La América abundante de Sor Juana : IV ciclo de conferencias 1995 9789701800058, 9701800052


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Spanish; Castilian Pages [195] Year 1995

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La América abundante de Sor Juana : IV ciclo de conferencias 1995
 9789701800058, 9701800052

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MUSEO NACIONAL DEL VIRREINATO IV Ciclo de conferencias 1995

La “América

abundante” de Sor Juana.

C o n sejo N acio n al p ara la C u ltu ra y las A rtes Rafael Tovar y d e Teresa, p re sid e n te In s titu to N acional d e A n tro p o lo g ía e H isto ria M aría Teresa Franco y G o n zález Salas, d irecto ra general M useo N acional del V irre in a to M aría del C o n su elo M aquívar, d irectora

IV CICLO DE CONFERENCIAS 1995

La "América abundante" de Sor Juana

María del Consuelo Maquívar COORDINADORA

M u seo N a c io n a l d e l V irre in a to

IN STITU TO N A C IO N A L DE A N T R O P O L O G ÍA E HISTORIA

D iseño de p o rta d a : José Luis S án ch ez Rivera Fotografía: Palle Pallesen D.R. © M useo N acion al d el V irrein ato ■I \ TAH ISBN 970-18-0005-2 la . ed ición 1993

Presentación La "América abundante" de Sor Juana Q u e yo, se ñ o ra, nací e n la A m érica a b u n d a n te ; soy c o m p atrio ta d el oro, p a isan a d e los m etales a d o n d e el c o m ú n su ste n to se d a casi ta n d e b ald e, q u e e n n in g u n a p a rte m ás se o ste n ta la tie rra M adre. S o r Ju a n a In é s de la C r u z

en 1995 trescientos años de la m uerte de Sor Juana Inés de la Cruz (1651?- 1695), el Museo Nacional del Virreinato organizó diversos eventos en memoria de la célebre m onja jerónim a, su obra y su época: cinco exposiciones temporales, una de las cuales, cuyo título fue el de Sor Juana y la Cultura Barroca, con más de 60 obras de pintura, escultura, mobiliario y libros, tuvo lugar en el Centro Cultural Isidro Fabela-Casa del Risco. Otra más, titulada La "América abundante"de Sor Juana, con características similares a la anterior, fue m ontada en el propio Museo Nacional del Virreinato. Asimismo, en la Casa Borda de la ciudad de Taxco, Guerrero y en la Facultad de Estudios Superiores de Cuautitlán-UNAM, se expuso la muestra Recuerdo Barroco de Sor Juana. Por último, tam bién en el M useo del Virreinato, el tem a del mes de noviembre, la "Ofrenda de Muertos", estuvo dedicada a la memoria de Sor Juana. En este am plio program a de actividades tuvo especial importancia la realización, durante el mes de septiembre, del 4o. ciclo anual de conferencias titulado esta vez, al igual que la seg u n d a exposición tem p o ral m en cio n ad a , La América abundante" de Sor ¡nana. En él p articip aro n p o n en tes y C o n m o t i v o d e h a b e r s e c u m p l id o

presidentes de mesa de centros de investigación, docencia y museos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, del Instituto Nacional de Bellas Artes y de la Universidad Nacional Autónoma de México. El ciclo de conferencias se dividió en cuatro sesiones en las que se abordaron los temas de la vida conventual femenina, la presencia femenina en la sociedad novohispana, el pensamiento y el arte, así como las expresiones artísticas del barroco. La vida en los conventos femeninos fue tratada con base en fuentes bibliográficas y documentales, pero también a partir de los hallazgos en las excavaciones realizadas en el ex convento de San Jerónimo de la ciudad de México. En la mesa sobre la presencia femenina en la sociedad novohispana, se abordaron temas como el de la falta de vocación religiosa, las mujeres afromestizas, las viudas impresoras, y las monjas coronadas. El pensamiento y el arte se vieron a través de los órganos tubulares y de la famosa crítica de Sor Juana al padre portugués Antonio Vieyra. Finalmente, con relación a las expresiones del barroco novohispano, se habló del convivir cotidiano de las "otras mujeres" que acompañaban a las monjas en los conventos, y de la relación entre la música y los retablos en los templos católicos. La presentación de una temática tan variada y sugerente, a través de la cual nos asomamos a la "abundante" América de Sor Juana, fue posible gracias a la desinteresada participación de los ponentes, a quienes agradecem os am pliam ente su colaboración. De igual m anera, agradecem os la valiosa participación como presidentes de mesa a nuestros distinguidos colegas y amigos Miguel Angel Fernández, Carmen Gaitán, Julieta Gil Elourdv y Salvador Rueda. Por último, vaya aquí nuestro reconocimiento a los trabajadores del Museo que de una u otra manera colaboraron en la realización de todos los eventos mencionados. J o sé A bel R a m o s S o r ia n o

Sor Juana Inés de la Cruz Antonio Tenorio. Oleo sobre tela. Siglo XIX (1878).

"La ascesis y las rateras noticias de la tierra: Manuel Fernández De Santa Cruz, Obispo de Puebla"

M a r g o G la n tz

N o h a y m e j o r f ó r m u l a para describir este trabajo que la expresión inglesa «work in progress»: sim ples notas que a p u n ta n h acia u n tra b a jo fu tu ro : el d e u n a e ró tic a conform ada por el ascetismo, esa obsesión constante en el período barroco y, por tanto en el México del siglo XVII: un ferviente deseo de vencer a la prisión corporal y aniquilar su materialidad; como consecuencia, un esfuerzo incesante por d e s tr u ir el c u e rp o . U n solo re s u lta d o : su p re s e n c ia insoslayable en el discurso. Podríamos simplificar diciendo que si el cuerpo del místico se desvanece, el del asceta se agiganta. «La corrupción del cuerpo es el presupuesto de su inm ortalidad», com o diría B arthes.1 Este deseo ha sido privilegiado por el discurso hagiográfico que organiza una composición de lugar, un discurso de virtudes y un repertorio anecdótico2 m ediante el cual se da cuenta de m om entos singulares en que el cuerpo es el espacio escenográfico de una erotización. 1 R o l a n d B¡trilles. M ichelel par luí m im e. Pa rís , S e n i l , p 7X M i c h c l d e ( c r t c a u . I.a escritura de la historia. U n i v e r s i d a d I b e r o a m e r i c a n a ,

1985

La buena disposición del cuerpo He elegido u n personaje cuya vida ha sido aparentem ente referida según los cánones del discurso hagiográfico clásico, d u ran te el período colonial mexicano; u n personaje m uy im portante en su tiem po, M anuel Fernández de Santa Cruz, nacido en Palencia, España, en 1633, m uerto en 1699 en su obispado de Puebla, y conocido hoy fundam entalm ente por haber publicado un texto que Sor Juana llamó Crisis de un sermón, y rebautizado por el obispo se conoce hoy como Carta Atenagórica,3 y que va precedida por otro texto adm onitorio

! Cf. el inteligente com entario de Elias Trabulse a la edición facsim ilar de la C arta a ten a górica o C risis de un serm ón de sor Juana, publicada por Condum ex, 1995, precedida por la infaltable C arta de S o r F ilo tea del obispo de Puebla. Ese prólogo es una «apasionada noticia» de las ya tam bién centenarias especulaciones sobre uno de los más inquietantes m isterios que rodean la vida y la obra de esta autora, su llam ada conversión. Y en ese prólogo Elias Trabulse da cuenta de un texto enigm ático de próxim a aparición, el m anuscrito intitulado C arta que h abiendo visto la A tenagórica que con tanto acierto d io a la estam pa S o r F ilo tea de la Cruz d e l convento de la santísim a Trinidad de la ciu d a d de los Angeles, escrib ía Serafin a de C risto en e l convento de X P S Je ró n im o de M éxico. Y es que con el renovado gusto por los Enigm as, tan curiosam ente á la p a g e desde su reedición por Antonio Alatorre en 1994

(CM). es posible advertir que Sor Juana rompe en este texto autógrafo con todas las convenciones del discurso canónico y con la autoridad eclesiástica constituida; además, deja totalm ente en claro y sin trabas, insisto: si somos capaces de adivinar los enigm as, lo que ya había dicho antes con discreción, respeto y cierta contención en la A tenagó rica y en su fam osa Respuesta, form ulada a petición expresa de un obispo travestido de monja. 0N'o planteaba ella que al buen entendedor pocas palabras? ¿Y no se expresaba casi m eridianam ente así?: "Si el crimen está en la Carta Atenagórica, ¿fue aquella más que referir sencillam ente mi sentir con todas las venias que debo a nuestra Santa M adre Iglesia? Pues si ella, con su santísim a autoridad no me lo prohíbe, ¿por qué me lo han de prohibir otros? Llevar una opinión contraria de V ieyra fue en mí atrevimiento, y no lo fue en su Paternidad llevarla contra los tres santos Padres de la iglesia0 Mi entendim iento tal cual ,,no es tan libre como el suyo, pues viene de un solar?.. Demás que yo ni falté al decoro que a tanto varón se debe,... ni toqué a la Sagrada Com pañía en el pelo de la ropa....Si es. como dice el censor, herética, ¿por qué no la delata? y con eso él quedará vengado y yo contenta que aprecio, com o debo, más el nombre de católica y de obediente hija de mi Santa Madre Iglesia, que todos los

e intitulado Carta de Sor Filotea, nom bre debajo del cual se ocultaba S anta C ruz. De él dice O ctavio Paz, « p u ed en adivinarse (en su biografía) dos pasiones: la teología y las religiosas».4 Sin em bargo, a pesar de que posee varios de los rasgos distintivos del discurso hagiográfico, la vida del obispo de Puebla acusa ciertas diferencias si se com para con las hagiografías de otras figuras de la misma época, entre otras la del jesuíta N ú ñ ez de M iranda, confesor de la m onja jerónim a o la de el arzobispo Aguiar y Seijas, denonados perseguidores de la m onja jerónima. Fray M iguel de Torres, sobrino de Sor Juana, escribe la hagiografía de F ernández que de m anera hiperbólica es

aplausos de docta.I . (Respuesta a Sor Filotea, SJ, Obras completas, M éxico, FCE, T.IV. 1976, ed. de Alberto G Salceda, pp 468-469)». Es cierto, entendem os perfectam ente su defensa, sustentada en su libre albedrío, en su propia capacidad para estudiar y com prender las sagradas escrituras y la patrística, y verificam os su negación a obedecer como si fuera divina, y por tanto infalible, la palabra autoritaria de la burocracia eclesiástica de su tiem po, ya se tratara del obispo o de los soldados de la Compartía de Jesús, pero no sabíam os quiénes eran esos «varones» indignados, esos «censores agraviados» que la acusaban de herética, esos im pugnadores, m encionados indirectam ente y que seguramente tanto el obispo com o el padre Núrtez identificaban bien: «Pero ¿dónde voy. Señora mía'7 Que esto no es de aquí, ni es para vuestros oídos, sino que com o voy tratando de mis impugnadores, me acordé de las cláusulas de uno que ha salido ahora, e insensiblem ente se deslizó mi pluma a quererle responder en particular, siendo mi intento hablar en general (Ibid. p. 469)». Y, parecería que se trataba de un dato evidente: por eso nos decim os, «es obvio, es m eridiano, se trata del padre Núrtez y no de Vieyra. él es el censor, el calificador del santo oficio, el soldado encum brado de la Compartía de Jesús, quien interpreta las ordenanzas de Pablo como preceptos sin analizarlas y m anda que las m ujeres callen en la iglesia y lo extiende a todos los ám bitos, es él. pero tam bién Santa Cruz quien quiere verlas tan silenciosas que parezcan muertas, es él (y Santa Cruz, pero con cariño) quien reprende a las muieres o más bien a las monjas, o en realidad, y en particular a Sor Juana, cuando «privadam ente estudian», es él quien condena su natural habilidad para hacer versos, quien, en suma, la hace objeto de una encarnizada y larga persecusión. Pero esa verificación sólo pudo confirmarse cuando Trabulse desm ontó el tablado, deslindó responsabilidades, definió estratagem as y ofreció datos históricos definitivos por su pertinencia. ' Octavio Paz. Las trampas de la fe. México. FCE, 1990. pp. 521-522.

llam ado Dechado de príncipes eclesiásticos.5 De los prim eros datos consignados no es posible inferir nin g u n a diferencia con el can o n : el o b isp o es visto co n fo rm e al m o d e lo tradicional, puesto que se idealiza su condición de prelado y de político, se le conceden antecedentes nobles y heroicos, a u n q u e sus m áxim as cualidades sean la h u m ild ad y la obediencia, en sum a es «dechado vivo y ejem plar adm irable de buenas obras en doctrina, en integridad y en gravedad (f.s.n.)». De acuerdo con el m odelo que tipifica a todas las figuras prom inentes de su tiempo a quienes la fama consagró, los dones recibidos con infusos, son el signo de una elección divina, ya que, como asegura Torres, "por el o rden de la naturaleza hubiéram os nacido todos igualm ente nobles, a no haber invertido la culpa el orden sucesivo de la naturaleza (f.5)". Del pecado original proviene la desigualdad; la pérdida d el Paraíso hum illa, envilece, sólo se salva q u ie n está predestinado. El castigo im puesto por el pecado original se redim e a través de su genealogía com prueba su grandeza, pues su padre proviene de una "noble y virtuosa estirpe, cuyas raíces se dilataron en el solar ilustre de los santa cruces": Fascinado, exclama en su s M iguel de Torres, D ech ado de P rin cipe s eclesiásticos, vid a d e l S eñ o r doctor D: M anu el Fern án dez de Santa C ruz 1 12 2 , a quien identificaré con la a breviatu ra MT. Entre los m últiples ejem plos de este género hagiográfico puede leerse a Juan Antonio de Oviedo, Vida exem plar, h eroicas virtudes, y apostólicos m inisterios de e l V. P. Antonio Nuñez de M iranda, de la C om pañía de Je s ú s , M éxico, herederos de la Viuda de Francisco Rodríguez Lupercio, 1702. Y sobre monjas, C a rlo s de Sigüenza y G óngora. P arayso occidental, M éxico, Juan de Ribera, 1684, de. fa c s im ila r, M éxico, UNAM - Condum ex, Prólogos de Manuel Ramos y M argo Glantz, C f tam bién Caroline W alker Bynum, H oly F ea st a n d H oly Fast, The R elig io u s Sig n ifica n ce o f F o o d to M ed iev a l Women, Berkelev, The University o f California Press, 1987. José L. Sánchez Lora. M ujeres, conventos y fo rm a s de la re lig io sid a d barroca. M adrid, Fundación Universitaria Española, 1988, Ver asimismo mi libro S o r Ju a n a Inés de ¡a Cruz: ¿H a g io g ra fía o a u to b io g rafía ?, México, Grijalbo - UNAM, 1995, - Sobre este obispo ha escrito - Marie - Cécile Benassy - Berling, Humanismo y relig ió n en S o r Ju a n a Inés d e la Cruz, M éxico, UNAM, 1983. Y especialm ente en un artículo aún inédito presentado en el congreso de Literatura Colonial del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM , celebrado en septiembre de 1994.

Dechado de príncipes eclesiásticos: ...porque a la grande herm osura de su ánim o correspondía la buena disposición de su cuerpo y perfección agradable de su rostro. Era más alta que baja su proporcionada estatura, sin falta ni im perfección algunas, antes si con perfecta organización en todos sus miembros; el color era blanco, el rostro tenía lleno y rozagante en las mejillas y labios, los ojos negros y vivos, aunque con su modestia mortificados. Con este sem blante manifestaba un natural tan agradable y benigno que sólo con su presencia conciliaba los respetuosos afectos de quien lo miraba...(f.72). Por su parte, Francisco de la Maza remacha: «Según sus re tra to s , a los s e s e n ta añ o s c o n s e rv a b a su cara de ad o lescen te» /' Un p rela d o que en varias de sus cartas dirigidas a religiosas insiste en «abrazar la mortificación» y cultivar «el ejercicio de la aniquilación», se preocupa sin em bargo «por vigorizar los miembros y fortalecer la salud con el ejercicio (MT, ff. 19-20)»; la palabra ejercicio aquí se utiliza en su sentido literal, el cultivo del cuerpo, o sea un entrenam iento regular para robustecerlo, la legua diaria que el futuro obispo caminaba en Palencia con el fin de visitar a una m edia herm ana, religiosa en un convento, quien lo ayudó a dar los prim eros pasos para perfeccionar su espíritu. D esde una edad m uy tierna es adm irado por «la capacidad de su espíritu y la bizarría gallarda de su cuerpo» (p. 44) y, en 1693, en plena actividad en su obispado, ante una posible invasión inglesa en el Caribe, intenta organizar un ejército ' Francisco de la Maza. Sor Juana Inés de la Cruz ante la historia, biografías antiguas. La Fama de 1700 (Noticias de 1667 a 1892) M éxico, UNAM , 1980, ed. de Elias Trabulse, México, IINAM. p. 71.

para defen d er las posiciones españolas y conm em ora la n u n ca realizada hazaña, haciéndose retratar vestido de m osquetero con la espada al cinto, en franca nostalgia de u na profesión que lo hubiese podido consagrar como héroe y, si caemos en la tentación de hacer elucubraciones, en un ap u e sto caballero, b ien d isp u e sto a e m p re n d e r lances a m o ro so s (M aza, p. 72). Y e ste g u a p o o b isp o ta n p e rfe c ta m e n te p ro p o rcio n a d o en to d as sus p arte s, las espirituales como las corporales, cuidaba de que las jóvenes vírgenes cuyo deseo era ser religiosas ... habían de ser nobles y de buena gente y que fuesen de buena cara porque lo prim ero que procuraba era saber si era de buena gente y tenían buen parecer. Éstas eran las que adm itía en el Convento de santa Mónica...7 Son palabras de M aría de San José, religiosa de santa Mónica, fundadora más tarde de u n convento de agustinas en Oaxaca y autora de una autohagiobiografía; palabras que traducen las prefrerencias estéticas y raciales de quien sería famoso por elegir un seudónim o fem enino y monacal, y quien, al finalizar su célebre Carta de Sor Filotea, le aseguraría, quizá conm ovido, a Sor Juana: Esto desea a Vmd quien desde que la besó m uchos años ha la mano, vive enam orado de su alma, sin que le haya entibiado este am or con la distancia ni el tiempo, porque el am or espiritual no padece achaques ni m udanzas, ni le reconoce el que es puro, sino es hacia el crecimiento...8 7 Kathleen Myer.s, Word from N ew Spain, The S p iritu a l A utobiograph y o jM a d r e M aría de San Jo s é (1656-1719) Liverpool, Liverpool University Press, 1993, p. 154. * C a rta de so r F ilo tea , en Sor Juana Inés de la Cruz, O bras com pletas, México, I'CF:. 1976, T.IV, ed. de Alberto G, Salceda, p. 421.

¿Un alma enam orada? Sin duda, pero tam bién u n hom bre cuya máxima obsesión sería la del propio cuerpo, concebido éste como el «sobrescrito con que indica la naturaleza las perfecciones del alma» (MT, f. 189).

Las niñas de mis ojos La devoción que Santa Cruz tuvo por las monjas fue u n signo, según palabras de Francisco de la Maza, «de ese traslado platónico que hacen los hom bres castos de convertir su sensualidad en am or espiritual, hum ano, legítimo y m uchas veces provechoso»(p. 72). Y ciertam ente esa devoción fue provechosa: con obstinación el prelado se p reocupó por proteger a las niñas nobles y pobres, fu n d an d o colegios, de los cuales exclama adm irado Torres: "...en m enos de veinte años pasan de cincuenta las colegialas que h an salido del hum ilde retiro de sus colegios para subir al tálam o del Divino Cordero, su inm aculado Esposo» (f. 185)... M uchos conventos o «místicos jardines... para «flores de virginal pureza» (f. 183) son fundados y sostenidos por Santa Cruz; tam bién casas de recogimiento para las m ujeres ...que, antes pecadoras, habían sido público escándalo de la república y, ya convertidas, eran ejem plo vivo de penitencia, a imitación de aquel bello asom bro de la gracia, Santa María Egipciaca, su titular y patrona (MT, f. 178). Recogimiento transform ado prim ero en colegio y luego en convento, n ad a m enos que el de san ta M ónica. Así delineado por u n a figura retórica «perfecta», la de «dechado

de p rín cip es eclesiásticos», e n la ex altada visión d e su hagiobiógrafo, F ernández de Santa C ruz se dibuja como un a p a sio n a d o coleccionista, ¿no b u sca acaso ejem p la res perfectos de vírgenes jóvenes, bellas y nobles para encerrarlas en u n sagrado recinto y protegerlas contra el m undo? Había discurrido el Señor D on M anuel hacer colegios de niñas doncellas, nobles y virtuosas la que era casa de m ujeres recogidas, y luego que la tuvo desocupada puso en ejecución su b u en a idea y, para que tuviese el colegio u n a com unidad en aquel núm ero que juzgaba su ilustrísima proporcionado a su intento, solicitó con diligente estudio en todo su obispado, inform es desapasionados de aquellas nobles doncellas en quienes se hallaban las prendas de virtud, juicio, nobleza y herm osura, que suele ser muchas veces el sobrescrito con que indica la naturaleza las perfecciones del alma, y no puso m enor estudio en que fuesen pobres de bienes de fortuna porque suelen ser éstas las más expuestas a los golpes de la desgracia. Con estas diligencias consigió el prelado tan crecido núm ero de vírgenes que p u d o elegir entre las que tenía nom inadas aquellas que por resplandecer m ás en las prendas y calidades que se deseaban, llegaron a llenar con su conocim iento y experiencia el concepto del gran juicio de príncipe tan p ru d en te (MF, ff. 189-190). U n mism o recinto alojaría sucesivam ente a esas m ujeres pecadoras, «ejemplo vivo de penitencia» y, luego, a aquellas jó v en es seleccionadas de e n tre el «crecido n ú m e ro de vírgenes» coleccionadas. ¿Será excesivo hacer algún tipo de asociación? Tomás Palacios Berruecos, el único h erm an o

varón de la ya m encionada María de San José, y po r tanto el jefe de u n a familia rural que contaba entre sus m iem bros a u n a m ad re v iu d a y a siete hijas solteras, resp o n d e con violencia a u na proposición de Fernández de Santa C ruz para recibir en su colegio, insisto,antes recogim iento de m ujeres, a sus herm anas y verbaliza de m anera ro tu n d a algo que yo he esbozado con timidez: Mi herm ano Tomás siem pre fue m uy entero en todas sus cosas. Luego que vio lo que contenía la carta com enzó a alterarse, diciendo que viviendo él, sería descrédito suyo el entrar a sus herm anas en colegio ninguno, que si fuera convento de religiosas, que en tal caso se podía entrarnos, pero que de no, que por nin g u n a m anera. Con esta resolución respondió a la carta del señor obispo Santa Cruz, sin que mi m adre pudiese im pedírselo por más que hizo, a pesar de todas, que au n q u e no todas nos inclinábamos a ser religiosas, sentíam os m ucho el que mi herm ano se disgustase con su Ilustrísima, porque a todas nos seguía m ucho daño y perdíam os el bien que nos podía hacer. Luego que el señor O bispo vio la carta que mi herm ano le escribió y la respuesta que en ella le daba, que luego alzó la m ano en procurar nuestro rem edio, y nunca más volvió a tratar con mi herm ano en nin g u n a materia, ni volvió a ponérsele delante, que con ser Su Señoría tan benigno como era, más en enojándose con una persona era terrible de desenojarse (Myers, pp. 152-153).

La piel de santidad Si exam inam os som eram ente las cartas que el O bispo de Santa Cruz escribió a varias religiosas entre las que se cuentan simples monjas, novicias o preladas,9es posible advertir que sus p re c e p to s tra v e stid o s de co n sejo s, se e n c a m in a n prim ordialm ente a «dar gusto a Dios». Y ese deseo esencial se logra m ediante el ejercicio de la aniquilación, definido así: Hija mía el cam ino que has de llevar no adm ite sequedades, porque si el cam ino adonde cam inam os es la aniquilación y no quieres nada; quien tiene la sequedad quiere el consuelo y esta es falta en el ejercicio de la aniquilación (MT, f. 401). La falta de deseo por lo terrenal, ese «dar gusto a Dios», es abandonarse totalm ente a los designios del Señor, carecer de voluntad, nulificarla o tenerla sólo para lograr erradicarla en su totalidad y ap ren d er a obedecer ciegam ente a Dios, por interm edio del confesor: El silencio interior no es discurrir ni pensar en cosas inútiles ni en las indiferentes, pero siem pre el pensam iento ha de estar em pleado en Dios, o en las cosas de obligación, y de la obediencia que Dios, tam bién en el cielo, Infierno, M uerte y en las im ágenes de Cristo (MT, f. 400).

■'Com o apéndice al libro de l orres se incluyen varias cartas de Fernández de Santa Cruz dirigidas a distintas religiosas, entre las que se cuenta Sor Juana, pero si bien a ella le escribe con el pseudónim o de sor Filotea, las cartas dirigidas a otras m onjas van firmadas con su nombre y cargo de obispo, primero de Guadalajara, y luego (la mayor parte de las cartas) de Puebla.

Estar en Cristo conduce a prescindir del afecto de todas las criaturas, consiste en suprim ir los afectos terrenales para trasm utarlos en am or celestial: ...los vehem entes deseos te deben templar, pues querem os en dos días ser pacientes, hum ildes, y aunque este deseo trae piel de santidad, encierra en sí una secreta presunción. C onténtate ahora con estar descontenta con estas inclinaciones y deja a Dios que las quite cuando gustare (f. 400). Un desasim iento de lo terrenal para abrazarse a lo celestial, «no poner oficio en criatura alguna» para darle prim acía absoluta a Dios. Este desasim iento im plica p o r lo tan to p rescin d ir de todos los afectos h u m a n o s y p racticar la obedeciencia ciega, es decir, en trar en la p asividad m ás extrema, dejarse poseer y estar a la merced del único y posible dueño, Dios, m ediante el despojo total, la aniquilación: No debes querer más que el gusto de Dios, sin querer ni quietud ni luces, ni otra cosa que el beneplácito de Dios, que es lo que dice San Francisco de Sales de la estatua, que si tuviera conocimiento y la p reguntaran que hacía en su nicho inmóvil, respondiera que estarse allí porque gustaba su dueñ o el estatuario, que aunque no hacía nada le bastaba que su du eñ o le mirarse, porque no quería más que estar al gusto de su d ueño (MT, f. 389). N ada nuevo se advierte en esta descripción, num erosas veces repetida en textos hagiobiográficos, pero en Santa Cruz se matiza: el desasim iento encuentra u n a im agen de bulto, una especie de estatua, la de quien por despojo total de si

mism o se ha transform ado en objeto inerte, entregado a la m irada. ¿Cóm o, entonces, llegar a esa perfección, a esa disponibilidad, a la inercia integral? U na lectura concienzuda resalta las paradojas. Sólo es posible alcanzar la aniquilación o el desasim iento -estar a la m erced de Dios, a la m edida de sus deseos-, a) si se obedece ciegam ente a los superiores e, im plícitam ente al confesor que tiene jurisdicción total sobre las preladas del convento -»Pídele a la rectora licencia para todo, h asta p ara beber» (f. 394); b) si se e m p re n d e u n adiestram iento cotidiano que consiste en u n regulado juego de com portam ientos; c) si se elabora u n m odelo para los hábitos de conducta; d) si se im pone u n código de despojo matizado: «a la cabecera pongas m adera pero si te quitare el sueño tiem po considerable no la pongas (f. 394)»; e) si se ejecuta una coreografía doméstica: «Dormir en cruz sólo los viernes, lunes y miércoles»; f) si se codifica u n a burocracia vestim entaria que articula el concepto de la hum ildad: N o tengas hábito hasta que la prelada te lo m ande, ni lo pidas, sino rem iéndalo, y adora y besa los rem iendos, como la gala m ayor con que se viste la santa pobreza, que no sé cómo no te da gran consuelo, en verte peor vestida que todas (f. 395) g) y, si se reglam entan los ayunos, que deben practicarse sin exageración: No te desayunes el dom ingo, y el viernes debe el atole sin dulce, los dem ás días déjalo a la providencia (f. 396)... En el comer sean dos huevos, el potaje del caldo y otro plato y en ésto no dejes nada, si dieren otro extraordinario o fruta, en eso caiga la mortificación (f. 402). Burocracias claustrales, cuya u n id ad su stantiva es sin em bargo la organización de una ascesis. Pero ya se ha visto

que se trata de u n ejercicio m oderado del castigo, pues se trata de u na práctica cuidadosa que no dañ a dem asiado el cuerpo, que m antiene su integridad y, en cierta m edida, su belleza.10 Es u n a m ortificación dosificada, u n m o d erad o ejercicio de santidad, u n a práctica que contrasta en sus resultados con las encarnizadas prácticas que atorm entan y laceran los cuerpos ascéticos tradicionales, el de M arina de la Cruz, el de Catarina de San Juan, el del arzobispo Aguiar y Seijas. En verdad se trata de u n a práctica ascética que no destruye la arm onía corporal.

Les entregó su corazón... El convento de santa M ónica en Puebla y sobre todo sus monjas fueron siem pre predilectas del obispo, al grado de que consideraba a las religiosas como lo más cercano que tenía, una de las partes más preciadas de su cuerpo, «las niñas de sus ojos». Esta predilección fue siem pre manifiesta, y en el lapso transcurrido entre 1680, año en que decidió darle una nueva jerarquía a su colegio, hasta el de 1688 en que recibió las autorizaciones necesarias para convertirlo en convento m ediante una bula papal, trató de calmar, según lo expresado por Torres, «la mortificación que causó al celoso príncipe la dilación de sus ard ien tes ansias», m ed ian te limosnas que protegían a sus m oradoras de los problem as del m u n d o , e im p o n ién d o les de an tem an o las reglas y En cierta medida, pero con m ucha mayor m oderación, seguiría las reglas de Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales: «Castigar la carne ... es, a saber, dándole dolor sensible, el cual se da trayendo cilicios y sogas o barras de hierro sobre las carnes, flagelándose o llagándose, y otras maneras de asperezas, lo que parece más cóm odo y más seguro en la penitencia, es que el dolor sea sensible en las carnes y que no entre dentro de los huesos, de m anera que dé dolor y no enfermedad; por lo cual parece que es lo más conveniente lastimarse con cuerdas delgadas, que dan dolor de fuera, que no de otra m anera que cause enfermedad que sea notable, Obras completas, prologadas y com entadas por el I*. Ignacio Iparraguirrc, M adrid, Bac, 1963, p. 244

constituciones vigentes en cualquier convento de religiosas de velo negro y coro. Las m anifestaciones de júbilo que orquestaron el triunfo de este obispo a quien se adm iraba por su hum ildad dan cuenta»..(d)el estruendo producido cuando con un solemne repique participa(ro)sen las lenguas de las cam panas de toda la ciudad». En realidad, m ucho antes de recibir los permisos eclesiásticos reglamentarios, el obispo ya había em pezado a construir la fábrica del convento, una ^primorosa arquitectura», y ya había provisto ...para el sustento de las dichas señoras veinte religiosas (que)... se fincaron sesenta mil pesos en posesiones seguras, para que con los réditos tuvieron los alim entos necesarios sus hijas, y expresa su Exa. Illma. en la escritura que su voluntad es que dichas veinte dotes se perp etú en y m antengan para que las niñas nobles, virtuosas y pobres de bienes de fortuna a quienes Dios llamare a su convento de santa Mónica no tengan por falta de dote ninguna dificultad para corresponder a la divina vocación...(MT, f. 207). Un amor obstinado, una devoción particular que pretendió proteger al convento y a sus habitantes de los em bates del tiem p o ; sus d isp o sic io n e s te s ta m e n ta ria s in c lu y e ro n cuantiosos legados para permitir que se aum entase el núm ero de religiosas y garantizar su bienestar terrenal. Pero el acto más significativo de esa devoción nos remite de nuevo a un dato concreto y corporal, un dato que en su flagrancia parece neutralizar la espiritualidad, aunque sea evidente tam bién su carácter simbólico:

Dícese este legado últim o respecto de los que pertenecen a bienes reales, que del tesoro más noble, m ás rico y m ás apreciable que tenía el generoso pecho de este pastor sagrado les hizo entrega y donación por últim o legado en su testam ento, el corazón, m iem bro principal del cuerpo, centro vivo del amor, palacio de la voluntad, órgano de los espíritus y parte la más noble de todas las que com ponen el viviente hum ano, y m ucho más noble por serlo de aquel príncipe tan heroico (MT, ff. 207-208). El gesto d e S anta C ru z tien e an teced en tes, sigue los lincam ientos de u n modelo, y es por ello u n a imitación, la del ejem plo codificado por «San Francisco de Sales, el gran Príncipe de Génova, a quien (Santa Cruz) tuvo por patrono» (MT, f. 53) y quien había ado p tad o como p seudónim o el nom bre de Sor Filotea, mismo nom bre usado por el obispo de Puebla para am onestar a Sor Juana Inés de la Cruz. La im itación se acrisola cuando les hereda a las m onjas de santa M ónica el órgano m ás preciado de su cuerpo. Al ad ap tar las m ism as prácticas del modelo, perfecciona la imitación: su corazón se convierte en reliquia del convento. Y las religuias son frag m en to s de u n cu erp o sag rad o , ¿no dice acaso C ovarrubias en su Diccionario que «las reliquias son los pedacitos de huesos de los santos, dichas así porque siem pre son en poca cantidad»? ¿y no se com pleta esta definición con la que nos da el Diccionario de A utoridades cuando se lee que las reliquias son «por autonom asia la parte pequeña de u n a cosa sagrada, com o de la C ru z de C risto, o de cualquiera otra cosa que tocase a su Divinísimo Cuerpo, o fuese regada con su preciosísima sangre?» La reliquia es u n a prueba concreta y visible de la santidad, u n objeto que puede concentrar en su pequeñez una devoción y una ritualidad.

En u n a palabra, en el acto mismo de legar a los fieles una porción de su corporeidad, se transparenta u n deseo, el de volverse santo. Esta fineza que fue la m ayor que hizo en dem ostración de la caridad con que am aba a sus más queridas hijas, su pastor y padre am antísim o lo acredita, no sólo sem ejante al sol material, llam ado Corazón (sub. orig.) del Cielo en divinas y hum anas letras, porque colocado en el cuarto cielo reparte como el corazón a todos los dem ás astros su luz e influye en todo lo criado con igualdad, sino al m ejor sol de justicia quien entregó el corazón a su más am artelada esposa, cuando herido el pecho, con los dulces arpones de su pureza herm osa, el dice en los Cantares que le sacó el corazón de su centro (MT., f. 209). U na observación: ¿Por qué a este acto de im itación que enm ascara u n gesto de soberbia, se le denonm ina fineza? Basta recordar la polém ica suscitada p o r la Crisis de u n serm ón, en la que Sor Juana discutía las finezas de Cristo. San Francisco de Sales, escogido por F ernández de Santa C ruz como m odelo de imitación, imita a su vez el verdadero m odelo, Cristo, cuyo corazón sagrado es el trasunto de su divinidad y tam bién de su hum anidad. El intento de Santa C ruz para convertir a su corazón en u n a reliquia de las m onjas de santa M ónica es de hecho y a la vez u n acto de gran am or y de soberbia pura; y, sin em bargo, fray M iguel de Torres (quien ha jurado observar las disposiciones dictadas por U rbano VIII que censuraban cualquier biografía que pudiese originar u n culto sujeto a veneración) califica ese legado como su máxima fineza, y transform a esa disposición testam entaria en u n símbolo religioso, sem ejante en m ateria

y en espíritu al más excelso de los sacram entos: la eucaristía, cuyo em blem a es justam ente el «Sagrado Corazón de Jesús», a u n q u e ese cu lto n o h u b ie se e sta d o a ú n s a n c io n a d o oficialmente por la Iglesia. Entregar su corazón a sus am adas monjas es perpetuar su m em oria en una reliquia, conservada aú n celosam ente en ese convento; es volverse santo de inm ediato e im itar de m anera rigurosa -¿sacrilega?- no sólo a su m odelo, el obispo de Sales, sino tam bién a Cristo.

Im agen de la exposición tem poral "Sor / nana y la cultura barroca" en el Centro Cultural Isidro Fabela-Casa del Risco.

El Exconvento de San Jerónimo: Lugar de entierro de Monjas

M

a.

T er esa J aén

P o d e m o s c o n s i d e r a r que son bastante escasos los estudios antropológicos encam inados a investigar sobre las costum ­ bres funerarias y los sistemas de entierro predom inantes en México du ran te el periodo colonial. La causa de ello quizá radique en el hecho de que había pocas op o rtu n id ad es para realizar excavaciones d en tro de los recintos religiosos de dicho periodo y cuando éstas se efectuaron tuvieron como finalidad concreta la localización de los restos m ortales de algunos personajes relevantes de nuestra historia. Sin em bargo, estos trabajos fueron esporádicos y dad a su finalidad no perm itieron que se am pliaran hacia la búsqueda de otros restos que nos d ieran u n a idea del sistem a de e n tie rr o s p r e d o m in a n te e n eso s sitio s. La p rim e ra o p o rtu n id a d de realizar este tipo de investigaciones se presentó a raíz de la reconstrucción del llam ado «Centro Histórico» de la ciudad de México. Esta reconstrucción de diferentes edificaciones de la época virreinal se logró gracias al lla m a d o q u e h ic ie ro n u n g ru p o d e p e rs o n a s a las autoridades para salvar de su total destrucción a im portantes m o n u m en to s históricos del prim er cuadro de la ciudad, logrando que el 11 de abril de 1980 se declarara, por decreto

presidencial, u n a im portante zona del prim er cuadro y es lo que hoy conocem os como el centro histórico de la ciudad de México, la cual está form ada por 668 m anzanas, abarcando u n a superficie de 9.1 km2, que com p ren d e u n a serie de e d ific io s d e g ra n in te r é s h is tó ric o y a rq u ite c tó n ic o , c o n tá n d o s e e n tre los p rim e ro s el ex co n v e n to d e S an Jerónimo. Los esfuerzos p o r rescatar al exco n v en to d e su to tal d e s tru c c ió n v e n ía n de tie m p o atrá s, u n o d e su s m ás c o n n o ta d o s d efen so res fue el h isto riad o r, ya fallecido, Francisco de la M aza, a q u ien se debe el h ab er logrado interesar al titular de la Secretaría de Educación Pública de ese entonces, año de 1963, para que detuviera el saqueo del que venía siendo objeto el inm ueble, en este caso particular el Coro Bajo, e iniciar su reconstrucción y conservación. Estos trabajos se realizaron en el año de 1963 y culm inaron en 1968 (De la M aza, 1973). En el año de 1971, a instancias de D oña M argarita López Portillo, se logra, tam bién por decreto presidencial, rescatar lo que aú n quedaba del inm ueble del exconvento de San Jerónim o y su tem plo anexo. Dicho decreto expropiatorio apareció publicado en el Diario Oficial en el año de 1975. A p a rtir de este m o m en to , se re a liz a ro n in te n s a s y p ro lo n g a d a s la b o re s d e in v e s tig a c ió n a rq u e o ló g ic a , bioantropológica, de consolidación, restitución, restauración arq u itectó n ica, d e co n serv ació n y lim pieza, en las que colaboraron m iem bros de diversas instituciones oficiales, entre las cuales estaba el Instituto Nacional de Antropología e Historia; esto perm itió u n m ejor rescate y conservación del lugar.

Algunos datos históricos El exconvento de San Jerónimo, cuyo nom bre original fue C onvento de N uestra Señora de la Expectación del O rd en de N uestro Padre San Jerónim o de la C iudad de México, fundado en el año de 1585, según consta en la p o rtad a del libro de la fundación, el cual, a raíz de la exclaustración a causa de la prom ulgación de las Leyes de Reform a, fue enviado para su protección al convento de Santa Paula y San Jerónim o en Sevilla, España. La fundación del convento se debió a la idea de Doña Isabel de Barrios y su segundo esposo Don Diego de G uzm án, la cual desde su prim era viudez había externado su deseo de ser monja. Para tal fin, en el año de 1584 D oña Isabel de G uevara y su herm ano Juan de G uevara com pran casas y otros bienes que conform arían el patrim onio del convento, habiendo hecho la petición formal al arzobispo de México, D on Pedro M oya de C ontreras, p ara que au to rizara su fundación el 17 de septiem bre de 1585, petición que fue aceptada el 26 de ese mismo mes y año. En otro docum ento firmado por el mismo arzobispo y fechado el 27 de septiembre de 1585, se asienta que las m onjas concepcionistas escogidas para efectuar la fundación del convento de San Jerónim o fueron: María de la Concepción, Catalina de Santa Inés, Joana de la Concepción, Cecilia de B uenaventura y les o rdena que salgan de la clausura acom pañadas p o r el tesorero Pedro Garcés, vicario del m onasterio de la Limpia C oncepción de N uestra Señora de d o n d e procedían dichas m onjas, y se dirijan el 29 de-septiembre, día del glorioso San Miguel, a la casa de Pedro de O ra donde serían recibidas p o r D oña Isabel de G uevara y otras doncellas que p reten d en y desean ser relig io sas d e la o rd e n d e San Jeró n im o . Por lo a n te s m encionado p u ed e considerarse que el 29 de septiem bre de 1585 es la fecha de la fundación formal del convento de San

Jerónim o, siendo la fundadora y prim era novicia del m ismo D oña Isabel de G uevara, hija de D oña Isabel de Barrios. Posteriorm ente ingresaron sus herm anas: D oña A ntonia, D oña Juana y D oña Marina, siendo todas ellas religiosas m uy distinguidas (Muriel, 1946:253). U n aspecto relevante del convento de San Jerónim o se debe a que 84 años posteriores a su fundación profesó en él la máxima poetisa mexicana y de América, Sor Juana Inés de la C ruz a la juvenil edad de 21 años. Fue entre sus m uros do n d e logró encontrar el lugar propicio para producir la m ayor parte de su extraordinaria obra literaria. Fue aquí tam bién donde le alcanzó la m uerte el 17 de abril de 1695 al caer víctima de una epidem ia de peste que para esas fechas afectó a la población de la ciu d ad de M éxico (M uriel, 1946:295-96). Es sin d u d a Sor Juana Inés quien le dio ren o m b re al convento de San Jerónim o y a su tem plo anexo, pues como bien lo m enciona el Dr. Francisco de la M aza (1967:7), su construcción es austera y sencilla, pero en él, en su Coro Bajo, fueron depositados los restos mortales de esta insigne m ujer de letras.

