El poder de las sonrisas


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Table of contents :
El poder de las sonrisas
Un sueño cumplido
Sentirse amado
Introducción
1. El viaje
2. La ilusión de un sueño
3. Una nueva vida
4. La adaptación
5. Vivir
6. La segunda mano
7. «Cada sonrisa ilumina el mundo»
8. La platea
9. Caminando hacia un Bombay mejor
10. El árbol
11. La llave
«Balwadis» (guarderías)
Educación primaria y secundaria: Yashodhan School
Educación pública para todos: recursos pedagógicos (Sangati) y lucha común (Open House)
Educación superior: «Sonrisas futuras»
12. La semilla
Oncología pediátrica: proyecto HOPE
Campos de salud
Desarrollo socioeconómico: el poder transformador de la mujer
13. Apoyo social
Socios colaboradores
Voluntarios
Medios de comunicación
Premios y reconocimientos
14. Un sector mejor
15. El «niño» se independiza
Presidir
Difundir
Abogar
16. El poder de las sonrisas
Biografía
Créditos
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El poder de las sonrisas

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El poder de las sonrisas La fuerza transformadora de un sueño

JAUME SANLLORENTE

www.megustaleerebooks.com

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A todas las Sonrisas de Bombay y de otros lugares del mundo que comparten conmigo el sueño de un mundo mejor.

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Es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada. WILLIAM SHAKESPEARE

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Un sueño cumplido La pobreza es uno de los principales problemas en la India, especialmente agravado por una gran disparidad entre ricos y pobres. Muchas personas cometen suicidio debido a sus difícilmente mejorables condiciones socioeconómicas, en medio de un clima de discriminación e injusticia. Bombay es una gran ciudad cosmopolita, pero con mucha pobreza: alberga el slum más grande de Asia —Dharavi—, así como otras zonas de chabolas donde sus habitantes viven en una situación patética. El Gobierno debería ayudar a que las personas accedieran a sus derechos básicos de igualdad, comida y vivienda. La educación es sin duda muy importante a la hora de cosechar una vida de éxitos. Refuerza la confianza de una persona para trabajar duro y alcanzar los horizontes que desea, ofrece el apoyo necesario para ser una persona exitosa. Conocí a Jaume Sanllorente, autor de este libro, cuando yo tenía diez años y vivía en un orfanato a las afueras de la ciudad, al que me llevaron mis familiares más cercanos al no poder acarrear con los gastos de mi mantenimiento. Allí pasé mi infancia y allí conocí a Jaume la primera vez que visitó el centro, antes de venir a vivir a Bombay. Sonrisas de Bombay, de la que continúo siendo beneficiario gracias al programa «Sonrisas futuras», desempeña un papel fundamental en mi vida, y estoy eternamente agradecido a la organización y a todas las personas que la apoyan por su atención continua y sus respuestas para enfocar mis necesidades educativas. Actualmente resido con una tía mía en el barrio de Malad y cuento en todo momento con el apoyo de la organización que fundó Jaume. Aunque he suspendido matemáticas, he finalizado mis exámenes del curso 12º y pronto iniciaré los estudios en Organización de Eventos, un sueño que Sonrisas de Bombay me ayuda a perseguir. La constante ayuda de Jaume Sanllorente, así como el de todas las personas que le han apoyado, ha permitido que esté alcanzando mis estudios superiores y que mi sueño de ser organizador de eventos se cumpla. JITESH DUDHUADKAR

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Sentirse amado Debido a la pobreza existente en la India, existe un número muy elevado de niños de zonas de chabolas, algunos huérfanos, otros con familia, que no pueden acceder a la educación. Las personas que más lo necesitan no reciben apoyo y no pueden estudiar, con lo que sus capacidades se ven coartadas. Solo la educación tiene el poder de cambiar la situación y el sistema, permitiendo a una persona acceder a una vida de éxito. Cuando yo era muy pequeño, mis tíos paternos, al no poder financiar mi educación y comida, decidieron llevarme a un orfanato cerca de Bombay en el que viví más de nueve años. Allí conocí a Jaume Sanllorente. Aquellos años fueron maravillosos y guardo aún buenos amigos de esa época. Recuerdo especialmente las visitas de personas que venían de España para conocer el centro y a Jaume ¡Nos divertíamos mucho! Jugábamos al fútbol, practicábamos otros deportes y salíamos a hacer muchas actividades, como ir a un parque acuático el día entero. Yo disfrutaba mucho conociendo personas de fuera, que me enseñaban canciones y juegos. Sonrisas de Bombay ha tenido un papel inmenso en mi vida, así como en la de numerosas personas con enorme necesidad de la ciudad de Bombay. Gracias a Sonrisas de Bombay he podido estudiar y disfrutar de mi infancia. La organización no solo trabaja la educación para personas sin recursos, sino que cuenta con muchos otros programas, por ejemplo de salud. Actualmente vivo en un piso compartido en Charni Road y compagino mis estudios superiores — debo esforzarme más — con un trabajo a tiempo parcial en una empresa de catering que me permite costear mis gastos (más allá de los educativos, financiados por Sonrisas de Bombay). Quiero disfrutar de la vida y lo estoy consiguiendo gracias a Jaume Sanllorente y a Sonrisas de Bombay, cuya trayectoria queda plasmada en este libro. VAIBHAV MANE

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Introducción

La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da mucha más luz. PROVERBIO ESCOCÉS

La humanidad subestima el enorme poder de una sonrisa. Esta no se encuentra suficientemente valorada, ni ocupa en la historia el lugar que merece. La fuerza de una sonrisa es incalculable y su poder está, sin lugar a dudas, totalmente infravalorado en las sociedades modernas. El diccionario define la sonrisa como el «gesto de curvar suavemente la boca, que indica generalmente alegría, agrado o placer». A su vez, Wikipedia, entre otras definiciones, señala que «sonreír no solo cambia la expresión de la cara, sino que también hace que el cerebro produzca endorfinas que reducen el dolor físico y emocional y proveen una sensación de bienestar. La mayoría de las personas lo hacen sin pensar; cuando ves a alguien sonreír, la felicidad se pega». Este último apunte es significativo, pero aun así en ninguna de las definiciones, más o menos amplias, que he encontrado acerca de la sonrisa aparece el papel crucial que seguramente habrá tenido en capítulos históricos de enorme repercusión para la humanidad, ni su poder para transformar milagrosamente realidades que no son de nuestro agrado. No creo que exagere ni caiga en cursiladas absurdas si me empeño en destacar el rol, casi vital, que ha desempeñado y desempeña en la actualidad, y en cada rincón del mundo, la sonrisa y su poderosa onda expansiva. La sonrisa es sinónimo de positivismo, optimismo, confianza, esperanza, alegría.

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Supone algo tan simple como pretender caminar por un laberinto sin luz o hacerlo con luz certera, iluminando además a las otras personas con las que nos cruzamos en el camino. ¿Acaso sabemos si un tratado de paz se hubiera firmado si al estrecharse la mano los dos líderes políticos que lo firmaban no hubieran sonreído? ¿Sabemos si una sonrisa ha salvado vidas o ha evitado una muerte a tiempo? ¿Si alguien, con el solo gesto de sonreír, ha alcanzado metas impensables? Estoy seguro de que grandes avances para el conjunto de la humanidad han sido posibles gracias a una sonrisa y a todos los valores y sensaciones irradiados por un gesto tan fácil. Sonriendo es precisamente como acogí la propuesta para escribir este libro. Hay ocasiones en la vida en que se nos presenta de forma inesperada una buena oportunidad, si bien, por circunstancias ajenas a nosotros, no es ese el momento adecuado para incorporarla a nuestra cotidianeidad. Otras veces, esa oportunidad, a pesar de que la estamos esperando, parece no llegar jamás cuando es necesaria —para eso aprendí que todo se cruza en nuestro destino cuando tiene que surgir y que si no llega es siempre por algún buen motivo, simplemente porque no tenía que llegar—. Y, en cambio, en otras ocasiones algo surge en el momento adecuado, cuando las circunstancias y los astros parecen alinearse para que suceda algo fantástico. Y eso es lo que ocurrió precisamente cuando se puso en contacto conmigo el editor del presente libro. Durante los últimos años he intentado evitar ofertas y propuestas para emprender proyectos relacionados con Sonrisas de Bombay que se centraban siempre en mi figura; he medido mucho mis apariciones en prensa, reduciéndolas a la promoción de otros libros no relacionados con la organización que fundé hace casi diez años, sino con mi trabajo como escritor. Y me he esforzado, como director, en dar alas a personas del equipo con grandes competencias comunicativas para que sean también la voz de la organización, una voz que en muchas ocasiones había tenido que asumir yo en solitario. Por eso, si las propuestas que han ido llegando estos últimos años pretendían basar todo el trabajo y los resultados de la organización únicamente en unos méritos individuales —los supuestamente míos, en este caso—, han sido denegadas automáticamente, sin dar lugar a que me pudieran convencer, y las he derivado automáticamente a otros miembros del gran equipo que hoy conforma Sonrisas de Bombay. No en vano he invertido muchos esfuerzos en forjar un equipo fuerte e ilusionado, 8

comprometido y profesional, que no se base o se centre en mi figura, sino en la visión de un Bombay libre de pobreza e injusticia social a través de un trabajo de Cooperación al Desarrollo sólido, eficaz y sostenible. No se trata de que me sigan a mí, sino de que persigan, en mi compañía o sin ella, el ideal de una India donde todos los ciudadanos, por igual y sin excepciones, tengan garantizados sus derechos humanos más elementales. Por otro lado, en estos últimos años he reincidido en un error: mirar poco hacia atrás desde la satisfacción. Solo lo he hecho desde la autocrítica, para aprender de los errores pasados y avanzar hacia la mejora constante. Cuando tantas veces los periodistas me han preguntado acerca de cómo me siento cuando miro hacia atrás y veo los resultados conseguidos, mi respuesta sincera siempre ha sido la misma: «Tengo el defecto de recrearme poco en lo hecho y focalizar en lo que se debe hacer aún». Si bien es cierto que eso forma parte de mi idiosincrasia y difícilmente lo podré cambiar —porque, a decir verdad, tampoco creo que sea un defecto horrible—, en el fondo ahora me tocaba hacer un paréntesis en el análisis constante, y observar por vez primera desde la complacencia. Por eso la propuesta de este libro llegó en el momento ideal: porque me da la libertad de hablar del trabajo realizado desde mi perspectiva, pero estando ya tranquilo de que eso no condicionará en absoluto la fuerza del equipo que compone hoy la organización —El poder de las sonrisas es también un homenaje a todas las personas y agentes implicados en el día a día de la organización—, y porque me permite mirar hacia atrás retratando con cariño los aciertos y los muchos errores que también cometí, errores que venero y veneraré siempre porque han supuesto grandes lecciones y la mejor forma de avanzar hacia la excelencia que buscamos todos los días en nuestro trabajo hacia un Bombay más justo. Por otro lado, ya que se me brinda esa posibilidad, este libro es una buena manera de dar a conocer el resto de programas que implementamos sobre el terreno, así como el conjunto de colectivos beneficiarios. Tengo la sensación de que el gran público sigue teniendo la percepción de que Sonrisas de Bombay es una organización dedicada solo a la infancia, cuando ya hace mucho tiempo que dejó de ser así. «Queremos que expliques cómo este sueño que era Sonrisas de Bombay ha podido ir avanzando y ser extensivo a un equipo de personas y grupos que lo han hecho posible, más allá de tu persona», me decía el editor en nuestra primera reunión en Barcelona. Y 9

dio en el clavo, usó las palabras mágicas para convencerme al instante y ponerme a escribir. Las siguientes páginas son la explicación, a mi manera y desde la honestidad, del modo en que un sueño individual, una utopía con la que llegué a Bombay hace años tan solo con una pequeña maleta, se ha convertido en el proyecto común de miles de ciudadanos indios y cientos de profesionales que dedican todos sus esfuerzos e ilusión a perseguir un Bombay libre de pobreza e injusticia social. El editor consideró, al hacerme la propuesta, que mi testimonio podría servir de ejemplo a otras personas que quieran emprender algún proyecto fruto de un sueño o utopía; o realizar algún cambio en su vida, o tomar una decisión que repercuta en sus vidas y en las de los demás. Y es que para todas esas acciones solo hay una vía: el optimismo y el positivismo, la ilusión y la certeza de saber que todo futuro es mejor. La vida es como un camino —o mejor dicho, como muchos caminos— y por eso hay que andar a paso firme —unas veces más lento, otras más rápido—, teniendo clara nuestra meta sin olvidar que podemos ir avanzando metros gozando de la belleza del paisaje que nos rodea. Cuando uno sabe a dónde va y se mantiene firme en su destino, sabe disfrutar de todo lo que se encuentra en el trayecto, incluso considera que es bueno perderse por atajos y laderas, porque se topará con vivencias que enriquezcan su experiencia y reafirmen su paso, sin que se estropee la brújula hacia la meta final. Tan solo manteniendo la ilusión por seguir andando, podremos levantarnos mejor después de cada caída y aprenderemos a evitar, o incluso a valorar, las piedras con las que tropecemos. Para esa excursión vital, sin embargo, hay algo muy importante que deberemos incorporar en nuestra mochila: la sonrisa. Salir de casa sin una sonrisa incorporada es como salir desnudo —en este caso, una desnudez indigna y triste—. Prueben algo tan sencillo como empezar el día sonriendo y seguir haciéndolo al entrar en una tienda o pedir en un restaurante, fusionando ese gesto perenne en muchas de nuestras tareas cotidianas o excepcionales. Verán los prodigiosos resultados a su alrededor. Ojalá alguien se animara, algún día, a realizar un trabajo de investigación empírico y basado en pruebas reales —desconozco si ya existe— sobre el impacto de una sonrisa en los resultados de nuestras acciones. Estoy seguro de que los datos estadísticos resultantes me darían la razón al ensalzar su poder. 10

El mundo no sería el mismo si en un determinado lugar, en un momento concreto, alguien hubiera emprendido una u otra acción sin una sonrisa en la cara. Al menos en mi caso, puedo afirmar categóricamente que la sonrisa ha tenido un papel crucial en el nacimiento, y posterior vida, de la organización que fundé hace casi diez años, Sonrisas de Bombay. Y en las siguientes páginas intentaré explicar y demostrar cómo.

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1 El viaje

Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad. CONFUCIO

Aunque a veces tengo la sensación de haber repetido hasta la saciedad, en entrevistas concedidas a medios de comunicación, conferencias o incluso en un libro, cómo nació Sonrisas de Bombay —con el paso de los años he aprendido a decirlo en solo dos frases y de una forma muy resumida—, creo que es importante volver a hablar de ello para comprender mejor los hechos posteriores. Por lo tanto, sin extenderme demasiado en relatar los sucesos anteriores a la creación de la entidad, dedicaré al menos un capítulo a refrescar la memoria de los lectores que conozcan mi historia y poner en situación a quienes aún la desconozcan. Retrocedamos diez años, justo en el momento en que la India, y muy especialmente la ciudad de Bombay, se cruzaron en mi camino. Por aquel entonces, yo vivía en mi Barcelona natal y combinaba dos ocupaciones: durante el día trabajaba como periodista en una revista de economía especializada en comercio exterior, logística y tráfico portuario, y durante la noche, como relaciones públicas en uno de los locales de moda más chic de la Ciudad Condal. Si a lo largo de las primeras horas de la jornada me hartaba de ver corbatas y trajes caros, a partir del atardecer pasaban ante mis ojos los relojes de oro y brillantes más lujosos que he contemplado jamás, y las botellas de champán más grandes que he tenido nunca en mis manos. Tanto en un sitio como en el otro, era feliz y disfrutaba de mi trabajo. En el primero, porque estaba desarrollando la carrera profesional cuyos estudios había cursado:

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periodismo. Y en el segundo, porque me divertía. En ambos trabajos me gané —o al menos así lo creo— el respeto de mis compañeros a base de amabilidad y seriedad. Y ellos, sin duda, se ganaron también el mío. Aparte de los dos trabajos tenía un fantástico grupo de amigos con el que disfrutaba al máximo de una maravillosa ciudad como es Barcelona, y a mi padre —mi madre había fallecido hacía años— y a mi abuela materna como núcleo familiar sólido y amoroso. Lo tenía todo, o casi todo, para ser feliz. Y lo era. Lo puedo afirmar de manera rotunda y sin ningún atisbo de duda. Por fin coincidió el tiempo de vacaciones que me daba la revista, con unas semanas libres que me correspondían en el local donde también trabajaba, así que entré en una agencia de viajes dispuesto a comprar un billete de avión para Ciudad del Cabo. Me atraía el África subsahariana, ya que, durante la carrera universitaria, había realizado un extenso trabajo sobre la implicación de Europa en el genocidio ruandés, uno de los episodios más sangrientos y vergonzosos de la historia de la humanidad. Así que pensé que Sudáfrica supondría una entrada suave a ese continente que tanto me seducía. Pero nunca me pasó por la cabeza la idea de vivir en un país subdesarrollado o en vías de desarrollo; eso era, en mis propias palabras, «para los oenegeros kumbas que pretenden cambiar el mundo y no cambian nada». ¡Qué ironías tiene el destino! Y para que quede aún más clara mi animadversión hacia según qué tipo de países, explicaré una anécdota que me sucedió cuando tenía apenas trece años. Mis padres me enviaban todos los veranos a algún pueblo de Inglaterra para estudiar inglés y para que me espabilara un poco —¡que Dios bendiga aquella decisión!—. Al ser hijo único, pensaron que la convivencia diaria con otros estudiantes y la necesidad de tener que apañármelas por mí mismo en tierras ajenas iría muy bien para mi formación como futuro adulto. En muchas de aquellas estancias también conviví con una familia inglesa como si fuera uno más de sus miembros, además de acudir todas las mañanas a una academia para perfeccionar el idioma. Pues bien, uno de esos veranos tuve un disgusto colosal y exigí que me cambiaran de hospedaje porque la familia que me habían asignado… ¡era india! ¡Cuántas veces me he reído —y avergonzado a la vez— de aquello, pensando que, si el destino está guiado por alguien, llámenle Dios o como ustedes prefieran, seguramente en ese momento se rió a gusto pensando en lo que me tenía preparado! Pero volvamos a la agencia de viajes y a aquellas vacaciones de hace diez años. Allí 13

terminaron por convencerme, no sé cómo —quizá porque era muy económico—, de que escogiera un tour al que llamaban «India en libertad»: tres semanas visitando a mi aire ciudades y pueblos de aquel enorme y lejano país. India en libertad, una nueva ironía: ese viaje derivó, con el tiempo, en la libertad: la de las nuevas oportunidades para miles de ciudadanos de ese país, y la mía propia. La India me horrorizó. Aún me sorprende que, a día de hoy, algunos periodistas sigan escribiendo que lo mío con la India fue un amor a primera vista, cuando en realidad fue todo lo contrario. De hecho, la India sigue sin entusiasmarme, y continuará siendo así mientras exista allí un índice de pobreza tan desmesurado, y los derechos humanos sean ultrajados a diario. Siempre digo que mi relación con la India es como un matrimonio de conveniencia: nos casó el destino en su día y, poco a poco, hemos aprendido a amarnos y respetarnos, a conocernos mutuamente, mientras compartíamos dichas y desdichas, hasta llegar al cariño infinito que hoy nos tenemos. El roce hace el cariño, dicen. ¡Y vaya si hemos tenido roces la India y yo! El primer día de viaje estuve a punto de hacer lo que han hecho muchas personas que he conocido cuando han llegado a la India por primera vez: adquirir un billete de vuelta y regresar a España. Pero ya había pagado el viaje y aquel lugar merecía una oportunidad. Pasaron los días y la pobreza que me rodeaba en todo momento me cortaba la respiración y aumentaba la velocidad de mis latidos. Por supuesto que era conocedor de la desigualdad que existe en el planeta y de las lamentables condiciones de vida de un amplio sector de la población —todos o casi todos tenemos en casa ese aparato llamado televisor donde a diario vemos compañeros de planeta muriendo de hambre o víctimas de la injusticia más atroz, y apenas reaccionamos, como si aquello no fuera con nosotros —, pero verlo en vivo y en directo me hacía tomar otra conciencia. A pesar de que me alojaba en buenos hoteles y pasaba las jornadas visitando museos, palacios espectaculares y monumentos imponentes, era imposible no fijar la mirada en aquella otra India que se colaba en mi mente y mi alma como se cuela la luz de forma impertinente entre las rendijas de una puerta cuando pretendemos dormir. El hedor —a veces insoportable— de aquella realidad descarnada pobló mis fosas nasales para no abandonarlas nunca más. Una vez finalizado el viaje, regresé a Barcelona y volví a la normalidad de mis dos trabajos. Sin saber muy bien por qué —como sucede con tantas cosas importantes en la 14

vida—, avanzaban las semanas y sentía una creciente necesidad de regresar a aquel país que apenas me había gustado. Tal vez quisiera darle una segunda oportunidad, y pensé que el sur me atraería más y que bajando la categoría de los hoteles conocería más a fondo el país —soberana tontería, porque, por ejemplo, uno conoce de Madrid lo que desea conocer, esté alojado en un hotel de lujo en el paseo del Prado o en una pensión de Vallecas—. La cuestión es que sentía la necesidad imperiosa de regresar a la India, esta vez empezando el viaje por la ciudad de Bombay. Si unos meses atrás, durante las primeras horas de viaje iniciático, la India me había causado una fuerte impresión negativa, los sentimientos que me generó aquel fascinante país en este segundo viaje que ahora empezaba —entrando por Bombay— fueron mucho peores. Aquella ciudad a la que llegué de madrugada, con casi veinte millones de habitantes, un tráfico descomunal y los mayores contrastes que pueda contemplar un ser humano, me pareció una verdadera locura. Uno de cada dos residentes de Bombay —la capital financiera de la India— vive en suburbios: la cifra más alta del mundo, según un reciente informe de la Corporación Municipal de Brihanmumbai y del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Se calcula que entre un cuarto y un tercio de la población urbana del estado de Maharashtra reside en los suburbios de su capital, Bombay, que es la ciudad más poblada del país. El año que llegué allí por primera vez, Bombay tenía una renta per cápita que doblaba la media anual del país, pero, a pesar de esta ventaja, los ingresos de casi el 10 por ciento de la población de la ciudad no superaban los 8,7 euros al mes. Esto significa que esas personas tenían que vivir con 0,2 euros al día. Desgraciadamente, las cifras no son muy distintas en la actualidad. La pobreza urbana latente en Bombay no se basa solo en la ausencia de ingresos —y de oportunidades, sobre todo—, sino también en la imposibilidad de acceder a los servicios básicos y en la nefasta calidad de sus viviendas. No me extenderé sobre aquel viaje y mis primeras tomas de contacto con la realidad más atroz de la ciudad —descritas minuciosamente en mi primer libro—, pero sí les diré que cuanto más de cerca conocía las condiciones de vida de los habitantes de las enormes extensiones chabolistas de aquella megalópolis, más agitada estaba mi conciencia. Pasaron los días y, cuando quedaban pocas horas para que mi segunda visita a la India 15

concluyera —iba a ser la última, ya lo había decidido—, pensé que sería casi una bajeza moral abandonar aquel lugar sin entrar en contacto con alguna organización local o persona que quisiera cambiar la lastimosa realidad que contemplaban mis ojos a cada paso. Pensé que tal vez podría escribir un artículo o hablar con algún colega de profesión que trabajara en un medio menos especializado para que pudiera publicar unas líneas buscando ayuda. Ya en el último día de viaje, entré en un cibercafé del barrio de Colaba —la zona turística de la ciudad, en la que me alojaba— y empecé a buscar por la red hasta dar con una especie de federación de organizaciones indias. Anoté, casi por azar, uno de los primeros teléfonos que aparecían en el directorio de organizaciones y bajé a una tiendecita para llamar. Pocas horas después me venían a buscar para mostrarme un pequeño orfanato con cuarenta niños, a las afueras —muy a las afueras— de aquella inmensa ciudad. Creo que esa fue la gestión más veloz que he vivido jamás en la India durante todos estos años. Aún hoy me pregunto cómo pudo fluir todo tan rápido en el lugar de las mil trabas. Una vez en el orfanato, a medida que me explicaban el pasado de cada uno de aquellos niños que tenía delante, mi asombro iba en aumento. Un menor de una de las zonas de chabolas más deprimidas de la ciudad tiene tres opciones de futuro. La primera —la más suave— es terminar recogiendo basura junto a sus familias para después revenderla a empresas de reciclaje. La segunda opción es la prostitución, incluso para niños de tres a cinco años, que son explotados generalmente en el distrito de Kamathipura —también conocido como «distrito de las luces rojas»—, uno de los mayores epicentros asiáticos de explotación sexual y destino de tráfico humano. La tercera opción es depender de una serie de mafias que obligan a los niños a pedir limosna y han llegado al extremo de amputarles las extremidades o rociarles la cara con ácido para que inspiren mayor compasión a la hora de mendigar. Reconozco que puede sonar exagerado o excesivamente dramático cada vez que hablo de estas opciones de futuro, pero me apena decir que se ajusta perfectamente a la imperiosa realidad. Cuando se estrenó la película Slumdog Millionaire —desde aquí mi agradecimiento a Filmax por donar parte de los beneficios de su estreno en España a Sonrisas de Bombay —, muchos, especialmente en la India, consideraron que la realidad de Bombay que se mostraba era totalmente desajustada y exagerada, y llegaron a calificarla de «pornografía 16

de la pobreza». Pues les aseguro que la realidad que retrata la película es la misma que he contemplado en innumerables ocasiones durante los últimos años de mi vida. ¿Todo Bombay es así? No, está claro. Pero esa realidad, nos guste o no, existe en Bombay. Siempre que me preguntan acerca de Slumdog Millionaire y de si se ajusta o no a la verdad, pongo el ejemplo de otra película española, una de mis favoritas: Todo sobre mi madre, del gran Pedro Almodóvar. La realidad de Barcelona que presenta está repleta de prostitución, droga y otros aspectos con muy poca solera. Está claro que no todo en Barcelona es así, pero se trata de una realidad que existe en la Ciudad Condal. Volviendo al orfanato, diré que casi todos los niños que vivían en aquel lugar llevaban a sus espaldas un pasado indecible, manchado de penuria por mafias, explotación y otros aspectos que hasta ese momento me parecían casi ciencia ficción. Y lo más chocante era que todos aquellos niños, absolutamente todos —mientras uno de los responsables del centro me susurraba en inglés su tremendo pasado—, me observaban curiosos sin dejar de sonreír. La de las sonrisas fue, sin lugar a dudas, la luz a la que ya se acostumbraron mis ojos en aquel segundo viaje. Una luz que contrastaba con la oscuridad de una de las ciudades del mundo con mayor presencia de redes de prostitución, y exponente clarísimo de las llagas de la pobreza urbana. La cuestión es que los responsables de aquel pequeño edificio destartalado que acogía a esos cuarenta menores me fueron explicando las vicisitudes económicas que atravesaba el centro. La situación era francamente difícil y el futuro de aquel lugar dependía enteramente de las ayudas. Regresé al aeropuerto convencido del paso que iba a dar: una vez en Barcelona recogería todo el dinero que pudiera para apoyar aquel centro e impedir que se viera abocado a un futuro incierto, costara lo que costara. Sobre aquella decisión, sobre ese preciso instante en el que resolví apostar por un futuro estable para aquellos muchachos y convertir esto en mi único objetivo, me han preguntado mil veces y seguramente me lo preguntarán otras mil. Y lo entiendo, porque es cierto que no es una decisión que entre en los parámetros de la «normalidad» a la que, por desgracia, estamos acostumbrados. Suelo decir —desde el convencimiento más absoluto— que cualquier ser humano en mi lugar hubiera hecho lo mismo. Y no lo digo con falsa modestia. Francamente, lo creo. Y pondré un ejemplo para que resulte más entendedor. Si agrupáramos en una habitación 17

a diez personas y entre ellas hubiera todo tipo de gente —buena y mala, joven y anciana, de varios lugares del mundo…—, poniendo ante ellos a una niña que relatara que tiene una enfermedad y que necesita un riñón, estoy convencido de que más de la mitad del grupo, al cabo de un rato, se ofrecería para ser donante. Ese «tú a tú», ese contacto directo con la persona que necesita el riñón, en este caso, es lo que hace que se reaccione de una determinada manera, dejando fluir la empatía con la que hemos nacido, aunque no siempre la desarrollemos. No hay opacidad o falta de luz en el alma de la gente buena —que es la inmensa mayoría—, sino que a menudo está ensombrecida involuntariamente por el ritmo frenético del día a día que, de alguna manera, silencia nuestra música y opaca nuestra luz. Mi reacción, ese día en aquel orfanato de Bombay, fue simplemente una respuesta al amor, ese amor hacia nuestros semejantes inherente, aunque no queramos verlo, a todos y cada uno de los seres humanos. Así que, en mi opinión, no tuvo nada de extraordinario. Tampoco creo —y lo digo con el corazón en la mano— que esa decisión haya sido la mayor heroicidad en el papel que desempeño dentro de la organización. Primero, porque, para heroicidades, las muchas realizadas diariamente por las personas que posteriormente se han implicado en el proyecto, empezando por la propia comunidad. Y segundo, porque si alguna medalla —pequeña y de hojalata, no crean— me tengo que poner es la de haber sabido reaccionar a tiempo ante otros factores externos que vinieron más adelante. La cuestión es que, efectivamente, regresé a Barcelona dispuesto a acudir a donde fuera y a quien fuera para conseguir las ayudas necesarias que dotaran el orfanato de fondos suficientes para subsistir unos años más. No pensé en ese momento en la decisión radical de ir a vivir a la India ni lo enfoqué desde mi punto de vista, sino desde el de aquel centro: no me vi a mí, sino a aquellos cuarenta menores y sus respectivos futuros. Nada más. Las consecuencias de aquella decisión —la creación de la organización, trasladar mi lugar de residencia a la India, dejar mi piso y mi trabajo de periodista…— son cosas que vendrían después de forma accidental. El convencimiento de que el efecto de aquella decisión individual impactaría en la mejora de la vida de otras personas, me daba toda la fuerza y energía que necesitaba. Y creo que eso es en la vida uno de los mayores trucos para obtener la felicidad: saber que lo que hacemos puede incidir siempre en los demás de forma positiva. ¿Quién no ha disfrutado preparando una 18

sorpresa para alguien especial? A veces disfruta más el que prepara la sorpresa que el que la recibe, porque, cuando se actúa por los demás y para los demás, se fortalecen los cimientos de lo que somos: ciudadanos del mundo cuya finalidad es hacer el bien. Durante todo el vuelo de regreso a Barcelona estuve pensando en las personas a las que podía visitar para hablarles del centro y en el poco tiempo que me quedaba para regresar de nuevo a Bombay con las ayudas necesarias. Pero en ningún momento dejé de pensar en las sonrisas de aquellos cuarenta menores y de todas las personas que había conocido en aquel segundo viaje, donde mi convivencia con la realidad de la pobreza había sido mucho más directa que en mi viaje anterior. Cuántas veces habré escuchado aquello de «¡qué felices son los pobres!», y cuántas veces habré pensado en lo poco acertada que es esta expresión. Los pobres no son felices porque no han elegido libremente sus condiciones de vida, que son fruto de la desigualdad, de un reparto injusto e inadecuado y del poco —o nulo— acceso a unas herramientas que les proporcionen la autosuficiencia indispensable para subsistir y elegir. Nadie puede ser feliz viviendo sin acceso a sanidad, sin una vivienda digna o una educación para sus hijos, sabiendo —¿acaso cree alguien que una persona de una zona chabolista no ve televisión?— de qué manera se puede vivir cuando sí se tienen oportunidades. Una vez, hace años, una persona que estaba visitando los proyectos dijo en varias ocasiones aquello de que envidiaba a los pobres por ser «tan felices». Por supuesto, en aquel momento mi primera respuesta hubiera sido que, si tanto les envidiaba, lo dejara todo —trabajo, casa, propiedades— y se viniera a vivir a una chabola, sin medicamentos ni condiciones salubres, que vería lo «feliz» que sería. Pero, como comprenderán, mi reacción, por diplomacia, se limitó a un leve suspiro. Por casualidades de la vida, hace muy poco me encontré a esa misma persona cuando salía de un acto al que acudí en Madrid. Después de saludarnos, me explicó que, como consecuencia de la grave crisis económica que se vive en España en la actualidad, su esposo había perdido el trabajo y ella también, que a duras penas podían mantener a sus hijos y que se habían tenido que trasladar a una vivienda de minúsculas dimensiones. Me lo decía llorando y con una gran preocupación, como es comprensible. A mi regreso al hotel no pude evitar preguntarme: ¿cómo es posible que esa persona se lamentara del mismo panorama que años atrás había asegurado «envidiar» en otra 19

familia en igual o peor situación? Ahora se suponía que debía estar encantada viviendo la pobreza en sus propias carnes. Con este ejemplo real solamente quiero destacar que es muy fácil emitir un juicio cuando no vivimos una situación determinada, o no estamos en la piel de la persona de la que hablamos, simplemente porque pensamos que la situación de «unos» o de «otros» es diferente por el hecho de estar alejados geográfica o culturalmente. Por desgracia, la pobreza es planetaria y por ello debe ser erradicada globalmente. La lucha contra la pobreza o es universal o no será. Las fronteras, sean del tipo que sean, no pueden actuar como muros que impidan que fluya la igualdad, porque el mundo no se nos entregó con esas barreras. Lo único que, a mi modo de ver, hacía distinta la pobreza en el caso de la familia india es que esta, a pesar de la situación que vivía, era incapaz de ofrecer a un huésped algo que no fuera una sonrisa. Y esa capacidad de regalar una sonrisa, para hacer que se sientan bien las personas que tenemos delante, se ha perdido casi por completo en Occidente.

