Estudios linguisticos : temas espanoles. --

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AMADO ALONSO

ESTUDIOS LINGÜISTICOS TEMAS ESPAÑOLES SEGUNDA EDICION

f e BIBLIOTECA ROMANICA HISPANICA EDITORIAL GREDOS MADRID

© Editorial G redos. M adrid,

1961

N .° Rgtr.° 1681-51 Depósito Legal. M-2098-1961

Gráficas Cóndor, S. A. — Aviador Lindbergh, 5. — Madrid-2

1229-61

PAGINA

PREVIA

Mi fraternal amigo y casi homónimo colega Dámaso Alonso * ha querido dar, en esta nueva Colección que él inspira y dirige, algunos de mis estudios de lingüística. En la selección me ha parecido m ejor prescindir de los que, por su tema o por su tra­ tamiento, están destinados al público reducido de los especia­ listas, y reunir aquí algunos que puedan interesar a mayor número de lectores. He excluido también los que tratan temas del español de América, con la idea de hacer con ellos una selección aparte gemela de la presente l. En la primera parte, De Geografía lingüística, el tercer artículo, Partición de las lenguas románicas de Occidente, encierra todo mi pensamiento sobre el tema: los conceptos lin­ güísticos de lo «galo-románico» y lo «ibero-románico» no deben ser punto tranquilo de partida para el estudio de la agrupación de las lenguas, sino que ellos mismos tienen que ser objeto de crítica; mi examen me ha llevado a la convicción de que tal pie * [La m ano que escribió esas líneas era la de un hombre ya enfermo, pero que aún miraba valerosam ente a la vida. También nosotros nos que­ ríam os hacer ilusiones: deseábam os, pedíam os, años para que Amado pu­ diera com pletar su obra. Hoy lloramos la desaparición del amigo que fué com o un herm ano, la pérdida de uno de los grandes valores de la cultura hispánica contem poránea. D. A.] 1 Publicados en esta m ism a colección con el título de E studios lin­ güísticos. Temas hispanoamericanos, 1953.

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forzado ha impedido hasta ahora ver la verdadera agrupación. Con todo, he creído conveniente incluir también mis dos artícu­ los sobre La Subagrupación románica del catalán, a pesar de tener en gran parte el carácter de especialismo cerrado que he querido en general excluir, prim ero porque el tercer estudio nació como un tardío complemento de ellos, y segundo porque así doy a mis lectores una muestra de otros modos de considerar la cuestión. Que no se me tome en ellos como ensañamiento polémico lo que pudiera parecer persecución del detalle: fué una necesidad impuesta por la inmensa autoridad del ilustre maestro Wilhelm Meyer-Lübke, que solamente con tan minucio­ sa atención podía ser contrarrestada. Entonces como ahora creía y creo que el error de Meyer-Lübke fué de método y de princi­ p io ; mi crítica de pormenor es válida en cuanto que m uestra cómo el error básico deforma la realidad histórico-geográfica en cada uno de los materiales escogidos por representantes. La segunda parte, Diacronia y adstrato, no lleva más que un artículo con la historia fonética de las palabras con -st- pasadas del árabe (o del vasco) al español y del español al árabe. Desde Ascoli se ha llamado substrato al influjo que una lengua invadi­ da y vencida ejerce o ha ejercido sobre la invasor a y vencedora; por ejemplo, el celta o el ibero sobre el latín de las Galios o de Iberia; W. v. Wartburg, hace pocos años llamó la atención sobre la importancia del fenómeno inverso y lo llamó superstrato; p or ejemplo, el influjo del español sobre las lenguas indígenas ame­ ricanas; por último, el profesor de Amsterdam Marius Valkoff quiso completar la terminología proponiendo el término adstrato para el influjo entre dos lenguas que, habiendo convivido un* tiempo en un mismo territorio, luego viven en territorios veci­ nos, o, como otros simplifican, el influjo entre dos lenguas veci­ nas. Este término tercero, a pesar de la buena correlación espa­ cial (substrato 'influjo de abajo arriba', superstrato 'influjo de arriba abajo', adstrato 'influjo horizontal, de costado’), no es en verdad homogéneo con los otros dos, porque falta en su cum­ plimiento histórico la condición esencial de convivencia de las poblaciones en bilingüismo, presente en toda acción de substrato y de superstrato; pero me ha parecido aprovechable aquí para

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designar en la evolución fonética del grupo -st- la condición de que las palabras evolucionadas procedan de la lengua vecina y no de la. propia. Una aclaración sobre el título de la tercera parte De semio­ logía y estilística de la lengua: elijo, de entre los circulantes, el nombre de semiología para la doctrina de las significaciones; la significación tiene siempre carácter lógico, pero en el contenido de una expresión hay siempre otras sustancias que no pertenecen a la esfera de lo lógico. Se emplea generalmente el nombre d e estilística para el estudio de esas sustancias extra-intelectuales (ver mi librito Introducción a la estilística romance). He queri­ do precisar «de la lengua», teniendo in mente la división saussureana de «lengua y habla» («langue et parole-»). La estilística del habla se ocupa de los estilos individuales, prácticamente d e los literarios; la estilística de la lengua se ocupa de las sustan­ cias afectivas, imaginativas, activas y asociativas que integran con la referencia lógica ( significación) el contenido total de una expresión, no en cuanto uso individual de la lengua ( estilo), sino como contenido comúnmente compartido y vivido por todos los que hablan la lengua correspondiente. Mi gusto particular m e ha llevado siempre, en la medida de mis fuerzas, a estudiar en las expresiones y en las categorías gramaticales la totalidad de sus contenidos, tratando de percibir y analizar su valor lingüís­ tico entero. El título de mi prim er estudio, «Estilística y gramá­ tica» (del artículo), es en sus dos partes válido para todos m is estudios de categorías gramaticales. Mis dos artículos publicados en la revista de Hamburga Volkstum und Kultur der Romanen, 1933 y 1935, llevan ahora en español las citas alemanas que entonces dejé en alemán; he retocado levemente la redacción y he añadido unas cuantas ob­ servaciones y noticias en notas al pie de página. Por último, tras el capítulo sobre el artículo el, incluyo un breve estudio comple­ mentario sobre el valor lingüístico de un, que he redactado aho­ ra con la brevedad y claridad que he podido. La cuarta sección reúne tres breves notas españolas de fonemática. Los fonólogos del «Cercle linguistique de Fragüe», Trubetzkoy, Jakobson, etc., iniciadores de esta disciplina, y en

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general los europeos, han llamado a esta especialidad «Fono­ logía», tomando uno de los dos nombres ya circulantes para la nueva ciencia ( que estudia los sonidos en su composición inten­ cional de signos) y dejando el de Fonética para su estudio físico-fisiológico, hasta entonces y siempre practicado. Yo mismo lo he hecho así hasta ahora. Pero como ya se han usado estos dos nombres dentro del estudio de los sonidos materiales, el uno para indicar la historia de un sistema (Fonética) y el otro para su constitución material en la actualidad (Fonología), y también al revés, los lingüistas norteamericanos han inventado uno tercero, el de Phonemics, y alguna vez Phonematics, que deshace la ambigüedad. Creo muy conveniente adoptar esta nueva nomenclatura, y el mismo Román Jakobson así lo ha he­ cho ya. Sólo me aparto un poco del uso más general, phonemics, adoptando la otra forma, fonemática, porque es la que obedece tanto a las leyes griegas de derivación como a las de analogía del español (problema, esquema, etc., problemático, etc.). En el texto de mis notas dejo los términos antiguos.

SIGNOS FONETICOS USADOS Son los de la Revista de Filología Española y de la R evista de Filología Hispánica. A los no habituados, bastará advertir que l vale por 11 espa­ ñola, n por ñ, ó por ch, x por / y s por sh inglesa o ch francesa; S, el, g representan articulaciones fricativas, de contacto incom pleto, com o en español hada, haba, haga; e, p vocales abiertas; e, o, vocales cerradas; i, u, en diptongo.

ESTUDIOS DE GEOGRAFIA LINGÜISTICA

i LA SUBAGRUPACION ROMANICA DEL CATALAN

a)

LOS MÉTODOS

Iniciamos aquí una serie de trabajos sobre el tema del título. Nuestro primer intento fué tan sólo reseñar el último libro de Meyer-Lübke, Das Katalanische. Pero nuestras notas se multi­ plicaron de tai modo, que pronto rebasaron las posibilidades de una reseña. Por otro lado, las constantes sugestiones del sabio profesor alemán nos llevaron a intentar la investigación, o, si se quiere, el esclarecimiento de varias relaciones lingüís­ ticas entre los idiomas en cuestión, a base de materiales que parecen haberse escapado a las pesquisas de M.-L. La distancia a que el eminente filólogo trabaja sobre nuestros problemas lo hace comprensible. Pero antes de comenzar estos estudios he­ mos creído necesario hacer un examen minucioso, tanto del libro de M.-L. como del artículo Castellá-catalá-Provengal que A. Griera publica como reseña del libro de M.-L., en la ZRPh, XLV, 198-254 !. W . M e y e r -L ü bk e , Das Katalanische. Seine Stellung zum Spanischen und Provenzalischen, Heidelberg, 1925, 8.°, XII-191 1 Como nuestro propósito es lim itarnos al estudio fonético del pro­ blem a, no cabe aquí otro artículo del Sr. Griera sobre el m ism o asunto, Afro-románic o Ibero-románic?, BDC, 1922, X, 34-53, porque sólo se refiere a l vocabulario. Pero prom etem os estudiarlo en una reseña aparte.

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páginas. Precede a la obra un breve Prólogo, en el cual se dice (pág. VIII) que, de separar el catalán del sur-francés, por care­ cer de ü, habría que suponer igualmente el vasco suletino más próximo al francés que a los restantes dialectos vascos, porque tiene ü 2. Todavía hay una Introducción en la que se resume la opinión de algunos filólogos sobre la filiación del catalán. Y ya en el cuerpo del libro p r o cu r a M.-L. demostrar, expo­ niendo cada uno de los fenómenos estudiados en triple columna (español, catalán y provenzal), que « e l s i s t e m a f o n é t i c o d e l c a t a l á n es c o m p l e t a m e n t e g a l o r r o m á n i c o no i b e r o r r o m á n i c o . Esto vale ante todo para el vocalismo tónico y para el ritmo, como se ve en el desarrollo de las voca­ les postónicas» (§ 142. Resumen). Afirma el autor en la misma página que, aunque el asunto no queda agotado, las adiciones aisladas que se le hagan nunca más podrán variar su juicio sobre la cuestión. Hemos leído el libro con la avidez y devoción con que leemos siempre los trabajos de tan eminente filólogo. Sus vastos conocimientos, sus raras dotes comparativas y su fecunda imaginación nos prometíais un gran avance en el escla­ recimiento de uno de nuestros más importantes y complejos problemas lingüísticos. Por esta razón, nuestra sorpresa ha sido grande y dolorosa. A pesar de las valientes palabras del autor arriba transcritas, y casi sin acudir para las objeciones a más testimonio científico que al del mismo M.-L., no nos es posible admitir esas conclusiones como definitivas. Pocos como el sabio profesor de Bonn, de quien tanto hemos aprendido, merecen en tan alto grado nuestro respeto y nuestra veneración. Pero la importancia que en la filología románica tiene este problema nos impone el desagradable deber de contradecir al maestro. Alguna conformidad catalano-provenzal enfrente del español se debió levantar en el ánimo del autor en los primeros momentos de meditación sobre la materia, convenciéndole prematuramente del divorcio español-catalán, y esa poderosa impresión primera 2 Pero en el § 3 dice Meyer-Lübke que en provenzal la ü es prehistó­ rica; en gascón, tardía, como en vascofrancés ( G a v e l , R IE V , X II, 46 y siguientes).

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parece haber presidido obsesionante el curso de todo el trabajo Sólo así nos explicamos la obligación en que el autor se cree de rebatir toda interdependencia español-catalana cada vez que se la encuentra en su camino, como si fuera posible que no existieran interdependencias lingüísticas entre dos regiones de estrecho contacto histórico y geográfico. He aquí algunos casos: Prólogo (pág. VIII) y §§ 3 y 143: prov. ü, esp. y cat. u. §§ 4 y 143: cat. y esp. au > o, ai > e; provenzal no monoptonga. § 6: o > esp. y cat. o, prov. u. §§ 9 y 144: cat. y esp. pierden -e. § 18: pl-, kl- en Aragón y Cataluña. § 20: -d- primaria se pierde en catalán y en español; se hace -Z- en provenzal. §§ 21 y 148: -t- > esp. y cat. d, prov. d. §§ 22 y 149: -g- primaria y secundaria > esp. y cat. á, prov. g 3. §§ 29 y 149: nasal + cons. en provenzal se reduce, nasalizando la vocal precedente; en español y encatalán es plena, manteniéndose la vocal oral: vender, vender, vendre 4. § 39: lat. -mb- > esp. y catalán m, prov. -mb-. §§ 47 y 147: latín -11- > esp. y cat. 1, prov. I. § 48: lat. -nn- > esp. y cat. n, prov. n. § 49: lat. -t se pierde en los tres. § 142: lat. o > cat. y port. ó. § 57 (influencias varias en la Fonética): esp. clavija, cat. claviillja, prov. cavilha. Idem: esp. cevilla, cat. sivella, prov. fivella. Idem: esp. marta, cat. marta, prov. martre. 3 Esta y la anterior son diferencias mal establecidas. 4 Alega que el fenóm eno galorrománico tiene sus m anifestaciones en catalán; el ALC no lo registra, pero Schádel lo denuncia en Ripoll y Camprodón (que M.-L. ultracorrige C am prodó). G r i e r a ,ZRPh, XLV, 201, niega exactitud a la noticia de Schádel para el catalán continental; se registra, en cam bio, «muy débil» (pág. 214), en mallorquín, y muy inten­ sam ente —añade— en los dialectos españoles m eridionales. Creo que la nasalización andaluza, a que se refiere Griera, se da en condiciones dis­ tintas y no es, por tanto, equiparable.

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Estos fenómenos y formas, espigados en la parte de Foné­ tica, ya elocuentes por su número y muchos de ellos por su calidad, son, únicamente, casos en que el autor ve coincidencia del catalán con el español o con otras hablas peninsulares, y en los cuales trata de anular (a veces sólo de rebajar) la inter­ dependencia lingüística. Falta en el libro un párrafo que se refiera a la fuerza colec­ tiva de todas estas «coincidencias», a las cuales será preciso sumar muchas más en cuanto nos sometamos a normas cons­ tantes y generales que pongan ambos campos, iberorrománico y galorrománico, en pie de rigurosa igualdad de examen. Para determinar si el catalán está o no más cerca del pro­ venzal que del español, basta enfrentar sucesivamente sus fenó­ menos fonéticos, morfológicos, sintácticos y léxicos con los co­ rrespondientes de los otros dos idiomas. Pero si queremos deci­ dir sobre el iberorromanismo o el galorromanismo del catalán o del provenzal, nos será ineludible prefijar los conceptos de lo galorrománico y de lo iberorrománico. Dar por iberorrománico el resultado ó < -ct-, común al castellano y al provenzal, o la pérdida de f-, que se cumple simétricamente a ambos lados del Pirineo vasco, o la diptongación de é, ó (!), y no contar por galorrománico el cambio ka > s, ni la r uvular, ni las vocales ü y ó, ni la nasalización y cambio de timbre de la vocal que precede a una nasal apoyante, etcétera, tiene que llevarnos a resultados necesariamente revisables. El Sr. M.-L. se ha limitado a comparar el catalán con su vecino el provenzal, de una parte, y de la otra, con el caste­ llano, separado de él por el navarroaragonés. El resultado obte­ nido es, pues, desproporcionado. No más aceptable que el de quien, comparando el provenzal con el francés y el catalán, deci­ diera el iberorromanismo del provenzal, porque está más próxi­ mo al catalán que al francés. Ni se pueden aceptar como repre­ sentaciones galorrománicas todos los fenómenos provenzales 5, 5 Es lástim a que nunca haya asaltado al autor esta duda. Una de las rarísimas veces que habla del francés norteño, a propósito de la

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ni se podrían tener por iberorrománicos todos los fenómenos catalanes. La primera consideración que salta de la lectura del libro es que tampoco aquí se ha intentado la comprobación o nega­ ción del galorromanismo del catalán. Para ello será necesario, en la comparación de cada fenómeno, obtener una vista pano­ rámica del mismo en toda la extensión de Galia y de Iberia. El considerar al catalán bajo el denominador provenzal ha sido un cómodo lugar común de muchos comparatistas que encon­ traban en ello una economía de esfuerzo: el catalán quedaba eliminado de sus cuadros por no constituir serie. El libro del Sr. M.-L., que concede con mínimo reparo un solo caso de unión del catalán y el español frente al provenzal (-nn- > cat. y esp. n, prov. n, § 48), daría a este proceder plena justificación; pero el método seguido para llegar a tal resultado no se sujeta, por desgracia, a aquellas normas constantes y generales de que arriba hablábamos, necesarias para poner ambos campos en pie de rigurosa igualdad. V eám oslas: Primera norma.—En el § 143 leemos que cat. y esp. u frente a prov. ü no puede considerarse interdependencia «porque se trata de la conservación del sonido latino, no de una transfor­ mación». Se sienta con saludable claridad la ley de que en la Comparatística sólo une la común transformación, no la con­ servación de un estado latino. Esta ley tan rigurosa, invocada en la fundamental diferencia u—ü, no se tiene en cuenta en el § 1 q, e latinas conservadas en provenzal y catalán y diptonga­ das en español; § 142, el mismo tema; § 11, grupo latino -men, cuya vocal se pierde en español y se conserva en catalán (véase más adelante Segunda norma, 13) y en provenzal; § 144, el mis­ diptongación de e, p ante i (§ 142), lo hace para negarle interdependen­ cia con el provenzal, porque la diptongación obedece en uno y otro idiom a a diferentes condiciones. Como en provenzal halla la diptonga­ ción condicionada por l, u siguientes, dice: «Ist der Grund dafür auch in einer Verschiedenheit der Bildung des l, ?? zu sehen, so zeigt sich doch eben eine andere Einstellung der nordfranz. Sprechorgane.» No pudiendo, claro está, excluir el francés del Norte del concepto 'galorrománico', ¿no debería ser este ejem plo suficiente para p onem os en guardia y para no aceptar cada fenóm eno provenzal com o exponente del galorromanismo?

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mo tema; § 16 f- perdida en español, conservada en catalán y en provenzal; § 146, el mismo tema; § 18, cons. + 1, llamar, clamar, clamar; § 146, el mismo tema; § 37, grupo -rs- latino, reducido a s en español prehistórico, y conservado, según M.-L., en catalán y provenzal hasta el siglo XIII. En cada uno de estos estados latinos, conservados en pro­ venzal y catalán y evolucionados en español, ve el autor una interdependencia catalano-provenzal y sobre cada uno de ellos, com o poderoso argumento en favor de su tesis, insiste en el Resumen (§§ 142-146), con excepción del grupo -rs-. En cambio parece que vuelve la rigurosa ley a entrar en vigor en el § 19a, cual, cual, cal y guardar, guardar, gardar, pues sólo dice el autor que español y catalán «conservan», sin sacar enseñanza alguna y sin que esta conformidad hispano-catalana aparezca ya en el Resumen (§§ 142-149) 6. En la intermitente aplicación de esta primera norma, todas las desventajas han caído del lado iberorrománico. Segunda norma.—Tenemos por excelente principio científico el que M.-L. enuncia en el § 163, pág. 179, a propósito de los nombres de lugar derivados de formas en -an u m : «y algunos otros en -en, pero cuya raíz es dudosa, de manera que no se los puede aducir como pruebas». Esto es, no se pueden aducir como pruebas hechos dudosos. En oposición a este criterio han sido acumulados como pruebas numerosos hechos que necesitan todavía una difícil investigación y aun otros previamente re­ sueltos en el libro con soluciones que no nos es posible com­ partir. Lo cual cobra significación de gravedad al comprobar que todos estos casos, o casi todos 7, se resuelven en el sentido de divergencia hispano-catalana. 6 El mism o criterio en el § 29 en el trato nasal ante /, 5 que, por error, dice M.-L. se conserva en catalán y en español, con cita de infierno y pensar, y con omisión de ifierno, ifante, pesar, mesa, etc. 7 Es excepción en este sentido el § 35, en el cual el autor niega inter­ dependencia directa catalano-provenzal en el común fenóm eno -br laborare > llaurar, laurar, porque las condiciones en ambos dom inios no son iguales.

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1- § 14, grupo latino se-, Aduce dos únicos ejemplos catala­ nes, scintilla > centella y scisare > escisar, el primero sin e- y el segundo con e- desarrollada; recoge cuatro formas españolas, centella, sisar, ceno < scynium y Cipiona < Scipione, todas sin e-, y un solo caso provenzal, escirpa, con e-. M.-L. resuelve que es patrimonial el vocablo catalán que se acomoda al provenzal, escisar, y que es préstamo castellano el que se ajusta al tipo español, cen tella8, apuntándose así una interdependencia catalano-provenzal más, y otro caso de divorcio español-catalán. Re­ cordemos estas palabras del mismo M.-L., Gramm. des Lang. rom., I, § 91: «Mais il est difficile d’accorder á un seul exemple une telle puissance démonstrative.» Al decidir la patrimonialidad de uno de los dos casos catalanes, únicos y divergentes, se apoya evidentemente en el presupuesto estrecho parentesco provenzal-catalán y en el presupuesto divorcio constante catalánespañol, postulando lo que se quiere demostrar. Esta razón se halla expresa en el § 8, donde hace suya (pág. 17) la suposición de Brekke (transcrita en el § 7, pág. 15), acerca de una anterior existencia general de a tónica en catalán, pues se registra en algunos dialectos franceses y «tant qu'on ne dépasse pas les lim ites du galloroman, je crois un tel rapprochement justifié». 2. § 27, grupo latino -ps-. Lo normal —dice— parece ser esp. s, cat. y prov. is. Esto le obliga a resolver ingeniosamente los esp. caja, quijal, quijera, quijada y el port. queixo. Pero si tenemos en cuenta que el grupo lat. -ps- se conservó en unas regiones de Italia, se hizo -ks- en otras (comp. esp. pop. akso• En el REWb, núm. 7720, da M.-L. com o patrimonial, sin sospecha de castellanism o, este m ism o centella catalán. El caso prov. escirpa tie­ ne igualm ente e- en astur. esquirpia y escripia (REWb, núm. 7723), que supone una temprana m etátesis de r. Ver G a r c ía d e D ie g o , RFE, IX, 147. No es posible aumentar los ejem plos catalanes ni provcnzales de origen latino valiéndose del REWb. Pero en los de otros orígenes se ve la nor­ m alidad de e- en provenzal, quedando el catalán siempre con sus dos únicos ejem plos. Del REWb, y lim itándonos a fuentes latinas, obtenem os 4 casos españoles (3 sin e-, 1 con e-, que no entra en cuenta por la m e­ tátesis de r), 1 provenzal (con e-) y 2 catalanes (1 con e- y otro sin e-), de los cuales hay que borrar el de e-, según Griera (pág. 201): «escisar ni és catalá m od em ni tam poc catalá antic».

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luto por absoluto) y -ss- en otras 9, no nos sorprenderá encon­ trar en un mismo territorio romance derivados de unas y otras formas básicas, ya que éstas, al trasplantarse, lucharían por imponerse unas a otras. Los esp. yeso, ese, suponen las bases con asimilación cumplida; los esp. caja, quijada, etc.; arag. ixe, ixa, ixo, < ipse, ipsa, ip su d ; port. queixo, y las formas ca­ talanas aducidas, requieren bases con el cambio -ks- de -ps-. El parentesco catalán-español resulta ahora doble: primero, por no haber heredado ningún derivado de formas con -ps- man­ tenida ( > m s ), cuya repartición geográfica hace aquí M.-L. para el sur de Francia (en cambio, parecen faltar en catalán y en provenzal formas asimiladas), y segundo, por haber palatalizado la s, en contra del provenzal, en las formas procedentes de ba­ ses latinas con -ks-: esp. quisal, quijal; cat. qu eixal10, port. queixal, prov. caisal, fr. chdsse. 3. § 39, mb > m en catalán y español. En Navarra y gran parte del territorio leonés se prefiere mb. Portugal ofrece con­ fusión : junto a las formas en que la nasalización del grupo se ha cumplido, hay otras en que el grupo mb perdura y aun otras, tambo < thalamus, tarimba, junto a esp. tarima, del ár. tarima, con ultracorrección. Igual en esp. dombo, del fr. dom e, santand. quimba, frente a esp. quima. Conclusión: el cambio mb > m es especial al catalán, desde donde se expandió hacia el Oeste.—En nota (pág. 50), combatiendo a Spitzer, trae las mismas vacilaciones en el catalán, incluso con ultracorrecciones : gombolar < cumulare, concedido, y cimbel n, gomboldar, combuldar, rechazados. Si fuera un fenómeno de invasión en Castilla, ¿cómo explicar el salto por encima de Navarra, que queda libre? Por otro lado, ya cita el mismo M.-L. el hecho de que en Castilla se había cumplido la reducción ya en el siglo IX, 9 Véase C. H. G r a n d g e n t , An Introduction to Vulgar Latín, B oston , 1908, § 313. 10 Griera (pág. 201) supone queix y queixal derivados de quitiu, com ­ parándolos con puix < postea y w w < o s tiu ; pero fácilm ente se ve que sti- no es equiparable a -ti. 11 Griera (pág. 202): «Els m ots catalans cim bel i escambell tenen la b, al nostre entendre, per falsa regressió.»

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amos, atamor, etc. n . ¿Vamos a negar patrimonialidad caste­ llana a un fenómeno que se cumple y generaliza en Castilla en época prehistórica? 4. § 43, grupo romance t’m. «En total, sm es la regla para el español; para el provenzal y catalán, asimilación.» Regla de­ ducida en presencia de esp., cat. y prov. semana, de un lado, y de otro, esp. bizma, marisma (de epithema, marítima), prov. leime, leimo (de legitimu a través de leesme) y cat. Uedesme (de legitimu). Prov. y cat. semana es lo que se esperaría. Esp. semana, en cambio disimilación de *sesmana, y esp. marisma, bizma, voces recientes.—Hay alguna incongruencia entre las últimas palabras y la enunciación de la regla que opone el es­ pañol a los otros dos dominios. A nuestro juicio, y sin salim os de los materiales que el autor nos presenta, las tres lenguas marchan en este caso al mismo exacto com pás: al esp. bizma de *bidma (comp. esp. vulg. azmirable, azvertir) corresponde el valenc. pilma, pirm a (REW b), con l de d apoyante (comp. esp. mielga < medica y vulg. almirable, divertir) y cambio de r por l, tan frecuente en nuestra Península ( armirable, arvertir). A esp. marisma corresponde el cat. maresma (REW b). Creemos que no es preciso recurrir a una disimilación de *sesmana para explicar el esp. semana. En los tres dominios el grupo t’m da sm (de donde más tarde en prov. im ), si va tras el acento: esp. marisma, bizma; cat. maresma, lledesme; prov. leime, leimo; y da m cuando es protónico; cat., prov. y esp. semana. Igual hace el fr. maresme (ant.), semaine. Quedan rastros de la t en el ant. prov. setmana, león, selmana, ant. cast. sedmana, que excluyen el *sesmana de M.-L. 5. § 46, grupo romance n’r, se metatiza en español, queda nr en provenzal y da ndr en catalán, alternando con la conser­ vación nr: esp. yerno, cat. gendre, prov. genre. Se equipara justam ente esta epéntesis de d con la que ocurre en el grupo catalán l'r: moldre < molere.—El catalán y el español apare­ cerán más en contacto en cuanto presentemos las soluciones es­ 12 R . M e n é n d e z P id a l , Cid, p á g . 183. Ver ahora Orígenes, § 52, donde se fija el foco de la reducción m b > m entre el Duero y el Ebro.

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pañolas más justamente; éstas son las tres repartidas por M.-L. en los tres dominios: rn (yerno), nr (honrar, ast. xenru, tienru) y ndr. La última es la más cop iosa: cendra < ciñere, engendrar < ingenerare, ant. y vulg. hondrar, futuros pondré, vendré, ten­ dré, como valdré, saldré, exactamente igual que el catalán, e t c .13. Alguero tiene cenra, genre (Griera, ZRPh, XLV, 203) como el Rosellón (P. Fouché, Phonétique historique du Roussillonnais, página 212), esto es, la solución preferida por el provenzal. La misma grave deficiencia en la exposición del fenómeno español se nota en la Gramm. des Lang. rom., § 527. 6. § 144, en el trato de la vocal final, el divorcio catalánespañol es completo, no sólo en cuanto a -o mantenida en es­ pañol y perdida en catalán y en provenzal, sino también en cuanto a -e, cuya pérdida, aunque común a los tres idiomas, obedece en español a razones mecánico-fisiológicas, y en cata­ lán y en provenzal a leyes rítmicas. Se basa (§ 9) en que el es­ pañol pierde -e «tras fricativa dental», denominación en que incluye las fricativas dentales d, 0; las fricativas alveolares /, s; las oclusivas alveolares n, r, y la fricativa dorsopalatal y. No po­ demos adherirnos a esta teoría; el español pierde o no la -o (o la -e) de una misma palabra si variamos sus condiciones rít­ micas : primero, primer, reciente, recién, e t c .14. El provenzal, el catalán, el aragonés y el leonés pierden o conservan la -o según la naturaleza del fonema precedente. Se ve, pues, cómo las razones mecánico-fisiológicas actúan también sobre el pro­ venzal y el catalán, y cómo la ley del ritmo alcanza al español. Nos proponemos volver en breve sobre este tema. 7. § 18, grupos lat. pl-, kl-, fl- mantenidos en provenzal y en catalán, hechos Z- en español. La divergencia es manifiesta. Pero 13 Cfr. R. M e n é n d e z P id a l , Manual, § 59j. El provenzal acusa una ten­ dencia característica a la conservación, pero junto a divenres, engenrar, onrar, etc., muestra formas dialectales con -ndr-, Cfr. A p p e l , Provenzalische Lautlehre, § 47. La tendencia a intercalar la d va ganando terreno modernam ente, G r a n d g e n t , Oíd Provenga!, § 20. 14 La apócope de estas palabras no exige pérdida de acento; véase T. N a v a r r o T o m á s , RFE, 1925, XII, 374. Navarro Tomás la cree tam bién ligada al ritmo.

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nos parece desproporcionada la deducción de M.-L., que preten­ de levantar, a base de esta diferencia, una muralla china entre Cataluña y el dominio español. En ello insiste más tarde, § 146. M.-L. ha olvidado aquí que «conservación de un estado latino no une», y, sobre todo, que pl-, kl-, fl- son las formas normales de las hablas del Ebro hasta Cantabria. Esa actitud obliga a M.-L. a negar la patrimonialidad de las pronunciaciones pl-, kl-, fl-, limítrofes del catalán y del aragonés, que, como un es­ tado aglutinante de ambos extremos, asegurarían la continuidad lingüística, y a interpretarlas como cat. pl. + cast. /15. Y esto, a su vez, al enfrentarse con un supuesto 16 fenómeno -/- de -plIatino, que supondría, claro es,el grado *-bl- (duplare > *doblar > dollar), le forzará luego, en el § 32, a rechazar el grado doblar, que tendría su apoyo en las formas con kl-, pl-: hubiera sido incongruente aceptar doblar como patrimonial y rechazar kl-, p¡-, fl-. El Sr. M.-L. resuelve su problema mediante el proceso -bl- > *-11- (asimilación) > -1-: duplare > *doblar > *dol-lar'> dolar. Aunque existiera un cat. *dollar del lat. duplare, le sería a M.-L. muy difícil encontrar quien le aceptara esta explicación. 8. § 33, grupo -bl- protónico. Halla M.-L. oposición entre el español que metatiza el grupo y el catalán y el provenzal que lo m antienen: olvidar, oblidar, oblidar.—Pero este caso no cons­ tituye ley. Cfr. prov. y esp. oblada, alav. olada < oblata; prov., cat., esp. y port. o b lig a r ^ obligare (REWb, 6012). 9. § 40, grupos vi, bi. También opone el español a los otros dos dominios, aquél por mantener la labial, éstos por preferir la palatal: rabia, raja, rauja.—En primer lugar, «cat. raja, rabie, no existeis, i el prov. rauja, cat. rauxa tenen un altre origen» (Griera, ZRPh, 202). En segundo lugar, «rabia da en fr. rage, en prov., cat. y esp. rabia, en port. raiva» ( REWb, 6980); rabiosus > prov. rabios, esp. rabioso, port. raivoso (REWb, 6981). Por último, el resultado español -y- < -bi- está satisfactoriamente de­ 15 El fenóm eno se da tam bién en el interior de Francia, en donde no es sospechable un cruce con el cast. 1-. 16 G r i e r a , ZRPh, XLV, 202, niega la existencia del cat. dollar y la de esta ley fonética - p l - > \ . El m ism o M.-L. no la había querido admitir en s u REWb, 2800.

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mostrado en los siguientes tex to s: Menéndez Pidal, Cid, pági­ nas 892 y 903, M anual5, §§ 133 y 53i, y Orígenes del Español. § 48i; Hanssen, Gram. hist., § 55; García de Diego, Elementos de Gram. hist. cast., pág. 50, y RFE, III, 317; A. Castro, RFE, II, 180, y V, 38; A. Steiger, RFE, VII, 76, etc.: fovea > h oya; rubeu > ruyo, royo; obviare > h u y a r ; caveola> Cayuela, cayóla; rubia > roya; etc. La denominación de «palabra libresca» que M.-L. da al cat. rabia es excesiva, sin duda. El resultado -y- luchó en ambos dominios con la tendencia conservadora, por lo cual se hace preciso considerar con el mismo criterio las conserva­ ciones en las dos lenguas. Menéndez Pidal, Manual, § 53i, llama a estas voces con b mantenida semicultas, denominación que, a nuestro entender, indica en este caso tan sólo el influjo con­ servador que sobre esas voces ha actuado. 10. § 49. Todas las lenguas romances pierden la -t de la ter­ cera persona. Pero también aquí el español va por un lado, el catalán y el provenzal por otro, no en cuanto al resultado, sino en cuanto a su fecha mucho más tardía en español que en pro­ venzal y en catalán, según se ve al comparar el imperfecto es­ pañol Yo avía, El avíe, con el catalán Yo -ava, El -ava. Esto prueba que cuando la a final se hizo e en sílaba trabada, todavía perduraba la -t en español, mientras que había desaparecido ya en catalán.—El argumento queda sin eficacia, porque no es acep­ table que el imperfecto español deba su -íe a la presencia tardía de la consonante final; comp. Maríe, míe, die, de María, mía, día. El fenómeno se explica por acercamiento de la a a la í en el hiato, librándose la primera persona por énfasis, aunque se re­ gistran muchos casos de Yo -íe 17. Por otro lado, M.-L. supone (§ 10) el cambio -a > -e en sílaba trabada, las casas > les cases, como específico del catalán, con exclusión del español y del provenzal; resulta así que el español está aislado del catalán 17 Cfr. M e n é n d e z P id a l , Manual *, § 117 2. La explicación de M.-L. es la de F. H a n s s e n , Das Possesivpronomen in den altspanischen Dialekten, página 22. Hanssen, esforzándose en explicar la discrepancia Yo -ía, El -íe, acudió a la ley del cambio a > e en sílaba final trabada, normal en al­ gunas regiones occidentales. Pero M.-L., que negó este cambio al español (§ 1 0 ), no debiera ahora acudir a él.

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por no participar del fenómeno (§ 10) y ahora otra vez aislado por participar. 11. § 57, oposición del esp. izquierdo, port. esquerdo, al cat. esquerre, prov. esquer, arag. esquero (-rd- y -rr- o -r-).—Pero si, como dice M.-L., en provenzal suena el fem. esquerdo, y el ara­ gonés dice esquero y el español izquierdo, claramente se ve que las formas están entremezcladas. Por otro lado, el cat. marra convive con el valenc. y mallorq. mardá (arag. mardano) sin coincidir la distribución geográfica de -rd- y -rr- ( mard-, marr-) con la de izquierd-, -r-, -rr-. Del mismo modo, barr-, que es base del esp. barro, muestra en el Mediodía de Francia formas como barí (Haute-Garonne, Aveyron, Lozére; ALF, 1940) y bardo (Hautes-Pyrénées; ALF, 761). En este mismo § 57 hallamos los siguientes casos de oposi­ ción entre el español, de un lado, y el catalán y el provenzal, de otro: ayunque, enclusa, encluge, «provenzal y catalán tienen de común la l»; ceniza, cendre, cenre; conocer, coneixer, coneiser; dehesa, devesa, devesa; enano, nan, nan; es-puma, escuma, escum a; tenaza, tenalla, tenalha; trabajar, treballar, trebalhar; hincar, ficar, ficar, hinojo, fonoll, fonolh; simiente, semenza, semensa. Ahora bien: si se hubieran tenido en cuenta los espa­ ñoles enclume 18, cendra, conescer, devesa, nano, tenalla, trebajar, trebajo, trebajaor, ficar y simienza (arcaicos vulgares o dia­ lectales), o se habría prescindido de esta lista o habría sido interpretada de otro modo. En cuanto a la consideración del área de cada forma, fijémonos en el agrupamiento catalán y provenzal frente al español, a base de la vocal inicial, en hinojo, fonoll, fonolh. La forma no asimilada es también catalana y provenzal, como reconoce M.-L. Según el ALF, 1565, la forma no asimilada no sólo es también provenzal, sino que es única. 18 Si el ilustre com paratista Sr. M.-L. hubiese tenido presentes todas las form as peninsulares de esta palabra, de seguro que no hubiera in­ terpretado la / com o signo de galorrom anism o: arag. enclusa (Coll, Apén­ dice al Dicc. de Arag., de Borao, pág. LIV), ast. yuncía, ant. cast. enclume (S a ber de Astronomía, I, 134, y V, 224). No parece, pues, necesario supo­ ner provenzalism o el cat. enclusa, com o hace el autor en su Gramm. des Lang. rom., § 437.

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Sólo en Ariége hay un lugar con la forma funul, y no en la fron­ tera catalana, de la que está separado por una línea de fenul, sino en continuidad con los hunul y huí gascones 19. El Rosellón, en cambio, tiene funul como general. (V. más adelante, 13). En cuanto a la oposición del español con los otros dos dominios a base de espuma, escuma, escuma, véanse los prov. espumas, espumos en M. Raynouard (Apéndice) y los gall.-port. escuma, escumadeira, escumalho, escumar. Lo que más resalta de este § 57 es la insistencia con que se rebusca, hasta en los más pe­ queños detalles, motivos de discrepancia entre el español y el catalán. No sería difícil oponer otra lista contraria: ár. schabaka > esp. jábega, cat. xabego, prov. savego (REWb, 2661); deuda, deuda, dauta (REWb, 2492); níspola, nespla, mespulo (REWb, 5540), etc. 12. § 149: «Pero de nuevo es completamente distinta del español ante todo la vocalización de la v en posición final de sílaba y de palabra: beure, bibere; viu, vivus, ver §§ 35 y 56.» El tema ha sido insistentem ente tratado en el libro. En el § 35 se habla del grupo -br- > cat. y prov. -ur-. El § 56 estudia -b, -c, ~d. Todavía podemos añadir dos más: el § 33, grupo -bl- postó­ nico que da ul en catalán y provenzal, taula frente a esp. tabla, equiparable articulatoriamente a wr- -z- tras vo­ cal anterior; tras vocal posterior el provenzal pierde la -d- como el catalán.—Esta ley está enunciada ante un ejemplo único: kua, kuga, ant. coa < coda, en donde M.-L. ve un imposible présta­ mo (?). Porque «es altamente notable que no se halle ninguna forma provenzal con -z- procedente de coda, ni en la actualidad ni en el tiempo antiguo» (pág. 29). Y de aquí: El destino pro­ venzal de la -d- «depende de la naturaleza de la vocal preceden­ te: si es palatal se produce -z-; si es velar, desaparece la -d-. Son palatales no sólo e, i, ü, sino a, naturalmente, y lo que es más chocante, el diptongo au: auzire» (pág. 30). Tan chocante, que no nos es posible admitirlo, como tampoco lo admite Griera (ZRPh, pág. 20). Toda esta complicada explicación es superflua, porque sí que se dan formas provenzales con -z- de coda: Ray­ nouard junto a coa trae coda y coza. Otros casos provenzales de -d- tras vocal velar recogidos en Raynouard: rodere > rozer, roder, roer 24; sudore > suzor, su or; sudare > suzar, suar; sudarium > suzari, suari, adj. suzolent; crudelis > cruzel y cruel; cruzelmente, cruzeltal y crueltal; cruzeleza, cruzeza. Bastan es­ tas muestras. Lo más frecuente es encontrar en los Dicciona­ rios las formas con -z- como las más usadas y como «otras for­ mas», las de -d- mantenida o perdida, pero hay casos, así coa, en que la forma con -z- no es la más general. Esa -d- perdida en algunas formas no implica vocal posterior ante s í : de coda halla­ E . L e v y , Provenzalisches Supplement-Wdrterbuch, III, 24 En la forma fuerte roire.

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s.

v.

Femna.