Las excavaciones El convento de San Jerónim o y su tem plo anexo ocupan una su p erficie d e a p ro x im a d a m e n te u n o s 12,778 m2, está delim itado por las calles que en la actualidad se d enom inan 5 de febrero al oriente, Isabel La Católica al poniente, José M aría Izazaga hacia el costado sur y la de San Jerónim o al norte, por este últim o lado se en c u e n tra n situ ad o s sus accesos, como aún se aprecian en el tem plo en el que sus únicas entradas están hacia el lado norte, lo cual era usual en este tipo de construcciones conventuales.

Como era frecuente en estas construcciones, por lo poco firme del terreno en el que se encontraban asentados, eran c o n s ta n te s los trab a jo s d e re m o d e la c ió n , h a b ié n d o se d etectado en San Jerónim o a p artir del m o m en to de su fundación, hasta cinco etapas constructivas (Juárez Cossío, 1989). Las prim eras obras de excavación en este lugar se iniciaron en el año de 1976, habiendo intervenido únicam ente la m itad sur de la nave, el lado sur del crucero y todo el presbiterio. Esta prim era etapa de excavaciones tuvo u n a duración de cinco meses. La siguiente fue en el subsuelo del Coro Bajo, sitio exclusivo p a ra e n tie r r o d e m o n ja s p ro fe s a s fa lle c id a s e n e ste exconvento. Los trabajos de excavación se iniciaron en el mes de junio de 1978 y se term inaron en agosto de 1979. La tercera etapa se inicio u n a vez concluidas las del Coro Bajo y abarcaron la m itad norte de la nave, y finalm ente se excavó el área correspondiente a la esquina form ada p o r las calles de San Jerónim o y 5 de febrero, d o n d e estuvieron las casas com pradas por la fundadora y las de O rtiz «El Músico», sitio éste en el que se instaló el prim er asentam iento religioso y donde se hicieron las prim eras inhum aciones d e las monjas fallecidas p erte n ecie n tes a esta recién cread a o rd e n de religiosas en la ciu d ad d e México. Las o p erac io n es de excavación concluyeron a fines de 1981. Todas e sta s ex ca v acio n e s b io a rq u e o ló g ic a s fu e ro n rea liz a d a s p o r los suscritos, in v e stig ad o res d e tiem p o com pleto de la Dirección de Antropología Física del Instituto N acional de Antropología e Historia.

Las excavaciones en el Coro Bajo y los entierros recuperados El Coro Bajo del tem plo del exconvento de San Jerónimo ocupa u n a superficie de 136 m2, p erm itiendo por ello la realización de u n a excavación exhaustiva de los 525 m3, considerando u na p rofundidad m edia de 3.30 m, desde el nivel 0.000. D urante los trabajos bioarqueológicos de excavación del Coro Bajo, en su inicio se tuvo que levantar u n a lápida de m árm ol que se encontrabaligeram ente elevada sobre el nivel del piso, colocada por el doctor Francisco de la Maza, la cual tenía la siguiente inscripción: «En este recinto/ que es el Coro Bajo/ y entierro/ de las m onjas/ de San Jerónim o/ fue sepultada/ Sor/ Juana Inés/ de la C ruz/ el 17 de abril de 1695/ Año de 1964.» Esta lápida estaba en el centro geométrico del piso del Coro, cuya fecha de develación señalaba el final de som eras y breves excavaciones inconclusas que iniciara el Dr. de la M aza d u ran te las obras de rem osam iento de los Coros Alto y Bajo de este exconvento y al que ya hicimos referencia. En el transcurso de estos trabajos de excavación fue posible detectar hasta seis niveles o estratos de enterram ien to s, siendo el sexto el últim o o más reciente nivel de ocupación, el cual estaba constituido por fosas de m anipostería de 1.95 m de largo x 0.85 m de ancho y 0.65 m de profundidad. Estas fosas se encontraron distribuidas en seis filas y siete hileras, dan d o u n total de 42, hallándose 19 de ellas destruidas a causa de la construcción de una pileta hacia la tercera década de este siglo. Esta pileta se encontró hacia la m itad oriente d e l C oro y afec tó n o sólo las fo sas, sin o ta m b ié n

enterram ientos más profundos correspondientes a los cinco niveles funerarios anteriores. Para la construcción de esta pileta se colocó u n firme o piso, mismo que protegió en parte de la destrucción y saqueo a algunos de los entierros. Sin em bargo, al centro y oriente de esta pileta se encontró u n enorm e agujero, evidencia de actos de pillaje que provocaron la destrucción de ataúdes depositados en los prim eros y más profundos niveles de enterram iento. De las fosas de m am postería sólo 23 se salvaron de la destrucción, mismas que fueron m etódicam ente exploradas, conteniendo 22 de ellas su respectivo ataúd. Este sexto y últim o estrato obviam ente correspondió a la últim a etapa de ocupación funeraria del subsuelo del Coro, p u d ien d o h ab erse c o n stru id o a fines del siglo XVIII o p rin cip io s del XIX. Estas fosas se encontraron asolvadas con lodo y huesos hum anos pertenecientes sin d u d a a los esqueletos deposi­ tados dentro, así como a los de los estratos más profundos. Las fosas estaban orientadas de este a oeste al igual que el eje general de la nave y coro del templo, los cadáveres fueron colocados con la cabeza hacia el oriente y los piés hacia el poniente o sea, dirigidos hacia el altar. E n tre fosa y fosa, d o n d e se to can sus ex trem o s, se encontraron pequeñas cistas dedicadas a contener los. huesos de exhumaciones previas, así como también pequeños ductos de form a rectangular que com unicaban lateralm ente, a nivel del piso, unas con otras. En el interior también se encontraron restos de gruesos cordeles o mecates que indudablem ente fueron utilizados para facilitar el m ovim iento de los ataúdes al m om ento de colocarlos dentro de estas tum bas. Algunos féretros descansaban sobre cortos travesaños de m adera, quedando así 3 o 4 cms. por encim a del nivel del piso. Esto

perm itía la recuperación fácil y rápida de las sogas de las que se valían los sep u ltu rero s p ara hacer d escen d er los ataúdes a su últim o destino. La forma de los féretros ha sido, en la m ayoría de los casos, la trapezoidal alargada, o sea, más anchos hacia el extremo capital que el caudal, siendo adem ás de m enor altura hacia los pies. En esta últim a etapa de inhum aciones y en algunos del quinto estrato, los ataúdes fueron construidos a base de e n s a m b le s en su s á n g u lo s, co n ta p a s d e tre s la d o s, hem iexagonales. Estas dos últim as características no se observan en los otros estratos (4Qal l e). En algunos ataúdes de los seis estratos fue posible apreciar la presencia de adornos exteriores a base de tachuelas de cabeza hemiesférica, form ando flores o cruces, estas últim as fueron colocadas hacia la cabecera de la caja. Probablem ente estas ta ch u ela s tu v ie ro n u n a do b le fu n ció n : serv ir de elem ento decorativo y ser adem ás sostén de forros exteriores de tela. En u n solo caso se usó como elem ento decorativo pintura a la cal con pigm ento azul. En todos los casos se utilizaron clavos para sostener los lados del ataúd a la base. Estos clavos fueron forjados a mano, son de form a cuadrilátera, adelgazándose para term inar en p u n ta , con cabeza de form a cúbica. En n in g ú n caso se encontraron bisagras entre caja y tapa, ni cerraduras, siempre e m p le a ro n clavos.El la b ra d o de la m a d e ra con la que confeccionaron los ataúdes se hizo a base de azuela. La mayoría de los ataúdes se encontraron por debajo del nivel freático, por lo que la excesiva h u m ed ad a la que se vieron som etidos propició su deterioro, siendo las tapas las más afectadas, sobre todo por el peso de la tierra (más bien lodo) suprayacente, provocó el hundim iento de las mismas con la consiguiente destrucción, en m uchos casos, de la osam enta y otros elem entos culturales contenidos en estas

cajas de m adera, contam inándose adem ás con m ateriales extraños a los entierros, aparte del lodo que lentam ente los rellenó y cubrió. M u c h o s a ta ú d e s se e n c o n tr a r o n a p a r e n te m e n te saqueados, ya que, adem ás de estar alterada la posición de la tapa, el contenido funerario se halló parcial o totalm ente rem ovido, faltando en algunos casos la cabeza ósea, así como tam bién diversas partes del resto del esqueleto.

La disposición del cadáver y objetos funerarios asociados H em os m encionado que en todos los casos, tan to de las inhum aciones m ás tem p ran as com o las m ás tardías, los cadáveres de las m onjas jerónim as fueron colocados con los piés dirigidos hacia el altar, coincidiendo en este caso con la orientación este a oeste, m ism o que co rresp o n d e al eje lo n g itu d in al de la iglesia. Esta orientación se considera exclusiva de las m onjas puesto que los entierros excavados en la nave no tenían u n p atrón definido en cuanto a las orientaciones y éstos fueron colocados en diversas direc­ ciones. La m ayoría de los cadáveres fueron am ortajados antes de ser inh u m ad o s, lo que se m anifiesta en la posición que guardaban ambas extrem idades, los huesos de am bos pies se encontraron m uy juntos, a tal grado que se entrem ez­ claron. Los miembros superiores se hallaron semiflexionados, con los dedos de ambas m anos entrelazados, reposando sobre la parte baja del tórax. De las m o rta ja s y v e s tim e n ta s co n las q u e fu e ro n in h u m a d a s estas m onjas jerónim as sólo se en co n traro n residuos y en n in g ú n caso zapatos, zapatillas o sandalias. Fue frecuente el hallazgo dentro de las cajas m ortuorias de

restos de substancias como cera y probablem ente papel, todo perteneciente a los ramos de flores y velas de gala que sin d u d a se colocaron sobre el cuerpo y entre las manos. Cabe señalar el hecho de que todos los restos mortales encontrados en el subsuelo del Coro Bajo, al igual que los pertenecientes a la prim era construcción conventual, son de p e rs o n a s d e l sexo fe m e n in o sin ex cep ció n , v a ria n d o notablem ente las edades, habiéndose explorado los restos prim arios de dos niñas de aproxim adam ente seis años de edad al m om ento de la m uerte, lo que confirm a algunas m e n cio n es escritas sobre la p ro fesió n de n iñ as a m u y tem prana edad. En cuanto a los objetos asociados a los esqueletos, aparte de los anteriom ente m encionados, se encontraron de metal com o tijeras, cuchillos, hebillas, arillos, m edallas, cruces pequeñas, alfileres y alambres, estos últim os form aban parte de las arm azones de los ramos y coronas con las que fueron sepultadas las monjas. Los alfileres fueron em pleados para sostener, en gran parte, la m ortaja. También se hallaron cuentas de diversas formas, unas esféricas aprovechando semillas, cúbicas, torneadas en m adera, que debieron haber form ado parte del rosario. En cuanto a las cruces de los rosarios, aparentem ente en los siglos XVI hasta m ediados d el XVIII, estab an fo rm ad as con cu en tas d el rosario y ensartadas en alam bre para darles la rigidez necesaria y m antener la forma. Como se aprecia en representaciones pictóricas de la época, las m onjas jerónim as o sten tab an u n m edallón o escudo prendido en el pecho, en u n hábito de gala. Es evidente que estos m edallones no form aron parte del atu en d o funerario de las m onjas jerónim as puesto que de 133 cajas funerarias exploradas en el subsuelo del Coro Bajo, sólo en dos casos se encontraron este tipo de evidencias, uno de los esqueletos

que sí lo portaba correspondía al de u n a niña y el otro era de u na m ujer adulta. U no de los esqueletos explorados presentaba sobre el pericráneo restos de vendajes con alfileres incluidos que probablem ente sirvieron para sostener, en parte, la corona florida sobre la cabeza. D espués de retirar los fragm entos de las vendas quedó al descubierto u n a pequeña porción de cuero cabelludo, apreciándose que los cabellos no tenían más de 30 mm. de longitud. Este hecho corrobora la afirmación de que a las monjas se les cortaba el cabello al profesar. D entro de algunos ataúdes se encontraron u n a serie de pequeñas tablillas, trozos de m adera redondos y otros como cabezas de vigas, mezclados con uno o más ladrillos de forma cu ad rad a, d ispuesto s en el fon d o de los féretros. Estos elem entos no presentaban u n ordenam iento definido, su disposición era irregular, aunque por lo general los trozos de m adera de m ayor tamaño, así como los ladrillos, se colocaron hacia la parte donde debió haber reposado la cabeza. En otros casos, la distribución de estos objetos fue a todo lo largo y ancho del fondo del ataúd. Sobre estos materiales debieron haber colocado almohadillas de diversos tam años, logrando con ello posiciones nada forzadas del cadáver y hasta cierto punto, realzarlo. Esta práctica fue más com ún en la últim a etapa de entierros o sea, en los que se encontraron den tro de las fosas de mampostería. El em pleo de la cal para recubrir los cadáveres por todos lados se apreció en casi la totalidad de los féretros explorados en los seis niveles de enterramientos. El uso de esta substancia no fue privativo para los casos de m uertes ocasionadas por enferm edades infecto-contagiosas causantes de epidem ias ya que se sabe que la cal inhibe las em anaciones de la putrefacción, lo que resultaría, de no haberlo hecho así, un am biente bastante desagradable en recintos cerrados como

eran los lugares reservados d en tro de los tem plos para en terrar a los m uertos. Además, en los casos de m uertes masivas por epidem ias, el sistema de enterram iento era bien distinto. El em pleo de la cal d e n tro de los ataú d es fue costum bre traída de Europa por los prim eros colonizadores después de la conquista, los que tam bién utilizaron el carbón con estos mismos fines, evidencias de este últim o solo lo en co n tram o s en u n caso de los en tierro s m ás an tig u o s pertenecientes a la prim era etapa de ocupación funeraria en el exconvento de San Jerónimo. Cabe aclarar que por debajo del último o más reciente nivel de enterram iento, o sea las fosas de m am postería, no se encontró el mismo sistema. El depósito funerario se hizo d irectam en te sobre el subsuelo y en m uchos casos, los ataúdes fueron colocados, uno sobre el otro. Para proceder a la exploración de los entierros que se encontraban por debajo de las fosas de m am postería, se decidió anclar las fosas con pilares y vigas. Esto determ inó que la exploración de los féretros de los niveles 5- al 1Qfuera más laboriosa. De las fosas sólo se desm ontaron las losas que form aban el piso, las que previam ente se num eraron, y así pudo llegarse a los estratos inferiores, mismos que estaban dentro del nivel freático o de aguas constantes, lo que obligó a em plear un sistema de bombeo continuo que perm itiera las labores de excavación y exploración. Una vez concluidos estos trabajos y rescatados los materiales óseos y culturales se rellenó el subsuelo con tepetate apisonado y se restitu­ yeron los pisos de las fosas de mampostería.

La Cronología En todo el trabajo arqueológico que presenta una estratigrafía con distintos niveles de ocupación es necesario hacer un fecham iento em pleando los diversos elem entos culturales que caracterizan a cada estrato. Al inicio de la excavación en el tem plo y coro sólo se sabía que el nivel m ás antiguo de enterram ientos correspondía teóricam ente al año de 1626, fecha que marca la terminación de la construcción del templo. Como ya hem os m encionado, el últim o nivel de ocupación funeraria en este sitio lo constituyen las fosas, las cuales pudieron haber iniciado su construcción a finales del siglo XVIII y culm inado con el m om ento de la exclaustración recién iniciada la segunda m itad del siglo XIX. Al inicio de las excavaciones no contábam os m ás que con la inform ación cronológica antes m en cio n ad a y parecía im posible obtener fechas interm edias, hasta que entre la gruesa capa de cal que cubría al esqueleto del Ataúd XXXIII, situado en el 4e nivel de inhum aciones, se encontró una pequeña hoja de papel im presa por una de sus caras. Este papel era u na bula papal fechada en la ciudad de México el día 20 de octubre de 1743 y con el espacio para anotar el nom bre de la monja fallecida en esa fecha. La tinta em pleada para escribir el nom bre de la m onja se había borrado. Por ello se decidió aplicar «luz» u ltrav io leta de o n d a larga producida por tubo a vapor de mercurio de baja presión ante filtro m agenta y así se logró la fluorescencia de la tinta residual que perm itió leer el nom bre de la d ifu n ta religiosa: Sor Feliciana. Con base en este hallazgo puede decirse, sin lugar a dudas, que todo lo encontrado en los niveles 3-, 2e y 1Qson anteriores a dicha fecha y que, lo hallado por encim a del 4- nivel es posterior al 20 de octubre de 1743 hasta iniciada la segunda m itad del siglo XIX, cu an d o se pro m u lg an las Leyes de

Reforma y se produce la exclaustración de los conventos. O tro afortunado hallazgo que nos ayudó a establecer con precisión la fecha en que com enzaron las inhum aciones en el subsuelo del Coro Bajo del tem plo de San Jerónimo, se dió en el prim ero y más antiguo nivel de ocupación de este sitio. Se trataba de u n a fosa de m am postería de 0.96 m. de ancho x 1.91 m. de largo y 1.04 m. de altura. Esta fosa estaba a 3.32 m. de profundidad a partir del nivel 0.000, hacia el centro de la pared oeste del Coro Bajo, frente a la doble reja. D entro de esta fosa se encontraron dos cajas o urnas de m adera de diferentes tam años que contenían restos óseos hum anos. Por tratarse de restos reinhum ados a todo este conjunto se le consideró como entierro secundario y se le denom inó Entierro Secundario CII. La caja de m ayor tam año fue colocada d entro de la fosa en dirección este-oeste, al igual que to d o s los ata ú d e s encontrados en este sitio. D entro de la caja se encontraron los restos esqueléticos de por lo m enos cinco individuos, en distintas etapas de la vida adulta, todos de sexo femenino. La otra caja era de m enor tam año y fue colocada en dirección norte-sur, en su interior se encontraron los restos óseos de u n solo individuo adulto de sexo fem enino. Sobre esta caja y a m anera de tapa se colocó u n a placa de plomo, grabada en ambas caras con u na inscripción en latín, que traducidas al español dicen: ANVERSO Isabel del noble linaje de G uevara F undadora del M onasterio del Divino Jerónim o M urió el 4 del mes de marzo (en el) año 1618 Yace trasladada el 12 del mismo mes año 1625 (siendo) Sumo Pontífice U rbano Reinando Felipe 4 Arzobispo Juan de la Cerna Virrey M árquez de Cerraldo.

REVERSO Año 1610 Paulo V Sumo Pontífice Arzobispo de García G uerra Reinando Felipe Tercero Virrey M arques de Salinas D. Luis de Velasco. La grafía em pleada en las dos inscripciones es distinta y la del reverso se encontró tachada, lo que señala que dicha placa d e b ió u s a rs e e n u n a p rim e ra o c a sió n p a ra m a rc a r probablem ente la conm em oración del prim er centenario de la prom ulgación de la bula de fundación de la rama fem enina de la orden jerónim a, que se efectuó en 1510. La inscripción del anverso fue realizada con el objeto de señalar que los restos que cubría eran los d e D oña Isabel de G uevara, fundadora del convento y prim era m onja profesa, la fecha de su deceso y la del traslado del sitio d o n d e se encontraron, siendo esta últim a fecha, 1625, la de reinhum ación, la que ocurre u n año antes de que se term inara la construcción del tem plo. Por esta circunstancia se considera que este entierro es el prim ero en realizarse en el subsuelo del Coro Bajo. Probablem ente, entre los restos depositados en la urn a de m ayor tam año se encuentren los de sus tres herm anas y una sobrina. De esta m anera se logró establecer una cronología para los seis niveles de ocupación funeraria en este sitio. En el Coro Bajo del tem plo de San Jerónim o se exploraron un total de 133 entierros, en su mayoría primarios, solo uno es secundario, todos son indirectos. La mayoría, excepto el caso del entierro secundario m encionado, fueron colocados d e n tro de los a ta ú d e s en posición de d ecú b ito d o rsal extendido, con los antebrazos flexionados y apoyados contra la parte baja del tórax, orientados de este a oeste, o sea, «mirando» hacia el altar de la iglesia.

La casi totalidad de los entierros explorados en el Coro Bajo presentan claras evidencias de haber sido am ortajados habiéndoles colocado, como parte de su atu en d o funerario, los ram os y coronas de novicia, como ya se m encionó. Estos atuendos se encuentran claram ente representados en obras de arte fechadas en tre los siglos XVIII y XIX, que h a n perm itido realizar observaciones en cuanto al diseño, no solo de los hábitos de gala, sino de sus com plem entos o rn a ­ mentales: ramos, coronas, velas com plejam ente adornadas y, en especial, los rosarios de 15 misterios hechos con cuentas de diversas formas, unas esféricas aprovechando semillas o torneadas en m adera. Las cuentas de algunos rosarios son cúbicas, como se aprecia en algunas de estas representaciones pictóricas, habiendo encontrado evidencias de ello dentro de los ataúdes explorados. En todas estas pinturas se aprecia que todas las m onjas ostentaban u n m edallón o escudo prendido en el pecho, llegando en algunos casos de m ayor tam año a tocar el m entón. (Ruiz de Velasco, 1978). No todas las órdenes religiosas portaban en su hábito de gala dicho m edallón, las jerónim as sí lo incluían, pero por tratarse de v e rd a d e ra s obras de arte estos m e d allo n e s n o fu e ro n colocados dentro del ataúd junto con el cadáver, adem ás de que las m onjas no fueron enterradas vistiendo el hábito de gala, sólo en dos casos se hizo esta excepción. Se trataba de una niña y una m ujer adulta que por este simple hecho podem os inferir que eran personas de prestigio dentro de la co m unidad religiosa de este recinto que m erecieron ser enterradas con su hábito de lujo y, en el caso del individuo adulto, éste fue objeto de otro tipo de distinciones que lo hacen diferente a todos los dem ás entierros explorados en el Coro Bajo y que a continuación m encionarem os: Con fines de control todos los ataúdes localizados en el Coro Bajo fueron num erados en forma corrida, habiéndole correspondido a este esqueleto el XXVI, el cual fue localizado

en el 2- nivel de enterram ientos a 2.00 m. de p ro fu n d id ad a partir del nivel 0.000, fijado por los ingenieros de la obra a fin de tener un p u n to fijo de referencia en la tom a de las profundidades en toda el área del exconvento y su tem plo anexo. Fue notable observar el hecho de que este ataúd XXVI se en co n tró al cen tro del área del C oro Bajo y q u e no colocaron sobre él n in g ú n otro ataúd, excepto lo que fue la Fosa D-4 de m anipostería, mism a que, como ya lo m encio­ namos, corresponde al último estrato de ocupación funeraria en este sitio y que se destruyó al construir la pileta para agua, cuyo piso o fondo de cem ento le sirvió de protección al saqueo al que se vieron som etidos m uchos de los entierros de este sitio. El ataúd XXVI fue el único de los encontrados en este lugar que presenta decorado exterior hacia el extremo capital con tres filetes dorados cercanos al borde superior, cada u n o de a p ro x im a d a m e n te u n o s 3 m m . d e a n c h u r a , los q u e aparentem ente abarcaban todo lo ancho de este extremo. H acia este m ism o extrem o p u d o apreciarse tam b ién la p re se n c ia d e u n a c ru z fo rm a d a a b ase d e ta c h u e la s. D esafortunadam ente no fue posible la preservación de estos m ateriales a causa del avanzado estado de destrucción en que se encontrab an y que había sido provocada p o r las condiciones del terreno en que se hallaron y por el material (madera), em pleado en su m anufactura. La tapa era plana al igual que los dem ás ataú d es de este nivel fun erario , se encontró fragm entada y hu n d id a, apoyada sobre las partes más elevadas del esqueleto, lo que provocó la destrucción parcial de la porción facial izquierda y parte de la sínfisis púbica. El esqueleto se encontró cubierto por gruesa capa de lodo m ezclado con la cal con la que le debieron cubrir el cadáver.

Las dim ensiones de este féretro son las siguientes: Longitud to ta l......................... 1.90 m. A nchura en la cab ecera........ 0.60 m. A nchura en el extremo distal . 0.27 m. Altura del extremo c a p ita l.... 0.30 m. Altura del extremo distal (d e stru id o ).. 0.15 m. Este ataúd, al igual que los otros localizados en este sitio, fue colocado siguiendo el eje longitudinal del tem plo y coro, o sea, de oriente a poniente. U na vez levantada la tapa se procedió a rem over el lodo y la cal que cubría el esqueleto, el cual una vez limpio perm itió apreciar que se trataba de u n entierro prim ario indirecto, en posición de decúbito dorsal extendido, con orientación igual a la totalidad de los entierros explorados en este sitio, o sea, d e este a oeste de tal m odo que el esq u eleto q u e d a b a «mirando» hacia el altar. La longitud en posición del esqueleto fue de 1.60 m., aunque los huesos de ambos pies se encontraron rem ovidos p o r cau sas n a tu ra le s . De los m iem b ro s s u p e rio re s se encontraron los antebrazos flexionados, cruzados y apoyados sobre la parte baja del tórax y los inferiores separados y extendidos. El cadáver allí depositado correspondió por sus caracte­ rísticas esqueléticas a u n individuo adulto de sexo fem enino, cuya ed ad biológica se calcula en tre los 38 a 48 años al m om ento de su fallecimiento. La filiación racial indica que se trató sin d u d a alguna de una persona de origen europeo dada la conform ación del cráneo facial. Los m ateriales culturales asociados a estos restos óseos se encontraron disem inados a todo lo largo y ancho del fondo del ataú d , habiéndose en co n trad o 126 cu en tas esféricas pertenecientes a u n rosario de 15 misterios de cuya cruz

form ada por cuentas iguales pero con capuchones metálicos y ensartadas en alambre para darles rigidez, se encontró u n a parte entre la cabeza del húm ero y el om óplato izquierdos, o sea, a nivel del hom bro de dicho lado. Sin em bargo, consideram os que lo m ás notable fue la presencia sobre el esternón de u n m edallón o escudo, mismo del que posteriorm ente se aclaró estar tallado en carey. Este m edallón tiene 160 mm. de diám etro máximo vertical y 140 mm. de diám etro m enor horizontal, es decir, es de forma oval, cuyo borde superior quedó a 10 mm. por abajo del m entón. El borde de esta pieza de carey presenta fino labrado con rayos de 14 a 15 mm. de longitud, siendo unos rectilíneos y otros o n d u lad o s. Los extrem os de estos rayos solares quedan rem atados con u n fino reborde dentado. A su vez sobre el reborde dentado se encontró el tercio de u n marco que aproxim adam ente tiene unos 7 mm. de ancho, tam bién tallado en carey y biselado hacia el borde cóncavo. Por el reverso de este m edallón se observaron u n a serie de detalles que seguram ente se hicieron para sostener esta pieza al hábito de gala que debió portar el cadáver, porque esta pieza sólo se llevaba en el ropaje que no era de diario, al igual que el rosario con la cruz prendida al frente del hom bro izquierdo, tal y como aparece en algunas de las pinturas de la época. Esto nos indica que el cuerpo ya sin vida no fue am ortajado como sucedió en la gran mayoría de los dem ás entierros explorados en este lugar. N o se encontraron restos de alambres que señalaran la presencia de corona y de ram o, ni residuos de cera que indicaran la presencia de una vela, así como tam poco restos de tela que hubiera servido de forro y m ucho m enos residuos de pintura en el ataúd. U na de las preguntas que nos hicimos los autores de este artículo, y que a su vez eram os los responsables de las excavaciones, fue a quién pudieron corresponder estos restos

mortales. Sólo a alguna m onja que para esa época tuviera gran renom bre y prestigio, por lo que no podrían corres­ p o n d er estos restos óseos a nadie más que a Sor Juana Inés de la Cruz. Sabem os que las reglas de la o rden señalaban que las monjas m uertas debían ser sepultadas en el subsuelo del coro anexo al tem plo del convento p o r lo cual no es factible suponer que a su m uerte halla sido enterrada en otro sitio, si así lo hubieran hecho se sabría, pues su bien ganada fama ya la había inm ortalizado en el m undo entero. Los votos de pobreza y hum ildad entre otros que hacían las m o n ja s al m o m e n to de su p ro fe s ió n ta m b ié n se proyectaban al hecho material de la disposición del cadáver, debiendo ser en féretros de m adera sencillos, cuando más pintados a la cal, o como el que nos ocupa, que solo tenía unos sim ples adorn o s a m anera de cruz en u n o d e sus extremos. La única distinción que hicieron, sin contravenir la orden, fue haberlo colocado al centro del Coro y no haber puesto sobre su ataúd ningún otro féretro. Q uizá en el libro de registro de defunciones se haya anotado el sitio d entro del subsuelo del coro do n d e fue sepultada Sor Juana Inés, p e ro h a s ta el m o m e n to este d o c u m e n to n o h a sid o encontrado. Sin em bargo, no existen d udas de que los restos de Sor Juana Inés de la Cruz fueron, al igual que las otras m onjas jerónim as, depositados en el subsuelo del Coro Bajo. Como bien lo afirma el Dr. Francisco de la Maza, historiador de renom bre, que cuando Sor Juana m urió fue enterrada como lo ordenaban las reglas, en el subsuelo del Coro y así lo dejó grabado, aunque con otras palabras, en la lápida de m árm ol que m andó colocar sobre el piso del Coro y curiosam ente m uy por encim a del lugar donde se encontraba el ataúd que contenía los restos de esta preclara monja. También queda dem ostrada esta certidum bre con las calas

de saqueo efectuadas en el Coro a principios de este siglo, cuando personas aparentem ente bien intencionadas trataron de d ar con la tu m b ra d o n d e fue sep u ltad a Ju an a Inés, pensando que encontrarían alguna evidencia m aterial que les indicara el sitio, olvidando que el voto de pobreza y h u m ild a d q u e h acían las religiosas les im p e d ía h acer distinciones de esta naturaleza. Este hallazgo para nosotros fue fortuito puesto que el proyecto de investigación que habíam os planteado en el que seguimos trabajando (Romano y Jaén, 1985), no contem plaba esta búsqueda, aunque no se descartó la posibilidad de que podrían ser encontrados, m otivo por el cual se extrem aron las precauciones al m om ento de realizar las excavaciones, con los resultados antes anotados. Para reafirm ar lo que desde el p u n to de vista del hallazgo se h a v en id o m en cio n an d o se decidió hacer u n estudio detallado de los restos óseos que nos perm itieran confirm ar o en su caso rechazar la autenticidad de este hallazgo. Es por ello que en este caso particular se decidió que más que u n estudio de osteología antropológica, que sólo nos perm itiría d a r las principales características físicas de estos restos esqueléticos, d eb erían aplicarse en este caso m étodos y técnicas p ropias de la A ntropología Física Forense que perm iten la individualización. Con base en la longitud de los huesos largos se calculó la estatura, dando 1.53 a 1.54 m., o sea la correspondiente a u na m ujer de talla media. La dentición para el m om ento de la m uerte prácticam ente había desaparecido, excepto algunas de las piezas anteriores que esta b a n a p u n to de ser ex p u lsad as p o r red u cció n periapical y reabsorción alveolar. Se observaron incipientes lesiones osteoartríticas en ambas cavidades glenoideas de los tem porales y en los cóndilos m andibulares. Este tipo de lesiones más la pérdida de piezas

dentarias son com unes en personas de la ed ad asignada a este individuo. Los dem ás huesos que conform an el esqueleto no presentan cambios, m acroscópicam ente se en cu en tran sanos. P ara p ro c e d e r a la id e n tific a c ió n o m e jo r d ic h o , la individualización, se realizó la superposición del contorno c ra n e a l sobre el c o n to rn o d el re tra to . E sta técn ica es m u n d ialm en te utilizada en investigaciones forenses con grandes aciertos en problem as de identificación, m otivo por el cual, en este caso, se decidió aplicarla p ara d esp ejar cualquier d u d a sobre la id entidad de los restos atribuidos a Sor Juana Inés de la C ruz. Pero, p o r razones obvias, no contáb am os con u n retrato , d ebíam os v alern o s d e u n a pintura que se considerara la copia más fiel de la fisonomía de esta insigne mujer. La búsqueda no fue fácil puesto que existen por lo m enos 22 de ellas en las que se le representa con la cabeza ligeram ente girada hacia el lado derecho, y 21 de ellas no coincidían con el d iseñ o d el rosario y cru z encontrados asociados al esqueleto. Sólo uno de estos retratos contaba con las características adecuadas para ser aceptado como el original, el cual se sabe es u n autoretrato que en la actualidad se encuentra en el convento de Santa Paula y San Jerónimo en Sevilla, España. Una fiel y extraordinaria fotografía de este autoretrato se reproduce en el libro: Estampas de Juana Inés de la Cruz La Peor, del que es autora Margarita López Portillo (p. 131), misma que refotografiamos y amplificamos a tam año natural. Como hecho curioso se observó que este autoretrato presenta u n punto de color negro en la frente, m uy visible por estar al centro de esta parte de la cara. N adie sabía de su significado y hasta llegó a pensarse que se trataba de una m ancha de la propia pintura. Por inform ación verbal de una m onja agustina de la ciudad de Tlaxcala, se supo que este p u n to significaba «la presencia de Dios», costum bre que fue abolida desde hace ya bastante tiempo.

Con los elem entos necesarios para indagar si la cabeza ósea en estudio correspondía o no a la persona del autorretrato seleccionado, se procedió a realizar la superposición de los contornos de la pieza ósea y de la pintura. Para ello fue necesario obtener a tam año natural el diseño del cráneo y la d el re tra to , e m p le a n d o p ara ello las técn icas in te r n a ­ cionalm ente aceptadas p o r los expertos en este tipo de investigaciones. La labor más tardada consistió en encontrar la posición y ángulo de giro hacia el lado derecho del cráneo, ésto se hizo e m p le a n d o el crán eo ó foro cúbico con p eríg ra fo y el dioptógrafo de M artin, aparatos diseñados especialm ente para realizar este tipo de dibujos y que perm ite efectuar los trazos de la pieza ósea a tam año natural. C onsiderando los espesores medios de las partes blandas, se procedió a realizar la su p erp o sició n de am bos co n to rn o s, v erificándose la coincidencia que señala que los restos óseos depositados dentro del Ataúd XXVI, localizado en el 2Qnivel de ocupación funeraria en el Coro Bajo del tem plo del ex convento de San Jerónim o, son los presuntos restos de Sor Juana Inés de la Cruz. Debemos señalar que la anterior afirm ación no se basa únicam ente en la coincidencia de los contornos del cráneo y la pintura, existen hechos culturales y biológicos involucrados en esta investigación que nos co ndujeron a efectuar esa aceveración. Los prim eros, o sean los culturales, se réfieren a que el esqueleto del Ataúd XXVI fue hallado dentro del contexto funerario correspondiente al área de enterram iento de las monjas, profesas fallecidas en el claustro, que de acuerdo a las reglas de la orden, éstas debían ser inhum adas en el subsuelo del Coro de su convento y no en otro sitio fuera de él. A lo anterior debe agregarse que el sitio de inhum ación correspondió casi al centro geométrico del área del Sotocoro y en el 2- nivel de enterram ientos, mism o que

cronológicam ente corresponde a la época en que falleció Sor Juana Inés - finales del siglo XVII O tra observación derivada de las m inuciosas excavaciones que se realizaron, es que a diferencia del resto de los entierros aquí encontrados, sobre este ataúd no colocaron otro, excepto el piso del 6Qy últim o nivel o estrato de inhum aciones, conform ado por fosas de m a m p o ste ría y a las q u e h em o s h ech o referen c ia con anterio ridad. A lo an terio r debem os agregar que no fue am ortajado como el resto de los individuos explorados en este sitio y por el contrario se le enterró con el hábito de lujo. Los hechos biológicos a su vez p o n en de manifiesto que los restos hum anos encontrados d en tro del A taúd XXVI corresponden a u n individuo de sexo fem enino, de acuerdo a sus características morfológicas sexuales secundarias, la conform ación de la cintura pélvica, del cráneo o en general de los huesos largos del esqueleto post craneal, indican, que sin d u d a alguna, esta osam enta pertenece a u n a mujer. Respecto a la edad al m om ento del deceso, tam bién se observa en los diversos conjuntos óseos, como p u ed en ser las suturas craneales, la metamorfosis de las carillas sinfisiarias de am bos iliacos, así como el estado de las carillas auriculares de estos m ism os huesos y las co rrespondientes al sacro, señalan que se trató de un individuo fallecido entre los 38 y 48 años de edad, o sea que se trata de u n adulto medio. Todas estas evidencias nos p e rm ite n reiterar q u e los m ateriales esqueléticos encontrados d entro del Ataúd XXVI son los presuntos y venerables restos de Sor Juana Inés de la Cruz, que m urió el 17 de abril de 1695 a la edad de 47 años. Las excavaciones realizadas en el subsuelo del Coro Bajo y en otras áreas de entierro del exconvento de San Jerónimo, p erm itiero n realizar observaciones en cu an to a las cos­ tum bres funerarias de esta com unidad religiosa y com probar la inexistencia de una cripta que sirviera como osario para colocar en ella los restos óseos de las m onjas profesas que

p or necesidades de espacio fuera necesario su traslado a este sitio. Tampoco se encontró u n a fosa com ún propiam ente dicha para entierros prim arios m últiples sim ultáneos, ni mosaicos o placas con los nom bres y fechas de m uertes de las m onjas, den tro o fuera de los ataúdes, como tradicio­ nalm ente se m encionaba. Pudo com probarse que no existía u n p e q u e ñ o ja rd ín d o n d e se decía que in h u m a b a n los cadáveres de las m onjas fallecidas por epidem ias para que años después sus restos fueran exhum ados y reinhum ados en la supuesta gran cripta, mism a que suponían existiría en el Coro Bajo para tal fin. Toda esta tradición oral q u ed ó totalm ente denegada por no haber encontrado en nin g u n a de las áreas excavadas ev id en cias arqueológicas d e tal naturaleza. Las e x c a v a c io n e s b io a rq u e o ló g ic a s e n el á re a d e l exconvento de San Jerónim o tuvieron u n a duración de tres años in in terru m p id o s, d u ran te este periodo se excavó el subsuelo del Coro Bajo, la nave y en la hoy esquina form ada por las calles de San Jerónim o y 5 de Febrero. En este último sitio se encontraron los cimientos del prim itivo convento y los entierros de las prim eras m onjas fallecidas. D urante todo este proceso se obtuvo u n cúm ulo de inform ación referente al tipo y m odo de entierro de las m onjas jerónim as y a futuro se te n d rá el relativo a las condiciones biológicas de esta im portante m uestra de la población fem enina de la ciudad de México.

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Imagen de la exposición tem poral "La América abundante" de Sor Juana en el M useo Nacional del Virreinato.

Sombras y voces desde el convento: vida conventual femenina

G r a c ie l a R o m a n d ía

de

C an tú.

1695, Antonio de Robles consignó en su Diario de Sucesos Notables la siguiente noticia: E n a b ril de

M uerte de la insigne monja de San Gerónimo. Domingo 17, murió a las tres de la mañana en el convento de San Gerónimo, la madre Juana Inés de la Cruz, insigne mujer en todas sus facultades y admirable poeta; de una peste han muerto hasta seis religiosas; imprimiéronse en España dos tomos de sus obras, y en esta ciudad muchos de sus villancicos; asistió todo el cabildo y la enterró el canónigo Dr. D. Francisco Aguilar.

A este precursor de lo que es nuestro actual periodism o, A ntonio de Robles, no se le considera haber sido u n a de las lum breras literarias del siglo XVII. El interés de su Diario de Sucesos Notables radica en las escuetas y breves noticias que fue registrando, el diario acontecer de su m undo, es decir, la p e q u e ñ a historia cotidiana de la sociedad v irreinal que transcurría ante sus ojos d u ran te los 39 años en que hizo anotaciones en su diario. Mas el breve inform e de abril de 1695, habla con elo cu en te voz de reco n o cim ien to a la celeb rid ad q ue ya ten ía la p e rso n a lid a d de Sor Juana.

