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Spanish Pages [272] Year 2013
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LA ESTACIÓN DEL MIEDO O LA DESOLACIÓN DISPERSA
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Colección Básica de Historia Económica de Colombia
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Esta iniciativa de la Facultad de Economía recupera las obras básicas de la historia de Colombia. Entender el desarrollo económico del país y sus realidades presentes debe partir de una comprensión profunda de nuestro pasado. Por ello, la colección publicará libros clásicos, que son fundamentales para entender el desarrollo económico de Colombia y reflexionar sobre nuestros problemas actuales. La colección está compuesta por obras con un rigor en la investigación y en el análisis histórico. El paso implacable del tiempo ha demostrado que estos libros son imprescindibles para estudiosos de las ciencias sociales, lo cual los ha convertido en obras clásicas de la historia económica de Colombia. Las obras seleccionadas se basan en archivos históricos, exhiben un sólido rigor documental, trascienden la simple descripción de datos y sus análisis profundos contribuyen con nuevas metodologías a entender la realidad del país. La Colección Básica de Historia Económica de Colombia busca, además, recuperar obras que no han recibido la atención merecida y que pueden dar nuevas luces de nuestra realidad. La Facultad de Economía ofrece esta nueva colección a estudiantes, investigadores, intelectuales y estudiosos de la economía y la historia. Los libros seleccionados exponen diversos enfoques y están escritos de manera amena y comprensible para el público en general. La colección publicará las ediciones originales de libros agotados y no disponibles en la actualidad, pese a su enorme importancia. La lectura de estas obras ofrece nuevas bases metodológicas, diversidad de enfoques y estímulos para que afronten con rigor el conocimiento del crecimiento y desarrollo de los países en desarrollo. Con esto, la Facultad de Economía quiere promover el análisis riguroso de la historia e interesar a las nuevas generaciones por la investigación desde el siglo xvi hasta hoy.
Colección dirigida por Ana María Ibáñez Hermes Tovar Pinzón
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LA ESTACIÓN DEL MIEDO O LA DESOLACIÓN DISPERSA us
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El Caribe colombiano en el siglo xvi
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Hermes Tovar Pinzón
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Tovar Pinzón, Hermes, 1941La estación del miedo o la desolación dispersa: el Caribe colombiano en el siglo XVI / Hermes Tovar Pinzón. – 2a ed. – Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Economía, CEDE, Ediciones Uniandes, 2013. 272 pp.; 17 x 24 cm. – (Colección Básica de Historia Económica de Colombia) ISBN 978-958-695-886-8 1. Caribe (Región) – Historia – Siglo XVI 2. Caribe (Región) – Condiciones económicas – Siglo XVI 3. Caribe (Región) – Condiciones sociales – Siglo XVI I. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Economía. CEDE. II. Tít. SBUA
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CDD 986.102
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© Primera edición, noviembre de 1997, Planeta Colombiana Editorial
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Segunda edición: agosto de 2013
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© Hermes Tovar Pinzón © Juanita Bernal, traducción del artículo La contabilità coloniale e l’economia della conquista nell’opera de Hermes Tovar
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© Universidad de los Andes Facultad de Economía, Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico (CEDE)
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Ediciones Uniandes Carrera 1ª núm. 19-27, edificio Aulas 6, piso 2 Bogotá D.C., Colombia Teléfono: 3394949, ext. 2133 http://ediciones.uniandes.edu.co [email protected] ISBN impreso: 978-958-695-886-8 ISBN e-book: 978-958-695-910-0 Corrección de estilo: Edgar Ordóñez Diseño y diagramación: David Reyes Diseño de cubierta: Neftalí Vanegas Imagen de cubierta: Moneda macuquina de oro, 2 escudos, 1636 (anverso). Casa de Moneda de Bogotá. Colección Numismática del Banco de la República Impresión: Editorial Kimpres Ltda. Calle 19 sur núm. 69C-17 Teléfono: 413 6884 Bogotá, D. C., Colombia Impreso en Colombia – Printed in Colombia Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
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Índice
Agradecimientos xvii
Francesco D’Espósito
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Presentación La contabilidad colonial y la economía de la conquista en la obra de Hermes Tovar
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Introducción
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I. El sentido trágico del rumor en la conquista de América
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A. A sangre y fuego lo asolaron todo B. El desastre demográfico bajo la piel de unos números C. Los múltiples espacios del desastre
II. Reciprocidad y mercantilismo en el Caribe A. B. C. D. E. F.
La conquista de la reciprocidad El Caribe y el sistema de rescates, 1500-1540 La esclavitud de los caribes Los beneficios de la venta de esclavos indios Los beneficios del rescate La distribución del botín y las rentas
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la estación del miedo o la desolación dispersa
III. La transición del rescate a la encomienda en el Caribe A. El repartimiento: entre el rescate y la encomienda B. La encomienda o el monopolio de la fuerza de trabajo C. La encomienda como modelo y el éxito fiscal de la Corona
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IV. El oro, la desestructuración del mundo prehispánico y el desarrollo europeo en el siglo xvi
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A. El oro americano B. El Imperio y sus rentas
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V. El Caribe: un modelo de conquista
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A. El holocausto en Urabá y en el Caribe colombiano B. Conflicto-saqueo-trauma C. Muchos pueblos como casales o aldeas D. Las estaciones de la esclavitud E. La ruta de la muerte F. La dispersión política G. Los recursos económicos H. El desastre demográfico
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Conclusiones
217
Bibliografía
225
I. Archivos II. Fuentes impresas III. Prensa IV. Bibliografía moderna y contemporánea
225 227 229 229
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Cuadros
Cuadro 7. Cuadro 8. Cuadro 9. Cuadro 10.
Cuadro 11. Cuadro 12. Cuadro 13.
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Cuadro 6.
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Cuadro 5A.
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Cuadro 5.
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Cuadro 4A.
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Cuadro 4.
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Cuadro 3.
Rescates hechos por Julián Gutiérrez en Urabá, 1532 60 Quintos provenientes de indios esclavos pagados en Santa María la Antigua del Darién, 1514-1515 65 Valor promedio de los quintos de indios esclavos en Cartagena, 1536 68 Precios de algunos productos en Santa María la Antigua del Darién, 1532 69 Precios promedio de los esclavos indios vendidos en España y América, 1495-1559 71 Entradas y cabalgadas a territorios de la actual Colombia según registros de la Caja del Darién, 1514-1526 78 Ingresos de las compañías de oro en el Darién, 1517-1526 78 Reparto del botín de San Sebastián de Buenavista: estructura de ingresos, 1534 80 Reparto del botín de Pocigueica y Boriticá, 1529 81 Principales rescatadores de oro de las sepulturas del Cenú, 1536-1537 82 Botines obtenidos por Heredia y Vadillo, 1533-1537 83 Reparto de los botines de Pedro de Heredia (1535) y Juan Vadillo (1536-1537), procedentes de las sepulturas del Cenú 86 Botín del conquistador Jiménez de Quesada y su hueste 87 Encomiendas entregadas por Pedro de Heredia en la jurisdicción de Mompox en 1541 110 Estructura de ingresos fiscales según la Caja de Cartagena, 1533-1599 117
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Cuadro 2.
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Cuadro 1.
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la estación del miedo o la desolación dispersa
Cuadro 14. Almojarifazgos pagados en Cartagena de Indias,
1564-1568 121 Cuadro 14A. Navíos llegados a Cartagena y almojarifazgos
pagados, 1546-1554
122
Cuadro 15. Producto anual que su majestad goza en todas
las Indias, marzo de 1553 a agosto de 1555
133
Cuadro 16. Producción de oro en la América española,
1521-1559 135 Cuadro 17. Estructura de los egresos según la Caja
de Cartagena, 1533-1599
142
Cuadro 18. Distribución del gasto de la Caja de Santa Fe,
1559-1599 144
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Cuadro 19. Remesas de oro a España hechas por la Caja
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de Santa Fe, 1560-1599
149
Cuadro 20. Oro remitido a España por la Caja de Santa Fe
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pasando por la Caja de Cartagena, 1562-1599
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Cuadro 21. Indios y bienes capturados según el Diario
Cuadro 24. Cuadro 25.
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Cuadro 23.
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Cuadro 22.
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de Felipe von Hutten, entre el 9 de junio de 1535 y diciembre de 1536 176 Generaciones y pueblos recorridos por Alfínger, 1531-1532 178 Pueblos saqueados y perturbados por Pedro de Heredia antes de la fundación de la ciudad de Cartagena de Indias, 15-i-1533 a 1-vi-1533 195 Caciques existentes en el valle de Santiago, febrero de 1533 199 Santa Marta: Indios condenados a muerte en 1599 por sublevarse 205
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Mapas
Urabá: área de influencia en el primer cuarto del siglo xvi El Caribe colombiano: áreas de contacto y explotación desde Cartagena (1533), Santa Marta (1526) y Coro-Cabo de la Vela (1533-1534) Cajas reales en la Nueva Granada (siglo xvi). Sentido de la succión del oro Colombia: invasión a los Andes centro-orientales
Mapa 1.
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Mapa 2.
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Gráficos
Gráfico 1. Caja de Santa María la Antigua del Darién,
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Gráfico 6.
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Gráfico 5.
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Gráfico 4.
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Gráfico 3.
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Gráfico 2.
1514-1526 48 Caja de Santa María la Antigua del Darién, 1514-1526. 67 Quintos de perlas y almojarifazgos (1539-1572). Caja Real de Cabo de la Vela y Río Hacha 126 Población indígena estimada en la costa caribe de Colombia (1500-1630) 209 Población colombiana desde 1500 hasta 2010 211 Dinámica de la población en relación con la existente en el momento de la conquista 213
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Monedas
8 tomines 450 maravedís 4,6009 gramos
Un tomín
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12 granos 56,25 maravedís
Un tomín
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56,25 maravedís
Un marco
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2380 maravedís 8 onzas
Una onza
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375 maravedís
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Un ducado =
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Peso de oro = = =
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8 ochavas
Una ochava =
12 tomines
Un kilate
20 maravedís
=
Un patacón =
272 maravedís
Un castellano =
96 granos
Un marco
50 castellanos
=
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o m ic ad é ac o us ra pa a iv us cl ex ia op C El ajuar del fuego. Grabado en linóleo. Original de Miguel Ángel Albadán A. 2004 © miguelalbadan.com
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Agradecimientos
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sta obra fue posible gracias al apoyo y solidaridad de la Universidad Nacional de Colombia, de Colciencias y su programa de Estímulo a los Investigadores, del Instituto de Estudios Fiscales de Madrid, del Social Science Research Council de Nueva York, de la Universidad de Alcalá de Henares, del Banco de España y de la Universidad de los Andes. Ellos han hecho menos penosa la inmersión en las sombras del pasado y me han ayudado a mantener un ejercicio de reflexión sobre las grandes verdades que agitan la vida de Colombia y de América Latina, las cuales, a veces, incomodan a quienes juzgan la realidad desde otros ángulos y percepciones. Carl Langebaek, vicerrector de Investigaciones de la Universidad de los Andes, y la Facultad de Economía-cede han apoyado incondicionalmente la reedición de este libro, que generó los grabados que Miguel Ángel Albadán presentó como tesis de grado en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia. A él agradezco el gesto de permitir que sus ilustraciones acompañen esta segunda edición. Mi gratitud se extiende a todas las instituciones y personas señaladas y a Ana María Ibáñez, decana de la Facultad de Economía; a Alejandro Gaviria, su exdecano; a Raquel Bernal, directora del cede; al profesor Francesco D’Espósito, de la Universidad de Pescara (Italia); a Camilo Tovar Mora, del Fondo Monetario Internacional; a Piedad Urdinola, de la Universidad Nacional de Colombia, y a los colegas que han acogido con nobleza e inteligencia el contenido e importancia de este libro para el conjunto de la historiografía colonial del siglo xvi. Esta segunda edición ha introducido e incorporado algunas correcciones y nuevas obras relacionadas con la época colonial, al igual que un novedoso capítulo sobre el problema demográfico en el Caribe y su trascendencia en el conjunto de la población colombiana.
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la estación del miedo o la desolación dispersa
Finalmente, agradezco la permanente presencia de Jorge, Camilo, Ivonne y Gilma, así como el rostro de múltiples amigos que siempre esperan las mejores cosas de mi espíritu. Pienso en Pía, quien debería vivir sin miedo, sin la pesadilla y sin el asombro de una eterna guerra civil. A ella, por comprender la esperanza, la misma que acompaña los días infantiles de Alejandro, Sofía, Valeria, Andrea, María Camila, Andrea y Laura, quienes en medio del fuego y la ceniza dibujan el mundo de amarillo.
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Este libro fue finalista del Premio Planeta de Historia en 1996.
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Presentación La contabilidad colonial
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y la economía de la conquista en la obra de Hermes Tovar
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Cosa es de admiración, y no vista en otro Puerto alguno, las Carretas de a quatro bueyes, que en tiempo de Flota accarrean la suma riqueza de Oro, y Plata en Barras desde el Guadalquivir hasta la Real Casa de la Contratación de las Indias… con su Sala del Thesoro, que si toda la suma de la riqueza que ha entrado en ella, después que ellas fueran descubiertas, se aplicara para el empedrado de las Calles de Sevilla se vieran (si asi puede dezirse) empedradas de Ladrillos de Plata, y Oro, Perlas y Pedreria, como lo están de Ladrillos de Barros.
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a prosa barroca de Alonso Morgado reproduce el asombro de todos los que tenían que ver con la llegada a Sevilla de los tesoros americanos. Se trataba de una cantidad de metales preciosos que no tenía igual en la historia europea y que vino a satisfacer el hambre de medios monetarios de una economía en expansión. No fueron muchos los que se preocuparon de cómo se obtuvieron aquellos metales, las vidas destruidas y la sangre de que estaban impregnados. No muchos prestaban atención a las terribles historias de Bartolomé de Las Casas sobre la violencia a la que los españoles sometían a las poblaciones americanas hasta su aniquilación cultural, e incluso demográfica. Los intelectuales europeos se limitaron a ejercitarse en el intento de evaluar la entidad de la producción y, sobre todo, de las remesas xix
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de los metales preciosos. Generalmente se trataba de un acercamiento simplista que conducía a resultados contradictorios. Se buscaba proporcionar datos sobre las entradas de los metales preciosos de Sevilla no mediante un análisis puntual de la documentación contable, sino por medio de estimaciones efectuadas sobre informaciones y noticias no verificadas, datos fragmentarios extrapolados sin alguna aproximación crítica. Los embajadores de las potencias extranjeras, ante todo los de la Serenísima, comenzaron a informar a sus gobiernos sobre cuánto contribuyeron las colonias americanas a acrecentar las disponibilidades financieras de los soberanos de España, pero la cuestión no fue descuidada por los cronistas y los historiadores, como Garcilaso y Herrera, o abogados, como Solórzano. En el siglo xvii los arbitristas —economistas españoles comprometidos con la búsqueda de medios para salvar de su destino a una monarquía hispánica siempre al borde de la bancarrota, a pesar de las grandes riquezas suministradas por el Nuevo Mundo— intentaron establecer cuántos escudos de oro y reales de a ocho habrían tocado momentáneamente la tierra ibérica antes de fluir a Génova, Flandes o Francia. Las evaluaciones no podían ser más dispares: mientras Solórzano afirmaba que de 1492 a 1628 América había enviado a España el equivalente a un millón y medio de plastras, Sancho de Moncada evaluaba aquellas remesas —solo por el período de 1492 a 1595— en dos millones y medio de piastras. En el Siglo de las Luces continuaron las estimaciones improbables de estudiosos que siguieron proyectando sobre los tres siglos pasados sus apreciaciones fantasiosas: hasta los años ochenta del siglo xviii, según el abad Raynal, habrían llegado poco más de cinco millones de piastras; según William Robertson, casi nueve millones. Estos estudios tenían en común un solo elemento: el desinterés por los productores de estos metales y por las condiciones inhumanas en las que el oro y la plata eran extraídos y convertidos en medios monetarios. A partir de fines del siglo xviii se dejó de recurrir a conjeturas y estimaciones más o menos arriesgadas y se comenzó el estudio sistemático de las fuentes conservadas en los archivos españoles y americanos. Pero el punto de vista era siempre el europeo, interesado en la llegada de los metales preciosos. El historiador y erudito Juan Bautista Muñoz, mientras observaba el traspaso de los documentos del castillo de Simancas a la Casa Lonja de Sevilla para dar forma al Archivo General de Indias, comenzó a clasificar los documentos americanos —de los cuales solo una pequeña parte fue utilizada en su inconclusa Historia de las Indias—. Sus manuscritos, ahora custodiados en Madrid tras las viejas This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:20 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 20
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estanterías de la Real Academia de la Historia, abundan en anotaciones sobre las actividades de las tesorerías y casas de la moneda americanas y de la Casa de la Contratación de Sevilla, y no escaparon a la atención de los estudiosos, incluso franceses e ingleses, que se interesaban por las remesas americanas de metales preciosos. Todavía más ejemplar fue el método de Alexander von Humboldt, quien en su larga estancia en México, Colombia, Perú, Bolivia y Río de la Plata consultó los registros de las tesorerías, en busca de noticias precisas sobre la producción, la fundición, la acuñación y las remesas a Sevilla a partir del siglo xvi. Su enorme competencia en materia de minería y sus sabias consideraciones sobre el comercio de varios territorios le permitieron apreciaciones pertinentes sobre la cantidad de producción que escapaba al conocimiento de los oficiales reales. Juan Bautista Muñoz y Alexander von Humboldt, entonces, fueron los expertos que iniciaron el estudio científico de la producción americana de oro y plata, y de las remesas a España. De manera extraña, sin embargo, debió pasar más de un siglo antes de que los estudiosos se encaminaran por la senda abierta por estos dos pioneros. Siguiendo sus pasos, en 1915 y en 1919 Clarence H. Haring publicó dos artículos precursores, ambos basados en la documentación contable custodiada en el Archivo General de Indias. Incluso en su ensayo más famoso, sobre el comercio y la navegación entre Sevilla y América, de 1918, Haring empleó esa documentación, sobre todo la concerniente a la contabilidad de la Casa de la Contratación. Él reconstruyó de manera correcta las entradas anuales a la tesorería de la institución sevillana durante el siglo xvi, pero siempre sin tener en cuenta las modalidades de obtención de aquellos bienes. Por otra parte, encontramos el mismo desinterés en Earl J. Hamilton, quien en 1934 publicó el ensayo más famoso, por encima de todos aquellos elaborados a partir de la documentación contable conservada en Sevilla y referente a los metales preciosos: American Treasure and the Price Revolution in Spain 1501-1650. Docente de Harvard, como Haring, es muy probable que Hamilton, para la realización de su serie, haya seguido en buena parte los datos de Haring. La reconstrucción de Hamilton consideraba una vez más de manera exclusiva la historia económica europea: pretendió estudiar la correlación entre las entradas de los metales preciosos y la tendencia de los precios en España. Su mayor compromiso consistió justamente en la revelación de los datos sobre los precios de los bienes y de los salarios en Andalucía y en el resto de España.
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Un presupuesto imprescindible para el estudio de la producción de los metales preciosos americanos y de las remesas a Sevilla, entonces, es la investigación de los registros de la Real Hacienda colonial y de las casas de la moneda de México, Potosí y Sevilla. Pero la utilidad de la documentación contable americana no se agota aquí. Todo lo contrario: la cantidad y el valor de los datos que esta ofrece sobre la vida económica y financiera del Imperio español es impresionante, y cada aspecto de la vida colonial lo repite. Los funcionarios directamente responsables de la Real Hacienda, el tesorero, el veedor, y el factor, tenían la obligación de registrar en los libros contables adecuados todas las operaciones pertinentes a su oficio. Aun cuando se han conservado solo unos pocos ejemplares de registros originales, contamos con un número enorme de verificaciones contables efectuadas en ellos, que eran enviadas a España y confiadas a los archivistas del Consejo de Indias. Se trata de las rendiciones de cuentas, hoy custodiadas en el fondo Contaduría del Archivo General de Indias. Estas eran efectuadas cuando el funcionario del Tesoro finalizaba su mandato o, en situaciones excepcionales, cuando eran enviados a las colonias americanas los jueces de residencia y de cuenta, que examinaban la corrección de las cuentas que ellos llevaban. Las rendiciones de cuentas constituyen un tesoro inestimable para los historiadores, en la medida en que el minucioso registro diario, lote por lote, de la contabilidad de los tesoreros y de los factores reales hace posible el conocimiento, para buena parte del período colonial, de las entradas y los gastos de las tesorerías americanas, de acontecimientos y situaciones con respecto a cada aspecto de la vida de aquellos territorios. Ciertamente hay problemas objetivos de utilización. Como dice Esteban Hernández Esteve, si el método de cargo y data —que era el habitual para llevar las cuentas de la administración española en todo nivel— se adaptaba de manera perfecta a las necesidades de la Administración Pública porque permitía la verificación de las cuentas de las personas que de una u otra forma manejaban los dineros públicos, no permitía la integración de la multitud de cuentas y de registros en un sistema global, coherente y ordenado. Esto no impide, sin embargo, que tal documentación, una vez elaborada, constituya una de las fuentes más valiosas para la historia colonial americana, mediante la reconstrucción de las entradas y de las salidas de la Real Hacienda correspondiente a todo el período de la dominación española. Entre las entradas encontramos sobre todo el ingreso de los tributos que gravaban, ya This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:20 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 22
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fuera la actividad económica de los súbditos americanos —comercio, extracción minera, agricultura—, ya fueran las redadas, los saqueos y los robos dirigidos contra las poblaciones indígenas. Entre las salidas o datas tenemos los gastos por los salarios de los funcionarios de la Administración, los correspondientes a los edificios civiles y militares, los gastos de defensa ante los ataques de los piratas, los gastos por las actividades de conquista y los gastos por las actividades económicas gestionadas directamente por los funcionarios de la Corona. Entonces, por medio de las cartas cuentas podemos reconstruir la economía colonial sin descuidar el gran peso que ellas tenían sobre la población americana. Gracias a ellas es posible estudiar la organización de las cuadrillas comprometidas con la búsqueda y la producción de oro, con su rentabilidad, con la medición de los metales destinados a ser fundidos y con el conocimiento de las modalidades del trabajo agrícola a las que eran sometidas las poblaciones nativas para mantener a los colonizadores europeos. Es también posible estudiar el primer momento de la Conquista, los rescates, las expediciones de conquista, con sus destrucciones y botines, las incursiones esclavistas y la destrucción de la población indígena. En efecto, los estudiosos se dieron cuenta de las enormes posibilidades ofrecidas por la contabilidad de la Real Hacienda colonial, y hoy disponemos de un buen número de estudios efectuados a partir de tal fuente. Recordemos solo los principales. El pionero de estos estudios puede ser Aurelio Tanodi, quien se ocupó en los años sesenta del siglo pasado de la transcripción de los documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico desde 1509 hasta 1519. Se trata de la primera obra que presenta en su integridad la riqueza de los documentos de una tesorería americana, la Caja Real de la Isla de San Juan, en la época de la Conquista. Siguiendo sus pasos, Jalid Sued Badillo publicó un extenso volumen sobre la economía de la Conquista en Puerto Rico, y extendió el estudio del desarrollo de la economía minera a todas las Antillas Mayores. Pocos años después de la obra de A. Tanodi, en Venezuela se inició un ambicioso Proyecto de la Hacienda Pública colonial venezolana, dirigido por Eduardo Arcila Farías, que hasta hoy ha publicado varios volúmenes relacionados tanto con la transcripción de fuentes financieras como con la historia económica y fiscal. En Venezuela también se publicó el laborioso estudio de Enrique Otte sobre la pesca de perlas en el Caribe, que empleó sabiamente las fuentes contables. Luego, a partir de los años setenta, dos estudiosos estadounidenses, John TePaske y Herbert S. Klein, se dedicaron al estudio sistemático de las tesorerías de This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:20 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 23
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México y de Perú, aquellas que produjeron el mayor número de remesas a Sevilla, correspondiente a todo el período de la dominación española. Para ese extenso trabajo, los dos estudiosos emplearon una fuente contable distinta de aquellas hasta ahora analizadas: los sumarios, un resumen anual de las cuentas de las diferentes tesorerías. Los sumarios comenzaron a ser compilados sistemáticamente solo a mediados del siglo xvi, y por este motivo en la obra de TePaske y Klein hace falta el desarrollo del período de la Conquista. Para concluir, entre tantos trabajos basados en la contabilidad colonial americana, solo recordamos aquel en el que la revisión de las cuentas de las tesorerías de Santo Domingo permitió trazar la evolución de la historia financiera de La Española, en los primeros tres decenios del siglo xvi, cuando la isla caribeña fue la verdadera capital del Nuevo Mundo.
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Hasta el trabajo de Hermes Tovar, ninguno de los estudios que utilizaron la documentación contable había estado dedicado al territorio del Nuevo Reino de Granada. En El Imperio y sus colonias, él reconstruyó las entradas y las salidas, durante el siglo xvi, de las tesorerías pertenecientes al territorio de la actual Colombia: Santa María la Antigua del Darién (1514-1526), Cartagena (1533-1599), Santa María de los Remedios de Río Hacha (1539-1599), Santa Marta (1543-1546 y 1576-1580), Santa Fe (1538-1599), Cali (1551-1562), Cartago (1551-1560), Popayán (1569 y 1595-1599), Santa Fe de Antioquia (1546-1558 y 1595-1597), Cáceres (1595), Mariquita (1590-1607). Se trata de un importante trabajo que constituye un aporte fundamental a los estudios encaminados a reconstruir el desarrollo de las finanzas públicas del Imperio español, a las cuales, además de la nueva información extraída de los archivos, Hermes Tovar agrega una imprescindible contribución metodológica. El propósito de este trabajo es, sin duda, llenar un vacío en los estudios sobre las finanzas públicas y sobre la producción de los metales preciosos en el Nuevo Mundo. La producción y la exportación de algunos países pertenecientes al Imperio colonial español, como, por ejemplo, las Antillas y Colombia, son subvaloradas por los estudiosos, quienes siempre se concentran en los eventos económicos de los grandes productores de plata, como México y Perú. Incluso importantes proyectos de estudio de la Real Hacienda colonial llevados a cabo por estudiosos tan importantes como John TePaske y Herbert S. Klein han descuidado la Nueva Granada. Esta omisión es causa de un grave vaThis content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:20 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 24
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cío en sus obras porque, si bien en el siglo xvii las remesas de la Nueva Granada no alcanzaron el 10 % de aquellas que enviaron México y Perú, la Nueva Granada, al menos hasta 1559, envió a España más oro que México y Perú. El estudioso colombiano se propone contribuir con un acercamiento que permita ver la América española en su complejidad, sin omitir la historia de las regiones consideradas sin interés alguno porque no exportaban metales preciosos. Él polemiza con quienes trazan generalizaciones y después las proyectan sobre toda América, y sostiene que en un mundo que se globaliza, la historia de los pequeños países asume una dimensión propia frente a los intentos de homogeneización del mundo. Obviamente, el territorio colombiano, rico en oro, no es uno de estos países que no exportaron a Europa metales preciosos, tanto para los comerciantes privados como para la Corona. Con la intención de cuantificar la cantidad de metal monetario enviado al soberano desde el Nuevo Reino de Granada, en 1984 Hermes Tovar comenzó a trabajar en la contabilidad de las tesorerías colombianas coloniales y, conocedor de que en América se habían perdido casi todos los registros de la Administración financiera española, se trasladó a Sevilla para analizar los fondos allí conservados, e inició un estudio sistemático de la contabilidad de las tesorerías colombianas durante los tres siglos de la época colonial. Él se centra en la que podemos definir como la geografía de la administración financiera del Nuevo Reino de Granada. En la redefinición general del espacio americano —implementado por los españoles en función de la estructura administrativa y de la actividad económica que estaban imponiendo a los territorios conquistados— es de gran importancia la red de tesorerías creada en él. En Colombia, como en el resto del Nuevo Mundo, para recoger los tributos y las diferentes contribuciones impuestas a las poblaciones conquistadas —y a los europeos que emigraban—, los españoles crearon un complejo sistema de tesorerías basado en dos niveles: por un lado, las tesorerías secundarias que se levantaban sobre todo en las regiones periféricas con un importante recurso económico, como por ejemplo la actividad minera o la pesca de perlas. Por otro, las tesorerías principales, en las ciudades mayores coloniales, a las que las primeras se remitían, sobre todo enviando el resto de los fondos en caja, una vez cubiertos los gastos locales. Entre estos últimos, entonces, se podría identificar un tercer nivel constituido por las tesorerías de Santa Fe y de Cartagena, que recogían todos los fondos para enviarlos a España. Así, para resumir, en el siglo xvi la TeThis content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:20 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 25
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sorería de Santa Fe, además de recoger los tributos de la propia circunscripción, recogía lo de las cajas secundarias de Pamplona, Remedios, Mariquita, Cartago y Cali; Cartagena recogía los de Mompox, Cáceres y Antioquia; Santa Marta, lo que quedaba de los tributos de Valledupar, Tamalameque y Tenerife, una vez pagados los gastos; finalmente, Santa Fe y Cartagena los enviaban a España. Después de haber trazado un cuadro de la geografía fiscal del Nuevo Reino de Granada, en El Imperio y sus colonias el autor ilustra la metodología utilizada para reconstruir los flujos de las entradas y salidas de las tesorerías colombianas y presentarlas de acuerdo a un orden comprensible para el lector moderno. El autor, de hecho, debió realizar un trabajo notable para llegar a esto. Mientras en la fuente, la contabilidad de los tesoreros no mantiene una constancia anual —sino que se refiere a períodos amplios, algunas veces incluso de diez años—, él las ha reordenado casi en su totalidad hasta tener una contabilidad anual, haciendo así posible la reconstrucción del flujo anual de las entradas y las salidas de las tesorerías colombianas del siglo xvi. En estas cuentas anuales, el autor hizo homogéneas las voces de entrada y de salida de las diversas tesorerías, haciendo posible la confrontación entre las diversas tipologías de ingresos y de gastos en los diferentes territorios y períodos. En la utilización de la documentación contable de la Real Hacienda colonial, Hermes Tovar no renuncia, sin embargo, a representar la tragedia y el dolor de las poblaciones indígenas frente a la desestructuración cultural, ecológica y social que la presencia de los conquistadores europeos acarreó. Es más, la narración de este dolor —se podría decir, su contabilidad— constituye la trama de La estación del miedo o la desolación dispersa, un trabajo construido en su totalidad sobre las cartas cuentas de las tesorerías de la Nueva Granada, capaz de ir más allá de la fría lógica de los números y de las cantidades. Extremadamente sugestivo es ya el tratamiento del primer período de la presencia española en el Nuevo Mundo, cuando los contactos entre los conquistadores y los conquistados estaban marcados, por un lado, por el robo y el saqueo de los primeros en detrimento de los indígenas; por otro, por aquello que es definido como “la economía del rescate”. La fuente empleada permite cuantificar el valor del botín obtenido por los conquistadores en las principales expediciones por las costas y en el interior del territorio colombiano, así como ilustrar las relaciones con la comunidad indígena, relaciones caracterizadas en su origen por el intercambio de hachas, espejos, cuchillos y baratijas a cambio de oro, pero pronto transformadas en acciones de violencia y saqueos. Un énfasis particular es puesto en This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:20 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 26
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la fase siguiente, definida como “época del repartimiento”, en la que los indios eran repartidos, es decir, eran asignados a conquistadores, y estos, a su vez, tenían el derecho exclusivo de frecuentar las villas para comerciar oro por quincallería: un sistema económico todavía desconocido en cuanto a sus dinámicas más profundas, ya que en el momento no disponemos aún de estudios rigurosos sobre estos mecanismos de dominio en el Caribe. Al analizar la fase siguiente, el período de la encomienda, que sucede a aquel del saqueo y del repartimiento, Hermes Tovar ilustra cómo, con los indígenas encomendados en alma y cuerpo a un encomendero, la encomienda se convirtió en el eje de la vida colonial. Su connotación fundamental estaba dada por el monopolio que llegaba a ejercerse sobre el control de la fuerza de trabajo, haciendo posible el desarrollo de la economía minera. En el siglo xvi Colombia, lo repetimos, era un importante productor de oro —cuya recolección fue posible precisamente por el sistema de la encomienda—, así no hubiera tenido grandes centros mineros, como México y Perú. El oro estaba en los ríos y en los torrentes, y era recogido por pequeñas y medianas empresas: la diferencia con los grandes países exportadores se debe a la magnitud de las diversas economías. No se trataba de grandes operaciones, sino de un flujo sutil y continuo que alimentaba la agricultura y el comercio. De hecho, no obstante la dispersión sobre el territorio, en la Nueva Granada la actividad minera permitió mantener una actividad mercantil viva y dinámica, que tuvo su centro en una gran ciudad portuaria: Cartagena de Indias. Cartagena constituyó, con Veracruz, Portobelo y La Habana, el eje de las operaciones comerciales en el Caribe; a ellas llegaban los convoyes buscados por caravanas de mercaderes que procedían de toda América del Sur. No conocemos el total del volumen de los bienes manejados, pero el estudioso colombiano reconstruye la importancia del comercio de importación a partir del ingreso del impuesto sobre el mismo: el almojarifazgo. Así pues, en el período de la encomienda, la economía de la Conquista comenzó a transformarse en la economía colonial: una economía basada en la industria minera convertida en exportación, en beneficio sobre todo de la Corona española y de los mercados que comerciaban en régimen de monopolio con el Nuevo Mundo. Para sostener esta economía, las poblaciones indígenas fueron primero acosadas, masacradas y torturadas con el propósito de que revelaran el escondite secreto de sus tesoros. Después, esclavizadas y deportadas, en fin, humilladas y sometidas a condiciones inhumanas de trabajo en las minas, en la This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:20 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 27
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pesca de perlas, en la agricultura. El dolor del pueblo americano aún grita hoy desde las cartas cuentas de las tesorerías americanas. Hermes Tovar recogió el grito. Francesco D’Espósito Universidad de Pescara (Italia)
Referencias bibliográficas
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TePaske, John y Herbert S. Klein, Ingresos y egresos de la Real Hacienda en Nueva España, México, 1986-88. , Royal Treasuries of the Spanish Empire in America, 1580-1825, Durham, nc, 1982. Tovar Pinzón, Hermes, El Imperio y sus colonias: las cajas reales de la Nueva Granada en el siglo xvi, Bogotá, 1999. , La estación del miedo o la desolación dispersa: el Caribe colombiano en el siglo xvi, Bogotá, 1997. , “Límites y posibilidades de las series estadísticas originadas en las cajas reales de la Real Hacienda. (La Nueva Granada, 1565-1700)”, en A. M. Bernal, L. De Rosa y F. D’Espósito, El gobierno de la economía en el Imperio español, Sevilla-Napoli, 2000, pp. 141-177.
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o m ic ad é ac o us ra pa a iv us cl ex ia op C Aperreando indios. Grabado en linóleo. Original de Miguel Ángel Albadán A. 2004 © miguelalbadan.com
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uando los pueblos indígenas americanos del siglo xvi comprendieron lo que había ocurrido con la Conquista, desenfundaron su trauma, apenas expresado en mensajes breves que, como testimonios, fueron quedando en escritos anónimos o en interrogatorios que hicieron jueces, religiosos o funcionarios del sistema colonial. La Conquista había sido una época de locura, de temor y de desolación. El mundo había sido arruinado, y sobre sus cenizas Occidente se lanzaba a construir una nueva sociedad, la misma que hoy trata de explicarse a la luz de una complicada red de presencias que no cesan de coser los fondos de nuestra identidad. Este desgarramiento interior era el último rescoldo de una lucha material que había empezado por arrasar el universo de la vida diaria hasta copar los linderos de la muerte. Los nativos cazados, corridos y robados por las primeras huestes de Bastidas, La Cosa, Nicuesa, Ojeda, Pizarro, Balboa y Pedrarias Dávila, sobre las costas del Caribe, inauguraron el asombro que crecía con la codicia de unos seres que llegaban para escarbar sus casas, sus aldeas y sus cuerpos; para penetrar el mundo de su intimidad y sus afectos y desnudar el mundo de sus muertos. Al excavar sus tumbas para saquear el misterio de sus ofrendas no quedaba ceniza para la construcción de la memoria. Sobre el espíritu quedaba solo el vacío de una realidad que se diluía y se dispersaba en torno a los nuevos territorios y a las propuestas que los españoles hacían para reordenar los girones dispersos de las sociedades vencidas. El terror diseminó el miedo que se diluyó entre el silencio y el aislamiento para asilarse como fantasma bajo los techos de la conspiración y la resistencia.1 Los
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Una visión sobre los primeros años de la ocupación del Caribe colombiano la ofrece
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mexicanos fueron los que dejaron una mejor imagen del otro y describieron sus armas, sus aderezos, sus cuerpos, sus alimentos y sus perros:
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Sus aderezos de guerra son todos de hierro: de hierro se visten, hierro ponen como capacete a sus cabezas, hierro son sus espadas, hierro sus arcos, hierro sus escudos, hierro sus lanzas. Los soportan en sus lomos “sus venados”. Tan altos están como los techos. Por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen sus caras. Son blancas, son como si fueran de cal. Tienen el cabello amarillo, aunque algunos lo tienen negro. Larga su barba es, también amarilla; el bigote también tienen amarillo. Son de pelo crespo y fino, un poco encarrujado. En cuanto a sus alimentos, son como alimentos humanos: grandes, blancos, no pesados, cual si fueran paja. Cual madera de caña de maíz, y como de médula de caña de maíz es su sabor. Un poco dulces, un poco enmielados: se comen como miel, son comida dulce. Pues sus perros son enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman fuego, están echando chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente amarillo. Sus panzas, ahuecadas, alargadas como angarilla, acanaladas. Son muy fuertes y robustos, no están quietos, andan jadeando, andan con la lengua colgando. Manchados de color como tigres, con muchas manchas de colores.2
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Esto que vieron los mexicanos lo habían observado diez y veinte años atrás los naturales de Urabá. Y al lado del temor que ocasionaron, pues a Motecuhzoma “se le amorteció el corazón, se le encogió el corazón, se le abatió con la angustia”, los españoles diseñaron mecanismos sutiles de contacto para avasallar las estructuras étnicas que pasivamente, o mediante la guerra, respondieron a las pretensiones de los europeos de arrancar oro, perlas, piedras preciosas, alimentos, textiles y hombres esclavos de las habitaciones de cuantas comunidades cayeron bajo la sombra de sus espadas y el eco sordo de sus arcabuces. El obispo Quevedo dijo de los hombres de la expedición de Juan de Ayora que penetraron a las tierras de los caciques Tubanamá, Comogre y Pocorosa, en 1515, y dejaron “toda la tierra comida, corrida, robada Gonzalo Fernández de Oviedo en Historia general y natural de las Indias iii, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, 1959, pp. 131-43 y 204-356. 2
Visión de los vencidos: relaciones indígenas de la Conquista, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2005, p. 31.
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y puestos todos los indios en huida”.3 Según Oviedo, estos vejámenes produjeron la desaparición de más de dos millones de indígenas en el Darién. Y al hacer una relación de los mismos, escribió: “Es menester que diga cómo se acabó tanta gente en tan poco tiempo”.4 El mismo Balboa contó en 1515 que el capitán Gaspar Morales ordenó que “hasta cien indios e indias, la mayor parte mugeres y mochachos” que habían traído atados y encadenados del golfo de San Miguel, “les cortasen las cabezas y les diesen de estocadas”.5 Esta forma de colonizar Urabá, el Darién, el Dabaibe y en general la Tierra Firme o Castilla del Oro constituiría una pedagogía que serviría de eje a las nuevas relaciones entre blancos e indios, proyectadas años después de Urabá en otros territorios de nuestra América. Por ejemplo, hacia 1524, el conquistador Pedro de Alvarado avasalló a los cakchiqueles de Guatemala, sin consideraciones de ningún género: “Quería que le dieran montones de metal, sus vasijas y coronas”. Sus órdenes eran perentorias: si no traéis “el dinero de las tribus, os quemaré y os ahorcaré”. Así sentenció a los Señores.6 A su vez, los náhuatl, cuando se recuperaron de su tragedia, describieron lo que habían tenido que vivir las más recientes generaciones de mexicas: “Todo esto pasó con nosotros”, dijeron. “Hemos comido palos de eritrina, hemos masticado grama salitrosa, piedras de adobe, ratones, tierra en polvo, gusanos. Todo esto pasó con nosotros”.7 Así, de una y otra forma, los pueblos prehispánicos fueron testimoniando detalles de su derrota. En contraposición con testimonios tan penosos de los sobrevivientes de Mesoamérica, los pueblos de Urabá y del Darién no tuvieron tiempo para describir las parcelas de su temor y de su miedo. Acosados
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Citado en Pablo Álvarez Rubiano, Pedrarias Dávila: contribución al estudio de la figura del “Gran Justador”, gobernador de Castilla del Oro y Nicaragua, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid, 1944, p. 147. La afirmación se hizo con respecto a Francisco Dávila.
4
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general…, cit. iii, pp. 236 y 241; Pedro Álvarez Rubiano, op. cit. p. 159.
5
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (5), “A su alteza de Vasco Núñez de Valvoa, Santa María la Antigua 16 de octubre de 1515”, f. 33v. Transcrito en Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes, s. xvi, Biblioteca Nacional, Instituto Colombiano de Cultura e Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Bogotá, 1993, i, [pp. 79-91], p. 83.
6
Anales de los cakchiqueles, Fondo de Cultura Económica, México, 1950, p. 128.
7
Miguel Ángel Asturias (comp.), Poesía precolombina, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1960, p. 157.
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por el exterminio, sus silencios y significados se diluirían por entre las rendijas de las denuncias hechas por los amigos y enemigos de Balboa y de Pedrarias Dávila o de los primeros gobernadores de Cartagena y Santa Marta. Toda esa masa de criminales de guerra y de conquista, santificados y exculpados por la lógica de los imperios, fue capaz de hacer de la tragedia un recurso político y una oportunidad para sus ventajas personales. Aperrear indios, lancear mujeres y niños, ahorcar prisioneros e incendiar aldeas completas se constituyeron en las mejores lecciones de grandeza, de valor y de reconocimiento de méritos para quienes habían conquistado las tierras del Nuevo Mundo.8 Los colonos “han destruido a vuestra alteza la mejor gente de caziques e indios y de mejor conversación y domésticos que nunca en la Isla Española y isla y tierra de las indias se ha hallado y en la más hermosa tierra y más sana que se haya visto en estas partes”, escribió desde Santamaría un martes de octubre de 1515 el descubridor del Pacífico, acusado también de haber contribuido a lo mismo.9 En enero de 1514, Balboa regresó del descubrimiento del Mar del Sur con doscientas naborías, indios e indias y con “más de 2000 pesos de oro”. Entre el 17 y el 19 de enero de dicho año las gentes de Santa María la Antigua del Darién vieron desfilar a sus soldados “ricos e bien servidos de muchos indios e indias, y con mucha ropa de mantas y hamacas de algodón de lo que con otras preseas habían habido en este viaje y descubrimiento de la Mar del Sur”.10 Luego, con la llegada de las gentes de Pedrarias Dávila, en 1514, las iniquidades continuaron como norma. Se dijo de Juan de Ayora que “salteaba los poblados de noche, atormentaba a los caciques echándolos a los perros, que los descuartizaban, cuando no los arrojaba al fuego o los ahorcaba en los árboles y por descontado apresaba las mujeres e hijos, que como esclavos habían de figurar luego en el botín de la victoria”.11 8
agi (Sevilla), Patronato 93, n.º 5, R-1, “Ynformación de Servicios hecha en la ciudad de los Reyes a Pedimento de Alonso Martyn de don Venito, vecino de aquello ciudad”, Lima, 1536; Patronato 126, R-2 “Ynformación de los relevantes servicios del adelantado D. Sebastián de Belalcázar governador de Popayán, como descubridor, conquistador y poblador de algunos pueblos de la Isla Española, de la provincia del río del Darién, Panamá y Mar del Sur, Nicaragua y otros Reynos del Perú…, Quito, 20 de noviembre de 1582”.
9
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (5), “A su Alteza…, cit.”, f. 35r. Transcrito en Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas…, cit., p. 91.
10
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia General…, cit. iii, p. 220.
11
Pedro Álvarez Rubiano, op. cit. pp. 147-8.
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Los pueblos prehispánicos de Urabá y del Caribe, de una u otra forma, fueron testimoniando indirectamente detalles íntimos de su derrota. Pero, quién lo creyera, más que en las acusaciones directas y en las descripciones cualitativas de los más variados crímenes y asaltos de este etnocidio generalizado, es en los silenciosos registros de las cuentas de la Real Hacienda en donde se hallan ocultas nuevas dimensiones de este trágico encuentro. Los soldados que salían de Santa María la Antigua del Darién retornaban con sus botines de esclavos, oro, perlas, papagayos, caña fístola, telas y alimentos para registrar, fundir y luego repartir sus ganancias. Ahí, en la soledad de un número, dentro de su hueso, están los esclavos indios vendidos en las almonedas públicas, el pago temeroso de un cacique avasallado por la presencia de la hueste cristiana, la complacencia o la frustración de unos expedicionarios, cuyos gestos se miden por los botines recogidos, por los territorios rastrillados y por la bondad de sus riquezas. Números en cuya piel se ocultan los símbolos del ritual que acompañaba la exacción de los recursos de las comunidades que en forma de oro llegaban para ser fundidos en los crisoles de las tesorerías de donde se remesaban a su majestad católica, como testimonio del provecho de sus colonias. El objeto de este trabajo es conocer en parte la naturaleza de este encuentro en las costas y llanuras del Caribe del territorio de la actual Colombia, durante el siglo xvi. Desde Urabá hasta el Cabo de la Vela, los españoles no cesaron de operar con su poder acerado, no solo para canjear, sino para fundar nuevas formas económicas de extraer los recursos naturales y para crear políticas y sistemas sociales nunca vistos ni imaginados por los hombres del Renacimiento, ni por los que existían en América. El Nuevo Mundo lo era por estas osadías del poder personal, por el desorden social y por los modos de obtener excedentes y recursos económicos. Este es el otro fantástico realismo social de dictadores, justicieros, predicadores, refugiados, asaltados, mutilados, quemados, perdidos y esclavos que brotaban entre la naturaleza exuberante de nuestros trópicos, cuyas aves, bestias, insectos, peces y monstruos de todo género ayudarían a construir en cierta literatura el culto a una naturaleza sin hombres. Solo los poderosos y autócratas genocidas, acomodados sobre sus lombardas, arcabuces y espadas parecían ser los únicos seres divinizados y acatados en territorios habitados por la desolación y el miedo, por refugiados y por hombres de silencio idos y ocultos entre los linderos de una desolación dispersa. Seres vistos como fantasmas del bosque, cual si la vida de los naturales hubiera discurrido en un paraíso This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:22 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 5
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sin tiranos. “Los yndios están muy recelosos de los cristianos y labran poco, porque no estan de asiento con el myedo que tienen”, escribió Balboa desde el Darién, apenas en 1515.12 Pero el realismo social era el universo del dolor al cual se oponían el realismo mágico de la fauna y los bosques y el realismo fantástico de los monstruos y mitos de amazonas, riquezas inimaginables e islas de todos los aromas. Estas sustancias del realismo social, mágico y fantástico fueron calando en nuestros genes hasta codificarse en hueso y carne, nostalgia y frustración, sueño y esperanza. Tales han sido la alegría, el color y el luto que se hicieron inseparables en nuestro espíritu desde la creación del Nuevo Mundo. Los europeos convocaron sus huestes y movilizaron sus máquinas humanas de guerra para lanzarse a una confrontación abierta, en donde poco había de honor y de grandeza. Más bien mucho de interés en el oro, las perlas, las especies y los esclavos indios, todos ellos, fundamentos de un solo objetivo: hacer rentable la empresa de conquista tanto para España, como para sus avanzadas humanas en el Nuevo Mundo; hacer posible la acumulación que contribuiría al progreso de Europa, de múltiples empresarios y financistas, y de unos soldados y personajes medios y bajos de la sociedad española. Este trabajo es un acercamiento a un tema tan complejo como el de la sujeción del Caribe colombiano a los intereses del mercantilismo europeo. El primer capítulo recuerda la importancia que tuvo la conquista del Darién en el conjunto de la historia de América, sobre todo su rol como centro de irradiación de conquistadores hacia todo lugar. Oviedo, al referirse a la intensa actividad de Balboa en el Darién hasta 1514, concluyó que “de aquella escuela de Vasco Núñez salieron señalados hombres y capitanes para lo que después ha subcedido en Tierra Firme”.13 La historia de Urabá y del Darién, de hecho, cuestiona la idea según la cual las premoniciones de mexicas e incas en torno a la llegada de los españoles fueron únicamente el producto de sus propios mitos y visiones cosmogónicas, y no parte del rumor sobre el vendaval violento que se desplazaba por el Caribe, tirado por las bridas de los caballos, por los ruidos de los rodeleros y por el humo de los arcabuceros, cuyos desmanes sin control circulaban como un producto más de los mercaderes prehispánicos que rescataban bienes y rumores de los trajinantes que deambulaban por los caminos y mercados multiétnicos. 12
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (5), “A su Alteza…”, cit., f. 34r. Transcrito en Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas…, cit., p. 87.
13
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general…, cit., iii, p. 221.
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La tragedia expuesta cualitativamente tuvo su expresión cuantitativa, tal como se ha medido estadísticamente en múltiples estudios sobre demografía histórica.14 Las versiones que contaron los indígenas y los cronistas se articulan a los fríos registros de los funcionarios de la Hacienda Real que fueron enviados a levantar listas de tributarios. Bajo la piel de estos números arrumados uno tras otro se ocultan las tasas de decrecimiento, la diáspora, las batallas, los prisioneros, las largas filas de hombres, mujeres y niños encadenados. Allí se ocultan los nuevos ritmos de trabajo, los desabastos, las pestes y hasta los efectos de la langosta sobre los cultivos apenas comparables al paso de las huestes extranjeras. Toda esta oculta acuarela social se erigió como un mero adjetivo en la fría descripción de los contadores reales. Tras los volúmenes de una contabilidad incipiente también se esconden las llanuras y los bosques deshabitados y abandonados como voraces signos de una catástrofe demográfica. No son solo números de ingresos y de gastos los que muestran los libros de la Real Hacienda, sino cuadros de gentes que huyen bajo el humo de sus habitaciones, y círculos de creencias que deambulan hacia fronteras inciertas. Entre 1510 y 1519, Urabá y el Darién eran un volcán en llamas y una fuente exitosa de negocios y finanzas. El segundo capítulo llama la atención sobre el rescate, que jalonaba y ordenaba la conducta de estos primeros colonos. El rescate era el motor que conjugaba todos los elementos de una sociedad de frontera. Especie de modelo económico previo a la encomienda, fue un mecanismo de contacto que hizo posible la obtención pacífica del oro, las perlas y los alimentos, ya fuera mediante acuerdos con grupos étnicos por vía del simple intercambio, o por la imposición y la fuerza. El mecanismo, al final, desataría sus propias contradicciones, pues la aceptación de bienes y abalorios por oro generaba compulsión, y la compulsión conduciría a la esclavitud y a la servidumbre de los indios. Las comunidades que se resistieron al rescate, o que no acudieron con cuanto pedían capitanes y soldados, sufrieron cruentos castigos. Muchos de sus integrantes fueron azotados, quemados, aperreados o ahorcados. Otros, deslenguados, mutilados, destetados, desjarretados o desorejados. Era la clínica de la tortura sobre el espacio corporal, porque ella actuó también fuera de los hombres, sobre aldeas, habitaciones, granjas y cosechas. Era la tortura que crecía sobre las llamas de la casa, sobre las ruinas de la aldea, era
14
Véanse las referencias sobre población en el capítulo 1.
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el dolor que se arremolinaba en los pasos presurosos y agitados que inventaban el exilio, el desarraigo y esa pérdida para siempre de los lugares de la infancia. Era la mutilación del espíritu, al recalar la avaricia sobre las tumbas y los centros del ritual, todo revuelto y caótico bajo los ojos de los otros, que miraban esta construcción cultural como una concepción del mal. Además de estudiar la dimensión social del modelo de rescate, se analizan las ventajas económicas reportadas para los europeos. De ahí que se estudie también cómo los diálogos de convivencia e intercambios generaban botines y rentas jugosos que sustentaban el quehacer de las huestes en Tierra Firme. Oviedo manifestó haber recogido 7000 pesos de oro, y otros rescatadores del Darién, 50.000, cuando el primero pacificó en 1521, con los rescates de hachas, todos los pueblos alzados desde el Darién hasta La Ramada, en la Provincia de Santa Marta.15 Para todos los pobladores europeos lo importante eran los negocios, así unos hubieran preferido asolar y otros rescatar en paz. Los defensores del modelo de rescate preferían la paz, pero no reparaban en consideraciones humanas, sino en razones económicas, pues la violencia hacía que se perdieran energías y se alteraran los negocios. Esto lo demostraron hasta la saciedad Balboa, en 1510, Oviedo en 1521 y Julián Gutiérrez en 1532, quienes utilizaron los rescates para pacificar sus zonas. Los que llegaron a robar y a matar tuvieron que enfrentarse a guerras prolongadas contra los indígenas; así lo mostró la historia de Pedrarias Dávila, Bastidas, Heredia y otros que, como lo dijeron los cronistas, habían venido a América no a poblar, sino a robar. Pero este no era el dilema principal. El asunto era el impacto de la paz o de la guerra sobre la economía del poblamiento hispánico. Andagoya escribió que los capitanes enviados por Pedrarias “no yban a poblar sino a ranchear y traer los indios que pudiesen al Darien”.16 La guerra y la paz fueron los términos constituyentes de la contradicción inmanente a este modelo de rescates que reguló el poblamiento de Tierra Firme en las primeras décadas del siglo xvi. El tercer capítulo diseña la transición del rescate a la encomienda en el Caribe colombiano. El establecimiento de los fundamentos de un 15
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia General…, cit., iii, pp. 66-70. Un indio esclavo valía por entonces siete pesos de oro.
16
agi (Sevilla), Patronato 26 R-5 (9), “Relación que da el adelantado de Andaboya de las tierra y probincias que abaxo se ara mención” [ff. 66r. a 108v.] f. 67v. Transcrito en Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes…, cit. i, [pp. 103-186], p. 107.
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poder civil, al promover la fundación de ciudades que hicieran posible el sometimiento de los nativos a Dios, al rey y a los pobladores españoles, creó, con el incremento del número de pobladores, una demanda agregada de oro. Esta creciente demanda era imposible de satisfacer. El fenómeno condujo al repartimiento, una institución que excluía de los rescates a los nuevos colonos. Es decir, se asignaban comunidades con obligación de rescatar solo con aquellos españoles nominados para ello. El repartimiento anuncia a la encomienda, pero no equivale a ella. Es un sistema de transición. La futura institución de la encomienda no solo entregaría la energía humana en forma de monopolio, sino que otorgaría ventajas para que los españoles, amparados por la obligatoriedad del tributo, irrumpieran en la vida diaria de los indios. El repartimiento se fundó como un monopolio del rescate, y la encomienda como un monopolio de la fuerza de trabajo. El rescate se fundaba en la articulación del intercambio de los europeos con la reciprocidad del mundo indígena, la cual ponía a circular bienes europeos por oro indígena, una relación que era abierta para todos los españoles. Entonces se debe concluir que los tres modelos económicos montados por los españoles a lo largo del Caribe fueron el rescate, el repartimiento y la encomienda. Finalmente, en el cuarto capítulo se discute la importancia que tuvo el oro en el financiamiento de la economía europea. De modo especial se estudian los procesos de succión y el sistema de organización administrativo colonial que hizo posible la peregrinación de los excedentes hasta los puertos del Caribe, para ser conducidos luego en las flotas de la Carrera de Indias hasta España. Entre los centros de producción se rescata la función que cumplió Urabá como escuela de conquistadores, la Guajira como productora de perlas, y Santa Marta y Cartagena como centros de extracción de oro y distribución de esclavos. Estas regiones infundieron dinamismo y expectativas a los empresarios que, desde las Antillas, se dirigían hasta sus costas para completar los circuitos de las mercancías que recorrían el Atlántico. Mientras tanto, otros hombres se internaban sobre los múltiples puntos que signaba la rosa de los vientos, abriendo el Pacífico, Centroamérica y el Dabaibe al mundo de los negocios. Las remesas de oro de la Nueva Granada apuntan a explicar su importancia relativa en el conjunto de la economía de los metales americanos. También permiten observar cómo, para obtener ínfimas cantidades de oro, fue necesario pauperizar sociedades enteras a lo largo de miles de kilómetros cuadrados, desagregar sus espacios y fortalecer This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:22 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 9
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unos poderes locales, que terminarían afianzados en sus propios caprichos e injusticias, todo ello en nombre de la Corona española y de una pretendida civilización. En otros términos, la conquista no solo fue una tragedia de torturas y homicidios, sino la succión de toneladas de oro como pago que le hacían a España las colonias por la operación de conquista. Toda frontera, para ser exitosa, debe generar unas rentas aun a costa de sus nativos. Para el desarrollo de esta investigación se acudió esencialmente al Archivo General de Indias de Sevilla (agi), España, debido a que en Colombia no existe documentación para el estudio de los primeros años del siglo xvi. Las fuentes provinieron del fondo de Contaduría, que guarda los registros de las tasas, tributos y exacciones que pagaron los primeros conquistadores y comerciantes, y luego los nuevos actores sociales, como indios y gentes de todo color. Se ha querido encontrar en la raquítica y escasa dimensión de un número romano el nudo de las confrontaciones que constituyeron la carne y la esencia de su realidad contable. Tras estos registros hay hombres, sueños e intereses. Se han reconstruido todas las c ajas reales en una operación minuciosa; los grandes volúmenes se resumen aquí. La historia fiscal no se refiere únicamente a los intereses del Estado, sino que es también la historia de los fiscalizados y de los encargados de vigilar el cumplimiento de las disposiciones legales. Pero los intereses del Estado y de los funcionarios no alcanzan a explicar en sí mismos los dramas humanos que generó la presión fiscal para obtener mayores ingresos. Tampoco explica la ausencia de reinversión social por parte del Estado. El carácter expoliativo del sistema fiscal colonial afectó sensiblemente el mundo indígena al prescindir de la redistribución, otro de los principios fundamentales de la organización de las comunidades prehispánicas. También se investigó el fondo Patronato del mismo Archivo, en donde existen importantes documentos sobre los primeros años de expoliaciones en el Caribe. Otros fondos fueron consultados con menos intensidad, como el de Audiencia de Santa Fe. En el Archivo de la Real Academia de la Historia de Madrid fueron consultados otros documentos, especialmente las relaciones geográficas, al igual que algunos papeles sobre el Caribe existentes en el Archivo General de la Nación (agn) de Colombia. Si bien es cierto que la parte cuantitativa ha sido importante en este trabajo, no es menos notable la parte cualitativa aportada por las crónicas y otros informes interesados en dejar testimonio de lo que aconteció durante la Conquista.
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Una bibliografía básica ha sido consultada en Colombia, España y Estados Unidos con el fin de hacer más comprensibles algunas de las hipótesis y problemas planteados en esta investigación. Muchos de los cuadros y las cifras estadísticas se ofrecen por primera vez a los investigadores. La obra permite abrir un campo de reflexión sobre la trascendencia que el Caribe colombiano tuvo para la historia general de América y, de modo particular, para Colombia. Este trabajo no busca únicamente volver sobre el pasado. En esencia, constituye una invitación al presente, a la reflexión sobre una estación que sembró el miedo y dispersó nuestra soledad, en un espacio desolado por el fuego y la tortura. Hombres, plantas y animales perecieron en uno de los mayores desastres ecológicos del mundo. En breve tiempo sobre el espíritu de nuestros antepasados quedó la sensación de que nuestra herencia había sido consumida por las llamas. Volver de esas cenizas para reconstruir un mundo de paz y de justicia fue el eco que comenzó a recorrer por América en leyendas y mitos milenarios; hacer realidad el pasado sobre el presente, en un ejercicio de catarsis que soñaba el mundo al revés, donde los de abajo volverían al lado de arriba y los de arriba habitarían en el submundo que ellos crearon. Pero el futuro ya no podrá ser la inversión del pasado, sino el espejo que rehaga las cenizas bajo los rostros de todos los que heredaron dolor y de quienes se empeñan en forjar siempre otra estación de miedo. Y aún en el siglo xxi Urabá y el Caribe colombiano siguen siendo centro de tragedias humanitarias solo comparables a esta del siglo xvi. Ahora no es por el oro y la civilización; esta vez es por la tierra y la democracia. Ahora no son la espada, el arcabuz y las lombardas; esta vez es la motosierra, los fusiles de repetición y la metralla.17 Pero el destino es el mismo: la muerte y el exilio, la diáspora y el desarraigo. Durante cinco siglos de colonialismo, América ha intentado llegar al fondo, en donde se esconden las huellas de una identidad nacida en la desolación dispersa. Lograrlo solo será viable en la pluralidad étnica, lingüística y religiosa. La diversidad y la multiplicidad son conceptos que debemos tener en cuenta para afrontar los problemas de nuestra riqueza cultural no resuelta ni acrisolada en nuestro espíritu. La congregación de todas las divergencias y la renuncia a toda discriminación contribuirán a levantar los edificios del pluralismo político, fundamento de una democracia participativa y real. Y la historia del Caribe 17
Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, La masacre de El Salado: esa guerra no era nuestra, Taurus-Fundación Semana, Bogotá, 2009.
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colombiano en el siglo xvi enseña, entre otras cosas, que los caminos de solidaridad que llegan del pasado solo podrán desovillarse en la marcha hacia el futuro. La historia colonial no es ajena a los debates que azotan a nuestra sociedad, cansada de los tiempos locos, de la mentira y de la desolación, del desarraigo y el temor, encarnados desde el siglo xvi como un destino de frustraciones. Este es el sentido de las premoniciones y la magia con que rodeamos una realidad que siempre queremos evadir. Con 4,5 millones de desplazados en la Colombia de hoy, el pasado de las armas de los conquistadores parece no haber borrado su sombra. Indios de ayer y campesinos de hoy repiten una misma historia de desolación y de largas marchas con sus enseres y su habitación a cuestas. Un caso es el de Alirio Mosquera Palacio, quien arribó con su familia a las bocas del Atrato, en el golfo de Urabá, huyendo con miles de gentes de las armas de los nuevos guerreros que azotan a Colombia, aún en mayo de 1997. Alirio se refiere a cerca de mil personas que huyeron hacia Panamá: “Y en todos los sitios de concentración, los desterrados hablan del mismo rumor: todo es porque nuestra tierra está marcada para hacer el canal”. Es el canal interoceánico Atrato-Truandó, y por ello los “violentos quieren apoderarse de la región”.18 Pero no había tal, la verdad era otra, el interés por la región estaba centrado en el laberinto de revanchas de todos los jinetes del Apocalipsis que se apoderaron del Estado, de sus armas y de sus mentiras para asolarlo todo en su propio beneficio, como si fueran aún los discípulos de Balboa o de Pedrarias Dávila.
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N. Padilla y A. Varela, “Nuestra Ruanda”, en revista Cambio 16, Bogotá, 12 a 19 de mayo de 1997, 204, pp. 16-19.
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El estado del miedo. Grabado en linóleo. Original de Miguel Ángel Albadán A. 2004 © miguelalbadan.com
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o m ic ad é ac o us ra pa a iv us cl ex ia op C La desolación dispersa. Grabado en linóleo. Original de Miguel Ángel Albadán A. 2004 © miguelalbadan.com
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I El sentido trágico del rumor en la conquista de América
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¡Ay, mis queridos hijos!, ¿cómo pudo sucederle a ustedes, lo que pronto pasará?
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os capitanes, frailes y funcionarios que acompañaron a los soldados que devastaban el continente americano, en la alborada del siglo xvi, fueron los primeros en describir los más inusitados cuadros de fuerza y de violencia, pocas veces vistos por los naturales de América, ni aun en sus propias guerras y rituales, que a su vez escandalizaron a los europeos. Los mismos indígenas describieron, en angustiosos poemas, las consecuencias de la acción de los europeos que terminó por arrasar y hundir el mundo de sus mitos y de todo cuanto constituía su sociedad, su conocimiento y su pensamiento: “Destechadas están las casas […] y en las paredes están salpicados los sesos”, escribió un cantor de Tlatelolco, mientras que otro decía: “¡Castrar el sol! Esto es lo que han venido a hacer los extranjeros!”.1 Los versos remiten a la destrucción de la habitación, del cuerpo, de la ciencia y de la religión, cuatro pilares del universo social prehispánico. El desastre, que fue anunciado por brujos, encantadores, agoreros, sacerdotes y por quienes controlaban la aparición de pesadillas y 1
Ángel María Garibay, Historia de la literatura náhuatl, Editorial Porrúa, México, 1964, ii, p. 90; puede verse también Georges Baudot y Tzvetan Todorov, Relatos aztecas de la Conquista, Editorial Grijalbo, México, 1990; Miguel León-Portilla, Literatura del México antiguo: los textos en lengua náhuatl, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1978; Visión de los vencidos: relaciones indígenas de la Conquista, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2005; fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, Alianza Editorial, Madrid, 1988, y Miguel León-Portilla, Códices: los antiguos libros del Nuevo Mundo, Aguilar, México, 2003.
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de signos extraños, tuvo una fase de anuncios y temores que se acrecentó con el paso de un cometa, con la indefinición de un sueño, con la irrupción de sucesos y acontecimientos no previstos y con la aparición de seres nunca vistos que iban sobre “venados”, en una alusión a los jinetes hispanos, que desde 1501 hurgaban las tierras ardientes de Urabá y del Darién. Tal fue la actitud de los naturales cuando confrontaron esta realidad. Las gentes corrían por todas partes, como si se prepararan para la guerra contra hombres de dos cabezas que habían aparecido y desaparecido en un espejo redondo que llevaba en la cabeza un ave cenicienta capturada en el lago de México.2 El miedo se había apoderado de todos los mexicanos:
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Hay juntas, hay discusiones, se forman corrillos, hay llanto, se hace largo llanto, se llora por los otros. Van con la cabeza caída, andan cabizbajos. Entre tanto se saludan; se lloran unos a otros al saludarse. Hay intento de animar a la gente, se reaniman unos a otros. Hacen caricias a otros, los niños son acariciados.3
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En cada frase, en cada verso, los poetas mexicanos describen y anuncian el horror que se avecina y dejan que el desconcierto humano traducido en gestos y formas propias de la reciprocidad y la solidaridad se revelen dramáticamente ante el abismo que se avecina. Entre los muiskas, que vivían lejos del Caribe, un sacerdote llamado Popón pronosticó la muerte del cacique de Bogotá, “algunos años antes que entraran en el Reino los españoles”. Popón no solo había tenido visiones sobre estos “hombres de otras tierras”, sino que interpretó un sueño del zipa como premonición de su desgracia. Para ratificar su fatalismo demostró que el agua de la laguna de Guatavita se volvía fuego en las noches. Otros adivinadores lo atestiguaron y fueron a donde el zipa a lamentar su destino.4 2
Nathan Wachtel, Los vencidos: los indios del Perú frente a la conquista española (15301570), Alianza Editorial, Madrid, 1976, pp. 35-92; Tzvetan Todorov, La conquista de América: la cuestión del otro, Siglo xxi Editores, Madrid, 1987; Beatriz Pastor Bodmer, The Armature of Conquest: Spanish Accounts of the Discovery of America, 1492-1589, Stanford University Press, Stanford, 1992, y Tzvetan Todorov, Las morales de la historia, Ediciones Paidós, Buenos Aires, 1991.