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m os coa; de crudus, cru; de sudore, suor, etc., mezcladas con las correspondientes formas con -z-; pero hallamos igualmente: de nidus, niu, nieu (adj. nizaic, niaic); de credo y sus derivados, creansa, mescreant, credo, credensa, crezensa, credeire y creze■dor 'creyente', descrezer y descreire, descrezensa y mescrezensa; de invadere envazir, envair, envaziment, envaiment. Esto nos parece suficiente para interpretar los casos de elisión de -d- primaria en provenzal como propios de una tendencia más débil que la específica (-d- > -z-), tendencia que impera en los •dominios vecinos. A la inversa, la tendencia provenzal da algu­ nos brotes en catalán: Griera apunta (ZRPh, pág. 201) nuzá (¿no se tratará de un provenzalismo?) junto a nuá y nugá, nudare. En Rosas, el antiguo Rodas, no podemos ver más que una sus­ titución de palabra. En cuanto a determinar si en los tres domi­ nios se rompió la oclusión de la -d-, esto es, se produjo la frica­ ción de diferente manera, es cosa que precisaría una investiga­ ción histórica y experimental. De todos modos, después de leer que el resultado provenzal se opone al de los otros dos dom inios, nada hubiéramos podido leer con más sorpresa que la afirmación de M.-L., al final de este § 20, de que con esto el catalán y el provenzal se unen en contra del español. 15. § 147, exactamente emparejable con el § 20: -11- latina se hace l en catalán y en español (§47), a pesar de lo cual M.-L. dice que no hay entre los dos dominios conformidad. He aquí la razón : las pronunciaciones latinas de las grafías -11- y -1- se dife­ renciaban cualitativamente, siendo aquélla «exilis», «y pudiendo muy bien haberse hecho palatal a medida que -1- se iba velarizando. Esto es lo que ocurrió de hecho en provenzal y en ca­ talán». Lo mismo debió ocurrir en el portugués, sigue M.-L., pero nada lo prueba para el español, «aunque su posición entre el portugués y el catalán lo hace verosímil».—¿No resultan de­ masiado violentos estos esfuerzos por separar los dos dominios peninsulares, dividiendo el área continua de un mismo fenó­ m eno y explicándolo luego, sin éxito, en las dos partes de la di­ visión como producto de causas diferentes? 16. § 12, o protónica se conserva en español, se hace u en provenzal, y aunque no en la escritura, sí en la pronunciación

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del catalán: morir, murir, murir. El fenómeno es tardío, por lo cual, más que como coincidencia en una época remota hay que considerarlo como un común desarrollo catalán y provenzal, «y en todo caso como una contraposición con el español».—Dos objeciones graves se oponen a las deducciones de M.-L.: la pri­ mera, del mismo M.-L., es que el provenzal, por tener ü, trata toda o como vocal extrema labial, razón que concede, como po­ sible, en el § 145; la segunda, de B am ils ( BDC, VIII, 69), aludida por Griera en la página 201, dice: «aquest canvi fonétic d e o > « 1’ atribuim, com a causa propulsora inicial, a la influencia d’una i tónica». Véase, además, más adelante, Tercera norma, finaL Tercera norma.—Es una lastimosa y grave deficiencia el que, tratándose de dictaminar sobre la inclusión o exclusión del catalán en el grupo de hablas peninsulares, no se haya tenido e a cuenta el aragonés, lo cual es capital para la trabazón de la se­ rie; ni hayan sido atendidos el gallego-portugués y el leonés, que son el otro término necesario para comprender la totalidad de lo ibérico; ni los dialectos mozárabes de la mitad meridio­ nal de la Península, indispensables para sentar o negar la con­ tinuidad lingüística. Expresamente escribe M.-L. en la página 58, nota al pie, a propósito de los nombres en -men, que la for­ ma quexume del Alexandre, conforme con la catalana, en nada cambia el preconizado alejamiento español-catalán, porque «es ist eine dialektische Form». Es decir, lo dialectal no une. Pero< el autor no ha mostrado en cada caso una firme seguridad sobre la legitimidad de esta norma. Como si persiguiera incesante­ mente nuevas pruebas del parentesco catalán-provenzal, M.-L. acude a cada paso a los dialectos coincidentes. Los párrafos 3,. 9, 15, 20, 21, 26, 28, 29 y 47 contienen afirmaciones del galorromanismo del catalán a base de aproximaciones o coincidencias con formas dialectales del provenzal. En los párrafos 3, 6, 7, 8, 10, 17, 29, 52 y 55 se confirma el mismo hecho con limitaciones dialectales del catalán. En los párrafos 7, 8 y 24 encontramos anotadas coincidencias del catalán o de alguno de sus dialectos con tal o cual dialecto francés. Siendo Cataluña y Provenza te­ rrenos de variedad dialectal, hubiera sido, naturalmente, una falta gravísima prescindir de sus dialectos. Pero esto mismo»

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hace lamentable la desventaja de trato con que los dialectos -españoles intervienen en la comparación. Estos no faltan ente­ ramente, pero su comparecencia, casi sin excepción, es para coadyuvar a la tesis del libro. 1. Español vulgar.—Cuatro veces es mencionada la pronun­ ciación vulgar o familiar del español, con autorizada cita del señor Navarro Tomás; las cuatro para sentar que existe alguna diferencia de grado entre las pronunciaciones española y ca­ talana, §§ 21, 22, 51 y nota 1 a la página 12. 2. Aragonés.—§ 2, diptongación de ó ante yod. Puede ser expansión del catalán. § 9, el aragonés pierde -e, como el catalán, aun en casos en que el español no la pierde [esto es, la repone]. Pero no hay que deducir de esto —prosigue— conformidad catalano-aragonesa, porque el aragonés pierde sólo -e, mientras que el catalán pierde -e y -o 25. El fenómeno aragonés es una prolongación del castellano. § 10, a > e en sílaba trabada final. Invasión del catalán. § 18, los grupos pl-, Id-, fl-, g¡-, bl- palatalizan por castellanis­ mo : pl- > 1-. [ Ninguna otra cita de la conformidad catalanonavarro-aragonesa ocasionada por la conservación de los grupos pl-, kl-, fl-.] § 19, 1- > Z-. Invasión del catalán. § 26, -kt- > -it, frente al leonés y al castellano que hacen G. [N o lo apunta como indicio de parentesco con el catalán, ni lo vuelve a citar en el lugar correspondiente del Resumen (§ 142). Tampoco alude al gallego-portugués ni a las regiones leonesas que mantienen -it. Cfr. R. Menéndez Pidal, Dial, león., en Rev. Arch., 1906, § 123, pág. 166, y Orig., § 51.] s Hay incon£.uencia entre este reparo y la unión que establece, § 2, entre el provenzal y el catalán a base de la diptongación ante palatal; a esta discrepancia catalano-aragonesa, a base de perder -o y -e (cat.) o sólo -e (arag.), correspondería allí: «No hay que ver interdependencia entre el provenzal y el catalán, porque el catalán diptonga sólo ante palatal, m ientras que el provenzal diptonga ante palatal y ante velar.» Lo cual sería anticientífico.

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§ 52, -r se pierde en parte de Aragón. Invasión del catalán 26. § 57, cat. esquerre, prov. esquer, arag. esquero, se oponen a. esp. izquierdo, port. esquerdo. § 143, monoptongación de a u , a i en catalán, aragonés ycastellano: «O la monoptongación se asentó en Aragón o en Cantabria, expandiéndose lentamente hacia el Oeste, o partió directamente de Cataluña.» En total, ocho fenómenos aragoneses, de los cuales, según M.-L., sólo uno es patrimonial del aragonés (kt > it) y otro po­ siblemente (a u > o, a i > e). 3. Leonés.—§ 2, diptonga ó ante yod, como el catalán. Pera no puede alegarse conformidad, porque en catalán la dipton­ gación está condicionada por la palatal y en leonés no. § 9, Sahagún < S a n c t i F a c u n d i nos dice que también en leonés la pérdida de -e ocurre en circunstancias ajenas al castellano 27. § 39, -m b -> m es especial del catalán, «speziell katalanisch»^ como se ve por los numerosos casos de conservación de -m ben leonés, portugués y navarro. § 57, cueva, cova, cava, suponen las bases c o v a para catalán y español, c a v a para provenzal; pero no faltan en la Península derivados de c a v a : cfr. kabilá en San Ciprián de Sanabria. § 142, ó, é ante yod. En vista de las formas cuoiro, despueisy nueite del leonés ( K r ü g e r , El dialecto de San Ciprián), hay que contar con la posibilidad de que el estado actual del español tenga por base uoi. 26 Esta -r se conserva en valenciano, lo cual explica M.-L. por castella­ nismo. Griera niega el castellanism o de este hecho, pág. 203. El proce­ dim iento continuado de explicar com o invasión del uno al otro campo, siempre que hay coincidencia del catalán con las otras hablas peninsula­ res, soluciona de un golpe el problema de las áreas no coincidentes d e los distintos fenóm enos lingüísticos, pero en cam bio pierde eficacia p or su misma invariabilidad. A los casos recogidos en el texto podem os aña­ dir dos m ás: -s- sorda valenciana es castellanism o (§ 28); la confusión d e ¿7 y v en catalán es un caso de influjo español (§ 17). 27 Pero San Fagunt es también la forma castellana. Véase R. Men é n d e z P id a l , Cantar de Mío Cid, I, § 40, y II, s. v. San Fagunt, y Orí­ genes, § 36i.

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§ 143, monoptongación de a u, a i en catalán y en español.. El fenómeno cuadra mejor al catalán que al español, pues no' sólo falta en portugués, sino también en leonés. Debe haberse expandido desde Cataluña2S. Destaquemos dos de estos argumentos: 1.°, las abstenciones dialectales iberorrománicas notadas en los §§ 39 (-m b- > m) y 143 (a u, a i > o, e) para negar la resultante conformidad hispa­ no-catalana; 2.°, la forma dialectal kabilá (§ 57) aducida para que no aparezcan unidos el español y el catalán enfrente del provenzal. Ahora confrontemos esta fuerza argumental de las coincidencias o discrepancias dialectales con las palabras de la nota 1 de la página 58: quexume [que tiene un desarrollo de la terminación -m e n conforme con el catalán] en nada varía la cuestión, «ándert nichts», por ser dialectal. 4. Portugués.—§ 39, casos de -m- y -m & - o, a i > e en catalán y en español. El portugués y el leonés no monoptongan, lo cual prueba a M.-L. que el fe­ nómeno es más bien catalán que español. § 147, -1- latina fué en portugués, como en catalán, velar. 28 Se apoya en la fecha prehistórica del fenóm eno y en su im posi­ ción general en catalán, incluido ait- de a c t-. Griera niega, con citas, que sea prehistórico y que sea general, pág. 2 0 0 . 29 En Navarra muir < *muyir < muñir. 30 Griera, pág. 214, destruye esta argumentación sólo con citar las di­ versas regiones catalanas donde se cumple esta misma ley de la metafonía vocálica. M.-L. m ism o trata en su Hist. franz. Gram., § 51, de los efectos m etafónicos de una -i sobre la é y la ó precedentes, efectos que se dejan sentir en provenzal, español, portugués y norteitaliano. Y en su Gram. des Lang. rom., § 79, dice que la m etafonía sobre é está comprobada en toda la Italia del Norte y del Sur, en Francia, en España y en Portugal,

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La cita del § 57, conducente a presentar el cat. niunyir den­ tro del concierto peninsular, es sorprendente por única con tal propósito. 5. Otros dialectos.—§ 4, la monoptongación ai > e es cho­ cante en español y cuadra mejor en el catalán; así el mozárabe conserva a i 31. § 39, en el trato de -m b- el navarro prefiere la conserva­ ción 32. § 45, la v final de sílaba vocaliza en catalán y provenzal, y no en español; así tenemos la oposición del cat. llauna frente al ast. lábana, mure, láguena. § 57, el esp. clavija sorprende por su el-, conforme con el catalán; pero no faltan formas dialectales que los diferencien: montañ. llavija, alav. savija, mure, lavija. § 57, cevilla, sivella, fivella. Las formas españolas con c- son asturianas y montañesas, es decir, norteñas, y por razones se­ mánticas es imposible suponer relación entre ellas y la cata­ lana. He procurado con el mayor escrúpulo no omitir ninguna de ' las citas dialectales, aparte alguna que otra de la que el autor no saque deducciones. Al repasar la lista de estas citas dialectales y portuguesas comprobamos que con la ú n ica 33 excepción de la del § 57, ast. muñir, port. monger, todas ellas han perseguido obstina­ damente dos fin es: 1°, sentar diferencias con el catalán; 2.°, com­ batir interdependencias español-catalanas. En cambio ha omitido la cita dialectal cuando pudiera ser­ vir para la inclusión del catalán dentro del sistema lingüístico peninsular o cuando pudiera limitar geográficamente la coin­ cidencia del catalán con el provenzal. Por ejemplo: § 10, cat. Véase más arriba, Tercera norma, 3 al § 143. Véase Tercera norma, 3 al § 39 y 4 al § 39. 33 En el § 142 cita los león, nueite, cuoiro, despueis, y dice que en vista de ellos quizá la base de esp. noche sea tam bién m toite; pero en sus conclusiones para el agrupamiento no cuenta con esta posibilidad. Tercera norma, c), al § 142. Cosa sem ejante ocurre con la pronunciación de -1- lat. en Portugal, § 147. Véase Segunda norma, 15. 31

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-as, -a n > -e s , -en [om isión del leonés]; § 12, o protónica se hace u en catalán y provenzal [om isión del portugués; cfr. Leite de Vasconcellos, Ligóes de Philologia Portuguesa, pág. 145; y, sobre todo, om isión del catalán occidental y del valenciano, que conservan o; el balear tiene este cambio sólo en muy escasa proporción; véase el ALC, núms. 10, 15, 17, 18, 20, 57, 89, 157, 166, 494, 500, 501, e tc .34] ; § 14, c e-, c i- dan s- en provenzal y ca­ talán, 0 en español [olvido del portugués, del andaluz y del judeo-español, que tiene seseo; cfr. Subak, ZRPh, XXX, §§ 36­ 3 9 ]; §§ 16 y 146, f- se conserva en provenzal y catalán, desapa­ rece en español [olvido de nuestras hablas occidentales y del judeo-español35; olvido del gascón]; § 19, l - > /- en catalán [olvido de Aragón, del sur y oeste de la Península36]; § 51, -l secundaria se hace velar en catalán [olvido del portugués y del judeo-español, cfr. Wagner, que en los textos transcribe i la l final de sílaba]; § 55, -t final tras consonante (-ment), «no en­ tran en cuenta más que provenzal y catalán» [olvido de los antiguos castellano, navarro-aragonés y m ozárabe]; § 42, -im­ procedente de -t’n en catalán [olvido del castellano37] ; § 39, -n d -> -n- en cat. andaré > anar [olvido de los casos leoneses, aragoneses y castellanos, en que la ley se cumple 38]; § 57, asi­ m ilación de la vocal protónica a la tónica en el cat. fonoll [olvi­ do del port. funcho, REWb, 3246]. Cuarta norma.—Las fechas de un cambio común a dos do­ minios robustecen su fuerza agrupadora si son relativamente coincidentes; la debilitan si están muy alejadas. También aquí el campo iberorrománico ha padecido por parte del Sr. M.-L. un trato invariable de disfavor. 34 ¿Cómo ha podido escribir M .- L . en el § 12, que según el ALC, la pronunciación u es la usual en todas partes, «ist überall u üblich»? 35 M . L. W a g n e r , Beitrdge zur kenntnis des Juden-spanischen von Konstantinopel, §§ 25-27. -’6 R . M e n é n d e z P i d a l , Orígenes del español, § 44. 37 Cfr. R. M e n é n d e z P i d a l , Cantar de Mío Cid, § 373, que trac tres casos castellanos: c a t ( e ) n a t u s > cañado, junto a candado y calnado a n t (e) n a t u s > annado, junto a andado y alnado, y s e r o t ( i ) n u s > seroño, ju n to a serondo. 38 R. M e n é n d e z P i d a l , Orígenes, § 53. 3

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1. § 37, -rs- > 5 en español, -rs- en provenzal y catalán. Ver­ dad que desde el siglo x i i i la reducción se cumple también en catalán y provenzal, pero la fecha relativa del fenómeno separa al español de los otros dos idiomas 39. § 40, -t de la persona Él se pierde en las tres lenguas, pero el español se separa de los otros dos por haber mantenido la -t mucho más tiempo que el provenzal y que el catalán. [Queda contestada más arriba, Segunda norma, 10, esta suposición.] § 148, en el desarrollo de las oclusivas sonoras secundarias el catalán «esta cerca-del español». La coincidencia no se cum­ ple porque el paso a fricativas es más reciente en catalán que en español.—Esta supuesta mayor antigüedad del fenómeno en es­ pañol se basa en la creencia de que -e no se pierde más que tras fricativa dental, lo cual requiere, según él, una pronun­ ciación -d para el antiguo ciudad40, y en un mayor grado de abertura de la fricción en español. Esto último lo deduce de las noticias que en su Manual da Navarro Tomás sobre la pronun­ ciación vulgar o familiar de esos fonemas en determinadas po­ siciones. Aunque junto a las investigaciones del Sr. Navarro Tomás, tan finas y tan exactas, no siempre están las correspon­ dientes del dominio catalán, y aunque tampoco parece que el señor M.-L. ha conseguido tener a mano todas las existentes, no por eso vamos a negar al catalán esos matices denunciados por Navarro Tomás en el español vulgar. Por mi parte he pro­ curado, sin éxito, comprobar esa diferencia de grado con el español en la pronunciación de catalanes venidos a Madrid que hablaban el español incorrectamente y con un muy marcado acento catalán. 2. Con criterio contrario: § 55, provenzal y catalán van unidos en el trato de la final del grupo romance -nt, perdida en provenzal antiguo y «en parte del catalán moderno». 39 Este supuesto tardío cumplimiento de la reducción en catalán se basa exclusivam ente en el ant. ors, ursu, que Griera, pág. 202, rechaza por latinism o. 40 Aunque le adm itam os por ese solo indicio que el español ya tenía en la Edad Media el sonido d, todavía tendría que probar que no lo te­ nía el catalán.

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3. Por pertenecer a la fuerza argumental del factor tiempo, tienen su puesto en esta cuarta norma las palabras del § 132 destinadas a neutralizar la diferencia del prov. printemps con el esp. y cat. primavera, y que, refiriéndose a la forma ant. prov. primver, d icen : «Así, pues, la diferencia entre el catalán y el provenzal descansa en una posterior transformación del pro­ venzal» (pág. 133). Este criterio no ha sido tenido en cuenta en los casos en que la diferencia entre el catalán y el español des­ cansa en la posterior transformación de una u otra lengua; cfr. § 15 (j < 5 < z en español); § 52 (-r perdida en catalán); §§ 12 y 145 (op rotón ica); § 55 (-1 secundaria); §§ 9 y 144 (-e). Esta cuarta norma ha sido aplicada con la misma intermi­ tencia que las anteriores, y en sus alternativas ha resultado in­ variablemente perjudicado en la comparación el campo iberorrománico. Quinta norma.—El área de extensión de un fenómeno in­ terviene varias veces como factor comparativo: en el § 3 se argumenta contra una posible interpretación de divergencia catalano-provenzal a base de las pronunciaciones u — ü, dicien­ do que «la ü no alcanza absolutamente a todo el territorio pro­ venzal». En el § 143 se insiste en ello. Criterio opuesto: 1. En los §§ 39 y 143 se argumenta contra una posible inter­ pretación de interdependencia hispano-catalana a base de las tres reducciones m b > m, a u > o, ai > e, alegando que los re­ sultados m, o, e no alcanzan absolutamente a toda la Península. 2. Ya vimos en Segunda norma, 11, cómo a propósito de los derivados de f e n u c u l u m presenta (§ 57) la significativa columna hinojo, fonoll, fonolh, siendo así que la forma con vo­ cal protónica asimilada se da en un solo punto provenzal, según el ALF. Basta, pues, en este libro un rinconcillo provenzal coinciden­ te con el catalán para asegurar su interdependencia, como basta también una parte peninsular divergente del catalán para ase­ gurar su divorcio. Creemos haber demostrado cómo en Das Katalanische cada hecho cobra diferente significación según caiga dentro del cam-

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po galorrománico o del iberorrománico. Con la misma transpa­ rencia se ve este doble criterio en un mismo párrafo, el 53, que estudia la -11 final secundaria: el español pierde su palatalización, -l; el catalán, la conserva, -11; el provenzal tiene en parte -u, en parte, -l: piel, pell, peu/pel. La -l de parte del provenzal «se ajusta a la l del catalán». [Es la -l de parte del provenzal, no l despalatalizada del español, la que se ajusta a la -l catalana. Los números 252, chateau, y 986, peau, del ALF, nos dan -l en el Rosellón, como en catalán. En Aude, y, continuando hacia el Norte, en Tarn, Hérault, Lozere, Tarn-et-Garonne, Lot, como en parte de Gard, Ariége, Correge y Cantal, esto es, en un tercio aproximado del Mediodía francés, tenemos -l; esta -l en el Este se resuelve en -u, pasando por *1 y en gascón en -t o variantes africadas. La -l del Centro está evidentemente unida con la -l del Rosellón y de Cataluña a través de Aude. Pero ¿por qué no la -l del aragonés y del espa­ ñol?] Por último, aparte la ya citada contradicción de los §§ 10 y 19 (el cambio -a > -e en sílaba final trabada es específico del catalán, § 10; el español cambió en -e la -a final trabada, § 19), no encontramos del todo congruentes los siguientes p u n to s: a) § 1, «el provenzal no conoce ninguna clase de dipton­ gación espontánea». El provenzal moderno conoce la dipton­ gación espontánea en una región no pequeña estudiada por M.-L. en Die Diphthongierung im Provenzalischen (Sitzungs. Akad., Berlín, 1916, tercera parte, apud P. Fouché, BDC, 1925, pág. 46). b ) § 4, los cambios au > o, ai > e en catalán y español, son prehistóricos; § 143, los cambios au > o, ai > e en español y catalán, son relativamente recientes. c) § 23, -c- desaparece en catalán, como -d-; un común gra­ do -cf- puede haber existido, pero no es necesario; § 145, la ar­ gumentación de M.-L. supone ese grado -d- como indudable. d) § 29, en el trato de vocal + nasal apoyante (vender, vendre, vénder) el catalán va con el español, contra el provenzal; § 149, en el trato de vocal + nasal apoyante el catalán va con el provenzal en contra del español41. 41 En contra Griera, ZRPh, pág. 204.

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e) § 57, esp. manir, cat. manir, prov. amarvir, apuntados com o catalán-provenzal contra español. f) § 148, el provenzal conserva oclusivas las b, d, g secun­ darias intervocálicas en contra del catalán y del español, que las hacen fricativas. Esta discrepancia provenzal la explica M.-L. por la influencia de formas provenzales como prat, -ut, -it, fuec, etcétera, con final ensordecida, sobre prada, pradell, -uda, -ida, fogar, etc, influencia que impidió llegara a pronunciarse prada, -uda, etc. En español no hay tales consonantes finales —sigue M.-L.— que sirvieran de freno. De donde resulta que el fenóme­ no catalán es un caso de influjo español.—-Esto está en contra­ dicción con el § 17, que acusa en el provenzal una pronuncia­ ción B en la que han coincidido v y b primaria y secundaria. También está en contradicción con el § 9, en donde se habla de las finales oclusivas sordas del antiguo español ( leit(e), e tc.; todas las consonantes podían ser finales en antiguo español), en una época en la cual, según cree M.-L., ya se había cumplido el paso a fricativa, por lo menos para d. Pero nada de esto era necesario; Griera, pág. 214, le recuerda que el provenzal tiene igualmente b, d, g. Quizá parezca a alguien este nuestro análisis excesivamente m eticuloso. Quizá alguna de las notas precedentes, aisladamen­ te considerada, pueda interpretarse como un exceso de suspi­ cacia de nuestra parte; pero encajadas en las series estudiadas sirven para patentizar que Das Kaíalanische deja en el lector una impresión un poco extraña: como si las páginas leídas, más bien que la obra de un investigador, fueran el hábil trabajo del abogado de una causa. En este sentido es preciosamente signifi­ cativo ese § 148 (b, d, g), en el cual se combate denodadamente contra un enemigo que no existe. Morfología, sintaxis y vocabulario Este intento demostrativo del galorromanismo del catalán no se ha limitado a la fonética, sino que recoge también varias notas de morfología, sintaxis y vocabulario. Sin que tengamos que continuar un análisis tan minucioso, esperamos que basten

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ahora algunos ejemplos espigados para comprobar la misma ineficacia en estos otros capítulos. Se suponen (§ 58 a) desconocidos en el resto de la Península los plurales en que la s se une a la consonante final sin la vocal epentética e, -Is, -rs, -ns [los tiene el aragonés occidental]. Se dice (§ 63) que faltan totalmente en español derivados de i 11 or u m [no faltan en castellano, ni en aragonés y leonés], y que en esto el catalán va con el español, quizá por errata, puesto que en el § 64 habla de los derivados catalanes de i 11 o r u m. Se barajan, sin deslindarlas, las formas arcaicas con las moder­ nas, de modo que resulta confusión: el presente del verbo sus­ tantivo —dice en el § 76— «suena» en español s o 42, yes eres, es; somos, sodes, son; conjuga (§ 77) nuestro ir así: voy, vas, va, irnos, ides, van; dice ( §78) que el español ha conservado en el plural de f a c e r e las formas de raíz tónica femos, feches (claro que no están citadas las formas vamos, vais, hacemos, hacéis). Otras veces, cuando el catalán y el español tienen for­ mas dobles, doblemente coincidentes, se eligen cambiadas para la com paración: § 76, sido, estat, estat, omitiendo esp. estado, cat. sigut. Otras muchas veces la forma española correspon­ diente falta en la columna del libro, pero no en nuestra lengua: sufijo -amen, corambre, pelambre, § 81; sufijo -or, amargor, dulzor, § 85; iguales deficiencias en los párrafos dedicados a los demás sufijos. Al tratar de los demostrativos, niega el señor 42 «En provenzal so se ha alargado m ediante -z», dice M.-L. a conti­ nuación. El no citar el m ism o fenóm eno en español y el decir que el presente «suena» so, yes, sodes, nos aseguran una vez m ás de que el autor no depuró ni precisó lo bastante sus m ateriales. E ste párrafo es ejemplar todo él: la base del verbo sustantivo en español es sedere, en catalán y provenzal essere. En triple columna el presente; las divergencias entran en el plural: somos, som, em ; sodes, sou, etz. [Las form as discrepantes em, etz son las provenzales (!).] Pero «el cat. som no debe considerarse com o conformidad con el español, sino com o conservación de la forma latina, y la especial posición del provenzal com o cosa algo m ás reciente». Encontramos aquí juntas y en colaboración aquellas dos normas de apli­ cación interm itente: primera, conservación com ún no une; cuarta, 3, transformación discrepante tardía no separa.

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M.-L., § 97, que el español tenga neutros en -o: «Ein Neutrum auf -o fehlt dem Span.» [ esto, eso, aquello, aquesto, aqueso]. En la Sintaxis, tan breve, hay equivocaciones (§ 103, Miranda del E b r o ; § 111, por amor de Dios que no se le escape a V. de lo que Carlos está enamorado de mi amiga), y omisiones penin­ sulares junto a los correspondientes giros catalanes (§ 104, esp. Casa Juan T. míe, B. medio, dejando hablar a las cifras sin añadir un comentario. Estas cifras son: frontera catalanoaragonesa, entre Tamarite y Binéfar, 32; entre Peralta y Fonz, 27; en la otra frontera, 72. (Nosotros nos limitamos a la parte

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fonética, que es la numerada; en las demás, los resultados no son sensiblemente diferentes de éste). Con el señalamiento de estos puntos resulta delineado el perfil del dominio catalán, y, a la verdad, con trazo más grueso en la frontera provenzal que en la aragonesa; pero a nadie chocará, sin duda, que, no con­ tentos con tener el perfil actual del dominio catalán, procuremos seguir estudiando hasta obtener, con relación a los dos grupos occidentales, la representación de su fisonomía más completa y exacta que nos sea posible. A nuestro parecer, todavía conven­ dría someter esos m ism os materiales, que Griera presenta des­ nudos, a un cribado histórico que nos aclarase satisfactoria­ mente cuáles son producto legítimo de la tierra en que han sido recogidos y cuáles en cambio han sido traídos por el vien­ to de las relaciones interregionales posteriores a la formación de cada lengua. Un poco extraño resulta que el Sr. Griera, remitiendo al lector (pág. 216) a su artículo Afro-románic o Ibero-románic?, mantenga unas conclusiones lingüísticas contrarias a lo verda­ deramente expresivo de los cuadros que ahora presenta.

b)

LA

G E O G R A F ÍA

L É X IC A

Nos proponemos en este segundo artículo fijar el grado de intervención que en una subagrupación lingüística debe conce­ derse a la distribución originaria del vocabulario latino y ex­ poner el mínimum de garantías que los lectores de un trabajo tal exigirían para aceptar sus conclusiones. Antonio Griera es autor del artículo Afro-románic o Iberorománic?, publicado en el BDC, 1922, X, 34-53, con el propósito de demostrar, a base de la distribución del léxico latino ya en el siglo v, la naturaleza galorrománica del catalán56. Fué nuesMuy avanzado ya el presente estudio, llega a m is m anos el de Afro-romanisch und Ibero-romanisch, ZRPh, XLVI, 116128, cuya primera parte es una reseña del trabajo de Griera. De haberlo leído antes hubiera abreviado mi labor en tiem po y en extensión; pero ahora creo quizá preferible no m odificar mi artículo, añadiendo en nota 56

W. M

e y e r -L ü k b e ,

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tra primera intención (RFE, 1926, pág. 1) ocuparnos de este trabajo fuera de la serie de artículos que sobre la subagrupa­ ción románica del catalán hemos iniciado, por haber limitado previamente nuestra atención a las leyes fonéticas. Pero, al desechar ahora toda limitación previa, no existe ya razón al­ guna para excluirlo. He aquí la tesis de Griera: La cultura latina irrumpe en la Península Ibérica encauzada en dos corrientes opuestas, proce­ dente la una del norte de Africa y la otra del sur de Galia. Estas dos corrientes —presentadas por G. eruditamente respecto a po­ lítica, arte, liturgia y vida religiosa, escritura, etc.— originan, a su tiempo, sendos estados lingüísticos: la corriente africana produce el español y el portugués con sus respectivas varieda­ des dialectales; la corriente gala crea el catalán. Las lenguas afrorrománicas peninsulares —español y portugués— forman grupo con las hablas suritalianas y con las rumanas; el cata­ lán, por el contrario, con las lenguas romances que se forma­ ron en ambas Galias —provenzal, francés y hablas alpinas— . (G. se refiere con esto a una partición de las lenguas románicas no en orientales y occidentales, sino en meridionales y septen­ trionales. Ambas agrupaciones son bastante corrientes y obede­ cen más bien a la comodidad para el trabajo que a un impera­ tivo científico: la Romania, mejor que una larga franja orien­ tada de Norte a Sur o de Oeste a Este, tendría su representación gráfica en los cuatro brazos de una cruz). «La confirmació d'aquest fet [que el español y el portugués son un producto de la corriente africana] la tenim en una serie de manifestacions de carácter lexicológic que distribueix el vocabulari en un agrupament románic meridional i en un altre agrupament románic septentrional» (página 38 ) 57. Las Etymologiae de San Isidoro dan ya algunos ejemplos de esta distribución: f o r m a c i u m ( f o r m a t i c u m es errata), n e m a t i e , d o l o n e s , p o s e a , algunos de los reparos de Meyer-Lübke, con la anotación M.-L. y el nú­ mero de la página. 57 Dejarem os en catalán las citas de G. Para dar aquí m ism o una m uestra de este idioma que G. supone más distanciado del español que el rumano.

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c a m a , m a n t u m , a n a b o l a r i u m , c i c o n i a 'una parte del arado’, s a r n a . «Schuchardt —prosigue G.—, en l’estudi Die romanischen Lehnworter im Berberischen (1918), ofereix materials abundosos que comproven aquest corrent africá.» G. elige 12 voces: 1.

« c i c e r c iu r ó > bereb. akiker, esp. i port. chícharo.» . « r u b i a arrel per a ten y ir> bereb. tarubia, esp. roya parasit de cereals i plantes, rom. roiba.» 3. « a g a r i c u m o a g a r i c e l l u m > e s p . garzo, bereb. arsel.» 4. « 1 i 1 i u m passa del significat de 'flor' al significat de ’oleandre’. Per influencia del Cristianisme, el lliri significava 'flor' (comp. base, lili flor, vell romanes lilice flor, castellá arábic lulu).» 5. « c o s s u s insecte que es menja els grans > bereb. akuz, takuz, [i. e. takúzl, esp. gusano.» 6 . « m a g u l u m > b e r e b . magg, esp. mallar.» 7. « c u b i t a l e colze > esp. cobdal, codal, bereb. qob tal.» 8. « c o l u m e l l u s u lla l> esp. colmillo, bereb. ticulm ut.» 9. « m a g a l i a (pún.) > bereb. nauala, arábic nuuala, que reapareix en els nom s de lloc en nava i en Anual, etc.» 1 0 . « c a s e u fo rm a tg e> esp. queso, bereb. agisi.» 1 1 . « n o v i a núvia ]> bereb. tenunbia, esp. novia.» 1 2 . « o r c u in fem > bereb. ogur, esp. huergo, huerco, huero.» 2

«Aquesta serie de paraules, que trobem solament en el nord d ’Africa, Italia meridional, Sicilia i Espanya [?], demostren la influencia deis dos corrents culturáis oposats que han operat en la península: el corrent del nord-est i el corrent del sud-oest, els quals, amb llur influencia i orientació, han marcat el ca­ rácter deis diversos pobles i de les diverses llengües» (pág. 40). Nosotros seguimos con gusto al Sr. G. cuando da a estas listas un propósito confirmativo de las conocidas relaciones del sur de España con el norte de Africa. Pero de vez en vez asoma impaciente entre estos párrafos, como tejido con el otro, el propósito de demostrar que el catalán pertenece al grupo románico norteño y el español al meridional. Y ya entonces te­ nem os que tachar de la listilla de voces tomadas de San Isi­ doro: 1.°, aquellas que viven tanto en catalán como en espa­ ñol; 2°, las que no viven en ninguna de las dos lenguas: se sal4

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van dos, cama y f o r m a c i u m 58. Por otra parte, las palabras entresacadas del libro de Schuchardt, y muchas más que se podrían añadir, acusan más bien una corriente hispánica en el norte de A frica59 que a la inversa. Y de ellas tan sólo una, colmillo, he dejado de comprobar en catalán o en galorromá­ nico ; pero esta voz (como cama y hormazo) tampoco tiene el valor agrupador que G. le da, porque según el REWb, se cons­ triñe al español y portugués. Para c a s e u , véanse las formas románicas norteñas en el REWb, 1738, y las galorrománicas en J. Jud, Probleme der altromanischen Wortgeographie, ZRPh, XXXVIII, 19-20 y 65. C i c e r ha dejado formas en italiano, boloñés, antiguo francés, provenzal y gascón (REWb, 1900) 60. R u b i a tiene en catalán la misma forma, fonéticamente normal (cfr. Pompeyo Fabra, BDC, I, 60) que el esp. r o y a 61 con el mismo significado; port. ruiva (REWb, 7409). El bereb. arsel es un hispanismo reciente (Meyer-Lübke, pág. 118). L i l i u m no establece diferencia nin­ guna entre el catalán y el esp añ ol62. C o s s u s , que da el esp. gusano, pariente del bereb. akúz, da igualmente el prov. coso y el fr. cosson (REWb, 2278) 63. Si G. apunta el esp. mallar en la cuenta de m a g u 1 u m, del cual tendría que ser derivación, ha­ brá que apuntar también el cat. ciuró en la cuenta de c i c e r , con lo cual no se puede ya aducir chícharo como divergente; 58 Igual M.-L., 117. Doy testim onio catalán de la única que podría ad­ m itir duda: c ic o n ia > c a t. cigonya, «en el teler mecánic, colzet de l ’arbre superior i principal...» ( R . P o n s , Vocabulari de les industries textils, en BDC, IV, 83.) Los Diccionarios traen otros significados equivalentes. Véase tam bién K r ü g e r , WS, X, 100. 59 M.-L., 117, equivalentemente, hace la justa observación de que Schuchardt titula su libro Die romanische y no Die lateinische Lehnworter. “ M.-L., 118: «Esp. chícharo es voz introducida por los árabes.» Cfr. RLR, I, 20. 61 M.-L., 118: «En cat. roja; el esp. roya no puede ser de ningún modo patrimonial por su fonética.» Si M.-L. se refiere a la vocal tónica, le re­ cordaremos cómo en español conviven ruyo, royo < rubeu. 62 Igual, con razones, M.-L., 118. 63 M.-L., 118: añade que respecto a la ú hay que citar el mil. leus, que falta en la Italia m eridional y central, por lo cual no se puede aducir esta voz com o sur-románica.

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pero la etimología de mallar es m a c u l a r e (García de Diego, Contr. Dicc. Hisp. Etim., núm. 378), voz que existe en catalán como término de navegación fluvial (H. Costa, BDC, IX, 66). Pero G. se refiere aquí al tecnicismo malar formado sobre el lat. m a 1 a < m a x i 1 a 64. El esp. cobdal, codal es adjetivo. Ese colze catalán es en español codo y ambos remontan a c u b i t u ; por otro lado, el referir una forma derivada romance a una base latina más alta, es frecuente en G. (comp. lat. m a g u 1 u m > esp. mallar, y, más adelante, núm. 9, donde une el maced. piculu con el esp. pegujal), por lo cual, dentro del sistema de G., co­ rrespondería citar aquí c u b i t u m , que es general. Además, véase E. Gamillscheg, Arch. Rom., VI, 62-66, para formas de c u b i t u con sufijo - a l e en Galorromania. Esp. nava no puede relacionarse con el pún. m a g a l i a . Para nava, cfr. REWb, 5858, y Schuchardt, ZRPh, XXXIII, 462 y sigs. A esta m a g a 1 i a se han solido referir (REWb, 5223) los port. malha y malhada, esp. majada, león, mayada, arag. y cat. mallada y sus derivados; pero García de Diego prueba satisfactoriamente en su Contr., número 376, que estas voces deben referirse a *m a c u l a t a , de m a c u l a 'red'; comp. redil con el mismo significado. Estas voces están limitadas a nuestra Península. Novia, según el REWb, es específico de los cuatro idiomas extremos del Occi­ dente: «5971: *n o v i u s > prov. novi, cat. nuvi, esp. novio, port. noivo «Bráutigam». Fem. überall entsprechend mit -a.» Para n o v i u s > cat. noi, BDC, IX, 99. O r c u s tiene las correspon­ dientes manifestaciones en dialectos suizos y otros norteños (REW b, 6088) 65. En catalán ha sido abundantemente documen­ tado: órs, adj. m., «taboll», F. Mestre, Vocabulari tortosí, BDC, III, 104; ore, orea «Persona enfadosa i carregosa», R. Volart, Cat. de Cerdanya, BDC, II, 53. L. Spitzer, en Lexikalisches aus dem M.-L., 118, rechaza igualm ente esta voz. M.-L., 119, no halla en Schuchardt el bereb. ogur, del que estaría cerca el esp. huergo; «pero m ás cerca —dice— el fr. ogre». M.-L. remonta precisam ente el fr. ogre ( > esp. ogro) a o g u r , REWb, 6048, rechazando la base orcus, propuesta por Diez, por dificultades fonéticas. Pero en vista de las form as cat. y gall. que damos aquí, creo necesario volver a orcus para el fr. ogre. 64

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Katalanischen und den übrigen iberoromanischen Sprachen, página 45, deriva el cat. eixorc «unfruchtbar» del lat. o r c u s ; pero W. v. Wartburg, ZRPh, XLI, 620, cree mejor del galo *j o r c o s . Creo con Spitzer, BDC, XI, 133, que el gallego urco debe remontar a o r c u s mejor que a l u r c o n e (García de Diego, Contr., núm. 369). Hasta aquí hemos tenido que rechazar, por carecer de la fuerza agrupadora que se les atribuye, todas las voces aducidas por G., menos tr e s: hormazo, cama y colmillo. Pero estas tres, cuya correspondencia en catalán, francés o provenzal no hemos encontrado, ¿existen en italiano, siciliano y rumano? Mas sigue el articulista: La invasión árabe no tuerce los caminos a las lenguas peninsulares; lo mismo que antes de esa invasión, la cultura romana de la España meridional aparece en estrecha unión con la Italia del Sur y con la península bal­ cánica. «Aquest fet, demostrat per les paraules llatines introduídes en el bereber, es comprova per un important nucli de paraules d’origen llatí que solament apareixen en els dominis románics meridionals, en part en el romanes i en els dialectes retis» (pág. 41). Como muestra, expone G. una lista de 46 pala­ bras latinas, consignando las formas que han dado en los di­ versos idiomas del llamado grupo meridional. Aunque no son muchas, se sobreentiende que G. hubiera podido continuar. Pero esta lista no resiste un examen atento. Fijémonos en el propó­ sito de G. de establecer, a base de la distribución de esas pala­ bras latinas, dos grupos en la familia románica (excluyendo del meridional, que se supone ser el continuador único de estas ba­ ses latinas, al catalán, de una parte, y a los dialectos norteitalianos, de otra). Sobre todo, tengamos en cuenta el propósito del artículo entero, encaminado a demostrar la separación del es­ pañol y el catalán y a unir éste con las hablas galorrománicas, y veamos ahora si efectivamente esas bases latinas separan o no al español del catalán y del provenzal. 1. «L’esp. nadie té son afí en el rom. nat, noi.» [REWb, 5851: prov. nat, esp. nadie, «niemand». ALF, mapa 1165: los Departam entos de Doubs, Savoie, H.-Savoie, Ain, Saonne-et-L. y Jura, conservan formas procedentes de natus para el concepto «personne»; « p e r -

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sonne ne me croit», son form as extrañamente cercanas a la espa­ ñola ncedye y nedyce (Saonne-et-L.); véase también M. Pidal, Mío Cid, II, § 64]«. 2 . « C o g n a t u s (parent) ha passat a significar 'cunyat'; > rom. cunnat, esp. cuñado, port. cunhado.t> {REWb, 2029: engad. quinó, friul. kuñat, prov. cunhat, port. cunhado, cat. cunyat, esp. cuñado, rum. cumnat. ALF, mapa 634, «gendre»: kuyatre (Hérault). La voz ha sufrido cruce con fiyatre (Puy-de-D.). Falta en el ALF el concepto «beau frére», lo cual es lástim a, porque no podem os saber si c o g n a t u s quedó con tal significado hasta hoy. M. Raynouard, Lexique Román, trae el prov. cognat, conhat, coignat «beau frére». Krüger, RDR, V, 248, recoge kutiade «Schwester» en Languedoc, pero tam poco fué objeto de su estudio el concepto «beau frére». B a m ils, BDC, I, 52, estudia el aranés kuvaS < c o g n a t u com o norm al; J. Condó, en BDC, III, 17, kütjiat; el m ism o Griera en BDC, VIII, 24, y IX , 8 y 14, y B am ils en Die Mundart von Alacant, página 44.] 3. « C o n s o c e r (consogre) > rom. cuscru, cuscra, dálm. con­ segro, ital. consuocero, esp. consuegro.» [REWb, 2166, prosigue: engad, konsor, port. consogro, lomb. skozer, cat. consogre.] 4. « G e m i n u s , bessó, té els seus representants en el rom. geaman, sicil. gemula, esp. gemelo, port. gem eo.» [E sp. gemelo no es representante de g e m i n u s , sino de g e m 2 1 1 u s , com o el ital. giumella, fr. jumeau, prov. gemel, esp. mellizo. REWb, 3721. El esp. gemelo es un cultism o, com o el cat. y esp. gemela, «Fraixes paraleles qui hi ha a alguns escuts» (Dicc. de la Lleng. cat., de Salvá). Para la hermandad sem ántica y de origen del prov. gemel, alav. gimel y esp. gimelga, véase García de Diego. Contr., núm. 278. El problem a de la repartición de g e m i n u s y g e m e l l u s ha sido estudiado por K. Jaberg y J. Jud en Ein neue Sprachatlas ( Indogermanisches Jahrbuch, IX, 5-6): g e m i n i , con significado de 'mellizo', ha quedado sólo en la periferia de la Romanía, Por­ tugal y Rumania. La forma popular española es mellizo < ( g e m e 1 1 u s , y es útil compararla, incluso para la pérdida de la sí­ laba inicial, con el mapa 1604 del ALF, donde, por ejem plo, los departam entos de B. Pyrénées y Landes nos dan myeyos, -us, -es junto a jum os, -eles. El m ism o fenóm eno en sardo: G. Campus, ASSard, VII, 164, apud RDR, VI, 360.] “ M.-L., 119, nadie está m ás cerca del ant. fr. né, née, prov. nada, que del maced. nat.