D iferente, controvertida, ya había destacado com o capaz intelectual a pesar de ser m ujer y de haber cruzado el um bral de la puerta de u n claustro que tenía en trad a mas no salida. Ahí ad en tro , en la p erso n a de Sor Juana, to d o el vasto espectro de emociones hum anas, de im pulsos y necesidades había adquirido más brillante colorido, m ayores matices y definición. Ni Antonio de Robles, ni los altos prelados que la f re c u e n ta b a n , las a u to rid a d e s d e l v ir r e in a to o su s contem poráneos novohispanos fueron entonces conscientes de que, con la m uerte de la monja jerónima, daba fin el prim er salón literario y filosófico que existió adentro de un convento y en el continente americano. Gracias a Robles nos enteram os de sucesos que entonces tam bién se consideraron im p o rtan tes, de las frecu en tes celebraciones y festividades religiosas y civiles, la llegada de virreyes y prelados a la ciudad, de juicios inquisitoriales, del a rrib o d e flo tas d e u ltra m a r y ta m b ié n , d e a q u e lla s calam id ad es q ue p reo cu p a b an a los n o v o h isp an o s: los constantes ataques de piratas a las costas de la N ueva España, las epidemias causantes de muertes y desolación, las escaseses de maíz y pan y los diversos temblores que azotaban la ciudad y cuya duración se m edía por credos. Es todo un docum ento histórico, hum ano, u n testim onio resum ido de u na variada gam a de sucesos cotidianos, todo el am plio abanico de eventos que conform aron la vida en el siglo XVII. En una sociedad dedicada a las prácticas de una pro fu n d a fe religiosa, era de esperarse que esta obra esté plagada de noticias relacionadas con el m onacato fem enino. Son voces y sonidos ahora silenciosos, y sin em bargo expresivos, que nos p e rm ite n atisb a r en las so m b ras de los rin c o n e s conventuales. Q ue nos hablan del m urm ullo de fervorosas o ra c io n e s y ro g a tiv a s a n te los alta re s, de p ro fu n d a s m editaciones y disciplinas en las celdas, del ruido de pasos

en transitados corredores, de constante actividad en las salas de labor, huertos y jardines, de las notas de música en los coros y el ajetreo de las diligentes cocinas. De la vida y cultura de la com unidad religiosa. Tal como hacem os con u n colorido rom pecabezas, queda a nuestra im aginación el ir colocando las piezas, así ilum inar las oscuridades de u n claustro y tratar de oír las otras voces de las vidas conventuales, las que no fueron célebres, ya que m uchas de ellas, la inm ensa mayoría, fueron anónim as y silenciosas. Hace m edio siglo, la ausencia de inform ación se em pezó a subsanar con las acuciosas búsquedas de investigadores y cronistas que reconocieron la im portancia del p ap el que tu v ie ro n los co n v en to s de m o n jas y la in flu en cia que ejercieron en la historia virreinal. Crónicas y docum entos o lv id ad o s en an tig u o s archivos, bibliotecas y polvosos arcones fu ero n rescatados con inteligencia, paciencia y dedicación. Se fue conform ando la historia de los conventos que com pone ahora u n valioso acervo que aclara d u d as e incertidum bres. Esta inform ación inspiró a varios escritores que im aginaron vidas y hechos conventuales. Basándose en algunos datos históricos, crearon personajes inolvidables y leyendas que, si fueron fru to de su entusiasm o y de su im aginación literarios, son ahora am eno entretenim iento y diversión. Así se concibieron en México los libros de Luis G onzález O bregón y de Artemio de Valle Arizpe, entre otros escritores, que valoraban el m onacato fem enino en la N ueva España, y q ue ah o ra foxm an p arte de la literatu ra m exicana. Así su rgieron tam bién en la América esp añ o la las obras de R icard o P alm a con su s « T radiciones P eru an as» y las «Leyendas de Guatemala» del laureado con el prem io Nobel, M iguel Angel Asturias. ¿Mas cómo era, en general, la vida dentro de los conventos

fem eninos? Llam aban a sus diarias actividades los graves sonidos del cam panario de la Catedral, retom aban sus voces las cam panas de la Encarnación, eran repetidas por los claros tañidos de Santa Teresa la Antigua, volaban por la calle de M oneda hasta Santa Inés, y repicaban e iban haciéndoles eco las esquilas y cam panas de los dem ás conventos y templos vecinos, hasta irse perdiendo en la distancia. Y em pezaba un día más de activa vida conventual a la que llamaba la m adre cam panera por los corredores; ya fuera a rezos de maitines, de laudes, tercias o nonas, a rosarios, rogativas p o r enferm os y benefactores a salas de labor, refectorios y descansos. La abundancia de la América barroca del siglo XVII está manifiesta en la influencia que ejerció en el m odo de vida conventual fem enino en la sociedad y en las artes de la época. A quellos re c in to s a p a r e n te m e n te c e rra d o s a in flu jo s exteriores, donde parecería que no cabían más que plegarias y la actividad e industria cotidianas, no eran ajenos a la efervescencia cultural reinante, a los im pulsos venidos de Europa y Asia. En el ám bito n o v o h isp a n o se percibía u n c o n stan te germ inar de ideas y de im ágenes que la com unidad monacal adoptaba gustosam ente y que se afirm aba en las bellas artes que propiciaba. Las influencias venidas de allende los mares se enriquecían c o n s ta n te m e n te con la a b u n d a n c ia d e los e le m e n to s americanos. El rico m anto de vegetación que había cubierto la superficie del m undo prehispánico estaba ahora aún más adornado con u n nuevo sem illero de vegetaciones extrajeras y ya integrado al territorio de la N ueva España. Esta fusión de flores y frutos no sólo pasó a form ar parte del lenguaje conventual, sino que tam bién sus im ágenes fueron tema de bordados monjiles y parte de losiingredientes en su cocina.

La arquitectura de la época testim onia el auge de las construcciones que albergaron a estas industriosas colmenas y del uso de elem entos constructivos que eran requisitos y exigencias especiales de las diferentes órdenes monacales. Y si volvem os a A ntonio de Robles, éste registra la colocación de las prim eras piedras sobre las que se iban a erigir sus grandes conventos, los nom bres de generosos patronos que los costeaban y, u na vez term inado el edificio, de los traslados de m onjas desde u n sitio tem poral hasta el que iba a ser su clausura para el resto de sus vidas. El cronista se ocupa hasta de las elecciones de abadesas de las nuevas construcciones y de registrar los robos y las aprehensiones de los ladrones de los valiosos objetos de sus templos. La pintura que propiciaron las m onjas no está solam ente en el ingenio exvoto que registra la centella que entró p o r la ventana del coro de u n convento concepcionista y agradece que, haciendo u n zig zag por el m uro, tan sólo asustó a la com unidad y atarantó a una monja. Tampoco en las sencillas pinturas que describen un refectorio con su h erm ana lectora o la de u n coro en el que las novicias ay u d an a u n a anciana y encorvada religiosa a sentarse y participar en las diferentes actividades que exigían las reglas de cada co m u n id ad . Reconocidos artistas de la época recibían encargos de pinturas que iban a adornar los conventos. De sus pinceles salían las im ágenes de los santos que pertenecían a la orden o aquellos que eran objeto de su devoción y representaban sus milagros. Edificantes escenas del Antiguo y N uevo Testamento también o rn a m e n ta ro n los altares y retablos. Y ellas m ism as se distinguieron como pintoras, decorando con exuberancia los libros de profesión, de votos o ilustrando tem as religiosos. Y el testim onio de su paso p o r los co n v en to s está en los originales retratos virreinales de monjas enfloradas que son una prueba más de la abundancia am ericana. Las coronas, velas e im ágenes que portan en el día de su profesión o de

su m uerte m uestran el esplendor barroco que im peraba. Bajo las coronas, com puestas por una increíble profusión de flores, ángeles y santos, aparecen sus rostros enm arcados p o r las tocas, adustos, serios, pocas veces agraciados p o r u n a vaga sonrisa. Las velas e im ágenes que llevan en las m anos son igualm ente abigarradas y coloridas. La adm iración estética e n to n c e s ced e a la reflex ió n y la c u rio s id a d so b re la personalidad de la m onja retratada. Si fueron silogismos de colores, son ahora cadáver, sombra, polvo y nada. Los retratos son voces silenciosas ¿cuáles fueron en realidad su cara y corazón? ¿qué sentim ientos y qué pensam ientos se agitaron en sus corazones y en sus m entes?. Las inscripciones que acom pañan los retratos registran sus com plicados, y larguísim os nom bres, la o rd e n a la que pertenecieron y su edad en el día de su profesión. Pocas veces el oficio que d esem p eñ aro n en la com unidad. Sin d u d a habrán seguido algunas con dedicación las reglas que habían aceptado como postulantes, novicias y profesas de su orden. Mas en la vida diaria de aquella congregación fem enina, con el roce continuo de diferente procedencia, personalidad, edad y las diversas m entalidades: las superioras no habrán perdido alguna vez la paciencia y, ¿a Sor Ana Josefa María de Jesús le habrán dicho en la cocina: - Sor Pepa, fíjese que ya se le está pegando la cocada en el fondo del cazo? -Y, ¿a Sor S oledad de M aría Santísim a le h ab rá co m en tad o la m aestra de música?: ¡Ay! herm ana Chole, ya volvió usted a desafinar al coro en la segunda voz! Eran monjas, pero al fin, hum anas. ¿Las noticias im portantes que entraban al claustro, habrán sido m otivo de com entarios e ingenuos chismes fem eninos? como la m uerte de una m onja de la Encarnación que moría a la avanzada edad de 102 años, la fama de santidad de una herm ana profesa o sobre la rebeldía desatada en u n convento concepcionista ante la elección de u n a n u ev a abadesa y

apaciguada nada m enos que por el mismísimo arzobispo que acudió a toda prisa pues la com unidad quería matarla. Y no faltó la noticia venida de Trujillo, en el lejano virreinato del Perú, de la posesión diabólica de las monjas de u n convento y de la que solam ente se había librado la abadesa; n i el escándalo por la orden term inante de su Ilustrísima para que fu e ra n d e s te rra d o s to d o s los p e rro s d e los co n v en to s novohispanos. Estos informes son parte de las crónicas de la época .Q ueda u n a vez m ás a n u estra im aginación la v id a co n v en tu al cotidiana dentro de los cerrados recintos . H ablan con elocuentes y expresivas voces sus logros como educadoras y, dentro de las artes, la influencia que ejercieron y su participación, aún desde los claustros del convento, en la vida social del siglo XVII. Las m onjas de Santa Clara adm iraban desde sus azoteas el paso de la concurrida procesión de C orpus Christi, en los coros c o n v e n tu a le s se recib ían v isitas fam iliares o se aconsejaba a los fieles, las más dotadas participaban con éxito en los c e rtá m e n e s lite ra rio s. Fue la in ic ia tiv a d e las co n ce p cio n istas la q u e o rig in ó la v isita d e los S an to s Peregrinos a los diferentes hogares mexicanos en época de posadas y el uso de la flor de N ochebuena en celdas y altares. En escultura, la necesidad de tener im ágenes de los santos patronos de su orden o de las efigies de su devoción, propició que se crearan o que fueran im portadas, venidas de España o de oriente. Son aú n objeto de p ro fu n d a devoción dos im ágenes a las que las monjas rindieron culto especial. U no es el famoso Cristo, «hecho de papelón y engrudo» y que se había renovado m ilagrosam ente. Vino desde Ixm iquilpan, gracias a las argucias femeninas, a ser reverenciado en Santa Teresa la Antigua. La otra im agen, u n nazareno con la cruz a cuestas, es el m u y m e n ta d o S eñor del R ebozo, al que honraron las monjas de Santa Catalina de Siena en su tem plo

y que todavía se considera m uy milagroso. Ambos inspiraron leyendas y oraciones que se siguen repitiendo. En literatura, bastaría como botón de m uestra los logros en prosa y poesía de Sor Juana, mas tenem os constancia de aquellas monjas que por obediencia a sus superiores escribían libros de devociones, las crónicas de sus conventos o, que p or transm itir sus inquietudes místicas y religiosas dejaron escrito el testim onio de sus quehaceres literarios. N o sólo fam osos au to res co m p o n ían m úsica p ara ser interpretada por ellas o cantada en sus coros. Las m onjas m ism as eran excelentes com positoras de loas, m otetes y villancicos. D iferen tes co n v e n to s alo ja ro n a e n to n c e s celebradas cantoras e instrum entistas . En cantar, coser y cocinar, las tres «C 's» del convento, son artes en las que sobresalieron y por las que fueron, y son todavía, justam ente alabadas. La influencia monjil se extendió hasta las llamadas artes aplicadas. En los bordados que la com unidad encargaba al extranjero para enaltecer y d istinguir su o rd en o en los adm irablem ente confeccionados por las bordadoras en las salas de labor. U na prueba de su pericia y dedicación es la serie de ornam entos religiosos que lograron la aguja e hilos de seda y m etales de las dom inicas de Santa Rosa de Puebla. En m edio de una profusa ornam entación floral de peonías, pensam ientos y «flores de su fantasía», aparecen ángeles músicos que se conciertan tocando arpas, vihuelas, violones y flautas. U n docum ento histórico, artístico y musical de la época que dejaron para la posteridad. Urcas, balandras hispanas y naos filipinas traían en sus bodegas los objetos cuyos temas, colores y modelos de oriente y occidente ya estaban conform ando la abundancia y riqueza que im peró en el arte n o v o h isp an o del siglo XVII. Los requisitos de la profesión monjil influyeron en las formas y estilos de la decoración de las artes aplicadas.

Es natural que de sus objetos utilitarios y cotidianos queden pocos rastros. U na colección particular conserva u n herm oso le b rillo d e ta la v e ra d e l sig lo XVII d e e x c e p c io n a le s dim ensiones. Su abigarrada decoración en azul y blanco, ostenta en el fondo u n águila bicéfala coronada y escenas de cacería. Esta opulenta pieza sirvió a las concepcionistas de la Sma. Trinidad de Puebla para lavar los corporales. Según dem uestran sus logros en la cocina, las m onjas la practicaron y elevaron hasta alcanzar u n v erd ad ero arte culinario. Por obediencia, Sor Juana tam bién afrontó los secreto s d e la cocina con e s p íritu de m u je r ilu stra d a . E xperim entaba y observaba los resultados. Su copia del recetario de San Jerónim o respeta hasta la mala ortografía de su herm ana, pero lo enriquece aú n más u n soneto en la portada que se atribuye a su talento. ¿Acaso las monjas se encom endaban a San Pascual Baylon antes de enfrentarse a los cazos, al fogón y a la profusión de elem entos culinarios que ya les brindaba la pródiga América? ¿acaso m usitaban la tradicional invocación al santo patrono de las cocineras? «Pascualito, Pascualito, mi santo Pascual Baylon, yo hago este guisito y tu le pones la sazón». Se tra ta b a d e im a g in a r, d e in v e n ta r p la tillo s q u e dem ostraran su pericia y gusto por la cocina... En aquellos talleres virreinales de agrem iadas a la cocina del convento, entre maestras, oficiales y aprendices se estaba creando ya la mestiza cocina mexicana con la abundancia de ingredientes con que contaban, sus conocimientos empíricos les llevaron a utilizar el tequesquite para ablandar el maíz, así como las patas de puerco que iban a escabechar, la cáscara del tom ate en la masa de los buñuelos de rodilla que luego doraban e inflaban en la manteca. Y con el pulque añadían u n nuevo gusto a antiguas recetas. Y si dam os fe a las tradiciones y leyendas mexicanas, en la cocina de las dom inicas de Puebla se creó el prim er mole, las

agustinas fueron por la revancha in v en tan d o los chiles en nogada y las claras lanzaron el chocolate p erfu m ad o con vainilla, el rom pope, los camotes decorados y sus famosas tortitas. En este arte culinario, las m onjas tam bién lev an taro n complicadas estructuras barrocas que com binaban arom as, texturas, colores y sabores que se iban descubriendo, poco a poco, en cada bocado. Y sus excelentes postres daban testimonio de la cornucopia de frutas deliciosas que les ofrecía la tierra am ericana. D entro de los cerrados claustros, con oraciones que afirm aban su fe y en sus actividades diarias, fortalecían sus espíritus y su profesión de cristianas. En la búsqueda diaria por obtener la p e rfe c c ió n y g racia q u e les p e d ía su e s ta d o , e n el cum plim iento de sus deberes, habrán tenido los triunfos y fracasos de todo ser hum ano. Cómo fue, es y será el existir de la hum anidad, se habrán levantado de las caídas para proseguir en la vida diaria. Y así sus sencillas y elocuentes voces ilu m in a ro n y d isip aro n las som bras de sus vidas conventuales. La compuesta de flores maravilla, divina protectora americana que a ser se pasa rosa mexicana apareciendo rosa de castilla.

Am bientación del estudio de Sor Juana en el Centro C ultural Isidro Fabela.

Ambientación del estudio de Sor Juana en el Museo Nacional del Virreinato.

Una monja sin vocación. Un caso de deserción religiosa.

T e r e sa L o z a n o A r m e n d a r e s

ingresar a u n convento era, aparte de contraer m atrim onio, la opción lógica para las m ujeres españolas y criollas de buena posición económica. Pero aún cuando pareciera que sólo las hijas de familias adineradas podían aspirar a ser monjas, ya que las dotes ascendían a tres y cuatro mil pesos, en la práctica m uchas fueron las novohispanas que vieron transcurrir su vida den tro de los m uros de los conventos y colegios. En efecto, desde el siglo XVI proliferaron estos establecim ientos y llegó a ser una práctica com ún el que las niñas se educasen en los conventos, conviviendo con las m onjas y co m p artien d o la vida de clausura por varios años. La m ayoría de los co n v en to s fu ero n c o n stru id o s en am plios terrenos, con edificios de planta irregular, grandes salas com unes y celdas individuales. En cada celda vivía una religiosa, acom pañada por una o varias criadas y la niña o niñas que estaban a su cargo, con las que formaba una especie de familia. O cupaban el tiem po en oraciones, labores de costura, ornato y cocina y los productos elaborados por ellas D u ra n te la época c o lo n ia l,

eran vendidos por las criadas y los m ayordom os.1Parece ser que cada u n o de los conventos se especializaba en alguna labor: las concepcionistas elab o rab an prim o ro sas flores artificiales, bizcochos, tarros de dulce y em panadas; en La Encarnación eran famosos los belenes; en el de Regina Coeli las m onjas se especializaron en el chocolate; en San Juan de la Penitencia y Santa Catalina fueron sobresalientes las labores de aguja que hacían las monjas; el convento de Jesús María tuvo una im portante botica en la que se preparaban remedios con recetas tradicio n ales y los co n v en to s po b lan o s, en general, destacaron por la variada repostería que en ellos se elaboraba.2 La vida dentro de los colegios con frecuencia era similar a la de los conventos; sin em bargo, había algunas diferencias esenciales entre am bos tipos de instituciones. Los conventos pertenecían a órdenes regulares, y los colegios a seglares; en los prim eros se hacían votos solemnes, cuya desobediencia se castigaba con penas espirituales y materiales; cualquier contravención grave a la regla, así como la huida del convento debía ser perseguida por la justicia civil. En cambio, la estancia en los colegios era voluntaria, ya que estos establecim ientos fu e ro n co n c e b id o s p re c isa m e n te p a ra n iñ a s seg lare s desam paradas, quienes perm anecían en el colegio hasta que salían para casarse. N o obstante, m uchas de las niñas, ricas o pobres, con o sin familia, que ingresaban a los conventos y a los colegios, e v e n tu a lm e n te lleg ab an a p ro fesar com o religiosas.3 En teoría la vida religiosa se caracterizaba por la clausura y la austeridad. En la práctica, aunque la clausura era esencial para la vida conventual, y las religiosas y las niñas sólo podían 1Pilar Gonzaibo, Las m ujeres en la Nueva España. Educación y vida cotidiana, M éxico, El Colegio de M éxico, 1987, p. 217. 2 Ibidem, p. 218 5 Ibidem, p. 215-216.

recibir la visita de su familiares en la reja, en presencia de otras monjas «escuchas», en la mayoría de los conventos hubo abusos frecuentes. Los priores se quejaban de la inasistencia de las m onjas al coro en las horas señaladas; con frecuencia de las visitas en los locutorios atro p ellan d o los horarios establecidos, de las invitaciones a com er o m e re n d a r a personas ajenas al claustro, a quienes las monjas obsequiaban con confites, dulces, bizcochos, camotes, cajetas, etc.4También era m otivo de escándalo el que entrasen al convento o se aproxim asen a sus ventanas los músicos con que los familiares querían agasajar a las religiosas y a sus niñas.5 Con el fin de reform ar las costum bres en los conventos, se tra tó d e obligar a las m o n jas a h ace r v id a en co m ú n , forzándolas a com er en el refectorio y preten d ien d o que no se aceptara la convivencia de las religiosas con parientas suyas que en ocasiones pasaban largas tem poradas en el convento. Se condenó al uso de vestidos a la m oda y adornos superfluos porque contravenían los votos de castidad y pobreza y otras frivolidades que provocaban escándalo como el que se jugara a los naipes y dados y se apostaran cosas de valor.6 Fueron frecuentes las recom endaciones que los superiores dieron a las abadesas advirtiéndoles de las faltas en que incurrían, así como los consejos que los clérigos daban a las religiosas y a las seglares que convivían con ellas acerca de las norm as a seguir para alcanzar la perfección moral. La castidad era, sin d u d a, la virtud más apreciada. Los capellanes orientaban a las religiosas sobre esto, pues conocedores de la realidad del m u n d o en que vivían, con frecuencia observaban cómo los a d m ira d o re s d e las en clau strad as, ya fu e ra n p rofesas, 4 N uria Salazar de Garza, La vida com ún en los convenios de m onjas de la ciudad de P i/eé/a.Puebla, G obierno del Estado de Puebla, Secretaría de Cultura. 1990. (B ibliotheca A ngelopolitana V), p. 13. 5 Pilar Gonzalbo, op cit., p. 233. '■Ibidem, p. 235-236.

novicias o colegialas, les hacían llegar las m uestras de su afecto y aviesas intenciones, enviándoles papelitos, golosinas u otros obsequios. Podríam os afirm ar que m uchas m ujeres que eligieron profesar como religiosas, lo hicieron con verdadera vocación. Para ellas, la plenitud de la vida espiritual estaba asegurada y vivieron con pasión religiosa su clausura conventual; desde el pu nto de vista material, no sólo aquellas monjas que habían aportado la dote, sino todas las m ujeres que habitaban en los c o n v e n to s , te n ía n p rá c tic a m e n te g a r a n tiz a d a su seguridad económica para el resto de sus vidas; seguridad que, en el siglo, no siem pre era fácil obtener. Por otro lado, tam bién podríam os asegurar, porque hay docum entos que lo confirm an, que para m uchas m ujeres, sobre todo para aquellas que profesaron sin vocación, el convento llegó a convertirse en una virtual prisión. M uchas de estas m ujeres h a b ía n in g re s a d o d e s d e p e q u e ñ a s , h a b ié n d o la s allí depositado sus padres desde los siete años y aún antes. Como no podían profesar antes de los dieciséis, y debían pasar por un tiem po de noviciado, no conocían otra form a de vida, por lo que fácilm ente se inclinaban por la vida religiosa, aunq ue después algunas se arrepintieron de su decisión.7 Tal fue el caso que hoy presentam os que refiere cómo la m onja sor Ana G utiérrez escapó del co n v en to de Santa C a ta lin a d e S en a en la c iu d a d d e P u e b la , y se casó p o s te r io rm e n te co n F ran cisco L en z d e G á n d a r a .8 El docum ento que refiere parte de la historia de los am ores de esta pareja no está completo, pero trataré de reconstruir los hechos y haré algunas reflexiones acerca de lo que para ellos significó haber com etido sem ejante delito. Jorge Rene (ion/ále/. D iferenciasy sim ilitudes entre los ritos del m atrim onio espiritual y el m atrim onio sacramental, en C om unidades dom ésticas en la sociedad novohispana horm as de unión y transmisión cultural, M em oria del I V Sim posio de Historia de las Mentalidades. M éxico. IN A I I. 1994. p. 80.

' A G N . C riminal. \ . 563.

Ana Gutiérrez, española, hija legítima de M iguel Gutiérrez y de M ariana González, y natural del pueblo de Zacatlán de las M anzanas del obispado de Puebla, hizo su noviciado y tom ó el hábito en el convento poblano de Santa Catalina de Sena el 15 de febrero de 1778 y profesó u n año después, el 4 de marzo. N o sabemos a qué ed ad ingresó al convento, pero sí que lo hizo forzada por su herm ano Antonio, a pesar de que en el Concilio de Trento se había p ro m u lg ad o exco­ m unión para aquel que forzase a u n a persona a adquirir el estado religioso, y de que en los conventos se hacía una ex h au stiv a investig ació n acerca de las a p titu d e s de las novicias.9 N o fue extraño, pues, que cuatro años, n u ev e m eses y siete días después de haber tom ado estado, sor Ana G utiérrez iniciara los trám ites para pedir la n u lid ad de su profesión. El proceso de nulidad no era algo fácil y expedito, y A na a g u a rd ó p a c ie n te m e n te d u r a n te d o ce añ o s la resolución de su caso. En el tiem po en que Ana tom ó los hábitos, había en Puebla u n am biente de gran efervescencia, pues el obispo Francisco F ab ián y F u e ro p r e te n d ía im p o n e r la re g la d e v id a com unitaria en los once conventos de la ciudad. En los cinco de m onjas calzadas, en tre ellos en el que estaba Ana, la práctica habitual de la vida particular ocasionaba u n a m enor a siste n c ia a los acto s c o m u n e s y u n a in d e p e n d e n c ia económ ica de la bolsa com ún. En 1768 el obispo Fuero escribió la prim era carta a las preladas de los conventos de religiosas calzadas a favor de la vida com unitaria. Les decía entre otras cosas, que la vida com ún que proponían «no es u n establecim iento áspero y escabroso, no es u n m onstruo espantoso y terrible, cuyo sólo nom bre debe atem o rizar y acobardar los ánim os de las religiosas... acerquém onos u n poco a ella, y observarem os ' Josefina Muriel. Conventos de monjas en la Nueva España. M éxico, Editorial Santiago, 1946. p. 322.

su herm osura, apacibilidad y b u en trato».10 N o sabem os si Ana estaba a favor o en contra de la vida en com ún, pero lo m ás probable es que hubiera sido «convencida» de la utilidad de adoptar la nueva regla, como se hizo en la m ayoría de los conventos poblanos con las novicias al m om ento de profesar. El mismo mes y año en que Ana ingresó al convento, algunas m onjas de S anta C atalina escribieron u n a «sem blanza» quejándose de la vida com unitaria. Decían que antes había «grande paz y m ucha unión, y m ucha caridad y m ucha observancia, ten íam o s m u ch a frecu en cia de los S antos Sacramentos, hallamos niñas, que éstas no sólo no nos servían de inquietud, pero nos edificaban por su recogim iento y virtud. La portería se abría a las siete de la m añana y se cerraba a las doce, y por la tarde se abría a las dos o dos y m edia y se cerraba a la Oración, para que así pudiéram os todas librar para lo necesario de alim entos y vestuario».” Se quejaban de que les habían retirado a sus confesores y que los nuevos religiosos que les enviaron les im pedían seguir la vida individual im poniéndoles la prohibición de que ni al torno ni a la reja habían de venir a visitarlas. Protestaron igualm ente porque las pláticas interiores se enderezaran a adular al señor obispo y a las preladas tachándolas a ellas de inquietas, desobedientes y revoltosas por no seguir la vida com ún. Q uejábanse de que en la portería estaba una portera que las m ortificaba m uchísim o, reg istran d o todo lo que entraba y lo que salía y no dejando que solicitaran lo necesario para los alimentos. Dicha portería se m antenía cerrada para que no libraran por ella las mozas y todos los conductos los tenían bloqueados, como eran portería, torno, rejas y sacristía. A propósito de este torno, fue por una m era casualidad el que sor Ana G utiérrez estuviera a cargo del mismo en 1792

I Nuria Salazar de Garza, op cir.. p. 16. II Ibidem. p. 148.

cuando decidió abandonar el convento. En efecto, desde u n año antes, cuando fue encargada de este puesto, la tal sor Ana em pezó a m editar seriam ente en la posibilidad de poner fin a u na vida para la cual no sentía tener la m enor vocación, p u e s com o ya se dijo, su in g reso al co n v en to fu e p o r im posición de su herm ano. U na vez tom ada la decisión, el resto fue sencillo: aprovechando el que siendo tornera se quedaba en su poder la llave del cuarto en d o n d e estaba el torno, p u d o salirse, encerrándose en una de las rejas que estaba en la portería y cuando abrieron ésta los albañiles que entraban al convento, se salió de la reja para la calle vestida con u na saya y m anto que sus herm anos le habían regalado cuando una sobrina suya ingresó al convento de Santa Rosa. Im aginem os la situación en la que rep en tin am en te se encontró Ana: doce años de enclaustram iento sin conocer la vida exterior, y de repente, por una au d az decisión, se veía forzada una nueva forma de vida sin contar para ello con am istades que la apoyaran, dado lo peligroso de u n a nueva condición, ni conocimiento de adonde o con quién refugiarse. Sin em b arg o , su in g e n io su p lió estas caren cias: a u n m uchacho que encontró en la calle, dándole m edio real, le preguntó si sabía de algún lugar d o n d e pudiera ella ir a vivir, de preferencia con una m ujer sola. Fue así como se alojó en casa de una india llam ada M aría en el barrio de Analco, do n d e residió aproxim adam ente un año. Paseando una noche en com pañía de u n a in d iezu ela sobrina de María, conoció a Francisco Lenz, un español que se dedicaba a la venta de géneros y que se encontraba de paso en la ciudad de Puebla. Este hom bre le com enzó a hablar, queriendo acom pañarla a su casa, pero ella se resistió, diciéndole que era casada. Poco tiem po después lo volvió a encontrar y en esa ocasión si aceptó ella el que la acom pañara y reconoció el no ser casada y vivir sola. Dos o tres veces más, algunas a caballo y otras a pie, la visitó Francisco en su

casa, hasta que, posiblem ente m otivada por esta relación, Ana decidió v en ir a México a arreg lar el asu n to de su se c u la riz a c ió n , el cu al a p a r e n te m e n te se e n c o n tra b a estancado. Al efecto pagó a u n hom bre llam ado Bravo para que la trajera, y quiso la suerte que en el camino se encontrara precisam ente a Francisco Lenz quien traía el mismo destino, viniéndose juntos a la capital. Ana G utiérrez se fue a hospedar al mesón del Parque; pero después, con el fin de ocultar su identidad, tuvo que cambiar constantem ente de vivienda. Prim eram ente tom ó una casa en el puente del M arquesote, después una casa llam ada de N uestra Señora G uadalupe; más tarde vivió en la del Amor de Dios, y en otras varias, ocupando finalm ente u n a casa p o r el p u e n te de M anzanares; en todas ellas trató con diversidad de personas, pero a ninguna reveló su estado, antes bien les ocultaba hasta su nombre. Francisco la visitó como a los seis u ocho días después de haber llegado; pero luego, por causa de sus negocios tuvo que salir de la ciudad y al regresar la fue a buscar a una de las casas en las que se hospedaba, y hallándola, se fue a posar a la misma casa de ella, perm aneciendo allí como tres o cuatro meses. No sabemos cómo fue la estancia de Ana G utiérrez en la ciudad de México. Sólo hay referencias de que d u ran te los tres años que estuvo en la capital se m an tu v o haciendo cigarros, porque el dinero que le habían dado sus herm anos, lo que había ganado con su trabajo personal de costuras y lo obtenido de la venta de la ropa de su sobrina, ya se le había acabado; pero es de suponer que cuando Francisco Lenz por sus n eg o cio s e stab a en la ca p ita l, se fre c u e n ta b a n v posiblem ente salían a pasear, y por lo tanto la relación entre ellos fue estrechándose y haciéndose más íntima v cordial. Pero la historia no fue tan feliz. R ecordando que el objeto del viaje de Ana era el arreglar su situación, efectivam ente acudió al regente de la Real Audiencia, quien instruido de

su negocio la desengañó diciéndole que no podía conocer en él el ilustrísimo señor arzobispo como pretendía, y que era necesario ocurriera al obispo de Puebla, a quien debía presentarse con la real cédula en la que se trataba de la secu larizació n o n u lid a d de su p ro fesió n , la cual A na G utiérrez había obtenido en gestiones anteriores ante Roma. Al enterarse las autoridades eclesiásticas de la capital de la irregular situación de Ana, y no debiendo por tanto seguir expuesta a los peligros m u n d an o s, el regente púsose de acuerdo con el provisor de Puebla, para que Ana fuera a buen recaudo en el colegio de San M iguel de Belén de esta ciudad, de acuerdo con las disposiciones del arzobispo. La estancia de Ana en este colegio fue m u y breve, de apenas mes y m edio y d u ran te este tiem po Francisco Lenz la vio dos veces: una para llevarle una sábana que se había q u ed ad o en su p o d er y otra en que accid en talm en te la encontró en la portería con motivo de ir a com prar m edio de chicha. Por órdenes del obispo de Puebla fue conducida a esa ciudad y depositada en el colegio de Jesús María, en el cual perm aneció cuatro años y ocho meses, los dos prim eros años en rigurosa reclusión sin tratar con persona alguna de fuera del colegio, y el tiem po posterior ya tuvo libertad de que la trataran y visitaran algunas personas. D urante este últim o periodo Francisco Lenz tuvo ocasión de ir al colegio a v ender sus generitos de mascadas, listones, p añ u elo s, m uselinas y otras m aritatitas que u sab an las colegialas y m onjas y p u d o saber de ella. Si nos p reg u n tára­ mos si Lenz sabía o sospechaba del estado m onacal de Ana indudablem ente diríamos que no, porque ella hábilm ente le había o cu ltad o la realid ad , ach acán d o le a su h e rm a n o A ntonio la m aldad de haberla encerrado por estar enojado con ella, versión que Lenz ingenuam ente aceptó. Sentim entalm ente Ana estaba involucrada con Francisco desde su encierro en el colegio de Belén, dado que aquél la

instaba para el m atrim onio, au n q u e ella no le dio palabra pretextándola que no podía casarse entretan to su herm ano m ayor no se contentara con ella. Indudablem ente el am or que sentía por Francisco, con las o p o rtu n id a d e s que la relación le p o d ía ofrecer, au n ad o s a la rep u g n an cia que públicam ente m anifestaba de volver a la vida religiosa por considerarla el origen de todos sus males y extravíos, la llevaron a buscar nuevam ente h uir en cuanto supo que la querían restituir al convento de Santa Catalina. También en esta ocasión logró salir por el torno, para lo cual se valió de la llave del dorm itorio de la Soledad, que abría la puerta de la calle, y de una llavecita que tenía en su poder, la cual abría la puerta del torno. Al salir, lo prim ero que hizo fue buscar a Lenz y luego de encontrarlo decidieron ambos venirse a la ciudad de México, pero ya convenidos de que se habían de casar. Al día siguiente encontraron u n coche en el que Ana salió sola y Francisco la siguió a caballo hasta Buenavista, pero lo malo del cam ino les im pidió continuar de esta manera; afortunadam ente pasó otro coche en donde iba u n cadete y otro paisano, quienes movidos por la com pasión perm itieron a los cocheros que los trajeran, desde luego previa gratificación de cuatro pesos que la mism a Ana G utiérrez dio de su bolsillo. Provisio­ nalm ente se hospedaron en el m esón de los Cinco Señores hasta que encontraron casa frente al A partado, m udándose luego a la calle de las Moras, viviendo siem pre juntos. Pero esta forma de unión no era la que ambos consideraban apropiada, por lo que Francisco decidió iniciar los trám ites para el m atrim onio, yendo a ver al cura de Santa Catarina Mártir, pero éste instruido por Lenz de que estaban en mal estado, los separó. Esto acicató los ánim os de Francisco para casarse, v rápidam ente consiguió dos testigos que su p u es­ tam ente los conocían y la boda se efectuó el 30 de octubre de 1801 v desde entonces vivieron m aridablem ente hasta que

el infortunio los alcanzó. Poco después de haber cum plido u n año de casados, y seguram ente por alguna denuncia, la autoridad intervino, ap reh en d ién d o lo s y llevándolos a un juicio del cual me perm itiré relatar algunos porm enores. De las declaraciones de ambos así como de su defensor, podem os extraer las siguientes consideraciones: Q ue ni uno ni otra obraron de mala fe, puesto que en n ing ú n m om ento repudiaron las disposiciones eclesiásticas que prohibían, bajo am en aza de p en a co rporal, el m atrim o n io o la sim ple cohabitación con una religiosa. Y la justificación de ambos era m uy sencilla. Al preguntarle a ella cómo tuvo valor para casarse conociendo las disposiciones anteriores, manifestó que: Se casó sin embarazo ni escrúpulo alguno pues la declarante ha estado y está en la inteligencia de que no es religiosa sin embargo de que vistió el hábito de tal; porque aunque hizo los votos en el día de su profesión, no los hizo libre y voluntariamente, sino compulsa y por fuerza, por lo que desde entonces se hizo juicio indubitable que su profesión era nula, y que a ella no le ligaban los votos, y que en este concepto aun estando en la religión quebrantaba el voto de pobreza, que era el único que por entonces podía quebrantar; y que ya libre, y fuera de su convento, como quiera que ya tenía formado juicio, para ella inerrable de que no era religiosa, ni lo había sido, no tuvo embarazo para casarse con Lenz sin ofender ni desmentir la creencia que lleva protestada.

Por lo que respecta a Francisco, fue hasta d esp u és de casarse cuando Ana le dio aviso de que era religiosa y había vestido el hábito de tal, pero al mismo tiem po le dijo que aunque en lo exterior por la clausura en que había estado y hábito que había vestido pareciera que era religiosa, en la

realidad y ante Dios no lo era, porque los votos que hacen y c o n s titu y e n v e rd a d e ro s religiosos no los h ab ía h ech o voluntariam ente, y por consiguiente no la obligaban y por tanto su m atrim onio era válido y sin vicio alguno. Esto lo dio a conocer Ana a Francisco «parlando con la confianza que es regular entre m arido y mujer». Al principio Lenz se resistió a creerla objetando que la había conocido «de trenza» y en la calle, pero finalmente, satisfecho de que no era chanza y burla, le creyó, entristeciéndose a partir de entonces y no volviendo ya a verse alegre; sin em bargo, no hizo gestión ni m ovim iento alguno para separarse y siguió haciendo vida m aridable hasta su aprehensión. Respecto a esto últim o Ignacio de Salamanca, abogado defensor de Lenz, manifestó que: supuesto que dormían juntos, se mezclaban, pero esta persuasión se debilita teniendo presente que unas gentes de las proporciones de los reos, bastante hacen con tener una sola cama, que de consiguiente, si dormían juntos, era por necesidad. Que la especie vertida de que Lenz se entristeció luego que supo que Ana era monja, contribuye para persuadir la continencia; y finalmente, que aún cuando no la hubieran tenido, por respeto al estado de la Gutiérrez, la consideración anterior, unida a la de que llevaban algún tiempo de casados, excluye en cierto modo la sospecha de la cópula, siendo muy capaz de apagar la concupiscencia más activa.

Esta historia que desde otro p u n to de vista podría ser considerada m elodram ática, nos puede llevar a diferentes consideraciones. Por un lado está la posición de un hom bre honesto que por causas totalm ente ajenas descubre que la m ujer a quien am a y con quien se ha casado, venciendo obstáculos y pasando peripecias, es una monja. La im presión que Lenz debió sufrir al darse cuenta de la realidad y de las

consecuencias de la misma, debió ser terrible; y sin em bargo, decidió, a pesar de su tristeza, seguir adelante. Al a n a liz a r la v id a de A na n o s e n c o n tra m o s a u n a m uchacha que por u n capricho de su h erm an o es privada de las posibilidades de una vida seglar y obligada a adoptar u n a que, com o ella m ism a d eclaró p o ste rio rm e n te , le repugnaba. Las vicisitudes por las que tuvo que pasar Ana G utiérrez para librarse de este yugo, son dignas de u n a novela por entregas, pero aquí se trata de la triste realidad. Y finalm ente, cuando ambos parecían haber conseguido la felicidad, la desventura en la forma de autoridades civiles y eclesiásticas se cebó en ellos, separándolos de nueva cuenta. Si ella perm aneció para siem pre recluida en el convento y él h uyendo de la justicia, tras haber escapado de la cárcel, como único recurso ante u n juicio evidentem ente parcial, es algo que jam ás sabrem os p orque el expediente se en cu e n tra incom pleto.

Altar dom éstico en el Centro Cultural Isidro Fabela.

