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L I N G Ü Í S T I C A
I B E R OA M E R I C A N A Vo l . 4 1
DIRECTORES: MARIO BARRA JOVER, Université Paris VIII IGNACIO BOSQUE MUÑOZ, Universidad Complutense de Madrid ANTONIO BRIZ GÓMEZ, Universitat de València GUIOMAR CIAPUSCIO, Universidad de Buenos Aires CONCEPCIÓN COMPANY COMPANY, Universidad Nacional Autónoma de México STEVEN DWORKIN, University of Michigan ROLF EBERENZ, Université de Lausanne MARÍA TERESA FUENTES MORÁN, Universidad de Salamanca DANIEL JACOB, Universität Freiburg JOHANNES KABATEK, Eberhard-Karls-Universität Tübingen EMMA MARTINELL GIFRE, Universitat de Barcelona JOSÉ G. MORENO DE ALBA, Universidad Nacional Autónoma de México RALPH PENNY, University of London REINHOLD WERNER, Universität Augsburg
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C a rs t e n S i n n e r A l f o n s o Z a m o ra n o A g u i l a r ( e d s. )
La excepción en la gramática española. Perspectivas de análisis
I b e ro a m e r i c a n a
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Ve r v u e r t
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Este libro se publica con una subvención del Departamento de Romanística de la Universidad de Humboldt de Berlín
Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2010 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2010 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net © Iberoamericana Vervuert Publishing Corp., 2010 9040 Bay Hill Blvd. – Orlando, FL 32819, USA Tel.: +1 407 217 5584 Fax: +1 407 217 5059 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-506-0 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-537-0 (Vervuert) Depósito Legal: Diseño de la cubierta: Carlos Zamora Impreso en España Este libro está impreso integramente en papel ecológico blanqueado sin cloro
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ÍNDICE
Carsten Sinner/Alfonso Zamorano Aguilar La excepción en la gramática española: viejos temas con nuevos enfoques
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María Luisa Calero Vaquera Las irregularidades lingüísticas desde la perspectiva de los inventores de lenguas universales .....................................................................................
17
Alfonso Zamorano Aguilar El metalenguaje de la excepción en las gramáticas españolas ...................
37
Carsten Sinner Los verbos defectivos en la historia de la gramática española ...................
67
Julio Arenas Olleta La excepción en las primeras gramáticas históricas del español ................
109
Claudia Polzin-Haumann Regla y excepción en la historia de la gramática española: el ejemplo del leísmo/loísmo/laísmo ...................................................................................
133
Vera Eilers La gramática española en el siglo XIX entre la gramática general y la particular: excepción en dos perspectivas ........................................................
153
Éva Feig Sistema y libertad del uso: el discurso desviacionista en la Gramática castellana de Andrés Bello .........................................................................
167
José Luis Girón Alconchel Excepción implícita y gramaticalización. Los gramáticos ante el artículo de los relativos compuestos ........................................................................
187
Elmar Eggert Acerca de la gramática antes de Nebrija: regla y excepción en el Arte de trovar de Enrique de Villena .......................................................................
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Magdalena Coll Tratamiento lexicográfico de las irregularidades del verbo en español .....
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Andreas Dufter El que galicado: distribución y descripción gramatical ..............................
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Los autores ..................................................................................................
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L A E X C E P C I Ó N E N L A G R A M Á T I C A E S PA Ñ O L A : V I E J O S T E M A S C O N N U E VO S E N F O QU E S CARSTEN SINNER/ALFONSO ZAMORANO AGUILAR
El presente volumen se ocupa de la excepción en la gramática española. A través de un total de once contribuciones, indaga diferentes aspectos relacionados con la tradición del concepto de “excepción”, de su tratamiento y descripción; analiza la terminología pertinente, los criterios considerados por los gramáticos en general o en determinados autores en concreto; y, finalmente, aísla las diferentes posiciones teóricas defendidas a lo largo de la historia de la gramática española. No es de extrañar que el estudio de la excepción sea un tema con mucha tradición, puesto que siempre suele llamar más la atención aquello que es divergente y que parece escaparse a una regla o norma, o simplemente a una explicación. La controversia, por ejemplo, entre regla y excepción, dos conceptos dialécticamente relacionados, se halla ya en los gramáticos latinos, como en De lingua latina de Varrón; la Escuela de Alejandría, en la Grecia clásica, debatía ya el papel de la regularidad y de la irregularidad en las lenguas, y analogistas y anomalistas argumentaban acerca de la importancia de la regularidad y, en oposición, de las anomalías, en griego y en las lenguas en general (cf., por ejemplo, Robins 1974: 29-32, Raible 1980: 201-204, Coseriu/Meisterfeld 2003: 183). Las analogías acabaron por convertirse en fundamento de las clasificaciones gramaticales en los tratados de las lenguas occidentales y, entre ellas, las lenguas románicas (cf. Anttila 1977, Christmann 1979, Zamora Salamanca 1984: 372-373, Alberte González 1987: 117, Pater 1996, Itkonen 2005, Wanner 2006, y las exposiciones acerca de anomalía en Feig y en Eggert, ambos en este volumen), y los términos relacionados, como regla y excepción, se perpetuaron junto al de anomalía. Después del paso de la descripción del latín a la de las lenguas románicas (aunque el fenómeno sería extensible también a otros tipos lingüísticos), los términos se afincaron en el metalenguaje de las gramáticas de las lenguas modernas. Como las lenguas románicas no encajaban con facilidad en el corsé de la gramática del latín, tuvieron que adaptarse y ajustarse, fueron reinterpretados, precisados por adjetivos –como en excepción implícita o simplemente descartados–, y así pasaron por diferentes estadios de interpretación y calificación.1 En las gramáti1 Precisiones de excepción como “excepción débil” (Wasow/Jaeger/Orr en prensa) o “excepción implícita” (Girón Alconchel en este volumen) son buenos ejemplos de la adap-
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cas que se hacían eco de las tendencias de la gramática francesa, del racionalismo y la gramática general, muchos aspectos que constituían excepciones a las reglas del latín acabaron por denominarse idiotismos o por adscribirse a la llamada sintaxis figurada, el cajón de sastre del análisis lógico y gramatical para todo aquello que contradecía lo establecido sobre el fundamento de la gramática latina. La clasificación de los verbos con la consiguiente necesidad de diferenciar distintos tipos o clases de verbos regulares e irregulares y particularmente el análisis y la explicación de la defectividad de algunos verbos es una constante de la gramática. Hasta lenguas como el inglés, que es considerada una lengua con un sistema muy simple en la flexión, tiene verbos que resultan difíciles para los hablantes en lo que respecta a la conjugación de las formas del pasado (Pinker 1999). Esto explica que la clasificación de verbos, y particularmente la irregularidad y la defectividad, atraiga de igual manera a los expertos de las lenguas más diversas, tanto románicas como germánicas, eslavas o de otras familias (cf. ya Gilliéron 1919 y, recientemente, Baermann 2008 y Fanselow/Féry 2002). La defectividad constituye un caso extremo de la excepción en los paradigmas morfológicos y, probablemente por ello, sigue siendo un reto particular de la teoría lingüística, si bien el uso del término defectivo no se halla exento de polémica. Albright (2003: 1) evita hablar de defectividad por considerar que el término “fails to distinguish between forms that are missing for purely semantic/syntactic reasons (such as of impersonal verbs), and those with morphophonological difficulties”. Y es precisamente la amplitud de posibles defectos o lagunas paradigmáticas la que parece dificultar la clasificación de los verbos en cuestión. La excepción y la irregularidad en la lengua francesa se han analizado con más atención y dedicación que la de otras lenguas románicas: numerosos estudios y obras se dedican a investigar las excepciones e irregularidades de la lengua francesa o a teorizar sobre el tema; además, existen varios trabajos monográficos sobre la excepción en la gramática francesa; véanse, a título de ejemplo, los volúmenes L’exception (Corbin/Dessaux-Berthonneau 1985; y especialmente Corbin 1985 y Al 1985) y L’exception entre les théories linguistiques et l’expérience (Vilkou-Poustovaïa 2005). Obviamente, esto también guarda relación con el hecho de que el francés sea la lengua románica más estudiada como lengua extranjera a lo largo de la historia; es, asimismo, la lengua más divergente de entre todas las lenguas románicas (cf. Haase 2000, que hasta se refiere al francés como lengua exótica, al menos en la comparación con sus lenguas hermanas).
tación de la terminología introducida a las necesidades expresivas en la gramática moderna.
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Sin embargo, también en la gramática española, la excepción ha sido un tema candente desde sus inicios, si bien en comparación con los estudios dedicados a la excepción en su lengua vecina, va claramente a la zaga. El uso de la palabra excepción en las gramáticas sirve frecuentemente para señalar el carácter idiosincrásico de los elementos así designados, y no para tildarlos simplemente de incorrecciones. Igual que anomalía e irregularidad, a menudo se emplea para expresar la idea de inexplicabilidad mediante reglas abstractas. Eso supone, no obstante, que no todos los gramáticos los tengan en cuenta como clasificadores (cf. Girón Alconchel, en este volumen). De hecho, ya constató Geckeler (2000: 99) en un trabajo sobre la cuestión de las excepciones en las lenguas románicas que, si se comprueba lo que dicen al respecto los manuales y diccionarios de lingüística, excepción parece no pertenecer al inventario estándar de la terminología lingüística.2 Como explica el lingüista alemán, podría tener que ver con la competencia que le hacen otros términos como irregularidad, deviación y desviación, anomalía, etc. También Jacquet-Pfau (2005: 19) constata: “L’exception se cache en effet sous bien d’autre vocables et formules, simples ou complexes, plus ou moins synonymiques, plus ou moins transparents dans leur relation avec la notion”.3 Esta variación terminológica ya de por sí constituye una curiosidad que, de analizarse más detenidamente, apunta a una clara falta de sistematización teórica como reflejo de opacidad conceptual. Teniendo en cuenta la larga tradición que poseía la excepción en la gramática, en principio sería de esperar una terminologización mucho más notable, es decir, una tendencia hacia la supresión de la sinonimia como señal de relevancia científica en esta cuestión. Lo que es común a la mayoría de las definiciones de estos términos, si de terminología puede hablarse tan siquiera, es la conexión con ciertos vocablos como norma o regla, por un lado, y con el de dificultad, por otro, tomados, generalmente, como puntos de referencia al aludir a una excepción, de(s)viación, etc. (cf., por ejemplo, 2
Acerca del empleo del término en el lenguaje jurídico, cf. Girón Alconchel (en este volumen) así como Castillo Lluch (2001), quien analiza la tradición jurídica y el desarrollo de las expresiones de excepción en español antiguo. 3 Al lado de règle, la lingüista enumera los siguientes términos, prácticamente todos con equivalente en español, que se dan en las obras lexicográficas analizadas por ella: régularité, norme, généralité, principe, convention, loi, précepte, prescription, règlement, réglementation, code (ensemble de règles), archétype, coutume, habitude, usage, institution, propension, discipline, méthode… Al lado de excepción, menciona los siguientes términos: anomalie, anormalité, irrégularité, dérogation, accident, contre-exemple, barbarisme, écart, irrégularité, restriction, réserve, particularité, bizarrerie, cas d’espèce, spécial, atypique, agrammatical, hétéroclite, spécifique, distinct, déroger, fin de non-recevoir, excepté… (Jacquet-Pfau 2005: 20).
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Wandruszka 1971: 73, Dubois et al. 1973: 200, Raible 1980: 201-202, Coseriu 1988: 256, Geckeler 2000: 100, Lebsanft 2002, Jacquet-Pfau 2005: 20). Excepción lingüística suele definirse como irregularidad o anomalía en la lengua en cuanto a una regla o norma de la lengua en un determinado estadio evolutivo (Geckeler 2000: 107), lo que hace palpable tanto la importancia de considerar la manera de formularse las reglas o normas como la necesidad de tener en cuenta la tradición de las mismas. Si examinamos las opiniones de los gramáticos acerca de las reglas y normas de una lengua, tal y como lo propone Geckeler (2000) para algunos aspectos generalmente considerados excepciones de la gramática francesa, puede constatarse que, a lo largo de la historia de la gramática, ha ido cambiando la manera de presentarse y evaluarse excepciones o irregularidades. Al mirar las reglas, resulta de sumo interés observar también cómo son las definiciones de regla aportadas por los diferentes autores. La controversia entre regla y excepción puede reducirse a dos posiciones fundamentales: por un lado, el principio de la analogía, según el cual la variación se debe a principios comunes, con lo que la existencia de las diferentes formas sería explicable con reglas transparentes; por el otro, según la posición de los anomalistas, el uso de la lengua operaría en contra de esta analogía, dando como resultado la irregularidad. Como subraya Polzin-Haumann en su contribución al presente volumen, es evidente que en las lenguas naturales ninguno de estos dos extremos puede considerarse del todo acertado. El intento de conseguir, en las lenguas universales, la univocidad y regularidad absoluta que en las lenguas naturales no se da constituye el objeto de estudio del primer trabajo incluido en este volumen. Un ejemplo de las dicotomías de las que se han servido los gramáticos es la formada por el par simetría y asimetría, como formas contrapuestas que supuestamente gobiernan las lenguas. De estas posiciones se ocupa María Luisa Calero Vaquera en su contribución sobre la visión de los creadores de lenguas pretendidamente universales sobre las irregularidades en las lenguas. La autora se acerca a la historia de los proyectos españoles de crear una lengua universal. Diferencia grados en la concepción de las lenguas naturales como sistemas lógicos y estables con el objetivo de llegar a un sistema común de intercomprensión lingüística. Hay autores que entienden las lenguas naturales como sistemas de comunicación llenos de ambigüedades y excepciones y, por ello, pretenden crear una lengua científica distanciada por completo de las lenguas naturales; otros que quieren diseñar una lengua universal basada en los principales idiomas europeos; y, finalmente, aquellos que en su afán por una lengua común se sirven de una sola lengua. La autora demuestra cómo fueron cambiando las ideas de los gramáticos sobre las supuestas imperfecciones de las lenguas, lo que supone alterar también la visión sobre las asimetrías e irregularidades.
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LA EXCEPCIÓN EN LA GRAMÁTICA ESPAÑOLA
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Alfonso Zamorano Aguilar se ocupa del metalenguaje de la excepción en las gramáticas españolas. Atendiendo a aspectos terminológicos y conceptuales y mediante el establecimiento de un paradigma de términos y conceptos. El autor propone una tipología de excepciones en función de parámetros como clases de irregularidades, categorías que experimentan anomalías, etc., por ejemplo, a través de giros como verbos irregulares sueltos, irregularidades peculiares de algunos verbos, verbos irregulares peculiares o verbos irregulares que tienen una conjugación especial que se hallan en diferentes gramáticas del español. El tema del artículo de Carsten Sinner es la defectividad en la historia de la gramática española. El autor analiza los criterios que a lo largo de la gramática española sirvieron para clasificar verbos como incompletos o defectivos. Presta especial atención a aquellos verbos que, a pesar de disponer de todas las formas, por razones aparentemente semánticas, no se usan sino en determinados tiempos o personas. En el siguiente trabajo, Julio Arenas Olleta se ocupa de la excepción en las primeras gramáticas históricas del español. El autor se acerca a la pregunta de por qué no se produjo ninguna contribución importante al debate sobre las leyes fonéticas que, a finales del siglo XIX, se dio entre los lingüistas europeos, y por qué razón fracasaron, en España, los intentos de describir una gramática histórica. Claudia Polzin-Haumann aborda la descripción y clasificación, en gramáticas españolas del sigo XVIII, de los fenómenos gramaticales de leísmo, loísmo y laísmo, un tema clásico de la historia de la gramática española y de los debates normativos (cf. Brumme 1997). Si bien la autora centra su atención en los criterios aplicados a la diferenciación de regla y excepción, analiza también los criterios tanto para establecer reglas como para clasificar y evaluar excepciones, a la vez que reflexiona sobre la importancia de los resultados acerca de la relación entre regla y excepción para la didáctica. Vera Eilers trata de las perspectivas sobre la excepción en gramáticas españolas del siglo XIX que combinan los principios de una gramática general con las estructuras particulares de la lengua española. Determina la autora dos enfoques distintos de la excepción: uno que considera cada lengua particular como excepción de una lengua universal; otro que parte del hecho de que la excepción representa una variación de la regla general. Los ideólogos descartan tratar las excepciones en gramáticas pedagógicas porque creen que aquéllas representan informaciones redundantes para el aprendizaje eficaz. En las gramáticas teóricas se sostiene que las excepciones constituyen un obstáculo en la búsqueda de los principios generales del español. Éva Feig analiza la aparición de los términos anomalía, excepción e irregularidad, como fundamento de un discurso desviacionista en la Gramática castellana de Andrés Bello. La autora estudia si en el uso de los tres lemas pueden detectarse
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diferencias significativas en cuanto a los niveles de la lengua y a los tipos de particularidades a los que los aplica Bello. Para completar el perfil semántico y pragmático de los términos en cuestión y determinar sus posibles connotaciones y funciones persuasivas, tiene en cuenta las correlaciones que se establecen entre ellos y el discurso normativo, para así poder revelar las que pertenecen a cada unidad. Tras analizar el tratamiento de la excepción en Nebrija y en Benot, José Luis Girón Alconchel estudia la postura de los autores de algunas gramáticas modernas ante lo que llama la excepción implícita del artículo de los relativos compuestos el que y el cual, para así averiguar por qué razón los gramáticos lo siguen llamando artículo. El autor usa el concepto de la “excepción implícita” para denominar la polisemia como resultado de procesos de gramaticalización aún no concluidos. La propuesta terminológica está anclada en la gramática funcional, incorpora la pragmática y acepta el hecho de que la gramática es dinámica y adaptable a las necesidades de la comunicación. Elmar Eggert se ocupa de los conceptos de regla, regularidad, analogía y excepción para pasar al análisis del Arte de trovar de Enrique de Villena (13841434), tratado acerca de la lengua vulgar, anterior, como sabemos, a la Gramática de la lengua castellana de Antonio de Nebrija de 1492. Eggert estudia la exposición de Villena para determinar cómo este autor entiende y trata la regularidad y cómo, aplicando reglas adaptadas de las gramáticas de las lenguas clásicas, califica los sonidos del castellano. En la siguiente contribución, Magdalena Coll realiza un examen crítico de la representación de las irregularidades verbales del español en diccionarios de español desde el Diccionario de Autoridades (1964 [1726-1739]) hasta la última edición del Diccionario de la Lengua Española (RAE 2001 [1780]) así como en algunas obras lexicográficas especializadas en información gramatical, como son los diccionarios de dudas, diccionarios de conjugaciones y diccionarios filológicos. La autora analiza de forma pormenorizada cómo se tratan las particularidades morfológicas en las entradas verbales, y presta especial atención a las soluciones del Diccionario de la RAE en línea y el aprovechamiento de los nuevos recursos tecnológicos. El volumen se cierra con la contribución de Andreas Dufter acerca del que galicado, en concreto, su distribución y descripción gramatical. Después de un análisis minucioso de los contextos en los que se documenta el que subordinante en las perífrasis de relativo (y donde es rechazado por la gramática normativa), el autor estudia cómo el fenómeno ha sido abordado en trabajos sobre el tema y en gramáticas del español. Se incluye, asimismo, una comparación con la situación en otras lenguas románicas, particularmente el francés, con el fin de pronunciarse después acerca de la práctica de atribuir el que galicado a la influencia de esta lengua.
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LAS IRREGULARIDADES LINGÜÍSTICAS D E S D E L A P E R S P E C T I VA D E L O S I N V E N TO R E S DE LENGUAS UNIVERSALES MARÍA LUISA CALERO VAQUERA U n iv e r s i d a d d e C ó rd o b a
Se estudian en este trabajo tres momentos de la historia de los proyectos españoles de lengua universal, los cuales coinciden en el utópico objetivo de ofrecer a la humanidad un sistema común de intercomprensión lingüística. Se distinguen en ellos, no obstante, diferentes grados en la concepción de las lenguas naturales como sistemas lógicos y estables: a) en primer lugar, se encuentran aquéllos que, como B. Sotos Ochando, conciben las lenguas naturales como instrumentos de comunicación caprichosos y plagados de ambigüedades, excepciones, etc., por lo que pretenden construir lenguas supuestamente científicas; b) otros, como el anónimo de 1852, en Del idioma universal, sus ventajas, y posibilidad de obtenerlo, prefieren actuar de forma más práctica y realista, diseñando una lengua universal sobre la base de los principales idiomas europeos; y c) por último, autores como J. López Tomás, en su Lengua española universal (1918), se basan en una sola lengua (en este caso, la española) para ofrecerla como idioma de uso común. Se demuestra, pues, que en la historia de los proyectos de lengua universal se ha ido imponiendo cada vez más un criterio realista: de manera tácita ha terminado por dominar la idea, frente a prejuicios anteriores, de que tal vez el discurso ordinario no es la maquinaria imperfecta que se pensaba, y que algunas de sus supuestas carencias no son sino sutiles mecanismos que lo vuelven más maleable, como han venido a confirmar los estudios de pragmática lingüística. This work analyses three stages in the history of Spanish projects on Universal Language, which share the Utopian idea of offering humanity a common system of linguistic inter-understanding. It must be said, however, that there are different degrees in their interpretation of the natural languages as logical and stable systems: a) first those, such as B. Sotos Ochando, who think the natural languages as capricious instruments of communication riddled with ambiguities, exceptions, etc. and therefore they try to construct supposedly scientific languages; b) others, such as the anonymous one of 1852, in Del idioma universal, sus ventajas, y posibilidad de obtenerlo, who prefer acting in a more practical and realistic way, designing a universal language on the basis of the main European languages; and c) finally, authors, such as J. López Tomás, in his Lengua española universal (1918), who focus on one language alone (in this case, the Spanish language) to offer it as the language of common use. It is proven therefore, that in the history of the projects on universal lan-
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guage a realistic criterion has been increasingly imposed. In opposition to the previous prejudices, the idea that maybe ordinary speech is not the imperfect machinery that it was thought to be, and that its supposed deficiencies are not but subtle mechanisms that turn it more malleable, has become the prevailing principle as confirmed by the studies in pragmatic linguistics.
1. De simetrías y asimetrías Uno de los tópicos sobre los que han vuelto recurrentemente los pensadores de cualquier tiempo y lugar es la interpretación del mundo como un sistema dominado bien por las formas simétricas, bien por una morfología de carácter irregular. Según algunos, la simetría, el orden, la perfección, lo inmutable, la necesidad… son los principios que imperan en la naturaleza y, por ende, en la cultura; según otros, son sus opuestos (la asimetría, el caos, el movimiento, lo impredecible y el azar) los que gobiernan el cosmos. Es un debate que, existiendo desde tiempos inmemoriales y adoptando diferentes ropajes y modos de argumentación, se prolonga hasta nuestros días, como demuestra la reciente publicación del libro de Chris McManus, Right Hand, Left Hand: The Origins of Asymmetry in Brains, Bodies, Atoms and Cultures (2004), donde sostiene que la asimetría es el principio rector tanto de la biología como de la cultura. Frente a esta perspectiva se sitúa la que adoptan los físicos Leon M. Lederman y Christopher T. Hill, en su trabajo sobre La simetría y la belleza (2006), donde afirman que lo simétrico gobierna las leyes fundamentales de la física y define las fuerzas primarias de la naturaleza. En efecto, de entre los científicos, son los físicos y los biólogos quienes en mayor medida se han visto implicados en el debate: los primeros aseguran que la materia y el universo, desde sus más ínfimas partículas, están presididos por la simetría; los segundos, que es justamente la asimetría lo que conforma la psique y la anatomía humanas: desde el cerebro, en el que cada uno de sus hemisferios realiza funciones diferentes, hasta los órganos internos, que muestran una disposición claramente asimétrica y desigual (un hígado, un páncreas, un corazón, dos pulmones y dos riñones diferentes, etc.). El litigio entre partidarios de la simetría, por un lado, y de la asimetría, por otro, como configuraciones dominantes en el ámbito de la naturaleza, encuentra también su expresión en las creaciones humanas. En el mundo del arte, por ejemplo, algunos estudiosos aseguran que la simetría, dado que se asocia a la proporción, se suele relacionar con la belleza, siendo una forma más primitiva y simple de expresión (así, en arquitectura, el Partenón de Atenas o el palacio de Versalles, o en pintura el conocido hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci, considerado el canon de las proporciones humanas, encierran en sus formas la
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denominada “proporción áurea”, definida por el número ). Los mismos teóricos aseguran que cuando el arte evoluciona, gana en elaboración, se vuelve más sofisticado y tiende a la asimetría; en este sentido, se pueden citar como muestra los cuadros cubistas de Picasso o, en arquitectura, algunos ejemplos del deconstructivismo, estilo contemporáneo que se opone a la ordenada racionalidad arquitectónica, y que incluye ideas de fragmentación y procesos no lineales, como el abigarrado edificio del museo Guggenheim de Bilbao. Del mismo modo, podemos encontrar la dialéctica simetría/asimetría en el ámbito del urbanismo, donde conviven modelos muy dispares de concepción urbana según predomine un patrón geométrico y racional (piénsese en la ciudad de Buenos Aires o en el distrito del Eixample en Barcelona) o bien un modelo “caótico” e irregular (el barrio judío de Córdoba y otros núcleos urbanos de la época medieval). Situándonos ya en el marco del lenguaje, también aquí hallamos una versión de la polémica simetría/asimetría como formas contrapuestas que gobiernan las lenguas. Como es bien sabido (cf. Robins 1974: 29-32), en la Grecia clásica algunos pensadores de la Escuela de Alejandría centraban su interés en la regularidad (α′ναλογι′α) de las lenguas frente a la Escuela de Pérgamo, que destacaba la irregularidad (α′νωµαλι′α) de las mismas. Analogistas y anomalistas discrepaban acerca de la presencia que el orden y la regularidad tenían en la lengua griega y, por extensión, en el lenguaje en general, y hasta qué grado las irregularidades (= “anomalías”) pesaban en ella. Los analogistas buscaban (y encontraban) las regularidades lingüísticas fundamentalmente en los paradigmas formales: cuando varias palabras presentaban las mismas terminaciones morfológicas y una estructura prosódica semejante se las integraba en la misma categoría gramatical. Sobre estos tipos de analogías se fueron estableciendo las distintas clases y subclases de palabras, paradigmas sobre los que se han asentado las gramáticas de las lenguas occidentales. Aristóteles se decantó como defensor de la analogía y de la normatividad: “la proporcionalidad (análogon, analogía) aparece en varios lugares de su obra como principio orientador de la conducta y de la razón” (Robins 1974: 32), mientras que para los estoicos (como Crisipo, quien escribió un tratado sobre las anomalías del lenguaje) la irregularidad era el rasgo dominante de las lenguas, puesto que consideraron el lenguaje como una capacidad humana natural que había que aceptar tal como era, con todas sus imperfecciones, que se reflejaban en el habla. Valoraban, pues, el uso frente a la “razón” y, por ello, tenían una idea más laxa sobre la corrección y la norma en la lengua griega, al concebir el lenguaje como medio de expresión no sólo del pensamiento sino también del sentimiento, con los “desvíos” que éste conllevaba en el discurso (por ejemplo, las construcciones “figuradas”).
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2. Las lenguas como construcciones irregulares: la visión de los inventores de lenguas En tiempos más cercanos, la disyuntiva de considerar las lenguas como construcciones simétricas/no simétricas es resuelta por lógicos y matemáticos adhiriéndose a las filas de quienes denuncian las imperfecciones de las lenguas naturales. En esta tesitura, apuestan por la construcción de sistemas formales, los que juzgan más adecuados para el intercambio científico. Junto a lógicos y matemáticos –con ideas, métodos y objetivos equiparables– se alinea un grupo de pensadores, idealistas (¿tal vez mejor ingenuos?), de la casta de los soñadores que Marina Yaguello (1984, 1986) califica como “fous du langage”, que van tras la quimera de inventar una lengua de alcance universal. También a ellos, las lenguas naturales les parecen instrumentos de comunicación caprichosos, redundantes, ilógicos, irregulares, plagados de ambigüedades, cambiantes e inestables. Nos referimos aquí, en concreto, a aquellos teóricos europeos que, fundamentalmente en el siglo XVII (aunque no faltan intentos similares en el XIX , como se verá), pretendieron construir lenguas supuestamente científicas, con un criterio apriorístico (procediendo ex nihilo, es decir, sin tener en cuenta las lenguas naturales). Tales lenguas debían estar gobernadas de principio a fin por la racionalidad y la lógica, por la economía de recursos, por la claridad y la armonía, y permanecer ajenas a las supuestas carencias de que adolece cualquier lengua natural; es decir, debían contar con todos los requisitos de la primitiva lengua adámica, hablada por el género humano antes de la multiplicación de las lenguas en Babel (cf. Galán 2006). Aquellos autores aspiraban a construir, en definitiva, códigos racionales y filosóficos, idiomas de élite para uso exclusivo de los hombres de ciencia, necesitados como estaban de una herramienta de intercomprensión exacta y permanente. Como ha descrito Marina Yaguello, en este tipo de inventores de lenguas il y a avant tout chez lui une préoccupation de nature esthétique: le désir de produire un tout, une totalité, un ensemble clos mais exhaustif, doté d’une parfaite symétrie, dont les rouages baignent dans l’huile, où aucune discordance ou ambiguïté ne saurait s’introduire, d’où le gaspillage, l’équivoque, le malentendu sont bannis. Une construction agréable à l’œil et satisfaisante pour l’esprit car on n’y trouve pas ces regrettables exceptions, ces ratés, ces manques, ces flous qui constituent les tares des langues naturelles (Yaguello 1984: 36).
Georges Dalgarno (1661) y John Wilkins (1668), en Inglaterra, o Gottfried W. von Leibniz (1678), en Alemania, son algunas de las más reconocidas figuras
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que en el siglo XVII proyectaron nuevas lenguas sobre la base de tales condiciones de racionalidad.1
3. La solución de las lenguas filosóficas En España contamos con un caso tardío, el de Bonifacio Sotos Ochando (17851869), quien, pese a escribir su obra en el siglo XIX, se encuentra claramente en la línea de los diseños de lenguas apriorísticas del XVII. Este autor ideó la más lograda propuesta española de lengua universal que conocemos, proyecto que concitó un sorprendente número de adhesiones, incluso por parte de renombrados políticos de la época, y que llegó a interesar a la Société Internationale de Linguistique, con sede en París. Esta prestigiosa institución –en un informe de 1857, que fallaba un concurso de lenguas universales– llegó a considerarlo el idioma artificial más idóneo para ser implantado universalmente. El vasto legado que sobre su diseño de lengua filosófica nos dejó Sotos Ochando se despliega en casi una veintena de publicaciones, entre las que sobresalen el Proyecto de una lengua universal (31862a), donde se incluye una acabadísima gramática (sobre todo en la parte de morfología), reproducida luego separadamente en su libro Gramática de la lengua universal (1863), y el Diccionario de lengua universal (21862b), asombroso inventario léxico que recoge conceptualmente clasificados unos siete mil términos de la nueva lengua. El autor español, siguiendo la estela de los británicos Dalgarno y Wilkins (aunque sin reconocer su deuda), comienza el plan de su sistema intentando hallar las nociones “primitivas” o más simples que la mente humana puede concebir, agrupando esos conceptos mínimos en veinte categorías supremas, cada una de ellas con nuevas subclasificaciones posteriores. Construye así un modelo de organización semántica que pretende reflejar la estructura de lo real, haciendo corresponder a continuación una letra/fonema a cada clase y subclase. Con tal 1
Para los inventores de lenguas universales en la Inglaterra del siglo XVII puede consultarse Salmon (1979). Por su parte, Knowlson (1975) reseña casi un centenar de proyectos publicados en Inglaterra y Francia entre 1600 y 1800. Porset (1979) se limita a inventariar las aparecidas en el siglo XIX, período en el que registra 173 nuevas lenguas. Obras críticas de más alcance espacio-temporal son la clásica Histoire de la langue universelle de Couturat/Leau (1903) y el muy ambicioso Dictionnaire des langues imaginaires de Albani/Buonarroti (2001 [1994]), donde se registra un exhaustivo y variado corpus de 1100 lenguas artificiales, de muy diferente tipología: lenguas sagradas, fantásticas, artístico-literarias, experimentales, etc. El ensayo de Eco (1994 [1993]) sobre la búsqueda de la lengua perfecta es muy recomendable y de amena lectura. Centrados en el análisis de algunos proyectos de origen español son los trabajos de Velarde (1987) y Calero (1999).
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método, Sotos pretende eliminar lo que considera el mayor inconveniente de las lenguas naturales: su arbitrariedad: Todas las palabras de las otras lenguas tienen una significación totalmente arbitraria, e independiente de las letras, y así por estas no puede conocerse la menor circunstancia de su sentido (Sotos 1863: vi).2
De manera que, como el propio Sotos (21862b: 41) explica, el carácter distintivo de esta lengua es la “relación constante entre el orden alfabético de las palabras y el orden natural y lógico de las cosas significadas por ellas”: en definitiva, la adecuación especular entre los signos, los conceptos y el mundo. Aunque con este procedimiento se cancela el principio de la doble articulación del lenguaje,3 que permite la flexibilidad nominadora de las lenguas, Sotos ve en él la gran ventaja de la suya, porque cada una de sus letras/fonemas conducirá directamente y sin equívocos al significado correspondiente, señalando de paso con precisión el lugar que éste ocupa en aquella clasificación conceptual y ontológica, esto es, expresando perfectamente la naturaleza de las cosas. De aquí a la exactitud y la absoluta regularidad de la lengua propuesta, según Sotos, no hay más que un paso. Y no sólo eso, sino que (planteando una nueva versión de la influencia de las lenguas en el pensamiento) la perfección lingüística comportará la perfección de las ideas: La lengua de que tratamos no sólo estará formada sobre los principios filosóficos de una gramática razonada, y excluirá toda clase de anomalías y toda mezcla confusa de voces de distinto origen, acumuladas sin orden ni discernimiento, sino que mediante su exactitud, su análisis y su método, será un instrumento poderoso para la formación de ideas justas, y un medio eficaz para corregir las falsas (Sotos 21862b: 55).
En efecto, Sotos proclama como principio básico de su proyecto la “exclusión de toda irregularidad” (1863: 1). Y anota con cierto orgullo: “Compárese esto con las irregularidades de las declinaciones, conjugaciones, plurales, géneros, etc., etc., en las demás lenguas” (1863: 1). Veamos ahora de qué manera elimina Sotos las supuestas irregularidades en cada uno de los niveles lingüísticos. Comenzando por el plano fónico (y ortográ2
En ésta y en las siguientes citas adaptamos la ortografía de la época a la actual. En efecto, en las lenguas filosóficas también las unidades del segundo nivel de articulación, los fonemas, encierran un significado, de modo que, a diferencia del mecanismo subyacente en las lenguas naturales, la relación entre la forma de expresión y la del contenido deja de ser arbitraria: las variaciones de la expresión corresponden especularmente a las variaciones del contenido, produciéndose un total isomorfismo entre los dos planos. 3
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fico), nuestro autor recorta, en primer lugar, el número de letras/fonemas hasta reducirlos a un total de veinte signos; en segundo lugar, y lo que considera de más amplio alcance, decreta una reciprocidad estricta entre grafema y sonido, estableciendo una regla única de pronunciación: Todas las letras se pronuncian siempre y en todos los casos de la misma manera (Sotos 1863: 47). [En esta lengua] cada una de las letras tiene constantemente y sin excepción el mismo sonido, cualquiera que sea su posición y combinación con otras. [Y continúa en nota] Así las sílabas ce, ci y ge, gi, se leerán siempre ke, ki y gue, gui. Compárese esta sencillez con los embarazos y dificultades de otras lenguas, como (v. g.) los sonidos tan variados y tan sin reglas de las vocales inglesas, los de los diptongos y otras combinaciones del francés, las variaciones que tienen en muchas lenguas las letras h, g, c, x, s, t, las figuras dobles, ch, ll, gn, ph, y mil otras anomalías (Sotos 1863: 2).
Con tales medidas simplificadoras, se sitúa nuestro autor en la línea trazada por los reformadores que a lo largo de la historia del español (peninsular y americano) han pretendido racionalizar la ortografía de esta lengua con propuestas más o menos radicales, desde Alfonso X el Sabio, en el siglo XIII, hasta Jesús Mosterín (1981) o José Martínez de Sousa (1991) ya en el siglo XX, pasando por Antonio de Nebrija (1517), Mateo Alemán (1609), Gonzalo Correas (1630), Andrés Bello y Juan García del Río (1823), y Faustino Domingo Sarmiento (1843).4 La regularización que Sotos pretende llevar a cabo alcanza a la prosodia, donde propone una sola regla de acentuación, en la que no caben las excepciones: “Todos los polisílabos terminados en vocal […] tendrán el acento sobre la penúltima sílaba: los que terminan en consonante lo tendrán sobre la última” (Sotos 1863: 47). Sugiere, incluso, una simplificación de las figuras de las letras a base de trazos horizontales, verticales y oblicuos, una especie de rasgos taquigráficos que recuerdan el sistema –mucho más elaborado– propuesto por Wilkins en 1668. No obstante, matiza: esta simplificación “no la proponemos sino para más adelante, porque esta innovación, si se hiciere ahora, perjudicaría a la facilidad que a toda costa debe procurarse en la adopción de la Lengua Universal” (Sotos 1863: 48; énfasis del original). Trata, por último, de la necesidad de que las innovaciones alcancen también al sistema de puntuación, que “podría mejorarse notablemente y con muy grandes
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Entre la bibliografía que pretende recoger la historia de la ortografía española recomendamos, por su visión panorámica, los trabajos de Esteve Serrano (1982) y Martínez de Sousa (1991).
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ventajas para la claridad, y por consiguiente para la solidez del raciocinio” (Sotos 1863: 49). Aunque nuestro autor se considera insolvente para llegar a proponer un sistema de puntuación acorde con las exigencias “de todos los pormenores y refinamientos del raciocinio”, apunta que tal sistema debería discriminar entre “los casos en que se emplea un signo porque así lo exige la naturaleza intrínseca del período y su sentido, y distinguirlos de los casos en que se emplea a favor de la pronunciación, a fin de no fatigarla, o a favor de la claridad” (Sotos 1863: 50) (este segundo tipo de signo iría ubicado en la parte superior de la línea). En el nivel morfológico, y siendo fiel a su objetivo de inventar un lenguaje lo más regular posible, Sotos establece un sistema mediante el cual, guiándonos por (1) la letra final de un término, y (2) el número de sílabas de que consta, podamos identificar sin equívocos la categoría gramatical a la que pertenece. Así, todos los sustantivos son polisílabos acabados en vocal (ibabe ‘hombre’); los adjetivos, polisílabos con n final (ogamen ‘docto’); los verbos, también compuestos de varias sílabas, terminan en ar, er, ir, or, ur (ofufar ‘profetizar’); los adverbios, de una o más sílabas, terminan siempre en c (tijac ‘útilmente’); las preposiciones, monosílabos que empiezan por consonante y acaban por vocal (flu ‘contra’); las conjunciones, monosílabos que empiezan por consonante y acaban en l (lel ‘porque’); y las interjecciones, monosílabos o polisílabos identificables por la consonante final f (af ‘¡qué dolor!’). Para el artículo distingue cuatro formas invariables: al, el, il, ol, según designen nombre propio, común, concreto e indeterminado, respectivamente. Los accidentes nominales y verbales (género, número, caso; voz, modo, tiempo, número, persona y aspecto) también reciben formalización propia, con la asignación invariable de una letra identificadora. Ni que decir tiene que al verbo se le adjudica una sola conjugación, independientemente de cuál sea su sílaba final. Por último, otros fenómenos de tipo morfológico (grados del adjetivo, derivación y composición, etc.) o léxico (nombres técnicos, extranjerismos, palabras metafóricas…) reciben también su propia señalización, evitando en todo caso las excepciones, de lo que se ufana el autor: […] la lengua de este Proyecto, como formada por un plan fijo y constante que excluye toda irregularidad, goza de todas las ventajas que pueden prestar los derivados y compuestos sin ninguno de sus inconvenientes (Sotos 1863: 57).
En el capítulo sintáctico, Sotos (1863: x) se refiere a “las muchas y graves imperfecciones de la sintaxis de las lenguas”, a sus numerosas anomalías y excepciones, que se notan especialmente en “el régimen activo y pasivo de los verbos, aunque también hay innumerables irregularidades en los adjetivos y no faltan algunas en los sustantivos y adverbios”. A cambio, él quiere brindarnos un siste-
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ma comunicativo presidido por la simplicidad y la regularidad, atributos que, a su entender, derivan de la aplicación de las normas de la gramática general, que es tanto como decir las “reglas de la naturaleza”: La sintaxis de esta lengua es tan sencilla que casi se reduce a observar que en todo se siguen las reglas indicadas por la naturaleza, excluyendo toda excepción y anomalía. En consecuencia, nos servirán de norte los principios de la gramática general con independencia de la de toda lengua particular (Sotos 1863: 38).
Respecto a las concordancias sintácticas, destacamos su observación de que los sustantivos y adjetivos de la nueva lengua conciertan sólo “en número y caso”, no así en género, “porque los adjetivos no deben tenerlo, como no lo tienen en inglés; ni los verbos le tienen en el latín y otras lenguas” (Sotos 1863: 39, n. 1). Con relación al régimen, señala que en la mayoría de las lenguas el funcionamiento de esta categoría presenta graves dificultades “por las muchas variaciones, anomalías y excepciones que ha introducido el uso, supremo legislador en este punto; pero no siempre guiado por la razón” (Sotos 1863: 43-44). En efecto, comenta, en algunas lenguas sucede con frecuencia que dos verbos con una misma significación muestran régimen distinto y que, por el contrario, se conforman en el régimen los de significación diferente (así en latín, Sum in Gallia, Romae, domi, apud patrem, ad forum. Eo ad patrem, in Galliam, Lutetiam) (cf. Sotos 1863: 4445). Para evitar tales inconvenientes propone que cada uno de los tipos de régimen disponga de una sola preposición como marca distintiva (así, para el régimen verbal se usará la preposición pa, para el régimen de los adjetivos pe, etc.). Otro tipo de rección que ofrece escollos en las lenguas naturales es el de los verbos que rigen a otros en sus modos y tiempos; la solución ofrecida por Sotos se resume en las siguientes palabras, que parecen proponer la erradicación de esta clase de régimen verbal: Creemos […] que en la Lengua Universal deben desaparecer todas esas anomalías que tanto la complicarían, y establecer como única regla principal el que se consulte el sentido de la frase que determina el verdadero modo y tiempo que le conviene (Sotos 1863: 45).
En cuanto a la construcción, Sotos se nos muestra como hijo de una época en que aún se daba crédito a la existencia de un “orden natural” en la colocación de las palabras en el discurso (cf. Casielles 2000); en consecuencia, proclama que es este mismo orden sintáctico el que debe acatar su lengua: […] la regla común es el colocarlas según el orden natural, es decir, sujeto, verbo, adverbio, régimen directo, régimen indirecto, de preposición, etc., el genitivo des-
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pués de su sustantivo y el vocativo a voluntad: la conjunción entre las dos frases o palabras que unen, y los adjetivos y demás modificativos después y comúnmente los modificativos antes del modificado (Sotos 1863: 46).
No obstante lo anterior, Sotos (1863: 46) admite algunas inversiones en el orden gramatical “pues las dicta con frecuencia la misma naturaleza”. Inversiones que se justifican porque con ellas se obtendrá “mayor armonía”, “mayor claridad” en la frase, etc.: “Creemos muy oportuno –dice– dar grande latitud a la libertad en este punto; pero con la condición indispensable de que jamás pueda quedar ambigüedad en el sentido” (1863: 46). Se permiten tales licencias en la poesía y la oratoria sólo cuando “parezcan necesarias para huir de cacofonías muy desagradables; pero sujetándolas a reglas claras y positivas”, con el fin de evitar que se introduzcan “otras que alteren las voces caprichosa y arbitrariamente y desnaturalicen esta lengua, privándola de su enorme ventaja de no admitir expresiones equívocas ni excepciones arbitrarias” (1863: 55).
4. La solución de las lenguas “collage” El proyecto de lengua universal de Sotos Ochando, como decíamos, es un caso rezagado de lengua filosófica elaborada en el no tan lejano siglo XIX. En efecto, las lenguas artificiales que comienzan a proliferar de manera asombrosa a finales de esa centuria presentan ya otras características: más ancladas en la realidad lingüística, más pragmáticas y utilitarias, son lenguas que se construyen a posteriori, teniendo ya en cuenta las unidades y el funcionamiento de las naturales –vivas o muertas–, sin las ambiciones filosóficas y científicas que presentaban los proyectos de antaño, con la única pretensión de servir como eficaces vehículos de entendimiento entre las naciones. El siglo XIX es, justamente, la época en que se “redescubre” el sánscrito, el momento histórico en que los comparatistas se ponen a trabajar en la identificación de las raíces indoeuropeas comunes a la mayoría de las lenguas del continente. Y este nuevo escenario lingüístico redunda en una nueva forma de construir las lenguas artificiales. En esta línea, la tentativa más antigua que tenemos registrada pertenece a un pensador español, Pedro López Martínez, supuesto autor de un libro que se publicó en 1852 de forma anónima, Del idioma universal, sus ventajas, y posibilidad de obtenerlo, donde se esboza una lengua sobre la base de los principales idiomas europeos, pronta antecesora, pues, de los célebres Volapük (1880) y Esperanto (1887). Las reflexiones iniciales de esta obra, acerca del valor que encierra la facultad del lenguaje, vienen apoyadas en los argumentos de algunos filósofos franceses de la talla de E. B. de Condillac o A. Destutt de Tracy, quien
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justamente a finales del XVIII había demostrado la utopía que encerraba la idea de construir y divulgar una lengua filosófica. López Martínez, tras descartar varias alternativas como medio de entendimiento universal (así, el aprendizaje de varias lenguas, o la elección de una sola de entre las existentes o que han existido), propone la invención de un nuevo sistema: Puede conseguirse este grande objeto formando una lengua artificial, sencilla en sus elementos, fácil de aprender para todas las naciones, aun aquellas cuyas hablas no tienen el menor punto de semejanza con las de Europa; y que reúna todas las circunstancias recomendables de las lenguas principales, así vivas como muertas, careciendo de todos sus defectos (Anónimo 1852: art. 10).
Frente a las irregularidades de las lenguas vivas, “nacidas de haberse compuesto sin plan por gente ignorante” (1852: art. 12), la lengua ahora propuesta, al ser fruto de una “sabia combinación” de los elementos comunes de seis lenguas europeas (latín, italiano, español, francés, inglés y alemán), carecerá de las anomalías y defectos de aquéllas. Es la máxima aspiración de todos los inventores de lenguas, y el que nos ocupa no es una excepción, pese a haber renunciado en buena parte a las pretensiones lógico-científicas de su sistema: No ofrecerá la menor irregularidad en sus géneros, plurales, ni en ninguna de las partes de la oración, como tampoco en las conjugaciones de los verbos, ni en la sintaxis; no empleará más vocales que las cinco que pueden llamarse primitivas, ni más consonantes que las precisas […]; aspirará a la mayor concisión […]; y disfrutará de ortografía sencillísima, que no se separe de la pronunciación […] (Anónimo 1852: art. 13).
Entre las ventajas de esta lengua destaca que todos la hablarán y escribirán “sin gran trabajo con la mayor pureza, por estar libre de las dificultades que abundan en todas las demás lenguas” (1852: art. 44); por su inalterabilidad “se entenderá perfectamente dentro de muchos siglos” (1852: art. 45); presentará “un todo homogéneo”, en contraposición a las lenguas naturales, “conjunto mal avenido” (1852: art. 46) de voces de distinto origen idiomático. Y un rosario de consabidos adjetivos pone punto final a las cualidades que el autor estima deseables en esta nueva lengua (que merece ya el calificativo de internacional, antes que universal): será “a un mismo tiempo y sin la menor excepción, fácil, sencilla, concisa, exacta y dulce sin demasiada afeminación [!]” (1852: art. 47). Enumera una serie de desiderata de índole lingüística que deben ser tenidos en cuenta en la elaboración de cualquier lengua que aspire a ser de uso general: • las vocales serán “las cinco primitivas” (1852: art. 48) del español, italiano y portugués; las consonantes serán aquéllas “de fácil pronunciación y usa-
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das por todas las naciones” (1852: art. 49), excluyéndose por consiguiente “las duras, guturales, aspiradas, nasales y compuestas” (1852: art. 49); como máximo, las sílabas estarán formadas por tres consonantes, “por lo mucho que esto contribuye a la mayor claridad y suavidad de la pronunciación” (1852: art. 65); las clases de palabras se distinguirán por algún medio (por su terminación, por la colocación del acento, etc.); no existirán más que tres géneros: masculino, femenino y neutro, este último para referirse a “todos los animales de sexo desconocido, y los objetos inanimados” (1852: art. 25); y dos números: singular y plural –“reinará la regularidad más completa en la formación del plural” (1852: art. 58)–; el artículo definido expresará formalmente los tres géneros y los dos números; a su juicio, tales distinciones flexivas concederán claridad al discurso, por lo que le parece preferible esta opción antes que el procedimiento seguido por la lengua inglesa para la determinación del sustantivo (un solo artículo definido indeclinable); para la formación de los adjetivos presenta una alternativa: “serán todos del género neutro, como en el inglés, o tendrán sus tres terminaciones distintas para todos los géneros” (1852: art. 55); el único requisito exigido para la expresión de los comparativos, superlativos, aumentativos y diminutivos es la regularidad; en el capítulo de los pronombres, propugna para dirigirse al interlocutor el uso exclusivo de la segunda persona del singular (español tú), “el cual nada tiene de impropio ni de ridículo como el vos y el usted que ha establecido la necia vanidad de los hombres” (1852: art. 70); la regularidad que observarán todos los verbos (incluso los defectivos tendrán su conjugación completa) se estima una de las mayores ventajas de este idioma; las flexiones verbales “si fuesen admitidas, se dispondrán del modo más breve y sencillo” (1852: art. 53); podría suprimirse, por superfluo, el modo subjuntivo, así como aquellos tiempos “que no sean de precisa necesidad” (1852: art. 53); la sencillez y la brevedad presidirán la formación de los adverbios, “pudiendo los de cada clase [semántica] tener una sola terminación, u otro lazo común” (1852: art. 56); igual regla será aplicable a las preposiciones y conjunciones; en cuanto a las interjecciones, “habrá muy pocas y fijas, o no las habrá” (1852: art. 61); la sintaxis (se dice lacónicamente) será “sencilla, uniforme e invariable” (1852: art. 63); desde el punto de vista semántico, son también escasas las indicaciones que se sugieren: no existirán polisemias ni sinonimias –“ninguna voz debe
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significar dos o más cosas […]. Tampoco deberá ningún objeto tener dos o más nombres” (1852: art. 62)–; se prohíben los idiotismos y “las partículas de adorno u otras inútiles” (1852: art. 64); • la ortografía se prevé “completamente regular y sencilla” (1852: art. 66). Tras esta relación de requisitos exigibles a toda lengua que pretenda ser código de intercomunicación mundial, López Martínez presenta (en la segunda parte de su libro titulada “Bosquejo de gramática del idioma universal”) un proyecto concreto de factura propia que cumple con tales condiciones, y en cuyo detalle no nos detendremos aquí.5
5. La solución de las lenguas naturales ad hoc En una etapa más avanzada de las lenguas construidas a posteriori se toma como modelo de idioma internacional una sola lengua natural, que es objeto de simplificaciones y de cierta racionalización tanto en su caudal léxico como en su estructura gramatical a fin de facilitar su aprendizaje y, en consecuencia, su difusión. Como ha señalado Yaguello (1984: 75), “c’est seulement après la guerre de 1914-1918, qui portera un coup fatal aux projets idéalistes, que des linguistes ‘sérieux’ entrent en lice, tels par exemple Jespersen, Sapir et Martinet”. Una muestra española de esta nueva etapa está representada por José López Tomás y su obra Lengua española universal (1918), publicada justamente el año en que finaliza la Segunda Guerra Mundial, y unos años antes del conocido BASIC English (1926-1930), lengua “minimalista” ideada por el filósofo de Cambridge Charles K. Orden. En ese libro el autor español ofrece los criterios de elección del idioma internacional y el modo de proceder con él para que cumpla sus objetivos de regularidad, sencillez y universalidad: Hay que elegir uno de evidente importancia presente y futura, despojarle de todas las irregularidades, dificultades, anomalías y aberraciones que los siglos han ido amontonando sobre él; simplificarlo, regularizarlo, quitarle todo lo que le sobra y dejarle lo estrictamente necesario para poder ofrecerlo a los hombres de los demás países (López Tomás 1918: 8; énfasis del original).
La lengua escogida por López Tomás es la española, por dos razones que él considera de peso: (a) su elevado número de hablantes, y (b) su escritura casi fonética, ventaja esta última en la que adelanta a la lengua inglesa. 5
Puede ampliarse la información crítica sobre este proyecto en Calero (1996).
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También aquí se aboga por que “cada sonido tenga su propia letra invariable y cada letra su propio sonido invariable” (1918: 25), obedeciendo el más estricto principio fonetista, con lo que deja reducido el sistema fonológico del español a 23 fonemas con sus correspondientes grafemas, tras una concienzuda “limpieza” centrada en desterrar fenómenos disimétricos como los alógrafos, los dígrafos, las letras “mudas”, etc. En cuanto a la acentuación, propone asimismo la correspondencia estricta entre acento prosódico y gráfico, es decir, que el acento agudo [´] se refleje gráficamente en todas las palabras, sean éstas agudas, llanas o esdrújulas. López Tomás propone, por otra parte, modificaciones morfosintácticas que, inspiradas a menudo en la simplicidad de la gramática inglesa, persiguen regularizar al máximo los paradigmas formales y la estructura del español: La analogía tiene que actuar muy severamente en la reforma y adaptación del español actual destruyendo todas las irregularidades de su morfología y sintaxis sin más limitación que ésta: que el español regularizado siga entendiéndose como el español irregular (López Tomás 1918: 40-41).
Con relación a las categorías sustantiva y adjetiva, López Tomás reduce sus observaciones a los morfemas de género y número, así como a la expresión de los grados del adjetivo. Sobre el primero afirma: “No habiendo más que dos sexos en la naturaleza, no debe haber más que dos géneros en la gramática” (1918: 41) –masculino y femenino–; no existirán, pues, los denominados género neutro, epiceno, común y ambiguo. La formación del plural debe ser siempre regular, sin excepciones: a los nombres acabados en vocal (átona o tónica) se les añade -s; a los que terminan en consonante, -es. En cuanto a la expresión de los grados comparativo y superlativo, queda reducida a sus formas analíticas tan… como, más/menos… que y muy (se eliminan, por tanto, los lexemas mejor, peor y la terminación del superlativo en -ísimo). Advierte, por último, que “los adjetivos deben ir siempre pospuestos” (1918: 45), con lo cual se evita la utilización excepcional de formas apocopadas como buen, algún, gran, etc. Propone la supresión del artículo, habida cuenta de que es una palabra “innecesaria” (como lo demuestra el hecho de que otras lenguas carecen de esta categoría). En el capítulo del pronombre, plantea ajustar el sistema ternario de los demostrativos españoles al esquema inglés, más simple: “Dos formas bastan igualmente en la lengua adaptada, este, esta, esto, aquel, aquella, aquello, pudiendo prescindirse de la tercera, ese, esa, eso por superflua” (1918: 51). En la categoría del verbo, considera excesivo el número de formas (regulares e irregulares) que existen en español. Es por ello por lo que nuestro autor aborda una reforma drástica de la conjugación española:
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La simplificación que propongo para el verbo consiste en tomar como única base para su conjugación el infinitivo con los tres tiempos de presente, pretérito y futuro, añadiéndoles la idea de persona con los pronombres correspondientes, con lo cual, se tiene el modo indicativo. El infinitivo es el actual; el subjuntivo resulta del indicativo con las conjunciones de que hoy nos valemos; el imperativo es el mismo infinitivo seguido de los pronombres personales. No hay, pues, verbos irregulares (López Tomás 1918: 54; énfasis del original).
En esquema, la conjugación del modo indicativo propuesta por López Tomás (1918: 58) se reduce a las formas presentadas en la tabla 1 (cotejadas con las equivalentes del inglés y el significado de las correspondientes indoeuropeas, en su opinión). TABLA 1 Conjugación verbal Primitiva
Inglesa
Española universal
Presente
“amar + yo, tú”, etc.
I love, you love = ‘yo amar, tú amar’, etc.
yo amar, tú amar, etc.
Pretérito
“amar + pasado + yo, tú”, etc.
I have loved, you have loved = ‘yo haber amado, tú haber amado’, etc.
yo haber amado, tú haber amado, etc.
Futuro
“amar + haber + yo, tú”, etc.
I shall love, you shall love, etc.= ‘yo deber o haber de amar, tú deber o haber de amar’, etc.
yo haber de amar, tú haber de amar, etc.
El modo imperativo presentará la misma forma del infinitivo, pero con el pronombre sujeto siempre pospuesto (amar tú, etc.) al objeto de distinguirla del presente de indicativo. En cuanto a las formas no personales del verbo, propone que todos los gerundios, sin excepción, se formen añadiendo la desinencia -ando a las raíces de los verbos terminados en -ar, y -iendo a las de los verbos en -er e -ir. También rechaza las excepciones para la formación de los participios, que en todo caso terminarán en -ado e -ido (regla uniformadora que en los actuales dobletes etimológicos elimina los alomorfos correspondientes al participio fuerte: roto, frito, etc.).
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Y concluye: no existirán verbos irregulares en la nueva lengua, desapareciendo, por consiguiente, la mayor dificultad que pueda ofrecerse a los extranjeros y siendo el español universal incomparablemente más sencillo y más regular que el inglés y cualquiera otra lengua natural o inventada (López Tomás 1918: 61-62; énfasis del original).
Razones didácticas le llevan a establecer una singular propuesta que salvará, a su juicio, uno de los más serios escollos con que tropiezan los extranjeros al aprender el uso de los verbos españoles: la utilización correcta de ser y estar. Puesto que “en español existe una diferencia convencional entre esos dos verbos” y “en otras lenguas no hay necesidad de esa dualidad […] ni la hubo tampoco en la nuestra antigua” (1918: 64), propone prescindir del verbo estar en el español universal. Veamos algunas otras reformas que López Tomás propone en las restantes partes de la oración. Sobre el adverbio observa que, en buena lógica, el español universal no debe admitir más de uno en las oraciones negativas (así, quiero nada en lugar de no quiero nada). En cuanto a la preposición, se limita a regular algunos usos de a, partícula que, dice, no debe emplearse ante nombre de persona en función de complemento directo: miro (a) Juan, ni entre dos verbos: iba (a) buscar. Por último, quedarán eliminados algunos casos de alomorfía en la categoría conjuntiva: así las conjunciones y, o nunca se convertirán por razones de eufonía en e, u, respectivamente. Sobre la sintaxis del español universal, López Tomás no se muestra tan explícito como en las reformas morfológicas: se limita a afirmar que “es regular, sencillísima”, y que “teniendo en cuenta las pocas observaciones que he hecho sobre concordancia, régimen y construcción, las reformas de la morfología en general y, especialmente, la simplificación del verbo, puede decirse que quedan suprimidas las dificultades que la sintaxis presenta” (1918: 67).
6. Final Es evidente que los proyectistas de lenguas universales, por el mero hecho de inventarlas, participan de la vieja idea de que las lenguas naturales son imperfectas y heteróclitas, sistemas incompetentes para nombrar con precisión el mundo y, por tanto, indignas de servir como instrumentos de entendimiento general. De entre los diferentes tipos de lenguas artificiales, aquellas que proceden a priori (es decir, sin contar con las lenguas naturales) son las más radicales en su concepción por sus fines de alcance filosófico y científico, que les llevan a predicar la “tolerancia cero” contra las excepciones. Esta clase de lenguas funcionan
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como códigos matemáticos, que (a) requieren una clasificación previa de todo lo imaginable; (b) consideran motivados los vínculos entre cosas, conceptos y signos, estableciendo un isomorfismo entre los tres planos; y (c) cancelan la arbitrariedad de las lenguas al asignar significados también a las unidades del segundo nivel de articulación. Estas lenguas filosóficas, que abundan en el siglo XVII europeo, en su afán perfeccionista y racionalizador llegan a fijar numerosos criterios de actuación sobre cada uno de los niveles lingüísticos. Así, en el proyecto español que hemos analizado en primer lugar, su autor (Bonifacio Sotos Ochando, tardío representante en el siglo XIX) aboga por una ortografía de exacta correspondencia con los sonidos, y presenta en ciernes un nuevo y revolucionario sistema de escritura, cercano al método taquigráfico. En el nivel morfosintáctico, construye los lexemas asignándoles un número de sílabas en función de la categoría a la que pertenecen, destierra los elementos redundantes (como la marca género de los adjetivos), racionaliza los fenómenos de rección y concordancia, y apuesta por un presunto “orden natural” de las palabras en el discurso. El resultado es una lengua irreconocible, en su doble vertiente hablada y escrita, sin parentesco formal alguno con los idiomas naturales, un producto imaginario más cercano a las obras de lingüística-ficción que a la realidad de las lenguas. Más próximo en el tiempo se nos presenta otro grupo de inventores de lenguas cuyos propósitos se orientan a encontrar nuevos vehículos de comprensión internacional, pero alejados ya de las razones puramente científicas que imperaban dos siglos antes. Como materia prima servirán ahora las lenguas naturales (generalmente las de mayor difusión europea), hecho explicable si se tiene en cuenta el contexto científico y cronológico en el que surgen estos proyectos: nos encontramos en el siglo XIX, cuando el positivismo invita a la observación de la diversidad de lenguas para contrastar sus afinidades formales, desvelar sus posibles vínculos y, en definitiva, diseñar su genealogía. En efecto, las unidades formales y las estructuras de estas nuevas lenguas se tomarán –sin complejos ya– de las existentes (o de las que existieron), respetándose el carácter arbitrario de las mismas. Aunque, aún vigente la idea de la imperfección de las lenguas naturales, no por ello se dejará de actuar sobre sus diferentes niveles con el ánimo de simplificar y pulir al máximo el material del que se parte. Así, en la segunda muestra que hemos estudiado –el proyecto de lengua universal anónimo de 1852–, se toman los elementos más convenientes de las seis lenguas europeas de mayor difusión: de entre ellas se seleccionan los fonemas “de más fácil pronunciación”, se fija el número de sílabas que integrarán las palabras, se ajusta el género gramatical al sexo biológico, se racionaliza la formación del plural, se simplifica y regulariza la conjugación verbal (donde se propone la supresión del “superfluo” subjuntivo), se prescinde de la polisemia y la sinonimia como fuentes de ambigüedades y redundancias, se actúa sobre las sinrazones de la ortografía, etc. El
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producto final no se aleja tan drásticamente como en el caso anterior del “aspecto” formal de cualquiera de las lenguas indoeuropeas conocidas. En el último ejemplo de lengua artificial que hemos presentado –la Lengua española universal (1918) de J. López Tomás–, se advierte cómo la realidad y el uso de las lenguas van ganando terreno, haciéndose ya menos concesiones a la razón y la imaginación: se toma ahora una sola lengua natural (la española) como modelo, por su elevado número de hablantes y su ortografía casi fonética. Unos cuantos retoques en su ortografía y, teniendo aquí como norte la sencillez formal de la lengua inglesa, en los paradigmas morfológicos y en su estructura sintáctica, convertirán al español en una lengua simplificada al máximo, muy adecuada para su internacionalización. Como se ha podido comprobar en nuestro breve recorrido, la realidad de las lenguas históricas se ha ido imponiendo paulatinamente a los inventores de códigos universales. De manera tácita ha terminado por dominar la idea, frente a prejuicios anteriores, de que tal vez el discurso ordinario no es la maquinaria imperfecta que se pensaba, y que algunas de sus supuestas carencias no son sino sutiles mecanismos que lo vuelven más maleable. Y que tal vez las dicotomías perfección/imperfección, simetría/asimetría, orden/caos, etc. forman parte de una terminología ajena a la condición de las lenguas naturales, como han venido a confirmar los estudios de pragmática lingüística: [Los defectos de las lenguas naturales] no son sino virtudes que permiten a los humanos no sólo construir enunciados verdaderos y exactos (como pretenden los lógicos), sino también realizar con una perfección imposible de igualar desde otros sistemas de comunicación. En los mensajes lingüísticos puede existir ambigüedad, sí. Pero, lejos de tratarse de un defecto, es una posibilidad que nos permite desarrollar una intensa función lúdica (chistes, chascarrillos, bromas, respuestas ingeniosas). En nuestras comunicaciones podemos hallar expresiones vagas y mensajes indeterminados. Pero puede ocurrir que sea eso precisamente lo que desee el hablante. Un mensaje es adecuado si se adapta a las necesidades informativas del interlocutor. En la conversación cotidiana no necesitamos construir mensajes perfectos […] (Gutiérrez 2001: 45).
Porque, en definitiva, también las lenguas (como el corazón) tienen, a veces, razones que la razón no entiende.
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EL METALENGUAJE DE LA EXCEPCIÓN E N L A S G R A M Á T I C A S E S PA Ñ O L A S ALFONSO ZAMORANO AGUILAR U n iv e r s i d a d d e C ó rd o b a
En el presente trabajo pretendemos atender al metalenguaje empleado por los gramáticos de la tradición española para referirse a cuestiones que se insertan en la amplia categoría conceptual “excepción”. Los objetivos que nos planteamos son: (1) analizar historiográficamente la excepción desde un punto de vista metalingüístico; (2) abordar los aspectos tanto terminológicos como conceptuales que intervienen en el empleo de un metalenguaje específico; (3) establecer un paradigma no sólo de términos sino de conceptos adheridos para la historia gramatical (metalingüística) de la excepción en español; y (4) proponer, desde el metalenguaje, una tipología de excepciones en función de diversos parámetros: niveles lingüísticos, clases de irregularidades, categorías que experimentan anomalías, etc. In this paper the specific metalanguage used by grammarians in Spanish tradition is analyzed in order to tackle questions traditionally belonging to the very wide conceptual category of “exception”. We intend to fulfil the following aims: (1) a historiographical analysis of exception from a metalinguistic point of view; (2) an approach to terminological and conceptual aspects involved in the use of specific metalanguages; (3) the establishment of a paradigm not only of terms but also of concepts related to the grammatical metalinguistic history of exception in Spanish; and, finally, (4) a proposal, taking metalanguage as a reference, of a typology of exceptions based on different parameters: linguistic levels, types of irregularities, categories which suffer from anomalies, etc.
Une distinction a été faite dans la logique moderne entre deux niveaux de langage, le ‘langage-objet’, parlant des objets, et le ‘métalangage’ parlant du langage lui-même. R. JAKOBSON
1. El metalenguaje: breve historia del concepto y del término Según indica Gutiérrez Ordóñez (1987-1988: 6), recordando palabras de Coseriu (1977: 107), la propiedad metalingüística ya había sido abordada por Agustín de Hipona (siglo V) y desarrollada por los tratadistas medievales a través de la dis-
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tinción lógica entre ‘suposición material’ (p. ej., ‘Deus’ en Deus est omnipotens) y ‘suposición formal’ (p. ej., ‘Deus’ en Deus est nomen latinum). Esta distinción medieval será luego retomada en la lógica moderna mediante conceptos como los de “lenguaje-objeto” vs. “metalenguaje” (como se refleja en la jerarquía de lenguajes de Russell) y, para la lingüística, se organiza, por ejemplo, en la dicotomía “lenguaje primario” y “metalenguaje” (Coseriu 1977: 107 y ss.). También la distinción entre “uso” y “mención” se refiere a dos tipos de lenguaje, uno de tipo designativo, donde el objeto referido es la realidad (lenguaje-objeto, lenguaje primario o uso); y otro, de tipo lingüístico-referencial, en el que el objeto de dicha referencia es el propio lenguaje, esto es, el “langage lui-même” de Jakobson con el que hemos encabezado este artículo (metalenguaje o mención).1 Sin embargo, y como señala Villalba en su trabajo sobre el metalenguaje de la Minerva, “Jakobson fue el que introdujo en lingüística esta función [la metalingüística], añadiéndola a las demás propuestas por Bühler” (2000: 45). Además, indica Villalba que el término metalenguaje, por el contrario, fue introducido por los logicistas del Círculo de Viena (sobre todo, Carnap y Tarski) durante la década de los treinta y cuarenta del siglo XX.2 Asimismo, el profesor Villalba retrotrae luego las reflexiones sobre el metalenguaje –con relación a Coseriu (1977) y Gutiérrez Ordóñez (1987-1988)– a la Antigüedad pre-clásica y clásica: Panini o Porfirio. En la etapa medieval, junto a Agustín de Hipona, añade a Abelardo, J. de Salisbury o Guillermo de Shyreswood, a quien atribuye la separación, dentro de las suppositiones, de formales y materiales antes referidas y que, además, se corresponde con la de Porfirio. Puede observarse, por tanto, que el acercamiento al metalenguaje desde la perspectiva lingüística –ya desde los orígenes– parece realizarse desde la lógica: Está claro que ambas disciplinas, con fines diferentes, tratan elementos similares. La aproximación de los lógicos al problema es, sin embargo, necesariamente distinta a la de los lingüistas, entre otras cosas porque al lógico sólo le interesan las condiciones de verdad de los enunciados y al lingüista los problemas de significación, sean éstos verificables o no. En lo que sigue [continúa el profesor Ramos Guerreira en su
1 Distinciones y delimitaciones específicas dentro del “metalenguaje” serán abordadas en el epígrafe 2 de este trabajo (cf. infra). 2 Así parece indicarse también en Rey-Debove (1978: 7): “Le mot qui l’exprime semble avoir été forgé par Tarski en polonais (Metajezyk, 1931) et se trouve en anglais chez Morris (Foundations of Theory of Signs, 1938), Carnap (Meaning and Necessity, 1943) et Hjelmslev (Prolegomènes, 1943)”. A lo que añade Villalba (2000: 47): “Lara [1989: 387] […] apoya la teoría que propugna a D. Hilbert [sobre los planteamientos matemáticos de K. Gödel] como inventor del término. Lo que sí está claro es que fueron Hjelmslev y, sobre todo, Jakobson quienes lo adscribieron al dominio de la lingüística”. Cf. también Silva (1996: 145).
