El intelecto femenino en las tablas áureas: contexto y escenificación 9783865279903

Explora un personaje del teatro áureo que casi no ha recibido atención crítica, la heroína intelectual, y su dramatizaci

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Spanish; Castilian Pages 214 Year 2012

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Table of contents :
ÍNDICE DE CONTENIDO
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO 1. EL NUEVO HORIZONTE CULTURAL DE LA EDAD MODERNA: LOS STUDIA HUMANITATIS
CAPÍTULO 2. FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS DE LA CONCEPCIÓN DE LA MUJER EN LA EDAD MODERNA
CAPÍTULO 3. LA MUJER FRENTE A LA MODERNIDAD: SU IMPRONTA CULTURAL
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 4. EL INGENIO FEMENINO
CAPÍTULO 5. LAS SABIAS DE LA TRADICIÓN
CAPÍTULO 6. LA INTELECTUAL ESQUIVA
CAPÍTULO 7. LA HEROÍNA PROFESIONAL
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
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El intelecto femenino en las tablas áureas: contexto y escenificación
 9783865279903

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Montserrat Mochón Castro

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IBEROAMERICANA  VERVUERT  2012

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Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2012 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2012 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net

ISBN 978-84-8489-643-2 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-697-1 (Vervuert) Foto de la portada: Retrato de una mujer de Antonio Allegri da Correggio, Museo del Hermitage, San Petersburgo © bpk / Roman Beniaminson

Diseño de cubierta: Juan Carlos García Cabrera

The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706 Impreso en España

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A mi hijo y a mis padres

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ÍNDICE DE CONTENIDO

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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PRIMERA PARTE

Capítulo 1. EL NUEVO HORIZONTE CULTURAL DE LA EDAD MODERNA: LOS STUDIA HUMANITATIS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Circunstancias históricas que propiciaron la nueva era cultural . . . . . . . . El ideal cultural del humanismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . De Studiis et Litteris de Leonardo Bruni . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tratados educacionales de los humanistas cristianos: Erasmo de Rotterdam . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Supervivencia y colapso del humanismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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EN LA

Capítulo 2. FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS DE LA CONCEPCIÓN DE LA MUJER EDAD MODERNA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Mulier economica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Legado teológico del concepto de la mujer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. La mujer en la patrística agustiniana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. El tomismo y su herencia patrística . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La nueva esposa del humanismo cristiano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La mujer en la Medicina: permanencia y rechazo de los viejos conceptos . .

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Capítulo 3. LA MUJER FRENTE A LA MODERNIDAD: SU IMPRONTA CULTURAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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La corte de Isabel de Castilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las Querelles des femmes o el primer movimiento feminista . . . . . . . . . . . ¿Existió un Renacimiento femenino? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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SEGUNDA PARTE

Capítulo 4. EL INGENIO FEMENINO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Es La prueba de los ingenios de Lope un “examen de ingenio”? . . . . . . . .

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Capítulo 5. LAS SABIAS DE LA TRADICIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Tradición y subversión en La doncella Teodor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El Josef de las mujeres: la heterodoxia en la ortodoxia . . . . . . . . . . . . . . . .

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Capítulo 6. LA INTELECTUAL ESQUIVA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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La vengadora de las mujeres: ¿mujer desafiada o mujer que desafía? . . . . .

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Capítulo 7. LA HEROÍNA PROFESIONAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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El alcalde mayor: historia de una doncella que iba para casada . . . . . . . . . El amor médico: ¿el amor por la Medicina o la Medicina en pos del amor? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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AGRADECIMIENTOS

Deseo dejar constancia de mi agradecimiento para con quienes estoy en deuda por haberme ayudado, de una manera u otra, con la escritura de mi libro. En primer lugar, le doy las gracias a mi querida profesora Alicia Colombí tanto por sus siempre sabios y certeros consejos, como por ser constante fuente de inspiración para mí. Asimismo, quiero dar las gracias al entrañable, sapientísimo y ya ausente Luis Monguió, por haber creído en el valor de mi trabajo. Mis gracias también a Luzmila Camacho Platero por sus sugerencias. Y, por último, agradezco a mi familia el apoyo que me han brindado, especialmente mis padres con su aliento, así como mi marido con sus sacrificios.

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INTRODUCCIÓN

En perseguirme, mundo, ¿qué interesas? ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento, y no mi entendimiento en las bellezas?

Sor Juana Inés de la Cruz escribió estos versos, expresión poética de un yo desgarrado que ansía la libertad de poder consagrarse a sus amadas letras. Y, sin embargo, tal como ella misma expresa, ¡cuánto trataron de impedírselo! Su talento y pasión por el saber pudieron convertir a la monja mexicana en caso único, como de hecho lo hicieron, pero no así las razones que le impedían la actividad intelectual. De ahí que el anhelo y desesperanza de estos versos, por más que expresión íntimamente personal, reflejen un destino colectivo, el de la mujer intelectual de la época. Y es que los presupuestos ideológicos del tiempo, basándose en su incapacidad racional, impedían al sexo femenino el desarrollo de su talento intelectual y le asignaban un estatus inferior en toda la sociedad occidental. Fueron las preguntas suscitadas por esa voz femenina, llegada desde la lejanía de otro siglo, las que engendraron la idea de este estudio. ¿Cuál era la actitud no ya de la ideología oficial, sino de los escritores del Siglo de Oro, uno de los períodos más brillantes y fructíferos de las letras españolas? ¿Cómo era presentada la mujer intelectual en el teatro, la expresión artística más destacada del tiempo? La postura de los dramaturgos de la época acerca de la mujer y su problemática ha recibido mucha atención en las últimas décadas, especialmente entre el sector de la crítica feminista, pero prácticamente no se ha prestado atención a este personaje. En los trabajos hechos acerca de algunas de las obras analizadas aquí, tales como La

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doncella Teodor o El amor médico, se menciona la temática de la dama sabia, pero sin reconocer de modo claro la existencia de dicho personaje en la dramaturgia de la época. Asimismo, en su libro Woman and Society in the Spanish Drama of the Golden Age, Meelvena McKendrick dedica un pequeño capítulo, “The Scholar, the Career Woman”, a dicho personaje, pero siguiendo un criterio diferente al mío, pues la intelectualidad de la protagonista no es factor determinante en todas las comedias. Falta, pues, un estudio general y amplio donde se reconozca la existencia del personaje como tal en el teatro y donde se haga un análisis de su tratamiento. De ahí que el propósito de mi estudio sea paliar la falta de atención crítica que ha recibido la protagonista intelectual. Las obras analizadas en mi estudio se enfrentan con la cuestión de la intelectualidad femenina, y no por el simple hecho de que su protagonista sea una dama sabia, ya que no son las de estas obras las únicas protagonistas doctas que pueblan el escenario. Lo que distingue a este conjunto de comedias es que están protagonizadas por una erudita cuya intelectualidad tiene gran trascendencia en el desarrollo de los acontecimientos, es decir, su quehacer intelectual es parte importante del argumento y, por tanto, primordial. La dramatización de la mujer intelectual es de gran importancia, ya que se enfrenta directamente con la cuestión de la capacidad racional femenina. Si bien en la comedia del Siglo de Oro abundan los personajes femeninos que se desvían de la norma, la protagonista intelectual es especialmente significativa, ya que era la incapacidad femenina fundamento que servía de base a la diferencia genérica y, por ende, al patriarcado. Debido a la infinidad de comedias que constituyen el corpus del teatro del Siglo de Oro, la tarea de abarcarlas todas se hace prácticamente imposible. Por ello, he restringido la pesquisa a las obras de los autores más representativos y mejor conocidos del período: Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca. Este estudio está dividido en dos partes. En la primera, contextual, se analizan tanto los fundamentos ideológicos del concepto de la mujer en la modernidad como el marco histórico-social que condicionó y en el que se desarrolló el quehacer intelectual femenino. En la segunda, se presenta el estudio pormenorizado de cada una de las obras que se enfrentan directa-

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INTRODUCCIÓN

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mente con la cuestión de la intelectualidad femenina. Aunque la primera sección no está directamente referida al teatro, es esencial por cuanto que provee el contexto histórico e ideológico que ayuda a comprender la importancia del “fenómeno” de la mujer intelectual y la de su escenificación. Si bien las ideas médicas de la época servían de “evidencia” científica a la supuesta inferioridad mental femenina y las religiosas —con la interpretación del Génesis— contribuían a establecerla, constituyendo así el contexto más inmediato desde donde comprender el papel secundario y de inferioridad de la mujer, resultan insuficientes a la hora de entender otros factores, como las circunstancias y condiciones en las que se desarrolló el quehacer intelectual de la mujer. Para cubrir ese vacío, y aun admitiendo las limitaciones que la tarea de síntesis engendra, se ha recurrido a una diversa gama de estudios interdisciplinarios, tales como la historia, tratados familiares y educacionales, textos médicos y religiosos, así como a estudios feministas, de género y de crítica literaria. El uso de tan variadas fuentes ha hecho posible una mejor comprensión de las complejidades y contradicciones que la mujer hubo de afrontar para llevar a cabo su quehacer intelectual. Si con la transformación de la estructura socioeconómica y la influencia de la cultura de la Antigüedad, ésta pudo beneficiarse de la nueva educación humanista accesible a los hombres de aquel tiempo, también perdió la influencia de la que gozó en algunas esferas durante los siglos medievales. El análisis de este doble proceso, junto con el de lo que los nuevos estudios, los studia humanitatis, fueron y significaron, me ha llevado a establecer mis propias conclusiones tanto sobre las contradicciones con las que la mujer hubo de enfrentarse, como sobre los beneficios que se derivaron para ella con el devenir de la modernidad. Por último, el abanico analítico ha provisto en definitiva un amplio marco contextual y de referencia desde el cual situar, analizar y juzgar la postura y aportación de los dramaturgos áureos. La segunda sección del trabajo, que consta del análisis detallado de cada una de las obras que plantea la cuestión de la intelectualidad femenina, ha sido dividida de acuerdo a su temática. El estudio lo encabeza una obra lopesca, La prueba de los ingenios, escrita en contra de la obra del doctor Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias, cuyas ideas estaban en boga en esos momentos tanto en España como fuera

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de sus fronteras. En la comedia se hace referencia explícita a algunas de sus ideas sobre la supuesta incapacidad racional femenina, y de ahí que su estudio sea referencia necesaria para la comprensión de todas las obras del conjunto. El análisis de las obras cuya protagonista ha sido tomada de la tradición constituye el argumento del siguiente capítulo. La tradición árabe-española de Teodor y la de la mártir Eugenia sirven a Lope, en La doncella Teodor, y a Calderón, en El Josef de las mujeres, para llevar a las tablas a una heroína que se destaca por sus dotes intelectuales. La sección que sigue la constituye el análisis de la intelectual esquiva que protagoniza La vengadora de las mujeres de Lope. Por último, la labor profesional de la protagonista es el factor común de las obras con que se finaliza el estudio, El alcalde mayor de Lope y El amor médico de Tirso de Molina. Dado un tema de tan amplios alcances como el presente no cabe pretender abarcar toda su multifacética problemática. Ojalá este estudio ayude a abrir paso a otros muchos futuros acerca del personaje de la mujer intelectual, no sólo en las obras de estos dramaturgos, sino también en la de otros escritores de la época. No se me esconde que muchos interrogantes quedan en el aire, pero tal es la naturaleza de toda tarea humana, que si llega a ser fértil sólo lo es porque lleva hacia más preguntas y ellas, a más respuestas, todas parciales y acaso provisorias, pero que van desbrozando nuevos caminos hacia verdades cada vez más próximas. Este libro dista mucho de ser omnicomprensivo, pero sí ha intentado plantear la rica problemática de un tema de evidente importancia cultural y ha arriesgado las primeras respuestas al adentrarse por terrenos muy poco hollados.

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CAPÍTULO 1 EL NUEVO HORIZONTE CULTURAL DE LA EDAD MODERNA: LOS STUDIA HUMANITATIS

C I RC U N S TA N C I A S

H I S TÓ R I C A S QU E P RO PI C I A RO N

L A N U EVA E R A C U LT U R A L

A principios del siglo XIV todos los países europeos entraron en un período de cambio decisivo. Las formas típicamente medievales empiezan a desintegrarse y nuevas formas, reconociblemente modernas, aparecen, aunque sólo sea en embrión. En Italia, cuna del Renacimiento, la sociedad feudal, basada en la economía agraria y la posesión de la tierra, nunca tuvo verdadero arraigo y pronto surgió una sociedad urbana, construida sobre una base económica de comercio a gran escala e industria; a lo que hay que añadir el rápido desarrollo de instituciones capitalistas. En otros países, la expansión de la economía monetaria fue más lenta, pero hacia esta era ya estaba comenzando a desintegrarse el sistema feudal, lo que hizo posible el ejercicio efectivo del gobierno monárquico en los grandes Estados nacionales o territoriales. Política y económicamente, los señores feudales estaban perdiendo terreno frente a las crecientes fuerzas de la monarquía y la burguesía. La Iglesia también estaba entrando en un período de profunda crisis: al tiempo que su prestigio moral era socavado por una política monetaria fiscal y, sobre todo, por el escándalo del Gran Cisma y la extraordinaria laxitud moral del clero, se vio derrotada por el incremento del poder polí-

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tico de los Estados nacionales. Aunque sobrevivió como Iglesia universal durante aproximadamente un siglo después del Concilio de Constanza, nunca recuperó ni el prestigio ni la autoridad perdidos durante el período del Pontificado de Aviñón y el Gran Cisma.1 Los cambios en la estructura social y en el equilibrio de los estamentos sociales, resultado de este desarrollo económico y político, no se reflejaron en todos los lugares inmediatamente, ni en igual grado, en las formas más elevadas de cultura. Sin embargo, cuando el equilibrio económico, político y social se modificó, el liderazgo en todas las formas de la actividad intelectual y estética también se permutó en la misma dirección: del clero a los laicos, de las clases feudales a las urbanas y del aislamiento de los monasterios y los castillos a la sociedad populosa de las ciudades, las cortes reales o los principados.2 Los cambios económicos y políticos vinieron asimismo a afectar la vida cultural con la expansión de la educación laica. El monopolio cultural del clero había fenecido y estaba siendo paulatinamente reemplazado por el del hombre seglar. Las clases urbanas ya no eran un sector minoritario de la sociedad, sino que estaban preparadas para asumir el liderazgo político y cultural; se habían convertido en el grupo más numeroso e influyente como mecenas y creadores de las formas más elevadas de cultura. Wallace Ferguson señala el crecimiento del capitalismo como factor que estimuló de manera notoria el desarrollo de la cultura seglar: primero, por requerir la alfabetización de todo el que estuviera involucrado en el mundo de los negocios y, segundo, por ofrecer oportunidades para la inversión de los ingresos heredados. Todo ello posibilitaba, por una parte, el incremento de los miembros de la clase alta en las ciudades en busca de una mayor educación que permitiera el ejercicio de las profesiones seglares

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Véase Wallace Ferguson, “The Interpretation of the Renaissance: Suggestions for a Synthesis”, en Renaissance Essays, ed. Oskar Kristeller (Boston: Houghton Mifflin Company, 1948). 2 Ferguson señala que ya en los siglos XI y XII, junto con el crecimiento de las ciudades y la expansión de la economía monetaria, se produjo un resurgimiento cultural. Ello trajo consigo un notable incremento de prosperidad y de riqueza líquida a los estamentos poseedores de tierra. La gran actividad cultural que tuvo lugar durante este período era, sin embargo, eclesiástica y feudal; es decir, ni su contenido ni su espíritu habían emanado de las clases urbanas.

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cultas y, por otra, la formación de un público que apreciase las obras de artistas y escritores. De manera similar, el surgimiento de gobiernos con poder centralizado, mantenidos por impuestos, abría las puertas a los seglares entrenados en el Derecho y la administración y creaba, además, nuevos centros de mecenazgo laico. Otra consecuencia de los cambios producidos fue la infiltración en los rangos de la nobleza de los nouveau-riches. Junto a la vieja noblesse d’épée ahora se encontraban los ricos y altamente cultivados miembros de la noblesse de robe. Bajo las condiciones de vida feudal, las clases nobles no hacían alarde de eminencia intelectual ni de erudición. Ahora, en cambio, para mantener su puesto en la corte, los vástagos de la vieja nobleza estaban siendo forzados a darse un barniz de cultura y gusto cultivado y a extender sus intereses intelectuales más allá de las esferas del amor cortés. La difusión de la cultura laica entre los altos rangos de la burguesía y la nobleza sirvió no sólo para romper el monopolio que el clero poseía de la cultura y el mecenazgo del arte, sino también para modificar radicalmente el espíritu feudal y caballeresco de la literatura vernácula. El gran incremento de participación del hombre seglar en la cultura introdujo en el estudio, literatura y arte áreas enteras de conocimiento secular y materias de interés humano general que, si no totalmente ausentes en la Edad Media, estaban todavía inadecuadamente representadas. Por otra parte, el escritor o artista, que trabajaba predominantemente para un público seglar, o para mecenas laicos, tenía que satisfacer las exigencias y el gusto de hombres no preparados en Teología ni ligados a las tradiciones clericales. William Woodward3 considera que el avance espiritual que siguió al cambio social y político estuvo determinado por el simultáneo interés en la cultura clásica, el cual fue motivado, además de por la atracción estética, por el sentimiento patriótico, ya que el italiano del Renacimiento se veía a sí mismo como heredero directo de las glorias de Roma. Exaltar la magnificencia de otrora no era, sin embargo, suficiente. Dicho patriotismo conllevaba también la obligación del resurgimiento del esplendor pasado. El restaurar la grandeza antigua significaba progreso y, para obtenerlo, los mé-

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William H. Woodward, Studies in Education during the Age of the Renaissance: 14001600 (New York: Russel & Russel, 1965).

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todos de la Antigüedad clásica no eran menos autoritarios que sus logros. La recreación de la virtud de la Antigüedad, con la prosperidad, el orgullo nacional y la cultura que eran resultado de ella, había de conseguirse restaurando la preparación educacional de Grecia y Roma. Fue así cómo Francesco Petrarca, el intelectual en quien la naciente revolución encontró su primer impulso y expresión, transformó el clasicismo en un arma en la lucha para regenerar el mundo y crear una nueva cultura distintiva construida sobre la sólida base de una, aunque perdida, recuperable Antigüedad.4 Las formas y métodos educativos de la Roma imperial ofrecían la expresión más verdadera que pudiera encontrarse del nuevo ideal. Charles Nauert, en Humanism and the Culture of Renaissance Europe,5 señala otras razones, relacionadas con las ofrecidas por Woodward, de por qué los hombres del Renacimiento buscaron inspiración en la Antigüedad clásica: la nueva estructura política de Italia se asemejaba a la de la Roma de la República y el Bajo Imperio. Cuando los emperadores germanos perdieron control efectivo de Italia, muchas ciudades del norte y centro de la península se convirtieron en repúblicas con gobierno propio. Incluso cuando cayeron bajo el dominio de un signore o gobernante autoritario (y así pasó finalmente en la mayoría de ellas) mantuvieron algunas instituciones y prácticas republicanas. A grandes rasgos, por tanto, su estructura y sus prácticas políticas vinieron a parecerse a las de la antigua Roma. Los intelectuales rápidamente vieron esta similitud y volvieron a la historia romana en busca de inspiración e ideas específicas. Las prácticas educativas y literarias de la Roma de la república (y, en una fecha posterior, de Grecia), basadas en una sociedad de ciudades-Estado, proveyeron la inspiración y los detalles concretos para la nueva cultura italiana que empezó a cambiar a finales del siglo XIII y se desarrolló rápidamente a finales del XIV. La vida de los ricos italianos de las ciudades parecía requerir una amplia y 4

La contribución de Petrarca al resurgimiento de la erudición clásica es importante porque está enraizada en su conciencia histórica de una separación entre la civilización antigua y la moderna (medieval). De ahí que los primeros renacentistas se vieran a sí mismos como iniciadores de una nueva era y continuadores de una unidad histórica que se había interrumpido con los siglos de oscuridad y barbarismo, id est, la Edad Media. 5 Charles G. Nauert, Humanism and the Culture of Renaissance Europe (Cambridge: Cambridge University Press, 1995).

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diversa preparación: a la necesidad de hablar efectivamente en público se unía la del fomento de la responsabilidad social. La antigua Roma había afrontado condiciones muy similares y elaborado un estilo educativo de naturaleza retórica para la preparación de sus jóvenes aristócratas.

EL

I D E A L C U LT U R A L D E L H U M A N I S M O

Mientras que la educación escolástica de la Edad Media, que exaltaba la lógica sobre todas las otras artes liberales, parecía adecuada a las necesidades de los hombres que buscaban la absoluta certidumbre requerida en Teología, no resultaba muy atractiva para los jóvenes que veían su futuro en la toma de decisiones debatibles y meramente probables requeridas en el gobierno o las cortes. La nueva sociedad concebía el participar en la toma de decisiones políticas como obligación primaria de los ciudadanos; de ahí que ahora se dudase de la validez y utilidad de las generalizaciones abstractas de la lógica y la metafísica que habían dominado en la educación medieval. Así, pues, el sistema educativo romano (que no había sido atractivo para los dirigentes aristocráticos y eclesiásticos de la Edad Media) se veía ahora como ideal, por promover precisamente el sentido de obligación al servicio público necesitado por los que querían gobernar las comunas, así como por proporcionar los fundamentos educativos requeridos para adquirir la habilidad oratoria. Petrarca, el hombre a quien más a menudo los humanistas que lo siguieron recurrían en busca de guía espiritual, redescubrió el modelo ciceroniano para la relación entre Retórica y Filosofía, haciendo posible que la Retórica se convirtiese para ellos de nuevo en el cauce de la cultura general. Las obras éticas de Cicerón reflejaban, y en realidad impartían, la educación retórica que ahora se requería. Cicerón se enfrentó específicamente con la oratoria en varios tratados, de los cuales De oratore es el más elaborado. En las palabras que abren el libro, y que fueron a menudo citadas por escritores posteriores, deja clara su adhesión al ideal de la combinación de Retórica y Filosofía:6 la sabidu6

La historia de la relación entre Filosofía y Retórica muestra que se las ha considerado no sólo como estudios separados en sí mismos, sino también como campos de conoci-

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ría sin la elocuencia es de poca utilidad para la vida cívica, y la elocuencia divorciada de la sabiduría es a menudo de gran daño; sólo el hombre que une las dos puede beneficiar tanto a sus compatriotas como a sí mismo7. Ningún ideal, pues, caracteriza mejor la visión ciceroniana de la cultura que la un ión de Retórica y Filosofía. Su propósito era adaptar el aprendizaje filosófico a las tareas del foro, así como presentar la Filosofía misma de una manera elegante y persuasiva. Tratando de equilibrar estas dos lealtades, prestó más atención que quizás ningún otro escritor clásico a dicha problemática. Y es precisamente este aspecto de su trabajo el que se reflejará en las preocupaciones de los humanistas del Renacimiento. La idea de Petrarca sobre el problema de la relación entre Retórica y Filosofía estaba modelada sobre la de Cicerón. No sólo compartía su deseo de que las dos artes se combinasen, sino que también reconocía idén-

miento alternativos en torno a los cuales organizar amplios programas de educación. La elección de una u otra como la disciplina central determinaba la manera en que las otras artes (Gramática, Lógica, Poesía, Historia, Ética) se definían y proseguían. El contraste entre un programa cultural organizado en torno a la Retórica y otro estructurado en torno a la Filosofía ha sido motivo de conflictos a lo largo de la historia del pensamiento occidental. Una de las primeras descripciones claras de Retórica y Filosofía como ideales culturales en competencia apareció en los diálogos socráticos de Platón. En éstos, Sócrates presentaba un programa de cultura y educación —una paideia— basado en la Filosofía. Al hacerlo, se enfrentó con los sofistas retóricos, para quienes la base de la paideia era el arte de la oratoria. Tal como Platón la desarrolló, la Filosofía socrática retaba la proclamación de los sofistas retóricos de que la preparación que ellos ofrecían era apropiada para la facultad racional del hombre, su logos. El Sócrates de Platón buscaba reemplazar una forma de educación basada en el entrenamiento de la facultad discursiva por otra fundada en la busca racional de la verdad. Mientras que los sofistas retóricos habían preparado a los hombres para tener éxito en el mundo existente de la política, la nueva paideia filosófica se esforzaba por formar la vida del hombre conforme a lo filosóficamente aceptado y por procurar su desarrollo intelectual y moral. Cada una sostenía, pues, una imagen diferente del hombre adecuadamente cultivado. Véase Seigel, “Rhetoric and Philosophy”, en Rhetoric and Philosophy in Renaissance Humanism (Princeton: Princeton University Press, 1968). 7 Las cualidades que la Retórica y la Filosofía buscaban producir en sus seguidores eran, respectivamente, la elocuencia y la sabiduría. La elocuencia significaba sobre todo poder persuasivo; el orador buscaba enseñar y entretener a su audiencia y, más que nada, conmoverla, persuadirla. La naturaleza pública de la elocuencia retórica (como hombres de elocuencia, los oradores solían ser líderes en las asambleas públicas) distinguía a los orado-

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ticos obstáculos a dicha unión, los cuales él también intentaba superar de manera semejante.8 Petrarca creía que la unión de la virtud moral y del poder persuasivo de la elocuencia había sido la excelencia distintiva de la Roma que él veneraba. Atribuía su grandor a la virtud de romanos tales como Cicerón o Catón, que dedicaron su vida al servicio público.9 De ahí que pensara que las condiciones de la Italia de su tiempo podían remeres de los filósofos. La sabiduría, por su parte, era definida de varias maneras, pero todas las definiciones tenían algo en común: era el conocimiento de las cosas humanas y divinas, o de las causas y los principios primeros, o de las cosas más elevadas. Aunque tal conocimiento podía llevar al poder sobre el mundo externo, la sabiduría antes que nada era una excelencia interior, un logro íntimo del hombre sabio. La cuestión de la relación entre Retórica y Filosofía incluía el problema del valor relativo de la elocuencia y la sabiduría, así como del lugar adecuado de cada una en la vida del hombre. La mayoría de los escritores, en la Antigüedad clásica y en épocas posteriores, coincidían en que la sabiduría era moralmente superior a la elocuencia. Incluso un retórico como Cicerón admitía que el poder de la elocuencia podía servir para fines perniciosos. La verdadera sabiduría, por el contrario, no podía malusarse de la misma manera; el conocimiento genuino de la bondad y la virtud no podía ayudar al mal o el vicio. No obstante, la sabiduría estaba sujeta a una debilidad característica: por sí misma, no tenía el poder necesario sobre los hombres ni la capacidad inherente para hacer que su mensaje actuara en el mundo. Por tanto, al peligro de que el poder de la elocuencia no sirviera a la sabiduría se añadía el temor de que a la sabiduría misma le faltase el poder de influencia sobre los hombres. Para evitar estos peligros, muchos escritores adoptaron un nuevo ideal: la unión de elocuencia y sabiduría, o sea, la combinación de Retórica y Filosofía. Uniendo las dos, la sabiduría podría hacerse activa y la elocuencia se comprometería al servicio de la verdad. Éste era el propósito de Cicerón. 8 La Filosofía buscaba una clase de conocimiento que era superior a la mera creencia basada en la costumbre. El orador no podía participar totalmente en la busca del conocimiento llevada a cabo por el filósofo, debido a su compromiso con los esquemas intelectuales y lingüísticos de su audiencia. 9 Nauert señala que, aunque Petrarca buscó y encandiló a muchos mecenas poderosos y ricos con miras a avanzar en su carrera, estaba personalmente inclinado a la vida del erudito aislado. A pesar de su admiración por la antigua Roma, mostró poca comprensión real del ideal romano de ciudadanía. Se conmocionó francamente cuando las cartas de Cicerón le revelaron que el autor al que él había admirado como filósofo sentía un ardiente deseo por abandonar los estudios filosóficos y sumergirse de nuevo en la turbulenta política de la moribunda república romana. No obstante, Nauert cree que Petrarca percibió lo suficiente del espíritu romano como para elogiar el ideal de servicio público expresado en el Somnium Scipionis de Cicerón.

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diarse si los italianos recapturaban las cualidades morales que habían sido el secreto de la notoriedad de la República romana, especialmente la devoción al bien de la comunidad. La prez de la Antigüedad podía ser restablecida si los jóvenes italianos eran adecuadamente educados en la Filosofía y la elocuencia. Nauert señala que fue esa convicción la que lo llevó a la idea de una educación revolucionaria. Su objeción al aprendizaje medieval escolástico fue que era demasiado intelectual para inspirar a un grupo de héroes que podrían devolver a Italia su antiguo esplendor. El aprendizaje escolástico, con el análisis sofístico de conceptos y el estudio de obtusas cuestiones teológicas, era irrelevante ante la necesidad de guía moral e inútil como fuente de inspiración. Esta creencia inevitablemente implicaba la crítica del intelectualismo de los escolásticos y de Aristóteles, su modelo filosófico, considerado demasiado abstracto para incitar a la acción moral. De ahí, el esfuerzo de los humanistas por acabar con el dominio de la Dialéctica en la educación reemplazándola por el énfasis ético y retórico que había dominado en el sistema educacional romano. El nuevo programa educativo humanista, que llegaría a ser conocido como studia humanitatis, vendría a representar, por tanto, un conjunto de disciplinas interrelacionadas que compartían los propósitos y los métodos de la elocuencia.10 El humanismo vino así a satisfacer la necesidad que esta distintiva sociedad —que había dejado de ser predominantemente feudal y eclesiástica— tenía de un tipo de cultura y educación que respondiera a sus intereses: los de una sociedad laica, urbana y culta. La educación humanista, al buscar inspiración en la Antigüedad, proporcionaba el aprendizaje que ayudaría a los jóvenes a participar en la vida política. Fomentaba asimismo, la importancia de la preparación y la obligación morales, estimadas relevantes para la élite dirigente. Tal énfasis faltaba notoriamente en la educación universitaria tradicional, que se concentraba en la dialéctica de la lógica, la ciencia aristotélica y el desarrollo profesional en Leyes, Medicina o Teología (Nauert 17). 10

Véase Hanna H. Gray, “Renaissance Humanism: the Pursuit of Eloquence”, en Renaissance Essays, ed. Paul Oskar Kristeller (Rochester: University of Rochester Press, 1992) y Robert E. Proctor, Education’s Great Amnesia. Reconsidering the Humanities from Petrarch to Freud (Bloomington: Indiana University Press, 1988).

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Al principio, esta atracción por los estudios humanistas fue sentida principalmente por jueces, abogados y notarios. Sin embargo, con el tiempo, cuando las caóticas condiciones políticas de la Italia del siglo XIII dieron paso al establecimiento de repúblicas o despotismos en los siglos XIV y XV, los grupos sociales que dominaban la vida política encontraron en la educación humanista precisamente la clase de instrucción necesitada para el gobierno. Los humanistas poseían las aptitudes requeridas para servir de cancilleres, embajadores y propagandistas políticos. La capacidad para hablar y escribir un latín modelado según la lengua de la Roma clásica, e incluso un limitado conocimiento del griego, se convirtieron en expectaciones normales del hombre culto de Italia. Estos logros culturales, distintivamente renacentistas, se unieron al ideal de servicio a la sociedad (a menudo expresado como el servicio a un príncipe). El programa educativo del humanismo se expandió por Europa durante el siglo XVI y se convirtió en la base educacional para las élites europeas y los funcionarios de la administración. Dicho programa estaba destinado desde el principio a satisfacer las necesidades de una élite cultural que se veía a sí misma como el sostén apropiado del poder político.

DE STUDIIS

ET

LITTERIS

DE

L E O N A R D O B RU N I

De Cicerón tomaron los humanistas el término studia humanitatis para referirse a su nuevo programa educativo. Kristeller afirma que el vocablo fue conscientemente adoptado por el énfasis programático en los valores humanos y educacionales de los estudios designados.11 Desde el siglo XV la frase se utilizó para designar las materias de Gramática, Retórica, Poesía, Historia y Filosofía moral, habiendo de estar todas ellas basadas en la lectura de los autores griegos y latinos. Coluccio Salutati, canciller de Florencia y mentor de Leonardo Bruni, fue el primero en usar el término studia humanitatis (de donde la palabra humanista fue acuñada) en sus propios escritos a partir de 1369. Lo había encontrado en el discurso ciceroniano Pro Archia. Sin embargo, el término no recibió una definición clara y sistemática del nuevo

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Oskar Kristeller, Renaissance Thought II (New York: Harper & Row, 1965).

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programa que ya empezaba a ser conocido como studia humanitatis hasta que Bruni proporcionase una primera descripción completa en dos cartas: una dirigida a Niccolo Strozzi, hijo de una acaudalada y poderosa familia de Florencia, y la otra, De Studiis et Litteris, a Battista da Montefeltro Malatesta, esposa del señor de Pésaro.12 En la carta a Strozzi, Bruni compara los nuevos estudios al Derecho y afirma que, mientras que el estudio de la ley civil puede ser económica-

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Proctor señala cómo el uso renacentista de la frase studia humanitatis para hacer referencia a las disciplinas de Gramática, Retórica, Historia, Filosofía moral y Poesía implicó una significativa, y dramática, reducción del antiguo programa de enseñanza al que Cicerón se refiere en sus escritos. Dicha reducción de los studia humanitatis desde todas las ramas del saber antiguo a las disciplinas renacentistas mencionadas, con la exclusión específica de geometría es, Proctor apunta, el resultado de un cambio radical en la comprensión de lo que significaba el ser humano, especialmente en términos del concepto que el hombre poseía de sí mismo y de su relación con el cosmos. La sorprendente diferencia entre las concepciones clásica y renacentista del hombre se aprecia al contrastar el concepto de perfección humana en ambos autores. Para Cicerón, el significado de la vida humana no se puede encontrar en el ser individual, sino en su relación con el cosmos; o sea, para él, el ser humano es parte del todo. Para Bruni, en cambio, el individuo se convierte en el todo. Esta diferencia profunda en la percepción del hombre entre Cicerón y Bruni lleva igualmente a diferentes visiones del propósito de la educación. Los studia humanitatis de Bruni prometen autoperfección; las artes humanitatis de Cicerón alejan al alma del hombre de lo humano hacia lo divino. Para Cicerón artes y studia humanitatis no se refieren en absoluto al programa específico y especializado que Bruni describe. Los estudios que posibilitan que el hombre contemple la totalidad de la realidad y lo formen en su juventud acogen todas las áreas del saber antiguo, en las que el estudio de la naturaleza ocupa un lugar importante. De ahí que el escritor romano hable literalmente de contemplación, imitación y participación como modos a través de los cuales el ser humano se identifica con el universo. La unidad del hombre con el cosmos, la participación de la parte en el todo, encontraba su equivalente intelectual en la unidad de todas las artes liberales. Para el tiempo de Bruni, el movimiento del alma fuera de la materia y hacia la unión con los elementos inteligibles ya no era posible. El fin de las humanidades modernas es otra clase de unidad. El nuevo ser, definido por Proctor como “a new inward-turning self ”, frente al antiguo “extensive self ” que usa todas las ramas del saber para participar de la razón y armonía del universo, encuentra útiles sólo las disciplinas que pueden personalizarse. Bruni denigra, pues, el estudio de la Geometría y la Aritmética porque, desde su punto de vista, estas materias no tienen nada que decir sobre cómo debe vivir un individuo o sobre qué debe hacer para encontrar la felicidad y la virtud.

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mente más rentable, en utilidad y dignidad lo superan las humanidades, ya que el fin de éstas es la formación del vir bonus. Cuando se dirige a Battista, Bruni hace la misma distinción fundamental que en la carta a Strozzi —las humanidades combinan la capacidad de escribir con el conocimiento de las cosas—, pero ahora contrapone la Teología escolástica a las humanidades en vez de a la ley civil. Censura a los teólogos escolásticos de su día por su ignorancia de las “letras”, esto es, por su incapacidad para escribir un latín pulcro y elegante. Bruni quiere que Battista lea y emule el latín clásico, no el escolástico de la Edad Media y, por eso, vuelve a un período mucho más temprano para la selección de sus modelos: Lactancio, San Agustín, San Jerónimo y los Padres griegos Gregorio Naciaceno, Juan Crisóstomo y San Basilio, todos ellos grandes teólogos y admirables escritores. De los autores seglares, elige en particular a Cicerón, Virgilio, Livio y Salustio, entre otros. Exhorta a Battista a que estudie diligentemente estos autores para que, cuando hable o escriba algo, no use palabra alguna que no haya encontrado en ellos. En la segunda parte de su carta, urge a Battista a que se dedique a aquellos estudios relacionados con la religión o a la vida virtuosa (bene vivendum). En éstos destaca, aparte de la literatura sagrada, las grandes obras de los filósofos griegos y romanos sobre la continencia, moderación, justicia, fortaleza, así como sobre la relación de estas virtudes con la felicidad (la naturaleza de esta última es debatida desde tres puntos de vista, de Epicuro, Zeno y Aristóteles). El estudio de todo ello, que provee material para debates y ejercicios literarios, debe complementarse con otras materias: son primordiales la Historia, la Oratoria y la Poesía, las cuales también ayudan para el estudio de la religión y para la preparación en los quehaceres del mundo. Por último le recomienda que, para hacer uso efectivo de lo que sabe, se esmere en la expresión, es decir, en la habilidad en la forma literaria. Las letras sin el conocimiento de las cosas son estériles y vacías, así como el conocimiento, aunque grandioso, sin el esplendor que añaden las letras, parece oscuro. Bruni diseña así un serio programa para Battista que incluye obras latinas de Historia, Filosofía moral y Poesía, o sea, todo el espectro de los studia humanitatis que los hombres de su generación habían ideado para sí mismos.

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No obstante, aunque este programa de estudios, pensado para la mujer de alto rango, prescriba fundamentalmente la misma educación clásica para ambos sexos, Bruni ha dejado al margen en el plan de enseñanza ideado para Battista la Retórica, puesto que ésta es eminentemente pública y el dominio de la mujer era el doméstico: “Para ella, ni las complejidades del debate ni los artificios oratorios de la acción y la declamación son de ningún uso práctico y, de hecho, son indecorosos. La Retórica en cualquiera de sus formas se halla por completo fuera del dominio de la mujer”.13 La excepción no me parece en absoluto ni insignificante ni gratuita. Los estudios humanistas eran sin lugar a dudas un medio de perfeccionamiento personal del que obviamente la mujer podía y había de beneficiarse —no se olvide la distinción que Bruni establece al principio de su carta a Strozzi entre la ley civil y los nuevos estudios—. Este ideal de perfeccionamiento iba sin embargo más allá de la esfera meramente personal; estaba asimismo destinado a toda la sociedad en general, siendo la finalidad última de los nuevos estudios la regeneración de todo el grupo social, o sea, los studia humanitatis se veían como el vehículo que haría factible tal mejora, y de ahí su estrecho vínculo con la vida pública. Si el humanismo, como se ha apuntado, había adoptado el ideal ciceroniano de la unión de Retórica y Filosofía, era porque respondía a las necesidades de la nueva sociedad. Los studia humanitatis y la vita activa aparecían así estrechamente relacionados: el propósito último de éstos era preparar a las jóvenes generaciones para la vida pública (los nuevos estudios eran el medio de acceso al humanismo como profesión, ya fuera en una carrera política, en la enseñanza o incluso en la corte como cortesano). De ahí que no sea posible comprender los studia humanitatis en su totalidad sin tener en cuenta el nexo entre Retórica y Filosofía, ya que éste constituye su base ideológica. Son en último término, vuelvo a insistir, unos estudios ideados para la vita activa. Por tanto, aunque Bruni parezca fiel a dicho ideal cuando pone de manifiesto la importancia de la habilidad oratoria, la finalidad de su programa no es la vida pública, y ahí radica, a mi juicio, la

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Mi traducción. Cita tomada de Margaret King, “Book-Lined Cells: Women and Humanism in the Early Italian Renaissance”, en Beyond their Sex. Learned Women of the European Past, ed. Patricia H. Labalme (New York: New York University Press, 1980), p. 77.

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gran contradicción del proyecto educativo concebido para Battista. Al excluir la Retórica, deja al margen en su plan de estudios un aspecto trascendental de la nueva educación, ya que no se ajusta a su finalidad última, la competencia pública. Esta incoherencia que, a mi entender, se haya en el seno mismo del programa que Bruni ideó para la humanista italiana (sin duda alguna uno de los más ambiciosos del tiempo destinados al sexo femenino) se encontraría, por ende, en cualquier programa de studia humanitatis elaborado para la mujer.14

T R ATA D O S

E D U C AC I O N A L E S D E LO S H U M A N I S TA S C R I S T I A N O S :

ERASMO

DE

R OT T E R D A M

En una época que era percibida por los propios contemporáneos como revitalizadora del saber, la educación había de ser ínsita en el horizonte cultural. Proliferaron los tratados educacionales cuyo fin primordial era una preparación de las clases medias y altas que se ajustase a las condiciones socioeconómicas y políticas cambiantes. Con el nuevo estado de cosas, 14

Sin señalar de modo explícito la contradicción apuntada por mí, Crafton y Jardine hacen referencia a una carta enviada por Lauro Quirini a la veronesa Issota Nogarola por encontrarla excepcional, ya que incluye la Retórica en su programa de estudios. Quirini dirige las siguientes palabras a Issota: “Puesto que nada es más decoroso que la Filosofía, nada más preciado, nada más hermoso, tal como nuestro Cicerón era prolijo a decir; y quizá podría añadirse, más adecuadamente, nada más divino en asuntos humanos. Ya que es la única disciplina, y la más sagrada, que enseña la verdadera sabiduría y nos instruye en el buen vivir. De ahí que ser ignorante de Filosofía no sea simplemente ir por la vida de modo vano, sino también ruinoso. Por tanto, entréguese en cuerpo y alma, como se dice, a esta materia. No deseo que sea medio culta, sino conocedora de todas las artes liberales (bonae disciplina), o sea, cultivada en el arte del discurso, y en el estudio del buen debatir, así como en la ciencia de lo divino y lo humano (mi traducción; cita tomada de Anthony Crafton y Lisa Jardine, “Women Humanists”, en From Humanism to the Humanities (Cambridge: Harvard University Press, 1986), p. 32). Son, para Crafton y Jardine, las circunstancias personales de Nogarola lo que explican que el destacado humanista hubiese incluido la Retórica (tan claramente asociada con la vida pública) como parte esencial de su programa. Para entonces, tras una serie desafortunada de acontecimientos, Isotta se había apartado de la vida social viviendo como una reclusa en su casa, dedicada a las letras sagradas y sin mantener correspondencia con otros estudiosos del saber secular.

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la mujer se convirtió asimismo en destinataria de un sinnúmero de tratados cuya finalidad era la de su educación. Por los esfuerzos que dedicaron a regenerar la enseñanza femenina, dentro del humanismo cristiano se destacan de modo especial dos escritores, Erasmo de Rotterdam y Juan Luis Vives. Juan Luis Vives es el autor más influyente de Europa en materia de educación femenina. Sus ideas se pueden considerar representativas del círculo de Tomás Moro. Su obra De Institutione Feminae Christianae, escrita siendo preceptor de la princesa María Tudor, fue publicada por primera vez en 1523, conociendo más de cuarenta ediciones y traducciones antes de finales de la centuria. Es uno de los dos únicos libros de Vives que fueron exitosos en traducciones españolas, siendo el otro la Introducción a la sabiduría. La obra alcanzó gran éxito en España en 1528 (el momento más álgido del movimiento erasmista) y gozó de fama duradera. El aprendizaje es visto por Vives como medio para alcanzar el perfeccionamiento humano. Para él, pietas y eruditio son una unidad indisoluble en la formación y deben constituir la finalidad de la enseñanza. Su humanismo le hace tener gran fe en el poder de la educación, la cual, considera, ha de ser utilizada para rescatar a la mujer de la ignorancia y familiarizarla con algunos de los autores más serios de la civilización, solventando así los defectos en ella derivados de la ausencia de los intereses elevados que el estudio estimula. Como buen erasmista, está convencido de que la virtud es imposible sin la crianza correcta y el conocimiento suficiente, puesto que el aprendizaje verdadero proporciona ejemplo y estímulo para la perfección humana. Con ello, Vives abrió la puerta para una seria educación femenina, aunque su concepto sobre lo que es suficiente para la mujer es más limitado que el de Erasmo.15

15

Al comparar los dos planes de estudio que Vives escribió en 1523, uno para el hijo de un noble, “De ratione studii puerilis”, y el otro para la princesa María, “De ratione studii puellaris”, Kraufman, en “Juan Luis Vives on the Education of Women”, señala la diferencia significativa entre ellos: la lista para el niño está separada en categorías, e incluye a los historiadores, poetas y escritores agriculturales romanos y los nombres famosos entre los poetas, historiadores, filósofos y oradores griegos, mientras que la de la princesa re reduce a una sola y pequeña sección, y ello teniendo en cuenta su origen real, así como la posibilidad de su ascenso al trono (Signs 3: 891-896, p. 895).

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La asociación de Erasmo de Rotterdam, uno de los líderes supremos del humanismo europeo, con el grupo de Oxford en Inglaterra significó un gran estímulo para el movimiento humanista en ese país. Sin embargo, en ningún lugar se dejó sentir tanto su influencia como en España, donde sus obras, desde el año 1527 hasta el 1535, disfrutaron de gran éxito y sus numerosas traducciones y ediciones posibilitaron su acceso a un amplio público. Erasmo, Woodward afirma, “views the forces of the age as a man of Letters” (111). La Antigüedad fue para el humanista holandés una Edad de Oro en donde el mundo romano se erigía como el ideal de un Estado universal que gobernaba a toda la raza humana en paz y justicia, destacándose además por sus logros en las artes, las letras y las habilidades prácticas. La Antigüedad se convierte así en objeto de estudio debido no sólo a las artes liberales, sino a que representaba asimismo un modelo ideal de orden social que podía ajustarse a las condiciones modernas, siendo la supremacía de la fe cristiana la más importante. Consciente de que la influencia benéfica de la cultura clásica sólo podría llevarse a cabo por medio de la educación de las jóvenes generaciones, Erasmo dedica sus mayores esfuerzos a la tarea de estimular la expansión de una idea más verdadera de lo que implicaba la educación: “educatio superat omnia”. Movido por dicho propósito, dedica muchas de sus páginas a los primeros estadios de la enseñanza, siendo De Pueris el más importante de sus escritos en este aspecto. Sintiendo asimismo la necesidad de regenerar la educación femenina, se dedicó a ésta de modo especial en los últimos años de su vida. Christiani Matrimonii Institutio, escrito en 1526 y dedicado a Catalina de Aragón, es el tratado donde más desarrolló sus ideas al respecto. La educación femenina está tratada de modo particular en Abbatis et erudita, diálogo de los Colloquia, que fueron una de sus obras más exitosas en suelo español. En este coloquio Erasmo afirma de modo claro que la enseñanza de la mujer es tan deseable como la del hombre. La sabia Magdalia (generalmente identificada con Margaret More, la hija de Tomás Moro) defiende la causa de las letras en la mujer en contra de un abad de la orden de San Benito, así como declara su derecho a leer a los autores griegos y romanos basándose en la idea —típicamente humanista— de

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que la sabiduría es la mayor felicidad. El abad Antronius la desafía afirmando que el saber no es de mujeres (“non est muliebre sapere”), y entonces Magdalia sostiene que las mujeres son capaces de los mismos logros intelectuales que los hombres y que en cualquier profesión que elijan, incluso la de esposa, pueden adquirir sabiduría y beneficiarse de ella. Por ello, si su educación se prolongara, asegura, podrían asumir puestos de prestigio intelectual. Y si las mujeres se preparan para tales oficios, Magdalia le advierte al abad: “vestrum erit hoc avertere” (“dependerá de ustedes el prohibirlo”). McKendrick afirma que, aunque en este coloquio no se establezca que el ejercicio profesional sea el fin del estudio femenino, no se ponen restricciones ni limitaciones a su contenido ni a su amplitud.16 En Senatulus, el debate con que finalizan los Colloquia y que es juzgado por McKendrick como el más feminista de todos, un grupo de mujeres, cansadas del poco respeto de los hombres hacia ellas, deciden formar un concejo para defender sus intereses, haciendo así evidente su capacidad autogobernadora y racional, cualidades consideradas masculinas. Al referirse al programa educativo que Erasmo destina a la mujer, Woodward señala la importancia que nuestro humanista concede a la formación de ésta, tanto la de rango como la que ejercía un oficio. Para la acaudalada ideó un tipo de enseñanza similar a la elaborada por Bruni un siglo antes, mientras que recomendó la lectura en la propia lengua para la mujer de menos posibles económicos (124). Piensa que la mujer 16

Melveena McKendrick, Women and Society in the Spanish Drama of the Golden Age, (Cambridge: Cambrigde University Press, pp. 9-10). Constance Jordan no tiene una visión tan positiva sobre este coloquio. La defensa que Magdalia hace del intelectualismo femenino contiene, según ella, una crítica velada de la desidia intelectual que aflige a los hombres. Implica que las mujeres asumirán los cargos públicos y eclesiásticos sólo como signo de la corrupción de los clérigos y no como resultado de un cambio social fundamental. La cuestión con la que Erasmo se enfrenta aquí, cree, no es la de la capacidad intelectual de la mujer, sino la de si se le debe dar a ésta una envergadura institucional o, por el contrario, relegarla al ámbito doméstico. Jordan considera que para Erasmo la inteligencia de la mujer es inherentemente defectiva, a pesar de que en principio afirme su igualdad espiritual con respecto al hombre. Compara el producto intelectual femenino con el menstruo cuando no ha sido orientado por la instrucción masculina; sólo si los pensamientos de una mujer son fertilizados por la inteligencia de su marido puede dar a luz hijos bien formados. Véase Renaissance Feminism (Ithaca: Cornell University Press, 1984), pp. 60-63.

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necesita de la sabiduría que únicamente se puede adquirir en los libros para llevar a cabo su labor, que es gobernar la casa y educar a los hijos. En relación a esto, Woodward afirma que es precisamente la importancia que Erasmo concede al hogar durante los primeros años lo que lo hace realzar la necesidad de formación en la madre. El humanista holandés pondera asimismo la importancia del estudio para evitar los peores enemigos del carácter —trivialidad e indolencia—, los cuales son, según él, consecuencia de la falta de cultivo de intereses sublimes. Considera McKendrick que se debió a la influencia de Erasmo el hecho de que, conforme avanzase el tiempo, se intensificara considerablemente en España la educación secular de las jóvenes cuyos padres podían pagar preceptores. Unas palabras de Bataillon al referirse en Erasmo y España a Virués, traductor de algunos diálogos erasmistas, son asimismo reveladoras de la atracción que los Colloquia ejercieron en nuestro territorio: “reconoció al momento la curiosidad simpática que atraía hacia Erasmo a tantas lectoras españolas”.17 No debe, pues, quedar lugar a dudas de la influencia de Erasmo en España, donde sus Coloquios no fueron prohibidos hasta 1551, conociendo once ediciones incluso después de la censura tridentina.

S U PE RV I V E N C I A

Y COLAPSO DEL HUMANISMO

El triunfo del humanismo nunca fue completo. Nauert señala cómo los sueños de renovación mediante el redescubrimiento de la literatura clásica se quedaron reducidos a la meta, mucho más humilde, del logro de una razonable destreza para leer, e incluso hablar y escribir, latín, así como a una familiaridad general con la Antigüedad a través de un número limitado de autores griegos y romanos “seguros” (194-5). Incluso en el momento álgido del humanismo, cuando éste se expandió a casi todas las universidades, el programa que se enseñaba consistía en realidad en un grupo reducido y cuidadosamente seleccionado de obras de la literatura

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Marcel Bataillon, Erasmo y España (México: Fondo de Cultura Económica, 1950), p. 297.