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«Alguns noms de les parts del eos están limitats al Sud» (página 41): 5. « H u m e r u s , espatlla > rom. umar, gallur. umm aru, esp., port. h o m b ro .» [REWb, 4232 añade b eam . umi, que quizá sea erra­ ta; el ALF mapa 472 «épaule», trae ü m b e (Landes), igual que el mapa 164 del Petit Atlas, de Millardet.] 6. « R o s t r u m , bec > rom. rost, boca; esp. rostro, cara.» [Añádase cat. rostro (Labemia, Dicc. de la Lleng. cat., Barcelona, 1864), que en el de Salvá se lee: «Rostre. La cara de les perso­ nes. || El bech deis aucels, y tam bé la cara de les besties.»] 7. «Demanar una donzella és en rom. p e \i i en esp. pedir.» [REWb, 6444: p e t e r e «verlangen», rum. pe¡i «um ein Madchen werben». Esta acepción concreta es específica del rumano. El esp. pedir no significa «demanar una donzella», aunque entre lo que se puede pedir, naturalmente, están tam bién las doncellas. El antiguo provenzal dice apedir, Jud, ZRPh, XXX V III, 35. También lo trae Levy.] 8. « U t e r , b o t > maced.-rom. utri, campid. urdi, esp. i port. odre.» [REWb, 9102, añade: prov. o i r é 67, engad. uder; + l u r a : boloñ. ludri, venec. ludro, friul. ludri. Pero, sobre todo, cfr. Dicc. de Salvá: «Odre, m. Bot de posar vi, oli, etc.» Adjetivo odrer. Y Labernia, odre y «odrina, pell de bou cusida en form a de bot. = esp. o d r i n a » Ya el Lexicón totius Latinitatis, de Facciolati-Forcellini, trae: « U t e r , ital. otre, fr. outre, hisp. odre.»] 9. « P e c u l i u m , fortuna > rom. piculu, diner estalviat per a la vellesa, esp. pegujal.» [REWb, 6337: p e c u 1 i u m > maced. piculu.—6336: p e c u l i a r i s > ant. log. pecuiare, esp. pegujal. No incluye las form as provenzales, descuidadas tam bién por G .: pegülhada «Stück Vich» y pegulhiera «Mitgift»; en lem osín, según Mistral, pegulhéro «dot» (E. Levy). La existencia de peculium en Galia está asegurada por la frase de Ulpiano, citada por Du Cange (s. v.): «Peculium, bona quae sunt extra dotem Galli appellarunt».] 10. « C a l c a n e u s , [i. e. c a l c a n e u m , según Forcellini], taló del p e u > e s p . calcaño, port. calcanhar, log. karkandzu, rom. cülciiu.» [REWb, 1490, añade los galorrom ánicos engad. k ’alk’oñ y ant. fr. caucain. E. Levy registra, con un m ism o significado, el prov. calcanh.J 67 Raynouard dice: «Oiré, lat. u t r e m , outre; cat. ant., esp. y port., odre; ital. otre.» E. Levy trae, además, odre com o variante provenzal.

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11. « C r u e n t u s , sagnant > rom. crunt, esp. cruento.» [REWb, 2343, añade engad. criaint. No trae form as de nuestra Península. Al esp. cruento corresponde el cat. «cruent, -a, sagnant» (Salvá), tan latinism o en un idiom a com o en otro.] 1 2 . « F o r m o s u s , bell, está lim itat a les terres meridionals: rom. f rumos, esp. hermoso, port. formoso.» [M. Raynouard registra prov. formos, cat. ant. fermos. Salvá, fermos, fermosa y fermosura, con el m ism o cam bio vocálico que el español en la inicial.] 13. « C a p t a r e , pendre una cosa > rom. catá, mirar alguna cosa; i tal. cattare, adquirir; esp. i port. catar, veure, observar, inves­ tigar.» [E l REWb, 1661, trae, además, form as en lombardo, emiliano, engadino y friulano. M. Raynouard trae el prov. catar «voir», esto es, con la m ism a forma y significado que en español; el Dicc. de Labem ia, cat. ant. catar, mirar, examinar.] 14. « A f f u m a r e , perfum ar> rom. afuma, esp. ahumar, port. afumar.» [REWb, 268: prov., cat. y port., afumar. Véanse también M. Raynouard y Labem ia.] 15. « F o e t e r e , fer pudor > sicil. fetiri, esp. heder, port. feder.» [REWb, 3407, añade, entre otras form as, b eam . hede, que G. reco­ noce en este m ism o artículo, pág. 39, nota 2.] 16. « O b v i a r e , sortir a l'en con tre> ital. obviare, campid. obiai, esp. ant. tiviar.» [REWb, 6027, trae esas m ism as form as. Pero el estudio de esta palabra exige tener presente el artículo 6026, o b v i a m , entre cuyos derivados interesan para la cuestión los catalanes de p rim er antuvi «plótzlich», «anfanglich», a son antuvi «nach seinen Wunsch», y los españoles de antuvión «plótzlich», de p rim er antuvión «anfanglich». Los derivados catalanes están en el Labem ia y en el Salvá.] 17. « F o e d u s , lleig > cors. feu, esp. feo, hedo; port. feio.» 18. « C o t u r n i c e , g u a tlla > ro m . potim ich e, ital. cotom ice, esp . codorniz.» [REWb, 2289, añade venec. y triest. kotorno, prov. codornitz. Véase M. Raynouard.] 19. « P a 1 u m b u s , colom > rom. porum b, esp. palomo, port. pom bo.» [REWb, 6181, añade: prov. palomba, cat. paloma, friul. palom . «Crauschewarz» oder «dunkelgelb», prov. mod. parún «Meerweihe», cat. palom a «an der Mitte der Rahe befestigtes Tau». Y m ás derivados en italiano, tirolés, portugués, calabrés, friuliano, ve­ neciano, catalán, provenzal moderno, francés, rumano y español. Para p a l u m b u s en el latín de Galia cfr. Du Cange, s. v. p a l u m b a r i a , y en el Rosellón, s. v. p a l u m b a r i u m . Para

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Estudios lingüísticos las continuaciones provenzales véase E. Levy, s. v. palom ba y palombiera, y P. Barbier, hijo, RDR, II, 170, y RLR, LII, 118. Para las continuaciones catalanas y aranesas consúltese: Salvá, s. v. palomer, palomera, palomí, palom ida; J. Condó, Vocabulari arañes, BDC, III, 21, s. v. paluma «tudó»; el m ism o Sr. G., BDC, VII, 36, «paluma «torcaz» (Viella)», y en el tom o X I, 44 y 62; B am ils, BDC, IV, 44, Montoliu, BDC, III, 6 8 : « P a l u m b u s , form a que ha viscut en cat. al costat de c o l u m b u s » ; y sobre todo véase el estudio de Alcover, BDLIC, XIV, 33, con abundantes ejem plos to­ poním icos; en la página 183 del m ism o tom o, m uestra Alcover cómo un antiguo toponím ico cat. Palumber ha sido desalojado por un tardío Columbar. Meyer-Lübke, BDC, XI, 17, recoge también p a l u m b u s en la toponim ia de Urgel.] 20. « C a t u 1 u s , cadell > ital. caccio, esp. cacho, cachorro.» [A. Castro, RFE, III, 69: «Hay que excluir [de los derivados de *c a 1 1 u1 u s] cacho.» Vicente García de Diego, RFE, VI, 122: «La etim olo­ gía * c a t t u l u s para cachorro es incierta; para cacho, falsa.» Más tarde, en su Contr., núm. 111, no se decide a rechazarla del todo. Al cat. cadell < c a t e l l u s corresponde el cast. ant. cadiello, arag. cadillo (Cfr. REWb, 1763). García de Diego, Contr., núm . 109, c a t t é l l u s , cita el cast. cadillo, equivalente sem ántico del cat. cadell 'espiguilla, madeja pequeña’, y arag. y cast. cadillo con sig­ nificados vecinos del cat. cadell 'flores de algunos árboles’. Por otro lado, catulus ha dado formas en las hablas galorrom ánicas: REWb, 1771.] 21. « V e n a t u s , caga > rom. vinat, esp. venado, port. ve a d o .» [Véanse las siguientes form as provenzales en M. Raynouard: venar (chasser), venaire, venador (chasseur), venaizo, venatio (venaison, chasse), y en E. Levy: venador «Jáger», venaire «veneur», «chasseur» (Mistral). Para las form as catalanas el Salvá: venar «cagar», y so­ bre todo, venat «mena de cabra feréstiga = esp. venado.»] 2 2 . « C o l o s t r u m , primera llet > rom. corastra, port. costra, ast. culiestru.» [REWb, 2058, añade ital. colostro, abruzz. kelostra, frlul. kayoste. Faltan en el REWb y en G. esp. calostro y cat. calostre, m., «primera llet» y calostració f., «malaltía a qu’estan subgectes les criatures acavades de néixer» (Salvá). C. Salvioni trae m ás formas pertenecientes a los dialectos alpinos en RDR, V, 191. En el catalán de Cerdaña tenem os colistre (D. Volart, BDC, II, 52), que supone una base *c u 1 é s t r u com ún, ast. culiestru, según apunta Jud en Rom., XLIV, 292.]

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«Un nombre considerable de noms d'arbres i de plantes és específic de les terres romániques del sud» (pág. 42): 23. « F i c u s , fig u e r a > r o m . Kic, ital. jico, esp. higo.» [REWb, 3281, añade: ant. fr. fi, prov. jiga ( > f r . jigüe), fr. suroccid. ji, gasc. hik. Gasc. hik y cat. prov. fie significan 'tumor'; pero el maced. h'ic, significa higuera; el fruto es hicá, conforme con el catalán. La oposición catalano-española está m ás claram ente planteada p or Griera en La frontera cat.-arag., pág. 35, y precisam ente no muy en armonía con el intento actual, puesto que allí aparece com o me­ ridional, m ás bien mediterráneo, jiga y no f i c u s : «El tipus cat. figa, que s ’ha form at, potser d'un plural neutre, com el prov., l'ital.; el siciliá [en italiano es fico; en Nápoles, Apulia y Sicilia, fica], fa cara al representant del llatí ficu, que surt en una serie de pobles de la frontera.» Luego, refiriéndose al cat. prov. fie 'tumor', dice que «convendría saber si l ’extensió del m ot fie (m alaltía) coincideix al mig-dia de Franca amb l'extensió de figa (fruit), com en catalá.» Pero observe el Sr. G. que f i c u s 'tumor' no sólo ha dejado re­ presentación en catalán, provenzal y gascón, sino tam bién en es­ pañol : «Del jigo que se faze en el sieso. Figo es un crecim iento a manera de figo que tiene irnos granos m enudos de dentro» (Bernaldo Gordonio, Lilio de Medicina, Toledo, 1513, cap. CLII. Cfr. tam bién el Glosario de J. Alemany al Calila y Dimna, pág. 201). Observe asim ism o que jiga 'fruto' es tam bién aragonés (BAE, IV, 344) y que el provenzal tiene jic no sólo con el significado de 'tumor', sino con el de fruto, según Mistral (ap. E. Levy, s. v. jic, 2, que añade otro ejem plo dudoso). Recuerde, además, que, aunque hoy solam ente en frases hechas, el español y el portugués tam bién tienen higa, figa, y que *fica bífera ha dado en esp. breva, port. beberá. Véase Leite de Vasconcellos, A figa, Porto, 1925. Por últim o, no debemos olvidar que el español hace higo (fruto) m asculino, e higuera (árbol) fem enino en doble oposición con el fr. la figue, le jiguier y con el macedorrumano. El provenzal se ajusta en todo al francés. El catalán se reparte diciendo la figa, com o en Francia, y la figuera, com o en España. El Rosellón no varía; véase el ALF, 1567.] 24. « C e r r u s , clase d'alzina > rom. cer, esp. cerro.» [E l Sr. G. ha sufrido un yerro de lectura en el artículo 1838 del REWb, que

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Estudios lingüísticos trae el rum. cer y el ital. cerro, y que rechaza esta base etim oló­ gica para el cat., esp. y port. carrasca.'] 25. « C o r ñ u s cirerer b o r d > r o m . co m , esp. cornizo, port. com iso, cornísola.» [Falta, así com o en el REWb, 2241, el cat. co m , .m ., «mata de la fam . de les cornácees» (Salvá), y cat. co m er, 'sanguinyol' = esp. cornizo (Salvá).] 26. « M a 1 u m i M e 1 u m , poma i pom era > rom. már, ital. meló, esp. melocotón préssec.» [REWb, 5272, añade engad. mail, valón malí. No trae el esp. melocotón ni los cat. melacotó, melacotoner (Labernia y Salvá), ni los prov. mela «Mandel», melha, mella, amelo, melho, meló, mello, figa melada «getrocknete Feiger» y razin melat «Rosine» (E. Levy). La forma española parece ser un cultism o medieval importado con la significación de 'membrillo' = cat. codony (García de Diego, Cont., 384). No es, pues, lícito sacar de ella consecuencias para los siglos v y vi. Para m e 1 u m en galorrom ánico, cfr. Jud, ZRPh, XXXVIII, 50. Véase tam bién el ALF, ma­ pa 1058 «pommier», que en los puntos 78 y 8 6 es le mali.] 27. « N u c e t u m , bosch de nogueres > ital. nuceto, esp. nocedo i nocedal.» [Meyer-Lübke, ZRPh, XLVII, 120, d ic e : « N u c e t u m ha existido en Francia, como lo prueba Noisy.» Tampoco es cosa segura que el toponím ico cat. Noedes, Nohedes, no sea un resul­ tado de n u c e t u , con cambio de género en el plural, cosa fácil­ m ente explicable, puesto que los dos sufijos -edo (et), -eda son fre­ cuentes en nuestra Península para la designación de colectivos de árboles. Cfr. M. Montoliu, BDC, V, 34-37.] 28. « V i t i s , c e p > lo g . bidé, esp. vid, port. vid e.» [REWb, 9395, añade, a m ás de otras formas septentrionales, gasc. avit, jud.-fr. vidis, prov. mod. avitá, prov. vidaubo, rouerg. biraido, lem os. gizaubo, suizo vuálla, franc.-cond. vey, vald. vizabre, prov. m od. aiibovito, cat. vidalba, bidaula y vidarsa. Para las form as provenzales vidis, plural vidisses, bedis, bedisses, cfr. E. Levy. Bastaría al Sr. G. echar un vistazo al mapa 1505 del ALF, «clematite», para convencer­ se de la gran vitalidad de v i t i s en G alia; la extraordinaria varie­ dad de formas fonéticas en que v i t i s entra com o primero o se­ gundo elem ento de un com puesto, bidalbo, bidaule, vyorn, vioba, vigwen, obvi, etc., prueba que v i t i s es patrimonial, y no voz im ­ portada, en cada región. Para v i t i s en Galia, cfr. Gamillscheg, Arch. Rom., VI, 9 y 27; para Cataluña, F. Mestre, Vocab. tortosí, BDC, III, 8 8 , y A. Griera, BDC, VI, 37, y VII, 73. Y aún con el m ism o exacto significado que en español existe hoy en Francia bit,

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bits, bíe, «la vigne, le pied de vigne», según G. Millardet, Petit Atlas Linguistique d ’une régión des Landes, mapa 541.] 29. « F r a g a , maduixa, es troba en l ’italiá i en l ’espanyol.» [Se encuentra tam bién, según el REWb, 3480, en veneciano, engadino, valón, suizo y gascón.-Ni el R EW b ni G. traen el cat. fraga «maduíxa», que Salvá da como poco usado y Labernia com o antiguo. Aunque G. aduce f r a g a com o vocablo que sólo existe en las tierras rom ánicas del Sur, y no en Galorromania ni en Cataluña, la verdad es que f r a g a tiene m uchos más testim onios supervi­ vientes en Francia que en nuestra Península. Gascuña arage, fage, frage, «fraise» (Millardet, Petit Atlas, mapa 210) y fagéy, fragéy, ragé, afagé, «le fraisier» (Ibid., mapa 211); aranés araga «maduixa» (J. Condó, BDC, III, 3), iraga (Ibid., pág. 13); en el Valle de Barravés, frages; en Viella, arages, según el m ism o G., BDC, VI, 29. En vasco arraga, arraba. En valón freve < f r a g a (E. Gamillschcg, ZRPh, XLI, 637). Pero basta para el caso el ALF, mapa 608 «fraise»: lo s resultados galorrom ánicos de fraga son abundantísim os no sólo e n B eam e, Gascuña, Périgord y Lemosin (B. y H. Pyrén., Gironde, Landes, Lot-et-Gar., Gers, H. Gar., Dordogne, Lot, Corréze), sino en el extrem o Norte, frij, frej y variantes; Meuse, fres, fraget; H. M am e, fraj; Aube, freyjo t; H. Saone, fra j; en Suiza, fraya, frey, fria, fri; H. Savoie, fre, fr e y ; en el Piamonte, frey a; Jura, fre; Ain, frojo, fre. Por otro lado, el fr. fraise, esp. fresa, proviene de f r a g a + fram boise, fram buesa (REWb, 3480), y fram boise es fraga a m b r o s ia (E. Gamillscheg, ZRPh, XLI, 637).] 30. « V i r d i a , col > rom. varg&, esp. berza, port. verga.» [El REW b, 9367, añade form as septentrionales; veneciano, lombardo, friulano, engadino, m ilanés, etc.] 31. « T r u n c u l u s , tronc p e tit> rom. trunchiu, esp. troncho.» [E l REWb, 8955, com o tampoco G., no recoge el prov. troncho (Levy y Raynouard), que, con su significado de 'asta de lanza’, habrá que incluir aquí, ni los catalanes tronxo, tronxás, tronxut, -uda, adj. «Se diu de la verdura que té gros o llarch lo tronxo, como la col, etcétera.» (Labernia); tronx, tronxo, tronxag, tronxut (Salvá). El m ism o G. ha estudiado esta palabra en el dominio catalán: trunSét (Ibiza «tronxo petit» BDC, I, 28). El ALF, mapa 1334, regis­ tra tronso en Lemosin y tronío, tronsu en Périgord.] 32. « U v a , raim > maced.-rom. auo, engad. üya, log. ua, esp. i port. tiva.» [REWb, 9104, además de la form a engadina, ya recono­ cida por G., añade friul. uve, vald. lieua, engad. üi «Weinbeere».

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Estudios lingüísticos U v a ha dado resultados en G alorrom ania: cfr. a), ALF, mapa 670 «groseille» uo pasro, ueta (Piamonte), y mapa 671 «Groseiller» ua pasra, ueta (Piamonte); b), A. Chr. Thorn, Racemus et uva en Gaule, RDR, V, 406418, con ejem plos en antiguo provenzal y en antiguo francés; c), M. Raynouard, Lexique Román, s. v. uva que el provenzal distinguía de razim; adj. uvenc.] 33. « F u n g u s , b o le t > it a l. fungo, esp. hongo.» [REWb, 3588, añade: engad. funsch, friul. fong, ital. funga «Schimmel». F u n g u s ha perdurado en Cataluña y en el Mediodía francés con el signifi­ cado, también latino, de 'tumor', objeción que sólo tiene impor­ tancia dentro del m étodo de G., cfr. el número siguiente.] 34. « C a t i n u s , p la t > v e ll rom . ka\ina, log. kadinu, port. cadinho.» [REWb, 1769, añade a las form as citadas por G. las sep­ tentrionales lom b. kadin, venec. kain, engad. y friul. k’adin. Para c a t i n u en galorrománico, cfr. Jud, ZRPh, XXX V III, 31. El haber heredado el ant. rum. cütinü el significado latino de 'vasija' y el portugués el significado más concreto, tam bién latino, de 'crisol' no ha estorbado a G. para agruparlos. F u n g u s , por ejem plo, está en el m ism o caso.] 35. « C u n a , b r e s > r o m . cuná, esp. cuna.-» [REWb, 2391, romañ. kona, lom b., sav. y piam . küna, engad. k ’üna, friul. skune, gasc. küere «Wiege». Cuna es tam bién catalán antiguo; véanse Labem ia y Salvá. El ALF, mapa 126, registra kuyero (Gers y L.-et-Garonne) y el Petit Atlas de Millardet, mapa 50, küyero, kuere, kueyre, que suponen c u n a . ] 36. « V o m e r , relia de Tarada> rom. vomera, ital. vom ero, vell. arag. uembre, bearn. b ru m e.» [G. ha añadido a las formas del REWb, 9448 y 9450, el arag. ant. uembre, que hoy es güembre. Fal­ tan en ambos estudios las form as provenzales que trae Levy: votnier, vo m er «Pfluch. schar», verbos vomir, vom er «brechen, ausbrechen». Vomier, soc, «fer de charrue» lat. v o m e r , y vomir, lat. v o m e r e , fr. vomir, se leen tam bién en Raynouard. Millardet, Petit Atlas, mapa 471 «le soc»; borne, bume, gome.] 37. « L i n e a , camisa de d o n a > rom. He, esp. liña, linjavera drap per a em bolicar el menjar deis falcons.» [El REWb trae estas formas (m enos esp. liña) en el artículo 1 i n e u s , la española entre paréntesis, señal de duda, añadiendo, en cam bio, fr. Unge que G. om ite. La base l i n e u s para ant. esp. linjavera fué propuesta p or C. Michaelis en RLu, X III, 337-339. A Castro (RFE, IX, 274) y García de Diego (Contribución, núm. 363) aceptan esta base com o segura.

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Griera, ahora, propone la base l i n e a , que él supone exclusiva del latín meridional, con el significado de 'camisa de mujer'. Pro­ cedam os con claridad: l i n e a , -ae significó: 1.°, hebra de lino hi­ lado, hebra; 2°, las cuerdas m ás gruesas de la red, de donde vino a significar 'la red' (Forcellini); 3.°, el adjetivo l i n e u s se sustan­ tiva; Forcellini trae l i n e a , - o r u m procedente de «vestim enta linea»; cfr. (peso) duro, medias (calzas). Siglos m ás tarde este sen­ tido se concretó: «Vestís interior, stricta, ex lino confecta, u n d e nom en. W illelmus Brito in Vocab. MS: Linea dicebatur camisia.» (Du Cange, s. v.) Ahora veam os si l i n e a o l i n e u s han dado resultados solam ente en las tierras m eridionales con exclusión del catalán. Con el significado prim itivo de 'hebra' existe en catalán: líxaa, «el fil de pescar» (Griera, BDC, V II, 73); Nyinya «sinónim de fil de cuc» (R. Pons, Vocabulari de les industries textils, BDC, IV, 126); Nyinyola «cordill de cánem ...» (J. Amades i E. Roig, Vocabu­ lari de l’art de la navegado, BDC, X II, 51). Para la inicial v- por l cfr. Qexia por lepa en Murvedre, según Alcocer citado por G., BDC, IX, 11 y tuga = lligar en Monóvar, según G., BDC, X I, 16. Todavía e l m allorquín tiene otra variante, ginya, que remonta igualm ente a l í n e a (Tallgren, NM, 1914, pág. 98), y que ha dado el verbo jiná, «odiar» (cfr. esp. vulg. tener, tomar fila). Esta etim ología está aceptada por Spitzer en LGRPh, 1914, pág. 399. Para m ás ejem plos de cam bios sem ejantes en posición inicial, cfr. Saroihandy, GrGr, I2, 859, nota, y P. Barnils, Die M undart von Alacant, 38-39. El portugués tiene linha, con el m ism o significado que el catalán. En español tenem os: «liña, la línea, cuerda de albañiles y mamposteros». (Rato, Vocab. bable, edic. 1892, pág. 76); liña, hebra, según el refrán: «La mala vecina da la aguja sin liña» (Correas, Vocab. de refranes, letra L, pág. 183, col. 2.a); liño, hilera de árboles o plantas, com o fr. ant. lin, prov. linh; liñuelo, ramal (véase P. Juan Mir, Rebusco de voces castizas, pág. 470), voz que hay que añadir al artículo 5062 del REWb, l i n e ó l a , junto a las form as italiana, francesa, provenzal, catalana, etc. El provenzal tiene linha, ligna, «ligne, cordeau, direction» y tam bién «hilo de pescar» (Raynouard). El fr. ligne tiene los m ism os significados. Veamos ahora el antiguo es­ pañol linjavera. G. no ha hecho más que traducir la definición del REWb, 5064: «Das Tuch, in welchem die Lockspeise für die Falken eingew ickelt war.» Pero esta definición parece obedecer a incom­ pleta lectura de un pasaje de Aves de caga, de López de Ayala (edic. B ibliófilos Esp., pág. 164), en donde se habla de que el

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Estudios lingüísticos falconero debe llevar unas linjaveras pequeñas donde esconder la caza que el falcón trae, y de «otra linjavera grande do traya sus gallinas muertas, et plumas et roederos, et sus viandas para quando han de dar de com er a sus falcones». La linjavera ( = liñavera) era bolsa, saco, quizá alforja, y era de lienzo (C. M ichaélis, Loe. c it .). La palabra vive hoy en Álava: linabera, cáñamo, planta (Baráibar, Vocab. de Álava, pág. 156), si es que no aceptam os la explicación del autor, com o un com puesto de lina «lino» y vasc. güera «planta». En vasco, liñabera, «algodonero» (Ibid.). C. Michaélis quería ver en el esp. linjavera «bolsa de lienzo portugués», puesto que el por­ tugués tiene linha «hebra de lino». Pero ahora vem os que teniendo el esp. liña con el mism o significado, tal suposición es infundada. El segundo elem ento debe proceder de v a r i a , no de v e r a , com o suponía C. Michaélis, y la palabra significaría así «hebra varia, mezclilla», lo cual exige la base l i n e a , no l i n e u s . Por otro lado, sustantivado el adj. l i n e u s , dió el fr. Unget ropa blanca, de cuya vitalidad da perfecta cuenta el ALF, mapa 773. Krüger ha recogido formas en el Rosellón y Languedoc, RDR, V, 14. Y este l i n e u s , con su m ás concreta y tardía acepción de 'camisa’, ha perdurado en rumano con significado aún m ás res­ tringido, puesto que en rum. iie significa 'camisa de m ujer’. Este «Frauenhemd» que Meyer-Lübke atribuye tan sólo al rum. iie, es el que, sin duda por rapidez de lectura, ha convertido el Sr. G. en significado del lat. l i n e a . Hay que poner aparte las camisas lí­ neas con que el latín eclesiástico medieval designaba ciertas vesti­ duras y paños sagrados (Du Cange), denominación que no faltaba en España (Gómez Moreno, Iglesias Mozárabes, pág. 243, nota). Gómez Moreno (Ibid., pág. 345), registra en el latín eclesiástico de España, com o poco usado, l i n e a s y l i n u l a s 'sábanas de cama', aunque no recoge la form a romance, que sería tam bién *liña, caso de que no se trate de un mero latinism o. Resulta ahora clara la siguiente agrupación: prim er grupo, fr. ligne, prov. linha, cat. llinya, nyinya, malí, ginya, esp. liña, linjavera, port. linha < l i n e a «hebra»; segundo grupo, fr. linge, rum. iie (ant. esp. *liña?) < 1 i n e u s sustantivado.] 38. « G r a n i t i u m , calamarsa > rom. gárits, esp. granizo.-» [No he logrado hallar la form a rumana g&rits, aunque m i biblio­ grafía para este objeto es escasa: se reduce al REWb, al Nouveau Dictionnaire francais-rouman, de Frédéric Damé (Bucarest, 1900, s. v. gréle), y al Dictionnaire d ’étymologie daco-romance. É lém en ts

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latins comparés avec les cintres langnes romanes, de A. de Cihar. 'Granizo' es en rum. grindinñ (REWb, 3843), píatrá y quizá alguna forma m ás. El esp. granizo tiene su correspondencia en el prov. granissa, s. f g r é l e ; «Granissa es gota de ploia... en el aire con­ gelada»; cat. granís (M. Raynouard). Salvá trae las form as catala­ nas granig «calamarsa», grartigada y granigar, «Caure granig. Fer granigats.» García de Diego, Cont., núm. 288, refiere los esp. granizo y granizar a la base g r a n d o n i s , apoyándose en los santand. grandonizo y grandonizar. El ALF trae tam bién testim onios: mapa 1741, «verglas», granisa, graniso (Languedoc); glasino, graniza (Gas­ cuña). Glasino parece cruce de graniso + glanzere, forma esta que se halla en B eam e. El mapa 667, «il gréle», greniso (Auvemia). En Gascuña a los esp. granizo, granizar, corresponden granis, graneja (en Arán, J. Condó, BDC, III, 11) y graniso, agranisá (en Barravés, A. Griera, BDC, VI, 21).] 39. « L u c i f e r u s , estel del día > rom. luceaf&r, esp. lucero.» [REWb, 5141. L u c i f e r «M orgenstern»: rum. luceafer, esp. lucero. Pero los m ateriales de M.-L., a que en este caso se reduce G., son fácilm ente am pliables: prov. Lucifer «planéte de Venus» (M. Ray­ nouard), ant. cat. llucer, m., «Estrella del día» (Labem ia), «Estel m olt brillant» (Salvá). No parece probable, por otro lado, que el esp. lucero, cat. llucer sean form aciones directas de l u c i f e r u s . ] 40. « C a l l i s , carrer > ital. calle, cam í i calla reclosa; esp. calle, carrer.» [REWb, 1520, trae varias formas septentrionales: lom . kala, boloñ. kaldzala, lyon. saló, lorenés solai, dial, de Montbéliard (Doubs) óalai, piam. ankalése, emil. inskala-se. C. Salvioni añade al REWb, 1520, otras formas de los dialectos alpinos en RDR, IV, 228.] 41. « F o d i a , fo s s o > ital. foggia, esp. hoya, h oyo .» [G. ha se­ guido en esta etim ología al REWb, contra cuyo parecer remontan hoya a f o v e a : Diez, REW, 372; Kórting, Wb, 3940; Menéndez Pidal, Manual5, §§ 13j, y 53i; Hanssen, Gram. Hist., § 54; García de Diego, Elem. Gram. hist. cast., pág. 50 y RFE, III, 317; A. Castro, RFE, II, 180 6S, y V, 38; A. Steiger, RFE, V II, 76, etc. Para la bi­ bliografía sobre el desarrollo español bi > y, cfr. RFE, X III, 12. La base etim ológica f o d i a , a que acuden M.-L., REWb, 3402, y G uam erio, Fonología romanza, pág. 408, no es, pues, necesaria. Sin 68 M.-L., en la réplica a G., pág. 120, se refiere a este lugar para acep­ tar f o v e a com o base del esp. hoya.

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Estudios lingüísticos embargo, no faltan en la Península form as contam inadas con la d de f o d e r e , lo que equivale a volver a f o d i a , pero esto su­ cede en el Oriente y en el Occidente; para las occidentales véase García de Diego, RFE, IX, 144; para el Oriente, Labem ia y Salvá traen fot ja, y Salvá, fot jar. Las form as que remontan a f o d i a se extienden también por el sur de Francia: prov. fo tja d o r «Gráber, Erdarbeiter», fot ja r «aufgraben, umgraben»; en M istral, foujaire, foutjaire, fouja, foutja (E. Levy). Naturalm ente, no n os referim os aquí al cat. fo t ja = esp. foja, gall. focha « u n a v e » , cuya etim o­ logía f ú l i c a está fijada por Tallgren en JVAÍ, XIV, 26, con ob­ servaciones atinadas al REWb, 3557 (ap. P. Barbier, hijo, RDR, V, 248), sino al cat. fotja «hoya» que B am ils, a m i juicio equivocada­ m ente, retrotrae a f o v e a , en BDC, III, 34.] 42. « G i r u s , c e r c le > r o m . furr, esp. i port. giro.» [REWb. «3938. G y r o s «Kreis». 2. * g i u r u s . 1. Ital. giro, prov. gir, esp. y port. giro. 2. Rum. giur.» M. Raynouard trae prov. gir «toum oiement», verbos girar y regirar y sust. postverb. girada. Labemia, para el catalán: gir (ant.), girada, giragonsa, girament (ant.), girant, girar, girarse, etc.] 43. « S t e r c u s , fem > rom. §terc, ital. sterco, esp. estiércol.» [E l REWb refiere el esp. estiércol, no a s t e r c u s , donde se in­ cluye el ast. istiercu, sino a s t e r c o r a r e , com o derivado: «8244 a. Aital. stercorare, span. stercolar.—Ableit.: alomb. stercora, nlomb. sterkol, span. estiércol.» García de Diego, Contr., núm. 564, da con ‘ s t e r c o r e (comp. a r b o r e > árbol) la base m ás pro­ bable; pero aquí lo im portante es la existencia del vocablo en ha­ blas septentrionales.] 44. « A e r u g o , r o v e ll> r o m . rugina, ital. rúgine, esp. orín.» [E l REWb, 243, supone la base * a e r i g o para el romañ. redzna y para el esp. orín; en el artículo a e r u g o se apunta la form ación verbal ital. arrugginirse, «rosten»; a la que hay que añadir el verbo prov. eruginar «s’enrouiller, jaunir, verdir» y el adjetivo prov. eruginos «vert, verdátre, couleur de vert-degris» (Raynouard). Pero hay m ás: García de Diego, Contr., núm . 25, ha probado de una manera brillantísim a que el esp. roña, fr. ronge, cat. ronya, re­ montan a a e r u g i n e . Y de ello encontram os satisfactoria com ­ probación en el mapa 1173 del ALF, «Rouille» roue, ruxie, aruzio (Gascuña): rimo (Bearne); arune, eruni, runi, roñe, aruni, arutye, etcétera. (Valonia). La etim ología a e r u g i n e > cat. ronya que da García de Diego está ya aceptada por L. Spitzer en BDC, X I, 128,

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nota. En Navarra, roñoso tiene el significado del prov. eruginos, y el concepto de «orín» se expresa por roña. En cuanto al esp. orín, García de Diego coincide con Meyer-Lübke en darle una base ana­ lógica *a e r i g i n e.] 45. « C u m , amb > rom. cu, ital. con, log. kun, esp. con, port. com.» REWb, 2385, añade engad. kun, lomb. kont «mit».] 46. « Q u i a , perqué es continua en el rom. ca, esp., port. antics ca.» [El art. 6954 del REWb no trae el rum. ca < q u ( i ) a , pero G. lo ha podido leer en otro libro del propio Meyer-Lübke, Intro­ ducción a la Lingüística romance, § 110, con quien coincide en aislar para el rumano la m ism a forma ca de los otros idiom as («qua —de quia— > rum. ca, ant. ital., esp. y port. ca), o quizá directamente en J. Jeanjaquet, Recherches sur l'origine de la conjonction 'que' et des form es romanes équivalentes (1894), pág. 24. Pero si este resultado de q u i a señala una evidente unión o coincidencia del rumano, antiguo italiano, antiguo español y antiguo portugués, tam bién es evidente que q u i a vivió en todo el resto de la Ro­ mania, ya que ha dado ital. che, log. ki, fr., prov., cat., esp. y port. que (REWb, 6954). La diferencia en este caso de q u i a , existe efectivam ente en cuanto a la ausencia de uno de los resultados fonéticos rom ances —qu(i)a— en las Galias y Cataluña, pero no com o discrepancia léxica ya existente en los siglos v, vi, y vn .]

«Aquest nueli important de vocabulari és característic de les terres romániques del sud, i assenyala, en els sigles V, VI i VII, una gran diferenciació léxica entre Romania, Italia del sud, Africa del nord i Espanya, d'una banda, i les dues Gal-lies i l'Espanya oriental, de l'altra» (págs. 42-43). No es en verdad excesivo material 46 palabras para escindir toda la Romania en dos partes. Aun así, Meyer-Lübke, en una réplica rápida, le rechaza de esta lista 23 formas. Nosotros cree­ mos haber demostrado que hay que tachar 45, por existir en catalán o en una u otra Galia. La única que queda, f o e d u s , tampoco sirve para el propósito del Sr. G., porque, según sus datos, sólo vive en español, portugués y corso. Podríamos aña­ dir o b v i a r e (núm. 16), que, por lo menos como verbo, no ha perdurado en Cataluña ni en Francia. Pero siempre queda firme que de las 46 voces aducidas por G. para aislar al español del catalán, 27 existen en ambos idio­ 5

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mas y 3 ( c a t i n u s , c e r r u s , g e m i n u s ) en ninguno de los dos. Y puesto que el propósito del articulista fué el de in­ cluir (por estas 46 coincidentes ausencias en el siglo v) el ca­ talán en el grupo de las hablas románicas de las Galias trasal­ pina y cisalpina, su intento queda fallido al comprobar que esas voces, casi en su totalidad, viven o han vivido en Cataluña, o en Francia, o en ambos países a la vez. Las excepciones son (a más de las citadas f o e d u s y o b v i a r e ) v i r i d i a , s t e r c u s y c u m , que tampoco son útiles a la tesis del Sr. G. por tener vida documentada en las hablas alpinas. Ciertamente, si nosotros emprendiéramos un estudio de esta índole no nos satisfarían algunas otras voces de esa lista como testimonios de unión entre el español y el catalán; por ejemplo, f u n g u s . Pero tampoco G. puede aducirlas como aisladoras, y precisamente por el sistema empleado en la rebusca. Hagamos un rápido análisis del método de G .: a) Cuando el Sr. G. ha tratado de probar la relación de dos lenguas por coincidencias léxicas, no ha visto obstáculo en que la base común suponga sendas variantes fonéticas. Así, « a g a r i c u m o a g a r i c e l l u m > esp. garzo, bereb. arsel» (núm. 3 de la listilla de Schuchardt); esp. codorniz y rum. potirniche < c o t u r n i c e (núm. 18); rum. corastra < c o 1 o st r u m y ast. culiestru < * c u l e s t r u (núm. 22); esp. giro < g y r o s y rum. giur < *g i u r u s 69 (núm. 42); rum. mar < m a 1 u m y esp. melocotón < m e 1 u m (núm. 26); rum. ruginá, ital. ruggine < a e r u g i n e y esp. orín * a e r i g i n e (núm. 44); rum. sterc, ital. sterco < s t e r c u s y esp. estiércol < s t e rc o r e (núm. 43). Pero cuando los idiomas cuya separación busca el Sr. G. suponen esas mismas variantes fonéticas en la base co­ mún, entonces esas variantes aíslan : esp. y port. chícharo < c i c e r e y cat. cigró, c iu r ó < c i c e r o n e (núm. 1 de la listilla de Schuchardt); rum., esp. y port. ca < q u ( i ) a y fr., prov., cat., esp. y port. que < q u i ( a ) (núm. 46). Añádese la oposi­ ción esp. higo, cat. figa (núm. 23), mientras une ant. rum. 69 en el

Esta variante no la consigna G., pero no pudo pasarle inadvertida

REWb, que evidentem ente le sirve de guía.