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2 La ilusión de un sueño

Soy un soñador práctico. Lo que yo quiero es convertir mis sueños en realidad. MAHATMA GANDHI

Cuando llegué a Barcelona tenía claro mi objetivo: lograr los fondos necesarios para que el orfanato cubriera gastos según los cálculos que realicé. Poco a poco, en cuestión de días, la tenacidad por apoyar aquel orfanato había tomado la forma de un sueño impregnado por la visión de un futuro mejor para aquellos cuarenta niños que había conocido en Bombay. Esa sensación, la de saber que nuestra meta no muere en nosotros sino que va más allá y deriva en los demás, es lo que mantiene sólida e irrompible la vértebra de un objetivo. No hay mejor motor que aquel que se nutre de la ilusión y la alegría ajena, el que funciona como reflejo automático del bienestar de los demás. Saber que nuestras acciones repercutirán positivamente en los otros nos proporciona unas alas fuertes y grandes para alcanzar altos vuelos. Así, desde las alturas de la humanidad en esencia pura, se contempla mejor la inmensidad de ese conjunto de personas que componemos este planeta, tan distintas y tan semejantes a la vez. La primera persona a la que expresé mi intención de asumir el compromiso de apoyar aquel centro fue mi padre. Y su respuesta fue la misma que me ha dado en otros momentos de la vida: «No puedo decirte que me entusiasme, pero soy tu padre, así que siempre estaré a tu lado cuando me necesites y para lo que me necesites». Tanto él como otras personas de mi entorno a las que fui desgranando poco a poco mis intenciones pensaron probablemente que estaba loco, y algunas de ellas seguro que se

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preocuparon creyendo que me iba a estrellar, pero me ayudaron y me demostraron su apoyo —el apoyo moral es ya una gran ayuda—. El ejemplo de su actitud durante aquellas semanas me ha acompañado siempre y me ha servido para aplicarlo cuando otras personas, a lo largo de estos años, me han expuesto sus deseos, por muy descabellados que pudieran parecer. Es bueno advertir, pero jamás infundiendo desánimo y freno. Debemos apoyar los sueños y proyectos de aquellos que amamos, aunque no siempre los compartamos. Porque si uno ama, también cree y confía, y, por lo tanto, debe ser coherente y consecuente con esa confianza. Si no, es que no ama de verdad. Pronto me di cuenta de que no podía ir pidiendo dinero en nombre de un orfanato de la India y que se hicieran los ingresos en una cuenta bancaria a mi nombre. Aunque las aportaciones vinieran de personas que confiaban en mí, las cosas debían ser y parecer completamente transparentes. Me presenté en la sucursal de una entidad bancaria y les comenté en qué situación me encontraba. Lógicamente, no podía abrir una cuenta a nombre de «algo» que en España legalmente no existía, así que me sugirieron crear una asociación y poder recaudar de esta forma los fondos necesarios para hacer posteriormente una transferencia a la India. Al día siguiente me personé en el registro de entidades de la Conselleria de Justícia de la Generalitat de Catalunya, situado en la calle Caspe de Barcelona, para pedirles información acerca de cómo podía crear una asociación. Me recibieron dos abogadas jóvenes, muy amables y atentas. A veces los frutos de nuestras acciones de hoy no se recogen mañana ni pasado mañana, sino al cabo de varios años. Y ahora entenderán por qué lo digo. Las dos abogadas de la Generalitat me explicaron cómo avanzaría el procedimiento legal, me entregaron un ejemplo de estatutos para que los pudiera adaptar a los objetivos de la entidad que yo creara, me explicaron que necesitaría un nombre y, sobre todo, me informaron educadamente de que el procedimiento tardaría unos meses. ¡Unos meses! No podía esperar tanto, debía aceptar las ayudas que vinieran porque no iban a esperar, y además el orfanato no podía estar tanto tiempo expuesto a la intemperie financiera. «Por mucho que intentemos, la cosa tardará, como mínimo, de tres a seis meses», comentaron mientras observaban mi cara de decepción. Tras agradecerles su ayuda y con el material que me habían facilitado, me disponía a salir por la puerta y de repente recordé algo que había sucedido cuando tenía dieciocho 22

años, hacía una década. No realicé en su día el servicio militar, decantándome por la objeción de conciencia. Generalmente, como opción alternativa, uno podía elegir entre distintas organizaciones con las que hacer voluntariado, determinadas horas a la semana, durante un año. No sé muy bien por qué, pero un grupo de amigos y yo decidimos crear una organización para distribuir entre nosotros los turnos de voluntariado (quiero insistir aquí en el hecho de que jamás me había interesado por labores altruistas; aquello fue una decisión de amigos porque no teníamos otra opción para no hacer la mili). Muy oportunamente, y como un rayo, el recuerdo de aquella antigua asociación me dio en la cabeza. «Y si ya tuviera una organización registrada desde hace años, ¿se podría adaptar y eso supondría avanzar tiempo?», les pregunté a las abogadas. «¡Por supuesto! Eso facilitaría muchísimo las cosas porque se trataría tan solo de un cambio de estatutos», contestaron sorprendidas. Regresé a casa dando saltos de alegría, dispuesto a repasar los estatutos de aquella antigua asociación para poder entregar las modificaciones pertinentes lo antes posible. Efectivamente, debía cambiar los estatutos y, sobre todo, el nombre. Mis amigotes y yo habíamos bautizado aquello como Asociación Internacional por la Paz Pax Mundi — ¿cómo diablos se nos ocurrió un nombre así?— y tenía claro que era el último nombre con el que quería «bautizar» el proyecto de Bombay. Por otro lado, vi que en la junta figuraban mi padre, mi abuela y yo, y no mis antiguos compañeros. Retiré mi nombre de la junta y le pedí a una de mis mejores amigas, Belén Domínguez, que se incorporara. Desde aquí mi agradecimiento por su apoyo incondicional, por ser una amiga —de esas cuyo nombre se escribe con mayúsculas y luces de neón— a lo largo de tantos años. Pero quedaba aún por decidir el nombre. Pensé en innumerables opciones, a cuál más casposa y rocambolesca. Hasta que una noche, por inercia e instinto, se me ocurrió un nombre que bien podría ser el título de cualquiera de las fotografías que había tomado en mi segundo viaje: Sonrisas de Bombay. El nombre, pienso ahora, fue uno de los grandes aciertos, porque define muy bien la imagen que quiere transmitir la organización: ánimo, positivismo, alegría, entusiasmo... Me horrorizan las campañas publicitarias lacrimógenas y victimistas —se siguen haciendo muchas en algunos países anglosajones—, que destacan las penurias del beneficiario ofreciendo su lado más doloroso. Creo que una organización debe potenciar su imagen positiva, basada en los resultados alcanzados y jamás en las penurias 23

anteriores a su intervención. Obviamente es bueno y necesario exponer sin tapujos ni eufemismos la situación, a veces muy dura, de la comunidad con la que se trabaja —no seré yo quien diga lo contrario; al fin y al cabo dedico gran parte de mis conferencias a señalar las vicisitudes que se viven en Bombay—, pero el reclamo debe estar siempre basado en los resultados y la esperanza. Esto también es extensivo a la imagen y la esencia que de nosotros mismos queramos compartir y mostrar a los demás. Hay personas que se pasan la vida explicando penalidades, hablando de dramas, de lo víctimas que son de la vida, de lo mal que se ha portado todo el mundo con ellas. Personas que restan, que no suman ni aportan nada bueno a los demás. Por eso debemos esforzarnos siempre para ser de las personas que suman, que transmiten alegría y con ella iluminan, como un faro, a quienes se cruzan en su camino. Penas las pasamos todos y ya vendrá la hora de compartirlas o pedir a otros que nos acompañen para curarlas, pero es mejor potenciar de nosotros todo lo bueno y poder así compartirlo y regalarlo a los demás. ¿Verdad que si tenemos un invitado en casa querremos que se siente en el sofá, más cómodo, y jamás se nos ocurriría sentarlo en el retrete? Pues sentemos también a los invitados que pasan por nuestra vida en el sofá de la alegría y las sonrisas, no en el retrete de las calamidades. Sé que es un ejemplo un poco extraño —«Siempre pones unos ejemplos muy raros, hijo mío», suele sentenciar mi padre—, pero estoy seguro de que queda claro lo que trato de explicar. Sonrisas de Bombay fue el nombre elegido y siempre tuve claro que la imagen que transmitiría la organización sería la de la alegría y los resultados, que mostraría que sí se puede, con constancia, rigor y entusiasmo, conseguir una realidad donde los ciudadanos del mundo tengan garantizados sus derechos. Creo que es una de mis principales «herencias» que dejaré para la organización desde mi rol de fundador. Desde entonces y hasta ahora, si uno va a la web de Sonrisas de Bombay, difícilmente encontrará alegorías frívolas de la pobreza ni imágenes trágicas de personas llorando. Verá, simplemente, además de mucha información sobre el proyecto, lo que queremos transmitir y lo que viene siendo nuestro espíritu corporativo: sonrisas. Pasaron los días y llegó el momento de verbalizar a unos amigos, por primera vez, lo que estaba viviendo. Fue con Sonia y Miguel Ángelo. Ella había trabajado conmigo hacía tiempo y conservábamos —y todavía conservamos, aunque ellos ahora vivan en Sudáfrica, nueva ironía— una entrañable amistad. No solo me animaron, sino que me 24

dijeron que me convendría tener una web. Él era experto en diseñarlas, así que se ofreció enseguida a hacerla. Si ellos están leyendo ahora estas líneas —¡espero que sí!— quiero que sepan la fuerza que me dieron en aquella comida tan solo con su reacción. Fue como el pistoletazo de salida, la seguridad que necesitaba para saber que podría contar con los míos en aquel proyecto que, a ratos, sí me parecía una locura, pero a la vez palpitaba con la fuerza de una cordura abrumadora. Era una locura que me hacía inmensamente feliz y daba sentido a todo, como si a la fragata de mi existencia le hubiera faltado hasta ese momento una bandera con la que ahora podía navegar, con una seguridad y una estabilidad que nunca habría imaginado para el barco de mi vida. Ya contaba con el nombre de la entidad y los estatutos presentados en la Generalitat, ahora quedaba el logo y la web. Los fines de semana proseguía con mi trabajo en aquel local tan chic de la ciudad y pronto solicitaría a los clientes habituales que me ayudaran con el proyecto. Por cierto, ya que me lo han preguntado tantas veces en charlas y entrevistas, quiero saciar por fin la curiosidad de esas personas, porque además estoy muy contento y orgulloso de haber trabajado allí: se trata del CDLC (Carpe Diem Lounge Club), propiedad, por aquel entonces, de Patrick Kluivert, jugador del FC Barcelona. Mi trabajo en el CDLC consistía en organizar las reservas, saber cuáles eran los lugares preferidos de determinados clientes y hacer que todo fluyera. Otras veces, nos llamaban del Hotel Arts, a escasos metros del restaurante —que pasada la madrugada era bar de copas—, para avisarnos de que vendrían personalidades y yo debía recibirlos, atenderlos y escuchar sus demandas. Por allí pasaron desde los Rolling Stones hasta una infinidad de príncipes europeos y de todo el mundo. La discreción formaba parte de mi contrato de trabajo y, aunque ese contrato ya no esté vigente, la mantendré siempre, porque los compromisos no son de «quita y pon». Y si uno los asume a la ligera es que no son compromisos firmes. Aquellas esperas las hacía de pie, a lo largo de toda la noche, en la zona de acceso al local, justo delante del guardarropa. Allí trabajaba una chica brasileña, Silvia, que, al igual que yo, combinaba aquel trabajo de noche con otro diurno. En su caso, el diseño gráfico. Cuando le expliqué mi proyecto se ofreció a diseñar el logo. Si iba a haber web, tendría que haber un logo. Todo, poco a poco, empezaba a adquirir una nueva dimensión. Pero cuando se está 25

seguro de algo, se tiene el convencimiento de su honorabilidad. Si uno ve que el río desemboca en el mar altruista de entregarse a los demás, absolutamente todo fluye y da muy poco lugar al miedo (y digo ausencia de miedo, no inconsciencia o frivolidad). Silvia —que, por cierto, sigue formando parte del equipo de Sonrisas de Bombay— me preguntó qué color quería para el logo. Cuando le dije que el azul celeste se negó en rotundo: «¿Sonrisas de Bombay en azul celeste? ¡Ni hablar! ¡Va a parecer un dentista!», dijo. Tenía razón. Me propuso el naranja pero advertí —bendito acierto— que en la India ese color está muy ligado a partidos políticos bastante radicales a nivel hinduista y que nos podría posicionar, y si de algo he huido siempre es de posicionamientos (especialmente políticos y religiosos). Le pedí varias opciones y me gustó el fucsia. Me transportaba automáticamente a los saris de vivos colores que vestían muchas mujeres indias y me infundía alegría y proactividad. Una vez diseñado el logo, empecé a escribir los contenidos para volcar en la página web. «Todo lo que sé, se lo debo a mi ignorancia», decía Platón. Y, al menos en mi caso, esta cita expone a la perfección muchos de los fallos que cometí al principio. Pero hay algo que nunca me ha faltado y que es indispensable para dar aliento a un proyecto, a un sueño o a toda una vida: la pasión. Empecé a visitar a personas que conocía del sector portuario, con las que me codeaba por mi trabajo como periodista y les empecé a pedir la ayuda necesaria; lo mismo hice con algunos clientes del CDLC con los que tenía mayor confianza. La suerte estaba echada. Una clienta estadounidense del local, que había llevado a cabo numerosas empresas de éxito, cuando le pedí consejo acerca de cómo aproximarme a los posibles donantes, fue clara en su respuesta: «Habla con la pasión con la que me estás hablando ahora del orfanato. No vas a necesitar nada más». Con el tiempo he comprendido que necesitaba muchísimo más para afianzar y consolidar la organización, y avanzar hacia la excelencia. No en vano, tuve que formarme y aprender mucho durante los últimos años para poder estar a la altura de la gran responsabilidad que supone este proyecto. Pero le doy la razón en que sentir pasión por lo que uno hace, y a la vez ser capaz de poderla trasmitir, es fundamental para garantizar el éxito de cualquier aventura vital o profesional. Es como la sal en un guiso. 26

Este puede tener los mejores ingredientes y estar realizado por los mejores chefs, pero si no tiene sal, será soso y estropeará el conjunto, y no convencerá a los comensales. La pasión es la arcilla que asegura la permanencia en el tiempo de una escultura. Se pueden cambiar contornos y relieves, se pueden añadir nuevas partes, pero solo si el barro es fuerte y consistente jamás se romperá. La honestidad, la transparencia y la pasión son los cimientos más fuertes e indestructibles sobre los que jamás se podrá construir algo que perdure en el tiempo.

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3 Una nueva vida

Escucha más a tu intuición que a tu razón. Las palabras forjan la realidad pero no lo son. ALEJANDRO JODOROWSKY

Mientras iba intercambiando e-mails con los responsables del orfanato, empecé a indagar —desde mi absoluta ignorancia— sobre los requisitos legales necesarios para ir perpetuando en el tiempo las ayudas monetarias al orfanato, controlar con mayor rigor si todo estaba en regla y qué papeles necesitaría pedirles a los responsables del centro. Cuanto más leía, más me desmoralizaba acerca de las dificultades burocráticas de aquel inmenso país. A pesar del desánimo momentáneo, seguía animado y con gran empuje para continuar con mi idea. Afortunadamente nací con el «síndrome de los cinco minutos» —lo heredé de mi abuela materna—. Este síndrome —que nadie lo busque en la Wikipedia porque no existe, es pura invención made in myself— consiste en que los momentos de desánimo o desesperación duran exactamente eso: cinco minutos de reloj. Pasado el quinto minuto, empiezo a animarme automáticamente y a buscar las soluciones a ese obstáculo que me preocupa. Entonces me doy cuenta de que tiene solución —como casi todo— y de que debo canalizar la frustración hacia la búsqueda de soluciones constructivas. Solamente así obtengo la fuerza necesaria para derribar los obstáculos. Lo primero con lo que me topaba cada dos por tres en internet eran las siglas FCRA (Foreign Contribution Regulation Act), una ley que obliga a todas la organizaciones indias a contar con un requisito especial para recibir donaciones internacionales. Si el

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orfanato no contaba con el permiso, estaba apañado, porque podían pasar meses hasta obtenerlo (en el mejor de los casos, claro está, puesto que puede incluso tardar años). Por suerte, aquel centro ya disponía de FCRA gracias a las ayudas que había recibido puntualmente de una organización americana. Menos mal. Contacté también por e-mail con abogados indios para saber si me podrían echar una mano con todo el papeleo una vez llegado a Bombay. La cuestión es que cuanto más indagaba y más entraba en contacto con distintos profesionales de aquella ciudad, más intranquilo estaba. Detectaba por parte de algunos un enorme interés económico y, en otros casos, muy poca claridad o transparencia. Muchos listos —me gusta la expresión inglesa over smart que retrata muy bien este tipo de personajes—, en definitiva, que se aprovechan de la ingenuidad o poca picardía de los europeos o americanos. La intuición me llevaba a estar con la mosca detrás de la oreja cada vez más. Y si a algo hay que hacerle caso —cuantos más años pasan, más convencido estoy— es a la intuición. Si la tenemos es porque la necesitamos, y no hay que subestimarla o desaprovecharla cuando, a veces, nos puede advertir acerca de algo que no percibe nuestra razón. Durante todos estos años, la intuición nunca me ha fallado ni traicionado. Es más, a veces, no queriéndola escuchar, me he equivocado. La intuición no es el impulso inmediato, ni tampoco tiene por qué estar reñida con la razón; está en un plano superior pero existe y debemos atenderla. Esa intuición me fue convenciendo cada vez más de que si quería estar tranquilo con la utilización de los fondos que iba a enviar, debería controlarlo directamente, monitorizarlo de forma presencial para asegurar que el destino final de todas las ayudas de tantas personas de buena voluntad sería empleado en el centro. Y así fue como decidí que si quería que todo fuera bien, debía trasladarme a vivir a Bombay, al menos por bastante tiempo. Nuevamente, debería explicar a las personas de mi entorno que aquella decisión tomaba ahora una nueva forma y suponía mi marcha de Barcelona y todo lo que implicaba, aunque tuviera que dejar mi piso y mi trabajo, y mi satisfactoria vida, en la maravillosa ciudad en la que nací. Y, nuevamente, el apoyo de mi familia y mi círculo de amigos fue unánime. Ya tenía los estatutos, el nombre, el logo, la web, la cuenta bancaria a nombre de la 29

asociación y también las primeras ayudas. Ahora quería que, desde el primer momento —otro gran acierto, debo admitirlo—, las cuentas fueran claras y los primeros movimientos ya estuvieran auditados. La organización ha vivido aciertos y errores, pero si hay algo que siempre se ha mantenido impecablemente ha sido la transparencia; supongo que esto ha sido debido a mi obsesión —que he tenido en todas las facetas de mi vida— de que todo sea cristalino y claro. La falta de transparencia, no solo en lo económico —escribo estas líneas en un momento en el que España está sacudida por los numerosos escándalos políticos debido a la ausencia de esa claridad—, sino también en aspectos más personales, es el gran mal de nuestros días. Muchas personas son incapaces de exponer a los demás de forma clara y transparente lo que esperan de ellos o de la vida en general. Y eso, a veces, enturbia el inicio de una relación o complica las condiciones laborales en un trabajo. Porque muchas personas exponen de forma tan poco clara lo que quieren, que terminan por no saberlo ni ellas mismas. Ser claros y transparentes desde un principio no solo nos libera, sino que nos permite vivir con menos cargas. Esa transparencia es, como decía, uno de los sellos más fuertes con los que he querido imprimir siempre la esencia de Sonrisas de Bombay, y por ello, desde el principio, acudí a una auditoría externa para que revisara las cuentas. «¿Pero qué quieres que auditemos ahora mismo si no hay nada en la cuenta?», me preguntaba la auditora apiadándose de mi inexperiencia. «Pues nada, pero audítennos», le respondía yo. Recuerdo vivamente una de mis primeras reuniones con la auditora como uno de los momentos más descorazonadores que he vivido durante estos años. Miró la documentación que le mostraba, me observaba de reojo a mí, y escuchaba mis comentarios, algo naif. «Pero, a ver… —me espetó—, ¿tú crees que estás preparado para esto? ¿Acaso conoces el sector de la cooperación? ¿Sabes qué es el marco lógico? ¿Sabes qué son los indicadores? ¿Sabes qué son las fuentes de verificación? Ay, amigo, que hay que estar muy preparado y tú no lo estás…» Tan solo le faltó decirme que el proyecto no tenía mucho futuro y que en pocos meses me iba a dar de bruces con el absoluto fracaso. Abandoné su despacho reprimiendo el llanto. Pero el disgusto, como suele sucederme, duró cinco minutos. Salí del ascensor dispuesto a vencer todas las 30

trabas con las que me pudiera encontrar y a aprender todo lo necesario para estar a la altura de aquel compromiso. Alguien dijo que las verdades que revela la inteligencia permanecen estériles y que solo el corazón es capaz de fecundar los sueños. Porque, desde luego, sin esa pasión que mantenía viva, no hubiera podido crecer. La auditora, sin embargo, estaba en lo cierto, porque no basta con las buenas intenciones cuando se quiere emprender este tipo de proyecto. Hay que saber muy bien qué es lo que se está haciendo y cómo se quiere hacer desde un punto de vista técnico. Pero lo descubriría después, a base de palos. Mientras recopilaba toda la información que podía, y me empapaba de libros sobre la India y su inmensidad de lenguas, religiones y tribus, empezaban a llegar los primeros socios de la organización. Con una pequeña cantidad mensual (15 euros), aquellos nuevos socios iban asegurando la permanencia en el tiempo de los apoyos necesarios para que el orfanato recuperara una situación económica estable. Los primeros socios respondían, como se suele estudiar en másteres sobre ONG, a las tres F: family, friends and fools. Y con lo de fools que nadie me malinterprete: me refiero a las personas de inmenso corazón que, a pesar de no conocer bien aún una entidad que contaba con pocas semanas de vida, confiaban en su buen hacer. Faltaba muy poco para regresar a Bombay con la cantidad conseguida, cuando Simone Rayer, entonces responsable de marketing del club en el que trabajaba, me invitó a una cena en su casa con otros amigos. Había escuchado hablar acerca de mi nueva aventura y quería que se la explicara a ella y a sus amigos por si podían ayudar. Y allí, en su balcón del barcelonés passeig de Sant Joan, con una copa de vino blanco en la mano, escuchando mis hazañas, soltó: «No te preocupes, te voy a ayudar y vamos a organizar un evento solidario justo antes de que te vayas». Creo que jamás tendré palabras para agradecerle a Simone su iniciativa y apoyo en aquellos momentos. Fuimos a por todas, quemamos todos los cartuchos y llamamos a todos los contactos habidos y por haber. Creo que en quince días —los que tuvimos para montar aquella cena— me licencié prácticamente en organización de eventos. Cuando pedíamos la participación de algún artista, este nos fallaba al cabo de dos días; cuando uno nos decía que sí, otro nos dejaba tirados. Y así sucesivamente hasta que, por fin, fuimos dando forma a aquel impresionante evento. Desconozco aún la fuerza que nos movió, supongo que fue nuestro entusiasmo, porque, organizar una cena de esas dimensiones en tan poco tiempo, a día de hoy me resultaría casi imposible. 31

Recuerdo haber hecho lo imposible para que el coste del evento se redujera al máximo. Debo reconocer que se volcaron de forma desinteresada una infinidad de empresas. Trabajar para un jugador del FC Barcelona abría muchas puertas. No todos dijeron que sí o se ofrecieron, claro está, pero un éxito absoluto en la vida es algo imposible o que, de suceder, convertiría cualquier experiencia en algo sumamente aburrido. Reconoceré siempre que, de no haber trabajado en aquel local, Sonrisas de Bombay no sería hoy lo que es. No me cabe ninguna duda. Por eso jamás hay que infravalorar nada que hagamos o a ninguna persona que conozcamos, porque nunca sabemos si algún día supondrá para nosotros el mundo entero. Cuando me preguntan si volvería a un trabajo como aquel, tal vez esperan que ahora mi respuesta sea negativa y les diga que, por supuesto, ya no, porque mi experiencia y trayectoria actual me lo impediría, o que estoy en un plano superior e incompatible con trabajos considerados más frívolos, o alguna absurdez del estilo. Pero siempre respondo que sí, que lo haría encantado, porque no reniego de nada y allí fui muy feliz. Un lugar de residencia o un puesto de trabajo no te hace ser de una determinada manera. Se es quien se es, trabajes en lo que trabajes y vivas donde vivas. Porque la esencia no varía. Un lapislázuli, por ejemplo, no se convertirá en diamante o carbón según el sitio en el que se encuentre. Será siempre un lapislázuli, esté en Turquía, en Roma o en Camerún. El evento salió muy bien. Acudieron varios jugadores del Barça y la prensa se hizo eco del acto al día siguiente. Abrió la velada el cantante Antonio Orozco con un pequeño concierto y subastamos, al término de la cena, varios objetos personales que nos habían regalado deportistas y artistas. Frank Rijkaard, entonces entrenador de FC Barcelona, y su esposa por aquel entonces, Monique, hicieron la primera donación de la noche. Mis compañeros de local —camareros, cocineros…— trabajaron gratuitamente esa noche para que sus sueldos estuvieran destinados al orfanato. Era emocionante ver a tantos amigos y compañeros reunidos, trabajando juntos con ilusión y volcándose junto a mí en la misma causa. Sencillamente, no tengo palabras para agradecerles su apoyo, que continúa a día de hoy. Una de las mayores muestras de este apoyo ocurrió, precisamente, al día siguiente de la gala. Una compañera me llamó por teléfono, casi llorando, diciéndome que uno de los responsables del local —puedo permitirme decirlo porque lo despidieron al cabo de poco 32

tiempo— había decidido a última hora que se cobraría el alquiler por la cena y que ascendía a casi un 70 por ciento de lo que habíamos recaudado. No me lo podía creer. ¿Un montón de personas y empresas lo habían cedido todo, y el local en el que yo trabajaba nos iba a cobrar? Cuando llegué al local aquella noche, dispuesto a agradecer a todos mis compañeros su ayuda infinita a pesar de las noticias de última hora, me los encontré rodeando, casi acorralando, a aquel encargado. Entré en silencio y me puse a escuchar, por indicación de uno de mis compañeros que, mirándome, se llevó el dedo índice a los labios para que me limitara a escuchar. Uno de ellos dio un paso al frente y mirando fijamente y sin parpadear a aquel responsable, le espetó: «Nuestro compañero Jaume está montando algo con mucha ilusión, y todos la compartimos, y por él y por su sueño decidimos trabajar gratuitamente anoche. Hemos sabido que quieres cobrarle ahora el alquiler del local. Si es así, te pedimos que nos pagues de inmediato nuestro sueldo por las horas trabajadas anoche y nosotros haremos directamente la donación». El encargado, por la presión de mis compañeros y la intervención de Patrick (Kluivert), no tuvo más remedio que ceder, y finalmente el cien por cien de lo recaudado pudo destinarse a la organización. Aquel gesto de mis compañeros es una de las muestras de cariño más grandes que he recibido en toda mi vida. Y aunque soy poco amigo de exhibiciones sentimentaloides, reconozco que todavía me emociono cuando recuerdo aquel episodio: por el calor y el cariño que me demostraron, en masa, todos mis compañeros de trabajo de aquel lugar. Aún hoy, cuando estoy en Barcelona y me encuentro a alguno de ellos por la calle, nos fundimos siempre en un largo abrazo. Me dicen con ilusión que me han visto en tal o cual televisión o que han leído algún libro mío y nos ponemos al día de nuestras vidas. Todos mostrando siempre un inmenso cariño, el mismo que yo les sigo teniendo y les tendré siempre. Porque a un gesto como aquel merece la pena darle cobijo en la parte de la memoria donde se albergan los tesoros más preciados.