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clásica, renunciando tácitamente al estudio de los textos griegos y latinos que pudiesen cuestionar las ideas sociales, políticas y religiosas del momento. Afirma Nauert lo siguiente respecto al cambio y resultado final del humanismo: Humanism may have set out to revitalize both secular life and the church, but after three or four centuries it had become the bulwark of an authoritarian and carefully ortodox social and ecclesiastical order. The potentially radical implications of humanists’ textual and historical criticism were carefully confined to narrowly defined details of classical erudition. [...] for the most part humanism had been tamed into conformity to the needs of absolute monarchies and established churches (195).

Los humanistas nunca pretendieron, después de todo, abarcar todas las ramas del saber. Criticaron a los educadores tradicionales por haber dado demasiada importancia a la Lógica, pero nunca exigieron la abolición de otras materias. En la práctica, no destruyeron en ningún sitio el esquema fundamental del aprendizaje escolástico medieval. Los humanistas hicieron un gran esfuerzo por reemplazar el texto latino medieval de las obras de Aristóteles con nuevas traducciones basadas en el texto original griego, así como también se afanaron por cuestionar su indiscutible autoridad como “el Filósofo”. En parte hicieron esto último redescubriendo y publicando las obras de otros filósofos antiguos, tales como Platón, de quien sacaron a la luz su corpus completo. Sin embargo y con ciertas salvedades, ninguna de las formas resucitadas de Filosofía consiguió arraigar. Ni siquiera el neoplatonismo acabó con el monopolio de Aristóteles en la Filosofía académica, debido en gran parte a que el aristotelismo era el único sistema que abarcaba toda la gama de cuestiones filosóficas y que se refería detalladamente a la Filosofía natural. De ahí que la Filosofía académica permaneciera estando basada casi totalmente en Aristóteles. El último colapso de Aristóteles como la suprema autoridad a mediados del XVII se produjo, más que como resultado de las limitadas reformas educacionales humanistas, por los descubrimientos de los científicos naturalistas, que hicieron evidente que la Filosofía natural aristotélica era fundamentalmente superficial en sus conclusiones específicas y en su método intelectual.

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Nauert apunta que, si bien la educación universitaria y el estudio profesional permanecieron en gran medida escolásticos a lo largo del Renacimiento, tanto en la forma como en el contenido, también es cierto que, si el escolasticismo sobrevivió, se debió a las graduales, y a menudo reticentes, concesiones a la Reforma (194). Del mismo modo, tal como la educación tradicional, el humanismo cambió. En el campo del saber, sobrevivió a finales del Renacimiento disolviéndose en una serie de ramas separadas, aunque interrelacionadas: así, los campos de la Filología y los estudios clásicos; en el terreno estético y literario, dio lugar a un movimiento literario que produjo poesía latina y vernácula, historia y prosa de ficción inspirados en los modelos clásicos. Esta línea de desarrollo también condujo a un esfuerzo consciente por descubrir y aplicar los principios artísticos en los que se fundaba la literatura clásica, produciéndose, bajo la influencia fundamental de la Poética de Aristóteles, el movimiento neoclásico del siglo XVII. Tuvo el humanismo otros éxitos duraderos. La educación se había hecho más literaria y clásica, y menos dominada por la dialéctica que a finales de la Edad Media. La élite dominante no era tan exclusivamente feudal y militar, y más culta. La religión se había reformado, aunque a expensas de la unidad religiosa. Cada una de las mayores reformas religiosas había extraído muchas de sus ideas del humanismo renacentista, aunque después del Concilio de Trento el catolicismo reformado rechazara ciertas direcciones del pensamiento humanista y a ciertos humanistas (Erasmo en particular) y reafirmase el valor de gran parte de su herencia medieval (Nauert 195).

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CAPÍTULO 2 FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS DE LA CONCEPCIÓN DE LA MUJER EN LA EDAD MODERNA

MULIER

E CO N O M I C A

El nacimiento del Estado moderno trajo consigo la consideración de todos los asuntos relacionados con la res publica. En sus esfuerzos por reconceptualizar los términos de la vida moral y política, los humanistas usaron los modelos de la Antigüedad como puntos de referencia. En la Grecia y la Roma antiguas, la familia había sido concebida como una entidad política y económica, la imago civitatis. Siguiendo el ejemplo de los antiguos, se creó un nuevo concepto de la familia y, por tanto, de la mujer. El destino del hombre individual se ligaba ahora a su lugar en la sociedad, tanto en la familia —asiento del orden doméstico— como en el Estado. La familia, ahora politizada, se veía como un microcosmos del Estado y, como consecuencia, la relación del individuo con la sociedad adquirió una nueva dimensión. El matrimonio, que conllevaba la generación y educación de los hijos, pasó a concebirse como prerrequisito de buena ciudadanía. La mujer asimismo, y por consiguiente, se convirtió virtual y esencialmente en mulier economica, o sea, mujer casada o destinada al matrimonio.1 La creencia de que el estado marital es el adecuado

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Véase Ian Maclean, The Renaissance Notion of Woman (Cambridge: Cambridge University Press, 1980), p. 57.

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para ella —y que, por tanto, ha de ser definida en correspondencia a éste— es reforzada por la visión ética del matrimonio como estado natural. En el sistema de la filosofía práctica no había lugar para la mujer que pretendiese quedarse soltera, con la salvedad del claustro. Para el desarrollo de sus teorías del gobierno y la familia, los primeros humanistas se apoyaron de modo especial en los escritos políticos y éticos de Aristóteles, que son una extrapolación de los conceptos biológicos expresados en Generatione Animalium. Okin, en Women in Western Political Thought, apunta que la visión funcionalista del mundo impregna toda la obra de Aristóteles.2 De acuerdo con la misma, la naturaleza de cada cosa viene dada por la función que realiza, o dicho de otra manera, las cosas son como son por el oficio que llevan a cabo. Esta concepción hace, en primer lugar, que el Estagirita perciba a todas las criaturas vivientes de una manera instrumental o funcionalista y, en segundo lugar y como resultado, que las considere en relación a las demás y a la totalidad del mundo de una manera particular. A la necesidad de los fenómenos naturales afirmada por Demócrito, Aristóteles añade el concepto de causa final o propósito. Tales ideas constituyen la base de un concepto del universo totalmente jerárquico, donde lo más bajo siempre existe en beneficio de lo más elevado o sublime. En este mundo jerárquico, nada está en el orden apropiado o es bueno a menos que realice las funciones que le son propias, y de ahí que la actividad convencional de los individuos determine su bondad o valor. Cada uno, por tanto, se ajusta por naturaleza a sus preexistentes papel y puesto en la sociedad. Únicamente los que están en la cúspide de la jerarquía tienen una función que se define en relación a ellos mismos y no a los demás. La bondad del hombre considerado totalmente racional —el ciudadano libre— es absoluta, mientras que todos los demás sólo pueden conseguir formas de bondad relativas e inferiores. Entre los esposos se establece así de modo natural una relación de gobernador y gobernado en el marco de la familia, considerada por Aristóteles como la forma natural, y consecuentemente mejor, de la estructura doméstica. Así, pues, a la mujer, de naturaleza inferior al hombre, le corresponde

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Susan Moller Okin, Women in Western Political Thought (Princeton: Princeton University Press, 1979).

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un oficio también inferior. La existencia de la familia, con la subordinación de la mujer, los niños y los esclavos, es necesaria, por tanto, para la buena organización de la vida del hombre. Aristóteles ha establecido de este modo el fundamento filosófico que legitima el statu quo. En la teleología aristotélica, la mayoría de los humanos están destinados por naturaleza a ser los instrumentos que satisfagan las necesidades de los pocos —esto es, los ciudadanos libres— en el logro de la felicidad, último fin de la actividad humana. Esta idea hace que Aristóteles considere que la división convencional de funciones entre los sexos está en total acuerdo con la naturaleza. En la Política, Aristóteles se refiere al oficio de la mujer, estableciendo que la reproducción —sobre todo de varones— es su función natural, aunque no única. La labor del sexo femenino no es, pues, compatible en modo alguno con la vida de excelencia o arete. La mujer —junto con todos los demás miembros que son condición necesaria, pero no parte integrante de la polis— sólo requiere el tipo de bondad que se adecua a su condición de gobernada, ya que éste es su papel natural y permanente. El modelo moral que se establece para el sexo femenino está así determinado por su función de portadora de nuevos ciudadanos y de guardiana de la casa. Para dichas tareas, la mujer no necesita de toda la capacidad racional requerida por el hombre, quien gobierna sobre los demás. De entre los primeros humanistas que se interesaron por la familia y el Estado, destacan como exponentes de las nuevas teorías al respecto Francesco Barbaro con De re uxoria y Leon Battista Alberti con Libri della famiglia.3 La obra de Barbaro, escrita en 1416, es la más representativa porque se convertiría en la norma del discurso renacentista respecto al mundo doméstico. Sostiene que el orden familiar es la base de la estabilidad del Estado y que tal orden depende principalmente del control de las actividades de la mujer en lo referente a la producción y a la distribución de la riqueza. Insiste en la importancia de la mujer como propiedad y como sustentadora de propiedad. Su teoría ejemplifica el tipo de razonamiento de los exponentes del patriarcado, particularmente respecto al control masculino de la riqueza.

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Véase Constance Jordan, Renaissance Feminism, p. 33.

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La “naturaleza” y Roma proporcionan a Barbaro los fundamentos de su matrimonio ideal y del reino doméstico perfecto. Concibe su ideal de esposa haciendo uso de las nociones aristotélicas sobre la naturaleza. Las obligaciones que definen a la esposa le vienen impuestas por su disposición innata: aquejada de una debilidad fundamental, no se espera que demuestre ninguna virtud viril que le permita tomar parte en los asuntos públicos ni que adquiera el poder necesario para ello. Si en la naturaleza descubre la razón del matrimonio, en Roma ve su función política. En ésta el soltero violaba un código civil y el casado, en cambio, se ajustaba a la ley y beneficiaba al Estado. Barbaro valora la sexualidad femenina como esencial para el bienestar de la familia y, en último término, del Estado, pero deja claro que ello no debe dar pie a la mujer a ningún tipo de autoexpresión, aparte de sentirse una útil extensión de su marido.

LEGADO

T E O LÓ G I C O D E L C O N C E P TO D E L A M U J E R

Las nociones sobre el sexo femenino establecidas por la Patrística y la Escolástica, y sobre todo por Santo Tomás de Aquino (proclamado por Pío V filósofo dirimente de la Contrarreforma), serán mantenidas por la Teología oficial del momento. El análisis bíblico de éstos, con su comprensión restrictiva de la imagen, seguirá sirviendo de base a la preeminencia del hombre sobre la mujer. El advenimiento del cristianismo había venido a cambiar la noción del ser humano en algunos aspectos fundamentales y, con ello, la del hombre y la mujer. De la interpretación del texto bíblico, se llegó a concluir que habían sido concebidos como dos seres iguales en esencia, pero creados para dos fines distintos, uno superior al otro. De este modo, mientras que este nuevo concepto venía a conferir a la mujer una dignidad de la que antes carecía, le daba también una nueva fundamentación al estigma de su inferioridad. Las antiguas doctrinas continuaron permeando asimismo el pensamiento occidental al proveer la base científica que justificaba el papel de inferioridad y subyugación que de nuevo se había adjudicado al sexo femenino.

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El cristianismo, nacido del judaísmo apocalíptico4 y nutrido en el sincretismo helénico, juntó todas las corrientes de pensamiento religioso de la Antigüedad griega, judía y oriental, pero cuando ya había surgido una experiencia alienada de la realidad corporal.5 Esto creó un conflicto entre la idea bíblica de la creación física como algo bueno —derivada de la religión afirmadora del mundo del primer judaísmo— y la visión alienada, alejada de lo mundano, del último período imperial, la cual se expresaba en una visión pesimista sobre el mundo y sus posibilidades. A esta antinomia contribuyó la influencia del pensamiento platónico, con su devaluación del mundo material respecto al reino de lo ideal. El cristianismo afirmó la unidad entre el Padre de Jesucristo y el Dios creador del Antiguo Testamento, en continuidad con Israel. No obstante, esta afinidad no modificó sustancialmente la adherencia del cristianismo a una idea espiritualista de la redención. Por tanto, las dos doctrinas permanecieron en conflicto, cada una modificando a la otra. Orígenes, teólogo alejandrino de principios del siglo III, intentó reconciliar las dos doctrinas espiritualizando la creación. Partió del concepto paulino del “cuerpo espiritual” de la resurrección para idear una génesis original en la que la esencia del hombre, aunque poseedor de cuerpo, era su alma. Con ello, la creación original se convertía en “espiritual” y se reducía el conflicto entre el origen corporal judío y la redención espiritualista griega, permitiendo al cristianismo mantener la doctrina judía de la resurrección del cuerpo, pero con una espiritualidad platónica. Los pensadores cristianos occidentales del siglo II, tales como Justino, Tertuliano e Irineo, habían afirmado más contundentemente la creación

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El judaísmo pasó de ser una religión naturalista a otra de desesperación apocalíptica cuando perdió su autonomía nacional bajo el yugo de los imperios babilónico, persa, griego y romano. 5 Rosemary Radford Ruether señala cómo, en la evolución de las antiguas religiones, todas ellas —babilónica, cananea, persa, griega y judía— pasaron de ser una religión naturalista a otra espiritual en el período que va desde los siglos VI al II a.C., aproximadamente. (“Misogynism and Virginal Feminism in the Fathers of the Church”, en Religion and Sexism. Images of Woman in the Jewish and Christian Traditions, ed. Rosemary Radford Ruether [New York: Simon and Schuster, 1974]), p. 151. En esta primera parte referida a San Agustín sigo muy de cerca su libro.

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física original. Como ello resultaba ofensivo a la tradición oriental, los Padres de la Iglesia posteriores adoptaron una postura reconciliadora al concebir una creación original corporal que no era completamente sensorial y la resurrección de un cuerpo que no era totalmente corporal, sino que se había transformado en un cuerpo espiritual. Ni siquiera este cambio resolvía el antagonismo. A pesar de la doctrina de la creación afirmadora del cuerpo, tanto el cristianismo griego como el latino mantuvieron una espiritualidad y escatología platonizantes que definían la redención como el rechazo del cuerpo y la huida del alma de su naturaleza material. Será precisamente esta ambivalencia sobre la bondad del cuerpo —y, por ende, de la sexualidad— la que determinará la visión patrística de la mujer.

1. La mujer en la patrística agustiniana Al interpretar la creación en el Génesis (I: 27) —“Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”—, surgió el problema de tener que reconciliar la imagen espiritual de Dios con la referencia a ambos sexos, la cual se veía como una característica corpórea. La idea de una espiritualidad con sexo era en sí misma contradictoria. Para el pensamiento griego era axiomático que la realidad espiritual era unitaria, monista, puesto que para éste la dualidad aparecía con la materia. Por tanto, ni la imagen de Dios podía ser dualista ni la imagen espiritual del hombre poseedora de los dos sexos. Como era anatema pensar en un Dios sexuado, con características masculinas y femeninas, las dos partes del texto se separaron para hacer posible que la “imagen” se definiese de una manera espiritual y monista y para que la referencia a los dos sexos pudiera vincularse a algo diferente de la naturaleza divina reflejada en el hombre. La visión de los Padres no era la de un andrógino que preservaba las dos entidades sexuales en el nivel psíquico, sino la de un monismo apropiado para el espíritu. Esto podía establecerse o bien mediante la identificación de la masculinidad con el monismo, haciendo así a la feminidad secundaria, o mediante un monismo no sexual. San Gregorio de Nissa optó por esto último y San Agustín, por lo primero.

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Para el de Nissa, la imagen de Dios es puramente espiritual. La referencia a la bisexualidad no puede por ello referirse a la imagen de Dios, sino a la naturaleza corpórea, que le es totalmente ajena y aparece con la caída del alma en la carnalidad, el pecado y la muerte. El hombre es un compuesto de la naturaleza incorpórea divina y de la naturaleza material e irracional de los brutos, hacia la que tiende su cuerpo. La creación y redención se coordinan en el monismo del alma, que refleja su arquetipo divino. La naturaleza del alma es como la de Dios, pero no idéntica a la suya. El hombre tiene un segundo principio de mutabilidad que refleja su estatus de criatura. Para San Gregorio, la diferenciación sexual pertenece al nivel más bajo de la naturaleza, la cual lleva al hombre al pecado y la muerte, si bien facilita un remedio en la procreación. La redención le devuelve finalmente la naturaleza monista de los ángeles. San Agustín, al contrario, concibe la existencia de ambos sexos como más intrínseca a la creación, pero de forma tal que la “imagen” es más androcéntrica. Asimila la masculinidad al monismo y convierte la feminidad en la imagen de la naturaleza más baja y corporal. Para San Agustín, el hombre como imagen de Dios se encontraba en Adán, el antepasado unitario de la humanidad; él poseía el rasgo esencial de la imagen divina, la racionalidad. Pero Adán era también un compuesto: contenía el espíritu racional masculino y la corporeidad femenina. Creada de la costilla de Adán, Eva simbolizó la parte corporal del hombre. Fue formada de él para ser su colaboradora, pero sólo en la tarea —corporal— de la procreación, para la cual era imprescindible. Para cualquier otro quehacer espiritual, un hombre sería más adecuado. De ahí que en la mujer, también creada a semejanza de Dios, se reflejase la imagen divina, pero de una manera menos perfecta que en el hombre. San Agustín había de afirmar, asimismo, la naturaleza racional de Eva por ser ésta, al igual que Adán, un compuesto de cuerpo y espíritu. A pesar de ello, frente a la naturaleza de Adán, que se destaca por el espíritu, la de Eva aparece definida por su cuerpo, tanto por su tendencia al pecado como por el lugar que ocupa en el orden natural. De ahí que la mujer por sí misma no pudiera ser la imagen de Dios, sino sólo junto al hombre, considerado su “cabeza”. San Agustín justifica esta visión fusionando el texto del Génesis con Corintios I (11: 3-12): “Porque si la mujer procede del hom-

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bre, el hombre, a su vez, nace mediante la mujer. Y todo proviene de Dios”. No obstante, el hecho de que San Agustín destaque la inferioridad natural de la mujer como cuerpo en relación a la mente hace que, frente a otros Padres, sea en cierto modo moderado a la hora de considerar a Eva la responsable de la Caída: ésta sólo pudo ocurrir no con la tentación del cuerpo, sino cuando el principio masculino gobernante lo decidió. La identificación de la mujer con la corporeidad permite a San Agustín explicar las razones de por qué su subyugación es “natural” en la génesis, pero al mismo tiempo produce contradicciones a la hora de defender su redención, así como su cambio a la naturaleza monista incorpórea. Los Padres tenían que resolver el dilema de conciliar la creación original de ambos sexos, que Dios había declarado “muy buena”, con una doctrina de la redención coherente con ésta. Al tener un juicio negativo del cuerpo —y, como consecuencia, de las relaciones sexuales y de la mujer—,6 sólo pudieron afirmar la afinidad mutilando las características corporales de la génesis y la redención, donde finalmente se producía la igualdad entre los sexos. La salvación de la mujer, sin embargo, no se veía como una afirmación de su naturaleza, sino como una repulsa de ella, física y mental, ya que, además de haberla hecho el símbolo del cuerpo en relación al hombre, se la había asociado con todo lo sensual y con las funciones más bajas de la mente mediante su “corporeidad”. No es de sorprender, por tanto, que se considerase que tal metamorfosis iba más allá de sus capacidades naturales. De ahí que la mujer redimida se convirtiera en “antinatural” y “viril”. Para San Agustín, que frente al de Nissa defendía la creación original de los dos sexos, lo que faltaba en el mundo prelapsario no era la diferencia sexual, sino la libido. Debido a ello, asumía que en el Paraíso el coito se producía con el control absoluto de la voluntad racional. Como la procreación era el único propósito de la corporeidad femenina (como diferente de la masculina), la cópula no podía ser más que puramente instrumental. Este concepto de la sexualidad condicionaba la imagen de la

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Esta asimilación del dualismo masculino/femenino con el del alma/cuerpo condicionará el concepto de la mujer, tanto en términos de su subordinación al hombre en el orden de la naturaleza, como en el de su “carnalidad” en el desorden del pecado. Resultado de ello es la idea de la mujer como éticamente peligrosa para el hombre.

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mujer y la convertía en “objeto sexual”, relegándola así a sólo cuatro posibles papeles: virgen, esposa, viuda y prostituta. La imagen de la esposa estaba intrínsecamente relacionada con el concepto mismo del matrimonio. Éste, comparado con el celibato, era un estado considerado más bajo por no ajustarse al orden de la resurrección al conllevar el acto sexual. Aparte de la finalidad genésica, el coito en el matrimonio se veía como remedio a la concupiscencia; era sólo una concesión a la debilidad y nunca un bien en sí mismo. Su propósito instrumental para la procreación era lo único que hacía que no se viese como un acto completamente degradante.7 Si la pareja pretendía sólo el placer carnal e impedía la procreación, entonces el acto se convertía en totalmente pecaminoso, por violar los fines naturales del mismo. La mujer casada era exhortada a someterse por entero, corporal y mentalmente, a su esposo, el cual era su “cabeza” y poseía totales derechos de propiedad sobre su persona. Como esposa, la mujer, aunque esencialmente cuerpo, era ahora un cuerpo sumiso, obediente a su “cabeza”. El modo de vida perfecto, tal y como era concebido por la Iglesia, era el de integritas, virginidad absoluta.8 Empezando con el interdicto de San 7

Jean-Louis Flandrin sostiene que, en este aspecto, la posición de San Agustín no significó un cambio real respecto a lo sostenido a partir del siglo II. San Justino afirmaba que el único propósito del matrimonio era la procreación. Señala Flandrin que esta doctrina no procede del Antiguo Testamento, porque en él se cantan las glorias del amor físico. La ausencia de instrucciones específicas para evitar la contraconcepción, comparada con la condena de la sodomía, la bestialidad y otras perversiones, es sintomática de tolerancia. Del mismo modo, cuando el mismo San Pablo condena las prácticas contra natura, ello no es más que una condena de la homosexualidad. No hay textos que hagan de la procreación la justificación para el matrimonio. Los primeros textos cristianos, por el contrario, se distinguen claramente de los antiguos en su insistencia en la castidad y la virginidad. Véase “The Christian Doctrine of Marriage”, en Sex in the Western World. The Development of Attitudes and Behaviour, trans. Sue Collins (Chur/Philadelphia: Harwood Academic Publishers, 1991). 8 La actividad sexual era considerada, asimismo, intrínsecamente degradante para la mente, porque se pensaba que conllevaba una pérdida de conciencia que debilitaba la actividad intelectual. La concupiscencia, según San Agustín, estaba enraizada en el mismo ser del hombre desde la Caída y no desaparecía con el bautismo. Creía que era ésta una fuerza maligna que hacía que la razón perdiera el control sobre los órganos genitales; llegaba un momento en el acto sexual en el que de modo inevitable la concupiscencia desbordaba al

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Pablo (I Cor. 7), todos los Padres afirmaban de modo contundente la superioridad de la vida virginal.9 Ésta, vista como el rechazo del cuerpo, era el único camino que la mujer tenía para trascender su “desafortunada” sexualidad. Únicamente como virgen —esto es, eliminando todos los vestigios de su naturaleza femenina y corporal— la mujer se elevaba a la espiritualidad, se convertía en una persona completa y adquiría igualdad con respecto al hombre. De ahí, la adaptación patrística del ideal clásico de la virago, heroína militar que logra equivalencia —o, de hecho, eminencia— en el mundo al convertirse en una especie de hombre. Para la mujer, la virginidad no era, pues, un aserto de su ser femenino, sino la asunción de una naturaleza masculina, identificada con lo verdaderamente humano: racionalidad, fortaleza, valentía, lealtad. Las vírgenes eran así elogiadas no por ser mujeres, sino por poseer, tras haber superado su feminidad, características viriles.

2. El tomismo y su herencia patrística En el siglo XIII, cuando la Escolástica eligiera a Aristóteles como el filósofo por excelencia, la biología y antropología del autor griego vendrían a proporcionar una base científica al androcentrismo patrístico. Santo Tomás de Aquino, discípulo de San Alberto Magno y transmisor de su pensamiento,10 fue el mediador entre la herencia patrística —predominantemente agustiniana y platonizante— y la nueva concepción naturalista del mundo de la metafísica y la ciencia natural aristotélicas. Sintetizó el pensamiento de Aristóteles y lo unió al análisis patrístico de la creación de la mujer, tal y como aparecía en el Génesis (I, 26-27, II 22-23). Si la inter-

poder de la mente. La continencia, por el contrario, era estimuladora del poder de la razón, requisito necesario para llevar a cabo la finalidad apropiada del ser humano, la vida con Dios, hacia la cual deben estar dirigidas todas las acciones humanas. De ahí que el acto sexual representara una distracción del fin principal del ser humano. 9 Véase Jane Tibbetts Schulenburg, “The Heroics of Virginity”, en Women in the Middle Ages and the Renaissance, ed. Mary Beth Rose (Syracuse: Syracuse University Press, 1986). 10 En los días de triunfo de la especulación escolástica, Alberto Magno reavivó la curiosidad científica por la Historia y la Filosofía naturales.

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pretación de la Escritura había llevado a asimilar al sexo femenino con la naturaleza más baja y corporal, ahora la nueva visión naturalista del mundo vendría a confirmar su inferioridad. En el universo jerárquico de Aristóteles, la superioridad natural del varón se deriva de que éste provee la forma —psique—, mientras que la hembra (y de ahí su inferioridad), la materia —cuerpo—: Pero el macho y la hembra distínguense por cierta potencia o impotencia (porque el macho es el que puede cocer la sangre transformándola en semen, el que tiene poder para formar, segregar y eyacular una genitura que lleva en sí el principio de la forma; por principio no entiendo el material del que proviene un sér que se parece a su genitor, sino la primera causa motriz [...]).11

El principio masculino en la naturaleza es asociado, por tanto, con las características activas, formativas y perfectas, mientras que el femenino lo es con las pasivas, materiales e imperfectas. La pasividad y materialidad de la hembra son por definición sólo capaces de ser elementos de receptividad para la semilla formativa y vitalizadora del macho. La materia que ella contribuye a la generación, el menstruo, carece del principio formal, el cual es provisto sólo por el macho. En este sentido ella misma es un macho mutilado o defectivo, el producto de un proceso de gestación que no pudo ser perfeccionado, por una falta de calor generativo o por condiciones climáticas adversas. Lo femenino es, pues, lo no llevado a su perfección y, por ello, sus funciones son siempre imperfectas, como perfectas son las de lo masculino. De ahí, la manifiesta superioridad del último, al cual la mujer, caracterizada por la debilidad, debe estar naturalmente sometida.12

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Aristóteles, Generación de los animales. Obras Completas XII. Trad. Francisco Gallach Palés (Madrid: Nueva Biblioteca Filosófica, LXXI, 1933), p. 165. 12 Para un análisis de las ideas aristotélicas, véase Susan Moller Okin, “Woman’s Place a Functionalist World”, en Women in Western Political Thought e Ian Maclean, The Renaissance Notion of Woman. Frente a Okin, Maclean y tantos otros, Johannes Morsink posee una visión más positiva de las ideas aristotélicas respecto a la mujer y de la aportación del filósofo griego al mundo de las ciencias en general. Véase su artículo “Was Aristotle’s Biology Sexist?”, en Journal of the History of Biology, nº 9, nº 2 (Fall 1976), pp. 183-213.

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Haciendo uso de los principios de materia y forma del hilemorfismo aristotélico, el Aquinita concibió al ser humano como un compuesto de cuerpo (materia) y alma (forma). Éste dio, además, un valor positivo al cuerpo: el cuerpo, siempre y cuando lleve a cabo el fin para el que fue creado, posee excelencia y dignidad. Esta concepción se contraponía a la de la antropología patrística platonizante, que definía al ser humano como alma prisionera en la materialidad de la carne. Este concepto más integral de la relación del cuerpo y el alma permitió a Santo Tomás escapar del dualismo patrístico que identificaba al hombre, vir, con el espíritu y a la mujer, con el cuerpo. Dicha visión pudo haber ayudado a superar el pesimismo patrístico sobre el sexo y el cuerpo, que conllevaba el temor y la denigración de la mujer; en cambio, Santo Tomás siguió a Aristóteles y a las autoridades patrísticas en su definición intelectualista del hombre, homo. Al establecer que el fin del hombre, la vida con Dios, se consigue mediante el funcionamiento del alma racional, dejaba de nuevo el cuerpo al margen, produciendo una vigorización del dualismo negador del cuerpo y de su consecuente androcentrismo. El pensamiento del Estagirita en cuanto a la creación de los sexos marca las directrices de la concepción tomista al respecto. Aristotélica es su idea de que el hombre fue creado para una actividad más noble, el conocimiento intelectual, mientras que la mujer, aunque poseedora de alma racional, fue creada, por su capacidad procreadora, para el mantenimiento de la especie. Su sexualidad, que es identificada con su esencia de mujer, requiere un cuerpo más débil e imperfecto, que a su vez afecta a la inteligencia sobre la que se basa el discernimiento moral. El cuerpo de la mujer se convierte así en última instancia en la causa final tanto de su inferioridad física e intelectual como de su subordinación. A pesar de esta subordinación natural, Santo Tomás sostiene que el hombre y la mujer comparten una equivalencia esencial por cuanto Dios creó a la raza humana para que lo conociera y amara; de ahí que ambos sexos estén marcados por la imago Dei y la posesión de alma racional. No obstante, siguiendo el pensamiento agustiniano y utilizando la analogía de los ángeles para establecer la diferencia de grado, el Doctor Angélico mantiene que el hombre posee la imagen de Dios de una manera diferente y superior a la mujer:

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La imagen de Dios en su significado fundamental, a saber, la naturaleza intelectual, se encuentra en el hombre y la mujer. [...] Pero en un sentido secundario la imagen de Dios se encuentra en el hombre, y no en la mujer; ya que un hombre es el principio y el fin de la mujer: como Dios es el principio y el fin de cada criatura (Summa Teologica pt. I, q. XCIII, art. 4).13

A la hora de interpretar el Génesis II, Santo Tomás se separa de San Agustín para establecer, esta vez, la subordinación e inferioridad de Eva respecto a Adán en la creación original, antes de la Caída: primero, por la primacía de Adán en el proceso creador, quien, amén de ser el primero en el tiempo y fundador de la raza humana, fue la fuente de la materia de la primera mujer; segundo, por razón de finalidad, ya que Adán representa el fin y esencia de la naturaleza humana, la actividad intelectual, mientras que Eva, cuyo designio es la función generativa —corporal—, es puramente auxiliar. El papel de Eva en la Caída empeora aún más su natural subordinación, porque tras ésta fue castigada a estar bajo el dominio masculino. Por otra parte, sin embargo, el análisis del papel de Eva en la Caída niega para Santo Tomás su mayor responsabilidad en ella. Para él, Adán fue en realidad más responsable por poseer mayor capacidad intelectual (por más que el que lo hiciera por lealtad hacia Eva disminuya la gravedad de su pecado). Al mismo tiempo, mientras que el papel de Eva en la Caída fue instrumental y no decisivo, su orgullo fue mayor y su pecado, más grave porque pecó contra Adán. Su pecado sería, en definitiva, según el de Aquino, más serio, aunque menos efectivo. La verdadera equivalencia de los sexos, basada en que ambos están hechos a imagen de Dios, sólo se establece en la resurrección. En ésta, las relaciones jerárquicas del orden de la creación —que se corresponden a las imperfecciones de la corporeidad— son superadas en el ser humano resucitado, eminentemente espíritu-intelectual. Aunque Santo Tomás insiste en que los dos sexos alcanzarán idéntica perfección en el Paraíso —postura menos androcéntrica que la de San Agustín, para quien en el Paraíso habría una igualdad de almas asexuales—, el tipo de actividad que adscribe al ser humano resucitado es el que en la tierra es peculiarmente mas13

Mi traducción. Saint Thomas Aquinas, Summa Theologiae (New York: McGrawHill, 1964).

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culino: el intelecto. La jerarquía continuaría en el Paraíso, pero sería una jerarquía de mérito personal, no determinada ya por el sexo. Como la sexualidad ya no sería requerida para el mantenimiento de la especie, se produciría una equivalencia sin sexualidad activa: el hombre y la mujer funcionarían así, más que como hombre y mujer, como ángeles. Una vez resucitada, la mujer perdería, pues, lo que había definido su mismo ser, la capacidad procreadora. La equivalencia entre los sexos que se establece en el orden de la salvación se ve de algún modo socavada o debilitada por una cristología androcéntrica: la humanidad fue redimida tras la Caída por medio de la encarnación del Hijo de Dios. La masculinidad del primer ser humano se ve enfatizada de este modo por la del Cristo redentor. Si el hecho de que Dios asumiera forma humana confirmaba la perfección de sus criaturas —a quienes hizo sexuadas— el que se encarnase en hombre confirmaba la superioridad del sexo masculino. Por otra parte, las funciones del Redentor como Sumo Sacerdote eran consideradas incompatibles con el estatus subordinado de la mujer. Así, pues, en estrecha conexión con la masculinidad de Cristo, la mujer queda excluida de la labor sacerdotal, tanto en lo que concierne a la administración de los sacramentos como a la enseñanza cristiana. El matrimonio, ya se ha dicho, era problemático para la Iglesia porque involucraba el acto sexual, asociado con concupiscencia e irracionalidad. Según Santo Tomás, el matrimonio no fue resultado de la Caída, sino que existía desde el principio para la multiplicación de las almas. No obstante, estaba de acuerdo con San Agustín en que la sexualidad en el Paraíso era racional, sin pasión. Coincide asimismo con San Agustín en que la cópula ocurría dejando el himen intacto, o sea, manteniéndose la virginidad original. El deseo sexual, visto como parte del castigo por la Caída, reflejaba para Santo Tomás la pérdida de la justicia original. Fue tras la Caída cuando el matrimonio se convirtió en un remedio para el pecado de la lujuria, remedium peccati, aparte de ser el medio natural para la procreación y educación de los niños. Aunque modifique la ampliamente difundida visión agustiniana de que el acto sexual era la causa de la transmisión del pecado original, su concepto del sexo seguía estando fuertemente determinado por el dualismo patrístico. De ahí que la cópula, incluso en el matrimonio, continuase teniendo un sentido negativo.

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Hacia el siglo XIII, el carácter sacramental del matrimonio estaba ganando en importancia, por más que todavía fuese considerado como moralmente inferior al celibato. El reconocimiento del carácter sacramental del matrimonio representó un avance respecto al punto de vista patrístico, según el cual, en el matrimonio, el mal del sexo apenas podía contrarrestarse con el bien de los hijos. En Santo Tomás, el sacramento del matrimonio, que desde San Pablo simboliza la unión de Cristo y su Iglesia, confiere gracia, neutraliza y legitima la sexualidad conyugal. Este carácter sacramental sirve de cimento a la indisolubilidad del matrimonio, la cual, frente a la ley romana y germánica, fue una innovación legal de gran importancia para la mujer. Asimismo, frente a la ley germánica, para la cual el matrimonio era un contrato puramente financiero en el que era posible el repudio unilateral e incluso el rapto, la enseñanza cristiana insistía en el concepto romano del consensus, el consentimiento como prerrequisito del matrimonio. Primordial para el concepto del matrimonio cristiano como remedio para el pecado es la noción del débito conyugal: los esposos tienen mutuos derechos al cuerpo de su pareja. Este derecho mutuo es un concepto verdaderamente revolucionario en la Teología cristiana por introducir un principio de equivalencia.14

LA

N U EVA E S P O S A D E L H U M A N I S M O C R I S T I A N O

La reconceptualización y el nuevo valor que la familia adquirió con la modernidad puso al matrimonio, en el ámbito del humanismo cristiano, en una nueva perspectiva, no obstante el desacuerdo de sus intelectuales con el rigor implícito en la descripción de éste como estado natural, como vínculo entre el ámbito doméstico —privado— y el Estado. Calificar a la familia como unidad política era disminuir la importancia del, para ellos,

14

McLaughlin afirma que no se desarrolló al mismo tiempo la idea de un concepto de unión sexual como señal exterior del amor marital. Jean-Louis Flandrin, sin embargo, indica que, aunque ambiguas y escasas, aparecen referencias a dicha interrelación en los escritos de algunos teólogos a partir de los siglos XII y XIII.

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requisito moral del amor, al tiempo que amenazaba el carácter sacramental del matrimonio. Consecuencia de dicha revaluación es el nuevo estatus de la mujer en éste. Mientras que en los escritos escolásticos se establece la completa sujeción de la esposa al marido como parte de la maldición que cayó sobre Eva, en los humanistas se afirma que la mujer fue creada para ser la compañera del hombre. Ahora hay funciones matrimoniales, tales como la ayuda mutua, la compañía y la procreación, que atañen a los dos por igual. Este común compromiso a la institución y los fines del matrimonio, confiere nueva dignidad al sexo femenino. Los tratados humanistas prominentes en la rehabilitación del matrimonio son Christianii Matrimonii Institutio de Desiderio Erasmo de Rotterdam, De Sacramento Matrimonii Declamatio de Cornelio Agrippa y De Institutione Foeminae Christianae de Juan Luis Vives. Alban K. Forcione estima que Erasmo fue, entre los humanistas cristianos, la figura más importante en la rehabilitación del matrimonio.15 Se hizo eco de las principales doctrinas de los tratados italianos, y a los razonamientos basados en cuestiones prácticas, típicos de éstos, añadió otros religioso-tradicionales a favor del matrimonio. Forcione declara que, a pesar de que su visión del matrimonio fuera también una respuesta a la necesidad de la incipiente cultura burguesa de una visión más dignificada de las relaciones maritales, y aunque sus razonamientos sociopolíticos y religiosos fuesen comunes en los elogios del matrimonio de sus predecesores, sus escritos se distinguen de los demás en la especial atención que presta tanto al vínculo entre los esposos como a las posibilidades de perfeccionamiento que éste ofrecía a ambos. El humanista holandés se afanó por definir las grandes posibilidades espirituales de la relación conyugal en términos humanos, y en esto fue verdaderamente original y revolucionario. El matrimonio fue una de las piedras angulares de su ambicioso programa de renovatio de la comunidad cristiana. Concebía la vida familiar armoniosa como una especie de escuela para el buen cristiano, el buen ciudadano y el buen príncipe. Para Erasmo el bono vivendi ya no era el de

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Alban K. Forcione, Cervantes and the Humanist Vision: a Study of Four Exemplary Novels (Princeton: Princeton University Press, 1982), p. 98.

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la vida ascética o contemplativa, sino el del cristiano caritativo, el ciudadano activo, el cabeza de familia responsable y el buen amigo. Era el suyo un programa pensado para la vida activa cuyo gran propósito era la “santificación de la vida laica”. Las líneas básicas del ideal erasmista del matrimonio son claramente expuestas en su temprana Declamatio Matrimonii (publicada en 1518), pero el énfasis humanista en la sublime relación espiritual que une al marido y a la esposa es mucho más evidente en su tratado didáctico Christiani Matrimonii Institutio (publicada en 1526). En la Institutio Erasmo explora en extensión el modo en que en el marco del matrimonio el individuo puede desarrollar su mayor potencial espiritual a través del ejercicio de la caritas, la amistad y la fraternidad. Mientras que, por una parte, visualizaba la amistad entre los esposos como ejemplificadora de la racionalidad, la amistad y la caritas celebradas por los teóricos contemporáneos del amor, por otra, también reconocía, sobre todo en su Declamatio, la importancia del papel de la sexualidad en el matrimonio. Existe un claro propósito de borrar el estigma adherido a la experiencia erótica, transponiéndola desde la esfera de “concupiscencia contaminante” a la de intimidad alegre y placer sano y legítimo. No obstante, los argumentos entusiastas basados en la naturaleza no son una constante en su obra y en la Institutio, que a diferencia de la Declamatio no fue concebida como antídoto contra los “venenos del celibato”, hay declaraciones de precaución contra la naturaleza instintiva informadas por actitudes puritanas tradicionales. Pese a ello, la visión positiva se mantiene. En los Familiarium Colloquiorum Erasmo se refiere a la mujer en el contexto del matrimonio. En Coniugium la obediencia debida por ésta al esposo se equilibra por el respeto y la protección de él hacia ella. En Puerpera tiene lugar un debate sobre los méritos respectivos de ambos sexos, el cual finaliza con la conclusión de que la mujer no es inferior al hombre por naturaleza, sino que se le ha dado un papel en la vida que por fuerza la subyuga a él. En Coniugium impar Erasmo denuncia los matrimonios forzados y se muestra partidario de que tanto a las mujeres como a los hombres se les permita seguir sus propios deseos. Al considerar, en definitiva, el vínculo marital como medio que podía posibilitar el perfeccionamiento, Erasmo dio un gran paso hacia adelante

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en la dignificación del matrimonio y, por ende, de la mujer. Era ésta una postura que colisionaba con el pensamiento antiguo y el patrístico, ya que en ambos la mujer quedaba relegada a un papel secundario y auxiliar.

LA

MUJER EN LA

MEDICINA:

PE R M A N E N C I A

Y R E C H A ZO D E LO S V I E J O S C O N C E P TO S

En el ámbito médico-científico, las ideas aristotélicas siguieron asimismo permeando el pensamiento, con lo que continuaron manteniéndose nociones fundamentales heredadas de la Edad Media. No obstante, se produjeron cambios significativos. La medicina renacentista se diferenció de la medieval tanto por el desarrollo de la anatomía experimental como por el copioso trabajo de los humanistas, quienes produjeron las grandes ediciones, índices y comentarios de Aristóteles, Hipócrates y Galeno en la primera mitad del XVI. En 1566 se publicó por primera vez la Gynaecea, colección de textos médicos sobre la mujer desde la Antigüedad hasta la época del libro, cuya lectura muestra que, tras las grandes ediciones de las autoridades médicas y la publicación de los descubrimientos de los anatomistas, hubo gran proliferación de escritos médicos en España, Francia, Alemania e Italia. Ian Maclean en The Renaissance Notion of Woman describe la situación de finales del XVI como bastante confusa.16 Los médicos renacentistas salvan de los escritos antiguos lo que se ajusta a su esquema conceptual; al utilizar la autoridad de filósofos cuya estructura de pensamiento han rechazado, se producen contradicciones. Señala, asimismo, que en el ámbito médico tuvo lugar un movimiento feminista hacia finales del XVI y principios del XVII. Muchos médicos escribieron elocuentemente en contra de los principios aristotélicos sobre la mujer. Los galénicos se veían a sí mismos como feministas porque creían, frente a los peripatéticos, que los hombres y las mujeres eran igualmente perfectos en su sexo, lo cual era una curiosa opinión puesto que el mismo Galeno no lo había afirmado; resulta incluso más extraño el hecho de que se invocase al Santo Tomás aristotélico en apoyo de esta idea.

16

Maclean, “Medicine, Anatomy, Physiology”, en The Renaissance Notion of Woman.

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Aristóteles y Galeno estaban de acuerdo en la imperfección fisiológica de la mujer. Creían que ésta estaba menos desarrollada que el hombre. Sus órganos sexuales habían permanecido internos debido a la falta de calor en la generación, y, por eso, era incompleta, de humores más fríos y húmedos.17 Ya para el siglo XVI no se piensa que un sexo sea una versión imperfecta e incompleta del otro. Sin embargo, todavía es creencia general que la mujer, para que se den las condiciones necesarias para el crecimiento y desarrollo del embrión, es de humores más fríos y húmedos que el hombre.18 Se creía que sus humores, junto con otras diferencias fisiológicas tales como el menstruo y el útero, tenían implicaciones psicológicas. El más famoso de los loci classici al respecto se encuentra en la Historia animalium IX. I [608a 21 ff ] de Aristóteles: En todos los géneros en los que hay hembra y macho, la naturaleza ha establecido de una manera casi uniforme una diferencia entre el carácter de las hembras y el de los machos. Esta diferencia es particularmente manifiesta en la especie humana, en los animales de gran tamaño y en los cuadrúpedos vivíparos. En efecto, el carácter de las hembras es más dulce, se amansan más rápidamente, aceptan de mejor grado las caricias y son más fáciles de adiestrar. [...] Las hembras son siempre más tímidas que los machos, salvo en el caso de los osos y los leopardos. En estos últimos la hembra parece ser más valiente. En los demás géneros las hembras son más dulces, más astutas, menos abiertas, más impulsivas y más preocupadas por la crianza de sus pequeños, mientras que los machos son más bravos, más feroces, más abiertos y menos sagaces.

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El esquema fundamental de conceptos médicos hasta muy entrada la Edad Moderna fue el de los cuatro humores o cualidades, los cuales se fundan en los cuatro elementos cósmicos. A éstos vinieron a corresponder cuatro cualidades: calor, sequedad, humedad y frialdad. Este esquema se transfirió al reino animal y se señalaron en él cuatro humores correlativos a las cuatro cualidades: al calor, la sangre; al frío, la flema o pituita; a la sequedad, la bilis; y a la humedad, la atrabilis. Se habló así de cuatro temperamentos, cuya denominación se debió al supuesto predominio de uno de los humores en el organismo: por la sangre, el sanguíneo; por la flema, el flemático; por la bilis, el colérico; y por la atrabilis, el melancólico. 18 Fue excepción un prestigioso profesor de Alcalá de Henares, Cristóbal de la Vega, quien creía que la sangre de la mujer es más caliente que la del hombre, y de ahí que posea una temperatura más alta.

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Estas características se notan prácticamente en todos los animales, pero son más claras en aquellos que tienen más carácter, y particularmente en el hombre. Éste tiene, en efecto, una naturaleza más perfecta, de suerte que estas disposiciones son más patentes en los hombres. Por ello la mujer es más compasiva que el hombre, más llorona, y también más celosa y más quejumbrosa, más criticona y más hiriente. También es más apocada y desesperanzada que el hombre, más descarada y más mentirosa, más tramposa y más memoriosa, y también más vigilante y más tímida, y en general más indecisa que el macho y de menos comida.19

La base científica de este locus es la teoría que relacionaba los humores corporales con las características mentales. Una combinación de frío y humedad, se creía, producía una memoria retentiva (ya que las impresiones se pueden grabar fácilmente y quedan fijas en sustancias frías y húmedas). La memoria, que se describía a veces como intelectus passibilis, se asociaba con la mujer por ser pasiva. Se consideraba, asimismo, que la fantasía era más fuerte en la mujer por estar los objetos fríos y húmedos sujetos a una metamorfosis. Como forma de mutación se concebía también el cambio mental manifestado en el engaño, la inconstancia, la falta de resistencia y la infidelidad, así como la carencia de invención, todos los cuales se asociaban con el sexo femenino. Se pensaba, de igual modo, que la mujer carecía de las potencias meditativas (contemplationis defectus), siendo por tanto inepta para las disciplinas intelectuales. El útero se pensaba, asimismo, que tenía efectos sobre la mente femenina. En concordancia con el concepto aristotélico según el cual lo imperfecto desea lo perfecto, se sostenía que el útero provocaba en la mujer el deseo de procrear y, consecuentemente, del varón. De ahí que este llamado furor uterinus se viera como la razón de por qué la mujer poseía potencias mentales más débiles que el hombre, sin que hubiera claro acuerdo sobre cuáles eran las potencias en cuestión. El efecto del útero sobre la mente, además de debilitar la racionalidad, se creía que incrementaba la incidencia y violencia de las pasiones en la mujer, tales como el odio, la venganza, el miedo y la cólera, pero también causaba otros sentimientos tan positivos como la compasión, la piedad y el amor. 19

Aristóteles, Investigación sobre los animales. Trad. Julio Pallí Bonet (Madrid: Gredos, 1992), pp. 480-481.

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Mientras que los galénicos, por una parte, afirmaban que la mujer era tan perfecta en su sexo como el hombre en el suyo, por otra, mantenían que era inferior por razones de tipo fisiológico. La forma física de la mujer —caderas más anchas y hombros más estrechos— se veía como el resultado de los humores más fríos, los cuales carecían de la suficiente energía para hacer subir la materia a la cabeza. Es aquí donde los fisiólogos parecen retener las creencias de la menor capacidad mental de la mujer, incluso tras haber abandonado la teoría de la mujer como “hombre imperfecto”. Estrechamente conectado con lo anterior, se encuentra la cuestión de la existencia y eficacia del semen femenino. Galeno difería de Aristóteles en este punto esencial, dando a la mujer un papel mucho más activo en el proceso procreativo. Entre los neoaristotélicos renacentistas no había consenso sobre cuál era la opinión de Aristóteles. La opinión medieval de que la mujer tiene testes residuales y no funcionales resultaba atractiva por su consistencia con las dualidades masculino/femenino, forma/materia, acto/potencia, posesión/carencia. La opinión más comúnmente aceptada era, sin embargo, la expuesta por Galeno en De semine, que mantenía que la mujer tiene semen, y éste, aunque más frío y menos activo que el del hombre, contribuye tanto a la forma como a la materia del embrión. Las cuestiones de la imperfección y del semen están conectadas con la de la determinación sexual in utero. Para Aristóteles, hay una clara diferencia entre los sexos y no hay intermediarios. Para los galénicos, en cambio, hay dos estadios intermedios entre el hombre perfecto —resultado de semen masculino y la posición derecha en el útero— y la mujer perfecta —semen femenino y lado izquierdo del útero—, que son el hombre afeminado —semen masculino, lado izquierdo en el útero— y la virago —semen femenino, lado derecho en el útero—. Esta última teoría galénica, que se generaliza hacia finales del XVI, permite la producción de seres cuya sexualidad se apartaba de la norma. A modo de síntesis, se podría decir que la concepción aristotélica de la mujer es abandonada hacia 1600 a favor de una forma modificada de galenismo en la que algunos elementos de la síntesis aristotélica permanecen, mientras que otros principios galénicos se adaptan para que coincidan con los resultados de los nuevos estudios anatómicos y de la observación clínica.

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Este acercamiento ecléctico intenta eliminar las ambigüedades y opiniones en conflicto de las autoridades antiguas. Hacia finales del XVI muchos médicos están convencidos de que el concepto de la mujer ha cambiado y de que, mediante la eliminación del estigma de imperfección, el sexo femenino ha adquirido una nueva dignidad. Sin embargo, aunque se afirme ahora que es igualmente perfecta en su sexo, no parece haber adquirido completa paridad con el varón. Su fisiología y humores todavía la destinan a ser inferior al hombre, tanto física como mentalmente. Los efectos psicológicos de sus humores fríos y húmedos ponen en duda su control sobre las emociones y su racionalidad. Además, su debilidad física la predispone para un papel en el “protegido” reino doméstico, donde es apta para el cuidado de los niños, al tiempo que la hace inepta para exponerse a los peligros del mundo o para afrontar los quehaceres públicos. Los médicos producen así una justificación “natural” para la relegación de la mujer al reino doméstico y para su exclusión del oficio público, proveyendo de este modo, en concordancia con los principios teológicos al uso, una importante base sobre la que apoyar los argumentos éticos, políticos y legales.

