El Facundo Y La Construccion De La Cultura Argentina

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Diano Sorensen

El Facundo y la construcción de la cultura argentina

Diana Sorensen

El Facundo y la construcción de la cultura argentina

^BEATRIZ VITERBO EDITORA

Biblioteca: Tesis / Ensayo Diseño de tapa: Claudia del Río

Los fondos para la publicación y la traducción de este libro provie­ nen del Thomas and Catharine Me Mahon Fund del Department of Romance Languages and Literatures de Wesleyan University.

Originalmente publicado en 1996 como Facundo and the Construction of Argentine Culture, por Diana Sorensen Goodrich, Copyright © 1996: University of Texas Press. Todos los derechos reservados. Primera edición en español: agosto 1998 Traducción: César Aira © Diana Sorensen © Beatriz Viterbo Editora San Lorenzo 817, 8oA Rosario, Argentina I.S.B.N.: 950-845-066-5 Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 Impreso en Argentina

p a r a m i h i ja L i s a

A gradecim ientos

Familia, amigos y colegas han contribuido en la escritura de este libro escuchándome y respondiendo, y también con la ayuda práctica sin la cual la escritura no puede tener lugar. Primera entre ellos está mi madre, Marta Sorensen, cuya devoción y apoyo alla­ naron muchos obstáculos en el camino. Mi padre, Gerardo Soren­ sen, siempre ha sido mi definitivo socio en lecturas. A Jim Goodrich, mi más profundo agradecimiento por su lealtad, bondad y compa­ ñerismo. Durante la escritura de este libro saqué enorme provecho de la inteligente y generosa atención ofrecida por Sylvia Molloy, que siguió el progreso del trabajo con un apoyo constante; le estoy agra­ decida por su amistad, y su compartida pasión por Sarmiento y su mundo. Josefina Ludrner, Ana María Barrenechea y Walter Mignolo también me dieron valiosas pistas cuando la idea de este proyecto estaba tomando forma. Mi colega Ann Wightman ha sido un inter­ locutor sumamente valioso a lo largo de los años, a veces ayudán­ dome a pensar algún punto desde su perspectiva de historiadora. Lo mismo puedo decir de Jay Winter, cuyo sentimiento de la histo­ ria y la poesía alentaron mi diálogo con el pasado. A Wilfrido Co­ rral, muchas gracias por su infalible y generoso consejo bibliográ­ fico. Arcadio Díaz Quiñones y David William Foster hicieron va­ liosas lecturas del manuscrito, por las que estoy profundamente agradecida. Con el correr de los años, he tenido estimulantes dis­ cusiones sobre Sarmiento, a veces acaloradas, con Joseph T. Criscenti, Elizabeth Garrels, Marina Kaplan y Doris Sommer. Espero que las siguientes páginas den origen a muchas polémicas nuevas entre nosotros. 9

La investigación y escritura de este libro fueron ayudadas por una Beca Fullbright, otra de la Rockefeller Foundation, y un se­ mestre en el Wesleyan University Center for the Humanities. Es­ toy agradecida por su apoyo, que me dio un acceso esencial a m a­ teriales de investigación así como la igualmente necesaria paz y concentración. En la Argentina, Adriana de Muro, del Museo His­ tórico Sarmiento, me permitió consultar valiosos materiales bajo su cuidado. Muchas gracias por su amabilidad y eficiencia. Mi amigo el Dr. Eduardo Duek hizo milagros para obtener microfichas de la Biblioteca Nacional de Chile. Theresa J. May, de la University of Texas Press, prestó su ayuda profesional a lo largo del trabajo. Mis colegas y alumnos de la Wesleyan University merecen mi gratitud por su interés en mi trabajo y el estímulo intelectual que proveen: siempre puedo contar con el aporte generosamente inte­ ligente de Peter Dunn, Bernardo Antonio González, Robert Conn, y Khachig Tololyan. Joan Júrale, Edmund Rubacha y Steven Lebergott de la Olin Memorial Library, prestaron su conocimiento y apoyo en muchas ocasiones cruciales. Gracias a todos los que dejaron su marca en las siguientes páginas; querría haber tenido la suerte de darle buen uso a sus huellas. Dedico este libro a mi hija. Lisa K. Goodrich, que sigue enseñándome.

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Prólogo

Esta obra de Diana Sorensen, El Facundo y la construcción de la cultura argentina, ofrece una visión del libro que quiere ser cons­ cientemente compleja y responder a nuestro modo contemporáneo de pensar los problemas socioculurales. Ambiciosa e interesante propuesta, crece y se abre a nuevas cadenas de relaciones, y así se enriquece por el mismo proceso que insiste en la no clausura original. Especialmente si en su nivel superficial deja marcas de la ambición de ser al mismo tiempo develación de un sentido. Máquina de producir sentido hacia atrás y hacia adelante, es no sólo creadora de un mito sino inquisidora de una historia que continuará dando claves en cada eslabón del proceso, cuando éste se fracture o se invierta. Esta cadena de las variadas relecturas del Facundo, que ahora se ofrecen, constituye su sentido y al mismo tiempo dice que no existe un sentido de una obra. Muestra la fluctuante tensión por interrogar ciertos núcleos que una colectividad elige o borra como claves. Así convoca diversos testimonios, desde el del mismo Sarmiento (sobre su Facundo contrastado con su tardío Conflicto y armonías de las razas en América,), pasando por los de sus contemporáneos o por los de sus posteriores comentaristas: escritores, críticos, historiadores que lo sacralizan o vituperan o intentan borrarlo en sucesivas encrucijadas espaciotemporales e ideológicas. Una interesante línea de acercamiento la constituyen las prim e­ ras recepciones en el extranjero y las traducciones (traiciones que no siempre provienen de quien desprecia al país o al autor, sino a 11

veces de amigos como Mrs. Mann, que rehace la obra a imagen y semejanza propia, o borda sobre lo exótico o lo ejemplar). Estamos pues ante otra lectura pero no una más, pensada por quien conoce las reivindicaciones del post-colonialismo. Partiendo de la oposición fundante del libro “civilización y barbarie” y de otras duplas conexas como campo y ciudad, culturas centrales y marginales, junto con nociones no siempre binaristas que se les asocian (poder, autoridad, progreso, nación, identidad, pluralis­ mo, globalización, economía, colonialismo) se llega al final del re­ corrido. La autora reconoce haber evitado conscientemente llegar a una conclusión, y en lugar de ofrecer una solución prefiere contribuir a un entendimiento sobre cómo y por qué los términos en pugna definen y redefinen la nación. A n a M aría B arrenechea

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SARMIENTO Del tiempo que es después, antes, ahora, Sarmiento el soñador sigue soñándonos. —Jorge Luis Borges

Introducción

¿Otro libro sobre el Facundo? Basta echar una mirada a la inti­ midante bibliografía acumulada sobre este libro fundacional para pensar que habría sido preferible dejar sin escribir este volumen. Pero el punto de partida de las páginas que siguen es precisamen­ te la proliferación de escritos alrededor del Facundo, y las grietas ideológicas que los atraviesan. Pues si bien hay un acuerdo general respecto de la importancia del libro, y sobre su status de clásico de las letras latinoamerica­ nas, hay profundos desacuerdos sobre su interpretación y sobre la clase de mitos de construcción nacional que promovió. Hasta hoy la Argentina sigue embarcándose en acalorados debates sobre el libro de Sarmiento. Para algunos, es un legítimo reclamo a unirse al mundo desarrollado y tomar modelos de la civilización europea para alentar la modernización argentina. Para otros, contribuyó al insidioso discurso de inferioridad nacional que bloqueó la ex­ presión de las aspiraciones populistas y rurales de la producción de la identidad nacional. Nadie trata al Facundo como un texto neutral. Al crecer en la Argentina, dentro del medio un tanto excéntrico de una escuela inglesa, fui expuesta en mi infancia a la glorifica­ ción de Sarmiento y sus ideas. Cantábamos el “Himno a Sarmien­ to”, que invoca sus luchas “con la pluma, con la espada, y la pala­ bra”, a la que no faltaba nunca a clases la llamábamos “una Sar­ miento”, y en las celebraciones conmemorativas del 11 de septiem­ bre, el “Día del Maestro” (fecha de la muerte de Sarmiento) pro­ nunciábamos largos discursos sobre su dedicación de toda la vida a la educación. Entre mis primeros recuerdos de lecturas escola­ 15

res hay pasajes tomados de Recuerdos de Provincia (la higuera de Paula Albarracín se alzaba, emblemática, sin que yo supiera bien por qué; Sarmiento minero leyendo de noche en Copiapó era el epítome de la pasión por el saber) y el Facundo. Este último entraba en nuestra imaginación antes de que supiéramos qué hacer con su heterogeneidad discursiva; leíamos extractos sobre los problemas de los espacios desolados de la Argentina, sobre las intrigantes habilidades del rastreador, del baqueano, del gaucho malo que encarnaba un Facundo Quiroga fugitivo de la justicia cuando miraba a los ojos a un tigre. Juan Manuel de Rosas, por su p u e sto , era em blem a de la o m n ip rese n te b a rb a rie de la conflictiva vida política argentina; se evocaban recuerdos del gobierno de Perón oblicuamente mediante la colorida descripción del terror en los días de la Confederación. Una profesora de historia que mencionó el “revisionismo” nos alarmó con la posibilidad de que tuviéramos que reubicar nuestra distribución de cualidades buenas y malas. Pero sólo cuando fui estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires tuve que hacer frente al desmantelamiento de los mitos recibidos. Durante la década de 1970, cuando los gobiernos de Cámpora y Perón daban voz al populismo, el Facundo fue enjuiciado como documento de los “vendepatrias” que habían traicionado a la Argentina y lite­ ralmente se la habían entregado a los intereses extranjeros. Los ataques eran lanzados desde distintos ángulos, pero un blanco per­ manente era la dicotomía civilización/barbarie, a la que se invertía para poder leer todo el libro en sentido opuesto. El dramatismo y la energía de esos debates dejaron huellas que seguí en estudios en los Estados Unidos, cuando exploré los territorios más vastos de la literatura latinoamericana. La polaridad reaparecía en for­ ma más o menos velada pero persistente en una panoplia de tex­ tos de los siglos XIX y XX, con las cualidades riesgosas, aunque seductoras, dadas por su capacidad de articular otras muchas opo­ siciones binarias tan profundamente arraigadas en nuestros há ­ bitos de pensamiento. Me intrigó la posibilidad de seguir las huellas del conflicto de interpretación que concernía a las lecturas del Facundo en la for­ mación cultural de la Argentina. ¿En qué medida estas huellas podían dar cuenta de la naturaleza fracturada del país, de esa “Argentina en pedazos” que Piglia evoca de modo tan sugestivo en su libro, centrado en una escena de escritura desgarrada por la violencia; o de las metáforas de fracaso que apuntalan la Inven­ 16

ción de la Argentina tal como la relata Nicolás Shumway? En pa­ la b ra s de uno de los d e tra c to r e s de S a rm ie n to , e s tá n los “sarmientones” que exaltan con delirio sus virtudes, mientras los “sarmientudos”1lo condenan con igual pasión; puede ser divinizado o demonizado, pero nunca ignorado. En palabras de uno de sus admiradores, Sarmiento es la esencia de la “argentinidad”, pero quizás, como lo dice otro, esa esencia sólo puede entenderse como algo compartido por él y Rosas: Sarm iento y Rosas son ... los dos rep resen tan tes gen uin os de la argentinidad en sus luces y en sus sombras, algo así como la tesis y la antítesis de la vida nacional.2

Sin suscribir esta dialéctica hegeliana, el presente libro inten­ ta explorar el interjuego constante de luz y sombra que ha susten­ tado las lecturas conflictivas del Facundo desde su publicación en 1845, tratando de tomar distancia de ellas de modo de construir una lectura de lecturas. Enmarca a este proyecto una concepción de la escritura que puede resumirse en la observación de Barthes según la cual “es­ cribir es ofrecer el habla (parole) a otros, de modo que puedan com­ pletarla”.3Más bien que intentar un análisis más del Facundo, en­ tonces, veré cómo el texto ha sido “completado” de muchos modos diversos, los cuales, a su vez, tienen que verse dentro de relacio­ nes contextualizadas de poder, restricciones institucionales y otras circunstancias que afectan los “usos” que se le dan a un libro. De ahí que, como premisa básica, este estudio concibe la obra no sólo como algo destinado al lector, sino además necesitado de que el lector active y dé vida a sus significados. El texto, entonces, es un objeto para el sujeto lector activo, quien es un coproductor creativo en un proceso de comunicación no subordinado a la idea de una interpretación correcta o adecuada; idea que las páginas que si­ guen problematizarán. Una obra como el Facundo, que ha engen­ drado una pluralidad de lecturas, d ra m atiza la n a tu ra le z a inestable del texto mismo: lejos de ser un portador homogéneo de sentido, es una red de relaciones diferenciales no restringida a los límites físicos del libro, sino extendida sobre una vasta red de lecturas que pretenden legitimarlo, cuestionarlo o negarlo. Si un texto es una diseminación de sentidos, sus lecturas ponen en escena su producción. Así como el texto no puede ser concebido con independencia de sus lecturas, las lecturas a su vez no pueden separarse de los con­ 17

textos en los que funcionan, ni puede ignorarse la interacción en­ tre diferentes contextos de lectura. Cuando se toma en cuenta el eje histórico, la sucesión de lecturas se vuelve parte de una cade­ na semiológica en la que los elementos del sistema interactúan entre sí: cada nueva lectura puede ser afectada por otras anterio­ res, y a su vez puede influir en las recepciones que seguirán. Si puede decirse que las variadas lecturas del Facundo constituyen su sentido, entonces pueden al mismo tiempo ilustrar en qué medida no existe un sentido objetivo de una obra. Mirando el libro a través de las capas de lecturas que se han acumulado a lo largo del eje diacrónico, uno tiende a subrayar los modos en que las lec­ turas están cargadas con los remanentes de otras lecturas, que proporcionan una especie de basamento arqueológico, y por ello una dimensión intertextual. La productividad de una obra reside en las lecturas variadas y a veces in e -'°ra d as a las que da lugar, en las nuevas estructuras de recepción Hue resultan de diferentes interpretaciones. El acto de “desenganchar”4 la obra del contexto de producción pretende impedir la clausura en su estudio y abrir­ lo a las relaciones múltiples que tendrán lugar en las lecturas de diversos lectores. A su vez, las lecturas no son autónomas del contexto, sino de­ terminadas por una cantidad de factores que las conforman. Como ha afirmado tan persuasivamente Hans Georg Gadamer, la inter­ pretación de cada texto es un hecho creativo que no se limita a reapropiar el mensaje textual del pasado: también incorpora el presente del intérprete.5 De hecho, el marco de cada lectura dife­ rirá necesariamente de aquel en que fue constituida originalmen­ te como significativa. Leer es una meditación entre diferentes po­ siciones intelectuales y culturales; no es infrecuente que tenga lugar por caminos menos que armoniosos, y que requiera inter­ venciones tanto destructivas como constructivas que pueden afir­ mar, negar o desestabilizar ideas en circulación. Y como el sentido que, por razones de simplificación, podría llamarse inicial, ya está embarcado en el movimiento de la historia, la noción de una inter­ pretación final válida tiene poco sentido. La recepción del Facundo ilustra la bancarrota de esa noción, y la medida en que cada época tiende a comprender la tradición escrita a su modo. Arthur Danto sugiere una dificultad adicional: aun si uno fuera a describir com­ pletamente el contexto inicial del texto, no sería posible ubicarlo en todas las historias que lograrían reconstruirlo.6 18

Si la idea de tradición debe ser cuestionada para acomodar una medida de escepticismo respecto de la interacción entre pasado y presente, tomando en cuenta las condiciones bajo las cuales la tra­ dición se desarrolla y cambia, podría rastrearse el modo en que los sentidos se constituyen y modifican, se consolidan y debilitan. Cuando se estudia al Facundo a través de sus lecturas, lo que emerge es un proceso en y a través del cual una sociedad articula su cultura y al hacerlo produce y media el conflicto, dándole for­ ma a las relaciones sociales. Dentro de los esquemas que emergen, se detectan los distintos mecanismos interpretativos desplegados en diferentes subculturas. El campo cultural aparece fragmenta­ do y discontinuo; no obstante, las relaciones complejas entre ideo­ logía, conocimiento y poder se presentan como reguladoras de las luchas por la supremacía interpretativa. En otras palabras, se hace claro que las interpretaciones en conflicto del Facundo nacen de diferencias tales como la afiliación política, los conceptos de la nación, o los usos de la cultura. Así, es interesante rastrear las diferencias en cuanto al sitio desde el cual son producidas. Cuan­ do estudio la recepción del clásico de Sarmiento, entonces, exami­ no las fuerzas institucionales que legitiman las interpretaciones, las afilaciones de quienes hicieron afirmaciones de validación so­ bre el libro, las formas de legitimación desplegadas, y los térmi­ nos en los cuales tiene lugar el combate no resuelto por la hege­ monía interpretativa. Esto implica examinar procesos interrelacionados tales como la producción y el consumo, la comunicación y la selección, la recepción y la acción. La conexión entre el texto y la vida práctica aparece como activa y fértil; arroja luz sobre la constitución de la cultura argentina y sobre algunos de los modos en que se desarrolló la conciencia histórica, de modo que los pro­ blemas planteados se relacionan con la historicidad de los textos y la textualidad de la historia. Es interesante ver cómo la identi­ dad nacional puede observarse desde el punto privilegiado de un clásico y sus lecturas, cómo estas constituyen un repertorio de in­ terpretaciones en conflicto, y la medida en que la polémica puede dar un modelo para comprender la formación cultural. Persuadi­ da del encastre social y material de todos los modos de escritura, he basado mi trabajo descriptivo e interpretativo en la sociedad y la historia de modo de ampliar y profundizar mi preocupación con el lenguaje y la lectura. Por ello, confío en que el examen de las prácticas discursivas engendradas por un clásico contribuirán no sólo a los estudios literarios sino también a las áreas relaciona­ 19

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das de la historia, el pensamiento político y el estudio de las for­ maciones ideológicas. De este modo, el examen participará de la reestructuración en marcha de los límites disciplinarios que ha­ cen de las humanidades un campo de trabajo significativo intelec­ tual y socialmente. La concepción de la historia que apuntala este proyecto escapa a la noción hegeliana de comprehensión como proceso unificado que garantiza la inteligibilidad de los hechos en una secuencia diacrónica homogénea. En lugar de ello, los períodos históricos serán vistos como mezclas de hechos que emergen en distintos momentos de su propio tiempo, marcado por discontinuidades foucaultianas y la construcción de lo que podríamos llamar un ar­ chivo de las lecturas del Facundo. Como señala Román Jakobson en sus Essais de linguistique genérale, “Como la historia del len­ guaje, la poética histórica debe concebirse como una superestruc­ tura, edificada sobre una serie de descripciones sincrónicas suce­ sivas'’.7

Una fórm ula para el conflicto: civ iliza ció n versu s bar­ barie Las tensiones que han caracterizado la recepción del Facundo derivan en no pequeña medida de la dicotomía que eligió Sarmiento para dar cuenta de las luchas en la era post Independencia. Aun­ que no fue su creador, su astuta apropiación la volvió un paradig­ ma influyente en la literatura latinoamericana, que ha engendra­ do un archivo de escritura, ya sea ratificándolo o negándolo. Obras tan distintas como Martín Fierro o Doña Bárbara, cada una a su modo, dan testimonio de la profunda huella de la fórmula sarmientina en la construcción de la cultura. La dicotomía civilización-barbarie está atravesada por la dife­ rencia. Es un acertijo a dos voces que afirma y niega, que contiene la matriz de tradición y contratradición de un modo nietzscheano, agonístico. Obviamente es un caso de la oposición conceptual de la metafísica occidental, y su larga vida manifiesta el poder de este modo polarizado de pensar, por un lado, y por el otro el poder de su estructura “o/o” para alentar el conflicto en la formación cultu­ ral. El campo discursivo regido por la fórmula ha dominado las lecturas del Facundo como si fuera a la vez su ceguera y su perspi­ 20

cacia, proporcionando una poderosa herramienta conceptual y un campo fértil para el ataque. Aun una revisión somera a la recep­ ción del Facundo sugiere que la polémica que la rodea ha sido lan­ zada con más frecuencia desde el punto privilegiado de la famosa dicotomía. No puede sorprender que sus términos se refieran no tanto a una condición específica como a concepciones problemáti­ cas de valores sociales. No carece de interés rastrear la historia de los términos en cuestión, y ver en ellos un caso del funcionamiento del lenguaje, la cultura y la ideología. Si estamos de acuerdo con Emile Benveniste en que la historia del pensamiento moderno está liga­ da a la creación y mantenimiento de “unas docenas de palabras esenciales, cuyo conjunto constituye el bien común de las lenguas de la Europa occidental”8, puede ser fecundo investigar la emer­ gencia de un término tan cargado como “civilización”.9 Hay una conjunción elocuente entre una cierta experiencia de la cultura y la sociedad, y la necesidad de expandir el repertorio lingüístico. Como ha señalado Lucien Febvre. el término no existía hasta la segunda mitad del siglo XVIII, hecho que da una sugestiva opor­ tunidad de examinar sus raíces en una concepción de la razón, el progreso y la perfectibilidad de la condición humana. En la histo­ ria del término, como afirma Febvre, se confronta la emergencia de una formación cultural: Hacer la historia de la palabra francesa civilisation sería reconstituir, en realidad, las fases de la más profunda de las revoluciones que haya consumado, y sufrido, el espíritu francés desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta nuestros días. Y en consecuencia, desde un punto de vista particular, abrazar en su totalidad una historia cuyo atractivo y brillo no quedaron limitados a las fronteras de un Estado.10

Febvre encuentra el sustantivo impreso por primera vez en 1766, aunque cree que fue acuñado antes,11y de hecho tanto Emile Benveniste como Jean Starobinski12registran apariciones anterio­ res. Aunque Starobinski lo encuentra en fecha tan temprana como 1743, en el Dictionnaire uniuersel de Trévoux, encuentra discuti­ ble su significación porque tiene un espectro de sentidos puramente jurisprudenciales. Tanto Starobinski como Benveniste coinciden en que el Marqués de Mirabeau puede haber sido el que lo usó por primera vez en sentido no jurídico, en su Ami des hommes (17561757, pág. 176), donde aparece muchas veces en sentidos que no son inequívocos.13 Hacia 1798, el término había adquirido consi­ 21

derable circulación en los escritos de Raynal, el Abbé Baudeau y Diderot, pero su triunfo sólo llega con la Revolución Francesa. En la historia de la palabra inglesa, podemos recordar la histo­ ria que cuenta Boswell sobre cómo Johnson se resistía a admitir civilisation en la cuarta edición de su Diccionario, por preferir civility para expresar lo opuesto de barbarie. Parecería que el es­ cocés Adam Ferguson, de la Universidad de Edimburgo, en An Essay on the History of Civil Society, de 1767, fue el primero en usar la palabra en inglés.1,1 La obra seminal de Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes o f Wealth of Nations (1776) contiene unas pocas apariciones de la palabra con la connotación de avance hacia un nivel más alto de desarrollo humano. Pues realmente la palabra “civilización” es acuñada para cu­ brir los vacíos dejados por otras palabras existentes, para intro­ ducir o borrar modulaciones de sentido contenidas en palabras existentes. Así, civilité, un término muy viejo, aludía a la honesti­ dad y cortesía de modales, mientras que civil tenía implicaciones políticas y judiciales. También había un racimo semántico alrede­ dor de las palabras pólice, pólice, policie, politesse, politeia, urbanitas, todas sugestivas de la ley, el orden, la administración, la ciudad o polis, el gobierno, y opuestas a su ausencia en el esta­ do de barbarie. La palabra “civilización”, entonces, fue necesitada específicamente para designar el triunfo de la razón en sentido político, intelectual y moral. Proclamó el espíritu de la Encyclopédie, de la ciencia racional y experimental. Su postura autorreflexiva indica una conciencia emergente sobre el desarrollo de la vida colectiva, y no tarda en tomar conciencia de otras civilizacio­ nes, a la vez que retiene un sentimiento de dominio crítico sobre la otra. En ese sentido quedó ligada a su opuesto en tanto implica­ ba una perspectiva de la perfectibilidad de la sociedad humana alejándose de los estadios primitivos, salvajes, bárbaros. Diderot resume esto en términos claros: “Instruir a una nación, es civili­ zarla: extinguir los conocimientos, es devolverla al estado primi­ tivo de barbarie...”15. Este sentido de “civilización” implicaba la culminación de una concepción histórica lineal, ascendente: ¿cómo no verlo como un caso revelador del entrelazamiento de lenguaje e ideología? También puede haber una cualidad paradójica en el tér­ mino: como lo expuso agudamente Jean Starobinski, puede seña­ lar a la vez la consolidación de un sentimiento de misión y logro, y una crisis concomitante: “El derrumbe de lo sagrado institucional, la imposibilidad para el discurso teológico de seguir valiendo como 22

‘concreto y absoluto’ invitan a la mayoría de los espíritus a buscar con la mayor urgencia absolutos sustitutivos”.16 La palabra “civi­ lización” pudo verse como algo que venía al rescate, con todo lo que implica en términos de perfectibilidad humana y creencia en la razón, como alternativa a la religión. El modelo conceptual que proporcionaba permitió una variedad de usos que se referían tan ­ to a sí misma y a su contrapartida implícita (la barbarie) como parte de una familia de conceptos a través de los cuales podía nom­ brarse un opuesto en un ritmo marcado por uno mismo y el otro. Lingüistas, viajeros y exploradores de los siglos XVIII y XIX lo encontraron práctico (en conjunción con su opuesto) como una he­ rramienta para registrar impresiones de los distintos estadios del desarrollo humano encontrados al recorrer el planeta y sus habi­ tantes desde su punto de vista superior. El gran explorador Wilhelm von Humboldt hizo comentarios sobre esta curva ascen­ dente desde la barbarie y hacia un sistema de tres capas que in­ cluiría Zivilisation, K ultur y finalmente B ildung . 17 En el curso del siglo XIX. la palabra tomó connotaciones de superioridad cultural a medida que el expansionismo del Occidente producía una ideo­ logía del Imperio que era parcialmente justificada por la idea de que los pueblos inferiores, salvajes y bárbaros, serían elevados de su condición en la empresa civilizadora. Como lo ha señalado Ro­ berto Fernández Retamar, la dicotomía civilización-barbarie no puede separarse del ascenso del capitalismo.18 Según su punto de vista, fue parte del desarrollo del capital y su necesidad concomi­ tante de crear mercados mundiales. En su apoyo hubo un grado de etnocentrismo que tendió a subrayar las diferencias entre los eu­ ropeos y los no europeos. Citando a Engels, Fernández Retamar alude a las implicaciones materiales de la dicotomía, pues en la interpretación marxista la base de la civilización es la explota­ ción de una clase por otra. Dentro de este contexto, recordamos la poderosa afirmación de Walter Benjamín, “No hay documento de civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barba­ rie.”19 En los primeros años del siglo XX, la fórmula metropolitana estaba circulando en los diarios del área del Río de la Plata, en los fundados durante el Virreynato (Telégrafo Mercantil, Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, Correo de Comercio) así como en los que siguieron a la Revolución de 1810. Según F. Weinberg, es en el Mensajero Argentino, publicado por los seguidores de Rivadavia, donde la dicotomía es expuesta como tal por primera 23

vez.20 En un libro reciente, Jaime Pellicer desarrolla la idea de que fue el amigo y compañero de exilio de Sarmiento, Vicente Fidel López, quien realmente transplantó la polaridad al ámbito cultu­ ral latinoamericano en su tesis de graduación, Memoria sobre los resultados generales con que los pueblos antiguos han contribuido a la civilización de la hum anidad . 21 Sarmiento toma de ahí ideas de lucha e historia, para registrar el progreso de la nación en su fase postcolonial. Aunque parece haber un cierto determinismo geográfico en su pensamiento en tanto la tierra y su impacto en el proceso de socialización bloquea el crecimiento de una sociedad civilizada, el impulso histórico que mueve la fórmula civilizaciónbarbarie parece garantizar un movimiento hacia adelante, que culminará en el triunfo de la civilización, como puede verse en los capítulos finales del Facundo. Para todos los que se veían inmersos en la empresa de modernización, el llamado a terminar con el po­ der de los caudillos rurales, compendiados en las figuras de Quiroga y Rosas, se apoyaba en la validez de la misión civilizadora. “Un término con una carga sagrada demoniza a su antónimo”, declara Starobinski al discutir el poder con que la carga concep­ tual de “civilización” transporta en sí un juicio negativo de su opuesto.22 Sostenido en la poderosa tensión tropológica de la dico­ tomía, el término “barbarie”, el “afuera” de la civilización, su opues­ to, tiene una historia mucho más larga, de la que da cuenta el hecho de que representa el temor con el que en general se ha en­ frentado al otro. De hecho, la palabra aparece en una contribución a la Encyclopédie escrita por el Abbé Yvon para la edición de 1751, en la que “civilización” está ausente. La palabra “bárbaro”, como su pariente semántico “salvaje”, ilustra cómo puede progresar la definición por negación, y cómo la diferencia puede ser expresada por la asignación de cualidades negativas o inferiores a lo que se percibe como una amenaza a la norma societaria.23 Más aun, el término marcó el límite entre un afuera y un adentro, ya que para Aristóteles y sus comentadores los barbaroi eran excluidos de la oikum ene, o la familia del hombre. Una implicación importante de la palabra “bárbaro” fue, desde los tiempos de la Grecia Clásica, que podía ser aducido como una justificación para la esclavitud. Esta relación pragmática ha sido expuesta por Lewis Hanke en su libro seminal Aristotle and the American indian, con una cantidad de ejemplos que ilustran cómo contribuyó al discurso de la domi­ nación de los indios norteamericanos. La obra de Anthony Pagden examina estos términos y sus raíces aristotélicas, revelando la 24

medida en que la legitimidad del dominio español en el siglo XVI estaba relacionada con la interpretación y la definición de las plabras “bárbaro” y “barbarie”. La urgencia por establecer el es­ pectro de significados asociados con estos términos en autores como Vitoria, Sepúlveda, Las Casas y Acosta sugiere su peso problemá­ tico en cuestiones como la legalidad, la teología, la naturaleza del mundo y sus habitantes. Como prueba con elocuencia el libro de Pagden The Fall of Natural Man, un desplazamiento de enfoque fundamental permitió a los españoles justificar su dominio sobre los indios americanos: sin examinar más los “supuestos derechos jurídicos de los conquistadores”, pusieron bajo la mira en su lugar la naturaleza del pueblo conquistado.24 Centrarse en la noción de barbarie fue el truco que permitió ubicar la cuestión del poder en un marco conceptual nuevo. Afirmar o negar las supuestas fallas de los indios fue la operación en la que se apoyaría la naturaleza del dominio español. Así. aun cuando un bárbaro no fuera un es­ clavo natural, necesitaba la mediación provista por la España cris­ tiana para empezar a borrar las marcas de extranjería y pasar gradualmente del afuera a un adentro. Sólo los provistos de civili­ dad podían hacer posible esa transición. Por supuesto, podrían escribirse varios capítulos sobre los usos de la palabra “barbarie” para designar la condición de gauchos, llaneros, gente de origen africano o indios. Aun una obra como el Martín Fierro, de 1872, tan conciente de la condición del gaucho desamparado, despliega con insistencia términos como “salvaje” o “bárbaro” para referirse al indio. Es muy raro encontrar una pers­ pectiva de relativismo cultural como la que hay en Las Casas o Montaigne. En América Latina, el recordatorio más realista de los peligros de una aceptación acrítica de la ideología de las civiliza­ ciones europeas es el elocuente “Nuestra América” de Martí: hacia 1891 los problemas de adherir a la ideología de la dominación oc­ cidental se estaban haciendo evidentes. Pero aun antes de que el patriota cubano hiciera su llamado contra la adhesión a criterios extranjeros de modernización, varias notas precautorias habían sonado en boca de otros escépticos del impulso de modernización. En la década de 1850 Juan Bautista Alberdi cuestionaba con agu­ deza la ciega aceptación de los valores europeos, y lo hacía con frecuencia en sus ataques al Facundo y a su impacto. El venezola­ no Ramón Ramírez, en El cristianismo y la libertad: ensayo sobre la civilización americana (1855) señalaba los males causados por 25

el intento de asimilar los valores europeos a expensas del bienes­ tar de la mayoría y de una genuina identidad continental. Con la llegada del siglo XX, el legado de Nietzsche y Freud, los movimientos de resistencia, la autoconciencia antropológica de pensadores como Lévi-Strauss, y la postura irónica y cuestionadora con respecto a las consecuencias del imperialismo han permitido el desarrollo de un sostenido discurso crítico a las implicaciones de la fórmula problemática. Pero ya desde temprano la adhesión plena a las virtudes imputadas a la civilización sobrellevaron un cuestionamiento. Una palabra que había ganado su ascendencia con la Revolución Francesa fue puesta en contextos problemáticos por quienes se oponían a ella, como Edmund Burke, quien apuntó a la “salvaje brutalidad” de un Estado que había terminado con la religión y la nobleza. La “civilización” era problematizada por la inclusión de la “barbarie” dentro de ella, como una amenaza la­ tente. Hasta el “inventor” de la palabra, el Marqués de Mirabeau, aludía a la “barbarie de nuestras civilizaciones” y a la “falsa civi­ lización”, pues la palabra era parte de una empresa crítica desde su cóncepción. En los primeros meses de 1848 apareció en El Comercio de Valparaíso una reveladora serie de artículos titulada “La civiliza­ ción: Conferencias Jerundianas”. Muestran cómo, por un lado, la civilización era vista como proveedora de las cualidades conside­ radas necesarias en los primeros estadios de la formación nacio­ nal (“aquel grado de cultura que adquieren los pueblos o perso­ nas, cuando de la rudeza natural pasan al primor, elegancia y dul­ zura de voces, usos y costumbres de jente culta. Urbanitas, civilitas, comitas”),25 mientras por otro no lo hace sin un reverso claramente negativo en términos de moral, religión y hasta “el deseo de adquisición”.26 Así, el uso de la fórmula no carece de con­ tradicciones inherentes en la medida en que el término positivo a su vez se dividía a lo largo de líneas provenientes de una nota precautoria sobre los peligros de la decadencia. La astuta apro­ piación hecha por Sarmiento de la dicotomía tenía por una parte la ventaja de generar conceptos y teorías, pero por el otro le tra n s­ mitía su naturaleza fracturada al debate sobre el destino de Amé­ rica Latina. Sin seguir en detalle el extenso repertorio de textos y teorías que invoca la fórmula, es esencial notar el im portante libro cuestionador de Roberto Fernández Retamar, Calibán, encabeza­ do con la fórmula, y que reclama la identidad de Calibán como el 26

otro asumido de modo desafiante por América Latina en respuesta a su posición postcolonial. Fernández Retamar a la vez subvierte la fórmula sarmientina y sigue dentro de su esfera, revelando qué profundamente ha instalado los términos dentro de los cuales pue­ de articularse el debate: el crítico cubano sigue necesitado de ele­ gir uno de los dos polos, incapaz de liberarse de la lógica binaria en la que está encastrado el proceso de significación.27 Por lo de­ más, y como Fernández Retamar advierte bien, el reclamo desa­ fiante de Calibán como proveedor de identidad es en sí mismo un signo de dependencia: Asumir nuestra condición de Calibán implica repensar nuestra histo­ ria desde el otro lado, desde el otro protagonista. El otro protagonista de La Tempestad (o, como hubiéramos dicho nosotros, El Ciclón), no es por supuesto Ariel, sino Próspero. No hay verdadera polaridad Ariel-Calibán: ambos son siervos en manos de Próspero, el hechicero extranjero.