3
Visión de los vencidos: relaciones indígenas de la Conquista…, cit., p. 35.
4
Fray Pedro Simón, Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales, Biblioteca del Banco Popular, Bogotá, 1981-1982 (1.ª edición de 1626), vol. iv, pp. 337-9.
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Lo vivido antes de 1519, y descrito con posterioridad a la Conquista, parecería ser más una especulación que la expresión del sentimiento trágico del rumor que recorrió a América después de la llegada de Colón a las Antillas en 1492 y de otros conquistadores a Tierra Firme después de 1500. No solo los aztecas, sino los mayas, describieron bajo el signo de sus profecías aquello que circulaba como un conocimiento incierto:
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Ay! En el octavo año del 13 ahau los Ah Kines, Sacerdotes-del-cultosolar, profetizaron porque comprendieron cómo habrían de venir los extranjeros españoles; lo leyeron en los signos de sus papeles y por eso comenzaron a decir: “verdaderamente los haremos amigos nuestros y no les haremos guerra”, diciendo además: “A ellos se les pagará tributo”.5
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A su vez, en los Andes, el texto de Chayanta puso de manifiesto las premoniciones sobre una invasión extranjera que dejaron preocupados a sus intérpretes y al inka. En los sueños, el padre Sol surgía empañado por un humo sombrío mientras las montañas ardían “como el rojo pecho de los Pillkus”.6 Siempre hombres extraños y el fuego presente en los anuncios de todas las culturas, como si se tratase de una evocación profética. Las explicaciones de los xeques, adivinadores y predicadores de turno sobre la aparición de hombres extravagantes que llegaban como la peste asolando cuanto encontraban, debían de fundamentarse en los relatos de quienes huían hacia Mesoamérica empujados por la intolerable fuerza de las múltiples expediciones de Balboa, de Pedrarias Dávila y de sus huestes, entre 1510 y 1516. Eran relatos que los trajinantes y espías convertirían en rumor. Con seguridad los mexicanos supieron de oídas lo que estaba sucediendo en las islas del Caribe, y sobre todo lo que hacían los españoles en las costas de Santa Marta, Cartagena, el Cabo de la Vela y el Darién.7 Desde 1501 la acción sobre estas regiones fue sistemática y prosiguió después de 1504 y 1508, cuando se quiso fundar San Sebastián de Urabá. No es posible, entonces, que el 5
El libro de los libros del Chilam Balam, Fondo de Cultura Económica, México, 1965, p. 100.
6
Jesús Lara, Literatura de los quechuas: ensayo y antología, Editorial Canelas, Cochabamba, Bolivia, 1968, p. 83.
7
Carl O. Sauer, The Early Spanish Main, University of California Press, Berkeley and Los Ángeles, 1966.
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poder depredador de centenares de hombres hubiera terminado por ser un mudo huracán cuyo eco congelado se diluyera entre los labios agonizantes de los pueblos centroamericanos, sin haber subido las cordilleras y selvas para alimentar de noticias y especulaciones los caminos que las etnias prehispánicas llenaban de intercambios. Entre los mexicas, los pochtecas, considerados “correos y espías reales”, estaban para “acechar” la gente, mientras andaban “recatados por cuevas comerciando”.8 No es una casualidad que los primeros presagios que delataron la llegada de nuevas gentes correspondan a 1509, cuando los conquistadores estaban actuando contra el cacique Matarap, en la provincia de Cartagena, y contra los indios de Urabá, antes de aprestarse a fundar una ciudad en tierras del cacique Cemaco, a orillas del río Tanela, en el golfo de Urabá, en la actual Colombia.9 En 1510 se fundó Santa María la Antigua del Darién, y en 1514, con Pedrarias Dávila, nuevos centenares de soldados llegaron a reforzar la incansable búsqueda de oro, indios, textiles y alimentos, bienes que habían sido rescatados eufóricamente por los hombres de Balboa, quien ya en 1513 había llevado sus huestes hasta el mar del Sur o mar Pacífico.10 El empuje de Pedrarias hacia Nicaragua lanzaba pueblos en una diáspora cuyos destinos y refugios aún desconocemos. Solo entre 1514 y 1515 Pedrarias Dávila despachó 17 expediciones desde el Darién, con un promedio de 120 hombres por expedición, las cuales rastrillaron sistemáticamente la región de la actual Panamá, logrando recoger más de 125.000 pesos de oro y centenares de esclavos que fueron conducidos al Darién, mientras que otros fueron degollados, arcabuceados, ahorcados o lanceados en los descansos de las largas marchas de retorno. Varios autores sostienen que uno de los rasgos diferenciadores entre las administraciones de Balboa y la de Pedrarias fue la elección de la guerra
8
Miguel Acosta Saignes, “Los pochteca: ubicación de los mercaderes en la estructura social Tenochca”, en Acta Antropológica, México, 1945, vol. 1, n.º 1, pp. 1-62; Ángel María Garibay, Vida económica de Tenochtitlán: pochtecayotl (arte de traficar), Universidad Autónoma de México, México, 1961, p. 39.
9
Fray Bernardino de Sahagún, op. cit., 2, pp. 817-8; G. Baudot y T. Todorov, Relatos…, cit., pp. 59-60.
10
María del Carmen Mena García, Sevilla y las flotas de Indias: la Gran Armada de Castilla del Oro (1513-1514), Universidad de Sevilla, Fundación El Monte, 1998; Katleen Romoli, Vasco Núñez de Balboa, descubridor del Pacífico, Academia Colombiana de Historia, Plaza y Janés Editores, Bogotá, 1988; G. Fernández de Oviedo, op. cit. iii, pp. 210-21.
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por parte de este último, después de que Balboa había pacificado a los indios gracias al rescate.11 Los grandes movimientos étnicos que se atenuaron o se acentuaron por este tipo de decisiones durante los primeros años del siglo xvi, y que produjeron un reordenamiento del espacio y confrontaciones interétnicas de grandes magnitudes, aún permanecen confusos y oscuros para la investigación. Entonces, el hecho de que los mexicanos supieran que unos hombres blancos y barbudos que llevaban “unos cascos escarolados como señal de mando” llegarían a destruirles, no podía ser el resultado de una mera invención de la imaginación indígena, o un acto adivinatorio de un brujo, sino el producto de los acontecimientos que se sucedían no muy lejos de México. No se debe perder de vista que los brujos manipularon las catástrofes, pues su autoridad dependía de la capacidad de control que pudieran tener sobre ellas. No obstante, su control dependía de que acertaran o pudieran explicar su fracaso por la intervención de poderes opuestos e incontrolables. Por ello, estos testimonios no pueden considerarse, como lo sugiere Todorov, un simple ejercicio de prospección retrospectiva.12 En realidad, son delaciones de cómo fueron vividos los anuncios sobre la existencia de aquellos seres que dirigieron la invasión española. Lo que se incrustó en la tradición, y fue visto posteriormente como premoniciones fatales de los aztecas, mayas e incas, era en realidad la expresión de unos conocimientos que circulaban sobre lo que estaba aconteciendo en Tierra Firme desde 1500. La sospecha de que “sin ninguna duda, todos seremos matados por estos dioses y los supervivientes se convertirán en esclavos y vasallos suyos”, devuelve la historia a los años de estupor, cuando se filtró lo que había ocurrido en las Antillas y estaba ocurriendo en Urabá y en el Darién. Estas denuncias no constataban solo el hecho de la llegada de Cortés a México, sino que abrían la historia a otros interrogantes más profundos relacionados con la dimensión del control espacial que manejaban las culturas prehispánicas y con su poder de penetración en territorios lejanos a sus centros de poder. Las premoniciones en torno a una realidad no definida, la confrontación brutal con lo anunciado y lo que ocurrió después de llegados los españoles, se unieron para darle dimensión al rumor que explotó su círculo de fatalidad, para volverse tiranía, tal como los sabios indíge11
Pablo Álvarez Rubio, op. cit., pp. 142-93; K. Romoli, op. cit.
12
Tzvetan Todorov, Las morales de la historia, Ediciones Paidós, Barcelona, 1991, p. 44.
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nas lo habían advertido dentro de los universos de sus augurios. “Diez años antes que viniesen los españoles desta tierra pareció en el cielo una cosa maravillosa y espantosa, y es que pareció una llama de fuego muy grande, y muy resplandeciente”. El testimonio se refiere a 1509, y el fenómeno duró un año, es decir, hasta 1510, manifestándose cada día. Cuando aparecía a la medianoche, la gente “gritaba y se espantaba. Todos sospechaban que era una señal de un gran mal”.13 Se afirma que el señor de la Yuca había advertido a un cacique de las Antillas que después de su muerte, quienes quedasen vivos “gozarían poco tiempo de su dominio, porque vendría a su país una gente vestida, y que se morirían de hambre”. Pero los naturales pensaron que estos personajes debían ser “los caníbales”, mas luego, “considerando que éstos no hacían sino robar y huir, creyeron que otra gente habría de ser aquella” referida por el cemí o divinidad.14 Aquí la destrucción y la violencia se asignó a los caníbales de los territorios circunvecinos y no a aquellas gentes vestidas y extravagantes que describieron los mexicanos. Afectados por el cataclismo que significó la conquista, los textos mayas también describieron su sorpresa frente a estos personajes, la cual se fue haciendo más precisa a medida que el invasor se fue acercando a sus aldeas: “Del oriente vinieron cuando llegaron a esta tierra los barbudos, los mensajeros de la señal de la divinidad, los extranjeros de la tierra […] inhumanos serán sus soldados, crueles sus mastines bravos”.15 Los escritos estructuran lo sabido y lo presentido, pero lo trágico de los hechos vividos se oculta en la aceptación de lo inevitable. ¿Pero por qué sabían que eran barbudos e inhumanos y bravos sus mastines? Cuando los mexicanos por fin los vieron llegar a su territorio, la sorpresa giraba en torno al ambiente de su parafernalia, de sus buzos de guerra, de sus armas, de sus animales y del ruido extraño que les acompañaba. La impresión de sus lanzas, sus petos, sus perros y sus equinos la dejó un testigo avasallado por la ruidosa marcha del invasor hacia México. La mudez se convierte en metáfora para ilustrar y descifrar la novedad de los objetos, de los animales y de los vestuarios de los hombres: la brutalidad incontrolable es el trasfondo de esta seca y repetida descripción: 13
Fray Bernardino de Sahagún, op. cit., 2, pp. 817-8.
14
Fray Ramón Pané, Relación acerca de las antigüedades de los indios. El primer tratado escrito en América (nueva versión con notas, mapa y apéndices de José Juan Arrom), Siglo XXI Editores, México, 1974, p. 48.
15
El libro de los libros del Chilam Balam, México, 1948.
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Vinieron en grupo, vinieron reunidos, vinieron levantando polvo. Sus lanzas de metal, sus lanzas en forma de murciélago, era como si lanzaran rayos. Y sus espadas de metal como el agua ondeaban. Era como si resonaran, sus cuerpos de metal, sus cascos de metal. Y otros vienen incluso todos cubiertos de metal, vienen enteramente hechos de metal, vienen lanzando rayos […] Y sus perros vienen conduciéndolos, vienen colocándose al frente, vienen jadeando; su baba cae en gotitas.16
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Entre tanto, Motecuhzoma cavilaba. Estaba “lleno de terror, de miedo, cavilaba qué iba a acontecer con la ciudad. Y todo el mundo estaba muy temeroso. Había gran espanto y había terror. Se discutían las cosas, se hablaba de lo sucedido”. Tal era el ambiente en México Tenochtitlán cuando se supo que los españoles habían emprendido su marcha desde Veracruz. El pánico de los mexicanos era indescriptible. Se reunían en grupos, se consultaban, se saludaban llorando, mientras que otros se animaban y acariciaban los cabellos de los niños. Huiremos o “¿qué hacer?”, se preguntaban los macehuales.17 La destrucción del mundo y la fundación del nuevo reino de los desastres fue definido con precisión por el escritor del Chilam Balam, quien constató desde su nostalgia la inauguración de otra vida cotidiana:
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Solamente por el tiempo loco, por los locos sacerdotes, fue que entró a nosotros la tristeza, que entró a nosotros el cristianismo. Porque los muy cristianos llegaron aquí con el verdadero Dios; pero ese fue el principio de la miseria nuestra, el principio del tributo, el principio de la limosna, la causa de que saliera la discordia oculta, el principio de las peleas con armas de fuego, el principio de los atropellos, el principio de los despojos de todo, el principio de la esclavitud por deudas, el principio de las deudas pegadas a las espaldas, el principio de la continua reyerta, el principio del padecimiento.18
Cada frase sintetiza categorías sociológicas y económicas fundamentales en las nuevas relaciones de poder construidas por el colonialismo en Mesoamérica, como en toda la América española. Los nuevos sistemas de trabajo y sus formas definieron la vida de los naturales y 16
G. Baudot y T. Todorov, Relatos aztecas…, cit., pp. 85-6; también citado en T. Todorov, Las morales…, cit., pp. 46-7.
17
G. Baudot y T. Todorov, Relatos aztecas…, cit., pp. 79 y 90.
18
El libro de los libros del Chilam Balam.
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de sus herederos ubicados en los diferentes centros de producción que desarrolló el sistema colonial, mientras que la religión avasallaba la vida cotidiana para legitimar no solo el nuevo orden económico y social, sino para avalar la conquista de las almas.19 El fatalismo, el estupor y el temor se conjugaron también en la descripción de estos personajes extraños cuando los incas supieron de su presencia:
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… llevan tres cuernos puntiagudos / igual que las tarukas,20 / y tienen los cabellos / con blanca harina polvoreados, / y en las mandíbulas ostentan / barbas del todo rojas, semejante / a largas vedijas de lana, / y llevan en las manos / hondas de hierro extraordinarias, / cuyo poder oculto / en vez de lanzar piedras / vomita fuego llameante, / y luego en los pies tienen / extrañas estrellas de hierro / que en resplandores se deshacen…21
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Esta visión incaica calca las formas que describieron otros autores en Mesoamérica. Tres elementos les asombra en la marcha de estos seres: los rasgos físicos, las vestiduras y sus armas. Sobre todo el poder de estas últimas, implícito en las metáforas que esconden temor y terror. Entonces, la lectura del fatalismo que se redistribuyó por los reinos indígenas antes de la llegada de los europeos no puede reducirse a un simple atributo mágico de los brujos y prestidigitadores incas, mayas y aztecas. Una lectura así prescindiría de la penosa presencia de los europeos durante más de veinticinco años entre otros pueblos indígenas, no muy alejados de sus radios de influencia, tal como lo fueron las Antillas, Urabá y Centroamérica. La reacción de Moctezuma, al saber de la llegada de los españoles, no fue normal. Su inmovilidad y estupefacción respondían a la erupción del rumor que comenzaba a vomitar su incandescente verdad. El rumor ya no sería más premonición, sino presencia real de estos seres extravagantes, de piel dura y acerada. Habían llegado aquellos personajes previamente descritos con 19
Hermes Tovar Pinzón, Hacienda colonial y formación social, Sendai Editores, Barcelona, 1988. Sobre otras regiones de América puede verse Arnold J. Bauer, “The Church and Spanish Agrarian Structure; 1765-1865”, The Americas, 28, n.º 1, julio de 1971, pp. 78-98; Susan E. Ramírez, Patriarcas provinciales: la tenencia de la tierra y la economía del poder en el Perú colonial, Alianza América, Madrid, 1991.
20
Taruka: s. venado, ciervo, según Antonio Cusihuamán G., Diccionario quechua: CuzcoCollao, Ministerio de Educación, Lima, Perú, 1976.
21
Jesús Lara, op. cit., pp. 83-4.
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sus relámpagos que herían y con sus rayos y truenos como cataratas de magia y de crueldad. Pero como contraposición a la reacción de los mexicanos al oír y ver a estos seres, merece destacarse la actitud de los pueblos de las Antillas cuando se encontraron de repente con estos caballeros. Su reacción fue de curiosidad. De ahí que procedieran a entablar diálogos para discutir las ventajas y bondades de los intercambios iniciales y de los canjes del oro por abalorios. Este contraste entre las reacciones de quien nunca ha escuchado nada trágico de los blancos y de quien supo de su existencia por la vía estupefacta del rumor, merece una reflexión y una mayor consideración en América. En las Antillas nada sabían de su poder destructivo, y por eso no hubo temor, ni su posible llegada se convirtió en representación onírica de tragedias. Nos preguntaban si “éramos venidos del cielo”, escribió Colón, para ratificar la simplicidad que atribuyó a estos pueblos.22 El asombro por lo desconocido fue ingenuo en las Antillas, mientras que en México y Perú fue de fatalidad. Ingenuidad y fatalidad: he ahí dos conceptos que integran el discurrir de los europeos en los primeros 40 años de su presencia en América. Pero lo que los europeos consideraron ingenuo, no era más que una actitud de expectación de pueblos que siempre habían mantenido contactos con otras etnias. Estos hombres podían ser miembros de una nueva comunidad no codificada hasta entonces. Colón escribió en su Diario, el 13 de octubre de 1492, que tenía la impresión de que había una relación con Tierra Firme, pues pensaba que desde allí venían a cautivarlos. La afirmación sugiere al menos un contacto de estas islas con el continente.23 La idea de un aislamiento de las culturas americanas no parece haber sido un hecho cierto. Un ejemplo de integración y de cómo los pueblos indígenas no tuvieron que ver a los españoles para saber de su presencia, surge del testimonio de un cacique de Urabá, quien en 1505, cuando las gentes de Juan de la Cosa desembarcaron y entraron a su pueblo, se limitó a decirles a sus súbditos: “He aquí los barcos de los que os hablé hace x años”. Se trataba de 1495. Apenas tres años después del Descubrimiento de América, ya en Urabá se sabía que “algunos barcos llegarían del Este, de un gran rey desconocido por ellos, quien les tendría a todos como sus servidores, y que los extranjeros estaban dotados de vida inmor22
Cristóbal Colón, Los cuatro viajes del Almirante y su testamento, Espasa Calpe, Madrid, 1977, p. 33.
23
Ibid., pp. 31-2.
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tal y adornaban sus personas con variadas vestiduras”. El testimonio es asombroso, y aunque Romoli duda de su contenido, no ofrece una explicación alternativa. Debe tenerse en cuenta que en los textos mexicanos las premoniciones comenzaron a presentarse diez años antes de la llegada de Cortés, los mismos diez años a que hace referencia este señor de Urabá. Igualmente, en uno y otro lugar el mito de los dioses que venían del este está presente, con lo cual uno se pregunta si todas estas historias no pertenecen más a los prejuicios de Occidente que a los de las grandes y modestas culturas americanas.24 Siendo cierto, el testimonio de Urabá pone en entredicho la visión de un Caribe desagregado en el momento del Descubrimiento, a la vez que avala lo intuido por Colón con respecto al contacto de las Antillas con el continente. De ahí que aislar la historia de México y Perú de los actos de conquista que los europeos desataron en Tierra Firme durante las primeras décadas del siglo xvi significa dejar de lado el poder de comunicación que a grandes distancias manejaron los señores prehispánicos y abandonar el estudio de los significados de todas las proclamas míticas y poéticas contenidas en la literatura indígena. Aceptar el aislamiento del proceso de conquista supone convertir en magia el acontecer de otras historias conocidas y repetidas fragmentariamente por quienes no solo llevaban y traían bienes, sino rumores sobre cuanto ocurría más allá de las fronteras de sus Estados. Estos viajeros que se aventuraban a territorios ignotos, apenas dibujados entre las rendijas del canje, actuaban como los espías encargados de rescatar en territorios extraños aquello que era de interés para sus señores. La integración macrorregional prehispánica estructuraba economías que aprovechaban los más variados recursos de la ecología americana, pero a la vez servía para que los poderosos maquinaran sus guerras de conquista.25
24
K. Romoli, Vasco Núñez de Balboa…, cit., p. 45. Es curioso que la autora no remita a la fuente sobre esta información. Solo hace la cita textual.
25
Sobre los estudios en torno al uso de macrorregiones en América puede verse para Colombia Carl H. Langebaek y Felipe Cárdenas-Arroyo (eds. y comps.), Chieftains, Power and Trade: Regional Interaction in the Intermediate Area of the Americas - Caciques, intercambio y poder: interacción regional en el área intermedia de las Américas, Departamento de Antropología, Universidad de los Andes, Bogotá, 1996; y María Clemencia Ramírez de Jara, Frontera fluida entre Andes, piedemonte y selva: el caso del valle de Sibundoy, siglos xvi-xvii, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Bogotá, 1996. Es sabido que el aprovechamiento de diversos pisos ecológicos no fue solo vertical, sino horizontal.
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Las visiones que mostraban hombres de dos cabezas o que andaban sobre venados se fueron precisando después de los viajes de exploración de Francisco Fernández de Córdoba y de Juan Grijalba, a fines de 1517 y principios de 1518, desde las costas de Cozumel hasta cerca de Veracruz, un año antes de la llegada de Cortés a México.26 Pero antes de que estos viajeros aislados visitaran Mesoamérica, se dice que en 1502 Rodrigo de Bastidas dejó en Citurma (Provincia de la Guajira) a un marino que voluntariamente quiso quedarse para aprender la lengua de los nativos. “Trece meses más tarde otra expedición lo encontró sano y salvo llevándole a la Hispaniola”.27 Hechos de tal naturaleza no pueden considerarse acontecimientos comunes entre las comunidades indígenas. Eran eventos extraordinarios de gran circulación. Y se sabe que toda ruta comercial no solo llevaba bienes, sino enfermedades, creencias, dogmas, artes y todo cuanto es propio de los hombres y sociedades unidas por una ruta o un camino. No es extraño, entonces, que el camino de violencia que emergió a lo largo del Caribe y del Darién se hubiera expandido sobre América hasta construir sobre el horizonte unos lenguajes de profecías y sentimientos de tragedia, en los pueblos ocultos de la tierra adentro. De ahí que la historia de Urabá pueda ayudar a explicar las metáforas de estas premoniciones mayas, mexicanas, muiscas e incas. Los discursos pesimistas de los sacerdotes y profetas no eran una conjura nacida de la nada ni surgían bajo el silencio de los textos antiguos, sino que eran más el testimonio de un rumor que llegaba desde el este colgado de los labios de los mercaderes y que circulaba con los productos que iban y venían describiendo anillos de integración e intercambio económicos. No se debe olvidar que el español Aguilar llegó a Yucatán hacia 1514 y que las guerras y conflictos entre los mismos españoles fueron feroces en Centroamérica en tiempos de Pedrarias Dávila. Las premoniciones de incas, mayas, muiscas y aztecas sobre la conquista se transforman en testimonios de cómo la historia caótica de otras regiones circulaba a lo ancho y a lo largo de nuestra América como una pesadilla incierta. En otras palabras, la diáspora de pueblos prehispánicos y sus incertidumbres encontraron solidaridad en el pánico con que se asumió el conocimiento de este dolor distante e invisible. No es la derrota lejana lo que asombra, sino el poder de tales desgracias
26
G. Baudot y T. Todorov, Relatos aztecas…, cit., p. 64.
27
K. Romoli, Vasco Núñez de Balboa…, cit., p. 37.
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que avanza amenazadoramente sobre la vida de los propios mexicas, mayas e incas. Comprendida así, la visión de los vencidos mexicanos se incrusta también en la región de Urabá, cuya conquista tuvo mucho que ver con esa historia ilegible que se abrió entre los pueblos indígenas como un período de tristeza, desilusión y desengaño. Este lenguaje de pesimismo era nada más ni nada menos que la solidaridad lejana de quienes esperaban que ese vendaval de muerte no llegara hasta ellos y se diluyera entre las sombras de la misma agonía que cubría a Santa María la Antigua del Darién, convertida en una cruz de dolor sobre Tierra Firme. Centenares de españoles vistieron allí sus escudos y sus petos, para escupir los fuegos de sus arcabuces y lombardas y para abatir con la geometría de sus espadas, los cuerpos de los hombres y de las sociedades que se levantaban sobre la llanura caribeña y en las selvas de Centroamérica. Los hispanos animaron sus perros y sus picas para extenderlos como remolinos salvajes hasta Nicaragua. Los barcos alzaron sus velas primitivas sobre el río Atrato y sobre las costas del Pacífico trazaron una ruta hacia el Perú. Se inventaron la leyenda del Dorado y envueltos de valor subieron hasta las primeras estribaciones de los Andes colombianos, buscando la matriz del dorado metal.28 Con sus naves de ambición y convicción religiosa, lentamente fueron construyendo, en un manto de agonías, los edificios del poder. En ellos habitaría la mayor catástrofe humana de Occidente o el mayor holocausto jamás vivido por pueblo alguno y que juiciosos humanistas han querido velar en un ambiguo debate entre leyenda rosa y leyenda negra, o eludir entre la duda de unos puntos estadísticos. Millones de indígenas desaparecieron y la matanza aún no conmueve el espíritu latinoamericano como un referente fundamental del derecho a la equidad con quienes aún sobreviven como herederos y víctimas de los desafueros de aquellos tiranos y de quienes aún, desde la exclusión y el olvido, elaboran la razón de sus gestas.29 Urabá fue el reino del sudor que abrió la esperanza en Tierra Firme, en donde Santa María la Antigua del Darién encarnaría el sueño de oro, perlas, indios esclavos, alimentos y tejidos. Este punto de penetración fue, con las Antillas, con México y Perú, un mundo de contradic28
Juan Gil, Mitos y utopías del Descubrimiento: 3. El Dorado, Alianza Universidad, Madrid, 1989.
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David E. Stannard, American Holocaust: The Conquest of the New World, Oxford University Press, New York, 1993; Russell Thornton, American Indian Holocaust and Survival: A Population History since 1492, University of Oklahoma Press, Norman, 1990.
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ciones, de empeños y de frustraciones. Durante dos décadas el Darién alimentó de ilusiones a quienes marcharon a Mesoamérica. Sobre sus costados se forjaron quienes irían posteriormente al Perú y al interior de la Nueva Granada. Pero Urabá fue al mismo tiempo un ejemplo de contactos entre dos mundos que no siempre opusieron la fuerza entre sí. La lógica de la reciprocidad manejada por los nativos permitió que el principio del intercambio, propio del mercantilismo, encontrara en el Caribe un camino para el rescate de abalorios por oro. Esta operación de canjes fue lo que se llamó el rescate y sirvió para penetrar y herir el rostro y el cuerpo de nuestra América.30 Entonces, la primera agresión contra los naturales provino de un intercambio de conceptos, que se materializaba en el trueque de metales preciosos y perlas por cuanta baratija salía de los puertos hispanos. Los nativos acudieron a esta primera cita del comercio internacional bajo los supuestos que signarían desde entonces las relaciones de intercambio de Europa y el Nuevo Mundo. Entregar los metales por un machete, un cuchillo, un espejo o una novedad de fruslería. A su vez, los extranjeros en principio buscaron sacar las riquezas por las buenas. Cuando los pueblos indígenas se negaron a entregar los metales, los europeos acudieron al chantaje y las armas. Cuando Pizarro llegó al Birú, en las costas del Pacífico colombiano, los nativos pensaron que quería tratar con mercancías, y como los españoles no querían dar nada a cambio, la paz se esfumó entre el fuego de los arcabuces. Pero es curioso saber también, a través de este testimonio, que los nativos estaban enterados de los modos de operar de los europeos. No solo de su violencia, sino igualmente de su interés por los bienes de las comunidades. Aquí el rumor había llegado anunciando que los europeos querían cambiar oro por baratijas. Los indígenas buscaron convertir este interés en un instrumento de defensa y de contención. Por ejemplo, el Birú se aprestó al canje, al rescate cuando llegaron los primeros europeos con Andagoya. Pero se equivocaron, pues los españoles exigieron oro, sin retribuir nada a cambio. La misma actitud la asumieron los naturales de Tumbes (Perú) cuando Pizarro entró al tawantinsuyu. Es decir, los españoles no desconcertaron en principio a los indígenas, pero cuando cambiaron las bases del rescate por exigencias e imposiciones, cundió el desconcierto y la estupefacción. Los
30
Carmen Mena García, El oro del Darién: entradas y cabalgadas en la conquista de Tierra Firme (1509-1526), Centro de Estudios Andaluces, Sevilla, 2011.
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nativos estaban preparados para un modo de actuar de los europeos, el rescate, tal vez porque con él se evitaba la superioridad de las armas.31 La reciprocidad y el intercambio podían mantener la convivencia y el equilibrio, pero ello no siempre fue así. Muy pronto llegaría la sangre a iluminar la operación de saqueo en que se empeñó España a través de sus conquistadores y colonos. Esta fue en parte la historia vivida en Urabá, en donde se luchó por el oro, las perlas y los esclavos indios. Cuando ya no fue posible extraer el metal, se lanzaron sobre los símbolos religiosos, sobre las figuras que ornamentaban los cuerpos y se buscaron las habitaciones y los espacios públicos para terminar cavando el fondo de las almas y dejar a los espíritus sin el ajuar que iluminaba los caminos míticos del reino eterno de las sombras. En los años que siguieron a 1535, centenares de colonos continuaron abriendo fosas que, al vaciarse, precipitaron los últimos rescoldos de las civilizaciones nativas a un ostracismo eterno. Allí, en la llanura, limpia de hombres y cementerios, creció luego el ganado vacuno y el caballar. El ganado se esparció sobre las ruinas, no solo del hombre, sino de sus recursos animales y vegetales. Los bosques, con sus aves y sus venados, y los ríos con sus manatíes y caimanes, fueron cediendo el paso a la nueva civilización que luchaba por extinguirlos. Así como las llanuras se cubrieron de haciendas y estancias, los ríos se llenaron de caravanas de canoas ahítas de mercaderías que subían y bajaban de un puerto a otro, hasta consumir a miles de bogas indígenas agotados de cortar las aguas con sus remos. La guerra, el trabajo, la diáspora, el hambre, la peste y el trauma desquiciaron a la población indígena por las cuestas críticas de una pendiente mortal. Tales son algunos de los elementos de los desastres que se diseminaron sobre el Caribe a lo largo del siglo xvi, y que sirvieron para fundar una nueva estación de miedo en otros territorios a medida que el mal invadía la geografía de América.
A. A sangre y fuego lo asolaron todo La construcción de esta visión fatalista que realizaron los mexicanos y los incas tuvo su contrapartida en los textos dejados por los españoles que vivieron los tiempos de Conquista. Fueron los tiempos de Urabá, de Cartagena, Santa Marta y Río Hacha. Los europeos habían logrado penetrar el continente e imponían con fuerza y con violencia 31
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (9), “Relación que da el Adelantado de Andaboya…”, ff. 87r. y 88r.
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los fundamentos de un nuevo orden. Toda una generación escudriñó selvas, llanuras, ríos inmensos y logró llegar al mar Pacífico en busca de riquezas. El voluntarismo y los efectos de este gran acontecimiento dejó testimonios apasionados y escuetos. Dos formas de contar y medir esta tragedia que han sobrevivido no solo en las crónicas, sino en las cuentas de la Real Hacienda. La historiografía posterior ha desatado sus propias pasiones condenando o aceptando el desastre, en una reconstrucción rosa o negra de este fenómeno. No es nuestro interés caer en este maniqueísmo, sino explicar los modelos económicos que orientaron las actividades de los europeos hacia la obtención de rentas. Este espíritu incluyó en su lógica la violencia, un patrimonio que no fue solo de España en América, sino del colonialismo en general. El rescate como modelo de extracción de riquezas fue propio del Caribe. Cuando sus mecanismos no se pusieron en práctica, la guerra y la voluntad particular de saquear alteraron la paz y la convivencia en los territorios expoliados por los españoles. Balboa escribió al rey en 1515 que
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… cada uno sigue por donde cree que más interés le puede venir […] Y a acaecido de traer en veces un cacique ocho mil pesos de oro y enviar el capitán por otra parte y tomarle otros tres mil pesos de oro y las mujeres y hijos y naborías, y hazerles esclavos. Y todas estas cosas y otras muy graves se pasan sin castigo por donde ha sido cabsa que ya no hay cacique ni indio de paces en toda la tierra sino es el cacique de Careta…32
Así, las huestes hispanas desgajaban del horizonte sus reliquias de esperanzas. Extenuadas y abatidas por el cansancio, regresaban hasta los fundidores de oro a hacer el balance de su sudor. Hombres y jinetes calcaban su marcha y su galope por los caminos apenas diluidos entre el bosque y la llanura. Perdidas sus rutinas entre los escombros que amurallaban la ilusión de otros días, los descubridores dejaban arrastrar sus ojos por entre las ruinas y el naufragio inimaginable. Casas abandonadas, sementeras incendiadas, el mundo sitiado de silencios: este fue el paisaje que debieron tolerar los soldados de Balboa, de Andagoya, de Robledo, de Vadillo y de cien capitanes más que habían llegado con 32
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (5), ff. 33r. y v., “A su Alteza de Vasco Núñez de Valvoa 16 de octubre de 1515”.
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Pedrarias Dávila o que acompañaron a Bastidas, a García de Lerma o a Heredia en sus acaloradas correrías por las tierras del Caribe. Ellos mismos quemaban caciques y echaban sus caballos sobre los maizales como si fuesen yerba. Vadillo lo dejó “todo quemado”, mientras que Andagoya pensaba que era conveniente destruir “a fuego y a sangre”33 a todos los naturales alzados, que irrumpían con su guerra en las cordilleras y valles que había desde Cali hasta Bogotá y Popayán. Esta política no era ajena a las disposiciones de la Corona española. En 1532 la reina había autorizado a García de Lerma, gobernador de Santa Marta, y al obispo de esa ciudad para que declarase a los indios del Pueblo Grande, Betonia y el Valle de Coto “por rebeldes e inobedientes a nuestra religión cristiana y como tales hacerles y hagáis guerra a fuego y a sangre, y a cautivar los dichos indios y tomarlos por esclavos y venderlos y llevarlos donde quisiereis…”, si no obedecían el requerimiento de sujetarse a la Corona española y a la religión cristiana.34 Los soldados de los alemanes que llegaron a las tierras de Santa Marta, bajo las órdenes de Alfínger, atravesaron el Valle de Eupari hasta el extremo sur de la provincia, destruyendo cuanto encontraban a su paso. Tomaban muchos indios e indias y los llevaban “atados y con cargas” —muchos morían por los caminos—, “asolando y quemando toda esta tierra” hasta llegar a la provincia de los Putos y luego a Tamalameque. Con ello, abrían rutas y caminos a otros conquistadores,35 que desde Santa Marta llenaban sus ojos con el desperdicio que quedaba de estas rápidas entradas, mientras el trópico quemaba y deshacía en la fría soledad de los húmeros podridos, las últimas fronteras del hombre americano. Cuando los jinetes de García de Lerma y su gente de a pie se detuvieron para poner un secante a su sudor, encontraron que el verbo asolar sintetizaba la pesadumbre que se amotinaba sobre sí. No obstante, ellos mismos asolaron cuanto pudieron en las llanuras que rodeaban la Sierra Nevada de Santa Marta y se montaron sobre ella en un rosario de pacificaciones que incluía el incendio sistemático de pueblos. 33
Biblioteca Nacional (Madrid), Manuscritos de América n.º 19267, “Carta del adelantado Pascual Andagoya dirigida al emperador Carlos V sobre su partida de Panamá y prosecución de su viaje y reconocimientos hasta Cali, Cali 15 de septiembre de 1540”, f. 10r. y 11r.
34
Juan Friede, Documentos inéditos para la historia de Colombia, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1955-60, ii, pp. 351-2.
35
agi (Sevilla), Patronato 27, r-9, “Relación del descubrimiento de Santa Marta…”, (1532), f. 6v.
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En una de las guerras con que los tayronas respondieron a los españoles, un indígena preso confesó que los once caciques que habían regresado heridos a sus casas después de la refriega, habían muerto al pie de los últimos pasos que marcaron su retorno agonizante.36 Cada entrada que se hizo desde 1526 a Bonda, La Ramada y Posigueica estuvo ahíta de presagios funestos. Los españoles aceleraban la fatalidad al incendiar pueblos, en una especie de ritual que exorcizaba el temor que les crecía con las cotas de la Sierra. Por ejemplo, el capitán Muñoz y otros soldados de García de Lerma no quisieron trepar la Sierra Nevada, recelosos de la luz del día que les delataba. La piromanía era, pues, una reacción al temor, un afán de arrasar toda sombra que pudiera oponerse al capricho blanco. Con su respiración cortada y su ansiedad de vencer, los españoles pusieron “fuego en las casas de los indios donde comenzó el fuego a arder muy bravamente y se quemaron muchas casas y mucha gente en ellas”. Así se castigaron los pueblos de Posigueica. Los cristianos, entre la confusión que enredaba el humo y los lamentos, se aferraron a un extraño canto de victoria y huyeron cuesta abajo para esquivar la masa de naturales insurrectos salidos de las cenizas y de la montaña para seguirles, aupados por su afán de venganza.37 Las espadas de la ambición y el odio habían sido capaces de asolarlo todo como si fuego pasara. Las huestes no habían venido a poblar, sino a asolar, exclamó un cronista, mientras vaciaba sus recuerdos para la posteridad. Habían sembrado de ceniza la tierra, y sobre el horizonte no habían dejado otro testimonio de su paso que las lanzas del dolor y de la muerte. Balboa acusó a Gaspar Morales de haber ordenado el degollamiento de más de cien indios, mujeres y muchachos que había sacado de la isla de las Perlas.38 Robledo denunció que en la Provincia de Nori los españoles habían quemado a los Señores que salieron de paz, después de exigirles la entrega de oro.39 Más hacia el sur, un capitán de Belalcázar entró en un pueblo de ochocientas casas a lancear y matar a los indios que salieron pacíficamente.40 Otros conquistadores lo habían hecho aquí y allá, sobre los espacios que iban abriendo al dominio europeo. 36
agi (Sevilla), Patronato 27, R-2, “Relación del descubrimiento de Santa Marta…”.
37
agi (Sevilla), Patronato 27, R-9, “Relación del descubrimiento de Santa Marta” (1532).
38
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (5) , f. 33v.
39
agi (Sevilla), Patronato 28, R-66, f. 37r.
40
Ibid.
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Sardela, en su relación de la conquista de Antioquia, de los años de 1540, no pudo dejar de decir que Vadillo y Greciano lo asolaron todo, porque no vinieron a poblar, sino a robar: “… estava todo destruydo e abrazado por las armadas de Cartagena que por allí avían pasado”. Pero lo que asombraba a estas huestes no era solo la soledad del paisaje, sino el “ver las arboledas y frutales y asientos de bohíos y fuentes hechas a mano que todo estaba destruido”. Todo esto apenas a treinta leguas de Antioquia en la ruta hacia Urabá.41 Fray Gerónimo de San Miguel, en su afán por detener los innumerables abusos generados con la conquista, y dispuesto a denunciar los malos tratos de sus coterráneos, se quejaba desde Santa Fe de que
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… en este Nuevo Reino, aunque es poca tierra, se han hecho tantas y tan grandes crueldades que si yo no las supiera de raíz y tan verazmente, no pudiera creer que en corazón cristiano cupieran tan crueles y fieras inhumanidades. Porque no hay tormento tan cruel ni pena tan horrible que de estos, que de muy servidores de vuestra alteza se precian, no hayan experimentado en estos tristes y pobrecitos naturales. Porque unos los han quemado vivos; otros, les han, con muy grande crueldad, cortado manos, narices, lenguas y otros miembros, otros es cierto haber ahorcado gran número de ellos así hombres como mujeres; otros, se dice, que han aperreado indios y destetado mujeres y hecho otras crueldades que en sólo pensarlo tiemblan las carnes a los que algo de cristianos tienen. Estos son los servicios que acá a vuestra alteza se hacen y por los cuales piensan ser remunerados.42
Este testimonio, directo y escueto podría parecer exagerado a los escépticos. Sin embargo, los cronistas que acompañaron a los soldados que devastaban el continente americano describieron los más inusitados cuadros de fuerza y de violencia. Las peticiones de méritos de muchos de estos soldados ratificaron con ingenuidad su crueldad en una frontera en donde tales gestas fundaban la moral, la solidaridad, el servicio a Dios y al rey y, por ende, el derecho a un reconocimiento y a unas consideraciones valorativas de sus personas y de sus herede41
agi (Sevilla), Patronato 28 (66), “Relación de lo que subcedió al magnífico señor capitán Jorge Robledo”.
42
J. Friede (comp.), Fuentes documentales para la historia del Nuevo Reino de Granada, Banco Popular, Bogotá, 1975, i, 1550-1552, p. 35.
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ros. El colonialismo convirtió ciertos crímenes en méritos y sobre ellos estructuró en parte la moral del aprecio y la discriminación.43 Esta fue parcialmente la historia de la primera mitad del siglo xvi en Colombia, en las Antillas y en Centroamérica, antes de que esta peste se extendiera sobre Mesoamérica como realidad cotidiana. La región de Urabá, en Colombia, fue la que diseminó por todo este territorio a miles de soldados cuyos hechos no solo sembraron de muerte y desolación la tierra, sino de rumores los caminos y de presagios fatales a las civilizaciones que estaban más allá de sus lanzas y sus petos.
B. El desastre demográfico bajo la piel
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Es importante tener en cuenta que la llamada “catástrofe demográfica” que caracterizó la conquista de América es un hecho corroborado por la más rigurosa investigación estadística y no la invención de lo que se ha dado en llamar la “tesis homicídica”. En ella actuaron múltiples factores que formaron un complejo cerco de agresión contra el hombre de América: el trabajo, la salud, la alimentación, el trauma psíquico y los cambios ambientales se unieron para diezmar a quienes sobrevivieron a los primeros contactos. Una guerra económica, biológica, alimentaria, psicológica y ecológica actuó bajo los restos agónicos de millones de seres del Nuevo Mundo. Cuando Andagoya caminó el suroccidente de Colombia, hacia 1540, afirmó que de Cali a Popayán todo se había despoblado, pues de 100.000 casas que había, apenas encontraba 10.000 hombres de visita. Por los mismos años Jorge Robledo aseguró, cuando caminó por Antioquia, en donde fray Gerónimo de Escobar sostuvo que había más de 100.000 indios hacia 1530,44 que sus antecesores lo habían robado y destruido todo. Algunos escritos pretenden velar la realidad del mayor genocidio cometido por Occidente sobre sociedades subyugadas. Muchas regiones en América fueron completamente aniquiladas, 43
Algunos ejemplos sobre méritos de conquistadores pueden verse en agi (Sevilla), Patronato 126 r-8, “Información de los servicios de Francisco Paniagua… Quito 1582”; Patronato 93, n.º 4, R-3, “Probanza de los méritos y servicios de Alonso Romero… Cuzco 1534”; Patronato 93, n.º 10-R3, “Ynformación de los méritos y servicios de Rodrigo Núñez de Bonilla… Quito 1540”; Patronato 126, R-9, “Ynformación de los servicios de García del Espinar governador de Popayán…, Quito (1582)”.
44
agi (Sevilla), Patronato 27, R-3, “Memorial que da Fray Gerónimo Descobar predicador de la Orden de Sant Agustin al Real Consejo de Yndias de lo que toca a la Provincia de Popayán” (1582).
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como, por ejemplo, los quimbayas y los pijaos de la cordillera Central de Colombia.45 El carácter destructivo del sistema colonial en Urabá, la Amazonia, los Llanos y los Andes a lo largo del siglo xvi tuvo su contrapartida en otras regiones del continente americano. Así, Woodrow Borah y Sh. Cook calcularon para el Valle Central de México una población que osciló alrededor de los 25,3 millones de habitantes hacia 1519, en el momento de la llegada de Cortés. Refinando las estadísticas disponibles, se estableció para 1532 un total de 16.871.408 habitantes, cifra que continuó su curva descendente de tal modo que 16 años después, en 1548, los indígenas se habían reducido a 6.300.000, y en 1595 sobrevivían apenas 1.372.228.46 Charles Gibson, quien estudió esta misma región y dejó una obra pionera en los estudios etnohistóricos, sostuvo que los mismos cronistas españoles calcularon la pérdida de la población aborigen entre la Conquista y 1570 en más de la mitad. Estudiando el fenómeno a nivel local, encontró que durante el siglo xvi hubo comunidades que vieron desaparecer su población, pasando de 8000 a 300, de 6000 a 200 y de 4000 a 150 indígenas.47 En el Perú y en otras regiones de América ocurrió un fenómeno similar. David Cook calculó la población del Perú en nueve millones hacia 1520 y consideró que luego de la llegada de Pizarro, las primeras pestes acabaron con un 25 o 30 % de la población.48 Nathan Wachtel consideró la pérdida de la población del Perú en un 49 %, entre 1561 y 1630, mientras que en el Ecuador, entre 1561 y 1591 la población desapareció en un 61 %.49 Estudios más recientes sobre el Perú concluyen 45
Massimo Levi-Bacci, “The Depopulation of Hispanic America alter de Conquest”, en Population and Developmente Review, 32(2), xxx-xxx, (June 2006), pp. 1-34; David Henige, “Native American Population at Contact: Discursive Strategies and Standards of Proof in the Debate”, en Latin American Population History Buletin, University of Minnesota (22), Fall, 1992, pp. 1-24; Juan Friede, Los quimbayas bajo la dominación española: estudio documental (1539-1810), Banco de la República, Bogotá, 1963; Álvaro Félix Bolaños, Barbarie y canibalismo en la retórica colonial. Los indios pijaos de fray Pedro Simón, Cerec, Bogotá, 1994.
46
Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, Essays in Population History - México and the Caribbean, University California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1971, vol. i.
47
Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español, 1519-1580, Siglo XXI, México, 1967.
48
Noble David Cook, Demographic Collapse: Indian Peru, 1520-1620, Cambridge, Cambridge University Press, 1981, p. 114; “Population data for Indian Perú: Sixteenth and Seventeenth Centuries”, en Hispanic American Historical Review, 62 (1), 1982, 121-122, 73-120.
49
Nathan Wachtel, Los vencidos: los indios del Perú frente a la conquista Española (1530-
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que “en las décadas posteriores a la Conquista, la población nativa siguió disminuyendo en forma drástica, más de prisa en la costa que en la sierra. El descenso documentado del 85 % en la comunidad de Saña, entre 1562 y 1563 es, probablemente, representativo de la región”.50 Por su parte, Moya Pons estableció que en las Antillas la población indígena era, en 1494, de 377.559 nativos, mientras que en 1510 llegaba apenas a 33.523. Es decir que en 16 años la población desapareció en un 91 %.51 Los cálculos para Centroamérica revelan una caída de la población entre 80 y 90 %. En otras partes había desaparecido completamente 150 años después de la Conquista. Guatemala, la zona más poblada de esta región, vio caer su población, entre 1520 y 1600, de dos millones a 133.200 habitantes, según los cálculos de Lovell y Lutz.52 Después de revisar cifras disponibles sobre la población indígena de Panamá en el momento de la Conquista, Alfredo Castillero sugiere que hacia 1522 los cacicazgos ubicados entre Azuero y el Darién habían quedado reducidos entre un 12 % y un 7 %, y que respecto a los cuevas, “su población había quedado disminuida al 3 %”, una década después de iniciada la Conquista.53 En Colombia, en donde los estudios de demografía histórica no han recibido mayor atención, los estimativos realizados hasta ahora muestran una tendencia similar a la de las demás regiones de América. Cálculos burdos que hemos realizado nos dan unos 8.284.264 habitantes hacia 1500, los cuales quedaron reducidos a menos de un millón a fines del siglo xvi.54 El cuadro regional no es menos dramático, pues
1570), Madrid, 1976; Suzanne Austin Alchon, Native Society and Disease in Colonial Ecuador, Cambridge University Press, Cambridge, 1991, pp. 12-8. 50
Susan Ramírez, Patriarcas…, cit., pp. 47-9.
51
Frank Moya Pons, Después de Colón: trabajo, sociedad y política en la economía del oro, Alianza Editorial, Madrid, 1987.
52
W. George Lovell and Christopher H. Lutz, Demography and Empire: A Guide to the Population History of Spanish Central América, 1500-1821, Westview Press, Dellplain Latin American Studies, n.º 33, Syracuse University, Syracuse, 1995.
53
Alfredo Castillero, Conquista, evangelización y resistencia: ¿triunfo o fracaso de la política indigenista?, Instituto Nacional de Cultura, Dirección Nacional de Extensión Cultural, Panamá, 1995, pp. 37-53; Omar Jaen Suárez, La población del itsmo de Panamá: del siglo xvi al siglo xx, Panamá, 1978.
54
Hermes Tovar Pinzón et alii, Convocatoria al poder del número: censos y estadísticas de la Nueva Granada, 1750-1830, Archivo General de la Nación (agn), Bogotá, 1995. Para una actualización de estas cifras véase al final de este libro el capítulo v.
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los quimbayas, que eran unos 100.000 indígenas hacia 1540, quedaron reducidos a menos de 70 en 1628.55 El caso de la provincia de Pamplona es bien singular, pues se dispone de una “visita” de población muy temprana, realizada por Cristóbal Bueno en 1559. Singular, porque se registraron los hombres y mujeres casados que llegaron hasta el visitador, los ausentes, las mujeres con niños en brazos y los niños, niñas y muchachos según diferentes grupos de edad. Esta información, que deja conocer con cierto detalle la estructura demográfica, así como los recursos disponibles, hace pensar en una población superior a los 200.000 habitantes en el tiempo de los primeros contactos con los españoles. En 25 años, entre 1534-59, esta población se había reducido a 32.000 indígenas. Una peste de viruelas y de mal de cámaras azotó la provincia a mediados de 1559, luego de realizada la visita, y arrasó brutalmente con miles de indígenas. Un nuevo censo de 1560 permite medir, como en muy pocas partes de América, el impacto de esta invasión biológica.56 En solo un año, la población sobrepasó la tasa de decrecimiento del 25 %. William M. Denevan sostuvo que al descubrimiento de América le siguió el más grande desastre demográfico en la historia mundial.57 Pero el desastre humano de América dejó sobre los costados del Imperio miles de toneladas de oro y plata que pudieron ser redistribuidas entre todos aquellos interesados en acumular para consolidar el crecimiento y el desarrollo de Europa y crear las condiciones para la Revolución Industrial. Así, el colonialismo no fue solo una hecatombe humana: fue también un fenómeno fiscal que succionó riqueza en beneficio del Imperio. De otra manera, toda la acción de España en América no hubiera sido rentable. Los indígenas constataron esta verdad cuando escribieron que los blancos “anduvieron por todas partes, anduvieron hurgando, rebuscaron la casa del tesoro, los almacenes y se adueñaron de todo lo que vieron, de todo lo que les pareció hermoso”. Este tipo de denuncias también fue registrado por los cronistas y constan en las fuentes judiciales.
55
Hermes Tovar Pinzón, “Estado actual de los estudios de demografía histórica en Colombia”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Bogotá, 1970, 5, pp. 66-140; Juan Friede, Los quimbayas bajo la dominación española, Bogotá, 1963.
56
agn (Bogotá), Visitas Santander 3, ff. 709v. a 881v.
57
William M. Denevan, “Estimating the Unknown”, en W. Denevan (ed.), The Native Population of the Americas in 1492, The University of Wisconsin Press, Madison, 1978, pp. 1-12.
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Los europeos buscaron la riqueza en todo sitio y lugar y aprovecharon para saquear los depósitos de telas y alimentos y apropiarse de cuanto les pareció valioso. La oposición indígena a tales actos de vandalismo generó una mayor represión por parte de los europeos. Testigos españoles declararon contra Fernán Pérez de Quesada en 1543, por tolerar el mal trato que algunos encomenderos daban a sus indios, al permitir que los aperrearan y quemaran para sacarles “oro y piedras esmeraldas”. Denunciaron igualmente que a los indios de Bogotá los tomaban en sus pueblos “y otros en el camino e les cortaron a unos los brazos y a los otros las narices y a las mujeres las tetas, y questo sabe este testigo, porque se halló presente al tiempo que se hizo”.58 Lo que había sido recurrente durante 35 años en el Caribe, se repetía en los Andes por quienes de una u otra forma habían estado en Cartagena o Santa Marta siguiendo la pedagogía de la guerra y la tortura colonial. Pero los naturales no morían impunemente. La tesis homicídica se ha equivocado al suponer que España solo vino a destruir, y no a expoliar. Mientras los nativos morían, el oro, la plata y otras riquezas seguían circulando hacia las cajas reales y casas de fundición que registraban sus volúmenes. Comerciantes, prestamistas y vendedores de Sevilla y otras ciudades españolas no discutían problemas humanos, sino los riesgos y sus costos. Era el círculo complementario a la visión eufórica de una América de color y fantasía, que supo envolver, por un lado, la tragedia de sus habitantes, y por el otro la satisfacción de quienes convirtieron este descubrimiento en una oportunidad económica. Las cajas reales y las casas de fundición dejaron registros de lo que produjo esta aventura. Un control que si no lo apuntó todo, al menos registró lo suficiente como para hacer más sólida la versión del luto. Las cuentas de la Real Caja de Santa Fe y la de Cartagena, y por supuesto las de Santa María la Antigua del Darién, Río Hacha y Cabo de la Vela, registraron lo pagado a la Corona española por concepto de impuestos, tributos y exacciones. Esta selva de números constituye un abierto desafío a la imaginación. Allí solo hay una difusa masa de registros que esconde dramas, en una contabilidad simple que refuerza el valor del rumor y de la tragedia, implícitos en los estrechos sacos de un maravedí, un peso, un ducado o un castellano. Estas monedas medían la gloria de unos y el dolor de otros. En sus valores nominales 58
agi (Sevilla), Patronato 195, doc. 12, “Información recibida en la ciudad de Santa Fe sobre el mal tratamiento que recibieron los indios durante el tiempo que fue justicia mayor Fernán Pérez de Quesada”, Santa Fe, 28 de julio de 1543.
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se ocultaban la tortura, el incendio y las mutilaciones. Las remesas de particulares y del Imperio no contenían los meros signos de las rentas, sino la tragedia de centenares de comunidades. Es indudable que la historia económica esconde las silenciosas corrientes de la historia social. Del mismo modo que el etnocidio oculta el trauma, la sicosis y la neurosis trazan los caminos de la nueva identidad del hombre que sobrevivió en esto que se llamó el Nuevo Mundo.
C. Los múltiples espacios del desastre
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El conocimiento del siglo xvi no puede reducirse a una simple relación de fuerza, en donde unos recursos militares pudieron primar sobre la fragilidad de sus oponentes. Del mismo modo, el siglo xvi en el Caribe colombiano enseña que hubo diferentes formas de penetrar el territorio, de acceder a la apropiación de sus riquezas y, en últimas, de controlar sus espacios, de dominar a sus habitantes y de ganar los metales y piedras preciosas. Entre todas las variedades espaciales y étnicas caribeñas de Tierra Firme, los europeos centraron sus actividades de conquista y colonización, durante los primeros cuarenta años del siglo xvi, en cinco focos de penetración: el Cabo de la Vela, y por ende la llamada Provincia de Río Hacha, con sus riquezas de perlas; Santa Marta, la Sierra Nevada y los pueblos de las llanuras que se extendían hacia Valledupar y Tamalameque; Cartagena, junto con las llanuras del Sinú y las estribaciones donde agonizan los Andes colombianos; Urabá y todo el cuerpo del Atrato y del Darién. Y Coro, desde donde los alemanes penetraron hasta el sur de Tamalameque, los Andes y los Llanos Orientales. Estas regiones se vieron contrapuestas a los núcleos urbanos desde donde operaban mercaderes, administradores, religiosos y soldados enviados por la Corona española para someter unas difusas regiones de jurisdicción imprecisa. Cuando los europeos comenzaron a actuar sobre estos territorios, se abrieron avenidas de tesoros incalculables y las velas de las naves se izaron repetidamente sobre el mar Caribe para transportar remesas de perlas, oro y esclavos indios con los que el Imperio y los nuevos comerciantes pagaban sus acreencias e incrementaban sus patrimonios y haciendas. A cambio llegaban vinos, aceites, baratijas y otras mercaderías de España. Un ejemplo puede ilustrar la importancia de estas actividades mercantiles en estas desconocidas fronteras del Imperio. Con la armada de Pedrarias Dávila llegaron 482 botijas de harina para atender las This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:28 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 38
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necesidades de los centenares de soldados y habitantes de Santa María la Antigua del Darién. No obstante, fue necesario enviar dos carabelas en noviembre de 1514, y una más en enero de 1515, a Jamaica para llevar al Darién cerdos vivos, cazabe, tocino y maíz. El abasto generado desde las islas del Caribe se complementaba con los productos que seguían llegando de Castilla al Darién. Así, en marzo de 1515 llegaron dos carabelas emplomadas de Castilla con harina, vino blanco y vino tinto, aceite y vinagre. Todos estos cargamentos, realizados por la hacienda de su majestad, produjeron en el curso de un año 13.285 pesos de oro, que recibió el factor Juan de Távira.59 Juan de Távira fue acusado posteriormente de haber entregado hasta agosto de 1515 solo 4000 pesos y haber empleado los otros fondos para desarrollar sus propios negocios. Oviedo dice que cuando llegó al Darién “no tenía más que una espada e una capa”, y tres años después era rico y tenía “más de quince mil pesos de oro”. Su afán de incrementar sus riquezas lo llevó a organizar la expedición por el Atrato arriba, en donde murió hacia 1517.60 En esta actividad mercantil que integraba a Castilla, el Caribe y el Darién sacaban ventaja no solo el rey, sino comerciantes, funcionarios y acreedores. En 1516 se informaba que después de venida la armada de Pedrarias, la más cierta provisión había “seydo la de los mercaderes puesto que no fían porque no pueden cobrar en la fundición”, y que por entonces estaba muy provista la tierra “de muchos nabíos enviados a cargar de bastimentos y siempre los traerá[n] de Castilla y la Española”. Para estimular la elasticidad de los mercados se solicitaba que los pobladores fueran proveídos “de bastimentos fiados por un año o dos”, hasta que se sacara oro de las minas.61 Gracias a la valiosa investigación de Antonio Miguel Bernal sobre la financiación de la carrera de Indias,62 se puede deducir la importancia que tuvo en el mercado financiero sevillano la fundación de Santa María la Antigua del Darién y el esfuerzo por ocupar Tierra Firme. Entre 1507-1515 (ocho años) los financistas movilizaron en Sevilla más
59
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (4), “Relación de la Manera que se a tenido en el gastar y vender y cobrar la hazienda de sus altezas… fasta hoy diez e ocho días del mes de henero de 1516 años”, ff. 24r. a 31r. (En adelante citado como “Relación… 1516”).
60
G. Fernández de Oviedo, op. cit., iii, p. 247.
61
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (4), “Relación… 1516”, f. 27r. y v.
62
Antonio Miguel Bernal, La financiación de la carrera de Indias (1492-1824): dinero y crédito en el comercio colonial español con América, Fundación El Monte, Sevilla, 1992, 128; véase el cuadro 4. 4c.
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de 38 millones de maravedís, mientras que entre 1516 y 1556 (cuarenta años), período que coincide con la ocupación de Panamá, Santa Marta, Cartagena, México, Perú y los Andes en general, los financistas hicieron circular 36 millones de maravedís en dinero y créditos. Es decir que entre 1507 y 1515 se invirtió un promedio anual de 4.754.617 maravedís, y entre 1516 y 1556, 898.907 maravedís. Estas cifras indican que la actividad sobre el Caribe después de 1500 incrementó significativamente la presencia de recursos europeos y que estos disminuyeron cuando la conquista se alejó hacia el interior de América, lo que tornó difíciles los contactos de estos capitanes con los comerciantes antillanos y españoles. Para observar una inversión cuatro veces superior a la de 15071515 fue necesario esperar la consolidación de las colonias, a fines del siglo xvi. Entre 1588 y 1614 se invirtieron 590.746.225 de maravedís, o sea, un promedio anual de 22.721.009 maravedís para cada uno de los 26 años. Es decir, cinco veces más que las inversiones crediticias que se hicieron durante los años de las Antillas y el Darién y veinticinco veces más que durante la conquista del interior de América. México y Perú, con sus minas de plata, y la Nueva Granada con sus minas de oro, tuvieron mucho que ver con esta tendencia. Todas estas cifras valorizan y dimensionan la importancia que Urabá y el Darién tuvieron en la sensibilización de los cambios de ritmo vividos por el capital y la sociedad financiera de Sevilla y Europa.63 Con esto se debe recalcar una vez más que México y Perú no fueron todo en la economía del siglo xvi, al menos para los especuladores y prestamistas, pues los volúmenes cuantificados revelan que al menos hubo una generación que usufructuó el Darién y el Caribe con sus millones de maravedís, antes de que aquellos dos grandes reinos indígenas surgieran a los ojos de Sevilla y Europa. Los espacios diversos, humana y ecológicamente fueron objetos de presión por parte de comerciantes y soldados que saqueaban de diferente modo sus recursos. Perlas en la Guajira, y esclavos indios y oro en las otras provincias. Los unos mediante el rescate, otros fundando rancherías junto a los ostrales perlíferos, y los otros por la fuerza de las armas, en valles, sabanas y cordilleras atemorizando y subyugando pueblos. Esta variada experiencia en ecologías tan diferentes curtieron 63
Sobre las actividades mercantiles en Sevilla en tiempo de la Conquista puede verse Enrique Otte, Sevilla y sus mercaderes a fines de la Edad Media, edición e introducción de Antonio-Miguel Bernal y Antonio Collantes de Terán, Universidad de Sevilla, Fundación El Monte, Sevilla, 1996.
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a centenares de expedicionarios en una práctica de canjes y saqueos. Esta pedagogía de la guerra de frontera les indujo a penetrar el territorio, trazando la fuerza de un desastre que afectó a pueblos de diferente orden y naturaleza. De los años previos a 1519 no quedó solo la historia de inocentes viajeros y geógrafos, sino la de una sociedad que vivió en la cuenca del Caribe, y de modo especial del Caribe continental, una profunda crisis de terror.64 Todas las evidencias del desastre humano, implícitas en la Conquista de América, ponen de manifiesto que el rumor que sumió a los grandes reinos en el universo de los signos fatalistas provenía de una realidad, la misma que ellos vivieron posteriormente y que describieron con profunda nostalgia:
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En los caminos yacen dardos rotos, / los cabellos están esparcidos, / destechadas están las casas, / enrojecidos tienen sus muros. / Gusanos pululan por calles y plazas, / y en las paredes están salpicados los sesos. / Rojas están las aguas, como teñidas, / y cuando las bebimos, es como si hubiéramos bebido agua de salitre.65
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Este canto triste de los mexicanos se convertiría a su vez en premonición de las tragedias futuras de nuestra América, al igual que el Chilam Balam lo presentía para los hombres de entonces:
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Se comerán árboles, se comerán piedras; grandísima hambre será su carga, la muerte estará sentada en su estera y en su trono; serán degollados los Halach Uiniques, jefes de los pueblos, que andan sentados junto a las cercas de piedra exhibiéndose, fuera de las casas, los que desconocen su oficio y función porque no son nobles, sino plebeyos […] Acontecerá por tres veces que no habrá sino pan de jícama silvestre y frutos del árbol ramón; tremenda hambre y despoblamiento y destrucción de pueblos. Esta es la carga del Ahau Katun el 6…
Esta violencia, vivida en el siglo xvi, no habla de las rentas que brotan con los cadáveres del Nuevo Mundo. Tampoco dice que de cada peso de oro que entraba a las cajas reales, cuarenta céntimos eran para
64
Beatriz Pastor Bodmer, The Armature of Conquest: Spanish Accounts of the Discovery of America, 1492-1589, Stanford University Press, Stanford, 1992.
65
Ángel María Garibay, Historia de la literatura…, cit., ii, p. 90.
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la grandeza del Imperio66. He ahí una de las grandes contradicciones de la Conquista: mientras la sociedad indígena se desangraba y comía árboles y piedras, la economía del Imperio hacía rentables sus colonias y construía palacios, catedrales y jardines. España y Europa crecían mientras se creaban en América los indicadores de atraso. Frente a esta realidad, los nativos no cesaron de sobreponer el orden de su universo al caos del Nuevo Mundo. Si bien es cierto que los nuevos tiempos fundaron el hambre, la peste, la miseria y la esclavitud, también recrearon la imagen mesiánica del retorno. Los sueños, las danzas, el canto, el folclor y las ideologías sociales se convertirían en los últimos refugios de combates para estas sociedades dispersas a lo largo y ancho de América. Esta historia del pasado, incrustada como nostalgia, y que nos pertenece, tampoco podrá ser comprendida como una prospección retrospectiva. Todos estos innumerables acontecimientos sucedidos después de 1492 corrían muy rápido, mucho más de lo que podríamos suponerlo hoy día. Aún en Europa el rumor de cuanto acontecía en América agitaba la vida no solo de puertos y ciudades ubicados sobre el Mediterráneo, sino bien adentro de la Península. Cuando Bastidas retornó a España, en 1502, después de su viaje a Cartagena y Urabá, el rey ordenó que en su viaje de Sevilla a Alcalá de Henares las joyas y el producto del botín fueran exhibidos por las ciudades y villas por donde pasase, “porque fuese a todos notorio e lo viesen”. Esto se hizo porque “las cosas destas Indias aún no estaban en fama de tanta riqueza que deseasen los hombres pasar a estas partes”.67 Unos años después, la búsqueda de un lugar en Urabá se intensificaría hasta fundar Santa María la Antigua del Darién, en 1510. Que el conocimiento de los hechos que siguieron se hubiera diseminado como rumor, no tiene nada de imposible, pues la comunicación personal se dimensionaba en aquellas culturas en donde la noticia no viajaba acompañada de la técnica ni de los instrumentos de comunicación masiva. Llegaban con las lágrimas, una a una y en silencio. Y los pochtecas, o comerciantes mexicas, como los viajeros incas del mar Pacífico y de los Andes las habían recogido en las cuencas de sus ojos y de su corazón para trasmitirlas con sus diseños de rumor y miedo a sus caciques y señores.
66
Véase más adelante el capítulo iv.