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CAPÍTULO 3 LA MUJER FRENTE A LA MODERNIDAD: SU IMPRONTA CULTURAL

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C O RT E D E

ISABEL

DE

CASTILLA

Hablar de Isabel de Castilla y de la labor que llevó a cabo no es tarea fácil. Ora exaltada de modo desmesurado, ora vituperada (por algunas de las lacras que han acompañado —y formado— nuestra historia), los sedimentos críticos han llegado a ensombrecer, e incluso ocultar, a la mujersoberana. No cabe duda de que algunas de las páginas más sombrías de toda la historia de España se debieron a la iniciativa de los Reyes Católicos. La intolerancia religiosa que venía fermentándose encontró un marco legal bajo su reinado con el Tribunal de la Inquisición. ¡Qué decir de la expulsión de los judíos (sentando el precedente para la de los moriscos en fechas posteriores)! No sólo tuvo dicha intolerancia como resultado la dolorosísima historia de los expulsados, sino que además conllevó consecuencias desastrosas para el destino del país hasta nuestros días, especialmente para la vida cultural.1 Paradójicamente, fue la reforma intelectual 1

Tras referirse a los éxitos de los Reyes en ese año tan crucial de 1492, el historiador Henry Kamen afirma respecto a las consecuencias tan desastrosas y duraderas del exilio: “Spain was about to become a land of perpetual leave-taking, a nation that in order to enhance its own feeling of cohesion was prepared to drive into exile hundreds of thousands of its own native sons and daughters. For another four hundred years and more, to a degree that was unique in Western civilization, exile became the spectre that haunted Spain’s

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uno de los mayores empeños a los que se consagró Isabel. A ella, sin lugar a dudas insigne mujer y personaje histórico, le debemos, amén de otras empresas, el impulso cultural de la época, una época con la que principia la modernidad. Nauert señala que la emergencia de una España unificada a finales del siglo XV creó la necesidad de oficiales reales cultos. Los Reyes Católicos, así como sus sucesores Carlos V y Felipe II, reconocieron esta necesidad y promovieron una mayor cultura.2 De hecho, después de la unificación, los funcionarios de la administración procederán de las universidades.3 Manuel Ballesteros, al igual que otros estudiosos españoles, concede a Isabel el papel de predominio en la reforma cultural. Apunta que la reina elige a sus colaboradores de entre los universitarios, habiendo estudiado muchos cultural destiny” (The Disinherited: Exile and the Making of Spanish Culture, 1492-1975 [New York: Harper Perennial, 2008], p. 4). 2 Fernández Álvarez señala que desde mediados del siglo XVI España empieza a desviarse de las veredas por las que caminaba la cultura europea. Felipe II prohibió estudiar en las universidades europeas, salvo en las italianas de Roma, Nápoles y Bolonia o en la portuguesa de Coimbra. La prohibición regia no es, sin embargo, para Fernández Álvarez, lo que más determinó esa bifurcación (los contactos seguían vivos a través de esos hilos), sino el rigor con el que volvió a actuar la Inquisición —con los autos de fe de 1559 y 1560— después del período más tranquilo del reinado de Carlos V y la regencia de Cisneros. Con el inquisidor Valdés se reorganizó el Tribunal, haciéndose la censura más severa y estableciéndose el Índice de libros prohibidos. Obviamente esto trajo consigo el control y recelo del quehacer intelectual. Tanto es así que el propio fray Luis de León temerá que de entre sus alumnos surja algún delator (Isabel la Católica [Madrid: Espasa Calpe, 2003, p. 584]). 3 Nauert aduce el dato de que, después de 1493, se decretó que se contratara para los más altos cargos administrativos a aquéllos que hubiesen estudiado Derecho Civil o Canónico al menos diez años (p. 123). Ballesteros coincide con Nauert respecto a la formación universitaria de los nuevos funcionarios de la administración, señalando que, tras la de Salamanca, se crearon otras dos universidades, en Sevilla y Alcalá, para responder al nuevo interés en los estudios universitarios, sobre todo los jurídicos y los técnicos, que facilitaban el camino hacia el encumbramiento político. Estas tres universidades, apunta él, se convirtieron en tres poderosos centros magníficamente dotados, con privilegios pontificios y con cátedras suficientes para que a través de ellas se pudiera encauzar el nuevo movimiento humanista, cultural y científico de la época (p. 240). Significativo del apoyo e importancia concedidos por los Reyes Católicos a la universidad es el mismo lema que aparece junto a su efigie en el medallón que adorna la fachada de la Universidad salmantina: “La Universidad para los Reyes y los Reyes para la Universidad”.

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de ellos en la Universidad de Salamanca, lo que justificaría para él el que prestase a esta institución el máximo de su protección.4 La reina Isabel creó en su corte un verdadero ambiente de cultura que puso a España en contacto con el humanismo de la época, y de ahí que el período lleve la impronta de su poderosa personalidad. Se puede decir que todas las artes en general se beneficiaron del mecenazgo o incluso influencia directa de Isabel.5 En la escultura se hallan innumerables pruebas de su iniciativa (llegando en muchas ocasiones a costear los gastos de los artistas y los materiales), aunque será la pintura el arte donde mejor se pueda apreciar la voluntad artística y el gusto de la reina, ya que ella misma eligió a sus pintores de cámara, teniéndolos más que a ningún otro género de artistas junto a sí.6 En el campo del arte arquitectónico, puso en marcha, asimismo con su influencia personal, el llamado “estilo Isabel”, naciendo por doquier construcciones suntuosas con su inconfundible sello.7

4

La reina por lo visto no escatimó los medios para ponerla al día. Prueba de su protección fue su disposición de 1484, en la que impedía a la justicia secular entrometerse en la jurisdicción —privilegiada— del maestrescuela. Aun admitiendo que los documentos que se poseen no son totalmente terminantes para establecer que dicha transformación se debiera enteramente a ella, Ballesteros aduce que la lectura de las Cédulas de creación y el reconocimiento de las personas que la llevaron a cabo -todas allegadísimas a Isabel- parecen confirmarlo. 5 En otras cortes renacentistas hubo una serie considerable de mujeres que se distinguieron asimismo como mecenas de las artes y el saber. En la mayoría de estas cortes, estas mujeres de la clase dirigente no tenían la prerrogativa del gobierno en sí, pero compartían algunas de las obligaciones de la soberanía, pudiendo influenciar con su poder y riqueza, o sea, mediante su mecenazgo, la formación del pensamiento y la actividad artística. 6 La reina poseía una de las mejores colecciones de arte flamenco del tiempo, la cual siempre llevaba consigo. Aunque la influencia flamenca en el arte era ya grande en Castilla desde comienzos del siglo XV, Ballesteros considera que no se le puede negar a Isabel el haber dado impulso decisivo a este influjo, el cual abriría las puertas de Castilla a una verdadera riada de tablas de origen neerlandés. El historiador del arte J. V. L. Brans es taxativo en cuanto a su influencia. 7 Entre las construcciones que llevan la impronta isabelina se destacan Santo Tomás de Ávila, las modificaciones de la Universidad de Salamanca, la casa de las Conchas de Salamanca y la casa de Abarca en la misma ciudad. En la iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo la reina actuó incluso de verdadero maestro de obras, ordenando cómo había de construirse el edificio. Los hospitales, típicos de la época, también acusan su influjo: así el

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La música fue también cuidada en la corte real, donde hubo más de cuarenta cantores asalariados por la reina. Del mismo modo, su influjo fue decisivo en las artes menores, tales como la joyería o la forja del hierro. En el campo de las ediciones y del establecimiento de la imprenta en España, Isabel de Castilla demuestra no sólo su espíritu moderno y abierto a todos los adelantos, sino también su afán por la difusión de la cultura. A ella se debe el incremento de las publicaciones y la rapidísima difusión y establecimiento de talleres de imprenta por toda la península. Aunque todavía se halle en la cuna, es éste ya un arte mayor de edad al que no le faltan los requisitos y progresos técnicos necesarios.8 En cuanto a la producción estrictamente literaria se refiere, abundan los ejemplos y pruebas del mecenazgo e influencia de Isabel en las publicaciones y obras literarias emprendidas en su época. Las dedicatorias y alabanzas así lo corroboran. Ballesteros cita las palabras de Clemencín como testimonio de la iniciativa de la reina en el quehacer literario: “La reina fomentaba con ardor los proyectos literarios, disponía se compusiesen libros y admitía gustosa sus dedicatorias que no era entonces, como ahora, un nombre vano, sino argumento cierto de aprecio y protección de los libros y sus autores” (220). Lo mejor de la producción literaria del tiempo se debió a su impulso: así, por ejemplo, el Diccionario de Palencia, las Décadas de Pedro Mártir, el Regimiento de Príncipes de Gómez Manrique, las Leyes de Toro de Juan López de Palacios Rubios o la Gramática castellana de Nebrija, la primera en una lengua vernácula. De su protección a los hombres de letras, cabe recordar de modo especial a Jorge Manrique, quien murió luchando en defensa de su reina en el asalto al castillo de Garci-Muñoz. Brindó asimismo su apoyo a humanistas no españoles, tales como los italianos Pedro Mártir de Anglería, el primer historiador de las Indias —traído en 1487— y el propio Lucio Marineo Sículo, que llegó a tener en Salamanca una cátedra de Elocuencia y Poesía latina. hospital de la Santa Cruz en Toledo o el del Rey en Santiago de Compostela. España se llenó también de ayuntamientos como resultado del edicto real que ordenaba su construcción en las ciudades que no los poseyeran, convirtiéndose en símbolo de la nueva patria unificada. 8 Desde 1473, hay cerca de cien ediciones correspondientes al reinado de Isabel. La documentación que se posee testimonia que en gran número de ellas la iniciativa cupo enteramente a la reina, ya que fueron encargos suyos.

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Su influencia se dejó sentir también de modo especial, y esto es lo que más me interesa destacar aquí, en el gran número de eruditas de su corte. Refiriéndose a ello, Llanos y Torriglia declara: “Pero acaso no hay período alguno en las crónicas de ningún pueblo más lleno de mujeres sobresalientes que el que tiene en Castilla el nombre de Isabel I”.9 Ballesteros llama asimismo la atención sobre el gran número de figuras femeninas prominentes para explicarlo como ejemplo de la impronta de la reina: “Es un fenómeno que no tiene repetición en la historia de España, no sólo en cuanto a tener su origen en el real ejemplo, sino también en lo que se refiere a la calidad y cantidad de mujeres que toman parte en el movimiento cultural” (p. 211). Que se dude o no de la justa exactitud de estos asertos, no obsta para dejar de reconocer la validez de la realidad que dio ocasión a estas palabras: de una parte el nivel cultural de las damas de la corte y, de otra, el hecho de que su formación fuera algo por lo que la soberana verdaderamente se preocupó y a lo que dedicó considerable esfuerzo. La reina, en efecto, cambió el estilo y formación de sus damas, imponiendo un nivel cultural si no idéntico al menos comparable al que forjaría para sus cortesanos. Comenzó potenciando el cultivo del latín, convertido ahora en el idioma diplomático de las cortes europeas. La propia Isabel se dedicó a su estudio eligiendo como mentora (para sí misma y para las infantas, posteriormente reinas) a una dama de su corte, Beatriz Galindo, “La Latina”, lo cual iba a tener indudable repercusión en su obra cultural. Llanos y Torriglia se esfuerza por poner de manifiesto que la labor de Beatriz para con la reina no se ceñía al estudio del latín, y el mismo Fernández de Oviedo la reputaba como la mujer más apta de todas las que la reina tuvo al par de sí. La obra y ejemplo de Isabel se inicia en su propia familia, educando a sus hijos sobre la base de un mismo criterio. Los maestros estaban en Italia y de allí los trajo. Alejandro y Antonio Giraldino vinieron de Perusa para educar al príncipe y las princesas. Es significativo al respecto el que, al parecer, tanto Isabel como Fernando soñaban con que su hijo gobernase, más que como rey-soldado, como sabio y prudente juez, acaso con ribetes de humanista.

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F. de Llanos y Torriglia, Una consejera de estado: Doña Beatriz Galindo, “La Latina” (Madrid: Editorial Reus, 1920), p. 12.

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En otros aspectos, esta vez no referidos a la cultura, Isabel de Castilla asimismo se destacó. La labor llevada a cabo por ella en el ámbito político ciertamente la convirtió en ejemplo único en toda la Europa renacentista.10 Como dato significativo de la importancia de la labor de la reina Isabel en su tiempo, baste la mención que de ella se hace en libro tan conocido y relevante como El cortesano. “No ha habido en nuestros tiempos en el mundo más glorioso exemplo de verdadera bondad, de grandeza de ánimo, de prudencia, de temor de Dios, de honestidad, de cortesía, de liberalidad, y de toda virtud, en fin, que esta gloriosa Reina”,11 dice de ella Castiglione en el Libro III, el que dedica a la historia de mujeres notables del pasado y de su propio tiempo para ilustrar la capacidad del sexo femenino en las armas y las letras. Al mismo tiempo que destaca sus dotes personales, exalta su labor en la conquista del reino granadino y sus dotes como gobernante. De este modo singularizaba a Isabel eligiéndola como modelo femenino por excelencia. En uno de los estudios más recientes y exhaustivos sobre la reina, el historiador Manuel Fernández Álvarez considera que su obra tuvo alcance universal: Porque es en esa Europa tan inquieta, la que es la proa del mundo moderno, donde Isabel lleva a cabo, con la inestimable ayuda de su marido Fernando el Católico, su gran tarea que convierte a España en la primera potencia política

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Sin entrar en su análisis, sólo hago referencia al hecho, puesto que una de las cuestiones que surgen a la hora de estudiar los comienzos mismos de la modernidad es la del papel de la mujer en la nueva sociedad. La crítica feminista ha señalado que, de hecho, se produjo una pérdida del poder efectivo de la mujer. De ahí la importancia que, como más adelante se verá, adquiere la figura de la soberana medieval en los alegatos femeninos para defender el derecho de la mujer a gobernar. Obviamente, con Isabel nos encontramos con una reina que supo defender contra viento y marea su derecho a ser la soberana de Castilla con plenos derechos y no sólo como reina consorte, aunque también tuviera que hacer algunas concesiones, como poner la justicia de su reino en manos de Fernando. No en vano había de saber que su éxito dependía de los esfuerzos conjuntos de ambos, así como, que en caso de guerra civil —tal como sucedió—, necesitaría a un hombre de armas junto a sí, y Fernando, ayudando a su padre contra los rebeldes de su reino y contra los franceses, ya había demostrado con creces que sabía guerrear. 11 Baldassare Castiglione, El cortesano, trad. Juan Boscán (Madrid: Cátedra, 1994), p. 49.

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de su tiempo. [...] la obra de Isabel la Católica, como es notorio, no es de ámbito local; ni siquiera, o al menos no solo, de ámbito nacional. Es una obra política de alcance universal que se inserta plenamente en la Europa del Renacimiento (p. 18).12

LAS QUERELLES

D E S F E M M E S O E L P R I M E R M OV I M I E N TO F E M I N I S TA

Si Petrarca es reconocido como el primer hombre moderno, Cristina de Pisa,13 aunque a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento, puede ser considerada como la primera mujer moderna, puesto que con ella se inició el que podría denominarse primer pensamiento feminista. Su respuesta a la misoginia de la segunda parte del Roman de la Rose dio lugar a un debate literario, las Querelles des femmes, que duraría cuatro siglos —desde 1400 a 1789— sobre la excelencia y defectos de las mujeres, sobre su igualdad, superioridad o

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En su libro, Fernández Álvarez da detallada cuenta de la labor llevada a cabo por Isabel. Incluyo sus propias palabras a modo de síntesis: Tras la pacificación del Reino de Castilla, acometió las grandes empresas nacionales: “el final de la Reconquista (una empresa que se tornaba quimérica para sus inmediatos antecesores), el apadrinamiento de la hazaña del descubrimiento de América y ayudar a su marido Fernando a doblegar a Francia en la pugna por el reino de Nápoles. Una gigantesca tarea política que dejó boquiabiertos a los hombres de su tiempo”. El académico de la historia aduce, asimismo, los testimonios de la época: “y en eso los testimonios de los extranjeros, tanto de los contemporáneos, como Jerónimo Münzer, o como los del siguiente siglo, como Baltasar de Castiglione, son unánimes: Isabel se habría encontrado con una Castilla desmembrada, un puro caos, y la devolvía a sus sucesores como la espina dorsal de un Imperio que iniciaba un impresionante despliegue: el primer Imperio de la Edad Moderna, que parecía resucitar los tiempos áureos de la Edad Antigua, los tiempos del Imperio de Roma”. Claro que la grandeza de Isabel, añade, no estuvo exenta “de algunos lunares.” (pp. 87-88). 13 Cristina fue humanista de profesión. Nació en la región italiana de Pizan, pero vivió en Francia, donde su padre —astrólogo y sabio— se trasladó para trabajar en la corte de los Valois. Éste le había enseñado literatura francesa e italiana y algún latín. Casada con un secretario real, se quedó viuda a los veinticinco años y decidió mantenerse a sí misma, a sus hijos y a su madre trabajando como copista y escritora. Estudió toda su vida y produjo una copiosa obra que tuvo gran difusión y que le procuró fama y recursos económicos. Ninguna de las mujeres que la siguieron vivió una vida tan independiente y pública como ella hasta por lo menos dos siglos después.

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inferioridad respecto al hombre y, en definitiva, sobre su defensa. Participaron en el movimiento iniciado por Cristina los miembros femeninos de una distintiva clase moderna y letrada. Muchas de estas mujeres pertenecían a acaudaladas familias de comerciantes y otras, la mayoría, eran las hermanas, hijas y sobrinas de humanistas, beneficiándose así, al ser educadas por ellos, del mejor programa humanista accesible a los hombres de su día. La obra más importante de la pisana, Le livre de la cité des dames (compuesta en 1404-1405), tiene como finalidad central negar las acusaciones hechas por los hombres contra las mujeres. Al reconsiderar lo dicho sobre la mujer por las autoridades masculinas y preguntarse por qué tantos hombres hablan mal de ella, Cristina recibe la visita de tres damas, Razón, Rectitud y Justicia. Ellas le hablan de la misoginia de los autores del sexo opuesto y, tras negar la incapacidad mental de la mujer, la exhortan a responder a las falsas acusaciones con la composición de una obra. En ella construirá una ciudad para las mujeres del pasado, presente y futuro, donde queden albergadas para siempre.14 Una vez finalizada la ciudad, la 14

En la primera sección se nos habla de las mujeres activas del pasado que se armaron y gobernaron Estados; por ser espíritus independientes —no sometidas a las convenciones masculinas— constituyen los cimientos de la ciudad. En la segunda, se hace referencia a la mayoría de las mujeres, quienes habitan las casas y mansiones, siendo presentadas como celosas de su castidad, honrosas de sus padres, amantes de sus esposos y entregadas a sus obligaciones. En la tercera, se alude a las martirizadas por su fe, las cuales forman las torres y tejados que llegan hasta Dios, encarnando así el principio de la justicia divina. De entre las fuentes de las que hace uso Cristina para sus personajes femeninos se destacan el Antiguo Testamento, la hagiografía cristiana, el Decamerón y, sobre todo, De mulieribus claris. Aunque gran parte de los personajes femeninos han sido tomados de esta última obra, la reconfiguración que la pisana hace de ellos confiere gran originalidad a su libro. En la obra boccacciana las mujeres, todas excepcionales, se destacan de modo especial por su no conformidad; además todas, excepto Eva y seis figuras modernas, eran paganas. La obra de Cristina, por el contrario, proclama la universalidad, más que la excepcionalidad, de la virtud femenina. Donde más se aparta del modelo boccacciano es en su presentación de las doncellas guerreras. Mientras que las guerreras paganas de Boccaccio son condenadas por su atrevimiento o expuestas a la humillación o la muerte, las de Cristina son presentadas como modelos de logro. La escritora se regocija en el relato de las hazañas de las reinas y guerreras amazonas, quienes conquistaron gran parte de Europa y Asia fundando ciudades y pueblos prósperos y luchando con éxito contra los más grandes hombres y héroes de la antigüedad. Las amazonas, como comunidad autónoma de mujeres, tenían particular im-

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Razón, respondiendo a la pregunta de por qué las mujeres no gobiernan ni intervienen en la justicia, dice que a ambos sexos se les había asignado tareas diferentes; las mujeres, aunque mentalmente tan capaces como los hombres, no están preparadas para la acción. Y es que la defensa de las mujeres contra las acusaciones de los hombres era el principal propósito de su obra y no el cambio de la estructura de la sociedad tal y como estaba establecida. Lo que Cristina quería probar, en última instancia, era la capacidad de la mujer y su paridad mental con el hombre. Para Joan Kelly, este primer feminismo del siglo XV surgió en íntima conexión y como reacción a la nueva cultura secular del naciente Estado europeo y como consecuencia del nuevo sistema económico. Declara: “The contents of early feminist theory reflect the declining power of women of rank and the enforced domestication of middle-class women. Yet it owes its very being to new powers of education some of these women had at their command”.15 Al comparar el papel de la mujer medieval, sobre todo la de rango, con el de la renacentista, se ha de asentir con Kelly en cuanto al declive del “poder” femenino. Con la proliferación de nuevas instituciones centralizadas, la influencia activa de la mujer fue constante y progresivamente constreñida. Aunque era la medieval una sociedad fuertemente patriarcal, parece que en efecto la combinación de toda una serie de circunstancias históricas posibilitaron que la señora noble adquiriese un predominio social y político que estaba en contradicción tanto con el concepto que de su sexo se poseía, como con el comportamiento que para ella se prescribía. La existencia de un sistema socioeconómico basado en la posesión de tierra,16 la falta de una clara delimitación entre lo público y lo privado-do-

portancia para Cristina, ya que le proporcionaban un modelo secular para su ciudad, para la que, de otra manera, únicamente contaba con el ejemplo del convento. Mientras que las habitantes del convento podían reclamar la posesión de la honradez y la rectitud, el poder y el éxito de las amazonas eran valores útiles que adherir a la noción de un refugio femenino independiente, protegido de la negatividad de la opinión masculina. 15 Joan Kelly, “Early Feminist Theory and the Querelles des Femmes”, Women, History and Theory (Chicago: The University of Chicago Press) p. 67. 16 La tierra durante el Medioevo era el principal medio de riqueza y el linaje representaba la mayor fuente de poder. A los propietarios de grandes territorios les correspondían

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méstico, la ausencia de un fuerte poder centralizado, los beneficios que el monacato ofrecía,17 eran circunstancias todas que hacían posible que la mujer de rango, miembro de la nobleza en cuyas manos estaban la riqueza y el poder político, gozase de algunos de los privilegios de su estamento. los derechos soberanos de justicia, mando militar y demás responsabilidades relacionadas con el gobierno —y de ahí la falta de delimitación entre lo público y lo privado-doméstico—. Una vez reconocido su derecho a la herencia, la mujer adquirió un papel político central al poder ejercitar sus derechos sobre la propiedad. La señora noble cooperaba con su esposo en sus obligaciones, quedándose incluso ella sola a cargo del castillo cuando él estaba en campañas militares. Para mejor comprender cómo la posesión de tierra afectaba a la mujer durante los primeros siglos medievales, véase Jo Ann NcNamara y Suzanne Wemple, “The Power of Women Through the Family in Medieval Europe, 500-1100”, en Women in Power in the Middle Ages (Athens: The University of Georgia Press, 1988); y para el caso de Castilla en siglos posteriores, Heath Dillar, Daughters of the Reconquest. Women in Castilian Town Society, 1100-1300 (Cambridge: Cambridge University Press, 1984). 17 Al principio de la Edad Media, el período de dominación germánica fue un tiempo de gran entusiasmo por la fundación de monasterios. Jane Tibbetts Schulenburg señala la interrelación entre este fervor por el establecimiento de monasterios y las oportunidades que ofrecían las tierras recién cristianizadas: la rápida adquisición de tierra, los despojos de la guerra y el incremento de poder y señoríos. En este temprano período el monasterio era en muchos sentidos una extensión de la casa noble. Desde la perspectiva de los fundadores de estas comunidades, la donación no implicaba enajenar permanentemente la propiedad, sino más bien una inversión temporaria que procuraba una mayor esfera de influencia. Como estrategia, las familias fundadoras a menudo intentaban mantener control sobre sus monasterios y propiedades consiguiendo para sus herederas el puesto de abadesa. De ahí, el gran éxito del que disfrutó el monacato femenino. Habitados por mujeres de poderosas familias, los monasterios proporcionaban una significativa base de poder para los dirigentes de estas comunidades. En los primeros siglos medievales, floreció además el monasterio doble, la institución de más éxito para la mujer, especialmente en el siglo VII, en donde los religiosos de los dos sexos observaban un mismo reglamento y obedecían a un superior común, por lo general una abadesa. Véase Jane Tibbetts Schulenburg, “Female Sanctity: Public and Private Roles, ca. 500-1100”, en Women in Power; Jo Ann McNamara y Suzanne F. Wemple, “Sanctity and Power: The Dual Pursuit of Medieval Women”, en Becoming Visible. El monasterio era, asimismo, el principal vehículo de transmisión y adquisición culturales. Las monjas no sólo constituían gran parte de las mujeres cultivadas, sino que también estaban a cargo de la enseñanza de ambos sexos, contribuyendo así significativamente a la cultura del período. Véase Joan Ferrante, “The Education of Women in the Middle Ages in Theory, Fact, and Fantasy”, en Beyond their Sex.

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Ya casada o viuda ya dedicada a la vida monástica, la señora feudal podía ejercer control sobre la tierra de la que era propietaria.18 En cambio, con el desarrollo de relaciones económicas más complejas, perdió progresivamente su control sobre la tierra o propiedad que poseía por sí misma o con su esposo. Con el nacimiento de la economía mercantil y el traslado a los centros comerciales burgueses vendrían también a producirse otros cambios que afectarían a su situación. Con el sistema económico feudal, los hombres a menudo tenían que delegar sus responsabilidades públicas y económicas en sus esposas por verse obligados a atender otros asuntos en la corte o en el campo de batalla. En cambio, con la consolidación del poder mercantil y el traslado a los centros comerciales urbanos que aparecieron en la nueva era —sobre todo en Italia— podían dirigir sus negocios desde la casa o desde un lugar cercano a ésta. La mujer, especialmente la de rango, que había disfrutado de una autonomía efectiva debido en parte a los acuerdos de costumbre —no escritos, puesto que la ley se lo prohibía—, con el desarrollo de la formación estatal y la nueva economía mercantil vino a perder considerable poder económico y político.19 Como reacción a los cambios producidos en detrimento de la mujer y para mantener vivo el concepto de su poder, el recuerdo del gobierno femenino feudal y el de las doncellas armadas de la Antigüedad se incorporó

18

Katheleen Casey ha sugerido que el poder socio-económico de la señora medieval dependía de la suposición, ni establecida ni escrita, de que no iría en contra los intereses de la propia nobleza: “If feudal society often derogated from its own rules where family interest was at stake, so that some women of feudal rank exercised in fact powers that were denied them in law, it was because most of them, like their male relatives, could be trusted not to alter conventional political objetives” (Jordan 15). 19 Susan Masher Stuard apunta al hecho de que el nacimiento de una economía comercial alteró la función de los documentos legales que afectaban a la transferencia de propiedad. Los testamentos y otros documentos similares, cuya función era la provisión de sistemas familiares de intercambio, se convirtieron en los instrumentos formalizados del comercio, el sistema bancario y el gremio, es decir, en instrumentos de la transmisión del capital en los negocios. Esto fue parte de un cambio económico mayor: con el desarrollo de una estructura burocrática cada vez más elaborada —cuyas relaciones se podían establecer con precisión—, a la mujer se la dejó fuera de los puestos de predominio y autoridad. Aunque fuese la de alto rango la más afectada, las condiciones de la mujer de clases más bajas también se vieron alteradas. Véase Constance Jordan, Renaissance Feminism, pp.16-17.

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a las Querelles como componente fundamental de esta nueva corriente intelectual. Fue así cómo el topos de las “armas y las letras”, representativo del nuevo ideal de comportamiento,20 adquirió un significado especial en este primer feminismo. Frente a lo declarado en los tratados misóginos, se intentó crear una imagen que resaltase la prominencia histórica de la mujer y su capacidad mental, y de ahí que fueran las mujeres gobernantes y eruditas —o sea, mujeres que se habían destacado en las armas y las letras— las rescatadas del pasado. Se recurrió a las historias de mujeres ilustres que comenzaron con Boccaccio, así como a otras fuentes antiguas y medievales para establecer esta doble defensa contra el uso misógino de la cultura. 20

La nueva era requería un nuevo ideal de comportamiento que se correspondiera con la revolución en el saber y con los ajustes en los modelos morales y el nuevo orden social. Woodward afirma que el conocimiento de las grandes civilizaciones de Grecia y Roma, utilizado asimismo como instrumento educativo, llevó inevitablemente al deseo de un modelo de comportamiento que se correspondiera con la sabiduría espiritual absorbida; de ahí la conjunción de lettere e costumi, (Studies in Education, p. 245). Otro factor de influencia en la creación de dicho ideal es, según Woodward, el gran desarrollo de la ciudad comercial, en la que la distinción dependía del mérito en el concejo o el gremio. Lo característico de ciudades como Génova, Florencia o Venecia era la identificación del noble con el elemento cívico. Tales comunidades crearon su propio ideal de excelencia y comportamiento: la vita civile se caracterizaba por la virtú, la conciencia del propio valor y superioridad respecto a las comunidades subdesarrolladas y semifeudales del sur. Por ello, la reconciliación del viejo tipo con el nuevo —el caballeresco con el civil y erudito— tuvo lugar en dos o tres de las ciudades-Estado autónomas más pequeñas que estaban bajo el gobierno de un príncipe — Gonzaga (Mantua), D’Este (Ferrara) y Montefeltro—. Produjeron un ideal del hombre de la sociedad moderna que representaba un acabado y armonioso retrato de la personalidad tal como el Renacimiento la concebía. Federigo di Montefeltro, más tarde el gran duque de Urbino, al combinar la educación clásica con el ideal militar caballeresco, transformó este último y creó un tercer producto: el hombre de armas cuya pasión más profunda era el arte y las letras, y cuya personalidad estaba determinada por éstas y no por las armas. Baldassare Castiglione reflejó en El cortesano, publicado en 1528, la elegante corte urbina de finales del cuatrocientos. Woodward así lo reconoce: “we recognize a true description of the life of courtly leisure and recreation as the Duchess [Elisabetta Gonzaga] fashioned it” (Studies in Education, p. 250). Rápidamente se convirtió en uno de los libros más leídos de Europa — en Francia apareció en 1538 o antes, en España, en 1540 y en Inglaterra, en 1561—. Nauert indica que El cortesano es muestra del predominio que el humanismo alcanzó en la cultura italiana renacentista de la clase distinguida (p. 34).

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El hecho de que existiese una conciencia femenina que tratase de reivindicar el papel desempeñado por la mujer en el devenir histórico, así como de dejar sentada su capacidad, pero sin proponer al mismo tiempo el cambio social y el ajuste de funciones, lleva a cuestionarse la existencia misma de un feminismo renacentista. ¿Pueden las ideas del debate —que se harán extensibles a otros textos posteriores— considerarse como propiamente feministas? Constance Jordan en Renaissance Feminism, al plantear la cuestión del feminismo renacentista de los textos del período, no ya sólo los del debate, confirma la existencia de un pensamiento propiamente feminista, aun admitiendo que resulta controvertido aplicar dicho concepto a los mismos. Se basa en la clasificación de Karen Offen para establecer las que considera son las dos posturas feministas fundamentales del Renacimiento (Jordan, p. 7). Atendiendo a la historia del feminismo, Offen distingue dos claras corrientes de pensamiento: un feminismo que encuentra su fundamento lógico en una concepción única del individuo y otro que parte de la base de la diferencia sexual. El primero, de tipo individualista, persigue sobre todo la autonomía legal y política del sujeto femenino, mientras que el segundo, de tipo relacional y más antiguo, consiste en la apreciación de lo que las mujeres son y hacen en oposición al hombre. Este último feminismo, afirma, encontró gran eco en el pensamiento social del siglo XIX: asume que hay diferencias biológicas y culturales entre los sexos, las cuales conllevan una división de funciones, en la familia y en la sociedad, que se ajustan a esa diferencia y a esa naturaleza. Jordan, tomando como base esta diferenciación, considera que el feminismo renacentista puede ser analizado, en distinta manera y grado, tanto en términos individualistas como relacionales. Establece de este modo dos categorías generales en la literatura renacentista escrita en defensa de la mujer: una constituida por las obras cuyo propósito es la exaltación de la vida familiar y otra, claramente feminista, que pretende establecer para la mujer un estatus de igualdad con respecto al hombre. Tanto las obras de una categoría como la de la otra intentan rebatir a las autoridades que afirman la debilidad moral o inferioridad ontológicas femeninas, así como dejar sentada su virtud y atacar la misoginia. Señala Jordan que los textos feministas de esta época representan en algunos aspectos una extensión y ampliación del debate de las Querelles des

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femmes de finales de la Edad Media, y de ahí que sea ésta una literatura hasta cierto punto convencional. Se caracteriza por la repetición de temas, figuras, tropos, motivos y alusión a varias autoridades. Sin embargo, y a pesar de que los mismos argumentos aparezcan una y otra vez, se introducen, señala Jordan, ideas que son nuevas, e incluso revolucionarias, pues simbolizan una progresión de pensamiento, una nueva sensibilidad ética y política, y de ahí el dinamismo de estas obras.

¿E X I S T I Ó

UN

R E N AC I M I E N TO

FEMENINO?

Lo primero que sorprende al hurgar en la historia del quehacer intelectual femenino es que, con la llegada de la denominada Edad Moderna, hubo todo un despertar femenino en el mundo del saber. A lo largo del Medioevo habían existido grandes figuras intelectuales femeninas relacionadas con el monacato.21 Para el siglo XIV, sin embargo, la época de las grandes eruditas había fenecido. Aunque a esta centuria pertenezcan algunas mujeres cuya obra tuvo una importancia capital en los movimientos religiosos del momento y hasta en el destino de la propia Iglesia (tales como Santa Catalina de Siena, Santa Brígida de Suecia, Margery Kempe o Juliana de Norwich), éstas eran semiletradas o incluso analfabetas. Frente a los siglos medievales, surgió de pronto con el humanismo, en todo el ámbito europeo, gran caudal de mujeres dedicadas al estudio, alcanzando algunas un nivel cultural admirable. Las humanistas constituyen la mayor fracción de mujeres eruditas del Renacimiento. A diferencia de sus contemporáneas —cuyas lecturas,

21

De entre ellas, se pueden destacar de modo especial Hroswitha de Gardersheim, Diemund de Wessobrunn, Herrad de Landsberg, Hildegarda o Eloisa. Claro que, al margen de la vida monástica, no podemos olvidar la tradición poética en donde el papel de la mujer había sido significativo. Recuérdese, ya en el siglo XI, la Colección de Regensburg, o toda la tradición oral femenina de las trobairitz en el XII y XIII, o de las jograresas en España y Portugal. Para el territorio propiamente español, véase el artículo de Alan Deyermond, “Las autoras medievales castellanas a la luz de las últimas investigaciones”, en Actas del V Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval (Granada: Universidad de Granada, 1993).

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cuando leían, se restringían a libros de consejo, de oración y novelas caballerescas o pastoriles en lengua vernácula—, estas mujeres conocían a los autores cuya obra constituye el sostén del pensamiento europeo. Oskar Kristeller estima que la humanista es quizás la figura más temprana de mujer intelectual. Al menos en algún momento de su carrera, afirma, ejercitó su conocimiento públicamente —no en el claustro—, para ser oída y juzgada por la élite cultural. Considera que el papel de las mujeres en el humanismo no fue prominente, pero sí significativo. Hubo activas escritoras humanistas y, pese a que no recibieran títulos, escribieran considerables obras ni ejerciesen gran influencia en las nuevas corrientes de pensamiento, algunas llegaron a ser bien conocidas, e incluso famosas.22 Jakob Burckhard, el gran estudioso del Renacimiento, considerando la prodigalidad de figuras intelectuales femeninas en ese tiempo, declaró que la mujer había gozado de paridad con el hombre. A esta visión positiva, vino a contraponerse la pesimista de Joan Kelly en “Did Women Have a Renaissance?”,23 la cual dio lugar a toda una corriente de crítica feminista (sobre todo norteamericana). Basándose en la pérdida de poder que la mujer de rango sufrió con el advenimiento de la nueva era, Kelly negó la existencia misma de un Renacimiento femenino.24

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Oskar Kristeller, “Learned Women of Early Modern Italy”, Beyond their Sex, p. 96. Joan Kelly, “Did women have a Renaissance?”, en Women, History, and Theory (Chicago: The University of Chicago Press, 1984). 24 Aunque esta opinión de Kelly ha tenido gran repercusión en los estudios de crítica feminista, ha habido en los últimos años una reconsideración de tal idea. De entre estos estudios, se puede citar el artículo del historiador David Herlihy, cuyo título hace referencia expresa al de Kelly, “Did Women Have a Renaissance?: A Reconsideration” (Medievalia et Humanistica, 13, n. s. 13, pp. 1-22), en donde claramente difiere de ésta. La misma Margaret King, quien comparte en general la opinión de Kelly, en su artículo “Virgo et Virago” reconoce la validez de los argumentos apuntados por Herlihy. El libro de Jordan, Renaissance Feminism, representa asimismo un distanciamiento crítico de tal idea en aspectos fundamentales. Por mi parte, quisiera señalar mi reticencia a aceptar como válido un análisis sobre la situación real de la mujer que se basa en la producción literaria, por más que no deje de reconocer que la literatura es sin duda alguna sintomática de la ideología dominante. Al replantear la cuestión de si existió o no un Renacimiento femenino y establecer mis propias conclusiones al respecto, no voy a utilizar los argumentos de Kelly, sino que, una vez apuntados, sólo haré referencia a algunas de sus afirmaciones. Hecha esta aclara23

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Kelly compara el papel que el código del amor cortés adjudicaba a la dama con el asignado por Castiglione en El cortesano para llevar a cabo sus conclusiones. Aunque la dama de corte aparezca en principio como el equivalente del cortesano y tenga las mismas capacidades mentales, así como una educación semejante a la de él, se produjo un importante cambio educacional, cultural y político que relegó a la dama a un papel meramente decorativo: “The contradiction between the professed parity of noblewomen and men in The Courtier and the merely decorative role Castiglione unwittingly assigned the lady proclaims an important educational and cultural change as well as a political one” (p. 35). Castiglione, Joan Kelly apunta, permite que su dama desempeñe un papel significativo en la configuración estética de su corte, pero claramente la desplaza de la posición de superioridad que el código literario medieval del amor cortés le había concedido.25 La cultura, utilizada para encandilar a los demás y para el propio desarrollo, es esencial tanto para el cortesano como para la dama de corte.26 Sin embargo, Casti-

ción, me gustaría, asimismo, reconocer el mérito del estudio de Kelly por cuestionar las ideas de la crítica más tradicional respecto a la mujer renacentista y su situación, lo cual llevó al replanteamiento del problema femenino en una época tan crucial como la renacentista, dando lugar a nuevos e importantes estudios. 25 No cabe duda de la existencia y poder de las grandes señoras feudales de la Edad Media. Entre los casos más notables se pueden citar a Leonor de Aquitania y a su hija María de Champaña en el siglo XII, quienes no sólo hicieron de sus cortes grandes centros culturales y sociales, sino que además tuvieron inmenso peso en la formación misma del ideal del amor cortés, así como en su prevalencia. El problema está en dilucidar hasta qué punto las convenciones del amor cortés pudieron ser reflejo de esta realidad social o si tales ideales tuvieron algún impacto en la vida real. En este aspecto, como en tantos otros, el amor cortés es motivo de controversia y disensión entre la crítica. Una de las cuestiones más polémicas del amor cortés es el determinar por qué en una época de tan marcado patriarcado como la medieval surgieron unas convenciones literarias en las que a la dama se le otorgaba un lugar de superioridad. E. William Monter señala las diferencias de opinión entre los críticos literarios y los historiadores. Estos últimos, teniendo en cuenta tanto la situación real de la mujer como su estatus legal, y considerando la falta de evidencia histórica, se muestran bastante escépticos respecto al impacto que el código del amor cortés en verdad tuvo para la señora. Véase “Pedestral and Stake: Courtly Love and Witchcraft”, Becoming Visible: Women in European History, ed. Renate Bridenthal and Claudia Koonz (Boston: Houghton Mifflin, 1977). 26 Kelly cree que la corte renacentista perdió su predominio en el devenir cultural, así como la mujer, su papel de importancia en ésta: “Not only did a male ruler preside over the

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glione, Joan Kelly señala, pronto establece claramente la diferencia entre los papeles desempeñados por ambos sexos: para la dama, el encanto se convierte en la primera ocupación y finalidad, mientras que para el cortesano la tarea fundamental es la profesión de las armas (33). Aunque Kelly admita el avance que el humanismo representó para la dama de corte al hacerle accesible la cultura y la lengua clásicas, cree que éste trajo consigo, al mismo tiempo, un mayor declive de su influencia en la sociedad. Siendo todos sus preceptores del sexo opuesto, se encontraba bajo la influencia cultural masculina. Sus maestros, nos dice, “supressed romance and chivalry to futher classical culture, with all its patriarchal and misogynous bias” (p. 35). La niña de la aristocracia medieval, por el contrario, aunque no instruida, se criaba en la corte de alguna gran dama.27 El mismo mecenazgo femenino es sintomático para Kelly del declive del poder que la mujer experimentó. Aun reconociendo que el mecenazgo de los miembros de las familias italianas de Sforza, d’Este, Gonzaga y Montefeltro se extendía mucho más allá de la literatura amorosa, Kelly declara que las obras que comisionaban, compraban o que estaban dedicadas a ellas no mostraban ninguna correspondencia consistente con sus intereses genéricos.28 Por el contrario, afirma, “medieval courtesy, as set

courts of Renaissance Italy, but the court no longer served as arbitrer of the cultural functions it did retain. Although restricted to a cultural and social role, she lost dominance in that role as secular education came to require special skills which were claimed as the prerrogative of a class of professional teachers”, (p. 35). Woodward, en contraposición a Kelly, es rotundo a la hora de establecer la importancia de la corte en el siglo XVI: “In the sixteenth century the Court stood for the central impulse and acknowledged standard of every higher activity of the community. It is not merely a question of Italy, it was true of France, of England, of Spain, of the Palatinate, and of Saxony. Governance, enterprise, arts, and letters found their common interaction within the circle of high society, Studies in Edcuation”, (p. 252). 27 ¿Hemos de suponer que Kelly sugiere que la gran dama que estaba a cargo de la educación de la niña en la Edad Media no inculcaba valores patriarcales en ella? Por otra parte, si hubiésemos de seguir ese patrón de pensamiento, la educación femenina resultaría desdeñable en cualquier lugar y en cualquier época. ¿Se podría, por ejemplo, abogar en la actualidad por el no acceso de la mujer a la educación en los llamados “países del Tercer Mundo” utilizando como justificación el predominio cultural masculino? 28 Otros críticos también asignan un papel secundario y figurativo tanto a las mecenas como a las humanistas. Crafton y Jardine afirman al respecto: “When female patrons of

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forth in the earliest etiquette books, romances, and rules of love, shaped the man primarily to please the lady” (p. 36). Nuestra estudiosa afirma que las mecenas renacentistas ni siquiera apoyaron de modo obvio la educación de la mujer, con la considerable excepción de Battista Montefeltro, a quien le fue dedicado uno de los pocos tratados que abogaban por la educación humanista femenina. A la hora de considerar los cambios que en efecto parecieron acaecer en detrimento de la mujer con la llegada de la modernidad y analizarlos en conjunción con el nacimiento de la conciencia genérica que aparece en el debate, cabe preguntarse por qué dicha conciencia afloró en este preciso momento histórico. ¿Se debió únicamente, como Kelly sugiere en referencia a dicho debate, a las nuevas presiones sentidas por la mujer con el cambio de las circunstancias socioeconómicas? Si dicha transformación fue sin duda alguna y al fin y al cabo factor decisivo para que se produjera el propio Renacimiento, ¿se podría deducir que la mujer se vio afectada de modo inverso por el nacimiento de la modernidad? La misma Kelly afirma que los miembros femeninos del debate pertenecían a una distintiva clase moderna y letrada. El problema surge precisamente al intentar dilucidar el significado que ha de adjudicarse al término “clase moderna”. ¿Qué es lo que convertía a estas mujeres en modernas? ¿Por qué Cristina de Pisa puede considerarse la primera mujer moderna? Estas preguntas nos remiten a la cuestión misma de lo que en realidad significa modernidad, o sea, las causas o razones que nos permiten reconocer el Renacimiento como el principio de la modernidad.

this period write to female humanists it is striking how insistently they dwell on the celebratory and decorative nature of their scholarly aptitude -female patron and female scholar alike add lustre (they argue) to male achievement” (“Women Humanists”, pp. 41-42). Kristeller, en cambio, destaca la importancia del mecenazgo femenino y su impacto en la cultura del período. Cuando los escritores y eruditos dedicaban sus obras a las mecenas con grandes elogios, debe asumirse, afirma, que ellas leerían y apreciarían los libros que les dedicaban. Del contenido de algunos de estos escritos se deduce que las mujeres a las que iban dedicados compartían los mismos intereses literarios e intelectuales que sus contemporáneos masculinos. Es más, las mecenas a las que los humanistas coetáneos dedicaron sus obras en latín o celebraron en verso o prosa latinos debieron haber recibido instrucción humanista.

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Hay consenso crítico a la hora de entender el Renacimiento como período que entraña un concepto del hombre que es diametralmente opuesto al medieval y que, por tanto, inicia la modernidad. El mundo, se pensaba en los siglos anteriores, estaba escrito por Dios y todas las criaturas —o signos— llevaban dentro la sustancia que el Creador les había puesto, y de ahí que se concibiesen como sus signaturas, las cuales no podían alterarse. A esta concepción del mundo vendrá a oponerse la renacentista cuando el hombre se vea a sí mimo como responsable de su propio destino y motor del curso de la Historia. Esta conciencia individual del hombre renacentista, relacionada con el papel que siente ha sido llamado a desempeñar, se convierte en signo inequívoco de la nueva era, marcando de modo claro la separación entre dos modos de ver el mundo y el hombre. Del saberse protagonistas de una nueva edad en la que, a través de la educación, se acabaría con la barbarie y oscuridad de los siglos medievales, nació entre los primeros hombres modernos, los humanistas, una fuerte conciencia de sí mismos y de su papel histórico (identificada por Burckhardt como el “individualismo” humanista). Si con la nueva manera de percibirse el hombre moderno a sí mismo (entendiendo por hombre todo el conjunto de la sociedad), se vino a alterar de modo definitivo el concepto que del mismo mundo se poseía, ¿por qué no pensar que esa nueva concepción también influyera en la manera de percibirse la mujer a sí misma, por más que en su caso se tratara de la reflexión sobre su propia condición genérica? Si la mujer empieza en este momento a darse cuenta de que el lugar que ocupa en la sociedad —en la Historia— no está determinado por su naturaleza ni por la disposición de un plan divino, sino por las normas y reglas creadas por los hombres, ¿no cabe inducir que sea esto una manera de sentir que la historia puede cambiarse, que ella, la mujer, puede ser la protagonista de su propia historia?29 29

El hecho de que con el advenimiento del Renacimiento la mujer quedara relegada a un segundo plano en algunos aspectos es interpretado por Constance Jordan como sintomático de que ésta empezaba a formular intereses intrínsecamente relacionados con su condición femenina: “Some of the motivation for denying Renaissance women authority and power may therefore have been a function of a newly acquired ability to articulate interests that were not dynastic and in line with their duties as wives and mothers”, (Renaissance Feminism, p. 15).

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Cristina de Pisa, en el debate que ella misma iniciara, expresó de modo contundente que las mujeres habían sido marginadas como grupo. Es precisamente esa conciencia la que hace que su obra, aunque conservadora en algunos aspectos por mantener la estratificación social, sea distintivamente moderna: puede verse como la primera expresión de una conciencia femenina. De hecho, la pisana desafió, tanto en su obra como en su propio modo de vida, los presupuestos ideológicos que, apoyándose en la diferencia genérica, establecían unas funciones y un comportamiento femeninos que se diferenciaban claramente de los masculinos. Sin la conciencia del “yo” que surge con la sociedad mercantil, la mujer no se hubiera planteado —no habría sido posible— la existencia de un “yo” femenino como diferente del “yo” masculino sin correlación al grupo social del que cada uno formaba parte. Esto es un paso gigantesco que marca una abismal diferencia entre la mentalidad medieval y la renacentista. En el Medievo la conciencia de ese “yo” simplemente no existía, y de ahí que el empezar a pensar en un “yo” genérico haya de verse como un fenómeno distintivamente moderno y derivado, en sentido positivo, del Renacimiento, del comienzo de la modernidad. Otra cuestión es la de si existió un renacimiento femenino idéntico al masculino. La respuesta me parece obvia: no. A la mujer se le asignaba un lugar diferente y considerado inferior en la sociedad, puesto que no podía ejercer una profesión. Ya planteé la cuestión al hablar del tratado de Bruni y declarar mis propias conclusiones. Los studia humanitatis y la vita activa aparecían estrechamente relacionados, y de ahí la disparidad entre la labor intelectiva de las mujeres que se dedicaban a los nuevos estudios y la de los hombres, o sea, la del humanismo profesional —del profesor, consejero o sostenedor de un cargo público—.30 Aunque los logros de la intelectual eran reconocidos y les daba, como al hombre, prestigio y posición 30

Ya se ha hablado la recuperación del ideal de Retórica y Filosofía que los humanistas intentaron llevar a cabo. Restituyen este ideal educativo de la Antigüedad para, a través de la acción pública, transformar y regenerar la sociedad. Para ajustarse a las premisas que regían la educación antigua, surgía la necesidad de añadir a la virtud moral —la Filosofía— el poder persuasivo de la elocuencia —la oratoria—. De ahí que suprimir la Retórica de un plan de estudios humanistas estuviera en contradicción con su misma base ideológica. Pese a ello, ésta no era normalmente incluida en los programas de estudios elaborados para

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social (ya se sabe que a partir del Renacimiento la cultura se convierte en ornatus), a diferencia de lo que ocurría con él, tales conquistas intelectuales eran un fin en sí mismo, es decir, su labor intelectiva no estaba destinada a la vida pública, al ejercicio de una profesión,31 y por ello las limitaciones y obstáculos con los que la mujer tenía que enfrentarse en la vida las humanistas. Una excepción es la carta que Lauro Quirini envía a la veronesa Issota Nogarola en la que propone un plan que sí la incluye: “Puesto que nada es más decoroso que la Filosofía, nada más preciado, nada más hermoso, tal como nuestro Cicerón era prolijo a decir; y quizá podría añadirse, más adecuadamente, nada más divino en asuntos humanos. Ya que es la única disciplina, y la más sagrada, que enseña la verdadera sabiduría y nos instruye en el buen vivir. De ahí que ser ignorante de Filosofía no sea simplemente ir por la vida de modo vano, sino también ruinoso. Por tanto, entréguese en cuerpo y alma, como se dice, a esta materia. No deseo que sea medio culta, sino conocedora de todas las artes liberales (bonae disciplina), o sea, cultivada en el arte del discurso, y en el estudio del buen debatir, así como en la ciencia de lo divino y lo humano” (mi traducción; cita tomada de Anthony Crafton y Lisa Jardine, “Women Humanists”, en From Humanism to the Humanities, Cambridge: Cambridge University Press, 1986, p. 32). Aunque sin señalar la contradicción apuntada por mí, Crafton y Jardine encuentran esta carta excepcional por incluir la Retórica como parte esencial del programa para Isotta. Son, para ellos, las circunstancias personales de la joven erudita lo que explica que el destacado humanista hubiese incluido la Retórica (tan claramente asociada con la vida pública) en dicho programa. Para entonces, tras una serie desafortunada de acontecimientos, Isotta se había apartado de la vida social viviendo como una reclusa en su casa, dedicada a las letras sagradas y sin mantener correspondencia con otros estudiosos del saber secular. 31 El mismo Burckhardt, que afirma que, para entender las formas más elevadas de trato social del período, hay que tener en cuenta que las mujeres disfrutaban de perfecta igualdad con respecto al hombre (“to understand the higher forms of social intercourse at this period, we must keep befote our minds the fact that women stood on a footing of perfect equality with men”), admite que dichas mujeres no pensaban en lo público (“these women had no thought of the public”). Mi traducción, cita tomada de The Civilization of the Renaissance in Italy: An Essay, trans. S. G. C. Middlemore (London: Phaidon Edition, 1950), pp. 395, 398. Es muy significativo que en la producción estrictamente literaria, en obra tan singular como De mulieribus claris, Boccaccio suscite la cuestión de la mujer que invade el terreno público en términos ambiguos. Entre la multitud de mujeres que describe, se distingue gran número de guerreras, de mujeres armadas, varias de las cuales sentían, junto a la energía marcial, el amor por el saber. En principio expone el caso de la mujer famosa en términos positivos. Al distinguir entre la virtud cristiana —relacionada con un sentimiento interior y contemplativo— y la virtud pagana —que promueve el bien público—, afirma que celebra esta última porque sus exponentes femeninos no han tenido

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real.32 Y de ahí, vuelvo a insistir, que no existiera un renacimiento femenino paralelo al masculino. Pese a esta disparidad, hay que tener en cuenta otro hecho de gran trascendencia a la hora de considerar la labor de la humanista de la época. Uno de los rasgos definidores —y más convulsivos— del Renacimiento, cronista. Señala, asimismo, la relevancia de sus historias para las mujeres. Como Constance Jordan indica, esto plantea la cuestión de si Boccaccio pretende que sus personajes femeninos sean entendidos como modelos de emulación o, por el contrario, como señal de advertencia —dirigida a las mujeres cristianas— de que el ámbito público les está vedado (Jordan, p. 36). De seguir la primera interpretación, se descubre una ambigüedad que va más allá de la mera contradicción: no sólo eran sus heroínas ejemplos de poca virtud, sino que además habían sido condenadas, aunque fuera subrepticiamente, por aventurarse en un mundo reservado para los hombres. Mención especial merece la historia de la Papisa Juana, personaje ficticio que se destaca por su gran brillantez intelectual. Disfrazada de hombre, sobresale entre sus competidores masculinos y es elegida papa; o sea, su intelecto la conduce a la esfera pública. El problema surge cuando su poder político encuentra expresión en su lujuria. Dios, se nos dice, apiadándose de su gente, la castiga, no permitiendo que una mujer ocupe dicho lugar. La sucesora de Pedro es vencida por el ardor libidinis y encuentra entonces a alguien que la satisfaga en secreto, quedando embarazada y dando después a luz en público. La Papisa Juana se ha hecho socialmente visible en la estructura de poder y Boccaccio la ha convertido en una depredadora sexual. Al desviar la atención del lector hacia la violación de la santidad del oficio de San Pedro, Boccaccio le recuerda que un papa podía, de hecho, concebir hijos y mantener el Papado, ya que el cuerpo del hombre, al contrario que el de la mujer, no puede revelar su experiencia sexual. El castigo de la Papisa Juana estuvo ocasionado en última instancia por su maternidad, la cual no fue más que una expresión de la sexualidad que, como mujer, no podía controlar, esconder o negar (Jordan, pp. 39-40). 32 La misma Cristina de Pisa sufrió humillaciones al ir a la corte en representación de sí misma. Señalan Crafton y Jardine que, en la práctica, parece que el desajuste entre la actividad intelectual de ambos sexos estaba precariamente establecido, porque causaba malentendidos, sorpresa y dificultad textual en las cartas intercambiadas entre ellos (“Women Humanists”, p. 57). Intentan demostrarlo con el mismo caso de Isotta. En 1436, tras recibir unas composiciones de las hermanas Nogarola, Ginevra e Isotta, Guarino respondió con un efusivo y estudiado elogio tanto de sus logros en el campo del saber como de su virtud. Este entusiasmo, expresado también en una serie de cartas a otros humanistas y alumnos, alentó a Isotta a escribir directamente a Guarino, pero él no le respondió. Isotta mandó entonces una segunda carta al maestro en la que le rogaba una respuesta: su carta, públicamente enviada y no contestada, la había hecho el objeto de la burla y la crítica de toda la ciudad (“Women Humanists”, p. 37).