La persistencia de la polaridad le ha permitido sobrevivir al giro autorreflexivo de nuestros tiempos, a veces apareciendo en debates muy contemporáneos sin desprenderse de sus trampas decimonónicas. Un ejemplo es un debate del que participaron Mario Vargas Llosa, Arcadio Díaz Quiñones y Tomás Eloy Martínez en la primavera de 1993, en el que el intercambio de opiniones sobre la modernización, la apertura de barreras comerciales siguiendo el impulso del liberalismo económico, la venta de empresas de pro­ piedad del Estado, y la descentralización de las economías nacio­ nales, es llevado adelante en los términos propuestos por Sarmien­ to, quien es invocado en la conversación. Después de que Vargas Llosa ha expuesto sus ideas políticas, Díaz Quiñones las resume así: “A esta altura de la conversación advierto que el verdadero modelo de Mario Vargas Llosa para el espacio público es Sarm ien­ to, con su discurso civilizador y modernizador, y sus ideas de civi­ lización y barbarie”.29 No sorprende que el editor del Suplemento Cultural de Página 12 haya elegido como título para el texto “La modernidad a cualquier precio”, aludiendo a la controversia no resuelta de la escena postcolonial. Una importante contribución reciente al estudio de mujeres escritoras en la argentina, el lúcido libro Between Civilization and Barbarism: Women, Nation and Literary Culture in Modern Argentina, de Francine Masiello,30 pro­ clama y a la vez debate la fórmula tenaz, ubicándose en el espacio “entre” ella para explorar precisamente “un gesto femenino con­ tra el binarismo".31 Abrir un espacio discursivo alternativo impli­ 27

ca un intento de trascender la lógica binaria inscripta en la disyun­ ción de Sarmiento: “Una tercera posición ... se sitúa ni en las mo­ radas de los civilizados ni en los campos de los bárbaros: una fu­ sión de los dos es pronunciada en los preceptos de mujeres escrito­ ras que socavan la lógica binaria”.32 Es su imponente presencia en el campo cultural de América Latina la que, al menos en parte, explica la importancia del Facundo en la cultura argentina: es una máquina para engendrar textos y discursos interpretativos.

Un libro para una nación Josefina Ludmer se refiere al Facundo como “la primera cate­ dral de la cultura argentina”13y, como Tulio Halperín Donghi, ve la cultura nacional como continente y contenida por la doble voz del Facundo y Martín Fierro. Para Ludmer, de hecho, aunque Sar­ miento estuvo cerca pero no llegó a producir “literatura gauchesca” por no darle al mismo Facundo Quiroga la voz en el texto, la oyó todo el tiempo (“Era la voz de su delirio, de su sueño, porque la tenía adentro y porque ésa era la voz de la patria cuando escribió Facundo"),'M y puso en escena la escritura gauchesca cuando Fa­ cundo Quiroga es presentado eligiendo la desersión sobre la disci­ plina, después de haber sido reclutado en 1810 en el regimiento de Arribeños a las órdenes del General Ocampo.35 El “vacío” deja­ do por Quiroga en el ejército al optar por sus propios reclamos de poder, “por el valor y el crimen, el gobierno y la desorganización”,3” es a la vez su ausencia del regimiento patriótico y del género gauchesco. Esa ausencia también invoca la tensión que sostiene la división civilización/barbarie: La barbarie no sólo dramatiza el enfrentamiento con “la civilización” sino un segundo enfrentamiento interior, consigo misma... Contiene una parte de civilización, valor y gobierno, asociada con crimen y desorgani­ zación. La doble tensión, hacia afuera y adentro de sí es la mejor defini­ ción del Facundo, el texto de Sarmiento.37 Es esa tensión entre el adentro y el afuera de una formación cultural la que ha dibujado la identidad argentina, a la vez desga­ rrada y sostenida por la división Facundo IFierro. Volviendo al sugerente texto de Ludmer una vez más, se nos recuerda la tenaz presencia de Sarmiento aun en el género que él habría silenciado. 28

Sarmiento, Facundo, es el guía histórico del género por sus palabras escritas y por el espacio desde donde están escritas. Cada vez que las palabras de Sarmiento, el revés exacto del género y su punto de contacto máximo, entran en un texto del género hay una vuelta y Sarm iento se hace presente en su corazón.38

Enmarcados por la identidad y la diferencia, los dos textos fun­ dadores de la cultura argentina median y a la vez engendran el conflicto. El Facundo parece contener las combinaciones que per­ mitirían la organización de un espacio en el que la cultura se mo­ dela; la resistencia y el cuestionamiento, la canonización y la legi­ timación están encastradas en él y han determinado el sentido fracturado de la tradición que bien puede llamarse la “problemática argentina”. Como ha observado Nicholas Shumway, “la disposición mental peculiarm ente dividida creada por los intelectuales decimonónicos que dieron forma a la idea de la Argentina”39 per­ siste hasta hoy, debilitando el consenso y la creencia en la unidad o, al menos, en la comunidad. La “ficción guía” que legó Sarm ien­ to a la nación ha sido, paradójicamente, a la vez profundamente divisoria y abarcadora: no del todo distinta del pharm akon de Platón, es a la vez la condición de la diferencia y el gozne por el que los términos opuestos comparten un elemento común.40 De hecho, los lectores más incisivos de la cultura argentina son lleva­ dos a fusionar sus dos voces antagónicas, viéndolas como los dos lados de la misma moneda, o como la luz y la sombra presentes en la memoria cultural de la nación. Un pasaje de José Hernández y sus mundos, de Tulio Halperín Donghi, merece ser citado en ex­ tenso en razón de las fecundas visiones que promueve sobre los textos y sus mundos: El culto de la simetría (entre Facundo y Martín Fierro) no bastaría sin embargo para explicar la tenacidad con que se sigue buceando en su bus­ ca. El atractivo que, luego de tantas decepciones, la empresa sigue man­ teniendo para muchos deriva de que prefieren buscar en Hernández una alternativa, antes que un paralelo, para Sarmiento; ese m onumento se­ creto de una literatura soterrada, cuya presencia Martín Fierro permite adivinar, es el correlato ideológico y literario de una tradición política cuya temporaria derrota ofrece a su juicio el tema central para cualquier historia veraz de la Argentina en la segunda mitad del siglo XIX, y con la cual se identifican por otra parte apasionadamente; Martín Fierro es en ­ tonces el Facundo y Hernández el Sarmiento de ese hemisferio de luz que los servidores de las tinieblas, efímeramente victoriosos, buscaron, con éxito igualmente efímero, borrar de la memoria de la nación.41

La persuasiva prosa de Halperín Donghi nos enseña a ver al peligroso claroscuro en el cuadro de la Argentina, vuelto más peli­ groso todavía por el intento de borrar la luz de resistencia sumer­ gida. Esos intentos sin éxito han producido una panoplia de efec­ tos mundanos y textuales, que van desde los recientes horrores en la historia del país a las metáforas frecuentes de enfermedad y fracaso desplegadas en el discurso sobre la nación. Si la cultura nacional organiza y sostiene la memoria comuni­ taria, la necesidad de redesplegar y reinterpretar sus textos fun­ dadores sería sugestiva de los modos en que los problemas no re­ sueltos empujan a una revisión del pasado. Leer el Facundo ha sido uno de los medios de conceptualizar los conflictos del pasado y, también, de prever las posibilidades del futuro, pero en la m a­ yoría de los casos el esfuerzo ha implicado llegar a un acuerdo inicial con la interpretación sarmientina de la nacióíl, desplazán­ dola o corroborándola. Un intelectual tan apasionado como Ezequiel Martínez Estrada, quien evocó de modo tan vivido la ex­ periencia del fracaso argentino en su angustiada Radiografía de la Pam pa, escribió con insistencia sobre Sarmiento, como si nece­ sitara ponerse de acuerdo con el padre fundador antes de desple­ gar su propio pensamiento.42 Vio a Sarmiento como una “cristali­ zación” de la ecuación nacional, como el autor cuyos escritos con­ tenían todos sus términos, como el “problema nacional por exce­ lencia”, como el “ejemplo del ser argentino”. Martínez Estrada queda atrapado en el doble forcejeo que lo obliga a admirar a Sar­ miento mientras, al mismo tiempo, hace objeto a sus ideas de un frecuente escrutinio crítico. Si, por un lado, proclama que “él y el país son la misma verdad”, por el otro denuncia el efecto pernicio­ so del paradigma civilización/barbarie sobre la base de que, en razón de él, “los fantasmas desplazaron a los hombres, y la utopía devoró la realidad”.43 Si en Radiografía de la Pampa Sarmiento es denunciado como “el más perjudicial de esos soñadores”, Los invariantes históricos del Facundo, en cambio, reconocen la medi­ da en que los temas vitales profundos del país deben entenderse dentro de los parámetros establecidos por un Facundo concebido como una profecía y un mito. El título del libro anuncia la aporía de una historia que está detenida en la fijeza invariable de una obra canónica: el Facundo recuerda vagamente a ese “libro total” sobre cuya existencia se rumorea en “La biblioteca de Babel”: tal como lo concibe Martínez Estrada, contendría todas las combina­ ciones posibles necesarias para entender la nación. De hecho, las 30

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cualidades estáticas que el texto ha legado a la configuración de la problemática argentina lleva a Martínez Estrada a exponerlas como diferentes formas de invariantes. Así, está la “invariante España”, con características “estructurales, constitucionales, es­ pecíficas y orgánicas”, que dan cuenta de los paralelos que siguen viéndose e ntre E sp a ñ a y la A rgentina en el siglo XX; o la “invariante estructural de retroceso en el desarrollo del país”, que explica los problemas institucionales, los malos hábitos de las cla­ ses dirigentes, y la declinación moral.44 Gran parte de la distan­ cia crítica que ha separado a Martínez Estrada de Sarmiento en sus primeros libros aparece significativamente disminuida en éste posterior, donde la certidumbre de la presciencia de Sarmiento en el Facundo lo transforma en un diagnóstico y un oráculo. El pasa­ do y el futuro de la nación son peligrosamente fusionados en un clásico dotado del poder de contenerlo todo, a la vez que prevé los problemas y los términos en los que se configurarán. Un ejemplo sería la aceptación, en esta obra tardía de 1974, de la dicotomía campo/ciudad, vista como prefiguración de ideas después formu­ ladas por Tonnies, Geddes, Spengler y Mumford. Como “libro anu n­ ciador” llega inclusive a anticipar el fascismo. Su hallazgo clave es el mito negativo de las fuerzas bárbaras provenientes del Fa­ cundo Quiroga. Pero el hallazgo es también su perdición; y aquí está el peligro de muchas lecturas de nuestro libro: “Pero esto mismo lo hace temible a cien años de distancia, pues todo mito es el afloram iento a los u m b ra le s de la razón de las fuerzas irracionales más arcaicas”.45 Martínez Estrada postula con vehe­ mencia y elocuencia infrecuentes la razón agonística e insalubre de la persistente importancia del Facundo: Si hoy se nos ofrece con una actualidad tan vigente como hace un siglo es por dos circunstancias: porque no se ha hecho nada —excepto alguna obra reciente— que lo supere como calidad literaria ni como visión pro­ funda de los órganos internos de la realidad, y porque esa realidad pro­ funda, la de los órganos internos, no ha podido ser saneada.46

El persistente despliegue de tales imágenes de enfermedad y fracaso es una de las conocidas obsesiones de Martínez Estrada, pero no es del todo excepcional en el campo discursivo de las in­ terpretaciones del Facundo. Con una disposición intelectual y emo­ cional muy diferente, y templado por su cultivado laconismo, la lectura que hace Borges del Facundo afirma la convicción de que su importancia deriva de la persistencia de validez de sus tesis

sobre una escena nacional donde el cambio ha sido apenas cues­ tión de apariencias: El Facundo nos ofrece una disyuntiva —civilización o barbarie— que es aplicable, según juzgo, al entero proceso de nuestra historia. Para Sar­ miento, la barbarie era la llanura de las tribus aborígenes y del gaucho; la civilización, las ciudades. El gaucho ha sido reemplazado por colonos y obreros; la barbarie no sólo está en el campo sino en la plebe de las gran­ des ciudades y el demagogo cumple la función del antiguo caudillo. ... La disyuntiva no ha cambiado. Sub specie aeternitatis, el Facundo es aún la mejor historia argentina.47

T ratando de construir una genealogía de esas posiciones interpretativas, y de las formas de representación a través de las cuales el libro llegó a su público lector, este libro se propone des­ enm arañar la pregunta por su continua centralidad en el imagi­ nario nacional, mientras atiende a los no infrecuentes intentos de derribarlo. Después de años de lecturas a veces tediosas de innu­ merables lecturas del Facundo, se hizo claro que el único modo de extraer sentido del exceso discursivo que tenía frente a mí era con­ centrarme en una selección de momentos de densidad semántica e interés. Tal fue entonces el principio organizativo de este libro. Si las lecturas del Facundo han ayudado a construir la proble­ mática de la tradición argentina, la cuestión aquí es precisamente cómo las contradicciones y conflictos irresueltos sobreviven en for­ maciones culturales y contraculturales. Más aun, si un clásico es investido de autoridad, ¿cómo es cuestionada esta autoridad cuando se logra en un campo discursivo caracterizado por la lucha y la debilidad del consenso? Ricardo Piglia ha declarado en tono pesi­ mista y ponmovedor que “Facundo ha sido escrito para no ser en­ tendido”: yo querría contribuir no tanto a entenderlo (aunque la empresa no carece de atractivo) sino a indicar los senderos a veces sinuosos de esta mala comprensión. Como nos recordó Raymond Williams, una posición hegemónica está sufriendo constante re­ sistencia, limitaciones, modificaciones, pero también se está re­ novando y recreando en un proceso que nunca puede separarse del poder y la política: la persistente dominación del Facundo en la escena nacional es un buen ejemplo, tan poderoso y tan vulnera­ ble al mismo tiempo. En sus ciento cincuenta años de vida vemos cómo la nación como comunidad imaginada es realmente insepa­ rable de obras impresas y de la producción de una sostenida alta cultura que expresa la posición de la mayoría como repositorio de 32

la le g itim id ad política, sin, em pero, s ile n c ia r las form as contraculturales que la resisten. Para estudiar la dinámica de la formación cultural a través del repertorio de usos que se le han dado al Facundo es preciso con­ centrarse en los sitios de lectura, es decir, literalmente, los luga­ res en los que ha tenido lugar y los factores contextúales que han enmarcado la interpretación. El Capítulo 1 examina la recepción inaugural del Facundo, cuando apareció en forma serializada en El Progreso en 1845, y el papel que jugó en la intrincada red de escritura, acción y construcción de nación que estaban tejiendo los exilados antirrosistas. Como folletín y como libro, el Facundo promovió intensos debates, entre los emigrados y también entre los chilenos, en cuya vida política se había involucrado Sarmien­ to. El Capítulo 2 ubica las controversias que rodearon al libro den­ tro de la problemática del género: la hibridez genérica del Facundo (el hecho de que pueda leerse como biografía, historia, panfleto político, o, por momentos, hasta como una novela) es traída a co­ lación en el conflicto de interpretaciones en el que está trabada, pues la falta de claros rasgos genéricos afecta los parámetros de uso textual. Así se examinan en especial sus afiliaciones con la escritura histórica, en términos del status de la disciplina en la primera mitad del siglo XIX y de las reveladoras “Notas” enviadas a Sarmiento por Valentín Alsina en 1850. Alsina da un elocuente ejemplo de cómo la lectura del Facundo ha generado prácticas discursivas que con frecuencia saltan por encima del libro mismo y se abren espacio para escribir en sentido opuesto. La exposición en el Capítulo 3 tiene un punto de partida similar: también exa­ mina un intento de reclamar autoridad discursiva y política des­ plazando la del Facundo. En este caso, el lector es el incisivo Juan Bautista Alberdi, el más brillante oponente de Sarmiento en la empresa de construcción de la nación. Estudiando la prolongada y dura polémica que sostuvieron los dos grandes hombres, también describo el proceso de la organización social y política argentina en la era post Caseros. Con Rosas fuera de escena, ¿qué clase de lecturas produce el libro? El Capítulo 4 continúa el examen de los sitios de lectura sometiendo al Facundo a una migración a dife­ rentes culturas y al distanciamiento producido por la traducción. Al cambiar radicalmente el contexto de recepción, las traducciones al inglés y al francés echan luz sobre las formas de apropiación a través de las cuales los lectores metropolitanos reciben un pro­ ducto cultural del margen, produciendo deformaciones y malen­ 33

tendidos muy reveladores. El Capítulo 5 se ocupa del proceso de canonización de la década de 1880, rastreando las relaciones en­ tre poder y discurso que llevan a la posición del Facundo como emblema de autoridad cultural, aunque no del todo incuestionada. En un momento en que la ideología de la modernización fue adop­ tada por la burguesía urbana consolidando el sentimiento de la nación, el libro de Sarmiento proveyó una poderosa matriz para la invención de la tradición, aun en los casos en que su esquema con­ ceptual fue cuestionado. De hecho, la tensión entre conñicto y canonicidad nunca es resuelta, un punto que se aclara en el Capi­ tulo 6, que examina los cambios sociales en el fin de siglo y los primeros años del siglo XX, y los cambios culturales concomitan­ tes. A medida que crece la complejidad de la escena nacional, y el s e n tim ie n to de com unidad es socavado por la e n tr a d a de inmigrantes y otros cambios espectaculares, la cultura comparti­ da tiene un importante efecto religador.48 De ahí que la cultura dominante tiene la habilidad de retener al Facundo aun cuando encuentra medios de elidir la disyunción entre canonicidad y re­ chazo. Este capítulo final estudia las maniobras que permiten al libro permanecer dentro del repertorio literario nacional aun cuan­ do su interpretación de la realidad argentina es cuestionada y su denotación debilitada. El libro termina con El profeta de la pampa (1945) de Ricardo Rojas, escrito para conmemorar el centenario de la publicación del Facundo. Pese a su fecha de publicación, em­ pero. el homenaje de Rojas puede ser ubicado dentro del campo de las anteriores celebraciones del centenario de la Revolución de 1810 (aludido en la historia argentina simplemente como “El Cen­ tenario”) por razones ideológicas y discursivas. Por supuesto, un estudio de la recepción de este libro podría haberse extendido hasta nuestros días, pero ese lapso queda fuera de mi proyecto. Para el momento en que la nación ha elaborado una serie de contenidos semánticos transmitidos que pueden empaquetarse en una tradición, los términos en los que será leído el libro de Sarmiento ya están definidos. Si la interacción comuni­ cativa, en términos habermasianos, ha sufrido perturbaciones sig­ nificativas en lo que concierne a la recepción de nuestro texto, puede asegurarse que los esquemas desplegados en el proceso co­ municativo ya están en su lugar en las primeras décadas del siglo. Las luchas políticas de la Argentina del siglo XX han m anteni­ do vivo el debate sobre el Facundo, pero este debate ha seguido dentro del paradigma establecido por los primeros lectores. Uno 34

de los ataques más virulentos vino de la escuela de historiadores revisionistas que generaron nuevas lecturas de los personajes cen­ trales de la historia nacional. Su impulso principal fue vindicar a Juan Manuel de Rosas como el primer héroe nacionalista, a la vez que, al modo genuinamente maniqueo, demolía la reputación de quienes lo habían atacado. No sorprende que Sarmiento y sus obras fueran un blanco privilegiado de sus ataques; sus tendencias na­ cionalistas buscaron raíces en el pasado católico, hispánico y mo­ nárquico, con resonancias conservadoras. Para ellos el Facundo fue un caso temprano de una tendencia perniciosa a renunciar a la identidad nacional en favor de intereses extranjeros: simbolizó los peligros del “entreguismo”. Aunque los revisionistas tuvieron una relación ambivalente con el peronismo, uno y otros envolvieron sus ataques en una retórica nacionalista y populista que denun­ ciaba el apartamiento de lo autóctono. Si su retórica tenía un so­ nido propio, los argumentos empleados, en cambio, habían estado en ese lugar desde los primeros días de la aparición del libro, y habían sido persuasivam ente articulados por J u a n B autista Alberdi en sus Cartas quillotanas. De hecho, se siente que la obse­ sión con este libro ha tendido a fijarse neuróticamente en su po­ der de e n g e n d ra r divisiones. Estas a su vez se han vuelto emblemáticas de la vida pública, y han sido apropiadas por su valor simbólico. No es accidental, por ejemplo, que Carlos Menem haya cultivado un parecido con Facundo Quiroga durante la campaña presidencial, cuando se presentaba como un candidato populista que renovaría el partido peronista, o que no sea infrecuente que los intentos de intervenir en la lucha política apunten a la des­ trucción del “otro” construido como figura de barbarie. El Facundo ha jugado un papel central en la batalla por la autoridad en la vida política argentina, y las páginas que siguen representan un intento de rastrear el proceso en que se han llevado a cabo esos combates. Repitiendo a Ernest Renán, Ernest Gellner nos recuerda que las naciones son hechas por la voluntad humana, en una especie de “plebiscito perpetuo, una elección antes que una fatalidad”.49 En esa empresa voluntarista, la memoria y el olvido son esencia­ les. Si el último parece haber sido particularmente operativo en recientes enfoques al “Proceso” de 1976-1983, la memoria, por otro lado, activa una perenne conversación, textual y no textual, que sigue regulada por las visiones del Facundo. Con ese dato en men­ te, he evitado deliberadamente el intento de llegar a una conclu­ 35

sión, con la esperanza de haber contribuido a una comprensión de cómo y por qué los términos de la lucha siguen definiendo y redefiniendo a la nación.

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Notas

1 Véase Luis A. Murray, Pro y contra de Sarm ien to, Buenos Aires, A. Peña Lillo Editor, 1974. - En Alfredo Orgaz, Ensayos sarmientinos, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 1972. ' Véase su “Littérature et Signification”, en Tel Quel 16 (1964), pág. 17. La cita francesa completa dice, en términos más sugerentes: “...écrire c est offrir aux autres de fermer eux-m ém es votre propre parole, leur tendre sans rien dire cet envers muet de nos mots, sur lequel l'écrivain ne peut jam ais finir de témoigner, puisque ses mots ont beau aller, il res­ te toujours en lui du silence”. 4 Tomo el concepto de Janusz Slawinski. Véase su “Reading and Reader in the Literary Historical Process”, en New Literary History 19, 3. 1988. pág. 526. 5 Véase su Philosophical Hermeneutics, trad. David E. Linge, University of California Press, Berkeley, 1977. 6En su Analythical Philosophy of History, Cambridge University Press, Cambridge, 1968, Capítulo 8. I Seuil. París, 1963, pág. 132. 9 Emile Benveniste. “Civilisation: Contribution á l’histoire du m ot”, en Problémes de Linguistique Générale, Gallimard, París, 1966. vol. I. pág. 336. 9Hay una importante bibliografía sobre Ja historia de la palabra. Aparte de los citados en el texto, los principales estudios son: Joachim Moras, Ursprung und Entwicklung des Begriffs der Zivilisation in Frankreich (1756-1830), Hamburger Studien zu Volkstum und Kultur der Romanem 6, Hamburgo. 1930: R.A. Lochore, History of the Idea of Civilization in Frunce (1830 1870), L. Rohrscheid, Bonn. 1935; Philippe Béneton, Histoire de mots: culture et civilisation, Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques, París, 1975; André Banuls, “Les mots culture et civilisation en francais et en allem and”. Etudes germaniques, abril-junio 1969. págs. 171-180; Norbert Elias, The Civilizing Process, Blackwell, Cambridge, Mass. y Oxford. U.K.. 1993. 10 Véase su Pour une histoire á part enti'ere, Ecole Pratique des Hautes Etudes, París, 1962, pág. 31. II Febvre lo encuentra en una obra titulada L'Antiquité dévoilée par ses usages. 12En su Le Remede dans le mal. Critique et légitimation de l'artifice á l'age des Luniiéres, Gallimard, Paris. 1989. pág. 12. I:iStarobinski señala diferentes usos en varias de las obras de Mirabeau, como los siguientes: “le cercle naturel de la barbarie á la decadence par la civilisation”; “l'exemple de tous les empires qui ont précédé le vótre et qui ont parcouru le cercle de la civilisation”; “les richesses mobiliaires 37

d'une nation dépendent ... non seulem ent de sa civilisation, mais encore de celle de ses voisins”. Véase Le Remede, 18. 14 Benveniste da una cita para ilustrar el sentido en el que es usado el término: “Not only the individual advances from infancy to manhood, but the species itself from rudeness to civilization” (pág. 343). “No sólo los avances individuales de la infancia a la edad adulta, sino de la especie mism a de la rudeza a la civilización”. 15 En sus Oeuvres, de. Assezat, vol. III, pág. 429. Citado por Febvre, Pour une histoire, pág. 504. 16 Starobinski, Le remede, pág. 55. 17 Es interesante notar que en la esfera de la cultura alemana hay una distinción entre civilización por un lado, y cultura por otro. Para un rela­ to detallado de la evolución de los términos, véase Norbert Elias, The Civilizing Process. 18 Véase su "Algunos usos de civilización y barbarie”, en Casa de las Américas 102, mayo-junio 1977, págs. 29-52. 19 Véase su “Theses on the Philosophy of History”. en Illuminations, Fontana Collins, Londres. 1977, pág. 258. 20 Véase su muy útil “La antítesis sarm ientina ‘Civilización-barbarie’”, en Cuadernos Americanos 13. 1988, págs. 97-118. Weinberg también da una profunda interpretación de la apropiación que hace Echeverría de los conceptos en Dogma socialista. Mayo y la enseñanza popular en el Plata, y Manual de enseñanza moral. En Uruguay los rastrea en el Otro Periódi­ co de los exilados argentinos en 1831, así como en los “Apuntes históricos sobre las agresiones del dictador argentino don Juan Manuel de Rosas contra la independencia de la República Oriental del U ruguay” de Andrés Lamas, publicado en El Nacional entre junio y septiembre de 1845, y en forma de libro en 1849. Una polémica entre Manuel Herrera y Obes y Bernardo Prudencio Berro aparecida en las páginas de El Conservador y El Defensor de la Independencia Americana en 1847 y 1848 tiene sus raí­ ces en argumentos sim ilares regidos por los distintos enfoques de los tér­ minos civilización-barbarie. El artículo de Weinberg revela la amplia cir­ culación de la polaridad en la primera mitad del siglo. 21 Apareció en los Anales de la Universidad de Chile del año 1845 (Im­ prenta de los Tribunales, Santiago de Chile, 1848). Según Pellicer, las ideas en el Facundo representan un cambio respecto de las contenidas en los escritos periodísticos de Sarmiento entre 1841 y 1844. Afirma que el cambio debe explicarse por la influencia ejercida sobre Sarmiento por Vi­ cente Fidel López, con quien se veía frecuentemente m ientras escribía el Facundo. Ambos hombres fueron directores de El Progreso, diario que lan­ zaron en 1842, estuvieron a cargo del Liceo de Santiago y fueron colegas en la Universidad de Chile. López habría sido quien proveyó la mediación intelectual para el uso que hizo Sarmiento de la fórmula y la filosofía de la historia en la que se basa. Pellicer señala que López estaba familiari­ zado con el pensamiento francés, en especial a través de sus lecturas de la

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Révue Encyclopédique. Cousin, Michelet, Quinet y Hugo ejercieron una poderosa influencia sobre su pensamiento. 22 Starobinski, Le remede, pág. 33. 23 Para una reflexiva exposición de la relación entre la idea de lo salva­ je y lo normal, véase Hayden White, “The Forms of Wildness: Archaeology of an Idea”, en Tropics of Discourse. Essays in Cultural Criticism, John Hopkins University Press, Baltimore y Londres, 1978, págs. 150-182. 2*The Fall o f Natu ral Man: The American Iridian and the Origins of Compara tive E th n o lo g y , Cambridge U n iversity P ress, N ueva York y Cambridge, 1982, pág. 39. 25 En El Comercio de Valparaíso, 14 de enero de 1848, I. 2UEn El Comercio de Valparaíso, 25 de enero de 1848, I. 27 Véase una lúcida crítica de la polaridad civilización-barbarie en tér­ minos d econstructivios, en Carlos Alonso, “C ivilización y barbarie". Hispania 72, mayo de 1989, págs. 255-263. 28 Roberto Fernández Retamar, Calibán: Apuntes sobre la cultura en Nuestra Am érica, Editorial Diógenes, México, 1972, pág. 35. 2!’ Véase Página 12, Suplemento de cultura, domingo 9 de mayo de 1993, pág. 5. 30University of Nebraska Press, Lincoln y Londres, 1992. Hay edición en español: Entre civilización y barbarie. Mujeres, Nación y Cultura Literaria en la Argentina moderna. Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1997. 31Masiello, Between Civilization, pág. 11. 32Masiello, Between Civilization, págs. 9-10. 33 El género gauchesco: un tratado sobre la patria, Editorial Sudam eri­ cana, Buenos Aires. 1988, pág. 22. 34 Ludmer, El género gauchesco, pág. 21. 35 Este incidente aparece en el capítulo 5, “Vida de Juan Facundo Quiroga”, en el Facundo, Ediciones Ayacucho, Caracas, 1977, págs. 83-84. Es parte de la presentación inicial del personaje de Quiroga. 36Facundo, pág. 84. 37 Ludmer, El género gauchesco, pág. 26. 38 Ludmer, El género gauchesco, pág. 24. 39 The Invention of Argentina, University of California Press, Berkeley, 1991, X. 40 Esto es, por supuesto, una muy laxa y apenas tentativa apropiación de la presentación de Derrida del pharmakon en el contexto, no de la e s­ critura como remedio y veneno a la vez. sino de la escritura sarm ientina definiendo el afuera/adentro del discurso cultural que a la vez permitió circular e intentó clausurar en tanto legitimaba la “civilización’’ y pretendía aplastar la barbarie. Véase “Plato’s Pharmacy”, en Dissemination, trad. Barbara Johnson, University of Chicago Press, Chicago y Londres, 1981. 41 Editorial Sudamericana, Instituto Torcuato di Telia, Buenos Aires, 1985, pág. 11.

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42 Además de Radiografía de la p am p a (Losada' Buenos Aires, 1968), que con tanta insistencia vuelve a las ideas de Sarmiento en el Facundo y reim agina la dicotomía civilización/barbarie en diversas encarnaciones, Martínez Estrada escribió otros tres libros centrados en Sarmiento: S a r ­ miento (Argos, Buenos Aires, 1956), Meditaciones sarmientinas (Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1968) y Los invariantes históricos en el Facundo (Casa Pardo. Buenos Aires, 1974). Véase una lúcida exposición del tem a en Malva Filer, “Sarm iento en el pensam iento de Ezequiel Martínez Estrada”, Discurso literario II, 2, págs. 431-437. 43Como prueba elocuente de la ambivalencia a la que me refiero, am ­ bos pasajes aparecen en la m ism a página en la traducción de Alain Swietlicki de Radiografía de la pampa: X-ray of the Pam pa, University of Texas Press. Austin y Londres, 1971, pág. 398. 14 Véase Martínez Estrada, Los invariantes, págs. 45-47. 45Martínez Estrada. Los invariantes, pág. 23. 46 Martínez Estrada, Sarmiento, pág. 128. 47 Prólogo a Facundo, El Ateneo, Buenos Aires. 1974, pág. vii. En esta breve revisión de la situación argentina articulada por autores del siglo XX he omitido deliberadamente a V. S. Naipaul, The Return of Eva Perón, Vintage Books, Nueva York, 1974, aun cuando confronta la oposición civi­ lización-barbarie. Mi decisión se basó en la naturaleza esencialm ente derivativa del libro y el hecho de que Naipaul está en todo sentido fuera de la cultura, participando en una de las trampas más seductoras de la literatura de viajes: la de ser guiado por una mirada diagnóstica distan­ ciada y crítica, que se detiene fugazmente en las cosas mientras está en la escena pero se muestra muy feliz de alejarse de ella. 4S Erqest Gellner, Nations and Nationalism, Cornell U niversity Press. Ithaca y Londres, 1938. desarrolla este punto de manera clara y persuasiva. 49 Véase Culture, Identity, and Politics, Cambridge University Press, Londres y Nueva York. 1987, págs. 8, 17.