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cátiná con port. cadinho (núm. 34); rum. vomerá con ital. vomero, etc. (núm. 36); rum. rugina con esp. orín (núm. 44). b ) Cuando el Sr. G. obra bajo su preocupación agrupadora, atribuye a las formas sufijadas o a los resultados de un cruce la mism a fuerza de significación que a la base primitiva. Así, c o s s u s > esp. gusano, bereb. akuz, y en la supuesta etimolo­ gía m a g u 1 u m > bereb. magg, esp. mallar (núms. 5 y 6 de la listilla de Schuchardt); rum. nat < n a t u s y esp. nadie (nú­ mero 1); rum. picu¡u rum. hic «árbol» y esp. higo «fruto» (núm. 23); esp. melocotón «préssec» y rum. m ar «poma» < m a I u m y m e l u m (núm. 26); rum. cátiná «olla» y port. cadinho «crisol» (núm. 34); rum. He «ca­ misa de mujer» y esp. linjavera «bolsa» < 1 i n e a (núm. 37); esp. calle «carrer» e ital. calle «camí» y calla «reclosa» < c al l i s (núm. 40). Pero la diferencia semántica tiene una decisiva eficacia aisladora cuando aparece entre el catalán y el español: p a l u m b u s (núm. 19); f i c u s (núm. 23) y f u n g u s (núme­ ro 33). Por esta misma razón me ha parecido lícito añadir a los números 28 ( v i t i s ) , 32 ( u v a ) y 38 ( * g r a n i t i u m ) algu­

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nos resultados catalanes y provenzales con desviación semán­ tica, aunque en realidad no eran necesarios. d) El hecho de aparecer una base latina, bien libre, bien en composición, no le merma eficacia agrupadora: esp. melocotón y rum. m ar (núm. 26); esp. linjavera y rum. iie (núm. 37). Así, es lícito anularle el número 28, v i t i s , con los resultados de v i t i s a l b a , aunque, como vimos en su lugar, v i t i s ha dado resultados también sin composición. El Sr. G. ha espigado demasiado confiadamente esas 46 su­ puestas abstenciones específicas de las hablas galorrománicas. Ante esta tan fácil distribución del vocabulario latino, que G. se forja en 1922, cobra aún mayor mérito el magistral trabajo que J. Jud publicó en 1914 como iniciación de un método que ayudaría a resolver esta misma cuestión: Probleme der altromanischen Wortgeographie (ZRPh, XXXVIII, 1-75). El perspi­ caz filólogo suizo, seguro de una técnica tan difícil como eficaz, de la que él mismo es inventor, estudia el destino logrado de las palabras latinas o románicas supervivientes en regiones en que se frustró la romanización: Britania, Renania, Vasconia, etcétera. La Geografía y la Historia lingüísticas, la Fonética y la Semántica son a la vez auxiliares y severos vigías de las com­ plicadas operaciones del autor. Con admirable finura y preci­ sión de histólogo va Jud desnudando cada palabra hasta llegar a su núcleo germinal. Y como el léxico latino no sólo ha arrai­ gado en esas regiones por importación de los colonos romanos, sino también por la incesante infiltración desde las nacientes lenguas románicas vecinas, Jud se propone y logra antes que nada diferenciar cuáles palabras existen en esos territorios des­ de la época de la colonización romana (Wortrelikte) y cuáles han ingresado por inmigraciones posteriores, ya marcadas con el sello de algún habla románica fronteriza (Lehnworter). Y ya en la página 25 leem os: «Desde las fundamentales investigacio­ nes de Puscariu (Jahresbericht des rum. Instituís, XI, 3 y sigs.) y Bartoli ( Das Dalmaiische, I, 294, y Alie fonti del neolatino, en Miscellanea di studi in onore di Attilio Hortis, págs. 890 y sigs.), cada vez debemos más oponer el balcán-románico al resto de la

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Romania: el balcán-románico se caracteriza en general por la retención, fuertemente conservadora, del más antiguo caudal latino de palabras que en el resto de la Romania han sido desa­ lojadas, en parte por neologismos y en parte por préstamos de otros idiom as»70. Y cuando Jud halla coincidencias léxicas entre el norte de Francia, Retia y Rumania, las explica por la gran importancia militar y comercial de la vía fluvial del Danubio (página 27, nota 3). Pero esto no le impide sentar, ante los grandes materiales acumulados por las obras citadas y por él m ismo, que «para el balcán-románico no ha sido el regulador el latín de Iberia o el de Galia, sino ante todo el del centro y sur de Italia» (págs. 27-28). G. coincide con Jud (pág. 58) en señalar el siglo V como época en que la Romania, lexicalmente (y morfológicamente, añade Jud), estaba ya bien diferenciada. Pero la diferenciación que encuentra Jud discrepa en mucho de la de G .: «Con Morf y Dragendorff la investigación léxica ha de venir cada vez más a acentuar la unidad cultural y lingüística formada por la Francia septentrional (provincia Bélgica) y la Germania infe­ rior y superior en frente de las influencias mediterráneas de la Galia meridional, más fuertemente colonizada y más antigua­ mente romanizada» (págs. 61-62). En las páginas 65-67 prueba con abundante material cómo «el centro de irradiación de la cultura romana y de las ondas verbales para Britania y para Germania estaba en el norte de Galia». Y, por último, en la página 70 insiste una vez m á s: «La geografía léxica románica nos lleva a la creencia de que no sólo los préstamos latinos en alemán, sino también los que hallamos en Britania, han ve­ nido de Galia y nos permite echar una ojeada sobre la exis­ tencia de un círculo lingüístico, «nordgallisch-britannisch-rheinlándisch», que no sólo acusa una especial vida artística, sino que aun en la lengua lleva su propio camino». 70 De la lista de palabras que le confirm an en esta idea hay que ta­ char dos: rum. rus, rrente a blond, y ant. rum. arca, por conservarse en español rojo, arca, aunque esto no debilita, con su escasez, la fortaleza de los trabajos citados.

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Con común atención a la repartición léxica en la Romania del siglo v, G. y Jud llegan a conclusiones bien d istin tas71; Griera considera al español más emparentado con el rumano que con el catalán, y Jud, siguiendo a ilustres especialistas, re­ clama para el rumano una calidad inagrupable dentro de la Romania 72; G. hacina el catalán con las hablas de ambas Galias, y Jud halla, para ese siglo v, en que coloca la cuestión G., un núcleo lingüístico nortgálico-británico-renano bien diferen­ ciado del grupo mediterráneo. Se me podrá oponer que Jud no da a sus deducciones carácter de definitivas y que su estudio es más bien una magistral iniciación. Verdad es. Pero aunque G. da como seguro el galorromanismo del catalán, no creo logre convencer de ello a filólogo alguno, no sólo a causa de las pala­ bras escogidas—rechazables, como hemos visto, casi en su to­ talidad—, sino principalmente a causa del método empleado: primero, con abundantes citas, deduce G. que la cultura gene­ ral de Cataluña es galorrománica enfrente de la afrorrománica del resto peninsular: la cultura galorrománica hizo el catalán, la afrorrománica hizo el español y el portugués. «La confirmació d’aquest fet la tenim en una serie de manifestacions de carácter lexicológic...» (pág. 38). Esta es precisamente la fla­ queza congénita del trabajo de G .: los testim onios lingüísticos han sido aducidos para confirmar una sentencia que ya había sido dictada antes de su comparecencia. De ahí esa extraña circunstancia de que en el juicio sólo hayan sido convocados los testigos que se suponían favorables a la tesis. Si hemos de reconocer en una lista de coincidencias o dis­ crepancias léxicas una indudable fuerza agrupadora o disociadora, será preciso que veamos imperar en la formación de esa lista un riguroso y puro criterio científico. El m étodo que lo garantice tendrá que distar bastante del de G. 71 Ambos coinciden en la idea tan generalizada de considerar cerca­ nos el latín de Iberia y el de Africa, Cfr. Jud, Ro, XLV, 273. 72 Naturalm ente que se pueden encontrar interdependencias entre el rumano y algunos dialectos retorromanos o italianos, pero la cantidad y calidad de los vocablos específicos lo aíslan, dice Jud, del resto de la Romania.

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No todas las coincidencias son de igual eficacia agrupa­ dora 73, por lo cual se hace necesario establecer diferentes cate­ gorías. Una de ellas —la más fácil de verificar— sería la coin­ cidencia de palabras que, incontaminadas y como dormidas en su regularidad fonética dentro de cada idioma, han permane­ cido fieles al originario significado común o lo han transfor­ mado de un modo acorde. Son palabras de trayectoria recti­ línea desde el latín hasta su estado actual: l i n e a «hebra» > port. linha, esp. liña, cat. llinya, prov. linha, fr. ligne. Después vendrían o tra s: palabras sufijadas o ampliadas, palabras que han sufrido cruce fonético o semántico, o en composición, fa­ m ilias de palabras, etc., es decir, todos esos resultados del dinam ism o y vitalidad de las lenguas que nunca se limitan a guardar fielmente la parte de la herencia latina que les corres­ pondió, sino que la trabajan y la transforman según el genio peculiar de cada una. Claro que si coloco en primer lugar la coincidencia de palabras que han seguido en cada lengua sus leyes fonéticas normales (aseguradas así contra toda sospecha de préstamo o cultismo) y sin divergencia semántica, no es, ni mucho menos, porque les atribuyamos una mayor virtud asociadora, sino una mayor eficacia de convicción por la cla­ ridad de su historial. Por el contrario, tenemos por más signi­ ficativamente agrupadoras esas otras voces que en este y en aquel dominio han visto su trayectoria desviada por fuerzas de atracción iguales o equivalentes, influidas por un mismo tér­ mino, contagiadas del mism o cruce semántico, prolongadas por los mism os sufijos o prefijos, desviadas parejamente en signi­ ficado, etc. En la fisonomía de las lenguas estas muestras de actividad ponen los rasgos más caracterizadores. Unicamente habremos de tener buena cuenta de no alegar coincidencias o 73 Jud, que hizo reseña del artículo de G., en Ro, LI, 291-293, también pide (pág. 292, nota 2) que se distinga: 1.°, palabras que designan ani­ m ales, plantas u objetos propios de las regiones mediterráneas y raros en el Norte de Italia, en los Alpes y en las Galias lugdunense y belga; 2.°, palabras desalojadas por térm inos indígenas prerromanos, y 3.°, pa­ labras desaparecidas porque su form a posterior en rom ance les resultó fatal (hom onim ia).

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discrepancias que, por su aventurada interpretación personal y más si media un fin polémico, puedan ser acogidas con algún recelo 74. Según apunta Jud (loe. cit.), la Semántica exigiría por su parte nuevas categorías. ¿Y cómo puede faltar en un estudio ambicioso de esta na­ turaleza la representación de la lengua literaria? Como se atiende a las diferencias regionales, atendamos a las sociales. La variedad literaria en cada lengua, con su tenaz instinto de selección, acaba por tener un cierto número de voces y giros ajenos a las otras variedades, cuya comparación de ningún modo podemos desdeñar. Hasta los semicultism os, cultismos y préstamos, puestos en un plano conveniente, deben entrar en este estudio comparativo. Naturalmente, no se trata de agotar la mar. Pero esta m is­ ma necesidad de limitación, por lo mism o que deja fuera un gran caudal de voces, nos obligará a elegir el material por un criterio externo a nosotros. Si los estudios etimológicos de Tallgren y Spitzer75, por ejemplo, encuentran preferentemente en los tres idiomas peninsulares mutuo apoyo para el esclare­ cimiento de cada problema, G. nos podría objetar que tales resultados no nos deben obligar a dar por descontado el ibero­ rromanismo del catalán, porque la atención de esos autores se concentró en los casos incluíbles en los respectivos títulos. ¿Cómo, pues, no le rechazaremos al Sr. G. el que de la inmen­ sidad de los vocabularios extraiga medio centenar de voces favorables a su tesis y pretenda con ello haber llegado a un resultado definitivo?76. Unicamente tendrá el lector una segura 74 Han hablado recientem ente del com plicado m étodo etim ologista L. S p i t z e r , Jahrbuch für Phil., I, 129-159; I. I o r d a n , RLiR, I, 162-170 (com en­ tarios al trabajo de Spitzer); V. G a r c ía df. D ie g o , en su Discurso de recep­ ción en la Real Academia de la Lengua Española, Avila, 1926, y W . v. W a r t b u r g , Zur Frage der Volksetymologie, en H om enaje a Menéndez Pidal, I, 17-27. 73 Especialm ente O. J. T a l l g r e n , Glanures catalanes et hisDano-romanes, en NM, 1911-1914, y L S p i t z e r , Lexicalisches aus dem Katalanischen und den iibrigen iberoromanischen Sprachen, Ginebra, 1921. 76 ZRPh, XLV, 199.

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garantía de encontrarse ante materiales cuya selección está libre de prejuicios y de preferencias, cuando éstos hayan sido recogidos con otro fin muy alejado de la cu estión 77. El ALF o el REWb nos ofrecen un material agotable. Claro es que en

77 J. Jud ha publicado en RLiR, I, 1 8 1 -2 3 6 , un sustancioso artículo ti­ tulado Problém es de géographie linguistique, en dos partes. La primera plantea Problém es lexicologiques de l'hispano-rornan, sobre un par de docenas de discrepancias peninsulares frente a coincidencias italo-francesas: «He aquí uno de los problemas que atañen a la formación misma del léxico del hispano-latín, base tan mal conocida del español, del portu­ gués y del catalán» (pág. 1 8 2 ) . Hace alusión a las concordancias léxicas del rom ance de Languedoc o de Gascuña con el iberorromance, problema que ya trató B o u r c i e z en Bull. Ilisp., III, 15 9 y siguientes, y al curioso acuerdo que existe entre los léxicos del italiano meridional, del sardo, del catalán, del español y del portugués, «un gros problém e qu'ont effleuré tour á tour M. Leopold Wagner, Salvioni et moi-méme.» Y esta visión del problem a que Jud ofrece, tan opuesta a la de G., no se debe a igno­ rancia u olvido de Afro-románic..., puesto que, además de la antes citada reseña en Romania, lo alude a continuación de las palabras transcritas. Y en seguida explica los lejanos orígenes de ciertas divergencias entre el léxico italogalo-latino, de una parte, y el ibero-latino, de otra, con nue­ vas subdivisiones. E jem plo: rum., ital., rét. y sard. d e - e x c i t a r e > tipo ital. destare, frente a cat., esp. y port. despertar. La Francia del N orte tiene: ant. s ’esperit, luego éveiller (activo), y por fin s'éveiller (neutro). «El Mediodía de Francia oscila —y bien se explica esto por su situación— entre la solución romance iberolatina y la del Norte de Fran­ cia» (pág. 1 8 6 ). Otro ejem plo (pág. 1 8 7 ) : «Para expresar la idea de «éteindre le feu, éteindre la flamme», en esp. apagar, la Romania ofrece grosso m odo trer tipos (dejando a un lado por el mom ento Francia): a), e x s t i n g u e r e (Rumania y un pequeño territorio de Italia); b), stutare (Italia, Retia, Cerdeña); c), apagar (Portugal, España y Cataluña).» Precisamente este problem a es el que luego llena la segunda parte del artículo de Jud: É t e i n d r e dans les langues romanes, págs. 1 9 2 -2 3 6 , en cuyo epígrafe VI, página 2 2 1 , leem os: a p a g a r dans l ’ibero-roman. Véase, además, el mapa II. En la página 1 9 0 encontram os más ejem plos de léxico específicam ente iberorrom ánico, con inclusión del dominio catalán. En la m ism a revista y tomo, pág. 2 4 2 , V. Bertoldi nos da un cuadro en el que para el m ism o concepto tienen resultados de c o r y 1 u s el engadino, valtellino, bolones y francés, en oposición con el provenzal, cata­ lán, español y portugués que los tienen en A b e 11 a n a. Véase también en la m ism a revista la página 121 del artículo de Jaberg.

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la verificación de tal trabajo sería indispensable utilizar cuan­ tos diccionarios de arcaísmos y dialectalismos se han publicado y cuantas notas y monografías etimológicas han seguido al REWb, para colocar cada coincidencia y cada discrepancia en su justo lugar. El Sr. Menéndez Pidal hizo por primera vez en su Discurso de contestación a D. F. C odera78 su reconstrucción del estado dialectal de nuestra Península en el siglo x. En este discurso apuntaba ya Menéndez Pidal cómo las hablas peninsulares ex­ tendidas al Oriente y al Occidente de Castilla tenían de común un cierto número de fenómenos importantes que no eran cas­ tellanos, y, a la inversa, se abstenían en común de algunos fenómenos que Castilla había desarrollado. Y buceando en la toponimia y en los documentos del pasado, descubrió que las tierras que corren desde las fronteras meridionales de Cataluña y Aragón hasta las de León y Portugal, participaban tanto de esos fenómenos como de esas abstenciones orientales-occidentales. Eran éstos los dialectos mozárabes, la lengua familiar de los cristianos que quedaron en tierras de árabes. Así resulta que las coincidencias lingüísticas que hoy notamos entre el Oriente y el Occidente de la Península no son fortuitas y des­ emparentadas, sino que tuvieron una continuidad geográfica desde Cataluña y Aragón, por las actuales Castilla la Nueva, La Mancha y Andalucía, hasta León, Galicia, Portugal. Mientras tanto, en un reducido rincón de España, en Cantabria, fermen­ taba una levadura lingüística de gran potencia. Cantabria per­ manecía, por un lado, refractaria a fenómenos comunes a las tierras circunvecinas; por otro desarrollaba innovaciones que sonaban dentro de los modos peninsulares como extrañas di­ sonancias. Más adelante, gracias a la fortuna y el empuje gue­ rrero y político de los castellanos, este dialecto discordante Podría proseguir la enumeración, pero espero que lo apuntado bas­ tará para hacer ver que los nuevos m étodos léxicocom parativos, especial­ m ente debidos a la escuela de filólogos suizos, se oponen a los procedi­ m ientos em pleados en Afro-románic. 7* Discurso leído ante la Real Academia de la H istoria en la recep­ ción pública del Excmo. Sr. D. Francisco Codera, Madrid, 1910.

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llegó a ser la lengua oficial de España, alimentada y crecida a expensas de las hablas vecinas. En cambio, los dialectos mozárabes, reducidos al uso íntimo de la familia, como el ac­ tual judeo-español en los Balcanes, vivían vida raquítica medio ocultos bajo el idioma de los invasores árabes. Por estas cir­ cunstancias, cuando los cristianos norteños, y en especial los •castellanos, reconquistaron de los musulmanes estas tierras, los mozárabes no permanecieron fieles a sus dialectos, sino que los abandonaron de buen grado para adoptar el castellano, más apto para los fines culturales, políticos y comerciales, y que tenía para ellos el alto prestigio de los libertadores. De modo sem ejante alargaron hacia el Sur sus peculiaridades lingüísti­ cas, los gallegos al Oeste y los catalanes al Este, con muerte de las diferencias que encontraron en las tierras reconquistadas. Menéndez Pidal compara, certeramente, a Castilla con una cuña que, con la Reconquista, escinde la España lingüística en dos partes, hoy por eso muy alejadas. Por otro lado, su condición de lengua oficial ha permitido al castellano ir metiéndose por dominios ajenos, desalojando a los dialectos leonés y aragonés de sus tierras patrimoniales. En resumen: el castellano ger­ mina en una pequeña región norteña; luego es trasplantado al Centro y Sur por conquista, y, por último, va abriéndose con movimiento de abanico por tierras del leonés y del ara­ gonés, hasta alcanzar su actual área peninsular. El Sr. G., pág. 43 y sigs., no admite esta reconstrucción: «Les característiques més importants que assenyala [Menéndez Pidal], son: conservació de j inicial i de g devant e, i ( J a n u a r i u s , g e n e s t a ) ; la presencia del so mediopalatal Z< -lz-, -el- i -gl- (xarrayla, conelya); l'absénsia del ch actual provinent de -ct- y -lt- ( feito, leite) en front del castellá modern ( hecho, leche, noche); el diftong a z < - a r i u en front del actual e» (pág. 43). Sin duda por creerlas menos importantes, G. ha ca­ llado ' otras características aducidas por Menéndez Pidal: dip­ tongación de e, ó ante yod, palatalización de 1-, persona Ellos del pretérito en -oron. «Les característiques del mosarábic donades per Menéndez Pidal corresponen no solament al lleonés occidental i al catalá en el períodi preliterari: són també pe-

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culiars del castellá preliterari i generáis de tot el domini románic» (pág. 44). Pero es el caso que no son generales a todo el dominio románico ni la diptongación de ó, e ante yod, ni el resultado -zt- son también peculiares del castellano preliterario; pero lo sig­ nificativo es que en una época determinada, siglo x, Castilla, sólo Castilla enfrente de León, Aragón, Galicia, Cataluña y Mozarabía, había hecho avanzar la evolución de esos fenóme­ nos 80. Es decir, que en el siglo x estas regiones se mantenían respecto a esos fenómenos en un estado homogéneo de m enor evolución frente a Cantabria. Para el folklore actual, Krüger, WS, X, 45-137, passim. G. opone a la reconstrucción de Menéndez Pidal una lista de más de 200 palabras «desconocidas en catalán», que ha es­ pigado del Glosario de voces usadas entre los mozárabes, de F. J. Simonet. De ellas, un centenar se refieren a plantas o frutos silvestres o a peces menores, esto es, a denominaciones que suelen cambiar de lugar en lugar, a veces hasta en un mismo dialecto; otras son arabismos fáciles de comprender en un país bilingüe. Siguiendo G. su intento de unir en un grupo el portugués, el español, el italiano y el rumano frente al catalán, francés, provenzal y dialectos alpinos, no pierde ocasión de anotar la correspondencia castellana o rumana que Simonet consigna. Por ejemplo: «expleni (rom. splina)», «fochlaira (esp. fruslera)», «haraux (esp. harapo)», «jarafan (esp. 79 J. Jud, en la citada reseña del artículo de G. (Ro, LI, 293), con delicada cortesía no quiere destacar esta actitud de G., y sólo la contes­ ta, com o sin aludirla, aceptando la reconstrucción de Menéndez Pidal. 50 La monoptongación de ai en e no encaja en la m ism a distribución geográfica, pero es precisam ente uno de los fenóm enos coincidentes de castellano y de catalán.

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girafante)»81, «ladan (esp. láudano)», «mathell (esp. badila)», etc., etc. Al Sr. G. le hubiera sido facilísimo añadir a la corres­ pondencia rumana, española, etc., la catalana, provenzal y francesa que Simonet consigna siempre (apenas con una do­ cena de excepciones) en el mismo párrafo. Naturalmente, para aceptar como buenas las correspondencias catalana, provenzal o francesa que anota Simonet a cada palabra mozárabe, sería preciso aplicar a sus datos, no siempre de valor científico, una severa crítica filológica; pero exactamente lo mismo ocurre con las correspondencias rumanas y españolas que G. sin em­ pacho aprovecha. La lista de mozarabismos que G. toma del Glosario de Simonet, pierde en absoluto toda su fuerza argumental sólo con leer los párrafos de ese mismo Glosario82, que registran casi sin excepción la respectiva correspondencia francesa, la provenzal y sobre todo la catalana. Y, sin embargo, G., que las ha leído, dice: «Aquests elements del léxic, caraoterístics de la llengua deis mozárabs, desconeguts en catalá, ens indueixen a creure que les coincidéncies fonétiques de la llengua vulgar deis mozárabs amb el catalá i amb l’aragonés no tenen cap de forga. Hom és inclinat a creure el contrari: l'origen del castellá i del lleonés s’ha de cercar en la llengua d ’aquells cristians que emigraren d’Andalusia i de Toledo cap al nord» (pág. 48). ¡ Qué difícil será al Sr. G. hallar un solo secuaz solvente para esta su peregrina idea de la formación del castellano! Reciente está la aparición del último libro de Ramón Menén­ dez Pidal, Orígenes del español (anejo I de la RFE, Madrid, " ¿No será errata este esp. girafante? Sim onet no lo trae. K No cansaré contestando a cada palabra. En esta lista aducida co­ m o fondo léxico hispánico que se opone a Cataluña y las Galias, figuran voces com o canthabar, que Sim onet anota por haberlo encontrado una vez en un verso con significado dudoso, gorba, 'calzado de m ujer’, didi 'morado, azul obscuro', con dos citas de escritos árabes, fuxtid 'velo o toca de mujer', tharbuca 'polaina'; por otro lado, camin 'chimenea', chem etherio 'cementerio', escoba, otra vez fraga, guinda, maixon 'ca­ sa', etc., etc. H asta llegar a aducir com o testim onio anticatalán una pala­ bra que, según Sim onet, era exclusiva de los mozárabes catalanes: xuri, 'nombre de un pez que se pescaba en el río de Tortosa'.

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1926). Merced a esta obra, los que trabajamos en filología pen­ insular estamos en situación de privilegio, ya que ningún otro dominio románico cuenta con un libro de tan decisiva eficacia, ni por la cantidad y naturaleza de los materiales acarreados, ni. por la clarividencia histórica que acompaña a su elaboración. Para que G. se apresure a desechar su antihistórica explicación sobre la formación del castellano y del leonés, no precisa si­ quiera leer las 579 páginas del libro. Le bastará con los §§ 100102 y los esquemas geográficos que los acompañan. Menéndez Pidal reconstruye el área originaria de cada innovación, caste­ llana y no castellana, junto a la de expansión posterior en los fenómenos triunfantes, y junto a la de reducción en los fenó­ menos (no castellanos) desalojados, distinguiéndolas siem pre de las áreas conservadoras en donde el neologism o nunca existió. En el esquema 1 vemos cómo h- por f- inicial surge en épo­ ca prehistórica en Cantabria y en Aquitania, a ambos lados de los Pirineos vascos, y cómo es expandido y trasplantado m ás tarde hasta alcanzar su gran área actual (el mismo esquema para - i l l o < -iello en la Península). Según el esquema 2, í del lat. li, -el- (muzer < m u 1 i e r e ), tiene su área originaria en Cantabria hasta poco más abajo del Duero, y su gran exten­ sión actual ha sido conseguida por trasplantación y en parte por invasión (el mismo esquema para la pérdida de g’- en ene­ ro, ermano, etc.); el primitivo terreno de ó = ch procedente de c t y u 11 en fecho, mucho, fenómeno más antiguo que los anteriores, llegaba sólo desde Cantabria hasta más abajo del Duero (esquema 3, que sirve para las áreas primitiva y poste­ rior del fenómeno cast. sci > g, frente al general resultado peninsular sci y s = x). Observe el Sr. G. esos mapas y verá cómo Castilla no necesitó que los mozárabes inmigrados le dieran hecho su propio idioma, sino que fué ella, o alguna de las regiones vecinas, la que en todos esos fenómenos llevó la iniciativa. Y Castilla es la que impuso su forma fijada wé < Ó frente a las vacilaciones wá, \vó, w é de las otras regiones (es­ quema 4; el primitivo terreno de la diptongación es de mucha mayor extensión que el de los fenómenos anteriores). Y si pasa­

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mos de los casos en que Castilla representa una innovación frente a la tendencia más conservadora de las otras regiones, a los otros casos en que Castilla se ha abstenido de fenómenos que hoy tiene el Oriente y el Occidente, se evidencia cómo la diptongación ante yod, reducida hoy al catalán y en parte al leonés y al aragonés, comprendió en área continua gran parte del Centro y Sur de la Península (esquema 5); cómo la pala­ talización de la 1-, llengua, no se interrumpía desde Cataluña y Aragón, por el Centro y parte del Sur, hasta la frontera galaico-leonesa (esquema 6), y en menor extensión la persona Ellos del perfecto acabada en -oron, -ioron, o la diptongación del verbo «ser» en Tú yes, Él ye (esquema 7). En estos casos,, si hoy vemos que el fenómeno falta en toda la Península menos en Cataluña o en los más alejados rincones del aragonés y del leonés, es porque Castilla impuso con la Reconquista sus pecu­ liares abstenciones, haciendo cambiar de modo de hablar a los habitantes cristianos de las tierras reconquistadas. No siem­ pre Castilla fué apartadiza e individual, bien en la innovación, bien en la conservación: a veces el área primitiva de un fenó­ meno alcanza desde Castilla, a lo largo del Ebro, hasta el Medi­ terráneo (esquema 8: ra de mb latina, cuyo foco principal está en los Pirineos, comprendidas la Aquitania y la parte Sur de la Narbonense; esquema 9: reducción e de ai, ei en el sufijo -a r i u , etc.). Otras veces el área primitiva alcanza desde Cas­ tilla, por la cuenca del Duero, hasta las costas atlánticas: tal la transformación, diversa, de los grupos iniciales pl-, el-, fl-, conservados en las demás regiones (esquema 10). Claro es que aquí los catalanes y aragoneses por un lado, y los gallegos y leoneses por otro, han contribuido, como los castellanos, a im­ poner las modalidades norteñas en los países reconquistados. Enfrente de esta reconstrucción de Menéndez Pidal, admi­ rablemente documentada, G. lanza su teoría de que el leonés y el castellano deben su formación a los mozárabes inmigrados de tierras andaluzas y toledanas 83. “ El Sr. G. ha forjado su teoría principalm ente con noticias, ideas y hasta frases de una obra m aestra: Las iglesias mozárabes, de Manuel

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Vamos a suponer que el Sr. G., en vez de escoger para su división de las lenguas romances esas 46 voces rechazables, hubiera atinado a presentar un centenar sin posible objeción. ¿Tendríamos derecho a suponer resuelto el problema, según reprocha G. a Meyer-Lübke en ZRPh, XLV, 199? Gómez Moreno. Pero perm ítasenos m ostrar que el ilustre profesor de Madrid no ha sido justam ente interpretado. Dice G., apoyándose en Gó­ mez Moreno, que en arte, en liturgia, etc., Cataluña nada tiene que ver con el resto de España; que mientras Cataluña recibía una corriente de vida cultural procedente de Francia, España y Portugal la recibían del Sur. Y esto, que sucedió desde los tiem pos m ás antiguos, no se m odificó con la Reconquista. Pero lo que Gómez Moreno dice es; «Des­ pués [de la dispersión de los godos, a la entrada de los árabes], las pri­ meras guerras fueron para aislarse, dejando [los godos refugiados en Asturias y los refugiados en Cataluña] yermas sus respectivas fronteras m eridionales; y en com pensación el influjo carolingio hizo que institu­ ciones bárbaras tom asen arraigo, y que un arte de tipo europeo gallar­ dease en Oviedo y Barcelona, sin acordarse casi para nada de Toledo ni de Córdoba» (pág. xii del Prólogo). En la página xv, Gómez Moreno nos hace una sugestiva pintura de la España del siglo XI, em peñada en «la gran lucha entre influjos traspirenaicos y sugestiones andaluzas». B asta­ ría a este efecto citar los cluniacenses. G. parece haber sacado directa­ mente su teoría sobre la formación del castellano y del leonés, de este párrafo de Gómez Moreno: «Sin embargo, la España cristiana del siglo x se nos ofrece pobre y m odesta. Ofuscábala el Im perio cordobés, tan es­ pléndido y rico en su apogeo, im poniéndola cuanto era transm isible en instituciones, administración, mercaderías, etc. Recibió tal vez su habla com o lengua culta entre ciertas clases sociales, produciendo el gran cau­ dal de voces árabes que la documentación de entonces arroja, y expli­ cándose así la mísera latinidad de los poquísim os escritos conservados» (pág. x i i i ) . Más adelante, pag. 130, dice textualm ente: «Nótese, además, que tal desarrollo [el debido a la corriente cultural del Sur en Castilla y León] no fué progresivo ni duradero, sino que más bien tiende a ex­ tinguirse pasado el siglo X... La conquista ulterior de Toledo abrió nuevos cauces al influjo meridional, m ás éste quedó localizado, habiendo de ceder en general bajo la presión de otra corriente, la galicana o europea, m ás congénere y de arraigo definitivo.» Así, resulta que lo que Gómez Moreno da com o moda pasajera entre ciertas clases sociales (gentes ad­ ministrativas y monjes, págs. 115 y 121), G. lo convierte para provecho de su tesis en cosa básica, y, al efecto, en la página 48 inserta m edio centenar de arabismos que Gómez Moreno recoge (págs. 122-129) de do­ cumentos castellanos y leoneses de esa época. Que la razón está con Gómez Moreno y no con la dislocación de G., lo prueba el que esos ara-

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Entre las hablas españolas de las diferentes regiones ame­ ricanas podemos comprobar una diferencia léxica que con faci­ lidad sobrepasaría este número, sin que por eso debamos caer en la tentación de dividir en familias lingüísticas los dialectos de un mismo id iom a84. Ahora podemos muy bien trasladar la cuestión a la repartición del léxico latino en el siglo v, época en que sin duda las diferencias regionales no habían pasado del grado dialectal. Pero cuando, al cortarse las comunicacio­ nes de Roma con las provincias, éstas dejaron de recibir más elem entos lingüísticos de la metrópoli (o los recibieron en gra­ bism os son siem pre sustantivos, no verbos ni partículas, que expresan conceptos de tipo culto, con raras excepciones, y que, siendo casos de im itación de las organizaciones m usulm anas, desaparecieron en su ma­ yoría rápidam ente (cfr. pág. 125 de Gómez Moreno). De Las iglesias mo­ zárabes, G. se ha saltado el capítulo IV, que trata del m ozarabism o en Cataluña: «...un estado análogo [de influjos andaluces en el dominio franco de Cataluña] al del reino de Asturias, aunque m uchísim o menos pujante» (pág. 41). Esta diferencia de grado para un m om ento es la que G. recoge de parrada para convertir ya el influjo mozárabe en Cataluña en ausencia de influjo mozárabe. Pero Cataluña recibe gran masa de colonos o pobladores de la tierra musulm ana (págs. 4244). Desarrollo del com ercio muy vivo entre la España árabe y Cataluña (págs. 4-1-46). Gran influjo científico andaluz en Cataluña (págs. 4445). Relaciones po­ líticas (págs. 4546). Tampoco ha tenido en cuenta G. el siguiente juicio de Gómez Moreno: «Su desgarramiento de Francia se confirma por dos intentos de em ancipación eclesiástica, respecto de Narbona, restable­ ciendo la m etrópoli tarraconense», años 958 y 971 (págs. 4647). El Sr. Gó­ mez Moreno apunta para el siglo x dos corrientes sim ultáneas en Cata­ luña: la una, de Francia; la otra, de España, ambas débiles (págs. 51-52). N o es, pues, justo ni científico que G. suponga a la corriente débil de Francia un valor decisivo, y a la corriente débil de España un valor nulo. Por últim o, las noticias de G. sobre la liturgia peninsular y en Francia están en fundam ental contradicción con el más reciente libro sobre la materia, Textos inéditos de la liturgia mozárabe, Madrid, 1926, del P. Ger­ mán Prado. 84 Para su argumentación con los arabismos, más abundantes en es­ pañol que en catalán, observaremos que los m iles le latinism os y romanism os introducidos en inglés no nos perm iten incluir este idioma entre los rom ánicos; ni los castellanism os del vasco-español autorizan a colocar esta lengua en fam ilia distinta del vasco-francés, tan abundante en gali­ cism os; ni los eslavism os y m agyarism os del rumano excluyen este idioma d e la fam ilia rom ánica; ni el español de los judíos balcánicos, a pesar

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Estudios lingüísticos

do tan escaso que bien podemos razonar sobre una repartición ya acabada), esas diferencias dialectales fueron perfilándose, ahondándose cada vez más, hasta que los habitantes de una región no pudieron entenderse con los de otra. Y luego m ás aún, germinando en cada región determinados tipos de inno­ vaciones en sonidos, en morfología, en giros, en deformaciones de vocabulario. ¿Cómo prescindir del parentesco de estas inno­ vaciones si queremos incluir una lengua en este o en otro gru­ po? Para G. el único elemento de eficacia agrupadora es la semilla léxica recibida; para nosotros no es único, ni siquiera el primero, sino la potencia fermentadora y transformadora del suelo en que la semilla latina cayó. Aun al estudiar las relacio­ nes lexicales, como uno de los factores que es necesario tener en cuenta, concederemos mayor eficacia a las comunes trans­ formaciones (por sufijación, cruce, etcétera) que a las meras conservaciones. G. insiste varias veces, tanto en Afro-románic... como en su artículo de la ZRPh, XLV, en el papel decisivo que las corrien­ tes culturales de Galia y de Africa tuvieron, respectivamente,, en la formación del catalán y del español y portugués. Pero ¿es que esa corriente galorrománica ha podido irrumpir en nuestra Península únicamente por el Pirineo catalán? Aragón y Navarra han tenido intervención equivalente. Navarra fué la que trajo a España los cluniacenses. Pero, esto aparte, hay que re­ petir la objeción puesta a la sobreestima del léxico recibido: Cataluña no recibió todo de la corriente terrestre; también es­ taba unida al Lacio por los innumerables caminos del mar. Y sobre todo, pongamos en primer lugar lo propio de Cataluña, no lo recibido. Continuando el símil de G., diríamos que ade­ más de las corrientes de léxico, y más aún que a ellas, hay que de haber admitido en su vocabulario tantos extranjerism os, pertenece a otro grupo lingüístico que el peninsular; ni tam poco el español de Amé­ rica, enriquecido con los americanism os que sus parlantes iban necesi­ tando. Desde luego, hay en español más arabismos que en catalán, pero también más que en gallego. Y si los arabismos en español hacen a G. separar este idioma del catalán, ¿cómo es que no le estorban para unirlo con el rumano?

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atender a la naturaleza misma de la tierra inundada por esas aguas extrañas que van modificando sus cualidades, ya que no su permanente sustancia latina, a medida que se van enrique­ ciendo con las propiedades químicas del suelo que las ha aco­ gido. Me duele que el estilo profesional haga que algunas de mis expresiones sean tan duras, y quiero salvar mi respeto y mi simpatía personal por Mosén Antonio Griera. Primordialmente he pretendido dos cosas: 1.a, exponer el grado de intervención que la geografía léxica debe tener en la comparatística, junto con las garantías que en tales trabajos debemos exigir, y 2.a, convencer absolutamente al lector (mi ambición incluye al Sr. G.) de que el problema del galorromanismo o iberorromanismo del catalán nos ofrece un campo de actividades virtual­ m ente virgen, puesto que tanto Das katalanische, de MeyerLübke, por las razones expuestas en mi artículo anterior, como Afro-románic..., lo dejan casi intacto. Quedan más o menos aclaradas ciertas diferencias básicas entre Cataluña y el Centro peninsular, entre el norte y el sur de Francia (Jud), que son fáciles de suponer entre el Centro y el Occidente peninsulares y entre Cataluña y Provenza. Que existieron diferencias básicas es indudable, puesto que en cada una de esas regiones ha plas­ mado una lengua diferente. Pero si queremos seguir adelante hasta determinar si algunas de estas comarcas son lingüística­ m ente agrupables, y cuáles frente a cuáles, ya no nos queda otro camino que examinar el número y la calidad de las dife­ rencias que cada región presenta a sus vecinas, o que dos o más regiones oponen a las demás, procurando averiguar cuál es, de entre todas las fronteras vigiladas, la que amontona ma­ yor número de diferencias. Pero esto ya sólo es posible hacerlo trabajando sobre las mismas lenguas que en los campos y en los documentos se nos brindan. Entonces podremos llegar a saber el contenido científico de las palabras iberorrománico y galorrománico.

II

PARTICIÓN DE LAS LENGUAS ROMANICAS DE OCCIDENTE

Han sido varios, mi querido amigo Corominas, los colegas catalanes que me han pedido les concrete cuál era en defini­ tiva mi opinión sobre aquella debatida cuestión de la subagru­ pación románica del catalán, y a todos he ido respondiendo por carta lo más inequívocamente que he podido. La afectuosa insistencia de usted y la ocasión de honrar con un tomo de estudios filológicos al venerable maestro don Pompeu Fabra, me hacen volver una vez más sobre el tema en esta carta que, por estar destinada a la publicación, tendrá que acomodar su estilo a un múltiple lector. En la primavera española de 1927 me hallaba yo enfrascado en un tercer artículo sobre la subagrupación románica del ca­ talán (que no iba a ser el último), cuando mi contratación por la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires para dirigir su Instituto de Filología, hizo cambiar mis planes de trabajo. Si ahora todavía vive en mí el interés de aquella vieja polémi­ ca, no es para agregar algunas cuestiones más, sino para plan­ tear la cuestión fundamental. ¿Qué es eso de iberorrománico o galorrománico? Iberorrománico, como concepto auxiliar de la romanística, no puede ser más que una de dos: lengua romance enclavada en Iberia o lengua romance de sustrato ibérico. En ambos ca­ sos, el catalán es iberorrománico sin necesidad de polémicas.

Partición de las Lenguas Románicas

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Iberorromance no puede ser más que una de d o s : la forma que el romance tenía en Iberia durante el imperio visigodo y primeros tiempos cristiano-árabes o quizá el conjunto de ca­ racteres comunes de las lenguas románicas peninsulares. En ambos casos, y sin necesidad de polémicas, el catalán se incluye en el iberorromance o no hay tal iberorromance. Las mismas distinciones valen para el galorrománico con relación a las Galias, de modo que el provenzal, sin más trámi­ tes, resulta galorrománico o no tiene existencia tal entidad como Galorromania Una sola posibilidad —lógica— queda para que el catalán de hoy no sea iberorrom ánico: que el primitivo romance de esa porción de la Tarraconense se haya extinguido, desalojado por un dialecto galorrománico importado. Ésa es, precisamen­ te, la posición de Meyer-Lübke ( Introducción a la Lingüística romance, § 24; Das Katalanische, Einleitung): el catalán es provenzal trasplantado a Cataluña en el siglo v m a medida que retrocedían los árabes. Pero esa posibilidad lógica no es histórica. Las poblaciones nativas no fueron expulsadas ni ani­ quiladas, y las constituciones francas de Hispanis, de los años 781, 815 y 844 lo testimonian ampliamente. El habla patrimo­ nial de esas poblaciones tampoco fué suplantada por otra en el centenar de años que duró la dominación franca, una domi­ nación lejana y de tipo militar-fronterizo que no afectó a los fundamentos de lo social autóctono. Me complace mucho, ami­ go Corominas, que sea usted, con sus investigaciones topo­ nímicas en curso, quien venga dando a estos hechos históricos una rigurosa comprobación lingüística. Los antiquísimos topó­ nimos del territorio catalán primitivo prueban con su fonética que el sistem a lingüístico del catalán es autóctono y no impor1 Por el sustrato, el gascón es iberorrom ánico: primero por los ibé­ ricos aquitanos, y segundo por la invasión de vascones a fines del siglo vi ( V a s c o n i a > Gascuña). Como tal ha sido considerado repetidas veces, es­ pecialm ente en el vocabulario; Rohlfs, Le gascón, ha emprendido la tarea sistem ática de aclarar la posición lingüística del gascón com o intermedia­ rio entre el francés y el español. Uso el térm ino «ibérico» en sentido lato, sin atención a cuestiones etnológicas internas.