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ya ha sido señalado, es la gran confianza en la educación, vista como el arma que posibilitaría la regeneración de la sociedad. Esta, en realidad, revolución vendría a tener asimismo un efecto noto para la mujer no menos revolucionario. Con el humanismo ésta tuvo de nuevo acceso a la educación, pudiendo desarrollar sus intereses intelectuales fuera del convento, único lugar donde podía darles cauce durante el Medioevo. Sin embargo, ya con la naciente burocratización medieval (en el siglo XI había empezado un proceso de reconstitución de algunas instituciones de poder público con el desarrollo de las monarquías feudales), que exigía una clase profesional para trabajar en las nuevas instituciones centrales (cancillerías, cortes y otras ramas del gobierno), se empezó a requerir una instrucción en áreas especializadas que el monasterio no proporcionaba (ni tampoco el estudio del trivium o el quadrivium). Las universidades, modeladas según los gremios y las nuevas comunidades urbanas, vinieron a ofrecer dicha preparación. Como consecuencia, el centro de la actividad cultural empezó a pasar desde el XII en adelante de los monasterios a los colegios catedralicios y a las universidades, de las que las mujeres quedaron excluidas. Evidentemente, ello crearía con el tiempo gran diferencia entre los niveles de educación accesible a uno y otro sexo. Los miembros masculinos de la nobleza podían prepararse para servir de administradores de las nuevas instituciones; la mujer, debido a su sexo, no.33 El humanismo se convirtió para la mujer en la senda que nuevamente la pondría en contacto con el 33

Para una explicación más detallada del origen de las universidades y de su impacto en la formación femenina, véase Paul Oskar Kristeller, “Learned Women of Early Modern Italy: Humanists and University Scholars”, Beyond their Sex, pp. 99-101. Es interesante advertir el fenómeno que ocurría de modo paralelo, señalado por Susan Groag Bell en un estudio muy interesante y sugestivo: el creciente interés de la mujer por la lectura. Desde el siglo IX al XV, especialmente en la última parte de este período, hay sólida evidencia de que la mujer laica europea de la nobleza y de la alta burguesía leía y poseía libros (los catálogos de bibliotecas, testamentos, inventarios de los objetos de la casa o de bibliotecas o dedicatorias a mecenas, dejan clara prueba de ello). Groag Bell señala las formas en que la posesión de libros en lengua vernácula por parte de la mujer laica afectó al cambio cultural. Como lectoras de libros en vernáculo, como madres a cargo de la educación de sus hijos, como mecenas literarias que comisionaban libros y traducciones, como esposas cuyos maridos pertenecían a otra cultura y espacio geográfico, las mujeres tuvieron una influencia específica y única, así como un profundo impacto sobre la literatura, especialmente en len-

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caudal cultural de su día, pudiendo, asimismo, participar en él. El programa educacional propuesto para ella por algunos de los más destacados humanistas del tiempo —Bruni, Erasmo o Vives— le ofrecía una educación similar a la del hombre (al menos en algunos aspectos), y de ahí que los nuevos estudios le abriesen una gran puerta. Sólo considerados en el marco del recomendado confinamiento de la mujer al reino doméstico y de su única instrucción en las obligaciones caseras, se puede apreciar su amplitud de miras, y ello a pesar de sus limitaciones y prejuicios misóginos.34 De hecho, cuando la efervescencia del humanismo pasó, la mujer se vio de nuevo apartada del mundo de la cultura y relegada de modo definitivo a una función considerada inferior y secundaria. Ya para el siglo XVII, la tradición del humanismo femenino había muerto en toda Europa, suplantándose los estudios humanistas por la danza, el dibujo, las labores de aguja y, en algunos casos, el francés e italiano.35

gua vernácula. Véase Susan Groag Bell, “Medieval Women Book Owners: Arbitrers of Lay Piety and Ambassadors of Culture”, en Women in Power. 34 Claro que sólo la mujer de élite fue en general la beneficiaria de los nuevos estudios. También fue así para el hombre, puesto que el humanismo fue, al fin y al cabo, un fenómeno de élite, salvo gloriosas excepciones (el acceso a la cultura para la sociedad en general es un fenómeno muy reciente en los países occidentales, y ni siquiera es todavía el caso en los países no desarrollados. Por supuesto, el elitismo tampoco ha desaparecido del todo en los países más ricos, ¿cómo puede la educación de un niño o niña de una vecindad pobre u obrera equipararse a la de los niños de la clase privilegiada? Pero ésa es ya otra cuestión). No obstante, también es verdad que la educación, con la apertura de gran número de colegios (muchos de los cuales con el tiempo acabaron cerrándose), se hizo accesible a sectores mucho más amplios de la población. Es de destacar también respecto a la importancia que adquiere la cultura incluso para la mujer el importantísimo hecho de que Erasmo, por ejemplo, atienda a la educación de la mujer que no tenía posibles económicos. 35 De ahí que me parezca injusto y un anacronismo crítico juzgar la aportación del humanismo únicamente desde sus limitaciones. Y ello sin proponer tampoco que se ignoren las mismas. No aceptar las contradicciones del hombre —y la mujer— de la época en torno a la cuestión femenina como algo normal, ignorando lo que realmente trajo consigo de nuevo y revolucionario, sería pedirle peras al olmo, sobre todo teniendo en cuenta que la mujer de hoy en día aún se debate por definir en qué consiste realmente su esencia femenina y su plena realización como mujer (a la revolución feminista todavía le queda un largo camino por recorrer, y a nosotros —la mujer y el hombre de la contemporaneidad—

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El acceso de la mujer a la educación es reconocido incluso por Kelly como esencial para que surgiera el debate. No se olvide, además, que el ideal que define al nuevo canon de comportamiento, el de las armas y las letras, se convierte precisamente en la base para la defensa de la capacidad femenina. O sea, la cultura —y el ideal renacentista— fue el medio utilizado por la mujer para expresar sus intereses genéricos. Y es que, pese a que la mujer se viera privada de parte importante del nuevo proceso cultural por no poder participar en la vita activa ni desarrollar sus intereses intelectuales de modo semejante al hombre, también se benefició grandemente de la educación accesible a sus contemporáneos masculinos y le tocó vivir el mismo período histórico. Sin el acceso a la nueva cultura y sin la conciencia histórica que surge a partir de la economía de mercado, la conciencia genérica que se refleja en el debate no habría podido originarse. Creo, por ello, que el nacimiento de dicha conciencia ha de verse como un fenómeno a todas luces moderno e intrínsecamente relacionado, de modo positivo, con la revolución y el cambio que el Renacimiento trajo consigo. Si la conciencia genérica femenina surge del entramado ideológico renacentista, de su mismo seno, ¿cómo podría entenderse el Renacimiento como un fenómeno ajeno a la mujer? De ahí que, reitero una vez más, crea que no se puede negar la existencia de un Renacimiento femenino.

también nos toca asumir nuestras propias contradicciones respecto a la cuestión femenina, aunque sea respecto a otras cuestiones. ¿Ha habido, por ejemplo, mayor explotación sexual de la mujer que en esta misma época donde, todavía objeto sexual para satisfacer al hombre, es utilizada además para vender cualquier mercancía? ¿No nos hemos convertido nosotras mismas en cómplices de ello?).

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El teatro, como cualquier otra obra ficticia, no es más que eso, una producción artística, y, como tal, no puede ser tenido por documento de la realidad. No obstante, tampoco deja de ser verdad que la literatura, y el teatro de modo muy especial, se hace eco de los avatares e inquietudes del momento. La plétora de mujeres intelectuales que desde los albores de la nueva era afloró en el horizonte cultural español, así como en otros países europeos, despertó sin duda alguna la fascinación de sus contemporáneos, haciendo que su misma capacidad intelectual se convirtiese en tema candente y controvertido. Sirvieron ellas de inspiración para algunas de las heroínas ideadas por los más grandes dramaturgos del suelo español. Utilizando modelos ya históricos o literarios, ya fraguados en su propia imaginación, Lope, Tirso y Calderón llevaron a las tablas a la mujer intelectual, enfrentándose así con la problemática de la capacidad racional femenina. Al considerar el conjunto de obras escritas por ellos en relación a lo que la comedia áurea fue y representó, surgen una serie de interrogantes. No cabe duda de que la comedia aurisecular es un fenómeno cultural que se inscribe de lleno dentro de las premisas ideológicas de la época, y es aquí donde se nos plantea la pregunta de qué modo la puesta en escena de heroínas doctas venía a satisfacer las necesidades del teatro de la época. Y es que, si hay algo que distingue de modo taxativo al teatro del Siglo de Oro, es que es un hecho cultural masivo, un espectáculo popular que in-

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cluye a todos los sectores de la sociedad, con todas las implicaciones socioeconómicas y políticas que ello conlleva. Para que la comedia se convirtiese en acontecimiento de masas se necesitaba, como Díez Borque ha señalado, del nacimiento y puesta a punto de una estructura económica indispensable.1 El establecimiento de lugares fijos para la representación con una minuciosa estructura económica y administrativa fue esencial para que el teatro se convirtiese en mercancía vendible, sometida a las leyes de producción y de la oferta y la demanda. Con dicho establecimiento se perdió el carácter de circunstancialidad de las representaciones de los primeros corrales para convertirse en un evento cotidiano, aunque ya en ellos empezara a funcionar el sistema de cobro individualizado, apoyatura de la mercantilización del hecho teatral. La existencia de lugares fijos para el espectáculo supuso, asimismo, una fijación de responsabilidades frente a la no profesionalidad del teatro anterior, ligado a la protección nobiliaria o eclesiástica. Ahora será el dinero colectivo el que tendrá el poder decisorio, en cuanto que dicho dinero es la base del sistema; o sea, la producción literaria se somete a un mecanismo económico que se asienta en la oferta y la demanda, apoyada en la aceptación del producto por parte del público. La conquista de un público masivo, requisito para el auge de la comedia, vino, asimismo, a ser el abono del que se sirvió el poder político para la propagación de su propio ideario ideológico. Comenta Díez Borque al respecto: El poder político aprovecha la audiencia masiva para programar y propagar una ideología que tiende al mantenimiento del sistema, y de aquí que la actividad creadora del escritor de comedias, en el XVII, esté sometida, por una parte, a la estructura económica que hace vendible la comedia y, por otra, a la ideología de clase dominante que se sirve de este alcance masivo (Sociedad y teatro, pp. 91-92).

Hablar de teatro de masas permite hablar, asimismo, de escritor de masas. El poeta se ve forzado a escribir bajo unas condiciones que le vie1

José María Díez Borque, Sociedad y teatro en la España de Lope de Vega (Barcelona: A. Bosch, 1978), p. 3.

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nen impuestas por la estructura económica que rige la comedia, y de ahí que sus propias obras hayan de responder a sus necesidades. Con ello volvemos a la cuestión planteada al principio sobre la funcionalidad de ciertos temas dentro del marco general del teatro aurisecular, y en nuestro caso concreto de la relevancia de llevar a las tablas la temática de la intelectualidad femenina. Los personajes femeninos que en la dramaturgia áurea se destacan por sus logros intelectuales son identificados con el tipo de la mujer varonil (término —paradójicamente— acuñado por la crítica actual). Fue a partir de 1570 cuando el motivo de la mujer varonil se hizo cada vez más prominente en el teatro español, apareciendo con regularidad como uno de los personajes de más éxito. En el estudio que hace del teatro de la época, McKendrick define a la mujer varonil como aquella que de alguna manera significativa se desvía de la norma, por lo que puede abarcar gran variedad de tipos femeninos, tales como la amazona, la guerrera, la bandolera o la erudita. De ahí que la estudiosa advierta de que por mujer varonil no se deba entender únicamente a la mujer vestida de hombre, ya que su “masculinidad” puede hacer referencia no sólo a su indumentaria, sino también a su forma de actuar o actitud mental (Women and Society, p. 9).2 Destaca McKendrick al sevillano Juan de la Cueva y al valenciano Cristóbal de Virués como los primeros cultivadores de este tipo dramático que luego Lope de Vega popularizaría. Al escenificar un tipo femenino de personalidad fuerte e independiente, introdujeron en la dramaturgia española muchas de las variantes del tema de la mujer varonil que después adoptarían otros dramaturgos, aunque quizás en forma un poco alterada. Aunque McKendrick distinga a Cueva y Virués como los antecesores de Lope, no deja de admitir la dificultad en establecer la posible influencia de éstos en Lope (Women and Society, pp. 71-72). El mismo papel desempeñado por este último en la transformación del tipo dramático de la mujer varonil es, según McKendrick, aunque esencial, difícil de establecer:

2

El trabajo de Carmen Bravo Villasante respecto a la mujer vestida de hombre (o sea, los personajes femeninos que se distancian de la norma) es referencia esencial, La mujer vestida de hombre en el teatro español. Siglos XVI-XVII (Madrid: Sociedad General Española de Librería, 1976).

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The part played by Lope himself in this transition from the automatic and firmly implicit feminism of Cueva and Virués to the questioning and exploratory attitudes of a few decades later is not capable of clear definition. It must, however, have been vital. Lope held strongly-felt and clearly expressed views on woman and her relationship with Nature and Society and his contribution to the theme of the mujer varonil was [...] of prime importance from 1590s (Women and Society, p. 104).

Que el travestismo de muchos de estos personajes podía introducir un componente erótico, haciéndolos especialmente atractivos para los espectadores masculinos (sobre todo en una sociedad de tan rígida moral) es muy plausible, especialmente, considerando que, por ser éste teatro de masas, había de satisfacer las necesidades de un público que se deleitaba con lo sorprendente e inesperado. No obstante el posible magnetismo erótico, el travestismo, o más en concreto la “varonilidad” de estas damas, no queda justificada considerando sólo este, digamos, elemento excitante, acicate de la imaginación. Su puesta en escena no se puede reducir al placer o gratificación visual, puesto que las mujeres “varoniles”, vestidas de hombre o no, aparecían asimismo en la literatura escrita, formando así parte de una tradición libresca. Notable ejemplo es el de la amazona de la literatura clásica. Ya los Padres de la Iglesia habían “masculinizado” a las mujeres virginales destacadas adoptando el ideal clásico de la virago o heroína militar. En el período renacentista, junto a la proliferación de las amazonas, se dará la de la figura de la mujer culta o intelectual, identificada con la regente o soldado. “O decus italae virgo” son las palabras que abren el encomio de Angelo Poliziano a Cassandra Fedele y que Virgilio dirigiera a Camila, la doncella guerrera de la Eneida, las cuales vendrían a representar la casta sabiduría de la intelectual.3 La imagen que tanto en literatura como

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Ya a finales del XIV el veronés Antonio Loschi había introducido en el discurso humanista las imágenes que darían forma a la figura de la mujer intelectual en un elogio poético a la primera humanista italiana conocida, Maddalena Scrovegni. Loschi construyó para Scrovegni un templo de castidad en su universo poético. El mismo templo, construido con el mortero de la imaginería poética, será modelado de acuerdo a su pequeño estudio en la casa de su padre, donde la viuda Scrovegni se sentaba con sus libros. La erudita señora, sentada en

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en otras artes vendrá a simbolizar a la mujer sabia es, pues, la de la doncella armada: fusión de los símbolos de Atenea —la casta diosa de la sabiduría— y de las feroces amazonas.4 El hecho mismo de la explotación de la mujer varonil como fuente de material dramático, apareciendo más femenina y “reconocible” a partir de la última década del siglo XVI, es sintomático para McKendrick de la tendencia más general entre los dramaturgos a partir de la época de Lope a buscar inspiración en su propia sociedad. Ahora las cuestiones planteadas son del siglo XVII español, aun cuando los argumentos sean tomados de la leyenda o la historia.

¿E S L A

P R U E B A D E LO S I N G E N I O S D E UN

“EXAMEN

L O PE

D E I N G E N I O ”?

La prueba de los ingenios abre, en 1618, la novena parte del teatro de Lope, la primera revisada por él personalmente. Cuarenta y tres años antes, en 1575, había visto la luz con gran éxito una obra que formaba parte del horizonte científico español, Examen de ingenios para las ciencias, escrita por el médico Juan Huarte de San Juan. El título de la obra lopesca es tan reminiscente del de la obra médica que hace pensar que apenas pudo dicha coincidencia haber pasado desapercibida para los contemporáneos. ¿Se trataba de una mera coincidencia o era, por el contrario, un claro anuncio del contenido de la obra? La respuesta requiere una breve reconsideración de los postulados de Huarte. El Examen de ingenios gozó de gran difusión e influencia tanto en España como más allá de sus fronteras. En concordancia con el nuevo y creciente interés por los asuntos de la res publica, el propósito último del Examen era el bien común, el bien del Estado. Proponía Huarte un examen de aptitud mental para que cada ciudadano —esto es, cada miembro massu estudio, es transformada por la imaginación poética de Loschi en una figura análoga a la de la Castidad aposentada en su templo. 4 King apunta que, tras esta imagen de la mujer sabia, yace la de la misma Atenea, armada marcialmente, no nacida de madre, fríamente virginal y, aunque hembra, no definida por su sexo sino por su intelecto (Book-Lined Cells, p. 80).

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culino de la comunidad— encontrase una carrera u oficio adecuado a su talento, beneficiando con ello a todo el conjunto de la sociedad. Iriarte, en El Doctor Huarte de San Juan,5 distingue dos partes en la tesis de la obra: primera, la adquisición de la sabiduría no depende fundamentalmente de la aplicación o de circunstancias pedagógicas, sino de las disposiciones naturales del talento; segunda, cada individuo está determinado por su naturaleza o ingenio para una ciencia concreta, fuera de la cual serán muy dudosos los resultados. Convencido determinista biológico, Huarte establece, en suma, que el talento natural, que tiene su base química en la composición humoral del cuerpo, es la causa preponderante y casi exclusiva del aventajamiento profesional o científico. Los hechos basados en la experiencia e iluminados por los principios de la Filosofía y la doctrina de los antiguos llevan al Dr. Huarte a la conclusión de que el temperamento es el único diferenciador de los talentos, de las aptitudes y de los caracteres, el instrumento de la varia actividad anímica. Sólo la variada composición de los temperamentos, el juego de energías e interacciones físico-psíquicas, ofrece una explicación natural, científica y sistemática de las diferencias. El temperamento es una realidad experimentable no sólo en la constitución total somática, sino en la de cada uno de los órganos de mayor trascendencia biológica (el cerebro, el corazón, el hígado y el aparato generativo), cuyas actividades se interfieren y dan lugar a la síntesis psicobiológica humana.6 5

Mauricio de Iriarte, El Doctor Huarte de San Juan y su Examen de ingenios; contribución a la historia de la psicología deferencial (Madrid: Ediciones Jerarquía, 1939). En la exposición de las ideas huartianas me ceñiré enteramente a lo dicho por él. 6 Huarte se ciñe a la teoría hipocrática del pneuma, es decir, de los spiritus. Las tres especies de “espíritus” (cuatro con el “radical”) están íntimamente relacionadas y, al igual que ocurre con las tres almas y las tres facultades del alma intelectiva, cada una de ellas está contenida en la superior; es decir, la especie superior es más sutil, pues consiste en la sublimación de los espíritus inmediatamente anteriores: de los “naturales” (fruto de la digestión o “cocción”) dimanan los “vitales” del corazón (transportados por las arterias); y de éstos, los “animales” del cerebro (encauzados por la “admirable red” galénica de los nervios), que, a su vez, influirán (con todos los demás) en la formación de los “radicales” de los testículos y así sucesivamente. Habida cuenta de esta interrelacción, comunicación e interdependencia fisiológicas, los espíritus sirven a modo de “puentes” entre la parte orgánica, física y biológica del hombre y su parte psíquica, emocional e incluso moral.

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Las doctrinas biológicas al uso enseñaban que no existen individuos con temperamento perfecto o armónico de todas las cualidades. Unas excluyen a las otras, predominando una de ellas. Consecuentemente, así como no hay temperamento biológico que comprenda todas las facultades humorales, tampoco hay ingenio o temperamento que posea capacidad comprensiva de todas las facultades intelectuales o hegemónicas. Existen, pues, tipos temperamentales definidos a los que corresponden tipos psicológicos de ingenios bien determinados. El ingenio es definido por el Dr. Huarte como la posesión de cualidades intelectivas o hegemónicas, en especial de modo activo, y éste está orgánicamente centrado en el cerebro. Por tanto, el temperamento del cerebro, con las modificaciones que en él provocan los influjos de otros órganos y en particular de los espíritus vitales, es en último término para él el determinante concreto del ser y las formas del ingenio. Huarte empareja las cualidades humorales, que entran a constituir los varios temperamentos, con las cualidades o potencias psíquicas hegemónicas7 —entendimiento, imaginativa y memoria—, que constituyen los ingenios. Estas facultades se desarrollan en función del predominio de las primeras en el temperamento cerebral. De las cuatro cualidades clásicas —calor, frialdad, sequedad y humedad—, se consideraba la frialdad como negativa en orden al ingenio, manteniendo sólo las otras tres una acción positiva, y de ahí que haya tres diferencias fundamentales o genéricas de los ingenios. Así, cada uno de los tres humores es la base de una de las facultades: la sequedad para el entendimiento, la humedad para la memoria, la calidez para la imaginativa. El doctor Huarte establece que cada uno de los tres tipos posee una disposición intelectiva específica, manifiesta una concordancia sistemática para el aprendizaje de ciencias y el ejercicio de profesiones y se erige ante la vida con una actitud correlativa. La imaginativa es la facultad psíquica más vital; pone en comunicación el psiquismo con el inferior, tanto en su sector sensitivo como en el motriz. La naturaleza y el mecanismo de las funciones del entendimiento son muy distintos de los de la imaginativa. El objeto de la imaginativa es lo

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Reciben este apelativo porque por ellas se dirige y gobierna intencionalmente la vida humana.

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contingente y el del entendimiento, lo absoluto; a la imaginativa le interesan los efectos, mientras que al entendimiento, las causas y raíces últimas de las cosas. Por último, la memoria es una facultad meramente pasiva, cuyo oficio no es otro más que guardar las figuras de las cosas, sin tener ella misma invención. Esta falta de invención es para el autor del Examen el más declarado síntoma de inferioridad mental. De acuerdo con este esquema cuidadosamente elaborado, el doctor Huarte infería la inferioridad de la mujer para las obras del ingenio. Basándose en la teoría aristotélica según la cual el elemento masculino es el activo y pasivo el femenino, así como en el sistema biológico de Hipócrates y Galeno, establece su razonamiento. Los sexos, al igual que los ingenios, están en función de los temperamentos, los cuales no son sino un combinado de humores y cualidades. Como en la hembra preponderan, para las funciones de la maternidad, los humores fríos y húmedos, que “son las calidades que echan a perder la parte racional”, la mujer sólo puede tener gran memoria8 (la cual tenía poco valor para nuestro doctor), mientras que el macho, dotado de “sus contrarios, calor y sequedad” que “la perfeccionan y aumentan”, disfrutaba de las más altas facultades mentales: la imaginación y el entendimiento.9

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Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias, ed. Guillermo Serés (Madrid: Cátedra, 1989). Afirma Huarte: “El entendimiento y la memoria son potencias opuestas y contrarias: de tal manera, que el hombre que tiene gran memoria ha de ser falto de entendimiento, y el que tuviese mucho entendimiento no puede tener buena memoria, porque el cerebro es imposible ser juntamente seco y húmido” (sic), (pp. 339-340). “Supuesto que la memoria es contraria del entendimiento, y que la verdadera interpretación de las leyes, el ampliarlas, restringirlas y componerlas con sus opuestos y contrarios, se hace distinguiendo, infiriendo, raciocinando, juzgando y eligiendo; las cuales obras hemos dicho muchas veces atrás que son el entendimiento, y el letrado que tuviere mucha memoria es imposible poderlas hacer” (p. 472). 9 “Y si nos acordamos que la frialdad y humidad son las calidades que echan a perder la parte racional, y sus contrarios, calor y sequedad, la perfeccionan y aumentan, hallaremos que la mujer que mostrase mucho ingenio y habilidad, terná frialdad y humidad (sic)(en el primer grado; y si fuere muy boba, es indicio de estar en el tercero; de los cuales dos extremos participando, arguye el segundo grado. Porque pensar que la mujer puede ser caliente y seca, ni tener el ingenio y habilidad que sigue a estas dos calidades, es muy grande error; porque si la simiente de que se formó fuera caliente y seca a predominio, sa-

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Estas características estaban tan relacionadas con las diferencias sexuales que un cambio radical de los humores corporales10 podría provocar un cambio de sexo. Así, por ejemplo, un rápido influjo de calor y sequedad podría hacer que los órganos femeninos (que, al contrario de los masculinos, eran internos) descendiesen y que una mujer se convirtiera en hombre y viceversa. De hecho, cita varios casos de cambio de sexo para corroborar su teoría. Aduce como prueba adicional de sus observaciones los casos híbridos del macho afeminado y de la hembra masculina, los cuales eran resultado de una combinación de humores. El resultado del estudio del doctor Huarte era, en consecuencia, totalmente devastador para la mujer, porque, apoyándose en principios que se querían basados en la naturaleza misma y en postulados que se suponían científicos, negaba su capacidad intelectual. Presentados de modo somero los principales postulados de este célebre médico, cabrá volver a nuestra obra para resolver la cuestión planteada inicialmente. En efecto, vemos que la comedia dramatiza el motivo de una prueba de ingenio, la cual no puede menos que recordar el examen de aptitud propuesto por Huarte. Lo extraordinario de la prueba en la obra es que los participantes en ella tendrán que competir con una dama, la cual por razón de su sexo estaría, según los presupuestos del Dr. Huarte, incapacitada para el uso de la razón y, por ende, para la actividad intelectual. El argumento de la obra reza de la siguiente manera: Florela, la heroína, se aventura a seguir a su amado Alejandro, quien la ha abandonado para servir a otra dama, Laura, con la pretensión de hacerse con el ducado de Ferrara. Llega así hasta la misma casa de Laura haciéndose pasar por una romana llamada Diana. Laura queda tan impresionada por su sabiduría que decide ponerla a su servicio. Como su padre quiere que se case antes de su muerte, que ya presiente cercana, la tarea de su nueva secretaria consistirá en ayudarla a escoger al mejor esposo. Desde el primer momento, las dos mujeres parecen desarrollar una muy íntima y especial amistad, hasta el punto de que Laura no parece desear más que disfrutar de la compañía de su nueva

liera varón y no hembra; y por ser fría y húmida, nació hembra y no varón” (Examen de ingenios, p. 614). 10 Los humores se podían modificar por el clima, la alimentación, etc.

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secretaria, olvidándose incluso de sus pretendientes y de los asuntos relacionados con la boda. No obstante, ante las presiones de su padre para que por fin escoja a uno de los galanes como esposo, Laura confiesa a Diana su predilección por Alejandro. Diana, entonces, dice ser hombre y llamarse Félix, y le cuenta cómo se vio obligado a disfrazarse de mujer como consecuencia de un asesinato. Intenta convencer asimismo a Laura de que ha sido su amor por ella lo que lo ha llevado hasta allí. Para postergar la elección del esposo, Félix, o sea, Florela, le propone que los aspirantes compitan entre ellos no ya con las armas, sino con las letras. Las pruebas consistirán en el desciframiento de un enigma, la participación en un debate y el hallazgo de Laura al final de un complicadísimo laberinto. El vencedor será el que consiga la mano de Laura y el codiciado ducado. Paris, el príncipe de Urbino, por fin se proclama vencedor al alcanzar el palacio situado al final del laberinto. Sin embargo, cuando pide la mano de Laura, ésta, revelando que su secretaria no era una mujer sino un mancebo llamado Félix, se opone a la boda con la objeción de estar ya casada con él. Ante el asombro de todos, Alejandro, que ya había reconocido la verdadera identidad de la secretaria, confiesa que él es el verdadero marido de Diana, quien en realidad es Florela de Mantua. Tras descubrirse que esta última ha urdido todo el embrollo para impedir el casamiento de Alejandro con Laura, se desvela que el enigma era la propia Florela. Florela se nos presenta desde el principio como una docta heroína: Y pues tanto has estudiado, que te llaman la Sibila de Mantua, y que al más letrado tu vivo ingenio aniquila, tantas veces laureado en celebrada poesía, natural filosofía y aritmética despierta, en matemática cierta y curiosa astrología (Acto I).11

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Felix Lope de Vega, La prueba de los ingenios, en Obras de Lope de Vega, ed. Marcelino Menéndez Pelayo (Madrid: Ediciones Atlas, 1971), Biblioteca de Autores Españoles.

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El hecho de que Lope haga constancia, ya al comienzo de la obra, de las dotes eruditas de su protagonista desafía desde el inicio los presupuestos huartianos respecto a la incapacidad intelectual femenina. Florela, de acuerdo a la costumbre de Lope de anunciar el tema de la obra en el decurso de la misma, hace una defensa de la capacidad intelectual del sexo femenino al principiar el debate. Recurre para ello al topos de las armas y las letras (“ciencias” en la comedia), tan común en la literatura escrita a favor de la mujer: Sustento que las mujeres son aptas y son perfectas para el gobierno y las armas, lo mismo para las ciencias (Acto III).

El debate sirve de pretexto a Lope para presentar los argumentos misóginos propios de la época, así como su refutación. Dicho debate, que tiene lugar entre Florela y los cortejadores de Laura, empieza con el enunciado de la teoría aristotélica con respecto a la imperfección de la mujer. Para Aristóteles, la inferioridad de la hembra se debe a que, en el proceso procreativo (que es su función primordial), provee la materia —el cuerpo—, mientras que el hombre, la forma —el alma—. La materia que ella contribuye a la generación, el menstruo, carece del principio del alma, provisto sólo por el macho. Debido a que la naturaleza siempre desea crear lo más perfecto, la hembra es por naturaleza un macho mutilado o defectivo, el producto de un proceso de gestación que no pudo ser perfeccionado, por una falta de calor generativo o por condiciones climáticas adversas. De ahí que lo femenino sea lo no llevado a su perfección y que sus funciones sean, frente a las masculinas, siempre imperfectas. En la comedia, de boca de Alejandro, se declara lo siguiente: digo, famosa Diana, que es la mujer imperfecta criatura, y que jamás quiso la naturaleza producirla ni engendrarla; luego si la admite apenas

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para acciones animales, y solamente aumentan número al mundo, ¿quién duda que no la dio para las ciencias aptitud ni habilidad, porque son puras materias, y que tienen, como es cierto, superior naturaleza? (Acto III).

Florela recurre al Santo Tomás aristotélico para admitir la posibilidad de que se pueda llamar a una mujer imperfecta por cuanto que el hombre, por ser tal, quiera engendrar a otro varón y por cuanto que el resultado del proceso procreativo es una mujer cuando corren los vientos australes, o sea, cuando las condiciones climáticas son adversas. Sin embargo, acaba refutando la idea de la imperfección femenina, y ganando así la primera parte del debate, con argumentos basados en la génesis divina. Es significativo que se inserte el origen de la creación en defensa de la mujer, puesto que era una de las principales justificaciones para establecer su inferioridad. Y es que a veces tanto los detractores como sus defensores utilizaban los mismos postulados ideológicos, pero interpretándolos de distinta manera.12 Así, en la comedia se declara que Dios hizo a la mujer para perfeccionar la especie humana, por más que el hombre fuese creado primero. En la visión que se propone, la mujer deja de ser macho imperfecto (tal como establecían las ideas aristotélicas al uso) para convertirse en complemento del hombre. Florela afirma su perfección por ser obra del plan completo que Dios creó para la naturaleza: mas en orden a la causa, que a nuestra naturaleza común es universal, la mujer no es imperfecta criatura, ni ocasionada, mas perfectísima y bella.

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Véase Ruth Kelso, Doctrine for the Lady of the Renaissance (Illinois: University of Illinois Press, 1978), pp. 11-17.

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[...] Cuando Dios a Adán crió, para darle compañera dijo: “No es bueno que el hombre esté solo”, y dióle a Eva, porque fue como decir: “No está del hombre perfecta la especie sin la mujer, que es necesaria materia” (Acto III).

Con el segundo razonamiento, que se presenta en sustento de la imperfección de la mujer entramos en la teoría del doctor Huarte en lo concerniente a la incapacidad de la mujer para las ciencias. El médico había declarado al respecto: Las hembras, por razón de la frialdad y humidad (sic) de su sexo, no pueden alcanzar ingenio profundo. Sólo vemos que hablan con alguna apariencia de habilidad en materias livianas y fáciles, con términos comunes y muy estudiados; pero metidas en letras, no pueden aprender más que un poco de latín, y esto por ser obra de la memoria. De la cual rudeza no tienen ellas la culpa; sino que la frialdad y humidad que las hizo hembras, esas mismas calidades hemos probado atrás que contradicen al ingenio y habilidad (pp. 627-628).

Los argumentos huartianos aparecen esta vez en boca del Infante de Aragón: La mujer es más que el hombre imperfecta; el hombre más imperfecto no es hábil para las ciencias; luego menos la mujer (Acto III).

Florela refuta el argumento de la falta de capacidad de las mujeres haciendo referencia a la igualdad de las almas. El Infante, entonces, reafirma su postura remitiendo a la Escolástica para sostener que la perfección del alma depende de la del cuerpo y del equilibrio de los temperamentos:

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EL INTELECTO FEMENINO EN LAS TABLAS ÁUREAS ...el alma, naturalmente, es forma de la materia del cuerpo, y ha de medirse a su perfección por fuerza, pues hay almas cuyos cuerpos tienen partes más dispuestas, más igual temperamento; luego serán más perfectas. Que fuese el alma de Adán más noble que la de Eva, y perfecta, porque tuvo proporción, correspondencia e igualdad a más perfecto cuerpo, el gran Doctor lo enseña (Acto III).

Florela, negando que la perfección del alma dependa de la del cuerpo, adelanta esta vez, en defensa de la mujer, la idea neoplatónica de que, por ser más bella, está más cerca de la perfección que el hombre: dice [el Doctor Angélico] por sentencia expresa que los individuos todos, como de una especie sean, tienen igual perfección; de donde probado queda que más que el hombre imperfecto no es la mujer imperfecta, antes, accidentalmente, más perfecta por más bella, y de cuerpo más hermoso (Acto III).

La belleza femenina siempre había aparecido, en la mayoría de los textos, claramente asociada con el pecado, y los escritos neoplatónicos renacentistas vinieron a refutar esta idea, convirtiéndose en lugar común en la literatura en defensa de la mujer. En el sistema de pensamiento neoplatónico, que supuso una comprensión mística de la vida, lejos de la física aristotélica y del entendimiento literal de la Biblia, la mujer fue liberada de las desventajas de su mayor debilidad y dotada con virtudes espirituales

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que estaban por encima de las del hombre. El casamiento de la Teología cristiana con Platón llevó a Marsilio Ficino a una nueva reconsideración del amor divino. El amor para él es un vinculum mundi que une a todo lo creado. El amor terrenal se convierte así en peldaño en la escalera del amor que lleva finalmente a la unión extática con Dios. Aunque la perfección del amor se da en la reciprocidad, su origen está en la belleza, la cual es poseída mucho más por la mujer que por el hombre. La belleza femenina, que refleja la del alma, deja de este modo de ser percibida como occasio peccati para convertirse en medio para alcanzar el amor divino. La exposición antifeminista, huartiana y aristotélica, concluye cuando otro pretendiente, el príncipe de Urbino, afirma que la mujer no tiene ni el temperamento ni la capacidad para aprender: luego la mujer que no tiene temperamento a las ciencias dispuesto, no puede ser que ella hábil sea para ellas (Acto III).

Finalmente, Florela recurre, en apoyo de la capacidad intelectual de la mujer, a la misma teoría de los humores que el doctor Huarte había utilizado para negarla, y con ello nos encontramos con otra inversión de argumentos misóginos. Haciendo referencia a los mismos presupuestos de Huarte de San Juan, así como a la idea aristotélica de la relación entre la capacidad racional y la complexión corporal, hace la disputa final de los argumentos referentes a la inferioridad intelectual de la mujer. Mantiene que la mujer tiene el temperamento adecuado para poseer gran habilidad para el aprendizaje: Sequedad, melancolía, acompañan la grandeza del ingenio, aunque Galeno estas partes diferencia: melancolía, con cólera y sangre pura, gobiernan los ingenios altamente; y estas dos vemos que reinan

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EL INTELECTO FEMENINO EN LAS TABLAS ÁUREAS en millones de mujeres; pero Aristóteles cierra mi réplica, con decir que quien tiene carnes tiernas, y dulce la complexión, ése es natural que tenga ingenio más superior; pues siendo cierta sentencia, el temperamento tierno de las mujeres os muestra que las más hábiles son para las divinas ciencias (Acto III).

El debate finaliza así y Florela es declarada vencedora. Tras ello, Lope pone en boca de Camacho, criado de Alejandro, otro de los tópicos de la literatura feminista de la época, el “catálogo de mujeres ilustres”, para que “nadie arguya, ni se meta/ en contradecir verdades/ tan bien probadas y ciertas” (Acto III), o sea, las verdades de su capacidad intelectual. En prueba de ésta, en el catálogo se incluyen mujeres de la Antigüedad, de la Edad Media peninsular y de la actualidad del momento, mujeres todas famosas ya “en la paz y en la guerra,/ y en el gobierno” (Acto III) ya en las ciencias. Con ello, se cierra el debate con una afirmación similar a la que Florela había hecho al comienzo del mismo cuando declarara que “las mujeres/ son aptas y son perfectas/ para el gobierno y las armas,/ lo mismo para las ciencias” (Acto III), id est, las mujeres poseen las virtudes capitales de la justicia y la prudencia necesarias para el ejecución del gobierno, la fortaleza requerida para el ejercicio de las armas y la capacidad intelectual para las ciencias. Lope ha hecho, no obstante, algo más que utilizar los tópicos al uso para atacar y contraponerse a los postulados de Huarte de San Juan. Toda la trama de su obra gira en torno al ingenio del que se vale la protagonista para recuperar a su amante. Por una parte, su ingenio consiste en su inteligencia, a la cual recurre para trazar su plan, manipulando incluso el acontecer de los hechos. Por otra parte, esa inteligencia aparece reputada por sus dotes eruditas. Asimismo, la prueba que ella propone es un examen tanto de inteligencia como de sabiduría. Cuando Florela sugiere di-

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cha prueba, sabe que los pretendientes de Laura, entre los que se encuentra el que fuera su amante, no tienen en realidad posibilidad de salir triunfantes porque tendrán que competir con ella en inteligencia y erudición. Si por fin el príncipe de Urbino consigue dar con el palacio al final del laberinto no es sólo porque, al igual que todos los demás, ha violado las reglas, sino porque ha tenido que recurrir a su inteligencia para revelar el secreto del laberinto. Además de haberse apercibido de una espada de pomo hueco para llevar en él lo necesario para poder alumbrarse, ha pagado a un escultor para averiguar las letras que se hallan a la entrada de las calles que conducen hasta el palacio. Conocer las letras, sin embargo, no le habría servido de nada, si no hubiese sido capaz de juntarlas correctamente para descifrar el nombre que encerraban, y precisamente para ello se ha valido de su inteligencia. Nuestra heroína en definitiva consigue el triunfo porque su ingenio —o sea, su inteligencia y sabiduría— supera al de los pretendientes de Laura. Al ganar el debate, su sabiduría, resultado de su aplicación y aptitud para el estudio, se muestra superior a la de los hombres con los que ha competido. De igual modo, mediante su inteligencia ha logrado su empeño al conseguir que su amante regrese con ella. De ahí que el examen que Florela propone para medir el ingenio de los pretendientes de Laura sea en última instancia un examen para probar el suyo propio. Es más, toda la obra se puede ver, en este sentido, como una prueba de inteligencia, ya que a lo largo de ella la protagonista se ve forzada a valerse de su ingenio para salir al paso de los acontecimientos, y es sólo haciendo uso de él como consigue su propósito, impidiendo el matrimonio de Alejandro con Laura. Es interesante notar que la comedia lopesca, amén de un examen de ingenio, es una especie de réplica del propio debate feminista, ya que también aquí aparecen encontrados los argumentos en contra y a favor del sexo femenino. Las ideas huartianas y otras aceptadas en apoyo de la incapacidad e inferioridad de la mujer vendrían de este modo a representar las misóginas de los detractores, mientras que las razones alegadas por Lope en su defensa serían eco de las argumentaciones utilizadas a favor de ella. Siguiendo el modelo del opúsculo de Huarte, el Fénix ha creado una obra para poner a prueba el ingenio femenino, pero con resultados muy diferentes a los del afamado médico. Mediante la presentación de una

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protagonista cuyo ingenio no sólo queda probado (superando incluso al de los personajes masculinos), así como incorporando algunos de los topoi más comunes en su defensa, Lope rechaza implícitamente los principios huartianos respecto a la inferioridad intelectual de la mujer. Como Daniel Heiple tan certeramente afirma, la negación de los argumentos de Huarte nos da un punto de referencia desde el que juzgar la postura de Lope en el debate sobre la mujer en el siglo XVII.13 En el contexto de dicho debate, Lope de Vega asume una posición claramente feminista en un hecho clave.

13

Daniel Heiple, “Profeminist Reactions to Huarte’s Misogyny in Lope de Vega’s La Prueba de los Ingenios and María de Zayas’s Novelas Amorosas y Ejemplares”, en The Perception of Women in Spanish Theater of the Golden Age, ed. Anita K. Stoll y Dawn L. Smith (Lewisburg: Bucknell University Press, 1991), p. 132.

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CAPÍTULO 5 LAS SABIAS DE LA TRADICIÓN

La tradición se ofrecía como un terreno fértil al que los dramaturgos podían recurrir en busca de inspiración para sus tipos femeninos. Así como las amazonas de la literatura clásica se revelaban como modelos idóneos para representar a las mujeres que parecían contradecir u oponerse a la norma, el Medievo —histórico y literario— también ofrecía un sinnúmero de mujeres impares. Lope de Vega y Calderón de la Barca recuperaron notables ejemplos de esos siglos de antaño para presentar en las tablas la cuestión de la intelectualidad femenina. Del manantial literario de la tradición árabe-española extrajo Lope el tipo femenino que protagonizará La doncella Teodor, mientras que la gran cantera medieval de vidas de santos y mártires sería la aprovechada por Calderón en El José de las mujeres.

TRADICIÓN

Y S U BV E R S I Ó N E N

LA

DONCELLA

TEODOR

La Edad Media española pudo beneficiarse más que la de ningún otro país europeo de la brillantez cultural de Al-Andalus. De ese oasis, Lope, único a la hora de sacar provecho de motivos y temas tradicionales, recuperó para llevarla a escena a la sabia Teodor. Su obra, La doncella Teodor1

1

La obra apareció en la Novena Parte de su teatro. Según Menéndez Pelayo debe ser posterior a 1604, pero anterior a 1617. Véase “La historia de la Doncella Teodor en la lite-

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se inscribe en una tradición que se remonta hasta el Medievo con la Historia de la doncella Teodor, cuya ascendencia inmediata es un cuento árabe, “Historia de la esclava Tawaddud”, de la celebérrima obra de Las mil y una noches. Fue el único cuento de la compilación que se incorporó desde muy antiguo a la literatura popular castellana, teniendo gran descendencia en numerosas ediciones a partir de 1498. Bernard Darbord ha estudiado tal tradición en la literatura española,2 presentando, asimismo, la genealogía establecida por Gerresch y Mettmann, según la cual se distinguen tres etapas: la primera, correspondiente al cuento árabe de Tawaddud, posiblemente del siglo XIII; la segunda, cinco textos manuscritos, “Capítulo que fabla de los enxemplos e castigos de Teodor, la donsella”, que deben remontarse al siglo XIII; la tercera, las numerosas ediciones de la Historia de la donzella Teodor desde finales del siglo XV. En el cuento árabe, un riquísimo mercader de Bagdad se sentía muy triste por la falta de hijos que conservaran su fortuna y perpetuasen su nombre. Se encomendó tanto a Dios que por fin una de sus mujeres concibió y dio a luz a un varón. El niño, cuyo nombre fue Abulhasán, era el joven más hermoso de su tiempo. Cuando su padre murió, sus amigos, para disipar la profunda tristeza que lo sumía, consiguieron llevarlo a unos baños públicos. A partir de entonces, pensando que ni la vida ni sus riquezas tenían fin, se dio a derrochar el oro en orgías y banquetes hasta que ratura popular castellana”, en Estudios de crítica histórica y literaria (Buenos Aires: EspasaCalpe, 1944), p. 254. Morley y Bruerton creen que la obra data de entre 1610 y 1612, aunque esta última fecha sin seguridad (referencia tomada de McKendrick, Women and Society, p. 222). 2 Darbord indica la escasa aparición que la figura de la doncella sabia había tenido en la literatura hispánica aparte de Teodor; señala el caso de la “fija del rey de España” a principios de la Historia de España, que era doncella tan “sabidora” que su padre le confía los asuntos más complejos del gobierno; se refiere, asimismo, al ejemplo intercalado en el Libro del caballero Zifar: “De las preguntas que fizo un padre a su fija, sobre los amores de las mujeres”, en donde, aunque la “fija de buen conoscer” no haga alarde de tanto saber como Teodor, aparece el “trebejo de preguntas e respuestas”, elemento básico de la tradición (Bernard Darbord, “La tradición del saber en La Doncella Teodor”, en Actas del V Congreso de la Asociación Hispánica de la Literatura Medieval [Granada: Universidad de Granada, 1993], p. 19).

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los cuantiosos caudales de su padre desaparecieron por completo. Se quedó solo, con una esclava que su padre le había dejado entre la herencia. Era ésta una joven sin par por su belleza y sabiduría. Como Abulhasán se quedó en la miseria, Tawaddud, que así se llamaba la doncella, le sugirió que la llevase al emir Harún Al-Rashid y la vendiera por diez mil dinares, asegurándole valer mucho más. Cuando así se hizo, Tawaddud dio muy detallada cuenta de todo su saber. El califa acordó entonces reunir a todos sus sabios para que debatiesen con ella. Concertados todos ellos, tuvo lugar el debate cuyas preguntas —que formaban una enciclopedia musulmana— se iban haciendo cada vez más conceptuosas, hasta convertirse en verdaderos enigmas. La doncella quedó vencedora en todos los exámenes y en todas las artes y habilidades. El califa hizo pagar cien mil dinares a su dueño y, siguiendo el deseo de Tawaddud, se la devolvió a Albuhasán obsequiándola con otros cinco mil dinares, e hizo a éste oficial de su corte con pensión mensual de mil dinares (Menéndez Pelayo, pp. 227-231). En el texto castellano del siglo XIII, casi contemporáneo al que se conoce en árabe, un riquísimo comerciante de Babilonia, piadoso, generoso y sin descendencia, compra una joven esclava. Pierde entonces repentinamente su fortuna y se resigna tristemente a venderla. Teodor, que es el nombre de la joven, aconseja al mercader que la lleve ricamente ataviada al palacio del rey Abomelique Almanzor y se la venda a diez mil doblas de oro por su belleza y, sobre todo, por su inmenso saber. El rey elige a tres sabios de su corte para que la pongan a prueba. El último sabio es el judío Abrahen, el cual, más presumido que los demás, establece que el que no sepa contestar a las preguntas se desvista de “todos sus paños”. Al final, reconociendo que Teodor sabe más que él, se despoja de sus prendas exteriores y le da diez mil doblas de oro para evitar la vergüenza de tener que quedarse en paños menores. Como recompensa, Teodor ruega al rey que la case con su dueño, el mercader, y éste acepta regalándole además diez mil doblas de oro (Darbord, pp. 14-16). Los textos editados a partir de fines del XV van deshaciéndose cada vez más de rasgos islámicos o propios de la cultura árabe y cristianizándose: la acción pasa ahora en la corte del rey de Túnez y no en Babilonia, siendo el mercader de las tierras de Hungría; la doncella cambia de religión y patria

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para ser cristiana y de España. El mercader la compra a un moro y la hace aprender todas las ciencias. Conoce entonces el infortunio al verse sumido en la pobreza tras perder su fortuna en el mar. Teodor decide entonces presentarse ante el rey haciendo parecido alarde de un saber que delimita en extensión. Se escoge a tres sabios para argüir con ella. Al principio la toman por simple y necia hasta que contesta a todos sabia y discretamente. Al último sabio, Abraham, el trovador judío, propone la joven que el que pierda se desnude. El cuento acaba felizmente cuando, siendo reconocida su ciencia, Teodor vuelve con su amo, ricamente ataviada, a tierra de cristianos (Darbord, pp. 16-17). En el estudio pionero que hizo de la tradición de la doncella Teodor, Menéndez Pelayo afirma que la obra llegó a noticia de Lope en un libro de cordel.3 Siguiendo el texto castellano que en su tiempo corría impreso, hizo española a Teodor y abrió la escena en Toledo, suponiéndola no ya en tiempos remotos, sino en la misma edad en que se escribía, y aprovechando la tradición de la famosa cueva de aquella ciudad, tenida por escuela de artes mágicas. El argumento sigue las aventuras de Teodor, cuyos amores con don Félix se ven interrumpidos por la decisión de su padre, el sabio maestro Leonardo, de casarla con un viejo catedrático de Valencia. Ya de camino a dicha ciudad, la joven es secuestrada por su amante, pero entonces los dos caen presa de los súbditos del rey de Orán, quienes van a la caza de una mujer española que pueda servir de consorte a Celindo, hermano del rey. 3

Esta afirmación resulta ambigua, puesto que, si bien por una parte don Marcelino no especifica que Lope utilizara las versiones medievales, por otra señala la coincidencia que se da entre la comedia y el cuento con el regateo del precio que el rey hace en el momento de la compra de Teodor. ¿Podría tratarse de una mera casualidad? Aunque no lo especifique, quizá Menéndez Pelayo asuma que el dramaturgo hubiese utilizado las versiones medievales. Sea como fuere, creo que tanto ésta como otras semejanzas confirman el uso que Lope hizo de los textos más tempranos. Así, su Teodor, como en el cuento árabe, ha de competir con todos los sabios del reino, mientras que en las versiones posteriores el número de sabios se reduce a tres. Otra semejanza significativa es que, en la obra de Lope, Teodor no se presenta ante el rey, sino que, como en las versiones medievales y a diferencia de los textos editados a partir del siglo XV, propone que sea vendida. Por último, en la comedia pide Teodor ser ricamente ataviada para presentarse ante el soldán, tal como lo hicieran su antecesoras medievales.

