la facilidad con la que los nazis consiguieron imponer la Gleichschaltung, es decir, la sincroniza ción y alineación con las directivas del Partido Nazi; es preciso, pues, dirigir la investigación hacia la sociedad civil para descifrar «un proceso de formación totalitaria del consenso iniciado mucho antes»10. Igualmente fecunda con res pecto a los temas aquí tratados es otra indicación de perspectiva de este autor 9 I. Kershaw, Hitler e l’enigma del consenso, cit., pp. 237-238. 10 D. ]. K. Peukert, La Repubblica di Weimar, cit., p. 255. El estudio de Robert G ellately [The Gestapo and German Society: Enforcing Racial Policy. 1933-1945, Oxford, Clarendon Press, 1990; ed. cast.: La Gestapo y la sociedad alemana: la política racial nazi (1933-1945), Barcelona, Paidós, 2003] sobre los avisos llegados a la Gestapo por parte de personas corrientes que se sintieron en el deber de denunciar a los vecinos de su casa, insertándose en las investigaciones dedicadas a la vida cotidiana, resulta muy útil de cara a entender el consenso que sirvió de base para la persecución racial, cuando la imagen de la Gestapo, engrandecida por la propaganda nazi, se ha mantenido como la de un poder separado y omnipotente a fin de ocultar las amplias complicidades de las que pudo beneficiarse.
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para la Alltagsgeschichte-, trabajar con tesón en el terreno de una «historia coti diana del racismo». El racismo parece, en efecto, el lugar en el que aprehender el encuentro entre la «normalidad» y la irrupción de lo «excepcional negativo», en otras palabras, entre el pueblo y su Führer. Pero esto comporta una reflexión sobre el racismo de Hitler, único terreno en el que es posible asignar al dictador una posición realmente original. De acuerdo con la formulación icástica de Mosse, «Hitler constituye la clave de bóveda de la política racista nazi, en tanto que fue el verdadero profeta de la raza, el que llevó la teoría a su lógica conclusión»11. Aunque histórica y conceptualmen te racismo y antisemitismo no son superponibles, una distinción tal no tiene senti do para Hitler, para quien el antisemitismo es la cima del racismo y la construcción de la raza judía debe coincidir con su destrucción. Pese a los esfuerzos que la historiografía revisionista ha acometido para atenuar su papel, la Weltanschauung de Hitler se apoya innegablemente en un antisemitismo primario; partiendo de éste, el dictador elabora su racismo y su antibolchevismo. Se puede decir que, desde el principio hasta el final, Hitler se propone el mismo obje tivo: eliminar a los judíos de la faz de la tierra, empezando por Alemania. El racismo antisemita del Führer ha sido objeto de muchas investigaciones y la comprensión de los contenidos de los que está conformado resulta con toda segu ridad útil para precisar los contornos de su acción política, que extrae alimento de éste, así como de su comportamiento en momentos históricos decisivos. El antise mitismo se convierte, en el dictador, en un eje portador de una concepción de la sociedad basada en una forma de darwinismo particularmente brutal: el hombre es un fragmento de naturaleza, en la cual rige la ley eterna del más fuerte; a su vez, la historia está dominada por la lucha por la existencia, mientras que los sujetos prin cipales y las fuerzas motores de esta historia son las razas, identificables por carac terísticas específicas que definen la jerarquía entre ellas. En Mein Kampf, Hitler sintetiza del siguiente modo su idea del racismo como principio histórico-universal: «Todos los acontecimientos de la historia mundial no son sino expresión, en lo bueno y en lo malo, del instinto de autoconservación con natural a cada raza». Toda raza debe poder expresarse de acuerdo con su naturale za y, en particular, los alemanes, pueblo en el que se manifiesta la raza superior, tie nen derecho a un «espacio vital» que deben conquistar a expensas de los eslavos. Los judíos, por el contrario, deben ser eliminados, porque más que una raza infe11 G. L. M osse, Il razzismo in Europa. Dalle origini aü’Olocausto, Bari, Laterza, 1980, p. 219 [ed. orig.: Toward the Final Solution: A History of European Racism, Madison, University of Wisconsin Press, 1978].
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rior constituyen una «antiraza» (Gegenrasse), cuya finalidad es destruir el orden natural de las razas para llegar a una mezcla general, a una unificación imposible y catastrófica, del género humano. El tema del antinaturalismo judío pudo beber de la elaboración cultural de la «revolución conservadora» y de todo el florecimiento de las críticas a la moderni dad del siglo X IX y X X . Como es imposible recordar un bagaje tan abigarrado, nos limitamos a citar un pasaje ejemplar de la influyente obra de Werner Sombart, Gli ebrei e la vita economica, publicado en 1911: Al haber adquirido una extraordinaria cap acid ad para llevar una vida contra natura (o paralela a la naturaleza) en virtud de la costum bre de racionalizar, los ju d íos se encon traron en las m ejores condiciones p ara prom over y desarrollar un sistem a económ ico, com o el capitalista, que resulta tam bién él contra natura (o paralelo a la naturaleza). P ara que el capitalism o se pu diese desarrollar, ha sido p reciso extirpar el h om bre natural, el hom bre d otad o de instintos; ha sido preciso sustituir la espontaneidad de la vida prim i tiva p or un m ecanism o p síqu ico específicam ente racional; ha sido preciso llevar a cabo una transform ación de tod o s los valores, de tod as las concepciones de la v id a12.
También para Hitler los judíos eran la encarnación de la antinaturaleza-, para hacer realidad su dominio destructivo, se habían valido primero del cristianismo, un credo que subvertía el orden natural con su exaltación de los humildes y sumi sos; más tarde, habían llevado a cabo su confabulación recurriendo al bolchevismo, también éste una pura invención judía para esclavizar a los pueblos e invertir todas las jerarquías. Con su obsesión antisemita, vigilada en determinados momentos por motivos tácticos, pero alimentada constantemente en secreto hasta hacerla estallar de modo virulento, Hitler, una vez llegado al poder, dio el impulso más fuerte a la «racialización» de los judíos, hizo de todo por «construir» la raza judía, por encerrar a los judíos dentro de una dimensión étnica, a fin de eliminarles más fácilmente. Un tra bajo de construcción y destrucción tal, del que participaron innumerables colabo radores, tuvo éxito aunque no pudiese llegar hasta el final; uno de sus resultados fue el afianzamiento del vínculo de pertenencia, de la identidad nacional o comunita ria, también entre quienes eran ajenos al judaismo u hostiles al sionismo. En suma, hubo en efecto una racialización de los judíos, aunque la construcción de una «raza» tal, pese al realzado propagandístico de sus características físicas y de 12 W. S o m b a r t , Gli ebrei e la vita economica, Padua, Ar, vol. II, 1989, p. 106 [ed. orig.: Die Juden und das Wirtschaftsleben, Leipzig, Duncker & Humblot, 1911]. 13 Cfr. R. HlLBERG, La distruzione degli ebrei d’Europa, Turin, Einaudi, 1995, p. 66 [ed. orig.: The destruction of the European Jews, New Haven y Londres, Yale University Press, 2003; ed. cast.: La
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sus taras genético-biológicas, se produjo únicamente en función de la pertenencia familiar a la religión judia13. La construcción de la raza judía fue el instrumento indispensable para su des trucción; las soluciones intermedias constituían sólo recursos tácticos que utilizar como moneda de cambio; el objetivo del genocidio estaba incorporado en la ideolo gía racista, lo único que podía cambiar eran los tiempos y modos de su realización. Una crítica fácil consistiría en observar que, de este modo, se absolutiza y se hace necesario un acontecimiento histórico simplemente porque éste tuvo lugar; por consiguiente, el intencionalismo estaría viciado de teleologismo y la solución final quedaría separada de las circunstancias que la hicieron posible y que nos permiten reconocerla como acontecimiento que pertenece a la historia; pero la cuestión que interesa en estas páginas es otra, a saber, comprobar la relación entre la política nazi y sus motivaciones, en especial, la aplicación del dispositivo racista a los judíos, lo cual, entre otras cosas, permite entender cómo semejante dispositivo se extendió y generalizó a todos los demás grupos humanos, adoptando en función de los sujetos una fisonomía genocida, homicida o sólo jerarquizadora y explotadora. Dentro de esta óptica, hay que subrayar que, para Hitler y para el particular anti semitismo nazi, los judíos no eran una raza sino, tal como se ha dicho, una «antirraza» y, precisamente por este motivo, constituían una amenaza para todos los pueblos de la tierra y había que eliminarlos. A juicio de Hitler, raza y pueblo coinciden y cada pueblo debe luchar por tener el espacio propio en el que realizarse; los judíos, en cambio, desarrollan sólo una acción destructiva y disolvente, son intemacionalistas por naturaleza, como el capital financiero y la revolución proletaria, instrumentos de los que se sirven para conquistar el dominio mundial. Hitler se apropia de los temas comunes de la ideología antisemita, recoge las ideas que circulaban en la Europa de la época y las lleva al fanatismo extremo. En la década de 1920, proclama ya abier tamente su misión de salvador del mundo y de destructor de los judíos, una tarea no sólo necesaria sino urgente porque, de acuerdo con la profecía contenida en Mein Kampf. «Si el judío triunfa sobre los pueblos de esta tierra, su corona se convertirá en la danza fúnebre de la humanidad. Entonces este planeta volverá a moverse en el éter, desprovisto de habitantes, como hace miles de años». La construcción de un enemigo absoluto constituye el objetivo de Mein Kampf, en el que encuentran expresión las ideas que circulaban en el núcleo fundador del nazismo. A un enemigo así no se le puede derrotar simplemente, hay que eliminar lo por completo, destruirlo del todo, de hecho, no se trata sólo de un enemigo polí destrucción de los judíos europeos, Madrid, Akal, 2005]. Para una introducción clara y sintética sobre el tema de quién es el judío, se puede consultar la contribución de Amos LUZZATTO bajo este título (Chi è l’ebreo) en D. Bidussa (ed.), Ebrei moderni, Turin, Bollati Boringhieri, 1989.
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tico, de un adversario ideològico, sino de un agente patògeno, de una enfermedad mortal que está provocando la decadencia y degeneración de la especie. Afirmar que estas palabras expresan simplemente una forma de agitación propa gandística, aunque sea llevada al extremo, y que sólo a la luz de los acontecimientos posteriores adoptan otro significado, supone no querer entender ni el nazismo ni a Hitler, para los cuales no hay otra separación entre propaganda e ideología, ni distin ción entre actividad de agitación y Weltanschauung, que la que se deriva de la situación contingente. El exterminio se podía anunciar con énfasis propagandístico, a conti nuación dejarlo de lado para atacar otros blancos más «populares» y luego llevarlo a cabo en secreto: en todo caso, la idea se mantenía muy firme tanto en el Führer como en todos aquellos que lo aceptaban como tal, identificándose con él y compartiendo su ideología. Estos últimos no eran todos los alemanes, pero si a éstos les sumamos aquellos otros que se comportaban como si la compartiesen, se llega a una mayoría apabullante. Una mayoría que, en determinados momentos, se extendió incluso fuera de la nación alemana. Y, sin embargo, el lenguaje de Hider era explícito hasta la bru talidad. En Mein Kampf, éste está copiado de la parasitología e insiste en una operación indispensable de desinfección; sólo si la extirpación radical de los bacilos más peli grosos tiene éxito, será posible realizar el proyecto de renacimiento, concebido, tam bién éste, en términos biológicos: el «espacio vital». Por su posición y por los resul tados de la Primera Guerra Mundial, Alemania debía combatir en dos frentes: contra el capitalismo occidental y contra el comunismo soviético. La ideología nazi hace posible la unificación sincrética del enemigo en un único blanco: el judío comunista. El mundo está en peligro porque los judíos se aprestan a conquistarlo con la fuerza del dinero, utilizando el capitalismo, y con la fuerza de la ideología, valién dose del comunismo; si esto sucede, todos los pueblos serán aniquilados. El antisemitismo apocalíptico de Hitler rechaza el progreso, la historia, y quiere establecer un orden natural eterno utilizando todas las potencialidades de la técni ca industrial: también aquí una amalgama sincrética, es decir, una contradicción explosiva entre arcaísmo e hipermodernidad. Dentro de este marco, el antisemitis mo, aun desempeñando un papel crucial, no es más que una componente dentro de una Weltanschauung nihilista, en la que todos los valores de emancipación y pro greso quedan destruidos en nombre del dominio doble, simultáneo e imposible de la Naturaleza y la Técnica. En el plano de la formación personal, el racismo de Hitler estaba fuertemente influenciado por las elucubraciones de tipo mágico y misteriosófico que circulaban en la subcultura vienesa y en el Munich de principios de la posguerra. En cambio, tenía un conocimiento superficial del racismo cientificista, que haría una fuerte aportación, por otras vías, al nazismo. Pero lo que importa no es su contribución ideológica, sino
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más bien el hecho de que llegase a pocas conclusiones, pero muy arraigadas, y que, a diferencia de los doctrinarios, igualmente fanáticos en lo que al verbo se refiere, inten tó ponerlas en práctica utilizando todos los instrumentos de la política. Al estar del todo convencido de las metas finales que debía perseguir y, en primer lugar, del loco proyecto formulado por él mismo de eliminar por completo a los judíos, Hitler esta ba dispuesto a todo tipo de tacticismo y oportunismo con tal de conseguir el obje tivo prefijado, que a sus ojos constituía además una «verdad esotérica». Hider y su entorno compartían la idea de que los judíos, concentrado de toda negatividad, eran depositarios de capacidades y fuerzas ocultas mortales (conspiración mágica de los Sabios de Sión). Los nazis recogen toda la estratificación mitológica pro ducida por el antijudaísmo y el antisemitismo y la concentran en el núcleo profundo de su programa político. De acuerdo con la hermenéutica del esoterismo hideriano propuesta por Furio Jesi, hay que entender las acusaciones dirigidas contra los judíos de haber querido y p rovo ca do la guerra com o una acepción tardía del denom inado «lib elo de sangre», es decir, de la antigua convicción de que los judíos practicaban sacrificios hum anos: la Segunda G u e rra M undial sería el sacrificio hum ano últim o y cuantitativam ente m áxim o organizado p o r los jud íos en secreto, y el exterm inio de los judíos sería la réplica defensiva y ritual de un p od er de hom bres no m agos que han tratado de aprender el m od o de exterm inar a los vam piros [...] E l exterm inio de los judíos, p o r un lado, es la réplica punitiva a la voluntad judía de conferir, con la guerra, dim ensiones gigantescas a sus sacrificios hum a nos; p o r otro lado, es un ritual cruento que acelera el advenim iento del nuevo reino14.
Que la guerra marcaría un salto cualitativo en la solución de la «cuestión judía» es algo que Hitler proclamó abiertamente en un discurso al Reichstag del 30 de enero de 1939. La afirmación es tan neta que constituye un punto de apoyo impor tante para quienes sostienen la linealidad de sus intenciones, más allá de todos los ajustes contingentes. El Führer dice que pretende demostrar una vez más sus dotes proféticas y pro clama: «Si el capitalismo judío internacional en Europa y fuera de ella lograse una vez más lanzar a las naciones a la guerra, el resultado entonces no sería la bolchevización de la tierra, sino la destrucción de la raza judía en Europa»15. Hitler, en su discurso, dedicó este único pasaje a la cuestión judía, aunque éste adopta un significado particular a la luz de los acontecimientos posteriores. No obs tante, a lo largo de la guerra, el Führer volvió repetidas veces sobre su «profecía» y 14 F. J e s i , «Cultura di destra e religione della morte», Comunità 179 (1978), pp. 37 y 42. 15 Citado por G. L. Mosse, Il razzismo in Europa. Dalle origini all’Olocausto, cit., p. 229.
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la destrucción de la «peste judía» se configuró cada vez más como un imperativo a los ojos de los nazis. No es posible, pues, sostener la tesis de que se trataba de pura agitación demagógica, basándose en el hecho de que ni en aquel momento, ni tam poco después, tuvo Hitler un plan preciso para el exterminio. En realidad, su afir mación sobre la culpa y el castigo que había que infligir a los judíos, ratificada por el dictador en más ocasiones y apropiada por los demás dirigentes nazis, estaba ligada directamente a la realización del genocidio, aunque no pudiese contener indicacio nes sobre los tiempos y modos, detalles de los que a Hitler no le agradaba ocuparse. Tal como ha subrayado George L. Mosse, estamos ante una profecía autocumplida en la que guerra y exterminio acaban coincidiendo: «Se echó la culpa de la guerra, ins tigada por los nazis, a los judíos, a los que Hitler había amenazado de muerte si ésta estallaba»16. Para erigir este dispositivo genocida y para que pudiera funcionar, hacía falta un racismo fanático y, al mismo tiempo, un racismo difundido, compartido por las personas de bien, fieles al deber y al respeto de los estereotipos que habían asimi lado de manera inconsciente y profunda: «La “solución final” del problema judío no sólo representó el triunfo de la práctica del racismo, sino también su victoria como la ideología más extendida de aquellos tiempos. Los judíos europeos se habían converti do en parias. La gente podía perfectamente negar ser racista, pero el hecho es que uti lizaba la retórica racista y, con frecuencia, caracterizaba a sus enemigos de acuerdo con criterios raciales. Los nazis no inventaron el racismo, sólo lo pusieron en práctica»17. Entre las dos tesis extremas, para las cuales (a) el Holocausto fue un epifenóme no casual de la guerra, o (b) la guerra fue para Hitler el modo de llevar a cabo el Holocausto, es necesario confirmar que, en los hechos, además de en la mente de Hitler, guerra y solución final fueron lo mismo desde el principio. Una vez analiza da su Weltanschauung, no debería ser difícil coincidir en que Hitler veía en la guerra la ocasión para realizar lo que siempre había juzgado necesario: eliminar a los judíos de la faz de la tierra. Es cierto que, en el transcurso de la guerra, Hitler no siguió de cerca el funcionamiento de la máquina erigida para la solución final, al tener incum bencias muy distintas en el plano estratégico-militar, pero, no obstante, la destruc ción del judaismo, que, a su juicio, había producido el propio bolchevismo y todo mal posible, seguía siendo el objetivo histórico principal del Führer. Tal como dice Kershaw: «Se equivocan quienes creen que el genocidio fue una consecuencia secun daria de la guerra, porque éste, por el contrario, constituyó su premisa lógica»18. El verdadero problema histórico es, sin embargo, otro: a saber, el hecho de que se compartiese tal objetivo y, en cualquier caso, que existiese disponibilidad a cola 16 Ibidem, p. 248-249. 17 Ibidem, p. 247. 18 I. Kershaw, Hider e l’enigma del consenso, cit., p. 230.
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borar de manera activa con la solución final por parte de amplios sectores de la sociedad alemana, y no sólo de ésta, visto que el colaboracionismo y la colaboración fueron un fenómeno europeo y potencialmente mundial. Es verdad que las masa cres y los exterminios no sólo afectaron a los judíos, aunque nos circunscribamos a los años de la Segunda Guerra Mundial. Pero mientras la sumatoria de los exter minios produce una nivelación banalizadora, una anulación nihilista de las diferen cias y semejanzas, el hecho de definir los contornos de los mecanismos específicos de la solución final judía permite investigar y comparar los demás exterminios. Algo que está sucediendo en la historiografía, aunque todavía no en el uso público de la historia, a consecuencia de una autonomización relativa de la investigación con res pecto al debate político que caracteriza la década de 1990. La cuestión del papel de Hider también se ha presentado en el debate sobre los tiempos y modos de los inicios de la solución final: en la bibliografía especializada, es posible descubrir una multiplicidad de posiciones que se derivan de los distintos modelos interpretativos, a su vez suscitados por la falta de una documentación exhaus tiva. La actuación y las decisiones del Führer sólo se pueden deducir por vía indirec ta y a partir del análisis de hechos y comportamientos que investigaciones detalladas están reconstruyendo. Existe un acuerdo bastante amplio sobre el hecho de que, para Hider, la guerra de aniquilación contra la Unión Soviética estaba estrictamente ligada a la misión de destruir a los judíos; los exterminios sistemáticos perpetrados por los Einsatzgruppen, no sin la colaboración de la Wehrmacht19, a partir de directivas ante riores al ataque de la Unión Soviética, se pueden interpretar con legitimidad como una primera gran fase del genocidio, mientras que, a partir de otoño de 1941, empieza la segunda fase, la del exterminio sistemático de todos los judíos de Europa. Los estudiosos que adoptan el modelo interpretativo intencionalista sostienen que el exterminio en masa de los judíos fue el fruto de una decisión programática de Hitler, en el sentido de que éste ordenó la solución final y que tal decisión de eli minar a los judíos, aunque formulada en un determinado contexto, se remontaba a mucho antes, constituyendo el centro motor y el hilo rojo de toda su existencia20. Ya en Mein Kampf y en el denominado «Segundo libro», el dictador había dado una formulación ideológica a temas y experiencias que se remontaban a años ante riores: del antisemitismo del ambiente austriaco a la experiencia que tuvo en el fren te en 1918, cuando, afectado por el envenenamiento de un gas, echa la culpa de 19 Nombre por el que se conoce al Ejército Regular nazi, aunque su significado literal en alemán es simplemente «Fuerzas Armadas». [N. de la T J 20 Com o ejem plo significativo de interpretación intencionalista, citam os por lo menos a L. S. D aw idow icz , The War Against the Jews, 1933-1945, Nueva York, Holt, Rinhart & Winston, 1975.
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aquel hecho a los judíos, considerados responsables de la Primera Guerra Mundial y de la «puñalada por la espalda» a los combatientes. Para el enfoque funcionalista o policrático, el Holocausto constituye un arduo banco de pruebas, ya que de hecho resulta difícil negar la relación, proclamada sin ambages, entre antisemitismo y racismo del Führer y exterminio de los judíos. En realidad, los historiadores funcionalistas no niegan la responsabilidad de Hitler y su obsesión antijudía, pero, sin embargo, sostienen que no hubo una planificación del exterminio. La solución final procedió por grados, en función de las circuns tancias y de la evolución de la guerra, probablemente sin una orden formal de Hitler. Una orden ni siquiera necesaria, porque los dirigentes de los aparatos cono cían a la perfección su fanatismo antisemita e intentaban traducirlo en la práctica para demostrar su eficacia y vencer a la competencia, inventando nuevas medidas y soluciones cada vez. Al igual que para la ascensión y triunfo del nazismo, tam bién para el Holocausto se debe ampliar el discurso a una pluralidad de sujetos, que colaboraron, con distintas motivaciones, en montar y mantener en funciona miento la máquina de muerte y aniquilación dirigida contra los judíos y un gran número de otras víctimas. De acuerdo con la ponderada apreciación de Ian Kershaw, la interpretación fun cionalista o estructuralista hace que se corra el riesgo de subestimar la incidencia de la ideología y del clima político creados por el nazismo y expresados en Hitler, en sus proclamas extremistas y confusas. Tal interpretación permite, no obstante, afrontar la cuestión histórica más ardua, es decir, la explicación de cómo pudo producirse el Holocausto; permite «situar las “intenciones” de Hitler dentro del marco de un sis tema de gobierno que hacía posible la traducción en la realidad de un imperativo ideológico mal definido, transformando el eslogan de la necesidad de “desembara zarse de los judíos” en un proyecto de aniquilación»21. Este planteamiento no tiene nada que ver con el revisionismo (justificacionista o negacionista), es más, demuestra la inconsistencia de algunos argumentos típicos de éste, como la absolución de Hitler por la ausencia de una orden suya por escri to de exterminio de los judíos. Sobre esta cuestión, Hans Mommsen plantea algu nas consideraciones de notable agudeza: Hitler sabía y aprobaba, pero sin tomar una decisión formal, de acuerdo con su inclinación, recalcada con fuerza por Mommsen, a dejar que las cosas siguiesen su curso, evitando adoptar una postura clara que actuase de obstáculo de cara a cambios de táctica. Pero también hay que considerar otros mecanismos: el genocidio, proclamado en términos propagandísticos, se ocultaba deliberadamente en su desenvolvimien to efectivo; Hitler, al igual que los demás nazis, usa un lenguaje que sirve para encu 21 I. Kershaw, Che cos’è il nazismo? Problemi interpretativi e prospettive di ricerca, cit., p. 134.
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brir la masacre; pero no sólo: se la intenta ocultar incluso a sí mismo, adoptando estrategias más o menos conscientes de represión y racionalización22. En otros términos, el papel de Hitler debe situarse en el ámbito de la ideología, más exactamente, de la propaganda ideológica, llevada a un grado de fanatismo abso luto. La concepción del mundo de Hitler giraba en tomo a un único centro organi zador, el racismo; así pues, habrá que arrostrar el nudo histórico del nazismo como relación entre el Führer y las masas, mediada por el racismo. Tiene razón Kershaw al ligar la radicalización incesante del nazismo al consenso del que disfrutaba entre las masas, aunque es más difícil seguirlo cuando sostiene que tal consenso no se derivaba del hecho de que se compartieran las obsesiones ideológicas de Hitler, sino del modo en el que éstas lograban dar voz, mejor que nadie, a las esperanzas de renacimiento nacional y de victoria sobre los enemigos de Alemania23. En verdad, ambas cosas van entrelazadas y el renacimiento conllevaba, a los ojos de la mayoría de los alemanes, la destrucción de los enemigos contra los que arremetía Hitler. No obstante, el consenso, en sus distintas gradaciones, no estaba garantizado para siempre, de ahí la inversión tan enorme en propaganda. Por lo demás, a Hitler y al nazismo no le podía bastar una adhesión pasiva: hacía falta una especie de movilización permanente y entusiasta, era preciso obtener un éxito tras otro para mantener viva la confianza de las masas. En ausencia de la moviliza ción contra el «enemigo» racial o «racializado», habrían vuelto a aflorar los con flictos sociales tradicionales, la Volksgemeinschaft se habría disgregado en compo nentes que dejarían de unirse en la relación mística con el líder carismàtico. «La imposibilidad de ralentizar su marcha impetuosa -concluye Kershaw- era, bajo este punto de vista, un dato intrínseco a la esencia más profunda de aquel poder»24. Seguramente eran muy pocos los alemanes o los europeos que compartían el racismo fanático de Hitler y, sin embargo, tanto en la cultura política de la época como en la mentalidad y en el imaginario, tanto en las ciencias como en la organi zación social y económica, existían los elementos y los presupuestos para un amplio triunfo del racismo en el corazón mismo de Europa, hasta el punto de dar lugar a un retorno al esclavismo: una especie de némesis después de siglos de dominio legi timado por medio de la racialización de los pueblos extraeuropeos. Estudiosos como Broszat o Mommsen han subrayado que las metas de conquista de Hitler eran indeterminadas y que el nazismo, de acuerdo con una aguda observación 22 Cfr. H. MOMMSEN, «The Realization of the Unthinkable: The “Final Solution of the Jewish Question” in the Third Reich», en G. Hirschfeld (ed.), The Policies of Genocide: Jews and Soviet Pri soners of War in Nazi Germany, Londres, Allen & Unwin, 1986. 231. Kershaw, Hitler e l’enigma del consenso, cit., p. 113. 24 Ibidem, p. 137.
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de Joseph Schumpeter, perseguía una «expansión sin objeto»; en la política exterior, se manifestaba el mismo dinamismo nihilista de la política interior, un mecanismo que con seguía ocultar la creciente pérdida de contacto con la realidad a través de una acción agre siva incesante, a través de la persecución de metas cada vez más radicales y negativas. También en este caso el modelo interpretativo funcionalista ha aprehendido los aspectos esenciales del nazismo y, sin embargo, la representación de una máquina destructiva, de la que el propio Hitler constituye un engranaje y que acaba autonomizándose, avanzando en una carrera loca hasta la debacle final, no acaba de satis facer. El enfoque policrático corre el peligro de no ser menos teleologico que el totalitario, aunque en este caso se trate de una teleología sin sujeto, puramente sis tèmica, con riesgos de desresponsabilización y deshumanización. Conviene modificar y suavizar un modelo demasiado riguroso, no sólo haciendo operativos datos contingentes y fortuitos, sino recuperando la incidencia de las elec ciones conscientes y de las culturas políticas, aunque fueran aberrantes; dicho en otros términos, es necesario aprehender el ethos del nazismo dentro de su inversión de los valores. De este modo, en el caso de la política exterior nazi, ¿cómo no adver tir que la selección negativa de los objetivos remarcada por Broszat se produce den tro de la agenda hace tiempo preparada por el Führer, sin duda recogiendo las ideas que circulaban en el ambiente: Lehensraum, colonización del Este europeo, rees critura racista de Europa, dominio mundial? Es posible descubrir el papel de Hitler en la ejecución de la solución final de manera nítida en las notas de Goebbels. Por ejemplo, en los apuntes con fecha del 27 de marzo de 1942, Goebbels dice que la profecía de Hitler sobre la destrucción de los judíos se está cumpliendo y que el Führer propugna en ese terreno la solu ción más radical, algo que se hace posible gracias a la situación creada por la gue rra. Es evidente que Goebbels hace suya la justificación del genocidio repetida obsesivamente por Hitler: «Si no nos defendiésemos de ellos, los judíos nos aniqui larían. Se trata de una lucha a vida o muerte entre la raza aria y el bacilo judaico»25. Ante el antisemitismo fanático de Hitler y su papel en el proceso de toma de decisiones, cabe preguntarse cómo se le puede ocurrir a alguien sostener su ajenidad con respecto al genocidio, tesis expresada con gran estruendo por David Irving en su libro de 1977 sobre la Guerra de Hitler26, cuyo autor no es casual que haya acabado negando la propia existencia de genocidio alguno contra los judíos. 25 J. G o e b b e ls , Tagebücher 1924-1945, Munich, Piper Verlag, 1992, vol. IV, p. 1776. Se trata de la selección editada por Rolf Georg Reuth. Sobre la cuestión de los «Diarios» de Goebbels, cfr. E. COLLOTTI, «La storia infinita: i diari di Goebbels», Passato e presente 34 (1995). 26 La argumentación de Irving, que en aquel momento no era todavía un negacionista declara do, se podía asemejar a la de los funcionalistas; esto explica la laboriosa respuesta que recibió por
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Tal como hemos visto, para explicar el comportamiento de Hitler se han plantea do hipótesis realmente sofisticadas y, no obstante, verosímiles, pero esto no debe hacer perder de vista el elemento esencial: Hider siempre proclamó de manera abierta y propagandística su intención, a la vez voluntad y profecía, de aniquilar a los judíos. Por otro lado, las masacres, no sólo de los judíos, sino también de los gitanos, los «asocíales» y los enfermos mentales, debían permanecer en secreto. Entre ambas cosas no hay contradicción sino complementariedad, son las dos caras de la política del terror (Stalin se comportaba del mismo modo). Sobre la controvertida cuestión del inicio a gran escala del exterminio sistemáti co de los judíos, sobre la que volveremos, en una de las reconstrucciones más saga ces y polémicas, que debemos a Philippe Burrin, se supone una orden del Führer, fechable hacia septiembre de 1941, que pone en marcha la solución final en térmi nos de genocidio extendido a los judíos de toda la Europa bajo control nazi27. Todos los historiadores coinciden en que el exterminio no podría haber tenido lugar sin la aprobación de Hitler, más allá de su papel operativo; falta, no obstante, una documentación probatoria que le concierna directamente, aunque no hay duda de que el ataque a la URSS dio el pistoletazo de salida a masacres espeluznantes con el método de los fusilamientos en masa. Los historiadores que ponen el acento en los resultados genocidas de las acciones desencadenadas de manera inmediata por los Einsatzgruppen, con la colaboración de la Wehrmacht, implicada por completo en la guerra de aniquilación y responsable de la masa cre de los prisioneros de guerra soviéticos, tienden a anticipar la decisión de Hitler sobre la solución final del problema judío, situándola precisamente en el clima eufórico, lleno de proyectos sanguinarios, de la fase de preparación de la cruzada contra el bolchevismo. Otros estudiosos, en cambio, creen que Hitler tomó su decisión como reacción a los resultados insatisfactorios de la campaña de Oriente, con la perspectiva trági ca para Alemania de una prolongación de la guerra en el tiempo, de ahí la necesi dad, profundamente arraigada en la psicología del Führer, de hacérselo pagar a los judíos, responsables de la guerra y de la victoria frustrada de los ejércitos alemanes. La objeción de que la evolución de las operaciones seguía sin justificar la rabia de Hider no tiene en cuenta el estado de exaltación mental megalómana en el que estaban sumidos el Führer y su entorno; en tal contexto, es posible que el Führer impartiese oral e informalmente a sus colaboradores íntimos una orden, capaz de desencadenar parte de Martin Broszat, «Hitler und die Genesis der “Endlosung”: Aus Anlass der Thesen von David Irving», Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte 4 (1977). 27 Cfr. Philippe BURRIN, Hitler e gli ebrei. Genesi di un genocidio, Génova, Marietti, 1994 [ed. orig.: Hitler und die Juden, 1989; ed. cast.: Hitler y los judíos. Génesis de un genocidio, Buenos Aires, Edi ciones de La Fior, 1990].
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consecuencias catastróficas y de poner en marcha una enorme máquina burocrática, sin ocuparse luego ya de nada más, ni siquiera de los desastres que estaba causando. Con la guerra, el «estilo de gobierno» personalista-carismàtico, unido a la intran sigencia del Führer hacia los procedimientos formales en cualquier grado, había lle gado al delirio; Bormann, en calidad de secretario personal, tenía el cometido de captar la «voluntad del Führer», transformando en directivas vinculantes, con valor de ley inapelable, hasta simples observaciones fortuitas hechas durante la comida. En la génesis inmediata de la solución final y en las modalidades de su realización, el papel de Elider puede haber sido modesto desde el punto de vista operativo, pero sin duda la puesta en marcha a gran escala de la máquina destructiva sólo fue posi ble en la medida en que pasó a través de su poder de mando (Führerprinzip)2*. Hay que situar y entender la actividad de Hitler y su función en la historia del nazismo y del exterminio en otro plano: «Su papel principal consistió en crear la atmósfera maligna en la que las persecuciones tuvieron lugar y en proporcionar la sanción y la legitimación de iniciativas la mayoría de las veces provenientes de otros»29. En definitiva, el problema del papel de Hitler en el análisis histórico del nazis mo no encuentra una solución satisfactoria ni en la interpretación intencionalista, que peca de ingenuidad metodológica, ni en la funcionalista, sin duda más adecua da a la realidad profunda de una sociedad de masas, pero criticable por la disolu ción del elemento contingente, individual, irrepetible, que caracteriza la historia con respecto a cualquier interpretación que se haga de ella. No nos parece que se pueda superar el impasse utilizando la categoría weberiana de líder carismàtico y poniendo en el centro del análisis histórico del nazismo el conflicto entre la autoridad carismàtica de Hitler y los múltiples aparatos burocrá ticos del Tercer Reich. De este modo, no se realiza más que una síntesis aparente del planteamiento intencionalista con el funcionalista, mientras sigue quedando sin explicación la cuestión crucial de la relación entre el nazismo y la sociedad alema na: ¿por qué los alemanes hicieron de Hitler su dios?30 28 Literalmente, en alemán, «principio de liderazgo». Inspirado en el funcionamiento de las instituciones militares, prevé una organización piramidal, donde cada líder (Führer) tiene una responsabilidad total sobre su propia área de poder, exige una obediencia absoluta de sus subordi nados y' sólo responde ante sus superiores. El Führerprinzip fue el principio organizador del Partido Nazi y, tras el ascenso de éste al poder, se trasladó a toda la sociedad alemana, con Adolf Hitler como Führer supremo y responsable máximo. Para justificar su uso civil, se alegaba que la obedien cia incondicional a los superiores producía orden y prosperidad. [N. de la T ] 29 I. Kershaw, Che cos’è il nazismo? Problemi interpretativi e prospettive di ricerca, cit., p. 154. 50 Ernst Nolte hace una referencia clara a la cuestión cuando observa que, desde un punto de vista filosófico, la forma estatal nazi era la perversión extrema de una teología: «El Führer era consi derado un dios o, por lo menos, un salvador semidivino» [cfr. E. N o l t e , Der Europäische Bürgerkrieg
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En estas páginas, querríamos señalar la productividad heurística de la transposi ción al ámbito historiográfico del enfoque que dio Cari Schmitt a la cuestión, con la ventaja de poder utilizar sus elaboraciones de la época nazi, cuando se presenta ba como teórico de los principios políticos del nacionalsocialismo, comparándolas con las reflexiones que desarrolló en las décadas posteriores a la caída del régimen. Aun antes de que el nazismo conquistase el poder, Schmitt concibe el papel del Führer en términos de realización máxima del principio de representación hasta llegar a la identidad entre el líder y el pueblo. En el ámbito de una democracia homogénea, donde existe una unidad efectiva del pueblo, el principio democrático de la voluntad popular, en lugar de expresarse con el cálculo estadístico del voto, puede hacerlo direc tamente, sin artificios ni mediaciones parlamentarias, por aclamación y por identifica ción con una «presencia evidente indiscutible», en la que se sintetiza la unidad de! pue blo y se superan los diferentes intereses de la esfera económica y civil. Incluso ante la victoria del nazismo, Schmitt insiste en el principio de identificación y en la doble rela ción inextricable entre el líder y sus seguidores, en virtud de la cual no hay nada de arbitrario en el poder de Hider, ya que en él se materializa la unidad de una democra cia sustancial e inmediata. La existencia del Führer coincide con la vida del pueblo ale mán y, en función de esta identidad, cada palabra suya es inmediatamente ley; por otro lado, el Führer no exige del pueblo nada distinto de lo que el pueblo quiere31. El gran jurista católico no se distingue del Reichsrechtführer [ministro de Justicia del Reich] Hans Frank a la hora de proclamar un absolutismo ilimitado: la acción del Führer no se puede someter a ninguna justicia, ella es la justicia suprema, es decir, el Führer es la ley no porque represente al pueblo, sino porque es el pueblo. En las reflexiones posteriores a 1945 se desvanece todo velo místico sobre el Füh rer, del cual se subraya más bien el papel de ejecutor; no obstante, Schmitt mantiene en el centro la relación entre Hitler y el espíritu de la época; ésta fue también la posición de la mayoría de los alemanes que se identificaron en Hider, sin luego sentir la necesi dad schmittiana de poner distancia con respecto a él, demoliendo su personalidad. De acuerdo con el Schmitt de posguerra, Hitler era un individuo com pletam ente vacío y oscuro [...] que se llenó de las palabras y los senti m ientos de la Alem ania que se había constituido p or entonces. ¿Q u é se tom aba en serio?
1917-1945, Berlín, Propyläen, 1987; ed. it.: Nazionalsocialismo e bolcevismo. La guerra civile europea, 1917-1945, Milán, Rizzoli, 1996, p. 279; ed. cast.: L a guerra civil europea, 1917-1945. Nacionalsocia lismo y bolchevismo, México D. F., Fondo de Cultura Econòmica, 1994]: sin embargo, no proporciona
ningún elemento de interpretación, puesto que remite a una supuesta «tradición alemana». 31 Cfr. G. Agamben, Homo sacer. Il potere sovrano e la nuda vita, cit., pp. 193 ss. Véase también L. M u r a r d y R Z y lb e rm a n , «Le roi peste», Recherches 32-33 (1978), p. 518.
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L o s sentimientos y los lem as que encontraba ante sí, y estos sentim ientos y estos lem as, que hasta entonces habían sido puram ente teóricos, m ás bien se sorprendían y se sentían satisfechos de ser tom ados en serio. A hora había alguien que los tom aba en serio, que no estaba brom eando, alguien que no era sino un realizador, alguien que no habría hecho m ás que llevar adelante estas ideas hasta el final, un ejecutor de lo que hasta entonces habían sido sólo ideas, un m ero lacayo32.
En estas líneas, uno de los productores de las ideas que el «lacayo» llevaba a tér mino nos proporciona una clave interpretativa para entender el papel histórico de una «no personalidad» así, aunque hay que completar el cuadro introduciendo en él la dimensión social, es decir, la unión que se establece entre el «individuo vacío y oscuro», los lemas y los sentimientos que circulaban en la Alemania de la época y las masas atomizadas y anómicas dispuestas a una fusión regresiva y destructiva33. De acuerdo con la historiografía revisionista, no hay ningún «enigma» en el amplio consenso del que disfrutaba Hitler; de hecho, para unos era un auténtico revolucio nario social, para otros, el líder de la resistencia al comunismo34. Ernst Nolte «parte de la hipótesis de que el centro motor de los sentimientos y de la ideología de Hider era en efecto su relación de miedo y odio con el comunismo y que, por lo tanto, expre saba de manera particularmente intensa lo que numerosos coetáneos alemanes y no alemanes sentían»35. Como para Hitler (y para Nolte) el comunismo significaba «insu rrección armada» y exterminio de las clases propietarias, el problema queda inverti do: «Lo que sorprende, en verdad, es que no todos los burgueses y pequeñoburgueses de Europa y América fuesen pasto de este miedo y de este odio»36.
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32 C . S c h m it t , Glossarium. Aufzeichnungen der Jahre 1947-1951, Berlin, Duncker & Humblot, 1991, p. 149, citado por M. T e r k e s s id is , Kulturkampf. LOccidente e la Nuova Destra, Milán, Tropea, 1996, p. 143.
33 Sobre estos temas resulta indispensable releer la obra de E. C a n e t t i , M assa e potere, Milán, Adelphi, 1981 [ed. orig.: 1960; ed. cast.: Masa y poder, Barcelona, El Aleph Editores, 1994], otro gran libro pensado y escrito durante los años de la Segunda Guerra Mundial. 34 En su diálogo con Nolte, Francois Furet recalca, en cambio, que, a su juicio, la peculiar «absolutización de las emociones nacionales» efectuada por el nazismo «sigue siendo el fenómeno más enigmático del siglo XX» [cfr. F. FURET y E. N o l t e , X X secolo. Per leggere il Novecento fuori dai luoghi comuni, Roma, Liberal, 1997, p. 42; ed. cast.: Fascismo y comunismo, Madrid, Alianza, 1999]. 35 E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. L a guerra civile europea, 1917-1945, cit., p. 13. 36 Ibidem, p. 14. Si el fascismo y el nazismo fueron una reacción defensiva, invirtiendo el paradig ma antifascista (en realidad comunista), se debe poder hablar de resistencia y, por lo tanto, «el nacio nalsocialismo podría asimismo denotar resistencia militante contra el comunismo» (Ibid., p. 354). Además, si esto es así, es posible definir a los pocos supuestos «resistentes» alemanes como traidores.
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A partir de una revisión historiográfica reactivamente polémica, Nolte interpreta el fascismo italiano y el nazismo alemán como verdaderos movimientos de resistencia, justificados en amplia medida por la situación de la época, algo que sólo interesa en la medida en que permite entender las finalidades político-ideológicas de este autor. En cambio, merece atención su argumento de que la movilización de grandes masas tras una ideología sólo es posible cuando entran en juego «emociones fundamenta les», o bien cuando «las emociones se hacen más importantes que los intereses»37. Una comparación entre los líderes del fascismo y del nazismo puede resultar útil en este punto. Respecto a Hitler, Mussolini es todavía un político tradicional, y esto no depende tanto de las diferencias entre los dos personajes, como de su relación con sus respectivos pueblos y, todavía antes, con sus seguidores. Mussolini conquista el poder y lo mantiene con una gran falta de escrúpulos, pero el suyo no es nunca un dominio absoluto, incluso el consenso de la población se arran ca con métodos dictatoriales y es intrínsecamente frágil, tal como demuestra la prue ba de la guerra. Con Hitler, el salto cualitativo es innegable: subjetivamente, no era más que un alevín que superaba al Duce en fanatismo, pero desde el punto de vista histórico global, los nazis y la mayoría del pueblo alemán hicieron de él un fenómeno por completo inédito: con Hitler, tenemos al tirano querido por la mayoría en la era de la democracia de masas; Hider encama la autoaniquilación de la democracia. Existe una amplia base de masas, popular, interclasista, que explica con facilidad la política social del nazismo, capaz de alimentar las interpretaciones modernizadoras del fenómeno. Aunque hoy día, ante el desmantelamiento del Estado social en nombre de una nueva modernización infinita, el nazismo podría volver a quedar recluido en la conservación de cuño socialista y estatalista. Desde luego, es cierto que la investigación historiográfica debería intentar supe rar la contraposición entre «intención» y «estructura» o «función» y buscar una sín tesis, máxime cuando las dos claves interpretativas han proporcionado ya, por lo menos en las visiones generales, lo que estaba dentro de sus posibilidades. Resulta también evidente que «es prácticamente imposible separar la “intención”, en tanto que factor causal, de las condiciones impersonales que configuran el marco dentro del cual no otras sino las intenciones pueden hacerse “operativas”» 38. Pero esto significa que los dos principales modelos interpretativos del nazismo pueden hacerse correcciones recíprocas mientras aparece una síntesis indetermina da y tal vez imposible. La personalización del nazismo se expone a críticas devasta doras a menos que reduzca mucho sus ambiciones, limitándose a ofrecer una apor tación de conocimientos indispensables sobre la concepción del mundo, por más 37 Ibidem, p. 19. 38 Cfr. I. Kershaw, Che cose il nazismo'’ Problemi interpretativi e prospettive di ricerca, cit., pp. 118-120.
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que incoherente, del Führer y sobre su modus operandi en relación con una plura lidad de factores diferentes. La interpretación funcionalista o estructuralista, deudora de las intuiciones impres cindibles de Ernst Fraenkel y Franz Neumann, ha conseguido resultados definitivos en el análisis del sistema de poder nazi y, sin embargo, nos parece que va a toparse con límites insuperables del lado de la relación nazismo-sociedad y en la valoración de los factores culturales, éticos y psicológicos, sin los cuales resulta imposible explicar la adhesión al nazismo y a su política, aunque fuera con distintos grados de implicación y responsabilidad. Además, conviene no olvidar que se trató de una adhesión no limi tada sólo a Alemania sino que contó con admiradores y seguidores incluso fuera de los confines europeos y más allá de su época histórica. En el debate entre «intencionalistas» y «funcionalistas» ha ocupado un lugar de importancia el análisis del lenguaje. Se ha señalado que términos como Untergang [destrucción], Ausrottung [exterminio] y Vernichtung [aniquilación], ampliamente utilizados por Hitler y por los dirigentes nazis en sus discursos, formaban parte de la retórica del antisemitismo, por lo cual no se deben tomar al pie de la letra, incu rriendo en un anacronismo, es decir, interpretándolos a la luz de acontecimientos posteriores, que, en todo caso, no se pueden considerar efecto de aquellas expre siones metafóricas. Pero precisamente la difusión de la retórica antisemita, basada en la ambigüedad de sus amenazas, es la señal de un trabajo capilar de predisposición al genocidio, de ahí la conclusión de que «el antisemitismo alemán del siglo X IX es el huevo del que sal drá la serpiente del Holocausto» (C. M. Clark)39. A su vez, el antisemitismo remite al racismo y al papel histórico desempeñado por este último, al alimentar y facilitar los procesos de radicalización política que desembocarían en la guerra y en el genocidio. El racismo nazi no es reductible en exclusiva al antisemitismo: el exterminio de los judíos constituye el aspecto sobresaliente de una política global de ingeniería social. La persecución, la esterilización y el exterminio eran instrumentos para «depurar» la sociedad y, por lo tanto, no afectaban sólo a los judíos, sino también a otras «razas», es decir, a todos aquellos que, por «naturaleza», no sólo eran infe riores, sino también peligrosos y constituían un obstáculo para la producción de la «raza elegida» (gitanos, asocíales, comunistas, homosexuales, enfermos). En este contexto, se retoma el antisemitismo tradicional pero dentro de una estructura conceptual distinta, que radicaliza la persecución y abre las puertas al genocidio sistemático: los judíos (aunque el dispositivo estaba destinado a arremeter de manera progresiva y selectiva contra otras «razas») son eliminados en tanto que 39 Cfr. M. R. Marrus, «Regard sur l’historiographie de l’Holocauste», cit., p. 778. 69
judíos. «E l antisemitismo del NSDAP no enfilaba características particulares de los judíos, tal como habían hecho los antisemitas tradicionales de tipo religioso o nacionalista, sino un objeto abstracto, simplemente el “judío”, es decir, una crea ción artificial del racismo»40. La especificidad del antisemitismo nazi consiste, por lo tanto, en la racialización de los judíos y es un error aislar el antisemitismo del racismo, subrayando la evidente inexistencia de una raza judía. Una argumentación de este tipo impide aprehender el mecanismo de racialización que los nazis aplicaban a una pluralidad de grupos huma nos, algunos de ellos pertenecientes incluso al propio pueblo alemán («asociales», homosexuales, etc.) y corre el riesgo de inducir a una aceptación del presupuesto ideológico de la división en razas, identificables científicamente en todas las demás situaciones; es decir, de legitimar el racismo depurado del prejuicio antisemita. El antisemitismo es, por el contrario, una articulación del discurso racista que prevé un dominio universal de la raza superior y la eliminación no sólo de los judíos, sino también de otros pueblos y grupos sociales -algo que los nazis intentaron llevar a cabo de manera concreta-, dentro de una reescritura jerárquica, en la que el máximo de artificialismo político se legitima con el recurso a un paradigma naturalista: para respetar la naturaleza, salvarla de la degeneración y ejecutar sus imperativos, se hacía preciso exterminar a algunos, esclavizar a otros y sojuzgar a otros más, hasta llegar a la plena realización de la raza superior, en un proceso acelerado de destrucción y construcción. Hace tiempo que se aprehendió la relación de continuidad entre naturalismo y racismo en la concepción nazi de la vida, por ejemplo, de la mano de Emmanuel Lévinas. Baste una cita iluminadora: L o biológico, con todo lo que conlleva de fatalidad, se convierte en algo m ás que un objeto de la vida espiritual, pasa a constituir su corazón. L as m isteriosas voces de la sangre, las invocaciones a la herencia y al pasado, a las que el cuerpo sirve de vehículo enigmático, pierden su naturaleza de problem as sujetos a la solución de un Yo libre en sentido sobera no. E l Yo no ofrece para su solución m ás que las propias incógnitas de estos problem as. Está constituido de ellas. L a esencia del hom bre ya no está en la libertad, sino en una especie de encantamiento. Ser verdaderamente uno m ism o significa tom ar conciencia del encanta miento originario de nuestro cuerpo, ineluctable y único; significa, sobre todo, aceptar este encantamiento [...]. D e esta concreción del espíritu se deriva directamente una sociedad basada en la consanguinidad. Y, entonces, si la raza no existe, ¡hay que inventarla!41.
40 D. J. K. PEUKERT, Storia sociale del Terzo Reich, Florencia, Sansoni, 1989, p. 216. 41 E. LÉVINAS, «Alcune riflessioni sulla filosofìa dell’hitlerismo», Humanitas 5 (1995), pp. 770771 [ed. orig.: 1934]. Todo el texto de Lévinas es de gran interés para una comprensión de calado del nazismo; no es éste el único caso en el que los contemporáneos demostraron saber ir mucho más
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I El racismo cree encontrar en la naturaleza su fuente de legitimación y se presenta como instrumento para ejecutar sus leyes, que las ciencias médicas y antropológicas han descubierto con un método empírico, confirmando y divulgando las ideas de la tradición esotérica. En síntesis, para los nazis, el racismo es la solución definitiva de los problemas sociales, dado que satisface al mismo tiempo los imperativos de la Naturaleza, la Ciencia y el Saber. En el racismo moderno confluyen muchas aportaciones, desde los prejuicios banales hasta las elucubraciones pseudofilosóficas, desde el cientificismo positivista aplicado a la sociedad hasta la traducción política de la genética, pero su potencia devastadora se deriva, en primer lugar, de la aplicación a la sociedad de un supues to paradigma naturalista, en torno al cual se hace posible llevar a cabo la unión de elementos heterogéneos. A su vez, la eficacia ideológica de la invocación de las leyes de la naturaleza remite a dos procesos entrelazados entre sí: la secularización y la modernización económica. Ya no hay, en Europa, una sociedad naturaliter cristiana; todos los parámetros de referencia y la propia vida están sujetos a una transforma ción incesante, una revolución en los hechos que los movimientos progresistas pro meten hacer permanente e irreversible. El racismo, al presentarse como el orden natural aplicado científicamente a la sociedad, permite poner fin al caos de la moder nidad, volviendo a encarrilar la sociedad en las vías trazadas por las leyes de la natu raleza. En este contexto, se inserta la peculiar y mortal dinámica destructiva del racismo nazi, caracterizado por el extremismo antisemita. En el siglo XIX, por influencia del cientificismo positivista, se produjo un desarrollo en sentido racista del antisemitismo; por otra parte, el racismo funciona de centro gravitatorio de la ideología nazi y el intento de exterminar a los judíos y los gitanos sin más motivos que sus supuestas características raciales es la confirmación de la operatividad del dispositivo ideológico. Sin embargo, sería un error pensar en el nazismo única mente como una máquina que traduce en la práctica las prescripciones del racismo biológico. Más bien, éste encama la autonomía de lo político, dedicado a la construc ción de la raza dominante, después de la destrucción de la política y del Estado de derecho, por lo que resulta igualmente insuficiente considerar el nazismo como una especie de naturalismo integral, en el que el hombre o, mejor, las razas se someten al determinismo de la naturaleza. El nazismo aspira a la construcción de un racismo absoluto, posnacionalista, eje cutado de acuerdo con prescripciones científicas a partir del mejor material biolóallá de la superficie: piénsese en Walter Benjamin, Ernst Bloch, Simone Weil, pero también en Jac ques Maritain. Es por lo tanto discutible la afirmación de Nolte de acuerdo con la cual «los más inteligentes de sus contemporáneos juzgaron (el triunfo del nazismo) como un episodio circunscri to» (E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. L a guerra civile europea, 1917-1945, cit., p. 36).
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gico disponible y a través de la introyección de la ideología o cultura política nacio nalsocialista: las SS son una prefiguración concreta de este proyecto. En 1939, este cuerpo se dotó de un instituto propio de investigación, el Ahnenerbe42, para estudiar científicamente el patrimonio espiritual y genético de la raza indoeu ropea nórdica. Forman parte de este ámbito los estudios desarrollados por el profesor August Hirt, de la Universidad de Estrasburgo, en principio basados en el examen de cráneos de «comisarios judeo-bolcheviques», aunque al no poder disponer de los mismos tuvo que contentarse con los cadáveres de 150 judíos convenientemente gaseados para tal eventualidad. El nuevo orden racial previsto para Europa conllevaba tanto la disolución del viejo Reich como de los Estados nacionales existentes. Considerar las investigacio nes del Ahnenerbe como si se tratase de extravagantes elucubraciones supondría tergiversar por completo la naturaleza del nazismo. Los experimentos médicos, los estudios antropológicos y la planificación racial eran proyectos operativos. El nacionalsocialismo ejemplifica históricamente la relación de continuidad y de ruptura entre nacionalismo y racismo. Ambos se implican mutuamente, pero el racis mo introduce un elemento desestabilizador de la forma del Estado-nación al separar el Estado de la nación: por un lado, aspira a imponer una jerarquía supranacional; por otro, restringe en sentido particularista la nación, reduciéndola a la dimensión étnica. La operatividad simultánea de las dos tendencias se hace visible en las formas de actuación previstas para el Nuevo Orden Europeo. Por lo general, se considera que fascismo y nazismo son formas extremas de nacionalismo o, tal como lo expresa Nolte, particularismos antimarxistas militantes «pero siempre inscritos en el marco inviolable de la autoafirmación y de la autono mía nacional». Una tesis que la geopolítica racista (y el colaboracionismo ideológi co) contradice y que, además, resulta difícil de conciliar con la categoría de guerra civil europea (y mundial). De hecho, en otro lugar, el propio Nolte afirma que el fascismo y el nazismo, para ponerse en el mismo plano que el marxismo, «se convirtieron en una doctrina anti burguesa y antinacional»43. El racismo biológico es sin duda una componente funda mental del nazismo y no hay que olvidar que se trata de una ideología, aunque for mulada como traslación política de la investigación biológica de la época. Por lo demás, los judíos, que, desde la óptica nazi, representaban el elemento máximo de contaminación de la raza aria, el peligro supremo para la pureza de la sangre, no se definían en función de lo biológico-racial, a través de métodos «científicos», sino en referencia a la profesión religiosa, con investigaciones genealógicas. En este caso, era 42 Literalmente, patrimonio ancestral. [N. de la T.] 43 E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. La guerra civile europea, 1917-1945, cit., p. XXVII y p. 95.
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el espíritu, el credo religioso, el que producía la raza. Adviértase, no obstante, la fle xibilidad del procedimiento: de cara a la identificación inmediata, se utilizaban datos prosopográficos; esto no quita que el objetivo fuese la identificación «científica», con un fundamento biológico, de la raza-antirraza judía. Pero las características somáticas, utilizadas en sentido propagandístico, se deberían haber analizado con mayor exhaustividad en el plano «científico», biológico, genético, anatomo-patológico, etcétera. Este doble recorrido del cuerpo al espíritu y viceversa no atañe sólo a la raza que hay que destruir, sino también a la que está por construir, de acuerdo con una opo sición especular puesta de manifiesto en más de una ocasión entre judíos y nazis: la raza elegida no puede ser sólo un producto biológico sino también una realidad espiritual44. El nazismo tiende a poner en práctica un racismo absoluto, a la vez bio lógico y espiritual, en el que la raza de los señores ostentaría un dominio universal sobre todas las demás razas, manteniendo, no obstante, una diferencia insalvable con respecto a éstas45. La radicalización dinámica permite a los nazis mantener unidas y utilizar las dis tintas componentes de una ideología sincrética en la que la aportación del «racismo científico» y del darwinismo social inciden en el impulso exterminacionista, que no se puede hacer derivar directamente de la tradición del antisemitismo, ni siquiera de su versión völkisch, muy arraigada en la cultura alemana y objeto de los conoci dos estudios de George L. Mosse46. Tal como se ha hecho notar, el antisemitismo tradicional no aspira al exterminio sistemático, sino que se contenta a lo sumo con los pogroms: en cierto sentido, nece sita a «sus» judíos para utilizarlos de chivo expiatorio. El nazismo no pasó por alto esta posibilidad, pero acabó por privilegiar otro camino, que es posible remontar a la obsesión por la contaminación y a las políticas de persecución y expulsión preocupa das por la pureza de la sangre (caso español), reelaboradas y traducidas en términos 44 Lukács observa que los nazis, vista la imposibilidad de construir, a partir de las características físicas, una definición de raza «pura», extrajeron de H. S. Chamberlain la tesis de que las carac terísticas raciales se definen por vía intuitiva [cfr. G. LUKÁCS, La distruzione delia ragione, Turin, Einau di, 1974, p. 739; ed. cast.: El asalto a la razón, Barcelona, Grijalbo, 1978]. 45 A juicio de E A. Taguieff, en la lògica del racismo diferencialista nazi, la exclusión radicai debía concluir en el exterminio. N o está claro, sin embargo, si esto sólo atañe al racismo antisemi ta. Cfr. E A. TAGUIEFF, La forza del pregiudizio. Saggio sul razzismo e l’antirazzismo, Bolonia, Il Muli no, 1994 [ed. orig.: 1987], pp. 211-21446 Véase por lo menos G. L. MOSSE, Le origini culturali del Terzo Reich, Milán, Il Saggiatore, 1968 [ed. orig.: 1964]. El riesgo del planteamiento de Mosse es que puede convertir el nazismo en el pro ducto de una «Alemania eterna», aceptando y fijando una autorrepresentación que habría que ana lizar y criticar históricamente.
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modernos por el «racismo científico»47. La construcción de la raza a través de la puri ficación, a la vez biológica y cultural, del Volk alemán conllevaba la necesidad de eli minar a los judíos (y a gran número de otros seres inferiores o nocivos). Se puede estar de acuerdo en que el mecanismo de desespecización, es decir, de exclusión de la especie humana, es fundamental en el racismo. Sin embargo, éste adopta una valencia operativa particular en el antisemitismo nazi: en él no se trata de esclavizar a una raza inferior o, como en el caso del dominio colonial, de explo tar sin límites morales cuerpos sin alma, sino de eliminar «los bacilos de la peste», el elemento que, en cuanto tal, contamina a las demás razas, el enemigo eterno48. Tiene lugar, por lo tanto, una inversión: mientras en las formas de dominio «tradi cionales», así como en la «guerra civil», el exterminio es un instrumento, con el nazis mo se convierte en un fin, un imperativo guía, para cuya realización cabe emplear cual quier medio, por lo que el genocidio se inscribe desde el principio como objetivo que la guerra hace practicable. Con la guerra, la solución final se concreta sin discusiones de ningún tipo: «La decisión de exterminar a los judíos no creó problemática alguna, no era cuestión de proporción, era una decisión total, no sujeta a correcciones ni ajustes, no dependía de circunstancias externas (las contingencias de la guerra), era inmediata y absoluta. Las circunstancias prácticas que podían acelerar o retardar su ejecución no podían repercutir en su sustancia»49. La discontinuidad marcada por el nazismo en la historia del racismo es innegable: el racismo, fundamental en la historia norteamericana, por lo tanto, en el Estado líder de la modernización, había sido ampliamente utilizado por los Estados europeos para legitimar el dominio político y la explotación económica colonial y se había demos trado un recurso valioso por la adhesión que suscitaba entre capas populares en pro ceso de masificación. Con el nazismo, sin embargo, se produce un salto cualitativo, ' dado que el racismo ya no es sólo un instrumento, sino un fin: la sociedad y el Esta do se deberán modelar de acuerdo con los principios de la ideología racista, un poco como si el Ku Klux Klan hubiese tomado el poder en Estados Unidos. La ideología nazi está imbuida de biologismo y de naturalismo; por otro lado, la aplicación mecánica del darwinismo a la sociedad conlleva un uso instrumental de las 47 Himmler, dirigiéndose a los Gruppenführer S S [Generales de las SS] el 4 de octubre de 1943, se repone al horror por una posible contaminación y reivindica la integridad de la elite que ha lle vado a cabo el genocidio: «N o por haber exterminado los microbios queremos a fin de cuentas con tagiarnos y morir por su causa. N o quiero que se presente ni que se extienda el mínimo indicio de contaminación [...]. Nuestra alma, nuestro carácter, no han resultado dañados» (cfr. R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d ’Europa, cit., p. 1089). 48 Cfr. D. L o s u r d o , Il revisionismo storico. Problemi e miti, Roma-Bari, Laterza, 1996, pp. 63-70. 49 E. COLLOTTI, «U na “soluzione finale” per la Mitteleuropa», Passato e presente 37 (1996), pp. 140-141.
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instituciones y la drástica subordinación del Estado a las exigencias superiores de la raza50. En este sentido, hay una diferencia fuerte e innegable entre fascismo y nazismo. La componente positivista, biologista y socialdarwinista era predominante en la cultura política de la época, pero, tal como se ha apuntado ya, el racismo biológico no constituye por sí solo el programa ideológico del nazismo: en éste confluyen varias componentes, ni siquiera reductibles exclusivamente a la tradición völkisch. Una amalgama sincrética logra la unidad gracias a la absolutización: el nazismo es un racismo absoluto. La enorme potencia destructiva que consiguió desplegar en un breve arco de tiempo se alimentó del proyecto de construcción de un nuevo orden sobre bases raciales. La historia no había sido sino decadencia y error; el nazismo crearía una nueva dinámica, exterminando los gérmenes patógenos, saneando la sociedad y colocando a los pueblos en el lugar que les correspondía en función de la jerarquía de las razas. Las características del racismo nazi se ponen de relieve con la política respecto a las mujeres: la inferioridad biológica va al unísono de la diferencia cultural. Sin duda, existen elementos de confluencia entre antisemitismo y antifeminismo, pero, dentro de las coordenadas de un darwinismo social que concibe en términos zoo lógicos la construcción de la comunidad racial, a los judíos hay que eliminarlos, mientras que a las mujeres se las fija en su papel de paridoras. Tampoco en este caso se limitaron los alemanes a la enunciación: por ejemplo, frenaron al máximo el empleo de mano de obra femenina en el esfuerzo bélico, intentando inhibir los pro cesos espontáneos de emancipación socio-cultural típicos de los años de guerra. El biólogo Alfred Ploetz, uno de los fundadores de la «higiene racial», lamenta ba ya en 1895 las consecuencias negativas, en términos de decadencia de la raza, de los programas de asistencia social con respecto a los individuos débiles física o inte lectualmente. Y no se trataba, sin duda, de una voz aislada: a través de la eugenesia, el racismo triunfa tanto en la derecha como en la izquierda, ganando adhesiones en las ciencias humanas, médicas y biológicas. El antropólogo Eugen Fischer, experto en uniones mixtas, sostenía que «todas las naciones (Volk) europeas que han recibido sangre de las razas inferiores, lo han paga do con la degeneración espiritual y cultural». Fischer no se limitaba a rechazar la posibilidad de matrimonios entre blancos y negros, sino que era también contrario a
50 Cfr. M. B u r le ig h y W. W ipperm ann, The Racial State. Germany 1933-1945, Cambridge, Cambridge University Press, 1991. Burleigh y Wippermann se alejan explícitamente de las interpretaciones modemizadoras, positivas o negativas, del nazismo en tanto que contribuyen a atenuar la especificidad y singularidad del fenómeno, cuando, en el ámbito de la modernidad, no ha habido nunca ningún otro intento de construir un Estado racial. Afirmación que peca de eurocentrismo. Resulta adecuado poner en el centro el racismo, pero no se puede hacer de él la clave interpretativa única del nazismo.
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los híbridos entre personas de color, judíos y gitanos (Mischlinge [mestizos]). Sus teorías, así como otras análogas de Fritz Lenz, Ernst Ríidin y Hans F. K. Gunther, influenciaron profundamente la política racista del nazismo51. Una aportación ulterior la constituyen el productivismo y el utilitarismo que ins piran obras como la de Karl Binding y Alfred Hoch, Die Freigabe der Vernichtung lebensunwerten Lebens [La exoneración de la destrucción de la vida indigna de ser vivida] (1920), donde por primera vez se introduce el concepto de «vidas indignas de ser vividas», al que se referirá el programa nazi de eutanasia para justificar la muerte de las personas que llevaban una existencia inútil y constituían un aumento de costes para la sociedad. Este bagaje doctrinario será explotado por el nazismo, que encontrará en él la legitimación «científica» de su ideología racista. En 1921, se publica el texto clásico en materia de ciencia de la raza, Grundriss der menschlichen Erblehre und Kassenhygiene [Fundamentos de genética humana e higiene racial]; sus autores son Erwin Bauer, Eugen Fischer y Fritz Lenz. Hitler uti lizó sus ideas para Mein Kampf. Desempeñaron un papel importante los genetistas que reforzaron la relación entre eugenesia y políticas sociales en el periodo de entreguerras, contribuyendo a allanar el camino para la solución final52. Algunas investigaciones recientes han puesto de relieve los lazos existentes entre la medicina nazi y un bagaje cultural que facilitó enormemente la incursión en el nazismo desde ambientes considerados «intachables»: los mismos a los que se reintegró, con pocas excepciones, a la comu nidad científica internacional después de 1945, en nombre de la neutralidad y obje tividad del trabajo científico. En perfecto paralelismo con el caso más conocido de los industriales y exponentes destacados del mundo económico que se adhirieron al nazismo, lo financiaron y obtuvieron beneficios gracias a él. La tesis de fondo es que las ciencias biológicas en Alemania, mucho antes de la vic toria del nazismo, habían preparado el terreno a la política de exterminio: C u an d o llegó el nazism o, el d iscurso científico preexistente perm itió que los m édicos se convirtiesen en sacerdotes del culto a la sangre germ ánica, sus protectores m édicos y los exterm inadores de tod os aquellos que pudieran contam inarla. L a sim biosis entre la 51 Cfr. Henry FRIEDLÄNDER, Le origini del genocidio nazista. D all’eutanasia alla soluzione finale, Roma, Editori Riuniti, 1997, pp. 18-19 [ed. orig.: T he Origins of N azi Genocide From Euthanasia to the Final Solution, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1997]. 52 Determina un giro en las investigaciones la obra del genetista alemán Bruno Müller-Hill, dedicada a la implicación de los científicos en los crímenes nazis. Cfr. B. M ü l l e r - H i l l , Scienza di morte. Leliminazione degli ebrei, degli zingari e dei malati di mente. 1933-1945, Pisa, ETS, 1989 [ed. orig.: 1984; ed. cast.: Ciencia mortífera: la segregación de judíos, gitanos y enfermos mentales (19331945), Barcelona, Labor, 1985].