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4 La adaptación

La vida es una sucesión de lecciones que deben ser vividas para ser entendidas. HELLEN KELLER

Pasó el tiempo y se acercaba el día del viaje sin billete de vuelta, el punto de partida en el que debía tomar un vuelo a Bombay y embarcarme, literalmente, hacia una nueva vida. Había podido organizar todo en un tiempo récord (no hay mejor batería que la de la ilusión y el entusiasmo para que tomen forma las cosas que se sueñan). Lo primero que hice, para hacer la maleta, fue comprar infinidad de medicinas: inhalador para el asma, antibióticos de todo tipo, paracetamol... ¡Un verdadero cargamento! Aquella fue mi primera novatada: porque realmente si algo no se necesita cuando se va a la India, y sobre todo a Bombay, son medicinas. Creo que es la ciudad del mundo que he visto —y he visto unas cuantas, se lo aseguro— con más farmacias por kilómetro cuadrado. Y es lógico: no en vano la India es una de las principales fabricantes del mundo de medicamentos genéricos, y dispone, además, de una infinidad de sucursales de los laboratorios internacionales de mayor prestigio. Luego debía decidir qué ropa necesitaría. ¿Para qué diablos quería abrigos en un país con temperaturas tan altas? ¡Descartados! ¿Y los trajes? ¿Y las corbatas? ¡A jubilarlos! ¿Y toda aquella ropa que se amontonaba en mi vestidor y que, incluso, en varios casos aún tenía la etiqueta? Porque trabajando en una revista de economía necesitaba muchas corbatas y trajes, y debido a mi trabajo en un local de moda por las noches, cientos de marcas me enviaban cajas con las colecciones enteras al principio de cada temporada, a cambio de que recomendara esa marca a clientes del local que se interesaran por las

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prendas que llevaba. Era un pacto no escrito, ni tan solo hablado, pero que se sobreentendía cuando recibía todas aquellas cajas enormes llevadas a veces por un mensajero vestido como un mayordomo. Aquella ropa me sobraba; estaba convencido de que no la iba a necesitar. Mucha era extremada y poco apropiada para los patrones culturales de la India, donde el decoro y la prudencia a la hora de vestir es una de las tarjetas de presentación más importantes. No podía hacerle a mi padre la trastada de pedirle que me guardara aquellas cajas enormes —bastantes muebles y cosas me tiene que guardar ya con el trajín que llevo, siempre de acá para allá—. Así que convoqué a mis mejores amigos, y a modo de mercadillo — gratuito, of course— les dije que observaran, revolvieran y recopilaran lo que les gustara. Nos reímos mucho porque se abalanzaron sobre la ropa como esas mujeres que salen cada año en televisión cuando empiezan las rebajas y que parecen auténticas posesas escarbando entre las prendas ofertadas y compitiendo para ver quién se hace con la mejor. Entre las otras muchas cosas que iba a echar de menos —en absoluto incluyo la ropa entre ellas, desde luego— había algo que me dolía de forma especial: separarme de Frida, una preciosa golden retriever con la que estaba enormemente encariñado y que me había acompañado durante los últimos años. Costaba mucho introducir un animal en la India, y ante la idea de que la pobre perra debía realizar ese viaje de tantas horas para luego quedar retenida, a saber en qué condiciones, quizá en un rincón del aeropuerto lleno de ratas, pensé en otra opción. Finalmente la llevamos a la casa de unos conocidos, situada en las afueras de Barcelona, donde sigue viviendo a día de hoy, feliz y corriendo por el campo (pero en este caso de verdad; que eso mismo es lo que suelen decirles a los niños cuando ha muerto su perro). No me gustan las despedidas, jamás me han gustado, aunque suene a tópico. Y, por otro lado, tampoco era aquello una despedida definitiva de nada. Iba a regresar puntualmente a Barcelona, así que mi partida a Bombay no era una tragedia. Sin embargo, hoy no puedo dejar de pensar en la pena que debieron sentir mi padre y mi abuela en aquellos momentos. Y jamás me echaron nada en cara, ni tan solo con indirectas. Es digno de admirar. Tomé el avión y por fin llegué a Bombay, mi otra ciudad, mi segunda casa. No les resultará difícil de imaginar que para alguien nacido y criado en Barcelona, hijo único, y educado en el seno de una familia de clase media, sin lujos pero sin falta de 35

comodidades, adaptarse a las circunstancias de aquel nuevo entorno no fue nada sencillo. Los primeros días dormí en la casa de uno de los cuidadores del centro, y al cabo de poco me trasladé a una casa diminuta al lado del orfanato. Hice bien —bendita intuición — en no pernoctar jamás ni tener como lugar de residencia el propio orfanato. Hubiera sido un blanco fácil —nunca mejor dicho— para las habladurías en la zona. Para muchos indios, alguien que viene de Europa para hacerse cargo de un orfanato está movido por dos aspectos: la pederastia o la evangelización. Y, realmente, a juzgar por los muchos episodios desagradables —reales, por desgracia— protagonizados por extranjeros en la zona, y relacionados con estos dos aspectos, entiendo la reticencia inicial de las personas que, una vez en Bombay, no me acogieron tan bien como, inocentemente, esperaba. Los primeros contactos con las personas del entorno del orfanato fueron, por tanto, una lección de humildad infinita: había acudido allí porque quería, pues nadie me había forzado a hacerlo. Así pues, debía ser yo el que me adaptara y el que me ganara, a base del día a día y el esfuerzo constante, la confianza del entorno social que ahora rodeaba mi nueva vida. La casa en la que vivía no tenía luz eléctrica, ni agua. Pero sí tenía, en cambio, muchas ratas, cucarachas y alguna que otra cobra. Dormía en un pequeño camastro — más alfombrilla que colchón— que adquirí en una de las tiendecitas cercanas al orfanato. Como no tenía electricidad, no podía cargar la batería del ordenador portátil que llevé, así que solo me quedaba la opción de enviar los e-mails a los primeros socios de la organización —por aquel entonces ya eran un par de centenares— desde un cibercafé que se encontraba a una hora en rickshaw . Los teclados eran incomprensibles para mí en aquel lugar, y los e-mails que mandaba eran un verdadero poema. En algunas ocasiones, incluso, opté por enviarles cartas… ¡a mano! Más de doscientas cartas escritas a lo largo de toda la noche, que llegaban a veces un mes después y en las que explicaba a los socios los avances que se iban consiguiendo gracias a su apoyo. Por otro lado, me compré un móvil-tocho —uno de esos mamotretos que ocupaban mucho espacio pero funcionaban la mar de bien— con un número indio, pero lo irónico es que la zona del orfanato por aquel entonces no tenía cobertura. Hoy en día, viéndolo con la perspectiva y la distancia del tiempo, creo que tal vez no era necesario haber vivido de esa forma tan miserable desde un principio. De acuerdo que estaba empeñadísimo con los gastos del centro y no podía permitirme un piso decente —Bombay es una de las ciudades más caras del mundo; mucho más que Madrid 36

o Barcelona; el alquiler de una chabola no suele bajar de los 400 euros al mes—. Pero sí creo que habría podido pedirle dinero a mi padre o buscar alguna otra fórmula para no tener que vivir de aquella manera en la que aguanté bastantes años. Ese fue, creo, otro gran error. No me arrepiento, porque aprendí también a valorar las comodidades mínimas, y pude comprobar las vicisitudes por las que se atraviesa cuando no se tiene acceso a lo básico, pero sí creo que es un error pensar —como yo pensaba entonces— que quien luche contra la pobreza debe vivir como un pobre. Pensar eso es tan absurdo como pretender que un oncólogo, por ejemplo, solo será un profesional fiable si también tiene cáncer. Pues en este caso es exactamente igual: para luchar contra el cáncer de la pobreza no debemos sufrirla nosotros. Por otro lado, si no estamos cómodos y cuidados, difícilmente podremos realizar nada de forma plena, porque fallaremos nosotros y no estaremos a la altura de nuestro cometido. Si tenemos dos manos es para tender una a los demás sin olvidar la otra mano, que es con la que debemos cuidarnos. Sin embargo, tuvieron que pasar un par de años para que me diera cuenta de ello y lo aplicara a mi propia vida. Fruto de aquella época es mi obsesión actual por tener casi siempre encendido algún televisor en casa, al igual que cuando estoy en un hotel. Muchos amigos se extrañan y me preguntan: «Pero ¿por qué esta manía si apenas ves la televisión?». Pues precisamente para que me recuerde que tengo electricidad sin apagones. Y eso me reconforta, me da cobijo. Ya ven, tonterías que uno tiene. Al no tener electricidad por aquel entonces, me iba a acostar cuando anochecía y me despertaba con la luz de la mañana (y el calor pegajoso que se manifestaba en sudor con esencia de curry). Aunque pueda parecer un tópico, reconozco que, al no disponer de nada más, tuve que incorporar a mi equipaje del alma valores con los que todos nacemos pero que a veces quedan empañados por otras prioridades materiales, impuestas por y desde el conjunto de la sociedad (del que también formamos parte, no crean). Empecé a regocijarme admirando la naturaleza, potenciando la importancia del agradecimiento, dando más rienda suelta que nunca al sentido del humor. Y, para todo ello, aquellos niños estaban resultando mis mejores maestros. Me pasaba todo el día trabajando, pero en este caso, aunque soy bastante workaholic, la razón de ello es que no había nada más que hacer. En aquella zona muy poca gente 37

sabía hablar inglés, solo hindi o marathi, idiomas que entonces yo no hablaba ni entendía, y jugar todo el día con los niños del centro no era para mí el entretenimiento ideal. Y es que nunca he sido muy niñero, contrariamente a lo que se pueda creer. Cuando leo que aquello de irme a Bombay lo hice «por los niños», siempre pienso que es una gran inexactitud. Me fui movido por un sentimiento de injusticia que pesaba sobre cuarenta personas, me daba igual si eran menores o mayores de edad. La injusticia es la injusticia y, por norma general, suele afectar a toda una comunidad entera, y no solamente a una franja de edad concreta. Daría igual si hubieran sido cuarenta ancianos. Con los primeros monzones llegaron las primeras enfermedades —¡me he convertido en un verdadero coleccionista de todos los males!—: primero enfermedades dermatológicas habidas y por haber, sobre todo sarna, que me acompañó en numerosas ocasiones. Le intenté encontrar el gusto, pero créanme, sarna con gusto… ¡sí pica! ¡Vaya si pica! Las reacciones extrañas por picadas de insectos también eran muy habituales. Recuerdo una vez que Ankita, una de las niñas del centro, apareció con toda la frente hinchada, como si hubiera salido de una de aquellas películas de extraterrestres de serie B. Vino soltando carcajadas —como era habitual—, explicando que le había picado algún insecto durante la noche. Todos nos reímos con ella, metiéndonos con su «elefantiasis momentánea», así bautizamos aquella mutación. La cuestión es que la carcajada conjunta fue más sonora cuando, al día siguiente, fui yo el que apareció picado por el mismo bicho. Y con una frente que ¡ni el mismísimo E. T.! A la sarna y las picaduras siguieron los parásitos estomacales, el citomegalovirus y un par de dengues. Aquello me servía no solo para darme cuenta de las enormes carencias sanitarias con las que se encuentra un ciudadano sin recursos en la India, sino que aprendí muchísimo acerca de todas aquellas enfermedades. Siempre me ha gustado ser un paciente activo, poder dialogar con el doctor, sugerir diagnósticos e incluso proponer cambios en el tratamiento. Lo cierto es que en la India se da poco esa relación con el médico ya que este suele estar más endiosado. Pienso que es imprescindible la participación del paciente en todo ese proceso. Y eso es extensivo a otras facetas de la vida. Difícilmente podremos avanzar si no somos ciudadanos activos, si esperamos siempre que sean las 38

circunstancias externas las que nos sanen o nos dicten cómo tiene que ser nuestra vida. Si nosotros no participamos en los factores que nos hacen estar mejor o peor, ¿quién lo hará por nosotros? Ese tándem paciente-doctor creo que es el mejor exponente de que el buen trabajo en equipo puede curar grandes males. Recuerdo especialmente uno de los dengues. Cuando me trasladaron del hospital a casa, aún tenía fiebres muy altas y estaba muy débil. Tumbado en mi cama-alfombra, cada mañana me despertaba escuchando unos cantos, que yo atribuía a algún tipo de alucinación provocada por una medicación muy fuerte. Hasta que un día me encontré lo suficientemente bien como para incorporarme, asomarme hacia fuera y descubrir que aquellas voces eran reales y procedían de los niños que se agrupaban cada mañana debajo de mi ventana, para despertarme con alguna canción y que así «me alegrara y me curara pronto». El hecho de ponerse cada mañana a cantar en la callejuela de mi casa, me dio prácticamente la vida en aquellos momentos. Y eso me hizo apreciar la importancia de estos gestos gratuitos, que suelen ser los más valorados por el que los recibe. Muchas veces no hacemos según qué cosas por los demás porque incluso nos parecen ridículas, o creemos que la persona a la que van dirigidas nuestras acciones no las valorará suficientemente. Pero es importante que, ante la duda, sigamos siempre adelante, porque, aunque nunca sabemos hasta qué punto estamos obsequiando a los demás, siempre les haremos sentir como cada ser humano desea sentirse: alguien infinitamente valorado. Y eso demuestra también que los mejores regalos son los que no se compran con dinero. La generosidad se compone de pequeños detalles y se halla más en la actitud que en la cuantía de lo que se entrega. Tras aquel dengue me quedé en los huesos, pero me hinché de cariño y amor. Suena cursi, lo sé, pero así es como me sentí en aquellos momentos. Al vivir una enfermedad bastante grave desde la soledad absoluta, alejado de los míos, me reconfortó enormemente la generosidad de aquellas pequeñas personas que se habían convertido en mis compañeras de viaje durante la primera etapa de adaptación. El trabajo diario era incesante, empezamos a adaptar como aulas los garajes de las dos casitas que componían el orfanato, de manera que también otros niños de la zona pudieran recibir clases. Los trámites burocráticos para todo eran una verdadera pesadilla, especialmente cuando se trataba de admitir en el centro a un nuevo menor. 39

Muchas personas me preguntan acerca de cómo «recogíamos a los niños». Pues bien, la verdad es que haberlos «recogido», así, como suena, hubiera sido como secuestrarlos. Lógicamente, para admitir a un menor en el centro, al igual que sucede en la mayoría de lugares del mundo, se deben cumplimentar los requisitos legales pertinentes. Estos requisitos pasan por disponer de toda la documentación de ese menor. Y, en muchos casos, la documentación es lo último que tiene un muchacho que se halla viviendo en una estación, completamente drogado y explotado por mafias que, con los meses, se han apoderado de su cuerpo y, desgraciadamente, de su mente. Antes de acoger a un nuevo menor debíamos averiguar de qué estado de la India procedía, dar con su familia más directa o saber si tenía algún tutor legal, hablar con un abogado de ese estado para que nos ayudara a coordinar la puesta a punto de todos los documentos necesarios, hacer las solicitudes legales requeridas en aquel estado, otro tanto en el estado de Maharashtra y seguir todas las pautas marcadas por la Charity Comission y los órganos gubernamentales responsables de este tipo de gestión. Desde luego, si algo me avergüenza un poco de aquella época inicial es, sin duda, mi visión y concepción totalmente paternalista acerca de la cooperación al desarrollo. Afortunadamente, este sector, con el tiempo, sobre todo en los últimos años, se ha ido fortaleciendo académica y laboralmente, se han establecido unos parámetros necesarios para que su funcionamiento no sea tomado a broma, y sus resultados han sido evaluados de forma minuciosa. Pero todavía queda mucho camino por recorrer. Yo, entonces, asociaba determinados conceptos a imágenes preconcebidas, al igual que les ha sucedido y sigue sucediéndoles a muchas personas, sean o no ajenas al sector. Esa visión paternalista conduce a crear equívocos aberrantes que han hecho mucho daño a nuestro sector. Por ejemplo, suele decirse que un cooperante lo único que hace es «ayudar», en lugar de ser considerado como el implementador de un proyecto con unos objetivos marcados; o que en este sector todo vale y solo las buenas intenciones son el ingrediente necesario para ser un buen profesional; o que es mejor la «caridad» vertical que la cooperación real y el trabajo en equipo, horizontal. Tardé más de dos años en darme cuenta de mis enormes carencias acerca del sector en el que estaba ahora trabajando, pero por fortuna puse remedio rápidamente, porque nadie nace con todo aprendido, y ser consciente de las propias limitaciones es el primer paso para conseguir cualquier meta. Así pues, empecé a cursar estudios de Trabajo Social y Cooperación al Desarrollo, a 40

distancia y de forma presencial —Bombay cuenta con grandes universidades especializadas en estos ámbitos—, y espero seguir haciéndolo siempre, porque es un sector en constante desarrollo —nunca mejor dicho. A pesar de que el sector ha sido cada vez más profesionalizado y cuenta con un gran abanico de profesionales formados, aún conserva numerosas carencias e incongruencias. Es necesario que nuestro sector se comprometa con las bases de igualdad y coherencia que predica. Si bien la visión paternalista del «pobrecito ayudado» y el «salvador» que «ayuda» me produce verdadero rechazo —y lo digo admitiendo que en su día tuve esa lamentable visión—, a día de hoy, y en nombre del saber, se disgrega mucho, a la hora de trabajar, entre Norte (donante) y Sur (receptor). Esta división sigue convirtiendo a unos en supuestos ignorantes que no saben cómo trabajar —nada más alejado de la realidad— y a otros en tecnócratas occidentales que todo lo saben. Esta división tan drástica Norte-Sur, sin realizar realmente una cooperación en el sentido más etimológico de la palabra, es muy peligrosa, y me hace pensar en una frase de Gandhi: «Decimos “nosotros y vosotros”, tendemos a separar, a excluir, y eso, en sí, ya es un acto violento». Por otro lado, la persistencia de las desigualdades existentes en el mundo parece legitimar en muchas ocasiones la resistencia contra la globalización, entendida desde la afirmación de las identidades culturales masacradas por el proceso de homogeneización occidental. Y ese es, precisamente, uno de los agravantes actuales de la intervención en la cooperación, que cuando se aplica de forma equivocada, a pesar de disponer de todos los conocimientos técnicos necesarios, actúa dando la espalda a la cultura y las tradiciones de un pueblo. Esto es así porque se plantea desde el Norte, donde difícilmente se conocen las estructuras mentales y tejidos sociales del Sur, y significa imponer a la ligera un modelo occidental que, en muchas ocasiones, no es precisamente el más adecuado o ejemplar. La globalización bien entendida debería ser la conciencia global por un mundo más justo. Y eso es, simplemente, defender las libertades humanas (adaptándolas en cada caso al contexto social y cultural, sí, pero sin alterar su esencia). Ya en su día fue «Primer Mundo» y «Tercer Mundo»; ahora es «Norte» y «Sur». Esa distinción, semántica y conceptual, nos separa y nos aleja, fragmentando el planeta en dos, ¡cuando el mundo es uno solo! Y hasta que sus ciudadanos no entendamos plenamente lo que eso significa, difícilmente podremos hacer presión ante los gobiernos 41

y gobernantes que acentúan y agravan, diariamente, esa brutal división. Creo que uno de los grandes logros de Sonrisas de Bombay es haber conseguido una verdadera fusión entre los miembros del equipo de las distintas áreas geográficas en las que tiene presencia actualmente la organización. Con sus diferencias culturales y de costumbres, claro está, pero formando parte de un solo equipo y sintiéndolo realmente así en el día a día de sus operativas. La fusión cooperativa se cumple.

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5 Vivir

Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre. MAHATMA GANDHI

Adquirimos una pequeña furgoneta para poder hacer mejor los desplazamientos y tener más sitio para los muchachos. El número de menores admitidos en el centro había crecido y los garajes habilitados como aulas contaban cada vez con más alumnos de la zona. Decidimos poner el nombre de la organización, Sonrisas de Bombay, en una de las puertas del vehículo, y allí empezaron los pequeños peligros, que posteriormente irían a más. Antes de proseguir explicando lo que sucedió, sin embargo, permitan que les hable de Shiv Sena, uno de los partidos políticos con más fuerza y poder —al menos en aquella época— en el estado de Maharashtra. Shiv Sena significa «ejército de Shiva», nombre inspirado en el líder militar Chatrapati Shivaji, idolatrado en todo el estado. Este partido político, declaradamente hinduista — llevado, creo, hasta un extremo muy radical—, fue fundado el 19 de junio de 1966 por Bal Thackeray, su principal dirigente hasta que murió el 17 de noviembre de 2012. Actualmente, son su hijo y su nieto los que han asumido el relevo. El partido surgió en Bombay, extendiéndose entre los habitantes de Maharashtra, donde sigue recabando la mayor parte de su apoyo. Sus fundamentos ideológicos se basan en el nacionalismo hindú y la religión hinduista. El Shiv Sena ha participado varias veces en el Gobierno del estado de Maharashtra, en la alcaldía de Bombay y, como miembro de la Alianza Democrática Nacional, en el Gobierno central de la India

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entre 1998 y 2004. Los miembros del Shiv Sena son conocidos como shivsainiks y su clara identificación con la religión hinduista les ha llevado a protagonizar frecuentes fricciones con la población musulmana local. Una de las principales denuncias del Shiv Sena es que se siga utilizando la palabra «Bombay» —que significa «buena bahía»— para nombrar la ciudad, porque se trata del nombre que le dieron los portugueses, que eran católicos. Reivindican, en cambio, el nombre de «Mumbai», que hace referencia a la diosa hinduista Mumba, patrona de los pescadores koli, los primeros pobladores de la ciudad. Aunque la inmensa mayoría de habitantes de la ciudad —incluso los más hinduistas practicantes de entre mis amigos— sigue utilizando el nombre «Bombay», hay grupos simpatizantes de Shiv Sena que destruyen todo aquello que contenga esta palabra: carteles, escaparates, periódicos… Volviendo al tema de la furgoneta, que lleva pintadas las palabras «Sonrisas de Bombay» claramente visibles, se podrán imaginar que alguna rayada que otra apareció. Pero la cosa no pasó de ahí. Los episodios más desagradables en lo que respecta a la inseguridad no tuvieron nada que ver con Shiv Sena y llegarían poco después. Para un menor nacido en entornos poco aventajados, uno de los destinos más probables es la prostitución. Después de ser directamente secuestrados o de ser vendidos por sus propias familias, cada año llegan a Bombay miles de menores —niños y niñas— para ser explotados sexualmente en la zona de Kamathipura y otras áreas de burdeles de la ciudad. Kamathipura, también denominado «distrito de las luces rojas», es una de las zonas de prostitución más grandes de Asia. Inicialmente era conocido como Lal Bazar, y debe su nombre actual a los kamathis o trabajadores del estado de Andhra Pradesh que llegaban a la ciudad para emplearse como peones en la construcción. En la década de los ochenta del siglo XIX, durante el Raj británico, se convirtió en una «zona de confort y relax» para los soldados ingleses. Debido a la dura represión policial, la aparición del SIDA y la política de reconstrucción del Gobierno para ayudar a los trabajadores y trabajadoras del sexo a salir de la profesión, ha disminuido el número de estos en la zona desde los años noventa del siglo XX. En 1992, para que se hagan una idea, la Corporación Municipal de Bombay (BMC) registró una cifra aproximada de 50.000 trabajadoras sexuales. La verdad es que sería injusto no mencionar los muchos esfuerzos, por parte del cuerpo policial y de 44

numerosas organizaciones indias e internacionales, para erradicar el tráfico humano imperante en la zona. Las víctimas del tráfico humano en Bombay suelen caer en las redes de los proxenetas a muy temprana edad, procedentes de entornos rurales de la India o de países colindantes, después de ser vendidas, en muchos casos, por sus propias familias. Como la mayoría de estos menores no cuentan con una educación formal, desconocen lo que ganan, así como sus derechos legales o amparos a los que se pueden acoger —el desconocimiento acerca de los derechos propios es una de las grandes lacras existentes en la actualidad, en mi opinión, en toda la India— y, por lo tanto, ceden sin rechistar a las tremendas presiones de las dueñas de los prostíbulos, que los hacen trabajar de forma incansable y ceder a todo tipo de requisitos por parte de las personas que frecuentan el burdel. Son muchas las organizaciones que trabajan en Kamatiphura tratando aspectos como el rescate de menores de edad, la conciencia y el tratamiento especialmente del SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual, la prestación de servicios de asesoramiento, los programas de desintoxicación, las labores de capacitación para la reinserción laboral de las víctimas, etc. Algunas organizaciones, incluso, están totalmente dedicadas al cuidado de los hijos de los trabajadores sexuales, mediante el seguimiento académico y, en general, la atención a tiempo completo, noche y día. Otras organizaciones, como Maiti Nepal, a cuya fundadora tuve el privilegio de conocer hace ya varios años en Katmandú, se dedican a identificar a niñas traficadas desde este otro país asiático, y asegurarse de que vuelven a su hogar o cuentan con un lugar para vivir dignamente el resto de sus vidas. Por otro lado, organizaciones gubernamentales como MDACS (Sociedad Mumbai Distrito de Control del SIDA), junto a distintas ONG especializadas, han desempeñado un papel muy importante en la generación de conciencia sobre el SIDA a través del suministro de folletos y libros gratuitos y la organización de campañas de la calle. Lógicamente, al principio tuve que acudir a menudo a esa zona, ya que las madres de alguno de los niños estaban allí e, incluso, algunos de los menores acogidos provenían de aquel lugar. Cada vez acogíamos a más menores y eso no era del agrado de ciertas mafias que frecuentaban la zona y para las que nuestra intervención suponía una amenaza directa. Y así fue como empezó uno de los episodios más desagradables a lo largo de estos 45

años y, muy probablemente, uno de los que más se conocen acerca de mi historia: las amenazas de muerte por parte de algunas mafias de Bombay dirigidas por proxenetas. No quiero extenderme más acerca de cómo empezó todo aquello —relatado en mi primer libro—, ni dar detalles escabrosos de lo que hacían o dejaban de hacer. Tan solo puedo decir que, efectivamente, fue duro recibir amenazas, ser víctima de atentados fallidos y saber que, de un momento a otro, podía dejar de existir en un incendio, un supuesto accidente o un tiro en la nuca. Lo que sí puedo afirmar con total rotundidad es que, a pesar de la gran preocupación que tenía por los míos, no me daba miedo morir. Porque las semillas con las que había contribuido en la plantación del mundo estaban dando sus frutos, y mi existencia, por consiguiente, ya había tenido sentido. Dicho de otra forma, no me asustaba aquella amenaza constante porque la vida ya había merecido la pena. Para mí y para los demás. Poderte ir sabiendo que la vida de al menos una sola persona ha sido mejor gracias a tu existencia, es una recompensa que vence cualquier miedo. Y creo que eso es lo que deberíamos pensar siempre, con amenazas o sin ellas, cada vez que se acaba un día en nuestras vidas. Acostarnos y pensar: «¿A quién he alegrado hoy la vida?», debería ser nuestra gran prioridad. Quiero aprovechar para decir que hace ya mucho tiempo que puedo moverme sin escolta —algo que tuve que aceptar durante dos años de mi vida— porque, actualmente, eliminándome a mí no conseguirían frenar ninguno de los maravillosos proyectos que funcionan gracias a la fuerza motriz del empeño conjunto de un enorme equipo, compuesto por trabajadores de la organización y miles de personas de la propia comunidad. ¿Para qué voy a necesitar ahora escolta… si cuento con miles de guardaespaldas? Después de aquellos episodios, además de comprobar la maravillosa entrega de tantas personas de los cuerpos policiales en distintos lugares a los que viajé en aquella época, conservo algo muy preciado: haber aprendido a vivir de verdad. Cuando se tiene conciencia de que en cualquier momento te puedes ir para siempre y de que aquellos pueden ser tus últimos minutos, te esfuerzas por vivir al máximo, sin tapujos innecesarios. Y te entregas a la importancia de la generosidad y a la libertad de hacer en todo momento lo que te dicta el corazón y la inteligencia de este (cabeza y corazón no están reñidos, lo sé muy bien). Esta sensación o conciencia de vida la tengo aún más acrecentada desde una malaria 46

muy grave que sufrí en 2010 y que casi se me lleva al «otro barrio» —por desgracia, sí se llevó a dos personas del equipo—. Y es que la vida no está para perderla jugando a interpretar un personaje que no somos y que nos esclaviza, o encarcelados en un entorno laboral que no nos llena, o eligiendo diariamente algo que no nos hace felices a pesar de que nos aferremos a ello por comodidad o conveniencia social. La vida es una y está para vivirla a nuestra manera, respetando a los demás y sin hacer daño, pero desde la más absoluta libertad. Si no somos capaces de asumir nuestra propia libertad, difícilmente la podremos empoderar hacia los demás. Siempre me ha despertado curiosidad el hecho de que cuando a alguien le comunican que su enfermedad es terminal y le queda poco tiempo de vida, en muchas ocasiones decide hacer muchas cosas que jamás había hecho antes por miedo no sé sabe muy bien a qué. Yo entonces me pregunto: si todos sabemos que un día u otro nos tendremos que ir de aquí, ¿por qué no hacemos realmente las cosas que queremos hacer en la vida? ¿Qué nos sucederá si lo intentamos? ¿El fracaso? ¿Y es que un fracaso puntual es peor que llegar al final de la vida sin vivir como realmente queríamos? La vida está para vivirla. Y aunque parezca una frase hecha, un tópico fácil, no todas las personas lo llegan a interiorizar y, mucho menos, a aplicar a su existencia. Siempre pienso en la actitud ejemplar de una gran amiga mía: Mar García Garrido. Ya había escuchado hablar de ella cuando TVE emitió «Mar afuera», un impresionante documental acerca de su testimonio. Luego, unos meses después, tuve el inmenso privilegio —regalos que te da la vida— de conocerla personalmente y poder continuar una amistad que se ha ido forjando y continúa a día de hoy. Mar es una joven madrileña, la mayor de seis hermanos, y está en silla de ruedas por una enfermedad degenerativa sin diagnóstico desde los seis años. Pero eso no le ha impedido tener ganas de vivir, ni licenciarse en periodismo por la Universidad Complutense o disfrutar de la vida al máximo, desde el entusiasmo, el amor a los suyos y una generosidad sin límites. Marimar me dijo una vez una frase que me aplico todos los días: «Cuando atraviesas dificultades, como por ejemplo una enfermedad, solo puedes hacer dos cosas con tu vida: tirarla a la basura o vivirla a tope». Mar opta día a día por esta segunda opción. Y yo, sin duda, la sigo en esta iniciativa.

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6 La segunda mano

La generosidad empieza por uno mismo. ANÓNIMO

Poco a poco nuestros proyectos se iban ampliando y a mí me impactaba cada vez más la enorme estigmatización que vivían los enfermos de lepra en la India. La exclusión social que sufren estos enfermos, propiciada en muchos casos por el enorme desconocimiento imperante, es una de las mayores atrocidades e injusticias que he visto nunca. Durante un recorrido por los proyectos con la modelo española Verónica Blume, a quien tengo un enorme cariño, visitamos un hospital especializado en lepra que había a escasos minutos del orfanato. Fue allí cuando decidí que Sonrisas de Bombay tenía que ir pensando en ampliar su campo de acción —con el tiempo he aprendido que este tipo de decisiones no se deben realizar de esta manera, pero en todo caso aquel fue un nuevo camino que emprendería mil veces más—. Me impactó tanto aquella visita, al comprobar la enorme desprotección y vulnerabilidad de los pacientes, que tuve muy claro que dedicaría muchos esfuerzos para avanzar hacia la erradicación de este mal. La lepra es una enfermedad infecciosa causada por un bacilo, el Mycobacterium Leprae, descubierto por el doctor Hansen en Noruega, en el año 1873, y que se transmite fundamentalmente por el aire, penetrando por el aparato respiratorio. No es hereditaria y es mucho menos contagiosa de lo que se pensó durante muchos años: es necesario un contacto estrecho y muy frecuente con la persona que haya contraído la infección. Además suele ir acompañada por unas condiciones higiénicas nefastas y una mala alimentación. 48