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Desde Orán, Teodor es llevada a Constantinopla para ser vendida como esclava debido a las artimañas de Jarifa, quien, enamorada de don Félix, sospecha los amores entre los dos. Allí es reconocida por el mismo hermano del rey, Celindo, que la compra y pone en libertad. No obstante, sintiéndose desamparada, se arroja al mar, de donde es rescatada por Finardo, mercader griego y antiguo discípulo de su padre. Vuelve a sufrir el infortunio cuando la nave de Finardo naufraga perdiéndose todas sus riquezas. El destino los lleva hasta la corte del soldán de Persia, con lo que entramos de lleno en el cuento oriental. Teodor, para resarcir a Finardo de sus pérdidas, le sugiere que la venda como esclava al soldán por el valor de lo que ha perdido. El soldán acepta que se haga un certamen en el que Teodor compita con los sabios de su reino. A éste acuden, tras toda una serie de avatares en la busca de Teodor, el padre de ésta, su prometido esposo y don Félix acompañado de Leonelo y su criado, Padilla. En el certamen hay varias series de preguntas: de física aristotélica, de las condiciones de la mujer (Lope sigue aquí muy de cerca el texto del libro de cordel); de enigmas (añade bastantes, entre ellos el de Edipo, propuesto en un soneto y declarado en otro); y, por último, cuestiones misceláneas. En esta última prueba, Padilla propone algunos enigmas de broma y, al ser vencido por la doncella, se ve expuesto a ser despojado de sus gregüescos. El certamen finaliza de este modo con el triunfo rotundo de Teodor. Tiene entonces lugar el desenlace de la obra en el que, descubierta la identidad de la doncella y de los allí presentes, Teodor concede su mano como esposa a don Félix y el soldán los agasaja con joyas, cincuenta mil ducados y la promesa de devolverlos a España en sus navíos. Haciendo honor a la tradición, los primeros atributos que de la protagonista conocemos son los de su sabiduría e inteligencia: Oye, pregunta, responde, arguye, y, los ojos bajos, lleva las almas al cielo de su ingenio soberano (Acto I).4

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Lope de Vega, La doncella Teodor, Obras de Lope de Vega, ed. Marcelino Menéndez Pelayo (Madrid: Ediciones Atlas, 1971, Biblioteca de Autores Españoles).

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Tanto en las disputas escolásticas que al principio de la comedia mantiene con los discípulos de su padre,5 como en el certamen, nuestra doncella logra destacarse por su sabiduría. Además, al igual que la Florela de La prueba de los ingenios, tendrá que valerse de su ingenio a lo largo de la obra para cambiar el curso de los acontecimientos o, cuando menos, para vencer las adversidades de la fortuna: así, si para estorbar los planes de casamiento entre ella y el rey de Orán, se finge sorda y loca, para impedir los de don Félix con Jarifa, le propone a éste que simule aceptarlos. Si el ingenio puede alterar el transcurso de los hechos, ella, sabedora de su inteligencia, está determinada a hacerlo: ¿Soy yo la que en Toledo, En las escuelas, fui tan celebrada Que puse a tantos miedo De borla blanca, azul, verde y dorada, Cuando en mil conclusiones Vencí sus argumentos y razones? ¿Qué es lo que he leído En la lengua latina, hebrea y griega? ¿Qué fortuna ha vencido Quien a las letras y virtud se llega? ¿Dónde está mi agudeza? ¿Qué es de mi raro ingenio y sutileza? ¿Soy yo la que llamaban Monstruo español, y a verme mil naciones Tierras peregrinaban, Mares, golfos, provincias y regiones? ¡Fuera, cobarde miedo! Vencer con arte mi fortuna espero (Acto II).

Es la convicción y seguridad de su ingenio —o dígase inteligencia— lo que, en situación de desgracia extrema, la lleve una y otra vez a enfrentarse con los acontecimientos con ánimo de combatirlos. De ahí la propuesta que

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En las disputas se trata sobre el amor, los meteoros, el alma y sus potencias, conforme a la doctrina de Aristóteles y en rigurosa forma silogística.

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haga a Finardo de que la venda al gran soldán para resarcirlo de sus pérdidas. Está tan convencida de su talento y saber que, cuando la cantidad que le sugiere al mercader griego, equivalente al valor de lo perdido, es percibida por él como exorbitante, ella ratifica que es incluso baja considerando su gran erudición. Asimismo, cuando el soldán, siguiendo el cuento árabe del siglo XIII, regatea el precio por tratarse de una mujer, Teodor pronuncia lo que don Marcelino califica de “un largo y pedantesco razonamiento sobre las mujeres sabias, con largo catálogo de ellas” (Menéndez Pelayo, p. 250). Este catálogo de mujeres ilustres, tan común en la literatura escrita a favor de la mujer, ha de ser interpretado en el contexto de la comedia como un alegato de la capacidad intelectual del sexo femenino, coincidiendo así con el propósito de tales escritos. Termina éste además con la siguiente afirmación: “que si en universidades/ entrar mujeres se usara,/ las cátedras fueran suyas” (Acto III), idea que recuerda a la formulada por la propia Cristina de Pisa en su libro, según la cual las mujeres son ignorantes sólo por falta de educación, ya que, si se les brinda la oportunidad, son capaces de grandes logros. El topos del “catálogo de damas ilustres” adquiere de este modo un cariz más especial: lo que diferencia a todas estas mujeres, así como a Teodor, es el haber tenido la oportunidad de desarrollar sus dotes intelectuales. Este catálogo, pues, lejos de ser irrelevante para la obra, es en mi opinión de gran relevancia, ya que el considerable número de mujeres cultas se contrapone a la idea de su rareza. Opinión muy diferente le merece a McKendrick, quien en el estudio que hace de la obra lo considera superfluo: “The play contains a separate brace of female scholars —obsviously included for their value alone; their presence only serves to highlight the lack of serious concern with female education in a play which seems to invite some real discussion of the principle”.6 Aun-

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McKendrick, “The Scholar, the Career Woman”, en Women and Society, p. 224. Ya apunté en mi introducción que McKendrick dedica un pequeño capítulo al personaje de la intelectual en éste su libro Women and Society. A él haré frecuente referencia por ser el único estudio que he encontrado que trate de modo general a dicho personaje. A pesar de que la mayoría de las veces disienta de su opinión respecto a las obras que analizo, no quiero dejar de reconocer el mérito de su libro, el cual, además de haberme sido de gran utilidad, es un ambicioso y bien elaborado estudio tanto de la época como de los personajes dramáticos femeninos.

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que, como ella comenta, no se produzca un debate sobre la educación femenina, en efecto se alude a ella. El catálogo de mujeres ilustres constituye uno más de una serie de motivos de los que, como se verá, se vale Lope a lo largo de la obra con el propósito ya mencionado de asentar la aptitud femenina. Otro de los motivos lo constituye el certamen público en el que Teodor ha de competir con todos los maestros y doctores del reino del soldán. El argumento del certamen de la joven sabia que contiende con todos los sabios se remonta por lo menos hasta el cuento árabe de Tawaddud. Claude Bremond destaca este Leitmotiv de la joven de inteligencia superior a la de los hombres como uno de los dos elementos folclóricos esenciales del cuento (Darbord, p. 29), siendo el otro el enigma seguido de su solución, que, como se verá más adelante, también se introduce en la comedia. Es interesante señalar que el motivo del certamen es asimismo incorporado por Lope en otra obra donde también plantea la cuestión de la capacidad femenina, la ya estudiada La prueba de los ingenios. Si bien en ésta la heroína contiende con todos los pretendientes de otra dama, pudiéndose interpretar tal debate como recurso similar al del certamen, en la comedia misma se hace alusión expresa a éste cuando se nos cuenta que la doncella arguyó con los cortesanos italianos erigiéndose en triunfadora (“a los más doctos/ hombres de Italia que en mi corte asisten/ hice que un día la arguyesen, y ella /mostró muy bien, no sólo lo que sabe/ pero que sabe más que todos ellos” (Acto I). Si al incorporarlo en La doncella Teodor sigue una tradición, no así en la otra comedia. De ahí que pueda colegirse que el certamen hace las veces de topos en estas obras lopescas donde la capacidad racional de la mujer se deja sentada de modo contundente. En La doncella Teodor, el certamen es un examen constituido por preguntas y respuestas, inscribiéndose de este modo en una muy larga tradición que, en el caso del cuento de Teodor, ha sido debidamente estudiada por Menéndez Pelayo y de forma especial por Darbord. Este último cita al investigador Nikita Elisseeff, quien veía en el cuento el calco de un texto griego, afirmando que esas composiciones eran comunes a los árabes, persas y al oriente cristiano; hechas con fines docentes, se integraban dentro de la vasta corriente del “niño sabio” o “l’enfant sage”. Eli Yassif, por su parte, considera básico en esta literatura hecha de preguntas y respuestas

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el Pseudo Ben Sira, también llamado Alfabeto de Ben Sira, obra en hebreo escrita en Irak hacia el año 900. Esta colección de sentencias o preguntas de sabiduría se conecta con la figura de Jesús Ben Sira, quien según la leyenda fue muy sabio desde la infancia. Fue autor conocido del Eclesiástico, entre los libros sapienciales de la Septuaginta,7 de donde pasó a los deuterocanónicos de la Vulgata. Este arquetipo del niño sabio se feminiza en los textos árabes dando a luz a la figura de la joven esclava docta, la jâriya, que, la más de las veces, tiene un abolengo ilustre (Darbord, p. 26). Menéndez Pelayo señaló cómo en los textos impresos de La doncella Teodor en el siglo XV se añadieron algunas preguntas y respuestas que no estaban en las historias árabes de la sabia doncella, pero que se podían rastrear en otros libros de máximas, sentencias y enigmas a los que asigna origen latino, tales como el Poridat de poridades u otros que pertenecen también a la corriente del niño sabio, como las Respuestas del filósofo Segundo y las Preguntas que el emperador Adriano hizo al infante Epitus, que eran una mera variante de ellas. Este último libro, señala don Marcelino, existe también en la literatura popular francesa con los títulos de Questions que fit Adrien Empereur a un enfant nommé Apidius y de L’enfant sage á trois ans (Menéndez Pelayo, pp. 242-243). En nuestra comedia la resolución de un enigma forma parte de las series de preguntas del certamen. Directamente conectado con la literatura de preguntas y respuestas, el enigma constituye otra larga tradición. Menéndez Pelayo describe el enigma como una de las formas primitivas y constantes del folclore o saber del pueblo, y afirma que el ejercicio de proponerlos y resolverlos se remonta a la mayor antigüedad, especialmente en la tradición semítica, cuajada incluso en algunos pasajes de la Biblia, entre los cuales cita como ejemplo el capítulo X del libro III de los Reyes. Allí se relata cómo la reina de Saba quiso probar la sabiduría de Salomón en enigmas, sin que no hubiera ninguno al que el sabio rey no contestase (p. 231). En la obra lopesca, en cambio, Teodor, a diferencia de la reina de Saba, que es vencida por Salomón, se erige en triunfadora indiscutible 7

La Septuaginta es la Biblia que los judíos alejandrinos (en el 70 a.C.) tradujeron al griego. La Biblia cristiana se basó en esta versión judía, que contenía más libros que el texto masorético. Esos libros extras (también judíos) se llamaron después deuterocanónicos (Judith, Tobías, Macabeos...)

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frente a todos los sabios. El mismo don Marcelino reconoce en el tipo de la resabida doncella un “caso fulminante de feminismo” (p. 231). Introduce Lope en el certamen un elemento ajeno a la tradición y que es de trascendencia: son partícipes en él otras dos sabias doncellas rivales de Teodor. Esta novedad tiene un efecto similar al producido por la reflexión de la protagonista al final del “catálogo de mujeres ilustres”. Al incluir a otras doncellas sabias, la sabiduría de Teodor, que pudiera ser apreciada como una mera excepción o rareza, deja de ser percibida así. O sea, tanto el catálogo como la intervención de otras dos letradas en el certamen aparecen de este modo como recursos de los que se vale Lope para establecer la idea de la no excepcionalidad de estas mujeres. De ahí que sea lícito establecer otra conexión entre la inclusión de las dos sabias y la idea que rezaba al final del catálogo de damas ilustres: estas eruditas, al igual que las mujeres que aparecen en el catálogo, han conseguido extraordinarias conquistas intelectuales porque han tenido acceso al saber libresco. Todas, en definitiva, son extraordinarias porque han sido capaces de notables logros, pero no por ser excepciones de su sexo. De ahí que disienta de la opinión de McKendrick, quien, aunque no cuestione que Lope conceda a la mujer la capacidad de explorar y disfrutar de la vida de la mente, juzga que hay, tanto en ésta como en otras obras lopescas en las que la heroína es intelectual, un sentido distintivo de que este tipo de mujer es excéntrica: “Where her scholarship is concerned, Teodor is presented rather as a monstruo de la naturaleza” (Woman and Society, p. 222). No se puede negar que el logro intelectual de la protagonista, tanto en ésta como en otras obras, esté expresado en términos hiperbólicos, pero era dicha magnificación recurso utilizado a veces en la literatura escrita a favor de la mujer para resaltar sus cualidades. Ha de tenerse en cuenta, además, que en la comedia hay un claro propósito de asentar que la sabiduría de Teodor, y esto también lo toma Lope del cuento árabe, es adquirida, producto del estudio. Cuando Finardo, sorprendido por el alto precio que Teodor propone para su venta, le pregunta si su ciencia es infusa, ella le responde: “Fuera de que soy dotada/ de un ingenio peregrino,/ he estudiado ciencias varias” (Acto II). Así, pues, por más que nuestra heroína sea mujer de inteligencia singular, sus logros en el mundo del saber se han debido también y sobre todo al estudio (ya al principio de la comedia la vemos asistir

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a las clases de su padre). Por consiguiente, si bien los ejemplos de Teodor y de las demás mujeres asientan la capacidad femenina para el ejercicio intelectual, plantean asimismo de modo intrínseco el hecho, fundamental, del acceso femenino a la educación. La problemática de la instrucción femenina en la obra es percibida de modo muy diferente por McKendrick: “the discussions are not concerned with the principle of female education but, as in Lope’s way, with its practical consequences for the potential husband” (Woman and Society, p. 222). Es cierto que se dan en la comedia afirmaciones que pueden desdecir de su feminismo en esta cuestión. Así, el primo de don Félix, Leonelo, para disuadir a éste de sus pretensiones matrimoniales con Teodor, apunta las desventajas de tener una esposa docta. De igual modo, y esto es más significativo aún, la propia Teodor, al describir las cualidades deseables en una mujer, estima que ha de ser “discreta y bien entendida/ esto sin ser bachillera” (Acto III). No obstante estas declaraciones, aparecen otras que, a pesar de su apariencia misógina, creo deben ser interpretadas como una declaración de igualdad de los sexos en lo concerniente a la capacidad intelectual, y que nos llevarían en última instancia al hecho de la educación femenina. En respuesta a las advertencias de Leonelo, don Félix afirma: Vos habéis hecho mujer como si fuera de barro; habiéndola hecho Dios, artífice soberano, de las costillas del hombre (Acto I; el subrayado es mío).

Como comentario, McKendrick afirma que es significativo que, en respuesta a Leonelo, don Félix no alabe o defienda la actividad intelectual de Teodor, sino que recuerde que la mujer fue hecha de la costilla del hombre y que se refiera a lo que es tradicionalmente deseable en una mujer, la belleza de Teodor. No veo en cambio alusión a su belleza y me parece, además, que la referencia a que la mujer fue hecha de la costilla del hombre —argumento claramente misógino— no posee una connotación tradicional en este contexto, sino que más bien sirve para establecer la igualdad del sexo femenino respecto al masculino. En el texto aparece también otra mención a la misma idea cuando Teodor hace el gran alegato

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de los logros intelectuales de la mujer frente al soldán; sólo que en este caso se habla de “carne” en vez de “costillas”: Puesto que al hombre concedo, como es razón, la ventaja, porque desde su principio nuestra cabeza se llama, no es razón, pues que salimos de su carne, que nos haga desprecios y tenga en poco, porque en las letras humanas y divinas hay ejemplos de mujeres celebradas por únicas, por insignes en las letras y las armas (Acto III; el subrayado es mío).

Esta inversión de los argumentos misóginos, ya lo he apuntado, se daba en otros textos del tiempo escritos en defensa femenina. Es de advertir cómo en Le livre de la cité des dames, el más radical y subversivo de Cristina de Pisa, ésta, al igual que Lope, se refiere a la costilla pero no como argumento misógino, sino para establecer la igualdad entre los dos sexos. Cuando Cristina, sintiéndose desesperada en su soledad, recibe la visita de tres damas —Razón, Rectitud y Justicia— éstas le dicen que Dios, que hizo todas las cosas buenas, creó también a la mujer buena; formó a Eva de la costilla de Adán y ella, por tanto, debe permanecer a su lado como su compañera y nunca a sus pies como esclava, y él, por su parte, debe amarla como a su propia carne. Consecuentemente, sólo las mujeres y los hombres que cometen pecados son malos, no la mujer genéricamente. Ni lo sublime ni lo bajo reside en una persona por mor de su sexo, sino que se deben a la presencia o ausencia de la perfección de conducta o de virtudes. Es interesante advertir la referencia a Dios (“artífice soberano”, que dirá Lope) en las dos obras: la alusión a su origen divino vendría a confirmar así la perfección de la mujer y, por ende, su semejanza con el hombre. La referencia a una única materia corporal para ambos sexos en la obra lopesca, junto a la del tópico de “las armas y las letras”, sirve a mi parecer

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para establecer la paridad genérica. Si la mujer está hecha de la misma materia que el hombre, cabría concluir, es normal que se destaque en las mismas áreas, con lo que se vendría a reincidir, aunque sea implícitamente, en la cuestión de la educación. Lope, vuelvo a insistir, nos presenta a una protagonista que, amén de estar dotada de gran inteligencia, ha tenido la oportunidad de desarrollar su talento intelectual. Nuestro dramaturgo se hace eco así, sin duda alguna, de una preocupación fuertemente sentida en su época entre la élite intelectual, la de la enseñanza femenina. La propia biografía del escritor deja constancia, asimismo, del significativo número de mujeres eruditas a las que conoció y admiró profundamente. A pesar de ello, los prejuicios misóginos de los hombres de la época también saltan a la vista. Ya he hecho mención a algunas palabras de la propia Teodor. Por más que Lope admita la capacidad intelectual de la mujer, y aquí radica su principal contradicción, la recluye en última estancia en el silencio al preferirla “callada, mansa y quieta” (Acto III) y considerarla, cuando es “casta y vergonzosa” (Acto III), merecedora de “eternos loores” (Acto III). Y es que para los hombres del período, incluso para muchos de los defensores de la mujer, una cosa era admitir su capacidad intelectual y otra muy distinta llevar hasta las últimas consecuencias la asunción que dicha capacidad conllevaba en la práctica. Como en la mayoría de los tratados educacionales del momento, aun en los que se defiende su instrucción, la mujer con intereses intelectuales queda finalmente confinada al mutismo al no poder ejercer una profesión. Así, si Lope por una parte parece defender la educación de la mujer, por otra, finalmente, la margina, recluyéndola al reino doméstico, lugar recomendado para la mujer desde los sectores oficiales. De todas formas, sería injusto, ateniéndonos a sus limitaciones ideológicas, dejar de considerar uno de los aspectos más sobresalientes de la obra y el que la convierte en subversiva, el establecimiento de la capacidad intelectual del sexo femenino. Siguiendo el modelo de la, en palabras de don Marcelino, “plebeya y abatida forma del libro de cordel”, Lope rescató de la tradición a la sabia Teodor.8

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Darbord es contundente a la hora de establecer la valiosa aportación de Lope a la tradición de Teodor: “Desde los sustratos más profundos hasta sus más recientes apariciones

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Al suponer a su heroína no ya en tiempos y lugares remotos, sino en la España de su momento, acercó a la Tawaddud del cuento árabe a los espectadores de su tiempo, haciéndola más real y accesible para ellos. Se trataba de utilizar todos los medios literarios a su alcance para asentar la aptitud mental del sexo femenino. Uno de esos medios se lo ofrecía la rica cultura de Al-Andalus y Lope no la despreció. Su obra se convirtió así en un eslabón de esa larga cadena de la tradición, y sólo engarzada en ella adquiere La doncella Teodor su pleno significado y relevancia. La sabia doncella se ha convertido, como el alfa y la omega, en principio y fin: principio, porque de ella se ha partido; fin, porque su reivindicación ha sido el propósito último.

EL JOSEF

D E L A S M U J E R E S : L A H E T E RO D OX I A E N L A O RTO D OX I A

En el Barroco resurgió un nuevo interés por las leyendas cristianas y las vidas de santos, permitiendo así que adquiriesen nuevas posibilidades dramáticas. Las historias de santos y mártires que se llevaban a escena eran de otro tiempo, pero al introducir en ellas elementos, temas o motivos que ya no pertenecían a esa época pretérita, sino a la realidad del momento, podían adquirir una dimensión y significado desconocidos y nuevos. Tal es el caso de El Josef de las mujeres de Calderón, basada en una leyenda cristiana que había tenido fama singular durante la Edad Media. Sólo la excelencia poética y dramática del autor podía haber convertido una leyenda religiosa tan ortodoxa en una obra cuyo último mensaje respecto a la posición otorgada a la mujer era tan nuevo cuan subversivo. Valbuena Briones sitúa la peripecia de la obra en el reinado de Publius Licinius Gallienus (pp. 253-260) e identifica a la protagonista con la hija de Filipo, gobernador romano de Alejandría.9 La difusión de la leyenda de esta figura femenina se debió primordialmente a Jacobo de la Vorágine, con su Legenda Sanctorum, popularmente conocida por Legenda Aurea. (siendo de ellas la más brillante la comedia de Lope de Vega), no pocos creadores han intervenido, metiendo su granum salis y haciendo de la obrita un conjunto más polifacético de lo que se cree” (La tradición del saber, p. 30). 9 Ángel Valbuena Briones, Perspectiva crítica de los dramas de Calderón (Madrid: Ediciones Rialp, 1965), p. 258.

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Eugenia, la joven filósofa, en su deseo de hacerse cristiana, se disfrazó de hombre y se recluyó en un monasterio donde vivió en calidad de monje. Fue acusada de intentar forzar a una mujer e hizo una defensa pública de su caso. Su padre, movido por su ejemplo, también se convirtió al cristianismo. Éstos son los elementos básicos que, como Valbuena Briones señala, parece que Calderón tomó directa o indirectamente de las Vidas de santos y los Martirologios.10 El Josef de las mujeres tiene lugar en Alejandría, donde la hija de su gobernador, Eugenia, es una muy docta doncella que posee una cátedra de Filosofía. Llevada de su curiosidad intelectual, ha salvado del fuego uno de los libros requisados por su padre a los cristianos que persigue. Al leer en él de la existencia de un solo dios, Eugenia queda sumida en la confusión cuando intenta penetrar el sentido de un texto, para ella, hermético. Estando totalmente absorta en la meditación, se le aparecen tanto Eleno, viejo sabio anacoreta del Carmelo, para convencerla de la verdad de lo que acaba de leer, como el mismo Demonio, para negársela. Tras el debate que ambos entablan sobre la existencia o no de una única divinidad, la razón hace que Eugenia se incline por la verdad cristiana. Cuando cuenta que ha recibido la visita de los que ella llama embajadores de los dioses, todos creen que los libros le han hecho perder el juicio. Hallándose de nuevo, tras la celebración de una academia, perdida en sus cavilaciones acerca de la existencia de un solo dios, llegan hasta su aposento por separado su amante, llamado Aurelio, y el príncipe Cesarino, hijo del emperador. Los celos son entonces la causa del duelo que acaba con la vida de Aurelio, lo

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Para Menéndez Pelayo, Eugenia es trasunto de Hipatia, filósofa neoplatónica que gozó de fama, teniendo seguidores entre sus alumnos (Calderón y su teatro [Buenos Aires: Emecé, 1946]). Sin embargo, aunque tanto Eugenia como Hipatia tenían cátedra de Filosofía, el desarrollo de sus respectivas historias es totalmente diferente; en el caso de Hipatia no hubo conversión al cristianismo y fue muerta por fanáticos monjes cristianos. También se ha señalado a Santa Eugenia como posible fuente del personaje calderoniano. Y, en efecto, Santa Eugenia es figura destacada de la hagiografía medieval española, y de ahí que no deje de ser plausible que la protagonista de El Josef sea también de algún modo eco —e incluso tributo— de la mártir. En cualquier caso, las proezas de la heroína coinciden tanto con los datos biográficos de la filósofa alejandrina que no creo dejen lugar a dudas respecto a que Calderón realmente se basase en su historia.

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cual provoca la huida de Cesarino y el desmayo de Eugenia. La ocasión es aprovechada por el Demonio para introducirse en el cuerpo de Aurelio y hacerse pasar por él. Cuando al despertar Eugenia da cuenta de lo ocurrido, la presencia de Aurelio desmiente su muerte y su locura se hace así aún más evidente para todos. El que se crea que ha perdido el juicio, junto con la quema de sus libros, considerados responsables de ello, hacen que Eugenia, ya iluminada por la nueva fe, se dirija vestida de hombre a la Tebaida, donde hará vida eremita en compañía de Eleno. Yendo en su busca, Filipo y Sergio, padre y hermano de ésta, se encuentran en el bosque con el Demonio, disfrazado con la efigie del fallecido, y con Cesarino, que hasta allí han llegado también cada uno por su parte para encontrar a la joven filósofa. Tras una serie de razones que pasan entre los dos últimos, los familiares de Eugenia quedan convencidos de que el que creen ser Aurelio es el responsable de su desaparición. Entonces, Aurelio, o sea, el Demonio, proclamando su inocencia, se arroja desde una peña a las aguas del Nilo, emergiendo instantes después sobre un cocodrilo para anunciar que los dioses, enamorados del ingenio y beldad de Eugenia, la han tomado para sí. Será esto lo que convierta a la joven filósofa en ídolo pagano de adoración. Filipo recibe en esos momentos una carta del César ordenándole una persecución más cruenta de los cristianos y concediendo incluso permiso a cualesquiera que los prenda para tomarlos como esclavos. Aurelio —el Demonio—, a cuyo cargo ha quedado encomendada dicha tarea, hace prisioneros a Eugenia y a Eleno y, al reconocer en el joven monje a la sabia doncella, la esclaviza entregándosela como ofrenda a Melancia, dama a la que solía pretender, pero sin revelarle su identidad. La belleza del que cree ser varón despierta tanta pasión en ella que acaba declarándole su amor. La negativa rotunda de Eugenia provoca el deseo de venganza de Melancia, que presenta una querella contra ella ante Filipo, acusándola de haber tratado de forzarla. Cuando la docta joven ha sido condenada al fuego, la repentina voz de Eleno le ordena que descubra su identidad para evitar la muerte por un delito no cometido, perdiendo así el mérito del martirio. Al revelar quién es, el ídolo pagano se desvanece y la nueva Eugenia cristiana se convierte en prodigio. Probada su inocencia, apela Eugenia a las leyes que establecen que el que acusa a alguien injustamente de un delito muera de la misma manera que había deseado para aquél, y en ese momento Me-

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lancia es abrasada por un rayo. Las gentes del pueblo, así como el padre y el hermano de Eugenia, movidos por el prodigio de lo ocurrido e inspirados por el ejemplo de la heroína, se convierten a la fe cristiana. Cesarino, que sustituye ahora a Filipo como prefecto de Alejandría, ofrece a Eugenia su mano bajo amenaza de muerte. Como ésta se niega a aceptarla, es condenada, castigo al que también deciden someterse Eleno, Filipo y Sergio. Cuando Cesarino finalmente se arrepiente de la cruel sentencia e intenta impedirla, ya ha sido ejecutada. Culpa de ello al que cree ser Aurelio y, al acometerlo con la espada sin éxito, éste abandona el cuerpo del finado Aurelio, quedando su cadáver tendido en el suelo. Culmina entonces la obra con la ascensión de Eugenia en un trono de nubes rodeada de ángeles y con un canto coral proclamando su triunfo.11 Robert Ter Horst incluye El Josef de las mujeres dentro de un grupo de obras calderonianas que se centran en torno a la temática de la conversión.12 Por su parte, José María Cossío la considera en relación a un conjunto de obras que, aun teniendo como tema central la conversión, se destacan porque la metamorfosis religiosa se produce a través de un proceso intelectual llevado a cabo por el protagonista.13 Incluye en este grupo, junto con El Josef de las mujeres, Los dos amantes del cielo, Las cadenas del demonio, El gran Príncipe de Fez y El mágico prodigioso. En todas estas obras, el protagonista intelectual, en circunstancias semejantes, aparece atormentado por preocupaciones puramente especulativas, suscitadas por la lectura de un texto, bíblico en la mayoría de los casos. Así, en Los dos amantes del cielo, Crisanto intenta desvelar el secreto del Evangelio de San Juan; en Las cadenas del demonio, el príncipe Licanoro aparece atormentado por los problemas especulativos que le causa la lectura del Génesis;

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Véase José Antonio Maravall para la comprensión del papel social de lo mágico y maravilloso en el Barroco: “The Social Role of Artifice”, en Culture of the Barroque. Analysis of a Historical Structure, trad. Terry Cochran (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1986), pp. 225-247. 12 Robert Ter Horst, “A New Literary History of Don Pedro Calderón”, en Approaches to the Theater of Calderón, ed. Michael D. McGaha (Lanham: University Press of America, 1982) pp. 43-45. 13 José María Cossío, “Racionalismo del arte dramático de Calderón”, en Notas y estudios de crítica literaria. Siglo XVII (Madrid: Espasa Calpe, 1939).

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en El gran Príncipe de Fez, don Baltasar de Loyola, príncipe apasionado de las ciencias, medita sobre una sura del Corán; en El mágico prodigioso, el texto que desazona a Cipriano, aunque es del pagano Plinio, afirma la existencia de un solo dios. Eugenia, en El Josef de las mujeres, también comienza su pesquisa intelectual con la consideración de un texto, una frase de la Primera carta de San Pablo a los corintios, de la Vulgata. Eugenia, como los otros personajes calderonianos del conjunto señalado por Cossío, aparece empeñada en penetrar el sentido de un texto que le es incomprensible: “Nihil est idolum in mundo,/ quia nullus est Deus nisi unus” (Jornada I, esc. I).14 Existe, empero, una diferencia fundamental entre El Josef de las mujeres y las demás comedias, y es el hecho de que El Josef está protagonizado por una mujer. De ahí que la propia conciencia que Eugenia posee de su intelectualidad no esté desligada de su condición femenina, tal como expresa al comienzo mismo de la obra en el momento en el que intenta desvelar el misterio del texto cristiano: ¡Oh nunca mi vanidad, Viendo que los hombres son Por armas y letras dueños Del ingenio y del valor, Me hubiera puesto en aquesta Estudiosa obligación De darles a entender cuánto Mas capaz, mas superior Es una mujer el dia Que entregada á la leccion De los libros, mejor que ellos Obran, discurre veloz (Jornada I, esc. I).

Estas palabras de la joven erudita nos sitúan desde el principio en la problemática de la intelectualidad femenina en correspondencia con el tema central de la obra apuntado por Cossío, la conversión como resul-

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Pedro Calderón de la Barca, El Josef de las mujeres en Comedias de Calderón de la Barca, ed. Eugenio Hartzenbusch (Madrid: Ediciones Atlas, 1945, Biblioteca de Autores Españoles).

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tado de un proceso intelectual. Contrariamente a esta opinión, McKendrick, en su breve referencia a la obra, considera que este dictamen de la protagonista es irrelevante en lo que toca al argumento, ya que, una vez la curiosidad intelectual de Eugenia la ha puesto en contacto con el Nuevo Testamento, su erudición deja de interesar: She wishes to prove woman’s superiority. The curious thing about this explanation is that the reason is in no way demanded by the plot. The play is not of female protest. The immediate purpose of the contrivance is clear. Eugenia’s intellectual curiosity brings the New Testament into her hands and the concept of the one God into her consciousness. It initiates her conversion, and once the action is under way Eugenia the scholar is forgotten (Woman and Society, p. 225).

Al considerar las obras del conjunto, se advierte que, aunque en ninguna de ellas la intelectualidad del protagonista aparezca como tema central, en todas desempeña un papel fundamental en el proceso de conversión, y El Josef no es excepción al respecto. En todas las comedias la lectura del texto, con la zozobra que produce en el protagonista, marcará el inicio de lo que será la conversión final. Tras la lectura que desasosiega a los protagonistas, tiene lugar una digresión dialéctica sobre dicho pasaje, siendo finalmente el uso de la razón el que los haga decidirse a favor de un argumento u otro. Así, cuando Crisanto, en Los dos amantes del cielo, intenta desentrañar el secreto de las palabras que acaba de leer, salen en “dos elevaciones dos personas” (Jornada I, esc. I) que traducen sus encontrados pensamientos. Asimismo, en Las cadenas del demonio, es el propio Demonio el que debate con San Bartolomé, a cargo de quien corre la conversión del príncipe Licanoro. En El gran Príncipe de Fez, al príncipe se le aparecen dos genios, uno vestido de ángel, que trata de convertirlo a la religión cristiana, y otro de demonio, que intenta convencerlo de lo contrario. En El mágico prodigioso, el Demonio se le aparece a Cipriano para contender dialécticamente con él. En El Josef de las mujeres, por último, a la docta doncella se le aparecen el Demonio, para que no se deje convencer de lo que lee, y el viejo sabio Eleno, para persuadirla de la verdad del texto. Aunque en El Josef las circunstancias que se propician sean similares a las de los demás dramas, la situación dramática que se despliega difiere

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respecto a la de los otros debido precisamente al sexo de su protagonista. Así como la lectura del texto marcará en todas el inicio del proceso de conversión, en El Josef servirá además para cuestionar la capacidad intelectual de la heroína. En ninguna de las otras obras el protagonista se ve abocado a hacer una declaración similar a la de Eugenia, puesto que la capacidad intelectual de su sexo no se cuestionará. Por ello, disintiendo de McKendrick, entiendo que las palabras de la joven erudita al principar la obra aparecen justificadas como parte del argumento. En la obra, aun cuando no sea de protesta femenina, los primeros avatares del proceso de conversión de la protagonista se verán acompañados por el rechazo de su capacidad y actividad intelectuales. Tal como ocurre en las demás comedias del grupo, es la curiosidad intelectual la que pone a Eugenia en contacto con un libro insondable para ella, ya que los preceptos del mismo cuestionan la verdad elemental de la fe que profesa. A pesar de su dificultad para comprenderlo, Eugenia se empeña en desentrañar su sentido mediante el uso de la razón discursiva, engendrándose en ella la duda, lo que constituirá el primer peldaño del proceso que culmina en la conversión: Nada dice que en el mundo Los ídolos nuestros son, Porque no hay en cielo y tierra Más dioses que sólo un dios; Pues ¿cómo, cielos, pues cómo Niega esta nueva opinión A Júpiter, a Saturno, A Marte, a Venus y al Sol? Y dado caso que hubiera Uno a todos superior, ¿Cómo era posible estar Ignorado? Esta razón su ignorancia concluya: O hay tan gran deidad, o no Si la hay, ¿cómo no hay noticia? Si no la hay, ¿cómo hay cuestión? (Jornada I, esc. I).

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Cuando, tras la visita del eliota Eleno y del Demonio, la joven filósofa da cuenta a su padre y a su hermano de su visita, se suscita la cuestión de su capacidad intelectual. Los dos culpan a los libros de la que creen ser su falta de juicio; o sea, la reacción inmediata de ambos es la de considerar que, por razón de su sexo, la actividad intelectual de Eugenia ha sido inadecuada: FILIPO:

SERGIO: FILIPO.

¡Ay infeliz de mí! ¡cuántas Veces mi vida temió Aquesta desdicha! Mal Lo dice la permisión Ahora conozco mi error; Que para su estudio has dado. Y aquestos libros que han sido La causa (Jornada I, esc. IV).

Calderón introduce desde el comienzo del proceso de conversión de la protagonista una doble acción dramática: mientras que, por una parte, se cuestiona su capacidad intelectual, por otra, se reivindica. En el entorno pagano del que Eugenia forma parte se pone en tela de juicio su salud mental y se intenta estorbar su actividad intelectiva mediante la quema de sus libros, considerados como el medio que le ha posibilitado el estudio.15 Al mismo tiempo y de modo paralelo, el dramaturgo hace que su heroína actúe en todo momento en concordancia con la capacidad intelectual que se le reconoce al comienzo de la obra. A lo largo de El Josef se sucederán varias escenas en las que la joven se muestra como una verdadera intelectual al pasar por el tamiz de la razón los presupuestos de la recién descu-

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En mi artículo “La heroína quijotesca de El José de las mujeres” señalo la quema de los libros como una de las principales coincidencias entre la obra calderoniana y el Quijote cervantino para establecer el último como obra que sirvió de inspiración a Calderón (en Actas Selectas del XIV Congreso de la Asociación Internacional de Teatro Español y Novohispano de los Siglos de Oro. Cuatrocientos años de Arte Nuevo de hacer comedias de Lope de Vega, ed. Germán Vega García-Luengos. [Valladolid: Universidad de Valladolid, 2010], pp. 737-745).

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bierta verdad cristiana. Una y otra vez la racionalidad aparece así como el rasgo definidor del intelectualismo de la protagonista. Lo mismo que hiciera con el texto cristiano al enfrentarse con él por primera vez, Eugenia someterá también a la razón los argumentos que mantienen el Demonio y Eleno sobre la existencia o no de una única deidad, siendo finalmente el poder de dicha razón el que la haga inclinarse en principio por la verdad cristiana expuesta por el viejo eremita. Replica, pues, al Demonio de la siguiente manera: Si eres deidad, como dices, ¿Cómo un hombre te arguyó Con razón, á que no sabes Responderle con razón? (Jornada I, esc. II).

Sin embargo, la verdadera conversión de Eugenia todavía no se ha producido. Para resolver sus dudas, tendrá que someter el texto de nuevo al juicio de la razón: que aquella Duda que en el alma tengo, Es la primera y postrera Que aflige mi pensamiento. ¡Oh quién pudiera á su estudio Volver! (Jornada I, esc. XIV).

Así, pues, es el uso de la razón lo que finalmente lleva a Eugenia a aceptar la verdad cristiana que establece la existencia de un solo dios: Desde aquel instante, llena De confusiones el alma, Discurriendo más atenta En la causa de las causas Que la filosofía enseña, Vine de un discurso en otro, Llegué de una en otra idea En claro conocimiento De que es preciso y es fuerza

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Que un principio sin principio El cargo y el dominio tenga De un fin sin fin, y que así A un Hacedor se le deban Las dos grandes monarquías De los cielos y la tierra (Jornada II, esc. I).

Una vez convertida incluso, la razón es para Eugenia la prueba definitiva de la veracidad de la religión cristiana: “Cosa en ella no se lee/ Que puesta en razón no esté” (Jornada II, esc. XI). Así, pues, la doble acción dramática nos sitúa, por un lado, ante una Eugenia desprestigiada, cuyo estado mental se cuestiona y, por otro, con una heroína dignificada por la nueva vida que, inspirada por la fe cristiana, se halla dispuesta a acometer. La misma Eugenia declara lo siguiente: el ver que me tengan Por loca, y que como á tal Mi padre me encierre y prenda, Quemándome cuantas tablas, Libros y papeles eran Mis familiares amigos, Me ha puesto osada y resuelta En obligacion de que Haga de todos ausencia, Y en busca de un nuevo Dios, En este traje trascienda Las entrañas de los montes, Buscando á un anciano en ellas (Jornada II, esc. I).

Calderón hace coincidir el momento en el que Eugenia, finalmente convencida de la existencia de un solo dios, se dirige a la Tebaida con su adopción del disfraz varonil. Si nuestro dramaturgo en efecto llevó al escenario a la filósofa alejandrina Eugenia, ciertamente fue fiel a la tradición al disfrazarla de varón. No obstante, el motivo de la mujer vestida de hombre alcanzó gran profusión en el Barroco y, por eso, no se puede menos que considerarlo dentro del contexto que la misma época proporcionaba para significar la inmersión femenina en un terreno considerado

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propiamente masculino.16 A la capacidad racional —asociada con lo masculino— se unirá ahora la virtud de la fortaleza. La nueva vida de eremita que Eugenia emprende, así como su predisposición a sufrir las persecuciones y humillaciones de las que los cristianos son objeto por parte de los romanos, aparecen asociadas con la fortaleza viril. Por tanto, cuando Eugenia comunica al que cree ser Aurelio sus intenciones de vivir de acuerdo con los preceptos del cristianismo y éste trata de arrebatarla para impedírselo, Eleno la salvará proclamando lo siguiente: Vuela, heróica mujer, donde De serlo el nombre desmientas: Parezca varon quien obras Tan varoniles intenta (Jornada II, esc. II).

El heroísmo de su intelecto dará paso de este modo al heroísmo de su fe cristiana, que se revela en fortitudo. En concordancia con ello, la fortaleza será la virtud que más se destaque en la protagonista a partir de ahora. A lo largo de toda la obra sufrirá los constantes acosos del Demonio, quien, disfrazado con la efigie de Aurelio, procura primero con sus maquinaciones que Eugenia no alcance la gracia de la revelación y, una vez lograda, que su ejemplo de santidad cristiana no trascienda: Desde hoy perseguirte pienso; [...] No has de saber dese Dios Que anda rastreando tu intento, O ya que lo sepas, no Has de tener por lo menos,

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El travestismo en el teatro de la época ya ha sido suficientemente estudiado desde el trabajo pionero de Bravo Villasante. Al vestir el atuendo masculino, la mujer, liberada de las restricciones impuestas por su condición genérica, puede invadir un terreno considerado masculino. El traje varonil de Eugenia, pues, por más que se ajuste a un dato biográfico bien concreto, también puede analizarse desde esta perspectiva, puesto que sus dotes intelectuales ponen en entredicho los postulados del momento acerca de su incapacidad. Es decir, su actividad intelectual, de cara a dichas ideas, supone una inmersión en un terreno vedado para ella, y de ahí que su disfraz no carezca de las implicaciones ideológicas de otros ejemplos de travestismo dramático.

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Sin zozobras y pesares, Persecuciones y riesgos, Fatigas, ansias y penas, Parte en sus merecimientos (Jornada I, esc. XVII).

Pese a que una y otra vez el Demonio intente que sucumba a sus propósitos, Eugenia siempre dará muestra de su fortaleza, provocando así las quejas de éste: ¡Qué horror! ¡Qué pena! ¡Qué rabia! ¿Nada, invencible mujer, A hacerte tropezar basta? ¿Ni aquí la humildad, ni allí La soberbia? (Jornada II, esc. XX).

Como una prueba más de su fortaleza, Eugenia también acepta la esclavitud de la que es víctima cuando cae presa. Paradójicamente, sin embargo, en el entorno pagano en este momento no sólo recupera su antiguo prestigio, sino que es transformada además en ídolo de adoración por su belleza y sabiduría: Es Una nueva deidad sacra, Que los dioses colocaron, Por ser tan hermosa y sabia, En su coro (Jornada II, esc. XX).

Mientras tanto, la doncella-monje, además de verse convertida en esclava, es acusada por Melancia en una querella pública de haber intentado forzarla. Eugenia se encuentra en una situación similar a la narrada en la Biblia, en el capítulo 39 del Génesis: José ha sido falsamente acusado por la mujer de Putifar y éste ha vencido, mediante su fortaleza, la tentación.17

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El título de la obra expresaría, pues, el paralelo que el autor establece entre la situación de José y la de Eugenia. Cuando Valbuena Briones, haciendo referencia a la misma escena bíblica, explica el título, establece un paralelo entre Melancia y la mujer de Putifar, ya

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En estos momentos en los que la condena parece irremisible, la docta conversa, siguiendo las órdenes de Eleno, desvela su verdadera identidad y la doble acción dramática, que había posibilitado las dos imágenes simultáneas de Eugenia, se resuelve en una. El culto de la deidad se convierte de esta manera en falaz e irrisorio, al tiempo que la Eugenia cristiana resurge, como el fénix, de sus cenizas. Ahora, no ya ídolo pagano, sino ejemplo de cristiandad, servirá de inspiración a su padre y hermano (y hasta a las gentes del pueblo alejandrino), que dejan de ovacionar al ídolo pagano para adorar al Dios cristiano. La conversión de Eugenia, que empezó como un proceso individual resultado de su curiosidad y actividad intelectuales, termina por infundir la fe en el pueblo y, por tanto, en conversión colectiva. “Todos decimos contentos/ Que tú amparo nuestro eres” (Jornada III, esc. XV) serán las palabras de reconocimiento del viejo Eleno. A Eugenia le queda aún que superar una última prueba de fortaleza. Habiéndose convertido Cesarino ahora en sucesor de su padre, la joven heroína habrá de optar por aceptar su mano o por la muerte. En consonancia con la virtud cristiana del nuevo camino escogido, en lugar de la grandeza y el poder, elige morir, superando así la mayor prueba de fortaleza y ganando la palma del martirio. Eugenia se nos presenta de este modo como uno de los personajes calderonianos que Ter Horst, en referencia a los dramas de conversión, denomina “resisters”, considerándolos “the principal personnel of Calderonian drama” (“New Literary History...”, p. 44). Eugenia, mujer que se destaca en las letras, ha demostrado ser, asimismo, una mujer de extraordinaria fortaleza, virtud esencial para el ejercicio de las armas. A la luz de sus conquistas (la intelectual y la religiosa), Eugenia se nos revela como una heroína cuyos rasgos definidores son la racionalidad y la fortaleza. Las primeras palabras de Eugenia anticipan y que las dos actúan de igual modo; Eugenia se encontraría así en una situación semejante a la de José (Perspectiva crítica, p. 259). Creo que Eugenia no sólo se asemeja a José, como Valbuena Briones indica, por ser víctima de otra mujer, sino también por poseer una fortaleza similar a la suya. De hecho, en el auto sacramental Sueños hay que verdad son, se hace asimismo una referencia a esta escena bíblica en relación a la fortaleza. La Castidad hace un excelso elogio de José por haber logrado vencer las insinuaciones de la mujer del ministro del faraón.

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revelan así lo que la obra vendrá a confirmar. La protagonista, docta y mártir, demuestra con su ejemplo que los hombres no son “Por armas y letras dueños/ Del ingenio y del valor” (Jornada I, esc. I). ¿Es entonces El Josef de las mujeres una defensa del sexo femenino en las armas y las letras? Ciertamente no, al menos no en el sentido convencional, puesto que la verdadera lucha religiosa no se puede batir en el campo de batalla, sino en el interior de cada uno.18 Por eso, cada una de las pruebas o tentaciones se presentan a modo de batallas que Eugenia libra, venciéndolas, en su alma.

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Calderón sí hace una clara defensa de la mujer en las armas y las letras en otras obras, tales como La gran Cenobia, Afectos de odio y amor, Basta callar, El privilegio de las mujeres. De entre éstas son de destacar las dos primeras, ya que la protagonista de ambas es una reina intelectual. En Afectos de odio y amor, Cristerna es una princesa que sobresale tanto por sus dotes eruditas como por su habilidad marcial. En La gran Cenobia Calderón sigue la tradición que, ya desde los albores del Renacimiento, presentaba a Cenobia como exemplum de poder, fortaleza, castidad y sabiduría. Cenobia —cuya vida es contada en la Historia Augusta— fue una famosa reina de Siria que, aprovechando la debilidad del Imperio Romano, logró dominar las regiones orientales y fundó una corte intelectual que dirigió su secretario de Estado. Cuando Aureliano fue elegido emperador, cambió su suerte y tras una sangrienta guerra fue hecha prisionera, sus tesoros saqueados y Palmira destruida. El argumento de la comedia calderoniana gira precisamente en torno a este último acontecimiento, para el que Calderón sigue en líneas generales la historia de Aureliano, pero centrándose en la conquista de Palmira y la derrota de Cenobia, propósito artístico del autor. Cenobia es presentada como el reverso del retrato moral de Aureliano. Es la habilidad política y guerrera el aspecto que más se destaca de la mítica reina, aunque tampoco aparece exenta de cualidades intelectuales. Barbara Louise Mujica señala que, mientras que Aureliano aparece caracterizado por lo que ella denomina “willfulness”, Cenobia, por la racionalidad, la cual se hace obvia tanto a través de su autocontrol, inteligencia y habilidad política, como de la escritura de su libro Historia oriental, mediante la cual se nos revela como una reina intelectual. Véanse Barbara Louise Mujica, “Will and Fantasy: La gran Cenobia”, en Calderón’s Characters: an Existential Point of View (Barcelona: Puvill, 1980) y Valerie Wayne, “Zenobia in Medieval and Renaissance Literature”, en Ambiguous Realities. Women in the Middle Ages and Renaissance, ed. Carole Levin y Jeanie Watson (Detroit: Wayne St. University Press, 1987). Para un análisis tanto de La gran Cenobia como de La Sibila del Oriente como subversiones de los exempla, véase Sharon D. Voros, “Calderón’s Writing Women and Women Writers: The Subversion of the Exempla”, en Looking at the Comedia in the Year of the Quincentennial: Proceeding of the 1992 Symposium on Golden Age Drama at the University of Texas, El Paso, ed. Babara Mujica y Sharon D. Voros (El Paso: University of Texas Press, 1993).