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política nazi y la m edicina parece estar arraigada en el hecho de que am bas com partían la m ism a «o n tologia» fundada en la raza. L a raza era el objeto de estudio «n atu ral» de la m edicina y, a la vez, el fundam ento «n atu ral» de la nación alem ana53.
Las implicaciones teóricas e historiográficas de este enfoque, a partir de un aná lisis de la relación existente entre ciencia y modernidad a la luz de la plena involucración de ambas en la solución final, resultan relevantes de cara a confirmar la inadmisibilidad de la tesis «ingenua» de la neutralidad de la ciencia y de la naturalidad-inevitabilidad de lo moderno. La reconstrucción histórico-crítica de la política nazi recibe una importante aportación de la investigación sobre la implicación directa de la ciencia en la solu ción final. Algo que sale a la luz en el estudio detallado de la máquina de extermi nio, consiguiendo desvelar la lógica de algunos de sus mecanismos e integrando como componente nada irrelevante la función que el nazismo quería asignar al sis tema de los Lager. La «desinfestación», a la cual se reducía el uso de los gases de acuerdo con los negacionistas, conllevaba el exterminio de barracas enteras del campo y, sin embargo, se presentaba como una acción médica dirigida a prevenir la difusión de enfermeda des que las teorías de higiene racial atribuían a la constitución genética de los no arios. Hitler subraya obsesivamente la componente «médica» en el exterminio de los judíos, hablando sin cesar de «gérmenes patógenos», «bacilos de la peste y del cóle ra»; por otra parte, los judíos y los demás deportados morían como moscas a causa de gran número de enfermedades, en primer lugar, el tifus, provocadas por el debi litamiento y por las condiciones higiénicas en las que se les obligaba a vivir: de ahí el riesgo de contagio para el personal de vigilancia y la «necesidad» de la «doble desinfestación»54.
53 A este respecto, M. BlAGIOLl, «Scienza, modernità e Soluzione finale», Intersezioni 3 (1991), pp. 510-511, que sintetiza la obra de R. N. PROCTOR, Racial Hygiene, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1989, comparándola con otras investigaciones sobre la ciencia nazi. La biblio grafía sobre medicina y nazismo es muy amplia: una vertiente de gran interés la constituyen las polí ticas sanitarias en relación con la explotación de la fuerza de trabajo. Para una síntesis reciente, véase K. H. ROTH, «Public Health-Nazy Style: Gesundheitspolitischen Kontroversen in der N S Diktatur (1935-1944)», 1999 2 (1995). 54 La propaganda nazi presentaba a los judíos como parásitos, que había que eliminar en térmi nos absolutos. Por una casualidad no infrecuente de humorismo macabro, particularmente grata para los ideólogos de la raza elegida, la empresa que ostentaba el control de la distribución del Zyklon [nombre comercial del pesticida utilizado en algunas cámaras de gas (N. de la T.)] se llama ba «Sociedad alemana de lucha contra los parásitos'» (Deutsche Gesellschaft für Schädlingsbekämpfung mbH - Degesch).
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Todo esto no adoptaba únicamente la forma del delirio ideológico, sino que tam bién alimentaba la investigación médica llevada a cabo con métodos científicos sobre cobayas humanas, algo sobre lo que el nazismo sin duda no tiene la exclusiva, lo cual vuelve a introducirlo una vez más en la historia, pese a haber alcanzado metas sin parangón hasta ahora. Dentro de la geografía de los campos, Auschwitz reunía todas las funciones asignadas por los nazis al sistema concentracionario: además de servir para la concentración y la explotación de la mano de obra esclava, fue lugar de aniqui lación a escala industrial, pero también laboratorio médico-científico. «Ausch witz -subraya Mario Biagioli- no sólo era un campo de trabajo esclavista y un centro de exterminio, sino también una institución para la investigación médica que incorporaba y, al mismo tiempo, confirmaba las teorías nazis de higiene racial. Lo que más impresiona de estas distintas funciones es que fuesen una de la mano de otra»55. Relativismo y negacionismo se asientan sobre la incredulidad del sentido común ante la enormidad de lo que sucedió en los Lager. El principio de la política totali taria, de acuerdo con el cual «todo es posible» (H. Arendt), se hace realidad en los campos en corpore vili, aunque esto exigió una preparación que es posible sinteti zar en la reducción de los seres humanos a cosas: una reificación integral que, al bajar los umbrales psíquicos, permite destruir a estos seres humanos, no en nombre de la economía, algo que el sentido común fraguado en el utilitarismo puede llegar a comprender, sino por una elección «ideal». En este punto, se sitúa la brecha entre el sistema concentracionario soviético y el sistema nazi: no es una cuestión de cantidad de muertos y de sufrimientos infli gidos. El Gulag, durante mucho tiempo ignorado o justificado, servía para eliminar a los enemigos políticos y sociales y dar soporte, no importa si de modo eficaz o no, al esfuerzo de modernización acelerada. En la actualidad, es objeto de condena uni versal, en primer lugar, por parte de sus defensores de ayer, porque no logró los objetivos preestablecidos, no consiguió eliminar a los opositores, que ganaron, ni tampoco llevar a cabo el desarrollo económico, que se precipitó en el desastre. Pero, en función del principio de utilidad, la política de exterminio de los nazis, ¿para qué servía? Más allá de la insensatez final y de la multitud de explicaciones parciales, el racismo sigue siendo el principal terreno de investigación; también por este motivo no es posible reducir el nazismo a una forma de capitalismo o de anticapitalismo. La originalidad del nazismo, su disparidad con respecto a otras ideologías y movi mientos políticos, consiste en haber adoptado el racismo, la cara oculta de la 55 M. Biagioli, «Scienza, modernità e Soluzione finale», cit., p. 523.
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modernidad, y haberlo vertido sobre Europa (Aimé Césaire) con todos los instru mentos que el progreso ponía a su disposición, mezclando mitos arcaicos y racio nalidad burocrática, sed de beneficio y delirio de poder, en una dinámica destruc tiva y autodestructiva.
Estrategias revisionistas
La exigencia de historizar la experiencia del nazismo se planteó desde el primer momento tanto como justificación de culpas que había que circunscribir como de cara a una necesaria superación. Con el paso del tiempo, ésta parecía una salida natural, consecuencia de la sucesión de las generaciones, pero no era así, en la medi da en que no respondía a una ingenua neutralidad, sino que era expresión de una opción ideológica precisa. Una reflexión de Jean Amery sobre estos temas se inspi ra en la protesta de un joven alemán, que, en nombre de sus contemporáneos, escri bía: «Estamos verdaderamente hartos de oír cómo se nos repite que nuestros padres mataron a seis millones de judíos. Cuántas mujeres y niños han matado los esta dounidenses con sus bombardeos, cuántos boers los ingleses en la guerra de los boers»1. La respuesta de Amery es que, mientras los alemanes no decidan vivir total mente libres de la historia -algo que juzga improbable para el pueblo más cons ciente con diferencia de su historia-, deberán atribuirse la responsabilidad del nazismo, al que no fueron ellos quienes pusieron fin. El revisionismo negacionista, por el contrario, confirma paradójicamente que no es fácil historizar «Auschwitz»; por otra parte, la afirmación incesante de su exis tencia y continua presencia suscita conflictos, tensiones psíquicas y la demanda de superar la fractura, de reintegrar el genocidio judío en la historia, para que ésta no quede hipotecada por aquél. El revisionismo histórico satisface esta demanda, pero lo hace banalizando la Shoá y el nazismo, soslayando, por lo tanto, el problema de la relación existente con la realidad histórica del genocidio. Se circunscribe nazis mo y exterminio, se los aleja de nosotros y se reduce su envergadura, pero la ina 1 Cfr. J. A m ery , Intellettuale ad Auschwitz, Turin, Bollati Boringhieri, 1987, p. 128.
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decuación de esta representación la vuelve vana, hace que precise de un relanza miento continuo, el revisionismo se hace incesante y obtiene el efecto contrario al que se proponía: el discurso vuelve una y otra vez al fascismo, al nazismo y al geno cidio judío, reforzando una presencia de la que se pretendía tomar distancia2. Y, sin embargo, precisamente esta situación de bloqueo ha permitido a los revisionistas-negacionistas tener un espacio, un público y unos seguidores propios: han conquistado un nicho de mercado y se han equipado para defenderlo y reprodu cirlo utilizando sin prejuicio alguno las nuevas tecnologías (videocasetes, juegos electrónicos, redes informáticas, etcétera). En la introducción de 1993 a la reedición de su Storia degli ebrei italiani sotto il fascismo [ed. orig.: 1961], Renzo De Felice expresó la convicción de que el antise mitismo había sufrido un duro golpe a raíz del Holocausto y que hoy día, con res pecto al pasado, se debía considerar en declive y menos presente que el racismo; por otra parte, la memoria del Holocausto, mantenida viva por los judíos, había ter minado por hacer pasar a un segundo plano los crímenes del racismo nazi hacia las «razas inferiores», concentrando toda la atención en el Holocausto judío. El famoso historiador del fascismo atribuye al exterminio de los judíos de Europa un efecto en cierta medida beneficioso para los supervivientes y sus correligionarios: éstos pueden disfrutar de un debilitamiento del antisemitismo, que antes de la solución final estaba bastante extendido, incluso en los países democráticos. Esta consecuencia indirectamente positiva del Holocausto -se entiende entonces por qué, pese a todas las críticas, se sigue utilizando esta denominación- tiene como reverso de la moneda una distorsión de la representación popular del nazismo, influenciada de manera profunda por la obstinada actividad de los judíos de todo el mundo, en virtud de la cual sólo se recuerda el Holocausto y se olvidan los demás crímenes raciales del nazismo. No interesa en este lugar una descodificación de la línea de argumentación defeliciana3, sino partir de ella para darnos cuenta de que el revisionismo negacionista se ha visto a su vez a merced de la distorsión denunciada por De Felice, máxime cuando ésta parecería atribuible a los judíos. Los «negacionistas», en su lucha incesante contra la «patraña de Auschwitz», se han olvidado de las demás caras del exterminio atribuido a los nazis; han enu 2 Interviniendo en el reciente «caso» Garaudy-Abbé Pierre, Alain de Benoist, sin entrar en el mérito de sus tesis, se lamenta de esta situación: «El tiempo que nos separa de los acontecimientos no tiene ningún efecto sobre la cuestión. Es más: el antinazismo nunca fue tan frenético». Su expli cación resulta ejemplar: todo esto es responsabilidad de los judíos, que no aceptan ser un pueblo como los demás (A. de B e n o is t , en Diorama 193 [1996], p. 11). Para una puntualización del «caso», véase R A. T a g u i e f f , «UAbbé Pierre et Roger Garaudy. Négationnisme, antijudaisme, antisionisme», E sprit 8-9 (1996). 3 Cfr. R. FlNZI, «¡.¡antisemitismo: rimozioni e storiografia debole», Passato e presente 30 (1993).
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merado otros genocidios, oponiéndolos a aquel (inexistente) de los judíos, pero no han analizado la tentativa, parcialmente realizada, de genocidio de los gita nos, loS esfuerzos llevados a cabo para exterminar las «vidas indignas de ser vivi das», los «asocíales», los comunistas, etc. Pese a no tener que combatir en este caso con la máquina propagandística (y falsificadora) del sionismo, no han pen sado en arrojar luz sobre los aspectos «marginales» del Holocausto. Utilizando su lenguaje, podríamos observar que ellos mismos han sido víctimas de la «patra ña de Auschwitz». El objetivo estratégico de los negacionistas es conseguir reconocimiento y legiti mación como exponentes de una escuela historiográfica que se opone, en el tema del genocidio de los judíos, a la verdad oficial, basada en la historiografía del régi men. Por lo tanto, son pródigos en elogios hacia aquellos estudiosos que, aunque sea de manera crítica, aceptan discutir con ellos. Sin embargo, una vez dado este primer paso, se sigue de inmediato otro: acusar a toda la historiografía no revisio nista de ser mentirosa y de estar al servicio de los sionistas o, en todo caso, someti da a motivaciones irracionales, ideológicas y no científicas. Los negacionistas serían los únicos en haber dado el paso decisivo, en haber roto con las alineaciones del pasado, con el fascismo y el antifascismo, con la derecha y la izquierda. Lo demuestra el hecho de que su «verdad» es compartida y propug nada por hombres de ambas alineaciones y que el primero en darla a conocer y divulgarla fue un hombre que combatió contra los nazis, un pacifista y socialista, nada menos que deportado a los Lager: Paul Rassinier. Pierre Vidal-Naquet ha observado que, por suerte, y en honor de la profesión, no hay historiadores entre los negacionistas; lo cual no es del todo cierto, aunque sea verdad para Francia. Aparte del caso de David Irving, hay que recordar las con clusiones revisionistas de Harry Elmer Barnes, que había entrado en contacto con Rassinier y tal vez se había visto influenciado por sus tesis4. No obstante, de cara al éxito de la empresa revisionista-negacionista, se debe considerar mucho más importante el hecho de que intelectuales de prestigio y expo nentes de la izquierda se alineen abiertamente o, en todo caso, dialoguen con los propugnadores de la revisión radical de la entidad y el significado del genocidio
4 D. E. LlPSTADT, Denying the Holocaust, Nueva York, The Free Press, 1993, pp. 65-89. En este contexto, conviene recordar el uso que hace Nolte de Bames (y de Charles C. Tansill) al comien zo de su volumen sobre la «guerra civil europea», poniendo como ejemplo su método: «Estos autores abrían el camino a un método con mayor amplitud de miras, que integraba las tesis contrapues tas de la propaganda bélica de ambos bandos en una imagen de conjunto sin que, por este motivo, se derivase de ello una distancia simétrica con respecto a los dos puntos de partida» (E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. La guerra civile europea, 1917-1945, cit., p. 8).
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judío, o que asuman de manera directa la tarea de desacreditar las «patrañas» holocáusticas y exterminacionistas. En este sentido, la aportación francesa es sin duda incomparable desde el punto de vista de la cantidad y la calidad: de Jean Beaufret al abbé Pierre en el primer caso, de Serge Thion a Roger Garaudy en el segundo, tenemos mucho más que casos aislados y esporádicos del tipo de la defensa de Faurisson por parte de Noam Chomsky Para entender la excepcionalidad del caso francés, hay que tener en cuenta el papel desempeñado por Rassinier, que ha inaugurado oficialmente el negacionismo, partiendo de posiciones de izquierdas y como víctima del nazismo; este hecho, sin embargo, más allá de los aspectos personales o psicológicos, debe enmarcarse a su vez en un contexto histórico que nos restituye un país laboratorio de la ideología fascista, como han demostrado convincentemente tanto Ernst Nolte como Zeev Sternhell. Continuando con la ampliación del marco, ha sido posible interpretar la hegemonía de la historia social de «larga duración» y más tarde el relativismo posmoderno como estrategias intelectuales llevadas a la práctica en Francia para sortear el trauma de la derrota y de la colaboración subalterna con la Alemania nazi. En todo caso, el colaboracionismo, por un lado, y la polémica de izquierdas con el antifascismo, por otro, nos proporcionan las coordenadas históricas indispensa bles para poner en perspectiva el bagaje del negacionismo francés. Pero el programa ideológico, el referente principal y el terreno de encuentro en el que se condensan las distintas aportaciones (incluida la integrista católica) vienen dados por el antisemitismo y por las variantes antisionistas que hacen del sionismo la reencarnación invertida del nazismo. Los negacionistas de derechas y de izquier das encuentran en el antisemitismo la única forma permanente de anticapitalismo, porque, a sus ojos, se ha hecho plenamente realidad una coincidencia, una identifi cación: los judíos son el capitalismo y el nazismo fue el único que intentó comba tirlo de verdad, atacando a quienes difundían su espíritu; en cambio, la izquierda ha llegado a acuerdos y ha abandonado la lucha. El nazismo fue derrotado y esto permitió tanto una gran expansión del capitalis mo como la victoria del sionismo y la construcción del Estado de Israel. En estos ambientes, se considera el sionismo como una síntesis de nacionalismo, colonialismo y racismo, y el Estado de Israel, como la punta de lanza del imperialismo, una pro yección norteamericana en el Tercer Mundo. Incluso retrospectivamente, el sionis mo se convierte en la «causa» del antisemitismo, son los judíos los que quieren impo ner su diversidad-superioridad y dominar el mundo. Por lo tanto, el sionismo pasa a ser el enemigo principal y el antisionismo, el frente de batalla común en el que se pueden encontrar todos los que luchan contra el capital. Por otra parte, el Estado de Israel sólo ha sido posible gracias al Holocausto; si se desmitifica, si se reduce a sus dimensiones banales con respecto a las demás masacres y genocidios, entonces Israel 84
pierde toda legitimidad, constituye simplemente un instrumento de dominio colo nial del capitalismo mundial5. Alemania es, por motivos obvios, el referente obligado de los negacionistas, que se proponen explícitamente despejar el terreno de cualquier sentido de culpa rema nente impuesto a los alemanes por los vencedores. Por otra parte, resulta muy importante que la cancelación de los crímenes nazis no sea obra de los alemanes, sino que se produzca a través de la intervención de grupos político-intelectuales y, en mayor medida, de «especialistas» de distintos países europeos y extraeuropeos. De esta suerte, se lleva a cabo una reedición de la «colaboración» con Alemania en el momento en que ésta está volviendo a adoptar el papel de gran potencia, posibi litado por el éxito económico, pero sancionado en el plano político y sólo operati vo realmente con la reunificación. Es verdad que, en lo inmediato, el negacionismo puede ser contraproducente por las reacciones que suscita, pero su arraigo y el hecho de que sea imposible refu tarlo a través del debate, porque pertenece a otro orden del discurso, hacen de él un valioso aliado del revisionismo histórico que, superando su tosquedad y tem plando sus excesos, logra proporcionar al público la versión de la «vendad históri ca» que éste espera tener: Hitler y Mussolini se excedieron, pero, en conjunto, tení an buenos motivos para ello. Si hasta hace poco tiempo su única verdadera culpa era haber hecho la guerra, ahora pasa a serlo haberla perdido. Pero, ¿de verdad per dieron entonces la guerra? Como puede verse, es un error subestimar las consecuencias del discurso negacionista. Su continuo relanzamiento, pese a la inconsistencia historiográfica con res pecto al revisionismo académico más refinado, demuestra que está desempeñando un papel importante en ámbitos a los que no pueden llegar las versiones oficiales de la revisión historiográfica, apostadas en posiciones moderadas y filooccidentales. Es cierto que con la negación de la existencia de las cámaras de gas la revisión de la historia se ve empujada a límites extremos, pero no se trata de una cuestión pere grina circunscrita a pequeños grupos de fanáticos, sino que constituye, por el con trario, un paso crucial; de hecho, si el revisionismo negacionista consigue hacer mella en el ámbito del sentido común, entonces toda la historia entra en crisis, pierde
5 La cuestión de la relación existente entre genocidio, sionismo y Estado de Israel ha sido tam bién objeto de análisis crítico por parte de estudiosos israelíes. Tal vez el libro más conocido es el de Tom S e g e v , The Seventh Million, Nueva York, Hill & Wang, 1989, que contiene duras críticas a la postura de los líderes sionistas frente al Holocausto, utilizado como base de legitimación del Estado. Otra cuestión candente es, desde luego, la de la relación con los palestinos, a partir de la existen cia o no de un plan general de expulsión en la fase de formación de Israel como entidad estatal (cfr. I. Pa p p É, «Post-Zionist critique on Israel and the Palestinians», Journal of Palestine Studies 2 [1 9 9 7 ]).
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significado, queda bajo la sospecha de ser mentira, mientras la verdad pertenece a los pocos elegidos. En el desconcierto, nos encomendamos a quienes están en situa ción de desvelar la confabulación que se está desarrollando a plena luz del día en la era de la globalización capitalista. La identificación del judío con el dinero es capaz de alimentar sin cesar nuevas formas de antisemitismo en la era de la globalización de las finanzas; de hecho, esta evolución puede atribuirse a los judíos, confirmando su extraordinario poderío: no sólo resistieron a la solución final -una invención suya en su propio beneficio-, sino que son los organizadores ocultos de la financiarización de la economía, que a su vez nutre todas las formas de disolución, llegando hasta el extremo de la virtualización del propio dinero. Todo se disuelve mientras el judío se mantiene siempre igual a sí mismo: «Conserva o parece conservar una identidad propia a través y gracias a la continua disolución de las identidades de los demás» (S. Levi Della Torre). El judío es el agente de una modernización indefinida que ya no encuentra obs táculos en la sociedad, pese a que los costes sociales son grandes y los ambientales, crecientes. La aceptación de las ventajas del capitalismo todavía puede encontrar en el judío el chivo expiatorio al que atribuir la responsabilidad de sus estragos, pero este antisemitismo es minoritario o de elite; la hostilidad hacia los judíos alcanza, en cambio, dimensiones de masas como antisionismo. Apoyándose en la política de Israel hacia los palestinos, se sostiene que los judíos son los continuadores directos y los representantes actuales del dominio colonial de Occidente, que llevan a cabo siguiendo el modelo racista sudafricano del apartheid. Es evidente que, en esta versión, el antisionismo y el anticapitalismo pueden encon trar audiencia en un público potencialmente muy amplio, incluso más allá del deno minado fundamentalismo islámico. En la polémica negacionista, la referencia al colonialismo desempeña un papel estratégico, constituye el antecedente histórico que anula la pretendida unicidad del genocidio judío y coloca a Occidente en el mismo plano que el nazismo. Un discur so que, a continuación, se desarrolla en términos antisemitas: de hecho, retomando una tesis de Werner Sombart, se sostiene que los judíos financiaron la colonización, así como la trata de esclavos. Por lo tanto, hay que imputar los crímenes del colonia lismo y del capitalismo a los judíos, inventores de ambos. Pero la referencia al colo nialismo como forma moderna del racismo y paradigma de la explotación tiene otra función añadida, que consiste en reducir el racismo nazi al colonial, demostrando el carácter absurdo y, por lo tanto, la imposibilidad del supuesto genocidio judío. Tal como ha puesto de relieve Pierre-André Taguieff, con el nazismo hace su aparición un segundo tipo, inédito, de racismo, que hay que distinguir del colonial, basado en el dominio y dirigido a la explotación. El negacionismo se nutre de la confusión, por distintos motivos, entre dos racismos: 86
U no de los argum entos del supuesto «revision ism o» de la historia de la Segunda G u erra M undial, representado principalm ente p or A. R. Butz (E stad os U nidos), W. Stäglich (R epública Fed eral A lem ana) y R. F aurisson (Francia), consiste en asem ejar los dos racism os, trasladan do de m anera im perceptible el esquem a funcional del racism o de explotación a la explicación del racism o antijudío de los nazis. O peración que se sinte tiza en el razonam iento siguiente: d ad o que es contradictorio destruir la p erson a física de aquellos a los que explotam os, es im posible creer que los nazis, obedientes com o tod os los explotad ores a la lógica de la explotación, pudieran exterm inar a los judíos (im portante recurso de m ano de obra) en el transcurso de una guerra total; p o r lo tanto, no p u d o haber exterm inio6.
La argumentación economicista del negacionismo se refuerza a través de la refe rencia a la archiconocida importancia que tuvieron los Lager para la producción bélica de Alemania, como en el caso del campo de Dora, donde estuvo internado Rassinier. La revisión a la que aspiran los negacionistas no sólo atañe a la entidad y a las modalidades del supuesto exterminio, sino también a sus motivaciones: si las cámaras de gas nos parecen completamente ilógicas, entonces resultarán mucho más convincentes las dudas relativas a su existencia. En todo caso, es decisivo que el propio concepto de genocidio resulte contradictorio con la idea de explotación de los dominados e inferiores, respecto a la cual el racismo funciona como legiti mación ideológica. De este modo, la revisión no sólo atañe al exterminio, sino al propio nazismo, que queda normalizado por completo, reducido a un sistema de poder como los demás. Un resultado así sólo se puede conseguir haciendo desapa recer la especificidad del racismo nazi, que se concretó plenamente en el transcur so de la guerra a partir de premisas operativas puestas en marcha mucho antes. En el negacionismo, el antisemitismo como lucha contra el capital recupera una corriente clásica decimonónica en la que la motivación económica ocupa el lugar de la religiosa (antisemitismo como «socialismo de los imbéciles»). El economicismo negacionista es sin duda auténtico y, sin embargo, representa también una estrate gia de capeo frente a la acusación de racismo y de filonazismo. Al interpretar la acción de los nazis contra los judíos a partir de motivaciones económicas, se actúa de acuerdo con un dispositivo mental hegemónico en el sentido común. En la concepción nazi, los judíos no son una raza inferior, a la que se pueda sim plemente esclavizar y utilizar en sentido económico, sino que constituyen la encar nación de la alteridad absoluta: no son una raza desde el punto de vista genético, sino una antirraza, una razá mental, un principio espiritual irreductible que no es posible someter, sino sólo destruir. «Para los fascistas -escriben Adorno y Hork6 R A. Taguieff, L a forza del pregiudizio. Saggio sul razzismo e sull’antirazzismo, cit., pp. 213-214.
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heimer-, los judíos son la encarnación del principio negativo corno tal; la felicidad del mundo entero depende de su destrucción»7. El racismo nazi permite la explotación, pero aspira a la aniquilación de los judíos y de otros grupos étnicos o sociales y políticos (por lo tanto, no se puede reducir a una mera forma extrema de antisemitismo). El revisionismo negacionista crecido en Francia resulta particularmente intere sante, porque anticipó una tendencia que en otros países, por ejemplo Italia, no se manifestaría hasta mucho tiempo después, a saber, el entrelazamiento e intercam bio entre derecha e izquierda que está caracterizando este fin de siglo, tal como sucedió en sus inicios. También en este caso, Vichy ha funcionado de anticipación y laboratorio, además de como patrimonio capaz de nutrir herejías políticas unidas por el antisemitismo. Se trata, por otra parte, de corrientes minoritarias y subterráneas; para que pue dan adquirir visibilidad y conquistar un público propio es necesario un verdadero cambio histórico, que cabe sintetizar en el fin de la larga posguerra. «El revisionis mo -observa Stefano Levi Della Torre- es expresión de un proceso de gran alcan ce: la disolución de las culturas de la posguerra, en correspondencia con la disolu ción del orden político y económico que surgió de la Segunda Guerra Mundial»8. El contexto francés es perfecto para verificar la riqueza de una hipótesis de tra bajo como ésta. En Francia, la cuestión de Vichy, el incentivo de rehabilitar la cola boración con el nazismo por parte de determinados sectores políticos y sociales, ha funcionado con toda seguridad de amplificador para la suerte del negacionismo9. Y, sin embargo, de este modo no se responde a la pregunta sobre por qué «a finales de la década de 1970, de improviso, los franceses concedieron a Faurisson la audience [índice de audiencia] que nunca le dieron a Rassinier»10. La respuesta debe tener en cuenta el cambio de época indicado más arriba y, en términos más estrictos, el engarce entre revisionismo histórico, que se extende ría en la década de 1980 como «metáfora de una cultura política» (Sergio Bologna), y negacionismo, que, por un lado, radicaliza sus tesis y, por otro, las presenta bajo una apariencia que ya no es política sino «científica» y académica. 7 M. Horkheimer y T. W. Adorno, Dialettica dell’illuminismo, cit., p. 181. 8 S. Levi D e l l a TORRE, «Fine del dopoguerra e sintomi antisistemici», Rivista di storia contem poranea 3 (1984), p. 141. 9 Para comprobarlo, se puede utilizar el minucioso repertorio de Jean-Yves CAMUS y René M o n ZAT, Les Droites Nationales et Radicales en France, Lyón, Presses Universitaires de Lyon, 1992, del que se desprende que las tesis de los «negadores» del Holocausto se han extendido en todos los ambien tes de la derecha, desde los católicos integristas a los neonazis, principales consumidores de una pro ducción que en buena medida parte de la extrema izquierda. 10 A. K asp i, «Introduction», Relations Internationales 65 (1991), p. 4.
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El negacionismo entra en escena a partir de finales de la década de 1970, en el marco del revisionismo histórico. Crece con él, se nutre del mismo patrimonio politico-cultural, exalta el revisionismo como consigna y lo lleva al extremo: ya no hay hechos evi dentes, todo es construido y artificial, una mistificación. Pero mientras el deconstruc cionismo mantiene una actitud irónica con respecto al descubrimiento de la verdad histórica, el revisionismo negacionista, fundamentalmente gnóstico, está seguro de poseerla: por lo tanto, puede divulgarla a sus seguidores imitando el método clásico de la investigación empírica. El negacionismo se liga aquí al revisionismo histórico acadé mico que, en nombre de la neutralidad y de la cientificidad, libra una batalla ideológica contra toda crítica historiográfica del orden capitalista del mundo, reduciéndola a una forma (postuma) de comunismo. Sin embargo, a diferencia de los historiadores revisio nistas de ámbito universitario, los negacionistas no son ni filocapitalistas ni liberal-demo cráticos; van en busca del verdadero anticapitalismo y han descubierto que éste se mani festó de la forma más radical con el nazismo, al que, por lo tanto, hay que defender de las mentiras del sionismo, a su vez concebido como el pivote del capitalismo mundial. El anticomunismo, que ha ganado prosélitos entre los intelectuales con el fin del comunismo histórico, desempeña una función de conexión y enlace entre las dis tintas almas políticas del revisionismo: en particular, la filo-occidental, unilineal y teleologica, y la anticapitalista, que se inspira en la cultura de derechas y mantiene una actitud polémica frente a Occidente. Para la primera, las dictaduras modernas de derechas, incluidos fascismo y nazis mo, se pueden reintegrar en el curso histórico general en virtud de la función que desempeñaron en el combate contra la revolución (el «peligro rojo»). Con el fin del paradigma antifascista, la representación del siglo X X , incluidas sus diferentes reper cusiones culturales y educativas, debe sufrir una torsión, si no un vuelco completo: se equipara fascismo y comunismo, pero para obtener tal resultado se hace necesa ria una revalorización histórica del viejo adversario, que, depurado de sus excesos, puede volver a entrar en la familia política occidental. El único verdadero obstácu lo lo representa el Holocausto. Para la cultura de derechas, que desde hace tiempo se proclama más allá de la derecha y la izquierda, la valorización del fascismo y del nazismo es el objetivo de siempre, reformulado de acuerdo con las circunstancias. En este caso, lo que se equi para es más bien liberalismo y marxismo, en tanto que ideologías materialistas deci monónicas, que bloquearon el curso histórico o hicieron que se desviara, provocan do la decadencia de Europa y llevando el mundo al caos y la destrucción. En el fascismo y el nazismo, pese a sus límites históricos, se alcanzó lo mejor del siglo X X , tal como lo demuestra la adhesión que recibieron de las altas esferas del mundo de la cultura (exceptuando a los judíos). También aquí, una relativización del exterminio judío resulta indispensable, salvo en el caso de una opción explícitamente neonazi. 89
De ello se desprende que los distintos revisionismos no sólo confluyen en virtud de su programa anticomunista, sino por el objetivo estratégico de atenuar el Holo causto. De hecho, argumentan al unísono todos los revisionistas, el exterminio de los judíos a manos del nacionalsocialismo fue el principal aglutinante del antifas cismo posbélico y el exterminio ha servido en todo momento para criminalizar a Alemania11. Estas tesis reúnen toda variante posible de revisionismo histórico, desde las conservadoras hasta las de la ex extrema izquierda negacionista. Los negacionistas son una secta posmoderna fruto del encuentro entre los nos tálgicos del nazismo con los epígonos del extremismo de izquierdas. El interés del fenómeno deriva del hecho de que no se hayan concentrado las energías sobre el futuro, sino sobre el pasado, sobre el acontecimiento en torno al cual gira la histo ria del siglo X X , intentando cancelarlo e invertir su significado. No es posible remitir la contextualización y la comprensión del negacionismo a una reconstrucción, no obstante necesaria, de las genealogías ideológicas; la empre sa de reescritura en términos invertidos de un pasaje crucial de la historia reciente, más allá del fanatismo, alude a un contexto político, pero también cultural. Es pre ciso tener en consideración tanto el revisionismo histórico académico como la influencia de las teorías posmodernas sobre el estatuto de la historiografía. La historiografía de corte posmodemo privilegia un enfoque narrativo, literario, y practica el refinamiento de la deconstrucción; propugna una postura neutral, pero está convencida de no poder aspirar más que a un paradigma científico débil; de hecho, a causa de su materia -el pasado, los acontecimientos, las ideas, los individuos- no se presta a la cuantificación y a la verificación. Este programa permite combatir a la vez el marxismo y la historia social, cuya hegemonía entró en crisis en la década de 1980. Aparentemente opuesto es el planteamiento de los negacionistas. En efecto, éstos proclaman su adhesión a un paradigma fuerte de cientificidad, aplicado a su campo de elección: el acontecimiento símbolo del siglo X X reducido a la cuantificación de una masacre y a los medios para llevarla a cabo, lo cual permite la desmistificación de una «leyenda» construida sobre hechos inventados. En las versiones de izquier das del negacionismo, esta estructura se utiliza para una interpretación marxista-economicista del sistema concentracionario nazi, así como del papel de los judíos y del sionismo. Sea como sea, la estructura retórica de todo el negacionismo se cimenta sobre un concepto ultrapositivista de historiografía. En un primer momento, los historiadores, con la única excepción de Pierre Vidal-Naquet, que, por lo demás, se dedica profesionalmente al estudio de la Anti güedad, no dieron importancia al negacionismo y, en todo caso, lo separaron por 11 Cfr. la introducción de Ernesto G a l l i DELLA LOGGIA a A . HlLLGRUBER, Il duplice tramonto. La frantumazione del «Reich» tedesco e la fine dell’ebraismo europeo, Bolonia, Il Mulino, 1990, pp. 14-15.
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completo del revisionismo, un fenómeno más que legítimo, aunque discutible, y una actitud que en principio aúna a toda la investigación historiográfica, que vive de revisiones incesantes. No se pusieron de manifiesto las confluencias alimenta das por el clima relativista posmoderno. En una sociedad que pierde la relación entre presente y pasado, se desarrolla una historiografía que utiliza hechos y docu mentos en función de las exigencias del momento, con el riesgo de una disolución nominalista del pasado, hasta el extremo de que, no en la propaganda política, sino en obras históricas académicas, el propio nazismo se desvanece o se convierte en algo bueno. Por su parte, el negacionismo llega a una mistificación total de los hechos partiendo de la manipulación de los datos. Existe, por lo tanto, confluen cia entre el ultrapositivismo negacionista y el neoidealismo que se ha difundido en la historiografía. El revisionismo aspira a producir una representación hegemónica del pasado, derrocando la supuesta dictadura cultural comunista-antifascista, y no tiene ningún interés por la memoria más que como fuente poco digna de crédito que hay que desmistificar. Y, sin embargo, precisamente las vicisitudes de la memoria constitu yen el presupuesto de la difusión del revisionismo. Durante la década de 1980, se ponen de manifiesto dos trayectorias aparentemente contradictorias: por un lado, las jóvenes generaciones rechazan la memoria, en particular de los grandes traumas políticos del siglo X X ; por otro, se extiende la imagen del Holocausto como la única memoria de un pasado que hay que negar e ignorar. El revisionismo sale a responder a una demanda del público, acepta lo existen te y sólo le preocupa la actualidad inmediata que garantiza el consumo de sus pro ductos; concibe la historia desde el punto de vista de su final, de un presente abso luto en el que la relación con el pasado se doblega a las leyes del espectáculo. El objetivismo empirista se invierte para convertirse en el relativismo más absoluto: la historia es una pura construcción e invención. Pero el revisionismo es también la respuesta, culturalmente regresiva, a la impo sibilidad de la cancelación. En la medida en que la ruptura de la civilización mar cada por Auschwitz no es enmendable, el revisionismo ofrece la oportunidad, los instrumentos, para poner todo en el mismo plano, para normalizar de manera ilu soria el pasado. Se comprende entonces la importancia de la batalla cultural contra la memoria y la recuperación del elogio nietzscheano del olvido. El revisionismo es unánime en la invocación de «un sí al olvido [...], a ese desvaimiento que es un ele mento constitutivo de la memoria humana y que no deja lugar más que a algo como la interpretación y la investigación científica»12. 12
E. N o l t e , «Ricordo e oblio. La Germania dopo le sconfitte nelle due guerre mondiali», Iride
14 (1 9 9 5 ), pp. 91-92.
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El negacionismo ha hecho de la memoria de los testigos supervivientes de la Shoà uno de sus blancos preferidos; sus recuerdos falsos, distorsionados o inventa dos habrían permitido construir y transmitir la «patraña de Auschwitz», a su vez instrumento de legitimación del Estado de Israel. Las implicaciones de esta movili zación confluyente se entienden mejor si se considera la particular concepción del pasado de la civilización judía, basada en la transmisión de la memoria colectiva. A través de la escritura y el Libro, el pueblo de Israel inaugura, en el lugar del tiempo cíclico de la naturaleza y del tiempo mítico de las demás civilizaciones anti guas, un concepto histórico del tiempo como sucesión de acontecimientos contin gentes e irreversibles que la memoria mantiene unidos y alineados en una direc ción13. La relación entre memoria, testimonio y escritura se impone con fuerza a los supervivientes de la Shoá, obligados a volver al fondo del abismo de los recuerdos por la necesidad de contar a los demás lo que sucedió, para que la memoria colec tiva no olvide14. Si Nietzsche y los revisionistas invocan el olvido en nombre de la vida y de la ciencia, para los supervivientes de la Shoá el olvido es imperdonable, significaría hacerse cómplices de quienes quisieron exterminar, hacer desaparecer por comple to a los «hundidos»: «Como término del Antiguo Testamento para designar el exterminio, [el olvido] implica que aquel al que se deja de nombrar o recordar, cesa de existir [...]. Las personas “recluidas al olvido” son arrojadas fuera de la historia, nadie las recuerda»15. Desde siempre, los individuos y los Estados han desplegado estrategias de la memoria, por un lado, porque no se puede recordar todo, pero, también, porque la construcción de una trama del pasado es fundamental para la vida individual y colectiva. La cuestión es si la historia de un pasado reciente puede, o incluso debe, prescindir de la memoria de la catástrofe de los judíos de Europa (así como de la de las víctimas del Gulag o de otras masacres). La exigencia de cancelar la memoria para dejar el terreno libre a la «ciencia», es decir, al revisionismo, es inaceptable: el caso de los «crímenes nazis y soviéticos demuestra hasta qué punto los recuerdos superan con el tiempo los intentos más inexorables de ocultación»16. Esto no significa que la historiografía no deba anali zar críticamente los recuerdos, incluso de los supervivientes de la Shoá: la sacralización de la memoria alimenta la transgresión de los negacionistas, pero también, y 13 Cfr. J. A ssm an n , La memoria culturale, Einaudi, Turin, 1997 [ed. orig.: 1992]. 14 Cfr. H. FlSCH, «“Debbo io ricordare?” Carte e la negazione della memoria», Iride 14 (1995), pp. 91-92. 15 D. LoWENTHAL, «Forgiare e dimenticare: i doveri dell’oblio», Iride 14 (1995), p. 98. 16 Ibidem, p. 104.
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ello es más importante, el recuerdo falsificado, voluntariamente o no, puede com prometer para siempre el conocimiento y la realidad del pasado17. En definitiva, hay que tener presente que el negacionismo no es más que la radicalización fanática de una postura que ha gozado siempre de un consenso muy amplio. Su base es vasta y heterogénea e incluye a todos aquellos (gente común, exponentes políticos y de cualquier otro sector, no sólo alemanes) que han negado en distinto grado el exterminio, no sólo de los judíos, a manos de la Alemania hitle riana. Un frente muy amplio si se tiene en cuenta que el nazismo no poseía, de manera inmediata, una dimensión internacional como la del comunismo soviético. Otra diferencia es que el Gulag se justificó mientras la URSS se mantuvo en pie; en cambio, en el caso de Auschwitz, a los nazis no les quedó otra posibilidad que ocul tar o negar la masacre. El único intento importante de justificación lo ha llevado a cabo Nolte, que tiene una posición seminegacionista. Con mayor razón, no tiene sentido pensar que es posible imponer la verdad por ley; más bien, ésta exige una batalla intelectual incesante18. Resulta inútil y contra producente acusar de anatema al negacionismo sin una crítica analítica de sus pro cedimientos, por lo demás totalmente repetitivos. Presentemos un ejemplo de la efi cacia de tal enfoque, sintetizando la reconstrucción crítica realizada por Wolfgang Benz del protonegacionismo en el ámbito alemán, basado en su totalidad en la pre sentación sugerente de datos cuantitativos inventados. El «documento» más antiguo, utilizado después en más ocasiones, es un cómpu to oficial inexistente de la Cruz Roja de acuerdo con el cual el total de víctimas de la persecución racial, política y religiosa nazi no habría superado las 300.000. Ya el 12 de junio de 1946 se dieron cifras sin ninguna credibilidad para las páginas del Basler Nachrichten, que las difundió como estadísticas de procedencia judía. En diciembre de 1950, la revista suiza Der Turmwark sostenía que nazis y colaboracio nistas no habrían matado a más de un millón y medio de judíos. En 1955, desde el periódico neonazi Die Anklage, se lanza una campaña de desinformación basada en la sedicente cifra oficial de la Cruz Roja (los 300.000 muertos). La operación tiene éxito, porque otros periódicos y revistas retoman la cifra aparentemente de buena fe 17 Ibidem, p. 106. 18 N o es posible y resulta incluso contraproducente encomendarse a las leyes para impedir la difusión del negacionismo. Hace tiempo, E A. Taguieff advirtió de lo esencial que es para la estra tegia revisionista presentarse como víctima. «Lo cual implica la presentación de sus tesis (negación de las cámaras de gas y del genocidio), no sólo como afirmaciones verdaderas y que se correspon den con la realidad histórica, sino, también y sobre todo, censuradas, denunciadas, combatidas, per seguidas por el hecho de ser verdaderas. En suma, es fundamental para los revisionistas poder denunciar una confabulación contra la verdad» (E A. T a g u i e f f , «La nouvelle judeophopie», Les temps modernes [noviembre de 1989]).
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(Benz hace referencia a Das grüne Blatt, Wiener Wochenausgabe, Die Tat, etc.). Pese a los desmentidos del Comité Internacional de la Cruz Roja de Ginebra y a las inter venciones del Institut für Zeitgeschichte de Munich, los «datos» de la Cruz Roja Internacional se vuelven a presentar repetidas veces en los años siguientes, en parti cular en 1965 por parte del periódico del NPD [Nationaldemokratische Partei Deutschlands, Partido Nacional Democrático de Alemania], el Deutsche Nachrich ten. La Cruz Roja interviene entonces con una escrupulosa aclaración, desmintiendo poder ofrecer cifras fehacientes, tanto en lo que respecta a los decesos de los prisio neros de guerra, como, con mayor motivo, a las pérdidas entre la población civil en una época no tutelada por ninguna convención. La leyenda sobre los datos verdade ros e irrisorios guardados en gran secreto por la Cruz Roja queda arrinconada tem poralmente y, en la década de 1970, negacionistas como H. Roth, E. Aretz, T. Christophersen, etc., ofrecen como prueba supuestas «cifras oficiales» provenientes esta vez de las Naciones Unidas, realizando una nueva rebaja: 200.000 muertos19. La técnica utilizada por los negacionistas resulta bastante simple, pero no caren te de eficacia ante un público desinformado y receloso con respecto a las versiones vigentes del Holocausto: se construye una fuente alternativa, recubierta de neutra lidad y objetividad, y no se dejan de repetir sus supuestas afirmaciones hasta que se vuelven aparentemente parte integrante del material documental, ya sin posibili dad, interés o voluntad de remontarse al original20. Se construye una realidad para lela que es muy bien acogida por el público al que se dirige la bibliografía negacionista: de hecho, ésta presenta una versión del pasado que se corresponde con las expectativas conscientes e inconscientes de aquél. El uso sistemático de la propaganda llevado hasta la construcción de una «segun da realidad», alucinatoria y fantasmagórica, pero en la que acaban creyendo aquellos mismos que participaron en su construcción, hace muy problemática, pero indis pensable, la utilización historiográfica de un gran número de fuentes a partir de la producción, escrita y oral, de los distintos Hitler, Mussolini, etc. Hay historiadores que, en función de una distinción simplista entre hechos y palabras, realidad e ima ginario, tienden a desvalorizar drásticamente el significado y la utilidad hermenéuti19 Cfr. W. Benz, «La dimensione del genocidio», cit., pp. 7-11 20 Ibidem, p. l l . A este respecto, Benz retoma una observación de Martin Broszat. Por lo que se refiere a los topoi de la propaganda neonazi alemana, se debe consultar W. B e n z (ed.), Rechtsextre mismus in der Bundesrepublik, Frankfurt a.M., Fischer, 1989. Una afirmación negacionista tipica es que fueron los bombardeos aliados los que provocaron las masacres de los prisioneros. Es interesante recordar entonces el caso del bombardeo estadounidense sobre el campo de Melk (Austria) el 8 de julio de 1944. Las SS mataron en represalia a 2.000 deportados, en gran parte judíos; a la población civil del lugar se le presentaron como víctimas del bombardeo (cfr. G . ]. HORWITZ, A ll’ombra della morte. L a vita quotidiana attorno al campo di Mauthausen, Venecia, Marsilio, 1994, pp. 150 ss.).
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ca de estos materiales, perdiendo de vista un carácter esencial de los totalitarismos del siglo X X y, en general, de los sistemas políticos de masas. Un planteamiento así se presta en gran medida a fines revisionistas; de hecho, al reducir a vacía retórica o, en todo caso, a un uso metafórico los objetivos procla mados de conquista y destrucción de los enemigos internos y externos enunciados por Hitler, o Stalin, hace posible atribuir hasta las decisiones más atroces a las cir cunstancias históricas y, en definitiva, a la fatalidad. El éxito popular del revisionis mo, la permeabilidad del sentido común a sus resultados, se deriva del hecho de que la desresponsabilización de los líderes permite también la de sus pueblos. En definitiva, se trata de una representación que lleva a término la relegitimación de las dictaduras emprendida por interpretaciones irracionalistas dirigidas a expurgar de la historia nacional los «monstruos» que, de improviso, hicieron irrupción en ella. La autorrepresentación del régimen nazi (así como del fascista y de todas las dic taduras modernas de derechas y de izquierdas) se presta a una segunda estrategia, más extendida, de legitimación histórica, basada esta vez en la sustitución de la rea lidad por el imaginario construido a través de la propaganda, lo cual convierte al his toriador en un continuador más o menos consciente de la acción política de los regí menes que estudia; por grados sucesivos, se pasa de la explicación a la comprensión, para acabar en la identificación. Se trata de resultados documentables y riesgos implícitos presentes en las tentativas de historizar el nazismo y, en general, la tenta ción totalitaria, que se han manifestado de manera amplia a lo largo del siglo XX. Lo cual nos lleva a una reflexión sobre la línea estratégica principal del revisio nismo, dirigida a conseguir una relativización en torno a la cual poder alcanzar el máximo consenso. El propio avance de la historia, sostenido por el curso natural del tiempo, y el trabajo de la historiografía confluyen en el alejamiento, la articulación y el debilitamiento hasta del acontecimiento más trágico y sobrecogedor; hay motivos que permiten sostener que lo que ha sucedido después contribuye a hacer del nazis mo y del exterminio acontecimientos ordinarios, muy presentes bajo distintas más caras en la modernidad de fin de siglo. La relativización nos interesa porque es el principal terreno de encuentro y engarce entre revisionismo y negacionismo. Las réplicas que insisten en la unicidad de la Shoá, por completo legítimas en el plano filosófico o teológico, no son fáciles de argumentar en el ámbito de un dis curso histórico que debe avanzar necesariamente a través de comparaciones y contextualizaciones, llegando de este modo a una historización contradictoria con la tesis de la unicidad absoluta. La argumentación de Primo Levi parece ser, también en este caso, la más lúcida: el sistema concentracionario nazi, en su momento, superó todos los demás horrores, lo cual no quita que el futuro pueda reservar a la humanidad horrores peores que no alcan zamos a imaginar. Por lo que se refiere a la historia conocida, Auschwitz sigue siendo 95
un unicum, tanto desde el punto de vista de la cantidad como de la calidad. Se trata de la misma línea argumental expresada en innumerables ocasiones por Eberhard Jäckel: C on sidero que el exterm inio de los judíos llevado a cabo p or los nazis fue, en efecto, único en su género, p orq u e nunca con anterioridad un E stad o había decidido (ni su jefe se había responsabilizado directam ente de ello) m atar el m ayor núm ero p osible sin excepción de los m iem bros de un gru p o m uy preciso de seres hum anos, incluidos vie jos, m ujeres, niños y lactantes, y había im plem entado esta decisión con todos los m edios y recursos que b rin d aba el E sta d o m oderno21.
Desde una perspectiva histórica, no es posible oponerse a la comparación entre las prácticas exterminacionistas, sobre todo dentro de una misma época; sin embar go, «resulta inaceptable llegar a equipararlas u homologarlas en nombre de un pesi mismo antropológico o de una crítica ahistórica del poder que, en el fondo, con cluye que, al ser todos igualmente culpables, ninguno lo es y, sobre todo, no hay nada que hacer para evitar otros exterminios»22. En fecha reciente, Jean-Michel Chaumont ha propuesto un desarrollo particular mente perspicaz de tal argumentación, aunque Adorno ya argumentó en el mismo sen tido, sosteniendo que era posible invertir los resultados banalizantes de la comparación23. E s el m om ento de darse cuenta -d ic e C h au m on t- de que la com paración entre Auschw itz y otros crím enes m ilitares y civiles p u ede tener el efecto, no de equiparar los crím enes nazis a los dem ás crím enes, sino de resaltar los otros crím enes. Si se descubre determ inado asp ecto de Auschw itz en otro fenóm eno, no hay que tem er que A uschw itz quede reducido y asim ilado a éste; desd e este p unto de vista, sucede al revés: p recisa m ente el carácter de intolerabilidad del otro fenóm eno vuelve a hacerse perceptible a través del prism a de Auschw itz, un prism a que se transform a entonces en un arm a para dem oler tod o s los indicios de explicación/justificación que se han sedim entado en nues tra historia con el fin de perm itir la «d igestió n » de tod o lo que, a lo largo de ella, ofen de a la vez a la razón y a la m oral. 21 E. JÄCKEL, «La meschina pratica dell’insinuare. Non é possibile negare l’unicità dei crimini nazisti», Quaderno di storia contemporanea 4 (1988), p. 24. Se trata de la traducción de la interven ción sintética y clara de Jäckel en la denominada Historikerstreit, publicada originariamente el 12 de febrero de 996 en Die Zeit. 22 F. C e r u t t i , «Sterminio e stermini», Belfagor (1987), p. 500. 23 Recuérdese también el desplazamiento efectuado por Hannah Arendt del «mal absoluto» a la «banalidad del mal» con ocasión del proceso Eichmann. Cfr. H. A r e n d t, La banalità del male. Eichmann a Gerusalemme, Milán, Feltrinelli, 1964 [ed. cast.: Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal, Barcelona, Lumen, 2001].
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A juicio de Chaumont, la singularidad absoluta e incomparable de la Shoà acaba fun cionando de coartada de los crímenes que siguen cometiéndose -¿qué son en compa ración con Auschwitz?-; por el contrario, si se consigue volver a introducir el extermi nio en la historia y ver nuestro pasado marcado por esta fractura irremediable, entonces será posible establecer una nueva relación con la historia, aunque en estos momentos parezca una utopía: «Existió Auschwitz y después de aquello ya nada fue como antes»24. Toda la operación revisionista, que puede contar con un amplio consenso en esta cuestión decisiva, está dirigida a rechazar una conclusión que haga de Auschwitz el acontecimiento bisagra de la historia contemporánea, delimitando e integrando el nazismo y sus resultados dentro de una historia nacional particular, reduciéndolo a una respuesta contingente ante una amenaza mortal. Se pueden y deben evidenciar los límites y los peligros implícitos en una perspectiva judeocéntrica que establezca una discontinuidad absoluta, una especie de diferencia ontològica, entre la Shoá y los demás crímenes y víctimas del nazismo, entre la Shoá y los demás exterminios de nuestra época. No obstante, hay que agregar que a los judíos se les ha dejado solos, tanto durante como después del exterminio, en el estudio y la reflexión sobre él, y que sin el trabajo de los testigos, historiadores, filósofos y teólogos judíos (tanto laicos como religiosos) no tendríamos la posibilidad de entender y conocer lo que fue el nazismo como fenómeno histórico epocal, en su esencia, fenomenología y resultados. El pensamiento judío, en su reflexión sobre la Shoá, ha llegado a conclusiones que ya no se pueden eliminar: es posible reinterpretarlas, pero siempre partiendo de ellas: la primera es que Auschwitz marca una ruptura radical, un punto de no retorno, después del cual ya no se puede pensar la historia, la civilización, la huma nidad como antes. Podemos argumentar que la destrucción afectó también a otros y que no se habría detenido nunca, pero, no obstante, la experiencia de los judíos fue única, porque a ellos se les exterminó, como a ningún otro grupo humano, no por lo que hacían o pensaban, sino por el mero hecho de existir; es más, se movili zó a la Administración, la ideología y la ciencia primero para construir a los judíos, para sacarlos de la sociedad en la que estaban integrados y, a continuación, para ani quilarlos en cuerpo y alma. El resultado de todo ello debía ser la eliminación total: ni en Europa ni, luego, en toda la faz de la tierra debía quedar rastro de los judíos. Se entiende, por lo tanto, por qué, en la reflexión de los supervivientes, el tema de la unicidad de la Shoá es tan fuerte y remite a los del valor de la supervivencia y el deber de la memoria. Por otro lado, esto explica el significado que ha acabado adquiriendo el Estado de Israel y la confrontación entre sionismo y antisionismo. 24 J. M. C h a u m o n t , «Auschwitz obblige? Cronologia, periodizzazioni, inintelligibilità storica», en E. Traverso (ed.), Insegnare Auschwitz, Turin, Bollati Boringhieri, 1995, pp. 57-59.
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Hace tiempo que Jean Amery previo lúcidamente la disolución relativista de la solución final: «La matanza de millones de seres humanos llevada a cabo con fiabi lidad organizativa y precisión casi científica por un pueblo muy civilizado se consi derará deplorable pero en absoluto única y se la citará, por lo tanto, junto a la cruel deportación de los armenios por parte de los turcos o a los vergonzosos actos de vio lencia de los franceses en las colonias. Todo se mezclará en un siglo sumario de la barbarie»25. La relativización por acumulación de los crímenes, hasta indicar un mundo dominado por el mal, puede encontrarse como argumento en determinadas posturas del revisionismo negacionista. Si todo el mundo se está convirtiendo en un campo de concentración y cada campo es un lugar en el que se extermina la huma nidad del hombre, entonces los campos nazis no detentan primacía alguna, hay horrores peores ocultados por la absolutización de Auschwitz. Una tendencia neognóstica de estas características es ajena al revisionismo acadé mico bien integrado en lo existente y que persigue el objetivo de la relativización de los exterminios nazis dentro de coordenadas conservadoras y nacionalistas, es decir, de reconstrucción de una sólida identidad nacional alemana. En estos casos, el único elemento que puede trazar un puente es el antisemitismo: ejemplares, como siempre, resultan aquí las argumentaciones de Nolte. En un diálogo reciente con Francois Furet, el célebre historiador relativiza la tragedia sosteniendo que los judíos no fue ron meras víctimas, sino «copartícipes» (Mitwirkung), en suma, los nazis se sobrepa saron, pero tenían sus motivos, al igual que los autores de los pogroms que se rebela ron contra los usureros, pese a que esto ponía en peligro el desarrollo de la economía financiera. Es evidente que si los judíos colaboraron y coparticiparon en el extermi nio, el genocidio de raza queda doblemente rebajado y se convierte, de hecho, en una réplica de la aniquilación de clase que encuentra su «núcleo racional» en el papel pre ponderante que ocupaban los judíos en el capitalismo y en el comunismo26. Nolte se coloca en el punto de vista de los nacionalsocialistas, pero estigmatiza sus excesos, porque «el exceso de aquello que está justificado pasa, por norma, a ser algo injustificado»; además cree que, a tan poco tiempo de Auschwitz, la inves tigación en la coparticipación (Mitwirkung) de los judíos puede ser instrumentalizada por los «antisemitas modernos». Pero lo mismo da: la ciencia tiene sus necesi dades y Nolte no se ha reprimido a la hora de formular una hipótesis sugerente, que coloca a los judíos ya no entre las víctimas, algo indigno para el pueblo elegido, ni
25 J. Amery, Intellettuale ad Auschwitz, cit., p. 134. 26 Cfr. E. N o l t e y F. F u r e t, «La questione ebraica», Liberal (agosto de 1996). Adorno ya había pues to de relieve el problema: «La enormidad del crimen proporciona el pretexto para justificarlo: algo de este género, se consuela la conciencia adormecida, no podría haber sucedido si las víctimas no hubieran, de algún modo, dado pie a ello» (T W. A d o r n o , Contro 1‘antisemitismo, Roma, Manifestolibri, 1994, p. 22).
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tampoco entre los responsables, como proclamaba Hitler sin cesar. La historización ha permitido llegar a una innovadora postura intermedia, sin excesos27. No se trata de una observación extemporánea, sino de la aplicación, aunque no desarrollada analíticamente, de la versión histórico-genética del totalitarismo que Nolte afirma haber sido el primero en elaborar y poner en práctica y que considera la clave «para la comprensión de la historia de los alemanes y también de los judíos». En concreto, «enseña a los judíos a reconocerse a sí mismos, dentro de todas las dife rencias, no sólo como víctimas, sino en buena parte como cooperadores (la cursiva es nuestra) en las luchas de este siglo»28. Relativismo e historicismo son también el leit-motiv del discutido ensayo de Andreas Hillgruber sobre «el doble ocaso». A juicio del autorizado historiador ale mán, la Segunda Guerra Mundial entrañó dos catástrofes nacionales cuyas conse cuencias muchas generaciones deberán aún soportar: «el asesinato perpetrado en perjuicio del pueblo judío entre 1941 y 1944 en todo el ámbito de los territorios caí dos en manos de la Alemania nacionalsocialista e, inmediatamente después, en 19441945, la expulsión de los alemanes de la Europa centro-oriental, así como la des trucción del Reich prusiano-alemán»29. Poner en el mismo plano a judíos y alemanes en el contexto de la guerra mun dial no sólo resulta moralmente inaceptable, sino que provoca una distorsión cog nitiva y una manipulación de la realidad histórica, donde esta última se vuelve inal canzable, dado que los acontecimientos -el exterminio y la resistencia de las fuerzas armadas alemanas- sólo existen desde el punto de vista de los protagonistas, que el historiador hace suyo y comparte. El relativismo y el diferencialismo imponen que el historiador del exterminio se identifique con la catástrofe de los judíos, mientras el historiador de la otra catástrofe « debe identificarse con el destino concreto de las poblaciones alemano-orientales y con los esfuerzos desesperados y sanguinarios de las tropas alemanas del Este, que intentaron defender a esas mismas poblaciones de la orgía de venganza del Ejército Rojo»30. La doble identificación produce de por sí una relativización funcional a la revi sión del juicio histórico que recayó sobre Alemania; Hillgruber opta esencialmente 27 E. NOLTE, «I tedeschi e i loro passati», De Cive 1 (1 9 9 6 ), p. 80. Se trata de la traducción del epílogo a E. NOLTE, Die Deutschen und Ihre Vergangenheiten, Berlin-Frankfurt a.M., Propyläen, 1995. 28 Ibidem. 29 A. Hillgruber, Il duplice tramonto. L a frantumazione del « Reich» tedesco e la fine dell’ebraismo europeo, cit., p. 25. Nolte va más allá y sostiene que la catástrofe alemana es la mayor en términos absolutos: «ningún país del mundo ha vivido nunca una catástrofe como la que vivió Alemania con la derrota en la Segunda Guerra Mundial» (E. Nolte, «Ricordo e oblio. La Germania dopo le sconfìtte nelle due guerre mondiali», cit., p. 110). 30 Ibidem, pp. 36-37.
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por tal objetivo, pero no demuestra interés por las tesis revisionistas del exterminio de los judíos. Al fin y al cabo, su procedimiento puede prescindir de atenuar o negar una de las dos catástrofes: se limita a ponerlas en el mismo plano31. La formulación de Hillgruber corresponde a un esquema mental ensayado desde hace tiempo, que hace del historicismo diferencialista un arma de lucha contra las pretensiones de universalismo (de los vencedores). Adoptando el punto de vista del pueblo alemán, de sus padecimientos, se relativiza el intento de genocidio, que, por lo demás, habría que imputar sólo a Hitler. La argumentación desarrollada por Hill gruber fue ya anticipada por Martin Heidegger. En respuesta a una apelación de Her bert Marcuse con respecto a su silencio sobre el exterminio de los judíos, Heidegger afirmó que el trato sufrido por los judíos a manos de los nazis era parangonable al que los rusos infligieron a los alemanes de la zona ocupada después de la guerra, con la diferencia de que la barbarie rusa se produjo a la luz del día, mientras que «el terror sanguinario de los nazis había sido ocultado a los ojos del pueblo alemán»32. Por lo tanto, ni los alemanes ni él mismo tenían por qué realizar autocrítica algu na por el exterminio de los judíos. La actitud de Heidegger es coherente con la posi ción histórica de su filosofía y ofrece una ejemplificación de gran importancia en el tema de la adhesión al nazismo. Heidegger vio en el nazismo la única fuerza capaz de salvar a Alemania y, por lo tanto, al mundo del avance de la tecnología y del materialismo, de la democracia y del comunismo, capaz de restaurar los valores aristocráticos de la tradición, la tierra y la sangre. Al igual que Gentile veía en el fascismo la realización del actualismo, Heidegger creyó, hasta el final, que el nazismo era la única fuerza en condiciones de restaurar los valores en los que creía. Por este motivo, coherentemente, se negó siempre, a diferencia de seguidores y epígonos, a condenar las atrocidades del nazis mo. La pertenencia histórica de Heidegger al nazismo no la establecieron críticos hostiles, sino él mismo. Su discípulo Ernst Nolte desarrollará de manera sistemática los procedimientos relativizadores utilizados por el maestro en la polémica con el universalismo ideológico, en nombre de la nación alemana, que luchó en primera línea y con tesón contra el comu nismo y el avance de la «barbarie asiática». Pero el revisionismo histórico sobre el nazis31 Ibidem, p. 71. En unas pocas líneas, se reduce la distancia entre las prácticas de exterminio y de traslado de poblaciones de Hitler y Stalin; el homicidio en masa de los judíos; los traslados en masa en Europa centro-oriental determinados por los Aliados; y la destrucción de Prusia, «verda dero objetivo de la guerra». 32 Carta de Heidegger a Marcuse del 28 de enero de 1948, citada por R. L. Rubinstein, «Allean za e divinità. UOlocausto e la problematica della fede», cit., p. 111. Sobre el silencio de Heidegger, véase también G. B a u m a n n , «Quello che Heidegger non disse mai a C elan», presentación de C. Miglio en Micromega 4 (1997).
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mo y el genocidio no habría podido tener éxito sin las aportaciones de estudiosos aleja dos del radicalismo de Heidegger y Nolte, de orientación conservadora o liberal y aje nos, que es lo que más cuenta, a cualquier forma de antisemitismo. El revisionismo adquiere un grado de total aceptabilidad en el momento en el que lo hacen suyo historiadores exentos de cualquier tipo de simpatía por el nazis mo y de cualquier forma de claudicación ante el antisemitismo. Éste es el caso de Hillgruber, que no atenúa en modo alguno ni las dimensiones ni las características del exterminio de los judíos y se limita a subrayar los límites de la historiografía para que una comprensión de calado de la tragedia vaya «mucho más allá de la tarea asig nada a los historiadores de mantener vivo el recuerdo de los millones de víctimas»33. En concreto, Hillgruber distingue los objetivos y las responsabilidades de los poderes establecidos alemanes de aquellos de la elite nacionalsocialista, atribuyen do un papel clave al extremismo socialdarwinista de Hitler. En el fondo, el único hilo interpretativo sólido que puede mantener unidos el proyecto «eutanasia», la «acción Reinhard» y el conjunto de la solución final se deduce del credo políticoideológico del Führer, aunque siga abierto el problema de la adhesión a él y de la participación en su puesta en práctica, que la guerra hizo posible. «El estallido de la guerra -sintetiza Hillgruber- introdujo en el programa hitle riano, consolidado hacía mucho tiempo y considerado por el Führer como una misión histórica de tipo pseudorreligioso, el concepto de “revolución biológica”. “Revolución biológica” quería decir eliminar a todos los “seres inferiores” para ase gurar el triunfo duradero de la “sangre mejor” -gracias a rígidas medidas de crian za, imbuidas de una perspectiva racial- con el fin de restituir a la historia universal su sentido, puesto en peligro por el “bolchevismo judío” y por los judíos de las “plu tocracias occidentales”. En Hitler, todas las decisiones políticas y los objetivos de carácter militar estaban subordinados y sometidos a la realización de la “revolución biológica” derivada de la doctrina de la raza y se deducían en función de ésta»34. ¿Cómo pudo Hitler llevar a una gran nación a perseguir objetivos que pertene cían sólo a su concepción delirante del mundo? ¿Cómo pudieron millones de ale manes abandonarse al culto idólatra del Führer? Estos interrogantes quedan sin respuesta dentro de una historiografía que reduce el nazismo a Hitler, a su carisma mágico y funesto. La nueva derecha, anticipándose al revisionismo histórico, se trazó también como objetivo la normalización del nazismo, pero dentro de un proyecto de valorización 53
Cfr. A. Hillgruber, Il duplice tramonto. L a frantumazione del «Reich» tedesco e la fine dell’ebrais
mo europeo, cit., p. 101. Una autolimitación que reduzca la historia a memoria (de todas las vícti
mas) vuelve simplemente inútil el estudio histórico del genocidio. 34 Ibidem, pp. 94-95.