67
G. Fernández de Oviedo, op. cit., p. 64.
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II Reciprocidad y mercantilismo en el Caribe
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n los últimos años, los portavoces colombianos de las modernas tendencias de la investigación histórica, o de la moda que sopla desde el norte, le han expedido numerosas actas de defunción a la historia económica y, en particular, a los trabajos que apoyan una parte importante de su análisis en la sistematización de la información cuantitativa, disponible en los archivos americanos y europeos. A quienes les interesa conocer los fundamentos de su identidad, los múltiples rostros de la nacionalidad, de sus formas de ser y de pensar, así como la dimensión de su espíritu, les resta aún por adelantar mucho trabajo en este aburrido campo de la cuantificación y organización de bases de datos. Las cifras, con sus tedios y reiteraciones, son pródigas para quien quiere escucharlas. La validez de este criterio la hemos reafirmado mediante el estudio de los registros de las cajas reales de la Nueva Granada en el siglo xvi.1 En efecto, los asientos contables de la Real Hacienda ayudan a comprender los procesos de constitución de dos economías, dos sociedades y dos formas de organizar el espacio americano, impuestas por los colonizadores europeos entre 1500 y 1599. Estas dos economías funcionaron sobre estructuras productivas diferentes, cuyas formas laborales y mercantiles se adecuaron a las necesidades del mercado mundial. El primer sistema operó sobre el rescate y el segundo sobre la encomienda. El tránsito de una forma a otra se hizo cuando se agotó el oro como factor fundamental de intercambio, hecho que debilitó el modo de operar de las huestes y fortaleció el sistema de repartimiento, que terminaría convertido en la encomienda de indios. 1
Las cuentas de Real Hacienda del siglo xvi se encuentran básicamente en los fondos de Contaduría y Reales Audiencias del Archivo General de Indias de Sevilla (España).
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En la Nueva Granada estas dos economías se delimitaron espacial y temporalmente. Los primeros contactos e intentos de conquista y sojuzgamiento se efectuaron en las costas del mar Caribe y del mar Pacífico. Una segunda oleada, que marchó hacia el interior del territorio, terminaría por sojuzgar los Andes y daría origen a nuevas formas de explotación. En este capítulo se discutirá únicamente la forma como el rescate operó en el Caribe, y el proceso de transición hacia la encomienda. Tales fenómenos se analizarán a la luz de las cifras existentes en las cajas reales de Santa María la Antigua del Darién, Cartagena, Santa Marta y Río Hacha. Gracias a estas cuentas es viable conocer la naturaleza de la economía que prevaleció durante la Conquista y la magnitud de los intercambios operados en la primera mitad del siglo xvi, un período prácticamente desconocido para la historia de Colombia.2 Las cifras, con sus movimientos oscilatorios, permiten abordar realidades regionales desiguales, sustentadas sobre diferentes formas de explotación. En Santa María la Antigua del Darién, los ingresos de oro procedente de cabalgadas prevalecen como indicador de un tipo de conquista capaz de obtener recursos disponibles en el interior de las costas, mientras que los montos del rescate de perlas en el Cabo de la Vela y Río Hacha apuntan a definir fenómenos de extracción de recursos que no se ubicaban sobre la montaña, la llanura o la selva, sino sobre la costa y el mar. De hecho, la economía de las perlas induce a pensar en otras formas de explotación, al igual que en otras medidas, en otros tratos, en otros gustos, en otros actores sociales interesados en la fastuosidad, la soberbia y los criterios de elegancia, simbolizados en collares de avemarías, róstulos y perlas finas que salían de los ostrales del Caribe.3
2
No existe una historia global sobre los primeros cincuenta años de la historia de Colombia, mucho menos una historia fiscal del mismo período. Pero una visión general puede tenerse en las obras de O. Sauer, K. Romoli, M. Góngora, y Henning Bischof reseñadas en la bibliografía. Para las cuentas del siglo xvi es importante consultar Hermes Tovar Pinzón, El Imperio y sus colonias: las cajas reales de la Nueva Granada en el siglo xvi, agn, Bogotá, 1999; también los cinco volúmenes de las Relaciones y visitas a los Andes.
3
Sobre las perlas del Caribe, la obra clásica es la de Enrique Otte, Las perlas del Caribe: Nueva Cádiz de Cubagua, Fundación, John Boulton, Caracas, 1977; sobre la Guajira en particular puede verse agi (Sevilla), Justicia 649, “Proceso que el licenciado Tolosa…” (1547), ff. 4r. a 321v. y agi (Sevilla) Justicia 647, “Visita que don Pedro Fernández de Vusto governador y capitán general en la provincia e governación de Santa Marta, tomó en las pesquerías de las perlas, sobre la libertad de los indios de la dicha pesquería y los malos tratamientos que a los dichos yndios les hacían” (1570).
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reciprocidad y mercantilismo en el caribe
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Entre esta tenaza de economías mineras, alucinadas con el oro y con las perlas, escondidos en ríos, centros de culto y en bancos de ostrales, se iba abriendo la tierra adentro, una frontera que arrastraba los ojos expectantes del hispano sobre el indefinido sur de las llanuras de Cartagena y Santa Marta, en donde abundaban también los indios para ser esclavizados, las telas y los alimentos que eran robados, y el oro y las esmeraldas que servían para incrementar las expectativas de ganancias de unas huestes improductivas. Este horizonte de abruptas cordilleras, con su inagotable espacio de esperanzas, alimentaba una actividad febril, móvil y cambiante que llevaría a los hombres hasta nuevas sociedades, en donde reposaban tesoros quietos y sumisos. Metal acumulado sobre signos y símbolos de poder y de diferenciación étnica y ritual. Pero aun antes de proceder a subir los Andes, los europeos intentaron un último esfuerzo por sobrevivir en la llanura, escurriendo las últimas gotas del metal acumulado. Al extinguirse el oro que habitaba la vida diaria de las aldeas, los campos y caminos de las etnias, los europeos se lanzaron a cavar los cementerios del Darién y del Sinú, que escondían los materiales del rito funerario. Los rostros de la muerte se abrieron como cortezas violentadas para entregar el ajuar aurífero que, durante siglos, había acompañado a generaciones de nativos por los senderos y habitaciones de ultratumba.
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A. La conquista de la reciprocidad Al menos hasta 1540-50 el oro fue el eje de los ingresos de la Real Hacienda. La caja de Santa María la Antigua del Darién tenía tres cuentas que expresan la naturaleza de la conquista: el oro de entradas y cabalgadas, el oro de los rescates y el oro de indios esclavos (véase el gráfico 1). En Cartagena de Indias el fenómeno se repite. Las curvas de ingresos y la tendencia de tal producción hablan de la existencia de tres modos de operar en el Caribe colombiano, aunque la actividad básica y el modo prevaleciente era el rescate. Este sistema de explotación se fundamentó en la combinación de la reciprocidad y el intercambio mercantil. Este modo de operar fue propio de navegantes, comerciantes y soldados interesados en el oro. Llegaban hasta las sociedades nativas de la frontera de Santa Marta, Urabá, Cartagena, Barú o isla Fuerte para obtener el metal mediante el trueque. Sin más consideraciones, la relación mercantil se fundamentaba sobre un mercado que canjea-
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Minas 24,5 %
Cabalgatas 61,5 %
Perlas 2 % Indios 12 %
Gráfico 1. Caja de Santa María la Antigua del Darién 1514-1526 Distribución porcentual de los quintos pagados a la Corona
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Fuente: agi (Sevilla), Contaduría 1451.
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ba hachas, espejos, abalorios, cuchillos, sedas y angaripolas4 por oro. El acto no despertaba sospechas de ningún género, pues los indígenas solían recibir a los españoles “como a ángeles”, como “a hermanos”.5 Desde muy temprano, el canje se realizaba a lo largo de la costa del Caribe junto a expediciones punitivas. Un cronista del siglo xvii describió a la gente de Ojeda desembarcando, en 1501, en las costas de lo que sería Santa Marta, para rescatar con los “innumerables naturales”, oro y perlas por “las bujerías”6 que los navegantes traían de Castilla, mercaderías que usaban como cebo para hacerles “salir del fondo de sus tierras”. Posteriormente, Bastidas recorrería tierras de los goajiros, La Ramada y Gaira, por donde iba “rescatando y trocando con los indios oro, perlas, telas de algodón y otras cosas de la tierra, sin dar en todo este viaje ni enojo, ni asediar a ningún indio”.7 Por allí llegaban gentes y comerciantes de Santo Domingo a practicar estos intercambios ventajosos, que se hacían al margen de la guerra, pero, eso sí, a la sombra de los negocios y bajo la ilusión de la riqueza.8 4
Angaripola: “Lienzo ordinario, estampado en listas de varios colores, que usaron las mujeres del siglo xvii para hacerse guardapiés […] Adornos de mal gusto y de colores llamativos que se ponen en los vestidos”, Diccionario de la lengua española, Madrid, 1970.
5
Fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, México, 1971.
6
Bujería: “Mercadería de estaño, hierro, vidrio, etc., de poco valor y precio”, Diccionario de la lengua española, Madrid, 1970.
7
Fray Pedro Simón, Noticias historiales de las conquistas en Tierra Firme en las Indias Occidentales, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, 1981, iii, p. 12.
8
Ibid., iii, 13.
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Al contrario de lo que se ha supuesto casi como un hecho indiscutible, de que la Conquista fue siempre un acto de fuerza y de violencia, se encuentra que hubo en el Caribe, en los años iniciales del contacto, formas más sutiles de penetración europea y de sojuzgamiento. Los rescates se convirtieron en un mecanismo de aproximación al mundo recién descubierto. Luego serían una práctica de control y dominación de las sociedades indígenas. Los europeos, sin saber que los nativos habían practicado durante siglos el mecanismo del canje en sus relaciones de intercambio con otras etnias, aprovecharon este principio para su propio beneficio. Había sido común entre los indígenas cambiar chinchorros por pescado, conchas marinas por sal, flechas por oro, mantas por alimentos, en un esfuerzo por hacer girar en espacios circunvecinos y lejanos todos los productos necesarios para su consumo y reproducción, a fin de complementar los recursos que su medio ecológico y su actividad manufacturera les negaba. La complementariedad se articuló a la reciprocidad, que tenía además un soporte intraétnico, es decir, el mundo indígena lo practicaba en sus procesos de reproducción y de estructuración social y económica.9 Se ayudaban mutuamente a construir casas, y siempre quien daba esperaba recibir servicios en forma simétrica. Aunque hubo relaciones asimétricas, estas funcionaban dentro de parámetros establecidos por las estructuras de dominación y eran aceptadas por los miembros de la comunidad como ejes fundamentales de la organización social y de parentesco, y como recurso de diferenciación entre quienes gobernaban y quienes tributaban. A la reciprocidad, los indígenas unieron la redistribución, una esfera que iba del Estado o de los poderes étnicos hacia los comuneros, en un esfuerzo por devolver a la comunidad parte de los excedentes acumulados por concepto de tributos. La redistribución funcionaba sobre la lógica de la reciprocidad, aunque una y otra actuaban como esferas diferentes pero complementarias en la organización económica del mundo indígena. Fueron estas esferas de servicio y apoyo mutuo las que usufructuaron los europeos, y las que se dispusieron a romper cuando no fue viable aprovechar el círculo de su lógica. Reciprocidad, redistribución y complementariedad fueron tres conceptos que movieron el engranaje de 9
No conozco ningún estudio sobre la reciprocidad en el Caribe, pero sobre los Andes, y especialmente sobre el Perú, puede verse Giorgio Alberti y Enrique Mayer (eds.), Reciprocidad e intercambio en los Andes peruanos, Lima, 1974, y Nathan Wachtel, Sociedad e ideología: ensayos de historia y antropología andinas, Lima, 1973, pp. 61 a 78.
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la economía en la sociedad prehispánica y sobre los cuales se apoyó el mercantilismo naciente de los europeos para dominar las nuevas tierras. El Nuevo Mundo lo es, en cuanto que estas concepciones económicas se sobreponen y se mezclan en la fundación del sistema colonial. Así, en los primeros años del siglo xvi, el rescate fue una opción de simples intercambios, pero con el correr de los años terminaría por convertirse en una estrategia de penetración, de imposición del canje y de dominación por la fuerza de las armas. Ojeda empleó el rescate para esclavizar,10 y Oviedo lo puso en práctica y lo activó para impedir el hundimiento de Santa María la Antigua.11 Con mucha inteligencia, entre 1532 y 1533, Julián Gutiérrez lo practicó en Urabá para su provecho personal, y como forma de control político y social,12 asimilando múltiples experiencias sobre esta relación de comercio. García de Lerma, siendo gobernador de Santa Marta, esquilmó la tierra entregando hachas por oro, y cuando no le fue posible continuar sus rescates, “repartió” los indios tomando para sí veintisiete pueblos. De esta forma, el sistema de rescate, que inicialmente irrumpía con las mercancías europeas para crear una inocente relación, acabó introduciendo su opuesto: la intervención directa en la vida social indígena, sin retribución de ningún género. A este fenómeno se le llamó reparto: una institución que entregaba en forma de monopolio el derecho a rescatar el oro de las comunidades.13 En síntesis, con el reparto se buscó monopolizar el botín entre los pobladores, excluyendo de él a los nuevos colonos que arribaban. Nada se sabe del impacto real que la política pacífica de canjes tuvo sobre el mundo prehispánico, ni los debates que surgían dentro de las comunidades cuando llegaban las hachas y no había el oro suficiente para rescatarlas. Menos se sabe aún
10
F. López de Gómara, De la historia general de las Indias, Madrid, 1946, p. 189; García de Lerma, como gobernador, “rescató antes que repartiese la tierra, infinitas hachas, y después de haber esquilmado la tierra la repartió y tomó para sí 27 pueblos, los mejores y estos todos le han dado mucha suma de oro…”, Juan Friede (comp.), Documentos inéditos para la historia de Colombia, Bogotá, 1955-60, (en adelante citado como dihc), ii, p. 222.
11
G. Fernández de Oviedo, Historia natural y general de las Indias, Madrid, 1959, 4 vols., iii, pp. 256-85.
12
A. Matilla Tascón, “Los viajes de Julián Gutiérrez al golfo de Urabá”, en Anuario de Estudios Americanos (Sevilla 1945), tomo ii, 10 y Juan Friede (ed.) dihc, ii, pp. 229-314 y 321-42.
13
En los repartos hubo quienes seguían llevando algunos abalorios cuando acudían por el oro.
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de la utilidad marginal que dicho instrumento pudo haber introducido en la economía indígena. La ruptura de esta relación de intercambio sirvió a muchos españoles para obtener posiciones ventajosas en las nuevas colonias. Por ejemplo, su estabilidad y su seguridad en la obtención de metales. Con el repartimiento se impedía que nuevos pobladores actuaran sobre los indígenas por las vías del canje o de la fuerza. Tanto los naturales como los españoles alteraron el intercambio pacífico en diferentes momentos de su relación. Cuando los pueblos nativos no quisieron aceptar la presencia de los blancos, debieron soportar las consecuencias de su decisión. Pero cuando los blancos impusieron por la fuerza esta relación de canjes y de convivencia mercantil, ellos asumieron los desastres de la guerra y del estado de sitio a que fueron sometidos por los españoles. Muchos factores incidieron en estos cambios. Uno de ellos fue la presión demográfica colonizadora que obligó a los gobernadores a marchar sobre nuevas fronteras y fundar otras ciudades. La conquista del interior de Colombia desde Santa Marta fue producto de aquellas variables.14 La fundación de Santa María la Antigua del Darién, en 1510, y especialmente la llegada de 1500 hombres con Pedrarias Dávila en 1514,15 abrieron las compuertas a una relación de fuerza, como consecuencia de las expectativas que todos estos hombres traían. Para materializar su sueño, se lanzaban a la práctica de entradas y cabalgadas. En 1526, con la fundación de Santa Marta, y en 1533, con la de Cartagena, el contacto adquirió dimensiones guerreras en detrimento de los esfuerzos de intercambio. Los hombres ligados al comercio consideraron estos medios suficientes para lograr la succión necesaria del oro. Pero la conquista incluía una gama de intereses que cobijaba a la Corona y al más fiel soldado de una hueste. En ese festín de lanzas amenazantes y caprichos incontrolables se vapuleaba y destrozaba a las comunidades del Caribe. Tanto entradas como cabalgadas eran formas de actuar de las huestes y constituían elementos fundamentales del modelo de rescate. Se entraba para buscar la mercancía apetecida, el oro. Tras él se capturaban indios y se robaban alimentos y mantas. La irrupción de estos soldados sobre territorios nativos se juzgó como un acto perturbador 14
Juan Friede, Invasión del país de los chibchas: conquista del Nuevo Reino y fundación de Bogotá (1536-1539), Bogotá, Imprenta del Banco de la República, 1966.
15
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5, ff. 66r. a 108v., “Relación que da el adelantado de Andagoya de las tierras y provincias que abajo se hará mención”.
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de la vida indígena, y por tanto se consideró inaceptable, especialmente cuando estuvo acompañada de actos temerarios e imprudentes. Pero una cosa era el discurso moral, y otra la realidad. Cuando Bastidas saqueó Codego, en la provincia de Cartagena, apresó al cacique Cárex y “hasta 500 ánimas de indios e indias chicos y grandes”, a quienes luego vendió en las islas antillanas. Esta operación le reportó 10.000 o 12.000 pesos de oro. Por esto, mientras negociaban, la presencia de las huestes era vista por los naturales como una invasión a su territorio y como portadora de amenazas inimaginables. Generalmente los nativos, para conocer al intruso, aceptaron el diálogo y el canje. Pero cuando no aceptaron esta opción, los europeos se aprestaron a imponer el castigo. La hueste reaccionó hostilizando con signos de fuerza y con elementos simbólicos de su poder destructivo. Se arrojaban mensajeros a los perros, se deslenguaban o desorejaban indios capturados o se incendiaban pueblos y sementeras. Así, la entrada derivó en un cuerpo de coacción cuya caballería hurgaba el territorio aledaño a su base de operaciones y frecuentaba aldeas de nativos con fines de secuestro, incendio y actos punitivos. Sus perros lamieron la sangre que caía agonizante sobre la piel, tras una rabiosa mutilación. Los nativos de este y otros territorios fueron víctimas de la danza criminal de sus espadas. A esta presión militar se unió la presión sicológica del retorno para incendiar, torturar y destruir. El secuestro de nativos provenía de la necesidad de conseguir lenguas, es decir, indígenas que pudieran aprender el español y luego sirvieran de traductores en conversaciones futuras. “Lenguas” que traducirían los sentimientos del desastre: la historia de Dios y su papado y la teoría de que el rey era el nuevo amo, a quien deberían obedecer para convertirse en siervos de los españoles. Después de una perorata propia del llamado “requerimiento”, una figura jurídica que predeterminaba la guerra, un cacique del Sinú respondió: … que en lo que decía que no había sino un Dios; y que este gobernaba el cielo y la tierra y que era Señor de todo, que les parecía bien y que así debía ser; pero que en lo que decía que el Papa era Señor de todo el Universo en lugar de Dios, y que él había fecho merced de aquella tierra al rey de Castilla, dixeron que el Papa debiera estar borracho cuando lo hizo, pues daba lo que no era suyo, y que el Rey que pedía y tomaba tal merced debía ser algún loco, pues pedía lo que era de otros, y que
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fuese allá a tomarla, que ellos le pornían16 la cabeza en un palo, como tenían otras que me mostraron de enemigos suyos puestas encima de sendos palos… Y dixeron que ellos eran señores de su tierra, y que no habían menester otro Señor.17
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La reflexión le costó a este osado señor del Sinú la guerra y la esclavitud. En general, el castigo dependía de muchos factores propios de la naturaleza de las relaciones mantenidas con otras provincias y con la personalidad misma del conquistador. En este teorema de desastres, la tortura fue un factor estratégico, pero en los niveles de violencia no hubo patrones definidos de comportamiento entre las huestes.18 Y en esto de la economía del delito los españoles fueron tan eficientes como los imperios de los siglos xix a xxi. Volver para castigar fue uno de los mensajes comunes dejados por estas huestes, cuyos rescatadores de oro diferían en principios de algunos comerciantes y tratantes. La guerra, cuando se declaraba, llenaba de ansiedad y de temor a los espíritus de todos los territorios amenazados.19 Al contrario de lo que a veces se piensa, los naturales no reaccionaron solo en forma pasiva: se prepararon, se levantaron e impidieron los desembarcos o lucharon asombrados contra aquellos seres acorazados que cabalgaban incomprensiblemente sobre ejércitos de flecheros, impotentes para detener la furia de los equinos que revolvían su fuerza en combates desiguales. Fue en este ámbito en donde se construyó el canje que las huestes llamaron el rescate de las entradas. Hablando del Sinú, Pedrarias manifestó que los indios no querían oír el requerimiento y “que nunca se les podrá hazer y si no son salteados no se podrá[n] tomar y si son apercibidos haze[n] mucho daño e esconden el oro”.20 Los españoles buscaban en estos territorios las minas de Turufi y Mocli, una ilusión que se tragó la expedición del capitán Beze-
16 Por pondrían. 17
Martín Fernández de Enciso, Suma de geografía, Madrid, 1948, pp. 220-1.
18
Múltiples ejemplos de rescates se encuentran en Juan Friede, dihc, tomos i a v. En el tomo ii, p. 155, se afirma que la costumbre universal de Castilla es que “los capitanes generales lleven a las entradas y cabalgadas, por 6 hombres de caballo y por 12 hombres de a pié, una joya, cual escoja el capitán general…”.
19
Son comunes los ejemplos de abandono de pueblos antes de que los europeos arribaran.
20
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (12), “De Pedrarias a su alteza el 2 de mayo de 1515 de Santa María”, f. 112v.
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rra con sus doscientos soldados y a muchos de los que quisieron saber de su destino.21 Con la guerra surgieron fenómenos de odio y de cinismo que dieron origen a obras apasionadas y a relatos escuetos y descarnados sobre los crímenes masivos y sobre la destrucción sistemática de hombres, aldeas y cultivos, víctimas todos de los incontenibles jinetes que corrían como si fuesen los fanáticos y fantásticos mensajeros del Apocalipsis. Estos llegaban con su guadaña a desgajar orejas, tajar labios y cercenar narices, que rodaban por los espacios abiertos de los poblados como si fuesen flores de profundas cicatrices en el inconsciente de la sociedad colonizada. Esta aventura de sangre que esconde todo sistema colonial, en su alfabeto civilizatorio, y todo sistema capaz de generar relaciones de poder, tiranía y dominación, terminaría por dibujar una acuarela de campos desolados, de etnias sojuzgadas y de aldeas sostenidas en sus propias cenizas. Retazos de comunidades huían de un hábitat a otro hasta formar una colcha de sociedades confundidas. Detrás de este desequilibrio físico y patológico quedaron mundos multiétnicos reordenando su vida cotidiana. En este paraíso de desastres, como un fénix, se abrían paso nuevas formas de producir, nuevos intercambios y nuevos sistemas de poder.22 La ilusión hispánica había triunfado haciendo prevalecer la muerte sobre el amor. Centenares de españoles sucumbieron en esta lucha de “pacificación” y de conversión a la fe de Cristo, mientras que múltiples etnias veían cómo se derrumbaba el sentido de su historia y se sumían en pesadillas, buscando en su inconsciente la esperanza de reconstruir un mundo que terminara con su derrota.23 Apenas quedarían las utopías 21
G. Fernández de Oviedo, Historia natural y general… cit., iii, p. 345. No hay un estudio sistemático sobre la conquista de la costa caribe colombiana que comprenda los primeros cuarenta años del siglo xvi. Visiones generales pueden seguirse en G. Fernández de Oviedo, op. cit., y en los informes de Pedrarias Dávila, Balboa y Andagoya reproducidos en el libro de Martín Fernández de Navarrete, Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo xv, Madrid, 1964, ii, pp. 215-65. Véase también M. C. Borrego Plá, Cartagena de Indias en el siglo xvi, Sevilla, 1983; M. del C. Gómez, Pedro de Heredia y Cartagena de Indias, Sevilla, 1984 y Thomas Gómez, L’Envers de L’El Dorado: economie coloniale et travail indigène dans la Colombie du xvième siecle, Toulouse, 1984. Véase igualmente el artículo de Néstor Meza Villalobos “Las empresas de la conquista de América”, en Revista Chilena de Historia y Geografía, Santiago, 1940, n.º 97, pp. 348 y ss. y la obra reciente de Carmen Mena García, El oro del Darién, cit. 23 No existe en Colombia una literatura que conjugue historia y etnología en la 22
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con sus tierras imposibles, los milenarismos con sus tiempos finales sin llegar y los Mesías, que tal vez podrían un día articular tiempo y espacio, para buscar la gran opción, nuevamente sobre su voz, sobre su prédica, sobre la obligatoriedad de cambiar el mundo de una vez por todas. Para ejecutarlo, unos se sublevaron, otros huyeron, otros esperaron, pero todos buscaron el camino que les condujera al “valle del otro mundo”, como si toda la tragedia se subsanara cambiando el espacio y los escenarios de la opresión.24 Con la guerra colonial llegó la esclavitud indígena, que con sus argollas y colleras atarían el circuito que dinamizaba todo este período de desatesoramiento indígena, fundamentado en el complejo mercantil que se abrió con el rescate, siguió con la guerra, propia de las entradas, y culminó con la captura de nativos, con el fin de venderlos como esclavos en los puertos caribeños que, en el orbe novo, eran oasis de descanso y de retorno para los europeos. Estas formas se superpusieron y se entretejieron para darles variados matices a la conquista y a la ocupación de los distintos pueblos de la costa caribe de la actual Colombia, haciendo de la historia no un proceso mecánico y continuo de hechos repetidos, sino un mundo dialéctico que mezclaba e interponía espacios, tiempos y sociedades. Los esclavos indígenas también eran llevados a las almonedas públicas de Urabá, Cartagena o las Antillas. Curiosamente, las cajas reales no presentan en sus registros abundantes testimonios directos de este mercado. Solo la Caja de Santa María es explícita, pero por otras fuentes escritas se sabe de la importancia que tuvo para Cartagena y Santa Marta esta actividad.25 En Santo Domingo, como en La Habana, se concentraba un gran número de indios esclavos que eran llevados a España.26 El rescate, las entradas y cabalgadas y la esclavitud resumen, en parte, la historia de la primera mitad del siglo xvi en la costa caribe
comprensión del desgarramiento espiritual y mental de nuestros naturales, tal como se realiza en el Perú. Véase por ejemplo Alberto Flores Galindo, Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes, Lima, 1987 y M. Burga, Nacimiento de una utopía: muerte y resurrección de los incas, Lima, 1988. 24
Luis Enrique Rodríguez Baquero, Encomienda y vida diaria entre los indios de Muzo (1550-1620), Cuadernos de Historia Colonial, iii, Instituto de Cultura Hispánica, Bogotá, 1995.
25
Sobre estos aspectos de la esclavitud indígena hay múltiples referencias en Juan Friede, dihc, op. cit.
26
Esteban Mira Caballos, “Indios americanos en el Reino de Castilla, 1492-1550”, en Temas Americanistas, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1998, [pp. 1-8], n.º 14, p. 6
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colombiana y otorgan al oro un poder mágico, por haber contribuido con su brillo y con su valor a destruir mundos para construir otros que conjugarían la riqueza y la miseria, la prosperidad y el atraso, el crecimiento de unos y la disparidad de otros, y al final el fracaso histórico del desarrollo en América Latina. Fue esta dura realidad que irradiaba desde Urabá, antes de 1519, y que se dispersó sobre Centroamérica, lo que pudo llenar de desconcierto a brujos, sabios, sacerdotes y gobernantes de las grandes sociedades de México y Perú. Como el rescate fue la matriz que ordenó todos estos elementos de acción del hombre europeo, se intentará seguir con cierto detalle la forma como articuló el espacio y los sistemas de operar de las huestes, al igual que las ventajas económicas que obtuvieron pobladores y comerciantes. Se hará igualmente referencia al tránsito a la encomienda, que se hizo por la vía del repartimiento, una institución que les dio estabilidad a los núcleos urbanos en donde los conquistadores se asentaron, gracias a unas rentas derivadas del rescate estacional con indios asignados a ellos. El repartimiento en el Caribe consolidó el comercio trasatlántico que llegaría con sus vinos, sus aceites de oliva, sus sedas y sus jamones a mantener el gusto y el contacto con la metrópoli, cada vez más interesada en incrementar la rentabilidad de sus colonias. Igualmente, le abrió campo a la encomienda, y sobre todo empujó a los nuevos pobladores hacia las fronteras del fondo del continente en busca de nuevos espacios en donde fundar sus propios poderes personales o colectivos.
B. El Caribe y el sistema de rescates, 1500-1540 La lucha de los españoles por controlar y dominar a las sociedades indígenas en sus propios territorios mediante la entrega de abalorios por metales, perlas y piedras preciosas, tuvo en la costa caribe colombiana una historia peculiar, desde 1500 hasta 1540, aproximadamente.27 Para lograrlo, los españoles, desde una serie de puntos estratégicos, pusieron en acción la táctica del acercamiento mediante el diálogo, la penetración mediante entradas y cabalgadas y la dominación mediante la guerra. El objetivo final era cambiar el oro de los indios por sus mercaderías, y esta empresa recibió el nombre de rescate, un modelo económico que 27
Mario Góngora, Los grupos de conquistadores en Tierra Firme, 1509-1530: fisonomía histórico social de un tipo de conquista, Santiago de Chile, 1962; C. O. Sauer, Descubrimiento y dominación española en el Caribe, México, 1984.
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les permitió a los españoles organizar y racionalizar las ventajas que ofrecía la nueva frontera en el Nuevo Mundo. En el golfo de Urabá, desde 1504 se hicieron grandes esfuerzos por ganar una cabecera de puente en Tierra Firme.28 En Cartagena de Indias ocurría otro tanto, pero en uno y otro punto se combinaron los escenarios del trueque y los conflictos sangrientos.29 Era evidente que la riqueza humana y material de todo el Caribe surgía como una veta pretendidamente inagotable a la ambición y a las necesidades cotidianas de explotadores y comerciantes. Se dice que Juan de la Cosa estuvo en Urabá entre 1500 y 1501, y que la capitulación que él hizo con la Corona en 1504 le permitió “rescatar o sea cambiar mercadurías por oro o plata” en las tierras “e islas de las Perlas e el Golfo de Urabá” y otras “cualesquiera islas e Tierra Firme”.30 Del mismo modo Santa Marta, Río Hacha y el Cabo de la Vela sirvieron de base de operaciones para que los naturales pagaran el tributo sutil de los rescates.31 La capitulación del rey con Diego Caballero, del 4 de agosto de 1525, le otorgó licencia para ir al Cabo de la Vela a rescatar y contratar con los indios “oro, plata, perlas y las otras cosas que vos dieren y hubiere en la dicha tierra”.32 De hecho, estos centros con sus ríos de agua dulce, sus frutos tropicales y sus bahías abastecieron de fe y de confianza a los navegantes que venían desde España o desde las Antillas a reforzar la limitada fortuna de los primeros hombres de empresa que habían llegado a Tierra Firme.33 Estos centros fueron los ejes basculantes de una empresa mercantil y de una empresa de conquista y poblamiento. Puesto que los primeros contactos se hicieron con fines de rescate, como síntesis de dos conceptos —reciprocidad e intercambio—, el poblamiento de las nuevas tierras dependió de la seguridad de los abastos externos y de una renta que justificara las inversiones y refinan-
28
G. Fernández de Oviedo, op. cit.; López de Gómara, op. cit. y M. Fernández de Navarrete, op. cit.
29
M. Góngora, op. cit., p. 23. Cartagena era tierra clásica de rescate.
30
Manuel de la Puente y Olea, Los trabajos geográficos de la Casa de Contratación, Escuela Tipográfica y Librería Salesianos, 1900.
31
E. Arcila Farías (comp.), El primer libro de la Hacienda Pública colonial de Venezuela, 1529-1538, Caracas, 1984 y Juan Friede, dihc, i, p. 41.
32
Juan Friede (comp.), Documentos…, cit., i, p. 141.
33
Fernández de Navarrete, op. cit., p. 209. La real instrucción dada a Pedrarias Dávila mandaba hacer asientos “en la costa de la mar para se guardar la navegación…”.
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ciara la aventura. En 1504, Juan de la Cosa intentó levantar una base de poblamiento en el golfo de Urabá, para rescatar con los indígenas de los alrededores.34 Rodrigo de Bastidas, los hermanos Guerra y otros comerciantes estuvieron muy atentos y muy interesados en colocar entre los nativos sus mercaderías a cambio de oro, perlas, palo brasil y alimentos. Esta relación mercantil como medio de dominación fue común a lo largo de la costa caribeña,35 en la primera década del siglo xvi. Fernández de Oviedo, después de que Pedrarias Dávila se trasladara a Panamá, desarrolló una economía de rescates para evitar el hundimiento de Santa María la Antigua. Hizo de las hachas su mejor moneda y recorrió toda la costa desde Urabá a Cartagena, consiguiendo en pocos meses más de 7000 pesos, y en breve tiempo metió a la ciudad 50.000 pesos de oro (un cuarto de tonelada).36 Oviedo ni siquiera desembarcaba, pues buscaba pacificar “e amansar” la tierra entregando hachas por oro.37 En Pueblo Grande, García de Lerma entregó como rescate, en 1529, muchas hachas, camisas, peines y alpargatas. Estas operaciones le permitirían luego penetrar la Sierra Nevada en plan de guerra. Los rescatadores usaron a los caciques como mediadores en la ampliación del espacio mercantil. Estos poderes étnicos actuaron entre los europeos y los nativos lejanos. Los caciques llegaron bien adentro de la tierra con toda la menuda mercancía que los blancos les entregaban, para canjearla por el oro de pueblos ignotos. Así, estos señores indios sirvieron de tubo succionador del rico metal que estaba más allá del espacio conocido o imaginado por los europeos. El mismo Julián Gutiérrez utilizó al señor de Quivisaca para rescatar “hachas por el Dabaibe
34
G. Fernández de Oviedo, op. cit., iii, p. 131 y Sauer, op. cit., pp. 179-84 y 245-67.
35
Sobre rescates en Santa Marta véase Juan Friede, dihc, tomos i-ii. Consúltese Fernández de Oviedo, op.cit., pp. 55-9, sobre lo relativo a las actividades mercantiles de Cristóbal Guerra, Vicente Yáñez y A. de Ojeda. A este último se le dio licencia para “que podáis cortar para vos a estos nuestros reinos, 30 quintales de [palo] Brasil…”. Véanse igualmente los artículos de Néstor Meza Villalobos, op. cit. y “Significado del período 1493-1508 en el proceso de conquista”, en Revista Chilena de Historia y Geografía, Santiago, 1947, n.º 110, pp. 41 y ss. También Manuel de la Puente y Olea op. cit.
36
Según Fernández de Oviedo, op. cit., p. 266, los indios estimaban las hachas y las trocaban con otros indios. Juan Friede, dihc, ii, p. 107. Cuando García de Lerma llegó a Pueblo Grande, Santa Marta, en 1529, les dio “muchas hachas, camisas, peines y alpargatas”, con lo cual consiguió el ingreso de los españoles al territorio indígena, en donde luego se escenificaría la guerra.
37
Fernández de Oviedo, op. cit., p. 266.
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adentro”.38 La complementariedad se ponía al servicio de los europeos. Lo que uno se pregunta es cómo operaba la articulación de estos mercados con pueblos desconocidos y cuál era el contenido del rumor que recorría la América junto con las hachas, los peines y demás bienes de Castilla. Las ventajas económicas del rescate pueden apreciarse si se sigue el caso de Julián Gutiérrez, quien lo puso en práctica en 1532, con los naturales de Urabá. Este mercader, que venía de Acla, también entregaba hachas por oro. Del cuadro 1, que refleja la naturaleza de sus operaciones, se desprenden tres hechos importantes: en primer lugar, el rescate no operaba sobre factores meramente compulsivos, como tampoco sobre factores de libre elección. Gutiérrez recogía el oro sin reparar en su calidad y entregaba hachas (de ahí que los precios promedio que aparecen en el siguiente cuadro sean apenas un mero indicador). El segundo aspecto que debe tenerse en cuenta se refiere a que el oro dejaba de ser cada vez más un valor de uso, para convertirse en un valor de cambio y, de facto, en una mercancía. Y las ganancias para nada eran despreciables: con lo que se ganaba en una hacha era posible comprar, según el promedio del cuadro 1, 22 nuevas hachas, y con lo ganado en un puñal se podían obtener doce; de ahí la escalada de los canjes y la magnitud de las ganancias como resultado de estas operaciones. En otras palabras, este comerciante gastó 123 pesos en la compra de hachas y recibió por ellas 2.717 pesos de oro fino, y por 12 pesos que gastó en puñales recibió 145 pesos y seis tomines. O sea, en las hachas ganó veinte veces más y en los puñales 12 veces más (véase el cuadro 1). Aun descontando gastos de alimentación, vivienda y medios operativos, las ganancias eran fabulosas. Sabemos que 32 compañías con 171 socios que operaron en el Darién entre 1517 y 1526 obtuvieron 101.638 pesos de oro, para un promedio de 594 pesos y tres tomines, un poco menos de lo que ganó don Julián Gutiérrez.39 El tercer aspecto que hay que considerar se refiere al poder social de los canjes. Estos se realizaban después de un diálogo de acercamiento y seducción. Mediante un acto de reciprocidad, que dejaba cachivaches y mercancías baratas a los nativos, y comida y otros presentes a los españoles, se abría un mercado potencial de oro para los europeos. Las conversaciones mantenidas en septiembre de 1532 por Julián Gutiérrez con los caciques Supare, Cucura, Ocurome, Tape y Chichirubi, invitados por Evecaba, terminaron en la mayor armonía, pues 38
A. Matilla, op. cit., p. 30.
39
Carmen Mena García, El oro del Darién…, cit., pp. 439-441, tabla 15.
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Cuadro 1. Rescates hechos por Julián Gutiérrez en Urabá, 1532 Mercaderías entregadas 1
Rescate recibido (pesos) 2
Precio de compra por unidad (tomines) 3
Precio de venta por unidad (tomines) 4 (2/1x8)
Ganancias por unidad (tomines) 5 (4-3)
Porcentaje ganancias (%) 6 (5x100/3)
668
3
72,22
69,22
2307
8 hachas
125
3
125,00
122,00
4067
6 puñales
(53,25)
6
(71,00)
65,00
1083
11 hachas
96
3
69,82
66,82
2227
30 hachas
242
3
64,53
61,53
2051
33 hachas
203
3
49,21
46,21
1540
5 hachas
37
3
59,20
1 hacha
7
3
56,00
2 hachas
28
3
2 puñales
(14)
6
164 hachas
1311
3
8 puñales
78,50
6
Total
2717
1873
53,00
1767
109,00
3633
56,00
50,00
833
63,95
60,95
2032
78,50
72,50
1208
3
66,27
63,27
2109
6
72,88
66,88
1114,70
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112,00
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145,75
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56,20
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Total 16 puñales
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74 hachas
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Fuente: este cuadro ha sido elaborado con base en los datos del agi., Patronato, 27/10, citado por Antonio Mantilla Tascón, “Los viajes de Julián Gutiérrez…”, op. cit., pp. 181-263 (anexo ii). Gutiérrez compraba las hachas a un promedio de 3 tomines y al canjearlas recibía 66,27 tomines, para una ganancia por unidad de 63,27 tomines (un peso de oro tiene 8 tomines, que equivalen a 450 maravedíes. Es decir, que un tomín valía 56,25 maravedíes). Los puñales dejaban una ganancia menor que las hachas.
Los indios ofrecieron a Julián presentes de puercos, pavas y otras cosas, mientras que él regaló a cada cacique una camisa de Holanda con su caperuza de grana guarnecida de terciopelo azul, y distribuyó entre los demás indios cuchillos, peines, anzuelos, agujas y otras fruslerías. A petición de los caciques, se hizo un rescate de 38 hachas y puñales que valió a los nuestros 165 pesos.40 40
A. Mantilla, “Los viajes de Julián Gutiérrez al golfo de Urabá”, en Anuario de Estudios Americanos, Escuela de Estudios Americanos, Sevilla, 1945, t. ii, 10, p. 193. Aquí logró obtener 35 tomines por hacha; Fernández de Oviedo, op. cit,. p. 69, afirma que hizo 500 hachuelas pequeñas, pues los nativos consideraban pesadas las vizcaínas, “e me trujeron más de 1.500 castellanos quito de costas: que eran asaz, porque cada marinero y compañero ganaba a 5 pesos de oro cada mes…”. Esto equivalía a una
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Del texto se desprende que en este acto de reciprocidad e intercambio los españoles establecían diferencias entre los Señores y sus súbditos. Aquellos recibían camisas de Holanda con terciopelo, mientras que estos “otras fruslerías”.41 Los naturales retribuían con comida, con productos de su tierra y con homenajes la entrega de estas mercaderías extrañas, en una operación que aparentemente en nada alteraba la lógica de la reciprocidad propia de los nativos, pero que, contradictoriamente, se convertiría en el instrumento de ruptura y agrietamiento de tales principios. Lo que se destaca de este texto es que la reciprocidad tenía dos niveles o que se efectuaba en dos fases. Por un lado, el canje de “fruslerías” y objetos por alimentos y otras cosas. En esta fase participaban todos los nativos. Luego venía otra fase, donde aparecía el oro, que era cambiado por hachas y puñales. Es posible que este texto refleje apenas una forma de realizar los rescates de oro. Fernández de Oviedo cuenta que él rescataba hachas pequeñas hechas en Urabá, porque los nativos consideraban pesadas las hachas de Vizcaya. Cada unidad canjeada le produjo una ganancia de veinticuatro tomines o tres pesos de oro, lo que le representó una utilidad de 1500 pesos libres en una sola operación. Los canjes se volverían rutinarios. Para mantener las expectativas de sus ganancias, los españoles lograron acceder a territorios más remotos, valiéndose de caciques amigos,42 tal como se anotó anteriormente. Estos, en un esfuerzo por satisfacer la demanda agregada que generó la llegada de nuevos europeos, tuvieron que recurrir a otros poblados. La búsqueda indirecta del oro, en espacios ignotos, contribuiría a fomentar el deseo personal de los españoles por acceder a aquellos centros metalíferos. Esta ilusión terminaría por darle forma a un mito, que al final no sería más que una leyenda de fantásticas expectativas: El Dorado. Es decir, suponían que más allá de las montañas yacía un centro magnífico donde se escondía la gran veta que alimentaba a miles de etnias caribeñas; una riqueza nunca imaginada que habría de premiar para siempre a su descubridor.43 ganancia líquida de 24 tomines por unidad, pero no debemos olvidar que se trataba de hachas pequeñas hechas en Urabá. Con los 1500 castellanos podía pagar 300 meses de salario a los marineros. 41
Fruslería es cosa de poco valor o entidad. Cf. Diccionario de la lengua española, Madrid, 1970.
42
A. Mantilla, op. cit., p. 30.
43
Demetrio Ramos, El mito de El Dorado, Colegio Universitario de Ediciones Istmo, Madrid, 1988.
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En los tiempos del rescate no hubo una sola forma de operar. Los mismos naturales respondieron a la actitud de los españoles de diversas maneras: aceptaron a los intrusos y les entregaron el oro que pedían o se opusieron a ellos con la guerra. Otros optaron por la diáspora. Tales actitudes hicieron que los europeos incorporaran una variable más al modelo que regía las relaciones sociales: las entradas con el fin de castigar y capturar indígenas, dándole así cuerpo a la esclavitud y a la servidumbre de los indios.
C. La esclavitud de los caribes
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Cuando el sistema de canjes se hizo inoperante por la vía de la reciprocidad y del intercambio voluntario, los españoles optaron por la guerra como mecanismo para forzar la entrega de metales. Abiertas las hostilidades, los españoles pudieron legitimar la esclavitud y sus actos depredadores. Desde 1503, la Corona española consideró justa44 la esclavitud de los indios, especialmente en las provincias de Cartagena, Darién, Santa Marta y todo el Caribe.45 Los indios podían ser llevados a “tierras e islas” donde los cristianos tuvieren sus mercados, siempre y cuando se pagaran por ellos los derechos pertenecientes a la Corona real.46 Fruto de estas relaciones de fuerza fueron los miles de indígenas que recorrieron las rutas de retorno de las huestes, hasta los puertos de mercado y de intercambio. El mismo Balboa, en 1513, le propuso al rey la posibilidad de realizar un intercambio de indios esclavos, llevando los de Veragua y Caribana (Darién) a Jamaica, en donde serían vendidos para traer a cambio hasta el Darién a los indios de las islas antillanas. Ojeda atacó Calamar, y los nativos capturados los vendió en Santo Domingo, mientras que Pedrarias Dávila fue autorizado, en 1513, 44
Sobre el derecho a la guerra y a la esclavitud de los indios cf. Francisco de Vitoria, Relectio de Indis o Libertad de los Indios, Madrid, 1967; Silvio Zabala, Las instituciones jurídicas en la conquista de América, México, 1971, pp. 182-196 y 435-486; Martín Fernández de Navarrete, op. cit., iii, 371. Balboa, el 20 de enero de 1513, le propuso al rey un intercambio de indios esclavos, llevando los de Veragua y Caribana para venderlos en Jamaica y traer al Darién los de las islas antillanas.
45
José Antonio Saco, Historia de la esclavitud, Ediciones Jucar, Madrid, 1974, pp. 237-268.
46
Richard Konetzke, Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810, vol. 1, 1493-1592, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1952, p. 15. La real provisión para poder cautivar a los caníbales rebeldes es de 30 de octubre de 1503.
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para que los indios esclavos que capturara en isla Fuerte, Cartagena y San Bernardo los llevara a vender a La Española.47 Y Cristóbal Colón ofreció enviar a Europa 1500 indios esclavos a 1500 maravedís, o sea, tres pesos y tres maravedís per cápita.48 La esclavitud se constituía en un nuevo factor de ingresos, tanto para la hacienda del rey como para los particulares que la practicaban. El rescate haría de este mercado uno de sus principales recursos económicos. Los testimonios sobre este tráfico son abundantes y están corroborados por las múltiples disposiciones jurídicas que lo regulaban.49 Las cajas reales de Santa María la Antigua del Darién dejan traslucir en valores contables la magnitud económica y social de esta sangría humana, que trazaba los círculos mercantiles del Caribe en las primeras décadas del siglo xvi. Entre 1514 y 1526, el 9 % de los ingresos totales procedieron de quintos de indios esclavos, diez veces más de lo que produjeron los almojarifazgos y los diezmos y la mitad de lo que se pagó por oro de minas.50 Aún no se tienen cifras sobre el volumen de los indígenas esclavizados en el Caribe. Se ha calculado que entre 200.000 y 500.000 indígenas de la actual Nicaragua fueron enviados hacia Panamá y Perú entre 1524 y 1549. Los investigadores contemporáneos consideran que la esclavitud de los indios fue tan importante como las pestes, en el momento de convertir estos flagelos en magnitudes de números enteros.51 Es muy difícil medir los costos culturales y morales de todo el proceso de conquista y, de modo especial, el que tuvo que ver con el tráfico de hombres nativos arrancados de sus territorios. En este sentido 47
M. Fernández de Navarrete, op. cit. ii, 462. La real provisión de 1503 autorizaba cautivar indios caníbales “para los llevar a las tierras e islas donde fueren […] pagándonos la parte que dellos nos pertenezca, e para que los puedan vender e aprovecharse dellos”; ibid. iii, 171. En 1509, Ojeda atacó Calamar, “cautivando indios para venderlos por esclavos en Santo Domingo…”; ibid. iii, 343-4. La real instrucción de 1513 dada a Pedrarias Dávila le otorgaba poder para tomar esclavos en isla Fuerte, Cartagena y San Bernardo y enviarlos a La Española para que se vendieran.
48
Mira Caballos, op.cit. p. 6.
49
A más de la Real Provisión de 1503, la Real Provisión dada en Burgos el 23 de diciembre de 1511 mandaba tomar a los indios caribes por esclavos. Cf. Richard Konetzke, Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810, Madrid 1958, vol. i, 1493-1592, pp. 31-2. También i, p. 146, la Real Cédula de 13 de septiembre de 1533 que da licencia a los vecinos de la isla de San Juan para esclavizar a los indios caribes “en las partes y lugares donde por vosotros fuere declarado y determinado…”.
50
agi, (Sevilla), Contaduría 1451, “Cuentas de Santa María…”.
51
W. George Lovell and Christopher H. Lutz, op. cit., p. 8 y table 3.
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es importante subrayar que no solo se quitó el oro a las comunidades indígenas, sino que se las despojó de su potencial demográfico, que constituía un patrimonio económico y social fundamental para ellas. En la Guajira, o Provincia de Río Hacha, los indios coanaos contaron a Ambrosio Alfínger, en 1528, que los españoles de Santa Marta les habían acostumbrado a pagar como rescate por su libertad entre cincuenta, ochenta y cien pesos de oro. Ellos manifestaron que quien no pagaba ese rescate era conducido preso.52 Este sistema de canje era muy original y demuestra la riqueza del sistema de rescate, que usó múltiples formas de canje con el fin de obtener oro. El 18 de diciembre de 1513 Balboa cayó sobre el bohío del cacique Tubanama, hecho prisionero con alguna de su gente, y en donde se obtuvo algún oro. Lo que siguió fue ni más ni menos que un ensayo de lo que sería la captura de Atahualpa en Cajamarca unos veinte años después. Oviedo relata que al día siguiente
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… vinieron ciertos indios del cacique asegurados y hablaron con él; y luego fueron a publicar por aquella provincia que trujesen oro para rescatar con los cristianos y redimir al dicho cacique de la prisión. Y desde aquel día diez e ocho, hasta los veinte e uno, que fue día de navidad, cada día vinieron indios e presentaban piezas de oro para comprar a su señor, unos con una patena, y otros a dos y a tres, otros cinco, y otros ocho, y otros doce y más, e indio hobo que trujo quince patenas de oro; y hobo en todo lo que trujeron, treinta marcos de oro y algunas perlas. Y hecho aquesto, aseguró el gobernador al cacique, y halagóle e hízole su amigo, e dióle cosas de rescates, cascabeles e cuentas de vidrio, e cuchillos e cosas, que todo ello valía poco entre castellanos en la feria de Medina del Campo.53
Aquí la sobrevivencia y la libertad se convertían en una fuente de ingresos para los europeos. No solo el crimen, el robo y la tortura representaban una posibilidad económica, sino que la extorsión y el secuestro también tuvieron su origen en este mundo experimental del colonialismo en el Caribe. Andagoya testimoniaba cómo el despoblamiento del Darién se había intensificado con la llegada de Pedrarias Dávila después de 1514. Las numerosas expediciones de sus capitanes sacaban a los indios de sus
52
G. Fernández de Oviedo, op. cit., p. 9
53
G. Fernández de Oviedo, Historia general y natural…, cit., iii, p. 219.
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hábitats para venderlos y llevarlos a las minas, no quedando en “breve tiempo […] Señor ni indio en toda la tierra”.54 En 1525-6 Fernández de Oviedo se vio precisado a renunciar a la Gobernación de Cartagena, después de que Bastidas saqueara Codego y capturara al cacique Cárex, y con él a “500 ánimas de indios e indias, chicos y grandes habiéndolos vendido por las islas del Caribe”.55 Sobre el valor de venta de un indio, los esclavistas debían pagar la quinta parte al rey. El cuadro 2 apenas ilustra el dinero cancelado y la procedencia de algunos de los nativos esclavizados. Cuadro 2. Quintos provenientes de indios esclavos pagados
52.425
23-12-1514
3150
De ciertos indios que se vendieron en la almoneda de “la entrada que fizo el teniente Juan de Ayora” en Comogre y Tubanama.
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20-11-1514
Procedencia
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Maravedís
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Fecha
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en Santa María la Antigua del Darién, 1514-1515
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Quinto de india que se compró.
41.175
Quinto de indios que trajo Tello de Guzmán y se vendieron en almoneda.
21-2-1515
249.412
De los indios que se tuvieron “en la entrada de la provincia de Catarapa”.
27-2-1515
85.008
18-5-1515
6300
De cuatro indios esclavos de la entrada de Tello de Guzmán.
27-6-1515
139.562
“De los indios esclavos e naborías del quinto que se tuvieron en la entrada de Tello de Guzmán”.
29-6-1515
6300
22-8-1515
57.622
30-8-1515
5534
Venta de siete indios que se “tomaron en la provincia de Ybeybeba”.
27-9-1515
5400
Quinto de indios.
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7-2-1515
C
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Indios que trajo el capitán Bartolomé Hurtado “de la entrada do vino”.
Total
Cobrados de Tello de Guzmán. Indios que trajo Gaspar de Morales.
651.888
Fuentes: agi Contaduría 1451, “Cargo contra Alonso de la Puente desde 26 de junio de 1514…”.
54
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (9), “Relación que da el adelantado de Andaboya de las tierras y Probincias que abaxo se ara mención”, f. 75r.
55
Fernández de Oviedo, op. cit., p. 67.
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Tal vez nunca se llegue a saber cuántos naturales fueron vendidos en los mercados de Santa María, Cartagena, Río Hacha, Santo Domingo o cualquier otro punto de las Antillas. Pero las cifras conocidas constatan la presencia de un comportamiento económico común de los conquistadores, que en esos años hacían correrías por entre los bosques, las selvas y las llanuras, a la vez que intentaban fundar algún pueblo que les sirviera de base de operaciones, para succionar oro y esclavos indios. En 1515, Pedrarias informaba que con el parecer de Vasco Núñez de Balboa se
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… an fecho tres poblaciones una en Santa Cruz, otra en Tubanama, otra en la costa de la mar del Sur de la provincia de Tunaca e Tamno [y se envió a hacerlas a Juan de Ayora] que fue por capitán […] e luego enviaron a Tello de Guzmán para que visitase la governación y reformase los pueblos e que el dicho Tello después se bolvyó el dicho Tello enfermo e que por su enfermedad no pudo traer los enfermos que avía […] en Santa Cruz oy dizen que los yndios los ha[n] muerto y que el dicho Tello e 110 onbres que con él fueron truxero[n] 20.000 pesos de tres caciques de la Provincia de Penamá.56
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El problema ético y cultural debatido en el siglo xvi surgió al margen de quienes vieron en los esclavos indígenas la posibilidad de un ingreso adicional, no solo para sí, sino para la Corona española. El dolor, el desgarramiento interior, la frustración y la tragedia vivida por hombres, mujeres y comunidades en general, desaparece entre las secas cifras de un rescate, de un remate o en el pago de unos quintos. En Santa María la Antigua del Darién, tal como se observa en el cuadro 2, en solo dos años de operaciones ingresaron 651.888 maravedís (1449 pesos de buen oro de 450), por derechos de quintos de esclavos. ¿Cuánto ingresó entonces en los 30 o 40 años iniciales de esclavitud? Digamos que al menos el equivalente a una tonelada de oro. El mercado de esclavos, tal como se observa en el gráfico n.º 2, mantuvo un nivel de continuidad y permanencia. La disminución de ingresos después de 1519 es explicable debido a que Panamá abrió sus puertas como nuevo centro de atracción de todo tipo de mercados, y allí se registraron mu-
56
agi (Sevilla), Patronato 26 R-5 (12): “De Pedrarias a su alteza el 2 de mayo de 1515 de Santa María”, f. 112r.
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4
Millones
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2
1
1515-1519
1520-1524
1525-1526
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1514
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0
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Fuente: agi (Sevilla), Contaduría, 1451. Valores en maravedís.
ad é
Gráfico 2. Caja de Santa María la Antigua del Darién, 1514-1526 Quintos pagados por concepto de indios esclavos
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chos pagos de impuestos sobre los nativos que entraron encollerados y encadenados por las calles de la ciudad de Panamá.57 Sin embargo, Santa María, que hacía esfuerzos por sobrevivir a esa fuerza absorbente que venía desde Panamá, siguió recibiendo miles de maravedís por esclavos indios. Aún en 1523, Andagoya canceló 63.243 maravedís (141 pesos de buen oro) del quinto de indios “que uvieron en el viaje que fue por capitán Pascual de Andagoya a la provincia del Perú y sus comarcas”.58 Como comportamiento económico y social, se deduce de las cifras generales de las cajas reales una práctica continua del tráfico durante la primera mitad del siglo xvi. A su vez, las escasas muestras indican una variación en los precios de las piezas esclavizadas según el tiempo, el espacio y el sexo. En Santa María, hacia 1514, por un hombre se podía pagar 7 pesos de quintos, mientras que por las mujeres se pagaba entre 8 y 18 pesos.59 Diez años después, el precio de un indio en Santa María 57
Alfredo Castillero, Conquista, evangelización y resistencia: ¿Triunfo o fracaso de la política indigenista?, Panamá, 1995, pp. 37-67.
58
agi (Sevilla), Contaduría 1451, “Cuentas… 1526”. Indudablemente se trata de su expedición al Birú o región del Baudó. Sobre los primeros contactos europeos en la costa pacífica cf. Robert Cushman Murphy, “The Earliest Spanish Advances Southward from Panamá along the West Coast of South America”, en The Hispanic American Historical Review, February, 1941, vol. xxi (1) pp. 2-28.
59
Véanse los cuadros 2 y 3. Juan Friede, dihc, i, pp. 51-2 y 49-50: el 6 de julio de 1514
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podía oscilar entre 17 y 60 pesos. En la década de los treinta, en Cartagena de Indias los precios fluctuaban entre los 25 y los 40 pesos para los hombres y 30 a 34 para las mujeres, como se observa en el cuadro 3.60 Cuadro 3. Valor promedio de los quintos de indios esclavos en Cartagena,
1536 Valor (pesos)
Indios
Valor promedio (pesos)
Valor (pesos)
Indias
Indios
Indias
85
657
—
—
7,73
—
Agosto
71
357
38
253
5,03
6,66
Septiembre
37
216
57
342
5,84
6,00
Octubre
—
—
7
35
—
5,00
Noviembre
—
—
3
17
—
5,67
Diciembre
—
—
8
54
—
6,75
193
1.212
113
701
6,28
6,20
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Totales
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Julio
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Mes
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Fuentes: M. del C. Gómez, Pedro de Heredia…, cit., pp. 428-31. El cuadro lo hemos elaborado con base en la información del cuadro xx, que anexa la autora. Los promedios corresponden al quinto. Multiplicando este por 5, tenemos los precios corrientes de venta. En este caso para los indios sería 6,28 x 5 igual a 31,14, y 6,20 x 5 igual a 31 (pesos) para las indias.
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La razón del aumento de precios podría radicar en la escasez de hombres como consecuencia del desastre demográfico que acabó con los nativos, mientras que las diferencias de los precios según el sexo estarían en relación directa con la capacidad reproductiva de las mujeres. Entonces es posible que el precio de las indias dependiera de la escasa oferta frente a la población masculina y de la demanda de una sociedad de varones necesitada de sexo y de explotación de la mujer en los oficios domésticos. De 14 indios de un remate que la Corona
se remataron en Santa María 16 indios, mujeres y niños por 108 pesos, lo que da un promedio de 6,75 pesos por cabeza de quintos. En este lote se remató un hombre en 7 pesos; el resto fueron mujeres, 5 de ellas con un niño, y sus precios variaron entre 8 y 18 pesos de quintos. Los promedios de 1514 son un poco más bajos que algunos de 1515, pero parecen corresponder a los que primaban en Cartagena en la década de los treinta. 60
Téngase en cuenta que los datos del cuadro 3 corresponden al quinto y no al valor total, que debe ser el resultado de convertir el valor del quinto por 5. El precio de las mujeres oscilaría entre 30 y 34 pesos.
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hizo en 1514, 10 eran mujeres, de las cuales tres traían su cría, y 2 eran hombres61 (véase el cuadro 2).
D. Los beneficios de la venta de esclavos indios
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Contrastados los precios pagados por los indios esclavos con los de los objetos entregados por los europeos en los rescates de oro, tal como se observa en el cuadro 4, se nota que por el precio promedio de 248 tomines (31 pesos) en que se vendía un indio esclavo, se podían comprar en los mercados 83 hachas. Si se acepta que en el mercado de los rescates, un hacha dejaba 63,27 tomines de ganancia (cuadro 1), las 83 hachas representarían una ganancia bruta de 5.252 tomines, o 656 pesos y 4 tomines. Esto sin tener en cuenta los gastos de la operación. Tales utilidades reflejan la ventaja de este negocio y las razones de su práctica.
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Cuadro 4. Precios de algunos productos en Santa María la Antigua
3
1 puñal
6
1 peine
0,7
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Artículos
1 arroba de carne de res
Precios (tomines)
193
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1 camisa de holanda
1 arroba de carne de puerco
12,7
1 arroba harina para bizcocho
5,3
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1 hacha
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Precios (tomines)
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Artículos
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del Darién, 1532
1 arroba de pan tierno
8
1 camiseta del Perú
12
1 arroba de vinagre
6
1 silla de espaldas
24
1 arroba de vino
16
1 fanega de sal
12
1 arroba de aceite
12
1 fanega de maíz
0,6
1 queso
0,6
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16
Fuentes: elaborado según agi, Patronato 27/10, citado por Antonio Mantilla Tascón, “Los viajes de Julián Gutiérrez…”, op. cit., tomo ii, anexo ii. Un peso equivale a 8 tomines y un tomín a 56,25 maravedís.
Ganancias similares se obtenían al canjearse camisas de Holanda, camisetas del Perú o cualquier otra mercadería que los indígenas aceptaban por oro. Las ganancias calculadas son brutas y no líquidas. Al precio de un esclavo hay que descontarle el quinto, los gastos de transporte, el cuidado y la eventual alimentación hasta su remate final. Luego se 61
Juan Friede, C. dihc, i, pp. 51-52.
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incurría en otros gastos que tenían que ver con los recorridos hasta los mercados de los abalorios y su posterior transporte a los núcleos indígenas, en donde se volvían a canjear por oro. Si al final hubiera quedado un 50 % de utilidad neta, entonces se tendría que con un indio esclavo se podían generar muy bien unos 2626 tomines, es decir, 328 pesos y dos tomines de oro por indio esclavizado. El proceso de rotación de esclavos-oro-hachas-oro o esclavos-oro-hachas-esclavos permitía una rápida acumulación de recursos monetarios. Un ejemplo más puede ayudar a comprender la magnitud de este oficio de esclavizar indios y a aclarar la relación circular que se establecía entre la adquisición de un esclavo indio, su venta en un mercado, la compra de mercaderías y el retorno a las zonas de guerra y de canjes para entregar a los indios los abalorios o mercaderías por oro. De 182 hachas introducidas entre los indígenas del Darién, por las cuales se obtuvo un rescate de 1397 pesos, se calcula un precio promedio de 7,68 pesos por hacha, o 61,5 tomines.62 Se deduciría entonces que vendiendo en los mercados de las Antillas a un indio por 198 tomines y comprando con este dinero 72 hachas nuevas, para continuar con los rescates, se obtendría un ingreso promedio de 4428 tomines (72 x 61,5), de los cuales no sería necesario deducir los quintos, ya descontados, pero sí otros costos de operación. Es decir que por cada indio del Darién que se vendiera (198 tomines) para adquirir hachas a 3 tomines, con destino a un nuevo rescate, se podían obtener 66 hachas que producirían, mediante el sistema de rescates (61,5 x 66), 4059 tomines, con los que podrían adquirirse 20 indios. En otras palabras, que quien se iniciara con un indio esclavo y financiara toda la rotación de su venta podía tener al final del circuito 20 indios esclavos que, a 25 pesos pagado el quinto a su majestad, serían 500 pesos o 4000 tomines. Estos son cálculos muy rudimentarios que permiten entrever cómo la esclavitud indígena dejaba un 2000 por ciento de ganancias brutas. Una ganancia más o menos similar a la que obtenían los conquistadores de Cartagena de Indias, tal como ya se señaló. De cualquier forma, e independientemente del multiplicador que se utilice, lo que se evidencia es que la esclavitud de los nativos nada tenía que ver con la moral ni con el derecho de gentes alegados por los europeos. El recorrido que hacían el oro, los esclavos y las hachas dejaba pingües rentas a quienes se comprometían con un negocio humano harto ventajoso.
62
7,68 pesos por 8 tomines da 61,45 tomines. El precio de un hacha es de 3 tomines.
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Así, la esclavitud era, sencillamente, un negocio más en esta feria de oportunidades que América ofrecía a los europeos. Cuadro 4A. Precios promedio de los esclavos indios vendidos en España
y América, 1495-1559 España Años
América
Precio (maravedís)
Casos
Años
Precios (maravedís)
Casos
5.969
13
1514
10.013
13
1516-1559
13.422
14
1515
5.377
11
1503
19.267
35
1525
22.500
18
1536
14.199
306
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1495-1505
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Fuentes: véanse los cuadros 2 y 3, y Mira Ceballos, op.cit.
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Si en 1514 se prescinde del valor de un indio vendido en 15.750 maravedís, el promedio de los 12 indios restantes vendidos en América sería 4725 maravedís. Un peso de oro son 450 maravedís y un tomín valdría 56,5 maravedís.
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Los precios en España son más altos debido a los costos de transporte, aunque se informó que en 1505 en Cádiz y Sevilla se habían vendido esclavos indios a 8000 y 10.000 maravedís.63 Lo importante de esta información no es la volatilidad de los precios, sino la presencia de este mercado en España. Así, en 1505 Juan Bermúdez, vecino de Palos, había llevado con otros bienes a 19 indios esclavos, y en 1503 se vendieron en Sevilla 35 esclavos por 674.352 maravedís, lo que corresponde a un promedio de 19.267 maravedís por esclavo,64 una cifra fabulosa si tenemos en cuenta que el salario mensual de un marinero en 1513 era de 750 maravedís, una camisa de ruán labrada de oro y seda costaba 238 maravedis, unos zapatos de colores 45 maravedís y unas enaguas 17 maravedís en Sevilla, en 1519. Es decir, un indio esclavo en Sevilla representaba la posibilidad de comprar 64 conjuntos de camisa, zapatos y enaguas.65 En 1522, en la carabela Santa María la Blanca, que zarpó para España del puerto de Santa María la Antigua del Darién, iban 10
63
Miguel Ángel Ladero Quesada, El primer oro de América: los comienzos de la Casa de la Contratación de las Yndias (1503-1511), Real Academia de la Historia, Madrid, 2002, p. 27.
64
Ibid., pp. 76-77.
65
Juan Friede, cdihc, i, pp. 43-48, y Carmen Mena G., El oro del Darién, op.cit. pp. 562-3, tabla 24.
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pasajeros, entre ellos el hijo del gobernador y otros funcionarios, llevando entre sus pertenencias a una india y tres indios esclavos.66 Otro ejemplo puede contribuir a consolidar los matices sobre el modo como actuaban estas empresas y empresarios del tráfico humano en el Nuevo Mundo. Se sabe que al menos 374 indios esclavos caminaron con Ledesma, Vadillo y Mayorga en la entrada que el visitador hizo en 1536 a Cartagena. Juan Vadillo trajo a Cartagena, entre julio y diciembre de 1536, unos 306 indios e indias, por los que pagó de quintos 305 pesos. La muestra indica que hombres, mujeres y niños eran vendidos indistintamente en los mercados locales, a precios promedio más o menos similares (véanse los cuadros 3 y 4A). Estas cifras no incluyen 68 indios e indias que Ledesma introdujo en la misma época a Cartagena, ni las ventas que hizo de algunos esclavos, por las cuales tuvo que pagar otros 501 pesos de quintos.67 Tampoco se han contabilizado los 76 indios, indias, jóvenes y niños, que en mayo y junio del mismo año se habían vendido para cancelar 596 pesos de quintos. De este lote, el precio por cabeza fue de 39 pesos (312 tomines). Quedan al margen otros 115 naturales, cuyos precios no constan en la información.68 Aunque los montos de este tráfico interno no asombren, el mercado era importante en términos de ingresos y servicios en una zona de frontera. Sobre todo era fundamental porque operaba como una vena rota. Por la herida huía el mundo y la historia de estos pueblos caribeños. Si se contrastan los precios promedio de un indígena con los de los productos de primera necesidad que circulaban en los mercados de los hombres blancos, se puede dibujar la imagen complementaria en torno a las ventajas de la esclavitud. Sin embargo, haciendo caso omiso de la rentabilidad de la esclavitud para los blancos, ¿puede calcularse el costo para las sociedades que la sufrieron? Además, quedarían por conocerse las ventajas de la esclavitud de los indios frente a otras actividades empresariales de la época. Su conocimiento y contraste ayudará a comprender mejor las decisiones de quienes prefirieron el mercado de hombres frente a otras alternativas. La esclavitud pudo servir para acumular los recursos originales de empresas personales, al igual que el rescate y el robo mediante razias lo 66
agi, Sevilla, Contratación, 1524, citado en Carmen Mena García, El oro del Darién, cit., pp. 457-8.