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1. Las guerras de persuasión Conflicto, interpretación y poder en los prim eros años de recepción del Facundo

En Mi defensa, Sarmiento afirma: “En mí no ha tenido otro origen mi afición a instruirme que el haber aprendido a leer muy bien".1Uno de los trucos que le juegan sus textos huérfanos es que cuestionan la posibilidad misma de leer bien. Nada lo demuestra mejor que el Facundo: aunque incuestionablemente miembro hono­ rífico del canon latinoamericano, el Facundo ha sido leído de modos tan divergentes que desmiente la posibilidad de una validez interpretativa. El aplazamiento del sentido (condición inevitable de nuestro trato con el lenguaje) se extiende cuando la lectura se enmaraña en conflictos de interpretación con carga política. Los sentidos de un texto no quedan fijados de una vez por todas; están determinados en parte por la situación de sus primeros intérpretes, y las restricciones contextúales dan forma al proceso de percepción. El Facundo ha dado vida a un circuito literario nacional: es un texto fundacional en tanto marca el comienzo de una serie de fenómenos culturales centrados en el libro como artefacto de primordial importancia. Este capítulo enfocará un momento particular en la vida muy accidentada del primer gran libro de Sarmiento: el momento de su publicación inicial, visto como un rico acontecim iento cu ltu ral. En tanto el estudio de la canonización del Facundo está íntimamente ligado al proceso de elaboración de los mitos culturales argentinos, este capítulo rastrea el impacto de la entrada en escena del texto mismo, los avatares de su publicación, su paso de panfleto a libro, el diálogo muy inmediato que estableció con sus lectores, el modo en que un texto busca un público al salir a escena, y, en el proceso, lucha por conseguir influencia y hegemonía. Tendemos a ver un libro 41

canonizado a través de la m irada retrospectiva de versiones posteriores, o quizás a través del vasto repositorio de las Obras Completas, y esta percepción puede implicar una pérdida del sentido de las versiones anteriores como actos de habla diferentes pero ig u a lm e n te vitales en el mundo. En ta n to las Obras Completas, o inclusive las ediciones anotadas, tienden a reificar la escritura como una serie de productos finales completos, borran la visión de su modo de producción y recepción, y de su interacción con contextos que fueron particularmente poderosos en el momento de su publicación. Examinando la ocasión y público original del Facundo, viendo el impacto que tuvo sobre sus contemporáneos y durante sus primeros años de vida, su emergencia puede consi­ derarse un fenómeno inscripto en la tensión entre legitimación y cuestionamiento. El Facundo puede ser visto, en términos de Foucault, como “discurso en su repentina irrupción, en esa puntua­ lidad en la que aparece, y en esa dispersión temporal que le permite ser repetido, conocido, olvidado, transformado, completamente borrado y oculto, lejos de toda visión, en el polvo de los libros”. En lugar de tratarlo como “la presencia distante del origen”, puede ser visto como y cuando ocurre.2Liberándolo de la inercia del libro y restaurando algo de su perdida vitalidad, este capítulo examinará la circulación de significados producida como resultado de su comienzo. Así podemos observar las condiciones m ateriales y discursivas de la existencia del Facundo tal como apareció en forma seriada en El Progreso, el interjuego de relaciones que sacó a luz al ser leído e interpretado, y algunas de las consecuencias de su transformación de panfleto en libro. Por supuesto, cualquier intento de recapturar la situación inicial de la recepción de un texto está en sí misma capturado por el movimiento de la historia. Gadamer ha escrito con elocuencia sobre los problemas de la fusión de horizontes, y es tan interesante traer al primer plano lo que puede reconstruirse como lo es notar los huecos que el pasado nos hace imposible llenar. Al intentar recuperar los múltiples factores que se pusieron en acción en la producción y recepción del Facundo alrededor de la década de su publicación, vemos claramente el grado en que el pasado está fuera de nuestro alcance. En parte, por supuesto, esta situación se debe a la dinámica de mi subjetividad presente históricamente situada, tan bien definida en la penetrante frase de Walter Benjamín: “La historia es sujeto de una estructura cuyo sitio no es el tiempo vacío y homogéneo sino el tiempo llenado por la presencia del ahora”. 42

Mi “ahora” evidentemente condiciona mi comprensión del pasado así como la dirección en la que buscará información significativa. Una vez más, recordamos a Benjamín: “...cada imagen del pasado que no es reconocida por el presente como una de sus propias preocupaciones corre el peligro de desaparecer irrecuperable­ mente”.3 La imagen del pasado que trataré de traer a la existencia tiene, por supuesto, un status puramente textual: emerge de periódicos y cartas, dos formas discursivas que sustentaron la comunicación entre intelectuales en esta época. Estos materiales textuales constituyen una tela ceñidamente tejida de escritura, inscripción y acción. Su relación tiene una poderosa doble insersión que tiene que ver con la comunidad de exilados argentinos viviendo en Chile durante la época de Rosas: mientras estaban constantemente en contacto entre ellos, inscribiendo su acción en cartas y artículos periodísticos asombrosamente numerosos, también eran aguda­ mente concientes de la medida en que los escritos se transmutaban en acción. Recorrer las cartas y piezas periodísticas escritas por Sarmiento y sus conocidos en esta época es tomar conciencia del grado en que el Facundo es manipulado como herramienta de poder. Con ninguna otra de sus obras Sarmiento se preocupó tanto por llegar a aquellos lectores que podían responder favorablemente a él como su autor. Estaba convencido de que en la medida en que se expandiera su público lector se ampliaría su prestigio, y que esto lo acercaría a los cargos públicos. Hay muchas pruebas elocuentes de esto en su correspondencia. En una carta escrita el 8 de abril de 1851, a Modestino Pizarro desde su quinta en Yungay, Sarmiento habla de los acuerdos a hacer no bien Rosas sea derrocado: En ese congreso, si tiene lugar, habría un asiento vacío si no estoy yo. Hecháranme (sic) de menos los pueblos, será incompleta y vacilante su marcha. Mi presencia daría a todos confianza, y sólo a Rosas miedo; porque a mí se ligan ideas ya formuladas y de todos conocidas. Hay más, y esto es lo peor, ese congreso será subyugado por Urquiza y creo que sólo mi presencia puede conservarle la majestad de la representación nacional.4

La legitimación de Sarmiento como miembro potencial del Congreso deriva de sus escritos, del hecho de que sus lectores ya conocen su pensamiento. La conexión pragmática entre libro y acción es tal que en ocasión de la segunda edición del Facundo, la elección de palabras que hace Sarmiento para describirlo es reveladora: “Civilización y barbarie quedará empastada en la 43

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entrante semana, rica edición corregida, aumentada, afiladas las uñas...”5. La metáfora es sugestiva de las cualidades beligerantes que le atribuye a su libro, y de su convicción de que tendría amplias repercusiones en el mundo real. Cuando les escribió a Paz y Benavídez con la esperanza de ganarse su apoyo, se ocupó de que recibieran ejemplares del Facundo, como si la relación entre autor y libro fuera metonímica. En la carta a Paz, escrita en Montevideo el 22 de diciembre de 1845, el Facundo es visto bajo la misma luz combativa: “Con el propósito de agitar todas las preocupaciones del interior escribí el Facundo, del que hice pasar a cordillera cerrada un cajón”.6 Sarmiento no era el único en atribuirle esa eficacia a sus escritos. Una carta elocuente escrita por Juan Andrés Ferrera desde La Paz, Bolivia, alentándolo a seguir en su empresa de descrédito contra Rosas, le asegura su éxito en los siguientes térm inos: “A ldao y Facundo serán bien pronto dos poderes invisibles que arrastrarán hacia el cadalso al infame Rosas”.7Otro temprano lector, Wenceslao Paunero, ilustra en qué medida las primeras recepciones del Facundo privilegiaron su dimensión pragmática: “Ninguno de los escritores argentinos ha comprendido y explicado los diversos elementos de nuestra sociedad como Ud. Felicítese pues amigo de que su trabajo es hermoso y fecundo en resultados”.8 Esta relación entre escritura, acción y poder fue una de las obsesiones de Sarmiento. Su enemigo Alberdi sabía exac­ tamente cómo irritarlo en este sentido, y encontró modos sutiles de disminuir sus logros como “escritor de la prensa periódica”. Urquiza también refutó los insistentes reclamos de Sarmiento de haber librado una batalla efectiva contra Rosas con la pluma, y lo hizo en términos muy directos a través de su secretario, Angel Elias, poco antes de la batalla de Caseros, el 2 de enero de 1852: El señor general ha leído la carta que ayer le ha escrito usted, y me encarga le diga respecto de los prodigios que dice usted que hace la imprenta asustando al enemigo, “que hace muchos años que las prensas chillan en Chile y en otras partes, y que hasta ahora don Juan Manuel de Rosas no se ha asustado: que antes al contrario cada día estaba más fuerte”.9

La ofendida respuesta de Sarmiento está fechada ese mismo día, y a lo que responde es a la acusación de falta de eficacia de la palabra escrita:

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Es muy natural creer que yo me exagere a mis propios ojos la influencia de la prensa, es decir, de la palabra. ... Pero la prensa de Chile he sido yo durante muchos años, y en estos últimos no se ha ocupado de otra cosa que de predisponer la opinión pública en favor del señor general y de la digna empresa que iba a acometer. ... Las armas que combaten a Rosas son invencibles; pero también es cierto que la opinión lo ha abandonado, y alguna parte, por pequeña que sea, debe concedérsele a los que han tenido el coraje de combatir su poder diez años.10

Esta alianza entre discurso y poder, no limitada específicamente al derrocamiento de Rosas sino tomada en términos más generales, ha tenido peso en la relación entre la recepción del Facundo y la conformación de una tradición cultural argentina, pues, como lo habría dicho Habermas, los contenidos de una tradición cultural son los significados comunicables hacia los que está orientada la acción social. La pregunta que incontables lectores de este libro se han hecho durante al menos ciento cincuenta años apunta a los modos en que las prácticas discursivas regulan las relaciones sociales y políticas. Pues de hecho, como tan elocuentemente ha afirmado Foucault, el poder circula, funciona en la forma de una cadena, y la producción y circulación de discurso incorporado en las cartas y artículos periodísticos relacionados con el Facundo están definidos por la coreografía del poder que se estaba llevando a cabo antes y después de la batalla de Caseros.

C om unidad y exilio La producción de poder, p re stig io y c o m u n id a d e s tá n interconectadas en el momento en que este libro hizo su aparición. La red de estas prácticas discursivas ayudó a moldear el concepto de nacionalidad que el conjunto de personajes de la era pre y post Caseros estaba definiendo. La relación entre exilio y comunidad es fuerte; los “proscriptos” (para darles el nombre que usó Ricardo Rojas) se volvieron lo que en los sugestivos términos de Benedict Anderson puede llamarse una “comunidad imaginada”, que nece­ sitaba combatir su propio sentimiento de dispersión volviéndose hacia la fuerza religadora de la escritura.11Si, como afirma Víctor Turner, el viaje es un proceso social, podemos ver el viaje al exilio, una peregrinación lejos de la patria, como una experiencia creadora de sentido.12 Sólo el poder de la escritura podría garantizar un 45

sentido de comunidad y de nacionalidad para los hombres que e s t a b a n p la n e a n d o el d e rro c a m ie n to de Rosas en Chile, Montevideo, Perú y Bolivia. Anderson atribuye gran importancia al periódico en la formación del artefacto cultural que es el sentimiento de nación. El examen de esos periódicos, como El Mercurio o El Progreso, en los que Sarmiento jugó un papel importante, nos da un sentido del modo cohesivo en que crearon su comunidad lectora. Por supuesto, esta comunidad lectora no estaba limitada a exilados argentinos, pues incluía el público lector chileno, pero los intelectuales dom inantes argentinos como Sarmiento, Vicente Fidel López, Alberdi, Juan María Gutiérrez, Carlos Tejedor y Félix Frías establecieron una notable red de comunicación entre ellos y con sus contrapartidas en Montevideo (Esteban Echeverría, Florencio Varela, Bartolomé Mitre, Valentín Alsina) escribiendo y leyendo cartas en periódicos de un modo verdaderamente febril. La aparición del Facundo en El Progreso debe ser vista dentro de este campo: es parte de una rica conver­ sación, a veces disonante, entre todos ellos, y como tal fue recibida. Los párrafos que siguen se proponen determinar las condiciones de existencia de estas formaciones discursivas: las situaciones que provocó el Facundo junto con las consecuencias a las que dio paso. Este capítulo también ubicará este acontecimiento discursivo en algunas historias, siempre recordando la advertencia de Arthur Danto sobre la reconstrucción histórica: “describir completamente un hecho es ubicarlo en todas las historias que corresponden, y no podemos hacerlo”.13 Estas “historias” tendrán que ver con los factores contextúales que pudieron haber condicionado la recepción del texto, las formas de apropiación que se desplegaron, cuestiones de distribución, circulación, lecturas, así como el intrincado contra­ punto entre consenso y disenso, legitimación y cuestionamiento, que la aparición del Facundo puso en juego. La primera “historia” tiene que ver con el autor y su público lector. En palabras de Foucault, “El nombre del autor indica el status de discurso dentro de una sociedad y una cultura”.14 ¿Qué significaba el nombre “Sarmiento” para el público de la década de 1840? ¿Cómo fue la lectura que hicieron del folletín, a medida que fue apareciendo en El Progreso entre el 2 de mayo y el 21 de junio de 1845, enmarcado en los discursos políticos y culturales que circulaban en la época? Aun cuando fue publicado en forma de libro ya en en el mes de julio de 1845, parece obvio que el Facundo fue un elemento vital del campo periodístico en el que Sarmiento jugó 46

un papel tan prominente y que Benedict Anderson considera crucial en el desarrollo de un sentim iento de c o m un id ad.15 Cuando Sarmiento le escribió a Urquiza “La prensa de Chile he sido yo”, apenas si exageraba. Cuando llegó a Chile, el único diario que existía era El Mercurio de Valparaíso, fundado en 1827. Poco después de la publicación de un artículo suyo conmemorando la batalla de Chacabuco, a Sarmiento le ofrecieron un puesto de redactor en el diario. Su centralidad fue sustentada pronto por una intrincada trama de controversia y luchas por el poder, en las que participaron tanto argentinos como chilenos, así como por los discursos fundadores de la cultura y la política. En el medio chileno, su escritura fue arrastrada a la lucha entre los partidos Conservador y Liberal (“pelucones” y “pipiolos”, respectivamente) que se llevó a cabo en la fundación de periódicos, en el recluta­ miento de redactores prestigiosos, y en la batalla cotidiana de artículos. La decisión de Sarmiento de apoyar al partido Conser­ vador fue tomada después de un cuidadoso examen del papel de los exilados argentinos en la política chilena (como lo explicó más adelante en Recuerdos de Provincia) y después de considerables esfuerzos de parte de Las Heras y Montt para reclutar sus servicios para periódicos que estaban siendo fundados con el fin de promover sus respectivas causas. Poco después de dejar El Mercurio en 1842, Sarmiento estableció el primer diario de Santiago, El Progreso, bajo los auspicios de Manuel Montt. Claramente, éste fue el momento fundacional del discurso periodístico en Chile. Lastarria y sus asociados “pipiolos” fundaron El Miliciano, y más tarde El Siglo. Es significativo que cuando El Progreso em pezó la publicación serializada del Facundo, Sarmiento estuviera partici­ pando en acalorados debates no sólo, como es bien sabido, con el emisario de Rosas, Baldomero García, sino también con los perió­ dicos “pipiolos”, especialmente con El Siglo. Estos debates, en parte enfocados en las elecciones presidenciales chilenas de 1846, dieron marco a las primeras lecturas del texto envolviéndolo en contro­ versias. Sarmiento describe uno de los picos de la disputa en una colorida carta a su amigo Pepe Posse, el 29 de enero de 1845: Los de El Siglo se abandonaron a todo el furor que es costumbre entre todos estos canallas, cuando les aprieto los callos. Dijéronme “caballo cuyano”, cobarde y qué sé yo. Instigado por López, me dirigí a la imprenta de El Siglo, requerí al ofensor, no me daban una explicación, escupíle la cara, y él entre si se le pasaba el susto, si hacía algo por lavarse la afrenta, trató de agarrarme, alcanzó a los cabellos, me desasí de él y lo eché en 47

hora mala. Yo me aguardaba algo serio, algo de caballeros; media hora después empero estaba lleno Santiago, ¡bailaban de gusto! de qué sé yo qué cuentos, inventados a placer, me habían molido a patadas, sacádome los ojos, quince días después la república entera estaba llena, de que me habían destripado, etc., brindaban en Aconcagua, predicaban los curas, e tc.18

La prensa no se limitaba a informar; era el escenario donde se llevaba a cabo la lucha por el poder. Una carta dirigida a Sarmiento por Santiago Cueto en 1845 transmite el sentimiento de eficacia pragmática inmediata adjudicada a la prensa: U sted es nuestro salvador y no dudo que empleará todo su talento para dar por tierra contra los Lastarrias, infames calumniadores. ... El artículo de mañana, así como todos los que sigan en toda esta sem ana han de ser tales que apure usted todo su talento; que muevan al pueblo de Santiago: que lo hagan tomar horror a ese partido infernal: que nos den el triunfo, por el miedo que tengan esos im béciles.17

Los lectores de El Progreso, El Siglo y el Diario de Santiago, que reemplazó a El Siglo desde el 5 de julio de 1845, formaban una comunidad interpretativa cuya competencia era enmarcada por un acalorado debate. Aquí hay un ejemplo de la recepción tem prana del Facundo por Pedro Godoy, un “pipiolo” que escribía en El Siglo y en el Diario de Santiago: El autor del Facundo se forjó un plan, quiso llamarlo biografía de un hom bre célebre en los anales de la revolución argentin a, pretendió describir una de las épocas más sangrientas de esa revolución, intentó llam ar la atención del público sobre su obra, y sin los conocim ientos necesarios, sin ideas fijas sobre política ni sobre los acontecimientos que en parte, quizá haya presenciado, ... y no contando, en suma, más que con su atrevim ien to natural, sacó a luz el tejido de absurdos que ahora exam inam os.18

A veces el tono de las reseñas era claramente insultante, y a tanto llegó el combate que se nombró un jurado de prensa a pedido de Sarmiento, pero Godoy fue absuelto. En el campo cultural el nombre de Sarmiento se asociaba con controversias que tenían que ver con la construcción de un discurso cultural genuinamente americano, y que implicaban una ruptura con la tradición establecida. Como es bien sabido, Sarmiento estuvo profundamente comprometido en la polémica de 1842 con Bello y 48

los sostenedores del clasicismo, y la querella tuvo lugar en los periódicos (en este caso particular en El Semanario, la primera publicación semanal con pretensiones literarias que apareció en Chile, y en El Mercurio), que se volvían textos de base para que la comunidad de lectores participaran y consumieran. Como en la controversia con El Siglo, es interesante observar qué agresiva es la escritura. Aquí hay u n a breve m u e stra , de la p lu m a de Sarmiento: Los redactores de El Semanario quieren habérselas con nosotros, y se las habrán, porque el que ataca al can ataca al sabadan, y el público no se mete en esas niñerías; gusta que se rompan los cuernos los escritores, y sacar él solo la utilidad oyendo el pro y el contra de las cuestiones que se ventilan. Conque déjense de público los señores de El Semanario, que nosotros tam bién tenem os nuestro publiquito dim inuto, pero joven , ilustrado y amigo de su tiempo y de las cosas que no huelen a tocino rancio como el clasicism o.19

La postura de Sarmiento en el discurso de la formación cultural y en la fundación de instituciones en esta época queda revelada con elocuencia por el hecho de que el 17 de octubre de 1843 presentó el primer trabajo escrito que se produjo en la recién fundada Universidad de Chile. Su Memoria sobre Ortografía americana provocó acalorados debates, y es interesante examinar los diarios de la época y observar el grado de inestabilidad ortográfica que desencadenaba la Memoria', m ientras algunos ignoraron las sugerencias de Sarmiento, varios las adoptaron y eliminaron la h, la u y la z, junto con la u muda en combinaciones como gue, gui, que y qui. Por supuesto, es importante que las sugerencias de Sarmiento coincidieran con la fundación de las instituciones de la nación y la producción de un discurso n a c io n al, ya que evidentemente el nuevo modelo ortográfico estaba pensado en última instancia para inscribir en el campo de la escritura una diferencia entre España y las naciones emergentes. Otro factor de importancia en el contexto de la producción y recepción del Facundo fue, como anticipé, la visita a Chile del emisario de Rosas, Baldomero García, en abril de 1845, un mes antes de la primera entrega del folletín. Este hecho generó un rico despliegue de artículos periodísticos que iban desde la discusión centrada en el propósito del viaje hasta el animado elogio de los atributos heroicos de un exilado argentino por lo demás oscuro, un cierto Bedoya, que tuvo que hacer frente a un proceso como 49

resultado de haber roto una etiqueta que decía “¡Mueran los salvajes, asquerosos, inmundos unitarios!”, portada por uno de los criados de García. La presencia de García galvanizó algunos de los conflictos latentes tanto en las luchas políticas internas chilenas como en la actividad de los exilados argentinos. Como resultado, las tensiones subieron hasta un punto en que, de acuerdo con un artículo escrito por Sarmiento el 1 de mayo en El Progreso, anunciando la inminente publicación de la “Vida de Quiroga”, se hizo imperativo sacar a luz un texto pensado para detener “un mal que puede ser trascendental para nosotros”. El Facundo se alza en medio de esta maraña no sólo porque Sarmiento, como se ha dicho, quería desacreditar a García, y ciertamente, a Rosas, sino porque necesitaba confrontar a sus enemigos en El Siglo. Para socavar la autoridad del periódico “pelucón” (El Progreso) habían aducido que Sarmiento estaba siendo silenciado en sus ataques a García nada menos que por Montt (su patrón y, de hecho, el nombre al que ap untaban los ataques de los “pipiolos”), para evitar problemas entre los gobiernos de Chile y la Argentina. La enérgica respuesta de Sarmiento, titulada “¿Por qué nos ataca El Siglo?”, apareció en El Progreso el mismo día que anunciaba la publicación serializada del Facundo; el motivo central de su argumento era que el problema en juego era la libertad de palabra: “Pero entonces destruyase la libertad de imprenta, como lo pide El Siglo, im­ pártase órdenes del ministerio, como lo aconseja y aprueba El Siglo, que sólo esta vez halla digna e ilustrada la conducta del ministro M ontt”.20 Así, las cuestiones de comprensión e incomprensión comunicativa estaban enmarcadas en las prácticas oposicionales y restricciones situacionales. En el “Anuncio” del 1 de mayo, Sarmiento lo resume en los siguientes términos: “Intereses mez­ quinos y de circunstancias, rencillas de periodistas, y propósitos de partido, tienden a sublevar pasiones y celos que con el designio manifiesto de comprometer a un individuo ante la opinión pública no van a nada menos que a levantar en Chile ecos del bárbaro sistema de Rosas.”21 Era necesario ocupar un sitio diferente en el combate con una obra de más vasto alcance, una obra que impusiera autoridad colocando el debate en un marco más amplio y haciendo actuar sobre él el aparato conceptual de los pensadores que, como lo dice en la Ortografía americana, “dirigen el pensamiento de hoy”.22

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El t e x t o c o m o a r m a : p r o d u c c i ó n y d i s t r i b u c i ó n

El modo en que ahora leemos el Facundo tiende a reificar la escritura en la forma del libro completo. Ahí hay una unidad que debemos cuestionar como artificial: siempre es saludable su s­ pender, como dice Foucault, “la individualización material del libro, que ocupa un espacio determinado, que tiene un valor económico, y que en sí mismo indica, por una cantidad de signos, los límites de su comienzo y su fin”. Las fronteras del Facundo han sufrido numerosas reconfiguraciones, siempre revelando su ubicación dentro de un campo completo de discurso, como lo dice una vez más Foucault, “capturado en un sistema de referencias, ... como un nudo en una red”.23 Como publicación serializada, el texto fue leído de modo fragmentario, y también estuvo enmarcado por los otros artículos que ocupaban el espacio de los diarios, tanto dentro de El Progreso como en los otros diarios con los que establecía un diálogo. Es importante retener un sentido del modo material de existencia de este texto, su status como publicación y las formas de recepción que suscitó. Un artículo que Sarmiento escribió para El Progreso el 30 de agosto de 1845, sugestivamente titulado “Nuestro pecado de los folletines”, contiene a la vez la condena del folletín servil al público lector (derivado, por supuesto, de las “cosas pecaminosas” que contenía) y su éxito comunicativo, presentado en broma, pero orgullosamente, como una enfermedad (“la lepra del folletín ha ganado ya todos los diarios”), que El Mercurio introdujo durante los primeros años de la adm inistración de Sarmiento. Si bien esta sección favorecía el consumo de literatura romántica y truculenta (Sue y Dumas pueden ser ejemplos clásicos, pero Balzac no estaba excluido), no dejaba de lado textos de no ficción de interés general. El M ercurio, por ejemplo, estaba publicando los “Estractos del viaje al viejo mundo por el peruano D. Juan Bustamante” en agosto de 1845, apenas un mes antes de que El Progreso iniciara la publicación del Facundo. Se trataba de un espacio diferenciado de la cobertura de las noticias, pero que compartía sus bordes y sus lectores, y que permitía que determ i­ nados conceptos ganaran difusión y poder. Como observó Sarmiento en Viajes, “Un buen folletín puede decidir de los destinos del mundo dando una nueva dirección a los espíritus”.24 Evidentemente, fue el medio deseable para conformar la opinión en un momento de crisis, y Sarmiento se ocupó de que sus lectores encontraran en las páginas de El Progreso artículos periodísticos que orientarían 51

la interpretación de modo confluyente. Así, en mayo y junio de 1845, los lectores del folletín “Vida de Quiroga” disponían de artículos que reforzaban la tesis central del texto, tales como “Interés de Chile en la Cuestión del Plata” (8 de mayo de 1945), “El sistema de Rosas” (28 de mayo de 1945), “La causa de Bedoya” (2, 3 y 6 de junio de 1845), o “Lo que a Rosas debe la América del S u r’ (13 de junio de 1845). Pero el folletín serializado, con su recepción fragmentaria, es especialmente dado a la dialéctica tanto de la legitimación como del cuestionamiento: un lector que entonces se volviera a El Siglo, o más tarde al Diario de Santiago, encon­ traría todas las posibilidades de leer el Facundo “en contra”. He aquí un breve ejemplo tomado de El Siglo, del 20 de mayo: “El Facundo es una obra la más fecunda en desatinos, en plagios y en m entiras”. Otra, de la Gaceta de Comercio de Valparaíso: “Santo Dios, despierten al señor Sarmiento, sacúdanlo (sic) para que se mire en su estatura y conozca que sólo llama la atención por la magnitud de su insolencia”. El Siglo, el 14 de junio: “Lo único que logrará Sarmiento será que los Santiaguinos levantemos la voz para decir a los provincianos que cuando lean Montt y Sarmiento agan (sic) de cuenta que leen Bolívar y el Sargento Pino, ... Montt y u n a C h a n c le ta v i e j a .”25 Las cosas e m p e o ra ro n por el nombramiento de Montt en el Ministerio del Interior; el 11 de junio El Siglo anunciaba “guerra a muerte al redactor del Progreso”. En agosto el Diario de Santiago publicó una parodia del Facundo con algunas distorsiones agresivas: el tema de la biografía ahora era el propio Sarmiento, rebautizado “Pantaleón del C a rra sc a l”, aludiendo a un barrio pobre de la ciudad de San Juan, y se incor­ poraban hechos de la vida de Sarmiento de modo irrisorio. No se tra ta b a de bromas inofensivas: Pantaleón-Sarmiento llegaba inclusive a asesinar a dos soldados federales. Evidentemente, lo que Hans Robert Jauss llama el “horizonte de expectativas” de los lectores estaba profundamente marcado por el conflicto, y el texto era insertado en un interjuego de relaciones existentes dentro de sus límites textuales pero también fuera de ellos. No es sor­ prendente que en septiembre de 1845, cuando Sarmiento dejó El Progreso en medio de la controversia, Félix Frías hiciera la siguiente observación confidencial al final de una carta a Juan María Gutiérrez: “Sarmiento deja El Progreso. Se irá probable­ mente a Europa si pronto no podemos todos regresar a nuestro país. Está ya honrosamente inutilizado para la prensa.” 26 52

Cuando en julio de 1845 el texto cambió su status de folletín a libro, los combates no cesaron, pero hubo un desplazamiento en el esquema de uso del texto. Percibimos ahora la dinámica de la circulación y la distribución, la busca de un público más amplio, y el deseo de ejercer influencia más allá de la esfera de los debates políticos que se llevaban a cabo en los periódicos chilenos. El pequeño libro fue recibido como una unidad, separado de su previo marco periodístico fragmentado. El texto mismo sufrió la primera de varias modificaciones, pues hay buenas razones para creer que el folletín había terminado después de “¡¡Barranca Yaco!!”, con el asesinato de Quiroga. Como libro, entraba en un sistem a de distribución diferente del que había tenido en el medio periodístico, y las numerosas cartas escritas por y dirigidas a Sarmiento acerca de esto atestiguan las dificultades de promover la circulación del libro en este momento. El problema de Sarmiento estaba obvia­ mente agravado por el exilio, y por la hostilidad del gobierno en el territorio que deseaba penetrar. Fuera cual fuera el efecto de las dificultades a enfrentar, es notable observar cuánto quería Sar­ miento ser leído, que su libro llegara a un público que fuera más allá inclusive de los límites continentales. De las cartas que es­ cribió a Gutiérrez, haciendo este tipo de pedido con mucha insistencia, hay una que puede dar la medida de su ansia de público lector: “Pero volvamos a su misión de derramar la Odisea por toda la redondez del orbe. ¿A que no a escrito una palabra a sus amigos de Francia, el National, la Democracia Pacífica, Revista de Paris i de Ambos Mundos, etc. etc.? Vamos, ágalo.”27 Unos cincuenta ejemplares fueron introducidos furtivamente en Buenos Aires, otros fueron dados como regalo a los patriotas en Chile, o enviados a figuras importantes como Paz, Varela, Echeverría o Rivera Indarte. Pese a tales esfuerzos, era evidentemente muy difícil hacer llegar el libro a sus lectores. Juan María Gutiérrez, comisionado con lo que parece una parte principal de la carga de la distribución del libro, y que en un punto le aseguró a Sarmiento que haría lo que fuera necesario “para que el señor don Facundo se pasee por esas capitales”, tiene dificultades para obtener los libros en Valparaíso: “Quiero advertirle que de los ejemplares del Facundo, ni encuadernados ni a la rústica, hay uno solo en mi poder”.28 Su amigo Aberastain, quien había ayudado a Sarmiento a recoger información sobre Facundo Quiroga en marzo, le escribe el 5 de agosto de 1845 desde Copiapó: “Recibí su carta y no los cuarenta ejemplares del Facundo', pienso que éstos hayan llegado y estén 53

demorados en el puerto a donde he encargado ya a Ríos establecido allí que me los mande en la primera oportunidad.”29 Wenceslao Paunero, escribiendo desde La Paz, ha estado esperando mucho tiempo su ejemplar: “Nada sé de su Facundo hasta ésta. ¡Por qué demonio de vía lo ha dirigido usted!”30Las vicisitudes de transporte hacen azarosa la distribución: un embarque de libros a Francia, por ejemplo, no pasó del Cabo de Hornos, y Sarmiento tuvo que entregar su propio y último ejemplar a la Revue des Deux Mondes cuando lo presentó para reseñar. No sorprende, entonces, que escribiéndole a Gutiérrez camino a Europa, en enero de 1846, exprese su desaliento: “¡Qué libro tan desgraciado fue éste; todo, hasta la impresión, salió como si Rosas ubiese sido el que ponía la mano en él.”31 El Facundo puso en movimiento un proceso de circulación y distribución; también engendró el discurso de la crítica literaria. Entre los intelectuales hegemónicos en Chile y Montevideo se estableció un rico diálogo sobre él. Cuando se trata de recons­ truirlo, vuelve a sorprender la naturaleza situacional de la lectura y la interpretación, y los problemas de reconstruir históricamente las restricciones contextúales que aparecen en una lectura parti­ cular. E ntre los primeros lectores del F acundo, J u a n María Gutiérrez parece tocar ambos puntos de un modo intrigante. Dotado de un claro sentido de la necesidad de promover la aparición de una “Poética americana” (para citar el título de una antología que estaba compilando), Gutiérrez fue el hombre que eligió Sarmiento para obtener una reseña favorable. Las circunstancias pragmáticas y textuales que rodean esta reseña agudizan nuestra conciencia del terreno inferencial y especulativo sobre el que tiene lugar la comprensión histórica, de la medida en que se llenan huecos tentativamente, con una variable medida de éxito. El resultado es una mezcla sugestiva de hechos adecuada e inadecuadamente explicados, y una conciliación inevitable con el desplazamiento entre texto y lectura. Sarmiento le envió el primer ejemplar, el 24 de julio, con la siguiente carta: “Remito a usted el primer ejemplar del Facundo que ve la luz pública. Ha salido como una cosa infamemente tratada. ¿Quiere usted encargarse de analizarlo, por El Mercurio, y decir que es un libróte estupendo, magnífico, celebérrimo?”32 El 27 de julio El Mercurio publicó una reseña anónima llena de elogios y admiración, y que le daba crédito al libro por haber comprendido las causas subyacentes a la turbu­ lencia política en la Argentina; por haber sido escrito con la 54

elegancia conceptual de un filósofo y con la belleza de un artista. Palcos atribuye esta reseña a Demetrio Rodríguez Peña, basándose en que era el director del diario, y la considera “la más franca y abiertamente favorable”.33 Verdevoye, por su parte, examina la atribución de Palcos a la luz de las cartas intercambiadas entre Sarmiento y Gutiérrez y sugiere que el autor podría ser Gutiérrez.34 Antonio Pagés Larraya no vacila: la adjudica a Gutiérrez sin más, y lo mismo han hecho otros críticos.35Complica las cosas una carta escrita por Sarmiento a Gutiérrez el 8 de agosto que expresa considerable insatisfacción con la reseña escrita por él: “Escribió usted su salutación editorial en El Mercurio y se la agradezco. Si no fuera periodista yo hubiera creído que la chanza era pesada; pero como soy del metier, comprendí que hacía usted con el Facundo lo que yo he hecho tantas veces con otras cosas peores. No vaya usted a tener la falta de gusto de entrar en explicaciones sobre este punto.”36 El artículo publicado por El Mercurio el 27 de julio (apenas tres días después de la carta con la que Sarmiento envió el primer ejemplar) no pudo haber inspirado estos comentarios, porque era entusiasta en todo sentido. Además, el 22 de agosto, escribiéndole otra vez a Gutiérrez sobre el libro, Sarmiento alude al Facundo como “mi Odisea, como se ha complacido en llamarla usted”37, no hay alusión a la obra de Homero en la reseña del 27 de julio, ni hay cartas en las que Gutiérrez sugiera la comparación. En este punto tomamos aguda consciencia de lo precario del contacto establecido con el pasado. Si es eminentemente textual, también está sujeto a los vacíos con los que está fraguada esta textualidad: o bien la lectura que hizo Sarmiento de la reseña que apareció el 27 de julio la malinterpretó totalmente, o bien en algún lugar de El Mercurio, entre el 24 de julio (cuando Sarmiento le envió el libro a Gutiérrez,) y el 8 de agosto (cuando le escribió claramente disgustado con la reseña) hubo otra reseña que fue menos favorable. Obviamente, debemos volver a los registros históricos en busca de un texto que pueda ayudar a construir una explicación plausible. Una vez más aquí nos enfrentamos con la inaccesibilidad del pasado: todas las colecciones microfilmadas de El Mercurio disponibles en los Estados Unidos (en la Biblioteca Sterling de la Universidad de Yale, la Biblioteca del Congreso y la Biblioteca Bancroft en Berkeley) tienen un largo blanco que se extiende entre el 30 de junio y el 18 de agosto. En los microfilms completos en la Biblioteca Nacional de Chile no hay otras reseñas durante estos días. ¿Habrá malinterpretado Sarmiento la del 27?