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estudio sobre el caso latino] se partirá de una concepción del metalenguaje basada en el uso que el lenguaje natural hace de sus propios recursos para hablar de sí mismo, sin entrar a considerar si un metalenguaje inserto en el propio lenguaje puede dar cuenta de sí mismo en términos de verdad; nos interesa cómo el lenguaje habla del lenguaje para significarse como objeto y para hacer reflexiones sobre el propio código, hecho que se repite con mucha frecuencia en la comunicación ordinaria y que nos permite establecer datos sobre el marco del código y sobre las condiciones de significación (Ramos Guerreira 1991: 259).
En esta distinción entre “metalenguaje formalizado de la lógica” y “metalenguaje natural” es Ramos Guerreira deudor del trabajo fundamental de Rey-Debove de 1978, como él mismo señala. 2. Conceptualización del “metalenguaje”: definición, terminología y clasificación Cuando Jakobson (1988) se refiere a la distinción antes aludida entre “lenguajeobjeto”3 y “metalenguaje” ofrece una primera definición del segundo concepto, válida para la lingüística: Siempre que el remitente y/o el destinatario necesiten comprobar si están utilizando el mismo código, el habla se centra sobre el código y de este modo realiza una función metalingüística (o glosadora). “No te sigo; ¿qué es lo que quieres decir?” pregunta el destinatario. Y el remitente anticipándose a estas preguntas de atención inquiere; “¿Sabes lo que quiero decir?”. Entonces, sustituyendo el signo interrogatorio por otro signo o todo un grupo de signos procedentes del mismo código lingüístico o de otro, el cifrador del mensaje busca hacerlo más accesible al descifrador (Jakobson 1988: 372).
Jakobson plantea, por tanto, el metalenguaje como un problema lingüístico interno. Aznárez et al. (2002: 19), por su parte, lo enfocan como hecho puramente lingüístico, lo que les lleva a establecer una primera distinción entre “el hacer con el lenguaje” y el “hablar del lenguaje”. Así, “en el primer caso –afirman los autores– nos referimos sólo aquello que el lenguaje muestra funcionalmente como capacidad; en el segundo, designamos las opiniones, consideraciones o comentarios de que es objeto lo lingüístico” (2002: 19). Según puede intuirse, mientras Jakobson (1988) procede a una delimitación de lo metalingüístico desde una perspectiva externa del concepto (designativa), en cambio, en el trabajo de Aznárez et al. (2002), esta delimitación se realiza 3
Cf. también Coseriu (1987).
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desde una perspectiva interna del concepto, lo que permite establecer no dos tipos de lenguaje como en el estructuralista praguense, sino dos tipos de metalenguaje, tal y como se ve en el esquema 1. ESQUEMA 1 JAKOBSON: Objeto 1: Realidad – Objeto 2: Lenguaje AZNÁREZ ET AL.: [[Objeto 1: Realidad]] – Objeto 2: Lenguaje Objeto 2.1: Metalenguaje 1 (Hacer con el lenguaje) Objeto 2.2: Metalenguaje 2 (Hablar del lenguaje)
Así pues, podríamos hablar, en el caso de Aznárez et al. (2002), de dos tipos de metalenguaje (el segundo de los cuales coincide con el que reconoce Jakobson) que se diferencian por poseer distintos grados de “densidad (metalingüística)”, para utilizar la terminología de Rey-Debove (1978), y que precisaremos más adelante. En este caso, el epicentro de densidad podemos situarlo en lo que hemos llamado Objeto 2.2 (Aznárez et al. 2002)4 u Objeto 2 (Jakobson 1988). Antes de profundizar en las delimitaciones del tipo Aznárez et al. (2002), y con el fin de precisar adecuadamente el concepto de “metalenguaje”, creemos conveniente abundar en distinciones conceptuales como las que lleva a cabo Jakobson. En Lyons (1977: 5 y ss.) se abordan los conceptos “use” y “mention”, que aparecen también recogidos en el trabajo de Gutiérrez Ordóñez (1987-1988: 7). “Use” hace referencia al “lenguaje-objeto” de Coseriu (1977) y “mention” al “metalenguaje” del lingüista rumano.5 En efecto, Lyons (desde una perspectiva que podemos calificar de “proceso”, frente a la de “estado” de Coseriu) explica esa distinción (haciendo mención de filósofos como Garver o Wittgenstein) a través de ejemplos como el siguiente:
4
En González/Loureda (2005: 354) y, de forma más extensa, en Loureda (2001) se propone una tipología de estos dos “tipos de metalenguaje”. 5 También Lyons (1977: 10-13) alude a la similitud, por un lado, de “lenguaje-objeto” vs. “metalenguaje” y, por otro, de “uso” vs. “mención”.
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In a sentence like “What is the meaning of ‘sesquipedalian’?” the word ‘sesquipedalian’ is said to be mentioned; in a sentence like “He is inordinately fond of the sesquipedalian turn of phrase” it is said to be used (Lyons 1977: 6; énfasis nuestro)
No obstante, y como bien hace notar Gutiérrez Ordóñez (1987-1988: 8), Lyons (1977) considera necesario delimitar los conceptos “uso” y “mención”, al menos, en tres sentidos: – Eliminando de la terminología el doblete uso/mención, ya que uso conoce sentidos no técnicos. – Además, mencionar una palabra no deja de ser una manera de usarla. – Señala la conveniencia de diferenciar dos formas dentro del uso reflexivo (que es el término empleado en lugar de mención). Se comprueban ambos usos a través de este ejemplo: • Esta oración contiene la palabra ‘contiene’. • Esta oración contiene la palabra ‘contener’. En su trabajo Principios de semántica estructural, Coseriu (1977) establece, junto a la dicotomía “lenguaje-objeto” y “metalenguaje”, otra que precisa esta segunda unidad, de manera que habla de “metalenguaje de la lengua” y “metalenguaje del discurso”. Con el primer concepto define aquellos signos que, en la lengua como objeto de la realidad, hacen referencia a ella misma: p. ej., palabra, texto, expresión, lengua, habla, etc. Se trata, en realidad, de un grupo léxico diferente de lo que podemos llamar “lenguaje de especialidad” o “lenguaje técnico”. El propio Coseriu así lo constata: En este sentido, el metalenguaje es simplemente un dominio de la estructura léxica de las lenguas. Desde este mismo punto de vista, la lingüística también es un metalenguaje, pero a nivel científico: independientemente de su formulación en lenguas diferentes, es un metalenguaje universal, cuyas distinciones no coinciden (ni pueden coincidir) con las distinciones metalingüísticas de las lenguas (Coseriu 1977: 108).
Así, en las lenguas existen palabras que se refieren a ellas y que son específicas y mantienen relaciones estructurales (léxicas) con términos de dicha lengua: p. ej., la diferencia entre “language” y “speech” en inglés, frente a “lenguaje”, “lengua” y “habla” en español. Forman parte del patrimonio léxico de una lengua; o sea, constituyen el metalenguaje de la lengua. Sin embargo, también en las lenguas existen nomenclaturas especializadas –técnicas de un ámbito del conocimiento– cuyo comportamiento lingüístico es diferente del que poseen cuando funcionan en el léxico común y no en el léxico
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técnico; tienen carácter universalista y pertenecen al ámbito científico de la Lingüística –p. ej., la “langue”, “lengua” o “lingua” en el Cours de Saussure (1945 [1916])–. Se trata del metalenguaje científico de la lengua.6 ESQUEMA 2 REALIDAD (R)
Lenguajeobjeto
Parte de R →R1 R1 ∈ {R}
L Metalenguaje de la lengua
Metalenguaje de la lengua (propiamente dicho) Hacer con el Lenguaje (Aznárez et al.)
1) Metalenguaje (Coseriu) 2) Metalenguaje del discurso (Coseriu) 3) Hablar del Lenguaje (Aznárez et al.)
Metalenguaje científico de la lengua Palabras metalingüísticas y Autónimos (Rey Debove)
Gutiérrez Ordóñez, con buen criterio, se refiere a un aspecto que no considera Coseriu en su concepto de “metalenguaje de la lengua”: Pero hay un hecho en el metalenguaje de lengua al que no alude Coseriu y que no se puede olvidar: que cada signo es signo de sí mismo. Si, parafraseando el aforismo
6 Cf. asimismo Gutiérrez Ordóñez (1987-1988: 9). Según Greimas (1971: 22-23) –como también indica Villalba (2000: 45)–, dentro de este “metalenguaje científico” se establece una jerarquía de niveles metalingüísticos: a) lenguaje-objeto: habla de la realidad; b) metalenguaje: lenguaje descriptivo; c) lenguaje metodológico: lenguaje que habla del lenguaje descriptivo; d) lenguaje epistemológico: nivel máximo desde el punto de vista teórico y que sirve para hablar del lenguaje metodológico.
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escolástico, nada hay en el habla que no exista previamente en la lengua, las posibilidades del llamado metalenguaje de discurso han de estar previstas en la “langue”. Si los lenguajes naturales poseen función metalingüística, ésta no puede ser únicamente hecho de habla, de discurso (Gutiérrez Ordóñez 1987-1988: 9-10).
Para ello, recurre a la teoría del metalenguaje de Hjelmslev (1984 [1943]), quien encabeza el capítulo XXII de sus Prolegómenos con estas palabras: En los párrafos precedentes, en virtud de un deliberado deseo de simplificación, hemos tratado la lengua “natural” como el único objeto de la teoría lingüística. En el último capítulo, pese a la considerable ampliación de la perspectiva en él ofrecida, se ha seguido actuando como si el único objeto de la teoría lingüística fuese la semiótica denotativa, por la cual entendemos aquella semiótica en la que ninguno de sus planos es una semiótica. Queda por indicar, ampliando aún más nuestro horizonte, que hay también semióticas cuyo plano de la expresión es una semiótica y semióticas cuyo plano del contenido es una semiótica. A las primeras las llamaremos semióticas connotativas; a las segundas, metasemióticas (Hjelmslev 1984 [1943]: 160).
Y páginas después define cada una de estas semióticas7 en los términos siguientes: Por semiótica científica entendemos la semiótica que es una operación8; por semiótica no científica, la semiótica que no es una operación. Consecuentemente, definimos la semiótica connotativa como aquella semiótica no científica en la que uno o más de sus planos es (son) una(s) semiótica(s); y la metasemiótica como aquella semiótica científica en la que uno o más de sus planos es (son) semiótica(s) (1984 [1943]: 167).
En efecto, el “signo connotativo” y el “signo metalingüístico” quedan definidos mediante el esquema que ofrece Gutiérrez Ordóñez (1987-1988: 10) (cf. esquema 3). Finalmente, el profesor Gutiérrez Ordóñez concluye –con Trujillo (1976)– lo siguiente:
7
Hjelmslev (1984 [1943]: 150) define la “semiótica” como una “jerarquía, cualquiera de cuyos componentes admite su análisis ulterior en clases definidas por relación mutua, de modo que cualquiera de estas clases admite su análisis en derivados definidos por mutación mutua”. 8 “Definamos la operación como una descripción que está de acuerdo con el principio empírico, y el procedimiento como una clase de operaciones con determinación mutua” (Hjelmslev 1984 [1943]: 51).
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ESQUEMA 3
Ed Ec Em
Cd
Ed
Cc
Cm Cd
E–expresión c–comnotativo C–contenido m–metalingüístico d–denotativo Podría llegarse a la conclusión de que en el signo metalingüístico existe identidad entre su expresión y la expresión del signo denotado. De otra manera, mamá tendría el mismo significante en Mamá tiene dos hijos que en ‘Mamá’ tiene dos sílabas. Esto, sin embargo, implica olvidar que se trata de dos signos diferentes y confundir expresión con significante, distinción propuesta por R. Trujillo y que nosotros venimos defendiendo desde nuestras primeras investigaciones (Gutiérrez Ordóñez 1987: 11).
También sobre los términos lengua y discurso construye Silva una distinción entre “metalengua”, “metalenguaje” y “metadiscurso”: La metalengua se situaría […] a nivel de la lengua natural y estaría constituida por los recursos léxicos, sintácticos y pragmáticos de ésta que permitan decir algo sobre la lengua. El metalenguaje en cambio, estaría compuesto por un modelo conceptual cuyo objeto sería describir o simular el funcionamiento de una lengua natural o del lenguaje en general. El metadiscurso finalmente sería todo discurso que actualice un metalenguaje o una metalengua (Silva 1996: 146).
Como puede observarse, los criterios para delimitar los conceptos son distintos a los empleados por los teóricos que hemos analizado con anterioridad. En este caso, la distinción metalenguaje-metadiscurso se basa en el criterio ABSTRACTO-CONCRETO; sin embargo, la distinción metalengua-metadiscurso, que también parece edificarse sobre dicho criterio, no queda totalmente clara, ya que, tal y como son definidos, ambos conceptos parecen hacer referencia a elementos empíricamente observables, y, por tanto, materiales. En cualquier caso, creemos
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que el criterio mostrado –con ciertas reservas por nuestra parte en lo que se refiere a la terminología empleada– resulta útil desde un punto de vista teórico. También consideramos útil la clasificación que Rey-Debove (1978) expone en su clásico trabajo sobre el metalenguaje, y que aparece recogida también en Ramos Guerreira (1991: 261 y ss.) y Villalba (2000: 47-48): a) Palabras que hablan de lo que no es lenguaje, p. ej., silla. b) Palabras metalingüísticas, que hablan de lo que sí es lenguaje, p. ej., preposición. c) Palabras neutras, que en función del contexto pueden insertarse en un grupo u otro, p. ej., larga. Las “palabras metalingüísticas”, a su vez, pueden ser “nombres de unidades” (adverbio, palabra, etc.) y “palabras gramaticales metalingüísticas” (es decir, a saber, alias, también llamado). Con alguna diferencia conceptual, nos hallamos ante los conceptos de “hablar del lenguaje” y “hacer con el lenguaje” de Aznárez et al. (2002). Pero, además, Rey-Debove (1978) hace referencia a un tipo de palabras (distintas de las del grupo b), que podemos llamar “mencionadas” y no “usadas”, es decir, las que se integran en el “uso metalingüístico” del lenguaje ordinario. Son los llamados “signos que hacen referencia a esos signos mismos” de Gutiérrez Ordóñez y a los que Rey-Debove (1978: 33 y ss.) denomina autónimos,9 clasificados en tres grupos: 1. Autónimos (propiamente dichos): “Cuando Juan se refiere a ‘horroroso’ para calificar el comportamiento de…”; E(E(C)) .10 2. Autónimo referido al significante: “‘Tormenta’ tiene tres sílabas”; E(E(C)) . 3. Autónimo referido al significado: “‘En Chile ‘loco’ también significa ‘molusco’, como voz mapuche”; E(E(C)) .
Nos encontramos ante una subclasificación de conceptos que ya hemos analizado anteriormente y que hemos recogido en el segundo esquema en el grupo del llamado “metalenguaje del discurso” de Coseriu (1977).
9
Cf. también Ramos Guerreira (1985: 36-38). “Expresado formalmente, si un signo se representa por un significante E con un significado C y lo formalizamos como E(C), un signo en el nivel metalingüístico, que signifique a su vez otro signo, sería E(E(C)), es decir, un signo con significante E cuyo significado es otro signo con su significante y su significado” (Ramos Guerreira 1991: 262). 10
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La diferencia entre las “palabras metalingüísticas” y los “autónimos” de ReyDebove (1978) puede quedar clara a través de los siguientes ejemplos: 1. Palabra metalingüística: “Los adverbios son palabras que sirven para…”, en donde puede haber [+polisemia] y [-univocidad]: E1(Ex(Cx)) . 2. Autónimo: “Cuando digo ‘árbol’ me refiero a…”, en donde se dan los rasgos conjuntos [-polisemia] y [+univocidad]: E1(E1(C1)) .
Es decir, en el metalenguaje, la “palabra metalingüística” es un vocablo que sirve para definir algún aspecto del propio lenguaje, y el “autónimo”, en cambio, es el vocablo que sirve para definirse a sí mismo. Como colofón a este apartado, conviene retomar en este punto un concepto al que hemos aludido anteriormente: el concepto de “densidad metalingüística”, con el cual Rey-Debove (1978) alude al grado de presencia del rasgo [+lenguaje] en un vocablo. Así, adverbio contendrá una mayor “densidad metalingüística” que breve. Del mismo modo, breve en cada una de estas secuencias recibe (de menos a más) diferentes grados de “densidad metalingüística”: 1. “Lo bueno, si breve, dos veces bueno” [0% densidad]. 2. “Esta oración es muy breve” [menos densidad que en 3]. 3. “Las vocales breves en latín clásico son cinco” [más densidad que en 2].
Como tendremos ocasión de ilustrar en el apartado 5 de este artículo, el concepto de “densidad metalingüística” puede funcionar como uno de los criterios fundamentales de clasificación de lo metalingüístico.
3. El metalenguaje científico de la Lingüística y la Gramática como “Lengua de especialidad” Gutiérrez Ordóñez, en su trabajo –ya analizado– de 1987-1988, recoge algunos rasgos de tipo intralingüístico (lo que el autor denomina “gramática del uso metalingüístico”) que afectan al funcionamiento del metalenguaje en el seno de un discurso o proceso comunicativo. Se trata, por tanto, de delimitar lingüísticamente el metalenguaje frente al lenguaje-objeto.11 Éstos son algunos de esos rasgos:
11
No obstante, conviene precisar que “[e]l metalenguaje (o los metalenguajes) no poseen una gramática propia, ni estructuras sintácticas peculiares y autónomas. El ordenamiento sintagmático es el propio del lenguaje objeto, porque el fenómeno del metalenguaje se ciñe casi exclusivamente al campo léxico. Los usos metalingüísticos no son otra cosa que incrustacio-
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1. Todo elemento usado de forma metalingüística se comporta en el lenguajeobjeto como un sustantivo, con independencia de su categoría de origen: Intencionalmente he dicho ‘estudiabas’ y no ‘estudiaban’; ‘Cantamos’ está en primera persona del plural; ‘Vivir’ se escribe con v. Con Coseriu, este hecho es posible porque “cada expresión lingüística puede convertirse en nombre de sí mismo. La inmovilización formal sería simplemente signo de que un determinado segmento (sustantivo o no) estaba usado metalingüísticamente” (Gutiérrez Ordóñez 1987-1988: 19). No obstante, la teoría de la transposición también es posible. 2. Admiten, pues, ser transpuestos a otras categorías: Aquí falta la h de ‘hermosos’. 3. Al margen de cuáles sean los morfemas originarios, los segmentos empleados metalingüísticamente ven neutralizadas todas sus marcas morfemáticas: ‘Cantamos’ tiene dos nasales; ‘Mamá’ es bonito. 4. Posibilidad de anteponer a los usos metalingüísticos signos del metalenguaje de la lengua, lo que constituye una de las características del uso reflexivo frente a las expresiones utilizadas en el lenguaje-objeto: La palabra ‘regalo’ es muy usada; El signo ‘regalo’ es muy usado. 5. En usos metalingüísticos son posibles secuencias de homónimos sin función enfatizadora: El signo ‘signo’ es bisílabo. 6. No necesitan actualización, pues se comportan, en este sentido, como un nombre propio: ‘Sangre’ es un sustantivo no contable. 7. No pueden coordinarse, dentro de la misma casilla o hueco funcional, con un segmento no mencionado: Mamá y (la palabra) ‘mamá’ vinieron a verme. Éstos son algunos de los rasgos que separan las dos macrocategorías (dentro del uso reflexivo) ya estudiadas: lenguaje-objeto y metalenguaje. Sin embargo, en este punto nos interesa caracterizar, aunque sea de forma somera, la subclasificación que hemos podido realizar dentro del metalenguaje propiamente dicho. Nos fijamos ahora, pues, en el binomio metalenguaje de la lengua vs. metalenguaje del discurso y, de manera más específica, en el metalenguaje científico de la lengua (cf. esquema 2). El metalenguaje científico de la lengua es lo que, en otras terminologías (cuyo debate no vamos a abordar aquí), se denomina lenguas/lenguajes especia-
nes, engastes de signos especiales en el cañamazo sintáctico del lenguaje ordinario. Idéntica estructura funcional es la que registramos en Mamá tiene dos hijos y ‘Mamá’ tiene dos sílabas” (Gutiérrez Ordóñez 1987-1988: 12-13).
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les, lenguajes técnicos, etc. Entre otros, Hernández González se hace eco de esta amplitud y diversidad terminológica: Por sólo citar algunos ejemplos tomados del repertorio bibliográfico más al uso, tenemos que P. Servien habla de “lenguaje de las ciencias”; J. Vendryes, L. R. Palmer y J. Cousin, de “lengua especial”; R. Trujillo, de “lenguaje de la técnica” y “vocabulario técnico”; S. Gili Gaya, de “lenguaje de la ciencia y de la técnica”; E. de SaintDenis, de “vocabulario técnico”; J. Dubois, de “vocabulario técnico” y de “lengua técnica”; W. Hornung, de “vocabulario terminológico”; J. Casares, de “tecnicismo”; L. Drodz, de “terminología” y “terminus technicus”; D. Möhn, de “terminología técnica”; L. Guilbert, de “término científico y técnico”; R. Menéndez Pidal, de “nomenclatura científica”; J. Fernández Sevilla, de “vocabulario científico y técnico”; M. Stéphanidès, de “terminología”; E. Coseriu, de “terminología científica y técnica” y “lengua especial”; B. E. Vidos, de “término técnico”; D. R. Bailey, de “nomenclatura”; Th. Schippan, de “terminus” y “terminología”; C. de Meo, de “lengua técnica”; S. Ettinger y otros, de “tecnolectos” y “lenguas de especialidad”, etc. (Hernández González 1987: 256-257).
El mismo autor señala que esta disparidad terminológica (cf. asismimo Villalba 2000: 19 y ss.) puede segregarse en dos grandes bloques: a) “lenguas especiales”,12 que englobaría el lenguaje técnico, de la ciencia, etc.; b) “vocabularios especiales” o tecnicismos, terminología, nomenclaturas, etc. Esta diferencia traduce también dos posturas teóricas distintas: por un lado, la de quienes piensan que, frente a la “lengua común”, existe una “lengua especial” con características morfosintácticas, fonético-fonológicas y léxicas distintas; por otro, la de aquéllos que opinan que dicha diferencia sólo se encuentra en el plano léxico, de ahí que hablen de “vocabularios especiales”, “tecnolectos”, etc. Esta segunda postura, defendida por numerosos teóricos y con la que estamos plenamente de acuerdo,13 se edifica sobre otra distinción: “léxico” vs. “vocabulario”. Si entendemos por “léxico” el conjunto de palabras de una lengua y por “vocabulario” una parte de ese léxico que se presta a un inventario y a una descripción, debemos hablar, por tanto, de “vocabularios especiales” y no de “léxicos especiales” (Martínez Hernández 1984, cit. por Villalba 2000: 21).
12
“El verdadero interés por este aspecto [el del estudio de los lenguajes de especialidad] arranca con J. Cousin que convierte en centro de interés el concepto de ‘lenguas especiales’ acuñado por el lingüista y etnólogo de Nimega J. Schrijnen, y corroborado más tarde por Ch. Mohrmann para el latín de los cristianos” (López Moreda 1991: 82). 13 “Las particularidades sintácticas se observa sobre todo en el empleo de determinados tiempos y modos verbales […] [para el caso del latín] y también en la sustantivación de adjetivos” (Villalba 2000: 20).
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Después, Hernández González (1987) establece otra distinción importante: “vocablo” vs. “término”. Así, un “vocabulario” es un conjunto de palabras que puede inventariarse dentro de una especialidad, oficio, ciencia, etc., mientras que un “término” es cada una de las unidades específicas.14 En cuanto a los adjetivos especial, técnico o científico, empleados junto a vocabulario en el sintagma, simplemente vamos a recoger la diferenciación que indica Villalba (2000: 22) en función del criterio [±especificidad], dado que consideramos que no tiene consecuencias significativas para la teoría: ESQUEMA 4
“especificidad”
técnico – científico – especial
+ -------------------------------------------------- –
Dentro de los vocabularios especiales, conviene establecer una tipología. Rodríguez Díez (1981) ofrece una especialmente útil: 1) argots; 2) lenguajes sectoriales; y 3) lenguajes científicos y técnicos. El metalenguaje científico de la Lingüística y la Gramática, que es el que ahora nos interesa, se localizaría en el grupo 3, y aparece caracterizado por Rodríguez Díez (1981) mediante los siguientes rasgos: carácter técnico, dependencia de la lengua común, presencia de préstamos, univocidad (característica que los distingue de los argots y los lenguajes sectoriales) y dobletes de la lengua común. Asimismo, los lenguajes científicos y técnicos, frente a los sectoriales y a los argots, carecen de polisemia, sinonimia, connotación, tropos y léxico popular y dialectal. Si nos centramos exclusivamente en el ámbito del “vocabulario técnico o científico” es preciso recordar la distinción que establece Coseriu (1977) entre “léxico estructurado” y “léxico nomenclátor”: el primero, puramente lingüístico y objeto de estudio de la semántica estructural; el segundo, designativo y extralingüístico, descartado del estudio semántico estructural por carecer de “valor” en el sentido saussureano (cf. tabla 1).
14
Sin entrar a debatir la oportunidad de estas distinciones terminológicas, las aceptamos por su utilidad en el estudio teórico, conscientes de que mostramos algunas reticencias de matiz.
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TABLA 1 Distinción establecida por Coseriu (1977) LÉXICO ESTRUCTURADO
LÉXICO “NOMENCLÁTOR”
Delimitación intuitiva
Delimitación objetiva
[+ lingüístico]
[+ “real”]
Significación = significante + significado
Significación = designación
Comprobación
Definición explícita
Uso en el lenguaje
Previamente definido
Palabras
Términos
Así explica Guilbert la diferencia entre ambos tipos de léxico: La spécificité du terme scientifique et technique ne doit-elle pas être recherchée plutôt dans un mode de désignation spécifique? Les signes du lexique commun, d’une manière générale, sont porteurs de connotations psychologiques et sociales infiniment complexes exprimant la personnalité du locuteur et la spécificité de la communication. Les signes des vocabulaires techniques et scientifiques au contraire tendraient à être univoques. Mais cette façon particulière de signifier n’est pas inhérente à la forme signifiante elle-même, mais seulement à l’emploi qui en est fait par les locuteurs et à la référence impliquée (Guilbert 1973: 6).
Para precisar en la página siguiente: On peut caractériser aussi la terminologie scientifique et technique par opposition au lexique général selon le critère de la perméabilité aux emprunts aux langues étrangères (Guilbert 1973: 7).
4. El metalenguaje de la excepción en las gramáticas 4.1. DELIMITACIÓN DEL ESTUDIO A partir de la base teórica expuesta pretendemos analizar el metalenguaje empleado por los gramáticos de la tradición española para referirse a cuestiones que se insertan en la amplia categoría conceptual excepción o irregularidad. Varios son, por tanto, los objetivos que nos planteamos con este estudio:
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1. Analizar historiográficamente la excepción desde un punto de vista metalingüístico. 2. Abordar los aspectos tanto terminológicos como conceptuales que intervienen en el empleo de un metalenguaje específico. 3. Proponer, desde el metalenguaje, una tipología de excepciones en función de diversos parámetros: niveles lingüísticos, clases de irregularidades, categorías que experimentan anomalías, etc.
4.2. CARACTERIZACIÓN Y JUSTIFICACIÓN DEL CORPUS Sin entrar en disquisiciones metahistoriográficas que, por otra parte, ya abordamos, por ejemplo, en Zamorano (2008), con este artículo pretendemos ofrecer una contribución a lo que podemos llamar Teoría Historiográfica, es decir, desde el ámbito puramente metodológico, y mostrar cómo el metalenguaje y sus implicaciones teóricas pueden ser útiles herramientas en la Historiografía de la Lingüística. Por tanto, no vamos a acometer un estudio en el que prime el dato histórico (Historia de la Lingüística) ni tampoco ofrecer, desde una perspectiva interpretativa (Historiografía de la Lingüística), un panorama completo de cómo se han ido gestando los patrones metalingüísticos (en este caso, de la ‘irregularidad’ o excepción) en la gramática (específicamente a través de tratados del español). Así pues, y dado que el objetivo de este estudio es eminentemente metateórico, el corpus elegido se circunscribe, como muestra y calas concretas, a cinco gramáticas desde, aproximadamente, 1850 hasta 1950. El lapso de cien años elegido responde, por tanto, a motivaciones teóricas y prácticas específicas y muy diferentes, ya que en ese período se producen importantes cambios en lingüística, se configuran nuevos patrones metodológicos, se continúan otros ya existentes y la gramática en general experimenta una multiplicación considerable de sus objetivos y aplicaciones. El corpus lo componen los siguientes textos: Bello (11847-51860) Commelerán (1881) Blanco y Sánchez (1929) RAE (1931) Pérez Rioja (1953).
Además, las partes de la gramática que analizamos y en las que hacemos la cala concreta son: el verbo (tipologías), el artículo, el sustantivo (género, sobre todo) y la ortografía. Son parcelas en las que, a priori, somos conscientes de que van a
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darse casos de irregularidad o anomalía con respecto a un patrón o paradigma general, de ahí la selección de estas partes, como banco de datos para la hipótesis que pretendemos demostrar: la importancia del metalenguaje en la praxis historiográfica.
4.3. ANÁLISIS DEL CORPUS Del análisis minucioso de las secciones de las gramáticas indicadas en el apartado anterior, y sobre la base de la teoría expuesta en los primeros epígrafes, podemos deducir el siguiente esquema del metalenguaje de la ‘irregularidad’:
ESQUEMA 5 ‘IRREGULARIDAD’ Categoría metalingüística abstracta
Plano de la Expresión Plano del Contenido Plano de la Construcción de los signos Plano Pragmático
IRREGULARIDAD SIGNOS Categoría metalingüística concreta SIGNIFICANTE + SIGNIFICADO Ste = X; sdo = Sdo = ‘anomalía’
METALENGUAJE DE LA LENGUA UNIDADES NO LEXICALIZADAS [TIPOLOGÍA]
METALENGUAJE
METALENGUAJE CIENTÍFICO
DEL DISCURSO
DE LA LENGUA
UNIDADES
UNIDADES LEXICALIZADAS
AUTONÍMICAS
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Partimos de la existencia de una categoría metalingüística abstracta, la ‘irregularidad’, ‘variación’ o ‘no paradigma’, que se materializa a través de signos diversos, es decir, de categorías metalingüísticas concretas. Estos signos pueden referirse a irregularidades en el plano de la expresión de las lenguas o irregularidades en el plano del contenido, así como a anomalías en el terreno sintáctico o pragmático. En todos los casos tenemos siempre SIGNOS que se componen de significantes (diversos) y cuyo significado siempre es una conceptualización relacionada con la excepción. El esquema refleja, pues, las distintas posibilidades a que los gramáticos recurren a la hora de describir la ‘irregularidad’ como categoría abstracta. Así parece mostrarse, por ejemplo, en Bello, a través de los términos variación (categoría abstracta) e inflexión (categoría concreta): Los sustantivos que significan seres vivientes, varían a menudo de terminación para significar el sexo femenino. Los ejemplos que siguen manifiestan las inflexiones más usuales: ciudadano, ciudadana… (Bello 1980 [11847-51860]: 71).
Antes de analizar con detenimiento cada subtipo de metalenguaje, conviene analizar otros aspectos directamente relacionados con el objeto de estudio de este artículo: metalenguaje – irregularidad – historiografía – teoría lingüística e historiográfica. Hemos intentado deducir, en primer lugar, la existencia de lo que podemos llamar “categorización léxica” específica de la excepción, a través de significantes como irregularidad o el mismo excepción, en el ámbito de la morfología y ortografía, y una “categorización léxica” diferente para la irregularidad en el plano sintáctico, a través de significantes distintos como vicio, y subtipos: barbarismo, solecismo, anfibología, etc. Por tanto, podría defenderse la existencia de un “metalenguaje de la forma de la excepción” y un “metalenguaje de la sintaxis de la excepción”, al menos, en el terreno del “metalenguaje lexicalizado” o metalenguaje del discurso en la terminología de Coseriu (1977). Sin embargo, y como hemos podido comprobar en la mayoría de los textos analizados, la categoría ‘irregularidad’ parece ser un terreno reservado a un plano contingente y caracterizador de cada lengua: la forma. Así se manifiesta, por ejemplo, en Bello: Sólo resta advertir: 1) que la mayor parte de las irregularidades pertenecen a la raíz: las pertenecientes a las terminaciones son raras, y se indicarán cuando ocurran. Y 2) que de las irregularidades de los participios se tratará por separado (Bello 1980 [11847-51860]: 176).
No obstante, este hecho también se puede observar en otros textos: Blanco y Sánchez (1929: 90 y ss.) o la RAE (1931: 44 y 102-106). En Pérez Rioja (1953:
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102 y ss.) localizamos una sección titulada “Vicios de la acentuación”, con un lexema metalingüístico sintomático, vicios, que, por lo general, está especializado en sintaxis, según hemos indicado en el párrafo anterior. A pesar de ese “privilegio de la forma” también hallamos irregularidad explícita en el plano del contenido, por ejemplo, en Blanco y Sánchez: Algunos participios de forma pasiva tienen con frecuencia significación activa […]. Por el contrario, hay también participios de forma activa con significación pasiva […]. Estas dos clases de participios son deponentes de voz, como dicen los gramáticos latinos (Blanco y Sánchez 1929: 76).
O en el plano de la expresión y del contenido, conjuntamente, en el tratamiento del género de los nombres, por ejemplo, según observamos en la Gramática de la RAE (1931: 13). En alguna ocasión encontramos, incluso, irregularidad para aspectos semánticos y sintácticos, aunque con un metalenguaje diferente, según la hipótesis que ya hemos presentado. Así, en Pérez Rioja (1953: 194-195): “Matices del artículo”, y en nota al pie se indica: “Sobre otros usos o empleos del artículo, que afectan a su valor sintáctico, véase el cap. XXXV” (1953: 194). El uso metalingüístico de ‘matiz’ resulta altamente significativo, pues parece traducir funciones diferentes de la ‘irregularidad’ como categoría. En este caso, carece de valor negativo, pero en otros casos, se observa claramente cómo los tratadistas estigmatizan la irregularidad a través de sus usos metalingüísticos: accidente, oficio promiscuo, desacuerdo, desorden, entre otros, según veremos seguidamente. Los signos empleados para materializar la ‘irregularidad’ traducen, incluso desde el punto de vista metalingüístico, la existencia de una “tipología de la irregularidad” o, lo que es lo mismo, un “paradigma de la irregularidad”, aunque esto nos pueda parecer una contradictio in terminis. Sobre la base del concepto “paradigma” o “regularidad” se crea luego otra categoría, la ‘irregularidad’, que también parece tener pautas propias de funcionamiento, distribución y clasificación. Se percibe con claridad en las diversas gramáticas estudiadas y, concretamente, en la cita de Bello que ya hemos analizado antes: Los sustantivos que significan seres vivientes, varían a menudo de terminación para significar el sexo femenino. Los ejemplos que siguen manifiestan las inflexiones más usuales: ciudadano, ciudadana… (Bello 1980 [11847-51860]: 71).
El concepto de “irregularidad” parece interpretarse aquí como variación (“varían a menudo”), por tanto, integrado plenamente en el proceso de construcción lin-
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güística, más allá de posturas normativistas como se percibe, por ejemplo, en los textos académicos y en el de sus seguidores (cf. Blanco y Sánchez 1929 o Pérez Rioja 1953). Más adelante, en el apartado del verbo, afirma: No contaremos tampoco entre las irregularidades algunas leves alteraciones que se observan uniformemente en sus casos, y deben considerarse más bien como accidentes de la conjugación regular (Bello 1980 [11847-51860]: 173).
En esta ocasión observamos cómo las palabras metalingüísticas alteraciones y accidentes remiten al proceso de variación anterior, una manera de expresar la irregularidad en el plano de la expresión y en el seno de un paradigma, de ahí los vocablos uniformemente y conjugación regular. En consecuencia, la irregularidad parece adquirir rango de gramaticalización y estatus de aparente regularidad. Ese estatus, a través de un proceso seriado, se percibe en la tipología que el tratadista venezolano apunta: Cuando una forma experimenta una alteración radical, casi siempre sucede que hay otras formas que la experimentan del mismo modo, y que tienen, por tanto, cierta afinidad o simpatía con la primera y entre sí. Hay seis órdenes o grupos de formas afines […] (Bello 1980 [11847-51860]: 174).
También en la Gramática de la RAE leemos: Los verbos caer, oír y sus compuestos no son, pues, irregulares porque en algunas de sus desinencias mudan la i en y; v. gr. […] sino por otros motivos que después se dirán (RAE 1931: 66).
Junto al concepto de “paradigma de la irregularidad”, conviene anotar la existencia, también desde el metalenguaje, de: a) tipos de irregularidad, e incluso, b) niveles o grados de anomalía. La tipología se percibe a través de la dicotomía metalingüística verbos regulares vs. verbos irregulares, como dos categorías conceptuales y metalingüísticas unánimemente aceptadas en los textos analizados: Bello (1980 [118475 1860]: caps. 23-27); Blanco y Sánchez (1929: 89 y ss.); RAE (1931: 44 y 102-106); y Pérez Rioja (1953: 198-199). A esta dicotomía, algunos autores añaden la categoría de verbo defectivo (cf. RAE 1931: 110 y ss.). También, de forma análoga, se comprueba en el binomio participio regular vs. participio irregular: Blanco y Sánchez (1929: 75) y Commelerán (1881: 127 y ss.). Los grados o niveles se recogen, desde el punto de vista metalingüístico, a través de giros como los siguientes: verbos irregulares sueltos (Bello 1980
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[11847-51860]), irregularidades peculiares de algunos verbos (Blanco y Sánchez 1929), verbos irregulares peculiares (Blanco y Sánchez 1929) o verbos irregulares que tienen una conjugación especial (Commelerán 1881). Incluso se llega a afirmar en la Gramática de la RAE: Los acabados en acer, menos hacer y sus compuestos, y exceptuados también placer y yacer; los terminados en ecer, salvo mecer y remecer […]. (RAE 1931: 72).
Aquí puede observarse cómo sobre la base de una excepción (la irregularidad de ciertos verbos) se incluyen excepciones dentro de esa excepción general (“exceptuados también…”). En los términos antes citados, los vocablos sueltos o peculiares son los que van precisando los distintos niveles o grados de irregularidad, mediante una limitación de la extensión significativa. Asimismo, secuencias de contenido autonímico remiten a tipos especiales de irregularidades o excepciones, en este caso, a través del criterio del uso: Es del todo anticuada la terminación ades por áis, edes por éis, ides por is, en las segundas personas de plural: amades, veredes, partides; excepto en las del co-pretérito […] ( Bello 1980 [11847-51860]: 197).
Esta afirmación de Bello, en el apartado “Arcaísmos de la conjugación”, traduce, sin duda, un contenido “excepcional” en las desinencias verbales. Posteriormente, el gramático venezolano habla de anomalías dentro de los arcaísmos, con lo que el concepto de “nivel” o “grado” en el interior de la ‘irregularidad’ encuentra un ejemplo más evidente. Pasamos, a continuación, a analizar sucintamente los distintos tipos de metalenguaje de la irregularidad según el esquema 5 que ya hemos presentado y explicado.
4.4. ANÁLISIS DEL METALENGUAJE 4.4.1. Metalenguaje de la lengua. Unidades no lexicalizadas A través de un metalenguaje de la lengua muy concreto, circunscrito al terreno de la anomalía, nuestros gramáticos utilizan giros léxicos muy diversos para manifestar la existencia de la categoría abstracta ‘irregularidad’. Se trata de palabras o expresiones que, aun no estando lexicalizadas como terminología técnica (del ámbito de la Lingüística o la Gramática), sirven a nuestros tratadistas en la descripción o, incluso, prescripción del funcionamiento de la lengua (española).
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En algunos casos se emplean estructuras negativas de la analogía o del concepto apriorístico de “paradigma” para expresar dicha irregularidad: Los adjetivos derivados no siempre dicen relación al sexo significado por el sustantivo de que se derivan: ganado vacuno, por ejemplo, comprende a los toros y a los bueyes (Bello 1980 [11847-51860]: 73). No siempre la combinación de vocales indicadas anteriormente forma diptongo. Puede citarse, como ejemplos, las palabras león, país, oíd, baúl, leído (Blanco y Sánchez 1929: 17). Las reglas que siguen no tienen aplicación a los nombres propios, cuyo género, como ya se ha dicho, no es otro que el del sexo a que pertenecen las personas o animales que los llevan, o el del nombre apelativo o genérico que los comprende, prescindiéndose comúnmente de la terminación, que a veces es anómala (RAE 1931: 14). Tan sólo pueden producirse en el nacimiento de la escritura de un idioma, pero luego, a medida que evoluciona la fonética, no suele seguir los mismos cambios la parte gráfica, por lo que resultan enormes diferencias (Pérez Rioja 1953: 87).
En otras ocasiones, son las secuencias afirmativas de la excepción o de la regularidad las que sirven a los gramáticos para expresar las anomalías de la lengua: Pero el uso ha admitido como masculinos y femeninos a muchos nombres de seres inanimados y que, por consiguiente, no tienen sexo (Commelerán 1881: 23). Los participios activos o de presente terminan generalmente en -ante, -ente o -iente, y los pasivos, en ado o ido. Algunos participios pasivos terminan en to, so o cho, como los siguientes: abierto, cubierto, dicho, escrito, hecho, impreso, muerto, puesto, suelto, visto y vuelto. De igual manera forman su participio pasivo casi todos los verbos compuestos de que se derivan los anteriores, como entreabierto, contradicho, manuscrito, satisfecho, reimpreso, resuelto, y revuelto (Blanco y Sánchez 1929: 74). He aquí algunos casos en que el artículo debe omitirse […] (RAE 1931: 40). Pueden usarse como masculinos […]. Escasos son los sustantivos que forman el femenino con las terminaciones esa, isa, ina, iz […] (Pérez Rioja 1953: 168).
Algunos verbos parecen especializarse en la irregularidad; así ocurre con carecer o padecer: En castellano, solo el verbo ir carece de radical (Blanco y Sánchez 1929: 77).
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Llámanse defectivos los verbos que carecen de algunos tiempos y personas, lo cual se origina más comúnmente, o del significado de tales verbos, que rechaza el empleo de varias de sus formas, o de su estructura, que dificulta la conjugación (RAE 1931: 107). Aunque ha de tenerse como modelo de pronunciación la de la gente culta de Castilla, esta regla padece excepción respecto de la d, que a fin de vocablo suena impropiamente en labios de muchos castellanos como z: Madriz, saluz, en vez de Madrid, salud (RAE 1931: 473).
También podría hablarse en estructuras afirmativas de adverbios o marcadores de excepción (en parte, las “palabras gramaticales metalingüísticas” de ReyDebove 1978), dentro de un contexto metalingüístico, según se observa en aquéllos que se destacan en la cita con negrita: Son comúnmente femeninos los en a no aguda, como alma, lágrima. No son excepciones los sustantivos que su significado de varón hace masculinos, como atalaya y vigía […] (Bello 1980 [11847-51860]: 78). Los aumentativos terminan generalmente en ón u ona, ote u ota […] (Commelerán 1881: 18). Las sílabas ce, ci, se escribe casi siempre con C, como Cecilia (Blanco y Sánchez 1929: 19). Los nombres propios de reinos, provincias, ciudades y todos los que significan poblaciones o extensión mayor o menor de territorios, siguen, por lo común, el género de su terminación; […]. Hay pueblos conocidamente del género masculino o femenino por su terminación, y que no obstante se usan como si fueran del género opuesto […] (RAE 1931: 13).
Sin embargo, lo usual es encontrarnos con términos que se especializan, a través de un empleo metalingüístico, en la notación de la irregularidad (cf. tabla 2). Dos comentarios, al menos, merecen los resultados del análisis que muestra la tabla 2: 1. Desde el punto de vista de la frecuencia parecen generalizarse anomalía y alterar. Ese mayor uso por parte de nuestros gramáticos (a falta de un estudio sobre un corpus más amplio) de ambas unidades puede llevarnos a la hipótesis de su consolidación como entidad, finalmente, lexicalizada y, por tanto, entrarán a formar parte de lo que hemos llamado con Coseriu (1977) metalenguaje científico de la lengua, en el que ya se localizan lexemas de carácter técnico y, por
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TABLA 2 Términos para la irregularidad SUSTANTIVOS O SINTAGMAS NOMINALES UNIDAD METALINGÜÍSTICA
FUENTE
NO LEXICALIZADA
Accidente
Bello (1980 [11847-51860])
Anomalía
Bello (1980 [11847-51860]), RAE (1931), Pérez Rioja (1953)
Particularidad
Commelerán (1881), Pérez Rioja (1953)
Oficio promiscuo
RAE (1931)
Mutación
RAE (1931)
Desacuerdo
Pérez Rioja (1953)
Diferencia
Pérez Rioja (1953)
Matiz
Pérez Rioja (1953)
Desorden
Pérez Rioja (1953)
Observación
Pérez Rioja (1953)
Vicio
Pérez Rioja (1953) VERBOS
UNIDAD METALINGÜÍSTICA NO LEXICALIZADA
FUENTE
Variar
Bello (1980 [11847-51860])
Alterar
Bello (1980 [11847-51860]), Blanco y Sánchez (1929), RAE (1931), Pérez Rioja (1953)
consiguiente, lexicalizados en el terreno específico de la Lingüística o la Gramática para una conceptualización concreta de la ‘irregularidad’ y, en principio, carente de polisemia, rasgo que diferencia claramente las unidades pertenecientes al metalenguaje de la lengua y al metalenguaje científico de la lengua. La hipótesis apuntada parece percibirse con claridad en el caso de alterar:
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Para calificar a un verbo de regular o irregular no debe atenderse a las letras con que se escribe sino a los sonidos con que se pronuncia. Como conjugamos con el oído, no con la vista, no hay ninguna irregularidad en las variaciones de letras que son necesarias para que no se alteren los sonidos (Bello 1980 [11847-51860]: 172). [P]rincipales alteraciones que separan, a veces, nuestra ortografía de nuestro esencial carácter etimológico (Pérez Rioja 1953: 88; en las páginas 88 y 89 se exponen las posibles causas de esas alteraciones).
El empleo que hace Bello (1980 [11847-51860]) de alterar es distinto, desde el punto de vista de la lexicalización de la unidad, que el que se lleva a cabo en Pérez Rioja (1953) con el término alteración. Podemos afirmar, además, que el grado de lexicalización de las formas (en el seno de los lenguajes de especialidad) va correlacionado de forma proporcional con el grado de densidad metalingüística, empleando así la terminología de Rey-Debove (1978). En este sentido, alterar en Bello tiene menor densidad metalingüística que en Pérez Rioja (1953) y, consecuentemente, menor grado de lexicalización técnica. 2. Desde una perspectiva historiográfica podemos realizar, a través del metalenguaje utilizado, una valoración de la actitud de nuestros gramáticos ante la irregularidad que se percibe en las lenguas. Así, mientras que particularidad, matiz u observación remiten a valoraciones positivas o, al menos, neutras en el seno de un paradigma que se valora en función de lo que tiene de regular e irregular, en el caso de oficio promiscuo (¡!), desorden, mutación o vicio remiten a una valoración estigmatizada de la irregularidad. Este hecho es perfectamente coherente con el desarrollo de la historia de las ideas lingüísticas. Por consiguiente, autores como Bello (11847-51860) o Commelerán (1881), desde perspectivas no normativistas, sino descriptivas e historicistas, respectivamente, no ofrecen una visión peyorativa de la anomalía. En cambio, de forma lógica y desde una óptica eminentemente normativa (prescriptiva, pues) la RAE y sus seguidores (p. ej., Pérez Rioja 1953) ofrecen percepciones y juicios negativos de la irregularidad. Así se expresa por ejemplo el texto académico de 1931: Aunque ha de tenerse como modelo de pronunciación la de la gente culta de Castilla, esta regla padece excepción respecto de la d, que a fin de vocablo suena impropiamente en labios de muchos castellanos como z: Madriz, saluz, en vez de Madrid, salud (RAE 1931: 473).
Y más adelante: Los esfuerzos de nuestros gramáticos porque llegue a escribirse la lengua castellana tal como se habla, y las tiránicas leyes del uso, incontrastables las más veces,
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son causa de que unos vocablos se escriban conforme a la etimología, y otros no (RAE 1931: 478).
El caso de Pérez Rioja (1953), no obstante, es más complejo, ya que ofrece un metalenguaje que permite ubicarlo bien en las dos tendencias descritas. Esto se explica, historiográficamente, en virtud de las fuentes de las que el autor se nutre para la confección de su Gramática castellana, no sólo academicistas, sino también otras de corte descriptivo, incluso de sesgo estructural.
4.4.2. Metalenguaje del discurso. Unidades autonímicas También nuestros gramáticos se sirven de giros y secuencias de contenido autonímico para hacer referencia a la irregularidad, aunque son menos frecuentes: Son masculinos los que terminan en cualquiera vocal, menos a no aguda, o en cualquiera consonante, menos d; pero las excepciones son numerosas. Nos contraeremos a indicar las más notables, siguiendo el orden de las terminaciones […] (Bello 1980 [11847-51860]: 78). Los nombres substantivos que empiezan con los sonidos bu o bibli se escriben con b, como búfalo, Biblia. Se exceptúan vulgo, vuestro y sus análogos (Blanco y Sánchez 1929: 37). Los infinitivos con los sonidos finales bir y todas las voces de estos verbos. Exceptúanse hervir, servir, vivir y sus compuestos (RAE 1931: 471). No pueden repetirse dos bes seguidas, sino v después de b: subvenir (Pérez Rioja 1953: 92).
4.4.3. Metalenguaje científico de la lengua. Unidades lexicalizadas Desde el punto de vista estrictamente teórico e historiográfico las unidades metalingüísticas incluidas en este apartado son, sin duda, las más interesantes para la Lingüística General, ya que suponen la consolidación de tendencias y de un léxico especializado del campo científico de la Gramática. Las unidades más recurrentes se presentan en la tabla 3. Al margen de este metalenguaje específico, los tratadistas del corpus (y en general todos los gramáticos) suelen emplear también un discurso indirecto para hablar de la irregularidad. Junto a teorías concretas y desarrolladas sobre reglas,
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TABLA 3 Unidades más recurrentes UNIDAD METALINGÜÍSTICA LEXICALIZADA
FUENTE
Excepción
Bello (1980 [11847-51860]), Commelerán (1881), Blanco y Sánchez (1929), RAE (1931), Pérez Rioja (1953)
Irregularidad
Bello (1980 [11847-51860]), Commelerán (1881)
Verbo irregular
Bello (1980 [11847-51860]), Commelerán (1881), Blanco y Sánchez (1929), RAE (1931), Pérez Rioja (1953)
Verbo irregular suelto
Bello (1980 [11847-51860])
Verbo defectivo
Bello (1980 [11847-51860]), Commelerán (1881), Blanco y Sánchez (1929), RAE (1931), Pérez Rioja (1953)
Participio irregular
Bello (1980 [11847-51860])
Arcaísmo
Bello (1980 [11847-51860]), RAE (1931)
Verbo deponente
Blanco y Sánchez (1929)
Verbo impersonal
Commelerán (1881)
paradigmas, formas generales o modelos (según leemos en los textos analizados), el lector puede deducir que el establecimiento mismo de esas reglas, etc. presupone en la mente del tratadista la existencia, también, como elemento connatural a la propia lengua, de la irregularidad o anomalía. Así pues, y sobre la base de esa dicotomía abstracta regularidad vs. irregularidad, los gramáticos analizados (y podemos extender la nómina a otros autores, sin riesgo a equivocarnos) emplean lexemas que la propia evolución de las ideas lingüísticas ha incorporado a cada lengua y, en el caso del español, como objeto de estudio, tiene una parcela específica de metalenguaje técnico para referirse a los elementos que lo integran. Uno de estos elementos, ya lo hemos indicado en numerosas ocasiones, es la irregularidad. Los términos de la tabla 3 son los que etiquetamos como lexicalizados, por tanto, con un elevado (y, en algún caso, máximo) grado de densidad metalingüística, para hacer referencia a la irregularidad, sobre todo, formal.
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Las categorías verbo irregular, defectivo e impersonal requerirían un tratamiento más detallado del que podemos ofrecer aquí, y que soslayamos por excederse de los límites impuestos a nuestro trabajo (cf. Sinner en este volumen). Apuntamos, simplemente, la existencia de acuerdo total entre los gramáticos, como nota historiográfica de interés, en la definición y clasificación de los verbos irregulares y defectivos. Los impersonales aparecen catalogados como irregulares por unos gramáticos y como categoría aparte, distinta de la de verbo irregular, por otros tratadistas. Esto obedece a los criterios que emplean los distintos autores a la hora de establecer las tipologías verbales, tema complejísimo para la historiografía lingüística (cf. Gómez Asencio 1985 y Zamorano 2002). Dado que este metalenguaje específico de la irregularidad tiene cabida, con mayor coherencia, en el seno de textos de corte normativo, suele ser un lugar idóneo para rastrear influencias y fuentes de nuestros gramáticos. Las distintas ediciones de la Gramática de la RAE suelen guiar esas influencias, como también, en otro sentido, los tratados pioneros del descriptivismo, por ejemplo, Salvá. Para concluir, cabe insistir en la idea de que, al margen de su importancia en el ámbito sincrónico, también para la Historiografía de la Lingüística, el metalenguaje se revela como instrumento de análisis atractivo y rico, ya que refleja cesiones e innovaciones terminológicas o de contenido; pone de relieve, pues, la manera de construcción del léxico científico (metalenguaje científico de la lengua) en Lingüística; y ofrece así al investigador de las ciencias del lenguaje argumentos para analizar y dibujar los procesos de conceptualización de las categorías lingüísticas en el seno de una gramática o un autor, o en el interior de una tradición concreta, etc. Este aspecto pone de manifiesto la necesidad de estudios metateóricos (a partir de corpora específicos) como herramienta de la técnica/ teoría historiográfica, incluso con repercusiones en el terreno estrictamente sincrónico.
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L O S V E R B O S D E F E C T I VO S E N L A H I S T O R I A D E L A G R A M Á T I C A E S PA Ñ O L A CARSTEN SINNER U n iv e r s i t ät L e i p z i g
Desde los principios de la historia de la gramática española, los gramáticos se veían ante la necesidad de diferenciar entre distintas clases de verbos, puesto que algunos verbos presentan particularidades en cuanto a su conjugación o uso que los distingue de la mayoría de los demás. Normalmente, suele considerarse como verbo irregular todo aquel que cambia de alguna manera su estructura léxica, sus desinencias o ambos en cualquiera de sus tiempos, modos o personas; se presentan como irregulares tanto verbos que en su conjugación son únicas –que no son congruentes con las conjugaciones de otros verbos– como los que forman parte de un modelo de conjugación al que siguen varios verbos, si bien también es diferente de las conjugaciones de la mayoría de los verbos. Algunos verbos se diferencian de los demás verbos tanto regulares como irregulares no en las formas verbales, sino en que presentan un paradigma incompleto o en que su uso se limita a ciertos tiempos o a determinadas personas. Suelen llamarse verbos defectivos, si bien también se encuentran denominaciones como verbos incompletos. En esta contribución se analizan los criterios que se hacen servir para clasificar verbos como incompletos o defectivos. Se prestará especial atención a los verbos que se atribuyen o atribuyeron tanto a la categoría de los verbos irregulares como a la de los defectivos así como a aquellos verbos que, si bien tienen todas las formas, por razones aparentemente semánticas no se usan sino en determinados tiempos o personas. Since the beginnings of the history of Spanish grammar, grammarians have been trying to categorize different classes of verbs, as the conjugations of some verbs present certain particularities in their form or use. Normally, those verbs are classified as irregular that fall outside the standard patterns of conjugation because they have irregularities in the lexical structure or in the endings in any of their tenses, moods or persons. Both verbs with unique conjugations and verbs that can be grouped together with other verbs with the same particular conjugation pattern that makes them different from the majority of verbs are usually seen as irregular. Some verbs are different from the rest of the verbs, both regular and irregular, because they have incomplete paradigms or are only used in certain tenses, moods, aspects or persons. These verbs are generally called defective or incomplete. This contribution analyzes the criteria used in Spanish grammar to classify verbs as defective. Special attention is given to those verbs categorized both as irregular and as defective as well as to those verbs that do not lack any forms but for apparently semantic reasons are only used in certain tenses or persons.
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1. Introducción La defectividad en los paradigmas morfológicos sigue siendo uno de los retos más grandes de la teoría lingüística. Por esta razón, el estudio de la defectividad, tanto en las lenguas románicas como en las germánicas, eslavas o en lenguas de otras familias, ha atraído y sigue atrayendo la atención de los lingüistas, como bien lo ilustran estudios acerca del tema sobre las lenguas más diversas, desde trabajos pioneros como el de Gillieron (1919) hasta estudios recientes como Baermann (2008). El verbo es considerado uno de los elementos más complejos y ricos en la constitución de una lengua, formal y funcionalmente hablando, y la categoría se ha tratado desde muchas y muy diversas perspectivas y enfoques teóricos, resultando, a su vez, en muchas y muy contradictorias opiniones (Zamorano Aguilar 2002). No sorprende, entonces, que también se hayan propuesto subcategorizaciones muy diferentes, a veces muy contradictorias del verbo. Y es que la defectividad verbal concierne, por ejemplo, según el autor que se consulte, a verbos irregulares igual que a regulares, lo que resulta algo curioso, ya que la defectividad bien podría entenderse como grado extremo de irregularidad. En español, casos como los verbos adir y usucapir, que, como aún se expondrá, según algunos autores sólo tienen infinitivo, según otros también disponen de un participio, llevan necesariamente a la pregunta, algo polémica, de cómo determinar la regularidad o irregularidad de los verbos en cuestión, puesto que esto implicaría tener que pronunciarse acerca de la regularidad o irregularidad de las formas verbales que estos verbos supuestamente no tienen. Desde los inicios de la historia de la gramática española, los tratadistas se veían ante la necesidad de diferenciar entre distintas clases de verbos, es decir, de formular subcategorías verbales. Si bien con el tiempo se han ido ensanchando las categorías y los criterios que las inspiran, el primer criterio, que se ha empleado desde la gramática de Nebrija, es el criterio formal morfológico, que dio lugar a la distinción de verbos con conjugación regular o irregular. Así se lee ya en el “Capitulo.vj. De la formacion del indicativo” del quinto libro de la gramática de Nebrija: “Sacan se dos irregulares.ser era.ir.iva. Todas las otras personas sigu‘ la proporcion delos verbos irregulares” (Nebrija 1492: Libro quinto, capitulo vj [128]). Está claro que la distinción entre regular e irregular se inspira en el hecho de que algunos verbos presenten anomalías en cuanto a su conjugación que los distingue de la mayoría de los demás verbos, y por ello no sorprende que en algunas gramáticas del español también encontremos, en vez del término “verbo irregular” el de “verbo anómalo”, como en la Vtil, y breve institvtion, para aprender los principios, y fundamentos de la lengua Hespañola, publicada anónimamente en Lovaina en 1555 o en la gramática de Martínez Gómez Gayoso (1769 [1743]: 211):
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Mvchos verbos anomalos tienen los Hespañoles, los quales no guardan las reglas, ni orden de coniugar que los otros. De tales anomalos se hallan en todas coniugationes, Como en la primera. Ando, Andas, Anduue, Andar, En la segunda, traygo, traes, truxe, traer. En la tercera, Digo, dizes, dixe, dezir (Anónimo 1555: 99). Verbos Anómalos, ò Irregulares, son aquellos, que no guardan en la formacion de sus tiempos , y personas la analogía , y reglas de los Verbos Regulares , cuyas conjugaciones hemos declarado (Martinez Gomez Gayoso 1769: 211).
Muy parecida es la definición que se encuentra en San Pedro: Se llaman verbos anomalos o irregulares los que en la formacion de sus tiempos i personas no guardan la analogia i reglas de las Conjugaciones regulares segun se ha dado en los egemplos precedentes ; porque mudan alguna letra o sylaba (San Pedro 1769: vol. II, 30).
Generalmente, suele considerarse como verbo irregular todo aquel que cambia de alguna manera su estructura léxica, sus desinencias o ambos en cualesquiera de sus tiempos, modos o personas.1 Sin embargo, se presentan como irregulares tanto verbos que en su conjugación son únicos, es decir, que no son congruentes con la conjugación de ningún otro verbo –Bello (1997 [11847-51860]: 189) los llama verbos irregulares sueltos–, como los que forman parte de un modelo de conjugación al que siguen varios verbos, si bien también es diferente de las conjugaciones de los llamados verbos regulares. Algunos verbos, no obstante, se diferencian de los demás no en sus formas según los distintos tiempos, modos o personas, sino en que presentan un paradigma incompleto o en que su uso se limita a ciertas formas, es decir, a ciertos tiempos o a determinadas personas. Precisamente por no usarse en todos los tiempos, modos o personas en que se emplean los demás verbos –tanto regulares como irregulares– suelen llamarse verbos defectivos, aunque también se encuentran denominaciones como verbos incompletos (cf. apartado 2), y a esta clase o subclase –según diferentes gramáticos se trata de una u otra cosa– está dedicada esta contribución, en la que se van a analizar los criterios que sirvieron, a lo largo de la historia de la elaboración de
1 Cabe señalar que también se encuentran clasificaciones como la de Alarcos Llorach (1994) que mantiene que sólo se denominan irregulares “los que presentan diversidad fónica en sus significantes” (Alarcos Llorach 1994: 170), si bien después el autor diferencia, además de irregularidades gráficas, irregularidades impuestas por la combinatoria fonológica, cambios de acento, hiato y su eliminación y supresión de vocales, también las irregularidades de la raíz verbal e irregularidades especiales relacionadas con la procedencia del perfectum latino.
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las gramáticas de lengua española, para clasificar verbos como defectivos.2 Son, por tanto, las definiciones, explicaciones y clasificaciones lo que se va a estudiar, para irlas contrastando entre ellas y con los hechos lingüísticos. Puesto que la clase de los verbos defectivos no nació junto con la gramática española, además hay que mirar cómo se clasificaron antes aquellos fenómenos más tarde atribuidos a esta clase, lo que implica tratar también de otras categorías verbales como, por ejemplo, los llamados verbos impersonales. Como los criterios que en las antiguas gramáticas sirvieron para determinar lo que era defectivo son, a grandes rasgos, los mismos que en la actualidad, que básicamente se diferencian de aquellos por ser ordenados más consecuentemente y de forma menos contradictoria, empezaremos con una mirada sobre las gramáticas modernas para hacernos una idea de los verbos que hoy se engloban en la clase de los verbos defectivos y de las razones que se suelen aducir para ello.
2. Los verbos defectivos en las gramáticas modernas Miremos algunas definiciones de los verbos defectivos en descripciones de gramáticas del español recientes. Vemos que difieren tanto por su contenido como por los fenómenos incluidos en la clase (o subclase) de los verbos defectivos: Defectivos son los verbos que carecen de algunos tiempos o personas. Tal carencia se debe, ya al significado de estos verbos, que rechaza el empleo de varias de sus formas, ya a su estructura, que dificulta la conjugación (Pérez-Rioja 61965 [1953]: 210). Verbos defectivos o incompletos. Algunos verbos presentan incompleto su cuadro flexivo. Este hecho, que puede afectar lo mismo a verbos regulares que a irregulares, se produce por causas variadas y está relacionado con diversas categorías gramaticales (RAE 1973: 311). Verbos defectivos. Se llaman así aquellos cuyo uso se limita a ciertas formas de la conjugación (Alarcos Llorach 1994: 189).
2
En la bibliografía pertinente se encuentran nombres muy diferentes para denominar a los verbos defectivos y se los engloba en categorías muy distintas. Fanselow/Féry (2002) hablan de ineffability para hacer referencia a todos aquellos casos en los que la gramática no produce una forma que pueda ser usada, tanto en sintaxis, morfología o fonología. Albright (2003), siguiendo a Hetzron (1975), habla de “arbitrary lexical paradigm gap” (‘laguna arbitraria en el paradigma léxico’) para enfatizar que trata casos en los que sólo son afectadas algunas formas (“words”).
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También Alcoba (1999: 4968) define los verbos defectivos como verbos que presentan una conjugación incompleta, o sea, que sólo se usan en determinadas formas flexivas. Vemos que se habla tanto de la carencia de formas como del no uso de formas, si bien en algunas definiciones el empleo de expresiones como limitarse (Alarcos Llorach 1994: 189) hace posible ambas interpretaciones y en otras, como la de Pérez-Rioja (61965 [1953]: 210), a pesar de hablarse de carencia, se menciona el rechazo del empleo de las formas en cuestión, lo que insinúa que sí existen. Carriegos (1904: 51) ya hace hincapié en que un elemento no debe calificarse como defectivo simplemente “porque los autores no se han tomado la molestia de investigar su fundamento”, y que el que se use poco una determinada persona de un verbo no es razón para incluirlo entre los defectivos (pero obviamente se ha desoído esta propuesta). Muller (1985: 27-28), por otra parte, mantiene que en una serie paradigmática puede haber formas que no sólo son simplemente raras o insólitas, sino también rechazadas, y que la defectividad es una cuestión de grados, lo que sí abogaría en favor de observar la frecuencia y no sólo el hecho de que una forma exista, aunque sea sólo muy esporádicamente o “en los diccionarios”. Resulta curioso constatar que en los listados de verbos defectivos de algunas gramáticas se omiten o excluyen una serie de verbos que sí presentan defectos, como los que no conservan más que el infinitivo y el participio, por ejemplo, usucapir, lo que llevaría a la pregunta de por qué se limita así la defectividad, pues como ya insinuamos en la introducción, ¿no sería el extremo de defectividad de un verbo que no disponga (ya) de más que infinitivo y participio?3 Es justificado según la definición de Alarcos Llorach (1994: 189) si admitimos como premisa que los infinitivos y los participios no forman parte de la conjugación. Sin embargo, entonces cabría preguntar si no es demasiado ajustada la definición y qué sentido tiene hacer esta distinción. Resulta más curioso aún ver que, además, se admita que algunos de estos verbos sí se usan a veces en alguna de las personas del verbo:
3
Según la 22ª edición del Diccionario de la RAE, usucapir se usa sólo en infinitivo y en participio, pero en la tabla de conjugación que la RAE ofrece en la red sólo se indica el infinitivo. Está claro que se tiene que tratar de un error, pero no se sabe cuál de las dos informaciones es la equivocada, la falta del participio en la tabla o la información de que se usa también el participio. Cabe tener en cuenta la posibilidad de que el empleo de usucapir, que es un término jurídico, se deba a un préstamo directo del latín, y que se trata antes de un uso de un infinitivo sustantivado –el usucapir– que de un uso verbal, lo que explicaría la total ausencia de formas conjugadas.
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Omitimos los que solo se presentan como derivados verbales: los infinitivos usucapir y adir, o los participios, que funcionan como adjetivos, aguerrido, buido, denegrido, despavorido, fallido, manido, desvaído, arrecido, aterido, preterido, descolorido, etc. con sus infinitivos; aunque se encuentran a veces: Se desvae y se vuelve lila […], Se arrecía de fío […] (Alarcos Llorach 1994: 189).
La posición de Alarcos Llorach aquí es difícil de seguir, pues buido, por ejemplo, no es participio de un verbo *buir, sino adjetivo prestado del catalán buit del latín vocı˘tus (RAE 2001: s. v. buido) (cf. el verbo catalán buidar ‘vaciar’). Por otra parte, el autor menciona adjetivos como aguerrido, que procede del participio del verbo aguerrir, que, sin embargo, ha dejado de usarse. La RAE (2001: s. v. aguerrido), por cierto, si bien menciona el verbo en la entrada de aguerrido, “Del part. de aguerrir, ejercitarse en la guerra”, no registra el verbo, ni tan siquiera con el añadido “desusual”. En el Esbozo (RAE 1973: 312) se dice de los verbos adir y usucapir que “han detenido su desarrollo” por “tratarse de vocablos técnicos muy especiales”, lo que, sin embargo, no sólo no explica la reducción de la conjugación, sino que además revela la existencia de dos incógnitas: ¿qué entiende la RAE aquí por “desarrollo”? Y, más importante aún en el contexto en el que se da: ¿en qué consiste la defectividad de estos dos verbos según la RAE? Curiosamente, los verbos aguerrir, arrecirse, aterirse, despavorir salen, en algunas gramáticas, como ejemplos de verbos defectivos que por evitar anfibología o cacofonía se emplean sólo en las formas con i en su desinencia, sin siquiera mencionarse las reservas que hace Alarcos Llorach (1994) (cf., por ejemplo, Pérez-Rioja 61965 [1953]: 210). Visto así, convendría preguntar si con “omitir” Alarcos Llorach hace referencia a que simplemente él no los menciona, pero sí cree que son defectivos, o si realmente no los admite como tales. En este caso, quedaría la pregunta: ¿a qué clase de verbos pertenecen? Y cabría saber si como verbo defectivo entonces sólo se admiten aquellos verbos que disponen, entre las formas conservadas, del infinitivo, pues ya que ambas formas no se admiten como formas conjugadas, no se percibe por qué sería menos admisible como verbo defectivo aquel que sólo conserva el participio que aquel que sólo tiene infinitivo. Además, no se habla sólo de verbos que carecen de determinadas personas, sino también de verbos que si bien disponen de las formas, éstas sólo se usan con una frecuencia muy baja o del todo despreciable, como así aparece en la explicación del Esbozo: Algunos verbos se han detenido en su desarrollo […] porque desde el principio ha predominado la idea nominal, sobre todo la de persona, y solo o casi solamente ha llegado a emplearse el participio: aguerrido, buido, denegrido, desolado […], despavo-
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rido, desvaído, embaído ‘ofuscado’, embebecido, empedernido, sarpullido, trascordado […] (RAE 1973: 312).