67
M. del C. Gómez, op. cit. p. 429.
68
Ibid., p. 233. El promedio de quintos pagados por las 76 piezas fue de 7,84 pesos, o 63 tomines, o 3528 maravedís.
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había sido para otros empresarios. En tal caso, su ejercicio se constituiría en una alternativa sin elección para quienes la expectativa de ganancia y enriquecimiento se constituía en el objetivo central de su participación en la conquista del Nuevo Mundo. También hay que tener en cuenta que la diversidad en la actividad empresarial pudo mezclar variados tipos de operaciones, con niveles de rentabilidad diferentes, caso en el cual actuarían en forma complementaria. Desde el punto de vista de los europeos, la esclavitud ofreció alternativas de sueños y un futuro esperanzador, un universo que en su creación cegaba la vida de miles de seres en el Nuevo Mundo. Hablando de la Provincia de Cueva, Andagoya sostuvo que esta región se había despoblado por la acción de los conquistadores, pues,
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… como en las entradas que habíamos hecho por aquella tierra tantos capitanes como abyan ydo y benydo desdel Darién llebando mucha cantidad de yndios y por ser la tierra de una mar a otra allí tan poca al tiempo que se repartió abía pocos yndios […] en breve tienpo no quedó Señor ny yndio en toda la tierra.69
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Y refiriéndose al gigantesco esfuerzo a que fueron sometidos los indios que Balboa utilizó para transportar árboles, áncoras, cables, jarcias y aparejos del mar Atlántico al mar Pacífico, no dejó de exclamar que “era todo aquello la total desolación de la tierra e de los naturales della”. En estas actividades de transporte para la construcción de navíos, con los cuales emprender la conquista del mar del Sur, Oviedo dice que desde Acla al mar Pacífico, Balboa … traía la madera a cuestas desde el monte hasta el astillero […] pero mató quinientos indios, haciéndoles acarrear cables, e áncoras e jarcias e otros materiales e aparejos, de una mar a otra, por sierras e montes e asperísimos caminos, y pasando muchos ríos, para efectuar la obra de los navíos.
Las Casas habla de 2000 indios sacrificados en este esfuerzo, posiblemente porque para sustituir a quienes arrastraban maderas y aparejos, de una mar a otra, otros capitanes fueron enviados a esclavizar 69
“Relación que da el adelantado de Andaboya de las tierras y probincias que abaxo se ara mención”, en Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes, Biblioteca Nacional, Bogotá [1993], p. 120.
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indios, en pueblos indígenas, los cuales eran utilizados en esta empresa de los navíos o vendidos en los mercados del Caribe.70 Los costos humanos de este fabuloso invento empresarial en el Caribe colombiano solo se pueden dimensionar a la luz de un sentimiento de frustración y de tragedia que fundamenta el espíritu y la historia del hombre moderno. Si el film de Werner Herzog (1982) es la historia de una demencia, la del cauchero que hace pasar un barco de un lado a otro en los Andes, la impactante y mágica voluntad de Balboa de llevar del Atlántico al Pacífico las partes con que construiría navíos en el Pacífico revelan no solo la brutalidad y lo mágico de la película Fitzcarraldo, sino la realidad demencial de Balboa que, en 1517, desveló las locuras que guiaban a los europeos cuando enfrentaban las selvas americanas. Nada inhumano existe en el mundo que no haya ocurrido en América, por más que se quiera cubrir el fracaso del humanismo de Occidente bajo las máscaras del realismo mágico y de lo fantástico real de nuestra condición humana.
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E. Los beneficios del rescate
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Se ha visto que el negocio de la esclavitud tenía sus ventajas económicas. Pero es evidente que el rescate como tal no se limitó a convertir hombres por oro para comprar luego más mercaderías. El oro adquirió también un valor de cambio al convertirse en punto de referencia de todo bien que los europeos querían introducir en el mercado americano para poder succionarlo. Un mercader como Julián Gutiérrez calculó las ganancias líquidas de sus rescates de oro en un 56 %, lo cual revela la importancia del negocio.71 Esto, sin tener en cuenta los oros que no se declaraban72 y aceptando una relación de gastos cuyos costos los fijó el mismo empresario. 70
G. Fernández de Oviedo, Historia general y natural…, cit., iii, pp. 253-4; Woodrow Borah, Early Colonial Trade and Navigation between Mexico and Perú, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, Ibero-Americana, 38, 1954, p. 2.
71
A. Matilla, op. cit., p. 215; los cálculos se han hecho siguiendo los datos que ofrece este autor.
72
Juan Friede, dihc, ii, 198. En 1531 se decía que en esta tierra “se ha hurtado mucho oro” del diezmo de su majestad. i, 298; de García de Lerma se dijo que “todo el oro que podía haber, así de rescates como de joyas y cosas que los caciques le daban de su voluntad y de entradas y en otra cualquier manera, entraba en su poder y lo tomaba escondidamente y secretamente, y para ello buscaba todas las formas y maneras que podía para que los indios se lo trajesen de noche, para que nuestros oficiales […]
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Pero entre todo este juego de intereses merece destacarse un hecho más, y es el relativo a las ventajas comparativas entre intercambiar una mercancía u otra. Por ejemplo, al ser mayores los costos de los cuchillos que los de las hachas, las ganancias eran menores si se canjeaban cuchillos en este modelo del rescate. Aunque el mercado era rentable, no siempre los tiempos fueron de abundancia. Por ejemplo, las hachas entregadas en la costa caribe, conocidas como vizcaínas, vivieron momentos de escasez. En un remedo vulgar de lo que sería nuestro destino industrial, las hachas pudieron ser sustituidas por otras que se elaboraban en yunques particulares a costos muy bajos. El mismo Oviedo, para darle elasticidad a la contracción de la oferta, y forzado por las ventajas de los rescates, se vio precisado a fabricarlas en Urabá. Para ello utilizó los “aros de las pipas vacías” y el hierro viejo. Incluso llegó a recoger las hachas desgastadas que tiraban los nativos, para afilarlas y canjearlas como nuevas.73 De la información que dejó Gutiérrez se concluye cómo la industria europea de telas y herramientas encontró en el Nuevo Mundo un mercado que iba de la mano de los conquistadores. Los números son el mejor argumento para conocer las razones de una política de destrucción de los recursos económicos y humanos de las sociedades nativas, al igual que con ellos se puede medir mejor la importancia del desarraigo de familias por razones de la esclavitud o los servicios.74 Independientemente de los volúmenes vendidos, que difícilmente podrán ser conocidos con rigor, las cifras esporádicas son signos del conjunto de desastres que la conquista desató en los primeros años del siglo xvi. Aunque la ley española legitimó estas prácticas esclavistas, durante los primeros años del Descubrimiento, en agosto de 1530 las suprimió.75 Pero la realidad desbordaba todas esas ficciones legales, que no podían impedir que los motores de un sistema económico dejaran no pudiesen saber lo que en su poder entraba, por nos defraudar y se quedar con nuestro quinto y derechos…”. 73
Fernández de Oviedo, op. cit., p. 69: faltando hachas, pues no viniendo por la alteración de las comunidades de Castilla, “acordé de hacerles hacer de los aros de las pipas vacías que pude recoger e de otro hierro viejo…”. Al agotarse el hierro, tuvo que enviar una carabela con “molejones” escondidos, para afilar las que tenían los indios desgastadas, vendiéndolas como si fuesen nuevas.
74
No hay cálculos sobre el descenso de la población de la costa caribe colombiana o de la costa pacífica entre 1500 y 1540. Véase el capítulo vi de este libro.
75
agi (Sevilla), Justicia 363 f. 998, cit. en A. Matilla, op. cit., p. 11, nota 19; Juan Friede, dihc, ii, 192.
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súbitamente de funcionar. Mientras el rey firmaba cédulas, la fuerza y la convicción social y moral de centenares de colonos continuaban actuando como ejes transmisores de movimientos que succionaban vidas para engrosar de oro las arcas personales y reales que, en últimas, era lo que le importaba a la Corona y a sus súbditos conquistadores. Tal era el poder del rescate, del repartimiento y de la esclavitud de los indios.
F. La distribución del botín y las rentas
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Hasta 1514 es muy difícil conocer el total de ingresos obtenidos por concepto de rescates, cabalgadas y entradas. Se sabe por un cálculo burdo hecho sobre los informes de los cronistas que entre 1510 y 1514 a Santa María habían ingresado más de 340.000 pesos de oro de distintas calidades, es decir, más de tonelada y media.76 El volumen es significativo si se tiene en cuenta que a mediados del siglo xvi todas las colonias americanas contribuían con seis toneladas de oro. La cifra podría ser exagerada, pero si se divide este volumen por los 1500 soldados que actuaban en el Darién, da un ingreso de 227 pesos per cápita, en el citado quinquenio. Este indicador puede confrontarse con datos más precisos que se tratarán de esbozar, no tanto para estos años, sino para los que siguieron a 1514. Los innumerables capitanes que trajo Pedrarias Dávila cuando llegó a ejercer las funciones de gobernador en el Darién, iniciaron, como era costumbre, sus entradas a los territorios circunvecinos, repasando su fuerza y su violencia entre etnias ya rastrilladas por los hombres de Balboa.77 Ellos no se contentaron, pues los botines no les llenaban las alforjas de sus ambiciones. Buscaron nuevos señoríos y cacicazgos, en una operación de limpieza y asalto sobre los últimos oros poseídos por algunas de las comunidades, que debieron tolerar a estas huestes destructoras e improductivas que iban y venían como incontrolable plaga de langostas.78 Las huestes caminaron y cabalgaron aquí y allá, tras caseríos y aldeas, robando y saqueando. Durante tres años (1514-1517) los españoles 76
Fernández de Oviedo, op. cit.
77
M. Fernández de Navarrete, op. cit. iii, 376-381. La carta de Balboa de 16 de octubre de 1515, denuncia el mal trato a los indígenas por los capitanes de Pedrarias Dávila.
78
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5(9), “Relacion que da el adelantado de Andaboya…”, cit.
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“trayan grandes cabalgadas de gente presos en cadenas y con todo el oro que pudían aver”. Luego “repartían los indios que tomaban entre los soldados” y el oro lo llevaban a Santa María la Antigua del Darién, en donde lo fundían y daban a cada uno su parte, incluido el obispo y los oficiales reales. Al gobernador le llevaban la parte correspondiente de indios: “y como probeyan por capitanes por el favor de los que gobernaban deudos o amigos suyos aunque hubiesen hecho muchos males nenguno hera castigado y desta manera cupo este daño a la tierra hasta mas de cien leguas del Darién”.79 Tal era el relato de Andagoya, testigo presencial de estas caravanas exitosas que traían los rescoldos vivientes de un mundo en destrucción. De todos estos beneficios participaban sus altezas reales, que apenas se limitaban a recibir los quintos de los oros recogidos por sus súbditos, en las tierras reblandecidas por el calor húmedo de Urabá y Centroamérica. No solo la esclavitud era rentable: también lo eran otras actividades de saqueo. El cuadro 5 es solo un ejemplo de lo atractivo que era el negocio. Once registros de entradas que tocaron costas colombianas dejaron más de un millón y medio de maravedís como ingresos brutos (3334 pesos). Según la Caja Real de Santa María, más del 90 % del oro rescatado entre 1514 y 1526 provino de los llamados quintos de oro y quintos de indios esclavos. Pero en la explotación del oro de minas hubo sociedades entre los colonos con el fin distribuirse los montos obtenidos. Una muestra de 32 compañías que agrupaban a 171 individuos revela que ellos obtuvieron en el curso de 9 años unos 102.000 pesos (véase el cuadro 5A). Sin embargo, la concentración en manos de unos pocos era notoria desde entonces: el 20 % de los individuos poseían el 45,5 % del oro reportado por todas estas compañías. La compañía era una especie de asociación entre amigos dedicados a la explotación del oro que se distribuía entre cada uno de los socios. En esta muestra le correspondió a cada uno de los 171 socios unos 594 pesos tres tomines, es decir, 240.337,5 maravedís, o sea, 26.704 maravedís al año.
79
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5(9) f. 67v. y 68r., “Relacion que da el adelantado…”, cit.
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78
la estación del miedo o la desolación dispersa
Cuadro 5. Entradas y cabalgadas a territorios de la actual Colombia según
registros de la Caja del Darién, 1514-1526 Fecha
Obtenido en
Oro fundido (pesos)
Expedición
Quintos (maravedís)
20-11-1514
Santa Marta
Pedrarias Dávila
934
83.250
30-1-1515
Abrayme
Capitán Castillo
1115
83.875
10-2-1515
Cacique Bea y Cirmaco
Capitán Esteban Barrantes
43
3214
10-2-1515
Isla Fuerte
Alonso Sánchez
8
582
26-6-1515
Santa Marta
1825
10.354
10-9-1515
Dabaybe
154
11.025
13-1-1518
Río San Juan (Atrato) Juan de Távira
260
19.372
23-7-1523
Provincia del Perú Pacífico colombiano
Pascual de Andagoya
10-2-1526
Provincia de Chochama
27-2-1526
Provincias del Perú Birú y Río Baudó
19-7-1526
Costa de Caribana
—
63.243
Francisco Pizarro
—
8832
Francisco Pizarro y Diego de Almagro
—
4450
—
14.760
cl
us
iv
a
pa
ra
us
ac
ad é
—
o
m ic
o
V. Núñez de Balboa
302.957
ia
ex
Total quintos
Pedro Gallego y Diego Prieto
C
op
Fuentes: agi (Sevilla), Contaduría 1451, “Cargo contra Alonso de la Puente… desde 26 de junio de 1514…”.
Cuadro 5A. Ingresos de las compañías de oro en el Darién, 1517-1526 Oro manifestado N.º de (pesos de 450 compañías mrs.)
N.º de socios
% de socios
Promedio Total oro declarado pesos oro (pesos de 450 mrs.) por socio
% total del oro declarado
1000-1499
13
65
38,01
16.305
250.7.0
16,04
1500-1999
8
44
25,73
13.639
310.0.0
13,40
2000-2999
1
4
2,34
2111
527.6.0
2,08
3000-4999
6
24
14,04
23.395
975.0.0
23,00
5000-9999
2
16
9,36
16.731
1046.0.0
16,46
10.000-14.999
1
13
7,60
13.262
1020.1.0
13,05
15.000-19.999
1
5
2,92
16.195
3239.0.0
16,00
32
171
100,00
101.638
594.3.0
100,00
Totales
Fuente: Elaborado por el autor con base en Carmen Mena García, El oro del Darién…, cit., pp. 439-41, tabla 15.
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reciprocidad y mercantilismo en el caribe
79
C
op
ia
ex
cl
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iv
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pa
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Después de 1530, la región de Urabá quedó incorporada a Cartagena, una provincia que también había sido un lugar de permanentes operaciones de rescates, guerras y esclavitud. Se sabe poco sobre lo que produjo la región antes de llegar Pedro de Heredia como su primer gobernador, en 1533. Este conquistador, una vez se instaló en Cartagena (Calamar), inició una agresiva operación de conquista por la tierra adentro. En un recorrido sistemático hacia el oriente de su gobernación, se alzó con los últimos oros que sus antecesores no habían encontrado y que los nativos preservaban en los refugios que otorgó el silencio y el engaño.80 Pero, como se ha visto, Heredia no toleró el engaño ni un botín inadecuado, ni la disposición a la resistencia. Saqueó cuanto pudo, para dirigirse luego hacia otros puntos cardinales. Le siguieron Vadillo y sus capitanes, quienes se lanzaron a trazar caminos y a dibujar una serie de expediciones, que los llevaron tras la ruta del Dabaybe y del Cenú. A la tierra adentro Vadillo envió a Alonso de Cáceres, luego a Ledesma, posteriormente a Becerra, y una vez más a Montemayor. Entre tanto, Francisco Cesar fue a Urabá.81 Cuatro quintas partes del oro rescatado era para las huestes, pues el quinto restante era para la Real Hacienda. Pero ¿cómo se distribuyeron entre los capitanes y soldados estas cuatro quintas partes del botín? Algunos ejemplos pueden contribuir a dar una idea de la apropiación de los oros entre la soldadesca. En una de las operaciones de rescate llevadas a cabo en San Sebastián de Buenavista, Pedro de Heredia marchó con 13 macheteros, 53 hombres de a pie y 16 comandantes y capitanes.82 Según criterios establecidos dentro de la hueste, y conforme a su función en el equipo expedicionario, correspondería a unos más que a otros. No siempre se recibían montos determinados por la función desempeñada. Hubo cabos de cuadra que recibieron 50 pesos y medio, el valor más alto entregado a alguien perteneciente a la gente de a pie. Este grupo, que constituía el 63 % de la hueste, recibió el 45 % del botín, casi lo mismo que recibieron los 26 miembros más importantes de
80
Fernández de Oviedo, op. cit., 145-172; sobre las acciones de Vadillo y García de Lerma en Santa Marta cf. Juan Friede, dihc, i, p. 335; ii, pp. 59-62.
81
agi (Sevilla), Patronato 294, doc. 17, “Información hecha por el doctor Joan Blázquez del Estado de la Provincia de Cartagena (1537)”, el licenciado Vadillo “a enviado capitanes e gente a conquistar la tierra adentro. Una vez envió por capitán un Alonso de Cáceres e otra vez a Ledesma e otra vez a Becerra e otra vez a Montemayor”.
82
Elaborado con base en la información dada por M. del C. Gómez, op. cit., cuadro 6.
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la estación del miedo o la desolación dispersa
la expedición (véase el cuadro 6). En el caso de los macheteros, se debe aclarar que fueron tres negros, de un tal Estupiñán, los que recibieron los 50 pesos y medio. Si se registran estos negros, entonces, los macheteros serían diecisiete y no catorce, lo que alteraría los porcentajes señalados para los diferentes grupos que actuaban dentro de esta hueste, que operaba en busca de un botín. Cuadro 6. Reparto del botín de San Sebastián de Buenavista:
estructura de ingresos, 1534 (en pesos) Gente de a pie
N.º
4
33,4
—
—
—
1
16,0
16,6
—
—
18
301,4
24
603,0
1
25,1
33,0
1
33,0
33,4
5
167,4 —
41,0
—
—
33,4
—
1
16,0
4
67,0
22
368,4
2
50,2
27
678,3
1
33,0
—
— 167,4
26
871,0
—
—
1
40,0
1
40,0
ex
—
C
46,0
4
5
ia
6
op
45,1
—
Total ingreso (pesos)
N.º
536,0
us
—
16
cl
40,0
—
iv
25,1
—
Total
—
m ic
16,0
ac
—
o
—
us
8,3
Total ingreso (pesos)
o
Total ingreso (pesos)
N.º
ra
Total ingreso (pesos)
pa
N.º
Macheteros
ad é
Capitanes
a
Ingreso promedio per cápita (en pesos)
274,4
1
41,0
—
—
1
41,0
1
41,2
—
—
7
315,6
1
46,0
2
100,4
7
353,4
—
—
—
—
—
1
50,2
2
100,4
50,4
2
101,0
58,7
3
176,5
—
—
—
—
3
176,5
670
2
134,0
—
—
—
—
2
134,0
Totales porcentaje
22 1012,2 23,9 % 31,56 %
4
—
46,0
202,0
69 1774,2 63,3 % 55,31 %
— 1
50,4
14 421,2 12,8 % 13,13 %
105 3207,6 100 100,0 %
Fuente: el cuadro se ha elaborado siguiendo el anexo xiii del libro de M. del C. Gómez Pérez, Pedro de Heredia…, cit., pp. 407-9. El total incluye 233,5 pesos que le tocaron a P. de Heredia, 300 pesos al clérigo Alonso Martín, 100 pesos a Alonso de Montemayor y 83 pesos a Hernando Díaz. Los valores están dados en pesos y tomines. Por ejemplo, en el rango se trata de 8 pesos y 3 tomines, y en el total de 33 pesos y 4 tomines.
A pesar de que la distribución del botín era muy desigual, los ingresos no eran tan malos, si se tiene en cuenta que se trataba de una sola entrada. A cada uno de los miembros de la llamada gente de a pie le correspondieron 26 pesos, y a los macheteros, 30 pesos per cápita. Con
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reciprocidad y mercantilismo en el caribe
este ingreso se sobrevivía un año, pero no se acumulaba conforme a las expectativas de los pobladores. Los treinta pesos corresponden a 13.500 maravedís y vale la pena compararlos con los 26.704 que ganaron los mineros según el cuadro 5A. Las gentes de Santa Marta no tuvieron menos suerte, pues el botín de 1529 les dejó un promedio de 22 pesos por persona. Pero, como puede observarse en el cuadro 7, este fue el botín de una refriega en la que no había sino seis hombres a caballo y once de a pie, quienes ganaron un poco más de lo que les tocó a los 153 heridos. Cuadro 7. Reparto del botín de Pocigueica y Boriticá, 1529 (en pesos) Gente herida
N.º
Total ingreso
1,0
—
—
—
—
2,0
—
—
—
—
2,4
—
—
—
—
3,0
—
—
—
4,0
—
—
—
5,0
—
—
6,0
—
—
7,0
—
7,4
Total ingreso
m ic
Total ingreso
N.º
Total ingreso
N.º
2,0
2
2,0
3
6,0
3
6,0
1
2,4
1
2,4
—
33
99,0
33
99,0
—
7
28,0
7
28,0
—
—
4
20,0
4
20,0
—
—
18
108,0
18
108,0
—
—
—
2
14,0
2
14,0
—
—
—
—
1
7,4
1
7,4
8,0
—
—
—
—
42
336,0
42
336,0
10,0
—
—
—
—
29
290,0
29
290,0
12,0
—
—
—
—
2
24,0
2
24,0
15,0
—
—
—
—
8
120,0
8
120,0
20,0
—
—
—
—
1
20,0
1
20,0
100,0
—
—
10
1000
—
—
10
1000
140,0
—
—
1
140
—
—
1
140
—
—
6
1440
170
3657,0
6
1440
Totales
6
1440
o us
ra
a iv
us cl ex
ia
C
240,0
ac
2
op
N.º
Total
o
Gente de a pie
ad é
Gente de a caballo
pa
Rango (en pesos)
—
— 11
1140
153
1077,0
Fuente: Juan Friede, dihc, ii, pp. 75-84. Un peso tiene 8 reales si es de plata, u 8 tomines si es de oro. Aquí también, como en Cartagena y en otras regiones, el ingreso mantiene los mismos patrones de distribución jerarquizada. Ciento cincuenta y tres soldados pobladores, que constituían el 90 %, recibieron el 30 % del botín.
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la estación del miedo o la desolación dispersa
pa
ra
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o
ac
ad é
m ic
o
La frontera desplazada hacia el reino de los espíritus no dejó de ser menos productiva. Del más allá llegaron nuevas riquezas para estos aventureros que no perdonaron siquiera el mundo de la muerte. Entonces era necesario mantener una actividad febril. Al agotarse el oro y los bienes que habían acumulado los nativos, los colonos miraron la tierra asolada bajo sus pies, y pensaron que ya no quedaba otra opción sino cavar las habitaciones del espíritu, para arrancarle a la muerte, detenida en el fondo de las sepulturas, los últimos metales que iluminaban la migración de los hombres por los reinos misteriosos de las sombras. Ellos encontraron en el Zenú los cementerios indígenas, que entregarían el último botín de la Provincia de Cartagena.83 El cuadro 8 testimonia el papel que desempeñaron las sepulturas del Zenú en los procesos de distribución y concentración de la riqueza dejada por el botín, así como en la configuración de un tipo de conquista que operaba sobre principios de saqueo en los mundos de ultratumba. El modelo de rescate parecía llegar a sus formas extremas, y de hecho a su propio agotamiento, como posibilidad para los pobladores y para los nuevos colonos que llegaban a América.
us
iv
a
Cuadro 8. Principales rescatadores de oro de las sepulturas del Cenú, 1536-1537 Botín obtenido Oro fino (pesos)
Oro bajo (pesos)
ia
ex
cl
Nombres
5651
3434
Juan de Vadillo y Saavedra
2157
—
314
—
1290
—
C
op
Juan de Vadillo
Juan de Vadillo, Romero y Peñalver Juan de Vadillo y Rosales Juan de Vadillo y Diego Caballero
24
15
Teniente Cáceres
1060
118
Teniente Cáceres, Peñalver y Verdugo
1860
720
Zapata
6248
425
Gutiérrez de Cárdenas
3022
360
Pedro de Heredia
20.384
2157
La Compañía
42.263
—
2191
—
Alonso de Montes
83
Juan Friede, dihc, ii, p. 199. Lerma también sacó mucho oro de las sepulturas.
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83
reciprocidad y mercantilismo en el caribe
Botín obtenido
Nombres
Oro fino (pesos)
Oro bajo (pesos)
Andrés Ramírez
2080
Tomé González y Diego Sánchez Calafate
4415
—
Gonzalo Morcillo
1610
—
Total
94.569
5
7234
Fuente: elaborado con base en la información de los anexos del libro de M. del C. Gómez Pérez, Pedro de Heredia…, cit.
cl
us
iv
a
pa
ra
us
o
ac
ad é
m ic
o
El reparto mantuvo su carácter desigual, pues la hueste operaba como una empresa que dejaba la mayor parte del botín a los principales accionistas. Parte de la hueste se convirtió en Compañía, independiente de la participación individual de los mismos accionistas. Así, en 1535, el 78 % de los oros recogidos se quedó en manos de dos compañías y de Pedro de Heredia. La hueste de Vadillo en 1536-7, siendo menos numerosa, también concentró los oros en un tal Zapata, en el teniente Cáceres y en el mismo Vadillo. Ellos se quedaron con el 61 % del oro que extrajeron de las sepulturas del Zenú. Una sola operación de Heredia sobre el Cenú le dejó más de 110.987 pesos (véase el cuadro 9).
ia
ex
Cuadro 9. Botines obtenidos por Heredia y Vadillo, 1533-1537
Tierra adentro (rh)
C
1533
Provincias
op
Año
Cenú (rh) Abreba
1534
Oro fino (pesos)
Oro bajo (pesos) Buen oro (pesos)
3218
11.288
4582
110.987
12.068
88
46.423
Valle de Santiago
8352
San Sebastián de Buenavista
3897
Cárex
1936
—
— 760
—
— —
147
—
Pueblo Grande
393
—
—
Zamba
142
—
—
Dabaybe
117
10
—
Texa
107
14
—
Arboleda
91
113
—
Punta Canca
71
113
—
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la estación del miedo o la desolación dispersa
Provincias
68
277
—
Barú
35
32
—
Otros lugares
94
2497
—
185
23
—
Catarapa
4617
14
—
Río Cenú
786
34
—
Baraujo
14
22
—
Turbaco
54
64
—
728
910
—
—
—
Urabá
20
Cárex
—
9
—
11.401
—
86.293
4454
—
16.504
2496
—
13.466
4499
—
301.421
51.245
2823
us
o
Otros lugares
pa
Cenú (sv)
a
1537
iv
Cenú (sv)
us
1536
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Cenú (sh)
ex
cl
Totales
ad é
Valle de Santiago
m ic
Turuana
Tierra adentro (rh)
1535
Oro bajo (pesos) Buen oro (pesos)
ac
1534
Oro fino (pesos)
o
Año
4670
C
op
ia
Convenciones: (rh): rescates de Pedro de Heredia (rv): rescates de Juan de Vadillo (sh): oro rescatado del Cenú por la hueste de Heredia (sv): oro rescatado del Cenú por la hueste de Vadillo Fuente: elaborado con base en la información de los anexos del libro de M. del C. Gómez Pérez, Pedro de Heredia…, cit.
Una lista de diecisiete individuos (véase el cuadro 8), por sí mismos o en compañía, recibió 94.569 pesos de oro fino y 9201 pesos de oro bajo. Es decir que el 81 % del total del oro fundido por estas dos huestes en el curso de tres años pertenecía a un reducido número de conquistadores. Como puede observarse en la información del cuadro 10, y como contraste con el cuadro 8, 81 individuos recibieron el 8 % del oro rescatado. Esto arroja un ingreso de 96 pesos per cápita, sin contar con lo que les correspondía a quienes formaban parte de la Compañía. En el universo de los blancos las desigualdades imponían la necesidad de más entradas, más rescates y más robos, pues una población de frontera, dominada por la ilusión del oro, no podía dejar de actuar ante la
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reciprocidad y mercantilismo en el caribe
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escasez de unas rentas o la baja participación en los resultados finales de una empresa. Fue esta realidad la que hizo que muchos soldados se convirtieran en capitanes, muchos capitanes en gobernadores y muchos gobernadores en empresarios mercantiles. Pero todo signando de impunidad, violencia e injusticia en los procesos de acumulación y crecimiento económico, porque dentro del colonialismo el desarrollo económico no tiene cabida para los pueblos sojuzgados. La información disponible muestra que Heredia fue mucho más individualista en sus operaciones, mientras que Vadillo estuvo más dispuesto a hacer alianzas con otros conquistadores. Conforme se observa en el cuadro 8, Heredia, Vadillo y la Compañía se apropiaron el 59 % del oro fino rescatado. El 41 % restante se repartió entre 103 individuos, que componían el 97 % de quienes fueron a cavar sepulturas al Zenú. Estos ejemplos apenas corroboran la importancia y la complejidad del sistema económico que fundamentaba la renta de los conquistadores, con sus empresas de rescate y de saqueo. El conocimiento de estas operaciones orientadas a obtener un botín contribuye a comprender mejor la inquietud, el ansia, la inconformidad y el afán que mostraron muchos españoles, que no veían satisfechas sus expectativas sobre las masas incalculables de oro con que habían soñado en España, antes de embarcarse para América. Como observó fray Gerónimo de Escobar en 1582, los españoles que emigraban llevaban “ymaginaciones” de que en América “las paredes de las casas es oro y plata”. Al confrontar la realidad, se deprimían y empezaban a murmurar sobre los engaños de que habían sido objeto y a preferir las galeras a tener “que pasarse a las yndias”.84 Otros pusieron en práctica el fraude, la envidia y la insurrección. Todas estas inquietudes y desesperanzas de hombres empobrecidos del siglo xvi, que soñaban con llegar a más, les llevaron a buscar nuevas fronteras en donde materializar los niveles de ingreso que un día soñaron. Muchos de ellos siguieron arañando la tierra y excavando sus entrañas, en una actitud de obsesos, que parecía no encontrar ni el fundamento ni el fondo de sus sueños y sus ansias. Se sabe, por ejemplo, que entre 1533 y 1534 Pedro de Heredia obtuvo 172.712 pesos de oro fino y 27.319 pesos de oro bajo. En 1535 Vadillo apenas obtuvo 9227 pesos de buen oro y 12.477 pesos de oro bajo. Si se agregan a estos datos los oros de las sepulturas, entonces se tiene un volumen realmente sorprendente: más de 300.000 pesos de oro fino y de
84
agi (Sevilla), Patronato 27, 13, “Gobierno de Popayán, calidades de la tierra”, f. 6v.
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Totales y porcentajes
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pesos
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Fuente: elaborado según los anexos del libro de M. del C. Gómez Pérez, Pedro de Heredia…, cit.
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Menos de 100
Promedios pesos
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9,58
11,29
3,71
0,18
%
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casos
116.263
68.624
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16.503
6820
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1271
pesos
Totales
Cuadro 10. Reparto de los botines de Pedro de Heredia (1535) y Juan Vadillo (1536-1537), procedentes de las sepulturas del Cenú
86 la estación del miedo o la desolación dispersa
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buen oro, apenas en un quinquenio. Si estos eran los últimos tesoros que habían quedado después de 33 años de saqueos, entonces ¿cuál pudo ser el botín real que se repartieron centenares de gentes desde Ojeda y Nicuesa, por allá entre 1504 y 1510? Estamos frente a una sociedad que entregó a cuentagotas sus millones de maravedís. La riqueza acumulada por los indígenas de la Nueva Granada no se entregó de un solo tajo, como en otras fronteras de América llamadas México y Perú. Como este oro se agotó y se acabaron las sepulturas del Zenú, la tierra se despobló, como se despobló Urabá. Un escribano anotó al respecto que
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El pueblo del Cenú está despoblado así de indios como despañoles porque como las sopolturas se acabaron de sacar, luego los españoles desampararon la tierra. Así mismo el pueblo de Urabá está despoblado. Abía en él tres españoles los quales criaban alli gran cantidad de vacas y estos vivían entre los yndios por rescates, el año de 58.85
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Para satisfacer la demanda generada por los nuevos colonos fue necesario correr hacia el interior de Colombia, en el Nuevo Reino, en donde Jiménez de Quesada recogió 191.294 pesos de oro fino, sin contar el oro bajo y otros oros que entregó posteriormente el cacique de Bogotá,86 tal como se observa en el cuadro 11.
Tipos de oro
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Cuadro 11. Botín del conquistador Jiménez de Quesada y su hueste Total pesos
Quintos
Líquido para repartir
Oro fino
191.294
38.258
153.000
Oro bajo
37.288
7257
16.964
Oro chafalonía
18.450
3690
—
1815
263
1455
Esmeraldas
Fuente: elaborado según los datos que presenta Raimundo Rivas en “Los compañeros de Quesada”, en Boletín de Historia y Antigüedades, Bogotá, 1927: xvi, 192 pp. 707-715.
El botín se repartió en 289 partes y media, correspondiéndole 510 pesos de oro fino, 57 pesos de oro bajo y 5 esmeraldas a cada parte. Antes de distribuirse el botín, los partidores conceptuaron que se debían sacar 85
Biblioteca de la Real Academia de la Historia (Madrid), citada en adelante como brah, Relaciones Geográficas 14, leg. viii.
86
agi (Sevilla), Contaduría 1292, “Cuentas y relación general… 1566”.
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Fuente: H. Tovar 2012
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11°0'0"N
Cabo de la Vela
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72°0'0"W
Mapa 2. El Caribe colombiano: áreas de contacto y exploración desde Cartagena (1533), Santa Marta (1526) y Coro-Cabo de la Vela
(1533-1534)
la estación del miedo o la desolación dispersa
13. Zondahua 14. Pespes 15. Argollas 16. Mastes 17. Seturmas 18. Coanaos 19. Buredes 20. Bugures 21. Xiriguanas 22. Pemeos 23. Marona 24. Valle de Coto 25. Buritica 26. Zamiruas 27. Zindaguas
a
Sierra Nevada de Santa Marta Exploración de Alfinger Exploraciones desde Santa Marta Exploración de Heredia 1. Tairona 2. La Ramada 3. Bonda 4. Valle de Upar 5. Tamalameque 6. Caribes 7. Pociqueica 8. Betoma 9. Chimila 10. Pacabuey 11. Gaira 12. Zenú 0 25 50 100 km
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13°0'0"N
13°0'0"N
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5000 pesos de oro fino para darlos a “personas de caballos y soldados que han trabajado y se han aventajado más que los otros y se han hallado prestos a más jornadas y han arriesgado más veces sus personas”. Quesada entregaría a cada una de ellas una proporción de estos 5000 pesos, más lo que por derecho les correspondía. Así, 49 conquistadores se repartieron 3875 pesos, es decir, cerca de 80 pesos más sobre el ingreso básico del botín. Entonces, si la hueste era socialmente diferente y los aportes eran también diferenciados, las rentas no podían ser las mismas. De los 167 conquistadores que llegaron con Quesada, 19 eran capitanes, sargentos, alféreces y clérigos; 33 soldados de a caballo, 9 macheteros, 13 arcabuceros, 17 ballesteros, 74 rodeleros y 2 voluntarios.87 Por su participación en la conquista del Nuevo Reino de Granada, los conquistadores recibieron entre 500 y 1000 pesos. Esta cifra es importante frente a los ingresos que habían obtenido otras huestes, como las de Heredia y Vadillo, en los años precedentes a la conquista del interior de Colombia (véanse los cuadros 6, 7 y 10). Los ingresos no son despreciables si se tiene en cuenta que el salario de un oficial real de Santa Fe, hacia 1540, era de 444 pesos al año, y de 222 para los veedores de Vélez o Tunja.88 La primera mitad del siglo xvi tuvo como modelo de organización económica el rescate, que articuló toda la economía del Caribe. No obstante, a pesar de las cifras que hasta ahora se conocen, estamos aún muy lejos de un cálculo aproximado de la masa de oro y bienes extraídos y del impacto que las formas de obtención tuvieron sobre las sociedades prehispánicas. Las disposiciones de 1542, que regularon el servicio personal de los indios, servirían de tránsito a una economía que ya había empezado a ejercer un control racional sobre la fuerza de trabajo, para destinarla a las minas de oro con el fin de extraer el rico metal. Es decir que el rescate tenía en su propia estructura las variables de su disolución, y por eso bien temprano comenzaron a surgir intentos de monopolizar la energía de los indios. Primero, mediante la entrega del oro con contraprestación, y luego, monopolizando la fuerza de trabajo Digamos finalmente que la Nueva Granada, y de modo especial el Caribe, no solo contribuyó a formar la masa de metálico que entró 87
Raimundo Rivas, “Los compañeros de Quesada”, en Boletín de Historia y Antigüedades, Bogotá, 1927: xvi, 192, pp. 707 y 708.
88
agi (Sevilla), Contaduría 1292, “Hernando Vanegas, Pedro Colmenares y Juan Tafur cargo desde 10-V-39 a 11 de julio de 1543”. Las referencias vienen de los descargos de las cuentas.
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al Viejo Mundo,89 sino que fue una frontera importante de experimentación para grupos de conquistadores que luego se lanzarían hacia el sur de América en busca de más oro, hasta encontrar el Perú y cabalgar para siempre sobre el mito de El Dorado.
89
Para el período 1533-59 hemos calculado, con base en los registros oficiales de las Cajas Reales de la Nueva Granada, una producción mínima, en cifras redondas, de 48 toneladas. Véase el capítulo iv, “El oro, la desestructuración del mundo prehispánico y el desarrollo europeo en el siglo xvi”. Además, se debe tener en cuenta que muchos funcionarios y gobernadores fueron acusados de robar los oros de su majestad. Juan Friede, dihc, ii, 23-4. En los juicios de residencia existe importante información al respecto.
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o m ic ad é ac o us ra pa a iv us cl ex ia op C La espada. Grabado en linóleo. Original de Miguel Ángel Albadán A. 2004 © miguelalbadan.com
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III La transición del rescate a la encomienda en el Caribe
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l menos hasta la promulgación de las leyes nuevas, en 1542,1 los europeos que estuvieron actuando en el Caribe colombiano basaron su relación con el Nuevo Mundo en torno a un principio fundamental: obtener metales preciosos. Esto lo expuso claramente el rey en las ordenanzas que le dio a Pedrarias Dávila el 30 de julio de 1513, antes de que se embarcase hacia Castilla del Oro: “porque nuestra voluntad es que venga a nos todo el oro que pudiere venir”.2 Para ello se pusieron en práctica conceptos propios del sistema mercantil y sistemas de administración y control en la captación de recursos. En las costas del Caribe el intercambio encontró su contrapartida en el principio de la reciprocidad, uno de los elementos fundamentales de la organización prehispánica. Así, la articulación de estos dos principios, el intercambio y la reciprocidad, permitió a los europeos rescatar abalorios y mercaderías baratas, por oro, perlas, telas y alimentos que ofrecían los nativos. Para proceder a realizar esta actividad sin mayores costos, los europeos buscaron establecer centros de operación en Tierra Firme. Primero intentaron construir fortalezas y terminaron fundando ciudades. Estos núcleos urbanos tuvieron una función muy concreta, como fue la de servir de apoyo a las huestes, a los mercaderes y a los nuevos empresarios y aventureros que llegaron en las primeras oleadas de colonos del siglo xvi. Juan de la Cosa, al referirse a Colón, dijo que
1
R. Konetzke, Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810, Madrid, 1953, vol. i (1493- 1592), pp. 216-20 y 222-26, “Real provisión. Las leyes nuevas” y “Real Provisión. Declaraciones añadidas a las leyes nuevas”.
2
“Las hordenanzas que llevan Pedrarias y los oficiales para guardar e juntarse”, [pp. dxxiv-dxxvii], en Manuel Serrano y Sanz, Orígenes de la dominación española…, cit., p. dxxvii.
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“como tantos otros, sólo deseaba él la fortuna, el oro, la grandeza”. Y el mismo De la Cosa proclamó abiertamente: “Soy rico y vivo como un burgués”.3 Rodrigo de Bastidas también vino a las costas de Nombre de Dios a obtener esclavos y oro para pagar a sus acreedores en Santo Domingo4 y murió rico, pues dejó una hacienda con más de ocho mil cabezas de ganado vacuno.5 Bastidas y De la Cosa habían estado con la expedición de Vicente Yáñez en 1499-1500, habiendo obtenido oro y perlas. Posteriormente ellos iniciaron sus propios negocios. Entre 1501 y 1502 Bastidas reconoció Urabá y el Darién, en donde obtuvo 7500 pesos de oro labrado y algunas perlas que fueron la admiración de muchas gentes en España. Los reyes ordenaron que “el oro que llevaba deste descubrimiento que había hecho le mostrase en todas las cibdades e villas por donde pasase hasta llegar a la corte”.6 A su vez, entre el 2 y 11 de mayo de 1506 Juan de la Cosa y sus socios pagaron de quintos 491.000 maravedís, de más de dos millones que habían obtenido en las correrías por la costa y el golfo de Urabá.7 Fernández de Oviedo, al referirse al Darién, manifestó que “… haber oro era el principal intento que esta gente nuestra llevaba, más que de hazer al cacique su amigo ni le convertir a la fe…”.8 Esta misma sensación quedó después de 1532 entre los quechuas de los Andes centrales, cuando expresaron en la voz de un poeta que “los crueles blancos / que oro pedían, / como una plaga / nos invadieron”.9 En el negocio de las perlas del Cabo de la Vela y Río Hacha, los socios de Alonso de la Barrera se quedaron con el 82 % de las perlas registradas, mientras que al grupo de los hermanos Diego y Álvaro Beltrán les correspondió el 37 % de lo registrado en 1549. Posteriormente, y tras la crisis de las pesquerías de la Guajira, en la segunda mitad del
3
El Diario de abordo de Juan de la Cosa, Ediciones Garriga, S. A., Madrid, 1958, p. 29.
4
Fr. Pedro Aguado, Recopilación historial, Bogotá, 1956, primera parte, tomo i, p. 142.
5
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general…, cit., iii, p. 64.
6
K. Romoli, Vasco Núñez de Balboa…, cit., pp. 38-41; Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general…, cit., iii, p. 64. Véase también Charles L. G. Anderson, Vida y cartas de Vasco Núñez de Balboa, Emecé Editores S. A., Buenos Aires, 1944.
7
Manuel de la Puente y Olea, Los trabajos geográficos de la Casa de Contratación, Escuela Tipográfica y Librería Salesianos, 1900, pp. 23-7.
8
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural…, cit., iii, p. 257.
9
Jesús Lara, La poesía quechua, Fondo de Cultura Económica, México, 1979, p. 177.
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siglo xvi, Gaspar de Peralta, Melchor Maldonado y Diego Núñez Beltrán reactivaron su interés por explotar las pesquerías de perlas.10 Entonces, el primer elemento fundamental de la estructura del rescate, que como modelo de explotación actuó sobre el Caribe, fue la creación de un área de operaciones determinada por la posibilidad de obtener beneficios en los territorios aledaños a los núcleos de poblamiento. Este fue el sentido de San Sebastián de Urabá, construido sobre un poblado de los urabaes al sur de Caribana y abandonado poco después debido a las hostilidades indígenas, para darle paso a Santa María la Antigua del Darién, fundada en 1510.11 Santa María no solo tuvo como papel principal controlar los espacios de los tráficos antillanos, sino que sirvió para romper la frontera indígena e ir hacia el interior del Caribe colombiano, descubrir luego el mar Pacífico, fundar Panamá, caminar a lo largo de Centroamérica y marchar hacia el sur en busca del Perú. Desde ella se operó sobre el Sinú, se buscó el Dabaybe en las estribaciones de los Andes, se marchó sobre la selva hasta encontrar el mar Pacífico, se penetró el Chocó a lo largo del río Atrato o Darién, y se marchó hasta Nicaragua y Honduras. Durante los tiempos del rescate no hubo, pues, un afán, de fundar ciudades, sino de establecer especies de factorías, o lugares de operación para los intercambios de cuanto ofrecían los mercaderes a las huestes que rescataban el oro. Igualmente eran puntos de encuentro de estos conquistadores que flotaban en diversas direcciones saqueando y robando, con la intención de acumular y volver a España: … Más ha[n] tenido maña los capitanes de robar y alterar los yndios que no de pacificar y poblar [pues consideran que es necesario aprovechar para pagar los gastos que demanda la colonia,] y para ello saltéanlos y tómanles todo el oro y perlas que tienen y todos los esclavos que les dan de los yndios que pueden de otros caciques e les toman sus mujeres e hijos e debdos y sus principales y los toman por esclavos […] y a más se consciente matar […] de manera que los yndios no tienen
10
Enrique Otte, “La Caja Real del Cabo de la Vela en el siglo xvi”, en Memorias del Cuarto Congreso Venezolano de Historia, del 27 de octubre al 1 de noviembre de 1980, Caracas 1983, tomo ii, pp. 387-415. También su obra básica Las perlas del Caribe: Nueva Cádiz de Cubagua, Fundación John Boulton, Caracas, 1977.
11
Manuel de la Puente y Olea, op. cit., pp. 97-99.
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otro fin […] hablalles en poblar es tocar en espíritu santo, [pues a estos capitanes les interesa es “traer oro y esclavos para yrse a Castilla”].12
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Fue un poco en forma tardía, al fundarse Panamá (1519), Santa Marta (1526) y Cartagena (1533), que las ciudades se estabilizaron. Panamá tuvo como función ofrecer un punto de apoyo a los conquistadores del Pacífico y de Centroamérica, para terminar siendo un importante centro de comercio con Perú.13 Santa Marta se fundó para entrar a rescatar sobre la Sierra Nevada, la región del Valle de Upar y la de los Caribes hacia el río Magdalena.14 Cartagena surgió para operar sobre el Sinú, el San Jorge y la tierra adentro. El sentido de la fundación de estas ciudades fue similar al de Santa María la Antigua del Darién, aunque rápidamente dejaron de ser centros para rescatar y se convirtieron en bases de poblamiento. Pero esta decisión obedeció esencialmente a la disminución de los nativos, que terminaría por aferrar a los europeos a la tierra y a sus poblados y los forzaría a optar por el monopolio del botín como condición previa para la estabilidad de los pobladores. El monopolio de los botines sería el preámbulo de la encomienda o el camino de la transición de un modelo de explotación y organización de la sociedad basado en los abusos abiertos y en la fuerza a otro fundamentado en el monopolio de la fuerza de trabajo y en la intervención de la religión.15 La discusión sobre la función del espacio en la conquista no debe quedarse en especulación sobre el rol de los núcleos urbanos, sino que debe incluir la forma como los poblados indígenas fueron incorporados a estas nuevas unidades de poder y de control social. Igualmente debe suponer una comprensión de la organización del espacio interno, incluida la visión jerarquizada del poder.16 En el modelo del rescate, el espacio estaba supeditado a la capacidad de las huestes para entrar, cabalgar y ranchear. El espacio era concebido como un vasto horizonte 12
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (33), “Del tesorero de la Puente a 23 de abril de 1515”, y R-5 (34), “El Tesorero Alonso de la Puente de Castilla del Oro a 28 de Enero de 1516”.
13
María del Carmen Mena García, La ciudad en un cruce de caminos (Panamá y sus orígenes urbanos), Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1992.
14
Sobre las actividades de Lerma, entre 1529 y 1535, y la conquista del Nuevo Reino puede leerse en agi (Sevilla), Patronato 27, R-9, ff. 1r. a 19r. “Relación de Santa Marta”.
15
Sobre estos aspectos, las relaciones tempranas de la Conquista ofrecen múltiples detalles, al igual que las crónicas de Fernández de Oviedo, Aguado y Simón. Véanse las Relaciones y visitas a los Andes antes citadas.
16
Marta Herrera Ángel, Poder local, población y ordenamiento territorial, siglo xviii, agn, Bogotá, 1996.
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de operaciones militares y mercantiles. La articulación y sobreposición a los territorios prehispánicos fue un fenómeno tardío, que apenas se consolidó con los repartimientos. Los núcleos urbanos fueron sobrepuestos a poblados indígenas y su relación con el interior se definió en función del oro. Quienes entregaban el metal podían seguir ocupando sus lugares, pero negarse a ello suponía la desaparición de sus territorios, y por ende de sus culturas. Solo con la encomienda surgió el reagrupamiento de los nativos en nuevos núcleos, diseñados por los europeos. La conquista de las habitaciones y de la vida diaria supuso su recomposición en otros diseños que poco tenían que ver con las ideas sobre el territorio y el medio ambiente que manejaban los nativos. Al fundarse Santa Marta, la ciudad dominó el camino que iba a Bonda y La Ramada para poder operar sobre la Sierra Nevada y sobre las llanuras del interior de la gobernación, registradas en los tiempos de Bastidas y de García de Lerma. A su vez, Pedro de Heredia primero reconoció el interior de Cartagena y luego fundó la ciudad. Pero tanto Heredia como Bastidas y los gobernadores posteriores tuvieron conflictos por razones de jurisdicción con las provincias que otros conquistadores habían fundado más al sur, en la región andina. El segundo elemento importante en la construcción del modelo de rescate lo constituyó la regulación de las relaciones con la población nativa. La guerra era una opción, pero para otros la paz era mucho mejor en el momento de calcular las inversiones. Si las comunidades entregaban sus oros por hachas y otras mercaderías, no era necesaria la guerra. La explotación de las colonias era rentable si se hacía en paz y en orden. Este fue el reclamo que siempre hicieron los pobladores establecidos cuando llegaban nuevos pobladores a violentar a los indios. Así, la estructura del rescate supuso ciertas dualidades: paz y guerra, consenso y disenso, libertad y esclavitud. Las pláticas previas al rescate, y que fueron comunes en estos primeros tiempos del contacto europeo, condujeron a unos intercambios, como muestra de amistad. Al contrario, las actitudes hostiles y abusivas de los españoles generaban el rechazo a su presencia y diseñaban las condiciones previas para el conflicto. Fueron estos desencuentros los que llevaron a la Corona a establecer la figura del requerimiento. En resumen, los diálogos sobre las posibilidades de poner en práctica principios de reciprocidad e intercambio incluían una esfera de acción social, en donde se conocían las partes y se establecían las bases de una relación de amistad y de acuerdos mutuos. Cuando Fernández de Lugo entró en contacto con el cacique de Bonda, este le entregó maíz blanco This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:32 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 97
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y guamas, a lo cual el gobernador español respondió entregando “muchas cuentas de España” y camisas de ruán.17 Pero tales relaciones y consensos no solo contenían la obligatoriedad de dar y recibir, sino que comprometían de hecho la autonomía de los nativos. Los españoles hacían los rescates de tiempo en tiempo, a las buenas o a las malas. Esta era la contradicción de los diálogos que ataron el intercambio y la reciprocidad al lenguaje de la fuerza. Todo ello porque a los europeos les interesaba el oro como signo de riqueza y de poder. Es indudable que unos y otros hicieron lo que pudieron para preservar la reciprocidad. Los indios, porque este principio regulador de su economía les servía de escudo contra la guerra. Los españoles, porque sus rentas se incrementaban al disminuir los costos de inversión derivados de la guerra. Pero el flujo migratorio de los europeos siempre fue un factor de perturbación, pues cada colono que llegaba a Tierra Firme quería oro por encima de cualquier acuerdo pacífico, y para forzar a las comunidades a entregarlo actuaban con impunidad y violencia. Los indígenas percibieron rápidamente esta actitud y no solo la repudiaron, sino que la utilizaron para sacar a los intrusos de sus tierras indicándoles el horizonte en dónde podrían obtener el metal en abundancia. “Vi que el Dios y la administración que les enseñan y predican es: dame oro, dame oro”, declaró un indígena sorprendido ante la actitud de Pedro de Heredia, quien junto con sus capitanes tomaba tizones para quemarles sus moradas si no daban el oro requerido.18 Para evitar estos desórdenes, y ante la llegada de nuevos pobladores a los centros urbanos, las autoridades se vieron forzadas a entregar el monopolio de los rescates. Esto introdujo un sentimiento de seguridad entre los colonos afectos a la autoridad central, y de inseguridad e intriga entre los que quedaban al margen de tales beneficios. Tales fenómenos contribuyeron a consolidar los repartos de indios o el llamado repartimiento. No todos los indígenas aceptaron convivir bajo el modelo que equilibraba intercambio y reciprocidad. Por ejemplo, a los indios de Cartagena, siempre hostiles a los europeos, se les declaró como objeto de guerra y esclavitud desde 1503, después de las exploraciones de Bastidas y Juan de la Cosa. En sus tierras murieron Cristóbal Guerra en 1504 y Juan de la Cosa en 1509, cuya muerte generó una expedición
17
Fray Pedro Aguado, op. cit., i, p. 191.
18
Juan Friede (comp. ), Documentos inéditos ii, pp. 179-80.
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punitiva contra el cacique Matarap por parte de Ojeda y Nicuesa.19 En sus instrucciones a Pedrarias Dávila, la Corona le autorizaba a tomar las islas de los Caribes y la de los caníbales, que eran isla Fuerte, San Bernardo, Santa Cruz, Gayra, Cartagena, Caimán y Codego, porque sus habitantes comían carne humana y habían hecho mal y daño “a nuestra gente” y por el que habían hecho “a los otros yndios de las otras yslas”. Una vez capturados se enviarían a la isla Española para que el tesorero Pasamonte los vendiera en las subastas públicas del Caribe.20 La oposición, la retaliación y el castigo dieron origen a visiones ideológicas sobre la conquista. La guerra justa, la guerra injusta y la condena del Imperio español terminaron por crear un imaginario político al servicio de otros imperios interesados en compartir la explotación de América. Pero el drama vivido en el Nuevo Mundo, en donde se ensayó y se inventó toda forma de tortura, desde entonces no ha podido crear relaciones de equidad entre este y el Viejo Mundo. Oviedo afirmó que el licenciado Espinosa “fue inventor de una crueldad no vista en aquellas partes hasta aquel tiempo”. Su invento consistió en atar un indio chimán “arrimado a un árbol”, e “hizo asentar un tiro de pólvora a diez o doce pasos de él, e mandóle tirar, e diole por mitad de los pechos”, y por donde entró la pelota, que sería del tamaño de una nuez, “hizo el agujero de aquel tamaño, e por donde salió en las espaldas del indio, hizo mayor abertura e llaga que el bulto de una grande botija de media arroba”.21 Evadir la explicación de las modernas tecnologías con que se recreó y se recrea la muerte en América no tiene sentido. La misma Corona española, consciente de sus excesos, practicó la censura de las crónicas, no solo recortando aquello que no era del agrado de los censores, sino recurriendo a eufemismos. Aguado observó que los españoles llamaban ranchear cuando robaban y tomaban el oro y todo lo que había en un pueblo, a lo cual “llaman oro de rancheo, y de esta suerte van colorando los actos de la avaricia y rapiña con vocablos exquisitos e inusitados”.22 Al eludir las matanzas sistemáticas en la época colonial se dio pie para que Occidente avalara otras matanzas, como la de los judíos, la de los armenios, la de los griegos pónticos o la de los palestinos. Al hacer de 19
Fernández de Oviedo, Historia general y natural…, cit., iii, pp. 137-41.
20
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (2), “El Poder que se dio a Pedrarias de Capitán General e governador”, ff. 1r. a 22v.
21
Fernández de Oviedo, Historia general y natural…, cit., iii, p. 257.
22
F. P. Aguado, op. cit., i, p. 190.
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los criminales de guerra los héroes y los símbolos de la fundación de nuestros pueblos, se ha contribuido a eludir los debates sobre el poder del dolor en la construcción de una identidad que articule las raíces perdidas con las ambiciones y los sueños de un mundo de bienestar y equidad en los tiempos presentes. El hecho significativo fue que la guerra estuvo en el filo de esta economía de rescate. Ello fue así en los alrededores de Santa María la Antigua del Darién, desde donde actuaron los hombres de Balboa y, a partir de 1514, las huestes de Pedrarias Dávila. García de Lerma lanzó desde Santa Marta cerca de dieciocho expediciones contra los pueblos de la Sierra Nevada, en un esfuerzo por someterlos, entre 1529 y 1535. Los indígenas capturados fueron vendidos como esclavos y otros entregados al servicio de los europeos bajo la denominación de naborías, especie de siervos, pero, en el fondo, una forma de esclavitud disfrazada. Hacia 1515 había en Santa María la Antigua del Darién 1500 indios naborías. Los europeos los empleaban en sus casas y campañas como cargueros, constructores, sirvientes y concubinas. Los naborías estaban entre los siervos y los esclavos, pues no podían ser vendidos, pero tampoco liberados. Oviedo definió así a quien quedaba inscrito en esta categoría. Naboría es
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… el que a de servir a un amo, aunque le pese; e él no lo puede vender ni trocar sin expresa licencia del gobernador; pero ha de servir hasta que la naboría o su amo se muera. Si la naboría se muere, acabado es su captiverio; y si muere su señor, es de proveer de tal naboría al gobernador, y dála a quien él quiere. E estos tales indios se llaman naborías de por fuerza e no esclavos; pero yo por esclavos los habría, cuanto a estar sin libertad.23
Si hemos de creer a Oviedo, la naturaleza jurídica de este sustrato de la población dependía de la voluntad del gobernador. Era una población condenada a servir a lo largo de su vida. La diferencia respecto al esclavo radicaba en el hecho de no ser un bien en sí mismo y no depender de su amo, sino de una autoridad superior. Era esta atadura jurídica la que diferenciaba la esclavitud de la naboría. En 1515 el tesorero De la Puente pedía al rey alguna provisión que defendiera los bienes de los colonos que morían en la guerra, pues “el gobernador
23
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural…, cit., iii, p. 232.
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toma sus naborías y las da a q[ui]en q[ui]ere”, a pesar de que ellos las han ganado “en las entradas con mucho trabajo”.24
A. El repartimiento: entre el rescate y la encomienda
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Como una variable más de este modelo de expoliación colonial surgieron los repartimientos, una institución que entregaba a los pobladores o miembros de las huestes que residían en Santa María, Santa Marta, Cartagena y otros núcleos urbanos, las comunidades indígenas circunvecinas para que canjearan exclusivamente con ellas, oro por abalorios. Aguado ha llamado la atención sobre esta institución al definirla así:
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Y porque no todos los que estas historias leyeren, por ventura entenderán qué cosa sea repartimiento de indios ni encomiendas, ni lo que de ello procede, pues no todos han estado en Indias, paréceme que no será fuera de propósito tratarlo y declararlo en este lugar […] Ha sido costumbre muy usada en las indias que cualquier capitán que ha ido o va a descubrir tierras nuevas, con poder real o sin él, después de haber descubierto alguna rica provincia, y pacificados los naturales de ella, y poblado su pueblo, para los que con él han entrado en la tal jornada se puedan mejor sustentar y permanezcan en la tierra y la conserven en amistad, señala a cada uno tanta cantidad de indios cuanta le parece que bastarán a darle sustento conforme a la calidad de la tierra y aún de la persona, y este señalamiento unas veces es por persona diciendo: yo os doy y señalo tantos indios casados, que se entiende con sus mujeres e hijos; y otras veces por casas y bohíos, señalándole tantas casas pobladas de visitación, que se entiende que han de tener moradores, porque hay, en algunas partes, indios que tienen a dos y tres casas, y todas son de un solo dueño, y estas no se cuentan más de por una. Otras veces se da por señores o principales, nombrando el principal o señor de tal parte con todos sus sujetos y datarios; y otras veces por términos de tal parte a tal parte los indios que hubiere, o tal valle. Esto que este capitán hace, si no tiene poder real para encomendar, llámase solamente repartimiento y apuntamiento, de lo que a cada uno señala; pero no tiene más fuerza de cuanto fuere
24
agi (Sevilla), Patronato 26, R-5 (33), “Del Tesorero de la Puente”, 23 de abril de 1515, f. 169v.
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la voluntad del rey, o de la persona a quien el rey da poder para encomendar los indios…25
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Aunque Aguado está haciendo referencia a los Andes, en donde los indios se dan para “sustento” de los europeos, en el sistema del rescate que predominó en el Caribe, la idea del repartimiento se vincula a la del monopolio del rescate del oro. No obstante, el texto aclara muy bien la naturaleza de esta institución que fue muy común en el poblamiento europeo de los Andes septentrionales y aun en la costa caribe después de que el oro se agotara. No solo se definen los fundamentos jurídicos del repartimiento, sino los elementos que lo configuraban: población, habitación, extensión. Aguado advierte además que esta primera “división” de indios se llamó por costumbre repartimiento, nombre que a su vez se otorgó a la población de indios cobijada por dicha distribución. Eran los presidentes o gobernadores los que podían ratificar o cambiar tales repartimientos.26 Indudablemente, la jurisdicción no dejó de generar más de un conflicto entre los poderes fácticos de los pueblos de colonos y las autoridades de la real Corona. Como los repartimientos, al menos los del caribe, no suponían un control directo, por ello no hubo enumeraciones de indios; en los Andes los repartimientos suponían un número determinado de bohíos.27 Es necesario tener en cuenta que el repartimiento no lo define únicamente su concepción jurídica. Existen en él otros universos que tienen que ver con la economía y la sociedad, y sobre todo con las actitudes de los conquistadores en general. En los Andes el repartimiento se efectuó después de un rápido saqueo y con él se trató de asegurar el monopolio de los canjes. Esta actitud abrió el camino a los tributos, pues los indios de reparto debían mantener a los conquistadores. En el Caribe el repartimiento fue el resultado de un aprendizaje producto de la escasez del oro y la demanda agregada del mismo, como consecuencia de la presencia de una población creciente de conquistadores y colonos. La exclusividad del canje fue practicada en la costa caribe, y los conquistadores de los Andes que habían salido del Caribe colombiano por falta de repartimientos para su usufructo no vacilaron en proceder rápidamente a hacer lo mismo en los nuevos territorios que descubrieron. 25
Fr. P. Aguado, op. cit., i, p. 166.
26
Ibid., pp. 186-7.
27
Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes. Tomo v: Región de los Llanos, siglo xvi, Universidad de los Andes, Bogotá, 2010.
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Solo que en los Andes y sus vertientes, los repartos estaban abriéndole la vía a la encomienda, que entregó el monopolio de la fuerza de trabajo y terminó por eliminar las contraprestaciones en bienes.28 El monopolio del botín como modelo de organización colonial, en los llamados repartimientos, no supuso el control sobre la fuerza de trabajo: sencillamente los europeos iban de tiempo en tiempo hasta los territorios indígenas a reclamar el oro de rescates. Para ello llevaban mercaderías y fruslerías que canjeaban por oro. El principio de reciprocidad se mantuvo dentro del repartimiento caribeño como fundamento de esta relación. Tal vez este principio propio de la lógica de la organización indígena fue aprovechado exitosamente por los españoles. Esta institución no exigía la presencia permanente de los europeos en tierras indígenas para asegurar la entrega del oro, pues ellos estaban preocupados en sus expediciones de rescate o de saqueo en otros lugares cercanos o lejanos a sus ciudades. Los repartimientos de estos primeros años se han confundido con las encomiendas. Pero la encomienda fue el fundamento de otro modelo que permitió reorganizar la economía y la sociedad sometida por los españoles. El sistema de repartos operó en Santa Marta durante la administración de García de Lerma. El fue el primero en poner orden a su gobernación repartiendo los indios entre sus capitanes. Entre tanto sus huestes robaron, saquearon e incendiaron la Sierra Nevada y sus alrededores. Pero de los pueblos repartidos en su jurisdicción los soldados reclamaron el oro sin entregar mercaderías. He aquí una variante del modelo de repartos. Sin embargo, negar la entrega de mercaderías como contraprestación constituía un acto de fuerza, así los soldados no vivieran entre los nativos ni los hostigaran con otros menesteres cotidianos. Como se ha anotado, al repartimiento no lo define únicamente su referencia jurídica sobre quien tiene o no poderes para repartir. Había otra realidad que le daba una dimensión social y económica, como era el derecho a reclamar temporalmente oro a cambio de fruslerías o, en algunos casos, a cambio de nada, lo cual creaba una asimetría que podía conducir a la sublevación y al rechazo de los españoles por parte de los indígenas. Y de la protesta se caminaba muy rápido a la violencia.
28
Sobre la encomienda en el siglo xvi en la Nueva Granada, cf. María Ángeles Eugenio Martínez, Tributo y trabajo del indio en Nueva Granada (de Jiménez de Quesada a Sande), Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1977; Silvia Padilla Altamirano, María Luisa López Arellano, Adolfo Luis González Rodríguez, La encomienda en Popayán (tres estudios), Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1977.