Mujeres de rostros azabachados en la Nueva España

M

aría

E l isa V e l á z q u e z G

u t ié r r e z

m a r c a d a s e n l o s p e c h o s , o tra s d e d ic a d a s a am am antar. En ocasiones deseadas y en otras despreciadas; denunciadas en los juicios de la inquisición del Santo Oficio de la N ueva E spaña de bígam as, blasfem as, hechiceras, endem oniadas o renegadas, las negras y m ulatas aparecen en algunos villancicos de Sor Juana como las princesas de Guinea, las de «vultos (rostros) azabachados»,1cerca del sol y por lo tanto de Dios. En el villancico dedicado a la Purísima Concepción de 1689, Sor Juana dedica el tercer nocturno a la Virgen, en la imagen, de la esposa del Cantar de los Cantares. C onsiderada negra como producto del pecado por m uchos pensadores de la época, como Fray Luis de León, la negrura de la esposa del Cantar, se explica así en un fragm ento de la poetisa: A lg u n a s ,

«...Aunque en el negro arrebol negra la esposa se nombra, no es porque ella tiene sombra,

1 Vulto en latín significa sólo el rostro, la cara o el sem blante del hombre. D iccionario J e A utoridades. Madrid. 1732.

sino porque le da el sol de su pureza el crisol, que el sol nunca se le va. -¡Morenica la esposa está! Com parada la luz pura de uno y otro, entre los dos, ante el claro sol de Dios es m orena la criatura; pero se añade herm osura m ientras más se acerca allá... - M orenica la esposa está porque el sol en el rostro le da.»2 Entre las fuen tes que d an testim onio de la p resencia africana en el México virreinal, destacan los villancicos de Sor Ju an a (hasta ah o ra poco estu d iad o s), en los cuales aparecen rep resen tad as en las llam adas ensaladillas, las distintas «castas» de la sociedad novohispana. Efectivamente en u n núm ero significativo de versos, los negros «cantan», quizá más a m enudo que los propios indígenas. Al parecer de estudiosos, la poetisa, no introduce en este sentido, un tema nuevo en la tradición literaria de la época e incluso p resen ta esquem as ya conocidos, ta n to form ales com o temáticos. Sin em bargo, lo cierto es que la m irada de la m onja jerónim a sobre la situación de los negros, su condición de esclavitud y la misma explicación de su color, a pesár de ciertos postulados teológicos de su época,1 es distinta. Ello 2 Fragm ento “V illancico VII, Tercero Nocturno, Cantados en la S I. Catedral de Puebla, en los M aitines de la Purísim a Concepción, 1689” en S o r Juana Inés de la Cruz, Obras Completas, Villancicos y Letras Sacras, Edición, prólogo y notas de Alfonso M éndez Planearte, Vol.II, M éxico, FCE, 1976, pp. 105 y 106. ' Marié Cecile Benassy Berling, Humanismo^y religión en Sor Juana Inés de la Cruz, M éxico, UNAM , 1983, p.288.

no debe sorprendernos si consideram os que Juana de Asbaje fue capaz, en el contexto social y religioso del m u n d o en que vivió y creció, de tener una m irada crítica, cautelosa y creativa de su realidad. Por otra parte, tam bién los textos de la poetisa nos revelan que en su tiem po -aunque existía u n a rigurosa segregación étnica y social- el prejuicio hacia la población de origen africano, sobre todo en la N ueva España, tenía matices que cam bian notable y p aradójicam ente com o verem os m ás adelante en el siglo XVIII. De estos villancicos quiero resaltar la presencia y las voces de las m ujeres negras, m ulatas y sus descendientes en la N u e v a E spaña, tem a de esta plática. La p e rce p ció n y sensibilidad de la m onja jerónim a hacia ellas parece ser en g eneral positiva e incluso, en ocasiones, defensiva. Por ejemplo, al rescatar la presencia de las afromestizas, Sor Juana refleja su gesto festivo: «...A la voz del Sacristán, en la iglesia se colaron dos princesas de G uinea con vultos azabachados. Y m irando tanta fiesta, por ayudarla cantando, soltaron los cestos, dieron albricias a los muchachos...»4 También advierte el lamento por su condición de esclavitud y defiende su posible asimilación con la M adre de Dios:

4 p.72.

Fragm ento de! “Villancico de la Asunción, 1679” en Obras completas, op.cit.,

«...una N eglita beya e Cielo va goberlná...»5 Pero observem os más de cerca a las m ujeres afromestizas que evoca Sor Juana, tratando prim ero de enunciar algunas de las problem áticas que su estudio implica. A pesar de que, las m ujeres de origen africano fueron m inoría en relación a las indígenas y tam bién a las europeas -aunque de estas últim as quizá no tan to como se piensa actu alm en te- existen testim onios en crónicas y fu en tes docum entales de la época que nos hacen reflexionar sobre su presencia en la N ueva España. Sin em bargo, a la fecha poco sabemos en realidad de la vida de estas m ujeres y de su participación económica, social y cultural du ran te el virreinato. ¿Qué factores determ inaron ésta participación? ¿cómo vivieron y cómo fueron vistas, c o n sid e ra n d o sus cu ltu ras de o rig en , su co n d ició n de esclavitud, de segregación y sus posibilidades de mestizaje con otros grupos étnicos las m ujeres de origen africano en la N ueva España?, ¿qué posibles influencias culturales tuvieron en la configuración de la sociedad colonial, quizá presentes hoy en día? Estas, en tre otras interro g an tes, form an p arte de u n a compleja investigación que me he propuesto realizar, y de la cual en esta ocasión sólo presento u n panoram a general y algunas reflexiones e hipótesis. El estudio de la población africana en México a pesar de su im portancia, en especial durante la época colonial, ha sido poco a ten d id o . G onzalo A guirre B eltrán fue el p rim er investigador en México que hizó una llam ada de atención sobre el tem a. M ás tard e Luz M aría M artín ez M ontiel,

Fragmento del IX Villancico a la Asunción. 1686’ en Obras com pletas. op.cit. p.315.

continuó los estudios e im pulsó la realización de diversos trab a jo s y la fo rm ac ió n de h is to ria d o re s y etn ó lo g o s d e d ic a d o s a e sta s in v e s tig a c io n e s . H is to ria d o re s norteamericanos también desde hace ya algunas décadas han contribuido a su análisis. Sin embargo, el propio antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán, pionero desde hace 50 años, en su últim o libro «El negro esclavo en N ueva España», publicado hace escasos dos meses, reitera la «ingente necesidad de hacer una nueva historia patria en la que el negro y su esclavitud sean tom ados seriam ente en cuenta»6 El caso d e las m u je re s d e o rig e n a fric a n o y su s d e s c e n d ie n te s h a sid o a ú n m ás r e s tr in g id o . Ello es com prensible si tom am os en consideración b rev em en te algunos factores. Por u n a parte aunque el estudio del papel de la m ujer en la historia ha m otivado ya desde algunas décadas, la elaboración de num erosos trabajos, este presenta im portantes dificultades. A pesár de que su participación en la sociedad novohispana fue central, en general la vida fem enina form ó parte del m u n d o cotidiano , del q u e la histo rio g rafía h asta hace rela tiv a m en te poco tiem p o ha co n sid erad o im p o rtan te registrar y conocer. En la lectura tradicional de las fuentes docum entales, por lo tanto, pocas veces se m anifiestan las opiniones, las in q u ietu d es, los deseos o las actividades fem eninas, sobre todo de aquellas m ujeres pertenecientes a las clases más desprotegidas de la sociedad, como e s el caso de las m ujeres de origen africano en la N ueva España. Por otro lado, los estudios sobre la esclavitud, incluso en otros países que actualm ente cuentan con una im portante proporción de mujeres de origen africano, como Brasil, Cuba,

'■G onzalo Aguirre Beltrán, Obra A ntropológica XVI, Et N egro E scla vo en Nueva E spaña L a fo rm a ció n colonial, la m edicina popular, y oíros ensayos, M éxico, Fondo de Cultura Económ ica, 1995. p. 13.

Colombia, Perú o Estados Unidos, en raras ocasiones h an to m a d o e n c u e n ta la e x p e rie n c ia d e las m u je re s , a n a liz á n d o la s s e p a ra d a m e n te . Por lo ta n to u n d o b le obstáculo «parece» im pedir su análisis: prim ero, su condición fem enina y segundo su posición de segregación étnica y social. No obstante estos im pedim entos, la investigación histórica sobre las mujeres, y sobre otras temáticas en relación a grupos minoritarios en la época colonial, ha dem ostrado que nuevas le ctu ras y m e to d o lo g ías h acen p o sib le el h allazg o de testim onios que de una m anera directa o indirecta, reflejen, describan y hablen de la vida fem enina. Estos estudios han destacado, entre otros aspectos, la importancia de las m ujeres en la vida económica, su participación clave en el proceso de mestizaje y sus aportaciones en el ámbito cultural. La descripción de negras y m ulatas en la N ueva España aparece en algunás crónicas de viajeros; por otra parte, en v a ria s f u e n te s d o c u m e n ta le s d e d is tin to s ra m o s p e rte n e c ie n te s al A rchivo G en eral de la N ació n y en docum entos del Archivo de Notarías, por citar algunos. U na fuente im portante y rica en contenido para el estudio de las m u jeres afrom exican as es el arch iv o in q u isito ria l. He observado que de los casos de población de origen africano un 35% pertenece a mujeres, pero también en otros procesos inquisitoriales, aparecen sus testimonios.7 Asimismo, otras fuentes históricas como obras pictóricas, en particular los cuadros llamados «de castas o de mestizaje» del siglo XVIII aportan datos interesantes en este sentido. Para com prender que tan significativa fue la presencia de la población africana en México frente a otros grupos étnicos, ' «El total de negros y m ulatos constituye, com o vemos, casi la mitad del conjunto de los casos en los que el origen étnico de los individuos se encuentra precisado.» Solange Alberro, Inquisición y sociedad en M éxico 1571-1700, M éxico, Fondo de C ultura Económ ica, p.455.

d u ran te el periodo colonial, es suficiente con citar algunas cifras dem ográficas, reveladas hace tiem po p o r el propio Aguirre Beltrán.8En 1570 del 100% de población en la N ueva España, u n 98.7% era indígena, u n 0.2% europeo y u n 0.6% africano; es decir, que más del doble de los europeos eran africanos. Para m e d iad o s del siglo XVII, los in d íg e n a s su frie ro n u n a co n sid era b le b aja d em o g ráfica, a u n q u e siguieron constituyendo una franca mayoría, el 74.6%; por su parte los africanos au m en taro n su proporción al 2.0% frente al 0.8% de población europea. D urante este mism o p e rio d o las m ezclas e n tre los d istin to s g ru p o s étnicos aum entó significativamente. Todavía p ara m e d iad o s d el siglo XVIII los africanos re p re s e n ta b a n u n a co n sid era b le c a n tid a d fre n te a los europeos y es hasta m ediados del mismo siglo, que el núm ero de población de origen africano decae, entre otras causas, p o rq u e su im p o rta c ió n ya n o e ra re n ta b le f re n te al crecim iento de las castas y de la decadencia del sistem a esclavista en la N u ev a E spaña. S egún estadísticas, del porcentaje de población africana, u n 30% de m ujeres, arribó a la N ueva España; es decir, que de cada tres varones, llegó una m ujer del continente africano. Las m ujeres de origen africano en la N ueva España y sus descendientes, esclavas y libres, ocuparon distintos espacios sociales tanto en la ciudad como en el cam po, regiones como M orelos, Michoacán, El Bajío, Oaxaca, G uerrero, Tabasco, Cam peche, Veracruz, Puebla y la ciudad de México, entre otras, recibieron población africana en el periodo colonial. Arrancadas de sus culturas de origen—fundam entalm ente de las regiones de Africa occidental (el golfo de G uinea, S enegam bia y Malí), de Africa cen tral (el Congo) y de

* G onzalo A guirre Beltrán, La población negra de M éxico, M éxico, Fondo de C ultura Económ ica, segunda edición, 1972, p.234.

Angola— fueron traídas prim ero como esclavas con la idea d e fija r y e s ta b iliz a r a los h o m b re s n e g ro s e n su s asentam ientos, fundam entalm ente en los centros mineros, haciendas azucareras y obrajes. El hecho de que ya en 1538 el virrey A ntonio de M endoza prohibiera la retención de esclav os n e g ro s de am b o s sexos sin d e c la ra rlo s a las a u to rid a d e s , in d ica q u e ya en este p e rio d o se h ab ían im portado m ujeres negras en México.9 La prim era generación que arribó a la N ueva España, fue quizá en su m ayoría ladina, es decir, esclavas de origen africano que ya habían vivido en España o Portugal y por lo ta n to h ab ía n asim ilad o , h asta cierto p u n to , la c u ltu ra occidental cristiana de aquellos reinos. Sin em bargo, pocas «ladinas» arribaron a colonias americanas, ya que las leyes establecían que: «no podían pasar a n inguna parte de las Indias ningunos negros...salvó los bozales recién traídos de sus tierras», por considerar que estos últimos eran más fáciles d e so m eter y estab a n m enos co n tam in a d o s de «m alas infuencias».10 Con la llegada de familias españolas y la form ación de instituciones coloniales, m uchas m ujeres de origen africano, fueron ocupadas en puestos como nodrizas o sirvientas. Cabe subrayar que la obtención de u n esclavo o esclava era u n im portante símbolo de estatus entre los grupos privilegiados novohispanos; su exhibición en los acontecimientos públicos, según narran las crónicas de la época, daban prestigio social. Decía Thom as Gage, al describir u n paseo en la Alameda, en 1648: «...Los hidalgos acuden por ver a las dam as, unos seguidos por una docena de esclavos africanos y otros con u n séquito Esteva Fabregat, El mestizaje en Iberoamérica, España. Ed. Alambra. 1988. p. 189. Recopilación de las Leyes de Indias. 1681. Ley XVIII, M adrid. 1681. (Fascimilar).

m enor; pero todos los llevan con libreas m uy costosas...Las señoras van seguidas tam bién de sus lindas esclavas, que andan al lado de la carroza tan espléndidam ente ataviadas...y cuyas caras, en medio de tan ricos vestidos y de sus mantillas blancas, parecen como dice el adagio español: «moscas en leche...»11 El intenso tráfico de africanos y africanas bozales, definidos por los diccionarios de la época como «incultos y que están por desbastar y pulir»12a colonias am ericanas y en particular a la N ueva España, se realizó, básicam ente de 1580 a 1650; las principales causas fueron la dem anda de fuerza de trabajo por la drástica caída dem ográfica de la población indígena y la prohibición de esclavizar a los indios. M uchas negras bozales fueron a su llegada m arcadas en los senos con cruces o jesuses con el calimbo de fuego y más tarde con diversas figuras de los asentistas o amos esclavistas, com o m u estra de posesión. Dice así u n d o cu m en to de com pra-venta del siglo XVII, recogido por Aguirre Beltrán: «...otra esclava nom brada Lucrecia, de tierra Angola, de edad de veinte años poco más o m enos, con u n a señal en el pecho izquierdo, que es una a griega o una s. O tra esclava negra nom brada Isabel, de tierra Angola, de quince años poco más o m enos, con u n jesús e una cruz arriba, en el pecho derecho...»13 Esta hum illante e injusta práctica de m arcar a los esclavos se abolió form alm ente hasta 1784 por decreto real en España, sin em bargo, se tienen noticias de que su uso continuó en países que recibieron población de origen africano hasta el siglo XIX. A nte la llegada de un m ayor n ú m e ro de esclavas, el 11 Thom as G agc, Nuevo reconocim iento de las indias occidentales, M éxico, Fondo de Cultura Económ ica, SFP/80, 1982. p 188.

12 Diccionario de Autoridades, op.cit. n G onzalo Aguirre B d tran . El negro esclavo en Nueva España. op.cit . p.42.

mestizaje con distintos grupos étnicos, pese a los tem ores de autoridades civiles y eclesiásticas, se intensificó. Cito un fragm ento de la Recopilación de las Leyes de Indias: «...Procúrese en lo posible, que habiendo de casarse los negros, sea el m atrim onio con negras. Y declaramos, que estos, y los dem ás, que fueren esclavos, no qu ed an libres por haberse casado, aunque intervenga para esto la voluntad de sus amos...»14 La unión de población africana con españoles e indígenas, posibilitaba el nacim iento de hijos mulatos, zam bos o lobos con mejores condiciones de vida y mayores expectativas de libertad; ello explica que los esclavos y en especial las esclavas, prefirieran las relaciones con otros grupos y que el mestizaje de esta población fuera tan intenso y se diluyera con tanta rapidez en nuestro país. Estas uniones, sin embargo, no siem pre fueron libres y deseadas. Los amos llegaron a considerar lícito el uso de sus esclavas como objeto sexual, uno de ellos decía en 1580, «que no era pecado estar am ancebado con su esclava porque era su dinero».1n Es sabido que las esclavas recién llegadas, jóvenes y bellas, alcanzaban precios mayores y es conocido tam b ién q ue alg u n as de ellas, así com o otras m u latas, form aron parte de las casas públicas de mancebía. También debe considerarse que este grupo étnico, con el tiem po, no fue hom ogéneo ni compacto. La posibilidad de acceder a la élite social en la N ueva España, era difícil pero no imposible. Los matrimonios, la posibilidad de m ovimiento en las ciudades y villas en contacto con la población libre, así como, la conviviencia cotidiana con familias, artesanos o com erciantes, perm itió su acceso social y económ ico, sin im portar dem asiado el color.

14 Recopilación de las Leyes de Indias, 1681, Libro VII, Título V, Ley V, op.cit. 15 G onzalo Aguirre Beltrán, El negro esclavo en Nueva España, op.cit., p.63.

Un caso representativo que nos m uestra la posibilidad de m ovilidad social que ad q u iriero n los d escen d ien tes del mestizaje con población africana, es el del destacado pintor b arro co n o v o h isp a n o Ju an C orrea (de q u ie n el M useo Nacional del Virreinato alberga im portantes obras), quien sie n d o m u lato , hijo de m a d re n eg ra, fue a p re c ia d o y reconocido por la sociedad novohispana y llegó a ocupar im portantes puestos en su gremio. Es interesante subrayar tam bién, que al in terio r del g ru p o afrom estizo, existían diversos estratos sociales; por ejem plo el mism o Juan Correa tenía a su servicio en el año de 1688, a u n a esclava de cincuenta años a quien vende en 235 pesos a doña Juana de C árdenas.16 El papel de las africanas y afromestizas, en el proceso de mestizaje d u ran te la época colonial, p u ed e observarse, en otras actividades cotidianas. S eg ú n lo reflejan alg u n o s testim onios de la época, las nodrizas se desem peñaron de m anera im portante en las actividades de crianza de los hijos de las familias novohispanas. Dice u n docum ento del siglo XVII tam bién citado por Aguirre Beltrán: «...que la dicha negra es quieta y nacida en mi casa y criado a mis hijos...»17 Gemelli Carreri, a fines del siglo XVII, al explicar por qué los criollos varones preferían a las m ulatas señalaba: «...por esta razón, se u n en con las mulatas, de quienes han m am ado juntam ente con la leche, las malas costumbres...»18 Fue co m ú n , com o lo a te s tig u a n d o c u m e n to s d e la Inquisición, que las negras y m ulatas fueran denunciadas por brujas, hechiceras, renegadas, blasfemas y bígamas. En su libro sobre Inquisición y sociedad en México, Solange Alberro, 16 E lisa V argaslugo y Gustavo Curiel, Juan Correa, su vida y su obra, Cuerpo de docum entos, M éxico, UNAM , 1985, Docum ento XLV, p.22. 17 Gonzalo Aguirre Beltrán, E l negro esclavo en Nueva España, op.cit., p.62. 18 Juan F. Gem elli Carreri, Viaje a la Nueva España. M éxico a fin e s del siglo XVII, tom o I, M éxico, Ediciones Libro-M ex, 1955, p.45.

analiza im portantes testimonios que reflejan procesos en este sentido. Son frecuentes los casos de m ujeres que practican la magia para dañar a u n tercero, pero tam bién para procurar tratos amorosos, incluso a solicitud de españolas y criollas. La m ag ia y la h e c h icería e ra n c o n s id e ra d a s p rácticas perversas asociadas con pactos dem oniacos y por lo tanto perseguidos por el Santo Oficio.’9 Además de nodrizas o mozas en casas, las mujeres de «color quebrado» sirvieron como esclavas en conventos; recordemos que Sor Juana Inés de la C ruz tenía a su servicio una negra que vendió en 1648 a su herm ana de nombre tam bién Juana.20 Por o tra p arte , estu d io s de esp ecialistas en co n v en to s fem eninos señalan que a pesár de que las m ujeres que p rete n d ían profesar en u n convento debían acreditar su legitim idad y lim pieza de sangre, de no p oder hacerlo, si reunían los dem ás requisitos, eran adm itidas con la condición de no p retender el acceso a la categoría de m adre abadesa o superior.21 Por lo tanto es probable, aunque conozco pocos ejém p lo s22, que algunas m ulatas e incluso negras llegaran a tom ar los hábitos en conventos novohispanos. A m edida que el mestizaje se intensificaba, los oficios que las m ujeres africanas y afromestizas desem peñaban tam bién se diversificó. U n núm ero im portante de m ujeres, siguieron trabajando en centros mineros, obrajes y haciendas; la gran m ayoría de las fincas que adm inistraban los jesuítas, por ejem plo, tenían a su servicio esclavas, dedicadas, m uchas de ellas, a las actividades de crianza, de parteras o m aestras de 15 Solange Alberro, Inquisición y s o cie d a d en M éxico, op.cit. pp.455 a 485. 2,1 Rubén Salazar M allén, A puntes p a ra una b io g rafía de S o r Ju a n a Inés de la Cruz, M éxico, UNAM , 1981, p.20. 21 Pilar Gonzalbo, «Tradición y ruptura en la educación fem enina del siglo XVI», en P resen cia y trasparencia: la m ujer en la historia de M éxico, M éxico, El C olegio de M éxico, 1987, p.52. 22 Es im portante señalar en este sentido que de los medios herm anos naturales de Juan Correa, una de ellas María, al parecer era religiosa.

los mismos hijos esclavos. También fue usual que las esclavas fueran utilizadas para realizar trabajos a jornal, en el comercio y en otros oficios, cuyo beneficio recibían sus d u eñ o s o dueñas. Por otra parte, existieron casos de m ujeres esclavas que se rebelaron ante su situación de segregación y form aron parte del grupo de negros cimarrones que huyeron principalm ente hacia las costas de G uerrero y Oaxaca. Este sentim iento de inconform idad, que crecía a m edida, que el n ú m ero de población afrom estiza au m en tab a en la N u ev a E spaña, increm entó el m iedo y las sospechas de autoridades ante posibles rebeliones. Cabe destacar la actividad de las m ujeres en estos movimientos. Rosas de O quendo, en su «Memoria de las cosas notables y de m em oria que h an sucedido en esta ciudad de la N ueva España», en el siglo XVII, al n arrar como se descubre un supuesto m otín de negros y m ulatos, hace hincapié en cómo la rebelión, adem ás de u n negro Rey, tenía nom brada a una m ulata de Luis M aldonado, herrada, para ser Reina del grupo subversivo.23 A partir de m ediados del siglo XVIII, con la influencia de la ilustración y el racionalismo científico, una ardua polémica se estableció en torno a la esclavitud africana. Unos abogaban p o r ab o liría (los h u m a n ista s), p ero o tro s tra ta b a n de justificarla (los comerciantes). Lo cierto es que el prejuicio hacia los negros adquirió proporciones im presionantes y se convirtió más que en un prejuicio religioso en uno racial. En la N u e v a E sp a ñ a , a lg u n o s ilu s tra d o s c rio llo s, q u e reivindicaban a la nación mexicana y defendían el origen indígena, despreciaban la inclusión del negro en la sociedad mexicana. Decía así el Padre Clavijero en su Historia Antigua de México al referirse al africano:

21 Maria José Rodilla, «Un Qucvcdo en Nueva España satiriza las castas», en Artes de México. Nueva Epoca. núm.H. M éxico, 1990, p.48.

«...hombre pestilente, cuya piel es negra como la tinta, la cabeza y la cara cubierta de lana negra en lugar de pelo...de éstos, si podría decirse con razón que tienen la sangre dañada y desordenada la constitución...»24 Tam bién José A n to n io A lzate, co n o cid o p e n s a d o r y científico del siglo XVIII, aplaudía la idea de Clavijero e insistía en fom entar sólo la mezcla entre españoles e indios, con los que «se vería una sola nación blanca, robusta y bien organizada».2’’Recordemos que nuestro presente es también, de alguna m anera, heredero de esta ideología ilustrada. A partir de este m om ento, la presencia de la m ujer de origen africano parece olvidarse e incluso negarse en la historia y la cultura fem enina de México. Sin em bargo, como hem os visto, su participación y la de sus descendientes en la N ueva España, fue diversa y abarcó distintas esferas de la vida de aquella sociedad. Para finalizar, quisiera hacer hincapié en u n a im agen reiterada asociada a estas m ujeres — quizá tem a de otra ponencia en relación a sus dones mágicos, sus atractivos sensuales y su cáracter desafiante y orgulloso. Parece unirse en ellas la im agen opuesta de la m ujer «ideal» de la época: recatada, sumisa, discreta y obediente. Las llamadas por Sor Ju an a «m ujeres d e ro stro s azabachados» co n tra sta b a n radicalm ente con los postulados cristianos en torno a la relación cu erp o y esp íritu , tan alejad o de las cu ltu ras africanas, en las cuales otros criterios regían el papel de la mujer, al igual que la valoración del cuerpo y el deseo. Una cita conocida, del viajero Thomas Gage, quizá resum e esta visión occidental: «...El vestido y atavío de las negras y m ulatas es tan lascivo 2< Francisco Ja v ie r C lavije ro , Historia antigua de México, M éx ico Porrúa 1975

pp.505, 51 1 y 512. 25 Roberto M oreno de los Arcos, «Las nota* de Alzate a la H istoria A ntigua de Clavijero», en Estudios de Cultura Náhuatl, M éxico, Vol. X, 1972, p.368.

y sus adem anes y donaire tan embelesadores que hay muchos españoles, aún entre los de prim era clase, que por ellas dejan a sus mujeres...la m ayor parte de esas mozas son esclavas, o lo h an sido antes, y el am or les ha d ad o la libertad para encadenar las almas y sujetarlas al yugo del pecado y del dem onio...»26 El color negro, definido por diccionarios de la época, como color infausto y triste, atributo del mal, del pecado y la fealdad, fue en su origen símbolo de fecundidad, fertilidad y tierra.27 Para justificar la trata de piezas de ébano, tanto la teología como las leyes, quisieron encontrar u n a explicación que posibilitara la explotación de africanos. Sor Juana, fue u na de las pocas voces de su época que revindicó, quizá de alguna m anera, la causa del color negro y cuestionó, de una m anera indirecta, la condición de la esclavitud africana. Refiriéndose a Pedro Nolasco dice así en u n villancico: «...¡ Tumba, la-la-la; tum ba, la-lé-le; que d o n d e ya Pilico, escrava no quede...»28 La presencia de las mujeres de origen africano en el México co lo n ial to d a v ía es u n a h isto ria p o r escribir, m u c h a s interrogantes quedan por responder. Su herencia quizá deba buscarse hoy en día, como lo señala Luz M aría M artínez M ontiel, en la cultura p o p u la r29, en la religión y en la magia, en las form as de cocinar, en los refránes y en las leyendas, en los colores, en los ritm o s, en las m a n e ra s de b ailar y posiblem ente por qué no, hasta de amar.

Thom as Gage, N uevo reconocim iento de las in dias occidentales, op.cit., pp. 180 y 181. 11 Dictionnaire des symboles, París, 1969. p.537. Citado por M arié Cecile Bennassy, Humanismo y relig ió n en S o r Ju a n a , op.cit., p.291. Fragm ento del "V illancico a San Pedro N olasco, 1677" en O bras com pletas, op.cit., p.39. ■’ Luz M aría M artínez Montiel, N egros en A m érica. M adrid, Ediciones Mapfre, 1992, p. 168.

Altar doméstico en el M useo Nacional del Virreinato.

Las mujeres en la imprenta novohispana

J o s é A b e l R a m o s S o r ia n o E s t a p l á t i c a p u e d e c o m e n z a r con una pregunta general ¿Cuál ha sido la actividad de las m ujeres en la historia de México? Esto no quiere decir que yo vaya a in ten tar responderla, aunque m ucho se ha dicho que, sobre todo d u ran te la época virreinal, su vida era el convento o el m atrimonio. Me parece que ideas de este tipo se han difundido más por descono­ cimiento de los quehaceres femeninos que por una verdadera escasa actividad. Tal vez el m atrim onio y el convento eran los cam pos con los que más se les identificaba pero no eran los únicos ¿a qué se debe esta visión tan limitada que se tiene de ellas? Por otro lado, cabe aclarar que no han sido las m ujeres las únicas «olvidadas» de la historia hasta épocas relativam ente recientes; tam bién lo habían sido el hom bre «común», la familia, la casa, el uso del agua y otros innum erables temas. ¿La razón? el .interés de los historiadores hasta hace unas décadas por estudiar sobre todo a personajes sobresalientes como reyes, conquistadores, presidentes; acontecim ientos im portantes como descubrim ientos, conquistas, guerras, revoluciones, o bien a mujeres, hombres, familias y otros asuntos, pero con relación a personajes, instituciones o

a c o n tecim ien to s relev an tes. A nte esto lo co tid ian o , lo rutinario, lo com ún, carecía de im portancia. Sin em bargo, se ha caído en la cuenta de que ha sido precisam ente el acontecer cotidiano y el quehacer de las sociedades en conjunto lo que ha perm itido el surgim iento de los grandes acontecim ientos y personajes; debido a ello, es en la actividad colectiva de todos los días d o n d e se deben buscar las raíces más profundas de los fenóm enos trascen­ dentales. En el caso de las m u jeres, valiosos e stu d io s se h an p ro d u cid o sobre sus actividades en el v irrein ato novohispano. Entre ellos, los de Josefina M uriel acerca de las instituciones, la cultura, y la producción literaria1; los de Silvia Arrom sobre la vida familiar, matrim onial, situación legal, laboral, etc.-, los de Pilar Gonzalbo que han tratado el tema de la educación3y, en fin, los de Ana María Atondo que han abordado el escabroso tema de la prostitución.4 Asimismo, diversos temas relacionados con la m ujer en general o con ciertas m ujeres célebres aparecen constan­ tem ente en artículos, publicaciones colectivas y coloquios, de tal m anera que el conocimiento de su historia se enriquece cada día de m anera im portante. En suma, en México como en otros países las m ujeres han obtenido un lugar d entro de los estudios históricos. ¿Cómo estudiar la historia de la familia, de la Iglesia o de Josefina Muriel, Lo s recogim ientos de mujeres. Respuesta a una prob lem ática so cia l novohispana, M éxico, Universidad Nacional A utónom a de M éxico, 1974. C ultura F em en in a novohispana, México, Universidad Nacional Autónom a de México 1982. 2 Silvia M. Arrom, L a m ujer m exicana ante e l divo rcio eclesiástico (18 0 0 - 19 5 7 ), M éxico, Secretaria de Educación Pública, 1976. Las m ujeres de ¡a C iu d a d de M éxico, 17 9 0 - 18 5 7 , M éxico, Siglo XXI, 1988. 1 Pilar M onzalbo Aizpuru Las m ujeres en la Nueva España. E du cación y vida cotidiana, M éxico, El C olegio de México, 1987. J A na M aría Atondo Rodríguez, E l am or ven a l y la con dició n fem enina en e l M éxico co lo n ia l, M éxico, Instituto Nacional de Antropología e Historia. 1992.

la N ueva España sin ellas? lo mismo sucede con la historia del libro, este «nuevo» tem a contem poráneo al de la historia de las mujeres. La historia del libro implica aspectos como los de su escritura, publicación y lectura, aspectos en los cuales las m ujeres no eran tom adas m uy en cuenta ya que se consideraban privativos de los hom bres salvo contadas excepciones. Incluso el refrán asegura que «mujer que sabe latín ni tiene m arido ni tiene b u en fin». Es cierto que los hom bres son los que en su mayoría han participado en estas actividades; sin em bargo, las m ujeres no h an sido tan ajenas a ellas como se pensaba. La idea de u n m u n d o de libros p erten ecien tes casi exclusivam ente a los hom bres se ha m atizado de m anera considerable. En cuanto a la escritura, por ejemplo, junto a la célebre Sor Juana Inés de la Cruz se cuentan autoras como Sor María M agdalena de Lorravaquio (1576 -1636), autora de un manuscrito autobiográfico titulado Libro en que se contiene la vida de la madre María Magdalena, monja profesa del convento del Señor San Jerónimo de la Ciudad de México, hija de Domingo de Lorravaquio y de Ysabel Muñoz su legítim a m ujer; Sor A g u stin a d e S an ta Teresa, m o n ja concepcionista poblana que asentó las experiencias místicas de Sor María de Jesús Tomelín (1574 -1637), en la obra titulada Tratado de la vida y virtudes de la Madre María de jesús, inédita, según algunos de los biógrafos de esta última, ya que el escrito de Sor A gustina se encuentra perdido; la «sabia, leída y discreta» Isabel de la Encarnación Bonilla de Piña, monja poblana carmelita de quien Pedro Salm erón publicó en su biografía de 1675 un com entario a los Salmos del rey D avid5, y otras autoras sobre todo de crónicas de órdenes religiosas y obras poéticas, de acuerdo con los intereses de la época. Debemos tener en cuenta que m uchas de estas escritoras son prácticam ente desconocidas hoy en día, porque sus obras no se publicaron y sólo han llegado hasta nosotros noticias C fr Muriel. Cultura femenina . Op. cit.. pp. 319 - 359

de las mismas a través de otros autores como biógrafos o cronistas de órdenes religiosas. De las m ujeres como lectoras p u ed en dar m uestra, adem ás de las autoras, lo que q u ed a de alg u n as bibliotecas que pertenecieron principalm ente a instituciones fem eninas y a ciertas m ujeres afectas a la lectura. En estas biliotecas se puede observar la variada temática de sus fondos, acordes con la producción libresca y con los intereses fem eninos de ese entonces. Por supuesto ab u n d an libros relacionados con los más diversos aspectos de la religión, pero tam bién los hay sobre música, poesía, teatro, cocina, m edicina, astronom ía, geografía, historia, filosofía y derecho. Están presentes en ellas autores como San Agustín, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa, Fray Luis de G ranada, Bossuet, C ervantes, o bien, autores de la antigüedad como Homero, Virgilio y Horacio, por no citar sino sólo a algunos de los escritores más célebres. Incluso libros de caballería estaban al alcance de las lectoras novohispanas6. Es decir, en esencia, hom bres y m ujeres leían, p o r así d ecirlo , lo m ism o, la d ifere n cia la m arcab a la especialidad de cada quien. Sin d u d a se podrá argum entar que eran m uy pocas las m ujeres que leían en la N ueva España, pero lo mism o se ha d ic h o de los h o m b res. Sin e m b arg o , la ex isten cia de im portantes bibliotecas coloniales tanto de instituciones como de particulares invitan a estudiar más a fondo el tem a de la lectura en nuestra sociedad virreinal. En cuanto a la tarea de im primir libros, también predom ina la idea de que ha pertenecido casi exclusivamente al sexo m asculino, aunque, por otra parte, no es raro encontrar en los pies de im prenta de las ediciones de la época virreinal el nom bre de algunas viudas ¿qué papel desem peñaron en los 6 Josefina M uriel. «Lo que leían las m ujeres de la Nueva España», en José Pascual Buxó y Arnulfo Herrera (editores). La literatura novohispana, M éxico, Universidad Nacional A utónom a de M éxico, 1994. pp. 159 - 173.

talleres tipográficos? ¿fue elevado o reducido su núm ero en com paración con el de los hombres? ¿pertenecieron a una época determ inada? ¿cuál era la situación de las im presoras novohispanas en relación con otros países? Por principio, quiero recordar que México fue la prim era ciudad del N uevo M undo que tuvo taller tipográfico y que de aquí partieron im presores a otros lugares del continente para iniciar en esos sitios la producción de libros impresos. Tenemos el caso, por ejemplo, del italiano A ntonio Ricardo, quien trabajó en México de 1577 a 1579 y en 1584 se convirtió en el prim er im presor de Lima, capital del Perú. De México salió tam bién, al parecer, Francisco Robledo, considerado como posible iniciador de la tipografía en Puebla, d o n d e se com enzó a publicar en 1640. Por último, a fines del virreinato, en 1792, M ariano Valdés Téllez G irón, hijo de M anuel A ntonio Valdéz, editor de la Gazeta de México, introdujo la im prenta en la ciudad de G uadalajara. En suma, la capital n o v o h is p a n a fu e el c e n tro p r o d u c to r d e lib ro s m ás im portantes del continente, por lo que es de tom ar en cuenta la actividad aquí desarrollada en la propagación del libro im preso por el m u n d o occidental. D u ra n te los tres siglos del v irrein ato , sin co n tar las im prentas que proliferaron d u ran te la G uerra de In d ep en ­ dencia a principios del siglo XIX, se han registrado en la N ueva España alrededor de 80 im presores entre los cuales figuran unas 20 mujeres; es decir, u n 25%, cantidad nada despreciable en este m edio aparentem ente masculino. La presencia fem enina en las im prentas no fue privativa de una o varias épocas en particular, sino constante; por desgracia, algunas de ellas no están lo su ficien tem en te docum entadas, lo cual crea confusiones sobre sus nom bres. Tal es el caso, por ejemplo, de la prim era m ujer im presora. Se dice que María, hija del im presor Antonio de Espinoza, se hizo cargo del taller a la m uerte de su padre en 1575. Por

otro lado, se m enciona que María de Figueroa, viuda del im presor Pedro O charte (1563 - 1592) e hija de Juan Pablos, tom ó la dirección del taller cuando quedó viuda e im prim ió De Institutione Grammatica, del jesuíta M anuel Alvarez. Sin em bargo, tam bién se asegura que fue María de Sansoric con quien O charte contrajo segundas nupcias en 1570, y quien se hizo cargo del taller en 1594. Se afirma que fue esta m ujer quien com enzó la edición del m encionado libro de grámatica, m isma que fue term inada por Pedro Balli.7 En todo caso, existe constancia de la presencia de m ujeres en la dirección de los talleres tipográficos desde el mismo siglo XVI. H ubieron tam bién casos en que ciertas m ujeres impresoras a veces no estam paron sus nom bres en los libros producidos por sus talleres. Catalina del Valle viuda del m encionado Pedro Balli q u ien , auxiliad a p o r el im p reso r h o la n d é s Cornelio Adriano César, publicó de 1611 a posiblem ente 1613, con el pie de im prenta de «Herederos de Pedro Balli»8. De la viuda de otro im presor de principios del siglo XVII, Diego López Dávalos, Toribio M edina dice «no hem os p o d id o descubrir cómo se llamaba» , aunque en otros estudios se dice que fue María, hija de Antonio de Espinoza9. Tampoco aparece el nom bre de la viuda de Diego G arrido quien ocupó el lugar de su difunto esposo de 1625 a 1627 o 1628.'° Pero si las actividades de estas m ujeres no fueron m uy destacadas y se desarrollaron en relativam ente poco tiem po, 7 Ernesto de la Torre Villar, B reve historia d e l lib ro en M éxico , México. Universidad Nacional A utónom a de México, 1987, pp. 111 - 112. Alexandrc A. M. Stols, P e d ro O charte, E l tercer im presor m exicano, M éxico, Universidad A utónom a de México, 1990, pp. 6, 24 - 27. José Toribio M edina, L a im prenta en M éxico, ( 1 5 3 9 1821), edición faccim ilar, VIII t. t.I, (1539 - 1600 ) M éxico, Universidad Nacional Autónom a de M éxico, 1989, p.CVIl * De la Torre, B reve O p cit., p. 113. v M edina, Op. cit., p. CXVIII Fernando Rodríguez Díaz, E l m undo d e l lih ro en México. B reve rela ció n , M éxico, Diana, 1992, p.34, 111 M edina, O p cit., p. CXX1V

ya que o vendian el taller o lo pasaban a los hijos cuando estos adquirían su mayoría de edad, a m ediados del siglo XVII la viuda de B ernardo C alderón, doña Paula Benavides, laboró d u ran te más de cuarenta años, de 1641 a 1684, periodo en el cual contó con privilegios de los virreyes, D uque de Escalona (1640-1642), Ju an de Palafox (1642), C onde de Salvatierra (1642-1648), C onde de Alba de Aliste (1650-1653) y C onde de Paredes (1680-1692) para im prim ir cartillas o libros de texto y doctrinas de México y Puebla. En 1666 su taller se denom inaba «Imprenta del Secreto del Santo Oficio»n O tras im presoras de la familia que se m encionan son: M aría de Rivera C alderón y Benavides, viuda de M iguel Rivera, y María de Benavides, viuda de Juan de Rivera. En los talleres de estas m ujeres se publicaron obras como el M anual de adm inistrar los sacram entos d e fr. A g u stín de Vetancurt, así como Gazetas en forma de hojas volantes que contenían noticias diversas. Hom bres y m ujeres de la familia C alderón y Benavides cotinuaron produciendo hasta el año de 1768. En el siglo XVIII destaca tam bién, en tre otras im presoras, doña Francisca Reyes Flores, fundadora de la im prenta en Oaxaca en 1720. En fin, como dije al principio, la lista de mujeres impresoras es larga, pero no tenem os el tiem po para m encionarlas a todas, bástenos por últim o citar a doña María F ernández de Jáuregui, posiblem ente herm ana de don José F ernández de Jaúregui quien falleció a fines de 1800. Entre otras obras, doña M aría publicó el Diario de México en 1805,1806,1812 y 1813. En sum a, viudas, hijas, m adres, herm anas, continuaron o m antuvieron los talleres de los esposos, padres y herm anos después del fallecimiento de estos o bien m ientras los hijos alcanzaron la mayoría de edad, y participaron, al igual que lo hacían los hombres, de los m om entos difíciles y de bonanza

" C fr De la Torre, Op cil., p CXXIV.

en los prim eros siglos del desarrollo del libro im preso en el virreinato novohispano. La mism a situación se vivía en otras partes del m u n d o d u ra n te el p erio d o estu d iad o . En Sevilla, cen tro de la producción de libros de la Península en el siglo XVI, doña Brígida M aldonado, esposa de Juan Cromberger, quien nos envió a Juan Pablos en 1539, se hizo cargo del negocio de su m arido, m ientras Jácome, el hijo de ambos, se volvía apto para dirigir el taller. U n caso extremo para cerrar la época en cuestión lo ejemplifica la hija de Charles Joseph Panckoucke, el im presor más im portante de la Francia del siglo XVIII. Esta m ujer term inó la edición de la «empresa más vasta del siglo XVIII»: la Enciclopedia metódica, cuyo objetivo era superar la Enciclopedia o diccionario razonado de ciencias, artes y oficios de D iderot y D'Alembert. La m onum ental Enciclopedia metódica proyectada en 42 volúm enes, resultó en 1832 com puesta por m ás de 190.12 En sum a, q uedan m uchos p u n to s por aclarar sobre las m ujeres im presoras su identidad, de su form ación y de sus actividades, pero, como en todo trabajo de investigación, m ientras más se avanza más dudas aparecen.