¿Gutiérrez escribió otra reseña que no podemos encontrar? Aparte de este efecto desalentador, la situación es característica de las primeras lecturas de este texto.38La notable inestabilidad interpre­ tativa que caracteriza al Facundo no deriva exclusivamente de los conflictos entre lectores, sino también de las discrepancias que pueden detectarse en el mismo lector, y que parecen nacer de las diferentes circunstancias dentro de las cuales tienen lugar sus actos de lectura. Las interpretaciones pueden diferir según estén expresadas en el espacio privado de una carta o en el espacio público de un periódico. Gutiérrez expresa fuertes reservas al Facundo en una carta escrita a Alberdi el 6 de agosto de 1845. Le asegura que “todo hombre sensato verá en él una caricatura”, y agrega: “Es este libro como las pinturas que de nuestra sociedad hacen a veces los viajeros por decir cosas raras: el Matadero, la mulata en intimidad con la niña, el cigarro en boca de la señora mayor. ... La República Argentina no es charca de sangre: la civilización nuestra no es el progreso de las escuelas primarias de San J u a n . ”39 Del mismo modo, Echeverría, que escribió una apreciación muy positiva del libro en la “Ojeada retrospectiva” que es parte del Dogma socialista (“los apuntes biográficos de Fr. Aldao y la vida de Juan Facundo Quiroga son en concepto nuestro lo más completo y original que haya salido de la pluma de los jóvenes proscriptos argentinos”)40 expresaba una reacción diferente y fastidiada en una carta a Alberdi el 12 de junio de 1850: “¿Qué cosa ha escrito él que no sean cuentos y novelas según su propia confesión? ¿Dónde está en sus obras la fuerza de raciocinio y las concepciones profundas? Yo no veo en ellas más que lucubraciones fantásticas, descripciones y raudal de cháchara infecunda”.41 Dentro de la comunidad de exiliados, el Facundo fue juzgado de modos muy mezclados; hasta un admirador como Alsina desau­ toriza el libro escribiendo sus meticulosas cincuenta y una notas, con la intención, según dice, de “no ... dejar pasar errores, ... acerca de los hechos como acerca de los juicios”.42 Las correcciones de Alsina son objeto de un examen separado en el Capítulo 2; para mi propósito aquí basta decir que Sarmiento aludió a ellas en la edición de 1851 de un modo que revela el efecto desestabilizador que tuvieron sobre sus propios reclamos de validez. Estas “historias” plantean la cuestión de cómo el Facundo llegó a ocupar una posición central en el canon latinoamericano acep­ tado. Es una historia que nos lleva a los primeros años del siglo XX y la producción de los mitos de identidad nacional asociados 56

con las celebraciones del “Centenario”. De todos modos, la aparición del libro, en tanto describe un espacio multidimensional en el que una variedad de escritos se funde y choca, prefigura los conflictos que caracterizan la historia de su recepción. En último análisis, es un proceso en el que la lectura se muestra en sus dimensiones problemáticas, pero productivas.

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N otas I “Mi defensa”, en Sarmiento en el destierro, ed. Armando Donoso, M. Gleizer, Buenos Aires, 1927, pág. 160. • Michel Foucault. The Archaeology o f Knowledge, trad. A. M. Sheridan Smith, Harper Colophon Books, Nueva York, 1976, pág. 25. 3 Walter Benjamín, Illuminations, Fontana/Collins, Glasgow, 1970, pág. 263. Trad. César Aira. 4 La co rrespondencia de S a r m i e n t o , de Carlos A. S egreti, Poder Ejecutivo de la Provincia de Córdoba, 1988, págs. 154-155. Se ha respetado la peculiar ortografía de Sarmiento. * La correspondencia de Sarmiento, pág. 154. fi La correspondencia de Sarmiento, pág. 103. 7 La correspondencia de Sarmiento, pág. 78. 8 La correspondencia de Sarmiento, pág. 80. s La correspondencia de Sarmiento, pág. 183. 10 La correspondencia de Sarmiento, pág. 184. II Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, Verso, Londres. 1983. n V éa se Im age a n d P ilg rim a g e in C h ristia n C u lture, C olum bia U niversity Press, Nueva York, 1978, y “Social dramas and Stories about Them ”. Cn tical Inquiry, 7, I, otoño de 1978, págs. 141-168. 13 A rthur Danto, A n a l y t h i c a l P h ilo s o p h y o f H isto ry , C am bridge University Press, Londres y Cambridge, 1968, pág. 84. 14 “What is an Author?”, en Textual Strategies, comp. Josué Harari, Cornell University Press, Ithaca, N.Y.. 1979, pág. 147. 15 Véase un examen detallado y muy útil de este aspecto en Elizabeth Garrels, “El Facundo como folletín”, Revista Iberoamericana 13, abril-junio de 1988, págs. 419-447. 18 La correspondencia de Sarmiento, pág. 50. 17 La correspondencia de Sarmiento, pág. 49. 18 En Facundo, ed. Alberto Palcos, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires. 1962, págs. 24-25. 19 El Mercurio, 30 de julio de 1842. 20 Domingo F. Sarmiento, Obras completas. Editorial Luz del Día, Buenos Aires, 1948, vol. VI, págs. 159-160. 21 Sarmiento, Obras, vol. VI, pág. 160. n Es un pasaje revelador de la Ortografía, pues enumera los nombres de los “sabios” que apuntalan la autoridad cognitiva de Sarmiento, la mayoría de los cuales aparece en los epígrafes del Facundo: un recurso legitimador, obviamente. Menospreciando la “nulidad de la Academia de la lengua castellana”, se hace las siguientes preguntas retóricas: “¿Son filósofos que puedan compararse con los filósofos de las naciones que nos transm iten las ideas de que vivimos? ¿Son historiadores como Guizot, 58

Thierry, Niebuhr, Michelet y toda la grande escuela histórica de nuestra época? ¿Son sabios como Arago o Cuvier, litera tos como V illem ain , g r a m á tic o s com o la n u e v a e s c u e la fr a n c e sa , p o e ta s com o H ugo, Chateaubriand, o Lamartine?” (Obras completas, vol. VI, pág. 6.) 23 The Archaeology of Knowledge, pág. 23. 24 Viajes, Editorial Belgrano, Buenos Aires, 1981, pág. 116. 25 El S iglo , 14 de junio de 1845. Citado en Ilustración Argentina, 1 de agosto de 1849. 2®Archivo de Juan María Gutiérrez, Congreso de la Nación, Buenos Aires, 1979. pág, 13. 27 Archivo Gutiérrez, pág. 9. 28 La correspondencia de Sarmiento, pág. 89. 29 La correspondencia de Sarm ien to , pág. 83. 30 La correspondencia de Sarmiento, pág. 97. 31 Archivo Gutiérrez, págs. 48-49. 32 La correspondencia de Sarmiento, pág. 82. 33 En su ed ición c r ític a del F a cu nd o: C i v i l i z a c ió n y b a r b a r i e , Universidad Nacional de la Plata, La Plata, 1938, pág. 320. 3,1En Domingo Faustino Sarmiento: Educateur et publiciste (entre 1839 et 1852), Institut des Hautes Etudes de L'Amerique latine, París, 1963, pág. 428. 35 En “La recepción de un texto sarm ientino”, Boletín de la Academia Argentina de Letras XLIX. 1984, pág. 241. 3tí La correspondencia de S arm ien to , pág. 85. 37 La correspondencia de Sarmiento, pág. 86. 38 La temporalidad de la lectura está fraguada con problem as de transm isión textual. V éase una lúcida exposición del tem a en Susan Noakes, Timely Reading: Between Exegesis and Interpretation, Cornell University Press. Ithaca y Londres, 1988. Quiero agradecer a mi amigo el Dr. Eduardo Duek por su invalorable ayuda para obtener m ateriales de la Biblioteca Nacional de Chile. 39 En Atlántida X, 1939, pág. 161. 40 Dogma socialista, La Torre de Babel, Buenos Aires, 1958, pág. 76. 41 En Escritos postumos de J. B. Alberdi, Imprenta Alberto Monkes, Buenos Aires, 1897, Vol. XV, pág. 790. Citado en Pagés Larraya. “La recepción”, pág. 245. Que Alberdi sea el receptor de estas dos cartas de Gutiérrez y Echeverría no es mera coincidencia: él era el lector ideal de las objeciones de este tipo, en tanto el más form idable en em igo de Sarmiento. 42 En Facundo, ed. Alberto Palcos, pág. 426.

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2. Los riesgos de la ficción El F acu n do y los p a rá m etro s de la e sc r itu r a histórica

Al sopesar las variadas y complejas formas de comunicación que ha establecido el Facundo con su público lector, se hace necesario observar las estrategias textuales que despliega para invitar a la recepción activa. Surge una contradicción interesante: a la vez que el lector mantiene vivo su interés, se enfrenta con una considerable inestabilidad semántica. Este capítulo se concentra en dos aspectos de esta problemática e intenta exam inar cómo han contribuido a su desarrollo. El primero está relacionado con la afiliación genérica del libro; el segundo enfoca lo que está implicado en la posible activación de una clave de lectura ficticia, de acuerdo a la cual el Facundo debería ser leído como novela o épica, con lazos referenciales debilitados. Ambos procesos están íntimamente relacionados por su naturaleza misma, pero también porque los lectores se han centrado repetidamente en ellos. Además, ilustran el grado en que, a través de las convenciones genéricas, un texto se inscribe en la praxis social. Cuando un lector realiza una clasificación genérica recurriendo a su competencia literaria, está participando también en una actividad social: trabajar (o, como lo diría John Austin, hacer cosas) con el lenguaje, con un texto, y con todo lo implicado en pertenecer a lo que Stanley Fish ha llamado una “comunidad interpretativa”.1 El Facundo y sus intérpretes han colocado la discusión con frecuencia en el campo de la ética; de ahí que se presten a sí mismos a consideración del sitio donde interactúan lo textual y lo social. La siguiente exposición intenta mostrar cómo opera esta dimensión ética en la interacción entre la obra y sus lectores. 61

La cuestión genérica es tra ta d a primero, pues en muchos sentidos está en la raíz de la segunda. Es un lugar común de la crítica del Facundo detenerse en sus peculiaridades genéricas; como el género refuerza la comprensión textual desde el punto de vista del contenido y la composición, un caso inestable de afiliación genérica problematiza el encuentro entre texto y lector. Las claves genéricas ayudan al lector a seleccionar, de entre una multitud de posibilidades, una clase organizadora que opera como un programa para la decodificación y crea la clase de inteligibilidad que surge de asignar un texto a un grupo preestablecido.2 El Facundo no permite al lector mantener un programa genérico constante; ésta no es una estrategia particularmente infrecuente, ya que desafiar las convenciones genéricas es un procedimiento que estimula el interés. Esta clase de heterogeneidad es parte de los códigos literarios que estaban en vigencia en el momento en que la obra fue escrita.3 Pero en el Facundo el lector está obligado a cambiar de programas entre una parte del texto y otra, de lo que resultan clasificaciones en conflicto. No es difícil verificar todo esto cuando nos volvemos a la historia de la recepción de la obra. Ha sido leída como historia, como un p a n fle to (el mismo S a r m ie n to lo consideró ta l en ciertas ocasiones),'1 como un estudio sociogeográfico, como una biografía, como una novela (y aquí bastaría citar a Unamuno: “Nunca tomé a Facundo, de Sarmiento, por una obra histórica, ni creo que pueda salir bien librada juzgándola en tal respecto. Siempre me pareció una obra literaria, una novela a base histórica”),5 o inclusive como épica (“vemos en él la epopeya del pueblo latinoam ericano”, proclamaba Carlos García Prada cuando se celebró el centenario de su publicación).6 Es problemático activar posibilidades inter­ pretativas tan diferentes en tanto implica hacer que el texto opere en registros que no siempre son compatibles, pues establecen relaciones conflictivas con el mundo. Estas relaciones varían significativamente de la historia a la novela, al punto que el mensaje que construye el lector es alterado. Uno de los principales aspectos de este capítulo es la correlación entre estrategias textuales y las claves de lectura que ellas activan. Un punto de partida es la naturaleza compleja del componente histórico. De un modo casi provocador, el Facundo se presenta como una historia de las guerras que siguieron a la independencia argentina, con su meticuloso recuento de batallas (baste recordar los Capítulos 9, 10, 11 y 12, que comparten el título “Guerra Social” 62

y están identificados individualmente por medio de las batallas de la Tablada, Oncativo, Chacón y Ciudadela), y de las cambiantes fortunas de los principales personajes en la escena política que tuvo lugar después de 1810. Hay numerosos pasajes que procuran acentuar y clarificar la presentación de hechos históricos. Por ejemplo, en una estrategia encaminada a reforzar la pertinencia, en la que el autor “fuerza” la relevancia de ciertos pasajes, una táctica común en el texto es la que ejemplifica la siguiente designación genérica, con la que concluye el análisis de La Rioja y San Juan: “Esta es la historia de las ciudades argentinas”.7 No faltan alusiones a hechos históricos que proporcionan el centro focal del texto, como el siguiente comentario: “Este es un hecho fecundo en la historia argentina”, como si a través de ellos la discusión ganara mayor importancia. Y sin embargo, algunos de los primeros lectores del Facundo lo atacaron llamando la atención a su desvío de los parám etros de la escritura histórica. Un comentario hecho por Alberdi en sus Escritos postumos expresa sus objeciones de un modo elocuente: “Es el primer libro de historia que no tiene ni fecha ni data para los acontecimientos que refiere. Es verdad que esa omisión procura al autor una libertad de movimientos muy confortable, por la cual avanza, retrocede, se detiene, va para un lado, vuelve al lado opuesto, todo con el movimiento ilógico con que un pescado rompe la onda del mar.”8 Valentín Alsina, en su muy citada corrección, formula la objeción corriente al status histórico del libro: “Ud. no se propone escribir un romance, ni una epopeya, sino una verdadera historia social, política y hasta militar a veces, de un período interesantísimo de la época contemporánea. Siendo así, forzoso es no separarse un ápice ... de la exactitud y rigidez histórica.”9Pero, por supuesto, la corrección tiene el doble filo tan característico de sus propios reclamos de autoridad: señala la distancia del Facundo del discurso histórico, a la vez que lo inserta en los parámetros de ese mismo discurso. Aquí podemos estar enfrentando uno de los nudos claves que han determinado los reclamos de validez de nuestro libro. En él, las cuestiones de verdad y escritura histórica parecen e sta r poniéndose en juego. Debemos considerar aquí los modos en que tal escritura fue enmarcada antes de la segunda mitad del siglo XIX, aunque más no sea para ubicar el campo discursivo dentro del cual opera este texto fluido. En su notable presciencia, el Facun­ do parece estar en el medio mismo de los cambios que estaban 63

ocurriendo en la escritura de la historia en los años centrales del siglo, y su recepción da prueba de lo cambiante de la definición de la disciplina en la época. Alsina repite la fórmula ciceroniana de que “el historiador no puede decir nada falso, debe atreverse a decir todo lo cierto, debe evitar la parcialidad”.10 La asociación de historia con épica (a pesar de los reclamos de Alsina) no es nueva; data al menos de Quintiliano. La historia pertenecía al campo de las le tras: era una de las form as de e sc ritu ra que podían practicarse. Hasta la idea de copiar imparcialmente la realidad fue cuestionada, y aún en el siglo XVIII la historia mantenía su sitio en los manuales de retórica. En 1752, para citar unos pocos ejemplos, el alemán Chladenius reflexionaba sobre la cuestión del punto de vista y su peso en la narrativa histórica. Para Voltaire, la diferencia entre historiador y poeta épico está sólo en la naturaleza de la materia con la cual se da forma a la obra; la conferencia de Schiller en Jena en 1789, “¿Qué es la historia universal y por qué la estudiamos?” relacionaba la percepción del historiador con su propia situación, y lo veía aplicando “un modelo armonioso a todo fenómeno presentado por el gran teatro del mundo”. De hecho, a fines del siglo XVIII el foco de la escritura histórica era el narrador más que la sucesión de hechos en sí misma. Mientras que los días finales del neoclasicismo vieron el desvanecimiento del lazo entre historia y literatura, a medida que la última se alineaba con el campo privilegiado de la poesía romántica y la primera con un relato de lo “real”, la gran escuela romántica de historiadores franceses hacía actuar en sus escritos su compromiso con la política contemporánea. Thiers, Mignet, Guizot, Barante y Michelet eran todos escritores y activistas polí­ ticos, por lo que su punto de vista del pasado estaba conformado por su ideología. No es accidente que Pierre Lepape, introduciendo la edición de L'Herne del Facundo en un artículo de Le Monde en 1990, haya llamado a Sarmiento “le Michelet argentin”, pues hay un notable paralelo entre los dos grandes hombres en la pasión que pusieron en su trabajo y en el peso de sus presencias. Como ha demostrado convincentemente Tulio Halperín Donghi, la relación entre Sarmiento y la historiografía romántica es fuerte, y en alguna medida ayuda a explicar el status problemático del Facundo.“ Pues no sólo los miembros de esa escuela desdeñaron lo que asociamos con la historia positivista, puramente factual, sino que también recurrieron a elaboraciones metafóricas y a las polarizaciones que tan marcadamente determinan al libro de Sar­ 64

miento. La escritura de Thierry, como la de Sarmiento, está estruc­ turada por series de antítesis (ley y violencia, orden y caos, razón y pasión brutal); en cuanto a Michelet, concibe al historiador como el hombre que podía descifrar el misterio del pasado y de la nación, del mismo modo que Sarmiento apelaba a la “sombra terrible de Facundo” para que lo condujera a las profundidades del caos argentino. Sólo después de los amargos desencantos de 1848 Michelet se apartó de su postura profética y de su visión filosófica. La escritura histórica en la segunda mitad del siglo XIX está dominada por un sentimiento científico de disciplina producida bajo la égida del pensamiento positivista, y una concomitante preocupación por a s u n t o s técnicos y d o c u m e n ta c ió n . La profesionalización de la disciplina ayudó a marcar sus límites y expulsó los intereses más vastos que apuntalaban los escritos de Michelet, de los hermanos Thierry o de Quinet. Pese a las afinidades del Facundo con la h istorio g ra fía romántica, su naturaleza discursiva va más allá de los parámetros de la disciplina maestra en su abierta falta de objetividad, su privilegiar la opinión por sobre los hechos, y su reunión de elementos de otras fuentes genéricas. Esta riqueza discursiva es asiento de algunas de las controversias que lo rodearon desde su publicación, pero también lo es el vasto alcance de la dicotomía interpretativa civilización-barbarie, que tan vigorosamente a tra ­ viesa el texto sarmientino. Basta considerar algunos comentarios de Hayden White en Metahistory para tomar conciencia de las limitaciones que el Facundo ignora: “Los cuatro maestros historia­ dores del siglo XIX (Michelet, Ranke, Tocqueville, Burckhardt) ... estaban de acuerdo en que la historia debía escribirse sin preconceptos, objetivamente, por interés en los hechos del pasado y por nada más, y sin inclinación apriorística a conformar los hechos en un sistema formal”.12Y aunque el punto de vista puede ser aceptado como parte del papel del historiador, no era la fuerza discursiva impulsora: “Nadie negó que el pasado pudiera contemplarse desde diferentes ‘puntos de vista’, pero éstos eran considerados más como prejuicios a suprimir que como perspectivas poéticas que podían iluminar tanto como oscurecían.”13Los lectores han recurrido a las intenciones del autor para dar cuenta de las peculiaridades de las afiliaciones históricas del Facundo. Un caso es la explicación de Palcos, que echa raíces en la dimensión perlocutiva:

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I

¿Se propuso de verdad Sarmiento escribir ... un libro de historia, pura y sim p lem en te? Nada autoriza a suponerlo, a pesar de los variados elem entos históricos que contiene. Facundo fue inicialm ente un libro de combate contra la tiranía. ... En cuanto a su fondo, no puede decirse que contiene en la historia entendida como crónica de una época, sino en su explicación o interpretación. ... 14

Las estrategias narrativas llaman la atención sobre la presencia del narrador como quien se ha apropiado del habla y, con ella, de la posibilidad de lograr el orden dentro del caos. Ese omnipresente “yo” viaja de un punto al otro del mundo referencial con el “tranco ariostesco” que tan claramente puede verse en Don Quijote, por ejemplo. Sarmiento recurre a esta vieja tradición literaria para organizar su desplazamiento temático y geográfico: “Me es preciso dejar a Buenos Aires, para volver al fondo de las demás provincias, a ver lo que en ellas se prepara”,15 o “Pero vamos a Atiles, donde se está preparando un ejército...”.16 En términos estilísticos, la abundancia de exclamaciones y preguntas retóricas es función de las dimensiones perlocutivas del discurso, como ha sido enérgi­ camente argumentado por Roberto González Echevarría, quien señala el tropo como el instrumento que permitía la distorsión ideológica dondequiera que el autor burgués “lograba poder ima­ ginario sobre el mundo”.17 Si, entonces, cuando consideramos el status histórico del texto, verificamos que el lector no sólo tiene que realizar ajustes genéricos, sino que puede empezar a desestabilizar los lazos entre texto y mundo, nos acercamos al límite que marca problemas correspondientes a lo que Gotz Wienold ha llamado “uso de texto”.18 Se trata de la división entre ficción y no ficción, y cuando es evocada respecto del Facundo suele surgir de dos posiciones ideológicas posibles, ya sea para evitar la discusión del mensaje polémico del libro o para poner en movimiento una operación cuyas conse­ cuencias son a la vez textuales y sociales. Me estoy refiriendo aquí a la lectura que ubica el texto de Sarmiento dentro del discurso de la mentira, y que puede caracterizarse por un comentario hecho por un amigo de Sarmiento, Dalmacio Vélez Sarsfield: “El Facundo mentira será siempre mejor que el Facundo verdadera historia”.19 En nuestro siglo Jorge Abelardo Ramos hace una afirmación igualmente radical: “El Facundo es una hermosa mentira, cuyo esplendor artístico perdurará en la historia de nuestra literatura. Pero el personaje demoníaco que nos presenta Sarmiento no existió nunca. ... Facundo es un relato novelesco. ... Las anécdotas del libro son inventadas a designio, confiesa Sarmiento en carta al 66

General Paz.”20 Esa contaminación entre ficción y mentira es uno je los asientos de la interacción entre texto y sociedad: ciertos miembros de la comunidad de lectores aceptan o niegan la validez factual de sus afirmaciones. De ahí que el poder del texto de establecer relaciones con la imagen de lo real sea socavada dentro de esa comunidad, que se hiende a lo largo de la divisoria textual entre ficción y mentira. Aquí corresponde echar una mirada a la recepción del texto. Los comentarios de Alberdi y de Alsina que fueron citados antes no están demasiado alejados de los de Vélez Sarsfield o Ramos. Aparte del problema de la exageración, que con tanta frecuencia se le reprochó a Sarmiento, las palabras “romance” y “épica” son de especial interés no sólo porque implican un desvío cuestionable del discurso histórico, sino también porque integran un paradigma que ubica al Facundo dentro del espacio ficticio. Esta operación puede verificarse repetidamente en la historia de la recepción del Facundo, y no es infrecuente hallarla en lecturas que pretenden socavar la credibilidad de las aseveraciones de Sarmiento. En efecto, es posible considerar al Facundo como una obra de ficción, cortando con ello su relación con el mundo de los hechos, sin denegar su status de texto poderoso y sugestivo. Así, por ejemplo, Leopoldo Lugones lo elogiará como “nuestra gran novela política”, y, con característica exageración, como “nuestra Ilíada”,21 aun cuando niega el argumento central de Sarmiento: “...no había tales bárbaros ni tales civilizados. Sus diferencias son meras situaciones accidentales que, al variar, los cambian también de partido, Los dos tipos ... no han existido nunca.”22 El ala peronista del revisio­ nismo histórico procederá sobre líneas similares, como puede verificarse en el siguiente comentario hecho por Luis A. Murray: “El Facundo es prim o rd ia lm e n te novela, género que puede prescindir de la corroboración de los datos y sólo en segunda o tercera instancia se vincula con la historia propiamente dicha. ...”23 No es difícil detectar el hilo que une las declaraciones de Alberdi con las de Murray: en ambas se trata de disminuir la autoridad del texto sin discutir su valor literario; dev a lú a n su tesis explicatoria poniéndola en una esfera que la debilita. No sería correcto sugerir que esta clase de lectura es patrimonio exclusivo de los oponentes de Sarmiento, pero es una estrategia de oposición muy efectiva.24 Ezequiel Martínez Estrada la desenmascara con su habitual perspicacia: “Son los que se benefician con la mentira y con la confabulación del silencio, quienes entienden que Facundo 67

no es historia, ni sociología, sino novela de costumbres, ignorando además que justamente la novela de costumbres es la historia y la sociología verdaderas”.25 Si esta oposición ha florecido como lo ha hecho, es interesante ver de qué maniobras textuales deriva, es decir, en qué medida el Facundo mismo les da origen. Algunos de los casos en que esta problemática es inscripta textualmente elucidan algunos de los modos en que el texto mismo contribuye al conflicto. Movido por la preocupación de producir un texto que opere una decodificación activa, Sarmiento suele recurrir a estrategias discursivas que le piden al lector que suspenda la referencia factual y deje de apoyarse en la categoría de verdad referencial, negándose a ade­ cuarse al requerimiento de producir enunciaciones verificables.26 Esto sucede, por ejemplo, en la construcción del personaje de Facundo Quiroga, que está, como lo han puesto muy en claro los críticos de Sarmiento, subordinado al propósito de hacerlo atractivo desde un punto de vista literario. En el capítulo 5, cuando aparece Facundo en el texto, hay varias estrategias de presentación y elaboración literarias que, aunque no exclusivas de la ficción, prevalecen en ella. En el incidente con el tigre en el desierto, el personaje no es identificado hasta que la secuencia narrativa ha terminado, para asegurarle un halo misterioso que subraya la introducción textual real de Facundo. Es evidente a veces que la elaboración narrativa no se limita a la información que Sarmiento pudo obtener de sus informantes, sino que apela a un proceso de ficcionalización que puede acomodar signos de omnisciencia como el siguiente: “Cuando nuestro prófugo había caminado cosa de seis leguas, creyó oír b ra m a r el tigre a lo lejos, y sus fibras se estremecieron.”27 Hay también un uso del detalle que va más allá de la transmisión de información relevante a los hechos clave, como puede verse en el acecho aterrorizante del tigre alrededor de su presa: “Intentó la fiera dar un salto imponente; dio vuelta en torno del árbol, midiendo su altura con los ojos enrojecidos por la sed de sangre, y, al fin, bramando de cólera, se acostó en el suelo, batiendo sin cesar la cola, los ojos fijos en su presa, la boca entreabierta y reseca.”28 La lectura invocada activa criterios literarios, no sólo porque la voz narrativa toma un carácter omnisciente, sino también porque se concentra en ciertos rasgos estilísticos a expensas de los lazos referenciales que legitimarían la narración de hechos.29 Tales criterios son activados en otras ocasiones (una de ellas está localizada en las antípodas textuales del incidente con el tigre: 68

los hechos dramáticos que llevan al crimen en Barranca Yaco), pero hay otras estrategias que también debilitan la relación referencial, debilitando con ello la autoridad general del texto. Entre ellas debemos considerar el uso de la anécdota, particularmente en lo que atañe a la presentación de Quiroga. No sorprende que se hayan escrito varias biografías con el fin de corregir la versión de Sarmiento de la vida de Quiroga, y demostrar sus impropiedades.30 Sin considerar la espinosa cuestión de “quién está diciendo la verdad”, esta discusión se limitará a observar qué nudos textuales promueve esta clase de lectura. Siem pre esforzándose por comprometer el interés del lector, al tiempo que se ajusta a las convenciones que guían la construcción del héroe romántico, Sarmiento incorpora material cuya veracidad él mismo reconoce cuestionable. Comenta algunas de las unidades narrativas como "fábulas inventadas por la adulación”31; como coda de otra escribe: “Acaso es ésta una de esas idealizaciones con que la imaginación poética del pueblo embellece los tipos de la fuerza brutal.”32 En otro caso, introduce dos anécdotas con un comentario que sugiere un protocolo de lectura poética y ficticia: “Es inagotable el repertorio de anécdotas de que está llena la memoria de los pueblos, con respecto a Quiroga; sus dichos, sus expedientes, tienen... ciertos visos orientales.”33 Si, por una parte, el personaje que dirige la lectura está dotado de un poderoso impulso romántico y heroico, por otro es apartado del dominio de lo factual y lo histórico, y la lectura planteada carece del anclaje que tal dominio aseguraría. Lo mismo vale para ciertas referencias m etatextuales que comparten la motivación y el efecto de los comentarios que acabo de hacer. No es infrecuente que el texto se designe a sí mismo en una vena metatextual mediante formas que también apartan su lectura del referente no verbal y que, en lugar de ello, actúan como invitaciones a apartarlo de las categorías de verdad, cancelando con ello sus cualidades denotativas. Por ejemplo: el Capítulo 4 se abre con una fórmula común en el Facundo, cuyo propósito es conectar los diferentes movimientos del texto y su b ra y a r la importancia de sus componentes: “He necesitado andar todo el camino que dejo recorrido para llegar al punto en que nuestro drama comienza”.3,1 Aunque el texto mismo excluye la afiliación con el género t e a t r a l , la p a la b ra “d r a m a ” produce c ie rta inestabilidad elocutoria. Leer el texto en clave dramática implica privilegiar los aspectos teatrales de los hechos, ponerlos en escena, podría decirse, y distanciarlos de lo factual. Los dos casos 69

siguientes podrían servir como ejemplos: el primero, en el Capítulo 12, concluye una descripción de la provincia de Tucumán, cargada de cualidades poéticas y centrada en la belleza exótica de la naturaleza y la atracción de los elementos costumbristas, con la siguiente pregunta: “¿Creéis por ventura, que esta descripción es plagiada de Las mil y una noches u otros cuentos de hada a la oriental? Daos prisa, más bien, a imaginaros lo que no digo. ...”35 La lectura sugerida aquí le da a la imaginación el papel clave. Una situación similar tiene lugar en el capítulo 10, cuando aparece la historia de la obsesión amorosa de Facundo con Severa Villafañe: “La historia de la Severa Villafañe es un romance lastimero, es un cuento de hadas, en que la más hermosa princesa de sus tiempos anda errante y fugitiva, ...”36 El efecto es conjurar un mundo de d im e n s io n e s li t e r a r i a s y e s té tic a s . Este proceso puede comprenderse mejor a la luz de la siguiente observación hecha por -Jens Ihwe: “En textos literarios de ficción ... la referencia inmediata a contextos particularizados es bloqueada en favor de una especie de referencia mediatizada a estados, procesos y relaciones posibles, no nec e sa riam e n te compatibles con los aceptados para un ‘mundo físico’. ... Lo que se construye es más bien un sistema interno de referencias cruzadas.”37 En el caso del Facundo hay una relación interesante entre lo que llamaré conta­ minación ficticia y las controversias que rodean su recepción. La frontera entre ficción y mentiras corre el riesgo de desvanecerse cuando un texto muy polémico, con una motivación fuertemente pragmática, incorpora instrucciones para leer que debilitan sus raíces referenciales. La exposición precedente se ha centrado en la inestabilidad genérica y en las “invitaciones a la ficción” (para citar la sugerente frase de Sylvia Molloy), pero hay otro factor determinante que se manifiesta en ciertas fisuras del texto en las que el lector percibe un reconocimiento de la relación problemática con lo real. Hay dos casos particularmente interesantes en la segunda edición de 1851, cuando, después de su descripción de Córdoba y Buenos Aires en el Capítulo 7, Sarmiento cuestiona la veracidad de su propio texto al admitir en una nota al pie su falta de objetividad, su exageración, y las incorrecciones, motivadas por “el calor de los primeros años de exilio”. A continuación, en la misma nota, incluye el ya mencionado reproche hecho por Alsina respecto de la exageración y la hibridez genérica. Si esta nota no llega a ser la confesión de un error, debilita de todos modos la

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autoridad textual, como lo hace la inclusión de una cantidad de notas de Alsina en esta edición. Los riesgos implicados en estas prácticas discursivas se comprenden mejor a la luz del hecho de que las definiciones lógicas de ficción, error y mentira están interrelacionadas: a) Si un hablante H dice una proposición p a un interlocutor/ lector I describiendo un estado de cosas EM en tx y si p es de hecho no cierto en el mundo compartido EM en tx y si H cree que p es cierto en EM entonces H comete un error. b) Si H dice p sabiendo que p es falso en EM en tx pero H pretende hacer creer en la verdad de p en EM en tx, entonces H miente. c) Si una proposición p es en realidad ni verdadera ni falsa en EM a un cierto tx pero puede imaginarse un Mj en ty en el que p es Mj-cierto, p es una proposicion ficticia.™ Si bien la notable vitalidad del Facundo en las formaciones culturales argentinas tiene que ver con su trascendencia del dominio textual y su penetración en la praxis social, también ha arrastrado la posibilidad de producir interpretaciones que intentan subvertir los reclamos de validez del libro borroneando los límites entre ficción, m entira y error. Dentro de esta muy riesgosa contaminación tenemos que localizar la formación problemática de la identidad nacional, constantemente tironeada por reclamos de validez en conflicto. No es infrecuente que la misma naturaleza cuestionadora de las lecturas “en contra” del Facundo sea el punto de partida para interpretaciones alternativas de los problemas en cuestión, como veremos en la sección siguiente al examinar el intento de Valentín Alsina de demoler el relato de los hechos que hace Sarmiento.