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Con el triunfo final de la heroína, cuando su conversión alcanza el cenit con el martirio, la mayor batalla de todas, pareciera que se ha producido un proceso de distanciamiento entre el prodigio intelectual del principio y el prodigio religioso del final, como si la fama por su intelecto hubiese sido suplantada por la fama de su martirio, desapareciendo así la relevancia de su intelectualidad. Sin embargo, han sido el amor por el saber y el correcto uso de la razón las armas que le han posibilitado el conocimiento de la fe cristiana y, en última instancia, su conversión, y, desde esa perspectiva, alcanzan una importancia capital. La actividad intelectiva y la razón como la facultad que la posibilita y sustenta constituyen, por tanto, elementos fundamentales de la obra por cuanto que son el medio a través del cual se ha producido la conversión. De El Josef se puede, pues, afirmar lo mismo que respecto a otras muchas comedias calderonianas de santos protagonizadas por un intelectual. Cossío muy perspicazmente ha señalado cómo el común denominador de tales obras es la racionalidad. Valbuena Prat, en referencia a las obras de Calderón en que se produce una conversión, asimismo apunta cómo “el camino para llegar al catolicismo no es el criterio de autoridad y tradición, en estos casos, sino el del libre razonamiento”.19 Es en cada uno de los ejemplos el uso de la razón lo que le permite al protagonista llegar a entrever la verdad revelada. Por ello, lo más excelente en Calderón es para Cossío el entendimiento, pero no como potencia en potencia, sino como materia de una dialéctica determinada. La fe del poeta en lo racional define, pues, para el crítico su arte: Lo que siempre queda a salvo es la eficacia de la razón discursiva para desentrañar los más abstrusos problemas de la metafísica o de la teología que al hombre pueden presentarse. La esencia y atributos de Dios, la procedencia de las personas de la Trinidad, la humanidad del Verbo, son puestos satisfactoriamente en evidencia por la dialéctica ante la mente de los futuros conversos, aun antes de que la alumbre la Gracia. La confianza del dramaturgo en la eficacia del entendimiento y en el valor de la razón es patente en estos pasajes20 (p. 98). 19

Prólogo a Calderón de la Barca, El mágico prodigioso, ed. Angel Valbuena Prat, (Zaragoza: Editorial Ebro, 1961), pp. 6-20, cita en p. 14. 20 Cossío afirma que la fe de Calderón en lo racional se manifiesta no sólo en estas obras, sino también en multitud de pasajes y episodios de sus comedias. De los ejemplos aducidos

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Para Balbino Marcos Villanueva el entendimiento ocupa también un lugar central en la obra de Calderón. En La ascética de los jesuitas en los autos sacramentales de Calderón, se propone demostrar cómo la obra calderoniana, que entra de lleno en el espíritu de la Contrarreforma y del Barroco español, lleva marcado el inconfundible sello de la doctrina ascética jesuita.21 Vabuena Prat señala, asimismo, que la formación inicial de Calderón en el Colegio Imperial moldeó su ingenio y motivó su clara adhesión al espíritu de la Compañía.22 De hecho, para él su fe en lo racional tiene clara raigambre jesuita: “Calderón, en realidad, es un neotomista que insiste en las pruebas racionales de la religión, influido por los jesuitas más destacados de su siglo: por la teología jurídica de Suárez y por el casuismo de Escobar” (“Prólogo” a El mágico prodigioso, p. 14). Para Marcos Villanueva la influencia ascética de los maestros jesuitas vendría corroborada igualmente por la amistad y relaciones cordiales que siempre conservó hacia sus antiguos educadores e incluso por los lazos familiares que le unían a esta orden religiosa. De Calderón y del espíritu que impregna su obra, afirma Marcos Villanueva: “Es hijo de un ambiente espiritual derivado del Concilio de

por él, merece la pena destacar La Sibila del Oriente por estar protagonizada por una reina sabia. De este drama, que pertenece al ciclo calderoniano de temas bíblicos, Cossío señala de modo particular los diálogos que Salomón mantiene con la reina de Saba, protagonista de la obra. Nicaula, reina de Saba, es el fruto de una tradición literario-legendaria (el nombre de Nicaula, así como suponerla reina de Etiopía, proviene de los datos divulgados por las Antiquitates Judaicae de Flavio Josefo). La comedia recoge la leyenda del poder profético de la gobernante negra, quien aparece en el papel de sibila: predice que el leño sagrado del Líbano servirá de cruz del Salvador. El argumento se basa en la visita histórica de la reina a Salomón. El Libro de los Reyes relata cómo la hermosa reina fue a Jerusalén atraída por la fama de Salomón, a quien propuso una serie de preguntas, cuyas respuestas, así como el esplendor y magnificencia de su corte, despertaron la admiración de la ilustre sabea. Lo significativo, y lo que me interesa destacar, es que, mientras que en la Biblia se cuenta que la reina fue a probar a Salomón “por medio de enigmas”, en la obra calderoniana le plantea al sabio rey un problema cuya resolución depende de su capacidad racional. 21 Balbino Marcos Villanueva, “La función ascética del entendimiento”, en La ascética de los jesuitas en los autos sacramentales de Calderón (Bilbao: Universidad de Deusto, 1973). 22 Prólogo a Calderón de la Barca, Comedias religiosas, I, ed. y prólogo Angel Valbuena Prat (Madrid: Clásicos Castellanos, 1931), p. 13.

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Trento que sabía anudar en estrecho lazo la fe y la razón” (p. 17). En la doctrina de los jesuitas, la más importante de las órdenes religiosas que emergieron con la Reforma católica, el entendimiento posee en efecto una función ascética. Los Ejercicios ignacianos exigen del ejercitante que “vaya discurriendo y racionalizando por sí mismo” (p. 168), inculcando la mirada del hombre hacia su propio interior. El entendimiento, eje central del que irradian un sin fin de temas y consideraciones, es el alma de la reflexión.23 Los principales ascetas jesuitas, de acuerdo con el método ignaciano, insisten también constantemente en este ejercicio del conocimiento propio. El P. La Puente cita a San Bernardo para establecer los oficios del entendimiento: “...regir sus afectos, enderezar sus obras, corregir sus demasías, ordenar sus costumbres y engendrar perfecto conocimiento y sciencia de las cosas humanas y divinas”. Para el P. Gaspar Sánchez, el conocimiento propio irradia también su luz hacia la compleja temática del ser: de lo temporal, de lo eterno, de lo perjudicial y de lo útil para admitirlo o rechazarlo (Marcos Villanueva, p. 174). Así, pues, la reflexión ayuda al hombre tanto a conocer a Dios y a sí mismo como a obrar correctamente. Hay que tener en cuenta que en estos momentos el ambiente del Concilio de Trento y de toda la Contrarreforma hace sentir su peso y, por ello, la insistencia en la necesidad de las obras para la salvación. La ascética ignaciana se coloca a la cabeza de todas en esa exigencia. Señala también el Concilio la existencia y valor de la voluntad humana como elemento esencial en la aproximación o apartamiento de Dios, y de ahí que se establezca

23

En una obra que Calderón dedica a uno de los santos más importantes de la orden, en la que no es de esperar que se apartarse de los cánones doctrinales de la institución, la confianza del autor en la razón se deja sentir de modo claro. En El gran duque de Gandía, dedicada a San Francisco de Borja, pone en boca del santo las siguientes palabras en el momento de dejar su cargo de Cataluña y dirigirse a su retiro de Gandía: “...allí a mis solas/ volví de la playa a ver/ el mar, conocí su loca/ inconstancia y conocíme/ a mí mismo: no fue corta/ ciencia estudiar una nada/ que de tanto blasona”. Y como para despertarse de un profundo sueño, en el que ha estado haciendo caso de sombras y de realidades fútiles y pasajeras, recurre con insistencia a la reflexión, a la razón, a un conocimiento exacto y real de las cosas: “...la razón llore hacia dentro... discurso mío, no apagues tu luz... despierte en ellas/ el alma del sueño,/ no muera todo./ Viva por lo menos la razón”.

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una relación entre la voluntad y el entendimiento, claramente expuesta por Marcos Villanueva: El carácter eminentemente racional e intelectual del sistema educativo de los jesuitas se extiende también a su sistema ascético, pero aquí entra indispensablemente la voluntad como el arma más poderosa y eficaz en la lucha dolorosa e incesante del hombre. Los Ejercicios parecen hechos a golpes de voluntad en combinación con el entendimiento. Constantemente incitan a pensar y comprender bien lo que se desea y poner los medios más eficaces para conseguirlo. Aunque la voluntad y el entendimiento son facultades distintas y también lo son sus objetos, no pueden disociarse, sin embargo, en el campo de la actividad ascética. El obrar bien depende en último término de la voluntad, pero antes ha tenido que ser regida por el recto entendimiento. Abrazará el bien o el mal según vaya regida por la luz de la razón o por la pasión incontrolada. Es, pues, una consecuencia de la función ascética del entendimiento (p. 13).

Marcos Villanueva nos da la clave para la interpretación de nuestra obra. A la luz de la doctrina ascética jesuita, la fortaleza de Eugenia no aparece como virtud independiente de su capacidad racional, sino como resultado de la misma. Si la racionalidad ha sido el arma que le ha posibilitado el conocimiento de Dios, la voluntad fortalecida en la virtud es lo que la ayuda a vivir en consonancia con la nueva fe y a superar todas las pruebas, incluso la del martirio. Sólo el convencimiento de la verdad de la fe cristiana puede justificar el más grande sacrificio, sólo estando “regida por el recto entendimiento” y por “la luz de la razón” puede encontrar dentro de sí misma la fortaleza que la lleva a aceptar la muerte. ¿Qué mayor acto de voluntad que dejarse matar por defender el cristianismo?¿Qué mejor muestra de que está plenamente convencida de la verdad de la nueva fe? De ahí que la Eugenia mártir no pueda ser entendida sin tener en cuenta a la Eugenia intelectual. El martirio de la protagonista es el final de un proceso de conversión que empieza y se lleva a cabo por medio de su actividad y aptitud intelectuales. Considerado en el contexto de la época, el martirio femenino representa para Mary Elizabeth Perry uno de los pocos modos de autoafirmación considerados apropiados para la mujer. Para ella se trata, sin embargo

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de una forma de autoafirmación negativa y declara: “Women of wealth and status could dedicate their lives to God, using holy martyrdom as a strategy to become heroic ‘respectably’ without challenging a gender order that valued female passivity, obedience, piety, and chastity”.24 Si bien el martirio sirve en la obra calderoniana a un propósito religioso muy determinado, el consagrar la fe cristiana y reafirmar sus preceptos y valores, también adquiere en lo referente a la cuestión femenina, y frente a lo afirmado por Perry, otro significado, esta vez no tan ortodoxo. El sacrificio final de nuestro personaje aparece como autoafirmación, positiva, de su capacidad racional y de su fortaleza, los dos rasgos que definen a Eugenia a lo largo de la obra y que, ya se ha dicho, aparecen tan estrechamente asociados en el dogma doctrinal ignaciano. La racionalidad, eje central del ascetismo jesuita, ha sido el medio que ha llevado a la joven filósofa hasta Dios, y la fortaleza, entendida como consecuencia de la voluntad ascética del entendimiento, ha sido la virtud que la ha ayudado a vivir de acuerdo a la fe cristiana, hasta el punto de sacrificar su vida por ésta; es decir, su fortitudo ha de verse como resultado de su misma aptitud para el raciocinio. El hecho adquiere aún mayor significado y trascendencia al tener en cuenta que en el transcurso de la obra se ha cuestionado la racionalidad de Eugenia por mor de su sexo y que su fortaleza se ha puesto a prueba una y otra vez. Si bien el tema de la obra es el de la conversión, no es menos cierto que en ésta han sido el ejercicio intelectual y la racionalidad de la heroína los instrumentos necesarios y suficientes para convertirla al monoteísmo, desempeñando un papel tan decisivo y capital que han de juzgarse elementos tan esenciales en la comedia como la base religiosa que la sustenta. El hecho de que la acción principal sea una conversión y el desenlace un martirio no significa en absoluto que la obra no sea una defensa del intelecto femenino. Es el uso correcto de la razón por parte de la protagonista lo que desemboca en su conversión, así como la aplicación de la fortaleza, 24

Mary Elizabeth Perry, “Virgins, Martyrs, Necessary Evil”, en Gender and Disorder in Early Modern Seville (Princeton: Princeton University Press, 1990), p. 37. Perry observa cómo en la misma simbología de la Virgen hay un cambio en los siglos XVI y XVII, en los que, al contrario de lo que ocurría en las versiones tempranas, María aparece como una figura pasiva y de compasión asexual (pp. 37-43).

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virtud también asociada con la racionalidad, lo que desemboca en su martirio glorioso. Su martirio y santidad no habían de sorprender, ¿quién dudaba que las mujeres podían conseguir la bienaventuranza a través del martirio? Sin embargo, hacer de la racionalidad el vehículo de conversión de un personaje femenino desafiaba la concepción que la propia Iglesia poseía de la mujer. Respecto al papel desempeñado por las creencias religiosas en la diferencia genérica, Perry afirma: “Religion played a very political role in this period as it justified a gender system that suported the existing social order. [...] One of the reasons for the persistence of gender beliefs is that they were sanctified, first by the Church, and then later, in the years following the Counter-Reformation, by an increasingly secularized faith in rational nature” (p. 6). Aun cuando en el Génesis se afirmase que el hombre y la mujer estaban hechos a imagen y semejanza de Dios, un gran androcentrismo había permeado el pensamiento cristiano desde la más temprana patrística. Todavía en el siglo XVII, la ética y la medicina aristotélicas servían de justificación a las ideas teológicas oficiales sobre la mujer. Ajenos a los avances médicos, los teólogos eran continuadores de la Escolástica y de su figura más prominente, Santo Tomás. Partiendo de la idea aristotélica de que el hombre y la mujer habían sido creados para dos fines distintos, el Aquinita había adjudicado al hombre la más noble actividad del conocimiento intelectual, mientras que a la mujer, aunque poseedora también de alma racional, la había relegado a una mera función auxiliar, la procreación. De ahí que sostuviese que las facultades racionales aparecían en mayor grado en el sexo masculino que en el femenino. Con ello, la exclusión de la mujer de las actividades para las cuales la racionalidad era fundamental quedaba plenamente justificada. Sería de esperar que el autor por excelencia de la Contrarreforma, siguiendo los dictados de la ortodoxia, se mostrase fiel a ella al establecer las diferencias genéricas. En cambio, si bien en la diseminación de algunos de los preceptos del catolicismo El Josef de las mujeres está estrechamente vinculado a la doctrina contrarreformista, hasta el punto de poder ser considerada una obra de propaganda, al mismo tiempo se distancia de la ortodoxia católica en lo referente a la cuestión, cardinal, de la capacidad

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racional del sexo femenino. La postura de nuestro autor en este aspecto resulta aún más sorprendente si tenemos en cuenta que su confianza en lo racional procede de su educación jesuita y que en el pensamiento ignaciano tuvo gran influencia la definición intelectualista del hombre del Aquinita. Así, pues, sólo considerando la obra calderoniana en relación al pensamiento teológico oficial y a su familiaridad con la doctrina ascética jesuítica, podremos apreciar el mensaje subversivo de la obra en lo tocante a la capacidad intelectual femenina. Al equiparar a su heroína con los protagonistas masculinos de los demás dramas de conversión, Calderón reconoce su igualdad racional y la sitúa en el mismo nivel intelectual. Ya en los albores del Renacimiento, humanistas cristianos tales como Erasmo, Vives y Agrippa —que habían sido claros defensores de la mujer— la habían urgido a la lectura del texto bíblico. Sin embargo, el dramaturgo barroco va más allá al convertir a su heroína en intérprete del texto; sólo la adecuada interpretación podía encauzar a la sabia doncella por el verdadero camino de salvación. Calderón instituye de este modo la auténtica paridad entre los dos sexos y establece para la mujer un nuevo lugar, no ortodoxo, en una comunidad cristiana que la había relegado a un papel secundario, para el cual la racionalidad no era necesaria. Sólo teniendo esto en cuenta, el lauro final de Eugenia —cifrado en su martirio— puede vislumbrarse a una nueva luz y con un mensaje distinto y adicional al meramente religioso: el triunfo justifica y legitima la actividad intelectual de la protagonista, al tiempo que niega, de modo implícito, cualquier presunción de incapacidad intelectual por mor de su sexo.

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Creador de la esquiva, aprovechó Lope este personaje dramático para presentar, así como en otras de sus obras, la cuestión de la intelectualidad femenina. Al hacer, en La vengadora de las mujeres, que la erudición de la heroína se convierta en origen y motivo de su rechazo por los hombres, dicha intelectualidad aparece a primera vista como término opuesto a los que se consideran el fin y el destino naturales de la mujer en sociedad, el matrimonio (aparte, claro está, de la vocación religiosa). Sin embargo, al tiempo que durante el transcurso de la obra se enderezan la actitud y sentimientos de la heroína haciendo que, una vez en las redes de Cupido, acepte el matrimonio, se deja sentada su capacidad para ejercer actividades que se estimaban propiamente masculinas. La esquiva es, según McKendrick, la variación con más éxito y más importante del personaje de la mujer varonil (Woman and Society, p. 142). Adversa a la idea del amor y el matrimonio, por lo general es también, aunque no invariablemente, hostil a los hombres. Para Barbara Matulka, que trata de establecer que las comedias del Siglo de Oro que intentaban presentar a la mujer a una luz positiva retomaron el viejo debate sobre los sexos de finales de la Edad Media, la protagonista esquiva de la nueva comedia sería una versión del Siglo de Oro de la “belle dame sans merci”.1

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Barbara Matulka, “The Feminist Theme in the Dramas of the Siglo de Oro”, en Romanic Review 26 (1935), pp. 191-231.

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Tras leer sobre los engaños de los hombres y los males que las mujeres padecen a causa del amor, ésta jura no caer jamás víctima de la pasión, así como vengar a las mujeres de sus traidores, los hombres. Firme defensora de la causa femenina, e implacable en su animosidad contra los varones, esta heroína se rebela contra la “superioridad” y ventajas sociales del sexo opuesto y demanda iguales derechos para la mujer. Las razones que aduce, y que la convierten en enemiga de los hombres, del amor y del matrimonio, son, según Matulka, de la más venerable antigüedad. En la dramaturgia del Siglo de Oro, afirma, se introduce sin embargo un cambio significativo: la heroína es gradualmente conquistada a la causa del amor contra la que lucha, ya sea mediante el fingido desdén de su amante, ya mediante los extraordinarios servicios y constancia del mismo, terminando resignada, sin lamentarlo, a su “sujeción” al hombre y al amor. En contra de lo argumentado por Matulka, McKendrick objeta que las más de las veces el desdén de la esquiva no está provocado por un deseo de venganza contra los hombres, ni es resultado del estudio.2 En la mayoría de las obras, el debate feminista ni siquiera aparece mencionado y, además, el personaje femenino que pide igualdad de derechos es la excepción, no la norma. No obstante, reconoce que lo expuesto por Matulka puede aplicarse a ciertas comedias, tales como La vengadora de las mujeres lopesca o Afectos de odio y amor de Calderón. En respuesta a la argumentación de Matulka, declara lo siguiente: The feminist debate, therefore, is behind the mujer esquiva plays but not in quite the way Matulka indicated. The mujer esquiva of the drama, I would suggest, is not so much the extension of the literary theme of feminism but more the reaction against a contemporary aspect of feminism which was, within a restricted circle, very much alive. Against the background of the traditional debate and of Erasmian influence, Lope reacted to the feminism of his female contemporaries (a feminism born of that debate and that influence) by depicting their esquivez on the stage, giving it the motives (vanity and pride) he thought were the true ones, and finally making it submit to the laws of na-

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McKendrick, “Women Against Wedlock: the Reluctant Brides of Golden Age Drama”, en Women in Spanish Literature: Icons and Fallen Idols (Berkeley: University of California Press, 1983), p. 139.

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ture. The literary esquivas of old were but grist to his mill; he drew on them for plots and situations and for arguments to put into his heroine’s mouth. When he wanted his characters themselves to argue this theme, he had the formalized feminist debate to refer to (“Women Against Wedlock”, p. 143).

En su propio intento por rastrear el origen de la esquiva en la comedia, que considera no era nuevo en España, McKendrick destaca la predominante influencia italiana en la literatura secular española. En ésta, la poesía petrarquista estaba construida en torno a imágenes tales como fría, dura de corazón, etc., las cuales hacían referencia al carácter impasible de la amada ante las súplicas del amante. Aunque las razones de su esquivez no se solían hacer explícitas en poesía, el teatro resultaba un medio idóneo para proporcionarlas. McKendrick cita igualmente otros ejemplos de esquivez de la literatura clásica que el Renacimiento había recuperado: en ésta, tanto las amazonas como la conocidísima Metamorfosis de Ovidio ofrecían buenos ejemplos de esquivas. Criada en la libertad y autosuficiencia de la vida del bosque, la amazona rechaza el amor y el matrimonio, odia a los hombres y guerrea contra ellos. Es, además, una mujer que se destaca tanto por su habilidad bélica como por su capacidad en la administración civil. Son éstos dos planteamientos que se excluyen mutuamente. Mientras que en un caso se restringe el origen del género de la esquiva al debate feminista de finales de la Edad Media, en el otro, se descarta la posibilidad de que dicho debate fuese materia que hubiera servido de modo significativo a la constitución del género. Por más que la propia McKendrick admita que el dramaturgo pudiera haberse servido de algunos de los elementos de dicho debate, niega que fuera antecedente inmediato en la creación del personaje de la esquiva. Si ella misma ha encontrado rastros de la vieja controversia medieval en algunas obras de Lope —La vengadora de las mujeres entre ellas—, tiene sentido pensar que el dramaturgo tuviera en mente dicho debate cuando inventase el género, no ya sólo por su gran familiaridad con las letras medievales, sino también y sobre todo porque éste le ofrecía ejemplos de esquivas. No se olvide que algunos de los argumentos aducidos por las protagonistas de ciertas comedias del siglo XVII coinciden con los alegados por sus antecesoras medievales. La diversidad en el tratamiento de la esquiva

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(señalada por la propia McKendrick) vendría, a mi parecer, a confirmar que Lope se sirvió de varias tradiciones, siendo la española una de ellas, puesto que en ella aparecían ejemplos de esquivas. Según sus propios intereses e intenciones en cada obra, Lope —y luego sus seguidores— pudo tomar los elementos de la tradición que más le interesasen, puesto que, en última instancia, en todas las tradiciones apuntadas —española, italiana y clásica— había ejemplos de esquivas. De ser así, en la temática de la esquiva se podrían rastrear una amalgama de elementos procedentes de distintas tradiciones, los cuales, por qué no, pudieron haber servido de base a los diferentes tratamientos de la esquiva. El genio dramático de Lope habría añadido los nuevos elementos que darían por fin lugar a la creación del género. Las obras que escenifican la temática de la esquiva, señala McKendrick, se muestran casi de modo invariable continuadoras de Lope, incluso en la fórmula de dramatización: rechazo de la heroína hacia el amor y el matrimonio; su gradual aceptación del amor, proceso al que ayuda el pretendido desdén del héroe y los celos que consigue suscitar en ella; crisis que precipita la mudanza; y, finalmente, el sometimiento voluntario al “yugo blando” del matrimonio. Una de las cuestiones que se plantean a la hora de estudiar las comedias de la esquiva es la de su feminismo. Como ya se ha visto, Matulka no lo cuestiona. Se hace en cambio más difícil determinar cuál es la postura de McKendrick en este aspecto. Mientras que, a juzgar por las palabras citadas, parece afirmar el carácter antifeminista de las obras de la esquiva, en pasajes diferentes parece confirmar su feminismo. Declara que, aunque la esquiva surgió en un momento de circunstancias propicias —influencia de los motivos del amor medievales y renacentistas, entusiasmo por lo clásico, la nueva vida que el debate medieval cobró en el Renacimiento y la actitud de tolerancia hacia la mujer debida a las enseñanzas de Erasmo—, se necesitaba de algo que precipitara su nacimiento. Añade que el genio creador de Lope de Vega, así como su interés por los problemas concernientes a la mujer, hicieron posible la creación de la mujer esquiva, una de las pocas manifestaciones de la mujer varonil que no aparecían en el teatro prelopesco (“Women Against Wedlock”, p. 141). Estima McKendrick, asimismo, que la mujer esquiva, debido a su popularidad, es esencial para la valoración del feminismo en el teatro del Siglo de Oro, ya que ella, más

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que ningún otro tipo femenino, sirve para demostrar los parámetros ideológicos dentro de los cuales operaba el feminismo. Las quejas de la esquiva aparecen, según McKendrick, justificadas en las obras como consecuencia del papel pasivo e inferior al que el sexo femenino se ve relegado: Like other female characters who revolt against what they consider to be the unjust laws and conventions of the masculine society in which they live, the mujer esquiva is justified in her grievances. [...] That revolt [the esquiva’s revolt] is prompted not by a desire to reject the essential nature of her sexual being but by the way in which the concept of nature is invoked by men to justify their relegation of woman to an inactive, inferior role in life (“Women Against Wedlock”, p. 116).

Si bien, por una parte, juzga que la esquiva tiene buenas razones para rebelarse, por otra, parece negar, en contradicción con lo anterior, que los dramaturgos comprendiesen las razones de la rebeldía de su protagonista esquiva: “The dramatists’ inability or unwillingness to conceive of there being any plausible rationale at the bottom of the mujer esquiva’s self-assertion is an inevitable one, contingent upon their sex” (“Women Against Wedlock”, p. 145). Conforme a esto, divide la mayoría de las obras de la esquiva en dos grandes grupos, de acuerdo con el motivo que el dramaturgo adjudique a la esquivez de la heroína: la vanidad o la arrogancia. Las diferencias en la naturaleza de la esquivez de la heroína y en los motivos que la sustentan son importantes para ella porque determinan el grado de desaprobación del dramaturgo y, por lo tanto, el tono global de la obra: The mujer esquiva plays can, for the most part, be divided into two groups according to the motive ascribed by the dramatist to the woman concerned. These two motives are vanity and arrogant pride. Their recurrence reveals the dramatists’ inability to conceive of any assertion of female independence other than that based on some reprehensible character trait [...] When vanity is the underlying cause of the heroine’s esquivez, the treatment is lighthearted, but when the mujer esquiva is guilty of arrogant pride, the theme is sometimes dealt with more seriously, and the play then leaves the plane of light comedy (“Women Against Wedlock”, p. 118).

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VENGADORA DE LAS MUJERES:

¿MUJER

DESAFIADA

O M U J E R QU E D E S A F Í A ?

El argumento de la obra lopesca reza de la siguiente manera: Laura, la docta princesa de la corte de Bohemia, decide, tras leer las terribles historias que los hombres han escrito sobre las mujeres, vengarlas a todas, y, con esta finalidad, preside una academia en la que da lecciones en contra de los hombres. Está tan determinada a cumplir con su propósito de no querer a ningún hombre que, pese a los deseos de su hermano (el príncipe Arnaldo), rechaza a tan ilustres pretendientes como Alejandro, duque de Ferrara o Agusto, príncipe de Albania. Conocedor del recelo de Laura hacia los hombres y de su mucha erudición, Lisardo, quien es en realidad Federico, el gran príncipe transilvano, haciendo alarde de su buen conocimiento literario, consigue entrar a su servicio como secretario de su biblioteca personal. Entre Lisardo de una parte y Laura con las damas asistentes a su academia de otra tiene lugar un debate sobre la mujer. Ante la premura de Arnaldo por que escoja esposo, Laura propone que entre sus pretendientes se celebre un campeonato de pluma y espada. El que gane el torneo a caballo y escriba el mejor libro en defensa de las mujeres será su esposo. En el torneo la propia Laura, haciéndose pasar por un caballero vestido de blanco, resulta triunfadora, quedando Lisardo en segundo lugar. Finalmente Arnaldo, junto con Alejandro y Agusto, se presentan ante la princesa proclamando al duque de Ferrara vencedor del campeonato, ya que tanto el verdadero ganador como el que quedó en segundo puesto han desparecido y a él se debe el mejor libro en alabanza de la mujer. En ese momento la verdadera identidad de Lisardo, que ya había sido descubierta por la princesa de boca del criado de éste, se revela públicamente, así como que ha sido él mismo el segundo vencedor del torneo. A pesar de ello, Alejandro le disputa el premio por no haber escrito libro alguno, pero Lisardo presenta entonces a Laura, en lugar del libro, como el más vivo ejemplo de la excelencia de las mujeres en las letras. Descubierto el amor de Laura por el gran Federico, Alejandro y Agusto ofrecen su mano a las damas de la princesa, Diana y Lucela, finalizando así la obra.

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Al principio de la comedia Laura da a su hermano las razones de por qué ha decidido “[a] los hombres aborrecer” (Acto I, esc. I)3 y vengar a las mujeres: Habia dado en leer Los libros mas principales De historias y de poesias, Y de tragedias de amantes. Hallaba en todos los hombres Tan fuertes, tan arrogantes, Tan señores, tan altivos, Tan libres en todas partes, Que de tristeza pensé Morirme, y dije una tarde A una dama, á quien solia Comunicar mis pesares: “Fílida, ¿qué puede ser Que en cualquier parte que traten De mujeres, ellas son Las adúlteras, las fáciles, Las locas, las insufribles, Las varias, las inconstantes. Las que tienen menos ser Y siguen sus libertades? (Acto I, esc. I).

Matulka cree que en La vengadora se sintetizan los principales argumentos de la tradicional controversia feminista, reconociendo en la explicación inicial de Laura sobre las razones de su desprecio por los hombres las palabras de Braçayda, la defensora de las mujeres en la novela Grisel y Mirabella de Juan de Flores, así como las de otras muchas de las primeras defensoras del sexo femenino (“The Feminist Theme...”, pp. 194-195). Las razones de Laura son, en efecto, claramente reminiscentes de las de otros personajes femeninos. Son de destacar las argumentaciones ofrecidas 3

Félix Lope de Vega, La vengadora de las mujeres en Comedias escogidas de Frey Lope Félix de Vega Carpio, ed. Juan Eugenio Hartzenbusch (Madrid: Ediciones Atlas, 1946-1952, Biblioteca de Autores Españoles).

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por la propia Cristina de Pisa al principio de su Le livre de la cité des dames. Recuérdese que la finalidad central del libro es negar las acusaciones hechas por los hombres contra las mujeres. Al comienzo de la obra, que tiene lugar en el estudio de Cristina, ella se pregunta por qué el sexo opuesto siente tanta inclinación a hablar mal de la mujer. Sintiéndose desolada tras concluir que tantos autores no podían estar equivocados, recibe la visita de las tres damas (Razón, Rectitud y Justicia) que le hablan de la misoginia. Declaran que ni lo sublime ni lo bajo reside en una persona por mor de su sexo, sino que tanto lo uno como lo otro depende de la perfección o no de conducta y de las virtudes de cada uno. Tal como le ocurriera a la pisana, la lectura de los libros escritos por hombres descubrió a Laura cuán diferente aparece en ellos representado el sexo femenino respecto del masculino, siendo precisamente esa imagen negativa la causa inmediata de su esquivez. También como Cristina, Laura pensó morirse de tristeza y, al igual que ella, recibió de una dama una explicación a este estado de cosas: “Eso (Fílida me dijo),/ Laura, solamente nace/ De ser dueños de la pluma/ De cualquier accion que hacen” (Acto I, esc. I). De entre otros muchos ejemplos en los que, tomando como punto de referencia la representación negativa de la mujer, se arguye en contra de dichos argumentos, se destacan, por lo conocidísimas, las redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz “Hombres necios que acusáis”, caso bastante tardío de este tipo de defensa. En su análisis de la obra, McKendrick no reconoce ninguna reivindicación feminista en la actitud de Laura y, por el contrario, valora tanto su esquivez como sus deseos de venganza de una manera bastante negativa. Achaca su esquivez al orgullo y la vanidad, y ni siquiera ve justificada su negativa a casarse: “is not only extremely arrogant but also presumptuous, rude, and exceedingly vain. Morover, she neglects her duty by refusing even to consider marriage. She will not entertain the possibility that women do not want to be avenged; her ladies-in-waiting certainly do not” (“Women Against Wedlock”, p. 131). Como ya se ha apuntado, la razón de la venganza que las propias palabras de Laura dejan entrelucir es la de la indignación por la imagen tan negativa que han presentado los hombres del sexo femenino. Ante ello, la heroína se determina a estudiar y a apropiarse de la pluma para vengarse del sexo opuesto, sentando así el ejemplo para otras mujeres:

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Concebí tal ansia en mí, Que propuse vengarme, De no querer bien a alguno Ni permitir que me hablen, Y dándome a los estudios, Quedar suficiente y hábil Para escribir faltas suyas;4 (Acto I, esc. I).

En este gesto de Laura se puede reconocer igualmente a la pisana: así como Cristina optó por escribir un libro, ella decidirá apropiarse de la pluma. De acuerdo con dicho propósito, nuestra protagonista menciona, para reinterpretar su historia, a algunas de las heroínas más notorias de la Antigüedad que con frecuencia habían sido señaladas por los escritores antifeministas como ejemplos de la naturaleza diabólica de la mujer. Lope incorpora, pues, el catálogo de mujeres ilustres, pero, y esto es interesante, haciendo referencia al mismo tiempo a la valorización negativa que esas mismas figuras femeninas habían inspirado, para así demostrar la actitud misógina (Cristina también, como se acaba de mencionar, había hecho referencia a la misoginia al comienzo de su libro): Si Semíramis valiente Venció tantos capitanes, Su hijo dicen que amó Solamente por quitalle El laurel de la cabeza, Sin otras hazañas grandes Que hizo esta famosa reina. Si Dido quiso matarse Por guardar su castidad Que no la gozase nadie, Luego hay un hombre que diga Que se mató por vengarse De los agravios de Enéas, Con quien fué huésped fácil (Acto I, esc. I). 4

Es de destacar cómo Lope utiliza argumentos similares en boca de la amazona Menalipe en Las mujeres sin hombres: “Haya mujeres soldados,/ Y mujeres escritores;/Escribamos sus errores;/Vivan también deshonrados./No siempre suya ha de ser/ La historia y la pluma”.

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Seguidamente, Laura, con un acento de realismo impresionante, da cuenta a su hermano de los casos en los que los hombres en la vida real disfrutan de una situación de privilegio respecto a la mujer: se queja de que, desde siempre, los hombres, como si de una propiedad se tratara, se han apoderado de la mujer al hacerse dueños de su honor y albedrío; se han adueñado, asimismo, de la riqueza y del gobierno; sólo ellos tienen acceso a la educación en las universidades; e incluso ante la ley la mujer es víctima de la desigualdad: Desde el principio del mundo Se han hecho tiranos grandes De nuestro honor y albedrío, Quitándonos las ciudades, La plata, el oro, el dinero, El gobierno, sin que baste Razon, justicia ni ley Propuesta de nuestra parte. Ellos estudian y tienen En las universidades Lauros y grados, en fin, Estudian todas las artes. [...] La mujer es imposible Que adquiera, tenga ni guarde Hacienda, abogando pleitos Ni curando enfermedades (Acto I, esc. I).

Tras haber mencionado el hecho de que eran los hombres los únicos que tenían acceso a la enseñanza, Laura también hace referencia a una idea que era de gran importancia para Vives y Erasmo en lo que a la educación femenina concernía:5 la necesidad de ocupar a la mujer con el estudio, ya que la ociosidad era fuente de vicio:6 5

Aurora Egido toma como punto de referencia una de las obras más conocidas de Lope, La dama boba, para deducir el ideal del dramaturgo respecto a la educación femenina. Véase “La universidad de amor y La dama boba”, en Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, 1978, pp: 351-371. Sin embargo, si bien es verdad que en ésta Lope aboga por

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Pues ¿de qué se queja el hombre De que la mujer le engañe Si otra ciencia no le queda En todas las que ella sabe? [...] Pues en algo esta mujer, Si está ociosa, ha de ocuparse. Dirán que en hacer labor; No es ocupación bastante, Porque el libre entendimiento Vuela por todas partes, Y no es el hacer vainillas En holandas ni en cambrayes Escura filosofía, Ni el almohadilla lugares De Platon ni de Porfirio, Ni son las randas y encajes Los párrafos de las leyes (Acto I, esc. I).

La heroína finaliza dejando clara su determinación de vengarse de los agravios de los hombres. Como el rechazo de Laura hacia los hombres también conlleva el del amor y el matrimonio, las lecciones que da en su academia —imitando el estilo de las academias del tiempo— versan sobre la casuística amatoria. En éstas trata de persuadir a sus damas de la imposibilidad del amor auténtico para prevenirlas contra las redes de Cupido. Uno de los argumentos utilizados para convencerlas de ello es que el propio amante es el objeto verdadero del amor que él mismo profesa:

un programa de educación mediocre para la mujer, también ha de tenerse presente, por un lado, que la misma doctrina neoplatónica que constituye su base ideológica no está presentada sin ironía y, por otro, que La dama boba no es una obra donde se enfrenta de modo expreso con la cuestión de la intelectualidad femenina. Por ello, creo que es erróneo tomarla como paradigma de lo que pensaba realmente Lope al respecto. De ser la educación femenina irrelevante para él, no creo que hubiese hecho referencia a ésta en las obras en las que se enfrenta directamente con la cuestión de la capacidad intelectual femenina. 6 Véase Julia Kelly Fitzmaurice, “Women in Sixteenth-Century Spain”, en Revue Hispanique 70 1927, pp. 579-580.

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DIANA.

Dijo su alteza Que no era amor, ni le habia, El que los hombres nos muestran, Porque queriéndose á sí, Era amor suyo, y esfuerza [sic] Su opinion (pues de quererse A sí nace que nos quieran) (Acto I, esc. VII).

En algunas de sus respuestas, las damas ponen de manifiesto su desacuerdo con Laura en lo concerniente a tal aborrecimiento. El desdén de la princesa resultará así tanto más absurdo cuanto más trate de imponérselo a las otras mujeres. Una de sus discípulas rebate el argumento del egocentrismo del amante haciendo uso de la opinión de filósofos antiguos: LUCELA.

Los filósofos antiguos, Sean de Italia ó de Grecia, Concedieron dos amores: El que primero comienza, Y el que por llamar al otro, Llamaron correspondencia. Si solo hubiera el amor Propio, y solamente hubiera Quererse un hombre á sí mismo, Hasta su tiempo estuviera Engañado el mundo; y vemos Que nuestros sabios no llegan A lo que aquellos antiguos (Acto I, esc. VII).

La doctrina neoplatónica del amor sirve también a Laura para negar la existencia del amor humano: DIANA.

Vuestra alteza Dijo tambien que si alguno Por amor amar pudiera O supiera, amara el alma Y á sus tres nobles potencias, Por opinion de Platon;

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Porque el amor que desea El cuerpo es amor bastardo; Que el legítimo no llega A tocar cosas mortales Y que mañana perezcan. Lo inmortal ama el amor, De donde luego contempla Al criador en la criatura De manera que se acerca A aquel angélico amor, Fuego que abrasa y recrea Los espíritus celestes (Acto I, esc. VII).

Otra de sus damas, sin embargo, hace uso, asimismo, de un argumento neoplatónico para probar que el amor humano sí existe: DIANA.

Si pienso y miro, y porque pienso y miro Amo lo que he mirado y he pensado, Bueno es lo que miré; mas ¿qué me admiro Si obliga lo que es bueno á ser amado? (Acto I, es. X).

El desacuerdo entre Laura y sus damas respecto al rechazo hacia los hombres se trasluce no sólo en la academia, sino asimismo en las ocasiones en que éstas expresan libremente sus propios sentimientos. Al principio del Acto II una conversación entre las discípulas no deja lugar a dudas sobre lo que realmente sienten: LUCELA.

O en tí ó en ella hay mudanza De aquel injusto desden. Digo injusto, pues lo es Aborrecer á los hombres.

DIANA.

¡Ay, Lucela! No los nombres, Si lo ha de saber después; Que la temo de tal suerte, Que resisto sin razon La forzosa inclinacion

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EL INTELECTO FEMENINO EN LAS TABLAS ÁUREAS Que de quererlos me advierte. Porque tú no habrás leido Que pueda posible ser Aborrecer la mujer Al hombre (Acto II, esc. I).

En la obra, una y otra vez, se pondrá de manifiesto no ya sólo que el aborrecimiento de Laura es absurdo, sino que incluso atenta contra la misma naturaleza, y de ahí la frecuente referencia a ésta. En la misma carta dedicatoria, dirigida “A la Señora Fenisa Camila”, Lope le advierte: y si le ha de suceder lo que a Laura, que con todas sus letras, sus estudios, cuidados y melindres vino a querer sujeto [...] no intente por vanidad cosas que, no teniendo por fundamento la virtud, se oponen a la naturaleza. No ame v. m., pero no aborrezca; no diga bien de los hombres, pero no los infame; siquiera porque sus padres desearon que lo fuese, y les pesó de que naciese mujer: y aun la misma naturaleza, que por su falta la hizo hombre imperfecto, título que dieron a la mujer tantos filósofos (el subrayado es mío).

La importancia de la naturaleza en las obras de la esquiva es destacada por McKendrick. Ésta afirma que, para los dramaturgos, la mujer esquiva no se rebela en último término contra las reglas hechas por el hombre, las cuales, dada la flaqueza de la condición humana, pueden estar equivocadas. Su desafío, sea cual sea el motivo, atenta contra el orden natural de las cosas tal como fue decretado por Dios. Según éste, la mujer fue creada del hombre en el Jardín del Edén para ser su colaboradora. En el nivel temporal, el varón es por tanto su causa primera y último fin; el amor y el matrimonio son sus derechos de nacimiento; hacia ellos está dirigida toda su naturaleza, y en ellos encuentra su desarrollo. Ninguna mujer (con la salvedad de la que tenga vocación religiosa) es una excepción ante esta ley natural, y la que se considere inmune al amor, diga que no le gustan los hombres o prefiera evitar el matrimonio, debe de ser conducida a la senda de la razón y la verdadera felicidad (“Women against Wedlock”, pp. 116-117). Al orden natural están en efecto referidas en La vengadora de las mujeres algunas de las palabras que sirven de réplica al príncipe Arnaldo para poner en entredicho las razones expuestas por Laura para justificar su des-

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dén: “y la mujer/ Nació del hombre, y de modo,/ Que es como parte del todo/ Que nos da principio y ser” (Acto I, esc. I). En la comedia, igualmente se hace referencia expresa a la naturaleza cuando Lisardo y Julio, criado de Laura, intercambian sus impresiones sobre el desdén que muestra la princesa en el primer encuentro con sus ilustres pretendientes: JULIO.

¿Qué os parece?

LISARDO.

Que es belleza Sin igual; pero ofendida De aquel rigor, que corrida Tiene á la naturaleza. Ser mujer y no querer, Contradice, aunque porfia, La humana filosofía.

JULIO.

Bien sabe que la mujer Ha de apetecer el hombre, Cual la materia á la forma; (Acto I, esc. XI).7

Aquí, el que se dice ser rigor de Laura se juzga contra natura, y, para demostrarlo, se recurre al principio aristotélico que identificaba al hombre con la forma y a la mujer con la materia. Las ideas peripatéticas al uso son asimismo defendidas por Lisardo en el debate que sobre la mujer tiene lugar. El concepto aristotélico de los sexos venía a coincidir con la idea de un orden natural donde el hombre era principio y fin de la mujer, y en donde a la mujer se le asignaba el papel de la procreación. No parece que en dicho debate se llegue a conclusiones definitivas, pues, si bien pasan entre los participantes toda una serie de razones a favor de un sexo o de otro, las cuales en ningún caso parecen convencer totalmente a la otra parte, Lisardo acaba afirmando que su propósito es “No mas/ Que argüir: que el argüir/ No es lo mismo que sentir/ La verdad” (Acto II, esc. II). Sin embargo, éste no es tampoco el final de la controversia sobre la superioridad de los sexos. Al debate sobre las ideas aristotélicas le sucede el del 7

La fuente directa del texto de Julio son las palabras de Sempronio en La Celestina: “Así como la materia apetece a la forma, así la mujer al varón” (Acto I).

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amor con el mismo propósito: es utilizado como pretexto para exponer posturas distintas frente a él. Mientras que el amor que la mujer inspira es utilizado por Laura para sostener la superioridad de ésta respecto al hombre, Lisardo, haciendo uso de uno de los más antiguos argumentos misóginos, cita a Sansón como ejemplo histórico de la ruina que el amor, y por tanto la mujer, podía causar incluso a los más afamados y valientes varones. Pero tampoco aquí ninguna de las partes aparece como claramente vencedora, pues, si Lisardo se declara rendido al fin, Diana afirma que “Quien rinde no está rendido” (Acto II, esc. II). Se puede afirmar, por tanto, tal como sostiene McKendrick, que cuando la protagonista rechaza el matrimonio se opone al orden natural que se pensaba concebido por Dios. Ello no implica, sin embargo, como McKendrick también declara, que la esquiva no se rebele asimismo contra las reglas hechas por el hombre. Es más, es precisamente porque se opone a ellas por lo que sus quejas aparecen justificadas; y de ahí también que al personaje de la esquiva se lo pueda relacionar con el feminismo de la época. La misma McKendrick así lo reconoce en otro pasaje: The mujer esquiva, in short, represents an invaluable contribution to the theme of seventeenth-century feminism because the treatment accorded her reveals exactly how far the dramatists were prepared to go in their defense of woman and their tolerance of feminist aims. The modern observer will denounce their feminism as very limited indeed. Nevertheless, for men of their day, feminist they were. [...] The workings of society, although an integral part of God’s universe, were dependent on man and therefore susceptible to human weakness. The wrongs perpetrated against her by a masculine society [...] could and should be put right (“Women Against Wedlock”, p. 145).

Si bien Lope se refiere a las razones del orden natural aristotélico en apoyo del matrimonio, también ensalza dicho enlace de una manera que no encuentra plena justificación en el concepto del orden natural (ni aristotélico ni teológico). Aunque ya para el siglo XVII se empieza a presentar un nuevo concepto del matrimonio desde la Teología oficial, todavía se consideraba como estado inferior al del celibato, y de ahí la necesidad de matizar. Sobre el sentir de la Teología oficial para con el matrimonio en los siglos XVI y XVII, baste con echar una simple mirada a las reglas elabo-

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radas por San Ignacio. En ellas, el fundador de la orden jesuita exhorta intensamente a “alabar mucho la religión, virginidad y continencia, y no tanto el matrimonio” (O. C., Ejercicios espirituales, Cuarta Semana, Reglas 3-11, 13).8 Aun cuando la concepción cristiana del orden natural siguiera en el siglo XVII siendo prácticamente la misma que en el Medievo, será a partir del Renacimiento cuando se produzca un cambio decisivo en el concepto del matrimonio como consecuencia de su revalorización en los escritos éticos y políticos. Con el nacimiento de la sociedad mercantil, los modelos de la Antigüedad vinieron a redescubrir la familia como institución ideal para el mantenimiento de la propiedad. Fue así como ésta se politizó, adquiriendo el estado matrimonial nuevo vigor y dignidad. La reconceptualización y estima de la familia (una gran cantidad de escritos acerca de ésta circularon por Europa a principios del XVI), así como del estado conyugal, a su vez sirvió de base para el nuevo concepto del matrimonio que los humanistas cristianos idearon. Frente al pensamiento teológico tradicional (que consideraba el estado marital inferior al virginal por conllevar el acto sexual y estar asociado, según la doctrina agustiniana, con la transmisión del pecado original), Erasmo reconcilió la experiencia erótica sentimental y sexual con los fines religiosos del matrimonio, e incluso proclamó la vida marital como vía de perfección. Si en concordancia con las necesidades de la naciente sociedad de la Edad Moderna, los primeros tratadistas italianos promulgaron, en sus escritos sobre la familia, la importancia del matrimonio para el bienestar estatal, la rehabilitación que de tal estado llevaron a cabo los humanistas cristianos, y en especial Erasmo, no fue menos decisiva, sobre todo en España, donde su influencia fuera tan ingente cuanto duradera. Alicia ColombíMonguió sugiere respecto a su gran impacto que los ideales de la renovatio de la cristiandad laica fueron hasta cierto punto adoptados por el imperio de Carlos V. Para ella no hay duda alguna de su también posterior y duradera influencia: “Si bien la Inquisición terminó poniendo toda la obra de Erasmo en el Index, fracasó rotundamente en borrarla de las almas españolas, sobreviviendo su influencia en la prosa de Fray Luis tanto como en la

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Cita tomada de Marcos Villanueva, La ascética de los jesuitas, p. 227.

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de Cervantes”.9 Considera ella que desde el siglo XVI sus ideas habían impregnado la atmósfera misma de la sociedad hispana (tanto el territorio propiamente español como en las provincias ultramarinas). Asimismo, para Forcione, el éxito de los Colloquia erasmistas en España “suggests both the continuing presence in Spanish cultural life and, more specifically, the continuing enthusiasm for Erasmus’s doctrines concerning marriage” (p. 110). Mary Elizabeth Perry, por su parte, también confirma la influencia de Erasmo al declarar que, tras la condena del erasmismo, los teólogos oficiales prestaron mucha más atención que antes al matrimonio.10 Aunque todavía se concebía el celibato como estado superior,11 las circunstancias reales demandaban que el matrimonio fuese objeto de las enseñanzas de la Iglesia. Una de esas circunstancias fue la Reforma, la cual Colombí-Monguió señala como factor determinante, dentro del ámbito eclesiástico, del nuevo valor concedido al estatus del matrimonio. Éste se había hecho asunto candente para la Iglesia católica porque Lutero lo había negado como sacramento, y de ahí que la dogmática tridentina insistiese en su dignidad (pp. 253-254). Razones de crecimiento urbano, con su consecuente desestabilización social, son aducidas por Perry para explicar igualmente la creciente importancia espiritual del matrimonio. En referencia a la España de los siglos XVI y XVII afirma: “Discussions at the Council of Trent of the sacrament of marriage and the cloistering of nuns underscored their gravity and developed an earlier trend toward enclosure that took on greater momentum under the impact of urban growth and social dislocation in the sixteenth 9

Alicia Colombí-Monguió, Del exe antiguo a nuestro nuevo polo. Una década de lírica virreinal (Charcas 1602-1612) (Berkeley: Latinoamericana Editores, 2003), p. 257. 10 Mary Elizabeth Perry, “Perfect Wifes and Profane Lovers”, en Gender and Disorder, p. 156. 11 Colombí-Monguió hace referencia al siguiente dato para constatar la superioridad que la Iglesia oficial todavía concedía al celibato: “En 1563, refutando al protestantismo y su rechazo del celibato clerical, el Concilio de Trento sostuvo la superioridad de éste respecto al matrimonio. Así en su sesión 24 anatematizó a quienes opinaban que ‘el estado conyugal debe preferirse al estado de virginidad o de celibato, y que no es mejor y más sano permanecer en la virginidad y el celibato que contraer matrimonio’” (Del exe antiguo, p. 255; cita tomada a su vez de Paul Evdokimov, La femme et la salut du monde. Étude d’anthropologie chrétienne sur les charismes de la femme [Tournai/Paris: Casterman, 1958], p. 165).

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and seventeenth centuries” (p. 69). Tras los debates tridentinos que condenaban los matrimonios “clandestinos”, en el Concilio se decidió exigir una aplicación estricta del sacramento del matrimonio. Una de las consecuencias fue que, a partir de dichos debates, las autoridades eclesiásticas abogaron por una persecución más vigorosa contra los casos de bigamia.12 Consecuencia de todo ello es que los escritos teológicos de finales del siglo XVI sobre el matrimonio enfatizaban ahora que su función reflejaba el orden divino en la tierra.13 Sin embargo, vuelvo a insistir, el matrimo-

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La Inquisición de Castilla, por ejemplo, después de mediados del siglo XVI, perseguiría de modo creciente los casos de bigamia, justificando su jurisdicción con el argumento de que el volverse a casar mientras viviera la previa esposa atentaba contra la santidad del sacramento matrimonial. Perry apunta que los oficiales seculares también apoyaron esta defensa del matrimonio, aunque para ellos la bigamia, más que una cuestión teológica, suponía un atentado contra el orden social, ya que presentaba el grave problema de qué hacer con las mujeres y niños abandonados. Conscientes de que las mujeres no casadas y los hijos ilegítimos agravaban la situación de las instituciones caritativas, que exigían tributos excesivos, los oficiales del Estado intentaron limitar las relaciones sexuales extramaritales reforzando las leyes contra las esposas por Derecho consuetudinario y contra las concubinas (Gender and Disorder, pp. 69-70). Con respecto a las relaciones extramaritales, Perry asimismo señala que en este período de la Contrarreforma llegaron a percibirse como un delito más grave debido a que se veían como una amenaza para el mantenimiento de una genealogía libre de la contaminación de individuos no cristianos, o sea, se creía que ponían en peligro la limpieza de sangre (p. 58). 13 Perry señala a fray Vicente García como buen ejemplo de la nueva actitud adoptada por la Iglesia hacia el matrimonio. En su tratado sostiene que el orden de la naturaleza requería que el esposo considerase a su mujer como compañera en vez de como esclava. Cuando Dios creó a Eva del cuerpo de Adán, demostró que el marido debe amar a su esposa intensamente porque ella es casi como otro él. La mujer no fue creada para ser la sierva del hombre, puesto que no fue hecha de sus pies, ni para ser su sirvienta porque no vino de sus manos. Sin embargo, tampoco fue creada para ser su igual porque no fue sacada de sus hombros ni cabeza, sino de su costilla, demostrándose así que debe estar bajo la protección y amparo del hombre. Él debe amarla y enseñarla a evitar los errores, aconsejarla y corregirla y defenderla de todo mal y peligro. La buena esposa, por su parte, preservará la paz y la armonía del hogar, nunca contradirá, desobedecerá o enfadará al marido. En su descripción de las relaciones sexuales más íntimas, se muestra como continuador del pensamiento teológico tradicional. Afirma que las relaciones entre los esposos deben estar gobernadas por la razón y su propósito no debe ser otro más que la procreación. Véase Gender and Disorder, especialmente pp. 60-63.