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El repartimiento se hizo con el fin de evitar que los indígenas se vieran presionados por los nuevos colonos que llegaban incesantemente a Tierra Firme, por aquellos que arribaron y siguieron llegando después de las primeras oleadas. Dejarlos expuestos a la avaricia española generaba traumas entre los indios y malestar entre los viejos pobladores. Por ello el repartimiento fue una manera de racionalizar los canjes de abalorios por oro y de garantizar un flujo de ganancias mayor. Dejar un paisaje humano abierto al abuso de cuanto capitán o fantoche quisiera rescatar oro constituía la ruina para quienes habían tenido la fortuna de haber habitado primero aquellos parajes en nombre de su majestad. El espacio se delimitaba y se apropiaba por la soldadesca que aseguraba una renta, que podía incrementarse caminando con nuevas huestes para ranchear en ámbitos no sujetos a los europeos. Sin embargo, no fue solo la ausencia del metal lo que incidió en este resquebrajamiento del sistema de rescates. Razones demográficas y nuevas actitudes de los colonos abrieron la perspectiva a un sistema más estable, en el que el metal se podía adquirir controlando la fuerza de trabajo. Se llegó así a otro modelo fundamentado sobre la encomienda. Y esta institución ligada al monopolio de la energía humana haría cambiar todo el sentido de la colonización.
de la fuerza de trabajo
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B. La encomienda o el monopolio A los fenómenos creados por la inelasticidad de la oferta del oro se unió la disminución de la población nativa como consecuencia del desastre de la guerra, de la esclavitud y la diáspora. Decenas de comunidades optaron por el nomadismo hasta encontrar nuevos territorios para su hábitat. Estos procesos de transformación social hicieron cada vez más frágil el repartimiento, y de hecho casi que inexistente el rescate. Con ello se intensificó el saqueo y la necesidad de ir a nuevas fronteras a buscar riquezas ocultas para los nuevos pobladores. La conquista no era entonces para los gobernantes solo un fenómeno de ocupación y poblamiento, sino de distensión social y de estabilidad política dentro de los núcleos urbanos recién fundados. Un ejemplo sobre los esfuerzos hechos por los colonos para superar el agotamiento del oro lo dieron las gentes de Cartagena, quienes iniciaron la penetración sistemática en el territorio del Sinú para buscar
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en el mundo de ultratumba una nueva frontera a sus ambiciones.29 Por otra parte, la búsqueda de nuevos espacios hizo que los Andes occidentales y otros territorios se abrieran al sueño de las nuevas huestes. Esto les permitió llegar a Antioquia y al Valle del Cauca.30 Un esfuerzo similar se realizó desde Santa Marta, cuyos colonos exploraron el río Magdalena hasta lograr, con Gonzalo Jiménez de Quesada, subir a los Andes orientales y descubrir la civilización mwiska.31 Pero todas estas aventuras eran ejecutadas por nuevas generaciones de hombres, cuyos ideales estaban lejos de ser los de los primeros comerciantes y conquistadores del Caribe. La presencia de poblaciones densas y el saqueo rápido de metales y de productos manufacturados, así como de alimentos, llevó a los españoles a repartir a los nativos de los Andes, de tal manera que la experiencia caribeña no se repetiría. Los nuevos colonos que llegaron no pretendían unos rescates con la población indígena, sino que una vez saqueados los oros acumulados por estas comunidades procedieron a utilizar su fuerza de trabajo y a recibir un pago en oro gracias a la encomienda y a la imposición del tributo.32 Pero estos cambios no operaban solo en los Andes, sino en las mismas gobernaciones de Cartagena y Santa Marta. Aunque al menos hasta 1560 los indios de Tamalameque, Mompox, Valle de Upar, Tenerife, Santa Marta, Cartagena, Tolú y Villa de María no habían sido tasados ni visitados oficialmente, si habían tenido que pagar un tributo.33
María Carmen Borrego Plá, Cartagena de Indias en el siglo xvi, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Sevilla, 1983; María del Carmen Gómez Pérez, Pedro de Heredia y Cartagena de Indias, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Sevilla, 1984.
30
Sobre estos aspectos puede verse Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes…, cit., tomos i y ii.
31
J. Friede, Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y fundación de Bogotá, 1536-1539, Banco de la República, Bogotá s. f. (1960?); José Ignacio Avellaneda, La expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada al mar del Sur y la creación del Nuevo Reino de Granada, Banco de la República, Bogotá, 1995. Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes…, cit., tomo iii.
32
J. Friede, Descubrimiento…, cit.
33
Hay que tener en cuenta que una cosa era la tasa y otra la encomienda. Por ejemplo, Pedro de Heredia hizo en 1541 el reparto de las primeras encomiendas para que se les diera tributo en oro a los encomenderos hasta que se hiciere la tasa por la Corona Real. En realidad se trataba de un reparto-encomienda que suponía el control de la fuerza de trabajo y la intervención directa de los españoles en los pueblos de los indios. Cf. “Repartimiento que el gobernador de Cartagena hizo de los yndios della”, 1541 (Cartagena, 14 de junio de 1541), en Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes…, cit., tomo ii, pp. 377-93.
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Aunque muchas comunidades no se encontraban sometidas y otras eran de “mala paz”, como la de Villa de María, la realidad era que casi todos ellos hacían a sus encomenderos rozas de maíz, lo recogían y lo llevaban a sus pueblos y trabajaban en la boga.34 Aunque las leyes nuevas de 1542 introdujeron cambios en el carácter de los repartimientos, dándole a la encomienda una nueva dimensión, la realidad americana prevaleció sobre las leyes. A partir de entonces no bastaba con tener el derecho a una comunidad indígena para que entregara oro en forma de rescate, sino que ahora lo fundamental era el pago de un tributo, regulado y tasado por funcionarios reales. Pero en la costa caribe apenas en 1561 Melchor Pérez de Arteaga hizo las primeras tasaciones para fijar los tributos oficiales. En 1573 los indios de Luruaco, Çuçupana, Choa y Guayepo de la Corona Real pagaban sus demoras en rozas de maíz a razón de dieciocho indios por fanegada, conforme los había tasado el licenciado Arteaga.35 Un escrito presentado al visitador licenciado Melchor Pérez de Arteaga el 8 de mayo de 1561 por doña Costanza de Heredia como administradora de los pueblos de Tameme, Piohón, Curucha, Çapana, Cucupanilla, Tecay, Calamar y Barú, encomendados a su hijo Juan de Villoria, puso de manifiesto la estructura vigente en las relaciones de españoles e indios en la década de 1550 en la provincia de Cartagena. Según este y otros testimonios, el oro había dejado de vincular los indios a los españoles para darles paso a los servicios personales.36 Según los encomenderos, los indios fueron “tasados” para que contribuyeran “en cierta cantidad de oro” como “demora y tributo”. De hecho, Juan de Villoria padre iba a los pueblos de Tameme, Piojón y Curucha a pedir el oro correspondiente a sus tributos. Como los indios no disponían de este metal, Villoria les “quytaba a sus mujeres los canutos e joyas que trayan”.37 Al robo de sus adornos siguió el secuestro de mujeres e hijos, en un afán de los encomenderos por compensar 34
Anónimo, “Visita de 1560”, en Hermes Tovar Pinzón, No hay caciques ni señores, Sendai Editores, Barcelona, 1987, pp. 24-120 (en adelante citado como Anónimo… 1560); la parte relativa a la costa caribe puede verse en pp. 102-17; Daniel Ybot León, La arteria histórica del Nuevo Reino de Granada: Cartagena-Santa Fe, 1538-1798, Editorial ABC, Bogotá, 1952, y Los trabajadores del río Magdalena durante el siglo xvi: geografía histórica, economía, legislación del trabajo, Talleres Gráficos Veritas, Barcelona, 1933.
35
agn (Bogotá), Visitas Bolívar 10, f. 638 v. En Anónimo… 1560, cit., p. 128. Arteaga dijo: “los tasé, porque no tenían tasa ni fijados los tributos”.
36
Todo el escrito puede consultarse en agn (Bogotá), Encomiendas 18, ff. 610r. a 624v.
37
agn (Bogotá), Visitas Bolívar 10, ff. 612r. y 617r.
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el pago de las rentas. La falta del metal aurífero hacía “orar y ahuyar” a los indios cuando llegaba el encomendero. La realidad llevó a estos señores a conmutar el oro por otros trabajos que ofrecían igualmente rentas generosas. Villoria conmutó el oro por “cierta rroça de mayz, myel y hamacas y perdizes y otras cosas”.38 Esta fue su declaración y su sentimiento de rentista, pues con ello apenas recibía unos servicios equivalentes a lo estipulado en oro. Mas los sentimientos y la vida de los indios eran opuestos, marchaban por otro camino, pues
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… bivían con tanta fatiga que quando se juntaban en sus bayles y borracheras no cantaban otra cosa syno sus myserias diziendo que ya no tenyan oro ni tenían qué dar a los cristianos que ya les habían tomado su oro y sus mujeres y sus hijos que ya se q[ue]ría[n] acabar todos que tanpoco tenyan mayz e que después que se les acabó a los desta tierra el dicho oro han hecho roças e dado algunos los tributos…39
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Estos cambios en la succión de las rentas fueron consentidos por los mismos funcionarios reales, tal como sucedió con Juan de Maldonado, quien no tasó esta tierra, pues le parecía que las demoras, aprovechamientos y tributos dispuestos por la ley y pagados por los indios eran bastante moderados. Pero la escasez del oro condujo a los indios a solicitar la conmutación del tributo, que ocurrió después de 1550, con la aparición de la encomienda.40 Ahora pagarían con productos propios de su tierra, con lo cual los mercados de bienes abrieron nuevas redes de comercio, pues tanto los factores de la Real Hacienda como los encomenderos debían colocar en centros urbanos y mineros los productos recibidos por concepto de tributos. Los indios hacían una roza dos veces al año, y con el maíz los encomenderos criaban los puercos. Además pagaban algunas veces miel, hamacas, gallinas, y en las pascuas daban perdices. Otros testimonios hicieron ver que los indios también criaban ganados y eran utilizados como arrieros para conducir desde Zapana y otros pueblos maíz, plátanos y piñas. En otras ocasiones eran empleados para construir las casas 38
agn (Bogotá), Encomiendas 18, f. 612r.
39
agn (Bogotá), Encomiendas 18, f. 617v.
40
Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia…, i, cit., pp. 100-11. Para el caso mexicano véase José Miranda, El tributo indígena en la Nueva España durante el siglo xvi, El Colegio de México, México, 1952.
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de sus encomenderos, tal como ocurrió cuando los corsarios franceses quemaron muchas casas en la ciudad de Cartagena. Doña Costanza de Heredia llevó a los indios de sus encomiendas para que le ayudaran a reedificar su casa e hicieran los bahareques y ayudaran a empalmar la habitación.41 No disponemos de cifras de producción ni de precios con el fin de calcular los rendimientos de esta encomienda y para comparar la importancia económica de las conmutaciones. Pero mientras los indios danzaban y repetían sus miserias en el canto, la encomendera se consideraba una persona muy honrada, de las más principales de toda esta tierra y quien “a tenydo y sustentado en esta çibdad casa poblada, armas y caballos los mejores que a avido en toda la tierra con que a fecho servir a su magestad todas las veces que se a ofreçido…”.42 He aquí el origen de la inequidad y una de las razones de las diferencias sociales en las colonias americanas. Con la encomienda, los españoles estaban obligados a ejercer una política de adoctrinamiento con sus indios. Estos vieron deambular por sus tierras y habitaciones no solo a sus nuevos amos, sino a doctrineros encargados de conquistar sus almas y extirpar idolatrías. La conquista no era solo una operación material, sino espiritual, pero una y otra la realizaban mediadores de dos reinos, el del rey de España y el del dios de los cristianos representado por el papa. Los predicadores del monoteísmo cristiano llegaron con su Iglesia y sus misioneros a imponer también por la fuerza y la violencia sus creencias religiosas, sus hábitos y su universo de conductas sociales, morales y sexuales. Y el monoteísmo impuso la monogamia, rompiendo el sentido de la poligamia. Por ello el adulterio y los amores al margen del matrimonio fueron condenados, pues el deseo de los amantes no podía desplazar el amor del matrimonio.43 Predicadores de Santo Domingo y San Francisco cuidaron de adoctrinar los pueblos de Tesca, Çapana, Tameme y Piohón de la familia Heredia.44 Con la encomienda, lo que se había entregado era la comunidad misma, no solo los hombres, sino sus conciencias. La vida espiritual y religiosa pasó a ser dirigida y vigilada por un cura, al igual que el trabajo de los indios pasó a ser administrado 41
agn (Bogotá), Encomiendas 18, ff. 613r., 620r. v. y 624v.
42
agn (Bogotá), Encomiendas 18, f. 620r.
43
Hermes Tovar Pinzón, La batalla de los sentidos: infidelidad, adulterio y concubinato a fines de la Colonia, Fondo Cultural Cafetero, Bogotá, 2004 (2.ª edición, Universidad de los Andes, Bogotá, 2012).
44
agn (Bogotá), Encomiendas 18, ff. 612v., y 617v.
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por un señor, por un encomendero que intervenía junto con otros funcionarios en su vida cotidiana, alterando su economía, sus hábitos y costumbres.45 La encomienda, como empresa económica, se encargaba de agrietar y alterar los sistemas de tenencia, de organización laboral, al igual que las tecnologías y la distribución de los excedentes. De igual manera, la predicación religiosa alteraba el mundo que articulaba los dioses a las prácticas de reproducción de la vida cotidiana. Por ejemplo, la señora Heredia manifestó en marzo de 1556 que ella había entregado a los indios llamados Quarequiçia y Trotiunan, del pueblo de Curucha, “quince palas de hierro y ocho hachas y siete machetes para que las repartan entre ellos”. A pesar de que estos medios de trabajo se estaban introduciendo por todo tipo de traficantes desde el momento de los primeros contactos en 1501, no se conoce el impacto real sobre las estructuras de la producción de la comunidad ni qué alteraciones introdujeron en otro tipo de relaciones comunitarias. Lo importante es que los encomenderos entregaban las herramientas para lograr un mejor rendimiento de sus indios.46 Igualmente, el vestuario cambiaba, pues en casa de su encomendera se cosía para los indios de servicio “camisetas y çaraguelles”, con el cañamazo y lienzo comprado en los mercados de Cartagena.47 La encomienda no era solo un espacio de succión de rentas, sino de estímulo a la producción de materias primas y bienes industriales provenientes de otros lugares, y contribuyó a la expansión de talleres familiares y de obrajes ubicados en núcleos urbanos y en otras encomiendas. De las cuentas de un Libro de Hacienda de Miguel Gamboa sabemos que en 1567 los indios de Chita recibieron de los encomenderos 2393 libras de algodón, y en 1568 otras 11.376 libras. Como los españoles calculaban que con 21 libras se hacía una manta, los indios iban a comprar el algodón a los depósitos de la hacienda. Según dichos cálculos, los indios compraron en los dos años citados 13.769 libras de algodón, con las cuales podían hacer 656 mantas. Pero en esos mismos años los indígenas entregaron 2143 mantas como pago por tributos y demoras. O sea que con el algodón que reclamaron en los depósitos de la hacienda se cubrió un 31 % de las mantas entregadas. ¿Quién financió el algodón 45
Mariángeles Eugenio Martínez, Tributo y trabajo del indio en Nueva Granada, Sevilla, 1977.
46
agn (Bogotá), Encomiendas 18, ff. 610r. y 611r.
47
agn (Bogotá) Encomiendas 18, f. 620v.
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para hacer las otras 1487 mantas que los indios entregaron dicho año? ¿Este 69 % correspondía al tributo y al esfuerzo que las comunidades hacían para poder pagar sus demoras y sus créditos? Lo que se deduce es que el algodón que los indios cultivaban o adquirían por otros medios no les alcanzaba para satisfacer la producción de mantas, que tenían un doble destino: el autoconsumo y el pago de los tributos. Por eso acudían a los depósitos de los encomenderos. Si es así, el déficit de la materia prima y los niveles de endeudamiento de las comunidades era muy alto visto solo desde el punto de vista de las mantas que tejían para los encomenderos.48 Y de hecho los niveles de acumulación de riqueza de los señores era también extraordinario. El oro, que empezó por ser un monopolio de los rescatadores, terminó por convertirse en materia viva de los servicios personales. Así, el repartimiento sirvió de tránsito a la institución que regularía la vida de los pueblos indígenas después de 1550. Hacia 1540 y 1541 Pedro de Heredia ya había ordenado repartir los pueblos de indios en toda la jurisdicción de Cartagena, asignándoles título de encomienda. Operaban allí unos derechos de propiedad que beneficiarían a unos en detrimento de otros, que constituían la mayoría. No siempre los derechos de propiedad constituyen un símbolo de progreso y democratización, sino de destrucción y exclusión, como en el caso del colonialismo en América. El latifundio y la gran hacienda supusieron el despojo y pauperización progresiva de importantes sectores rurales. En Mompox, por ejemplo, el reparto de pueblos entre los conquistadores se hizo así: Cuadro 12. Encomiendas entregadas por Pedro de Heredia en la jurisdicción
de Mompox en 154149505152 Caciques
Provincia del Águila - Magançi49 -Maco Sandoval50 -Macantepa -Otros caciques
Encomenderos
Cargo
Valor tributo (pesos)
Su Majestad
1000
48
agn (Bogotá), Visitas Boyacá, tomo 2, ff. 246r. a 260r.
49
El cacique del Águila, que en “lengua de indios” se dice Magançi (p. 378). También se escribe Magançi (p. 380). Cf. Relaciones y visitas a los Andes, cit. t. II.
50
También se escribe como Maca Sandoval (p. 380). Cf. Relaciones y visitas a los Andes, cit. t. II.
51
Y el pueblo que está “la ciénaga abajo”. Es decir, serían tres pueblos y no dos.
52
Es cacique de Las Totumas (p. 390). This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:32 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms
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Caciques
Encomenderos
Cargo
Valor tributo (pesos)
Gobernador
800
-Alaygua
Alonso de Heredia
Tte. de gobernador
500
-Totocón
Damián Peralta de Peñalosa
Tte. de gobernador*
400
-Galán
Sebastián Pérez
Alguacil mayor*
400
-Inchaca
Alonso Montes
Capitán*
300
-Ymycuyche - Also
Alonso de Montemayor
-Pintado
Pedro Núñez
-La Palma -Negro -Moço
Francisco Nieto
-Cuñado de Vyz
Alonso Gutiérrez
-Santa Coa -Simysi -Chiquegua
Juan de Vallesteros
-Chinguama51 -Tomala
Gonzalo de Herrera
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300
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300
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300
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300
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200
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-Xagua -Cohu
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-Vyz: con su pueblos que llaman El Requerimiento Pedro de Heredia -Che -Coconguey
Bautista de Heredia
-Ipúa -Los Caymanes
Héctor de Barros (padre)
*
200
-Mytoto y otro pueblo
Héctor e Barrios (hijo)
*
200
Oyz -Bueno -Tuerto
Francisco Verdugo
*
300
-Cicaheche -Incauco
Juan Romero
*
200
-Moxquito -Panamá -Memangue y dos pueblos
Juan de Aguylar
*
300
51
Y el pueblo que está “la ciénaga abajo”. Es decir, serían tres pueblos y no dos.
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Caciques
Encomenderos
Cargo
Valor tributo (pesos)
*
250
-Chacahagua
Martyn Rodríguez
-La Vieja
Xristóval de la Tovilla
Factor
250
-Elén -Bahapa
Juan Durán
Tte. de contador
300
-Aracoa -Otro pueblo
Martyn Rodríguez
-Flechado
Agustín Nieto
-En la Ciénaga
Juan de Roqueda
-Cuñado de Vyz. en Urute
Diego Lorenço
-Boca de Ciénaga -Otro pueblo
Francisco Pérez
*
200 200 200
*
150
*
200
*
150
*
200
*
75
Juan Moreno
*
100
Andrés Moreno
*
100
-Loçano -Otros dos pueblos
Pedro Tardío
*
100
-Suegros de Oyz -Otros dos pueblos
Benito García
**
150
-Anpallón -Tacube
Juan de Santillana
**
150
-Mamangue -Dos pobleçuelos
Juan de Palacios
—
Comyda e maíz
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-La Gravedad -Otros dos pueblos arri- Xristóval Rodríguez ba de Urrute
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Licenciado*
Francisco Ruyz
-Tres pueblos
Alonso de Rabanales
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- Paçegual52
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-Pueblo de San Pedro -Otros dos pueblos
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-Ponimy -Coconon
Convenciones: * Conquistador y poblador. ** Poblador. — Sin datos. Fuente: elaborado según agi (Sevilla), Patronato 27, R-6 (2), “Repartimiento que el Gobernador de Cartagena hizo de los Yndios della (Cartagena 14 de junio de 1541)”, ff. 1r-a 7v.
52
Es cacique de Las Totumas (p. 390). Cf. Relaciones y visitas a los Andes, cit. t. II.
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Estos repartimientos contienen elementos ajenos a los rescates. Por un lado, los caciques se entregan con “sus pueblos e prencipales e yndios dellos y con todo lo que les pertenesçe”. Esta es una formula global que se enlaza a una segunda disposición: “que le den de tributo en cada un año” a su encomendero, la cantidad que allí se estipula. No se habla aquí de contraprestaciones, sino de las obligaciones de los indígenas. Incluso en el caso de Juan de Aguilar y Juan de Palacios se ordena a algunas comunidades darles maíz y comida hasta tanto los caciques de Moxquito y Panamá sean pacificados.53 Heredia tomó la determinación de repartir los pueblos de indios en encomiendas al ser informado de que “los naturales desta governación questán de paz an sido muy maltratados e por diversas maneras molestados e tomádoles lo que an thenido so color de rescatar con ellos y por otras vías por muchas personas y por prohibir esto”, opta por la encomienda.54 En otras palabras, el rescate como modelo económico se había vuelto un factor de disturbio y de desequilibrio. El repartimiento mismo no garantizaba la solución de las tensiones entre quienes tenían el privilegio del rescate y los que no podían acceder a él. Por ello, la encomienda surgía como una opción que garantizaba los derechos de los primeros pobladores y acababa con la ansiedad que, convertida en política, condujo a la formación de grupos de poder, aglutinados en torno a un funcionario que actuaba como benefactor. Una norma central era la fijación del tributo en pesos de oro, el mismo que se sustituiría con la encomienda misma. Aguado sintetizó los elementos estructurales de la nueva institución que transformó el repartimiento: Este nombre de encomienda es una merced hecha por ley antigua de los Reyes de Castilla a los que descubrieren, pacificaren y poblaren en las Indias, en que les hacen merced de que aquellos indios que en su título o cédula se contienen, los tengan en encomienda (que es tanto como decir a su cargo) todos los días de su vida, y después de él su hijo, o hija mayor, y por defecto de hijos su mujer y no más; y estos tales son llamados encomendadores, y es a su cargo el mirar por el bien espiritual y temporal de los indios de su encomienda, y darles doctrina, y los indios, supuestas las condiciones de la encomienda son, por respecto de ellas, obligados a dar a sus encomenderos, cada un año, 53
agi (Sevilla), Patronato 27- R-6(2), “Repartimiento…”, cit., ff. 5v. y 6v.
54
agi (Sevilla), Patronato 27, R-6 (2), “Repartimiento…”, cit., f. 3r.
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cierta cantidad de oro y otras cosas en que están tasados por los jueces y visitadores, para el sustento de los encomenderos; y este tributo en unas partes es llamado demora…55
En el pleito sostenido por Pero Vásquez y Pedro Suárez Rendón por la encomienda de Icabuco, este alegó que lo que aquel había recibido había sido un depósito, no una encomienda:
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… porque la encomienda es muy diferente cosa de depósito porque la encomienda es perpetua y con administración, renta y provecho y ansí lo uno difiere de lo otro como dos cosas contrarias porque lo uno ques la encomienda no se puede quitar sin causa y el depósito cada y quanto que el juez quisiere lo puede remover hasta [que] quede aquella cosa en encomienda a quien le pertenece de derecho.56
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El depósito fue una especie de reparto hecho en el interior de la Nueva Granada en el momento de la ocupación de un territorio. Era una forma de distribuir los indios encontrados y conquistados. Estos depósitos a veces se referían a un número determinado de bohíos con sus indios de visita, y otras veces hacían referencia a caciques concretos. Así, Suárez Rendón alegó que Hernán Pérez de Quesada le dio por depósito y encomienda, el 18 de febrero de 1540,
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… al cacique y señor llamado Ycabuco con todos los demás caciques y capitanes que le son y an sido sujetos con todos los demás yndios y pueblos y estancias y pueblos de ellos y a ellos subjetos y anexos y concernientes para que de ellos y de cada uno e cualquier de ellos vos podaís servir e aprovechar en buestras haciendas y granjerías y rescates con tanto que el oro o piedras esmeraldas que de su voluntad vos quisieren dar o resgatar me lo hagais saber a my o a los oficiales de su majestad para que en lo tocante a sus quintos e derechos reales se tenga la // horden y recaudo que convenga.57
El pleito no era inocuo ni meramente jurídico, pues lo que se disputaba era un cacicazgo de más de 2800 indios, tributos por más de 55
Fr. Pedro Aguado, op. cit., i, p. 167.
56
agn (Bogotá), Encomiendas, tomo 15, ff. 472r. “Pero Vázquez da poder a Francisco Vernaldez para que demande a Gonzalo Suárez Rendón por la Encomienda de Icabuco”, julio de 1562.
57
agn (Bogotá), Encomiendas, t. 15, ff. 481r. v.
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2000 pesos, además de “unas casas” que los indios habían hecho en la ciudad de Tunja, “las más principales y costosas que en ella ay”, cuyo valor mediano ascendía a más de 4000 pesos.58 La encomienda liquidó el sistema de rescates y su forma transicional del repartimiento, creando una nueva dimensión en la expoliación de las riquezas del Nuevo Mundo. El nuevo elemento cohesionador de la economía y la sociedad trajo consigo la pérdida de la autonomía de las comunidades indígenas, el resquebrajamiento del control ejercido por los caciques y el debilitamiento del sistema de contraprestaciones en bienes. Igualmente, la autoridad de los caciques se vio resquebrajada y muy pronto sustituida por la presencia de los encomenderos y por el nombramiento de caciques controlados por ellos. Es decir, la encomienda se constituyó en un factor de agresión contra la organización interna de las comunidades, pues al resquebrajar las formas económicas de explotación de sus recursos, contribuyó al agrietamiento de los sistemas de organización política, de control social y de parentesco, y a la desaparición de las formas de poder. En conclusión, la presencia inicial de los españoles estuvo marcada por el manejo del principio de la reciprocidad al canjear bienes mercantiles por oro. Después, en lugar de hachas y mercaderías se entregó solo ideología. Los bienes materiales habían sido cambiados por la prédica religiosa. Por otro lado, las ciudades dejaron de ser centros de operaciones meramente militares y refugio de personajes improductivos que solo aspiraban a recoger el oro de sus comunidades y salir a nuevas expediciones de conquista. La ciudad perdió su carácter de mera retaguardia mercantil que, al actuar como factoría, apoyaba a los grupos móviles que se enriquecían en el Caribe colombiano y centroamericano. Ahora la ciudad tenía su propia capacidad de anexar un territorio y controlar unos límites,59 a pesar de la imprecisión de sus jurisdicciones. Los cambios de los espacios de dominación no solo dieron un sentido nuevo a la ciudad hispana, sino que los mismos asentamientos de indios comenzaron a ser definidos y reorganizados conforme a normas que rompían con sus esquemas prehispánicos, para adecuarlos a los de los españoles.60 58
agn (Bogotá), Encomiendas, t. 15, ff. 457r. v.
59
Sobre la ciudad colonial cf. Cehopu, La ciudad iberoamericana, Actas del Seminario de Buenos Aires, 1985; Madrid, s. f.
60
Ramón Gutiérrez (coord.), Pueblos de indios: otro urbanismo en la región andina, Biblioteca Abya-Ayala, Quito, 1993.
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Alrededor de las ciudades se levantó una malla de núcleos urbanos que fueron configurando redes de poblamiento indio, mestizo y blanco para incorporar nuevas tierras a la economía colonial. En este escenario, una ciudad se erigió como núcleo central del comercio con el interior de la Nueva Granada y como punto de contacto con todos los puertos del Caribe. Por ella salían y llegaban los nuevos frutos y mercancías que iban y venían de Europa y del interior del continente, en un movimiento de intercambios masivos de productos industriales, agrarios y metalíferos. Se trataba de Cartagena de Indias, ciudad capaz de poner en contacto el mundo Occidental con la tierra adentro del Nuevo Mundo. De ser un centro de saqueo de tumbas, de esclavos indios y de guerras, pasó a ser una ciudad mercantil de primer orden, centro del triángulo del otro esclavismo, el de los negros, que uniría Europa, África y América. Ella fue puerto de exportación de excedentes, arrancados de todos los puntos de la Nueva Granada que eran trasladados a España como parte del pago que hacían las colonias al imperio español. Cartagena se había fortalecido después de que Santa María la Antigua del Darién se debilitara con la fundación de Panamá, en 1519. El raquitismo de Santa María fue la respuesta a su propia función de construir un espacio móvil e indefinido y de pretender vivir de él. Al no poderse adecuar a las nuevas condiciones históricas que sustentó la encomienda, no tuvo más remedio que morir. La encomienda requería hombres, energía humana e iniciativa empresarial. Sin hombres, en este caso indios, no era posible riqueza alguna. En cambio, Cartagena, convertida en factoría de un espacio más estable por la disponibilidad de recursos humanos en el fondo de su territorio, pudo, además de sustentar a los nuevos colonos, llegar a ser un gran centro comercial61 después de 1550. La encomienda introdujo factores nuevos de estabilidad colonial, y los encomenderos encontraron la oportunidad de usar la energía de sus encomendados en su propio beneficio. Por ello fundaron estancias, molinos, trapiches, obrajes y reales de minas adonde trasladaron a sus encomendados. Se hicieron pagar con energía humana el tributo que los indios les debían como a sus nuevos amos y señores. El tributo asumió la forma de servicio personal, debiéndose pagar en cargas de leña 61
No existe un trabajo serio sobre la vida comercial de Cartagena de Indias en el siglo xvi. Pero sobre la importancia de la ciudad y su gobernación puede verse Thomas Gómez, L’envers de l’Eldorado: economie coloniale et travail indigène dans la Colombie au xviIème siecle, Toulouse, 1984; M. C. Borrego Plá, op. cit., y M. C. Gómez, op. cit.
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para las casas de los encomenderos, cargas de hierba para sus caballos y madera para hacer sus casas y bohíos. Todo esto debían traerlo a cuestas, en canoas o en arrias desde los centros de producción, extracción y transformación.62 En conclusión, la encomienda fue una empresa de oscuros propósitos, de formación de espíritus apocados y de despilfarro irracional de energía humana a través de la guerra, la esclavitud, los tributos y los servicios. La irracionalidad que le acompañó se fundamentó en los esfuerzos sobrehumanos a que fueron sometidos los naturales para pagar sus tributos, en la distorsión de sus bases alimenticias, en la pérdida del control de su tiempo de trabajo y en la aparición de enfermedades y epidemias que actuaron desastrosamente sobre sus cuerpos. En lo que tuvo que ver con la colonización biológica, conviene subrayar que las tierras cálidas y húmedas de las llanuras caribeñas fueron propicias para expandir los virus entre una población desamparada sanitariamente. Se dice, por ejemplo, que en 1560, como consecuencia de una pestilencia “de viruelas y saranpión” había muerto la “tercia parte de los que avían” en la provincia de Tolú.63 Pero en Tolú ya habían muerto miles de indios desde cuando aparecieron los españoles en 1500. Sin embargo, más que el trópico fueron las condiciones materiales a que fueron
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Cuadro 13. Estructura de ingresos fiscales según la Caja de Cartagena, 1533-
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Total ingreso
Quintos
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Años
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1599
%
Almojarifazgos
%
Tributos
%
Diezmos
%
1533-43
110.522
93.561 84,7
14.107
12,8
—
—
—
—
1543-54
53.524
22.475 42,0
9.086
17,0
4852
9,1
5649
10,6
1555-64
56.651
4978
8,8
37.296
65,8
1821
3,2
10.577
18,7
1565-74
332.535
12.271
3,7
149.293
44,9
3372
1,0
9954
3,0
1580-89
418.941
2782
0,7
264.060
63,0
4152
1,0
23.582
5,6
1590-99
1.379.618
1288
0,1
171.785
12,5
885
0,1
16.271
1,2
Totales
2.351.791
137.355 5,84
645.627
27,5
15.082
0,6
66.033
2,8
Fuente: véanse las estadísticas de la Caja de Cartagena, en H. Tovar, El imperio... cit. Los ingresos están dados en pesos de buen oro de 450 maravedís. En 1580-9 ingresaron de remisiones 54.155 pesos (12,9 %) y 28.415 pesos (6,8%) de tercios y cuartos de negros. En 1590-9 ingresaron de remisiones 802.662 pesos (el 58,2 %), 74.208 pesos el 5,4% de tercios y cuartos, y 94.164 pesos (el 6,8%) de alcabalas. Estos datos inciden en la deformación de los datos y hay que tenerlos en cuenta en el momento de realizar los análisis respectivos. 62
Fr. Pedro Aguado, op. cit., i, p. 167.
63
Anónimo… 1560, p. 116.
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reducidos los nativos lo que disparó la invasión biológica, y con ello la catástrofe demográfica. Mal alimentados y sujetos a trabajos forzados, sobre todo la boga, los cuerpos de los nativos se convirtieron en una geografía propicia para los colonos biológicos que entraban a arrasar hombres, mujeres y niños con sus fiebres, sus escalofríos, sus vómitos, sus brotes, sus gripes y sus cóleras. La peste no llegó vestida de acero y lanzando rayos mortales, sino que también se mimetizó entre la sangre como un implacable ejército microscópico capaz de destruirlo todo. Pero la irracionalidad de la conquista se circunscribe en la esfera de la irracionalidad del sistema colonial. Así, la destrucción actuó no solo contra los hombres, sino contra la naturaleza. Varias especies animales y vegetales se vieron afectadas con la presencia del hombre blanco. Pero contradictoriamente estos crímenes fueron necesarios para el desarrollo y el progreso propios del sistema colonial. La alta disponibilidad de tales recursos hizo viable organizar un mundo de despilfarros sobre el cual se acumularon riquezas, prestigio y poder. En últimas, la lógica del capital mercantil impuso esta destrucción en una frontera exuberante, que parecía ofrecer cada cosa, cada bien en forma ilimitada. Fue este sentimiento de abundancia propio del mundo colonial el que propició el desastre ecológico de la América española.64 Aquí no se racionalizó el mercado de los bienes disponibles ni su utilización. Sencillamente se despilfarró. Tenemos, pues, que la encomienda fundó y vigorizó una sociedad de empresarios, que supo compartir las rentas coloniales con la Corona española. Para ello despilfarraron población sin cuento. En este modelo el enriquecimiento rápido no se fundó en la cantidad del oro rescatado, sino en los bienes que podían producirse a expensas de los indios encomendados. Por ejemplo, los indios de Luruaco declararon en 1571 que hacen a su encomendero rozas de sementeras que producen 300 fanegas y que llevan a Cartagena el ganado que crían.65 Solo las visitas y la reorganización de la administración colonial posteriores a 1560 abrieron las puertas a un mayor control por parte del Estado sobre los poderes personales que representaban los encomenderos. Las ordenanzas de Cartagena dictadas por Antonio González en diciembre de 64
Alfred W. Crosby, Imperialismo ecológico: la expansión biológica de Europa, 900-1900, Editorial Crítica, Barcelona, 1988. B. Le Roy Gordon, El Sinú: geografía humana y ecología, Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1983.
65
agn (Bogotá), Visitas Bolívar, tomo 10, ff. 736r.-737r.
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la transición del rescate a la encomienda en el caribe
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1589 regularon el trabajo de los indios66 y precedieron a una serie de reformas tendientes a atenuar el desastre demográfico, los abusos y a ampliar las cargas fiscales a otros sectores de la población que habían ido formándose en los núcleos urbanos y en el campo. Pero la Corona estaba muy lejos de las llanuras del Caribe y no alcanzaba a impedir las formas brutales de las relaciones de los españoles con los indios, ni muchos menos a evitar la consolidación de la corrupción de sus funcionarios y el estímulo al contrabando. Por ello crimen, informalidad, corrupción y contrabando surgieron como los ejes fundadores de las riquezas en el Nuevo Mundo, todo con el aval de príncipes y señores, de reyes y consejeros que actuaban desde Europa.
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C. La encomienda como modelo y el éxito fiscal de la Corona
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Con la encomienda no solo se puso en marcha una política de poblamiento estable, sino que fue posible el funcionamiento regular de minas, estancias y poblados. La sociedad de frontera se había estabilizado y la Colonia podía rendir los frutos que la Corona española aspiraba a tener. Los cambios operados entre la primera y la segunda mitad del siglo xvi se reflejan en los ingresos de las cajas reales que testimonian el poder de la nueva organización social. La encomienda como institución reguladora de la vida económica vinculó la sociedad con sus diversos sectores productivos, que no solo se reactivaron en torno a esta institución, sino que tuvieron que cancelar sus tributos al Estado. El funcionamiento de esta maquinaria fiscal se evidencia al estudiar el movimiento de las cajas reales, que constituyen un indicativo de lo que las colonias rentaron en este período, en el que triunfó la nueva forma de organizar la economía, la sociedad y los espíritus del Nuevo Mundo. Tal como se observa en el cuadro 13, los ingresos totales de la Caja Real de Cartagena crecieron nominalmente más de 11 veces entre 153343 y 1590-9. Las razones de este movimiento ascendente tienen que ver con la importancia que la ciudad adquirió después de 1550, pues las cajas de Venezuela, Santa Fe, Santa Marta, Remedios, Zaragoza y Cáceres remesaban allí sus excedentes para que luego fueran remitidos a España. Igualmente, la dinámica mercantil de la ciudad cambió al dejar
66
agn (Bogotá), Visitas Bolívar 1 , ff. 45v. a 52v. También Julián Ruiz Rivera, “Ordenanzas de indios en los siglos xvi y xvii”, en Cartagena de Indias y su provincia: una mirada a los siglos xvii y xviii, El Áncora Editores, Bogotá, 2005, pp. 89-128.
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de ser centro de saqueos y núcleo de obtención de oro y perlas, para convertirse en receptora de mercaderías y esclavos venidos de España y África y en eje del monopolio de España con América. Los quintos de oro, que constituían el 85 % de los ingresos reales, comenzaron a decaer después de 1543, hasta llegar a ser menos del 1 % después de 1580. En cambio, los impuestos derivados del comercio internacional, que apenas eran el 13 % antes de 1543, llegaron a ser el 63 % en 1580. El hecho de que estos últimos hayan decaído hacia 1590 radica en la aparición de otros impuestos derivados también del comercio interno, como las alcabalas (7 %) y del impuesto de tercios y cuartos que se pagaba sobre negros esclavos (6 %). Esta distribución relativa de los ingresos pone de manifiesto el radical cambio de la economía cartagenera, orientada cada vez más hacia actividades diferentes a la minería del oro y la explotación y comercio de las perlas, o al simple saqueo.67 Entre encomenderos y burócratas aparecía un sector muy importante de la sociedad colonial, que actuaba para interconectar la demanda originada en los centros urbanos y en las encomiendas: eran los comerciantes que deambulaban por todos los puertos y caminos del Caribe, y el dinamismo de sus actividades quedó oculto en los registros de almojarifazgos y alcabalas, dos impuestos que dibujaron los círculos del comercio internacional y las argollas del comercio regional e interprovincial de las colonias. Estas actividades comerciales pueden comprenderse mucho mejor si se observan los ingresos que por uno y otro concepto ocurrieron en Cartagena de Indias, ciudad convertida en puerta de entrada de millones de maravedís de los más diversos tipos de mercaderías europeas que llegaban a América. Según se observa en el cuadro 14, los almojarifazgos representaron más de la cuarta parte de los ingresos fiscales de la Caja de Cartagena. Esta ciudad se había convertido por entonces en una ciudad abierta al Caribe y al Atlántico, y hasta su bahía arribaban decenas de navíos con sus aceitunas, licores, alimentos, bienes industriales, esclavos negros y herramientas.
67
Véase el cuadro 13 y fuentes allí citadas. Sobre la explotación de las perlas en el siglo xvi en el Caribe cf. Enrique Otte: Las perlas del Caribe: Nueva Cádiz de Cubagua, Fundación John Boulton, Caracas, 1977, y “La Caja Real del Cabo de la Vela en el siglo xvi”, en Academia Nacional de la Historia (ed.), Memorias del Cuarto Congreso Venezolano de Historia, del 27 de octubre al 1 de noviembre de 1980, tomo ii, Caracas, 1983, pp. 387-415.
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50-99
100-199
200-299
300-499
500-599
1000-2999
3000-4999
Totales
1564
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3444
3700
1567
1286
758
142
161
Pesos
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3
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3
7
4
Navíos
1565
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—
—
1062
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1
1
5
770
1.033
1.335
572
221
Pesos
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Navíos
5350
1139
3192
1240
700
250
Pesos
4112
15.321
1567
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1
1
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Navíos
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—
—
696
312
255
179
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—
Pesos
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12
17
13
21
28
27
26
Navíos
11.058
17
2068
39
12.373
o 56 31.304 4 1442 146 ac Fuente: agi, Contaduría 1379. “Cuenta de Cartagena de 1584” y “Cargo al tesorero Juan Velázquez desde 1 de adenero de 1565 a 22 de septiembre de 1568”. Todos los valores corresponden a pesos de buen oro de 450 maravedís. ém ic o
7
Navíos
< de 50
Rango impuesto (pesos)
Cuadro 14. Almojarifazgos pagados en Cartagena de Indias, 1564-1568
4850
5766
3937
1934
713
Pesos
58.265
7233
20.814
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Antes de que las flotas llegaran anualmente a inundar el comercio indiano con los productos europeos, unos pocos navíos de Santo Domingo y del Caribe les precedían. La espera de las naves se alargaba desde la costa hasta los Andes llenando de rumor y expectativas a distribuidores y compradores que se diseminaban por todas las redes que el sistema colonial ya había establecido después de 1550. El cuadro 14 constituye una pequeña muestra del poder de estas cifras y los movimientos implícitos en ellas. En 52 meses de arribadas de navíos se pueden deducir tendencias expansivas del comercio internacional en los puertos del Nuevo Mundo. Cuadro 14A. Navíos llegados a Cartagena y almojarifazgos pagados, 1546-1554
18
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10
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24
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Valor pagado (pesos, tomines y granos)
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N.º de navíos
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Años
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410.0.40
22,7 57,7
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576.6.10
Promedio por navío
39,4
1.181.3.20
34,6
943.4.10
59,0
21
751.1.10
35,6
16
943.4.10
59,0
20
1.363.3.10
68,1
—
1.234.0.10
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1556
—
4.021.4.20
—
1557
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3.700.0.00
—
1558
—
3.647.0.00
—
1559
—
2.615.0.00
—
1560
—
1794.0.00
—
1555
Total
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942.1.10
24.390.2.10
Fuente: agi (Sevilla), Contaduría 1379 y 1382, “Cuentas de la Caja de Cartagena”. Son pesos de oro de 450 maravedís. Falta el año de 1553, y el año de 1554 se contabiliza hasta el 27 de junio. Un peso son 8 tomines y un tomín, 12 granos.
Parece que, al menos hasta 1559, los almojarifazgos se cobraban sobre el 70 % de los avalúos, mientras que a partir de 1560 se hacía al
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60 %.68 Estos cambios en las tarifas afectan las tendencias de los ingresos por este concepto. No se sabe si los pagos disímiles de impuesto por navío dependían del tamaño de los mismos o de otros factores. Eso sí, anualmente llegaban entre 10 y 44 navíos, al menos entre 1546 y 1554, tendencia que se mantuvo en los años siguientes, pues la flota de 1564 la componían 15 navíos, la de 1566, 26, y la de 1567, 34 navíos, todos procedentes de España. Una que otra nave se atrasaba, pero el grueso de la flota arribaba en un solo día a la bahía para empezar el espectácu lo de la feria. En 1564, 1566 y 1567 las flotas pagaron 8.693, 11.356 y 26.843 pesos, respectivamente, mientras que en 1565 y 1568, cuando no hubo flotas, los navíos que perezosamente iban llegando de los puertos caribeños y de la Península, vía las Canarias, pagaron apenas 977 y 4471 pesos en uno y otro año.69 Como puede observarse, el tráfico central dependía de las flotas, pues en 1564 llegaron 15 navíos; en 1557, 17; en 1566, 33; en 1567, 22, y hasta agosto de 1568 habían arribado 4. De estos movimientos de naves se puede deducir la existencia de tres circuitos comerciales. Uno masivo de flotas que provenía de España, y otro a cuentagotas que venía de Santo Domingo, Santiago de Cuba, Jamaica y Río Hacha. Aquel era el gran comercio europeo, y este el comercio interno del Caribe, que redistribuía las mercaderías que, por otras flotas y por otros conductos, llegaban a las islas mayores de las Antillas. Entre estas esferas se mezclaba otro comercio menor, de complementación, que venía desde las islas Canarias y desde la misma España para taponar las rendijas que dejaba el gran comercio de las flotas. Tanto el comercio canario como el comercio del Caribe eran comercios menores, pero cuando no arribaban las flotas, mantenían el comercio vital de Cartagena y, sobre todo, constituían el fundamento de los ingresos del Estado representados en los almojarifazgos. El arribo anual de la flota a Cartagena no tenía fechas precisas: era indeterminado e irregular. En 1564 la flota atracó el 21 de julio, en 1556 llegó el 25 de enero, y en 1567 la flota entró el 26 de mayo. En 1565 no hubo flotas, y al menos hasta agosto de 1568 no había arribado la de dicho año.70 Es decir que no había un tiempo específico para las ferias. 68
agi (Sevilla), Contaduría, 1379, “Cuentas de Cartagena”. Se dice que en 1557 se cobró al 70 % de los avalúos y en 1560 al 60 % de los mismos.
69
Véanse las notas del cuadro 14.
70
agi (Sevilla) Contaduría 1379, “Cuenta de Cartagena de 1564” y “Cargo al tesorero Juan Velázquez desde 1 de enero de 1565 a 22 de septiembre de 1568”.
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Las circunstancias medían el tiempo de los abastos y los cálculos de los comerciantes. Hay que tener en cuenta que con las flotas parecían llegar grandes bajeles y navíos de todo tipo. Si nos atuviéramos al impuesto pagado por cada navío como indicador de la masa de mercaderías introducidas, deberíamos afirmar que entre 1564-8, el 50 % de las mercaderías llegaron en 14 navíos, y que el 70 % de los navíos introdujo el 21 % de las mercaderías (véase el cuadro 14). Esto haría suponer que no era difícil abastecer la ciudad de Cartagena en el siglo xvi, pues un par de grandes navíos mensuales podían saturar la ciudad. Según los impuestos, el 80 % de las mercaderías llegaron en las flotas con sus 75 navíos. Un cálculo muy general permite sugerir que entre 1564 y 1568 se introdujeron mercancías por valor superior a los 775.000 pesos de buen oro, si el almojarifazgo se hubiera pagado sobre el 100 % del avalúo. De haber sido sobre el 66 %, la cifra alcanzaría el millón de pesos en los cuatro años. Esto sin considerar el comercio de contrabando, cuyos montos se desconocen. Se podría afirmar que las flotas no solamente representaban la masa del gran comercio exterior de Cartagena de Indias, sino que constituían la principal fuente del ingreso fiscal. Pero es necesaria una pregunta: ¿quiénes pagaban los almojarifazgos? ¿Los mercaderes que llegaban con sus fardos, botijas, barriles y toneles, o los comerciantes y representantes que esperaban en los puertos? No se conoce cómo funcionaba este mecanismo de internación y de utilización de los medios de pago, especialmente el control sobre el oro, que constituía, en últimas, el objetivo de conversión final de las mercancías. Convertidas en metal, se iniciaría un nuevo proceso que no tenía que ser necesariamente el de oro-mercancía-oro. Pero el oro era, en sí, una mercancía y un medio de pago. Si se convertía en monedas de circulación europea, entonces el circuito sería dinero-mercancía-oro-dinero, para volver a empezar el proceso en Europa, continuarlo en América y cerrarlo en Europa. De esto se derivaban mayores ventajas para los comerciantes que vendían los metales preciosos a precios mayores de los que se pagaban en América. Cartagena no se limitaba a transar mercancías sino que fue centro vital del tráfico de esclavos negros, sobre todo después de 1595, cuando se estableció el “asiento” o monopolio de los esclavos extraídos de África. Como una mercancía más, los grupos de negreros tuvieron que pagar sus impuestos por los esclavos internados, rentas que la Corona registró en una cuenta llamada derechos de tercio y cuartos. Las autoriThis content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:32 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 124
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dades del puerto cobraban por los cargamentos traídos de África, los cuales se deslizaban luego por los caminos del reino y del Perú, para incorporarse a la agricultura de hacienda o plantación, a los servicios de las clases altas y al trabajo de la minería del oro.71 Las cajas reales del Cabo de la Vela y Río de la Hacha muestran otros aspectos importantes sobre una región que hizo de la esclavitud de los indios la fuente más importante de energía humana para la activación de la explotación de los ostrales. Pero junto a esta actividad extractiva, la obtención de oro, y sobre todo, los ingresos por concepto de almojarifazgos, lograron absorber el interés de las autoridades. Claro que las perlas se remitían a España y no se incluían en los cargos globales dados en pesos de oro. Entonces se tienen prácticamente dos cuentas: la que se da en pesos de oro y la de perlas, registrada en marcos.72 Entre 1552 y 1572 los almojarifazgos representaron el 60 % de los ingresos, mientras que el oro de quintos apenas fue el 1 %. El comercio que crecía en el Caribe en la segunda mitad del siglo xvi lo constituían no solo los almojarifazgos, sino los impuestos de avería y el derecho de descaminados. Este impuesto tenía que ver con la captura de naves que deambulaban por el mar Caribe. Siete mil doscientos setenta y nueve pesos de descaminados se originaron “por el valor de 105 negros chicos y grandes que dexó en la dicha ciudad del Río de la Hacha Jhoan Lober corsario inglés por el mes de mayo de 1567”. Igualmente, en 1560 las mercaderías “y otras cosas” avaluadas el 19 de abril de 1560 “del navío San Julián” valieron 26.576 pesos, cuya avería, a razón de dos tercios de maravedís por ciento, dio 168 pesos y cuatro reales de impuestos.73 El gráfico de los almojarifazgos (gráfico n.º 3) revela un crecimiento de más del 50 % entre el promedio anual de 1539-1551 y 1552-1572. La pesquería de perlas no decayó, como pudiéramos suponer, en esos 71
Enriqueta Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio de esclavos, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Sevilla, 1977.
72
agi (Sevilla), Contaduría 1563A, “Miguel de Castellanos Mariscal y Tesorero de la Provincia del Rio de la Hacha cargo de las perlas que recibió procedentes de los quintos desde 52 hasta fin del ano de 72, registradas en Riohacha”. Al final están los cargos en pesos y un resumen de los mismos. Para el periodo de 1539-1551 véase agi (Sevilla), Contaduría 1562, ff. 1 y ss., citado en Enrique Otte, “La Caja Real del Cabo de la Vela”, pp. 281-3.
73
agi (Sevilla), Contaduría 1563A, “Miguel de Castellanos…, cit., Cuentas de Cargo de Descaminados y Avería (1560-1560)”.
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años, sino que recibió un creciente interés por parte de los mercaderes. Tras las perlas llegaban los navíos descargando mercancías. No solo era Cartagena de Indias, sino Río del Hacha y Santa Marta, las ciudades que contribuían a atraer las naves que circundaban el Caribe. Las cifras de la Caja Real de Cartagena reflejan la importancia de un sector de la economía y la sociedad neogranadinas, la función integradora de sus productos en el campo de los intercambios internacionales, y de hecho la capacidad del comercio de articular otras regiones alejadas de las costas. Si bien es cierto que los Andes aportaban grandes cantidades de recursos económicos al sistema colonial, no es menos cierto que Cartagena de Indias permitió que el Imperio ofreciera sus bienes al conjunto de la sociedad neogranadina. La masa de metales con que la Nueva Granada contribuyó a la consolidación de España como imperio y a la expansión del mundo occidental se aprecia en las cifras globales que indican cómo de cada peso que ingresó a las cajas reales, durante el siglo xvi, aproximadamente el 52 % fue remesado a España.74
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1000
0
500 Perlas Almojarifazgos
0
Gráfico 3. Quintos de perlas y almojarifazgos (1539-1572). Caja Real de Cabo
de la Vela y Río Hacha
Las consideraciones anteriores apenas nos acercan a problemas tangenciales del Caribe colombiano, un mundo en sí mismo diverso y variado. La revisión de algunos de los rasgos de estas economías permitirá reconocer los recursos que las alimentaron y que las hicieron 74
Las cifras de las cajas reales han sido publicadas en Hermes Tovar Pinzón, El Imperio y sus colonias: las cajas reales de la Nueva Granada en el siglo xvi, agi, Bogotá, 1999.
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valiosas para los hombres de la época. La encomienda que contribuyó a articular este mundo de la segunda mitad del siglo xvi, al debilitarse abría las compuertas a otros modelos de organización de la economía y de la sociedad, propios del siglo xvii, como la hacienda, la mina y nuevas empresas de servicios.
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o m ic ad é ac o us ra pa a iv us cl ex ia op C Máscaras. Grabado en linóleo. Original de Miguel Ángel Albadán A. 2004 © miguelalbadan.com
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IV El oro, la desestructuración del mundo prehispánico y el desarrollo europeo en el siglo xvi
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Los navegantes que acompañaron a Colón en su primer viaje, incluso los herederos de los hombres dejados en La Española, fueron pagados en parte con oro llevado a España entre 1513 y 1519. Los caudales americanos financiaron el memorable viaje de Magallanes, rico en descubrimientos científicos y que demostró a todos la redondez de la Tierra. Pagó también los salarios de hombres audaces al servicio de España, como Américo Vespucio y Sebastián Caboto; y facilitó los medios de comprar y transportar a América semillas, plantas, animales, herramientas, libros e instrumentos científicos del Viejo Mundo.
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Earl J. Hamilton El tesoro americano y la revolución de los precios en España
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a conquista de América no fue solo un concurso de actos heroicos. Las necesidades de metales y de especies en los mercados europeos habían comprometido a Estados nacientes, como España y Portugal, en la búsqueda de nuevas rutas y tráficos, guiando la navegación y los descubrimientos hacia el sur del África, primero, y luego hacia el occidente, hasta encontrar el Nuevo Mundo en 1492.1 En esta operación de búsquedas y descubrimientos, los empresarios que articulaban los mercados del Mediterráneo y del norte de 1
C. H. Haring, El comercio y la navegación entre España y las Indias en época de los Habsburgos, París-Brujas, Desclée, de Brouwer, 1939; F. Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Fondo de Cultura Económica, México, 1987; Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros, Editorial Crítica, Barcelona, 1987, 3 vols.; Pierre Vilar, Oro y moneda en la historia, 1450-1920, Editorial Ariel, Barcelona, 1974.
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A. El oro americano
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Europa con los de Asia, el Magreb y el Centro de África encontraron en los territorios descubiertos por España una nueva fuente de tráficos e inversiones que les permitiría acumular nuevas riquezas. El oro americano, y con él la plata y las perlas, se convertiría en mercancía apetecible para comerciantes y naciones. Tras ellos, gentes anónimas verían en estas fronteras una oportunidad y un horizonte para un bienestar que Europa difícilmente ofrecía:2 “América del Sur, antes que la del Norte, fue estimada por los emigrantes españoles como la tierra prometida, donde era posible realizarse plenamente y alcanzar la felicidad”.3 Así, el oro americano recorrió no solo las cuentas de reyes y nobles, sino que llegó a las arcas de comerciantes y marinos y a las de pequeños productores e intermediarios, que hicieron del metal la base de sus actividades mercantiles. Por medio de ellos el metal americano irrigaría todos los rincones de la vida de los hombres de Europa, y correría más allá de sus fronteras, hasta alcanzar los reinos dominados por el islam y los grandes y pequeños señores que se escondían en los más alejados rincones de Asia. Después de una pausa en España, el oro seguía su carrera hacia las potencias europeas, desde donde se trasladaría por razones del mercado hasta el Oriente. Hamilton indicó que los “metales preciosos fluían de Portugal, Holanda, Inglaterra y Francia hacia el Oriente a cambio de las especias y de los artículos de lujo de aquellas regiones, ávidamente buscados”.4
Este llamado oro americano fluyó primero desde las Antillas, pero muy pronto, a partir de 1500, desde Tierra Firme, llamada luego Castilla Dorada o Castilla del Oro, en una sangría intensa que se prolongaría durante seis décadas y continuaría en forma lenta por más de tres siglos. Se sabe hoy día que desde Urabá y las costas de la actual Colombia millones de maravedís fueron sacados durante las dos primeras décadas del siglo xvi, contradiciendo la afirmación de Hamilton según la cual de Panamá solo llegaron “insignificantes cantidades de oro” y que fue 2
Earl J. Hamilton, El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650, Ariel, Barcelona, 1975. Sobre las perlas cf. Enrique Otte, Las perlas del Caribe: Nueva Cádiz de Cubagua, Fundación John Boulton, Caracas, 1977.
3
Enrique Otte, Cartas privadas de emigrantes a Indias, 1540-1616, Consejería de Cultura, Junta de Andalucía, Sevilla, Quinto Centenario, s. f., p. 35.
4
Earl J. Hamilton, El florecimiento del capitalismo, Alianza Universidad, Madrid, 1984, p. 27.
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solo después 1519 cuando el oro fluyó a España.5 En todo el territorio del Caribe, el oro producido pudo mantener el sueño y la aventura de miles de españoles, que llegaron hasta sus playas para adentrarse a explorar y saquear sus bosques, selvas y sabanas. Entre 1500-19 el oro fluía desde Tierra Firme, y después de 1510 desde todo el espacio que controlaba Santa María la Antigua del Darién. Después vendrían México, a partir de 1520, y Perú en la década de los treinta, a engrosar los ríos de metales con sus avalanchas provenientes de los tesoros de Montezuma y Atahualpa.6 Pero ese río tenue de oro que era la actual Colombia siguió corriendo una vez pasó la espectacular masa de metales que inundó a Europa. Aunque después aparecieron las minas de plata de Zacatecas (1546) y de Guanajuato (1548-58) en México, y de Potosí (1545) en el Perú, el oro americano siguió teniendo en la actual Colombia la base fundamental de sus flujos.7 No hubo en esta región de América una gran mina de oro, como las de plata en otros territorios del Imperio. La producción aurífera surgía en volúmenes ínfimos en ríos y quebradas, y en algunas vetas medianas, que al acumularse en los centros de control fiscal, mostraban magnitudes respetables. Son estas pequeñas e intrascendentes muestras, con su apariencia minúscula, las que han engañado a quienes estudian nuestra realidad desde el Norte o a los que hacen grandes cálculos sobre la América española. Pero indudaIbid., p. 24.
6
Álvaro Jara, “La producción de metales preciosos en el Perú en el siglo xvi”, en Boletín de la Universidad de Chile, n.º 44, noviembre de 1963; C. H. Haring, El comercio…, cit. También sobre el botín de Atahualpa véase J. Jijón y Caamaño, Sebastián de Belalcázar, Imprenta del Clero, Quito, 1936, i, documento n.º 1 (anexo); Miguel Ángel Ladero Quesada, El primer oro de América. Los comienzos de la Casa de Contratación de las Yndias (1503-1511), Real Academia de la Historia, Madrid, 2002; Carmen Mena García, El oro del Darién. Entradas y cabalgadas en la conquista de Tierra Firme (1509-1526),…cit.
7
Una visión general sobre los descubrimientos de minas en América puede seguirse en Carlos Prieto, La minería en el Nuevo Mundo, Revista de Occidente, Madrid, 1969. Peter J. Bakewell, Silver Mining and Society in Colonial Mexico: Zacatecas, 1546-1700, Cambridge, 1971, y Mineros de la montaña roja: el trabajo de los indios en Potosí 1545-1650, Alianza Editorial, Madrid, 1989; David Brading y Harry E. Cross, “Colonial Silver Mining Mexico and Peru”, hahr 52: 4, nov. de 1972, pp. 545-579; Enrique Tandeter, Coacción y mercado: la minería de la plata en el Potosí colonial, 1692-1826, Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas, Cusco, 1992; Hermes Tovar Pinzón, “La plata de Potosí: el auge y la turbulencia”, en Los fantasmas de la memoria: poder e inhibición en la historia de América Latina, Universidad de los Andes, Bogotá, 2008, pp. 43-141; Frédérique Langue, Los señores de zacatecas: una aristocracia minera del siglo xviii novohispano, Fondo de Cultura Económica, México, 1999.
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blemente a quienes estamos en el Sur, en medio de estas economías intrascendentes, lo que nos interesa es conocer la importancia de su magnitud dispersa. Su impacto sobre las estructuras sociales, es decir, el peso relativo de sus volúmenes. La historia no son solo los hechos, sino también sus signos. De estas evidencias Colombia surge como lo diverso, lo múltiple, lo desigual. Este fraccionamiento es lo que parece haberle dado sentido a su territorio, que no puede pensarse con los patrones de unidad, de grandeza y de aparente igualdad que dominaron y aún dominan la vida de otros espacios americanos, llámense Perú, México o Río de la Plata. En Colombia no atraen las magnitudes concentradas de riqueza; lo que asombra es su magnitud dispersa, su desuniformidad en la disponibilidad de recursos, su aparente pobreza y desigualdad. Occidente insiste en centrar la atención en aquellos lugares donde se produce el 80 % de una materia prima, donde predomina un recurso económico fundamental, o donde unos mercados dominan el contexto internacional. Pero ¿quiénes se distribuían la producción del restante 20 % de aquellos productos y quiénes eran sus productores? Es evidente, entonces, que al margen de los grandes booms se cocían otras economías que serían el débil eslabón de la cadena. En el contexto de la economía colonial, sociedades que contribuían con uno o dos por ciento de la riqueza mundial se organizaban de tal manera que pudieran satisfacer dicha proporción. Los hombres y los empresarios vivían para redistribuirse esos porcentajes. Por supuesto que esas cifras no impidieron que sus naturales fueran esclavizados, expoliados y reducidos a la miseria en el quehacer cotidiano de producir valores ínfimos para el comercio mundial. Solo el conocimiento de la complejidad de las formaciones sociales con sus grandes magnitudes y sus insignificantes formas de producción ayudarán a matizar el discurso sobre la naturaleza del sistema colonial y a comprender el origen de tensos y explosivos conflictos internacionales que cada mañana nos asombran. En un día cualquiera del siglo xvi, acuciosos funcionarios registraron que, entre marzo de 1553 y agosto de 1555, todas las Indias contribuían con un promedio anual de 1.120.341 pesos de oro fino (5,60 toneladas), de los cuales Tierra Firme, Cartagena, el Nuevo Reino y Popayán aportaban apenas el 7 %; Perú el 67 %; Nueva España, Galicia, Yucatán, Guatemala, Honduras y Nicaragua el 23 %, y La Española, Cuba y Puerto Rico tan solo el 3 % (véase cuadro n.º 15). Estas cifras escuetas no solo le permitían al emperador hispano conocer la importancia económica de This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:34 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 132
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sus diversas colonias, sino que los hombres de entonces desarrollaron una conciencia de la utilidad y trascendencia de las variadas regiones americanas. Para los hombres de hoy tales cifras revelan la función que, a lo largo de la historia colonial, desempeñaron las diversas regiones en que las Indias fueron divididas para su administración.8 Cuadro 15. Producto anual que su majestad goza en todas las Indias,
marzo de 1553 a agosto de 1555 (en pesos) Promedio anual (pesos)
Regiones
Porcentaje
Porcentaje acumulado
90.000
16,96
16,96
Nueva Galicia
26.200
2,34
19,30
1025
0,09
Honduras
18.000
Nicaragua
5468
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21,20
1,61
22,81
0,49
23,30
30.400
2,71
26,01
7858
0,70
26,71
19.144
1,71
28,42
19.362
1,73
30,15
749.233
66,88
97,03
28.086
2,51
99,54
Cuba
1233
0,11
99,65
San Juan de Puerto Rico
4064
0,36
100,00
1.120.342
100,00
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Tierra Firme
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Cartagena
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Nuevo Reino de Granada
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Popayán
La Española
Totales
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Perú
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1,81
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20.269
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Guatemala
19,39
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Yucatán
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Nueva España
Fuente: agi (Sevilla) Contaduría 1367. Los pesos son de oro de 450 maravedís. Doscientos mil pesos hacen una tonelada de oro. Un marco pesa 230,348 gramos y equivale a 50 castellanos de 8 tomines y 12 granos. Si un peso de oro es igual a un castellano, tenemos que 1.120.342 pesos equivalen a 22.407 marcos que, divididos entre cuatro (cuatro marcos hacen un kilo), da 5602 kilos de oro, que constituyen unas 5,6 toneladas. De ellas, la Nueva Granada aportaba en esos años cerca de media tonelada al año.
8
Sobre la minería en Potosí cf. Peter Bakewell, Mineros de la montaña roja, cit.; Jeffrey A. Cole, The Potosí Mita. 1573-1700: Compulsory Indian Labor in the Andes, Stanford University Press, Stanford, 1985; Hermes Tovar Pinzón, “La plata de Potosí: el auge y la turbulencia…”, cit.; Valentín Abecia Baldivieso, Mitayos de Potosí en una economía sumergida, Técnicos Editoriales Asociados, Barcelona, 1988; Rose Marie Buechler, Gobierno, minería y sociedad: Potosí y el “renacimiento” borbónico, 1776-1810, Biblioteca Minera Boliviana, La Paz, tomo i, s. f.
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Evidentemente, a mediados del siglo xvi el Perú había alcanzado una importancia inimaginable, reflejada en la entrega de riquezas dos veces superiores a la del resto de las colonias. Perú era cuatro veces más importante que la Nueva España. Pero ¿fue así en los años posteriores?9 Observando las proporciones aportadas por las diversas regiones de las Indias Occidentales pertenecientes a España, es fácil comprender por qué ciertos estudiosos, al mirar las grandes cifras, han optado por un discurso sesgado, que ha dejado de lado el conjunto de las pequeñas economías regionales y las implicaciones que dichos componentes tenían en el interior de cada una de las sociedades coloniales. De ahí que el discurso de la realidad de los grandes virreinatos se haya hecho extensivo a la totalidad de las economías americanas. Estas generalizaciones impiden conocer en forma seria y rigurosa cuanto pasó y cuanto pasa hoy día en América Latina. En consecuencia, ¿fue el peso del Caribe a mediados del siglo xvi tan intrascendente como un frío indicador parece sugerirlo? Evidentemente que no, pues las cifras del comercio exterior no definen todas las variables que configuran la importancia estratégica de las diferentes regiones de la América española.10 Otro ejemplo más de lo que constituye la complejidad histórica de América Latina y la necesidad de estudiar no solo mastodontes y megaterios, sino microorganismos y moléculas, está dado por la producción del oro en la Nueva Granada, en el contexto de la economía minera de la América española. Cuando se discute la historia de los metales en el siglo xvi, es común dar un rápido giro hacia la importancia que México y Perú tuvieron con sus grandes minas de plata y sus abundantes tesoros. Normalmente el oro de la Nueva Granada se diluye entre un hipotético oro antillano y unas remesas genéricas asignadas a Tierra Firme que, por supuesto, incluyen a Perú.11 Ni siquiera Urabá, que durante diez años dirigió el sentido de la conquista en el continente, y cuyos nuevos pobladores no vacilaron en saquear el oro de Nicaragua y Centroamérica, atrae el interés de quienes
9
Sobre cifras de producción de metales preciosos en los años posteriores a 1580 cf. Michel Morineau, Incroyables gazettes et fabuleux métaux, les retours des trésors américains d’après les gazettes hollandaises (xvième-xviiième siècles), Cambridge University Press and Maison des Sciences de l’Homme, París, 1985.
10
agi (Sevilla), Contaduría 1367.
11
Sobre cifras de exportación de metales preciosos de América en el siglo xvi siguen siendo válidas las que aporta Earl J. Hamilton en El tesoro americano…, cit. pp. 23-59.