Esta enfermedad afecta principalmente a la piel y los nervios, y sus primeros síntomas consisten en la aparición de manchas con sequedad y falta de sensibilidad al calor, al dolor y al tacto. Si no se trata a tiempo, puede provocar daños progresivos e irreparables en la piel, los nervios, los pies, las manos y los ojos, generando parálisis y varias discapacidades irreversibles. Si es detectada a tiempo, la lepra tiene un tratamiento relativamente fácil y es totalmente curable. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó en 1982 la Multiterapia (MDT) o Terapia Multidroga, que consiste en tres sustancias: dapsonas, rifampicina y clofazimina. Los pacientes suelen curarse en un período de entre seis y doce meses, y después de la primera toma dejan automáticamente de ser potencialmente contagiosos. Sin embargo, los daños ocasionados por la enfermedad, como parálisis y discapacidades varias, difícilmente se pueden curar. Por eso es tan importante detectarla en sus primeras fases. La OMS estima que la detección precoz y la MDT han evitado que entre uno y dos millones de personas queden afectados por discapacidades severas. El viejo estigma asociado a la enfermedad sigue siendo uno de los mayores obstáculos para detectarla a tiempo y proceder al tratamiento inmediato. Los afectados se ven rechazados y marginados por sus comunidades y familias, por lo que tratan de ocultar su enfermedad hasta que es demasiado tarde para evitar las secuelas y el contagio. Es necesario, a través de la información y la educación, cambiar la imagen de la lepra y crear un nuevo entorno de mayor normalidad y menor reclusión de los enfermos. El problema es que, hasta el momento, en muchas ocasiones los propios pacientes, cuando observan las primeras extremidades necrosadas y se dan cuenta de las anomalías en el cuerpo que empieza a causar la enfermedad, piensan que se trata de algún tipo de maldición —aquí, nuevamente, insisto en la necesidad de herramientas de mayor conocimiento y educación para la población menos aventajada económicamente, y concienciación para las que cuentan con mayores posibilidades— y se quedan en casa mientras la enfermedad avanza. Otros se limitan a acudir a algún curandero, que realiza algún ritual y les receta unos hierbajos supuestamente mágicos. El primer paso para vencer la lepra es incidir en la sensibilización y normalización entre las comunidades con mayor riesgo. Y esta incidencia pasa por el aumento necesario y primordial de los programas gubernamentales, casi inexistentes en la práctica, reservados a tal fin. También es fundamental la formación de personal especializado, trabajadores del 49

sector de la salud y voluntarios de la comunidad para detectar y tratar la lepra. Para todo ello se necesitan recursos humanos y financieros de los que no disponen, en muchos casos, las organizaciones en países más afectados. Por eso es tan necesaria la voluntad y transparencia absoluta por parte de las autoridades pertinentes. Aunque parezca mentira, la India consideró en 2005 que la lepra estaba prácticamente erradicada en el país, pero lo cierto es que está viviendo un peligroso resurgimiento. Por poner un ejemplo, en Bangalore se registró en 2008 un total de 135 casos, cifra que aumentó a 321 en 2011. Sin duda, hay una tendencia al alza. El problema es que la India no quiere admitir la prevalencia de esta enfermedad, ligada a la pobreza y a la falta de desarrollo. Por ello, maquilla —dicho sutilmente— las cifras de recuento anuales para que el número publicado internacionalmente sea mucho menor al real. De esta manera, se sitúa en línea con la imagen de superpotencia económica —ciertamente, lo es, aunque más de la mitad de su población esté bajo el lindar de la pobreza— que pretende dar al resto del mundo. La verdad es que aun cuando se consiga la eliminación de la lepra a nivel global — menos de 1 caso por 10.000 habitantes— quedará un largo camino por recorrer antes de que esta enfermedad pueda considerarse erradicada. A nivel local, muchas zonas de países como Brasil y la India tardarán bastante en alcanzar esa meta. Deberán mantenerse, durante mucho más tiempo y aumentando los programas gubernamentales destinados a ello, las labores de detección, tratamiento y control de la lepra. Además, tendrán que desarrollarse dos áreas de trabajo fundamentales: prevención de discapacidades y rehabilitación socioeconómica. Actualmente, según la OMS, hay en el mundo unos tres millones de personas discapacitadas a causa de la lepra, y cada año más de ciento cincuenta mil van a incorporarse a la lista. Con esta cifra, la lepra es una de las cuatro causas principales de discapacidad. Las discapacidades permanentes llevan a las personas afectadas al desempleo y a la dependencia económica y física, por lo que entran en un proceso de exclusión social, e incluso en la indigencia, en un entorno que en muchas ocasiones las discrimina. Tratar de romper con la exclusión e integrar al enfermo en la sociedad, posibilitando su acceso a trabajos que le permitan obtener ingresos económicos, a la vivienda y a la educación, y sobre todo la recuperación de la autoestima, son algunos de los recursos que se pueden ofrecer dentro del extenso campo de la rehabilitación socioeconómica de 50

los enfermos de lepra. Sin lugar en dudas, Sonrisas de Bombay siempre ha estado en la línea de conseguir la normalidad social de los pacientes. Poco después de aquella visita que tanto me impactó, conocí al doctor Ramaswamy Ganapati, fundador de la Bombay Leprosy Project y uno de los expertos más eminentes de la India en esta materia. Ganapati siempre consideró que la lepra ha acabado convirtiéndose en un asunto de derechos humanos, más allá de ser únicamente una enfermedad. Y en ese sentido coincidí plenamente con él, especialmente en lo que se refiere a la integración total, incluso a nivel hospitalario, de esta enfermedad. Mientras existan «leproserías» y alas de hospitales apartadas de la vista y destinadas a los pacientes de lepra, al margen de otro tipo de enfermos, no podremos decir que esta enfermedad esté normalizada. A partir de aquel momento, la Bombay Leprosy Project y Sonrisas de Bombay empezaron a trabajar conjuntamente en distintos proyectos para aumentar las detecciones a tiempo y facilitar el tratamiento antes de la aparición de discapacidades. Siempre sentí un enorme cariño y admiración hacia el doctor Ganapati, que falleció hace dos años, y recordaré su ejemplo impagable a la hora de plantear cualquier proyecto desde la óptica del paciente, velando en especial por su propia dignidad, por encima incluso de otros matices del tratamiento. Aunque la Bombay Leprosy Project no desarrolla en la actualidad proyectos en la zona donde actuamos, ya que su foco se centra más en el sur de Bombay, siempre llevaré con gran orgullo y sentido de la responsabilidad el título de Embajador Mundial a cargo vitalicio que me concedió esta organización en el año 2008, y espero que podamos seguir trabajando juntos en el futuro. La erradicación de la lepra se ha convertido para mí en un compromiso que incluso va más allá de la entidad que he creado, ya que me he implicado posteriormente y a título personal con otras organizaciones que trabajan en este campo. Un ejemplo de ello es la organización JAL (www.jal-ong.org), presidida por mi amiga la dermatóloga y lepróloga Montse Pérez. La doctora Pérez fue, durante mucho tiempo, asesora científica y directora médica de relaciones institucionales de Fontilles, donde hace unos años realicé un curso dirigido al personal paramédico especializado en lepra. A partir de ahí forjamos una entrañable amistad, a la que se unió otra gran colaboradora, y amiga por encima de todo, la magnífica Berta Baulenas. Actualmente tengo el enorme privilegio de presidir el Comité Asesor de JAL, que 51

lucha incansablemente contra la proliferación de la lepra a partir de la implementación de varios programas en la ciudad india de Pondicherry. Como venía diciendo, tuvieron que pasar dos años —o más, no lo recuerdo exactamente—, desde que me había ido a vivir a Bombay, para darme cuenta de que tenía que cuidarme mucho más, de que viviendo en aquellas condiciones no iba a causar ningún bien a la organización, sino todo lo contrario. La alarma que me hizo reaccionar, la wake up call como dicen los ingleses, vino por parte de dos personas maravillosas para las que jamás tendré suficientes palabras de agradecimiento por su enorme apoyo: Marisa y Antonio. Marisa venía a veces con una amiga suya, Lourdes —otra persona increíble que también apoyó en su momento y siegue apoyando Sonrisas de Bombay—, al local donde yo trabajaba antes en Barcelona. Venían a cenar y, a veces, en los postres y si no había mucho trabajo, hablaba un poco más con ellas. Eran ese tipo de personas con las que conectaba de inmediato, y entre nosotros surgió una gran afinidad. Antonio, el marido de Marisa, viaja muy a menudo a China por temas laborales, y en uno de esos viajes decidió pasar antes por Bombay y visitar nuestro proyecto. Estuvo varios días en el centro y le encantó. Sin embargo, el último día, con la mirada comprensiva de un padre, me habló de forma muy clara: «Me ha convencido mucho el proyecto, pero hay algo que no me ha gustado: la manera en la que vive su fundador. No puedes estar todo el día trabajando sin distraerte y encima viviendo en estas condiciones aquí solo. O aceptas una invitación de un viaje que te regalamos a donde tú elijas para desconectar unos días o no creeré en el proyecto, porque su responsable, ante todo, debe estar al cien por cien para poder darlo todo. Y si tú no descansas y te cuidas más, nunca estarás al cien por cien». Fue tan claro y conciso que acepté la invitación para pasar unos días en Hong Kong. La primera noche cené con ellos, ya que también se encontraban en la ciudad, y luego me quedé unos días en aquella impresionante urbe, que me fascinó. ¡Qué bien me fueron aquellos días para desconectar por vez primera desde que había aterrizado en Bombay, y para darme cuenta de que, efectivamente, tenía que empezar a pensar en mí! Tenía que empezar a utilizar una mano para cuidar de mí, solo de esta manera podría tender la otra a los demás con mucha más fuerza y energía. Porque solo con un descanso adecuado podemos realizar un trabajo eficaz.

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7 «Cada sonrisa ilumina el mundo»

Sé firme como una torre, cuya cúspide no se doblega jamás al embate de los tiempos. DANTE ALIGHIERI

Una de las primeras cosas que se estudia en muchos cursos sobre gestión de ONG es que una organización, a menudo, crece en etapas parecidas a las de las personas. Al principio es como un bebé: mono, tierno, gracioso, todo el mundo quiere estar con él; posteriormente entra en la niñez, donde ya va teniendo su propio carácter, todo lo pregunta, hace sus primeros amigos y aliados. Después, y antes de que se forme y delimite como el adulto que será, viene la edad más complicada: la adolescencia, a la que entra como entramos todos a esas edades que rondan los doce y trece años, cuando nos crecen antes los brazos que las piernas, se nos puede llenar la cara de granos y mostramos una actitud muy tonta. Sea como sea, lo que está claro es que una organización casi siempre acaba atravesando todos estos procesos de forma natural, respondiendo así al ciclo de la vida que se da en el desarrollo de un proyecto. Algunas abandonan la adolescencia siendo fuertes y sólidas, y con los valores innatos afianzados como nunca. Otras, en cambio, siguen sin definirse hasta una edad muy avanzada. Aunque estos procesos no siempre se dan de igual manera —conozco organizaciones que llevan funcionando muchas decenas de años y siguen sin contar con un plan estratégico, y otras, en cambio, que nacen ya con una base muy sólida, objetivos clarísimos y un plan de trabajo perfectamente estructurado—. Sonrisas de Bombay avanzó en el tiempo —creo— siguiendo las etapas naturales, pero algunas de ellas con

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gran intensidad. Otro fenómeno que se estudia en cursos sobre gestión de ONG es el denominado síndrome del fundador. Este no es otro que la obsesión paranoica del fundador por imponer siempre su voluntad para que nadie haga sombra a sus deseos, fruto de un ego ilimitado, llegando a ahogar —en sentido metafórico, por supuesto— a todo su equipo y, en muchas ocasiones, a la propia entidad. Para que ustedes me entiendan, sería una actitud como la de aquellas madres obsesivas que no permiten que nadie coja en brazos a su hijo ni acepte consejo alguno sobre cómo educarlo. El síndrome del fundador es algo que se da en muchísimas ocasiones —y que yo mismo he comprobado en entidades que he conocido por dentro—, cuando la persona que creó el proyecto acaba siendo el elemento que impide el crecimiento de la organización; lo que supone el mayor obstáculo para que esta extienda sus alas y vuele autónomamente. Está claro que el fundador debería —al menos en mi opinión y de acuerdo con la línea estratégica de la organización— cambiar su rol con el paso del tiempo, adecuándose a las nuevas necesidades, causadas por aspectos internos o externos a la entidad. El fundador puede ser un elemento necesario para determinadas acciones e intereses de la organización, eso está claro, pero nunca debe ser imprescindible y, tarde o temprano, debe situarse en una segunda línea en lo que se refiere a la toma de decisiones y avances ejecutivos de la entidad, dejando así que esta siga creciendo a su propio ritmo. Con el tiempo —un período corto, debo reconocerlo con alivio— aprendí la importancia de delegar, escuchar al equipo y darle alas para su participación. Tomé conciencia de que no dejamos de ser una orquesta en la que cada uno toca su instrumento y nunca se pueden interpretar bien piezas magistrales si no se reparten las indicaciones de la partitura. Pero sí admito que durante algún tiempo —no creo que llegue al año y en un momento muy concreto— viví en mis propias carnes el denominado síndrome del fundador. Fue muy al principio, con la incorporación de nuevos proyectos. Entonces la ejecución del trabajo diario se limitaba a mis dieciocho horas seguidas, el minúsculo equipo de Bombay y un par de voluntarios que se unieron al proyecto y se reunían algunas veces en el domicilio de mi padre en Barcelona para poner algunos temas al día. Supongo que mi actitud aquellos meses, queriendo sobreproteger excesivamente el proyecto y desconfiando al máximo de consejos e ideas aportadas por otros, se debió a 54

una reacción natural. Afortunadamente, me di cuenta enseguida y creo que con el tiempo me he convertido en todo lo contrario: siempre he escuchado mucho a mi equipo, he pedido argumentos convincentes si pensaban que algo se debía hacer de otra manera y, si han sido cambios positivos para la organización, han sido incluidos automáticamente y sin dudarlo. Si la visión es común, y el trabajo en equipo, compartido, las ideas de uno y otro fluyen automáticamente y son insertadas en la vida de la organización de forma natural y casi automática. Dicen que a veces un adolescente madura de golpe si le ocurre algo malo —yo mismo cambié mucho mi escala de valores cuando, en plena adolescencia, mi madre enfermó de cáncer y falleció pocos años después—. En el caso de Sonrisas de Bombay, lo que nos zarandeó con fuerza fue algo bueno. Pero tanto, tanto, que por poco se convierte en una tragedia... Sucedió en la primavera de 2007, justo en el momento en que el orfanato iba ya camino de la autosuficiencia, debido a los fondos obtenidos con las matrículas de una escuela que se construyó al lado con la donación de una empresa americana —a día de hoy el centro es totalmente autosuficiente y no depende de ninguna ayuda monetaria por parte de Sonrisas de Bombay. Por aquellas fechas me vino a visitar mi amiga la periodista Sara Barrera — recomiendo que no se pierdan una de sus actuaciones de bailes de Bollywood, campo en el que es una experta—. Nos reíamos mucho yendo a comprar telas para sus actuaciones en las pequeñas tiendas cercanas al orfanato. Yo me aburría solemnemente —que las damas me perdonen, pero no existe para mí mayor pesadilla que acompañar a una mujer (y a muchos hombres) a comprarse ropa— y resoplaba con los dueños de la tienda, haciendo ver que era el marido de Sara. Duró tanto aquella broma que a día de hoy ella me sigue llamando husband y yo a ella wife. La cuestión es que hacía pocas semanas que Sara había sido entrevistada para la sección «La Contra» de uno de los periódicos más importantes del país, La Vanguardia, y cada dos por tres me decía que sería bueno para la organización que yo pudiera ser entrevistado para esa misma sección. Pocos días antes había venido con su novia a Bombay el amigo de un amigo que era fotógrafo de ese mismo rotativo y me había sacado unas fotografías en una de las zonas de slums en las que trabajábamos, pero en ningún momento creímos que serían utilizadas para acompañar ninguna información. 55

Sara escribió a Víctor Amela, el periodista que la había entrevistado, y le explicó el proyecto y la historia personal —mía, en este caso— que lo había propiciado. Casualmente, el fotógrafo ya le había hablado de mí y se mostró interesado en entrevistarme. Aprovechando un viaje relámpago que hice a Barcelona, nos citamos en el hotel Pulitzer de la calle Vergara —ese sitio siempre me da suerte desde entonces— y allí me hizo la entrevista, que apareció en «La Contra» unos días después. Víctor había elegido para el titular una de las frases que le había dicho durante nuestro encuentro: «Cada sonrisa ilumina el mundo». No exagero si digo que, después de la publicación de aquella entrevista y en aproximadamente dos semanas, llegaron unos tres mil socios nuevos. Era una locura: emails, cartas, propuestas para donaciones, otras entrevistas, solicitudes varias… Rápidamente, escribí a mi padre desde Bombay y entre los dos formamos un buen equipo, que consistió en que yo respondería uno a uno los miles de e-mails que iban llegando y mi padre pasaría, uno a uno, todos los datos bancarios para emitir los recibos de las cuotas de los nuevos socios que iban entrando en masa. Cada socio que entraba suponía saltos de alegría —los sigue suponiendo—, así que imaginen la de saltos y tumbos que di durante aquellas semanas. Envié varios dibujos realizados por los muchachos del orfanato a Víctor Amela, como señal de agradecimiento, y una carta en la que le decía lo mucho que había hecho para permitir que la organización creciera y que, por consiguiente, más personas de Bombay contaran con un futuro lleno de posibilidades y herramientas para acceder a su propia libertad. Aquella entrevista marcó, sin duda, un antes y un después en la historia de Sonrisas de Bombay y en mi propia vida. Responder a las numerosas demandas, peticiones, e-mails de apoyo, cartas de ánimo y muestras de cariño y bondad de tantas y tantas personas de toda España, supuso trabajar durante días sin apenas dormir para poder contestar todo a tiempo y estar a la altura de las demandas que, muy probablemente, correspondían a una entidad mucho más grande y con más medios que la nuestra. Pero supimos salir airosos de aquello y, si cabe, mucho más fortalecidos y conscientes de nuestra capacidad de trabajo. Unos meses después llegó el otro elemento que marcó Sonrisas de Bombay: una pequeña y desconocida —por aquel entonces— editorial me ofrecía escribir un libro que hablara acerca de la realidad de Bombay y relatara mi propia vivencia. Lo medité 56

muchísimo, pero como pensé que seguramente se imprimirían poquitas copias y estas serían adquiridas por mi familia, amigos y conocidos sin mayor repercusión, acepté la propuesta. Y así fue como, en un tiempo récord de un mes y medio, desde aquella enorme ciudad de la India, escribí Sonrisas de Bombay. El viaje que cambió mi destino (Plataforma Editorial). Ni por asomo imaginaba que, tras imprimirse y salir a las librerías, pasaría pronto a estar en los listados de libros de no ficción más vendidos en España; se empezarían a imprimir nuevas ediciones —actualmente el libro está ya en su 17.ª edición—; se publicaría en Portugal, Alemania, Holanda, Estados Unidos, Brasil, Polonia, Italia y Francia —¡con prólogo de mi admirado Dominique Lapierre!—, y me escribirían miles de personas de muchas partes del mundo asegurándome que su lectura les había cambiado la vida. Aún hoy me fascina pensar en el efecto que tuvieron aquellos capítulos, escritos según me salían del alma y sin más pretensión que la de explicar las vivencias de un viaje. La verdad es que la capacidad de reacción a aquel impacto mediático por parte de los pocos que formábamos la entidad fue rápida, pero aquel ritmo frenético, que parecía ir a más, día tras día, duró mucho tiempo. La sensación que yo tuve entonces la comparo hoy con la de aquellos niños que caen y que esperan unos segundos para sopesar su reacción. Uno nunca sabe —ni tampoco ellos mismos— si van a reír, arrancar a llorar o reincorporarse de nuevo para seguir corriendo. Durante aquellos meses viví episodios realmente surrealistas que hoy recuerdo con mucho sentido del humor. Por ejemplo, mi visita a Miami. Me invitaron de la cadena Univisión para ser entrevistado en los programas de mayor audiencia del mundo: Don Francisco presenta y Sábado Gigante. Recuerdo perfectamente el momento de mi llegada a aquella ciudad, cuando, con mis sandalias medio rotas y mis pantalones de hilo deshilados, empecé a buscar a alguien que llevara un cartel con mi nombre, tal y como me habían informado. Lo que yo desconocía era… ¡que me venían a buscar con una limusina blanca! ¡Me morí de la vergüenza! Luego me llevaron a un camerino donde habían puesto mi nombre en la puerta —aún aluciné más— y me dieron un enorme vaso de café. Lo que no advertí es que resultó ser un café cubano, muy fuerte, que se debe ir bebiendo a sorbitos con un vasito mucho más pequeño —que no vi porque estaba detrás del grande—. Cuando supe que debía ser tomado a sorbos, ya me había zampado la taza entera. ¡Imagínense ustedes lo espitoso 57

que me dejó! Cuando ya faltaba poco para entrar al set de entrevistas, me indicaron que, al escuchar mi nombre, esperara a que una puerta que había delante de mí se abriera automáticamente. De repente, oí al presentador y no daba crédito: «Y, ahora, con todos ustedes… ¡el ángel de Bombay!». Ya no sabía si aquello eran alucinaciones por la sobredosis de café o por el desconcierto propio de sentirme tan fuera de lugar en aquellos momentos, pero la cuestión es que casi me da un patatús cuando, encima, tuve que atravesar una pasarela gigante mientras cientos de mujeres medio enloquecidas me vitoreaban entre el público. Ahora recuerdo aquello y me entra la risa. Incluso, a veces, en la intimidad y entre personas de confianza, recreo la situación, provocando siempre carcajadas. Y digo que ahora me río porque en ese momento me angustió pensar que se podría frivolizar un trabajo serio y constante, y me asusté mucho. Me sentía francamente fuera de lugar y temía tirar por la borda tanto trabajo debido a aquella explosión de fervor, porque esa situación empezaba a estar fuera de control. A veces en la vida es bueno perderse para luego encontrarse con más fuerza. La suerte es que nunca perdí el rumbo de mi misión, mi compromiso con los más pobres de la ciudad de Bombay, víctimas de una situación de injusticia que les priva de sus derechos fundamentales. Debía encarrilar pronto la situación, porque se empezaba a confundir el apoyo social o admiración a un trabajo de desarrollo en una de las zonas más deprimidas de una ciudad de la India, con la veneración hacia mi persona. Y aquello no convenía. Por otro lado, cuando realicé mi siguiente viaje a España, había gente que me reconocía por la calle o cuando estaba en un restaurante o tomando una copa con mis amigos. Y aquello, aunque implicaba el cariño y apoyo de muchas personas, no era fácil de asimilar tan rápidamente. Tengo amigos que son cantantes o actores y que mueven auténticas masas e incluso tienen ejércitos de fotógrafos en las puertas de sus casas. Si a mí ya me costó en su momento adaptarme a mi faceta semipública, ¡no quiero ni imaginar lo que sintieron ellos! Otro aspecto que me incomodaba mucho en esa época era la tendencia a «santificarme», a proyectar la imagen mesiánica de salvador que nada tiene que ver con quién yo soy. Incluso llegó a venir una mujer en plena quimioterapia dispuesta a dejar el tratamiento, convencida de que si yo la tocaba… ¡se iba a curar! ¿Cómo no iban a 58

sobrepasarme aquellas locuras? Pero, por suerte, cuando se tienen los pies bien amarrados a tierra, son pocos los vientos que te pueden hacer cambiar de posición. Incluso hubo aprovechados que se acercaron con la intención de hacer de mí una especie de gurú de la autoayuda, proponiéndome todo tipo de negocios y ciclos de sanación. ¿Qué tenía que ver aquello conmigo? ¡Me pareció un auténtico horror y decliné educadamente todas las ofertas! Siempre he huido de este tipo de imagen, aferrándome con fuerza a lo que soy: una persona normal. Porque si algún mensaje quiero emitir como personaje público, este sería, en todo caso, un canto a la normalidad. Y ahí —según creo— han actuado los pilares adquiridos en mi infancia, gracias a la educación que recibí por parte de mis padres y el trato por parte de mis amigos. Muchas veces me preguntan por curiosidad: «Y tus amigos, ¿qué te dicen de Sonrisas de Bombay?». Pues bien, lo cierto es que con mis amigos... ¡nunca se habla de Sonrisas de Bombay! A ellos les da igual que fuera filósofo, basurero o fundador de una ONG y escritor. Yo para ellos soy Jaume, su amigo. Y punto. La verdad es que esta actitud es la bocanada de aire fresco más grande que pude tener en aquellos momentos en los que la adulación, a veces, fue desmesurada. El entorno privado de una persona está muy relacionado con lo que es. A veces me hablan de otros escritores o personas públicas a las que «se les ha subido mucho a la cabeza y creen que están por encima del bien y del mal». Y entonces les digo: «¡Cómo no van a estarlo, rodeados siempre por un séquito de aduladores que les aleja de la realidad!». Siempre me ha gustado la gente que me trata de manera normal, con bromas, de tú a tú. Creo que en los últimos años he sabido gestionar bastante bien mi imagen, y, actualmente, mis lectores o seguidores en plataformas sociales me pueden admirar más o menos, y por uno u otro motivo, pero todos lo hacen desde esa normalidad que tanto me gusta. Hacerlo de otra forma sería, simplemente, deshumanizarme.

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8 La platea

El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos. MARCEL PROUST

Durante el mes de junio de 2009 me invitaron a participar en un foro internacional contra la pobreza que tuvo lugar en Dakar (Senegal). Era, creo, la primera vez, desde que había creado la organización, que permanecía más de una semana alejado de mi entorno de trabajo. Las charlas de aquel encuentro internacional eran interesantes, pero cada vez que se hacía un descanso, entre sesión y sesión, mi secretaria y yo nos escapábamos a un hotel cercano donde había wi-fi y podíamos conectarnos durante un rato a nuestras direcciones de e-mail de trabajo. Allí, alejado del ajetreo del día a día y de los lugares habituales en los que me movía, pude, por fin, bajar a la platea. Me explico. Cuando vemos una película, o una obra de teatro, advertimos muy fácilmente que el personaje que interpreta la actriz tiene al asesino detrás, o que quien la traiciona es su mejor amigo, y otras obviedades que no entendemos cómo se le pueden escapar a la protagonista. Pero la respuesta es muy fácil: porque ella está en el escenario y no puede ver su propia vivencia desde una perspectiva más alejada y, en consecuencia, más amplia y objetiva. Esto nos suele pasar a todos en nuestros trabajos o en nuestras vidas en general. Estamos tan inmersos en el día a día del escenario que no vemos las cosas desde una mejor perspectiva. Para eso hace falta que bajemos a veces a la platea y nos esforcemos

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por ver nuestra vida desde fuera. Ese ejercicio siempre nos permite divisar muchas cosas que se nos escapan. Siempre recomiendo a mis alumnos de la Universidad de Barcelona, donde doy clases una vez al año en un máster de Liderazgo y Desarrollo Personal, que hagan el esfuerzo por alejarse momentáneamente de sus vidas —aunque para ello deban irse un fin de semana fuera de su lugar habitual— y simplemente observen, lo visionen todo como si se tratara de una película. Estoy seguro de que ese ejercicio tiene siempre resultados prodigiosos. Al menos en mi caso, durante aquella semana en Senegal, los tuvo. Me di cuenta de que no íbamos bien, de que parte del equipo valoraba más los éxitos basados en mis apariciones en prensa que los relacionados con el objetivo mismo de la organización. Y pensé que eso, de alguna manera, nos alejaba de nuestro foco central y, en consecuencia, de los orígenes que daban sentido a nuestra existencia como entidad. Habían pasado seis años desde que el barco llamado Sonrisas de Bombay empezó a navegar. El «crucero» empezó con una barquita, remada por este servidor que escribe, y poco a poco se habían ido sumando más personas al equipo. Gracias a todos ellos habíamos podido avanzar y trabajar para mejorar como organización. No era fácil adaptarse tan rápido a los cambios y, si mirábamos hacia atrás, debíamos sentirnos orgullosos de haber sabido y podido responder al crecimiento inesperado, lo cual no era una tarea sencilla. Durante aquellos días en Dakar, me dediqué a escribir un documento para todos los miembros del equipo de la organización. Allí les agradecía su trabajo diario, que sin lugar a dudas estaba marcando la transformación de un sueño en una realidad palpable, pero a la vez les recordaba que los cambios iban a ser muy necesarios, especialmente si queríamos adaptarnos al crecimiento desde el marco de la calidad y, sobre todo, priorizando lo que debía ser priorizado: las comunidades menos aventajadas de la ciudad india de Bombay, donde debía radicar nuestro compromiso. Cuando regresé a Bombay, perfilé el documento y lo envié a las personas que formaban el equipo, explicándoles en qué iban a consistir los cambios que proponía y especificando que tendrían lugar a lo largo de los próximos meses. Serían reestructuraciones necesarias para marcar un «regreso a los orígenes» cuidando mucho más el proyecto y sus programas en la India, mimándolos y profesionalizándolos al máximo, especialmente porque eran la razón del trabajo de todos y cada uno de los 61

tripulantes, incluido del capitán, que navegaban en ese barco hacia un Bombay mejor. El equipo recibió aquello de forma muy receptiva, aunque nunca se puede contentar a todos. Esto es extensivo a la vida en general, y por eso uno debe terminar haciendo aquello que su sentido común le indica. Si tus acciones van acordes con tu conciencia y con lo que crees que es lo correcto, tendrás siempre mucha más fuerza para exponerlo y argumentarlo a los demás. Uno de los principales objetivos para el año que se avecinaba debía ser el establecimiento de un plan estratégico para los próximos cinco años. Hasta aquel momento, debido al inesperado crecimiento y las novedades diarias de aquel ritmo imparable, no habíamos tenido tiempo de sentarnos a pensar en un plan bien definido para centrar y focalizar el trabajo y los esfuerzos. Aquel había sido, sin lugar a dudas, un error mío en tanto que responsable máximo de la organización. Las crecientes incorporaciones al equipo iban permitiendo que las estructuras en la India y España funcionaran sin necesidad de contar siempre con mi presencia, con lo cual pude ya empezar a desarrollar un rol más acorde con las funciones que un director general suele tener en cualquier organización: la macrogestión, definiendo y estableciendo los canales necesarios para plasmar la misión y visión de la entidad. Pero necesitábamos definir esa misión y plantear una visión que permitiera avanzar de forma más sólida y certera. Creo que este, en general, es un mal muy extendido, incluso individualmente, en nuestros tiempos: muchas personas no tienen claro lo que quieren en la vida, y por eso resulta difícil y confuso para su interrelación con los demás. Hay un proverbio que me gusta mucho y dice que un marinero nunca naufraga y siempre llega a puerto mientras no pierda de vista su estrella. Todos deberíamos tener en nuestras mentes una visión de cómo queremos nuestra vida, aunque ello suponga tener que hacer un ejercicio estratégico, como si de una organización se tratara. Solamente así podremos estar seguros de hacia dónde queremos ir, tener el camino de nuestra vida más definido, esquivar mejor las piedras con las que nos crucemos o levantarnos con más energía cada vez que caigamos. Sonrisas de Bombay había nacido hacía ya más de cinco años como respuesta ante una situación de riesgo de cuarenta niños de un orfanato de Bombay. Esta experiencia había marcado los inicios de una entidad que se creó como un sueño para conseguir que aquellos menores escaparan, a partir de la educación y otros aspectos, del esclavismo de la pobreza. 62

Afortunadamente, esos comienzos despertaron y siguen despertando a día de hoy el interés de numerosos ciudadanos de España y otros lugares del mundo que apoyan la entidad con su colaboración y su confianza. Pero el aumento de interés exponencial, para el que no estábamos del todo preparados, había ocasionado que durante un año, a pesar de seguir impulsando los programas en Bombay, hubiéramos dedicado menos fuerza a focalizarnos en el proyecto, derivando muchas atenciones hacia los socios y numerosas demandas que iban llegando de España y de otros lugares del mundo. Éramos un equipo muy pequeño y no podíamos estar en todos los frentes. Era normal aquel año como repuesta de urgencia ante un crecimiento totalmente inesperado. Pero ahora tocaba ordenar de nuevo la habitación y centrarnos en el leitmotiv de nuestra existencia como organización: la implementación de programas de desarrollo en la ciudad india de Bombay. Aquella etapa anterior había sido necesaria, y sin duda muy positiva, para poder responder bien a las ayudas y al interés despertado en un amplio sector de la sociedad — prueba de ello es la satisfacción que nos manifiestan muchos de los socios y empresas colaboradoras a lo largo de todos estos años—. Con ellos hemos querido siempre interactuar de forma cercana pero no por ello poco profesional. Ahora, sin embargo, era necesario un retorno a los orígenes al que añadir unas bases más profesionales, siendo plenamente conscientes de las demandas técnicas y de especialización que necesitábamos para poder seguir trabajando, junto a las comunidades beneficiarias de Bombay, para buscar una ciudad más justa y equitativa. Por ello empezábamos a entrar en una etapa mucho más rica a nivel de objetivos, contenido y cumplimiento de misión, marcada por el mimo al proyecto y a Bombay, algo en lo que coincidíamos todos los que navegábamos entonces, y seguimos navegando hoy, en el barco llamado Sonrisas de Bombay. Quise plasmar, en aquel documento interno que empecé a redactar en Senegal, todas las debilidades y puntos fuertes que había detectado en el último año y medio. Realicé un listado con las debilidades detectadas y, para cada una, a continuación, una solución a fin de redirigirlas en función de los objetivos fijados. El primer problema era la inexistencia de un plan estratégico centralizado en los proyectos. Hasta aquel momento estos habían ido avanzando sin una columna vertebral para irlos trazando en función de unas líneas estratégicas previamente marcadas, así como de una filosofía general bien definida. La solución pasaba, por tanto, por la 63

imprescindible creación de un plan estratégico para los próximos cinco años, que incluyera aspectos generales y concretos de nuestra realidad organizacional. Durante los últimos años habíamos iniciado varias alianzas y acuerdos con contrapartes locales, y aquel aumento, paradójicamente, había desembocado en una relación menguante con todas ellas. Debíamos, pues, reanudar la realización de distintos workshops con sus equipos para definir líneas conjuntas, hacerles mucho más partícipes de nuestras memorias de actividades y nuestros planes de acción, para lo que debíamos aumentar mucho las reuniones y el trabajo en conjunto. Implementar un proyecto junto a contrapartes locales es, sin duda, la manera más aconsejable en el campo de la cooperación al desarrollo, pero a veces puede derivar en una excesiva dependencia. En nuestro caso, además, con tanta presencia sobre el terreno, no podíamos seguir siendo una mera delegación de una organización española, sino iniciar todos los trámites para ser nosotros la propia contraparte local: una organización india al cien por cien. Con fundador extranjero, sí, pero india al final y al cabo. Debíamos ir pensando, pues, en la creación de Mumbai Smiles India, que nos permitiría, además, recibir donaciones del propio país. Y aquí aprovecho para insistir en algo que no siempre se detecta —o no se quiere detectar— por parte de algunas entidades europeas o americanas: los intereses de las contrapartes locales no siempre representan los intereses de la comunidad beneficiaria. Muchas organizaciones del Norte se limitan a una visita anual sobre el terreno durante una semana, y eso, sin duda, no es suficiente para comprobar si el proyecto realizado beneficia realmente a la población a la que va dirigido. La voz de la comunidad es la propia comunidad, y los intereses de esta no siempre coinciden con los de la contraparte local. Por suerte, Sonrisas de Bombay ha estado siempre sobre el terreno —debido a mi presencia o la de otras personas, según las épocas—, y ha sido un termómetro constante para medir la temperatura de un proyecto. Por otro lado, el aumento de programas había derivado en la dispersión geográfica dentro del propio Bombay: existía muy poca acotación para los proyectos en ejecución, que estaban dispersos en varias zonas de la ciudad. Era necesario focalizar en un sector concreto para lograr tres aspectos fundamentales: ahorro económico, ahorro de tiempo (los desplazamientos en Bombay pueden suponer muchas horas al día) y, sobre todo, un conocimiento más profundo y exhaustivo de la comunidad con la que íbamos a trabajar. Nuestro gran crecimiento económico (un 400 % en un año) debido al impacto 64

mediático que había tenido en la prensa española mi historia y el libro, tampoco repercutió siempre positivamente en el desarrollo gradual de los proyectos, que debían seguir el trazo de un planteamiento sólido y estudiado. Si alguna medalla puedo poner a mi aportación personal a la organización en estos años es, sin duda, el haber sabido enfocar con frialdad suficiente y sin perder la cabeza un crecimiento tan exponencial. Con aquel boom económico y social, hubiera sido muy fácil perderse. No me refiero, por supuesto, a aspectos éticos relacionados con el dinero —la transparencia siempre ha sido y sigue siendo uno de los principales atributos de Sonrisas de Bombay—, sino a algo tan sencillo como, simplemente, perder la claridad del rumbo adquirido. Esta reacción al crecimiento que vivimos en aquellos momentos ha sido objeto de estudio por parte de universidades como la escuela de negocios IESE, que dedica bastante atención a este episodio en su Study Case «Sonrisas de Bombay». Muchos expertos en gestión saben que hay empresas y organizaciones que, cuando tienen un crecimiento inesperado tan grande, mueren al poco tiempo. Otro fallo en el que habíamos incurrido en alguna ocasión durante el último año era la supeditación de los proyectos a las demandas marcadas por los donantes —fallo garrafal que siguen cometiendo muchas organizaciones—. Les pongo un ejemplo ajeno —porque nosotros nunca llegamos a tanto— para que me entiendan: una organización que conozco, dedicada en los últimos años a educación e infancia en un país de África, recibió una donación millonaria que ponía como condición dedicarse a la gente mayor. Ellos, como respuesta a aquella donación, cedieron y fueron abandonando paulatinamente los proyectos educativos, dedicándose a los ancianos, terreno en el que no estaban especializados y que además nada tenía que ver con la misión que habían definido. La cuestión es que ese donante falló al cabo de un par de años y ellos se quedaron sin donantes y sin la fuerza que les hubiera proporcionado el haber proseguido con su foco inicial. Esos cambios de rumbo en función de las inyecciones económicas son, en mi opinión, un tremendo error, ya que ponen de manifiesto la escasa prevalencia de un objetivo claro, y enturbian la coherencia con respecto al compromiso adquirido con una misión concreta. Con un plan estratégico bien definido, Sonrisas de Bombay aseguraría que fuese el donante el que se tuviera que adaptar a la línea del proyecto. A veces es importante también saber decir «No» para ser leales a un compromiso asumido. Tal vez se pierde 65

una cantidad de dinero, pero se gana en autenticidad y solidez. El documento tampoco pasaba por alto algunos de los efectos nocivos de la excesiva demanda mediática en España. Esta había provocado visitas en masa a los proyectos, una invasión de visitantes que eran más que bienvenidos —porque suponen apoyos para el proyecto y denotan el interés hacia una realidad que queremos que se denuncie internacionalmente—, pero en alguna ocasión perjudicaba el ritmo laboral de las oficinas y había causado algún que otro malentendido con los beneficiarios. Teníamos, en este caso, un dilema: por un lado, no podíamos ni queríamos negar el acceso a las personas que venían de España y de otros lugares a conocer el proyecto, pero a la vez debíamos cambiar alguna cosa para que las visitas no supusieran una interferencia continua en el buen desarrollo de los proyectos (imagínense cualquier hospital o escuela de España, por ejemplo, llena de grupos de extranjeros paseando por sus pasillos y haciendo fotos a los pacientes y alumnos sin pedir permiso). Aquí, la solución que planteaba en mi documento fue una magnífica idea que había tenido Mónica, una persona que trabajó bastantes años en los proyectos y a la que tengo mucho cariño. Mónica propuso que las visitas se convirtieran en un proyecto de sensibilización para ver las malas prácticas en las que incurrimos cuando visitamos un proyecto de cooperación al desarrollo, y que diera pautas para hacerlo de una manera que respetase mucho más la privacidad y dignidad del beneficiario. Por último, entre otras muchas propuestas que plasmé en aquel documento, dejaba claro que debíamos evitar la sobrecarga del departamento de Proyectos, incorporando necesariamente mucho más personal técnico y altamente cualificado. Debíamos profesionalizar al máximo la oficina central de Bombay, matriz de los programas, ya que esta era el centro neurálgico de nuestra esencia. Además, contar con una oficina sólida y profesional en Bombay supondría una buena manera de reducir costes derivados de estructura para posibles futuras oficinas en países de habla inglesa, ya que numerosos departamentos podrían estar centralizados en Bombay sin necesidad de contar con traductores o excesivo personal expatriado. Sonrisas de Bombay entraba en una etapa de mejora y eso nos hizo sentir a todos muy bien. Con una sensación parecida, supongo, a la que tenemos a veces después de ordenar cajones y armarios o limpiar a fondo la casa. «Primero ordena tu habitación y después ordena tu vida», decía un conocido mío. Y eso es lo que hicimos: preparar las bases para una nueva etapa llena de mejoras que seguían dando sentido, con más fuerza que nunca, 66

a nuestro compromiso con las comunidades más vulnerables de la ciudad de Bombay.