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Estudios lingüísticos

tado; y, como contraprueba definitiva, usted señala dos zonas donde la toponimia románica originaria tiene una fonética di­ vergente de la catalana: una el extremo norte del Pallars (pun­ ta noroeste de Lérida); otra, las Baleares, Valencia y sur de Cataluña. La historia explica bien esta discrepancia: el Pallars, por haber sido romanizado tardíamente desde la vieja Cata­ luña, y las islas y zona meridional por haber sido catalanizadas por los catalanes reconquistadores. Si el catalán hubiera sido importado en el siglo v m por los francos, la toponimia antigua de la parte nuclear de su dominio actual lo denunciaría con sus discrepancias fonéticas, como lo denuncia en aquellos terri­ torios donde el catalán fué realmente importado. Así, pues, siendo autóctono, el catalán es iberorrománico, por muchos puntos de contacto que tenga con el provenzal. Es más, aunque llegara a la identidad con el provenzal, lo único que eso probaría es que los Pirineos, frontera política, no serían frontera lingüística; pero, aun idénticos, el catalán sería tan poco galorrománico como el provenzal iberorrománico. Los anu­ lados serían los conceptos auxiliares de galorromanismo y de iberorromanismo. Usted recordará qué otra justificación de galorromanismo fué lanzada una vez como la bola en la ruleta. La ocurrencia consistió en imaginar que Cataluña había sido romanizada por una corriente procedente de Galia (por eso, galorrománico), y que el resto de Iberia había sido romanizado por otra corriente procedente de Africa (por eso, afrorrománico). Meyer-Lübke por un lado y yo por otro empleamos tiempo y trabajo en pro­ bar la falsedad de todos y cada uno de los testim onios léxicos aducidos; pero hubiera debido bastar este recibo: «La idea tropieza con la imposibilidad cronológica». La intensa romani­ zación de Cataluña y de la cuenca del Ebro comenzó un siglo antes que la del sur de Galia, también muy intensa, y siglo y medio antes de que César emprendiera la conquista de la Galia del Norte, nunca tan bien romanizada. Andalucía y la zona le­ vantina (es decir, la Iberia frontera del Africa) fueron inten­ samente romanizadas, con perdurables colonias patricias, de

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romanos y de italiotas, doscientos años antes de la conquista de la Tingitania y de la Mauritania. En suma: ni geográfica ni históricamente se puede hablar de un galorromanismo del catalán. Pero —podrá argüir la obs­ tinación—, diga lo que diga la historia y la geografía, es lo cier­ to que el catalán tiene un evidente parentesco especial con el provenzal, al que se parece más que a ninguna de las otras lenguas románicas. Por de pronto lo vamos a conceder. Pero deducir de ello el galorromanismo del catalán es un triste tes­ tim onio de lo mediociencia que es todavía la lingüística en su cultivo particular. Entre estas dos lenguas, autóctonas de sus respectivos territorios, el catalán se parece al provenzal exactamente en la medida en que el provenzal se parece al catalán; y deducir de la semejanza el galorromanismo del cata­ lán es exactamente el mismo desatino que deducir el iberorrom anismo del provenzal. Si se ha hablado de galorromanismo del catalán, y no al revés, es por m otivos psicológicos, no lógicos: el provenzal aparece como el idioma mayor, el catalán como el idioma me­ nor; el provenzal tuvo una poesía trovadoresca de importancia histórica mundial; en la literatura catalana, más modesta, se advierte un fuerte influjo provenzal; el provenzal ha sido tema central de estudio lingüístico desde que se constituyó la romanística; las lenguas peninsulares eran estudiadas no más que incidentalm ente hasta hace cuarenta años; por pereza, se des­ pachaba el catalán entero como una variante del provenzal; el provenzal está enclavado en una de las grandes potencias que mantienen el equilibrio europeo; el catalán, en una de las del coro. En consecuencia, caso de que la semejanza de ambas lenguas invite a la reagrupación de los romances occidentales, no se nos pasará por las mientes la idea de poner en crisis el galorromanismo del provenzal, una lengua tan ilustre en la historia europea de la literatura, enclavada en la Galia y que venim os estudiando desde hace más de un siglo; en cambio, será problemático el iberorromanismo del catalán, una lengua no tan ilustre literariamente, enclavada no más que en Iberia y que hasta hace pocos años ni sabíamos que era realmente

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una lengua. El impulso lo ha dado, pues, el peso psicológico de «lengua más importante y lengua menos importante»; la justificación histórica se ha buscado a posteriori, com o lo prue­ ba su falsedad. De la subagrupación de las lenguas románicas puede la lingüística sacar enseñanzas; pero a condición de proceder sin tales prejuicios de orden extralingüístico. La vieja división en lenguas de Occidente (Galia e Iberia) y de Oriente (Sicilia, Ita­ lia, Rumania) no ha perdido hasta hoy nada de su justifica­ ción ni de su conveniencia. Del estudio de los caracteres ais­ lados, a la geografía lingüística le han resultado nuevas zonas coherentes, como la alpina, la pirenaica, y, con otra reagrupa­ ción, la zona mediterránea (regiones costeras de España, Fran­ cia e Italia) en oposición a la atlántica, etc. Me refiero, sobre todo, a trabajos como los de Bartoli y Rohlfs y los de la es­ cuela suiza de Jud y Jaberg, con sus originales estudios de paleontología léxica. Pero ¿a qué recordar otros, si usted m is­ mo, amigo Coraminas, ha dado más de una vez con la zona pirenaica o la zona mediterránea en sus agudas pesquisas de geografía léxica? 2. Aparte esas zonas lingüísticas halladas por la geografía lin­ güística, es también legítima y promete ser provechosa otra partición propuesta como tema, una real subdivisión. Por ejem­ plo: en la gran porción occidental de la Romania, desde la Galia belga hasta la Lusitania, ¿cómo se subagrupan las len­ guas según el desarrollo cumplido y según el material latino conservado por cada una? Hasta ahora se han dividido en lenguas galorrománicas e iberorrománicas. Esta división es­ taba impuesta por ideas extralingüísticas (las entidades geo­ gráficas Galia e Iberia y su respectiva homogeneidad histórica), y ha sido justificada lingüísticamente con la abundancia de rasgos comunes a las Galias (cisalpina, belga y lugdunense) y de otros comunes a Iberia. Los trabajos léxicos de Jud están demostrando precisamente que la idea ortodoxa de una nive2 «Dis Aup i Pirenéu». A propos du «Ratisches Nam enbuch» (Festschrift Jud, Zürich, 1942) Les Relacions am b Grecia reflectides en el nostre Vocabulari (en Homenatge a Rubio i Lluch, III, 283-316).

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lación idiomática en todo el imperio romano era excesiva, y que la Península Ibérica tenía ya en aquellos tiempos una per­ sonalidad peculiar opuesta a la de Galia e Italia y manifestada sobre todo en su vocabulario 3. Galia también ostenta su tem­ prana personalidad, más como terreno de cruzamientos que como homogeneidad. Mi propuesta no implica, pues, una des­ aprobación de la división tradicional; pero supone la posibi­ lidad de otra agrupación de las lenguas occidentales por otra línea que la de los Pirineos: la línea que resulte del examen exclusivamente lingüístico de la cuestión. Todas las lenguas contiguas tienen rasgos comunes, por su­ puesto; de modo que problema lingüístico sería buscar una agrupación mayor que la de dos lenguas contiguas. Las len­ guas a ambos lados de los Pirineos, gascón, provenzal, arago­ nés y catalán, muestran un parentesco especial, como usted sabe muy bien por sus propias investigaciones, en la fonética,, en la gramática, en el léx ico 4. En sus Orígenes del español,. 3 Principalm ente en Problémes de géographie linguistique, I. Problémes lexicologiques de l ’hispano-roman, II. Éteindre dans les langues ro­ manes, III. S ’éveiller dans les langues romanes (RLiR, I, págs. 181-236; II, págs. 163-207). Probléme der altromanischen Wortgeographie, ZRPh, X X X V III, págs. 1-88). Los estudios de M. B a r t o l i , p. e. Caratteri fondam entali delle lingue neolatine (Arch. glott. it., 1936, XXV III) muestran tam bién con m uchos rasgos la peculiar fisonom ía del lenguaje de Iberia, del de Galia, del de Italia y del de Dacia, en las fases latina, romana y rom ánica. 4 El libro de G e h r a r d R o h l f s , Le gascón (Halls, Niemeyer, 1935, Anejo 85 de la ZRPh.) se subtitula «Études de Philologie Pyrénéenne» y su idea básica es la gran sem ejanza (parentesco) del gascón con el ara­ gonés y con el catalán. Rohlfs form a el grupo pirenaico con estos tres rom ances (parentesco léxico, fonético, m orfológico y sintáctico) y los opone al provenzal, destacando las peculiaridades del gascón frente al provenzal según la vieja tradición, que modernam ente han seguido Bourciez y Ronjat. Tiene usted razón, amigo Corominas, al subrayar (Vox Romanica, 1937, II, págs. 154-155), que la originalidad del catalán es aún m ayor; no sé ya si la tiene tanto en su sugerencia de que la origina­ lidad del gascón frente al provenzal no es tan auténtica com o Rohlfs enfatiza, ya que —arguye usted— en el vocalism o siguen ambos una m is­ m a línea; m e parece que esa concordancia en el vocalism o, principal­ m ente de tipo tradicionalista y fiel al sistem a latino vulgar, aunque

Estudios lingüísticos

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Menéndez Pidal ha probado inequívocamente qué sorprendente homogeneidad había en el mapa lingüístico de la Península antes de que lo transformara la reconquista de los castellanos: rasgos característicos del catalán y del aragonés frente al cas­ tellano (f- conservada en lugar de h-; 11 o y en lugar de ;; it en lugar de ch; diptongación de e, o ante yod; l- inicial paes

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la a u t e n t ic id a d

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p r o v e n z a l- g a s c ó n ,

d e lo s o t r o s r a s g o s p e c u lia r e s

e l c o n s o n a n tis m o ,

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a fe c ta a n u e s tr a id e a :

tr e s r o m a n c e s d e R o h lfs , b ie n s e p o d r ía in c lu ir ta m b ié n

y en el

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e l g r u p o p ir e n a ic o . E l n ú m e r o y q u iz á la im p o r t a n c ia d e lo s r a s g o s p a r ie n t e s e s t a r á s ie m p r e e n r a z ó n in v e r s a d e l n ú m e r o d e lo s r o m a n c e s : m a y o r e n tr e d o s q u e e n tr e tr es, y m a y o r e n tr e tr e s q u e e n tr e c u a tr o ; p e r o u n e s t u d io c o m p a r a tiv o d e lo s c u a tr o — g a s c ó n , p r o v e n z a l, a r a g o n é s y

c a t a lá n —

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y

e x c lu s iv o s

p a r a q u e la lin g ü ís t ic a fo r m e c o n e llo s u n g r u p o . H a n c o n t r ib u id o r e c ie n ­

Der HocharagoneDie Hochpyrenaen, H a m b u r g o , 1935 ( y v a r i o s o t r o s t í t u l o s ) ; W .-D . E lcock , De quelques affinités phonétiques entre Varagonais et le béarnais, P a r í s , 1 9 38; R . M e n é n ­ d ez P ida l , Orígenes del español, §§ 52-55, e s p e c i a l m e n t e e l m a p a d e la p á g i n a 3 0 4 : m b > mm~> m ; n d > n n > n; l d > l l > l ; n t~ > n d ; lt~>ld, te m e n te

a l e s tu d io

de

sische Dialekt (RLiR,

■ e tc é te r a . E s t o s

e sta

área

p ir e n a ic a :

A. K u h n ,

1935, X I , p p . 1 -3 1 2 ); F . K r ü g e r ,

fe n ó m e n o s

son

d e v a r ia

e x te n s ió n

en

una

zona

c o n tig u a

q u e a b a r c a e l s u r d e F r a n c ia y el n o r t e d e E s p a ñ a ( in c lu s o e l c a s t e lla n o ) , y

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la v a r ia e x t e n s ió n

d e c a d a a s im ila c ió n

e s p r o p o r c io n a lm e n te

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m e j a n t e e n o t r a á r e a r o m á n i c a , a l s u r d e I t a l i a , M e n é n d e z P id a l d e d u c e d e a q u í u n p r e d o m in io d e o s c o s e n la c o lo n iz a c ió n r o m a n a . Y a s é q u e u sted , p r e fie r e

a m ig o

C o r o m in a s ,

(l. cit.)

d el v a sco , en

lo

es

e s c é p tic o

r esp e cto

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v e r a q u í u n a v e z m á s la e x t e n s ió n c u a l s ig u e

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c h a ir e -S a r o 'íh a n d y -R o h lfs : a m b a s

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y

que

d e u n a o n d a fo n é tic a

fo r m a d a

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lín e a

ló g ic a s , y

Lu-

só lo

la

in v e s t ig a c ió n h is t ó r ic a p u e d e d e c id ir ; la p r o p o r c io n a lid a d d e la s á r e a s d e c a d a a s im ila c ió n , a u n q u e a p r o x im a d a m e n te

ig u a l e n

la

zona

p ir e n a ic a

y

e n la itá lic a m e r id io n a l, n o p u e d e se r a d u c id a c o m o c o n v in c e n te , p o r q u e s o n h e c h o s d e fo n é tic a g e n e r a l. (V e r m i e s tu d io

dialectología hispanoamericana,

B uenos

Nasales,

en

Problemas de

A i r e s , 1930, p á g s . 63 -8 6 .) E n

q u ie r c a s o , y a s e d e b a a s u s t r a t o o a d s t r a t o , y a a la p r o c e d e n c ia c o lo n o s , la une el su r P ir in e o s .

zona de

d e e sta s F r a n c ia

y

a s im ila c io n e s el

n o r te

de

se

r e v e la

E sp a ñ a

A u n q u e r e fe r id o s s ó lo a tr e s d e e s t o s c u a tr o a

tr a n s c r ib ir lo s « tr e s im p o r ta n te s r e s u lta d o s »

y

com o

una

cuyo

p asad or

c u a l­ d e lo s

b is a g r a son

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r o m a n c e s, n o m e r e s is t o d e l lib r o

d e R o h lfs

(p á g i-

Partición de las Lenguas Románicas

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latalizada) se extendían por el centro y sur de España, a través de los dialectos mozárabes, hasta alcanzar el leonés y, en par­ te, el gallego-portugués. En Francia, Suiza y norte de Italia, los dialectos franceses, los provenzales y los francoprovenzales y piamonteses forman un entretejido de caracteres, de modo que las transiciones geográfico-lingüísticas son muy graduales. Así, pues, entre lengua y lengua contiguas hay a la vez frontera y concordancia, y una frontera capaz de tener valor reagrupador será solamente aquella que, por el excepcional número y gra­ vedad de sus elementos diferenciales, pueda ostentar una signi­ ficación mayor que la sola de separar dos lenguas. Contem­ plando la continuidad geográfico-lingüística desde Bélgica has­ ta Portugal, una sola frontera lingüística tiene tales caracte­ res: la franja de lím ites lingüísticos flotantes que separa en Francia los dialectos del norte de los del sur. ¿Ha observado usted, por ejemplo, los cinco rasgos que aduce Cari Appel en .su Provenzalische Lautlehre, § 3, como muestra de los límites de «algunas diferencias»? 1. Desarrollo de Á lat. en la palabra chercher ( Atlas ting. m apa 22): en el sur á, en el norte é. 2. - a b a t,

3. - e ra t,

Forma del imperfecto de la 1.a conjugación: en el sur en el norte - e a t y otras formas (mapa 1223). Forma del imperfecto del verbo sustantivo: en en el norte était (mapa 510).

el sur

ñ as 1-2): «1.° El latín introducido en la antigua Aquitania sufrió una -evolución com pletam ente original. Desde este punto de vista, el Garona h a form ado un lím ite natural entre la Galia propiam ente dicha y el te­ rritorio aquitánico; 2.° En m uchos hechos lingüísticos (fonética, morfo­ logía, sintaxis, vocabulario) se puede com probar una correlación sor­ prendente entre el gascón y los idiom as de la España septentrional (ara­ gonés, catalán). Sobre todo entre el gascón y el catalán, el acuerdo es m ucho m ás estrecho de lo que se pudiera creer hasta el presente; 3.° El in flu jo de la antigua lengua ibérica se m anifiesta no sólo en un número considerable de supervivencias léxicas, sino tam bién, y muy claramente, en las tendencias de pronunciación.» Elcock es quien se ha ocupado en apro­ vechar a los historiadores para sentar el parentesco lingüístico sobre la recular com unidad de vida.

Estudios lingüísticos:

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4. Expresión del concepto 'andar': en el sur anar, en el norte aller. 5. Partición de la presión espiratoria en la palabra p e titr en el sur p etí, en el norte p tí (mapa 623). Pues bien: esos cinco rasgos de muestra (elegidos por Appel, no por mí) marcan la separación no sólo entre el francés y provenzal, sino entre el norte de Francia y el resto de la Roma­ nía occidental: con el provenzal y el gascón están el catalán,, el aragonés, los antiguos dialectos mozárabes, el castellano, el leonés y el gallego-portugués. Pero aún hay diferencias más. graves, algunas no aducidas por Appel porque se internan m ás o menos en territorio meridional. Ningún otro hecho lingüís­ tico tiene en la evolución fonética de las lenguas romances la. importancia y el alcance que el siguiente: en el norte de Fran­ cia las vocales tienen distinta historia si están en sílaba libreo trabada; en el sur de Francia y en Iberia, n o 5. Este hechoafecta a un elemento tan básico como la constitución m ism a de la sílaba 6. No hay fenómeno equivalente que separe al pro­ venzal no digo del catalán, pero ni siquiera del castellano. To­ das las vocales acentuadas del latín vulgar (aparte ahora las extremas i, u) se han alterado en francés en sílaba libre y se' 5

Esta oposición del francés a todas las otras lenguas de occidente

e n el trato de las vocales ya h a sido subrayada por W . v. W a r t b u r g , Die

Ausgliederung der rom. Sprachraüme, Halle, 1936, pág. 29. Todas las vo­ cales del latín vulgar, m enos las extrem as, i, u (clásicas i, ü), «se dipton­ garon» en francés, según interpreta Von Wartburg; la u tam bién se alteró, pero lo m ism o e n sílaba libre que e n trabada (ii), de modo que se debiój a proceso diferente: palatalización. 6 Von Wartburg retrae la diptongación francesa de las vocales en s í ­ laba libre al fenóm eno del alargamiento de las vocales en latín vulgar (siglos v y vi), que se cumple en el galorrom ánico septentrional con ca­ racteres divergentes del resto de Occidente. Al hablar de la diferente cons­ titución de la sílaba, pienso en diferencias en el m odo de gobernar los hablantes la intensidad silábica. La sílaba es un im pulso articulatorioespiratorio, y com o tal impulso, se com pone de una tensión seguida deuna distensión (parte creciente y parte decreciente): los galorrom ánicos del norte muestran en su historia vocálica haber tenido una conducta: aparte en el gobierno de la distensión silábica y en la relación articulato­ ria entre la vocal y la consonante en esa parte descendente.

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han conservado en sílaba trabada. Esta distinción es descono­ cida en gascón y en provenzal, lo mismo que en catalán, caste­ llano y portugués. En provenzal, que ha conservado todas las vocales acentuadas sin diptongarse (excepto e, 6 ante yod), se ha iniciado en época moderna una diptongación que no reco­ noce diferencia entre sílaba trabada y libre. Otra de las barre­ ras que separan al francés del resto de la Romanía occidental •■es el tratamiento sistemático de las vocales seguidas de nasal trabante: en francés, la vocal se nasaliza y la nasal desaparece; en gascón, provenzal, catalán, castellano, leonés y dialectos (el portugués tiene en esto historia aparte, en algunos puntos coin­ cidente con el gascón), la nasal se conserva y la vocal no se nasaliza. Añádase la alteración de timbre (aparte la nasaliza­ ción) sufrida específicamente por las vocales francesas en esa posición. Semejante revolución en el vocalismo no tiene paran­ gón con la historia de las otras lenguas occidentales. Otro pun­ to en que el francés se separa notablemente de las otras len­ guas occidentales —y no occidentales— es la extraordinaria riqueza del vocalism o: e, a, o abiertas y cerradas; vocales lla­ m adas «mixtas» o «compuestas»: ó, ü, e muda o «caduca» (Grammont) y aun la o con variedad abierta y cerrada ( chaleur, feu ); variedades de cantidad; vocales nasales. En el con­ sonantism o, el francés ha cumplido, concordemente (con la particularidad de seguir cumpliéndola hasta la época moderna) una transformación mucho más profunda y extensa que las otras lenguas: pérdida de las sonoras (menos la labial) proce­ dentes de sordas (su r < s e c u r u m ; v i ' e < v i T A 7) ; palatalización 7 «Según ya resulta de los hechos expuestos para el período romá­ nico prim itivo (§ 171 y sigs.), el trato de las consonantes intervocálicas ha conducido a una escisión profunda entre el norte de Galia, que lle v i m uy lejos el debilitam iento, y el sur, que se com porta en general como las lenguas ibéricas.» E. B o u r c i e z , Elém ents de ling. rom., 1923, § 270. En el trato de las sonoras procedentes de sordas (perdidas luego en fran­ cés), el territorio provenzal, más próximo al francés, las conserva oclu­ sivas; el catalán y el español las han hecho fricativas. El provenzal se ha m antenido en esto m ás alejado de su vecino el francés que esos dos idiom as ibéricos. No lo deben desatender quienes tan fácilm ente confun­ d en sem ejanza con parentesco en los hechos lingüísticos.

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de las velares c, G, inicial y tras cons. + A ( champ, jambe,, vache, verge) y complejísima historia de estas consonantes en cualquier posición; pérdida temprana de la s ante consonante (s. XI, ante sonora; s. xn, ante sord a)8, con alteración del tim­ bre de la vocal precedente; en el tratamiento de las consonan­ tes finales, el específico fenómeno de la «liaison»; r uvular e igualación fonética de r y rr. El francés ha desarrollado en su historia tantos y tan ex­ traños caracteres específicos, que se opone por sí solo a las otras lenguas occidentales (y aun a todas las románicas). Y la historia justifica esta repartición: la Galia narbonense y la mayor parte de España fueron romanizadas intensamente y tempranamente. La Galia del norte, conquistada más tarde, fué latinizada con mucha menor intensidad, como la prueba el ma­ yor número de palabras indígenas sobrevividas y el fuerte sus­ trato que impregna el sistema fonético del francés. Ha sido habitual considerar todas las Galias una unidad románica por el común sustrato céltico de su romance 9, tanto como por la unidad territorial y administrativa en tiempos romanos; pero tomar la clase de sustrato como criterio agrupador es un pie forzado, anterior al examen del romance estudiado. Una divi­ sión a posteriori del examen, a base de lenguas de fuerte sus­ trato y lenguas de escaso sustrato étnico, me parecería siem­ pre mucho más científica, por ajustada a la realidad. El grado de romanización y el grado de sustrato están en razón inversa. El provenzal podrá juntarse con el francés en que el sustrato del uno es galo y el del otro también; pero ¿de qué vale tal 8 Un proceso análogo de relajación, aunque con diferentes condicio­ nes fonéticas, se está operando actualmente en los dialectos castellanos del sur de España, Canarias y algunas zonas americanas. Por supuesto, sin parentesco histórico, sólo en fonética general. Tampoco hay parentescohistórico (interdependencia) en el coincidente resultado de c h < - ct- en provenzal y castellano: nuech, fach, noche, hecho. 9 No me propongo, amigo Coraminas, examinar todas las derivaciones de la cuestión, y así tengo que dejar de lado intentos, cóm o el de Heinrich Morf, de explicar la partición lingüística de la Galia por el triple sus­ trato de belgas, celtas y aquitanos, los tres pueblos que César encontró: Zur sprachl. Glied. Frankreichs, Berlín, 1911.

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igualdad si ese sustrato galo ha fermentado activamente en el norte y se ha amortecido en el sur? 10. O dicho positivam ente: la igualdad nominal (galo-galo) queda menoscabada porque la profunda y temprana latinización del sur fué eliminando los elementos de sustrato (en eso consiste la latinización progre­ siva de un territorio), y la imperfecta y más tardía latinización del norte permitió a sus elementos de sustrato perduración activa. La Galia narbonense y la Hispania del Mediterráneo s e igualan en lo profundo de su latinización. El grado de acomo­ dación y fidelidad al tipo latino no ha sido incluido en la lista ortodoxa de factores que determinan el parentesco y el distanciamiento entre las lenguas romances (cronología, sustrato, procedencia de los colonos, divisiones administrativas); pero es factor más importante que cualquiera de ellos, porque da sentido a todos. Luego viene la época tradicionalmente reco­ nocida como decisiva para la partición lingüística de la Roma­ nía: la de las invasiones y reinos de los germanos. Y otra vez nos encontramos con el mismo fenómeno, y aun mucho más agravado: el sur de Galia e Hispania no son desviados del tipo latino; en la Galia del norte, los francos —y en m enor grados los borgoñones— impregnan de sustancia germánica to­ dos los aspectos de la vida y de la cultura. La Gotia románica, cuya capital estuvo sucesivamente en Toulouse, Barcelona y Toledo, se ofrece otra vez como unidad lingüística, enfrente de la Franconia románica. Pero esta uni­ dad no es el resultado de la acción lingüística de los visigodos sobre los territorios de su imperio, sino, al revés, por su casi nula intervención en la marcha del romance: los visigodos eran escasos y estaban ya muy impregnados de romanismo. La parte activa se reduce a que, con la unidad política, se fomenta la coherencia de todo el territorio en el uso y desarrollo de la lengua, porque las acomodaciones del hablante con su socie­ dad, base tanto del funcionamiento como de la continua evo­ 10 Se suele achacar tam bién a sustrato galo el cambio fonético -CT- > la sonorización de -P-, -T-, -K-, y la conservación de -s, com unes al norte y al sur. Pero ¿cómo de influjo galo si también son com unes a Iberia?

it,

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lución de cada lengua, tienden a nivelarse por todo el reino. La unidad política de Hispania y del sur de Francia nunca es­ tuvo duraderamente consolidada, pero la vinculación fué es­ trecha durante más de tres siglos y medio, y después siempre lo siguió siendo entre ambas vertientes de los Pirineos. Los visigodos se asientan en esta parte de la Romanía a principios del siglo v. Cierto que ya en el primer tercio del siglo vi los francos les quitaron gran parte de las Galias, pero, además de que el dominio franco del sur fué de un tipo muy distinto del del norte, por un lado los visigodos retuvieron la Septimania hasta su desastroso fin (711), y por otro la Aquitania sufrió a fines del siglo vi y principios del v il una re-iberización ( sensu lato) por la invasión de los vascones. Todavía en el siglo v iii estuvo el sur de la Galia estrechamente ligado a la suerte de España por la invasión árabe; la batalla de Poitiers (732) fué decisiva para detener el avance musulmán, pero no puso fin a su dominación en las Galias (F. Codera, Est. crít. de hist. ára­ be esp., Zaragoza, 1903). Los visigodos eran un pueblo de seño­ res a quienes las leyes prohibían mezclarse con los «romanos»; cuando después se abolieron esas leyes y se igualó la religión, los visigodos ya estaban en un rápido proceso de desnaciona­ lización y fueron ellos los romanizados; sus huellas en el ro­ mance son pocas y solamente léxicas H. Los visigodos, pues, no constituyeron un factor de desviación lingüística para el ro­ mance de su imperio. Por consiguiente, el estrecho parentesco de las lenguas resultantes es la consecuencia de haberles dejado desarrollar libremente sus tendencias románicas, y, sobre todo, la de no haber perturbado su carácter tradicionalista y conser­ vador (con una débil excepción de que luego hablaremos). En oposición a los visigodos, los francos conservaron secu­ larmente su carácter nacional, su organización y sus leyes y costumbres germánicas. En el norte de las Galias, los francos se instalaron como pueblo y se mezclaron en grandes masas con los galorromanos en la vida rural y agrícola, en los oficios, 11 Cfr. E. G a m i l l s c h e g , Historia ling. de los visigodos, RFE, XIX, pá­ ginas 117-150 y 229-260, y Rómania Germanica, I, págs. 297-398.

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en la administración pública y en la familia. Los francos (tam­ bién en oposición a los visigodos) practicaron una consciente política de nivelación franco-galorrománica en las instituciones públicas y en la vida privada. La coexistencia de la lengua de los dominadores (corte, señores, guerreros y pueblo) con la de los dominados, trajo como consecuencia forzosa su interpe­ netración: la germanización del romance y la romanización del franco. Durante tres siglos, del vi al v m (y aun más, pues los francos operaban entre el Soma y el Loira mucho antes de su ruptura con Roma), las tierras entre el Rin y el Loira eran bilingües. En las zonas más septentrionales el romance acabó por ceder a la germanización; más al sur, al revés. Los fran­ cos, aunque numerosos y asentados como pueblo, eran muchos menos que los galorromanos. Además, los merovingios, y mu­ cho más abiertamente los carolingios, se consideraban como los herederos de Roma, y ese ideal político no fué de lo que menos influyó en su final romanización. No hay modo de disen­ tir de W. v. Wartburg cuando, refiriéndose a este largo proceso de romanización, dice que los francos aprendían y usaban el romance ore germánico n . Y no sólo lo hacían los francos, sino también los galorromanos mismos mezclados con ellos e in­ fluidos en todos los órdenes de la vida por los conquistadores. Entonces se infiltraron duraderos fermentos germánicos, de modo que el romance se contaminó de germanismo en su mis­ mo sistema. Además de los elementos francos numerables (fo­ néticos, morfológicos, sintácticos, léxicos) y de las tendencias germánicas que desde entonces se infiltran en la constitución mism a del francés, tal situación histórico-cultural tuvo otra consecuencia indirecta: la de detener en el romance la pro­ gresiva eliminación de los elementos de sustrato céltico, puesto que estorbaba la progresiva acomodación del galorrománico al 12 Para toda esta representación de la historia de los francos en las Galias, cfr. E. G a m i l l s c h e g , Romanía Germanica. Sprach- und Siedlungsgeschichte d er Germanen auf dem Boden des alten Romerreichcs, BerlínLeipzig, 1934-1936 (3 tom os); F r a n z P e t r i , Germanisches Volkserbe in Wallonien und Nordfrankreich, Bonn, 1927 (2 tom os); W . v. W a r t b u r g , Die E ntstehung der romanischen Volker, Halle, 1939.

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tipo ideal la tin o 13. En suma: germanización, como proceso y estado cultural, implicaba en el mism o grado desatadura del modelo romano de cultura que las gentes estaban viviendo, una desviación o alteración del ideal a que hasta entonces se ate­ nían las acomodaciones sociales que iban tejiendo la lengua. El francés actual, con su carácter tan apartadizo de los otros idiomas románicos, es, pues, el resultado de una doble hibri­ dación eficaz: la una, la acción del sustrato céltico, más triun­ fante que en ninguna otra región románica; la otra, la acción del superstrato franco, incomparablemente más persistente que la de ningún otro superstrato germánico. Ambas han conver­ gido en apartar al francés del tipo latino, si lo comparamos con el italiano, el provenzal, el catalán, el castellano y el portugués. Así como el rumano, por su aislamiento geográfico desde el siglo n i, por su existencia puramente dialectal hasta hace bien poco, y por la invasora vecindad de lenguas extrañas, se ha formado con una complexión mestiza, y entre las lenguas de­ rivadas del latín es un idioma aparte, así también, en el resto más coherente de la Romania, el francés, nacido en territorio galo nunca bien latinizado y luego germanizado más intensa­ mente que ninguna otra región del imperio, es un idioma de mestizaje; y si se me quiere recordar que todos los idiomas lo son, digamos que el francés lo es en tal grado mayor que el italiano, el provenzal, el gascón, el catalán, el castellano y el portugués, que constituye un tipo aparte. El francés se ha desarrollado con un carácter especialísimo, y en una auténtica partición lingüística de la Romania debe tener un sitio no compartido. Ningún otro idioma románico tiene personalidad tan innovadora como él, ninguno ha llevado tan lejos las líneas de la evolución propia. Los francos, es verdad, no tuvieron en el Loira el lím ite de su rein o: desde el siglo vi poseyeron casi todo el sur, y durante cerca de un siglo tuvieron en Cataluña su Marca hispánica. Pero más abajo del Loira sólo tuvieron un dominio político13

lumen.

Cfr. m i artículo Substratum y Superstratum , en este m ism o vo­

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militar, no de colonización. Donde el pueblo franco estuvo asentado fué en el norte, y allí cumplió en la cultura galorrománica una obra de germanización que unos cuantos nobles terratenientes, los funcionarios y los militares destacados en las regiones del sur no podían cumplir. Esta es también idea importante en W. von Wartburg, Die Ausgliederung der romanischen Sprachraume, Halle, 193614, y no me parece que sea forzar su interpretación si, de sus dos expresiones alter­ nantes, «oposición entre el norte y el sur de la Galia» y «opo­ sición entre el norte de la Galia y el resto del Occidente romá­ nico», hago yo hincapié en la segunda. El grado de romanización inicial y el grado de fidelidad posterior a la tradición latina, me parece un doble criterio de agrupación de Jas lenguas perfectamente legítimo. Con este criterio el provenzal, sin dejar por eso de ser galorrománico, forma grupo con el catalán, que no deja por eso de ser iberorrománico, y con el castellano y con el portugués. Todos ellos forman con el italiano el grupo de lenguas fieles (comparati­ vamente con el francés) al tipo latino. Dentro de este grupo esencialmente conservador, el caste­ llano es el que se aparta otra vez (aunque muchísimo menos que el francés), por el número y la gravedad de sus innovacio­ nes peculiares. Esta idea es básica en el libro magistral de Menéndez Pidal, Orígenes del español: el romance del este, sur, centro y oeste de España, presentaba en los siglos x y xi una sorprendente homogeneidad, envolviendo a un islote de excep­ ción, que era la primitiva y diminuta Castilla. Esta pequeña Castilla (que todavía era más pequeña antes del siglo x) com­ prendía desde el alto Ebro hasta el Duero; pero aun en esta reducida región hay que hacer capitales distinciones históricolingüísticas: «Al norte se destaca la primitiva Cantabria, que abarcaba lo que originalmente se llamó Castilla Vieja, con Amaya, la Bureba, Campó y la Montaña» (§ 99i). Región ten­ diente al arcaísmo lingüístico (luneiro; ennos 'en los’; conna 14 Su traducción española, La fragmentación lingüistica de la Roma­ nía, en esta Biblioteca Románica Hispánica.

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'con la'; pedagw; artículo lo en vez de el). Dejando ahora otra zona al sudeste, de influencia riojana (Alfoz de Lara, Clunia, etc.); la región que tiene un papel capital en la constitución de la que llegará a ser lengua española es la central: ciudad de Burgos, Cardeña, Covarrubias. Es «la región que, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo x, fué centro político y social del gran condado constituido por obra de Fernán Gon­ zález, y foco de creación, o al menos de irradiación, de las principales modalidades lingüísticas» (§ 994). Al hablado en esta zona central llama Menéndez Pidal «castellano común». Se puede, ciertamente, hacer un estudio comparativo de las lenguas literarias, sin atención a la geografía o con referencia a una vaga geografía de mera orientación. Entonces se podrá comparar, sin más, el catalán con el español, con el italiano o con el francés. Pero si la comparación tiene pretensiones de geografía lingüística, todas las reflexiones han de estar condi­ cionadas por este hecho fundam ental: el castellano es autóc­ tonamente el hablar peculiar de un pequeño islote lingüístico, y las discordancias o concordancias que se le hallen con el catalán o con el provenzal, por ejemplo, sólo serán valederas para ese islote, y no para el resto del territorio peninsular. El que la fortuna política y militar de los castellanos haya exten­ dido luego su propio hablar suplantando a los dialectos mozá­ rabes del centro y del sur, al riojano, al navarro-aragonés y en parte al leonés, no borra quince siglos de historia lingüística anterior. Pues bien: teniendo en cuenta la extremada limitación geo­ gráfica del castellano primitivo, se puede entender mejor su papel de excepción: «El dialecto castellano representa en todas esas características 15 una nota diferencial frente a los demás 15 Son h- por z por 11 en rnuger, paja; G- perdida en enero, erm ano; ch por it en noche, pecho; g por * < -sci-: agada, pez; no diptongación de 6, g ante yod. Añádase que otras veces en que Castilla sigue el m ism o rumbo lingüístico que extensas regiones peninsulares, el castellano se adelanta mucho en el resultado: fijación de los diptongos ue, ie, m ien­ tras las otras regiones vacilaban entre no, ua, ue, ie, ia; m onoptongación de ei, ou; fijación del artículo; reducción del diptongo ie en -iello.

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dialectos de España, como una fuerza rebelde y discordante que surge en la Cantabria y regiones circunvecinas». Cantabria y Burgos aparecen «en su evolución lingüística como región más indócil a la común evolución de las otras regiones, más revolucionaria, más inventiva, original y dada al neologismo» (§ 994). Dentro de una geografía lingüística tan conservadora como es la de la Romania visigótica, estas disonancias dan al caste­ llano una fisonomía singular, aunque las notas diferenciales son escasas y de mínima profundidad en comparación con las notas diferenciales del francés. Esas notas apartadizas, com­ pensadas en cierto modo por otras, como la conservación de las sílabas finales (-o, -a, -os, -as), no impidieron a los huma­ nistas españoles desarrollar ingeniosamente la tesis de que su lengua era la más noble de las neolatinas por su mayor fideli­ dad a la madre común 16. La historia justifica también la disonancia castellana. Can­ tabria, Autrigonia y Vardulia (desde las actuales provincias vascas hasta Asturias) fueron siempre apartadizas. Doscientos años tardaron los romanos en conquistarlas. Aquellos rudos m ontañeses no sólo no admitieron para su suelo el dominio romano, sino que varias veces salieron de casa para luchar con­ tra las legiones. Ellos ayudaron a Numancia, y en el año 56 a. J. C. fueron en socorro de los vascos aquitanos que luchaban contra Roma. Famosa en la historia de Roma es la subleva­ ción de los cántabros, astures y vacceos en el año 29. Augusto en persona dirigió la guerra (años 26-25), que no pudo acabar, ni él ni sus generales. Por fin Agripa le dió fin favorable el año 19, tras diez años de lucha, con increíble crueldad de un lado e increíble desprecio de la vida del otro. Diezmados, dis­ persos, vendidos como esclavos, todavía intentaron dos suble­ vaciones, una el año 16, otra tan tarde como en tiempos de 16 Cfr. E r a s m o B u c e t a , La tendencia a identificar el español con el latín, en Hom enaje a Menéndez Pidal, I, págs. 85-108, y De algunas com ­ posiciones hispanolatinas en el siglo X V I I (REF, 1932, XIX, páginas 388414). «H ispanolatinas» quiere decir que los tales productos resultaban es­ critos a la vez en español y en latín, com o alarde de semejanza.

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Nerón. El imperio creyó entonces necesario vigilar el país con una guarnición permanente. Tras las invasiones germanas, esa parte de España, desde Vasconia hasta Asturias, vivió más de 150 años a su albedrío, fuera del dominio visigótico, hasta que Leovigildo la incorporó en 574; pero aun en el siglo final del imperio visigótico, vivió al acecho de su independencia 17. La Castilla Vieja estaba en el corazón geográfico de la anti­ gua Cantabria. Sus tierras, tan tarde y tan mal romanizadas, quedaron luego, en los primeros siglos de la Reconquista, ais­ ladas lingüísticamente, entre los vascos corraciales del este, los Picos de Europa al oeste, y por el sur el desierto-frontera de los árabes. Ahora se llaman Castalia, los Castillos, y sus habi­ tantes renuevan la antigua vida de rudeza y de belicidad per­ manente, como avanzada del reino cristiano contra los musul­ manes. Todavía en el siglo ix, cuando los castellanos salen por primera vez de los límites montañosos de la antigua Cantabria para instalarse en la meseta, en lo que había sido durante más de 150 años un desierto estratégico 18, los castellanos refuer­ zan su ya importante sustrato lingüístico ( = deficiente roma­

17 Así resume R. M e n é n d e z P id a l , Historia de España, III, pág. x l v i i : «Perpetua pesadilla para los reyes godos fueron los pueblos de las m on­ tañas cántabropirenaicas. Toda conm oción o descontento lo acompaña­ ban ellos con una sublevación. El primer rey se propuso afirmar la ro­ bustez del Estado; Leovigildo tropezó con los Cántabros y los V ascones; Recaredo sufrió irrupciones de este últim o pueblo; Gundemaro hubo de devastar la Vasconia; Sisebuto tuvo que som eter a los Astures y a los Vascos R ucones; Suintila, una vez m ás, som ete a los Rucones y con­ tiene el desbordamiento de los Vascones; Recesvinto tiene que acudir de nuevo a la irrupción de los Vasconcs; Wamba ahora, Rodrigo después; siempre estos pueblos más tardíamente romanizados se sentían ajenos a las ideas estatales romanas, rudos para com prender la sociedad política, com o Estrabón había descrito a todos los Iberos. Los Astures y los Cán­ tabros pronto, constreñidos por los peligros que sobrevinieron, se levan­ taron a ideas superiores: los Vascones, peor romanizados, tardaron en irlas adquiriendo.» 18 Año 884, repueblan Burbos y Ubierna; 899, Cardeña; 912, llegan h as­ ta el Duero: Roa, Osma, Clunia, San Esteban de Gormaz.

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nización) con una abundante inmigración de vascones sin ro­ manizar o apenas iniciados en la romanización 19. Pues bien: el castellano común ha salido, no directamente de la Castilla Vieja (antigua Cantabria), sino de esta primera región castellanizada entre el alto Ebro y el Duero, de esta región tarde y mal romanizada y luego revasconizada en parte en la repoblación de los años 900. Así es cómo en geografía lingüística resulta el castellano el menos representativo de los idiomas iberorrománicos, por­ que su solar no fué más que un islote disidente, en medio de dialectos homogéneos que cubrían toda la península y cuyo carácter común y básico (conservadurismo, fidelidad al tipo latino) se prolongaba por el sur de Francia. Así es cómo, por paradoja, en una fisiognómica lingüística resulta el castellano el más ibérico de los romances peninsu­ lares, porque sus rasgos característicos o son exclusivos o for­ m an un conjunto exclusivo y propio de Iberorromania, y por­ que, aparte la explicación sustratista de algún cambio aislado com o el de / > h , es evidente que, en bloque, la separatista evolución del castellano está en íntima relación histórica con la índole menos desiberizada ( = menos romanizada) de los cántabros y sus sucesores. Una «mens ibérica» ha presidido el desarrollo del castellano. Así es también cómo en la historia externa (no lingüística) de estas lenguas, el castellano resulta el principal de los idio­ mas iberorrománicos, porque, por su fortuna y sus dotes polí­ ticas y guerreras, los castellanos tomaron en el siglo xi la hege­ monía peninsular, transplantaron su propio dialecto por recon­ quista a las tierras del centro y del sur, y lo contagiaron por ventajas generales a los leoneses y aragoneses, de modo que, por la época de los descubrimientos, el castellano se había con­ vertido en el español; es más, en el siglo xvi llegó a ser la lengua del Imperio mundial de Carlos V 20. Ver M e n é n d e z P id a l , Orígenes, pág. 499. C f r . m i Castellano, español, idioma nacional, Buenos Aires, 1938 (1943, 1949) y el estudio, y a sugestivo p o r el título, de A. M o r e l - F a t i o , 15

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Son tres criterios heterogéneos (el geográfico-lingüístico, el fisiognómico y el de historia externa), cuyo necesario discerni­ miento rara vez acatan los comparatistas, y que faltó del todo a W. Meyer-Lübke en aquel su intento de galorromanizar el catalán. Aquí llego, amigo Corominas, al fin de mi jornada. Y como es de uso, resum o: se han hecho particiones de las lenguas romances atendiendo a muy tempranas discrepancias (en tiem­ pos romanos) en unos pocos rasgos: así la partición en Roma­ nía Oriental y Romania Occidental; otras, atendiendo al ori­ gen común del posible sustrato lingüístico (Galorromania, Iberorromania); otras se intentan por el sello que les hayan dado los germanos destructores del Imperio romano. Un interés es­ pecial puede legitimar estas limitaciones, con tal que nunca se pierda de vista la limitación. Pero cuando se emprende el es­ tudio comparativo de unas lenguas en su totalidad, como en la polémica con Meyer-Lübke, la única manera legítima es hacer entrar en la cuenta a la historia entera, desde la romanización hasta hoy. Por la partición de la Romania en Oriente y Occi­ dente, el italiano resulta agrupado con el rumano enfrente del castellano; pero por la suma y resultado de toda su historia y por la totalidad de su incesante crecimiento respectivo, el italiano y el castellano están juntos, estrechamente emparenta­ dos entre sí y con el provenzal, catalán y portugués, mientras que el rumano es idioma inagrupable. Por el origen común del sustrato, el provenzal se junta con el francés en oposición (con distingos) a las otras lenguas romances; pero por la totalidad de su historia y por el conjunto de su constitución, el proven­ zal forma familia con el italiano, el catalán, el castellano y el portugués enfrente del francés. Hasta el siglo m , el latín de Dacia y el de Italia se oponía con ciertos caracteres (pérdida de la -s) al resto de la Romania; desde el siglo n i el dacorrumano quedó aislado, e Italia forma grupo coherente con Galia e Iberia enfrente de Dacia. Dentro de lo que podremos llamar L’espagnol, langue universelle, en Études sur l ’Espagne, 4.e Série rís, 1925.