12 Robert Darnton, L ’A venture de l'E ncyclopédie, 1 775 - 1 8 0 0 . Un best-seller au siécle des Lumiéres, París, Perrin, 1 9 8 2 , pp. 3 6 8 - 3 6 9 .

Ambientación del altar barroco en el Centro C ultural'lsidro Fabela.

Monjas coronadas

A lm a M

on tero

A larcó n

periodo en el que surge y se delinea la personalidad de Sor Juana, es em p ren d er u n largo viaje por intrincados pasajes cargados de metáforas y simbolismos. Es aventurarse en el conocim iento de u n a sociedad en d o n d e los m inutos y las horas transcurrían en m edio de maitines, laudes, primas y vísperas y en donde los principales a c o n te c im ie n to s c o tid ia n o s e s ta b a n d e fin id o s p o r el cronogram a de festividades religiosas. H ablar del barroco no v o h isp an o es ten er en la m ente m onum entales fachadas y retablos dorados cargados de flores e imágenes. Es trasladarse a espacios afortunadam ente tan cercanos y tangibles como Tepotzotlán que hoy, u n a vez más, nos acoge brindándonos u n espacio privilegiado para la reflexión. Es en este periodo histórico cuando alcanza su máxima e x p re s ió n la m a n ife s ta c ió n d e M on jas C oronadas tr a d ic io n a lm e n te d if u n d id a com o u n a d e las m ás representativas de la p intura barroca novohispana. D esde hace m uchos años las monjas coronadas, h an sido m o tiv o de esp ecial a d m ira c ió n y a tra cció n ta n to p o r E n te n d e r e l b a r r o c o n o v o h is p a n o ,

estudiosos de la vida conventual como público en general. Consideram os que la publicación m ás relevante sobre este tem a es Retratos de monjas escrito en 1952 p o r la doctora Josefina M uriel de la Torre, con anotaciones de M anuel Romero de Terreros. Este libro reunió p o r prim era vez en nuestro país, u na m uestra im portante de retratos de m onjas coronadas y ofreció u n a explicación general del significado del atuendo de las mismas; fue adem ás el p u n to de partida de los estudios o notas conocidas sobre el tema. Más tarde, en 1978, el M useo N acional del V irreinato exhibió la recién adquirida e im portante serie de retratos de m onjas novohispanas. En esa ocasión y bajo el título de M onjas C oronadas se publicaron u n a serie de artículos que, poco tiem po después, se publicarían de n u ev a cuenta para la rev ista A rtes de M éxico. Sin em b arg o , esto s arícu lo s abordaron diversas aspectos de la vida conventual fem enina y sólo de m anera parcial se desarrolló el tem a que dió origen al título del libro.1 D ebido a esta situación, pensam os que sería u n tem a prolífico para la investigación ya que el análisis de las m onjas coronadas com o u n a práctica pictórica, social y religiosa p erm itiría av an zar un poco m ás en el conocim iento del m u n d o conventual fem enino d u ran te el periodo virreinal. Las in terro g an te s que d esd e en to n ces h a n su rg id o son m últiples: ¿en qué ocasiones concretas las religiosas llevaban coronas de flores, portaban velas encendidas y palm as llenas de flores?, ¿qué significado tenía la profesión y m uerte en la v id a co n v en tu al fem enina?, ¿qué o rd en es religiosas se c o ro n a ro n ? , ¿en q u é p e rio d o h is tó ric o s u rg ió esta m a n ife s ta c ió n e n A m érica L a tin a y c u á le s so n sus 1 Ver M onjas Coronadas, México, A rtes de M éxico, 1960 y M onjas Coronadas, M éxico, M useo N acional del Virreinato, 1978. En estas publicaciones podemos encontrar los siguientes artículos: «Los conventos de m onjas en la sociedad virreinal», «Sor Juana Inés de la Cruz», «Artífices, retablos y m onjas», «Retratos de m onjas», «V ida conventual», «V ida conventual, anecdotario y algo más».

antecedentes en España?, ¿quiénes realizaron estos cuadros?, ¿con qué finalidad se llevaron a cabo? Las preguntas se m ultiplicaron a m edida que avanzam os en el proceso de catalogación de estos retratos ubicados fu n d am e n talm en te en m useos, conventos y colecciones particulares.2 La investigación se am plió aú n más, ya que es posible ubicar testimonios de estas cerem onias en textos del p erio d o v irrein al que ab o rd an las vidas ejem p lares de algunas religiosas, serm ones de profesión y honras fúnebres. Además, los im portantes datos recabados por arqueólogos que h a n realizado excavaciones en algunos exconventos coloniales, nos perm iten conocer más acerca del cerem onial m ortuorio de las religiosas d u ran te el periodo virreinal. A continuación m encionarem os algunos planteam ientos en torno al tem a de las monjas coronadas y que form an parte de u n proyecto de investigación más amplio: 1. Los retratos de m onjas coronadas plasm an los dos m om entos más im portantes en la vida de u n a religiosa: el de la profesión y el de la m uerte. La m ayoría de los retratos de coronadas en la N ueva España corresponden al día de profesión de las religiosas. Por esta razón, creem os, alg u n o s escritos m an ejan esta m anifestación como sinónim o del atu en d o de u n a religiosa el día de su profesión.3 Sin em bargo, existen retratos de monjas coronadas en su lecho m ortuorio. A lgunos ejem plos se en cu en tran ' en el M useo N acional del V irreinato, com o son los cu ad ro s anónim os que representan a sor M atiana Francisca del Señor San José y Sor EJvira de San José, quien fuera en dos ocasiones : En la actualidad hemos catalogado 150 retratos de monjas coronadas. ’ En el artículo «la pintura de retrato» de la enciclopedia El arte M exicano, la doctora Elisa Vargas Lugo afirma: «.. los retratos de m onjas constituyen uno de los mayores tesoros del arte novohispano . los retratos de monjas coronadas obedecen a la cerem onia de su profesión» Ver Elisa Vargas Lugo, «La pintura de retrato», E l Arte mexicano, tom o 4, M éxico, Salvat, 1982, p. 1092-1093.

prelada del convento de Santa Inés y m uriera a la ed ad de 74 años. De igual m anera el exconvento y hoy también M useo de Santa M ónica en Puebla, alberga u n a im portante m uestra de m onjas coronadas m uertas. Además, es im portante señalar que existe otra fuente que nos perm ite confirm ar y avanzar en el conocim iento de las m onjas coronadas m uertas en el periodo: Las excavaciones realizadas en los lugares de entierro de exconventos de la é p o c a . T anto en la E n c a rn a c ió n , a s ie n to d e m o n ja s concepcionistas de la ciudad de México, como en el de San Jerónim o de la m ism a ciudad, se encontraron huesos en regular o franco estado de deterioro de conservación, así como cuentas negras pertenecientes a rosarios y, de m anera m uy relevante para nuestro tema, se observaron en casi todos los ataúdes restos de arm azones de metal que sirvieron de base para fijar los com plicados y exuberantes adornos de flores. También se detectaron en análisis de laboratorio, restos de material vegetal pertenecientes a las palm as o coronas enfloradas y que u n día -no sabemos ni sabremos quizás nunca la fecha y circunstancia exacta- portaron las religiosas novohispanas en su lecho de m uerte. 2. Las monjas coronadas son un fenónem o pictórico, social, religioso presente en algunas regiones de América Latina y España. D urante años ha sido reiterativo el planteam iento de que las monjas coronadas fueron una manifestación exclusiva de la N ueva España.4 Sin em bargo, es im portante señaiar que existen retratos de m onjas coronadas en algunos de los actuales países de América Latina.

1 La referencia bibliográfica más antigua sobre este tem a lo encontram os en el trabajo pionero Retratos de monja:;, donde se afirma: «De tod.o este tipo de pinturas, llam adas «retratos de Profesión», podemos concluir que son de caracter acusadam ente m exicano; porque , com o ya liemos visto en ellos, el tem a del desposorio místico, que podría aparecer en cualquier parte del mundo, eslá sublim ado por una mística barroca.

En la ciudad de Bogotá, se encu en tra u n a im p o rtan te m uestra de m onjas coronadas m uertas, todas ellas abadesas del convento agustino de Santa Inés del M onte Policiano.5 Estos cuadros, realizados en los últim os años del periodo virreinal, m uestran cómo la tradición de coronar y enflorar a las religiosas se p resen tó , bajo diseños y características generales m uy similares, en diversas regiones de América Latina. Es interesante destacar que en esta serie de m onjas abadesas no se localizó n in g ú n retrato de m onja profesa; es decir, a diferencia de la N ueva España do n d e ab u n d an los retratos de las monjas coronadas retratadas en el m om ento de su profesión, en Colombia pareciera que la práctica de retratar a m onjas coronadas es exclusiva de religiosas con cargos im portantes al interior de sus conventos, realizados al m om ento de la m uerte de las religiosas. El antecedente iconográfico de estos cuadros es posible ubicarlo en España donde se encuentran interesantes retratos de m onjas coronadas. U n ejemplo sobresaliente es el austero retrato de la venerable m adre Sor Ana de Santa Inés quien fuera priora del C onvento de Santa Isabel de M adrid y m uriera en 1653. En esta obra, la religiosa fue retratada con palm a y corona de flores; en la parte inferior del cuadro se encuentra una cartela horizontal que ap u n ta lo siguiente: típicam ente m exicana» Ver Josefina Muriel de la Torre, Retratos de monjas, M éxico, Jus, 1952, p. 52. Tam bién en M useo Soum aya ubicado en la ciudad de M éxico, en la cédula introductoria a la sala de pintura colonial se afirma: «Las monjas coronadas son una verdadera aportación del barroco mexicano del siglo XVIII, adornadas por coronas, jo y as y flores, listas para el desposorio con Cristo». Recientem ente, en el homenaje que se le realizó por sus valiosas aportaciones en tom o a la tem ática conventual femenina, la doctora Muriel aclaró acerca de la presencia hispanoam ericana de esta m anifestación: «Esta información pictográfica., llam ados de m onjas coronadas que surgen igualm ente en todo el mundo hispánico». Ver «C incuenta años escribiendo historia de m ujeres», en M em orias d e 1 11 C on greso Interna cio na l « E l m onacato fem en in o en e l im perio esp a ñ o l M onasterios, beaterios, recogim ientos y co legio s» 3 Pilar Jaram illo, E n o lo r a santidad. A spectos d e l convento co lo n ia l 16 8 0 -18 3 0 ,

Colom bia, Op. Gráfica, 1992.

«Retrato de la benerable M adre Ana de Santa Ynes Priora del Real C onbento de Santa Ysabel de la Villa de M adrid. M urió de ochenta y un años de edad en el mil seiscientos„y cincuenta y tres a 21 días del mes de Abril aviendo sido religiosa sesenta y tres años y los treinta y cuatro de ellos priora en el dicho conbento».6 3. Las m onjas coronadas de algunas regiones de América Latina son expresión de una sociedad pluricultural y mestiza. N o obstante que tenem os la evidencia de retrato s de m onjas coronadas en España, se plantea la hipótesis de que este fenóm eno adquirió en América Latina características propias, propiciado por el contexto histórico en que fueron c re a d a s. La e x u b e ra n c ia d e su s tra je s , así co m o las características de las cerem onias en que eran coronadas, se encuentran íntim am ente ligadas a la cultura barroca en que surgieron. 4. Existía u n im portante vínculo entre los conventos de m onjas y los talleres de gremios novohispanos. Sin descartar la posibilidad de que algunos retratos de m onjas fueran realizados por las propias religiosas, es m uy posible que estos retratos, así como las coronas de plata que pertenecieron a las coronadas, fueron realizados por maestros de talleres coloniales. Son pocas las firmas que encontram os en estos cuadros; tenem os por ejem plo la de José de Alcíbar que plasm ó la im agen de la M adre Ignacia de la Sangre de Cristo, quien profesara el 4 de septiem bre de 1781. De igual m anera, un cuadro m uy interesante es el que realizara, al parecer, el m aestro novohispano M ariano G uerrero, quien ejerció su oficio en el siglo XVIII; esta pintura tiene la particularidad de que la m onja coronada sólo se alcanza a delinear con rayos x, pues es uno de los tantos óleos coloniales cuya tela fue " Catálogo IV Centenario de la R eal F undación d el convento de Santa Isabel de M adrid. M adrid, Editorial Patrimonio N acional, 1990.

reutilizada hasta en cuatro ocasiones. En este caso, la im agen que se aprecia a simple vista y que se conservará, es la más reciente, es decir la del fraile carm elita y p o r tanto la de la c o ro n ad a co ncep cio n ista no p o d rá ser vista sin ap o y o radiológico. Sin em bargo y com o sucede en la m ayoría de objetos coloniales, los retratos de las monjas coronadas son anónimos, pero esa circunstancia no dem erita su calidad ni importancia artística, sino más bien evidencia la distinta concepción de la obra artística que existía en el periodo colonial, en donde, a diferencia de lo que ocurre actualmente, no era tan relevante estam par la firma del maestro en u n cuadro. 5. Los retratos de monjas coronadas profesas, eran pagados por las familias de las religiosas y los de m onjas coronadas m uertas, eran solicitados por sus propios conventos. Existe la hipótesis de que estos retratos se realizaban a petición de los familiares de las profesas: «Engalanar la sala familiar con el retrato de una hija ataviada con las espléndidas galas de su desposorio místico, debió ser para aquella católica sociedad, u n motivo de orgullo y profunda satisfacción».7 Este planteam iento se fortalece al no encontrarse n in g ú n docum ento en los archivos conventuales que m uestren que este tipo de cuadros eran pagados por los propios conventos. Ahora bien, en el caso de retratos de m onjas coronadas m uertas es probable que estos fueran solicitados por el propio convento, como u n a forma de perp etu ar en sus m uros la im agen de una religiosa virtuosa y, por tanto, ejemplo a seguir por las dem ás monjas. Recordemos el caso ya m encionado de la serie d e retrato s de abadesas de u n co n v en to de Colombia, donde la enorm e similitud entre los elem entos iconográficos de los cu ad ro s, hace p e n s a r q u e fu ero n realizados «en serie», ap o y an d o con esto la tesis de los «retratos repentinos» (que explica que los lienzos ya estaban 7 Josefina Muriel de la Torre. Op. Cit., p. 29.

realizados , a excepción de los rasgos físicos de la religiosa y la cartela que m encionaba sus datos biográficos). 6. Las m onjas coronadas en América Latina surgieron en periodos anteriores al siglo XVIII. Se ha afirm ado que esta manifestación surgió en el siglo XVIII y, de m anera más concreta, en la segunda m itad de dicho siglo cuando, debido al auge del estilo barroco, los hábitos de las religiosas se enriquecieron con adornos y flores en las cerem onias religiosas. A hora bien, existe la posibilidad de que estos retratos tengan antecedentes más remotos. El m ejor ejem plo de esta situación es el caso de una religiosa relevante para la vida novohispana, así como la actual de m uchos mexicanos que siguen pidiendo su canonización. Nos referimos a Sor María de Jesús Tomelín, religiosa concepcionista que vivió en la Puebla de los Angeles del siglo XVII y que fue considerada como la prim era criolla notable de la N ueva España. Según sus biógrafos, Sor María de Jesús Tomelín después de vencer dificultades y obstáculos im puestos por su padre, logró finalm ente profesar en 1598, es decir hacia finales del siglo XVI. Existe en colección particular, su im agen como m onja coronada y de corresponder la datación del cuadro al m om ento de su coronación, sería el retrato más antiguo de m onja coronada que conocemos en América Latina. O tro elem ento que nos perm ite pensar en la existencia de monjas coronadas en periodos anteriores al siglo XVIII, es un verso de Sor Juana escrito un siglo antes y donde pareciera hablar de las monjas coronadas: Del que ángeles sirven Esposa me nom bro a quien Sol y Luna adm iran hermoso... Dióme, en fe, su anillo,

de su desposorio y de inm ensas joyas com puso mi adorno. Vistióme con ropa tejidas en oro y con su corona me honró como Esposo. Lo que he deseado ya lo ven mis ojos, y lo que esperaba ya feliz lo gozo.8 Es así como podríam os llegar a la posible conclusión de que esta m anifestación de m onjas coronadas se rem onta a épocas m uy tem pranas de la N ueva España. La razón por la cual n o a b u n d a n las p in tu ra s d e este g én ero e n siglos anteriores al XVIII podría deberse a la mism a circunstancia por la que tam poco ab u n d an en otros géneros ya que, por diversas razones, es m ucho m enor la cantidad de obras de los siglos XVI y XVII que las del XVIII. Además, es necesario no olvidar en este análisis, el auge que cobró el retrato durante el siglo XVIII, lo que probablem ente propició u n increm ento en la d em anda de estos cuadros. 7. La o r d e n e n q u e p ro fe s a b a n las re lig io s a s fu e determ inante en las características que adquirió su atuendo como m onjas coronadas. Además de analizar la decoración en los trajes de m onjas coronadas to m an d o en consideración periodos o estilos artísticos,9 pensam os sería o portuno estudiarlos en función * Citado por Josefina Muriel de la Torre, «Los conventos de m onjas en la sociedad virreinal». M onjas Coronadas. Op. Cit., pp. 30 y 32. ’ Se afirm a que las imágenes de monjas coronadas tuvieron su auge en el siglo XVIII (prom ediando la década de los sesenta) y decayeron a la entrada del neoclásico en la N ueva España: se da com o ejem plo de esta situación el retrato de Sor María Gertrudis del Corazón de Jesús, quien profesara en el Real C onvento de Jesús M aría en

de las distintas órdenes religiosas que existían en la N ueva España pues, como sabemos, había una gran diferencia entre las características exteriores, según las reglas establecidas en cada u na de ellas. Las concepcionistas, por ejemplo, independientem ente de se r r e tr a ta d a s co m o m o n ja s c o ro n a d a s , s ie m p re se caracterizaron p o r su elegante traje, a diferencia de las capuchinas o carmelitas que llevaban una vestim enta austera. Así, tenem os que en el mismo siglo XVIII, periodo de auge del barroco, existen cuadros de m onjas concepcionistas coronadas sum am ente trabajados, do n d e no sólo la religiosa está cubierta de flores sino incluso lleva en su escapulario detalles de plata y perlas, en tanto que los retratos de otras órdenes m uestran u n a gran sobriedad, trasladando todo el adorno y exuberancia a las pequeñas esculturas de N iño Dios que aparecen en los cuadros. Las m onjas coronadas son uno de los tantos tem as de nuestra historia que apenas se encuentran esbozados para su análisis e investigación. Pensamos que el análisis de estos cu ad ro s com o u n a p ráctica pictórica, social y religiosa registrada en América Latina, perm itirá avanzar en u n a línea poco a b o rd a d a : la elab o ració n d e e stu d io s co lo n iales comparativos que nos remitan a un pasado y presente com ún latinoam ericano.

1803. Pero tenem os tam bién el caso de Sor M aría Juana del Señor San Rafael, monja de la orden de Santa Clara, quien profesara por el mismo periodo cuya indum entaria sigue siendo una clara m uestra del gusto barroco. Pensamos que en este, com o otros m uchos casos del arte colonial, es posible observar como los cam bios de estilos no ocurren de m anera sim ultánea ni irrumpen de pronto, sino más bien se van adaptando m odelando paulatinam ente a los nuevos criterios.

Ambientación de altar barroco en el Museo Nacional del Virreinato.

Sor Juana Inés de la Cruz y el gusto por los instrumentos musicales

A n g e l E st ev a L o y o l a

Los i n s t r u m e n t o s m u s i c a l e s son tan antiguos como el hom bre y, a u n q u e este s e g u ra m e n te e m p e z ó a h a c e r m ú sica palm eando, d anzan d o o cantando, pronto se dio cuenta que p o d ía p ro d u c ir sonidos g o lp ean d o o ra sp a n d o troncos huecos de m adera, o soplando a través de cuernos de los anim ales que cazaba, o caracoles que extraía del mar. Incluso d e s d e m u c h o s sig lo s a n te s d e C risto , se c o n o c e n instrum entos de cuerda tales como las arpas que utilizaron los chinos, los sum erios, los egipcios y otros pueblos. El hom bre los ha tocado por afición o profesionalm ente para distraerse, para acom pañar las fiestas, para am bientar toda clase de eventos, etc. Es conocido el hecho de que algunos de estos instrum entos fueron utilizados en los ritos mágico religiosos de las diferentes religiones que el hom bre ha practicado en diversos lugares y épocas de la historia y es que en la música siem pre se ha encontrado la form a más adecuada de am bientar y acom pañar las cerem onias que en cada una de ellas se han realizado. Especial, en este sen tid o , ha sido el ó rg an o tu b u la r inventado en el siglo II antes de Cristo, cuyos principios de funcionam iento se atrib u y en a A rquím edes y a P índaro

Ctesibios de A lejandría y cuya historia com ienza con la invención del órgano hidráulico o «Hydraulis» que era un in stru m en to su m am en te p o ten te, pro p io p ara llenar de m ú sic a g ra n d e s e sp a c io s d o n d e se lle v a b a n a cabo cerem onias de diversos tipos o espectáculos. Posteriorm ente se inventó el órgano neum ático, que funciona por m edio de fuelles. Su origen es confuso pero se cree que es asiático, probablem ente de la época del Im perio Rom ano de O riente y específicamente, de su capital, Bizancio. Con el cristianismo, este instrum ento se adoptó, d u ran te la Edad M edia, como el m ás grato a Dios para acom pañar las misas y los oficios religiosos, sobre todo por el parecido de su sonido con la voz hum ana. Posteriorm ente fue perfeccionándose d u ran te la Edad M edia hasta llegar al Renacim iento y luego al periodo Barroco, épocas d o n d e aparecen m úsicos organistas tan notables como Frescobaldi a finales del siglo XVI y principios del XVII, y luego, en el siglo XVIII, la culm inación con T elem an , B u x te h u d e , H á n d e l y B ach. D e s p u é s e ste in s tru m e n to se siguió m e jo ran d o en sus p o sib ilid ad es técnicas y sonoras, h asta n u estro s d ías en que se h a n construido órganos tan grandes como el Atlantic City en Estados U nidos o el del Auditorio Nacional en México, D.F. La im portancia de la música en la vida del hom bre y el g u sto p o r los in stru m e n to s m usicales h a n h ech o , que paralelam ente a la composición musical, hayan aparecido a través de la historia coleccionistas de instrum entos musicales. Se tiene noticia de ello por diversos investigadores y se sabe que los hubo desde épocas m uy remotas, sin em bargo, no fue sino hasta el Renacim iento cuando se puso de m oda, realm ente, coleccionar instrum entos. Roger Bragard y Ferd. J. De H en en su libro Instrumentos Musicales, editado por Daimon, M anuel Tamayo en España en 1975, dicen: «Si en relación con los siglos precedentes, el siglo XVI nos ha dejado m ayor núm ero de instrum entos y

entre ellos m uchos de construcción lujosa, no lo debem os sólo a la afición de los renacentistas p o r la m úsica, sino ta m b ié n a q u e la n o b le z a y la b u rg u e s ía a c o m o d a d a com ienzan a iniciar las colecciones instrum entales». Más a d e la n te los a u to re s señ ala n : «Sin em b arg o , a lg u n a s colecciones no responden siempre a este afán de reunir obras de arte y se destinaban con preferencia a la form ación de u n conjunto sonoro que sirviera para ejecuciones m usicales colectivas». Finalmente, hablan los autores de algunos de los grandes coleccionistas diciendo: «De u n a u otra clase de colecciones hem os co n serv ad o n u m ero so s in v en tario s. Sobresale, en especial, el de la rein a Isabel d e Castilla, redactado en 1503. La colección de Enrique VIII de Inglaterra no com prendía m enos de 381 instrum entos y su inventario, fechado en 1547, dem uestra que poseía, entre otros, órganos, regalas y flautas. Citemos aún el inventario redactado en 1596 de la colección instrum ental de R aym und Fugger el Joven, banquero de Augsburgo y el de Ferdinando, d u q u e de Tirol. Más adelante, otros repertorios nos ilustran tam bién sobre el co n ten id o de colecciones m ás o m enos an tig u as y si so b rep asam o s los lím ites fijados al p re s e n te cap ítu lo , d e b e re m o s se ñ a la r la im p o rta n c ia d e la colección de Fernando de Medicis, gran d u q u e de Toscana, de la que poseem os u n inv en tario fechado en 1716, gracias a que d u ran te algún tiem po Bartolomeo Cristófori (1653 ó 1655 1731), inventor del piano, fue encargado de su conservación». De igual m anera que sucedió en otros continentes, en América tam bién se desarrolló la música y la construcción de instrum entos desde tiempos m uy remotos. En efecto, la m úsica era m uy im portante para el m u n d o in dígena de América en la época prehispánica. Sobre todo lo era, al igual q u e en G recia y o tra s c u ltu ra s a n tig u a s d e l m u n d o , relacionada con la educación de los jóvenes, que la aprendían en el «Cuicacalli» o Casa de cantos. D ebido a ello, al llegar los

españoles, en América había u n a variedad de instrum entos m uy grande con la que, al igual que en cualquier otra parte del m undo, se acom pañaban cerem onias cívicas y religiosas o se tocaba música por distracción o pasatiempo. Había desde instrum entos de viento (chililihtli, atecocolli, hom, tlapitzalli, silvadores, huilacapitztli, etc.) o de cuerda (tlatzozonalli, el arco musical cora o m onocordio otomí, etc.); hasta de percusión (teponaztli, tun kul, cayum, ayotl o kayab, bexelac, tetzilacatl, huehuetl, etc.), de los cuales a fo rtu n a d a m e n te to d a v ía podem os ver algunos en los m useos de arte m exicano o representados en códices y en esculturas, bajorrelieves y pinturas indígenas como las de Bonam pak de Chiapas. Por eso, cuando algunos de los soldados de H ernán Cortés, aficionados a la m úsica, em pezaron a d ar a conocer los instrum entos y la música de tipo europeo a los indígenas, estos la aceptaron de inm ediato, tom ando por ella u n gusto extraordinario. La chirimía es un buen ejemplo, pues este in stru m e n to es de origen árabe, pero lo a d o p ta ro n los indígenas de tal m anera que m uchos han llegado a pensar que es prehispánico. Puede decirse que antes que la conquista física de los territo rio s o la conquista esp iritu al de sus pobladores, llevadas a cabo, la primera por los conquistadores y la segunda por religiosos de las órdenes m endicantes, franciscanos, agustinos y dominicos, el m u n do prehispánico fue conquistado por los músicos de Cortés con su música y los instrum entos musicales europeos, incluso se sabe, que al llegar los prim eros misioneros y darse cuenta del gusto que los indígenas tenían por la música, la utilizaron, valiéndose de ella p a ra ad o ctrin arlo s. De esta m an era, el m u n d o m e so a m e ric a n o co n o ció to d a clase d e in s tr u m e n to s musicales, los cuales incluso, los vio representados tam bién en esculturas, relieves o p in tu ra s que hicieron artistas h isp a n o s o los p ro p io s in d io s g u ia d o s p o r los frailes, form ando parte de la decoración d e los grandes conventos,

tem plos, casas y palacios eregidos en todo el territorio de la N ueva España. Entre los prim eros instrum entos que p ronto conocieron los in d íg en as están las arpas, los laú d es y los ó rg an o s tubulares. Estos últimos, como nos señala la investigadora y o rg a n e ra S u san T attersh all, fu e ro n b a u tiz a d o s com o «EVATLALPITZALHUEHUETL», nom bre que aparece en el «Vocabulario de la Lengua Mexicana» de fray Alonso de M olina (reim preso por Ediciones Culturales en 1944), cuyo significado resulta m uy lógico si se tiene en cu en ta que «EVATL» quiere decir piel o cuero; «PITZALLI», flauta; y «HUEHUETL» se refiere a algo que se golpea. De aquí que esta p a la b ra u tiliz a d a p o r los in d íg e n a s q u ie re d ecir «instrum ento de flautas, con piel, que se golpea» y cabe recordar que los órganos más antiguos, m edievales y aú n de épocas posteriores, tenían fuelles de piel y teclados dispuestos de tal m anera que sus teclas se go lp eab an en lu g ar de oprim irse con los dedos, en forma parecida a como se ejecuta la música en los carillones. Tanto los órganos, como los dem ás instrum entos que los indígenas conocieron, se pusieron tan de m oda que con todos se hacía música dentro de los templos, llegando a u n grado de exageración tal, que esto originó que el Prim er Concilio M exicano, celebrado en 1555, em itiera disposiciones que prohibían el uso de m uchos de ellos dentro de las iglesias, así com o la presencia de grandes g rupos de cantantes e instrum entistas en los coros y, asimismo, ordenara que se u tiliz a ra el ó rg a n o com o el in s tru m e n to m u sical m ás apropiado para las ceremonias religiosas, siguiendo de esta forma la tradición cristiana que lo considera, como señalamos, el instrum ento más grato a Dios, sobre todo por el parecido de su sonido a la voz h u m an a. A p artir de entonces, la n e c e s id a d d e ó rg a n o s tu b u la re s p a ra a c o m p a ñ a r las cerem onias religiosas cristianas era tal, que cuando los frailes

no contaban con ellos, organizaban orquestas de flautas concertadas que sonaban en form a parecida a los órganos. Esto lo reporta fray Toribio de Benavente en su «Historia de los Indios de la N ueva España». C uando Sor Juana Inés de la C ruz nace en 1651, la música en la N ueva España era algo que se practicaba m ucho, tanto en el m edio religioso com o en el profano. Se conocían p erfectam ente a los autores europeos renacentistas y los prim eros barrocos tales como O rlando di Lassus (1530-1594), A driano Willeart (1480-1562), A ndrea Gabrielli (1510-1572), G io v an n i G abrielli (1557-1621), G io v an n i P ierlu ig i da Palestrina (1525-1594), Tomás Luis de Victoria (1548 ó 1550­ 1611), A ntonio de Cabezón (1510-1566), etc. También había aparecido la m elodía acom pañada y los prim eros grandes o p e rista s com o C lau d io M o n tev erd i (1567-1643), Jean Baptiste de Lully (1632-1687), Francois C ouperin (1668-1733), H enry Purcell (1658-1695) y Alessandro Scarlatti (1660-1725), estos tres últimos contem poráneos de Sor Juana, al igual que los prim eros grandes autores de música instru m en tal de cámara, como Arcangelo Corelli (1653-1713), G iuseppe Torelli (1658-1709), etc. Incluso ya había excelentes com positores en México, sobre todo entre los M aestros de Capilla de las g ra n d e s C a te d ra le s q u e ya p a ra e n to n c e s se e s ta b a n construyendo. Entre los más notables, anteriores y de la época de Sor Juana están H ernando Franco, Juan Juárez, Lázaro del Alamo, Francisco López y Capilla, etc. Pero debo aclarar, que la música que se hacía era fundam entalm ente vocal y los instrum entos, la mayoría de las veces, solam ente hacían la función de acom pañantes de los cantantes o grupos de cantantes. Sin em bargo, Sor Juana pronto se percató de la belleza de los instrum entos y se convirtió en una coleccionista de los mismos, adem ás de que, como m uchos aseguran, los sabía tocar. Francisco de la Maza, en su libro La Arquitectura de los Coros de M onjas, e d ita d o p o r el In s titu to d e

In v e stig a c io n e s E stéticas de la U n iv e rs id a d N acio n a l A utónom a de México, dice: «El coro de m onjas más ilustre de México fue el de San Jerónimo, no por su belleza, sino porque fue el de Sor Juana Inés de la Cruz. Allí pasó veintiséis años de su vida; allí rezó diariam ente el Oficio Divino y oyó misa; allí se esparcieron sus plegarias y se oyeron los sonidos del órgano tocado por sus manos. Allí reposan sus restos». En realidad, en el convento de San Jerónim o Sor Juana Inés de la C ruz pasó su vida distribuyendo su tiem po entre su vida religiosa y sus estu d io s que p ara ella fu ero n u n a v e rd a d e ra obsesión. El d iccionario P o rrú a de H istoria, Biografía y Geografía de México, señala esto y dice: «Llegó a poseer 4,000 libros y a alcanzar un considerable conocimiento en lenguas, filosofía, teología, astronom ía, pintura, música, etc.». Por otro lado y au n q u e todavía hay razones p ara dudarlo, se sabe tam bién que no sólo tocaba sino tam bién com ponía música. José Rogelio Alvarez, en su Enciclopedia de México, cuando habla de lo que Sor Juana llegó a hacer en su vida, señala lo siguiente: «De carácter sacro son los Villancicos y las Letras: Los prim eros, pequeñas composiciones de tono religioso que se entonaban por N avidad, la Asunción y la C oncepción; y las se g u n d as, tem as v ern ác u lo s q u e se cantaban en las iglesias como parte de la función coral», incluso, algunos de los mejores com positores de la época le pu siero n m úsica a varios villancicos de Sor Juana. Ju an M anuel Lara lo m enciona en su artículo «La M úsica en México en Tiempos de Sor Juana», publicado en la revista d el In s titu to M ex iq u en se d e C u ltu ra C astálida, d e la Prim avera de 1,995. Dice el autor: «Se sabe que cuatro de los com positores m encionados (José de Loaysa y Agurto, M ateo Vallados, M iguel M ateo de Dallo y Lana y A n tonio de Salazar), pusieron música a varios de los villancicos que Sor Juana com puso para las catedrales de México y Puebla». Esta notable monja, sabía tanto de música que daba clases y llegó

a escribir u n tratado de música que llamó «El Caracol» y que m enciona en uno de sus versos. ¿Enseñar música u n ángel? ¿quién habrá que no se ría de que la rudeza hum ana las inteligencias rija? Más si he de hablar la verdad es lo que yo, algunos días, por divertir mis tristezas di en tener esa manía. Y em pecé a hacer u n Tratado para ver si reducía a m ayor facilidad las reglas que an d an escritas. En él, si mal no recuerdo, me parece que decía que es una línea espiral, no u n círculo, la Armonía; y por razón de su forma revuelta sobre sí misma, lo intitulé Caracol, porque esa revuelta hacía. Sor Juana Inés de la Cruz era pues, intelectual, por ello, no es de extrañarse que le llamara la atención la música al grado de practicarla y com ponerla. Tampoco llama la atención que se interesara en los instrum entos musicales que entonces había en México. Como ejem plo a continuación hablarem os de los órganos tubulares, aunque debem os aclarar que para esta época ya se co n stru ía n en este país to d o tip o de instrum entos tales como clavicordios, clavecines, guitarras, m an d o lin as, flautas, etc. Sería m aravilloso que un día, recordando a la «Décima Musa», sq reuniera un buen núm ero

de estos instrum entos form ando una colección que pudiera c o lo carse e n a lg ú n M U SEO DE IN ST R U M E N T O S MUSICALES MEXICANOS creado para tal fin. Aquí sólo hablam os de los órganos por razones de espacio y tiem po, y para dar u na m uestra de la belleza de estas m áquinas de producir sonidos y que entonces se fabricaban en la N ueva España. A unque los prim eros órganos que h u b o en la N u ev a España fueron traídos del viejo continente, la urgencia de contar con el órgano como el instrum ento m ás grato a Dios, au n ad a al gusto y la destreza que adquirieron los naturales e n la in te rp re ta c ió n d e m ú sic a tip o e u ro p e o y en la construcción de instrum entos, hizo que pronto floreciera el arte de la organería. Sin em bargo, m ientras esta industria fu e d e s a rro llá n d o s e , los ó rg a n o s tra íd o s d e E sp a ñ a em pezaron a aparecer en tem plos mexicanos y dében haber sido p equeños y con poca o n in g u n a decoración en sus fachadas. Esto pu ed e asegurarse porque los barcos en los que se viajaba a través del O ceáno Atlántico en esa época, eran pequeños y no era posible traer instrum entos grandes y sobre todo tan pesados com o los órganos tu b u lares y cuando se llegaron a traer, como es el caso del órgano Sesma de la catedral de México, seguram ente se hizo con grandes dificultades, ya que la travesía resultaba tardada y difícil, incluso este órgano no se trajo com pleto ya que su m ueble fue fabricado en la N ueva España. D ebido a esto, y a la habilidad de los artesanos mexicanos, los misioneros, que tenían a su cargo la responsabilidad de equipar las iglesias, llegaron a la conclusión de que era más fácil enseñarles a los indígenas la construcción de estos aparatos musicales, que traerlos desde España. En realidad hay m uchos reportes en los que se m encionan órganos procedentes de España. El investigador especialista de este tem a, Efraín C astro M orales en su artículo «Los

órganos de la N ueva España y sus artífices» publicado por la Sociedad de Amigos del Centro Histórico de la C iudad de México, A.C. en 1983, como parte del libro Música y Angelejs, los Organos de la Catedral de México, m enciona, entre otros, a Fray Diego de C hávez y Fray Diego de Basalenque que h a b la n d e in s tr u m e n to s q u e fu e ro n in s ta la d o s e n Y uririapúndaro, G uanajuato y Tiripetío, M ichoacán. Este últim o instrum ento probablem ente fue com prado para la prim era iglesia de ese lugar, destruida en u n incendio en 1640. También hace referencia a otros instrum entos que se sabe fueron traídos de Sevilla para la Catedral de México «quizá del tipo portátil, que fueron sustituidos por otros que construyó Francisco del Castillo, quien había sido organista de la catedral de Puebla entre 1552 y 1555. Este autor tam bién m enciona órganos pequeños que ya había en la catedral de Puebla en 1536 y otros que fueron com prados en 1546 y 1564 p ara este m ism o tem plo. Sin em bargo, estos p rim ero s instrum entos deben haber sido bastante sencillos y, como se dijo, sin ornam entación en sus fachadas, la cual es más típica de épocas posteriores a la conquista. Probablem ente eran p a re c id o s a los q u e to d a v ía e x iste n , a u n q u e m u y deteriorados, en los tem plos de Santiago Apóstol del pueblo de Atlatongo y en el exconvento de Oxtotípac, am bos en el E stad o d e M éxico, o al q u e se e n c u e n tra en m ejo res condiciones en San Felipe de los H erreros, M ichoacán, aunque estos instrum entos son posteriores. Este últim o es u n instrum ento m uy interesante por la forma de su caja que parece la de un clavecín pero puesta verticalm ente. Algunos de los prim eros órganos construidos en México se fabricaron seguram ente por organeros artesanos surgidos de las p rim eras escuelas de artes y oficios m exicanas. Recordem os que fray Pedro de G ante, fun d ó en 1524 en Texcoco la prim era escuela de música tipo europeo en la N ueva España, la cual fue trasladada posteriorm ente a la

capilla de San José de los N aturales del C onvento G rande de San Francisco de la C iudad de México, y ahí se incluyó entre las enseñanzas que se im partían, la construcción de instrum entos musicales y, desde lu eg o , de órganos tubulares. P o sterio rm en te tam b ién se en señ ó este oficio en otras escuelas de arte creadas en la N ueva España, como la que m a n d ó fu n d a r el v irrey d o n A n to n io de M en d o za en Santiago Tlaltelolco. Entre los prim eros organeros que se m encionan en la N ueva España se puede citar a Diego Gutiérrez cuyo nombre, aparece en el Códice Sierra, publicado por Nicolás León. En este docum ento se puede ver el único glifo prehispánico que representa u n órgano tubular. La organera e investigadora de este tema, Susan Tattershall, dice que ese instrum ento fue llevado a un pueblo de Oaxaca y asegura que es el único testim onio de un glifo indígena para la palabra «órgano». Por otro lado, tanto ella como otros investigadores, hacen ver que en esta época son los propios organistas quienes instalaban y daban m antenim iento a estos instrum entos. Esto últim o todavía se hacía hasta hace poco, sobre todo con órganos colocados en lugares o pueblos más alejados. Por su p arte , Efraín C astro M orales m e n cio n a otros organeros de los prim eros años del virreinato. Se refiere a Agustín Sotomayor y Gonzalo H ernández que en 1563 y 1565, fab ric aro n in s tru m e n to s p ara la C a te d ra l de M éxico. Asimismo cita el autor a Augustín de Santiago, otro gran constructor de órganos tubulares de esta prim era época del virreinato, a quien lo relaciona con un órgano construido (probablem ente hacia 1570), para el tem plo del convento de San Francisco de la ciudad de Puebla. A este o rg an ero tam bién lo asocia con órganos construidos en Tepeji de la Seda, en Puebla (1578) y Gavina, en M ichoacán (1582). Sin em bargo, aunque se m encionan otros fabricantes de instrum entos de principios del virreinato, en realidad, no

hay m uchas referencias de organeros del siglo XVI. Sólo suponem os que los hubo por la intensa actividad industrial relacionada con la construcción de este tipo de instrum entos que se desarrolló en esos años y que dejó m uestras en los te m p lo s m ex ican o s c o n s tru id o s e n esa ép o ca. Si n o s detenem os u n poco a pensar en lo que significa tener que equipar todos los edificios religiosos que se constuyeron a gran velocidad por todo el territorio mexicano en el periodo virreinal, más nos adm iram os y sorprendem os de la gran actividad artística e industrial que giraba alrededor de este hecho. Se construía, com o asegura el arq u itecto Sergio Saldivar Guerra, en prom edio una iglesia por semana, lo que significa que se trabajaban una gran cantidad de retablos, pues cada iglesia tiene por lo m enos uno, y estos tienen m uchas p in tu ras, esculturas y otros m u ch os elem en to s decorativos. Además se tenían que hacer todos los m uebles, utensilios y aparatos de uso diario y, por supuesto, órganos tubulares, todo esto, necesario para el funcionam iento de los tem plos y poder dar los servicios religiosos en forma adecuada. Por ello, la construcción de estos instrum entos era ya en el siglo XVII una actividad industrial m uy desarrollada, pues cada iglesia contaba por lo m enos con uno y m uchas de las veces con dos: uno grande colocado en el coro y otro pequeño que servía para acom pañar las procesiones. De acuerdo con esto, se fabricaban en promedio, casi dos órganos por semana. Esta in te n s a a c tiv id a d o rg a n e ra m exicana p ro d u jo in stru m en to s tan herm osos com o el del tem plo de San Andrés Zautla, Etla, Oaxaca, que data de finales del siglo XVI o principios del XVII. Este órgano es especialm ente interesante por el diseño de su teclado en el que al oprim ir las teclas, estas accionan otro teclado en forma de abanico colocado abajo, que forma parte del mecanism o que abre las válvulas y perm ite el paso del aire a las flautas para producir

el sonido. Llaman especialm ente la atención sus flautas de fachada pintadas a m ano y el bellísimo m ueble tam bién totalm ente cubierto de pinturas por todos lados, en d o n d e están representados San Andrés Apóstol (lado derecho) y San Pedro Apóstol (lado izquierdo). En sus p uertas tiene representaciones, por fuera, de San M iguel Arcángel (lado izquierdo) y San Gabriel (lado derecho) y por adentro, el Angel de la G uarda (lado izquierdo) y a San Rafael (lado derecho). Por el parecido de su decorado, especialm ente el de las flautas, al de otros órganos oaxaqueños, es posible que se trate de u n órgano m uy antiguo decorado en la misma época que fueron decorados aquellos. O tro órgano, seguram ente parecido a los prim eros órganos españoles traídos a los territorios conquistados es el que se p u e d e ad m irar en el coro del tem plo de T am azulapan, Oaxaca. Es u n in stru m en to cuyo m ueble está totalm ente pintado a m ano al igual que el de San Andrés Zautla, aunque su tam año es más pequeño. Incluso es válido pensar que sus flautas de fachada, hoy desaparecidas, tam bién p u d iero n haber estado pintadas a m ano como las de aquel instrum ento. En las pinturas que tiene en sus fachadas están representados San A ntonio (sobre el costado derecho), San Agustín (en la puerta derecha) y San Nicolás de Bari (en la puerta izquierda). Por la restauraciónde este instrum ento, que está llevando a cabo Susan Tattershall, hoy se sabe que la p intura del otro costado es u n San Francisco. La parte de ad en tro de las puertas tienen dos pinturas de ángeles músicos de la m isma calidad de las de afuera. El m ecanism o de su teclado debe haber sido tam bién similar al de San Andrés Zautla. En cierta o c a s ió n , c u a n d o hice u n a v isita a e ste in s tr u m e n to acom pañado por el reconocido organero Fredrik Jakob, este hizo la observación que por la form a simétrica de su mueble, su d ise ñ o re c u e rd a los an tig u o s ó rg an o s eu ro p e o s de baldaquino.