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9 Caminando hacia un Bombay mejor

No permitas que nadie defina tus límites, el único límite es tu alma. EXTRACTO DE LA PELÍCULA RATATOUILLE

Hasta el momento, Sonrisas de Bombay ha tenido cuatro etapas. En la primera, que abarca desde 2004 hasta 2007, la organización se componía tan solo de un pequeño orfanato con cuarenta niños y un equipo minúsculo. Ahí tuve que ser, como suelo decir, una especie de «hombre orquesta» para cubrir los distintos roles y perfiles requeridos. Fue en la segunda etapa, de 2007 a 2009, cuando la demanda mediática en España creció, y esto repercutió en muchos nuevos apoyos que permitieron al proyecto crecer de forma exponencial, aunque un poco desordenada. La tercera etapa abarca los episodios que estoy describiendo en este libro y está marcada por una «vuelta a los orígenes»; en ella la entidad ha logrado de nuevo los pilares necesarios para seguir creciendo con la misma ilusión, motivación y entusiasmo, pero disponiendo de las herramientas para profesionalizar al máximo la estructura en Bombay, derivando en la mayor consolidación del proyecto y la implicación absoluta de las comunidades beneficiarias. La cuarta etapa es la de comprobar los frutos del trabajo y seguir sembrando con convencimiento unas estructuras mucho más sólidas y unos proyectos viables. Para entrar con fuerza en la tercera etapa, sin embargo, necesitábamos contar con un buen plan estratégico que vertebrara la esencia y el sentido de todo nuestro trabajo. Por suerte, teníamos un buen motor: el entusiasmo y las ganas constantes de mejorar. Y aunque en todo equipo siempre hay personas más reticentes a los cambios, la gran

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mayoría confiaba en que aquel parón (relativo) para definir bien el rumbo iba a ser beneficioso para la organización. Un plan estratégico mantendría el enfoque en el presente y el futuro de la entidad; reforzaría los principios adquiridos durante el diseño de la misión, visión y estrategias varias; asignaría prioridades en el destino de los recursos; y permitiría enfrentarse mejor a los posibles cambios futuros en el entorno afrontando mucho mejor las posibles amenazas. En resumen, favorecería la realización de una gestión más eficiente, liberando recursos humanos y materiales para lograr una mayor eficiencia productiva y mayor calidad en todos los programas implementados en el terreno. El ejercicio conjunto —por parte de miembros del patronato, integrantes del equipo, contrapartes y personas de las comunidades con las que habíamos trabajado hasta el momento— contribuiría también a la creación y redefinición de nuestros valores de forma que estos se plasmaran mejor en el trabajo en equipo, compromiso con la organización, calidad en el servicio, innovación, creatividad y comunicación. También me obligaría a mí, como director general, así como a los directores ejecutivos y responsables de los diferentes departamentos, a ver el planteamiento organizativo desde la macroperspectiva, teniendo claros los objetivos marcados, de manera que las acciones diarias se acercasen cada vez más a las metas establecidas. Coordiné todo el proceso desde Bombay junto al departamento de Proyectos, y conté con colaboraciones puntuales para cada aspecto y, sobre todo, con la participación de todo el equipo y actores implicados en el desarrollo de la organización. Escuchar a todas y cada una de las personas que participaron en la confección del plan estratégico fue vital a la hora de darle validez y legitimidad, y también para disfrutar enormemente en el proceso. Aunque no es precisamente mi mayor referente, Napoleón Bonaparte decía que «no hay que temer a los que tienen otra opinión, sino a aquellos que son demasiado cobardes para manifestarla». Y es que realmente un buen equipo consiste en eso: un grupo de personas que pueden tener opiniones distintas, pero que están lo suficientemente unidas como para exponerlas libremente y llegar, de forma conjunta, a la mejor solución. También fue vital contar con una declaración de intenciones por parte de cada una de las contrapartes locales con las que íbamos a trabajar, hasta que Mumbai Smiles India no estuviera funcionando de forma autónoma. Lo primero que necesitábamos era hacer un análisis DAFO: identificar nuestras 69

debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades. Todos los miembros debían señalar en cada punto aquello que consideraran más característico de la organización hasta entonces, pensando en el presente y en el futuro de la entidad. A continuación expongo los resultados en aquellos momentos: • Fortalezas: recursos económicos, apoyo social, capacidad comunicativa, transparencia, unidad de equipo, capacidad para la autocrítica. • Debilidades: equipo no siempre familiar con la esfera de trabajo, poca autonomía sobre el terreno, falta de un plan estratégico, crecimiento muy rápido, falta de coherencia en algunas acciones (esta última la incluí por pura puñetería, porque siempre le he insistido a mi equipo en que es muy importante ser coherente, implique los sacrificios que implique). • Amenazas: pérdida de apoyo social, colapso de la entidad en ausencia de una reacción rápida, pérdida de impacto en la comunidad beneficiaria, posible crisis financiera en España (no nos equivocábamos) y otros lugares. • Oportunidades: consolidación de un equipo técnico, inicio de procesos para fortalecer la estabilidad de la organización y su misión, y potenciación de las habilidades de la entidad. Ahora ya contábamos con las conclusiones de un análisis en equipo y debíamos comenzar a plasmarlas en los objetivos generales y específicos del plan. Si bien habíamos empezado como respuesta a unas necesidades concretas de un reducido grupo de individuos (cuarenta menores de un orfanato de Bombay), gradualmente habíamos ido ganando en experiencia y madurez. Nuestra intervención se había ido ampliando a otros sectores con el objetivo de promover un cambio social hacia una sociedad más justa. Convencidos de que queríamos seguir en ese camino, ahora se trataba tan solo de introducir cambios conceptuales y operativos para seguir implementando proyectos de una forma más vertebrada. Era necesario, pues, consolidar el equipo técnico mediante la promoción de la comunicación interna, así como la formación y la capacitación de recursos humanos adecuados; promover el interés y participación de la comunidad beneficiaria y aumentar el intercambio de sinergias con otros agentes implicados en el sector de la cooperación al desarrollo. Sabíamos hacia dónde queríamos ir y ahora debíamos trabajar de forma firme y constante para plasmar esas intencionalidades. 70

Reuní a los dos directores ejecutivos —el de la India y el de España— en Bombay y estuvimos encerrados varios días haciendo distintos ejercicios. Necesitaba tener claro que todos estábamos alineados con los mismos objetivos y entendíamos de igual forma los mismos conceptos. Estuve toda la noche anterior haciendo una especie de barco de cartón de dimensiones considerables —el equipo me dijo que estaba muy conseguido, aunque creo que fue por piedad, ya que parecía cualquier cosa menos un barco, y es que en manualidades nunca he sido precisamente un genio— y fuimos confeccionando varios puntos del plan estratégico en su «cubierta». Lo primero era definir dos tipos de objetivos, los operacionales y los de misión: • Objetivos operacionales: siendo una organización aún muy joven, nuestros procesos, normativas y sistemas internos todavía no estaban bien definidos, había que pulirlos mucho más. Durante los siguientes dos años crearíamos una serie de documentos y normas que ayudarían a hacer más eficiente nuestro trabajo: unas funciones muy bien definidas, un organigrama eficaz y operativo, unos protocolos internos —también denominados Standard Operating Procedures (SOP)—, unas normativas de Recursos Humanos, un plan propio de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) —muchas ONG creen que por el simple hecho de serlo no necesitan plan de RSC, cuando somos los primeros que debemos predicar con el ejemplo y la coherencia—, un manual de Identidad Visual Corporativa, un manual de Crisis y fórmulas para asegurar la unidad internacional. • Objetivos de misión: 1. Transformación social: la consecución de un Bombay libre de pobreza e injusticia social pasa necesariamente por una transformación social. Siendo conscientes de la compleja estructura de las causas y consecuencias de la pobreza en la India, decidimos apostar por trabajar para lograr una transformación auténtica, tangible y objetiva, algo para lo que iba a ser imprescindible la reducción de la dispersión geográfica de los programas implementados. 2. Alineamiento con los Objetivos de Desarrollo del Milenio: estos objetivos, también conocidos como Objetivos del Milenio (ODM), son ocho propósitos de desarrollo humano fijados en el año 2000, que los 189 países miembros de Naciones Unidas acordaron conseguir para el año 2015. Estos objetivos tratan problemas de la vida 71

cotidiana que se consideran graves. Convencidos o no de que se conseguirán —cuando ya falta poco para finalizar el término establecido, todo indica que desgraciadamente no se van a cumplir—, sí vimos necesario y apropiado que nuestras acciones estratégicas se alinearan con estos objetivos. 3. Romper las barreras existentes entre todos los agentes implicados en la Cooperación al Desarrollo: la división Norte-Sur, que ha imperado en el sector durante los últimos años, ha acabado asignando unos roles muy específicos a los agentes implicados, que en ocasiones han derivado en prácticas más acomodadas y círculos viciosos que potencian la dependencia de las organizaciones receptoras y la inmovilidad de las donantes. En Sonrisas de Bombay —así lo convenimos en aquel momento— creemos que esta división no siempre representa la realidad, y que la diversidad entre actores implicados va mucho más allá de la simple ubicación geográfica o la realidad económica de un país (ya que esta no siempre es proporcional a la igualdad en el nivel de desarrollo). 4. Incidencia ante el Gobierno de la India: sin lugar a dudas, los gobiernos tienen gran parte de responsabilidad —por no decir toda o casi toda— en el incumplimiento de los derechos humanos o la falta de acceso a necesidades básicas de un amplio sector de la población dentro de sus fronteras. Y aunque son complejos los numerosos factores que propician las desigualdades en un país con tanto entramado y tanta población como la India, la principal responsabilidad de velar por la igualdad entre sus ciudadanos recae, sin lugar a dudas, en el Gobierno. Este no se puede acomodar pensando que las organizaciones no gubernamentales terminarán por hacer los deberes que a él le correspondería hacer. Dicho de otra forma, las ONG pueden hacer de calzador, pero es el Gobierno el que debe proporcionar el calzado para caminar hacia la igualdad y el cumplimiento de derechos. Por lo tanto, organizaciones como la nuestra deben ejercer la presión necesaria para exigir a los gobiernos el cumplimiento de sus obligaciones, abogando —de ahí el término inglés advocacy— por los derechos de distintos colectivos de su población. Una vez establecidos los procedimientos y herramientas que íbamos a crear en los próximos meses, establecimos, conjuntamente y analizando en profundidad las características del equipo y el trabajo realizado, la misión, la visión, los valores y los principios de actuación. Este fue el resultado: 72

• Misión: transformar la realidad social de Bombay para garantizar el respeto a los derechos humanos y el acceso a una vida digna de las comunidades más desfavorecidas de la ciudad. • Visión: aspiramos a un Bombay libre de pobreza e injusticia social, donde todos sus ciudadanos y ciudadanas disfruten por igual de los derechos humanos. • Valores: 1. Justicia. Nuestro trabajo de desarrollo está orientado a favorecer el justo acceso a oportunidades y el pleno ejercicio de las libertades humanas de forma universal. 2. No discriminación. Respetamos la diversidad humana en todas sus vertientes, sin distinción de origen, nacionalidad, etnia, casta, edad, orientación política o sexual, religión o género. 3. Transparencia. Gestionamos nuestros recursos de forma rigurosa, apostando por la transparencia y rindiendo cuentas ante nuestros socios/as-colaboradores/as, donantes, beneficiarios/as y ante la sociedad en general. 4. Coherencia. Nuestro trabajo se sustenta en hacer lo que creemos y decimos, siendo fieles al cumplimiento de nuestra misión y visión. • Principios de actuación: 1. Compromiso. Comprometidos/as con nuestra misión, asumimos la responsabilidad de trabajar para cumplirla. 2. Unidad. Nos proponemos aunar esfuerzos impulsando el trabajo en equipo y la colaboración con otras organizaciones e instituciones para potenciar sinergias y mejorar el rendimiento de nuestro trabajo. 3. Participación. Para inducir una transformación social verdadera, promovemos mecanismos participativos, integrando en la implementación de los proyectos a todos los agentes implicados. 4. Entusiasmo. Motivados/as por los resultados del trabajo, desempeñamos nuestra labor con ilusión, pasión e interés. El resultado de unir voces, opiniones y trabajo de todo el equipo y personas implicadas en la ejecución de los proyectos fue, y sigue siendo cada día, una experiencia fascinante, la manera de trabajar más enriquecedora y la única que debería prevalecer en cualquier organización. Y lo más maravilloso de un equipo, cuando tú has sido el 73

responsable de su creación, es comprobar que, incluso quedando al margen, funciona a la perfección y todos sus integrantes asumen las funciones propias y conjuntas con entusiasmo, dedicación y, sobre todo, sentido del deber y la responsabilidad. Han sido varias las ocasiones en las que he tenido la grata sensación de saber lo bien que funcionaba el equipo de forma autónoma, aunque a veces son episodios negativos externos los que me han llevado a tomar conciencia de esa gran unión. Sería muy extenso relatarlos todos, pero quiero citar dos en los que fui muy consciente de la fuerza del equipo y de su gran implicación, individual y colectiva, en el proyecto. Tuve la suerte de sobrevivir a la malaria, en unas semanas en las que las muertes por esta enfermedad fueron muy numerosas en el estado de Maharashtra. Por desgracia, perdimos a dos compañeras: Daisy, responsable de Recursos Humanos —me dieron el alta dos días antes de lo previsto para poder acudir a darle el último adiós—, y una de las maestras de nuestras guarderías (balwadis) en los slums de la zona de Marol. Las demás profesoras lamentaron mucho el fallecimiento de su compañera, y aquellos fueron unos días realmente duros para todos. Su sueldo de maestra en Sonrisas de Bombay era el único ingreso con el que contaba la familia, ya que el marido no tenía trabajo en aquellos momentos, y con él podían pagar con dificultad los gastos de su hija. Pues bien, sin tener nosotros —cuando digo «nosotros» me refiero a los responsables de proyecto o directivos, entre los que me incluyo— nada que ver con la iniciativa, ni tan solo saberlo, todas las profesoras decidieron hacer un fondo común y destinar una parte de sus sueldos para que a la hija de su compañera y amiga nunca le faltara la educación. Gestos como aquel se han dado muchas más veces, y es emocionante comprobar este sentido de grupo y de la unión para alcanzar metas conjuntas. El otro episodio coincidió con la entrada de un nuevo director ejecutivo en la India. Cada vez que en Sonrisas de Bombay ha entrado un director ejecutivo cuyas funciones eran previamente asumidas por mí, yo siempre he «desaparecido» durante algún tiempo de las oficinas como método de trabajo después de la fase de introducción y capacitación. De esta forma, aseguramos que el nuevo responsable asuma plenamente su liderazgo, que el equipo lo vea como jefe inmediato y que yo no me meta en su forma de trabajar (para la que seguramente está, además, más preparado que yo). La cuestión es que aproveché su entrada en el equipo de Bombay para viajar a Filipinas a hacer un trabajo de investigación sobre tráfico humano que daría pie a mi última novela, y así el nuevo responsable de coordinar todos los equipos en la India 74

podría asumir plenamente su responsabilidad según nuestro sistema. Cuando todo parecía ir sobre ruedas, recibí una llamada a Manila en la que se me comunicaba que el nuevo director ejecutivo se había puesto enfermo y debía coger una baja indefinida de inmediato. Tras preocuparme por su estado de salud, procedí a tomar el primer vuelo de regreso a Bombay y asumir nuevamente la dirección ejecutiva de las oficinas centrales de Bombay, con la mala suerte de que… ¡perdí el pasaporte! No me dejaron, como es lógico, entrar en la India sin el visado, y el salvoconducto emitido por el consulado español en Manila solo me permitía regresar a España y, en Madrid, renovar el pasaporte y solicitar un nuevo visado para la India. Este trámite tardaría, al menos, de dos a tres semanas. La baja del director ejecutivo iba para largo, así que durante todo ese tiempo el «barco» de Bombay debía seguir surcando aguas sin un capitán que lo timoneara. Estuve coordinando a distancia a los responsables de equipo, y creamos entre todos un listado de prioridades para que la forma de reportar fuera más sencilla durante aquel tiempo. ¡Quedé maravillado por lo poco que me «molestaron» —lo entrecomillo para que quede claro que no era una molestia, sino mi deber laboral— durante ese tiempo y me di cuenta de la gran autosuficiencia de cada departamento, que avanzó perfectamente y se coordinó con el resto del equipo de una forma admirable! ¡Qué orgulloso me sentí del fantástico equipo con el que contamos! El primer día, después de regresar a Bombay, los congregué a todos, a las siete de la mañana y en un día semifestivo, en una reunión extraordinaria en la sala principal de las oficinas. Estaban desconcertados, sin saber muy bien a qué se debía aquella extraña convocatoria. Con gesto serio, les dije: «Creo que ya va siendo hora de que os vayáis de aquí…». Ellos se miraban y me miraban extrañados, con los ojos muy abiertos, pensando que me había vuelto loco. Y proseguí: «Es hora de que os vayáis de aquí porque tenéis que subir al autobús que os espera abajo. Recoged vuestras cosas que hoy nos vamos todos de picnic. Es lo mínimo que puedo hacer para agradeceros lo bien que habéis trabajado estas semanas, difíciles para todos. Estoy muy orgulloso de vosotros ¡Sois fantásticos, chicos!». Y así fue como pasamos un día en grande en un parque de atracciones a las afueras de Bombay. ¡Lo malo es que ahora lo piden cada año! Y ya me dirán ustedes… ¿quién les puede decir que no? Lo cierto es que la lealtad a una causa y, en consecuencia, a las responsabilidades y 75

obligaciones laborales derivadas de esta, es el mejor motor con el que cuenta el maravilloso equipo de personas competentes, responsables y entusiastas que conforma Sonrisas de Bombay.

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10 El árbol

A veces nuestro destino semeja un árbol frutal en invierno. ¿Quién pensaría que esas ramas reverdecerán y florecerán? Mas esperamos que así sea, y sabemos que así será. JOHANN WOLFGANG VON GOETHE

Como respuesta a nuestro plan estratégico, íbamos a apostar por concentrar nuestros proyectos en la zona de Andheri Este. Eso significaba trabajar en los slums cercanos a nuestra oficina, que además conocíamos bastante bien, para maximizar los recursos que teníamos y obtener así mejores resultados. Ya habíamos definido nuestros objetivos para avanzar en la erradicación de la exclusión social y la pobreza que sufren las comunidades menos desfavorecidas con las que íbamos a trabajar, así como en el respeto a sus derechos mediante la implementación de un programa de desarrollo integral en los slums de esa zona. Para desarrollar todos los programas, que abarcaban —y abarcan— diferentes disciplinas como la educación, la sanidad y el desarrollo socioeconómico, debíamos llevar a cabo un profundo estudio de investigación con el fin de conocer más a fondo el día a día de las comunidades. Los resultados del estudio nos permitirían entender mejor el contexto en el que estaban viviendo las comunidades de la zona, así como su estructura y funcionamiento, para poder diseñar proyectos y estrategias, junto a ellas, que dieran respuesta a sus necesidades reales —en los últimos años he aprendido que no se trata solo de identificar necesidades, sino también capital humano para que una determinada comunidad sea 77

productiva y autosuficiente—. Era el momento de profundizar en el conocimiento de las comunidades de los slums e implicarlas al máximo, convertirlas en líderes y protagonistas de todos los programas, para impulsar con más fuerza un proyecto de verdadero desarrollo integral. Para llevar a cabo el estudio, formalizamos un convenio con una consultora de desarrollo social con larga trayectoria en la investigación sobre los colectivos más marginados del estado de Maharashtra, e integrada por un grupo de profesionales comprometidos con la mejora de la vida de las comunidades más desfavorecidas. Dividimos el estudio en dos fases: la primera se basó en la recopilación de información y un trabajo de campo en el que se visitaron dieciocho slums diferentes y se definieron cuatro slums como prioritarios a la hora de sopesar nuestra intervención; la segunda fase consistió en la realización de una serie de encuestas en los cuatro slums que se marcaron previamente como prioritarios. Un slum se puede definir como la zona más degradada de una ciudad, caracterizada por el agrupamiento de infraviviendas caracterizadas por la falta de infraestructuras básicas, concentración de pobreza y, en algunos casos puntuales, falta de seguridad. En la ciudad de Bombay, los slums han existido desde hace mucho tiempo, pero proliferaron durante los años cincuenta y sesenta, siempre relacionados con el crecimiento de la población proveniente de otras zonas del país. En sus inicios, los slums eran las zonas donde vivían las personas pobres que migraban de las áreas rurales a la ciudad en busca de una vida mejor. A lo largo de todo este tiempo, estas zonas nunca han sido sometidas a una planificación urbanística, ni a la construcción de infraestructuras ni a la implementación de instalaciones básicas como sistemas de agua corriente y de alcantarillado. A partir de 1950, el número de slums empezó a aumentar vertiginosamente debido al gran crecimiento de la población en la India, que se triplicó desde su independencia en 1947. Es fácil imaginarse la congestión echando un vistazo a las cifras: Bombay, con sus 437,71 km2, tiene actualmente una densidad de población extremadamente alta, de 22.922 habitantes por kilómetro cuadrado. Y aproximadamente el 60 por ciento de habitantes de la ciudad reside en slums. Las condiciones de vida en estas zonas de chabolas suelen ser muy duras. La movilidad incesante, la falta de agua y transporte público, la contaminación y las inundaciones son constantes en la vida de sus habitantes. Los factores no económicos — 78

estructura social de castas, religión, movilidad, origen, familiares a cargo, enfermedades, situación legal del slum, acceso a servicios, recogida de residuos, etc.— tienen también mucho peso a la hora de definir las oportunidades de una familia. De hecho, si hay un denominador común para los habitantes de los slums es precisamente este: la falta de oportunidades y, en muchos casos, el desconocimiento de sus propios derechos como ciudadanos. A pesar de los esfuerzos por parte de muchas organizaciones no gubernamentales para remediar esta grave situación, sigue sin haber una respuesta institucional —y práctica— para este problema social con tantas caras. A pesar de la creación por parte del Gobierno de la Slum Rehabilitation Authority (SRA) para reubicar zonas de chabolas en edificios más periféricos, los slums siguen suponiendo un problema de derechos humanos, y muchas personas se encuentran en esta penosa situación. El primer censo completo que presuntamente se ha realizado en la India en época reciente muestra que 1/6 de los habitantes urbanos del país reside en zonas de chabolas, donde Bombay, junto con Delhi, registra las cotas más altas (casi un 50 % de la población). La constante inmigración es uno de los factores que acrecienta este aumento permanente de pobreza urbana, y desde luego supone uno de los problemas más grandes con los que cuenta el país, que siempre baraja entre sus posibilidades lo que, a mi juicio, es indispensable para cualquier plan: el empoderamiento de sus habitantes. Sin embargo, nunca profundiza en ello ni analiza —o no quiere analizar— los problemas de raíz. El Ministerio de Vivienda y Alivio de la Pobreza Urbana afirmaba en el 11.º plan estratégico del Gobierno que se necesitarían en el país al menos 24,7 millones de viviendas urbanas para reubicar dignamente a todos los ciudadanos que residían en slums —aquí deberíamos diferenciar entre los que son recientes y los que llevan más de una generación, pero hacerlo nos llevaría muchos capítulos al ser un tema bastante complejo —. El Gobierno indio ha creado numerosos departamentos e iniciativas, como el Jawaharlal Nehru National Urban Renewal Mission (JNNURM), el Integrated Housing and Slum Development Program, el Basic Services for the Urban Poor, o la Slum Rehabilitation Authority, pero el problema sigue latente —debido a los vergonzosos retrasos por parte de sus implementadores y por el fallo garrafal, en mi humilde opinión, de no capacitar suficientemente a los habitantes de estos asentamientos—. En el caso de Bombay, aquellos que residen en un slum desde 1995 tienen derecho, por ley, a un 79

pequeño apartamento cedido por la Slum Rehabilitation Authority. Lo que sucede es que generalmente estos apartamentos se encuentran en zonas muy alejadas de donde ellos ya han ido construyendo su tejido social y, en muchos casos, comercial; áreas muy alejadas de oportunidades de trabajo, escuelas y hospitales, lo que dificulta aún más su acceso a derechos básicos. Por tanto, una iniciativa que se supone que pasa por el empoderamiento de los habitantes de los slums, termina siendo un mayor impedimento para sus posibilidades de desarrollo socioeconómico. Por otro lado, cabe destacar que los derribos de los slums suelen ser inminentes y en algunos casos no se informa previamente a sus ocupantes de modo que estos puedan organizar su traslado. Han sido muchas las ocasiones en las que en Sonrisas de Bombay hemos sufrido las consecuencias de estos destrozos por parte del Gobierno sin previo aviso. Para empezar a trazar las líneas de nuestros programas, una vez acotados los slums en los que íbamos a trabajar, debíamos saber si nuestra intervención iba a ser necesaria en las zonas delimitadas y, sobre todo, cuál era la situación, en aquellas zonas concretas, previa a nuestra intervención. Lo primero que hicimos en la primera fase fue recopilar toda la información posible mediante informes y visitas institucionales. También consultamos estadísticas oficiales, casos de estudio y artículos diversos. Posteriormente, recorrimos diariamente durante un largo período todas las zonas definidas para establecer contacto con pequeñas cooperativas, organizaciones comunitarias, grupos de jóvenes y personas importantes o representativas para aquella zona. Para la primera fase se tuvieron en cuenta distintas variables como la situación legal del slum, el tipo de viviendas, el acceso a los servicios básicos —electricidad, agua, lavabo, alcantarillado—, el empleo —tipo de ocupaciones y salario medio—, la existencia o no de créditos o microcréditos, la sanidad —acceso a la sanidad, seguro médico y nivel de nutrición—, la presencia de instituciones gubernamentales y no gubernamentales, la educación —índice de alfabetización, absentismo escolar—, la igualdad de género, etc. Todo ello nos permitió elaborar una serie de informes individuales sobre cada uno de los slums para posteriormente poder seleccionar los cuatro en los que llevar a cabo las encuestas para la segunda fase. Los slums seleccionados fueron Anand Nagar, 80