Notable es, por cierto, que aquí sí se englobe, entre los verbos defectivos, a formas que “solo o casi solamente” han llegado a emplearse en participio, aunque la propia RAE ya sólo registra la forma desolado, por ejemplo, como adjetivo en su diccionario (2001a: s. v. desolado). El aspecto de la frecuencia también se menciona al tratar los verbos que denotan fenómenos naturales: Tampoco es frecuente, fuera de la tercera persona, el uso de los verbos que denotan fenómenos naturales como llover, nevar, atardecer, alborear. Sin embargo, pueden utilizarse con otras personas cuando se denota la simultaneidad con esos fenómenos: Anochecimos en la ciudad; Amance, amanezco […], Hoy mi remedio amaneces […] (Alarcos Llorach 1994: 189).
Se trata del ejemplo prototípico de los (más tarde) llamados verbos unipersonales. Los verbos meteorológicos, desde los inicios de la gramática española, se han incluido en la clase o subclase de los verbos impersonales; es una práctica con mucha tradición: esta subclase apareció mucho antes que la de verbo defectivo y el solapamiento de las diferentes clases o subclases verbales se puede constatar desde que existe la denominación de verbo defectivo. Está claro, por ello, que no puede estudiarse una clase sin tener en cuenta la otra. Las diferentes categorías se solapan debido a que los criterios y los argumentos que se suelen aducir para la inclusión en ellas son o las mismas o en parte coincidentes. Algunos autores, como Pérez-Rioja (61965 [1953]: 211) que los califica como “defectivos de persona o unipersonales”, defienden expresamente la inclusión de los unipersonales en la categoría de los verbos defectivos: […] los verbos unipersonales –especialmente los que designan fenómenos de la naturaleza, llover, nevar, tronar, amanecer, anochecer, granizar, helar, etc.– son también defectivos (Pérez-Rioja 61965 [1953]: 211).
Por otra parte, al menos en el caso de aquellas definiciones de defectividad que prevé la falta de formas (y no su baja frecuencia de uso), habría que volver nuevamente a la cuestión antes mencionada: ¿qué irregularidad más extrema puede haber que la de no sólo conjugarse de forma divergente, sino de presentar, además, lagunas en la conjugación? Esto implicaría la pregunta de si no deberían considerarse irregulares todos los verbos defectivos. De hecho, pese a que algunos autores no lo dicen expresamente, parece que están pensando así. Alarcos Llorach (1994: 189) sostiene que en el caso de algunos verbos de la tercera con-
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jugación que presenta como ejemplos de los verbos defectivos –garantir, balbucir– “se ha producido la regularidad mediante un cambio de conjugación”, es decir, el uso de garantizar y balbucear, de lo que se deduce que considera la defectividad de los primeros como irregularidad, a no ser que con esto se refiera al uso poco o nada frecuente de determinadas formas del verbo irregular; lo que se habría conseguido mediante el uso de las formas de balbucear entonces no sería, sin embargo, la regularización de las formas, sino la compleción del paradigma entonces híbrido: balbucir, balbucido, balbuciendo, balbucimos, balbucí, balbució, balbuciese, balbucid, de balbucir, por un lado, y balbuceo, balbucea, balbucee, etc., de balbucear, por el otro (cf. RAE 1983: 313). Entre los verbos defectivos se mencionan además: Algunos verbos que designan una noción que solo puede predicarse de sujetos referentes a cosas y que, por tanto, excluyen su combinación con las personas primera y segunda. Tal ocurre con atañer, concernir, acontecer, acaecer, como en Esos problemas no me conciernen (Alarcos Llorach 1994: 189).
Aquí la defectividad se debe a razones obviamente semánticas, pues estos verbos no se usan más que en las terceras personas de singular y plural. No siempre se señalan las diferencias entre estos verbos: en la mayoría de las gramáticas contemporáneas se da una descripción abreviada y se presentan sólo los verbos más importantes sin mencionarse siquiera la distinción entre regulares e irregulares, que sí se da en el Esbozo de la RAE (1973), o las diferentes formas usuales, como lo hace Pérez-Rioja (61965 [1953]): Existen determinadas frases en las que no entran más que sujetos con significación de cosa y, por consiguiente, quedan fuera las 1.as y 2.as personas. Así el regular atañer, los irregulares concernir, acontecer, acaecer, etc. (RAE 1973: 311). ATAÑER Sólo usado en las terceras personas, atañe, atañen, especialmente. […] CONCERNIR Sólo se emplea en las terceras personas; en el gerundio (concerniendo) y el participio activo (concerniente) (Pérez-Rioja 61965 [1953]: 210).
Pérez-Rioja (61965 [1953]: 210) señala el uso preferencial de atañer –que identifica como uno de los verbos defectivos “más característicos”– en presente de indicativo y menciona explícitamente que concernir también se usa en gerundio y en el participio activo, de lo que podría deducirse que en el caso de atañer no se usan estas formas, si bien otros autores –la misma RAE (2001a s. v. atañer)– sí dan estas formas.
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También por razones de carácter semántico, algunas veces se incluyen verbos como nacer, vivir, reír entre los verbos defectivos, pues se sostiene que constituyen “defectivos de voz” (Pérez-Rioja 61965 [1953]: 211). Evidentemente, la calificación como verbos defectivos no se debe a la no existencia de determinadas formas, sino a su frecuencia absoluta mínima y ciertamente anecdótica. Así, hemos podido documentar en letras de canciones, en la lengua hablada (lenguaje coloquial, también en la televisión), una serie de usos de nacer en personas o tiempos que, según exponen las gramáticas o repertorios de verbos, no se usan (o “no existen”): Llevo toda la vida con dolor de cabeza; creo que ya lo tenía al nacer, o por la presión o por los gritos de mi madre mientras nacía (Crónicas marcianas, Telecinco [España], 21 de marzo de 2002). Soy el hijo del Oeste / Duro cuando yo nacía / Soy el hijo del Oeste / Soy el hijo del Oeste / Soy el hijo del Oeste / Yo estoy solo desde que nací (de las letras de la canción Hijo del oeste del grupo musical argentino Jóvenes Pordioseros, 2006). […] yo casi casi nazco el mismo dia de naruto naci el 15 de octubre (20 de septiembre de 2007, ). Estos 21 años me ha pasado de todo: Casi no nazco (larga, laaaaaaarga historia) (La solemnidad de la muerte eterna, 24 de junio de 2007 ). […] naces creces te jodes y mueres (de las letras de la canción Naces, creces, te jodes y mueres, del grupo musical madrileño Mamá Ladilla, 1998). tenlo claro madre no naceré // entre campos de flores (de las letras de la canción No naceré del grupo musical chileno Lucybell, 2004)
Otro verbo a menudo mencionado entre los defectivos es el verbo soler, empleado sólo en perífrasis con infinitivo: […] pocas veces aparece fuera de los presentes suelo y suela, el copretérito solía y el antepresente he solido (y sus correspondientes variaciones de persona y número: sueles, solía, han solido, etc.) (Alarcos Llorach 1994: 189).
Vemos, nuevamente, que con “pocas veces” no se alude a la no existencia de formas o a un bloqueo total, sino a la baja frecuencia de uso. En este caso, la defectividad radica en que el verbo no se conjuga (normalmente) en todos los tiempos, pues sí se conjuga en todas las personas verbales. Se trata, obviamente, de una
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limitación relacionada con la semántica del verbo. Puesto que soler expresa la habitualidad de una acción, no se usa en los tiempos que no apoyan esta expresión y sirven para expresar acciones concretas. Se trata, por tanto, de una delimitación aspectual. Como la habitualidad de un acto no puede sino determinarse en la retrospección, tampoco se usa en las formas del futuro. Pérez-Rioja (61965 [1953]: 211) califica este verbo como defectivo de tema. En el Esbozo donde aparece junto a acostumbrar, se relaciona con el aspecto verbal “la exclusión de los tiempos perfectivos”; únicamente se hace referencia al uso, pues exclusión no es lo mismo que carencia de las formas, y no se menciona la limitación de uso de las formas futuras, lo que ilustra bien la poca precisión de la descripción que suele darse en la mayoría de las gramáticas analizadas. Una serie de verbos de la tercera conjugación suele usarse, según los gramáticos, sólo en infinitivo y participio (RAE 1973: 312) o en las formas cuya terminación empieza por i –según unos (RAE 1973: 312; Alarcos Llorach 1994: 189)– o cuya desinencia contiene i –según otros (cf. Pérez-Rioja 61965 [1953]: 210)–: abolir, agredir, arrecir, aterir, colorir, desabrir, descolorir, fallir, preterir, transgredir, compungir. Las razones son fonético-fonológicas (cacofonía, etc.) o, en el caso de abolir, que daría abuelo y presenta, por tanto, homofonía con el sustantivo abuelo, fonético-semánticos. Nuevamente estamos ante ejemplos de casos en que normalmente funciona esta regla, pues también leemos comentarios como el que recogemos a continuación: Ciertos verbos de la tercera conjugación se utilizan, y no con frecuencia, solo en las formas cuya terminación empieza por /i/ [sic]: abolió, abolimos, aboliese (de abolir), agredir, transgredir (aunque en la lengua periodística se encuentran formas como agrede, agride, agriede, transgriede), compungir (si bien esporádicamente, además de compungió, aparecen compunge y compunja) (Alarcos Llorach 1994: 189).
En el Esbozo se dan varios ejemplos de usos de las formas fuertes agrede y agreda, además de agride y agriede, acompañado por el comentario de que “[s]e ve que la variación vocálica e/i y la concurrencia de las variaciones vocálicas e/i, e/ie no han dejado de actuar cada una por su lado en en desarrollo de agredir” (RAE 1973: 312); acerca del verbo arrecir se dice que “ha sucumbido simultáneamente en algún dialecto a la variación e/i y a la variación consonántica /θ/ ~ /θk/ en la forma arrizco” (RAE 1973: 312). A estos ejemplos podríamos añadir otros, como el siguiente, aparecido en el periódico El Mundo: El Gobierno de Ucrania abole la pena de muerte Kiev. El presidente ucraniano, Leonid Kutchma, ha promulgado una ley que abole la pena de muerte en esta antigua república soviética, cumpliendo las exigencias del
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Consejo de Europa, según anunció ayer la Presidencia (El Mundo, 23 de marzo de 2000).
No es que las formas en cuestión no existan: se supone que no existen, y eso a pesar de que –gran paradoja– se admita que esporádicamente sí se encuentran. La frecuencia parece ser la clave de muchas de las atribuciones de verbos al grupo de los defectivos. En la era de la lingüística de corpus y de internet, es difícil defender la no existencia de formas, pues se encuentran ocurrencias de todas las formas “inexistentes”, lo que, sin embargo, poco dice acerca del arraigo o de la extensión de su uso. Pero al fin y al cabo, en las gramáticas que hemos consultado, en estos casos no se hace otra cosa que refutarlas haciendo hincapié en que se trata de usos de “la lengua periodística” y en la baja frecuencia, como si esto justificara excluirlas de las respectivas conjugaciones negando su existencia. Además, no cabe duda de que algunas formas siempre han existido, como podemos comprobar en búsquedas en corpus históricos como el Corpus Diacrónico del Español (CORDE). Cabe insistir en que mientras la no ocurrencia de un elemento en un corpus, por ejemplo, no sirve para evidenciar su no existencia, la ocurrencia, por mínima que sea, vale como prueba de la existencia y permite refutar opiniones acerca de su no utilización (cf. Llorente Arcocha 1996: 56-57, Levin et al. 1997), y eso aunque sólo éstas sean usadas por determinadas capas de la sociedad, en el lenguaje de los periodistas –como si éste no tuviera importancia– o en determinados países, regiones o clases de la sociedad. La inclusión de garantir entre los verbos defectivos, como es el caso del Esbozo (1973: 313) y de Alarcos Llorach (1994: 189), haciendo mención, al mismo tiempo, del uso de garanto, garantes, etc., en América, además significa pasar por alto que el español no es sólo el de España y que la cuestión de si una forma es defectiva no puede relacionarse sólo con determinadas variedades diatópicas, diastráticas y –tendiendo en cuenta a los periodistas– diafásicos o “diaprofesionales”, escogidas quién sabe cómo. Defender que los verbos son defectivos a pesar de saber que algunos usos simplemente son poco frecuentes o se dan sólo en determinadas capas de la sociedad o en determinadas áreas de habla hispana, equivale a eclipsar la variación. Así, se sigue una norma purista (que así se perpetúa) que considera estas formas como inexistentes, una norma que es el resultado de la tradición de descripciones orientadas en los usos de la Meseta y que se hicieron antes de que hubiera bancos de datos y corpus electrónicos que permitiesen buscar las formas en textos representativos de la lengua española en toda su extensión. Pero aun teniendo corpus y bancos de datos a su disposición, hasta el presente, los gramáticos no han conseguido hacer más transparente y menos borroso el concepto de la defectividad verbal. Algunos autores contemporáneos rehúsan hablar de verbos defectivos cuando el uso limitado a determinadas formas flexivas está ligado a razones semánticas
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(Wheeler 2002: 692), lo que ante todo llevaría a la exclusión de los verbos referidos a fenómenos de la naturaleza de la clase de los verbos defectivos, aun cuando éstos no admiten, menos que en sentido figurado, sujetos en 1ª y 2ª persona. De esta forma, limitarían la (sub)clase a los verbos que son defectivos en el aspecto estrictamente morfofonológico (cf. Wheeler 2002: 693). Visto así, no podría seguirse a Lorente (2006: 286) quien los ejemplifica con los verbos adir o soler, pues, como hemos visto, la supuesta defectividad de soler radicaría, precisamente, en una limitación de orden aspectual. A pesar de que no se puede decir precisamente que la defectividad sea una categoría muy bien delimitada, Lorente (2006), basándose en los trabajos de otros autores, aún quiere ampliar más el alcance de la defectividad verbal. Propone considerar como verbos defectivos no sólo los que no explotan todo el paradigma de flexión, sino también aquellos verbos que presentan restricciones de uso en el plano sintáctico-semántico en algunos registros o variantes de la lengua y los verbos que entran en desuso al ser substituidos por otras variantes morfológicas o sintácticas (Lorente 2006: 286).
Se incluirían en esta visión de la defectividad: • alternancia de diátesis como la alternancia causativa entre la variante causativa transitiva (el viento ha abierto la ventana) y la variante inacusativa intransitiva (la ventana se ha abierto) o como la variación entre voces (activa, pasiva, mediana), por ejemplo, entre una variante activa transitiva y una pasiva refleja (La ponente ha presentado una comunicación sobre el tema; se ha presentado una comunicación sobre el tema); • alternancia de valencia, como el uso intransitivo de algunos verbos transitivos del tipo beber (El invitado bebió una cerveza; mi amigo ya no bebe) y el uso transitivo de algunos verbos intransitivos del tipo correr, o la presencia o ausencia de dativo en ciertas construcciones verbales; • variación de preposiciones de régimen verbal como en los casos de participar, corresponder, arremeter, descrepar o disentir (lamento disentir en esta cuestión, ciertamente disiento de ti); • caída en desuso de ciertos verbos que son sustituidos por otros derivados morfológicos, como balbucir, reemplazado por balbucear, y garantir, usado todavía en América pero sustituido en España por garantizar; • variación léxica entre verbos compuestos y construcciones sintagmáticas del tipo bienquerer vs. querer bien, malpensar vs. pensar mal, etc. • verbos de uso restrictivo que no son usados, en el discurso de especialidad, sino en determinadas formas, como secuenciar o ligar, no usados en las formas personales en el discurso sobre el genoma humano [!].
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Observamos de nuevo que uno de los criterios más importantes que se aduce para referirse a defectividad no es la falta de formas, sino la falta de uso, y que hasta la variación en el uso intenta englobarse entre los criterios para hablar de defectividad. Curiosamente, Lorente (2006) enumera aquí el caso de la sustitución de las formas “no usadas” de los verbos supuestamente defectivos balbucir y garantir por las formas correspondientes de los verbos balbucear y garantizar, con lo que no sólo el no uso de formas, sino también el hibridismo de dos verbos como consecuencia de la supuesta defectividad de uno de ellos serían defectividad. Entonces habría que hablar ya de defectividad de primer y segundo grado. Tomando en serio estas propuestas, tendrían que declararse defectivos todos los verbos que son de uso restringido en determinados lugares o momentos –como el no uso del verbo currar por trabajar en contextos formales, o las restricciones de uso del verbo coger en algunos países hispanoamericanos– o los verbos simplemente infrecuentes en determinados tipos de discurso, con lo que defectividad equivaldría a variación. Además, ¿no tendrían que definirse entonces, para determinar la defectividad, como verbos completos aquéllos con la extensión máxima de formas? Dado que existen verbos con dos participios, como incluir con incluido y incluso, ¿no sería, según lo expuesto por Lorente (2006), defectivo todo aquel verbo que no dispone de más de una forma?4 ¿No habría que contar como defectivo el verbo modal haber que normalmente no permite otro modal superior (*he habido de hacer), lo que lleva a un uso de construcciones alternativas del mismo valor en los casos en cuestión (en el ejemplo dado, he tenido que hacer)?5 ¿Qué hacer con los imperativos, pues –por razones obvias– no hay formas para la primera persona? ¿Cómo se procede con las divergencias entre las variedades del español, por ejemplo, en cuanto al uso de la segunda persona del plural? Queremos añadir, en el recorrido por las calificaciones modernas de los verbos defectivos, la clasificación que se hace en el Inventario General y Conjugador Avanzado de los verbos del español, sus dialectos y lenguas afines en internet, por ser la más detallada y porque podría verse como síntesis de la mayoría de las categorizaciones que hemos podido encontrar. En este inventario, en el que como en la mayoría de las clasificaciones que hemos analizado, se incluyen tanto verbos que carecen de determinadas formas como verbos que, si bien disponen de todas las formas, registran un uso reducido o meramente anecdótico de algunas de ellas. Sin embargo, en la introducción del Inventario defectividad se define como “caracte-
4 En la Gramática elemental de la lengua castellana de 1832 se señala explícitamente que se trata de una pérdida del uso, no de una falta de las formas: “En nuestra lengua se ha perdido el uso de los participios activos de muchos verbos” (J. S. 1832: 30-31). 5 No obstante, documentamos el uso de he habido de decirlo en una entrevista realizada en Barcelona (cf. Sinner 2002).
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rística de los verbos que carecen de determinadas personas, tiempos o formas. Tal carencia puede ser debida a causas fonéticas, históricas, de uso o costumbre, etc.”. En oposición con los omnimorfos “que son la inmensa mayoría, en los que se conjugan todas sus formas posibles”, distingue diez tipos de verbos defectivos: 1. defectivos monomorfos (verbos de los que sólo se acostumbra a usar una forma: la del infinitivo); 2. defectivos bimorfos (“verbos de los que sólo se suelen usar dos formas: el infinitivo, para las entradas léxicas en los diccionarios, y otra forma más. Es el caso del verbo raspahilar, cuya segunda forma usada es el gerundio, ‘raspahilando’”); 3. defectivos trimorfos (“los escasos verbos de los que sólo se acostumbran a usar tres formas: la del infinitivo, como entrada en los diccionarios, más otras dos. Es el caso del verbo abar / abarse, (con sus distintas variantes gráficas) del que, además del infinitivo, sólo se usan las segundas personas (singular y plural) del imperativo: ‘¡ábate!, ¡abaos!’”); 4. defectivos oligomorfos (“Sólo se acostumbran a usar algunas formas de estos verbos; como es el caso del verbo soler”); 5. defectivos eímorfos (“los verbos que, como garrir, sólo admiten que sus desinencias comiencen por -e- o por -i-. Estos verbos rechazan las desinencias que empiezan por -a- o por -o-”); 6. defectivos ímorfos (“los verbos que, como abolir, sólo admiten las desinencias que comienzan por -i-. […] Los verbos ímorfos terminados en -aír (como embaír), tampoco admiten sustituir la -i- de la desinencia por -y-. Es licencia literaria de algún escritor de relieve, haber hecho en -e- la desinencia de verbos ímorfos, como se han dado casos en los verbos abolir, desvaír (‘abole’, ‘desvae’), etc.”); 7. defectivos emorfos (“los escasísimos verbos que, como el italianismo piacher, de uso coloquial o festivo, sólo admiten que sus desinencias comiencen por -e-”); 8. defectivos natúreos acepcionales (“los que expresan fenómenos de la naturaleza y son usados en su sentido recto (es decir, no figurado) [en el que] sólo admiten la tercera persona del singular y carecen de sujeto expreso; como ‘nevar’, ‘llover’, ‘relampaguear’, etc. […] Serán natúreos acepcionales aquellos verbos considerados como tales solamente en alguna de sus acepciones, si tuvieran más de una; como sucede con amanecer, que significa ‘nacer el día’ (acepción natúrea), pero también ‘llegar o estar en determinados lugar o situación cuando amanece’ (acepción intransitiva)”; 9. defectivos natúreos monosémicos (“son aquellos que expresan únicamente un fenómeno de la naturaleza, sin que hayan en su definición otras
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acepciones figuradas. En las hablas regionales o dialectales, la mayoría de los verbos natúreos se pueden calificar como natúreos monosémicos, pues casi todos ellos suelen tener acepciones rectas, no figuradas. Un ejemplo característico de verbo defectivo natúreo monosémico, sería el de cellisquear, puesto que tal verbo no designa nunca otra cosa sino ‘caer agua y nieve muy menuda, impelidas con fuerza por el viento’, como define el Diccionario académico”); 10. defectivos terciopersonales (“aquellos de los que sólo se suelen usar dos o tres de sus formas no personales, ademas [sic] de las terceras personas de todos o de sólo alguno de sus tiempos. Carecen también de imperativo, salvo en usos figurados o poéticos. […] se ha preferido no incluir los verbos natúreos en la categoría de los terciopersonales. Estos últimos […] nunca se referirán a fenómenos de la Naturaleza, y podrán llevar sujeto expreso: como sucede con los verbos acaecer, atañer, competer, o el salmantino onecer, equivalente a ‘cundir’ o ‘aprovechar’; etc.”. Para concluir el análisis de la definición y calificación de la defectividad en las gramáticas modernas, podemos resumir que no hay un solo criterio, que las definiciones son multifacéticas (aunque no resultan del todo consistentes, a veces contradictorias), que las explicaciones son superficiales, los ejemplos mal escogidos o mal explicados e inconexos con las categorías que deben ejemplificar. Nos encontramos no ante una subclase, clase o categoría verbal, sino frente a un cajón de sastre en el que, siguiendo los criterios más diversos, acaban por meterse los verbos y construcciones más diversas. Ahora bien: ¿por qué? Miremos las raíces en la tradición. 3. Los verbos defectivos en la tradición gramatical 3.1. PRELIMINARES: VERBOS DEFECTIVOS VS. VERBOS IMPERSONALES Hasta 1771, al menos en los capítulos dedicados al verbo, a las oraciones o a la sintaxis en general no hemos podido documentar el término verbo defectivo en las gramáticas analizadas. Como subraya Gómez Asencio, fue la atención que se le prestó a la forma lo que motivó que buena parte de nuestros gramáticos6 apuntara más o menos implícitamente hacia el hecho de que los verbos impersonales no son en definitiva sino una especie 6 Se refiere a los autores de las gramáticas aparecidas entre 1771 y 1847 que forman parte de su corpus de investigación.
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de una subclase más amplia y estrictamente formal, la de los verbos defectivos (1985: 151; énfasis del original).
Y añade, en una nota a pie de página, que “[e]l fenómeno se aprecia con toda claridad en la GRAE, 1771 [=RAE 1771]7, pp. 165-172; Saqueniza [1828], p. 67; Salvá [1897]8, p. 56; Noboa [1839], pp. 119 y 159; y Martínez López [1851?]9 pp. 35 y 465”. En Salvá, por ejemplo, leemos que Defectivos son los que no se usan más que en ciertos tiempos y personas, á cuya clase pertenecen los impersonales, que solo tienen infinitivo y las terceras personas del singular, sin llevar nunca sugeto ni objeto, es decir, persona agente ni paciente, de donde ha venido llamarlos impersonales: amanecer, lloviendo, nevado, relampaguea, tronó (Salvá 91852 [1830]: 56).
Noboa (1839: 119), en el capítulo titulado “De los verbos impersonales”, explica que “Hai ciertos verbos que solo se usan en la tercera persona del singular (algunos tambien en la del plural) sin manifestarse el sujeto que es el móvil de su significación, por cuya razón se llaman impersonales”, añadiendo en una nota que “Tambien los llaman unipersonales ó tercio-personales, por razon de usarse solo en tercera persona”. Los clasifica en dos subgrupos: los verbos “que expresan las operaciones i metéoros de la naturaleza, como nieva, truena, anochece, amanece, &c.; en los cuales nosotros juzgamos que el sujeto puede ser el mismo nombre de donde son derivados, i que equivale á decir la nieve nieva […], &c.”, y los que “suelen tener por sujeto una oración entera, v. g. conviene que vengas pronto”. En las explicaciones acerca de los verbos defectivos, menciona “soler, placer, yacer, heder, podrir, erguir, arrecirse i algunos otros” (1839: 159) y dice acerca de placer: “Es tercio-personal i se usa en los tiempos siguientes: […]. Los demás tiempos y personas se suplen con agradar ó complacer” (1839: 159). Dado que había mencionado antes la existencia de verbos impersonales, también llamados unipersonales o tercio-personales, engloba, implícitamente, estos verbos impersonales entre los defectivos.
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Añadimos los años de las respectivas ediciones empleadas por Gómez Asencio (1985). Salvá, Vicente (1897 [1830]): Gramática de la lengua castellana según ahora se habla. 12ª ed. Paris: Librería de Garnier Hermanos, apud Gómez Asencio (1985: 151). 9 En la bibliografía de Gómez Asencio (1985) aparecen dos obras de Martínez López (1841 y 1851); por las páginas indicadas no puede ser la segunda edición de los Principios de la lengua castellana ó prueba contra todos los que asienta D. Vicente Salvá en su Gramática, publicados en Madrid en 1841, de manera que suponemos que se refiere a la tercera edición de la Gramática de la lengua castellana, con su tratado completo de puntuación, prosodia, ortografía antigua y moderna, y el de la análisis gramatical y lógica, publicada en París en 1851. 8
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Martínez López (1841), al criticar “los delirios de la antigua escuela, cuya bárbara nomenclatura tanto dañará á la ciencia” –por ejemplo, “Que el verbo sacudir lleve por complemento un substantivo absoluto, como: Yo sacudo á mi muger, un substantivo relativo, como Yo le sacudo; que este relativo sea de la tercera ó de la primera persona, como: Yo me sacudo”–, dicta que “Llamanse unipersonales los que no tienen sino una sola persona”, lo que ejemplifica con formas como acaece, conviene, mollizna, amanece, escarcha, parece, consta, hay, etc. Más tarde, introduce, como sinónimo de unipersonal, el término indeclinable (1841: 96). Explicar que los verbos defectivos son “verbos cuyo uso no es de todos los tiempos, ni de todas las personas” (1841: 46), implícitamente incluye los unipersonales entre los defectivos. Sin embargo, no hace referencia a los verbos impersonales. Los verbos que han llegado a englobarse en la categoría de los verbos defectivos constituyen un número mucho mayor que el de los que han llegado a calificarse como verbos impersonales; además, estos últimos han sido calificados por algunos autores como subgrupo de los primeros. De hecho, los verbos defectivos no han atraído la atención de los lingüistas o gramáticos modernos, siendo una obra lexicográfica la que les dedica bastante espacio: Moliner (1996: s. v. verbo defectivo) considera la categoría de los verbos defectivos como superior a las demás –impersonales, unipersonales, terciopersonales, etc.–. El poco interés que despierta es comprensible si tenemos en cuenta que la clase de los verbos defectivos no aparece durante bastante tiempo en las gramáticas españolas, mientras que la distinción entre verbos personales e impersonales tiene una tradición muy larga: lo que más tarde se englobaría, al menos en parte, entre los defectivos, antes se repartía entre los impersonales y, desde su introducción, los unipersonales y terciopersonales, o simplemente ni se mencionaba. Miremos, entonces, primero la clase de los verbos impersonales antes de ocuparnos de la de los defectivos.
3.2. VERBOS IMPERSONALES La distinción entre verbos impersonales y personales se encuentra ya en la primera gramática española de Nebrija (1492): […] avemos de saber q¯ los verbos o son personales o impersonales. personales verbos sÇ aq¯llos q¯ tien‘ distintos numeros y personas.como amo.amas.ama.amamos. amais.am~. Impersonales v¯bos sÇ aq¯llos q¯ no tien‘ dist§tos numeros y personas.como pesame.pesate.pesale.pesanos. pesavos.pesales. (Nebrija 1492: Libro cuarto que es de sintaxi y orden delas doze partes dela oracion; Capítulo.iij. Dela construcion delos verbos despues de si [92]).
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En el mismo capítulo explica: Los verbos impersonales todos sÇ semej~tes alas terceras personas del singular dlós v¯bos personales.hazi‘do reciprocaciÇ sobre si cÇ este pronÇbre se. como dizi‘do.corre se.esta se. Bive se. Pero ai otros verbos impersonales que no recib‘ este pronÇbre se.y costrui‘ se con los otros verbos enel infinitivo.como. Plaze me leer. Pesa me escrivir. Acontece me oir. Conviene me dormir. Agrada me enseñar. Enbastia me comer. Desagrada me bivir. Desplaze me bever. Pertenece me correr. Contenta me passear. Cale me buir. (Nebrija 1492: Libro cuarto que es de sintaxi y orden delas doze partes dela oracion; Capítulo.iij. Dela construcion delos verbos despues de si [94])
Sin embargo, aparece anteriormente en la Grammatica brevis de 1485 de Gutiérrez de Cerezo, considerado discípulo de Nebrija. En ella se constata ya un uso más extendido de la lengua romance y se introducen términos gramaticales en español “que son transposiciones del latín adaptadas a la lengua romance” (Calvo Fernández/Esparza Torres 1993: 175). El autor menciona el verbo impersonal en las normas de traducción al latín, también señaladas por Ridruejo (1977: 66) en su trabajo sobre las notas romances en gramáticas latino-españolas: El que ubiere de convertir algunas palabras castellanas o de otra qualquier lengua en latín a de conocer estas çinco cosas: la notitia, el modo, el tiempo, la persona, el numero. Las notitias son seys, de activa dos, de passiva dos, de verbo impersonal dos. […] La segunda notitia es quando viene el verbo solo ansi como leen, corren, con algun adiuncto que ni haga ni padezca, ansi como corren en la vega: curritur in campo (Gutiérrez de Cerezo 1485: 105, apud Calvo Fernández/Esparza Torres 1993: 175-176).
Como señalan Calvo Fernández y Esparza Torres (1993: 176), Gutiérrez de Cerezo sólo difiere en el uso de notitia por romance para referirse a la construcción en español de lo anteriormente expuesto por Nebrija en las Introduciones latinas contrapuesto el romance al latín, versión bilingüe de las Introductiones latinae de 1481 donde leemos:
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Todos los romances son de actiua o de passiva o de uerbo impersonal. […] Un solo romance se halla en el uerbo impersonal el qual significa universalidad , asi como: corren, curritur (Nebrija 1482-1483: fol. 52v, apud Calvo Fernández/Esparza Torres 1993: 176-177).
No sorprende que el término impersonal también se haya usado en las gramáticas de otras lenguas románicas, ni tampoco que se encuentre en gramáticas castellanas elaboradas en tierras francófonas o en Italia como Oudin ([1597] 31606: 124-125) y Franciosini ([1624] 1707: 201) en que se contrasta el español con el francés y el italiano, respectivamente. En algunas gramáticas más tardías, la subclase de los verbos impersonales se relaciona explícitamente con la gramática latina, como, por ejemplo, en la Arte Grande de la lengua castellana de Correas, compuesta en 1626 y publicada por primera vez en 1903: La 3.ª espezie de los Verbos qe en Latin llamaban impersonales, qe no se hallan mas de en las terzeras personas del singular, como son amaneze, anocheze, escureze, llueve, nieva, relampaguea, truena, ventea (Correas 1903: 161).
Dada esta larga tradición, es natural que la categoría haya tenido más importancia que la de los verbos defectivos, tanto más cuando muchos de los verbos más tarde considerados como defectivos antes habían sido englobados en la categoría de los verbos impersonales. Desde Nebrija, en prácticamente todas las gramáticas significativas del español se encuentra una clase o subclase de los verbos impersonales. Para nombrar algunas de las gramáticas aparecidas hasta principios del siglo XIX: se menciona en la Vtil, y breve institvtion de 1555 y en la Gramatica dela Lengua Vulgar de España de 1559, ambas publicadas anónimamente en Lovaina, en Oudin (31606 [1597]: 24), Ximenez Patón (1614: 18), Franciosini (1707 [1624]: 197-205), Correas (1626: 161), Martinez Gomez Gayoso (1769: 119), RAE (1771: 165170), Sobrino (1738 [1697]: 281-282), Calleja (1818: 24), Saqueniza (1828: 67), Salvá (91852 [1830]: 56) y Noboa (1839: 119; cf. supra). Sin embargo, lo que se entiende bajo el término de verbo impersonal en estas gramáticas, igual que en las más tardías, abarca un amplio abanico de verbos y construcciones (cf. tabla 1 en el anexo). Resumiendo el análisis de las gramáticas cabe decir que las categorías y subcategorías de verbo impersonal que configuran los gramáticos se contradicen entre ellas y que, a veces, no resultan consistentes las agrupaciones de un mismo modelo explicativo. Se constata la existencia de muy diferentes criterios que justifican, para los autores, la calificación de un verbo como impersonal. Entre los criterios, la carencia de formas además de la tercera persona de singular, el
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uso de sólo la tercera persona del singular del verbo, o el uso de sólo la tercera persona del singular y plural del verbo, la indeterminación del sujeto-agente son los más destacables. Se ve claramente que las clasificaciones son o morfológicas o semánticas o reúnen ambos enfoques. No se puede hablar, por tanto, de una subclase verbal de los verbos impersonales. Éstos, si bien constituyen una categoría estable en la descripción gramatical de la lengua española, no han pasado de constituir una categoría muy borrosa de todos los verbos y construcciones que, sea en su conjugación o en el uso que se hacía de ellos, se diferenciaban de los verbos con conjugación plena. La confusión de la categoría también se hace palpable en el debate sobre la adecuación del término para los verbos meteorológicos. Además, puesto que algunos verbos, como mantiene Alarcos Llorach (1994: 275), se hacen impersonales en ciertas estructuras o, como dice Bello (1997 [11847-51860]: 240), pasan al uso impersonal, y que verbos impersonales dejan de serlo en usos figurados, parece fundamentalmente cuestionable la práctica de considerar los propios verbos como impersonales y de hablar de verbos impersonales. Dado que con excepción del verbo haber existencial todos ellos disponen, además de la tercera persona del singular, de formas personales, se ve claramente que es más propio hablar de usos impersonales de estos verbos, y por ello no sorprende que, con el tiempo, la denominación verbo impersonal haya ido dando lugar a la denominación oración impersonal10 o simplemente usos impersonales.
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Noboa (1839), por ejemplo, en un capítulo dedicado a los “verbos impersonales” (1839: 119) e “impersonales pronominales” (1839: 120), remite explícitamente a las oraciones impersonales en el capítulo sobre la sintaxis –“Véanse las oraciones impersonales. Sin.” (1839: 120)– donde explica que “hai oraciones de verbo transitivo, intransitivo, inversivo, ó pasivo, sustantivo, pronominal, impersonal” (1839: 191). Dice al respecto de las oraciones impersonales: “Aunque toda oracion deba tener un sujeto, sin embargo, hai oraciones que por no tenerle conocido , ó por haberse considerado como si no lo tuvieran, se han llamado impersonales” (1839: 198). Distingue varias clases de oraciones impersonales: las oraciones “en que el sujeto está callado, pero es fácil de conocer, v. g. dicen, cuentan, &c., donde se puede entender: dicen las jentes, los hombres, &c.”; las “que significan las operaciones meteorolójicas de la naturaleza, v. g. nieva, graniza, escarcha, &c., en las que no es tan fácil designar el sujeto , pero bien se puede decir que el verdadero sujeto es el nombre de donde han salido estos verbos, v. g. la nieve nieva […], pues es lo mismo que decir cae la nieve […]” (1839: 198); y las “oraciones que parece no tienen sujeto , como estas: conviene, importa, así parece, es menester, es preciso, i otras semejantes”, señalando que “hallaremos que no carecen de sujeto, porque ó es algun artículo demostrativo indeterminado, v. g. esto conviene […], o hace de sujeto una oracion entera […]” (1839: 199). Distingue, además, un grupo de impersonales inversas ó pasivas, entre los que cuenta oraciones “como se dice, se cree, se cuenta, se espera, i otras muchas de esta clase , que, por no aparecer el sujeto pasivo, se llaman
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Probablemente por la gran diversidad de opiniones y criterios, Gómez Asencio, en su análisis de las subclases del verbo en la tradición española entre 1771 y 1847,11 se dedica, en el apartado destinado al verbo impersonal, […] sola y exclusivamente a las definiciones que los gramáticos ofrecen, generalmente en la Morfología, para los verbos impersonales “por naturaleza”, podríamos decir, de modo que las opiniones de estos autores sobre las oraciones impersonales, las construcciones de carácter impersonal o los usos impersonales de verbos que no son impersonales por naturaleza quedarán excluidas de este estudio (Gómez Asencio 1985: 151, n. 224).
El autor sólo considera, entre las construcciones obligatoriamente impersonales –como los llama Llorente Maldonado de Guevara (1982: 199)–, las de tipo meteorológico, y deja de lado las secuencias cuyo predicado es un verbo que no tiene carácter necesariamente impersonal, haber o hacer –hacía mucho viento, hay poca gente, hubo muchas fiestas, etc.–, así como toda una serie de construcciones cuyo carácter impersonal es sólo potestativo u opcional, según Llorente Maldonado de Guevara (1982: 200) “[m]ucho más interesantes, y de interpretación mucho más ardua en todos los aspectos”. La atención a determinados tipos de verbos imposibilita una idea adecuada de la poca precisión de las clasificaciones y de lo borroso que es la delimitación hacia los llamados verbos defectivos. Como las categorías aquí analizadas tienen sus orígenes en la historia de su uso en la descripción de la gramática española, no podemos operar de la misma forma. Al excluir de la descripción de la caracterización de los verbos impersonales a los verbos a veces llamados impersonales impropios y las construcciones de carácter personal potestativo, se omite, a la vez, un indicio de la clara continuación de la descripción del verbo en latín, puesto que, como hemos visto, la categoría del verbo impersonal se tomó de la gramática latina. Según escribe
impersonales, v. g. se dice, se asegura que viene tropa. No se puede salir á paseo, &c.” (1839: 200; espacios en el original). 11 El análisis de las posturas de los gramáticos en cuanto a la adecuación de hablar de impersonalidad en el caso de los verbos meteorológicos revela, tal y como también lo interpreta Gómez Asencio (1985: 153) para el período de 1771 a 1847, tres posibles posturas: los autores que piensan en la posibilidad de oraciones unimembres, de verbos sin sujeto, con lo que la impersonalidad se limitaría no sólo a los verbos que se usan únicamente en tercera persona de singular, sino que también incluiría a los que no tienen sujeto-agente; los que asumen que no es posible verbo sin oración que no sea bimembre y buscan el sujeto tácito, imaginado como “la naturaleza” o, por ejemplo, derivado de la propia significación de cada uno de los verbos impersonales; y, a mitad de camino entre estas dos posturas estarían aquéllos que no se inclinan hacia ninguna de las dos, como es el caso de la misma RAE (1771).
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Gómez Asencio (2001: s. p.): “Y la gramática vernácula hubo de nacer latinizada: decir ‘latinizada’ es decir fuertemente impregnada de modos o maneras, de teorías, conceptos, términos, modelos y métodos, elaborados para dar cuenta del latín”.
3.3. VERBOS DEFECTIVOS Volvemos ahora con la clase de los verbos defectivos. Como demuestra Zamorano Aguilar (2002: 228) en un análisis de la definición y clasificaciones del verbo en las gramáticas del español de Bello (1847) a Gili Gaya (1953), la clase o subclase de los verbos impersonales aparece en 17 –el 70,83%– de los tratados analizados, con lo que sólo los pares dicotómicos transitivo/intransitivo (91,66%) y regular/irregular (75%) obtienen porcentajes de incidencia más altos. Pero mientras que en la misma época la clase o subclase verbal de los verbos defectivos aparece en 15 –el 62,5%– de las gramáticas analizadas por Zamorano Aguilar (2002: 228), en el período entre Nebrija y Bello, se localiza muy pocas veces, y parece que no es hasta 1771, con la gramática de la RAE, cuando se usa esta calificación en un capítulo titulado “De los verbos impersonales, y defectivos” (RAE 1771: 165). Se presentan los impersonales, que comprenden los verbos meteorológicos –“Llámanse impersonales , ó porque no tienen primera y segunda persona, ó porque ni aun se descubre la tercera , y es necesario suplirla con la imaginacion si se quiere hallar agente del verbo: v. g. Dios , el cielo , la nube &c.” (RAE 1771: 166)– y una serie de las construcciones impersonales –entre las cuales es tarde, mucha gente hay, importa trabajar: Otros verbos hay que algunas veces se usan como impersonales, y no tienen persona determinada que sirva de movil ó principio de su significacion: v. g. quando se dice: es tarde : mucha gente hay : mal tiempo hace : importa trabajar : conviene leer : acaece una desgracia : acontece morir de repente : sucede lo que no se pensaba : parece que llueve : en cuyas expresiones no se descubre persona á quien se puedan referir las terceras personas de los verbos ser, haber, hacer, importar, convenir, acaecer, acontecer, suceder, parecer, porque tarde no es movil ó principio del verbo ser, sino un adverbio que le califica: gente no lo es del verbo haber, sino la cosa habida, ó cuya exîstencia se afirma: tiempo no es agente del verbo hacer, sino término de su significacion, y así en los demas exemplos (RAE 1771: 167-168).
A continuación, se dice acerca de la denominación: Los verbos impersonales se llaman tambien defectivos por el defecto ó falta que tienen de personas; pero teniendo ya aquellos su denominacion suficiente, seria mas
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propio limitar la de defectivos á los verbos que no solo carecen de primeras , y segundas personas , sino de algunos tiempos, como: placer, yacer. El primero se usa en la tercera persona del presente de indicativo: á mí me place : á ti te place : á él le place: donde este verbo es de tercera persona , aunque va con pronombres de primera y segunda , porque estos pronombres no rigen al verbo, sino el verbo á ellos. Tambien suele usarse en el pretérito imperfecto de indicativo : á mí me placia , á nosotros nos placia &c. y aun en el pretérito perfecto: me plugo , nos plugo : en el presente de subjuntivo: plegue á Dios: en el pretérito imperfecto en primera y tercera terminacion : pluguiera, y pluguiese á Dios ; y en el futuro de subjuntivo: si me pluguiere ; pero no en el futuro de indicativo , ni en la segunda terminacion del pretérito imperfecto de subjuntivo, pues no se dice : placerá, ni placeria.12 El segundo verbo yacer, que se ha puesto por exemplo , apenas tiene uso fuera de la tercera persona del presente de indicativo ; y ese solo en los epitafios de los sepulcros en que se dice: aquí yace N. ó aquí yacen N. y N. Estos , y otros verbos semejantes son los que pudieran comprehenderse baxo el nombre de defectivos; pero tambien los comprehende el de impersonales , porque siempre son de tercera persona (RAE 1771: 168-170; énfasis del original).
Queda claro que para la RAE (1771), impersonal es tanto la tercera persona de singular como la de plural. El uso de impersonal no se había aceptado unánimemente, pues algunos autores propusieron, sobre todo para los verbos meteorológicos, la denominación unipersonal, que constituiría otra clase de verbos que, al menos para algunos autores, en principio habría de englobarse en una categoría superior de verbos defectivos. Mata y Araujo (1805 y 1848), por ejemplo, rechaza la idea de la impersonalidad. Mientras que en la primera edición de su Nuevo epítome de gramática castellana, de 1805, sólo señala que según su opinión en el caso de los “Verbos llamados comunmente impersonales”, el sujeto está implícito (1805: 84), en la edición de 1848 rechaza explícitamente esta denominación, remitiendo a la existencia de verbos unipersonales, por usarse en una única persona, la tercera, si bien no engloba los verbos unipersonales en el grupo de los verbos defectivos: P. Hay verbos impersonales? R. No señor: porque no puede haber accion sin sugeto que la ejecute ; pero hay verbos que por usarse solamente en la tercera terminacion del singular se llaman unipersonales, como amanecer , anochecer , nevar , i otros que denotan acciones de la
12 Hoy ni la misma RAE duda de la existencia de las formas del futuro de indicativo y condicional.
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naturaleza; dicese, pues, amanece , hiela, truena , cuyo sugeto oculto es la naturaleza , el cielo , &c. (1848: 71).13
También Martínez López (1841: 35) y Bello (1997 [11847-51860]: 193) los llaman unipersonales; y entre los gramáticos modernos se defiende que verbo unipersonal es la mejor solución de las dos. Así, Alarcos Llorach, curiosamente en un apartado titulado “Sujeto e impersonalidad” e introduciéndolo primero como verbo impersonal, señala: Se llaman verbos impersonales aquellos que no admiten sujeto explícito. Pero como todo verbo contiene en su terminación un morfema de persona, es preferible denominarlos, según hacía Bello, verbos unipersonales, puesto que solo se utilizan en tercera persona de singular (Alarcos Llorach 1994: 274).
El debate sobre la distinción de impersonales y unipersonales así como las diferentes propuestas terminológicas, ya sea la introducción de unipersonal, ya sea la creación de un subgrupo de verbos impersonales impropios, desvelan que la categoría de los verbos impersonales no es más que una pseudocategoría que sirve para agrupar una serie de verbos que no encajan en las demás categorizaciones verbales y que, en principio, no tienen razón de agruparse de manera conjunta. Con mayor rotundidad podemos afirmarlo si tenemos en cuenta que no todos los verbos llamados generalmente impersonales pueden identificarse como unipersonales, con lo que estaríamos ante una relación de hiperónimo y hipónimo. De la cita de la RAE (1771) se desprende claramente que en varios de los casos dados estamos ante argumentos basados en la frecuencia (“apenas tiene uso”) y no en la carencia de formas. Lo más importante del extracto arriba mencionado es, sin duda, la explicación acerca de la inclusión de los impersonales en una categoría común, la de los defectivos (cf. tabla 2 en el anexo). Teniendo en cuenta la tradición latina de diferenciar una clase de verbos impersonales, es obvio que la RAE da continuación al modelo latino, argumentando explícitamente con el hecho de que los impersonales ya tienen “su denominacion sufíciente” (RAE 1771: 168). No son criterios lingüísticos entonces los que dan lugar a esta separación de dos clases de verbos, sino la tradición latina.
13 El autor, sin embargo, no incluye los verbos unipersonales entre los verbos defectivos. En 1805, da dos apartados separados para los “Verbos llamados comunmente impersonales” y los verbos defectivos (Mata y Araujo 1805: 84-85), y en 1848, las presenta en un único apartado –“De los verbos unipersonales i defectivos”– sin que un grupo englobe el otro (Mata y Araujo 1848: 71). Cf. Zamorano Aguilar (2009) para un análisis pormenorizado de las diferentes ediciones del Nuevo epítome y la evolución teórica en la serie textual de la obra.
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El hecho de que sea necesario llamar la atención sobre la no pertenencia de los verbos impersonales –y unipersonales– a la categoría de verbos defectivos revela que los autores intuitivamente sí los englobarían en esta categoría, o que lo más evidente sería hacerlo. Así, por ejemplo, Bello, en su obra considerada por Gómez Asencio (1981: 11) “la mejor gramática del castellano nunca escrita”, los excluye explícitamente, pero sin justificar tal posición: “No se comprenden en el número de los verbos defectivos los que regularmente sólo admiten las terceras personas del singular, llamadas unipersonales o impersonales” (Bello 1997 [11847-51860]: 193). Si bien –también– en este caso de los impersonales la RAE simplemente hace suyos descripciones y usos terminológicos anteriores, es más que probable que el hecho de que el uso del término verbo impersonal se haya perpetuado a pesar de haber sido debatido hasta por los más importantes gramáticos, entre ellos el mismo Bello, tenga que ver con que lo haya usado la RAE. El hecho de que la institución académica tenga esta posición confiere a estas posiciones un valor especial, dándoles refuerzo y ayudando a su perpetuación. Al respecto, Gómez Asencio escribe, en la introducción de las Antiguas gramáticas, que, para bien y para mal, fue inmensurable la influencia de la obra gramatical de la Real Academia Española en la norma lingüística, en la delimitación del estándar, en la descripción del español, en la teoría gramatical, en la disposición y contenidos de los libros de texto, en la enseñanza del idioma, en algunos de los prejuicios y actitudes lingüísticos aún hoy vigentes, etc. etc. (Gómez Asensio 2001: s. p.).
La bifurcación de la clasificación en impersonales y defectivos como grupos separados por costumbre, predeterminada por la RAE, y las dificultades de manejar por separado impersonales, unipersonales y, en algunos autores, terciopersonales repercuten en las gramáticas españolas dando lugar a numerosas clasificaciones muy distintas de los verbos en estos grupos.14
14
Cf. Zamorano Aguilar (2002: 227-228) para un estudio de las distintas clases verbales que se proponen en las gramáticas del español de Andrés Bello (1847) a Samuel Gili Gaya (1953) en el que se presentan el número de tratados en que aparecen las diferentes clases o subclases verbales y la frecuencia porcentual correspondiente. Mientras que la clase o subclase impersonal aparece en 17 tratados (70,83%), la clase o subclase unipersonal no se menciona más que en ocho tratados (33,33%) y la de tercio-personal sólo se encuentra en cuatro de las gramáticas analizadas por el autor (16,66%).
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3.4. LAS POSICIONES DE CALLEJA (1818) 3.4.1. Verbos impersonales y verbos defectivos en Calleja (1818) Un buen ejemplo de la confusión terminológica que se percibe en la tradición son las posturas acerca de los verbos impersonales y defectivos que defiende Calleja (1818), pues permiten visualizar de manera bastante precisa la dificultad con que nos encontramos al intentar separar los dos conceptos en las descripciones gramaticales. Muchas veces sólo la consideración de todas las referencias a los verbos y las categorías en cuestión permite detectar estas inconsistencias. Puesto que su gramática reúne prácticamente todos los puntos neurálgicos de las dos clases o categorías de verbos en la gramática española, vamos a analizarla de manera pormenorizada como ejemplo de una tónica dominante en el corpus. Sus posturas cuentan entre las más interesantes de las gramáticas antiguas que hemos analizado por las soluciones que el autor encuentra para encajar verbos con “defectos” muy diferentes usando ambas denominaciones, impersonal y defectivo, y por admitir que los impersonales son, efectivamente, a la vez un tipo de verbos defectivos. Sus problemas a la hora de acoplar los distintos verbos en las clases empleadas son sintomáticas de las dificultades con que se encuentran los gramáticos del español. Mantiene Calleja que [A los verbos] los dividen los gramáticos por sus diferentes especies , en activos , neutros , reflexivos , ó recíprocos , e impersonales. Todos estos pueden ser ademas regulares , ó irregulares , ó defectivos (Calleja 1818: 23).
Así, los defectivos constituirían una subcategoría de diferentes clases de verbos. Se llega, entonces, a la muy notable conclusión de que existen verbos impersonales defectivos. Sin embargo, acerca de los verbos impersonales da la siguiente explicación: Los verbos impersonales se llaman así por que no tienen mas que la 3.ª persona del singular. Carecen del imperativo, y de algunos tiempos del infinitivo; por lo que puede tambien llamarseles defectivos (Calleja 1818: 55).
Cabe hacer varias observaciones. Primero, con las “formas del infinitivo” hace referencia a lo que llama modo infinitivo. En el caso del verbo haber, por ejemplo, da las siguientes formas: Presente Pretérito perfecto y pluscuamperfecto Futuro infinitivo
haber haber habido haber de haber
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Gerundio Participio de pretérito Participio de futuro
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habiendo habido habiendo de haber (Calleja 1818: 34).
Sin embargo, en el ejemplo de un verbo impersonal, tronar, da sólo tres formas para el modo infinitivo: tronar, tronando y habiendo tronado (Calleja 1818: 55), y no menciona las formas que en el siguiente cuadro hemos añadido en corchetes: Presente Pretérito perfecto y pluscuamperfecto Futuro infinitivo Gerundio Participio de pretérito Participio de futuro
tronar [haber tronado] [haber de tronar] [tronando] tronado [habiendo de tronar]
Omite, por tanto, formas que, caso de haberse puesto, llevarían al absurdo la afirmación respecto de la falta de las “formas del infinitivo”. Segundo, en virtud de la explicación que da, los verbos impersonales son únicamente aquellos que tienen sólo la tercera persona del singular, pues no dice nada al respecto de los verbos que disponen de una forma para la del plural. Tercero, puesto que, según dice el gramático, los verbos impersonales pueden llamarse defectivos (lo que es una conclusión lógica si tenemos en cuenta que la carencia de formas menos la tercera persona del singular constituye defectividad), se llegaría a la conclusión de que, dada la primera afirmación del autor, existen verbos defectivos que además son defectivos. Habría, por tanto, dos categorías de defectividad: una en el nivel de las subclases de los verbos, pues los verbos impersonales se encuentran, si seguimos la exposición de Calleja (1818: 24), en una relación sintagmática con verbos activos, neutros y reflexivos/recíprocos; y otra en el nivel de las subcategorías de dichas subclases, puesto que también los verbos de las demás subclases pueden ser defectivos (1818: 24). Por consiguiente, serían posibles tres combinaciones de clases y subclases: 1. 2.
clase de verbo impersonal (=defectivo) (3ª persona singular); sin subclase; clase de verbo impersonal (=defectivo) (3ª persona singular) + subclase de verbo defectivo (por no usarse/existir formas en todos los tiempos/modos); 3a. no pertenencia a la clase de verbo impersonal (=defectivo) (más personas que la 3ª persona singular); sin defectividad adicional; 3b. no pertenencia a la clase de verbo impersonal (=defectivo) (más personas que la 3ª persona singular) + subclase de verbo defectivo (por no usarse/existir formas en todos los tiempos/modos).
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Considerando que los impersonales según él sólo tienen la tercera persona del singular, esta defectividad “adicional”, o sea, la defectividad de los impersonales-defectivos, tendría que darse en otro nivel que el de persona o número: el de los tiempos o modos. Ahora bien, el hecho de que Calleja no explicite, en la exposición de los ejemplos, a cuál de los dos niveles hace referencia, dificulta la determinación de las posiciones del autor. Menciona los verbos impersonales meteorológicos –aunque no se olvida de explicar el uso personal que se puede hacer de ellos– y se ocupa muy brevemente del uso impersonal del verbo haber del que dice que suele usarse algunas veces como impersonal , y usado de esta manera , tiene la particularidad de poder concertar la terminacion de la 3.a persona del singular con el sugeto en plural , eg. hay fiesta , hubo novillos , habrá sesenta chicos (Calleja 1818: 56).
No separa, como lo hacen muchas gramáticas coetáneas, haber como auxiliar –es decir, con la conjugación completa– de haber existencial que sólo dispone de las formas de la tercera persona del singular, ya que, de otra forma, según su definición de los verbos defectivos (ver infra), tendría que haber incluido el segundo entre los verbos defectivos. No explica a cuál de las clases establecidas anteriormente pertenece este uso de haber. No obstante, puesto que haber existencial sólo dispone de la tercera persona singular, y eso en todos los tiempos y modos, tendría que englobarse entre los verbos impersonales (=defectivos), pero no a la subclase de los defectivos. A continuación, explica que Otros verbos hay que son defectivos , y son los que carecen de algunos tiempos , ó que aunque los tengan , no se hallan yá en uso , y tales son yacer , soler y placer (Calleja 1818: 56).
Analicemos el tratamiento de estos tres verbos.
3.4.2. Yacer El verbo yacer no es impersonal, según la definición de Calleja, ya que no carece de formas (“solo están en uso…”) y se emplean, si bien sólo lo explicita con el ejemplo yacen –pues omite yacían y yagan–, las terceras personas del plural: De yacer solo están en uso las dos 3.as personas del presente de indicativo yace y yacen ; el pretérito imperfecto de indicativo yacia , y el presente de sujuntivo yaga (Calleja 1818: 56).
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Al no pertenecer, entonces, el verbo a la clase de los impersonales (=defectivos), debe englobarse entre la clase de los verbos neutros (“aquel cuya accion o significado no pasa á otra cosa , como : nacer , morir”, 1818: 24). Por el uso –según el autor– limitado a las terceras personas de determinados tiempos, se trata de un verbo neutro defectivo; su defectividad se halla, por tanto, en el nivel de la subclase verbal del modelo de Calleja. Cabe señalar que, según la RAE, yacer no tiene limitaciones en cuanto al uso de los tiempos, por lo que la decisión del autor estaría motivada por la baja frecuencia de uso del verbo en otras que las personas, tiempos y modos mencionados.15
3.4.3. Soler Como definitivamente no es un verbo impersonal, ya que tiene formas en todas las personas, estaríamos delante de un ejemplo de la subclase de los defectivos: De soler se hallan el presente , pretérito imperfecto y perfecto de indicativo , y la 3.a terminacion del imperfecto de sujuntivo, y son : suelo , solia , soli y soliese (Calleja 1818: 56).
No queda claro si con “se hallan” hace referencia a que sólo están en uso los tiempos en cuestión o si realmente apunta hacia la carencia de los demás. Curiosamente, entre los tiempos mencionados se encuentra el perfecto de indicativo (con el ejemplo “soli”), precisamente el tiempo que suele considerarse como no usual por una limitación de orden aspectual.
15
En comparación con otros muchos verbos, yacer tiene una frecuencia muy baja, en términos absolutos, pues por su significado se usa más bien poco. Como sostiene Lucci (1983), la verdadera lengua de los hablantes no es la que hablan, sino la que escuchan. Lo que escuchamos nos parece normal, y lo que no, nos resulta raro y se convierte, posiblemente, en usos insólitos. Por ello, verbos poco usados suelen ser más difíciles para los hablantes porque el hecho de que no se use mucho implica que no se escuche demasiado. Si yacer de por sí ya es poco frecuente, lo es más aún, por razones semánticas, la primera persona del presente, y probablemente como consecuencia de ello, los hablantes vacilan cuando tienen que hacer uso de esta forma. Quizá sea por ello que yacer presenta, en español moderno, tres formas distintas de la primera persona del presente de indicativo del verbo, yazgo, yazco y yago, formadas en analogía con distintos modelos de conjugación de verbos en -er existentes en español.
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3.4.4. Placer Sobre el verbo placer Calleja apunta lo siguiente: Placer es impersonal y defectivo , por lo que solo se usa en las 3.as personas de los tiempos siguientes : indicativo presente : me place ; imperfecto : te placia ; perfecto : le plugo ; sujuntivo presente : plegue á Dios ; imperfecto : pluguiera y pluguiese , y futuro imperfecto : pluguiere (1818: 56).
A pesar de que el autor diga explícitamente que se trata de un verbo impersonal, según su propia definición de los verbos impersonales, placer no forma parte de esta clase. Su afirmación resulta extraña y sólo podría explicarse con un supuesto desconocomiento del autor de la existencia de las terceras personas del plural. Sin embargo, como demuestra una búsqueda en el CORDE, sí se documentan en los textos de la época. La RAE (2001b: s. v. placer) no lo marca como defectivo y registra todas las personas, tiempos y modos, señalando únicamente la existencia de algunas formas irregulares: MORF. conjug. c. agradecer. Usada también la 3.ª persona de singular del pretérito perfecto simple (plugo), del pretérito imperfecto de subjuntivo (pluguiera o pluguiese) y del futuro de subjuntivo (pluguiere) (RAE 2001b: s. v. placer1).
Placer entraría, por tanto, en la clase de los verbos activos del modelo de Calleja, siendo un verbo activo, según el autor, aquel cuya acción o significación pasa á otra cosa que es como el complemento de su significación , tal como amar ; no se puede amar sin que haya obgeto á quien se ame : y así se dice: amar á Dios (Calleja 1818: 24).
Partiendo de una limitación del verbo a determinadas personas y tiempos, como al parecer lo hace Calleja, placer se incluiría, además, en la subclase de los verbos defectivos. Vemos, entonces, que el autor únicamente da ejemplos de verbos que conforman la subclase de defectivos, pero no de verbos de la clase verbal impersonales-defectivos que pertenezcan a la vez a una subclase de verbos defectivos, lo que viene a cuestionar el modelo entero, ya que carece de sentido, entonces, hacer una distinción de dos niveles de la defectividad. El verdadero problema radica, claro está, en el intento de mantener una clase de verbos impersonales, ya que la diferenciación de verbos que carecen de primera y segunda personas del singular y del plural y de la tercera del plural, por un lado, y de los restantes verbos carentes de alguna persona, tiempo o modo (o que presentan determinadas formas caídas en desuso), por el otro lado, no es operativa.
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4. Conclusión Las dificultades de Calleja (1818) son sintomáticas de las que tiene la gramática en cuanto a la clasificación de los verbos en las categorías aquí tratadas, y constituyen un lastre que viene heredado de la tradición. Hemos visto que las categorías creadas y empleadas se transmiten a través de la historia de la gramática española. Análisis de gramáticas latinas y griegas pueden obviar la continuación, en la gramática española, de perspectivas anteriores sobre la conjugación y el papel de los modelos divergentes, es decir, de los verbos que no siguen las conjugaciones más frecuentes o presentan particularidades que ya llamaron la atención de los gramáticos clásicos. Igual que la lingüística moderna, que desde la comparación entre diferentes lenguas como fundamento del análisis tipológico intenta explicar las defectividades morfológicas, también habría que servirse de la perspectiva comparativa en la historiografía. Hay que comparar el tratamiento de la defectividad en las gramáticas españolas con él que se le da en las gramáticas clásicas, en la tradición de la gramática latina y griega y en las gramáticas de otras lenguas románicas, ante todo, del francés, portugués e italiano. Así podrán trazarse las influencias de las gramáticas clásicas, de las gramáticas latinas y griegas posteriores y de las gramáticas de las lenguas románicas. De esta manera, podrá determinarse la transferencia intercultural y la posición de la gramática española respecto de las tradiciones de la gramática en cuanto a la categorización como defectivo y en lo relativo a la descripción de la defectividad misma.
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CARSTEN SINNER
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LOS VERBOS DEFECTIVOS
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124, 157
18v
161, 167 puros ~: 162
197 verbi impersonali
Oudin 31606 [1597]
Ximenez Paton 1614
Correas 1626
Franciosini 1707 [1624]
205 pesarle: me pesa, te pesáva…
18v
199 acontéce, acontécen; 201 acaéce, acaécen; 205 me importa, me importavan
161
124-125
Lib. 4.º Cap. 3.º
sólo 3ª pers. sing. o pl. o sing. y pl.: convenir, importar, acontecer, etc. conviene, etc.
hace
197 hay 199
167 hay
157 hay
hay
sólo 3ª pers. sing.
202 amanecér, anochecér; 203 llovèr
161 (=puros impersonales, 162)
amanecer, escurecer, llover, nevar, tronar, ventear
102
Lib. 4.º Cap. 3.º
sólo inf
12:45
Lib. 4.º Cap. 3.º
Impersonales pronominales pésame, pésate, pésale/córrese, éstase, vívese…
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Nebrija 1492
Impersonales
TABLA 1 Verbos clasificados como impersonales en las gramáticas del corpus
ANEXO
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CARSTEN SINNER
239 me pésa 240 se dice, se creía, se cenó, se comerá (= impers. pasivos(a) / “el passivo de los verbos impersonales”)(b) 321 Pláceme leer; Pésate escribir; Conviénenos descansar
sólo inf
120 conviéne (no da plural
sólo 3ª pers. sing. o pl. o sing. y pl.: convenir, importar, acontecer, etc. 239 conviéne, pláce, importa, basta, acontéce, acaéce, sucéde, paréce, condúce
conviene, etc.
hace
239 hay, há
hay
sólo 3ª pers. sing.
320 verbos impers. absolutos
239 lluéve, graníza, niéva, hiéla, relampaguéa, truéna, amanéce
amanecer, escurecer, llover, nevar, tronar, ventear
12:45
LOS VERBOS DEFECTIVOS
a “La segunda orden de estos Verbos es la de los Impersonáles Passivos : la qual es semejante à las terceras personas del número singulár de los Personáles , que se hacen recíprocos con el Pronombre se ; v.g. Córrese. Estáse, Vívese, Váse. Cómese, etc.)” (1769: 321). b “El Passivo (se entiende en quanto à la significación, no à la terminacion) es aquel que lleva antes de sí el Pronombre se” (Martinez Gomez Gayoso 1769: 240).
119
Impersonales pronominales pésame, pésate, pésale/córrese, éstase, vívese…
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Martínez Gómez Gayoso 1769 [1743]
Impersonales
TABLA 1 (Cont.)
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103
vol. II, 72 =Impers. por construccion: Se cree, creen (c)
sólo inf
vol. II, 72-74 (= Impers. por construccion ): “Se cree, creen”
sólo 3ª pers. sing. o pl. o sing. y pl.: convenir, importar, acontecer, etc. vol. II, 74: (=Imper. por naturaleza: 3ª pers. sing. sin se): Acontece. Basta. Conviene. Importa. Parece. Plega; plugo. Ser con adj. sin subst.: Es necessario que, es menester que, era conveniente que, etc. Sucede.
conviene, etc.
hay
hace
sólo 3ª pers. sing.
vol. II, 74: Impers. por naturaleza (3ª pers. del sing. sin particula se ): Amanece. Anochece. Graniza. Llueve. Nieva. Relampaguea. Truena. Hiela.
amanecer, escurecer, llover, nevar, tronar, ventear
12:45
104
c “Todos los verbos se pueden considerar en este […] sentido, como cuando en la oracion ponemos: Se cree, se dice, se oye, se corre o bien en la tercera del plural sin particula: Creen, dicen, oyen, corren, &c. son expressiones equivalentes”, “Se halla en antiguos monumentos que España estava en tiempo de los Carthaginenses al doble poblada que ahora. El se antes del verbo halla a nadie se refiere , i por tanto es impersonal” (vol. II, 73).
vol. II, 72
Impersonales pronominales pésame, pésate, pésale/córrese, éstase, vívese…
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San Pedro 1769
Impersonales
TABLA 1 (Cont.)
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CARSTEN SINNER
sólo 3ª pers. sing. o pl. o sing. y pl.: convenir, importar, acontecer, etc. 167 importa trabajar, conviene leer, acaece una desgracia, acontece morir de repente, sucede lo que no se pensaba, parece que llueve
conviene, etc.
167 mucha gente hay (d)
hay
amanecer, escurecer, llover, nevar, tronar, ventear 165-166 amanecer, anocherer. escarchar, helar, granizar, llover, lloviznar. nevar, relampaguear, tronar.
hace
167 mal tiempo hace
sólo 3ª pers. sing.
“Quando el verbo haber se usa como impersonal en las terceras personas de singular, tiene la propiedad de convenir tambien al plural del sustantivo, en que termina su significacion, y así se dice: hay un hombre, y hay muchos hombres: habia una hora, y habia tres horas: hubo fiesta, y hubo fiestas &c. en cuyas locuciones no se puede usar de este verbo en plural” (1771: 168).
sólo inf
12:45
d
Impersonales pronominales pésame, pésate, pésale/córrese, éstase, vívese…
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RAE 1771
Impersonales
TABLA 1 (Cont.)
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LOS VERBOS DEFECTIVOS
105
24; 55 tronar, llover, etc. vs. verbos “á los que podrémos llamarles impersonales impropios”
Calleja 1818
sólo 3ª pers. sing. o pl. o sing. y pl.: convenir, importar, acontecer, etc. 281-282 bastar (e)
conviene, etc.
hace
56 haber (h)
282 haver ay, avia, etc.
hay
sólo 3ª pers. sing.