M uy parecido al órgano de Tam azulapan es el que se encuentra, aunque m uy alterado, en el M useo del C onvento de Coixtlahuaca, Oaxaca. Tanto este instrum ento como aquel tenían sus registros colocados en las fachadas laterales y eran ejecutados por u n organista y un ayudante que movía los fuelles colocados en la parte posterior. Es de suponerse que el órgano de Coixtlahuaca, desgraciadam ente convertido en u n pequeño roperito, tuvo características en su m ecanism o y su teclado similares a las del órgano de Tam azulapan. Su m ueble todavía luce pinturas que representan a San Rafael (en su costado izquierdo), San Juan Evangelista (en su puerta iz q u ie rd a ), San G abriel (en su p u e rta d erec h a) y dos arcángeles músicos por la parte interior de las puertas. En sus costados aún se ven seis huecos en cada lado para las entradas de los registros que tuvo este instrum ento. O tro órgano parecido en su diseño especialm ente en la form a de su m ueble a los de Tamazulapan y Coixtlahuaca y m uy bello en su decoración, es el que se e n cu e n tra en Santiago Ixtaltepec, N ochistlán, tam bién en O axaca. Su decoración floral le da u n carácter m uy peculiar y lo hace pieza única en su género. Pudo haber sido construido en el siglo XVII. Pero entre los órganos más antiguos que todavía existen en México, está el que todavía se encuentra, au nque m uy alterado y modificado, en el tem plo del convento de M etztitlán, en el estado de Hidalgo. Este instrum ento fue construido en 1562, según consta en un docum ento m ostrado por el presbítero José Socorro Villagómez a José G uadalupe V ictoria, in v e stig a d o r del In stitu to de In v estig acio n es Estéticas de la U niversidad Nacional A utónom a de México, que fue redactado cuando se le hizo una reconstrucción al instrum ento en 1904. Dice lo siguiente: «Este órgano tiene 342 años. Fue construido a moción del m uy reverendo padre predicador definidor y prior del convento de México, fray Joaquín Escobar, cura párroco de esta villa por tercera vez,

siendo factor activo el señor adm inistrador de rentas don Jacinto Ballesteros a quien por especial beneficio de la Divina Providencia debe M etztitlán esta obra magna». Luego se m enciona a los señores Jesús O lvera y H erm an o s, que h ic ie ro n la re c o n s tru c c ió n y d a com o fech a d e su reinaguración el 8 de marzo de 1904. Los grandes conventos como el de Acolman, en el Estado de México, el de H uejotzingo, en Puebla, o Cuitzeo, en M ichoacán, fu ero n eq u ip ad o s tam bién con este tipo de instrum entos, los cuales m uchas veces sustituyeron a los prim eros que hubo ahí. Los que ahora existen en estos tres lugares datan del siglo XVII conociéndose únicam ente las fechas de construcción de el de H uejotzingo fabricado en 1656 y el de Cuitzeo que data de 1691. Por mi parte pienso que el ógano de Huejotzingo, aunque sí es del siglo XVII, es ligeram ente posterior, por la trom petería hacia el frente «en batalla» que presenta y que caracterizó la construcción de estos instrum entos en España y sus colonias a partir de 1659, fecha en la cual, como dice Susan Tattershall, se construyó en Alcalá de H enares, España, el prim er instrum ento de este tipo, por u n organero de nom bre Echeverría. A veces se puede pensar que estos instrum entos resultan pequeños para llenar con su sonoridad las enorm es naves de las iglesias de los conventos del siglo XVI, pero no es verdad, pues son in s tr u m e n to s s u m a m e n te p o te n te s , com o d ijim o s al principio, cuyo sonido se p u ed e oir en todos los rincones de estos grandes espacios arquitectónicos. A fortunadam ente', todavía se p u ed en encontrar, otros órganos, adem ás de los m encionados, construidos en el siglo XVII e n m u c h o s te m p lo s m ex ican o s. La o rg a n e ra e investigadora Susan Tattershall habla de que hay órganos de esta época en muchos templos de Tlaxcala y Puebla. Entre otros se refiere a los localizados en las iglesias de «El Buen Vecino» de la ciudad de Tlaxcala, de San Andrés Cuam ilpa,

de San M atías Tepetomatitlán, del Señor de Despojo (San Ignacio) de H uam antla, de San Miguelito de Tlaxcala, de San Tadeo H uiloapan y de San Lorenzo Tlacoaloya, todos ellos m uy bellos e interesantes. Sin em bargo, entre los órganos más herm osos que datan del siglo de Sor Juana y h an llegado hasta nosotros, está sin duda, el que se conserva expuesto entre otros m uchos instrum entos musicales, en el Museo José Luis Bello González en la ciudad de Puebla. Fue restaurado prim ero por Satriani y más recientem ente por Rubin S. Freís. Es uno de los m ejor conservados que hay en nuestro país. También del siglo XVII es el órgano que se encuentra en el tem plo del convento de Zacualpan de Amilpas en el estado de Morelos. Es un instrum ento de formas caprichosas propias del estilo barroco que ya para entonces se había em pezado a desarrollar en México. Probablem ente fabricado en otro sitio, fue llevado ahí el 4 de octubre de 1812 para la fiesta de la V irg en d e l R osario . D e s g ra c ia d a m e n te s u frió u n a reconstrucción en la cual se le cancelaron sus trom petas que salían h orizontalm en te hacia el frente, «en batalla» a la m anera de los órganos de tipo español que ya m encioné. Por otra parte, en el M useo Nacional de Historia del Castillo de C hapultepec, en México, D.F., se encuentra el m ueble de lo que fuera un herm oso instrum ento construido en el siglo XVII. Su decoración nos recuerda los trabajos artesanales m ich o acan o s, esp e c ia lm e n te las jicaras de la zo n a de Pátzcuaro, hechas sobre m adera, con m ucho colorido a base de diversos m otivos decorativos florales y de otros tipos, sobre fondo negro. Es im portante hacer ver el parecido, en su diseño, que tienen los m uebles de los órganos oaxaqueños de Tamazulapan, Coixtlahuaca y Santiago Ixtaltepec y el del in s tru m e n to q ue ah o ra nos o cu p a, p o r lo q u e p u e d e suponerse que este últim o fue construido p o r el mismo organero que aquellos, aunque la decoración p u d o haberse hecho en el lugar donde estuvo chocado.

En Oaxaca tam bién se encuentra el bellísimo órgano del co n v e n to de T laco ch ah u ay a, cuyas flau tas de fach ad a tam bién están pintadas a m ano. Es del tipo español con su trom petería hacia el frente «en batalla» y fue restau rad o re c ie n te m e n te p o r S u san T attersh all. P arecid o e n su decoración a este instrum ento es el órgano del convento de Yanhuitlan, tam bién en Oaxaca. D esafortunadam ente n o se sabe quién fabricó m uchos de estos instrum entos, a pesar de ello, en el siglo XVII aparecen algunos nom bres de organeros que reportan investigadores como el ya citado Efraín Castro M orales, y especialm ente se conocen los que estuvieron ligados a los arreglos y afinaciones que se hicieron a los órganos de las catedrales de Puebla y México, como Fabián P érez Jim énez, G aspar F ern án d ez y Pedro Sim ón, que hicieron arreglos a los órganos de la catedral de Puebla, o Fabián Ximeno e Ignacio Ximeno del Aguila que se les liga con los órganos de la catedral de México. Sin em bargo, se sabe de otros que trabajaron en pueblos y ciudades más pequeñas, como por ejemplo Mateo Xuárez, H ernando Vital, Juan Vital de M octezuma, G uadalupe Sánchez, A ntonio de la Torre y Francisco Peláez de U garte, estos dos últim os personajes estuvieron trabajando para la catedral de Morelia, el prim ero, y para la catedral de México, el segundo. En la ciudad de México, aparecen Diego M artín, Francisco de O rsuchi y otros. Pero, en tre los m ejores o rg an ero s que fabricaron instrum entos para tem plos mexicanos en el siglo XVII y en la época de Sor Juana Inés de la C ruz están sin d u d a, Diego Cevaldos y Jorge Sesma. A Diego Cevaldos se atribuye el órgano que se encuentra en la tribuna norte del coro de la Catedral de Puebla y que fue fabricado en 1660, aunque algunos lo atribuyen a M aldonado. Pero el órgano más im portante instalado en México en el siglo XVII fue, sin d u d a el fabricado en España en 1693 por Jorge Sesma, para la Catedral M etropolitana de la C iudad

de México. Cabe recordar que paralelam ente a la existencia de la prim itiva C atedral de México, se había colocado la prim era piedra de la que el lado oriente del coro (lado de la Epístola) en esta catedral definitiva, es uno de los más bellos que hay en México. Pero se debe aclarar que d u ran te m ucho tiem po hubo la d u d a si este era el instrum ento fabricado en España, pues se pensaba que podría ser el otro construido en 1735 por José N assarre, sin em bargo, el investigador m e x ican o G u ille rm o Tovar d e Teresa d e m o s tró q u e efectivam ente el in stru m en to colocado en el lado de la Epístola es el Español, en su artículo «Los O rganos de la Catedral de México» publicado en el libro Música y Angeles, los Organos de la Catedral de México por la Sociedad de Amigos del Centro Histórico de la Ciudad de México, A.C. en 1983. Este instrum ento fue solicitado desde 1688 por el Cabildo al R ey F elip e IV y e n el d o c u m e n to se in c lu ía n las e s p e c ific a c io n e s q u e d e b ía d e te n e r, co m o so n las d im ensiones, adem ás de los registros que se deseaban. Asimismo se solicitó que contara con una cadereta (órgano de cadera o de respaldo) y pedal, y curiosam ente se daba la indicación de que su afinación debía ser más baja que la de los instrum entos españoles por razones de las limitaciones vocales de los cantantes de la N ueva España. Así, la Catedral definitiva que se construyó en México y que hoy es el m onum ento arquitectónico más im portante de América, estrenó el órgano fabricado por Jorge Sesma en 1693, dos años antes de la m uerte de Sor Juana y fue colocado en su lugar, al lado oriente del coro (lado de la Epístola), por Tiburcio Sanz de Izaguirre y su herm ano Félix de Izaguirre, o rg a n e ro s d e o rig e n h is p a n o n a c id o s e n Z e ld a . Probablem ente el estreno del instrum ento estuvo a cargo del organista Antonio de Salazar, quien entonces era el m aestro de capilla de la catedral, au n q u e tam bién p u d o haberlo tocado el p rim er organista del tem plo que era José de

Indiagues. Según docum entos publicados por el investigador y organista Jesús Estrada, la comisión encargada de recibir este in stru m e n to estu v o in teg rad a p o r estos organistas m encionados adem ás de Francisco de O rsuchi (segundo organista y artífice de órganos) el bachiller José de Loaysa (p re sb íte ro m úsico), el b ach iller Francisco de A tienza (presbítero sochantré y músico) y José de Espinosa (músico, m inistro y bajonero). Y a u n q u e la p a rte m ás im p o rta n te del in s tru m e n to fabricado por Jorge Sesma es española, no lo son en cambio, ni el m ueble de dicho órgano ni la herm osa sillería con la que cuenta el coro. Ambas obras de arte fueron talladas en México por Juan de Rojas. Por ello p u ed e decirse que en realidad este instrum ento es mestizo y no com pletam ente español. Probablem ente se hizo así por las dificultades que mencionam os al principio de este trabajo de trasladar a través del oceáno estos instrum entos desde España a México y a la existencia de excelentes talladores en este últim o sitio. Estos son, en general, los principales órganos que se fabricaron antes o d u ran te la vida de Sor Juana Inés de la Cruz, algunos de los cuales bien p u d o haberlos conocido, o por lo m enos sabido de su existencia, ya que era una persona inquieta intelectualm ente hablando, y sedienta de noticias, especialm ente relacionadas con las cuestiones culturales que ella practicaba y tanto amaba. Debido a que el órgano que ella tocaba en el convento de San Jerónim o ya no existe ( o no se sabe dónde se encuentra), y en su honor, y al gusto que tenía por la música y los instrum entos musicales, don S alvador M oreno regaló al co n v en to de San Jerónim o, cu ando se hizo su restauración, un p equeño y bellísimo instrum ento del tipo realejo, que data del siglo XVII y que hoy se encuentra en ese sitio ad o rn an d o el coro del tem plo, donde vivió y está enterrada la ilustre monja «Décima Musa». Deseo de todo corazón, que algún día, en honor a ella se

reúna, como ya m encioné, una colección de instrum entos para form ar el MUSEO DE INSTRUMENTOS MUSICALES MEXICANOS, idea que he m anifestado desde que elaboré el libro Voces del Arte, inventario de Organos Tubulares en México, para la Dirección de Sitios y M onum entos del Patrim onio C u ltu ra l de M éxico, que se h izo p o r in iciativ a d e los a rq u ite c to s S ergio S a ld iv a r G u e rra , D ire c to r de esta institución y Javier Villalobos Jaramillo, entonces Director de Estudios y Proyectos de la misma. Este libro constituye u n prim er m uestreo de lo que hay en México en relación con e ste tip o d e in s tr u m e n to s m u s ic a le s y se h iz o fundam entalm ente para señalar más que profundizar en este p atrim o n io cultural bastan te olvidado. Fue satisfactorio hacerlo porque ahí se ve la im portancia de la construcción de órganos y otros instrum entos mexicanos, que tuvo su culminación en el siglo XVIII, y aún en el XIX, con las familias de organeros tales como los Casela, en México D.F. o los Castro, en Puebla y Tlaxcala, etc. El siglo XVIII vio construir instrum entos tan bellos como los que hizo José N assarre para las catedrales de México, Morelia y G uadalajara, que lo convirtieron en uno de los mejores organeros del m undo, o el que hizo Félix de Izaguirre en 1710 para la catedral de Puebla, adem ás de todos los que se hicieron para tem plos e iglesias de toda la N ueva España. Basta citar los órganos construidos para los tem plos de Santa Prisca en Taxco, G uerrero; el pequeño instrum ento de Santa Anita H uiloac en Tlaxcala; el im p resio n an te órgano del tem plo de la M agdalena de San M artín Texmelucan, Puebla, el cual, al igual que otros muchos órganos presenta sus flautas p in ta d a s a m ano con caritas cuya boca coincide con la abertura que corta el aire en las flautas, costum bre m uy difundida para decorar los órganos en la N ueva España y q u e, s ig u ie n d o la tra d ic ió n b a rro c a , sim b o liz a n a la com unidad cristiana que canta y eleva en coro su oración a

Dios, logrando así la igualdad del hom bre frente a su Creador. También es obligado m encionar el barroquísim o órgano del tem plo de la Congregación, en Q uerétaro, Qro., con sus herm osos «angelitos bailarines» que form an la estructuración del m ueble en sus fachadas y la original «cadereta» colocada hacia abajo del coro; o el de Santa Rosa, en Q uerétaro, sin olvidar tam poco los que se encuentran en los tem plos de la Valenciana y la Basílica en G uanajuato. O tam bién los que podem os adm irar en la parroquia de Atlixco, Puebla, en Santo D om ingo de México, D.F., en Santo D om ingo de Zacatecas, Zac., en San Francisco de Irapuato, Gto., en Santa Inés de Zacatelco, Tlaxc., y en otros m uchos tem plos m exicanos construidos en el siglo XVIII. Entre los mejores órganos construidos en el siglo XIX están, sin d u d a los fabricados por la familia Castro, como el del tem plo de San Pablo A petatitlán. Tlaxcala, cuyo au to r es Zeferino Castro; o el de la M erced en Atlixco fabricado por Luciano Castro. Sin em bargo, el más distinguido organero de esta familia fue M iguel Gregorio Castro que fabricó entre otros m uchos, los órganos de los tem plos tlaxcaltecas de N ativitas, San Sebastián T zom pantepec, San B ernardino Contla, A pizaquito, Santa C ruz, San M iguel Contla, etc. Asimismo intervino en el órgano del Santuario de la Virgen de O cotlán y fabricó el que ahora se encuentra en el tem plo del convento de San Francisco en Tlaxcala, que algún tiem po estuvo en la escuela Superior de Música de Puebla y que originalm ente perteneció a las Carmelitas Descalzas de la ciudad de Puebla. H ay otros m uchos organeros notables que vivieron en el siglo XIX, lo que hizo que la organería en este siglo siguiera siendo u na actividad m uy im portante, sobre todo por la c a lid a d d e los in s tr u m e n to s q u e se c o n s tr u y e r o n . M onum ental y de gran belleza es, por ejemplo, el órgano construido por Francisco Fermín O rriza para la Catedral de

San Luis Potosí. O el construido tam bién en el siglo XIX en el tem plo del convento de San Francisco de Atlixco, Puebla, que p re se n ta cu atro fach ad as y u n d iseñ o sobrio m ijy elegante. Tam bién se debe m en cio n ar el ó rg an o que se encuentra en el crucero del tem plo en la catedral de Zam ora, Michoacán. Y no podem os dejar de m encionar los órganos construidos a finales del siglo XIX por Francisco G odínez, como el del Santuario de G uadalupe en Aguascalientes. Este organero, sin d u d a u n o de los mejores que ha habido en México, construyó instrum entos para m uchísim os tem plos disem inados en gran parte del territorio mexicano como en Chiapas o Jalisco, o en Aguascalientes, Veracruz y México, D.F., etc. Su fábrica estaba en Guadalajara, Jalisco, y m uchos de sus in stru m e n to s los fabricaba con p artes de origen extranjero, costum bre que continuó en el siglo XX y hasta n u e s tr o s d ía s e n tre los fa b ric a n te s d e e s te tip o d e in s tru m e n to s, incluso m o d ifican d o ó rg an o s de m arcas extranjeras para am pliarlos y extenderlos a lo largo de los coros. C om o e je m p lo se p u e d e n m e n c io n a r a lg u n o s in s tru m e n to s c o n stru id o s p o r José M aría C o rn ejo , los órganos fabricados por Alfredo W olburg en la parroquia de Dolores H idalgo y de San M iguel Allende y el m onum ental que arregló Rubin S. Freís instalado en la Catedral de Puebla. Pero cabe aclarar que to d av ía actu alm en te se sig u en fabricando órganos en México por organeros tales como Joaquín Weslowsky que adem ás ha intervenido haciendo arreglos en instrum entos tan im portantes como los de los te m p lo s d e S an ta P risca, San M a rtín T exm elucan, la V alenciana, etc.; o Pascual R odríguez, Rafael L atapie y E d u ard o Bribiesca, que adem ás de fabricar sus propios órganos tam bién h an intervenido haciendo arreglos en una gran cantidad de instru m en to s colocados en tem plos de diversas partes de la república. F in alm en te, se deb e h ace r referen c ia a los ó rg an o s

tubulares de origen extranjero que em pezaron a llegar a m ediados del siglo XIX y que son las marcas Walker, Wurlitzer, Schkag & Sons, Weiserbon, Moller, Vocation, Balbiani, etc., pero entre ellos destacan los m onum entales instalados en la Basilica de G uadalupe de marca Casavant, en la Catedral de Morelia, de marca Walcker, después arreglado por Tamburini y que en su tiem po fue el mejor, más grande y más bello de América Latina, y el del Auditorio Nacional, considerado el cuarto más grande del m undo, de marca Tamburini, etc.

Conclusiones finales Las investigaciones han sacado a la luz a m uchos organeros que trabajaron en México en épocas pasadas. Hoy se sabe incluso quiénes construyeron in strum entos para lugares m enos conocidos como el convento de Sultepac en el Estado de México, dond e Eugenio Vázquez Q uincoya instaló u n órgano en 1705. R ecien tem en te Susan Tattershall dio a conocer que el órgano del coro del tem plo de San Francisco Javier en Tepotzotlán fue fabricado en 1748 por Gregorio Casela, pero falta hacer m ucha investigación relacionada con este patrim onio para conocer a fondo hasta dó n d e fueron capaces de llegar los m exicanos o los españoles y otros extranjeros radicados en México dedicados al cam po de la fabricación de instrum entos musicales de este tipo en este país y, por su p u esto , volvem os a insistir, establecer un MUSEO NACIONAL DE INSTRUMENTOS MUSICALES, d o n d e se reú n an instrum entos de todos los tipos que se encuentran sin uso y en peligro de perderse, o disem inados en m uchos m useos mexicanos o en casas particulares, y que p u eden ser de todas las épocas de la historia de México, pues

los hay de origen prehispánico, virreinal, del siglo XIX y aú n del siglo XX y ese m useo puede llevar, con m ucha propiedad y haciendo justicia, el nom bre de SOR JUANA INES DE LA CRUZ, p rim era coleccionista conocida de in stru m en to s musicales en México.

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Vista general de la Exposición tem poral en el Centro Cultural isidro Fabela.

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El sermón del Padre Vieyra: Reflexiones de la crítica de Sor Juana

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V il l a

con las reflexiones de la crítica de Sor Juana al serm ón tercero del m andato del Padre Vieyra, haré un bosquejo biográfico de este personaje hasta cierto p u n to misterioso y polémico. Vale la pena aclarar que estos datos biográficos están basados en la obra que recoje sus serm ones editados en 1752, y tienen el objetivo de resaltar y destacar, por m edio de las opiniones de un m iem bro tam bién de la C om pañía de Jesús, sus m éritos y v irtu d es h u m a n as e intelectuales. Nació el Padre A ntonio de Vieyra el 6 de febrero de 1608 en Lisboa. Sus padres deseosos de m ejorar su fortuna se fueron a vivir al Brasil cuando él apenas contaba con seis años de edad. El 4 de mayo de 1623 (a los 14 años de edad) in g resa a la C o m p añ ía d e Jesús. Su m ay o r an h elo era dedicarse por com pleto a la enseñanza de los negros y a la conversión de los indios; por consiguiente tuvo que dedicarse a to d o gén ero de estu d io s, in ician d o p o r las llam adas entonces «lenguas bárbaras», de las provincias del Brasil, hasta lo más profundo que se tenía en teoría de filosofía y la teología. A n te s d e in ic ia r

Antes de ingresar a dichos estudios, viendo sus superiores la capacidad y el avance en estos, lo nom braron M aestro de Letras H um anas en la U niversidad de la Bahía. Com puso un erudito com entario sobre las tragedias de Séneca e hizo sólidas interpretaciones del libro de Josué y los cánticos de Salomón. En 1628, inició sus estudios de Filosofía m ostrando gran adelanto en ellos, ya que en ese mismo tiem po elaboró un curso com pleto de Filosofía sirv ien d o com o m éto d o de estu d io s p a ra los m aestro s. O ch o añ o s d e sp u é s cursó Teología, y sin tom ar en cu en ta los com entarios de sus profesores, com puso la mayor parte de los tratados teológicos. D esde entonces, dem ostró su gran talento como orador. Predicó su prim er serm ón «del Rosario de la Santísim a Virgen» en el año de 1633, antes de tom ar sus lecciones de teología y de ordenarse como sacerdote. Ya como sacerdote en el año de 1636, aum entó más su talento como predicador, no sólo en su tierra natal sino en Europa, d o n d e realizó innum erables hazañas de conversión y adquirió u n profundo conocimiento de la cosmografía y de la historia sagrada. Restituido a Lisboa, el padre Vieyra continuó predicando y aum entando la fama de sus serm ones y del mismo m odo a c re c e n ta n d o la e n v id ia d e a lg u n o s e c le siá stic o s y p re d ic a d o re s , q u ie n e s lo h ic ie ro n o b jeto d e in sig n e s calum nias tales com o «perturbar la paz del Estado y de sobornar a los indios»; sin em bargo p u d o liberarse de ésto. Un vez establecido y obteniendo licencia, tanto del Rey de Portugal como de los superiores de la Com pañía, para salir a peregrinaciones por el M arañón en condiciones no m u y favorables, co n tin u ó con sus trabajos p asto rales; asistien d o a las n ecesid ad es esp iritu ales de los indios. G randes cosas hizo el padre Vievra en este lugar para la conversión de m uchas almas que lo necesitaban, no sin

faltarle como en todo, nuevos tropiezos pero saliendo de ellos siem pre avante, uno de ellos fue el de haber sido acusado an te el trib u n al de la Inquisición, d elatán d o le alg u n as proposiciones escandalosas y dignas de m ayor censura, las cuales fueron exam inadas por los calificadores quienes las aprobaron como malas. Enterándose el padre Vieyra de tal caso, responde que dichas proposiciones atribuibles habían sido tom adas en sentido diferente de lo que él había querido m anifestar y por consiguiente pedía licencia para m ostrar su buena intención, lográndola por m edio de este discurso: ...«La ignorancia o inadvertencia, aú n prescindiendo de la malicia, suefe trocar fino las vozes, a lo m enos con m ucha facilidad su significado; de suerte que lo mismo que con una interrogación es v erd ad católica, sin ella p u ed e ser una heregía. Si a San Cristóbal le quitan del tem plo al niño Jesús y le ponen en su lugar la Esfera, quedará hecho un atlante y si al mismo niño Jesús le quitan de la m ano el globo con la cruz, y le ponen flechas y aljava, representará u n cupido: y si con solo la m udanza de las injurias en las imágenes, puede un santo convertirse en M onstruo y en un ídolo al mismo dios, quien dudará que con la misma facilidad se pu ed en alterar las proposiciones pues no solo los antecedentes y consecuentes pu ed en darles o quitarles el verdadero sentido; pero aún la m udanza en los puntos, en los acentos y aun en las comas». En los dos años y tres m eses que estu v o cu sto d iad o com puso cuarenta y cuatro cuestiones teológicas que le valieron su libertad el 24 de diciembre de 1667; retornando al colegio de la Com pañía y luego a Lisboa. Cuatro años después, fue enviado a Roma por orden del rey en d o n d e perm aneció 6 años, siéndoles todos ellos favorables a su persona; fue nom brado por el S uprem o Tribunal el non plus ultra de sus aplausos. De regreso a Lisboa, hacia el año de 1677, retocó algunos

de los serm ones form ando con ellos el prim er tom o que se im prim ió en lengua portuguesa. Sus últimos años de vida los pasó, aunque ya con la vista perdida totalm ente en uno de los ojos y no tan lúcido de m em oria a causa de su edad av an z ad a,’ arreglando y corrigiendo todos los serm ones que form aron juntos doce tomos, de los cuales se im prim ieron once, quedando el tomo XII sin im presión hasta después de su m u e rte ; d e ja n d o m u c h a s o tra s o b ras y s e rm o n e s truncados, pues el 18 de julio de 1697, m urió en el mismo Colegio que fue la cuna que le vió form arse como religioso. Ahora pasem os al tem a de esta ponencia, «Las reflexiones de la crítica que hiciera Sor Juana Inés de la C ruz al serm ón del Padre Vieyra». La famosa Carta Atenagórica,2causa de grandes polémicas, fue escrita por Sor Juana a petición de un ilustre au nque desconocido personaje,3 quien se la solicitó después de una conversación que tuvo en el locutorio de San Jerónim o, probablem ente a m ediados de 1690.4En aquella ocasión, Sor Juana com entó algunos de los aplaudidos serm ones del jesuíta portugués A ntonio de Vieyra. La m onja jerónim a nom bró a su escrito Crisis de un Sermón; editado por prim era vez sin el conocimiento y por lo tanto la aprobación de la poetisa, por el obispo de Puebla, don M anuel F ernández de Santa Cruz, a fines de 1690,4 dándole el nom bre de Carta Atenagórica El serm ón com entado por Sor Juana se denom inada «del m andato», dicho serm ón fue predicado por el padre Antonio de Vieyra un jueves santo del año de 1650 en la Capilla Real de Lisboa. Al recordar el m andato de Cristo a sus discípulos 1 Pasaba de los setenta años de edad. 2 Digna de Palas Atenea o de Minerva. ’ Manuel Fernández de Santa Cruz. 4 Elias Trabulse «La guerra de las finezas» Artículo para publicación. 5 En las ediciones españolas recuperó su nombre primitivo de «Crisis». A ntonio de Vieyra. Serm ones y obras diferentes; t. IV, Barcelona, Juan Piferrer, 1734

que aparece en el Evangelio de San Juan (XIII, 34) y que dice: «Un m andam iento nuevo os doy que os améis unos a los otros como os he amado...», surge la in q u ietu d de Vieyra en saber cuál había sido la m ayor fineza entre las finezas del fin, es decir, cuál había sido la m ayor de las m ayores pruebas de am or que Cristo había tenido por los hom bres en el fin de su m uerte. El padre Vieyra inicia su serm ón de la siguiente m anera: «El estilo que guardaré en este discurso... será el siguiente. Referiré prim ero las opiniones de los santos, y despues diré tam bién la mia; pero con esta diferencia, que nin g u n a fineza del am or de Christo m e darán, que yo no te dé otra mayor; y á la fineza del am or de Cristo que yo dexere, n inguno me dará otra igual». Esta es la forma en que se introduce el padre Vieyra y probablem ente u n a de las causas p o r las que Sor Juana com entará dichos serm ones; como si no le hubiese parecido del todo su prepotencia, ya que ella, al defender las razones de los tres Santos Padres de la Iglesia: San Agustín, Santo Tomás de Aquino y San Juan Crisóstomo, responde con gran soltura: «Estas son sus formales palabras, ésta su proposición y ésta la que m otiva la respuesta». La prim era opinión que debate el padre Vieyra es la de San A gustín quien consideró que la m ayor fineza del am or de C risto para con los h o m b res fue el m o rir p o r ellos; contradiciéndole a San Agustín, Vieyra afirma que m ayor fineza había sido ausentarse que morir; ya que el m orir era dejar la vida, y el ausentarse era dejar a los hom bres, y como él am aba más a los hom bres y m enos a la vida, la m ayor fineza fue ausentarse. Lo anterior lo dem uestra con algunos textos como «el de la M agdalena que llora en el sepulcro y no al pie de la cruz; porque el sepulcro ve a Cristo ausente y en la cruz muerto»; así pues es m ayor dolor la ausencia que

la m uerte. Escuchemos ahora la respuesta teológica que da Sor Juana sobre este prim er punto. Ella está de acuerdo con San Agustín en que «la m ayor fineza de Cristo fue morir, ya que lo más apreciable en el hom bre es la vida y la honra», «la ausencia es sólo ausencia; la m uerte , es m uerte y es ausencia». Por c o n s ig u ie n te re c h a z a la p r u e b a d e la M a g d a le n a argum entando que la m uerte de Cristo fue la m ayor fineza de las finezas. La segunda opinión es la de Santo Tomás, quien argum entó que la m ayor fineza de Cristo fue el quedarse con nosotros, Vieyra respondió que la m ayor fineza fue el q uedar en el sacram ento sin uso de sentidos. «El quedarse fue buscar rem edio a la ausencia y eso es com odidad: el encubrirse, fue renunciar a los alivios de la presencia, y eso es fineza». Sor Juana respon d e con gran sutileza e ingenio a esta segunda opinión: «¿Q ué form a de argüir es ésta?6 El santo p ro p o n e en género; el au to r resp o n d e en especie. Luego no vale el argum ento; porque privarse del uso de los sentidos, es sólo abstenerse de las delicias del amor, que es torm ento negativo; pero ponerse presente a las ofensas, es no sólo buscar el positivo de los celos, pero (lo que más es) sufrir ultrajes en el respeto. Y es ésta tanto m ayor fineza que aquélla, cuanto va de u n am or agraviado a u n am or reprimido». U na vez m ás la m onja jerónim a se opone al pensam iento del padre Vieryra. La tercera opinión es la de San Juan Crisóstomo, quien sostuvo que la m ayor fineza de Cristo fue lavar los pies a sus discípulos; rechazando el padre Vieyra este pensam iento sostiene que más prueba de am or fue la causa que le movía a lavarlos, el no excluir Cristo a Judas de este lavatorio, 6 Argüir del vocablo latino arguere. Deducir, disputar.

aunque sabía que lo traicionaría. Por último, Vieyra da su propia opinión: «La m ayor fineza de Cristo fue no querer correspondencia de nuestro amor, sino que nos am ásemos los unos a los otros, así como el nos amó. (Si sic Deus Dilexit nos, et nos debem us alterutrum diligere)». En este sentido, Sor Juana dem u estra que Vieyra está equivocado en su sentir, pues confunde el efecto con la causa que no p u ed en separase, a lo que responde con asombro: «Válgame Dios! ¿Pudo pasarle por el pensam iento al divino Crisóstomo, que Cristo obró tal cosa sin causa, y m uy grande? claro está que no p u d o pensar tal cosa. Antes no sólo una causa sino m uchas causas manifesta en tan portentoso efecto como hum illarse aquella Inm ensa M agestad a los pies de los hombres». Concluye Sor Juana afirm ando «que la m ayor fineza de Dios quiza a través de la «fineza de Cristo» es no hacer ningún favor a los hombres; la m ayor fineza es no hacer ninguna. La m ayor fineza de Dios es pues, negativa, ya que al no hacernos beneficios nos hace el m ayor beneficio». N adie d u d a de la capacidad teológica con que discurrió Sor Juana sobre las «finezas de Cristo», de los serm ones del padre V ieyra, ya q u e su fo rm a d e d is c e r n ir c o n v e n c e in m ed iatam en te p o r la agilidad con que m aneja dichos conceptos teológicos. U na d u d a im portante que está presente en el contenido de la Carta Atenagórica es conocer si la crítica de Sor Juana tiene como fin los Sermones de Vieyra o en realidad los de su confesor N úñez de M iranda, que com enta Sor Juana, pues existe diversas teorías hasta ahora no com probadas sobre el contenido de la Carta Atenagórica. En un m anuscrito inédito de 1691, denom inado «La otra resp u esta a Sor Filotea» descu b ierto p o r el au to r de la m onum ental revisión histórica de la ciencia en México, Elias

Trabulse; se p re s e n ta u n p a n o ra m a g e n e ra l sobre los interrogantes de la Carta Atenagórica. De este m anuscrito se p u ed e concluir que el serm ón que refutó Sor Juana no es de Vieyra, sino de su confesor espiritual A ntonio de N úñez de M iranda. El texto es el siguiente: «...El destinatario final de la Atenagórica le dice Sor Serafina a Sor Filotea no fue Vieyra, cuyo serm ón tenía cuarenta años de haberse pronunciado, si no de N uñez de M iranda, cuya teoría sobre la fineza m ayor so n ten d ria Palavicino en el serm ón que pronuncio en San Jerónim o el 10 de m arzo de 1691, com o para recordarle a Sor Juana lo que debía de respeto a su antiguo confesor». Es im portante señalar que Sor Juana así com o obtuvo aplausos por esta obra, tam bién fue objeto de duras críticas por algunos adm iradores de Vieyra; tal es el caso de una apología escrita por Sor M argarita Ignacia, religiosa agustina en el convento de Santa Mónica de Lisboa O riental quien p or m edio de sus arg u m en to s nos hace d u d a r sobre el contenido de la crítica de Sor Juana ya que defiende al padre Vieyra y debate a Sor Juana. Por la forma con que lleva el asunto, se nota que dicha m onja estaba bien fundam entada en libros sacros y profanos, pues a m en u d o en sus citas, aparecen, por una parte, las Sangradas Escrituras y los Padres de la Iglesia, así como O vidio y Virgilio, entre otros. La defensa que Sor M argarita Ignacia hace el Padre Vieyra inica de esta forma: «Mas antes que entrem os a discurrir por parte del Padre Vieyra, contra la M adre Sor Juana Inés de la Cruz, advierto que ni yo, nos oponem os al parecer de Agustino, porque él habló de la m ayor fineza de Cristo entre las grandes, como el padre Vieyra lo notó; y nosotros hablam os de la m ayor fineza de Cristo entre los mayores». «Para la m adre Sor Juana, aquella fineza que el am ante obstenta y repite es la que se tienq por mayor: Cristo repite y

obstenta la fineza de la m uerte y no otra». Replica Sor M argarita «Pero la fineza que se obstenta no siem pre es la mayor: para refutar la menor, preg u n to a la M adre Sor Juana; a do n d e repite Cristo su m uerte? si me dijera que en el Sacramento, contra que en el Sacram ento está Cristo impasible, y de la m uerte, como de toda la pasión, solam ente se hace memoria... Más qué culpa tiene el padre Vieyra de no en ten d er ella a Santo Tomás y qué culpa tengo yo de que no entienda tam poco al padre Vieyra? y para que veam os como no los entendió. Pregunto: D entro del m ism o hom bre, no se puede distinguir la razón de hom bre de la razón de sustancia. Claro está. Y en el mism o Sacram ento, no se puede distinguir la form alidad de la visibilidad; de la form alidad de la presencia?...»7 Sor M argarita concluye su discurso con estas palabras: «...porque lo que queda ponderado basta desvanecer la extravagancia con que salió la M adre Sor Juana, juzgando, que se aventajaba al parecer de todos los santos y doctores, que jamás defendieron sem ejante proposición; pero el fin corresponde a los progresos y el todo al intento: cada uno form ará el juicio que le pareciere después de haber leído este papel, confesando que no puse los ojos en el aplauso, viendo al m ism o Padre A ntonio Vieyra im p u g n ad o ; m ás si mi im pugnación se pareciere a la suya, acepto con gran gusto la censura; Vieyra siem pre será aplaudido».8 Para conluir esta pequeña reflexión en torno a la Carta Atenagórica, me gustaría hacer algunos com entarios. Por una parte creo que in d ep en d ien tem en te de que la crítica fuera a los serm ones del padre Vieyra o a los serm ones d e su co n feso r (con el q u e había te n id o im p o rta n te s, desacuerdos) esta es un ejemplo de la capacidad intelectual 7 Idem. Serm ones y obras diferentes, t. IV. * Idem. A pología a favor del padre Vieyra; t. IV. de Los serm ones y obras diferentes

de Sor Juana para discurrir con tanta audacia y sagacidad en tan p ro fu n d o s tem as com o los teológicos y ser capaz de polem izar como mujer, considerando la época, a u n hom bre de gran talento. Por otro lado, creo que tam bién esta carta refleja u n a de las características de la personalidad de la m onja jerónim a, que era la de hacer críticas cautelosas de m anera indirecta, h a c ia a q u e llo o a q u e llo s q u e c o n s id e ra b a e s ta b a n equivocados. Asimismo, me parece que este texto es crucial en la vida de Sor Juana. Si consideram os que fue publicado cinco años antes de su m uerte, es hasta cierto p u n to claro, que con su edición com enzó la crítica radical y rigurosa en contra de las actividades intelectuales de la m onja jerónim a. Por últim o, es im portante señalar o incluso aplaudir al obispo Fernández de Santa C ruz por la edición de la Carta Atenagórica, ya que si no fuera por ésta, Sor Juana no hubiera escrito su famoso texto «Respuesta a Sor Filotea», que como todos sabemos es de gran valor para el estudio de la vida de la poetisa novohispana.