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nio era todavía considerado, dentro de la ortodoxia católica, como estado inferior al celibato, y de ahí, como apunté con anterioridad, la necesidad de precisar para no llegar a conclusiones erradas. Otra cuestión que se plantea respecto al matrimonio es la del amor. Si con la nueva dignidad que conferían al matrimonio los tratadistas italianos vinieron a influenciar el concepto mismo que los humanistas cristianos poseyeran de dicho estado, no así en lo referente a la importancia concedida al amor y a la experiencia erótica. En los elogios que los tratadistas italianos más representativos, tales como Alberti, Campano o Ficino, hacen del matrimonio, Forcione advierte de la tendencia de la sociedad, a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento, a relegar la experiencia erótica más intensa del hombre —ya sea el sentimiento y el tumulto espiritual del anhelo romántico, ya sea el entusiasmo de la sexualidad física— a las relaciones extramaritales, condenando a menudo dicha experiencia desde el punto de vista de la moralidad tradicional cristiana. Declara lo siguiente: For such thinkers, obsessed as they were with order, erotic experience —whether sentimental or physical— was fundamentally disruptive and consecuently at variance with the principal aims of marriage, and it was out of the question to consider that it might indeed be an integral part of the marriage bond (p. 101).

En la Teología tradicional el amor tampoco se aceptaba como parte integrante de la vida marital. Jean-Louis Flandrin, que presenta una panorámica más positiva sobre las ideas que algunos teólogos medievales tenían acerca del amor y la relación sexual en el matrimonio, afirma que en los siglos XII y XIII no se aceptaba el amor ni como razón suficiente para el matrimonio ni como motivo legítimo para la unión sexual. La referencia a pasajes de algunos teólogos, entre ellos el propio Santo Tomás, sirven al estudioso para demostrar que la unión sexual como expresión externa del amor era tenida en cuenta en relación al matrimonio, aunque admitiendo que dichas declaraciones son muy escasas y ambiguas y que la Iglesia no se había hecho eco de ellas (Flandrin, p. 95): As far back as the twelfth and thirteenth centuries, love while not being accepted as sufficient reason for marriage nor as a legitimate reason for sexual in-

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tercourse, does enter into theologians’ ideas of married life. For the twelfth century, several passages from Peter Lombard’s Sentences could have been cited. St Thomas Aquinas observes that copulation “even in animals creates a gentle society” and that between human beings “a man loves his wife mainly because of the physical relationship”. He accepts that, in the order of love, love for one’s wife, based on the union of the flesh, is rightfully more intense than love for one’s father or mother. St Bonaventure observes too that in marriage “there is a certain uniqueness in love, in which a third party has no share”, for, he says, ‘There is something miraculous for a man to find in a woman satisfaction which he can find in no other woman’. But such statements are rare, ambiguous and apparently still not echoed by the Church (p. 98).

Al observar el vínculo entre el amor y el matrimonio en la poesía de Luis de Ribera, autor peruano del siglo XVII, Colombí-Monguió confirma en su magnífico estudio no sólo que en la Teología tradicional el amor no se asociaba con el estado conyugal, sino que se consideraba incluso perjudicial: Un intenso amor entre cónyuges no sólo era considerado innecesario, sino que podía ser nocivo, justamente porque “arrebatado[s] en su dulzura” era fácil caer en los placeres de la carne, o sea, en la lujuria, y aun en mayor peligro: amar a un ser humano con la pasión exclusiva sólo debida a Dios. La passio amoris, dentro o fuera del matrimonio, se juzgaba grave enfermedad espiritual. Para el cristianismo patrístico y escolástico el amor apasionado no debía jamás centrarse en una criatura, siendo su único objeto legítimo siempre el Creador.

En oposición a la Teología tradicional, en los albores de la modernidad, el pensamiento neoplatónico vino a conceder dignidad al amor humano al dejar de verlo como obstáculo que se interponía en el amor hacia Dios. Al neoplatonismo se refiere José Antonio Maravall, en su estudio del humanismo del Quijote, al hablar de la importancia que adquiere el amor en la era moderna, aunque indicando otra corriente, esta vez literaria, que vendrá a dignificar el sentimiento amoroso. Señala cómo ya en la literatura caballeresca aparecía el amor como fuerza positiva por ser fuente de abnegación y sacrificio, de renovación moral del héroe. No será en cambio hasta la nueva era, con su afán renovador, cuando el amor se conciba como fuerza regeneradora:

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Y para el humanista el amor es, no menos, la colosal energía que hace del hombre otro del que era. También para la literatura caballeresca el amor es una fuente de abnegación y sacrificio, de renovación moral del héroe. [...] Naturalmente, en los viejos libros de caballerías todo ello se mantiene aún en un plano muy superficial, pero a medida que grana la interioridad del individuo con los humanistas, ese anhelo de reforma y ese amor que impulsa a convertirse en otro ser mejor, va calando más hondo. Por sacar al hombre de sí, tal como era en su banal y ordinaria existencia, le instala en un ser nuevo, que no es otro que su ser de verdad, el que guarda en su interior, el de su íntimo sentido moral. [...] De los rápidos efectos del amor para hacer suaves y benignas a las gentes, incluso no tocadas de él, sino tan sólo espectadoras de quienes lo sienten, están llenas las novelas pastoriles, cuya filiación platonizante y renacentista es clara.14

Ahora bien, si el amor humano vino a verse a una luz más positiva, todavía quedaba el paso de santificarlo dentro del marco del matrimonio. A Erasmo le concede Forcione el mérito de haber llevado a cabo dicha santificación: “It remained for Erasmus to revalue this realm of experience [love] and to reconcile it with the more practical and religious aims of marriage” (p. 101). Al enfatizar por una parte la importancia del matrimonio tanto para el cristiano virtuoso (en oposición a la Teología oficial) como para el buen ciudadano (en concordancia con los nuevos tratados italianos), así como al reconciliar, por otra, el sentimiento amoroso y la experiencia erótica con los fines religiosos del estado marital, Erasmo se mostró verdaderamente original y revolucionario. Frente a los tratados teológicos o políticos y éticos del tiempo, el insigne humanista vino a concebir el matrimonio como estado digno y en concordancia tanto con el verdadero espíritu cristiano como con el nuevo ideal de ciudadanía, donde tenía cabida, además, el amor sexual. El matrimonio se convirtió sin duda alguna en tema de interés y controversia para la sociedad de la época.15 Forcione hace explícita referencia a la fascinación que despertó en la literatura del período:

14

José Antonio Maravall, El humanismo de las armas de Don Quijote (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1948), pp. 87-90. 15 No se olvide el caso tan significativo de El cortesano, cuya influencia tanto se dejó sentir en España. En éste el amor aparece como sentimiento deseable en el matrimonio.

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Perhaps the most striking testimony of the intensity and universality of the marriage controversy in the late Renaissance is the extent to which it emerged as a central theme in the literature of the age. From the narrative fiction of Marguerite de Navarre and Rabelais to the drama of Molière and the epic poetry of Milton, the various preocupations and problems surrounding marriage continued to inspire literary exploitation and provide writers with subjects that they could count on to interest their public (p. 110).

¿Cómo habría de sorprender que Lope, con su talento creador y su instinto para llevar a las tablas temas y motivos atractivos para el público, se hiciese eco de la cuestión matrimonial? Era de esperar que no le pasasen desapercibidas las grandes posibilidades que dicha temática ofrecía (tanto dramáticas como comerciales); y ello sin descartar el hecho de que el dramaturgo sintiese un genuino interés por el estado del matrimonio y una sincera preocupación por la situación de la mujer en el mismo. No por casualidad él fue el creador del tipo de la esquiva. Si, por una parte, con la creación de la temática de la esquiva Lope respondía a las necesidades políticas del nuevo estado, por otra, al hacer que en su universo dramático el amor y el matrimonio apareciesen intrínsecamente unidos, se mostraba heredero de las ideas erasmistas que habían santificado el maridaje del sentimiento amoroso con el estado matrimonial. De acuerdo con el nuevo esquema mental, se aprecia en La vengadora de las mujeres un ensalzamiento del estado marital. Ya estamos lejos de la exaltación cristiana medieval de la vida de integritas virginal. En nuestra obra, el matrimonio aparece como estado ideal y, como tal, como fin justificado en sí mismo. Además, a diferencia de lo que ocurría en las manifestaciones literarias medievales del amor cortés, en donde el amor no aparecía como experiencia vinculada a la vida marital, en la comedia lopesca el amor aparece en estrecha conexión con el matrimonio: LAURA.

Quise, Diana, Tratar contigo de amor Sobre la licion pasada.

DIANA.

Grande es, Señora, su fuerza. Pruebas con razones varias Que se puede resistir,

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EL INTELECTO FEMENINO EN LAS TABLAS ÁUREAS Y alegas historias sacras Con no menores discursos De las que has leido humanas. Así es verdad; pero advierte Que son tantas las contrarias, Y tienen tantos ejemplos De su fuerza en cuerpos y almas, Que como no entra en defensa De las mujeres que alabas El amor de honesto fin, Contradecirte pensaba Cuando estuviéramos solas; Que bien sabes que quien ama Para el casamiento tiene Disculpa, y aun alabanza. Aristóteles, Señora, En los Físicos, ¿no trata De que la naturaleza Por el fin se mueve, y llama Todas las cosas que miran Al fin, cosa necesaria? Luego siendo el casamiento El fin á que amor señala, Necesario es ver y oir (Acto II, esc. X).

Diana, contradiciendo a Laura, quien piensa que el amor se puede resistir, ensalza su gran “fuerza en cuerpos y almas”. Amén de afirmar su poder, declara que el amor es sentimiento loable cuando tiene un fin honesto, o sea, cuando está destinado al matrimonio. Por último, en apoyo de ello, hace referencia a la concepción funcionalista que Aristóteles posee de la naturaleza, según la cual todo lo creado para un fin es necesario. Con esto, Lope ha vuelto de nuevo al concepto de naturaleza para justificar tanto el amor como el matrimonio. No se puede olvidar, sin embargo, que el amor no formaba parte ni del orden natural, tal como lo concebían los teólogos oficiales, ni del concepto aristotélico de la naturaleza. El amor aparece en el universo lopesco como fuerza motora a la que es imposible substraerse, y de ahí que aparezca incluso como parte esen-

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cial del cosmos.16 Tal es así que hasta en la misma naturaleza los elementos se casan los unos con otros por amor: Estábale yo diciendo, Dando materia las plantas, Que las unas con las otras Naturalmente se casan, Y cómo no daban fruto Las palmas enamoradas, De aquellos racimos de oro, Sin la vista de otras palmas. Enseñábale las flores, Que medran con las que aman; Las aves, que solas lloran, Y que acompañadas cantan; Y viendo el agua á una fuente, Díjele tambien que el agua Se casaba con la tierra (Acto II, esc. VI).

El amor no es ya sólo pasión humana que “vuelve de cera” al “firme diamante” (Acto III, esc. IX), sino incluso fuerza cosmológica,17 id est, “ley divina y humana” (Acto II, esc. X) que dirá Lope; proyecto divino al 16

Es de notar la función y significado del amor en otra obra sobre las legendarias amazonas, Las mujeres sin hombres, en la que Lope dramatiza una situación similar al hacer que las afamadas guerreras también desdeñen a los hombres. En ésta, las amazonas viven sin varones en una próspera ciudad construida por ellas mismas. Su recién elegida regente, Deyanira, introduce innovaciones en las leyes que regulan la relación de las habitantes de su reino con los hombres —cuyo único propósito es la génesis de nuevas habitantes— con el fin de limitar aún más el contacto con el otro sexo. Lope hará que sea la propia reina la primera que sucumba al amor cuando conozca al duque de Atenas, Teseo, miembro del ejército griego que ha llegado hasta la ciudad para atacarla. El inevitable fin es obviamente la rendición al amor con el concierto de las bodas de las más destacadas amazonas con los líderes griegos. Es asimismo significativo que en la carta dedicatoria de esta obra Lope haga referencia también a la naturaleza para referirse a la fuerza del amor: “no le ofrezco su historia [la de las amazonas] para que con su ejemplo desee serlo, antes bien para que conozca que la fuerza con que fueron vencidas tiene por disculpa la misma naturaleza”. 17 El amor como fuerza cosmológica tiene una larga tradición en la filosofía griega. Véase el discurso del médico en El banquete de Platón.

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fin que se corresponde en efecto con el orden natural del que habla McKendrick, pero entendido de manera diferente a como todavía se concebía en la Teología oficial del momento. Aunque Lope se apoye en el orden natural para establecer una estrecha conexión entre el amor y el estado conyugal, está en realidad preconizando un concepto del matrimonio que responde a una nueva concepción. En la comedia lopesca, en concordancia con la nueva mentalidad y con el pensamiento teológico inaugurado por Erasmo, el amor humano y la vida matrimonial ya no se ven como obstáculo para vivir una vida acorde con el espíritu cristiano; y así proclamará el dramaturgo que los blasones del amor “nunca se han visto faltos/ de nobleza y de valor” (Acto III, esc. XI). Claro que la propia experiencia vital de Lope ayudaría a mejor comprender el enaltecimiento del amor en su obra, ¿quién mejor que él, que a tantas mujeres amó con el ardor de la pasión, para cantar sus delicias? A la par que se cantan las excelencias del amor humano, se ensalza en la comedia la unión, ahora consagrada, del matrimonio. Si en La vengadora de las mujeres late un hondo sentir del poeta en su elogio del amor, la intrínseca relación del sentimiento amoroso con el matrimonio se corresponde con el nuevo sistema de valores de la época en lo referente a la importancia de dicho estado. Nos encontramos, por tanto, ante una obra literaria que defiende y ensalza un nuevo ideal del matrimonio, el que corresponde a la era moderna. El matrimonio, fundamentado en el amor y concebido como destino necesario del ser humano feliz, no podía percibirse como condición antagónica a la felicidad femenina. De ahí que el aborrecimiento que la protagonista siente por los hombres aparezca como lo verdaderamente censurable en ella, y de ahí también que los argumentos utilizados en apoyo de ese desprecio se muestren una y otra vez tan carentes de fundamento cuan absurdos y reprobables Sin embargo, aunque el dramaturgo tenga como propósito establecer, mediante el enderezamiento de la actitud de la heroína, que el lugar de la mujer en sociedad está junto al hombre, intenta que esa “normalización” se produzca, y esto es fundamental, sin que haya contradicción entre dicho lugar y el reconocimiento de sus capacidades. Por ello, la defensa de la mujer en la obra no se contrapone a la del amor y el matrimonio (visto ahora como la natural consecuencia del primero). Y es

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precisamente el no enfrentamiento entre la defensa del sexo femenino y la del matrimonio un aspecto clave para entender el mensaje último de la obra. Por eso, las palabras de Arnaldo resonarán también en boca de otros personajes a lo largo de la comedia: “¿Qué te importa el ser casada,/ Laura, para defender/ El honor de la mujer?” (Acto I, esc. I). De ahí que, por más que el destino de la heroína sea la aceptación gradual del amor hasta su sometimiento voluntario al matrimonio, ella misma, tras reconocerse presa del amor, haciéndose eco de lo dicho por su hermano, declare su propósito de seguir defendiendo a las mujeres: Ya se acerca, pensamiento, Sin poderse detener, El decir que soy mujer, Y que sus efectos siento. ¿Qué pretendo ya? qué intento Cuando amor me castigó? ¡Qué necia pensaba yo Que sin el hombre pudiera Vivir de aquesta manera, Y al mejor tiempo faltó! Perdonen las que lo son; Que no es esto hacer ofensa Que dió mi imaginacion. Defenderlas es razon: Yo las quiero defender; Mas no dejar de querer Al hombre; que sin el hombre Aun no está seguro el nombre Desto que llaman mujer (Acto III, esc. XIV; el subrayado es mío).

Es de notar que, si Laura ha sucumbido al poder del amor, su nuevo enamorado no aparece caracterizado sin la gracia de la erudición. Es Lisardo de entre todos sus pretendientes el único que se puede equiparar intelectualmente a la sabia doncella y, por eso, el hecho de que él sea el preferido no carece de significado y pertinencia. Es necesario tener en cuenta, asimismo, un acontecimiento que a mi parecer es muy significativo a la

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hora de considerar el valor de la intelectualidad femenina en la obra lopesca. En el campeonato en las letras y las armas que propone Laura entre sus pretendientes por verse apremiada a elegir esposo, ella misma resulta vencedora del torneo a caballo: LAURA.

Que yo, Por mostraros que ha llegado El valor de las mujeres Al mas victorioso lauro, Armada en blanco salí A venceros, y á mostraros Cómo salí con mi intento (Acto III, esc. XIX).

Lope ha recurrido al disfraz varonil para hacer que su heroína lleve a cabo una actividad propiamente masculina y para la cual no se la consideraba, por tanto, capacitada. Junto al lauro de las armas, la doncella conseguirá también el de las letras al ser reconocida como ejemplo excelso en ellas. Cuando Alejandro le disputa el premio al príncipe transilvano por no haber escrito un libro en alabanza de la mujer, este último le replica: pues aquí hago Presentacion del que agora Para su alabanza traigo; Que si la de las mujeres Con razones has probado, Yo presento un libro vivo, Que es Laura, en que estáis mirando Las virtudes y excelencias, Y todo el valor cifrado Que hay en todas las mujeres (Acto III, esc. XIX).

No es casual que Lope erija a Laura en la triunfadora en la pluma y la espada, dejando sentada así la capacidad femenina en ambas. Se trata, pues, de una defensa implícita de la aptitud de la mujer para las armas y las letras, que, como se ha repetido hasta la saciedad, constituye uno de los topoi más comunes en la literatura escrita en pro del sexo femenino.

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Con el asentimiento de su aptitud, Lope no sólo está haciendo que la propia historia de Laura, ahora comparable a la de otras insignes mujeres, desmienta la representación que de la mujer se ha hecho (¿eco de la pisana?), sino que además su misma obra, al estar protagonizada por un personaje femenino de notables cualidades —bélicas e intelectuales—, se convierte en ejemplo literario donde se pone de manifiesto la excelencia de la mujer, refutando de lleno toda una fuerte tradición misógina. Si la comedia había principiado con la referencia a la representación negativa de la mujer en la literatura, finaliza siendo ejemplo de lo contrario al singularizarse como obra en clara defensa de la mujer.

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CAPÍTULO 7 LA HEROÍNA PROFESIONAL

Con El alcalde mayor de Lope de Vega y El amor médico de Tirso de Molina nos enfrentamos con obras cuya protagonista no sólo ha alcanzado gran sabiduría mediante el estudio, sino que además ha logrado hacer uso de ella a través del ejercicio de una profesión; éste es el tipo de heroína que McKendrick denomina “career woman”, mujer profesional (Women and Society, p. 229). Considera ella el tema de la mujer profesional como mera variación del popularísimo motivo del disfraz varonil, con la diferencia de que la heroína en este caso ya no adopta la indumentaria de paje o galán, sino la de una profesión determinada.1 Dentro de las obras en las que la 1

La mujer vestida de hombre, ya sea dama enamorada ya heroica-guerrera, aparece en multitud de obras teatrales, sobre todo del siglo XVII. Su procedencia ha sido estudiada por Carmen Bravo Villasante en La mujer vestida de hombre, en donde asienta que la protagonista con indumentaria masculina se introdujo en la literatura española a través de la italiana. Con los precedentes de las amazonas de la Antigüedad y de las doncellas andantes de los libros de caballerías. Boiardo, en el Orlando innamorato, vistió a sus protagonistas con hábito de varón: hizo a una, Marfisa, heroica guerrera y a la otra, Bradamante, donna innamorata, guerrera también, pero más al estilo de la doncella errante. Luego, Ariosto tomará estos dos tipos en el Orlando furioso, alcanzando tanto éxito que se puede decir que fue esta obra y no la de Boiardo la que influyó de manera decisiva en la creación de las figuras femeninas en el teatro español. Véase La mujer vestida de hombre, pp.13-30. Menéndez Pelayo también señaló la Calandria de Dovizio Bibbiena como otra de las obras italianas que influyó en la creación de este tipo de heroína en la escena española. Bravo Villasante apunta que la importancia de la Calandria se debió, más que a su influencia di-

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protagonista disfrazada de hombre lleva a cabo una carrera, la misma estudiosa distingue a su vez dos grupos: por una parte, las comedias en las que la heroína voluntariamente acomete esta labor por amor al saber y, por otra, aquéllas en las que se ve abocada a hacerlo por causas ajenas a sí misma. Dentro de este último grupo, que es el más numeroso, McKendrick destaca una línea de desarrollo básica, cuyo origen es un cuento de Juan de Timoneda, adaptación de otro del Decamerón boccacciano: la heroína termina por alcanzar un puesto de autoridad y poder que la erige en juez de su antiguo amante, quien, en la mayoría de los casos, ha sido arrestado por el asesinato o rapto de la propia protagonista.2

EL

A LC A L D E M AY O R : H I S TO R I A D E U N A D O N C E L L A QU E I B A PA R A C A S A D A

El alcalde mayor es una de las dos variaciones del último grupo llevadas a cabo por Lope.3 La obra comienza con los lances amorosos de Dinardo y Rosarda, su protagonista. Tras dos años de secreta relación amorosa, a causa de cierta rivalidad entre los padres de ambos que impide a Dinardo pedir la mano de su amada, los padres de ésta deciden hacerla contraer matrimonio de inmediato con otro galán. Los amantes, ante lo que parece irremisible, planean huir y casarse al día siguiente. Su plan se ve truncado por toda una serie de confusiones de identidades y, ante la imposibilidad de volver a su casa, ataviada con disfraz varonil Rosarda decide marcharse de estudiante a Salamanca. Tras lograr una brillante carrera en leyes, le es

recta, al impacto que tuvo sobre otra obra posterior de autor desconocido, Gli Ingannati, imitada por Lope de Rueda en su comedia del mismo título, Los engañados. Jorge de Montemayor, asimismo, incluyó, inspirándose en una obra de Bandello, a otra heroína con disfraz varonil en su historia de Félix y Felismena, inserta en Los siete libros de la Diana, la cual, junto con la obra de Rueda, se convirtieron en los modelos a los que los dramaturgos del XVII volvieron los ojos en busca de inspiración. 2 Ésta es básicamente la misma historia de El juez de su causa de María de Zayas. 3 La otra es La hermosura aborrecida, de la cual no trataré aquí porque, aunque en efecto la heroína realiza las funciones de juez, el estudio no ha sido el medio para conseguirlo.

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encargado un pleito en Valladolid de muy difícil resolución. Su éxito en él le vale los mayores reconocimientos y el puesto de alcalde mayor de Toledo, su ciudad natal. El destino de Dinardo también vuelve a ser Toledo, de donde se escapó tras matar fatídicamente a Camilo, amigo suyo al que le había sido prometida la mano de Rosarda. Ahora, en su nuevo cargo de alcalde mayor, esta última cosecha el triunfo al hacer prisioneros a un buscado homicida, que es en realidad el mismo Dinardo, así como a su cómplice. Rosarda ha venido a convertirse así, siguiendo la tradición del cuento de Juan de Timoneda, en la juez de su antiguo amante. Por este éxito se le concede el puesto, aun más prestigioso, de corregidor de Murcia. De ahora en adelante Rosarda, en persona del doctor Aurelio, hace y deshace promesas, descompone y propone casamientos entre distintas parejas con el propósito de impedir el de Dinardo con nadie más que con ella misma. Al fin concierta todas las bodas con éxito y, revelando su verdadera identidad, logra la unión con su amado Dinardo. Apunta McKendrick que esta comedia se aparta de las demás del grupo en que la heroína no es la víctima de su amante, sino de las circunstancias. Creo, en cambio, que Rosarda se diferencia asimismo de las demás en algo más significativo, en que decide mantener el hábito varonil no para buscar a su amante, sino, y esto es fundamental, para irse de estudiante a Salamanca (en esta decisión de irse a estudiar se diferencia incluso de la protagonista de El amor médico de Tirso, cuya heroína, como más adelante se verá, aunque descrita con un muy marcado interés por el estudio, se lanza a ejercer la profesión médica con el fin de alcanzar al hombre que ama). Si bien las circunstancias fuerzan a Rosarda a tomar tal decisión, también es verdad que si opta en ese momento por proseguir una carrera en Salamanca es debido a su propia iniciativa y a su afición al estudio. Sabemos de su gusto por los libros por boca de su criada Beatriz: “Que eres en libros curiosa,/ todo Toledo lo sabe” (Acto I, esc. V).4 McKendrick, no obstante, parece soslayar la importancia de este hecho cuando afirma: “But the idea of a career has certainly never before entered

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Félix Lope de Vega, El alcalde mayor, en Comedias escogidas de Frey Lope Félix de Vega Carpio, ed. Juan Eugenio Hartzenbusch (Madrid: Ediciones Atlas, 1946-1952, Biblioteca de Autores Españoles).

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her head and she decides to go to Salamanca because she is forced to go somewhere and because, given her scholarly bent, it seems the obvious place to go. She does not, however, become wedded either to success or independence” (Women and Society, p. 232). Tal aseveración plantea ciertos problemas de congruencia, tanto en su lógica interna como en su relación con el texto. En primer lugar, Rosarda podía haber elegido hacer otra cosa o irse a cualquier otro lugar, sobre todo teniendo en cuenta que asistir a la universidad la forzaba a mantener el atuendo masculino. Por otra parte, si la universidad, según lo afirmado, parecía el lugar más obvio por su inclinación al estudio, tampoco en este caso la elección resultaría fortuita, sino más bien el producto del deseo de querer superarse intelectualmente. En segundo lugar, la protagonista consigue tanto el éxito como la independencia, sin que en ningún momento haga o diga nada que dé pie a pensar que prefiera otro tipo de vida o que no esté contenta con lo que hace. ¿Cómo se podría explicar, si no, la carrera y la labor profesional de Rosarda, especialmente teniendo en cuenta que el propósito de éstas no fue, como en otras obras del género, la busca o consecución de su amante? Cuando Rosarda, tras haber dejado su casa, ha de decidir qué hacer, adopta una actitud que recuerda en parte a la de Teodor cuando se resuelve a utilizar su ingenio para hacer frente a los infortunios. Las historias de mujeres notables que ha leído le sirven, como a la sabia doncella de la tradición, de inspiración para adoptar un tipo de vida que, por mor de su sexo, le está vedado: Volver a mi casa agora No puede ser: pues ¿qué haré? ¿Dónde en este traje iré? Pero ¿de qué me ha servido De los libros que he leído Toda la historia que sé? Semíramis ¿no regía Del Asia el imperio todo? Evádnes, del propio modo ¿A su esposo no seguía? ¿No salió Teodora un día De la cárcel, transformada

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En varón? Pluma y espada ¿No han dado a las mujeres nombre? Pues desde agora soy hombre (Acto I, esc. XXI).

Esta declaración, que es en realidad una defensa del sexo femenino en las armas y las letras, recoge el locus del “catálogo de mujeres ilustres”. Siguiendo el ejemplo de las mujeres de la Antigüedad, Rosarda se aventura en el mundo masculino y, a partir de este momento, asistiremos a su transformación. Pareciera que ha llevado su determinación de ser hombre hasta las últimas consecuencias, puesto que durante todo el acto segundo (que se corresponde enteramente con su labor profesional) aparece totalmente desligada de su pasado, no ya por haber adaptado una vida totalmente nueva, sino porque ninguna de sus acciones o pensamientos nos hacen establecer la conexión entre la nueva Rosarda y la de otrora. Es la indumentaria varonil lo que le sirve para liberarse de las restricciones que le vienen impuestas por causa de su sexo y para aventurarse en un mundo de dominio exclusivo del hombre. Unas palabras de Yarbro-Bejarano respecto a la mujer vestida de hombre en las obras de honor de Lope pueden aplicarse, por lo pertinentes e ilustrativas, al caso que nos ocupa: “by cross-dressing, woman participates in the signs of the higher-valued gender. [...] Cross-dressing frees her from the restrictions, enclosure, sexual vulnerability, and pasivity that define the feminine position. It empowers her to move freely in the public sphere and to act effectively to influence people or their decisions”.5 Usurpando, pues, la identidad masculina, nuestra protagonista lleva a cabo una brillante carrera en leyes, destacándose entre todos los estudiantes por su inteligencia y logros intelectuales. “No ha venido á Salamanca/ Tal ingenio” (Acto II, esc. I) se dice de ella. Asimismo cuando, debido a su fama, le es encomendado un pleito en el que dos hermanos gemelos pugnan por el mismo mayorazgo, en la carta en la cual se da noticia de ella —conocida ahora como doctor Aurelio— se la compara aventajadamente con grandes hombres de la Antigüedad:

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Yarbro-Bejarano, Feminism and the Honor Plays of Lope de Vega (West Lafayette: Purdue University Press, 1994), p. 102.

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Ha dado de manera que hacer vuestro pleito á los doctores desta Universidad, no solo legistas y canonistas, pero tambien teólogos, que no se ha visto en ella otra quistion tan notablemente controvertida. El que con más curiosidad ha visto, es el señor doctor Aurelio, que os dara esta. Si alguno en el mundo, aunque resuciten Bártulo, Baldo y Jason de Maino, os puede dar este pleito, es él, por ser el mas raro, único y famoso ingenio que han visto nuestras escuelas (Acto II, esc. IX).

No es casual que Lope haya insertado en su obra la carta laudatoria. Es parte, naturalmente, de la implícita defensa feminista. Rosarda consigue el éxito convirtiéndose en “Fénix de todo el derecho” (Acto II, esc. XII), “que merece que la eterna/ fama le ponga en sus plumas” (Acto II, esc. IX) y se le otorga, como reconocimiento, el puesto de alcalde mayor de Toledo. Una vez en este cargo, también cosecha el triunfo al hacer preso a Dinardo, el cual todos creen haber matado a Camilo y haber raptado e incluso asesinado a Rosarda. Este último logro le conseguirá aún un puesto más alto, el de corregidor de Murcia, aunque finalmente no llegue a ejercer dicho cargo. Así, pues, desde que Rosarda decidió hacerse estudiante “convertida” en hombre, se nos ha mostrado como una persona que, amén de ser capaz de proseguir una carrera y ejercer una profesión a la que, por razón de su sexo, se la consideraba incapacitada, se destaca insuperada en la brillantez de su intelecto y de su desempeño profesional. En el Renacimiento, con el desarrollo del Estado (que imponía una nueva legalidad en todos los órdenes de la vida, la cual a su vez aumentaba la separación entre lo público y lo privado-doméstico), la mujer se vio crecientemente más relegada al hogar e impedida para ejercer un puesto público.6 Si al hecho de que no pudiera ejercer un cargo público le añadimos el de que la Jurisprudencia era una de las actividades públicas de más estima, la posibilidad de que una mujer fuese juez era del todo impensable. Oskar Kristeller, en “Learned Women of Early Modern Italy”, señala cómo, hasta tiempos recientes, la ausencia de mujeres en la Jurisprudencia era mucho más notable que en otras carreras, como la de, por ejemplo, Medicina (Beyond their Sex, p. 101). Además de ser un oficio público, la 6

Véase Constance Jordan, Renaissance Feminism, pp. 14-18; Merry E. Wiesner, “Women Defense of their Public Role”, en Women in the Middle Ages and the Renaissance, pp. 1-9.

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Jurisprudencia requería, amén de gran capacidad intelectual, la posesión de las virtudes cardinales de la prudencia y la justicia. En el terreno de la ética, dichas virtudes no eran reconocidas de modo claro como propias del sexo femenino, sino que sólo le eran aplicables en su acepción más estrechamente conectada con la moral doméstica. Si la prudencia se relacionaba con la mujer era porque se concebía tanto como una virtud ética como intelectual: moral, por cuanto que se juzgaba necesaria para el cultivo adecuado de las otras virtudes morales; intelectual, por cuanto que se vinculaba con el funcionamiento de la mente. Ruth Kelso, en Doctrine for the Lady of the Renaissance, describe la prudencia estableciendo la diferencia de significado según se aplicara al sexo masculino o al femenino. Respecto a la prudencia entendida como virtud femenina, afirma lo siguiente: It could easily be accepted as a conspicuous and suitable virtue of women because it was distinguished from the great powers of the mind -logical, imaginative, speculative, inventive, all of which need training by liberal studies -as natural wit applied to practical affairs. This ability to advise and foresee and govern wisely was clearly displayed in household management [...] by general agreement, conservation of what has been acquired and the government of the house belong to women and are well accomplished only through prudence (29).

En contraposición, cuando se trataba de la prudencia masculina, dicha virtud hacía clara referencia a la vida pública: “The prudence that is recommended for men, necessary in public affairs, a corrective of too much study of books, the result of experience in affairs, is a different story that is seldom told for women, even by their most fervent, and at the same time sober, admirers” (p. 29). Así, pues, aun cuando la prudencia se entendiera tanto en una acepción como en la otra, existía una clara diferencia entre ambas: una aparecía directamente vinculada con lo moral y lo privado-doméstico y la otra, con lo intelectual y lo público; la primera se relacionaba con la mujer y la segunda, con el hombre. Por lo que a la justicia atañe, también parece que se contemplaba tanto como virtud conectada con lo público como con lo privado-doméstico y, por ende, relacionada con el hombre en un caso y con la mujer, en el otro. Kelso establece las diferencias de la siguiente manera:

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EL INTELECTO FEMENINO EN LAS TABLAS ÁUREAS Justice was not denied to women though it was not emphasized as necessary, and indeed was rarely mentioned. Exactly what was meant by it as a quality of women is therefore not easy to determine, but to judge from two passages it had [...] a private and not a public application. Capella says that justice is not separated from charity, that is almsgiving, in which women excel as they excel in the virtues that proceed from justice, innocence, religion, piety, friendship, affection, and humanity. [...] For men justice was self-maintained, put among the virtues applied to public good, and called the foundation of power, present in all the virtues or else they diminish in value (pp. 28-29).

No se debe, sin embargo, sólo a los presupuestos éticos el que a la mujer se la asociase con un tipo de prudencia y justicia cuyo valor se consideraba exclusivamente privado-doméstico, ya que las ideas médicas en circulación le negaban la capacidad de ejercer tales virtudes públicamente. Todavía en el XVII, los que se consideraban efectos psicológicos de sus humores fríos y húmedos ponían en duda su control sobre las emociones y su racionalidad. Aunque ya para esta época la concepción aristotélica de la mujer se había abandonado a favor de una forma modificada de galenismo, en la que había desaparecido la teoría del “hombre imperfecto”, su fisiología y humores todavía la destinaban a ser inferior al hombre, tanto física como mentalmente. Juan Huarte de San Juan, como ya se vio previamente, al establecer su tipología de ingenios, había determinado que éstos se originaban por el predominio de una de las cualidades humorales en una de las potencias de la mente. Como creía que “la frialdad y humidad son las calidades que echan a perder la parte racional, y sus contrarios, calor y sequedad, la perfeccionan y aumentan...” (p. 614), sostenía que la fuerte inteligencia y capacidad de juicio se producía cuando había un exceso de sequedad. Debido a que al entendimiento —potencia psíquica emparejada con la sequedad— le interesaban las causas y raíces últimas de las cosas, por ser su objeto lo absoluto, las ciencias que le correspondían eran la Filosofía, la Teología, la Jurisprudencia y la Medicina teórica. De la Jurisprudencia en particular afirma: “la verdadera interpretación de las leyes, el ampliarlas, restringirlas y componerlas con sus opuestos y contrarios, se hace distinguiendo, infiriendo, raciocinando, juzgando y eligiendo; las cuales obras hemos dicho muchas veces atrás que son del entendimiento” (p. 472). Como en la mujer, de acuerdo con la caracterología establecida por el médico, preponderaban, acondicio-

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nados para las funciones de la maternidad, los humores fríos y húmedos, concluía que estaba incapacitada para las obras del ingenio: “Quedando la mujer en su disposición natural, todo género de letras y sabiduría es repugnante a su ingenio. Por donde la Iglesia Católica con gran razón tiene prohibido que ninguna mujer pueda predicar, ni confesar, ni enseñar; porque su sexo no admite prudencia ni disciplina” (p. 615; el subrayado es mío). El doctor Huarte no podía ser más rotundo a la hora de establecer que la mujer carecía totalmente del talento y capacidad necesarios para el cultivo de las principales virtudes intelectuales. El sexo femenino aparecía así en la realidad histórico-social e ideológica del momento disociado totalmente de las virtudes que se requerían para el ejercicio de la Jurisprudencia. Por tanto, cuando Lope nos presenta en El alcalde mayor a una heroína que no sólo es capaz de proseguir una carrera para la que el sexo femenino se consideraba incapacitado, sino que además se destaca por su brillantez entre todos los miembros masculinos de su profesión, está en realidad desafiando los conceptos ideológicos al uso que daban por sentada la inferioridad mental de la mujer. Claro que en la comedia de Lope, como era de esperar, las cosas regresan al final a su sitio. El matrimonio vuelve a restaurar el orden que el disfraz varonil y la brillantez intelectual de la protagonista habían dislocado. En su estudio de la comedia, McKendrick parece sugerir que la promesa de matrimonio con que concluye produce una reafirmación de los valores tradicionales: “[she] renounces her career in favour of marriage. She reverts, in other words, to the conventional female role” (Women and Society, p. 232). Además de que, por más que sea asumido, Rosarda no renuncie explícitamente a su profesión a causa de su desposorio con Dinardo, tal aseveración resulta especialmente curiosa por no tener en cuenta la importancia, señalada por ella misma, del matrimonio para los escritores de la época. Si el matrimonio, tal como ella misma apunta, era visto como único destino posible y, por ende, como final inevitable —y típico— en la comedia del período (“Women Against Wedlock”, pp. 116117), ¿cómo se puede juzgar entonces la aportación de la obra convirtiendo el desenlace matrimonial en factor tan decisivo? La opinión de Yarbro-Bejarano en lo concerniente al significado de las obras cuya protagonista aparece disfrazada de hombre y cuyo final es la restitución de

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las normas del matrimonio me parece totalmente pertinente y esclarecedora para nuestra comedia: They provide women in the audience with female characters who depart from the feminine stereotypes of weakness and passivity, moving with the freedom of a man through the world, yet whose energies and decisive actions are recuperated within the narratives of romance or marriage. [...] For the majority of Lope’s transvestite female characters, who effortlessly perform the male role, cross-dressing is a “vehicle for assuming power,” however recuperated it may be by the end (p. 105).

Lope ha hecho, en definitiva, que su protagonista, vestida de varón, invada un terreno exclusivamente masculino para demostrar la falsedad de la incapacidad de su sexo, por más que el orden social sea restablecido mediante la promesa de matrimonio. En el proceso, o sea, en el transcurso de la obra, se ha desenmascarado y puesto de manifiesto lo inadecuado de una concepción genérica fundamentada en la inferioridad de un sexo respecto al otro. La puesta en escena de una protagonista que logra altas metas intelectuales invadiendo el mundo profesional, vedado para ella, era por consiguiente de gran importancia y trascendencia en el contexto histórico-ideológico. Subvertía los esquemas mentales de una sociedad patriarcal que, sólidamente cimentada sobre formas de pensamiento que se sentían plena y científicamente justificadas, establecía para la mujer un puesto en el reino doméstico considerado inferior y secundario.

EL

A M O R M É D I CO : O LA

¿EL MEDICINA

AMOR POR LA

MEDICINA

EN POS DEL AMOR?

En El amor médico Tirso de Molina nos presenta a una heroína que logra, al igual que la Rosarda lopesca, escurrirse, disfrazada de varón, dentro del mundo profesional masculino. Sin embargo, de atenernos a la clasificación establecida por McKendrick para la protagonista profesional (dependiendo de las razones por las que acomete su tarea), nos encontramos con que no se ajusta claramente a ninguno de los dos grupos. Si bien nuestra heroína muestra al principio de la comedia un claro propósito de

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dedicarse a la medicina para restituir su prestigio, no es menos cierto que se desplaza hasta Portugal ejerciendo la profesión para ir tras los pasos del hombre que ama. Y el que sea médico en lugar de juez también la aparta de la tradición boccacciana. En la obra los acontecimientos se desarrollan de la siguiente manera: en la ciudad de Sevilla, don Gonzalo hospeda a don Gaspar, caballero toledano, sin hacerle saber que su hermana Jerónima también vive con él. Tras un mes de estancia en su casa, doña Jerónima, que hasta el momento de la llegada de don Gaspar vivía dedicada al estudio y ajena a las persuasiones de casamiento de su hermano, se siente ofendida de que éste parezca ignorar su existencia. Por fin, Jerónima confirma lo que ella había sospechado eran síntomas de amor en don Gaspar cuando lo escucha confesar a don Gonzalo las razones que lo han llevado hasta Sevilla. Allí servía a una dama llamada doña Micaela hasta que, sin el consentimiento de ésta, fue arreglado su matrimonio con un loable caballero valenciano, don Jaime. Sin embargo, una ignominiosa carta anónima se interpuso en los planes de la boda. Como la doncella viera su honor en entredicho por la carta cuya autoría achacaba a don Gaspar, los que hasta el momento habían sido favores para con él se convirtieron en desdenes. Descubiertos los autores de la carta calumniosa por él mismo, don Gaspar se venga matando a uno e hiriendo al otro, viéndose forzado a huir de la justicia real. Fue así cómo llegó hasta Sevilla de donde piensa pasar a Coimbra, ya enterado de la boda de su antigua amante con don Jaime. Don Gonzalo, que espera conseguir el gobierno de La Habana, le sugiere a su amigo que se vaya con él al Nuevo Mundo. Dichos planes se ven truncados porque a don Gaspar ya lo busca la justicia en Sevilla y don Gonzalo, ante el inminente ataque de las tropas francesas, ha de partir de inmediato a un nuevo destino, Pamplona. Don Gaspar decide entonces partir para la corte portuguesa. Allí, su tío don Íñigo de Cárdenas, nuevo embajador en esa corte, arregla el casamiento del galán con su hija doña Estefanía. Ésta cae enferma y contratan para su cura al doctor Barbosa, el cual no es nada menos que la misma doña Jerónima disfrazada de hombre. El consejo de que no se le hable de matrimonio mientras esté enferma sirve de motivo de alegría tanto a doña Estefanía, que está profundamente enamorada de su médico, como a don Rodrigo, protegido de don Íñigo, que arde asi-

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mismo de amores por la niña, pero enciende de celos a don Gaspar, que intuye lo que siente su amada por el doctor. Yendo en busca de este último, don Gaspar se encuentra en la calle con doña Jerónima disfrazada de otra mujer, doña Marta de Barcelos, según dice ella en portugués, y éste se queda totalmente prendado de la que cree ser la hermana del médico. Siguen toda una serie de enredos en los que doña Jerónima, además de hacer el papel de doctor, ya se hace pasar por la hermana del médico, ya por una dama toledana. Tras un sinfín de lances y embrollos, doña Jerónima, en persona del doctor Barbosa, consigue que doña Estefanía dé su mano a don Rodrigo y don Gaspar, a ella, que en esos momentos pretende actuar en representación de su hermana. Con la llegada de las noticias de la muerte de su hermano y del mayorazgo que ella va a heredar, queda revelada su verdadera identidad, así como que su amor por don Gaspar ha sido la causa de todas sus peripecias. Doña Estefanía acepta entonces ser la esposa de don Rodrigo, y doña Jerónima declara, terminando así la obra, que el amor la hizo médico. En Jerónima reconocemos de inmediato a una intelectual que, según su criada, se ha “embebecido” en latines. También desde el comienzo mismo somos testigos del interés que ha despertado en ella el mancebo don Gaspar. Estos dos aspectos o diferentes intereses de la heroína han producido divergencia de opinión entre la crítica respecto al significado o relevancia de cada uno de ellos. McKendrick, dando mayor importancia a sus intereses intelectuales y apoyándose en sus argumentos iniciales contra el matrimonio, ve a doña Jerónima como una protagonista esquiva. No deja de notar, sin embargo, que hay considerables diferencias entre ella y la esquiva tal y como aparece representada en las obras del género. Señala que el rechazo de Jerónima hacia el matrimonio no está motivado por el orgullo, sino que aparece totalmente justificado por conllevar el abandono de la actividad intelectual. Jerónima es sobre todo una intelectual que defiende su derecho a serlo. Por ello, su crítica hacia el casorio se debe a que éste es generalmente obstáculo que se interpone en el desarrollo intelectual de la mujer. En ningún momento, por tanto, se sugiere que ésta sea incapaz de amar por el hecho de ser una erudita. Su enamoramiento se produce de una manera natural: cuando llega el momento, se enamora sin que haya una sumisión gradual, la apariencia de indeferencia ni el orgullo

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a retraerse. Tampoco al final de la obra hay un reconocimiento de la autoridad masculina, ni la glorificación del amor y el matrimonio. Según esto, Tirso habría producido con su comedia una variante del tema de la esquiva (Woman and Society, pp. 236-237). Robert Ter Horst se aproxima al personaje de Jerónima comparándolo, asimismo, con las obras en las que la protagonista es una intelectual esquiva, pero esta vez para distanciarlo claramente de éstas.7 Al contrario de las otras damas doctas, Jerónima abraza las ideas del amor y el matrimonio, produciéndose con ello una ruptura en la dramaturgia de la mujer sabia. Para Ter Horst, Jerónima es personaje único porque su inclinación “draws her as irresistibly to the marriage bed as it does to the book” (p. 282). Observa, de acuerdo con ello, que “for Tirso this woman can love and pursue learning naturally and with great intensity and success” (p. 282), para finalmente afirmar que la inmersión en el mundo de los sentimientos no excluye las funciones del intelecto, sino que el amor de Jerónima, lejos de inhibir las operaciones de la mente, estimula el estudio y el pensamiento. No obstante y pese a estas declaraciones, que parecen indicar que Jerónima se siente tan igualmente seducida por el amor como por el estudio, afirma asimismo que es innegable que en El amor médico Tirso da prioridad al amor, el cual representa el eje central en torno al cual giran los acontecimientos y al cual la actividad intelectual se vincula, e incluso subyuga: Voluntad in his emotional sense is indeed the major premise of El amor médico. Intelligent and determined as she is, Doña Jerónima is ruled by her emotions and not by her intellect [...] Thus this play situates itself not primarily around intellect or the idea of will as determination, although these certainly do make potent secondary contributions, but rather around the wonders which deep feeling when properly focused can produce. Tirso’s subject accordingly is the role of a woman in the grip of powerful emotions (p. 280).

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Robert Ter Horst, “Aspects of Love and Learning in El amor médico”, en Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, 10:2, 1986, pp. 279-298.

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Margaret Wilson, al contrario de Ter Horst y McKendrick, presenta un concepto más bien negativo del personaje de Jerónima, así como de la aportación de Tirso a la dramaturgia de la dama sabia. La aceptación del amor por parte de la protagonista, que es vista por Ter Horst como el mérito de la obra de Tirso y por McKendrick como algo positivo, decepciona a Wilson, por creer que anula las posibilidades que la obra ofrecía al respecto: el planteamiento del dilema de la mujer intelectual en un mundo de dominio masculino. Pese a que Jerónima es un personaje que a primera vista se destaca por parecer ir en contra de los valores establecidos, termina mostrándose como una conformista: and as she [Jerónima] extols the merits of the able and dedicated doctor, surprised as we are by this outburst of feminism two and a half centuries before its time, we feel that she has a sincere vocation. Tirso seems to have glimpsed a higher motive than the sex and social endeavour which prompt so much comedia action, and to be on the point of creating a real character, the intellectual woman, out of whose inevitable tensions fully satisfying drama might have been made. But of course we are disappointed; it is no good looking for Ibsen in Tirso. Jerónima soon experiences the usual infatuation, and is then all too ready for the slavery of marriage.8

Estamos, pues, ante un factor fundamental de la obra por atañer a su significado y que, como acaba de verse, ha ocasionado variedad de opiniones. Es como si el personaje tirsiano se resistiera a ser definido en relación a los tipos dramáticos femeninos prefijados. De ahí los ajustes para hacerlo coincidir con los personajes preestablecidos, o incluso las vacilaciones respecto al propósito que rige la obra. Se hace necesario, pues, replantear las cuestiones que han incitado la disensión entre la crítica. ¿De qué manera la intelectualidad de Jerónima se ve en realidad afectada por el amor? ¿Por qué en su protesta contra el matrimonio reconocemos las quejas de la esquiva, pero sin presenciar al mismo tiempo su rechazo hacia el amor? ¿A qué da Tirso en definitiva prioridad, al amor o a los intereses intelectuales de su protagonista? 8

Margaret Wilson, Spanish Drama of the Golden Age (Oxford: Pergamon Press, 1969), p. 101.

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Desde el comienzo de la comedia tenemos la oportunidad de contemplar a una heroína con clara predilección por el estudio, pareciendo ser su entrega a la labor intelectual la razón por la que no le interesan los planes de matrimonio que su hermano tiene pensados para ella: JERÓNIMA.

QUITERIA.

Que como muestra disgusto Porque no me determino En admitir persuasiones Casamenteras; pasiones De hermano, á que no me inclino, Le ocasionan á no hablarme Dos meses há. No me espanto: Haste embebecido tanto En latines, que á cansarme Llego yo, sin que me importe, Cuanto y mas quien se encargó De ti desde que murió Tu padre (Acto I, esc. I).9

Pronto descubrimos por la propia Jerónima las razones que tiene para no casarse: JERÓNIMA.

¿Siempre han de estar las mujeres Sin pasar la raya estrecha De la aguja y la almohadilla? Celebre alguna Sevilla, Que en las ciencias aprovecha (Acto I, esc. I).

Tras estas palabras de Jerónima se vislumbra, sino un claro rechazo por el matrimonio, sí ciertamente una crítica de lo que éste supone para la mujer: en él ésta vive limitada a “la raya estrecha/ De la aguja y la almohadilla”, o sea, constreñida a las tareas domésticas. De hecho, tras estas pa-

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Tirso de Molina, El amor médico en Obras de Tirso de Molina, ed. María del Pilar Palomo (Madrid: Ediciones Atlas, 1971, Biblioteca de Autores Españoles).

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labras, Jerónima vuelve a hacer una crítica más explícita y dura de lo que el lazo conyugal suponía para la mujer con intereses intelectuales: El matrimonio es Argel, La mujer cautiva en él, Las artes son liberales Porque hacen que libre viva A quien en ellas se emplea: ¿Cómo querrás tú que sea A un tiempo libre y cautiva? (Acto I, esc. I).