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estudian la minería12 y los flujos del metal dorado hacia Europa. Mucho menos Cartagena y Santa Marta como productores de metal. Nadie discute la primacía que Perú y México tuvieron en el conjunto de la economía mundial del siglo xvi con sus bocanadas argentíferas, cuando la Nueva Granada no producía sino minúsculas cifras de plata. Sin embargo, cuando el ciclo del oro decayó, en la segunda mitad del siglo xvi, para dar lugar al ciclo de la plata americana, en la Nueva Granada el ciclo del oro siguió recorriendo todo el siglo. Esos golpes de suerte, esas masivas concentraciones de la naturaleza, propios de los dos virreinatos ubicados al norte y al sur de Colombia, asombran a cualquiera. Pero en la Nueva Granada, según Hamilton,13 la “obtención del oro resultó muy elevada” como para neutralizar el oro del Perú. Disperso aquí y allá, había mucho más metal aurífero en la actual Colombia que el que reposaba en los fabulosos depósitos de México y Perú. Las cifras de la Nueva Granada (véase el cuadro 16) distan mucho de recoger todos los oros que sacaron los conquistadores. Los datos hasta ahora conocidos constituyen un primer intento de aproximación. Ahí no se incluyen los 39.229 pesos que Alfínger recogió cuando cabalgó el pie de monte llanero del oriente colombiano y por los que pagó 7845
1521-59
34.936,5
1531-43
17.391,7
1533-59
48.117,7
Total años
ex
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Región
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Años
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Cuadro 16. Producción de oro en la América española, 1521-1559
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38
México
Promedio anual (kg)
Derecho a ensaye
Quintos anual
Otros anual
919,4
0,9
183,7
734,9
13
Perú
1337,8
1,3
267,3
1.069,2
27
Nueva Granada
1782,1
1,8
356,1
1.424,2
Fuente: los datos relativos a la producción de oro en la Nueva Granada han sido calculados con base en los registros de las cajas reales disponibles en el agi, Contaduría, 1292, 1293, 1294 A y B, 1300, 1301, 1303, 1379, 1382, 1384, 1385, 1451, 1489, 1563 A y 1564. Una descripción detallada de los criterios utilizados para registrar las cifras procedentes de las cajas reales pueden leerse en Hermes Tovar Pinzón, El Imperio y sus colonias…,cit. Para Perú se tomó la información de Álvaro Jara, “La producción de metales preciosos en el Perú en el siglo xvi”, en Boletín de la Universidad de Chile, n.º 44, nov. de 1963. Para México se utilizaron las cifras presentadas por C. H. Haring, “Ledgers of the Royal Treasurers in Spanish America in the Sixteenth Century”, en Hispanic American Historical Review, vol. ii, 1919, 2, pp. 173-187. Todos los promedios anuales están dados en kilogramos. Un peso de buen oro de 450 maravedís equivale a 4,6009 gramos.
12
Earl J. Hamilton, El tesoro americano…, cit. y P. Vilar, Oro y moneda…, cit. Sobre la minería colombiana en el siglo xvi, Robert West, La minería de aluvión en Colombia durante el período colonial, Bogotá, 1972. Véase también A. Domínguez Ortiz, El Antiguo Régimen: los Reyes Católicos y los Austrias, Madrid, 1988, pp. 227-258.
13
E. H. Hamilton, op.cit., p. 55.
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pesos de quintos a los tesoreros de su majestad católica.14 Tampoco están los rescates de Belalcázar y Robledo en el occidente de Colombia, quienes se hartaron de robar y saquear. Se han quedado al margen los botines rescatados en la provincia de Santa Marta, que ascendieron, entre 1526 y 1539, a 7950 pesos de oro fino y a 253.510-447.760 pesos de oro tumbaga. Tampoco se incluye el oro rescatado en el Cabo de la Vela desde el 4 de octubre de 1535 hasta el 24 de marzo de 1536, cuyo monto fue de 3573 pesos, por el cual se pagaron 341 pesos de quintos.15 Estas cifras, consideradas como el aporte de los tayronas y de los indígenas de la Guajira a la avaricia europea, dejan al margen el oro que se obtuvo en otras culturas vecinas y que por los mismos años pudo ascender a 5000 pesos de oro fino y a 35.400-65.000 pesos de oro tumbaga.16 De esta sociedad atomizada y dispersa por la Sierra Nevada, como de otras regiones, no se han sumado aún los miles de pesos recogidos antes de 1526, tal como lo atestiguan los cronistas. Según Fernández de Oviedo, entre 1509 y 1510 se rescataron en el Darién 43.000 castellanos de oro, unas 430 libras de 22,5 quilates, mientras que en Matarap (Provincia de Cartagena) se rescataron 9000 castellanos (45 kilos de oro de 22,5 quilates) en 1509.17 E. Arcila Farías, Hacienda y comercio de Venezuela en el siglo xvi, Caracas, 1983, ii, pp. 19-22; sobre las entradas de Alfínger cf. G. Fernández de Oviedo, op. cit., iii, pp. 8-10.
15
H. Bischof, “Indígenas y españoles en la Sierra Nevada de Santa Marta, siglo xvi”, en Revista Colombiana de Antropología, Bogotá, 1982-3, xxiv, pp. 75-124. En los tomos i y ii de Juan Friede (ed.), dihc, existen importantes datos sobre los rescates de oro entre 1528 y 1535. También para el Cabo de la Vela puede verse E. Arcila Farías (comp.), El primer libro de la Hacienda…, cit., pp. 1-5.
16
H. Bischof, “Indígenas…”, cit.; Juan Friede, dihc, ii, p. 37. Un informe de 1529 afirma que la entrada a la provincia de Pacabuey produjo 34.000 pesos de oro bajo. P. Cieza de León (Crónica del Perú, Madrid, 1984, i, p. 20) señaló que el capitán Francisco César rescató en el señorío de Nutibara, oro de 20 y 21 quilates, “que montó más de 40.000 ducados”. Un ducado son 375 maravedís.
17
Según Fernández de Oviedo, op. cit., se rescataron oros así:
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Año
Castellanos
Kilos
Lugar
1502
2000
10
Tierra Firme
1508
2000
10
Darién
1509
8000-9000
40-45
Matarap
1509
30.000
150
Darién
1510
13.000
65
Darién
1514
3000
15
Cenú
Total
58.000- 59.000
290-295
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Las cifras son apenas una mera aproximación a la economía de una región que, hasta 1510, financió la conquista de algunos territorios de Castilla del Oro y brindó una renta a cuentagotas a la Corona y a sus expedicionarios. El oro de México, después de 1519, y el del Perú, después de 1532, brotó de un solo golpe ante las huestes de Cortés y de Pizarro. Al contrario, la Nueva Granada ofreció un rosario de pequeñas fortunas a innumerables huestes y tratantes que obtenían lo necesario para hacer un modesto capital, pero no para convertirse en hombres millonarios. Hacer plutócratas fue una misión de México y Perú, mientras que a Colombia le correspondió apenas hacer ricos, un poco más o un poco menos que los que se hicieron en otras regiones, aparentemente menos importantes en la América Latina y en la economía mundial. En el conjunto de la producción americana del oro, la Nueva Granada mantuvo su hegemonía, al menos hasta 1559. Cuando la plata comenzó a brotar a borbollones, el oro apenas podía mantener su flujo. En el marco de la economía mundial, el ciclo del oro cedía el paso al ciclo del metal argentífero, pero como la Nueva Granada no tuvo un Guanajuato, ni mucho menos un Potosí, su movimiento cíclico sería secular, lento y engañosamente intrascendente. Las cifras hasta ahora conocidas, y que se resumen en el cuadro 16, merecen ser corregidas, refinadas y extendidas hasta fin de siglo. Según estas estadísticas, la producción de la Nueva Granada alcanzó los 48.000 kilogramos de oro (48 toneladas) entre 1533 y 1559. Así, duplicó la producción de México y superó en un 25 % a la del Perú. Los datos de 181 toneladas de oro entregadas a Europa entre 1500 y 1650 no parecen tener ninguna consistencia a la luz de ese flujo lento y permanente del oro de la actual Colombia18 y de otras regiones de América, hasta hoy no estudiadas con rigor. Al menos hasta 1559 estas tres regiones aportaron entre 110 y 160 toneladas. El cuadro sugiere una producción de 50 toneladas cada 25 años para América, lo que daría para los primeros 100
18
Estos 59.000 castellanos equivalían a 290-295 kilogramos de oro. Según Humberto F. Burzio, Diccionario de la moneda hispanoamericana, Santiago de Chile, 1958, ii, 174 y 187, el peso de buen oro de 450 maravedís de 22,5 quilates equivalía al castellano de 4,6009 gramos de peso en el siglo xvi. Geofrey Parker, “El surgimiento de las finanzas modernas en Europa 1500-1730”, en Carlo M. Cipolla (ed.) Historia económica de Europa (2), siglos xvi y xvii, Ariel, Barcelona, 1981, p. 411. A Domínguez Ortiz (El Antiguo Régimen…, cit., p. 243) sostiene que en el decenio 1551-60 la exportación del oro de América alcanzó la cota más alta de 42.620 kilos. Indudablemente, uno y otro autor se atienen a las cifras de Earl J. Hamilton, El tesoro americano…, cit., p. 55, tabla 3.
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años de la Conquista al menos 200 toneladas de oro. Queda entonces por precisar la producción en otros siglos y sobre todo el aporte real de América a Europa entre 1492 y 1600. Y para la Nueva Granada, saber con más exactitud la cantidad de oro recogida entre 1500 y 1533 y la que se produjo entre 1560 y 1600. Estos volúmenes permiten medir parcialmente el esfuerzo empresarial y la magnitud del saqueo sistemático de los territorios americanos en la primera mitad del siglo xvi. Con estas cifras se empieza a desovillar el tejido amargo que subió por la sangre, hasta encontrar la agonía de millones de seres en el Nuevo Mundo. Sobre tal desgarramiento humano otros hombres rieron y amaron, construyeron y materializaron sus sueños, gracias a unos mecanismos que apenas se revelan en lo escueto de los números. Mientras tanto, Europa pudo fundamentar las bases de su progreso y ayudar a consolidar el desarrollo del capitalismo. Entonces, la importancia y la grandeza de las cifras americanas radica en la forma como la sociedad de la época se organizó para conseguir el metal dorado. Su historia regional es lo que hace ricas, interesantes y apasionantes nuestras formaciones sociales, y lo que permite matizar la naturaleza y el carácter del sistema colonial. La presencia de un gran ser vivo a veces impide apreciar el poder de aquellas estructuras moleculares e invisibles, capaces de debilitar o de fortalecer al más poderoso organismo. Es en ese campo del conocimiento microscópico en donde se ubica la frontera de ciencias como la física y la química y en donde la historia debe también ubicarse, si aspira a explicar y comprender las formas de ser y de sentir de sociedades que nuevamente se debaten entre los nuevos órdenes y cambios del sistema mundial. Si en la primera mitad del siglo xvi la actual Colombia aportó oro en magnitudes asombrosas para las gentes de su época, ¿cuál fue su aporte en la segunda mitad, cuando la plata llegó como una bola de nieve a copar todo sueño europeo? Es indudable que una mejor organización fiscal y una mejor disponibilidad de las cuentas de la Real Hacienda permiten conocer no solo la magnitud de lo remesado, sino el costo pagado en la fase de la reorganización colonial. Durante la primera mitad del siglo xvi, las masas de metales de la actual Colombia se extrajeron por la vía del rescate, el robo y el saqueo directo. Luego fue mediante los tributos, los sistemas de impuestos y todas las formas complejas del orden fiscal. En la primera mitad del siglo xvi prevaleció el rescate, un sistema que le dio a la sociedad de conquistadores un orden y un modo de actuar fundamentados sobre el afán del oro. En la This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:34 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 138
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segunda mitad del siglo xvi sería la encomienda el sistema que regularía la vida de la sociedad colonial, en donde el control y monopolio de la fuerza de trabajo suplantarían al oro como motor de la organización económica. En el campo de la historia es posible seguir en microrregistros, como las alcabalas, los quintos, las bulas, los diezmos y otras cuentas de minúsculos detalles, los códigos explicativos de la conducta genética de muchas de nuestras enfermedades, de nuestros comportamientos sociales, de nuestra esencia y de nuestros traumas. Ahí está también la salud y la fortaleza de nuestras economías. Estos registros, que yacen en documentos oficiales de la contabilidad colonial, expresan múltiples relaciones económicas y sociales. Tales cuentas almacenan lo cuantitativo y lo cualitativo sobre la forma como el oro pauperizó sociedades nativas, a la vez que indica los caminos del metal desde los centros productivos hasta llegar a la Europa de Carlos V y de Felipe II. En estas cuentas se construyen y se esconden múltiples estructuras de dominación y de expoliación que urge conocer y explicar. Aquí las fuentes cuantitativas y las hipótesis ayudarán a encontrar métodos apropiados para el análisis y la comprensión de nuestra historia en el siglo xvi. Quinientos años después, estos hechos se proyectan sobre el inconsciente sembrando gestos de duda e inseguridad, de desamor y de nostalgia entre cuerpos sociales que elaboran una confusa comprensión del tiempo histórico. Sin embargo, es necesario recalcar que los costos pagados por las sociedades americanas exceden, con mucho, las cuantías susceptibles de ser calculadas. La colonización europea no solo saqueó, sino que destruyó y desestructuró civilizaciones por doquier, mientras que reconstruía sobre los rescoldos de huesos, casas, templos y paisajes económicos, una sociedad que en nada se parecía a lo que existía antes de que llegaran los portadores de un nuevo lenguaje y de unos nuevos sistemas de organización social y económica. Los naturales no cesaron de llamar la atención sobre su condición humana: “... porque miseria y dolor es lo que conquista su alma y vive para el bien recreándose en la miseria y el sufrimiento de todas las cosas”.19 Esta reiteración va y viene sobre la historia de América de la mano de la estética que dimensiona y mide la naturaleza del drama de su sociedad de tiempo en tiempo.
19
El libro de los libros de Chilam Balam…, cit., p. 101.
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B. El Imperio y sus rentas
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La sociedad de colonizados arrastraría el lastre de su tragedia como patrimonio histórico. Su despersonalización y el desarraigo la lanzarían al mundo de sus utopías en busca de un lugar en donde recrear la justicia o una resistencia que le permita sobrevivir a la presión destructiva de los blancos. En este esfuerzo por sobrevivir yacen los pilares sobre los cuales debemos retomar la historia, para construir nuestro porvenir. Las cifras aparentemente frías y carentes de sentido de las cajas reales de la Real Hacienda adquieren en este análisis un valor incalculable, ya que el colonialismo no se materializa en la formalidad o informalidad de un discurso jurídico o político, sino en la capacidad de generar excedentes. El Imperio se expresó dentro de los pueblos que sometió y sojuzgó como un ente político, económico, religioso y fiscalizador de la vida de los colonizados. Desde este punto de vista, el valor de las cajas reales radica en ofrecer una dimensión cristalizada de estos fenómenos. Los valores remesados son apenas un indicador que esconde el rostro de la riqueza americana que llegó a Europa y el de las consecuencias del saqueo americano. La riqueza le permitió al Imperio atender los costos de su gloria dispersa por los distintos campos de batalla. Las grandes ciudades como Génova, Londres, Ruan, Amberes, Lisboa y Ámsterdam fortalecieron su grandeza económica gracias al contrabando, la piratería y el comercio que succionaban oro y plata hasta sus arcas siempre afanosas de recursos. El saqueo dejó a miles de comunidades pauperizadas, bajo la férula de pequeños y grandes empresarios que socavaban hasta el alma de las poblaciones nativas, mientras sembraban sobre su tierra pobreza, insalubridad, aislamiento e ignorancia socializada. Los recursos disponibles, como el oro y la plata, apenas servían para irrigar las venas de una actividad mercantil que enriquecía a los representantes del Imperio y al Imperio mismo. El corolario de esta relación internacional fue el crecimiento y el desarrollo de una parte del mundo y el atraso y la miseria de la otra. No es estudiando, sin embargo, los ingresos de la Real Hacienda como se puede apreciar el papel jugado por el Imperio en sus colonias. Los ingresos apenas dan cuenta de lo pagado por los nativos y por los empresarios y comerciantes europeos. Al contrario, es en la estructura de los egresos que registra los desembolsos hechos por la administración colonial en donde se aprecia el destino de la riqueza acumulada de los impuestos y de los tributos. Los egresos apuntan a dar cuenta de los pagos que hicieron las colonias a los funcionarios y religiosos,
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que aseguraron el control de la metrópoli sobre sus territorios. Reflejan, asimismo, que gastar lo mínimo en el desarrollo y el bienestar de la población de ultramar era uno de los principios básicos de la buena administración imperial. Indudablemente, el Imperio español no estaba solo “para recaudar tributos” y dar protección a cambio de ellos,20 sino esencialmente para saquear sin más retribución que el orden nuevo expuesto en los discursos políticos y religiosos distribuidos por todos los aparatos de difusión ideológica del Estado. Por esto el conocimiento de la política imperial no puede reducirse al estudio de las ideas sobre la colonización, o a los conceptos sobre el beneficio y las rentas que podrían obtenerse. La política de España en América circuló en un doble sentido: por un lado, la vía de los debates jurídicos y de la implementación de prácticas de colonización, y por otro, la gran avenida de la realidad interna de las colonias, donde se ponían a circular todos aquellos conceptos, recreados bajo una forma sui generis, según el capricho de los funcionarios de turno. Estas grandes costras de origen colonial recubren la visión de progreso que subyace en la conciencia de las élites republicanas. Ellas limitaron y limitan la gestión de modernización de la infraestructura y la conciencia de cerrar las brechas de la inequidad. La estructura de egresos de la Caja Real de Cartagena (véase el cuadro 17) refleja los montos correspondientes a los gastos militares y al sostenimiento de la burocracia civil y religiosa que operaba en esa jurisdicción. El testimonio de las erogaciones contenido en estos rubros, alrededor del 18 %, más el 52 % de las remesas, expresan los altos pagos que la Nueva Granada hizo a España y a sus funcionarios por el derecho a la colonización. Igualmente muestra el monto de lo que se reinvertía en el sostenimiento de la milicia y de la burocracia civil y religiosa, sectores indispensables para mantener el control político e ideológico de las colonias y para asegurar las remisiones de capital a la Corona española.21 Las remisiones a España, miradas en su conjunto, alcanzaron el 51,6 % del total de los egresos del período 1533-1599, a pesar de su reducido monto entre 1543-1564.22 En la última década del 20
Immanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial: la agricultura capitalista y los orígenes de la economía. El mundo europeo en el siglo xvi, Siglo XXI Editores, México, 1979, p. 23.
21
Ibid., p. 500, “Los ingresos fiscales capacitan al Estado para tener una burocracia civil y un ejército más numeroso y eficiente, lo que a su vez lleva a obtener mayores ingresos fiscales…”.
22
Es muy probable que el monto real de las remesas durante los años 1543-64, haya
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Gastos Iglesia
Remisiones a España
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Total egresos
30.890
28,2
109.690
4.450
10,4
42.773
0,8
10.131
16,6
60.860
43,8
57.162
31,5
181.234
55,3
161.571
35,0
461.981
60,1
223.671
30,5
732.866
18.664
17,0
6.325
5,8
53.811
49,1
1543-54
24.939
58,3
13.347
31,2
37
0,1
1555-64
27.559
45,3
22.670
37,2
500
1585-89
23.115
12,8
21.543
11,9
79.414
1590-94
25.446
5,5
19.539
4,2
255.425
1595-99
57.837
7,7
10.625
1,4
440.733
Totales
177.560 11,2 %
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829.920 52,2 %
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94.049 5,9%
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1533-43
Otros
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Salarios
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Años
487.875 30,7 %
1.589.404 100,0 %
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Fuente: agi (Sevilla), Contaduría 1379, 1382, 1384 y 1385. Una descripción detallada de los criterios utilizados para registrar las cifras procedentes de las cajas reales puede verse en Hermes Tovar Pinzón, El Imperio…, cit. En la década de los noventa hubo remisiones en plata ensayada que hemos dejado al margen. Aunque los montos en plata ensayada de 1595-9 se desprecian, no se hace lo mismo con los montos de 1590-4. Hay que tener cuidado con las cifras de remesas pertenecientes a 1543-64, que parecen no reflejar la realidad.
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Cuadro 17. Estructura de los egresos según la Caja de Cartagena, 1533-1599 (pesos de buen oro de 450 maravedís)
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siglo, cuando se reorganizó el sistema de exacción fiscal, las remesas crecieron cinco y ocho veces más, comparadas con las correspondientes a 1533-1543. En estas cifras se dibuja una de las tantas facetas de la política de saqueo puesta en práctica por el Imperio. Las cifras miden la dinámica y la capacidad de la Corona española de adecuar las colonias no solo a sus necesidades, sino a los cambios internos operados en la sociedad. Al impacto de los primeros años de saqueo siguió una política de regulación de tributos, para culminar el siglo xvi con una fuerte presión social no solo sobre los indios, sino sobre los nuevos grupos que se estaban consolidando en esta sociedad de castas. Entonces surgieron nuevos tributos, como las alcabalas, nuevos sistemas de trabajo, como el concierto y el peonaje, y nuevos mercados de tierras y fuerza laboral, gracias a las composiciones y a la trata de esclavos. Es de resaltar la importancia que ocupaba el rubro de gastos militares en la Caja Real de Cartagena. Con motivo de la guerra de España con Francia, crecieron dichos gastos en forma sorprendente. A más de la paga que se hacía a capitanes, oficiales, soldados y artilleros del presidio, que estaban en “guarda e defensa desta ciudad”, se pagaban las galeras para las gentes de cabo y remo.23 A pesar de la situación de guerra, las remesas que Cartagena hacía no se detuvieron y, al contrario, crecieron en forma notable. Después de 1585 (véase el cuadro 15) las remesas oscilaron entre el 44 % y el 59 % de los egresos, de tal manera que, entre 1533 y 1599, de cada peso ingresado, 11 centésimos fueron para salarios, siete se reservaron para la Iglesia y 52 para el rey. El rubro otros, que en el período asciende a 30 %, incluye una variedad de gastos, como compra de herramientas, cuentas por cobrar, compra de bienes y pagos de rescate. Así, en 1585 se le entregaron 1863 pesos a Francis Drake “por el rescate de las casas reales que no las quemase el inglés corsario…”.24 En unos años más que en otros se incrementaban estos rubros, por lo cual su proporción cambió de un quinquenio a otro. Sin embargo, entre el 60 % y el 70 % de los fondos de esta partida se quedaron en caja, para ser presumiblemente remesados en algún navío retardado, por venir descargando su pereza en algunos de los puertos del Caribe. sido superior; sin embargo, no ha sido posible establecerlo a la luz de la información que se ha manejado. 23 agi (Sevilla), Contaduría 1384 y 1385. Presidio: “Guarnición de soldados que se pone en las plazas, castillos y fortalezas para su custodia y defensa”, Diccionario de la lengua española, Madrid, 1970. 24
agi (Sevilla), Contaduría 1384, “Cuentas de la Caja de Cartagena 1585”.
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La Caja Real de Santa Fe, más completa en información, muestra un panorama mucho más complejo del fenómeno fiscal (véase el cuadro 18). Vistos los egresos sobre el total de los ingresos, la burocracia civil y religiosa consumió el 31 % del producto fiscal, mientras que el 39 % del mismo iba a parar a las arcas reales. Es decir, de cada peso que ingresó a la Caja de Santa Fe entre 1559 y 1599, 23 centésimos fueron para salarios, 8 para la iglesia y 39 para el rey. Como en el caso de la Caja Real de Cartagena, quedó el 30 % para pagos de créditos, gastos de inversión social y remesas tardías. Cuadro 18. Distribución del gasto de la Caja de Santa Fe, 1559-1599 Total gastos
Porcentaje sobre egresos
Porcentaje sobre ingresos
1.248.890
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Remisiones a España
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Cuentas
48,9
38,7
29,1
23,4
9,6
7,7
754.169
Gastos de Iglesia
249.007
Gastos corrientes
126.348
4,9
3,9
55.147
2,1
1,7
8443
0,3
0,3
146.348
5,7
4,5
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Salarios
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Deudas canceladas
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Construcciones y edificios
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Otros
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Total ingreso
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Total egreso
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Diferencia entre ingreso y egreso, alcance
2.588.352 3.227.097
80,2 100,0
638.745
19,8
Fuentes: agi (Sevilla), Contaduría 1292, 1293, 1294 A y B, 1300, 1301 y 1303. Todos los valores están expresados en pesos de buen oro de 450 maravedís. En el porcentaje sobre los ingresos, el 19,8 % corresponde al alcance que presuntamente pudo ser remitido a España.
De las cifras anteriores se desprende que el hecho más importante de la relación colonial, a más de la extracción de excedentes, fue la especialización del sistema tributario, que se orientó a presionar los sectores productivos básicos para pagar la administración colonial y remesar los excedentes a España. La preocupación central de la Corona y de las autoridades españolas no se limitaba a asegurar la producción de una renta anual: la cuantía de esta debía ser capaz de subsanar el déficit fiscal del Imperio. Para el logro de este objetivo las autoridades coloniales establecieron el sistema de control fiscal a nivel interno, que construyó una delicada red de cajas reales destinadas a marcar y sellar el oro producido, con el fin de evitar los fraudes y el contrabando. La sociedad, This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:34 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 144
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a su vez, fue objeto de cargas fiscales, cuya cobertura terminaría por acceder al espíritu de los creyentes mediante las bulas de santa cruzada. Bulas para vivos, bulas para muertos, bulas para ricos, bulas para pobres y bulas de “composición” eran vendidas como verdaderos pasaportes al cielo, como oportunos seguros de salvación. Esta masa de indulgencias se conjugaba con la advertencia del santo padre de que solo ellas garantizaban una agonía sin dudas y sin temores. Las bulas ayudaban a abrir las puertas del cielo y permitirían el tránsito de este mundo de injusticias a los patios celestiales, sin censuras ni cobro de cuentas en el tribunal de Dios. El control religioso sobre las almas, gracias a la venta de bulas, suplantó el esfuerzo que setenta u ochenta años antes hicieron otros para acumular riquezas cavando sepulturas.25 La conquista no solo ofreció ventajas económicas y rentas a la Corona española, sino a la Iglesia católica, la cual, a más de ampliar su radio de influencia en el mundo, contribuyó a la exacción de riquezas mediante el negocio de las almas y la fe. Los recursos de la fe que la Iglesia explotaba eran inagotables, y ella supo aprovecharlos. Desde los primeros momentos de la conquista, la Corona se preocupó de nombrar funcionarios encargados de velar por aquellos bienes que le correspondían al rey: tales fueron los tesoreros, contadores y factores.26 Posteriormente, cuando se fundaron las primeras ciudades, se establecieron casas de fundición y ensaye. Así, hubo casas de fundición en Santa María la Antigua, en Santa Marta, en Cartagena, en Cali, en Popayán, en Anserma, en Cartago y en Santa Fe de Bogotá.27 Las cajas reales que no tenían un fundidor debían cobrar los quintos respectivos sobre los tipos de oro que circulaban en la región. De los ingresos se pagaban los gastos comunes y corrientes, y los excedentes se remitían a las cajas centrales más cercanas para su remesa a España. Conforme se aprecia en el mapa 3, el oro creó unas redes de dependencia interna, unos caminos y unas rutas hacia dos grandes cajas reales, Santa Fe y Cartagena, que concentraban el oro para ser remesado a España. 25
A manera de ejemplo cf. agn (Bogotá), Bulas de cruzada (anexo) 1 y 2.
26
Juan Friede, dihc, i, 124-134, “Instrucciones dadas en 1525 al contador de Cartagena Andrés Callejas”; ibid., i, 167-172, Instrucción dada al factor Rodrigo de Graceda, en 1526, quien debía acompañar a Rodrigo de Bastidas a Santa Marta; ibid., i, 111, al tesorero de Santa Marta se le asignó un salario de 100.000 maravedís que debía cancelarse cuando “la tierra se comience a poblar y en ella tuviéremos renta y provecho…”. También hubo el cargo de veedor.
27
agi (Bogotá), Contaduría 1488, ff. 37r. y 113v.; H. Tovar Pinzón (comp.), No hay caciques…, cit. pp. 131-9.
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a España
Cabo de la Vela
atlántico SANTA MARTA
Río Hacha
oceáno CARTAGENA
Valle Dupar
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Cáceres Zaragoza
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Pamplona
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Cartago
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Popayán Almaguer
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CALI
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Cajas que remiten a Santa Marta Cajas que remiten a Cartagena
C Quito
Mapa 3.
Convenciones Cajas que remiten a Santafé
100 km.
Cajas que remiten a Cali
Cajas reales en la Nueva Granada (siglo xvi). Sentido de la succión del oro
La primera recogía prácticamente todos los metales del interior y de la región andina, mientras que a Cartagena marchaban los oros que se producían en el espacio caribeño. Como se verá, no todos los oros remitidos por las cajas subalternas eran enviados totalmente a España. Las cajas de las provincias atendían los gastos de administración local y los excedentes iban a una de las cajas mayores. Desde estas cajas se remitían a la ciudad de Santa Fe o a Cartagena. Pero era en esta ciudad en donde se concentraba, después de 1560, todo el oro venido del interior de la Nueva Granada. La red extractiva de metales dibuja un proceso de succión de la riqueza del territorio conquistado, en un acto de envilecimiento y empobrecimiento This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:34 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 146
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sistemático de las sociedades que lo producían. El oro generaba euforia, migraciones y expectativas de enriquecimiento. Pero una vez se agotaba, quedaban los socavones y las playas ensanchadas de los ríos, escondiendo el sudor y la ilusión de quienes apenas habían sobrevivido por un breve tiempo a sus penurias y debían recoger sus pertenencias para buscar un nuevo punto en donde volver polvo dorado sus afanes.28 A más de lograr rentas suficientes para satisfacer las demandas del Imperio español, el sistema colonial no desarrolló proyectos de dotación de infraestructura física capaces de agilizar la integración de los espacios económicos sojuzgados y de contribuir al bienestar de la población y del sector empresarial. El movimiento de dominación era lento, pesado y llevaba de la mano la configuración de poderes locales, que luego funcionaban como agregados territoriales. Los proyectos coloniales terminaron por estimular un crecimiento deforme, que concentraba la riqueza en los mismos organizadores individuales y corporativos de la explotación colonial. La lógica del sistema colonial se fundaba en la necesidad de obtener máximos beneficios a corto plazo. Aquello que no daba provecho era abandonado.29 Al menos durante el siglo xvi, el principio de la explotación sistemática mediante el saqueo de las riquezas minerales de los territorios conquistados fue vertebral e introdujo su propia contradicción, al destruir los factores que lo hacían viable. El desatesoramiento y el desastre demográfico fueron la contrapartida y el absurdo de esa lógica de saqueo y exacción.30 La producción del oro, los sistemas 28
Germán Colmenares, Historia económica y social de Colombia, 1537-1719, Universidad del Valle, Bogotá, 1973, pp. 183-267.
29
Real Academia de la Historia (Madrid), Relaciones geográficas 4661, 14-xvi, “Relación de Bogotá, 1572”. Como las minas de esmeraldas no daban provecho a su majestad, se abandonaron, dice una relación de 1572.
30
Sobre la política imperial de extraer máximos excedentes de las colonias, cf. Lesley Bird Simpson, Los conquistadores y el indio americano, Barcelona, 1970, p. 31. También Carlos Semptat Assadourian, “La despoblación indígena en Perú y Nueva España durante el siglo xvi y la formación de la economía colonial”, en Historia mexicana, México, 1989, xxxviii: 3, pp. 419-53. Este autor sostiene que a finales de la década de 1550 el Consejo de Indias estaba “ya predispuesto a transformar las Indias en un territorio de máxima utilidad económica para la Corona” (pp. 425-6). Respecto a la destrucción de las etnias americanas, abundan las referencias cualitativas y cuantitativas sobre este fenómeno. Sobre el occidente colombiano, Pedro Cieza de León, Crónica…, cit., i, 7 afirma: “No dejo yo de temer que, como los juicios de Dios sean muy justos, permitió que estas gentes, estando tan apartadas de España, padeciesen de los españoles tantos males…”. Sobre América no es exagerada la visión de Las
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administrativos de organización y las formas prácticas de orientar e integrar los espacios internos de uno y otro territorio estuvieron sujetos a tales principios. El sistema colonial desarrolló no solo un concepto organizativo del espacio, sino que lo dividió y aisló, reduciéndolo a sus propias dimensiones e imponiendo formas autoritarias sobre la sociedad civil sojuzgada. Esta es otra contradicción del colonialismo que, en su afán por centralizar el espacio, lo que consiguió fue dividirlo en realidades territoriales aisladas, cuya formación histórica constituye otro de los problemas de nuestra historia. En conclusión, el siglo xvi, mucho más que producir oro, representó la estructuración de un mundo dependiente que vio desaparecer su población y su riqueza y los mecanismos de integración regional. América se quedó con sus socavones y con una sociedad marginada, mientras el Imperio arrastraba miles de kilos de oro para atender sus guerras, sus créditos y sus vanidades.31 La Caja Real de Santa Fe ilustra muy bien la importancia de las remesas de oro y lo que representaron frente a los ingresos totales del Nuevo Reino. Hubo otras cajas que remitían sus metales directamente a España, vía Panamá, como lo hacía Popayán, o enviaban galeones con oro que iban directo a España, como lo hacía Cartagena de Indias. Santa Marta a veces remitía oro a la Corona siguiendo la “vía de La Española”.32 Estas formas de remesar el oro por diferentes medios y circuitos indican que los cálculos operan como meros indicadores de una tendencia que está muy lejos de reflejar los montos globales del pago que hicieron las colonias americanas al Imperio. Estos números son puntos de referencia mínimos y puntos de partida de expediciones científicas a la documentación de la época. En ella se encontrarán nuevos y mejores fundamentos para diseñar rigurosos análisis que permitan una mayor comprensión de la condición colonial. Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Madrid, 1985. Quien desee una visión cuantitativa del fenómeno puede consultar al menos S. F. Cook y W. Borah, Ensayos sobre historia de la población: México y el Caribe, México, 1977, 2 vol.; W. Denevan (ed.), The Native Population of the Americas in 1492, The Universty of Wisconsin Press, Madison, 1978; N. D. Cook, Demographic collapse: Indian Perú, 1520-1620, Cambridge University Press, 1981; H. Tovar Pinzón, “Estado actual de los estudios de demografía…”, cit. Véase también el capítulo final de este estudio. 31
Véanse los cuadros 13 y 14.
32
Juan Friede, dihc, ii, 37. En 1529 se enviaron de Santa Marta al rey, por “la vía de La Española”, 1800 pesos de oro bajo.
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Igualmente, a pesar de todas las cifras que se han manejado, es muy difícil tener datos precisos sobre los ingresos y los gastos, pero los volúmenes que se han reunido constituyen aproximaciones a un hecho relevante en la relación colonial, como eran los impuestos y la proporción que de ellos tomaban las rutas de las remesas de metales. Tales remesas significaban, ni más ni menos, el primer pago forzoso que el colonialismo de turno exigía a América por el derecho a haber sido incorporada al mundo occidental. Las remesas de oro fueron más o menos crecientes hasta la década de los ochenta, cuando los datos disponibles muestran una tendencia al descenso (véase el cuadro 19). Tal vez este hecho obligó a una reestructuración administrativa en la década de los noventa y a incorporar a varios grupos sociales al sistema tributario, haciendo saltar sorprendentemente las remesas de oro, gracias a los nuevos impuestos y a una mayor cobertura fiscal de la población.
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Cuadro 19. Remesas de oro a España hechas por la Caja de Santa Fe, 1560-1599 Proporción de remesas sobre total de ingresos
371.311
11,5
23
10,3
11,0
34
9,6
28
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Porcentajes
Porcentajes
Total ingresos
pa
Remesas
85.371
7,3
1565-9
121.790
cl
355.836
1570-4
87.354
7,4
309.002
1575-9
167.814
14,3
412.489
12,8
41
1580-4
36.347
3,1
307.817
9,6
12
1585-9
98.622
8,4
345.975
10,7
29
1590-4
272.220
23,1
533.178
16,6
51
1595-9
307.501
26,1
585.417
18,2
53
Total 1560-9
1.177.019
100,0
3.221.025
100,0
37
Porcentajes
37,0 %
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1560-4
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Años
100,0 %
Fuentes: agi (Sevilla), Contaduría 1292, 1293, 1294 A y B, 1300, 1301, 1303. Los valores están dados en pesos de buen oro de 450 maravedís.
Solo en los dos últimos quinquenios (1590-9) la Caja Real de Santa Fe remesó alrededor del 50 % de lo enviado en los últimos 40 años (156099) del siglo xvi a España. Aunque los ingresos fiscales no alcanzaron a duplicarse en dicho decenio con respecto a los decenios anteriores, las
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remesas sí lograron triplicarse. Es decir, había una expresa voluntad del Estado de aumentar los ingresos para incrementar sus propias rentas. Como se ha demostrado, de cada peso que ingresaba a las cajas reales, una parte era para España. Esta porción había variado después de 1560 entre un 23 y un 34 %, para convertirse en un 51 y un 53 % en la última década del siglo. Es decir, en los últimos 10 años del siglo xvi más del 50 % del ingreso fiscal fue remesado a España. Y esta fue una década de reformas fiscales. No fue entonces a comienzos del siglo xvi cuando los excedentes crecieron, sino a fines del mismo. Ello indica que el Imperio sabía adecuar muy bien los mecanismos de extracción a sus propias urgencias. Es en este contexto que hay que ubicar las llamadas “reformas” y los discursos de los arbitristas o analistas sobre las debilidades y fortalezas del sistema colonial. Las cifras frías hablan de las necesidades de un imperio que extraía recursos monetarios sin compasión. Que los hubiera despilfarrado, es otro problema. La idea de que América recibía cultura, lengua y “buenas costumbres” debe ser complementada con el conocimiento de lo que América pagó por tanta ideología. Además, hay que tener en cuenta que las economías y sociedades coloniales succionadas quedaban al margen de toda inversión social. Exacción y no inversión en indicadores del crecimiento, remesas y no inversión en infraestructura de desarrollo económico: he ahí la base fundamental del sistema colonial que hundía sus raíces en América. La Caja Real de Santa Fe recibía las remesas de otras cajas, pero no era para atender sus propios gastos ni las demandas de su sociedad y su región, sino para concentrar el oro y remitirlo a la metrópoli. El sistema de administración fiscal usaba la mediación de sus funcionarios reales para penetrar en los más aislados lugares de la América y poder recoger los metales producidos por las comunidades cada vez más empobrecidas. Podría sugerirse que este oro no fue a España, sino a Cartagena, y que allí se redistribuyó entre la tropa, la burocracia y las necesidades militares del Imperio en las fronteras del Nuevo Mundo. Que al final, gran parte se quedó entre nosotros. ¡Nada de eso! Las remesas de oro a España procedentes del Nuevo Reino casi siempre fueron inferiores a las remesas que hizo Cartagena, como se muestra para algunos años en el cuadro 20. Al final Cartagena remesó cerca de 200.000 pesos más de lo que remesó Santa Fe (véase el cuadro 20).
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Cuadro 20. Oro remitido a España por la Caja de Santa Fe pasando por la Caja
de Cartagena, 1562-1599 Años
Remitido a España de Caja de Santa Fe
1562
—
Remitido a España de Caja de Cartagena
Diferencia
500
500
31.097
14.179
-16.918
1569
54.919
22.149
-32.770
1578
29.737
43.740
14.003
1585
17.596
54.939
37.343
1587
45.729
24.475
-21.254
1588
23.771
43.289
19.518
1591
62.694
79.283
1593
44.524
66.659
1594
92.448
109.483
1595
33.661
93.236
1596
89.148
1597
63.299
1598
72.248
1599
49.145
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22.135
(33.968)
17.035
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16.589
(45.042)
59.575
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107.296
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710.016
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Totales
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1567
(846)
18.148
76.536
13.237
97.657
25.409
66.008
16.863
899.429
(79.856)
189.413
Fuentes: agi (Sevilla), Contaduría 1292, 1293, 1294 A y B, 1300, 1301, 1379, 1382, 1384, 1385. Las cifras entre paréntesis son valores en pesos de plata de 450 maravedís. Las demás cifras son pesos de oro de 450 maravedís.
Los 15 años comprendidos en la muestra representan el 60 % de las remisiones totales que hizo el Nuevo Reino a España, pasando por Cartagena, en la segunda mitad del siglo xvi.33 En los años citados, Cartagena envió de más, respecto a lo que recibió de Santa Fe, 189.413 pesos de buen oro y 79.856 pesos de plata ensayada. Según el cuadro 20, Cartagena remesó 27 % más que Santa Fe, más cerca de 80.000 pesos en plata fina. Hay que advertir que estas cifras no corresponden al total de los metales remitidos por Santa Fe (véase el cuadro 19), pues Cartagena no respetaba los montos que llegaban con destino a España. Al final, los 710.000 pesos son los sobrantes de unas cuentas mayores. 33
Véanse las remisiones de 1560-99 en el cuadro 19 y compárense con las del cuadro 20.
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¿De dónde provenían tal oro y tal plata? De Antioquia, de Remedios, de Cáceres y de Zaragoza, que lo enviaban a Cartagena como excedentes de sus cajas. A ellos se unían unos pocos pesos de Venezuela y Santa Marta, cuyas remisiones fueron muy ocasionales en ese período. Si se pudiera, pues, tener una imagen de lo que se remitió desde Popayán, vía Panamá, se podría formar una idea global del pago que tuvo que hacer la actual Colombia al Imperio español por el derecho a ser sojuzgada, saqueada y colonizada. Las cifras adquieren un ángulo diferente de interrogantes y matices si se compara la estructura global de los destinos del oro que anualmente invertía la Caja Real de Santa Fe (véase el cuadro 18) en infraestructura física o en servicios sociales. En construcciones y edificios ni siquiera se invirtió el 1 %: era mucho más importante para los administradores la compra de ciertos fungibles y papelería que generar redes de servicio y comunicaciones. Esta decisión de extraer fuera de las regiones la riqueza y no reinvertir nada en capital social ni en capital humano es una de las causas de nuestro atraso como consecuencia de un principio colonial: el abandono y la incuria. Esto no nos hacía mejores ni iguales a Europa, como suponen algunos ingenuos. Apenas nos dejaban una costra de ignorancia y de malos caminos y comunicaciones. Los llamados gastos corrientes incluían las donaciones y la asistencia social, un rubro que atendía a grupos muy marginales de la sociedad neogranadina. Estas cifras son las que inducen a sustentar la hipótesis de que el sistema colonial dejó en manos de grupos privados la responsabilidad de generar gran parte del desarrollo regional. La Iglesia y los gamonales aparecieron como príncipes y señores para territorios donde floreció la tiranía y el atraso. La delegación del poder económico, y sobre todo el hecho de que el desarrollo de vías, edificios y comunicaciones dependiera de individuos o corporaciones privadas, terminó por imprimirle uno de los rasgos fundamentales al Estado colonial, cual fue el de permitir que los poderes locales se consolidaran en función de un ordenamiento que buscaba, fundamentalmente, obtener beneficios fiscales. Esto condujo a la privatización de amplios sectores de la actividad estatal y a la corrupción de oficiales reales y de representantes de todo orden del sistema colonial. Igualmente generalizó la práctica de injusticias por parte de quienes tenían fortunas, como producto del consenso y del amañamiento colonial que era ampliamente permisivo con sectores que pudieran contribuir con el incremento de las arcas reales o con el enriquecimiento de los funcionarios que representaban los intereses This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:34 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 152
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del Imperio. Al delegar en los poderes locales parte del control social y político que le correspondía al Estado, se abrieron las fisuras a la manipulación y a la formación de complejos sociales corruptos en cada localidad, gracias al aislamiento y a la imposibilidad del Estado mismo para actuar eficazmente contra estos gamonales vestidos de señores, desde la capital del virreinato. Esta relación de delegación soterrada de poderes creó de hecho sistemas de justicia personal que definieron las relaciones cotidianas de gamonales y “orejones” con trabajadores y gentes del común. Relaciones de injusticia e impunidad. Digamos entonces que tanto la Corona como sus representantes y los poderes locales fueron quienes obtuvieron los mayores beneficios del hecho colonial. Esto se aprecia con mayor claridad al considerar lo que se destinaba a la Iglesia y a la burocracia. Unos y otros absorbían el 30 % del ingreso fiscal, tomado sobre los ingresos más que sobre los egresos, una cifra que revela a su vez el interés de la Corona por financiar a sus funcionarios, cuerpo técnico necesario para hacer viable la succión y las remesas de metales preciosos; y a la Iglesia, instrumento de poder, capaz de vigilar desde la conciencia y la moral la pasiva aceptación de la expoliación. Burocracia, Iglesia y poderes personales y locales fundaron un tribunal de alianzas que convirtió a estos entes en fortaleza inexpugnable contra toda pretensión del Estado de diluir su poder y de evitar que se erigieran en determinantes ejecutores de injusticias. Ni el Estado virreinal ni los individuos objeto de presiones y abusos pudieron abrirles fisuras a estas estructuras de poder que consolidó la colonia desde el siglo xvi. Entonces, el saqueo mediante el rescate, la esclavitud y la guerra en la primera mitad del siglo xvi, básicamente en el Caribe, o mediante los tributos y las imposiciones fiscales, propios de la segunda mitad de dicho siglo, adquirieron una forma asombrosa y se convirtieron en el mayor factor de envilecimiento de unas sociedades que, quinientos años después, no cesan de remesar capitales al Imperio de turno y al sistema financiero mundial. Un grupo de países del llamado tercer mundo concluía en La Habana, en 1987, que “los países en desarrollo hicieron transferencias netas al exterior durante 1985 por valor de 31.000 millones de dólares”, lo que supone que “Por primera vez desde la época colonial los países en desarrollo en su conjunto están volviendo a ser proveedores netos de recursos a los países industrializados”.34 34
El País (Madrid), lunes 27 de abril de 1987, p. 53. En el artículo se comentaban las conclusiones de un grupo de países subdesarrollados, que el imperialismo rebautizó
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Indudablemente, estos declarantes olvidaron mirar la historia como un todo. No era la primera vez desde la época colonial que los países de América Latina proveían de recursos a los países desarrollados. La cifra en verdad es un eslabón más de la tendencia cíclica que reporta puntos críticos arriba y abajo. Y allí no se puede excluir a la República. Además, no se debe olvidar que muchos de los firmantes continúan avalando desde sus gobiernos las ventajas de tales modelos económicos, contribuyendo a la miseria de América Latina y actuando igual que los funcionarios de los sistemas coloniales que ellos critican. Solo en Colombia, los intereses y comisiones pagados por la deuda externa ascendieron a 11.800 millones de dólares entre 1985 y 1995, cuando la deuda vigente en 1985 era de 12.463 y en 1995 de 13.952 millones de dólares.35 Finalmente se debe anotar que la información proveniente de las cajas reales del siglo xvi, a pesar de sus límites, contribuye a medir el aporte de la economía colombiana al conjunto de la economía mundial. La verdad es que cuando se conozcan las remesas de particulares36 y se refinen los cálculos hasta ahora conocidos, se podrá ampliar el horizonte de los verdaderos roles desempeñados por el oro en la formación de las riquezas y de las naciones en Europa. Saber que el 37 % de los ingresos fiscales iba a alimentar las glorias de Carlos V y de Felipe II permite
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como “en vías de desarrollo”, y se afirmaba: “Según las conclusiones de La Habana, los países en desarrollo hicieron transferencias netas al exterior durante 1985 por valor de 31.000 millones de dólares, casi 4 billones de pesetas”. Hay que tener en cuenta que en Colombia el salario mínimo apenas alcanzaba a los 90-100 dólares en 1990. Cf. también J. A. Ocampo y E. Lora, Colombia y la deuda externa: de la moratoria de los treinta a la encrucijada de los ochenta, tm-Fedesarrollo, Bogotá, 1988; Cepal, El financiamiento externo de América Latina, Naciones Unidas, Nueva York, 1964. 35
Banco de la República, Deuda externa de Colombia, 1970-1985, Subgerencia de Estudios Económicos, Sección Balanza de Pagos, septiembre de 1996, cuadro 2.
36
Los estudios sobre las remesas de bienes difuntos apenas empiezan a ofrecernos imágenes inesperadas del papel que jugó el capital indiano en el conjunto de las economías regionales de España. El sistema de capellanías y patronatos constituye uno de los mejores ejemplos de la transferencia de riquezas personales a las regiones de origen de los europeos y el poder que dichos capitales tuvieron sobre la vida material y moral de los conquistadores. Cf. Antonio García-Abasolo González, “Inversiones indianas en Córdoba: capellanías y patronatos como entidades financieras”, en Andalucía y América en el siglo xv, Sevilla 1983, i, pp. 427-453. Para el caso de la Nueva Granada trae los ejemplos de fray Juan de los Barrios, arzobispo de Santa Fe, quien fundó en Pedroche seis capellanías por 2.775.000 maravedís, y Martín Álvarez, comerciante de telas de Castilla en Tunja, quien fundó en Montilla (España) una capellanía con un capital de 700.280 maravedís.
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comprender que esto se hizo a costa de una ausencia de inversiones en desarrollo social y un desinterés por el bienestar público. Además, se sabe que el sistema colonial se construyó sobre la tumba de millones de seres, que contradictoriamente sucumbieron para gloria de la civilización occidental. Aunque dicha participación pueda parecer intrascendente frente a otras economías más poderosas, ya se ha advertido sobre la importancia que estas pequeñas cifras tienen en nuestra historia desigual. Y el Caribe, como región, no es ajeno a estas consideraciones. Las magnitudes con peso específico en el producto mundial no son las únicas que definen las condiciones de quienes participan minoritariamente en la construcción de la gloria de los imperios de turno. El sistema colonial extrae de cada ser humano, de cada comunidad, de cada región, montos de pronto irrisorios, pero importantes para quienes los pierden como para quienes los roban, pues con cifras tan minúsculas se hubieran podido generar condiciones de crecimiento y desarrollo, o al menos atajar las avenidas de la creciente pauperización, al igual que contribuyeron a la acumulación de riquezas. Lo que es despreciable como volumen para el Imperio, no constituye ninguna verdad, ni mucho menos una explicación lógica de las desigualdades en América Latina. La realidad ha revelado que sus funcionarios nunca renunciaron a un maravedí y que la Corona siempre castigó a quienes osaron rehusar, demorar o robar unos cuantos maravedís, tomines o pesos de oro, así esto ocurriera en la más apartada e intrascendente región de sus colonias. El “oro de escobilla” así lo atestigua.37 Si bien es cierto que México remesó entre 1580 y 1599 un 46 % de los ingresos fiscales y la Caja de Lima un 58 % entre 1591-9, no es menos cierto que la Nueva Granada remesó entre 1590-9 un 52 % de lo que recaudaron sus cajas reales.38 Ni México, ni Perú, ni mucho menos la Nueva Granada, pueden enorgullecerse de haber sido grandes remesadores de riquezas representadas en oro y plata. La disputa sobre las magnitudes como expresiones de la prelación en la investigación de determinados centros y lugares es producto de un cuantitativismo
37
Se trata del oro que resultaba de limpiar los mostradores adonde se llevaba el oro para ser pesado.
38
John J. TePaske y Herbert S. Klein, The Royal Treasuries of the Spanish Empire in America, vol. 1: Perú, Duke University Press, Durham, 1982; y del mismo autor, Ingresos y egresos de la Real Hacienda de Nueva España, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1986.
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vulgar, de un sofisma de distracción y de una pedagogía colonial que impide ver la totalidad del mundo sojuzgado. Desde esta perspectiva se acepta que el mundo colonial en su conjunto dependió solo de determinados centros de producción. Estos maestros olvidan que todos los rincones de América fueron víctimas de una política de exacción y succión sistemática de sus riquezas, y que el colonialismo destruyó no solo economías, sociedades, lenguas y conocimientos científicos, sino que arrasó con el medio ambiente y promovió la desertificación de importantes montañas, galerías de bosques, sabanas y zonas aledañas a ríos con minerales. Concluyamos diciendo que hasta ahora los debates sobre los registros de las reales cajas se han centrado en los siglos xvii y xviii.39 Los que han recurrido a esta fuente histórica se han alineado en equipos que defienden su validez y en los que la niegan. Sin embargo, dada la masa de datos existente, lo que se ha hecho hasta ahora es tocar la piel del problema. Negar entonces las posibilidades de este tipo de información histórica parece ser política de necios. Es indudable que las cartas cuentas (se llaman así los resúmenes finales de los ingresos y gastos anuales de la Real Hacienda) ofrecen múltiples limitaciones, que son reconocidas por sus usuarios.40 Pero su conocimiento comienza a desbrozar mundos insospechados y sobre todo a penetrar, a través de la nuez de los primeros números y resultados, la esencia de una sociedad que pagó hasta la saciedad y el cansancio su sojuzgamiento disperso entre caminos y centros productivos. La cultura agrietada sobre el espejo de su rostro no yace solo en las magnitudes. Las cajas reales nunca podrán calcular en sí mismas el valor de la condición humana 39
María Encarnación Rodríguez Vicente, “Los caudales remitidos desde el Perú a España por cuenta de la Real Hacienda: Series Estadísticas (1651-1739)”, en Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, 1964, pp. 1-24; Carmen Báncora Cañero, “Las remesas de metales preciosos desde El Callao a España en la primera mitad del siglo xvii”, en Revista de Indias, Madrid, 1959, año xix (75), pp. 35-88; Julián Ruiz Rivera, “Remesas de caudales del Nuevo Reino de Granada en el xvii”, en Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, 1977, xxxiv, pp. 241-71.
40
Sobre los debates en torno al uso de cajas reales puede verse Samuel Amaral, “Public Expenditure Financing in the Colonial Treasury: An Analysis of the Real Caja de Buenos Aires Accounts, 1789-91”, en Hispanic American Historical Review, Duke University Press, 1984, 64 (2), 287-295 y 297-322; H. J. Kamen y J. I. Israel, “Debate: The Seventeenth Century Crisis in New Spain: Myth or Reality”, en Past and Present (nov. 1982), pp. 144-61; Timothy E. Anna, “The Finances of Mexico City During the War of Independence”, en Journal of Latin American Studies, 4, i, Cambridge University Press, 1972, pp. 55-75.
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avasallada y expectante, pero eso sí, entre cifra y cifra podremos intuir el ruido quebrado de nuestros fracasos y posibilidades. Los discursos sobre los límites metodológicos, que quieren convertirse en banderas de fuego contra el esfuerzo de los trabajadores de las series estadísticas de la Real Hacienda, no deben quedarse en la mera reyerta académica, sino avanzar en la práctica de nuevos caminos, que inviten a sistematizar todas y cada una de las cuentas de cargo y de data en donde se codifican inimaginables rasgos y conductas de nuestras sociedades. A medida que se avance en su descodificación, se podrán precisar mejor las desventajas de las fuentes, sus límites, pero también sus aportes y sus posibilidades. Las cajas reales no son una simple relación de números, sino que esconden múltiples claves de la historia social, política e ideológica. Un impuesto o un gasto son la expresión de conductas sociales, de relaciones de poder o indicadores económicos. En últimas, en ellas se sintetizan momentos vitales de nuestra historia, de nuestras gentes, azoradas por la presión fiscal o gesticulantes de alegría por una concesión que les libera de una carga, una tasa o un impuesto. Pero todos los debates sobre las cajas reales de los siglos xvii y xviii, que se abren y cierran de tiempo en tiempo, seguirán hasta tanto no se hayan realizado más esfuerzos de sistematización de todo ese mar de datos que reposa en archivos latinoamericanos y europeos. Como el siglo xvi ha sido dejado a un lado, se ha querido contribuir a la polémica trasladándola a una época en que dos formas de producir entraron en contacto: formas comunitarias y formas mercantiles. O dos lógicas: la de la reciprocidad y la del intercambio. La teoría sobre las transiciones podrá enriquecerse estudiando los mecanismos de destrucción-desestructuración-estructuración que el mundo de las comunidades americanas tuvo que transitar para derivar en un sistema colonial. Digamos finalmente que la producción del oro en la Nueva Granada nos permite apreciar al menos cinco ciclos importantes: 1. El ciclo del oro de Urabá, que comprende de 1500 a 1525. 2. El ciclo del oro de Cartagena, Santa Marta y los Andes colombianos, que comprende de 1525 a 1575. 3. El ciclo del oro de 1575 a 1650, que se centra en el nordeste antioqueño y en zonas de encomiendas con tributo en oro. 4. El ciclo del oro de 1650 a 1750, que tiene como eje la región del Chocó, especialmente la provincia de Nóvita, y
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5. El ciclo del oro del Pacífico, de 1750 a 1810, que se centra especialmente en Barbacoas, Iscuandé, Micay, Tumaco junto a Raposo y Chocó.
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Estos ciclos productivos rompen al menos con la creencia de que el primer ciclo del oro neogranadino se ubicaba en el nordeste antioqueño. Los dos primeros ciclos se hallan atados al proceso de conquista, y por ende a la captura, el robo y saqueo de los oros que los indígenas habían acumulado a lo largo de su historia y que yacían en sus templos, en sus centros ceremoniales, en sus hogares, en sus cuerpos y en sus tumbas. Los otros tres ciclos se hallan ligados al asentamiento hispánico y al uso de fuerza de trabajo africana y de trabajo libre de mulatos y mestizos. También hay que tener en cuenta que a los dos primeros ciclos se encuentran vinculados sistemas impositivos como el rescate mediante la fuerza y el repartimiento, mientras que el tercer ciclo estuvo ligado a la encomienda. Los ciclos del Pacífico constituyen períodos de prosperidad para los grandes señores dueños de esclavos y formación y predominio de sistemas esclavistas en la explotación minera que tuvieron sus centros en Antioquia, Cali y Popayán. Si algún interés o sospecha logra despertar esta aproximación, también epidérmica, al mundo oculto de las cajas reales de la Nueva Granada, y a las remesas de metales, con seguridad nuestro esfuerzo no ha sido en vano. El Imperio español podrá ser comprendido mejor en un futuro, gracias a los esfuerzos de descodificación de ese ignoto mundo que yace estructurado en el fondo molecular de los registros propios de la contaduría de la Real Hacienda. Las claves para explicar y comprender nuestros sufrimientos y nuestra soledad apenas se esbozan y refugian en sus cifras. Su sistematización abrirá los caminos a un gran proyecto que nos deparará enormes sorpresas. Las regiones, como el caso del Caribe colombiano, podrán hacer menos opacos los espejos de su propia identidad y de su participación en el desarrollo de la economía mundial.
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o m ic ad é ac o us ra pa a iv us cl ex ia op C La cruz. Grabado en linóleo. Original de Miguel Ángel Albadán A. 2004 © miguelalbadan.com
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o m ic ad é ac o us ra pa a iv us cl ex ia op C El rumor de la conquista. Grabado en linóleo. Original de Miguel Ángel Albadán A. 2004 © miguelalbadan.com
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os costos del proceso de conquista llevado a cabo por España en América no han sido calculados ni comparados con los de otras conquistas realizadas en África y Asia, por otros imperios, en tiempos modernos. Tampoco ha existido un interés por estudiar desde América el peso relativo de los intercambios de seres humanos, vegetales, metales y gérmenes en la configuración de la economía global que siguió a 1492. El impacto de la llegada de los europeos a América destruyó el 90 % de su población a lo largo de las primeras seis u ocho décadas de contactos. Desconocemos el valor económico de las infraestructuras y pueblos destruidos por las armadas europeas, que todo lo asolaban. Los bienes saqueados no han sido calculados ni la tala de bosques ni los desequilibrios causados en el medio ambiente. Aunque los geógrafos y ecólogos han estudiado la conversión de galerías de bosques y selvas en llanuras y de múltiples llanuras y montañas en zonas de bosques y de tierras baldías, muy poco sabemos de las rupturas de las cadenas biológicas y alimenticias y de la aparición de nuevos paisajes y sustitución de cultivos, ganados y alimentos.1 La matanza sistemática de la población americana se conoce en el frío debate sobre el colonialismo como el desastre demográfico del siglo xvi, y apenas intuimos que la consecuencia de este fenómeno fue el fortalecimiento de la esclavitud negra, la reactivación desde Europa del comercio con Asia y el desarrollo de unas economías basadas en la marginalidad y en la discriminación.2 Suponer que la caída de la 1
Sing C. Chew, World Ecological Degradation. Accumulation, Urbanization, and Deforestation, 3000 b. c.-a. d. 2000, Altamira Press, Walnut Creeck, ca, 2001; A. W. Crosby, Imperialismo ecológico: la expansión biológica de Europa, 900-1900, Ed. Crítica, Barcelona, 1988.
2
A manera de ejemplo léase Russell Thornton, American Indian: Holocaust and Survival. A Population History Since 1492, University of Oklahoma Press, Norman, 1990;
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población durante el siglo xvi en América estimuló al alza los salarios nominales y reales de los trabajadores rurales no deja de revelar desconocimiento de la historia, a la vez que pretende sustituir la variable de la esclavitud negra como alternativa de la fuerza laboral que, en el siglo xvii, requerían los nuevos pobladores, en unos espacios en donde no era posible acceder a trabajadores indios, encasillados en encomiendas y sometidos a la legislación que prohibía su desplazamiento lejos de sus núcleos de residencia. A nivel global, la trata de esclavos se consolidó gracias a los mercados antillanos y de las colonias españolas, en donde el desastre demográfico supuso unas reformas fiscales y la creación de nuevas formas laborales, como el concierto y el peonaje.3 La trata hizo más preciso el mercado triangular para que el capital hiciera de África el centro del mercado laboral que sustituiría y complementaría lo que había quedado del despilfarro demográfico del siglo xvi en América. En las fronteras del llamado Nuevo Mundo, en donde el capital sometió a sus intereses sistemas comunitarios de producción, operó la abundancia de recursos, y no la escasez. Allí el hombre fue convertido en un factor de explotación dentro de empresas del mundo europeo orientadas a la acumulación de riqueza. Sobre la familia poligámica se impuso la familia monogámica, y con ello se alteraron no solo las relaciones de parentesco y la circulación de afectos, sino la producción y consumo de los ritos del amor. Las formas irracionales del uso y empleo de la fuerza laboral condujeron a la destrucción sistemática del trabajo basado en la solidaridad y la reciprocidad. Las economías de los nativos que vivieron el trauma de la conquista operaban sobre supuestos lógicos que poco tenían que ver con las lógicas y resultados de las economías y principios de las sociedades colonizadoras. El coste de oportunidad para los nativos estaba en huir, en ser siervos, o esclavos de los nuevos pobladores. La libertad de decidir no la definía el bien común, sino el afán de robar, matar, canjear o saquear, que eran las propuestas hechas por las huestes y los comerciantes más que por los nativos. El deseo, el gusto y la preferencia a elegir un destino se
Esteban Mira Caballos, Conquista y destrucción de la Indias (1492-1573), Muñoz Moya Editores, Tomares (Sevilla-España), 2009; J. M. Blaut, The Colonizer’s Model of the World: Geographical Diffusionism and Eurocentric History, The Guilford Press, New York, 1993. 3
Leticia Arroyo Abad, Elwyn A. R. Davies y Jan Luiten van Zanden, Between Conquest and Independence: Real Wages and Demographic Change in Spanish America, 1530-1820, Working Paper n.º 20, Center for Global Economic History, Universiteit Utrecht, November 2011.
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relacionaban más con la escasez de oportunidades para sobrevivir frente a una guerra desigual que con la certeza de hacer válidos los deseos y principios del mundo de los nativos. Igualmente, el requerimiento, más que una oportunidad de negociación para mantener sus condiciones de vida, fue un instrumento que legitimó el principio de agresión de los españoles y su deseo de optar por el coste de oportunidad para acceder, bendecidos por sus dioses, a las riquezas disponibles. Tal vez la falta de conocimiento sobre las circunstancias históricas del desarrollo colonial, en regiones como la actual Colombia, es lo que lleva a construir discursos, más ideológicos que de análisis, acerca de la realidad que afrontaron poblaciones nativas bajo la fuerza y el control del sistema colonial. Si el objetivo del mundo civilizado era un botín, la historia colonial de los primeros años transita por tres sistemas, orientados a dicho fin:
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a. El rescate, que se disputaron comerciantes y huestes armadas. Estas triunfarían gracias a la fuerza que hizo que en los primeros años se consolidaran el caos, el abuso, el crimen y el asalto a mano armada. El botín no estaba encarnado solo en oro y plata, sino en esclavos indios y en cuanto había en los depósitos para ser redistribuido entre las comunidades. El metal ritualizado y socializado por los indígenas durante miles de años era buscado obsesivamente por estos difusores de valores del viejo mundo. Y el robo, la matanza y el sadismo mancharon de sangre las primeras remesas a España y la seguridad económica de sus pobladores. b. El repartimiento, cuyo objeto era el monopolio del botín, sustituyó al rescate cuando la población comenzó a escasear. Este sistema intentó racionalizar el saqueo. El repartimiento supuso un tributo en oro que los mismos indios recogían de sus comunidades o del intercambio con otras etnias lejanas para entregarlo a sus nuevos amos cuando visitaban sus comunidades para recoger el botín. c. El sistema de encomienda supuso el monopolio de la fuerza de trabajo. El botín había dejado de ser el oro para convertirse en energía humana, utilizada por los europeos. El botín fue desagregado entre un tributo en oro o en especies, en trabajo y en servicios personales y domésticos.4 La encomienda radicó a los 4
María Ángeles, Eugenio Martínez, Tributo y trabajo del indio en Nueva Granada: de Jiménez de Quesada a Sande, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1977.
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conquistadores dentro de las comunidades, permitiéndoles a los encomenderos crear empresas, ciudades y riquezas.
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El saqueo y la violencia fueron los instrumentos que regularon los primeros contactos europeos con América. Y el caos, la búsqueda de oro para los nuevos amos y el control de la fuerza laboral fueron cuadros que hicieron confusa la comprensión de la conquista cuando avanzó hacia el interior de Colombia. Y las tres formas de obtener un botín contribuyeron a esbozar nuestro desarrollo desigual y combinado. El colonialismo, que nació con la expansión del capital a fines del siglo xv, drenó millones de onzas de metales preciosos que los nativos tuvieron que arrancar de los socavones de las minas de plata y oro, y los esclavos negros, de las minas de aluvión. Así se impusieron condiciones precarias de vida que arrastraron no solo a quienes se dedicaron a la minería, sino a la agricultura, a los transportes, a la construcción de ciudades y a los diversos oficios y trabajos demandados por los europeos. Además, la ausencia de inversiones en infraestructura, en desarrollo tecnológico y en la creación de condiciones sanitarias revela que no hubo stock de capital que hiciera posible, para los nativos, “una tasa de ahorro mayor que el crecimiento de la población” y que produjera “una tasa positiva de crecimiento de la renta per cápita”.5 Quienes suponen ingresos per cápita, rentas y niveles de producción en las colonias iguales o mejores que las de los países hegemónicos parten de una pedagogía de legitimación de las diferencias sociales, económicas y regionales a nivel global, y de modelos de ficción. Por pensar en un Confucius economicus abandonan el modo como el todo y sus partes han interactuado en la formación histórica de la América Latina y en la acumulación de capitales en Europa.6 Estas formas de ver el mundo no europeo constituyen fantasmas de un razonamiento ajeno a lo que realmente ocurrió después de 1492 en la América española. Lo que se evade es el conocimiento del papel que el colonialismo desempeñó en los procesos de acumulación de capital y de consolidación de los países hegemónicos. Marx lo había percibido en el siglo xix cuando sostuvo que “El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de 5
Douglas C. North, Estructura y cambio en la historia económica, Alianza Editorial, Madrid, 1984.