55 tronar, llover (i)
[183-186: llovér, nevar, granizar, helár, relampagueár, atronár](f) [188: anochecer y amanecer](g)
amanecer, escurecer, llover, nevar, tronar, ventear
106
Según se registra en el índice se trata de un verbo impersonal, si bien en el respectivo apartado de la gramática sólo se menciona “Le Verbe bastár , Suffire” (Sobrino 1738: 281). f Se dan con todas las formas que tienen, pero no se califican, ni en el índice ni en el texto, como impersonales. g No los engloba entre los impersonales. h “Suele usarse algunas veces como impersonal”. i “con toda propiedad puede clasificarseles en la especie de impersonales”.
sólo inf
12:45
e
281-282 (sin explicar qué es un verbo impersonal)
Impersonales pronominales pésame, pésate, pésale/córrese, éstase, vívese…
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Sobrino 1738 [1697]
Impersonales
TABLA 1 (Cont.)
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CARSTEN SINNER
119
– 35 unipersonales
Noboa 1839
Martínez López 1841
119 conviene (k), eso me importa, te conviene un baño, 199 conviene, importa
sólo 3ª pers. sing. o pl. o sing. y pl.: convenir, importar, acontecer, etc.
35 (unipersonales) consta, conviene, importa, parece
199 así parece, es menester, es preciso
conviene, etc.
hace
35 (unipersonales) hay
47 (unipersonal) hay
hay
amanecer, escurecer, llover, nevar, tronar, ventear
35 (unipersonales) diluvia, escarcha, graniza, llueve, llovizna, mollizna, nieva, relampaguea, truena, ventea, ventisquea
119 nieva, truena, anochece, amanece (l), 196 nievea, graniza, escarcha
sólo 3ª pers. sing.
k
“Los modos impersonales son tres: infinitivo, participio y gerundio” (30). Dice, en las explicaciones introductorias (119), que algunos de los verbos que sólo se usan en la 3ª persona también se emplean en plural. l Distingue los verbos impersonales en dos grupos, uno de los cuales engloba aquellos “que expresan las operaciones i metéoros de la naturaleza, como nieva, truena, anochece, amanece, &c.; en los cuales nosotros juzgamos que el sujeto puede ser le mismo nombre de donde son derivados, i que equivale á decir la nieve nieva […], &c.” (119).
120 se dice, se cree, se oye, se espera, &c.
sólo inf
12:45
j
29-30 modos impers (j)
Impersonales pronominales pésame, pésate, pésale/córrese, éstase, vívese…
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J.S. 1832
Impersonales
TABLA 1 (Cont.)
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LOS VERBOS DEFECTIVOS
107
Mata 1848 (unipersonales)
Saqueniza 1828
Mata 1805 (verbos llamados comunmente ~) Calleja 1818
Calleja 1818
Noboa 1839
Noboa 1839
Mata 1848
Martínez López 1841
Salvá 1852 [1830]
los verbos impersonales son un subgrupo de los verbos defectivos
Salvá 1852 [1830]
Calleja 1818
Mata 1805
RAE 1771
los verbos defectivos constituyen un grupo propio
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Sobrino 1738 [1697]
RAE 1771 (defectivo es sinónimo de impersonal )
el grupo de los verbos defectivos solapa con el de los impersonales
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RAE 1771
los verbos defectivos son un subgrupo de los verbos impersonales
108
Nebrija 1491; Anónimo 1555; Oudin 1606; Ximenez P. 1614; Correas 1626; Franciosini 1707 [1624]; Martínez Gómez Gayoso 1769 [1743]; San Pedro 1769
los verbos impersonales forman un grupo propio
TABLA 2 Verbos defectivos vs. verbos impersonales: categorías implícita o explícitamente mencionadas por los gramáticos
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CARSTEN SINNER
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LA EXCEPCIÓN EN LAS PRIMERAS GRAMÁTICAS H I S T Ó R I C A S D E L E S PA Ñ O L JULIO ARENAS OLLETA U n iv e r s i d a d C o m p l u t e n s e d e M a d r i d
A finales del XIX, cuando los descubrimientos de la lingüística histórica alcancen en Europa un cierto grado de madurez, se planteará en algunos círculos académicos el alcance de las leyes fonéticas, cuestión con importantes implicaciones epistemológicas ya que la respuesta depende en último término de la naturaleza que se le atribuya a los fenómenos del lenguaje. En España, al margen de este desarrollo, no se producirá ninguna contribución importante a este debate. Ahora bien, la tarea de comprender el funcionamiento real de la ciencia obliga al historiador de la lingüística a explicar por qué fracasaron los intentos que hubo en España de escribir una gramática histórica (o sea, científica) a finales del XIX y principios del XX. Como veremos, faltaban condiciones esenciales para comprender la historicidad de las lenguas. Pero el hecho de que se publiquen gramáticas históricas y que en dichas obras se asuma cualquier razonamiento histórico sobre el origen de una excepción como una muestra del alcance universal de las leyes fonéticas (en el sentido tradicional de ‘regla’) nos demuestra hasta qué punto la gramática tradicional servía de modelo no sólo formal, sino también a la hora de señalar intereses y delimitar problemas, a la nueva ‘gramática histórica’: es decir, evidencia la historicidad esencial de los géneros científicos. As soon as the early historical and comparative linguistics were strong enough at the end of the 19th century, the real scope of phonetic laws was discussed in some scholar circles. This issue reached a significant epistemological dimension due to the fact that it was the observer who defined the nature of the linguistic phenomena. Spain did not produce any essential contribution to this discussion. However, in order to understand the real way in which the language sciences worked, the Historiography must explain why Spaniards, who attempted to write a historical grammar (i.e. a scientific grammar), failed. The absence of essential conditions to recognize the historicity of languages could be seen under this failure. But the fact that historical grammars, in which any explanation of an exception was taken as a proof of the universality of phonetic laws (in the traditional sense of ‘rule’), have been published in Spain, proves to what extent traditional grammar provides a basis to the new historical grammar. It was not only a formal basis, but also showed points of special interest and problems. This can be seen as an evidence of the essential historicity of scientific genres.
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JULIO ARENAS OLLETA
Es ist ein grosses Gesetz der Natur, das auch in der Sprache Anomalien und Mängel neben den uns erkennbaren Regeln bestehen lassen will (Jacob Grimm 1819, apud Arens 1955: 175).
1. Planteamiento Sobre el hecho, inadvertido hasta el XIX o sólo intuido de manera deficiente, de que el cambio fonético responde a una serie de regularidades, se constituyó a lo largo de aquella centuria el llamado método comparativo.1 Fue hacia el último cuarto del siglo XIX cuando se abrió un debate sobre lo adecuado de explicar dichas regularidades en términos de leyes fonéticas que se cumplen, como las leyes que rigen el mundo natural, sin excepciones. Como tal, la discusión sobre la Ausnahmslosigkeit estaba ausente en la romanística hispánica y, de hecho, desempeñaba un papel secundario, al menos como reflexión explícita, en el pensamiento lingüístico de Menéndez Pidal (Garatea 2005), no sólo en su madurez, cuando las ciencias del lenguaje se habían enfrentado con una serie de problemas como la variación dialectal que exigían una matización de las herramientas metodológicas hasta cierto punto incompatible con la ingenuidad de la Ausnahmslosigkeit (Lapesa 1969: 8-10; Ridruejo 1999: 203207), sino también en los primeros escritos, como el Manual donde “ley fonética” se emplea con suma cautela (Menéndez Pidal 1980 [1904]: 175 y 203-204).2 Si la lingüística neogramática supone, como se ha dicho, una nueva fase en la historia de la lingüística en Europa (Gauger/Oesterreicher/Windisch 1981: 45-46 y 55-57), España jamás podría haberse sumado al debate aludido porque todo apunta a que, a finales del XIX, incluso la asimilación de la obra de Diez era todavía muy deficiente.3 Es mi intención demostrar en las páginas siguientes que el
1
Cf. Auroux (1990, 2000), Ramat (1990), Rousseau (2001), Swiggers (1990b, 2001). Con todo, una de las reflexiones más conocidas de Orígenes trata precisamente acerca de la naturaleza de las “leyes” fonéticas (Menéndez Pidal 1956 [1926]: 530-532), que pasó simplificada bajo el epígrafe “¿Existen leyes fonéticas?” a la versión divulgativa El idioma español en sus primeros tiempos (1945 [1927]: 134-135) y vio más tarde la luz en forma de artículo independiente “Las leyes fonéticas, su esencia histórica” (1970 [1961]). Cf. AlonsoCortés (2006), Catalán (1974: 662-665) y Ridruejo (1999). 3 Se suele citar el recuerdo de Pidal de sus años de estudiante, hacia 1890: “–Buen profesor el señor Sánchez Moguel, claro. –Pero vanidoso y por ello absorbente […]. Y como los dos concurríamos a aquella gran Biblioteca del Ateneo, un día, al pasar junto a mi pupitre, reparó que yo leía la Gramática de Díez, y se me acercó para advertirme que hacía mal en leerla, que no sacaría de ella más que una olla de grillos en la cabeza, que las obras alemanas necesitaban ser expuestas de nuevo por una mente latina” (Conde 1969: 30). La primera edi2
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LA EXCEPCIÓN EN LAS PRIMERAS GRAMÁTICAS
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contexto de recepción del nuevo paradigma en España es, con respecto a lo que sucedía en Europa, precientífico. Partiendo de una revisión del concepto de (no-)excepción en una serie de “gramáticas históricas” publicadas en España en torno a 1900 como índice del grado de asimilación de la nueva lingüística,4 veremos que aún entonces no sólo no eran moneda corriente en España las dos aportaciones fundamentales de la Grammatik de Diez, a saber: Zu einem wandte Diez als erster die historisch-vergleichende Methode konsequent auf lateinisch-romanisches Sprachmaterial an. Zum andern entschied Diez damit den jahrhunderteralten Streit über die Entstehung der romanischen Sprachen zugunsten von deren vulgärlateinischer Herkunft. (Selig 2007: 37),
sino que, además, estas dos ideas no podían llegar a cuajar en un ambiente en el que, como veremos, resultaba imposible tanto concebir la historicidad de las lenguas como abordar un estudio de la lengua independiente de otro fin ajeno al interés por la lengua misma. Por otro lado, el hecho de que existan numerosas referencias superficiales a la Ausnahmslosigkeit no sólo debe tomarse como índice de una receptio diffusa de las obras que se iban publicando en Europa, sino que es señal, a mi entender, de hasta qué punto la gramática tradicional constituye necesariamente el espacio discursivo de aclimatación de la nueva ciencia del lenguaje.
2. Gramática histórica e historiografía Se ha señalado que la concepción de lo que es una gramática histórica en el marco de la lingüística histórico-comparativa sigue siendo para las lenguas románicas en lo esencial válida desde la época de Diez hasta hoy: la gramática histórica se propone como objetivo relacionar diferentes etapas de la evolución gramatical de una lengua y explicar en la medida de lo posible los cambios que han tenido lugar en la fonología, la morfología y la sintaxis (Oesterreicher
ción de la Grammatik der Romanischen Sprachen es de los años 1836-1844 (la quinta y última edición de 1882). Menéndez Pidal hubo de leerla en la traducción francesa de Brachet, Paris y Morel-Fatio aparecida entre 1874 y 1876, que es la citada en la bibliografía de la 1ª edición del Manual. 4 He tenido noticia de las siguientes gramáticas completas del español, publicadas en España y que se anuncian como históricas: Farré y Carrio (1884) (hasta donde sé, la primera), Commelerán (1889), Torres y Gómez (1899), Alemany (1902), Padilla (1903) y Lanchetas (1908). Estas obras determinarían así la parte “doméstica” del contexto de gestación/recepción del Manual de Pidal. Cf. las precisiones de la nota 26.
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2007b).5 Sin embargo, desde un punto de vista historiográfico, además de esta dimensión teórica, interesa analizar los condicionantes de la comunicación discursiva que intervienen en un momento concreto en la selección y organización de la información contenida por una gramática histórica del español, en tanto que artefacto de un discurso ‘científico’ históricamente determinado:6 desde los más externos (peripheral matters en palabras de Malkiel 1960), como la historia editorial del libro, los avatares financieros de su elaboración o la eventual vinculación con un marco institucional, pasando por algunos más cercanos a la materia y el modo de tratarla, como los modelos seguidos o el público al que se dirige, hasta los más internos, como los datos empleados, las explicaciones consideradas aceptables o el concepto de lengua subyacente a las argumentaciones (Arenas Olleta 2008). Por lo que respecta a la gramática tradicional, contamos ya con importantes contribuciones (Calero Vaquera 1986; Zamorano 2001, 2005). Aun así, la gramática histórica queda fuera de la historia de la gramática. Al respecto, hay que tener en cuenta que: a) la gramática tradicional precientífica europea se presenta, a finales del XIX, como el único modelo posible de selección y organización de la información tanto lingüística como también de la obtenida dentro del nuevo paradigma de la lingüística histórica. Como ya señalaba Hermann Paul: Die historische Grammatik ist aus der älteren bloss deskriptiven Grammatik hervorgegangen, und sie hat noch sehr vieles von derselben beibehalten. Wenigstens in der zusammenfassenden Darstellung hat sie durchaus die alte Form bewahrt (Paul 1995 [1880]: 23).
b) como se apunta en la anterior cita de Paul, debemos considerar que dentro de una primera fase de consolidación no debe ser inmediata la identificación de toda obra con el título de gramática histórica con lo que hoy llamaríamos un estudio diacrónico sobre la lengua, sino que “histórico” equivale a “científico” en estos textos de finales del XIX.7 La oposición 5 Cf. también Girón (2005), Kabatek (2003), Lemartinel (1988), Oesterreicher (2007a y 2007c) y Polo (1985-1987). 6 Para una discusión de los planteamientos históriográficos aquí aludidos, cf. Auroux (1987), Fernández Pérez (1999: 207-224), Hafner (2003), Koerner (2006), Oesterreicher (1977), Schlieben-Lange (1983, 1989), Simone (1975), Swiggers (1990a) y Wodak et al. (1998), entre otros. 7 “Es ist eingewendet, dass es noch eine andere wissenschaftliche Betrachtung der Sprache gäbe, als die geschichtliche. Ich muss das in Abrede stellen. Was man für eine nichtgeschichtliche und doch wissenschaftliche Betrachtung der Sprache erklärt, ist im Grunde
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vigente en esta época sería histórico vs. no científico (tradicional), ya que la lingüística sincrónica es posterior a la histórica y surge de hecho por un proceso de emancipación y de superación del paradigma histórico-comparativo (Gauger/Oesterreicher/Windisch 1981: 46-49 y 64).
3. La recepción de un nuevo paradigma 3.1. OBSTÁCULOS EN LA RECEPCIÓN Los trabajos historiográficos que se han ocupado del período que tratamos coinciden en señalar el notable retraso de España en la incorporación al panorama científico europeo,8 retraso que no deja de sorprender si se tiene en cuenta que España contaba con una tradición de reflexión lingüística de una cierta entidad (Mourelle-Lema 2002). Gauger (1982, 1989)9 ha intentado explicar el hecho de que la reflexión lingüística científica comenzara en el XIX en Alemania en función de cuatro condiciones históricas: el ‘descubrimiento’ del sánscrito; una singular disposición afectiva hacia el pasado; el nacimiento de una conciencia histórica, y la emancipación del interés por la lengua de otros fines distintos. Frente a la contingencia de los dos primeros, los dos últimos son factores necesarios para que un estudio sobre cualquier aspecto lingüístico pueda llegar a alcanzar la categoría de científico:
nichts als eine unvollkommen geschichtliche, unvollkommen teils durch Schuld des Betrachters, teils durch Schuld des Beobachtungsmaterials. Sobald man über das blosse Konstatieren von Einzelheiten hinausgeht, sobald man versucht den Zusammenhang zu erfassen, die Erscheinungen zu begreifen, so betritt man auch den geschichtlichen Boden, wenn auch vielleicht ohne sich klar darüber zu sein” (Paul 1995 [1880]: 20). Cf. Berschin (2003: 33). Del mismo modo, y ya dentro de las obras españolas: “Yo me propongo, de conformidad con el título de esta obrita, explicar en ella el verbo castellano, según los procedimientos de la Gramática histórica y comparada […]. Hágolo así por abrigar la profunda convicción de que el castellano actual no puede ser explicado satisfactoriamente por los métodos y el criterio seguido por la escuela tradicional y empírica” (Lanchetas 1897: I); “Una obra de lingüística no puede ser completa ni científica, en el orden riguroso de la palabra, si en el estudio de los sonidos, de la derivación, de las flexiones y de la sintaxis prescindimos en absoluto de su historia, de la comparación y del criterio fecundísimo de la Analogía” (Lanchetas 1908: 5). Cf. infra la cita de Alemany (1902). 8 Para el período que tratamos ha dicho Brumme (2001: 220-221) que “[l]’absence totale de la notion technique de l’analogie développée chez les néogrammairiens prouve que la philologie espagnole reste enfermée dans le domaine hispanique”. 9 Cf. también Oesterreicher (2007a y 2007b) y Arenas Olleta (2007a, 2007b y 2008).
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Warum kam man nicht auf – uns heute so simpel scheinende – Dinge wie freies und betontes lat. a zu frz. e (mare > mer)? Es kann sich nur um ein prinzipielles Hindernis handeln. Dies Hindernis ist das Fehlen eines historischen Bewußtseins (Gauger/Oesterreicher/Windisch 1981: 25).
Partiendo de esta idea, Oesterreicher habla de un bloqueo epistémico a la hora de comprender la historicidad de las lenguas:10 Kurz, dass die historisch-vergleichende Sprachwissenschaft erst zu Beginn des 19. Jahrhunderts entsteht, hat zentral gar nicht datenbezogene Gründe, sondern ist durch die Aufhebung eines prinzipiellen epistemologischen Hindernisses bedingt (Oesterreicher 2007a: 6).
No es lugar este para revisar con la profundidad debida esta idea, toda vez que el concepto de ruptura no es aceptado por todos los historiadores de la ciencia.11 Pero, sin mayores pretensiones, podemos utilizar los dos criterios esenciales aludidos para valorar de algún modo la serie de gramáticas históricas que se publican como tales hacia 1900 en España y enfocar un poco más el contexto de formación y recepción del Manual pidalino.
3.2. GRAMÁTICAS PSEUDOHISTÓRICAS En los estudios historiográficos que se han hecho de este período de la historia de la ciencia en España, dependiendo del enfoque del historiador o bien se acentúa la nula relevancia del pensamiento lingüístico español en el contexto europeo 10
Sobre el sentido de historicidad aquí, cf. Coseriu (1988) y Oesterreicher (2006). Las discusiones sobre la existencia de estas rupturas epistémicas en la historia de la ciencia (Foucault 1966) o sobre la oportunidad de hablar de paradigmas (Oesterreicher 1977, Percival 1976) encuentran un cierto apoyo en una imagen típica de la reflexión historiográfica que, en palabras de Koerner, podríamos llamar celebratory o propagandistic (2006: 28122813): la del “fundador” –“l’iniziatore della linguistica romanza […] fu Friedrich Diez” (Vàrvaro 1968: 53); “aber Diez war nicht allein der Begründer der romanischen ‘Sprachwissenschaft’, sondern ebenso auch der romanischen ‘Philologie’” (Tagliavini 1998: 7-8)– o, para el caso español: “La barrera que aislaba, respecto a los métodos científicos imperantes más allá de los Pirineos, a la tradicional erudición española vino a ser rota, en el tránsito del siglo XIX al siglo XX, gracias al solo esfuerzo de R. Menéndez Pidal” (Catalán 1974: 22); “Así pues, Menéndez Pidal emprendió su tarea lingüística sin contar con precedentes españoles” (Lapesa 1969: 8) (véase Arenas Olleta 2006: 235-236). Y es que “las rupturas son salientes: llaman la atención y organizan las conceptualizaciones del tiempo, mientras que las continuidades son, cuando no aburridas, al menos difíciles de contar” (Schmidt-Riese 2007: 209). 11
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(Droixhe 2000) o bien se rastrean índices de la asimilación de las nuevas ideas (Ridruejo 2001), ya sea en forma de citas explícitas de los nuevos lingüistas, en el uso que se da a ciertos términos acuñados en el nuevo paradigma (Brumme 2001) o en la implantación de determinadas estructuras académicas ‘modernas’ (Gutiérrez-Cuadrado 1987). Ahora bien, tenemos que tener en cuenta que, junto a otros obstáculos más inmediatos, para llegar a entender las ideas de la lingüística histórico-comparativa era necesario llegar a plantearse un estudio autónomo del lenguaje y comprender su historicidad. El marcado carácter instrumental de la lengua contribuye a que su estudio se conciba tradicionalmente como auxiliar de otros intereses prácticos, como el aprendizaje de lenguas extranjeras o la catequesis, o ancilla de saberes más elevados, como la teología, la filosofía o la literatura. Así, al abrir la gramática latina de Commelerán (1889), que se anuncia como “comparada” en el título, nos encontramos con una gramática escolar convencional, sin ninguna pretensión de indagar en cualquier aspecto del latín: lo “comparativo” es, en realidad, “contrastivo” y se reduce a confrontar continuamente el español y el latín para hacer más efectiva la enseñanza del último. Farré y Carrió (1884: X) justifica del siguiente modo su obra: “[a]caso no tenga la presente obra toda la utilidad que imaginamos, pero creemos que ha de servir muchísimo así para determinar la procedencia de las palabras, como también la verdadera ortografía de las mismas” y Padilla da a su gramática un sesgo normativo: Sin duda lo que importa para hablar correctamente un idioma vivo es conocer el uso actual de las personas cultas; pero ¿puede el gramático prescindir de la historia de la lengua, si quiere profundizar en sus causas, en sus analogías, en su vida íntegra? […] En las citas y autoridades para corroborar las reglas, hemos acudido siempre á los escritores de nota de todos los siglos, fijándonos especialmente en algunos de ellos. El poema del Cid, El Fuero Juzgo, Berceo y las Partidas han sido nuestro arsenal para los orígenes; Cervantes y Granada para nuestro siglo de oro; Jovellanos, Menéndez y Pelayo y el inimitable Valera para nuestros días. No es esto decir que en ellos se vincule toda la vida de nuestro espléndido idioma: cuando ha sido preciso, hemos citado á otros autores no menos dignos de respeto y hasta más cercanos al habla popular (Padilla 1905 [1903]: XIII-XIV).12
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Y, en consonancia, introduce valoraciones del siguiente tipo en su texto: “Sería lástima que por un temor irracional al arcaísmo ó á la afectación desterráramos también las frases por ende, aquende, allende” (Padilla 1903: 82). Toda gramática termina o empieza por ser normativa, decía Alarcos (1994), y esto valdría en cierto modo para la gramática histórica en este momento. En el mismo Manual encontramos afirmaciones como: “[…] otras voces menos arraigadas, como parterre, silueta, soirée, toilette, avalancha, couplet, pot-pourri, que ininteligibles para la mayoría del pueblo y anatematizadas por los puristas, llegarán acaso a olvidarse, como se han olvidado ya cientos de palabras que usaban los galicistas del siglo
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Y, por supuesto, no es raro concebir o justificar la gramática histórica como un instrumento filológico para comprender los textos que el proceso de consolidación de la nación iba seleccionando en un canon:13 En mi concepto, histórico debe ser el método que se adopte en nuestra Facultad para el estudio de la Lengua española: esta enseñanza constituye la primera parte de la asignatura denominada Lengua y literatura española: la Literatura no debe estudiarse sin las letras, es decir, sin hacer leer (legere) á los alumnos hasta donde se pueda, los textos de nuestros autores antiguos y modernos; y, como para comprender los primeros es indispensable el conocimiento de la lengua en que están escritos, de ahí la necesidad del estudio del castellano antiguo (Alemany 1902: XIII-XIV).14
Por otro lado, entender el concepto de cambio propuesto en la nueva lingüística implica asumir que el castellano es producto de la evolución del latín y que esta evolución, a pesar de que se puedan buscar influencias históricas extralingüísti-
XVIII [...]; un idioma, como un cuerpo sano, tiene facultad de eliminar las sustancias que extrañas no asimiladas e inútiles” (Menéndez Pidal 1980 [1904]: 25; cf. Múgica 1904), o “[a]sí se pronuncian corrientemente abogá(p )o, estád(p )o, o más vulgarmente pasáo [...]. En las escuelas debieran los maestros recomendar la pronunciación -ap o, con una p relajada o débil, ya que una p sonaría a muchos como afectada; pero debe tacharse de vulgarismo la relajación extrema o la pérdida de la p ” (Menéndez Pidal 1980 [1904]: 100-101). Cf. del Valle (1999). 13 Como ha señalado Pons (2006: 75): “[l]os textos funcionaban por un lado como patrones de referencia, modelos emisores centrífugos, pero también eran, por otro lado, modelos garantes, descritos como muestras de un ideal estatismo lingüístico ya pretérito, consagrados como moldes antonomásicos que simbolizaban una retención de usos pretéritos mejores. Eran dechados lingüísticos, esto es, modelos canónicos centrípetos”. Entre los siglos XIX y XX la gramática histórica se vio inmersa en el afianzamiento del “canon lingüístico” (Pons 2006: 76) o “canon académico” (Fernández-Ordóñez 2006: 1780), y es que, a finales del XIX en España la necesidad de dotar a los textos ‘nacionales’ –percibidos hasta entonces como bárbaros, infantiles y toscos (cf., por ej., Bello 1881: 4)– del pedestal filológico que poseían desde el Humanismo los clásicos grecolatinos hizo del comento (p. ej., con el esquema ‘gramática y vocabulario’) un espacio óptimo para el transplante, el desarrollo e, incluso, la legitimación académica, institucional y social, de los nuevos métodos de la lingüística histórica (Arenas Olleta 2008). Sobre los problemas que plantea hasta hoy la secular vinculación entre la gramática histórica y el canon literario, cf. Bustos (2006), Fernández-Ordóñez (2006), Pons (2006) y Rodríguez Molina (2006), entre otros. 14 Incluso en los Elementos de gramática histórica de García de Diego (1914: 7) se lee: “Es ya inútil insistir en que todo estudio gramatical de una lengua de abolengo literario no puede concretarse al momento actual, ya que tan preciso nos es conocer la lengua de Cervantes y Santa Teresa por ejemplo como la de nuestros días, so pena de condenarnos a no poder leer jamás debidamente nuestros clásicos”.
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cas, es esencialmente endógena. Así, en la gramática de Farré y Carrió se defiende la siguiente tesis sobre el origen de las lenguas románicas: Las lenguas neo-latinas son todas hijas de la transformación de la latina á causa de la acción en ella ejercida por la energía popular de cada comarca o región cuando cesó la influencia material del pueblo romano […]. Esta acción obrando sobre el latín le transformó originando las lenguas conocidas por neo-latinas (Farré y Carrió 1884: 19).
Es decir, que en el origen de los romances se encuentra un “carácter” prerrománico castellano, catalán o francés que, una vez caído el Imperio romano, “recobraba su vigor propio haciendo sentir los efectos de su fonología. Estos efectos se tradujeron en otras tantas leyes” (Farré y Carrió 1884: 20). Aquí no debemos ver un intento de explicación sustratística del cambio fonético avant la lettre: esa “fonología castellana”15 anterior a la latina es, a juicio de Farré y Carrió (1884), la causa de la transformación del latín en castellano, causa, por otro lado, exterior a lo propia lengua latina (Arenas Olleta 2008). Pese a lo que se dice en el prólogo sobre las leyes fonéticas (1899: XIV-XV), la gramática de Torres y Gómez contiene explicaciones acerca de la historia del español especialmente llamativas: Los godos hallaron suma dificultad en la declinación de los nombres latinos, en la conjugación de los tiempos compuestos de los verbos, en la formación de la pasiva con terminaciones propias, y en otras muchas perfecciones difíciles de apreciar por un pueblo poco civilizado. Así es que, prescindiendo de las terminaciones de los casos, usaron sólo lo que ahora llamamos tema de los nombres (Torres y Gómez 1899: 24).
Y más adelante: Los romanos, una vez establecidos en la Península, introdujeron en ella su lenguaje, bajo la doble forma conocida con los nombres de latín clásico (sermo urbanus)
15 En el libro se incluyen, junto al capítulo Como la fonología latina ha sido castellana o catalana otros dedicados a explicar Como la fonología árabe se ha hecho catalana ó castellana o Como la fonología griega ha sido catalana ó castellana, donde se afirma que “la influencia ejercida en las lenguas castellana y catalana por la lengua griega no iguala á la ejercida por la latina” (Farré y Carrió 1884: 57; énfasis mío). Según esto, aun con mayor peso que otros, el latín es sólo un influjo más en el castellano. Es decir que a pesar del empleo de verbos como ha sido o se ha hecho, subyace aquí una visión de la lengua, que si bien no es enteramente estática, no es plenamente consciente de la dimensión temporal de las mutaciones y no llega, por lo tanto, a reconocer la existencia de la realidad histórica latín → castellano.
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y latín vulgar, bajo latín (sermo rusticus) [.] Pero á la par de estas lenguas seguían hablándose entre el pueblo las peculiares de los diversos países de España. Entre éstas debía haber una que, como siempre sucede, fuese la predominante. De ésta puede muy bien proceder nuestra lengua castellana; y el predominio del elemento latino en ella (y en las demás lenguas llamadas romanas o romances) puede explicarse por la influencia constante y cada vez más acentuada de la lengua latina sobre ellas, como sucede durante una poderosa dominación, sobre todo si es intelectual y religiosa a un mismo tiempo (Torres y Gómez 1899: 36).
En suma, apenas unos años antes de la publicación del Manual de Pidal y 63 años después de la publicación del primer tomo de la Grammatik de Diez, la hipótesis del castellano primitivo se ponía de nuevo en letras de molde en España (cf. Ridruejo 2001: 645 y Arenas Olleta 2008).16
4. Ley fonética y excepción En la historiografía de la lingüística europea, el que las leyes fonéticas se cumplan sin excepción pasa por ser un concepto central en la lingüística de los neogramáticos.17 Se suele señalar en la obra del eslavista August Leskien el primer planteamiento explícito de la Ausnahmslosigkeit der Lautgesetze: 16 Incluso una gramática que admite el origen latino del castellano, como la de Brenes (1905), lo hace a partir de un concepto deficitario de la historicidad de las lenguas: “tenemos que los seis décimos de la lengua Castellana proceden de la Latina, y si observamos que el resto, por analogía, ha quedado sometido á las mismas leyes á que obedece el Romance, podremos legítimamente asegurar que el Latín es la lengua matriz del Castellano” (Brenes 1905: 33), habiendo admitido antes que “[d]espués del Latín, la lengua que más influyó sobre el vocabulario de la nuestra fue el Árabe” (Brenes 1905: 30). Este contexto quizás ayude a entender la contundencia de la siguiente afirmación pidalina en la primera edición del Manual, de 1904: “Este idioma hispano-romano, continuado en evolución espontánea, es el mismo que apareció ya francamente divorciado del latín en el Poema del Cid; el mismo que perfeccionó Alfonso el Sabio; y, substancialmente el mismo que escribió Cervantes” (Menéndez Pidal 1980 [1904]: 8, cambiado en ediciones posteriores en “Este idioma hispano-romano, continuado en su natural evolución, es el mismo que aparece constituido ya como lengua literaria en el Poema del Cid, el mismo que perfeccionó Alfonso el Sabio, y, sustancialmente, el mismo que escribió Cervantes”, Menéndez Pidal 1980 [1904]: 28). En 1924, Américo Castro cree necesario dedicar varias páginas a refutar la tesis de la corrupción en un escrito divulgativo y aún en 1946 escribe Gastón Burillo: “Las lenguas romances son una continuación del latín, y así deben ser consideradas; nunca como el resultado de una corrupción de aquel idioma, como algunos equivocadamente pretenden” (Gastón Burillo 1946: 13). Cf. Abad (2004), Oesterreicher (2007b) e infra nota 25. 17 Cf., por ejemplo, Auroux/Désirat/Hordé (1992), Jankowsky (1972, 2001 a y b), Koerner (1989), Oesterreicher (2007b) y Schneider (1973, 2001), entre otros.
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Bei der Untersuchungen bin ich von dem Grundsatz ausgegangen, dass die uns überlieferte Gestalt eines Casus niemals aus einer Ausnahme von den sonst befolgten Lautgesetzen beruhe. […] versteht man unter Ausnahmen solche Fälle, in denen der zu erwartende Lautwandel aus bestimmten erkennbaren Umständen nicht eingetreten ist […], so ist gegen den Satz, die Lautgesetze seien nicht ausnahmslos, natürlich nichts einzuwenden (Leskien 1876: XXIV, apud Jankowsky 2001: 1352).18
En su formulación más estricta, esta concepción del cambio fonético conlleva que si en una lengua el sonido X se transforma en el sonido Z en una palabra Y al pasar ésta del estado A al B, ese sonido experimentará exactamente la misma transformación en todas las demás palabras en las que aparezca y, si se dan casos en los que esto no es así, o bien se deben a condiciones que han influido en el proceso (como la acentuación) y que se pueden explicar a su vez en términos de leyes fonéticas, o son creaciones analógicas de raíz psicológica (Einhauser 2001: 1341). Esta cuestión supone, por lo tanto, un primer debate epistemológico ‘de madurez’ acerca de una joven ciencia (¿natural o social?) y de la naturaleza que se debe atribuir a los hechos del lenguaje (Formigari 2004: 145). Pero, además, la Ausnahmslosigkeit implica la superación de un tipo de explicación de lo lingüístico que había marcado toda la tradición gramatical anterior.19 Es decir, la excepción no es un recurso válido dentro de la explicación histórica (científica) de la lengua. Así, la gramática histórica elaborará una serie de herramientas teóricas para explicar las excepciones a las leyes fonéticas, siendo las principales la analogía20 y lo
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Este principio se formula de forma tajante en Brugmann y Osthoff (1878) (cf. Schneider 2001: 177), pero mucho más matizada en el gran (y casi único) teórico de este grupo, Hermann Paul (101995 [1880]: 67-68). Sobre los orígenes de esta concepción de la ley fonética, véanse „ernv (2006: 107-111), Gauger/Oesterreicher/Windisch (1981: 55), Jankowsky (1972, 2001b), Schneider (1973), Tagliavini (1998: 12) y Wunderli (2001). 19 La primera exposición de este principio que encuentro en una gramática española corresponde a Unamuno (que quedó en su día sin publicar): “Las leyes fonéticas son debidas a necesidades del aparato de la voz, a estricta mecánica de éste, y debemos penetrarnos de la idea, cada día más confirmada, de su estrechísimo rigor, de un rigor que no admite excepción alguna, siendo las aparentes anomalías debidas a nuestra ignorancia de las leyes fonéticas o a la dificultad de determinar totalmente cada fenómeno en un proceso tan complicado. […] Cuando un caso se nos presenta como una excepción a una ley, o es una variedad dialectal o la ley ha sido mal formulada” (Unamuno 1977 [1893]: 97). 20 Por ejemplo: “Diese Doppelheit erklärt sich wahrscheinlich folgendermaßen: Ursprünglich war nach den ausgezählten Konsonanten und Konsonantengruppen der Abfall des -e die Regel; da aber neben den Formen ohne -e solche bestanden, in denen das -e lautgesetzlich bleiben mußte, weil es durch vorausgehende oder folgende Konsonanten gehalten wurde, so drang -e auch dort ein. So hieß es z. B. ursprünglich Sing. mont Plur. montes; da sich aber bei fast allen Substantiven der Sing. vom Plur. durch den Mangel eines s unterschied, so bildete
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que Menéndez Pidal llama “cambios fonéticos esporádicos” de motivación psíquica21 (metátesis, asimilación, etimología popular, etc.): [las voces] de uso menos constante, quedan inexplicables por esos principios, siendo la menor frecuencia de su empleo la causa principal de la menor regularidad en su desarrollo. En estas voces rebeldes hay que reconocer otros cambios fonéticos que no son tan regulares o normales como los anteriores, sino que obraron u obran esporádicamente, unas veces sí y otras no, sobre los sonidos colocados en iguales condiciones dentro de varias palabras […] (Menéndez Pidal 1980 [1904]: 176-177).
5. La excepción en la gramática tradicional Sin entrar aquí en un aspecto que requiere un estudio gramaticográfico de gran envergadura,22 podríamos decir que el concepto de ‘excepción’, central en la gramática tradicional, estaba en diálogo directo con el de regla. La idea misma de norma descansa, por un lado, en ese juego de reglas y excepciones y, por otro, no puede desligarse de una dimensión pedagógica, más o menos explícita, pero siempre inherente a todo lo normativo. Así, en las gramáticas destinadas al uso de extranjeros el esquema regla(s)-excepción(es) es habitual:23 Regla | Con algunos nombres, especialmente proprios, y con pronombres, no se pone en los casos articulos, sino con solas las praepositiones, y se distinguen desta manera, los casos. | No. Dios Pedro. Iuan. | Ge. de Dios. de Pedro. de Iuan […] | Saluo
man von Plur. montes einen analogischen Sing. monte (etwa wie omne – omnes); dagegen hieß es immer mil, weil hier kein Plur. mit -es zur Seite stand” (Zauner 1908: 28-29). 21 La siguiente reflexión sobre las leyes fonéticas falta en la 1ª ed. de 1904: “Capítulo IV. Fenómenos especiales que influyen en la evolución fonética” (Menéndez Pidal 1980: 90). Zauner (1908: 54-56) habla de “allgemeine Erscheinungen des Konsonantismus”, García de Diego (1914: 55) de “transformaciones condicionales”, y Hanssen (1945: 66-68) de “transformaciones esporádicas”. Cf. “aunque las desinencias de flexión obedecen en principio a las leyes fonéticas ya enunciadas, obedecen también a otras leyes morfológicas” (Menéndez Pidal 1980: 203, así en 1904: 102). 22 Cf. los trabajos recogidos en el presente volumen, y entre ellos, los de Calero Vaquera y Zamorano Aguilar. 23 Y persiste en algunos casos hasta hoy: “Regeln | 1. Alle Substantive der Deklination II sind maskulin. | 2. Außer im Nominativ Singular steht in allen Kasus die Endung –en. | Im Plural steht nie ein Umlaut. | 3. Nur -n steht bei | der Bauer – des Bauern – die Bauern | der Nachbar – des Nachbarn – die Nachbarn | der Ungar – des Ungarn – die Ungarn | Ausnahme: der Herr – des Herrn – die Herren” (Deyer/Schmitt 1999 [1985]: 16; énfasis del original). Sobre las gramáticas del español para extranjeros véase el imprescindible trabajo de Sáez Rivera (2008).
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sino particularizamos, como dezir, | el Dios de Israël | el dios de los Gentiles (Anónimo 1555: 24-25; énfasis mío).
Además de la irregularidades en la conjugación verbal (cf. Sinner en este volumen), de las cuatro partes en que se dividía la gramática, la excepción está singularmente presente en la ortografía: Se escriben con b: | 1º Las voces que la tienen en su origen, como abundancia […] de abundantia. | […] | 5º Los vocablos que principian con los sonidos bibl, ó con las sílabas bu, bur y bus, como biblioteca, bula, burla, buscar. | Exceptúanse las voces anticuadas vusco, vusted vustedes, en que van embebidos los pronombres vos, vuestra, vuestras (RAE 1888: 354).24
Conlleve una valoración positiva (como idiosincrasia de una lengua) o negativa (quizás como falta de claridad o dificultad de dominio), la excepción intenta a menudo explicarse de algún modo, como en la cita anterior a través del “voces anticuadas” y de la alusión a las formas “embebidas”, aunque la justificación puede ser más explícita: El caprichoso lenguaje de familia, queriendo achicarse con el de los niños y extremar la expresión de la ternura é íntimo afecto, rompe las leyes de los diminutivos ó las inventa nuevas; sobre todo en los nombres propios de personas, los cuales casi nunca se ajustan á las reglas constantes en las demás palabras. Así decimos de Concepción, Concha […] (RAE 1888: 44).
Esto, por supuesto, deja la puerta abierta a los primeros intentos de explicación ‘histórica’ rudimentaria, de raigambre erudita más que lingüística: El hebreo tiene como forma aumentativa la terminación en on ó un […]. Y de ella se vale, al propio tiempo, como forma diminutiva […]. Semejante particularidad pudo venir á nuestra lengua por los fenicios, habitantes de Andalucía durante muchas centurias (RAE 1888: 35-36, nota al pie).25
24 Cf. “Notas orientadoras sobre el uso de la letra b. | Se escriben con b: a) Los verbos terminados en -bir. Ejemplos: escribir, recibir, sucumbir. Excepciones en voces de uso actual: hervir, servir, vivir y sus compuestos” (RAE 1999: 11). 25 De hecho, de la mano de la especulación etimológica las tentativas de explicación histórica están presentes a lo largo del pensamiento lingüístico occidental. Cf., sin embargo: “Spekulationen über den Sprachursprung, genetische Modelle der Sprachentwicklung, sachlich fremdbestimmte Wertungen, gelegentlich fast als beliebig einzustufende Bestimmungen von Verwandtschaftsverhältnissen und höchst unsichere, widersprüchliche Erklärungen des sprachlichen Wandels, vor allem des Lautwandels sind die Regel – bei einem derartigen Wissensstand ist natürlich keine
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6. Excepción y gramática pseudohistórica A continuación veremos cómo las menciones a la Ausnahmslosigkeit dentro de las gramáticas de esa época están fatalmente condicionadas por la concepción tradicional de la lengua y de la gramática.26 Debido a la incapacidad para comprender la historicidad del lenguaje, no es raro identificar ley fonética, desposeído el concepto de toda dimensión diacrónica, con regla gramatical en el sentido tradicional. Por lo tanto, la excepción a una ley no se entenderá en su sentido recto, expuesto más arriba, como excepción a un proceso histórico, sino como excepción a una norma. Dichas excepciones son las que intentarán explicarse en función de nuevas “leyes” (= reglas). En esto radica la proclamada superioridad del nuevo método. Gramática castellana es la ciencia que trata de las leyes generales, por las cuales se rige la lengua castellana (Lanchetas 1908: 56). Escribe Lanchetas: LECCIÓN 8ª.– Leyes fijas que la fonología castellana actual conserva como resultado de las múltiples transformaciones fonéticas latino-castellanas. | Se han fijado como leyes fonéticas de la lengua castellana las siguientes: | 1ª Ninguna palabra genuinamente castellana puede terminar en consonante momentánea (p, b, t, c, k, q, g). Exceptuándose la d en el lenguaje de las clases cultas (Lanchetas 1908: 18).27
Desde estos planteamientos, las ‘leyes’ que se proponen resultan deficientes:
Wissenschaft von der Sprache zu fundamentieren, die […] sprachwandelbezogene Phänomene und geschichtliche Fakten befriedigend erklären können muss” (Oesterreicher 2007a: 4). 26 Además de en Menéndez Pidal (1980 [1904]), subyace una auténtica visión histórica del devenir de la lengua en Múgica (1891) y Zauner (1908) (escritas ambas fuera de España, la segunda en alemán), sin contar aquí las gramáticas históricas limitadas a un texto determinado, como las del Cid de Unamuno (1977) y de Araujo (1897) (sobre estas dos, cf. Arenas Olleta 2008 y la bibliografía allí citada), ni las que se escribieron una vez consolidado el género, como Hanssen (1945 [1913]), García de Diego (1914), Blecua/Gastón (1937), Gastón (1946), etc. 27 Cf. el concepto de ley que se desprende de las siguientes afirmaciones de Brenes (1905): “Ese concepto de las leyes fonéticas se opone al que la Gramática antigua se había formado de las excepciones y aun de las reglas mismas, pues las consideraba como nacidas de un capricho arbitrario. […] Para la Gramática de nuestros días, tanto las reglas como las excepciones son expresiones de la regularidad de los cambios fonéticos” (1905: 23); “Las irregularidades mismas cuando se hallan en formas muy usuales atraen nuevas formas y la regularidad se extiende hasta convertirse en expresión de una ley empírica” (1905: 27); “[…] los sustantivos acabados en -o proceden de la segunda y cuarta declinación latina; son casi todos masculinos. El plural lo forman según la ley general” (1905: 167; énfasis mío).
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Algunas dicciones conservan inalterable la muda tenue intervocal; entonces es la inicial la que sufre la debilitación en suave: catu gato, colaphus golpe (ant. colpe), qu(i)ritare gritar (ant. cridar), kithara guitarra. En estas palabras vemos comprobada la ley. En otras como gámbaro de cammaru, gavia de cavea, graso de crasu puede admitirse también que la palabra no ha sufrido debilitación en sus letras internas […] (Alemany 1902: 29, nota al pie). Esta ley de la doble formación puede así formularse: “la influencia sabia ó literaria suspende con frecuencia los efectos de las otras leyes fonéticas, aproximando las palabras á la forma que tenían en la lengua de donde proceden” (Torres y Gómez 1899: 187).
La gramática histórica también se concibe como un medio de explicación de las excepciones/irregularidades morfológicas de la lengua: [A]l hacer el plural esas palabras terminadas en consonante, lo facilitaban recuperando su forma primitiva en e. De manera, pues, que el signo verdadero de la pluralidad es la s. El fonema –es queda siendo, por lo tanto, una combinación del signo del plural más una e procedente de la sílaba final de palabras que hoy aparecen como terminadas en consonante y que originariamente poseyeron una e (Brenes 1905: 166).28
Y aun las ortográficas: La c se transformó en z cuando, por pérdida de la vocal final con que formaba sílaba, quedó incorporada a la anterior | Luce – luz | Face – faz | Cruce – cruz | Esta regla fonética se hace necesaria desde el momento en que nuestra c tiene el doble valor de fricativa dental y de gutural fuerte explosiva. Si la conserváramos al final de la palabra, su sonido se desnaturalizaría por completo. | Regla ortográfica – Si las voces terminadas en z se ponen en plural, adquieren de nuevo la c primitiva, por haber desaparecido la causa que motivó el cambio. Así, los plurales de cruz, voz, luz, raíz, se escribirán: Cruces, voces, luces, raíces (Padilla 1903: 25).
Incluso autores que llegan a asimilar los postulados de la lingüística histórica del momento, como Alemany (1902) y, especialmente, Unamuno29, proponen algunas explicaciones de irregularidades gramaticales en las que se confunde lo que hoy llamaríamos identidad histórica y sincrónica: Si prescindiendo de la etimología, tomamos por radical del verbo castellano todas las letras de su infinitivo menos la r, se nos ofrecen como irregulares algunos que 28
Cf. la explicación propuesta por Zauner (1908) para el retroceso de la apócope extrema reproducida en la nota 20. 29 La cita de Unamuno en Múgica (1891: 2; 24) carece de referencia y no he podido identificar la fuente entre las obras del primero.
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dejan de serlo cuando se les compara con la forma latina de que proceden. Así crezco es irregular comparado con crecer; pero no lo es si se le compara con cresco (Alemany 1902: 114). Al antiguo ela se le perdió la e inicial, y tenemos la casa por ela casa […], pero en los nombres que empiezan por a, ela águila, ela ala; la a de ela se fundió con la a inicial del nombre, y esto hizo conservar la e del artículo; así es, el’ águila. el ’ala. La regla, bien formulada, acerca de la colocación de la primera mitad (el) del antiguo artículo femenino (ela) […] es esta: Los nombres femeninos que empiezan por a acentuada (a en sílaba tónica), llevan ante sí la primera mitad del art. fem. ela: ej. el águila (Unamuno, apud Múgica 1891: 26).
Además, hemos de ver en este tipo de intentos de explicación una búsqueda de utilidad pedagógica (de nuevo un obstáculo a la emancipación del interés lingüístico):30 Con la sinceridad que me caracteriza, debo manifestar que empleado este segundo método, que es el que únicamente sigo hace diez años, he podido ganar en igualdad de circunstancias un 50 por 100 de tiempo en lo relativo al aprendizaje de nuestros verbos, especialmente en los llamados irregulares, y un 100 por 100 en lo que mira a su retentiva, á la facilidad de recordarlos y á la seguridad de su aplicación (Lanchetas 1897: XV).31
30 Incluso en la gramática histórica de Blecua/Gastón (1937: 5) se presenta como “un trabajo que facilite la enseñanza de nuestro idioma, considerándolo en sus orígenes y en su evolución”. Hay que diferenciar entre esta justificación práctica de los estudios lingüísticos y los fines más o menos retóricos (como el de servicio a la patria) que se encuentran a menudo en las obras que tienen que ver con la lengua española. 31 Cf. lo que dice del método “comparado”, así entendido, Cejador y Frauca en el prólogo de su gramática griega: “no hay quien no reconozca que el método comparativo moderno, que reduce á principios razonables y explica las antiguas irregularidades y enseña analizando y dando razón de los hechos, y regulariza, en una palabra, el cúmulo de áridas reglas de los antiguos, además de no estar sobre la capacidad de los jóvenes que estudian el Griego, desarrolla la inteligencia, enseña a discurrir, facilita la misma retención de las reglas y hace interesante y ameno el antes aridísimo estudio de las lenguas clásicas: la Gramática comparada ó científica, ha sepultado con razón en todas partes el antiguo Arte” (Cejador y Frauca 1900: VIII-IX). Y un poco más adelante: “Los verbos irregulares dejan de serlo bajo el punto de vista comparativo; los tiempos segundos entran en el círculo del sistema regular del verbo; la investigación antigua del tema, el coco de las escuelas, carece hasta de fundamento; la introducción del tema á la manera moderna, que los Europeos han aprendido de los Brahmanes, lleva el análisis hasta lo más íntimo del lenguaje por medio del más exacto conocimiento de los fenómenos fónicos; las declinaciones quedan reducidas á un único sistema; la diferencia de la conjugación en -µι se ve reducida a la doctrina general de los temas de presente – imperfecto, siendo uno de tantos con su propia característica” (Cejador y Frauca 1900: X).
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7. A modo de conclusión Exista o no una ruptura epistemológica entre el pensamiento precientífico y el propiamente científico sobre las lenguas, hemos de tener en cuenta que la nueva lingüística histórico-comparativa hubo de abrirse paso entre concepciones lingüísticas deficientes. Asimismo, la historicidad de los géneros científicos hace que estos no se reinventen en su totalidad, sino que se constituyan dentro de espacios discursivos de larga tradición, a los que deben no sólo la estructura y la forma de organización del saber (la alte Form de la cita de Paul), sino también un interés heredado por ‘resolver’ ciertos problemas, como el que planteaba la excepción al afán regulador (normativo y propedéutico) de la gramática tradicional. El funcionamiento real de la ciencia exige asumir la necesaria existencia de una fase de asimilación, en la que los nuevos términos no llegan a comprenderse en lo que hoy llamaríamos su valor metalingüístico y se quedan vacíos, engastados en una argumentación esencialmente antigua.
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REGLA Y EXCEPCIÓN EN LA HISTORIA D E L A G R A M Á T I C A E S PA Ñ O L A : EL EJEMPLO DEL LEÍSMO/LOÍSMO/LAÍSMO CLAUDIA POLZIN-HAUMANN U n iv e r s i t ät d e s S a a r l a n d e s
En este trabajo se estudian la descripción y la clasificación de los fenómenos gramaticales conocidos como leísmo, loísmo y laísmo, muy presentes en la discusión normativa actual, en una selección de gramáticas del siglo XVIII. Se presta especial atención a los criterios aplicados en la distinción entre regla y excepción. El análisis pone de relieve que en los textos la delimitación de regla y excepción no resulta clara. El leísmo, por ejemplo, según algunas gramáticas constituye una excepción –aunque ampliamente aceptada–, otras parecen considerarlo como la regla. Además, los autores utilizan diferentes tipos de criterios tanto para establecer reglas como para clasificar y evaluar excepciones. Así, los resultados resaltan el carácter precario de las categorías de regla y excepción. Nos encontramos ante un continuo en que muchos fenómenos oscilan, según el autor y la época, entre diferentes evaluaciones y clasificaciones; sólo los puntos extremos se destacan unánimemente. Ese carácter relativo lleva a reflexiones sobre el papel de la regla y la excepción en la enseñanza de las lenguas. The present paper investigates the description and classification of the leísmo, loísmo and laísmo –a grammatical phenomenon that plays an essential role in the current discussion about the norm of Spanish– in selected grammars of the 18th century. A focus is put on processes that form criteria to distinguish between rules and exceptions. The analysis shows that a clear delimitation of regular and irregular uses does not exist in the grammars. The leísmo, for example, is classified as an exception –although widely accepted– in most of the texts while others seem to consider it as the rule. Furthermore, authors use different types of criteria to establish rules and classify, and evaluate exceptions. As a result, the insecure character of the categories rule and exception appears. Therefore, it seems rather appropriate to speak of a continuum in which different phenomena oscillate depending on the author and his time. This obviously stimulates due consideration about the relevance of concepts such as rule and exception in the domain of foreign language teaching.
1. Introducción y planteamiento del objetivo En la elaboración de una gramática –cualquiera que sea su carácter– se tropieza casi inevitablemente con el problema de la variación. Toda lengua natural se
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caracteriza, en sus diferentes niveles (por ejemplo, léxico, morfológico, sintáctico), por un grado de variación más o menos elevado y los autores de gramáticas tienen que enfrentarse a este tema. Así, las nociones de regla y excepción son fundamentales para la gramática, tanto para la gramática teórica como para la gramática aplicada a la enseñanza y al aprendizaje de la lengua. Aparte de eso, la noción de regla desempeña un papel destacado en las discusiones sobre cuestiones lingüísticas no sólo entre especialistas, sino también entre especialistas y profanos/aficionados e incluso únicamente entre estos últimos. En este estudio nos proponemos examinar el problema de la regla y la excepción en tres fenómenos gramaticales del español, el leísmo y sus ‘parientes’, el loísmo y el laísmo. Estos fenómenos están muy presentes en la discusión normativa actual (cf. apartado 3.1). ¿Lo estuvieron también en épocas anteriores? Trataremos de responder a esta pregunta analizando algunos textos de la tradición. Nos limitamos, en un primer estadio, a una selección de gramáticas del siglo XVIII. En este siglo se impuso, como todos sabemos, la norma oficial de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) y los manuales de historia de la lengua siguen repitiendo que con este hecho comienza el español moderno. Sin embargo, en las investigaciones más recientes se han aportado matices a la imagen bastante monolítica de este siglo (cf., por ejemplo, Polzin-Haumann 2006). Se ha puesto de manifiesto que la labor normativa no se reduce exclusivamente a la RAE. La reflexión metalingüística de esta época es mucho más rica de lo que se piensa generalmente. Estudiemos, pues, las descripciones y clasificaciones que ofrecen los gramáticos en cuanto al leísmo, loísmo y laísmo, prestando especial atención a los criterios empleados para la distinción entre regla y excepción.
2. Regla y excepción: teoría Como acabamos de decir, en ningún tipo de gramática se puede renunciar a la distinción entre lo regular y lo irregular. En el fondo, más allá de una mera distinción se trata de determinar la relación entre lo regular y lo irregular, entre regla y excepción. Pero, ¿qué debe entenderse por regla? ¿Qué significa excepción? Antes de entrar en el análisis, es menester aclarar teóricamente estas nociones centrales. Como demuestra Raible (1980: 201-204), la controversia entre regla y excepción se remonta a la Antigüedad.1 Se puede resumir, según Raible (1980: 202), en dos posiciones. En primer lugar, detrás de la multitud de formas hay princi-
1
Las fuentes más importantes son Varro (De lingua latina) y Sexto Empírico.
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pios comunes, es decir, que, generalmente, en la declinación y la conjugación reina el principio de la analogía. Las diferentes formas pueden reducirse a reglas transparentes. En segundo término, el uso constituye un factor que puede, en casos determinados, surtir efecto contra la analogía, introduciendo irregularidad. Por tanto, los analogistas subrayan la primacía de la analogía y de lo regular, mientras que los anomalistas resaltan que el uso prevalece y con éste lo irregular. Evidentemente, en una lengua natural ninguno de estos dos casos extremos puede considerarse completamente acertado. Apoyándose en estas posiciones antiguas,2 Raible finalmente desarrolla en su contribución la noción convincente de “excepción regular” o –mejor– de “regularidad de lo irregular” (1980: 211219).3 Así no se suprime la tensión entre lo regular y lo irregular sino que la divergencia (aparente) de estos dos fenómenos se reduce. Parecen entrelazados, tanto que tenemos que preguntarnos si el uno puede existir sin el otro. En una lengua, las reglas se asocian como normas4 a la regularidad, sea desde el punto de vista prescriptivo (las reglas deben ponerse/constituirse ya que son necesarias para aumentar la regularidad en una lengua y finalmente, hacen posible la comunicación), sea desde el punto de vista descriptivo (se buscan las reglas/la regularidad para comprender las estructuras de una lengua). Muchas veces la regularidad se iguala con la simplicidad; la irregularidad, en cambio, se considera como signo de dificultad (Lebsanft 2002). Hasta ahora, la lingüística (aplicada) no ha prestado mucha atención a esta cuestión de simple y difícil. Calificar, por ejemplo, el español de lengua simple y el francés de lengua 2
Por lo demás, Raible (1980: 203-204) llega a una tercera conclusión que se nos ofrece al leer un autor antiguo. Según Sexto Empírico, se pueden distinguir dos nociones de regla: la regla sin excepción y la regla con excepción. Por consiguiente, podemos figurarnos este concepto en forma de escala: a un lado están las reglas (según el ideal de las analogistas); al otro lado las irregularidades (casos singulares); en el medio se encuentra la regla con excepción. 3 Ejemplo: Nomen singular en el nivel de la forma con significado de pluralidad en el nivel semántico. 4 No vamos a abordar de manera detallada las nociones de norma y regla ni su relación. En ambas nociones podemos localizar una metáfora ya que tanto el latín norma como el latín regula se refieren en su origen a instrumentos de medida. Debido a procesos metafóricos se destaca en su significado un aspecto particular de la medida, el del ‘punto de orientación’, lo que en cuestiones lingüísticas suele entenderse como ‘punto de orientación para bien hablar’ (en lo que se refiere a norma, cf. Schmitt 2001: 435). La noción de regla se ha debatido mucho en diferentes ramas de la lingüística. Un autor que merece atención en este contexto es Wittgenstein, para quien el lenguaje constituye un medio de comunicación orientado en primer lugar hacia la interacción. El proceso comunicativo lo concibe como juego (“Sprachspiel”), y en este proceso la regla desempeña un papel destacado como elemento organizador del juego. Las reglas tienen un carácter social. Asimismo, Wittgenstein subraya la relación entre regla y analogía (Busse 1987: 192-193; cf. también 193-202).
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difícil parece plausible a primera vista, pero al fin y al cabo es muy complicado analizar los atributos simple y difícil de manera empírica.5 Gauger (1981) es uno de los pocos lingüistas que ha tratado este tema. Basándose en un catálogo de rasgos característicos del español, defiende la tesis de que el español es una lengua “simple”. En lo que se refiere a la gramática, por ejemplo, Gauger distingue seis grados de sencillez/dificultad analizando siempre la relación entre la forma y el contenido. Según Gauger, el español es simple sobre todo porque existe una “claridad material en la diferenciación del género” (1981: 238). Pero, exactamente en este punto reside el problema central del leísmo, loísmo y laísmo: es que la diferenciación del género no resulta siempre obvia.6 Debido a factores históricos, no tenemos aquí una correspondencia unívoca entre la forma y el contenido como la tenemos en muchos otros dominios de la gramática. Será, por lo tanto, necesario echar una mirada a la evolución histórica de los fenómenos que nos interesan aquí. La tabla 1 presenta la evolución histórica de los pronombres personales átonos del latín al español como la describe Penny (1993: 134).7 TABLA 1 Evolución histórica de los pronombres personales átonos del latín al español según Penny (1993: 134) complemento directo
sing.
masc.
illum > lo
fem.
illam > la
neutro
illud > lo
masc.
illo¯s > los
fem.
illa¯s > las
pl.
5
complemento indirecto
illı¯ > le
illı¯s> les
Por eso, esta idea se ve incluida en la lista de los estereotipos o los prejuicios que Marina Yaguello (1988) establece en un Catalogue des idées reçues sur la langue. La autora llega a la conclusión de que declaraciones en cuanto a la dificultad o la sencillez no son racionales. También rechaza el criterio de la complejidad –que le había parecido en un primer momento una alternativa conveniente– alegando que en cada lengua histórica existe un equilibrio entre simplicidad y complejidad (1988: 127-130). 6 En cuanto al leísmo y laísmo, Gauger (1981: 247) subraya que aún no se ha abolido por completo la distinción material entre dativo y acusativo respecto a los pronombres personales. Evidentemente, los dos fenómenos no se califican de ‘excepciones’ sino de estados de evolución que conducen a un sistema sencillo ya que transparente desde el punto de vista material. 7 Respecto a la evolución /-ı¯ / > /e/, cf. Penny (1993: 53).
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Éste es el sistema denominado generalmente ‘etimológico’. Los pronombres lo y la proceden, respectivamente, de las formas latinas illum (acusativo singular masculino), illud (neutro) e illam (acusativo singular femenino). Los procede de illos y las de illas. Los pronombres le y les proceden, respectivamente, de las formas de dativo latinas illi e illis. Por consiguiente, se suele hablar de leísmo, loísmo o laísmo cuando le/les funcionan como complemento directo o lo/los y la/las funcionan como complemento indirecto.
3. Regla y excepción en la gramática: el ejemplo del leísmo/loísmo/laísmo 3.1. LEÍSMO, LOÍSMO Y LAÍSMO COMO PROBLEMA NORMATIVO EN LA ACTUALIDAD Antes de nada, es interesante constatar cómo en el caso del leísmo, loísmo y laísmo se percibe ante todo la excepción, es decir, el hecho de que el uso de los pronombres se aparta de la regla. La regla misma muy frecuentemente se ve relegada a un segundo plano.8 Hoy en día, el buen y el mal uso respectivamente de los pronombres le, lo y la tienen permanentemente ocupado al público. Sin embargo, en los debates no siempre se utilizan argumentos objetivos. Podemos convencernos de esto visitando el Museo de los Horrores virtual alojado por el Centro Virtual Cervantes (1999-2007). Aquí encontramos “algunos de los errores más comunes y habituales en el (mal) uso de la lengua española”9, entre ellos también el leísmo, loísmo y laísmo: Son muchos los visitantes de nuestro Museo de los horrores a quienes les gustaría ver colgado de sus paredes uno de los horrores más habituales en algunas regiones de España: la utilización no normativa de los pronombres personales átonos de tercera persona: le, la y lo, con sus correspondientes plurales: les, las y los (CVC 1999-2007, s. v. Leísmo, laísmo, loísmo; énfasis del original).
8
Sería mejor decir las reglas, ya que, sobre todo en el caso del leísmo, existe multitud de reglas. En algunos regiones de España y América se constatan usos particulares que no coinciden con la norma culta del español estándar (cf. la descripción muy detallada en el Diccionario panhispánico de dudas, RAE 2005). 9 “¿Cuántas veces hemos oído en la radio, en la televisión, en una clase, en un discurso, en el autobús, en la oficina o en casa expresiones y palabras que nos suenan fatal? ¿Cuántas veces nos hemos preguntado cómo es posible que se hable tan mal, que se maltrate nuestra lengua española con tal impunidad?” (CVC 1999-2007: ).
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Sigue el esquema de estos pronombres tal como lo defiende la RAE con observaciones sobre cada uno de los fenómenos. Laísmo y loísmo son claramente condenados –considerando “más vulgar” este último–, sólo el leísmo de persona se acepta con las siguientes palabras: El uso generalizado del uso [sic] de le como complemento directo cuando se refiere a un nombre masculino ha terminado por ser admitido por la Real Academia Española, y el uso ha venido a matizar un tanto la norma anterior. De esta manera, son correctos: A Juan lo encontré en la puerta del cine. A Juan le encontré en la puerta del cine (CVC 1999-2007, s. v. Leísmo, laísmo, loísmo; el texto original está en cursiva).
Parece que el leísmo (de persona) tiene una posición privilegiada y ya no constituye una excepción. El uso de le por los se admite cuando el referente es una persona de sexo masculino.10 No obstante, el uso análogo de les en lugar de los no se admite. Evidentemente, los tres fenómenos no se valoran de la misma manera. Exactamente esta diferencia en la valoración –que depende de la evaluación diferente de los distintos parámetros de la lingüística variacional– hace que el leísmo, loísmo y laísmo provoquen intensos debates y encarnizadas polémicas. Una posición algo más matizada la defiende, por ejemplo, Ignacio Bosque, académico y ponente de la comisión de Gramática de la Real Academia Española. En una entrevista con El País, Bosque cuenta el leísmo entre los “fenómenos gramaticales de interés normativo” y lo califica como uno de “los errores de idioma más repetidos”, pero señala que “algunas construcciones que pueden parecer anómalas en una parte del mundo hispánico […] son absolutamente normales en América y se usan en la lengua culta” (2004).
3.2. LA POSTURA DE LAS GRAMÁTICAS ESPAÑOLAS DEL SIGLO XVIII: EL CORPUS11 Si bien las observaciones siguientes se basan en un análisis sistemático de diez gramáticas, hay diferencias notables entre las obras respecto a la cabida que dan
10
Es posible que esta posición se base en argumentos históricos. Por lo menos, un cambio funcional lo → le está documentado ya en el Cid (Penny 1993: 136). 11 En lo que sigue, volvemos a retomar algunos aspectos de los que ya tratamos en otro lugar (Polzin-Haumann 2006: 361-168), para precisar las cuestiones que nos interesan aquí.
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a los fenómenos que nos interesan aquí.12 Para la presentación de los resultados, hemos optado por un orden cronológico, exceptuando a Gregorio Mayáns i Siscar. Como es bien sabido, Mayáns i Siscar no escribió su gramática proyectada, pero se pueden reconstruir las ideas que tenía a propósito de algunas cuestiones gramaticales –entre ellas las que no abordamos aquí– a través de la lectura de sus comentarios sobre varios fenómenos gramaticales en su rica correspondencia (Martínez Alcalde 1992: 342-356). Mayáns es muy consciente de este problema, ya que corrige a menudo las faltas de las personas que le escriben: la para el complemento indirecto femenino singular, lo para el complemento indirecto masculino singular (en vez de le), les para el complemento directo masculino plural. Lo interesante es que el laísmo se pone en relación geográfica con Castilla: […] le es dativo para masculino i femenino, no la, como malamente dicen los castellanos, que no saben escrivir su lengua sin solecismos (a A. J. Finestres, 25-X-1761, apud Martínez Alcalde 1992: 354-355; énfasis del original).13
En cambio, tanto el loísmo como el leísmo masculino plural se consideran característicos de la lengua valenciana: Primeramente V. M. freqüentemente yerra los casos i géneros de los artículos. Lo mismo digo de los casos i géneros del relativo14 le. Esto es común a V. M. con todos los valencianos de hoi, i en estilo castellano es una cosa absurdíssima. También hay muchos castellanos que lo yerran (a Joaquín Marín, 2-II-1760, apud Martínez Alcalde 1992: 355; énfasis del original); Dice V. M. en otra parte aviéndoles leído todos. Les es dativo, i assí deve decir los. En esto pecan mucho los valencianos, i no incurre ningún castellano (a A. Sales, 1-IV-1741, apud Martínez Alcalde 1992: 355; énfasis del original); Callé sobre los valencianismos, porque no es cosa para cartas, siendo tantos quantas son las impropiedades de la lengua castellana por averse uno criado en Valencia. Los buenos castellanos dicen le i les en dativo, las i los en acusativo. Los valencianos
12
Para una lista detallada del corpus, cf. apartado 5.1. Las obras de Castillo (1787) y Jaramillo (1793) no contienen información relevante para nuestro tema. Capmany (1991 [1786]: 94-95) solamente trata los pronombres personales átonos en relación con la cuestión de los acentos y el orden de los elementos oracionales. 13 En todas las citas se respeta la ortografía, la puntuación y los énfasis (cursiva, etc.) de los textos originales. 14 Refiriéndose a los pronombres personales átonos Mayáns siempre habla de relativos; cf. Martínez Alcalde (1992: 348-351).
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suelen decir les usando del dativo para el acusativo, que es un absurdo enormíssimo (a Nebot, 23-VII-1740, apud Martínez Alcalde 1992: 355).
Esta opinión merece atención ya que –según el estado actual de la investigación– el leísmo, laísmo y loísmo se encuentran, sobre todo, en el centro y el norte de España. Más exactamente, según el Diccionario panhispánico de dudas: “se suelen distinguir dos zonas: una marcadamente leísta, que abarca el área central y noroccidental de Castilla […] y otra no leísta, que abarca la mayor parte del mundo hispánico” (RAE 2005: s. v. leísmo). En general, y dejando la situación en Hispanoamérica, la misma distribución geográfica vale para el loísmo y el laísmo (RAE 2005: ss. vv. loísmo, laísmo). El habla popular de Castilla se caracteriza por una combinación entre leísmo y laísmo, el leísmo para personas también se utiliza en la lengua culta. El loísmo, en cambio, se considera vulgar e incorrecto (Berschin/ Fernández-Sevilla/Felixberger 21995: 195). Se impone, pues, la pregunta de cómo Mayáns llega a su clasificación regional del leísmo y del loísmo: ¿Es posible que haya una relación entre sus declaraciones y el proceso de centralización lingüística de esta época? Parece probable, porque si se pone el habla del centro político como modelo normativo, se estigmatizan automáticamente las lenguas y variedades regionales. En cambio, su clasificación del laísmo confirma los resultados de Brumme (1997: 240) que en su análisis de un corpus de gramáticas del siglo XIX ha comprobado una tendencia cada vez más pronunciada a percibir el laísmo como fenómeno característico del centro de España. En la primera gramática del siglo considerada importante, la de Martínez Gómez Gayoso (1743), sólo hay unos ejemplos muy reducidos, pero falta un comentario más amplio.15 Según estas escasas informaciones, podemos llegar a la conclusión –provisional, por supuesto– de que Martínez Gómez Gayoso prefiere lo (le), los/la, las para el complemento directo y le/les para el complemento indirecto (1743: 93-94). Contrariamente a Martínez Gómez Gayoso (1743), Benito de San Pedro (1769) trata este fenómeno de manera detallada, en el párrafo de los pronombres conjuntivos.16 Según los ejemplos provenientes de diferentes autores, prescribe le y les para los complementos indirectos masculinos/femeninos singular/plural (1769: I, 160161). Lo y la sustituyen el complemento directo masculino/femenino en singular así
15 Martínez Gómez Gayoso trata estos pronombres en el capítulo “Del Pronombre Conjunctivo”, definiendo éstos así: “Los Pronombres Conjunctivos (Reciprocos los llaman algunos Gramaticos) son aquellos, que se usan antes, y despues de Verbos [...]” (1743: 93). 16 Utilizando una definición muy semejante a la de Martínez Gómez Gayoso (1769: I, 159): “Los Pronombres que se ponen para el caso oblicuo de las Pronombres personales se llaman conjuntivos, porque van siempre al lado del verbo”.