Pa­

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la «Romania continua», la provincia romana de las Galias mos­ traba hasta el siglo vi una coherencia lingüística cuyos varia­ dos residuos permiten hablar hoy de galorrománico; pero des­ de el asentamiento de los francos, el norte se desromanizó gra­ vemente, y aunque por ñn se volvió a romanizar, la lengua re­ sultante tiene una constitución tan original, tan apartadiza del tipo común al resto, que dentro de la Romania continua el francés resulta inagrupable. Queda todavía el castellano, ro­ mance autóctono de un pequeño rincón mal romanizado, afor­ tunado luego hasta ser una lengua m undial: comparado con los tan conservadores provenzal, catalán y portugués, presenta unos cuantos rasgos apartadizos. La tendencia estética a la si­ metría podría tentarnos a repetir para el castellano, en este grupo dos veces reducido, la conclusión del aislamiento que hemos hecho para el rumano y para el francés; pero la pro­ porción de lo apartadizo y de lo acorde cambia ahora funda­ mentalmente. El castellano tiene ahora como fundamentales algunos ras­ gos aislados, ninguno que corra, como en el francés, por series de fenómenos. De manera que, aunque con algunos elementos extraños al carácter tradicionalista de las otras lenguas, el castellano, sobre todo si lo comparamos con el francés, entra en general en el grupo del portugués, leonés, aragonés, cata­ lán, provenzal y gascón, una familia estrechamente unida. Si al correr de estas páginas les he agregado a veces el italiano, no es desde luego porque lo crea participante con igual carác­ ter que los otros, sino que sólo lo equiparo a ellos en lo de la fidelidad al tipo latino, en oposición al francés disidente, sin desconocer por eso su fuerte y peculiar personalidad.

DIACRONIA Y ADSTRATO

m ÁRABE S T > ESP. £•—ESP. S T > ÁRABE Ctf

Extraña condición. Ni el árabe ni el español reducen el gru­ po consonántico st dentro de su propio material, pero lo hace cada uno si la palabra procede del otro idioma. La reducción española ya ha sido observada por varios filó­ logos, y orientada la explicación hacia el influjo árabe l. Yo he conseguido reunir unos cuantos ejemplos más de los repetida­ mente citados por mis predecesores y en las siguientes páginas procuraré establecer el proceso fonético y las condiciones cro­ nológicas y culturales. Además, la lectura del Vocabulista arávigo en letra castellana, de Pedro de Alcalá, 1505, me ha reve­ lado la contraparte de este fenómeno de bilingüismo, y tan precioso complemento da al tema la novedad necesaria para renovar su planteo. El material que he logrado reunir en el lado castellano e s :

1 F. D ie z , Gram. lang. rom. (trad. franc.), I, 214; C. M. de Vasconcellos, Studien zur rom. Wortschópfung, pág. 258; Dozy et Engelmann, Glossaire des m o ts espagnols... dérivés de l’arabe (Leyden, 1869), pág. 23; Paul Foerster, Sprachlehre, pág. 152; Baist, ZRPh, IX, pág. 146 y sigs.; J. D . M. Ford, The oíd Spanish sibilants, en Studies and N otes in Philology and Literature (Harvard University, 1900), V II, 74-75; Menéndez Pidal, Cid, I, 181, y Gram. hist., § 4 Esp. g.— E sp. st > Arabe ch

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zaguán, ant. agaguán < ár. ostaw&n, ustuwan. m ozárabe < ár. m osta'rab; Mozarbes, un pueblo en Salamanca; Almizárabes, un lugar junto a Cazorla, Jaén. Mozaraví (apellido aragonés) < ár. esp. m ostaarabí (en Alcalá), ár. m o s ta ’rib (Dozy). alfócigo, alhócigo, alfóncigo (y alfóstigo, port. fistico) < ár. fostaq. almáciga (y alm ástiga), arag. almazaque, port. a lm é c e g a < ár. ma$tika, mástaka, plazo, r e c i t a r e > rez’dar > rezar, a c c e p t o r e m > ag’tor > ag’or, a m i c i t a t e > ant. amizdad > amizad, Gómez Tello > Gomecello (Salamanca). La época de unos y otros cam­ bios coincide y es reveladora. Por supuesto, no podemos adi­ vinar cuándo comenzaría a ocurrir la reducción en actos indi­ viduales de habla; la documentación revela siempre cierto afianzamiento en la lengua, como estado más o menos extenso de socialización. Y creemos que el mínimo estado de sociali­ zación necesario para que consideremos este cambio como un fenómeno de lengua debió cumplirse en fecha muy cercana a nuestras primeras documentaciones, en el siglo xi, y que la lucha por el predominio y por la victoria final entre la forma nueva y la tradicional duró hasta el siglo x ill inclusive, y aún m á s9. Es fonéticamente razonable que el grupo sonoro zd de 8 Recuérdese la análoga explicación de Menéndez Pidal, Orígenes del esp., pág. 129, para quomo y el nombre vasco Zalduondo, arrastrados a cuerno y Zalduendo cuando la forma uo del diptongo (de ó latina) fué vencida por la form a y.e. 9 Plazum registrado en 1027 (doc. leonés); plazdo y plazo, hacia 1120; plazto y prazdo h. 1125, en el Fuero de Medinaceli, y tam bién plazto en el de Navarra (m s. del s. xiv (M. P id a l , Oríg., 96, 320; Cid, 190); azttore, año 940, en Escalona; adtor en el Cantar de Mío Cid (m s. s. xiv), aztor en los Fueros de Burgos (ms. x i i i - x i v ) , de Medinaceli y de Navarra y en la Biblia escurialense del s. x i i i ; astor en el Arcipreste de Hita, 801b; agor en el Fernán Gongález, en el Alexandre y en Don Juan Manuel (ap. M. P id a l , Cid, 429-430). El cambio se había cum plido mucho antes en As­ turias, según Jules Tailhan, Romania, X III, 1876, p. 610, que registra azorera en docum entos asturianos desde el año 820 hasta el 976; desde este año hasta el de 1126 azorera desaparece sustituido por aztorera; sin duda esta form a es un leonesism o en los docum entos asturianos: La corte se había trasladado de Oviedo a León en 914. (En los Doc. españoles se usaba también la forma accipitre, conform e al lat. accipiter, pero en las Glosas Silenses leem os: «accipiter, acetore», lo que indica que en el siglo x ya era acetore la forma más general.) Am izat en el Alexandre, am iztad (cfr. p a z to ) en carta de 1248, San Millán, Apolonio, Bibl. Escur., fijado luego literariamente en am istad por analogía con honestad, m ajestad, podestad (ap. M. P id a l , Cid, 190).

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plazdo y rezda se redujera algo antes que el sordo gt de agtor, porque las articulaciones sordas, más enérgicas o duras, pre­ sentan mayor resistencia a la fusión que las sonoras, más blan­ das o dulces. Y así vemos que los arabismos con gt se reducen tardíam ente: con agtor > agor, más bien que con plazdo > plazo. Para la cronología del cambio es muy provechosa la lista de formas de la palabra mozárabe que Simonet trae en su Historia de los mozárabes de España, Madrid, 1903, páginas xili-xv. Recién reconquistada Toledo, Alfonso VI llama a los cristianos liberados muztarabes (1101), primera vez que tal pa­ labra se registra; todas las citas castellanas subsiguientes, des­ de una de Alfonso VII (1118), dicen muzárabes o mozárabes; Simonet trae documentación de 1126, 1132, 1133, 1137, 1146, 1156, 1176, etcétera, hasta el mozarabía de Berceo. Se ve que la evolución castellana gt > g (agtor y agor) estaba entonces muy avanzada, pero no conclusa, y que el arabismo nuevo fué rápi­ damente incorporado al movimiento general. Y así como es importante esta lista de formas para la cronología del cambio, no menos lo es para dilucidar quiénes lo cumplieron. Pues junto al mozárabe de los castellanos, al Mozaraví (apellido) de los aragoneses y al Mozarbes (un pueblo) de los leoneses, los árabes persisten en mantener el grupo consonántico s t : ya he­ m os citado la forma árabe mostarabí del Vocabulista del si­ glo x ill, que Simonet vió con acierto como antecedente directo del (Miguel) Mozaraví aragonés, y todavía en 1501 documenta Pedro de Alcalá: «arábigo, muztaarabí» (z es su transcripción del sin ante consonante). Y no solamente los árabes: también los mozárabes toledanos, que se mantuvieron mucho tiempo apegados a su bilingüismo, resistieron tenazmente en su ro­ mance la asimilación del grupo. Simonet documenta en sus es­ crituras aljamiadas mostárab varias veces, mostárabes, 1125, Don Juan Mostárab, 1171, Don Pedro, hijo de Martín Mostárab, 1187, Dominico Mostarabí, 1210; Don Lupo (o Lope), hijo de Pedro Mostárab, 1225; Val de Mostárabes, una alquería, 1252, y por fin Val de Mosárabes (con sin equivalente a g) en 1274; hoy se llama Valdemuzárabes. También en sus documentos la­ tinos: «Ego Dominicus Mistarabs textis», 1178, y Dominico, hijo 8

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de Pedro Mostarab, en 1192 10. En Alfóstigo ('árbol' y 'fruto') y alfóstiga ('fruto') el grupo st se mantuvo hasta el siglo xv (citasde Don Juan Manuel, Enrique de Villena y otros en el Dicc. hist. de la lengua esp., s. v.); almástiga, almástigo se perpetuó alternando con almáciga, almácigo. Estas formas dobles de­ nuncian que los cristianos tomaron ambos arabismos con doble pronunciación: gt, que dió g, y st, que se mantuvo en lucha con la otra solución. Los topónimos confirman esta cronología. Ya escribe Saragoga el Cantar de Mío Cid (ca. 1140, si no es atribuíble la forma al manuscrito de Per Abat, principios del si­ glo xiv), pero todavía Zaragusta el Fuero de Navarra, 142 b (ms. del s. xiv); Cazalla se escribe Castalia y Casgalla en la Primera Crónica General (finales del s. x m ; ap. Menéndez Pi­ dal, Oríg., 167). Para una cronología más precisa se requeriría una documen­ tación abundante espigada directamente en los documentos an­ tiguos; pero no creo se alteraría lo esencial: que habiendo te­ nido los españoles arabismos con gt « st), sólo transformaron este grupo en g cuando lo hicieron con los grupos románicos secundarios g't y z’t. Por lo tanto, hay aquí un solo suceso fo­ nético, cumplido coherentemente en voces de procedencia lati­ na y arábiga. El paso previo ha sido la acomodación fonológica del sin árabe 11 al sistema castellano de sibilantes, que constaba de cuatro africadas, g, z, ch, j 12 y tres fricativas ss, s, x. El so­ 10 Como m osta ’rab significaba ’arabigo’ ’arabizado' y no 'árabe', el Arzobispo Don Rodrigo le inventó una etim ología a la medida («Mixti Arabes, eo quod mixti Arabíbus convivebant»), que se hizo general entre los historiadores españoles hasta que los arabistas del siglo xix (Luis Dubcux, por ejem plo, 1846) y sobre todo la autoridad de Dozy la rectificó (Glossaire de m ots espagnols et portugais dérivés de l'arabe, par R. Dozy et W. H. Engelmann [Leyden, 1869], pág. 321). Sim onet, con acierto, tiene este «Dominicus Mistarabs» por una variante de Mostarab, sin nada que ver con el Mixti Arabes de Don Rodrigo. 11 Apicodental (o coronal) fricativo, de fricación redondeada, articula­ ción muy tensa. 12 Q y z, apicodentales sorda y sonora, $ y i ; ch, prepalatal sorda, j, Se, gi, palatal sonora como el gi italiano, ss, s apicoalveolares sorda y sonora, de timbre algo palatal, i y x, prepalatal sorda, s.

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nido castellano más próximo al sin no era la 5 (que los árabes reproducían con su sin), sino la apicodental g, aunque no era idéntica. El proceso fonético se ha explicado por m etátesis (st > ts), para los arabismos, por Foerster, Spraehlehre, pág. 152, y para los romanismos por Menéndez Pidal, Gratn. hist., § plazdo ( = pladz-do, puesto que la z era cuasi dz) > *pladzo ( = pladdzo) > *plazzo (con paso de la d anteconsonántica a z, como en judgar > juzgar) > plazo 13. La representación de Menéndez Pi­ dal, por ser tan minuciosa, permite examinar y contrastar tal m etátesis como si dijéramos paso a paso; y creo que, después del contraste, la explicación de m etátesis ya no es buena. La etapa clave, plád-dzo, no es aceptable como pronunciación real; hasta es fonológicamente imposible, pues la supuesta -d (p ia d ) no habría podido funcionar como unidad fonológica ante la oclusión homorgánica de la z- ni siquiera en el instante inicial de la m etátesis, porque no sería más que un contacto apico­ dental implosivo, proseguido luego con movimiento explosivo en la oclusión apicodental de la z. O sea, con los signos de Saussure, lo que se obtendría realmente es p l a ’i o (z = t ) con una articulación implosiva-explosiva de la z, que es la pro­ pia de las llamadas consonantes dobles, tan características del 13 Aunque sin dar otra explicación, B aist rechazó la m etátesis su­ puesta por Foerster porque en los arabismos no había precisam ente st, sino gt (con la réplica normal g < sin) = tst, pues que la g era cuasi ts ; Ford, pág. 75, que rechaza con Baist la m etátesis, ve en tst > ts un resul­ tado norm al {agtor > agor), «the second t having disappeared by dissim ilation or by absorption». Ford, el prim er filólogo que vió resueltamen­ te el valor africado de la antigua g castellana, la representó con ts, lícito si se hace por deficiencia de la imprenta o con las salvedades necesarias. Parece que Ford creyó en una efectiva sucesión t + s, y ya con un grupo ts t (B atsta) hizo desaparecer la segunda t por disim ilación con la primera. Pero las africadas son unidades, no dualidades fonológicas (aunque en su com posición material el análisis les halle dos m om entos), y la pretendida t ni existe fonológicam ente (para la conciencia en la ch o en la z, zz ital., p. ej., ni siquiera materialm ente), ya que lo fisonómico de la t en comienzo de sílaba es su explosión. Por tanto, no existían en gt dos t-t que se pu­ dieran disim ilar. La idea de absorción de la t en la sibilante precedente se concilia bien con nuestra explicación.

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Italiano, por ejemplo, pero totalmente ajenas al sistema español en toda su historia 14. El cambio st ~>g ( z d > z ) es un caso de asimilación, en el .•sentido de Grammont: la extensión de uno o varios movimien­ tos articulatorios más allá de sus límites originarios. Para la re­ presentación fonética concreta, será bueno acordarse de pro­ nunciaciones como la inglesa de listen, castle, en que la frica­ ción de la 5 se ha extendido por la t asimilándola. El grupo gt (o zd) exigía: 1.°, un contacto oclusivo apicodental; 2°, desha­ cerlo con una fricación homorgánica, ambos actos en la dis­ tensión silábica («implosivos», para Saussure), y 3.°, una rein­ cidente oclusión homorgánica, esta vez en la tensión silábica («explosiva» para Saussure): t g . El privilegio fonológico de los fonemas explosivos sobre los implosivos 15 es lo que ofrece la dificultad mayor para comprender esta asimilación, que yo me represento así: la fricación implosiva de la g (z), que viene de una oclusión implosiva homorgánica y va a otra explosiva tam­ bién homorgánica, se hace especialmente tensa y apretada, sin seguir abriéndose progresivamente, porque en ella está ya la espera de la t ( d) siguiente, según la labor normal de acomo­ daciones recíprocas entre fonemas contiguos. Hay, pues, aquí, como primer paso, una acción asimiladora de la t ( d) sobre la g (z) precedente (asimilación parcial regresiva). El ápice pasa, pues, de uno a otro fonema sin variar de posición, y sin más que pasar de una fricación apretada a su oclusión, al mismo tiempo que de la distensión silábica precedente pasa a la tenrsión siguiente. En la mutua acomodación, también la t ( d) :se amolda parcialmente a la articulación anterior, ablandando xm poco su apretado contacto peculiar (su oclusión) y como contentándose con el precedente; esta cesión de la t fué posible gracias a la compensación ofrecida por el movimiento silábico 14 Es claro que, llevada así al terreno fonético la representación de la m etátesis, el paso inm ediato posterior supuesto *plazzo (es decir, plaz-dzo con z fricativa com o la de juzgar) resulta fonéticam ente im po­ sible. 15 Ver mi artículo Una ley fonológica del español. Variabilidad de las .iconsonantes en la tensión y distensión de la sílaba, incluido en este tom o.

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de tensiones y distensiones 16, porque la apretada fricación im­ plosiva de la g (z) se puede prolongar con equivalencia energéti­ ca de oclusión si abandonando la distensión continúa haciéndose con reiniciada tensión silábica: aceptando la ahora cómoda re­ presentación de la z africada como dz, tendríamos primero p l a U z - c i o , luego p l a U z - l o , y por fin p l a - ñ z o 11. Esp. st > ár. ch En el árabe español, algunos hispanismos presentan c h < s t : Del Vocabulista arábigo en letra castellana, de Pedro de Al­ calá, 1505, anoto los siguientes en el árabe granadino del si­ glo x v : Agosto agoch. aldaba o pestillo, pilche, aplach. Canasta, com o cuévano, canacha, plural canachit. Capacete, armadura de la cabega, tichain, pl. tichaynit (t e s t a n i a). castellano, cosa de Castilla, cachillí, pl. cachilliín. Castilla, Cachilla. 16 El hablar se hace fisiológicamente no en em isión continua del aliento, sino en pequeños im pulsos espiratorios y en pequeñas desear gas de energía m uscular articulatoria, con doble m ovim iento coincidente. Sílaba es la m enor unidad de im pulso (espiratorio y muscular) en que se divide el habla real. E ste im pulso consta de tensión + distensión, y la frontera silábica está en el punto en que los órganos en distensión (im plosión, diría Saussure) la abandonan y entran en una nueva tensión creciente. Ver A. Alonso y P. Henríquez Ureña, Gram. casi., I, párra­ fos 155-157. 17 M. L. Wagner, ludenspanisch Arabisches, en ZRPh, 1920, x l , pági­ nas 541-549: «Esta asim ilación ya es del antiguo árabe (Brockelm ann, Grundriss, i, 56)». Es correcto llamar asimilación a este proceso, aunque no sea ésta precisam ente la del antiguo árabe. Wagner añade que en judeo-español corren igual suerte palabras de origen latino (no sólo ára­ be): enfasiar = ant. esp. enfastiar; esiércol < estiércol, sarnudar < estor­ nudar, siedro = istiedro = izquierdo (pág. 544). Sin embargo, estos casos pertenecen a otra época varios siglos posterior y a otra geografía, y tie­ nen condiciones fonéticas iniciales muy discrepantes. El resultado, e o s , tam bién es diferente. Sin duda Q t > q y s t > s tienen cierto paralelismo que interesa a la fonética general; sólo que históricam ente no se pueden englobar.

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Estudios lingüísticos Celada, armadura de la cabera, tichain, tichainit. cerradura de pestillo, pilch, pl. aplach. cresta de ave, quiricha, pl. quirichit. encrestado, bicricha. estopa, uchup. estofa o estopa, uchup. estopeña, cosa de estopa, xeimin uchup. estopa, mondadura de lino, uchup. cañamazo, uchup alquinnan. gallocresta, yerva, gallicricha. encrestado, con gran cresta, muquerrech, muquerrechín. encrestado assí, bicricha. pestaña del ojo, pecheina, pachachín. pestañear, pachán (ár. afric. jachchán). pestañeador, mupachín, mupachinín. pestillo, cerradura de madera, pilch 1!, aplich. sedeña, cosa de lino, ochup ataxit.

El moderno Rochuelos de Almería se nombra Ruchulox en la bula de erección del arzobispado de Granada y RustuloS en escrituras árabes de Almería (Simonet, s. v.). Todos los casos de esp. st > ár. ch pertenecen al árabe gra­ nadino de las postrimerías (documentaciones de hacia 1500) 19. En documentaciones anteriores y de otras regiones se mantie­ ne en estas palabras el grupo romance st como St, alguna vez st. (Casi todos mis datos son del Glosario de Simonet.) agoSto, (Códice Canónico Escurialense, s. xn; Ben Alawán, de Se­ villa, s. x n ; Ben Loyón, de Almería, s. Xli; escrituras árabes granadinas, sin declaración de fecha, en Sim onet; agost, en el “ Creo ver en pilch el m ism o pestillo romance ( < *pestellum), sin ese sufijo dim inutivo y con una l anorgánica com parable a la añadida en calchas por cachas y a la r de morchila por mochila. En Alcalá: «cabo de cuchillo, calchas», «empuñadura o cabo, calcha», «hasta la em puña­ dura, hatti al calch», «mango de cuchillo, calcha», «mochila, talega, m or­ chila»-, pero me hace dudar el que esta palabra es una de las de m i lista que no tienen otras docum entaciones anteriores con st conservado. (En efecto, hay que elim inarlo; ver nota final.) 19 Alcalá trae tam bién fexta (tres veces; «fiesta de Baco», «fiestas de ídolos» y «fiestas de los dioses»), que sin duda es un valencianism o de últim a hora.

Arabe st > Esp. g.— Esp. st > Arabe ch Vocabulista in arabico del s. x in ; hoy mismo es goSt, goSt, en Africa). canaSta, en escrituras árabes granadinas, sin fecha en Sim onet; hoy en árabe africano cañista, con i ó. Los mozárabes tu­ vieron importancia en la España musulmana hasta el siglo xn ; pero entonces, después de persecuciones y sublevaciones va­ 30 Unica excepción para aquellos siglos: Sim onet registra cana$ en el fam oso poeta cordobés Ben Quzmán, s. x il. El cam bio era insólito en tal fecha. E. Lévi-Provenial, Al-Andalus, ix, 1944, págs. 347-351, previene sobre la mala lectura que hasta el presente ha tenido el ms. único de San Petersburgo; tendrem os que esperar hasta la próxima aparición de la edición prom etida por él y Collins. Mientras tanto, y basándom e en las fechas, sospecho que, sea por errata del ms., sea por mala lectura, ese

.£-L3 cana$ está por jrtU? sana$, palabra árabe, pasada al español como cenacho.

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rías y de grandes emigraciones a la España libre, fueron casi exterminados o deportados en masa al Africa por las dos terri­ bles invasiones africanas, la de los almorávides, sobre todo a partir de 1090, y la de los almohades desde 1146 21. En el siglo x i se reconquista el Centro de España (Toledo, en 1085). En la primera mitad del x i i i , el Sur (Córdoba, 1236; Murcia, 1241; Jaén, 1246; Sevilla, 1248, y como inmediata consecuencia, Jerez, Sanlúcar, etc., hasta Cádiz), dejando a los árabes reducidos al reino de Granada, que comprendía también Málaga con toda la región de Sierra Nevada y la costa de Almería hasta Gibraltar. Según nuestras documentaciones, el cambio st > ch tuvo lugar después de la extinción de los mozárabes, lo cual los eli­ mina como posibles realizadores, y también después de cumpli­ da toda la Reconquista cristiana del Centro y del Sur, excepto el reino de Granada. Por consiguiente, es un cambio árabe gra­ nadino, posterior al siglo x i i i . Se sabe tan poco del árabe hablado de las regiones peninsu­ lares, que esta circunscripción a Granada se debe entender en el sentido de que positivamente lo sabemos de esa región y no de las otras. Un indicio hallo para el habla de Sevilla, pero es demasiado sospechoso: Ben Alawán, s. xn, trae en un pasaje corrupto una forma (algalah), que Simonet, s. v. gachto, barrunta se podría leer (algálacho), donde reconocía el glastum latino. No se puede construir nada sobre base tan en­ deble. Fonéticamente, el proceso que terminó en c partió de st. Los árabes, al acomodar los sonidos romances al casillero de su propio sistema, reproducían la s romance con su sin, sin ex­ ceptuar el grupo s t 22. El proceso fonético es pariente del que 21 Cf. F. J. Sim onet, Historia de los m ozárabes de España, Madrid, 1897-1903, Quinta Parte, págs. 733 y siguientes. 22 El Anónimo de Sevilla casi con regularidad: st en acreste, bistinaca, castaniya, castanyuelo, castanyuola, esterniye (aunque Asín retranscribió una vez cast-, est-, con sin, por errata), estirca, estopa, gallocresta, laster, lavaster, mentarastro, rústica (varias veces), pist, pisto, ristra. Y con sin mosto, istip (en Ben Aljazzar, estip, istip; m ozto, tnoztar, con z = sin en P. de Alcalá, que escribe también iztipa). La mism a regularidad en los

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en castellano hizo i t > c ( nocte > noite > noche), según las re­ construcciones corrientes, en las que se supone un grado xt o y t (prepalatal fricativa sord a)23, no muy alejado de st. Sólo que en el proceso árabe no necesitamos tantas etapas hipotéticas: junto a los m uchos testimonios de st encontramos algunos de St, con la letra y i m 24, preciosos porque denuncian convincen­ temente el camino seguido por el cambio 2S. La uvella rustica es en el zaragozano Ben Buclarix uvilla ruytica, variante rustica (Sim onet, sin declarar en cuál de los códices: la fecha puede ser del códice); ga$to en Ben Joljol, nombre de la isatis tinctoria, latín glastum y guastum. La labor de acomodaciones recípro­ cas (entre articulaciones en contacto) empezó por hacer que la t se hiciera t asimilando su postura lingual a la de la 6 prece­ dente, y terminando por identificarse con ella. Los árabes granadinos que cumplieron el cambio st > ch en palabras romances no lo hicieron en las patrim oniales26. Así, pues, el punto de partida para el resultado palatal árabe ch (agoch) es la acomodación árabe s t del romance st (la s espaautores espigados por Sim onet, y sobre todo en las palabras m ism as que han sufrido la evolución, com o arriba hem os consignado. 23 H. Schuchardt, en ZRPh, iv, págs. 146-147; W. Meyer-Lübke, Rom. Gram., i, § 462; G. Baist, Gr. Gr., 12 902; Zauner, Altspan. Elementarbuch, § 69; J. Leite de Vasconcellos, Estudios de philologia mirandesa, i, 229; F. Krüger, Studien zur Lautgeschichte westspanischen Mundarten (1914), 237-239; R. Menéndez Pidal, Gram. hist. (1941), § 50. 24 E sta letra yim tenía en el árabe español dos valores: uno, patri­ m onial, com o africado palatal sonoro, 3), y otro, adquirido del sustrato español, com o africado prepalatal sordo, ó (ch española). En nuestro grupo $t, el $im vale por ch. A veces la ch española se transcribía con sin. 25 También los escritores árabes, con su ht, nos han convertido en do­ cum entada la primera etapa hipotética del cam bio c t ~ > it (h = / españo­ la): lehtayra, lahtuca, lahtayrola, lehto, en el Anónimo de Sevilla; en otros truhta, lahtayra, láhtayruela, nohte. Y en alguna ocasión también aquí y t : truyta o turuyta en Alcazwini, ap. Sim onet, s. v. 26 En el Vocabulista de Pedro de Alcalá, además de la combinación xt resultante de la flexión de los verbos en -s o en -3) (nirayex, rayext; netreyex, atreyext; naharrach, naharraxt, etc.) hallo «Consejo, m uxtam áa», « c o n s u n o , biixtimá», «denunciación, ixtihar», «encenderse, naxtáah, «encendim iento, ixtiaal», «encorporadura de colegio, ixtimáa», «fustán, juxtafr (x vale 5). No seguí mirando.

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ñola es de timbre palatal), luego é t > ¿í > £ ( c ) ; y a su vez, •otra acomodación árabe más antigua st (con sin) del mismo grupo romance (ár. Basta, Saraqusta), luego reacomodada por los españoles en gt ( Bagta) al tomarla de los árabes, es el punto de partida para el resultado castellano s t y g ( B a g a ) 21. La to­ ponimia peninsular de los árabes atestigua, por un lado, que en los primeros siglos acomodaban a su sin la 5 romance delante de t, y así se afianzó hasta las postrimerías (Bagta, Cagtorla, Sarasqugta, etc., en P. de Alcalá), y los botánicos y demás auto­ res arriba citados atestiguan, por otro lado, con la mism a segu­ ridad, que el grupo rom. st les sonaba st. Como el sonido pa­ latal de la 5 castellana es común a toda la península (lo era también al mozárabe de Sevilla en 1100, según un pasaje del Anónimo), y todo hace pensar que es una supervivencia prerro­ mana, no podemos interpretarlo como que los árabes acomo­ daran el grupo romance st primero de un modo y luego de otro porque en ese tiempo, del siglo v m al x, la s romance hubiera cambiado. La s española es de tiembre palatal s, y a los árabes les sonaba como su sin palatal, heterogénea con sus dentales sin o sad; pero en el grupo st el castellano asimila parcialmen­ te la 5 a la dental siguiente, lo que la hace algo menos palatal, aunque sin perder del todo su timbre grueso. Así se explica su doble acomodación entre los árabes. Teniendo esto en cuenta, podemos explicar por qué fueron las acomodaciones con st (sin) las primeras (las reflejadas en la toponimia): en la época inicial, todavía no familiarizados con el sistema fonológico ex­ traño, los árabes podían oír los sonidos en cada palabra aislada y reclasificarlos para hacerlos entrar en el sistem a propio se­ gún la materia fonética que cada palabra ofrecía; y como el romance Basta ofrecía una 5 dental (aunque de timbre grueso), la reprodujeron con su apretado y delgado sin, mientras que 27 Los árabes reprodujeron al principio únicam ente con st (sin o sad) el grupo romance st en los topónim os (Saraqusta, Basta, etc.). En cam ­ b io , en las transcripciones de nombres mozárabes, en los hispanism os del árabe y en los topónim os fijados tardíamente, St es caso general, st la excepción. Ver documentación e interpretación en mi citado artículo Las correspondencias arábigo-españolas.

Arabe st > Esp. 5 .— Esp. st y Arabe ch

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reproducían con el sin palatal la 5 de Osuna, como si fueran •consonantes diferentes. Pero a medida que la convivencia de árabes y cristianos va afianzando el bilingüismo, en los árabes se va afirmando el sentim iento de una 5 típica aljamiada (ro­ mance), una idea de s aljamiada cuya identidad reconocen ya a través de variantes mecánicas de realización; y desde enton­ ces no varían la acomodación unas veces a su sin y otras a su sin, sino que siempre la acomodan a la palatal, lo mismo en Osuna que en Castel. Cuando los árabes repetían como canasta el canasta de los cristianos, hacían una super-s romance; tam­ bién lo hacían en Osuna, pero más en el grupo st, porque los cristianos aminoraban mucho en esa posición su timbre pala­ tal articulándola en los d ien tes; y cuando los cristianos repro­ ducían con su africada g el sin fricativo de los árabes en istwan •o Basta, hacían también un super-sin. Y esto no sólo por los inevitables desajustes entre los dos sistem as: es que el bilin­ güismo, mientras se practica en convivencia, parece desarrollar en las gentes un especial ideal de acomodación del sistema fo­ nológico de la otra lengua al de la propia, que consiste en dar a los préstamos algún dejo exótico de pronunciación, un resto de imitación en la acomodación, como si los árabes gustaran de pronunciar los préstamos españoles un poco a lo aljamiado (Agosto), los cristianos los préstamos árabes un poco a lo árabe ( Bagta). Aquí la equivalencia acústica no se conforma con tro­ car, sino que innova y aun prosigue con imprevistas variantes: así los árabes, que dejaban intacto el grupo st cuando era pro­ pio, lo superaljamiaban a veces en cht cuando era romance. Pero la naturalización (acomodación) completa se impone a la larga, y como el punto de partida contenía cierta materia ex­ traña, el grupo entero se ve precipitado hacia una adecuada evolución como procedimiento de naturalizarse del todo. La evolución de ese material de préstamo puede precipitarse a favor de otra de material patrimonial en marcha (agtor y agor), o puede desarrollarse solitariamente ( agosto y agoch). En correo posterior.—Mi emparejamiento del resultado ro­ m ance g < st y del árabe español ch < s í , no es tan nuevo como y o creía. Ya lo hizo Juan Corominas, Butlletí de Dialectología

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catalana, 1936, xxiv, pág. 71, reseñando la Contribución a la Fo­ nética del hispano-árabe, de A. Steiger. Del resultado ch < s t cita uchúp, agoch, pecheina, canacha, pilche, tichain, Monachil, que están en mi lista ( Monachil ahora rechazado por remon­ tar a Mont Náfid, no a Monastir), y además tich ’alguilnalda’ (P. Alcalá) < t e x t u m (etimología luego abandonada: es pala­ bra árabe) y el andaluz moderno rechichero (Alcalá Venceslada) < cast. resistero. Este último nombre se debe agregar a m is listas. En cambio, y a pesar de haber coincidido con Corominas en admitirlo, creo debo descontar pilche < *pistulum (pessulum + *pistellum), porque ya daría normalmente en castella­ no picho, como martulum > macho, sarculum > sacho, circulum > cercha, calculum > cacho, etc. Y en efecto, Castro,. Glosarios, s. v. ames, recoge picho 'cerrojo’ en Sanabria (Zamo­ ra), y Krüger, Die Gegenstandskultur Sanabrias, pág. 76, pecho* La l de pilche me sigue pareciendo anorgánica y no m etátesis de un *pichle inesperable (Corominas, l. c.). En cuanto a Cocentaina (Alicante), desarrollado en región catalanizada (el ca­ talán no cumple el desarrollo castellano f < á r . st), necesita ex­ plicación particular, que quizá se encuentre en la historia de su reconquista y primeros tiempos siguientes; pero, aunque se sale de mi cerco castellano, no estim o que por sí sola pueda desvirtuar mi explicación de evolución netamente castellana (o mejor dicho, de los cristianos libres: asturianos, leoneses, castellanos y aragoneses), con exclusión de árabes y mozárabes.

ESTUDIOS DE SEMIOLOGIA Y ESTILISTICA

IV 1.

ESTILISTICA Y GRAMATICA DEL ARTICULO EN ESPAÑOL 1

La categoría lingüística del artículo, tal como se viene en­ tendiendo, responde a una arraigada concepción logicista del lenguaje, y aparece por inercia hasta en autores que explícita­ mente niegan la identidad entre el pensar idiomático y el ló­ gico. En primer lugar, se supone ya hecha en las mentes de los hombres una entidad lógica, el concepto concomitante de la determinación, que unas comunidades lingüísticas desatienden, como la latina, y otras atienden, como la griega. Y se dice, por ejemplo, que cuando la latina o románica sintió la necesidad mental de consignar la determinación, se hizo un artículo des­ gastando un pronombre. Esto e s : el lenguaje como mero ins­ trumento. El valor del artículo es, según eso, previo a la exis­ tencia e indiferente a la historia del artículo mismo. El valor lógico de la determinación, como concepto concomitante del sustantivo, está o no está expresado en una lengua mediante el artículo: eso es todo. 1 Las presentes páginas fueron avance de un libro sobre el mism o tem a destinado a publicarse como tom o III de la Colección de Estudios E stilísticos del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires. E sta es la razón de que muchas de las ideas no estén m ás que enuncia­ das y no discutidas. Quedaron elim inadas las referencias bibliográficas y todo detalle polém ico, excepto lo referente al valor determinante del artículo. El proyecto fue luego abandonado.

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Pero es evidente que en el correr histórico de una lengua cambian las posibilidades de uso del artículo, y por tanto que su valor no es inmutable. Y por otro lado, se puede comparar esp. el hombre es mortal con ing. man is mortal, y esp. casa tan ba­ rata no la encuentras fácilmente con alem. ein so billiges Haus, etcétera, y se ve que ni el uso ni el valor del artículo son idén­ ticos en todas las lenguas. Otra prueba de la inacomodación general del valor determi­ nante del artículo es que, basándose éste en un juego bilateral determinación-indeterminación (esp. el, un, fr. le, un, alem. der, ein, etc.), hay muchas lenguas que no tienen artículo indeterminante, y en todas partes el indeterminante es de aparición mucho más tardía que el otro. Y si, para decirlo con F. de Saussure, una lengua es un sistema de valores, cada uno de los cuales está determinado por los otros del sistema, ¿cómo es posible equiparar el artículo «determinante» de una lengua que tiene el contrajuego del «indeterminante» con el de otro idioma donde ese contrajuego no existe? No hay, pues, una ca­ tegoría gramático-general del artículo. Cierto que la categoría idiomática del artículo sirve m u c h a s v e c e s a la intención lógica de determinar el concepto a que acompaña; pero este servicio eventual, que es realmente lo que tienen de común los artículos de las diversas lenguas, no es su esencia idiomática. Esta se ha de buscar por investigaciones particulares. En español.—Entienden los gramáticos por determinar un objeto precisarlo entre sus congéneres, o bien, darlo por consa­ bido de la persona a quien hablamos. Es fácil acumular pruebas de que esta misión no es esencial y constante en el artículo es­ pañol. Aquí llevan artículo los abstractos y los nombres indi­ viduales (la virtud, el sol). Decimos que se quitó el sombrero un hombre que puede contar con docenas en su guardarropa (y no se puede decir que el es determinante, porque se refiere de entre todos sus sombreros al que tenía entonces puesto, pues eso no lo expresa el, sino que aparece a la reflexión, y además, interpretado así resultaría también un, ein, etc. determinante: cuando nos dicen que se comió una manzana, ya entendemos que fué precisamente la que se comió). Indistintamente deci­

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mos extendió la mano o una mano en ademán implorante. Así comienza una canción mejicana: La tarde era triste, la nieve caía, de blanco sudario la tierra cubría.

¿De qué tarde determinada ni consabida, de qué nieve, de qué tierra se trata? La idea de determinación falla, pues, como esencial, porque no es un valor idiomático, sino uno lógico al que a veces sirven los valores idiomáticos del artículo. Éstos los tendremos que investigar empíricamente, a base de sentimiento de la propia lengua, y del análisis puramente descriptivo de sus variados usos. Valores formales.—La historia del español (y de las demás lenguas románicas) nos dice que el artículo empezó a usarse sólo con el sujeto de la frase no con el objeto ni con los com­ plementos. Más tarde se acopló al objeto, y por último empezó a usarse con complementos preposicionales, aunque tímidamente y de modo hoy mism o muy imperfecto. Lo que implica que: en la formulación idiomática del pensamiento, el artículo comenzó por destacar la articulación de la frase en sujeto y predicado; más tarde destacó del predicado el objeto directo, y por último, aunque sólo esporádicamente, destaca algún complemento cir­ cunstancial. La extensión gradual del uso del artículo es mani­ festación de la extensión paralela del h á b i t o d e a c e n t u a r y r e c a l c a r l a s r e p r e s e n t a c i o n e s a u t o s e m á n t ic a s . Esta virtud enmarcadora y realzadora de unidades de representación que tiene el artículo obra en todo nombre que lo lleva 2. 2 La aparición del artículo está íntim am ente unida a la ruina de la flexión nom inal. En latín, com o advierte A . M e i l l e t , no había una palabra que significara 'padre', 'caballo’, etc., sino sólo pater (sujeto de frase), patris, patrem , etc. La significación estaba fundida con la función sintáctica. La ruina de la declinación latina no es en realidad una ruina

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F e i j ó o ha escrito acerca de los rabinos epañoles: «El [que errasen en la creencia] no es culpa del clima, pues el acertar en esta parte depende enteramente de la gracia divina, El [que fuesen dotados de un talento singularísimo para ex­ plicar a su modo la Sagrada Escritura] redunda en aplauso de la patria.» (Edic. Clás. Cast., 53, 265). El pone aquí un marco todo alrededor de la frase entre corchetes (añadidos por mí al texto), haciendo así resaltar la íntima conexión con que sus elementos forman una unidad mental superior, una represen­ tación multimembre independiente, con la independencia y sol­ tura de movimientos propia de su función sustantiva en la ar­ ticulación idiomática del pensamiento. No se trata de sustan­ tivar la frase, pues sin esos el ambas frases serían sustantivas, como que son sujetos de «no es culpa del clima» y de «redunda en aplauso de la patria», respectivamente; pero sin el artículo, la unidad superior formada por la interdependencia de sus sig­ nificaciones en sucesión no resulta para nuestro sentido idio­ mático tan formalmente acusada. El artículo es aquí un ele­ mento preformador y configurador de sentido, es el hilo que enhebra en un solo collar todas las significaciones en que se descomponen (mejor que componen) las frases respectivas. Del mismo modo, cuando digo el día nace, las tierras están sembradas, lo cortés no quita lo valiente, indudablemente el, las, lo son anticipaciones formales de las representaciones con con­ tenido que van a seguir. El que escucha o lee todavía no conoce la representación de que se trata y ya tiene a la vista la forma lingüísticamente configurada que esa representación tendrá. Hay un anticipo de la forma antes de percibir el contenido. También el que habla se demora un instante en ese elemento formal, de manera que en la obligada sucesión temporal de nuestro pensar idiomático, una instantánea contemplación de la forma que va a tener el contenido representacional precede ni un derrumbe, sino un esfuerzo constructivo por llegar a la constitu­ ción de la palabra indeoendiente: las relaciones se encom iendan a ele­ m entos adjuntos. El artículo también viene a separar los valores sintác­ ticos y form ales de los significativos. Y sobre todo realza y destaca esa buscada independencia de la palabra.