Panchashil Nagar, Ramabai Ambedkar Nagar y Muladondrigaon. Para seleccionarlos tuvimos en cuenta parámetros como la predisposición de la comunidad, las condiciones de vulnerabilidad, el tipo de estructura social y de los hogares, y la situación respecto a nuestra propia logística para poder dar respuestas eficientes y estar a la altura de la intervención requerida. Las encuestas fueron realizadas a ochocientos individuos representativos de los cuatro slums, y fueron coordinadas por un grupo de dieciocho personas, la mitad de las cuales pertenecían a la propia comunidad —dando así el pistoletazo de salida a su implicación directa con el día a día de los programas—. Los resultados nos permitieron conocer más a fondo la realidad de las comunidades a las que íbamos a dar apoyo, y definir la zona en la que sería más necesario nuestro trabajo y donde este tendría más probabilidades de éxito, entendiendo este como la mejora de la vida de muchas personas. Según el gobierno municipal, en la zona de Andheri Este solo hay un slum registrado reconocido y, por lo tanto, el único que tiene derecho a unos mínimos de salubridad. Durante aquella investigación, sin embargo, identificamos un mínimo de dieciocho. En ellos viven aproximadamente 472.226 personas, el equivalente al 58,30 por ciento de la población total de la zona. La mayoría de los adultos trabajan como jornaleros y la supervivencia económica es la mayor prioridad en sus vidas, lo que les deja poco tiempo libre para las actividades sociales o de ocio. El salario medio de cada familia es de 15 a 30 euros al mes. El 16 por ciento de la población son niñas y niños menores de seis años, y el índice de mortalidad infantil es de 55 muertes por cada 1.000 niños, una cifra muy alejada, por ejemplo, de la de España, donde el mismo índice es de solo 4,26 muertes por cada 1.000 niños. El 42 por ciento de los hombres y el 58 por ciento de las mujeres no saben leer ni escribir, y hay 141 escuelas en la zona, de las cuales 75 son municipales. Repartidos entre estas, hay 1.376 profesores y 58.040 estudiantes. Aunque oficialmente la tasa de abandono escolar es de solo el 7 por ciento y la mayoría de niños y jóvenes está registrada en algún balwadi (centro de educación preescolar) o escuela, la mayoría no asiste a clase de forma regular y se pasa el día en la calle jugando, trabajando o mendigando para ayudar a completar los ingresos necesarios para la subsistencia de la familia. Un factor determinante para que los menores no asistan a clase es la distancia de las escuelas respecto los slums donde viven (con una media de 3 km de distancia entre la 81

escuela y la vivienda). Por otro lado, muy pocos adolescentes pueden seguir un itinerario educativo y constructivo, y existe una gran necesidad de asesoramiento y orientación escolar. Los niveles de delincuencia aumentan cada año especialmente entre las generaciones más jóvenes. Cabe resaltar, también, que en esta zona de slums no existen baños privados; hay 7.850 letrinas, distribuidas entre 1.193 bloques, para toda la población. Así pues, una sola letrina es compartida por sesenta personas, y un solo grifo, por seis, algo que tiene un impacto directo en su salud y la esperanza media de vida, que es tan solo de 55 años. Los problemas de salud que más afectan a la población de la zona son las enfermedades de la piel, los parásitos intestinales y la anemia, siendo las enfermedades más comunes la tuberculosis, la hipertensión, la malaria y la diabetes. Estos slums disponen de muy poco espacio, y la gran mayoría de viviendas están hechas de hojalata, plástico, barro o ladrillo, y no cuentan con espacios separados para una ventilación mínima. Tampoco hay sistema de alcantarillado en la zona, algo que durante la época de monzones es motivo de grandes y costosos estragos. El agua, la salud y la sanidad son los temas prioritarios para estas comunidades. Cuando hicimos nuestro trabajo de investigación descubrimos que tan solo ocho ONG autóctonas trabajaban en la zona, y que se estaba impulsando una nueva estructura organizativa de base, esencialmente para prevenir el VIH-SIDA. Aunque la mayoría de estos slums cuenta con un grupo de representantes de la comunidad legalmente registrado ante las autoridades locales, estos grupos no ejercen su función debido a la falta de apoyo y motivación. Después de realizar la primera fase del estudio, teníamos ya los datos necesarios para cuantificar y valorar la gravedad de la situación de las comunidades que vivían en aquellos slums, y también para impulsar medidas que permitieran mejorar su calidad de vida, contribuyendo así a la autosuficiencia y el desarrollo. En Sonrisas de Bombay siempre hemos apostado por proyectos que incidan en la mejora en cuanto al acceso a la educación y la calidad de la misma; creación de puestos de trabajo dignos y estables; mejora del acceso al sistema sanitario, e infraestructuras y viviendas que permitan crear y mantener un entorno limpio, higiénico y, en definitiva, habitable. Sin embargo, para dar respuesta de forma eficaz a los problemas a los que se debían 82

enfrentar esas comunidades, creímos fundamental incluir y tener en cuenta su punto de vista tanto en el diagnóstico como en la formulación y diseño de los programas implementados. Siempre insisto y seguiré insistiendo en que no se trata de trabajar «para» las comunidades, sino «con» ellas. Empezamos a crear una serie de comités de beneficiarios que sirve siempre como plataforma para que estos, además de su participación en los ciclos de los programas, puedan transmitir sus experiencias e inquietudes. La comunicación fluida y constante es siempre básica para conseguir los objetivos deseados, tanto en un proyecto de cooperación al desarrollo como en la propia vida. No se trata de identificar necesidades sino de identificar capital humano y asegurar la verdadera sostenibilidad a largo plazo, y la verdadera cisura del círculo vicioso de la pobreza en el que se hallan inmersas estas comunidades desde hace muchas generaciones. Y mientras tanto, poder seguir abogando conjuntamente por sus derechos más elementales. En este sentido, son interesantísimas las tesis de autores como C. K. Prahalad — recomiendo desde aquí la lectura de su libro La fortuna en la base de la pirámide. Cómo crear una vida digna y aumentar las opciones mediante el mercado—, que destacan la importancia de los habitantes de zonas como slums para el desarrollo de la economía global de una nación. Sin embargo, como señala Prahalad, es imprescindible que estos generen y reciban, que produzcan para el bien común, pero que, además, esto sea proporcional al aumento de su calidad de vida y de su capacidad para exigir sus propios derechos, avalados por la Constitución de su país. La implicación de las comunidades ha sido y sigue siendo básica para la consecución de los objetivos fijados en la organización. Jamás se puede plantear bien un proyecto si se hace desde una mirada ajena. Y en ese sentido, incluso la mía lo es. Deben ser los propios habitantes de las zonas de cobertura, a base de la motivación y de comprender que sus aspiraciones pueden convertirse en realidades tangibles, los que asuman el liderazgo de los programas y avancen hacia una realidad en la que sus derechos más elementales estén asegurados. Fue precisamente en una de las reuniones con los comités de beneficiarios donde, una vez concluido el encuentro, un hombre de la comunidad bastante anciano se me acercó. Me agarró muy fuerte del brazo y, cuando ya creía que iba a emitir alguna queja en privado o recordarme algo que se le había olvidado manifestar durante la reunión, me 83

miró fijamente y, casi llorando, me dijo: «Llegaste aquí hace años y decidiste plantar una semilla en esta tierra. Ahora se ha convertido en un árbol fuerte y alto que nos da sombra y frutos todos los días. Gracias». Miré rápidamente a uno de mis colaboradores para verificar lo que me había dicho, ya que mezclaba el hindi con algún otro dialecto. Pero lo había entendido bien. Me quedé sin palabras y no supe qué decir en ese momento, pero si lo volviera a encontrar le prometería que seguiré regando el árbol, con trabajo, pasión y tenacidad, todos los días de mi vida.

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11 La llave

Donde hay educación no hay distinción de clases. CONFUCIO

Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad. DIEGO LUIS CÓRDOBA

Siempre he creído firmemente que la educación es la llave que abrirá, a muchos ciudadanos de la India, las puertas de su propia libertad. Si bien ya lo creía hace diez años con una gran convicción, hoy estoy más seguro que nunca. La educación, y no solo la académica, va ser una herramienta fundamental a la hora de asumir la conciencia colectiva de disponer de unos derechos y exigirlos, por consiguiente, a quienes tienen la obligación de garantizarlos. Por esta misma razón, siempre hemos puesto un acento especial en los proyectos relacionados con la educación: los menores de hoy van a ser, gracias a ella, unos adultos preparados. ¡No hay nadie más autosostenible que una persona formada y capacitada! Después de obtener los resultados acerca de las zonas de slums en las que decidimos acotar los proyectos —como así ha sido—, seguimos recalando en la educación como uno de los pilares básicos en el conjunto de programas implementados. A continuación, voy a destacar algunos de ellos.

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Balwadis (guarderías) Con el objetivo de escolarizar a menores desde cero a seis años de varios de los slums del norte de Bombay y garantizarles un nivel de conocimiento y desarrollo adecuado a su edad, evitando así que caigan en redes de explotación y ampliando sus oportunidades de futuro, disponemos en la actualidad de veinticinco balwadis o guarderías repartidas por los slums de la zona. Hay una suma de factores que tiene como resultado la falta de escolarización previa a la educación definida como obligatoria en la India. La educación es obligatoria y gratuita entre los seis y los catorce años —y eso es solo desde 2009—. Pero ¿qué pasa anteriormente? Por una parte, la falta de recursos económicos de muchas familias dificulta hacer frente a los gastos de escolarización, como por ejemplo el traslado a los centros de preescolar, de tal manera que la no escolarización supone en ocasiones un ahorro económico, y en muchas otras, una vía de ingresos, ya que estos niños y niñas pueden empezar a realizar actividades económicas. Y, por otra parte, muchas familias no tienen en cuenta la importancia de la educación temprana que permite adquirir conocimientos y contribuir a un futuro mejor para sus hijos (razón por la que es fundamental la participación, de una u otra forma, de toda la familia en el proceso educativo). Durante los últimos años, veinticinco balwadis han estado en funcionamiento y ofrecido un modelo educativo que, más allá de las competencias del alumnado, promueve la participación de los padres y madres para implicarlos en el proceso educativo de sus hijos, y también en otros ámbitos como la salud y la nutrición. Desde un punto de vista pedagógico, se promueve un método interactivo que potencie la creatividad y las habilidades de los pequeños. Para ello se realizan actividades como excursiones, concursos de dibujo, competiciones deportivas y festivales de disfraces. La salud también ocupa un espacio importante y para ello se han hecho campañas de vacunación contra la polio, u otras iniciativas para promover buenos hábitos nutricionales e higiénicos. Hemos dedicado muchos esfuerzos a implicar a padres y madres, beneficiarios indirectos del proyecto. Han participado en las comisiones de beneficiaros de evaluación del proyecto, se han organizado sesiones de orientación y de formación en nutrición, 86

salud y relación con sus hijos impartidos por expertos en cada campo, y han contribuido económicamente al proyecto para fomentar su implicación en el mismo. Recordemos que se trata de trabajar con ellos y no para ellos. Un buen ejemplo de esta implicación es el padre de uno de los alumnos de las guarderías. Hace ya dos años que él mismo organiza recolectas por iniciativa propia y antes de empezar el curso paga, con lo recaudado, los zapatos de todos los alumnos de la guardería. Este gesto nos emociona mucho y, en mi opinión, es muy significativo. Los balwadis, por otro lado, también desarrollan la función de generar puestos de trabajo para más de cincuenta profesoras y ayudantes, así como para las más de sesenta mujeres que suelen componer, cada año, los grupos autogestionados (self-help groups) encargados de la preparación y distribución de la comida que se ofrece allí cada día a los alumnos. Todos estos actores sociales, más allá de los niños y niñas participantes directos del proyecto, generan un mapa de satélites clave —padres, madres, equipo del profesorado — para trabajar con las comunidades en muchos aspectos. Todos ellos han sido y son actores activos en otras acciones impulsadas por la entidad y que fomentan la salud, la participación y el trabajo en red, así como la multiplicación de resultados positivos para la comunidad. Un total —como media anual— de 25 profesoras, 25 ayudantes, dos coordinadores de campo, un coordinador del proyecto, tres dinamizadores comunitarios, un conductor, 64 mujeres de los grupos autogestionados, 330 niños y 340 niñas escolarizados y 3.164 beneficiarios/as indirectos/as dedican diariamente esfuerzos, trabajo e ilusión a un programa que ha obtenido resultados prodigiosos para toda la comunidad. Es impresionante, por ejemplo, ver el cambio —en seguridad, confianza y fuerza— de las profesoras y ayudantes desde que comienzan a trabajar hasta que pasan unos meses. Contar con un trabajo, asumir una responsabilidad, recibir la capacitación constante y disponer de un salario y afianzar su rol dentro de la comunidad causa unos resultados maravillosos en mujeres que antes eran inseguras y vivían con miedos constantes. El sentimiento de pertenencia a un colectivo laboral es otro de los factores que influye muy positivamente en el desarrollo de sus personalidades y refuerzo de sus liderazgos dentro de la comunidad. A medida que avanzan los cursos —que, como en toda la India, arrancan a mediados de junio hasta mediados de abril del año siguiente— continuamos poniendo el acento en 87

mejorar la calidad del proyecto. Para ello solemos contar con materiales y actividades de carácter pedagógico y educativo que aporten cierta innovación. De esta forma también conseguimos empoderar no solo a los alumnos y alumnas sino también a las familias y al profesorado. De hecho, en esta línea de acción, el trabajo de formación y capacitación de las profesoras y ayudantes es un factor imprescindible. Los niños cuentan con dos uniformes escolares —una buena forma de evitar agravios y diferencias—: uno financiado por Sonrisas de Bombay y otro por las familias, las cuales han tenido facilidades para el pago de los mismos. Es imprescindible la participación, incluso económica, de los propios beneficiarios. Un total —como media anual aproximada según los últimos cursos escolares— de 670 uniformes y tarjetas identificativas, 25 kits de material pedagógico y libros de texto, 25 kits de juguetes y material educativo, y 25 kits de primeros auxilios componen el equipamiento para este proyecto, cuya calidad seguimos mejorando constantemente, porque cada día hay algo nuevo que aprender para rozar la excelencia. Recuerdo los problemas que tuvimos el primer año de implementación en nuestra zona actual. Siguiendo con las premisas de igualdad de género e independencia económica de las mujeres implicadas en el proyecto, abrimos cuentas bancarias para cada una de las profesoras y ayudantes. Es la mejor forma, mediante una cuenta a su nombre, de que el marido no interfiera en sus ingresos y no los malgaste en hábitos poco deseables. Con lo que no habíamos contado —es extraño que a esas alturas se nos escapara algo totalmente lógico, conociendo la realidad en la que trabajamos— era con la poca acogida que tuvo aquella decisión entre los maridos. ¡Nos llegaron a esperar con piedras enormes en las puertas de la oficina! Poco a poco, y a través de implicarles de otras maneras en los programas implementados, hemos conseguido que estén totalmente de nuestro lado. Casi morimos lapidados en más de una ocasión, pero ha merecido la pena.

Educación primaria y secundaria: Yashodhan School Con el objetivo de garantizar el derecho a la educación preescolar, primaria y secundaria, de los dos a los dieciséis años, en el slum de Sashtri Nagar, al norte de la ciudad, 88

seguimos apoyando la pequeña escuela de Yashodhan School, que forma parte del tejido de proyectos desde los inicios de la entidad. Si bien no está ubicada en nuestro foco geográfico de trabajo en la actualidad, esta escuela se halla en un proceso gradual hacia la autosuficiencia (debido a las matrículas que han ido en aumento por la cada vez mayor calidad educativa del centro). Sonrisas de Bombay siempre ha trabajado por el acceso universal a la educación, pero lo cierto es que a día de hoy la red de escuelas públicas sigue siendo insuficiente —en cantidad y calidad—. Aspectos como la distancia entre los slums y las escuelas provocan, por ejemplo, un elevado índice de absentismo escolar. El slum de Sashtri Nagar no es ajeno a esta realidad y por ello empezamos a apoyar el proyecto de la escuela Yashodhan. Además, estudios recientes ponen de manifiesto, tristemente, que la escuela pública en la India está obteniendo peores resultados en la evaluación de sus alumnos. La falta de recursos necesarios invertidos en esta política pública implica este retroceso. Paralelamente, el Estado aplica normativas que en muchas ocasiones entorpecen el acceso de los menores a los centros públicos y distan bastante de un acceso a la educación garantizada para todos. Ante esta situación, Sonrisas de Bombay continúa apoyando este proyecto. Las actividades en las que hemos puesto el acento durante los últimos años han sido los cursos de formación para el profesorado y la organización de seminarios de desarrollo personal para el alumnado de los últimos cursos. También se organizan, más allá del aspecto académico, numerosos eventos culturales y deportivos, y excursiones para profundizar en aspectos tecnológicos, científicos o agrícolas. Por cierto, estamos todos tremendamente orgullosos de poder afirmar que entre sus alumnos se encuentran los que han obtenido mejores notas, los últimos dos años, en el estado de Maharashtra (y los exámenes son globales, así que no hay trampa ni cartón). Un total de 419 alumnas, 579 alumnos —hay que seguir haciendo hincapié para que el ratio de mujeres crezca—, treinta y tres profesoras y siete profesores, y un total de 4.152 beneficiarios indirectos, están cada vez más implicados en un proyecto cuya calidad y utilidad hemos visto crecer durante los últimos años. Aún recuerdo las discusiones con autoridades para conseguir el FCRA (el permiso para recibir donaciones extranjeras) y hoy me alegra enormemente saber que tiene entre sus alumnos a los muchachos mejor preparados de la zona. 89

Educación pública para todos: recursos pedagógicos (Sangati) y lucha común (Open House) Hasta el año 2009 no existía en la India ninguna ley que protegiera educativamente a los menores de edad, y no se había aprobado ninguna ley para la educación gratuita y obligatoria. La ley actual solo cubre la franja de edad entre los seis y catorce años, pero deja a las otras en un total descubierto. La aprobación de esa ley fue posible gracias a la presión, durante muchos años y a través de insistentes campañas e incidencia política, por parte de numerosas organizaciones indias y extranjeras. Una vez aprobada la ley, en Sonrisas de Bombay consideramos que sería incoherente seguir solo criticando la actuación por parte del Gobierno sin implicarnos más ahora que parecía querer dar un paso adelante en lo que se refiere a este derecho fundamental. Por ello, decidimos iniciar una colaboración con la contraparte Avehi Abacus para implementar programas de colaboración con escuelas públicas de forma conjunta. Con el objetivo de ofrecer a estos centros un recurso pedagógico con un método de aprendizaje novedoso, efectivo e interactivo, empezamos la implementación del programa Sangati en distintas escuelas del área de Bombay. Diversos estudios, como el Informe ASER de la ONG Pathram, ponen de manifiesto el bajo nivel de calidad educativa en la red de escuelas públicas india. Más bien valoran la situación como un momento de retroceso. Si bien es cierto que actualmente existen las escuelas públicas para la franja de edad que les he indicado, estas son escasas, no siempre están abiertas y la calidad educativa deja mucho que desear. Con el objetivo de paliar esta situación y convencidos de la importancia de que el Estado garantice el derecho a una educación de calidad, contribuimos a dar respuesta a estos resultados mediante un recurso pedagógico para mejorar los niveles educativos de los alumnos de 5.º a 8.º curso. Durante los últimos años hemos coordinado talleres de orientación para el uso del material «Sangati» y hemos realizado el seguimiento de su implementación en numerosas escuelas públicas (un total de 1.403 clases en 861 escuelas municipales públicas de Bombay, 7.684 sesiones de formación sobre la 90

metodología Sangati y 2.502 profesores y profesoras que han recibido formación). Por otro lado, en 2009 también nos incorporamos a Open House, un grupo de organizaciones indias que nos hemos unido para presionar, conjuntamente y de forma pacífica, al Gobierno indio para que incorpore más franjas de edad en una ley que implante la educación gratuita y obligatoria y que refuerce la calidad en la educación de los centros públicos. Actualmente, Sonrisas de Bombay, e incluso yo personalmente como activista social, estamos inmersos en el proceso de creación de programas de incidencia política propios, para seguir insistiendo, representando siempre los intereses de los ciudadanos menos aventajados de la India, para que el derecho a la educación de todos los menores del país esté plenamente garantizado.

Educación superior: «Sonrisas futuras» Es primordial potenciar las capacidades de los estudiantes para promover el acceso a la educación más allá de la enseñanza obligatoria, fomentando así la igualdad de oportunidades y para poder conseguir en un futuro una mejor calidad de vida de los y las jóvenes de las comunidades con las que trabajamos. Por ello, desde los últimos años, venimos implementando un programa, «Sonrisas futuras», enfocado a la educación en ciclos superiores, becando a los alumnos y asesorándoles para que puedan seguir con su formación académica, accediendo incluso a la universidad. Muchas veces, estos alumnos no solo cuentan con la incapacidad económica de sus familias para acceder a la universidad, sino que en la mayoría de casos no disponen de asesoramiento y apoyo para trámites varios —desde pedir una beca hasta orientarse acerca de lo que pueden estudiar para alcanzar una determinada meta profesional—, ya que sus padres apenas saben leer o escribir y no pueden prestar, por lo tanto, el apoyo deseado. Además de apoyar financieramente los estudios de estos jóvenes, prestarles el asesoramiento necesario y organizar numerosos talleres, establecemos contactos con centros universitarios y de formación profesional para conseguir plazas para los alumnos del programa. Hasta el momento se han becado 88 chicas y 74 chicos para educación 91

superior, y se han realizado 19 seminarios, con una media de 105 participantes en cada uno. Ojalá nos lleguen más fondos para permitir que aumente el número de muchachos que accedan a los ciclos superiores. Es enormemente satisfactorio ver con qué gran capacidad de superación, concentración, valentía y coraje han enfocado sus estudios y han avanzado a paso firme hacia un futuro lleno de posibilidades. Son unos verdaderos campeones, y nuestro trabajo es seguir vitoreándolos a través del ánimo y el apoyo constante. En definitiva, debemos estar ahí siempre que nos necesiten.

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12 La semilla

Estoy firmemente convencido de que la salvación de la India depende de la luz que nos aporten sus mujeres. MAHATMA GANDHI

Hace ya bastantes años que Sonrisas de Bombay no está dedicada exclusivamente a proyectos relacionados con la educación y la infancia, como a menudo se suele pensar. El campo de acción actual de los programas implementados se centra en el desarrollo de una comunidad, en un cambio social progresivo una vez proporcionadas las herramientas necesarias a una parte de la ciudadanía —en este caso, los habitantes de unas zonas muy concretas de la ciudad de Bombay— para que escojan libremente su propio futuro. Los proyectos de salud, por ejemplo, han ido tomando mucha relevancia en los últimos años y, además de la atención dedicada a la lepra (véase el capítulo anterior), hemos ido ampliando la especialización de los programas relacionados con este otro derecho fundamental.

Oncología pediátrica: proyecto HOPE Con el fin de contribuir al cumplimiento del cuarto Objetivo de Desarrollo del Milenio (reducir la mortalidad infantil), iniciamos hace tres años —¡cómo pasa el tiempo!— el proyecto HOPE, dedicado a facilitar el acceso de niñas y niños afectados por cáncer de las comunidades más desfavorecidas de Bombay a servicios y tratamientos de oncología

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y a actividades de apoyo psicosocial. Este es un proyecto holístico desarrollado por Sonrisas de Bombay que comprende, principalmente, actividades lúdicas, educativas, de soporte psicológico y capacitación familiar destinadas a complementar los tratamientos y servicios médicos. Y también proporciona apoyo en la búsqueda de recursos para atender los gastos ocasionados como consecuencia de los tratamientos que reciben los pacientes de familias con escasos recursos en el hospital Holy Spirit. Consideramos que un tratamiento oncológico infantil debe complementarse con servicios y actividades psicosociales que ayuden al menor y a su familia a mantener el equilibrio psicológico y emocional durante ese proceso, y a superar la enfermedad de la forma más liviana y positiva posible. Para todo ello hemos impulsado un programa de apoyo nutricional para los menores beneficiarios del proyecto, así como numerosas actividades enfocadas al recreo de los pacientes y de sus familias. Se ha trabajado con las familias para ofrecer información sobre nutrición y estilos de vida saludable, y hemos puesto también un gran acento en la educación de estos chicos y chicas, proporcionándoles material educativo y becas para que pudieran continuar sus estudios pese a estar ingresados. También se han otorgado becas de transporte para las familias. Si bien ya de por sí es duro, para cualquier familia, contar con un menor afectado por el cáncer, imagínense lo que sucede en el caso de un entorno familiar con escasos recursos, que apenas puede pagar el transporte desde el slum hasta el hospital. Muchas veces, además, el coste económico derivado de la enfermedad no es solo el tratamiento, sino todos los gastos paralelos tales como el alojamiento de la familia si no es de Bombay, o la posible pérdida del trabajo, tanto en el caso del padre como de la madre, para poder estar al lado de su hijo durante el proceso, etc. Con este proyecto, implementado en el Holy Spirit Hospital de la zona de Andheri — mi segunda casa, como yo lo llamo, por las numerosas veces que he estado ingresado allí —, no financiamos el tratamiento —no podemos permitirnos el enorme gasto que supone; para ello buscamos por ahora ayudas y apoyos de otras fundaciones indias especializadas en costear este tipo de gastos— pero nos encargamos de toda la logística y gastos paralelos que rodean la enfermedad. Sin lugar a dudas, es un proyecto que resulta a veces muy duro para todos, porque al poner nombre y apellidos a los beneficiarios —que son pocos y conocidos por todo el equipo— supone un verdadero disgusto cuando el tratamiento no responde como nos 94

gustaría y, por desgracia, debemos despedirnos para siempre de alguno de los muchachos. El inmenso cariño, dedicación y complicidad de los responsables de este proyecto con los pacientes y familiares nunca deja de impresionarme. Es increíble ver la unión del equipo con todas las familias de los pacientes, o la alegría conjunta cuando celebramos «El héroe del mes», que es una fiesta que organizamos cada cuatro semanas para celebrar la valentía con la que se ha enfrentado al tratamiento un beneficiario determinado o cuando este recibe el alta hospitalaria o finaliza un ciclo de quimioterapia. Lógicamente, lo coordinamos de tal manera que todos puedan ser, alguna vez, el héroe del mes. Ese día entregamos regalos, lo celebramos con los otros muchachos y cada familia hace un pequeño discurso inspirador. A día de hoy, el proyecto cuenta con 35 niños y 12 niñas beneficiarios y esperamos que aumenten las ayudas para poder seguir apoyando a numerosas familias de Bombay que sufren, lamentablemente, esta penosa situación. Para iniciar este proyecto tomé muy buena nota de algunas actividades —¡lo bueno hay que copiarlo!— de Tina Parayre y el magnífico equipo de voluntarios del hospital Sant Joan de Déu de Esplugues de Llobregat (Barcelona).

Campos de salud La implementación de los campos de salud en Bombay arranca desde la famosa entrevista en «La Contra» de La Vanguardia. Tras su publicación, el profesor Joaquín Barraquer me envió a Bombay una emotiva carta felicitándome por la labor de la organización y ofreciendo su ayuda para lo que necesitáramos. Un año más tarde, un grupo de oftalmólogos de la Fundación Barraquer, encabezados por el gran —grande por su buen hacer profesional y por su calidad humana— Gorka Martínez Grau, venía a Bombay para identificar entre las comunidades casos de cataratas para ser operados, proporcionar gafas para los casos necesarios y realizar revisiones a cientos de beneficiarios. Desde aquí quiero expresar mi eterno agradecimiento al profesor, a su esposa doña Mariana, a Elena y a todo el magnífico equipo de profesionales de la fundación, cuya colaboración ha sido impagable. Además, hemos conseguido entre todos que sean grupos de médicos indios los que realizan estos campos de salud, que se han ampliado a 95

otras especializaciones con el objetivo de garantizar revisiones médicas periódicas a los miembros de las comunidades de los slums. Periódicamente seguimos organizando revisiones oftalmológicas, se recetan gafas en el caso de ser necesarias y se distribuyen gratuitamente, y en el año 2011 se empezaron a llevar a cabo operaciones de cataratas gratuitas (también se organizan talleres para que las profesoras de los balwadis, sus ayudantes y mujeres de los grupos de autoayuda puedan realizar revisiones oftalmológicas básicas). La salud, sin duda, es una línea de actuación fundamental en nuestro proyecto: para reivindicar el acceso a este derecho de las comunidades con las que trabajamos, así como su universalidad, y para ofrecer espacios de atención y formación sobre determinados aspectos. Así pues, bajo el concepto «Campos de salud» se han desarrollado diferentes actividades. Durante los últimos años, también hemos realizado campañas de sensibilización y de donación de sangre, así como diferentes acciones con motivo del Día Mundial de la lucha contra el SIDA/VIH. Precisamente en este último ámbito, el del SIDA, estamos a la espera de poder recibir donaciones que nos permitan impulsar programas para aumentar acciones de sensibilización entre la comunidad y distintos pulsos con el Gobierno para asegurar que todas las personas portadoras del virus accedan al tratamiento antirretroviral y, lo que es muy importante, el trato adecuado, lejos de estigmas y discriminaciones absurdas. Quiero expresar mi agradecimiento al doctor Bonaventura Clotet y la Fundació Lluita contra la SIDA por haber ofrecido siempre su ayuda y apoyo. Las dos organizaciones deseamos iniciar algún día colaboraciones que desemboquen en coberturas sanitarias a tantas personas de Bombay afectadas por el VIH y desprovistas de las atenciones merecidas. Para ello, sin embargo, necesitamos más fondos que nos lo permitan.

Desarrollo socioeconómico: el poder transformador de la mujer La igualdad de género es, desde los inicios, un eje primordial en la implementación de los proyectos de Sonrisas de Bombay sobre el terreno, pero ha sido realmente en los últimos años cuando las mujeres han asumido un papel determinante en el conjunto de 96

programas desarrollados. Estoy convencido de que los programas que describiré a continuación van a ser el verdadero motor de Sonrisas de Bombay (como mecanismo de transformación social verdadera, y herramienta que, a medio plazo, derivará en la autosostenibilidad de la propia organización). Las mujeres que forman parte de las comunidades más desfavorecidas sufren doblemente la exclusión social: por una parte, por las condiciones derivadas de la pobreza, y por otra, por su condición de mujeres. Por eso es muy importante reconocer el papel que desempeñan las mujeres como agentes de transformación social, y para ello es necesario potenciar su autonomía. La promoción de la autonomía de las mujeres mediante la creación de self help groups (grupos autogestionados) es una vía para su empoderamiento a partir de la ocupación y la autoorganización. Durante el proceso de selección anual que se hace para reclutar a nuevos miembros de dichos grupos autogestionados, hacemos siempre una especial incidencia en que las mujeres lleven a cabo prácticas adecuadas de cocina y cuenten con conocimientos básicos de nutrición y otros aspectos más técnicos de cara a la alimentación de los alumnos de las guarderías, de las que son responsables. Durante los últimos años, y como media anual, hemos puesto en marcha un total de 13 grupos autogestionados (64 mujeres en total). Por otro lado, y para potenciar la formación y la capacitación de las mujeres que forman el equipo profesional de las guarderías, invertimos continuamente en la capacitación y formación profesional de las mujeres del área de implementación de los programas. En Sonrisas de Bombay, la perspectiva de género es transversal a la hora de impulsar proyectos, ya que la mujer desempeña un papel fundamental como agente transformador de las comunidades. Promoviendo la capacitación a partir de la formación, también garantizamos la calidad educativa del proyecto balwadis, porque entendemos la educación como un proceso que va más allá de la adquisición de conocimientos, pues incluye desde la nutrición y la salud hasta la implicación de las familias. Para ello las profesionales del proyecto balwadis reciben periódicamente formación en diferentes temas como nutrición, oftalmología, inglés y actividades pedagógicas. También solemos realizar sesiones específicas para las ayudantes, como por ejemplo actividades de team building al objeto de garantizar un buen funcionamiento de los equipos. Pero, dentro de este marco y sin lugar a dudas, el proyecto que está obteniendo unos 97

frutos más visibles a corto plazo es el proyecto SEED (palabra que en inglés significa «semilla»), que ofrece formación y empleo a las mujeres de los slums de la zona de Andheri en la que trabajamos. Con el objetivo de reducir la pobreza y las desigualdades de género, este programa permite fomentar las oportunidades de empleo entre las mujeres de los slums de Bombay a través de la formación profesional y empresarial. Hoy en día una buena capacitación es básica a la hora de conseguir un empleo en entornos urbanos. En la ciudad de Bombay, el sector servicios es muy pujante y requiere continuamente de trabajadores correctamente formados. Sin embargo, la falta de una educación formal, la desigualdad de género y el difícil acceso a los recursos son la nota dominante en los slums. En la India, las nuevas infraestructuras de transporte creadas facilitan los desplazamientos poblacionales y generan importantes movimientos migratorios por el país, sobre todo de familias que van en busca de mejores oportunidades. Estos cambios afectan a las mujeres de forma muy adversa en sus nuevos contextos. Tradicionalmente estas han sufrido la explotación debido a la falta de oportunidades laborales y a su escasa independencia económica. Por todo ello, mediante el proyecto SEED ofrecemos a las mujeres provenientes de los slums la posibilidad de tener un empleo digno a través de su capacitación, así como el asesoramiento adecuado para comenzar sus propias aventuras empresariales. Iniciamos el proyecto desarrollando varias actividades de movilización social comunitaria para dar a conocer las actividades y cursos del proyecto, y realizar una correcta identificación de las beneficiarias. El principal objetivo de este proyecto es la formación a través de cursos y programas, de manera que estas mujeres puedan, posteriormente, crear sus propias cooperativas o encontrar fácilmente un trabajo que les aporte independencia económica y una ocupación digna. Los cursos impartidos abarcan ámbitos como la microfinanciación, cosmética y belleza, auxiliar de enfermería, preparación de comida rápida, bordados, ventas al por menor, bisutería, artesanía o trabajos de papel. Es enormemente satisfactorio, para todos los integrantes de Sonrisas de Bombay, acudir a las inauguraciones de sus negocios, verlas en su papel de emprendedoras y convertidas en factor clave para la dinamización económica de sus entornos, e impresiona escuchar sus testimonios acerca del giro de 180 grados que ha supuesto en 98

sus vidas y en sus familias implicarse en el proyecto SEED. Muy pronto dispondremos en Sonrisas de Bombay de una tienda virtual en la que estarán a la venta productos de las cooperativas creadas por estas mujeres. Sin duda, en mi opinión, este será uno de los principales proyectos de la entidad: porque atiende a capital humano y no a necesidades, porque no genera dependencias y porque se integra a la perfección y de forma ética y transparente en un mercado que, nos guste o no, es el que existe en el sistema imperante. Me reí mucho el día que acudí, hace pocos meses, a la inauguración de un centro de belleza que había abierto una de estas cooperativas en la zona de Marol, en pleno centro del área que cubrimos. Había conocido a aquellas mujeres un año antes y observado como, a medida que fue avanzando su formación, iban cogiendo una experiencia, una confianza y una fuerza dignas de admirar. Tras cortar la cinta inaugural —agradezco enormemente el honor concedido—, entré en la instalación, me senté en una de las sillas y les pregunté si me podían hacer, a modo de anécdota, algún tratamiento facial. Una de ellas respondió rápidamente: «¡Ni hablar! Ahora hay fotógrafos y una foto suya haciéndose el tratamiento tendría un impacto mediático que haría que otros hombres vinieran a hacerse tratamientos como si fuera un centro unisex. ¡Y nuestro target es solo mujeres, esa es nuestra estrategia!». Me sorprendió muy gratamente —aunque no debería sorprenderme; condescendencias, jamás— que aquella mujer utilizara términos como «impacto mediático», «target» o «estrategia», cuando hace un año nadie hubiera podido siquiera imaginarlo. Aún hoy, cuando la veo, le reprocho —en broma, claro está— que me debe un tratamiento facial. Ella se limita a reír y mirar hacia otro lado, lo que interpreto claramente como un «pues va a ser que no». Por otro lado, hace pocos meses, en el edificio que acoge las oficinas centrales y donde hemos destinado un piso al proyecto SEED, varios grupos de mujeres estaban haciendo a mano unas hermosas rosas blancas de papel. Me dijeron que era uno de los primeros encargos desde España y que eran las invitaciones para una boda, lo que me pareció una idea fantástica a la vez que original. La ilusión más grande me la llevé al saber, unas semanas más tarde, que la chica que se casaba era Núria, ¡una de mis alumnas del máster de la Universidad de Barcelona a la que tengo un enorme cariño! ¿No es maravilloso que dos mujeres de dos extremos del mundo estén conectadas a 99

través de esta iniciativa? Saber que al ir haciendo camino van quedando puentes construidos es una sensación maravillosa, muy difícil de describir.