Estar ahí: la reescritura de la historia Rumbo a Europa a comienzos de 1846, ostensiblemente em­ barcado en un viaje para estudiar sistemas educacionales, pero también buscando respiro de las muy acaloradas controversias de que era centro en Chile, Sarmiento se detuvo en Montevideo y 71

conoció a los exilados argentinos en esa ciudad. Sarmiento había pasado su vida adulta alejado de los centros metropolitanos de la actividad política argentina, Buenos Aires y Montevideo; ahora tuvo su presentación personal con los líderes de la resistencia en Montevideo. Ejemplares del Facundo habían precedido la llegada de su autor en varios meses, pues Sarmiento había dispuesto hábilmente la distribución de su libro de modo que llegara a los miembros más prominentes del partido anti rosista. Bartolomé Mitre publicó fragmentos en El Nacional (Florencio Varela se había negado a hacerlo en El Comercio del Plata)39 y Sarmiento habló del libro con Esteban Echeverría, el decano de la Generación de 1837. Después de su lectura del F acu nd o , Valentín Alsina, prom inente exilado unitario en Montevideo, le hizo llegar a Sarmiento una lista de correcciones preliminares “amistosas”. La meticulosa preocupación de Alsina por la corrección (tal como él la entendía) lo llevó a escribir cincuenta y una notas, que implicaron un gran esfuerzo de su parte, durante los siguientes cuatro años. Y por mucho que se hubiera extendido. Alsina no creyó haber cubierto todos los errores que necesitaban rectificación. De hecho, en una carta fechada el 9 de julio de 1851 le anuncia a Sarmiento que tiene una continuación para sus Notas, pero que no ha encontrado un modo seguro de enviárselas. En consecuencia, le pide que no saque la segunda edición: “no debe pensar en la segunda edición que dice, hasta no recibir todas mis Notas\ de lo c o n tra rio , s a ld ría con muchos e rro re s y f a l s e d a d e s ”. 10 La autoritaria advertencia de Alsina tuvo poco efecto sobre Sarmiento, que publicó la segunda edición en 1851 y encontró una excusa para haber prestado una atención relativamente escasa a estas proli­ ferantes enmiendas. Pues realmente las Notas socavan la auto­ ridad del libro de un modo poderoso: incorporarlas habría signi­ ficado escribir un Facundo diferente. En un gesto que revela una sugerente mezcla de independencia y gratitud, Sarmiento le dedicó la segunda edición a Alsina, agradeciéndole ostensiblemente su colaboración, y a la vez confesando que había hecho poco uso de las notas: “He usado con parsimonia de sus preciosas notas, guar­ dando las más sustanciales para tiempos mejores y más meditados trabajos, temeroso de que por retocar obra tan informe, desa­ pareciese la fisonomía primitiva y la lozana y voluntariosa audacia de la mal disciplinada concepción.”41 Sarmiento hizo una cantidad de alteraciones en la tercera y cuarta ediciones, algunas de las cuales surgen de observaciones de Alsina. No obstante, cuando se 72

emprendió la publicación de las Obras Completas en 1889, Luis Montt siguió la primera edición, sin advertir los cambios que habían sufrido las subsiguientes. Quizás para rem ediar esta omisión las Notas fueron publicadas en 1901, en la Revista de derecho, historia y letras dirigida por Estanislao Zeballos. La espléndida edición de Alberto Palcos de 1938 (basada en la cuarta, publicada en París por Hachette) incluye las Notas de Alsina como uno de los documentos ccorrespondientes a los primeros años de la vida del libro. Sorprende la posición inusual de este texto. A diferencia de los artículos periodísticos en los que se llevaban a cabo los debates sobre el Facundo, las notas de Alsina no estaban destinadas a la publicación, por lo que nosotros como lectores somos una especie de intrusos, participando en un circuito de comunicación que sólo debía contener a Alsina y Sarmiento: “Sólo me resta advertir que lo dicho en ella (la presente nota) no es, como ya Ud. lo alcanzará, para publicarse por ahora: es sólo aquí, para entre los dos, y para guía de Ud.”42 Esta lectura del Facundo es como una conversación por escrito, con breves citas de la primera edición, precedidas por números de página y línea para que Sarmiento identificara el pasaje en cuestión. Para quienes no tienen a mano la primera edición, el comentario de Alsina debe ser reubicado en el texto del Facundo para hacer coincidir lectura y texto. Aun a pesar de la peculiaridad del status de las notas, pronto se hace evidente que son una serie, particularmente enérgica, de cincuenta y una correcciones: la lectura de Alsina es un ejercicio de autoridad. Se pone en el lugar del que sabe y del que, a partir del conocimiento, tiene el poder con el que reacomodar el relato de los hechos que hace Sarmiento. Hay muchas afirmaciones que revelan su abrumador sentimiento de dominio sobre el material, desautorizando claramente al autor aun mientras afirma ser un lector amistoso: Borre Ud eso amigo mío: porque a más de ser una mentira, es una ingratitud y una injusticia. (398) Ha largos años que acerca de esto, como de ciertas doctrinas filosóficas, enseñadas en Buenos Aires, he oído muchas absolutas, muchas pedanterías, m uchas ex a g era cio n es y m u ch as to n ter ía s, p roferid as con aire de magisterio. (375) Lo de Napoleón que Ud. añade, es tan cuento tártaro, como tantas otras cosas... (366) 73

En su tono a menudo arrogante y burlón, Alsina produce un discurso de autoridad que, si es tomado como tal, niega los recla­ mos de Sarmiento de conocimiento sobre una variedad de temas, que van desde cómo se escribe la historia a cuestiones de infor­ mación local, tales como el número de estancias que puede haber en una provincia (no diez mil como sugiere Sarmiento, pues una pampa con cien estancias ya no sería una pampa),43 qué hazañas ecuestres son creíbles, cuántas iglesias había realmente en Buenos Aires, o la ropa que usaba la gente que, como Alsina, asistían a la Universidad. En las Notas Sarm iento es presentado como el ausente, cuya escritura se basa en lo que ha oído y no en la presencia, proveedora de verdad. Evidentemente, Alsina se tomó muy a pecho la tarea de leer y corregir el Facundo, pero uno se pregunta cuál es la fuente de su autoridad, y, de un modo más general, cuáles son los factores que entran en juego para permitir que la interpretación se ponga en un sitial desde el cual pueda imponerse. En el caso dt Alsina, el poder está construido como emanación del papel jugado en algunos de los hechos a los que se alude en el Facundo, y de su concepción del apuntalamiento legitimador de la escritura histórica. En la raíz de su reclamo hay una cuestión de lugar: Alsina era un porteño, que había experimentado los hechos en Buenos Aires de primera mano. Sarmiento en cambio era un provinciano de la distante San Juan. Nacido en 1802, Alsina le llevaba sólo nueve años a Sar­ miento, pero muy joven tuvo participación im portante en el gobierno de Rivadavia y en las negociaciones que resultaron en la subida al poder de Dorrego. Como prominente abogado, jugó un papel clave en los primeros años de la nación que formulaba su sistema legal, y se le llegó a confiar la redacción del Código Civil. Cuando enseñaba Derecho en la Universidad de Buenos Aires fue encarcelado por hombres de Rosas. Logró huir a Montevideo con su familia, y allí continuó la lucha contra Rosas como miembro de la Comisión Argentina y como prestigioso periodista cuyos artículos aparecían en El Comercio del Plata de Florencio Varela y en El Nacional de Bartolomé Mitre. En Montevideo, Alsina era visto como el “líder legítimo” de los exilados agentinos.44 Su camino político estaba íntimamente ligado al partido unitario, y lo seguiría estando en los años posteriores a Caseros. No obstante, como su suegro fue figura importante en el gobierno de Rosas, Alsina estaba en una posición única de estar a la vez oficialmente en la oposición y te n e r un contacto familiar con el enemigo.45 A diferencia de 74

Sarmiento. Alsina representaba los intereses de la provincia de Buenos Aires (de la que sería Gobernador dos veces, en 1852 y 1857, cuando Buenos Aires se separó de la Confederación), y en sus Notas se presenta con frecuencia como una autoridad en los hechos que tienen que ver con esta parte del país. De hecho, Alsina fue dirigente de los “septembristas”, quienes el 11 de septiembre de 1852 se alzaron contra el gobernador de Buenos Aires designado por Urquiza, Vicente López y Planes, con el fin de mantener la provincia y su puerto aparte de la Confederación dominada por Urquiza. En 1846, entonces, cuando Alsina leyó el Facundo por primera vez, se consideró no sólo un actor clave en la lucha contra Rosas, sino alguien con conocimiento de primera mano de los complicados acontecimientos que el libro de Sarmiento afirmaba discutir a fondo.46 Este conocimiento desde adentro está en la base del concepto de la historia que sostenía Alsina. Podría decirse que veía a la historiografía a partir de un prerrequisito seminal: estar ahí. El conocimiento histórico para Alsina se basa en oír, ver, ser testigo: todas las otras formas m ediadoras son sospechosas. Parece considerarse como el “Cronista Ideal” de Arthur Danto: “Sabe lo que pasa en el momento en que pasa, ... todo lo que sucede en el entero círculo del Pasado es descripto por él”.47 Cuando Alsina rebate afirmaciones de Sarmiento, por lo general recurre a la legi­ timación provista por su propia experiencia, por lo que puede sobre­ volar el Facundo, con un lápiz rojo en la mano, escribiendo sobre el texto. “Ver para creer” podría haber sido su pronunciamiento fundacional: “Así será: pero yo jamás he oído de Rosas, ni de nadie esa gran prueba, y deseara verlo para creerlo.” (366) En otro punto, para ase g u rar a S arm ien to de la credibilidad de su propia interpretación del levantamiento de Lavalle contra Dorrego, usa la siguiente fórmula característica: “No dude Ud. de esto: le hablo por lo que mis ojos vieron muy adentro” (405), con la metáfora visual proclamando la penetración, la veracidad, y el acceso a la “realidad factual”. O al corregir el relato de un incidente en el que participó Facundo Quiroga durante su estada en Buenos Aires, afirma: “No fue exactamente así ese pasaje, acaecido muy cerca de donde yo me hallaba, y el cual no me parece que se publicó en los diarios”. (422) Como sostén de la confianza de Alsina en su poder interpretativo está el hecho de que en varios casos presenció y tomó parte en los hechos de los que se trata. Al corregir la aseveración de Sarmiento 75

de que cierta orden se había originado en la presidencia, apoya su versión diferente del siguiente modo: “...y yo, que desde 1821 estaba en el Ministerio de Hacienda, pasé al nuevo y nacional del Interior; y en ese carácter, redacté la Circular mencionada”.(381) En otros casos la fuerza de validación descansa sobre el conocimiento personal de quienes tenían poder político. Bajo esta luz. Sarmiento queda como alguien por completo al margen: en tanto provinciano que había pasado una parte importante de su vida adulta exilado en Chile, sospechamos que a los ojos de Alsina el autor del Facundo había tenido una relación muy indirecta con los actores y sus acciones. Por su parte, Alsina ocupa un sitio interpretativo reforzado por su centralidad en el escenario de Buenos Aires. Si, al tra ta r el gobierno de Rivadavia, Sarmiento hace una mención de “su lenguaje pomposo”, el comentario de Alsina al respecto es i lu s tra tiv o de la medida en que siente que puede ponerse discursivamente por encima del texto que está leyendo: “Desearía mucho una explicación de Ud. sobre esto. ... por más que Ud. oiga, (Rivadavia) era en su trato privado, franco, festivo, atractivo”. (367368) Aquí marca una oposición tácita entre hablar de oídas (la fuente del conocimiento de Sarmiento) y el acceso al círculo privado de amigos de un funcionario (el status privilegiado de Alsina). Ni siquiera Rosas está excluido de esta esfera personal, en la que se apoya la autoridad de Alsina: para reafirmar ante Sarmiento la veracidad de su relato de circunstancias que implicaron a Rosas, declara: “él mismo, estregándose las manos de gusto, me lo dijo en marzo de 1828”. (389) Este modo de privilegiar la experiencia como factor base de la escritura histórica recuerda la astuta observación de Joan Scott: “La prueba de la experiencia funciona como funda­ mento al dar a la vez un punto de partida y una especie conclusiva de explicación, más allá de la cual pocas preguntas pueden o deben ser hechas. Y sin embargo, son precisam ente las preguntas censuradas (preguntas sobre discurso, diferencia y subjetividad, así como sobre lo que cuenta como experiencia y quién hace esa determinación) las que nos permitirían historizar la experiencia, y reflexionar críticamente sobre la historia que escribimos sobre ella, en lugar de apoyar nuestra historia sobre ella.”4* Aun cuando Alsina fundamenta su autoridad en su propia “prueba de ex­ periencia”, está desnudando la medida en que su producción de sentido deriva del sitial político y subjetivo que ocupa al leer el Facundo. Mi lectura de las Notas está informada por el deseo de

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considerar los factores que condicionan su experiencia y las estrategias a través de las cuales reclama autoridad. La autopresentación de Alsina como un actor “desde adentro” está marcada por referencias emblemáticas al tema de los secretos a los que tiene acceso: su escritura oscila entre lo que puede decir porque sabe y lo que no puede decir o no dirá aun cuando lo sabe muy bien. Juega con el ritmo marcado entre revelación y ocultamiento; lo que revela está en el texto de las Notas; lo que oculta es la prefiguración de una escena futura de escritura. Pues, aun cuando dice que está ocultando, Alsina anuncia su intención de producir otro relato, mucho más completo, de los hechos discutidos. En otras palabras, parecería e sta r planeando un texto que reemplazaría y desplazaría al Facundo mismo, un texto validado por la mayor autoridad discursiva de Alsina: “Ahora no puedo sino hacer estas indicaciones: la prueba de todas ellas necesitaría muchos pliegos de papel. Si llego a escribir mis Apuntes Biográficos, que he prometido a Ud., entraré probablemente en menudencias y explicaciones, sobre cosas y puntos ignorados de Ud. y de casi todos, y los cuales no le dejarán duda de la verdad de lo que aquí siento.” (404) La posición de Alsina parece ser una versión radical de la interpretación misma: se c aracteriza por un grado de des­ plazamiento de su objeto. En este caso, se prepara un sitio para los Apuntes que pondrán las cosas en su lugar, gracias al cono­ cimiento superior del autor y su acceso a información secreta. Está reclamando un poder enunciativo total con una energía que aparece muy claramente en la siguiente afirmación, estratégicam ente ubicada en la conclusión de sus N otas: “No conozco a nadie que quiera o pudiera escribir estas Notas; es decir, que esté tan al cabq de tantos pormenores (y aun los expuestos, y que expondré, son pocos, respecto de los que entrarán en mis Apuntes Biográficos) o al menos, que los tengan tan presentes.” (426) Pese a su participación muy personal en los hechos en cuestión, que podrían llevarnos a inferir que concibe su rol como el de alguien que se limita a informar de lo que ha presenciado (o al menos ha oído de primera mano), Alsina deja en claro que su misión es salvaguardar las normas de la producción histórica. En contra de lo que algunos otros críticos de la época vieron en las afiliaciones genéricas mezcladas del Facundo (postura tan claramente m ani­ festada por quien escribió la primera reseña, en El Mercurio, el 27 de julio de 1845: “Tenemos una idea que puede parecer con­ 77

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tradictoria cuando acabamos de elogiar una de sus obras por su mérito histórico. Creemos que el señor Sarmiento está señalado como el escritor de la novela nuestra. ...”),49 Alsina juzga al libro sobre las líneas de un paradigma discursivo exclusivo: la historia, tal como él la concibe. Este es, sin dudas, el requisito de validez que impone desde el comienzo, adjudicándole a Sarmiento la intencionalidad de un historiador. Es interesante notar la postura muy crítica de Alsina frente a la afiliación histórica del Facundo, como lo es contemplar la completa certeza con la que asume que él puede satisfacer todos los requisitos del discurso histórico. De hecho deja en claro las operaciones ideológicas que permiten un modo de comprensión (en el caso de Alsina, podría caracterizárselo en forma resumida como “enfoque de primera mano”), a ser articulado como un discurso de “hechos”. Nunca se presenta en la postura de quien interpreta, sino como alguien que dice la verdad y disipa errores. A sus ojos, la suya es la “historia oficial”, como lo dice al término de una extensa nota en la que le prueba a Sarmiento que Dorrego nunca trató de acercarse a los unitarios: “Tal es, mi amigo, la historia oficial del gobierno de Dorrego, en su relación con los unitarios, desde el instante de su instalación en 1827, hasta la aurora de diciembre en 1828”. (329) Oponiéndose al relato de Sarmiento de la relación entre Lavalle y Rosas, en la que el primero le entrega el poder al segundo (una capitulación que un unitario jamás aceptaría) Alsina exclama con impaciencia: “¡Así se propagan y arraigan los falsos testimonios históricos!” (410) Al final de la misma nota, que se ocupa en gran detalle de las motivaciones detrás de las acciones de Lavalle en el poder, y después de quejarse ácidamente sobre la falsedad de los relatos de este período, exclama en un francés imperfecto: “Et voilá justem ent comme on écrit l histoire!” (415) El on impersonal es una velada invocación a una norma muy distinta de la escritura histórica que él parecería estar reclamando. Por supuesto, no es accidental que elija expresar su desaprobación en francés, como si apelara a la autoridad de los maestros franceses. Y de hecho Alsina pudo tener en mente los escritos de los historiadores de la escuela romántica, quienes, como él, estaban muy comprometidos políticamente y abiertamente activos en la política contemporánea. Un caso ejemplar podía ser el Augustin Thierry de los años que precedieron a la monarquía de julio de 1830, pues podría haber sido modelo de la imagen del historiador como activista político. Como señala Lionel Gossman, 78

Thierry creía “que era imposible escribir historia salvo por la experiencia contemporánea, ya que eran sus preocupaciones pre­ sentes las que le indicaban qué preguntas hacerle al pasado”.50 Como es bien sabido, sólo en 1848 los historiadores dejaron de pensar en sí mismos como lo habían hecho Michelet, Thierry, Quinet, y, haciendo pasar a segundo plano los aspectos visionarios y públicos de su trabajo, empezaron a verse como científicos y profesionales. No obstante, m ientras que Alsina puede haber encontrado el modelo de compromiso político en los ejemplos franceses que convoca su impaciencia, por cierto que no encontró en ellos una justificación para reclamar ser el narrador autorizado de los hechos en que había participado. Pues Thierry y Michelet establecieron sus reputaciones con sus escritos sobre la Edad Media, mientras que el texto de Alsina no retrocedía en el tiempo más que una década o dos. El intento de reclamar una tradición legitimadora, de hecho desnuda la excentricidad de Alsina respecto de esa misma tradición. Aun cuando invoca la autoridad de la “Historia”, produce un escrito que se revela como algo distinto de la historia. Quizás no hay indicación más clara de esto que el instrumento con el que espera justificar la fuerza de sus reclamos: el insistente “yo” que se erige a la vez como testigo y actor. Alsina se está postulando como el estadista escritor, como una figura ejemplar que sabe lo que pasó y a la vez sirvió el interés público participando activamente en los hechos bajo discusión. Hay nu­ merosos ejemplos de esta omnipresente primera persona: si se trata de la elección de Diáz Vélez como M inistro G e n e ra l, dice directamente: “Esta elección se me debió a mí” (411); cuando se refiere a sus sospechas de mala fe de parte de Rosas después de Puente de Márquez, describe su papel central en el proceso de desenmascarar la deshonestidad de Rosas: “No sé si yo fui el primero en verlo, pero sí sé que fui el primero que tuvo el coraje de decirlo por la prensa. ... Escribí pues, un largo comunicado (que publicó El Tiempo y que conservo). ... Esta publicación fue de grande efecto. Los hombres empezaron a reflexionar y a sacudir su letargo y apatía. ... Hice más. En mi estudio convoqué, y se empezaron a hacer las reuniones. ... Allí se discutió, organizó y dispuso todo. ...” (412). Su mano (por momentos confesadamente desfigurada cuando las circunstancias requerían el máximo secreto) aparece en las firmas de decretos, de notas privadas, como si fuera la huella persistente de su presencia en los hechos cru­ ciales que precedieron su exilio. Es tentador sugerir que las Notas 79

están haciendo en realidad una corrección central velada por otras muchas. Están llenando un vacío en el libro de Sarmiento: la centralidad del mismo Alsina. Para el lector del siglo XX, las Notas prefiguran de un modo textual el poder que Alsina alcanzaría después de Caseros. Podría verse a las Notas a la luz de estos hechos por venir, y, como en “Kafka y sus precursores” de Borges, ver estos hechos anticipados en la escritura de las cincuenta y una correcciones, leyendo así el futuro en el pasado. Algunas de las actitudes recalcitrantes de los porteños que, como Alsina y Mitre, se negaron a rendirse a la unificación nacional, pueden anticiparse en la energía expresada en este texto temprano. La mirada de Alsina está totalmente regulada por los prejuicios de la visión unitaria. De hecho, su selección misma de pasajes a corregir en el Facundo está determ inada por la necesidad de ajustar la presentación de hechos a los dictados de esta visión. Su práctica histórica confirma la observación de Michel de Certeau de que “los historiadores parten de determinaciones presentes”: su escritura está controlada por su sitio de producción: el de un exilado que lucha no sólo por recuperar el acceso al poder sino también, y con este mismo propósito en mente, presentar un relato muy limpio de la política pasada de los unitarios.51 Es la misma ceguera de Alsina a este proceso la que nos permite obtener la visión de lo que hizo posible ias Notas, vale decir el efecto de las estructuras ideológicas en la codificación de la historia. Su visión unitaria actúa como el paradigma interpretativo que pone a actuar sobre el Facundo y que constituye el significado de sus Notas: las mismas condiciones en las que elabora lo que puede pensarse sobre los hechos en cuestión. Alsina no ocupa el lugar usual que se acuerda al historiador tradicional como escritor (en la periferia del poder, alrededor de él, reflejando el poder del que carece),52 sino que escribe dentro del círculo hegemónico de los que ejercieron el poder político y que esperaban recuperarlo cuando Rosas fuera derrocado. Desde este círculo de privilegio reescribe el texto de Sarmiento, que actúa como un palimpsesto donde Alsina borra, corrige e inscribe su propia escritura. No es infrecuente encontrar pasajes en los que una nota contiene mucho más de lo que habría sido necesario para rectificar una afirmación de Sarmiento, pues con frecuencia son tratadas como un texto abierto, con suficiente flexibilidad temática para incorporar cualquier cosa que Alsina considerara apropiada. Es por eso que las Notas terminan siendo mucho más que correcciones, y acercándose más a un verdadero 80

ejercicio de reescritura. Un ejemplo ilustrativo es la nota número gt destinada a corregir errores de Sarmiento sobre los programas educativos en la Universidad y el Colegio de Monserrat. Después de hacer su corrección, agrega: “Y ya que nombro al doctor Bedoya, permítame Ud. que consagre aquí un renglón en justo honor de él.” (371) Por momentos reconoce: “esto basta cuanto al punto de esta nota: pero seguiré...” (373) o “concluiré esta nota con un recuerdo, aunque extraño al asunto de ella, justísimo” (378), y se embarca en un homenaje a un amigo, el doctor Jil. Si se limita a corregir el Facundo, Alsina lo hace generalmente yendo más allá de la mera rectificación: vuelve a contar toda la historia con tantos detalles contextúales como puede recordar. En la nota 33, por ejemplo, se detiene en un pasaje muy breve en el que Sarmiento refiere el rechazo que sufrió el General Paz de parte de los unitarios (“Rechazado aquí, desairado a llá ”), n arrando de modo muy detallado no sólo cómo Lavalle había invitado a Paz a volverse “jefe de Estado Mayor” en Uruguay, sino también cómo el mismo Alsina había jugado un papel crucial haciendo de intermediario y mensajero entre Lavalle y Paz en esa época, esforzándose por comunicarle a Paz con cuánta ansiedad lo esperaban y le daban la bienvenida los hombres de Lavalle. Si la nota articula un relato elocuente de la medida en que Paz no sufrió rechazos, también sirve para forjar el perfil de Alsina el patriota, cediendo a las demandas de la Comisión Argentina aun cuando su salud estaba en peligro, viajando entre distintos puertos de la costa de Uruguay (Colonia, Montevideo, Punta Gorda) en su papel de emisario de confianza de Lavalle, e intercediendo ante su primo Ferré (una vez más, Alsina nos recuerda su centralidad en una red de rela­ ciones muy íntimas), el gobernador de Corrientes, en las tensas negociaciones con Lavalle. La misma minuciosa atención al detalle, a los hechos menores y a la participación personal apuntalan la nota 39, con su extenso relato de las negociaciones entre Lavalle y Rosas en Puente de Márquez, destinadas a probar que Lavalle no fue derrotado allí. Alsina no sólo rectifica (de acuerdo con su versión de los hechos) sino que también amplifica, agrega digre­ siones que nacen de su sentimiento de lo que importa, y, en general, reescribe el relato de los pasajes que objeta. En su modo pecu­ liarmente autoritario de leer, las Notas ilustran de modo radical lo que Samuel Weber afirma que es la relación entre la crítica y su objeto: “La autoidentidad de una interpretación dependerá de lo que ataca, excluye e incorpora: en una palabra, de su relación con 81

y dependencia de lo que no es...”ñ3Si, entonces, toda interpretación se propone como un proceso agonístico caracterizado por el desalojo de su objeto, las Notas de Alsina ilustrarían meramente una versión más extrema de esta operación. Leyendo entre líneas el texto de Alsina, no es difícil detectar el perfil de la historia unitaria social, cultural y política, que data de los años que siguieron a la revolución de 1810, cubre el período marcado por el ascenso de Rivadavia al poder, su caída, la natu­ raleza y problemas de la gobernación de Dorrego, las compli­ caciones de la personalidad de Lavalle, y los detalles de la ejecución de Dorrego, las negociaciones entre Lavalle y el General Paz, y entre Lavalle y Rosas, todo registrado por el ojo privilegiado de un actor. Este texto en sombras prefigura algunas obras claves en la historiografía argentina del siglo XIX en su situación: está escrito en Buenos Aires, no importa dónde estuviera Alsina durante la era de Rosas. La provincia es vista como un centro político autosuficiente, interesado sólo en sí mismo, cuyo trato con otras provincias y con Montevideo son resultado de su lucha por la hegemonía. La escritura de Alsina está informada por una pers­ pectiva provincial, no nacional. Esta posición llevaría a las batallas de Cepeda y Pavón, que resultarían de la negativa de Buenos Aires a ceder algunos de sus privilegios y unirse a la nación que emergía después de Caseros. Da la espalda de modo tan consistente a las otras provincias que en su discusión de las épocas de Rivadavia y Dorrego, cuestiona la división estructural entre unitarios y fe­ derales, que es el paradigma explicativo de Sarmiento: En esos años, ni aun las voces “unidad”, “federación”, “federales”, “unitarios”, se oían en Buenos Aires: no las hallará Ud. en ningún diario de entonces. Todas las cuestiones rodaban sobre asuntos de la provincia: ninguna se refería al resto de la república, ni a organización nacional. Los dos partidos se d esignab an ú n ic a m en te por “m in is te r ia l” y de “oposición”; ... Cuando después el congreso empezó a tratar la cuestión de unidad o federación, aquella denominación desapareció para sustituirla la que ha prevalecido hasta hoy — la de “unitarios y “federales”. (386-387)

Alsina no sólo cuestiona la elección de nombres partidarios y la organización conceptual que denotan; también está vaciando al término “federales” de su contenido semántico, salvo por la marca negativa. Esto sugiere que los federales carecían de un programa político válido propio, y que el único rasgo que los definía era su deseo de obstruir la aparición de todo lo que fuera bueno y nuevo. 82

Notas constituyen una versión prelim inar de la clase de discurso histórico hegemónico que produciría Bartolomé Mitre en décadas futuras. La lectura del Facundo que ponen en acción parece adicalizar la postura pro-Buenos Aires del libro y ahondar el r ntagonismo con las aspiraciones políticas del interior, y hasta niquilarlas discursivamente. Desde su posición de provinciano, en cambio, Sarmiento comprendía el término “unitario en sentido diferente, implicando una preocupación por la organización na­ cional.54Al no poder articular una conciencia nacional, los hombres con las mismas ideas que Alsina postergaron la construcción de la nación en la era posterior a Rosas, y las Notas revelan las limitaciones de su visión. Hay otro modo notable en que las Notas prefiguran los textos principales de la historiografía argentina del siglo XIX, y es su elección de mitos heroicos. Como Mitre y Sarm iento cuando editaron la Galería de Celebridades Argentinas de 1857, Alsina se toma gran trabajo por vindicar los logros de Rivadavia y retratar a Lavalle bajo una luz atractiva. Rivadavia representa los ideales unitarios de la década de 1820, y como tal es el héroe porteño del momento. Si Sarmiento describe el fin de su presidencia como una caída (“la presidencia ha caído en medio de los silvos y rechiflas de sus adversarios”), la corrección de Alsina la vuelve un acto voluntario muy lamentado por sus seguidores y que inspiró a la vez sorpresa y respeto en sus opositores. La única crítica que Alsina dirige a Rivadavia es que bajó del poder, lo que no es casi una crítica. 4 El retrato de Lavalle es más complejo y ambivalente, pero tiene el poder discursivo para contribuir a la construcción del mito. Entre los argentinos prominentes de este período, Lavalle ocupa un lugar significativo en el imaginario colectivo: se han escrito canciones sobre el viaje heroico emprendido por sus hombres para enterrarlo en Bolivia de modo de impedir que los enemigos rosistas vejaran el cadáver, y un celebrado novelista como Ernesto Sábato toma elementos de la saga popular de Lavalle en su novela Sobre héroes y tumbas. Las Notas de Alsina representan una contribución al discurso mitificante sobre Lavalle en la medida en que crean una figura falible pero muy atractiva: “Este hombre, cuya memoria es para mí muy querida, tan valiente, tan desinteresado, tan buen padre de familia, de tan buenos servicios, de deseos tan puros y patrióticos, de sentimientos tan caballerosos, de buen talento, de buena dicción, no tenía, sin embargo, otras varias dotes, indis­

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pensables para constituir un hombre público...” (404) Como sigue explicando Alsina. los defectos de Lavalle residían en cierta cua­ lidad obstinada, una incapacidad para aceptar críticas, y cierta propensión a aburrirse frente a las dificultades. No obstante, Alsina se a p r e s u r a a s e ñ a la r la n a t u r a le z a heroica de su participación en la lucha contra Rosas, emprendida con la marca de un héroe romántico: “[La lucha contra Rosas en 1829] la acometió en una volcánica erupción de los más notables y generosos sentimientos excitados con la noticia del asesinato de los Mazas...” (405) Algunas de las acciones de Lavalle son adornadas con las cualidades de valor casi temerario que Sarmiento le atribuye a Facundo Quiroga. Un ejemplo es un hecho que tuvo lugar la víspera de la firma del pacto del 24 de junio entre Lavalle y Rosas. Al llegar a los cuarteles de Rosas en la estancia de Miller, donde los dos rivales habían acordado reunirse, y al no encontrar a Rosas esperándolo, Lavalle. a diferencia de Rosas (quien por miedo y suspicacia se había retirado momentáneamente) exhibió su poco temor acostándose a dormir en la que podía haber sido la cama de Rosas. Alsina da el siguiente epílogo a la narración: “Vino Rosas; y cuentan que se paró y estuvo contemplando en su sueño a aquel hombre singular. ¡No lo haría yo! (estaría tal vez diciendo entre sí) Hay en ese rasgo de Lavalle, en esa confianza, algo de característico, de noble e imponente.” (410) Aun si carecía de la decisión firme que necesita un estadista, Lavalle emerge como digno de interés y admiración: temperamental, pero con un toque de grandeza. Y sus defectos no se traducen en derrota: si Sarmiento considera el pacto firmado entre Rosas y Lavalle como una ren­ dición. Alsina le asegura que fue un acuerdo para llam ar a elecciones generales a la Sala de Representantes, roto por Rosas y sus maquinaciones. Está reescribiendo el registro histórico de los hechos de Puente de Márquez para borrar toda huella de debilidad en Lavalle a la vez que subrayar la naturaleza engañosa de Rosas. Alsina inclusive redistribuye la importancia relativa atribuida a los actores políticos en el Facundo: al General Paz, por ejemplo, se le da un lugar secundario, considerablemente alejado de la centralidad casi mesiánica que él ocupaba allí. Como hemos visto, la lectura de Alsina es presa de la ceguera cuando llega a las restricciones ideológicas que colorean sus maniobras interpretativas. No obstante, hay unas pocas ocasiones en que es iluminada por penetrantes reflexiones que ponen a prueba la lógica misma de la empresa conceptual de Sarmiento. 84

Como Alberdi y muchos otros futuros lectores del Facundo, Alsina discute la validez de la polaridad entre civilización y barbarie que apuntala la exposición de Sarmiento; pero, a diferencia de otros, va un paso más lejos sin invertir los términos sino cuestionando la lógica del sistema oposicional. polar, que está construyendo. Para rastrear la línea de razonamiento de Alsina, será necesario ver el modo en que responde a las cuestiones epistemológicas propuestas por sus objeciones. Desde el comienzo, en la nota 2, Alsina articula su crítica sobre el error básico detrás del trabajo de Sarmiento, lo que llama su “propensión a los sistem as”, responsable de las frecuentes exageraciones y un descuido general por la exactitud: “De aquí nace naturalmente que, cuando halle un hecho que apoye sus ideas, lo exagere y amplifique; y cuando halle otro que no se cuadre bien en su sistema, o que lo contradice, lo hace a un lado, o lo desfigura o lo interpreta.” (365) Cuando retoma este problema en la nota 39, el razonamiento de Alsina se vuelve interesante y sugestivo, porque trasciende la lógica de las oposiciones binarias (civilización/barbarie, ciudad/campo, cultura/naturaleza, y todas las polaridades subsiguientes engendradas sobre esta base) afir­ mando que las oposiciones mismas no pueden adherir a un canon fijo. Examinando los modos en que el sistema ciudad/campo pueden desplazarse, de modo que la lógica que los separa y distingue uno del otro cesa de funcionar, Alsina está probando realmente que el axioma no necesariamente se aplica a todos los casos, y que en consecuencia no se puede fijar un campo que no esté atrapado en una red potencial de otras relaciones: 55 ...para poder sentarse la teoría de Ud. como doctrina general y segura, sería preciso que en esa lucha obrasen, de un lado, exclusivam ente las campañas, y de otro exclusivam ente las ciudades: y esto ni ha sucedido ni sucederá jamás. Siempre hubo a favor de las ciudades, hombres de las campañas o gauchos; y a favor de las montoneras, hombres y elem entos de las ciudades: la tercerola, la lanza del montonero, son un producto de las ciudades, un producto de las artes, de la civilización. Mas si los grandes poderes de ésta no son aprovechados, y si, por el contrario, se obra de un modo que parece dirigido a inutilizarlos, entonces se rompe el equilibrio de las pasiones: entonces la ciudad ya no obra como ciudad.... (403)

La limpieza semántica de la estructura polar de Sarmiento se confunde y en consecuencia se debilita; es desplazada, ya que las demarcaciones de espacio dejan de existir y las cualidades del campo pueden trasladarse a la ciudad y viceversa. El disgusto de 85

Alsina por los sistemas le da la perspicacia para trascender la dualidad que atraviesa el pensamiento de Sarmiento en el Fa­ cundo. Las Notas de Alsina han recibido poca atención crítica salvo uno o dos pasajes citados con frecuencia. Pero son prueba elocuente de por qué la lectura del Facundo ha llevado a la producción de un discurso rebosante de las tensiones y luchas que caracterizaron el proceso de formación de la identidad de la nación.