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cultural selectiva de su legado, sintetizable en la revuelta neopagana contra el judais mo y el universalismo cristiano. De acuerdo con Alain De Benoist, el monoteísmo bíblico es la verdadera matriz del totalitarismo y, en todo momento, en la Biblia «podemos encontrar legitimado el genocidio de los no creyentes». Estas afirmaciones están cuando menos lanzadas a la ligera. De Benoist sabe perfectamente que los nazis justificaban la eliminación de los judíos atribuyéndoles una vocación religioso-cultural al exterminio, al asesinato en masa. Durante la guerra, la propaganda para la movilización total proclamaba: «Si perdemos esta guerra [...] seremos aniquilados por completo por el judaismo mun dial. Un judaismo firmemente decidido a eliminar a todos los alemanes. El derecho internacional y las costumbres internacionales no servirán de protección alguna con tra la voluntad de aniquilación total manifestada por los judíos»35. La nueva derecha es proclive a sostener que el extremismo nazi se resiente de la influencia y de la imitación del judaismo, que en este caso ocupa el lugar que Nolte asigna al bolchevismo en tanto que causa originaria del genocidio; por otra parte, desde la óptica nazi, judaismo y bolchevismo eran consustanciales. La culpa del nazismo consiste en no haber roto del todo con el universalismo y el absolutismo de la tradición judeocristiana: en el hiderismo, bajo apariencias pagani zantes, se esconde la misma genealogía del monoteísmo bíblico, intrínsecamente tota litario a causa de su pretensión de poseer la «verdad única». De este modo, el nazismo, destruyendo a los judíos, estaría poniendo en práctica los principios inspiradores del judaismo: el círculo se cierra, los responsables del genocidio judío son los propios judíos. El intento de genocidio histórico de los judíos sufre una torsión respecto a las víc timas, y el concepto de genocidio, distorsionado y vaciado de sentido a través de su uso metafórico, sirve para designar los efectos de destrucción de las culturas por parte de la difundida civilización estadounidense, que ya ha homogeneizado y homo logado Occidente. Para Alain De Benoist, «Estados Unidos no es un país como los demás. Es el país que destruye todos los demás países. Es el país que se ha entregado a la destrucción de la especificidad de las culturas y de los pueblos [...], [a la] transformación del planeta en un gigantesco supermercado, a la insignia de la Biblia y del dólar»36. Para resistir al genocidio cultural, hay que remontarse a las raíces indoeuropeas de Europa, rechazando el legado cristiano, que, a su vez, es fruto del monoteísmo bíblico. En sustancia, el objetivo es el mismo del nazismo: eliminar por completo la influencia histórico-espiritual del judaismo. 35 Deutscher Wochendienst del 5 de febrero de 1943, cit. por R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d’Europa, cit., p. 1100. 36 Cfr. R A. TAGUIEFF, Sur la Nouvelle droite, Paris, Descartes, 1995, p. 212.
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De Benoist siempre se ha cuidado mucho de evitar cualquier deslizamiento en las tesis negacionistas: lo importante para la nueva derecha es acabar con Auschwitz y su absolutización; en este sentido, el revisionismo es la culminación indispensable de una estrategia ambiciosa que tiene como finalidad declarada la hegemonía cultural sobre la derecha y la izquierda, presas de una crisis de identidad sin salida. La normaliza ción histórica del nazismo y de toda forma de fascismo, recluidos a su época y ence rrados en ella, viene acompañada de una toma de distancia de las formaciones de derecha y de extrema derecha que proponen una reactualización política del nazismo y el fascismo. La nueva derecha aspira más bien a una confrontación y un diálogo constantes con la izquierda, valorizando los temas del anticapitalismo y del antiin dustrialismo, de la crítica de Occidente y del sistema liberal-democrático. El máximo de distancia política con respecto al nazismo y al neonazismo tiene como reverso la recuperación en positivo de temas que connotan profundamente la inspiración cultural del nazismo: en particular, el naturalismo neopagano, que se vuelve a proponer contra el legado judeocristiano a la luz del desastre ecológico del industrialismo; y el racismo, al que la nueva derecha ha hecho una importante con tribución teórica, indispensable para su reactualización, introduciendo en la estruc tura tradicional elementos procedentes de la etnología y de las culturas políticas de la nueva izquierda, hasta llegar a una elaboración acabada del diferencialismo neoétnico, cuya influencia no cabe subestimar37. No obstante, y en contra de su proclamada vocación hegemónica, la nueva dere cha no ha pasado de ser una corriente cultural de importancia modesta, casi desco nocida para el gran público. Muy distinta ha sido la repercusión del revisionismo historiográfico al que en verdad cabe atribuir una posición hegemónica durante estos últimos diez años en la representación histórica de nazismo y fascismo en los medios de comunicación de masas y en el uso público de la historia. Si, para el fas cismo italiano, la referencia obligatoria es Renzo De Felice y su escuela, para el nazismo hay que referirse ante todo a Ernst Nolte, aunque el contexto alemán es completamente distinto y la reunificación ha hecho vano su radicalismo revisionis ta frente a la reimposición por la vía ejecutiva de un paradigma estatal-nacional de base conservadora.
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Sobre estos aspectos, es indispensable consultar el trabajo de R A. Taguieff, L a forza del pre
giudizio. Saggio sul razzismo e l'antirazzismo, cit.
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Ernst Nolte y la superación histórico-filosófica del nazismo
A principios de la década de 1960, Ernst Nolte fue autor de un importante estu dio comparado sobre la ideología fascista: adoptando una formulación filosòfica, o «fenomenològica», se propuso poner de relieve la naturaleza «transpolítica» del fas cismo en la época marcada por tal forma política e ideológica inédita, desarrollada de distintas maneras en Italia, Francia y Alemania1. Estudiando El fascismo en su época, Nolte sitúa el nazismo en el marco de las gran des corrientes del pensamiento contrarrevolucionario, insistiendo mucho en la Francia de la Action frangaise como laboratorio político-ideológico y en el papel de Nietzsche como inspirador espiritual del antimarxismo más radical, en nombre de la comunidad armada de los «señores de la tierra», en luchfl desesperada contra el avance de la modernización. De ello se desprende que para aprehender la genealogía del fascismo y del nazismo hay que remontarse por lo menos a las vicisitudes históricas y a los movi mientos que se desarrollaron en el siglo X IX , sin convertirlos en una mera respuesta reactiva al movimiento revolucionario y, todavía menos, a la Revolución rusa de 1917. En la misma obra, Nolte empieza a poner especial énfasis en las categorías de aniqui lación y exterminio que caracterizan el enfrentamiento entre enemigos absolutos. Sin embargo, en este periodo, este autor niega explícitamente que la lucha y la guerra de clases perseguida por los marxistas tengan como finalidad el exterminio físico de la burguesía, y cuando los bolcheviques, en la lucha por la supervivencia, llegan a la «ani quilación planificada», Nolte considera tal comportamiento antimarxista, porque 1 E. NOLTE, I tre volti del fascismo, Milán, Sugar, 1966 [ed. orig.: Der Faschismus in seiner Epoche. Die Action Frangaise. Der italienische Faschismus. Der Nationalsozialismus, Munich, Piper, 1963; ed. cast.: El fascismo en su época, Barcelona, Edicions 62, 1967].
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asimila los individuos a la clase, en una especie de racialización naturalista2. Se trata de un matiz crucial para mantener una distinción que se derrumbará por completo en los escritos revisionistas de la década de 1980, cuando el modelo exterminacionista se extienda a todo el movimiento revolucionario, mientras la idea fascista y nazi de ani quilación se reduce a pura reacción defensiva. Pese a la indudable importancia de su estudio, Nolte no dejó de estar sustancial mente aislado; su particular historia de las ideas era vista con hostilidad, tanto por la estructura categorial adoptada como por la completa indiferencia hacia la dimensión económico-social; por otro lado, Nolte suscitaba desconfianza en aquellos que se ins piraban en la categoría de «totalitarismo», carente de sentido en un trabajo en el que se concedía tanto espacio a Francia, mientras no había sitio para la URSS. Tras enfrentarse duramente con las posiciones neomarxistas del movimiento estudiantil de 1968, Nolte acentuó su orientación conservadora y empezó a propo ner una lectura revisionista del nazismo y del exterminio, presentados como res puesta al «terror rojo», sin encontrar, no obstante, particular audiencia. El 6 de junio de 1986, publicó en el Frankfurter Allgemeine Zeitung una de sus interven ciones provocadoras, centrada en la relación entre el Archipiélago Gulag y Ausch witz; la respuesta de Jürgen Habermas en el Die Zeit del 11 de julio dio el pistole tazo de salida a la «controversia de los historiadores»3. Ni el artículo de Nolte sobre «El pasado que no quiere pasar», ni las otras nume rosas intervenciones contienen verdaderas novedades desde el punto de vista histo riográfico: se trata más bien de un caso clamoroso de uso público de la historia, en sustancia, de una lucha política en la que está en juego la hegemonía en la repre sentación del pasado y cuyo objetivo proclamado es la historización, bajo la forma de la superación, del vínculo con el pasado nazi por parte de la nación alemana4. Por lo tanto, hay que enmarcar el debate y las argumentaciones propuestas o desa rrolladas por Nolte en un contexto que en estas páginas no es posible analizar en deta lle; nos limitamos a recordar que la segunda mitad de la década de 1980 señala el momento de irrupción de la ofensiva del revisionismo historiográfico y que, en seme jante ambiente, Nolte desempeña un papel importante, llegando a ocupar una posición de frontera en la alineación académica y de enlace con las posiciones radicales del hete rogéneo frente de la derecha política, que llega hasta la apertura hacia los negacionistas.
2 Cfr. D. Losurdo, II revisionismo storico. Problemi e miti, cit., pp. 202-204. 3 Para una antología de los textos, véase G. E. RUSCONI (ed.), Germania, un passato che non passa, Turin, Einaudi, 1987. 4 Hay que consultar sobre este tema el relato «Vanadio» en El sistema periódico (1975) de Primo Levi y lo que dice Levi sobre la «violencia ejercida contra el pasado» [cfr. R Levi, Opere, vol. I, Turin, Einaudi, 1987, p. 639; ed. cast.: El sistema periòdico, Barcelona, El Aleph Editores, 2004].
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El revisionismo ha adoptado como terreno privilegiado de lucha el de las gran des ideologías de la modernidad y, en nombre de una supuesta superación de toda ideología, ha desarrollado una crítica radical del jacobinismo y del bolchevismo, es decir, de las Revoluciones francesa y rusa, proponiendo, por otro lado, una rehabi litación parcial del fascismo y de los sistemas autoritarios de derechas en general. Es evidente que todo esto sólo ha podido suceder por la descomposición y posterior caída del sistema soviético, respecto al cual los intelectuales europeos de izquierdas, con pocas excepciones, habían desarrollado durante décadas una postura acritica y apologética. Pese a este contexto extremadamente favorable, la revisión de la historia del nazis mo, un tipo de rehabilitación análoga a la que se realizó sin problemas en Italia con el fascismo, presentaba dificultades de no poca importancia. En parte porque los «disidentes» rusos y de los países del Este, que habían dado el impulso decisivo a la reescritura crítica no sólo de 1917 y del sistema soviético sino también de la propia Revolución francesa de 1789, propugnaban también una vuelta briosa al paradigma del «totalitarismo» que un historiador como Karl Dietrich Bacher llevaba aplicando desde hacía tiempo al nazismo5, haciendo impracticable por esta vía una apacible reintegración de este último en la historia nacional. En esta situación bloqueada pero madura para un giro radical, Nolte juega sus cartas, encontrando muchos adversarios, pero también numerosos defensores y, sobre todo, un público. Su formulación vuelve a ser de tipo comparativo: ponien do especial énfasis en el enfrentamiento entre dos enemigos absolutos, nazismo y bolchevismo, rompe la jaula paralizante del totalitarismo; introduciendo la catego ría de guerra civil europea, ya en el centro de la reflexión de Carl Schmitt pero tam bién difundida por la última propaganda nazi, restituye al nazismo y a todo el fas cismo el papel de reacción defensiva contra la revolución comunista. La lucha contra el comunismo proseguirá luego con la amenaza nuclear y la guerra econó mica victoriosa. La caída del Muro y la reunificación alemana vendrán a sellar la clausura de una época: 1917-1989. Para sellar la Historikerstreit, Nolte presentó sus tesis en una obra construida sobre el concepto de «guerra civil europea», que cubriría todo el arco cronológi co del ascenso a la caída del comunismo. El nazismo y Auschwitz se sitúan y expli can dentro de un escenario que tiene la Revolución bolchevique por elemento desencadenante6. Su periodización ha sido blanco de críticas por ensombrecer la 5 Cfr. K. D. B r a c h e r , L a dittatura tedesca, Bolonia, Il Mulino, 1973 [ed. orig.: 1969; ed. cast.: La dictadura alemana: génesis, estructura y consecuencias del nacionalsocialismo, Madrid, Alianza, 1974] 6 E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. La guerra civile europea, 1917-1945, cit.
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discontinuidad marcada por la Primera Guerra Mundial, en cuyo seno habría que situar la propia Revolución de 1917, a no ser que hagamos de ella un fenó meno exclusivamente ruso, lo cual invalidaría el papel europeo y mundial que Nolte le asigna. La historización del nazismo y del exterminio de los judíos efectuada por Nolte se traduce en una doble reducción: el nazismo se reduce a una reacción frente al bolchevismo, al igual que el fascismo europeo no es más que una reacción contra el marxismo; por otro lado, el antisemitismo se reduce a su vez a antibolchevismo y el exterminio de raza, al exterminio de clase. El marco categorial con el que Nolte interpreta el siglo X X está extraído directa mente de Cari Schmitt: la Revolución rusa bolchevique es el acontecimiento bisa gra que destruye el jus publicum europaeum, inaugurando la era de la guerra civil ideológica, primero europea y luego mundial. Asimismo, el esquema de la aniquila ción de la burguesía anunciada por el comunismo y de la contraaniquilación fascis ta y nazi, sobre el que construye Nolte su historización y su justificación funda mental de los movimientos y regímenes totalitarios de derechas, pese a presumir de numerosos precedentes, no es sino la traducción en el plano del juicio historiográ fico de la adhesión al fascismo y al nazismo por parte de todos los que temían el comunismo. Se ha llamado la atención sobre la coincidencia literal con algunas for mulaciones del economista liberal Ludwig von Mises, que datan de 1927, acerca del «exterminio de la burguesía» querido por los marxistas, al que se opondría un con tramovimiento (Gegenbewegung) por la salvación de la civilización europea, de ahí la conclusión de que «el mérito que el fascismo adquirió de este modo vivirá eter namente en la historia»7. Para entender el éxito de Nolte, sobre todo en Italia, hay que tener, pues, en cuenta que sus argumentaciones se sumen en un bagaje surtido y estratificado, permitiendo una confluencia que, con el desplome de 1989, ya no tiene límites. El comunismo produce el fascismo como reacción y como resultado; en todo caso, se trata de dos errores de los que debemos liberarnos a través de una historización integral que es también una autoabsolución global y la base de una nueva unidad nacional. Es necesario remarcar que la formulación revisionista noltiana sobre el nazismo y el fascismo como respuesta a la «guerra civil» proclamada por el comunismo com porta un retroceso total de la interpretación historiográfica. Nazismo y fascismo vuelven a ser lo que pensaban los liberales y conservadores de la época: una reac ción violenta pero necesaria ante el bolchevismo. Pierden toda sustancia y origina lidad y, tal como sostenían los marxistas, no son más que instrumentos para resta blecer el dominio capitalista-burgués puesto en peligro por la oleada revolucionaria 7 Cfr. D. Losurdo, II revisionismo storico. Problemi e miti, cit., pp. 27-28.
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desencadenada por el 1917 ruso. De este modo, se anula tanto la reflexión teórica como gran parte de la historiografía sobre el siglo X X . No hay duda de que el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán se carac terizaron de manera preeminente por la hostilidad mortal frente al peligro «rojo»: los comunistas eran los enemigos principales, en parte porque respondían a la vio lencia con la violencia. Se trataba, además, de un enemigo útil, porque aseguraba amplios apoyos y complicidad por parte del Estado y de las fuerzas económicas. Son cosas sabidas que no deben hacer olvidar los aspectos fundamentales: fascismo y nazismo no fueron una pura reacción al comunismo; si sus matrices ideológicas se remontan al siglo X IX , del nacionalismo al racismo, las modalidades de acción, los valores existenciales y el ataque físico sistemático contra los adversarios políticos remiten en términos estrictos a la experiencia de la guerra mundial. Con la adopción de la categoría schmittiana de «guerra civil europea» como ins trumento interpretativo principal de la historia del siglo X X , Nolte construye un dis positivo que asigna al bolchevismo el papel de fenómeno originario, de causa que desencadena el fascismo y da origen al nazismo. Pero esta interpretación se super pone, coexiste y, en definitiva, contradice una estructura hermenéutica distinta, a decir verdad mucho más estimulante, con la que Nolte había interpretado el nazis mo a partir de su estudio fundamental sobre Der Faschismus in seiner Epoche (1963). También en este caso el nazismo constituye una forma de reacción, pero no, sin embargo, a un acontecimiento o movimiento político, sino al proceso histórico uni versal de la modernidad, del que los judíos son la encarnación y el motor. Bajo esta óptica, su exterminio adopta un significado que el dispositivo causa-efecto entre Gulag y Lager no puede restituir, máxime cuando Nolte ofrece una explicación «asiática», antimoderna, del comunismo soviético. Al haber trasladado el foco de su reconstrucción (y polémica) al anticomunismo, lo cual le permite una historización en positivo del caso alemán, nuestro autor se ve obligado a dejar de lado su interpretación originaria. La valoración del significado crucial del genocidio experimenta un desplazamiento total. De acuerdo con el pri mer Nolte, la solución final representaba la acción con la que el nazismo intentó detener el progreso: «El genocidio, llevado a cabo para instaurar un nuevo orden natural y racial, adopta las connotaciones transcendentales de un intento de inver sión de la tendencia histórico-mundial»8. Para el Nolte revisionista, en cambio, el exterminio de los judíos se convierte en un hecho secundario y, por este motivo, concede importancia a la supuesta «decla ración de guerra» de Chaim Weizmann, es decir, se toma en serio los argumentos de 8
G. F. RUSCONI, «Introduzione», a E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. L a guerra civile euro-
pea, 1917-1945, cit., p. XIX.
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los negacionistas9. El intento de genocidio puede incluso no haber existido; en todo caso, no es «único» ni «incomparable», sólo es uno de tantos crímenes en masa, y los ha habido mayores. Todavía más drástica resulta la atenuación efectuada con res pecto al antisemitismo, que queda subordinado drásticamente al antibolchevismo. En su libro sobre la «guerra civil europea», Nolte insiste una y otra vez en que el nazismo y Hilter tenían un solo enemigo principal y que este enemigo era el marxis mo. No es casual que, en el título del primer capítulo, se defina la Machtergreifung como «la toma del poder antimarxista en Alemania». Todo habría girado en torno al objetivo de aniquilar el marxismo, culpable de la derrota de Alemania, de la Revo lución rusa y del intento de revolución comunista alemana. Sin duda, el enfrentamiento político cada vez más radicalizado que termina con la victoria del nazismo tiene como polaridades fundamentales los dos partidos de la revolución y la contrarrevolución. La simplificación de Nolte a este respecto, dentro de una óptica de «historia ideológica», es aceptable e inevitable. En cambio, no es posible aceptar su reducción del nazismo a antimarxismo sin examinar los conteni dos específicos de tal ideología, que se desprenden profusamente de los propios documentos utilizados por Nolte. Así, por ejemplo, Rudolf Hess, en julio de 1933, difama «la Revolución francesa judeoliberal (que) nadó en sangre [...] (y) la Revolu ción rusa judeobolchevique (que) retumba de millones de alaridos...»11. En sustan cia, los nazis, no sólo Hitler, comparten un antisemitismo originario. Tal como dice el propio Nolte, sin advertir la contradicción, «no podían detenerse en el comunis mo y el marxismo, sino que tenían que culpar también a las debilidades del libera lismo y, quizá, al final, encontrar en los judíos una causa última y crucial»12. Por lo tanto, no es posible sostener que la esencia de la ideología hitleriana no se manifestó hasta la víspera de la Segunda Guerra Mundial. Este aplazamiento, 9 Las muestras de confianza por parte de Nolte hacia los revisionistas-negacionistas han sido repe tidas y explícitas. Esta autor juzga «sorprendente» que entre ellos «haya no pocos extranjeros» (!) y considera sus motivaciones «con frecuencia honorables», es decir, que encuentra en ellas «aversión a una continuación manifiesta de la pura propaganda bélica, crítica de la política israelí hacia los pales tinos, rechazo a pegarle una patada al enemigo muerto». En concreto, considera serias las dudas expuestas sobre el «propio episodio de la Conferencia de Wannsee» y recuerda que «es innegable que el término “gasificación” aparece ya en los primeros textos sobre los campos de concentración y signi fica eliminación de parásitos» (cfr. E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. L a guerra civile europea, 1917-1945, cit., pp. 482-483). En general, reprueba a la historiografía oficial, a la que denomina «bibliografía de los poderes establecidos», no querer escuchar a «la otra parte» (ibidem). 10 Palabra alemana que significa literalmente «toma del poder», aunque suele utilizarse para alu dir específicamente a la toma del poder por parte del Partido nazi en la República de Weimar en 1933. [N. de la T J 11 Cfr. E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo..., cit., p. 29. 12 Ibidem, p. 30.
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extravagante incluso con respecto a la producción noltiana precedente, tiene como única justificación el funcionamiento de su modelo explicativo sin reparar en la rea lidad histórica. De acuerdo con la reconstrucción de Nolte, la situación de los judíos en Alema nia antes del estallido de la guerra resultaba poco menos que idílica. Incluso des pués de las leyes de Nuremberg, a los judíos alemanes se les permitía «desarrollar una vida comunitaria de extraordinaria riqueza y vitalidad»13. Nadie podía imaginarse lo que sucedería después; Hider disfrutaba de un con senso muy amplio porque había hecho de Alemania una gran potencia, «restituyen do a su país el papel que le correspondía por naturaleza» y disimulando sus objetivos racistas. Nolte desarrolla su argumentación partiendo de la defensa a ultranza de estas tesis, que se corresponden por completo con la elaboración autoabsolutoria de los alemanes que vivieron la experiencia nazi. Considérese el comentario que hace Nolte, para demostrar su tesis de que el nacionalsocialismo no reveló su verdadero rostro hasta después del estallido de la guerra, respecto al célebre discurso pronunciado por el Führer en el Reichstag el 30 de enero de 1939. A juicio de Nolte, tampoco entonces había que tomar en serio la amenaza-pronóstico de «aniquilación de la raza judía en Europa», en realidad, mis teriosamente, «algunas declaraciones del mismo periodo hacen pensar, por el con trario, que en este caso no se hablaba de aniquilación física». No obstante, el dis curso sería muy significativo por otro motivo: de hecho, por primera vez (!), Hitler da a entender que no aspiraba sólo a la revisión de Versalles y que para él judíos y comunistas eran lo mismo: «Nunca antes de ese momento (la cursiva es nuestra) había Hitler dado a conocer al mundo que para él antibolchevismo, antimarxismo y antisemitismo constituían un todo unido»14. Eivdos líneas, Nolte hace desapare cer toda la historia del nazismo, bibliotecas y archivos enteros. No menos insatisfactoria resulta la visión que ofrece del bolchevismo: en reali dad, no muestra interés alguno por el análisis histórico concreto, examina a los bol cheviques a través de Nietzsche y nos los presenta a la cabeza de una sublevación universal «de todos los esclavos contra todos los señores». Los marxistas quieren «unificar la humanidad», restaurando, en un estadio superior, el «comunismo pri mitivo» y, para llevar a cabo tal utopía, están dispuestos a cualquier vileza. Los comunistas, en nombre del pacifismo y del «universalismo ilimitado», se compor tan como «soldados de Cristo», guiados por la «voluntad de exterminar a los sin Dios» e impulsados por su concepto de «culpabilización universal»15. A través de 13 Ibidem, p. 233. 14 Ibidem, p. 235. 15 Ibidem, pp. 51-62.
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una inversión sintomática, se acusa al comunismo de haber hecho resurgir el «espí ritu de las cruzadas». Siempre hay un margen de ambigüedad, porque no se sabe si la representación pertenece a Nolte o si este autor reconstruye la imagen del comu nismo que, a su juicio, se anidaba en las mentes de sus contemporáneos o de una parte de ellos. Este procedimiento permite continuas deformaciones falsificadoras. Así, después de haber evocado a los «soldados de Cristo», Nolte habla de la Liga Espartaco, la encar nación en tierra alemana del partido comunista marxista universal, un «partido de gue rra». En realidad, ¿cómo razonaba el partido de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg? «Este partido sostenía que las responsabilidades de la guerra no había que buscarlas en las características del sistema o en una fase determinada del desarrollo histórico, sino en sus promotores, que, por lo tanto, debían ser considerados criminales a los que era preciso acusar y golpear con una apropiada intención de aniquilación»16. No se dice ni una sola palabra sobre la metamorfosis de un partido que aspira ba a ser revolucionario, pero marxista ortodoxo, en un partido de la «personaliza ción de las causas de la guerra». En el modelo interpretativo del historiador alemán no existe el problema del análisis histórico del comunismo, del bolchevismo o del octubre ruso-soviético; lo único que cuenta es su representación en el imaginario colectivo de los alemanes en los años del ascenso del nazismo y durante el Tercer Reich. Pero tal análisis de las proyecciones imaginarias de un pueblo, ya de por sí muy arduo, sufre una torsión distorsionadora a causa de la nueva reducción que efectúa Nolte al presentarnos el marxismo-comunismo-bolchevismo en los mismos términos en los que lo veía Hitler, de acuerdo con un método «fenomenològico» de hacer hablar directamen te a los actores históricos con su lenguaje. Si, a juicio de Hitler, el marxismo se proponía el exterminio absoluto de sus adversarios y el bolchevismo perseguía la destrucción total de la cultura cristianooccidental, esto se convierte para Nolte en el contenido histórico real de la ideolo gía contra la que luchaba Hitler hasta el punto de poner en marcha un proyecto de contraaniquilación que, llegados a este punto, es tan legítimo como comprensible. Considerada la importancia del nacimiento del antibolchevismo hideriano en la estructura interpretativa de nuestro autor, conviene examinar más de cerca los pasajes del discurso de Nolte. La cuestión crucial parece ser la aniquilación de la intelligent sia de la que Hitler se sentía parte. Dice Nolte: «El problema es determinar en qué puntos se manifiesta el impulso más activo y hay muchos elementos que hacen pensar que éste radicaba en la “aniquilación de la intelligentsia”, es decir, en el “asesinato en 16 Ibidem, p. 62.
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masa de la intelligentsia'». Y precisa poco después que, para entender el antibolche vismo de Hider y los comienzos de su actividad política, «el hecho decisivo lo consti tuye la polémica contra la doctrina marxista de la lucha de clases, y el elemento motor, la constatación de la aniquilación de la intelligentsia llevada a cabo por el bolchevis mo». A juicio de Nolte, «no hay duda de que un antimarxismo de este tipo entra per fectamente en la línea del desarrollo histórico»17. Dada la suficiencia con la que el estu dioso alemán trata la historiografía de detalle, no nos ofrece datos precisos sobre las fuentes de las que bebía Hider respecto a la masacre de la intelligentsia llevada a cabo por los bolcheviques (entre 1919 y 1921). Y tampoco se preocupa de dar a conocer si, a su juicio, tal aniquilación física en masa de los intelectuales rusos por parte de los bolcheviques que habían llegado al poder tuvo en realidad lugar. A Nolte le basta con sostener que entraba en la línea del desarrollo histórico... de la ideología. Pero es pre cisamente en el plano de la historia de las ideologías donde a nuestro autor parece escapársele una contradicción macroscópica, significativa, entre la interpretación que habría dado el Führer de la Revolución de 1917 como tumba de la intelligentsia y todo lo argumentado por autores de todas las orientaciones acerca del papel crucial de la intelligentsia en la revolución rusa. Si la intelligentsia no tenía nada que ver con la revolución, ¿qué eran los bolcheviques? Conocemos la respuesta del «ciudadano europeo» Adolf Hider: bárbaros asiáticos. La respuesta de Nolte es más retorcida y está más viciada por el objetivo de sepa rar, en Hitler, el antibolchevismo del antisemitismo, cuando la ideología del Führer está marcada por la confluencia de ambos. Incluso el discurso, de otro modo absur do, sobre el exterminio de la intelligentsia en Rusia se vuelve comprensible dentro de las coordenadas antisemitas: los judíos son los que, apenas llegados al poder, en Rusia como en cualquier otro lugar, aniquilan a la intelligentsia nacional, porque aspiran a un dominio intelectual mundial. En su reconstrucción histórico-genética del totalitarismo de derechas, Nolte se remonta a la Revolución de 1917 y al comunismo y sostiene, como tesis contraco rriente, que tal relación causa-efecto es aplicable también a Adolf Hitler, cuyo anti semitismo, desde luego, no niega, pero que considera que constituía un elemento derivado dentro de la construcción ideológica del pensamiento del Führer. La «experiencia auténtica», por así decirlo, la imprinting [impronta], era la del comu nismo. A partir de aquí, se desplegó toda una dinámica de elaboración de una contra-fe que oponer al adversario principal, el comunismo bolchevique. Esta argu mentación concluye con la reproposición de una imagen de Norbert Elias de incuestionable eficacia: «L a odiada imagen aterrorizadora (Schreckbild) era para él [para Hitler], en cierto modo, también el modelo guía (Vorbild)». 17 Ibidem, p. 93.
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La reconstrucción que presenta nuestro autor de la historia del nacionalsocialis mo, aunque discutible, merece un examen atento; en lo que fracasa su libro por completo es en el terreno del análisis histórico del comunismo soviético o, como prefiere Nolte, del bolchevismo, porque, a juicio del historiador, en los comienzos está ya contenido el resultado y todo su desarrollo. Semejante visión teleologica aplasta el desarrollo histórico en una única dimensión e impide una verdadera com paración; todo se reduce a una contraposición o imitación mecánica entre los dos partidos de la guerra ideológica. En un escenario así, y dentro de una óptica nacio nal alemana, a Nolte le urge remarcar que «los contemporáneos debieron ver en los comunistas al partido más extremista con diferencia [,..]»18. La dificultad que experimenta Nolte para volver a introducir en la historia el «comunismo perenne», el impulso fanático de violación de un orden natural basa do en la desigualdad natural e insuperable de los hombres, resulta claramente de su caracterización «asiática» del bolchevismo, de la torsión en sentido nacionalista y racista de la lucha contra el comunismo. Éste es el límite que nuestro autor identifica en el propio Hitler, quien, desmin tiendo el paradigma noltiano, no actuó de anticomunista puro, sino de nacionalista y racista alemán, perdiendo la posibilidad de encontrar apoyos entre la población rusa y los oficiales del Ejército Rojo. En el frente oriental, decisivo desde el punto de vista político y estratégico, Hitler mantuvo firmemente su proyecto de genocidio y sus «soluciones finales», condenando al fracaso lo que «para muchos alemanes y para innumerables rusos había sido una lucha de liberación»19. Nolte estigmatiza el racismo germánico hitleriano, que ve dirigido contra el Este con la intención de debilitar la sustancia biológica de los pueblos eslavos y asiáticos unificados en la Unión Soviética. Analiza el racismo nazi como una forma de «egoís mo nacional ilimitado» y sostiene que «no se trata de una ideología» porque pone a todas las demás naciones en contra de Alemania20. Un pasaje críptico y ambiguo, por que Nolte intenta ensombrecer la peculiaridad del racismo nazi, una ideología con capacidad de penetración internacional, sosteniendo que se trataba de un nacionalis mo exasperado y oscuro. La dificultad se resuelve al considerar otras dos vertientes del problema: una atañe a la derrota alemana en el frente oriental, que Nolte achaca al nacionalismo biológico de Hitler, y que impidió la formación de un frente antibol chevique amplio y, por ende, de una lucha de liberación de los eslavos contra Stalin. La otra cuestión concierne al antisemitismo, que Nolte no vincula en modo alguno al racismo, queriendo presentarlo como un «tipo particular» de antibolchevismo. 18 Ibidem, p. 166. 19 Ibidem, p. 401. 20 Ibidem, p. 407.
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La insistencia de Nolte en el proyecto comunista de aniquilación total de las clases, a la vez física, psicológica y social, es obsesiva. De ahí la reacción fascista y nazi. Pero la aniquilación y superación de las clases, que para el marxismo se situaba al final de todo un ciclo histórico y después de grandes conflictos, era proclamada como uno de los objetivos prioritarios alcanzados por el nazismo, que habría armonizado al pueblo ale mán en una unidad indisoluble, haciendo de él una Volksgemeinschaft [comunidad popular] ya realizada, aunque perfectible desde el punto de vista racial. Sin embargo, este aspecto de la comparación se deja por completo de lado, cuando, en verdad, la investigación sobre el Estado racial nazi habría tenido el doble defecto de remitir a los orígenes internos y de larga duración del nazismo, así como a su novedad y a su pecu liaridad, no resumibles en la imagen de la réplica radical frente al comunismo soviético. Para Nolte, el nazismo es un bolchevismo invertido y, por lo tanto, su represen tación del nazismo deriva de la del bolchevismo, pero su concepción de este último y, aparentemente, también el conocimiento histórico que demuestra tener de él, no son más que una síntesis de los miedos que suscitó la Revolución rusa en los ambientes moderados y reaccionarios de Europa occidental. Con el manido mecanismo de la acción reactiva, Nolte atribuye la política de exterminio racista a la aniquilación de clase perseguida por el comunismo ruso, al mismo tiempo como imitación y como reacción preventiva puesta en marcha en las particulares circunstancias de la guerra (por temor de sufrir una acción «asiática» por parte de los soviéticos). Si bien la descripción del comportamiento alemán reto ma y amplifica reconstrucciones discutibles pero que merecen una atenta conside ración, su construcción ruso-bolchevique está sujeta totalmente con alfileres. Nolte sostiene que los bolcheviques, bajo la dirección de Lenin y con el objeti vo de realizar una utopía premoderna en la historia, derrocaron el capitalismo y procedieron a la aniquilación física de la burguesía. Lo cual está en manifiesta con tradicción con toda la elaboración leniniana anterior a 1917 y con la acción políti ca de Lenin después de la Revolución, basada en la necesidad de desarrollar y no de aniquilar el capitalismo en Rusia. Las cosas no mejoran si de Lenin se pasa a Sta lin, que persiguió y asesinó a sus enemigos políticos, más revolucionarios de distin tas orientaciones que burgueses, y que llevó a la catástrofe a los campesinos, es decir, precisamente a la clase que, a sus ojos, encarnaba la Rusia atrasada y la uto pía premoderna antiindustrialista del populismo. La colectivización fue una guerra de aniquilación contra la cultura campesina, el enésimo intento, esta vez catastrófico, de eliminar las estructuras sociales profundas del mundo ruso que, a juicio de los bolcheviques (en esto perfectamente de acuer do con el occidentalismo), constituían el gran obstáculo al desarrollo económico. El bolchevismo de Nolte es una construcción fantasmagórica, cuya existencia debe confinarse al reino del imaginario o de las proyecciones ideológicas, que son 115
importantes y desempeñan un papel histórico incuestionable, pero que es preciso reconocer como tales. En lugar de ello, con Nolte nos encontramos ante una especie de omnipotencia de la ideología, a su vez producida por un solo hombre, Lenin, que odiaba a la bur guesía con la misma intensidad con la que Hider odiaba a los judíos. Los intelectua les que comparten la ideología marxista-leninista forman el partido y, a través de él, instigan la revolución, acontecimiento central de nuestro siglo, destinado a asolar por completo los Estados, las sociedades, la economía y la cultura del mundo ente ro, para permitir que la intelligentsia realice sus ideales extremistas y utópicos21. La potencia ilimitada de la ideología hace desaparecer las clases y los individuos. Las bases sociales de la Revolución rusa y del propio bolchevismo no tienen espa cio en una visión determinista y teleologica de la historia, especular y coincidente con aquella que quiere combatir. El revisionismo hereda las posiciones de la sovie tologia de la Guerra Fría y, al igual que el difunto marxismo soviético, no concede autonomía alguna a la sociedad, cuando una constante de la historia rusa, también en el siglo X X , consiste precisamente en la tenaz resistencia de comportamientos individuales y colectivos que escapan a las garras del poder y de la ideología. Del mismo modo, las categorías de guerra civil europea y luego mundial, que Nolte retoma de Schmitt, estableciéndolas de una vez por todas como responsabi lidad del comunismo o bolchevismo -a su vez identificados entre sí-, se deberían someter a verificación, entre otras cosas porque ya con Lenin y, más aún, con Sta lin no sólo la política soviética sino también la propia acción de lucha y propagan da ideológica siguieron trayectorias totalmente distintas. El eje de la política soviética pasa muy pronto a ser la seguridad nacional y no la guerra civil mundial o, como habría dicho Trotsky, no por casualidad derrotado y eli minado, la «revolución permanente». Stalin tenía la psicosis del asedio y aspiraba a la construcción de un Estado de seguridad total, de cara a una guerra inevitable de los Estados capitalistas contra el Estado soviético. En este contexto de guerra entre Esta dos, respecto al cual la URSS debía tener plena libertad para aprovechar las divisiones interimperialistas hasta llegar al extremo de la alianza con Hitler, la guerra civil ideo lógica pasaba a ocupar un papel secundario y subordinado. Pero a Nolte no le intere sa investigar el estalinismo, sino afirmar la plena continuidad entre Lenin y Stalin. Este es uno de los casos, nada raros, de confluencia entre «revisionistas» y «estalinistas». Nótese, además, que Nolte pinta en términos mucho más truculentos la fase leniniana que la estalinista, descrita como dictadura de desarrollo, y el motivo es evidente: lo que le interesa es el impulso revolucionario, la proclamación de la 21
Como ejemplo de historia ideológica, véase R. PIPES, La rivoluzione russa dall’agonia dell’angien
régime al terrore rosso, Milán, Mondadori, 1995.
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revolución mundial que provoca la contrarrevolución militante del fascismo. El acontecimiento crucial del estalinismo, a saber, la colectivización y el exterminio de los denominados kulaks, no es más que una «guerra civil» interna, aunque declara da desde arriba, que Nolte, también en este caso en perfecta coincidencia con los estalinistas, racionaliza e historiza en nombre del desarrollo, programa común y terreno de confluencia entre nazismo y comunismo soviético. Como es sabido, la guerra civil europea de la propaganda político-ideológica se con vierte en una gigantesca guerra de hecho y los ejércitos del Tercer Reich invaden la URSS con la Operación Barbarroja el 22 de junio de 1941. Nolte se queda perplejo ante el significado y el carácter de tal guerra. Esta invierte su esquema histórico, de acuerdo con el cual el comunismo ataca Europa y Occidente, en nombre de la revolución mun dial, y el nazismo y el fascismo los defienden, aunque con métodos poco ortodoxos. Para encontrar una vía de salida, Nolte sostiene que el problema, ya claro en las pri meras horas de la guerra, «no ha encontrado una solución fehaciente hasta el día de hoy». A su juicio, se mantienen abiertas tres opciones posibles: la guerra como lucha decisiva para determinar si había de ganar Alemania o Rusia, es decir, Occidente o Asia; la guerra como campaña de liberación de los pueblos sometidos por el bolchevismo; la guerra como aniquilación de pueblos inferiores y conquista del «espacio vital». Nolte admite que Hitler aspiró a la tercera opción y, así, se convirtió en el «autor de la autoaniquilación de su nación», después de haberla llevado «al máximo de potencia». Con lo cual, el debate sobre el carácter de la guerra germano-soviética se debería haber cerrado, pero, además, en tal caso, la estructura construida por Nolte se habría demostrado falsa: Hitler no encaja en el esquemita comunismo = nazismo, no es única y principalmente un antibolchevique, sin duda, es un antico munista, pero, aun antes y hasta el final, es un racista fanático; entre bolchevismo y nazismo no existe la correlación que Nolte ha querido establecer o ésta no basta para entender su significado histórico. En lugar de tomar nota de ello, Nolte examina los «errores» de Hitler en la direc ción de la guerra y, por supuesto, Hitler se equivoca cada vez que olvida su «verda dero» objetivo: «derrotar el bolchevismo». Ejemplar la argumentación con la que Nolte critica la declaración de guerra a Estados Unidos: Hitler entra «en guerra con tra una potencia cuya ayuda o, por lo menos, neutralidad necesitaba si quería derro tar al bolchevismo»22. ¿Y por qué lo hace? No logra resistirse al impulso de atacar «al plutócrata Roosevelt, dominado por los judíos y responsable de la guerra»23. Pese a las críticas y los reparos de los historiadores, la representación revisionis ta noltiana no sólo gana terreno en la contienda sobre el uso público de la historia, 22 E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. L a guerra civile europea, 1917-1945, cit., p. 370. 23 Ibidem, p. 386.
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sino que se introyecta en el sentido común historiográfico. Lo demuestra el hecho de que los historiadores de nueva generación se sitúen ya más allá de Nolte y tra bajen por una valorización explícita del nazismo desde el punto de vista de las actuaciones en política interna, de manera análoga a la oleada de celebraciones de la modernización fascista que se desencadenó en Italia en la década de 198024. Antes de la confusión creada por el revisionismo, la interpretación historiográfi ca estándar entendía el nazismo como un resultado totalitario del Sonderweg ale mán; más allá de los aspectos estrictamente historiográficos, una representación así suscitaba un problema político: parecía perpetuar, a décadas vista, la valoración del nazismo expresada por los vencedores de la guerra. El renacimiento del nacionalismo alemán, gracias al impulso de la reunificación, no podía producirse dentro de la representación liberal-democrática del nazismo y de su génesis. A tal fin, la estructura noltiana, aunque sujeta con alfileres desde el punto de vista histórico-factual, era de una incuestionable utilidad: de hecho, Nolte hace desaparecer las raíces alemanas del nazismo, convirtiéndolo en una respuesta a la amenaza comunista. Las posibilidades de utilización política de la revisión historiográfica noltiana ensombrecen por completo, en el ámbito de los medios de comunicación de masas y de la opinión pública, el hecho de que Nolte no vacila en retomar las argumenta ciones propugnadas por los nazis, compartidas en la época por una coalición tan amplia como heterogénea y a la que el revisionismo confiere una legitimación pos tuma. Por ejemplo, Hitler, el 30 de enero de 1943, en la celebración del décimo ani versario de la toma del poder, proclamaba: «O Alemania y sus fuerzas armadas y todos sus aliados, es decir, Europa, vencen, o la marea del bolchevismo asiático pro veniente del Este hundirá el continente»25. Por otro lado, la exigencia de fondo de superar el pasado nazi no sólo no era nueva, sino que, además, había sido ya objeto de una elaboración teórica por parte del pensa miento político de derechas. En 1968, el suizo Armin Mohler publicó un opúsculo en el que se anticipaban algunos temas que se harían luego centrales en el revisionismo his tórico noltiano. Ya en el título (Vergangenheitbewältigung) se recuerda la cuestión de la «superación del pasado». Armin Mohler, autor de La revolución conservadora (1950), 24 Para una crítica demoledora, véase T. MASON, «II fascismo “Made in Italy”», Italia contemporanea 158 (1985); para una confrontación con el debate alemán, T. MASON, «Moderno, modernità, modernizzazione: un montaggio», Movimento operaio e socialista 1-2 (1987). 25 Citado por A. ]. M ay er, Soluzione finale. Lo sterminio degli ebrei nella storia europea, Milán, Mondadori, 1990, p. 351 [ed. orig.: Why Did the Heavens Not Darken? «Final Solution» in History, Nueva York, Pantheon, 1988]. De Mayer, véanse también las observaciones sobre las coincidencias entre los argumentos expuestos por los generales y científicos alemanes capturados por los esta dounidenses y los que hoy difunden los historiadores «revisionistas» (ibidem, p. XII).
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ex secretario particular de Emst Jünger, estrechamente ligado a Carl Schmitt e inspira dor de la nueva derecha, indicaba a los alemanes el objetivo de la vuelta a la normali dad, lanzando sobre los vencedores de la guerra la acusación de haber criminalizado a los alemanes, tal como se había hecho previamente con los judíos, preparando, pues, también para aquéllos, un posible genocidio. Notable ejemplo de retorsión, constituye un método al que recurren todos los revisionistas y negacionistas. Las muestras explícitas de confianza que Nolte ha dado hacia estos últimos en la década de 1990 han sorprendido y escandalizado y se han considerado como una provocación excéntrica por parte del gran estudioso; nosotros, en cambio, creemos que son coherentes con toda su trayectoria y que precisamente el particular revi sionismo noltiano sobre el nazismo y el genocidio funciona como enlace entre la vertiente académica y la militante, entre revisionismo y negacionismo, en el terreno de las culturas políticas y en el propiamente historiográfico26. Estas proclaman partir del mismo presupuesto, considerándolo obligatorio para todo el que quiera discutir el genocidio desde una perspectiva histórica: es necesario acabar con la «demonización del nazismo», porque constituye un obstáculo insupe rable para la investigación. Más allá de este presupuesto metodológico, que se utiliza para demostrar la necesidad de una relativización de los crímenes nazis -del mal abso luto no hay historia-, merece la pena subrayar una segunda confluencia entre Nolte y Faurisson, particularmente significativa porque aúna a todo el revisionismo historiográfico. En nombre de la neutralidad y cientificidad, los acontecimientos se interpre tan utilizando las mismas categorías de los protagonistas; se produce una unión, una plena identificación, con las autorrepresentaciones legitimadoras disponibles en cada ocasión y utilizadas selectivamente en relación con la tesis que se quiere demostrar. Un ejemplo típico de este procedimiento es la argumentación de Nolte de acuer do con la cual el exterminio de clase de los bolcheviques fue el prius lógico y factual del exterminio de raza de los nazis. Tesis puntualizada a continuación añadiendo que los nazis llevaron a cabo una acción «asiática» porque temían ser víctimas de una acción «asiática» igualmente destructiva por parte de los bolcheviques. Se trata de afir maciones criticadas con razón, aunque en vano, en el terreno histórico y epistemoló gico. Por ejemplo, se ha llamado la atención sobre el hecho de que Hitler no tenía en absoluto miedo de la Unión Soviética: al estar dominada por los judíos y poblada por una raza inferior como los eslavos, constituía a sus ojos un coloso de arcilla. En realidad, la operación de Nolte es tanto política como epistemológica: situán dose en el punto de vista de los nazis, es posible entender sus razones. Nolte remi te a la postura de la mayoría de los alemanes en la posguerra y confiere dignidad 26 Cfr. E. NOLTE, Streitpunkte. Heutige und Künftige Krontroversen um den Nationalsozialismus, Ber lin-Frankfurt a.M., Propyläen Verlag, 1993.
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cultural a su necesidad de superar el pasado nazi. La historización, llevada hasta el límite de la identificación, elimina todo sentido de culpa remanente: los alemanes eran como los demás; lo único que marcaba la diferencia, para lo bueno y para lo malo, era su conocida superioridad técnica27. En las discusiones desarrolladas en torno a la Historikerstreit, se le ha reprocha do a Nolte no haber dado la importancia justa al antisemitismo, reduciendo todo a la lucha mortal entre nazismo y bolchevismo. En realidad, incluso tal crítica acaba por errar el tiro. Nolte ofrece una explicación del exterminio de los judíos en un marco histórico-filosófico universal respecto al cual el antisemitismo tiene un papel secundario, lo cual no quiere decir que subestime su importancia histórica, sino únicamente que no le sirve para explicar la solución final, ni la reacción imitativa en relación con los métodos bolcheviques, sino el origen, la base de legitimidad histó rica, del propio nazismo, su característica fundamental de reacción a la moderni dad, de la cual se consideraba al judío encarnación y motor principal. A juicio de Nolte, los alem anes se defendieron de una agresión de los judíos, que se habían p u esto a la cabeza de una sublevación de razas de p oco valor; los fuertes, en tanto que portadores del desarrollo y de la civilización, corrían el peligro de ser arrollados p or la superioridad num érica de los débiles, que p o r prim era vez se estaban organizando, a la p ar que la soberanía de los E stad o s nacionales se debilitaba cad a vez m ás a causa de tendencias internacionales. Precisam ente éste es el significado del nacionalsocialism o y, en cierto m odo, ya del fascism o italiano28.
Nos encontramos ante una articulación crucial de la argumentación noltiana y de su método, que consiste en la identificación con la experiencia de los sujetos his tóricos, traduciendo luego sus motivaciones en términos de «historia filosófica» capaz de englobar toda una época, siguiendo los pasos de Nietzsche y Heidegger. Se ha hecho observar con acierto que a Nolte no le interesa negar la solución final, sino justificarla desde el punto de vista del nazismo. En la entrevista para Der Spiegel de 1994, él mismo afirma: «Mi intención, como es patente, no es en absoluto mini 27 El procedimiento relativizador se expresa en comparaciones que ponen en el mismo plano la rea lidad y las proyecciones fantásticas: «Va de suyo que hay que rechazar la atribución de una “culpa colec tiva”, tanto cuando la dirigen los nacionalsocialistas contra “los judíos”, como cuando la dirigen los sio nistas contra “los alemanes”» (Cfr. E. Nolte, «Ricordo e oblio. La Germania dopo le sconfitte nelle due guerre mondiali», cit., p. 122). La Shoà tendría entonces la misma consistencia que la «conjura judía». 28 Cfr. E. NOLTE, «Philosophische Geschichtsschreibung heute?», Historische Zeitschrift 242 (1986), citado por I. Cervelli, «Revisionismo e “banalità del malel”», cit., p. 68.
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mizar la solución final [...]. Los nacionalsocialistas tenían a su modo razón, si se com parte la angustia de Hitler ante ese proceso de la historia mundial que Heidegger lla maba “civilización mundial pacífica”, con el posible advenimiento de un gobierno mundial»29. Nolte no se limita a decir que Hitler tenía razón desde su punto de vista o que hay que librar el pasado nazi de Alemania de las polémicas y ponerlo en manos de la ciencia y la reflexión; identifica en el nazismo «elementos y tendencias positi vas», así como «intenciones fundamentalmente buenas», que hay que remitir a la lucha contra las tendencias universalistas que hoy día se dicen multiculturalistas. Contra el telón de fondo de esta interpretación «transpolítica» de nazismo y fas cismo, reducidos en esencia a una forma de reacción al avance de la internacionalización desde arriba y desde abajo -capital y movimiento obrero-, Nolte no siente ninguna incomodidad a la hora de adoptar no sólo el punto de vista general, sino también cada una de las argumentaciones nazis. Así, el internamiento de los judíos estaba justificado por la «declaración de guerra» de Chaim Weizmann, líder del sio nismo, proclamada en 1939 contra la Alemania hitleriana: un argumento utilizado por la propaganda nazi, por Eichmann y por Rassinier, cuya total inconsistencia jurí dica y política no impide su utilización para alimentar el mito de la conjura judía. En todo caso, Nolte se lo toma muy en serio, se pregunta «si se podría haber carac terizado a los judíos como un grupo beligerante» y cita no sólo la declaración de Weiz mann, sino también «un llamamiento aún más apasionado» de agosto de 1941 lanzado por «una asamblea de eminentes judíos soviéticos»; visto además cómo se comporta ban estadounidenses e ingleses, su conclusión es que «no se puede poner en duda que, a los ojos de la población alemana, las deportaciones podrían haber parecido inevita bles». Las masacres en la URSS por parte de los Einsatzgruppen fueron excesivas, pero, por otro lado, la Wehrmacht sostenía que «los judíos eran los principales exponentes de la lucha partisana» y, por su parte, Nolte cree que «habría sido muy extraño que muchí simos judíos no hubiesen seguido la orden de Stalin relativa a la actividad partisana»30. La última duda de Nolte se refiere a la propia «facticidad» del «estadio último y extremo», es decir, la matanza de cerca de tres millones de judíos en los campos de exterminio que, precisa nuestro autor, «no procedían en su totalidad de las regiones de los partisanos de la Unión Soviética» y, por lo tanto, añadimos al hilo del razonamiento, aunque eran «beligerantes», no eran combatientes... La cuestión es controvertida, porque hay una bibliografía que niega o pone en entredicho el exterminio con las cámaras de gas y «tal bibliografía no es en absoluto obra exclu siva de alemanes o de neofascistas»31. 29 Cfr. E. NOLTE, «Testo integrale dell’intervista apparsa sullo Spiegel», Behemoth 3-4 (1994), p. 16.
30 E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. La guerra civile europea, 1917-1945, cit., pp. 409-410. 31 Ibidem, p. 412.
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¿Cabe atribuir a los judíos la invención o, por lo menos, la enorme inflación de las cifras del supuesto genocidio, así como de las cámaras de gas, como denuncia Faurisson, en textos que Nolte considera con todo llenos de saber? El historiador alemán hace suyo el problema y reproduce los argumentos, pero remite la solución a profundizaciones posteriores. Acosado por la prensa, que tiene predilección por él, Nolte ha precisado con posterioridad que se inclina por la existencia de las cámaras de gas, pese a la serie dad de los problemas planteados por los negacionistas, y esto porque Hitler y otros nazis hicieron referencia repetidas veces a métodos «humanos» para llevar a cabo la eliminación de los judíos a gran escala: L o que m ás m e ha convencido de que se produjo un asesinato en m asa de gran enver gadura en las cám aras de gas es la frecuencia con la que tanto H itler com o otros nacional socialistas utilizaban en este contexto el adjetivo «h um ano». E n una de sus últimas decla raciones, el Führer dijo que le llenaba de satisfacción que los verdaderos responsables de aquella gran desgracia hubieran expiado ya su culpa, aunque de m anera m ás hum ana32.
Y las cámaras de gas permitían, precisamente, ejecuciones humanitarias. Hitler era muy favorable a la idea de la matanza con métodos «humanitarios»: la decisión de utilizar gas en el programa eutanasia se tomó precisamente por tal moti vo. Un avance que Karl Brandt, que había discutido con Hitler el asunto, reivindi có en el proceso de Nuremberg33. El Führer, en su «testamento político» del 29 de abril de 1945, insistirá en que los judíos habían recibido un castigo por sus crímenes y habían expiado sus culpas pero «de modo humano». Desde el principio de la solución final, hasta los cuadros intermedios demostraron inclinación por el exterminio con métodos humanitarios. Escribiendo a Eichmann el 16 de julio de 1941, el mayor de las SS Rolf-Heinz Hóppner hacía constar que en el Warthegau34 no iba a haber capacidad para ali mentar a los judíos en el siguiente invierno y preguntaba «si la solución más huma 32 E. Nolte, «Testo integrale dell’intervista apparsa sullo Spiegel», cit., pp. 15-16. 33 Cfr. H. Friedländer, Le origini del genocidio nazista, cit., pp. 119-120. 34 Nombre que el régimen nazi dio a la región histórica de la Gran Polonia (Wielkopolska) anexionada al Tercer Reich tras la derrota del ejército polaco en 1939, con el pretexto de que las áreas principales de este territorio habían pertenecido a Prusia durante buena parte del periodo entre 1793 y 1919. Tras esta incorporación y la ocupación rusa de los territorios polacos orientales, Polo nia quedó reducida al denominado Gobierno General, bajo protectorado nazi, que comprendía Varsovia y Cracovia. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos polacos del Warthegau fueron deportados al Gobierno General, dentro de la operación Kleine Planung [Pequeño Programa], que formaba parte del Generalplan Ost [Plan General Oriental]. [N. de la T.].
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na no sería acabar con los judíos que ya no se pueden utilizar con un sistema rápi do». Parece que no se tomó una decisión precisa, pero a final de año empezó a fun cionar un campo de la muerte en la localidad de Kulmhof (Chelmno) para exter minar a los judíos excedentes de la provincia35. Los problemas políticos y psicológicos planteados por la masacre en masa están en la raíz de las técnicas de disimulación desde el punto de vista lingüístico, del secreto con el que los nazis trataron siempre de rodear sus acciones y, por último, de la búsqueda de métodos «humanos» de aniquilación. Este último aspecto mere ce particular atención, entre otras cosas porque ha pasado a formar parte del dis curso actual de la guerra bajo la forma de aniquilación aséptica del enemigo. Por consiguiente, la adopción de las cámaras de gas respondía, en efecto, a una exigencia humanitaria dirigida a hacer posible el exterminio. Hilberg ha dicho lo esencial sobre este tema: L a «h u m an id ad » del p roceso de destrucción constituyó un factor im portante p ara su éxito. H ay que subrayar, naturalm ente, que esta «h u m an id ad » no estab a concebida para ayudar a las víctim as, sino para hacer m ás cóm odo, m enos m olesto, el com etido de los ejecutores. C ad a tanto, se intentaban lim itar las p osibilidades de « e x c e so s» y Sch w ein e reien [porquerías] de cualquier tipo. Se invirtieron m uchas energías en la pu esta a punto
de sistem as y m étodos que frenasen la tendencia a com portam ientos in controlados y ali viasen al m ism o tiem po la dura carga psicológica de los que m ataban. E l acondicionam iento de los furgones y de las cám aras de gas, el recurso a ayudantes ucranianos, lituanos y letones para m atar a las m ujeres y a los niños judíos, la utilización de jud íos p ara enterrar e incinerar los cadáveres, tod as ellas eran m edidas que iban en una única dirección. L a eficacia era el verdadero espíritu de tod a esta hum anidad36.
En este contexto, se entiende por qué Nolte hace suyo un tema recurrente en la publicística neonazi y en los libelos negacionistas: ¿por qué motivo se subraya siem pre y solamente el genocidio de los judíos a manos de los nazis? Por lo tanto, nues tro autor multiplica los genocidios, extendiéndolos a todos los beligerantes, con un típico procedimiento relativizador. Radicalizando un argumento ya muy presente en Rassinier, expone a continua ción la tesis del «prius lógico y factual» del exterminio de clase realizado por los bol cheviques sobre el exterminio racial de los nazis. Hay que tener en cuenta, por otro lado, que los negacionistas actuales no siguen mucho a Nolte en este terreno, donde nuestro autor puede encontrar, en cambio, 35 Cfr. R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d ’Europa , cit., p. 429.' 36 Ibidem, pp. 1090-1091.
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la simpatía de la opinion pública conservadora y reaccionaria, y ello por el eviden te motivo de que Nolte «explica» el exterminio, pero no lo niega, aunque haya aca bado colocándose en una posición «super partes» en el conflicto entre negacionistas y «exterminacionistas», lo cual es típico del revisionismo. No obstante, hay un segundo elemento que es preciso considerar: Nolte pro porciona una «explicación asiática» del exterminio y de los horrores perpetrados por los bolcheviques. En definitiva, Nolte aleja el exterminio de Occidente, atribu yéndolo, de acuerdo con un estereotipo muy manido, a la barbarie asiática (tergi versando, como ya sucede en la vulgata imperante, las posiciones del bolchevismo y, en particular, de Lenin, enemigo acérrimo de la aziatcina [el régimen jurídicopolítico zarista]). Esta postura carece de todo interés para los negacionistas de dere chas y, sobre todo, de izquierdas, que consideran a Occidente responsable de crí menes mucho mayores que los -inexistentes- del nazismo, además de totalmente en manos de la actividad financiera globalista judía. Cabría preguntarse por qué una celebridad como Nolte ha dado repetidas veces muestras de confianza hacia los negacionistas, considerándolos interlocutores total mente válidos y capaces de producir resultados con respecto a cómo se desarrolla ron las (supuestas) operaciones de exterminio merecedores de un atento análisis. Para justificar su fuerte interés por el revisionismo negacionista, Nolte expone una autointerpretación del siguiente tenor: la crítica revisionista de Rassinier, Faurisson, Mattogno, etc., confluye con el reexamen de las cifras y modalidades del Holocausto efec tuado por Raul Hilberg, Yehuda Bauer y Jean Claude Pressac. Pero, si las cosas son así, entonces, «un Holocausto, en el sentido de prácticas de exterminio extendidas y siste máticas queridas por las más elevadas cúspides del Estado», podría no haber «existido nunca en absoluto», en cuyo caso, habría que hablar de Hitler como hombre de Estado que lucha por la supervivencia de Alemania y no presentarlo como un ideólogo fanáti co. La conclusión de Nolte es que, si los revisionistas-negacionistas tienen razón, enton ces toda la interpretación que ha desarrollado se derrumbaría, pero, a pesar de ello, en nombre de la libertad científica, propugna no sólo que las investigaciones «revisionistas» puedan continuar, sino que la historiografía oficial debe tomarlas en consideración37. No se trata únicamente de una provocación o del intento de legitimar posicio nes antisemitas camufladas de investigaciones históricas sobre la patraña «holocáustica»; en realidad, existe una confluencia sustancial entre las dos formas de revi sionismo: ambas aspiran a reintegrar el nazismo en la historia de Alemania, como expresión extrema, dentro de las contingencias de la época, de un nacionalismo entonces y ahora plenamente justificado por la amenaza universalista y globalista (la celebérrima síntesis de capitalismo y comunismo). 37 Cfr. F. Furet y E. Nolte, XX secolo. Per leggere il Novecento fuori dai luoghi comuni, cit., pp. 52-62.
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Frente al triunfo de la economía global de mercado, que permite que la «izquier da eterna» resurja inmediatamente después de la caída de su encarnación histórica más reciente, Nolte propone un proyecto cultural que pueden compartir en su inte gridad tanto el radicalismo de derechas como el «negacionismo» de la antigua extre ma izquierda; el blanco común de la polémica está claramente identificado. Con el fin de la guerra civil mundial, dice Nolte, hay «un peligro concreto: que el capitalis mo, ya sin frenos y en dominio de cada fibra del mundo entero, haga que el vacío espiritual que arrastra consigo se ñeñe de un antifascismo que mutile y simplifique la historia al igual que el sistema económico uniforma el mundo»38. La historiografía filosófica de Nolte, con la excepción de su primer libro, se ha mantenido en los márgenes del debate historiográfico internacional, pero esto no debe impedir advertir el papel que ha tenido en la construcción del revisionismo his toriográfico como corriente intelectual y como dispositivo que preside el uso público de la historia. En el caso de Alemania (y de Italia), el objetivo ha consistido en la plena reintegración del nazismo y del fascismo, en su legitimación dentro de la historia nacional y en el contexto de la época; de manera significativa, esto no se limita a una historización relativizadora; más eficaz y resolutiva resulta una atenuación estructural llevada hasta los extremos de la disolución. Tal resultado está potencialmente presen te desde el momento en que se le quita al nazismo alemán y al fascismo italiano toda realidad propia, en términos ideológicos y sociales, y se hace de ellos puras reaccio nes, excesivas pero legítimas, ante la aparición de enemigos mortales. Hasta un crítico benévolo de Nolte observa a propósito de su reduccionismo: «El achatamiento del fenómeno del Holocausto a la medida del antibolchevismo resulta inaceptable porque reduce el antisemitismo a mero epifenómeno, con el riesgo de san cionar una visión deformadora que convierte a los judíos de carne y hueso, persegui dos e incinerados en masa, en meras “imágenes alegóricas” del odiado bolchevique»39. Tito Perlini advierte a continuación que Nolte no logra hacerse una imagen de los judíos fuera de los esquemas típicos de la cultura alemana de derechas y cita la influencia de Sombart: los judíos como portadores de la Zivilisation [civilización] contra las razones de la Kultur, en esencia, los judíos como encarnación del capita lismo y de la modernización indefinida. Si se baja por un instante de la filosofía de la historia a los hechos históricos con tingentes y documentados, se puede observar que la identificación judaísmo-bolchevismo está en el centro del imaginario nazi, pero queda radicalmente desmenti da por los acontecimientos y por los resultados de la historia ruso-soviética y de los 38 Ibidem, pp. 87-88. 39 T. P e r lin i, «Nolte e Del Noce di fronte al fascismo», Democrazia e diritto 1 (1994), p. 251.
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judíos rusos. Igualmente, la historia del mundo judío del Este europeo, aquel que los nazis lograron destruir de manera más completa, está todavía disponible para quien quiera liberarse del estereotipo del judío como encarnación del capitalismo, del dinero y de las altas finanzas40. Nolte, siguiendo los pasos de Heidegger, busca la fidelidad a la Kultur allí donde se manifestó la destrucción más total de toda forma de cultura; este resultado para dójico deriva de su aceptación naturalista y fatalista de lo existente y de la consi guiente incapacidad de distinguir, en el plano histórico y ético-político, las distintas resistencias a la modernización. La concepción transpolítica de la historia se encuen tra así con el sentido común y le proporciona un marco filosófico en el que encerrar y sepultar el siglo de las ideologías. Nolte sostiene repetidas veces la centralidad, para su historiografía filosófica, de la categoría de trascendencia, tomada de Heidegger. La trascendencia sería la capacidad del hombre de superar el dato concreto e inmediato, de pensar la totalidad y la genera lidad. Ahora bien, esta actividad reflexiva ha puesto en marcha una trascendencia prác tica (la modernización), por la cual las relaciones entre los hombres se hacen cada vez más abstractas, los individuos se autonomizan de los lazos tradicionales, toda relación natural e histórica se pone en discusión, se anula: aquí se expresa la continuidad entre liberalismo y marxismo, capitalismo y comunismo. El fascismo y el nazismo, en cambio, son las formas extremas de resistencia a la trascendencia. En la obra de Nolte, es posi ble identificar un objetivo constante y coherente: la lucha contra el marxismo, que nues tro autor, invirtiendo la postura de Marx, considera la ideología paradigmática. A este tema, le ha dedicado una obra: Marxismo y revolución industrial (1983). La revolución industrial representó la irrupción, sin precedentes en la historia, de la trascendencia práctica. Y el marxismo nació como reacción a la revolución indus trial, persiguiendo, no obstante, una finalidad que, a juicio de Nolte, constituye la esencia misma de la ideología: en sustancia, hacer suyos, preservar e incrementar los frutos de la trascendencia práctica del industrialismo y, al mismo tiempo, restaurar la comunidad original, transparente, sin alienación ni dominio. Precisamente a causa de su antimarxismo radical (que se acentuó con 1968), Nolte deja de lado algunos motivos presentes en su primera gran obra, donde, a 40 Hoy día sólo es posible un viaje «literario» al mundo judío de Europa oriental; los últimos en poder volver a los lugares de origen fueron los judíos deportados a través de la eficiente red ferro viaria alemana. En la inimitable prosa de Ernst Nolte: «Se convirtió en punto final el que había sido el punto de partida de la historia judía de la edad moderna: el schtetl, de cuya estrechez toda vía medieval habían salido centenares de miles de judíos [...] y que ahora se había convertido de nuevo en su lugar de residencia, como un campo de concentración, sólo que demasiado moderno» (E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. La guerra civile europea, 19 17 -19 45 , cit., p. 410) [schtetl: aldea judía tradicional de Europa oriental (N. de la T)].
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propósito del racismo de Hitler, parece identificar en la raza la negación absoluta de la trascendencia, que tiene su contrario en el judaismo como antirraza y fuerza revolucionaria disolvente. El tema se abandona para desplazar el conjunto hacia el enfrentamiento mortal entre marxismo-bolchevismo y fascismo-nazismo. Por otra parte, relegando o reba jando el racismo y el antisemitismo, Nolte acerca cada vez más a los dos enemigos mortales. Precisamente porque, a su juicio, el nazismo es la copia del original comu nista, se produce entre ambos una confluencia, una especie de bolchenacionalismo o de nacionalbolchevismo. Y no sólo: en el enfrentamiento por el dominio mundial, el nazismo debe aspirar al dominio ario universal, por lo tanto, universalizarse, per der su carácter esencial de «particularismo militante». Pero, dice Nolte, si la diferencia absoluta se universaliza, entonces, paradójica mente, desaparece, por lo tanto, la derrota del nazismo resulta inevitable. Tal como escribió ya en 1963, en perfecta sintonía con el pesimismo de toda la gran cultura reaccionaria: «El nacionalsocialismo fue la agonía del grupo soberano, guerrero, profundamente antagonista. Representó una resistencia práctica y violenta contra la trascendencia». En polémica con sus críticos, Nolte ha reivindicado constantemente el mérito de haber desarrollado en sentido histórico-genético la teoría del totalitarismo, aunque la autointerpretación de aspectos cruciales de su discurso es muy fluctuante. De este modo, acusa a sus adversarios de ensañarse con una «afirmación secundaria, la del nexo causal entre el Gulag y Auschwitz»41, poniéndola en el centro de la Histo rikerstreit como pretexto, mientras, en otro lugar, en reacción a las polémicas desen cadenadas por sus declaraciones a Der Spiegel del 3 de octubre de 1994, defiende su interés de científico por las investigaciones del revisionista-negacionista Fred Leuchter (sobre la inexistencia de rastros de ácido cianhídrico en las supuestas cámaras de gas), afirmando solemnemente que «Auschwitz es el eje de mi interpre tación histórico-filosófica», de ahí el derecho a examinar los resultados de investi gaciones que otros querrían impedir por ley42. A continuación, insiste en que el quid de su obra es la construcción de una teoría histórico-genética del totalitaris mo, de un paradigma que pueda ser la base de futuros trabajos científicos. Quien lo aplique, añade Nolte, «deberá dirigir una atención especial, aunque no exclusi va, a la relación, no sólo cronológica, entre las medidas de aniquilación bolchevi ques y nacionalsocialistas, entre el Gulag y Auschwitz»43. 41 E. N o l t e , Dramma dialettico o tragedia1 La guerra civile mondiale ed altri saggi, Roma, Settimo Sigillo, 1994, p. 48. 42 Cfr. E. NOLTE, «Auschwitz e la libertà di pensiero», Behemoth 3-4 (1994), p. 12. 43 Ibidem.