6
Jean Levi, Confucio, Editorial Trotta S. A. Madrid, 2005.
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la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista”.7 Antes que debatir la presencia de estructuras que limitan el crecimiento y el desarrollo de las modernas naciones de América Latina es condición sine qua non conocer muy bien la historia del gobierno de la sociedad y de la economía impuestos desde afuera. Las instituciones coloniales diseñaron estructuras de poder que operaban como generadoras de violencia, como vigilantes de la sociedad y como creadoras de un orden cuyo objetivo era forjar un hombre nuevo, sumiso, acrítico y obediente. El hombre del Nuevo Mundo debía ser expoliado y educado según patrones fiscales y religiosos. Mientras el colonialismo bañaba en sangre la América y construía muerte, los herederos del holocausto indígena diseñaban las bases de la desigualdad y la miseria a lo largo y ancho de las regiones y territorios americanos. La llamada incorporación de América a Occidente fue un proceso de descomposición del mundo prehispánico: de su cultura y de sus avances científicos, artísticos, lingüísticos, religiosos y éticos. Por ello encontrar caminos de identidad, de redistribución de los recursos y de capacidad de decisión frente al nuevo orden mundial ha sido traumático, desgarrador y conflictivo con los viejos y nuevos imperialismos. La comprensión del todo hace posible una mejor reflexión sobre las partes de una economía global que creó mercados, sistemas impositivos, intercambios y una división del trabajo que aceleró los procesos de transformación en Europa, Asia y África como en el llamado Nuevo Mundo.8
A. El holocausto en Urabá y en el Caribe colombiano Los primeros años de la conquista de Colombia poco tienen que ver con la forma como México y Perú vivieron el drama de su derrota a comienzos del siglo xvi. La presencia dispersa de culturas y la ausencia de una unidad política que controlara una parte fundamental del territorio condicionó la ocupación española a una guerra recurrente y a unas operaciones militares de desgaste en contra de las comunidades indígenas, a corto y a largo plazo. Su consecuencia fue el desastre demográfico 7
Karl Marx, El capital: crítica de la economía política, Fondo de Cultura Económica, México, 1966, tomo i, p. 638.
8
André Gunder Frank, Re-orientar: la economía global en la era del predominio asiático, Universitat de Valencia, Valencia, 2008.
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estructurado en unas ecuaciones que combinaron diferentes factores sociales, económicos y biológicos a lo largo de los años. Al impacto demográfico causado por la incursión, el saqueo y el trauma de los malos tratos seguiría la ecuación trabajo-dieta-epidemia. Es decir, la Conquista operó sobre unas variables de peso diferente a las del momento de la Colonia. Y la Conquista ocupó en América el arco del tiempo que va, al menos, hasta 1560. En Colombia, ese período corresponde a los tiempos de contacto de los primeros exploradores y conquistadores, mientras que la Colonia hace referencia a los asentamientos permanentes de grupos de europeos en zonas indígenas después de 1560-70.9 Pero en realidad tanto la conquista como la colonia tuvieron períodos distintos según las regiones. Esta distinción, común en toda América, tiene en Colombia la particularidad de lo diverso, lo escalonado y lo prolongado de la guerra, tal como se ha señalado. Incluso el Caribe colombiano vivió dos oleadas de conquista: la primera, entre 1500-1530, que tuvo como eje a Santa María la Antigua del Darién y dispersó sus colonos hacia Panamá, Centroamérica, el sur de Colombia y el Perú; la segunda oleada, entre 1530-1560, cuyos ejes fueron Santa Marta, Cartagena y en cierto modo Coro, en Venezuela, empujaría a sus pobladores hacia el interior del Caribe hasta llegar a los Andes orientales y occidentales, atropellando cuanto poblado y habitante iban encontrando en su camino. Incluso se podría hablar de una tercera oleada que entró por el sur, algunas de cuyas huestes se diluyeron en el Caribe. En otros términos, los tiempos y los actos de la conquista y la colonia no fueron iguales para todas las regiones y culturas encontradas en Colombia como en América Latina. Al final el impacto y el producto fue el mismo: un holocausto humano. Sin embargo, los métodos y los modelos de operar contra las civilizaciones indígenas variaron. La alta o baja densidad demográfica impuso tácticas y estrategias militares diferentes. A su turno, el etnocidio produjo una disminución de la población, y con ella una caída de las cosechas, un aumento de los precios de los alimentos, un crecimiento de los salarios reales entre los colonizadores y una caída de los niveles de consumo per cápita entre los colonizados. En 1514 fue necesario traer puercos vivos, cazabe, tocino y maíz de Jamaica, y durante seis meses el aceite, el vinagre, las medicinas, la miel, el arroz, las almendras y otros productos se vendieron, en Santa 9
Carl Ortwin Sauer, The early Spanish Main, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, Berkeley, 1966.
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María la Antigua del Darién, a “muy caros precios”, por la escasez que había de ellos.10 Es posible que la Conquista, como la época de la Colonia, suponga unos efectos indirectos sobre comunidades no confrontadas u ocupadas por los europeos. Efectos ligados a la invasión biológica, a la diáspora, a la ruptura de sistemas de intercambios, a los conflictos territoriales, a la sustitución alimentaria y a la nostalgia, traducida en sentimientos o en ideas obsesivas de oposición, resistencia, revancha y suicidios personales o colectivos.11 Este sería el impacto interno vivido por mundos marginados de selva o de llanura, de bosque o de montaña que vieron llegar la invasión europea como un tsunami de pólvora y espadas. Esos pueblos despreciados, arrinconados y reducidos a medios hostiles reconstruirían formas de vida que apenas fueron reveladas cuando nuevas armadas de reconquista, de misioneros, de empresarios de materias primas hicieron su aparición en la selva y en los bosques alejados de la civilización.12 La historia del siglo xvi dejó abiertos los eslabones de unas cadenas informales de economías, culturas y crímenes que se mantienen vivos en Colombia y América Latina hasta el tiempo presente.13 Recurrir a la selva para defender los escombros de su civilización fue una de las direcciones de la diáspora propia de quienes enfrentaron la invasión española. Desconocemos en detalle las formas de sufrimiento vividas por desplazados originarios de etnias que huían de la presencia de las armadas de hispanos. Los ejemplos que estudiamos, al igual que la particularidad del territorio colombiano como escenario de crisis demográfica, cuestionan visiones que ciertos científicos y sabios de las ciencias sociales usan para uniformar con grandes cifras y grandes civilizaciones el peso específico de los pequeños números y
10
Juan Friede, cdihc, i, p. 55.
11
Alberto Flores Galindo, Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes, Instituto de Apoyo Agrario, Lima, 1987; Enrique Florescano, Memoria mexicana, Fondo de Cultura Económica, México, 2004.
12
Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes, siglo xvi: la región de los Llanos, Universidad de los Andes, Bogotá, 2010; Juan Rivero, Historia de las misiones de los llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá, 1956; Mary-Elizabeth Reeve, “Regional Interaction in the Western Amazon: The Early Colonial Enconunter and the Jesuit Years: 1538-1767”, en Ethnohistory 41:1 (Winter 1994), pp. 106-138; William Denevan, “The Native Population of Amazonia in 1492 Reconsidered”, en Revista de Indias, 2003, vol. lxiii, n.º 227, pp. 175-88.
13
Gonzalo Sánchez y Eric Lair (eds.), Violencias y estrategias colectivas en la región andina: Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2004.
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para invisibilizar los niveles de desarrollo y bienestar alcanzados por pueblos de otro nivel y organización comunitarios. Los años que siguieron a 1500 fueron desastrosos para las comunidades del Caribe colombiano, que enfrentaron el interés de los españoles por los metales preciosos, las perlas, los esclavos indios y las vituallas necesarias para sus huestes. Incluso durante estos primeros años la frontera continental creó el sistema de rescate como mecanismo de penetración y control para obtener el oro. Para operar, la guerra y la paz fueron defendidas por soldados y comerciantes. La guerra, por aquellos que buscaban rentas rápidas a base de oro y esclavos, y la paz utilizada por comerciantes que recorrían la costa canjeando con los indígenas oro por hachas y abalorios. Los primeros destruían mediante la fuerza, el fuego y los malos tratos, mientras que los segundos disolvían la cultura al actuar como ganadores entre la lógica mercantil y la de la reciprocidad practicada por los indios. Y fueron los primeros los que garantizaron a los segundos la posibilidad de construir nuevos mercados e intercambios a medida que se fueron asentando. Es decir, el principio de la guerra y el saqueo triunfaron sobre los intercambios como mecanismo de penetración, control y dominación. Entonces, no hay por qué asombrarse que en diez años pudieran morir miles y miles de nativos o que desaparecieran de los primitivos escenarios de la confrontación. El obispo fray Tomás Ortiz informaba al rey en 1531 que “toda la tierra por donde fue” el gobernador de Santa Marta “quedó tan destruida, robada y asolada, como si fuego pasara por ella, que por dañarlos solo, se destruyeron más de treinta mil fanegas de maíz que los indios tenían sembrado”.14 Se dice que, después de 1514, el licenciado Espinosa, en una de sus entradas, llevó al Darién 2000 esclavos y “que en ella mató 40 mil personas”, que el mismo Pedrarias despobló “400 leguas de tierra”, pues “toda la mayor parte de la gente que había […] desde el Darién hasta el Nombre de Dios y después atravesando de allí a la costa del Sur, es muerta y destruida a causa y culpa del gobernador” por haber consentido robos, “fuerzas y crueldades que los capitanes y gente han hecho y haberse quedado sin castigo”.15 La impunidad permitió que 14
Juan Friede, Colección de documentos inéditos para la historia de Colombia (1528-1532), Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1955, ii, p. 179.
15
Juan Friede, Colección de documentos inéditos para la historia de Colombia (1509-1528), Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1955, i, pp. 162 y 164 (citado en adelante como dihc).
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unos y otros repitieran su conducta en los años siguientes. La ausencia de justicia, el crimen oficial y el gobierno espurio habían nacido en América con la conquista. En 1550 se decía que “como de ninguna de las crueldades pasadas ha habido castigo, no pueden dejar de tratarlos con derramamiento de sangre y otros tormentos”.16 Y de las heridas de todos estos crímenes surgió el debate sobre el derecho de gentes, la guerra justa y las primeras denuncias e imágenes sobre el espíritu criminal que defendían, defendieron y han defendido los imperios, sus intérpretes y educadores en Occidente.17 La llamada invasión biológica ha querido usarse como escudo explicativo de la mayor matanza vivida por la humanidad en tiempos modernos. Es indudable que no fueron tanto las bacterias y los virus los que actuaron antes de 1530.18 Su acción exigía condiciones de vida establecidas por los hombres, de modo especial el hacinamiento, la mala alimentación y el desamparo médico, propios de la ausencia de servicios de salud al fundarse ciudades, pueblos y hogares de corte occidental. A más de estos seres minúsculos e invisibles hubo otra fiebre que generaba angustia y desorden mental: la ambición del oro y de esclavos que enriquecieron no solo a los españoles, sino a los empresarios que iban y venían por las rutas de Europa, el Centro de Asia y el Océano Índico. Hablando de Tierra Firme, Las Casas afirmó que “La pestilencia más horrible que principalmente ha assolado aquella provincia, a sido la licencia que aquel governador dio a los españoles para pedir esclavos a los caciques y señores de los pueblos”. Por ello de aquella provincia se han sacado más de quinientas mil ánimas.19 Pedrarias, gobernador de Santa María la Antigua del Darién, no solo adquirió para sí “dinero y perlas”, sino que, hacia 1521, tenía la “mayor parte de la tierra despoblada y la gente muerta”.20
16
“Mensaje de fray Jerónimo de San Miguel, Santafé del Nuevo Reino, 20 de agosto de 1550”, en Juan Friede, Fuentes documentales para la historia del Nuevo Reino de Granada, desde la instalación de la Real Audiencia en Santafé, tomo i, 1550-1552, Banco Popular, Bogotá, 1975, pp. 32-40 [p. 35].
17
Véase Bartolomé de Las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Istituto Italiano per gli Studi Filosofici, Napoli, 1991.
18
Los dos primeros tomos de la colección de documentos de Juan Friede que comprenden de 1509 a 1532 no traen referencias sobre enfermedades.
19
Las Casas, cit., p. 26-7
20
Juan Friede, dihc, i, pp. 152 y 157.
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Una población puede ser extirpada en breve tiempo según la presión que ejerzan sobre ella factores extraeconómicos. Y el siglo xvi es un ejemplo del desorden que llevó a una limpieza racial sistemática por parte de hombres armados que abrieron las puertas no solo a las enfermedades, sino a la huida y a la catástrofe humana. Mirando el siglo xxi, o sea cinco siglos después, hechos similares a la conquista parecen reproducir el pasado. En Colombia, solo en el año 2001, los tres actores de la guerra —ejército, guerrilla y paramilitares— hicieron posible el desplazamiento de 341.925 personas y de más 13.527 que huyeron a países vecinos. Los asesinatos fueron miles, como miles fueron las parcelas y habitaciones que desaparecieron. Esta lección contemporánea, que ha generado múltiples traumas sociales y humanitarios, no tiene ni ha tenido las connotaciones del drama de los indígenas del siglo xvi que soportaron, sin asociaciones de derechos humanos, la guerra justa, la intolerancia religiosa, la esclavitud, los crímenes atroces, la persecución por haber sido declarados caníbales, la destrucción de sus pueblos, el rapto de mujeres y el abandono de niños y ancianos. Así, la tragedia actual que deja más de cuatro millones de desplazados en Colombia en quince años sirve para medir y comprender la naturaleza del absurdo vivido en el siglo xvi, cuyos dramas no asimilamos, pero repetimos como si fuesen aventuras para refundar no el Nuevo Mundo de entonces, sino nuevas repúblicas con el amaño de todas las instituciones del Estado y con la complacencia de los imperios de turno.21 Y lo peor es la pretensión de negar o minimizar el drama por parte del Estado, de legisladores y de instituciones oficiales.
B. Conflicto-saqueo-trauma Las lenguas, los sistemas de organización del espacio y aprovechamiento de los recursos propios de su medio de muchas de las etnias que controlaban grandes extensiones territoriales desaparecieron rápidamente del horizonte histórico. El vaciamiento de importantes zonas del territorio nacional es uno de los grandes legados del mundo occidental a la historia del desastre demográfico del sistema colonial. Por ejemplo, si observamos los actuales departamentos de Magdalena, La Guajira y Cesar, encontramos un foco de esclavitud de indios para explotación de perlas, en Río Hacha. El otro foco de penetración fue la ciudad de 21 Codhes-Unicef, Un país que huye: desplazamiento y violencia en una nación fragmentada,
Bogotá, 2003, vol. 2, pp. 437-77.
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Santa Marta, un punto de descanso de las naves que se dirigían hacia el oeste de la costa caribeña y centro de búsqueda de esclavos indios antes de 1526, cuando fue fundada por Rodrigo de Bastidas.22 Aunque conocemos los esfuerzos de los españoles por someter las culturas de la Sierra Nevada de Santa Marta y las llanuras que le rodeaban, al igual que a los indios guajiros, muy poco sabemos de los pueblos que ocupaban el valle que se abría desde el Cabo de la Vela hasta el sur de Tamalameque.23 Sin embargo, un ejemplo del tipo de evidencias que se manejan en historia y que permiten sustentar ejercicios estadísticos de extrapolación, es el que corresponde a estos territorios. Según Fernández de Oviedo, los primeros conquistadores que arribaron a sus costas fueron los geógrafos Juan de la Cosa, Américo Vespucio y Alonso de Ojeda hacia 1499. Y muy temprano, hacia el 5 de julio de 1500, Rodrigo de Bastidas recibió licencia para conquistar los territorios comprendidos entre el Cabo de la Vela y la costa oriental del río Magdalena. Él y Juan de la Cosa descubrieron el Darién, en el golfo de Urabá. Aunque se trataba de viajes de reconocimiento, la región se fue convirtiendo poco a poco en centro de abasto de agua y de esclavos indios. De hecho, Bastidas llevó oro a la corte del rey para pagar sus quintos. Antes de 1510, Bastidas, Ojeda y Juan de la Cosa volverían a intentar fundar una población sobre el golfo de Urabá.24 Solo en 1526 se procedió a la fundación de la ciudad de Santa Marta, lugar que serviría de punto de penetración al interior del territorio y de conquista de la Sierra Nevada y sus alrededores. Pero los veintiséis años previos a la fundación de la ciudad fueron de saqueos y abusos contra los indios. Por ejemplo, en 1514, cuando Pedrarias Dávila pasó por allí con más de dos mil hombres rumbo al Darién, un grupo de ellos penetró más de tres leguas, matando algunos indios, esclavizando mujeres y robando algunos “lugarejos”, sin dejar nada de lo que hallaban, como depósitos con textiles que saquearon. Así, en uno de los pueblos visitados
22
Esteban Mira Caballos, “Indios americanos en el reino de Castilla: 1492-1550”, en Temas Americanos, Universidad de Sevilla, Sevilla, n.º 14, pp. 1-8; Carl Ortwin Sauer, The Early Spanish Main, University of California Pres, Berkeley y Los Ángeles, 1966.
23
Parece que Alfínger llegó hasta lo que hoy es Gamarra y Aguachica para subir luego hacia los Andes. Carl H. Langebaek, Indios y españoles en la antigua provincia de Santa Marta, Colombia: documentos de los siglos xvi y xvii, Uniandes-Ceso, Bogotá, 2007.
24
Juan Friede, dihc, i, 1503-1528, pp. 15-35.
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… se hobieron muchos y muy buenos penachos y hamacas y mantas de algodón e halláronse atambores grandes, de 6 o 7 palmos de luengo, hechos con un tronco vacuo de árboles gruesos, y encorados, colgados en el aire dentro de los buhíos, que sonaban mucho.25
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La descripción no constituye una referencia a las miles de curiosidades descritas por los cronistas, al gusto por la música ni al desarrollo de la industria textil, sino a la presencia de instituciones capaces de aprovechar excedentes tributarios para depósitos que atendieran necesidades materiales de la comunidad con el fin de preservar el tejido de sus ritos, y la cosedura del espíritu con la religión y con el universo de las formas visibles e invisibles. Los principios lógicos de la reciprocidad y la redistribución se materializaban en estos almacenes que garantizaban bienestar a la sociedad en tiempos de crisis. Y la Conquista era tiempo de desastres, de oscuras premoniciones, de escaseces y de muerte. La persistencia destructiva de los españoles afectó indudablemente la organización social indígena y la lógica que articulaba su economía al crecimiento y desarrollo de las comunidades. Así, la destrucción y el saqueo de depósitos volvió añicos el principio de la redistribución. Los lazos que ataban la presencia comunitaria al poder desaparecieron para dar fin a la solidaridad administrativa y principio al “sálvese quien pueda”. En su Summa de geografía, publicada en 1519, Fernández de Enciso habló de las sierras nevadas, donde hay “muchas poblaciones de indios encima della y muchas lagunas”. Además, los indios de esta jurisdicción recogían mucho algodón, labraban paños de muchos colores y las mujeres con plumas de papagayos y pavos usaban especies de diademas “tan bien obradas”, que ninguna “obra artificial” de las de España era “tan buena ni tan agradable a la vista”.26 Hasta aquí los cronistas no habían censado la población; sencillamente se admiraban de la fineza de los vestuarios y de las muchas poblaciones que había. Evidencias posteriores demostraron que las afirmaciones de Enciso eran válidas. En las sierras habitaba un conjunto de culturas que han logrado sobrevivir hasta hoy, poblaciones que han maravillado al mundo con sus obras líticas, sus tejidos y su orfebrería. En otras palabras, la adecuación de caminos, plataformas y habitaciones demostró que estos pueblos habían desarrollado conocimientos de ingeniería hidráulica, de metalurgia y
25
Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 80.
26
Martín Fernández de Enciso, Summa de geografía, Banco Popular, Bogotá, 1974, p. 265.
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de diseño arquitectónico.27 Y sobre todo, una división del trabajo y la presencia de especialistas en las industrias de la orfebrería, la agricultura, la técnica y la industria textil. Y tal división del trabajo suponía altos niveles de desarrollo y eficiencia, más que en sus instituciones, en sus principios lógicos.28 Con la fundación de Santa Marta se inició la política de reparto de pueblos que habitaban las zonas bajas de la sierra y los territorios que llevaban hacia el sur, hacia Valledupar. Las operaciones militares para someter pueblos rebeldes marcaron la pauta de un patrón de conquista que fue corriente en Colombia. Entonces, al menos hasta la fundación de Santa Marta en 1526, desconocemos cuál era el volumen de población que existía en la zona. Se sabe que donde no hubo indios, no hubo fundaciones. Mas no se necesita ser matemático para pensar que, al menos, la ciudad no se fundó en un desierto, como quisieran los que dudan de las magnitudes que resultan de los registros y de los ejercicios de extrapolación y proyecciones estadísticas. Si fuera así, no hubieran sido necesarias diversas expediciones militares, en los años que siguieron a 1526, para intentar someter a los pueblos de los alrededores. Los intentos del conquistador Palomino de someter Pueblo Grande y Tay rona fueron hechos sangrientos, tal como lo relató García de Lerma.29 Allí encontraron una “gran población” que “era cosa espantosísima”.30 Ante la resistencia, los españoles recurrieron al incendio y a la muerte de los indios.31 Entonces, sobre el primer tercio del siglo xvi conocemos las diversas operaciones militares, pero no el volumen de nativos en toda esa zona norte del actual departamento del Magdalena. Los primeros testimonios estadísticos provienen de 1560, pero en el caso de Santa Marta, todos los naturales estaban de guerra y no servían sino muy pocos, “y éstos por estar junto a la ciudad”. Entonces se dijo cómo 27 Varios, Ingenierías prehispánicas, Fondo Fen Colombia, Bogotá, 1990; Leonor Herrera
y Marianne Cardale de Scrimpff (eds.), Caminos precolombinos: las vías, los ingenieros y los viajeros, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Bogotá, 2000; Marcos Cueto (ed.), Saberes andinos: ciencia y tecnología en Bolivia, Ecuador y Perú, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1995. 28
Henning Bischof, op. cit.; Leonor Herrera Ángel, “¿Por dónde pasan los caminos tairona?”, en Leonor Herrera y Marianne Cardale de Schrimpff, Caminos precolombinos: las vías, los ingenieros y los viajeros, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Bogotá, 2000, pp. 137-65.
29
Juan Friede, dihc, ii, pp. 104-18.
30
Ibid., pp. 105-6.
31
Ibid., pp. 114 y 16.
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40 años antes, hacia 1520, la sierra estaba “muy poblada de naturales”, donde aún había ricas minas de oro que labraban. La relación anónima de 1560 dejó este testimonio e hizo referencia a la existencia de siete españoles con indios de repartimiento, los cuales sirven lo que “ellos quieren y quando quieren”.32 Para los escrupulosos en cifras se debería afirmar que la región no tuvo población entre 1500 y 1560. En consecuencia, allí no se vivió ningún tipo de trauma. Mas no se debe olvidar que el conocimiento solo progresa sobre hipótesis y no desarrollando credos en torno a imposibles. Es muy importante, para quienes estudian la historia de la población indígena en la América hispana, tener en cuenta el valor de las coberturas territoriales y las de población. Veremos cómo a medida que corre el siglo comienzan a aparecer referencias de una serie de pueblos en la zona, muchos de los cuales desaparecen y otros se aglutinan en un censo hecho en 1625.33 Es evidente entonces que, 125 años después del primer viaje de Bastidas, todavía quedaban en la región 1555 tributarios. ¿Cuántos pudieron ser hacia 1500? Se intentará un análisis cualitativo y luego una reconstrucción cuantitativa que nos aproxime a una respuesta sólida. El proceso de exterminio sistemático de la población en las provincias de Santa Marta, Cartagena y Urabá, antes y después de la fundación de núcleos urbanos, fue un hecho.34 Santa María la Antigua del Darién se fundó en 1510 para operar sobre el Darién; Santa Marta en 1526 para operar sobre la tierra adentro, y Cartagena en 1533 para conquistar las tierras al occidente del río Magdalena, las que irrigaban los ríos Sinú y San Jorge y todas las regiones que corren a las estribaciones de los Andes. Pero ni de antes de sus fundaciones ni de después de ellas tenemos registros sistemáticos de tributarios o de la población en general, al menos hasta 1560, cuando disponemos de una relación de repartimientos e indios distribuidos por todo el territorio de la Nueva Granada. Hacia 1544, un funcionario escribió que en la Provincia de 32
“Visita de 1560 (Anónimo)”, en Hermes Tovar Pinzón, No hay caciques ni señores, Ediciones Sendai, Barcelona, 1988, p. 109.
33
agi (Sevilla), Audiencia de Santa Fe, 50, “Relación de los repartimientos de encomiendas de Indios de la Provincia y Gobierno de Santa Marta cuántos son y qué personas los poseen y en que bidas y cuantos indios tiene alli presente cada repartimiento… (1625)”, citado en Carl Henrik Langebaek, Indios y españoles…, cit., pp. 165-95.
34
Mario Góngora, Los grupos de conquistadores de Tierra Firme…; Hermes Tovar Pinzón, La estación del miedo o la desolación dispersa: el Caribe colombiano en el siglo xvi, Planeta Editores, Bogotá, 1997, pp. 51-70.
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Cartagena había 40.000 indios tributarios, es decir, unos 162.000 indígenas. Y una relación de la provincia de Cartagena de 1571 registró la existencia de 123 pueblos de indios.35 Estadísticamente, la conquista parecería ser un proceso que fue de la nada hacia evidencias cuantitativas dispersas, menos sistemáticas que las evidencias cualitativas. ¿El rigor del número obliga a suponer que entre 1500 y 1560 había cero habitantes en la región, a pesar de las múltiples referencias de cronistas y funcionarios sobre una “abundante” población en la zona? ¿O los métodos enseñan que, al menos, deberíamos intentar una extrapolación de los habitantes de comienzos del siglo xvii a cualquier punto del siglo xvi? ¿O de los habitantes de 1560 a un punto cercano a 1500? Si renunciamos a unos ejercicios estadísticos, ¿deberíamos también desechar la información cualitativa que habla de capturas, saqueos, confrontaciones y crímenes? Los testimonios nos colocan frente a sociedades hostiles que, entre 1500 y 1560, y aun durante toda la dominación colonial, rechazaron a los invasores europeos, y de grupos de conquistadores que, al menos en el primer cuarto del siglo xvi, no tuvieron interés en poblar las llamadas provincias de Cartagena y Santa Marta. Su convicción era solo robar, quemar pueblos, saquear y esclavizar. Y los registros oficiales nos hablan de almonedas públicas en donde se remataban y vendían esclavos indios, y los informes de los funcionarios registran capturas, muertes y costos de sus operaciones de búsqueda y rescate de bienes. En el caso de la provincia de Santa Marta, la exploración y ocupación de la Sierra Nevada, sus regiones aledañas y el sur del territorio demandaron muchos esfuerzos de hombres en armas. El sur fue explorado, entre 1531 y 1532, por Ambrosio Alfínger, aunque los hombres de Palomino y García de Lerma lo habían hecho antes de 1530. Entre 1536 y 1542, Pedro Fernández de Lugo y Alonso Luis de Lugo habían rancheado y “saqueado los indios de la comarca”.36 Se dice que los primeros en entrar hasta Valledupar fueron Vadillo y su lugarteniente Pedro de Heredia, en 1528. Estos, y luego la expedición de García de Lerma, en 1529, dejaron todos los pueblos quemados, por lo que en 1530 los indios
35
Biblioteca de la Real Academia de la Historia (Madrid), Relaciones geográficas, 517, 14-6, “Descripción de la Gobernación de Cartagena” (1571).
36
José Ignacio Avellaneda Navas, La expedición de Alonso Luis de Lugo al Nuevo Reino de Granada, Banco de la República, Bogotá, 1994, p. 4.
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estaban “muy alborotados durmiendo por los campos siendo valle muy hermoso y rico y de mucha gente” y mucha caza.37 Tal vez por esto los alemanes centraron sus operaciones más al sur de Valledupar. Alfínger y otros soldados dejaron, como Robledo en el Cauca y Antioquia, informes sobre sus operaciones de conquista.38 Los testimonios de estos conquistadores son más importantes que las suspicacias de quienes, por ignorar la historiografía y por subjetivismo, sustentan vacíos humanos donde esperan tener censos sofisticados. Pero los centenares de testimonios de diversa índole ratifican la presencia de altas densidades de población. El portafolio de los métodos permite aproximaciones a las magnitudes humanas si combinamos las noticias a que hemos hecho referencia. El caso de Alfínger y su expedición de dieciocho meses por entre las tierras de la Provincia de Santa Marta, entre 1531 y 1532, y la expedición de Heredia durante seis meses por la región nororiental de la gobernación de Cartagena, en 1533, pueden ayudarnos a pensar que la información cualitativa también es un indicador del poder del número. Entre el 9 de junio de 1535 y el 13 de agosto de 1537, Felipe von Hutten capturó y entregó a su hueste 679 indios, en la marcha que hizo desde Coro a los Llanos del oriente de Colombia (cuadro 21).
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Cuadro 21. Indios y bienes capturados según del Diario de Felipe von Hutten, Fecha
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entre el 9 de junio de 1535 y diciembre de 1536 28-v-1535
Un pueblo
0
Quemado
9-vi-1535
n. d.
27 piezas de indios
Otro idioma
10-vi-1535
Canoabo
Algunos indios
14-vi-1535
n. d.
Algunos indios
26-vi-1535
Oytabo
60 presos
Gran pueblo, “Acuchillamos algunos”
vii-1535
Wanba
Huyeron
Volvieron con víveres
vii-1535
Girischy
No encontramos indios
vii-1535
Caborj y Waribo 20 piezas
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Pueblo
Capturas
Observaciones
Los libera
37
agi (Sevilla), Patronato 27-R-9, ff. 1r. a 9r. “Relación de Santa Marta (ca. 1550)”, (f. 7v.).
38
agi (Sevilla), Audiencia de Santo Domingo, 206, “Relación de la expedición de Ambrosio Alfínger, 9 de junio de 1531 hasta 2 de noviembre de 1533. Escrita por Esteban Martín, Maestre de campo de Ambrosio Alfínger” (citado en adelante como Relación de la expedición), en Fuentes para la historia colonial de Venezuela, cit., t. iv, pp. 253-74.
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Fecha
Pueblo
Capturas
Observaciones
Otro pueblo
100 piezas de indios
Repartidos entre ellos
17-vii-1535
Aparacherj
Unos acuchillados
Otros prisioneros
20-vii-1535
Hackarigua
30 piezas de indios
A unos “los hizo devorar por los perros en presencia de los demás”
27-vii-1535
n. d.
53 piezas de indios
Repartidos
30-vii-1535
n. d.
70 piezas de indios
Repartidos
18-viii-1535
Areras
No encontramos indios
19-viii-1535
Hamaritarj
Cacique y algunos
Los soltó
21-viii-1535
Sassaritatj
28 piezas
Repartidas
16-ix-1535
Gubleny
26 prisioneros
“Muchos víveres”
8-x-1535
Hackarigua
10 piezas de indios
Maíz para 3 meses
4-xi-1535
Simissimj
18 piezas
27-xii-1535
Conaio
40 piezas de indios
4-i-1536
Moabesu
0
25-i-1536
Weykyma
25 piezas
12-iii-1536
Suissibona
40 piezas
Otros acuchillados
1-iv-1536
Wathimena
100 piezas y cacique
Los quemamos
1-iv-1536
Cohemena
Algunos prisioneros
Algunos acuchillados
1-xii-1536
Waypiss
30 piezas
Repartidas
xii-1536
Punigniguas
Unos prisioneros
Otros acuchillados
xii-1536
Pueblos
2 prisioneros
Demás huyen
Total
679 prisioneros
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vii-1535
Muchos indios
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Otros huyeron
Fuente: Elaborado con base en “Informe de la India, dado por don Phillip von Hutten, de un manuscrito suyo que en parte se ha vuelto ilegible”, en Fuentes para la historia colonial de Venezuela…, cit., iv, pp. 349-70.
Aunque su marcha duró 30 meses, estas capturas se hicieron en 18 meses, es decir, 38 indios prisioneros por mes, sin contar los que no se registraron ni los que se acuchillaron, aperrearon y quemaron en su expedición. Fueron 30 meses en que los naturales soportaron el terror de la hueste que encontraba los pueblos vacíos, sus gentes huidas y los graneros con maíz y yuca para calmar el hambre. Según su relato, muchos indios fueron acuchillados y otros quemados,39 de tal manera que, 39
“Informe de la India, dado por don Phillip von Hutten, de un manuscrito suyo que
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antes de atravesar el río Túa, “debido al olor de los muertos, tuvimos que seguir a un pueblo llamado Sarena”. Esta masacre había ocurrido en el pueblo de Wathimena, donde fueron quemados en “una casa grande” más de 100 indios junto a su cacique. Nunca podremos saber con exactitud la población real de estas regiones, pero la información disponible sí puede contribuir a unos cálculos aproximados e irrefutables.40 Este es uno de los registros más tempranos que disponemos sobre la conquista de la vertiente oriental de la cordillera de los Andes. A pesar de la fonética alemana, algunos pueblos son reconocidos años después en la fonética española.
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C. Muchos pueblos como casales o aldeas
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Alfínger, otro expedicionario alemán, viajó desde Coro y Maracaibo para penetrar por el valle del río Cesar, pasar por Valledupar, explorar Tamalameque, el río Magdalena y los Andes del oriente de Colombia. Un área de más de 71.000 kilómetros cuadrados.41 Los conquistadores encontraron un sinnúmero de culturas y pueblos que fueron robados, saqueados y asaltados. Durante año y medio, los europeos operaron sobre esta región. Un registro detallado de hombres y mujeres, nunca se hizo, ni siquiera fue imaginado por estos expedicionarios. Pero sí dejaron notas de orden cualitativo y algunas cifras sobre aquello que observaron (véase el cuadro 22).
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Cuadro 22. Generaciones y pueblos recorridos por Alfínger, 1531-1532 Generaciones o etnias
Pueblos
Tiempo de permanencia
Fecha
Bubures Buredes Pacabueyes
Mococu
1 día
en parte se ha vuelto ilegible”, en Fuentes para la historia colonial de Venezuela…, cit., iv, pp. 349-70. 40
Ibid., p. 359. Los nombres de los pueblos indígenas están alemanizados, y Wathimena podría ser Usamena u Osamena. El río Túa está en los Llanos, cf. agn (Bogotá), Mapas y planos, Mapoteca 4, 219A, “Zona comprendida entre el río Meta y las montañas”, 1799. También Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes, s. xvi, tomo v: Región de los Llanos, Universidad de los Andes, Bogotá, 2010.
41
Instituto Geográfico Agustín Codazzi, Monografía del departamento del Magdalena, Bogotá, 1973, p. 118, y Monografía del departamento del Cesar, Bogotá, 1971, p. 79. El área de cada uno de estos departamentos era en estos años de 46.696 y 24.326 km2.
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Generaciones o etnias
Pueblos
Tiempo de permanencia
Fecha
Pauxoto
12 días
6-I-32*
Thamara
75 días
10-IV-3242*
Zompachay
2 días
Concepuza
2 días
Hara Acañas
Zondaguas
Zoncilloa
140 días
Potome
4 días
Cilano
4 días
Zomico
18 días
El Mene
20-IV-32/9-IX-32*
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17-IX-32/05-X-1532*
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Pemeos
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Ixarán
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Cenmoa
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Xiriguanas43
5 días
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Corbagos o
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Aruagas o aruacanas
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Fuentes: cuadro elaborado con base en Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia natural…, cit. iii, pp. 7-22 y “Relación de la expedición de Ambrosio Alfínger, 9 de junio de 1531 hasta el 2 de noviembre de 1533…”, cit., pp. 253-74. Los asteriscos anuncian el día en que partieron; las otras fechas corresponden al día en que llegaron.4243
La expedición de Ambrosio Alfínger salió de Coro el 9 de junio de 1531, recorrió los territorios de ocho “generaciones” o etnias, algunas de las cuales habrían de desaparecer antes de 1560 y otras sobrevivirían reducidas a un solo pueblo. Lo interesante de la relación que dejó Francisco Martín, y que parece fue la misma que usó Fernández de Oviedo en su Crónica, es la referencia a seis pueblos que llamaron la atención de la expedición de más de doscientos hombres. Estos núcleos de población parecían ser centros de poder de cacicazgos y señoríos. Para otros pueblos, de los cuales no se da su nombre, las referencias son genéricas. 42 La
Relación de la expedición…, cit., p. 258, dice que partió el 2 de abril, y Oviedo dice que el 10. Indudablemente hay un error en la transcripción que confundió dos con diez.
43
Relación de la expedición…, cit., p. 255. Aquí se transcribe como iriguanas o yriguanas. Usaremos la transcripción de Oviedo, que usa xiriguanas, y posiblemente de ahí se desprende el nombre actual del pueblo de Chiriguaná.
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Las descripciones de estos lugares, en donde se concentraban habitaciones y gentes, ofrecen ricas imágenes acerca del nivel de desarrollo alcanzado por esas comunidades: conocimientos técnicos, aprovechamiento del medio ambiente, abundancia de recursos alimenticios y una división del trabajo que suponía la presencia de intercambios y de grupos especializados en la sociedad. La organización espacial de las habitaciones, sus depósitos, sus lugares de concentración cívica y sus centros ceremoniales revelan una idea de separación de estos núcleos del de los hábitats dispersos. Lo urbano no es, pues, una idea exclusiva del Viejo Mundo, sino que también operó en América. En el pueblo Pauxoto los europeos estuvieron doce días, y desde allí decidieron remesar a la ciudad de Coro el oro hasta entonces recolectado. La expedición encargada de llevarlo debería volver con refuerzos, que nunca aparecieron.44 Una segunda expedición enviada en busca de la primera regresaría con ochenta hombres de refuerzo. Al salir de Pauxoto, el gobernador caminó por otros cuatro pueblos y fue a uno “que está 8 leguas de allí, el cual se dice Thamara, que asimesmo es de pacabueyes…”.45 Thamara, la ciudad de los mil bohíos levantada sobre el agua y rodeada a una, dos, tres y cuatro leguas de “muchos pueblos”, era el centro de un conglomerado de asentamientos que giraban en torno a ella. Mil bohíos suponían una población de 8000 habitantes, si se acepta que había ocho personas por bohío.46 No cinco o seis, ni dieciséis a diecinueve, como dicen otros cronistas.47 En 1560 los indios de Támara aún no habían sido tasados, aunque hacían a sus encomenderos sus casas, cuidaban sus sementeras y recogían y transportaban el maíz. Los naturales habían tenido “gran disminución”, como los de Mompox y Tenerife, por el excesivo trabajo de bogar canoas río arriba. Su extinción era prevista si no se cambiaba la navegación por barcos y el 44
Un relato del destino de esta expedición, muerta en las selvas del Perijá, la dejó Francisco Martín. Cf. Hermes Tovar Pinzón, Los fantasmas de la memoria: poder e inhibición en la historia de América, Universidad de los Andes, Bogotá, 2008, pp. 304-13.
45
Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 12; Gnecco Rangel Pava, El país de Pocabuy, Editorial Kelly, Bogotá, 1947.
46
Juan López de Velasco (Geografía…, cit., p. 198) afirma que en las riberas de los ríos Magdalena y Cauca los indios viven en “casas grandes cubiertas de paja, en que viven juntos 8 o 10 indios”.
47
Hermes Tovar Pinzón, No hay caciques…, cit., p. 67. En la visita de 1560 se dice que en Mariquita “la poblasón de los naturales es casas grandes de paja y en cada una viven cinco o seys yndios”, y están apartadas una de otra.
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abuso que se cometía con ellos. Los visitadores dieron en 1560 una población genérica de quinientos indios tributarios.48 Entonces, ¿cuántos indígenas eran en total? Dos mil treinta, si aplicamos el índice de 4,06 personas por tributario que utilizamos para el siglo xvi. Si aceptamos que 28 años antes había 8000 indígenas en los mil bohíos, la tasa de decrecimiento sería de 4,73 %, que es más baja que la de la caída de los quimbayas o la de los nativos de la Provincia de Pamplona para estos años de contacto. Si se incluye todo el espacio dominado por Thamara, ahora denominada Tamalameque, los volúmenes de población inicial cambiarían y aumentarían dichas tasas. Thamara no fue el diseño habitacional de mil bohíos, sino que su estructura física integraba otros anillos de poblados e incorporaba espejos naturales de agua y acuarelas verdosas de sabanas y bosques. Los europeos se encontraron asaltados por la posición geográfica de la “ciudad”, la organización de sus espacios cívicos, adornados con plantas trasplantadas de su medio, la importancia del abasto de alimentos y la división del trabajo en actividades industriales. Con respecto a su posición geográfica, se dijo que Thamara estaba junto al río llamado Xiriri y luego entraba en “una laguna grande, que tiene de ancho cuatro o cinco leguas”, faltándole poco para “ceñir todo el pueblo con el río”. Thamara era la “mejor y mayor población que los cristianos” habían “visto en aquellas partes”: está en alto, “goza de muy buenos aires y tiene muchas sabanas y muy poco monte”. A su alrededor hay otros “muchos” pueblos “a dos y tres y cuatro leguas […] que son como casales o aldeas” y, como otros muchos pueblos, acuden a Thamara como si fuese una metrópoli o cabeza de provincia.49 La descripción es fantástica, pero ajena a la ficción. Lo maravilloso es que esta Venecia del trópico desapareció con la población que la había creado. Los hombres de Palomino, los de García de Lerma, los de Heredia y los alemanes habían llegado a sus alrededores e incluso a su propio seno para destruirla. Según se informó en 1533, después de haberse realizado otra expedición más al valle de Upar y a los pacabueyes, que toda la dicha tierra se halló “destruida y robada y los indios muertos por los caminos”. Sin embargo, cada viajero se admiraba de Támara por ser “la mayor que hay” y se ha visto en estas partes.50 48
Hermes Tovar Pinzón, No hay caciques…, cit., pp. 102-3.
49
Relación de la expedición…, cit., pp. 257-8: Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 12.
50
Juan Friede, dihc, iii, pp. 51 y 63.
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Sobre la decoración y el uso de los espacios cívicos, tenía “dentro del pueblo […] unos árboles altos a manera de robles muy hermosos”, criados por los indios, los cuales eran sembrados a mano donde mejor les convenía “para adornar y hacer sombra a sus plazas e casas”.51 Sus recursos alimenticios eran abundantes, en frutas, cereales y carnes. El agro era generoso por sus guayabas y muchas naranjas, no como las de España. Había mucho pescado y caza de perdices, “i[g]uanas” y “multitud de venados”.52 Indudablemente, todos estos oficios y actividades constituyen evidencias del bienestar, propio de la redistribución y la reciprocidad que articulaban los tejidos sociales y servían de pilares a su economía comunitaria. La evolución y madurez de su desarrollo se materializó en una creciente división del trabajo. Así, la concentración de población en aldeas supuso la especialidad en actividades industriales y artesanales y, de hecho, la aparición de una demanda agregada de alimentos:
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Los vecinos deste pueblo, por la mayor parte, labran oro, e tienen sus forjas e yunques e martillos, que son piedras fuertes: algunos dicen que son de un metal negro, a manera de esmeril. Los martillos son tamaños como huevos o más pequeños, e los yunques tan grandes como un queso mallorquín, de otras piedras fortísimas. Los fuelles son unos canutos tan gruesos como tres dedos o más, y tan luengos como dos palmos. Tienen unas romanas sotiles con que pesan, y son de un hueso blanco que quiere parecer marfil; y también las hay de un palo negro, como ébano. Tienen sus muescas e puntos para crecer y menguar en el peso, como nuestras romanas; pesan en ellas desde peso de medio castellano, que son 48 granos, hasta un marco, que son cincuenta castellanos, que es ocho onzas; y no más, porque son pequeñas romanas.53
Este conocimiento técnico despareció, como todo lo relativo a la redistribución y al funcionamiento de las instituciones de bienestar. El colonialismo transformó a sus habitantes en herramientas de un mecanismo de transporte, como fue la boga en canoas por el río Magdalena.54 51
Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 11.
52
Relación de la expedición…, cit., p. 258; Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 11.
53
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, pp. 11-12; Relación de la expedición…, cit., p. 258.
54
Antonio Ybot León, Los trabajadores del río Magdalena durante el siglo
xvi:
geografía
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Por ello, en octubre de 1539 se mandó que ningún vecino de “Cartagena y Santa Marta” sacaran “indios de una ni otra parte del Río Grande de sus pueblos indios para llevarlos a otras partes”.55 Entonces, ¿frente a una comunidad tal es viable desarrollar hipótesis sobre su población y su desaparición? El gobernador Ambrosio Alfinger y sus gentes estuvieron en Thamara “dos meses y medio, sin que ninguno de los cristianos” se enfermase, pues antes bien ellos juzgaron a este pueblo como “el más sano de cuantos pueblos vieron, e donde más niños había”.56 Y si una sociedad ve a sus niños crecer sanos es porque al menos el sistema alimenticio y sanitario funciona con eficiencia. Y esto ocurría en Thamara y sus alrededores en el momento en que llegaron los europeos. ¿Entonces, es posible hacer tábula rasa de toda esta información y suponer que este era un pueblo de fantasmas porque el único número que poseemos es parcial y se refiere a bohíos y no a seres humanos? El colonialismo tiene la virtud de invisibilizar evidencias y, según sus conveniencias, reducir el mundo de los hombres a la nada, o cuando menos a la duda. Y si Thamara era el centro de un poder político, ¿cuántos habitantes giraban a su alrededor? Después de haber estado 75 días en Thamara, los europeos se dirigieron a Zompachay, donde se enteraron de la existencia de otros pueblos ricos en oro, como Zumití,57 que se decía era mayor que Thamara. El río Magdalena parecía levantar una barrera a la intención de los europeos de conquistar aquella mítica ciudad, ubicada en la ribera occidental de dicho río. Traed clavos y materiales para hacer barcos que nos permitan vencer la corriente, tal era la invocación de Alfínger al capitán Francisco Martín cuando fue enviado a Coro para que averiguara por el destino de la expedición de Vascuña. Sin embargo, aunque pasaron el río, no pudieron trazar la ruta hacia Zumití. Luego llegaron a Ixarán, ciudad de los zondaguas, poblado de “buena gente” y donde los cristianos se dispusieron a descansar por
histórica, economía, legislación del trabajo, Talleres Gráficos Véritas, Barcelona, 1933; y La arteria histórica del Nuevo Reino de Granada: los trabajadores del río Magdalena y el canal del Dique, según documentos del Archivo General de Indias de Sevilla, Editorial abc, Bogotá, 1952. 55
Real Academia de Historia, Colección de documentos inéditos de ultramar, Madrid (18851932), 25 volúmenes, 1928, tomo xxi, p. 219.
56
Relación de la expedición…, cit., p. 258; Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 12
57
Posiblemente la región de Simití.
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estar el territorio muy anegado. Estuvieron allí dos meses.58 El 9 de septiembre de 1532 abandonaron Ixarán para explorar, en el cabo opuesto de la laguna donde se levantaba Thamara, los pueblos de Potome, Cilano y Zomico, que entregaron abundante oro. Sus poblaciones eran “grandes y con mucha gente”. A Zomico arribaron el 17 de septiembre de 1532 para explorar otros pueblos de sus alrededores y reforzar sus guías y cargadores, que habrían de acompañarlos en su expedición hacia la sierra. Zomico era “muy poblado y abundante”, rodeado todo de agua. Recibieron muy bien a los europeos, y como en Zompachay, les informaron de los pueblos abundantes de oro que estaban al otro lado del río, especialmente Zumití. Despertaron su ambición diciéndoles que allí todas las vasijas en que comían, sus armaduras, dúos (asientos) y hierros de las lanzas eran de oro.59 Mientras recogían peinetas, collares, asientos, armaduras, zarcillos, manillas y otras piezas todas de oro, lograron sumar un botín de más de 2000 pesos de oro.60 Parece que el lugar era un centro ceremonial y de culto a sus ancestros, según se desprende de la descripción del espacio reservado, posiblemente, a uno de sus caciques:
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Allí se halló un buhío a manera de mezquita o casa de oración desta gente, dentro del cual estaban cuatro palos hincados en tierra, teñidos de color roja de brea, y ocupaban 40 pies de espacio en cuadro, porque de un palo a otro había diez pies; y estaban cercados de mantas pintadas, y las cabezas de los palos tenían sendos rostros de hombres de relieve, entallados y pintados de la misma color. Y dentro deste entoldamiento o cuadra estaba un cuerpo muerto de un indio metido en un ataúd de madera y muy bien hecho, y envuelto aquel difunto en dos mantas blancas de algodón, y el ataúd colgado de otra manta blanca; y de fuera de la cámara estaban dos catauros, que son a manera de cestas llenas de cortezas de encienso, o de tales árboles que olían como encienso, y a manera de goma mezclada allí con ello, del mesmo olor; y muchos arcos y flechas a la redonda colgados, y muchas cosas de rescate, de las que en aquella tierra se tractan, colgadas dentro de la cuadra; e fecha una puerta de las mesmas mantas, por donde entraban a ella. Y un poco más alto que el ataúd estaba un canastico ancho 58
Relación de la expedición…, cit., p. 260.
59
Fernández de Oviedo, Historia…iii, pp. 13-5.
60
Ibid., p. 14. Dos mil pesos de oro hacían más o menos unos 10 kilos. No es extraño entonces que lo recogido pesase esto.
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que llaman manari, lleno de oro, en que había dos petos o armaduras semejantes a peto de oro, con telas muy bien labradas, que tomaban todo el pecho de un hombre (la una de estas piezas redonda y la otra escotada para el asiento de la garganta) y un collar muy gentil, y otra pieza a manera de taza, con su sobrecopa, de oro todo lo que es dicho.61
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Los conquistadores partieron el 5 de octubre de 1532, con 82 hombres de refuerzo que había traído Francisco Martín desde Coro y Maracaibo. Ambrosio Alfinger, con cerca de 300 españoles y alemanes, inició la primera expedición hacia los Andes orientales de Colombia. En las alturas estaría El Mene, la llamada ciudad quemada, que tanto lamentaron los españoles, pues necesitaban un refugio para reponerse del cansancio y defenderse de las condiciones del clima. El Mene era una importante ciudad de los aruagos, una “generación” que no alcanzaron a someter y que en su intento le costaría la vida al gobernador Alfínger. Las ciudades, pueblos y etnias, visitadas 32 años después de que los europeos llegaron a las costas de Suramérica, seis años después de la fundación de Santa Marta y cuatro años después de las primeras expediciones por territorios de los pacabueyes, dejan ver que durante más de 30 años sus gentes sabían de la presencia de seres tan extraños y cargaban una sombra de temores ante el arribo de tales personajes. Entonces huir, esconderse y abandonar los pueblos fue el primer recurso de sociedades expuestas a los desastres de una nueva tecnología de armas y de formas de operar medios de transporte como los caballos. En El Mene, los pobladores tenían escondidas sus haciendas, y el maíz “enterrado en los buhíos”. Ellos pertenecían a la generación de los corbagos, tenían “grandes pueblos”, apartados unos de otros, muchas labranzas de maíz, icoraotas (habas),62 raíces como zanahorias, apio y “otra fruta, aniana, de turmas de tierra”.63 Si una expedición de más de 200 hombres pudo sobrevivir entre estas culturas durante año y medio, ¿quiénes los sustentaron y les sirvieron de guías y cargadores? ¿Eran tantos que los europeos buscaron un sometimiento pacífico o eran tan pocos que no hubo interés en ellos? Pauxoto y Thamara eran ciudades de los pacabueyes, así como Zompa61
Ibid., p. 14.
62 La i puede ser una conjunción; por tanto, la palabra debería ser coraotas (habas). Po-
dría ser una mala transcripción de caraota. 63
Ibid., pp. 17-8. Corbagos puede ser una mala transcripción de aruagos, pues la u puede sonar como v, y la co pudo ser a.
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chay, Ixarán y Zomico eran las capitales de los zindaguas. La densidad demográfica de estos pueblos y su riqueza son hechos relevantes para los conquistadores: eran muy ricos, por lo que vieron y oyeron, muchos “de grandes pueblos y muy cerca unos de otros”, y el término de su jurisdicción nunca se supo dónde quedaba.64 Si bien la mayoría de los pueblos que atravesaron no eran muy grandes, aquellos que representaban los ejes del poder sí lo eran. Cerca a El Mene65 vieron un pueblo con veinte casas o bohíos, “al cual pegaron fuego los indios” cuando vieron a los cristianos. Luego huyeron, al igual que lo habían hecho los habitantes de El Mene y de otros lugares recorridos.66 La tierra estaba densamente poblada. En esta expedición murieron ocho cristianos y más de 120 indios “de los que traían” como cargueros y gentes de servicio.67 La información que dejaron los primeros conquistadores constituye una aproximación al conocimiento de estos mundos antes de que el deterioro y las fisuras introducidas por el colonialismo arrasaran con su existencia. Toda evidencia oculta cálculos y conductas que apenas cristalizan en las trastiendas simbólicas del lenguaje. Otras evidencias son más explícitas acerca de lo cuantitativo y lo cualitativo que estructuraron estos universos perdidos. Como lo escribieron sus actores, muchos de estos indios “nos esperaban y nos daban oro y de lo que tenían y otros no nos querían esperar”, antes bien, “dejaban sus casas y huían a los montes”.68 En últimas era el miedo a seres acorazados, a sus armas de fuego, a sus espadas, a sus caballos y a sus perros lo que condicionaba la paz o la resistencia. El oro y los alimentos constituyeron elementos de intermediación política, pero no fueron suficientes, porque el miedo les llevó a huir, a esconderse y a hacer lo mismo con sus recursos alimenticios. En El Mene se halló el maíz escondido
64
Relación de la expedición…, cit., p. 259.
65
Ibid., p. 264, dice que El Mene tenía 50 bohíos.
66
agn (Bogotá), Visitas Santander, 3, ff. 744 bis, r. Antes de 1560 El Mene fue de su majestad, de Juan de Penilla y estaba en lo que llamaron el valle de Myser Ambrosio, f. 716r. En 1550 el pueblo de El Mene, con su cacique Megica y todos sus sujetos y principales, fue dado en encomienda a Ortún Velasco, uno de los fundadores de Pamplona.
67
Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 17; Relación de la expedición…, cit., p. 267, “llegamos a un valle muy grande y muy poblado de la dicha generación haruagos los cuales quemaron sus pueblos al vernos…”.
68
Relación de la expedición…, cit., p. 255.
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“y otro enterrado en los mismos bohíos”.69 Otros optaron por quemar sus habitaciones. Quemar pueblos y alimentos era una forma de resistir. Algunos esperaron a los blancos y luego huían, en medio de la oscuridad. Otros optaron por la resistencia militar. ¿Cuántas sementeras, cuántos hogares y cuántos pueblos fueron destruidos? Lo más dramático parece haber ocurrido sobre los Andes, pues en El Mene los indios hostigaban a los españoles todos los días y revelaban su ánimo belicoso con bocinas “de cobos grandes, que se oían de muy lejos, e con tanta grita y alaridos que parecía que aquellos valles e peñas se abrían”.70 Pero el miedo, la diáspora, el incendio de pueblos y la resistencia no fueron decisiones arbitrarias de los nativos, sino el resultado de unas experiencias históricas que les condujeron por los caminos del conflicto. Los yriguanas se mostraron “amedrentados”, como los otros pueblos, “y no se fiaban de nosotros”.71 Muchos caciques respondieron a Alfínger que huían porque pensaban que ellos eran gente de Santa Marta, de los mismos “que los habían robado y matado y llevado algunos dellos”. Los llamados hombres de Santa Marta se ensañaban con ellos obligándoles a pagar oro de rescate a cambio de su libertad. Unos pagaban cincuenta, ochenta o cien castellanos. Y cuando no tenían oro para pagar, los llevaban presos a Santa Marta.72 Al entrar a la generación de los aruagas, los indios, “quemaron sus pueblos”. Entre tanto, los cristianos marchaban y seguían encontrando muchos poblados “que ninguno dejaban de quemar los indios”, si la hueste se dirigía hacia ellos. En la cima de la sierra se halló un pueblo de hasta 200 bohíos, otro en la ladera, a media legua, “de 800 buhíos e más”, y más adelante, en un valle los indios rodearon a los españoles y mataron de un flechazo en la garganta al gobernador Ambrosio Alfinger.73 Estas evidencias son las que ayudan a soportar y sustentar las tendencias que nos ofrece la estadística. Y lo que ocurrió en el Caribe y en los Andes en estos primeros años de la conquista fue la acción y reacción común de todos los pueblos que los europeos encontraron en las diversas regiones de Colombia.
69
Ibid., p. 265.
70
Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 19.
71
Relación de la expedición…, cit., p. 255.
72
Ibid., p. 255; Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 9.
73
Relación de la expedición…, cit., pp. 267-8; Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, 20.
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D. Las estaciones de la esclavitud
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Con Cartagena ocurrió un fenómeno similar al de Santa Marta. Desde 1502, cuando Bastidas descubrió el puerto de Zamba, el lugar donde fundó Cartagena, islas de Arenas, San Bernardo, Barú, isla Fuerte, la desembocadura del río Sinú, la isleta de Tortuga, el promontorio de Caribana y el golfo de Urabá fueron elegidos para rescatar oro y sacar indios esclavos hacia España y las Antillas. En 1522 Bastidas envió gentes armadas a saquear “la isla de Codego que está en la boca de la Bahía e puerto de Cartagena, y tomaron al Cacique Carex e hasta 500 ánimas de indios e indias chicos y grandes, a barrisco74 salteados”, que llevaron a vender por las islas del Caribe después de robar más de 10.000 o 12.000 pesos de oro.75 Las costas de Cartagena sirvieron para eso: obtener oro e indios esclavos, mantas, maíz y alimentos de los depósitos que tenían los nativos en sus poblados,76 sobre todo después de la real provisión de octubre de 1503 que declaró rebeldes y caníbales a los indios de Cartagena y de las islas antes mencionadas. La reina Isabel mandó que “los puedan cautivar y cautiven para los llevar a las tierras e islas donde fueren, y para que los puedan traer y traigan a estos mis reinos y señoríos y a otras cualesquier partes y lugares do quisieren y por bien tuvieren…”.77 Así, el mercado de indios esclavos del Caribe colombiano quedó legitimado para los viajeros, conquistadores y tratantes que podían venderlos en las Antillas o enviarlos a los mercados de la Península. Al menos en Santa María la Antigua, hacia 1520 los indios esclavos se herraban y se guardaban hasta que se sacaban a “la almoneda para venderlos”.78 Las primeras cifras conocidas sobre 1493-1550
74
Barrisco: adverbio. “En junto, sin distinción”.
75
Un peso de oro valía 450 maravedís. Un marco valía 2380 maravedís, es decir que en pesos de oro de 450 maravedís equivalía a 5,3 pesos de oro (5 pesos 2 tomines). Un marco pesaba media libra de Castilla. Entonces, una libra de Castilla equivalía a 2 marcos de oro. Así, 12.000 pesos de oro equivalían a 120 libras de oro. De igual manera, 10.000 pesos equivalían a 100 libras de oro.
76
Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, pp. 63 y 7.
77
Richard Konetzke, Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810, vol. i (1493-1592), Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1953, p. 15.
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nos revelan 1906 indios enviados legalmente como esclavos a los reinos de España.79 No se sabe cuántos indios se esclavizaron en Santa María, Cartagena y Santa Marta. Por ejemplo, el 6 de julio de 1514 se remataron en Santa María la Antigua 15 indios llevados de Santa Marta e isla Fuerte por 48.600 maravedís (108 pesos de oro), o sea, a un valor promedio de 7 pesos y 2 tomines.80 Entre tanto, todos los 15 indios esclavos de sus Altezas, llevados de La Española a Santa María el 23 de julio de 1520, murieron.81 Entre julio y diciembre de 1536 se vendieron en Cartagena de Indias 374 esclavos —261 hombres y 113 mujeres— a un precio promedio de 6 pesos y 3 tomines (los hombres a 6 pesos y 5 tomines, y las mujeres a 6 pesos y un tomín).82 Las evidencias constatan la presencia en el Caribe de un mercado circular de indios esclavos en los primeros cincuenta años de la colonización: de Santa Marta a las Antillas y el Darién, y de aquí a La Española y a la península ibérica. Muchos de ellos murieron en cautiverio. Hacia 1536, los precios eran más o menos los mismos en Cartagena que en el Darién hacia 1514. Posiblemente los costos de transporte constituían un valor agregado para los indios traídos a vender desde regiones distantes. En 1521, siendo Oviedo gobernador de estas tierras, recogió de entradas a los indios 70.000 pesos de diversos oros que llevó a fundir a Panamá.83 En 1533 el obispo de Santo Domingo sostuvo que los españoles entendían la orden de poblar como un derecho para “robar el oro y lo que los indios tienen”, y al volver a la ciudad, se comen lo robado y “cuando se les ha acabado júntanse para hacer” otra entrada. Y como
79
María del Carmen Borrego Plá, “Esclavos y libertos en la sociedad de Cartagena de Indias, siglos xvi y xvii”, en Temas Americanistas, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1995, n.º 12, pp. 1-5; Esteban Mira Caballos, “Indios americanos en el Reino de Castilla, 1492-1450”, en Temas Americanistas, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1998, n.º 14, pp. 1-8.
80
Juan Friede, dihc, i, pp. 50-6. Estos indios fueron rematados en almoneda pública, y como pertenecían al rey, sus precios eran bajos, pues lo que les interesaba a los funcionarios era obtener el valor aproximado de los quintos.
81
Juan Friede, dihc, i, p. 63. En 1536 el quinto pagado por hombres fue de 6,28 pesos, y por mujeres, 6,20. Véase el gráfico 2 y el cuadro 3 del capítulo 2.
82
María del Carmen Gómez, Pedro de Heredia y Cartagena de Indias, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1985, pp. 428-31. Los cálculos son nuestros.
83
Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 68. Esto supondría unas 0,350 toneladas de oro, pero como es de diversa fineza, sería necesario saber a cuántos pesos quedaron reducidos después de su fundición.
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Principales f undaciones españolas Ruta de Gonzalo Jiménez de Quesada (1536 - 1538)
12,5 25
50
75 km
Fuente: H. Tovar 2012
Mapa 4. Colombia: invasión a los Andes centro-orientales
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los indios comprenden que se trata solo de robar, se alzan contra los españoles.84 Queda claro que lo que estimulaba la rebelión de los nativos no era la naturaleza de su cultura, sino la de los europeos. Hay quienes suponen que antes de la fundación de Santa Marta (1526) y Cartagena (1533) no hubo intereses españoles en la costa caribeña de Tierra Firme. Pero se sabe que después de Colón hubo continuadores que podrían llamarse “alteradores y destruidores de la tierra”, pues su fin “no era tanto de servir a Dios y al Rey”, sino “de robar”.85 Tal fue el caso de Juan de la Cosa y los hermanos Luis y Cristóbal Guerra, que en 1504 acordaron repartirse el palo brasil recolectado en América y venderlo en España junto con los indios esclavos que capturaran en Tierra Firme. Este concierto los llevó a la isla de Codego, cerca del puerto de Cartagena, en donde capturaron “más de 600 ánimas”, soltaron los indios flacos y viejos y se llevaron las mejores piezas. Visitaron isla Fuerte, el golfo del Sinú, el golfo de Urabá y subieron por el río Darién hostilizando y capturando indios y robando el oro, mas no osaban ir muy adentro, porque “topaban muchos indios”.86 Oviedo sostuvo que esta no era una manera de descubrir y rescatar, sino de asolar.87 Durante dieciocho meses estuvieron por estas regiones, donde murieron cien hombres de la hueste. Al retornar arribaron al puerto de Zamba, que estaba abandonado y los indios huidos.88 Para calmar el hambre optaron por matar y comer la asadura de un indio. El canibalismo que era razón legítima de la “guerra justa” y de la esclavitud, no lo era para los españoles, que acudían a él para sobrevivir.89 Hacia el año de 1506 estos expedicionarios regresaron a Cuba con el botín recogido en estas “entradas”. Luego, en 1508 le correspondería a Diego de Nicuesa y a Alonso de Ojeda repartirse las gobernaciones de Veragua y de Urabá, divididas por el golfo del mismo nombre. Ojeda podía
84
Juan Friede, dihc, iii, p. 68.
85
Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 130.
86
Ibid., pp. 132-3.
87
Ibid., p. 131
88
Fue a este puerto de Zamba adonde se dirigió Heredia en enero de 1533 cuando recibió la gobernación de Cartagena. La región ya había sido explorada e intervenida por los europeos hacía más de 25 años. El relato de Heredia de 1533 hace suponer que apenas se descubrían estas tierras (Juan Friede, dihc, iii, pp. 20-1).
89
Juan Friede, dihc, iii, p. 25. En 1533 Pedro de Heredia mandó ahorcar algunos indios que comían carne humana. Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 133.
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“prender y cautivar esclavos indios” de Caramarí, Codego, islas de Barú, San Bernardo e isla Fuerte, lugares cercanos a Cartagena, para llevarlos a vender a la isla La Española, pues desde la boca del Drago y la isla de la Trinidad, estaba todo poblado “de indios caribes flecheros” que comían carne humana.90 Alonso de Ojeda, que llevaba a Juan de la Cosa como lugarteniente, saltó a tierra, tomó el pueblo de las Ollas, muy cerca de la costa, donde 100 indios que resistían fueron quemados vivos. De la Cosa siguió a otro pueblo, Matarap, que fue saqueado: el botín alcanzó a 8000 o 9000 castellanos y 100 prisioneros, la mayoría mujeres. Al ser ocupado el pueblo, los guerreros y caciques huyeron al monte para regresar en la noche, reconquistar el poblado y dejar muertos y heridos a 100 españoles, entre ellos a Juan de la Cosa.91 Con los refuerzos de Nicuesa llegados dos días después de la masacre de los españoles, Ojeda preparó el castigo y la venganza. Así, Nicuesa hizo desembarcar 150 rodeleros, 60 ballesteros y 40 “con sus coseletes e picas y 40 empavesados”, es decir, cerca de 300 hombres que marcharon sobre Matarap, vigilado por 500 “indios flecheros”. Nicuesa entró en la noche con sus hombres por tres partes, rápidamente quemaron los bohíos llenos de indios y Matarap vio pasar por el filo de la espada a 300 indios y a “muchas más mujeres y niños”, de tal manera que a las “diez horas del día, no había en todo el pueblo indio vivo, chico ni grande”.92 Como las “casas eran de madera y hoja de palmas”, el pueblo “ardió bien. Escaparon algunos indios con la oscuridad; pero los más o cayeron en el fuego o en el cuchillo de los nuestros, que no perdonaron sino a seis muchachos”. Nicuesa había ordenado a su tropa no tomar ningún despojo ni perdonar “la vida a indio ni india”, so pena de muerte. Por eso no hubo sobrevivientes. Así se vengaba la muerte de 70 españoles, entre los que se encontraba Juan de la Cosa, quien había saqueado Matarap, robado 8000 o 9000 castellanos de buen oro y había tomado 100 prisioneros, la mayoría mujeres.93 Su muerte fue el resultado del desborde de su ambición y crueldad. La revancha criminal de Nicuesa quedó como un testimonio de por qué los indios temían a los españoles. Este patrón de acuchillar y quemar indios condujo a la su-
90
Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, pp. 137-38.