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como los y las el masculino/femenino en plural (1769: I, 161-162). También se admiten le y les para el complemento directo masculino singular/plural (1769: I, 161). No obstante, San Pedro rechaza le para el complemento indirecto femenino singular y recomienda la basándose en Correas: “Dijole el Señor (a la Magdalena) deve decir: Dijola el Señor. Este es el dictamen de Correas i de otros Maestros de la lengua, mui fundado” (1769: I, 162). En este caso se da preferencia a la clara distinción de los géneros. El criterio de la analogía prevalece sobre las consideraciones etimológicas, lo que San Pedro ve apoyado por las autoridades del Siglo de Oro. San Pedro no sólo distingue entre complemento directo e indirecto sino también entre personas y cosas: “Le i les se usan solo cuando se refieren a pronombres personales o nombres de persona, pero lo, los, la, las también cuando se refieren a nombres de cosas” (1769: I, 163). Sin embargo, en este caso el autor no cita ejemplos concretos. En conjunto, la posición de San Pedro se puede calificar de leísmo moderado (de persona) ya que se admiten ambas formas, le y lo, para el complemento directo masculino singular. Asimismo San Pedro acepta les para el complemento directo masculino plural. El hecho de que le se pueda sustituir por la demuestra que San Pedro también es partidario del laísmo. Veamos el paradigma de los pronombres personales átonos según San Pedro (1769) en la tabla 2. TABLA 2 Pronombres personales átonos según San Pedro (1769) complemento directo
sing.
masc.
lo, le
fem.
la
neutro
lo
masc.
los, les
fem.
las
pl.
complemento indirecto
la, le
les
La RAE (1771) adopta como norma el uso de le para el complemento directo masculino singular; tolera el uso de la como complemento indirecto femenino singular.17 Sin embargo, la extensión del uso de les también para el complemen-
17 En la edición de 1796 cambia la opinión respecto a este punto (Gómez Asencio 1989: 377-378).
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to directo masculino plural así como el uso de los como complemento indirecto masculino plural no se consideran correctos (1771: 37-39).18 Por lo tanto, el paradigma de los pronombres personales átonos según la RAE (1771) puede establecerse tal y como se ve en la tabla 3. TABLA 3 Pronombres personales átonos según la RAE (1771) complemento directo
sing.
masc.
le
fem.
la
neutro
lo
masc.
los
fem.
las
pl.
complemento indirecto
le, la
les
Como se ve, la RAE defiende un leísmo estricto ya que únicamente admite le para el complemento directo masculino singular (en vez de lo), pero a diferencia de San Pedro no acepta les para la forma análoga plural. También opta por un laísmo moderado. Al comparar estos resultados con la posición actual de la Academia arriba señalada (cf. apartado 3.1), resulta evidente que sólo en cuanto al leísmo se puede hablar de continuidad en las recomendaciones académicas. El laísmo ya no lo admite hoy, juzgándolo de “uso impropio” y “uso antietimológico” (RAE 2005: s. v. laísmo). La posición de Gregorio Garcés (1791) llama la atención porque este autor admite los pronombres lo y la no sólo para el complemento directo masculino/femenino singular sino también para el complemento indirecto masculino/femenino singular (de persona). Garcés aduce dos criterios: el de la claridad –“quando así lo pide la claridad de la diccion, y donde pudiera fácilmente confundirse el género particular de la persona por el pronombre obliquo comun le” (1791: II, 118)– y el estético –“solo por la armonía y variedad de la diccion” (1791: II, 119). Respecto al pronombre le subraya: No hay duda sino que participa este obliquo de los géneros masculino y femenino en aquellos casos que muestra la analogía latina ser dativos. [...] Mas este dativo
18 En la edición de 1796 se condena aún con más intensidad el uso del pronombre lo para el complemento directo masculino singular (Gómez Asencio 1989: 377-378).
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femenino puede trocarse con el obliquo la casi qual vez; asi como el masculino dativo le por el lo [...] (Garcés 1791: II, 115-116).
En la explicación que sigue, Garcés se refiere a determinadas clases de verbos (por ejemplo, “los que aunque neutros, llevan como accion, quales son favorecer, servir &c.”, 1791: I, 116; verbos de movimiento, 1791: I, 117). Y continúa diciendo: Tambien es este obliquo le acusativo masculino de persona y cosa […]. […] Y sabed que este acusativo de persona ó cosa puede variarse con el obliquo lo como veremos (Garcés 1791: I, 117).
Según esta exposición, le, la y lo parecen ser intercambiables de forma bastante libre. En cambio, la forma les la reserva Garcés únicamente para el complemento indirecto masculino/femenino plural, lo que se pone de manifiesto en el siguiente párrafo: […] evidente cosa es, que el pronombre los es acusativo masculino de persona y cosa; así como el las es acusativo de persona y cosa del género femenino; empero el dicho les es dativo de persona, ya sea del género masculino ó femenino (Garcés 1791: I, 120).
En este caso no admite excepciones. La tabla 4 ofrece una visión de conjunto de la posición de Garcés (1791) acerca de los pronombres personales átonos. TABLA 4 Pronombres personales átonos según Garcés (1791) complemento directo
sing.
masc.
lo, le
fem.
la
neutro
lo
masc.
los
fem.
las
pl.
complemento indirecto
le, la, lo
les
Evidentemente, Garcés autoriza tanto el loísmo como el laísmo de persona y, finalmente, un leísmo moderado. No todos los autores trabajan con una documentación tan rica como Garcés. Así, es el caso de Muñoz Álvarez (1793: 25-26), que no da ejemplos para las
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reglas que establece sino que resume su posición en ‘tablas de declinación’. Estas reglas, en un primer paso, se basan claramente en principios etimológicos. Sin embargo, en una nota, Muñoz Álvarez añade: Algunos usan de La en Caso de Dativo mas bien que de Le, quando se refiere à Nombre Femenino; y tambien se suele usar de Le, y Les en lugar de Lo, y Los, siendo termino de la accion (1793: 27).
Es obvio que en esta nota se relativizan y atenúan las reglas unívocas presentadas en las tablas precedentes. La tabla 5 representa el paradigma de los pronombres personales átonos según Muñoz Álvarez (1793):
TABLA 5 Pronombres personales átonos según Muñoz Álvarez (1793) complemento directo
sing.
masc.
lo, le
fem.
la
neutro
lo
masc.
los, les
fem.
las
pl.
complemento indirecto
le, la
les
Parece, pues, que aunque se prefiera el esquema etimológico, se tolera tanto el laísmo como el leísmo singular/plural, como lo demuestran las observaciones formuladas en la nota. “Algunos usan” y “se suele usar” tienen un carácter más bien descriptivo. Aparentemente, regla se entiende en este caso en el sentido de regular, carece de valor prescriptivo. Jovellanos (1924 [¿1795?]), a su vez, apoya su argumentación en reflexiones semántico-sintácticas. Según este autor, vale la siguiente regla: “Él, ella son siempre sugetos de la accion; le, la son término de ella” (1924 [¿1795?]: 109). No obstante, si las formas se refieren a objetos femeninos, Jovellanos anota: “observarémos si el verbo tiene otro término además de este pronombre, ó si no le tiene” (1924 [¿1795?]: 109). De los ejemplos citados por Jovellanos se desprende que en el primer caso hay que utilizar le y en el segundo le para el masculino y la para el femenino. El paradigma de los pronombres personales átonos según la teoría de Jovellanos puede resumirse como expuesto en la tabla 6.
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TABLA 6 Pronombres personales átonos según Jovellanos (1924 [¿1795?]) complemento directo sing.
masc.
le (lo)
fem.
la
masc.
los
fem.
las
pl.
complemento indirecto le
les
No cabe duda de que Jovellanos (1924 [¿1795?]) defiende un leísmo total y si bien menciona el loísmo, emite un juicio poco favorable: “lo, que se usa con poca exactitud en lugar de le” (1924 [¿1795?]: 109). Por lo demás, son obvias las convergencias entre las observaciones de Jovellanos y la gramática de la Real Academia, lo que no sorprende ya que –como Ridruejo (1989) lo pudo demostrar– Jovellanos utilizaba la gramática académica como obra de referencia para su trabajo.
3.3. RESULTADOS En suma, podemos constatar una gran variedad de reglas y excepciones. En el corpus se documentan por lo menos cinco conceptos normativos diferentes. Ni siquiera hay dos conceptos que proponen un conjunto de reglas completamente idéntico. Parece que sólo en la segunda mitad del siglo se forma una conciencia acentuada de este problema. Como se señaló más arriba, la primera gramática importante del siglo, la de Martínez Gómez Gayoso (1743: 93-94), solamente ofrece unos pocos ejemplos aislados que no se comentan ni se explican de manera que una conclusión definitiva resulta difícil. Evidentemente, no hay conformidad sobre las reglas respecto a los pronombres átonos y, por consiguiente, los autores tampoco coinciden en la determinación y la valoración de las excepciones. La RAE (1771) y Jovellanos (1924 [¿1795?]) representan el leísmo total mientras que el concepto de San Pedro se puede calificar de leísmo moderado ya que admite sin juicio negativo ambas formas, le o lo, para el complemento directo masculino singular. De manera análoga, San Pedro (1769) y Muñoz Álvarez (1793) también admiten les para el complemento directo masculino plural, lo que la RAE (1771) y Garcés (1791) consideran irregular. Jovellanos (1924 [¿1795?]) no menciona este aspecto. San Pedro (1769) combina el leísmo moderado con el laísmo. Este último se ve tam-
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bién tolerado por Muñoz Álvarez (1793) y Garcés (1791). Mayáns, en cambio, lo rechaza categóricamente. Sin duda, Garcés (1791) y Muñoz Álvarez (1793) admiten la variedad más amplia de formas. Pero en el caso de Muñoz Álvarez (1793), resulta bastante difícil interpretar su posición ya que no da ejemplos, ni emite juicios explícitos. Así, sólo se puede presumir que tenga una preferencia por el sistema etimológico, sin, por cierto, quedar sordo a las tendencias en el uso lingüístico de su época. En lo que atañe a Garcés (1791), sabemos que se basa en textos de autores que él considera ejemplares y de los cuales ha extraído las reglas que sostiene.19 Por eso, es de suponer que estas reglas (y por consiguiente las excepciones) reflejen más bien la heterogeneidad de los diferentes escritores de las épocas en cuestión, es decir, de los Siglos de Oro. Garcés (1791) y Muñoz Álvarez (1793) remiten a otro aspecto revelador en este contexto, a saber, los diferentes contenidos ligados a la noción de regla. Regla, para estos autores, parece significar ‘lo que se observa generalmente’, ‘lo que hay’, mientras que, para otros autores, significa más bien ‘lo que debe ser’. En los textos se evidencia, pues, una noción de “regla descriptiva” y una noción de “regla prescriptiva”. Llama la atención que, a menudo, la delimitación de regla y excepción no resulte clara. Los autores mencionan una regla que en el párrafo siguiente relativizan sin alegar argumentos que permitirían determinar la relación entre regla y excepción. Así, el estatus de la regla y de la excepción en la mayoría de los casos es más bien difuso. Nos encontramos, pues, ante un continuo en el que sólo los puntos extremos se destacan inequívocamente. Por lo tanto, en este análisis vemos comprobada la interpretación de Raible (1980) arriba mencionada. En cuanto a los criterios utilizados por los autores para establecer reglas y clasificar y evaluar excepciones se han documentado los siguientes tipos: • diferenciación del género, claridad (San Pedro 1769); • semántico-sintáctico (Jovellanos 1924 [¿1795?]20 ); • histórico (San Pedro 1769, Garcés 1791), en dos sentidos: primero, autores modelos; algunos gramáticos se refieren a textos de autores considerados como autoridades y los utilizan para extraer las reglas para el uso de los pronombres; segundo, gramáticos modelos; San Pedro (1769), por ejemplo, se refiere a Correas para apoyar su posición; 19
Como ya insinúa el título de su obra, este autor intenta documentar el fundamento y el vigor del castellano basándose en las autoridades del Siglo de Oro. 20 También ex negativo (“lo, que se usa con poca exactitud en lugar de le”, Jovellanos 1924 [¿1795?]: 109).
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• etimológico (RAE 1771 [con restricciones], Mayáns, Muñoz Álvarez 1793 [atenuado en la nota]); en la mayoría de los casos, no hay argumentos explícitos, exceptuando Mayáns; • estético (San Pedro 1769); • proveniendo de la retórica antigua (“solecismo”; Máyans); • diatópico (Mayáns). A un nivel más general, la discusión –en muchos casos implícita– gira principalmente en torno a dos aspectos: la diferenciación de los casos y la diferenciación de los géneros. Dicho de otra manera, la cuestión primordial consiste en la importancia que se dedica a los aspectos etimológicos frente al deseo de la analogía.21 Las reglas más transparentes –más ‘sencillas’ desde la perspectiva de la enseñanza– son obviamente las que se basan en el principio de la diferenciación del género que reina también en otros dominios de la gramática. Sin embargo, muchos argumentos destinados a fundamentar excepciones carecen de fuerza explicativa porque se refieren a criterios fuera de los establecidos por Gauger (1981) –forma y contenido– e introducen aspectos extralingüísticos. Los resultados muestran que el leísmo constituye el tipo de excepción que tiene la aceptación más notable, independientemente del origen geográfico de los autores. Algunos autores, por ejemplo Jovellanos, aún parecen considerarlo como la regla. De una manera más general podemos resumir que lo que se considera como excepción por un autor se considera como regla por otro. Estas clasificaciones contrarias ponen de relieve otra vez el carácter precario de las categorías de regla y excepción. En general, los autores no manifiestan su opinión acerca de aspectos variacionales (cf. para este aspecto Polzin-Haumann 2007). Tan sólo en la correspondencia de Mayáns se encuentran clasificaciones de este tipo. No obstante, los ejemplos de los autores elegidos por algunos gramáticos también permiten conclusiones respecto al uso del idioma de una capa social determinada (en una época determinada).
21
No obstante, sería una simplificación demasiado grande oponer solamente los diferentes conceptos. En favor de la propuesta académica, por ejemplo, se podría alegar por lo menos que la forma le del masculino singular se ve apoyada por la analogía morfológica con los pronombres demostrativos este/esta/esto y ese/esa/eso. Lo que sí se podría criticar en las reglas de la RAE es que no procede de forma consecuente ya que ésta no acepta –como lo hace, por ejemplo, San Pedro (1769)– la forma les masculino plural de manera análoga a la forma le masculino singular.
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4. Conclusiones y perspectivas El análisis de las más importantes gramáticas del siglo XVIII permite conclusiones a diferentes niveles. Respecto a la historia de la lengua y de la lingüística, se ha comprobado la diversidad de las discusiones metalingüísticas en esta época. Evidentemente, hay una multitud de enfoques para describir el español, para proponer reglas y clasificar excepciones. El proyecto académico es uno de estos enfoques. Y sólo después de haber considerado todos los enfoques podemos hacernos una idea más adecuada de la diversidad de los modelos normativos y, a través de ellos, también una idea aproximada de la diversidad de la realidad lingüística. El conocimiento de esta etapa histórica del leísmo, loísmo y laísmo puede contribuir a comprender mejor la situación tal y como se nos presenta hoy. Según los resultados de la lingüística histórica, leísmo, loísmo y laísmo son fenómenos muy antiguos: todos surgen en Castilla durante la Edad Media (RAE 2005: ss. vv.). Lo que cambia a lo largo de los siglos, evidentemente, es su clasificación y su valoración. Este cambio se acentúa muy claramente en la RAE que, por así decirlo, cambia de opinión de una edición a la siguiente. Y eso vale no sólo para el siglo XVIII, como lo refuerzan los resultados de Brumme (1997: 218251) que pone de relieve una multitud y una gran variedad de clasificaciones y juicios en cuanto al leísmo, loísmo y laísmo, sino también en las gramáticas del siglo XIX. Sin duda alguna, el análisis de textos gramaticales antiguos (o, más general, documentos lingüísticos del pasado) permite conclusiones que se refieren a cuestiones actuales. Y con eso, nos adentramos en el tema de la enseñanza de las lenguas. La multitud y la variedad de reglas y excepciones que se han puesto de relieve en las diferentes obras así como la relación entre regla y excepción, difusa en muchos casos, debe llevarnos a reflexiones sobre el papel de la regla y la excepción en general, y en particular en la enseñanza de las lenguas. Seguramente todos conocemos la frase hecha “la excepción confirma la regla” (en alemán “Ausnahmen bestätigen die Regel”). ¿Qué pensar de esta idea? ¿Merece consentimiento? Al ver los resultados arriba expuestos, surge la pregunta de dónde está la regla y dónde la excepción. No podemos fijar unas reglas a las que corresponden ciertas excepciones; no hay juicio unánime entre los gramáticos. En este caso, sólo podemos constatar que los dos fenómenos están vinculados: si en una gramática el fenómeno A se considera como regla, el fenómeno B constituye la excepción; en otra gramática, tal vez B se considere como regla y A como excepción, etc. Ya hemos expuesto los detalles arriba. Parece entonces que en el caso del leísmo, loísmo y laísmo, la determinación global de regla y excepción no resulta posible. Se puede determinar el uso etimológico, el uso dialectal, el literario, el uso de las capas populares etc., eso sí, pero ¿regla y excepción en general?
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Las excepciones no existen en sí mismas, tampoco las reglas. Son productos de actos humanos. Toda excepción adquiere su clasificación como tal a través de una regla. ¿Tal vez tendríamos que decir que –al menos en nuestro caso– las reglas producen las excepciones?
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22
Hay dudas sobre el año de publicación preciso del Curso. Coincidimos con el Conde de la Viñaza (1863: 617) y Gómez Asencio (1981: 362) en la convicción de que el Curso apareció en 1795.
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L A G R A M Á T I C A E S PA Ñ O L A E N E L S I G L O X I X ENTRE LA GRAMÁTICA GENERAL Y L A PA R T I C U L A R : E X C E P C I Ó N E N D O S P E R S P E C T I VA S VERA EILERS U n iv e r s i t ät T ü b i n g e n
Las ideas lingüísticas de la corriente filosófica francesa llamada “ideología” del siglo XVIII entran con un cierto retraso en las gramáticas españolas como mezcla de las nuevas ideas gramaticales con la tradición latina. Existen sobre todo gramáticas particulares que combinan principios de una gramática general con las estructuras particulares de la lengua castellana. Hay dos perspectivas de la excepción. La primera considera cada lengua particular como excepción de una lengua universal. En las gramáticas generales francesas se habla del lenguaje en general, pero el idioma ejemplar para explicar los principios básicos es generalmente el francés. Los gramáticos españoles por su parte eligen del mismo modo la lengua castellana para explicar los rasgos típicos del lenguaje. En esa perspectiva el castellano representa un sistema particular: una de las excepciones de una lengua universal y abstracta. En la segunda perspectiva, la excepción representa una variación de la regla general. El concepto de los “ideólogos” incluye la idea de no tratar las excepciones porque al escribir gramáticas “pedagógicas”, las excepciones representan unas informaciones redundantes para el aprendizaje eficaz. En las gramáticas de índole teórica las excepciones son consideradas como obstáculo en el descubrimiento de los principios generales del castellano. The linguistic ideas of the French “idéologues” in the 18th century, represented for example by Destutt de Tracy, finds late its way into Spanish grammars. The reception includes a mixture between new grammatical ideas and the Latin tradition. The Spanish authors write mainly Spanish grammars, which combine principles of general grammar with particular structures of the Spanish language. There are two perspectives of exception. The first considers each language as an “exception” of a universal language theoretically existing. In the French “ideological” grammars, where language in general is treated, the model idiom is French. The Spanish authors for their part choose Spanish as the model language to explain typical structures of language in general. The second perspective considers the exception as a variation of a grammatical rule. In the concept of French “idéologues”, it is not necessary to treat exceptions because in “pedagogical” oriented grammars, exceptions represent information that is redundant for efficient learning. In “theoretical” ori-
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ented grammars, exceptions are a hindrance in discovering the basic principles of Spanish language.
1. Sensualismo e “ideología” en España La corriente filosófica “ideología”, representada sobre todo por los Elémens d’idéologie de Destutt de Tracy1, se encuentra en las gramáticas españolas bajo diversas formas. Definimos la noción de “ideología” con respecto al lenguaje con las palabras de Bustos Guadaño: El movimiento filosófico de los ideólogos representa la culminación de los esfuerzos de los ilustrados por entender las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento. En sus concepciones, se advierte la voluntad de sintetizar y generalizar los análisis de Locke y Condillac, para articular una concepción general sobre la naturaleza del lenguaje y su función expresiva del pensamiento (Bustos Guadaño 42006: 135).
El sensualismo y especialmente la “ideología” de Destutt de Tracy ejercieron una gran influencia en España en varios ámbitos científicos: Las ideas de Destutt de Tracy gozaron de especial predilección entre los ilustrados españoles. Su influjo se dejó notar principalmente en psicología, derecho y ética. En efecto, filósofos, médicos, científicos, sociólogos y pedagogos explotaron esta veta experimental que suplantó en importancia y en actualidad al mecanicismo del siglo XVIII (Sarmiento 1994: 158).
Abellán subraya la influencia de la obra de John Locke como fuente original del sensualismo: La introducción de la filosofía sensualista se verificó en España de forma primordial a través de la influencia de Locke, cuyo impacto en nuestro medio cultural ha sido muy superior a lo que se ha creído tradicionalmente. [...] La recepción del pensamiento lockeano no se verificó siempre de un modo directo; muchas veces esa influencia vino por vía francesa a través de los enciclopedistas o de pensadores como Voltaire y Condillac (Abellán 1981: 515-516).
Pero muchos autores españoles expresan claramente a quién imitan, y mencionan sobre todo a filósofos franceses, como hace, por ejemplo, Calleja:
1
121).
Sobre la primera aparición de la obra de Destutt de Tracy en España, cf. Baum (1971:
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No pretendo el apropiarme las ideas que publico en estos elementos, me pertenece solo la composicion; Destutt-Tracy, Sicard y la gramática de la Real Academia son los verdaderos originales de esta pequeña obra (Calleja 1818: IV).
Lázaro Carreter (1985: 203) subraya que ya en 1795, con los Rudimentos de gramatica general, incluidos en su Curso de humanidades castellanas, Jovellanos recurre a Destutt de Tracy; y que Juan Antonio González Valdés en 1791 y 1792 con sus dos obras Gramática de la lengua latina y castellana y Gramática completa grecolatina y castellana recibe la doctrina logicista, imitando al sensualista Condillac. Otros gramáticos contemporáneos rechazan completamente esta “moda general” (Lázaro Carreter 1985: 202). Lázaro Carreter describe también las dos grandes corrientes de la gramática en España que comienzan a finales del siglo XVIII y se prolongan en el siglo XIX, cuando en Francia el sensualismo y la “ideología” ya habían pasado de moda: La gramática española muestra, pues, en el siglo ilustrado un escasísimo relieve. Adopta una forma normativa en los tratados de Gayoso y de la Academia, totalmente tradicional. Pero la incursión de la lógica en el terreno de la gramática, totalmente rechazada en las obras latinas, arraiga, aunque levemente, en la gramática vulgar. En los años finales del siglo, Jovellanos y González Valdés marcan el rudimentario principio de la gramática general, que alcanzará un frondoso desarrollo en el siglo XIX, cuando la ciencia lingüística había cambiado ya sus rumbos y el comparatismo atestaba sus más rudos golpes a la concepción logicista del lenguaje (Lázaro Carreter 1985: 204).
Ridruejo (1997: 95) indica que en la recepción de las teorías filosóficas materialistas, España mezcla de manera ecléctica las ideas del racionalismo continental, como, por ejemplo, la gramática de Port-Royal, con “el empirismo inglés o el sensismo de Condillac y de los ideólogos franceses”, corrientes que en su origen se excluyen mutuamente: Sin embargo, en la gramática española la recepción de todas estas corrientes es tardía y, con frecuencia, se aceptan simultáneamente propuestas introducidas por Port[-]Royal junto con las de autores de otras tendencias muy posteriores (Ridruejo 1997: 95).2
La mayoría de los autores “modernos” que escriben gramáticas vulgares no sigue completamente la nueva teoría, sino que su recepción se desarrolla como una mezcla de las nuevas ideas con la tradición latina. Son filósofos y gramáticos
2
Sobre la recepción tardía véase también Calero Vaquera (1986: 264).
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que redactan obras denominadas bien “gramática general”, bien “elementos de gramática española”, y que combinan principios de una gramática universal siguiendo los principios sensualistas (por ejemplo, según Condillac) o “ideológicos” (sobre todo según Destutt de Tracy) con las estructuras particulares de la lengua castellana. Abellán (1984: 181) constata que el “desarrollo del sensualismo adquiere su mayor énfasis durante el trienio liberal (1820-1823)” con nombres como la Escuela iluminista de Salamanca3 –“el sensualismo se desarrolló sobre todo entre un grupo de profesores de la Universidad de Salamanca, que tenían la vista puesta en una reforma educativa de la sociedad española” (Abellán 1984: 182)– y “el desarrollo de estas ideas durante las Cortes de Cádiz” (Abellán 1984: 181). Nombra a algunos miembros del grupo sensualista, activos en tiempos del trienio liberal: “Ramón de Salas, Toribio Núñez, Juan Justo García, Miguel Martel, Marcial Antonio López, Prudencio María Pascual” (Abellán 1984: 182). Ramón Sarmiento amplía este círculo con otros nombres y ciudades para “reconstruir el mapa geográfico del sensismo en España. Madrid, Cádiz-Sevilla-Córdoba, y Salamanca fueron los principales focos de irradiación juntamente con Barcelona, Lérida y Mallorca” (Sarmiento 1994: 158). Desde el punto de vista político, se produce en España durante esa época una tensión entre Ilustración y Romanticismo, “el sensualismo como filosofía de presupuestos universales y su puesta al servicio de una reconstrucción del espíritu nacional” (Abellán 1984: 183), “los ideales de la Ilustración –razón, ciencia, progreso, libertad [...]–y “un sentimiento romántico de afirmación nacional –soberanía, espíritu del pueblo, neomedievalismo–” (Abellán 1984: 182). A continuación, Abellán (1984: 184-202) esboza la influencia del sensualismo en la educación, la moral y el ámbito escolástico.4
2. Gramática general y gramática particular Melchor Ignacio Díaz define la gramática general de la siguiente manera: La gramática general es la parte de la lógica, que enseña á conocer y ordenar el lenguaje, para que sea fiel intérprete del pensamiento. […] Sin principios es mui difícil hablar con propiedad, pureza y exactitud. Hai principios de gramática, comunes á todos los idiomas. Se ocupa precisamente de la razon, en que se fundan todas las gra-
3
Sobre el Plan de Estudios de 1820 en la Universidad de Salamanca, cf. Haßler (1990:
147). 4
Véanse más adelante las explicaciones sobre Muñoz Capilla (1831).
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máticas conocidas. Por eso se llama general. Las verdades, que en ella se establecen, se infieren de la teoría del pensamiento, que es igual en toda la especie humana (Díaz 1841: 107).
Su definición de la gramática particular es la siguiente: La gramática particular de cada idioma es un arte, ó coleccion de reglas para hablarlo ó escribirlo con propiedad, pero sin dar la razon en que se apoyan. He aquí la diferencia que distingue las gramáticas general y particular (Díaz 1841:107).
2.1. SELECCIÓN DE GRAMÁTICAS ESPAÑOLAS Elegimos seis gramáticas españolas y, entre éstas, tres gramáticas generales y tres particulares. Las generales son las obras de Gómez Hermosilla5 (1835, escrito en 1823), de Díaz (1841) y de Rey y Heredia/Monlau6 (1862). Las particulares son las gramáticas de Calleja (1818), de Muñoz Capilla7 (1831) y de Alemany (1844). Todas son gramáticas “pedagógicas”. Las comparamos con las de PortRoyal (Arnauld/Lancelot 1660), Condillac (1775), Destutt de Tracy (1803) y Jovellanos (1858 [¿1795?]).
3. La lengua particular como excepción o caso especial de una lengua universal En la gramática de Port-Royal (Arnauld/Lancelot 1660), las lenguas que sirven de ejemplo para explicar la teoría básica de la gramática general son el hebreo, el griego, el latín y los idiomas europeos (inglés, italiano, francés…). Las gramáticas de Condillac (1775) y Destutt de Tracy (1803) toman sus ejemplos del francés y del latín, Jovellanos (1858 [¿1795?]) únicamente del español. En las gramáticas generales de autores españoles, la lengua de referencia no es sólo el español –sin embargo, es una de las lenguas citadas– sino también el latín (Gómez Hermosilla 1835, Rey y Heredia/Monlau 1862), el inglés (Gómez Hermosilla 1835), el griego (Rey y Heredia/Monlau 1862) y el hebreo (Rey y Here-
5 Sobre este autor y su obra, cf. Hernández Guerrero (1994: 182-186) y Zollna (2004: 273-275). 6 Sobre este autor y su obra, cf. Calero Vaquera (1986: 195-207). 7 Sobre este autor y su gramática, cf. Abellán (1984: 201) y Hernández Guerrero (1994: 178-180).
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dia/Monlau 1862). Las gramáticas particulares castellanas eligen como referencia el español (las tres lo hacen), pero también el latín (Muñoz Capilla 1831), en tanto que Calleja (1818) se refiere una sola vez al latín y al griego: Estas distintas situaciones que las partes sustantivas pueden tomar, es lo que los griegos y latinos llamaban casos, y nosotros tambien por imitacion, aunque en realidad no los tenemos; pero como quiera, entrarémos en su esplicacion. Seis son estas situaciones ó casos, en que podemos colocar á los sustantivos, conocidos bajo estos nombres: nominativo, genitivo, dativo, acusativo, vocativo y ablativo (Calleja 1818: 97).
La gramática general se considera como ciencia (y no arte) del lenguaje en general, y todos los ejemplos de cualquier lengua están justificados únicamente por la dificultad de explicar circunstancias complejas sin dar ejemplos ilustrativos, como lo explica Gómez Hermosilla: El título de Gramática general, que suele darse á las obras en que se trata de la expresión de las ideas por medio del habla, no es muy exacto: porque, habiendo significado siempre la voz gramática la coleccion de las reglas que deben observarse para hablar una lengua con pureza y correccion, se dá á entender con él (y no falta quien lo crea) que en la general se hallarán reglas para hablar todas las lenguas, y que estudiándola se aprenderán las gramáticas de todos los idiomas; y no es así. La llamada general no dá reglas, ni su estudio disminuye el trabajo que exige el de cada lengua particular: es un tratado teórico sobre el lenguage hablado; contiene la ciencia, no el arte, de la palabra; investiga cuáles son las que el hombre necesita para comunicar sus pensamientos […]; pero, considerando siempre las voces en el estado de mera posibilidad, prescinde absolutamente de las lenguas que con las ya inventadas se han formado. Y si para ilustrar las definiciones, ó cualquier otro punto, se ponen ejemplos tomados de alguna de las vivas ó las muertas, es porque sin ellos no sería fácil explicar, y hacer inteligible á los lectores, el mecanismo del lenguage (Gómez Hermosilla 1841 [1835]: V-VI).
Todos los autores investigados se sirven con naturalidad del castellano para ilustrar sus explicaciones con ejemplos, sin tematizarlo explícitamente.
4. Tratamiento del problema de la excepción en la teoría sensualista El objetivo sensualista consiste en simplificar y en deducir pocas reglas generales y más sencillas a partir de numerosos hechos complejos y complicados. Todos los tipos de excepciones gramaticales son considerados como esfuerzo excesivo para los alumnos: En effet, Monseigneur, plus vous étudirez l’esprit humain, plus vous vous convaincrez qu’il n’a qu’une maniere de procéder. S’il fait une chose nouvelle, il la fait
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sur le modele d’un autre qu’il a faite, il la fait d’après les mêmes regles; & lorsqu’il perfectionne, c’est moins parce qu’il imagine de nouvelles regles, que parce qu’il simplifie celles qu’il connoissoit auparavant (Condillac 1775: 17).
En tal teoría, las excepciones no tienen justificación y molestan solamente al alumno: En la sintaxis he hecho una nueva division de las partes de la oracion […]. La he despojado de todas las menudencias y escepciones, que nunca se entienden bien sino con el uso, y que cansan y fatigan la inteligencia de los niños; y solo me he detenido en esplicar los verdaderos principios de la sintaxis general y filosófica (Calleja 1818: V).
La motivación de no enseñar las excepciones parece a veces algo extravagante, como en la gramática de Díaz, quien pone de relieve las ventajas prácticas de una formación abreviada para la juventud: La vida del hombre es corta, y mas breve todavía el periodo que á la instruccion puede destinarse. Sus momentos, pues, se deben economizar. La enseñanza se imposibilita, si se prolonga demasiado. Esta verdad exige que se renuncie el estudio de algunas cosas, poco ó nada útiles. La instruccion elemental tiene sus límites: fuera de ellos hay conocimientos, que se adquieren con el tiempo, y se deben á la lectura, y al uso práctico. [...] Las obras fundamentales, proporcionándose á la capacidad y sucesivo adelantamiento de los jóvenes, deben ser breves, y reducirse puramente á los principios de las ciencias [...]. El estudio mas profundo se debe hacer despues. Interesa disminuir lo posible el tiempo de la instruccion para que los que la reciben y el Estado se aprovechen mas pronto de los talentos, de la aplicacion y del trabajo (Díaz 1841: VIII-IX).
Para ilustrar un último aspecto de la actitud de los autores sensualistas españoles ante el problema de la excepción, eligimos una teoría gramatical tradicional, enraizada en la obra de Aristóteles: la teoría del verbo único o sea verbo sustantivo.
5. La teoría del verbo único demuestra la excepcionalidad del castellano La división tradicional de los nombres en nombres sustantivos y nombres adjetivos8 ha llevado a una cierta tradición gramatical, según la cual el verbo
8
La división en nombres sustantivos y adjetivos y en verbo sustantivo y verbos adjetivos tiene sus raíces en la obra de Aristóteles; cf. Coseriu (2003: 81). Durante la Edad Media, era teoría corriente; los gramáticos de Port-Royal y los sensualistas retoman esta teoría.
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también se divide por este sistema –por pura e insensata analogía, dice Gómez Hermosilla en su dura crítica de esa teoría– en verbo sustantivo y verbo adjetivo: Los gramáticos, queriendo dar cierta simetría á sus clasificaciones, dijeron “pues el nombre se divide en sustantivo y adjetivo, dividamos tambien del mismo modo el verbo; llamemos sustantivo a ser (ó su equivalente en cada lengua) y adjetivos á todos los restantes; porque así como el nombre adjetivo designa una cualidad concreta, tambien los verbos activos significan acciones concretas, es decir, referidas á las personas que las ejecutan” (Gómez Hermosilla 1841 [1835]: 42-43; énfasis del original).
Los gramáticos creen que existe un solo verbo, llamado verbo único, en latín esse, en francés être. Sum/Je suis significa una afirmación y la declaración de la existencia o de la sustancia que tiene el locutor. Je pense, donc je suis quiere decir ‘Je suis un être, j’existe’ o bien, con las palabras de Gómez Hermosilla, “estar fuera de la nada = existir, ser algo” (Gómez Hermosilla 1841 [1835]: 45-46). Este contenido puro se encuentra sólo en esse, pero existe en todos los otros verbos que tienen además un elemento suplementario. Se llaman verbos adjetivos por su cualidad de contener el verbo único más un adjetivo en forma de participio. Ellos se pueden deducir lógicamente según una cierta fórmula, como, por ejemplo, el francés aimer = être aimant. Desde la perspectiva de la teoría del verbo único, que es una perspectiva puramente lógica y no histórica, todos los verbos se dejan reducir por esta fórmula: . ¿Cómo traducir el verbo esse, o être, al castellano? Los autores españoles de gramáticas generales del siglo XIX imitando a los sensualistas e ideólogos franceses no solucionan este problema. No sólo no mencionan el dilema de tener dos verbos para expresar esse – ser y estar, sino que sus obras carecen de una línea homogénea. Unos traducen esse/être por ser, otros por estar; pero ambos grupos no justifican su respectiva decisión. El segundo problema se refiere a la elección del participio o del gerundio que acompaña en los verbos adjetivos la forma de ser o estar. Para traducir être aimant, unos eligen ser amante, otros estar amando. La crítica de Gómez Hermosilla se refiere a amante como palabra sustantivada y este autor se burla9 de que no para todos los verbos existen palabras equivalentes lexicalizadas (o tienen otro significado, como ser corriente que no es equivalente al verbo correr10), una discusión que no conviene a los conceptos 9 La crítica polémica de Gómez Hermosilla, contestada por Arbolí (1844), se describe con más detalle en Zollna/Eilers (2001). Además, Gómez Hermosilla (1835) ha formulado una propia teoría del verbo como movimiento muy original. 10 Su polémica culmina en la presunta refutación definitiva de la teoría del verbo único intentando construir una reducción del verbo estar por ser + estante. *Soy estante como forma absurda le sirve de prueba.
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sensualistas. Ellos reducen los verbos según principios de la lógica, no de palabras reales históricamente formadas en un cierto idioma, especialmente porque cada idioma particular sólo sirve de ejemplo arbitrario para la demostración de principios universales válidos para todos los idiomas. La crítica española de la teoría del verbo único se concentra entonces en aspectos que son secundarios para los sensualistas y los ideólogos. Gómez Asencio destaca la posición extraordinaria de Gómez Hermosilla en la cuestión de la teoría del verbo único que para casi todos sus colegas no es una cuestión ya que simplemente omiten el problema: El verbo estar. Con este verbo no contaron los gramáticos filósofos franceses, que sólo disponían de être, sum, ni en general los gramáticos españoles que se ocuparon de este problema, quienes traducían être, sum como ser o estar, consideraban que “el” verbo sustantivo era ser o estar y llevaban a cabo la resolución indistintamente con cualquiera de los dos verbos. Hermosilla es el único que se dio cuenta de que a éstos y a todos los efectos estar (fr. être) es un verbo radicalmente distinto de ser (fr. être), e inflige con ello un duro golpe a la teoría del verbo único: si existe un verbo único, todos los demás deben ser descomponibles en él seguido de adjetivo, y, por tanto, también estar, pero la resolución de estar es imposible, tanto léxica como gramáticamente; luego […] la teoría del verbo único es un absurdo (Gómez Asencio 1981: 201).
Zollna (2004: 273-275) describe con más detalle la aversión de Gómez Hermosilla al verbo único y la sitúa en el contexto de su crítica del “espíritu francés o los franceses en general” (Zollna 2004: 274). En su opinión, y eso no sólo es válido para Gómez Hermosilla, sino para todos los críticos anti-franceses de la época, “la polémica mordaz […] tiene su fondo en una admiración y una imitación percibidas como exageradas” (Zollna 2004: 275). Calero Vaquera (1986: 106) y Gómez Asencio (1981: 200-201) enumeran varios gramáticos castellanos que trataron el problema de la traducción del verbo único al español. Hemos completado su lista con algunos autores adicionales (ver tabla 1). Muñoz Capilla escribe, sin mencionar el problema de la traducción dudosa de être: Cada forma que se le hace tomar al verbo añade alguna idea ó accidente á la principal que él significa. Ser amante, ó tener amor, es por ejemplo la idea principal que el verbo amar significa en todas sus variaciones: para cada variacion expresa este afecto de diferente modo (Muñoz Capilla 1831: 111).
Es interesante ver la gran diversidad de traducciones del verbo être (o esse) que demuestra, por una parte, las ideas independientes de cada autor español y, por
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TABLA 1 Traducciones de verbos únicos TRADUCCIÓN
AUTORES
ser
La mayoría de los gramáticos, sin crítica. Gómez Hermosilla (1841 [1835]) (que sí critica la teoría del verbo único), Rey y Heredia/Monlau (1862), Calleja (1818), Díaz (1841)
estar
Jovellanos (1858 [¿1795?])
ser y tener
Muñoz Capilla (1831)
ser y estar
Salleras (1876), López y Anguta (1832)
estar y haber
Fandiño y Pérez (1880), Ruiz Morote (1880)
estar, haber y existir
Arañó (1899 [1877]), Vigas (1914)
además: permanecer y quedar
Caballero (1876)
otra, la falta de recepción de los autores entre ellos. Parece que cada uno tradujera los textos originales de lenguas extranjeras a su manera, con diferentes resultados, en vez de consultar las obras de sus compatriotas para comparar sus traducciones y soluciones de partes dudosas con las de los demás. Podemos concluir que en las gramáticas del siglo XIX con influencia del racionalismo y sensualismo, a las excepciones gramaticales no les corresponde un papel importante. Este tipo de gramáticas renuncia a menudo a explicaciones demasiado amplias y se concentra en las reglas básicas de una lengua y en las comunes a todos los idiomas conocidos en esa época. Pocos gramáticos aprovechan de la oportunidad de considerar el español como caso especial (excepción), por ejemplo, en lo concerniente al verbo único, y en general, los autores rara vez hacen referencia a sus compatriotas cuando alguna teoría o la traducción de obras francesas les parecen problemáticas.
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SISTEMA Y LIBERTAD DEL USO: E L D I S C U R S O D E S V I AC I O N I S TA EN LA GRAMÁTICA CASTELLANA DE ANDRÉS BELLO ÉVA FEIG U n iv e r s i t ät D u i s bu rg - E s s e n
El propósito de este ensayo es determinar el valor pragmático e informativo de los conceptos de anomalía, de irregularidad y de excepción en la Gramática castellana. Para ello se indagará cuáles campos gramaticales, marcas diasistemáticas y tipos de evaluaciones Bello combina preferiblemente con estos tres términos clave. Un análisis semasiológico nos revelará tres perfiles de hecho bastante desiguales. La anomalía, como concepto bivalente, denomina mayoritariamente alteraciones del orden ‘natural y propio’ a nivel sintagmático, pero a veces también peculiaridades de la morfología verbal. Éstas, sin embargo, se describen en 79,2% (99 de 125 casos) mediante el término de irregularidad, la cual se refiere casi en exclusivo a fenómenos de la alternancia vocálica, de la alomorfía de raíz y de otros microsistemas periféricos, pero regulares según su propia lógica. La excepción, por último y como concepto más complejo, se instrumentaliza en tres ocasiones: primero, es una marca diaintegrativa para destacar el material que no se somete a los principios del sistema lingüístico del castellano (e.g. el plural de los préstamos); segundo, advierte de perfiles alternativos funcionales (e.g. los usos secundarios de los tiempos verbales); y, tercero, marca unidades idiosincrásicas y usos no ejemplares que podríamos aprender erróneamente de los escritores canónicos. In order to understand the deviationalist discourse in Bello’s Gramática castellana we had to analyse the correspondences and correlations between the core terminology, i.e. the terms of anomaly, irregularity and exception on the one hand, and, on the other hand, the kind of grammatical fields, diasystematic markers and normative statements preferably combined with each of them. Thus we could figure out the following neat distinctions. The concept of anomaly has a double character: first of all, it is used to point out those syntactic structures that differ from the unmarked, so-called ‘proper’ or ‘natural’ word order, and, second, it may refer to those inflectional verb forms that are historically motivated but synchronically isolated as they belong to minor and peripheral paradigms. This kind of grammatical phenomena, however, is much more likely to receive the label irregularity. With 99 of 125 special cases of stem alternation, vocal alternation etc. (79,2 %), being classified as ‘irregular’, this category proves to be the most clear-cut and neutral denomination. The exception, at
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last, exhibits a threefold usage profile: it can indicate problems of morphological integration of loan words, secondary functions of tempora, and idiosynchratic or unusual expressions of canonical authors that may mislead the reader in its own speech production.
1. Reflexiones introductorias Una gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos puede evocar, a primera vista, la ilusión de una obra diferencial que en su descripción se limita únicamente a la variedad diatópica del español americano. Puede hacernos pensar en una guía lingüística donde todo lo que pareciera una excepción o desviación desde el punto de vista del español peninsular recibe su merecida aceptación y absolución bajo el pretexto de revalorar una variedad numéricamente aventajada, y puede sugerir la ausencia total de terminología desviacionista. Y cuando Bello afirma que “la sola irrecusable en lo tocante a una lengua es la lengua misma”, y que “[e]n el lenguaje lo convencional y arbitrario abraza mucho más de lo que comúnmente se piensa” (Bello 1988 [11847-51860]: 156157), aquellas suposiciones parecen confirmarse. ¿Cuáles serían, pues, los aspectos de interés en el estudio de la excepción dentro de una obra de tipo descriptivo, y extraordinariamente compleja en relación con las unidades y el funcionamiento de todos los aspectos relativos al sistema de una lengua? La concepción de una gramática, por cierto, no se deriva ni del título ni de las proclamaciones preliminares, ya que éstos no pocas veces cumplen la función propagandística de abrirle una puerta en el mercado ya saciado de libros didácticos para el aprendizaje y dominio de una lengua. Si, en consecuencia, miramos más allá de las primeras frases que deberían contentar al lector americano, podemos encontrar observaciones muy contradictorias. Así, el mismo Bello que quiere amparar las “accidentales divergencias [scil.: del español americano, É. F.], cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada” (Bello 1988 [11847-51860]: 161), condena también severamente la “avenida de neologismos de construcción” en el idioma, por el peligro de “convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros; embriones de idiomas futuros” (1988 [11847-51860]: 160).1 Una gramática que pretende servir, entre otras, a la finalidad
1 Esta libertad, por cierto, que se toma Bello optando por un “principio descriptivo” (Trujillo 1988: 64) que combine y armonice líneas interpretativas aparentemente irreconciliables (Trujillo 1988: 66 y ss.) pero, de hecho, perfectamente complementarias por su fuerza explicativa (Trujillo 1988: 68-69; cf. también García Gondar 2000: 73-74), no se debe considerar ni una inconsecuencia ni una falta de rigor sistemático, sino más bien la llave para abarcar con
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de “llam[ar] la atención a ciertas prácticas viciosas del habla popular de los americanos, para que se conozcan e eviten” (1988 [11847-51860]: 158), y que sólo presentará lo que cabe dentro de “los linderos que respeta el buen uso de nuestra lengua” (1988 [11847-51860]: 160), difícilmente podrá llevar a cabo este propósito sin apoyarse en una terminología que per definitionem recalca lo que se aparta del punto de referencia ideal, a saber, el lenguaje y la categorización desviacionista.
2. Planteamiento de la cuestión y corpus La hipótesis que hemos podido formular sobre la base de una relectura rápida del prólogo, nos lleva, en consecuencia, a las siguientes preguntas: Si partimos de la tríada de anomalía – excepción – irregularidad como columnas centrales de un discurso desviacionista,2 cabe preguntar, primero, cuáles de éstas se encuentran de hecho en la Gramática castellana de Bello y, dentro de este grupo, cuáles se convierten en conceptos favoritos por su predominio cuantitativo. Segundo, resulta perentorio investigar si en el uso de estos tres lemas se pueden detectar diferencias significativas en cuanto a los niveles de la lengua y a los tipos de particularidades a los que se aplican. De este modo podemos intentar deslindar los diferentes conceptos, en caso de que efectivamente se trate de tres categorías desiguales. Tercero, y para completar la elaboración del perfil semántico y pragmático de esa terminología, debemos considerar las correlaciones que se establecen entre los conceptos en cuestión y el discurso normativo, para así poder revelar las posibles connotaciones y funciones persuasivas que pertenecen a cada término. Realizando, en un primer paso, un estudio onomasiológico de la Gramática castellana de Bello, y optando por la idea de ‘alteridad’, ‘singularidad’ o ‘particularidad’ como criterio de selección, obtenemos una lista de 1263 muestras en
tanta precisión ese cuerpo multiforme que es una lengua natural (cf. Trujillo 1988: 22). Y ni siquiera su ágil cambio de las perspectivas analíticas resulta chocantemente nuevo, porque el eclecticismo, cuya ventaja es la de soslayar muchos de los obstáculos a menudo insuperables por teorías axiomáticas (cf. Trujillo 1988: 21-24, 28, 66, 68-69), ya se había instalado como corriente metodológica a mediados del siglo XVIII (Lapesa 91981 [1995]: 430, § 106.2), fomentando también “desde la segunda mitad del siglo XVIII notables intentos por renovar la gramática del español a través de la incorporación de las ideas procedentes sobre todo de Francia” (García Gondar 2000: 74). 2 Para obtener una lista relativamente exhaustiva de todo el abanico de términos que se utilizan en francés para comunicar la idea de desviación o apartamiento lingüístico de una supuesta regla principal, consúltese el estudio sobre “[l]es référents de l’exception” de Jacquet-Pfau (2005: 20).
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las que –por su forma de presentación– Bello advierte sobre fenómenos percibidos como ‘diferentes’ con respecto a una regla o información de envergadura más global. Si, en un segundo paso, adoptamos una perspectiva semasiológica, extrayendo todos aquellos párrafos y comentarios que utilicen la terminología desviacionista por excelencia, a saber, los términos irregularidad, anomalia, excepción o uno de los miembros de su familia de palabras, y si juntamos tanto los hechos explícitamente marcados como tales, como también aquellos que reciben dicha marca por figurar en una lista, un apartado o un subcapítulo titulados con una de las denominaciones en cuestión, obtenemos una base empírica de 391 citas, las cuales se pueden organizar como se expone en la tabla 1. TABLA 1 Relación cuantitativa entre corpus general y discurso desviacionista Tipo de muestra
Cantidad absoluta
%
1.263
100%
total
391
30,9%
marcas centrales3
239
18,9%
marcas complejas4
63
5,0%
marcas de regularidad5
89
7,0%
Subtipos
fenómenos de alteridad indicada
fenómenos con marca desviacionista
Las 1.263 citas obtenidas mediante el análisis onomasiológico y, con ello, reflejo impresionante del número elevado de hechos variacionales acogidos en el seno de una gramática qua natura normativista, son agrupadas aquí como corpus general para obtener un punto de referencia intrínseco que permita determinar la importancia relativa del vocabulario desviacionista para Bello, cuando éste quiere captar las
3
Como vocabulario central se considera la tríada de los conceptos de anomalía, irregularidad y excepcionalidad (cf. supra). 4 Esta categoría abraza tanto las clasificaciones complejas por reunir más de una clase en un lema, e.g. la denominación de irregular o anómalo, como también aquellas cuya complejidad se revela a nivel formal-sintagmático por trabajar con una negación explícita o implícita del concepto de la regularidad. 5 La categoría ‘marcas de regularidad’ reúne todas aquellas marcas que hacen referencia a la regularidad, particularidad, singularidad o conformidad a las reglas principales de un fenómeno.
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particularidades de la lengua española de sus coetáneos. Así, antes de entrar en un escrutinio detallado de la funcionalidad de cada término, nuestro cálculo revela ya –con apenas un tercio de los testimonios identificados (i.e. 30,9%)– la moderada cantidad de fenómenos descritos mediante dicha terminología discriminadora. Además, esta estadística a vuelo de pájaro nos permite ver que, estrictamente hablando, ni siquiera existe tal campo homogéneo de denominaciones centradas en la idea de divergencia y, consecuentemente, opuestas a descripciones más objetivas (como e.g. las marcas diasistemáticas) o heredadas de otras tradiciones descriptivas (como e.g. las figuras retóricas). Más bien cabe discernir al interior de la terminología desviacionista tres mecanismos diferentes de los que el autor se sirve para indicar los usos que rompen con un supuesto modelo ideal e imperativo: primero, la aplicación de los términos clásicos de anomalía, irregularidad y excepción como marcas centrales y, con 18,9% de los 1283 citas, de interés primordial para la presente investigación; segundo, la posibilidad de combinar varios de los términos centrales o de operar con negaciones explícitas o implícitas del concepto de regularidad, formando así a nivel formal-sintagmático marcas complejas que pueden precisar o ampliar las clasificaciones tradicionales –sino es que fueron creados simplemente para satisfacer el ideal retórico de la variatio–; y, tercero, las marcas de regularidad, que, por enfatizar lo no-marcado, a saber, la normalidad del uso, sugieren la existencia de fuertes modelos alternativos o frecuentes infracciones de las reglas propuestas. Dadas, entonces, la complejidad de la práctica denominadora de nuestro autor latinoamericano y las dimensiones relativamente desmesuradas de este corpus para el enfoque muy estricto que he elegido para mi estudio, resultará comprensible que me limite a una breve pesquisa de los conceptos que se esconden trás la terminología clave, a saber, las marcas centrales, y del valor pragmático-descriptivo de cada concepto en particular, para finalmente ofrecer un bosquejo provisional del panorama terminológico y conceptual que –entre otras– le suministra a la Gramática castellana de Bello esa “originalidad” (Trujillo 1988: 13) de “doctrina viva, utilizable, práctica […] [y] vigente” (1988: 9) que Trujillo elogia con mucha razón en su célebre “Estudio preliminar”.
3. Anomalía – excepción – irregularidad: ¿todos para uno y uno para todos? 3.1. CONSIDERACIONES ESTADÍSTICAS A la hora de separar estos tres elementos de la teoría desviacionista, podemos facilitarnos el acceso a través de un análisis estadístico de la realidad de los datos (cf. tabla 2).
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TABLA 2 Análisis cualitativo y cuantitativo del vocabulario desviacionista Concepto/tipo de información
Anomalía
Irregularidad
Excepción
número de entradas marcadas
28
116
95
fonética
/
3
/
morfología verbal
14
99 (28 reglas generales, 31 alt. voc., 21 alom. de raíz)
12
morfología sust./adj.
1
6
35
concordancia y construcciones sintácticas
13
4
46
otros
/
4
2
terminología gramatical
/
1
1
terminología retórica
/
/
6
/
1
descripciones funcionales restricciones gramaticales
2
1
6
marcas diafásicas
/
/
2 (poético)
marcas diastráticas
1 (panstrát.)
/
/
marcas diacrónicas
1 (arcaísmo)
5 (antiguo)
7
marcas diatópicas
/
1 (los americanos)
1 (Am.+Peníns.)
marcas diaintegrativas
2 (castellanismo)
2 (latinismo)
11 (4 cast., 4 grecismo, 2 latinismo, 1 xenismo)
marcas diafrecuentativas
3
2
12
autoridades
3
5
17
comentarios evaluativos
8
1
40
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Esta perspectiva nos revela ya una discrepancia notable entre los diferentes términos: mientras que la anomalía con sólo 28 casos apuntados se presenta como concepto poco utilizado, resulta notable la frecuencia relativa de hechos calificados como irregulares –116 en total– y de hechos que se presentan como excepcionales o excepciones –que suman 95–. No obstante, cabe advertir que se excluirán de este bosquejo provisional tanto las marcaciones combinadas, que nos hablan de fenómenos irregulares o anómalos (28)6, de particularidades que también se podrían clasificar de excepcionales (6), de excepciones o hechos no regulares (2), excepciones o irregularidades (1), anomalías o excepciones (1) y uno que otro lema doble más, como el inventario de términos que denotan explícitamente lo contrario, o sea la regularidad, particularidad, no excepcionalidad o no irregularidad (cf. tabla 1), no porque sean irrelevantes o sinónimos los unos con los otros, sino porque no deseo distraer la atención hacia los fenómenos centrales con las ideas accesorias, matices y peculiaridades semánticas que esta terminología aportaría a mi estudio.
3.2. LA ANOMALÍA El tan fecundo término de anomalía7 –heredado de Aristóteles y de la tradición gramatical de los griegos,8 instrumentalizado desde 1803 en el ámbito de la biología
6
Para la conexión muy estrecha y a veces casi sinonímica de ambos términos considérese la identidad semántica entre la formación griega α’ νω´ µαλος “irregular”, de α’ ν-, prefijo privativo + ο‘ µαλο´ς “igual, liso” (cf. 2DCECH: s. v. anómalo; Jacquet-Pfau 2005: 24) y su equivalente latino irregular, formado de ir-, alomorfo de in-, prefijo privativo, tras asimilación regresiva completa + regular (cf. 2DCECH: s. v. rey). 7 Para la fortuna de los conceptos antagonistas de anomalía y de analogía ya en las antiguas escuelas de la retórica y del derecho, cf. Alberte González (1987: 117). 8 Cf. Aristóteles en Ética a Nicómaco, V, c, 6 (cit. según Lersch 1838 [1971]: 6). Para la perpetuación del concepto de la ‘anomalía’ en los términos latinos de consuetudo y de inaequalitas, véase la definición del gramático latino Gelio: “’Ανωµαλι´α est inaequalitas declinationum consuetudinem sequens [énfasis del autor, L.L.]” (Gell. II, c, 25, cit. según Lersch 1838 [1971]: 96), lo que traducido al español reza así: “la anomalía es […] la desigualdad de las declinaciones siguiendo el uso o costumbre” (Zamora Salamanca 1984: 372-373). Aunque el gramático Gelio identifica como fundador más influyente de la vertiente anomalista a Crates, distinguiendo categóricamente “Duo autem Graeci grammatici, Aristarchus et Crates, summa ope ille α’ ναλογι´α, hic α’ νωµαλι´α defensitavit” (Gell. II, 25, cit. según Lersch 1838 [1971]: 63), no nos debemos fiar del todo de esta oposición. Así, Lersch (1838 [1971]: 64) subraya que aún en aquel gramático la consuetudo gana a veces sobre la lógica rigurosa, como también en otros sucesores –e.g. en Varrón, como autor que más había ampliado esta dicotomía (Alberte González 1987: 117)–; ambos conceptos se combinan y complementan mutua-
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como sustituto del término anormal para designar una “déviation du type normal” (Jacquet-Pfau 2005: 24), y ya en el siglo XIX fuertemente arraigado en todas las ciencias naturales–9 se documenta, a pesar de su gran peso tradicional, en el corpus como lema singular no más de 28 veces (cf. tabla 2). Además, y como deja prever la variada historia de su empleo, este terminus technicus se nos presenta en la Gramática castellana de Bello con cabeza de Jano. Por un lado, se aplica con gran frecuencia a formas de la morfología verbal (14) (cf. ej. 1), y, por otro lado, a problemas en el nivel de la organización sintagmática de enunciados (13) (cf. ej. 2). (1) § 547. Estas familias de formas afines están sujetas a un accidente y es que en los verbos en eír, siempre que a la raíz anómala [énfasis mío] en i se sigue alguno de los diptongos ió, ié, se pierde la i del diptongo. (2) § 792 (e). […] Sin embargo, cuando el complemento de cosa tiene por término él, es admisible en ciertos casos la construcción anómala [énfasis mío]: «Si en la fábula cómica se amontonan muchos incidentes, y no se la reduce a una acción única, la atención se distrae» (Moratín); mejor que y no se reduce; porque no se nos presentaría espontáneamente el sujeto tácito de reduce, y sería menester cierto esfuerzo de atención para encontrarle en el término de un complemento de la proposición anterior; cosa que debe en cuanto es posible evitarse, porque perjudica a la claridad.
Así quedan descritos tanto fenómenos sistemáticos que pertenecen a microsistemas históricos10 –por ejemplo, los casos de alomorfía de raíz, de participios mente (cf. Lersch 1838 [1971]: 94, 118, 126-127). Para la dualidad de ambos principios compárense también Probus (Ars Minor, § 6, cit. según Lersch 1838 [1971]: 160) “Nunc huius artis, id est, grammaticae omnis duntaxat latinitas ex duabus partibus constat, hoc est analogia et anomalia, et ideo utriusque partis rationem subiicimus [énfasis del autor, L. L.]”, Quintiliano (Institutio oratoria, I 6,16, según Lausberg 31990: 255) “ non ratione nititur, sed exemplo, nec lex est loquendi, sed observatio, ut ipsam analogiam nulla res alia fecerit quam consuetudo”, e Isidor de Sevilla (Origin. I, 27, 2, cit. según Lersch 1838 [1971]: 171): “Si quidem de iis unum defuerit, iam non est analogia, sed anomalia, ut lepus et lupus totum convenit, sed dissentiunt casu [énfasis del autor, L. L.]”. Cf. Lausberg (31990: 254-255, § 466). Para la continuación de esta discusión en Cicerón y Quintiliano, véase especialmente Alberte González (1987). 9 Compárense, por ejemplo, los conceptos de ‘anomalía media’ y ‘anomalía verdadera’ en astronomía (RAE 222003: s. v.) o el de ‘densidad anómala’ tan característica del perfil físico del H2O. Como fecha de la primera documentación en la acepción astronómica, PRobert (s.v. anomalie) propone el s. XVII, y en cuanto a su uso en el campo de la biología nos trae la fecha un poco más tardía de 1808 (s.v. anomalie). 10 Este criterio lo enfatiza, por ejemplo, también Meillet (1953 [1922]: 32) en su definición de anomalía, cuando sentencia: “[L]es anomalies supposent un état antérieur où elles étaient normales”.
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latinizantes o de alteraciones fonéticas antiguas–, como también fenómenos sueltos pero usuales –como en el caso de los problemas de concordancia, de la colocación de los pronombres, etc.– (cf. tabla 2). Este último modo de empleo se combina tan frecuentemente con un contraste entre el orden natural o propio,11 por cierto poco o nada usado, y la construcción corriente, pero anómala, que el lector llega a asociar casi automáticamente la anomalía con un fenómeno que rompe de manera positiva con una estructura que se podría deducir con rigor lógico del modelo formativo central.12 Por muy diferentes que parezcan, por ello, los dos perfiles de uso, se caracterizan, sin embargo, en ambos casos por su consecuente sanción positiva, por su validez para un número muy reducido de elementos,13 y por su carácter de ser herencia de la evolución lingüística. Esta naturaleza le proporciona además un cierto grado de previsibilidad a aquel que conoce las reglas de las antiguas clases de conjugaciones y a quien le resultan familiares las preferencias del uso. Si contemplamos, además, las posibilidades de combinar el concepto de anomalía con otras clasificaciones o evaluaciones (cf. tabla 2), podemos verificar el acierto de nuestra definición, en un principio, denotativa. En cuanto a las posibles connotaciones, cabe subrayar que únicamente las alteraciones desde el punto de vista sintáctico se prestan a una calificación subjetivizadora, y, aun en estos casos –por tratarse, en general, de “giro[s] genial[es] del castellano” (§ 803) que cuentan con “la incontestable autorización del uso” (§ 806 (c))–, reciben, de hecho, una evaluación positiva. La anomalía, por tanto, advierte de fenómenos aislados cuya aplicación es imperativa en la morfología verbal y altamente recomendable en el campo de los arreglos sintagmáticos, de manera que este esfuerzo mnemotécnico14 y descriptivo adicional 11 Así podemos leer, e.g. en el § 807 (d), el siguiente razonamiento: “Si el autor quiso decir que la desigualdad de condiciones es la sola desigualdad que acarrea esos efectos, es propio [énfasis mío] el la; pero, si se hubiese propuesto enunciar que la desigualdad de condiciones era lo único que los acarreaba, lo hubiera sido la palabra propia [énfasis mío]. Y, sin embargo, como este segundo concepto, que es el de Jovellanos, se manifiesta claramente de suyo, se acomoda más al genio de la lengua [énfasis mío] y suena mejor el la que el lo”. Cf. también § 803 y § 806 (c). 12 Cf. Jacquet-Pfau (2005: 24) acerca de la anomalía como fuente de hipercorrecciones por analogía erróneamente aplicada. 13 En cuanto a la asociación de conceptos desviacionistas con el criterio cuantitativo de la minoría y la problemática de este acceso definitorio, véase Gaatone (2005: 195-196). 14 “[L]’exception […] impose au locuteur un effort plus grand de mémorisation”, sentencia Gaatone con respecto a la excepción (2005: 194), y lo mismo es válido para cualquier otro tipo de fenómeno no integrado en una regla superior. Cf. también Nicolas Beauzée en su célebre Encyclopédie méthodique, ou Par ordre de matières: “L’analogie rend le langage accessible à la mémoire la plus ingrate, et la met à la porte de l’intelligence la plus grossière” (17821786, I: 178, cit. según Raible 1980: 204, n. 12).
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que ocasionan dichos fenómenos queda plenamente justificado por la autoridad del uso.
3.3. LA IRREGULARIDAD Los verbos, según el modo de conjugarlos, se dividen en regulares e irregulares. Regulares son los que forman todas sus variaciones como el verbo que les sirve de modelo o tipo. Irregulares, por el contrario, son aquellos que en ciertas variaciones se desvían del verbo modelo (Bello 1988 [11847-51860]: § 490 (237)).
Ésta es la definición que nos da Bello al principio del capítulo sobre las formas verbales denominadas irregulares, y si la miráramos como sentencia aislada sería un buen argumento para tachar a Bello de desviacionista irreflexivo. Pero se pueden traer otros párrafos en los cuales defiende la lengua como “no […] enteramente caprichosa” (§ 502 (a)) gracias a “las analogías que se observan en las irregularidades o anomalías” (§ 502 (a)), y, además, afirma categóricamente: Yo dudo que alguna de las lenguas romances sea tan regular, por decirlo así, en las irregularidades de sus verbos, como la castellana; lo que depende principalmente de aquella curiosa afinidad que en ella se observa entre las varias formas del verbo y de los derivados verbales; formándose de todas ellas diferentes grupos o familias, en cada una de las cuales la alteración radical de una forma se comunica a las otras del mismo grupo o familia (Bello 1988 [11847-51860]: 812-813, n. XI).
De esta cita podemos deducir directamente los dos criterios definitorios más importantes: primero, la regularidad y sistematicidad que caracteriza un fenómeno llamado irregular; y, segundo, la estrecha conexión con el campo de la morfología verbal (cf. ej. 3). (3) § 566. Pertenecen a la novena clase: 1.º los irregulares [énfasis mío] que en la segunda familia de formas mudan la e de la última sílaba radical en ié, y en las formas de la tercera familia que no le son comunes con la segunda, la mudan en i; pudiendo, por tanto, considerarse en ellos cuatro raíces, las dos regulares, la irregular [énfasis mío] que en su última sílaba lleva el diptongo ié, y la irregular [énfasis mío] que lleva en dicha sílaba la sola vocal i.
En el análisis de los campos gramaticales a los que se puede referir el término irregularidad es posible detectar una predilección innegable por los fenómenos altamente regulares de la alternancia vocálica (31 de 116 hechos irregulares) y de la alomorfía de raíz (21 hechos irregulares) (cf. ej. 3 y tabla 2), si no es que se
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dan directamente explicaciones generales sobre el fenómeno de la irregularidad verbal y su organización en clases y familias (28 de 116 hechos) (cf. tabla 2). Cuando se les describe, basta con mencionar su carácter de irregulares para que el lector sepa que encajan perfectamente en un paradigma secundario15 y que, por eso, el aprendizaje de las reglas respectivas que rigen estos microsistemas centrales le salvará de todo tipo de duda. De hecho, la única información adicional de la que prescinde el lector será la de saber si se trata de un microsistema que todavía pertenece a la norma vigente o de informaciones puramente historizantes que faciliten el entendimiento del sistema actual de la lengua. Las mismas observaciones se pueden aplicar a los pocos comentarios sobre los superlativos de cuño latino (cf. ej. 4) y sobre la formación de plural de algunos sustantivos o tipos sustantivales,16 ya que en ambos casos podemos contar con reglas secundarias y modelos alternativos que rigen la derivación de las formas en cuestión. (4) § 223 (a). Consiste esta irregularidad [énfasis mío] […] ya en que alteran la terminación o ambas cosas a un tiempo, como acérrimo, celebérrimo, integérrimo, libérrimo, misérrimo, salubérrimo (de acre, célebre, íntegro, libre, mísero, salubre).
Esta definición estrictamente gramatical del concepto de irregularidad explica, en consecuencia, también la relativa falta de comentarios adicionales, tanto evaluativos como diasistemáticos (cf. tabla 2). Una irregularidad –para Bello– es un fenómeno que pertenece al sistema central de la norma estándar,17 a un paradig-
15
Cf. también el “paradigma de la irregularidad” en Zamorano Aguilar (en este volumen). 16 Para el problema de la formación de los plurales en español, véase la tesis de doctorado de Wirth (2006), en la que se debaten también los logros y límites de la categoría clásica del ‘sustantivo’ amén de sus posibles alternativas denominadoras como la del tipo sustantival. 17 Cuando en esta definición describimos el paradigma irregular como un fenómeno ubicado en el seno de la variedad de prestigio, no seguimos la definición general del ‘sistema central’ (cf. e.g. Schmitt 2002, Polzin-Haumann 2006) en el sentido de “un sistema con gran productividad formativa cuya posición céntrica se basa en el criterio cuantitativo”, sino que nos referimos más bien a su pertenencia al núcleo del vocabulario fundamental y altamente frecuente de una lengua (cf. Hunnius 1990: 66). Para la correlación proporcional entre frecuencia de uso y la posibilidad de mantener un comportamiento irregular, especialmente en el campo de la morfología verbal, véanse también Werner (1984: 542; 1987: 298-299) y Dubois (1967: 64). Además hay que tener en cuenta que la atracción –en el fondo siempre sistemática y analógica–, que se desprende de un paradigma en una época concreta y por la cual éste se convierte en subsistema central, puede perderse en otro momento, convirtiéndolo en periférico y robándole su potencial creador (cf. Pope 21966 [11934]: 300, § 762; Schmitt 2002: 155). De ahí también que los mismos principios de la alternancia vocálica o de la alomorfía de raíz que han logrado un radio de acción relativamente grande en el sistema verbal del español no han
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ma morfológico fuertemente arraigado en el sistema de la lengua y –gracias a su regularidad y singularidad– resulta, por lo general, imperativa en su empleo.