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Por lo tanto, el nexo causal no es en absoluto una «afirmación secundaria», sino el centro de su paradigma. Los críticos, empezando por Habermas, habían enten dido bien. La verdad es que la utilización, sin duda eficaz en el plano de la polémi ca o del uso público de la historia, de categorías como «imitación», «reflejo» o «nexo lógico y factual» con respecto al «modelo» y al « co co » comunista/bolchevi que acaba minando de raíz la posibilidad de construir un paradigma genético del totalitarismo del siglo X X . En contraste con la estructura que tenían sus primeros estudios, Nolte ya no dedica atención alguna a la génesis del fascismo y del nazis mo. La historia del siglo X X queda arrollada bajo la pesadilla del comunismo y todo el panorama de la guerra civil es fruto de un único acontecimiento, de una especie de acto puro: «El acontecimiento fundamental del siglo X X tuvo lugar en el instan te (la cursiva es nuestra) en el que, en 1917, a partir de condiciones particulares, un grupo de fanáticos creyentes, con una firme confianza, en absoluto fundada, en el carácter justo de su causa, conquistó todo el poder en un gran Estado»44. A partir de aquel momento, la historia queda secuestrada, polarizada en torno a una disyuntiva ideológica: a favor o contra el comunismo. Para Nolte, el siglo X X está contenido entre dos acontecimientos: la victoria y la derrota del comu nismo; es, por lo tanto, el siglo del triunfo de la ideología, que comprende «la época del fascismo y la era de la Guerra Fría dentro de la parábola del comunis mo de 1917 a 1991»45. El modelo explicativo noltiano, construido en años cruciales del enfrentamien to Este-Oeste (entre las «guerras de las galaxias» y Chernobyl), no admite actuali zaciones en relación con los efectos del inesperado derrumbe soviético. La desinte gración de la URSS pone en discusión el valor paradigmático hasta entonces atribuido a la Revolución de 1917: «La Revolución bolchevique pierde su validez en cuanto acontecimiento paradigmático y como punto de partida autoevidente para un ordenamiento distinto de Rusia y del mundo»46. Para Nolte, el siglo X X es el siglo de la guerra civil querida por el comunismo, pero sus resultados ponen de manifiesto que los procesos históricos profundos han seguido otras trayectorias. El último Nolte constata que la victoria del revisionismo es puramente ilusoria, no por mérito de los adversarios, sino por el avance irrefre nable de esos procesos con los que el fascismo y el nazismo intentaron acabar.
44 E. N o l t e , «Weltburgerkrieg 1917-1989?», en Vitalia settimanale del 10 de marzo de 1993. Hay publicada una traducción algo diferente en E. Nolte, Dramma dialettico o tragedia? La guerra civile mondiale ed altri saggi, cit., p. 48. 45 E. Nolte, «Ricordo e oblio. La Germania dopo le sconfitte nelle due guerre mondiali», cit., p. 122. 46 M. CONFINO, «Present Events and the Representation of the Past», Cahiers du Monde russe 4 (1994), p. 846.
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Cincuenta años después del fin de la guerra en Alem ania [...] se ha hecho realidad un Estado que, con respecto a la autocom prensión nacional, no dista m ucho de la m u er te intelectual. Q ueda excluido que la nueva generación, m arcada de m anera tan fuerte p o r el individualism o hedonista de la posm odernidad, pueda caer nunca en la m uerte intelectual contraria, es decir, en la com odidad orgullosa de una autoglorificación nacio nal de acuerdo con el m odelo fascista o nacionalsocialista47.
Pese a las duras críticas de las que han sido objeto sus obras, hasta el extremo que Nolte se lamenta sin cesar del ostracismo injustificado que sufre, sobre todo en Ale mania, no es posible no asignarles un lugar de gran relevancia y, en cierto sentido, de liderazgo de la coalición revisionista (y poco importa que un Furet sea mejor como his toriador). Se trata de entender cuál es la base de su buena estrella, a pesar de la debili dad de las tesis que le han hecho famoso y de un radicalismo que debería volverlo sos pechoso a los ojos de la opinión pública moderada y de la clase política, que, en cambio, le han tributado el éxito a través de la prensa y de los demás medios de comunicación. A Nolte le ha ido muy bien por dos motivos principales: el más inmediato atañe a la relativización del genocidio judío, llevada hasta su justificación bajo la forma de respuesta excesiva, atribuible sólo a Hider, ante una amenaza inminente. El con senso, aquí, se deriva de la confluencia de antijudaísmo, antisemitismo y anticomu nismo, una estratificación muy presente en el conjunto de las sociedades europeas. Pero la estructura interpretativa noltiana de la historia contemporánea goza de un amplio consenso también por otro motivo más importante. El punto de ataque de Nolte es el comunismo histórico, pero su verdadero obje tivo es el comunismo «eterno», la antiquísima tentación de poner en marcha sobre la tierra una sociedad de libres e iguales. La lucha entre nacionalsocialismo y bol chevismo, la guerra civil europea y mundial del siglo X X , son episodios de un con flicto que, en opinión de Nolte, encuentra su causa original en la voluntad de tras cender lo existente y hacer realidad la utopía: «Flay que considerar todas las ideas entusiastas de un Estado racial alemán y ario, todo el temor a un ocaso de la civili zación, ante todo, como un reflejo de aquellas esperanzas más primitivas de reden ción universal, de aquella gran aspiración a la superación de toda barrera encarna da por los victoriosos ideólogos de la igualdad de Petrogrado y Moscú»48. En el lenguaje filosófico de Nolte, el siglo está atravesado por el conflicto mortal entre el impulso máximo a la trascendencia, encarnado por el comunismo, y la feroz resis tencia en nombre de la naturaleza, expresada en el nazismo. La lucha terminó con la derrota de ambos y la victoria del capitalismo. 47 E. Nolte, «I tedeschi e i loro passati», cit., p. 80. 48 E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolcevismo. La guerra civile europea, 1917-1945, cit., p. 440.
El blanco declarado y constante de Nolte es la izquierda o, mejor, lo que él llama izquierda «eterna», permanentemente insatisfecha con la sociedad concreta y per siguiendo la utopía de una sociedad humana unificada. Siempre derrotada en tanto que portadora de una ideología contraria a la naturaleza y a la historia, no deja de autorreproducirse bajo nuevas formas y de volver a presentarse como un peligro y como un enemigo. Tras la caída del comunismo, Nolte la ve manos a la obra en los impulsos materiales e ideales hacia la unificación política del mundo, hacia la insti tución de un «auténtico “gobierno mundial” (que) sería el despotismo peor y más odioso jamás aparecido sobre la tierra»49. Nolte no comparte en absoluto el optimismo de los liberal-demócratas; la lucha no puede terminar porque el «motor inmóvil» de la disolución de toda sociedad y ordenamiento político bien estructurado está siempre en marcha: la izquierda «eterna» seguirá alimentando las ideologías del cambio revolucionario, tal como lo hizo en el pasado. Nolte se mantiene por completo dentro de las coordenadas schmittianas, incluso después de la época de la «guerra civil» del siglo XX, a la que ha dedicado sus investigaciones y reflexiones. No interesa en estas páginas analizar una contradicción notable: si la izquierda es «eterna», significa que o también ella es parte constitutiva de la naturaleza y de la historia, o es la encarnación de un principio diabólico, en cuyo caso, sin embar go, se puede acabar en la pendiente que conduce al fanatismo antisemita, que Nolte desaprueba aunque no sin reconocerle, de manera significativa, un «núcleo racio nal». En cambio, resulta directamente pertinente para nuestro tema el uso revisio nista que Nolte hace de algunas supuestas características tipológicas de la izquier da, utilizadas para explicar los rasgos sobresalientes no sólo del fascismo italiano, cuyas matrices socialistas son bien conocidas, sino del propio nazismo. En estas operaciones, el historiador alemán es tan hábil como poco fiable. Así, analizando el giro antiburgués del nacionalsocialismo, observa que la exal tación de la homogeneidad del pueblo sería típicamente de izquierdas, afirmación discutible y ambigua en la que se utiliza el objetivo final de la sociedad sin clases para asimilar posiciones antitéticas. Pero ejemplar del procedimiento revisionista noltiano es la afirmación, sin ningún fundamento en el plano histórico, de acuerdo con la cual «no menos de izquierdas era el liberalismo extremo de Hitler, que con cebía a la “cruel reina de toda sabiduría”, la naturaleza, como fundamento origina rio de la lucha de los individuos por actividades superiores y de los pueblos por el espacio vital»50. Aquí, el extremo liberalismo no es más que un determinismo natu 49 E. N o l t e , «Sinistra e destra. Storia e attualità di una alternativa politica», en VV.AA., Destra!sinistra, Pellicani, Roma, 1997, p. 104. 50 Ibidem, p. 100.
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ralista, que quizá tenga que ver con la interpretación nazi de Nietzsche, pero que es difícil percibir qué relación puede tener con la izquierda, con independencia de cómo se la entienda. Nolte ha concebido el revisionismo histórico como arma de lucha contra la izquierda y esto ha producido una parábola regresiva particularmente evi dente si se comparan sus dos obras clave: Der Faschismus in seiner Epoche (1963) y
Der europäische Bürgerkrieg 1917-1945. Nationalsozialismus und Bolschewismus (1987). Así, mientras en la primera considera que Hitler quiso la guerra, «la mayor guerra de aniquilación, sometimiento y violencia que haya habido nunca en la his toria», en la segunda empieza a pensar que fue una «lucha decisiva e inevitable». En la entrevista para Der Spiegel, va más allá y sostiene: H itler no fue sólo un ideólogo, y la Segunda G u erra M undial fue de m anera tendencial, potencial, entre otras cosas, una guerra p o r la unificación de Europa. A lem ania es el m ayor Estado europeo y, si recordam os el ejem plo del Piam onte, se puede decir que Alem ania habría unificado entonces Europa [...]. H abría que considerar la Segunda G u erra M undial, virtualm ente, com o una guerra p o r la unificación de Europa. El uso de la fuerza es una evidencia tan constante en la historia que no cabe hacer de ella un ju i cio exclusivam ente condenatorio51.
Si el nazismo libró una guerra por la unificación de Europa en términos «simila res a los del Risorgimento italiano» (!) y, al mismo tiempo, defendió Europa y todo Occidente de la «barbarie asiática», es decir, del dominio comunista, se entiende la energía con la que Nolte se bate por una revisión radical del juicio histórico sobre el pasado alemán, todavía viciado, desde su punto de vista, por el prejuicio ideológico. Cuando Nolte sostiene que el comunismo en cuanto tal se proponía la aniquila ción física de la burguesía, remitiendo a las masacres de Stalin o de Pol-Pot, lleva a cabo la misma generalización indiscriminada que, a su juicio, caracteriza el modus operandi de los propugnadores de la ideología igualitaria, empeñados desde siem pre en perseguir una utopía contra natura. La operación es sucia, pero pone de relie ve el naturalismo prepolítico de Nolte, su convicción de que existe un orden histó rico natural, que la política y la cultura deben defender y valorizar. Este orden se ha expresado en Europa y en Occidente, pero se ve permanentemente amenazado por enemigos internos y externos, asediado por el universalismo y el particularismo. En definitiva, para afrontar los desafíos del nuevo milenio, la receta de Nolte es la más tradicional y previsible: reforzar el Estado-nación del pueblo alemán.
51 E. Nolte, «Testo integrale dell'intervista apparsa sullo Spiegel», cit., p. 20.
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La solución final y la historia
En una de sus últimas intervenciones, marcadas por la conciencia angustiosa de los daños producidos por la difusión del revisionismo y del negacionismo, Primo Levi utiliza la metáfora de los «agujeros negros» para designar los campos de exterminio1. Testigo y analista intransigentemente fiel a una postura racionalista, llevada a la ten sión extrema del heroísmo de la razón, nos conduce al umbral de lo incomprensible y de la insensatez, intentando hasta el final descifrar lo sucedido y cuáles son las moti vaciones, los recorridos, las estrategias de quienes banalizan la masacre nazi. El radicalismo abstracto y feroz de la ideología nazi distingue la especificidad de Auschwitz, pero la propia imagen de «agujero negro» indica que no se puede explicar todo y mucho menos comprender. El hecho de que Auschwitz sea un acontecimiento límite, dominado por la negatividad, ha inducido durante mucho tiempo a los histo riadores a mantenerse lejos, dejando a otros, sobre todo a algunos supervivientes, la tarea de conceptualizarlo y contarlo. En un espacio que había quedado vacío, se fue introduciendo la reflexión intelectual, filosófica y religiosa, sobre todo de cultura judía. Así, apareció el concepto-explicación de Holocausto, que establece una diferencia insalvable y hace del genocidio judío algo que está fuera del alcance de la investigación histórica. El escritor Elie Wiesel no se cansa de repetir que «no es posible explicar Auschwitz, porque el Holocausto transciende la historia», no es posible representarlo realmente, es el lugar de lo sagrado y del silencio; con toda seguridad, seguirá habien do siempre una brecha entre lo que sucedió y la comprensión de los hechos. Agnes Heller ha vuelto a proponer en fecha reciente la tesis de la inadecuación de la escritura ante Auschwitz. A juicio de Heller, «cuatro silencios circundan el 1 E Levi, «B u c o nero di Auschwitz», en La Stampa, 22 de enero de 1987.
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Holocausto: el silencio de la insensatez, el silencio del horror, el silencio de la ver güenza y el silencio de la culpa». Aunque no se puede escribir sobre Auschwitz, se puede escribir sobre los silencios que lo circundan, entre los que el más profundo es el silencio de la insensatez: El H olocausto es la insensatez absoluta; éste es el mensaje que nos llega de sus voces aniquiladas. El H olocausto no se puede ni explicar ni com prender: no fue ni un acto de libertad, ni un eslabón de la cadena de la causalidad. Es im posible integrarlo retrospec tivam ente en la historia, ni siquiera com o su episodio más horrible. No «encaja» con la historia judía o alemana, y m ucho menos con la historia m oderna2.
En opinión de Heller, hay una brecha insuperable: «No es posible integrar la insensatez absoluta en la historia». El Holocausto fue un salto en el Mal, gigantes co, pero del todo irracional, que, por tal motivo, permanece fuera de la historia. Y, no obstante, el curso histórico se enfrenta a una discontinuidad, la Utopía Negati va se ha encarnado, la vuelta a la normalidad no se puede basar en el olvido. Pero esto remite a un imperativo moral, no se deriva del conocimiento histórico. Heller es muy precisa a este respecto: la investigación histórica y sociológica puede indagar las condiciones en las que se produjo el Holocausto, «sin embargo, estas condiciones no pueden explicar el Holocausto, sino sólo aliviar el peso del silencio de la insensatez». Y, de nuevo: «Se puede escribir una historia del totalita rismo nazi, pero no una historia del Holocausto. El totalitarismo surgió de la moder: nidad y Auschwitz fue su metáfora suprahistórica»3. En el ámbito filosófico y teológico, está sin duda muy arraigada la posición que niega la posibilidad de explicar Auschwitz, porque todo intento acabaría con relativizar y banalizar el genocidio. Auschwitz sería, por lo tanto, un acontecimiento caracterizado por la unicidad, inconmensurabilidad e indecibilidad. Se han dirigido muchas críticas a estas tesis que, no obstante, tienen su valor, corroborado por el examen de la producción historiográfica. Aun siendo imposible demostrarlo en estas páginas, nos parece innegable que muchos relatos historiográficos, inevitablemente basados en la comparación, tienden a mitigar o suprimir la unicidad de Auschwitz, de aquello que lo distingue de cualquier otra máquina de destrucción puesta en fun cionamiento hasta el momento por los hombres, unicidad que habría que entender no identificando exclusivamente Auschwitz con la Shoà, sino haciendo del genocidio judío el centro de un sistema inédito de muerte y de sufrimientos infligidos de mane ra gratuita a víctimas inocentes e inconscientes, además de a enemigos políticos 2 A . H e lle r , «Scrivere dopo Auschwitz», Lettera intemazionale 43-44 (1995), p. 47. 3 Ibidem, pp. 47-48.
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declarados. Nos parece, por lo tanto, que la historiografía puede superar con todo la «veda» de ocuparse de Auschwitz avanzando en la comprensión y profundización de su singularidad, por lo cual la comparación se debe utilizar con una finalidad opues ta a la del revisionismo, que se propone relativizar el nazismo y sus consecuencias homicidas a partir de una opción ideológica dirigida a legitimarlo o a banalizarlo, con resultados inaceptables en el plano político, ético y epistemológico. Christoph Türcke ha planteado una crítica elocuente a la tesis de la imposibili dad de paragonar Auschwitz a otros genocidios: El argumento en función del cual hay que excluir determ inados acontecimientos ale manes de la libre com paración general p or parte de los historiadores no se sostiene. Siem pre que se afirm a la imposibilidad de com parar los acontecimientos alemanes, la afirma ción es el resultado de una com paración: porque sólo en la medida en que no se encuentra nada parecido en otros lugares, se califica de únicas las acciones de los alemanes4.
La consecuencia que se debe extraer es que sólo el silencio parece ser coheren te con la afirmación de la inconmensurabilidad absoluta y, en efecto, esto es lo que parece entender Vladimir Jankélévitch cuando insiste en la «indecibilidad» de Auschwitz. Pero se ha subrayado el resultado paradójico, además de contradicto rio, de tal demanda de silencio: «Lo absurdo de una posición que exige el silencio es que hace de la inteligencia -d e la razón- el aliado de la violencia y de la irracio nalidad: cuando nunca la investigación de los orígenes sociales, políticos, económi cos y culturales del genocidio sustentaría una mirada indiferente o cómplice»5. Otros, poniendo el acento en la necesidad de pensar Auschwitz, defienden que éste es el único modo de no recluir lo que sucedió al misterio y a lo irracional: «Para no pensar Auschwitz, lo hemos hecho salir de la historia [,..]»6. La afirmación de acuerdo con la cual Auschwitz es un acontecimiento inexpli cable contribuye a desplazarlo fuera de la contemporaneidad, con un resultado paradójicamente análogo al del revisionismo. En contra de la intención de quienes han querido subrayar su irreductibilidad con respecto a las catástrofes recurrentes, insistiendo en la ruptura sin precedentes que se manifestó allí, existe el riesgo de que el centro simbólico y factual del totalitarismo nazi desaparezca del horizonte de nues tro tiempo si su elaboración cultural excluye la posibilidad de integrarlo en la his toria. Si el enfoque histórico es de por sí revisionista, es decir, banalizador y relativizador, la trascendencia absoluta también tiene un resultado paradójicamente 4 Christoph T ü r c k e , Violenza e tabù. Percorsi filosofici di confine, Milán, Garzanti, 1991, p. 38. 5 Alberto BURGIO, «7 tesi per un nuovo revisionismo storico», Marxismo oggi 3 (1995), p. 106. 6 S. TRIGANO, «Un non-monumento per Auschwitz», en VV.AA., Pensare Auschwitz, cit., p. 17.
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negacionista, porque vuelve inalcanzable e indecible un acontecimiento histórico real, recluyéndolo al universo del mito. Cuando el concepto de unicidad se lleva al extremo y no es posible ninguna comparación ni contextualización, entonces la única opción es el silencio, al que empuja también la total insensatez de la Shoá. Otro filósofo, Emmanuel Lévinas, que fue de los primeros en comprender la esencia del nazismo y de los que lo hizo de manera más profunda, admite ante el exterminio que «el único sentido de Auschwitz es que no lo tiene». No obstante, la razón tiene la obligación de investi gar la genealogía y la fenomenología de semejante insensatez. Una trasposición, al discurso historiográfico, de la afirmación, ya de por sí con tradictoria, de la absoluta indecibilidad de la Shoá, argumentada de distintas mane ras desde el punto de vista filosófico o teológico, tiene como resultado la cancela ción del acontecimiento sobre el que se querría concentrar el máximo de atención. Se produciría, por lo tanto, una confluencia paradójica con la historización banalizadora de los revisionistas y negacionistas: la Shoá, en cuanto locura absoluta, no forma parte de la historia, al igual que no forma parte de ella un acontecimiento que nunca se ha producido. No obstante, a través de encendidas controversias inter pretativas, se va abriendo camino la conclusión de que hay que mantener la especi ficidad de la Shoá dentro de una historia del nazismo y de sus resultados que toda vía está en gran medida por hacer7. Saul Friedländer ha retomado el argumento de la imposibilidad de comprender del todo el nazismo y el exterminio, que constituyen un desafío a los «límites de la representación humana»8. No obstante, este autor, sin abandonar el discurso del pen samiento negativo sobre la esencia del acontecimiento, intenta sugerir una perspecti va. El concepto de pasado «irrevocable» sobre el que insiste Friedländer no tiene el efecto de expulsar el nazismo de la historia, sino que, por el contrario, hace de él un lugar de verificación, el término con el cual debemos medirnos: la contemporaneidad no puede alejarse de Auschwitz, el exorcismo revisionista está destinado al fracaso. El tiempo presente está marcado indeleblemente por la fractura de la solución final; el nazismo no fue sólo un paréntesis de locura e irracionalidad, sino que, a través de él, se manifestó una posibilidad de negación y destrucción sin precedentes desde el punto de vista histórico, que ya forma parte de nuestro mundo, contra la cual estamos 11a 7 Véase como ejemplo el debate «Unicità della Shoà», en Ha Keiliah 4 (1994), desencadenado por un artículo de Albert Menimi, decididamente favorable a una comparación sistemática con otros genocidios, que incluye respuestas de Guido Fubini, Emilio Joña y Giulio Tedeschi, con dis tintas variaciones críticas, pero todas ellas favorables a un discurso histórico. 8 El tema está en el centro de un importante volumen editado por él: S. FRIEDLÄNDER (ed.), Probing the Limits of Representation: Nazism and the «Final Solution», Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1992
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mados a luchar y a la que debemos saber reconocer, porque cambia sin cesar y no nos hace el favor de vestirse con los viejos uniformes. Ni siquiera la democracia y la unifi cación política de la humanidad nos ponen a salvo de la posibilidad de una repetición de la destrucción pura encarnada en el nazismo: «Es perfectamente concebible y, en la práctica, posible desde el punto de vista político, que un buen día una humanidad muy organizada y mecanizada decida de manera democrática, es decir, por mayoría, que para el conjunto es mejor liquidar a determinadas partes del mismo»9. Si reconociése mos un significado político a la unificación económica mundial, nos daríamos cuenta de que el escenario que dibuja Arendt es el mismo en el que vivimos ya. También Günther Anders pone especial énfasis en la relación entre Auschwitz, como encamación y símbolo de la solución final, y la situación espiritual de la con temporaneidad. Los nazis llevaron a su conclusión catastrófica la tendencia en función de la cual todo es posible para el hombre; por lo tanto, Auschwitz anticipa el resulta do histórico de la modernidad, marcada por la divergencia creciente entre la poten cialidad ilimitada del hacer (Herstellung) y la reducida capacidad humana de pensar intelectualmente, de darse una representación (Vorstellung) de lo que se ha hecho gra cias a la técnica y al principio prometeico por el que están dominados los hombres. En este sentido, si se quiere pensar en la condición del hombre moderno, pensar Ausch witz, también desde una perspectiva histórica, se convierte en una necesidad10. Quienes se oponen a la normalización e historización del Holocausto lo hacen en nombre de motivaciones fuertes que hay que tener presentes constantemente, aun sin poder respetarlas al pie de la letra. Y esto, en primer lugar, porque obligan al historia dor a medirse y bregar con los límites de su trabajo. Podemos intentar sintetizarlas, ya que, en el fondo, están inspiradas en un único concepto: hay una brecha insuperable entre lo que sucedió y lo que la historiografía nos devuelve. Por lo tanto, esta discipli na es constitutivamente banalizadora y revisionista. Ante ello se puede objetar que se está aplicando a un acontecimiento particular un principio general que indica al mismo tiempo un límite constitutivo del saber histórico y la base de su legitimidad y necesi dad, como investigación continua de cara a que la brecha no se convierta en un abis mo en el que el pasado quede anulado. La crítica no tiene fundamento porque des plaza al plano del juicio moral, donde la condena de la acción de exterminio nazi debe ser absoluta, el límite cognoscitivo que es propio de toda reconstmcción histórica. Aunque el idealismo prometa algo que no puede mantener a través de la reduc ción de la historia a historiografía, la negación de la historia, la anulación de las ver dades evidentes, de lo que realmente ha sucedido, será completa si quitamos todo 9 H. Arendt, Le origini del totalitarismo, cit., p. 414. 10 Cfr. la referencia a las reflexiones de G. Anders en E. TRAVERSO, «Fare i conti col passato. Storicizzazione del nazismo e memoria dei vinti», en E. Traverso (ed.), Insegnare Auschwitz, cit., p. 11.
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contenido gnoseològico y valor a los resultados, por más que parciales y nunca defi nitivos, del trabajo historiográfico. En su avance, el revisionismo histórico ha arremetido contra todos los aspectos del pasado que pudiesen tener un vínculo con el presente, atacando representaciones y valoraciones que parecían consolidadas o adquiridas; sin embargo, únicamente a pro pósito del nazismo y el exterminio, como si se tratase de una tierra de nadie sin explo rar, ha llegado el revisionismo al extremo más radical, invirtiendo el juicio histórico sobre Hitler y negando la existencia misma del genocidio. En las encendidas polémicas que han venido a continuación, más que justificadas e, incluso, insuficientes por la falta de comprensión de lo que estaba en juego, no se ha prestado especial atención al hecho de que el problema fundamental suscitado por el revisionismo estaba ya en el centro de las preocupaciones y constituía el hilo conductor tal vez más importante de la obra que Hannah Arendt dedicó al totalita rismo. Nos limitamos aquí a algunas citas que pueden resultar útiles para entender el alcance del desafío revisionista, para, a continuación, subrayar el valor de la obra de los dos autores que, a nuestro juicio, han sabido responder con mayor eficacia a semejante ataque: Primo Levi y Raúl Hilberg, ninguno de los cuales es, y tal vez no sea casual, historiador de formación y profesión (como tampoco Arendt, por lo demás), sino uno, químico y novelista, y el otro, estudioso de ciencias políticas. Y, sin embargo, el desafío concierne precisamente a la historia: «En la actualidad -dice Arendt- está en juego la propia existencia de la historia, como algo que se pueda comprender y recordar; porque esto ya no es posible cuando no se respetan los hechos en su irrefutabilidad, como parte integrante del pasado y del presente, sino que se los uti liza o tergiversa para “demostrar” ahora esta, ahora aquella opinión»11. Precisamente en el momento en que la historiografía pretende hacerse científica, da muestras de ser vaga y carente de credibilidad. No resiste el ataque de la ideología, «caracterizada por un des precio extremo por los hechos en cuanto tales, basada en la convicción de que éstos dependen por completo del poder del hombre que puede fabricarlos»12. De ello se infie re que, si la mentira propagandística es eficaz, entonces se vuelve verdadera; pero la efi cacia de la mentira está asegurada por masas anómicas que piden poder evadirse de una realidad incomprensible: «La evasión de la realidad es un veredicto contra un mundo en el que no pueden existir, porque el azar se ha convertido en el señor supremo»13. La existencia de una base social de masas permite que la ideología traducida en propaganda totalitaria cree «un mundo capaz de competir con el real, cuya principal desventaja es que no es lógico, coherente, organizado. La coherencia de la invención 11 H. Arendt, Le origini del totalitarismo, cit., p. 13. 12 Ibidem, p. 483. 13 Ibidem, p. 486.
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y su rigor organizativo permiten, a continuación, que la generalización sobreviva al desenmascaramiento de cada mentira concreta: así, la impotencia manifiesta de los judíos ante el exterminio no ha podido destruir la fábula de su omnipotencia»14. De acuerdo con Hannah Arendt, la obra maestra del totalitarismo consistió en asegurar la victoria de la mentira y de la ficción sobre lo verdadero y lo real, pero esto no sucedió por medio del engaño o de técnicas de gobierno maquiavélicas; de hecho, no sólo las masas querían creer, sino que, a su vez, la elite, la guía del movi miento, era del todo incapaz de distinguir entre verdad y falsedad, entre realidad y ficción: «Sin la elite y su artificiosa incapacidad de comprender los hechos como hechos, de distinguir lo verdadero y lo falso, el movimiento no habría podido nunca estar a punto de realizar su ficción»15. La inversión de los valores, de lo verdadero con respecto a lo falso, de la reali dad con respecto a la ficción, es ley en el universo concentracionario y proyecta una sombra maléfica más allá de su final: la mentira vive mucho más allá de su momento histórico. A l igual que la estabilidad del régimen depende del aislamiento de su m undo ficticio con respecto del exterior, el experimento de dominio total en los campos exige que estén her méticamente cerrados a las miradas del m undo de todos los demás, del m undo de los vivos en general. Semejante aislamiento explica la peculiar irrealidad e inverosimilitud que carac teriza todos los relatos sobre ellos y constituye una de las principales dificultades que se interponen de cara a la comprensión exacta del dominio totalitario, cuyo destino está liga do a la existencia de los campos de concentración y de exterminio; porque éstos, p o r más inverosímil que pueda parecer, son la verdadera institución central del poder totalitario16.
Los campos hacen posible el dominio totalitario, sólo su existencia hace efectivo tal dominio; al mismo tiempo, constituyen el lugar en el que todo se vuelve posible y, precisamente, la enormidad de los hechos reales que allí tuvieron lugar los hace inverosímiles, de tal suerte que la verdad y la mentira se ven una vez más invertidas: La enorm idad de los delitos hace que se conceda más crédito a los asesinos, que p ro claman su inocencia con todo tipo de mentiras, que a las víctimas, cuya verd ad ofende el sentido común. Los nazis no juzgaron ni siquiera necesario guardar para sí tal hallaz go. H itler puso en circulación m illones de copias de su libro, en el que afirm aba que, para tener éxito, una m entira debía ser enorm e; lo cual no im pidió que la gente creyera
14 Ibidem, p. 500. 15 Ibidem, p. 530. 16 Ibidem, p. 600.
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en él y en sus seguidores cuando repetían hasta la náusea que los judíos eran parásitos que había que exterm inar17.
En definitiva, de acuerdo con Hannah Arendt, el objetivo perseguido por el totalitarismo del siglo X X era «crear un mundo ficticio coherente que ya no se viese turbado por la facticidad». ¿Cómo creer que una empresa con tal loca ambición, que costó decenas y decenas de millones de muertos, se precipitó en el vacío sin dejar una herencia y muchos legados? Uno de ellos lo ha recogido el revisionismo, que no sólo se ha planteado el objetivo de rehabilitar el nazismo, de volverlo nor mal, banal o, incluso, de proponerlo de nuevo como modelo político; de manera más incisiva, más sutil, el revisionismo sirve para volver a proponer la tesis de fondo del totalitarismo, de acuerdo con la interpretación arendtiana: en el mundo, y en la historia, la distinción entre realidad y ficción, entre verdadero y falso, ya no existe, ha perdido todo sentido. El principal banco de pruebas para tal tesis es el propio nazismo y sus resultados. Para entender el revisionismo, no basta con identificar su bagaje político, hace falta considerar su coherencia con los procesos de desrealización, simulación y virtualización que impregnan la sociedad y, más en concreto, con la crisis epistemológica de la historiografía. Entre la realidad histórica y su representación, hay una brecha que no es posible superar, éste constituye el límite de la historiografía y su condición de posi bilidad. Para abandonar las ilusiones cientificistas de las «grandes narraciones» es necesario reconocer que «el status lingüístico de una narración o exposición historiográfica no permite reconocer de manera inequívoca si se trata de un relato real o de una mera invención»18. Esta situación resulta ambivalente porque, aunque ofrece a la historiografía crítica posibilidades inéditas, abre también paso a la confusión entre lo verdadero y lo falso, a un relativismo integral, en un contexto ya no totalitario, sino democrático. El revisionismo, que se pretende postideológico, ha utilizado sin escrú pulos la debilidad epistemológica de la historiografía para librar una batalla política que ha encontrado un terreno propicio en la cultura y en la sociedad. Es inevitable que a una lucha contracorriente le toque prever aislamiento e incomprensión, pero la apuesta en juego va mucho más allá de un simple debate intelectual, y esto explica el valor gnoseològico y ético que poseen investigaciones como las de Levi y Hilberg. Quienes vivieron la experiencia de Auschwitz, han intentado dar testimonio y, en la medida en que es humanamente posible, «pensar Auschwitz»: Primo Levi, de 17 Ibidem, pp. 601-602. 18 R. K o se l l e c k , Futuro passato, Génova, Marietti, 1986 [ed. orig.: 1979; ed. cast.: Futuro pasa* do, Barcelona, Paidós, 1993], p. 241.
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Si esto es un hom bre (1947) a Los hundidos y los salvados (1986), lo hizo con la con ciencia más aguda acerca del riesgo de la cancelación y de la falsificación. La fuerza de sus libros reside en la claridad con la que afronta los nudos más difíciles. Levi se encuentra entre los poquísimos autores que consiguen evitar las dos trampas especulares de la absoluta unicidad, que termina en el silencio, y de la banalización relativista, que engulle Auschwitz en una sarta indistinta de masacres. En su testamento intelectual, publicado un año antes de su muerte, afronta con coraje y angustia algunos pasajes cruciales del discurso revisionista. Ya se había opuesto a la reducción noltiana de Auschwitz a una reacción e imitación del Gulag: el universo concentracionario soviético provocó una enorme cantidad de víctimas, pero la muerte era el subproducto, no la finalidad del sistema, mientras que los campos de exterminio nazi tenían por único objetivo el propio exterminio. Jean Amery hablaba de «enigma oscuro», Levi, de «agujero negro» de la historia. Hay una brecha entre las motivaciones ideológicas, la actuación de la burocracia, la propia locura de Hitler y la dinámica efectiva del exterminio, que tiene lugar como un acontecimiento fuera de todo control y crece hasta convertirse en catástrofe. No obstante, están también los límites, las insuficiencias, los errores de los testigos. Levi sabe perfectamente que los negacionistas culpabilizan a los supervivientes y nie gan todo valor a su memoria, agarrándose a las contradicciones, al conocimiento limi tado que demuestran tener de la «máquina del exterminio», que, por consiguiente, no habría existido nunca. Levi admite que la historia del exterminio tiene puntos débiles: «Con la distancia de los años, a día de hoy se puede afirmar sin problemas que la his toria de los Lager la han escrito casi exclusivamente quienes, como yo mismo, no lle garon a sondear sus profundidades. Quienes lo hicieron, no regresaron, o su capaci dad de observación quedó paralizada por el sufrimiento y la incomprensión»19. Los que se salvaron, no conocieron las cámaras de gas; en cambio, los que fue ron exterminados (los «hundidos») no pueden prestar testimonio. El objetivo de la máquina puesta en funcionamiento por los nazis era hacer desaparecer tanto las víc timas como el crimen perpetrado contra ellas: «Se obligaba a las víctimas a actuar como una pieza del engranaje que las destruía, en un proceso que eliminaba toda huella del crimen en el momento mismo en el que lo consumaba»20. Al contrario que los historiadores de profesión, que durante mucho tiempo se negaron a tomar en consideración a los revisionistas negacionistas, Primo Levi dedi có sus últimos esfuerzos a luchar contra los negadores y minimizadores del exter 19 E L evi, I sommersi e i salvati, en E Levi, Opere, cit., vol. I, pp. 658-659 [ed. cast.: Los hundidos y ¡os salvados, Barcelona, El Aleph, 2002]. 20 E. TRAVERSO, «La memoria ebraica e la storia di tutti. Note su Jean Amery e Primo Levi», en Ventesimo secolo 7-8 (1993), p. 18.
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minio. En una intervención en la radio del 25 de noviembre de 1986, puntualizaba con fuerza y concisión: Los dos hechos, hasta ahora, los dos hechos fundam entales de este siglo no han sido otros sino el genocidio, no sólo de los judíos, a manos de los alemanes y las bom bas de H iroshim a y Nagasaki; quienes olvidan estos dos hechos fundam entales, ignoran p ro fundam ente el terreno en el que caminamos; precisam ente porque existe esa escuela curiosa y grotesca de los historiadores revisionistas, estamos obligados nosotros los supervivientes y están obligados todos los ciudadanos conscientes de todos los países del m undo a record ar lo que sucedió21.
A diferencia de los especialistas, Levi discierne y subraya los elementos de con tinuidad entre el revisionismo negacionista, políticamente impresentable, y el revi sionismo académico, acogido con gran simpatía por los medios de comunicación de masas y por la propia opinión pública culta. La intuición de Levi es que los múlti ples revisionismos se sostienen y sustentan entre sí, pudiendo contar con un aliado invencible mientras la memoria no se haga historia y conocimiento crítico: el trans curso natural del tiempo. Se entiende de este modo el porqué de Los hundidos y los salvados, un libro que «es una respuesta al revisionismo oficial, pero [...] también a los múltiples pequeños revisionismos difusos y no conscientes»22. De Primo Levi se ha dicho que «toda su obra es una confutación implícita y explícita de las tesis de los “revisionistas”»23. Poco antes de su muerte, ante el cres cendo de la ofensiva dirigida a banalizar el nazismo, intervino también contra el revisionismo académico de Nolte y Hillgruber. Repetidas y explícitas habían sido sus tomas de posición contra los negacionistas: «L a acumulación de las referencias a la polémica de los “revisionistas” de primer tipo en los escritos de sus últimos años permite entender hasta qué punto esta preocupación representó, en el límite extremo de la existencia de Levi, uno de los nudos centrales de su reflexión»24. Levi identifica en el revisionismo negacionista, o de primer tipo, la forma más insidiosa y auténtica de neonazismo, mucho más que la de sus continuadores direc tos y proclamados. El revisionismo desemboca en una normalización y legitimación
21 Recogido de B. VASARI, «Primo Levi e il dovere di testimoniare», en V Y A A ., Primo Levi. II presente del passato, editado por A . Cavaglion, Milán, Angeli, 1991, p. 61. 22 A . B r a v o y D. J a l l a , «Primo Levi: un uomo normale di buona memoria», en VV.AA., Primo Levi. Il presente del passato, cit., p. 74. 23 E. COLLOTTI, «Primo Levi e il revisionismo storiografico», en VV.AA., Primo Levi. Il presente del passato, cit., p. 112. 24 Ibid., p. 115.
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del nazismo, aliviado de la responsabilidad insostenible del exterminio. Pero el revi sionismo negacionista se relaciona directamente con el nazismo también en otro sentido: hereda su proyecto de cancelación del crimen y la memoria, merced al cual las víctimas son objeto de una doble destrucción. Si la guerra contra la memoria triunfa, si no se escucha a los testigos, como piden los revisionistas que pretenden impugnarles toda credibilidad, entonces «el mundo no se conocerá a sí mismo, se verá más expuesto de lo ya que lo está a una repeti ción de la barbarie nacionalsocialista o de cualquier otra barbarie equivalente, cual quiera que sea su matriz política real o declarada»25. Sería un error aceptar la exigencia de los negacionistas de que se les considere los auténticos revisionistas y no apreciar las diferencias existentes entre el revisio nismo qiie niega y reduce a la nada el exterminio y las posiciones de aquellos histo riadores que aspiran a una relativización e historización radical de éste. A partir de ellas, la mayoría de los estudiosos ha erigido una especie de barrera de protección entre su propio ámbito, del que forman parte los revisionistas académicos, y los negacionistas, mantenidos fuera y sometidos al rigor de las leyes (de las cuales se proclaman mártires en nombre de la libertad de pensamiento). Primo Levi, por el contrario, intuyó que no sólo hay diferencias, sino también con tigüidades y continuidades: «Veía con alarma los elementos de complementariedad entre las argumentaciones de los “revisionismos” del primer y del segundo tipo»26. Y no se trata siquiera de los casos personales, aunque significativos, de un Irving, que ha acabado pasándose al negacionismo, o de un Nolte, cuyo ambiguo radicalismo le ha lle vado a una inaceptable posición de equidistancia entre quien niega y quien afirma la existencia histórica del exterminio; conviene más bien considerar la acción confluyente de las distintas formas de revisionismo dentro del uso público de la historia y, por otro lado, el desafío que constituye el revisionismo en el terreno específico de la inves tigación y de la producción historiográfica. Se trata de dos planos que convergen y se comunican entre sí en los medios de comunicación de masas, lugar estratégico en el que se juega la partida por el control del pasado, donde la neutralidad aparente del medio coloca en el mismo plano la memoria y la mentira, la búsqueda de la verdad y la del consenso. La indistinción, la indiferencia escéptica sobre la posibilidad de discernir lo verdadero de lo falso, es la forma contemporánea del conformismo, que, como decía Benjamin, no perdona ni siquiera a los muertos, queriendo extender su dominio del presente al pasado. Primo Levi adoptó una postura de combatividad calma, constante e intransigente contra esta forma más profunda de manipulación de la historia. 25 R L e v i , «Prefazione» a A. B r a v o y D. J a l l a (eds.), La vita offesa. Storia e memoria dei Lager nazisti nei racconti di duecento sopravvissuti, Milán, Angeli, 1986, p. 9. 26 E. Collotti, «Primo Levi e il revisionismo storiografico», cit., p. 117.
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La búsqueda de precisión, la antirretórica y la lucidez incluso ante el horror cons tituyen características sobresalientes y constantes de su trabajo de escritura y testi monio. Testimoniar significaba responder a una necesidad elemental, irresistible, pero este impulso debía someterse a la disciplina del deber moral de la fidelidad a lo que fue, a la verdad de los hechos. Para Levi, «el superviviente debe ser fiel, de manera diligente y absoluta, a su pro pio papel, debe ser testigo desde el punto de vista filológico [...], es decir, sólo debe hablar de lo que vio y vivió, sin ninguna concesión a lo que oyó o supo a través de los compañeros»27. No se trata de un método en sentido abstracto y aprioristico, sino de una actitud, un habitus mental que hace de brújula para una reconstrucción basada en los hechos vividos. Existe una línea sutil de separación con respecto a otras formas de relato y de escritura, pero se trata de una brecha que hay que defender sin fisuras, de una diferencia que tanto el testigo como el historiador deben tener siempre presente. Los hechos vividos son la premisa, la materia prima -al igual que los documentos para el historiador-, son los ladrillos con los que Levi construye su obra, en cuyo perfeccio namiento trabajó durante mucho tiempo, utilizando en el último periodo nuevas técni cas para valorizar mejor no sólo sus experiencias, sino también los grandes conoci mientos que había acumulado sobre el tema. Por lo tanto, no está sólo la necesidad y el deber de dar testimonio, precisamente de alguien que es un superviviente; Levi quiere asimismo entender y ayudamos a entender un acontecimiento extremo, inhumano, hecho de horror, mentira y vergüenza; un acontecimiento en torno al cual, de inmedia to, funcionan dispositivos de cancelación, ocultamiento y mistificación. Con un coraje y una eficacia que el tiempo engrandece, Levi afronta el desafío de lo indecible. Basándose en los hechos que vivió, Levi intenta reconstruir el acontecimiento y entender su significado; su escritura es un trabajo incesante por conectar tres reali dades distintas: el acontecimiento, el hecho y la verdad, para llegar a «una visión en la que verdad y significado vuelvan a ser una unidad»28. Es cierto que nunca pensó en escribir sobre los Lager como historiador; partía de su propia condición de testigo para sacar a la luz las situaciones que había conocido con los instrumentos del etòlogo, de quien ha explorado con exhaustividad la natura leza humana en condiciones extremas. Y también es cierto que, para transmitir la ver dad de su experiencia y el significado de su reflexión, se valía de la escritura literaria29.
27 F. CEREJA, «La testimonianza di Primo Levi come documento di storia», en V V A A ., Primo Levi. II presente del passato, cit., p. 98. 28 Ibidem, p. 104. Cereja utiliza aquí motivos de Hannah Arendt y de Francesco Traniello; la cuestión es de gran importancia epistemológica y constituye un nudo importante en la confronta ción con las formulaciones relativistas que sirven de marco al revisionismo historiográfico. 29 Cfr. M. B e lpo liti , en II Manifesto del 6 de septiembre de 1997.
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Pero las páginas de Levi, arrancando el pasado al conformismo que banaliza y relativiza, son imprescindibles para un concepto de la historia capaz de entender la discon tinuidad y, por lo tanto, forman parte de pleno derecho de una historiografía a la altu ra de su cometido. En fecha reciente, Giorgio Agamben, reflexionando sobre la esencia del campo de concentración, que considera la estructura en la que se materializa de forma estable el estado de excepción, observa que la investigación más útil consistiría en indagar «a través de qué procedimientos jurídicos y qué dispositivos políticos se pudo privar tan íntegramente a los seres humanos de sus derechos y de sus prerrogativas, hasta el punto que cometer con ellos cualquier acto ya no apareciera como un delito»30. La investigación solicitada es el eje maestro del trabajo de Raúl Hilberg, que, a tra vés de las sucesivas ediciones y apéndices de su gran obra, llega a una interpretación del genocidio que logra integrar las dos principales interpretaciones en conflicto, la intencionalista y la funcionalista. Sin dejar de subrayar el papel esencial de Hitler, el estudioso estadounidense concentra su atención en la lógica interna del exterminio. Hilberg interpreta la destrucción de los judíos como un proceso gradual que, retrospectivamente* puede parecemos planificado a través de etapas precisas, par tiendo de la definición de quiénes son los judíos hasta llegar a su destrucción. Sin embargo, no considera que Hitler y los dirigentes nazis dirigieran el proceso de des trucción siguiendo un programa; los impulsos llegaban del centro, pero la materia lización del genocidio fue obra de una máquina burocrática que, una vez puesta en marcha, procedía de acuerdo con una dinámica propia. Se produjo una autonomización del proceso de destrucción, que funcionó como un enorme engranaje en el que cada hombre-engranaje desempeñaba su tarea, beneficiándose de la desresponsabilización que permitía la división burocrática del trabajo. Precisamente para desmistificar la cobertura ofrecida por la ejecución administrati va de las tareas de oficio, Hilberg intenta identificar uno por uno a los hombres que pro pugnaron e hicieron posible la gran masacre. El método que ha seguido para la cons trucción de su obra y los resultados obtenidos son la mejor respuesta posible a cualquier forma de revisionismo. Analiza una documentación inmensa, se atiene a la máxima pru dencia, va siempre en busca de la verdad probada, de los datos empíricos, de la certi dumbre máxima a la que se puede llegar analizando las fuentes, comparándolas y contextualizándolas. No obstante, la suya no es una historiografía positivista, carente de inteligencia interpretativa; a partir de la enorme cantidad de materiales de la investiga ción, extrae, poco a poco, la indicación y la confirmación de la clave de lectura utiliza da para entender cómo se llevó a cabo la persecución y destrucción de los judíos: de ofi cina en oficina, vemos en marcha una monstruosa máquina burocrática que se extendía 30 G. Agamben, Homo sacer. Il potere sovrano e la nuda vita, cit., p. 191.
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hasta involucrar a todo un continente. Con el filtro de una escritura controlada y rigu rosa, nos lleva de la mano a conocer el proceso de destrucción de los judíos. Los resultados del trabajo de Hilberg se pueden considerar un desarrollo de las indicaciones de Franz Neumann y Hannah Arendt. Concentrando la atención en el dato sobresaliente de la parábola catastrófica del nazismo -la destrucción de los judíos de Europa-, llega a la conclusión de que la máquina de muerte puesta en fun cionamiento acabó autonomizándose, tendiendo a reproducirse de manera ilimita da a sí misma y produciendo no sólo la deshumanización de las víctimas, sino de los propios perseguidores. La solución final, que debía ser secreta, dejó una gran cantidad de documentos de archivo, procedentes de las distintas administraciones involucradas en el proce so que culminó en el genocidio. Iluminadora se revela sobre todo la documentación producida por la red de ferrocarriles que aseguraron el transporte de las víctimas, rastreada por cada rincón de Europa. Al haberse propuesto el objetivo de describir un acontecimiento-proceso, desa gregándolo a la escala de sus componentes significativas, Hilberg nos demuestra que la destrucción de los judíos fue una proeza de la burocracia. Pese a las impli caciones emotivas y las tensiones psíquicas a las que se vio sometida, no se arredró ante la atroz tarea que le encomendó el nazismo y que ejecutó en nombre del Füh rer. La meta insensata de destruir a todo un pueblo se hace posible gracias a los recursos de la racionalización. La máquina viviente, ya descrita con inquietud por Max Weber, en el lapso de unos años, al servicio de un Reich nuevo y más podero so, da prueba de lo que es capaz de hacer aprovechando la especialización del tra bajo técnico, la delimitación de las competencias, los reglamentos y las relaciones de obediencia ordenadas jerárquicamente. A Hilberg se le ha objetado no haber profundizado en los motivos de la des trucción de los judíos y no haber tenido lo suficientemente en cuenta el contexto bélico. En realidad, al concentrarse en cómo se desarrollaron los hechos, este autor nos proporciona una sólida respuesta también sobre los motivos y las circunstancias histórico-universales que llevaron a la construcción de un engranaje de destrucción sin precedentes erigido en el corazón de Europa, que creció junto a las conquistas militares alemanas y libró una verdadera guerra de aniquilación sin límites contra personas indefensas. A Hilberg le interesa analizar la aniquilación de los judíos a manos de la Alemania nazi, pero concibe este acontecimiento catastrófico como el resultado de una historia que hunde sus raíces en el pasado, en una evolución de muy larga duración. Sólo a través de esta estratificación es posible comprender los comportamientos de los acto res en juego, incluido el de las víctimas, que no se dieron cuenta del giro acometido por el nazismo: la persecución ya no se dejaba a merced de la acción espontánea del 146
antisemitismo emocional, sino que, de acuerdo con una indicación formulada por Hider en su primer escrito antisemita (1919), había que asentarla sobre bases legales y racionales; de ello se ocupó la burocracia, es decir, todo el aparato estatal alemán, con el apoyo de amplios sectores de la sociedad, bajo el estímulo del Partido Nazi. La obra del estudioso estadounidense demuestra de por sí las potencialidades de una historia del Holocausto, superando en los hechos las múltiples objeciones plan teadas en este terreno. Sus tesis fundamentales aparecen expresadas con claridad: «la destrucción de los judíos fue un proceso administrativo», alimentado por «una disposición de espíritu»; la destrucción se organizó, pero no se planificó; en la fase que va de 1933 a 1940, el objetivo de los nazis fue expulsar a los judíos; la fase del exterminio cubre los años 1941-1945. En síntesis: «El proceso de destrucción cons tituyó una trayectoria en continuo desarrollo, que empezó con prudencia y acabó desatándose sin límites»31. En su reconstrucción puntual, detallada y equilibrada, Hilberg no indica un único momento o una decisión concreta que inaugurase la última fase de la solución final, la de la matanza de todos los judíos. Tiende a atribuirle un carácter procesual, acu mulativo, incluso en el pasaje que pone a modo de introducción del gran capítulo dedicado a las deportaciones (en realidad, un volumen de 400 páginas). A lo largo de los años, la máquina administrativa había dibujado una orientación precisa; en este contexto, «durante el primer semestre de 1941, se traspasó una línea de frontera al otro lado de la cual se abrían posibilidades de acción que no tenían precedentes en el pasado. Un número siempre creciente de protagonistas estaba a punto de compren der la naturaleza de todo lo que podría suceder entonces. En esta cristalización, resal taba el papel de Hitler, sus deseos o las expectativas que encontraban expresión en un círculo reducido»32. No era necesaria una orden escrita porque cada palabra de Hider era ley, no hacía falta siquiera un mandato explícito sino, ciertamente, sólo la intuición de sus deseos y expectativas. Quienes estaban en contacto con él tenían la obligación de entender lo que iba a suceder, porque, de acuerdo con la concepción nazi del poder del Führer, lo que brotaba de su persona, lo que dejaba traslucir, coin cidía plena e íntegramente con lo que quería el pueblo alemán y era, por lo tanto, una orden, una ley que había que aplicar de manera ilimitada. La supuesta identificación inmediata y total entre el Führer y el pueblo, a su vez fundido en un único bloque racial, echaba por tierra todo ordenamiento jurídico y las bases de la civilización moderna, pero esta regresión venía acompañada del des pliegue de todo el instrumental técnico de la modernidad. El resultado histórico de tal encuentro fue la industrialización del genocidio. Hasta entonces, sólo se habían 31 R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d’Europa, cit., p. 861. 32 Ibidem, p. 425.
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tecnologizado completamente las operaciones en el frente de guerra; matando a escala y con métodos industriales a cada uno de los miembros de una población, los nazis dan un salto cualitativo, inventan un prototipo que no nace de la nada pero que, en verdad, no tiene precedentes. Los campos de exterm inio funcionaban bien y con rapidez. El recién llegado bajaba del tren p or la mañana y p o r la noche ya se estaba incinerando su cadáver y empaquetando y almacenando su ropa, lista para ser enviada a Alem ania [...]. En apariencia, la organización es de una simplicidad inaudita, pero un examen más atento revela que las operaciones de los centros de exterm inio se asemejan, bajo determinados aspectos, a los m étodos de p ro ducción complejos de una fábrica m oderna [...]. Lo más sobrecogedor, en las operaciones de los centros de exterminio, es que, a diferencia de las fases preliminares del proceso de destrucción, éstas no tienen precedentes. Nunca, en toda la historia de la humanidad, se había matado en cadena. El centro de exterm inio [...] no tiene ningún prototipo, ningún predecesor administrativo. Esta característica se deriva del hecho de que se trataba de una institución compuesta que incluía dos elementos: el campo propiam ente dicho y las insta laciones de exterminio dentro del campo. Cada una de estas dos partes tenía sus propios antecedentes administrativos. Ninguna era com pletam ente nueva. El campo de concen tración y la cámara de gas existían desde hacía cierto periodo de tiempo, pero aisladas. La gran innovación fue poner en funcionam iento los dos sistemas juntos33.
Las descripciones disponibles de los campos de concentración nazis, en gran parte gracias a los supervivientes, no siempre logran dar cuenta de las diferencias existentes entre los distintos campos34. Incluso la afirmación de David Rousset, autor del pionero y fundamental L’Univers concentrationnaire (1946), de acuerdo con la cual entre los campos «normales» y los de destrucción no había una diferen cia de sustancia, sino sólo de grado, se debe tomar con cautela y verificar a la luz de un análisis histórico complejo, que, a cincuenta años vista, no se puede decir que esté acabado por completo. Rousset tiene razón en el sentido de que los distintos campos estaban en conexión entre sí, existía una circulación de las víctimas y de los verdugos, y tiene razón porque los campos «normales» eran también campos de exterminio, a veces con estructuras apropiadas para ello, cámaras de gas incluidas.
33 Ibidem, p. 941. 34 «Para un conocimiento de los Lager, los propios Lager no eran siempre un buen observatorio: en las condiciones inhumanas a las que se les sometía, era raro que los prisioneros pudiesen adqui rir una visión de conjunto de su universo» (R Levi, Los hundidos y los salvados, cit., p. 658). Una reconstrucción histérico-geográfica muy útil del sistema de los campos la proporciona el volumen de Gianni MORIANI, Pianificazione e tecnica di un genocidio, Padua, Muzzio, 1996.
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Esto no quita que los seis campos polacos desempeñaran una función completa mente especial, que entre ellos hubiera diferencias relevantes y, por último, que, por dimensiones, complejidad y duración, el campo de Auschwitz ocupara una posición única: fue el auténtico epicentro del universo concentracionario. En su momento de máximo desarrollo, incluía el campo originario (Auschwitz I), el campo especial de exterminio de Birkenau (Auschwitz II) y el campo industrial de Monowitz (Auschwitz III). Kulmhof (Chelmno), el primer centro de exterminio en entrar en funcionamiento a finales de 1941, estuvo operativo hasta septiembre de 1942 y durante un periodo de 1944; de acuerdo con Hilberg, murieron allí 150.000 judíos. El campo de Belzec, con 550.000 muertos, cerró las cámaras de gas a finales de 1942. Treblinka y Sobibor siguieron funcionando hasta octubre de 1943, llegando a matar, respectivamente, a 750.000 y 200.000 judíos. A continuación, el peso de la solución final cae sobre Birkenau y sus hornos crematorios35. El sexto campo polaco, el de Maidanek (Lublin), se parecía a Auschwitz desde el punto de vista de la función y la estruc tura, es decir, no era sólo un campo de exterminio, sino también de concentración y de trabajo; el número de judíos matados allí fue relativamente inferior, cerca de 50.000. Los testimonios y las fuentes documentales disponibles sobre Auschwitz, inclui das las de los antiguos archivos soviéticos, no tienen equivalente en el caso de los campos que servían de puros y simples centros de eliminación: Kulmhof, Belzec, Sobibor, sobre los que se sabe muy poco. Desempeñaba la misma función Treblin ka, sobre el que se tiene un poco más de información. Entre otras cosas, justo en Treblinka, por comodidad de transporte, se hizo des aparecer en la nada a centenares de miles de judíos del gueto de Varsovia; la ope ración se desenvolvía con rapidez gracias a la contribución del Ministerio de Trans portes, que puso a disposición los convoyes necesarios. El jefe del estado mayor personal de Himmler, el O bergruppenführer Karl Wolff, estaba entusiasmado con ello: «Con una satisfacción absolutamente extraordinaria, he leído que desde hace dos semanas, cada día, se hace partir un tren rumbo a Treblinka con 5.000 miem bros del pueblo elegido, de modo que ahora estamos en condiciones de seguir con este movimiento de población a un ritmo acelerado»36. En este caso, el destino del «pueblo elegido» era el exterminio puro y simple, no había una incorporación al universo concentracionario, ni ninguna utilización o explo tación de las víctimas. Tal como hace notar Vidal-Naquet, hay que relacionar Treblinka 35 Cfr. R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d’Europa, cit., p. 1.040. No obstante, hay que añadir a los judíos, los gitanos y las víctimas de otras nacionalidades. 36 Wolff a Ganzmuller, carta del 13 de agosto de 1942, citada por R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d’Europa, cit., p. 507. Wolff tendrá más tarde un papel destacado en Italia durante la República Social Italiana de Mussolini y se las ingeniará muy bien, viviendo como un estimado señor, muy
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con Hartheim, con los centros de eliminación del programa «eutanasia», más que con Dachau o Ravensbrück37. En parte a resultas del activismo negacionista, que cogió desprevenidos a los his toriadores, vacilantes sobre cómo debían responder a afirmaciones surreales, se ha insistido principalmente en las cámaras de gas como instrumento y símbolo del exter minio, pero, desde el punto de vista técnico, el problema más arduo no era matar a las víctimas, sino eliminar sus cuerpos, las montañas de cadáveres; también en este caso se hicieron importantes avances38. Al final, «la capacidad de destrucción se acer caba a un punto ya sin límites. Por más simple que fuera, hicieron falta años para definir este sistema en el marco de la aplicación constante de las técnicas administra tivas. Dentro de la evolución de la cultura occidental, habían hecho falta milenios»39. Retomando el esquema de Hilberg, las etapas del proceso de destrucción se pue den subdividir del siguiente modo: la definición, la expropiación, la concentración, la explotación y el aniquilamiento. En realidad, en función de las circunstancias, no se recorrían todas las etapas, porque los nazis sabían adaptar el proceso a las necesida des y oportunidades del momento, demostrándose flexibles y creativos. El camino que va de la definición a la aniquilación comporta en todo caso privar a la víctima de todo derecho, «reducirla completamente a vida desnuda» (Giorgio Agamben), «de tal suerte, por lo tanto, que se podrá decidir con total serenidad sobre su vida y su muerte» (Primo Levi), porque «el mundo no ha encontrado nada de sacro en la des nudez abstracta del ser humano» (Hannah Arendt). Hilberg ha limitado su investigación a la destrucción de los judíos, pero ha insis tido con fuerza en el impulso hacia el aniquilamiento de otros grupos y, en definiti va, de todos los diferentes: «La expansión de la destrucción no se detuvo aquí. Cuanto más trabajaba la máquina a pleno ritmo, más se aceleraba el proceso para alcanzar su objetivo y más se generalizaba la hostilidad alemana. El objetivo judío se quedaba demasiado corto: así que se ampliaba, añadiéndole otros». «A la vez que los judíos caían en desgracia, se definía una serie concreta de objetivos para engullir a otros grupos»40. solicitado... por periodistas e historiadores, como testigo valioso y ecuánime. En la ribera del Garda disfruta, hasta el día de hoy, de fervientes admiradores. 37 Cfr. E V i d a l - N a q u e t , Réflexions sur le génocide, París, La Découverte, 1995, p. 215. El autor añade que «todo intento de contraponer radicalmente lugares de explotación y lugares de elimina ción está a estas alturas destinado al fracaso». 38 Éste es el tema del trabajo, sobrevalorado a resultas de la polémica antinegacionista, de Jean Claude PRESSAC, Le macchine dello sterminio. Auschwitz 1941-1945, Milán, Feltrinelli, 1994 [ed. orig.: 1983], dedicado a los crematorios construidos por la J. A. Topf & Söhn de Erfurt. 39 R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d’Europa, cit., p. 1041. 40 Ìbidem, pp. 1081-1083.
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En su gran work in progress, Hilberg ha situado realmente la solución final en la historia; reconstruyendo de manera minuciosa su desarrollo interno, consigue ligar el proceso que analiza con las dinámicas profundas del nazismo hacia la guerra y el dominio total. Pese a los méritos atribuibles a la propuesta de interpretar de modo unitario la época de las dos guerras mundiales en términos de «guerra de los treinta años», más que de «guerra civil europea», con los problemas asociados a una periodización que cambia en función de las opciones ideológicas (1914-1945 o 1917-1945), parece más convincente la tesis que subraya la diferencia, unicidad y especificidad de la Segunda Guerra Mundial41. Existen sin duda fuertes conexiones entre las dos gue rras, pero el elemento crucial de diferenciación deriva de la naturaleza histórica del nazismo: el programa de dominio racial no es simple propaganda ni mera cobertu ra ideológica, asciende de medio a fin y decide, en última instancia, la política exte rior y las propias opciones militares estratégicas: sólo así se puede entender la gue rra contra la Unión Soviética y las modalidades bajo las que se llevó a cabo. En la concepción nazi del Estado racial no hay separación entre política interior y políti ca exterior, ambas unificadas en la construcción del Nuevo Orden Europeo. El debate está, por lo demás, abocado a mantenerse abierto; de hecho, recientes investigaciones han podido retomar y radicalizar la lectura de la historia alemana del siglo X X delineada por Fritz Fischer, identificando una continuidad estructural en la expansión imperialista de Alemania hacia el Este, en función de la cual la gue rra de conquista y exterminio nazi entraría dentro de coordenadas ya trazadas hacía tiempo y llevadas al paroxismo por el Tercer Reich, con el apoyo de las fuerzas armadas y de la gran industria42. Las virtudes y los defectos de estas interpretacio nes son fáciles de reconocer: nos permiten situar el nazismo dentro de la historia alemana, por lo menos a partir de la época de la industrialización; por otro lado, corren el riesgo de mitigar o hacer desaparecer la peculiaridad del nazismo, la espe cificidad de su naturaleza social, política e ideológica. 41 Ésta es la posición de G. L. WEINBERG en A World at Arras. A Global History of World War II, Cam bridge, Cambridge University Press, 1994 [ed. cast.: Un mundo en armas, Barcelona. Grijalbo, 2004], sobre el cual véase L. CEVA, «Echi di una storia globale», Rivista storica italiana 1 (1996). De Gerhard Weinberg conviene consultar asimismo la reciente colección de ensayos: Germany, Hitler and World War II, Cambridge, Cambridge University Press, 1995. También Francois FURET distingue netamente las dos guerras, sosteniendo el carácter imprevisible de la primera y plenamente ideológico de la segunda [F. F u r e t , Il passato di un’illusione. Videa comunista nel XX secolo, Milán, Mondadori, pp. 44 ss.; ed. cast: El pasado de una ilusión. La idea comunista en el siglo XX, Madrid, Fondo de Cultura Econòmica, 1995]. 42 Cfr. F. F isc h e r , Assalto al potere mondiale, Turin, Einaudi, 1965 [ed. orig.: 1961]. Nos referi mos, en particular, a los estudios de Götz Aly.
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Resultado del que no se libra otra corriente historiográfica que ha privilegiado el estudio de las transformaciones de la sociedad en el contexto del «camino particular» de Alemania hacia la modernidad. Después de haber escarbado durante mucho tiem po en la época de Guillermo II y, más tarde, en la weimariana, esta «nueva historia social» ha acabado replegándose frente al banco de pruebas principal: la Alemania de la época del nazismo, el propio nazismo y sus consecuencias. El modelo del Sonderweg se revela poco productivo desde el punto de vista heu rístico y las continuidades estructurales en términos imperialistas no parecen capa ces de dar cuenta de lo que produce una brecha, un salto de cualidad negativo y destructivo, dentro de proyectos no faltos de antecedentes. El denominado Generalplan Ost puede ser tomado como ejemplo significativo de este tipo de problemas: formulado por la Reichssicherheitshauptamt (RSHA) de Himmler43, antes del ataque a la URSS, preveía el traslado forzoso de más de trein ta millones de habitantes a Europa oriental para hacer sitio a colonias agrícolas ale manas (Volksdeutsche)^ , de acuerdo con la doctrina del Lehensraum. Semejante planificación descomunal, debida a una estructura tecnoburocràtica enorme, no preparaba sino un caos mortífero: hay que conectar el Generalplan Ost con la solu ción final, que, a su vez, no sólo afectaba a los judíos, traduciéndose en enormes masacres de otras nacionalidades, minorías o grupos humanos específicos destina dos a la destrucción45. Es verdad que con el Generalplan Ost se pone en evidencia un aspecto de la polí tica nazi que queda ensombrecido en las interpretaciones que subrayan de manera prioritaria el antibolchevismo, como en el caso de Ernst Nolte y Arno Mayer, aun con todas las diferencias, o la centralidad absoluta del Holocausto judío. Para los nazis, empezando por Hitler, y para sectores importantes de la economía alemana,
43 Dirección general de la Seguridad del Reich: organización de las SS creada por Heinrich Himmler el 22 de septiembre de 1939, a través de la fusión del Sicherheitsdienst [Servicio de Seguridad], la Ges tapo y la Kriminalpolizei, para «luchar contra los enemigos del Reich», dentro y fuera de Alemania. La RSHA era la autoridad directa para la formación de los Einsatzgtuppen y proporcionaba fuerzas de seguridad a las SS locales y a los cuerpos de policía. Estuvo bajo el mando de Reinhard Heydrich hasta el asesinato de éste en 1942, a partir de lo cual ocupó el cargo Emst Kaltenbrunner. [N. de la TJ 44 El término Volksdeutsche (literalmente en alemán «miembros del pueblo [volle] alemán) surge a principios del siglo XX para designar a los alemanes que vivían fuera del Reich alemán, en contraposi ción a los alemanes imperiales (Reichsdeutsche). Su uso se extendió especialmente durante la Repúbli ca de Weimar y el Tercer Reich, adquiriendo fuertes connotaciones völkisch y raciales. [N. de la TJ 45 El Generalplan ha sido objeto de un estudio pionero: R. KOEHL, RKFDV: German Settlement and Population Policy 1939-1945: A History of the Reich Commission for the Strengthening of Germandom, Cambridge, 1957. Para un análisis actualizado, véase E. Collotti, «Una “soluzione finale” per la Mitteleuropa», cit.