91
Ibid., p. 138.
92
Ibid., p. 140.
93
Ibid., pp. 139-40.
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blevación de muchos pueblos indígenas, tal como ocurrió en 1533 con La Ramada y Seturma, en la provincia de Santa Marta.94 La costa caribe colombiana, en general, alivió la crisis económica de las islas del Caribe entre 1500 y 1520 y fue un segundo foco de rescate, esclavitud y muerte antes de que se descubrieran México y Perú. Los hechos de Matarap dejaron como teniente de Alonso de Ojeda a Francisco Pizarro, el futuro conquistador del Perú.95 Ojeda intentó en 1505-06 fundar la primera ciudad de Tierra Firme en San Sebastián de Urabá, pero Pizarro, encargado de su defensa, tuvo que abandonar la población. Nuevamente en 1509 se intentó volver a fundar esta ciudad, pero al no retornar Ojeda, Pizarro tuvo que abandonar el lugar. La presencia de Enciso, que había naufragado en Caribana, hizo a Pizarro su lugarteniente y ambos pasaron el golfo, asaltaron el pueblo de Darién, cuyo cacique era Cemaco, juntaron un botín de 13.000 pesos de oro y Enciso fundó, en 1510, la ciudad de Santa María la Antigua del Darién.96 No habían pasado 10 años de los primeros contactos, y ya centenares de españoles habían muerto en las costas del Caribe al lado de miles de indios. Aún no se había fundado Santa María la Antigua del Darién, la primera ciudad de Tierra Firme y centro de penetración hacia Panamá y Centroamérica, hacia el Sinú, hacia el Chocó y hacia los Andes, y ya la región caribe se había transformado. Hacia 1515, Vasco Núñez de Balboa narró cómo desde el Darién se llevaron a cabo cinco expediciones que comprometieron 580 hombres, de los cuales murieron 76 y 140 desaparecieron. La primera expedición salió con 120 hombres hacia la sierra de Urabá, otra fue con 80 hombres hacia el golfo de San Miguel, la tercera salió por Caribana hacia el Sinú con 140 hombres y se evaporó en el calor del trópico, otra salió con 190 hombres hacia el Dabaibe, y una más fue por el río Darién arriba con 50 hombres. Todas estas operaciones supusieron enfrentamientos, genocidios e incendios de pueblos. Así, los que fueron a la isla de las Perlas no solo quemaron el pueblo y el maíz, sino que recibieron por esclavos indios venidos de la llamada isla Rica. A Gaspar Morales se le acusó de haber degollado cien indios e indias, “la mayor parte mugeres y muchachos”, de tal
94
Juan Friede, dihc, iii, pp. 61-2; Carl H. Langebaek, Indios y españoles…, cit., pp. 59-157, sobre el levantamiento de los indios de esta misma provincia en 1599.
95
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general…, cit., iii, p. 141.
96
Ibid., pp. 142-3. P. Severino de Santa Teresa, O. C. D., Historia documentada de la Iglesia en Urabá y el Darién: desde el Descubrimiento hasta nuestros días, vol. i, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá, 1956.
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manera que ninguno escapó. Los de Urabá regresaron con 3000 pesos de oro, los del Dabaibe estuvieron más de 10 días informándose de la minas de oro de la región y capturaron piezas de indios del cacique de Dabaibe, que estaba alzado contra los españoles, mientras que los del río Atrato debieron regresar ante la belicosidad mostrada por los indios.97 Santa María era una estrella de conquistadores y un atractivo para comerciantes y aventureros que veían en los canjes un modo de rescatar oro, y en los indios esclavos no solo un valor monetario, sino la base de los servicios urbanos y domésticos, al igual que las esclavas y naborías eran una fuente de prostitución y de equilibrio a los vacíos afectivos de los desarraigados de la Península. Oviedo sostuvo que Pedrarias Dávila dio licencia, después de 1521, a rescatadores de Santo Domingo, San Juan, Jamaica y Tierra Firme y a “otros rescatadores” para que operaran en la región.98 En 1550, un fraile afirmó tajantemente: “Lo que sé es que para poblar cincuenta casas de españoles, se despueblan quinientos o más de indios”. Su juicio lo que hacía era establecer la proporción de diez indios por cada español que se movilizaba por estas tierras y el impacto demográfico de su presencia.99 España tuvo en el oro y demás riquezas del Darién el metal necesario que le permitió mantener vivas sus esperanzas en las colonias.100 Tanto Pedrarias Dávila en el Darién como Bastidas en Cartagena y Santa Marta, entre 1502 y 1521 dejaron la tierra “robada y destruida”,101 al igual que los descubridores y armadores habían hecho en distintos tiempos “daños e robos a los indios”, por lo que la tierra “se iba poco a poco despoblando”.102 Balboa denunciaba la corrupción y perversión del gobernador Pedrarias, y tal vez por esto y por intrigas aquel personaje siniestro, descubridor del mar del Sur, fue ejecutado en el Darién.103
97
“A su alteza de Vasco Núñez de Valboa…”, cit., pp. 79-89.
98
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general…, cit., iii, p. 69.
99
“Mensaje de Fray Jerónimo de San Miguel, Santafé del Nuevo Reino, 20 de agosto de 1550”, en Juan Friede, Fuentes documentales…, cit., tomo i, 1550-1552, pp. 32-40, [p. 37].
100
Hermes Tovar Pinzón, El Imperio y sus colonias…cit.
101
Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 78
102
Ibid., p. 68.
103
Charles L. G. Anderson, Vida y cartas de Vasco Núñez de Balboa, Emecé Editores, Buenos Aires, 1944, cap. xx, pp.528-543.
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E. La ruta de la muerte
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Pero no terminarían allí las penalidades de los indios de Urabá ni de Santa Marta y Cartagena. Hacía más de treinta años que sufrían la presencia de los españoles, cuando llegó Pedro de Heredia, en el invierno de 1533, a buscar un lugar para fundar una ciudad. El recorrido que hizo pone en evidencia que aún había mucha población para calmar la ambición de los nuevos conquistadores. Ahora todas las acciones bélicas se trasladan al interior de la que sería la Provincia de Cartagena. Este conquistador había recibido la misión de poblar y pacificar la región. La “ruta de la muerte” que siguió duró cuatro meses y medio por diferentes pueblos de lo que sería la Provincia de Cartagena (véase el cuadro 23).
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Cuadro 23. Pueblos saqueados y perturbados por Pedro de Heredia antes de
Cacique
Un pueblo
—
19-i-33
Matarap y Cospique
20-i-33
Isla de Codego
21-i-33
Calamar
22-i-33
Despoblado. Mucho bastimento Salen 100 guerreros embijados
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Observaciones
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15-i-33
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Pueblo
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Fecha
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la fundación de la ciudad de Cartagena de Indias, 15-i-1533 a 1-vi1533
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Cárex
Había tres caciques que dependían de él: Quiripa, Guacalices y Cospique Gente huída. Había comida
Canapot o Canapote
—
30 casas. Capturan mujeres
23-i-33
Joama
—
Estaba despoblado
24-i-33
Taraguaco
—
Vuelve a Calamar
25-i-33
Puerto de Zamba o Nao
—
Rescatan oro
26-i-33
Taragoaco
—
Guerra. Le ponen fuego al pueblo. Matan Más de 100 indios
27-i-33
Calamar-Canapot
—
Huidos indios de Canapot
28-i-33
Taragoaco
—
Huidos. Casas suntuosas y mayores que las otras
ii-1533
Tegoa
—
Pueblo pequeño de pescadores. Hallan maíz, pescado, gallinas, otras viandas y agua. Despoblado. Está 2 días
ii-1533
Chagoapo
—
Muchos indios. Primer pueblo de paz
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Fecha
ii-1533
Pueblo
Cacique
Nao o Zamba
—
Traen comida y maíz.
64 caciques
ii a 14-iii-33 Valle de Santiago
Observaciones
Son de una lengua. Pueblos grandes y pequeños
Cocapia
—
Huidos. Queman pueblo los indios
14-iii-33
Apaco
—
Dan mantenimientos para “hartar a 2000 hombres”
15-iii-33
Mangoa
—
Dan aves, pescado, yuca y chicha. Oro
15-iii-33
Calapa
—
Dan oro y comida
16-iii-33
Marazoabi
—
Reciben oro y alimentos
16-iii-33
Zozón y Taumema
—
Dan oro
17-iii-33
Tancamos
—
Dan oro y comida
17-iii-33
Mentamoa
—
Huidos. Pueblo muy grande
21-iii-33
Zeama
—
Se rancheó y se quemó
21-iii-33
Michoy
—
22-iii-33
Milto
23-iii-33
Micacuy
23-iii-33
Mecoa
24-iii-33
Ungoapo, Mamián
24-iii-33
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14-iii-33
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pa
Huidos. Se rancheó. Hay oro y comida. Capturan mujeres y muchachos. Mueren indios flecheros Dan oro
—
Dan oro
—
Dan oro y de comer
—
Dan oro
Paralica
—
Se quemó todo por ser caribes. Hubo oro
25-iii-33
Migagar
—
Caribes. Se rancheó. Toman esclavos y mucho oro
26-iii-33
Michicuy
—
Mucho bastimento. Indios se llevan el oro hasta de las sepulturas
27-iii-33
Mixouxa
—
Reciben oro y guías
28-iii-33
Ixa
—
En sierras muchos buhíos gentiles
28-iii-33
Goana
—
Regreso. Reciben oro y comida. Ranchean alrededores
29-iii-33
Mixouxa y Michicuy
—
No hay gente
30-iii-33
Migagar y Michiche
—
Michiche solo, se rancheó
31-iii-33
Mitin
—
Estaba solo
31-iii-33
Guimichui
—
Yermo, queman buhío cacique
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Pueblo
Cacique
Observaciones
Caunali
—
Toman indios presos
2-iv-33
Camucam
—
Gran población. Dan oro y comida
3-iv-33
Camerapacoa
—
Dan oro
4-iv-33
Pueblo Grande
—
Con dos barrios: Tuvirigoaco y Lehulali. Dan poco oro. Queman Lehulali
5-iv-33
Canarapacoa
—
Dan oro y comida
6-iv-33
Tuniriguaco
—
Gran pueblo. Dan aves y oro
7-iv-33
Chimildo
—
Los sirvieron bien
8-iv-33
Chinitas
—
Pueblo muy grande. Dan oro
9-iv-33
Chagoapo
—
Los sirven bien
17-iv-33
Nao o Zamba
—
Se va a Calamar
18-iv-33
Mecahulico
—
19-iv-33
Matucelde
—
20-iv-33
Colocha
—
21-iv-33
Alipaya
—
22-iv-33
Tesca y Calamar
—
9-v-33
Matarap y Copisque
1-vi-33
Calamar-Cartagena
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— —
Manda llamar Cartagena a Calamar y repartió solares
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Fecha
Fuentes: Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia natural…, cit., pp. 143-60; agi (Sevilla), Patronato, 27, R-6 (1.ª), “Relación de Pedro de Heredia. Cartagena. 1533”. Elaborado por el autor.
Fueron 54 pueblos los que se visitaron, más 64 caciques del valle de Santiago que suponen otro número similar de caseríos, más los cuatro cacicazgos de la isla de Codego. En 135 días, Heredia y su hueste alteraron la vida de 122 poblaciones. Si se aceptara que cada una de ellas estaba conformada por unas 200 personas, serían unos 24.400 habitantes. Sin embargo, al menos hubo seis pueblos que se calificaron de “muy grandes”. La isla de Codego y el valle de Santiago se identificaron como lugares densamente poblados. La isla de Codego, que está en la boca de la bahía de Cartagena, tenía cuatro caciques con sus pueblos. Cárex, que era el más poderoso, controlaba toda la costa al sur de la isleta; por la banda del norte estaba el cacique Quiripa, hacia el este el cacique Guacalices, y al poniente el cacique Cospique. Erróneamente, esta isla fue denominada Cárex, la misma que había sido asaltada y sa-
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queada desde 1504 por Bastidas, Ojeda y otros conquistadores. Siendo gobernador de Santa Marta, Bastidas fue acusado de asaltar el pueblo de Cárex, de robarlo, quemarlo y tomar presos a los caciques e indios, que envió a vender a las islas del Caribe, y con ello destruyó la estructura de los rescates que dejaban rentas ventajosas a los mercaderes y a la Corona.104 Cuando Heredia arribó, en 1533, ya la isla estaba casi despoblada.105 Según la visita de 1560, la isla tenía 50 tributarios, y en 1570 apenas 14 o 15 pescadores.106 Los registros no dejan dudas del impacto de las instituciones de conquista en el comportamiento de la población antes de 1530, y desde ese año hasta 1560. Con respecto al valle que quedaba hacia el río Magdalena, y presumiblemente lo que corresponde hoy al departamento del Atlántico, fue llamado como de Santiago. Heredia decidió visitarlo, pues era tierra muy poblada. Como los cristianos que llevaba eran pocos, y demasiados los indios que encontraron, decidió, por temor, no fundar ninguna población. Los pueblos, unos eran grandes y otros pequeños, pero todos hablaban una sola lengua. Sin embargo, a lo largo de su recorrido Heredia encontró que había muchas lenguas entre esta gente y “muy diversas unas de otras”.107 Oviedo narra que Heredia salió del valle de Santiago con 10.000 indios de guerra que, con los españoles, deseaban combatir a sus enemigos.108 Parecería que 10.000 guerreros son un número inaceptable, pero sabemos que el valle de Santiago tenía 13 pueblos importantes, lo que supone unos 779 guerreros por pueblo. Por otro lado, había 64 caciques en estos 13 pueblos, o sea que cada cacique tendría 156 guerreros (véase el cuadro 24). Las cifras son viables si tenemos en cuenta que, según la visita de 1560 a toda la Nueva Granada, cada uno de los 987 caciques tenía 220 indios tributarios.109 ¿Pero los guerreros son distintos a los tributarios?110 Probablemente no. Los tributarios debían
104
Juan Friede, Colección de documentos inéditos para la historia de Colombia, cit. ii, pp. 219 y 230.
105
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural…, cit., iii, pp. 144-45.
106
Juan López de Velasco, Geografía…, cit., p. 200; Hermes Tovar Pinzón, No hay caciques…, cit., p. 110.
107
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general…, cit., iii, p. 159.
108
Heredia afirma que el día que salieron de Zamba, “salieron con nosotros a nuestro parecer 10 mil hombres”, les acompañaron una jornada y se volvieron. Cf. Juan Friede, dihc, iii, p. 24.
109
Hermes Tovar Pinzón, No hay caciques…, cit., 14, cuadro 1.
110
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural…, cit., iii, pp. 154, “Pasaban
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ser más que los guerreros. Entonces, si suponemos que por cada guerrero había 4,06 indígenas, el llamado valle de Santiago pudo tener unos 40.600 habitantes. Tal vez por ello Heredia sostenía que esta tierra era la más fértil “que ay en el mundo”, y muy poblada con tantos pueblos “que en ninguna tierra de España […] la ay tan poblada”.111 El volumen de población indígena fue lo que le impidió a Heredia intentar fundar un pueblo, pues no tenía la fuerza militar necesaria para enfrentar cualquier levantamiento. La afirmación de que los indios son la riqueza y que no hay fundaciones donde no había indios, parece haber sido contradicha por la decisión de Heredia de no poner en marcha una fundación por razones estratégicas, pues llevaba apenas 45 hombres de a pie y 13 de a caballo.112 Es decir que una fundación dependía también de las posibilidades de sobrevivir de los fundadores.
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Pueblos
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N.º de orden
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Cuadro 24. Caciques existentes en el valle de Santiago, febrero de 1533
Teleto
2
Megates
3
Trepoama
4
Gualondón
3 8
8
Otomo
8
Coacay
10
Magoayán
3
8
Capice
2
9
Mogoayan
6
10
Capice (ii)
2
11
Paquiagaoayén
4
12
Inchuebe
3
13
Coagos
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N.º caciques
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5
Total
64
Fuente: Gonzalo Fernández de Enciso, Historia general y natural…, cit., iii, p. 153.
de diez mil hombres muy bien dispuestos e muy deseosos de se vengar de los indios de adelante”. 111
Juan Friede, dihc, iii, p. 24.
112
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general…, cit., iii, pp. 153-4.
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Los 10.000 hombres que acompañaron a Heredia constituyen apenas una evidencia más del valor del número y de la complejidad social. Un cacicazgo suponía unos niveles de desarrollo y la incorporación de diversas comunidades al cuerpo de una estructura de poder dominante. Un cacicazgo no era una tribu, sino una estructura política que disponía de excedentes tributarios y de un conjunto de comunidades sometidas a la dirección de un señor superior. Así, en Taragoaco había “ciertas casas suntuosas y mucho mayores que las otras” y se decía eran de caciques principales.113 El poder estaba relacionado con el número de caciques existentes en cada una de estas entidades que los europeos denominaron pueblos. Por ejemplo, el llamado Pueblo Grande tenía dos barrios: Lehulali y Tuvirigoaco. En general, la mayoría de los pueblos recorridos por Heredia tenían
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… cercados de muros de árboles muy gruesos, e llenos de espinas las ramas e troncos dellos, e muy espesos e juntos, e son plantados e puestos a mano, con tanto intervalo uno de otro, cuando los plantan, cuanto sabe por experiencia que creciendo pueden después con el tiempo engrosar; e después que han crecido todo lo que pueden, quedan tan apretados, que entre un árbol e otro no puede caber un hombre. Y en cada cerca hay dos órdenes de árboles o rengles,114 como muro e contramuro, y entre la una cerca e la otra queda un callejón o barbacana115 de cinco o seis pies de ancho, todo a la redonda. E tienen sus puertas e contrapuertas donde les conviene; e desta forma están murados e muy fuertes aquellos pueblos.116
Pero ellos no se preocupaban solo del diseño urbano para la protección, sino del desarrollo de actividades agrícolas, metalúrgicas, de construcción de depósitos y de gusto por la música. Se dice que en Tesca recibieron a los españoles “con una cierta manera de música de unos pífanos e sonajas que parecían bien al oído”.117
113
Ibid., p. 148.
114
Rengle: “(Del germ. Hring, círculo, clase) m. Fila de cosas una tras otra”, según el Diccionario de la lengua española, Madrid, 1970.
115
Barbacana: “(Del árabe bab al-báqara, puerta de las vacas), f. Fort. Obra avanzada y aislada para defender puertas de plazas, cabezas de puentes, etc.”, Diccionario de la lengua española, Madrid, 1970.
116
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general…, cit., iii, p. 159.
117
Ibid., p. 159.
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Además, vale la pena tener en cuenta que los 10.000 guerreros del valle de Santiago y sus 64 caciques pueden ser comparados con los 3000 o 4000 indios de paz que llegaron, en 1541, ante los fundadores de la ciudad de Cartago, entre los quimbayas. Con los 60 caciques que componían esta etnia y que un “indio de autoridad” le narró a Robledo, contándolos “por su nombre e pueblos”,118 se fundó la Provincia de Cartago, en el occidente de los Andes. En 1542, los quimbayas se sublevaron y se dijo que 77 caciques participaron en dicha insurrección y hubo ocho que no lo hicieron.119 Es decir que en 1542 había al menos 85 caciques entre los quimbayas. Los datos revelarían un ocultamiento original del 29 % de tales autoridades, casi un tercio de ellos. Las visitas que se realizaron a esta región a partir de 1559 demostraron el proceso de extinción de la población.120 Si en estos 85 cacicazgos se han calculado unos 108.000 habitantes, o sea unos 1270 indígenas por cacique, ¿serán muchos los 40.600 naturales que pudieron tener los 64 cacicazgos del valle de Santiago, cuyo promedio era de 634 indígenas por cacicazgo? De hecho, los indios de este valle desaparecieron, al igual que los quimbayas, que en 1628 apenas tenían 69 indígenas en todo el territorio donde había crecido su cultura.121 Se ha llamado la atención en torno a los años anteriores a 1533 por dos razones: la historiografía ha dejado este período en el limbo de las especulaciones y ha supuesto que en los primeros años de la conquista de las costas colombianas no pasó nada. Por otro lado, esa misma historiografía supone que la conquista de Cartagena arrancó después de junio de 1533.122 Pero en realidad, en los años posteriores a
118
agi (Sevilla), Patronato 28, ramo 66, “Relación de lo que Subsedió en el descobrimyento de las Provincias de Antiochia, Anzerma y Cartago y ciudades que en ellas están pobladas por el señor capitán Jorge Robledo” (1540-1), [pp. 257-8] en Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes: siglo xvi, Colcultura-Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Bogotá, tomo i, 1993, pp. 233-62
119
Juan Friede, Los quimbayas…, cit., p. 99.
120
Juan Friede, Los quimbayas…, cit., pp. 99-101. Según este autor, en 1559 había 34 pueblos de indios, el promedio de indios tributarios por pueblo era de 134, y la relación del censo dio 4,33 indios por tributario. Es decir que correspondería a 580 personas por pueblo.
121
Hermes Tovar Pinzón, Estado actual… cit.; Juan Friede, Los quimbayas…, cit., y también véase en este texto el cuadro 7.
122
Carmen Gómez Pérez, Pedro de Heredia y Cartagena de Indias…, cit.; M.ª del Carmen Borrego Plá, Cartagena de Indias en el siglo xvi, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Sevilla, 1983.
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la fundación de la ciudad las operaciones militares se centraron sobre el Sinú para obtener oro y se procedió a consolidar el dominio de los pueblos sometidos en la primavera e invierno funestos de 1533. El desorden no solo provino de la confrontación armada, sino de sus efectos: conversión de indios en esclavos para los mercados del Caribe, entrega de oro a manera de rescate, huida y abandono de pueblos, destrucción de cultivos y recursos alimenticios propios de su medio, incendio de pueblos como mecanismo de chantaje y presión sicológica de los españoles que con ello buscaban forzar a los naturales a que aceptaran el dominio español. La reacción inicial de los nativos fue la destrucción e incendio de sementeras, depósitos y pueblos y la diáspora. Por ejemplo, los indios de Michicuy dejaron muchos bastimentos, pero ningún oro, porque hasta las sepulturas se “hallaron removidas e desbaratadas por los indios, para sacar el oro e llevárselo”.123 A su vez, los españoles quemaron, en 1533, el pueblo de Calamar “para ponerles temor a los indios”.124 El miedo era una letanía que dibujaba la huida de gentes a zonas de refugio o a regiones sumergidas en la oposición. En 1560 había en la Nueva Granada 216.660 tributarios bajo la pax hispana, pero al mismo tiempo existía una frontera laboral en armas, pues había 30.000 tributarios entre las comunidades alzadas, cuya población total era de 117.001 almas.125 Y si esto era así en un momento en que había ya un control sobre el territorio, ¿cuál podría ser la situación treinta o sesenta años antes?
F. La dispersión política
Los territorios habitados que iban encontrando los conquistadores se convertían en los eslabones de una cadena recurrente de conflictos. Lo vencido y ocupado se eslabonaba mediante la guerra con lo no ocupado, con las comunidades levantadas que seguían siendo libres. Por tanto, su sometimiento suponía repetir los mismos acontecimientos bélicos y reiterar una tragedia que al describirse aparentaba ser la misma. La repetición de estos actos hizo vano el lamento, intrascendente el saqueo, común el crimen, normal el reclutamiento e inocua la destrucción y la diáspora. La muerte cada día era más ajena al estupor. Sesenta años
123
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general…, cit., iii, p. 157.
124
Juan Friede, dihc, iii, p. 22.
125
Hermes Tovar Pinzón, No hay caciques…, cit., p. 14.
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de lo mismo en múltiples localidades se constituía, al final, en un lugar común. Al no poder evitar la tragedia de un pueblo, tampoco era posible impedir la de los otros. Se dijo que García de Lerma “dejó la tierra robada y destruida”,126 al igual que lo hicieron todos los conquistadores. El mal tratamiento a los naturales de la Indias, islas y Tierra Firme del mar océano ha sido la causa de que ellas hayan venido “en tanta disminución que casi las dichas islas y tierras están despobladas”. Tal era la afirmación de una cédula real de 28 de enero de 1533, cuando Pedro de Heredia iniciaba nuevas matanzas o “pacificaciones” por la provincia de Cartagena.127 Así, la conquista de Colombia se convirtió en un operativo militar recurrente. Dada la autonomía de cada tribu, cacicazgo o etnia, a los españoles no les bastaba dominar a un gran señor, como en las grandes civilizaciones, sino que era necesario confrontar uno a uno estos pequeños reinos, hasta completar más de mil. Muchos de ellos se opusieron, abandonando sus poblados y enfrentando a los españoles a lo largo de los siglos xvi a xviii. La resistencia no fue solo militar, sino total, dado que la conquista involucró las armas, el cuerpo, la lengua, las economías, los ritos, los sentidos, la música y la fe. En 1560 se dijo de los indios de Santafé de Antioquia que “casi todos están de guerra”, al igual que los de Iscancé y Choa, los de Carrapa y los páez. Por eso ni se tasaron ni se contaron. De los de Arma se dijo que no habían sido tasados por Tomás López porque cuando estuvo allí, casi todos “estavan alzados”. A pesar de haber sido conquistados hacía veinte años, se habían alzado muchas veces, y al intentar volverlos a la servidumbre “an venido a tanta disminución que no ay más de los que en la memoria parecen”.128 La tarea de conquistar, someter y pacificar, pueblo a pueblo, región a región todos y cada uno de los rincones de la actual Colombia hizo del genocidio y la matanza un recurso propio del humanismo hispano. Por eso se dictaron normas para esclavizar caníbales o indios rebeldes y se introdujo en 1514 el “requerimiento”, un instrumento moral que apaciguaba la conciencia de los criminales de guerra. El requerimiento que se leía a los pueblos asaltados para que aceptaran el dominio del rey de España y la religión cristiana autorizaba las matanzas de indios si estos se negaban a aceptar lo que no entendían. Del mismo modo, fue
126
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia…, cit., iii, p. 78.
127
Juan Friede, dihc, iii, pp. 9-10.
128
Hermes Tovar Pinzón, No hay caciques…, cit., pp. 37, 43, 51, 58-9.
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necesario pensar desde el desastre del Caribe y Tierra Firme el principio de la guerra justa que defendieron los teóricos de la conquista.129 La fragmentación política explica cómo y por qué los conquistadores ocuparon y dominaron, durante el siglo xvi, áreas centrales de tres de las grandes regiones de Colombia: la costa caribe, la costa pacífica y los Andes. Otras dos regiones, los Llanos y la selva amazónica, quedaron para ser sometidas por misioneros o por nuevas expediciones militares durante los siglos xvi, xvii y xviii. Otros núcleos de resistencia que habían sobrevivido en los valles interandinos de los ríos Magdalena y Cauca, en las selvas del Darién y del Pacífico, en la Guajira, el Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta vivieron un guerra permanente. Aún en 1599 los españoles guerreaban contra los indios de Santa Marta. En la sublevación de dicho año, 72 caciques y principales fueron procesados y condenados a muerte según los ritos exhibicionistas usados por los españoles. Como era su costumbre y práctica, el cacique Cuchacique de Jeriboca fue condenado a ser descuartizado por dos potros, y su cabeza puesta en una jaula; otros murieron ahorcados, dos indios, puestos cada uno en un palo para ser asaetados vivos, y otro, quemado “su cuerpo en vivas llamas de fuego” hasta quedar reducido a polvo. Como la venganza de los civilizadores occidentales no tenía límites, no bastaba con castigar el cuerpo, sino que había que extender el castigo a sus referentes espaciales; por eso se ordenaba derribar y quemar las casas en donde vivían, sin poder ser reedificadas ni pobladas sin licencia de su majestad. Se trataba de arrancar y hacer tabula rasa de la memoria de los colonizados. Cuando los indios de la Provincia de Chapaima (Mariquita) se sublevaron en 1552, doce prisioneros fueron condenados a la horca, “los pies colgados del suelo”, para darles con garrote “a los pescuezos” y la muerte se “haga breve”, mientras que a otros ocho naturales se les debía “cortar la mano derecha” por prácticas de canibalismo.130 Con estos excesos y representaciones crueles se buscaba sembrar miedo entre la población y ejercer un control indirecto sobre los colonizados. El cuer129
Juan Ginés de Sepúlveda, Demócrates Segundo o de las justas causas de la guerra contra los indios, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1951; Bartolomé de Las Casas, Brevísima relación…, cit.; Francisco de Vitoria, Relección sobre la templanza o del uso de las comida & fragmento sobre si es lícito guerrear a los pueblos que comen carnes humanas o que utilizan víctimas humanas en los sacrificios, Universidad de los AndesCeso, Bogotá, 2007.
130
“Actas del Proceso contra Pedro Saucedo, Mariquita, 9 de noviembre de 1552”, en Juan Friede, Fuentes documentales…, cit., pp. 253-66.
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Cuadro 25. Santa Marta: Indios condenados a muerte en 1599 por sublevarse Tipo de muerte
1. Jeriboca
19
Arrastrado y hecho cuartos 1, ahorcados 17 y quemado vivo 1
2. Bonda
14
Ahorcados por la garganta
3. Durama
4
Ahorcados por la garganta
4. Origua
6
Ahorcados por la garganta
5. Sacaca
5
Ahorcados por la garganta
6. Dahona
4
Ahorcados por la garganta
7. Guarinca
1
Ahorcado por la garganta
8. Dominca
1
Ahorcado por la garganta
9. Hoquenca
2
Ahorcados por la garganta
10. Macanga
8
Ahorcados por la garganta
11. Mamacaca
1
Ahorcado por la garganta
12. Macinguilla
1
Ahorcado por la garganta
13. Bodacu
1
14. Chenge
5
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N.º indios
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Ahorcado por la garganta
Ahorcados por la garganta y asaetados vivos 2
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Pueblos
72
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Total
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Fuente: agi (Sevilla), Audiencia de Santa Fe, 96, “Levantamiento de 1599”, transcrito en Carl H. Langebaek, Indios y españoles…, cit., pp. 140-46.
po humillado, descuartizado y golpeado era el territorio en donde los colonizados debían reconocer el poder real. La guerra de conquista en Colombia revalúa, entonces, no solo el paradigma de la imagen estadística de la caída demográfica, sino la tesis homicídica. Su vigencia es mayor que en otras regiones, pues las formas de violencia que asumió la ocupación del territorio colombiano son escandalosas y abrumadoras. En este territorio fueron necesarias más operaciones militares que en cualquier otro lugar de América para someter a los distintos grupos indígenas. Reducir la cultura tayrona supuso la movilización de centenares de hombres y reiteradas expediciones militares desde 1527.131 Entre 1529 y 1535 el gobernador 131
Henning Bischof (Die Spanisch-Indianische Auseinandersetzung in der Nörrdlichen Sierra Nevada de Santa Marta [1501-1600], Bonner Amerikanistische Studien, n.º 1, Bonn 1971,
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García de Lerma envió al menos quince expediciones militares hacia la Sierra Nevada de Santa Marta.132 Cartagena y Santa Marta fueron coto de caza y de riqueza de los primeros conquistadores. Al avanzar hacia los Andes, en la década de 1530, centenares de pueblos se sublevaron. Los pijaos lo hicieron desde 1557, y finalmente fueron exterminados en una guerra “a sangre y fuego” que limpió la cordillera Central de estos “indeseables”.133 Pizarro solo necesitó de 200 hombres para controlar el poder en Perú,134 y Cortés de 170 españoles para lograrlo en México. Estos puñados de españoles sujetaron casi 40 millones de habitantes. Miles de soldados no fueron capaces de sujetar en 60 años los 11 millones de indígenas que existían en Colombia. Entonces, el tiempo de ocupación del territorio colombiano no fue rápido: se inscribe en el tiempo largo y no en el ciclo de las operaciones cortas. El 20 de julio de 1550 fray Jerónimo de San Miguel reiteraba una vez más, desde Santa Fe, la sumatoria de crueldades practicadas por los españoles. Desde su asombro sostenía que “si yo no las supiera de raíz y tan verazmente, no pudiera creer que en corazón cristiano cupieran tan crueles y fieras inhumanidades”. Pues ellos que se precian de servir a su majestad, desconocen lo que han hecho con “estos tristes y pobrecitos naturales” pues,
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… unos, los han quemado vivos; otros, les han, con muy grande crueldad cortado manos, narices, lenguas y otros miembros; otros, es cierto haber ahorcado gran número de ellos así hombres como mujeres; otros, se dice, que han aperreado indios y destetado mujeres y hecho otras crueldades que en solo pensarlo tiemblan las carnes a los que algo de cristianos tienen.135
pp. 505-7) sostiene que Palomino, Pedro de Vadillo y García de Lerma emplearon de 300 a 700 soldados “para subyugar” a los tayronas entre 1527-9, y con la llegada de Fernández de Lugo sus 1000-1200 hombres estuvieron operando en la Sierra Nevada. 132
Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes…, cit., ii, p. 59.
133
“Mensaje de Fray Jerónimo de San Miguel, Santafé del Nuevo Reino, 20 de agosto de 1550”, en Juan Friede, Fuentes documentales…, cit., pp. 32-40 [p. 37]. A la guerra se ordenó llevar los indios ladinos del Nuevo Reino, pero los españoles asaltaban los caminos para capturar indios “y los llevaban atados y presos” de tal manera que de cien ladinos llevaban 600 indios “que ninguno ha de volver, antes quedarán por allí muertos”, porque al sacarlos de su natural, mueren, “como ya se sabe”.
134
Ciento setenta estuvieron en Cajamarca y treinta se quedaron en Piura.
135
“Mensaje de Fray Jerónimo de San Miguel, Santafé del Nuevo Reino, 20 de agosto de 1550”, en Juan Friede, Fuentes documentales…, cit., pp. 32-40.
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Irónicamente este sacerdote manifestaba que estos eran los servicios que hacían a vuestra alteza y “por los cuales esperan ser remunerados”.136 De hecho su alteza reconoció los méritos y servicios de casi todos estos criminales de conquista que a base de crueldades habían obtenido tierras y recursos muy importantes para la consolidación del Imperio y la grandeza de España. Lo de este país, llamado luego Colombia, es una ecuación de múltiples incógnitas. La conquista y colonización es más una guerra prolongada con todos los costos derivados de la confrontación, los desarraigos y las movilizaciones forzosas de los indios de paz, que el derrumbe repentino de un gran poder indígena, tal como ocurrió en México y Perú. Y esta prolongación de la guerra contribuyó a moldear parte del carácter y la personalidad de los colombianos.
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G. Los recursos económicos
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Al estudiar entonces el impacto que la guerra pudo tener sobre la caída de la población, debemos tener en cuenta la confrontación en cadena y el proceso eslabonado de la violencia de conquista. Los indios huían, quemaban pueblos, arrasaban cultivos antes de que llegaran los españoles. Cuando no lo hacían los indios en su huída, los europeos lo ejecutaban. El impacto fue mayor debido a la fragilidad de sus economías y a la destrucción de estructuras de intercambio fundamentadas en el aprovechamiento de diversas ecologías y en el uso de grandes rutas de comercio. La naturaleza del Estado, la diversidad étnica y sus recursos limitados hicieron que el complejo dieta-trabajo-epidemia fuera suplantado en localidades con organizaciones tribales por la guerra-la esclavitud-el saqueo, y en cacicazgos y señoríos por la guerra-el trabajo-la dieta-la epidemia y el trauma. En otras palabras, lo militar, la economía, la alimentación, la salud y la neurosis se unieron para atentar contra la supervivencia y el crecimiento de la población indígena. A pesar de que Colombia era rica y variada en sus climas, en sus suelos, en sus aguas y en sus bosques, los sistemas de cultivo y caza seguían siendo críticos para la mayoría de las organizaciones sociales descubiertas por los europeos. Al no resistir militarmente, ni poder sustituir oportunamente sus cultivos y las estructuras de sus economías comunitarias, la diáspora fue una opción. Y con la diáspora llegaba el
136
Juan Friede, Fuentes documentales…, cit., i, p. 35
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hambre y la destrucción de las estructuras familiares y sociales. Y con el hambre, las viejas y nuevas enfermedades encontraban bases apropiadas para su desarrollo. La demora en la ocupación del territorio colombiano hace necesario tener en cuenta la fragmentación del tiempo de la conquista: la costa del Caribe fue ocupada desde 1500, el Pacífico desde 1510, los Andes y los Llanos desde los años de 1530, y la Amazonía desde mediados del siglo xvi al siglo xviii. Distintos tiempos de contacto suponen tasas diferentes de crecimiento o decrecimiento en el momento de proyectar la población hacia 1500. Por ello, para trazar una curva demográfica ha sido necesario conocer algunos de los aspectos sociales y delincuenciales que afrontaron los pueblos del Caribe y cómo pudieron incidir en la caída y desaparición de un alto porcentaje de su población a lo largo del siglo xvi.
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H. El desastre demográfico
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La conclusión previa a la construcción de una curva de población en Colombia supone considerar los aspectos históricos reseñados. La comprensión de escenarios de altas o bajas densidades depende del conocimiento sobre la forma como desaparecieron millones de indios. Un debate al respecto debe aprovechar los miles de detalles que describen a desconocidas y desaparecidas culturas que pueden ser parte de una cuidadosa cobertura territorial y de población. La curva estadística mide la magnitud de una tragedia aceptada y reseñada por quienes la causaron en el siglo xvi. Una estadística refinada tiene que ser complementada con un análisis cualitativo de la sociedad objeto de estudio. En los debates sobre la economía del mundo antiguo y el escaso volumen de números se ha sostenido que “la cantidad no determina nada”, pues “Después de todo, una sociedad no vive en un universo de estadísticas”.137 Lo fundamental es qué podemos aprender y cómo podemos socializar las aritméticas y las series disponibles. La historiografía nos ha enseñado que la población indígena decreció hasta 1630 o 1650 y luego tendió a recuperarse. Que el nivel de despoblamiento en las zonas bajas fue mayor que en las zonas altas también parece no dejar lugar a dudas. Entonces, lo que siempre nos asombra es no saber cuánta era la población que habitaba el territorio 137
Citado en Moses I. Finley, La economía de la Antigüedad, Fondo de Cultura Económica, México, 2003, p. 53.
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de la actual Colombia. Ahora que lo sabemos nos asombramos por sus más de once millones, y antes de aceptarlo intentamos repasar la imagen del mapa de Colombia, sus regiones, su historia, su pasado y nuestras deformaciones en torno a la realidad. Y se viene a nuestra mente el interrogante de si la catástrofe poblacional forma parte de los costos humanos del colonialismo y de la fundación de un nuevo mundo. Y lo más patético, si esta verdad no molestará la intelectualidad más reaccionaria e iluminada de España y Occidente. El gráfico 4, que constituye un estimativo de la población de la costa caribe colombiana, es la síntesis de cuanto se ha expuesto hasta aquí. Una población hacia 1500 de cerca de tres millones de habitantes y que, por las razones expuestas, cayó en más de un 90 % a mediados del siglo xvii. Pero en realidad lo que aprendemos como novedad es que la gran catástrofe no fue secular, sino que cubrió un ciclo de cuarenta años, y lo que vino después fue una larga agonía que duró otra centuria más. El espíritu de la diversidad americana y del valor de lo múltiple ofrece aquí en el Caribe un matiz más a los estudios de población después de 1492.
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Gráfico 4. Población indígena estimada en la costa caribe de Colombia (1500-
1630) Fuente: Hermes Tovar Pinzón, cálculos propios.
Al agregarse la caída de la población del Caribe, entre 1500 y 1530, a la de otras regiones de Colombia surge un movimiento atenuado, como consecuencia de los crecimientos cero que hemos supuesto para
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los Andes, los Llanos y la selva en ese mismo período. Por otro lado tenemos una curva general de la tendencia de la población desde 1500 al 2010. Pero lo importante del grafico 5 no es solo un movimiento de tobogán para los primeros años de la Conquista, sino observar cómo en 1950 los volúmenes de población prehispánica apenas comienzan a recuperarse. Varios aspectos hay que considerar en la tendencia secular de los 500 años de la población colombiana. En primer lugar, que a la población indígena se agregaron otros grupos que contribuyeron a fijar una nueva pigmentación del hombre colombiano: negros y blancos mezclados con los indios originaron los mestizos de todo color. Todas estas llamadas castas se agregaron a la población indígena, y tal es la estadística de la curva de los gráficos 5 y 6. En segundo lugar, en terminos generales, la población indígena siguó cayendo, al menos hasta 1750, y no hasta 1650, como se ha supuesto. Los aportes de los nuevos grupos de población no lograron asegurar un crecimiento rápido, sino más bien amortiguar la caída por espacio de un siglo. Es, al final de esa larga travesía que va de 1650 a 1750, cuando la población empieza otro camino: el de la recuperación que mostrará una tendencia al alza y al despegue después de 1825. Dicha recuperación puede observarse en el gráfico 6, y tiene como punto de arranque 1760. En tercer lugar, la población crece sostenidamente hasta 1950, cuando se logra llegar a los niveles demográficos de 450 años antes. En cuarto lugar, la curva revela un crecimiento sin atenuantes y sin precedentes en la historia de la población. La tendencia trepa anunciando una explosión demográfica en la segunda mitad del siglo xx, la cual ha continuado hasta comienzos del siglo xxi. Hacia 1844 un funcionario oficial llamaba la atención sobre el crecimiento sostenido de la población colombiana en los últimos 63 años y sustentaba que en los territorios de altura el crecimiento había sido más rápido que en las zonas bajas o calientes,138 principio que la demografía histórica ha demostrado ocurría con la caída de la población durante el siglo xvi.139
138
Esposición que el secretario de Estado en el Despacho de lo Interior del Gobierno de la Nueva Granada, dirije al Congreso Constitucional de 1844, Bogotá, Imprenta de J. A. Cualla, 1844, p. 55.
139
Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, Essays in Population History: Mexico and the Caribbean, Volume One, University of California Press, Berkeley, 1971; vol. 2, 1974; Mexico and California, vol. 3, 1979.
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Fuentes: cálculos y proyecciones del autor. Las cifras de algunos censos de los siglos xix y xx fueron tomados de Carmen Elisa Flórez y Olga Lucía Romero, “La demografía de Colombia en el siglo xix”, en A. Meisel y María Teresa Ramírez (eds.), Economía colombiana del siglo xix, Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 2010, pp. 375-417; Carmen Elisa Flórez, Las transformaciones sociodemográficas en Colombia durante el siglo xx, Banco de la República, Bogotá, 2000, y según cifras del dane. También Jorge Mora, Camilo Mora y Hermes Tovar Pinzón, Convocatoria al poder del número: censos y estadísticas de la Nueva Granada, 1750-1830, Archivo General de la Nación, Bogotá, 1995, para los censos de 1778 y 1825.
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El crecimiento demográfico colombiano va a ser visto en el siglo xx como una pesadilla. De este hecho la pregunta que surge es cómo hicieron los pueblos primitivos para ofrecer niveles de bienestar con tecnologías menos sofisticadas que las que se tenían en 1950. Indudablemente, no se trataba solo de técnicas ni de disposición de recursos alimenticios, sino de la naturaleza de la organización política que había hecho de la reciprocidad, la redistribución y los intercambios la base del equilibrio ecológico, del manejo de los recursos disponibles y del bienestar. Lejos de idealizaciones, estas sociedades desarrollaron complejas formas arquitectónicas, sistemas de cultivo y aprovechamiento de suelos y alimentos. Lograron el control de aguas y del azar estacional de la lluvia y la sequía. Alcanzaron una alta delicadeza en la elaboración de la orfebrería del oro, en el desarrollo de la alfarería, en la industria del tejido y en la explotación de minas. La falta de una diversidad de climas, en sus áreas de control político, les llevó a construir redes mercantiles e intercambios que jugaron un papel de complementación en el acceso a diversos bienes y recursos. La diversidad política no fue un obstáculo para el aprovechamiento de la riqueza ambiental del territorio y para las posibilidades de sostenibilidad y sustentación de la población y del crecimiento comunitario. Cuando los cronistas hablan de miseria, lo hacían pensando en sus valores. Allí donde no había oro había pobreza, y hubo zonas, especialmente en las tierras cálidas, en donde la densidad de la población tuvo una atracción relativa, especialmente para los servicios y la esclavitud, tal como ocurrió en los Llanos Orientales y en la costa caribe. Los gráficos 5 y 6 corresponden entonces a toda la población colombiana, incluidos blancos, negros y mestizos. Con seguridad los volúmenes establecidos variarán cuando tengamos una mayor investigación regional. Después de la larga descripción hecha de las diversas estaciones de miedo que los españoles fundaron en América habríamos podido prescindir de la estadística, pero este esfuerzo de síntesis reflejado en esta curva secular puede ser mejor comprendida después de recorrer la historia sobre la cual se recuesta. A mediados del siglo xix una descripción oficial dibuja la imagen que hoy podemos trazar en un gráfico. Ya en los primeros años de la República había quienes tenían en su mente una imagen del comportamiento secular de la población, y no estaban tan equivocados en sus síntesis con respecto a lo que hoy podemos reconstruir. Se sabía que el siglo xvi había acusado un decrecimiento a causa de los traslados forzados, los climas y las epidemias:
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Gráfico 6. Dinámica de la población en relación con la existente en el momento de la conquista Diferencia entre la población en cada decenio y la población en el año 1500. El área sombreada muestra el periodo en que la población excede la de 1500. Fuentes: Cálculos del autor. Véanse las fuentes en el gráfico 5.
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Inmediatamente después de la conquista la población indíjena de estos países decreció de una manera extraordinaria, a causa ya de la traslación de los habitantes a otros climas para trabajar en las minas o servir como bestias de carga, ya por efecto de la viruela i de otras epidemias nuevas en la tierra e igualmente asoladoras, ya en fin, por otras varias causas, muchas de las cuales nos son seguramente desconocidas.140
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Se era consciente además de que la población había caído hasta el último tercio del siglo xvi, pero no era fácil explicar en qué momento había cambiado la tendencia que hoy dibujamos en esa larga travesía del siglo xvii y comienzos del xviii, cuando se inicia una fase nueva de recuperación:
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Hasta el último tercio del primer siglo se advertía aún el decrecimiento de la población, no obstante la introducción de españoles y africanos. No es fácil fijar la época en que esta deplorable tendencia se detuvo en las diferentes partes del territorio; pero en el siglo segundo el crecimiento debió ser muy lento; pues la mayor parte de los pueblos que no datan de la época de la conquista han sido formados en el último siglo.141
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El despegue de la población fue notable después de la Independencia, y con él fue posible un crecimiento del comercio y la agricultura, mas no de las condiciones de vida de la población. Estas reflexiones constituyen una delación sobre las dificultades que afrontaba la sociedad y un modo de ocultar la esperanza en el progreso del país, tal vez porque desde que triunfó la contrarrevolución, en 1830, nunca se tuvo claridad acerca de cómo incorporar la sociedad a los cambios económicos: El aumento de la población ha traído sucesivamente el desarrollo creciente del comercio, i fomentado la agricultura, lo que ha multiplicado los medios de subsistencia i de comodidad, que siendo cada vez mayores procuran a la población un aumento que debe ser también cada vez más rápido. La actividad i movimiento que han sucedido al sueño en que yacía la población antes de la época de la independencia,
140
Esposición que el secretario de Estado en el Despacho de lo Interior…, 1844, op. cit., p. 55.
141
Ibid., p. 55.
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desenvuelven cada día mayores recursos; i no obstante las guerras i la ruina que estos azotes traen sobre los pueblos, estos adelantan.142
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La curva de población que se ha trazado visualiza una tragedia que no se inventó en el siglo xx, sino que ha estado girando en la mente de ciudadanos ilusionados en la libertad y el futuro de Colombia. Estas reflexiones del siglo xix fortalecen el esfuerzo para describir desde la estadística parte del drama humano vivido por los habitantes de Colombia bajo el dominio colonial de España. La estación del miedo o la desolación dispersa fue un trauma que Occidente olvidó y que hoy no reconocemos porque hemos decido evadir el rostro de quienes heredaron la neurosis que eriza nuestra sangre y nuestros huesos y eludir la verdad del holocausto que fundó el atraso y el desequilibrio periférico de Colombia y América Latina.
142
Ibid., p. 55.
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o m ic ad é ac o us ra pa a iv us cl ex ia op C El rumor de la conquista. Grabado en linóleo. Original de Miguel Ángel Albadán A. 2004 © miguelalbadan.com
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ste libro constituye una visión epidérmica de algunos de los procesos históricos fundamentales en la formación social colombiana durante el siglo xvi. En primer lugar se quiere llamar la atención sobre el poder de integración de las diversas culturas que habitaban el continente americano antes de la llegada de Colón. La integración de extensos territorios mediante los canjes e intercambios hizo posible una intensa rotación de productos. Esta actividad de complementación se convirtió en un elemento fundamental en el desarrollo del mundo comunitario. Visto así, es evidente que la conquista no operó sobre entidades aisladas, como se ha supuesto, sino sobre un cuerpo altamente articulado cuyas redes de comunicación fueron destruidas a medida que avanzó la conquista. Dos hechos surgen en este proceso. Por un lado, la circulación de los actos jurídicos y no jurídicos de los españoles y, en segundo lugar, las visiones que posteriormente se han desarrollado al suponerse que algunas culturas ignoraron cuanto acontecía en otras y que el rumor acerca de la presencia de los europeos fue el producto de premoniciones, sentimientos mágicos y visiones catastróficas originados en augurios, signos y testimonios extraños. En otras palabras, que la presencia de los europeos no operó como una realidad que circuló por entre las redes del comercio y el espionaje prehispánicos, sino que se levantó como una externalidad histórica de repente convertida en rito y mito. Al contrario, hemos querido llamar la atención sobre la importancia de esta red de comunicaciones al permitir que por los mismos caminos de los intercambios marchara el rumor del desastre de la guerra y de la violencia europea. Aceptar que las visiones de los aztecas e incas acerca de la llegada de los españoles eran el producto de la imaginación es suponer el aislamiento de las culturas prehispánicas. En estas hipótesis se destaca la incorporación de la región del Caribe al desarrollo de la economía mundial, llevada a cabo por mercaderes y comerciantes 217
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interesados en acceder a los metales preciosos y a otros productos tropicales que eran remesados a España y al resto del mundo a través de las flotas y del contrabando. En la comprensión del conjunto de la historia de los grandes centros de poder, como México y Perú, se ha llamado la atención acerca del peso que tuvo la llegada de los europeos al Caribe. Al menos los rumores de seres con dos cabezas, montados sobre venados que aparecían en las visiones de magos y brujos cuando el fuego comenzó a dibujar sus premoniciones de desastres, en 1509, parecían ser referencias simbólicas a los jinetes que llegaron al Darién desde 1504 intentando fundar una ciudad o un centro de operaciones. Pero a su vez, desde 1494 un cacique de Urabá había advertido a su pueblo sobre los hombres que andaban en grandes barcos de vela y que ellos asimilaban a casas flotantes de náufragos de otros mundos. El interés de la Corona española de romper el monopolio de la colonización que un día le había entregado a Cristóbal Colón amplió los contactos con Tierra Firme. La liberación de la frontera del Nuevo Mundo y las reformas introducidas después de 1502 por el gobierno de Ovando en La Española abrieron las costas del norte de Suramérica a un nuevo mercado de oro e indios esclavos para las Antillas y Europa. Junto a ellos, otros productos, como perlas, ropas y alimentos, completaban los cargamentos de los navíos que iban y venían de La Española y Jamaica a los puntos de contacto en el continente. Otro círculo de naves iba y venía de Castilla a las Antillas, y desde allí a las primeras ciudades que se fundaron en Tierra Firme. Las medidas de la Corona española habían tenido el propósito de atender las demandas por el descenso de la población nativa y por la entrega en repartimientos en la isla de Santo Domingo a grupos cerrados de colonos que bloqueaban el interés de los nuevos inmigrantes, deseosos de acceder a la fuerza de trabajo indígena. Esto desestimulaba a los nuevos pobladores a quedarse, por lo que fue necesario buscar nuevas fronteras. Otro aspecto que hay que destacar es la articulación de la economía caribeña de la actual Colombia a los intereses antillanos en los primeros veinte años del siglo xvi. Tal articulación permitió la configuración de un nuevo polo y laboratorio de colonización que giraba en torno a Urabá, en donde actuaron miles de conquistadores que luego pondrían en práctica sus conocimientos y experiencias al operar sobre Centroamérica, los Andes y las mismas llanuras del Caribe. Paralelamente, sobre el mar, comerciantes de Sevilla y otras ciudades de España This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:37 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 218
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fundaron empresas en Cubagua, para trasladarse en los años de 1530 al Cabo de la Vela y Río Hacha, con el fin de explotar los bancos perlíferos. Las perlas exigían capital en equipos de navegación e indios para que bucearan; por ello fueron empresarios y no pobladores corrientes los que se interesaron por estos espacios de la geografía y los negocios. Estos procesos de ocupación y poblamiento se llevaron a cabo aplicando conceptos organizativos de la producción y la circulación de bienes, como de la reciprocidad e intercambio mercantil que, al fundirse, dieron origen al rescate, una matriz que modelaría la historia de las primeras décadas del siglo xvi en Tierra Firme. Este encuentro de conceptos se materializó en el canje, una operación que regulaba y controlaba la apropiación de recursos, especialmente del oro. El rescate, como matriz, contenía una razón de fuerza, al hacer del canje una operación obligatoria. La voluntad indígena de aceptar canjes se acomodaba a este espíritu, que evitaba la violencia implícita en toda negociación. Es decir, cuando los nativos se negaron a realizar intercambios, la fuerza se impuso y condicionó estos movimientos de entrega recíproca de oro por abalorios. Cuando el oro acumulado por las sociedades indígenas se fue agotando, los españoles se vieron obligados a forzar cada vez más los canjes y crearon sistemas de repartos, por medio de los cuales asignaban comunidades a los conquistadores para que solo ellos pudieran obtener allí su oro. Esto excluyó del negocio a otros tratantes. Se observa así, en forma muy temprana, la tendencia al monopolio, al proteccionismo, a la exclusión y al favorecimiento de lo particular. La escasez de oro llevó a los colonos y tratantes a apropiarse de los circuitos comerciales lejanos, al entregar a los caciques abalorios para que sirvieran de mediadores con pueblos ignotos, en la tierra adentro, y succionaran el metal. Así, la operación mercantil se colocó a la vanguardia de la conquista de América. No se sabe, en general, el impacto que la entrega de hachas, telas, cuchillos, adornos y machetes tuvo sobre las estructuras del ritual y de los símbolos y en las relaciones económicas y de poder en las comunidades del Caribe. Los españoles que tenían repartimientos entregaban a sus indígenas ropas, hachas y herramientas de uso doméstico en el momento de recibir el metal, con lo cual se mantenía viva la relación de la reciprocidad. En esta institución de tránsito, la organización laboral y administrativa de las comunidades no fue alterada directamente por los europeos. El control de estos sistemas seguía en manos de los caciques, aunque la
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obligatoriedad del canje introducía fisuras en su autonomía y, de hecho, en sus relaciones con los comuneros. Al agotarse los recursos del oro disponible e incrementarse el número de colonos interesados en metales preciosos, los repartos de indios se consolidaron. Con esta institución de tránsito a la encomienda surgió una relación de exclusivismo entre una comunidad y un colono. A este último se le asignaban o repartían una o varias comunidades para que ejerciera sobre ellas el monopolio del rescate. Para las comunidades, esta institución de tránsito significó el establecimiento de la obligatoriedad de entregar oro a cambio de mercaderías a su “encomendero” en tiempos que poco a poco se fueron regularizando. De esta forma se terminó por configurar una institución que no fue exactamente la encomienda, sino el repartimiento de indios. Este surgió en Santa María la Antigua del Darién con Pedrarias Dávila; en Cartagena de Indias, durante la primera gobernación de Pedro de Heredia, y en Santa Marta durante la gobernación de García de Lerma. Paralelamente, el intercambio como eje de la relación encomendero-comunidad se fue debilitando. El encomendero pedía oro sin entregar bienes a cambio. Pero si no se le entregaba el metal precioso, la agresión contra la comunidad no se hacía esperar. Así, las comunidades terminaron entregando oro para evitar la acción violenta del colono al que estaba repartida: un chantaje que ofrecía una paz temporal a cambio del oro. Al agotarse el metal el repartimiento adquirió forma ya no sobre el monopolio del botín sino sobre el de la fuerza de trabajo. Y este fue el fundamento de la encomienda. Pero paralelamente con el funcionamiento de este sistema de repartos, y en parte como consecuencia de las limitaciones que imponía sobre la apropiación de los recursos de las comunidades, los españoles se vieron precisados a diseñar nuevas estrategias. La más común fue abrir la frontera, y para ello eligieron dos espacios: por un lado, el mundo de ultratumba, y por otro, el horizonte incierto de tierras desconocidas. Así se inició el saqueo sistemático de cementerios como último capítulo de un sistema que había hecho del saqueo del oro la base de su organización y funcionamiento. Consumido lo que había en las casas, en los templos, en las residencias de los caciques y sobre los cuerpos de los nativos, los españoles reclamaron a sus muertos el oro acumulado por generaciones. Cada huaca y cada tumba eran perseguidas por los desorbitados ojos de la avaricia y por el intangible sueño del poder. Pero no solo fue el oro lo que atrajo a los europeos. Dada su calidad de gentes improductivas, se fijaron de modo particular en los depósitos de alimentos y vestuarios, así como en fortalecer un mercado This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:37 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 220
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de esclavos indios. Oro-alimentos-vestuario-esclavos fundaron la base de la riqueza de múltiples expedicionarios. Fue el agotamiento de estos recursos lo que obligó a los europeos a reorientar sus estrategias de poblamiento. Establecidas las ciudades, fue posible fundar estancias, negocios, minas y servicios. Con la ciudad, el espacio colonizador tuvo un centro y un poder para la administración y la fiscalización. Ahora los ingresos de las cajas reales no dependían únicamente del oro de cabalgadas y rescates, sino de diversos impuestos, tasas y exacciones que cubrieron a sectores sociales diferentes al de los indios. A grandes rasgos, estos han sido los problemas que se han planteado en este trabajo como preludio al surgimiento de la encomienda, una institución que sustentó la economía y la sociedad después de 1550, aproximadamente. Los encomenderos dominaron las actividades productivas y controlaron la fuerza de trabajo gracias a la regulación de un tributo pagado en especies y en servicios. Pero los encomenderos no solo dejaron de retribuir a los indios con objetos materiales, sino que ejercieron un control de carácter permanente sobre las comunidades. Se había roto la reciprocidad, y el rescate se diluía al igual que la autonomía de las comunidades. Los indios tenían ahora la obligación de entregar determinados volúmenes de bienes a un amo, y este debía pagar su adoctrinamiento y encargarse de organizarlos en “policía”. Si el rescate había supuesto el monopolio sobre los oros de las comunidades, la encomienda supuso el monopolio sobre la fuerza de trabajo. Tal es la importancia de una y otra institución, en dos momentos de la historia del Caribe. La encomienda no fue una institución cerrada, como se ha supuesto: ella rompió con un modelo de operar de los españoles, basado en esencia sobre el voluntarismo y la reciprocidad. Ahora los encomenderos recolectaban cuanto entregaban los indios, que no era solo oro, sino telas, alimentos y servicios personales, y los comercializaban, creando nuevos espacios de integración regional. El comercio creaba nuevas rutas, que se superponían a los mercados de los indios y terminaban subordinándolos o reduciéndolos a esferas marginales de mercados locales. Entre la encomienda y las ciudades surgieron nuevos actores sociales que, como los comerciantes y burócratas, terminarían por dominar y controlar la vida económica y social de las colonias. Todo ello debido a la desaparición de la población indígena, al surgimiento de la población mestiza y a la introducción masiva de negros. Las reformas de 1590, que promovieron grandes cambios en la organización del espacio, de las comunidades, de los tributos, del trabajo y de la disponibilidad This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:37 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 221
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de los recursos fiscales, anunciarían el declinar de la encomienda y el surgimiento de otros modelos de organización de la economía, como la hacienda, el concierto y el peonaje. Estas instituciones fueron elementos centrales del tránsito del monopolio de la fuerza de trabajo por parte de la encomienda a formas libres y serviles de los trabajadores y al predominio de la hacienda y la mina. Y en esto el surgimiento del salario fue fundamental en el desarrollo de las nuevas relaciones sociales que se consolidaron desde fines del siglo xvi. Finalmente, se ha estudiado la tragedia y el impacto que tuvo sobre la sociedad caribeña la incorporación de su economía al mercado mundial y la importancia de su oro dentro del conjunto de la economía del Imperio. Una visión muy general ha permitido valorar la magnitud relativa de su producción y, sobre todo, su significado. Conscientes de que la historia no es comprensible únicamente a partir de los hechos escuetos, sino que es necesario dimensionar los signos y símbolos que precisan su sentido, se ha buscado captar el valor de las pequeñas y a veces minúsculas cifras. Al unir esta abundante masa de aparentes nimiedades se evidencia su poder para forjar actitudes y conductas, que han terminado por moldear el carácter de la sociedad. La magnitud dispersa del oro nos ha hecho temerosos y escépticos, pero también nos dejó una riqueza mejor redistribuida que en otras sociedades de América, en donde la grandeza creó monstruos sociales. La pasión de los europeos por estas deformaciones parece ser más una vocación inconsciente del colonialismo que el producto de una comprensión global de todas las economías latinoamericanas y del impacto de su participación en los procesos de consolidación de los imperios europeos, así como en la acumulación de recursos que hizo posible múltiples formas de inversión que condujeron a la Revolución Industrial. La búsqueda de una visión de conjunto de la Nueva Granada a partir de la historia del Caribe en el siglo xvi es un intento de descifrar el carácter diverso y disperso de nuestra unidad. El Caribe mismo, como región, es una matizada mancha de economías que permitieron a los españoles no solo disponer de variados recursos, sino fundar subregiones cuyos procesos de cambio difieren internamente. Tal diversidad, sin embargo, no logra alterar los elementos de una personalidad que une al Caribe como región y cuyo carácter está sobre el mar y las llanuras mucho más que sobre las selvas y serranías. Aunque bien vale la pena pensar que el Caribe como tal no sería posible comprenderlo sin los Andes, sin la selva y sin las cotas de las serranías que lo bordean.
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conclusiones
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Toda la historia de la región caribe en el siglo xvi puede sintetizarse en esa curva que define el comportamiento sangriento de su población. Millones de seres murieron y desaparecieron víctimas de una historia ligada a los primeros años del oro, de las crónicas y de las ciudades. El desastre demográfico del siglo xvi consolidó el asiento de negros, que comenzó a dejar fluir sus barcos negreros a la ciudad de Cartagena de Indias. La caída de la población complementa toda esta historia trágica que apenas visualizamos en un gráfico, pero cuya tendencia está contenida en miles de testimonios que hablaron de todas las hazañas criminales de quienes construyeron la grandeza de España. A grandes rasgos, estos han sido los problemas que se han planteado en el curso de este trabajo, siguiendo las cuentas manejadas por la Real Hacienda del siglo xvi. Las cifras constituyen puntos de referencia y son apenas el abrebocas de un debate sobre los costos económicos, sociales y ecológicos que pagó América por la conquista durante esos primeros años. Las diferentes cuentas son especies de códigos genéticos capaces de expresar múltiples comportamientos y rasgos de nuestra formación colonial aún desconocidos. Los volúmenes de ingresos y egresos de la Real Hacienda constituyen tendencias de una economía que pasó de vivir del oro a depender de la agricultura, del comercio y de los servicios. Estos sectores no solo reactivaron la minería, sino que esta estimuló el desarrollo de los mismos. Las cajas reales y otros documentos propios de las actividades de conquista permiten un acercamiento al conocimiento de nuevas cronologías y nuevos estadios de nuestra historia colonial del siglo xvi. Sobre todo han permitido recuperar nuevos conceptos y dimensionar la fuerza circular que llevó a los europeos de las Antillas al Caribe y a Urabá, y de allí a todo lugar de Centroamérica y los Andes. Esta historia no es de héroes. Ni Bastidas, ni Heredia, ni Balboa, ni Pedrarias Dávila, ni Ojeda ni Nicuesa son los actores centrales. Ellos están en medio de una tormenta social cuyos efectos apenas se perciben. Se ha querido mirar el Caribe colombiano según el resultado de unas gestas que la Corona española valoró primero en unos impuestos, luego en títulos y reconocimientos. Se quiso penetrar en las cárceles de los registros numéricos de la Real Hacienda para mirar en ellos la sangre, el hueso, la carne y la vida de quienes dieron estatura y realidad a unos valores que en apariencia nada dicen, pero que esconden esas estaciones de miedo vividas por los nativos, mientras esperaban o toleraban a los españoles. Al huir o perder su comunidad, la soledad se apropió de todo, se dispersó, se diluyó en refugios de selva o en rincones inhóspitos This content downloaded from 200.52.254.249 on Sat, 18 Apr 2020 15:32:37 UTC All use subject to https://about.jstor.org/terms pi La estacion del miedo_final.indd 223
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cada vez más extraños, pero en donde siempre fue necesario reconstruir el mundo y la vida cotidiana. Para concluir digamos que al no existir una unidad prehispánica en la actual Colombia, la fragmentación en múltiples realidades sociales y regionales parece haberse constituido en una especie de castración para los colombianos de hoy, que se ven precisados a arrastrar los caminos de su identidad, oponiendo siempre la unidad a la diversidad. Los pequeños reinos y señoríos prehispánicos, todas esas comunidades y sus confederaciones, lucen insuficientes en un universo en donde no hay un sol que rescate de la oscuridad un atomizado mundo de verdades. Pero la unidad es solo un mito, pues en aquellas sociedades en donde ilumina sus caminos, como México y Perú, la comprensión de la diversidad se abre como alternativa de equilibrio, de justicia y de nuevas expresiones de identidad. Es un mito para los colombianos, porque lo que encarna su ser es la multiplicidad, la variedad de una realidad dispersa, desigual y fragmentada que será necesario articular sin desgarramientos ni traumas. Nuestra gran verdad no fue el poder de grandes imperios, capaz de incorporar toda realidad marginal, sino la dinámica de un mundo atomizado que solo podrá encontrar sobre el futuro la imagen de sus partes. El mundo prehispánico legó los fragmentos de un rompecabezas que la Colonia dispersó. Debemos aprender, pues, a articular sobre el espejo de nuestro destino las múltiples caras de nuestra realidad. Pero ¿cuál es el espejo en donde deben mirar estos mil rostros? Indudablemente que la nación, erigida como encarnación de nuestra realidad fragmentada. Tal es, desde hoy, la aventura de nuestra historia.
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