3.4. LA EXCEPCIÓN El concepto de “excepción”, al contrario de los otros dos que ya tratamos, se concentra en su aplicación a dos funciones totalmente diferentes: por un lado, se caracteriza por una predilección pronunciada por la morfología de los sustantivos (35) (cf. ej. 5 y tabla 2) –o sea por los problemas de género y número–; y, por otro, se usa en cuestiones de concordancia (28 de los 46 avisos sobre fenómenos sintagmáticos) (cf. ej. 6 y tabla 2), y de lo que Bello titula “uso […] metafórico” de los tiempos verbales (12) (§ 716 (a)) (cf. ej. 7 y tabla 2). El párrafo que hace referencia a un problema puramente ortográfico (§ 1138. 2.º) y el otro en el que se advierte sobre un problema de la semántica (§§ 111. 3.a/112. 1.a) pueden tratarse en este contexto como quantités négligeables. (5) § 170. 3.o Son masculinos los que terminan en cualquiera vocal, menos a aguda, o en cualquier consonante, menos d; pero las excepciones [énfasis mío] son numerosas. […] § 171 (a). De los en e son femeninos […] los sustantivos esdrújulos en ide, tomados del griego, como pirámide, clámide. (6) § 825 (349). Cuando el verbo se refiere a varios sujetos o el adjetivo a varios sustantivos, dominan las reglas generales siguientes: […]. (a). Estas reglas generales están sujetas a gran número de excepciones [énfasis mío]. (7) Apéndice. [Cap. xxviii] Observaciones sobre el uso de los tiempos Vamos a notar algunos usos excepcionales [énfasis mío] de los tiempos.
¿Pero cómo puede ser que hable, primero, de dos funciones, para, en segundo término, destacar tres grupos diferentes de aplicación? Esta supuesta contradicción se puede solucionar fácilmente si hacemos abstracción de los niveles lin-
conseguido crear más que “des systèmes verbaux périphériques” (Schmitt 2002: 152) y “des groupes de conjugaisons peu homogènes, voire, éparpillés” (Schmitt 2002: 154) en otra lengua, a saber, la francesa. Recordemos además con Schmitt (1984: 389) que el sistema central siempre puede volver a ser influenciado por uno de los sistemas periféricos en cuanto éstos rijan todavía algunos elementos de la norma vigente.
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güísticos en concreto. Mientras que en el campo de la morfología sustantiva surge el problema de explicar hechos realmente inexplicables desde el punto de vista del hablante sincrónico –por tratarse de características del perfil morfológico, cuya única motivación se encuentra en el criterio de la etimología–18, en el campo de la concordancia y del uso secundario que podemos hacer de los tiempos verbales nos tenemos que enfrentar a fenómenos que se basan en el mecanismo universal de la lógica19 y que cumplen con una función comunicativa. Cuando Bello habla de una excepción en el ámbito de la morfología sustantiva no solamente la presenta como tal, dejando al lector en la más profunda confusión ante la multitud de hechos divergentes, sino que se esfuerza por suministrarle informaciones adicionales que puedan facilitarle el acceso al uso correcto de los sustantivos de la lengua castellana. El criterio más útil a este respecto es el de la ‘etimología’ o marca diaintegrativa (cf. ej. 5), porque en estos casos nuestro gramático –aunque no intenta agotar la atención del lector contemporáneo con excursos etimologistas– se sirve de la sistematicidad morfológica que se desprende de un proceso de formación de palabras compartido o que proviene de la pertenencia común a la misma clase de declinación en otra lengua, para constituir grupos homogéneos que compartan las mismas reglas y facilitar así el aprendizaje del ‘buen’ uso. Esta correlación entre la calidad del préstamo, o sea del elemento realmente exterior al sistema de la lengua, y el significado original del calificativo excepción como algo que cae fuera de su clase o especie20 genera la acepción diaintegrativa del lema excepción. Que esta identificación como elemento extranjero, importado, adoptado, no conlleva una implicación negativa,21 en el sentido de una xenofobia lingüística, lo demuestra el hecho de que hasta un galicismo, normalmente objetivo de crítica en la época de Bello,22 puede recibir 18
Cf. Gaatone (2005: 196) que caracteriza las excepciones como “fossiles de l’histoire”, o la constatación de Feuillard (2005: 206): “L’exception couvre les faits qui s’échappent à toute justification sur le plan synchronique”. Para el criterio de la etimología como guía del buen uso o de la latinitas retórica, véase Lausberg (31990: 255, § 466). 19 Así Vilkou-Poustovaïa recalca, por un lado, respecto al principio exceptivo su fuerza creadora apta para generar nuevos sistemas alternativos (2005: 6) y, por otro, llama la atención al hecho de que la analogía –lejos de ser el eterno principio regulador– no pocas veces se convierte también en “générateur des exceptions” (2005: 16). 20 El verbo excipere, derivado de capere, se originó, en un principio, en esa idea de “sacar, tomar” algo de un conjunto dado (cf. 2DCECH: s. v. concebir; y PRobert: s. v. excepter, exception). 21 Schmitt (2000: 165) subraya en este contexto la preocupación general de Bello por la base comunicativa compartida, ya que “las unidades y reglas lingüísticas dispares venidas de afuera producen una ruptura en la comunidad lingüística”. 22 Basta con hacer referencia a la flamante crítica antigalicista de Forner (Lapesa 91981 [1995]: 427, § 104.4.), como uno de los primeros, o a los discursos normativistas de Valera,
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su aceptación, y hasta respaldo, cuando se acomoda bien al sistema de la lengua y puede llenar una laguna funcional.23 El criterio de la funcionalidad explica, también, por qué Bello opta por el término de excepción a la hora de presentar sus observaciones sobre las alternativas de concordancia y sobre el uso secundario de los tiempos verbales (cf. ej. 7). En ambos casos, las alteraciones toman como punto de partida el valor principal y el modo de empleo básico del elemento en cuestión, para luego, a causa de una pragmática comunicativa diferente, convertirlo en un perfil secundario no menos útil. Como este tipo de alteraciones siempre implica un riesgo comunicativo, por renunciar a un mecanismo general y regular, se entiende la mayor frecuencia de comentarios evaluativos que deben comentar la aceptación o no aceptación de esas estructuras aventuradas (cf. tabla 2). Como es de suponer, en una gramática que quiere enseñar –al estilo de Quintiliano (Schmitt 2000: 161)– el arte de hablar y de escribir bien, no se traen a colación muchas de las excepciones usualmente desaprobadas aunque, por lo general, abundantísimas en el habla común, de manera que la mayoría de las críticas favorece los usos secundarios por su valor retórico, cuando se trata de una construcción que Bello califica de elegante y natural (cf. § 718 (c)), o por su valor funcional, cuando comunica, por ejemplo, cierta expresividad (cf. e.g. § 717 (b); § 924. (**)24). La sorprendente presencia de excepciones negativas25 en una obra normativa se justifica por el hecho de haber salido de la pluma de un autor célebre, de manera que se tiene que destacar expresamente su valor no ejemplar para que no se multipliquen hechos singulares gracias a la recepción y transmisión del patrimonio literario.26 En estos casos, Ferrer del Río o Javier de Quinto para evocar aquel movimiento purista y preocupado por la calidad de la lengua que intentaba enfrentarse a las innovaciones afrancesadas que en aquel entonces estaban invadiendo la lengua española sobre todo a través de las traducciones (Brumme 1997: 121-125 y 1992: 392-393). 23 Esta preocupación de Bello por lo que despliega una función en el uso de la gente culta ya quedó claramente destacada por Schmitt (2000: 181) en su estudio sobre “Andrés Bello y la norma lingüística del castellano” y por Bizcarrondo (2000: 46). 24 En la versión editorial de la Gramática castellana de Ramón Trujillo (1988) la estrella entre paréntesis (*) marca la nota a pie de página en vez de identificarla con una enumeración sucesiva. Por ello, y como resulta una abreviación muy económica de las notas, la adoptaré también para el presente estudio. 25 Cf. e.g. § 936. […] (*) como párrafo que habla explícitamente de excepción, pero tacha a la construcción de licencia poética, o sea de no recomendable para el uso común, o los párrafos § 849, § 720 (d), § 470 (a). […] (*), y § 833. 8ª, en los que la idea de la excepción va anunciada con anterioridad, a cambio de que se enfaticen las calificaciones normativas, hablando de usos menos propios (§ 849), de confusiones (§ 720 (d); § 470 (a). […] (*)) o de faltas (§ 833. 8ª). 26 Así, Bello afirma en el “Prólogo” (1988 [11847-51860]: 158-159): “Parecerá algunas veces que se han acumulado profusamente los ejemplos; pero sólo se ha hecho cuando se tra-
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el empleo de la palabra excepción apunta a menudo a señalar el carácter idiosincrásico que exhiben tales usos, y no a desdeñarlos como errores comunes. Por consiguiente, el valor decididamente negativo que acompaña entonces a la palabra excepción, no se debe a un rigor normativista desmesurado sino a que se trata de un rasgo particular o incluso de un hapax sin valor comunicativo.27 En cuanto al valor connotativo de este último de los tres términos desviacionistas, podemos, por todo esto, concluir que la excepción, al igual que los otros términos, no comunica una posición a priori hostil ante el fenómeno comentado. Bello se sirve más bien de este lema en tres casos diferentes: primero, para identificar el material que ha llegado a modo de préstamo de otras lenguas y que, por ende, no se somete con toda consecuencia a las reglas de la lengua castellana; segundo, para marcar un fenómeno secundario que merece ser aprendido por su funcionalidad más allá del estilo puramente informativo; y, tercero, para identificar particularidades de un idiolecto o un hapax, que por pertenecer a la literatura canónica, podrían expandirse sin razón pragmática. En suma, lo que une a todos estos modos de empleo es la idea de inexplicabilidad mediante reglas abstractas.
4. Consideraciones finales y conclusión Si ahora repasamos las definiciones y usos diversificados que se atribuyen a cada uno de los conceptos investigados, salta a la vista que este campo léxico, al contrario de lo que hubieramos podido postular al principio, no se muestra como un inventario de sinónimos no reflexionados, mal definidos y de valor primordialmente llamativo. Cada concepto, aunque provisto de diferentes perfiles de
taba de oponer la práctica de escritores acreditados a novedades viciosas, o de discutir puntos controvertidos, o de explicar ciertos procederes de la lengua a que creía no haberse prestado atención hasta ahora. / He creído también que en una gramática nacional no debían pasarse por alto ciertas formas y locuciones que han desaparecido de la lengua corriente; ya porque el poeta y aun el prosista no dejan de recurrir alguna vez a ellas, y ya porque su conocimiento es necesario para la perfecta inteligencia de las obras más estimadas de otras edades de la lengua”. 27 Para la posible aplicación del término excepción a elementos aislados o hapax, cf. también Jacquet-Pfau (2005: 22). Para la transmisión de formaciones idiosincrásicas aisladas mediante la siempre nueva documentación por parte de los gramáticos e, igualmente, para la dificultad de distinguirlas de las formas que –aunque carezcan de documentación escrita– resultan comunes en una de las variedades diasistemáticas marginales, cf. también Schmitt (2001: 443) sobre la suerte de la forma verbal souriât, documentada en Bernanos o de la frase bien conocida si j’auras su, j’aurais venu que se había propagado a través de una película, cuando ésta estaba de moda (La guerre des boutons) (Schmitt 1986: 152).
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empleo,28 justifica más bien su existencia por denominar fenómenos en su mayoría muy diferentes y reservados a un término concreto. Si consideramos, además, el bajo grado de connotación que tienen estos conceptos, y si tenemos en cuenta que el juicio final que puede recaer sobre un fenómeno calificado de irregularidad, excepción o anomalía casi siempre se debe a las marcas diasistemáticas o comentarios normativos, queda patente que Bello supo aprovechar la existencia de estos términos para remodelarlos según sus finalidades, dándoles a cada uno un valor descriptivo y comunicativo propio. Sin pretender entrar ahora en una exposición detallada de la impresionante variedad terminológica que Bello aplicó con gran rigor en sus observaciones sobre singularidad y desviación,29 quisiera, no obstante, llamar la atención sobre una tendencia general en su gramática que confirma rotundamente las conclusiones que acabamos de presentar. La existencia de otros campos léxicos que ofrecen conceptos predefinidos e igualmente limitados en su aplicabilidad a ciertos campos de la gramática, como, por ejemplo, la terminología de la retórica, la aprovecha Bello no sólo para manifestarse seguidor de las tradiciones terminológicas de los gramáticos predecesores, sino que instrumentaliza estas figuras retóricas para ampliar la lista de los términos que pueden sustituir a una descripción complicada y rebuscada de un fenómeno lingüístico que ya ha recibido una denominación inequívoca en otra disciplina. Pero a modo de conclusión final y para poder juzgar el verdadero valor descriptivo y el rigor científico con el cual Andrés Bello supo enfrentarse al auténtico mar de fenómenos secundarios, minoritarios, singulares y aislados, les invito a que tornemos al análisis estadístico mediante el examen de la siguiente lista (cf. tabla 3). 172 fenómenos se describen mediante palabras claves de las ramas de la retórica, de la gramática o mediante una calificación funcional; en 154 casos la particularidad del hecho comentado se verbaliza a través de las informaciones pragmáticas que se aportan; 195 hechos se hubieran podido describir como desviantes, pero Bello optó por una marca diacrónica; 78 unidades y estructuras sobresalen por ser marcadas a nivel diaintegrativo; 31 casos de alteridades se basan en el uso particular de una región de la Hispanidad; 259 fenómenos se des-
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Aquí quisiera llamar especial atención sobre los diferentes ‘grados’ de irregularidad que Zamorano Aguilar (en este volumen) recalca al interior de este concepto, como también la defectividad de los paradigmas verbales se materializa en diferentes grados de incompleción, según demuestra Sinner (en este volumen.). Para el problema de una posible sobreampliación de este tipo de categorías, véase Sinner (en este volumen). 29 En cuanto a las –por regla– inevitables inconsecuencias o, mejor dicho, vacilaciones terminológicas, que tampoco quiero silenciar en este contexto, cf. el estudio acerca del tratamiento de los verbos defectivos o ‘incompletos’ de Sinner (en este volumen).
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TABLA 3 Análisis cuantitativo del discurso variacionalista y normativo30 172 154 195 78 31 259 352 1241 216 363 391
terminología retórica/gramatical/calificación funcional descripción pragmática marca diacrónica marca diaintegrativa marca diatópica31 marca diafrecuentativa identificación como desviante mediante conjunciones/preposiciones comentarios informativos (adición de las marcas arriba listadas) uso secundado por autoridades evaluaciones subjetivas32 descripciones desviacionalistas
30 Para este cálculo estadístico se contó cada marca y cada término por separado, de manera que el mismo fenómeno, a lo mejor doble o triplemente marcado, entrará en varias de las categorías descriptivas o normativas. La suma de los números, por ello, no equivale al número total de muestras interpretadas. 31 Aunque Valls Moldenhauer (2000: 313-314) acierta plenamente al confirmar, en su estudio sobre los “variantes regionales” en la Gramática castellana, que Bello se muestra relativamente ascético a la hora de aplicar marcas diatópicas, debemos, sin embargo, corregir levemente sus cálculos estadísticos. Así se documentan, de hecho, 18 chilenismos (§ 129 (b). […] (*); § 171 (a). […] (*); § 218 (m); § 234 (113). […] (*) (p. 264): 2 fenómenos marcados; § 367. […] (*); § 371. […] (**); § 496 (a). […] (*): 4 fenómenos marcados; § 613 (f); § 777 (340). (XIV); § 781 (343). […] (**); § 782 (a). […] (*): 4 fenómenos marcados), 3 peculiaridades de los americanos en general (§ 470 (a). […] (*); § 521. […] (**); § 539), 4 costumbres propias de algunos países no identificados de América (§ 79; § 793 (f). […] (**); § 868 (j). […] (*); § 946. […] (*)), 2 preferencias que cunden entre los escritores americanos (§ 591 (272). […] (*)) o, en un caso, suramericanos (§ 812 (h)), y –aparte de la marca más bien evaluativa que diatópica provincialismo (§ 610 (c))– encontramos sólo 3 fenómenos marcados como usuales tanto en América como en la Península (§ 721 (e).; § 851. 23ª; § 877 (r). […] (*)). Esta última marca –por indicar justamente la universalidad del fenómeno, o sea, un uso que debería pasar inadvertido por representar el caso no marcado– se explica, obviamente, en un primer plano por su función apologética para justificar la introducción de usos cuya descripción podría reprocharse a nuestro autor, o para reconciliar al lector americano posiblemente ofendido por las críticas al uso americano (cf. Schmitt 2000: 180). No pretendo, sin embargo, que con esta explicación provisional el tema se haya quedado abarcado, al cual me dedicaré, por lo tanto, más a fondo en el análisis exhaustivo que voy elaborando a este respecto. 32 Sin embargo, en mi estudio excluí de la terminología desviacionista stricto sensu los términos como vicio, barbarismo, etc., que por su valor metalingüístico y función de hecho también explicativa quedan claramente enfocados por Zamorano Aguilar (en este volumen) en su papel central para el discurso gramaticográfico sobre excepción. Los sumé, más bien, a la categoría del metalenguaje evaluativo, porque su igualmente firme arraigo en los ámbitos de
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tacan por su marca diafrecuentativa; y en 352 casos el empleo de conjunciones adversativas, concesivas, etc. transmite la idea de diferencia. Si sumamos a este número nada desdeñable de 1241 comentarios informativos los 216 casos en los que se discute un uso peculiar mediante la cita de una autoridad, y si consideramos además las 363 advertencias evaluativas –aparte de los 391 fenómenos que se describen al estilo desviacionalista de Bello–, no queda otro juicio que reconocer que la Gramática castellana destinada al uso de los americanos, lejos de ser un cajón de sastre caótico, se merece el título de obra excepcional en el sentido más noble de esta palabra.
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E X C E P C I Ó N I M P L Í C I TA Y G R A M AT I C A L I Z AC I Ó N. LOS GRAMÁTICOS ANTE EL ARTÍCULO D E L O S R E L AT I VO S C O M P U E S TO S JOSÉ LUIS GIRÓN ALCONCHEL U n iv e r s i d a d C o m p l u t e n s e d e M a d r i d
El gramático establece reglas; lo que se sale –o “se saca” – de ellas es una excepción. Las gramáticas del español –y de las otras lenguas romances– son el resultado de la aplicación del metalenguaje de la gramática latina a estas lenguas (Auroux 1994), que continúan el latín. Ha habido y sigue habiendo cambios que el gramático no percibe, o no puede, o no quiere percibir. Del choque inevitable de esos cambios y la aplicación del metalenguaje latino surge lo que aquí voy a llamar “excepciones implícitas”, porque la forma española ya no es categorialmente la misma que su étimo latino. Por ejemplo, el participio de los tiempos compuestos no es la misma clase de palabras que el participio pasivo; Nebrija percibe muy claramente lo distintivo del primero (es activo e invariable) frente al segundo (pasivo y variable); y, como son cosas distintas, referentes distintos, deben tener distinto nombre; por eso –sin ningún éxito, por otra parte– Nebrija se ve forzado a crear el término “nombre participial infinito”. Desde nuestro punto de vista, el “nombre participial infinito” –o, con menos propiedad pero con más tradicionalidad terminológica, el participio de los tiempos compuestos– es una “excepción implícita” del participio. Decimos implícita, porque, fuera del nada exitoso intento nebrisense, seguimos llamando a esa forma participio. Otras veces a la “excepción implícita” ni siquiera se le asigna un término específico. Es lo que sucede con el artículo de los relativos compuestos, el cual y el que. ¿Por qué se les sigue llamando artículos cuando –como vio muy bien Bello (1988 [118475 1860])– sólo son índices de la concordancia de los relativos simples cual y que con sus antecedentes? La segunda parte de la contribución tratará de responder a esta pregunta, teniendo en cuenta, principalmente, algunas gramáticas recientes del español. Creemos que el contexto general en el que se puede plantear acertadamente esta cuestión es el de las relaciones entre gramática descriptiva y cambio lingüístico. En el fondo, está la comunicación y la pragmática y la necesidad de un nuevo concepto de gramática descriptiva. In this paper implicit exception is identified with polysemy created by not concluded processes of grammaticalization. Languages are historical products and must be explained by reference to the historical forces that are responsible for their present structure; for that reason, the synchronic grammar must incorporate the grammaticalization, which gives account of classes of polysemic words. The notion of implicit
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exception allows handbooks and studies of grammar to effectively combine formalism and functionalism. We applied this proposal to the definite article of the composed relative pronouns el que and el cual. In the first, the definite article can be either an article or an agreement affix, according to the contexts, because the grammaticalization process has not concluded; however, the definite article of el cual is always an agreement affix, because the grammaticalization process concluded a long time ago. In this fact reside the differences in the behaviour of both composed relative pronouns. In this way, the concept of ‘implicit exception’ is fitted in a functional grammar, which incorporates the pragmatics and accepts that the linguistic system is dynamic and adaptable to the necessities of the communicative interchange.
1. La excepción implícita o la polisemia de algunas clases de palabras* Uno de los consensos teóricos más sólidos que ha producido en los últimos tiempos la teoría de la gramaticalización es que las lenguas son productos históricos y que, por tanto, deben ser explicadas por referencia a las fuerzas históricas responsables de su estructura actual. Ello quiere decir que las explicaciones que se proponen desde la gramaticalización son más comprehensivas –es decir, más completas y menos excluyentes– que las estrictamente sincrónicas (Heine 2003: 577). Una gramática que se proponga incluir en su metodología la gramaticalización tiene que contar con el hecho de que las categorías gramaticales son un continuum y de que algunas clases de palabras son polisémicas: un participio, por ejemplo, en los tiempos compuestos, no es, en sentido estricto, un participio, sino un lexema verbal, determinado por el auxiliar; o un artículo, en determinadas construcciones, como las de (1), no es un genuino artículo, sino más bien un pronombre (1a) o un afijo de concordancia sintáctica (1b): (1) a. La sin hueso, lo del león. b. El amigo con el que he venido se llama Alfonso.
Pero esa gramática no puede dejar de ser lo que es: una guía o plano de la lengua, que sirve al usuario para adentrarse en el funcionamiento de ésta y dominarlo en sus actos de comunicación; y, por eso, tiene que seguir hablando de categorías y clases de palabras que todo el mundo pueda identificar. En este contexto se puede forjar el concepto de excepción implícita que, como vamos a ver, se identifica con la polisemia creada por los procesos de gramaticalización no concluidos.
* La realización de este trabajo se encuadra en el Proyecto de referencia HUM200403610, financiado por el MCYT.
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No puedo perseguir aquí el concepto de “excepción” a lo largo de la historia de la gramática española. Me fijaré sólo en dos momentos que me parecen relevantes para lo que me propongo: la gramática renacentista con sendas muestras de Nebrija (31989 [1492]) y Correas (1954 [c. 1626]) y la Arquitectura de las lenguas, de Eduardo Benot (1943 [c. 1889]), una gramática radicalmente funcionalista de finales del siglo XIX. La excepción y la regla son conceptos dialécticamente relacionados –Nulla regula sine exceptione– que se vinculan de forma originaria al mundo del derecho, al menos en los ámbitos de la fraseología latina y la lexicografía española. En El Diccionario de expresiones y frases latinas de Herrero Llorente (31992) se recogen siete frases con la palabra exceptio-onis, y todas se refieren al derecho. En el Diccionario de Autoridades (RAE 1984 [1726-1739]), la definición de excepción y sus acepciones se inscriben en el mismo campo semántico. Es lógico que en el vigente Diccionario de la Real Academia Española (RAE 2001), después de la definición general, sólo se consignen acepciones jurídicas. La excepción pasa del derecho a la gramática normativa y tiene su esplendor en la lingüística (medieval y humanista) del latín, que se desarrolla dentro de un paradigma científico que Binotti (1992 y 1995) ha denominado “paradigma de la monumentalidad”. En él se fomenta la visión estática de la lengua latina, y en seguida de las lenguas romances, las cuales no deben corromperse, es decir, no deben cambiar; para ello, su uso debe regirse por una norma prescriptiva con las excepciones que sean necesarias. Luego, a partir del siglo XVII, el paradigma de la monumentalidad cede ante un nuevo paradigma, el del “dinamismo”, que favorece la lingüística de las lenguas vulgares (a veces para enseñarlas como segundas lenguas), y donde la descripción de estas lenguas, de sus variedades internas y del cambio lingüístico se conciben como tareas prioritarias frente al normativismo prescriptivo con sus reglas y excepciones. Entre estos dos paradigmas se sitúan Nebrija y Correas. Nebrija, como se sabe, inicia ese magno proceso que Auroux (1994) ha denominado “gramatización”, y que consiste en aplicar a las lenguas romances (y luego a otras lenguas modernas) el metalenguaje de la gramática latina. El gramático de la lengua vulgar intenta superponer el esquema latino de las clases de palabras a la lengua española y se encuentra con que, a veces, ello no es posible. El participio latino sólo se puede superponer a algunos usos del participio castellano, aquellos en los que esta clase de palabra es pasiva y variable en género y número; no se puede superponer al llamado participio de los tiempos compuestos, porque en este uso es activo e invariable. Con clara conciencia de la evolución lingüística, por un lado, y de su menester de gramático del castellano, por otro, Nebrija descubrió la presencia del cambio lingüístico y optó por regularizarlo –es decir, integrarlo en el sistema–, deno-
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minando “nombre participial infinito” a esa nueva clase de palabra que se parece al participio, pero que no lo es. Nebrija está ante la excepción de una regla, ante dos significados de una misma palabra, ante la presencia en su sincronía de un cambio lingüístico en marcha. Para intentar resolver el problema, le da la espalda a la realidad cambiante de la lengua y aplica avant la lettre el principio de funcionalidad, que lo conduce a distinguir dos palabras, cada una con un significado distinto: participio y “nombre participial infinito” (Nebrija 1989 [1492]: 205-206; Tollis 1986). Más de cien años después, en la transición del siglo XVI al XVII, cuando se solapan el viejo paradigma de la monumentalidad y el nuevo del dinamismo, Gonzalo Correas se encuentra en una situación en cierto modo opuesta a la de Nebrija: con dos formas de un mismo significado, productos también de la evolución histórica. Observa que el condicional del verbo deber ofrecía las variantes debría y debería, con síncopa de la vocal protónica –que es la vocal temática– y sin síncopa. Era un cambio morfonológico que venía de la época de orígenes del español y que se había refrenado fuertemente a finales del siglo XIV, pero del que todavía quedaban esos y otros pocos restos más (algunos han llegado a la lengua moderna como futuros y condicionales irregulares, o sea, como excepciones). Correas, que también es un gramático enorme, se ve ante una excepción creada por el cambio lingüístico y corta por lo sano: la somete a regla, eso sí, imaginaria y sin futuro. Dice: “caber cabria, por caberia; dever, devria, por tener obligazion: devria ia bastar con él (por dever deuda se dize deveria sin sincopa)” (Correas 1954 [c. 1626]: 269-270). O sea, la forma sincopada es del verbo modal (“tener obligazion”) y la forma plena, del transitivo (“dever deuda”). Es otro modo de hacer frente a la excepción (cf. Girón Alconchel 1996-1997). Ni la solución nebrisense ni la de Correas triunfan. En el fondo, ambas intentan evitar la presencia del cambio lingüístico en la descripción sincrónica mediante la regularización de la variación; ambas pretenden eliminar la excepción creada por la evolución lingüística. A nosotros aquí nos interesa el caso de Nebrija, porque es un caso de gramaticalización. La gramaticalización genera polisemia (Cuenca/Hilferty 1999: 174178): un signo monosémico (el participio latino, pasivo y variable) empieza adquiriendo una ambigüedad pragmática en determinados contextos (junto al significado de ‘resultado pasivo de acción anterior’ emerge el de ‘anterioridad de la acción activa’) y luego se extiende a muchos otros contextos y se convierte en signo polisémico. Si el proceso de gramaticalización llegase alguna vez a su final, el resultado sería el previsto por Nebrija: dos signos monosémicos. Pero esto no siempre sucede, porque los procesos de gramaticalización son pluriseculares. El “nombre participial infinito” de Nebrija se olvidó muy pronto
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y los gramáticos siguieron y siguen llamando participio a una misma palabra que, en unos usos, es variable y pasiva y, en otros, invariable y activa. Hay polisemia o excepción implícita. Con el racionalismo y la gramática general –centrada en la sintaxis–, las excepciones se habían refugiado en la sintaxis figurada, como sugirió Benot a finales del siglo XIX. Todo lo que se apartaba de la construcción regular era elipsis, metábasis o enálage. El mismo Benot protagonizó una vuelta de tuerca que ahora nos interesa: practicando con coherencia un funcionalismo extremo, llegó a eliminar toda excepción. En la frase La sin hueso (1a) –escribía– no hay artículo, porque no sigue un nombre; lo que sí hay es un núcleo nominal, la, determinado por el complemento sin hueso; no se trata, dice, de una enálage, porque entonces la enálage sería la regla y no la excepción. Benot concluye que “no puede decirse en absoluto que haya partes de la oración, sino limitativamente partes en CADA oración” (Benot 1943 [c. 1889]: III, 676-677; Hurtado 2002: 74), lo cual recuerda mucho a la propuesta de Hopper (1987): no hay gramática, sino gramaticalización. ¿Se puede hacer una gramática así, eliminando a priori las clases de palabras? Evidentemente, no, como demuestra la escasa fortuna de la misma proposición de Benot. La gramática –y los libros de gramática– tienen que ser equilibradamente formalistas y funcionalistas: tienen que describir unas clases de palabras dinámicas, identificadas con categorías prototípicas. Por eso deben echar mano de la teoría de la gramaticalización, que da cuenta del continuum categorial, o sea, de unas clases de palabras polisémicas, o con excepciones implícitas. El artículo de los relativos compuestos (RRCC) es una buena prueba de ello.
2. El artículo de los relativos compuestos el que y el cual La noción de RC la formula Bello para definir la combinación artículo + que en ejemplos como (1b): (1) b. El amigo con el que he venido se llama Alfonso.
y (2a): (2) a. Juan es el amigo al que le di mi libro. b. *Juan es el amigo a que le di mi libro.
En esa combinación el artículo está dentro de la oración relativa y “no es más que una forma del relativo” para expresar la concordancia de éste en género y
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número con el antecedente (Bello 1988 [11847-51860]: § 325/167); artículo y que forman una sola palabra, el RC. O sea, el artículo no es un artículo, sino un afijo flexivo de género y número.1 Este RC se distingue de la frase artículo + que, en la que el artículo es el antecedente, como en (3a): (3) a. El que ha venido es tu hermano. b. *El cual ha venido es tu hermano.
En (3a) el está fuera de la oración de relativo y la secuencia el que no es una misma palabra compuesta, sino dos palabras distintas. Por tanto, tampoco aquí el artículo es un artículo, sino un pronombre o un alomorfo del pronombre, al menos para Bello. Bello aplica también la noción de RC a el cual, que, precedido de preposición regida por el verbo subordinado, se pudo utilizar sin artículo hasta finales del siglo XV (Lapesa 2000 [1975]: 391), pero no después (4a, b): (4) a. en román paladino / en qual suele el pueblo faular a su uezino (Berceo, St. Dom., 2b). b. La casa en la cual vivo está al lado de la muralla.
La noción de RC, en la que el artículo es sólo una forma del relativo que expresa el género y el número del antecedente, fue aceptada por la Gramática de la Real Academia Española en su ediciones de 1917 y 1920 y en el Esbozo de 1973; también se recoge en el actual Diccionario académico, donde se aplica por igual a el que y el cual; y la hacen suya Fernández Ramírez (1985/1986 [1951]: §§ 163 y 165) y Lapesa (2000 [1975]). Hay otras gramáticas que se apropian sólo parcialmente del concepto de Bello, porque consideran que el artículo en el “relativo compuesto” (también llamado “relativo complejo”), o en el sintagma o construcción artículo + relativo –que todas estas denominaciones se usan– no es meramente un afijo de concordancia, sino un verdadero artículo. Así ocurre con gramáticos generativos como Rivero (1991), Ojea López (1992) y Brucart (1999). Este último admite que el artículo en el que con antecedente expreso puede repetir no sólo el género y el número del antecedente, sino también el carácter referencial o predicativo del mismo: (5) a. Éste es el bolígrafo con que escribo. b. Éste es el bolígrafo con el que escribo.
1 Para la gramaticografía del RC, cf. Girón Alconchel (2004) y, para su historia sintáctica, Girón Alconchel (2009).
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Las oraciones (5a) y (5b) no son sinónimas; remiten, respectivamente, a ‘escribir con bolígrafo’ (5a) y ‘escribir con el bolígrafo (azul / de mi padre / que me regalaste, etc.)’, es decir, con un bolígrafo definido, de significado referencial (5b). Y en el “relativo complejo” el cual el artículo aporta la flexión de género, pero también hace que “el complejo” el cual “actúe como un SN con núcleo habitualmente vacío por coincidencia con el antecedente”, puesto que cual solo es un adjetivo (Brucart 1999: 498). Parecida a esta postura es la de López García (1994: 424-446): acepta básicamente la noción de Bello, aunque considera que el artículo en el que con antecedente es “expletivo” (1994: 442) –o sea, no estrictamente necesario para el sentido–, mientras que es necesario en el cual. Del mismo modo, Fernández Lagunilla y Anula Rebollo (1995: 323-327), si bien declaran que no van a entrar en la discusión de los dos el que, consideran que en el que con antecedente y en el cual el artículo sirve sólo para repetir el género y número de la frase nominal antecedente. En cuanto a Marcos Marín, Satorre Grau y Viejo Sánchez (1998: 190), califican de fósil el artículo de el que y el cual, con lo que dan a entender que no es un verdadero artículo y apuntan, quizá, al proceso de gramaticalización. Un tercer grupo de gramáticos rechaza la noción de RC. El artículo es un sustantivador del relativo, tanto en el que como en el cual. Ésta es la postura de Gili Gaya (1969 [1943]: 304-305) y de Alarcos (1994: §§ 145 y 146). No obstante, el primero empieza admitiendo que el artículo no es una clase de palabras, sino un accidente gramatical del sustantivo, con lo que no hay demasiada dificultad teórica para admitir que en el que con antecedente explícito y en el cual sirve sólo para marcar la concordancia en género y número con dicho antecedente. Tampoco Alarcos (1994) –a diferencia de Bello– distingue los dos el que; por el contrario, parte de la ya mencionada función sustantivadora del artículo en ambos sintagmas –en los de (2) y en el de (3a) – y en el cual, pero termina concediendo que el artículo no es más que un signo de concordancia del relativo con su antecedente, si bien obligatorio en el cual y con posibilidad de aparecer o no, según los contextos, en el que. De todas estas gramáticas se deduce que el llamado artículo –cuando está delante de los relativos que y cual– puede ser pronombre (3a), artículo y, por ello, afijo de concordancia sintáctica (2a) y exclusivamente afijo de concordancia (4b).2 Estamos, pues, ante una clase de palabra que es un continuum entre pronombre y afijo flexivo de concordancia, una clase de palabra polisémica. La noción de “excepción implícita” es pertinente: hay artículos que son artículos-
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Obsérvese que en español moderno ya no son posibles ejemplos como los de (2b) o (4a).
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pronombres, otros que son artículos-afijos flexivos y aun otros que sólo son afijos flexivos de concordancia sintáctica. También quedan claras las diferencias de el cual y el que. En primer lugar, como se acaba de indicar, con cual el artículo es obligatorio (4b), no así con que (5a, b). Sin embargo, no siempre fue así, como muestra (4a); cual hasta finales del siglo xv pasó por una situación de variación sincrónica similar a la que afecta hoy a que. En segundo lugar, la fusión de artículo y relativo no es siempre la misma, según se observa en (6): (6) a. *los muchos cuales b. Los que han venido lo han visto. / Los muchos que han venido lo han visto. c. Los amigos a los que dedicó el libro / *a los muchos que dedicó el libro.
El grado de fusión entre el llamado artículo y el relativo cual es tan alto que ninguna entidad se puede interponer entre ambos, como se observa en (6a). En el sintagma el que esto ocurre solamente cuando es un sintagma en el que el artículo es pronombre, o sintagma de núcleo vacío, como en (6b), pero no cuando es RC, como en (6c). O sea, que en los muchos que no hay tan alto grado de fusión entre el artículo y que como lo hay siempre entre el y cual y entre el y que cuando esta secuencia es un RC. Naturalmente, ello es así porque el artículo es pronombre en los muchos que y afijo de concordancia en los amigos a los que dedicó el libro y en los cuales. En tercer lugar –y por la misma razón–, frente a (3a), El que ha venido es tu hermano, resulta imposible (3b), *El cual ha venido es tu hermano. No se puede utilizar el cual sin antecedente explícito, cosa que es posible con el que, porque, en este caso, el es el antecedente del relativo y está fuera de la oración adjetiva, o bien es un artículo anafórico en un sintagma de núcleo vacío. En cambio, en el cual el llamado artículo siempre está dentro de la oración relativa y es un formante del pronombre relativo. En cuarto lugar, el cual es tónico, lo que lo capacita para aparecer en contextos prohibidos al átono el que, como el final de un grupo fónico: (7) a. Debe ir por este pasillo; después verá un vestíbulo, pasado el cual encontrará usted el despacho que busca. b. *Debe ir por este pasillo; después verá un vestíbulo, pasado el que encontrará usted el despacho que busca (apud Marcos Marín/Satorre Grau/Viejo Sánchez 1998: 191).
En quinto lugar, con el cual es posible el empleo del cuantificador todo entre la preposición y el RC (RAE (1974 [1973]): § 2.7.3. d), pero no con el que, quizá por su carácter átono:
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(8) a. Tiene cuatro hijos, para los cuales su madre es lo primero / para todos los cuales su madre es lo primero. b. Tiene cuatro hijos, para los que su madre es lo primero / *para todos los que su madre es lo primero.
Por último, el cual puede funcionar a veces como un adjetivo que determina al antecedente, repetido o reiterado con un sinónimo, cuando éste está alejado o se puede confundir, aunque tal uso se considera hoy poco correcto: (9) a. Vieron a un hombre del mismo talle y figura que Sancho Panza les había pintado cuando les contó el cuento de Cardenio, el cual hombre, cuando los vio, sin sobresaltarse, estuvo quedo (Cervantes, Quijote, I, 27, apud Brucart 1999: 499). b. Todos deseaban sosegar al conde de Urgel para que no alterase la paz de aquellos Estados, con el cual intento le otorgaron todo lo que los procuradores pidieron (J. de Mariana, Historia general de España XX, 5, apud Brucart 1999: 499).
Estas diferencias indican la existencia de un RC el que, donde el artículo aún no ha llegado a la situación exclusiva de afijo flexivo y la de un RC el cual, donde sí ha llegado. La noción de RC es pertinente, pero no se puede aplicar del mismo modo a el que y a el cual. ¿Es que también el RC es una “excepción implícita” o una construcción polisémica? Desde luego, porque la construcción el que es RC en unos contextos, pero no en otros, y porque en algunos contextos en los que es RC el artículo puede conservar todavía parte de su significado de artículo, ya que puede alternar con su ausencia, como en (5a, b), mientras que en otros contextos es ya obligatorio, como en (2a): Juan es el amigo al que le di mi libro –resultando agramatical (2b): *Juan es el amigo a que le di mi libro–, no es más que un afijo flexivo. En cambio, la combinación el cual siempre es RC: ya no es una construcción, sino un nuevo signo –un signo compuesto– en el paradigma de los pronombres relativos. Vemos, por tanto, que la categoría del artículo, lo mismo que la del RC, es un continuum sincrónica y diacrónicamente. Dejemos por el momento la categoría del RC, que ya sabemos que no es aceptada unánimemente (y ahora comprendemos mejor por qué). Centrémonos sólo en la categoría del artículo: ésta se solapa con la del pronombre, por un lado, y con la del afijo flexivo de género y número, por otro. Las gramáticas se han ocupado del primer solapamiento (cf. Bosque 1989: 179-192), que es el más antiguo; pero sólo tímidamente del segundo. Frente al intento de nombrar explícitamente el primer solapamiento –es decir, la excepción implícita del uso del artículo como pronombre, patente en los términos “artículo de núcleo vacío”, “artículo anafórico” o “alomorfo del pronombre”–, nadie ha propuesto un nom-
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bre para designar el uso del artículo como afijo de concordancia sintáctica. A lo más que se atrevió Bello es a decir que, en el que, la que, lo que, el artículo debería escribirse junto al relativo, como en francés lequel, laquelle. Curiosamente, no se atrevió a tanto en los casos de elcual, lacual, locual, que serían los verdaderos correlatos del relativo francés. ¿Por qué los gramáticos no categorizan pormenorizadamente los usos del artículo y no reconocen de modo explícito que el artículo de los RRCC el que y el cual no es tal, sino un afijo de concordancia sintáctica? Acaso por un sentido de precedencia diacrónica: el artículo es un “demostrativo de significación debilitada” (Gili Gaya 1969 [1943]: 241-242) que puede terminar siendo sólo un afijo flexivo y en esta cadena de gramaticalización primero fue el pronombre demostrativo, luego el artículo y, por último, el afijo flexivo; pero quizá también porque la falta de acuerdo en la discusión habida sobre el solapamiento de artículo y pronombre no aconseja otra. Y hay, sin duda, otras causas: el no reconocimiento de la concordancia sintáctica (un mecanismo que crean algunas lenguas románicas); la inercia de la tradición gramatical que tiende a una terminología, si no universal, al menos muy generalizada y poco dada a innovaciones; y, en fin, la búsqueda de una elemental simplicidad teórica y expositiva, que prefiere hablar de un artículo polisémico, o con excepciones implícitas, antes que de un pronombre-artículo, un artículo pleno y un artículo-afijo flexivo, el cual, además, exhibe distinto grado de soldadura con el relativo y distinta cronología en el que y en el cual. Creo que ésta es la causa principal de que las gramáticas sigan hablando de artículo y describan usos que no son de artículo: el dinamismo y la versatilidad del propio artículo, que no es el mismo exactamente en cada caso. Porque el artículo no es el mismo en cada caso, conviene seguir llamándolo artículo, aunque en cada caso precisemos su naturaleza concreta con las excepciones implícitas que sean necesarias. Las gramáticas –los libros de gramática– tienen que conjugar formalismo y funcionalismo; para conseguir lo primero tienen que establecer categorías reconocibles; para satisfacer a lo segundo tienen que describir adecuadamente el dinamismo interno de las categorías, su polisemia, y reconocer que la lengua –el sistema en el que se integran– es un continuum categorial y diacrónico. La excepción implícita es un recurso, digamos didáctico, para conseguir el equilibrio entre formalismo y funcionalismo. Pero este concepto –que hemos forjado a partir, sobre todo, del comportamiento de Nebrija, y de los gramáticos siguientes, ante el participio de los tiempos compuestos– conduce a los significados de ‘categoría prototípica’, ‘ambigüedad’, ‘polisemia’ y, en fin, ‘gramaticalización’. En este sentido, la teoría de la gramaticalización se nos presenta como un instrumento que las gramáticas sincrónicas deben incluir explícitamente en su metodología para explicar con satisfacción el funcionamiento de las len-
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guas, ya que, al ser productos históricos, las lenguas deben ser explicadas por referencia a las fuerzas históricas que son responsables de su estructura actual (Heine 2003: 578).
3. Conclusión El concepto de ‘excepción implícita’ nombra la polisemia ineludible de algunas clases de palabras, cuando los procesos de gramaticalización en los que están inmersas aún no han concluido. El funcionalismo radical de Benot –recordemos: no hay partes de la oración, sino partes en la oración– lo podríamos corregir, dando lo que le corresponde al formalismo, diciendo: hay partes de la oración, pero algunas son polisémicas. De este modo, el concepto de ‘excepción implícita’ o polisemia de las categorías gramaticales se encuadra en una gramática funcional, de regularidades y no de reglas, que incorpora la pragmática (como componente nuevo o como “perspectiva” de los componentes tradicionales: fonología, morfología, sintaxis, semántica) y que acepta que el sistema lingüístico que pretende explicar y codificar es un sistema dinámico y adaptable a las necesidades del intercambio comunicativo en cada caso, un continuum categorial y un continuum diacrónico, en suma; una gramática que incorpora la explicación de la variación lingüística y de la continua recategorización de sus unidades para que los hablantes puedan decir cosas nuevas y tener éxito comunicativo. Esta nueva noción de gramática sincrónica, reclamada por la teoría de la gramaticalización, puede explicar la estructura actual de la lengua por referencia a las fuerzas históricas que la produjeron, porque incluye en su objeto de explicación el dinamismo interno de las estructuras y el continuum categorial y diacrónico que se constatan en su uso (Traugott 2003). Desde este punto de vista los conceptos de excepción o irregularidad adquieren una nueva dimensión.
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AC E R C A D E L A G R A M ÁT I C A A N T E S D E N E B R I J A : R E G L A Y E X C E P C I Ó N E N E L A R T E D E T R OVA R DE ENRIQUE DE VILLENA ELMAR EGGERT R u h r - U n iv e r s i t ät B o c h u m
La historia de la gramática del castellano suele empezar con la Gramática de la lengua castellana de Antonio de Nebrija de 1492. Pero ya antes había tratados acerca de la lengua vulgar, como el Arte de trovar de Enrique de Villena (1384-1434). La contribución trata de delimitar teóricamente, en una primera parte, los conceptos de regla, regularidad, analogía y excepción. Unas afirmaciones acerca de la historia de la gramática en la Edad Media facilitan la transición al examen del tratado gramatical de Villena. Se puede mostrar, mediante el análisis de sus exposiciones, que Villena dispone no sólo de un claro sentido de regularidad, sino también de una clasificación jerarquizada de reglas que aplica a su ámbito de los sonidos del castellano. Se constata la adopción del arte gramatical de las lenguas clásicas adaptándolo al romance lo que puede ser interpretado como una aseveración temprana de la regularidad de las lenguas vulgares, poco común en la época. The history of grammar of the Spanish language is usually considered to begin with Antonio de Nebrija’s Gramática de la lengua castellana in 1492. However, there were earlier treatises about the vulgar language, e.g. the Arte de trovar composed by Enrique de Villena (1384-1434). In a first chapter, our contribution tries to delimitate the concepts of rule, regularity, analogy and exception. Some assertions about the medieval grammar tradition lead up to the study of Villena’s grammatical treatise. By the analysis of his propositions it can be shown that Villena not only had a clear sense of regularity, but also of hierarchical classification of the rules he uses for the description of the Castilian sounds. The grammatical concept of arte, applied to the classical languages, is assumed and adapted to the Spanish language. This can be interpreted as an early assumption of the regularity of the vulgar languages, not common at that time.
1. Introducción Comúnmente se sostiene que la primera gramática de una lengua vulgar es la Gramática de la lengua castellana de Antonio de Nebrija de 1492, pero ya antes había consideraciones acerca de la lengua. Con toda razón se puede afirmar que
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Nebrija publicó la primera gramática impresa, en tanto que el manuscrito de la Grammatica della lingua toscana de Leon Battista Alberti –la datación del año 1435 es discutida– se puede citar como un tratado anterior, por no mencionar otras descripciones, ciertamente menos sistemáticas, de la lengua provenzal a partir del siglo XIII.1 Estos tratados sobre la lengua pueden ser considerados las primeras gramáticas, entendiendo por gramática el intento de explicar el funcionamiento de la lengua mediante normas y observaciones ulteriores que no caben en las reglas generales, las llamadas excepciones. Este trabajo se propone investigar el concepto de excepción en el desarrollo de la gramática española. Aunque está claro que no se puede omitir la obra nebrisense para tal fin, también es conveniente –para poder situar y juzgar mejor los méritos de Nebrija– analizar textos precursores. El tratado de Enrique de Villena (1384-1434), uno de los eruditos de mayor reputación de principios del siglo XV, sobre el Arte de trovar se puede considerar un tratado lingüístico, porque describe, entre otras cosas, las letras y las pronunciaciones correspondientes con el fin de difundir y mejorar la práctica trovadoresca en el ámbito castellano. “Trovar” era –como es sabido– la ocupación literaria que consistía en componer producciones líricas y competir así con otros aspirantes (cf. Albert 2001: 53-54). Nos interesa saber cómo se figuraba el autor la lengua, es decir, su estructura y funcionamiento, y cómo pretendía enseñarla siendo uno de los primeros gramáticos y sin disponer, por consiguiente, de otros modelos aparte de la gramática latina. Como la descripción del nivel más palpable de la lengua, su aparición fónica, no se puede basar en el latín, por la diferencia de los sonidos, el autor del Arte de trovar tiene que averiguar por su propio análisis las regularidades fonográficas y formularlas para que sus lectores las puedan utilizar al trovar. Antes de pasar al análisis del texto y con el objetivo de detectar las regularidades y las excepciones en su presentación (apartado 3), queremos aclarar algunos fundamentos teóricos e históricos de tal diferenciación (apartado 2). La excepción está estrechamente ligada al concepto de regla, la cual puede basarse en series análogas. Por eso es necesario delimitar los conceptos de excepción,2 de regularidad y de analogía, así como desvelar sus relaciones mutuas dentro de la gramática.
1
Coseriu/Meisterfeld (2003: 19-49), Städtler (1988) y Tollis (1998: 14-23) presentan las obras en este contexto. 2 En cuanto a la historia del término en las lenguas romances y en alemán, cf. las explicaciones en Geckeler (2000: 101-107).
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2. La noción de regularidad y de excepción La lengua es un objeto tan complejo que no permite ser descrito con pocas caracterizaciones. Al oír enunciados de una lengua, en seguida se nota que se repiten elementos con un mismo significado, es decir, se perciben constantes de signos en la forma y la función correspondientes. Eso lleva a la conclusión de que los gramáticos o lingüistas podamos describir la estructura subyacente de una lengua al revelar el conjunto de esas constantes que se conocen como reglas.
2.1. APROXIMACIÓN A LA REGLA 2.1.1. Lo regular La enciclopedia de términos filosóficos alemana esclarece el origen del término regla como un instrumento modelo que permite evaluar la corrección de algo producido (manualmente).3 En sentido abstracto tenemos, para la producción o realización de algo, un elemento modelo de orientación para comparar y juzgar la adecuación.4 Esta concepción parece haberse aplicado también a la lengua y –con su elemento normativo de lo correcto– proporciona a los hablantes puntos de referencia y de orientación en el hablar. De esta primera acepción se deriva la significación más concreta y más intensa de la definición de un objeto por las reglas que lo constituyen.5 Lo regular en el comportamiento (lingüístico) se detecta cuando algunos fenómenos se repiten y dejan así vislumbrar una continuidad en algo, que puede ser la forma –(tú) trabajas, (tú) cantas, (tú) pides: la desinencia verbal -s para expresar la segunda persona singular– o la función –Quiero que me digas la verdad y deseo que nos comuniquen la realidad: el uso del subjuntivo para señalar lo no real, pero anhelado–. Básicamente, lo regular se refiere a algo uniforme o igual que llamamos constante; fundamenta así una clase de elementos que se comportan conforme a la regla y, por consiguiente, a lo fijado normativamente. Se puede decir que lo regular contiene un aspecto normativo, un aspecto repetido
3
Sandkühler (1999: I, 1375-1376: s. v. Regel): “Von einer Regel ist dort [in der Antike] insbesondere im Sinne eines Werkzeugs (Richtmaß, Lot, usw.) die Rede, welches es erlaubt, etwas bereits Hergestelltes zu bewerten […] resp. überhaupt erst etwas in der richtigen Art herzustellen”. 4 Se puede constatar lo próximo que está la regla del concepto de analogía, ver más abajo. 5 Sandkühler (1999: I, 1375-1356: s. v. Regel): “um etwas eine bestimmte Sache Definierendes”.
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y un aspecto fijo. La regularidad es el carácter general de lo regular, la regla es el principio de lo regular o la formulación de lo que constituye lo regular.
2.1.2. Lo irregular Al constatar la existencia de reglas se vislumbra también que hay elementos de la lengua que no están cubiertos por las constantes observadas, ya que pertenecen a un uso especial de la lengua, un uso histórico o tradicional que se desvía de la regla antes establecida y que parece arbitrario. El motivo por el cual se habla de tal manera en una situación determinada no se identifica en una regla de las que rigen el uso lingüístico, sino en la tradición, en el habla usual llamada también la consuetudo.6 El comportamiento supuestamente arbitrario de la lengua en algunos ámbitos lleva a veces a la afirmación de que la lengua se niega a seguir reglas y se constituye únicamente de excepciones.
2.2. APROXIMACIÓN A LA EXCEPCIÓN 2.2.1. Excepción El término excepción (del lat. ex- + capere; también en al. Aus-nahme) ya indica que los casos atribuidos a una excepción lo son únicamente en relación con algo determinado, normalmente una regla. Por lo tanto, este estatus no dice nada sobre su cualidad interna, sino que constituye una categoría externa para la diferenciación de un punto de partida. Indica la desviación de una categoría a la que pretende pertenecer esa forma. Con la designación de ‘excepción’ no disponemos de ninguna explicación de fenómenos, salvo la constatación de que éstos sobrepasan las reglas estructurales preestablecidas de la lengua. En consecuencia, ni la regla sola nos explica el funcionamiento de la lengua, ni la costumbre, ésta aún menos.7
6
También puede ser un punto de orientación, es decir, una regla; cf. Raible (1980:
200). 7
Hay varios puntos de vista sobre la excepción, desde los que sólo ven en el lenguaje unas idiosincrasias amontonadas, esto es, puras excepciones, hasta los que niegan su existencia explicando los fenómenos de modo diverso (cf. la teoría de Corbin 1985).
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2.2.2. Evaluación de elementos regulares e irregulares Constatamos que una parte de la lengua permite ser descrita por unas reglas, mientras que otras partes se niegan, a primera vista, a una simple descripción regular, en este último caso decimos que se trata de excepciones. Este carácter irregular les confiere una connotación ligeramente negativa,8 a la vista de los analogistas, sólo por el hecho de no corresponder plenamente a una regla. Esta evaluación negativa resulta de dos criterios: del criterio cuantitativo, de una frecuencia menor; y del criterio cualitativo, de la falta de lógica interna atribuida (en algunos casos erróneamente) a las excepciones, lo que les lleva a un cierto menosprecio: lo excepcional está debajo de lo regular, es menos prestigioso y menos frecuente. Sin embargo, este uso tradicional no constituye necesariamente una desviación, sino parte esencial (el núcleo) de la lengua, algo muy característico y específico de la lengua en cuestión. Los usos tradicionales también corresponden a reglas, porque se basan en causas determinadas, por ejemplo, históricas.
2.2.3. Analogistas vs. anomalistas Detrás de la oposición entre regular e irregular se halla la contienda de las diferentes posturas que adoptan los gramáticos acerca de la lengua (Christmann 1979; Raible 1980: 201-202; Bußmann 2002, s. v. Analogisten vs. Anomalisten): los llamados “analogistas” creen que la lengua está regida básicamente por reglas subyacentes al uso lingüístico, siendo la analogía la base de sus reglas. En cambio, los “anomalistas” prefieren describir el uso lingüístico sin recurrir a reglas esquemáticas. No les parece posible hacerlo porque la lengua es –a su modo de ver– algo que ha crecido naturalmente. Aunque los anomalistas reconocen ciertas reglas, las juzgan menos importantes que las numerosas desviaciones; todas las excepciones que señalan los analogistas parecen argumentar a su favor y también demostrar lo imposible que resulta la reducción completa del lenguaje a reglas. En esta contribución no podemos abarcar todos los aspectos relacionados con la analogía y tenemos que remitir para esto a las monografías más detalladas al respecto, como Anttila (1977), Pater (1996), Itkonen (2005) o Wanner (2006).9
8
Cf. las atribuciones de Corbin (1985: 4-5): “résidu”, “composite”, “lacunes”, “désordre”, “marginalisé”. 9 La tesis de Muñoz de la Fuente (1995) lamentablemente no se ha podido consultar.
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2.3. APROXIMACIÓN A LA ANALOGÍA 2.3.1. Analogía Se ha dicho que los analogistas se basan, para la explicación de la lengua, en reglas, pero el concepto de analogía no es el mismo que el de regla. Para acercarnos a la noción de analogía, usaremos los comentarios de la enciclopedia filosófica que –bajo analogía– indica que la base de la analogía está en la conexión relacional de asuntos en el proceso cognitivo.10 La analogía designaría el resultado de la comparación que permite concluir el tipo de semejanza existente entre las características de dos objetos o sistemas.11 Por consiguiente, la analogía es usada por parte de los hablantes para evaluar dos elementos que presentan cierta semejanza.12 Es la transferencia mental de cualidades de un fenómeno lingüístico a otro. Se reconoce una repetición de un fenómeno, pero no se precisa si es por pura casualidad o si hay una causa común en la coincidencia de ambos elementos. Esta evaluación puede llevar al hablante a crear formas lingüísticas correspondientes. Básicamente, la analogía no está, sino que se reconoce entre diferentes unidades en cuanto a cierto aspecto. La analogía (lingüística) se puede referir a múltiples niveles: primero al proceso cognitivo cuando se reconoce la semejanza de algún elemento con otro que tiene en la memoria (= analogía cognitiva). En sincronía, se usa la analogía cognitiva en el metalenguaje a) para la explicación de semejanzas formales en la derivación o morfología (= analogía formal concreta); b) para la explicación de semejanzas semánticas entre palabras (= analogía semántica concreta o metáfora);13
10
Sandkühler (1999: I, 48), s. v. Analogie: “Bezeichnung eines Verfahrens bzw. Ergebnisses der relationalen Verknüpfung von Sachverhalten im Erkenntnisprozeß bzw. im Wissen” (énfasis mío). 11 Sandkühler (1999: I, 48), s. v. Analogie: “ist Analogie das Ergebnis eines Vergleichs, aufgrund dessen zwischen Eigenschaften oder Zuständen von Gegenständen oder Systemen auf die Relation der Ähnlichkeit, eines «richtigen Verhältnisses» oder einer Entsprechung geschlossen wird”. 12 Itkonen (2005: 1) habla de “structural similarity”. 13 En cuanto a la relación con la metáfora, cf. la comparación de Zamora Salamanca (1982: 374): “Los modelos son, de hecho, metáforas científicas, y la metáfora es un modo de nombrar analógicamente aquellos objetos cuya naturaleza no se conoce más que por otros objetos más familiares”.
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c) generalizando las analogías concretas, se llega a la formulación de la base de una regla lingüística (= analogía abstracta); y d) en una fase ulterior, la analogía percibida (también intuitivamente) puede ser el estímulo para la formación o la creación de una nueva unidad lingüística, que se constata, por ejemplo, en el lenguaje infantil (= analogía generativa, transferencia, generalización). En diacronía, la analogía se aduce a) como motivo básico para el desarrollo lingüístico (entre otros) (= la transferencia analógica); b) para la explicación de procesos lingüísticos (= mecanismos analógicos); c) o incluso para el desarrollo semejante por casualidad (distinguiendo la analogía con interpretación causal de la sin interpretación causal). Para dar un ejemplo actual queremos referirnos a la adopción de voces extranjeras (referéndum), que pueden adoptar, paralelamente a su forma original, una desinencia ya establecida en el sistema castellano (referendo). La preferencia por la forma original o por la forma asimilada varía en el uso regional de forma independiente del grado de asimilación.14 La formación analógica a la serie ya establecida de sustantivos masculinos en -o es un proceso creativo de la lengua. Los hablantes tienden así a ordenar el material lingüístico para su uso, de modo regular.
2.3.2. Analogía: ¿rótulo vacío? Sin distinciones y precisiones claras acerca de su función, la analogía en general sólo nos indica que hay que vincular ambas unidades lingüísticas en cuestión para poder constatar cierta semejanza. Con esto, el fundamento de la relación todavía no está desvelado y hay que precisar algunos otros aspectos. La analogía se puede aplicar a cualquier elemento de la lengua y, en este sentido, no explica nada, ya que es preciso detallar los vínculos y el modo de relación explícitamente. Por lo tanto, conviene ser cauteloso al usar el rótulo analogía, porque sólo
14 El proceso de asimilación e integración de voces foráneas se examina en Sinner (2008) quien destaca la amplia variación diatópica del uso de formas asimiladas o no asimiladas en el mundo hispánico, independiente de la norma fijada por la RAE. Además reivindica la clara distinción entre extranjerismo y préstamo y entre adaptación, integración y asimilación (2008: 108-111).
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indica una referencia a otro elemento lingüístico sin proporcionar una explicación. Cabe precisar el tipo concreto de vínculo subyacente o ley gramatical entre dos unidades lingüísticas. Por consiguiente, la semejanza de dos elementos se puede designar por analogía y sólo por medio de un razonamiento se aclara el tipo de relación. Este razonamiento se refiere al principio común o a la regla que une los elementos, lo que muestra que analogía y regla no son conceptos idénticos.
2.3.3. Distinción entre analogía y paralelismo Tanto analogía como paralelismo son términos que designan una relación de similitud entre dos unidades lingüísticas (del habla). En un intento de diferenciar los términos, proponemos que el paralelismo se refiere a una analogía fuerte, con constantes en un entorno estable. Mientras que la analogía permite discrepancias ligeras entre el lógon (modelo) y el análogon (objeto examinado), la forma paralela tiene que seguir fielmente las formas modelo.
2.3.4. Relación de regla con analogía Se dice que la analogía causa la regularidad, pero a nuestro modo de ver es lo contrario: la regla causa la analogía, reconocible después. La analogía por sí misma tiene un contenido restringido, sólo quiere decir que una forma sigue el modelo de otra forma, pero no aclara los motivos.15 Se aduce al modelo o al patrón para producir series (llamadas analógicas). Siempre hay que buscar cuál es la regla subyacente a una serie que tiene, por lo visto, una fuerza integradora y atrayente. Como la lengua no es un sistema independiente o autónomo, hay que buscar esta fuerza en la competencia de los hablantes que, intuitivamente conocen y reconocen el principio de una serie y lo ven apto para aplicarlo a una nueva unidad. Así, juzgan adecuado que la unidad se rija por este principio.16
15
Por esa razón Corbin (1985) rechaza completamente esta noción para la descripción de fenómenos derivativos. 16 Algunos gramáticos anteriores ya se daban cuenta de este principio detrás de una analogía sin mencionarlo explícitamente cuando hablaban de “génie de la langue” (véase Christmann 1979: 103) o de “innere eigentliche Merkmale” ‘rasgos esenciales internos’ (véase Christmann 1979: 106 que se refiere a F. Mehdorn (1845): Griechische Grammatik für Schulen und Studirende [sic]. Halle: Schwetzke, p. 120).
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2.4. LA REGULARIDAD LINGÜÍSTICA: REGULARIDAD, SIMPLICIDAD Y JERARQUIZACIÓN DE LAS REGLAS
Como la lengua es muy compleja, parece, a primera vista, irregular, y sólo en algunos aspectos se le concede cierta regularidad. En el transcurso de los años han sido estudiadas muchas relaciones entre ámbitos de la lengua determinados y dependencias que rigen el uso de la lengua, de modo que cada vez se ven más claras las causas de un comportamiento lingüístico específico y traducible en reglas. Esto nos demuestra que la perspectiva de irregularidad compleja es errónea y que no es cierto que la lengua no sea regular. Otro argumento más en favor de la regularidad estriba en las capacidades cognitivas del hombre para memorizar toda la lengua. Si tuviera que recordar todos los enunciados únicos y tuviera que reproducirlos parcialmente, tendría muchos problemas; pero si se incorpora un número limitado de principios lingüísticos, es capaz de reconocer, analizar, comprender y formar actos lingüísticos muy diversos. Por eso podemos seguir partiendo de la idea de principios generales de la lengua y sólo tenemos que aumentar el nivel de complejidad de las reglas para adaptar las reglas a las complejidades de la lengua. La simplicidad y la facilidad no son idénticas y no corresponden a regularidad. Muchas veces, conjuntos complejos son juzgados difíciles e irregulares sólo por el hecho de no ser simples, mientras que cosas simples (no muy complejas) son fácilmente descritas y parecen sencillas aún siendo irregulares. Objetos muy complejos, aún siendo regulares, deben ser considerados fáciles por su regularidad, mientras que no son simples en absoluto. Por el contrario, objetos no complejos, pero bastante irregulares, pueden ser asociados con cierta dificultad (Lebsanft 2002: 117-119).17 Como una regla general normalmente tendría que ser fácilmente comprensible, no va a ser muy complicada, sino más bien simple. Otras reglas más específicas, sin embargo, tienen que aumentar en su complejidad para poder representar subregularidades existentes en la lengua. Las reglas que aumentan en complejidad disminuyen en cobertura de fenómenos. Por eso, hay que proceder a una clasificación y una ordenación de las reglas. Éstas se distinguen por la intensión y la extensión, conceptos procedentes de la semántica léxica. Algunas reglas generales cubren la totalidad de la lengua (¿incluso otras lenguas?), pero a un grado muy abstracto. Una manera de ordenar las reglas es la jerarquización.18 Las reglas subordinadas conciernen sólo a una
17
La simplificación de partes de la lengua puede conllevar un aumento de la complejidad, como lo ha mostrado Ernst (1983). 18 Geckeler (2000: 109) ya menciona la “Regelhierarchisierung”.
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parte de la lengua (con menos extensión), tienen que ser formuladas con más precisión y ser delimitadas con exactitud (intensión alta). Siguiendo esta clasificación, las reglas se dividen en reglas generales y subregularidades que pueden ser todas sometidas a una jerarquización. La subregularidad constituye el núcleo de una nueva determinación gramatical (regla) que se debe al análisis más detallado de la lengua y al hecho de tener en cuenta otro aspecto más. Se complica así el modelo de la descripción gramatical. Otra manera de ordenar reglas es la de definir su ámbito de aplicación: la aplicación puede restringirse temporalmente o referirse a casos predefinidos. Entonces las reglas no están jerarquizadas o subordinadas, sino que se sitúan en el mismo nivel, diferenciadas por restricciones precisas de aplicación.
2.5. PRIMERA CONCLUSIÓN: REGLA, REGULARIDAD, RAZÓN La regla es un concepto mental superior, derivado de analogías (o paralelismos) detectadas y tiene que ser formulada para dar una instrucción fija aplicable a un conjunto de la lengua. La regularidad es la cualidad que comparten unidades de la lengua entre sí, extractable por los gramáticos y que puede servir de base para la formulación de una regla. Para que los gramáticos puedan reconocer regularidades entre unidades lingüísticas diferentes, necesitan la razón y su capacidad intelectual y cognitiva. Pero esta capacidad permite también reconocer las distinciones y los límites de la regularidad y, luego, las irregularidades e idiosincrasias, las llamadas anomalías. Se hace patente la regularidad relativa en el ejemplo del adverbio cuya formación en -mente de la forma femenina presenta la excepción bien, pero también existe la forma análoga buenamente. Con eso, tenemos una regla general, una irregularidad y otra excepción de la irregularidad que corresponde a la forma análoga a la forma regular del nivel inicial (cf. para el francés Geckeler 2000: 109). Después de aclarar algunos aspectos constitutivos de la gramática desde una perspectiva teórica general, ahora queremos delimitar brevemente el concepto histórico de gramática hasta el siglo XV.
3. Historia de la gramática 3.1. LOS PRECURSORES La historia de la gramática en la Edad Media está estrechamente vinculada con las lenguas antiguas, sobre todo el latín. Los antiguos gramáticos como Dionisio
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de Tracia (c. 100 a. C.) trataban de describir las estructuras gramaticales griegas cuyas categorías –en lo siguiente– se tradujeron directamente al latín. Mediadores son Donato del siglo IV y Prisciano del siglo V. En los estudios, la lógica, la retórica y la gramática estaban estrechamente vinculadas (Neumann-Holzschuh 1992: 616). En el siglo XII, la gramática se establece como disciplina independiente: se desarrolla como una gramática universal que pretende explicar todos los fenómenos lingüísticos y hasta no lingüísticos (Wolters 1992: 597), y analizar las estructuras sintácticas, algo que antes no se hacía en la gramática antigua. Los llamados “modistas” –un grupo de eruditos de la Edad Media tardía que comparten la teoría gramatical de los modi significandi, es decir, el significado gramatical de las partes de la oración (Wolters 1992: 596)– constituyen el apogeo de la teoría gramatical medieval.19
3.2. GRAMÁTICA EN EL SIGLO XV La lengua en el Renacimiento es considerada, en una línea de pensamiento, seguidora de la lógica y de los métodos escolásticos como los silogismos; busca como objetivo los universalismos, practicados en el trivium y quadrivium, siendo la lógica la disciplina más prominente. Los filósofos escolásticos procedían por introspección y el discurso racional (Nuchelmans 1992: 104) sobre universalismos abstractos. La gramática se enseñaba casi exclusivamente para aprender latín y plantear cuestiones elementales como las relaciones lógicas tratadas en los textos. La retórica no era tan importante aunque todos los tratados se redactaban en latín, un latín correcto, pero no tan refinado. La gramática, sobre todo, era una teoría de la significación –emanada del problema del los universales examinando la relación entre la lengua y la realidad– y no trataba otros aspectos como la fonética. Paulatinamente fueron apareciendo rasgos innovadores como la preferencia por aspectos concretos, útiles y prácticos.20 Con la ocupación de textos
19 Esta gramática universal observaba aquellos rasgos propios de la lengua en general y no de una sola lengua. Mientras que la lógica analizaba la modificación de un significado léxico por la yuxtaposición sintáctica a un sentido concreto de la palabra, como, por ejemplo, el género (genus proximum), la gramática se ocupaba de las diferentes manifestaciones de un significado léxico en distintas categorías verbales (nombre, verbo, etc.), determinando así una significación precisa para la oración. Diferenciaban tres niveles: el de las cosas, el de las representaciones mentales de las cosas y el de las palabras. La gramática estudiaba, en el principio, las formas de las palabras y como se pueden combinar a unidades mayores (Wolters 1992: 598). 20 Nuchelmans (1992: 114) señala la “predilection for concreteness, practical utility and persuasiveness”.