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los países del Este, liberados de comunistas y judíos, eran las tierras de un nuevo imperio colonial, un «nuevo imperio de las Indias», como decía el Führer. No obstante, aunque hay que tener muy presente, por lo tanto, el colonialismo, entre otras cosas por el papel crucial del racismo en este sistema de dominio, no puede constituir la clave interpretativa única o principal de la guerra contra el Este, que no sólo iba dirigida a la explotación económica, sino, también, a la destrucción del enemigo ideológico y a la aniquilación completa de la «raza» judía. La lógica que dominaba los proyectos de expansión hacia el Este aflora con cla ridad de un acuerdo estipulado en septiembre de 1942 por el ministro de Justicia Thierack con el jefe de las SS, Himmler. Escribiendo a Martin Bormann, el respon sable de la Justicia explica: Con objeto de liberar al pueblo alemán de los polacos, los rusos, los judíos y los gita nos y de desocupar los territorios del Este anexionados al Reich para la reinstalación de los connacionales alemanes, tengo intención de encom endar la com petencia penal sobre los polacos, rusos, judíos y gitanos al Reich sführer-SS4b. A ctuando de este m odo, me baso en el principio de que la adm inistración de justicia sólo puede hacer una contribución mínima al exterm inio de todos estos pueblos47.
En su desarrollo concreto y en sus consecuencias genocidas, la solución final de la cuestión judía está ligada de manera irrefutable a la guerra contra la Unión Soviética, epicentro del judeo-bolchevismo y tierra habitada por pueblos racialmente inferiores. La guerra alemana en Europa oriental marcó una ruptura cualitativa en la histo ria moderna de las masacres de poblaciones civiles; sin duda, las comparaciones son posibles, sobre todo con las escabechinas llevadas a cabo por los conquistadores blancos con respecto a los pueblos de color. En todo caso, en la Segunda Guerra Mundial las fuerzas armadas alemanas ( Wehrmacht» SS y colaboradores) perpetra ron en Europa oriental y en Rusia un exterminio dirigido y sistemático, inauguran do una guerra de aniquilación, tendencialmente total, sin precedentes. En la guerra contra el Este, la «cualidad» del exterminio judío llevado a cabo por los alemanes destaca en comparación con las prácticas genocidas puestas en marcha por otros sujetos involucrados en la misma gesta. Se puede hacer referencia al caso
46 El Reichsführer-SS era el rango superior de las SS. La categoría apareció en 1925 como título honorífico, pero, en 1929, Heinrich Himmler, recientemente honrado con él, empezó a utilizarlo en lugar de su rango regular en las SS. En 1934, tras la Noche de los cuchillos largos, el título se con virtió oficialmente en el máximo rango de las SS, detentado por Himmler hasta que acabó con su vida poco antes de la caída de Berlín. [N. de la T.] 47 R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d’Europa, cit., p. 473.
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\ de los judíos de Transnistria, que fueron víctimas del feroz antisemitismo rumano y, sin embargo, el 40 por 100 de los deportados pudo salvarse, porque la masacre de los judíos no era para los rumanos un fin en sí misma. Hilberg, a quien se debe una reconstrucción de síntesis pero, como siempre, extraordinariamente precisa, obser va: «En agosto de 1942, los rumanos empezaron a perder parte de su entusiasmo. Habían agotado su ímpetu inicial y estaban exhaustos»48. Una conducta inconcebi ble para los alemanes. Dejando de lado por un momento el problema del carácter planificado desde arri ba o «espontáneo» y caótico de una conducta así, nos parece que su interpretación remite a la suma y concentración de más motivaciones, en virtud de lo cual la radicalización destructiva sería el resultado de una pluralidad de impulsos: la política tradi cional de expansión y conquista hacia Oriente que recorre la historia alemana; los objetivos de explotación de los recursos naturales y humanos perseguidos por la eco nomía capitalista de la Alemania nazi; la lucha mortal contra el judeo-bolchevismo y la realización de la ideología racista del nacionalsocialismo. Sólo los últimos dos pun tos pertenecen en exclusiva a la política del Tercer Reich, pero todos estuvieron ope rativos y contribuyeron a producir la especificidad de la guerra de exterminio. El revisionismo histórico ha insistido mucho en el enfrentamiento Europa-Asia y en la amenaza «asiática» que se cernía sobre Alemania para explicar y justificar la acción de los nazis. Con tal planteamiento, Nolte y Hillgruber no se limitan a utili zar el topos de la eterna lucha de la civilización occidental contra la barbarie orien tal, sino que, de manera más sutil, aspiran a desplazar la guerra hacia el Este, haciendo desaparecer las destrucciones y las masacres perpetradas por los alemanes en el corazón de Europa, dado que el Tercer Reich, en su opinión, no habría sino intentado defenderse del avance del Ejército rojo, que luego, por desgracia, tendría lugar, con consecuencias desastrosas para los alemanes de los territorios orientales. En la Historikerstreit se aprehende esta cuestión, aunque no se desarrolla de mane ra adecuada; hace referencia a ella Habermas, retomando una reflexión de Karl Schlógel, que pone de relieve uno de los nudos que bloquean el pasado alemán: La aniquilación del judaism o centroeuropeo, el som etim iento de las poblaciones que vivían en esta área, la elim inación física de la intelligentsia polaca y checa, la calificación de todos los eslavos com o bestias de carga y el exterm inio sistemático de los prisioneros de guerra soviéticos. Todo esto son cosas en la historia de A lem ania que todavía esperan ser afrontadas públicam ente [...]. Los territorios orientales de C entroeuropa constituye ron la zona de m uerte del Reich nacionalsocialista en su conjunto49.
48 Ibidem, p. 782. 49 Cfr. VV.AA., Germania un passato che non passa, Turin, Einaudi, 1987, p. 157.
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La periodización del exterminio, como fase genocida de la solución final, entre lazada con la evolución de la guerra de cruzada contra el bolchevismo, ha sido obje to de un intenso debate; no se trata, en efecto, de establecer una pura cronología, sino de afrontar un nudo interpretativo complejo. No todos aceptan la tesis de estu diosos autorizados de acuerdo con la cual hay que situar el comienzo sistemático del genocidio después del fracaso de la «Operación Barbarroja», como una especie de venganza por el fiasco. Las interpretaciones intencionalistas tienden a anticipar la decisión operativa, que sólo podía tomar Hitler. A juicio de un estudio reciente, es posible fecharla entre finales de 1940 y principios de 194150. En cambio, lo que sí que está establecido es que hubo dos fases: la primera, lleva da a cabo por los Einsatzgruppen por medio de fusilamientos en masa, se desarrolla a la vez que el ataque a la Unión Soviética; la segunda, aunque sin abandonar los instru mentos tradicionales, utiliza las técnicas y el personal experimentado en el ámbito de la «operación eutanasia» y comienza artesanalmente a finales de 1941, el sistema de poder nazi la pone a punto en la Conferencia de Wannsee en enero de 1942 y se desa rrolla a gran escala a finales de la primavera de 194251. El estudio histórico de la solución final ha conseguido resultados importantes y muy poco conocidos y acogidos en ámbitos no especializados en la investigación sobre los Einsatzgruppen. Las tareas de las unidades móviles que dependían de la Dirección General de Seguridad del Reich de Reinhard Heydrich se definieron antes de la invasión de la URSS y se basaban en un estricto acuerdo entre el ejérci to y la RSHA. Ésta preveía que las unidades móviles pudiesen «acometer medidas ejecutivas contra la población civil» en todas las zonas de operaciones, del frente a la retaguardia. Se constituyeron cuatro Einsatzgruppen para un total de cerca de 3.000 hombres (entre los cuales, un porcentaje era de las Waffen-SS 52). Al princi pio, las unidades móviles fusilaban a los judíos varones adultos, pero, desde agosto de 1941, la masacre se extendió a mujeres y niños. Los «comunistas» y los gitanos eran las otras categorías principales de víctimas: los primeros, en tanto que encar nación del judeo-bolchevismo; los segundos, porque se les consideraba delincuen tes por constitución. Hay que tener en cuenta que, entre las «categorías menores» que había que eliminar, figuraban también los enfermos mentales. La matanza por 50 Cfr. R .15 re it m an , «Plans for the Final Solution in Early 1941», en German Studies Review 3 (1994). 51 Con ocasión del quincuagésimo aniversario de la Conferencia de Wannsee, se celebrò en Lon dres un importante congreso; las actas se publicaron en un volumen editado por David CESARANI, The Final Solution. Origins and Implementation, Londres-Nueva York, Routledge, 199452 Brazo de combate de las SS, conocido por haber participado en algunas de las peores atroci dades perpetradas por el régimen nazi. Tras unos comienzos humildes como escuadrón de protec ción de los líderes del NSDAP acabó convirtiéndose en una fuerza de treinta y ocho divisiones de combate, entre las que había un importante número de unidades de elite. [N. de la TJ
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medio de armas de fuego de un número tan enorme de personas, más de un millón sólo entre los judíos, planteaba una serie de problemas técnicos y psicológicos y la necesidad de encontrar métodos más «humanos» (utilizando a los locos como coba yas, se probó la dinamita; luego, con «mejores resultados», el gas)53. Sería absurdo sostener que el exterminio de los judíos no se vio influenciado por las vicisitudes de la guerra; por otra parte, su relativa autonomización, que se per cibe como pura irracionalidad, en conflicto con las necesidades bélicas y el interés económico, responde plenamente a la lógica de la máquina de poder nazi, animada por los imperativos ideológicos proclamados por Hitler, Himmler y Goebbels54. En la representación histórica del exterminio, el infierno de los campos tiene su expresión extrema en los puros agujeros de muerte como Treblinka, Belzec, Sobi bor o Chelmno; esto no debe impedirnos distinguir las diferentes articulaciones del sistema y la importancia crucial del campo de Auschwitz, en el que los nazis agru paron todas las funciones principales de su universo concentracionario, basado en el dominio y la explotación, el terror y la muerte. Todo esto es preciso insertarlo a continuación en un contexto más amplio, en el que entran en juego todos los países que formaban parte del ámbito de poder del Tercer Reich. De ello se desprende que el sistema concentracionario de explotación y destrucción iba mucho más allá de los campos de exterminio que funcionaban en Polonia y de los Lager «históricos» de Alemania; estaba alimentado por miles de campos «menores», en toda la Europa ocupada, también muy presentes, e ignora dos durante mucho tiempo, en Italia. La industrialización del exterminio comportaba la cancelación del crimen como resultado funcional, además de como proyecto político. Tal objetivo lo consiguieron alcanzar los nazis con Treblinka y, en mayor medida aún, con los campos de elimi nación pura: Belzec, Chelmno y Sobibor, de los cuales se sabe poco y que no entran en sentido estricto en la lógica del universo concentracionario encarnada por Ausch witz, que preveía no sólo la destrucción física, sino también moral y psíquica de los detenidos y la explotación de la materia prima viviente rastreada por Europa. La enorme máquina de muerte era imposible de ocultar y, sin embargo, crecía en el disimulo y el engaño, se perpetuaba con la aniquilación y tendía a la autodestrucción 53 El estudio fundamental sobre los Einsatzgruppen es el de H. K r u n s n ic k y H.-H. W ilhelm , Die Truppe des Weltanschauungskrieges: Die Einsatzgruppen der Sicherheitpolizei und des SD, 1938-1942, Stuttgart, Deutsche Verlags-Anstalt, 1981. Sobre los experimentos, cfr. H. Friedländer, Le origini del genocidio nazista, cit., p. 196. 54 Hilberg, después de haber descrito los enfrentamientos entre los distintos centros de poder nazi en torno a la utilización de los «judíos para el trabajo», concluye que «los judíos fueron masa crados en el trascurso de un proceso en el que los factores económicos desempeñaron un papel muy secundario» (R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d’Europa, cit., p. 551).
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como meta de la propia utopía invertida. El proyecto de cancelar la realidad y construir la nada, aunque alcanzó grados sin precedentes, sólo se llevó a cabo parcialmente. Sin embargo, la reconstrucción histórica de lo que sucedió encuentra muchas dificultades, tanto a causa de la pérdida de las fuentes, como por la inadecuación de los conceptos. Estudios como los de Hilberg y, en fecha más reciente, los trabajos de Christopher Browning y de muchos otros demuestran que no sólo es necesaria, sino también posi ble, una reconstrucción histórica de la Shoá-, asimismo, hay que considerar de extra ordinaria importancia la aportación que se ha hecho a partir de la elaboración de la memoria de los testigos y de los supervivientes. Estas dos vías principales tienen perspectivas distintas, porque una está apenas en sus comienzos, mientras que la otra se va agotando y confluye en la primera. A ellas hay que añadir un tercer enfoque de tipo arqueológico y retrospectivo, posibi litado por el fin imprevisto, por la interrupción por motivos bélicos, del ciclo enlo quecido de la producción de muerte y sufrimiento dentro de los Lager. Claude Lanzmann ha aprehendido las potencialidades heurísticas de una vía apoyada en los lugares físicos del exterminio. La fuerza devastadora de su película y la imagen terrible que nos devuelve de Polonia, incluso más que del nazismo, deri va de que en aquel país el tiempo se ha detenido durante décadas: La tierra polaca, los ríos, los bosques polacos, las ciudades, los pueblos, los hombres y las mujeres de Polonia hablan el Holocausto, lo vuelven a despertar, lo restituyen en una especie de actualidad atemporal que abóle con frecuencia cualquier distancia entre el presente y el pasado. Al igual que los arqueólogos que, cuando recorren con la Biblia en m anaia tierra de Israel, descubren que la Biblia es verdadera, recorriendo Polonia pertrechado de relatos, de memorias, de monografías, de testimonios orales, de obras científicas, todas dedicadas al exterminio del pueblo judío, he descubierto in situ que estos libros eran verdaderos y que las cicatrices del exterminio están todavía inscritas en los lugares y en las conciencias con tanta frescura y fuerza que pierden su dimensión mítica y legendaria para convertirse en una evidencia inmediatamente palpable55. Con un planteamiento que recuerda al utilizado por Lanzmann, se han realizado investigaciones históricas que parten de los lugares físicos del exterminio y recons truyen la vida de las comunidades vecinas durante y después de los acontecimientos56. 55 C. L a n z m a n n , «La mia inchiesta in Polonia», Qualestoria 1-2 (1994), p. 162. De Lanzmann, además de la película, véase el volumen homónimo Shoá, Milán, Rizzoli, 1987. 56 Para un ejemplo significativo de este tipo de estudios, véase: G. J. HORWITZ, A ll’ombra della morte. La vita quotidiana attorno al campo di Mauthausen, Padua, Marsilio, 1994- Mauthausen cons tituye, después de Auschwitz y Birkenau, el área concentracionaria más amplia de las que han
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En un momento en el que se multiplican, sobre todo en Estados Unidos, los museos dedicados al Holocausto, con aspectos comerciales y espectaculares muy discutibles, haría falta, en cambio, una política de conservación rigurosa desde el punto de vista filológico de los lugares del sistema concentracionario en Europa y, ante todo, de su núcleo principal desde el punto de vista histórico y simbólico. Auschwitz no pertenece a Polonia, a esta o aquella religión o nación, su universali dad debe poder resistir al tiempo, como un monumento y una amonestación enor mes y terribles en el corazón del viejo continente. En su interior, sólo el campo de Birkenau se extiende sobre una superficie de 174 hectáreas y comprende noventa y ocho edificios; todo el conjunto ha sufrido los estragos atmosféricos y también devastaciones de distinta naturaleza, entre ellas algunas restauraciones desconsideradas, carentes de la atención y el rigor que su sig nificado simbólico y su importancia histórica exigían. No se emprendió un trabajo eficaz de conservación hasta finales de la década de 1950 y, para entonces, el lugar había sufrido ya terribles daños. Inmediatamente después de la libe ración, el Ejército Rojo transformó el Stammlager [campo principal] en un hospital de cam paña, ocupado luego p or la Cruz Roja polaca. Entretanto, se tenía a los prisioneros de gue rra alemanes en Birkenau, lo cual exigió una adaptación de las barracas. A l mismo tiempo, los habitantes de las aldeas vecinas desmantelaron varias torres de control para sacar mate rial de construcción y leña para quemar. No menos de ciento sesenta barracas de madera se desmontaron y transportaron a Varsovia para alojar a los sin techo y a los albañiles de una ciudad devastada. En el lapso de un año, se habían transformado los calabozos de Auschwitz y partes enteras de Birkenau simplemente habían desaparecido. Hasta 1962 no se decretó un área protegida en torno a los sitios más importantes, ampliada en 197057.
En tanto que lugar símbolo del Holocausto, se han desencadenado conflictos en torno a Auschwitz; los judíos han reaccionado a los reiterados intentos de negar o diluir la dimensión del genocidio específico judío, cuando se ha establecido histó ricamente que, en Auschwitz, la inmensa mayoría de las víctimas eran judíos. Se ha producido algo parecido a una reacción en cadena, muy comprensible aunque más difícil de compartir, ejemplificada por la máxima de Elie Wiesel: «Exactamente del
sobrevivido (cfr. E. COLLOTTI, «Strategie della memoria: a 50 anni dalla deportazione», Storia e memoria 1 [1995]). 57 G. M a s s a r i e l l o M e r z a g o r a , «Ecologia della memoria: la conservazione dei lager sul terri torio della Germania», Bollettino della Società Letteraria de Verona 9 bis (1995), p. 62. Véase tam bién J.-C. SZUREK, «Polonia. 11 campo di concentramento museo di Auschwitz», en W .A A ., A Est, la memoria ritrovata, Turin, Einaudi, 1991.
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mismo modo que nosotros luchamos contra el olvido, vosotros debéis combatir contra la universalización que diluye la tragedia y, por lo tanto, permite a quien la niega cancelarla de forma definitiva o, al menos, cancelar su especificidad judia»58. La indicación de Wiesel no es aceptable y sólo tiene sentido en relación con una fase precisa, que se ha agotado por completo, con lo que tenía de bueno y de malo: la del antifascismo histórico y su incomprensión o instrumentalización de la tragedia judía. Si por Shoá sólo se debe entender la destrucción de los judíos, excluyendo a los millones de no judíos matados en nombre de la misma política, entonces semejan te palabra podrá ser más o menos correcta desde el punto de vista de la religión judía, en función de las opciones teológicas, al igual que sucede con el término Holocausto, pero nos devuelve una representación distorsionada de la realidad. Para luchar contra un falso universalismo, no es necesario caer en el diferencialismo que, erigiendo barreras insuperables entre las culturas, las memorias y las his torias nacionales, permite que el racismo nazi celebre una victoria postuma. Los negacionistas, que se han organizado como una empresa multinacional59, comparten con signo invertido el planteamiento del nacionalismo judío en materia de exterminio y su labor se ha visto facilitada por la absolutización del Holocausto, a su vez atribuible en gran medida a la debilidad de un universalismo desfigurado para convertirse en instrumento de la lucha ideológica. Pero la falsificación se ha podido difundir por una cantidad de concausas, entre las cuales se encuentra la poca o nula atención prestada a la importancia de la conservación de las pruebas físicas de los Lager en un mundo donde todo se desvanece con extrema rapidez. Los nazis iniciaron la tarea de hacer desaparecer las huellas de las estructuras de muerte; lo consiguieron en los campos de Treblinka, Sobibor y Belzec, desmantela dos, limpiados y renaturalizados, con la plantación de árboles. Sólo la llegada de los rusos impidió que se actuase del mismo modo en Auschwitz, sobre todo con el campo de exterminio de Birkenau. En la posguerra, prevaleció un uso propagandístico del exterminio, sobre todo de Auschwitz, con escasa o nula preocupación por la verdad histórica. Entre otras cosas, se reconstruyó la primera cámara de gas de Auschwitz sin dar a conocer que no se trataba de la estructura auténtica y originaria. Sólo en la década de 1980,
58 Cfr. VV.AA., Pensare Auschwitz, cit., p. 106. 59 Cfr. D. E. LlPSTADT, Denying the Holocaust, Nueva York, The Free Pass, 1993 [ed. cast.: La nega ción del Holocausto y la fuerza de la razón, Buenos Aires, Coloquio, 1996]. Con la década de 1990, en Alemania, el negacionismo ya no sólo se consume, sino que también se produce directamente; están muy activos el editor Gerhard Frey, que patrocina a Irving, y el antiguo general nazi Otto F. Renner, que, en otoño de 1992, difundió un peritaje negacionista del químico Germar Rudolf (cfr. T B a s t ía n , Auschwitz e la «menzogna su Auschwitz», Turin, Bollati Boringhieri, 1995, p. 86).
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cuando ya cundían el negacionismo y el revisionismo sobre el exterminio, un inves tigador del museo de Oswiecim (Auschwitz) proporcionó una cifra verosímil de los muertos en el campo (entre un millón cien y un millón cuatrocientas mil per sonas), frente a los cuatro millones de los que hablaba la propaganda manejada por los soviéticos60. La crítica a la cuantificación del genocidio judío constituye el principal caba llo de batalla de los negacionistas, que ya desde hace décadas ponen en duda la realidad de la destrucción de los judíos de Europa. Se trata evidentemente, desde su punto de vista, de la cuestión crucial y las dificultades que se pueden intuir para tener estadísticas históricas exactas acerca de un fenómeno desencadenado durante una guerra total, que implicó a decenas de países y a una miríada de situa ciones muy distintas, podrían hacer pensar en un buen terreno para la acción de los obstinados «asesinos de la memoria»61. Considérense, para tener un término de comparación, las enormes oscilaciones de las cifras de las víctimas del terror estaliniano. En realidad, aunque la destrucción y la manipulación de las fuentes, de todo tipo, ha ayudado mucho al trabajo del revisionismo extremo, la cuantificación del genocidio resulta mucho más difícil de poner en duda. En contra de todo lo que sostienen la propaganda neonazi y los negacionistas, los historiadores de la solución final siempre han sido muy prudentes en el cálculo de las víctimas judías, y esto por dos principales motivos. En primer lugar, la difi cultad para encontrar la documentación necesaria para establecer con absoluta cer teza el número de víctimas y las modalidades de asesinato; en segundo lugar, la necesidad de proceder con cautela, para no ponérselo fácil a los intentos de instrumentalización de un antisemitismo renovado a través de la difusión, tanto en la derecha como en la izquierda, del antisionismo. Gerald Reitlinger, en la primera reconstrucción global de la solución final, publi cada en 1953, habla ya en el título de «intento» de exterminar a los judíos de Euro pa y proporciona cifras muy bajas, con respecto a las que circulaban por entonces, tanto para Auschwitz (750.000 muertos) como en total: de un mínimo de 4.194.200 60 Cfr. N. ASCHERSON, «II museo della discordia», en Lettera intemazionale 43-44 (1995), pp. 5051; también R. Hilberg, La distrazione degli ebrei d'Europa, cit., p. 1.318, proporciona la misma cifra máxima, un millón de judíos, que constituían el 90 por 100 de todas las víctimas de Auschwitz. 61 Por otro lado, la insistencia obsesiva en el «mito» de las cámaras de gas, en el «mito» de Ausch witz, refleja la retorsión polémica de estos ambientes con respecto a las críticas al antisemitismo, que han subrayado el papel fundamental, y profundamente reaccionario, del mito en la elaboración de las ideologías racistas (cfr. D. BlDUSSA, «Mito e storia in Furio Jesi», Humanitas 4 [1995]; no obstan te, véase también C. G r OTTANELLI, «Problemi del mito alla fine del Novecento», Quaderni di storia 46 [1997], para una rápida puntualización que toca el nudo de la relación entre mito y nazismo).
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a un máximo de 4.581.20062. En la misma prudencia se inspira el mayor historiador de la destrucción de los judíos de Europa: Raúl Hilberg. En realidad, la cifra de seis millones de muertos sigue siendo un punto de refe rencia muy verosímil que investigaciones recientes tienden a confirmar por com pleto. Las cuestiones abiertas son otras y atañen principalmente a las modalidades del exterminio, aun antes a sus motivaciones y a la relación entre la solución final judía y la política de persecución y aniquilación que el nazismo siguió con respecto a una pluralidad de sujetos, grupos sociales y religiosos, etnias y naciones. El homi cidio en masa encontró sin duda en el sistema concentracionario el lugar en el que desplegarse, con estructuras de tipo industrial, el uso de la química y la utilización de grandes incineradores modernos. Pero los nazis no se sentían ligados a un mode lo único, y la política de exterminio y genocidio siguió también otros derroteros, además del principal de los Lager. Por otra parte, el propio genocidio ontològico no sólo afectó a los judíos, sino también a los gitanos, y no hay motivo para juzgar que el dispositivo puesto en marcha se habría quedado en estas dos «razas»: de hecho, el objetivo era el de un imperio racial posnacional de confines indefinidos. A Hitler no le faltó siquiera profetizar el enfrentamiento final con Estados Unidos. Por lo tanto, hay que contextualizar la solución final en el escenario de la guerra y ligarla a otras prácticas homicidas llevadas a cabo por el nazismo. Estas no eran sino el desarrollo lógico de la tentativa de crear una sociedad homogénea desde el punto de vista racial, fuerte físicamente y unánime en el plano ideológico. El racismo reto ma y radicaliza el modelo de higiene de la raza forjado ya por la medicina positivista. Los grupos de los que hay que ocuparse, someter al ostracismo y, por último, elimi nar, están constituidos por los discapacitados físicos y mentales, niños y adultos, los enfermos incurables y, finalmente, los denominados Asozialen [asocíales], es decir, todos los que tenían una conducta «ajena a la comunidad». A resultas de la conexión ideológica entre nazis, científicos de la raza y médicos eugenistas, se da comienzo a la política de «mejoramiento de la raza mediante la extirpación» (Aufartung durch Ausmerzung), que respondía a la convicción común de la necesidad de liberar Ale mania de los seres sin valor, improductivos, inútiles, peligrosos y nocivos63. «El pri mer grupo tomado como blanco fue el de los minusválidos. Excluidos, encarcelados, esterilizados e ignorados, se les consideró sacrificables y, por lo tanto, una progresión lógica condujo a su exterminio, en el ámbito del denominado programa de eutana sia. El otro grupo de indeseados, los Asozialen, recibió un tratamiento análogo [...]. 62 Cfr. G. R eitlin ger , La soluzione finale. II tentativo di sterminio degli ebrei d’Europa. 1939-1945, Milán, Il Saggiatore, 1962 [ed. cast.: La solución final, Barcelona, Grijalbo, 1973], 63 Cfr. K. H. ROTH (ed.), Erfassung zur Vernichtung: Von der Sozialhygiene zum «Gesetz über Ster behelfe», Berlin, Verlagsgesellschaft Gesundheit, 1984-
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Cuando las condiciones internacionales y la evolución del conflicto hicieron posible una solución más radical, el exterminio se amplió a los judíos»64. La acción eutanasia o Aktion T4 -por la dirección berlinesa Tiergartenstrasse 4 - es un precedente de gran importancia respecto a la posterior política de exterminio y esto por dos principales motivos: (a) dentro de ella, se formó el personal y se ensayaron los métodos más tarde empleados a escala industrial; (b) la Aktion T4 era una articulación significativa de la política de construcción de la raza superior, con la eliminación de los sujetos débiles, malogrados o perjudiciales para la sociedad. Es difícil no pensar en los ataques de Nietzsche contra el cristianismo, religión de la compasión que habría obstaculizado a la naturaleza en la eliminación de los seres defec tuosos, impidiendo el crecimiento sano de la especie, pero hay un antecedente directo, casi un programa operativo, en la bibliografía médica del positivismo tardío. A princi pios de la década de 1920, empezó a circular en la comunidad científica, encontrando un amplio consenso, la categoría de «vida indigna de ser vivida», con argumentaciones a favor de la eutanasia en discusiones muy serenas, de las que participaba, entre otros, el italiano Enrico Morselli65. Esta postura es paralela y complementaria a la aceptación del racismo a partir de supuestos criterios científicos; así, la esterilización, la experi mentación sobre los seres humanos o la eutanasia eran prácticas legitimadas cultural mente, es más, podían parecer, tal como se querría todavía hoy día, pasos adelante en el camino de la modernización de la medicina66. Resulta significativo que Binding y Hoche, autores de la obra más famosa a este propósito, recomendaran utilizar un méto do humanitario: «Una asfixia lenta y gradual mediante un gas mortal». Tal como dice Henry Friedländer, autor de la reconstrucción más detallada hasta ahora disponible a este propósito, «la eutanasia no fue simplemente el prólogo, sino el primer capítulo del genocidio nazi». Por primera vez, un gran Estado moderno pone a punto un sistema para la matanza en masa de una parte de sus ciudadanos sin que éstos sean adversarios políticos o hayan actuado contra los detentadores del poder. Se trata de un salto cualitativo en negativo que requiere prudencia y disimulo; pese al amplio consenso, no se podía considerar favorable a toda la opinión pública, por no hablar de las repercusiones en el exterior. Mientras que la persecución y la eliminación de los adversarios políticos se organizaban como actos de propaganda por los hechos,
64 H. Friedländer, Le origini del genocidio nazista, cit., p. 32.
65 Cfr. A .
PlRELLA, «P sich iatria eu ro p ea, “e u ta n a sia ” , sterm in io», Qualestoria 2-3 (1993). 66 Ejemplar el caso de Paul Nitsche, responsable médico de la acción eutanasia. Exponente de relieve de la clase médica que no se hizo nazi hasta después de la conquista del poder por parte de Hitler, debía su dedicación a la operación de exterminio «no tanto a la ideología nazi como a su fe en la cien cia racial y en la visión de una “medicina progresiva”» (H. Friedländer, Le origini del genocidio nazista, cit., p. 278).
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el exterminio de los grupos condenados al ostracismo de acuerdo con criterios utilita ristas y pseudorraciales estaba rodeado de secreto y se desarrollaba a través de una fal sificación sistemática bajo la cobertura de procedimientos burocráticos pseudolegales que humillaban a las víctimas, a la par que sostenían la acción de los asesinos. La mistificación negacionista, que acompañó desde el principio el programa de eutanasia nazi, fue completa cuando las ejecuciones pasaron a ser clandestinas. Con la Aktion T4, los nazis y sus cómplices probaron en todos los aspectos fundamen tales la máquina de exterminio para la solución final: «Crearon el método para seleccionar a las víctimas; inventaron técnicas para matar con gas e incinerar los cuerpos de las víctimas; emplearon subterfugios para disimular las matanzas y no dudaron en saquear los cadáveres»67. La Aktion T4, iniciada de manera oficial el 9 de octubre de 1939, causó, de acuerdo con estimaciones inevitablemente aproximativas, la eliminación de cerca de 200.000 enfermos mentales y discapacitados, matados sobre todo mediante la utilización de gas. En un informe hallado en Hartheim después del fin de la guerra, un experto en estadística de la T4 proporciona una serie de datos para el periodo 1940-1941. Los sujetos eliminados ascenderían a cerca de 70.000, subdivididos en seis centros. Omi tiendo otras motivaciones más elevadas de orden espiritual o científico, el funcionario aplica un cálculo puramente económico para presentar las ventajas de la operación: con 70.279 «eliminaciones», el Reich se ahorraba 885.439.980 marcos en diez años, mientras los kilogramos de carne y salchicha ahorrados habrían sido 13.492.44068. La dirección operativa del programa estaba en manos de Victor Brack, funcionario de la Cancillería del Führer. Mientras a los recién nacidos y niños discapacitados se les mataba con comprimidos de luminal o inyecciones de morfina-escopolamina, a los adul tos, en el periodo de la ejecución oficial del proyecto, se les suprimía por medio de cáma ras de gas, con la utilización de monóxido de carbono puro. Cuando en el verano de 1941 Himmler intercambió opiniones con el jefe médico de las SS, Ernst Grawitz, para resolver el problema de la eliminación en masa de los judíos, éste aconsejó las cámaras de gas. También otros funcionarios pidieron la utilización de los «métodos brackianos» para acabar con los judíos. Los especialistas que se habían formado en la matanza de enfermos y otros indeseables «indignos de vivir» estaban listos para pasar a la acción. Tal como decía Hilberg, «la “eutanasia” era la prefiguración conceptual y, a la vez, técnica y administrativa de la “solución final” que se llevaría a cabo en los cam pos de exterminio»69. 67 Ibidem, p. 33. 68 Ibidem, p. 153. 69 R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d’Europa, cit., pp. 950-951.
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La operación eutanasia se suspende de manera oficial el 24 de agosto de 1941, entre otras cosas por las protestas por parte de sectores de la opinión pública; en particular, se distingue por su clara toma de posición el obispo conde Von Galen. Las ejecuciones continuaron a un ritmo reducido y sin publicidad: «L a eutanasia “salvaje” descentralizada sustituyó a la eutanasia centralizada, permitiendo al régi men disimular los muertos, que se presentaban como efecto colateral de una gue rra total cada vez más cruenta»70. Los centros de extermino para la eutanasia fueron seis: Brandemburgo an der Havel, a poca distancia de Berlín; Grafaneck, en Württemberg; Hartheim, en los alrededores de Mauthausen; Sonnenstein, en Sajonia; Bernburg, cerca de Dessau, y Hadamar, en Assia. Tras el fin oficial de la operación eutanasia, las estructuras de los centros se utilizaron para matar a los prisioneros de los Lager, en particular Hartheim, que siguió gaseando a los detenidos hasta finales de 1944. En la reconstrucción histórica de la política global de exterminio llevada a cabo por la Alemania nazi, se ha subestimado durante mucho tiempo el intento de geno cidio de los gitanos. Esta poca atención de la historiografía se puede remitir a moti vaciones de orden objetivo, en primer lugar, a la dificultad para encontrar la docu mentación, pero, en realidad, entra en las coordenadas generales de un prejuicio negativo arraigado que el oscurecimiento de las persecuciones sufridas por los gitanos contribuye a mantener muy vivo y operativo (tal como se puede constatar a partir de las crónicas de cada día). Hay que tener presentes dos datos: (a) las dimensiones de la masacre -se estima que los gitanos muertos a manos de nazis y colaboradores ascienden a .500.000-; (b) las motivaciones de la misma, de naturaleza exclusivamente racial71. Es posible que la entidad global del exterminio sufra algunas variaciones a raíz de las investi gaciones en curso en cada uno de los países ligados a la Alemania nazi y en los archivos de la Unión Soviética, pero, como en el caso de los judíos, es difícil que los estudios de caso modifiquen mucho el total. Pese a las dimensiones de la persecución, en la posguerra no se prestó ninguna atención a los gitanos: «En los procesos incoados contra los nazis responsables de crímenes contra la humanidad [...] no se tomó en consideración a los gitanos: nunca se llamó a ningún gitano para que se presentase como testigo o parte en la causa»72. 70 H. Friedländer, Le origini del genocidio nazista, cit., p. 261. 71 Cfr. G. BOURSIER, «L o sterminio degli zingari durante la seconda guerra mondiale», en Studi storici, nùm. 2, 1995, p. 363. Véase también D. K e n r i c k y G. P u x o n , II destino degli zingari, Milán, Rizzoli, 1975 [ed. orig.: 1972]. 72 Ibidem, p. 378.
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Sobre la cancelación o, en sustancia, negación del intento de genocidio de los gita nos hay una especie de consenso tácito generalizado. Del exterminio de los gitanos no se habla, desaparecen las víctimas, no hay culpables, triunfa la indiferencia. Lo cual además viene muy bien, porque de este modo se excluye a los gitanos de las indemnizaciones debidas a las víctimas del nazismo. Hubo que esperar a 1979 para que, por primera vez después de la guerra, el gobierno alemán occidental aceptara recibir a una delegación de gitanos; pero el giro más importante se produjo al año siguiente, cuando reconoció oficialmente que los gitanos, bajo el régimen nazi de la Europa ocupada, habían sufrido «una persecución racial». Las motivaciones del exterminio tienen una importancia interpretativa relevante, entre otras cosas por las consecuencias que se pueden extraer a partir de ahí. Duran te mucho tiempo (y todavía hoy día), se propugnó la tesis de que la persecución y deportación de los gitanos, después barridos casualmente por la máquina de la solu ción final, respondía a razones de orden público y de prevención del espionaje, el vagabundeo, etc. La historiografía ha sancionado en gran medida la opinión común, a su vez alimentada por la hostilidad, al sostener que a los gitanos se les deportó en tanto que asocíales y criminales, sin preocuparse de contar que, «por el contrario, los gitanos eran para los nazis una categoría muy determinada de personas perseguidas y perseguibles en tanto que raza nociva, que había que eliminar de la faz de la tierra»73. Bajo la óptica nazi, los gitanos eran genéticamente criminales, por lo que había que eliminarlos previa identificación en función de criterios «científicos» para dis tinguir los «puros» de los «mestizos», así como las distintas tribus (Himmler quería conservar algunas, siempre por motivaciones biológico-raciales). De ahí la implanta ción de complejos procedimientos clasificatorios, vigentes ya antes de la guerra, entre los cuales destacaba la realización de una investigación de biología racial sobre cada individuo. En sustancia, la persecución y deportación, así como las medidas «preventivas» como la esterilización o la experimentación médico-científica y, por último, el exterminio en sus distintas modalidades de ejecución y eliminación -incluidas las cámaras de gas y los crematorios-, contribuyen a situar el caso de los gitanos junto al de los judíos, lo cual refuerza la tesis de la centralidad del racismo como eje en torno al cual gira el fenómeno histórico del nazismo. La verificación de estas tesis es fácil de obtener a partir del estudio de situaciones específicas. Citemos el caso de Serbia, donde la eliminación de los judíos y de los gita nos se produjo de manera paralela y con gran rapidez. Las ejecuciones en masa empe zaron en octubre de 1941, bajo la forma de represalia llevada a cabo directamente por la Wehrmacht -por cada alemán herido, debían morir 50 judíos o gitanos-, continua ron luego incluyendo el uso de un transmisor especial de gas asfixiante y terminaron 73 Ibidem, p. 383.
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antes del verano de 1942. Los responsables militares se comportaron exactamente como las SS y dieron además las mismas «justificaciones»: «Resulta esencial recordar que los judíos y los gitanos, en líneas generales, constituyen un elemento de inseguri dad y, por lo tanto, un peligro para el orden público y la paz. El genio judío se encuen tra en el origen de esta guerra y es preciso exterminarlo. El gitano, a raíz de su cons titución interior y exterior, no puede ser un miembro útil en una sociedad»74. Los conocimientos que tenemos sobre la solución final de la cuestión judía son mucho mayores que lo que sabemos sobre todas las demás categorías de víctimas del nazismo, donde hay otros grupos poco estudiados hasta el momento, como los «delincuentes comunes» o los Testigos de Jehová, etc. La propia interpretación his tórica del nazismo se ha ido asociando de manera cada vez más inextricable con el exterminio judío y de nada han valido las distintas propuestas o estrategias para ali viar el peso determinante del Holocausto, mucho más débiles a raíz de la presencia inquietante del revisionismo y del negacionismo. En todo caso, si se considera en su conjunto la representación que hoy día tenemos del nazismo, no se puede no coin cidir con la intuición de Martin Buber, de acuerdo con la cual lo que sucedió, lejos de poder ser cancelado u olvidado, se habría traducido en un «poder ilimitado del acontecimiento». En el espacio-tiempo de la Shoá se habría condensado una historia larguísima de persecuciones, en primer lugar responsabilidad de los cristianos. Así, en esta conti nuidad absoluta entre antijudaísmo cristiano y antisemitismo exterminacionista nazi insisten las reflexiones de George Steiner. Auschwitz aparece en su obra como la conclusión lógica de la identificación del judío con Judas, el traidor de Jesús; para el Occidente cristiano, el judío traidor no tiene dignidad humana, por lo que Ausch witz no es sino la realización del proyecto constitutivo del cristianismo de negar la humanidad de los judíos75. Las tesis de Steiner son sin duda criticables y, sin embargo, tienen el mérito de sacar a la luz violentamente un contexto sin el cual no cabe entender la solución final ni la amplia participación activa y la pasividad que hicieron posible su realización con 74 Informe del Staatsrat [consejero de Estado] Harald Turner del 26 de octubre de 1941, citado por R. Hilberg, La distruzione degli ebrei d’Europa, cit., p. 685. El propio Turner, escribiendo al generai Alexander Löhr en agosto de 1942, subrayaba con orgullo que Serbia era el primer país en el que se había resuelto la cuestión de los judíos y de los gitanos (ibidem, p. 691). Hasta fecha reciente, no se han rea lizado estudios básicos sobre la persecución y exterminio de los gitanos. Señalamos la interesante investigación de K. FlNGS y F. S p a r in g , «Das Zigeunerlager in Köln-Bickendorf, 1935-1958», 1999 3 (1991). Como en otros casos, también aquí se utilizaron las estructuras de intemamiento tras la caída del nazismo, y no sólo en la RDA. 75 Cfr. G. S t e in e r , Nessuna passione spenta, Milán, Garzanti, 1997 [ed. cast.: Pasión intacta. Ensayos (1978-1995), Madrid, Siruela, 1997].
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creta, como empresa no sólo alemana sino paneuropea, multinacional (sin olvidar las múltiples protecciones de las que disfrutaron los responsables después de la guerra). No obstante, nos limitaremos a poner de relieve que la posición de Hitler no conllevaba en absoluto una contraposición entre cristianismo y judaismo; desde este punto de vista, hay un contraste neto entre el antijudaísmo de matriz cristiana y el antisemitismo nazi: este último condena en bloque la religión cristiana y la judía, así como las ideologías universalistas fruto de la secularización. Para Hitler, hay una plena continuidad entre judaismo, cristianismo y bolchevismo: «La historia milena ria de los alemanes era, a sus ojos, sobre todo, un periodo de declive, achacable al predominio impuesto por los judíos de un cristianismo que no sería sino un bol chevismo camuflado y aún sin desarrollar»76. La historiografía no puede ignorar las implicaciones de una problemática como ésta, pero se mueve en un terreno más circunscrito. Por lo que se refiere a la solución final, una cuestión controvertida, como ya se ha apuntado, concierne a su periodización. En el contexto de un importante trabajo sobre la «génesis de un genocidio»77, el historiador ginebrino Philippe Burrin indica una fecha precisa para la decisión nazi de proceder a la ejecución sistemática de la solución final contra todos los judíos. Este autor hace referencia a una carta de Heydrich de septiembre de 1941, de la que se desprende que es posible fechar en este momento la decisión «en el rango más eleva do» -es decir, por parte de H itler- de hacer desaparecer de la faz de Europa a los judíos, responsables de la guerra que estaba regando de sangre el continente. Burrin, coincidiendo con otros historiadores, liga la solución final a la marcha de las operaciones contra la Unión Soviética, en el sentido de que, a su juicio, Hider y los diri gentes nazis querían hacer pagar a los judíos el fracaso de la campaña de Rusia. También sobre esta cuestión la controversia está totalmente abierta. De hecho, se ha observado que, en septiembre de 1941, la avanzada nazi todavía estaba en curso. Una cosa es segura: para los nazis y, en primer lugar, para Hider, los judíos debían expiar con sangre sus supuestas responsabilidades. La novedad de la guerra nazi, había profetiza do Hider en enero de 1939 y remachado luego hasta el final, constituía precisamente en que los judíos, a diferencia de lo que había sucedido en el pasado, no podrían sacar pro vecho de las masacres instigadas por sus intereses, pagarían lo que les correspondía por sus culpas y derramarían su sangre. Éste es el tema obsesivo que marca toda la vida polí tica del Führer: una obsesión que contagia a muchos millones de seguidores alemanes y no alemanes. De acuerdo con otro estudioso autorizado, hay que relacionar el inicio de la solu ción final con la decisión de Hider, de otoño de 1941, de autorizar la utilización de 76 E. Nolte, «Ricordo e oblio. La Germania dopo le sconfitte nelle due guerre mondiali», cit., p. 115. 77 Cfr. E B u r r in , Hitler et le Juifs. Genèse d'un genocide, París, Seuil, 1989.
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los prisioneros de guerra soviéticos para trabajos forzados. De ello se desprende un cierto freno a la masacre de estos últimos y, por otro lado, la posibilidad de poner en marcha un proceso de aniquilación a gran escala de los judíos, racialmente inferiores que los eslavos y de por sí nocivos, por más que el paso a una guerra de larga dura ción pudiese hacer surgir contradicciones, que en cierta medida es posible hallar en los atormentados sucesos y en los resultados de la Conferencia de Wannsee78. El entrelazamiento de explotación económica, por un lado, y exterminio, concen tración, evacuación y eliminación de los judíos, por otro, sigue alimentando el debate historiográfico y presenta aspectos que todavía quedan por esclarecer, pero el marco general se conoce desde hace tiempo y para aprehender su esencia basta con leer algún pasaje de las propias actas de la intervención de Eichmann en la antes mencionada Conferencia de Wannsee del 20 de enero de 1942: «De acuerdo con la solución final (Endlösung), bajo la dirección de la persona adecuada, se debería llevar ahora a los judíos al Este, para su utilización como mano de obra. Reunidos en brigadas de tra bajo separadas por sexos, se lleva a los judíos con capacidad de trabajar a esas áreas, para utilizarlos en la construcción de carreteras, donde, sin duda, una gran parte sufri rán bajas naturales (natürlich Verminderung). Quienes logren sobrevivir a todo ello -serán seguro los más resistentes- deben recibir un trato en consecuencia (entsprechend behandelt werden)-, a estas personas, que representan el fruto de la selección natural, hay que considerarlas la célula germinal de un nuevo desarrollo judío (véase la expe riencia de la historia). En el programa para la ejecución práctica de la solución final (Endlösung), se peinará completamente Europa de Oeste a Este»79. Como el exterminio de todo un pueblo por motivos ideológicos, es decir, que mistifican las motivaciones reales, parece a su vez una explicación ideológica o un abandono al irracionalismo, después de la Segunda Guerra Mundial no han dejado de sucederse las interpretaciones económicas de la solución final, y no sólo por parte de los historiadores de la ex RDA. Resulta innegable que durante la guerra la economía alemana se apoyó en una enor me cantidad de trabajo forzado que se puede subdividir en tres grandes categorías: tra bajadores extranjeros, civiles, en una primera fase voluntarios y luego trasladados a la fuerza a Alemania; prisioneros de guerra, con una situación particular en el caso de los prisioneros soviéticos; y detenidos de los campos de concentración y, entre éstos, con un estatuto aparte, judíos y gitanos. Hasta otoño de 1941, en la fase de la «guerra relám pago», sólo la primera categoría revestía interés económico, mientras que las otras dos eran consideradas una carga inútil, de ahí los índices de mortalidad tan elevados y las 78 Cfr. V. HERBERT, «Labour and Extermination: Economic Interest and the Primacy of Welt anschauung in National Socialism», Past and Present 138 (1993), pp. 166 ss. 79 Cfr. VV.AA., La conferenza di Wannsee, Milán, Angeli, 1988, p. 71.
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prácticas extendidas de asesinato en masa. Los Einsatzgruppen masacraban de manera sistemática a los judíos de los territorios conquistados; por otro lado, había que hacer desaparecer con una solución final, aún sin determinar desde el punto de vista operati vo, a los judíos que se concentraban en el Gobierno General (Polonia). El exterminio de los prisioneros soviéticos resulta instructivo para entender el modus operandi del sistema nazi. En una primera fase, su mortalidad era muy eleva da; de 3.350.000 apresados tras la invasión, se calcula que, a principios de 1942, la mitad había muerto, es decir, se les había dejado morir o matado. En estos meses, Ale mania está ganando, la masacre es fruto del entrelazamiento de utilitarismo, racismo y anticomunismo. La tasa de mortalidad disminuye cuando los prisioneros se con vierten en fuerza de trabajo que explotar en la economía de guerra; sin embargo, las motivaciones del comportamiento alemán no se modifican y el resultado final es que, de 5.700.000 prisioneros de guerra soviéticos, murieron cerca de 3.300.00080. La cuestión de la explotación del trabajo cobra una importancia mucho mayor con el fracaso de la «guerra relámpago», aunque en repetidas ocasiones se proclama que las consideraciones económicas no deben tomar la delantera frente a las políti cas y a las raciales. Este se convierte en uno de los principales terrenos de enfrenta miento entre los distintos aparatos y centros de poder nazi. En el caso de los judíos (y de gran parte de los gitanos) no estaba en discusión el genocidio, máxime cuando el curso de la guerra volvía impracticable cualquier solución «territorial», sino sólo si había que utilizar de manera temporal una parte de ellos para la economía de guerra. Esta es la postura de la WVHA de Pohl81, contra la línea predominante de la RSHA de Heydrich y sus sucesores; no se trataba en modo alguno de un conflicto ideológico, sino de un choque de intereses: nadie ponía en duda la perspectiva de eli minación total delineada por el Führer. Por el contrario, precisamente el hecho de compartir el objetivo final permite a los distintos jefes nazis exponer toda una serie de propuestas acerca de la utilización de los judíos aptos para el trabajo, intentando extraer beneficio de los esclavos que tenían a disposición. Esto no melló en ningún momento la división jerárquico-racial de la población del universo concentraciona rio, que funcionó de instrumento «objetivo» de selección para el exterminio. 80 La obra de referencia para la masacre de los prisioneros de guerra soviéticos es la de C. STREIT, Keine Kameraden: Die Wehrmacht und die sowietischen Kriegsgefangenen, 1941-1945, Stuttgart, Deutsche Verlags-Anstalt, 1978. 81 WirtschaftS'Verwaltungshauptamt: Dirección general de Economía y Administración de las SS, que se estableció como Dirección general oficialmente independiente en 1939, a partir de un depar tamento administrativo de la Dirección general de las SS previamente existente. Desde su creación y hasta el final de la guerra, la W V H A estuvo bajo el mando de Oswald Pohl. Entre sus funciones, se encontraba la administración de las tropas y de los campos de concentración. [N. de la T.]
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Es verdad que, con la continuación de la guerra, la población de los Lager adqui rió algo más de valor, llamando la atención de quienes disfrutaban de su plena dis ponibilidad, pero todo ello dentro de parámetros particulares. Así, Himmler reco mendaba a Pohl hacer referencia a la dieta de los esclavos del antiguo Egipto para la obtención de un aumento de productividad y pedía la adopción de una dieta vegetariana, decididamente más saludable82. El propio Hitler, en la última fase de la guerra, debió ceder en sus principios y permitir que se reintrodujese a judíos en Alemania para utilizarlos en las fábricas de armas, después de haber hecho todos los esfuerzos por liberar por completo el suelo alemán de su presencia. Se trató de ajustes tácticos a los que el nazismo esta ba muy predispuesto: aunque tuviera que hacer concesiones por fuerza mayor, esto no atenuó las opciones ideológicas de fondo, sino que incluso las radicalizó, si cabe, responsabilizando de aquéllas al chivo expiatorio de turno. La población del universo concentracionario y, en primer lugar, los judíos tuvie ron que sufrir las consecuencias atroces del proyecto de nuevo orden racial; por lo tanto, no sólo padecieron la explotación, sino también la aniquilación deliberada y gratuita sin más finalidades que aquellas inscritas en el modelo de dominio nazi. Cuando el curso de la guerra hizo que los esclavos concentrados en los campos adquirieran algún valor, las condiciones objetivas de ruina económica y administra tiva contribuyeron a un exterminio que los nazis querían ritmar de acuerdo con sus intereses. Ante la inminencia de la catástrofe final, volvió a ponerse en primer plano el objetivo de la masacre generalizada; sólo la falta de tiempo y de los medios nece sarios impidió llevar a cabo algo que era voluntad de Hitler, tal como se desprende de sus últimas declaraciones (el «testamento» del 29 de abril de 1945). La solución final se ejecutó, aunque de manera parcial, dentro de determinadas circunstancias, que primero la hicieron practicable y luego impidieron que se lleva ra a término. Este contexto hay que tenerlo siempre presente y analizarlo histórica mente. Tampoco se puede decir que la solución final estuviese programada en deta lle desde el comienzo de Hitler y del nazismo. Y, sin embargo, no fue un resultado casual, sino el producto de una política, alimentada de una Weltanschauung cuyo centro rector y núcleo más profundo estaba constituido por la elaboración de una forma inédita de racismo. El intento de encontrar una explicación económica al antisemitismo y al exter minio caracteriza al marxismo del siglo XX y saca a la luz sus límites. Las interpre taciones marxistas del nazismo acaban siendo subalternas por partida doble: con respecto al liberalismo, visto que adoptan su estructura categorial fundamentada en 82 V Herbert, «Labour and Extermination: Economic Interest and the Primacy of Weltanschauung in National Socialism», cit., p. 185.
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la racionalidad econòmica, y con respecto al irracionalismo, dado que dejan a este último todo un continente que no es posible explorar a partir de una concepción unilateral y superficial de hombre, mujer y sociedad83. En definitiva, hay que admitir que la difusión del revisionismo ha sido posible, entre otras cosas, por el fracaso de la historiografía marxista, sustancialmente inca paz de tematizar un nudo crucial de la historia del siglo X X : la relación entre nazis mo y solución final. Esto se podría rebatir recordando que muchas investigaciones detalladas de las que no es posible prescindir para estudiar el nazismo y el exterminio son de inspi ración marxista y, además, que el marxismo nos permite poner en evidencia aspec tos fundamentales de la política nazi, como las bases económicas del Nuevo Orden Europeo, no sólo tal como se proyectó, sino tal como llegó a realizarse parcialmen te, así como la enorme explotación de la mano de obra esclavizada llevada a cabo a través del sistema de los «campos». Pero estas contribuciones son valiosas siempre y cuando no se salgan de sus límites; en el momento en que pretenden ser la explicación en última instancia del nazismo y del exterminio, descubrir el mecanismo que preside el funcionamiento de todo el sistema, entonces nos inducen a error y se vuelven inservibles. No se trata de algo de poca importancia, dado que el marxismo se ha presentado con fre cuencia como la ciencia de la historia. Nos parece que estas dificultades vuelven a presentarse en el caso de los estu dios, por lo demás muy estimulantes, de Götz Aly y Susanne Heim, dirigidos a des cubrir, a partir de una considerable cantidad de material documental, una «econo mía de la solución final», propugnada por la tecnocracia nazi, para la que el genocidio sería un instrumento de cara a la realización a marchas forzadas de los proyectos de Nuevo Orden en el Este europeo. La aniquilación a gran escala de judíos y polacos no habría sido un resultado del racismo y el terrorismo nazis, sino que se habría tratado más bien de un método extremadamente brutal para acumu lar capitales y dar el pistoletazo de salida a una industrialización forzosa84. No hay duda de que Aly y Heim han identificado un núcleo de promotores del genocidio en las articulaciones del sistema de poder del Tercer Reich y que su 83 En este contexto, recuerdo otra observación de Detlev Peukert, que comparto, de acuerdo con la cual la historiografía marxista, al trazar la genealogía del nazismo, comete un doble error: no logra distinguir entre crítica reaccionaria y crítica radical o posprogresista a la modernización; y sitúa el nazismo plenamente en la vertiente reaccionaria, sin percibir que éste expresaba los peores aspectos de la modernidad. (Cfr. D. ]. K. Peukert, La Repubblica di Weimar, cit., pp. 202-203, obser vación que ejemplifica con la célebre obra de Lukács sobre La destrucción de la razón, cit., 1959.) 84 Véase, entre sus numerosas contribuciones, G. A ly y S. H eim , Vordenker der Vernichtung. Auschwitz und die deutsche Plänfur eine neue Europäische Ordnung, Hamburgo, Hoffman und Campe, 1991.
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interpretación tiene el mérito de conectar la solución final con los proyectos de expansión colonial hacia el Este; lo que no convence es la pretensión de explicar el exterminio a partir de este único factor, lo cual se traduce, por un lado, en una especie de reedición del materialismo económico como canon historiográfico y, por otro, en la adopción, como guía para la interpretación, de la autojustificación legitimadora de tipo utilitarista proporcionada por los burócratas nazis, siguiendo la pauta del típico procedimiento de la historiografía revisionista. Las respuestas más eficaces a esta última, en un contexto desfavorable pero que presenta fisuras notables, entre otras cosas por la evidente esterilidad propositiva y cognoscitiva del revisionismo, han llegado de enfoques muy variados entre sí, como confirmación de la vitalidad de la investigación que no se reduce a un marco inter pretativo unitario. Ernst Nolte y Andreas Hillgruber han relacionado el exterminio con la lucha, y después con la guerra, contra el bolchevismo, persiguiendo una relativización explí cita o implícita de las «culpas» del nazismo y de Alemania: todo lo terrible que se quiera, pero, en definitiva, inscrito en una acción defensiva y reactiva con respecto a la amenaza inminente de la barbarie asiática en su última encarnación comunista bolchevique. Arno J. Mayer ha subrayado esta misma conexión desde una perspec tiva opuesta a la revisionista, aunque el trabajo de Mayer no puede dejar de susci tar las críticas de quienes están convencidos de la unicidad absoluta e indescifrable del genocidio judío85. El esfuerzo de Mayer, en una obra de síntesis historiográfica de fuerte intensidad, ha consistido principalmente en situar el exterminio en el con texto de la guerra, en particular, de la guerra del Este contra el bolchevismo, ema nación política del judaismo. La interpretación de la solución final que proporciona Mayer se apoya en la contextualización y la historización. Sus tesis tienen la virtud de la claridad y, justo por este motivo, se prestan a críticas puntuales, que no han faltado; sin embargo, pese a cada uno de los errores y de los juicios insatisfactorios o que no resisten a la verifica ción de las fuentes, así como a un planteamiento general discutible, su obra sanciona un giro en la historiografía del exterminio. La primera fase sería la de la cancelación y la negación -que los revisionistas quieren perpetuar-; la segunda, la de la absolutización del Holocausto -d e nuevo una negación de la historia, de signo inverso-; la tercera fase, la de la reconstrucción historiográfica completa -se sitúa el exterminio 85 Cfr. A . J. Mayer, Soluzione finale. Lo sterminio degli ebrei nella storia europea, cit. Sus críticos no han tenido en absoluto en cuenta lo que dice en la conclusión del «prefacio personal»: «El judeicidio sigue siendo para mí hoy día tan incomprensible como lo era hace cinco años, cuando me dis puse a estudiarlo y repensarlo» (ibidem, p. XVI).
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de los judíos en su época, el acontecimiento entra a formar parte de la historia-. Su explicación, llevada hasta límites de los que es preciso ser conscientes, requiere la reconstrucción de un contexto amplio y el análisis detallado de dinámicas factuales. En torno a esta cuestión, se desarrolla un pasaje crucial del trabajo de Mayer: la relación entre la Operación Barbarroja y la solución final. El exterminio, más allá de los presupuestos ideológicos, se hizo efectivo en el contexto de una guerra total de aniquilación; sólo la guerra y su curso lo hicieron posible; pero, a juicio de Mayer, esto no debe llevar a pensar que la guerra se hiciera para volver operativo un exterminio evocado desde hacía tiempo en términos propagandísticos. En concreto, Mayer sostiene que hay que situar el exterminio sistemático, que incluía a ancianos, mujeres y niños, en el momento en que la Operación Barbarro ja empezó a encontrar fuertes resistencias. Dentro de esta óptica, la masacre de los judíos de Kiev en Babi Yar, el 29 y 30 de septiembre de 1941, marcaría, a su juicio, una nueva fase, precisamente porque, en aquella ocasión, los nazis desataron su ira contra personas indefensas, ya que los hombres válidos para el combate habían escapado o se habían enrolado en el Ejército Rojo86. Estudios específicos concernientes a la actuación de los Einsatzgruppen y de los batallones de policía ponen en discusión la periodización de Mayer y su afirmación de que las masacres de los primeros meses fueran obra principalmente de grupos colaboracionistas letones, lituanos, estonios, ucranianos y rumanos todavía apegados al modelo tradicional de los pogrom s (una gran ferocidad sin la ordenada sistematicidad alemana). A juicio de Mayer, el auténtico exterminio por parte de los nazis (de las SS, pero también de la Wehrmacht) no comenzó hasta que la Operación Barbarroja empezó a encallarse contra la inconcebible resistencia de subhombres eslavos guiados por la escoria judeobolchevique: de ahí la rabia incontenible y la venganza. La interpretación de Mayer es perspicaz, pero corre el riesgo de subestimar la importancia, subrayada por él mismo, de la eliminación de los judíos y de los comu nistas a fin de conquistar el «espacio vital». Por lo tanto, aunque es verdad que el exterminio no fue el objetivo único o absoluto, también es verdad que no constituyó un mero elemento contingente, sino sustancial en la guerra contra el bolchevismo, 86 Sobre la destrucción de los judíos de la Unión Soviética, recogió mucha documentación el Comité antifascista judío, cuyos miembros fueron a su vez exterminados después de un proceso «estalinista» en 1952. De los 2.750.000 judíos que vivían en los territorios ocupados por los alemanes, muy pocos se salvaron de la masacre sistemática que se llevó enseguida a cabo. Una parte de la documentación sirvió para la redacción del denominado «Libro negro», editado por Wassili Grossman e Ilija Ehrenburg, cuya publicación, lista desde 1947, nunca pudo ver la luz en la URSS (cfr. E. COLLOTTI, «Libro nero sovietico», Belfagor 3 [1996]). Ahora se ha anunciado una edición italiana. Véase sobre el asunto S. R e d lic h , War, Holocaust and Stalinism: a documented study of the Jewish Antifascist Committee in the USSR, Luxemburgo, Harwood, 1995.
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tanto por motivos ideológicos, dado que bolchevismo y judaismo se identificaban en la concepción nazi, como porque en las tierras conquistadas por la Wehrmacht se con centraban millones de judíos, para los cuales se planteaba la necesidad absoluta de la eliminación total. Las diferencias y los contrastes atañían a los tiempos y los modos, algo nada nimio pero subordinado al objetivo compartido de la limpieza étnica total (deportar a los judíos o matarlos de inmediato, explotarlos hasta la muerte o hacerlos morir de hambre, liquidarlos a disparos o con otros medios, éstas son las alternativas, que no ponen en cuestión la base de la Shoá). Dicho esto, es necesario tener presente la tesis de fondo de Mayer, en parte por que constituye un punto de referencia ineludible en el debate historiográfico sobre la solución final: P ese a las dim ensiones sin p reced en tes de los sufrim ientos infligidos a los judíos, el exterm in io del judaism o o rien tal no se con virtió nunca en el o bjetivo prin cipal de la O p eració n B arb arroja. La lucha p o r el Lebensraum y con tra el bolchevism o no fue un p re te x to ni un recu rso p ara la m asacre, ni tam poco una cortin a de hum o para enm ascarar m asacres tales com o las represalias con tra los partisanos. D esde el p rin cipio, el ataque con tra los judíos se entrelazó sin duda con el ataque con tra el b o l chevism o, p e ro esto n o significa que haya sido el elem ento dom inante del h íb rid o « ju d eo-b olch evism o» que la p ro p ia operación aspiraba a destruir. D e hecho, la gue rra con tra los judíos se in sertó y arran có de la cam paña oriental, que constituyó en to d o m om ento su eje m aestro, tam bién y sob re to d o cuando ésta se em pantanó p ro fu n d am ente en R usia87.
Para probar esta tesis, Mayer propone una relectura de la Conferencia de Wann see, con frecuencia presentada como la etapa decisiva en el asunto del genocidio judío. A su juicio, la Conferencia no estableció una directiva unitaria para la solu ción final de la cuestión judía (entre otras cosas, esto habría entrado en contradic ción con la estructura de poder nazi), lo cual no quiere decir que no hubiese acuer do sobre el objetivo de eliminar a los judíos: «La idea era servirse de la evacuación y de la reinstalación para diezmarlos, pero no sin explotar al mismo tiempo su mano de obra para el esfuerzo bélico. El resultado se tradujo en una tensión crónica pero no irreconciliable entre liquidación y productividad»88. En opinión de Mayer, aun teniendo en cuenta el furor antisemita que caracteri zaba el nazismo, «la lucha contra los judíos no adoptó un carácter uniforme de exterminio. Fue una mezcla de sobreexplotación de mano de obra judía de cara al 87 A . J. Mayer, Soluzione finale. Lo sterminio degli ebrei nella storia europea, cit., p. 277. 88 Ibidem, p. 319.
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esfuerzo bélico y de clara determinación de eliminar a los judíos de Europa, si era preciso a través de la liquidación en masa»89. En esta apreciación, se manifiesta el esfuerzo de conectar constantemente las fases de la solución final con la dinámica histórica general, restituyendo la compleji dad de una trama que las interpretaciones tradicionales han aplastado en un esque ma unilineal. No obstante, Mayer reconoce que la radicalización y extensión del exterminio no se derivaban sólo de la evolución negativa de las operaciones bélicas, sino también del impulso que les imprimía Hitler, cada vez más determinado a per petrar la masacre de los judíos, que él concebía como una gran meta de la época, un servicio inestimable prestado a la humanidad, que, en el contexto de la guerra, se estaba llevando a cabo en sus aspectos concretos gracias a la contribución de una multitud de fieles servidores del Estado, de fanáticos y de oportunistas, nazis y ale manes, pero también de otros Estados y nacionalidades (incluidos muchos italianos). Si se analiza situación por situación, momento por momento, hay que reconocer que había tensión y que surgían conflictos entre quienes aspiraban sobre todo a explotar el trabajo de la mano de obra esclava, quienes utilizaban el trabajo y el sis tema de los campos con fines preeminentemente, aunque no sólo, destructivos y quienes apremiaban para que se llevara a cabo una aniquilación pura y simple. Un esquema que se puede extender de los judíos a otras categorías de prisioneros atra pados en los engranajes de la máquina de dominio nazi y que debe tener en cuenta una cantidad de variables en parte codificadas y en parte del todo extemporáneas. La investigación histórica no puede prescindir de un enfoque analítico así, pero debe evitar desorientarse en él, perdiendo la capacidad de síntesis y de visión de conjun to. En este sentido, la opción hermenéutica de Mayer de poner en evidencia las dis tintas alternativas sobre el terreno es correcta, pero puede alimentar una representa ción inadecuada con respecto a los propios datos cognoscitivos que emplea. En el contexto de la guerra total, la solución final, más que por alternativas entre sí contradictorias, está marcada por una radicalización, irracional pero eficaz en términos destructivos, tanto de la explotación económica como de la aniquilación por motivos ideológico-raciales. No es posible aprehender el funcionamiento de Behemoth, en el momento de su realización extrema, encomendándose a la lógica o a algún modelo cul tural consolidado. Resulta significativo que Franz Neumann en su obra pionera Behe moth, publicada en 1942, pese a haber aprehendido el carácter destructivo del ordena miento de poder irracional del nazismo, tendiese a excluir el riesgo de exterminio para los judíos; de hecho, pensaba que los nazis no podían privarse de su chivo expiatorio. En conclusión, podemos decir que la historia de la solución final está todavía en gran medida por escribir y que el debate entre las distintas interpretaciones está 89 Ibidem, p. 321.