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13 Apoyo social

Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo. ARQUÍMEDES

Sin lugar a dudas, llegar a una meta concreta nunca es solo consecuencia del trabajo realizado por el atleta que protagoniza la carrera. Sus preparadores físicos, las condiciones externas y un sinfín de aspectos más, propician un recorrido exitoso y, en consecuencia, que se alcancen las metas establecidas. Un factor determinante es, sin duda, las personas que animan y apoyan al corredor desde la grada. De ahí que, en el caso de Sonrisas de Bombay, el apoyo social por parte de tantas y tantas personas que creyeron en el proyecto desde un primer momento, y siguen creyendo él, sea realmente importante, por no decir primordial. Todo el trabajo que Sonrisas de Bombay ha desarrollado hasta el momento no hubiera sido posible sin el apoyo constante de numerosas personas, conocidas y anónimas, que se han involucrado con el proyecto y con su visión de un Bombay libre de pobreza e injusticia social.

Socios colaboradores Una vez pasada la primera etapa en la historia de la organización, en la que los socios colaboradores eran familiares y amigos, empecé a ver, en la base de datos de nuevos colaboradores, nombres que no conocía: amigos de amigos, personas que empezaban a 101

oír alguna cosa sobre la entidad o, simplemente, nuevos aliados fruto del boca a boca, que hace que un proyecto o idea termine siempre cuajando. Sonrisas de Bombay nunca ha invertido dinero en publicidad. Supongo que tarde o temprano deberemos hacerlo si con ello podemos conseguir nuevos apoyos para la entidad, pero hasta ahora no ha sido necesario. Siempre nos hemos dado a conocer a través de las noticias de prensa o por ciudadanos que se han involucrado en labores de promoción a título personal. Las aportaciones de los socios colaboradores, con sus 10 o 15 euros al mes, suponen la mayor parte de los ingresos de la organización. Ellos contribuyen a que los programas implementados puedan seguir avanzando mes a mes hasta alcanzar la autosostenibilidad buscada. Nos gusta que estén permanentemente informados y que se sientan parte — porque lo son, y además muy importante— de los resultados, incluso de los pequeños logros, obtenidos sobre el terreno. Además de enviarles los boletines informativos, disponer de un teléfono al que poder llamarnos, tener una dirección de correo electrónico a su disposición para que puedan formularnos cualquier duda en el momento que lo deseen, o mantenerles al día de las convocatorias para actos diversos, etc., también les enviamos a veces encuestas para que nos puedan valorar y dar sus opiniones. Para nosotros es muy importante saber si están satisfechos con los avances obtenidos gracias a su aportación o creen que podríamos mejorar en algo. Su opinión es vital para la salud del equipo que formamos todos. Haremos mejor o peor algunas cosas, pero pienso que, en general, contamos con un socio leal y comprometido, que en todo momento está informado de los resultados, palpables y tangibles, de su aportación. Los números siempre han sido claros, y el hecho de contar con la mayor parte del equipo y la fuerza motriz en Bombay permite que el riego de información sea fluido y continuo. Además disponemos de numerosas plataformas para que el socio colaborador escuche y sienta, en el momento deseado, el latido de los programas implementados en Bombay a medida que evolucionan. El mundo está lleno de organizaciones a las que apoyar, y si una persona decide hacerlo con una u otra es desde luego siguiendo su propio juicio y criterio. Supongo que cada uno se identifica en mayor o menor medida con una organización o proyecto por distintos motivos: porque en un determinado momento algo le llamó más la atención, porque conoce a alguien que trabaja o está implicado con la entidad y eso le da mayor confianza, porque está sentimentalmente 102

unido de alguna forma al país en que la entidad trabaja o porque ha vivido o vive una situación similar a la de los beneficiarios. A veces, incluso, hay muchas personas que desean colaborar con una organización pero no lo hacen hasta que no encuentran la que les parece más adecuada. En el caso de Sonrisas de Bombay lo que está clarísimo es que, sin la existencia de los socios colaboradores, no existiría el proyecto.

Voluntarios El 5 de diciembre, Día Internacional del Voluntariado, es siempre un día especial para Sonrisas de Bombay, y nos gusta tener esa excusa para poder agradecer y aplaudir el trabajo que un importante grupo de personas realiza de manera voluntaria, durante los 365 días del año, para contribuir al avance, consolidación y crecimiento de la organización. Habría mucho que decir sobre el voluntariado en general y no cabría en este capítulo, pero lo que me gustaría destacar es la necesidad de que exista un compromiso firme. Afortunadamente, Sonrisas de Bombay cuenta con un equipo de voluntarios maravilloso y enormemente comprometido. Algunos han colaborado en actos puntuales, y otros forman parte de equipos de trabajo permanentes, tanto en la India como en España, y desarrollan tareas de manera periódica y autónoma. También hay quienes, incluso, colaboran a través de internet. Pero el compromiso de este grupo de personas —más de cincuenta en la actualidad— es vital para que podamos avanzar. Recibimos también numerosas peticiones desde España para ejercer voluntariados en Bombay, pero hasta el momento hemos tenido una postura muy clara al respecto y que me gustaría explicar: no aceptamos voluntariado no indio sobre el terreno. Entiendo que en otros entornos, más rurales o sin tantas posibilidades como Bombay, la única forma de conseguir un médico, un arquitecto o un dietista —por poner algunos ejemplos— es contando con una red de voluntariado internacional. Pero tratándose de Bombay, una ciudad repleta de personal cualificado que también puede y quiere implicarse en nuestra labor —eso de que no hay indios que se impliquen para erradicar la pobreza en su propio país es una leyenda urbana, se lo aseguro—, ¿por qué íbamos a 103

buscar tan lejos a alguien que ejerza una función que puede desempeñar perfectamente, y también de forma voluntaria, una persona que vive allí? Siempre pongo un ejemplo: imaginen que organizáramos un acto en Madrid y que necesitáramos veinte voluntarios para coordinar la entrada, acomodar a las personas y, por ejemplo, hablar con proveedores de catering. ¿Tendría sentido hacer venir a un grupo de noruegos para que realice esas funciones teniendo personas aptas para ello en la misma ciudad? Entiendo también que el voluntariado internacional puede suponer un intercambio enriquecedor de costumbres, formas de trabajar o entender determinadas situaciones y, en general, abrirse más a otros lugares del mundo. Pero, en este caso, el intercambio debería ser mutuo. En una ocasión, una empresa muy importante me proponía hacer una especie de stage de voluntariado para veinte de sus empleados durante tres semanas en verano. Al escuchar mi rotunda negativa, me reprocharon estar rechazando algo que hubiera supuesto un intercambio cultural muy interesante. Mi respuesta fue sencilla: «Pues, ciertamente, lo es. ¿Para cuándo vienen a su empresa de Barcelona veinte personas de Bombay a hacer un stage de tres semanas?». Me respondieron que sería muy complicado organizar la logística de los viajes y visados, buscar alojamiento y tener que recurrir en muchos casos a traductores. Decían, además, que veinte personas indias en su empresa durante tres semanas iban a entorpecer mucho el trabajo. A medida que respondían, yo me limitaba a sonreír, hasta que se dieron cuenta de que ellos mismos se estaban dando la respuesta. Resultaba irónico que vieran aquel intercambio de forma tan distinta cuando se trataba del ejemplo inverso. Considerar las cosas de esa manera, desde un solo punto de vista, no es un intercambio real. Por otro lado —y retomando el tema de la labor que se hace desde España—, la creación de «grupos de trabajo» ha aligerado mucho la carga económica que hubiera supuesto abrir delegaciones en varios puntos de la geografía española, para cubrir mejor las actividades de sensibilización, promoción y recaudación de fondos en todo el país. Así pues, personas de una determinada comunidad autónoma se han organizado en grupos de trabajo oficiales, a veces denominados Amigos de Sonrisas de Bombay. Lo cierto es que su dedicación y esfuerzo para conseguir nuevos apoyos son verdaderamente formidables y eficaces.

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Medios de comunicación Los medios de comunicación han desempeñado un papel clave en el crecimiento de la organización y, por consiguiente, en la ampliación de programas y beneficiarios. No reconocerlo sería negar la evidencia. Además de la publicación de la entrevista de Víctor Amela en la sección de «La Contra» de La Vanguardia, que fue de vital importancia para la organización, han sido numerosos los reportajes, documentales y artículos que han repercutido directamente y de forma muy positiva en el crecimiento del número de socios, y han contribuido a conseguir nuevos apoyos que han resultado cruciales para el proyecto. No sé por qué han sido tantos los medios de comunicación que se han interesado por mi historia particular, y no lo digo con falsa molestia. Simplemente, no lo sé. Organizaciones hay muchas, y personas que, como yo, sacrificaron mucho para entregarse por entero a un proyecto de cooperación al desarrollo, también las hay. Tampoco se ha debido a nuestra insistencia, porque les puedo asegurar que cada entrevista, reportaje o documental, al menos en los que he estado presente, siempre nos ha sido solicitado. Jamás hemos hecho una llamada para que me entrevistaran en tal o cual medio. Es más, incluso sé que en ciertos corrillos periodísticos tengo fama de ser uno de esos personajes poco accesibles y con mil filtros, y al que se tarda casi un año en poder entrevistar, algo que, por otro lado, también es exagerado. Lo que sucede es que, con tantos viajes, durante todo el año y a lugares tan lejanos, no siempre es fácil compatibilizar la agenda. Es cierto que soy periodista y que tal vez he sabido proteger muy bien los off the record, tratando siempre de beneficiar al periodista para que tuviera información de primera mano y de ofrecerle un buen titular o un discurso comunicativo atrayente. Pero eso es todo, no hay más secretos. La razón por la cual mi historia ha calado siempre más en los medios de comunicación continúa siendo un misterio a día de hoy, sobre todo para mí. Tal vez sea porque me considero una persona normal, con un mensaje normal y una vida normal. No hay misticismos, ni sermones, ni la imagen tan preconcebida y distorsionada que socialmente se suele tener de un «fundador de organización». Supongo que me escapo de esos cánones —nada reales y actuales, por cierto— y eso hace difícil etiquetarme. Y cuando algo o alguien no se pueden encasillar, despiertan siempre un 105

mayor interés. Pero, insisto, son puras conjeturas, porque no tengo ni idea de por qué despierta este interés mi historia, cuando hay en España y en el mundo tantas personas cuya trayectoria ha sido exactamente igual. Así que aprovecho siempre esas oportunidades para el bien de la organización y para aportar algo de luz a los contenidos de actualidad, cuando en los medios de comunicación solo abunda la oscuridad de las malas noticias.

Premios y reconocimientos Los premios y reconocimientos recibidos también han supuesto siempre una inyección de ánimo y apoyo —además de económica, en muchas ocasiones— para el conjunto de la organización. Pero un premio debe ser solo eso. No me gusta cuando una persona recibe un determinado premio y cree que con ello ha cumplido con su objetivo y no tiene que hacer nada más. Cada día está todo por ganar y por demostrar, de acuerdo con el compromiso que un día adquirimos, y se debe seguir trabajando duro y avanzando por el mismo camino. Un premio es, en todo caso, un incentivo más para seguir manteniendo un determinado nivel de trabajo y exigencia. Es un empuje para seguir progresando, no un comodín para descansar. Con un premio se debe hacer como con el perfume, según dice un proverbio indio: olerlo pero no beberlo jamás. Otro proverbio dice que cuando saltes de alegría vigiles a la vez que no desaparezca la tierra bajo tus pies. Y eso es, precisamente, lo que hago con los reconocimientos y lo que pido al equipo que haga también. Por otro lado, los premios en cuestión, aunque estén personalizados con mi nombre en muchos casos, no me los dan solo a mí, y de eso debo ser, y soy, muy consciente. Los entregan a mi nombre en muchos casos, es verdad, pero los otorgan a todo lo que represento en tanto que cabeza más visible o por el cargo —actualmente, de presidente— que ocupo en la organización. No me premian a mí, sino a los valores encarnados en todo un equipo implicado diariamente en esta lucha pacífica contra la pobreza en la ciudad india de Bombay, al esfuerzo diario de cientos de trabajadores y a la implicación de miles de personas de las comunidades. Los premios no pueden ni deben cambiar nada, ni significan tampoco que estés por encima del bien y del mal. Estamos cansados de ver, en la actualidad, a personas que en su día recibieron altas 106

distinciones y que ahora deben devolverlas por haber realizado acciones poco honestas y alejadas de la valía por la que fueron premiados. Lo que define nuestra calidad humana o laboral es la hegemonía de nuestras acciones durante todos los días de nuestra vida, no las medallas que vayamos acumulando al acometerlas. Yo sigo siendo yo, y llevando con la misma responsabilidad y sentido del deber mi compromiso y mi trabajo, así como el de todo lo que es Sonrisas de Bombay, que no se relaja ni un minuto por muchos vítores que recibamos. En ese sentido, estoy enormemente agradecido por todos los premios y distinciones, porque suponen un recordatorio constante de que debemos seguir trabajando firmemente en la misma línea por la que se nos ha reconocido. Quiero también agradecer las miles de cartas que he recibido durante todos estos años y que sigo recibiendo a día de hoy. Las respondo absolutamente todas personalmente, aunque tarde meses en poderlo hacer (porque son muchas y enviadas a diferentes puntos: Barcelona, Bombay… y no siempre es fácil coordinar el trabajo que suponen, ¡ni teniendo una secretaria estupenda!). Nunca he dejado de responder, personalmente y casi siempre a mano, todas las cartas. Lamentablemente, no puedo hacer lo mismo con los muchos e-mails que también llegan —estos sí los debe coordinar mi secretaria—. Así que, si alguien está leyendo esto y nunca obtuvo respuesta a una carta que me envió, será porque nunca llegó a mis manos. Porque las respondo todas y las tengo todas guardadas debidamente en un archivo que no para de crecer. Es lo mínimo que puedo hacer para agradecer el tiempo y la generosidad que una persona ha invertido al tener el detalle de escribirme. Comunidad, equipo, voluntarios, socios colaboradores… todos somos un equipo, una orquesta a la que se van uniendo nuevos músicos e instrumentos para seguir interpretando canciones que suenen a un Bombay mejor. Cuando acudo a algunos eventos o coincido con alguien que visita el proyecto en Bombay, y hay personas que se me acercan y me felicitan, yo les felicito a ellos también. Porque sin una cosa no existe la otra. Sin los apoyos no podría existir el trabajo enfocado a cambiar la realidad de Bombay, así que ellos son el gran pilar y la gran fuerza del proyecto. Ellos, junto con las comunidades de Bombay, son la otra parte del proyecto. El equipo somos unos meros coordinadores y transmisores, implementadores de la parte técnica de cooperación al desarrollo. Pero el trabajo diario es posible gracias a la implicación de las comunidades y al apoyo de tantas personas de España y otros lugares 107

del mundo que hacen posible que se vislumbre, en las zonas más deprimidas de Bombay, una luz de esperanza.

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14 Un sector mejor

La solidaridad no es un sentimiento superficial, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común. KAROL WOJTYLA

El plan estratégico de Sonrisas de Bombay hasta 2015 pretende seguir alineado con los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Para entender qué significan los ODM, debemos arrancar de la Cumbre del Milenio, que se celebró en septiembre de 2000 en la ciudad de Nueva York, en el marco de Naciones Unidas y en medio del auge de los movimientos antiglobalización. Representantes de 189 estados recordaban los compromisos adquiridos en los años noventa y firmaban la Declaración del Milenio. Esta comprendía unos objetivos muy concretos relacionados directamente con el final de la pobreza y otros aspectos que, sin duda alguna, necesitan una solución global, como la educación primaria universal, la igualdad entre los géneros, la mortalidad infantil y materna, el avance del SIDA y el sustento del medio ambiente. Cada uno de los ODM se divide en una serie de metas, un total de 18, cuantificables mediante 48 indicadores muy concretos con una fecha —el año 2015— para la consecución de acuerdos concretos y medibles: • Objetivo 1: Erradicar la pobreza extrema y el hambre. Este objetivo pretende reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de personas que sufren hambre; reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de personas cuyos ingresos son inferiores a un dólar diario, y conseguir pleno empleo productivo y trabajo digno para 109

todos, incluyendo mujeres y jóvenes. Sin lugar a dudas, Sonrisas de Bombay busca la erradicación definitiva de la pobreza, ofreciendo herramientas de sostenibilidad —a mí me gusta mucho usar conceptualmente la palabra «libertad» en toda su magnitud— para que los habitantes de las zonas más deprimidas de esta ciudad de la India puedan contar con un trabajo digno y romper, definitivamente, el círculo de la pobreza que arrastran desde hace incontables generaciones. • Objetivo 2: Lograr la enseñanza primaria universal. Se desea poder asegurar que en 2015, la infancia de cualquier parte, niños y niñas por igual, sean capaces de completar un ciclo de enseñanza primaria. Esta es, sin duda, una meta de nuestra organización que nos lleva a una carrera incansable para asegurar que el Gobierno indio cubra adecuadamente todas las franjas de edad con la cobertura de una educación válida. Y mientras este no asuma plenamente su responsabilidad, seguiremos esforzándonos mediante la implementación de proyectos educativos. • Objetivo 3: Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer. Con este objetivo se pretende eliminar las desigualdades entre los géneros en todos los niveles de la enseñanza antes de finales de 2015. El esfuerzo de Sonrisas de Bombay para que los porcentajes de género estén equiparados en todos los proyectos y para potenciar la autonomía de la mujer en los proyectos de desarrollo socioeconómico es una constante. • Objetivo 4: Reducir la mortalidad infantil. Los ODM señalan que el objetivo es reducir en dos terceras partes, entre 1990 y 2015, la mortalidad de niños menores de cinco años. Tanto los proyectos de Sonrisas de Bombay centrados en la nutrición, como los de educación para la salud en los slums, o los proyectos sanitarios como el de oncología pediátrica, van directamente enfocados a cubrir este objetivo. • Objetivo 5: Mejorar la salud materna. Reducir en tres cuartas partes, entre 1990 y 2015, la mortalidad materna y lograr el acceso universal a la salud reproductiva es otro de los objetivos claros que se establecieron en la Cumbre del Milenio. Sin lugar a dudas, todo el trabajo codo a codo con las familias de los slums contribuye a alinearse con este objetivo. • Objetivo 6: Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades. Este 110

objetivo quiere detener definitivamente el VIH/SIDA, y haber comenzado a reducir su propagación en 2015; lograr, para 2010, el acceso universal al tratamiento del VIH/SIDA de todas las personas que lo necesiten —a día de hoy les puedo asegurar que esto se ha cumplido muy a medias, por no decir que está sin cumplir—; y haber detenido y comenzado a reducir, en 2015, la incidencia de la malaria y otras enfermedades graves. En Sonrisas de Bombay estamos a la espera de poder recibir nuevos fondos para implementar algún programa relacionado con el VIH. Si bien es cierto que en la India todos los pacientes portadores del virus —aunque solo aquellos cuyo CD4 sea inferior a 200 y nunca en tratamientos de segunda línea, lo cual en mi opinión es muy mejorable pero no me extenderé porque explicarlo de forma adecuada supondría muchas páginas —, tienen derecho a tratamiento antiretroviral, la escasez de labores de sensibilización, concienciación y erradicación del estigma hacen que la situación sea igual de grave. Y en cuanto a la malaria, enfermedad que yo mismo padezco, también habría mucho para desarrollar, especialmente en lo que se refiere a los verdaderos motivos por los cuales se sigue poniendo tanto freno a la comercialización de la vacuna. • Objetivo 7: Garantizar el sustento del medio ambiente. Este objetivo busca incorporar los principios del desarrollo sostenible a las políticas y los programas nacionales y reducir la pérdida de recursos del medio ambiente; reducir a la mitad, para 2015, la proporción de personas sin acceso sostenible al agua potable y a servicios básicos de saneamiento; y haber mejorado considerablemente, en 2020, la vida de al menos cien millones de habitantes de barrios marginales. La conciencia acerca del medio ambiente está muy extendida en Sonrisas de Bombay, aunque todavía queda un larguísimo camino por recorrer, empezando por la sensibilización en los slums, pero a la vez buscamos mejores medidas y facilidades por parte del gobierno municipal de Bombay para llevar a cabo acciones que vayan encaminadas a contribuir a la sostenibilidad medioambiental de este planeta. • Objetivo 8: Fomentar una asociación mundial para el desarrollo. El único objetivo que no tiene marcado ningún plazo es el octavo, lo que para muchos significa que ya debería estar cumpliéndose. Este objetivo va encaminado a desarrollar todavía más un sistema comercial y financiero abierto, basado en normas, previsible y no discriminatorio; atender las necesidades especiales de los países menos adelantados y las de los países en desarrollo sin litoral y los pequeños estados insulares en desarrollo — mediante el Programa de Acción para el desarrollo sostenible de los pequeños estados 111

insulares en desarrollo y los resultados del vigésimo segundo período extraordinario de sesiones de la Asamblea General—; encarar de manera integral los problemas de la deuda de los países en vías de desarrollo con medidas nacionales e internacionales para que la deuda sea sostenible a largo plazo; buscar la cooperación con las empresas farmacéuticas —proporcionando acceso a los medicamentos esenciales en los países en desarrollo a precios asequibles—, y cooperar con el sector privado al objeto de dar acceso a los beneficios de las nuevas tecnologías, especialmente las de la información y las comunicaciones. Desde luego, el trabajo en red ha sido, es y seguirá siendo clave en Sonrisas de Bombay. Tras el establecimiento del plan estratégico, fui tajante en que Sonrisas de Bombay debía seguir la línea establecida y no doblegar sus campos de acción en función de los donantes. Pero, a la vez, me parecía una lástima rechazar determinadas colaboraciones por el hecho de que no se trata de nuestro sector de intervención, cuando hay tantas organizaciones en Bombay realizando un trabajo excelente en otros campos y que no pueden acceder fácilmente a donantes. Por ello, decidí crear Mumbai Action (www.mumbaiaction.org), que es una agencia de noticias online impulsada y gestionada por Sonrisas de Bombay en la India. Esta plataforma, mediante el fomento de la participación y el trabajo en red, recoge noticias, denuncias y propuestas de acciones y campañas, relacionadas con la defensa de los derechos humanos que provienen del ámbito de las ONG de la ciudad. Las fuentes utilizadas son cientos de organizaciones que actúan a diario en Bombay y ofrecen al navegante de cualquier punto del mundo información acerca de organizaciones, de cualquier ámbito, que operan en la misma ciudad de la India donde trabajamos. Nuestro trabajo en red es extensivo también al ámbito español, mediante acciones y campañas de sensibilización. Más allá de impulsar proyectos de cooperación, también tenemos una línea de acción orientada a la denuncia, con el objetivo de concienciar a la ciudadanía de la importancia de defender el respeto por los Derechos Humanos, los Derechos de la Infancia y también el cumplimiento de los Objetivos del Milenio. Para ello organizamos distintas actividades cada año, tanto en España como en la India, con motivo del Día Mundial de la Lucha contra la Lepra, el Día Mundial de la Justicia Social, el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, el Día Internacional de la Mujer o el Día de la Lucha contra el Cáncer Infantil… Las metodologías de las actividades siempre son muy diversas, desde acciones de 112

calle hasta seminarios con la participación de las mujeres que integran nuestros proyectos, que son los verdaderos agentes multiplicadores en la comunidad y, en consecuencia, en el conjunto de ciudadanos. También se han llevado a cabo en los últimos años acciones para sensibilizar sobre el tráfico infantil y la importancia de la educación. Muchas veces estas acciones son implementadas, en concreto, por departamentos del fantástico equipo de Sonrisas de Bombay, o por mí, de modo individual, como activista. Si bien sabemos —o quizá debería decir «sé», ya que es una opinión personal— que los ODM no se cumplirán en 2015, sí creemos que es necesario seguir impulsando programas que se alineen con estos objetivos, pues sí representan, en esencia, los deseos del mundo tal y como deseamos que sea (entre muchos otros aspectos que añadiría, como el final de las armas, que no me parece en absoluto un ideal absurdo ni imposible de plantear). La Declaración del Milenio, punto de partida y base de consenso internacional para el establecimiento de estos objetivos, es muy clara en cuanto a la meta. En ella se dice que se trata de «una nueva alianza mundial para reducir los niveles de extrema pobreza y el establecimiento de una serie de objetivos sujetos a plazo, conocidos como Objetivos de Desarrollo del Milenio y cuyo plazo de vencimiento está fijado para el año 2015». Lo cierto es que falta muy poco tiempo para que finalice el plazo establecido y muchas metas siguen pareciendo inalcanzables. Desde la sociedad civil organizada, las ONG y los movimientos sociales, pero también desde ámbitos políticos e instituciones públicas, los ODM fueron muy criticados. Estas críticas apuntaban al contenido de los mismos, al considerar que no se trataban temas fundamentales como los derechos humanos, la situación de los países en conflicto o la reforma institucional para la gobernabilidad mundial de la propia ONU. También criticaban otros aspectos como su proceso de elaboración, con ciertas demandas no atendidas desde los países receptores de ayuda y la poca participación de los mismos en su elaboración; el enfoque dado a los ODM, en torno a unos objetivos que mitigan los efectos, pero no atacan las causas de la injusta distribución de los recursos y el «subdesarrollo»; o el hecho de que se trata de objetivos fijados y concebidos a partir de un contexto de crecimiento económico continuo, algo que, precisamente hoy en día, en el marco de la crisis económica global, se ha mostrado como poco realista. 113

Muchas ONG, como Sonrisas de Bombay, evaluaron su eficacia y los escogieron como «hoja de ruta» sobre la que poder planificar sus acciones —nosotros nos subimos tarde al tren, ya que los ODM se habían establecido cuando los incorporamos al recién nacido plan estratégico de la entidad—. Se trata, tras una revisión crítica de los mismos, de usar los ODM a modo de guía, planificando actividades y llevando a cabo proyectos concretos y adaptados a los entornos en los que trabajamos. Lamentablemente, la India, país en el que centramos nuestro trabajo, ha perdido la batalla contra el hambre. Según el último informe publicado por el PNUD, el primer objetivo, que es reducir el hambre a la mitad, no parece hoy en día al alcance de la mano. Si bien se ha avanzado notablemente en la incorporación de la población al mercado de trabajo, esta se ha llevado a cabo en condiciones precarias, lo que no garantiza un empleo digno a los trabajadores y trabajadoras y no contribuye en la medida deseada a la lucha contra la pobreza. Respecto a la escolarización primaria universal, se han logrado metas importantes en el acceso paritario a la misma, con chicos y chicas por igual, si bien las tasas absolutas de acceso a la escuela no son definitivas, y la calidad de la educación dista mucho de ser igualable a la que todos desearíamos para nuestros hijos. Continúa existiendo un retraso en la incorporación de la mujer a trabajos no agrícolas o a una adecuada presencia en el ámbito político público —aunque parezca una paradoja en un país que ha tenido una primera ministra con tanta fuerza mundial o una presidenta recientemente—. Y, en lo concerniente a la reducción de la mortalidad infantil, se han detectado tasas moderadas de esta en menores de cinco años, aunque la mujer sigue teniendo amplias dificultades para acceder a una atención adecuada en relación con su salud reproductiva. Más positivos se pueden considerar los avances registrados en la lucha contra el VIH/SIDA, la malaria y otras enfermedades de las consideradas «olvidadas», como la lepra o la tuberculosis, donde destaca su baja prevalencia, pero los números oficiales no siempre presentan la prevalencia real. Por ello, es importante seguir presionando de forma adecuada a las autoridades competentes y continuar con las líneas de trabajo establecidas para seguir caminando hacia un mundo donde estas metas —aunque no sea en 2015— se cumplan definitivamente. Creo que esta presión —llámese Advocacy Campaign o incidencia política— es de fundamental cumplimiento en cualquier organización, sea de un ámbito más asistencialista o de cooperación al desarrollo. Siempre suelo decir en conferencias más 114

especializadas en el sector —y a veces en las no especializadas, porque es importante hacer más pedagogía acerca de nuestro sector para que sea bien entendido, y en esto la responsabilidad recae en nosotros— que el futuro de las organizaciones no gubernamentales va a necesitar dos pilares básicos para poder sostenerse: la incidencia política y las fórmulas empresariales que le permitan lograr la autosostenibilidad. Desde las ONG, durante las últimas décadas, hemos estado hablando de sostenibilidad para nuestros proyectos, pero pocas veces nos hemos parado a pensar que el sector, en sí, no es autosostenible, pues mayoritariamente sigue realizando presupuestos en función de donaciones y no de fórmulas empresariales que respondan a una demanda comercial. Durante muchos años han existido, incluso dentro del propio sector, puntos de vista muy reticentes a dar ese paso, pero ahora, con la grave situación de crisis financiera que atravesamos, y con la entrada de ideas innovadoras provenientes de emprendedores y organizaciones más jóvenes —y no por ello menos competentes—, quienes defendían esa postura se han dado cuenta de que tenemos que pararnos a pensar. Si algo bueno ha tenido la retirada súbita de subvenciones públicas por parte de muchas administraciones —municipales, autonómicas y estatales— debido a la crisis, ha sido que gran parte del sector se ha encontrado entre la espada y la pared, y se ha visto obligado a pensar en su propia reinvención. Y, dicho sea de paso, para que quede muy claro, quiero manifestar mi total decepción y descontento por esas medidas de recortes que han afectado a maravillosos proyectos en muchos lugares del mundo que estaban ya obteniendo magníficos resultados y mejoras en la calidad de vida y el futuro de millones de personas. Esto ha sido, como se dice coloquialmente, dejarlos tirados. Ni más ni menos. Pienso que lo más grave y penoso de este freno en seco de fondos para subvenciones que ya estaban aprobadas, e incluso en su plena implementación como proyecto, es que ha dejado en evidencia el poco compromiso por parte de muchos políticos. La cooperación al desarrollo o el trabajo social no debe entender ni de partidos políticos ni de crisis financieras si ya se había sellado un compromiso. Afortunadamente, Sonrisas de Bombay no se ha visto en esta tesitura, ya que la mayor parte de nuestros fondos proviene del sector privado —socios colaboradores, donaciones puntuales, tanto individuales como por parte de empresas—, de actividades de fundraising y, desde hace muy poco, de la venta de productos realizados a través de nuestros programas de desarrollo socioeconómico. Pero es muy doloroso ver la tristeza e 115

impotencia de tantos compañeros del sector que se han visto obligados a cancelar proyectos sobre el terreno, que estaban verdaderamente bien planteados. También quiero puntualizar que, de la misma manera que digo que una ONG se debe «empresarializar», creo firmemente que una empresa se debe «socializar» y debe contribuir mediante su existencia a paliar las diferencias, sin propiciar la desigualdad. La RSC no se debe limitar a la entrega anual de un cheque, sino a una convicción sólida de que se actúa con la coherencia de querer un mundo mejor, aplicándolo en todas las acciones. No hay que criminalizar a las empresas, pero tampoco eximirlas del cumplimiento de ciertas normativas por el simple hecho de pertenecer al sector privado. Por ejemplo, ha sido muy positiva la proliferación, en las últimas décadas, de la agilización del comercio justo por parte de las ONG. Pero lo cierto es que… ¡todo el comercio debería ser justo! (Holanda y Reino Unido cuentan con fantásticos referentes en esta lucha, aunque la India y España cuentan también con muy buenos ejemplos). Lo que quiero decir es, en definitiva, que las organizaciones de cooperación al desarrollo deberían potenciar el capital humano entre los beneficiarios para que estos sean verdaderamente un motor económico que no necesite de nuestro combustible; y las organizaciones de carácter más asistencial deben alzar aún más su voz para que sean los gobiernos en cuestión los que cubran y se especialicen más en las problemáticas que abordan. No es fácil, pero tampoco es imposible si caminamos juntos en esa dirección. Y cuando escribo esto lo hago sin la intención de aleccionar a nadie. No soy quién para ello. Es simplemente una reflexión «en voz alta» de cómo creo que debería plantearse el futuro de nuestro sector. Desde aquí quiero destacar la labor de las federaciones de ONG —Sonrisas de Bombay está federada—, cuyo trabajo en red es vital para velar por los intereses conjuntos de numerosas organizaciones con las que hemos contribuido y seguimos contribuyendo, cada una en su parcela, a la mejora de nuestros entornos. Tan solo por eso, nuestras voces deberían ser más escuchadas. Sonrisas de Bombay tiene muy claro que el trabajo entre todos, de forma conjunta y perseverante, es imprescindible para la consecución de un bien común. Si contemplamos el mismo trofeo —el de un mundo mejor para todos—, y nos cogemos de la mano durante la carrera, llegaremos mucho antes a la meta.