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clásicos del humanismo, la retórica ganó cada vez más importancia en detrimento de la lógica pura y las pruebas inequívocas de los silogismos: Grammar too changed its character: it was no longer considered mainly as a preparatory training for the purpose of becoming a skilled user of the technical idiom of philosophy and theology, but rather turned into a philosophical and stylistic exercise in handling the instruments that gave access to the culture and literature of antiquity and enabled the student to imitate those models after his own fashion. (Nuchelmans 1992: 108)
En la filosofía lingüística del Renacimiento, la razón era –según Nicolás de Cusa– responsable de la relación entre las cosas y las palabras, es decir, del proceso del nombramiento (Nuchelmans 1992: 106). Los gramáticos veían que así se llenaban los sonidos del significado. Según Nuchelmans (1992: 115), el gramático se suponía que debía desvelar y demostrar las estructuras subyacentes (“disclosing and demonstrating the underlying structures to which the grammarian is entitled to appeal”). Su tarea era señalar una relación estrecha y armoniosa entre la lengua racional ideal y las lenguas específicas. Ya reconocían que estructuras básicas pueden corresponderse aunque en la superficie, en principio, no lo parezcan. La diglosia entre el lenguaje hablado y la forma escrita del latín medieval se consideraba como un discontinuo de dos ámbitos diferentes, regidos el uno por el uso materno y el otro por la gramática estudiada en la escuela catedralicia o la universidad. Con el curso de los años, los ámbitos y las lenguas se acercaban más, lo que fue criticado duramente por los humanistas (NeumannHolzschuh 1992: 617). La gramática tenía una tradición muy larga, pero lo novedoso fue la contemplación de la variedad romance que cada vez más penetraba en el dominio de la escritura y las culturas reservadas antes al latín. En los primeros intentos de describir el lenguaje romance –por ejemplo, las poéticas trovadorescas–, los gramáticos se referían al latín y veían el sistema muy complejo de reglas elaborado con el fin de aprender la lengua escrita para la aplicación en ámbitos específicos (jurisdicción, textos religiosos o científicos). Llamaban a aquel conjunto de reglas el arte, contrastándolo con el uso del lenguaje vulgar cotidiano que era la lengua materna dominada por haberlo aprendido y usado desde niño. En este sentido, arte es el conjunto de reglas gramaticales, uso, en cambio, es el uso lingüístico no reflexionado, es decir, antes de la penetración teórica de la misma. Con el fin de usar el romance también en aquellos ámbitos reservados antes al latín, los gramáticos como Villena y Nebrija querían reconocer o construir regularidades (¿“análogas al latín”?) y así elaborar un arte o artificio de la lengua romance. En su Gramática castellana, Nebrija pretendía “reduzir en artificio este nuestro lenguaje castellano” (1994 [1433]: 112), en otras palabras, encontrar los principios esenciales del lenguaje. Eso
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supone ya la conciencia de que existe un sistema de reglas que representa a la lengua que no es sólo uso extremadamente variado. Por consiguiente, la razón penetraba en el lenguaje y hacía surgir las reglas con vigor.
4. Análisis del Arte de trovar 4.1. INTRODUCCIÓN AL TEXTO El Arte de trovar es una de las primeras descripciones de la lengua castellana. Como es bien sabido, el arte trovadoresco, nacido en Provenza, al sur de Francia, se extiende primero hasta las tierras catalanas y aragonesas y luego se introduce también en Castilla, donde Enrique de Villena quiere dar algunas reglas del uso poético para el castellano. Las trovas son textos elaborados y presentados a concurso en la corte. En el transcurso de los años, se establecen reglas y normas para su uso que pretenden llevar a una perfección.21 El manuscrito del Arte de trovar no es original de Villena, sino que el texto nos llega en un manuscrito autógrafo K-III-31 del erudito Álvar Gómez de Castro, de mediados del siglo XVI, conservado en la biblioteca de El Escorial (Cátedra 1994: XXXI), al lado de una copia del texto del siglo XVIII. Se trata de un manuscrito con grandes vacíos y lagunas que no permiten la lectura e interpretación inequívoca del texto. Además comprende adiciones posteriores del copista. La gaya ciencia es el arte poético de construir la poesía áulica. Como la métrica era contemplada como parte de la gramática, no es de extrañar que Villena aplicara los conceptos gramaticales a la lírica cortesana. El texto en cuestión sigue en muchos párrafos los tratados catalano-provenzales de las Leys d’Amors y las Flors del Gay Saber (Aguirre 1968: 25), también en sus comentarios fonéticos. Aunque el objetivo del manuscrito es la indicación de reglas para el uso trovadoresco, podría ser visto en general como una colección de indicios para una pronunciación culta y cuidada, no sólo en un contexto lírico. El manuscrito es el primer documento de reflexiones sobre la lengua en el ámbito castellano. Muchas veces se dice que se trata sólo de una copia de los predecesores catalano-provenzales, pero Aguirre (1968: 67-68) ve ciertos rasgos de originalidad en este tratado. La aplicación de las observaciones fonéticas y gráficas al castellano es, sin duda, digna de mención. El no tan breve relato de la historia de “las artes de gaya sçiençia” y de la fundación del consistorio de Bar-
21
Para más información acerca de la lírica trovadoresca, véase Aguirre (1968: 36-48).
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celona es el único existente hasta ese momento, ya que según Aguirre (1968: 25) no se encuentra en ningún tratado anterior.
4.2. RESUMEN 4.2.1. Afirmaciones generales acerca de los sonidos Después de la descripción de los festivales con sus consistorios, cuya historia tenemos que omitir en este contexto, pasa a describir aspectos de la lengua. Antes de exponer sus descripciones, Villena inserta dos observaciones. Primero antepone la enumeración de seis órganos articulatorios: los pulmones, el paladar, la lengua, los dientes,22 los labios llamados beços, y la trachearchedía (tráquea), es decir, la garganta con sus elementos. Esta descripción fisiológica del aparato fonador normalmente no está incluida en la gramática, porque es considerada externa a las artes (Aguirre 1968: 64). El autor, en cambio, es consciente de que la articulación de los sonidos se realiza mediante los órganos del aparato fonador y diferencia los fonos lingüísticos de otros sonidos, porque precisa que son “bozes articuladas e literadas” (Cátedra 1994: 359).23 Este concepto de fonos articulados y literados se basa en la gramática latina de Prisciano,24 quien postula que los sonidos articulados son los ligados a un elemento significativo proferido o fonos (fonema con sus alófonos) y que los no articulados son sonidos no lingüísticos. El criterio de literado contempla la representación gráfica y designa los fonos representados por un grafema. La determinación scribi potest ‘se puede escribir’ quiere decir que existe un signo gráfico para esos fonos. Usando los dos criterios, Villena delimita el dominio de su exposición sobre los fonos lingüísticos, vincula algunos sonidos a elementos fundamentales de la lengua y descarta otros. Así reconoce la regularidad de los sonidos lingüísticos de estar ligados a unidades significativas y ser representables por la escritura.
22 Dice que “por compresión fazen zizilar” (Alonso 1986, s. v. cicilar: “Atenuar el sonido, cecear”) refiriéndose a los interdentales. Cf. el artículo de Guitarte (1988) sobre los comentarios de Nebrija del ceceo. 23 A continuación, los números entre paréntesis remiten a la edición del Arte de trovar de Cátedra (1994). 24 Prisciani Grammatici Caesariensis Institutionum Grammaticarum, ed. por Keil (1855: 5): “Vocis autem differentiae sunt quattuor: articulata, inarticulata, literata, illiterata. Articulata est, quae coartata, hoc est copulata cum aliquo sensu mentis eius, qui loquitur, profertur, inarticulata est contraria, quae a nullo affectu proficiscitur mentis. Literata est quae scribi potest, illiterata, quae scribi non potest”.
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La segunda observación concierne a las diferencias en la pronunciación. Villena sabe que los sonidos de diferentes lenguas se distinguen en su forma y en número: “No son las bozes articuladas en igual número çerca de todas las gentes” (359). La causa de la diferenciación no se explicita, sino que queda relegada al criterio geográfico (“sitio de las tierras”). Ya en estas afirmaciones antepuestas se nota la conciencia de la complejidad de la lengua en cuanto a la pronunciación. La diversidad en sí ya es un problema en la identificación de una regla y constituye así una razón de un comportamiento especial, sin decirlo expresamente. Algunas excepciones pueden basarse en esa variedad diatópica, al menos es una posibilidad mencionada anteriormente por Villena.
4.2.2. El concepto y la terminología villenesca coherente Boz, son y letra son los términos usados por Villena, cuyo contenido difiere del de nuestros conceptos actuales. Parte de la letra que es el signo gráfico, después de mencionar el desarrollo del alfabeto. Alude al medio de combinaciones de letras (gráficas) para la representación de un sonido y a grafías sin representación fónica.25 Para eso, Villena diferencia con sorprendente claridad los niveles fónico y gráfico. El término boz se relaciona mayoritariamente con lo fónico, pero no sólo ligado a un sonido único, sino también a una secuencia de sonidos que puedan formar una palabra. Este término se refiere a la pronunciación ideal y correcta de una letra, pudiendo ser considerado precursor de un fonema. Las diferentes realizaciones alofónicas las representa por el son (sonido). La unidad léxica de la palabra se transmite por diçion. Villena divide su tratado en diez partes, exponiendo diversos aspectos.
4.2.3. La estructura Según su propia división, quiere abordar diversos aspectos en su tratado, realizados con diversa medida y parcialmente perdidos: 1) la evolución de la escritura; 2) la definición de la letra (capítulo no conservado); 3) el inventario y la determinación de las letras; 4) los cambios diacrónicos; 5) la delimitación de las letras por su función (que lo lleva a la idea del fonema); 6) las combinaciones de los sonidos con las formas asimiladas; 7) los ajustes gráficos sincrónicos; 8) las
25
(366).
“La l se dobla para hazerla plenisonante” (364); “Sciencia pónese s y no se pronuncia”
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letras sin representación fónica y los sonidos sin representación gráfica; 9) las reglas ortográficas trovadorescas; y 10) las abreviaturas de las letras.
4.2.4. La historia del alfabeto No podemos detenernos aquí a comentar la evolución del alfabeto griego, presentado por Villena, quien lo describe detalladamente y con ilustraciones, pasando por el alfabeto visigodo, la escritura carolingia, la letra anglicana y las alteraciones por los ornamentos árabes hasta llegar al alfabeto contemporáneo de la época de Villena.26
4.3. LA IDENTIFICACIÓN DE LOS ELEMENTOS 4.3.1. Las letras y su articulación Villena describe la articulación de los sonidos distintivos del español, es decir que tiene un concepto precursor del fonema, refiriéndose, sin embargo, a las letras con su denominación como representantes de estos sonidos. Así, el alfabeto expuesto por Villena contiene 23 letras con sus nombres, más la tilde. Como presenta las letras por su nombre y no por su forma gráfica, no aparece escrita la q salvo con su nombre cu, por ejemplo. Como es usual en la época, no incluye ni la jota ni la uve . La zeta no tiene el nombre actual, sino zz (o ze, según la explicación de Aguirre 1968: 72). La hache se identifica como aspiración. Después del inventario de las letras del castellano, el autor atribuye a cada órgano los sonidos articulados principalmente en ese lugar. De este modo
26 Un escrutinio minucioso lo ofrece Aguirre (1968: 74-85). Entre las fuentes de la gramática castellana de Nebrija figura también el Arte de trovar de Villena. El contenido en parte es paralelo: primero, la historia de la invención de las letras, después, la explicación de las letras gráficas en relación con su pronunciación y su función. Se ve claramente que la descripción de letra en Nebrija se asemeja a la de Villena. No obstante, Nebrija no describe la articulación, sino que comenta las grafías y las funciones de las letras gráficas, además hace comentarios sobre la difusión de los sonidos entre los pueblos y sobre su porvenir. Siempre aduce ejemplos de palabras que tengan que mostrar cómo se pronuncian las letras. El profesor salmantino parte del nivel gráfico (la lectura) e indica sólo la diferencia de la realización, no la realización misma, salvo algunos casos. Por ejemplo, describiendo la letra h, escribe: “hiriendo en la garganta” (1989 [1492]: 130), para indicar un sonido laringal (capítulo I–V); y en el capítulo I-X, al explicar la asimilación de n ante b, p y m, menciona que la n se pronuncia “hiriendo el pico de la lengua en la parte delantera del paladar” (1989 [1492]): 144).
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nos transmite una descripción de la articulación de casi todos los sonidos, aparte de aquellos representados por las letras ce, ese y uu.27 Las vocales se diferencian, según Villena, por la intensidad de la respiración, la /a/ con mayor fuerza, la /e/ con una respiración mediana y la /i/ con menos intensidad. Como se toma más aire con la boca abierta, la respiración puede corresponder con la abertura de la boca y servir de criterio distintivo. Para la vocal /o/, Villena recurre al lugar articulatorio: a su modo de ver, la concavidad (“oquedat”, 360) del paladar es necesaria para la articulación del fonema /o/. Como no distingue la parte posterior (velar) y anterior (palatal) de la boca, el paladar puede designar también la parte posterior. Al precisar “ayúdase con los beços” (360) se refiere a la redondez de los labios como rasgo concomitante, aunque no necesario del fonema /o/. Es cierto que no poseía el concepto moderno del fonema, pero sí el del tipo de sonido idealmente pronunciado con sus rasgos articulatorios. Las siguientes consonantes se delimitan por uno o más lugares articulatorios. Villena identifica la /r/ como sonido apicopalatal, pero no apicoalveolar. Afirma que la eñe // se forma en los dientes sin reconocer el carácter palatal que le conferimos hoy. Para la africada /dz/ dice que hay que apretar los dientes y zizilar, que es una forma de silbar entre dientes. Estas descripciones recuerdan la interdental sorda /θ/ que se desarrollaría posteriormente a partir de la africada alveolar (cf. Guitarte 1988 y Lüdtke 1994). La tabla 1 ilustra las afirmaciones de Villena y las contrasta con las indicaciones de la fonética moderna (entre paréntesis). Se puede derivar de esa descripción articulatoria el sistema de Villena, el aparato fonador y los modos de articulación. Las reglas para la articulación se basan principalmente en los órganos responsables para la correcta articulación de cada sonido, después en la manera de articular y finalmente en el grado de realización. Aunque no del todo coherente, establece un sistema regular bastante notable. Escapan a su sistema regular expuesto la vocal /o/, próxima a la consonante /k/ en el lugar y por su redondez cuya importancia siente la necesidad de señalar con más detalle.
27
Un motivo posible para la omisión de la sibilante s en la descripción ha sido señalado por Aguirre (1968: 94, nota 1), citando a Nebrija, De vi, cap. XVI: “Algunos autores no cuentan entre las letras la s, última de las semivocales, según testimonio de Marciano Capella. Messala escribió que ella expresaba un silbo más que sonido humano”.
fonema
–
/a/
/e/
/i/
/o/
/k/
/r/ /r#/
/d/
nombre de la letra
ache
aa
ee
ii
oo
ca
erre
de
lengua (ápico-dental)
lengua (ápico-palatal)
paladar (dorso-palatal)
paladar
trachearquedía
dientes
paladar
beços
(vocal velar mediana)
(vocal palatal cerrada)
(vocal palatal mediana)
firiendo en los dientes (oclusivas)
firiendo (vibrante)
con su oquedat (> velar)
con su oquedat (redondo)
menor respiración
mediana respiración
mayor respiración
(aspiración)
manera
los beços se aguzan e abren en forma çircular
(cerrado)
(medio abierto)
(abierto)
grado
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trachearquedía
(vocal central)
junto con
12:45
trachearquedía
pulmón (laringal)
órgano
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letra
TABLA 1 Comparación de la descripción fonética de Villena con la moderna
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fonema
/t/
/l/
/j/
/n/
//
/dz/
/ks/
/g/
nombre de la letra
te
ele
y griega
ene
tilde
ze
eques
ge
~
dientes (velar)
dientes (2° fonema: alveolar)
dientes (2° fonema: alveolar)
lengua (palatal)
lengua (alveolar)
lengua (palatal)
lengua
lengua
dientes
dientes
paladar y dientes
dientes
dientes
junto con
apretados, zizilando (interdental)
firiendo en los dientes medio cerrados (nasal)
firiendo en los dientes medio cerrados (nasal)
(lateral)
firiendo en los dientes (oclusivas)
manera
un poco
un poco
muellemente
muellemente
firiendo en los dientes
grado
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lengua (alveolar)
lengua (ápico-dental)
órgano
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letra
TABLA 1 (Cont.)
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/b/ /f/ /m/ /p/ /k/ /w/
be
efe
eme
pee
cu
(aparece en el texto, pero no en el alfabeto establecido por Villena)
beços (bilabial)
beços (velar)
junto con
aguzando con alguna poca abertura, ayundandose de la respiraçion (fricativa)
clausura y apericion (oclusivas)
clausura y apericion (oclusivas)
clausura y apericion (nasal)
clausura y apericion (fricativa)
clausura y apericion (oclusivas)
manera
grado
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beços (bilabial)
beços (bilabial)
beços (labiodental)
beços (bilabial)
órgano
12:45
letra
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ce, ese, uu (sin explicación en el texto, pero incluidos en el alfabeto de Villena)
fonema
nombre de la letra
TABLA 1 (Cont.)
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4.3.2. La distinción entre consonante y vocal Villena distingue cinco grupos de sonidos a los que se refiere con letras. El primer grupo son las vocales .28 Un poco más abajo, al contrastarlas con un grupo de consonantes, explica que las primeras no se pueden pronunciar de manera aislada: “no se pone letra pronunçiada por sí, sino copulada con otra, salvo las vocales, que se ponen en algún lugar por sí” (366). Se refiere a su segundo grupo de las nueve consonantes que llama mudas (“mutas”), porque su nombre no se pronuncia a no ser seguidas de una vocal (be [be], de [de], etc.). Un tercer grupo comprende las cinco “semivocales” que tienen esta designación por pronunciarse su nombre solo o, si aparecen acompañadas, siempre tienen una vocal antepuesta y otra pospuesta. La letra , dicha efe [efe], podría formar parte de las semivocales por su nombre, pero el carácter de (consonante) sorda la hizo agruparse con las consonantes mudas (Aguirre 1968: 87).29 El cuarto grupo está formado por las tres letras , llamadas extraordinarias, porque representan sonidos compuestos: /ks/ (), /j/ o un elemento (palatal) produciendo el fonema // como en any30 () y /dz/ (). Los signos diacríticos de la y la cedilla –Aguirre relaciona el segundo signo con la tilde– constituyen también elementos de las letras y así del alfabeto. Villena recurre a un criterio respectivo para cada grupo: la vocalicidad, la consonancia (las consonantes que propiamente sólo suenan con otros sonidos, por su carácter oclusivo), la autosonancia (las consonantes con características vocálicas), la africación (las consonantes compuestas) y la auxiliaridad (los elementos diacríticos). De este sistema de reglas simples no indica ninguna excepción, sólo la clasificación de la /f/ podría ser sometida a discusión.
28
Villena menciona cinco vocales de forma poética, enumerando las cuatro y añadiendo la quinta después, sin otra razón evidente que la de querer cumplir con el cómputo de cinco. Como este tratado se dirige a poetas o maestros en el manejo de la lengua y sus estilos, parece recurrir a esta forma poética de presentar sus observaciones. Se nota claramente el ritmo y la rima en la frase “La l en la cuenta se toma por çincuenta” (365). Los números destacan en este tratado gramatical, porque, por un lado, la lírica trovaresca se basa en los recitales y éstos en la aritmética musical y, por otro, porque la aritmética del orden de las letras le importa mucho a Villena, ya que es considerado el maestro de las ciencias negras. Sobre la fama de Villena como maestro de la nigromancia, ver Aguirre (1968: 10-15). 29 Como las llamadas “semivocales” (por ejemplo, la sibilante /s/) se pueden pronunciar sin sostén, son consonantes que, en algunas lenguas, pueden formar el núcleo de una sílaba. 30 Mezclando la tradición gráfica catalana con la castellana.
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4.3.3. Los diptongos y triptongos Villena reconoce ocho diptongos como correctos para el uso trovadoresco. Denomina diptongo a la combinación “de dos letras”. Casi todos los diptongos son decrecientes, el caso del encuentro de /u/ e /i/ sigue siendo discutido hasta hoy en día. El autor los diferencia de los diptongos crecientes desprestigiándolos como “impropios” y señalando así que es mejor que no se usen en las trovas. No nos proporciona ejemplos, por lo que no se puede determinar claramente si se trata de diptongos fonológicos o sólo de combinaciones vocálicas en cualquier situación. La lista de la tabla 2 está ordenada según el orden usual de las vocales en primera y, después, en segunda posición para las cuales damos ejemplos modernos. Sorprende la omisión de io [jo] (en Dios), ua [wa] (en lengua) y uo [wo] (en antiguo) en la serie de los diptongos crecientes (ver tabla 2). TABLA 2 Diptongos enumerados por Villena Los diptongos decrecientes
Los “impropios” crecientes
ai
[ai]
(hoy en aire)
ia
[ja]
(historia)
ei
[εi]
(peine)
ie
[jε]
(piedra)
oi
[oi]
(soy)
ue
[wε]
(hueso)
ui
[ui]
(muy) o pronunciado [wi]
( fui)
au
[au]
(causa)
eu
[eu]
(deuda)
iu
[iu]
(viuda)
ou
[ou]
(hoy –)
Los llamados “triptongos” (cf. tabla 3) no corresponden únicamente a realizaciones fónicas dentro de la palabra, sino, probablemente, al encuentro de vocales en sintagmas de palabras como si hoy dice [sjojðiθe]; en la segunda columna de la tabla 3, se ven diptongos sintagmáticos posibles en el español actual. Aunque Villena enumera ocho triptongos, no los ilustra con ejemplos, lo que dificulta más su lectura inequívoca. Aguirre (1968: 96-97) se basa en la edición de Sánchez Cantón de 1923 que difiere esencialmente en cuanto a la lista de triptongos de nuestra edición de Cátedra. Como ambos señalan en el primer ejemplo una consonante inicial, es posible que Villena quisiera presentar una lista de triptongos de tres letras o, más precisamente, diptongos introducidos por consonante.
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Estos encuentros sí que constituyen elementos importantes para la lírica, pero no podemos juzgar sobre la lectura correcta sin previa inspección propia. TABLA 3 Los triptongos enumerados por Villena, en dos ediciones distintas Cátedra
Cantón
guay
¿(guay)?
gay
uey
¿(buey)?
vey
ioy
¿(si hoy...)?
ioy
iuy uau
cuy ¿[waumen’to] (o aumentó…)?
vau
ueu
lleu
uiu
niu
uou
nou
En esta etapa de identificar los elementos de la lengua, tarea básica para la elaboración de una gramática, Villena procede de manera regular, indicando los criterios (“de tres letras se componen”), aunque no sean ni claros ni suficientes. No señala ninguna excepción de sus elementos regulares, pero sí identifica unidades menos valiosas, estableciendo así un orden jerarquizado de elementos para su uso en las trovas.
4.4. LAS REGLAS 4.4.1. El grado de tonalidad (“sonancia”) según la posición Tras haber explicado los sonidos propios de cada letra (en un capítulo que desgraciadamente no se ha conservado), Enrique de Villena describe las realizaciones en el contexto de la palabra o de la enunciación cuando se encuentran dos sonidos. Él identifica tres maneras de realización y las conecta con tres posiciones correspondientes: las posiciones iniciales (en prinçipio de diçion), medianas (en medio de diçion) y finales (en fin de la diçion), que le sirven de criterio para una pronunciación determinada. Villena diferencia entre la realización de los
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sonidos que se pronuncian plenamente en posición inicial, a la que llama plenisonante, la de los sonidos que sufren enflaquecimientos en posición mediana, realización denominada semisonante (¿tal vez se refiere a la fricativización posterior?), y la de los que muestran la tendencia hacia la pronunciación no más que bosquejada a finales de palabra, calificada de menos sonante. La distinta realización se refiere a la tonalidad o intensidad de los sonidos, importante para la recitación de las trovas en voz alta. Ésta es una de las primeras reglas de Villena, elaborada por el análisis de los sonidos en diferentes posiciones. Considerando algunas letras más detalladamente, constata comportamientos diferentes. Las vocales pueden realizarse en posición mediana como plenisonantes, por ejemplo, en vas, ven, diz, joy, luz. En este tipo de palabras monosílabas llevan el acento y la mayor tonalidad, Villena dice que “retienen su lleno son, por la plenitud de la voz vocal” (364). La realización semisonante (o más débil) de las vocales a, e y o en posición mediana se debe a “la conjunción de las precedentes letras, que se lían e encorporan con el son de la vocal en composiçion de bozes” (364). Entonces, la causa de menor tonalidad se basa en una regla combinatoria. En cambio, las vocales en cuestión ganan tonalidad, también en posición mediana, cuando van precedidas de
y se mantienen con tonalidad media después de . Una líquida intercalada no afecta a esta influencia, cf. los ejemplos dados para plenisonante: paz, pos, pres, para semisonante: vas, vos, tres.31 Las vocales variables conforme al contorno las llama “utrisonantes”. La condición de aplicarse la mayor tonalidad o menor es “según el ayuda del prinçipio” (364). Las reglas tónicas relativas a las vocales se terminan con una nota acerca de la /u/ e /i/, que comparten características con las consonantes descritas en los párrafos siguientes, porque, ante vocal, se vuelven semiconsonantes formando un diptongo: “La u e la i en prinçipio de vocal se hazen consonante” (364). Esta precisa observación, usual en su época, es importante para el recital de poemas leídos ante el jurado.
4.4.2. Acerca de la regla y la excepción Villena distingue dos maneras de ilustrar la complejidad de los procesos de alteración fonética de la sílaba: una manera teórica o abstracta y otra a nivel de 31
Esta clasificación de la [a] en vas como semisonante podría contradecir la de vas como plenisonante en el apartado anterior, pero si se cotejan las fuentes provenzales –como lo hizo Aguirre– se aclara el significado de los ejemplos, lo que lleva a una desambiguación: vas ‘vaso’ > [a] semisonante; vas ‘tú andas’ > [a] plenisonante (Aguirre 1968: 101-102).
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los ejemplos lingüísticos concretos, las palabras; “Esta formación se entiende en dos maneras, una en general, otra en espeçial” (363). Pone una regla general en el nivel abstracto, pero en los ejemplos concretos no presenta palabras que ilustren la regla general, sino sólo aquellas que difieren de la regla, las excepciones. Esto sostiene la hipótesis de una conciencia de la distinción entre regla y excepción por parte de Villena. TABLA 4 El procedimiento irregular de la ilustración por ejemplos nivel teórico-abstracto
ejemplos concretos
regla general
x
–
excepción
(x)
x
El autor es consciente de poner una regla general en los dos primeros párrafos, ya que poco después alude a una excepción, con las palabras: “allende de la regla general dicha”. Se refiere concretamente a vocales que “son algunas vezes plenisonantes aunque sean falladas en medio de diçion” (364). Villena sabe que es una irregularidad y la marca con la introducción “la espeçial manera es”. Detalla su proceder diciendo que hay que indicar “la condiçión de cada [letra] segúnt la conjunción en que se halla” (364). En términos modernos explicados antes, podemos concluir que, después de la regla general, Villena establece la subregularidad de que en sílabas tónicas las vocales mantengan su valor plenisonante, lo que constituye una excepción de la primera regla general. En seguida pone otra subregularidad subyacente postulando que, seguidas de combinaciones como oclusivas más líquida pierden –aunque en sílaba tónica– su tonalidad por la influencia de los sonidos precedentes. El esquema de la clasificación de reglas puede ser el que se muestra en el gráfico 1.32
32
Si bien, con la locución adverbial algunas vezes, Villena parece dejar la validez de sus reglas en cierta indeterminación, sólo se trata de una restricción provisional, ya que a continuación delimita más o menos claramente la aplicación de las subregularidades. Es casi una marca de una regla cuya aplicación va a determinar posteriormente. Además, esta reserva no es tan frecuente, porque sólo figura en siete ocasiones en el texto, en tres está a vezes. En comparación con el elevado número de reglas y de exposiciones no restringidas, casi no tiene peso argumentativo.
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GRÁFICO 1 La jerarquización de las reglas establecidas por Villena
re g l a
g e n e r a l
regla subordinada 1 regla subordinada 2a – regla subordinada 2b
5. Conclusión Estos ejemplos sacados del Arte de trovar ya ilustran nítidamente la manera de Villena de tratar teóricamente la lengua. Primero, admitimos –como Villena– el carácter fundamental regular de la lengua, que siempre presenta excepciones, pero no por los antojos de la naturaleza, sino por la complejidad de la lengua, sus numerosos niveles y muchas relaciones que, inevitablemente, conducen a una orientación variada y distinta. Sin embargo, hemos desconectado el concepto de analogía del de regla o regularidad para subordinarlo a regla, concepto básico de nuestra teoría. Las declaraciones de Villena no son difusas, sino que parecen bastante bien estudiadas, reflexionadas y ordenadas premeditadamente. El Marqués de Villena procede sistemáticamente, ya al describir, por ejemplo, los órganos de la articulación del interior al exterior de la fisonomía humana (cf. Aguirre 1968: 94). Villena parte de las letras e intenta conferirles la pronunciación correcta. Establece reglas a las cuales contrapone excepciones, introducidas parcialmente con algunas veces. Esta locución contiene la noción de iteratividad y de constancia en esos casos. Por consiguiente, esta frase indica cierta regularidad en un ámbito delimitado. Él yuxtapone unas palabras ejemplo (aplicando el principio de la oposición), las compara y analiza, y deduce de ellas reglas de pronunciación. Villena constata regularidades y las concibe como normas prescriptivas. Las excepciones son registradas y limitadas por el criterio frecuentativo, se trata de un número pequeño. Precisamente por este número limitado presenta los fenómenos lingüísticos particulares como minoría y, por consiguiente, como excepción. En conclusión, su noción de excepción contiene un elemento estadístico, porque se trata de una desviación no muy frecuente de la mayoría que obedece a la regla expuesta anteriormente. También contiene un elemento jerarquizador, porque establece reglas generales y reglas más específicas con elementos que
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se rigen por otros factores y los subordina y pospone a la regla general, las subregularidades. También define criterios de aplicación por reglas combinatorias y ordena así las subregularidades, como hemos expuesto en el análisis de su tratado. Finalmente, hemos podido demostrar así que ya antes de Nebrija había tratados gramaticales dignos de este nombre por su manera de tratar de forma muy sistemática cuestiones lingüísticas, con reglas y excepciones.
Referencias bibliográficas REFERENCIAS PRIMARIAS ALBERTI, Leon Battista (1964 [1435]): “Grammatica della lingua toscana”, en: Cecil Grayson (ed.): Opere volgari. Vol. 3. Bari: Laterza, 173-193. NEBRIJA, Antonio de (1989 [1492]): Gramática de la lengua castellana. Estudio y edición de Antonio Quilis. Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces. VILLENA, Enrique de (1923 [1433]): Arte de trovar. Edición, prólogo y notas de F. J. Sánchez Cantón. Madrid: Victoriano Suárez. — (1994 [1433]): Arte de trovar, en: Obras completas I. Edición y prólogo de Pedro M. Cátedra. Madrid: Turner, 351-370.
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TRATAMIENTO LEXICOGRÁFICO DE LAS IRREGULARIDADES DEL VERBO E N E S PA Ñ O L MAGDALENA COLL U n iv e r s i d a d d e l a R ep ú bl i c a , M o n t ev i d e o
Abordamos en este artículo el tema del tratamiento lexicográfico de las irregularidades verbales del español en los diccionarios especializados en información gramatical y en los diccionarios generales. Entre los primeros, analizamos diccionarios de dudas, diccionarios de conjugaciones y diccionarios filológicos. Entre los diccionarios generales, estudiamos aquellos de tradición académica con el objetivo de presentar los cambios que se dan desde el Diccionario de Autoridades (1964 [1726-1739]) hasta la última edición del Diccionario de la lengua española (RAE 2001 [1780]), pasando por las diferentes ediciones del Diccionario manual e ilustrado de la lengua española que también publica la Real Academia Española, desde 1927. Los diccionarios académicos del español han transitado un largo camino, desde principios del XVIII a la fecha, en lo que tiene que ver con el tema que aquí nos ocupa. Por un lado, han ido modificando el rol de lo morfológico en las entradas verbales, y, por otro, han abierto posibilidades nuevas a través del uso de recursos tecnológicos como las ventanas de conjugación que aparecen en la versión digital del Diccionario de la RAE (2001a). Pero este camino no siempre se ha transitado de manera sistemática ni se han explotado todas las herramientas a disposición en todo su potencial. This paper focuses on the treatment of Spanish verb irregularities in specialized grammatical and general language dictionaries. Dictionaries of doubts, of conjugation, and philological dictionaries were analyzed among the first type. Among the second type, we have studied the traditional academic ones, aiming to present the changes that developed ever since the Diccionario de Autoridades (1964 [17261739]) was published, until the latest edition of the Diccionario de la lengua española (RAE 2001 [1780]), going through the different editions of the Diccionario manual e ilustrado de la lengua española–also published by the Real Academia Española (RAE), since 1927. The Spanish academic dictionaries have come a long way in this matter, since the beginning of the 18th century. They have modified the role of morphology in the verb entries, on one hand, and they have opened up new usage possibilities by means of technological resources such as the conjugation windows in the digital version of RAE (2001a). Nevertheless, this has not always been a systematic path, nor have all the available tools been exploited to their maximum potential.
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1. Introducción1 Las irregularidades de los verbos del español han sido tema ineludible de análisis de las gramáticas de todas las épocas. Sólo por mencionar algunas modernas, recordemos que Bello, aunque no da una definición explícita de los verbos irregulares, presenta más de una docena de verbos de esta clase (Bello 1883 [118475 1860]: 250). En el Esbozo (RAE 1973: cap. 2), se incluyen como verbos irregulares aquellos con diversas modalidades en las variaciones de la raíz y los casos, menos frecuentes, en que varía el tema o en que un mismo verbo presenta una o más raíces de diferente origen etimológico. Por su parte, Alarcos Llorach (1994: 234) denomina verbos irregulares a aquellos que presentan diversidad fónica en sus significantes. Alcoba (1999: 4951-4968) se concentra tanto en la manifestación fonológica de la irregularidad como en la extensión, interna o externa, de la irregularidad de que se trate. Pero no sólo los gramáticos han reflexionado sobre el tema, sino también los lexicógrafos y lo han hecho desde una perspectiva diferente, con fines muy específicos y concretos. Han tenido que manejar –explícita o implícitamente– el concepto de verbo irregular para decidir acerca de su tratamiento lexicográfico. Precisamente de este tratamiento se ocupa el presente trabajo. Siguiendo a Fuentes (1997), abordaremos el tema del tratamiento lexicográfico de las irregularidades verbales del español en los diccionarios especializados en información gramatical y en los diccionarios generales. Entre los primeros, analizaremos diccionarios de dudas, diccionarios de conjugaciones y diccionarios filológicos (apartado 2). Entre los diccionarios generales, estudiaremos aquellos de tradición académica con el objetivo de presentar los cambios que se dan desde el Diccionario de Autoridades (RAE 1964 [1726-1739]) en el que se afirma que el verbo caber “es anómalo recibiendo la q y la p en algunas personas de los tiempos presentes”, etc., hasta la versión digital del Diccionario de la RAE (2001a, sub voce), en el que el verbo caber2 aparece junto a una ventana “conjugar” que nos da todas las formas de este verbo irregular (apartado 3).3
1 Este trabajo se inscribe en el marco de la línea de investigación que codirijo; “Lexicología bilingüe español/portugués”. Dicho proyecto cuenta con financiación de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República, Montevideo, desde 2005. Agradezco a mis colegas Virginia Bertolotti y Serrana Caviglia la atenta lectura de este manuscrito y las sugerencias que realizaron sobre el mismo. 2 También tiene la marca MORF. Conjug. modelo actual. 3 En esta oportunidad, y por razones de espacio, no analizaremos cómo aparecen los verbos irregulares en diccionarios monolingües no académicos del español ni en diccionarios bilingües; cf. Fuentes (1997) para un análisis del tema en diccionarios español-alemán.
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Cierra este trabajo el apartado 4 que presenta las consideraciones finales del análisis realizado. Es éste un estudio de corte cualitativo, no cuantitativo, en el que presentaremos una visión panorámica del tratamiento lexicográfico de las irregularidades verbales del español, analizando algunos planteamientos de la tradición lexicográfica española desde una perspectiva crítica de los mismos y con vistas a ciertas propuestas a futuro. Condición indispensable para este análisis es recordar que estamos frente a un texto especial, el diccionario, que es cerrado, y que posee un carácter metalingüístico, dado que es un estudio del lenguaje por medio del lenguaje. Vale la pena aclarar, también, que no trabajaremos sobre la base del enunciado definicional sino del enunciado lexicográfico, segunda metalengua o metalengua de signo (Porto Dapena 2002: 250), es decir, trataremos la unidad léxica en cuanto signo y no el contenido de la misma.
2. Tratamiento lexicográfico de las irregularidades del verbo español en diccionarios especializados en información gramatical 2.1. DICCIONARIOS DE DUDAS Detengámonos, primero, en el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana de Cuervo (1886-1995), obra de magnitud y alcance inobjetables. En la Introducción del diccionario, bajo el apartado verbo (V-X) se explica que en dicha obra se presenta información sobre las formas del verbo y el régimen preposicional, aunque no aparece explicitado cómo se presentará la información sobre los paradigmas verbales en el cuerpo del diccionario. El diccionario no tiene apéndices con modelos de conjugación y en la lista de abreviaturas se registra “conjug” (por conjugación), pero no hay abreviaturas que indiquen el carácter irregular de éstas. Más allá de estas características generales del diccionario, en Cuervo hay información innovadora para su época –y completísima para todas las épocas– en la microestructura de las entradas léxicas verbales. Cada lema verbal está acompañado de la definición, el régimen, la etimología, la marca “conjug” y las construcciones verbales. A través de la marca “conjug” se explicita el carácter irregular del verbo, en caso de que lo sea. Para el verbo acertar, por ejemplo, se afirma; “Conj. tiene estas formas irregulares: aciert-o, as, a, an; aciert-e, es, e, en; acierta tú”. En aquellos verbos que tienen alteraciones ortográficas, a la indicación sobre la conjugación le sigue otra sobre la ortografía. Tal es el caso de anegar: “Conj. en varias partes de América se usan las formas irregulares anie-
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go, aniegas, usadas ya en los primeros tiempos de la conquista […] ortogr.: antes de e se escribe gu: anegue, aneguéis”. Como se desprende de este último ejemplo, hay en Cuervo incluso una preocupación por describir la distribución regional de algunas formas verbales irregulares. En este diccionario no aparecen conjugados los verbos regulares, pero en el caso de verbos como dirigir, que no es irregular sino que tiene alteraciones ortográficas, aunque no hay indicación para la conjugación, al final de la entrada dice: “ortogr. antes de a, o se escribe j: dirijo, dirija”. Es interesante, entonces, ver cómo Cuervo resuelve el tema de los verbos que no siendo irregulares presentan alteraciones ortográficas. En otras palabras, en este diccionario se le da al verbo un tratamiento lexicográfico que permite diferenciar entre aquellos irregulares y aquellos con alteraciones ortográficas que son consecuencia de principios generales del sistema fonológico del español. Los gramáticos han sido categóricos en esta distinción. Bello, por ejemplo, entiende que para calificar a un verbo de regular o irregular “no debe atenderse a las letras con que se escribe, sino a los sonidos con que se pronuncia” (1883 [11847-51860]: 145). En el Esbozo (RAE 1973: cap. 2.12) se afirma que en la clasificación de las irregularidades no entran las variaciones simplemente ortográficas, como sigo/sigue, dirigimos/dirijamos, hice/hizo, etc. Y Alcoba (1999: 4951) dice que las variaciones ortográficas no deben considerarse manifestaciones de irregularidad flexiva. Pero los lexicógrafos, aun manejando esta distinción, no necesariamente la aplican a la hora de elaborar sus diccionarios porque entienden que las alteraciones ortográficas terminan por provocar, de todas maneras, cambios en las formas. El usuario del diccionario no tiene por qué saber que estos cambios son de origen ortográfico y no forman parte del paradigma irregular de un verbo. Tampoco tendría por qué estar interesado en tal distinción. Quizás uno de los problemas en Cuervo no sea el tratamiento en sí de los verbos irregulares sino la falta de consignación de algunos verbos de este grupo: no aparecen en el diccionario ni bendecir ni mullir, por mencionar algunos. En otros casos, algunos verbos irregulares no son consignados como tales. Por ejemplo: en la microestructura del verbo gruñir no se aclara su conjugación ni su ortografía. En el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de Seco (1961) la propuesta es otra. En la “Advertencia, Contenido (XIV)” se dice: “Cuestiones morfológicas: Se indica la conjugación de todos los verbos irregulares, dando completa, en recuadros, la de los más importantes, los difíciles y los modelos”. De esta manera, el apéndice queda dedicado sólo a los verbos regulares; por su parte, los verbos irregulares (marcados como tales en la microestructura) remiten a cuadros de conjugaciones que están en el propio cuerpo del diccionario.
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La introducción de cuadros gramaticales en el cuerpo del diccionario es una forma de tender un puente entre diccionario y gramática. Gili Gaya justificó la inserción de cuadros gramaticales en el Diccionario general ilustrado de la lengua española (1945) diciendo: “como quiera que un Diccionario no puede ser una Gramática por orden alfabético, nuestro Diccionario intercala en su texto numerosos cuadros gramaticales” (apud Alvar Ezquerra 1993: 141). Volveremos más adelante sobre la delimitación entre gramática y diccionario. El diccionario de Seco (1961) contiene 76 cuadros de conjugación verbal: 27 de ellos aparecen conjugados sólo en los “tiempos irregulares”, bajo un subtítulo que los agrupa en cuanto tales; los demás aparecen en todos sus tiempos verbales simples,4 ya sean irregulares, ya sean regulares. También son presentadas por medio de cuadros las conjugaciones de los verbos regulares que tienen alteraciones ortográficas. Si bien Seco (1961) no explicita en qué consiste la irregularidad de cada verbo ni su alcance, da información sobre la alteración ortográfica de algunos verbos regulares. En el caso de actuar, por ejemplo, dice que “en la conjugación de este verbo es tónica la u del radical cuando la desinencia es átona. En todas las restantes formas, en que u no es tónica, se pronuncia sin formar diptongo con la vocal que sigue”. En el cuadro, al que se remite, hay transcripciones fonéticas, característica muy original en la lexicografía española. Por su parte, el Diccionario panhispánico de dudas (RAE 2005, versión electrónica) tiene por objetivo dar respuesta, desde el punto de vista de la norma culta actual, a las dudas lingüísticas más habituales que plantea el uso del español. En la sección “Propósito del Diccionario” se afirma que, entre otros objetivos, el diccionario busca dar información sobre las dudas que puedan surgir desde el punto de vista “MORFOLÓGICO, ya que orienta sobre las vacilaciones más frecuentes que se dan en el plano de la […] morfología verbal (formas de la conjugación)”. Es así que la entrada de cada verbo tiene su definición correspondiente y luego una indicación que remite a los modelos de conjugación que están en el Apéndice. Entonces, por ejemplo, después de la definición del verbo actuar dice: “V. conjugación modelo → Apéndice 1, No. 7”; y junto a la definición del verbo yacer: “V. conjugación modelo → Apéndice 1, No. 6”. El Apéndice 1 contiene los cuadros que sirven de modelo para la conjugación de los verbos regulares e irregulares del español. Se incluyen dentro de los verbos regulares, además de los tres verbos modelo de la conjugación regular (amar, temer, partir), los modelos de conjugación para cada uno de los dos grupos en
4 Las formas compuestas aparecen, como modelo, sólo en el primer verbo irregular del diccionario, que es abolir.
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que se dividen, en cuanto al acento, los verbos terminados en -iar y -uar y los verbos que presentan en su raíz los grupos vocálicos /ai/, /au/, /ei/ y /eu/. Aparecen, entonces, anunciar, averiguar, bailar, causar, peinar, adeudar, enviar, actuar, aislar, aunar, descafeinar, rehusar. El usuario accede a las formas de los tiempos simples –y las formas no personales– de estos verbos pulsando en el infinitivo correspondiente. En la parte del apéndice dedicado a los verbos irregulares, se incluyen tanto los verbos de irregularidad propia, cuyo paradigma es único (ir, ser, etc.), como los que sirven de modelo a otros verbos irregulares (acertar, agradecer, etc.). También se incluye el verbo leer –modelo de otros verbos como creer o proveer–, que aun siendo regular desde el punto de vista morfológico, no lo es desde el punto de vista gráfico-articulatorio. En este sentido, pues, el apéndice recoge también los verbos con alteraciones ortográficas, aunque no se explicite su diferencia con la de los verbos irregulares.
2.2. DICCIONARIOS DE CONJUGACIONES Vale la pena introducir aquí una breve reflexión sobre el tipo de obras que comprende (o deja de comprender) esta categoría. Si los diccionarios de conjugaciones son aquellos que registran modelos de conjugación de los verbos de una lengua (cf. Haensch 1982), entonces, no hay una buena razón para no clasificar a otras obras, que no llevan el título de diccionario, dentro de esta categoría. De hecho, obras como la de Kendris (1990) y la de Villar (2001), cuyos títulos son, respectivamente, 501 Spanish Verbs y Guía de verbos españoles, tienen estructuras similares a la de los diccionarios de conjugaciones, como veremos a continuación. Teniendo en cuenta este hecho, hemos optado por analizar el tratamiento de las irregularidades del verbo en español en obras que tratan la conjugación verbal, estén caratuladas como diccionario o no. Las obras elegidas para su análisis en esta ocasión son García Elorrio (1948), Kendris (1990), Suances-Torres (2000) y Villar (2001). En la primera de ellas, García Elorrio (1948), los verbos irregulares aparecen en sus tres conjugaciones: en cada una de ellas se agrupan los verbos de irregularidad común y los verbos de irregularidad propia. Estos verbos están conjugados sólo y estrictamente en sus formas irregulares. El autor aclara que las formas no indicadas son regulares y se conjugan según el paradigma al que se remite (por ejemplo, bajo acertar se remite al “paradigma 1, amar”). Además, se resaltan las variaciones ortográficas que no son irregularidades y el diccionario termina con un capítulo sobre la evolución de las formas verbales castellanas. Se trata de un diccionario de conjugación de los verbos del español de corte tradicional en el
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cual se presentan listas de verbos conjugados pero no se explicita las irregularidades de los verbos. Es más bien una obra para consulta general sobre el tema pero no una referencia para un análisis detallado. Esta propuesta tiene leves diferencias con la de Kendris (1990), que es una obra dirigida a estudiantes anglohablantes que aprenden español.5 Cada verbo (regular o irregular) está conjugado en todos los tiempos y modos sin distinguir verbos regulares de irregulares (hay alguna breve y superficial referencia a la formación de los verbos irregulares en la introducción de la obra). No se distinguen las formas irregulares de las regulares ni se explicita en qué consiste la irregularidad de los verbos. Tampoco se marcan aquellos que tienen alteraciones ortográficas. Es una propuesta con claros fines didácticos, que forma parte de una colección, entre la que mencionamos 501 French Verbs, 501 Portuguese Verbs, etc., muy difundida en el mercado anglosajón. La intención y el planteamiento de Suances-Torres, dice el propio autor en la introducción a su Diccionario del verbo español, hispanoamericano y dialectal (2000), son muy distintos a los de los llamados “diccionarios de verbos”, que suelen limitarse a dar una relación, más o menos extensa, de infinitivos y paradigmas de conjugación. Dicho diccionario define los infinitivos de cada verbo y aporta etimología, fraseología, información gramatical, sinónimos, antónimos, parónimos, homófonos y las variantes gráficas o fonéticas, si las hubiera, normas y ejemplos referidos al régimen y conjugación verbales, etc. No se ciñe al léxico académico: los verbos tienen marcas diaestilísticas y dianormativas, además de las diacrónicas y diatópicas. Por eso, entiende el autor que con este diccionario se inicia una categoría de “diccionarios de partes de la oración”. En esta obra se da también la conjugación de cada verbo, “exceptuados los antiguos, los desusados y los del habla bárbara o rústica, pues creemos que mal se puede conjugar lo que no se usa; es decir, lo desusado. Y, por otro lado, mal se debe decir cómo hay que conjugar lo vitando y censurable, por bárbaro o rústico” (Suances-Torres 2000: XV). No presentar los verbos antiguos y los que no se usan tiene su explicación, pero nos obliga a descartar a este diccionario como referente para el análisis histórico de algunos verbos del español. Por otra parte, el excluir los verbos “del habla bárbara o rústica” (2000: XV) limita también el uso del diccionario, más allá de los planteamientos hechos en la introducción del mismo. El autor introduce una categoría innovadora que comprende a los “verbos semirregulares”. Estos son definidos como “aquellos que, en su conjugación, sufren sólo pequeñas variaciones ortográficas, con el fin de mantener el mismo valor fonético de sus desinencias” (2000: XXXIII). Entiende Suances-Torres que
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En ésta, cada verbo presenta su equivalente o sus equivalentes en inglés.
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este tipo de verbo ocupa “un estado intermedio entre la regularidad absoluta y la irregularidad propiamente dicha” (2000: XXXIII). Esta propuesta es otra respuesta al tema, antes mencionado, del tratamiento lexicográfico de la distinción entre verbos irregulares y verbos con alteraciones ortográficas. Suances-Torres presenta también un tratamiento interesante sobre el tema de la lematización de las entradas verbales, tema que analizaremos con detalle en el apartado 3.2. En las “Advertencias” para el uso del diccionario, afirma que las entradas normales, que corresponden a infinitivos, van en letras mayúsculas; y las que corresponden a formas verbales de otros modos o tiempos, o sea, las que no son infinitivos, se entran en minúsculas y negrita; como en fuelo, forma de los verbos ir y ser, con pronombre enclítico, etc. Las entradas que se han puesto para ejemplificar formas […] irregulares, precedidas de asterisco alzado, van en minúsculas y cursiva […]. A continuación […] se indica a qué verbo corresponde (Suances-Torres 2000: XXI).
Si bien se abre la posibilidad de incluir como lema otras formas que no sean las formas canónicas de los paradigmas verbales, son pocas las entradas con esas características en el cuerpo del diccionario. Veamos brevemente la propuesta de Villar (2001) que recoge todas las irregularidades y todas las anomalías ortográficas de los verbos. La obra se organiza en cuatro partes: 1) “modelos de conjugación”: registra cuadros de todas las conjugaciones regulares e irregulares; 2) “relación alfabética de verbos”: se presentan 12.0006 verbos con sus modelos de conjugación; 3) “repertorio de formas verbales especiales”: aparecen todas las formas verbales irregulares o con alguna peculiaridad ortográfica; y 4) “índice inverso de terminaciones verbales”: comprende las terminaciones de cerca de 700.000 formas verbales del español, con indicación de los modelos en los que aparecen. Los capítulos 3 y 4 tienen un carácter claramente innovador y constituyen una forma ágil y práctica de acceder a las formas verbales irregulares del español. Esta guía ofrece el máximo detalle en la clasificación formal del verbo, la organización de su conjugación y la clasificación y descripción de sus irregularidades. Es una de las pocas obras de este tipo, de consulta, que explicita en qué consiste la irregularidad de los verbos. No sólo presenta las formas de los verbos irregulares sino que acompaña los cuadros con información explícita y breve sobre la irregularidad en cuestión, como veremos. También es interesante esta guía en cuanto al tratamiento de las irregularidades en su relación con las alteraciones ortográficas. Dice la autora:
6 Es una interesante coincidencia numérica con el diccionario de García Elorrio (1948) que también presenta 12.000 verbos.
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Las alteraciones ortográficas que sufren muchas de las formas verbales se sistematizan y describen aquí con el mismo rigor y método que las irregularidades propiamente dichas, puesto que, desde un punto de vista formal, provocan cambios en las formas cuya explicación requiere de conocimientos previos que, en la práctica, no pueden presuponerse para todos los hablantes (Villar 2000: 1).
Es así que en la presentación de los verbos, cada uno de ellos recibe una o dos indicaciones de las cuatro siguientes: 1) regular, 2) con alteración ortográfica, 3) irregular, y 4) irregular con alteración ortográfica. Lo novedoso está precisamente en presentar esta información de manera combinada. Se registran 84 modelos de conjugación; cada uno de ellos tiene en el encabezado una breve relación de sus características y luego aparecen todas y cada una de las formas conjugadas marcadas según las indicaciones antes mencionadas, con una clara codificación. En este contexto, los verbos amar, temer y partir están codificados como regulares de la primera, segunda y tercera conjugación, respectivamente, y todas sus formas de sus tiempos y modos están marcadas como regulares. Son los únicos con estas características que aparecen en el diccionario. Un verbo como actuar está indicado como regular de primera conjugación con alteración ortográfica. Y esta alteración ortográfica se explicita brevemente de la siguiente manera: “[el verbo] deshace el diptongo ua, úa”. En el desarrollo de sus conjugaciones, cada una de las formas se marca como regular (como en el caso de actuaba, actuabas, etc.) o como regular con alteración ortográfica (casos como actúo, actúas, etc.). Veamos otro caso: ir aparece como irregular de tercera conjugación. Se explica que su irregularidad se da en varias raíces y tiene formas especiales. En la conjugación están todas las formas marcadas como irregulares menos las del futuro (iré, irás, etc.) y las del condicional (iría, irías, etc.) que son regulares. La autora de esa guía no sólo logra mostrar el detalle de la conjugación sino también llamar la atención sobre lo regular dentro de lo irregular en los paradigmas verbales. De esta manera, se rescata una característica que los gramáticos han destacado siempre. Ya Bello (1883 [11847-51860]: 246) decía que “cuando una forma [verbal] experimenta una alteracion radical, casi siempre sucede que hai otras formas que la experimentan del mismo modo, i que tienen, por tanto, cierta afinidad o simpatia con la primera i entre si”. Y agregaba en la nota XI: “Yo dudo que algunas de las lenguas romances sea tan regular, por decirlo así, en las irregularidades de sus verbos, como la castellana; lo que depende principalmente de aquella curiosa afinidad que se observa entre las varias formas del verbo y de los derivados verbales” (1883 [11847-51860]: 390). Como se sabe, las irregularidades no se presentan, generalmente, en una forma del verbo aislada sino que una irregularidad en las formas del presente de indicativo se encuentra, por lo general, en las del presente de subjuntivo y en las
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del imperativo. Una irregularidad en las formas del pretérito de indicativo se repite, por lo general, en las del pretérito y el futuro de subjuntivo. Una irregularidad en las formas del futuro de indicativo se halla también en las del condicional simple. Recuperar este tipo de información en una presentación sencilla, coma la de Villar (2000), le da un valor agregado a la obra mencionada. Un verbo como dar está codificado en Villar (2000) como irregular de primera conjugación con alteración ortográfica. Se explicita su irregularidad (“que se da en la forma en oy de la primera persona singular del presente indicativo y tiene sus formas fuertes con el cambio ar en i”) y sus alteraciones ortográficas (“tiene cambios acentuales en los monosílabos”). En la propia conjugación, cada forma tiene marca de regular (como das, da, damos), de alteración ortográfica (dais, dé, etc), de irregular (doy, etc.). Villar (2001) hace una propuesta innovadora, clara, práctica y económica, que resuelve varios temas en el tratamiento de las irregularidades del verbo español.
2.3. DICCIONARIOS FILOLÓGICOS Y LINGÜÍSTICOS Al cotejar los diccionarios filológicos y lingüísticos tradicionales, constatamos que no se trata el tema de los verbos irregulares en la entrada “verbo” ni en la entrada “irregular” en Lewandowski (1992) o en Ducrot y Todorov (1974). Tampoco se trata el tema en Cardona (1991), donde bajo el lema “verbo” no se definen los verbos irregulares. Mounin (1979) no presenta una entrada del tipo “verbo irregular”, pero bajo “irregular” aparece una definición que abarca las construcciones y las formas que se apartan de un tipo de formación considerado como normal. El ejemplo que ofrece la versión española del diccionario es la forma cupo que aparece como irregular respecto de temió y de mereció, que corresponden a la regla general que se utiliza para formar el pretérito indefinido en castellano. Ésta es la única información sobre el tema que presenta el diccionario. Los diccionarios de filología y lingüística no parecen ser el lugar idóneo para encontrar información sobre los verbos irregulares ya que o bien no tratan el tema o bien lo hacen de manera vaga o general.
3. Los diccionarios generales 3.1. PRESENTACIÓN DEL ANÁLISIS Como ya hemos dicho, trataremos, en esta ocasión, únicamente diccionarios académicos. Se incluyen, entonces, no sólo el Diccionario de la lengua española
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(RAE 2001 [1780]), sino también el Diccionario de Autoridades (RAE 1964 [1726-1739]) y el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española (RAE 1989 [1927]). Ya hemos analizado el Diccionario panhispánico de dudas (RAE 2005) en el apartado 2. Estudiaremos dos aspectos de estos diccionarios, basándonos nuevamente en Fuentes (1997: 132 y ss.). Veremos primero las indicaciones sobre flexión verbal que aparecen en la microestructura de los diccionarios. Puede tratarse de anotaciones directas sobre flexión. En estos casos, los artículos correspondientes de los diccionarios incluyen las indicaciones gramaticales en cuestión y, algunas veces, formas de los verbos irregulares en la propia entrada. También puede tratarse de remisiones a otros componentes del diccionario (Fuentes 1997: 133). Para ello, habrá que analizar la macroestructura del diccionario en busca de cuadros de conjugaciones, modelos de conjugación, etc. Y también se verá esta información a la luz de lo que se dice en el prólogo del diccionario. Luego analizaremos un segundo aspecto vinculado con la morfología verbal que es el de las formas de lematización adoptadas en los diccionarios. Se trata de ver si aparecen como lemas únicamente las formas del paradigma verbal o si hay artículos lexicográficos que presentan las formas irregulares como lemas. En otras palabras, ¿aparece en algún diccionario de la Academia la forma quepo como entrada, remitiendo al verbo caber? O, ¿cómo se consignan los participios (irregulares) en los diccionarios académicos? Incluso bajo este aspecto puede estudiarse cómo se trata lexicográficamente un verbo que tiene dos formas, una regular y otra irregular, con dos significados diferentes (cf., por ejemplo, apostar/apostar, aterrar/aterrar, atestar/atestar), aunque en este trabajo no abordaremos esta cuestión específica.
3.2. INDICACIONES SOBRE FLEXIÓN VERBAL EN LOS DICCIONARIOS ACADÉMICOS DEL ESPAÑOL
El Diccionario de Autoridades (RAE 1964 [1726-1739]), definido por Lázaro Carreter (1980, apud Porto Dapena 2002: 107) como “la obra magna que ha inscrito su nombre con relieve en la historia de las grandes realizaciones culturales del siglo XVIII” y que para muchos es el mejor diccionario español de todos los tiempos, si bien se basa en buena medida en el Tesoro de Covarrubias (1611), difiere de aquél, en lo que al presente análisis concierne, en la medida en que los verbos en el Tesoro no tienen indicaciones ni referencias a sus irregularidades, información que sí aparece en el Diccionario de Autoridades. Retomemos el verbo caber que ya introdujimos en el apartado 1. Después de su definición, el Diccionario de Autoridades presenta la siguiente información:
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es anómalo recibiendo la q y la p en algunas personas de los tiempos presentes: como yo quepo, tú quepas, quepa aquel; y en los pretéritos mudando la a en u, y la b en p; como yo cupe, tú cupiesses. Antiguamente se decía Cabo en el presente y aún hoy lo dicen los niños.7
Para Lázaro Carreter (1980, apud Porto Dapena 2002: 107), la anotación de las irregularidades verbales en el Diccionario de Autoridades “fue una decisión muy moderna que no han sabido continuar los demás diccionarios, pues relegar esas irregularidades a la gramática es discutible”. Esta decisión está explicada en el número 4 del “Prólogo” de dicho diccionario en donde se afirma: “en cada voz se explica la parte que es de la oracion, si verbo, nombre, o participio, etc. con la advertencia de haver puesto en los verbos los tiempos que tienen irregulares: como en andar, anduve, en traher, traxe, y lo anómalo de otros verbos”. Nótese que es la única vez que se habla de “irregular” en dicho diccionario; en el resto de la obra los verbos, llamados hoy irregulares, son caracterizados como “anómalos”. En consonancia con lo dicho en el “Prólogo”, en la microestructura de cada entrada se presenta primero una definición del verbo8 (de una acepción del verbo, en realidad), luego su etimología y a continuación una descripción de su anomalía y parte de la conjugación del verbo. La entrada termina con ejemplos, precisamente, de las así llamadas Autoridades. En este diccionario lo morfológico, entonces, va inmediatamente después de una primera definición y de la etimología: “caber. v. n (verbo neutro). Ser apropósito alguna cosa para poder ser puesta dentro de otra mayor, que la pueda contener. Viene del latino Capere. Es anómalo recibiendo […]”. Las anomalías no se indican con abreviaturas sino con expresiones del tipo: “Este verbo es anómalo en los tiempos […]” (caso de acertar), o “tiene la anomalía de mudar la o en u en algunas personas de los tiempos presentes, etc.” (como el verbo contar), o “tiene la anomalía de recibir una g en algunas personas de los tiempos presentes” (caso de venir) o “tiene la anomalía de admitir en los tiempos presentes una e añadida” (cf. adquirir). En otras ocasiones se trata la anomalía de manera más general, como es el caso de verbos con irregularidades propias no agrupables: por ejemplo, “andar: es anómalo. Antiguamente se decía andó por anduve”, “haber: es verbo anómalo que en el presente de indicativo se dice Yo he […]”; “ser: es del latino SUM, esfui, de quien toma el diverso modo
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Este último comentario es más que interesante. Un diccionario de Autoridades se permite un comentario de uso, específicamente de adquisición de la lengua, en el que se comenta, en realidad, la tendencia de los hablantes a regularizar la conjugación de un verbo irregular. 8 Antecedido de una abreviatura del tipo “v. a” por verbo activo.
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de conjugarse y casi todas las acepciones. En algunas personas y tiempos empieza su pronunciación con e”, etc. La ubicación física de las indicaciones en la microestructura no es siempre consistente en el Diccionario de Autoridades. En oponer, por ejemplo, el orden cambia, ya que aparece la definición, luego se describe la anomalía –“tiene la anomalía de recibir la […]”– y por último se presenta la etimología –“viene del lat. opponere, que significa poner en contra”–. Tampoco es consistente la consignación de las irregularidades de los verbos. La primera entrada del verbo tener, verbo activo, no está marcada como irregular o anómalo, aunque debería estarlo para ser sistemático con las demás entradas. Como verbo auxiliar sí lo está. Dice que “tiene en su conjugación muchas anomalías e irregularidades”, aunque éstas no se especifican formalmente. Asimismo falta sistematicidad en otros verbos; jugar no está marcado como anómalo, y tampoco lo están gruñir, lucir, salir. En cuanto a los derivados, retrotraer, suponer, retener, prever, sobresalir, carecen de indicaciones de irregularidad. A veces la inconsistencia se muestra en que, por ejemplo, en un verbo como equivaler dice que “tiene la anomalía de su simple valer” sin que valer esté definido como anómalo. Otro caso es el del verbo mantener que “tiene la anomalía de recibir la i antes de la e en algunas personas”, pero desde la acepción de mantener no se remite al verbo tener. En prevenir se dice que “tiene la anomalía de recibir una g en algunas personas”, pero no se menciona el verbo venir, del cual deriva. Estas inconsistencias de ninguna manera opacan el moderno y completo tratamiento lexicográfico de los verbos irregulares del español que aparece en el Diccionario de Autoridades. Con la reelaboración del Diccionario de Autoridades, que dio como fruto la primera edición del Diccionario de la RAE de 1780, en un solo tomo, se hace necesaria la reducción del volumen de la obra y una de las medidas que se toman con tal finalidad es la supresión de las conjugaciones de los verbos irregulares en las entradas de dichos verbos. Pero al suprimirse las conjugaciones, también se quitan las referencias al carácter irregular de los verbos que antes aparecía en la entrada correspondiente. Y esta decisión de 1780 se impondrá en las ediciones siguientes del diccionario ya que en ellas no aparecen las conjugaciones en el propio artículo del verbo ni están marcados como irregulares los que lo son. Nótese que en el prólogo del diccionario de 1780, es decir, en la primera edición del Diccionario de la RAE, no se hace referencia al tema concreto y, básicamente, tampoco aparece mención en los prólogos de las ediciones siguientes. Tampoco se recurre al apéndice como espacio para presentar las conjugaciones verbales, hecho que sucede apenas en la edición 22, editada en 2001 (RAE 2001
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[1780]).9 No hay otros apéndices gramaticales en el Diccionario de la RAE dado que es el tipo de información que la Academia tradicionalmente ha relegado a las gramáticas. Sin embargo, la delimitación entre gramática y diccionario no es siempre nítida y esto ha preocupado a los lexicógrafos a la hora de elaborar los diccionarios. Como lo señala Alvar Ezquerra: El diccionario no es sólo el repertorio en que se recoge un buen número de palabras de una lengua, tal y como se le considera corrientemente, sino que también figuran en él cuestiones que en una concepción estricta serían propias de la gramática, lo cual demuestra la interrelación existente entre las dos obras necesarias para el dominio de una lengua, el diccionario y la gramática (Alvar Ezquerra 1993: 141).
Y continúa Alvar Ezquerra: Son muchos los lugares del diccionario en que aparecen cuestiones que habitualmente se consideran propias de la gramática, pero que no en pocas ocasiones son imprescindibles en las obras lexicográficas, pues gramática y diccionario se complementan, y se entrecruzan necesariamente, por ser ambas de carácter descriptivo (1993: 142).
La última edición del Diccionario de la RAE recoge estas preocupaciones en dos sentidos: por un lado, aparece en la microestructura de los verbos la marca “MORF.” y, por otro, se introduce un apéndice con conjugaciones verbales. Repasemos ambas innovaciones. La marca “MORF.” se consigna al final de todas las acepciones del verbo en el Diccionario de la RAE (2001 [1780]) y antes de las frases verbales y de las expresiones coloquiales. Viene seguida de la indicación “conj. modelo actual” –como es el caso de verbos como acertar, caber, tener, pedir, etc., que aparecen luego en el apéndice– o de la indicación “conj. modelo” –como en querer, saber, ser–. También hay remisiones más directas: “desandar. MORF. Conjug. c. andar”, “retraer. MORF. conjug. actual c. traer”. Es interesante comprobar que con este “actual” se introduce una perspectiva diacrónica, pues implícitamente lo que se dice es que antes era otra conjugación y que hubo cambio lingüístico. En algunos casos se hacen aclaraciones en la propia microestructura como en “contradecir. conj. c. decir, salvo la 2ª persona sing. del imperfecto”, “predecir:
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Los apéndices hasta la edición de 1884 eran el espacio reservado para la fe de erratas; a partir de esa fecha se incorporan en ellos las reglas para la formación de diminutivos, aumentativos, superlativos y las reglas de acentuación.
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MORF. conjug. c. decir, salvo la 2ª persona sing. del imper[fecto]: predice”, “bendecir: MORF. conjug. c. decir, salvo el futuro imperfecto de indic. y el condic., que son regs. y la 2ª pers. sing. del imper.: bendice”. Este tratamiento de los verbos refleja lo que se afirma en el prólogo del diccionario, a saber, que la información morfológica de cada entrada es vista como información complementaria (al igual que la ortográfica y junto con ella): Informaciones complementarias. La información sobre ortografía […] o sobre determinadas peculiaridades morfológicas de la acepción –superlativos y conjugación de los verbos irregulares en particular–, aparece en un apartado propio, encabezado por la indicación abreviada correspondiente. Por ej.: […] malherir. tr. Herir gravemente. MORF. conj. c. “sentir”.