Esta vez contrapone los conceptos de libertad y cautiverio para asociar el casamiento con el cautiverio argelino —tan conocido cuan temido en la época— y para contrastarlo con la libertad que brinda la dedicación a las letras (no se olvide al respecto que los nuevos estudios facilitaban el perfeccionamiento personal); o sea, si su entrega al estudio hace a la mujer espíritu libre, el matrimonio la convierte en cautiva por suponer la renuncia a las letras. ¿No pone Jerónima el dedo en la llaga? No cabe duda de que en esta afirmación efectivamente resuena la voz de las heroínas esquivas, quienes ven en el matrimonio una amenaza para su independencia y se rebelan contra las convenciones que las relegan a un papel pasivo y secundario. ¿Convierten estas palabras a Jerónima en una esquiva? Pese a sus reservas respecto al matrimonio, muy pronto sorprende descubrir que el amigo que su hermano alberga en la casa despierta sentimientos en la doncella a los que parecía totalmente ajena. Ella misma confiesa a su criada sin tapujos la atracción que siente por él: JERÓNIMA.

QUITERIA.

10

Si él fuera al paso discreto10 Que galán, yo te prometo Que llevara que soñar, Porque es su disposición Por gallarda, peregrina. Y eso ¿está en la medicina?

Es significativo que Jerónima hable de la discreción como cualidad deseable en el joven.

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No, pero en mi inclinación (Acto I, esc. I; el subrayado es mío).

Lo sorprendente y significativo es que, al expresar estos sentimientos por el galán, utiliza el mismo vocablo que había usado para referirse a su gran interés por el estudio, “inclinación”. Cuando su criada Quiteria la acusa de haberse “embebecido” en latines, ella le responde: “Yo sigo el norte/ de mi inclinación.” (Acto I, esc.; el subrayado es mío). Así, pues, pese a que en principio pueda parecer adversa al matrimonio, casi de inmediato podemos advertir que desde el comienzo mismo la joven acepta, sin rehuirlo, el amor que don Gaspar ha despertado en ella. Consecuentemente, si el rechazo al amor y al matrimonio es característica esencial de la esquiva, se ha de asentir con Ter Horst en que Jerónima no lo es. No obstante, es indudable que la protesta de Jerónima en efecto recuerda a las quejas de la esquiva, con lo que se siguen planteando ciertas dudas acerca de la protagonista tirsiana. Antes de ésta su crítica contra el matrimonio, Jerónima pronuncia unas palabras que, junto con el comentario que suscitan en su criada, creo son clave para entender al personaje de Jerónima en cuanto a la interrelación que Tirso trata de establecer entre su interés por el joven varón y su deseo de desarrollarse intelectualmente: JERÓNIMA.

De ordinario los vasallos Suelen imitar su rey En las costumbres y ley: Si da en armas y caballos, Soldados y caballeros Son el sabio y ignorante, Enamorados, si amante, Si ambicioso, lisonjeros. Dicen que en Indias hay gente, Que porque á un cacique vieron Sin un diente, todos dieron Luego en sacarse otro diente. La reina Doña Isabel, Que á tanta hazaña dió fin,

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JERÓNIMA.

Empieza á estudiar latin, Y es su preceptora en él Otra, que por peregrina, No hay ingenio que no asombre, Tanto que olvidan su nombre Y la llaman la Latina. Por eso quiero imitalla. Haces bien; mas dese modo, Procura imitarla en todo, Por mujer y por vasalla: Cásate, pues se casó. Dame tú un rey Don Fernando Que, á Castilla gobernando, Me deje estudiar, que yo Haré mis dichas iguales (Acto I, esc. I).

Aquí, valiéndose de la relación de vasallaje, según la cual el vasallo ha de imitar a su señor, Jerónima erige a la reina Isabel en máximo ejemplo de emulación. Finalizada la gran “hazaña” de la conquista de Granada cuyo dominio hizo posible la unificación definitiva de España, la reina se dedica ahora al estudio del latín. La referencia a Isabel de Castilla, ejemplo de mujer lograda en las armas que emprende también la tarea de las letras, no sólo hace las veces de la defensa de la capacidad de la mujer en sendos terrenos, sino que además se propone como ejemplo excelso de comportamiento. En cambio no son las armas —o sea, su labor en la conquista— las elegidas como motivo de exaltación, sino su entrega al estudio, rindiéndose asimismo homenaje a la figura femenina más destacada de las que Isabel tuvo en torno suyo, Beatriz Galindo. El ejemplo de esta última, a la que se ensalza por su tarea como preceptora de la soberana, vendrá a enriquecer así el de la figura real, quien, aun cuando no se destacara por sus conquistas intelectuales, sí tuvo el mérito de combinar la labor de reina con el estudio. Y es que en la relación entre los reyes hay, como su mismo lema implica, “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”, un libre intercambio de responsabilidades: la reina, asumiendo la que se creía una tarea masculina, desempeña las funciones del gobierno de Castilla, mientras que el propio Fernando toma a su cargo algunas de ellas

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para que su esposa pueda dedicarse al estudio.11 En su relación con su marido, la reina no se ve constreñida al papel tradicional que se prescribía para la mujer, sino que, por el contrario, su matrimonio con él le ha posibilitado el desempeño de un papel preponderante en la conquista de Granada —id est, las armas— y la dedicación al estudio —id est, las letras—. Como Ter Horst muy perspicazmente afirma, el modelo más inmediato de Jerónima se ha liberado del vasallaje femenino, ha roto el cerco que el matrimonio representaba tanto para su independencia y libertad, como para su dedicación al estudio. Estando casada (y con plenos derechos de soberanía, no ya como reina consorte), Isabel ha sido capaz de desarrollar sus intereses intelectuales. La referencia a los Reyes Católicos en este contexto es, pues, de gran relevancia y primordial. En su caso, el enlace conyugal, amén de haber dejado de ser obstáculo para la actividad intelectual de la reina, la ha facilitado, convirtiéndose en vehículo para la adquisición de la libertad que se pensaba conferían los estudios liberales (“Las artes son liberales/ Porque hacen que libre viva/ A quien en ellas se emplea”). En este contexto, las palabras con las que Jerónima se refiere al rey Fernando, “Dame tú un rey Don Fernando/ Que, á Castilla gobernando,/ Me deje estudiar, que yo/ Haré mis dichas iguales (Acto I, esc. I)”, son esenciales por cuanto que revelan de modo explícito que en realidad ella no se opone al lazo conyugal, sino a las limitaciones que éste imponía sobre la mujer. Si Jerónima, según sus propias palabras, pudiera encontrar a un marido que, al igual que el rey Fernando para con la reina, le facilite su dedicación al estudio, se alegraría de poder casarse. Desde esta lógica interna que el texto establece, la joven heroína puede desarrollar la labor profesional a la que aspira al tiempo que se lanza en busca del hombre que ama sin que se produzca contradicción alguna. En otras palabras, ni su amor por don Gaspar aparece como obstáculo o impedimento para llevar a cabo su labor profesional ni sus intereses profesionales parecen entrar en conflicto con sus sentimientos amorosos. 11

Ter Horst hace referencia al padre de Jerónima como ejemplo de otra figura masculina que también facilita la labor intelectual de la mujer, en este caso de su propia hija, quien declarará: “Mi señor se recreaba/ De oirme, cuando estudiaba” (Acto I, esc. I). Aspect of Love and Learning, p. 285.

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Lo extraordinario de la decisión de Jerónima al decidirse por la Medicina no es sólo que haya elegido un oficio que se considera de dominio exclusivo del hombre, y por tanto vedado para la mujer, sino también y sobre todo que se proponga restituir el prestigio de dicha profesión, la cual se encuentra en estado de hecatombe. Tirso aprovecha así la oportunidad para asestar una muy dura diatriba contra el estado de la profesión médica, crítica de larga tradición entre los humanistas ya desde Petrarca: JERÓNIMA.

No es lástima que examinen A un albéitar herrador, A un peraile, á un tundidor, Y que antes que determinen Que pratique su ejercicio, Aprueben su suficiencia; Y la medicina, ciencia Que no tiene por oficio Ménos que el dar o quitar La vida, que tanto importa, Con una asistencia corta De escuelas, un platicar Dos años, á la gualdrapa De un dotor en ella experto Porque mas hombres ha muerto, Prolijo de barba y capa, En habiendo para mula, Luego quede gradüado, Antes de ser licenciado. De dotor? Quien no regula Estos peligros, ¿no es necio? (Acto I, esc. I).

La labor de Jerónima es pronto reconocida tanto oficialmente como entre la opinión pública: “Su acierto/ Es tanto en esta ciudad,/ Que á él solo se le atribuye/ La comun salud que goza” (Acto II, esc. IX). Como máximo galardón a sus logros consigue una cátedra en Medicina y el nombramiento de doctor de la cámara real. Con ello, Jerónima se ha mostrado no sólo capaz de ejercer la Medicina, sino que además ha llegado a la cima de su profesión, cumpliendo su propósito inicial de restaurar el es-

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tado del ejercicio médico. De ahí que la opinión de Margaret Wilson al respecto carezca de fundamento: “She constitutes no serious answer to the abuses she had deplored, and the medical knowledge she reels off is a garbled and as much for comic effect as that of Pinzón in Feigned Arcady”.12 Valiéndose del atuendo masculino, Jerónima se ha infiltrado en un mundo que, a causa de su sexo, le está prohibido, llevando a cabo una muy notable labor profesional. Aunque vaya a Portugal tras los pasos de don Gaspar, su brillante carrera en el nuevo país sólo encuentra plena justificación vista como resultado de sus intereses intelectuales y profesionales. Como en innumerables comedias en las que la heroína se viste de hombre, el disfraz de Jerónima sirve a Tirso para poner en entredicho la construcción genérica al uso. La brillantez y actividad profesionales de su protagonista dejan al descubierto así la falacia de la incapacidad intelectual femenina. Una afirmación de Yarbro-Bejarano respecto a las heroínas que adoptan el disfraz varonil es pertinente e iluminadora para mejor comprender las implicaciones ideológicas de las obras en donde, como en nuestra comedia, la protagonista ejerce una profesión: In an age in which sex roles were considered “ordained by God or nature”, cross-dressing can call attention to feminity and masculinity as cultural constructions rather than natural essences belonging to the stable entities of “man” and “woman”. For Juliet Dusinberre, “[...] A woman in disguise smokes out the male world, perceiving masculinity as a form of acting.” As Judith Butler points out, cross-dressing offers “sex and gender denaturalized by means of a performance which avows their distinctness and dramatizes the cultural mechanism of their fabricated unity.” The woman dressed as a man reveals the inequities of gender construction, as well as the ease with which woman invades the male province and assumes attributes assigned to the “superior” sex (p. 102).

Con una brillante carrera a cuestas y con un galán por fin rendido, la obra termina con el desposorio de los jóvenes amantes. Final sin duda típico, pero no así los pasos que han llevado hasta él: en el transcurso de la obra el mundo cotidiano se ha trastocado, se ha vuelto del revés sobre ese 12

Margaret Wilson, “Odidities and Outsiders”, en Tirso de Molina (Boston: Twayne Publishers, 1977), p. 68.

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otro mundo de la escena. Pese a que el desposorio final restaure el orden, los fundamentos que lo sustentan no quedan intactos: mientras que, por una parte, se pone en entredicho el concepto de la inferioridad mental de la mujer, por otra, se insinúa asimismo un cambio de funciones para ella. También en otras obras dramáticas del tiempo se vislumbran los desajustes entre los presupuestos establecidos y la actuación de los personajes femeninos. En las obras del género de la esquiva, sus protagonistas, con su protesta por la falta de libertad de la mujer en el matrimonio y por su relegación en él, se unían al coro de voces femeninas escénicas que, de un modo u otro, se oponían a las normas al uso. Y es precisamente esa protesta, reconocible en las palabras de Jerónima, lo que acerca El amor médico a las comedias de la esquiva, haciendo que su protagonista sea comparable a las de esas otras obras. Sin embargo, y esto es fundamental, la heroína tirsiana no rechaza ni el amor ni el matrimonio, y de ahí que, como certeramente apunta Ter Horst y como ya se ha indicado, no pueda ser definida como esquiva. Ahora bien, si Jerónima se aparta de la esquiva en este hecho trascendental, base definidora del género, son sus razonamientos contra el estado conyugal claro indicio, a mi juicio, de que Tirso en efecto se valió para la suya de las obras de la esquiva, sólo que de una manera nueva e inesperada. La heroína de El amor médico se aventura en el mundo de la Medicina al tiempo que se lanza a la busca del hombre que ama, sin que esto último suponga la negación de su labor profesional. O sea, en la comedia Tirso hace desaparecer el conflicto entre los intereses profesionales de la protagonista y el estado conyugal, pero tomando al mismo tiempo, para incorporarlo a la suya, el elemento verdaderamente subversivo de los dramas de la esquiva: la protesta por la falta de libertad de la mujer en el matrimonio, así como por su papel de relegada en él.13 Al anular dicho conflicto, fray Téllez deconstruye la misma base ideológica de la esquiva, y con ello 13

Si bien las razones de la esquiva no son injustificadas, su oposición al matrimonio aparece como censurable por oponerse al buen orden social —según las premisas ideológicas del nuevo Estado moderno—. De ahí, el desajuste ideológico, el chirrido, que se advierte en el género de la esquiva cuando se intenta el acercamiento crítico, puesto que, mientras que por una parte se observa la disidencia respecto a lo establecido en la protesta de la heroína, por otra, estamos ante un claro intento de consolidación del status quo.

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viene a subvertir el género. Visto así, la obra tirsiana, si no comedia de la esquiva, sí cobraría su pleno significado sólo en relación a ésta; es decir, el género de la esquiva sería el marco referencial desde el cual analizar la aportación del desajuste hecho por el dramaturgo. De haber partido para su comedia de la temática de la esquiva, como he sugerido, los ejemplos de Jerónima y de la reina Isabel, personajes complementarios, habrán de verse como inversiones de dicho personaje. El personaje histórico vendría a complementar al dramático, y viceversa; o en otras palabras, sólo en relación el uno al otro alcanzarían los dos ejemplos femeninos propuestos su pleno significado. Si Jerónima, en oposición a la esquiva, no rehuye del amor, sino que se opone a las limitaciones que el matrimonio representa para la mujer, en el ejemplo de la reina, mujer casada que consigue grandes logros, se encuentra encarnada una nueva imagen femenina. El ejemplo de Isabel ilustra y complementa el ideal al que aspira Jerónima, ya que en su caso su casamiento no es obstáculo para el desarrollo de sus intereses intelectuales. Un aserto de Ter Horst referido a los elementos básicos de la obra creo que arroja luz sobre su significado: “The basic elements of the play are its two metaphorical terms: amor and médico. But what the title omits and suppresses, the very link between these constituents, the play itself proposses to supply. Consequently, El amor médico begins with an urgent appetite for metaphorical linkage and connection” (p. 288). Obviamente, las varias posibilidades de conexión de los términos metafóricos “amor” y “médico” harían posibles distintas interpretaciones. El propio Ter Horst, que establece el amor como la premisa básica de la obra, recoge una cita del Simposio de Platón para justificar la conexión que se da en la obra entre el amor y la Medicina; en la obra del filósofo, Erixymachus los entrelaza de la siguiente manera: “I mantain that medicine is under the sole direction of the god of love” (p. 291). En este caso “el amor médico” podría interpretarse como el amor ‘que cura,’ y ciertamente Jerónima queda curada cuando consigue el amor de don Gaspar. Ahora bien, si su amor por don Gaspar ha sido fuerza motora esencial, no lo ha sido menos su amor por la Medicina. Cuando, tratando de explicar a su criada las razones por las que una mujer ha de estudiar Medicina, le dice: “Porque estimo la salud,/ Que anda en poder de ignorantes” (Acto I, esc. I). ¿No son estas palabras testimonio y justificación

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no ya de su amor por el hombre, sino por la Medicina? ¿No sería entonces posible establecer también la conexión entre los dos términos interpretándolos como “el amor por la medicina”? Al restituir la profesión médica, haciendo posible que vuelva a tener un alto puesto entre las ocupaciones humanas, Jerónima también rescatará a todo el género femenino de la baja estima en que se lo tiene. Ter Horst agudamente afirma respecto a las consecuencias de la tarea acometida por la heroína: “Her authentic ascent in addition will confer health upon the diseased relations between sexes, heretofore afflicted by inequality and scorn of the male for the female” (p. 289). En efecto, en el transcurso de la obra tanto la Medicina como la mujer adquieren un nuevo valor y dignidad. El médico alcanza una nueva estima, así como Jerónima, representante del género femenino, demuestra que tiene la misma capacidad que el hombre, o incluso mayor, para ejercer una profesión que se pensaba sólo podía ser ejecutada por el sexo masculino. Así, pues, la labor de Jerónima no sólo disipa el estigma de la inferioridad femenina, sino que viene a afectar de modo positivo su relación con el otro sexo. O sea, la obra no deja intactos ni el concepto de la mujer al uso ni el de sus funciones en cuanto esposa. La puesta en escena de una heroína como Jerónima, quien, consiguiendo grandes logros intelectuales y profesionales, desafía y contradice la noción de inferioridad femenina, junto con la alusión al ejemplo de Isabel de Castilla, cuyo matrimonio con el rey Fernando le facilita el estudio, sirven a Tirso para sugerir una nueva relación entre la actividad intelectual femenina y el matrimonio. Visto así, se haría también posible establecer una nueva interrelación entre los términos “amor” —o entiéndase matrimonio— y “médico” —o dígase actividad profesional—. Fray Téllez insinúa en su obra, cuando menos, una ruptura de los moldes genéricos al uso al proponer que la mujer pueda desarrollar sus intereses intelectuales dentro del matrimonio. Con ello se insinúa de modo paralelo un cambio de funciones para la mujer, basado no ya en su condición genérica, sino en su capacidad. Este acercamiento a la problemática de la mujer con intereses intelectuales es, a mi parecer, el aspecto más nuevo y subversivo de la obra tirsiana respecto a las demás del conjunto y lo que más la acerca a una propuesta moderna.

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El estudio de la erudita en las tablas áureas, personaje tan significativo y prácticamente inexplorado, suponía un doble desafío: junto al análisis crítico de las obras surgía la necesidad de engarzar los eslabones de la historia femenina. Al posar la mirada por los senderos de esa historia desde la modernidad, sorprende descubrir caminos intricados que hacen de la andadura crítica un recorrido tan dificultoso cuan apasionante. A la dificultad de hurgar en dicha historia se une, además, la ardua tarea de tratar de entender un período sobre el cual no hay total consenso crítico respecto a lo que fue y significó. Esa historia y la tradición renacentista me han llevado en estas páginas hasta la comedia española del Siglo de Oro; o, mejor dicho, el estudio de este teatro me ha hecho retroceder en el tiempo para adentrarme por los entresijos de esa historia y de esa tradición. Herederos de la tradición humanista e interesados por la problemática de la mujer, los grandes dramaturgos de nuestro Siglo de Oro, Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca, llevaron a las tablas la cuestión, transcendental, de la capacidad intelectual femenina. El hacer un estudio sobre un personaje dramático que ha recibido tan escasa atención crítica presentaba notorias ventajas, las de trabajar sobre un terreno no sólo no trillado, sino prácticamente virgen. Pero también existían los no menos innegables inconvenientes, los vacíos críticos. Cuando empecé mi trabajo, la crítica feminista parecía ser el material más obvio para mi tema de investigación. Y en efecto ha sido esencial, pero no para cubrir algunas áreas fundamentales. Al leer acerca de la historia de la mujer desde la modernidad, pronto surgieron los desajustes entre la crítica

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feminista y la más tradicional. Había acuerdo en que, con el humanismo, un sinnúmero de mujeres fue partícipe del mundo de la cultura, pero, mientras que la primera tendencia crítica parecía hacer más hincapié en las limitaciones que la humanista tuvo que sufrir, la otra enfatizaba su participación en el devenir cultural, sin establecer una clara diferencia entre la labor de un sexo y de otro. Desgraciadamente, una de las primeras cosas que noté al leer la crítica feminista es que, en la mayoría de estos estudios, no había mención alguna a los studia humanitatis, sumisión que me sorprendió de modo particular al descubrir que el término fue definido por Bruni en dos cartas, habiendo sido una de ellas, De Studiis et Litteris, dedicada a la humanista Battista da Montefeltro Malatesta. Mis lecturas sobre el humanismo me permitieron entender que una de las finalidades esenciales de los nuevos estudios era preparar a la élite para su participación en la vida pública. Comprender esa faceta del nuevo movimiento cultural fue sumamente revelador, permitiéndome establecer mis propias conclusiones sobre lo que éste supuso para la mujer. Quedando marginada de la vida pública, la mujer hubo de enfrentarse con las limitaciones que dicha exclusión imponía. Sin embargo y al mismo tiempo, también el humanismo le abrió una gran puerta al permitirle participar en la impronta cultural de su día. Estas, a mi parecer, dos caras del humanismo femenino ayudan a mejor entender tanto la historia de la intelectual, como la actitud de los hombres hacia dichas mujeres. Todo proceso histórico lleva aparejado contradicciones, y la historia femenina no había de ser menos. Tampoco habría de serlo el teatro áureo, deudor, entre otras tantas cosas, de la historia femenina, la cual pudiera también ser de alguna manera deudora del teatro. El estudio del humanismo ha sido primordial no sólo para comprender la relación de la mujer del período con el mundo de la cultura, sino también para entender un modo de pensar y una tradición que llegaría a penetrar en la propia comedia aurisecular. De las entrañas del humanismo había nacido el primer movimiento feminista conocido, cuyo análisis me ha permitido rastrear sus huellas e impacto en las obras que he estudiado. El humanismo ha provisto en definitiva un marco contextual desde el cual poder reconocer la deuda de nuestros dramaturgos para con él, así como valorar lo que ellos, mediante su puesta en escena de heroínas de gran ca-

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pacidad intelectual, aportaron de nuevo al feminismo que había surgido de su seno. No conviene olvidar que, para la época de nuestras obras, el fervor reformador de los primeros tiempos modernos ya había pasado y, con ello, la mujer se había visto de nuevo apartada del mundo de la cultura. De ahí que el personaje de la intelectual haya de verse, por un lado, como parte de un engranaje y, por otro, y debido su presentación en los escenarios, como un elemento convulsivo dentro del teatro español de la época. El estudio de cada una de las comedias protagonizadas por una erudita ha sido un proceso fascinante porque, aunque cada una de ellas venía a asentar de modo claro la capacidad racional del sexo femenino, todas difieren entre sí de modo significativo. Pese a las obvias diferencias, el contexto ideológico general es el que ha hecho posible establecer, en última instancia, la importancia de la escenificación de la mujer intelectual. De entre ese contexto son de destacar las ideas médicas del día, puesto que éstas venían a proveer la base científica de la supuesta inferioridad racional de la mujer. Mención especial merecen las ideas de Juan Huarte de San Juan, puesto que a ellas se hace referencia explícita en la comedia de Lope La prueba de los ingenios, tan claramente reminiscente del título de la obra del afamado doctor, Examen de ingenio para las ciencias. Su ingente influencia se dejó sentir no sólo en territorio español, sino también más allá de sus fronteras, y de ahí que tales ideas constituyan un marco referencial obligado a la hora de situar todas nuestras obras en el contexto ideológico de la época. Uniendo su propia teoría sobre el ingenio a la procedente de la Antigüedad sobre la composición humoral del cuerpo, el doctor Huarte vino a proveer nuevos datos, considerados científicos, para seguir estableciendo la inferioridad racional del sexo femenino. El logro de la sabiduría dependía, para él, de la disposición natural del talento o ingenio, el cual tiene su base química en la composición humoral del cuerpo. Como se creía que en la mujer preponderaban, adaptados para las funciones de la maternidad, los humores fríos y húmedos, que se consideraban contrarios al ingenio, el médico español seguía deduciendo que la mujer era racionalmente defectiva.

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Siguiendo el modelo de la obra de Huarte, cuya finalidad última era proponer un examen de ingenio, Lope crea una comedia para poner a prueba el propio ingenio de su protagonista. Además de las pruebas que ha de superar y de las que se erige en vencedora, constatándose así su capacidad mental y superioridad respecto a sus contrincantes masculinos, toda la trama gira en torno a la inteligencia de la que se vale la joven para recuperar a su antiguo amante. Al presentar en el escenario a una heroína cuyas dotes intelectuales no dejaban lugar a dudas, Lope negó, desde las tablas, la veracidad de los postulados de Huarte. Tanto en La prueba de los ingenios, como en casi todo el conjunto de comedias analizadas, se pueden rastrear algunos de los topoi más comunes del debate feminista de las Querelles des femmes iniciado por Cristina de Pisa, cuyo propósito era la defensa de las capacidades femeninas. De ahí que el debate, como ya se ha mencionado, constituya uno de los sedimentos ideológicos más inmediatos desde el cual analizar estas obras, puesto que la aparición en ellas de muchos de sus tópicos los hace aparecer como los medios más reconocibles en la defensa de la aptitud racional de la mujer. Pese a que la persistencia de dichos topoi en las comedias los haga parecer meras convenciones literarias, como Constance Jordan certeramente apunta respecto a otros escritos del tiempo, representan ideas que son nuevas, e incluso revolucionarias, por simbolizar una progresión de pensamiento, una nueva sensibilidad ética y política. De entre los loci de dicho debate es especialmente significativo el de “las armas y las letras”, ya que es representativo del nuevo ideal de comportamiento que se instaura en el Renacimiento. Si las armas y las letras daban lustro y prestigio a los hombres, los notables ejemplos de mujeres gobernantes y eruditas podían dar testimonio tanto de la aptitud de la mujer para gobernar (justificando de este modo su derecho a ello), así como de su capacidad racional. De ahí que el locus de “las armas y las letras” (que aparece en la mayoría de nuestras comedias) esté en estrecha relación con otro de los lugares comunes más frecuentes y representativos de la literatura escrita en defensa de la mujer, el “catálogo de mujeres ilustres”, incorporado por Lope en La prueba de los ingenios. Un Leitmotiv significativo en esta comedia es el certamen, el cual no procede del debate feminista, sino de la tradición árabe-española de la sa-

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bia Teodor. Habiéndolo rescatado Lope de ésta, el certamen en el que la joven erudita vence a todos los sabios sería incorporado por él en La doncella Teodor, engarzándose así la comedia en dicha tradición. Este motivo de la joven de inteligencia superior a la de los hombres es uno de los elementos folclóricos del cuento árabe de la esclava Tawaddud, que pasó a la tradición castellana, de donde Lope lo tomó para ésta su obra. Lope hace que su heroína compita con los sabios de la corte del soldán de Persia venciéndolos a todos; con ello el certamen aparece como el principal recurso del que se vale el dramaturgo para alardear de las dotes eruditas de su heroína, dejando de ese modo sentada su aptitud intelectual. En La prueba de los ingenios el certamen no aparece en escena, pero se hace alusión a él cuando uno de los personajes cuenta que la doncella arguyó con los cortesanos italianos erigiéndose en triunfadora (“a los más doctos/ hombres de Italia que en mi corte asisten/ hice que un día la arguyesen, y ella /mostró muy bien, no sólo lo que sabe/ pero que sabe más que todos ellos [Acto I]). Al incorporar este motivo del certamen también en La prueba de los ingenios, se podría afirmar que éste hace las veces de topos en estas comedias lopescas donde la capacidad intelectual de la mujer no sólo no deja lugar a dudas, sino que incluso se presenta como superior a la de los hombres. O sea, la conquista intelectual de las protagonistas en ambas obras se hace explícita en términos hiperbólicos, y, en esto, este elemento de la tradición vino a coincidir con la tendencia del propio tiempo de Lope a hacer una “magnificación” de los logros femeninos. Por más que hoy día dicha “magnificación” pueda verse como signo de falsificación, no conviene olvidar que fue éste un recurso utilizado en la literatura feminista de la época para hacer evidente la capacidad de la mujer y, como tal, aparecía como medio válido y subversivo. Aparecen también en La prueba de los ingenios postulados aristotélicos y escolásticos típicamente utilizados por los detractores del sexo femenino, para ser rebatidos mediante argumentos tales como la igualdad de las almas, la creación y la belleza femenina. Es interesante advertir cómo la belleza femenina, así como la interpretación del origen de la creación, que eran algunas de las razones más alegadas por los detractores de la mujer en apoyo de su inferioridad, son ahora reinterpretadas a su favor. De hecho, la idea neoplatónica de la belleza fue una de las argumentaciones más uti-

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lizadas en prueba no ya de la igualdad de la mujer respecto al hombre, sino de su superioridad. Se podría señalar también que dicho intercambio de argumentos a favor y en contra de la mujer, con la aparición de los tópicos más comunes tanto de un lado como de otro, puede verse como réplica del propio debate feminista de la época. Todas las obras del conjunto podrían analizarse a la luz de las ideas huartianas en boga con resultados similares, puesto que en todas ellas, frente a lo postulado por el conocido médico, se deja sentada de modo taxativo la capacidad mental femenina. No obstante, varias de ellas merecen especial atención en referencia a tales ideas. Las actividades que llevan a cabo las heroínas de El Josef de las mujeres de Calderón, El alcalde mayor de Lope y El amor médico de Tirso se producen precisamente en las áreas del saber que Huarte de San Juan asocia con el entendimiento y, por ende, con la racionalidad masculina: Filosofía, Teología, Jurisprudencia y Medicina teórica. Así, será la curiosidad la que lleve a la filósofa protagonista de El Josef de las mujeres al estudio del texto sagrado, o sea, a la especulación teológica. En El alcalde mayor, Rosarda se destaca en la carrera de Jurisprudencia, primero como la mejor alumna y, más tarde, consiguiendo puestos distinguidos. Por último, la Jerónima de El amor médico realizará una brillantísima carrera en Medicina, la cual le valdrá los mayores galardones. Todos estos personajes femeninos son partícipes de las profesiones para las que el entendimiento, visto por Huarte como la facultad capaz de dilucidar las causas y raíces últimas de las cosas, era primordial. Aunque referida a los escritores políticos, una aserción de Jordan en Renaissance Feminism es aplicable por lo pertinente a los autores de las obras que nos ocupan: At its most theorical, their protest recognizes the systematic nature of patriarchy and envisages a society structured along fairer lines in which an acknowledgment of sexual difference does not serve as the foundation for political distinctions. Once educated, women are to be considered capable of exercising both domestically and publicly the kinds of virtue conventionally assigned to males: justice, fortitude, prudence” (p. 13).

La inmersión en el mundo profesional, terreno considerado de dominio exclusivo del hombre, vendrá asimismo acompañado en estas tres co-

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medias por la adopción de la indumentaria masculina, recurso que se hizo tan popular en la dramaturgia de la época, sobre todo en el siglo XVII. Es el disfraz varonil lo que hace posible que, en El alcalde mayor y en El amor médico, las protagonistas realicen una labor profesional, la Jurisprudencia y la Medicina en sendos casos, en la que además se destacan por los logros acometidos. La protagonista lopesca, desde que “convertida” en hombre se hizo estudiante, se muestra como persona que, amén de ser capaz de proseguir una carrera y ejercer una profesión, se destaca insuperada en la brillantez de su intelecto y de su desempeño profesional. Aparece dotada de virtudes que en el sistema ético se asociaban con lo masculino y lo público —la justicia y la prudencia—, consiguiendo los puestos de alcalde mayor de Toledo y de corregidor de Murcia, aunque no llegue a ejercer este último. La Jerónima tirsiana, por su parte, cultiva tanto éxito en su profesión que pronto es reconocida tanto oficialmente como por la opinión pública, obteniendo como máximo galardón a sus logros una cátedra en Medicina y el nombramiento de doctor de la cámara real. Con ello, Jerónima no sólo se ha mostrado capaz de ejercer la medicina llegando a la cima de su profesión, sino que, además, cumpliendo su propósito inicial, restituye el estado de la profesión médica (la cual es objeto de una dura crítica). Esta zambullida de las heroínas en el terreno público es del todo importante y significativa. Si a las ideas huartianas unimos, además, el hecho de que uno de los fundamentos utilizados en el debate por parte de sus detractores para probar la inferioridad de la mujer era el de su exclusión de las profesiones y de todos los oficios públicos, nos encontramos con que la sola puesta en escena de personajes capaces de grandes logros profesionales representaba una notable subversión. Al vestir a sus heroínas de varón y hacerlas triunfar en un terreno para el que se las consideraba ineptas, nuestros dramaturgos dejan testimonio tanto de su talento, como de las fallas de la construcción genérica al uso, id est, los principios que, basándose en su inferioridad, relegaban a la mujer a la vida doméstica. En El Josef de las mujeres Calderón también viste a su protagonista con atuendo varonil, pero no para lanzarla al mundo profesional. Conforme a la moda barroca, el dramaturgo llevará al escenario la leyenda de una mártir, en este caso la hija de un gobernador romano de la Alejandría del siglo III. Ajustándose a su modelo, la protagonista, y a diferencia de las otras he-

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roínas, ya es una filósofa con una cátedra cuando principia la obra. Adopta el traje de hombre cuando decide, ya convertida a la religión cristiana, vivir como eremita. Aunque obviamente la conversión no estaba vedada a la mujer, Calderón hace, y esto es lo verdaderamente significativo, que su heroína se convierta al cristianismo por medio de su actividad y capacidad intelectuales, es decir, a través de un proceso que deja establecida su capacidad racional. Asimismo, una vez convertida, supera todo tipo de pruebas, siendo la mayor de todas la elección de la muerte en pro del recién descubierto cristianismo, dejando así al mismo tiempo sentada su fortaleza. Estos dos rasgos definidores de Eugenia, su capacidad racional y su fortaleza, constituyen dos ejes centrales del ascetismo jesuita, cuya influencia en el dramaturgo es tan crucial para comprender plenamente el sentido no ya sólo de ésta, sino de toda su obra. De acuerdo con dicha doctrina, si la racionalidad ha sido el medio que la ha llevado hasta Dios, su fortaleza habrá de verse como la virtud que la ha ayudado a vivir conforme a la fe cristiana, hasta el punto de sacrificar su vida por ésta; es decir, su fortitudo ha de verse como resultado de su misma aptitud para el raciocinio. La subversión de Calderón al presentarnos a una heroína de tan alto calibre intelectual resulta totalmente asombrosa si tenemos en cuenta su afinidad con el pensamiento contrarreformista. La concepción teológica oficial que de los sexos todavía se poseía procedía de la visión escolásticotomista, la cual consolidaba el sistema genérico existente. Aunque Santo Tomás había reconocido que el sexo femenino poseía capacidad racional, había asumido asimismo, apoyándose en nociones aristotélicas, que las facultades racionales aparecían en mayor grado en el masculino. Nuestro dramaturgo, en cambio, lejos de mostrarse fiel a los dictados de la ortodoxia, al convertir a su protagonista en intérprete del texto reconoce su paridad intelectual con respecto al hombre. Como en todo el conjunto de comedias calderorianas que versan en torno a la temática de la conversión, la metamorfosis religiosa de la filósofa alejandrina se produce a través de un proceso intelectual que requiere el correcto uso de la razón; o sea, sólo la adecuada interpretación del texto bíblico podía encauzar a la sabia doncella por el verdadero camino de salvación. Calderón se aparta claramente así del pensamiento oficial en lo referente a la cuestión, cardinal, de la capacidad racional del sexo femenino, estableciendo para la mujer un nuevo

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lugar, no ortodoxo, en una comunidad cristiana que la había relegado a un papel secundario y considerado inferior. Con la excepción de El Josef de las mujeres, todas las obras del conjunto finalizan con la feliz unión de los amantes y la promesa de las nupcias. No obstante, será en La vengadora de las mujeres lopesca y en El amor médico tirsiano donde el matrimonio adquiera un significado especial, debido a que ambas se enfrentan directamente con la intelectualidad femenina en relación al matrimonio, otra de las cuestiones más palpitantes del tiempo. Si en concordancia con las necesidades políticas de la naciente sociedad de la edad moderna, los primeros tratados italianos sobre la familia promulgaron la importancia del matrimonio, la rehabilitación que de tal estado llevaron a cabo los humanistas cristianos, y en especial Erasmo, no fue menos decisiva, sobre todo en suelo español, donde su influencia fuera tan ingente cuanto duradera. Otras circunstancias contribuyeron también a que se convirtiera en cuestión candente, tales como la Reforma, que negaba el sacramento del matrimonio, o los propios problemas de desestabilización social, especialmente en la España del XVII, causada por el crecimiento urbano, que forzaron a las autoridades eclesiásticas a una aplicación más estricta del sacramento para impedir los matrimonios clandestinos o los casos de bigamia. Al considerar la relevancia que el estado matrimonial adquirió en la España de la Contrarreforma, así como en toda Europa con el advenimiento de la era moderna, apenas puede sorprender que el enlace conyugal constituya el final típico de la comedia áurea. Visto asimismo en dicho contexto, el género de la esquiva creado por Lope puede explicarse como una respuesta, desde el teatro, a las necesidades y presupuestos ideológicos del momento, ya que su finalidad última es la glorificación del matrimonio. Lope, con La vengadora de las mujeres, lleva al escenario a una heroína que es adversa al amor y al matrimonio y que se distingue además por su erudición; es más, su rechazo hacia el amor y el matrimonio —visto como su inmediata consecuencia— ha sido provocado por su labor intelectual. Como a Cristina de Pisa, la lectura de numerosos libros le ha revelado a la protagonista la misoginia de los autores masculinos, y de ahí que decida, apropiándose de la pluma, vengarse de los hombres. Esta circunstancia hace que el matrimonio y su intelectualidad aparezcan a primera vista como términos que se contraponen. No obstante, a medida que avanza el

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drama, se va enderezando la actitud de la heroína hasta hacerla aceptar su recién descubierto amor por un galán, al tiempo que se deja sentada su capacidad mental. Con ello, Lope convierte su obra tanto en un alegato del matrimonio como en una defensa de la aptitud intelectual femenina, los dos polos temáticos en torno a los que gira la comedia. La protesta por la situación de desigualdad que sufre la mujer en la vida real hace que las quejas de la protagonista esquiva de La vengadora aparezcan justificadas, aun cuando su rechazo hacia los hombres sí se vea como vilipendioso desde el primer momento. Con sus palabras de protesta, la joven erudita entra a formar parte de toda una tradición de personajes femeninos que se rebelan contra la desigualdad genérica, constituyendo estas argumentaciones, tan comunes en el debate feminista, un aspecto ciertamente subversivo de la obra. Es interesante destacar el hecho de que en esta comedia, así como en La doncella Teodor, Lope haga referencia, asimismo, a una de las ideas más difundidas por los defensores del sexo femenino desde Cristina de Pisa: la de que si la mujer es iletrada no se debe a su inaptitud, sino a la falta de acceso a la educación; idea que estaba en consonancia con el nuevo valor que con el humanismo adquirió la educación, concebida sin lugar a dudas como piedra angular en la reforma de la sociedad. Después de todo, uno de los aspectos más revolucionarios que el nuevo movimiento había traído consigo en lo que atañía a la mujer fue el énfasis en la necesidad de su formación intelectual. De ahí que, al presentar el problema de la falta de educación femenina, Lope se muestre como continuador de la tradición humanista (no se olvide a este respecto la gran influencia de Erasmo en España). Claro que Lope, como ocurriera en los tratados educacionales destinados a la mujer, por más que defienda su derecho y necesidad de educación, no lleva tal idea hasta las últimas consecuencias con la propuesta del desempeño profesional femenino, cayendo así en inevitables contradicciones. La protagonista de El amor médico, como la lopesca, también se queja de la desigualdad de la mujer cuando denuncia su subyugación en el matrimonio. No obstante, si bien tal protesta es eje que entronca la comedia tirsiana con el género de la esquiva, se separa asimismo de él en algo fundamental: su protagonista no rechaza la idea del amor, y de ahí que se

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aventure en el mundo de la Medicina al tiempo que se lanza a la busca del hombre que ama. Y es justo eso lo que convierte la comedia de Tirso en una inversión y subversión del género de la esquiva, ya que se anula la contraposición que en la obra de Lope en principio se establece entre amor —o dícese matrimonio— y el quehacer intelectual de la protagonista. Sin bien el Fénix intenta dejar sentada la capacidad de su protagonista y, con ello, neutralizar dicha contraposición, lo cierto es que deja de lado el hecho, real, de que, para la mujer con intereses intelectuales, el matrimonio representaba el abandono del estudio. De ahí que, mientras que el rechazo que la protagonista de La vengadora de las mujeres siente hacia el matrimonio es totalmente vituperable, en El amor médico aparezca justificado, puesto que Jerónima, a diferencia de Laura, no detesta la idea del matrimonio, sino la subyugación de la mujer en él. Este distinto planteamiento sitúa a ambas comedias en una perspectiva diferente. Mientras que Lope simplemente hace referencia a la situación de desigualdad sufrida por la mujer, Tirso, tras reconocer el estado de subyugada de la mujer casada, parece insinuar un ajuste de funciones. Para ello, fray Téllez propone a la Reina Católica como modelo de emulación, ya que, en su relación con su marido, no se ve constreñida al papel tradicional que se prescribía para la mujer, sino que combina la labor de reina con el estudio, mientras comparte con el rey Fernando las responsabilidades del gobierno. Vasalla de la reina, Jerónima ha de seguir el ejemplo real, modelo por excelencia. De este modo, el ejemplo real, a la vez que le sirve a la heroína de inspiración, viene a complementar al propio personaje tirsiano. La referencia a la reina es, por tanto, esencial para entender el nuevo papel que en la obra se vislumbra para el sexo femenino: un ajuste de funciones que permita a la mujer el desarrollo intelectual, y ello a pesar de que dicho ajuste no se lleve hasta las últimas consecuencias. Cuando al final Jerónima abandona el disfraz varonil al descubrir su verdadera identidad, las cosas vuelven a la normalidad y, con ello, al restablecimiento del statu quo. Sin embargo, en el proceso, el atuendo masculino ha permitido dejar sentada tanto la capacidad intelectual femenina como su aptitud para ejercer una profesión, al tiempo que se ha sugerido, por muy de soslayo que sea, un nuevo reparto de funciones distinto del tradicional, que relegaba a la mujer al reino doméstico y a las actividades relacionadas con

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éste. De haber llevado tal sugerencia de cambio hasta las últimas consecuencias, Tirso habría apostado por una relación entre los esposos totalmente nueva y moderna y, por ende, feminista en el sentido pleno de la actualidad. Pese a que no se llegue a poner en práctica la propuesta del cambio, la obra de Tirso es, de entre todas las del conjunto que, finalizando con el desposorio de los amantes, tratan de establecer la aptitud mental del sexo femenino, la más radical y la que se acerca más a una propuesta de feminismo actual. La comedia de Calderón, como ya se ha visto, merece consideración aparte por tratarse de la historia de una mártir cristiana; es decir, de entrada no parece situarnos ante la problemática de la mujer en relación al hombre, sino más bien ante la religiosa de la conversión, la cual atañe a ambos sexos por igual. En cambio, nuestro dramaturgo, al convertir a su heroína en intérprete del texto, también le asigna a la mujer un papel diferente del tradicionalmente ortodoxo. Aunque tampoco se dé en la obra el paso del ajuste de funciones, de la reorganización social, el mero vislumbre de un reparto de funciones no fundamentado en la diferencia genérica sino en la capacidad individual hace que, junto a la de Tirso y frente a las obras de Lope, la comedia calderoniana sea más radical y feminista, así como más coherente. Pese a que los tres dramaturgos defiendan desde la escena la capacidad racional del sexo femenino, ninguno de ellos lleva hasta las últimas consecuencias la admisión de dicha aptitud. La falta de un intento paralelo de reestructuración de la fibra social produce, pues, inevitables contradicciones, las que conllevan el seguir aceptando un sistema de patriarcado sustentado sobre una ley natural que se prueba errada. Por tanto, se hace necesario matizar cuidadosamente a la hora de hablar del feminismo de estas obras, puesto que no se las podría calificar de feministas en sentido estricto o, digamos, actual. Y es que al fin y al cabo fueron escritas por hombres de su época (no se pueden olvidar los prejuicios misóginos que en ocasiones aparecen en ellas), y de ahí que el lector contemporáneo, desde la perspectiva de su propio tiempo, posiblemente sólo reconozca en estas comedias un exiguo feminismo. En cualquier caso y a pesar de sus limitaciones, no podemos dejar de reconocer que el mismo hecho de admitir la capacidad racional femenina resultaba revolucionario, y ésa es la razón por la que el

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término feminismo es en última instancia también aplicable a estas obras teatrales. No sería hasta siglos después y a duras penas cuando la sociedad occidental en general reconociese la paridad intelectual de los dos sexos, dando paso con ello a la mayor transformación de toda nuestra historia en el cambio de funciones del sexo femenino. Únicamente liberada del estigma de su inferioridad racional podría la mujer en la sociedad occidental del siglo XX adquirir un papel de igualdad con respecto al hombre. Por ello, vuelvo a insistir, no podemos por menos que maravillarnos ante el hecho de que estos autores presentasen en la escena heroínas de gran inteligencia. El llevar a las tablas protagonistas que se destacaban por su capacidad intelectual, por sus logros en el mundo del saber y hasta por su labor profesional, es, a mi parecer, el más claro indicio de que ellos creían a todas luces en la aptitud racional de la mujer. Con ello, ya se ha dicho hasta la saciedad, se opusieron claramente a los fundamentos ideológicos que sustentaban su inferioridad racional y que la relegaban al ejercicio de unas funciones consideradas, asimismo, inferiores. Al elegir a la mujer docta como material dramático y proclamar su capacidad intelectual desde las tablas, los dramaturgos españoles más destacados del tiempo, como se ha mencionado, se unieron a toda una corriente que en defensa de la mujer había aflorado desde los albores del Renacimiento, sobre todo en el humanismo. El debate feminista que surgió de él, si bien tampoco estrictamente feminista en el sentido actual, vino a conferir un nuevo estatus a la mujer al reconocer su paridad genérica respecto al hombre en aspectos fundamentales, siendo la aptitud racional uno de ellos. No, es por tanto, casual que los tópicos del debate aparezcan en estas comedias auriseculares, cobrando así nueva vida. La introducción de dichos lugares comunes había de imprimir un sello muy específico en estas obras: la defensa de las capacidades femeninas, siguiendo el propósito mismo de las Querelles.1 Ahora bien, si con la defensa de la aptitud racional del sexo femenino nuestros escritores se muestran como 1

Esto lleva asimismo al planteamiento de otras cuestiones que no dejan de ser interesantes ¿Pretendían estos dramaturgos, al introducir tales topoi, conferir una determinada seña de identidad a sus obras, tal como ocurría en la lírica con la poética de la imitatio? ¿Podrían estar dichos loci destinados de modo particular a esa audiencia culta que, en los dos corrales fijos de Madrid, tenía una localidad reservada? De hecho, en contra de lo pre-

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herederos de toda una tradición, no así al llevar a la erudita al escenario. No existía tal tradición en el teatro, y por ello el mismo hecho es extraordinario e innovador. Pese a que al desafiar, en esta cuestión, los presupuestos ideológicos del tiempo se unieron a otras voces disidentes, no se puede olvidar el hecho de que ellos lo hicieron desde el escenario de un teatro de masas, o sea, un teatro que, por una parte, había de responder a la demanda del público y que, por otra, tenía que ajustarse a los presupuestos ideológicos del statu quo. La mujer “varonil”, entre la que se halla la intelectual, ciertamente atraía al público. Aunque las razones pueden ser múltiples y variadas, lo que me interesa destacar aquí es el hecho de que la escenificación de este tipo de personaje femenino que de un modo u otro se desvía de la norma no puede explicarse enteramente ateniéndonos al gusto de los espectadores. Por más que estos personajes pudieran fascinar a la gente, al entrar en conflicto con algunos de los fundamentos ideológicos de la época, se hace necesario buscar otras razones que justifiquen su puesta en escena. Las palabras de John Elliott respecto a la literatura áurea en general me parecen muy pertinentes en el caso de nuestras comedias: “The works of Spain’s Golden Age contain sufficient ambiguities to suggest that subversive subtexts are there for the reading”.2 Existen, en efecto, demasiadas contradicciones en un corpus literario y artístico tan rico como el del Siglo de Oro, demasiadas ambivalencias que resisten una lectura monolítica y reductora. Creo que los principales motivos para la escenificación de la mujer intelectual hay que buscarlos en la percepción que los propios dramaturgos poseían de la mujer, sin con ello descartar, claro está, otras posibles razones. Pese a las concesiones para acomodar el gusto del público y las exigencias de la oficialidad, nuestros poetas dramáticos, con la genialidad de su arte, supieron infiltrar en su obra una visión distinta de la realidad, la suya propia —en este caso referida a la inteligencia femenina—, así imprimiendo un sello muy personal en ella.

tende demostrar en su Arte nuevo, Lope tiene muy presente a ese público “docto” al escribir su teatro. 2 John Elliott, Culture and Control in Counter-Reformation Spain, ed. Anne J. Cruz y Mary Elizabeth Perry (Minneapolis: University or Mennesota Press, 1992), pp. xi-xii.

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Al defender desde el universo dramático de sus obras la aptitud racional femenina, estos dramaturgos se erigieron en claros defensores de la mujer en esta cuestión que es del todo trascendente y capital, por cuanto que la supuesta incapacidad femenina servía de fundamento a la diferencia genérica y a la estructura del patriarcado. De ahí que dicha defensa, por más que no sea paradigma único a la hora de establecer la postura de nuestros escritores ante el problema femenino, constituya sin duda alguna un parámetro esencial. El asentar que la mujer tenía la misma capacidad racional que el hombre no tenía porqué negar la diferencia genérica en otros sentidos, pero ciertamente establecía la igualdad de ambos sexos en un aspecto básico y trascendental. Es precisamente ese reconocimiento, considerado en el contexto de la época, lo que convierte esas obras en notablemente subversivas y a sus autores, asimismo, en subversivos en su concepto de la mujer. Y esa subversión nos fuerza a contemplar el teatro áureo con una nueva mirada: por una parte nos hace reconsiderar nuestra visión de la postura de los mayores dramaturgos de la época ante la problemática femenina y, por otra y como consecuencia, nos hace cuestionar una vez más la idea del teatro áureo como un mero fenómeno cultural propagandístico. Aunque no quepa duda de que servía al ideario oficial del tiempo, su análisis revela demasiados desajustes para admitir sin más su sumisión a los ideales establecidos. Este conjunto de comedias es un claro ejemplo de ello. La defensa de la capacidad intelectual de la mujer desde la popularidad de las tablas muestra las fisuras de la base ideológica del sistema patriarcal que, desde distintos frentes, establecía la inferioridad racional de la mujer. Durante el tiempo que duraba la comedia, los espectadores tenían la ocasión de contemplar a veces un mundo desconocido por lo alterado, pero cuando ésta acababa todo volvía a la realidad palpable de su vida cotidiana. Sin embargo, la experiencia de la obra representaba una ruptura en la monotonía rutinaria, y no sólo porque los alejaba durante unas cuantas horas de sus sempiternos quehaceres imbuyéndolos en una realidad que les era ajena, sino también porque podía mostrarles —aunque sólo fuese a veces— un mundo que no por insólito dejaba de ser hacedero. Si la artificiosa tramoya barroca parecía escenificar lo inaudito, también en las tablas aparecían mujeres reales que, con su brillantez intelec-

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tual, disipaban la falacia de su incapacidad racional y podían crear un mundo, asimismo inusitado, de nuevos horizontes mentales. Mi trabajo intenta un primer paso en la exploración del personaje de la intelectual en nuestro teatro áureo. La importancia de tal temática, insisto, no debe soslayarse, ya que, al defender desde la popularidad de las tablas la aptitud racional del sexo femenino, estos autores hubieron de influir en que medrase el pensamiento que reconocía y validaba dicha capacidad, negada durante siglos desde Aristóteles a Huarte de San Juan, y de ahí nuestra posible deuda para con el teatro. Como mujer y amante del mundo de las letras nada de esto me ha sido indiferente, y así ha nacido este estudio, para contribuir a iluminar en estas notables comedias el asombroso cuanto osado protofeminismo que alberga la dramaturgia española del Siglo de Oro.

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