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Ilotas 1 Véase su más completa exposición de este concepto en Is There a Text in This Class?, Harvard U niversity Press, Cambridge, Mass., 1980. * Véase, entre otros, Dennis Kamboucher, “The Theory of Accidents”. en Glyph, 7, 1980, págs. 149-175. 3 El punto está claram ente articulado en Ana María Barrenechea y B e a t r i z Lavandera, Domingo Faustino S a r m ien to , Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967, pág. 29; y en Tulio Halperín Donghi, “F a c u n d o y el historicism o romántico. La estructura de F a cu n d o ”, La Nación, 15 de mayo de 1955, donde afirma: “Los géneros en que se pretende e n c e r r a r a Facundo son los vigentes cincuenta años después que Facundo fue escrito.” 4 En 1881, cuando presentó la traducción italiana, Sarmiento exclamó: “No vaya el escalpelo del historiador que busca la verdad gráfica, a herir en las carnes de Facundo, que está vivo; no lo toquéis.” Citado por Paul V erdevoye, Domingo Faustino Sarmiento: Educateur et publiciste, Instituí des Hautes Etudes de l'Amerique Latine, París, 1963, pág. 411. 5 Citado por E zequiel M artínez Estrada en S a r m ie n to , Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1969, pág. 123. 0 Véase “La americanidad del Facundo”, en Cuadernos americanos, XXIII, 5, septiembre-octubre de 1945, págs. 152-154. 1 Facundo o civilización y barbarie, prólogo de Noé Jitrik y notas y cronología de Nora Dottori y Susana Zanetti, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1977, pág. 74. Salvo que se diga lo contrario, las citas del Facundo están tomadas de esta edición. 8 Este pasaje está citado de una edición reciente de una porción de los Escritos postumos de Alberdi significativam ente titulada La barbarie histórica de Sarmiento, Ediciones Pampa y Cielo, Buenos Aires, 1964, pág. 1 1 . El cambio de título tiene una elocuencia propia. 9 En Domingo F. Sarm iento. Facundo. Edición crítica y documentada de Alberto Palcos, Universidad Nacional de La Plata, La Plata, 1938, pág. 364. 10 De oratore, II, págs. 51-64. Citado por Lionel Gossman, Between History and Literature, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1990, pág. 227. 11 En su ya citado “Facundo y el historicismo romántico”. 12 Véase Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth Century Europe, John Hopkins U niversity Press, Baltimore, 1964, pág. 142. 13 White, Metahistory, pág. 142. 14 Alberto Palcos, El Facundo, El Ateneo, Buenos Aires, 1934, pág. 59. 15 Sarmiento, Facundo, pág. 139. 1B Sarmiento, Facundo, pág. 150. 17 Véase su The Voice of the Masters: Writing and Authority in Modern

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Latín American Literature. University of Texas Press, Austin, 1985, pág 69. 18 Véase su Semiotik der Literatur. Athenaum, Frankfurt, 1972. 19 Carta dirigida a Sarmiento en 1865. Citada por Luis A. Murray en Pro y contra de Sarmiento, Peña y Lillo, Buenos Aires. 1974, pag. 114. 20 En su Revolución y contrarrevolución en la A rgentina, 6a de.. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1976, vol. II, pág. 75. 21 En su Historia de Sarmiento. Eudeba, Buenos Aires, 1960, págs. 150151. 22 Lugones, Historia de Sarmiento, pág 99. 23 Murray, Pro y contra de Sarmiento, pág. 107. 24 Hay obras sobre el Facundo que señalan aspectos asociados con la ficción sin derivar, empero, las consecuencias que he expuesto. Véase por ejemplo E. Anderson Imbert, “Sarmiento y la ficción”, en Sur, 341, 1977, págs. 45-54, y Américo Castro. “En torno al Facundo de Sarm iento”, en S u r , 47. 1938. pág. 34. 25 En su Sarmiento, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1969, pág. 128. 26 Vale la pena señalar que en un artículo sobre Recuerdos de Provincia, Sylvia Molloy observa un fenómeno similar en un “deseo de la ficción”, en “in d ic io s , n ú c le o s p o te n c ia le s de fic c ió n ”, o en “un tra b a jo de ficcionalización embrionaria”. Véase su “Inscripciones del yo en Recuerdos de Provincia”, en Homenaje a María Rosa Lida de Malkiel y Raimundo Lida. S u r , 350-351, 1982, págs. 131-140. 27 Sarmiento. Facundo, pág. 79. 28 Sarmiento, Facundo, pág. 80. 29Véase una exposición de algunos de estos rasgos en Hans-Otto Dill, “Dom ingo Faustino Sarm iento: Facundo". en H ans-O tto Dill, comp., Aproximaciones de realidad en la novela hispanoamericana de los siglos X I X y XX, Vervuert, Frankfurt (Main); Iberoamericana, Madrid. 1994. págs. 62-74. 30Véase Eduardo Gaffarot, Civilización y barbarie o sea compadres y compadritos, por un nieto de Quiroga, Imprenta Europea de M. A. Rosas, Buenos Aires, 1905; David Peña, Juan Facundo Quiroga, Eudeba, Buenos Aires, 1968, que serán examinados en el capítulo 6 , y Pedro de Paoli, Facundo: Vida del brigadier general don Juan Quiroga, victima suprema de la impostura. Ediciones la Posta, Buenos Aires, 1952. 31 Sarmiento. Facundo, pág. 81. 32 Sarmiento, Facundo, pág. 85. 33 Sarmiento, Facundo, pág. 87. 34 Sarmiento, Facundo, pág. 65. 35 Sarmiento, Facundo, pág. 175. Véase un estim ulante análisis de la descripción de Tucumán en Noel Salomon. “La descripción del Tucumán en el Facundo (Fuentes y originalidad creadora)”, en Realidad, ideología y literatura en el Facundo de D. F. Sarmiento, Rodopi, Amsterdam, 1984, págs. 75-90. 88

a6 Sarmiento, Facundo, pág. 149. the Validation of Text-Grammars in the ‘Study of Literature’" J.S. Petofi y H. Rieser. comps., Stud ies in Text Gra m m ar, Reidel, p o r d e c h t , 1973, págs. 300-348. 3» Siegfried J. Schmidt. “A Pragmatic Interpretation o f ‘Fictionality’, en T. van Dijk, comp., Pragmatics of Language and Literature, Amsterdam. North Holland, 1976, pág. 168. 39 La reacción negativa de Florencio Varela al Facundo ha sido atribuida a su compromiso con las ideas de la Ilustración y el rechazo a las ideas r o m á n t i c a s . Firme admirador de Rivadavia, resistió a cualquier sugerencia de que la “feliz experiencia” podía ser criticada. Adolfo Saldias ha dejado r e g i s t r a d o un intercambio entre Varela y Sarmiento en el que el último da cuenta de la preferencia del primero del Aldan sobre el Facundo en los siguientes términos: “Imaginaba que no gustaría Facundo, porque yo trazo este libro el cuadro general de la barbarie de la República Argentina, y aún propongo algunos medios para removerla. Pero estos medios están fuera del programa de ustedes, que piensan extirparla por decreto, luego que restauren la Constitución Nacional unitaria del año 26. E n cuanto a Aldao, me explico que guste. Es un juguete con pretensiones literarias; y como describo prados floridos y campiñas corridas por liebres. ... “ Adolfo Saldias, Historia de la Confederación Argentin a. Roldán. Buenos Aires, 1911, vol. V, pág. 61. 40 La correspondencia de Sarmiento, ed. Carlos A. Segreti, pág. 164. 41 En Obras Completas, VII. pág. 15. 42 En Facundo, ed. Alberto Palcos, pág. 424. En adelante, los números de páginas para las “N otas” serán indicadas entre paréntesis. 43 El hecho de que Sarmiento no conocía la pampa era bien sabido por sus contemporáneos. En una carta a Juan María Gutiérrez escrita en 1847. S a r m i e n t o lo reconoce abiertamente: “Sabe Ud. que no he cruzado la pampa hasta Buenos Aires, habiendo obtenido la descripción de ella de los arrieros s a n j u a n i n o s que la atraviesan todos los años, de los poetas como Echeverría y de los militares de la guerra civil”. 44 Véase James Scobie. La lucha por la consolidación de la nacionalidad argentina: 1852-1862. Librería Hachette, Buenos Aires, 1964, pág. 88 . 45 En una de sus Notas. Alsina explica cómo puede vivir en armonía con su su egro p ese a lo que p arecería n ser d ife r e n c ia s p o lític a s irreconciliables: “Aprovecharé la ocasión para decir que mi suegro y yo estuvimos siempre encontrados en opiniones. Yo le veía casi todas las noches: pero ni e n to n c e s, ni aun cuando v iv im o s ju n to s , a u n q u e hablábamos de política, jam as tuvimos el menor disgusto, ni aun una simple disputa. Vez hubo... en que sostuvimos una polémica por la prensa; pero en el trato privado, nada. ¿No es esto singular?” (424-425) 4,: En Recuerdos Provincia Sarmiento rinde homenaje a “el doctor Alsina” como uno de los más distinguidos discípulos del Deán Funes, como “uno de los más b rillantes abogados del foro de B uenos A ires”: “ha consagrado su vida a la defensa de la libertad de su país, ... ¡Salud, Alsina! 37 «On

en

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¡La República que tales hijos tiene no está aún perdida!”, Biblioteca de “La Nación”. Buenos Aires, sin fecha, pág. 132. 47 En Analythical Philosophy of History, Cambridge U niversity Press, Londres y Nueva York, 1965, pág. 149. Por supuesto, el “Cronista Ideal" de Danto es una construcción intelectual, y ningún ser humano real podría llenar este papel. Pero me parece que Alsina sobreestim a su papel como testigo. 48 Véase “The Evidencie of Experience”, en Critical Inquiry 17, 4, verano de 1991, pág. 790. 49 En Facundo, ed. Alberto Palcos, pág. 324. 50 Véase Between History and Literature, pág. 83. Gossman señala que después de 1830, cuando la oposición a la Restauración Borbónica hubo triunfado, Thierry se volvió más conservador y “quiso distinguir entre el uso y el abuso, pero nunca pensó que la historia pudiera ser una busca desinteresada de la verdad, un asunto puramente académico” (págs. 8384). 51 Véase The Writing of History, trad. Tom Conley, Columbia University Press, Nueva York, 1988, pág. 11. 52 de Certeau, The Writing of History, págs 8 y ss. 53 Véase Institution and Interpretation, University of Minnesota Press, M inneapolis, 1987, pág. 37. 54 En un pasaje sobre Dorrego, Sarm iento lo critica por falta de conciencia nacional: “Dorrego era porteño antes de todo. ¿Qué le importaba el interior? El ocuparse de sus intereses habría sido manifestarse unitario, es decir, nacional” (Facundo, pág. 35). 85 Véase más sobre esto en J. Derrida, Speech and Phenomena, trad. David Allison, Northwestern University Press, Evanston, 1973.

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3. Los ardides de la d isp u ta Alberdi lee el Facundo

Dada la naturaleza polémica del Facundo, sus lecturas producen un vasto campo discursivo en el que se pone en escena la lucha por el poder. Como vimos en el Capítulo Uno, la recepción inicial (concebida no como un punto en que sus sentidos se estabilizaran o establecieran definitivamente, por supuesto, sino como la primera capa fundacional de un largo proceso de acumulación y ferti­ lizaciones), tuvo un efecto fundador como punto de p a rtid a discusivo porque los primeros lectores iniciaron algunas de las controversias mayores que rodearían al texto de modo sostenido.1 Los primeros lectores del Facundo estuvieron profundamente influidos por las luchas que precedieron y siguieron a la dictadura de Rosas, y sus opiniones surgieron de su relación con el combate por la hegemonía política e interpretativa. Este capítulo se ocupa de uno de los episodios más acalorados de lo que estoy llamando, en sentido amplio, la recepción contemporánea del Facundo: la prolongada polémica entre Sarmiento y su rival Ju an Bautista Alberdi. Si bien esta polémica no tiene al Facundo por objeto único, es de significativo interés el estudio de sus lecturas. El ataque de Alberdi al libro de Sarmiento es el más poderoso no sólo por el peso de sus argumentos y su marco conceptual, sino también porque no tardó en hacerse evidente que en este terreno los rivales estaban haciendo sus apuestas por la supremacía discursiva y política. Al exponer sus desacuerdos con las afirmaciones del libro, Alberdi las despliega para mostrar que Sarmiento está completamente equivocado, no capta la realidad argentina, m alentiende los conflictos; en otras palabras, en razón de su bien demostrada inca­ pacidad intelectual, no merece ni la confianza de sus lectores ni, más importante, el acceso al poder político. Es un interesante 91

episodio en la relación estrechamente entretejida de discurso y poder.

Lectura de una polémica “Es el acto del análisis el que parece ocupar el centro de la escena discursiva, y es el acto del análisis del acto del análisis el que de algún modo desbarata esa centralidad. En la estructura resultante, asimétrica y abismal, ningún análisis, incluido este, puede intervenir sin transformar y repetir otros elementos en la secuencia.”2¿Por qué la lectura de una polémica epistolar como la que me ocupa aquí subvierte toda posibilidad de alcanzar lo que Barbara Johnson llama “una posición de dominio analítico”? Parece que lo que tenemos aquí es un sistema de miradas múltiples (metalecturas) que se superponen unas a otras, produciendo un efecto de algún modo distorsionante. Algunos de los textos de Alberdi (los presentados aquí) son esencialmente transcripciones de su acto de análisis del Facundo. En razón de su impulso argumentativo radicalizan la naturaleza inevitablemente posicional de la inter­ pretación, el espacio que abre un texto para el diálogo, la diferencia o la disputa. Nuestra propia lectura de algún modo está alojada dentro de este mismo espacio, pues ¿cómo llegamos a un punto más allá del texto de la polémica, una especie de veredicto que pueda desenmarañar el juego entre verdad y ficción, mensaje y maniobra, como para proclamar un vencedor? Aun si algunos críticos han adjudicado confiadamente la victoria a Alberdi por su postura más calma y racional, parece que una tal proclamación arrastra cierta ceguera al propio acto de análisis del crítico, a su sentido de los valores y las prioridades interpretativas. De hecho, en la raíz de una formación discursiva polémica hay una cierta contradicción: si bien está sostenida por la dicotomía entre la verdad y la impostura, entre lo correcto y lo incorrecto (dicotomía que ha obsesionado al discurso occidental) pone en escena la imposibilidad misma de decidir entre ellos. En una polémica como la que implicó a Sarmiento y Alberdi, los elementos puramente cognitivos y referenciales (lo que podía ser “conocible”) están ensombrecidos por la constante negación y por la voluntad de argumentar, por la disputa. Como lectores, estamos atrapados en un mecanismo complejo de voluntades que problematizan nuestras propias maniobras interpretativas. Pero confrontar una polémica 92

y los problemas que provoca parece importante no sólo desde el punto de vista de los estudios de Sarmiento que nos ocupan en esta ocasión sino también como un modo de ampliar el campo de los estudios literarios no restringiéndolo a sus manifestaciones belleletrísticas. Estudiar este género a través de la famosa disputa entre dos figuras fundadoras como Sarmiento y Alberdi puede ayudar a arrojar luz sobre lo que algunos llaman “literatura de ideas”. Este capítulo se concentrará en uno de los dos antagonistas, Alberdi, como lector de Sarmiento. Cuando iniciamos la lectura de la lectura de Alberdi, nos enfrentamos con una pregunta engañosamente simple: ¿cómo deberíamos leerla? ¿Qué texto constituye la entidad discursiva que la crítica ha llamado “la polémica entre Alberdi y Sarm iento”? ¿Cuándo comienza? Tomando un término de Gerard Genette, ¿cuáles son sus “umbrales”, qué constituye su paratexto,3 cómo demarcamos contextos de lectura que nos ayuden a entender por qué nació la disputa? Esta especie de polémica parece volcarse sobre un dominio textual, no en un sentido ingenuamente referencial, sino en uno claramente pragmático: Sarmiento y Alberdi recurren a la escritura como un modo de hablar sobre la acción en el mundo. Su escritura en consecuencia está entrelazada con los problemas de la acción: aludiendo a John Austin, podríamos decir que su discurso está pesadamente cargado con fuerzas ilocutorias y perlocutorias. Para arreglárselas con estas demarcaciones pro­ blemáticas. los editores de las obras de Alberdi y Sarmiento han recurrido a suplementar la publicación de los dos cuerpos centrales de la polémica (las así llamadas Cartas quillotanas de Alberdi y Las ciento y una de Sarmiento) con lo que uno de ellos bien llamó “documentos explicativos”. La polémica no produce sus propios contextos de lectura; pide ser contextualizada como si sólo pudiera ubicarse en el centro de una red compleja de círculos concéntricos; no es un texto autosuficiente.'1 Pondré en claro mi postura con ejemplos. En las Q uillotanas hay un significativo paratexto titulado “Breve noticia para informar al lector”, que intenta crear un contexto de lectura significativo para las cartas, citando los siguientes textos: “Ad Memorándum” de Sarmiento, escrito cuando dejó a Urquiza, y que trata de los hechos que precedieron la batalla de Caseros; su “Carta de Yungay”, dirigida a Urquiza el 13 de octubre de 1852; su Catnpaña en el Ejército Grande de 1852, precedida por una carta a Alberdi en la que le dedicaba el libro.5 El texto de Sarmiento así queda incorporado al de Alberdi: las 93

Cartas son precedidas por la c a rta de Sarm iento del 12 de noviembre de 1852, que le dedicó su Campaña en el Ejército Grande. Las cartas quillotanas de Alberdi quedan así enmarcadas por la dedicatoria de Sarmiento de una de sus propias obras a Alberdi: un texto cuya fuerza prefatoria fue dirigida en realidad a la Campaña y no a las Quillotanas. En un intento similar de dar marco significativo y contextualizar los dos principales textos que constituyen el cuerpo de la polémica, los editores de las Obras completas de Sarmiento titularon el volumen XV Las ciento y una, pero incluyeron antes de ellas más de cien páginas de lo que llamaron “Preliminares”. Aunque las piezas son heterogéneas en naturaleza, algunas periodísticas, otras cartas o proclamas fir­ madas conjuntamente por Sarmiento y otros argentinos expa­ triados en Chile después de Caseros, como Juan Gregorio de Las Heras, Gabriel Ocampo y Juan Godoy, todas están unidas por un tema común: la lucha posterior a Caseros por la organización nacional, el tablado político sobre el que se puso en escena la polémica. Estos ejemplos muestran la medida en que una polémica puede presentar, de un modo un tanto radicalizado y exacerbado, una problemática de límites y demarcaciones que suelen formular los textos. Si, como afirma Michel Foucault en La Arqueología del Saber, las fronteras de un libro nunca son claras,6 cuando nos acercamos al combate representado en estas complejas configu­ raciones textuales estamos manipulando, de modos más o menos intensos, aspectos cruciales de las discusiones sobre los textos, su identidad, su circulación, y los modos en que su modo de existencia constituye un preámbulo para el acto de la lectura. Lo que hoy es llamado con el nombre resumido de Cartas Quillotanas no estuvo constituido originariamente como un libro unificado: las primeras cuatro cartas fueron publicadas en Valparaíso en la Imprenta del Mercurio en 1853, con el título Cartas sobre la prensa y la política militante de la República Argentina. Un texto suplementario fue publicado después en el mismo año: Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la República Argentina. La edición de 1853 de Montevideo carecía de este segundo texto, pero todos los posteriores subsumieron ambos bajo el título más corto de Cartas Q uillotanas . 7 De hecho, el “sistema de referencias” es particu­ larmente rico en el caso de esta polémica porque la concatenación textual se extiende sobre un vasto lapso diacrónico: aparte de las Quillotanas y las Ciento y una rodeadas por los textos suple94

mentarlos mencionados arriba, hay otros libros que continúan la polémica. Después de que fuera aprobada la Constitución de Santa Fe se publicaron los Comentarios negativamente críticos de Sar­ miento, seguidos por el texto de Alberdi E stu d io s sobre la Constitución Argentina de 1853 en que se restablece su mente alterada por comentarios hostiles y se designan antecedentes nacionales que han sido base de su formación y deben serlo de su jurisprudencia. Todo esto en 1853. Pero las fronteras flexibles del debate se extendieron a través de las décadas. En la de 1880 Alberdi continuó la lucha en su Facundo y su biógrafo, publicado en sus Obras postumas en 1895.8Se trata de un fenómeno discursivo con límites inestables en el comienzo y en el fin, y de ahí que falta una “última palabra” para marcar un punto de clausura. Dado que pertenece a la recepción del Facundo, ha contribuido a las contro­ versias que lo rodean. Este capítulo se concentra en las Cartas quillotanas de Alberdi, pero con plena conciencia de la naturaleza un tanto artificial y arbitraria de la elección. Quizás sugerirá puntos de partida para discusiones productivas de otras secciones de la polémica. Uno de los rasgos más notables que comparten las Quillotanas y Las ciento y una es la vigorosa función dialógica que subyace al aspecto comunicativo inherente a cualquier texto. En tanto cartas, tienen un fuerte impulso pragmático derivado de la clase de situación de habla que presuponen: la escritura llena una función mediadora entre el hablante y aquel a quien se dirige, que está separado por tiempo y espacio.9El “yo” y el “tú ” que subyace a esta función dialógica están aquí marcadamente presentes, pero no en sus manifestaciones convencionales. La naturaleza polémica del género promueve interesantes deformaciones que llevan a lo que Catherine Kerbrat-Orecchini ha llamado “un diálogo del sordo”, en gran parte debido a los modos en que el “yo” se constituye como el sujeto fundante.10Las Cartas quillotanas de Alberdi sacan hábil partido del movimiento dialógico de la carta y de la mediación provista por la ausencia física de su oponente para invocarlo, interrogarlo, y aun así seguir siendo la única fuente de autoridad discursiva. Pregunta y responde a la vez, silenciando con ello la voz de Sarmiento y proclamando sus propias opiniones: Caído Rosas y llegada la oportunidad de fundar la “autoridad” de crear el gobierno regular de la República, ¿qué ha hecho usted? Olvidar sus máximas de 1845, para ir más lejos en atraso político que los unitarios de 1829, condenados por usted en ese tiem po .11 95

¿Qué son sus servicios de diez años en la prensa? Voy a estim arlos, no con el fin de negar su mérito, sino con el de estim arlo tal cual es, para sacar una conclusión de justicia y de paz, a saber, que sus escritos no lo hacen a usted presidente de la República Argentina por derecho natural. ... Sus trabajos de “diez años” contra Rosas son hoy documentos que obran contra usted. (50-51)

Obviamente, Alberdi se presenta a sí mismo leyendo los textos y acciones de Sarmiento con más claridad de lo que podría haber tenido el autor mismo: el “yo” abruma al “tú" y lo vuelve un mero instrumento retórico. Pero hay más: este “t ú ” tiene una identidad resbalosa, resultado de un doblez por el que a veces se refiere a Sarmiento y a veces es un gesto que invoca implícitamente un tercero que está haciendo de testigo en el proceso discursivo, y compartiendo el punto de vista de Alberdi: Ese libro (Facundo) es el más imparcial de cuantos ha escrito el señor Sarmiento. (53) Llevó la explicación el señor Sarmiento hasta definir a Quiroga: “el tipo más ingenuo del carácter de la guerra civil de la república, la figura más americana de la revolución.” El cree explicar la revolución argentina con la vida de Facundo Quiroga, porque cree que él explica suficientemente una de las dos tendencias. (53)

Aquí Sarm iento se vuelve un tercero que es observado y evaluado por Alberdi y su lector implícito; juntos constituyen una su e rte de “nosotros” comunal que a p u n ta a un “é l”, que es silenciado en el proceso, y vigorosamente desacreditado. En esta relación cambiante se hace claro que el diálogo es ficticio, que la identidad de los participantes depende de los ritmos persuasorios regulados por un omnipresente “yo”. Es éste, en cierto modo, el mecanismo que asegura la supervivencia de la polémica: el diálogo rara vez “prende”, salvo por unos pocos puntos comunes que los polemistas tocan como puntos de partida. Una polémica como la que emprendieron Alberdi y Sarmiento necesita entonces inten­ sam ente para su supervivencia los poderes mediadores de la escritura, pues un encuentro oral los obligaría a enfocar sus desacuerdos de modos más directos. 12

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Los usos del autor Al m a n ip u la r la situ a c ió n dialógica, Alberdi d e sp lieg a interesantes estrategias de evocación de Sarmiento en tanto autor. La segunda persona a la que se dirige en su tercera Carta quillotana (que ahora será examinada más de cerca) está constituida primariamente en base al autor del Facundo, dado que la carta se concentra en este texto clave para proponer una relación mimética entre el autor y su libro: “El Facundo o civilización y barbarie lo representa a usted más com pletam ente que ninguno de sus escritos. Es su publicación más célebre en la realidad y a los ojos de usted mismo.” (52) En una reversión que caracteriza el estilo polémico de Alberdi, declara que si bien el libro estuvo escrito originalmente contra Rosas, “viene a servir hoy contra usted por haberse puesto en oposición con su libro”. (52) Esta reversión implica subvertir las intenciones del autor y, en un sentido general, ilustra cómo la in terpretación puede independizarse de las intenciones del autor; se trata de un caso en que puede mate­ rializarse la visión de Derrida del “texto huérfano”.13 De hecho, Alberdi llega a leer el Facundo en contra, haciéndole “decir” cosas que su autor no habría aceptado. Más que eso, como lo está discutiendo casi ocho años después de su publicación, lo juzga sobre la base de los hechos que siguieron a la caída de Rosas en 1852, modificando con ello radicalmente los contextos de producción y recepción. Alberdi se propone leer no sólo “la historia de la barbarie y el proceso de los caudillos argentinos”, sino también “la historia y el proceso de los errores de la civilización argentina representada por el ‘partido unitario’” (52), el partido mismo que Sarmiento estaba tratando de vindicar y defender. La manipulación que lleva a cabo Alberdi del personaje autorial de Sarmiento puede considerarse en términos de Foucault, cen­ trada en los “modos de circulación, valorización, atribución y apropiación de discursos”.11 Lo que marca la lectura realizada por la “Tercera carta” es que aun cuando Alberdi cita en extenso del Facundo (a veces elogiando estratégicamente sus asersiones), Sar­ miento nunca es en realidad la fuente de sus significaciones; éstas son modificadas y reapropiadas por Alberdi para lograr sus propios fines. Un buen ejemplo es el siguiente comentario, que sigue a la transcripción de un pasaje del comienzo del libro sobre la naturaleza del “caudillo Facundo” como “expresión fiel de una manera de ser de un pueblo”: 97

Presentar a Facundo Quiroga —uno de los m ayores malvados que presenta la historia del mundo— como ... el espejo fiel de la República Argentina, es el mayor insulto que se pueda inferir a ese país honesto y bueno. ... Pero el insulto está solam ente en la exageración de un hecho que tiene algo de verdadero en el fondo. Q uítese la exageración del autor del Facundo, y quedará una verdad histórica que otros antes que él habían señalado ya, a saber, que el caudillaje y su sistem a son frutos naturales del árbol del desierto y del pasado colonial. (54)

En lo anterior se despliegan dos estrategias que se refuerzan m utu a m en te: la desvalorización, e inclusive condena, de las pretensiones cognitivas de Sarmiento, seguida por la apropiación de su residuo salvable como lo que otros (quizás el mismo Alberdi) ya han señalado. En el proceso, la autoridad de Sarmiento es destruida: en tanto autor, es atravesado por afirmaciones que, una vez conocidas a través de los mecanismos de publicación, quedan abiertas al cuestionamiento, el desacuerdo y la condena. Los golpes más fuertes están reservados para la valorización de Sarmiento de sí mismo como autor; de hecho, una parte im­ portante de la tercera carta intenta demoler la figura autorial desde la posición de superioridad que pudo haber reclamado para sí misma. Adolfo Prieto ha escrito un perspicaz estudio de este aspecto de la polémica observada desde el ángulo de la respuesta de Sarmiento en Las ciento y una, y, en muchos aspectos, lo que puede agregarse es de importancia menor.15 Como Prieto ha de­ mostrado ampliamente, Alberdi acusa a Sarmiento de arrogarse el status de un mito político y de postularse como candidato para la presidencia de la Nación. Lo que yo querría examinar aquí es el doble filo en el que Alberdi modula su ataque al escritor para evitar una mengua en su propia posición de autoridad en la polémica. La insersión discursiva del escritor implica la antigua oposición entre palabra y acción, armas y letras: No hay duda que haber escrito diez años contra el tirano de la República es un título de gloria; pero es mucho mayor el de haberle volteado en campo de batalla. ¿Quién confundiría la gloria de Mme. de Stael con la de Wellington, como vencedores de Napoleón? ... ¿Quién ha igualado la gloria de la palabra a la gloria de la acción? Pues bien: usted que atacó a Rosas de palabra sin bajarle del poder, usted ha olvidado en un instante la gloria del que le derrocó, no de palabra, sino de obra. (49)