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destinado a seguir abierto. Lo que a estas alturas ha quedado ya establecido de manera definitiva son las dimensiones globales del exterminio a partir de aquel que sufrieron los judíos, pero que consta de otras muchas proyecciones, los elementos esenciales generales de su preparación, organización y realización, y la inscripción de este conjunto en el contexto de la guerra nazi, con un efecto de reforzamiento mutuo de uno sobre otro y viceversa. Para este último aspecto, el trabajo de Mayer constituye un punto de referencia metodológico obligado, pese a todas las críticas posibles y a las correcciones impuestas por nuevas investigaciones. Hay una especificidad del sistema de sobreexplotación erigido por los nazis y por el colaboracionismo a través de la creación del universo concentracionario -con todas las analogías y diferencias con respecto a los «gulags» comunistas y a los horrores del colonialismo- y existe, sobre todo, una unicidad del exterminio ontológico-racial; es también cierto, sin embargo, que sobreexplotación y masacre «fue ron en todo momento parte integrante de un vasto proyecto y de una gran estrate gia por la hegemonía en Europa, que era la llave para la supervivencia del viejo orden, y al mismo tiempo del nuevo, en el Tercer Reich»90. Para Mayer, el genocidio constituye un capítulo del Nuevo Orden, cuya cons trucción quedaba confiada a la guerra, e identifica, en las características de la gue rra total contra la Unión Soviética, el dato sobresaliente para poder explicar su dinámica efectiva. Conquista del Lebensraum (en sustancia, una traducción en tér minos darwinistas y racistas del imperialismo alemán), guerra santa contra el comu nismo, destrucción de los judíos en los lugares de máxima concentración judaica, dominio y explotación de los pueblos y países eslavos, y avance en dirección hacia los recursos asiáticos: éste es el escenario que hay que tener presente para entender la solución final. Su desarrollo no obedeció a una lógica interna dictada únicamen te por la ideología; aunque el antisemitismo nazi había llegado ya a la resolución del exterminio puro y simple, la necesidad de explotar la mano de obra judía hizo menos rectilíneo y mecánico el camino hacia el genocidio propiciando toda una serie de conflictos entre los distintos aparatos, e incluso dentro de las propias SS (como el que surgió entre la RSHA y WVHA), y un uso diferenciado de los cam pos, muy distintos entre sí, en función de los lugares y de los tiempos. Como ya hemos afirmado, la obra de Arno Mayer, sin duda uno de los libros más importantes sobre el tema, ha sido objeto de discusiones muy encendidas y ha susci tado tomas de posición militantes (entre otras cosas, después de su publicación, gru pos de estudiantes judíos boicotearon sus clases en Princeton, acusándole de ser un judío antisemita). La observación crítica más incisiva se refiere a la estructura catego ria! en la que se basa Mayer para llegar a una comprensión histórica del genocidio 90 Ibidem, p. 361.
judío. Este autor adopta el modelo explicativo de la «guerra de los treinta años», que habría culminado en la desastrosa cruzada antibolchevique del Tercer Reich; se ha hecho notar con acierto que esta estructura, aunque de signo invertido, se acerca mucho a la de Nolte, fundada en la «guerra civil europea»91. En ambos casos, se sitúa en el centro el enfrentamiento mortal entre nazismo y bolchevismo, con la diferen cia de que, para Mayer, el nazismo se caracteriza por un antibolchevismo primario, mientras que Nolte lo interpreta en términos de reacción defensiva contra el peligro rojo y asiático. Aparte del recurso polémico de amalgamar los dos «revisionismos opuestos», nos parece que el planteamiento de Mayer, sin duda útil para identificar algunas concausas del genocidio judío y aspectos relevantes de su realización efectiva, no logra dar cuenta de su génesis profunda, y que semejante límite se hace particular mente notable cuando se pasa del exterminio de los judíos a considerar la política nazi de explotación y aniquilación en su conjunto, dirigida contra una pluralidad de sujetos e imposible de explicar a partir del antibolchevismo o únicamente en tér minos de cobertura ideológica de una política de clase. Mayer ha apuntado explícitamente al objetivo de volver a introducir la solución final en la historia, con el riesgo, sin embargo, de perder los aspectos más inquietan tes y radicales del nazismo, sus raíces y sus resultados extremos y, al mismo tiempo, fundamentales para su comprensión, que requieren otros instrumentos interpretati vos y la capacidad de conjugar la normalidad cotidiana con la absoluta negatividad. La deshumanización se completa cuando el individuo se ve desposeído de su propia muerte: lo último y lo más miserable que le quedaba. En la solución final, se lleva a cabo esta consumación total: no se mata al individuo, sino al ejemplar. Ador no pone en el centro de sus «Meditaciones sobre la metafísica después de Ausch witz» precisamente esta desposesión extrema, que instaura en el cuerpo y en el ánimo de los desposeídos el reino del terror: «La muerte en los campos de concen tración tiene un nuevo horror: después de Auschwitz, la muerte significa terror, temer algo más horrible que la muerte»92. Un testigo de excepción, Jean Amery, expresó el mismo concepto hablando de la «tortura como esencia del nacionalsocialismo». En el nazismo, el terror se impo ne a través de la tortura física y psíquica; en círculos concéntricos, de los estadios de baja intensidad que se extienden por todo el cuerpo social hasta estrecharse en el cerco infernal del sistema concentracionario y del exterminio, terror y tortura 911. Kershaw, Che cos’è il nazismo? Problemi interpretativi e prospettive di ricerca, cit., pp. 286-287. 92 T. W. A d o rn o , Dialettica negativa, Turin, Einaudi, 1970, p. 335 [ed. cast.: Dialéctica negativa, Madrid, Akal, 2005, 1992].
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ligan la víctima al verdugo. El nazi, el SS, para realizarse plenamente, para ser un representante pleno del Führer y entrar en la elite de la raza superior, «debía tortu rar, destruir, para ser grande a la hora de soportar el sufrimiento de otros. Para que Himmler le confiriese un diploma de madurez que la historia reconocería, debía ser capaz de manejar los instrumentos de tortura: las generaciones futuras admirarían su capacidad de anular su misericordia»93. La historiografía no está equipada para investigar «acontecimientos que ridiculizan la construcción de un sentido de la inmanencia» (Adorno) y penetrar en los mecanis mos que alimentaron una catástrofe social que va más allá de la imaginación humana, única e indecible en su sentido extremo, sino como negatividad absoluta y capaz de dis poner «el infierno real a partir de la maldad humana». Pero también Auschwitz forma parte de la historia y la historiografía ha intentado recoger el desafío que supone. Dentro de esta perspectiva, hay que situar el trabajo de Wolfgang Sofsky, tradu cido en fecha reciente al italiano94. Aquí lo que interesa es poner de relieve su tesis interpretativa de fondo, pero la investigación de Sofsky es pródiga en numerosas sugerencias que, sin contradecir la tesis de base, logran situarla en la fenomenolo gía de los sistemas modernos de dominio. Analizando la vida cotidiana de los pri sioneros, Sofsky reconstruye el cambio de la estructura del tiempo, la brutal cance lación del pasado y de la identidad a la que todo prisionero estaba sometido, de tal suerte que, en el campo, se realizaba a la fuerza el primado absoluto del presente. Una situación en la que el pasado pierde todo significado y el futuro carece de sen tido, porque todo debe concentrarse en la supervivencia pura e inmediata, consti tuye el escenario para la extensión de la lucha de todos contra todos. Sofsky nos recuerda que, en el campo, tal como se desprende de muchos testi monios de personas internadas, regía una única ley, la del más fuerte; una conside ración que adquiere riqueza de significado a la luz de lo que añade sobre la des trucción de los lazos sociales: en el campo, «las únicas relaciones sociales posibles eran el contacto efímero, la explotación recíproca y la instrumentalización del otro con fines económicos»95. Esta realización paradójica del individualismo y del economicismo no hace del campo un instrumento para imponer al trabajo vivo una explotación ilimitada, den tro de una lógica económica. La tesis de Sofsky, vinculable a la línea interpretativa de Hannah Arendt, es que el Lager nazi constituye una novedad y una cesura en la historia de las formas de poder, porque en él y a través de él se ejerce un poder abso 93 J. Amery, Intellettuale ad Auschwitz, cit., p. 70. 94 W S o f sk y , Lordine del terrore. Il campo di concentramento, Roma-Bari, Laterza, 1995 [ed. orig.: 1993]. 95 Ibidem, p. 244.
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luto que tiene por único objetivo su propio desarrollo. No es posible, por lo tanto, interpretarlo en función de lógicas económicas o sociales o a partir de parámetros de la historiografía marxista y liberal. El poder absoluto que lleva a cabo el «orden del terror» produce locura y muerte a escala industrial, como la guerra moderna, pero, a diferencia de ésta, no tiene más objetivos que la propia destrucción, la negatividad pura. En opinión de Sofsky, «el poder absoluto no produce nada, porque la suya no es sino una acción negativa, una obra de destrucción que no deja huellas. Realiza su libertad en la aniquilación completa de los seres humanos»96. Una de las críticas dirigidas a Sofsky consiste en decir que ha generalizado la situación de los judíos al conjunto de los detenidos, subestimando un elemento esencial del sistema concentracionario, a saber, la jerarquía instaurada entre los dis tintos grupos de detenidos, en virtud de criterios raciales y políticos nazis que se correspoftdían con los estereotipos extendidos en la sociedad alemana. En realidad, el riesgo principal de la argumentación de Sofsky resulta realmente evidente: al subrayar con tanta fuerza la irracionalidad del nazismo, se puede caer en la tentación de arrojarlo fuera de la historia. Y, sin embargo, a la luz de lo que sucedió tras su final, este riesgo no existe: el «cam po» es la imagen, no sólo meta fórica, de procesos subterráneos abiertos desde entonces en todo momento y que reafloran en todas partes, insertándose en el terreno de la economía generalizada, sin ser su puro corolario, al igual que el Lager no era principalmente un instrumen to para llevar al extremo la lógica de explotación capitalista. El funcionamiento de los campos de concentración, aun teniendo en cuenta la compleja tipología erigida por los nazis, que iba de los campos de trabajo a aquellos dirigidos únicamente al exterminio, induce a Sofsky a rechazar una interpretación que privilegie las finalidades económicas del sistema concentracionario. El dato cen tral, en torno al cual gira todo, es el terror, en el que se expresa la esencia del nazis mo, sintetizable en la destrucción física y psíquica del enemigo. En este sentido, el terror no es un instrumento para obtener una explotación ili mitada de la mano de obra esclava, sino la finalidad principal del sistema concen tracionario: no el terror con fines económicos sino la industrialización del terror, su producción a gran escala, ésta es la finalidad del campo. Lo cual significa que, en el centro del nazismo, no está la economía, sino el poder. Wolfgang Sofsky analiza el campo de concentración a la luz de la interpretación del totalitarismo desarrollada por Hannah Arendt, de acuerdo con la cual «el terror es la esencia del poder totalitario»97. El nazismo persigue el poder absoluto a través del terror y encuentra su realización más completa en el Lager, que, por lo tanto, se 96 Ibidem, p. 417. 97 H. Arendt, Le origini del totalitarismo, cit., p. 636.
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sitúa en el centro de todo el sistema, aunque al principio no se mandara a los campos de concentración más que a unos pocos miles de oponentes. El mecanismo estaba hecho para afectar a círculos cada vez más amplios y operó en este sentido antes de llegar, con la guerra, a la fase paroxística del exterminio en masa. Terror significa destrucción psicológica y degradación moral aun antes que muerte física. La aniquilación de los cuerpos es la fase final, con los inevitables pro blemas técnicos, de un proceso que los testigos han descrito y analizado con un coraje obstinado, señalándolo como el peor delito del nazismo: un proceso de des humanización que pretendía degradar a las víctimas, haciéndolas cómplices. No se mataba a todos los prisioneros, por una opción de prioridad y conveniencia, pero todos debían someterse al poder arbitrario y absoluto que reinaba en el campo: Un p oder absoluto que se ejerce sobre las personas con el m ero objetivo de tenerlas sujetas a través del terror: una amplia gama de form as de terro r hasta llegar al terror m áxim o, el espectro de la m uerte que se cierne sobre el Lager; pero es tan am plia esa gama, tan im previsible el lugar y el m om ento en el que la ira del amo caerá sobre el escla vo, hasta tal punto inescrutable la razón de todo ello [...] que la m uerte, m áxim o factor de m iedo, puede aparecer incluso com o el m al m enor98.
Hay un consenso casi unánime entre los estudiosos a la hora de localizar la prin cipal especificidad del genocidio nazi en los campos de exterminio, que eran estruc turas cuyo objetivo era pura y simplemente la producción de muerte a gran escala, conforme a la concepción de que había que aniquilar por completo al menos a tres grupos humanos: los judíos, los gitanos y los discapacitados considerados «indignos de vivir». Luego existían otros muchos grupos que había que destruir o diezmar por motivos sociobiológicos (por ejemplo, «asocíales» y homosexuales) o políticos (los comunistas), o bien de cara a la conquista del Lebensraum (los eslavos), grupos que era preciso esclavizar y utilizar en función de una jerarquía racial definida en líneas generales y objeto de estudio y experimentos por parte de la ciencia nazificada. En el contexto de la guerra y de la ocupación, esto se tradujo en un sistema enorme y capilar de Lager; que incluía los campos de los regímenes colaboracionistas, los cua les están todavía en gran medida por estudiar detalladamente. Esta complejidad aconseja evitar generalizaciones y achatamientos, entre otras cosas por respeto hacia los distintos grupos de víctimas. No obstante, conviene tam bién buscar los rasgos comunes y unificadores del sistema concentracionario nazi, realizando los necesarios distingos y las inevitables comparaciones. En esta sentido, 98 A . D ’O r s i, «Se questa è storia. Auschwitz e Hiroshima come macerie della modernità», Giano 21 (1995), p. 98. D’Orsi resume asi una parte fundamental del libro de W. Sofsky.
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hay que tener muy presente la indicación de Sofsky sobre un terror que afecta a todos los detenidos, aunque con grados distintos de intensidad. Lo que unifica el sistema concentracionario nazi es la práctica sistemática de ani quilación psíquica de los prisioneros, la cancelación de su dignidad humana, que con tribuyó a imponer un trauma insoportable a los supervivientes. Nacen de aquí los prin cipales problemas de transmisión de la memoria, las dificultades para comunicar la experiencia vivida y las propias deformaciones en la percepción de la realidad produ cidas durante la detención. En los Lager se reproducen, amplificadas, las situaciones experimentadas en el transcurso de la Primera Guerra Mundial: «La incertidumbre total sobre el futuro, la pregunta sin respuesta sobre si el tormento y la ignominia ten drán alguna vez fin y cuándo, atraviesa angustiosamente tanto los testimonios de los combatientes de la gran guerra, como los de los reclusos en los Lager, provocando en ambos rumores incontrolados, expectativas míticas y esperanzas ilusorias»99 . Los negacionistas someten estas respuestas psicológicas frente al terror a una lec tura positivista-literal dirigida a descalificar cualquier testimonio personal. Como es evidente, se trata de proceder con un método antitético, volviendo a elevar al grado de posible fuente histórica, pese a todas las dificultades interpretativas, la documen tación de la vivencia emocional de quienes estuvieron recluidos en condiciones extremas en el reino de la muerte. Nos parece que pertenece a una operación de este tipo, realizada bajo una óptica historiográfica, todo lo que ha observado Reinhart Koselleck a propósito de los «sueños del terror»: «Para el historiador que se ocupa de la historia del Tercer Reich, la documentación de los sueños representa una fuen te de primer orden. Arroja luz sobre estratos a los que ni siquiera los apuntes de dia rio pueden llegar. Los sueños relatados son ejemplos que ilustran los nichos de la vida cotidiana en los que penetraban las ondas del terror»100. Constituye éste un terreno de frontera que tal vez la historiografía no pueda soslayar si quiere medirse con un «apocalipsis cultural» único en la historia y todavía muy próxi mo en el tiempo, aunque estemos ya en la fase de la desaparición de los últimos testigos. Pero, ¿cómo aplicar a grupos sociales, a fenómenos colectivos, los instrumentos inter pretativos y los resultados de una exploración que se dirige al lado estrictamente perso nal de los individuos? Estas dificultades, el riesgo de una disolución del propio objeto de la investigación, incitan a buscar atajos y claves interpretativas fuertes sin demasiada atención hacia las diferencias o los matices. Un típico ejemplo de ello es el reciente libro con el que Daniel J. Goldhagen ha intentado dar una explicación «definitiva» del inten to, parcialmente realizado, de genocidio de los judíos por parte de la Alemania de Hider. 99 A. G ib e lli, «Guerra, violenza, morte: un paradigma del nostro secolo», Limpegno 1 (1996), p. 7. 100 R. Koselleck, Futuro passato, cit. Koselleck se refiere a C. Beradt, Das Dritte Reich des Trau mes (1966).
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El revisionismo histórico, en su polémica frontal contra el marxismo y el anti fascismo, ha insistido sobre todo en el tema del consenso, subrayando que fascismo y nazismo gozaron de una adhesión casi totalitaria y en gran medida espontánea, no debida al miedo, la violencia y el terror, sino a que los objetivos y los valores pro puestos por Mussolini y Hitler eran compartidos. El consenso alcanzó su cénit con ocasión de las conquistas en las que mejor se expresaba la esencia guerrera de los dos regímenes: la conquista del Imperio, para Italia, y el triunfo sobre Francia, la adversaria de siempre, para Alemania. De acuerdo con Nolte, el consenso con Hider, que él parece considerar totalmen te compartible dada la situación de la época, casi no tenía límites: «Todos los alema nes, sin excepción (la cursiva es nuestra), estuvieron de acuerdo en un cierto momento [...] con determinadas afirmaciones y acciones de H itler»101. En los momentos cruoiales, se realizó la plena fusión entre pueblo y Führer en el plano de las emociones y de las convicciones. Se puede entonces sostener, con respecto al nazismo, pero, de acuerdo con otras dinámicas, también en referencia al fascismo italiano, que precisamente los resulta dos de la revisión historiográfica rehabilitadora constituyen las premisas para un revisionismo invertido, que, en el caso del nazismo, vuelva a plantear con inespera da eficacia la discusión sobre la culpa de los alemanes, sobre la implicación de «todos» los alemanes en la solución final. El enfoque intencionalista se lleva al extremo: no sólo Hitler y los nazis, sino todos los alemanes querían exterminar a los judíos. De hecho, todos compartían la misma ideología «eliminacionista». Ésta es la tesis de un libro de gran éxito basado en el peculiar carácter del antisemitismo alemán: «M i tesis -dice Goldhagen- es que la voluntad de matar a los judíos, tanto en Hitler como en quienes llevaron a cabo sus planes homicidas, se derivaba principalmente de una única fuente común: un antisemitismo virulento»102. Resulta evidente que ningún estudioso del nazismo puede pensar en subestimar el papel del antisemitismo en la Alemania de Hitler. Sin embargo, muchos han redimensionado en gran medida la incidencia del antisemitismo en el ascenso y en la victoria del movimiento nazi e incluso se ha explicado el genocidio judío a partir de motivaciones no única o principalmente ideológicas. El estudio pionero de William Sheridan Allen sobre el ascenso al poder por parte de los nazis en una pequeña ciudad insistió ya en el hecho de que el antise101 E. Nolte, Dramma dialettico o tragedia? La guerra civile mondiale ed altri saggi, cit., p. 118. 102 D. J. G o l d h a g e n , I volenterosi carnefici di Hitler, Milán, Mondadori, 1997 [ed. orig.: Hitler’s Willing Executioners Ordinary Germans and the Holocaust, 1996; ed. cast.: Los verdugos voluntarios de Hitler, Madrid, Taurus, 1998].
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mitismo no constituyó un elemento central en la victoria del Partido Nazi y que los habitantes se hicieron antisemitas porque se habían adherido al nazismo y no vice versa103. Investigaciones posteriores, como las de Ian Kershaw, han incorporado esta interpretación, subrayando sobre todo la indiferencia de la opinión pública hacia los judíos y hacia las medidas vejatorias adoptadas por el régimen. De acuer do con estos estudios, el antisemitismo era sin duda muy fuerte entre los nazis, pero no caracterizaba de manera pronunciada a la población; hacia los judíos había hos tilidad, prejuicio e indiferencia generalizada; de la amalgama de estos sentimientos no surgía un antisemitismo militante, sino una complicidad pasiva. Esta fue una base más que suficiente para permitir a los nazis ejecutar su políti ca de persecución y luego de destrucción, que se desarrolló en el tiempo con inten sidad y velocidad crecientes, de acuerdo con un dinamismo ocasionalista y oportu nista que es específico de los movimientos totalitarios de masas. Goldhagen se opone de manera frontal a estas lecturas e identifica en el antise mitismo la clave de explicación del nazismo y de la solución final. Dentro de su óptica, adquiere una importancia totalmente especial la formación del antisemitis mo «eliminacionista» en la Alemania del siglo XIX . Esquematizando, los pasos cru ciales parecen concentrarse en la doble racialización de los judíos y de los alemanes. El antisemitismo tradicional proporcionaba muchos contenidos negativos que intro ducir en là «raza» judía, pero, en el contexto de la industrialización acelerada, se resalta sobre todo un aspecto: los judíos son los «parásitos» que explotan el traba jo del pueblo alemán (Volk). Dado que su naturaleza no es modificable, coge fuer za la idea de que-hay que eliminar a los judíos. En opinión de Goldhagen, a finales del siglo X IX , la tendencia «eliminacionista» en Alemania «estaba extremadamente difundida», por más que no haya una cuantificación precisa disponible ni sea posible hacerla104. Las premisas son tales que, cuando Hitler conquista el poder, el proyecto de eli minación puede pasar al orden del día: el verdadero exterminio está ligado a las cir cunstancias, pero su realización es el resultado obligado de la conexión de la ideo logía eliminacionista con el control del aparato estatal por parte de los nazis, a partir del consenso totalitario recibido del pueblo alemán. La conclusión de Goldhagen es que en la «mente nazificada» de los alemanes «había un consenso absolutamente indiscutido sobre el carácter justo del extermi nio». Las modalidades se derivan de la imagen alucinatoria que los alemanes tenían de los judíos; en tanto que encarnación de todo mal, se descargan contra ellos pul 103 Cfir. W S. A llen, Come si diventa nazisti. Storia di una piccola città, Turin, Einaudi, 1968 [ed. orig.: 1965]. 104 D. J. Goldhagen, I volenterosi carnefici di Hitler, cit., pp. 79-87.
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siones destructivas que varían en función de los tipos individuales, pero todo el mundo coincide «en la justicia de la empresa»105. No nos parece necesario insistir demasiado en los puntos débiles y en las tesis inaceptables del estudioso estadounidense, entre otras cosas porque son particular mente evidentes, como si se tratase de errores voluntarios. Goldhagen aísla por completo Alemania y el antisemitismo alemán, aplicando un paradigma de absolu ta excepcionalidad, que hace del genocidio un fenómeno único, incomparable, en definitiva, ahistórico. La fuerza de la ideología eliminacionista es tal que conforma una posesión más que una adhesión, los alemanes parecen presos de un encanta miento, de una magia, que, de hecho, se desvanece después de la guerra. La conse cuencia es que la ideología, más que explicar totalmente el Holocausto, lo vuelve aún más incomprensible, lo cual tal vez se corresponda con lo que piensa Goldha gen, pero entra en contradicción con lo que escribe. En más de un lugar de su libro, este autor describe a los alemanes en términos que recuerdan a aquellos con los que los nazis describían a los judíos, algo inaceptable en un trabajo científico. En todo caso, la argumentación, sobre la que vuelve con insistencia, en torno al modelo cognitivo que habría guiado las tendencias y las elecciones eliminacionistas y exterminacionistas resulta indemostrable desde el punto de vista histórico, tanto en cuanto resultado de una genealogía plurisecular, como en cuanto éxito ilimitado de la propaganda antisemita del nazismo y de sus precursores inmediatos106. No obstante, las críticas no deben hacer perder de vista al menos dos aspectos importantes de la investigación de Goldhagen: el primero atañe a la cuestión del papel de la ideología en el exterminio de los judíos, que fue sin duda decisivo, y en esto Goldhagen tiene razón, aunque pierde el norte cuando, siguiendo la infeliz lec ción del «revisionismo», hace de ella una clave explicativa única y absoluta. El otro aspecto se refiere a los casos específicos analizados, los materiales reco gidos, la documentación que aporta como prueba de sus tesis. No se puede decir que no haya nada nuevo y que Goldhagen no nos proporcione una lectura discuti ble pero original. Esto es asimismo aplicable a los capítulos dedicados a los bata llones de policía, donde somete a examen la documentación ya utilizada por Chris topher Browning, invirtiendo su interpretación. Mientras que este último tiende a
105 Ibidem, 264-273. 106 Entre las múltiples críticas dirigidas al libro de Goldhagen, la más detallada y destructiva es quizá la de Norman G. Finkelstein, que identifica todas las principales debilidades e incongruen cias de I volenterosi carnefici, pero que tiene el límite de no trabajar con la conveniente atención sobre el material documental que en todo caso Goldhagen utiliza para sostener su interpretación (cfr. N. G. FINKELSTEIN, «Daniel Jonah Goldhagen’s “Crazy” Thesis. A critique of Hitler’s Willing Executioners», New Left Review 224 [1997]).
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atribuir un papel muy importante a las circunstancias, de acuerdo con una estruc tura próxima al funcionalismo, Goldhagen sostiene que los comportamientos homi cidas estuvieron motivados por el antisemitismo ideológico. La parte quizá más interesante del libro está dedicada a un aspecto de la solu ción final menos conocido para el público, pero muy significativo a fines analíticos y explicativos. Las «marchas de la muerte» son el otro caso de estudio de importancia en el tra bajo de Goldhagen. En el último año de la guerra, se obligó a detenidos y detenidas de «raza» judía evacuados de los campos a marchas terribles en el corazón de Europa. En un determinado momento, el propio Himmler, que estaba negociando con los esta dounidenses, ordenó que se pusiese fin a las masacres. A pesar de ello, los guardianes y, con particular ferocidad, las guardianas siguieron torturando y matando, mientras la población civil, a su vez, se ensañaba con las columnas de desamparados. En ausencia de una estructura de poder que se estaba haciendo añicos, los alemanes eran libres de comportarse como querían y la consecuencia fue que aplicaron su «modelo cognitivo» alterado y adaptaron «sus acciones a los dogmas genocidas fundamentales de la ética nazi»107. La tesis de Goldhagen sobre la naturaleza homicida del antisemitismo de los alemanes queda así plenamente confirmada: éstos no obedecían a órdenes externas, su comportamiento «era una expresión de su ser más profundo». No se puede poner en duda el papel del antisemitismo y Goldhagen tiene toda la razón en hacer que aflore su virulencia y capilaridad; sin embargo, él mismo, de forma indirecta, admite que no todo se puede explicar con el antisemitismo eliminacionista y exterminacionista: «No es fácil comprender con qué fin desarrollaron los alemanes aquellas marchas»; la entrega de los alemanes a la empresa genocida fue tal que desafía la comprensión108. Lo que se desprende de su propia recons trucción es que las marchas eran insensatas para cualquier proyecto, incluso el del genocidio: ¿por que no eliminar a la primera ocasión a aquellos muertos vivientes, en lugar de marchar con ellos sin meta durante cientos y cientos de kilómetros? En cuanto a los civiles que la emprendían a pedradas contra las columnas de esquele tos, manifestando un odio sobrecogedor, parece indudable que, en aquel contexto, con la guerra ya con toda seguridad perdida, querían lapidar a los «responsables» de la derrota antes de que el chivo expiatorio se les fuese de las manos. Sin embar go, Goldhagen no explora, ni aquí ni en ningún otro lugar, la vertiente mágico-ritual de la escabechina promovida por los nazis. El irracionalismo de los comportamien tos se lee en su totalidad dentro de un proyecto político exterminacionista, alimen tado por el odio y por el sadismo. 107 D. J. Goldhagen, I volenterosi carnefici di Hitler, cit., pp. 378-379. 108 Ibidem, p. 376 y 381.
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El impulso destructivo, la voluntad y el placer de aniquilar a los judíos, torturán doles y humillándoles, se imponen sobre la utilización «racional» de una fuerza de tra bajo cualificada. A juicio de Goldhagen, los alemanes se demostraron incapaces de explotar a los judíos de Europa, porque en ellos prevalecía el impulso homicida: en el caso de los judíos, la producción estaba subordinada y era funcional a la destrucción. Los judíos debían sudar, debían verse obligados a realizar trabajos manuales pesados, porque, a juicio de los alemanes, eran ablandabrevas, parásitos sin ganas de trabajar; de ahí la idea de hacerles trabajar hasta el extremo, hasta morir: «E l “trabajo” de los judíos no era trabajo en un significado normal y cual quiera del término, sino una forma de muerte aplazada; en otras palabras, era la muerte m ism a»109. El modelo interpretativo basado en los resultados negativos o extremos de la modernización, más que del capitalismo, en relación con el cual la ideología racista habría funcionado como legitimación de la explotación más brutal de los grupos humanos sometidos, no parece capaz de explicar la especificidad de la Shoá. Los documentos truculentos utilizados por Goldhagen como prueba de su razonamien to sobre el antisemitismo eliminacionista-exterminacionista dejan entrever una rea lidad psicológica y antropológica basada en el desencadenamiento de pulsiones des tructivas, en un auténtico placer de matar que la máquina de exterminio más o menos puede canalizar y utilizar y que extrae su alimento de un cúmulo espeluz nante de resentimiento contra el «pueblo elegido»110. No todo se puede reducir a las circunstancias; queda un coágulo de maldad pura en los actores y en los espectadores que no admite racionalizaciones y que Goldha gen quiere hacer resurgir del pasado. Con este intento, rechaza en bloque todas las reconstrucciones precedentes, a las que contrapone su modelo interpretativo monocausal: «La única interpretación adecuada es la que sostiene que un antisemi tismo demonológico, violentamente racista, fue la estructura cognitiva común de los perpetradores [del genocidio] y de la sociedad alemana en general»111. Los alema nes, todos los alemanes, consideraron la masacre justa porque veían a los judíos como demonios; su «estructura cognitiva», impregnada de antisemitismo eliminacionista, producía una imagen absolutamente fantástica, mágica, de los judíos, sus citando un odio ilimitado hacia ellos. De ahí la decisión, cuya naturaleza personal y
109 Ibidem, p. 339. 110 Cfr. N . G e r a s , «Marxists before the Holocaust», New Left Review 224 (1997), un artículo que discute las posiciones de Ernst Mandel sobre el «Holocausto», partiendo de la previsión formulada por Trotsky en 1938 sobre el «exterminio físico de los judíos» en caso de que se produjese una nueva guerra mundial. 111 D. J. Goldhagen, I volenterosi carnefici di Hitler, cit., p. 408.
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voluntaria subraya Goldhagen, en polémica con el concepto de «culpa colectiva», de atormentar y matar a los demonios de la tierra, de ahí el intento de hacer des aparecer todo rastro suyo. Tal como se puede apreciar, la cuestión del «enigma del consenso» se quita de en medio con una simplificación eficaz pero excesiva: todos los alemanes pensaban como Hider, compartían su «estructura cognitiva». Pero, llegados a este punto, no se percibe lo que queda de la elección y de la responsabilidad individual. Pese a las referencias a la historia de larga duración del antisemitismo alemán, por otra parte distinto, a juicio de Goldhagen, de todas las demás formas de antisemitismo, y pese al uso de conceptos pro pios del cognitivismo y del individualismo metodológico, el panorama construido por el historiador estadounidense es el de un país presa del demonio. Lo cual, entre otras cosas, explica una de las incongruencias más llamativas de Los verdugos voluntarios de Hitler: a saber, la tesis de acuerdo con la cual, después de 1945, la estructura caracterial y los modelos cognitivos de los alemanes cambiaron de golpe, de forma milagrosa. Goldhagen polemiza con la bibliografía sobre los Lager por haber presentado una imagen reductiva de éstos, centrada en los aspectos instrumentales ligados a las necesidades bélicas; el sistema de los campos constituía, por el contrario, el lugar en el que tomaba forma la esencia del nazismo, era la prefiguración del «carácter de la futura Europa nazificada». En concordancia con toda su tesis sobre los «verdugos voluntarios», Goldhagen insiste en el libre desencadenamiento de los instintos, en evidente polémica con la reconstrucción de Hilberg, y recalca, con una reiteración discutible, el sadismo como constante de los comportamientos individuales, cir cunscrito sin demasiado sentido a un antisemitismo exclusivo de los alemanes. Pese a estas debilidades, el planteamiento global de su razonamiento sobre el «mundo de los campos» no carece ni mucho menos de fundamento. En síntesis, este estudioso identifica cuatro características principales: (1) era un mundo en el que los alemanes llevaban a cabo determinados cometi dos violentos y perseguían una serie de objetivos concretos; (2) era el lugar de la más libre expresión de sí, donde los alemanes no estaban atados por las restricciones burguesas que el nazismo estaba superando rápida mente con su moral anticristiana; (3) era un mundo en el que los alemanes remodelaban a las víctimas de acuerdo con la imagen que tenían de ellas, confirmando así su visión del mundo; (4) era un mundo revolucionario, en el que se llevaban a cabo con el máximo celo el cambio social y la transformación de los valores que estaban en el centro del programa nazi112. 112 Ibidem, p. 184.
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Adviértase, por otro lado, que la investigación de Goldhagen no concierne direc tamente al sistema concentracionario ni a los campos de exterminio en particular. Este autor se detiene más bien en las acciones homicidas y en las torturas infligidas a los judíos de Europa fuera de los campos, en situaciones en las que la actitud de los alemanes, de todas las edades y condiciones sociales, podía manifestarse libre mente. Pero esta ideología en estado puro no es más que posesión diabólica. Sólo una forma de posesión puede explicar la fuerza irresistible de una causa única capaz de motivar tales comportamientos, marginando cualquier otro factor contingente o estructural, y capaz además de permitir entender todo lo que sucedió en mayor medida que cualquier otra interpretación. La convicción de Goldhagen de haber encontrado la clave para explicar de una vez por todas el nazismo y el Holocausto no se tiene en pie. Esto no debe inducir a críticas tan excesivas como lo son sus pre tensiones: es preciso considerar con atención la contribución de su investigación al conocimiento del antisemitismo nazi en su especificidad y del papel que éste tuvo en la persecución y el exterminio. Goldhagen tiene razón cuando insiste en el papel del antisemitismo, que logra investigar con exhaustividad, más allá de las generalizacio nes y simplificaciones inaceptables en las que incurre. La polémica explícita o implícita que mantiene contra Hannah Arendt o Raul Hilberg resulta molesta e injusta, mientras que el ataque que impulsa contra una historio grafía no tanto revisionista como tranquilamente banalizadora es desde luego compartible. Lo que importa no son las pretensiones de conseguir explicar todo en función de una única causa, sino la cantidad de casos concretos y la luz que consigue arrojar sobre ellos. A través de un recorrido infernal, llega a una verdad, tal vez absolutizada, pero que no es posible arrinconar con facilidad: en la Alemania nazi tuvo lugar «una trans formación de los valores, en virtud de la cual los alemanes corrientes pasaron a consi derar la matanza de judíos como un acto benéfico para la humanidad»113. Partiendo de la participación voluntaria en la persecución y el exterminio de los judíos por parte de alemanes corrientes, Goldhagen consigue aprehender el significado y el alcance del vuelco de los valores perseguido por los nazis, que encuentra en el sis tema de los campos una materialización prefiguradora del modelo de sociedad que se quería imponer a Europa y al mundo. El eje de la trasformación de los valores era la negación del principio cristiano e ilustrado de la igualdad moral de los seres humanos: En la cosmología nazi de los alemanes, había seres humanos a los que había que matar p or motivos biológicos, otros que estaban destinados a la esclavitud y otros a los que se podía matar en caso de que se volvieran superfluos [...] En el mundo de los campos alemanes, el sufrimiento y la tortura no eran hechos accidentales, episódicos, o violaciones de las reglas, 113 Ibidem, p. 470.
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sino elementos centrales, constantes y normativos [...] El ideal que inspiraba el trato hacia los más odiados de entre los detenidos de los campos, los judíos, exigía para ellos un mundo de sufrimiento infinito, que sólo se consumaba con la muerte [...] Se trató de una alteración profunda, revolucionaria, de la sensibilidad, acaecida en Europa en pleno siglo X X 114.
A fin de explicar el Holocausto con una única causa (el antisemitismo eliminacionista), Goldhagen se ve obligado a llevar su tesis al delirio y a generalizarla a todos los alemanes. Pero si los alemanes normales estaban intoxicados de un antisemitis mo tan compartido como alucinado, sin ninguna relación con lo que eran en reali dad los judíos, no se entiende qué es lo que queda de las libres elecciones y de las responsabilidades individuales de los «verdugos voluntarios», a quienes Goldhagen contrapone como agentes voluntarios del Holocausto a las explicaciones que, de dis tintas maneras, hacen referencia a fenómenos de despersonalización burocrática. A lo largo de las polémicas con sus críticos, el estudioso estadounidense ha negado que su reconstrucción del Holocausto sea monocausal, pero el problema no consiste en atenuar tesis que, por otra parte, se han proclamado, sino en extender de manera ilimi tada y absolutizar algunos aspectos de la ideología antisemita compartida por los acto res que Goldhagen estudia. Su mérito estriba en haber puesto de relieve motivaciones del comportamiento de los ejecutores de las masacres que otros estudiosos no habían aprehendido o no habían creído deber subrayar, considerándolas típicas de las prácti cas sádicas que caracterizan las matanzas de personas inermes en todas las guerras, mientras que Goldhagen, a nuestro juicio de manera convincente, las asocia en primer lugar a una forma extrema de antisemitismo fundado en la deshumanización y en la diabolización de las víctimas. Es verdad que, de este modo, se corre el riesgo de perder de vista la especificidad nazi de la industrialización de la masacre, pero es preciso recono cer que la representación del Holocausto fundada únicamente en los «campos de la muerte» resulta unilateral e insuficiente: el exterminio de los judíos tuvo lugar utilizan do una pluralidad de medios, en función de las situaciones, en cada rincón de Europa. La traducción en Alemania del volumen de Goldhagen ha venido acompañada de furiosas polémicas con un gran éxito publicitario para el libro115. Vuelve intacto todo 114 Ibidem, p. 474. 115 El libro de Goldhagen y los debates en los que éste ha participado han tenido una acogida extremadamente favorable por parte del público, mientras que la reacción de los historiadores ha sido muy negativa (cfr. ]. H . SCHOEPS [ed.], Einer Volk von Mördern ? Dokumentation zur GoldhagenKontroverse um die Rolle der Deutschen im Holocaust, Hamburgo, Hoffmann und Campe, 1996). Para dójicamente, es posible que, con el acto acusatorio de Goldhagen, estemos más cerca del objetivo perseguido en vano por Nolte: una vez conocida a fondo la maldad de los alemanes de ayer y des cubierta su causa, los alemanes de hoy, que, además, a juicio de Goldhagen, ya no conservan nada de aquel antisemitismo alucinatorio, se pueden librar de su pasado.
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lo que el revisionismo, en apariencia, había cancelado y demolido con sumo cuida do y el problema de la «culpa colectiva» de los alemanes parece volver a plantearse en los términos que apuntó Karl Jaspers hace cincuenta años. En este sentido, el ries go de trabajos como el de Goldhagen estriba en adoptar la estructura conceptual del revisionismo de cara a una batalla contra las conclusiones inaceptables de este últi mo; cuando se asigna prioridad a la inversión polémica de las tesis del adversario, el resultado del trabajo intelectual corre el.peligro de quedar en suma cero, mientras se alimenta la campaña publicitaria de los medios de comunicación de masas indife rentes a la búsqueda de la verdad y al avance del conocimiento histórico. Cuando Goldhagen aplica el paradigma «intencionalista» al conjunto de la socie dad alemana, realizando una retorsión que no sólo afecta al revisionismo, sino un poco a toda la historiografía sobre el nazismo, no propone una tesis original; su efec to de escándalo se debe a que ha llegado tras años de normalización y banalización y cuando la unificación debería haber hecho pasar página con respecto al pasado nazi. Algo imposible por el significado histórico-universal del Holocausto y también por que el retorno hegemónico de Alemania en términos geoeconómicos y de neonacionalismo político no puede dejar de activar preocupaciones explícitas o subterráneas. En el plano historiográfico, el trabajo de Goldhagen vuelve a plantear dos cues tiones de indudable importancia: la primera es la de la relación entre la solución final y las corrientes profundas y de larga duración del antisemitismo, una estratifi cación y una acumulación que el nazismo, como una sacudida telúrica, saca a la luz y pone en movimiento, en un crescendo dinámico, hasta la catástrofe. El segundo tema atañe a la implicación de la gente común en el proyecto nazi, que Goldhagen vuelve a plantear no sólo contra el revisionismo, sino rompiendo con las conclusio nes minimalistas de la historia de la vida cotidiana, en la que, con frecuencia, se manifiesta una disolución y una pulverización del objeto histórico que la torna poco incisiva frente a los acontecimientos epocales de la contemporaneidad. De este problema se resienten las numerosas investigaciones llevadas a cabo a escala local y regional, que han intentado poner de relieve la adhesión en masa al antisemitismo en Alemania durante el Tercer Reich. Los resultados son desiguales, si no contradictorios: el antisemitismo militante, como es obvio, era típico sobre todo de los ambientes nazis. No obstante, la gran mayoría de los alemanes -inclui dos sectores de oposición al nazismo- estaba convencida de la necesidad de resol ver de algún modo la «cuestión judía». La historia desde abajo, la de la gente corriente, parece dar resultados más efica ces si los comportamientos, las elecciones y las mentalidades se analizan a la luz de situaciones extremas. Lo que, del lado de las víctimas, se conoce a través de la memo rialistica, se puede investigar, por medio de otras fuentes, tomando como objeto la contribución de las personas normales a la actuación del nazismo, genocidio incluido.
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Retomando el concepto de Arendt sobre la «banalidad del mal» como instru mento hermenéutico ineludible, este planteamiento ha encontrado una traducción historiográfica muy incisiva en los trabajos de Christopher Browning, hoy día uno de los mayores especialistas en el estudio de la solución final116. En particular, han suscitado mucho interés dos de sus monografías, la primera dedicada al personal del departamento que se ocupaba de la cuestión judía en el Ministerio de Asuntos Exteriores y la segunda sobre un batallón de policías de reserva, procesados en la década de 1960 por las masacres perpetradas en Polonia. En ninguno de estos casos se puede atribuir la participación activa en el genocidio a una adhesión fanática al credo nazi ni a un antisemitismo encendido. A juicio de Browning, las motivacio nes principales fueron el conformismo y el afán de hacer carrera, que pudieron ven cer con facilidad las resistencias éticas por las consecuencias a la vez atomizadoras y gregarias de la burocratización117. Browning se ha interesado también por la controversia sobre la periodización de la solución final que, tal como se ha apuntado, está vinculada a la interpretación que se da del genocidio. En opinión de Browning, la decisión de masacrar a los judíos soviéticos se tomó en la primavera de 1941, en el ámbito de los preparativos de la «Operación Barbarroja», y esto por dos motivos: el carácter de aniquilación que debía tener la guerra contra el comunismo y el hecho de que, con la conquista de toda Europa oriental, los nazis se iban a ver obligados a gestionar a una gran canti dad de judíos, una sobrecarga que se sumaba a los problemas y a las molestias cau sadas por aquellos otros judíos cuya concentración habían dispuesto hasta enton ces, en especial en guetos polacos118. Tras las masacres llevadas a cabo por las unidades móviles, empieza en otoño de 1941 la construcción de los campos de exterminio: primero Belzec y Chelmno, luego Treblinka y Sobibor. Otros dos campos, Auschwitz y Maidanek, se dotan de una sec ción destinada a la eliminación de los detenidos seleccionados. Aunque existe un amplio consenso a la hora de situar en la segunda mitad de 1941 las decisiones ope rativas sobre el inicio del exterminio en los campos, como ya hemos visto, algunos his toriadores creen que no hay que vincular este giro a los preparativos de la guerra, sino a los resultados negativos de la misma, evidentes a partir del otoño-invierno de 1941, y que, por lo tanto, no se trataría de un efecto de la euforia de Hitler, sino de su rabia 116 Para una exposición sintética de su línea interpretativa, véase C. R. BROWNING, The Path to Genocide. Essays on Launching the Final Solution, Cambridge, Cambridge University Press, 1992. 117 Cfr. C. R. BROWNING, The Final Solution arid the German Foreign Office: A Study of Referat D III of Abteilung Deutschland, 1940-1943, Nueva York, Holmes & Maier, 1978; y C. R. BROWNING, Uomini comuni. Polizia tedesca e «soluzione finale» in Polonia, Turin, Einaudi, 1995 [ed. orig.: 1992]. 118 Cfr. C. R. B r o w n in g , Fatefull Months: Essay on the Emergence of the Final Solution, Nueva York, Holmes & Meier, 1985.
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y frustración119. La mayoría de los estudiosos coincide en que el inicio de la solución final tiene lugar a partir de una decisión explícita de Hider -aunque no a través de una orden escrita y firmada, como piden los negacionistas- y que lo único que se remitió a la escala local fueron las modalidades concretas. Sin embargo, la gran cues tión histórica, además de moral y filosófica, estriba en la participación de la gente común en la guerra de exterminio contra «enemigos» indefensos. La amplitud de la implicación activa y de la complicidad «pasiva» de los aparatos estatales y del conjunto de la sociedad alemana, sin olvidar situaciones análogas en los países aliados y satélites, objeto de un reciente estudio de conjunto por parte de Raúl Hilberg120, a nuestro juicio aparece presentada de manera' más convincente en el fun cionalismo no dogmático de Browning que en interpretaciones que se apoyan de manera exclusiva en opciones ideológicas conscientes. El tema de la gente común que, al amparo de la aparente neutralidad de los procedimientos administrativos, participó en el genocidio, se investiga en una dimensión microhistórica que se revela muy pro ductiva desde el punto de vista heurístico. Esto es aplicable tanto a la colaboración activa en el exterminio por parte de funcionarios del Ministerio de Exteriores que ape nas tenían motivaciones ideológicas pero estaban deseosos de hacer carrera, como a los reservistas hamburgueses de mediana edad que fusilaron a decenas de miles de judíos en Polonia. Siguiendo la gesta del batallón 101, Browning establece también que no hubo un tránsito en sentido único de una fase en la que se fusilaba a las vícti mas a un segundo momento en el que se las enviaba a los campos de exterminio; inclu so cuando, a partir de 1942, las cámaras de gas estaban en funcionamiento en Treblinka y en otros sitios, los alemanes procedían caso por caso: si no había una vía férrea disponible, no se mandaba a los judíos a los Lager, sino que se les fusilaba en el sitio. La investigación de Browning demuestra de manera irrefutable que las opera ciones de genocidio pudieron contar con la disponibilidad de personas normales: ninguno de los miembros del destacamento que este autor toma en consideración era un nazi destacado o un antisemita fanático; sólo el 25 por 100 estaba inscrito en el NSDAP; pertenecían a distintas categorías sociales, constituyendo una especie de retrato de la población alemana; eran reservistas y, por lo tanto, personas entradas en años. Sin embargo, estuvieron preparadas y disponibles, casi en su totalidad, a perpetrar acciones criminales, sirviendo de engranajes de la máquina de exterminio. Por qué esto pudo suceder suscita interrogantes sobre la naturaleza humana y sobre las ambivalencias de la modernidad, pero también sobre los métodos y los instru mentos conceptuales de la historiografía. 119 Esta postura, más tarde detallada por Burrin, había sido ya planteada por Uwe Dietrich A dam en su importante Judenpolitik im Dritten Reich, Düsseldorf, Droste, 1972.
120 R. H il be rg , Carnefici, vittime, spettatori, Milán, Mondadori, 1994 [ed. orig.: 1992].
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No es casual que en la conclusión de su análisis del comportamiento de los «hombres comunes» del batallón 101, Cristopher Browning remita a la reflexión de Primo Levi sobre la «zona gris»; en esta visión profunda y sobrecogedora de la nor malidad que da paso al horror, se puede intentar aprehender las raíces históricas del nazismo y del exterminio, las motivaciones de los comportamientos colectivos, aun sin restar peso a la responsabilidad personal de los individuos. La conclusión es alarmante, porque en la sociedad siguen funcionando los meca nismos que convirtieron a los hombres del «101» en unos asesinos; incluso lo que parecía peculiar y exclusivo del nazismo, y, por lo tanto, abocado a desaparecer con él, vuelve a aflorar al encontrar intérpretes intelectuales y emprendedores políticos: así es como el neorracismo se ha instalado tranquilamente en la posmodernidad. Arno Mayer ha polemizado de manera explícita con la historia braudeliana cons truida en función de la «larga duración», contraponiéndole la necesidad de un con cepto de «acontecimiento» capaz de aprehender la ruptura violenta constituida por la Shoám . Sin embargo, bien mirado, en el genocidio, realmente llevado a cabo por cuan to respecta al mundo judío de Europa oriental, la «larga duración» y el «aconteci miento» se sumaron y en ello reside su unicidad. Prepara la catástrofe una historia muy larga de persecuciones explicadas en términos religiosos; sobre ellas, se injerta el anti semitismo moderno, que elabora una perspectiva político-ideológica; el nazismo reco ge y lleva al extremo toda esta estratificación, contando con numerosos aliados y actuando sobre un terreno fertilizado por la acción confluyente, en sus efectos, de muchas fuerzas que encuentran en el judío un enemigo común, el chivo expiatorio pre parado desde hace tiempo. Todas éstas son precondiciones necesarias pero todavía no suficientes para el exterminio; para pasar a su realización hace falta una aceleración de todos los procesos destructivos, el derribo de los frenos inhibidores, la disponibilidad de los medios técnicos y del personal apto para la tarea. Una guerra en la que las pobla ciones se convierten en el blanco principal de las operaciones bélicas y en cuyo ámbi to la Alemania nazi, con mayor determinación que los demás contendientes, elige el exterminio como estrategia de aniquilación del adversario, sin duda en el frente orien tal: una guerra así hace posible el genocidio de los judíos. Por otro lado, nada sino las vicisitudes bélicas impidió que se llevase el exterminio hasta el final. Lo cual se puede aplicar exactamente del mismo modo a las demás «razas», categorías y grupos sociales que, a juicio de los nazis, debían sufrir un trato análogo. La única débil excepción la constituye la interrupción del «proyecto eutanasia», oficialmente cerrado por las pro testas de algunos círculos de la sociedad alemana. Una excepción débil porque en rea lidad las eliminaciones prosiguieron, aunque ya no se pudiera hacer propaganda de 121 Cfr. A. ]. Mayer, Soluzione finale. Lo sterminio degli ebrei nella storia europea, cit., p. V ili y las precisas observaciones de E. TRAVERSO, «Auschwitz, la storia e gli storici», Ventesimo secolo 1 (1991).
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ellas, y contaron con amplios consensos fuera de Alemania (por ejemplo, en Francia hubo una verdadera masacre de enfermos mentales). Y, sin embargo, se trata de una excepción extremadamente significativa, porque demuestra que, incluso en el contex to de la guerra, era posible obstaculizar o impedir el exterminio si éste encontraba opo siciones, una cierta lucha y resistencia. Lo cual introduce otro tema, tal vez el más importante e incómodo a día de hoy: la colaboración activa con los nazis, las distintas formas de consenso con su políti ca, incluso cuando significaba explotación, destrucción y exterminio de judíos y no judíos. El problema no atañe sólo a los alemanes, sino, por ejemplo, a nosotros, los italianos, y a muchos otros tanto al este como al oeste, sin limitarse a los partida rios del Tercer Reich y del Nuevo Orden Europeo: baste pensar en la Unión Sovié tica, donde hubo una complicidad de Estado, no restringida al periodo de la alian za con Hitler, además de fenómenos impresionantes de participación en el genocidio judío con formas de colaboracionismo de masas; notorio es el caso pola co, donde los mismos que eran víctimas de los nazis, se convertían de buena gana en sus cómplices en nombre del antisemitismo; desgarradora la cuestión de los «Judenräte» [Consejos Judíos]; y ni siquiera se salvan los Aliados y la Iglesia cató lica. Hay que tener presente este contexto delineado sumariamente si se quiere entender por qué el revisionismo historiográfico ha conseguido triunfar de mane ra tan amplia en el ámbito de la opinión pública y de los medios de comunicación de masas122. La historiografía, ante los grandes trastornos, las grandes catástrofes colectivas (todavía presentes en la memoria), se encuentra en dificultades y debe renunciar a la pretensión de imparcialidad, neutralidad, objetividad. Tras el fin de la guerra, quizá como reacción al gran trauma, a las agitadas vicisitudes de treinta años de desórdenes, se extendió un modelo de historia cuantitativa, científica, fundada en la estructura, en la larga duración. Luego, el péndulo se desplazó en dirección opuesta, hacia la subjetividad, los sentimientos, la diferencia, la narración; el histo riador abandonaba el cientificismo para volver a la obra de arte.
122 De este ámbito forma parte el «caso Nolte», por el cual el historiador alemán se ha conver tido, en la vulgata periodística italiana, en el mayor exégeta del nazismo y, tras la reciente desapari ción de Renzo De Felice, también del fascismo (cfr., a título ejemplificador, LEspresso del 6 de junio de 1996: «Eimperio dell’urlo», conversación con Ernst Nolte). El éxito de Nolte se deriva del hecho de que este estudioso argumenta lo que sus interlocutores quieren oír decir. A sí se dispara el meca nismo del consenso tanto para la versión compilatorio-documental como para la filosófìca-teorizadora de la revisión del nazismo y del fascismo. La esencia de la entrevista citada consiste en el con cepto de acuerdo con el cual Mussolini daba a las masas lo que éstas querían en aquel momento histórico determinado (al que hay que circunscribir el fascismo).
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Las reflexiones sobre la guerra, el exterminio y, aún antes, los totalitarismos del siglo X X han seguido otras trayectorias, logrando al final involucrar y poner a tra bajar a los estudiosos: con respecto a estos grandes temas se ha ganado la historia contemporánea un lugar destacado en la cultura de fin de siglo. El revisionismo historiográfico, incluso en su forma patológica de negación de la Shoá, se ha movido con agresividad en este contexto hasta imponerse, no tanto en la investigación como en el uso público de la historia, en el control de la relación que la opinión pública de cultura media establece con la historia. El revisionismo retoma de la historiografía científico-positivista la pretensión de neutralidad y objetividad, presentándose como apolítico y antiideológico y, por esta vía, abraza lo existente, el presente absoluto en el que la relación con el pasado se plie ga a las leyes del espectáculo. El objetivismo empirista se invierte así sin problemas, convirtiéndose en el relativismo más absoluto: la historia es una pura construcción, un montaje ilimitado, en el que es imposible distinguir los hechos de su representación, la realidad de la ficción, las palabras de las cosas, lo verdadero de lo falso123. Pero para ganar su batalla, el revisionismo histórico debe conseguir acabar con la memoria. También aquí, tal como entendió enseguida Primo Levi, hay una con fluencia entre revisionismo y negacionismo: para ambos, la memoria es un obstácu lo y hay que reducirla a la condición de relato sin credibilidad, carente de relevan cia epistemológica. Y, sin embargo, precisamente las vicisitudes de la memoria constituyen uno de los presupuestos de la difusión del revisionismo. Con la década de 1980, se hicieron patentes dos tipos de trayectorias aparentemente contradicto rias: por un lado, las jóvenes generaciones rechazan la memoria, sobre todo de los grandes traumas del siglo X X ; por otro, coge fuerza la imagen del Holocausto como única memoria de un pasado que hay que repudiar e ignorar. El revisionismo, incluida su variante negacionista, es la respuesta culturalmente regresiva a la imposibilidad de la cancelación y a la incapacidad de elaborar el luto. Como la ruptura de la civilización marcada por el genocidio no es enmendable, el revisionismo ofrece la oportunidad y los instrumentos para poner todo en el mismo plano, para normalizar ilusoriamente el pasado, en nombre de una historización que ya no se puede aplazar. El acontecimiento se relativiza (una de tantas masacres) y justifica (la respuesta a una masacre anterior), se vuelve a introducir en el continuum de la historia, redu cido a una masa de hechos insensatos o banales «para llenar el tiempo homogéneo y vacío» (W. Benjamin).
123 Cfr. C. G in z b u r g , «Unus testis. Lo sterminio degli ebrei e il principio di realtà», Quaderni sto rici 2 (1992).
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El conflicto de las interpretaciones historiográficas sobre el exterminio es quizá el lugar en el que la apuesta es más alta124. La historiografía crítica debe, por un lado, declarar honestamente sus límites; el conocimiento del acontecimiento que puede proporcionarnos sin duda no es completo, hay aspectos que siguen siendo ininteli gibles, y por más que con el tiempo la investigación pueda traernos nuevos conoci mientos, hay todo un mundo que se ha sumergido definitivamente en la nada. La verdad a la que logra llegar es parcial, así como la realidad que consigue reconstruir; ambas dependen de los documentos y de la capacidad de hacerlos hablar sin tergi versarlos, y de este modo no sólo entra en juego la razón, sino también la moral y los sentimientos. No es posible hacer historia de algo que es totalmente ajeno al hom bre, de la alienación total, de algo de lo que no tenemos experiencia alguna. Con los campos de exterminio se ha traspasado este umbral (de ahí su inaferrabilidad); sin embargo, sucedieron, forman parte de nuestra historia y de ahí deriva el deber ético y la necesidad gnoseològica de no expulsarlos y borrarlos, de no cancelarlos o banalizarlos, sino de penetrar de manera cada vez más profunda su significado sin creer que la historiografía tenga el monopolio de esta investigación, es más, precisamente partiendo de la constatación de sus límites, atrasos e insuficiencias. Mientras el revisionismo pretende historizar científicamente la Shoà a través de la relativización y la negación, la tarea de la investigación histórica es seguir el trabajo sobre los documentos y las interpretaciones, sin la pretensión de lograr explicarlo todo, tanto porque el exterminio en sí presenta márgenes de insensatez insuperables, como porque estamos todavía lejos de una reconstrucción histórica satisfactoria de un acontecimiento que imprime una marca negativa sobre toda una época, proyec tando una sombra sobre la era del desarrollo, reducido a crecimiento sin progreso.
124 Se puede estar de acuerdo con Furet cuando afirma que el Holocausto «no debe ser objeto de una interpretación preventiva, máxime cuando muchos de sus elementos siguen siendo un mis terio y la historiografía sobre el tema no está más que en sus inicios» (cfr. F. Furet y E. Nolte, XX secolo. Per leggere il Novecento fuori dai luoghi comuni, cit., p. 75).
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A p é n d ic e
Por un análisis crítico-histórico del revisionismo
1. Desde hace ya muchos años, con altos y bajos, el revisionismo se reproduce junto a sus críticos y la sucesión de unos y otros no parece destinada a agotarse. Parecería haber materia de discusión y reflexión, sin detenerse demasiado en los preliminares y tomando el revisionismo por aquello que proclama ser: una reescri tura radical, ante todo en lo que respecta a los juicios de valor, de todo lo que se refiere a los acontecimientos fundadores de la modernidad contemporánea, de la Revolución francesa de 1789 a hoy día. Hay no pocos problemas preliminares referentes a la definición-delimitación del revisionismo, así como a la posición que se tiene con respecto a él, es decir, a la ópti ca bajo la cual se lo quiere examinar y, si se da el caso, criticar. En particular, se presentan dos posturas que quiero mencionar sucintamente, porque me parecen ejemplarizadoras de actitudes extendidas. Para algunos, el revi sionismo histórico no es más que un sinónimo de mala historiografía, ya sea porque tiene que ver con una producción predominantemente periodística, ya sea por la decisión deontológicamente reprobable de algunos historiadores de abandonar el terreno de los estudios científicos y dedicarse a la divulgación común, por militancia política o por motivaciones monetarias, o por ambas razones. En todo caso, el revisionismo es algo muy nimio y sin duda se lo debe criticar, posiblemente incluso liquidar, pero sin perder demasiado tiempo en ello. En opinión de otros, en cambio, el revisionismo constituye un fenómeno real mente importante, en cierto sentido saludable, que no hay que cancelar de manera * Este artículo fue publicado originalmente en el libro colectivo Primo MORONI y Sergio BOLOGNA (eds.), Lezioni sul revisionismo storico, Milán, Fondazione Luigi Micheletti & Cox 18 Books, 1999.
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expeditiva ni etiquetar a priori de forma negativa. Esta postura pone el acento y enfatiza el procedimiento estándar de la escritura historiográfica, o la incesante revi sión de las conquistas, conocimientos e hipótesis interpretativas anteriores a la luz de nuevos documentos y nuevas interpretaciones, bajo la urgencia de las transfor maciones que influyen sobre el presente y que nos inducen a reorientar nuestra rela ción con el pasado. Por lo tanto, el revisionismo, una vez arrinconados los excesos polémicos y el propio término en su connotación negativa, vuelve a formar parte del trabajo normal de la historiografía. Lo que lo diferencia es, a lo sumo, un énfasis antimarxista o anticomunista tal vez desfasado pero, en todo caso, simétrico con respecto a la actitud genérica y decididamente filomarxista o filocomunista mante nida durante tanto tiempo por la historiografía de izquierdas. Más allá de la diferencia de razonamientos, lo que divide a las dos posturas cita das de manera sucinta es precisamente el juicio sobre el comunismo y, todavía antes, la tematización o no de la cuestión comunista en el siglo XX. Con frecuencia, el revi sionismo se convierte en un pretexto para afrontar, partiendo de una especie de anulación querida, lo verdaderamente reprimido, el comunismo o, mejor, su fin, que arrastra consigo toda esperanza de revolución o, incluso, de cambio. Tras haber levantado acta de que existen profundas diferencias de apreciación, conviene poner el acento en lo que parecen ser los núcleos principales de la revisión historiográfica, es decir, el fascismo y el nazismo, con un prólogo muy importante en la reinterpretación de la Revolución francesa llevada a cabo por Francois Furet. La delimitación del campo permite obtener resultados útiles, con el riesgo, sin embargo, de perder de vista el significado global del fenómeno, cuando no el ambicioso obje tivo de identificar el cambio de paradigma efectuado por el revisionismo histórico. En esta breve síntesis, quisiera llamar la atención sobre dos aspectos que, desde el principio, han motivado los esfuerzos de análisis y reflexión: en primer lugar, el revisionismo histórico de las décadas de 1980 y 1990 ha sido, a su pesar, un fenó meno de gran importancia, una articulación crucial en la compleja estrategia neoconservadora dirigida a atacar no sólo las bases materiales, sino también las posi ciones culturales y la fuerza intelectual de la izquierda, entendida en su acepción histórica más amplia. En segundo lugar, en el plano historiográfico, el revisionismo no atañe sólo o principalmente a la representación de fascismo y nazismo; se trata, por el contrario, de la formulación más reciente de un modelo teleologico de histo ria, construido a partir de los efectos actuales del capitalismo liberal-democrático. Gracias a este tipo de modelo, avanza la normalización historiográfica tanto del fas cismo como del comunismo. 2. Quienes quisieran recorrer con el pensamiento la historia del revisionismo, poniendo de relieve su genealogía, no podrían ignorar las reflexiones que Gramsci
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dedica a Croce. En verdad, en ellas es posible encontrar de manera más explícita una conexión entre el revisionismo de finales del siglo X IX y el que caracteriza el fin del siglo siguiente; ambos encontrarían en Croce, de acuerdo con la argumentación gramsciana, el referente lejano, pero principal, de dos épocas unidas por el esfuer zo de materializar la hegemonía ideológica del liberalismo. En una serie de cartas de 1932 a su cuñada Tania, bajo el impacto de la reciente publicación de la Historia de Europa, obra que convertía a Croce en el guía intelec tual del antifascismo, Gramsci observaba que, ya en las últimas décadas del siglo pasado, sus escritos de teoría de la historia «proporcionaron las armas intelectuales a los dos mayores movimientos de revisionismo de la época, el de Edward Berns tein en Alemania y el de Sorel en Francia»1. En opinión de Gramsci, el esfuerzo principal de Croce para proceder a la cons trucción de la hegemonía se centra precisamente en su actividad teórica de revisio nista; hay que entender que «todos sus esfuerzos como pensador de estos últimos veinte años han estado guiados por el objetivo de completar la revisión hasta hacer que se convirtiera en liquidación. Como revisionista, contribuyó a suscitar la corrien te de la historia económico-jurídica; [...] en la actualidad, ha dado forma literaria a esa historia que él llama ético-política, de la cual la historia de Europa debería ser y con vertirse en el paradigma»2. Gramsci considera, no obstante, que no se trata de histo ria ético-política, en absoluto incompatible con su concepción del marxismo, sino de historia especulativa, teológica, funcional a la hegemonía de la ideología liberal. La demostración de esta tesis tiene lugar a través de una lectura crítica de la His toria de Europa y de la Historia de Italia, que, para Gramsci, están unidas por un mismo proyecto, son expresión de una operación ideológico-especulativa dirigida a hacer desaparecer el momento de la revolución y de la lucha, elevando a paradigma historiográfico la perspectiva pasiva y restauradora. Y justo acerca de esta perspec tiva, el análisis crítico gramsciano resulta sorprendentemente anticipador y fecundo con respecto a las estrategias y finalidades del revisionismo histórico actual. Baste esta observación: ¿Es posible pensar una historia unitaria de Europa que parta de 18 15 , es decir, de la Restauración? Si cabe escribir una historia de Europa como form ación de un bloque his tórico, tal proyecto no puede excluir la Revolución francesa y las guerras napoleónicas, que constituyen la premisa económ ico-jurídica del bloque histórico europeo, el m om ento de la fuerza y de la lucha. C roce tom a el m om ento siguiente, aquél en el que las fuerzas
1 A . G r a m sc i , Lettere dal carcere, Turin, Einaudi, 1975, pp. 608-609 [ed. cast.: Cartas desde la cárcel, Madrid, Cuadernos para el diálogo, 1975]. 2 Ibidem, pp. 615-616.
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anteriorm ente desencadenadas se equilibraron o, p o r así decirlo, “se catartizaron”, hace de ese m om ento un hecho en sí mismo y construye su paradigma histórico. Con la H isto ria de Italia había hecho lo mismo: al arrancar en 1870, el análisis omitía el mom ento de
la lucha, el m om ento económ ico, para convertirse en una apología del mom ento éticopolítico puro, como si hubiese caído del cielo. Croce, naturalm ente con todas la lucidez y sagacidades del lenguaje crítico m oderno, hizo nacer una nueva form a de historia retóri ca: su form a actual es precisamente la Historia especulativa3.
3. Es posible identificar un antecedente directo del revisionismo histórico de este fin de siglo en el duro enfrentamiento que se desarrolló, en el contexto de la Guerra Fría, entre la historiografía marxista y la liberal en relación con la interpre tación de la «revolución industrial» y la historia del capitalismo. Se trató de un debate sobre todo anglosajón, relativo a las formas de acumulación, la formación del proletariado y el movimiento de los enclosures [cercamientos], el standard o f living [nivel de vida] de la clase obrera naciente, etcétera. En él se presentaba ya con claridad la tesis de que toda forma de resistencia al capitalismo es reaccionaria; el pasado se volvía a interpretar bajo la perspectiva del éxito económico, respecto al cual sólo existe una vía directa y vencedora, la capita lista, cuyas etapas del desarrollo W. W. Rostow describe en un libro ejemplar de aquel clima4. Tal como sucederá con el revisionismo, nos encontramos o ante una inversión especular de las tesis del adversario, manteniendo la misma estructura (el unilinealismo estadounidense de Rostow es equivalente al de la historiografía soviética), o ante la utilización de la estructura dialéctica de Marx (apologeta y crítico del capitalismo) contra las posiciones y las interpretaciones de la historiografía marxista. En este contexto, Alfred Cobban lanza un primer ataque decidido contra las interpretaciones de izquierdas de la Revolución francesa, acusada de ser reaccionaria y filocampesina,y constituir un obstáculo para el desarrollo del capitalismo y para la modernización de la sociedad francesa. Se trata de la misma estrategia argumentati va utilizada por Rosario Romeo, todavía en la década de 1950, contra la historiogra fía gramsciano-comunista italiana en relación con la historia del Resurgimiento y la unificación de Italia. Remontándose a Marx, Romeo sostiene que la solución «revo lucionaria» propugnada por Gramsci a partir del modelo francés, con la distribución de la tierra a los campesinos, era reaccionaria desde el punto de vista económico, de ahí, la valorización de la vía capitalista-liberal hacia la acumulación y la ecuación pro greso = desarrollo, y viceversa, en virtud del triunfo histórico del capitalismo. 3 Ibidem, pp. 619-620.