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a la contemplación del contenido ya conformado. ¿Qué sucede cuando un hablante indeciso vacila un momento como bailando un el... el... o bien el... las...? El hablante no tiene todavía se­ guridad ninguna respecto del objeto intencional de su próxima representación y sin embargo está cierto del papel que esa re­ presentación tendrá en el desarrollo lineal de su pensamiento. Está cierto de su forma. Dicho con otras palabras: entrevé un com plejo de categorías lingüísticas en el cual la vacilante re­ presentación próxima (por vacilación de la referencia al objeto, por perplejidad del pensar, etc.) va a corporizarse. Concreta­ m ente me refiero a las categorías de g é n e r o y de n ú m e r o que pueden corregirse en tales momentos de vacilación. Pero además el hablante ve con firmeza otras categorías lingüísti­ cas: las de sujeto, objeto o complemento (según los casos) y siempre la categoría de sustantivo, la de independencia mental de la representación que va a seguir (independencia en el sen­ tido de P f á n d e r , Lógica). En el día nace, «día» es segura­ m ente de por sí una representación con la forma mental de la independencia; no es, pues, que el artículo la haga indepen­ diente, que la sustantive; pero el anticipar que se trata de una representación independiente, realza y destaca esa independen­ cia de forma. Valores expresivos.—Con esta función meramente realzadora de la independencia formal de la representación correspondien­ te, se relaciona directamente la libertad estilística (diferente en las distintas épocas) por la que en enumeraciones de sustan­ tivos sólo se emplea el artículo con el primero o se repite con cada uno: Tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada con el peso de las antiguas armas ( Quijote, I, 4). Las cuchilladas, estocadas, altibajos, reveses y mandobles que tira­ ba Corchuelo eran sin número (id., VI, 22). Con un solo ar­ tículo para toda la enumeración, las sucesivas representaciones resultaban más eslabonadas que yuxtapuestas: un sentido uni­ tario guía la serie. El pensamiento procede en estas enumera­ ciones, no avanzando un paso con cada nuevo miembro, sino insistiendo o definiendo o glosando la idea ya mentada con el primero de la enumeración. En cambio, cuando una especial 9

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intención valorativa u otra peculiaridad estilística cualquiera destaca y deslinda las representaciones entre sí, C e r v a n t e s dice (Quijote, I, 13): «El buen paso, el regalo y el reposo, allá se inventó para los blandos cortesanos, mas el trabajo, la in­ quietud, y las armas sólo se inventaron e hicieron para aque­ llos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo„ aunque indigno, soy el menor de todos.» Hay que insistir en que la varia conducta del artículo en las enumeraciones obedece enteramente a motivos estilísticos y no lógicos u objetivos, como hasta ahora se ha dicho (los filólogos; los gramáticos no se ocupan de esto), de modo que es indiferente en sí que los conceptos enumerados se inter­ preten o no parcialmente unos en otros, como pretenden las gramáticas históricas. Lo decisivo es que motivos de expresi­ vidad inciten al hablante o escritor a deslindar o englobar las representaciones enumeradas. Véase la prueba en el m ism o Cervantes: ...aunque bien sé que si el cielo, el caso y la fortuna no me ayudaran, el mundo quedara falto y sin el pasatiempo y gusto que, bien casi dos horas, podrá tener el que con atención leyere ( Quijote, I, 9). Han sido deslindados aquí el cielo, el caso y la fortuna, con evidente sabor enfático, y no el pasatiempo y gusto, a pesar de que los tres miembros de la primera enume­ ración son entre sí tan parientes como los dos de la segunda3.

3 Los tres térm inos de la primera serie no son idénticos. Para Cer­ vantes, que continúa la tradición clásico-renacentista, sobre todo a través de Pero Mexía y Antonio de Torquemada, son tres entidades (poéticas) concurrentes en la suerte del hom bre; el Hado (otras veces el cielo, o las estrellas) es el inconm ovible destino astrológico; la Fortuna ayuda o n o ayuda a nuestros esfuerzos; el Caso es el azar inm otivado. Son, pues, ob­ jetos (poéticos) de esos que Meyer-Lübke dice que se enumeran sin re­ petición del artículo por form ar estrecha fam ilia de cosas. Otro ejem plo: í Caballero soy de la profesión que decís; y aunque en m i alma tienen su propio asiento las tristezas, las desgracias y las desventuras, no p or eso se ha ahuyentado de ella la com pasión que tengo de las ajenas des­ dichas», II, 12. Y com o contraprueba este verso de Ercilla, Araucana, II, Ed. J. J. Medina, p. 33:

El puente, m uro y puerta atravesando.

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En términos generales, podemos comprobar que, hasta la época clásica inclusive, la repetición del artículo en las enume­ raciones supone la intromisión de un elemento de realce ex­ presivo: encarecimiento, valorización, énfasis. Como el artículo destacaba en un principio la articulación de la frase en sujeto y predicado y luego en sujeto, verbo y objeto, un nuevo des­ linde dentro de estos elementos ya deslindados supuso un acto de estilo. También aquí se comprueba cómo la regulación tiene su origen en la libertad, la gramática en el estilo, lo racional en lo afectivo y fantástico, el uso convencional en la invención. Aquella libertad se fué haciendo sujeción, y el valor expresivo de la repetición se fué esfumando a medida que se trivializaba y se generalizaba su uso. Y hoy, en cuanto al valor expresivo, la repetición o no del artículo en las enumeraciones represen­ tan papeles trocados. La no repetición es lo que ahora se inter­ preta como un acto particularmente expresivo (giros de la len­ gua literaria) o bien como un gesto aceptable de economía, tam­ bién literario. Valores significativos.—Los pronombres demostrativos son ademanes verbales que hacemos hacia una zona de nuestra es­ fera presente de atención, ademanes con los que enderezamos la vista o la atención del oyente o lector hacia el objeto mismo que mentamos. En esa casa, «esa» significa que la casa está ahí, porque a eso es a lo que se refiere objetivamente; como la referencia objetiva de «aquella» en aquella casa es que la casa está allí; y del mismo modo «esta» significaría que la casa está aquí. La significación de cada forma excluye implí­ citamente las dos restantes, dejándolas como entre paréntesis. (Aludo a la teoría de los valores de F. de Saussure: la signifi­ cación de un elemento idiomático está condicionada y deter­ minada, limitada y precisada por la de los otros elementos con los que forma sistema.) Pues bien: El artículo, en cada lengua, es un antiguo pro­ nombre demostrativo reducido en su cuerpo fonético, despo­ jado de su originario acento de intensidad y de cuyo funcio­ namiento se ha borrado y desvanecido toda asociación implícita

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con sus antiguos compañeros de sistema (un proceso de gramaticalización). Ya no determina, pues, en qué zona de nuestra actual esfera de interés se halla el objeto mentado, porque ya no tiene el poder de poner entre paréntesis las zonas restantes. Pero de su abolengo pronominal le queda un residuo de ade­ mán verbal, de indicación que hacemos hacia nuestra esfera intuicional o mental. Esto es lo que, sólo en casos especiales, le da el valor determinante de que hablan las gramáticas. Pero para que este valor fuera el básico, necesitaríamos, entre otras cosas, que el artículo, desorbitado y evadido de su antiguo sis­ tema pronominal, hubiera ingresado en un sistema nuevo, que esta vez sería bilateral, siendo su pareja el artículo indeter­ minante. Sin embargo, ya hemos visto que en muchas lenguas sólo existe el llamado determinante y que donde se registra el otro es siempre mucho más tardío. En español, no solían ha­ blar las gramáticas de artículo indeterminante (o indefinido o indeterminado) hasta el siglo xix, y entonces lo hicieron por imitación de las extranjeras4. En efe cto : en español, un con­ serva su antiguo valor pronominal, cuando no el numeral, con todas sus referencias al sistema pronominal; y, en contra de lo que es esencial al artículo, no ha perdido su acento de inten­ 4 La Grammaire de Port-Royal, 1660, m ás lógica que gramática, es la primera (creo) que lanza la idea, pero los gram áticos franceses la recha­ zaron en general durante siglo y m edio; cuando por fin la aceptan en el siglo xix, lo hacen regimen taimen te. Los españoles la adoptaron sólo cuando en la enseñanza francesa se había hecho verdad oficial. - a Aca­ demia Española no habla en sus primeras ediciones de su Gramática m ás que de un artículo, el, la, lo, que sirve «para distinguir los géneros de los nombres» (3.* edición, 1781, p. 50); en el cuerpo del capítulo habla ya de un valor «definido o determinado» en casos com o Los hom bres son mortales, por serlo todos, en oposición a H om bres hay am biciosos y hom bres moderados, cuya indeterm inación se expresa con la ausencia de artículo. En la 4.a edición, 1796, ya directamente se dice que el artículo sirve '(para señalar y determinar la persona, cosa o acción de que se habla», p. 9, y en la p. 1 2 se vuelve a oponer la determinación de dame los libros a la indeterminación, de dame libros. Nada de un com o artículo. Bello, 1847, cap. XIV, pp. 66-75, sólo trata del artículo qae llama «defi­ nido», aunque, sin formular la doctrina, le opone el «indefinido» un con un ejem plo de la p. 6 8 . Salvá, 1830, ya opone doctrinalm ente el-un, aun­ que no tengo a mano edición anterior a la de 1847.

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sidad. Recuérdese el doble ejemplo extendió la mano y exten­ dió una mano en actitud suplicante y se comprobará que en español no existe este nuevo sistema bilateral de determina­ ción-indeterminación, en el que el doble juego se refiere a si el sujeto es o no consabido del oyente o a si es o no individualizable y reconocible para oyente y hablante de entre los innúmeros objetos que el sustantivo puede nombrar. El artículo, en español, ha constituido, ciertamente, un nue­ vo sistema estricto y bilateral, pero no con un 5, ni con ningún otro elem ento de la lengua; el nuevo sistema está formado por la presencia y ausencia del artículo, o si se quiere, por la aparición del sustantivo con y sin artículo. Y hacia ahí enca­ minamos nuestra investigación. Presencia y ausencia de artículo. — Veamos un ejemplo trip le: a) El hombre parecía -fatigado. b) El hombre es mortal. c) H ombre no es lo mismo que caballero. No es hombre quien se porta así. En a) con hombre me refiero a un individuo del género humano; en b) al género mismo, entendiendo por tal la suma de individuos que componen la hum anidad6; en c) hombre 5 Con un form a él un sistem a, no sem ántico, sino de empleo, que expongo en nota adicional al final de este estudio. 6 Los gram áticos registran esta alternancia con los nombres de ar­ tículo d e t e r m i n a n t e y artículo g e n é r i c o . Pero una cosa hay que observar: a pesar de la dispar referencia del nombre a su objeto —en un caso, un individuo; en otro, todos los congéneres—, todos los de habla española tenem os un sentim iento de identidad para ambos usos de el. No podem os ver aquí una homonim ia, sino una y la misma entidad idiom ática. La división gramatical delartículo en determinante y genérico tiene por falsilla la división lógica tradicional de los juicios, según los objetos, en individuales (particulares) y universales. Pero cla­ sificando los conceptos y los juicios por su forma mental, con la Lógica moderna, y no con el objeto referido (origen y efecto de confusiones entre el pensar y el objeto en que se piensa), vem os que la identidad de am bos el reposa, indiferente a la cuantía del objeto, indiferente a la distinta extensión del concepto, en la forma singular del juicio. El ar-

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no alude al individuo, ni tampoco al género cuantitativo, sino al rango categorial, al orden, a la clase considerada cualitati­ vamente y no cuantitativamente. Echando mano de la pareja de conceptos filosóficos esencia-existencia, diremos que el nom­ bre con artículo se refiere a objetos existenciales y sin él a objetos esenciales. Con artículo, a las cosas; sin él, a nuestras valoraciones subjetivas y categoriales de las cosas. Vamos a ver ahora cómo esta alternancia de la significación se cumple tanto con los nombres correspondientes a conceptos que tienen extensión variable, como con los nombres de objetos indivi­ duales y con los abstractos. Y quedará patente que el valor determinante del artículo que le confiere la gramática no le es propio, sino que, en algunos casos del primero de los tres gru­ pos, lo derivamos reflexivaménte de su referencia a lo existencial y cuantitativo. A. Con nombres correspondientes a conceptos de exten­ sión variable.—Dice Sancho a Don Quijote: Yo salí de mi tierra, y dejé hijos y mujer por venir a servir a vuestra merced, cre­ yendo valer más y no menos (Quijote, I, 20). Sancho pudo de­ cir y dejé mis hijos y mi mujer, y dejé los hijos y la mujer, y dejé unos hijos y una m ujer; y en los tres casos la frase sería correcta y clara. Con artículo determinante y sin él, con el de­ terminante o con el «indeterminado», o con el posesivo, el pen­ samiento conceptual es el mismo y los hijos y la mujer igual­ mente determinados: Sancho no se podía referir más que a la mujer y a los hijos propios. La diferencia, pues, no puede con­ sistir en una diversidad del objeto visto o de las condiciones objetivas, sino de la visión del objeto y de los intereses subje­ tivos. Si de las cuatro maneras posibles, a Sancho le sale y dejé tículo g e n é r i c o y el d e t e r m i n a n t e ni significan ni representan de algún modo valores distintos. Lo que el signo lingüístico acusa es que la referencia del pensam iento a su objeto se cumple por un hilo singular. Si com prendemos sin ambigüedad cuándo el se refiere a un individuo y cuándo al género, esto sucede extralingüísticam ente: por la situación o por el contexto. ¡El hom bre es alegre!, puedo decir para referirm e a un individuo que da m uestras de jovialidad; en otra ocasión, del hom bre en general.

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hijos y mujer, sin artículo, es porque ése es el giro que corres­ ponde a su tensión actual de espíritu. Todo español siente que en esa frase, aunque el objeto es idéntico, hay algo que falta en las otras (de un modo aproximado, sólo se repite ese algo en y dejé unos hijos y una mujer). Ese algo consiste en que quien habla así enfatiza la calidad de lo dejado, pues el nombre sin artículo apunta directamente a la esencia de lo nombrado, a nuestra valoración subjetiva del objeto, a su rango, a su quid. Con la supresión del artículo, Sancho añade a la referencia ob­ jetiva una subrayada valoración del objeto. Lo cual supone una participación emotiva. Cuando Don Quijote dice (I, 17) y quizá tú lleves daga para acreditarte, yo llevo espada para de­ fenderte con ella, cumple una categorización de las armas res­ pectivas. Es como si dijera: tu arma es daga; la mía, espada. Esta es una operación mental aperceptiva, de ordenación cons­ ciente de un objeto según el sistema de valores en que nos mo­ vem os. Categorización aperceptiva, muy distinta de esa otra mecánica y casi obligatoria que expone la teoría del conocimien­ to, según la cuaJ no vivimos directamente un fenómeno en su absoluta originalidad. individual, sino como representante de una categoría conceptual a priori: vemos un azul y no lo vemos tal cual es en sí y sólo en sí (no nos entregamos a vivirlo en su ocurrencia única), sino como representante de una categoría conceptual «azul» con la que vamos a su encuentro y a la que se ajustan ese y otros muy distintos azules. En este proceso m ecanicista y económ ico de categorización, el fenómeno mismo se oculta tras la categoría, que lo recubre y lo vela con super­ posición de perfiles. Pero en el caso que planteamos, nuestra vista interior se bifurca, dirigiéndose hacia el objeto real (fenó­ m eno) y hacia un objeto ideal, nuestro sistema de categorías (no sólo cognoscitivas, sino valorativas), entre una de las cuales y aquel objeto real reconocemos adecuación. Esta operación adecuadora es bien visible en proposiciones sustantivas del tipo tu arma es daga, donde sometemos a desarrollo el contenido de tú llevas daga y donde lo vemos como con cámara lenta. Claro que tanto al decir como al oír tú llevas daga, yo dejé hijos V mujer, se está bien seguro de que el objeto nombrado es uno

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real. Tú no puedes llevar una categoría «daga», sino una daga real y existencial; Sancho sólo ha podido dejar mujer e hijos existenciales, lo mismo que si dijera los hijos y la mujer. El objeto intencional es el mismo, pero la intención con que vamos al objeto es otra, nuestra mención es otra, porque lo que ahora está aludido en nuestro pensar no es la existencia de aquella daga ni de aquellos hijos, sino su esencia o su clase valorativamente consideradas. Al dirigirse nuestro pensamiento hacia el objeto daga, ya no vemos mecánicamente sus perfiles reales superpuestos por los categoriales, sino que se cumple una a modo de refracción óptica, con la particularidad de que nues­ tro momentáneo interés se prende no de la imagen del objeto real que nos ocupa, sino de su refracción ideal, que es su clase, un complejo de valores; no es, pues, un mero acto de conocer y de designar. Con la daga nuestra intención va recta hacia el objeto real y en él se afirma; con daga nuestra intención va también hacia el objeto real, pero lo que le interesa de él, lo que efectivamente mienta es la idea categorial que de él tene­ mos, nuestra valoración, referida a un sistema de categorías y valoraciones. Este doble juego es tan vivo en la lengua oral como en la escrita. Puedo decir: ¿Sabes que nuestro amigo Juan ha com ­ prado automóvil?, o bien: ¿...un automóvil?'7. Si mi frase ha sido la primera, todo hispanohablante percibe con seguridad que un énfasis, una participación emotiva es lo que me ha hecho elegir la forma sin artículo, porque en mi pensam iento está presente la categoría a que el objeto comprado por Juan pertenece, y con ello la introducción de mi amigo en un nuevo plano de vida. La novedad está no en que compre este o cual7 Si mi interlocutor sabía que Juan ya andaba en tratos para ello, puedo decir también el automóvil, aun cuando ni m i interlocutor ni yo sepam os qué auto determinado sea. Un día Juan nos encuentra y nos dice: Me he decidido a com prar un auto; según las gram áticas, un auto es indeterm inado; es decir, cualquiera. Pero algunos días después Juan nos vuelve a encontrar y nos dice: Ya he com prado el auto; para las gramáticas, el auto es uno determinado. Y sin embargo nosotros no con­ sabem os de ese auto individual m ás que en el primer encuentro.

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quier otro automóvil, sino precisamente en la clase «auto»que aparece ahora en su vida; de tal manera que luego, en las sucesivas compras de autos que Juan haga, ya no podré volver a decir que ha comprado auto, sino un auto, otro auto, etc., por­ que auto ya tenía. Más todavía: Es posible que Juan vuelva a su antigua m odesta posición, sin auto, y que luego le soplen de nuevo vientos favorables de modo que pueda comprar otro auto. Entonces mi frase sería: ¿Sabes que Juan ha vuelto a com prar auto? Esto asegura que el objeto intencional mentado por la palabra auto, sin artículo, no es un objeto real —pues no ha vuelto a comprar el auto real que antes compró—, sino un objeto, mental, una clase valorativamente considerada. La ausencia de artículo corresponde al carácter puramente cualitativo con que el objeto es nombrado; denuncia una refe­ rencia al quid o esencia del objeto, no definiéndola, sino sólo aludiendo al tramo que esa clase de objetos ocupa en la escala categorial con que nuestro intelecto y nuestra afectividad in­ teresada ordenan a su manera el mundo interno y el externo. El artículo realiza ese tramo categorial aludiendo directamente a la existencia del objeto nombrado e introduciendo con ello un momento cuantitativo. Con el artículo, el objeto no se ve en oposición, sino en superposición con la categoría. Esta do­ ble interpretación cuantitativa-cualitativa y designativa-valorativa para la presencia y la ausencia del artículo nos permite lle­ gar al disfrute de la intención estilística de uno u otro giro en pasajes fam osos de la literatura española: Nunca fuera caballero de damas tan bien servido com o fuera Lanzarote cuando de Bretaña vino. Que dueñas curaban dél, doncellas de su rocino.

Al decir dueñas, doncellas, o, como Don Quijote exaltó, princesas, el pensamiento del poeta va hacia los correspondien­ tes objetos reales por él imaginados, pero lo efectivamente men­ tado es la calidad respectiva. Todo el interés se concentra en

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que quienes servían al caballero y a su caballo eran doncellas, dueñas, princesas, en la complacencia de ver la adecuación de las personas a las preciadas categorías. Hay, pues, no sólo una referencia al objeto, en lo cual consiste su nominación, sino a la vez un momento de emoción y de valoración. Esta valoración afectiva del objeto nombrado implica una inversión, por cierto nada equívoca, entre las categorías lingüísticas de sujeto y pre­ dicado utilizadas y las experiencias psicológicas correspondien­ tes. Sujeto psicológico es aquello de que queremos decir algo; predicado psicológico es lo que decimos del sujeto. Pues bien: las experiencias psicológicas que dieron nacimiento a esos versos no querían decir de las dueñas, doncellas y princesas (sujeto gramatical) que ellas cuidaban a Lanzarote o a Don Quijote y a su caballo (predicado gramatical), sino justamente al revés: que quienes cuidaban del caballero y de su caballo (sujeto psi­ cológico) eran dueñas, doncellas, princesas (predicado psicoló­ gico) 8. Esta inversión de sujeto y predicado se cumple cada vez que el nombre sin artículo aparece como sujeto gramatical (excepto con el verbo ser y equivalentes) y obra con especial eficacia estética sobre la sensibilidad del lector porque la apoyatura emocional que acompaña siempre a la inversión es percibida intuicionalmente, como si se impusiera con su mera presencia, a pesar de la contradicción entre el giro sintáctico (racional) y lo mentado. De nuevo se ve cómo son básicos los valores formales del artículo. El artículo, con el nombre sujeto, preforma la categoría lingüística de sujeto. Ciertamente, esta insistencia formal en la categoría lingüística no es hoy signo de que el sujeto gra­ matical lo sea también psicológico, ya que también un nombre con artículo puede ser sujeto gramatical y predicado psicoló­ 8 Un ejem plo .m agnífico ele Q u e v e d o , Política de Dios, I, 2: R eyes lo adoraron [a Cristo] com o a rey que lo es de los reyes. Sin artículo, Reyes se dirige valorativa y em ocionalm ente hacia el rango cualitativo de los adoradores, los califica; los reyes, con artículo, no tiene m ás que función lógica, designativa de un objeto existencial. Reyes es predicado psicológico.

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gico (por ejemplo, alguien dice: Juan se lo dió, y otro contra­ dice: El jefe se lo dió = Quien se lo dió fué el jefe, no Juan). Pero, en cambio, se ve que la lengua, en sus convenciones, no adm ite como nombre sujeto, a la vez gramatical y psicológico, uno que no lleve el artículo, con su insistencia formal en la categoría lingüística de sujeto. Reduciendo a fórmula: no siem­ pre que el nombre sujeto gramatical lleva artículo es también sujeto psicológico, pero siempre que un nombre es a la vez su­ jeto gramatical y psicológico lleva artículo. El nombre sin ar­ tículo es predicado psicológico, aunque sea sujeto gramatical. En el romance de la Jura de Santa Gadea, el Cid hace desfilar una cohorte de categorías ideales. (Procedimiento repetido en el de F. González y el Rey de León.) Los nombres, unos son sujetos gramaticales y otros no; pero todos son predicados psi­ cológicos : Villanos te m aten, rey, villanos, que non hidalgos; abarcas traigan calzadas, que no zapatos con lazo; traigan capas aguaderas, no capuces ni tabardos; con cam isones de estopa, no de Holanda ni labrados; (M

enéndez

P id a l ,

cabalguen en sendas burras, que no en muías ni en caballos ; las riendas traigan de cuerda, no de cueros fogueados; m átente por las aradas, no en cam ino ni en poblado; con cuchillos cachicuernos, no con puñales dorados. Flor nueva de romances viejos,

2 0 3 .)

Tan persistente oposición bilateral no quiere decir «que unos villanos (algunos de los villanos) te maten y que los hidalgos no te maten», etc., sino «que los que te maten sean villanos, no sean hidalgos, pertenezcan a la categoría "villano”, no al rango "hidalgo'” ; que su calzado sea abarcas y no zapatos; que su abrigo sea capas rústicas y no tabardos señoriales; que sus ca­ balgaduras sean burras y no caballos; que las armas asesinas sean cuchillos y no puñales». Lo tremendo no está en la conjura de la muerte, sino de una contra su honra de Rey; la afrenta, más que la muerte. Y el verbo ser, en expresiones de este tipo, ¿qué otra cosa significa que apuntar hacia el quid del sujeto, hacia su clase,

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hacia su orden en la escala de categorías con que funciona nuestro pensamiento? Lo nombrado con «villanos», etc., es sin posible duda un objeto real, único que puede matar; pero lomentado psicológicamente —como diría Vossler— es derecha­ mente la clase como un complejo de valores. En relación con su carácter predicativo, vemos otra vez en estos nombres sin artículo un acto valorativo y una participación emotiva, igual que en el ejemplo de Sancho y dejé hijos y mujer. La intención del hablante va y la atención del oyente o lector es conducida hacia los valores y cualidades que para nosotros forman el quid del objeto. Hay una demora en la contemplación del tem ar pues que el nombre sin artículo implica una invitación a con­ siderar el aspecto cualitativo del objeto, y esto lo mism o cuando el objeto es actual ( que dueñas curaban dél) que cuando es vir­ tual (villanos te maten, rey). Precisamente esta demora, este considerar un instante el lado cualitativo del objeto como punto de atención diferente del objeto mismo, es lo que determina el carácter psicológicamente predicativo de estos sujetos gra­ maticales. Pues, en efecto, nuestra referencia a lo valorativo> y cualitativo del objeto es en sí una predicación —no desarro­ llada ni lógica ni lingüísticamente— de lo real del objeto: prin­ cesas curaban dél = las que curaban dél eran p rin cesas9.

’ Un ejem plo contem poráneo: Que no se vea el humo aunque se arda la casa. Limpíate esos ojos, sangre tenían que haber llorado. ¡B ebe una poca de agua! ¡Veneno había de ser! No bebas tan aprisa que estás too sudao. ¡Mira cómo vienes, arañao de las zarzas! ¡Cuchillos habían de haber sío! ¡Trae aquí que te lave, que da miedo de verte! (J. B e n a v e n t e , La Malquerida, III, 9). Categorización o referencia al qué del objeto; valoración y descarga afectiva; predicado psicológico (y, esta vez, tam ­ bién gramatical). Aquí queda bien aclarado el problem a estérilm ente plan­ teado por las gramáticas históricas sobre la diferencia entre tú eres reina y tú eres la reina. Mcyer-Lübke, Gramm. Lang. rom., trad. fr., § 177, piensa que «La valeur plutót adjective du prédicat détermine son em ploi sans article»; lamentable falta de discernim iento para los criterios que presiden las categorías gramaticales. Reina, una reina, la reina, es siem pre sustantivo porque el objeto está nombrado en la forma m e n t a l de la independencia. Tú eres reina, categoriza, califica, responde a la pregunta de ¿qué soy yo?, y, por lo tanto, reina apunta hacia el qué, hacia el

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La operación de categorizar se puede cumplir no sólo sobre un objeto real, sino también mental. Patria es Humanidad, dijo e l poeta cubano José Martí identificando valorativa y emocional­ m ente dos órdenes categoriales. Refalada no es caída (resbalada no es caída), dice zumbonamente el gaucho argentino recalcan­ do lindes entre dos clases. También aluden a la categoría otros "verbos: esto parece plata. Por hacer igualmente referencia a una categoría dentro del sistema de categorías, se dice el nomT^re sin artículo en frases que significan rectificación del ha­ blante en la clasificación de un objeto, o bien un cambio tal ■en el m odo de ser del objeto que impone una nueva clasifica­ ción: La vaca le salió toro, las cañas se tornan lanzas, el oro resultó oropel, el vino se volvió agua, etc. B. Con nombres de objetos individuales.—La misma doble referencia a la existencia y a la esencia del objeto con la presen­ cia y la ausencia del artículo. ¿Purgatorio lo llamas, Sancho?, dijo Don Quijote: mejor hicieras en llamarlo infierno. Y en la réplica dice Sancho: ...y sacaré a vuestra merced deste purgatorio que parece infierno y no lo es, pues hay esperanzas de salir dél, la cual, como tengo dicho, no la tienen los que están en el infierno (Quijote, I, 25). En boca de Don Quijote, purgatorio e infierno —nombres ■que aplican él y Sancho a aquel áspero paraje de Sierra Morena donde Don Quijote se puso a hacer su extravagante penitencia—, se refieren al orden categorial en que hay que encasillar el ob­ jeto, a la valoración de infierno y de purgatorio, a la idea de q ué es lo que para nosotros hace al infierno ser infierno y al purgatorio ser purgatorio, para decidir si el objeto presente (aquel paraje) se acomoda a la de uno o a la de otro. No se trata de un juicio de conocimiento, ni de identificar aquel pa­ raje con el único infierno o el único purgatorio para ellos exis­ tentes, sino de aplicar a aquel objeto la valoración subjetiva 'infierno' o 'purgatorio'. Otra vez valoración y participación emotiva. Sancho dice a Don Quijote que le sacará de este purrango o categoría. Tú eres la reina, identifica, responde a las preguntas de ¿quién soy yo? o de ¿quién es la reina?; lo que se m ienta ya no es un rango, pura cualidad, sino una persona, un cuantum.

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gatorio que parece infierno y en seguida habla de los que están en el infierno. En el primer caso, que parece infierno, Sancho efectúa una categorización valorativa del objeto, reconoce ade­ cuación parcial —hiperbólicamente, es decir, emotivamentevista— entre dos términos que ve como distintos: un término» es aquel paraje como objeto real; el otro, la idea valorativa deinfierno. Si dijera, en cambio, que parece el infierno, la compa­ ración se cumpliría entre dos objetos reales, y vendría a decir — ¡ cosa muy d istinta!— : parece que el infierno es esto, está aquí. En el segundo caso los que están en el infierno, el artículo nos indica que Sancho no se refiere a la idea de infierno, sinoai infierno como objeto real. Y por cierto, Sancho dice el in­ fierno, como hoy diría todo el mundo, sin una posible preten­ sión de determinar cuál de los infiernos que componen el gé­ nero 'infierno', puesto que no hay tal género ni tales indivi­ duos (a pesar de expresiones como bajar a los infiernos o irse al quinto infierno). En cambio, siempre es posible oponer la idea valorativa que tenemos del infierno al infierno del cual te­ nemos esa idea; su esencia a su existencia. C. Con nombres abstractos.—No tiene sentido ninguno atri­ buir al artículo un valor determinante ni genérico cuando acom­ paña a nombres abstractos. Y sin embargo, en español, los abs­ tractos admiten el artículo exactamente lo mism o que los nom­ bres de los objetos sensibles y contables, prueba segura de que en español la significación fundamental del artículo no es la. determinación. Valor, arte, sabiduría, semejanza admiten la ausencia y presencia del artículo en condiciones análogas y con la misma significación que reina, infierno, espada, etc. Pues siempre nos es posible referirnos al valor, a la sabiduría, a la virtud, a la caridad que reconocemos en uno, en algunos o en todos los hombres, a la semejanza existente entre dos o m ás objetos, etc. Entonces el valor, la sabiduría, etc., son objetos reales, con existencia objetiva. Si decimos uno de esos nombres con el artículo, mentamos la existencia del objeto en alguna parte, o su eficacia condicionada o general, y, por cierto, con la misma doble referencia posible, individual y genérica, que he­ mos visto en los otros casos, lo mismo si hablamos de que eit

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Salomón, la sabiduría fué un don divino, que de la Escuela de la Sabiduría o de que la sabiduría conduce a la virtud. Siempre es la sabiduría un objeto real y por lo mismo un cuantum, aun cuando, como sucede con los nombres concretos, el alcance de ese cuantum (si es individual o genérico) esté determinado por el contexto y no por el artículo. En esto se descubre la natura­ leza pronominal del artículo: el concepto general del artículo o lo indicativo de su significación, como diría Husserl, es su referencia a una existencia (por oposición a la esencia corres­ pondiente) y por lo tanto a un cuantum; pero lo indicado de su significación, su significación cumplida, que es cada vez la referencia a la existencia que entonces se mienta y se nombra y el alcance de su cuantum, eso lo determina en cada caso el con­ texto y la situación. En cambio, sin artículo, estos nombres apuntan hacia el qué del objeto nombrado, hacia su esencia, hacia la idea valorativa que tenemos de qué es propiamente sa­ biduría, virtud, arte, semejanza, etc.: Virtud por provecho no es virtud. Sabiduría no es mera erudición. Lenguaje de la razón, de la emoción y de la acción.—Siempre, pues, que la lengua admite la alternancia de presencia y ausen­ cia de artículo, el artículo destaca la referencia lógica al objeto real y también otros valores de carácter intelectual, como son los formales. La ausencia de artículo, en cambio, va acompa­ ñada de un conato de la emoción y de la voluntad por hacer descollar sus intereses por sobre la organización racional de la expresión. Esta resonancia afectiva radica en que el nombre sin artículo o bien apunta directamente a una esencia genérica, con objeto exclusivamente mental (Patria es Humanidad) o bien, si hay un objeto real aludido, de él nos interesa su esen­ cia y su valor (...y dejé hijos y mujer). Y esta esencia nombra­ da por una palabra, ¿qué otra cosa es aquí sino un esquema cognoscitivo de todo un orden de objetos, esquema que con­ tiene cristalizadas en una figura todas nuestras pasadas expe­ riencias sobre ellos, y también como una prolongación de las experiencias de nuestros antepasados lingüísticos? La coordena­ ción de una montaña de recuerdos. Esos recuerdos coordenadosno responden por cierto meramente a un conocimiento racio­

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nal adquirido, sino que están impregnados de intereses vitalistas: afección y acción virtual. La esencia del objeto resulta esencia de recuerdos, una escultura ideal plasmada en nuestra propia sustancia espiritual y vital, en que las depresiones y los salientes responden respectivamente a reacciones de nuestra sensibilidad y a actitudes prontas para la acción. El nombre sin artículo pertenece por lo tanto al lenguaje de la emoción y de la voluntad, así como el artículo debe su aparición y su extensión a las crecientes exigencias del pensa­ miento y de la comunicación racionales. Vamos a comprobar esto en dos series de frases, muy abun­ dantes ya desde la Edad Media, pero que no son hoy arcaísmo o supervivencia literaria, sino que están en plena vitalidad. 1.a El nombre mismo se refiere a un objeto virtual y va seguido de una comparación emocional ( tan, más, mayor, et­ cétera) con un objeto real del mismo género (que es el centro del interés psicológico presente): Mo?a tan ferm osa non vi en la frontera com o una vaquera de la Finojosa. ( S ANTILLANA.)

Conciencia tan escrupulosa más es de religioso que de soldado ( C e r v a n t e s , Licenciado Vidriera, 18). Casa tan barata no la encuentras .ya fácilmente. No he oído disparate mayor. H om­ bres así no debieran existir. El pensamiento arranca del conocimiento de un objeto real (que aparece en la comparación), pero el nombre se refiere a un objeto virtual que se compara con él; no a una existencia dada, sino a una existencia dable. Este objeto es mental, pues siempre sorprendemos aquí el intento de crear un t i p o de objetos a base del prototipo de que arranca el pensamiento. Lo privativo de aquel objeto alrededor del cual gira la frase, es elevado efí­ meramente a categoría. Mozas, sí vi; existencias de la esencia 'moza', sí h ay; pero de este nuevo tipo de 'moza', con tan subido

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grado de hermosura, de éste no he visto ningún ejemplar. El nuevo tipo puede crearse (y muy frecuentemente se crea) con la intención encomiástica de negar su existencia multiplicada (Moga tan ferm osa) o para afirmarla y enunciar algo de sus ejemplares existenciales (conciencia tan escrupulosa...); pero siempre tiene por base una especial valoración del objeto que se toma como prototipo: una manifiesta participación emo­ cional. 2.a La segunda serie, tan abundante como la primera, re­ pite lo de crear una categoría ocasional inscrita en otra general; pero en vez de hacerlo a base de una comparación enfatizadora con un objeto real, como en el caso precedente, ahora se cumple a base de una delimitación y determinación circunstancial ob­ jetiva: casa con dos puertas mala es de guardar; sarna con gusno no pica; caballo de paseo no gana batallas: Al pasar la barca m e dijo el barquero: Moza bonita no paga dinero.

Hermosura con mala condición es una fuente clarísima que. tiene por guarda una víbora ( V . E s p i n e l , Marcos de O b r e gón, t. I, 57); Rey que pelea y trabaja delante de los suyos, oblígalos a ser valientes ( Q u e v e d o , Política de Dios, I, 6). Se trata siempre de ‘crear un nuevo t i p o de objetos (que al actua­ lizarse será un nuevo género circunstancialmente determinado), para hacer sobre sus individuos una afirmación que pretende validez general. Lo que se mienta con este giro sin artículo es un tipo de objetos actualizable, y no la actualización del tipo. Por lo tanto, un objeto ideal. Todos los ejemplos aducidos pueden m odificarse, sin que se altere objetivamente la situación, con cualquiera de los artículos: la casa con dos puertas, una casa con dos puertas mala es de guardar, las casas con dos puertas son malas de guardar. Si artículo determinante, artículo indeterminante y ausencia de artículo pueden alternarse en una ex­ presión sin que varíe la significación objetiva, es cosa evidente 10

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que el empleo de uno o de otro o de ningún artículo no depende aquí del objeto captado, sino del modo mental de captar el ob­ jeto, es decir, del sujeto. Absolutamente cuestión de estilo. a ) Sin artículo se mienta un tipo, una abstracción mental, una regla; b ) con el, la, el género como suma de todas las posibles existencias de ese tipo; es decir, la aplicación general de esa regla; con los, las (las casas con dos puertas), directamente las existencias 'casas' así dadas; c) con un, una, un individuo representante del género en que se cumple el tipo.

a) La ventaja estilística de mentar el tipo (casa con dos puertas) es que se amolda perfectamente a la pretensión de validez general que se tiene para el juicio ( mala es de guardar). ¡ Como que el tipo ha sido creado a posteriori, a la medida del juicio y según sus exigencias! Al ver que la casa es mala de guardar, se echan de ver las dos puertas como explicación. El giro es de carácter subjetivo, pues siempre va nuestro mentar derechamente hacia los intereses con que nuestras atesoradas experiencias nos atan a ellos. También aquí, como en la serie anterior, hay función valorativa, sólo que en moga tan fermosa la valoración está incluida en la formulación misma del tipo y es de timbre emocional, mientras que en casa con dos puertas, hermosura con mala condición, etc., la valoración se enuncia como predicado y el conjunto tiene la pretensión de una verdad objetiva. Ahora bien: la valoración predicativa es lo que nos ha inducido a la creación de un nuevo tipo de objetos. Y la gran fuerza afectiva de este giro procede de su pretensión de obje­ tividad. Marcos de Obregón quiere corregir a la mujer del Doc­ tor Sagredo un defecto de carácter, que es su descortesía al contestar a los piropeadores, y le dice: «Hermosura con mala condición es una fuente clarísima que tiene por guarda una víbora». Marcos había empezado la reprimenda refiriéndose derechamente a lo personal: «Vuesa merced usa de su hermo­ sura lo peor del mundo». Es claro que podía haber seguido también: «Vuestra hermosura, por esa mala condición de la vanidad, es una fuente clarísima que tiene por guarda una ví­ bora». ¿Por qué no lo hace? Por razones de estrategia: Marcos se remonta a lo general en procurar de una mayor eficacia para

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sus consejos: «Hermosura con mala condición...» Con ello el caso particular de la hermosura de Doña Mergelina queda ab­ sorbido en lo general, inscrito en un tipo creado intencional­ m ente y a la medida, y el juicio predicativo que sigue, como, por referirse a un tipo actualizable, tiene pretensión de ley ob­ jetiva a base de experiencia, se convierte en un fallo de impo­ sible apelación. Hay aquí, una vez más, un énfasis, un alza de la emoción. Pero ese énfasis está aquí dirigido hacia una más efi­ caz presión sobre la aconsejada. Es lenguaje activo. En otro de los ejemplos, pudo decir el barquero: por bonita, no pagas tú dinero. Pero al decir: moza bonita no paga dinero, se eleva aquella situación singular a la ley de pretensión general. Hay sin duda una emoción que nos hace formular como general lo que en realidad es individual; pero el valor especial de este giro está en su eficacia activa: la moza no tiene más que de­ jarse inscribir en la ley. No es cuestión personal.—Como el lenguaje activo busca la mayor eficacia, no hay paradoja en que junto a su poder de energía este giro denuncie otros elementos afectivos atenuadores que puedan haber motivado también la despersonalización. Era quizá demasiado duro decir a Doña Mergelina: Tú tienes hermosura con mala condición, que es una fuente, etc.; y por eso al afirmar de la «hermosura con mala condición» que es «una fuente clarísima que tiene por guarda una víbora», más bien se le insinúa que no quiera con­ sentir en tener hermosura de ese tipo. Tal vez el barquero no sintió la intrepidez necesaria para el piropo directo, y en lugar de decir a la moza: no te cobro porque eres bonita, le insinuó el piropo entre la enunciación de una ley general. b) La ventaja estilística de mentar el género como suma de individuos, consiste en el mayor realismo y derechura con que están aludidos los diferentes objetos reales (existencias) ajustados a la limitación circunstancial consignada. Con lo cual se comprueba una vez más la capitalidad de los valores forma­ les del artícu lo: casa con dos puertas es, en efecto, un nuevo concepto categorial unitario, un orden; la casa con dos puertas es en cambio la casa (categoría conocida) con dos puertas (limi­ tada por una circunstancia). Sin artículo, una labor intuicional

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«de síntesis; con él, una operación de análisis y de limitación. £1 artículo enmarca sintácticamente, pero desmiembra lógica­ mente. c) Por último, una casa con dos puertas tiene el valor es­ tilístico de la dramatización. Opóngase: Mujer que no resista la mirada de nuestro padre es mujer pecadora ( G a b r i e l M i r ó ) ; la mujer que no resista, etc., y una m ujer que, etc. En este último modo, ya no es el t i p o , ni siquiera el g é n e ­ r o sino el i n d i v i d u o el que soporta nuestro juicio. Y si éste sigue manteniendo pretensiones de validez general, eso se debe a las referencias implícitas que desde ese individuo ascienden hacia el género y hacia el tipo, ya que el individuo ■está mentado como representante de todo el género. Aunque lo afirmado valga para todo el género, lo que tengo delante de mi espíritu y pongo ante el espíritu de mi oyente o lector es un individuo. En nuestra lengua oral de hoy esta tercera cons­ trucción es la preferida. Gusto colectivo por la personaliza­ ción, triunfo de los intereses afectivos, aun en la enunciación de pretendidas verdades generales. La construcción sin artículo (creación de un nuevo orden categorial) es frecuente más que nada en literatura, pero se oye también en la conversación lo mismo en las ciudades que en el campo, especialmente (aparte refranes) cuando la determinación circunstancial se expresa por medio de una frase relativa: mujer que no resista, etc*, casa donde no se madruga es difícil que prospere. Como es cuestión de estilo, de forma expresiva, y no de diferencias ob­ jetivas, cualquiera de los tres giros puede aparecer tanto en la lengua literaria como en la conversacional para referirse a .una misma situación objetiva. JSTota f i n a l . —No

es oportuno ser más extenso en un artículo de revista. En el anunciado tomito, estudio además el refra­ nero y la fraseología popular; qué giros son arcaicos y recha­ zados por el sentimiento actual de la lengua, cuáles circulan -con cierta pátina arcaica y cuáles son perfectamente actuales. .Hago numerosos análisis estilísticos de pasajes literarios, Ue-

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gando hasta a los casos debidos a una forzada voluntad de estilo. Estudio la razón de que a veces el nombre en plural sin artículo implique indefinición numérica ( vender libros)r Apunto la posibilidad de hacer entrar el estudio de los usos del artículo en la estilística general de cada idioma: por qué,, por ejemplo, el español dice beber agua, vender caballos, hace frío, calor, con referencia directa al qué de lo bebido o ven­ dido, mientras que el francés dice boire de l’eau, mentando el objeto cuantitativamente. Qué significado tiene el que los nom­ bres propios no lleven artículo, y qué valor estilístico supone el que los nombres de persona lo lleven en algunas hablas rurales. Estudio el llamado artículo indeterminante o indefi­ nido y algunos giros especiales, como todo un. Etc., etc. Sobre todo ruego al lector me quiera disculpar por haber eliminado de mi exposición toda discusión con otros lingüistas y todo aparato bibliográfico. Por brevedad me he tenido que sujetar a exponer derechamente mis propias ideas y mi propio punto de vista, que es el de la forma interior de lenguaje. cuartillas de este anunciado librito, que fui dejando año tras año sin concluir, se han perdido. Hay un campo de estudio muy prometedor en la casuística del ar­ tículo y de su alternancia con otras formas (ausencia y un), Quienes lo emprendan —ya no está para mí— se dejarán sin duda de encararlo normativamente 10, y procederán con m étodo A d ic ió n

en

1 9 5 1 . —Las

ro En las gram áticas de corte lógico-general es lo corriente esta acti­ tud norm ativa que acusa al idiom a (o lo disculpa, que vale igual) por no ajustar sus usos algunas veces a la regla de determinación-indeter­ minación im puesta por los gram áticos. Y de ella no se libra del todo n i un cam peón de la lingüística histórica com o Meyer-Lübke, Gramm. Lang. rom., III, quien dice, por ejem plo, que en los nombres que indican la m ateria y la especie (el oro es amarillo, el hombre es m ortal) «no se debiera esperar el artículo», § 152, o, al revés, al estudiar el artículo en italiano, § 193: «Livio Andronico uno schiavo greco, Nevio un Campano, Ennio un. Magno Greco, Plauto un Umbro, Terenzio schiavo cartaginese furono i p rim i po eti latini (V.), oü l ’absence d ’article avec le dem ier nom e st difficile á justifier». H anssen, Gram. hist., fuerza a la lengua a obe­ decer a su prejuicio de determ inación; si en algún caso no encaja, dice por ejem plo que el artículo es pleonástico, § 517.