Detalle de la Exposición tem poral en el Centro C ultural Isidro Fabela.

Niñas, viudas, mozas y esclavas en la clausura monjil

N u r ia S a la za r S im a r r o C u a n d o e s c u c h a m o s o l e e m o s la frase «convento de monjas» y añadim os a esa idea, lo que por experiencia sabemos,... al tratar de dar vida a este espacio, cerrado a los ojos de curiosos, d e pro p io s y extraños evocam os sin d u d a im ágenes de m ujeres que vestidas de hábito m onacal dedican su vida a la o ración. Las p alab ras q u e en « co nvento, d e, m onjas», a p a re c e n in d iso lu b le m e n te u n id a s, m u c h as veces nos im piden penetrar en esas instituciones religiosas pobladas m ayoritariam ente por laicas. Nos referimos directam ente a los conventos fem eninos m e x ic a n o s,1 q u e a s e m e ja n z a d e los a n d a lu c e s , e ra n verdaderas ciudades que se desarrollaban al interior de la urbe.2Dos grupos convivieron cotidianam ente dentro de los m u ro s c o n v e n tu a le s: seg lares y relig io sas. A m bos se

1 Incluyo por lo m enos a las concepcionistas, agustinas, jerónim as y clarisas; éstas últim as tam bién practicaron la vida particular de acuerdo a las últim as investigaciones realizadas por: M ina Ramírez M ontes, «Del hábito y de los hábitos en el convento de Santa Clara de Q uerétaro» en M emoria del II Congreso Internacional E l M onacato Fem enino en el Im perio Español. M onasterios, beateríos, recogim ientos y colegios, M éxico, Centro de Estudios de H istoria de M éxico CONDUM EX, 1995. 2Antonio Bonet Correa, A ndalucía Barroca, Barcelona, España, Editorial Polígrafa S.A., 1978, p. 64.

c a ra c te riz a ro n p o r la d e s ig u a ld a d social, q u e g e n e ró diferencias funcionales y de condiciones materiales de vida que derivaron en complicados conjuntos arquitectónicos. Vamos a concentrarnos hoy en el estudio de la población laica de algunos conventos novohispanos, in teg rad a por n i ñ a s , v i u d a s , m o z a s y e s c l a v a s . Analizar la parte que les corresponde en el escenario claustral, es suficiente para e n te n d e r la im p o rta n c ia d e esas o t r a s m u j e r e s e n la configuración del am biente barroco que dom inó la mayoría de las clausuras fem eninas novohispanas.3 La presencia de seglares en las com unidades fem eninas fue u n hecho, a pesar de las prohibiciones de las reglas, de los obispos o de las autoridades eclesiásticas que regían la vida conventual. El estudio de los conventos partiendo del terreno de la legalidad, im preso en docum entos oficiales, es u n arm a de dos filos; en ellos p u ed en encontrarse las teorías utópicas de la época, las m etas espirituales de una sociedad cambiante y en proceso de formación de nuevos paradigmas. Pero no debe confundirse el deber ser con el ser, ya que en esos docum entos no p u ed e estudiarse lo que ocurrió en el m arco de la realidad histórica. En los casos analizados para desarrollar este tem a, las ordenanzas son el m ejor in stru ­ m ento para conocer lo que no ocurrió. La diferencia se deriva del proceso de adaptación de las autoridades novohispanas a las particularidades americanas, ya que alg u n as de las n o rm as o ccid en tales resu lta ro n inoperantes para el desarrollo de la sociedad mestiza que se estaba forjando.

■'La investigación realizada sólo representa un acercam iento al tem a, que promete ser m uy fecundo.

Las niñas P aradógicam ente las contradicciones en tre la teoría y la práctica, se dieron incluso en aquellas órdenes religiosas que a pesar de que consideraban la ensenanza como u n a de sus prerrogativas, su regla les prohibía la adm isión de niñas. Nos estam os refiriendo a las concepcionistas que llegaron a la N ueva España a solicitud de fray Juan de Zum árraga para apoyar la educación de la mujer,4 pero cuya regla expresa­ m ente ordenaba: «No entren dentro de la clausura niños, ni niñas, por la inquietud que esto trae consigo».5 También se oponían a ello las «Constituciones». Entre las elaboradas para el convento de Jesús María de México,la quinta ordenanza aprobada por el arzobispo Pedro Moya de Contreras prohibía que: «...por ninguna vía, agora ni en n in g ú n tiem po, haya ni pueda haber niñas, ni pupilas de n inguna edad, para que con m ayor puntualidad y pureza se guarde y observe la regla de la Limpia Concepción, no ocupándose en ejercicios ajenos della.»6 4 M aría C oncepción Amerlinck de Corsi,«Los primeros beateríos novohispanos y el origen del convento de la Concepción» Boletín de M onumentos Históricos, núm. 15 octubre-diciem bre 1991, M éxico, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Coordinación N acional de M onum entos Históricos, p. 18. 5 Regla, y ordenaciones, de las religiosas de la limpia e inmaculada C oncepción de la Santísim a Virgen Nuestra Señora, que se ha de observar en los conventos d el dicho Orden de la ciudad de M éxico la Concepción, Regina Coeli, Jesús María, Nuestra Señora de Balvanera, la Encarnación, Santa María de Gracia, y Santa Inés, y a fu n d a d o s con los demás que se fundaren subordinados a la obediencia del Ilustrísimo Señor Don Francisco M anso y Zúñiga, arzobispo de ¡a dicha ciudad, del Consejo de su M a g esta d y de! Real de las Indias, y a la de los llustrísim os sus sucesores. Im presa en el año de mil seiscientos treinta y cinco, y nuevam ente reim presa a solicitud de la abadesa actual del dicho Convento de la Purísima Concepción. M éxico, en la Im prenta M atritense de Don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, 1779, p. 49. ‘ F rancisco Paso y T roncoso, E pistolario de ¡a Nueva España. 1505-1818, M éxico, A ntigua librería Robledo de José Porrúa e hijos, 1940, t. XII, pp. 71-72. A pesar de las determ inaciones del ordinario, los fundadores de Jesús M aría habían pensado en una institución mixta: convento-colegio y las niñas convinieron con las

Las constituciones del arzobispo entraban en contradicción con las de los fundadores, que incluían en el m onasterio las funciones de u n colegio que llam aron de N uestra Señora del Rosario. La flexibilidad im peró desde los orígenes del m onacato fem enino en América, ya que el m ism o Pedro M oya de Contreras como m uchos otros prelados autorizó el ingreso de niñas, em pezando por su pequeña sobrina que form ó parte de la población del convento de Jesús María, d esd e el día de su fu n d ació n . A lgunas p u p ilas fu ero n adm itidas por ser huérfanas, considerando el peligro que corrían.7 La m ultiplicación de casos sem ejantes aum entó el núm ero de las laicas en la clausura. O tras órdenes religiosas a pesar de tener fam a de estricta observancia, practicaron tam bién la docencia, en el convento de C orpus Christi, por ejemplo, se estableció un niñado para las aspirantes que no habían cum plido aún quince años y por lo tanto no podían entrar al noviciado.8 Las clarisas de Q uerétaro tam bién tuvieron niñas; en esta com unidad las seglares contribuyeron a generar divergencia en el atuendo, ya que las niñas igual que las religiosas y las novicias acudían al torno para com prar -a través de la servidum bre-, calzado, vestido, com ida y adornos para sus habitaciones.9 Entre las clarisas,fueron reiteradas las prohibiciones del uso de vestidos de seda, joyas de oro, perlas, piedras preciosas y dem ás religiosas por lo m enos hasta 1774. En esta fecha el rey expidió una cédula en la que im ponía la V ida Com ún, en forma definitiva, lo que obligó al convento de Jesús María a realizar obras de adaptación, para separar a las pupilas de la clausura. Ver Salazar, Nuria, «R epercusiones arquitectónicas en los conventos de m onjas de México y Puebla a raíz de la im posición de la vida común» en A rte y cohersión. M éxico, UNAM , IIE 1992, pp. 123-148. Prim er Coloquio del com ité M exicano de Historia del Arte. 7 Ramírez M ontes, op. cit., p. 570. * Ann Miriam GallaGHER, R.S.M. «Las m onjas indígenas del m onasterio de Corpus Christi, de la Ciudad de México: 1724-1821» en Asunción Lavrin (com piladora), L as m ujeres Latinoam ericanas P ersp ectiva s históricas, México. Tierra Firme - Fondo de Cultura Económica, 1985, p. 183. '' Ramírez M ontes, op cit., p. 566.

adornos profanos,10 con la intensión de controlar los efectos de la m oda y buscar la sencillez. Las niñas aparecen m encionadas en m últiples ocasiones, pero sólo conocemos los nom bres de algunas que p o r su im portancia social destacan en los textos de la época. Tal es el caso de Micaela de los Angeles, hija ilegítima de Felipe n, que vivió en el convento de la Inm aculada C oncepción (el prim ero que se fundó en América) desde los dos años de edad (Micaela entró al m onasterio hacia 1572). Esta pequeña fue trasladada al convento de Jesús M aría de México en el m om ento de su fundación (1580), en com pañía de la m adre Isabel Bautista, q uien le servía de aya y que había sido nom brada prim era abadesa de Jesús M aría.1lO tra pu p ila ilustre de Jesús María fue M aría Isabel de San Pedro, que estuvo en el niñado entre los nueve y quince años y que fue hija de Pedro Cortés, M arqués del Valle.12M aría de los Reyes de 13 años, tam bién había sido adm itida en el n iñado de Jesús María, su padre Pedro Ruiz de Prieto se com prom etió al pago de 100 pesos anuales para sus alim entos.13 Los conventos garantizaban la educación de las pequeñas que eran atendidas por las pedagogas. Este cargo se introdujo en la tabla de oficios d esde el siglo XVII. U na de tantas pedagogas, M aría A ntonia de Santo D om ingo, «enseñaba a

10 Ram írez M ontes, op, cit. p. 567. 11 M icaela de los Angeles, adem ás de ser hija de Felipe II, era la sobrina de M oya de Contreras, m encionada más arriba. Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental plantado y cultivado p o r la liberal benéfica m ano de los m uy católicos y p od ero so s reyes de España, nuestros señores en su m agnífico R eal Convento de Jesús M aría de M éxico: de cuya fun d a ció n y progresos y de las prodigiosas m aravillas y virtudes, con que exhalando olor suave de perfección florecieron en su clausura la venerable madre M arina de la Cruz y otras ejem plarísim as religiosas. M éxico, Juan de Ribera im presor y m ercader de libros, 1684, f. 18. 12 Sigüenza, op. cit., p. 186. 15 La intensión de sus padres: Pedro Ruiz de Prieto y M aría de Loaisa pretendían que después ingresara al noviciado. Archivo Histórico de Notarías I , Francisco de Arceo, 21 de febrero de 1624.

sus discípulas... con tan gran cuidado, caridad y am or como si fueran nacidas de sus entrañas.14 D espués de su educación las niñas tenían la opción de profesar o de salir del claustro para contraer m atrim onio, asegurando a su cónyuge la más dedicada formación. O tras perm anecían solteras en el convento sin tom ar u n a decisión; tal es el caso de Josefa Ramírez reclusa en el convento de San José de Gracia, quien a pesar de contar con u n a dote desde 1729, 37 años después no había gozado de ella.15Así sucedía con m uchas de las niñas que ingresaban al convento. H asta ahora nos hem os referido a niñas en edad de recibir instrucción; de las m ás p eq u eñ as casi no se o cu p an las fuentes. A diferencia de lo que hoy se conoce sobre la im portancia de la educación d u ran te los prim eros años de vida, entonces se m enospreciaba. El III Concilio Provincial Mexicano celebrado en 1585, recom endó a las superioras, vicarias y abadesas o preladas de los m onasterios, que bajo n in g ú n pretexto consintieran la entrada de niños o niñas pequeñas;16 pero m ás adelante, el ingreso de los pequeños en la clausura fue algo usual. En 1708 se publica en México el texto de Andrés de Borda, quien después de 22 años de estudio de otros autores, hizo u n com pendio de norm as de conducta, para la adecuada práctica de los votos de pobreza, obediencia, castidad y clausura y respecto a éste últim o declara, que «Niños y N iñas que no h an llegado a la edad de siete años, p u ed en entrar, y salir en la Clausura. Lo prim ero porque las Leyes Eclesiásticas, qual lo es ésta, no obligan antes del uso de la razón. Lo segundo, p orque [...] el fin m ás principal de prohibir la Iglesia la entrada en la C lausura de 14 S ig U e n z a , op. cit., ,s A G N , O b r a s P ía s . v . 2 , f. 3 6 7 -3 6 8 .

16 Concilio ¡II P rovincial M exicano celebrado en M éxico e l año de 1585 confirm ado en Roma p o r el Papa Sixto V y mandado observar po r el gobierno español en diversas reales órdenes, M é x ic o , E u g e n io M a llc f e r t y C o m p a ñ ía E d ito r e s . 1 8 5 9 . f. 275.

las Religiosas, es quitarles la ocasión que p u ed a incitarlas a pecar: Y como los Niños, y N iñas antes del uso de la razón son incapaces de m over a pecar, p u ed en éstos entrar»...17 En general la presencia de las niñas, que sí vivían en el convento, causaba distracción a las religiosas, ya que éstas se ocupaban no sólo de su educación, sino tam bién del arreglo personal de las pequeñas. Esto era m uy com ún entre las viudas que ingresaban a los conventos con sus hijas. Un ejem plo de ello lo tenem os en M arina de Navas, la cual fue adm itida como novicia de Jesús María, habiendo enviudado dos veces. La acom pañaba su hija Juana de doce años,18cuya belleza sirvió a su m adre de diversión, pues se esm eraba «en añadirle herm osura con el adorno, no reparando que con estas ocupaciones se la quitaba a su alma, ni el que en ello gastaba los ratos que se le debían al exercicio santo de la oración, y al estudio que le incum bría del instituto y reglas que profesaban»19

Las viudas La M adre M arina de la Cruz, que así se llamó al profesar la viuda de Navas, fue u n a m onja ejemplar, y como ella hubo m uchas m ujeres m ayores que ingresaron a los conventos aprovechando que a pesar de que las ordenanzas expresa­ 17 Andrés de Borda, Práctica de confesores de monjas, en que se explican los quatro votos de obediencia, pobreza, castidad y clausura, p o r modo de diálogo, M éxico, Francisdo de Ribera Calderón, 1708. f57-57v. 18 Aunque Juana Flores de Navas ingresó al convento porque su madre deseaba que fuera religiosa, no sabem os a ciencia cierta si fué adm itida inm ediatam ente como novicia, pero si que falleció antes de profesar, ya que su nombre no aparece en el libro de profesiones. La quinta ordenanza de las C onstituciones que el arzobispo Pedro M oya de Contreras redactó para el convento, dice que «las doncellas que obieren de entrar tengan quince años cum plidos para com enzar el año del noviciado...» Francisco Paso y Troncoso. Epistolario de la Nueva España, 1576-1596. M éxico, Antigüa librería Robledo de José Porrúa e hijos, 1940. Tomo XII, P. 71. 19 Sigüenza, op. cit. f. 68v. - 69.

m ente prohibían que se adm itieran cuarentonas o viudas, existía la posibilidad de entrar «con gran consideración y evidente beneficio y utilidad de la casa a juicio del prelado».20 N o todas las viu d as que se u n ie ro n a las co m u n id ad es religiosas, profesaron, y como ésto no estaba reglam entado, la posibilidad abrió u n nuevo canal de diversificación social en lo claustros. En teoría no había posibilidad de desconocim iento del marco legal de los conventos ya que todas las disposiciones señalaban los periodos de lectura de las reglas. El obispo Pedro Moya de Contreras ordenó que las constituciones se leyeran «El prim er viernes de todos los meses del año».21 Las clarisas y jerónimas debían hacer lo mismo, durante los meses de enero, mayo y septiem bre.22 Si efectivam ente se hacía la lectura, ésta resultaba inútil en lo que se refiere al ingreso de laicas en los conventos, pues siguieron en au m en to y su presencia se consideró inquietante sobre todo cu an d o su núm ero sobrepasó al de las profesas. Por ello se dictaron norm as precisas para controlar su adm isión. Sólo po d ían ingresar tras com probar sus méritos, su hon rad ez y b u en a fama, m ediante el voto unánim e de toda la com unidad y la autorización del provincial, del obispo o del vicario visitador. D u ra n te su g o b iern o , a p rin cip io s del siglo XVIII, «el arzobispo José Lanciego y Equilaz, inició una cam paña de 2,1 P a s o y T r o n c o s o , op. cit., s e g u n d a o r d e n a n z a ., p. 71. 21 P a s o y T r o n c o s o , op cit., d é c im o q u in ta o r d e n a n z a , p. 7 4 . 22 Constituciones Generales, para todas Ias monjas descalzas de la primera regla de Santa Clara, y para las Recoletas, así de la segunda regla de Santa Clara, Urbanis-tas como de la purísima Concepción y Tercera orden sujetas a la obediencia de la Religión de San Francisco. Hechas en el Capítulo general celebrado en roma a 11 de junio de 1639 en que fu e electo en Ministro General N. Reverendísimo P Fr. Juan Merinero . M é x ic o , M a ria n o O n tiv e ro s , 1822, p 2. y Regla y constituciones que por autoridad apostólica deben observar las religiosas jerónim as del convento de San Lorenzo, de la ciudad de México R e im p re s a s a s o lic itu d d e la M R M M a ría d e la L u z d el S e ñ o r S an J o a q u ín , p rio ra a c tu a l d e d ic h o c o n v e n to , q u ie n las d e d ic a a s u in s ig n e p a d re el m á x im o d o c to r d e la Ig le sia S a n J e r ó n im o M é x ic o , I m p re n ta d e M a ria n o A ré v a lo , 18 4 7 , p 120

expulsión de m ujeres casadas y viudas». A m ediados de esa m ism a centuria el obispo Juan M anuel García de Vargas y Rivera emitió u n decreto contra la estancia de viudas y criadas en el convento de la Encarnación.23 ¿Por qué no se cum plían las ordenanzas?, una buena parte de la población adulta fem enina ¿prefería el encierro a los m alos tratos que recibían en sus casas?, otras ¿deseaban participar de la vida espiritual o la paz que en teoría se vivía en el claustro?, o ¿habían decidido cam biar de vida por estar solas, o p o r te m o r a q u e d a rs e sin b ie n e s al n o sab er adm inistrarlos, cuando se quedaban viudas?. El resultado fue que la presión social orilló a la adm isión de m uchas mujeres. La tolerancia perm itió la presencia de niñas y m ujeres m ayores en los claustros hasta 1774, año en que el rey Carlos III ordenó su expulsión de todos los conventos de su juris­ dicción. En te o ría, sólo h a b ía q u e d a d o ex cen to d e la exclaustración de las niñas el convento de Jesús María porque estaba previsto su papel educativo desde los estatutos de su fun dación.24 La o rd en fue tajante pero su cum plim iento relativo. En Santa Clara por ejemplo, perm anecieron 208 niñas que no fueron enclaustradas por enferm edad, p o r su avanzada edad, p o r su habilidad en asuntos contables o culinarios, p or ser buenas enferm eras o secretarias, o p o r sus dotes musicales.25

*' Pilar G onzalbo Aizpuru, Las m ujeres en la Nueva España. Educación y vida cotidiana M éxico, El colegio de M éxico, 1987, pp. 241-242. Hem os tratado am pliam ente este tem a en: La vida com ún en los conventos de m onjas en la ciudad de Puebla, Puebla, G obierno del Estado de Puebla, Secretaría de cultura, 1990. (Biblioteca A ngelopolitana V). y en «Repercusiones arquitectónicas en los conventos de m onjas de M éxico y Puebla a raíz de la im posición de la vida com ún», A rte y Coerción Primer coloquio del comité M exicano de H istoria del Arte, M éxico, Universidad Nacional Autónom a de M éxico, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1992, pp. 123-147. 25 Pilar Gonzalvo, op. cit., p. 250.

Las mozas En cuanto al ingreso de mozas a la clausura, debe haber sido sim ultáneo a las fundaciones; u n ejem plo lo tenem os en S a n ta B eatriz d e Silva, f u n d a d o r a d e la o rd e n d e la Inm aculada Concepción, la cual estuvo 30 años encerrada en el M onasterio de Santo D om ingo el Real en Toledo, con sólo dos criadas que la asistían.26 Esto se explica por qué la orden concepcionistas era de regla suave. Busquem os otro ejemplo. La regla de las descalzas dice que: «...no podrá haber criadas, ni freilas, o donadas sirvientas, sino que las Religiosas se h an de servir a sí mismas, y tienen de hacer todos los oficios de la casa p or sem anas, conform e al orden de la tabla que se tiene de echar todos los sábados.»27¿Qué pasó en la práctica? que la ayuda de las mozas fue una constante entre las clarisas novohispanas. La convivencia de las religiosas con m ozas de servicio puede explicarse, como una forma de aligerar a las prim eras el trabajo cotidiano, o como una garantía de que las profesas cu m p lie ra n con su fu n ció n esp iritu al sin d istracciones dom ésticas; p ero es m ás p ro b ab le que se trate d e u n a reproducción de las formas de la vida citadina. El acceso de las criadas a la clau su ra d e p e n d ió de la autorización Papal,28del provincial de la orden, del obispo o del vicario visitador, según estuvieran sujetas a unos u otros. En cualquiera de estos casos, la solicitud form al se hacía después de haber sido adm itida por la com unidad religiosa. 26 Regla, y ordenaciones, op. cit., prim era parte, s/p. 27Constituciones Generales, p a ra todas las m onjas descalzas de la prim era regla de Santa Clara, y p a ra las Recoletas, a sí de la segunda regla de Santa Clara, Urbanistas com o de la Purísima concepción y Tercera orden sujetas a la obediencia de la Religión de San Francisco. Hechas en e l Capítulo genera! celebrado ebn Rom a a 11 de ju n io de 1639 en que fu e electo en M inistro G eneral N. R everendísim o P Fr. Juan M erinero., M éxico Mariano Ontiveros, 1822, p. 10. 28 Esto sucedía en el convento de Santa Clara de Querétaro. Ram írez M ontes, op cit. p. 568.

C uando se trataba de criadas particulares, las religiosas que estaban sujetas al ordinario le escribían una carta explicando su necesidad y si lo dicho era confirm ado por la abadesa, el obispo norm alm ente lo autorizaba prohibiendo que la criada saliera de la clausura sin licencia. Para m archarse, ya sea por enferm edad contagiosa o por otra razón que se considerara indispensable, cada asunto se ponía a consideración de las autoridades eclesiásticas correspondientes. La labor de las criadas era u n a p arte im p o rtan te del funcionam iento adecuado del convento, no sólo en cuanto al trab a jo d o m éstico , sino ta m b ién en las a ctiv id a d es religiosas, ya que ellas mism as avalaban la fundación de cofradías, o participaban en la m anufactura y cuidado de las im ágenes o de los altares, adem ás de tom ar parte en las oraciones com unitarias. Sirva como ejemplo la fundación de la Cofradía de N uestra Señora del Rosario en el convento de la C oncepción de Puebla. La m adre María de Jesús, -mejor conocida como el lirio de Puebla- «fervorizó a las profesas, anim ó a las criadas, y com enzó a disponer entre todas ellas la H erm andad ...» Como es lógico la idea fue apoyada por los dominicos. Uno de ellos pidió a Sor María de Jesús: «que hiciese dos memorias, o listas, la una de las religiosas y la otra de las sirvientes que deseaban congregarse en la nueva C ofradía... en cuyos libros pertenecientes a su Archicofradía del Rosario escrivió (sic) los nom bres de todas las M onjas o criadas, que le refirió en un catálogo hecho por la vigilancia y la plum a de la M adre M aría de Jesús».29 Los docum entos revisados dem uestran que la presencia ” Francisco Pardo, Vida y virtudes heroycas de la madre María de Jesús, religiosa p rofesa en e l convento de la limpia concepción de la Virgen M aría N. Señora de la ciu d a d de los angeles deducida de las informaciones auténticas, que el Ilust.m o y E x.m o Señor D diego de Ossorio de Escobar y Llamas, obispo de esta D iócesis hizo en esta m ism a Cesarea Ciudad M éxico, Viuda de Bernardo Calderón, 1676, f. 187 v. 188.

de las m ozas en los claustros fue significativa, pues ocupan un espacio im portante en los relatos de las vidas de las monjas ilustres; aunque m uchas veces lo que se pretende es destacar la vida y obra de una religiosa virtuosa. Tal es el caso de la m adre Isabel de San José, originaria de Celaya, M ichoacán y profesa m uy penitente del convento Real de Jesús María, se mortificaba con ayunos y disciplinas y para que estas últimas fuesen más efectivas, se valía de una criada a la que después prem iaba.30 El papel de sayón entre las criadas fue m uy com ún, ya que las religiosas, identificadas con su esposo Jesucristo, buscaban a toda costa experim entar los sufrim ientos de la pasión, asum iendo en carme propia la obra de la redención. La m adre Francisca de San Lorenzo31 tenía fama de penitente y trataba su cuerpo con un rigor excesivo. [He aquí u n texto que es producto de la espiritualidad barroca:] Dice Sigüenza que: «Sus disciplinas fueron siem pre tan co n tin u ad as, y rigurosas que dejaba el suelo y las paredes llenas de sangre, y pareciéndole algunas vezes (sic) el que no castigaba a su cuerpo com o debía, se valía p ara este m inisterio de los sirv ie n tes que ju sg ab a d e m ay o r fu erza, las q u ales lo exercitaban como si fuesen verdugos, de que les quedaba la b uena Religiosa en tanto agradecim iento que les retornaba los regalos que podía por sus crueles golpes: Con estos, y con los de m uchas enferm edades, y pesadum bres se labró a si propia la corona que ten d rá en el cielo, y que sólo se consigue fácilmente de aqueste m odo»32 Intencionalm ente incluí aquí este últim o párrafo para que no sólo conste una de las actividades realizadas por las mozas, sino tam bién para que sirva para com prender la proyección espiritual de estas prácticas. 1,1 Sigüenza, op. cit., p. 167 v. 11 Quien profesó en 14 de enero de 1629. Sigüenza, op. cit., p,. 185 ' 2 Sigüenza, p. cit., p. 185 v.

O tro caso sobresaliente es el de la m adre M arina de la C ruz que aliviaba con sus palabras a toda la com unidad y tam bién se com padecía de las criadas. En u n a ocasión adivinó la zozobra que invadía a María de San Juan, negra sirviente del convento de Jesús María a raíz de u n sueño que la negra había tenido; ella la consoló y le devolvió la paz. En otro m om ento hizo todo lo que estuvo en sus m anos p o r im pedir el entierro de u na criada que los médicos y enferm eras dieron por m uerta y que ella aseguró que estaba con vida; como se dem ostró al día siguiente cuando se observó que la tierra estaba m ovida y el cadáver en otra posición. A la ayuda que brindaban las mozas de la clausura, se sum aba la de otras externas que no tenían acceso al convento pero que eran indispensables, p ara d ar recados y hacer m andados o cerrar la portería exterior del convento. El papel de m ensajera tam bién se ejecutaba cotidianam ente al interior ya que había conventos m uy grandes. Del de Jesús María, se decía que por la cantidad de patios, aposentos y celdas, podían pasar m uchos años sin que hablaran unas m onjas con otras.33 Si alguna religiosa estaba enferm a, acudía a su criada para ser auxiliada. La m adre M aría de San Nicolás, que tenía el d o n de la profesía, u n día que estaba enferm a, envió a su m oza para avisar a la abadesa, que una novicia influenciada por el dem onio, había entrado en secreto a los corrales, vestida de secular, y estaba rom piendo una pared para fugarse.34 Las crónicas del siglo XVII que relatan la vida de los conventos de las religiosas, coinciden en elegir a las mozas o esclavas com o protagonistas de eventos sobrenaturales; d estac ar aquellas vivencias en sus relatos, llevaba u n a intención m oralizante que reiteraba las enseñanzas de las sagradas escrituras. En el nuevo testam ento Cristo escoge a " Sigiienza, op. cit., f. 144. 14 Sigiienza. op. cit.. p. 164.

los pescadores como sus principales colaboradores. En los conventos, la Virgen otorga sus favores a las más sencillas de la com unidad. Destacamos aquí algunos hechos. En el convento de la Inm aculada Concepción de Puebla, u n a de las criadas se qu ed ó rezan d o en el coro d esp u és de la celebración del prim er octavario de la Virgen, la escultura inclinó la cabeza tres veces hacia d o n d e estaba ella. Su reacción en la prim era ocasión fue de rechazo a lo que percibían sus sentidos; la segunda vez se sobresaltó pero concluyó que se trataba de un engaño de la vista o de la imaginación; la tercera se levantó con rapidez y «huyó velozmente» saliendo del coro hacia su dorm itorio bañada en lágrimas y tem iendo la m uerte. La joven se hallaba confundida entre la d u d a y el gozo, entre la adm iración y el miedo, antes de que Sor M aría de Jesús le hiciera com prender que se trataba de una señal de afecto y u n reconocim iento a sus hum ildes súplicas.33 O tra criada del mism o claustro llam ada Juana de San Nicolás, se encargó de recoger limosnas dentro y fuera del convento para com prar una lám para de plata para N uestra S eñora del Rosario, y ella m ism a fue la en c a rg a d a de m antenerla encendida en el altar que se había hecho en el coro alto. Como era de aceite, un día a pesar del cuidado que ponía derribó el recipiente que estaba lleno hasta arriba; para consolarla, la M adre María de Jesús «tem plando el dolor de la mosa de servicio» le dijo que levantara la taza «y la halló tan llena de aceyte, como al coro la había llevado, sin que se hubiera d erram ad o u n a sola gota del licor, que tenía, ni quebrado, o sentido por parte alguna la taza».36 Una criada más del convento de la Concepción de Puebla, que era «parda de nación y polonia de apellido» enferm ó de erisipela.37 Los médicos la desahuciaron pero ella llamó a la ” Sigüenza. op. cit.. p. 185 \ 1 Pardo, op. cit.. f. 189 \ - 190. Inflam ación cutánea acom pañada de fiebre

m adre María de Jesús, quien le devolvió la salud. O tra criada del m onasterio que era india ladina, padeció un dolor tan intenso de estóm ago y de pecho que entorpecía su respi­ ración. Con el tiem po perdió movilidad, quedó contrahecha e im pedida del uso de m anos y pies. De todo esto se curó después que tom ó una poca de tierra mezclada con agua de la sepultura de la M adre María de Jesús.38 A unque las domésticas no representan un papel protagónico en la sociedad de la época, ocupan un lugar significativo en la vida cotidiana. Las ocupaciones de las mozas abarcaron una am plia gama de actividades: barrer,39 trapear, limpiar, acomodar, guisar, lavar, transportar paquetes de u n lugar a otro, cuidar la huerta, traer y llevar recados, y rezar. En la portería ayudaban a entrar objetos, ropa, o alim entos y sólo pedían ayuda cuando no la podían cargar entre varias. Leña, carbón y m ateriales p ara co n stru cció n in g resab a n a la clausura a costa de cargadores o albañiles autorizados y vigilados.40 Las criadas tam bién po d ían ay u d ar en la en ferm ería, acom pañar y auxiliar a las m onjas sin salud o m an ten er encendidas las lám paras de los altares. Ejercieron al mism o tiem p o los oficios de v erd u g o s, cofrades, p a n a d e ra s y cam paneras. Unas del convento de jesús María, tocaron las cam panas anunciando el deceso de «Inés de la Cruz, cuando en su C onvento de Carmelitas aún no se habían persuadido de que estaba m uerta».41 Las criadas d eb ían v estir com o seglares « h o n esta y ’* Pardo, po. cit., f. 243-244 v. ” Pardo, op. cit., f. 237. *' Regla y constituciones que por autoridad apostólica deben observar las religiosas jerónim as del C onvento de San Lorenzo, de la ciudad de México: Reim presas a solicitud de la M R M María de la Luz del Señor San Joaquín, priora actual de dicho convento, quien las dedica a su insigne padre el m áxim o doctor de la Iglesia: San Jerónim o. M éxico, Im prenta de M ariano Arévalo, 1847, p. 45. 41 Sigüenza, op. cit., p. 152.

religiosam ente»42. U na de las novicias que in g resaro n al C onvento de Jesús María de México en 1699, recibió de su m adre ajuar con todo lo necesario para vestirse y am ueblar su celda. Iba acom pañada de Sebastiana quien también contó con dos camisas de holandilla de China, unas naguas de «cam baia», u n rebozo y u n as m edias de B ruselas. A la comitiva de Angela Ignacia de San Jerónim o hay que añadir dos criadas, con lo necesario para confeccionar su vestuario: 4 camisas, naguas, dos pares de medias, bram ante, seda para coser, bayeta azul, galón, guarnición, presillas y botones.43 La ropa tiene un tiempo limitado de duración, y era necesario renovarla periódicam ente. A m ediados del siglo XVII en el convento de clarisas de Q uerétaro, cada criada recibía 13 ó 14 pesos al año para renovar su vestuario.44Esto suponía una carga para los conventos. Sor Inés de la Cruz, al prom over la fundación del convento de San José de Carm elitas descalzas, arg u m en ta que las concepcionistas difícilmente p u ed en alcanzar los ideales de la vida religiosa, por ser m uy populosos, y dice que: «siempre me han parecido los Conventos grandes, como un pueblo de m uchas naciones, con la m ultitud de mosas, y criadas que han entrado de tantos géneros de metales; y lo malo es que cada M onja tiene dos, y tres, y las m ás tan forzadas que buscan cada día por d o n d e huyrse». y agrega «Dixo una Religiosa que el Rey del infierno llamó a consulta a todos sus Sátrapas, y Ministros para pedirles su parecer acerca de cómo relaxaría los Conventos de Religiosas, y después de m uchos votos, y gritos salió decretado que les diese mosas, y assi se ha visto que ha sucedido, pues tienen más inquietudes, y pleytos por ellas, que tuvieran en sus casas con la familia.45 42 Ram írez M ontes, op. cit. p. 568. 4'A G N , Civil, vol. 83, s/f. 44 Esta inform ación se desprende del libro de cuentas del mayordomo Francisco Arias, que corresponden a 1662-1664 Ramírez M ontes, op. cit., p. 566, 572. 45 Sigüenza, op cit., f. 145 v.

Sigüenza dice al respecto que: «en conocim iento de lo que es com unidad de m ujeres, (...) nunca falta quien con la luz se ciegue por gustar de sombras».46 A unque en el párrafo anterior se m encione que algunas mozas habían sido forzadas a entrar a los conventos, sabemos de otros casos en que cuando alguna criada desaparecía, preguntaban por su paradero en los conventos de monjas, lo cual nos induce a pensar que no era una mala opción.47 Com o no se logró controlar el ingreso de seglares, fue necesaria u na estrecha vigilancia por parte de las profesas. En m ayo de 1693, a la vista de toda la población fem enina de los conventos de la arquidiócesis de México, se colgó en las puertas de los coros bajos, una am onestación que el arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas, dirigió a ±odas las religiosas de su jurisdicción. En ella se censuraban las am istades que con el título de devociones, se daban dentro y fuera de la clausura. El docum ento quedó fijo como un recordatorio cotidiano, con am enaza de excom unión m ayor a quien lo quitara o rompiera. Se encargó principalm ente a las abadesas y prioras, que evitaran semejantes devociones que «tenían las religiosas unas con otras, y éstas con niñas seculares, y las susodichas con m ozas de servicio y éstas unas con otras (por) ser de grav ísim o in c o n v e n ie n te y n o ta b le e scán d a lo y ru in a espiritual».48 El núm ero de las criadas que habitaban la clausura debió ser im portante d u ran te el barroco, ya que uno de los oficios q u e eje rc ía n las relig io sas, d e a c u e rd o al tra d ic io n a l nom bram iento trienal, fue el de M aestra de M ozas, que probablem ente no existió en los albores de las fundaciones, pero que al aum entar la población servil tuvo que imple46 Sigüenza, op. cit., f. 197 v. 47 Sigüenza, op. cit., f. 189. 48 Archivo H istórico de la Secretaría de Salud, Fondo Jesús M aría, sección legajos, exp. 17.

m entarse. H em os detectado este oficio entre concepcionistas, agustinas y clarisas. La m aestra de mozas tenía que ser una monja que mostrara entereza y rectitud para infundir respeto; era la encargada de enseñarles la doctrina cristiana, vigilaba que m antuvieran limpio el convento, que no quebrantaran el silencio, ni dieran ocasión de escánd alo , re z a ra n el rosario, co n fesaran y com ulgaran en los días de fiesta y jubileo. Promovía la paz entre ellas, el respeto y obediencia a sus am as y a todas las religiosas y al cum plim iento de sus obligaciones. Ella las corregía y castigaba caritativam ente si era necesario y sólo en casos extremos acudía a la priora.49 M uchas de las criadas entraban al convento junto con las religiosas, pero otras ingresaban ya sea como u n favor de algún benefactor en cuyo caso se les conocía como donadas; o bien porque ellas mismas pedían ser adm itidas. Algunas d em o straro n ser m u y virtuosas, pero p o r no cubrir los requisitos para ser profesas, m ed ian te votos sim ples se quedaban como herm anas legas. Su obligación era servir en todos los oficios del convento, bajo la dirección de la priora. Petronila de la Concepción, india pobrecita, nativa de Xochimilco, cuando tenía entre diez y doce años huyó de casa de sus padres. Embarcó en la prim era canoa que salía para la ciudad de México y desem barcó en el p u en te de Cozotlán que estaba cerca del convento de Jesús María donde pidió que la adm itiesen como criada. Primero la acom odaron en la panadería, y después pasó a servir a la m adre María c1 la Concepción. Por un buen com portam iento su am a pidió que se le perm itiera hacer los votos simples de las donadas. D esde entonces fue cada día más piadosa y experim entó 49 R egla y constituciones que por autoridad apostólica deben observar las religiosas jerónim as del C onvento de San Lorenzo, de la ciudad de M éxico. Reim presas a solicitud de la M.R.M M aría de la luz del Señor San Joaquín, priora actual de dicho convento, quien las dedica a su insigne padre el m áxim o doctor de la Iglesia: San Jerónim o. M éxico. Im prenta de Mariano Arévalo, 1847, p. 93.

levitaciones que la abstraían a tal grado de la realidad que no se daba cuenta de: «las irreverentes travesuras de las m uchachas que se criaban en el convento, las cuales no sólo le daban gritos, y em pellones para ver si volvía de su sueño, sino que la pelliscaban, y lo que es más doloroso le clavaban en varias partes de su cuerpo m uchas agujas, todo lo cual no era bastante a restituirla al uso de los sentidos, absolutam ente ocupados entonces en celestiales em peños».30 O tra pequeña m uy hum ilde y penitente fue Francisca de San Miguel, india, dotada del don de la profesía. A nunció el m itin del 15 de enero de 1624. También se supo que deseaba intensam ente una im ágen de Cristo a quien profesaba una especial devoción, pero por su pobreza carecía de medios para lograr su deseo. U n día tres indios vestidos de blanco le llevaron a la portería del convento de Jesús María la más herm osa escultura de Cristo que para entonces tenía México; n u n c a se su p o q u ie n le reg alab a ni q u ie n e s e ra n los m ensajeros.51 El n ú m ero de las criadas fue siem pre vigilado p o r las a u to rid a d e s eclesiásticas, u n brev e pon tificio de 1701, aprobado por la Corte española y por el Real Consejo de Indias, autorizaba u n a sirvienta por cada monja, pero a éstas se añadieron las que no eran particulares y que estaban al servicio de la com unidad. La C édula Real del 22 de m ayo de 1774, restringió el núm ero de las criadas a las indispensables y las que sobraban ten ían que ab an d o n ar las clausuras. Pero en este p u n to tam bién abundaron las excepciones. Las reformas derivadas del d esp o tism o de Carlos III fu ero n d rásticas p ero no d efin itiv as ya que u n análisis ex h au stiv o trae a la luz m ú ltip les excepciones. D u ran te el siglo XIX las criadas representaban un núm ero suficientem ente im portante para 5,1 Esta m oza falleció en 18 de junio de 1667. Sigüenza, op. cit., p. 171 v - 174. 51 Sigüenza, op. cit., p. 174-175 v.

requerir de la atención cotidiana de dos m aestras de mozas, en el convento de Jesús María.52 Entre las que se quedaron en el convento de Santa Clara de Q uerétaro, sabemos de u na m ujer que a principios del siglo XIX daba servicio a una m onja y que al hacer su testam ento había d estinado sus alhajitas de oro, plata y perlas, a la m adre Ana Rosalía del Corazón de Jesús, que entonces era la abadesa.53 El oficio de m a e stra d e m o zas sig u ió e x is tie n d o en el c o n v e n to concepcionista d e San Bernardo de México todavía en el siglo XIX, a pesar del decreto real de expulsión del últim o cuarto del siglo anterior.54 La convivencia con las criadas llegó a ser efectiva y quizás m enos problem ática que la de otros grupos de m ujeres, al grado de que en el convento de San Lorenzo, se prefirió prohibir la recepción de legas, donadas y de velo blanco, por ser innecesarias y una carga económica para él. Para entonces ya era un hecho adm itido por las autoridades que en el reino de la N ueva España las religiosas acostum braban a tener criadas a su servicio.55 Con las m ozas convivían tam bién las esclavas, au n q u e am bas prestaban servicios la diferencia radical entre unas y otras, se deriva de su condición libre o de sujeción. En el convento de Jesús María durante las elecciones de oficios que se llevaron a cabo el 5 de octubre de 1850, se dió el cargo de pedagoga a la madre Manuela de la Sangre de Cristo y de maestras de mozas a las madresw María de Jesús de Santa Gertrudis y Soledad del Corazón de Jesús Archivo General de la Nación. Templos y conventos, 2a serie, caja 131, vol. 908, papeles sueltos. 55 Ramírez Montes, op c i t , pp 566-567 54 Sor María Gertrudis del Corazón de Jesús, religiosa del convento de San Bernardo, profesó el lo de diciembre de 1797 y falleció el día 13de enero del año de 1858 Hizo todos los oficios menos Maestra de mozas y Previsora Libro de profesiones del convento de San Bernardo. Colección particular 55 Regla y constituciones que por autoridad apostólica deben observar las religiosas jerónim as del convento de San Lorenzo, de la ciudad de México : Reimpresas a solicitud de la M.R M María de la luz del Señor San Joaquín, priora actual de dicho convento, quien las dedica a su insigne padre el máximo doctor de la Iglesia San Jerónimo México, Imprenta de Mariano Arévalo, 1847, p 72.