Podrían citarse otros pasajes igualm ente elocuentes para ilustrar esta oposición; varios de ellos también demuestran la 98

pericia de Alberdi en el campo de la cultura europea. Al principio, entonces, parecería como si estuviera descalificando al autor en tanto tal, y en consecuencia a sí mismo, para el acceso al poder político (“¿La gloria literaria es antecedente de gobierno en ninguna parte? ... El escritor prepara, pero nada concluye.”) (50) Pero no tarda en hacerse evidente que Alberdi tiene en mente un determinado tipo de escritor, y magistralmente elabora una opo­ sición tácita entre el escritor con mérito y sin mérito. El segundo es el periodista, y Sarmiento mismo es su epítome, por supuesto. (Una lectura de Las ciento y una revela de inmediato que esa categorización profesional hirió a Sarmiento en lo vivo, pues reduce en varios sentidos su status autorial.) En primer lugar, Alberdi realiza una operación amplia de reducción: minimiza las contri­ buciones de Sarmiento a los asuntos del país recordándole que como periodista trabajando en la prensa chilena sólo podía ocuparse de los problemas de una nación extranjera de modo secundario: “Representaría una quinta parte de la redacción colectiva, la parte consagrada a los asuntos argentinos. De los diez años hay que deducir los que ha viajado usted en Europa. Tenemos, según esto, que los diez años de trabajos periodísticos de usted sobre la República Argentina, largamente computados, se reducen a dos.” (51) Este es uno de los pocos casos en los que Alberdi hace a un lado sus herrramientas racionales y recurre al humor para socavar los insistentes reclamos de su enemigo por largos años de servicio a la nación a través de sus escritos, pues es obvio que la clase de cómputo propuesto en el pasaje citado no reclama para sí ninguna verosimilitud matemática. Una vez reducida la extensión del ser­ vicio, Alberdi prosigue reduciendo su calidad: como periodista Sarmiento recibió un salario de la prensa chilena. Aquí está im­ plícita la presuposición de que estuvo insertado en un sistena de dependencias que privó a su trabajo de la naturaleza desinteresada asumida como marca de los escritos patrióticos. Es elocuente que cuando Alberdi pasa a la escena donde se elabora la articulación entre discurso y poder, tácitamente sugiere que el poder de las afirmaciones de un periodista está debilitado por su subordinación a los dueños de los periódicos: está todavía a considerable distancia de la profesionalización del escritor que habría de causar con­ siderables temores en la última parte del siglo: “No negaré su patriotismo, pero no me negará usted tampoco que siempre ha es­ crito periódicos por su sueldo, como medio honesto de ganar el sustento de su vida. Ellos expresan, pues, a la vez que patriotismo, 99

necesidades satisfechas.” (51) El golpe final está reservado para la clase de escrito que es producido por la actividad periodística: carece de las cualidades de cuidadosa meditación que se requieren de un estadista: “La reserva, la meditación detenida, la espera, que son las cualidades del estad ista, serían la ruina de un periodista, que no tiene que pensar al paso que escribe, por no decir después”. (66) La postura de Sarmiento como autor a esta altura ha sido totalmente desacreditada, asignándola a la esfera del periodismo. Lo que queda por ver es cómo Alberdi logra salvaguardar su propia postura como escritor y no debilita su autoridad con un ataque contra la función del autor en general. Lo hace refiriéndose de modo algo oblicuo a escritores que se ocupan de lo que él llama “la ciencia pública”, volviéndose en dirección a la palabra “ciencia” para sugerir la naturaleza seria y bien pensada de sus afirmaciones, y proponer una oposición con las prácticas crudas del discurso periodístico. No es difícil ver las ideas que deben inferirse de esta oposición: si la “ciencia pública” (es decir, la ciencia política) provee, como afirma Alberdi, la competencia que necesita un estadista, ¿quién más adecuado para llenar esas condiciones de competencia que el mismo autor de las Bases? A través del par de oposiciones pensar / escribir (ciencia política) frente a no pensar / escribir (periodismo), Alberdi está de algún modo presentando sus propias credenciales como autor que porta la marca de la autoridad. Es tentador repetir la manipulación de Alberdi del reclamo de Sarmiento para aplicarla a él también, sugiriendo la posibilidad de que en el espacio vacío dejado por un periodista desacreditado pudiéramos instalar un tipo diferente de autor: el científico político meticuloso y formado profesionalmente. En este caso, puede decirse que cuando leemos la lectura que hace Alberdi de Sarmiento encontramos un grado de autotransparencia que abre la posibilidad de leer a Alberdi. Hay un pasaje par­ ticularmente significativo que reivindica finalmente al autor en tanto señala la clase de texto que el mismo Alberdi ha producido: “La ciencia política no le debe un libro dogmático, ni un trabajo histórico de que pueda echar mano el hombre de Estado o el es­ tudiante de derecho público”. (66) Esta afirmación prepara un sitio prominente para el autor de obras como Fragmento preliminar al estudio del Derecho (1837), y las influyentes Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina (1852), que jugó un papel tan central en la redacción de la Constitución de 1853. De un modo sutil Alberdi ha establecido la 100

dirección en la que discurso y poder pueden adecuarse uno al otro, demoliendo las justificaciones adelantadas por los escritos de su enemigo. Pues, en realidad, ni siquiera el Facundo es perdonado, sobre la base de que no es ni un libro de historia ni un “libro de política”: “Es una biografía, como usted mismo lo llama; casi un romance, por lo que tiene de ideal, a pesar de su filosofía, que no falta hoy ni en los dram as”. (66)

Los ardides de la disp uta Esta sección examina los dispositivos por medio de los cuales avanza la argumentación de Alberdi, y por medio de los cuales el discurso refutado es incorporado al que lo refuta. Su lectura del F a cu n d o en la tercera q u i l l o t a n a es en muchos aspectos una forma agresiva de reapropiación del texto de Sarmiento destinada a desacreditar sus reclamos cognitivos. Pese a su hostilidad, aclara una dificultad inherente al trabajo crítico: cómo entretejer un discurso en otro. En términos de Barbara Johnson: La cuestión de cómo presentar al lector un texto demasiado extenso para citarlo por entero ha sido de hecho, desde hace mucho, uno de los problemas subyacentes a la crítica literaria. Dado que de algún modo debe presentarse una versión abreviada del texto, hay dos solucion es que vuelven constantemente: la paráfrasis y la cita. Aunque estas tácticas rara vez son usadas aisladas, la configuración específica de sus combinaciones y permutaciones determina en gran medida la “tram a” de la narrativa crítica a que dan origen.1"

Cuando Alberdi lee el Facundo, indagando obsesivamente en la concepción del libro, que él considera completamente errónea, del partido unitario, y de la distribución de civilización y barbarie en América Latina, suele recurrir a la cita para presentar tanto el texto de Sarmiento como sus propias conclusiones. De ese modo formaliza su interpretación en un doble tejido, conduciendo a su lector a través de una textura intrincada que está enmarcada y controlada por sus propios designios. Cuando discute la cuestión del caudillaje como una consecuencia natural del pasado colonial y lo que metonímicamente llama el desierto (abreviatura de la influencia negativa del medio) introduce una larga serie de citas con las que presenta importantes porciones de los Capítulos 1, 2 y 3. Es interesante observar cómo Alberdi escoge de estos tres 101

capítulos pasajes que producen una exposición coherente de las ideas de Sarmiento, al mismo tiempo que encamina la exposición según sus propios fines. El collage de Alberdi podría leerse en realidad sin p re sta r atención a las marcas tipográficas que reconocen las porciones ausentes, y encontrar un texto casi sin costuras que puede ser leído sin las huellas de las omisiones. Y sin embargo, aunque no hace violencia al argumento de Sarmiento, Alberdi está realizando una serie de reducciones que tienen el efecto de subrayar la presentación de una de las tesis del Facundo, la que dice que el medio geográfico ha condicionado las formas de desarrollo humano y socialización en las llanuras. Omite anécdotas y ejemplos, así como la descripción del rastreador, el baqueano y el gaucho malo, para concentrarse en lo que llama “una verdad filosófica”. (57) Además, Alberdi nos recuerda su propia presencia no sólo enmarcando el discurso de Sarmiento con el suyo propio, sino también insertando comentarios parentéticos que debilitan los reclamos de la presentación de Sarmiento. Así, después de la comparación entre la soledad de las llanuras argentinas y el área entre los ríos Tigris y Eufrates, expresada en términos bastante elevados y espirituales, puesto que Sarmiento se está tomando a sí mismo muy en serio en este punto, Alberdi inserta el siguiente comentario desestabilizador: “Bueno es recordar que el autor no conocía entonces ni la pampa ni la llanura asiática”. (54) En otro caso, interrumpe un pasaje para subrayar la importancia del punto hacia el que se está acercando con un “No olvidemos que...", dirigido a un lector implícito que es conducido deliberadam ente.17 Los recursos de enmarcamiento merecen una mención asimismo: Al­ berdi asume una voz magnánimamente objetiva y hasta laudatoria cuando toma fragmentos del texto de Sarmiento: “El señor Sar­ miento explica esta verdad histórico-política, que él desconoce hoy, con un éxito de expresión y de sentido, que lo hacen digno de rep ro d u c c ió n t e x t u a l ”. (54) Del mism o modo, al fin de la transcripción inusualmente larga de los primeros tres capítulos, anuncia con menos convicción: “He ahí la pintura que el señor Sarmiento hace del suelo, del hombre, de la vida, de la sociedad normal de la República Argentina. No respondo de la exactitud de las apreciaciones; pero reconozco que hay infinito talento y mucho de verdadero en ellas.” (57) Leídos juntos, ambos pasajes sugieren que lo que está siendo privilegiado es la felicidad de expresión, a expensas del aspecto cognitivo. Su validez es atacada frontalmente a través de una maniobra retórica de contraargumentación.18Una 102

vez que ha presentado los puntos de vista de Sarmiento, Alberdi procede a sacar conclusiones muy diferentes, saliendo del campo demarcado por los hechos de los que se ocupa el libro (la Revolución de Independencia, la vida de Facundo Quiroga, la dictadura de Rosas) y entrando en la era posterior al derrocamiento de Rosas. Alberdi usa la teoría de Sarmiento de la influencia del medio para avanzar la siguiente conclusión: “Esa filosofía conducía derecho a la adopción de una política tolerante, paciente, moderada. ...” (58) A partir de este punto, se permite salta r a la escena de los problemas tratados no por el Facundo sino por la polémica, vale decir cómo ocuparse de Urquiza y la cuestión de la organización nacional después de la batalla de Caseros. Alberdi quiere condenar las políticas del viejo Partido Unitario, que creía que el caudillaje podía ser aniquilado, no con las políticas moderadas y pacientes defendidas en el fragmento citado, sino de un modo súbito y violento: “Se quiso rem ediar el despotismo del atraso con el despotismo de la violencia: la violencia con la violencia” (58) Una vez trazado el pensamiento de su oponente en cuidadoso detalle, Alberdi ha tallado en él sus propias opiniones, agregándoles el peso de una lectura meticulosa. Aquí vemos la acción de la inter­ pretación y los puntos de articulación que enmarcan la libertad de lectura: en este caso están localizados donde se abre un espacio para conclusiones divergentes que, a su vez, producen la disonancia semántica en el texto. Hay otro caso que ilustra la hábil apropiación que hace Alberdi del libro de Sarmiento, y a la que haré una breve referencia. Una vez más, Alberdi está citando del Facundo (reforzando la autoridad de su lectura) pero esta vez la forma de presentar las citas es más elaborada; recurriendo a una compleja orquestación sintáctica de cláusulas adjetivas subordinadas, une breves pasajes descriptivos tomados de los mismos primeros tres capítulos, enlazados con elementos propios de conjunción y subordinación. La acumulación es efectiva; construye un impulso anticipatorio que culmina en la formulación de Alberdi de una pregunta que, si bien tiene el status de una conclusión velada, tiene la ventaja añadida de dar una respuesta categóricamente negativa de un hombre que, inexo­ rablemente, tiene la última palabra. He aquí una breve muestra de esta hábil operación: “Y, en efecto, sobre esas llanuras, ‘que según los filósofos preparaban las vías del despotismo’; que en m ateria de camino ‘recibirán por largo tiempo la ley de la naturaleza salvaje’; cuya ‘extensión imprime a la vida cierta 103

ti n t u r a a siá tic a ’, ... ¿Intentó el partido hostil al ‘caudillaje’ establecer un gobierno que tuviese algo de asiático como el suelo de su aplicación? Nada de eso.” (60) Este “nada de eso” final tiene su efecto ilocutorio reforzado por una pregunta precedente que dice surgir de las premisas mismas del libro. Lo que denuncia, en muchos aspectos, es el vacío que Alberdi está observando entre un modo de decodificar la realidad nacional y las formas de acción política que surgen de ella. En este caso particular, una vez que ha citado el texto de Sarmiento, no critica su edificio conceptual sino su d is ta n c ia m ie n to de la acción e m p re n d id a bajo su inspiración. Mientras Alberdi manipula los usos de la cita para discrepar con las conclusiones o las implicancias pragmáticas derivadas del texto de su oponente, se vuelve hacia la paráfrasis y la alusión elíptica cuando declara categóricamente que está equivocado. En estos casos, las afirmaciones enfáticas siguen inmediatamente a declaraciones que invalidan los asertos de Sarmiento: “Usted pone en los ‘campos’ la Edad Media y el antiguo régimen español, y en las ‘ciudades’ el siglo XIX y el moderno régimen. La vista nos en­ seña que no es así.” (65) Lo que sigue es una meticulosa refutación de la polaridad que apuntala al Facundo, y que es la base del desacuerdo filosófico más profundo entre Alberdi y Sarmiento. En una persuasiva exposición que será retomada en Facundo y su biógrafo, Alberdi avanza la primera explicación materialista de las fuerzas en acción en la Argentina del siglo XIX. Si bien no era lector de Marx y Hegel, confluía con su pensamiento a través de Herder, Savigny, Lerminier y Cousin. Las teorías materialistas de Saint Simón y los escritos económicos de Adam Smith ejercieron una poderosa influencia sobre el pensamiento de Alberdi. y gracias a ellos pudo proponer un paradigma interpretativo no limitado a la poderosa formulación de Sarmiento. En un proceso de acu­ mulación conceptual, Alberdi suma los argumentos con los que Vindica el país y su pueblo desde el punto de vista de su con­ tribución a las guerras de la independencia y de lo que llama “la nueva existencia de esta América”. (65) Al exponer estas ideas, el discurso refutado es puesto momentáneamente entre paréntesis, de modo de ser cubierto por el que lo refuta. En el proceso, Alberdi logra articular una visión del continente que poderosamente anticipa la brillante y programática “Nuestra América” de Martí de 1891, escrita cuando la relación entre los países hegemónicos y América L atina estaba alterando la dicotomía civilización / 104

barbarie y los valores asignados a ella. Esta es la versión de Alberdi en 1853: “Y el buen sentido en Sud América está más cerca de la realidad inmediata y palpitante, que de los libros que nos envía la Europa del siglo XIX, que será el siglo XXI de Sud América. Así el gaucho argentino, el hacendado, el negociante, son más aptos para la política práctica que nuestros alumnos crudos de Quinet y Michelet, maestros que todos conocen, menos Sud América.* (59) Apenas si necesitamos recordar la resonancia intertextual de las propuestas de Martí: “Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natu ra l”, “Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero”, o “El buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país”.19 Aunque en sus Cartas quillotanas Alberdi no está desarrollando estas ideas tan en extenso como en Facundo y su biógrafo, donde traza un panorama claramente materialista del papel del campo como representante de la civilización, “expresada por la producción de su riqueza natural, en que la riqueza del país consiste”,20 es dentro del marco provisto por sus ataques al Facundo que lanza su versión invertida de la fórmula interpretativa. Por meticulosamente crítico del libro de Sarmiento que se mantenga Alberdi, siempre está dispuesto a concederle al Facundo un puesto hegemónico en los estudios de los asuntos del país y de la obra de Sarmiento. Y sin embargo, como ha quedado claro, hay un cierto grado de mala fe en la importancia que le concede. Me referí antes al cambio que aporta entre el contexto de producción y el de su recepción: al leer el Facundo en 1853, Alberdi puede hacerle decir cosas contra su autor. De hecho, dice que el libro es una condena de Sarmiento y de “los errores de la civilización argentina representada por el Partido Unitario”. (52) Queriendo o sin querer, Alberdi cae presa de las contradicciones de su propio juego: después de elogiar al libro por su capacidad para desen­ mascarar los errores de los unitarios (un gesto que obviamente implica dejar de lado las intenciones del autor), lo condena como “el catecismo de esa falsa doctrina”. (66) Por supuesto, antes que verlo como una contradicción, podemos atribuirlo al ritmo de la disputa, cuidadosamente regulado de modo de no caer bajo el peso de su perpetuo impulso negativo. Pues Alberdi emprende la crítica con distintos disfraces: uno de ellos es un disfraz de lo negativo oculto en los pliegues del elogio. El efecto final nos recuerda su 105

educación jurídica, que le permitía descargar sus golpes con los modos del procedimiento de un tribunal. En muchos sentidos, la lectura polémica que hace Alberdi del Facundo inscribe metonímicamente la huella de futuras lecturas, tal como prefigura muchas de las controversias que lo han atra­ vesado desde entonces. Como parte de un estudio de la recepción inicial del libro, pone en acción y transcribe la labor de la in­ terpretación: la pone en acción porque, en razón de su naturaleza genérica, es escritura que quiere transgredir sus propios límites para alcanzar el campo de la acción; la transcribe porque, para hacer y combatir, Alberdi registra su lectura, el acto elusivo de análisis que Barbara Johnson estaba interrogando en el fragmento citado. Hacia el fin de su vida, Alberdi reveló el secreto principal de sus ardides: “El Facundo es, en cierto modo, el más instructivo de los libros argentinos, pero a condición de saberlo leer y entenderlo. El que no lo entiende al revés de lo que el escritor pretende, no entiende el Facundo absolutamente.”21

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Notas 1 La noción de recepción inicial es uno de los conceptos que he tomado de Hans Robert Jauss. Véase una discusión de sus ideas fundam entales en Pour une esthétique de la réception, Gallimard, París, 1978. En inglés hay dos v o lú m en es muy ú tiles: Toward an A e sth e tic o f R e c e p t i o n , University of Minnesota Press, Minneapolis, 1981, y Aesthetic Experience and Literary Hermeneutics, U niversity of M innesota Press, M inneapolis, 1982. 2 Barbara Johnson, “The frame of Reference: Poe, Lacan, D errida”, en Shoshana Felman, comp.. Literature and Psychoanalysis: The Question of Reading Otherwise, John Hopkins University Press, Baltimore y Londres, 1982. pág. 457. 3 Véase Seuils, Editions du Seuil, París, 1987. G enette define el paratexto del siguiente modo: “El paratexto es ... aquello por lo que un texto se hace libro y se propone como tal a sus lectores, y más generalm ente a un público” (pág. 7). Las formas de presentación incluyen “cierta cantidad de producciones, verbales o no, como un nombre de autor, un título, un prefacio, ilustraciones, que nunca se sabe si le pertenecen o no, pero que en todo caso lo envuelven y lo prolongan, precisam ente para presentarlo en el sentido habitual de este verbo, pero también en su sentido más fuerte: para volverlo presente, para asegurar su presencia en el m undo, su “recepción”y su consumación, bajo la forma, al menos hoy, de un libro" (pág. 7). 4 En cierto sentido, esto ilustra un punto que avanza Derrida en su p olém ica con S ea rle: que “un c o n te x to n u n c a es a b s o lu t a m e n t e determinable, o más bien ... su determinación nunca es cierta o saturada". Véase Margins of Philosophy, U niversity of Chicago Press, Chicago, 1982, pág. 310. La postura de Derrida es filosófica en su naturaleza; la polémica la valida de un modo concreto. 5 Es interesante notar el dispositivo titulador que presenta este texto: “Carta explicativa de Domingo Faustino Sarmiento / Advertencia / Bueno será que el lector empiece por instruirse de la siguiente carta, que ha motivado la presente publicación: Dedicatoria de la campaña en el Ejército Grande”. 6Véase pág. 23. 7 La tercera edición apareció en Buenos Aires en 1873, hacia el fin de la presidencia de Sarmiento. Fue introducida por un prefacio firmado anónim am ente por “Un liberal” y su intención era socavar la im agen presidencial, lo cual es otra ilustración de las dim ensiones pragm áticas de la polémica. 8 Como fue notado en el Capítulo 2, este texto fue publicado en 1964 por Ediciones Pampa y Cielo con un elocuente cambio de título: La barbarie histórica de Sarmiento.

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9 Véase una convincente exposición de los atributos genéricos de la carta en Ana María Barrenechea, “La epístola como problema genérico”, en Dispositio XV. 39, 1990, págs. 51-65. 10 En “Les polémiques et ses définitions”, en Le discours polémique, Presses Universitaires de Lyon, Lyon, 1980, pág. 39. 11 Cartas quillotanas, Ediciones Claridad, Buenos Aires, sin fecha, pág. 62. En adelante los números de página se indicarán entre paréntesis. 12 A lg u n o s e n c u e n tr o s o ra les a d q u ie r e n form a s de m e d ia ció n institucionalizadas que tienen efectos similares a los de la escritura. Estoy pensando en el caso de un discurso político, en el que la persona a la que se ataca no puede, sin una ruptura del protocolo, interrum pir para actualizar realmente el diálogo, o en la situación altam ente codificada de enunciación que le permitió a Cicerón dirigirse a Catilina como lo hizo. 13 Véase un incisivo estudio de cómo el mismo Derrida puede quedar atrapado en una lectura de otros “con respecto de sus intenciones” y en querer ser leído él mismo de ese modo, en Robert Scholes, “Deconstruction and Comm unication”. C.ritical Inquiry 14, 2, invierno de 1988, págs. 279295. 14 Véase “What is an Author”. en Textual Strategies, pág. 158. 13 “El escritor como mito político”, en Reuista Iberoamericana 143, abriljunio. 1988. págs. 477-489. 16 Johnson, “The frame of Reference”, pág. 459. 17 En otros casos, Alberdi recurre a las notas al pie de página para corregir a Sarmiento y suplementar sus ataques. Véase pág. 60, nota 1, y pág. 62, nota 1 . 18 Marc Angenot llama “rétorsion” a esta estrategia: “Se retoman ... por su propia cuenta a la vez los datos y los principios del adversario (al tiempo que se declara no adherir a ellos), pero se lo hace para llegar, sobre el terreno antagonista, a conclusiones nuevas, desfavorables para el refutado y favorables al refutador: se trata entonces de rétorsion.” Véase La parole pam p h létaire, Payot, París, 1982. pág. 215. 19 En Conciencia intelectual de América, comp. J. Ripoll, Las Américas, Nueva York, 1970, págs. 225, 226. 20 En La barbarie histórica de S arm ien to , Pampa y cielo, Buenos Aires, 1964. pág 26. 21 La barbarie histórica de S arm iento, pág. 25.

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4. Los v ia j e s d e l F a c u n d o a lo s c e n t r o s metropolitanos

Titulado “Nota del A utor”, un breve relato que resum e el argumento de este capítulo enfrenta al lector al comienzo del Facundo. Su punto de partida es un escueto pronunciamiento en francés: “on en tue point les idées”, atribuido a Fortoul, y seguido por su traducción al castellano: “A los hombres se degüella, a las ideas, no”. Y después viene la historia: A fines del año 1840, salía yo de mi patria, desterrado por lástim a, estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpes recibidos el día ante­ rior en una de esas bacanales sangrientas de soldadesca y mazorqueros. Al pasar por los baños de Zonda ... escribí con carbón estas palabras: “On en tue point les idées”. El Gobierno, a quien se comunicó el hecho, mandó una comisión encargada de descifrar el jeroglífico, que se decía contener desahogos innobles, insultos y amenazas. Oída la traducción, “¡y bien! — dijeron, ¿qué significa esto ? ”1

Sarmiento quiere m ostrar la ineptitud intelectual de sus opresores: no logran captar las posibilidades metafóricas; más allá de la imposibilidad factual de matar ideas, no pueden decodificar el tropo y así salir de la cárcel del lenguaje. Son, a diferencia de él, bárbaros sin educación. Facundo daría testimonio del vigor de sus ideas sobre la civilización y su lucha contra la opresión de Rosas, cuyos bárbaros seguidores le habían infligido los “carde­ nales, puntazos y golpes” a los que alude, aun más allá del marco temporal en que se inscribían sus objetivos políticos inmediatos. El desconcierto expresado en la pregunta “¿Qué significa?” ante la frase en francés no puede, sin embargo, atribuirse exclu­ sivamente a la ignorancia de los amigos de Rosas: también tiene 109

que ver con el desplazamiento fundamental que produce todo transplante cultural. Para empezar, está el efecto obvio de la tra ­ ducción, y la pregunta que se hace la comisión oficial rosista dramatiza brillantemente lo que Walter Benjamin ha identificado como la tarea del traductor: comunicar la extrañeza de las lenguas, incluida la propia.2La pregunta por el significado expresa no sólo la desarticulación profunda entre lenguaje y correlato extralingüístico, sino también la deriva cultural, la errancia que la traducción pone en movimiento. Y cuando renunciamos a traducir (como resultaría en este caso de dejar en castellano la palabra “mazorqueros” en una traducción a una lengua extranjera de este fragmento) nos enfrentamos con un quiebre entre mundos, un vacío contextual que sólo parcialmente puede llenarse mediante la explicación y el comentario.3Para los lectores extranjeros enfren­ tados al Facundo en traducción la cuestión no es meramente retórica: el mundo invocado por la historia que tomé del Facundo, y, de hecho, el libro mismo y su autor, llegaban desde los márgenes de su tradición cultural. De ahí que se presentara como una panoplia de interrogantes consecuentes al encuentro con el otro. Lo que quiero examinar en este capítulo surge de esas preguntas; concentrándome en las traducciones del Facundo, observo la acción de la circulación cultural como producción de un contexto nuevo que altera la comprensión y los usos a los que sirvió la obra, como un proceso de representación de una cultura (en este caso, una cultura latinoamericana) por otra. Si la vida intelectual es ali­ mentada por la circulación de las ideas, la distancia atravesada engendra, como efecto concomitante, su transformación de acuerdo con el tiempo y el lugar al que las sujeta su transplante. El caso de la recepción del Facundo en el siglo XIX en los Estados Unidos y Francia ilustra las condiciones de aceptación y resistencia bajo las que emigraba el capital cultural latinoamericano a los centros de dominación. La elección hecha por Sarmiento de un momento con el que activar la escena de la escritura anticipa significativamente las formas múltiples de exilio que atraviesan el libro antes inclusive de que sea sujeto al extrañamiento de la traducción. El Facundo es en cierto modo una glosa de la elusiva frase en francés, demostrando la determinación de Sarmiento de ayudar a las ideas a sobrevivir a los estragos de la tiranía durante su exilio en Chile. Como ya se ha visto, su texto estaba destinado a viajar, para ser leído no sólo en la Argentina, donde contribuiría al combate contra 110

el tirano Rosas, sino también a Europa y los Estados Unidos, donde movería la opinión pública en favor de su causa política. Después de todo, ¿no está este lector transnacional implícito en la elección de una lengua extranjera con la cual deslizarse a la escritura? La dinámica de la apropiación puesta en movimiento por estos desplazamientos está cargada de un efecto deformador ya activo en el acto del préstamo cultural que realiza el mismo Sarmiento, y eso prefigura el destino del Facundo cuando emigra. Al inscribir la frase “On en tue point les idées” en la roca en su camino a Chile, atribuyéndola a Fortoul, Sarmiento la sometió a un proceso de transformación típico de los anexamientos culturales. Sólo que en su caso bajo la transformación subyace un error: tanto la cita como su atribución son erróneas. Lo más cercano que existe es la frase de Diderot: “On en tue pas de coups de fusil aux idées”, una máxima que Sarmiento pudo haber encontrado en la Revue Encyclopédique, leída por los miembros de su generación como fuente de cultura europea. La frase le llegó en una mediación característica, como epígrafe de un artículo de 1832 escrito por Charles Didier titulado “Les doctrines et les idées”.' Este caso de error creativo caracteriza la práctica cultural que examinará este capítulo: los efectos inno­ vadores. transformadores, de comprensión y traducción defor­ mantes pero productivos, que tienen la circulación y migración culturales. Esta práctica cultural puede rastrearse primero en la traducción de 1868 del Facundo hecha por Mary Peabody Mann. El libro que se presentó a los lectores norteamericanos e ingleses está pesadamente marcado por la necesidad de tender un puente sobre el abismo cultural hemisférico, y, por ello, indica los dispositivos enmarcadores destinados a superar ese abismo pero que en los hechos pueden poner en entredicho la posibilidad de superarlo efectivamente. La segunda es la primera reseña extran­ jera del Facundo por Charles de Mazade en la Revue Des Deux Mondes, una lectura que revela los preconceptos que una mirada extranjera impone sobre el otro sudamericano. Cuando el Facundo fue traducido al francés y al inglés, fue expuesto a formas tan reveladoras de malentendido productivo como la frase de Diderot en manos de Sarmiento. Reenmarcado en un nuevo contexto de recepción, fue extraído de su lugar cultural nativo, mutilado por la extracción de capítulos im portantes y después vuelto a presentar con ayuda de dispositivos tales como prefacios, notas al pie de página, glosarios y apéndices. Así se lo preparó para ocupar un sitio nuevo en un campo diferente de 111

discursos culturales y políticos en los Estados Unidos post Guerra Civil, y en la Francia de Luis Felipe y Guizot, volviéndose en algunos aspectos un nuevo artefacto cultural y revelando en el proceso la red intrincada de factores materiales y factores textuales a ltam ente mediados que presentaban el libro a sus públicos extranjeros. En este contexto, debemos preguntarnos cómo se produce una ubicación estratégica para que un texto como Facundo pueda traducirse a las lenguas del poder. En otras palabras, ¿cómo circula precisamente el capital cultural? ¿Cuáles son algunos de los factores concretos que conforman esta circulación? A mediados del siglo XIX, mucho antes de que el llamado “boom” pusiera la literatura latinoamericana bajo la atención de lectores extranjeros, este proceso implicaba una clase muy concreta de mediación: el autor mismo literalmente llevaba el libro a las metrópolis, a menudo golpeando a muchas puertas y haciendo los contactos que llevarían a la publicación. Esto es especialmente claro en el caso de la primera y parcial traducción francesa de 1846, según lo muestra una reveladora pequeña historia que Sarmiento cuenta en el relato de sus viajes:5 La llave de dos puertas llevo para penetrar en París, la recomendación oficial del gobierno de Chile y el Facundo: tengo fe en este libro. Llego, pues, a París y pruebo la segunda llave. ¡Nada! ... Yo quería decir a cada esritor que encontraba: ¡io anco!, pero mi libro estaba en mal español, y el español es una lengua desconocida en París, donde creen los sabios que sólo se habló en tiempo de Lope de Vega o Calderón; después ha degenerado en dialecto inmanejable para la expresión de las ideas. Tengo, pues, que gastar cien francos para que algún orientalista me traduzca una parte .0 Tradúcela en efecto, y doyla a un amigo que debe recom endarla a las revistas. Ya han pasado dos m eses entre traducir y leer, y nada me dice. “¿Qué hay de mi libro?” “Estoy leyéndolo.” Mala espina me da esto. Vuelvo más tarde, pido mi manuscrito y me dice: "Lo hallo... un poco difuso... hay novedad e interés, pero...” la verdad era que no había leído una palabra. ¿Quién lee lo que ha escrito uno a quien juzgam os inferior a nosotros m ism os ? 7