En un subapartado titulado “Información sobre la conjugación verbal” se afirma que “todos los artículos del Diccionario correspondientes a verbos irregulares, o a otros que puedan presentar dudas sobre su flexión, contienen una nota de información morfológica que indica a qué modelo de conjugación han de adscribirse”. Se introduce el “Apéndice. Modelos de conjugación”, como dijimos, con 63 verbos, de extensa difusión, como se dice en el “Prólogo”. En el siglo XXI, entonces, aparece el primer Diccionario de la RAE con un apéndice de conjugaciones verbales, aunque allí no se explicita cuáles verbos son regulares y cuáles irregulares y cada uno de ellos aparece conjugado en todas sus formas (RAE 2001 [1780]). Se mantendrá este apéndice en la próxima edición del Diccionario, según los adelantos que de la edición 23 da la página web de la Real Academia Española (RAE 2007). A las novedades conceptuales mencionadas, se le suma el cambio tecnológico que supone la edición en línea del último Diccionario de la lengua española de la RAE (2001a). Este tipo de soporte permitió que se incluyera en la microestructura de cada entrada verbal, una ventana, con el título “conjugar”, a través de la cual se accede al paradigma verbal completo de dicho verbo. En este nuevo contexto la importancia de la marca “MORF.”, acompañada de indicaciones del tipo “conj. modelo” o “conj. modelo actual”, pasa a ser otra. También cambia la importancia del apéndice, ya que todos los verbos están conjugados y no sólo los 63 modelos de conjugación de la edición en papel. Con las posibilidades del nuevo soporte tecnológico, todos los verbos tienen su paradigma completo de conjugación, más allá de que sean regulares e irregulares, característica que no necesariamente se explicita. En el “Prólogo” se aclara: “Los modelos escogidos (siempre verbos de extensa difusión, como acertar, contar o construir), que aparecen en un apéndice específico (págs. 1597-1614), muestran su conjugación actual completa con
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todos los modos y tiempos”. Esta información, que no deja de aparecer en la versión digital del diccionario, hace referencia, en realidad, a la versión en papel del diccionario y no a su versión digital en la cual el número de páginas es obviamente irrelevante. El propio concepto de apéndice en un ambiente con soporte digital no es pertinente, como ya apuntamos, dado que el lector accede a los paradigmas verbales a través de las ventanas que aparecen en cada verbo. El “Prólogo” parece haberse escrito para la versión en papel y no haber sido ajustado para la versión digital. Más allá de esto, el sistema de ventanas es práctico y constituye una presentación más completa que un apéndice, dado que la cantidad de información aumenta de manera considerable. Que se conjuguen todos los tiempos y modos de los verbos, sean regulares o irregulares, probablemente se vincula con el hecho de que se trata de un diccionario dirigido al público en general y no a especialistas. Veamos algunos ejemplos concretos. En el caso del verbo nacer dice: “MORF. conjug. c. agradecer”; en huir: “conj. c. construir”; y en reconvenir: “conj. c. venir”. Si bien en estas indicaciones se remite a otro verbo, en las ventanas aparecen conjugados los verbos de las entradas correspondientes y no aquellos a los cuales se remite, es decir, se conjuga nacer y no agradecer, etc. No se da, ni en la edición en papel ni en la edición en línea, un tratamiento específico para los verbos con alteraciones ortográficas. El verbo dirigir no tiene indicación morfológica ni ortográfica. El lector no tiene, en la microestructura, ningún aviso de que muda por . Si conociera esta regla ortográfica del español, el lector tendría que abrir la ventana para averiguar o confirmar en qué casos se da la alternancia y en cuáles, no. Pero si no conoce esta regla ortográfica, no hay ninguna indicación o incentivo en la microestructura para que llegue a abrir la ventana. En la página web de la RAE () se puede acceder a un apartado titulado “¿Qué novedades presenta la 22ª edición?”. Las novedades tienen que ver con modificaciones léxicas, con acepciones, con la introducción de americanismos, etc. Allí no se menciona la inserción de un apéndice o de la marca morfológica en la versión en papel –que luego se traslada a la versión en línea–, aunque sí se hace referencia a estos temas en el “Prólogo”. En “¿Qué novedades…?” tampoco se habla de las ventanas que aparecen en la versión digital. En la misma página hay un apartado “Número de notas de información morfológica” que muestra que en el Diccionario de 1992 había 0 y en el de 2001 (RAE 2001a) hay 931. Pero no detalla el carácter de estas marcas, las cuales no tienen necesariamente que ser verbales. Diferente es la propuesta de otro diccionario de la Academia: el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española. Este diccionario nació en 1927 con la intención de contener una síntesis del diccionario académico común y presentar
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ciertas palabras con su correspondiente ilustración. La segunda edición es de 1950, la tercera de 1983-1985, la cuarta de 1989. Ya en la primera edición, junto al verbo caber dice: CONJ. INDIC. PRES.: Quepo, cabes, etc. IMPERF.: Cabía, cabías, etc. PRET. INDEF.: Cupe, cupiste, cupo, cupimos, cupisteis, cupieron. FUT. IMPERF.: Cabré, cabrás, etc. POT.: Cabría, cabrías, etc. SUBJ. PRES.: Quepa, quepas, etc. IMPERF.: Cupiera o cupiese, cupieras o cupieses, etc. FUT. IMPERF.: Cupiere, cupieres, etc. IMPERAT.: Cabe, cabed. PARTIC.: Cabido. GER.: Cabiendo.
Las conjugaciones de los verbos irregulares se dan en la microestructura de todas las ediciones del diccionario Manual (1927, 1950, 1985, 1989); en todas ellas aparece el paradigma completo del verbo, con sus formas irregulares y regulares.10 Las conjugaciones van al final de las acepciones; es la última información de la entrada. Contrasta con el Diccionario de Autoridades en el cual la conjugación anómala está inmediatamente después de la definición. El Diccionario de a lengua española de 2001 (RAE 2001a) no presenta conjugaciones en la microestructura, pero sí hay indicaciones sobre morfología de los verbos después de las acepciones aunque antes de las locuciones, como ya dijimos. Lo más interesante del diccionario Manual no es la ubicación física de las conjugaciones sino el uso de la marca “irreg.”. Es la primera vez que aparece tal marca en un diccionario de la Academia. Entre el Diccionario de Autoridades que describía la “anomalía” de los verbos y la 22ª edición del Diccionario que presenta ventanas con conjugaciones verbales se ubica el diccionario Manual con sus conjugaciones y con su marca “irreg.”. Cada una de estas obras lexicográficas supone una concepción diferente de la relación gramática-diccionario, definida, muchas veces, por el tipo de usuario para quien está escrito el diccionario en cuestión.
3.3. FORMAS DE LEMATIZACIÓN VERBAL ADOPTADAS EN LOS DICCIONARIOS ACADÉMICOS DEL ESPAÑOL
El segundo aspecto vinculado con la morfología verbal que analizaremos, como ya hemos dicho, es el que tiene que ver con las formas de lematización adoptadas en los diccionarios.
10 Los verbos regulares no se conjugan en las entradas del Diccionario Manual. Esa información está en el apéndice y sus modelos de conjugación.
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En un diccionario no figuran todas las formas posibles del vocabulario, sino que, por lo general, cada paradigma aparece representado por un solo elemento. En el caso de los verbos, esto implica la reducción del paradigma verbal a una forma canónica que suele ser el infinitivo. Porto Dapena (2002: 102) entiende que esta decisión lexicográfica obliga al usuario a un proceso de reducción morfológica que supone cierta conciencia lingüística y conocimiento de su lengua. En los diccionarios académicos, desde el de Autoridades hasta la última edición del Diccionario de la RAE, hay una preocupación por evitar las formas no canónicas. Ni siquiera en el diccionario Manual tienen entrada propia quepo, cupe, anduve, sepa, por mencionar sólo algunas formas irregulares. Las obras lexicográficas no son vistas como obras de consulta gramatical y la información de este tipo es relegada a las gramáticas. Si bien el Diccionario de la RAE es consecuente con sus objetivos al excluir las formas no canónicas, este hecho hace del diccionario una obra de difícil consulta para hablantes no nativos del español. Si un hablante que no tiene el español como lengua materna lee una expresión del tipo “¡Cómo estoy! ¡No quepo ni en un talle 50!” o escucha el popular chiste “–Aquí no cabo, mi cabo. –No se dice cabo. Se dice quepo. –Ah! Pues no cabo, mi quepo”, no tendrá recursos en el Diccionario de la RAE para recuperar la forma caber a partir de quepo. Este usuario tendrá que recurrir a, por ejemplo, el Diccionario de uso del español de Moliner (1966-1967) donde encontrará entradas como cupe, cupiste, fui, fuiste, fue, fuimos, fuisteis, fueron, quepo o yergo, yergues, etc., en consonancia con los presupuestos de un diccionario que se define como “de uso”.11 O podrá también preferir el Diccionario general ilustrado de la lengua española (1945) en cuya nomenclatura se hayan formas como anduve, quepo o sepa. O directamente hará uso de algún diccionario bilingüe, como el Gran Diccionario español-portugués portugués-español (2001) en el cual bajo la entrada quepo dice “del verbo caber. Quepo es la primera persona singular (yo) presente indicativo”. Estos diccionarios se pueden permitir entradas no canónicas de los verbos. Es, entonces, fuera del ámbito de la Academia de la Lengua donde encontraremos una actitud diferente con respecto a la lematización de las formas irregulares, porque diferente es la concepción misma del diccionario y su usuario. Estas obras no académicas son elaboradas atendiendo a la producción pero también a la comprensión de quien consulta el diccionario.
11 Dice Moliner en la “Presentación” de su diccionario: “La denominación ‘de uso’ aplicada a este diccionario significa que constituye un instrumento para guiar en el uso del español tanto a los que lo tienen como idioma propio como a aquellos que lo aprenden y han llegado en el conocimiento de él a ese punto en que el diccionario bilingüe puede y debe ser substituido por un diccionario en el propio idioma que se aprende” (1966-1967: 9).
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La forma quepo –y el (previsible) chiste arriba mencionado así lo confirma– es muy poco transparente no solamente para el hablante no nativo sino también para el hablante nativo del español; es una forma claramente alejada del paradigma de los verbos en -er. Este tipo de formas verbales muestra una contradicción entre la perspectiva del usuario de un diccionario y la de quien lo hace. Chocan, de esa manera, los intereses teóricos (lingüísticos y lexicográficos) con los de editores y usuarios porque quepo no es un lema pero quien usa el diccionario bien puede necesitar que lo sea. De todas maneras, los diccionarios académicos muchas veces se ven forzados a incorporar formas de los paradigmas verbales, como los participios. En el Diccionario de Autoridades los participios aparecen como entradas propias, aunque no indicados como anómalos, cuando lo son. Lo interesante, por otra parte, es ver que en este diccionario los participios reciben un tratamiento excepcional en cuanto a su presentación alfabética. He aquí la justificación que se da en el “Prólogo”: Se han puesto todas y solas las voces apelativas españolas, observando rigurosamente el orden alphabético en su colocación: y assi todas se deben buscar en él, y no por sus raíces y voces primitivas de quienes se derivan, haviendo tenido la Academia este método por más claro: del qual solo se exceptúan los participios de los verbos, porque en ellos para mayor brevedad, y no repetir todos los significados de cada uno (que algunas veces son muchos) se ponen immediatos a los verbos, no observando en ellos el rigor Alphabetico, en cuyo orden varias veces tuvieran lugar mui lejos de sus verbos, y las mas antes que estos, lo que sería de notable desproporcion […] (1964 [1726-1739]: VI).
El participio puesto, por ejemplo, aparece primero como nombre y luego dice “part. pass. Véase poner”. En hecho dice “part. pass. del verbo hacer. Véase hacer” y en muerto dice “part. pass. Véase morir”. Aparece escrito primero como “part. pass. del verbo escribir en sus acepciones”, y luego como sustantivo, etc. Nótese que no se dice “part. irregular” sino solo “part.”. No siempre hay consistencia sobre el tema: no se consigna un participio irregular como visto pero sí se registra previsto. Se consigna dicho como “part. pass del verbo decir. Véase decir” pero no aparece ni contradicho ni predicho. No se registra opuesto ni supuesto pero sí contrapuesto como “part. pass. del verbo contraponer”. No aparece en el desarrollo de la microestructura del Diccionario de Autoridades referencia alguna al carácter regular o irregular del participio en cuestión, como ya indicamos. De hecho, en el detalle de las anomalías de cada verbo no se describe el participio en ninguno de ellos.
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Si buscamos el lema escribir en los diccionarios de las diferentes ediciones del Diccionario de la RAE, veremos que tampoco se aclara la característica irregular de su participio. Apenas en la vigésima segunda edición (2001a) –luego de la definición del verbo– aparece la marca “MORF.” con la aclaración “participio irregular escrito”. En cambio, a la hora de buscar los participios vemos que en la edición de 1780, 1783 y 1791 se consigna escrito como tal y a partir de la edición de 1803 aparece indicado como irregular: “p. p. irregular de escribir”. Esta marca “irregular” se mantiene en las ediciones de los siglos XIX y XX. La novedad se da en el formato de la edición del 2001 ya que junto a la entrada escrito aparece ahora “del part. irreg. de escribir”, agregándose así la preposición de. En el adelanto de la vigésima tercera edición, que aparece en la página web de la Real Academia, no aparecen cambios en lo que atañe a este tema. Observemos un verbo como poner que es irregular en sus conjugaciones y también en el participio. En la edición del Diccionario de la RAE de 1789 aparece “puesto, puesta, p. p. de poner” y luego se consigna con categoría de nombre, adverbio, etc., en un ordenamiento diferente al de Autoridades. La marca de irregular en este participio, y de hecho en todos, no aparece hasta la edición de 1803, marca que se mantiene de allí en más. En el 2001 se introduce, como ya vimos para escrito, la expresión, que aparece entre paréntesis, “del part. irreg., etc.”. En todas las ediciones del Diccionario Manual, el participio –regular o irregular– está incluido en la microestructura del verbo sólo cuando el verbo es irregular. Después de la conjugación de las formas irregulares de un verbo como caber aparece su participio regular cabido, seguido del gerundio. El participio puesto figura también en la microestructura del verbo poner pero su carácter irregular no está marcado específicamente, como no lo está el de ningún participio. No se presenta la conjugación del verbo escribir dado que es regular, ni tampoco su participio, aun cuando éste sea irregular. Por otra parte, los participios tienen entrada propia: “escrito, ta” aparece primero como “p. p irreg. de escribir” y luego como adjetivo, nombre, etc. Igual tratamiento tiene el participio irregular puesto. Cabe aclarar que los participios regulares también están lematizados. Hay alguna inconsistencia o error en este sentido dado que “cabido, da”, por ejemplo, aparece en la edición de 1927 como participio, en la de 1950 como adjetivo y en las de 1983-1985 y 1989 nuevamente como participio.
4. Consideraciones finales En el apartado 2 hemos repasado el tratamiento lexicográfico de los verbos irregulares españoles en diccionarios especializados en información gramatical,
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entre los que se destaca el tratamiento moderno y completo que hace Cuervo (1886-1995). Entre los diccionarios de conjugaciones –que nos plantearon una revisión del propio concepto de diccionario de conjugaciones– surge la obra de Villar (2001) como una propuesta detallada e innovadora sobre el tema. El análisis de los diccionarios filológicos no redundó en información especialmente interesante sobre el tema. En el apartado 3, revisamos dos aspectos del tratamiento de la morfología verbal en los diccionarios académicos del español, tanto en el Diccionario de Autoridades (1726-1739) como en las diferentes ediciones del Diccionario de la RAE y del Diccionario manual e ilustrado de la lengua española. Los dos aspectos en cuestión, recordemos, son, por un lado, las indicaciones sobre flexión verbal que aparecen en la microestructura de los diccionarios y su relación con la macroestructura del mismo y, por otro, las formas de lematización adoptadas en dichas obras lexicográficas. Fuentes, cuyo trabajo ha servido de guía a nuestro análisis, concluyó con respecto al primer aspecto en los diccionarios bilingües que si bien suele considerarse que la información sobre morfología verbal está presente en el diccionario, esta en muchos casos no es completa, no es homogénea, no es fácilmente accesible, y presupone gran capacidad de interpretación por parte del usuario (1997: 151).
En algunos casos parecería que el resultado del análisis de los diccionarios académicos nos lleva a conclusiones similares. Sin embargo, lo importante, creemos, es destacar la trayectoria de los mismos. Los diccionarios académicos del español han transitado un largo camino, desde principios del XVIII hasta la fecha, en lo que tiene que ver con el tema que aquí nos ocupa. Han ido modificando el rol de lo morfológico en las entradas verbales, por un lado, y han abierto posibilidades nuevas a través del uso de recursos tecnológicos como las ventanas de conjugación que aparecen en la versión digital del Diccionario de la RAE de 2001. Pero este camino no siempre se ha transitado de manera sistemática ni se han explotado todas las herramientas a disposición en todo su potencial. Una propuesta como la de Villar (2001) –que presenta un sistema codificado de indicaciones para distinguir verbos regulares, irregulares o con alteración ortográfica dentro de los paradigmas verbales– permitiría mostrar lo regular dentro de lo irregular en los apéndices que ya tiene el Diccionario de la RAE en la actualidad o en las conjugaciones que tienen todos los verbos en la versión digital del mismo. Es un recurso ágil y económico que no sólo permite brindar el paradigma completo sino también marcar aquellas formas irregulares en el mismo formato. Incluso, si se optara
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por acercar el diccionario a la gramática, se podría agregar una breve explicación sobre el tipo de irregularidad en cuestión sin que ello aparejara mayores problemas de edición. En esta misma línea de trabajo, el Diccionario de la RAE podría profundizar en las indicaciones morfológicas que aparecen en la microestructura y en la jerarquización de esta información dentro de cada entrada léxica, en donde, por lo general, se privilegia lo sintáctico sobre lo morfológico. Con respecto al segundo aspecto, es decir, la selección y presentación de formas irregulares de verbos en los diccionarios, Fuentes (1997) afirma que en los diccionarios bilingües por ella estudiados, este tema está resuelto de manera insatisfactoria. En dichos diccionarios “para obtener información sobre una forma verbal, [el usuario] sólo puede probar suerte e intentar encontrar el lema correspondiente” (1997: 151). Como ya dijimos, un usuario, hablante o no de español, tampoco encontrará las formas irregulares como entradas en los diccionarios académicos. El usuario, entonces, tendrá que hacer un proceso de reducción morfológica. Ésta será relativamente fácil cuando tenga que llegar de una forma irregular como cabría a su paradigma caber dado que se trata de una forma irregular pero con cierta transparencia. Será un proceso complejo cuando de la forma quepo intente llegar a la forma del infinitivo correspondiente. El tratamiento de los participios es más flexible y allí los diccionarios de la Academia se permiten transgredir la unidad de criterio que supone la representación de los paradigmas mediante el lema, como hemos visto. Haensch (1982: 159) entiende que los diccionarios didácticos deberían registrar también las formas verbales difícilmente identificables como supe, supo, quepo, cupo, pida, con remisión a la forma canónica, la del infinitivo. Quizás también los diccionarios no didácticos deberían registrar algunas de estas formas, entre ellas, no tanto las más frecuentes sino las más opacas con respecto al paradigma.
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EL QUE GALICADO: DISTRIBUCIÓN Y DESCRIPCIÓN GRAMATICAL ANDREAS DUFTER U n iv e r s i t ät E r l a n g e n - N ü r n b e rg
Con el término de “que galicado”, los hispanistas suelen designar las ocurrencias de que subordinante en las perífrasis de relativo donde la gramática normativa exige un relativizador oblicuo, como, por ejemplo, en Fue en el siglo XV que se descubrió la América, donde que aparece en vez de en el que o cuando. Tras determinar el abanico de contextos sintácticos donde el fenómeno en cuestión está documentado, esta contribución rastrea el tratamiento que ha recibido por gramáticos y observadores del lenguaje en el ámbito hispánico. Mientras muchos eruditos coinciden en atribuir el “que galicado” a influencias extranjeras, las opiniones discrepan considerablemente a la hora de buscar su origen en el francés o en una variedad del iberorromance. Basándonos en datos empíricos, argumentamos a favor de lo siguiente: (i) el esquema construccional donde aparece el “que galicado” no es para nada excepcional desde una perspectiva panrománica; (ii) sólo en algunos contextos típicos de uso es probable que el francés clásico haya favorecido el empleo de tales construcciones; (iii) lo que sí hace del “que galicado” un que excepcional es su escaso índice de uso tras expresiones de lugar y de tiempo, mientras tal tendencia no se da en el uso de que relativizador invariable fuera de las perífrasis de relativo. By the term “que galicado”, Hispanicists have come to designate those occurrences of subordinating que ‘that’ in cleft sentences where normative grammar requires an oblique relativizer. In Fue en el siglo XV que se descubrió la América ‘It was in the 15th century that America was discovered’, for instance, many speakers of Spanish would prefer en el que ‘in which’ or cuando ‘when’ in place of que. After determining the range of syntactic contexts in which the phenomenon under scrutiny is attested, this paper surveys the treatment it has received by Spanish grammarians and language observers. Whereas many of them concur in ascribing “que galicado” to foreign influences, opinions turn out to diverge wildly as to whether French or rather some variety of Iberoromance should be considered its source. It has also been claimed that “que galicado” is especially popular in American varieties, an observation which is supported by our own findings. Based on empirical evidence, we argue (i) that the construction frame where “que galicado” occurs is by no means exceptional from a Romance perspective, (ii) that only in some typical contexts of use, Classical French is indeed likely to have enhanced the use of such constructions, and (iii) that what does make “que galicado” exceptional is the fact that it tends to be avoided after spa-
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tial and temporal antecedents, whereas no such tendency can be observed for generalized relative que in non-cleft sentences.
1. Introducción Fue Rufino José Cuervo (1907) quien, en sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, dio el nombre de “que galicado” a ocurrencias de que como las de (1a). Para Cuervo, y sin duda para muchos hispanohablantes hoy en día, tal oración con que “contrapuesto mediante el verbo ser a adverbios y complementos” (Cuervo 1907: §440) resulta malsonante y tiene que corregirse como en (1b) o bien (1c). El calificativo de “galicado”, adjetivo chistoso utilizado ya por Leandro Fernández de Moratín, alude al hecho de que, para Cuervo y para otros muchos, el uso de que en (1a) constituye un calco sintáctico transparente del francés, donde que es el nexo normal en oraciones como (1d). (1) a. b. c. d. Fr.
Fue en el siglo XV que se descubrió la América. Fue en el siglo XV cuando se descubrió la América. Fue en el siglo XV en el que se descubrió la América. Ce fut dans le XV siècle que l’Amérique fut découverte. (Cuervo 1907: §440)
En esta contribución, en primer lugar, se propone una delimitación del contexto sintáctico del que galicado (apartado 2). A continuación, se presentarán algunos juicios críticos de gramáticos y otros observadores del lenguaje (apartado 3), cuyas afirmaciones sobre el origen y la extensión actual del fenómeno en cuestión han sido muy diversas y a veces contradictorias (apartado 4). Por último, ofreceremos datos cuantitativos de nuestros estudios de corpus para comprobar las descripciones existentes (apartado 5) y llegar a conclusiones más matizadas (apartado 6). A lo largo de esta contribución, haremos especial hincapié en el tema general de este volumen, preguntándonos si se debe considerar el que galicado un que excepcional y, si es así, en qué sentido.
2. Contexto sintáctico 2.1. UN QUE PARA FORMAR PERÍFRASIS En la bibliografía, es comúnmente admitido que las oraciones (2a, b) con que galicado tienen como variante sintáctica una oración simple como (2c). Por lo tanto, exhiben el mismo tipo de alternancia sistemática que las oraciones en (3):
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(2) a. Fue en el siglo XV que se descubrió América. b. En el siglo XV fue que se descubrió América. c. En el siglo XV se descubrió América. (3) a. Fue Colón {el que/quien} descubrió América. b. Colón fue {el que/quien} descubrió América. c. Colón descubrió América.
Cabe advertir que, aunque todas las afirmaciones en (3) resulten equivalentes en el nivel de la semántica vericondicional, difieren en sus posibilidades de empleo en función del contexto discursivo. Nótese, por ejemplo, que (3a) y (3b) serían poco aptas como respuesta a la pregunta ¿Qué descubrió Colón? Se trata, pues, de variantes sintácticas, cuya distribución está condicionada principalmente por la estructuración informativa. En sintaxis, las variantes biclausales ilustradas en (2a, b) y (3a, b) se designan con varios términos. Fernández Ramírez (1951) les dedicó un párrafo titulado “Las fórmulas perifrásticas de relativo” en su gramática, término que Moreno Cabrera (1983; 1999) acortó en “perífrasis de relativo” y que coexiste con los de “estructuras ecuacionales” (Alarcos 1980), “construcciones enfáticas con ser” (Verdonk 1983), “oraciones hendidas” o “pseudo-hendidas” (D’Introno 1979; Sedano 1990; Morales 2005) o “(pseudo-)escindidas” (Fernández Leborans 2001), los últimos dos adoptados de la lingüística anglosajona (véase las nociones de cleft sentences y de pseudo-cleft sentences en inglés). Sea como fuere, desde el punto de vista sintáctico este tipo de oraciones se caracteriza por contener tres constituyentes imprescindibles: una forma de la cópula ser, un constituyente destacado por la operación del hendimiento y una cláusula subordinada encabezada por un que u otro pronombre o adverbio relativo. El estatus categorial del que galicado como pronombre relativo o conjunción subordinante polivalente ha sido controvertido entre los gramáticos desde hace tiempo.1 Afortunadamente, tales asuntos no son pertinentes para esta investigación, así que hemos optado por unas designaciones decididamente ‘neutras’: en concreto, la de “nexo” para el que galicado y sus variantes y la de “subordinada” para la oración introducida por el nexo subordinante. Sin embargo, las perífrasis con que galicado no se parecen a otras perífrasis de relativo en todos los aspectos. Ya Cuervo (1907) señaló que aquéllas no permiten la anteposición de la subordinada, a diferencia de las perífrasis mediante nexos canónicos, como ilustra el contraste entre (4a) y (4b):
1 Nótese que ya Diez (1844: 347) advirtió la vaguedad del que español en cuanto a su estatus categorial de conjunción o pronombre relativo oblicuo. Véase también Alarcos (1963: 5).
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(4) a. {El que/Quien} descubrió América fue Colón. b. *Que se descubrió América fue en el siglo XV.
Cabe mencionar también que no todas las apariciones de que relativo consideradas fuera de la norma constituyen casos del que galicado; de hecho, existen al menos tres tipos de que relativo no canónico. El primer tipo es el que a tenor de Bello (1988 [11847-51860]: §946) resulta de una “elipsis de la preposición cuando la misma u otra de un valor análogo precede al antecedente”, como en (5), con el nexo que en lugar de en que, o en (6), donde tenemos en el momento que, también en vez de en que. (5) Lo hago con lealtad y en el lugar que corresponde (Tiempo, 02-IV-1990, CREA). (6) En el momento que eso ocurre se deja de ser de izquierdas (El Mundo, 07-II1995, CREA).
En varias ocasiones, gramáticos y manuales de estilo han manifestado cierto desprecio por este uso del que simple. Benot (1910: 227), por ejemplo, creía encontrarlo sólo “en autores de menos importancia”, mientras Lázaro Carreter le atribuye un “origen […] en una regla perceptiva infantil” (1980: 241). Según la Agencia EFE, relativos como los que aparecen en (5) y (6) deben considerarse como “construcciones viciosas” (1991: 48-49). Sin embargo, ya el Esbozo (RAE 1973: 529) admite que la norma del nexo preposicional “se infringe con mucha frecuencia” y que estas “infracciones” se ven “más o menos sancionadas por el uso literario”. Este caso ejemplifica, pues, cómo la excepción gramatical se ha vuelto norma de uso (véanse también RAE 1920: 33; Alcina/Blecua 1975: 1033; De Bruyne 2002: §397, entre muchos otros). En (7) y (8) hemos documentado un segundo tipo de que relativo no canónico; a saber, el que relativo invariable con indicación de la relación sintáctica mediante un pronombre llamado “reasuntivo”. Este fenómeno, que se había dado ya en la pluma de Cervantes, es conocido como “décumul du relatif” (Guiraud 1966) o “despronominalización” (Lope Blanch 1984) y se documenta a lo largo de la historia de las lenguas románicas (Schafroth 1993: 360-370). No obstante, sigue considerándose fuera de la norma gramatical del español, pese a encontrarse una y otra vez en la lengua hablada “en boca de los hablantes más cultos, incluso en situaciones formales”, según afirma Narbona Jiménez (2004: 1016). (7) Es gente que puedes confiar en ella (oral; Gutiérrez Araus 1985: 30). (8) Joya (la paz) que sin ella en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno (Cervantes, Quijote, 1605; apud Baralt 1874: 481).
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El tercer tipo relacionado, el que relativo universal en vez de cuyo, pronombre evitado la mayoría de las veces, se da en (9), también tomado de Cervantes: (9) Hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva (Cervantes, Quijote, 1605; apud Baralt 1874: 481).
Pese a estar proscrito por la gramática normativa, las tres construcciones con que relativo en lugar de otro relativizador más complejo son frecuentes en todo el ámbito hispánico. En cambio, las perífrasis de relativo se muestran más refractarias al empleo de que polifuncional, llamado que galicado, hecho que ya advirtió Fernández Ramírez (1951: § 172, n. 4). En suma, pues, parece que las perífrasis de relativo tienden a destacarse precisamente por su tendencia mucho más desarrollada a conformarse al sistema canónico de empleo de los pronombres y adverbios relativos. No es simplemente el emplear un que simple en lugar de otro nexo canónico lo que otorga al que galicado un carácter excepcional, sino el hecho de utilizar este que simple para nexos oblicuos en perífrasis de relativo.
2.2. UN QUE CON VARIANTES En este apartado, queremos simplemente hacer el inventario de las variantes de relativización sustituibles por el que galicado. En (10), por ejemplo, el nexo canónico sería donde, en (11), el que subordinante en boca de Fidel Castro sustituye a cuando adverbio relativo, exigido por la gramática normativa en relaciones temporales, y en (12), Cuervo y sus discípulos (véase Cuervo 1907: § 440 y referencias citadas en el apartado 3) recomiendan parafrasear la oración con Fue así como llegó, dado que se trata de un nexo modal. En todos los casos discutidos hasta aquí, pues, el que galicado aparece en vez de uno de los adverbios relativos (véase Brucart 1999: 508-515 para más aclaraciones sobre la extensión de esta clase). (10) ¿Es acá que te duele? (Puig, El beso de la mujer araña, 1976, CREA) (11) Fue entonces que estuvimos analizando qué hacer (Castro, Discurso, sin año, CREA). (12) Fue así que llegó a la Presidencia de la República (Hernández, Historia de la política mexicana, 1995, CREA).
Por otra parte, el que galicado funciona también como variante invariable en lugar de secuencias de preposición + artículo + que, o de secuencias de preposición + adverbio relativo. Las oraciones de (13) y (14) ejemplifican este uso:
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(13) Es por este motivo que la mayoría de los sueños son inquietantes en vez de placenteros (El Mundo – Suplemento Salud, 01-V-1997, CREA). (14) Es desde afuera que se alimenta el conflicto de Flandes (Uslar Pietri, La visita en el tiempo, 1990, CREA).
El ejemplo (13) se debería corregir, según Cuervo (1907: § 440), con el giro de (15), Es por este motivo por el que. Del mismo modo, el comienzo de la oración (14) sería la versión galicada de la estructura ‘castiza’ Es desde … desde donde … que, pese a resultar tal vez algo engorrosa, sí se documenta en el español contemporáneo, como muestra (16): (15) Es por este motivo por el que todas las vacunas para eliminar a W32.Klez de sistemas ya infectados se basan en ejecutables ajenos al antivirus (El País. Ciberpaís, 01-V-2003, CREA). (16) Es desde ahí desde donde la fusión tendrá su gran reto como alternativa energética (Tagle, La fusión nuclear, 1995, CREA).
Además, cabe mencionar aquí otras dos estructuras sintácticas que en la opinión de algunos gramáticos contienen igualmente un que poco castizo y, por consiguiente, calificado como galicado. Guasch Leguizamón, por ejemplo, buen observador anti-galicista del lenguaje, censura oraciones del tipo ilustrado en (17), donde que aparece en lugar de el que o quien: (17) No fué Dios que puso los primeros nombres a las criaturas, sino Adán (Guasch Leguizamón 1951: 325).
Sin embargo, investigaciones empíricas del lenguaje oral en Hispanoamérica, entre ellas las de Bentivoglio, De Stefano y Sedano (1999), afirman que esta sustitución de quien, quienes, o el/la/los/las que por un que simple está prácticamente ausente hasta en conversaciones informales (1999: 108). No es de extrañar, por lo tanto, que la estructura se juzgue agramatical en textos de orientación didáctica. Butt y Benjamin (2000: 509), por ejemplo, califican una hendida como Fue él que me dijo de “bad Spanish”.2
2 Sin embargo, según Borzi (2006: 17), pueden darse en el español de Argentina, al lado de Sos vos {la/el} que viene y Sos vos {la/el} que venís, perífrasis con que solo (Sos vos que venís), siempre que haya concordancia de persona y número entre la forma del verbo ser y el de la subordinada (*Sos vos que viene). Este tipo de perífrasis sin artículo definido antes del que invariable daría un grado de alcance mayor al constituyente hendido que las perífrasis
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Un segundo giro que figura de vez en cuando en la campaña purista en contra del galicismo sintáctico (véase Baralt 1874: 479) es el del es que llamado “inferencial” por Delahunty y Gatzkiewicz (2000) en (18), tal vez interpretado en la bibliografía como una perífrasis de relativo ‘con constituyente hendido vacío’. En cualquier caso, este tipo de fórmulas ocurre muy frecuentemente en algunas variedades, tanto peninsulares como americanas. Así pues, esta estructura posee una distribución muy diferente de la del que galicado después de adverbio y queda expresamente al margen de la censura de Cuervo (1907: 344). (18) ¿Por qué tanto misterio? –Es que es casado (Álvarez Gil, Naufragios, 2002, CREA).
Una vez precisados los contextos sintácticos del que galicado, pasaremos a hacer algunas reflexiones en torno a su estatus excepcional.3 En lo que sigue, me basaré fundamentalmente en las matizaciones teóricas de Moravcsik (en prensa). Como expone esta autora, [t]ypical exceptions are a small subclass of a class where this subclass is not otherwise definable. What this means is that apart from their deviant characteristic that renders them exceptional, there is no additional property that distinguishes them from the regular classes.
Para lograr describir de manera adecuada las excepciones gramaticales, Moravcsik propone los cinco componentes siguientes: primero, el ámbito pertinente con respecto al cual se da la excepción; segundo, la clase superordinada dentro de la cual los elementos exhiben los rasgos calificados de excepcionales; tercero, la clase regular y la clase irregular correspondiente; cuarto, los rasgos que permiten diferenciar entre estas dos clases; y, por último, el tamaño relativo de ambas. El listado en (19) resume estos aspectos: (19) Cinco componentes necesarios para la descripción de una excepción (Moravcsik en prensa):
canónicas. Remitimos al artículo citado para más detalles gramaticales y pragmáticos. Dicho esto, no hemos logrado hallar gran número de tales construcciones en el CREA, ni siquiera dentro del subcorpus argentino. Parecen claramente minoritarias las perífrasis como Yo no te dijo eso, sos vos que lo pensaste (Manuel Puig, El beso de la mujer araña, 1976, Argentina, CREA) o Sí, somos nosotros que al fin y al cabo pagamos todo eso (Moema Viezzer, Si me permiten hablar, 1980, Bolivia, CREA). 3 Obsérvese que el carácter excepcional del que galicado ya es sugerido en gran parte de la bibliografía por el hecho de calificar a sus variantes de enlaces “canónicos”.
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1. 2. 3. 4. 5.
Ámbito pertinente de la excepción (pertinent domain). La clase superordinada, dentro de la cual los elementos exhiben rasgos excepcionales (superclass). La clase regular y la clase irregular (regular subclass, irregular subclass). Los rasgos diferenciadores entre ambas clases. El tamaño relativo de ambas clases.
Al aplicar este marco descriptivo al fenómeno del que galicado punto por punto, constatamos primero que se trata de una excepción dentro de la gramática del español –y no, por ejemplo, dentro de las lenguas románicas en general, como veremos más adelante–, excepción que se da en los nexos relativos oblicuos que ocurren en perífrasis de relativo. Ya hemos visto que la clase de los nexos regulares contiene las secuencias de preposición + adverbio relativo o bien de preposición + artículo + que, mientras que el nexo galicado irregular se realiza unicamente mediante que. El rasgo diferenciador consiste entonces en la presencia versus ausencia de una marca que indica la relación sintáctica y semántica entre el elemento hendido y la oración de relativo. En cuanto a la importancia relativa del que galicado y de los relativizadores oblicuos regulares, remitimos al apartado 5. En (20), el esquema general de (19) se ve aplicado a nuestro fenómeno en cuestión: (20) El estatus del que galicado como excepción: 1. Dentro de la gramática del español. 2. Relativizadores oblicuos en perífrasis de relativo. 3. Clase regular: (preposición +) adverbio relativo, preposición (+ artículo) + que. Clase irregular: que. 4. Presencia vs. ausencia de una marca de la relación sintáctica y semántica del constituyente hendido dentro de la oración subordinada. 5. Queda por averiguar (véase apartado 5).
Según Moravcsik (en prensa), lo que convierte un fenómeno gramatical en excepción, pues, no es sólo el no conformarse con la regla, sino también el no establecer otras generalizaciones menores que valgan para todos los elementos de la subclase y sólo para éstos. La regla perdida al considerar el que galicado dentro de la gramática del español está clara: ya no es correcto pretender que la relativización oblicua en las perífrasis se señale mediante relativizadores oblicuos, dada la variación aparentemente libre entre nexos canónicos –véanse (1b) y (1 c)– y que no canónico –véase (1a)–. En cambio, se supone generalmente que no hay otra propiedad que coincida con –y, por consiguiente, ‘justifique’– el uso del que galicado en las perífrasis de relativo, estableciendo por lo tanto una generalización menor.
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3. El que criticado Al revisar el tratamiento que nuestra partícula ha recibido en la bibliografía, debemos darnos cuenta de que la conciencia lingüística en el ámbito hispánico ha mostrado desde antiguo cierto desprecio por el que omnipresente. Ya en el Diálogo de la Lengua de Juan de Valdés, el abuso de que provoca un comentario severo: Avisaríale más que no curasse de un que superfluo que muchos ponen tan continuamente, que me obligaría quitar de algunas escrituras, de una hoja, media dozena de quees superfluos (Valdés 1990 [1535-1536]: 234).
En el XIX, Rafael María Baralt, figura clave en la corriente purista de la época, lamenta el carácter insoslayable de este conector, “comunísima y aun indispensable en la pobre sintaxis del idioma francés, pero de todo punto excusada en la nuestra” (Baralt 1874: 480). A continuación, ofrece un juicio algo matizado de esta caracterización global del que español: Que es una de las partículas de más difícil uso, más molestas é importunas de la lengua española, en la cual se presenta á cada paso con significados diferentes, embarazando el discurso, y haciendo lánguidas, arrastradas y equívocas sus oraciones. El mal es grave, antiguo, y lo que es peor, inevitable en muchos casos; pero otros hay (y no son pocos) en que el defecto no proviene de la lengua sino del descuido ó incuria de los escritores (Baralt 1874: 484).
Por lo demás, manuales de estilo y otras obras de índole prescriptiva reproducen este tipo de crítica hasta en tiempos más recientes. Según Alonso (1960: 337), por ejemplo, “el iniciado en los trabajos de pluma lucha por desembarazarse de los ques molestos”. Dicho esto, es sólo en el XIX cuando aparecen comentarios gramaticales destinados específicamente al que en cuestión. Entre las referencias ‘clásicas’ figura sin duda Andrés Bello, con un párrafo particular dedicado a nuestro que dentro del capítulo “Construcciones anómalas con ser” (1988 [11847-51860]: § 812). Tal línea de pensamiento se desarrolla con Cuervo (1907: § 440), y la censura se intensifica, sobre todo en América, e induce a generaciones de maestros y maestras de primaria a “combatir y desterrar” esta “plaga de nuestro idioma”, como se denomina al que galicado en Giusti (1941), libro de texto para la escuela en Argentina. En Colombia, Montes Giraldo (1972) constata “usos anatematizados” y un “miedo al que galicado”, que hubiera incluso provocado hipercorreciones del tipo “en momentos cuando permite [sic] el licenciamiento de trabajadores” en la prensa colombiana (apud Montes Giraldo 1972: 323). Sobrepasaría con
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mucho presentar ni siquiera una selección de este tipo de juicios, y debemos contentarnos aquí con señalar que, hasta en la actualidad, este empleo se critica por ser “desagradable” (Molina 2005), y que el Diccionario Panhispánico de Dudas de 2005 aconseja como “preferible el uso del adverbio relativo correspondiente” en las perífrasis susceptibles de construirse con que galicado (RAE 2005 s. v. que 1.5). Muy a menudo, tal rechazo se mezcla con afirmaciones sobre el origen extraño al castellano del que galicado, sin que haya unanimidad en cuanto a su procedencia, como veremos en el capítulo siguiente.
4. Origen y distribución: comentarios Según filólogos destacados, construcciones como No es en días de fe que vivimos o Allí fue que se edificó la ciudad constituyen “crudos galicismos” (Bello 1988 [11847-51860]: § 812), expresiones “afrancesadas como las que más lo sean” (Baralt 1874: 479; véase también Mourelle-Lema 1968: 237-271). Como hemos visto, esta interpretación bellista se ve adoptada sin matización alguna por autoridades como Cuervo en América y sigue citándose con aprobación hasta hoy: Hay un uso afrancesado del que en construcciones españolas, del tipo de las siguientes: *No es hasta la próxima semana que iré a ver a mis padres (Martínez de Sousa 1996: 397). Entre los galicismos sintácticos más extendidos pueden citarse […] construcciones del tipo es por eso/esto que, o es para eso que (Schmid 2006: 1794).
Al mismo tiempo, ya gramáticos decimonónicos vieron en el que galicado una característica sintáctica del español de América, documentada en “algunos escritores suramericanos” (Bello 1988 [11847-51860]: § 812), o incluso “en la mayor parte de los americanos”, según afirma Cuervo (1907: § 440). Henríquez Ureña informa de que el fenómeno no es simplemente panamericano, sino que se da sobre todo “en las Antillas, en Venezuela y en Colombia” (1921: 358, n. 3), en tanto que Butt y Benjamin (2000: 509) sospechan un uso mayor en Argentina, al menos en lo escrito. Recientemente, Alarcos (1994: § 144) y Cruz (2005) reafirman la opinión de que el que galicado es un rasgo diferenciador marcado entre el español de España y las variedades transatlánticas: Hay expresiones que son correctas en un lugar e incorrectas en otros […] si los que hablan español en la península dijeran: “¿Cuándo fue que viniste?” estarían hablando como muchos latinoamericanos que tienen entre sus características el que galicado (Cruz 2005: s. p.).
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Por el contrario, ya en la primera edición de su Diccionario de dudas y de dificultades de la lengua española, de 1961, Manuel Seco da a conocer que “no faltan muestras en España, especialmente en escritores del dominio lingüístico del catalán” (1961: 276, s. v. que). Desde la primera edición de su gramática, Butt y Benjamin se han interesado también por el problema de la distribución actual del que galicado y constatan una situación algo paradójica en la Península: por un lado, este uso del que sigue provocando un rechazo vehemente; por otro, está sólidamente documentado, sobre todo en el habla de los jóvenes, sin que estos necesariamente se den cuenta (Butt/Benjamin 1988: 390; 2000: 509). Podría resultar algo curiosa también la descripción de Cuervo, al situar el que galicado por una parte en la clase de los intelectuales que imitan a escritores franceses y, por otra, en la clase baja de la sociedad: No contento con bizarrear en los escritos de los periodistas, poetastros, filosofastros y la innúmera caterva de los demás corruptores de la lengua castellana, y aun en los de autores por otra parte estimables, [el que galicado] va cundiendo anchamente en el lenguaje familiar y aun en el vulgar (Cuervo 1907: § 440).
Quizá no sea una sorpresa que esta atribución socio-estilística ‘doble’ se vea pronto rechazada, entre otros, por Henríquez Ureña: El fenómeno me parece francamente popular, y no debido a influencia francesa, porque lo he encontrado en lugares donde se lee muy poco y donde hace cincuenta años llegaban muy pocos libros traducidos del francés (Henríquez Ureña 1921: 358, n. 3).
Sin embargo, no existe necesariamente contradicción entre un origen popular en el lenguaje corriente y un calco del francés en el lenguaje prestigioso, como apunta Kany: There seems to be no reason, however, why in some regions it may not be due in part to French influence among the lettered, and in others a merely popular form of expression among the untutored, harking back to a genuine characteristic Castilian mode (Kany 1945: 251).
Para colmo, no hay tampoco acuerdo en cuanto al estatus sociolingüístico del fenómeno: en el español de Colombia, el que galicado carece de todo “tinte estilístico” según Albor (1986: 186). Del mismo modo, el estudio de Sedano (1999) sobre el habla de Caracas no logra comprobar correlaciones significativas con parámetros socio-demográficos como la edad o la clase económica de los interlocutores. No obstante, en otras investigaciones empíricas realizadas en Vene-
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zuela y en Colombia, se da un índice de uso marcadamente mayor en la clase baja (Navarro 1998; González Díaz 2001). Volvamos a la extensión del que galicado en Europa. Corominas, el gran erudito catalán, advierte en su comentario de Cuervo (1907) que “las raíces” que este último señala no son castellanas, sino “exclusivamente gallegas” (1944: 239). De hecho, estructuras homólogas se documentan en gallego, al menos en registros informales (Álvarez/Xove 2002: 578), como en el ejemplo de (21a). Existe igualmente, claro está, la posibilidad de utilizar un adverbio relativo canónico, como muestra (21b). (21) Gallego a. Foi entón que algúns homes empezaron a falar dos camiños do deserto (Freixanes, A cidade dos Césares, 1993, CORGA). b. Foi entón cando ela descubriu a foto de Mariana (Casares, Deus sentado nun sillón azul, 1997, CORGA).
Algunas ocurrencias en el CORGA hacen sospechar que el nexo mediante que se documente con una frecuencia muy inferior a la de los nexos canónicos.4 En cambio, ya hemos visto cómo para Seco, el que galicado no es un rasgo típico de las variedades del español de Galicia, sino del español en el ámbito lingüístico catalán (véase también RAE 2005, s. v. que; El País 1990: 130; El Mundo 1996: 216). Como era de esperar, semejante uso de que se encuentra también en la lengua puente entre el castellano y el francés –véase el ejemplo (22a)– sin que el adverbio relativo esté excluido en este contexto sintáctico, como demuestra (22b): (22) Catalán a. En aquell moment no hi vaig pensar, va ser després que es va parlar en el vestidor (; consulta realizada en septiembre de 2007). b. Ja en temps de la Guerra Civil vam conèixer el que era el racionament, però va ser després quan es va tornar més traumàtic (, consulta realizada en septiembre de 2007).
Las búsquedas en el corpus CucWeb y en páginas catalanas de internet sugieren que, otra vez, no son los nexos mediante que invariable, sino los nexos canónicos como en (22b) los que gozan de mayor popularidad. Irónicamente, es en el portugués, único idioma iberorromance que, por lo que se nos alcanza, nunca ha sido considerado como lengua de contacto responsable 4 La consulta foi entón que ‘fue entonces que’, por ejemplo, recupera 13 casos, mientras foi entón cando ‘fue entonces cuando’ tiene no menos de 197 atestaciones.
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del que galicado español, donde este uso de que invariable parece ser más frecuente. Los lusitanistas concuerdan en caracterizar de uso normal el nexo relativo en perífrasis mediante que, o sea el tipo ilustrado en (23a), que excede con mucho el empleo de adverbios relativos como en (23b) (véase Metzeltin 1989: 198-199):5 (23) Portugués a. Foi então que, de súbito, a névoa se dissipou (Cabral, Margem Norte, 1979, CdP). b. Era então quando ele, forte no isolamento e na distância, sacudia os nervos num alívio (Botelho, O ângulo raso, 1957, CdP).
Aunque muy parciales, nuestras comprobaciones empíricas sobre los corpus disponibles en línea concuerdan con el estudio comparativo de Sedano (1996), que mostraba una tendencia al uso generalizado de que galicado “mucho más fuerte en portugués que en catalán” (1996: 136), pese a la proximidad geográfica y tal vez tipológica del catalán y del francés. No hay intercorrelación obvia, pues, entre el empleo del que galicado y la cercanía de la Galorromania.
5. Comprobaciones empíricas Así las cosas, pasamos a comprobar algunas afirmaciones de la bibliografía mediante un estudio de corpus parcial. En concreto, hemos buscado las secuencias definidas en (24), o sea, las perífrasis de relativo que ponen de relieve mediante la operación del hendimiento una de las anáforas adverbiales siguientes: aquí, ahí, allí; entonces, por eso y por esto: (24) Secuencias “ES ADV QU” y “ADV ES QU”, donde ES = es, fue, era, será (también con mayúscula), ADV = aquí, ahí, allí; entonces; así; por eso, por esto (también con mayúscula), QU = que, donde, cuando, como, por lo que.
Además de hacer factible el trabajo, esta selección debería proporcionarnos precisamente los ejemplos más citados en la bibliografía sobre el que galicado. Es de notar que en la gran mayoría de apariciones, secuencias como Es así que… no sólo sirven para focalizar el adverbio, sino más bien para establecer enlaces tex-
5 Para el abanico de oraciones hendidas en el portugués contemporáneo, véase Reichmann (2005), con abundante bibliografía.
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tuales de índole variada. Esta función discursiva parece casar bien con dos términos utilizados recientemente: el de “perífrasis conjuntiva”, acuñado por Moreno Cabrera (1999: § 65.3.1), y el de “Spaltkonnektor”, propuesto por Gil (2002: 216) y desarrollado por Wienen (2006). Evidentemente, estas perífrasis conjuntivas pueden realizarse en principio mediante relativizador canónico o bien que galicado. En cuanto a la segunda opción, los resultados cuantitativos de la tabla 1 confirman que el fenómeno tiene mayor divulgación en el continente americano que en Europa, donde, de todos modos, los más de mil ejemplos encontrados en la base peninsular del CREA indican a todas luces un firme arraigo. TABLA 1 Número de ocurrencias del que galicado en el contexto de (24) CREA
palabras
que galicado
que galicado/100.000 palabras
España
83.939.527
1.121
1,34
Hispanoamérica
66.759.968
3.671
5,50
Dentro de Hispanoamérica, se constatan también diferencias significativas con respecto a la frecuencia de uso de los giros definidos en (24). Limitándonos a cinco países –México, Cuba, Venezuela, Colombia y Argentina–, observamos un índice menor en Colombia, mientras que los venezolanos parecen los más proclives al empleo del que galicado. Nótese que los datos en la tabla 2 no apuntan a un uso más extendido en Argentina, como sospecharon Butt y Benjamin (2000: 509). TABLA 2 Número de ocurrencias del que galicado en (24), dentro de Hispanoamérica CREA
palabras
que galicado
que galicado/100.000 palabras
México
13.620.726
539
3,96
Cuba
3.598.108
159
4,42
Venezuela
4.699.994
443
9,43
Colombia
4.663.910
117
2,51
Argentina
13.322.039
567
4,26
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Para una apreciación más matizada de la evolución histórica del que polifuncional, y de las perífrasis de relativo en general, sigue siendo valiosísimo el estudio de Löfstedt (1966), donde se menciona la escasez de estructuras homólogas a las definidas en (24) en el latín clásico y tardío. Como hemos intentado demostrar en Dufter (2008a), lo mismo vale para el francés antiguo, y de hecho hay que esperar hasta el XVI para localizar más que esporádicamente las perífrasis conjuntivas en la lengua de Molière. La tabla 3 muestra la frecuencia notable de algunas perífrasis conjuntivas que se dan en el corpus electrónico FRANTEXT. TABLA 3 Frecuencias de algunas perífrasis de relativo en francés6 (Dufter 2006) FRANTEXT (siglos XVI–XX)
perífrasis
perífrasis/100.000 palabras
CE EST là QUE
4.869
2,12
CE EST alors QUE
3.344
1,46
CE EST ainsi QUE
9.685
4,23
CE EST pour cela/ça QUE
2.164
0,94
Todos
20.062
8,75
Efectivamente, localizamos perífrasis conjuntivas mediante adverbios de lugar, tiempo y modo. Como ejemplo ilustrativo, hemos seleccionado este último tipo, es decir, secuencias del tipo C’est ainsi que o bien Ce fut ainsi que, para un breve sondeo diacrónico. En la tabla 4 se encuentra el número de atestaciones de este giro desde el siglo XVI hasta el XX. Se nota inmediatamente un auge llamativo del Renacimiento al siglo de las Luces. En cambio, la evolución del giro correspondiente en español no corre la misma fortuna (véase tabla 5). No nos parece improbable que el índice algo mayor de frecuencia en los siglos XIX y XX se deba más bien a la mayor proporción de textos americanos en el CORDE. Además, a diferencia de los textos en langue d’oïl, el giro es ya relativamente frecuente en el corpus alfonsí (25) y en autores de la Baja Edad Media (26): (25) E assí fue que allí andando morieron todos los más d’ellos (Alfonso X, General Estoria I, c. 1275, CORDE). 6 CE representa a una de las formas ortográficas Ce, C’, ce, c’, EST representa a una de las formas de la cópula est, était, étoit, estoit, fut, sera, y QUE tanto a que como a qu’.
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TABLA 4 Evolución de las frecuencias de la perífrasis de relativo con ainsi en francés FRANTEXT
palabras
perífrasis
perífrasis/100.000 palabras
XVI
5.599.061
16
0,29
XVII
21.827.272
838
3,84
XVIII
35.287.776
2.235
6,33
XIX
69.465.471
2.181
3,14
XX
96.977.837
4.415
4,55
TABLA 5 Evolución de las frecuencias de la perífrasis de relativo con así en español7 que galicado
que galicado/100 000 palabras
CORDE
palabras
XVI
59.649.212
673
1,13
XVII
45.964.499
366
0,80
XVIII
18.495.836
173
0,94
XIX
66.213.014
1.963
2,96
XX
73.347.936
1.238
1,69
(26) Et fue assí que la parte del Bien fazía lo que cunplía en casa (Juan Manuel, Conde Lucanor, 1325-1335, CORDE).
La documentación examinada ofrece indicios suficientes para suponer que, ya en la Edad Media, la perífrasis conjuntiva con que galicado gozaba de cierta popularidad en castellano, mientras que en francés antiguo su presencia queda aún excepcional (véase también Dufter 2008b). A continuación, quisiera llamar la atención sobre otra coincidencia que no parece fortuita. Es precisamente en el siglo XVII, siglo en que las perífrasis fran-
7
En concreto, hemos buscado todas las secuencias “ES ASÍ que” y “ASÍ ES que”, donde ES representa una de las formas es, fue, era, será (también con mayúscula), y ASÍ una de las grafías así, assí, asi, assi (también con mayúscula).
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cesas del tipo Ce fut ainsi que se vuelven casi estereotipadas, cuando empieza la censura de este supuesto galicismo. Al observar más detenidamente los comentarios de los autores de la época, se constata que no sólo se califica de “afrancesado” el que dentro de las perífrasis conjuntivas, sino también todo este esquema de enlace textual. Sirva como ejemplo Capmany y de Montpalau, que en su Arte de traducir el idioma francés al castellano escribe lo siguiente: (27) En la lengua francesa hallamos freqüentemente muchos rodeos de palabra para expresar lo que nosotros declaramos por un modo mas directo y sucinto. v. gr. […] C’est ainsi que vous récompensez mes services ? De este modo pagais mis servicios? […] C’est pour cela que je vous appelle. Por esto os llamo. […] C’est en vain que nous étudions En vano estudiamos (Capmany y de Montpalau 1987 [1776]: 65-66).
Recomendaciones muy similares se encuentran también en gramáticos del español del XIX, por ejemplo, en Salvá (1835 [1830]: 354). A su vez, José Cadalso caricaturiza el “estilo afrancesado” en las cartas de sus contemporáneos en una ficticia, que empieza con “Esto es con el más gran placer que yo prendo la pluma para aprender de las nuevas de vra. salud” (Cadalso 1778; cit. en Rubio 1937: 75). Evidentemente, no es sólo el que en esta oración lo que da la sensación de leer una traducción al pie de la letra, o más bien una glosa, palabra por palabra, de un giro hecho en los encabezamientos de cartas francesas, del tipo c’est avec plaisir que je vous envoie etc. Sin embargo, estamos de nuevo ante una perífrasis de relativo que parece poco castiza en sí, con cualquier relativizador utilizado. En nuestra opinión, resulta perfectamente justificado el asombro de Albor (1986: 175), cuando observa en su discusión sobre el que galicado que “resulta algo extraño que en ‘Mañana es cuando voy’ –o sea, en la perífrasis canónica– el uso de ser no sea considerado ni anómalo ni redundante”. Echemos un vistazo muy breve a la crítica de los galicismos en Italia. Ahí, las opiniones de Raffaello Fornaciari, un gramático importante del siglo XIX, se asemejan mucho a las de los críticos españoles: I Francesi fanno larghissimo uso di questo rinforzamento [la perífrasis de relativo, A. D.], estendendolo […] anche all’oggetto e a’complementi tutti quanti della proposizione […] p. es. […] è cosí ch’io voglio fare […]. Ma ciò è assai disforme dall’indole della nostra lingua […]. Ed è pur lecito farlo, se in luogo della cong. che si mettono gli avverbi relat. quando, dove (Fornaciari 1974 [1881]: VII, § 3).
Nótese también que giros como fu allora che ‘fue entonces que’ se consideran galicismos (Migliorini 1960: 543), muy típicos del XVIII (Durante 1982: 205), cima de la “universalité de la langue française”. Al igual que en España, pues, se
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critica no sólo el che, sino el hecho mismo de destacar adverbios anafóricos mediante una perífrasis de relativo.8 Añadiremos de paso que el mismo tipo de crítica se halla también en el ámbito lingüístico alemán. Comentando giros como Es war im August, daß… ‘Fue en otoño que’, con daß ‘que’ en vez de nexo canónico als ‘cuando’, Matthias (1930: § 410) no se muerde la lengua cuando afirma: “Das daß in solchen französelnden Wendungen ist also eigentlich das Dümmste, was man sich denken kann” ‘El daß en tales giros afrancesados es, pues, en el fondo lo más tonto que uno se puede imaginar’.9 Volviendo al ámbito hispánico, es interesante comparar las frecuencias globales de estas perífrasis conjuntivas, con que y con adverbio relativo canónico, indicadas en la tabla 6: no es sólo el que galicado, sino también el fenómeno de perífrasis conjuntiva los que en Hispanoamérica alcanzan más del doble de casos con respecto al índice de uso peninsular. TABLA 6 Frecuencias del que galicado y de adverbio relativo, en el contexto de (24) CREA
que galicado
nexo canónico
ambos/100 000 palabras
España
1.121
2.544
4,37
Hispanoamérica
3.671
2.852
9,77
Sin embargo, no son únicamente las descripciones diacrónicas y diatópicas las que pueden sacar provecho de estudios de corpus, sino también la descripción gramatical. La tabla 7 presenta el número de ocurrencias del que galicado y del
8 Algunos observadores del lenguaje llegan a criticar todos los usos de perífrasis de relativo. Véase, por ejemplo, el Lessico della corrotta Italianità, de Fanfani y Arlia (1877), donde se constata simplemente: “È un errore […] nel modo di dire: Son io che ho fatto questo; dovendosi direttamente dire, L’ho fatto io” (1877: 54). Aún a comienzos del siglo XX, Romanelli (1910: 130; apud Serianni 2006: 569) condena perífrasis como È a voi che parlo de “noiosa tiritera” (‘galimatías pesado’). Mientras que D’Achille, Proietti y Viviani (2005: 250) sostienen que “Sulla frase scissa italiana ha gravato a lungo un’ipoteca di tipo normativo che in altre lingue è del tutto sconosciuta”, nuestro enfoque comparativo revela similaridades sorprendentes entre las perífrasis de relativo en italiano y en español, tanto en el desarrollo diacrónico como en el tratamiento gramatical. 9 Sin embargo, este ‘daß galicado’ se encuentra en los autores alemanes más prestigiosos de los siglos XVIII y XIX, como, por ejemplo, en Lessing: Es ist aus Braunschweig, daß ich Ihnen dies schreibe, lit. ‘Es desde Braunschweig que le escribo esto a Ud.’ (Paul 1919: 64, con más ejemplos, entre otros de Goethe, Schiller y Kleist).
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relativizador canónico correspondiente, de forma separada para adverbios de lugar, tiempo, modo y causa. TABLA 7 Frecuencias de que vs. relativizador canónico en (24), según tipo de enlace CREA
que galicado
relativizador canónico
lugar (aquí, ahí, allí)
287
1.509
tiempo (entonces)
380
1.701
modo (así)
2.132
2.093
causa (por eso, por esto)
1.991
93
A la luz de estos datos cuantitativos, coincidentes con los obtenidos por Bentivoglio, De Stefano y Sedano (1999) y González Díaz (2001), resulta indudable que el tipo semántico del adverbio en hendimiento juega un papel decisivo en la alternativa entre adverbio relativo y que. Con respecto a la recomendación, todavía ofrecida en manuales de estilo recientes, de emplear Por eso es por lo que en vez de Es por eso que, nos limitamos a citar otra vez a Cuervo, quien comenta el giro supuestamente ‘regular’ de manera lapidaria: “Por giros como por eso es por lo que parece dicho aquello de aliud est latine, aliud grammatice loqui” (Cuervo 1907: 341). ¿Se debe de considerar, pues, el que galicado un “que económico” (Pinuer Rodríguez 2002: 142)? En este caso, queda por aclarar por qué los locutores parecen valorar más la economía en nexos causales que en nexos locales y temporales. ¿O bien se trata de compromisos individuales entre economía y claridad de la expresión, como han propuesto Gutiérrez Ordóñez (1986: 83) y Bentivoglio, De Stefano y Sedano (1999)? Aunque esta pista explicativa nos parezca atractiva, creemos que habría de precisarse algo más qué debe entenderse en este caso por claridad. No resulta obvio, por ejemplo, que un enunciado como Es acá que te duele –la oración (10) de Manuel Puig– pueda dar lugar a equívoco alguno. Además, en otras oraciones de relativo, el empleo de que sólo en vez de otro relativizador más complejo no reproduce la jerarquía del que galicado: con expresiones temporales, en particular, el empleo de que se da en la gran mayoría de los casos de relativos restrictivos, mientras que en las perífrasis de relativo, queda claramente una opción menor y incluso algo excepcional –véase la tabla 8, donde citamos los datos cuantitativos de un estudio anterior. En cambio, donde relativo cuenta con firme arraigo, encabezando la mayoría de las oraciones de relativo. Merced a este estatus privilegiado dentro de los
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TABLA 8 Frecuencias de que vs. relativizador canónico en todas las oraciones de relativo (Cortés Rodríguez 1987)10 que solo
relativizador canónico
lugar
83
(donde) 65
tiempo
127
(cuando) 4
modo
39
(como) 5
adverbios de relativo, donde ha sido el primero en ser analizado como tal en la gramaticografía del español (véase San Pedro 1769: I, 172 y RAE 1854: 43). Mutatis mutandis, la proclividad a emplear que en lugar de cuando relativo se refleja también en la historiografía y fue señalado ya por Diez (1844: 345-346). En nuestra opinión, es imprescindible tener en cuenta la repartición estadística de estos nexos relativos adverbiales. En concreto, nuestras investigaciones preliminares nos hacen sospechar que relativas restrictivas de tiempo se dan muy a menudo después de sustantivos que carecen de una semántica lexical específica, sobre todo tiempo, haciendo por lo tanto esperable una relativa restrictiva. Dicho de otra forma, la secuencia al tiempo que no dista mucho de ser una locución. De mostrar tendencias estadísticas diferentes del que en relativas oblicuas restrictivas, el que galicado constituye lo que Wasow, Jaeger y Orr (en prensa) han denominado una “excepción débil” (soft exception). Para explicar este patrón distributivo excepcional, habría que puntualizar el estudio de los contextos sintácticos típicos donde ocurren oraciones de relativo adverbiales. En cualquier caso, la distribución de los nexos relativos no resulta, en general, suficiente para explicar la jerarquía de proclividad en el uso del que galicado. Quizá la alta frecuencia de uso de giros como Fue así que haya contribuido a hacer el nexo minimal que más aceptable y, por lo tanto, a disminuir su capacidad de poner de relieve el así. De esa manera, fórmulas como Fue así que podrían convertirse paulatinamente en unidades lexicales complejas. En suma, se puede aventurar que la tendencia a usar el nexo relativo mínimo corresponde al grado de semántica monoclausal –hipótesis a la que han llegado Fox y Thompson (2007) en un trabajo sobre la omisión del relativo that en inglés–. Queda, en definitiva, mucho por aclarar.
10 Para resultados análogos, véase Westedt (1997). El Esbozo (RAE 1973: 534) ya señaló esta asimetría estadística entre los tipos semánticos mencionados.
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6. Conclusión Repetimos, a modo de conclusión, nuestras afirmaciones principales. Como se ha intentado mostrar, el que galicado no es un mero préstamo del francés clásico, sino presente desde el español antiguo. Sin embargo, suele ocurrir en un tipo de perífrasis –el tipo fue así que, fr. ce fut ainsi que– muy típico del francés desde el siglo XVII. Asimismo, es de notar que construcciones sintácticas homólogas se encuentran también con frecuencia considerable en otras lenguas influidas por el francés de los siglos XVII y XVIII, como el italiano o el alemán. No debe extrañar, por lo tanto, que la crítica del que galicado se confunda a veces con la crítica de la perífrasis en general, como ocurrió también en Italia. Por ello, no es imposible que la imitación del francés, lengua de gran prestigio en la época, haya actuado efectivamente como refuerzo en el auge de las perífrasis de relativo con que galicado. En cambio, la relación de tales estructuras en el español con tendencias análogas en el gallego o en el catalán no encuentra apoyo empírico, si bien nuestras comprobaciones no han sido exhaustivas. Se trata más bien de una opción gramatical común a varias lenguas románicas, aunque se aprovechen de ella en proporciones diferentes. En este sentido, no hay nada de excepcional en utilizar un que polivalente en perífrasis. Hoy en día, este nexo mediante que invariable es un fenómeno panhispánico, pero con un índice de uso mayor en América. Este que sustituye sobre todo a como (y por lo que), mientras que su empleo en lugar de donde y cuando resulta minoritario. Así pues, se distingue nítidamente del que relativo fuera de las perífrasis por su diferente distribución estadística, para cuya explicación el marco teórico más prometedor parece ser el de la UsageBased Grammar (Gramática Basada en el Uso). Es por estas particularidades del que galicado, y no por su origen o su funcionamiento sintáctico, por las que seguiremos calificándolo, a la espera de más datos, de excepcional.
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LOS AUTORES
Carsten Sinner es catedrático de Lingüística Aplicada y Translatología de las Lenguas Iberorrománicas de la Universität Leipzig. Entre sus líneas de investigación destacan la lingüística variacional, la historia de los lenguajes de especialidad, la terminología y las ciencias de la traducción. Alfonso Zamorano Aguilar es profesor titular de Universidad del Área de Lingüística General de la Universidad de Córdoba. Sus líneas de investigación principales son la historia y la historiografía de la lingüística, así como la metodología y epistemología lingüísticas. Andreas Dufter es catedrático de Lingüística Románica de la Universität Erlangen-Nürnberg. Sus líneas de investigación principales son la sintaxis histórica y la variación gramatical en francés y español, así como la tipología prosódica. Éva Feig es profesora de Filología Románica de la Universität Duisburg-Essen. Sus líneas de investigación prioritarias son la historia de la lengua y, en especial, los Siglos de Oro, así como la lexicografía y el español canario. Elmar Eggert se doctoró en las Universidades de Tours y de Münster y, actualmente, es profesor de Lingüística Románica en la Ruhr-Universität Bochum. Sus áreas de investigación son la morfología sincrónica y la historia medieval de las lenguas española y francesa. María Luisa Calero Vaquera es catedrática de Lingüística General de la Universidad de Córdoba. Sus líneas de investigación prioritarias son la historiografía lingüística, las lenguas artificiales y la relación lenguaje-género. José Luis Girón Alconchel es catedrático de Lengua Española de la Universidad Complutense de Madrid. Sus principales líneas de investigación son la gramática histórica y la historia del español, el análisis del discurso y la historia de las ideas gramaticales en España. Magdalena Coll es profesora agregada del Instituto de Lingüística de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad de la República, Montevideo. Integra el Sistema Nacional de Investigadores de la Agencia Nacio-
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LOS AUTORES
nal de Investigación e Innovación y trabaja principalmente sobre la historia del español y del portugués en el Uruguay e historia de los componentes lingüísticos no europeos en la conformación del español de la región. Julio Arenas Olleta es investigador del Instituto Universitario Menéndez Pidal y de la Universidad Complutense de Madrid. Su campo de investigación principal es la historia de la lingüística. Claudia Polzin-Haumann es catedrática de Lingüística Románica de la Universität des Saarlandes. Sus líneas de investigación prioritarias son, además de la historia y la historiografía de la lingüística, las políticas lingüísticas, la conciencia y la reflexión metalingüísticas, y la lingüística aplicada a los contextos de enseñanza y aprendizaje de lenguas. Vera Eilers es profesora en la Facultad de Lenguas Romances de la Universität Marburg. Sus líneas de investigación prioritarias son la historia de la lingüística y la gramaticografía, así como la filosofía del lenguaje y la traductología.
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