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W. ROSTOW, The Stages of Economic Growth. A Non-Communist Manifesto, Cambridge,
Cambridge University Press, 1960.
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Esta corriente de estudios, que se apoya en el individualismo propietario y tiene como referentes a pensadores abocados a cosechar grandes éxitos como von Hayek y Popper, por no remontarse a los clásicos de la economía burguesa, acabará ocupan do una posición preeminente en la historiografía económica, pero, en el ínterin, el frente principal del debate se desplazó a otro lugar, mientras el modelo capitalista de sociedad sufría una agresión imprevista, una contestación general. Por lo tanto, la his toria del desarrollo se sumió en un ámbito especializado y, con el paso del tiempo, su reimposición, pese a la desaparición del antiguo adversario, fue limitada y poco inci siva, una voz menor en la apología general de la empresa y de los empresarios. Lo cual, a mi juicio, remite al carácter tendencialmente ahistórico de una sociedad que ya no establece, en ningún plano, una relación fundadora con el propio pasado. O, en un sentido más específico, a la consumación extrema de la ideología del progreso que, aunque en su versión economicista, constituye el eje necesario de referencia para la historia del capitalismo. Desde el punto de vista de la historiografía, 1968 dio un fuerte impulso a plan teamientos neomarxistas, que se presentan en una especie de aglomerado en el que todas las variantes posibles, acumuladas a lo largo de la historia del movimiento obre ro, volvían a presentarse listas para el uso. En general, triunfaba la historia social que privilegiaba justo aquellas resistencias que la historiografía liberal-capitalista había estigmatizado. Sin embargo, a los observadores más agudos no se les escapó la ten dencia profunda y la orientación subterránea que estaba envolviendo el mundo, entre otras cosas en lo que se refiere a la concepción de la historia que se desprendía del proceso. En este caso, es posible hablar con todo el derecho de crisis de paradigma. Al igual que la hiperpolitización era una máscara de la rápida y efectiva despolitiza ción y privatización, la búsqueda de una ortodoxia marxista imposible de hallar pre ludiaba el derrumbe de todo paradigma fuerte, «científico», ya fuese estructuralista y marxista, o económico-cuantitativo, liberal y partidaria del libre mercado. Poco a poco, pero cada vez con mayor repercusión, fueron apareciendo otras dimensiones que provenían del subsuelo de la contestación: cotidianeidad, subjeti vidad, sensibilidad, diferencias generacionales y de género, actitudes frente a la muerte y a las relaciones de familia y todo aquello que investigaban y descubrían historiadores como Philippe Ariès, que de outsider y hombre de la extrema derecha maurassiana pasó en poco tiempo a ser el inspirador más o menos reconocido de la «nueva historia». En Italia, aunque con algo más de retraso y resistencia, se siguió esta misma tra yectoria, que se extendió a toda velocidad en cuanto la crisis del marxismo se hizo manifiesta e irrefrenable. Puede ejemplificar el décalage [desfase] una observación de Italo Calvino, es decir, de un sismógrafo extremadamente sensible, en relación con la vuelta a la historia narrativa (otra señal definitiva del derrumbe de los para-
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digmas fuertes): «Este relanzamiento de la narratividad como historia puede pare cer contra corriente hoy día, cuando la historia -la que se enseña en el colegio, la de las investigaciones de los especialistas, la que es objeto de discusión publicaaparta los “acontecimientos” y los “personajes” para poner en primer plano los soportes materiales, las estructuras, las instituciones, la economía, las estadísticas, las cifras o la interpretación ideológica»5. En realidad, se trataba de una actualización, de una puesta al día, con respecto a una tendencia que se estaba definiendo más aún con la difusión, también en el ámbi to historiográfico, de las sugerencias, cuando no teorizaciones, posmodernistas. Tengo la convicción de que la relación entre revisionismo y posmodernismo requiere un estudio adecuado; en cambio, resulta significativa la exigua atención que la historiografía italiana ha dedicado a estas problemáticas, en el centro de una prolongada confrontación a escala internacional. En el ensayo sobre Nazismo y revi sionism o histórico 6 subrayé repetidas veces el tema de la «verdad probada» como uno de los hilos conductores que recorre la obra de Arendt sobre Los orígenes del totalitarismo ; sigo pensando que una investigación debería partir de ahí y en estas páginas me limitaré a recordar un par de datos elementales. Por un lado, la curva tura decididamente relativista, hasta llegar a la pérdida de toda distinción entre rea lidad y ficción, adoptada por Hayden White en el ámbito de una teoría de la histo riografía con claras ascendencias en el neoidealismo italiano de Croce y Gentile. Y, por otro, cómo semejante formulación se conecta directamente con la crisis de para digma de la que me refería antes, con el paso de una historia científico-estructuralista a un relato que persigue una verdad inaferrable. Utilizando nuevamente las palabras de un no historiador, veamos cuál fue el puerto posmoderno de la historiografía, justo a mediados de la década de 1980: «Hoy día se tiende a hacer coincidir el trabajo del historiador con la organización de estructuras narrativas perfectamente legítimas que no cuentan nada, en su auto nomía, más allá de la aventura del lenguaje en el que se escriben. De disciplina en olor de ciencia, la historiografía ha empezado ya a denunciar, a través de sus pro pios representantes legales, su falta de fundamento»7. El debate epistemológico sobre el estatuto de la disciplina, marcado por el doble intento de liberarse de la sujeción tanto a la filosofía como a la ciencia, con el riesgo de caer en la literatura, sólo ha involucrado a los entendidos, pese a tocar temas que tenían una relación directa con los que plantean las distintas componentes del revi5 1. C a l v i n o e n Libri nuovi 1 ( 1 9 7 6 ) , p. 3.
6 Pier Paolo POGGIO, Nazismo y revisionismo storico, Roma, Manifestolibri, 1997 [ed. cast, en este mismo volumen]. 7 C . G á r b o l i , Falbalas. Immagini del Novecento, Milán, G a rz a n ti, 1990, p. 149.
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sionismo, a partir del Holocausto y de su representación, con el riesgo de producir conexiones inesperadas entre negacionistas y deconstruccionistas posmodernos. En todo caso, el revisionismo historiográfico, tanto en su versión especulativa (Nolte) como en la empirista-positivista (De Felice), se ha mantenido por comple to ajeno a las temáticas posmodernas. Es más, a su modo, ha representado un relan zamiento de una versión «fuerte» de la verdad historiográfica, fruto de la revisión victoriosa de la historia ideológica encarnada por el marxismo-comunismo y por sus compañeros de viaje (los historiadores antifascistas). En la representación que el revisionismo hace de sí mismo, la consecución de una postura científica, postideológica, es el resultado directo de la lucha contra la ideología que ha dominado la his toria intelectual de la izquierda en el siglo X X , consiguiendo involucrar a gran parte de los que ahora propugnan el revisionismo más radical como un fin catártico, una metanoia sorprendente. Sin subestimar la importancia de tales trayectorias biográ ficas y la entonación de cruzada salvadora, con fuertes componentes plañideras, que caracteriza las batallas revisionistas por el restablecimiento de la «verdad», convie ne examinar el fenómeno del revisionismo como síntoma de trasformaciones pro fundas que han impregnado las relaciones de esta sociedad con su pasado. Nuestra tesis es que el revisionismo, por sus estrategias y objetivos, es perfectamente fun cional a una sociedad en la que el consumo ilimitado de pasado es la otra cara de su cancelación, necesaria desde el momento en que vivimos en un tiempo de trans formaciones extremadamente veloces y sin sentido, carente de dirección y de fines, en el que el movimiento vertiginoso de los individuos parece revelar la incapacidad de afrontar objetivos colectivos auténticos y urgentes.
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4. Tanto el revisionismo como el posmodernismo son manifestaciones de un dencia a despedirse de la historia. En la modernidad tardía, la cuestión del sentido de la historia se vuelve insensata y la tesis del «fin de la historia», aunque criticada y en absoluto novedosa, parece capaz de imponerse por la fuerza de los aconteci mientos. No por profundidad especulativa, sino como constatación de una situación de hecho: hombres y mujeres (estas últimas recién asomadas al candelero oficial) no parecen ni capaces de hacer la historia ni interesados en ello; en las denominadas sociedades avanzadas, se refugian en lo privado, en las subdesarrolladas, se aferran a los vínculos étnicos. Es posible constatar impulsos individualistas en los países pobres, así como movimientos neoétnicos en Occidente, pero precisamente la apa rición de esta polaridad confirma el debilitamiento de ambas dimensiones, la del individuo, empobrecida y devastada por el individualismo posesivo, la colectiva, aquejada por una regresión hacia el racismo, que se confunde con un hecho natural. Regresa la imagen del ángel de Klee (y de Benjamin), pero, esta vez, su mirada no se vuelve hacia el pasado, su marcha es aún más ciega e inconsciente. «La huma-
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nidad actual mira tan poco hacia atrás como hacia adelante: durante su carrera impetuosa, sus ojos permanecen cerrados o, a lo sumo, fijos en el instante presen te». Así hablaba Günther Anders en 1970, exponiendo su tesis de una vuelta a una sociedad y a una condición humana ahistóricas, como las que hubo durante un tiem po infinito antes del inicio de la historia, es decir, del progreso. El desarrollo pos terior de la tecnología, con la expansión ilimitada de prótesis mentales y materiales, parece traducirse en la confirmación de un pronóstico que, en el momento de su formulación, sonaba paradójico, precisamente porque la reapropiación o, incluso, la redención de la historia movilizaban energías entusiastas. 1968 marcó, en efecto, un punto de inflexión, pero, tal como he indicado, su movimiento profundo iba en sentido contrario respecto a las corrientes de superfi cie. En apariencia, exaltaba toda variante del marxismo y del radicalismo político, en sustancia, expresaba un impulso amplio y penetrante hacia la despolitización y la privatización. Como salto en el pasado no fue más que una moda, tal como dije ron de inmediato los que, sin saber nada, entendieron lo esencial. Esto no significa que la contestación general careciese de eficacia, puesto que, como es sabido, cambió la conducta y la cultura y, en el caso italiano, incidió también en la sociedad. Por otro lado, sus efectos políticos reforzaron el clima del fin de la his toria, en el sentido de fin de la capacidad de hacer historia, de cambiar lo existente. Al mismo tiempo, se pusieron en crisis las interpretaciones «fuertes», con pretensio nes científicas, las teorías sociales e historiográficas que creían poseer los instrumen tos para conocer el funcionamiento de los mecanismos, de las estructuras maestras, de la sociedad y de la historia. No se trató sólo de una némesis de la victoria aparen te del marxismo: también las variantes «burguesas» de las ciencias histórico-sociales sufrieron el ataque del relativismo, el diferencialismo y el posmodernismo. Sin tener en cuenta este escenario cultural, no es posible entender el propio revi sionismo historiográfico, que se inserta en el clima posmoderno pese a estar aleja do del minimalismo analítico o narrativo de los estudiosos de la cotidianeidad, los sentimientos, la subjetividad y los géneros. El revisionismo repropone la batalla ideológica como terreno privilegiado, pero lo hace una vez que la bréche [brecha] sesentayochista ha quedado reabsorbida, metabolizada, y en el contexto de una sociedad sin memoria o atravesada por una enorme producción artificial de memoria (una fantasmagoría mediada técnicamen te). Lo cual, desde el punto de vista de la relación con el pasado, es consecuencia de la velocidad creciente de los cambios, con la consiguiente desaparición de los lazos entre las generaciones, ante todo como interrupción de la transmisión de experien cias y recuerdos: una mutilación de la intersubjetividad desde el punto de vista de la vivencia histórica que constituye el prerrequisito necesario para el éxito del revisio nismo aplicado a la historia del tiempo presente. En el plano del debate intelectual,
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ha sucedido algo análogo y paralelo al cambio que cabe constatar en el ámbito social con respecto a la relación con el pasado. Pese a sus aparentes reactualizaciones, el historicismo se ha visto afectado por las catástrofes del siglo X X y se ha agotado por completo con el desarrollo económico. Si, en el tránsito entre los siglos XIX y X X , cabía considerarlo como el resultado, la desem bocadura final, del gran ciclo de la cultura europea moderna, a la luz del nuevo siglo, aparece carente de energía y contenidos, sin el sostén de la ideología del progreso. El terreno está despejado para la implantación del revisionismo como dispositi vo normal de producción de historia en una sociedad ahistórica, que ha perdido la conciencia de la relación fundadora entre presente y pasado. El revisionismo se plantea como objetivo el control de la historia, reducida a uso público (es decir, político) del pasado, en un sistema democrático pluralista-individualista. Un pro yecto ambicioso en el que la historiografía, sin imposiciones desde arriba, se alinea con lo existente, percibido como realización concreta del universalismo, y opera activamente contra el «pasado oprimido» en nombre de los vencedores actuales. Pero la verdadera victoria la consigue el revisionismo cuando lleva a sus adversarios a su propio terreno, cuando la batalla de las ideas y las modalidades de investiga ción se reducen a un revisionismo invertido. Como, por definición, la historiografía es revisionista y el «revisionismo» corre el riesgo de volverse inaferrable, la atención se ha concentrado en la inversión del juicio a propósito del fascismo y del comunismo, tomados como fenómenos axiales del siglo X X , en torno a los cuales giran todos los demás acontecimientos y las distintas fami lias ideológicas. Un planteamiento así, legítimo aunque reductivo, permite encontrar un denominador común válido para las diferentes expresiones del revisionismo his tórico actual, de las posturas más extremistas que desembocan en el negacionismo a las liberales y filooccidentales. Su esfuerzo confluyente ha consistido en una valoriza ción y normalización del fascismo y del nazismo, con la banalización y relativización explícita del exterminio de los judíos y del significado del antisemitismo. Las finali dades, así como la interpretación del nazismo y, de manera subordinada, del fascismo, podían llegar a ser opuestas (unos subrayando sus rasgos auténticamente anticapita listas, otros el impulso modernizador), pero todos estaban de acuerdo en la inversión del juicio de valor con respecto a la apreciación convencional, que se remonta a los acontecimientos y al resultado de la -Segunda Guerra Mundial: un caso indudable y epatante de revisión historiográfica, del que forma parte de pleno derecho la obra de Renzo De Felice, así como la de Ernst Nolte. A partir de esta base, se desarrolla la corriente más conocida del revisionismo, con la contribución directa de los susodi chos autores, además de la de sus discípulos y divulgadores. Con respecto al comunismo, se lleva a cabo la operación inversa, ampliando poco a poco su radio de acción, hasta incluir en él la Revolución francesa y cualquier
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experimento histórico que hiciera referencia a la justicia y a la igualdad, cualquier intento de modificar un orden natural que remite al mercado y a la raza (respecto a los cuales empiezan a caer los tabús, entre otras cosas por efecto de la banalizaciónnormalización del nazismo). Lo que importa subrayar no son tanto los resultados manifiestamente reaccionarios, más que conservadores, de la revisión historiográfica especular e inversa llevada a cabo en relación con el fascismo y el comunismo, sino la demolición del significado de la historia que se deriva de ella. En definitiva, la con clusión extraída, o claramente sugerida, es que fascismo y comunismo son lo mismo, manifestaciones distintas de una misma locura ideológica. El conflicto político que ha ocupado el siglo es insensato y, una vez reconocida su naturaleza, gracias al revisio nismo, conviene olvidarlo, tratarlo con la distancia con la que se afrontan los aconte cimientos del antiguo Egipto, evitando volver a plantear conflictos inútiles, utopías perniciosas. El revisionismo histórico, satisfaciendo las exigencias de una sociedad ahistórica, contribuye al triunfo del tiempo «homogéneo y vacío» contra el que luchaba Benja min. El vencedor encarna el progreso, reducido a lo que existe y prevalece en el pre sente, respecto a lo cual el pasado pierde significado, dado que la única historia, la única narración posible, es la de la marcha victoriosa de la civilización occidental, mientras los vencidos internos y externos son abatidos por el peso de la culpa antes que del olvido: no han sabido seguir el camino justo, no lo han reconocido e, inclu so, se han opuesto a él inútilmente. El revisionismo reescribe la historia en nombre del desarrollo, sin plantearse siquiera el asombroso problema de su sostenibilidad. Un análisis del revisionismo histórico centrado exclusivamente en su antimar xismo agresivo sería equivocado o insuficiente. Las tesis sobre el concepto de his toria de Benjamin son valiosas porque ponen el acento en un aliado desconocido: el marxismo socialdemócrata (aunque el soviético era todavía más dogmático) con tribuye en gran medida a reducir el progreso a desarrollo. Y, en la genealogía del revisionismo histórico, la cuestión del desarrollo es crucial, de hecho, éste se basa en la división del mundo, de la humanidad, entre desarrollo y subdesarrollo, A y no A, que, en su extremo más simple, ha constituido el programa compartido, la heren cia común de los siglos X IX y X X de capitalismo y socialismo. Antes de difundirse como tal y afrontar los nudos problemáticos del siglo X X (fascismo-nazismo-comunismo), el revisionismo tuvo un prólogo directo; tomando como parámetro el desarrollo, entabló una competición con el marxismo que se resolvería de golpe en 1989. Sin este capítulo, que, como se ha dicho, ocupó la década de 1950 y parte de la de 1960, la genealogía del revisionismo se queda manca, privada de un antecedente todavía operativo, aunque no se encuentre en primer plano, dado que la historiografía económica no cuenta con la simpatía del público y de los intelectuales, porque hoy día su relato parece, por un lado, arqueológico y, por otro, previsible.
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El fascismo como reacción al comunismo, el nazismo como respuesta al bol chevismo, el Lager como consecuencia del Gulag. Ésta no es sólo la quintaesencia de las controvertidas tesis de Nolte, es la síntesis de los argumentos que los intelec tuales de la clase acomodada han utilizado siempre contra los movimientos que se proponen cambiar el estado de cosas existente: quedaos en vuestro lugar o habrá que utilizar la mano dura. Si además se trata de la burguesía italiana, hasta la más mínima reforma evoca el espectro de la revolución, de modo que las resistencias al desmantelamiento de un simulacro de Estado social se consideran un peligro para la democracia, una manifestación concreta de comunismo. La remisión continua entre comunismo y fascismo, un juego de espejos que reco rre todo el siglo, recuerda a una guerra civil virtual permanente: de ahí la invoca ción, cuántas veces repetida, a romper el encantamiento y saltar más allá del anti comunismo y del antifascismo y a llegar a los territorios seguros de la democracia liberal, única forma política adecuada a una «sociedad capitalista consumada», Se trata de un razonamiento que, aquí en Italia, Norberto Bobbio ha vuelto a proponer con frecuencia y que tiene dos virtudes importantes: la de la llaneza, den tro de la tradición del realismo político, y la de haber desplazado el foco de aten ción del fascismo al comunismo. En realidad, quien quiera tiene a su disposición buenos instrumentos para analizar y conocer el fascismo, mientras que, sobre el comunismo, el panorama historiográfico es más bien desolador, tanto del lado de los críticos como de los apologetas (con frecuencia se trata de las mismas personas, víctimas de «errores» biográficos clamorosos y significativos). Es verdad que, en Italia, el esfuerzo principal de los historiadores, pero todavía antes de los italianos, ha tenido como objetivo la normalización del fascismo, gra cias a la cual, al final, se ha descubierto que ni siquiera Mussolini era fascista. Este trabajo ha hecho plausible la repropuesta y relectura del fascismo como brazo armado de la burguesía (una curiosa revancha de Bordiga contra Gramsci). Y, sin embargo, ni la investigación sobre el aspecto neurálgico de la «moderni dad» ni la seria aceptación de la invitación a no perder el tiempo hablando de fas cismo si no se tiene intención de poner en discusión el capitalismo datan de hoy mismo, aunque ahora cada día se vuelva a partir de cero. Ya guste la imagen del fas cismo como reacción pavloviana al peligro comunista o prefiramos verlo como un fruto del socialismo y de su hibridación con el nacionalismo, o bien se juzguen más incisivos los estudios basados en la «modernidad reaccionaria» y en la «patología de la modernidad», es innegable la existencia de una base de conocimientos y tesis interpretativas sobre el fascismo italiano y el nazismo alemán. La situación es muy distinta en lo que se refiere al conocimiento y al estudio his tórico del comunismo del siglo XX. En este caso, no tiene mucho sentido hablar de revisionismo historiográfico sin tener antes presente que la «revisión» más radical y
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definitiva fue obra directa de los mismos que pusieron fin al experimento soviético. Por lo tanto, es evidente que, en esos países, circulan las propuestas revisionistas más diversas; se trata, no obstante, de un fenómeno superficial. Es posible una reac tivación de la gran tradición historiográfica rusa, no destruida ni siquiera en la era soviética, a condición de que no prevalezcan las tendencias nacionalistas aislacio nistas como respuesta reactiva a la americanización salvaje. Por lo que respecta a la producción historiográfica occidental, ésta se resiente todavía de una doble crisis: por un lado, la de la sovietologia de la Guerra Fría, dislocada y falsificada por el derrumbamiento soviético, que vuelve a proponer de manera cansina interpreta ciones viejas e inservibles de la historia ruso-soviética; no menos repentino ha sido el hundimiento de un revisionismo historiográfico exclusivamente académico y de signo político invertido con respecto al que nos ocupa en estas páginas, que, par tiendo de una interpretación de la URSS como «dictadura de desarrollo», aspiraba a una normalización análoga del comunismo soviético. Parecería que todo un con tinente se abrió por entero a una revisión historiográfica radical y definitiva del comunismo en todas sus acepciones. En cambio, hay que constatar que apenas se produjo nada significativo bajo esta perspectiva. El «libro negro» resulta evidente mente regresivo con respecto al trabajo, discutible pero estimulante, de Frangois Furet. Incluso para lo que se refiere a la historia del comunismo en Europa occi dental, lo único de cierta utilidad han sido las publicaciones de documentos extraí dos de los antiguos archivos soviéticos. Para indicar que la verdadera historiografía está aún por comenzar. La modesta producción revisionista no va más allá de los resultados cognosciti vos e interpretativos disponibles desde hace tiempo gracias al trabajo de los críti cos, sobre todo de izquierdas, del comunismo soviético y de sus variantes occiden tales. Todavía en mayor medida que en el caso del nazismo, el revisionismo historiográfico no tiene nada nuevo ni significativo que decir sobre la historia del comunismo, aunque este último, de acuerdo con la estructura interpretativa revi sionista, sea el primum variable de la historia contemporánea. Sin embargo, hay que reconocer que la debilidad del revisionismo historiográfico se corresponde con una situación de retraso general de los estudios. Sin tener en cuenta el reciclaje de ortodoxias impresentables, pesa el silencio atronador de gran parte de la historiografía marxista y ex marxista, mientras el academicismo exacerba do sirve de cobertura a la falta de vigor en la investigación y de profundidad en la interpretación. En conclusión, se puede sostener que la historia del comunismo, más que una ocasión para verificar la debilidad del revisionismo, en aquel que debería ser su terreno de elección, habría de convertirse en el banco de pruebas para una histo riografía crítica e independiente, capaz de volver a introducir la ideología en la socie dad, en el pensamiento, en la vivencia de los protagonistas célebres y anónimos de una
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historia tan enorme como trágica. Añado sólo que, desde este punto de vista, el libro de Hobsbawm sobre el siglo X X , aunque importante, representa una ocasión perdida. La historiografía de izquierdas, en especial en Italia, se encuentra desde hace tiempo a la defensiva y en progresiva retirada del terreno de los grandes aconteci mientos y de las grandes ideologías y ya no pone en el centro de atención el estudio de la política, de las luchas y de los conflictos más que en clave microanalítica, antropológico-existencial, deconstruyendo las narraciones voluminosas para dar la palabra a la pluralidad de los sujetos, a las diversidades y diferencias que cogen por sorpresa a la modernidad del siglo X X . Se abre un paso por el que se incrusta el revisionismo historiográfico, que pone enseguida en su agenda el objetivo más ambicioso: invertir la representación y el jui cio histórico sobre el fascismo (y el nazismo y sus resultados), reescribir la historia del siglo X X desde el punto de vista de su final. La lucha se ha terminado y si vuelve a pre sentarse, es manifiestamente reaccionaria, antihistórica (como todos los movimientos revolucionarios, de acuerdo con la vulgata revisionista periodística). Por sus presu puestos, métodos y resultados, el revisionismo es perfectamente funcional a una socie dad sin historia que ha renunciado a la tarea (revelada como demasiado laboriosa o augurio de desastres) de hacer la historia y que acepta de manera naturalista vivir en el presente inmóvil de la técnica, en el cambio incesante de lo eternamente igual. Por este motivo, se evoca sin cesar la potencia de la técnica sin tematizarla real mente. Esta ha pasado a ocupar el lugar que tenían las ideologías, in primis la comu nista y la fascista. Ambas pretendían dominar el curso de la historia en nombre de la voluntad política, pero su radicalismo fue derrotado por una fuerza mayor, la de la téc nica, cuyo dominio los individuos aceptan con alegría, consumiendo con ansia sus pro ductos, mientras los ideólogos posrevolucionarios confían a su despliegue la supera ción del capitalismo. Reconstruyendo el fracaso de las ideologías y el carácter ideológico de toda idea de cambio radical, el revisionismo contribuye a reforzar lo existente y su intangibilidad, la polémica tiene un resultado quietista, que invita a la pasividad. Pero, ¿por qué razón, aunque sea en nombre de una historización global, consagrarse al terreno apa rentemente de retaguardia de la rehabilitación, reintegración y normalización de fas cismo y nazismo? ¿No hubiera resultado más sencillo y eficaz asimilar ambos de mane ra abierta al comunismo, utilizando la categoría de totalitarismo, y librarse de ellos junto a este último, superar de una vez por todas ese pasado de horrores? En sustan cia, ¿qué sentido se debe atribuir a la operación revisionista de la década de 1980? La respuesta más lineal se encuentra en Nolte, pero es válida en términos más gene rales. El fascismo y el nazismo no fueron paréntesis, ni irrupciones imprevistas de la irracionalidad. Por el contrario, tienen raíces profundas en la historia italiana, alema na y europea, así como en la naturaleza de los hombres. Son la respuesta necesaria,
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indefectible aunque excesiva, a un peligro extremo: la utopía de la unidad y de la igual dad de los hombres, de los pueblos, del género humano; una utopía que la «izquier da eterna» trata de reactualizar, apoyándose en las promesas incumplidas de la moder nidad, que, sin embargo, se precipitaría hacia su destrucción en el momento en que éstas se hicieran realidad (como bien saben los que conocen y ponen en práctica las leyes de la economía). Por lo tanto, no es posible asimilar al comunismo a quienes lo combatieron en primera línea, aunque, por determinadas contingencias, acabaran situándose en el frente equivocado, no del lado de Occidente, sino contra él. El revisionismo no deja de identificar la causa de esta paradoja. El responsable es el antifascismo que, al alinearse del lado del comunismo, provocó una ruptura en el campo occidental, rompiendo la polaridad de la guerra civil europea-mundial, distorsionando su significado y su alcance. Para los revisionistas de todas las grada ciones y pertenencias, el antifascismo es un error histórico y una culpa política, algo absurdo y antihistórico, que hay que abolir y que, de todos modos, está totalmente! acabado. De ahí, en el caso italiano, los ataques a la Resistencia y a la Constitución. De acuerdo con esta óptica, siguiendo con Italia, la Resistencia y la República, marcadas por el antifascismo e hipotecadas por el comunismo, son expresiones de una guerra civil que nunca llegó a cerrarse de verdad (hasta la llegada silenciosa de la Segunda República), porque los antifascistas intentaron cancelar (y los comunistas destruir) el fascismo, que es parte integrante y fundamental de la historia italiana del siglo X X , una forma encendida de nacionalismo y patriotismo (una afirmación también aplicable a la componente mussoliniana de la República Social Italiana, en opinión del último De Felice), el principal y único intento de integrar a las masas -los italianos, constitucionalmente anarcoides por naturaleza- en el Estado, llevan do a cabo la modernización y poniendo fin al anden regime. Una vez reconocidos los méritos históricos del fascismo, que el revisionismo ha reconstruido con un esfuerzo constante y coherente, al final aceptado por gran parte del frente contrario, presa de una notable crisis de identidad, el asunto puede cerrarse con un final sólo aparentemente sorprendente: el fin del conflicto, la paci ficación y legitimación recíproca de los adversarios y enemigos de ayer. Los antiguos fascistas abandonan la ideología fascista y reciben reconocimiento histórico y polí tico; los antiguos comunistas abandonan el antifascismo y cancelan su historia; y los unos y los otros acceden al gobierno. Italia entra en el cauce del curso histórico nor mal, se convierte en un país como los demás, a través de una operación de reescri tura del propio pasado que comporta tanto una inversión de los juicios de valor, como intensas operaciones de revisión, remoción y negación. La mejor historiografía internacional, dentro y fuera de las universidades, ha revisado, desmontado y revelado la inconsistencia del paradigma revisionista apli cado al nazismo.
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La situación italiana parece peor y paradójica, sobre todo por lo que se refiere a la Resistencia. En este país, por motivos políticos y por decisiones retrógradas u oportunistas, el revisionismo ejerce una hegemonía carente de bases historiográficas. A diferencia de lo que sucede en el caso del fascismo, sobre la lucha partisana -y lo mismo puede decirse de Saló- no existe una producción revisionista de cier ta importancia y, sin embargo, la historiografía crítica («científica», aun con todas las cautelas) no logra ganar terreno, conseguir una autonomía real: en cuanto sale de la marginalidad, corre el riesgo de servir de instrumento del revisionismo (que cuenta con campañas periodísticas bien orquestadas), mientras que las posiciones puramente defensivas están derrotadas ya de partida. 6. La crítica del antifascismo une a los principales exponentes del revisionismo histórico y a sus epígonos, aunque todos ellos estén lejos del radicalismo de Nolte, que, en su diálogo con Furet, ha llegado a una peculiar conclusión. Existe en la situación actual, a su juicio, un peligro concreto: «que el capitalismo , ya sin frenos y en dominio de cada fibra del mundo entero, haga que el vacío espiritual que arras tra consigo se llene de un antifascismo que mutile y simplifique la historia al igual que el sistema económico uniforma el mundo»8. Con el derrumbamiento del comu nismo, Nolte percibe cómo prevalecen las fuerzas que empujan hacia la unificación política del mundo y hacia la institución de un gobierno mundial que «sería el des potismo peor y más odioso jamás aparecido sobre la tierra»9. Llegados a este punto, el círculo se cierra: no ha sido la victoria, sino la caída del comunismo la que ha hecho posible la victoria de las fuerzas contra las que se batió Hitler. En una famosa entrevista para Der Spiegel de 1994, Nolte de hecho afirmó: «Los nacionalsocialistas tenían a su modo razón, si se comparte la angustia de Hitler ante ese proceso de la historia mundial que Heidegger llamaba “civilización mun dial pacífica”, con el posible advenimiento de un gobierno m undial»10. Tras haber alcanzado la cúspide de la revisión historiográfica, Nolte recupera explícitamente la estructura de su primera obra, El fascism o en su época11, en la que ponía de relieve y valorizaba las matrices ideológico-filosóficas del fascismo como fenómeno transpolítico, fenómeno de resistencia contra el proceso histórico uni versal de la modernidad, contra la trascendencia práctica encarnada por el marxis mo (tesis luego retomada en Marxismo y revolución industrial, 1983: el marxismo 8 F. F u r e t y H. N o l t e , X X secolo. Per leggere il Novecento fuori dai luoghi comuni, Roma, Liberal, 1997, pp. 87-88 [ed. cast.: Fascismo y comunismo, Madrid, Alianza, 1999]. 9 E. N o lt e , «Sinistra e destra. Storia e attualità di una alternativa politica», en V V A A ., Destra/sinistra, Roma, Pellicani, 1997, p. 104. 10 E. N o lte , «Testo integrale dell’intervista apparsa sullo Spiegel», Behemoth 3-4 (1994), p. 16. 11 E. N o lt e , El fascismo en su época, Barcelona, Edicions 62, 1967 [ed. orig: 1963].
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quiere apropiarse de la trascendencia práctica -industrialización-, pero restauran do la comunidad originaria). Para Nolte, la solución final, la Shoá, es el momento culminante de la acción emprendida por el nazismo para frenar el progreso. Dentro de esta óptica, el geno cidio llevado a cabo para instaurar un nuevo orden natural y racial adquiere los ras gos de un intento de inversión de la tendencia histórico-mundial. Flirteando con Nietzsche, Nolte puede afirmar que «el nacionalsocialismo fue la agonía del grupo soberano, guerrero, profundamente antagonista. Representó una resistencia prácti ca y violenta contra la trascendencia». Por lo tanto, para el primer Nolte, el fascismo-nazismo es un fenómeno europeo con profundas raíces en el siglo xix, caracte rizado por un antisemitismo originario, ya que ve en los judíos los principales vectores de la modernización entendida como disolución (tanto de las culturas, como de las razas, etc.). Se trata de un movimiento de resistencia frente a una suble vación de los débiles contra los fuertes, de razas inferiores guiadas por los judíos en nombre de un igualitarismo abstracto. Esto es aplicable al nacionalsocialismo, pero también al fascismo italiano. Inmediatamente, desempeña un papel importante el antimarxismo, pero en su enfoque, calificado de histórico-genético, del fascismo como fenómeno que marca una epoca, la génesis del totalitarismo fascista y nazi no es reductible a una reacción de miedo ante la difusión de la revolución bolchevique, a una respuesta frente al desafío y al peligro que provenía de Oriente, de la tierra del Gulag. Por consiguiente, resulta necesario apreciar no sólo los fuertes elementos de con tinuidad, sino también los cambios y los vuelcos que Nolte introduce en su interpre tación del nazismo y de la historia del siglo X X . Parece que, también para Nolte, 1968 desempeñó un papel crucial, porque entonces nuestro autor tuvo duros enfrenta mientos con las posiciones neomarxistas, con el inesperado renacimiento del marxis mo en las universidades alemanas. A partir de aquel momento, Nolte empezó a subra yar cada vez con mayor fuerza la centralidad del antimarxismo y comenzó a relacionar Auschwitz con los genocidios perpetrados, o anunciados, por los bolcheviques. El siguiente acontecimiento es conocido: el artículo de Nolte del 6 de junio de 1986, «El pasado que no quiere pasar», da el pistoletazo de salida a la Historikers treit. En 1987, nuestro autor publica el volumen La guerra civil europea, 1917-1945. Nacionalsocialismo y bolchevism o, en el que destacan dos novedades principales: una revisión de su interpretación anterior del nazismo y la centralidad de la cues tión del comunismo en la historia del siglo X X . Y, como corolarios, una historización relativizadora del nazismo, un relanzamiento del tema de la «izquierda eterna» y un oscurecimiento sustancial del antisemitismo y de la Shoá. Respecto a esta última cuestión, han escandalizado las muestras de confianza hacia los negacionistas. Por más que Nolte haya llegado, luego, a la siguiente con-
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elusion: «Lo que más me ha convencido de que se produjo un asesinato en masa de gran envergadura en las cámaras de gas es la frecuencia con la que tanto Hitler como otros nacionalsocialistas utilizaban en este contexto el adjetivo “humano”. En una de sus últimas declaraciones, el Führer dijo que le llenaba de satisfacción que los verdaderos responsables de aquella gran desgracia hubieran expiado ya su culpa, aunque de manera más humana»12. Nolte evita remontarse a la génesis de este enfoque humanitario. El programa eutanasia, la vida indigna de ser vivida; todo un continente que también es posible explorar con los conceptos de su interpretación «transpolítica» inicial del fascismo, pero respecto a los cuales gira en el vacío el dispositivo puesto a punto para la bata lla revisionista: la reducción del nazismo y de sus resultados a una respuesta al desa fío mortal representado por el comunismo. La principal debilidad de la obra sobre la guerra civil europea atañe precisamente al análisis del comunismo bolchevique, que, sin embargo, es el deuteragonista del drama y la causa desencadenante de su resultado trágico. Y esto si renunciamos a con siderar que es imposible reducir la historia del siglo X X bajo una polaridad como ésta... Nolte propone una lectura asiática del bolchevismo, retomando un tema polé mico respecto a Rusia muy estudiado y presente también en Marx, lo cual le sirve para reforzar la imagen aterrorizadora que habría provocado la respuesta reactiva e imitativa del nazismo (del Gulag a Auschwitz). Sin embargo, de este modo, mitiga la fuerza de la ideología comunista, algo que resulta contradictorio con la estructu ra de su investigación. Por otro lado, si a Nolte le interesa restituirnos, no el bol chevismo, sino la imagen que se hacían de él Hitler y los nazis, resulta fácil, incluso demasiado, observar que éstos, precisamente por la ideología que profesaban, no podían tener miedo de un movimiento impregnado de eslavismo y asiatismo (un movimiento que se encarnaba en razas inferiores). Ya hemos subrayado la debilidad de la historiografía tanto en el caso del estudio del comunismo ruso-soviético, como en el del comunismo del siglo X X en general. Pero, sobre este tema, que Nolte considera, a partir de la década de 1970, el más importan te para su análisis, la aportación que consigue hacer resulta del todo inconsistente. Quisiera sin embargo resaltar, contra liquidaciones demasiado expeditivas, el interés de su planteamiento y algunos méritos del mismo, a partir del intento, arries gado pero necesario, de lectura histórico-filosófica de la modernidad. En este terre no, el acento puesto en la reconstrucción fenomenològica de las grandes ideologías de los siglos X IX y X X , así como el impulso hacia un enfoque comparativo, son ine ludibles para el análisis del triunfo de aquellos procesos contra los que el nazismo desencadenó la fuerza catastrófica de su universalismo particularista. 12 E. Nolte, «Testo integrale dell’intervista apparsa sullo Spiegel», cit., pp. 15-16.
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7. Un juicio crítico pero no liquidatorio sobre el exponente más conocido y decla rado del revisionismo histórico es obligatorio, porque sus provocaciones no siempre carecen de fundamento y el audaz intento de relativización que ha llevado a cabo, con el fin de aliviar a Alemania de la responsabilidad paralizante y de la memoria opresiva del Holocausto, no ha constituido una aventura, sino una hábil utilización de una debilidad real de la historiografía, no del todo atribuible a la naturaleza enig mática del exterminio. Su posición de líder del revisionismo le corresponde además por haber concentrado la atención precisamente en el acontecimiento símbolo, esta bleciendo una conexión con la secta impresentable de los revisionistas-negacionistas, mantenida al margen de la academia, tanto por sus métodos como por las tesis polí ticas que profesa. Unicamente a modo de inciso, recordaré que el negacionismo -anticipado ya por los nazis en el momento en que se consumaba el genocidio- ha tenido su manifesta ción más interesante e inquietante en Francia. Desde el principio, con Rassinier y Bardéche, no es monopolio de las corrientes de derechas, sino fruto del encuentro de la extrema derecha con la extrema izquierda (último adepto, Roger Garaudy). En el siglo X IX , se decía que el antisemitismo era el socialismo de los imbéciles. Hoy día, a raíz de lo sucedido, no podemos limitarnos a la ocurrencia de Bebel, pero, no obs tante, la matriz sigue siendo la misma. Hay que destruir al judío porque es la encar nación del capital y, puesto que no se consigue vencer al capital, por lo menos, que lo pague el judío. El judío controla las actividades financieras mundiales, así como la cultura occidental, en esos ámbitos es inaferrable, pero se ha dado un Estado. Ese Estado tiene una única base de legitimidad: el genocidio, pero el genocidio nunca tuvo lugar, por lo tanto, hay que eliminar el Estado de Israel. No se debe subestimar la estrategia negacionista, sus efectos regresivos han sido considerables: en el plano político, ha convertido el Estado de Israel en un tabú y, en el plano histórico, ha hecho lo mismo con cualquier discurso sobre el Holo causto. Desde este punto de vista, ha desempeñado un papel complementario en la fase de afirmación y difusión del revisionismo histórico, a caballo entre las décadas de 1970 y 1980. Las estrategias del revisionismo se han organizado en torno a «Auschwitz»: de la negación pura y simple, en relación con la cual no importa tanto analizar los argumentos como el hecho de que ha aparecido y se ha extendido en ambientes restringidos pero no del todo marginales, a la propuesta articulada y rei terada de responsabilizar del exterminio planificado e industrial y de todo el nazis mo al comunismo, hasta llegar al caso italiano, que ha visto crecer el consenso en torno a la operación defeliciana de desvinculación completa del fascismo, incluida la República Social Italiana, del nazismo hitleriano y de su resultado extremo. Resulta realmente extraordinario que, pese a todos los intentos de banalización, llevados a cabo con signo invertido incluso por los ideólogos del Holocausto,
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«Auschwitz» siga siendo, en la conciencia y en el pensamiento, el acontecimiento símbolo del siglo X X , la contradicción no superada de la civilización moderna: ni su realización ni su contrario, sino una posibilidad que se materializó como resultado de decisiones conscientes. El revisionismo historiográfico, tanto en su versión ideológico-especulativa como en la empírico-positivista, demuestra no estar a la altura del problema. La historio grafía sobre el exterminio ha dado importantes pasos adelante, sobre todo en los últi mos años. No obstante, nos encontramos lejos de una inserción plena y efectiva de «Auschwitz» en la historia y de pensar la historia a la luz de «Auschwitz». En con creto, este acontecimiento constituye un banco de pruebas, un desafío al que el mar xismo no sabe responder; el lugar de un fracaso en el plano de la interpretación, al igual que el Gulag lo fue en el de la materialización histórica, marcando la catástro fe del movimiento obrero, la completa heterogénesis de los fines. No es posible una interpretación marxista convincente de «Auschwitz», cuando se utilizó el marxismo para construir el Gulag. En este sentido, la crítica al revisionismo no puede produ cirse en nombre de una ortodoxia inexistente o desde lo alto de una superioridad que precedería a la investigación, de una verdad que se poseería en exclusiva. Es preciso añadir que, como regresión absoluta acaecida en el corazón de Euro pa, es decir, de la civilización y del progreso, «Auschwitz» puso en crisis en cuanto se tematizó, con notable retraso, la historiografía de los Annales, hegemónica en la segunda posguerra. El fascinante proyecto, hecho del cruce entre tiempos casi inmóviles, ondas largas y acontecimientos de superficie, que, partiendo de la «edad de oro» del desarrollo posbélico, parecía capaz de reunificar en una polifonía total todo el curso de la Historia, se vio en dificultades desde el momento en que tuvo a sus espaldas un punto de catástrofe que ponía en crisis la perspectiva de la «larga duración», inservible o claramente insuficiente para entender el exterminio en todas sus dimensiones. Aunque, en el clima de la reconstrucción y del gran crecimiento económico, pare cía posible olvidar, ensombrecer, la realidad del genocidio, epicentro del proyecto de dominio racial nazi, al igual que se había hecho con las manifestaciones criminales del sistema soviético, con el paso del tiempo, no sin la contribución del pensamien to crítico, la historia del siglo X X se impuso en su dimensión trágica e inédita. De este modo, se hizo necesario levantar acta de que un largo ciclo de progreso, del que ape nas se empezaban a advertir otras de sus grietas profundas, más allá de sus rasgos etnocéntricos y colonialistas, se había visto interrumpido por una ruptura conscien te, a través de un proyecto explícito y materializado de regresión sin precedentes a partir del centro más avanzado de la civilización europea, donde se pretendía haber superado los límites de la Ilustración, alcanzando una forma superior de cultura (con argumentos que siguen estando en el centro de la reflexión filosófica).
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Tal como se ha dicho, la investigación histórica se vio en dificultades, entre otras cosas por la debilidad de sus referentes teóricos, en especial a la hora de tematizar la crisis del progreso en plena época del desarrollo. Indiferente a tales preocupaciones, el revisionismo se abrió paso, cosechando un éxito inesperado, satisfaciendo a una demanda extendida, proponiendo el olvido frente a un supuesto exceso de memoria, historizando el nazismo y absolutizando el comunismo (dado que uno pertenecía a un pasado ya histórico, mientras que el otro era una amenaza perenne, suprahistórica). Bien mirado, se ha tratado de un éxito político, porque la aportación de conoci miento ha sido extremadamente limitada (y, a este respecto, se puede convenir que el «m ejor» de los revisionistas ha sido Renzo De Felice). Lo que es preciso recalcar es que el revisionismo histórico sobre el nazismo resulta todavía más inadecuado que las demás interpretaciones en pugna (de la liberal a la marxista, de la intend o natista a la funcionalista, etc.). Al no estar a la altura de su tema, lo banaliza y relativiza, perdiendo lo esencial y convirtiéndolo en un fenómeno derivado. Su objeti vo real es identificar en un comunismo genérico (la izquierda eterna de Nolte) la fuente de todo mal, la causa de las tragedias del siglo X X . Pero también a este res pecto llega a una banalización que achata el fenómeno; de hecho, todo se atribuye a la ideología, que se convierte así en una potencia suprahistórica que maneja a las personas como si fueran marionetas. El esquematismo provocador de la relación Gulag-Auschwitz ha podido funcio nar porque existe un amplio consenso en torno a la tesis, originariamente de izquierdas, de acuerdo con la cual el fascismo como fenómeno histórico fue una res puesta al movimiento revolucionario, en particular, a la Revolución de Octubre y al leninismo. Una argumentación que acaba encontrando consensos no sólo en Nolte y en Furet, sino también en Hobsbawm (que no por casualidad ha titulado su libro sobre el siglo X X The Age o f Extremes [La edad de los extremos]13). El análisis diverge luego, cuando Nolte presenta el fascismo y el nazismo como defensores de Europa y Occidente, combatientes de primera línea en la guerra civil que atraviesa el siglo, respuesta extrema pero necesaria a un peligro mortal. Exac tamente lo contrario de lo que argumenta Hobsbawm, que interpreta la misma polaridad en términos de lucha entre fascismo y antifascismo, incluyendo en este último tanto el comunismo como las posiciones liberal-democráticas, en nombre de una matriz común ilustrada-progresista. Distinta, de nuevo, es la posición de Furet, que, inspirándose en la categoría de totalitarismo, tiende a unir la extrema derecha y la extrema izquierda en contraposición al modelo capitalista-liberal. Como nota al 13 Eric H o b sb a w m , The Age of Extremes. A History of the World, 19 14 -19 9 1, Nueva York, Pantheon Books, 1994 [editado, sin embargo, en castellano simplemente bajo el título Historia del sigh XX, 19 14 ' 1991, Barcelona, Crítica, 2004 (N. de la T.)].
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margen, se puede apuntar que hay una cuestión importante en la que Furet argu menta en sentido contrario a Nolte: en efecto, este autor acusa al nazismo de ser la causa, a través del antifascismo, del éxito extraordinario del comunismo. Por lo tanto, el m iedo al nazismo permitió el relanzamiento del comunismo cuando el ciclo revolucionario estaba ya en fase de repliegue. En sus manifestaciones más explícitas, el revisionismo se revela como una forma de historiografía militante postuma, opuesta y especular a la marxista. Mientras ésta, en nombre del antifascismo, pretendía presentarse como la ciencia de la his toria, el revisionismo, en nombre del anticomunismo, se autorrepresenta en térmi nos postideológicos, como última encarnación de un conocimiento científico neu tro de la realidad histórica. La referencia a la ciencia constituye un recurso retórico, pero, también, una señal de la incapacidad de problematizar la relación entre técnica e ideología, ciencia y progreso, evitando hipostasiar fascismo, nazismo y comunismo, interpretándolos más bien en relación con la marcha victoriosa, pero en absoluto fatal, del capitalis mo, como respuestas inadecuadas o catastróficas y, sin embargo, profundamente ancladas en la historia, de por sí irreductibles al camino lineal del desarrollo. 8. En Italia, el eclipse inesperado de la historiografía marxista ha hecho que decaiga la atención hacia la dimensión social, colectiva y de clase, y la historia polí tica ha vuelto a ser exclusivamente historia de los grupos dirigentes. Las polémicas de los liberal-conservadores contra el azionismo 14 y sus herederos no deben nublar una confluencia en el plano de las categorías interpretativas: el antifascismo y la Resistencia quedan reducidos en ambos casos a fenómenos elitistas, mientras las clases sociales masificadas caen en la indistinción, ya apoyen el fascismo o intenten salvarse de los reveses de la guerra y se inclinen a ingresar en una de las dos Iglesias salvadoras (católica o comunista) para luego disolverse en la sociedad de consumo. La hegemonía del revisionismo es, entre otras cosas, fruto de una confluencia política e intelectual: tras haber levantado acta de la crisis de las ideologías (en con creto del marxismo), la historia queda reducida a la acción de pocos individuos: políticos e intelectuales en la primera mitad del siglo, empresarios y políticos desde que Italia se moderniza. Esta representación pobre, abstracta y unilateral es por
14 Relativo al Partito ¿ ’Azione, que operó entre 1942 y 1947, recogiendo a la intelectualidad liberal-socialista heredera de la Rivoluzione liberale de Pietro Gobetti (asesinado por los fascistas en Turin en 1926) y de la formación antifascista Giustizia e Libertà, de los hermanos Rosselli (también asesinados por orden del Partido Nacional-Fascista, en Francia, en 1937). A pesar de haber tenido un peso importante en la Resistencia, el PdA fracasará en las elecciones constituyentes de 1946 y sus cuadros políticos ingresarán en el Partido Socialista Italiano y en el PCI. [N. de la T.]
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completo coherente con la interpretación periodística de la realidad. Pero, por debajo de la superficie, lo que se recalca y constituye el rasgo distintivo del revisio nismo local es el carácter pasivo de todo cambio histórico, la incapacidad de las per sonas corrientes para entender, contar en alguna medida o, incluso, hacer la histo ria. De ahí la ilusión absoluta de la democracia y los riesgos mortales que ésta corre cada vez que se manifiesta un protagonismo desde abajo. El populismo genérico de la historiografía de izquierdas de las décadas de 1960 y 1970 se combate en nombre de un elitismo muy arraigado en la historia intelec tual y social de este país, y de hecho sorprende incluso que no se declare y reco nozca explícitamente la deuda para con Mosca, Pareto y Michels. Es evidente que, tratándose de uso público de la historia, un exceso de franqueza puede resultar con traproducente: el público al que se dirige la historiografía revisionista, al que ésta confirma con un barniz «científico» opiniones y juicios a los que aquél ya había lle gado espontáneamente, no aspira en absoluto a contar. Iluminado indirectamente, inserto en la cultura material de la modernidad, copartícipe de la civilización occi dental, este público desencantado, ya provenga de la derecha o de la izquierda, se considera la sal de la democracia liberal; está dispuesto a aceptar y compartir cual quier revisión historiográfica que sirva para legitimar su propio papel, la posición que ocupa en la sociedad civil mundial realmente existente, con la actual división mortífera del trabajo, el poder y la riqueza. Será también un efecto de la caída del socialismo, pero es indudable que, a tra vés del revisionismo, se repropone de manera abierta una concepción de la historia rígidamente clasista, también en este caso retomando e invirtiendo la postura mar xista. Una vez más puede hablarse de «rebelión de los ricos contra los pobres», teniendo en cuenta el gran ciclo conservador, si no reaccionario, que ha envuelto a los países atlánticos, a partir de la Gran Bretaña de la señora Thatcher, más que de «subversivismo de las capas acomodadas» como constante de la historia italiana. En todo caso, no hay que olvidar, más allá de diferencias que no pretendemos anular, la capacidad del revisionismo para penetrar en el campo contrario, conseguir pro sélitos activos y pasivos, y reorientar marcos interpretativos, juicios de valor y con cepciones de la historia y de la sociedad. Que todo esto tenga lugar a partir de presupuestos culturales, intelectuales y científicos más bien débiles, cuando no inconsistentes, constituye un fenómeno sintomático inédito. Y no parece que el derrumbe de 1989, aunque le atribuyamos un papel crucial, sobre todo porque la cuestión fundamental del comunismo del siglo X X está aún por tematizar, pueda explicar por sí solo el incontenible ascenso del revisionismo local, su capacidad de convertirse en sentido común para la opinión pública media de todos los colores, así como en orientación guía para un número nada irrelevante de historiadores de profesión, divulgadores y periodistas; con la novedad de un intercambio de pape
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les ya habitual debido a la potencia y a las exigencias de los medios de comunica ción de masas. Particularmente en Italia, la debilidad de la respuesta crítica a las argumentacio nes revisionistas (entre dogmatismos inconsistentes y reticencias extendidas) no ha producido hasta ahora, de manera adecuada, análisis pormenorizados y sectoriales. Por ejemplo, todavía no han sido objeto de reflexión, ni se han analizado las aplica ciones del paradigma revisionista por parte de intelectuales y estudiosos desconoce dores de la disciplina historiográfica. Y, sin embargo, se trata de un ámbito muy inte resante para aprehender la extensión y los rasgos sobresalientes del fenómeno. A puro título ejemplarizador, cito algunas consideraciones de Ida Magli. La conocida antropóloga está convencida de que la democracia es un engaño y que conviene abo lirla; este radicalismo va de la mano de una apreciación de la labor de Mussolini, que intentó elevar a obreros y campesinos al status de la burguesía (como reza la inter pretación modenizadora del fascismo y del nazismo). La catástrofe tuvo lugar a con secuencia de la Resistencia y de la victoria del comunismo: «Cuando prevalecen las clases carentes de instrumentos cognitivos teóricos, como sucedió en los países socia listas del Este y en Italia, no se puede producir intelectualmente: en los años del dominio comunista de la posguerra, la producción intelectual italiana se redujo a cero»15. En esta cita, no subrayaría tanto el discurso berlusconiano (un eslogan publicitario convertido en sentido común) sobre el fantasmal «dominio comunista», sino la franqueza de la referencia de clase: reducida a su mínima expresión, la ideo logía se evapora y la reescritura del pasado se limita a seguir el instinto de clase, la nostalgia por los privilegios de estrato social, lo único que está de verdad siempre up to date [al día]; máxime cuando, en la actualidad, sin más barreras, la relación de clase se juega directamente a escala mundial. Y, sin embargo, esta verdad manifies ta, en la que la victoria celebra la injusticia, precisa de una dignificación y de una legi timación, en el plano histórico entre otros. Se sale de la contemporaneidad y se exal tan las cruzadas, el colonialismo, el esclavismo, la civilización blanca occidental. Bajo esta óptica, el trabajo del revisionismo acaba de empezar. Todo esto concierne principalmente al ámbito, por otro lado estratégico, de los medios de comunicación, de la mediación periodística y de la formación de la opi nión pública juvenil, dada la persistente dificultad de los colegios para hacer un tra bajo incisivo sobre la edad contemporánea (no relegable a las pocas horas de la asig natura «historia»). Por otro lado, me parece innegable que la operación revisionista se ha visto favo recida por un impulso postideológico, que llega a los límites de la despolitización, muy presente en las generaciones más jóvenes de estudiosos que se han orientado 15 Giordano Bruno G ue rri , Per una rivoluzione italiana (ed.), Milán, Nuova Omicron, 1987, p. 27.
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al estudio de comunidades (investigando, por ejemplo, las relaciones entre partisa nos y población civil) y, en definitiva, a la reconstrucción de la vida cotidiana, a par tir del impulso del neofeminismo en los estudios de género. Las investigaciones más innovadoras vienen de este ámbito, con el riesgo, no obstante, de perder de vista la relación con las temáticas cruciales y específicas de la época de la Segunda Guerra Mundial; todo queda reabsorbido bajo la represen tación general de la vida en tiempos de guerra y bajo el concepto de resistencia generalizada a la guerra. Elsa Morante anticipó ya esta visión en su novela La histo ria (una obra realmente fascinante y un libro extraordinario que expresa un senti miento análogo es Vida y destino de Vassili Grossman). Un estudioso influyente como Pietro Scoppola propuso, a su vez, un concepto prepolítico de Resistencia generalizada a la manifestación concreta de la historia, es decir, a la guerra, resal tando «la voluntad desesperada de vivir de todo un pueblo» porque, «en realidad, todos los italianos lucharon en aquellos meses terribles». Esta sería la base de la identidad nacional (todos resistieron y todos fueron libe rados) y la lucha contra la guerra se convierte en el valor compartido sobre el que se construyó la República. De este modo, sin embargo, la guerra se torna una espe cie de cataclismo natural que arrolló a todo el mundo, pero, por otro lado, sólo esta idea de la guerra bajo la forma de una catástrofe deshistorizada permite ver la Resis tencia como un acontecimiento coral de toda la nación. Planteadas las cosas en estos términos, se podría observar a modo de provocación que, entre todos los pue blos sometidos al martillo de la guerra total, el alemán fue el que demostró la capa cidad más admirable de resistencia... Quienes están familiarizados con el trabajo escolar, en distintos planos, saben que es preciso evitar por completo este tipo de imágenes; existe la posibilidad de que se tomen tranquilamente al pie de la letra, no porque los jóvenes sean estúpidos, sino por la falta total de defensas, por la cancelación que se ha producido de las culturas políticas, por la intercambiabilidad de los contenidos y de los juicios de valor. Y, ade más, no se trata sólo de los jóvenes: un desconcierto análogo y más melancólico afec ta a los adultos, que ya no saben qué pensar de su propia historia. Tampoco se sal van del todo los profesionales y estudiosos de la materia; también ellos, cuando actúan de buena fe, precisan algo de ayuda para atravesar una situación marcada, entre otras cosas, por el azote del revisionismo y por la fastidiosa necesidad de ocu parse de él.
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La recepción de Nolte en Italia
Las tesis revisionistas de Ernst Nolte, ampliamente divulgadas en la prensa polí tica italiana, deben interpretarse dentro de su rica, aunque repetitiva, producción ensayística. En segundo lugar, es necesario situarlas en el debate político-historiográfico alemán, en un arco temporal que va más allá de la Historikerstreit. Máxime cuando la recepción de las tesis noltianas se ha producido en Italia sin tener en cuenta ni la evolución de su pensamiento ni las trayectorias alemanas del revisio nismo histórico. No es posible en estas páginas una reconstrucción analítica. Me limitaré a señalar algunos datos: en 1978, un importante historiador de derechas, Hellmut Diwald, publica una G eschichte der Deutschen [Historia de los alemanes]1, en la que minimiza el genocidio judío, poniendo el acento en el drama de los ale manes expulsados del Este; en 1982, Kohl llega al gobierno y Bernard Willms publi ca Die D eutsche Nation [La nación alemana]2, una especie de manifiesto del neonacionalismo, abalanzándose desde sus páginas contra el complejo de inferioridad atribuido a «Auschwitz». El 15 de mayo de 1985, tiene lugar la visita de Kohl y Rea gan al cementerio militar de Bitburg «para pasar una página de la historia»... En este clima, los proyectos de museo de la historia alemana en Berlín y Bonn se con vierten en el centro de fuertes polémicas. Se multiplican las intervenciones y los escritos de historiadores como Hillgruber y Stürmer, que es además consejero polí tico de Kohl, favorables a una revisión de la historia reciente de Alemania, en nom bre del binomio patria-nación. * Este artículo fue publicado originalmente en la revista Italia contemporanea 212 (1998). 1 Helmut D i w a l d , Geschichte der Deutschen, Frankfurt/M., Propyläen Verlag, 1978. 2 Bernard WlLLMS, Die Deutsche Nation, Colonia-Löveniche, Hohenheim Verlag, 1982.
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En la segunda mitad de la década de 1980, por último, se afirma una nueva gene ración de historiadores y politólogos, en ocasiones antiguos miembros de la nueva izquierda, que propugnan una revisión modernizadora del nazismo. El encuentro de Nolte con estos neorrevisionistas, encabezados por Rainer Zitelmann, queda sancionado por la publicación de un volumen colectivo, Die Schatten der Vergan genheit. Impulse zur Historizierung des Nationalsozialismus [La sombra del pasado. Por una historización del nacionalsocialismo]3, donde la historización moderniza dora del nazismo es funcional al relanzamiento de un Estado pangermánico en clave de potencia4. Los ecos italianos de estos acontecimientos y temáticas son muy limitados, mien tras que Nolte, a partir de la divulgación de su explicación causal del nazismo y de Auschwitz como responsabilidad del comunismo y del Gulag, se granjea entre nosotros una popularidad y un éxito sorprendentes, sin duda no restringidos a un público de sentimientos neofascistas. A principios de la década de 1990, la presencia de Nolte en la prensa más impor tante es muy frecuente. Se convierte en el intelectual alemán al que dirigirse para hacerse una idea de lo que sucede en la Alemania reunificada. A título ejemplarizador recordemos que en 1992 los reiterados casos de violencia xenófoba y las mani festaciones chabacanas de antisemitismo suscitan preocupación y obligan a pre guntarse reiterada e ingenuamente si es posible el renacimiento del nazismo. Para Nolte, todo ello constituye un doble disparate, ya que no sólo la época del fascismo se cerró hace ya tiempo, sino que también el comunismo ha tocado a su fin y no puede haber, por lo tanto, un renacimiento del nazismo. No obstante, Nolte no deja de señalar una situación que puede alimentar la inevitable reacción a las utopías de izquierdas: el fuerte abuso del derecho de asilo, que caracteriza a una Alemania sometida a una peligrosa invasión extranjera5. En sustancia, este autor se convierte en un comentarista de la actualidad y en una especie de guía espiritual para orientarse en la historia del tiempo presente. Una posición sin igual para un intelectual extranjero, un fenómeno histórico-político pequeño pero significativo, que no se puede analizar únicamente desde el plano del debate historiográfico, al que nos limitaremos aquí. 3 Uwe BACKES, Eckhard J e sse y Rainer ZiTELMANN (eds.), Die Schatten der Vergangenheit. Impulse zur Historizierung des Nationalsozialismus, Frankfurt/M.-Berlin, Ullstein, 1990.
4 Cfr. Karl Heinz R o t h , «Revisionist Tendencies in Historical Research into German Fascism», International Review of Social History 39 (1994), pp. 445-446. Sobre el neonacionalismo, no necesa
riamente filooccidental, presente en la reciente historiografía alemana, véase Stefan B er ge r , «His torians and Nation-Building in Germany after Reunification», Past and Present 148 (1995). 5 Cfr. las entrevistas a Nolte publicadas en LEspresso el 13 de septiembre de 1992 y en La Stam pa el 24 de noviembre de 1992.
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Desde este punto de vista, la recepción italiana de la obra de Ernst Nolte no pre senta particulares sorpresas, ya que ésta encuentra críticas no menos duras que en otros países. Y esto es así ya desde la edición alemana de su primera obra, fundamen tal en su trayectoria: Der Faschismus in seiner Epoche (1963). Al año siguiente, Enzo Collotti le dedica una reseña que demuele sus tesis esenciales y sus posibles corolarios. El método de Nolte refleja un «eclecticismo nihilista» y es ajeno a la historiografía; por lenguaje y problemática, Nolte no se ha separado de su maestro Heidegger; no se puede estudiar la ideología fascista basándose únicamente en los escritos de Mussoli ni y Hitler; el Mussolini de Nolte, a medio camino entre Marx y Nietzsche, constitu ye un personaje «improbable». Collotti intuye además las posibles evoluciones del planteamiento noltiano: el fascismo se torna una derivación del marxismo, por lo tanto, también sus resultados extremos se podrán atribuir al comunismo6. La primera gran obra del historiador alemán es la única que recibió una atención considerable y positiva, aunque crítica, por parte de la historiografía internacional. En Italia, hasta mediados de la década de 1980, el interés por Nolte era muy res tringido. Otra prueba de ello es que en el volumen XII de la Enciclopedia europea 1, dedicado a la Bibliografía, la sección Fascismo e nazismo , a cargo de Valerio Castronovo, no contenía ninguna referencia a sus obras. Renzo De Felice empieza a interesarse por Nolte a finales de la década de 1960, con su volumen Le interpretazioni d el fascism o (1969) y, luego, en la extensa anto logía dedicada a II fascismo. Le interpretazioni dei contem poranei e degli storici 6 Cfr. Enzo COLLOTI, Studi storici 4 (1964), pp. 792-795. El volumen de Nolte, Der Faschismus in sei ner Epoche. Die Action Frangaise. Der italienische Faschismus. Der Nationalsozialismus, Munich, Piper, 1963 [ed. cast.: El fascismo en su época, Barcelona, Edicions 62, 1967], se tradujo en italiano en la editorial Sugar, con el título I tre volti del fascismo [Las tres caras del fascismo], Milán, 1966, sustancialmente ade cuado al contenido, pero enseguida desaprobado por relacionar de manera estrecha fascismo y nazismo, en contra de lo previsto por el nuevo paradigma revisionista: la edición de 1993 recibirá el título de II fascismo nella sua epoca. I tre volti del fascismo [El fascismo en su época. Las tres caras del fascismo], Vare se, SugarCo, 1993. En aquel tiempo, el editor milanés se había especializado en la publicación de obras heréticas o marginales, sobre todo de izquierdas o de extrema izquierda, no sin alguna incursión en el lado contrario (por ejemplo, Paul S e r a n t , Romanticismo fascista, Milán, Sugar, 1961). En 1970, en II Mulino, se publicó el libro de Emst NOLTE, Die Krise der liberalen Systems und die faschistischen Bewegun gen, Munich, Piper, 1968 [ed. cast.: La crisis del sistema liberal y los movimientos fascistas, Barcelona, Edicions 62, 1971]. Hasta después de la Historikerstreit, no hay otras traducciones italianas de obras del historiador alemán; así pues, no se traducen dos obras que éste considera fundamentales: Deutschland und der Kalte Krieg [Alemania y la Guerra Fría], Munich, Piper, 1974, y Marxismus und industrielle Revo lution [El marxismo y la Revolución industrial], Stuttgart, Klett-Cotta, 1983, que componen, junto a Der Faschismus in seiner Epoche (1963) y Der Europäische Bürgerkrieg 19 17 -19 4 5 (1987) [ed. cast.: La guerra civil europea, 1917-1945 . Nacionalsocialismo y bolchevismo, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1994], la llamada tetralogía dedicada al estudio de las ideologías contemporáneas. 7 Enciclopedia europea, Milán, Garzanti, 1984.
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(1970) y en la introducción a la edición italiana de Die K rise der liberalen Systems und die faschistischen Bewegungen*. Para dar cuenta de la estructura filosófica noltiana, recalca la categoría de «fenómeno transpolítico», añadiendo no obstante enseguida que «en términos rigurosos, hablar de una verdadera interpretación del fascismo como fenómeno transpolítico es, por lo menos, excesivo. De hecho, esta interpretación prácticamente sólo la sostiene Ernst Nolte». Además, ha recibido ataques un poco desde todos los lugares; el único que no la ha liquidado de manera expeditiva ha sido George L. Mosse9. Por su parte, De Felice encuentra la tipología noltiana interesante pero discuti ble: ante todo, considera inaceptable incluir a la Action frangaise en el fenómeno fas cista y recrimina a Nolte una dilatación demasiado amplia de la categoría de fascis mo; además, atribuye una envergadura ideológica excesiva a la fraseología corriente del lenguaje político, como en el caso del supuesto marxismo de Mussolini. De manera bastante explícita, dice que Nolte le interesa en relación con Augusto Del Noce y a través del análisis de las posiciones de este último surge una crítica radical de la estructura de II fascism o nella sua epoca10: en efecto, para Del Noce (y De Feli ce), fascismo y nacionalsocialismo son fenómenos profundamente distintos. En con clusión, la interpretación transpolítica de Del Noce, que introduce el fascismo en la época de la secularización como realización del leninismo, le parece «más rigurosa» y «potencialmente más traducible en una reconstrucción historiográfica concreta»11. El disenso y la distancia de De Felice con respecto a la interpretación noltiana se corrobora en la Intervista sul fascismo, a cargo de Michael A. Ledeen, publicada en 1975. Entre otras cosas, en el texto aparecen continuas referencias a Mosse, mientras que prácticamente de Nolte sólo se habla a raíz de una pregunta explícita de Ledeen: «¿Q ué validez tiene el discurso de Nolte sobre la época fascista?». Res puesta: «Si lo tomamos en el sentido de Nolte y de los noltianos de estricta obser vancia (que son pocos pero -salvo raras excepciones- deletéreos), es decir, en un sentido rígido, no tiene valor alguno»12. 8 Renzo D e F elice , Le interpretazioni del fascismo, Bari, Laterza, 1969; e II fascismo. Le interpre tazioni dei contemporanei e degli storici, Bari, Laterza, 1970; Ernst N o lt e , La crisi dei regimi liberali e i movimenti fascisti, Bolonia, Il Mulino, 1970. 9 R. De Felice, Il fascismo. Le interpretazioni dei contemporanei e degli storici, cit., p. 623. De Feli ce se refiere a George L. MOSSE, «Three Faces of Fascism by Ernst Nolte», Journal of the History of Ideas (octubre-diciembre 1966).