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rigurosamente descriptivo según su propio sentimiento del idioma. La atención obligatoria a la disyuntiva determinaciónindeterminación ha hecho estériles muchos honorables esfuer­ zos de interpretación casuística, especialmente en filólogos ex­ tranjeros (Gessner, Hanssen, Lenz, Meyer-Lübke); una atención obligatoria a la disyuntiva existencia-esencia que aquí presento podría ser tan perniciosa. Claro que una desatención obliga­ toria (programática) a cualquier posible contenido sería aún más condenable. La lengua es un sistema abierto, listo para los más variados encadenam ientos; contenidos amortiguados o ausentes en una situación pueden ser los dominantes en otra, pues tan pronto encomendamos a un signo que exprese más intencionalmente este como aquel aspecto; contenidos que no son sólo lógicos, sino tan variados como seamos capaces de vivir en nuestra alma. Por eso el valor de un signo lingüístico ni es fijo a través de los siglos, ni su historia se agota con la variación material del objeto designado y con implicaciones solamente lógicas; a veces el vacío que hay entre dos sucesivos significados lógicos de un signo se llenó en la evolución con contenidos de predominio activo, emotivo o imaginativo. Y por eso tampoco en lingüística sincrónica tiene el signo un valor en todos sus usos permanente y quieto, sino que de la com­ plicación de su contenido y de su variable referencia a los otros elementos del sistema total, el individuo (estilo) inventa y la comunidad (gramática) fija valores diferentes. Al renun­ ciar a rehacer mis papeles, recojo aquí un solo tema: el valor lingüístico de un junto al del artículo el. EL, UN

Estos dos acompañantes del sustantivo se alternan según una ley lingüística. Las gramáticas nos dicen que la ley atiende a la condición de determinación o indeterminación del objeto nombrado. La lógica, de donde tal concepto procede, entiende por determinación el modo de significar que separa a un indi­ viduo de entre sus congéneres; las gramáticas suelen acomo­ dar esta idea (y en muy legítima dirección, como luego vere­

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m os) a la de que el objeto nombrado sea o no consabido del hablante y del oyente; y llaman según eso a tales acompañan­ tes artículo determinante o definido y artículo indeterminante o indefinido. Esta presentación se introdujo con Port-Royal en 1660 por exceso de lógica en lo idiomático, y se generalizó en la enseñanza en el siglo xix a favor del vicio pedagógico de la simetría. Verdad que ya es frecuente encontrarla entre lin­ güistas, pero no como conocimiento crítico sino como opinión aceptada desprevenidamente, uno de los tantos triunfos de la técnica machacona de propaganda. Voy a limitarme a tratar aquí dos puntos capitales: primero, aunque un es muchas ve­ ces pronombre indefinido, nunca es artículo; segundo, en los casos perfectamente delimitados en que el uso idiomático al­ terna un-el, nunca se oponen con los atribuidos valores de indeterminación-determinación. 1. El artículo que desde la gramática racionalista se llama determinante, y que antes se llamaba simplemente artículo, es en todas las lenguas donde existe una palabra «vacía», como dicen los gramáticos chinos, o enteramente «gramaticalizada», como diría Vossler: tuvo en siglos anteriores una significación pronominal (como que procede siempre de un demostrativo) y justam ente el paso histórico de pronombre a artículo con­ siste en el ir perdiendo y perder la antigua significación. Cuan­ do ya es artículo, no se refiere ya a ningún modo ni forma de realidad, no mentamos con él realidad alguna, y eso es lo que quiere decir que no tiene significación. El sustantivo con ar­ tículo o sin él sí que varía su modo de referencia al objeto (su significación), pero por sí mismo el artículo no se refiere a realidad alguna. Es no más que un elemento formal sin conte­ nido, un aglutinante formal, como la argamasa de un bloque en la construcción oracional, no ya bloque él mismo. Este va­ ciam iento de la significación va en todas partes acompañado de un vaciamiento fonético que consiste en la pérdida del acento de intensidad y, muchas veces, en un extremado acor­ tamiento fonético, lo m ism o en las lenguas modernas que en las antiguas.

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En oposición a esta condición esencial del artículo, un guarda su significación: a) Salvo alguna reducida región española (en Galicia, creo que en Murcia), un, una se pronuncian con acento: ún toro, úna vaca, únos chicos, únas copas. El no ponerlo ortográficamente despita a algunos; pero aquí ofrezco dos medios de contraste: primero, sin acento se pronuncia el plural delante de los nu­ merales, unos 20 días, unas 20 horas n , y véase cómo contrasta con unos vientos, unas ventas. Segundo, opóngase un día a hundía. Aduzco el acento sólo como manifestación de que un no está gramaticalizado, vaciado de significación léxica. b) Otra prueba de que un tiene significación léxica, es su alternancia con sinónim os: cierto (para el pasado, si im plica tiempo), algún (para el futuro): un o cierto día salieron padre e hijo; un o algún día lo verás. c) Un es correlativo de otro con significación distributiva: «un hijo le ha salido listo y otro tonto». Y aun admite artículo, cosa imposible si un ya lo fuera. La frase anterior se puede repetir en conversación así: —«¿Qué dice?» —«Que de los dos hijos de Fulano, el uno es tonto y el otro listo». d) Un forma pareja de opuestos con ninguno, igual que vacío-lleno, todo-nada, etc.: P. es un tonto; P. no es ningún tonto. e) Un se encadena con que para formar frases ponderati­ vas : P. tiene unas salidas que desconciertan; una blancura que deslumbra. f) Contra lo que sucede con el, un se puede usar despren­ dido de su sustantivo, como cualquier otro adjetivo: los amigos se separaron; unos se fueron hacia arriba y otros hacia abajo. g) Hasta es sustantivable: Uno ha traído esta carta para usted. 11 Cfr. T. Navarro, Palabras sin acento, RFE, XX, 371. En esto unos, aunque ya pronombre indefinido procedente del numeral, se com porta en línea con los demás numerales (excepto ciento y m il ) que pierden el acento si preceden a otro numeral; cfr. 20 y 5 =25. Ver Navarro, ob. c i t ., página 357. Cien(to) lo pierde sólo ante mil.

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Todos estos puntos se resumen en que un, una tiene signi­ ficación pronominal (cuando no todavía numeral) y que está cercano a alguno, no al artículo el. Si por salvar los andamios pedagógicos se quiere decir que, con todas esas diferencias, un y el son dos especies de un mis­ mo género (dos subclases), entonces se renuncia a toda concep­ ción atendible de las categorías gramaticales. Conservar o no conservar significación léxica, estar o no gramaticalizado un signo, constituye la más grave y profunda separación, yo diría la división primaria de los signos lingüísticos en dos grandes clases 12. 2. a) Un, una se opone a el, la en una sola y misma situa­ ción coloquial: cuando se introduce en el hablar un objeto an­ tes no mencionado: «Hoy me ha visitado un estudiante.» «Por el aire volaba una paloma.» Cada vez que en adelante se hable del estudiante y de la paloma se dice siempre el estudiante, la paloma. Una vez presentados, no se los vuelve a presentar co­ mo no cambie la situación coloquial (por ejemplo, si llega un nuevo interlocutor). La alternancia un-el, como ocurre con todos los pronombres, pertenece, pues, a la técnica del coloquio 13 y no depende del modo (determinado-indeterminado) de nuestro co­ nocimiento del objeto. La función presentadora de un se basa 12 Dicho sea con la cautela que toda distribución clasificadora re­ quiere con los com ponentes de un sistem a abierto y móvil, com o son los sistem as lingüísticos. Los signos que vem os gramaticalizados se han ido gram aticalizando progresivam ente, de m odo que un signo no sólo está o no está, sino que lo está más o m enos. El que un = 1 admita plural, «unos pájaros», «unos 20», señala un paso hacia su gramaticalización. Con esta cautela por delante, digo que mi primaria división corresponde a la de Pfander, Lógica, entre sus conceptos de objeto y los (mal llam ados tam bién conceptos) funcionales puros y de relación, y a la muy general entre léxico y gramática, con razón teóricamente insatisfactoria si pre­ tende ser rigurosa, pues las categorías gramaticales están muchas veces condicionadas por el contenido léxico y al revés, pero válida en líneas generales. 13 En este sentido (aunque sólo en este sentido, no en lo de «consa­ bido») acertaron los gram áticos en reacomodar el concepto lógico de la determ inación al suyo de 'objeto consabido de los interlocutores’, que lo supedita a la situación coloquial.

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en su valor numeral, y el sustantivo a que se antepone signi­ fica de por sí el género (empírico) de objetos: un estudiante sig­ nifica '1 individuo del género estudiante’, una paloma '1 indi­ viduo del género paloma’. Los árabes suelen desarrollar esta implicación cuando dicen, por ejemplo, en una narración: «un día de los días...» La presentación consiste, pues, en una clasi­ ficación del objeto introducido, y ocurre igualmente con obje­ tos presentes, por lo tanto absolutamente determinados, que ausentes. . b) Presentación y clasificación son dos funciones juntas en un, pero discernibles: la clasificación es instrumental de la otra. Y hasta es frecuente la función clasificadora mentada di­ rectamente y no como instrumental, lo que nos guía a ver que es la básica y originaria en el valor total de un. Sólo en tales casos se puede repetir un con el nombre de un objeto ya pre­ sente en la esfera coloquial de atención. —«Alcánzame esa pi­ tillera.» —«Ah, ¿pero esto es una pitillera? Mira, J., dice P. que esto es una pitillera.» —«¡ Qué va a ser una pitillera!» — «Os digo que es de verdad una pitillera», etc. La clasificación se hace con un cuando hay género compuesto de individuos; se hace directamente con el nombre cuando significa materia 14 y siem­ pre que se apunte hacia el quid, la categoría mism a: «esto es un anillo, una pipa; esto es agua, plata, trigo, tierra». En «esto es una infamia», infamia significa 'acción infame', un individuo del género, pues la significación responde siempre a un modo de ver el objeto. Un objeto solamente individual, presente o ausente, no se clasifica, sino que se identifica si presente y se nombra en su existencia si ausente; por lo tanto, su nombre se introduce con el: —«¿Qué tengo en la mano?» — «Un libro», pero «La Gramática de Bello»; «Salió el sol entre presagios de tormenta». Clasificando personas 1S, a veces podemos elegir con relativa libertad de estilo entre un y el nombre directo: «Soy 14 En el romance del Infante Am aldos la galera «las velas traía de seda, la exarcia de un cendal», construcción im posible hoy y muy rara en la Edad Media. 15 No diríamos que «la Parker es pluma», sino «una pluma», ni que «Rocinante es caballo», sino «un caballo».

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soldado» responde sin duda a «¿Qué eres?»; «Soy un soldado» responde obligatoriamente a «¿Quién eres?» y potestativamente a «¿Qué eres?» El un que las gramáticas llaman enfático (ya Bello advier­ te que «P. es un holgazán» es más enfático que «P. es hol­ gazán») se conecta directamente con esta su función clasi­ ficadora. Un visitante de Guillermo II «estaba muy emocio­ nado de verse ante un emperador»; el giro es mucho más expresivo que «ante el emperador», porque al desdoblar el individuo (un) y la clase (em perador) se destaca y encarece la plena significación de la clase y el hecho de que aquel indi­ viduo la encarna. Se justifica en la importancia de la clase. Y de aquí, en extensiones no lógicas, sino afectivas, hasta llegar al uso con nombres propios: «Fulano es un Napoleón». En sí el nombre propio es sólo denotativo, sin declaración de cómo es particularmente el objeto que lo lleva. Carlos, Pedro, José, no conllevan en función denotativa que los que se llamen Carlos sean de una índole y los que se llamen José de otra. Pero pode­ mos, en operación de retroceso, cargar un nombre con todas las connotaciones implicadas en nuestra experiencia o conocimien­ to de un determinado Carlos o de un determinado José, y en­ tonces ese nombre se hace eminentemente connotativo. Signi­ fica no ya un ser, sino un modo de ser, un género (sólo retórica­ m ente dispuesto) al que pertenecen individuos: «Fulano es un Napoleón». La referencia a la vez a un individuo aceptado co­ m o real (Napoleón) y a un género expresivamente supuesto es clara. Y la atención e intención de la mente hacia uno y otro puede oscilar de tal manera que vayamos tomando el género cada vez más en serio como real, y dejando progresivamente al individuo en la penumbra de nuestra conciencia hasta ol­ vidar e ignorar del todo su realidad: «Es un Don Juan», «una Celestina o una celestina», «un Lazarillo o un lazarillo», «un César o un césar», «un Judas o un judas», «un pánfilo», «un zonzo». Como últim o eslabón de la cadena el procedimiento es aplicable al mism o sujeto que lleva tal nombre propio: «Un Carlos V no podía descender a ello». Es la mecánica de signifi­ cación propia del llamado indefinido (individuo -> género)

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la que ha permitido por su dualidad de elem entos tal uso es­ timativo. Por decir «un», que corresponde al ejemplar indivi­ dual, el «Carlos V» siguiente se constituye en un modo de ser con sus características cualidades enfáticamente aludidas (con­ notadas); un como género ad hoc, en el cual nuestro sujeto es el arquetipo. La idea de arquetipo se subraya aún con la inclu­ sión de «todo»: «Todo un Carlos V...» (también con nombres comunes: «todo un hombre», e t c .) 16. c) La presentación por el procedimiento de la clasifica­ ción no es mecánicamente obligatoria a cada primera aparición de un nombre ( = atención a un nuevo objeto) en el habla. En primer lugar no se hace con los objetos individuales, a no ser que se tenga la especial intención expresiva arriba alu­ dida: «Ya sale el sol», «los que están en el infierno no tienen esperanza de salir de él», pero «eres un sol», «aquella casa era un infierno». El género mismo tampoco se introduce con un, una, sino sólo sus individuos: «el perro es el amigo del hom­ bre», pero «le ha mordido un perro». Tampoco la clase consi­ derada como materia es introducida con un, porque falta el pensamiento de un ejemplar perteneciente a un género; se pre­ senta, igual que el género, con el, la, como objeto en su exis­ tencia, cuando nos referimos a la materia misma como una clase: «el oro es má valioso que la plata», «desprecia el oro»; y se presenta con el nombre sólo cuando significa la materia de que alguna cosa está hecha: «esto es oro», o «agua», o «ma­ dera» o «tierra», con referencia intencional al quid. Si podemos decir «esta es una plata de baja aleación», o es «una plata muy cincelada», es porque nuestra mente combina las catego­ rías de objetos en cruzadas organizaciones, pensando en un gé­ nero formado por los distintos objetos de plata en los cuales puede variar la aleación y la elaboración artística. En segundo lugar, junto a la intervención en el uso de un del modo de las significaciones (de individuos, de género, de ma­ todo un, v e r l a s p e n e t r a n t e s o b s e r v a c i o n e s e t i l í s t i c a s d e L e o Das synthetische und das symbolische neutral Pronomen im Franzosischen, e n s u s Stilstudien, I , 161. 16

S p itz e r ,

Sob re

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teria), interviene en el gobierno de estos usos la situación lin­ güística. La «lengua», como sistem a de signos, sólo se realiza y cum ple en el «habla», como acto concreto y ocasional. Y por consiguiente, es necesario que en toda investigación semántica, sea del léxico, sea de las categorías gramaticales, atendamos con criterio metódico al hecho de que en en toda ocasión de fun­ cionamiento la lengua se complementa y economiza apoyándose en el contexto y en la situación particular de los hablantes. Esto es lo que hace que no usemos la fórmula presentativa de la inclusión en un género (un) para introducir un objeto en el habla cuando lo damos por ya presente —por cualquier moti­ vo— en el ámbito de atención del oyente 11. Ambas condiciones, naturaleza de la significación y aprovechamiento de la situación coloquial, provocan en el uso una casuística mucho más nume­ rosa y complicada que la que yo he esbozado, y su estudio sería de gran interés y de gran rendimiento. En la posibilidad mental de ver un objeto desde diferentes ángulos y en la múltiple varie­ dad y gradación de las situaciones coloquiales está el margen elástico de variabilidad (estilo) permitido por el sistema de la lengua; y de vuelta, en la selección y fijación colectiva de las va­ riaciones (gramática) consiste la incesante evolución de la len­ gua como sistema. Para nuestro tema, consideremos que entre los miembros de una familia, y proporcionalmente entre amigos y conocidos, la situación tiene a la vez algo de continuado y permanente y algo particular de cada ocasión, según la materia de conversación. Por eso cuando en una familia compren una pala para la nieve, dirán que necesitan o que han comprado una pala, pero ya en adelante, mientras les dure, se referirán a ella como la pala, por17 Recom iendo a m is lectores el breve y certero artículo de Francisco Romero, Comunicación y situación (Revista de Filología Hispánica, V, 244-250), del que cito, p. 246: «La expresión lingüística, en cuanto función com unicativa, no expresa explícitamente cuanto se propone expresar, por sí sola, ni aun con sus subsidios m ínim os, sino que aprovecha los supuestos naturales derivados de la situación, om itiendo por obvio aquello que en cada situación dada suple espontáneam ente el destinatario de la com unicación.» «La com unicación realiza, pues, su intención presuponien­ do supuestos que com plem entan y amplían lo dicho.»

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que ya fué introducida como una pala en la situación coloquial permanente, y porque para la experiencia de toda la familia, aquella pala está ya presente en su esfera de atención. De la observación de casos semejantes han sacado los gra­ máticos la idea de «lo consabido»; pero tal pensamiento no en­ tra como componente en la significación ni en el gobierno d e un, una, aunque algunas veces lo ofrezca la realidad. La distin­ ción entre significación y objeto es obligatoria desde los estu­ dios de Husserl; sólo algunos rasgos de la caótica realidad del objeto significado entran estructuralmente en la forma inten­ cional de la significación. Cuando decimos una pulga, una ba­ llena, una espina, o un tiburón, un colibrí, un alfiler, la cate­ goría del género no hace alusión ni al tamaño, ni al peso, ni a la edad, ni a la agilidad o torpeza, ni al sexo de los objetos nombrados, aunque todos tienen tamaño, peso y edad, y algunos también sexo y agilidad o torpeza. Del mism o modo, es cierto que en la realidad algunas veces el objeto introducido con un no es consabido del oyente como individuo («ayer vi una golon­ drina»), y que en cambio lo es el nombrado con el (en la fami­ lia: «tráeme la pala»); pero esa circunstancia ocasional del ob­ jeto no es estructural en la significación. En «la caridad es una virtud», la caridad no es cualquiera de las virtudes, sino deter­ minadamente la virtud de la caridad, y con tal determinación lo piensa el hablante y lo entiende el oyente. —«¿Qué tengo en la mano?», pregunto, y se me responde: «Un reloj». No uno cualquiera de los relojes del. mundo, sino determinadamente éste que usted y yo estamos ahora viendo, sin que por eso nos sea lícito tampoco deducir que un es aquí determinante. Puedo decir con igual propiedad que «el mendigo extendió una mano» o que «extendió la mano», y en ambos casos se me entiende que extendió una de sus dos manos, sin que la tenga más poder significativo que una para determinar cuál de las dos era. «H e visto en la calle a un hombre y a una mujer; el hombre iba furioso y la mujer llorando.» Con «en la calle» no preciso en cuál de las calles, como dice la teoría del artículo determinante, ni, al contrario, necesita el oyente para comprenderme situar

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m i encuentro en una cualquiera de las calles de la ciudad 18, mi pensam iento ni apunta a una calle determinada ni a otra inde­ terminada (como tampoco apunta a otras alternancias de reali­ dad : ancha o estrecha, bien o mal pavimentada, llana o en cues­ ta, o la dirección del tránsito rodado): menciona la realidad común a todas las calles, lo que es en un poblado la calle en oposición al interior de las construcciones; lo que una madre significa cuando se lamenta de que su hijo se pase todo el día «en la calle». En cuanto a las personas de mi encuentro, tan no consabidas del oyente son cuando digo que «he visto a un hom­ bre y a una mujer», como cuando continúo que «el hombre venía furioso y la mujer llorando». Algunos gramáticos imper­ térritos intentan salvar el criterio de (in)determinación diciendo que los el, la de la continuación son determinantes porque ahora el hombre y la mujer son determinadamente los que el narra­ dor ha encontrado en la calle. Pero lo mismo sucede con un, una: ha visto precisamente a los que ha visto. Para el oyente 18 E sta interpretación es sin duda la m ás inconsistente entre las circu­ lantes, y no la habríam os aludido si no estuviera patrocinada por un fi­ lólogo distinguido com o Rodolfo Lenz, La oración y sus partes, § 174, para quien «El artículo indefinido... significa la expresa negación de toda de­ term inación, advirtiendo al interlocutor que puede pensar en cualquier ejem plar de la especie indicada por el sustantivo». Repetido un poco m ás abajo: «indica al que oye que puede pensar en cualquier ejemplar del grupo de individuos que se designan por el nombre del sustantivo». Es claro que si yo digo a alguien que «he comprado una casa», no le doy pie con ello para que m e atribuya la compra de la casa que se le ocurra, ni si denuncio a la Policía que «un hombre me ha asaltado», la Policía procederá a detener a cualquier ejemplar de la especie humana. N o achaco en caricatura a Lenz este pensam iento, sino el no haber ad­ vertido que su definición es mala porque lo implica. También lo es por decir que un «significa la expresa negación de toda determinación», pues si le m uestro a m i oyente un anillo y le pregunto qué es, responde: «un anillo». Cierto que si yo le pido al criado que me traiga una silla, hará bien en pensar en cualquiera de las sillas a mano; pero la prueba de que tal elem ento no se incluye estructuralm ente en la significación está en que en las ocasiones en que conscientem ente entra no nos conform am os con encom endar su expresión a un y añadimos cualquiera: «dame un papel cualquiera», o a un pianista, «toca una pieza cualquiera». Cierto que entonces es un, no el, el introductor, pero ello no justifica la inter­ pretación tradicional.

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tan poco o mucho determinadas son en la primera frase como en su continuación. Un, una constituyen simplemente el proce­ dimiento de introducir nominalmente un objeto que antes no estaba en la esfera común de atención de los dialogantes, y se hace con el expediente y rodeo de declarar a qué clase empí­ rica de objetos pertenece el nuevo individuo. Una vez dentro de la esfera de atención, ya se le sigue nombrando con el, la, en cuanto objetos considerados en su existencia, según la función propia del artículo.

V

NOCIÓN, EMOCIÓN, ACCIÓN Y FANTASIA EN LOS DIMINUTIVOS

§ 1. Aunque m i propósito es exponer sistemáticamente los valores actuales del diminutivo en español y sus dialectos, se m e permitirá una referencia a los e s t u d i o s h i s t ó r i c o s sobre las funciones originales de estas formas. La vieja idea de que de la significación empequeñecedora se ha derivado la afectiva —ya que los objetos chicos despiertan en nosotros, por veces, sentim ientos de protección y ternura o de desconsi­ deración y menosprecio— va siendo rechazada cada vez con más seguridad. El diminutivo, más bien, era el signo de un afecto. Así, W o l f f l i n , Philologus, XXXIV, 153, y Archiv für lat. Lexik., IX, 10 y sig s.; F . C o n r a d , Die Deminutiva im Altlatein, en Glotta, 1930, XIX y 1931, X X ; M u r a c h , Das Formans - ioxoq in den griechischen und lateinischen Sprachen, tesis doctoral, Kónigsberg, 1922 (comentada por Conrad); F. W r e d e , Die Deminutiva in Deutschen '. 1 «Si se m e perm ite resum ir lo expuesto hasta aquí: de 309 diminu­ tivos de Plauto sacados de 824 pasajes, en ninguno de ellos es obliga­ torio suponer una significación empequeñecedora. En ocho dim inutivos esa suposición es en verdad posible, pero no necesaria.» «No, el diminu­ tivo nada tiene que ver con lo grande o lo pequeño», Conrad en Glotta, XX , 79; X IX , 136. El tratado de Ferdinand Wrede se publicó en Marburg, 1908, en el m ism o volum en que los Studien zar niederrheinischen Dialektgeographie, de Jacob Ramisch, pp. 71-144.

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§ 2. Más interés aún que la prelación histórica entre el va­ lor empequeñecedor y el afectivo tiene el problema de la s i gn i f i c a c i ó n o r i g i n a r i a de estos su fijo s: o significaban la pertenencia, la semejanza, 'perteneciente a', 'a la manera de', 'descendiente de’, etc. ( columbina, diamantinus), o no suponían modificación conceptual alguna respecto de las palabras bases. K. B r u g m a n n y B. D e l b r ü c k , Grundriss der vergl. Gram. d. indg. Sprachen (Estrasburgo, 1906), III, §§ 541 y 547; C on rad , ob. cit.; M u r a c h , ob. cit.; L. S p i t z e r , Das Suffix -one im Romanischen (en Beitrage zu rom. Wortbildungslehre, Ginebra, 1921). La base de esta interpretación la dió un famoso artículo del eslavista A. B e 1 i é , Zur Entwicklungsgeschichte der slavischen Deminutiv- und Amplifikativsuffixe, en Arch. f. slav. Phil., XXIII, 132 sigs., y XXIV, 321 s ig s.2. En vez de la «signi­ ficación neutral» de B r u g m a n n y de los «sufijos sin signi­ ficación» de C o n r a d y M u r a c h , el germanista F. W r e d e consigue hablar positivamente: «Los diminutivos alemanes no son por su naturaleza palabras empequeñecedoras, sino que originariamente, lo mismo que los hipocorismos, son individua­ lizaciones destacadas... El diminutivo parece más bien conte­ ner un realce del concepto; un deslindamiento del concepto con relación a la ocasión particular, motivado en el afecto del hablante: mi pueblecito (mein Dórfchen) no tiene en manera alguna que quitar al concepto 'pueblo' ('Dor'), en esta ocasión particular, nada de su fuerza originaria ni de su contenido de significación, antes bien, sugerirá algo así como 'mi pueblo xax’ ¿£o77¡v’; su papel es especializar, en fin: personificar», página 135. Se pueden poner serios reparos lógicos a la formu­ lación de la idea de Wrede, en el sentido de que las palabras se refieren las más veces al objeto, a las cosas mismas en su si­ tuación particular, y otras —las menos— al concepto que de 2

cativa, cación m ism o por la form a

Un m ism o sufijo aparece con significación dim inutiva o am plifi­ deteriorativa o cariñosa. «En parte hay que partir de la expli­ de que el formante [el sufijo dim inutivo] había tenido por sí una significación neutral, que fluyó hacia uno u otro sentido sólo especial naturaleza de la palabra base o por el em pleo de la en diferentes situaciones.» K. B r u g m a n n , ob. cit., III, § 547.

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las cosas ten em o s3. Pero su idea es la más satisfactoria: el di­ minutivo destaca su objeto en el plano primero de la concien­ cia. Y esto se consigue no con la mera referencia lógica al ob­ jeto o a su valor, sino con la representación afectivo-imaginativa del objeto. Hay preponderancia de las representaciones de la fantasía. Y como la fantasía sólo acude agudizadamente conju­ rada por la emoción, por el afecto y por la valoración del objeto, aquí convergen la interpretación del diminutivo originario como una individualización interesada del objeto y la que ve en él el signo de un afecto. He llegado a la convicción de que a través de todas sus especializaciones conocidas, nuestros sufijos han conservado siempre este papel destacador del objeto, su función de pen­ sarlo representacionalmente refiriéndose a su agudizada valo­ ración. Y esto es lo que quería decir previamente para la recta comprensión de la exposición estilística que sigue. §3. Como c o n t e n i d o c o n c e p t u a l se señala para el diminutivo la significación de empequeñecimiento, la de refe­ rencia a objetos pequeños como clase, y, por fin, la contraria de aumento. Respecto a la significación disminuidora, sólo he de añadir que, a pesar de haber dado lugar a la denominación de diminutivo, es con mucho la función menos frecuente, tanto en la lengua escrita como en la oral; cualquier recuento con­ vencerá al lector de que el uso más abundante del diminutivo es el de las funciones emocional, representacional y activa de que luego hablaremos. Cuando el sentido central es realmente el de disminución, se suele insistir en la idea de pequeñez con otros recursos ( una cajita pequeña, una cosita de nada, etc.). Es raro, aunque perfectamente idiomático, encomendar exclu­ sivamente al diminutivo la idea de tamaño reducido. No he conseguido ver un ejemplo español en el que esta clase de sufijos tenga un indudable oficio aumentativo, como se lee a cada paso, o de superlativo, como corrige W. B e i n h a u e r , Spanische Umgangssprache, Berlín, 1930, pág. 161: 3 Para esta bifurcación en la referencia lógica, véase mi trabajo E sti­ lística y Gramática del artículo en español.

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despacito, deprisita, cerquita, juntitos, blanquito, callandito, etc., como 'muy despacio', 'muy de prisa', etc. G a r c í a d e D i e g o , comentando a Spitzer, ya observa que se trata (a ve­ ces, tenemos que limitar) de ponderativos. «En el grupo de deverbativos es donde se ve claramente que la ponderación de las acciones violentas da por resultado un aumentativo: apre­ tón, reventón, vomitona, intentona, a trompicones, a em pujo­ nes; mientras que la ponderación de las cualidades o acciones de recogimiento producen un diminutivo: modosito, callandito, a sentadillas, a juntillas» (RFE, IX, 7 6 )4. La idea de ponderación es a veces cierta, entendiendo por tal un énfasis del afecto y un realce de la representación. Pero no veo que contenga un 'muy’ como variante conceptual en correspondencia con una modificación objetiva. La idea de aumento o la de superlativo, ya abiertamente referida al con­ cepto, ya a variaciones del objeto, me parece poco sostenible para el español. No niego la posibilidad de que una palabra en diminutivo conlleve la idea de aumento o de grado alto; pero ha de verse si esa variante conceptual está significada por nuestro sufijo o por otro procedimiento: andaba despacíiito, puede significar 'muy despacio', pero lo hace con el alarga­ miento de la vocal acentuada, no con el sufijo. Lo mismo da andaba despáaacio. Quizá haya algunos ejemplos que me ha­ gan cambiar de opinión, pero los presentados hasta ahora han sido, sin excepción, mal interpretados. (Ante todo, es inútil estudiar el valor estilístico de un diminutivo aislado de toda situación real, como generalmente nos los presentan.) Entre u sted despacito, vaya deprisita no suponen más lentitud ni más celeridad que despacio y de prisa; son simplemente más cor­ teses o más recomendativos. Son diminutivos dirigidos hacia 4 El segundo grupo le falla al autor pronto (deprisita, corriendito, etcétera), y tiene que acudir a las extensiones analógicas. Hay otra opo­ sición interesante en los deverbativos que indican agente: gritón, soplón, mam ón, besucón, corretón, burlón, acusón, chupón, de un lado, y de otro, andarín, cantarín, saltarín, danzarín, matachín, parlanchín, etc. No parece que la alternancia obedezca al distinto carácter de la acción, sino a l distinto modo de contemplarla: -ón, -ín ponen distinto com entario.

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el prójim o y no tienen que ver con despacio o de prisa. Es com o decir: 'de prisa, ¡por favor!, bitte!, please!’. Ningún es­ pañol va a interpretar me gusta la sopa calentita como ’muy caliente'; el diminutivo insiste afectiva y representacionalmente en el calor y en el gusto (Véase adelante, §§ 12 y 13). Con ya estam os los dos solitos un enamorado no significa una soledad mayor que con los dos solos, algo así como 'ganz allein' (Beinhauer). Solitos apunta a la especial emoción que le causa el estar los dos a solas. La función de estos sufijos, lo mentado con ellos, no es nada referente al aumento de lo nombrado, sino a lo que nos afecta: visión agudamente subjetiva. § 4. La interpretación de que, en sus orígenes, el diminu­ tivo era el s i g n o d e u n a f e c t o vale hoy todavía en mul­ titud de casos. En el examen estilístico no sólo hay que contar aquí con el cariño y el desprecio y variantes de intensidad, sino con otras de cualidad. Ibamos tan arrimaditos, dicho por un enamorado, puede expresar regusto erótico. Entre los afec­ tivos se suelan incluir, como de signo negativo, los despecti­ vos; pero mujercita-mujerzuela, casita-casucha no son parejas de meros contravalores. Caballejo, vejete, hierbajo, bodijo, etc., aunque suelen ir acompañados de emoción, lo que denuncian más bien es una valoración y categorización del objeto. Por lo tanto, si mujercita, casita, caballito, etc., son diminutivos de dominante emocional (ternura, amor, orgullo de propietario, complacencia por sentir el objeto en la propia esfera vital), estos otros lo son ya de dominante estimativa e intelectual, por más que no haya un valor sin su correspondiente em o­ ción, ni emoción que no suponga un valor. Aunque los llama­ dos despectivos pueden ir acompañados de hostilidad, odio, desamor, desprecio, e t c .5, las más veces son desvalorativos en un sentido categorial (de dominante intelectual), con escasa emoción. Sin embargo, cualquiera de los sufijos de esta fami5 H e aquí un ejem plo claro de sufijo -ete: R am iro sintió impulsos de to contra aquel galancete, rubio com o com o una hem bra (E. L a r r e t a , La

dim inutivo em ocional (hostilidad) con salir al balcón y lanzar un denues­ un extranjero, blanco y sonrosado Gloria de D. Ramiro, I, 24).

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lia puede tener alternativamente, según la ocasión, dominante afectiva o intelectual. Ver adelante § 13. Falta estudiar históricamente algunas especializaciones de que informan las gramáticas (V. G a r c í a d e D i e g o , Elem. gram. hist. cast., Burgos, 1914, §§ 195 y sigs.; Gram. Acad., §§ 182 y sig s.)6. Problemas especiales presenta el que un m is­ mo sufijo pueda expresar alternativamente amor y desamor. Tomo un ejemplo de los Q u i n t e r o , El genio alegre, III. —Bien. Muy bien. Perfectam ente bien. De todo lo cual yo colijo que usted autoriza en el austero palacio de los Arra­ yanes la construcción de ese teatrillo, de que antes ha hecho mérito. D o ñ a S a c r a m e n t o .—Teatrillo, no; teatrito. Lo he prom etido ya. D

qn

E

l ig i ó .

Teatrillo (subrayamos nosotros) denuncia la hostilidad del administrador hacia el proyectado teatro. La marquesa, con el cambio de sufijo, destaca el oficio conceptual del diminutivo («teatro pequeño») y corrige a la vez la injusta cargazón afec­ tiva (pseudodesvalorativa) de teatrillo. ¿Por qué tal oposición? Algún apoyo hay en que, aun dentro de las comedias de los Quintero, -illo suena un poco más a pintoresco y a pueblo que -ito, preferido por los señores. El oficio adicional de evocación, que estudiamos en el § 14, ha podido pues denunciar a la mar­ 6 Aunque sin el rigor que hoy exigiríam os, ya tenem os en nuestros gram áticos clásicos noticias de estas especializaciones. Juan de Miranda, Osservationi della lingua castigliana, Venecia, Gabriel Giolito, 1565, p. 78: -ita 26 El ejem plo m ás claro es el del sufijo -¿no. En diamantino, leonino, castelarino, etc., todavía mantiene hoy en español su significación de ’de la calidad de’, 'propio de', 'perteneciente a’, etc. Pero de ahí nació el que columbinus, palom binus se especializara en el sentido de las crías, y el que, por extensión, -ino adquiriera la significación y los valores todos del dim inutivo.

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Estudios lingüísticos

nutivos elocuentes ( de rodillitas), que insisten sobre la exis­ tencia de una realidad (§ 12), y en los estéticos y valorativos {con un cuchillito, por escalerillas de agua), que lo hacen sobre lo valioso de esa realidad, o si se quiere, sobre cómo nos afecta y cómo encaramos la visión de esa realidad (§ 13). Y como la contemplación de lo valioso descarga emoción, los estéticos y lo s valorativos vienen a darse la mano con los emocionales { las balaustraditas.) Parece como si la constante en el dimi­ nutivo fuera ese destacar la representación del objeto, como si realmente fuera signo de eso; modos de pensar que suponen representación y no sólo concepto; fantasía y no mera razón o referencia lógica; pensar en la cosa y no sólo apoyarse en la palabra. Luego, la situación, los consabidos y el contexto dan los indicios de cuál es el motivo de esa atención privilegiada, si la ternura o el desamor por el objeto, si el acercamiento o el apartamiento de él, si la complacencia o la displicencia, si e l saboreo o el disgusto, si la insistencia enfática en el objeto o la detención en el interés con que lo vemos. Los diminutivos que no se refieren al objeto nombrado, sino que se disparan hacia el oyente, requieren explicación aparte. Ya los de frase (§ 5), aunque en el lenguaje solitario, suponen un uso derivado; la profusión de diminutivos en una frase, y a veces uno solo, indica una extensión del temple, que origina­ riamente correspondía al pensamiento del objeto nombrado, hasta alcanzar al complejo entero que lo incluye. Tanto más hay que reconocer derivación histórica en la función de los diminutivos activos y efusivos hacia el oyente (§§ 6-10). El pun­ to de arranque está en los vocativos en diminutivo, donde el oyente es a la vez nombrado (Mi Milphidisce!, ¡San Cristoba­ lita!). Presionan con el cariño; de afectivos se hacen a ctivos27. Señalemos de paso que estos diminutivos invocadores, de donde arrancan los activos, efusivos y corteses, son claramente medios destacadores del objeto, lo mismo que los representacionales 27 Así tam bién L . S p i t z e r , LGRPh, Loe. cit. Lástima que por creer­ se polem izado por mí, me lo oponga com o un reparo a m i exposición prim era, sin reparar en que yo no hablaba de precedencia histórica, sino de dominante psicológica.

Noción, emoción, acción y fantasía en los diminutivos

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estudiados. Así la preponderancia de la fantasía viene a dar uni­ dad a toda la evolución histórica de estas formas. La cuestión particular es ahora ésta: ¿cómo es posible llegar desde los invocativos al uso de los diminutivos de frase, con efusión afec­ tuosa hacia el oyente o con intención activa sobre él? Es claro