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15 El «niño» se independiza

La verdadera moralidad no consiste en seguir los senderos trillados, sino en encontrar por uno mismo el camino correcto y seguirlo con decisión. MAHATMA GANDHI

Uno

de los objetivos que más he perseguido en los últimos años es la

despersonalización de la entidad, que pasa por la imperiosa necesidad de que la imagen general de la organización no esté únicamente ligada a mi persona. No se puede limitar la valía y eficacia de una organización a las aptitudes o logros de un solo individuo. Siempre digo, y es verdad, que Sonrisas de Bombay jamás nació con vocación personalista —sin ir más lejos, el propio nombre no tiene ninguna vinculación con mi persona—; la personalización llegó «accidentalmente» debido al impacto mediático que tuvo mi historia y el éxito del libro en el que se relataba. Muchas veces se ha confundido lo que es el apoyo a la misión y visión de una entidad con la admiración a una persona. Y eso no siempre es positivo. Desde el momento en que incluimos la despersonalización en el plan estratégico de Sonrisas de Bombay, nos pusimos manos a la obra para ser consecuentes con esa voluntad. Si uno va, por ejemplo, a la web de la organización, no podrá acceder a ningún apartado donde se hable de mi trayectoria personal, ni encontrará más de una fotografía mía —al igual que sucede con todos los miembros el equipo—. Si llama al departamento de Prensa para solicitar una entrevista sobre los proyectos de la entidad, será la responsable de ese departamento quien se ofrezca a responderla y a ser entrevistada para ejercer de portavoz. Si uno lee el boletín mensual, o las noticias publicadas diariamente 117

en la web, difícilmente verá una sola mención a mi persona. Con esto no critico a las organizaciones que sí han optado por el personalismo como discurso comunicativo y que basan su fortaleza en el fundador, ya que cada entidad es libre de elegir sus discursos y está en su pleno derecho mientras el trabajo que realiza sobre el terreno sea eficaz. Pero en Sonrisas de Bombay no pretendemos de ningún modo esto, se lo aseguro. Simplemente, es una opción que no contemplamos. Por otro lado, sin embargo, queríamos canalizar el interés masivo de todas las personas que de alguna manera me seguían más a mí como autor del libro, activista o generador de opinión, o como periodista con un mensaje concreto. En 2010 llegó una oportunidad de oro para facilitar esa disgregación entre la organización y la persona que se halla al frente. Me encontraba esa semana en Madrid, en unos foros sobre cooperación al desarrollo a los que me habían invitado y, entre sesión y sesión, vi varias llamadas perdidas de mi secretaria: «La directora general de Espasa, del grupo Planeta, quiere hablar contigo cuanto antes y he pensado que, aprovechando que estás en Madrid, podría ser esta misma semana», me decía en los mensajes de voz. Así que, dicho y hecho, nos coordinamos para que esa misma noche pudiera ir a cenar con Ana Rosa Semprún, directora general de Espasa, y la editora Myriam Galaz. Lógicamente supuse que me iban a proponer escribir un libro, era más que obvio, pero estaba convencido de que me pedirían una segunda parte de Sonrisas de Bombay o algún proyecto que, una vez más, debilitara la línea divisoria entre Sonrisas de Bombay y mi persona. Así que estaba dispuesto a decir nuevamente que «No». Hacía un par de años que varias productoras de cine me habían hecho llegar guiones y propuestas para la película y siempre me había negado a llevar a cabo el proyecto. A día de hoy sigo declinando el ofrecimiento porque creo que sería muy fácil que una película exagerara las cosas y frivolizara el trabajo serio y constante de toda una entidad, y eso no me gustaría. Nunca se puede decir de esta agua no beberé, pero actualmente sigo negándome a la idea de hacer una película sobre Sonrisas de Bombay. Creo que no procede, así de sencillo. Documentales, los que quieran. Pero película, no. Durante aquella cena en Madrid, y cuando ya tenía el «No» preparado, escuché una propuesta que me desconcertó: «Nos gusta cómo escribes, así que queremos que escribas una novela». ¿Una novela? ¿Ficción? ¿Me estaban pidiendo que escribiera una novela de ficción y además no me pedían que estuviera relacionada con la organización que había 118

fundado? «Dejad que me lo piense», les respondí prudentemente. Después de telefonear a mi padre, que también quedó sorprendido por aquella propuesta, regresé al hotel y pensé seriamente, y con la calma necesaria, en aquella oportunidad. Reconozco que el hecho de que la proposición no estuviera relacionada con Bombay también hizo que me lo pensara mucho, pero al mismo tiempo empezaba a darme cuenta de que, si bien mi compromiso con esta causa es vitalicio, no toda mi vida profesional debía estar ligada siempre con la organización. Una vida monotemática y con un solo foco de atención nunca es sana. Entonces utilicé un recurso que casi nunca me falla: el «truco del Jaume anciano». Todos sabemos que una persona de muy avanzada edad es, por su trayectoria vital, por su experiencia y por la conciencia de que la vida se acaba, mucho más sabia y capaz de relativizar la verdadera importancia de las cosas que suceden a su alrededor. Por eso, un día decidí inventar un Jaume con noventa años, es decir, a mí mismo con esa edad simulada, con un cuerpo casi impedido y una vida muy rica en vivencias. A veces, cuando no sé qué decir a una propuesta o cómo responder ante una determinada situación vital, recurro a ese Jaume anciano y le pregunto cuál es «su» opinión. Puede parecer un truco un poco desmedido, pero funciona muy bien. «¿Y por qué no vas a aceptar el proyecto? —me decía a mí mismo desde el “Jaume anciano”— ¿Acaso no estudiaste periodismo para escribir? ¿Acaso no participabas desde niño en concursos literarios? Decir que no, sería renunciar a tu esencia y eso es muy grave. ¿El fundador de un proyecto que nació para defender las libertades humanas va ahora a limitar la suya propia? ¡Menuda incoherencia sería que dijeras que no!» Cuanto más pensaba en aquella propuesta, más me daba cuenta, también, de que era una oportunidad ideal para empezar a separar, por el bien de la organización y el mío propio, lo que es el Jaume personaje (escritor y persona pública) y lo que es la entidad, donde Jaume ocupa una determinada función y nada más. Como sucede con el agua cuando se le añade aceite: ambos líquidos están en el mismo recipiente, pero visiblemente separados. Unos días más tarde, estando en Berlín para impartir unas charlas a jóvenes en el Programa de Juventud en Acción de la Comisión Europea, leí el correo de mi amiga Berta que me respondía a uno mío en el que le decía que aún estaba indeciso por la oferta de la editorial. Sus palabras me resultaron muy entendedoras: «Mira, Jaume, tú y Sonrisas de Bombay sois como un padre y un hijo. Se quieren, se apoyan, pero cada cual 119

tiene derecho a hacer las cosas por su parte y a tener sus propias vidas. Sonrisas de Bombay debe ir por su cuenta como tú siempre dices. Pero tú también debes tener ese derecho para que la relación entre ambos fluya. La entidad y tú os podéis apoyar y ayudar en muchos momentos, uno beneficia al otro y viceversa, pero nunca limitar vuestras existencias. Sois eso: un padre y un hijo». Y así fue como, una vez decidido a dar aquel paso, escribí La canción de la concubina (Espasa), una novela que habla del tráfico humano en Filipinas, y de la lacra que supone esta esclavitud de los tiempos modernos en Asia y en todo el mundo, a través de la historia ficticia de dos hermanas que son vendidas a un prostíbulo. Al principio era reticente a lo que podía suceder cuando la novela apareciera publicada, pero lo cierto es que los resultados de aquel giro en mi imagen pública han sido maravillosos. Cuando alguien vive acorde con su propia esencia y en libertad, y es capaz de proyectarlas, no existen obstáculos porque nuestra fuerza puede derribarlos. Gandhi decía que la felicidad se alcanza cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía. Aquel paso que di respondía simplemente a eso, y creo que es uno de los mayores aciertos de mi vida profesional. Posteriormente, creé mis propias plataformas sociales (Facebook, Twitter…) como periodista y escritor, y esto me da también la libertad para aprovechar mi proyección pública y apoyar otras causas y entidades, más allá de la que yo mismo fundé. Estoy muy contento con el apoyo que tengo como escritor e intento siempre cuidar a mis lectores, aunque debo aprender a hacerlo mejor. ¡Puedo incluso presumir de tener un maravilloso Club de Lectura! Un club en el que, además, con el pretexto de seguirme como autor, ¡ha generado numerosas complicidades y amistades entre personas que viven en distintos puntos de España y del mundo! ¡Eso es fantástico! Sería injusto no nombrarles porque son verdaderamente formidables. Volviendo a Sonrisas de Bombay, en el año 2011 empezamos a ver cómo la crisis financiera en España amenazaba directamente la solvencia de numerosas organizaciones, y convenimos que sería positivo recurrir a la internacionalización para poder contar con distintas fuentes de donación de diferentes puntos geográficos, asegurando que la implementación de los proyectos jamás peligrara en función del mercado financiero de un país en concreto. Así fue como me mudé durante un año —con constantes viajes a la India y a España, por supuesto— a Nueva York para registrar Mumbai Smiles USA. Que nadie piense que 120

abrimos unas superoficinas en Manhattan ni nada parecido. Todo lo contrario: seguimos sin contar con una oficina física allí, y la operación consistió solamente en registrar la organización, con los costes derivados, como los del minúsculo apartamento en el que viví durante el año que estuve residiendo allí y que pagué de mi propio bolsillo con las ganancias obtenidas con mis libros y trabajos como periodista. Poco después nos llegaba otra fantástica noticia: por fin podíamos recibir donaciones de la India porque Mumbai Smiles India era ya una realidad. Nos costó años de espera, pero lo conseguimos. El hecho de no haber querido pagar jamás «por debajo de la mesa» —por desgracia este sistema sigue siendo habitual en la India— para obtener antes unos determinados permisos, nos ha causado muchas esperas, pero al final hemos obtenido siempre lo deseado, y además con la conciencia tranquila por no haber cedido jamás a corruptelas. El hecho de contar con organizaciones registradas en varios países —también teníamos una pequeña organización en México que hoy en día funciona más como grupo de trabajo—, puso de manifiesto la necesidad de formalizar la unidad internacional mencionada ya en el plan estratégico. Por ello se creó Mumbai Smiles International — sería muy largo relatar todo el proceso legal—, un organismo que rige la unidad entre todas las Sonrisas de Bombay y Mumbai Smiles para asegurar que trabajan de forma unificada, respetando la misma misión y objetivos, así como una línea operativa y comunicativa común. Mediante una serie de acuerdos entre las entidades de cada país con apostilla de La Haya, aseguramos internacionalmente que todas cumplen la misma misión y avanzan por el mismo camino. Desde aquí quiero hacer patente mi eterno agradecimiento a los abogados que nos han aconsejado tan sabiamente y de forma desinteresada en todo momento; sin ellos no hubiéramos podido impulsar tantos registros oficiales y acuerdos de ámbito nacional e internacional. Y, si bien comentaba antes que Sonrisas de Bombay y yo somos como un hijo y un padre, es lógico y natural que llegue un día en que el hijo se independiza y vuela libremente. Lo contrario no sería normal. Hace un año y medio, en el transcurso de la presentación en IESE Barcelona del Study Case «Sonrisas de Bombay», realizado por esta escuela de negocios, dije por primera vez públicamente lo que sorprendió a muchos, excepto a mi equipo —eran conscientes de que hacía tres años que lo venía diciendo—: mi intención de dejar la dirección 121

general de la organización y pasar a tener otro rol dentro de la misma. Es un proceso lógico. Pienso que es totalmente necesario que llegue un momento en el que las direcciones ejecutivas cambien para dar paso a nuevas ideas y liderazgos. Y si el director general es además el fundador, eso ya es de obligado cumplimiento. Un fundador no puede estar de forma sempiterna ocupando la dirección general como si fuera un trono, porque existe el peligro de que ahogue el propio crecimiento de la organización que él mismo creó. Primero, por ese motivo. Y segundo, porque las funciones de la dirección general de una entidad con un equipo humano tan amplio terminan centrándose sobre todo en la gestión de equipos y de seguimiento de presupuestos, y en muchas otras gestiones de despacho que a mí, honestamente, no me entusiasman. Soy un hombre al que le gusta estar con la gente, actuar sobre el terreno, implicarse con las comunidades, afrontar retos partiendo de cero. Y, en ocasiones, las tareas propias de un director general te alejan inevitablemente de ese foco que a mí me apasiona. Y así fue como el 20 de junio de 2013 se convirtió en mi último día como director general de la organización, pasando a ser presidente de Mumbai Smiles International. No se trata de bajar del barco —¡eso, jamás!—. Ya he dicho que mi compromiso es vitalicio y no descansaré mientras quede en Bombay una sola persona privada de sus derechos. Además, ¿qué padre abandona a un hijo? ¡Eso, nunca! Se trata simplemente de cambiar mi rol y adaptarlo según los nuevos tiempos y necesidades, y, sobre todo, por convicción personal. La nueva directora general de Sonrisas de Bombay es una persona que ha estado trabajando los últimos años en la organización como directora ejecutiva en España, y que por lo tanto conoce muy bien la evolución de la entidad, la operativa y su equipo humano, tanto en España como sobre el terreno. Todos los miembros de la junta directiva y patronatos, incluyéndome a mí —pues ahora formo parte de ellos—, tenemos muy claro que va a desempeñar su función con gran eficacia. Insisto por ello en que no se trata de haber buscado una «sucesora», ya que se trata de un cargo que, como todos los demás, dura lo que tiene que durar, al igual que sucede en todas las entidades del mundo. Utilizar la palabra «sucesor» me parece más propio de una monarquía absolutista o una dictadura que de lo que realmente somos —no hay que magnificar nada—: una mera organización de cooperación al desarrollo que se rige por unas normativas precisas. 122

Este paso supone para mí dejar el trabajo de despacho y volver a las barricadas que se hallan sobre el terreno, a la lucha permanente codo a codo con las comunidades, y eso me hace crecer profesionalmente. Me dan un despacho y me ahogan; me dan la gente y me ensanchan. Así de sencillo. Tras convenirlo conjuntamente con los miembros de los órganos de gobierno, me han sido atribuidas unas funciones muy claras dentro de la organización, que yo resumo con las iniciales PDA. Ya sé que suenan a cuerpo policial o a droga de diseño, pero son las iniciales con las que me gusta resumir mis funciones actuales: PDA (presidir, difundir y abogar).

Presidir Mi función como presidente de Mumbai Smiles International es precisamente esa, la establecida por la ley para un presidente. Tendría que extenderme mucho para explicar cómo funcionan los órganos de gobierno, las asambleas generales y los patronatos, y me llevaría varios capítulos hacerlo debidamente. Por lo tanto, me limitaré a decir que mi función como presidente —al igual que sucede con todos los miembros de los órganos de gobierno— implica asegurar el cumplimiento de la misión establecida, además de las atribuciones propias del cargo y las que delegue en mí la asamblea general o el órgano de representación, velando siempre por un gobierno democrático, responsable y transparente, y aplicando el máximo rigor y sentido del deber en mis funciones. Este cargo, el de presidente, durará lo que tenga que durar según el marco legal que nos rige. El único cargo vitalicio, con el que moriré, es el de fundador, y el único derecho que este me da es el de poder contemplar con satisfacción los resultados de la decisión que un día tomé, sin ni tan solo sospechar durante un segundo lo mucho que crecería aquel sueño debido a mi empeño personal. Y lo que tengo muy claro es que me acompañará siempre el deber de este compromiso que un día asumí, y que solo abandonaré cuando Bombay sea un lugar donde no exista la pobreza y todos los ciudadanos tengan, por igual, los derechos humanos garantizados. Los órganos de gobierno de Mumbai Smiles International, así como los patronatos de la Fundación Sonrisas de Bombay (España), Mumbai Smiles Foundation (India) o Mumbai Smiles (Estados Unidos), han sido ampliados recientemente al incluir entre sus 123

miembros a personas más especializadas del sector, y que sin duda son de plena confianza a la hora de garantizar la esencia de la organización y la legitimidad de su lucha pacífica contra la pobreza. Durante el mes de mayo, antes de la transferencia de la dirección general, estuve en Estambul recibiendo un curso de la Universidad de Harvard donde reforcé mis conocimientos acerca de los órganos de gobierno y las buenas prácticas en los mismos, conocimientos que sigo ampliando para poder responder con eficacia, seriedad y responsabilidad a las funciones de mi cargo actual.

Difundir La representación institucional de la organización es una de las funciones que debo cumplir permanentemente, intentando ser siempre útil para la obtención de nuevos fondos y alianzas para la entidad y siendo un generador de recursos para impulsar la implementación de los programas. Se trata de representar a Sonrisas de Bombay en foros, conferencias y eventos varios, abriendo puertas para posibles acuerdos y donaciones que sean beneficiosas para el avance de los programas implementados sobre el terreno. Implica coger muchos aviones y trenes, asistir a comidas y cenas de trabajo, con compromisos en muchos lugares, y a veces tener jornadas maratonianas en las que incluso debo cambiarme de ropa en el taxi, pero todo esfuerzo es bueno si se obtiene con ello un beneficio para avanzar hacia la erradicación de la pobreza. Y ojalá mi agenda me permitiera acudir siempre allí donde se me solicita, si con ello se dan nuevos pasos hacia un Bombay mejor.

Abogar Siempre me han gustado los retos. Creo, modestamente, que me hacen crecer como profesional. Saber que el hecho de cambiar mi rol dentro de la organización dejaba la puerta abierta a volver a trabajar con las comunidades de forma más cercana me llenó de alegría. Ni se imaginan el «mono» que tengo de la India cuando, por compromisos 124

diversos, debo estar una temporada alejado. Saber que, al no tener ahora algunas obligaciones como gestor —que me obligaban muchas veces a permanecer encerrado en un despacho haciendo números—, podré reforzar mi vínculo con la gente de las zonas más deprimidas de ese país, me hace muy feliz. Algo que he observado durante estos años es que el incumplimiento de los derechos humanos en la India está muy agravado, en muchas ocasiones, por el propio desconocimiento de gran parte de sus ciudadanos de que pueden legítimamente exigirlos. Pongamos un ejemplo: imagínense que una mujer de un slum debe dar a luz y acude a un hospital público con las primeras contracciones, intuyendo además que algo no va bien en el parto. Imaginen —por desgracia, ocurre a menudo— que la funcionaria que trabaja en la recepción del hospital rechaza a la mujer y le dice que no tiene derecho a estar allí y que se vuelva a su chabola. Pongamos, por ejemplo, que la chica regresa a su chabola y debido a la ausencia de condiciones higiénicas y personal sanitario no solo pierde el bebé sino que fallece en el parto. ¿Qué ha fallado en este proceso que les he narrado? ¿Acaso no creen que si la chica embarazada hubiera tenido muy claro su derecho a ser aceptada en el hospital no lo habría reclamado de otra forma y hubiera sido aceptada? ¿No creen que incluso contaría con un ginecólogo que la hubiera tratado los meses anteriores? ¿Acaso no creen que si, además, contara con un abogado a su lado que exigiera ese derecho constitucional, la funcionaria del hospital no hubiera dado su brazo a torcer? Les aseguro que sí. Esa grave ausencia de conocimiento en cuanto a los derechos adquiridos, sea en el ámbito sanitario, educacional o de otra índole, relaja mucho más el nivel de exigencia por parte de los ciudadanos de los sectores más pobres de la India y, por consiguiente, también el cumplimiento de los mismos por parte del Gobierno del país —sea cual sea el partido que esté al frente—. Y esa es, precisamente, la lucha en la que estoy inmerso en la actualidad. Una de mis funciones actuales pasa por defender los derechos humanos utilizando mi proyección como activista en este ámbito. Y para que esta lucha no muera en mí, he creado Jump to Justice (www.jumptojustice.org), una plataforma que pertenece a Sonrisas de Bombay y que estará dedicada a velar por los derechos de los ciudadanos más pobres de la India. Esta plataforma les ofrece la capacitación adecuada, además de una red de abogados voluntarios que les acompañarán y asesorarán en todos los procesos. Solo alzando sus 125

voces mediante la capacitación y el trabajo conjunto, lograremos que sus derechos sean asumidos por quien debe asumirlos. Por otro lado, Jump to Justice contará también con presencia en foros internacionales desde los que velará por los intereses ciudadanos de los colectivos de las zonas más deprimidas de la India, además de exigir al Gobierno indio de forma dialogante y pacífica que se solventen los huecos existentes en la Constitución a la hora de proteger enteramente los derechos humanos de la población. He sentido rabia en muchas ocasiones viendo el desprecio con el que se trata a un paciente en un hospital público, o ante casos como el que les acabo de relatar, o ante una puerta cerrada durante una semana en una escuela pública con todos los alumnos sin poder asistir a clase. Y la única forma de canalizar esa rabia es seguir luchando de forma incansable y junto a las comunidades más afectadas por estas injusticias, para que algún día todos los ciudadanos de la India sean tratados por igual.

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16 El poder de las sonrisas

No hay más que una manera de ser feliz: vivir para los demás. LEÓN TOLSTÓI

Recuerdo perfectamente mi primer día como estudiante universitario. Esa mañana, el decano de la facultad, Miquel Tresserras, mirándonos uno por uno a los ojos, nos dijo una frase que me ha acompañado siempre desde aquel día: la vida es mucho mejor de cómo nos la pintan. Entonces, como cualquier joven de esa edad, no le di mucha importancia, y me seguía angustiando aquella nueva etapa que se iniciaba llena de dudas, misterios e incertidumbres. A menudo lo dejamos todo en manos del destino y de lo que este nos reserve, pero muy pocas veces nos damos cuenta de que nosotros también tenemos la posibilidad de actuar como elemento transformador. Tal vez no siempre seamos los dueños de nuestro destino, pero nuestra responsabilidad es saberlo afrontar de la mejor manera, beneficiando siempre a los demás. La vida es un camino con muchos tramos. Por ello, y a pesar de las piedras que vayamos encontrando, debemos seguir avanzando con paso firme y sin dejar de disfrutar jamás de las maravillas que nos depara el paisaje. Por encima de todo, somos ciudadanos del mundo, y nuestra principal responsabilidad es, desde la posición que ocupamos, contribuir a que este planeta, tras nuestro paso, sea un lugar mejor. La vida no siempre es fácil, lo sabemos. Pero eso no debe impedirnos reconocer que, a pesar de todo, el futuro está lleno de esperanza y de posibilidades, y de que siempre hay algún rayo de luz que penetra en los recovecos más insospechados. Que la posible oscuridad que nos encontremos en ciertos momentos del camino no nos impida avanzar 127

hacia los puntos con más luz. Debemos exigir que el mundo nos respete, pero para ello debemos respetar nosotros el mundo porque, como decía Gandhi, no se pueden exigir derechos sin cumplir obligaciones. Puede sonar un poco cursi, pero lo cierto es que el mundo es como un jardín. Así que, si queremos vivir en un jardín bonito, sano y frondoso, debemos ser nosotros, y solo nosotros, los que plantemos las flores. Siempre digo que el mundo es como un muro sin pintar. Si todos pensamos que con nuestro pequeño bote de pintura no lograremos pintar todo el muro, y nos quedamos sin hacer nada, el muro jamás cambiará de color. Pero si, en cambio, nos animamos a pintar una parcela, otros también tomarán ejemplo y pintarán su parte. Y al final, entre todos, lograremos colorear el muro del mundo. Es importante también que hagamos siempre lo que queremos siguiendo a nuestra conciencia y sin hacer daño a nadie, pero nunca lo que se supone socialmente que debemos hacer o lo que unos u otros esperan de nosotros. No hay nada peor que actuar en la vida traicionando su propia esencia. Que nadie nos diga cómo debemos vivir, porque nuestra propia conciencia será siempre la mayor maestra. Seremos realmente respetados cuando nuestra opción de vida esté alineada con lo que realmente somos y sentimos. No nos debe acobardar asumir retos que no creíamos programados o incluso sentirnos perdidos en algún fragmento del camino. Porque después de perdernos nos encontraremos con más fuerza. Yo lo intento hacer cada día como cooperante, escritor, periodista o activista social, pero todos deberíamos contribuir, con nuestras profesiones y el lugar que ocupamos en el mundo, a que la vida de los que nos rodean sea una experiencia mejor gracias a nuestra existencia. Y que más allá de nuestro trabajo, lo que vertebre siempre nuestra trayectoria vital sea la coherencia y la honestidad con los demás y con nosotros mismos. En este libro he querido poner de manifiesto la gran importancia que han tenido en el crecimiento de Sonrisas de Bombay todas las personas con las que me he ido encontrando en este no siempre fácil pero maravilloso camino. Porque debemos tener muy claro que lo que vamos siendo a medida que pasa el tiempo es siempre fruto directo de la intervención de los que nos van acompañando. «A mí nadie me ha regalado nada para llegar hasta donde he llegado», suelen decir muchas personas que han cosechado éxitos. Y yo esa frase solo la entiendo en parte. Porque, efectivamente, uno crea algo partiendo de cero —les aseguro que este fue mi 128

caso— y sin que nadie te regale nada en ese sentido. Pero todo lo que obramos lo conseguimos también porque en algún momento nos cruzamos con personas que, incluso con una sola sonrisa, nos hicieron más llevadero el camino. Como les decía, el decano de la facultad nos dijo que la vida era mucho mejor de cómo nos la pintan. Y tenía razón. Han pasado unos cuantos años desde que escuché aquella frase. He podido observar de cerca, por desgracia, los resultados dantescos de la maldad del hombre en sus peores vertientes y traspasando límites insospechados. He sido y sigo siendo testigo de la injusticia y la pobreza atroz. He contemplado unas calamidades que hacen parecer la crisis económica en nuestro país verdaderamente ridícula. He comprobado cómo el camino no siempre es fácil y está lleno de piedras que te hacen caer muy a menudo. Pero, a la vez, he descubierto que en cada caída uno se levanta con más fuerza y ganas de seguir caminando; que durante el trayecto te encuentras con otros caminantes que te ofrecen su brazo para que te apoyes en él y se te haga el camino más llevadero. Y he descubierto, con gran alegría, que el camino del mundo está lleno de peregrinos con buenas intenciones y buen corazón. Jamás hubiera pensado, cuando escuché aquella frase del decano de mi facultad, que mi propia experiencia vital daría la razón a aquellas palabras. Porque pueden estar seguros, queridos lectores, de que la vida es mucho mejor de cómo nos la pintan. Puedo afirmar que el mundo me ha sonreído, y tal vez sea porque nunca he dejado de sonreírle yo a él. Y así, sonriendo, es como las sonrisas siempre son devueltas. Nuestras acciones, por insignificantes que parezcan, causan un potente efecto transformador en el destino del conjunto de la humanidad. Cada gesto tiene su impacto en el mundo. Cada pensamiento y cada palabra repercuten con fuerza en los otros. Cada obra buena que realizamos para beneficiar a los demás puede iniciar una cadena que causa milagros incluso en lugares que no conocemos y donde no llega nuestra propia voz. Es el efecto del eco, el resultado de la fuerza y la luz, que lleva consigo la radiación de una sonrisa.

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Jaume Sanllorente (Barcelona, 1976) es licenciado en periodismo por la Universidad Ramon Llull de Barcelona y prosiguió sus estudios en cooperación al desarrollo, márketing y liderazgo. Recientemente ha sido escogido para incorporarse a un programa de jóvenes líderes mundiales de la Harvard Kennedy School. Después de trabajar para distintos medios de comunicación en Barcelona, en 2003 realizó un viaje a la India que fue el inicio de un proceso de transformación personal, relatado en su libro Sonrisas de Bombay. El viaje que cambió mi destino (Plataforma Editorial, 2007). Al año siguiente fundó la ONG Sonrisas de Bombay, con la misión de mejorar las condiciones de vida y velar por los derechos humanos de los grupos de población más vulnerables de Bombay. Esta organización impulsa en la actualidad proyectos que proporcionan apoyo a más de 5.000 personas en la India. Es autor de la novela La canción de la concubina (Espasa, 2010) y coautor de Bombay, más allá de las sonrisas (Plataforma Editorial, 2009). Su liderazgo natural y capacidad emprendedora han sido tema de estudio en numerosos libros y centros académicos. En el año 2009, el gobierno español le concedió la Cruz de Oficial de la Orden del Mérito Civil por su «aportación extraordinaria a la lucha contra la pobreza».

www.jaumesanllorente.com Para más información sobre Sonrisas de Bombay: www.sonrisasdebombay.org

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Edición en formato digital: noviembre de 2013 © 2013, Jaume Sanllorente © 2013, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona Diseño de cubierta: Meritxell Mateu / Penguin Random House Grupo Editorial Fotografía de la cubierta: © Juan Pelegrin Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-15431-92-3 Conversión a formato digital: M.I. maqueta, S.C.P. www.megustaleer.com

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Índice El poder de las sonrisas Un sueño cumplido Sentirse amado Introducción 1. El viaje 2. La ilusión de un sueño 3. Una nueva vida 4. La adaptación 5. Vivir 6. La segunda mano 7. «Cada sonrisa ilumina el mundo» 8. La platea 9. Caminando hacia un Bombay mejor 10. El árbol 11. La llave Balwadis (guarderías) Educación primaria y secundaria: Yashodhan School Educación pública para todos: recursos pedagógicos (Sangati) y lucha común (Open House) Educación superior: «Sonrisas futuras» 12. La semilla Oncología pediátrica: proyecto HOPE Campos de salud Desarrollo socioeconómico: el poder transformador de la mujer 13. Apoyo social Socios colaboradores Voluntarios Medios de comunicación Premios y reconocimientos 14. Un sector mejor 132

15. El «niño» se independiza Presidir Difundir Abogar 16. El poder de las sonrisas Biografía Créditos

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Índice El poder de las sonrisas Un sueño cumplido Sentirse amado Introducción 1. El viaje 2. La ilusión de un sueño 3. Una nueva vida 4. La adaptación 5. Vivir 6. La segunda mano 7. «Cada sonrisa ilumina el mundo» 8. La platea 9. Caminando hacia un Bombay mejor 10. El árbol 11. La llave «Balwadis» (guarderías) Educación primaria y secundaria: Yashodhan School Educación pública para todos: recursos pedagógicos (Sangati) y lucha común (Open House) Educación superior: «Sonrisas futuras»

12. La semilla

2 5 6 7 12 21 28 34 43 48 53 60 68 77 85 86 88 90 91

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Oncología pediátrica: proyecto HOPE Campos de salud Desarrollo socioeconómico: el poder transformador de la mujer

13. Apoyo social

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Socios colaboradores Voluntarios Medios de comunicación Premios y reconocimientos

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14. Un sector mejor

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15. El «niño» se independiza

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Presidir Difundir Abogar

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16. El poder de las sonrisas Biografía Créditos

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