10 Cfr. nota 6. 11 R. De Felice, Il fascismo. Le interpretazioni dei contemporanei e degli storici, cit., p. 634- De Feli ce recuerda este juicio y utiliza las mismas palabras en su intervención publicada en II Tempo el 2 de febrero de 1990, con ocasión de la muerte del filósofo piamontés. 12 Renzo D e F elice , Intervista sul fascismo, Roma-Bari, Laterza, 1975, p. 85.
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Por lo que se refiere a la ideologia fascista, De Felice prefiere remitir a la inter pretación de Tamo Kunnas, insistiendo en que «entre fascismo y nazismo [...] hay una profunda diferencia [...], una divergencia muy nítida que no se puede ignorar»13. En la voz Fascismo, redactada por el historiador rietino para la Enciclopedia d el N ovecento14, que contiene una sección dedicada a la discusión de las interpretacio nes del fascismo como «fenómeno no sólo italiano», no hay ninguna referencia a la postura noltiana y su obra fundamental sobre el tema no aparece citada en la biblio grafía. Nótese que también en Storia contemporanea, la revista fundada y dirigida por Renzo De Felice, en el periodo 1970-1987, la presencia de Nolte es por completo marginal, aunque Alemania sea con mucha diferencia, después de Italia, el país al que se dedica un mayor número de intervenciones. En la década de 1980, quien apa rece «como verdadero inspirador de la revista» es más bien George L. Mosse15. El giro revisionista de Nolte puede fecharse en los años de la «contestación», cuando se enfrentó duramente, mientras enseñaba en la Universidad de Marburgo, con los estudiantes de orientación neomarxista que se remitían a Wolfgang Abendroth. Desde 1973, es profesor de Historia moderna en la Universidad Libre de Berlín; su tesis sobre el fascismo y el nazismo como respuestas excesivas pero nece sarias al bolchevismo se remonta a esta época. En 1974, publica Deutschland und der Kalte K riegt, no traducido al italiano. Es el mismo año en el que aparece en Occidente El archipiélago Gulag, de Alexander Solzhenitsyn, prácticamente ignora do en Italia, pero que tiene un impacto explosivo en los ambientes intelectuales europeos. En este periodo, y todavía por mucho tiempo, Nolte no tiene ninguna audiencia entre el gran público; un artículo suyo publicado el 24 de julio de 1980 en el Frankfurter A llgem eine Zeitung, en el que empieza a relacionar Auschwitz con los genocidios de los bolcheviques, se queda sin eco; en 1983, se publica Marxismus und industrielle R evolution11, muy importante para entender el proyecto global per seguido por Nolte, pero tampoco traducido en Italia. En la primavera de 1986, se desata la Historikerstreit y todos los comentaristas atribuyen a Nolte el papel de líder del frente revisionista, sobre todo por el carác ter extremo y provocador de sus posiciones, debido en primer lugar a la operación de relativización que lleva a cabo sobre el concepto-símbolo de «Auschwitz». También en nuestro país se entiende enseguida la envergadura de lo que hay en juego y se identifica el objetivo de la estrategia noltiana: «Propugnar la tesis de que 13 Ibidem, p. 101. 14 Enciclopedia del Novecento, Roma, Treccani, 1977, vol. II. 15 Marco Pa l l a , «Due poli del dibattito e della ricerca: Storia contemporanea e Rivista di storia contemporanea», Movimento operaio e socialista 1-2 (1987), pp. 63-76. 16 Cfr. nota 6. 17 Cfr. nota 6.
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el verdadero mal absoluto es la idea de la revolución democrática e igualitaria»; con la advertencia de que «este tipo de revisión historiográfica tiene potencialidades expansivas mayores de lo que se cree»18. En un primer momento, la prensa italiana se muestra prudente y confía la inter pretación y comentario del paradigma revisionista sobre la anterioridad lógica y fac tual del genocidio de clase con respecto al racial a un estudioso de gran autoridad: George L. Mosse. Entrevistado en el Corriere della Sera el 20 de febrero de 1987, este historiador expresa un juicio muy claro: el paralelismo entre campos de exter minio y gulags stalinianos es «absurdo y antihistórico» y está dirigido a «minimizar las responsabilidades de la Alemania nazi». Y, de nuevo: «Ernst Nolte es un extre mista aislado. Ya critiqué su libro I tre volti d el fascismo, publicado hace más de veinte años. Y no creo que tenga mucho peso en la cultura alemana»19. Pocos días después, en II Giornale del 26 de febrero de 1987, en un coloquio con Marcello Staglieno, el propio Renzo De Felice hace referencia a Mosse, tomando distancia de Nolte: En el plano histórico, a mi parecer, no hay que hablar en absoluto, como hace Nolte, de un antes y de un después, del archipiélago Gulag que precede a Auschwitz, ni hacer una comparación del número de víctimas. Para mí el razonamiento es otro, construido ya desde hace algunos años con extrema linealidad por un historiador del calibre de George Mosse. Hay que partir, añade De Felice, de la Primera Guerra Mundial, una guerra de masas, tecnologías e ideologías, en la que cambia la imagen del enemigo, en la que se impone la «brutalización de la vida» y se extiende el terror como principio políti co. Como es sabido, ésta es una de las críticas principales que, desde diversas prespectivas, se dirigirá al libro de Nolte dedicado a La guerra civil europea, 1917-194520. Enzo Collotti, interviniendo en el debate entre los historiadores en el número de enero de 1987 de la Rivista di storia contemporanea, sitúa la reciente valorización de las tesis noltianas dentro del giro neoconservador de la política alemana y criti ca en particular a Hillgruber, historiador decididamente más autorizado que Nolte, porque, con su razonamiento sobre la necesaria resistencia de los soldados alema
18 Stefano PETRUCCIANI, «Peccatucci di un antibolscevico», II Manifesto, 13 de enero de 1987. 19 Cfr. Lorenzo CREMONESI, «Hitler e Stalin: due massacri a confronto», en Corriere della Sera, 20 de enero de 1987. Mosse no cambiará nunca de opinion: a su juicio, la operación llevada a cabo por Nolte se debe colocar bajo la categoría de «justifìcacionismo» del pasado nazi. 20 Cfr. Marcello STAGLIENO, «La politica sulle ombre del passato», en II Giornale, 26 de febrero de 1987. Las cursivas están en el texto.
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nes en el Este, «de modo voluntario o involuntario [...], corre el riesgo de atribuir al Ejército rojo la responsabilidad del exterminio de los judíos»21. En un artículo posterior del 5 de marzo de 1987, publicado en 11 Manifesto, Collotti recalca el carácter planificado de la guerra nazi como guerra de exterminio y estigmatiza el intento de liberar al nazismo de sus responsabilidades, con su «catapultamiento fuera de la historia, al campo metahistórico y metapolítico de la antro pología y de la psicología social o individual»22. Entretanto, se va delineando una postura distinta, que oscila de una acentuada equidistancia a una muestra decidida de confianza hacia las posturas de Nolte y del frente del que acabaría siendo, sobre todo en nuestro país, el líder indiscutido y el protagonista principal23. Pero el giro viene marcado por un artículo de Augusto Del Noce publicado en II Tempo del 5 de abril de 1987. Para Del Noce, no sólo la relación entre bolchevismo y nazismo, entre lager soviéticos y nazis, es legítima, sino que unos y otros son lo mismo, tienen el mismo origen. Se trata de entender de dónde procede la idea de «nadificación» del enemigo, el desencadenamiento de la violencia absoluta. Todo deriva del proyecto revolucionario de cambiar el mundo, de hacer realidad el paraíso en la tierra, de crear un «hombre nuevo». La conclusión es clara: «De violencia y exterminio sólo se puede hablar a propósito de la ideología revolucionaria, por dis tintas que sean las formas que ésta pueda adoptar». Y no vale la objeción previsible acerca del carácter reaccionario del nazismo, de su empeño antirrevolucionario agre sivo, de su resistencia al comunismo. Del Noce liquida la cuestión afirmando que «en verdad, el nazismo no sólo se interpretó a sí mismo como un fenómeno revoluciona rio, sino que lo fue en realidad»24. Durante 1987 y principios del año siguiente, las repercusiones italianas de la His torikerstreit son muy fuertes, no sólo en los diarios y en las publicaciones semanales, sino también en las revistas especializadas (Italia contem poranea , Passato e Presente, Qualestoria, Rivista di storia contemporanea, Storia contemporanea, etc .) y en revis tas de cultura general como Micromega, Il Mulino, o Nuovi argomenti. Einaudi publica una acertada antología del debate alemán, a cargo de Gian Enrico Rusconi: 21 Enzo C o l l c t t i , «C’era una volta Hitler...», Rivista di storia contemporanea 1 (1987), p. 5. 22 Enzo COLLCTTI, «Il genocidio nazi: progetto politico non peripezia», en II Manifesto, 5 de marzo de 1987. 23 Véanse las intervenciones de Ernesto G a l l i d e l l a L o g g i a en Panorama, 7 de marzo de 1987, y de Gian Enrico R u s c o n i en La Repubblica, 12 de mayo de 1987. 24 Augusto D el N o c e , «Perché non c’è diversità nella violenza di Stalin e di Hitler», en II Tempo, 5 de abril de 1987. Véase también Augusto D el N o c e , «Filo rosso da Mosca a Berlino», en II Saba to, 11-17 de abril de 1987.
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Germania, un passato che non passa. I crimini nazisti e l’identità tedesca. En otoño de 1987, primero en Roma y luego en Turin, se organizan dos simposios internaciona les sobre el tema. Entretanto, en la Feria de Frankfurt, Nolte presenta su volumen
Der Europäische Bürgerkrieg 1917-1945. Nationalsozialismus und Bolschewismus, publicada por la casa editorial Propyläen-Ullstein, que se traducirá y publicará rápi damente en Italia por la editorial Sansoni25. A partir de los relatos periodísticos, su posición se perfila de manera cada vez más clara, entre otras cosas porque parece que se bate solo contra todos. Nicola Tranfaglia, comentando el simposio de Turin organizado por el Goethe Institut, señala que «se han reproducido las posiciones» del debate alemán: «de un lado, Ernst Nolte» (que participó en los debates), «de otro, todos los demás estudiosos [...] unánimes a la hora de considerar falto de fun damento o, por lo menos, todavía completamente por demostrar, el nexo causal entre bolchevismo y nacionalsocialismo»26. En otro comentario interesante del simposio turinés publicado en La Stampa21, Galli della Loggia ataca a los historiadores alemanes contrarios a Nolte, acusándo les de dietrologia 28 y de llevar a cabo una demonización de sus tesis y resaltando en cambio la falta de prejuicios de la intervención de Renzo De Felice, que había intro ducido «la política rooseveltiana de capitulación sin condiciones dentro del análisis de las responsabilidades objetivas del exterminio de los judíos». Mientras se va per filando el frente favorable a Nolte y crece su éxito en los órganos de información, se introduce el leitm otiv que acompañará su suerte en los medios de comunicación de masas, paralela a la de De Felice y marcada por la continua reiteración del par demonización-victimización. Galli della Loggia introduce también otra reflexión, muy compartible en térmi nos generales. «No es fácil entender por qué -se pregunta- la Historikerstreit ha tenido tanto eco precisamente en Italia, más que en ningún otro país del mundo [...]». De hecho, a su juicio, el verd ad ero centro de la discusión abierta en su m om ento p o r H aberm as, con su fe ro z ataque [la cursiva es mía] contra N olte, no tiene en realidad tanto que ver con el juicio
25 Ernst NOLTE, Nazionalsocialismo e bolscevismo. La guerra civile europea, 19 1 7 -1 9 4 5 , Milán, Riz zoli, 1996, con un ensayo de Gian Enrico Rusconi (esta edición de la colección Bur-Supersaggi, que utilizaremos para nuestras citas, es idéntica a la que salió en Sansoni en 1988). 26 Nicola TRANFAGLIA, «Quel passato che non passa», en La Repubblica, 7 de noviembre de 1987. 27 Ernesto G a l l i d e l l a L o g g i a , «La colpa tedesca», en La Stampa, 19 de noviembre de 1987. 28 Término italiano intraducibie al castellano que se aplica, en el lenguaje periodístico y políti co, a la tendencia a buscar conspiraciones secretas, dirigidas por los servicios de inteligencia o poli ciales y/o por sectas y grupúsculos ocultos, para explicar el origen de un suceso. [N. de la T.]
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ético-político sobre el nacionalsocialism o [...] sino más bien con ese paradigma esencial de todo nuestro universo ideológico que es el paradigm a derecha/izquierda.
En países como Italia y Alemania, con una experiencia de tipo fascista, sólo uno de los dos términos se ha visto marcado con un «carácter de negatividad absoluta». Nolte provoca escándalo porque rompe tal paradigma, que al fin y al cabo es el del antifascismo. De ello se deduce que su reducción del nazismo al antibolchevismo puede ser también equivocada, pero su mérito reside en haber problematizado una dicotomía bloqueada29. Bajo el título de «Historikerstreit e dintorni: una questione non solo tedesca», la revista Passato e Presente ofrece una valoración entre otras cosas de la vertiente ita liana del debate30. Wolfgang Schieder llama la atención sobre el hecho de que los ecos de este debate en el exterior se han hecho notar en Italia y en Israel más que en ningún otro lugar y que, por lo tanto, el problema atañe a la relación de los ita lianos y de los alemanes con su pasado, con especial referencia a la persecución y exterminio de los judíos. Gustavo Corni resalta una serie de simetrías y asimetrías: en Alemania, no se han hecho sentir los ecos del debate italiano y, en Italia, la evo lución y los resultados del debate alemán no han tenido impacto; hay un paralelis mo evidente entre la polémica alemana sobre las tesis de Nolte y la italiana sobre De Felice. Por último, en la prensa, el aspecto político ha eclipsado por completo las cuestiones historiográficas. Cabe añadir que, en un perfecto paralelismo con respecto al significado de la Historikerstreit en Alemania, el éxito italiano de Nolte se debe relacionar con la rede finición de la identidad nacional y de la forma estatal, con el desvanecimiento del orden definido por los resultados de la Segunda Guerra Mundial. Pero mientras en Alemania la crisis se resuelve en la unificación y en el fortalecimiento de los parti dos tradicionales (de clara ascendencia histórica anticomunista y antifascista), en Italia, tiene lugar, en cambio, una radicalización del dualismo y de las fracturas terri toriales, acompañada del éxito político de fuerzas de ascendencia histórica comu nista y fascista. En 1988, se publica Nazionalsocialismo e bolscevismo. La guerra civile europea 1917-1945. La edición italiana de la obra más significativa y controvertida de Nolte viene precedida por un ensayo de Gian Enrico Rusconi. La tesis fundamental del libro, ligeramente difuminada por la inversión entre título y subtítulo con respecto al original, es que el periodo 1917-1945 se puede sintetizar como la época de la «guerra 29 Ibidem.
30 C fr. Wolfgang SCHIEDER y Gustavo
CORNI (intervenciones sobre), «Historikerstreit e dintorni: una questione non solo tedesca», Passato e Presente 16 (1988).
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civil europea». Pese al éxito italiano de Nolte en el ámbito histórico-político y de la prensa de actualidad y, por otro lado, pese a la influencia todavía honda y sólida que en el plano político y filosófico ha tenido en este país Cari Schmitt, no ha habido una verdadera discusión historiográfica del concepto de guerra civil retomado por Nolte, ni para el periodo de 1917-1945, ni para la ampliación espacio-temporal, por otra parte también de origen schmittiano, propuesta por el ensayo Weltbürgerkrieg 19171989?n . Incluso la introducción de Rusconi evita analizar el valor historiográfico de la estructura noltiana. Tal como ha observado Franco De Felice, la introducción de G ian Enrico Rusconi es m uy precisa en la reconstrucción de las cate gorías analíticas de N olte, p ero no dice prácticam ente nada sobre la validez teórica de la tesis y sobre la sim plificación del m arco32.
Habrá que esperar al libro de Domenico Losurdo, II revisionismo storico. Problemi e m it?0, para contar con una discusión del marco interpretativo noltiano basado en el concepto de guerra civil; el conjunto, por otro lado, se sitúa en un contexto de con flictos ideológicos de larga duración, evitando, pues, una vez más, una verificación his tórica detallada. Al igual que sucede en Nolte, el comparativismo eclipsa la naturaleza y las dimensiones específicas del nazismo y del comunismo, ya sean éstos tematizados en términos de totalitarismo o de policracia, comprometiendo, entre otras cosas, el análisis de sus dinámicas internacionales, respecto a las cuales resulta reductora la cate goría de «segunda guerra de los treinta años» que Losurdo propone al amparo de Arno J. Mayer. Las reseñas dedicadas a Nazionalsocialismo e bolscevismo en el ámbito historiográ fico son en gran medida de signo negativo. Gustavo Corni, en Italia contemporanea 34, critica a Nolte por su método, sosteniendo que no es el de un historiador y que no demuestra sus tesis e incurre en distintos errores de hecho. En términos más generales, extrapola el nazismo de la historia alemana. Acentos críticos caracterizan también la reseña de Pier Paolo Portinaro publicada en Teoria politica 35: la vuelta a la categoría de 31 Se trata de una conferencia publicada inicialmente en Ernst N o lt e , Lehrstück oder Tragödie? Beitrage zur Interpretation des 2 0 Jahrhunderts, Colonia, Böhlan, 1991. La primera traducción italiana apareció, con algún corte, en LItalia-settimanale, 10 de marzo de 1993; posteriormente, en Ernst NOLTE, Dramma dialettico o tragedia? La guerra civile mondiale e altri saggi, editado por Francesco Cop-
pellotti, Perugia, Settimo sigillo-Perugia University Press, 199432 Franco D e F elice , «Politica intema-politica estera in Italia dall’unità alla seconda guerra mon diale», en Cristina C a s s i n a (ed.), La storiografia sull’Italia contemporanea, Pisa, Giardini, 1991, p. 33 n. 33 Domenico LOSURDO, Il revisionismo storico. Problemi e miti, Roma-Bari, Laterza, 1996. 34 Gustavo CORNI, «La storiografia “privata” di Ernst Nolte», Italia contemporanea 175 (1989). 35 P ie r P a o lo PORTINARO, « M ito e p e n s ie ro d e lla g u e rra c iv ile e u ro p e a » , Teoria politica 2-3 (1989).
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«totalitarismo» está marcada por una atención exclusiva y muy simplificadora hacia las ideologías, sin que el nexo bolchevismo-nazismo se demuestre de manera adecuada. Por último, Collotti, en una intervención en L’Indice 36, hace una crítica de las categorías de «guerra civil» y «totalitarismo», señala el antisemitismo originario de Hitler y rechaza la absurda pretensión de los «revisionistas» de tener el monopolio de la cientifícidad y de la neutralidad. Nótese que tampoco la reseña publicada en Storia contemporanea y firmada por Guglielmo Salotti37 es particularmente favorable: Nolte estaría poseído por el psi cologismo y el ideologismo. Es posible encontrar un año después una confirmación de la postura crítica de la revista defeliciana, en el juicio de Gian Luca Sadun Bor doni a propósito de la Intervista sulla questione tedesca editada por Laterza en 199338. Se rechaza la reducción del nazismo a anticomunismo y se advierte contra la recu peración noltiana de los temas de la «Revolución conservadora», «con toda la ambi güedad que ello comporta». En todo caso, la contribución más laboriosa sobre el revisionismo noltiano sigue siendo el ensayo introductorio de Gian Enrico Rusconi. En su presentación de la edi ción italiana de La guerra civile europea 1917-1945, Rusconi afirma rápidamente que el libro de Ernst Nolte «podría convertirse en un clásico del “revisionismo” historiográ fico alemán». El análisis que realiza de él contiene distintas notas críticas, pero, en con junto, reconoce a Nolte la capacidad de suscitar «interrogantes y dudas sobre cuestio nes que se consideraban cerradas o incluso inexistentes». En particular, en lo que se refiere al «nexo causal» entre Gulag y Auschwitz, después de haber formulado el deseo de que también en la Unión Soviética se pueda leer con libertad El archipiélago Gulag de Solzhenitsyn, Rusconi juzga «que lo que Nolte presenta como un “resultado” cierto de su libro, sólo se puede considerar una hipótesis de investigación que habría que examinar con mayor meticulosidad y con un aparato analítico más refinado»39. Las observaciones críticas se refieren sobre todo a la drástica simplificación del marco histórico que lleva a cabo Nolte para hacer valer su tesis de la guerra civil europea, de tal suerte que la burguesía aparece descrita como un conjunto homo géneo, aterrorizado por el marxismo, el comunismo alemán queda reducido a sus tentativas insurreccionales y Europa se presenta desde la óptica de Weimar, cuya historia queda achatada en una visión ideológica de dos partidos «antisistema» que se disputan el terreno. 36 Enzo C o l l o t i , LIndice 4 (1989). 37 Guglielmo S a l o t t i , Storia contemporanea 1 (1988). 38 Gian Luca S a d u n B o r d ó n , Storia contemporanea 5 (1993). 39 Gian Enrico RUSCONI [ensayo introductorio], en E. Nolte, Nazionalsocialismo e bolscevismo. La guerra civile europea, 19 1 7 -1 9 4 5 , cit., pp. V, XXI, XXII.
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El esfuerzo de mayor profundización que hace Rusconi va dirigido al análisis del método de Nolte, que define como «un enfoque cognitivo de la problemática his tórica». El análisis fenomenològico de las ideologías de las que habla el historiador alemán se traduce en una reconstrucción «del curso histórico a través de los proce sos de emoción, imaginación y memorización de los actores históricos», en la que la ideología es la expresión de em ociones de fondo [...] La ideología entendida com o confrontación/enfrentam iento de emociones verbalizadas y exacerbadas se torna, de m anera inmediata, congruente con la hostilidad o ene mistad, que constituye el rasgo sobresaliente de la política. [...] En concreto, [...] es decir, en la interacción entre nacionalsocialistas y comunistas, N olte reduce y rem ite estos procesos a dos paradigmas: V orbild y Schreckbild, es decir, el m odelo ejem plar que hay que copiar y el m odelo aterrorizador (o «coco») que hay que anticipar de cara a la autodefensa. [...] En otras palabras, se identifica un nexo directo entre una ideología «originaria» (la bolchevique) y una ideología reactante o reactiva (la nacionalsocialista).
A través de una serie de ejemplos extraídos del libro, Rusconi resalta que «el enfoque cognitivo noltiano corre el riesgo de una identificación acritica con los sujetos históricos que no permita separar ya realidad de fantasías proyectivas»40. El límite principal de la contribución por lo demás importante de Rusconi se deriva de la ausencia tanto de referencias a la historiografía que ha afrontado con distintas claves interpretativas los temas tratados por Nolte, como de cualquier indi cación acerca de las fuentes de su estructura analítica, a partir del paradigma de guerra civil europea. Rusconi evita incluso situar Nazionalismo e bolscevism o en el contexto de la producción noltiana, ni siquiera como obra de cierre de su llamada tetralogía, inaugurada en 1963 por El fascism o en su época. Lo que sucede entonces es que señala una contradicción de importancia considerable sin desarrollar sus implicaciones, algo que habría requerido una comparación con la formulación prerrevisionista del primer Nolte con respecto a la cuestión crucial del nazismo y del exterminio de los judíos. En efecto, también en Nazionalismo e bolscevism o aflora la interpretación origina ria, es decir, el carácter «transcendental» del exterminio de los judíos. En opinión de Nolte, con el nazismo se habría manifestado la negación de ese «proceso histórico universal que podríamos llamar la intelectualización del mundo». De lo cual se infie re -observa Rusconi- que «el genocidio llevado a cabo para instaurar un nuevo orden natural y racial adopta los rasgos transcendentales de un intento de inversión de la 40 Ibidem, pp. VII, XIII y XVII.
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tendencia histórico-mundial»41. Más allá del lenguaje, la cuestión es de gran impor tancia, porque sintetiza la interpretación radical que el primer Nolte dio del fascismo (y del nazismo), situándolos en las profundidades de la historia europea y alemana. Rusconi concluye limitándose a constatar «que, en Nazionalsocialismo e bolscevis m o , la tesis de la posición “transcendental” del nacionalsocialismo convive con la de su carácter no originario con respecto al bolchevismo»42. Si nos tomamos en serio las grandes ambiciones de la historiografía filosófica noltiana, la contradicción que se acaba de indicar constituye una nudo crucial para poder llevar a cabo un análisis críti co de la misma43. En términos más generales, se puede decir que la discusión de la obra de Nolte se ha resentido de las modalidades de su recepción, estrictamente depen diente de la coyuntura político-ideológica; por consiguiente, se ha tenido poco en cuenta el conjunto de su producción, exagerando su coherencia o bien sus contradic ciones. En realidad, dentro de una estructura sin duda unitaria, el análisis genealógico del fascismo y del nazismo es precisamente el que sufre un desplazamiento interpreta tivo notable y contradictorio, como se desprende de la comparación entre Der Fas chismus in seiner Epoche (1963) y Der Europäische Bürgerkrieg (1987). Gian Enrico Rusconi ha vuelto repetidas veces sobre este tema. Su postura, caracterizada por una acentuación negativa de los juicios, queda bien ejemplariza da por un ensayo de 1994 titulado Razzismo, revisionismo, negazionismo. Allí se pre gunta: «¿Cómo hay que tratar desde la prensa de actualidad el trabajo de Nolte, que puede proporcionar -m ás allá de sus intenciones subjetivas- pretextos o argumen tos justificacionistas al antisemitismo y al racismo contemporáneo?». La respuesta es clara: «Considero que la estrategia adecuada consiste en encarar estos argumen tos de frente, contestándolos punto por punto»44. Y, desde el punto de vista de la prensa de actualidad, podemos agregar, no hay duda de que el éxito italiano de Nolte depende principalmente de la supuesta rela ción causal entre bolchevismo y nazismo, Gulag y Auschwitz. A este propósito, Rusconi observa que Nolte parece situar el inicio de la violencia política colectiva en la revolución bolchevique [...] como si el trauma colectivo fundamental para la Europa de aquella época no fuese la guerra [...] véase a este respecto la violencia de los escritos de guerra de toda la intelligent-
41 Ibidem, p. XIX. 42 Ibidem, p. XX. 43 Intenté proporcionar una contribución en esta dirección en Pier Paolo POGGIO, Nazismo e revisionismo storico, Roma, Manifestolibri, 1997, en particular en las páginas 123-155 [ed. cast, en este mismo volumen]. 44 Gian Enrico RUSCONI, «Razzismo, revisionismo, negazionismo», Sisifo 28 (1994), p. 29.
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sia europea. En segundo lugar, Nolte reduce el sentido de toda la revolución soviética a la
violencia y al terror político, contradiciéndose con respecto a otras de sus afirmaciones.
Sin embargo, la crítica más seria se refiere al desconocimiento de las raíces autóctonas del antisemitismo alemán, entre otras cosas porque «aceptar la equiva lencia entre antisemitismo y antibolchevismo significa aceptar como verdaderas, al pie de la letra, las afirmaciones, las fantasías y las mentiras de los nazis», confun diendo «de manera del todo acritica un punto de vista subjetivo (de Hitler o de otros) con una explicación de los hechos»45. Cito, por último, una intervención en la prensa de Rusconi, comentando la publi cación de la correspondencia entre Nolte y Del Noce. La tesis de fondo es que los dos estudiosos y amigos, unidos por la interpretación «transpolítica» de las grandes ideo logías contemporáneas, tenían posturas confluyentes en la vertiente política de su bata lla revisionista, pero, en realidad, estaban profundamente divididos desde el punto de vista teórico. Es verdad que Del Noce, anticipando a Nolte, había sostenido que «el nazismo es el exacto contrario del comunismo, cuyas características reproduce inverti das, con una simetría total», pero al filósofo italiano le urge ante todo separar el fas cismo del nazismo, porque, a su juicio, «el vínculo entre el fascismo y el comunismo italiano es más profundo que el que existe entre el fascismo y el nazismo»46. Tal como veremos, Tito Perlini, en un ensayo poco posterior, no llega a conclusiones muy dife rentes. La cuestión tiene un interés particular porque de ella se desprende que el ais lamiento de Nolte, si se considera la sustancia intelectual de su obra, no ha sido menor en Italia que en otros países, puesto que sobre los temas de fondo histórico-filosóficos no estaba en sintonía ni siquiera con su principal, si no único, interlocutor italiano. Lo cual torna todavía más notable, desconcertante y significativo su éxito en los órganos de información del país y, se supone, entre amplios sectores del público. Agusto Del Noce hace referencia a Nolte por primera vez en la extensa intro ducción a II problema d ell’ateismo 41, con una alusión rápida pero muy elogiosa: Der Faschismus in seiner Epoche inaugura el tránsito de la polémica al estudio histórico de un fenòmeno «transpolítico», que requiere, por lo tanto, una interpretación filo sòfica. Como nota al margen, cabe apuntar que, ciertamente por un desliz, en las primeras ediciones del libro, al autor alemán se le llama Erich Nolte.
45 Ibidem, p. 30. 46 Cfr. Gian Enrico RUSCONI, «Camicizia degli equivoci», La Stampa, 23 de diciembre de 1993, que extrae sus citas de un artículo de Del Noce de 1983 titulado «Nazismo, replica tedesca a Sta lin» (en II Sabato del 26 de marzo-1 de abril; publicado ya en 30 giorni, febrero de 1983), sobre el que volveremos, y de una carta del mismo a Nolte (probablemente de noviembre de 1984). 47 Augusto D el N o c e , Il problema dell’ateismo, Bolonia, Il Mulino, 1964.
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En la correspondencia entre los dos estudiosos publicada en Storia contempora nea 48, que empieza en 1966, Del Noce corrobora el juicio ya expresado y observa la complementariedad sumamente singular de sus investigaciones49. El intercambio epistolar se interrumpe poco después y no se reactiva hasta cerca de diez años más tarde, con dos cartas de diciembre de 1976 y abril de 1977. En la primera, Del Noce, refiriéndose a su ensayo sobre «II problema della definizione storica del fascismo»50, subraya su acuerdo fundamental con respecto a la interpretación transpolítica que, sin embargo, cada uno desarrolla luego en términos diferentes. También Francesco Perfetti, en la introducción a la correspondencia, reconoce que, entre Del Noce y Nolte, hay un profundo desacuerdo en lo que respecta a la interpretación del fascis mo, para uno, un fenómeno italiano, moderno, revolucionario, para el otro, la cara italiana de un fenómeno europeo contrarrevolucionario y antimoderno51. La respuesta de Nolte es muy significativa, porque no analiza las diferencias e inten ta desplazar el diálogo a otro terreno. A Nolte le viene pequeña la definición de «estu dioso del fascismo»; su libro de 1974, Deutschland und der Kalte Krieg 52, habría debido hacer entender que lo que le interesa es «el papel histórico de la (extrema) izquierda». Elogia el trabajo de Renzo De Felice sobre el fascismo italiano y, sin embargo, añade: «Para usted y para mí, si no me equivoco, el fascismo nunca ha sido lo “esencial”»53. El periodo de correspondencia más frecuente y continuada empieza en agosto de 1984 y prosigue hasta finales de 1989. En la carta del 24 de agosto de 1984, Nolte insiste en que sus temas son la «trascendencia», la «ideología» y la «izquierda», por lo menos para quienes saben leer más allá de lo inmediato. Las siguientes cartas confirman la profunda diferencia en la interpretación del fascismo, pero se produ ce un giro en 1985: Nolte plantea el problema de la superación del pasado. El 19 de julio, Del Noce le hace llegar una copia de un artículo suyo, titulado «Nazismo, replica tedesca a Stalin»54. El 10 de septiembre, Nolte confiesa a su interlocutor: «El extracto me ha conmovido en el sentido literal del término». Se encuentra prepa rando una conferencia sobre el Tercer Reich a la que dará el subtítulo de Antwort und Kopie [respuesta y copia], caminan en la misma dirección. Nolte alude aún al 48 C fr. Francesco PERFETTI, «La concezione transpolitica della storia nel carteggio Nolte-Del Noce», Storia contemporanea 5 (1993). 49 Ibidem, p. 750 (carta del 10 de octubre). 50 Augusto D el N o c e , «Il problema della definizione storica del fascismo», Storia e politica 1 (1976). 51 F. Perfetti, «La concezione transpolitica della storia nel carteggio N olte-Del Noce», cit., pp. 740-741. 52 Cfr. nota 6. 53 F. Perfetti, «La concezione transpolitica della storia nel carteggio Nolte-Del Noce», cit., p. 755 (carta del 12 de abril de 1977). 54 Se trata del artículo citado en la nota 46.
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doble concepto de Toynbee: challenge and response [desafío y respuesta]55. Ya están planteados los términos esenciales que encenderán la Historikerstreit. Nolte está trabajando en su libro sobre La guerra civil europea y Del Noce se revela como un interlocutor esencial, un «copensador», si no un «coautor». De las cartas siguientes, hay que señalar la del 4 de mayo de 1987, en la que Del Noce envía una copia de sus contribuciones al debate italiano, que expresan una «adhesión absoluta a sus tesis sobre la identidad cualitativa entre campos de exter minio comunistas y nazis». Agregando a continuación, con una interpretación que, en verdad, no coincide del todo con la de Nolte: La insistencia en la unicidad [...] del exterminio perpetrado p or los nazis ha llevado en el ámbito de la cultura, y también en el de la política, a un auténtico «dom inio de la false dad». M onstruosa y horrible, sin duda, la violencia de los nazis; pero se trata de un aspecto de aquella «violencia revolucionaria» que se atribuye la tarea del exterminio del adversario56.
El resto de la correspondencia no es particularmente interesante, resultando repe titiva sobre los temas del debate, mientras que, sobre las orientaciones de fondo, filo sófico- religiosas , resurgen las conocidas diferencias. Así, Del Noce está convencido de que, al libro sobre la Bürgerkrieg «le deberían dar mucha importancia [...] los defen sores de la trascendencia religiosa. Porque la suya es la única interpretación de la his toria contemporánea que es compatible con la postura religiosa»57. Lo cual significa ría que el proceso de secularización es reversible, pero, sobre este punto, Nolte es escéptico, mientras que Del Noce admitía estar completamente aislado. De hecho, Nolte considera el proceso de civilización-modernización irreversible, mientras que Del Noce -como auténtico «De Maistre redivivo»- nunca dejó de «condenar toda la época moderna, de la que fascismo y antifascismo, comunismo y capitalismo, son todos manifestaciones, una más perversa que la otra»58. Nótese, no obstante, que, a juicio de Nolte, ésta era, fundamentalmente, la posi ción de su maestro, Martin Heidegger, que «identificó fenómenos de la moderni dad que nosotros, por regla general, consideramos distintos. Bolchevismo, ameri canismo y nacionalsocialismo acabaron siendo en su pensamiento lo mismo: el resultado de una evolución filosófica funesta»59.
55 F. Perfetti, «La concezione transpolitica della storia nel carteggio Nolte-Del Noce», cit., p. 763. 56 Ibidem, pp. 765-766. La cursiva aparece en el original. 57 Ibidem, p. 779 (carta del 16 de marzo de 1989). 58 Norberto BOBBIO, «Del Noce filosofo dell’antimodemo», en La Stampa, 20 de enero de 1990. 59 Cfr. la entrevista a Nolte de Antonio G n oli, «Il Sessantotto? Lo inventò Heidegger», en La Repubblica, 11 de septiembre de 1992.
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Ahora bien, lo importante aquí no es criticar la representación que Nolte ofrece del pensamiento heideggeriano, sino señalar una de las motivaciones de su relación con Del Noce60, una relación analizada con exhaustividad por Tito Perlini en un importante ensayo de 1994. Perlini se propone ante todo ofrecer una amplia sínte sis de las temáticas noltianas, depuradas de los elementos con un carácter más polé mico y contingente; se tiene así una valorización del significado y de la importancia de la obra del historiador y filósofo alemán, pero ello sin oscurecer las cuestiones controvertidas, los puntos débiles ni las opciones discutibles. El libro sobre La gu e rra civil europea es considerado tal vez el más importante y estimulante, pero resul ta «irregular, está plagado de contradicciones y se parece demasiado a un laberinto que el autor consigue tener bajo control sólo de manera bastante parcial»61. La interpretación de la relación nazismo-bolchevismo centrada en el trauma , hasta traducirse en horrorosa fascinación, se considera sugerente, pero, de este m odo, el nacionalsocialism o aparece sólo como un fenóm eno m onstruosam ente parasitario, dependiente hasta tal punto del enemigo, su sosia m aléfico, que se le torna casi p o r com pleto subalterno, se convierte prácticam ente en una especie de epifenóm e no anómalo del propio bolchevism o, perdiendo así toda especificidad p rop ia62.
Con respecto a ambos rivales, sobre todo al rival reactivo, lo real y lo imaginario se confunden con frecuencia, con efec tos alucinatorios, en una espiral en la que desafío y respuesta ponen en marcha un proceso que se alimenta p or sí solo y se exacerba, enturbiando toda responsabilidad y empujando situaciones anómalas a resultados extremos. Nolte afronta la terrible cuestión del «h olo causto» casi exclusivamente dentro de un círculo semejante, embrujado y deform ador63. 60 Recordamos, en todo caso, que Nolte publicó en 1992 un libro sobre Heidegger [Emst NOLTE, Martin Heidegger: Politik und Geschichte im Leben und Denken, Berlin, Propyläen, 1992; ed. cast.: Hei degger: política e historia en su vida y pensamiento, Madrid, Tecnos, 1998], anunciado triunfalmente en
la prensa italiana (cfr. la entrevista citada de Antonio Gnoli) y traducido por Laterza (Emst NOLTE, Martin Heidegger. Tra politica e storia, Roma-Bari, Laterza, 1994), sin recibir particular atención entre
los numerosos admiradores locales del historiador alemán y de su mentor filosófico. (Al igual que en otras ocasiones, la crítica historiográfica internacional se expresó muy duramente con respecto a la obra noltiana: véase, por ejemplo, la reseña de Richard W oLIN en el American Historical Review [octubre de 1993]). El problema de la relación Nolte-Heidegger es, sin embargo, muy importante: el discípulo intenta invertir la supuesta culpa del maestro por sus relaciones con el nazismo, liberándo lo, junto a todos los alemanes, de una responsabilidad insoportable (cfr. Dominick La CAPRA, Repre senting the Hobcaust: History, Theory, Trauma, Ithaca, Cornell University Press, 1994). 61 Tito P erlini, «Nolte e Del Noce di fronte al fascismo», Democrazia e diritto 1 (1994), p. 251. 62 Ibidem, p. 239. 63 Ibidem, p. 249.
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En definitiva, «la cadena de atrocidades en la que se tradujo la parábola del nazismo se atribuye en última instancia al bolchevismo»64. Que no es sino una ver sión tosca, con una mezcla de premodernidad y mesianismo, del marxismo, a su vez un cóctel explosivo de aspiraciones a una sociedad originaria, transparente, y fe en el progreso. Se trata de la rejilla interpretativa forjada por Nolte en su primera obra, a través de las categorías de trascendencia práctica (encarnada por el materialismo comunista), negación de la trascendencia práctica y de la teórica (que caracteriza el fascismo como fenómeno de toda una época) y coexistencia de ambas (sólo posible en la sociedad liberal). Un equilibrio que Nolte considera perdido a causa de la vic toria ilimitada del capitalismo, de ahí la recuperación de temas heideggerianos con tra los riesgos del dominio de la técnica globalizada (temas típicos en la actualidad de la nueva derecha y que retoman corrientes antiguas). Perlini recuerda que en cierta medida Nolte y Del Noce se influenciaron de manera recíproca, pero subra ya que «las respectivas bases filosóficas de fondo son profundamente distintas y, en determinados aspectos nada irrelevantes, incluso incomparables»65. De acuerdo con Del Noce, fascismo y nazismo son fenómenos distintos por esencia. El nazismo (al que destinó pocas páginas) es para él un fenómeno aislado, único. A diferencia de Nolte, el autor italiano «se niega a hablar de antimarxismo a propósito del fascismo». Hay una diferencia marcada entre ambos a raíz de sus res pectivas posiciones en relación con el marxismo. Para Nolte, se trata, «en última instancia, de un intento veleidoso (aunque no insensato) de cerrar el paso a la civi lización como destino»; para Del Noce, «del resultado último (necesario dentro de una determinada visión de la modernidad) del proceso de secularización y de inmanentización total»66. El ensayo de Perlini constituye, quizá, el esfuerzo más serio hecho en Italia de comprensión del conjunto de la obra de Nolte, contrastada con la de su principal interlocutor italiano, aunque el autor evita poner el acento en el significado políti co que los dos interlocutores atribuían explícitamente a su demostración de la inter dependencia entre marxismo y fascismo, entre bolchevismo y nazismo. En términos más generales, los límites principales del artículo, comunes a casi todo lo que se ha escrito en nuestro país sobre el historiador alemán, son dos: por un lado, la pre sentación sintética de los temas no permite apreciar el desarrollo, los cambios ni las revisiones (Perlini atribuye a Nolte una coherencia y una continuidad que caracte rizan más bien a Del Noce y no a su interlocutor); en segundo lugar, la indiferencia total hacia la historiografía sobre el tema, a las críticas y los debates suscitados por 64 Ibidem, p. 240. 65 Ibidem, p. 258. 66 Ibidem, p. 261.
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la obra de Nolte, que de este modo queda descontextualizada, separada de la época y de los conflictos en los que nació y a través de los cuales se desarrolló. En la producción posterior al volumen sobre La guerra civil europea, Nolte ha acentuado algunas provocaciones, ya presentes en él, en relación con la revisión de la historia de la Shoá. Entre los «puntos controvertidos», Nolte no duda en intro ducir la cuestión de las cámaras de gas, con una provocadora muestra de confianza hacia los negacionistas Rassinier, Faurisson y Mattogno67. Asimismo, Nolte, y resulta impensable que lo haga de manera inconsciente, reto ma argumentos típicos de revisionistas-negacionistas como David Irving y Arthur Butz, además de hacer directas referencias a un protonegacionista como el histo riador estadounidense Harry Elmer Barnes (a su vez en relación con el fundador del negacionismo, Paul Rassinier). La apertura de Nolte hacia las cuestiones suscitadas por los negacionistas ha lle vado a estos últimos, como es evidente, a buscar una alianza que se promete muy valiosa. No parece que Nolte haya recibido propuestas que le habrían expuesto todavía en mayor medida a los ataques de sus numerosos críticos; por otro lado, el autor alemán ha aclarado que cree en la existencia de las cámaras de gas. Resulta curiosa y significativa, por lo tanto, la equiparación de Nolte con los negacionistas en el llamamiento (de principios de 1995) a favor de un revisionista suizo, cuyo libro sobre Auschwitz se había prohibido en Francia. De acuerdo con los firmantes italianos, de derechas y de izquierdas, no sólo habría un caso Jürgen Graf, sino tam bién un «caso Nolte»; Nolte habría sufrido boicot y censura al igual que los revi sionistas radicales del tipo de Roger Garaudy, por citar la adquisición más reciente de la secta. Se trata sin duda de un paralelismo ilegítimo y sin fundamento, entre otras cosas a la luz del gran éxito de Nolte en nuestros órganos de información68. Y, sin embargo, su principal traductor italiano está por su parte convencido de que el historiador alemán es víctima de una conjura. Un análisis de la recepción de Nolte en Italia, por más sumario que sea, no puede evitar, por lo tanto, una mención a las posiciones y polémicas desarrolladas por su traductor, Francesco Coppellotti. La trayectoria de este último es interesan67 Véase, en particular, Ernst N o lt e , Streitpunkte. Heutige und künftige Kontroversen um den Nationalsozialismus, Berlin, Propyläen, 1993. El éxito de Nolte en la extrema derecha italiana mere cería una investigación específica, que extendiera el análisis también a la llamada nueva derecha, inspirada en Alain de Benoist. En mayor medida aún que en el caso de Renzo De Felice, se puede decir que Nolte disfruta de un enorme éxito: sus tesis se han convertido en el sentido común de un área, muy desintegrada en otros planos (cfr. Francesco G e r m in a r io , «Immaginario cospirazionista, stereotipi antisemiti e neonegazionismo nella pubblicistica della destra radicale italiana delPultimo decennio», Studi bresciani 9 [1996], pp. 124-125). 68 «Antisemitismo la polemica», La Lente di M arx 3 (1995).
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te para una reconstrucción del revisionismo, porque se parece a la de algunos expo nentes franceses e italianos del negacionismo procedentes de la extrema izquierda. En su caso, como punto de partida, se podría tomar la introducción de 1970 que abría la edición de Feltrinelli del volumen de Ernst Bloch, Ateismo n el cristianesi mo, traducido por él. Pero, como es evidente, en estas páginas sólo nos interesa el papel de Coppellotti en relación con Nolte. Desde este punto de vista, se pueden considerar exhaustivos dos epílogos, de 1993 y 1994, que contienen elementos y fórmulas que luego es posible reencontrar en sus repetidas intervenciones en la prensa. La primera se titula Limitile menzogna antifascista e la sua necessaria catas trofe [La inútil patraña antifascista y su necesaria catástrofe] y se incluye en la edi ción de SugarCo de un ensayo de Nolte sobre Marx y Nietzsche en el socialismo del joven Mussolini, que data de I96069. Coppellotti ataca al antifascismo, culpable de criminalizar toda crítica a la democracia, utilizando a Bordiga, Del Noce, Rensi, etc. En realidad, los términos de la polémica contra el antifascismo azionista 70 copian la discusión desarrollada por Giacomo Noventa, a su vez inspirador de Del Noce, pero, sin embargo, nunca citado y sin duda considerado inservible a causa de sus posiciones decididamente partidarias de la Resistencia. En medio de equiparacio nes increíbles, ¡se contrapone a Mussolini con Cario Rosselli, pero aquél sale per diendo en la comparación con Alfred Sohn-Rethel! No obstante, «lo cierto es que Mussolini utiliza a Nietzsche casi como una brújula marxista [...], el verdadero Nietzsche, que es lo que él mismo quiere ser: filósofo y político»71. En opinión de Coppellotti, a diferencia de lo que el propio Nolte ha declarado repetidas veces, Italia no ha brindado una acogida en absoluto favorable a las obras del historiador-filósofo alemán. O, mejor dicho, se la brindó, pero por un breve periodo de tiempo. Los representantes de la casta intelectual dominante, los anti fascistas, «le cortejaron, prologaron, entrevistaron mientras parecía que Alemania debía adoptar el papel de Estado guía en Europa. Después de lo cual se le declaró el ostracismo en todas las escuelas de la República»72. Esto sucedió, explica en una nota Coppellotti, cuando un complot -que incluyó los asesinatos del presidente del Deutsche Bank, Alfred Herrhausen, el 30 de noviembre de 1989, y del presidente de la Treuhandansalt, empresa encargada de privatizar las empresas públicas de la 69 Se trata de Emst NOLTE, «Marx und Nietzsche im Sozialismus des Jungen Mussolini», Histo rische Zeitschrift (1960).
70 Del Partito d!Azione . Véase la nota 13 del primer artículo de este apéndice «Por un análisis critico-histórico del revisionismo». [N. de la TJ
71 C fr.
F ra n c e sc o COPPELLOTTI, « U in u tile m e n z o g n a a n tifa s c is ta e la su a n e c e s s a ria c a ta s tro fe » ,
e n E rn st N o lte , Il giovane Mussolini. M arx e Nietzsche in Mussolini socialista, M ilá n , S u g a rC o ,
p. 162. 72 Ibidem, p. 158.
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1993,
antigua RDA, Detlev Rohwedder, el 1 de abril de 1991, hizo fracasar el proyecto neohegemónico alemán. ¿Quién encabezaba el complot? No se dice, pero se sabe... No menos desconcertante resulta el epílogo 1 que Coppellotti escribe para el volumen noltiano editado de su mano, Dramma dialettico o tragedia? La guerra civi le mondiale ed altri saggi1’’ , que contiene también un pròlogo y un epilogo 2, todos ellos de Coppellotti. Refirámonos sólo al epílogo 1, titulado Un dramma didattico: la ricezione necessa riamente falsa di Nolte in Italia [Un drama didáctico: la recepción necesariamente falsa de Nolte en Italia]. Necesariamente falsa porque está basada en un equívoco inicial, «la afiliación de oficio de Nolte al partido progresista o, por lo menos, de cen tro-izquierda». Por el contrario, la obra de Nolte es totalmente unitaria en su carác ter de «interpretación revisionista (en tanto que filosófica y no vale lo inverso) de la historia. Se propone demostrar [la] coherencia orgánica entre la Weltanschauung hitleriana y las acciones llevadas a cabo»74. Esta vez, el desventurado Sohn-Rethel aparece puesto en relación con Hitler: ambos se habrían consagrado a eliminar de raíz la «segunda naturaleza», la artificialización, típica de la sociedad judeizada, por un lado, y provocada por la invención del dinero, por otro. Coppellotti no tiene en cuenta la estima expresada por Nolte hacia Rusconi en el prólogo a la edición italiana de La guerra civil europea, sosteniendo que entre los dos existe «una auténtica incompatibilidad», dado que Rusconi interpreta la nación como sentido cívico, como hecho cultural, sin entender que «presupone una conti nuidad sustancial». Pero este motivo völkisch no se desarrolla y el resto del epílogo se dedica a ataques contra Canfora, Salvadori y Mosse, así como contra «el editor por antonomasia del antifascismo que tradujo La guerra civile europea 1917-1945» (es decir, Sansoni), que habría «intentado por todos los medios hacer difícil la lec tura de sus propias ediciones noltianas»75. También Alberto Krali, que editó para Laterza la Intervista sulla questione tedes ca16, afronta en el epílogo a dicho libro la cuestión del éxito italiano de la obra de Nolte, en comparación con el cierre estadounidense y con el escaso interés francés. «Decisivo -en su opinión- resulta el hecho de que también Italia, al igual que Ale mania, tenga un pasado fascista, un pasado que une en gran medida las experien cias históricas de ambos países»77. Krali no se detiene sobre el supuesto y manido
73 Cfr. nota 30. 74 Cfr. epílogo 1 de Francesco Coppellotti a E. Nolte, Dramma dialettico o tragedia? La guerra civi le mondiale e altri saggi, cit., p. 156. 75 Cff. ibidem, p. 165. 76 Ernst N olte , Intervista sulla questione tedesca, editada por Alberto Krali, Roma-Bari, Laterza, 1993. 77 Ibidem, p. 138.
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nexo causal entre comunismo y nazismo, prefiriendo recalcar las raíces culturales alemanas del particularismo militante: «Al hacer referencia a las tradiciones de la cultura alemana, Hitler dio en el clavo, actuando sobre las aspiraciones inconscien tes de su pueblo»78. El epiloguista concluye con una valorización absurda de la cate goría de guerra civil europea, con la cual, a su juicio, se explica a la perfección el exterminio planificado y aséptico de niños, mujeres y ancianos, una afirmación que no es posible encontrar en estos términos en Nolte. Tal como se ha señalado antes, Domenico Losurdo tiene el mérito de haber puesto constantemente en relación a Nolte con los autores en los que se inspira, en particular, Burke y Schmitt. Este estudioso pone de relieve una clara diferencia de apreciación entre el primer Nolte, dispuesto a reconocer un fundamento a la Revo lución rusa, y el Nolte revisionista, que hace del bolchevismo un sinónimo de bar barie asiática, proporcionando amplias justificaciones a Hitler, sobre todo en su guerra de conquista hacia el Este. En síntesis, «Schmitt y Nolte expresan un espíri tu de cruzada y una visión maniquea de los conflictos internacionales mucho mayo res que los jacobinos o los bolcheviques por ellos denunciados y, en ocasiones, ana lizados con brillantez»79. A juicio de Losurdo, el revisionismo de Nolte es también un autorrevisionismo que se impone en cuanto el objetivo exclusivo pasa a ser condenar la tradición revo lucionaria que va de 1789 a 1917. Para el Nolte de Der Faschismus in seiner Epoche, «hay que buscar- precedentes y analogías en dirección distinta y contrapuesta a la tradición revolucionaria» y «el nazismo es el heredero de un radicalismo reacciona rio que abriga en su seno una carga terrible de violencia y que se desarrolla duran te décadas, mucho antes del Octubre bolchevique»80. El tema de la amenaza de aniquilación representada por la presencia y propagación de socialistas y judíos aparece ya evocado, en especial en referencia al antimarxismo radical de Nietzsche, pero Nolte lo resuelve en términos literalmente antitéticos a los que propondrá en Der Europäische Bürgerkrieg 1917-1945. Nolte escribe entonces: Es acertado decir que la burguesía se sentía amenazada de exterm inio como entidad política p o r el proyecto socialista. P ero es asimismo cierto que, si los partidos socialistas no intentaron prácticamente nunca llevar a cabo tal exterminio (y, en el caso de Rusia, sólo lo hicieron con vacilaciones y durante la lucha p o r la propia supervivencia), esto es precisa m ente un legado del marxismo. «Expropiación de los expropiadores» [...] en ningún caso [...] significa exterm inio físico. El pensamiento de Nietzsche demuestra precisamente que
78 Ibidem, p. 142. 79 D. Losurdo, II revisionismo storico. Problemi e miti, cit., p. 127. 80 Ibidem, pp. 200-202.
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la idea fascista de exterm inio no se puede entender en sentido estricto como una reacción homogénea [con respecto al desafío representado p or M arx]81.
Nolte reconoce una y otra vez que en el pensamiento de Marx no es posible una naturalización de la pertenencia de clase y que, por lo tanto, «la categoría de geno cidio de clase, que más tarde se convertirá en el caballo de batalla del revisionismo histórico, resulta ser, de acuerdo con este razonamiento, un sinsentido»82. En efec to, Nolte, al referirse a la «aniquilación planificada» puesta en marcha por los bol cheviques, habla de antimarxismo; al final de su trayectoria, ya atascado en las posi ciones expuestas en la época de la Historikerstreit, da la vuelta a esta apreciación y hace del bolchevismo la auténtica expresión del marxismo y del comunismo. Losurdo, pese a aprehender problemas cruciales de la trayectoria noltiana, dedi ca aún menos atención que otros autores a la historiografía, lleva la comparación al extremo y acaba situando el nazismo en una posición geopolítica nada alejada, aun que con signo invertido, de la que le asigna Nolte: una avanzada en la defensa de Occidente. Bajo esta óptica, el exterminio de los judíos es objeto de un tratamien to relativizador análogo, mientras que la representación del comunismo-bolchevis mo se rigidiza en un sentido igual y simétrico: lo que Nolte atribuye al asiatismo, Losurdo lo convierte en responsabilidad del acoso capitalista. En 1995 Nolte publica en la editorial Rizzoli un libro «italiano»83, que recoge un ciclo de conferencias presentadas en 1993 en Moscú y, al año siguiente, en Roma, y sólo en esta segunda ciudad con gran éxito, confirmando que Italia es la «verdade ra patria moral del revisionismo histórico»84. Tal como explica el propio Nolte, Gli anni della violenza contiene una síntesis de sus dos obras de 1963 y 1987 dedicadas al fascismo y al nacionalsocialismo, pero también desarrollos posteriores y una rede finición de su postura. Ermanno Vitale habla de él en un artículo que lleva por significativo subtítulo «II comunismo come male assoluto»85, a modo de confirmación de que Nolte se ins pira en Furet y que, desde hace ya tiempo, habla de fascismo y de nazismo sólo de cara a la batalla política e intelectual contra el comunismo86. En opinión de Vitale, 81 Ibidem, pp. 202-203. 82 Ibidem, pp. 203-204. 83 Ernst NOLTE, Gii anni della violenza. Un secolo di guerra civile ideologica europea e mondiale, Riz zoli, Milán, 1995. 84 Ermanno VITALE, «Nolte e il Novecento. Il comunismo come male assoluto», Teoria politica 1 (1997), p. 69. 85 Ibidem. 86 El planteamiento noltiano de la relación Gulag-Lager se ha convertido en un enfoque estándar de las críticas de derechas al comunismo. De este modo, Stéphane COURTOIS, editor de II libro nero
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más allá de las contingencias y de los ajustes ocasionales, este tipo de posición resu me toda la trayectoria noltiana, su coherencia de fondo. Nolte nunca se ha «movido ni un sólo milímetro [...] de su verdadera tesis suprahistórica de fondo: es decir, que, si hay un mal absoluto, es la ideología igua litaria, esa especie de comunismo perenne del que Octubre de 1917 ha sido hasta el momento la manifestación histórica más manifiesta y peligrosa para el orden natural y bueno de la desigualdad de las disposiciones y de los intereses»87. En Gli anni della violenza , Vitale identifica una serie de correctivos, sobre todo con respecto al volumen sobre La guerra civil europea, que parecen estar calibrados para un público ruso postsoviético. Nolte atenúa decididamente el carácter asiático del bolchevismo e insiste en que Hider no era sólo un anticomunista, porque, en ese caso, habría podido contar con el apoyo de la población rusa. Revisa su esquema interpretativo del siglo X X y, a la luz del pacto Molotov-Ribbentrop, recupera el sig nificado de la contraposición entre totalitarismos y democracias occidentales, con el riesgo de trastocar la estructura schmittiana de la guerra civil, pasando de un esque ma bipolar a uno tripolar. Estas fisuras permiten a Vitale poner de relieve el carácter eurocèntrico de la historiografía filosófica noltiana y la insostenibilidad de una inter pretación del siglo X X reducida a la lucha mortal entre fascismo y comunismo. Debilidades que repercuten en sus posiciones políticas declaradas: por un lado, Nolte expresa una adhesión plena al sistema liberal occidental en tanto que «un i versalismo progresivo»; por otro, está convencido de que para vencer el desafío de los particularismos agresivos extraoccidentales, resulta indispensable echar mano de los recursos de una nueva autoafirmación nacional, esta vez de carácter pura mente cultural, como si también él se hubiese convencido de la completa ajenidad y oposición entre fascismo y cultura, tal como ha sostenido durante décadas la his toriografía antifascista. Esto remite a la suerte peculiar que ha corrido Nolte en Italia, pese a las críticas planteadas un poco desde todos los lugares a sus tesis, a su planteamiento metodo lógico y a su propio concepto de historia de las ideologías. Argumentaciones carentes de eficacia alguna para quienes están interesados úni camente en eslóganes con los que llamar la atención sobre la mercancía historia, y del comunismo. Crimini, terrore, repressione, Milán, Mondadori, 1998 [ed. cast.: El libro negro del comu nismo. Crímenes, terror, represiones, Madrid-Barcelona, Planeta-Espasa, 1997], en la introducción a
esta obra, centra su argumentación en la equivalencia entre genocidio de clase y genocidio de raza, aceptando plenamente el comparativismo relativizador de Nolte y llevándolo hasta una identifica ción total que, por otro lado, el estudioso alemán siempre ha rechazado. Es más, a través del énfasis en el «desequilibrio» en la cantidad de víctimas (100 millones contra 6 millones), se induce al lector a descubrir en el comunismo un mal mucho peor que el nazismo. 87 E. Vitale, «Nolte e il Novecento. II comunismo come male assoluto», cit., p. 72.
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tanto mejor si las obras de Nolte son de ardua lectura por el lenguaje que utiliza: eso da un toque de esoterismo que, unido a las provocaciones periodísticas gestionadas personalmente por el estudioso alemán, se revela una excelente estrategia comuni cativa para un público presa del desconcierto. Esto no quiere decir que los medios de comunicación de masas se hayan inventado de la nada el éxito de Nolte y la ope ración revisionista; por el contrario, en perfecto paralelismo con el caso De Felice, la prensa, al menos en este país, ha entendido mejor y antes que la historiografía aca démica la envergadura de lo que había en juego y el nuevo desplazamiento de la hegemonía, en el sentido gramsciano del término, posibilitado por la operación revi sionista de reescritura de la historia del siglo XX . Dentro de esta perspectiva, la con tribución de Nolte ha sido muy eficaz, en términos generales y, de manera específica, en Italia. Si, por un lado, es difícil compartir sus tesis abiertamente, dado su radicalismo ape nas camuflado, por otro, éstas se toman valiosas e indispensables en la operación revi sionista fundamental de desvinculación del fascismo con respecto al nazismo. Nolte hace desaparecer precisamente el elemento más peliagudo de esconder, a saber, la rela ción de derivación-imitación que tiene el nazismo con respecto al fascismo, reivindica da sin cesar y sin ambages por Mussolini y Hitler (además de objeto de investigaciones como la llevada a cabo por el primer Nolte). A resultas de una especie de juego de prestidigitación, como acontecimiento-modelo que está en el origen del nazismo y de sus horrores, en el lugar del fascismo aparece ahora el comunismo. Tal como he tenido ocasión de observar: Para entender el éxito de N olte, sobre todo en Italia, hay que tener, pues, en cuenta que sus argumentaciones se sumen en un bagaje surtido y estratificado, perm itiendo una confluencia que, con el desplom e de 19 8 9, ya no tiene límites. El com unism o produce el fascismo com o reacción y com o resultado; en todo caso, se trata de dos errores de los que debem os liberarnos a través de una historización integral que es tam bién una autoabsolución global y la base de una nueva unidad nacional.
Dentro de un horizonte más amplio, Nolte da voz a una extendida aceptación naturalista y fatalista de lo existente y [a] la consiguiente incapacidad de dis tinguir, en el plano histórico y ético-político, las distintas resistencias a la m odernización. La concepción transpolítica de la historia se encuentra así con el sentido com ún y le p ro porciona un m arco [...] en el que encerrar y sepultar el siglo de las ideologías88. 88 E R POGGIO, Nazismo e revisionismo storico, cit., pp. 127 y 148 [en este mismo volumen, pp. 108 y 126].
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Atacando el acontecimiento-símbolo de la historia del siglo a los alemanes y, con mayor éxito, a los italianos, una
XX,
Nolte propone
relativización del genocidio judío, llevada hasta su justificación bajo la form a de res puesta excesiva, atribuible sólo a Hitler, ante una amenaza inminente. El consenso, aquí, se deriva de la confluencia de antijudaísm o, antisemitismo y anticomunism o, una estra tificación m uy presente en el conjunto de las sociedades europeas89.
Pero la estructura interpretativa noltiana produce consensos también en otro frente más amplio: El punto de ataque de N olte es el com unism o histórico, p ero su verdadero objetivo es [...] la antiquísima tentación de poner en m archa sobre la tierra una sociedad de libres e iguales. [...] El blanco declarado y constante [...] es [...] lo que él llama izquierda « e ter na», [...] [que persigue] la utopía de una sociedad hum ana unificada90.
Concluida la guerra civil mundial, hundido el comunismo, el riesgo es ahora la unificación política del mundo, la institución de un gobierno mundial que, a sus ojos, «sería el despotismo peor y más odioso jamás aparecido sobre la tierra»91. Yendo más allá del pequeño cabotaje de sus vulgarizadores y recuperando su auto nomía intelectual, Nolte llega a temer que, tal como ya sucediera en la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo triunfante haga del antifascismo su ideología, frus trando los esfuerzos realizados a partir de la revisión histórica que él ha llevado a cabo junto a Francois Furet y Renzo De Felice92.
89 Ibidem, p. 152 [p. 129 del presente volumen]. 90 Ibidem, p. 153 [pp. 129-130 del presente volumen], 91 Ernst NOLTE, «Sinistra e Destra. Storia e attualità di un’alternativa politica», en Alessandro Campi y Ambrogio Santambrogio (ed.), Destra/Sinistra. Storia e fenomenologia di una dicotomia poli tica, Roma, Pellicani, 1997, p. 104. 92 Utilizando explícitamente el concepto de cambio de paradigma introducido por Thomas Kuhn para explicar las «revoluciones científicas», Nolte propone una reivindicación total de la labor de revisión historiográfica en una reciente contribución italiana, en la que, partiendo de Herodoto y Tucídides, llega a él mismo, De Felice y Furet, unidos por la lucha contra las pretensiones absolu tistas del marxismo-leninismo y en cuanto exponentes de toda una revisión de la teoría del totali tarismo (cfr. la intervención de E. Nolte, el 28 de noviembre de 1997, en la sesión milanesa del sim posio sobre Renzo De Felice, «La storia come ricerca», organizado por la Fondazione Ugo Spirito; un anticipo de esta conferencia había aparecido ya en el primer número de la revista fundada por algunos discípulos de De Felice: Ernst NOLTE, «Revisioni storiche e revisionismo storiografico», Nuova storia contemporanea 1 [1997]).
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El éxito italiano de Nolte tiene motivaciones políticas y culturales extrahistoriográficas; no obstante, también se le puede atribuir un papel a la situación de nues tra historiografía y a las peculiaridades de la historiografía alemana, en gran parte alejada de Nolte por planteamientos y opciones ideales. En Italia, tras la fase de la historiografía marxista-gramsciana y de aquella ligada de distintas maneras a la influencia de los Anuales, no ha habido ya corrientes historiográficas capaces de imponerse de manera decidida, si bien, no obstante, ha mantenido su posición crucial, pero entre bambalinas, la tradición de la historia ético-política de corte idealista, que no parece interesada en un encuentro con las corrientes posmodernistas, pese a los puntos de contacto existentes entre ellas en el plano teórico. El revisionismo noltiano ha ganado terreno en este escenario cuando ha surgido la necesidad de saldar cuentas con la historia de Alemania, por lo menos por lo que se refiere al nazismo y al holocausto. El éxito de Nolte, el hecho de que en Italia se haya convertido en el principal referente en la operación de reescritura pública de la historia del siglo X X de cara a un uso público del pasado, se ha visto favorecido por una característica sobresaliente de la historiografía alemana. En ella, «la perspectiva vertical, limitada a la historia nacional, se impone claramente por encima de la hori zontal y comparativa; y esto se aplica también a la concepción crítica de un desarro llo peculiar alemán elaborada después de la Segunda Guerra Mundial»93. De ello se deriva una óptica autorreferencial, de cierre en el horizonte del Esta do-nación. En cambio, Nolte, pese a ser un conservador neonacionalista, practica el comparativismo hasta el exceso, de tal suerte que la especificidad del nazismo y de la Alemania del Tercer Reich desaparece en una época general de fascismo y guerra civil europea, mientras que el propio bolchevismo se proyecta sobre una dimensión asiática. En una palabra, con Nolte se puede resolver o, mejor dicho, liquidar la cues tión y el legado del nazismo y del bolchevismo, del fascismo y del comunismo, sin necesidad de estudiarlos y conocerlos a partir de la investigación histórica empírica. La construcción de un marco filosófico-ideológico de dimensiones históricas decisi vas se revela perfectamente funcional a las simplificaciones de la polémica política y al uso público de la historia por parte de los medios de comunicación de masas.
93 Bernd FAULENBACH, «Ricostruzione di identità per mezzo della storia? Sul rapporto tra sto riografia e cultura politica in Germania», en Lorenzo Riberi (ed.), La Germania allo specchio della sto ria, Milán, Angeli, 1995, p. 237.
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