Las esclavas Poseer esclavos era u n a costum bre popularizada en el siglo XVII; no era privativa de los dueños de las minas, como se ha dicho repetidam ente, ni de las haciendas o grupos sociales privilegiados con cargos públicos; tam bién estaban al alcance d e los co m ercian tes, arq u itecto s, p a n a d e ro s, etc.; casi cualquiera podía gozar de sus servicios. Resulta difícil para la m entalidad actual que las monjas tuvieran esclavas pero era m u y lógico, si como hem os dicho, en los claustros se reproducía lo que sucedía fuera de el. M uchas veces ellas ingresaban al convento con una ayudante que las había a te n d id o d u ra n te su n iñ ez. Las fam ilias conseguían el servicio de esclavos m ediante transacciones comerciales; su precio oscilaba en tre 300 y 400 pesos de acuerdo a la edad y salud de la esclava. Por ejem plo una m u la ta n o m b r a d a M aría d e la A n u n c ia c ió n , d e aproxim adam ente veinte años, blanca, criolla, y casada con esclavo, se vendió al precio de 330 pesos en 1678.56 M uchas esclavas ingresaban al claustro junto con sus amas y vivían en el mismo conjunto habitacional. O tras ingresaban después, por solicitud de las m onjas que carecían de esta ayuda. Ursula del Sacram ento pidió perm iso al arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas, para que una m ulata llam ada Antonia, ingresara a la clausura para que le sirviera, pues le faltaba criada.57 La m adre M anuela de San C ayetano tenía u n a esclava, que v en d ió en 330 pesos a D on Carlos de Sigüenza y Góngora, en m arzo de 1697.58

Sí' Archivo de Notarías. Balthasar M orante, not. 379, vol. 2509, 1678, f. 223 v.324. V enta de esclava. 57 Esta religiosa era m onja del convento de Jesús María, y se le otorgó licencia el 30 de ju n io de 1685. Archivo Histórico de la Secretaría de Salud. G abeta Y, leg 74 exp. 1487. (A ntigua clasificación). 58 Archivo Histórico de Notarías, Not. 11, Andrés Almoguera, marzo de 1697 f 33 v.

También hubo esclavos al servicio de las m onjas; las de Jesús M aría tuvieron u n m ulato llam ado Juan de San Diego, que había pertenecido a doña Ana Q uijada ya que había nacido en su casa y era hijo de su esclava María. La señora Q uijada ordenó que sirviera en la sacristía d u ran te cinco años, sin la opción de que se pu d iera v en d er o p erm u tar este servicio a otra persona y que después de los cinco años se le diera título de libertad, como en efecto ocurrió.59 Una esclava que honró al convento de Jesús María con su presencia, fue u n a negra criolla llam ada M aría de San Juan. Había sido propiedad del Lic. Alonso de Ecija, C anónigo de la Catedral, quien la donó al convento. Las religiosas pusieron a M aría de San Juan a cargo de la obra arquitectónica, siendo tan eficiente, que ya no fue necesaria la asistencia de la m adre obrera. El tiem po que le quedaba lo ocupaba la esclava en la contem plación de u n a im agen del N iño Jesús. Con el tiem po llegó a te n e r cargos de co n fian za, q u e en teo ría e ra n exclusivos de las religiosas, como el de celadora de las llaves de las azoteas, ya que vigilaba con em peño que ni las criadas ni las religiosas que subían al cam p an ario p ara repicar, conversaran desde ahí con personas del exterior.60 Supo de im proviso que u na im ágen de nuestro señor, estaba siendo atacada por u na mujer, que habían adm itido ignorando que era judía. También tuvo ocasión de rep ren d er al dem onio que u n día interru m p ió la oración d an d o porrazos en el órgano. Estos casos excepcionales eran u n ejemplo para las blancas, ya sea niñas o m onjas que las tenían a su servicio. Ellas como sus padres juzgaban a criadas y esclavas como incom petentes para la vida religiosa y su valor como personas se relacionaba 59 Archivo General de la Nación. Bienes N acionales, leg. 420, exp. 23. Los autos están fechados en 5 de ju n io de 1649. w La esclava M aría de San Juan m urió en el convento de Jesús M aría, el 19 de septiembre de 1634. Sigiienza. op. cit., p. 175 v. - 176.

con su capacidad de trabajo. En transacciones comerciales eran parte del in v en tario de los bienes. En el convento cu a n d o u n a religiosa m oría, su celda era h e re d a d a o adjudicada a otra y la entrega incluía la casa, los m uebles y las esclavas, según se ha d em ostrado en Santa Clara de Q uerétaro. La historia de la M adre María de Jesús, relata otros hechos milagrosos relacionados con la salud de dos esclavas del convento. En ella la religiosa aparece como intercesora, pues es a Dios a quien se adjudican esos favores sobrenaturales. Nicolasa de Rivera m ulata, esclava de la m adre Isabel de Santo Tomás, del convento de la Concepción de Puebla, había enferm ado de una m ortal apoplexia,61 o epilepsia, que le causó la inm ovilidad del brazo y pie izquierdos y le trabó la lengua, «casi difunta e im posibilitada de m ovim iento, fue llevada por otras criadas a su recogim iento, (d o n d e la v isitaro n ) tres m éd ico s, y ciru jan o s, q u e le a p licaro n extraordinarios remedios» que de nada le sirvieron. Recibió después los Santos Oleos y el Viático, su en ferm ed ad se prolongó por un mes. El 24 de noviem bre de 1661 le repitió la Perlesía62 con parálisis del otro lado; entonces la enferm a pidió a señas que le trajeran una poca de tierra de la sepultura de la M. M aría de Jesús y disuelta en agua se la bebió. Enseguida se tranquilizó al grado que otras criadas de servicio y las relig io sas q u e e sta b a n p re s e n te s p e n s a ro n q u e agonizaba. Ella contó después que la m adre María d e Jesús la había curado poniendo sus m anos en todas las partes afectadas, y que le había ordenado ir al coro para dar gracias a Dios y a su madre. Pudo vestirse y cam inar sin ayuda hacia el coro «iva acom pañada de todas las Monjas, y criadas, que atónitas del caso, esperaban el fin del portento». La noticia 61 Pérdida súbita y total de la conciencia y del m ovimiento, ocasionada generalm ente por un trastorno circulatorio de las arterias cerebrales. 62 Parálisis, im posibilidad de movimiento.

impactó a los vecinos y llegó a oidos del obispo Diego Ossorio de Escobar y Llamas, que decidió ir al convento a cerciorarse y después de com probar su estado de salud junto con el canónigo de Catedral y el vicario de las religiosas, llamó al Médico, «el lie. Joseph de Valencia, M édico insigne, que avía asistido a la enferm edad, y curación de la dicha doliente, (y) que a vista de toda aquella C om unidad de Vírgenes, y en concurso populoso de personas Seculares, ... dixo ...: Esta salud, y restauració n rep en tin a de la criada, a sido tan m ilagrosa, que en lo n atu ra l, no es posible, q u e la aya alcansado ... tan sobrenatural llega a ser sanidad como la resurrección de Lázaro».63 Una esclavilla de seis años que estaba al servicio de la M adre Juana de San Nicolás, enferm ó de una viruela tan a g u d a , q u e los d o c to re s la d e s a h u c ia ro n , e s p e ra n d o encontrarla m uerta al día siguiente. Pero la m adre María de San Francisco, conm ovida de la pequeña negrilla, le aconsejó que llamara a la m adre María de Jesús, que acercándose a ella, sin que lo notaran las otras monjas y criadas, le devolvió la salud. Para indagar m ás sobre este hecho las religiosas de más edad interrogaron a la niña para que describiera a la M adre María de Jesús, la cual no podía conocer por haber fallecido m uchos años antes y así lo hizo con toda precisión. Los textos de la época declaran que este hecho había ocurrido a la esclavita por ser «inocente entonces» y que su elocuencia había sido sabia «porque resplandecieran más las grandezas de Dios» y se perfeccionaran «en los labios de los infantes, y con los apoyos de los pequeños y hum ildes».64 Estos favores dirigidos a las esclavas, recordaban que La Virgen se había entregado al Señor como hum ilde esclava, y en esta identificación estas mujeres se reivindicaban, de haber nacido en m odesta cuna. Las esclavas vestían de calle, como 45 Pardo, op. c i t , f. 237 v. - 241 M Pardo, op. cit., f. 241-242.

las mozas. Su atu en d o era recatado: usaban camisa y falda larga, que no llegara al suelo, calzado sencillo y rebozo con el que se cubrían la cabeza. Periódicam ente, el convento destinaba una cantidad para vestir a criadas y esclavas.65 Si las esclavas ingresaban al convento con sus hijitas, éstas últim as se criaban en él, com o le sucedió a la m ulatilla Nicolasa de Rivera.66 Todo esto implicaba u n costo adicional para el convento ya que había que alim entar y vestir a toda su población fem enina. La presen cia de tan h e tero g én ea pob lació n in q u ietó siem pre a las autoridades eclesiásticas, máxime cuando su núm ero rebasaba al de las religiosas. En 1666 la censura llegó a los c o n v e n to s d e clarisas, el co m isario g e n e ra l fray H e rn a n d o de la Rúa se quejó de que los co n v en to s de «México y Q u eréta ro se habían in tro d u cid o costum bres perniciosas», com o la «de tener cada m onja u n a o varias criadas para su servicio». «Según cálculos del franciscano, en el m onasterio de Q uerétaro había cerca de quinientas seglares entre negras, m ulatas, sirvientas y niñas, y m enos de cien monjas». De la Rúa ordenó que sólo se perm itiera una criada por cada diez religiosas, pero finalm ente aunque salieron casi 300 domésticas, conservaron 110:69 criadas para el servicio particular de las religiosas, «ocho criadas y una lega para la cocina; ocho criadas y una lega para la panadería; seis y u na lega para la lavandería, sacristía y otros oficios; cuatro criadas y u n a lega para la enferm ería, cuatro criadas y u na lega para servir el chocolate al salir de prim a y para hacer las camas de las que no les había tocado criada; dos criadas y u na lega para tocar las cam panas, lim piar el coro y M Sólo com o un ejem plo, en 1620 el convento de Jesús M aría destinó un peso (8 tom ines) para el calzado de agustina y cinco tom ines para el de la negra Isabel. Archivo General de la Nación. Unidad Eclesiástica, Serie religiosos. Cuentas Conventos. S. XVI-XVIII. Libro de data del C onvento de Jesús M aría que com ienza desde el 7 de ju n io de 16 18, f. 124. Pardo, op. cit., f. 239.

la parte baja del convento; u n a criada y una lega para limpiar el gallinero com ún y una más para ingresar leña y proviciones y atender descom posturas.67 Las diferencias sociales que hem os señalado, en el interior del convento, se opo n en a la orden de evitar la convivencia de diferentes estam entos y de que no se adm itieran mestizas de nin g u n a clase.68 También parecen contradecir los votos de clausura y de pobreza. Pero la realidad es que los bienes m ateriales, com o la com pra construcción de celdas para cubrir sus necesidades no les pertenecían, sólo tenían derecho a su uso. Así explica la práctica de la «vida com ún» en los conventos concepcionistas, el licenciado Balthasar Ladrón de G uevara, que aboga por las religiosas de Jesús María, cuando se intentó reducir a todos los conventos a la «vida com ún» que ejercitaban las descalzas.69 Las nuevas ideas ilustradas, im puestas d u ran te la segunda mitad del siglo XVIII, afectaron a las esclavas del mismo m odo que a las dem ás m ujeres laicas. La interacción y diversidad de la población fem en in a en los claustros se sancionó, considerada como u n a forma de relajación, contraria a las constituciones, al Concilio de Trento y a la voluntad real. En 1769 Carlos III censuraba los conventos de m onjas calzadas que a su parecer «más bien parecen pueblos desordenados (llenos de criadas y p ersonas seglares) que claustros de m onjas consagradas al retiro, por lo que es p u n to que debe entrar tam bién en la reforma». El cambio de m entalidad que tam bién dom inó a los obispos de esa etapa, buscó la m anera de som eter a esas com unidades barrocas, en su afán de 67 Archivo General de la Nación. Cédulas Reales O riginales, vol 10, exp. 25, f. 7 6 - 7 9 . Vid.. Ram írez M ontes, op. cit. p. 567-169.

68 Paso y Troncoso, op. cit., segunda ordenanza, p. 71. 69 Balthazar Ladrón de G uevara, M anifiesto que e l re a l convento de relig io sa s de Je s ú s M a ría d e M éxico, de e l R ea l Patronato, sujeto a la orden de la Puríssim a e Inm aculada C oncepción, h ace a e l Sa gra d o C o n cilio P ro v in c ia l M éxico. Im prenta de

Don Felipe de Z úñiga y O ntiveros, 1771.

hom ogeneizar para gobernar con m ayor facilidad; actitud típicam ente ilustrada. Las relaciones entre las religiosas y las laicas enclaustradas generaron una convivencia filial y de ayuda m utua, pero ta m b ié n d e g ra n d e s c o n tra d ic c io n e s p a ra la v id a de confinamiento y oración. De pleitos y problemas se sabe poco, ya que no han qued ad o registrados quizás por ser incon­ venientes en las crónicas que persiguen ser modelos a imitar.70 Los intrincados conjuntos conventuales son el resultado del com plejo social que h ab itab a en los co n v en to s. La interacción fem enina en estos espacios aislados del resto del m u n d o , pero incertados en el corazón urbano, d o n d e las norm as fueron adaptándose a las necesidades cotidianas, generaron u n conjunto dinám ico y de gran riqueza vital que hoy podem os calificar de barroco. A lo largo del tiem po se m ultiplicaron los claustros y las erm itas, los pasillos y las capillas, los pozos y las huertas, las fuentes y los aljibes, las escaleras y los entresuelos, los corredores y las terrazas, los la v ad ero s y las cocinas; co n tin u a ro n fu n c io n a n d o con am pliaciones en enferm ería y ropería, corrales y gallineros, contaduría y chocolatero, portería y torno. B arro ca s so n ta m b ié n las d e s c rip c io n e s d e ce ld a s particulares construidas a lo largo de más de dos centurias, sin u n prototipo, cuya am plitud y forma estaban relacionadas con los m edios económicos de las religiosas o de sus familias, y con las dotes artísticas y funcionales de los arquitectos contratados. Celdas de todos los tam años que podían ocupar desde el hueco de una escalera, hasta una residencia de dos pisos con viviendas adicionales para las pupilas y entresuelos para la habitación de criadas y esclavas. 711No hay que olvidar que muchas de las anégdotas aquí consignadas fueron tom adas de crónicas del siglo XVII y para analizarlas es necesario tener en cuenta la intención de cada uno de los autores. La m ayoría de los textos de la época tenían una intensión m oralizante y su proyección real está m atizada con la recreación de imágenes em blem áticas y de m odelos de perfección.

Igual que en el resto de la ciudad, los espacios heterogéneos caracterizaron la habitación de los conventos barrocos, que no eran sólo d e las monjas, sino tam bién d e las n i ñ a s , las v i u d a s , las m o z a s y las e s c l a v a s .

Detalle de la Exposición tem poral en el M useo Nacional del Virreinato.

La música de los retablos: un análisis de los elementos convergentes de las artes en el barroco novohispano

M

ó n ic a

M

a r tí

C otarelo

es producto del inicio de una serie de reflexiones que hem os estado llevando a cabo a partir de la elaboración de la ponencia titulada «San Francisco Javier en Tepotzotlan: la experiencia estética y la cultura barroca», presentada en el Simposio sobre la Com pañía de Jesús en México en la U niversidad Iberoam ericana, en noviem bre de 1990. No pensam os, ni m ucho menos, que esto sea u n trabajo term inado ya que otras actividades han im pedido avanzar en el desarrollo de estas ideas; sin em bargo, consideram os que podrían apoyar al estudio del barroco novohispano en nuestro país. A ctu alm en te, c u a n d o in g resam o s en a lg ú n te m p lo mexicano del periodo barroco, que a través del tiem po ha logrado m antenerse sin alteraciones significativas y en el que aún es posible apreciar elem entos como su fachada, sus retablos, su pintura mural, sus pinturas al óleo y sus grandes esculturas, nos sentim os obligados a p reguntarnos cuáles fueron los motivos sociales que llevaron a ia creación de este m onum ento con determ inadas características y cuáles son los elem entos que im pactaron el ánim o individual y colectivo de la sociedad novohispana que le dio origen. El p re s e n te e n s a y o

Tomemos por ejemplo, un caso sum am ente cercano en estos m om entos a nosotros: el templo de San Francisco Javier del noviciado jesuita de Tepotzotlán. La ig le sia d e S an Francisco Javier era el recinto do n d e se llevaban a cabo los servicios religiosos para los habitantes del colegio jesuita y la com unidad del pueblo de Tepotzotlán. Los feligreses que ingresaban en ella con el objeto de participar en alguna de las celebraciones, experim entaban m uy diversas sensaciones. Sin embargo, éstas no se limitaban a las percepciones causadas por los grandes retablos y las pinturas y esculturas que se encontraban en el interior; a estas motivaciones se sum aban elem entos como la música, el incienso, las vestiduras y la orfebrería litúrgicas cuya u tiliz a c ió n c o n fe ría u n c a rá c te r d e m a g n ific e n c ia y so lem n id ad a las cerem o n ias y, sobre to do, fu n g ía de escen ario p ro p icio p ara serm o n es ricos en e s tu d ia d o s ejemplos, transm itidos a través de rebuscado lenguaje. El g ru p o de personas que participaba en este tipo de c e le b ra c io n e s se v eía a fe c ta d o p e r c e p tiv a m e n te p o r im presiones transm itidas a través de tres de los sentidos: la vista, el oído y el olfato. En este caso, es palpable la intención de que la totalidad de los elementos se com plem entaran para crear un todo que provocaba un im pacto perceptivo en los individuos del que difícilmente podían escapar. Para captar y entender mejor el fenóm eno de la experiencia estética vivida por la sociedad del siglo XVIII al enfrentarse con el tem plo cíe San Francisco Javier, es necesario estudiar, al tiem po que nos ocupam os de los espacios, los am bientes espectaculares creados por la cultura barroca. Entendem os por espacio el lugar físico que envuelve, contiene o retiene la situación y el m ovim iento de los cuerpos y por am biente, las circunstancias que rodean a las personas y cosas.' Especialistas en el área del Barroco -como José Ma. Diez ,

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1 Martín Alonso, Enciclopedia del Idioma. Aguilar, México. 19X2. p. 310

Borque y José A ntonio M aravall, en el caso de E uropa y E s p a ñ a , así co m o I rv in g A. L e o n a rd , si h a b la m o s específicam ente de la N ueva España-, han concluido en sus estudios que el Barroco, más que ser u n concepto de estilo, es la definición de algo m ucho más amplio: es u n concepto de época.2 La creación de am bientes espectaculares en el periodo barroco novohispano, respondió, sobre todo, a la necesidad que tenía la Iglesia católica de atraer fieles al catolicismo en u n m om ento en el que el lu teran ism o rep resen tab a u n im portante rival. Al im aginarnos estos am bientes espectaculares en San Francisco Javier en el siglo XVIII, no podem os evitar pensar en los oficios religiosos que se llevaban a efecto con clérigos y m onaguillos que se hacían presentes en el presbiterio espacio clave del tem plo en el que el espectador difícilmente podía perderlos de vista-, ataviados con ricas vestiduras litúrgicas bordad as con hilos de seda, oro y plata y con aplicaciones de piedras preciosas. Utilizaban para oficiar un sin n ú m e ro d e objetos com o cálices, co p o n es, n av etas, incensarios, atriles, candeleras, cruces, misales, etc., todos ellos ejem plo de elaborado trabajo de orfebrería de plata sobredorada con incrustaciones de piedras preciosas. Si su m am o s el im p a c to q u e cau sa esta o s te n ta c ió n a la experiencia que ya estaba viviendo el individuo sólo con enfrentarse a los retablos del interior del tem plo, el resultado será u n a positiva alteración de sensaciones y u n a m ayor disposición a la asimilación de u n mensaje. P ero el o íd o y el olfato ta m b ién ju g a b a n u n p a p e l p rep o n d eran te en esta asimilación. En los relatos que hacen 2 José Ma. Diez Borque, Sociedad y teatro en la España de Lope de Vega, A. Bosch, Barcelona, 1978; José Antonio M aravall, La cultura d el Barroco, análisis de una estructura histórica, Ariel, Barcelona, 1986; Irving A. Leonard, La época barroca en e l M éxico Colonial, F.C.E., M éxico, 1974

los cronistas de la O rden sobre sus celebraciones, notam os q u e la m úsica era u n e le m e n to q u e n o faltab a y q u e modificaba de m anera sustancial el desarrollo de las mismas. A este c o n ju n to d e m o tiv o s e x te rn o s q u e m o v ía n perceptivam ente a los individuos debem os agregar un último transm itido por el olfato: el incienso, que olía bien y que simbolizaba la oración enviada al Creador. Analizando desde este p u n to de vista la iglesia de San Francisco Javier, advertim os que la experiencia estética que debió tener el espectador del siglo XVI11 está m uy distante de la que experim entaría si los retablos, pinturas y esculturas del in te rio r fu e ra n los ún ico s estím u lo s ex tern o s a su percepción. Este individuo captaba u n todo, u n am biente, u na conjunción de m otivos que le provocaba una fusión de sensaciones, la q u e d efin itiv am en te re p ercu tía en u n a alteración sustancial de su experiencia estética. Los integrantes de la Com pañía de Jesús que concibieron la rem o d elació n del te m p lo de San Francisco Javier a m ediados del siglo XV1I1, nunca pensaron en él como u n en te ap arte de las actividades que se realizaban en sus espacios, sino com o un auxiliar m ás en el co n ju n to de instrum entos que utilizaban para m antener a los integrantes de la sociedad fieles a la Iglesia Católica. De este m odo no es posible com prender lo que representó San Francisco Javier como fenóm eno artístico en el siglo XVIII, si no lo pensam os como u n todo; es decir el efecto producido en la sociedad por el espacio físico, estaba subordinado al efecto total de u n am biente espectacular que hoy en día sólo podem os deducir e im aginar a la lectura de los cronistas de ese periodo. Sin em bargo, todas esas obras que afectaban la experiencia estética de los individuos, debían contar con elementos afines que ayudaran a provocar una sensación de u nidad en el in d iv id u o m ás que u n a distracción. Es decir, cu alq u ier

elem ento que contara con u n a característica dispar de las existentes en el resto, desviaría la atención del individuo y lo sacaría de ese letargo emocional que lo predisponía a asimilar el m ensaje de la Fe Católica. El carácter m ajestuoso y triunfal de este estilo, su esplendor delirante, constituía para la Iglesia y, sobre todo para los jesuítas, u n elem ento propicio en su afán contrareform ista. Ya se h an hecho varios estudios sobre el estilo barroco y, en general, se considera que en todas sus manifestaciones desde la arquitectura, la pintura, la escultura, hasta la música, el teatro y la danza- es dinámico; la acción determ ina todas sus creaciones y trata de incluir tam bién al observador. El delirio dinám ico barroco se despliega en contrastes: entre form as p equeñas y grandes, cercanas y lejanas, entre lo cóncavo y lo convexo, entre la luz y la oscuridad. Pero tales contraposiciones son superadas por la unicidad, y la síntesis se convierte en el ideal del arte barroco, por lo que la obra de arte individual tiende casi siempre a la unión con otras obras; el género artístico aislado, se fusiona con todos los dem ás géneros.3 Sin em b arg o , ¿cóm o es que esa fu sió n se logra, en manifestaciones artísticas que utilizan m edios de expresión tan diferentes? ¿cómo es que esos am bientes espectaculares que crea, guardan una unidad tal que sum erge al espectador en u n -por así decirlo- letargo emocional? ¿cuáles son los elem entos que caracterizan a esas obras artísticas y que p re s e n ta n co n v erg e n cias e n tre ellas? ¿cóm o so n esas convergencias que él observador percibe como u n a u nidad a pesar de que Jos artistas no la hayan buscado expresamente? Para evitar confusión entenderem os como convergencia la acción y el efecto de convergir y por convergir, dirigir dos o más líneas a unirse en un p unto.4 1 Ursula Hatje, H istoria de los Estilos Artísticos, Istmo, M adrid. 1982 4 Alonso, Martín, Enciclopedia del Idioma, t. 1, Aguilar.M éxico 1988

Está dicho que todas las m anifestaciones artísticas en el barroco son dinámicas, sin em bargo ¿es el mismo elem ento el que da el m ovim iento tanto en la obra musical como en la pictórica o en la arquitectónica? E videntem ente no, ya que, como se dijo anteriorm ente, los medios que utilizan para expresarse son diferentes y, por lo tanto, el ser hum ano los capta a través de sentidos diferentes. A lo largo de estos dos últimos siglos, se han llevado a cabo varios intentos p o r en co n trar la correspondencia o convergencia de las artes. De hecho, la tesis de un parentesco estético entre el arabesco y la música apareció en u n a obra del alem án Hanslick titulada Von Musikalischen Schónen (De la belleza de la música) editada en 1854.5 Entre otros más, Etienne Souriau en la década de los cuarenta de este siglo, escribió u n libro titulado La Correspondencia de las Artes, en la que estudia los elem entos de la estética com parada y trató de ver si existían analogías morfológicas positivas entre las obras m usicales y las obras del arte o rnam ental; si, por ejemplo, una trasposición espacial de la línea de una melodía p ro p o rcio n ab a u n a cu rv a con valor d ecorativo y perfil satisfactorio, d esd e el p u n to de vista d e las exigencias esenciales de la estética del arabesco.6 Lewis Rowell en su Introducción a la Filosofía de la Música editada por prim era vez en 1983, plantea la posibilidad de encontrar paralelism os de otras manifestaciones artísticas con la música.7 Curiosam ente, la m ayor parte de los interesados en esta problem ática, son especialistas cuya área de estudio es la música. Este ú ltim o a u to r e stá c o n v e n c id o q u e e x iste n características com unes de las artes y que se les p odría em pezar a analizar con el siguiente conjunto de térm inos ' Souriau, Etienne, La Correspondencia de las Arles, Fondo de Cultura Económ ica, M éxico, 1986, Breviarios, 181, p 238 (} Ibid., p. 261 7 Lewis Rowell, Introducción a la Filosofioi.de la Música. Antecedentes históricos y problem as estéticos. G ed’sa, Buenos Aires, 1985

tom ados en su generalidad de la teoría musical: tonalidad, tendencia, modelo, inicio, final, interjuego, silencio, acento, ritmo, repetición variación, jerarquía, textura o superficie, fondo, estructura o forma, temas, secciones, escala, clímax, desarrollo, línea y arm onía.8 Cabe m encionar que el m étodo utilizado para el análisis formal de las obras plásticas -es decir, de la arquitectura, de la pintura y de la escultura- se ha valido tradicionalm ente de varios de estos enunciados relacionados con la música para apoyar sus descripciones. Tal sería el caso de térm inos como ritmo, acento, tonalidad o arm onía. A partir de esta propuesta de Rowell, intentam os encontrar la convergencia en dos de las m anifestaciones que pudieron h a b e r c o n trib u id o a c re a r u n o d e eso s a m b ie n te s espectaculares en el interior del tem plo de San Francisco Javier de Tepotzotlán y que ayudaron a que los individuos diociochescos sufrieran u n a experiencia estética tan especial. Por u n lado, se pensó que lo ideal sería tom ar a m anera de ejem plo el retablo principal, dedicado a San Francisco Javier, pues se tiene la seguridad de que fue diseñado cerca de 1762 específicam ente para ese lugar, por M iguel Cabrera -uno de los pintores más im portantes del siglo XVIII y preferido por los jesuitas del m om ento-. La decisión de tom ar únicam ente este retablo como ejemplo, se debió a que siem pre es más sencillo p artir del análisis de u n solo objeto que de u n conjunto de ellos, adem ás de que ese análisis individual es el que posibilitará a futuro el de conjunto. Se consideró llevar a cabo la com paración con u n a obra musical de la que se conociera el autor, para estar concientes de sus posibles escuelas e influencias, y tener la certeza de q u e el p e rio d o en q u e fu e c o m p u e s ta c o in c id ía cronológicam ente con el de la elaboración del retablo, de tal m odo que am bos artistas h u b ie ra n estad o inm ersos en condiciones históricas y sociales similares y por lo tanto ' Ibid . p. 34-38

p ro d u cid o obras con características afines que adem ás, habrían podido interactuar en el interior de San Francisco Javier. Por ello se decidió com parar el retablo de San Francisco Javier de Tepotzotlán con el Responsorio Segundo del Señor San José, obra breve de Ignacio Jerusalém y Stella. Jerusalém , a sem ejanza de Cabrera, es descrito por sus contem poráneos como u n «milagro musical» por su alta reputación como com positor y violinista virtuoso. Nació en Lecce, Italia, cerca de 1710. Tocaba en el Coliseo de Cádiz, cuando en 1742 le pidieron que se trasladara al Coliseo de México. Para 1746 ya com ponía obras para la Catedral-de México y en 1749 ascendió al cargo de M aestro de Capilla, puesto que ocupó hasta su m uerte en 1769.9 De este modo, tanto Cabrera como Jerusalém, eran por lo m enos vecinos de la ciu d ad de M éxico, trab a jab an p ara in stitu cio n es religiosas de gran p oder económico, político y cultural, y se encontraban en el clímax de su producción en la mism a época. Ya ha sido sobradam ente dem ostrado que el estilo Barroco en la N ueva España fue más ornam ental que estructural, por lo que se consideró oportuno llevar a cabo el análisis ú n icam en te en los aspectos o rn am e n tales del retablo dejando fuera tam bién cualquier carga simbólica- y en el acom pañam iento del Responsorio. Además se eligió este últim o Responsorio ya que no cuenta con partes de solistas, con la consecuente participación de casi todas las voces, tanto vocales como instrum entales, a lo largo de casi toda la obra, d an d o como resultado una creación m uy ornam entada. El análisis se inició ubicando los enunciados propuestos por Rovvell, en el retablo de Tepotzotlán. Sería dem asiado tedioso en este m om ento describir uno a uno el resultado,

Alice Ray Catalyne. «Jerusalem , Ignacio» en The A eir Grove D ictionary o f \la sic a n d Musicians. Stanley Sadie (ed ). M acm illan. London. 1980. T. IX

por lo que únicam ente se m encionarán en forma breve los más im portantes. En el caso del silencio, para el que Rowell propone como equivalente espacial el vacío, en el retablo se puede encontrar en las partes lisas doradas o en las partes que se h u n d e n y nos dejan un hueco repentino como el provocado por las entrantes y salientes de los estípites.10 El ritmo, definido por Rowell como la pulsación regular presente en m uchas obras de arte, en el retablo se puede e n te n d e r com o la re p e tic ió n d e lín e a s re c ta s ta n to horizontales como verticales que se encuentran dem arcando los g ra n d e s s o p o r te s ." O, tam b ién , las líneas cu rv as provocadas por las form as red o n d as y llenas de toda la hojarasca, las bolutas, las granadas, las uvas y el resto de las frutas y las flores que o rnam entan el retablo. El interjuego lo entiende Rowell, como el variado lugar d e a c tiv id a d d e las o b ra s .12 P iensa que no es posible experim entar una pintura en su totalidad m irando sólo su lado izquierdo, o una obra de teatro siguiendo la acción y las líneas de un único personaje, o la música prestando atención nada más a la melodía. Considera que el espectador debe aprender a variar su atención. El abigarram iento ornam ental del retablo de San Francisco Javier, provoca que el espectador lo reconozca por partes; que se detenga en las esculturas de bulto, en la decoración con sus roleos, hojas, frutas, relieves con figuras de santos, querubines, ángeles, y se vaya dan d o cuenta poco a poco cuáles son los elem entos que lo com ponen en su totalidad. El retablo está tan recargado, que el espectador de una sola ojeada alcanza a definir únicam ente una masa que se mueve, que tam bién le agrada, pero que no puede reconocer. Rowell, op. c i t , p. 36 " Ib id ., p. 37 12 I b id , p. 36

Pasando al caso del Responsorio Segundo al Señor San José, sin olvidar que el retablo se p u ed e abarcar sólo con la vista y no va a cambiar ya que es un elemento físico y material, y que la obra del músico es una sucesión de sonidos, que sólo se entrega en su desarrollo a lo largo del tiem po, se realizó su análisis mismo que presentó una m enor dificultad, ya que los enunciados propuestos por Rowell parten, como ya se dijo antes, de la teoría musical. El problem a real se nos presentó en el m om ento en el que se tuvo la intención de llevar a cabo la com paración entre el resultado obtenido de los análisis de ambas obras. Por p oner un ejemplo, el ritmo en la obra musical es la repetición a intervalos regulares de los tiem pos fuertes y de los tiem pos débiles, m ientras que en el retablo resultó ser la repetición de líneas, tanto horizontales com o verticales tam bién a intervalos regulares. En este últim o caso, es m uy difícil determ inar si los intervalos regulares de las líneas del retablo son iguales a los de la música. O si los silencios y los acentos aparecen en la misma m edida en el retablo que en la obra musical. Este problem a nos llevó a plantearnos la necesidad de apoyarnos en el conocimiento de varias disciplinas -adem ás del de las m anifestaciones plásticas- com o la m úsica, la sicología, la filosofía y hasta las matemáticas. L le v a n d o a cabo d e n u e v a c u e n ta u n a re v isió n historiográfica para poder establecer las tareas que ayudarán a identificar las convergencias, encontram os que A rnold Arnheim -especialista en la percepción del arte quien basa sus estudios en la teoría de la Gestalt- advierte en su libro Arte y percepción visual que si se desea acceder a la presencia de una obra de arte se debe, en prim er lugar, visualizarla como un todo para poder identificar qué es lo que nos está transm itiendo.13 11 Arnold Arnheim. A rle y p erc ep ció n visual. Alianza. Madrid, 19X5, p. 21

Tom ando en consideración esta prem isa de A rnheim y volviendo a nuestro tem a de investigación, pensam os que si estam os convencidos de lo dicho en párrafos anteriores, de q u e el b a rro c o b u s c a b a -co n a y u d a d e to d a s las m an ifestacio n es artísticas- im p acta r sen so rialm en te de m anera integral en el individuo con el objeto de facilitar la asimilación de u n mensaje, entonces, ¿no sería más factible localizar las correspondencias analizando la form a en que im pactan en la percepción cada uno de los elem entos que conform an esas manifestaciones artísticas cuya conjunción da lugar a los espacios espectaculares? A nalizando la posibilidad de apoyar u n a prim era etapa de nuestro estudio en la teoría de la Gestalt, encontram os varias ideas acordes a n u estro p lan team ien to de que es necesario analizar y percibir el barroco como u n a totalidad. Estos teóricos co n sid e ra n que el asp ecto de cu alq u ier elem ento depend e del lugar que ocupa y la función que tiene en u n esquem a global. H an hecho ver tam bién que casi siem pre en las situaciones con que nos encontram os poseen características p ro p ias, q u e exigen que las percib am o s debidam ente. Además ya han dejado p atente que m irar el m u n d o requiere u n juego recíproco entre las propiedades a p o r ta d a s p o r el o b je to y la n a tu ra le z a d e l s u je to observador.14 O tro h is to ria d o r del arte alem án , H an s S edlm ayer, co n sid era tam bién que cu an d o se analiza el fen ó m en o estético d e b e n te n erse siem p re p re s e n te s co n d icio n es objetivas de captación, es decir, aquéllas m otivaciones, im pulsos del artista y condiciones histórico-sociales del proceso creativo por u n lado, y por el otro, las que enm arcan igualm ente al espectador de esa misma obra en cualquier tiem po histórico.15 14 Ibid., p p .17-18 15 Hans Sedlmayer, «Zu einer strengen Kunstwissenschaft» en Kimstwissenschaftliche Forschungen, Berlín, 1931,1.1, pp. 1, 7, 13, 16

Posiblemente, lo más viable sea partir de las bases de la teoría de la percepción conocida como «Gestalt» -disciplina sicológica que no guarda relación con las diversas form as de sicoterapia que han adoptado el mismo nom bre-16, junto con los enunciados de A rnheim que aclaran cómo percibe el ser hum ano los elem entos visuales. Así podríam os em pezar a tratar de analizar cómo p u d o el individuo barroco percibir com o u n a u n id a d los elem en to s q u e co n fo rm a b an los am bientes espectaculares a los que se enfrentó, tom ando en consideración el fenóm eno causa-efecto en otro periodo histórico diferente al nuestro. En u n a etapa posterior de la investigación creemos que será conveniente abordar el estudio del barroco como u n a totalidad a través de la filosofía de la percepción. También podría ser interesante tom ar en consideración para este tipo de estudios, la mística en el Barroco, ya que se e n tie n d e q u e a tra v é s d e ella se p u e d e e n tr a r en com unicación con el ser suprem o y el arte es u n a de las correspondencias em otivas del místico.17 O tro caso interesante de estudio, sería el del cerem onial religioso, cerem onial íntim o que contaba con u n a serie de instrum entos y cada uno de ellos contaba con simbologías propias. Sin em bargo, esto son sólo ideas sueltas que nos h an inquietado y que es necesario desarrollar más para poder ver si es posible llegar a un principio de entendim iento del barroco novohispano desde este p u n to de vista. Esperamos que a pesar de estar estas reflexiones en una etapa prim aria, sean susceptibles de interés para alguien que quiera em pezar a trabajar el tema.

16 A rnheim , op. cit., p. 17 17 Chazal, Gilíes, A r te y mística del Barroco, Tribasa, M éxico, 1994, p. 18

Indice

Presentación, por José Abel Ramos S o ria n o ............................. 7 La ascesis y las rateras noticias de la tierra: Manuel Fernández De Santa Cruz, Obispo de Puebla

por M argo G lan tz................................................................ 11 El Exconvento de San Jerónimo: Lugar de entierro de Monjas por Ma. Teresa J a é n ............................................... 29 Sombras y voces desde el convento: vida conventual femenina por Graciela Romandía de C a n tú ..................... 57 Una monja sin vocación. Un caso de deserción religiosa por Teresa Lozano A rm endares. Instituto de Investigaciones Históricas U N A M .................................... 69 Mujeres de rostros azabachados en la Nueva España por María Elisa Velázquez G u tiérrez................................ 83 Las mujeres en la imprenta novohispana por José Abel Ramos S oriano....................................................................... 99 Monjas coronadas por Alma M ontero A larcón...................109 Sor Juana Inés de la Cruz y el gusto por los instrumentos musicales por Angel Esteva L oyola.................................121 El sermón del Padre Vieyra: Reflexiones de la crítica de Sor Juana por Ma. de los Angeles O cam po V illa........ 149 Niñas, viudas, mozas y esclavas en la clausura monjil por N uria Salazar S im a rro .............................................. 161 La música de los retablos: un análisis de los elementos convergentes de las artes en el barroco novohispano por Mónica Martí C o ta relo ............................................... 191

Esta obra se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 1997 en los talleres de Impresora Pacheco del Rio, Galicia 433 Col. Niños Héroes de Chapultepec, México, D.F. Tel. 590-22-10 Se imprimieron 1000 ejemplares.