La historia tiene un final feliz: un amigo lo presenta al editor de la Revue des Deux Mondes, quien al fin se decide a leerlo, y cuando lo hace su actitud hacia Sarmiento sufre una espectacular transformación: el Facundo le ha abierto la puerta de París después de todo, quiere sugerir el autor. En un plano más amplio, sospecho que la otra llave provista por el gobierno de Chile jugó un papel 112

instrumental, ya que en 1846 Sarmiento era una figura oscura, y la atención que recibió provino de ser representante oficial de una república sudamericana en busca de programas educativos. Unos veinte años después, cuando apareció la traducción inglesa, la posición de Sarmiento era mucho más prestigiosa, pues había ocupado varios puestos oficiales en la Argentina y se había ganado prominencia como periodista. De hecho, la aparición de la t r a ­ ducción inglesa coincidió con la candidatura de Sarmiento a la presidencia de la Argentina, y estuvo claramente destinada a contribuir al prestigio de su autor haciéndolo conocer por lectores ingleses y norteamericanos, y probándole con ello a sus com­ patriotas que podía ganarse el respeto de públicos extranjeros. Aquí, discurso y poder se intersectan en los términos más desnudos. Desde 1865 Sarmiento había estado viviendo en los Estados Unidos, como Ministro Plenipotenciario de la Argentina. Hacer traducir y publicar su libro por Hurd y Houghton culmina sus intensos esfuerzos por colocarse en el centro de la vida cultura norteamericana. Como Ministro Plenipotenciario, dirigió sus energías a las empresas relacionadas de aprender sobre sistemas educativos norteamericanos y conocer las figuras culturales y políticas de la nación que admiraba. A fines de siglo, la profesionalización del escritor llevaría a cortar a m a rra s entre escritura y acción política; en la década de 1860, Sarmiento todavía tenía motivos para confiar en que la forja de las naciones y de los libros iban a la par. Mientras estuvo en los Estados Unidos fundó una revista llamada Revista de Ambas Américas, destinada a lograr lo que la Revue Encyclopédique había hecho para su generación, es decir mediar entre las culturas dominantes y las emergentes, ayudando a las nuevas ideas que habían mostrado su eficacia en el Norte a viajar hacia el Sur. La revista fue muy apreciada y recibió considerable apoyo de diferentes países hispanoamericanos, incluyendo una suscripción de doscientos ejemplares del presidente Juárez de México. Contenía cartas de educadores norteamericanos y se ocupaba de un tema de gran interés en los Estados Unidos en el momento: la controversia sobre una oficina nacional de edu­ cación.8 Al cabo de cuatro números la publicación se interrumpió por la partida de Sarmiento de los Estados Unidos en 1868, en vísperas de su elección como presidente. También prestó atención a la eficacia social de la biografía: escribió una Vida de Lincoln en 1865, apenas unos meses después del asesinato del presidente. Al manipular el género con vistas a su poder ejemplificador. Sarmiento 113

destinaba el libro a las escuelas primarias de la Argentina, donde luchó por hacer conocer a los Estados Unidos, como un ejemplo a emular. En la misma vena escribió en Nueva York, en 1865, un libro titulado Las Escuelas: Bases para la Prosperidad y para la República en los Estados Unidos. El título indica la creencia de que hay una relación profunda entre el nivel educacional del pueblo y el éxito de un sistema político y económico. El libro le debe mucho al pensamiento de Horace Mann: contiene muchas de sus ideas, y asimismo una breve biografía suya. La relación de Sarmiento con Horace y Mary Mann jugó un papel clave en el transplante del Facundo a los Estados Unidos. Los había conocido en 1847, durante un viaje anterior, cuando Sarmiento, por haber conseguido una carta de presentación durante la travesía atlántica, viajó a West Newton y pasó dos días con los Mann. El papel de Mary como traductora de Sarmiento puede haber em­ pezado entonces, porque ella hizo posible la comunicación hablando francés con él. Horace Mann le dio a Sarmiento ejemplares de sus escritos, discursos e informes, así como muchas cartas de presen­ tación a personalidades prom inentes.9 Los Mann y Sarmiento compartían la creencia en que la educación era esencial para consolidar las instituciones democráticas, y hay un notable paralelo entre las vidas de estos dos fundadores de instituciones educativas. Lo que había tratado de apropiarse Horace Mann del sistema educativo inglés para su nación emergente, ahora se re­ plicaba en los fervorosos préstamos que tomaba Sarmiento del sistema norteamericano. Esta simetría se extendió al campo tex­ tual: mientras Sarmiento traducía la biografía de la Sra. Mann de su marido al español, ella a su vez traducía la biografía de Facundo Quiroga de Sarmiento al inglés, en un amistoso intercambio de textos e influencias. Era un momento de construcción nacional en ambos hemisferios: en los Estados Unidos, por supuesto, el impulso estuvo particularmente alentado por la finalización del caos de la Guerra Civil; en la Argentina la iniciativa estaba a la espera de que la era de Rosas llegara a su fin. Cuando Sarmiento llegó a los Estados Unidos por segunda vez, en mayo de 1865, las circunstancias habían cambiado mucho: Rosas había sido derrocado, y Sarmiento, en calidad de embajador argentino, estaba en posición de avanzar de un modo productivo los contactos hechos en 1847. Horace Mann había muerto en 1859; en una carta escrita a su viuda muy poco después de su llegada, Sarmiento rendía homenaje a su memoria, a la vez que le recordaba 114

su anterior encuentro: “Quizás Ud. no me recuerde; pero si el aprecio por el Sr. Mann fuera útil para ganar su amistad, le aseguro que nadie tuvo mayor estima del carácter de ese hombre y de su gervicio a la humanidad”.10Más tarde ese mismo mes le envió una copia del Facundo (un libro que él mismo había definido, para su amiga Dalmacia Vélez Sarsfield, como “mi loro y mi cañón”, aludiendo a su poder como medio de introduccción), y en septiembre le estaba pidiendo que emprendiera la traducción al inglés: “¿Está Ud. bendecida con abundancia de tiempo libre y buena voluntad para emprender la traducción de Civilización y barbarie? Si Ud. dispusiera hacerlo, me sentiría especialmente orgulloso de ver en la portada de un libro escrito por el Sr. Sarmiento el nombre de la Sra. Mary Mann.”11 Ella accedió a hacerlo “como un trabajo de amor”, como le diría a Longfellow en una carta de 1868, en la que le pedía ayuda con dos pasajes asegurándole que la versión inglesa “resultará interesante y le dará al público por lo menos una buena lección de geografía e historia”.12 Habiendo pasado algún tiempo en Cuba con su hermana Sofía en 1833, la Sra. Mann conocía suficiente castellano para emprender el proyecto, y no es difícil encontrar motivos para su interés. Sarmiento estaba manteniendo vivos la memoria y los intereses de su marido más allá de los con­ fines del estado de Massachusetts, pero también era un leal amigo de ella, como lo prueba una correspondencia de casi cuatrocientas cartas intercambiadas hasta el año de la muerte de ella, en 1887. Además, por haber estado activamente comprometida con la ense­ ñanza, junto con su hermana Elizabeth, aun desde antes de conocer a Horace Mann, su interés por las iniciativas de Sarmiento fue parte de su compromiso de toda la vida con la educación.13 La traducción de Mary Mann muestra abundantes huellas de la migración cultural que puso en efecto. Primero de todo, era necesario un cambio de título, ya que el nombre Facundo carecía del valor emblemático fácilmente reconocible que tiene para lectores argentinos. Así que, en lugar de Facundo o civilización y barbarie, la versión inglesa se llamó Life in the Argentine Republic in the days of the Tyrants, or Civilization and barbarism. Como dispositivo presentacional, un título sugiere posibilidades temá­ ticas; si la elección de un nombre propio (Facundo) llevaría al lec­ tor a esperar los parámetros de la escritura biográfica, el nuevo título desplaza lo in dividual y privilegia la m ira d a de un observador externo interesado en el espectáculo de la Argentina acosada por déspotas. A través de esta retícula era posible filtrar 115

las escenas caóticas de la tiranía y de los gauchos fuera de la ley en la conciencia de los lectores del Norte. Querría sugerir que este cambio de título puede llevar a un reexamen de la obra, ya que es posible leer los primeros capítulos bajo la guía del título inglés y confirmar que funciona como un libro de viajes, lo que, a su vez, alude al entramado y recorridos que pueden trazarse en las rutas de la circulación cultural. La erudición reciente ha hecho inte­ resantes observaciones acerca de la influencia sobre la escritura latinoamericana del discurso producido por viajeros científicos europeos en los siglos XVIII y XIX, proveedores de un paradigma con el cual entender el Nuevo Mundo. Su vigencia como narrativas maestras fue tal que han dejado huellas significativas en el mismo Facundo, punto que ha sido elegantemente expuesto por Roberto González Echevarría.14 Los gestos de autolegitimación de Sar­ miento resultan en los epígrafes de viajeros tales como Alexander von Humboldt o el capitán Francis Bond Head, pero su discurso también está encastrado en modalidades más profundas y menos explícitas. Lo que Foucault llam aría la exterioridad de esta voluntad de saber está enérgicamente activa en los protocolos de lectura a través de los cuales el Facundo fue asimilado en los países metropolitanos. Lo que han apropiado el Facundo y otros textos latinoamericanos fundacionales, como Os Sertoes (1902) de da Cunha, o Cecilia Valdés (1880) de Villaverde, fue parte de la empresa europea de expansión política que había surgido hacia fines del siglo XVIII. Sobre el modelo del viaje emblemático de N apoleón a Egipto acom pañado de docenas de sabios que producirían los enormes veintitrés volúmenes de la Description de l'Egypte entre 1809 y 1929, la dominación occidental descansa sobre taxonomías descriptivas, registro de territorios, estadísticas, descripción de paisajes y otras formas discursivas que domes­ ticaron el planeta y lo hicieron reconocible. El poder del discurso resultante es tal que cuando un latinoamericano toma la pluma en el siglo XIX para dar cuenta de su propio mundo, se vuelve hacia la autoridad del código maestro de los viajeros. Sarmiento ilustra este punto cuando, en los primeros tres capítulos, necesita presentar los "Aspectos Físicos de la República Argentina, y las Formas de Carácter, Hábitos e Ideas Inducidas por él”. Aquí debe proveer una descripción de las llanuras o pampas que nunca ha visitado, pues sus viajes se han limitado por la escasez de medios y las restricciones del exilio. Así que volvió la vista hacia el texto de Hum boldt “Sobre Estepas y D e sie rto s” en busca de una 116

descripción: una vez más, como en el caso de la frase que citó erróneam ente como de Fortoul, atribuyéndoselo al autor equi­ vocado.15El discurso del viajero europeo preside el Capítulo I tanto en su descripción como en su epígrafe, que dice, con un tono apropiadamente grandioso: “La extensión de las pampas es tan prodigiosa, que al norte ellas están limitadas por bosques de palmeras, y al mediodía, por nieves eternas”.16 Sarmiento recurre también al orientalismo para hacer fami­ liar al otro sudamericano. Realmente sorprende la insistencia con la que es desplegado el orientalismo como sistema de comparación (particularmente en los primeros capítulos del F acundo), y, concomitantemente, por las estructuras formidables de dominación cultural que produjo el Occidente. En su intento de traducir el caos de la República Argentina en los días de los tiranos a su público metropolitano, Sarmiento se afilia con las formas de representación del Oriente generalmente asociadas con el proyecto napoleónico de dominar Egipto, y por ello con las ambiciones coloniales francesas en general.17La genealogía de frases como “la Babilonia de América”, “beduinos am ericanos”, o de muchas comparaciones de tipo “como el jefe de una caravana asiática”, se revela en varios de los epígrafes de capítulos y en el cuerpo mismo del texto. Las fuentes de Sarmiento eran, tomando la frase de Edward Said, “los hijos textuales de la expedición napoleónica”. Un ejemplo m ostrará cómo funciona la transferencia. En el Capítulo I hace la desaforada afirmación de que “hay algo en las soledades argentinas que trae a la memoria las soledades asiáticas; alguna analogía encuentra el espíritu entre la pampa y las llanuras que median entre el Tigris y el Eufrates”.18Al no haber salido nunca de las fronteras de la Argentina y Chile, Sarmiento puede haber estado recurriendo a una imaginación estimulada textualmente, pero podemos preguntarnos qué imaginación operaría el salto entre las llanuras de la Mesopotamia y las pampas argentinas. La respuesta está en la cita que precede a este pasaje: el salto necesita el impulso provisto por un texto de Volney en el que se describe la Luna subiendo sobre unas ruinas en el Eufrates: “La luna llena en el Oriente se alzaba contra un fondo azulado sobre las llanuras del Eufrates”. El Conde de Volney era un viajero francés cuyo Voyage en Egypte et en Syi'ie de 1787 fue uno de los manuales de Napoleón durante la conquista egipcia: su hostilidad al Islam, expresada en los términos más objetivos, tenía la ventaja de validar las ambiciones coloniales francesas. Entretejida en el texto de 117

Sarmiento, ¿cómo no lo colorearía con sus propias tendencias ideológicas?19 Estas diversas huellas del discurso dominante traicionan la marca de la supremacía europea y su efecto sobre la migración de textos. También sugieren que el transplante del Facundo a suelos culturales del hemisferio Norte fue auxiliado por un archivo de alusiones y referencias fácilmente reconocibles. Gracias a estos boomerangs culturales el Facundo cruzó las fronteras con facilidad, activando los paradigmas interpretativos de un libro de viajes. El proceso fue alentado por la tesis principal del texto, cual es que la civilización europea y todos sus aderezos abolirían el atraso de la barbarie nativa; pero era indispensable elaborar este argumento en términos que un lector extranjero encontrase apropiados. Parecería que aun cuando lee sobre el otro, el discurso de domi­ nación está condenado a seguir leyéndose a sí mismo, a encontrar su propia imagen reflejada en lo nuevo. ¿O es éste el secreto de su éxito? Pero la mediación no es tan feliz en todos los casos. Los intentos de Mary Mann de colmar el vacío entre el mundo del Facundo y su público extranjero sufren de las dificultades implícitas en aplacar el desconcierto de los lectores n o rte a m e ric a n o s frente a la narración del caos político subsiguiente a las guerras de la In­ dependencia. El laborioso prefacio con el que presenta su tra­ ducción revela elocuentemente la naturaleza problemática de la empresa de poner a una cultura bajo la atención de otra. Surgen las complicaciones de contextualizar los hechos que rodean las acciones de Facundo Quiroga y su relación con el protagonista implícito del libro: Juan Manuel de Rosas. Las estrategias que despliega la Sra. Mann para suplem entar la información en el Facundo revelan una comprensible falta de objetividad respecto de los hechos; después de todo, como amiga del autor y como la persona que había trabajado en la traducción, quiere que las tesis del libro sean bien recibidas. También revela una falta de in­ formación por momentos alarmante, así como de competencia narrativa. Las cartas de la Sra. Mann m uestran su avidez de in­ formación, y aunque Sarmiento respondió esbozando respuestas a sus preguntas, la opacidad del m aterial ante ojos extranjeros presentaba una considerable dificultad.20 Es revelador que mientras Sarmiento eligió iniciar el libro con la descripción de la tierra y su efecto sobre el “hom bre”, la demarcación del traductor de un punto significativo de partida es 118

de una naturaleza epistemológica enteram ente diferente. Su prefacio reescribe o suplementa el comienzo de Sarmiento, retro­ cediendo hasta la fundación de Buenos Aires en el siglo XVI, como si los lectores no pudieran asimilar el texto a menos que hubieran ubicado el territorio y presenciado la entrada en escena de los europeos, invirtiendo con ello la dirección que sugiere Sarmiento. Se equivoca en el relato de las dificultades para habitar el área de Buenos Aires, de establecer los virreynatos españoles, de los movimientos de Independencia en el siglo XIX, de los primeros intentos de forjar un orden político y sus fracasos, de las hazañas de Quiroga y Rosas, y, yendo más allá de 1835 (cuando term ina el libro), describe el derrocamiento de Rosas y los problemas subsi­ guientes. Su punto final, cosa que no sorprende, coincide con el motivo para la publicación del libro en los Estados Unidos: la candidatura presidencial de Sarmiento. El lector de sus bienin­ tencionados pero arduos esfuerzos por resumir un período in­ mensamente complejo de casi cuatro siglos se alarm a ante el espectáculo del caos que asedia a la traductora. Por momento la ve perderse en la extrañeza lingüística, equivocándose por completo con los nombres, haciendo inidentificables regiones o personajes. Hay casos de inepcia narrativa, como lo ilustra el siguiente pasaje: “Las fuerzas unitarias, con sus líderes, habían emigrado de Buenos Aires, y ocuparon la Provincia de Córdoba, bajo las órdenes del General Paz, quien fue capturado con un lazo al frente de su ejército, y así hecho prisionero”.21 Simultáneamente nos enteramos de la ocupación e xitosa de Córdoba por Paz y su c aída, encapsulando en una sola frase el punto más alto de su carrera y el más bajo. Los vacíos de información producen la impresión de que el cambio histórico se produce al azar: la Sra. Mann carece de un código maestro con el que ordenar su relato, porque la abruma el desorden tum ultuoso y desconocido. Su n a rración de los movimientos de Independencia de España da otro ejemplo de lo problemático que es construir una representación sin el cono­ cimiento que permitiría una explicación plausible. La Sra. Mann hace a un lado el papel crucial de la invasión napoleónica de España y propone la siguiente secuencia de hechos: “En este período su rg iero n dos p a rtid o s rivales, los europeos y los americanos. Fernando VII fue destronado en ese momento; y este problema en España, sumado a las ideas sugeridas por la Revo­ lución Francesa, aumentaron las dificultades en Sudamérica. El primero de enero de 1809 hubo una conspiración, apoyada por los 119

europeos, que se presentaron en la plaza pública de Buenos Aires y pidieron la deposición del Virrey y el establecimiento de una junta gobernadora.”22 La identificación de los partidos rivales como europeos y americanos es confusa, ya que no se dividieron en realidad sobre líneas tan claras, y, de hecho, estuvieron fracturados por muchos otros factores. La caída de Fernando VII parece ser el producto del mero azar; la fecha de establecimiento de la Junta, que es uno de los dos principales hechos históricos celebrados por la “invención de la tradición” argentina (25 de mayo de 1810) es errónea. Hay momentos en que la posición de la Sra Mann como extranjera se revela en la admisión de su perplejidad ante la tierra y sus habitantes, como cuando describe a los gauchos como “una raza peculiar de hombres que puede verse en las pampas”. Este defectuoso prefacio ocupa el lugar del prefacio del propio Sarmiento a la primera edición, que le había dado al lector un paradigma interpretativo necesario para dar sentido al libro, explicando los objetivos y razones por los que había elegido a Facundo Quiroga para explicar el caos rein a n te d u ra n te la dictadura de Rosas. Lo había excluido en la tercera edición, en la que se basa la traducción, y un motivo de que un dispositivo presentacional tan eficaz no se usara figura en una carta que escribió Sarmiento a la Sra. Mann, en la que le explica que no tiene la introducción con él en los Estados Unidos. Parece que la Sra. Mann fue arrastrada por el extrañamiento cultural, por el esfuerzo de c oncep tu a liz ar, sin la ayud a p ro v ista por los s is te m a s de pensamiento que Sarmiento hábilmente adaptó de sus lecturas en la cultura hegemónica. Al aventurarse ella en el discurso histórico, complica más las cosas, pues sus datos son alternativamente de­ masiados y demasiado escasos. Lucha por contar toda la historia desde la conquista española, sin lograr producir una representación significativa articulada en causa y efecto. Compensa su impericia narrativa con sus esfuerzos por tranquilizar al lector promoviendo a la vez el mito del autor, por un lado, y el prestigio de los Estados Unidos y sus instituciones por el otro. El prefacio toma como punto de partida no el libro sino al “Coronel” Sarmiento como el sujeto fundador que ha de privilegiarlo con las seguridades de una plenitud de sentido. La lectura del Facundo se valoriza atri­ buyéndoselo al hombre que ha sido llevado “a una posición en su país más alta que la que cualquier otro hombre desde San Martín, el héroe de su independencia, ... ha ocupado nunca”.23Es enaltecido como la fuente de significación capaz de reordenar la caótica 120

narración histórica, y como el agente visionario de la historia que a su país, como lo proclama la traductora en sus palabras finales: “los gemidos de agonía (de sus compatriotas) ahora lo llaman pidiéndole ayuda”.24 Una fuerza validante tan vigorosa justifica la sum a de pasajes seleccionados de Recuerdos de Provincia al final del Facundo. El resultado es que la identidad del libro resulta modificada y, pese a lo que anuncia el título, contiene muchas páginas sobre Sarmiento mismo, en una com­ binación de pasajes tomados de su autobiografía y de varios otros textos que, reunidos, dan un panorama detallado de los muchos logros del autor. En un gesto complementario que revela una concepción igualmente flexible de la obra, los últimos dos capítulos del Facundo son omitidos. Enfrentado a la posibilidad de llegar a Presidente, Sarmiento quitó las partes programáticas en las que había esbozado su proyecto de organización nacional después del derrocamiento de Rosas. ¿Quién querría que se confrontase su acción con una visión articulada años atrás? El libro entonces quedó reformado de modo de lograr un máximo de eficacia en su busca de atención y poder. Tranquilizando más aun al lector norteamericano, la Sra. Mann insiste en que Sarmiento admira profundamente a las instituciones de los Estados Unidos, y que se ha propuesto persuadir a “los hombres más avanzados” de la Argentina a tomar por modelo de su gobierno “el de los Estados Unidos, que es su prototipo, y al cual ahora dirigen la vista, más que a Europa, en busca de luz y conocimiento”.25 Aun en sus momentos más confusos, el enmarcamiento del texto que realiza la Sra. Mann le permitía obtener la aprobación del público al que estaba dirigido.2*’ Este reenmarcamiento subraya los efectos productivos de la recepción, pues la versión inglesa abunda en gestos que apelan a sus pretendidos lectores, y que, si se los juzga por una reseña anónima aparecida en el New Englander en octubre de 1868, tuvieron el efecto deseado. Life in the Argentine Republic in the Days of the Tyrants fue leído como una confirmación del éxito del sistema norteamericano de gobierno, un éxito, de hecho, que “está modificando el carácter de otras nacionalidades como una mera Utopía nunca podría haberlo hecho”.27 El objeto mismo de la reseña es mostrar la creciente influencia del modelo norteamericano en un contexto hemisférico. Mientras el reseñista da un panorama de los primeros capítulos del Facundo, indicando las fuerzas implicadas en la lucha entre civilización y barbarie, y cita las coloridas descripciones de sa lv a r á

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Sarm iento de los diferentes tipos de gaucho en los primeros capítulos del libro, advierte desde el comienzo que su interés en el libro está enmarcado por el deseo de destacar la posición ejemplar de su propia nación: “Pero es nuestro propósito aquí ... mostrar algo de la clase de vida que llevó un estado poco importante de Sudamérica en su intento de realizar dentro de su territorio las ideas de gobierno republicano puestas en marcha por el éxito de los Estados Unidos...”28 En los Estados Unidos emergentes de la lucha sangrienta de su propia Guerra Civil y el asesinato del presidente Lincoln, el Facundo puede ser leído como la imagen invertida de “la gloria, inteligencia y vigor de esta república”,29pero es también un espacio textual en el cual podrían inscribirse las tensiones internas del contexto de recepción. Un ejemplo es la reseña de The N ation, que refleja el vacío ideológico entre Norte y Sur que subsistió a la Guerra Civil. El reseñista utiliza el Facundo para acentuar la condena al Sur recientemente derrotado, y para sugerir que los horrores del régimen de Rosas, tan vividamente descriptos por Sarmiento, tienen un fuerte parecido con los estados secesionistas: “Al leer estas páginas nada nos ha sorprendido más que el gran parecido de los gauchos, como clase, con los esclavistas del Sur como clase. Los últimos, por supuesto, eran puramente agrícolas, los primeros sólo ganaderos; pero casi igualmente dispersos, igualmente ociosos y adversos al trabajo productivo, igualmente enemigos de la ley.”30 La descripción que hace Sarmiento de las costumbres del gaucho y del régimen de Rosas es comparada con “el relato que hace la Sra. Stowe de la plantación de Legree” en La Cabaña del Tío Tom; la “perversión de lenguaje que se demora en las bocas de la Democracia” es reflejada en el discurso público inducido por la confederación rosista. El paralelo no surge del libro de Sarmiento ni de las estructuras determinadas por la economía de plantación de la sociedad sureña: revela lo que podría ser descripto como “las necesidades de la interpretación”: en su versión inglesa de 1868, entonces, el Facundo ayudó a confirmar el completo fracaso de la empresa sureña. Así, el efecto general de la lectura fue estimular el sentimiento norteamericano de nacio­ nalidad advirtiéndole contra los desórdenes que todavía tenían en su poder a muchas repúblicas sudamericanas. El espectáculo de la barbarie reforzó la experiencia de civilización que el público norteamericano de mediados de siglo estaba tratando de solidificar. Después de todo, hay un efecto más bien catártico que puede 122

ganarse volviéndose al otro en busca de lo que uno está tratando de exorcizar en su propia casa.31 La migración del Facundo a la cultura metropolitana en el siglo XIX sugiere los procesos mediante los cuales una cultura construye representaciones del otro, y su recepción esboza algunos de ellos. Aquí una vez más la reseña del New Englander da una prueba reveladora: “...no podría carecer de ventajas para nosotros el que podamos vernos reflejados en este espejo, y obtengamos alguna iluminación oblicua sobre nuestra libertad civil norteamericana de la imagen presentada en estas llanuras sudamericanas”.32 Tal lectura está llamada a responder más a la cultura que la produce que a su supuesto objeto. La imagen en el espejo será una imagen distorsionada. El otro sudamericano sólo puede dar una visión de la deformación (o malformación) de las instituciones políticas, visión que actuará como un llamado de atención.

Los trucos del elogio: el F acu n d o en Francia Las estrategias de apropiación tuvieron un borde mucho más afilado cuando el Facundo viajó a Francia, donde la interpretación como ejercicio de poder y au to rid a d se exacerbó de modos reveladores. Sarmiento estaba convencido de que la primera reseña extranjera, que se esforzó por conseguir, aseguraría la posición del libro. Prueba de su satisfacción con esta reseña es que la publicó en la segunda edición en castellano de 1851, como para certificar la aprobación europea. Una lectura más atenta del artículo de Charles de Mazade en 1846 en la Revue des Deux Mondes revela que si bien elogia superficialmente a Sarmiento por su trabajo (visto como “uno de los raros testimonios que nos llegan de la vida intelectual de Sudamérica”),33 es uno de los más duros y dañinos documentos producidos por el discurso de la supremacía europea sobre América Latina. Este texto debe ser leído como la intersección de las fuerzas políticas y culturales que dieron un contexto a la recepción del Facundo en Francia. La posición que ocupaba tuvo tanto que ver con problemas relacionados con la política exterior de Rosas como con algunos de los debates de la monarquía de julio de Luis Felipe; su conjunción produce sus condiciones de existencia. En la larga historia de la intervención europea en el Río de la Plata, hubo varios bloqueos a los puertos de Buenos Aires y Montevideo. Cuando Sarmiento partió a Europa en 1846, tanto 123

Francia como Inglaterra estaban em barcadas en un bloqueo conjunto al puerto de Buenos Aires. Las razones son demasiado complejas para e n tra r en ellas, pero tienen que ver con la interferencia de Rosas en los intereses comerciales ingleses y franceses por el control de derechos aduaneros y el acceso a puertos clave. Para los enemigos políticos argentinos de Rosas, como Sarmiento, la intervención extranjera era sumamente deseable en este caso, porque ayudaría a provocar su caída. Es posible imaginar entonces el desencanto de estos opositores, cuando en 1846 Lord Palmerston, que sucedía a Lord Aberdeen en el Foreign Office, declaró ilegal el bloqueo (era claramente conciente de sus efectos negativos sobre el comercio) y persuadió a Guizot, cabeza del gobierno francés, de su spender su participación ta m b ié n .34 Sarmiento consideró su llegada a París (en mayo de 1846) como una oportunidad muy importante para ejercer presión en favor del bloqueo antes de que se lo lev an tara . Sus reuniones con el Almirante francés Mackau, y hasta con el mismo Guizot, tuvieron resultados desalentadores. De modo que Sarmiento se volvio hacia el dirigente de la oposición, Thiers, que abrazó su causa en los debates parlamentarios por razones obviamente estratégicas. Su discurso evocaba de modo estridente las ambiciones coloniales francesas en el área y llamaba a Montevideo (la ciudad urguaya que se beneficiaría con el bloqueo) “una verdadera colonia fran­ cesa”, que no debía ser abandonada por Francia. La reseña de Charles de Mazade se apoya en las opiniones de Thiers y repro­ duce su lógica a la vez que elabora una argumentación sosteniendo la necesidad de “defender la causa de la civilización”. De ese modo, el Facundo quedó colocado en la escena política francesa de un modo que sólo en apariencia era congruente con su argumento con­ ceptual mayor. Pues aun si Sarmiento condenaba la barbarie de Facundo Quiroga, Juan Manuel de Rosas y los gauchos que los apoyaban, no proponía el colonialismo del modo brutalm ente inequívoco en que lo hacía de Mazade. Aquí vemos los peligros de la interpretación: al evocar la polaridad de Sarmiento (civilización frente a barbarie) era posible llegar a la conclusión de que la civilización europea tenía que obliterar la barbarie sudamericana ocupándola concretamente y sometiéndola al dominio francés. La estrategia de persuasión de de Mazade se basa en la condena al américanisme. El desplazamiento de barbarie a americanismo produce un cambio significativo de especificidad geográfica: ahora las cualidades nefastas de la barbarie se extienden hasta cubrir 124

lo que él llama “les Républiques du Sud”, como si todo el continente sudamericano quedara incluido en ella. El mismo Sarmiento utiliza la palabra "americanismo” de modo irónico en los capítulos fina­ les del Facundo, burlándose de la retórica nacionalista de Rosas, pero de Mazade elide el sesgo paródico de Sarmiento y se apropia del término para desprestigiar a toda Sudamérica. Titula su reseña “De 1 A m éricanism e et des R épubliques du S u d ”, e ignora totalmente el libro de Sarmiento durante la primera parte de su texto, concentrándose en lo que describe como la "enfermedad moral de estas nuevas poblaciones” y la “especie de infancia salvaje de las razas indígenas”, que degradadas más aun por la colo­ nización española han producido “la verdadera plaga de estos países jóvenes, la enfermedad crónica contra la cual es necesario luchar”.35 Hay una consecuencia de esta barbarie por la que este texto se preocupa especialmente, y que apenas si toca Sarmiento en el Facundo: el modo en que son tratados los extranjeros en estas repúblicas. Gran parte de la reseña es una apasionada defensa de lo que de Mazade llama “los derechos de los extranjeros” en países como Nicaragua, México, Chile, Paraguay, y por supuesto la Ar­ gentina. El hecho de que una de las principales razones del bloqueo francés hubiera sido precisam ente el tema de los beneficios extendidos a franceses viviendo en el Río de la Plata indica cómo el Facundo es usado para argumentar en una disputa política. Esto se hace mas claro en las conclusiones a las que se llega al final de la reseña. Después de parafrasear, citar o resumir el relato de Sarmiento de las fuerzas geográficas y humanas que conforman la lucha entre civilización y barbarie, apela a él como prueba incontrastable de la necesidad de conquistar literalmente esas repúblicas bárbaras: “Al obligar a las potencias europeas a usar las armas contra él (es decir, contra el “patriotismo brutal y ciego” de la era de Rosas) ha iluminado un hecho que resume la relación entre los dos mundos, y es que Europa está fatalmente empujada a la conquista material de América, si no logra pacíficamente su conquista moral”.36Así, en 1846, de Mazade adopta la retórica del imperialismo europeo para legitimar sus iniciativas, cuyo objetivo, según sus palabras es “transformar el mundo”. Presenta el bloqueo de Buenos Aires como parte de la empresa general que llevó a Inglaterra a Norteamérica y a la India, y al “genio de Francia” al Africa: “Son todos los mismos síntomas, los mismos esfuerzos de parte de la civilización conquistadora”.37 125

Hay cierta ironía en que un texto latinoamericano sea usado como palimpsesto sobre el cual inscribir el discurso de su propia dominación. Y mientras que Sarmiento aludió a esta reseña con gran orgullo (después de todo, era el sello de aprobación de la metrópolis) de Mazade consideraba al libro un mero “petit livre” con el dudoso honor de ser “uno de los raros testimonios de la vida intelectual sudamericana que nos llegan”, portando consigo “el perfume salvaje de las flores poéticas de la pampa”.38 De todos modos, los ardides de la lectura son tales que esta reseña terminó contribuyendo a la canonización del Facundo: lo que importaba en Sudamérica era que la celebrada Revue des Deux Mondes hubiera considerado al libro digno de atención. Sarmiento a su vez puede haber realizado su propio juego de prestidigitación al publicar la reseña con la segunda edición, confiado en que el mero hecho de su existencia superase ampliamente el tono negativo de sus comentarios sobre Sudamérica. Tuvo el efecto buscado: lo que tenía que decir, salvo unos pocos pasajes emblemáticos que han sido citados muchas veces, apenas si importó. Igual que el Facundo, la reseña también viajó en fragmentos: no fue leída en su integridad. Esto puede ser una de las ironías finales del viaje de vuelta a casa: la reseña extranjera fue en cierto modo desnudada de su contenido político y transform ada en un mero gesto de aprobación. Por supuesto, es un triunfo menor en el esquema amplio de hechos históricos, pero sugiere otras estrategias posibles de resistencia oblicua que pudieron ponerse en acción en los avatares de la circulación cultural. Al tomar prestado, transformar, leer o malinterpretar, el fuerte y el débil están poniendo en práctica todos los trucos mediante los cuales el uno y el otro entran en conversación.

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N otas

1 Sarmiento, Facundo, 4, nota 5. 2 Véase “The Task of the Translator”, en Illuminations, Fontana/Collins, Londres, 1973. págs. 69-82. '1 En el caso de “m a z o r q u e r o s” se n e c e sita r ía una nota al pie, describiendo el complejo aparato de represión im p lem en tad o por el gobierno de J u a n M an u el de R osas (1 7 9 3 -1 8 7 7 ), y las e s c u a d r a s paramilitares que creó para controlar el disenso. También se necesitaría algo similar para los “baños de Zonda”, de los que Sarmiento presupone que son un indicador geográfico que ayudará al lector a situarse, pero resultan bastante desconcertantes en la versión inglesa. 4 Véase Verdevoye. Domingo Faustino Sarmiento éducateur et publiciste (entre 1839 et 1852), pág. 76, nota 160. Véase también Nora Dottori y Susana Zanetti, Nota 5, pág. 4, en la edición del Facundo de la Biblioteca Ayacucho. Sylvia Molloy ha escrito un relato sum am ente elegante de este error en su At Face Valué, págs. 30-32. Estoy en deuda con las ideas de Molloy en más de un aspecto. 8 El Ministro Montt de Chile había auspiciado el viaje europeo de Sarmiento para hacerle posible estudiar distintos sistem as educativos, pero también para sacarlo del escenario de los acalorados debates políticos en los que Sarmiento se había metido. Véase más sobre esto en Verdevoye, Capítulo 4. 0 La elección del térm ino “o rien ta lista ” con el que d esignar a un traductor del castellano es altam ente indicativa del modo en que en la época se reunían todos los discursos del otro, reunión a la que recurría inclusive el intelectual marginalizado. 7 V éase Viajes, en Sarm iento, Obras Completa s, Im prenta Belin, Santiago de Chile, vol. V, págs. 130-131. 8 Uno de los m u ch os a p é n d ic e s a la tra d u cción de 1868 tra ta precisamente de este tema: es una carta que Sarmiento escribió al Senador Sum ner, u rg ién d o lo a tom ar p osición con tra “la d e sa p a r ic ió n del Departamento Nacional de Educación”. Véanse datos muy completos sobre esta relación en el “Introductory Essay” de Michael A. Rockland a su traducción de Sarmiento's Travels in the United States in 1847, Princeton U niversity Press, Princeton, N.J., 1970, págs. 3-75. 10 Carta del 8 de julio de 1865, en Sarmiento, Obras completas, Ed. Peuser, Buenos Aires, 1948-1956, XX, págs. 57-60. Citado en Rockland, “Introductory E ssay”, pág. 34. 11 Carta del 22 de septiem bre de 1865 (en inglés). Cartas de Sarmiento a la Señora María Mann, Imprenta de la Universidad. Buenos Aires, 1936, pág. 255. 127

14 L o n g fello w P ap ers, H ou gh ton Library, H arvard U n iv e r sity ; probablemente comienzos de 1868. Citado en Rockland, pág. 54. 13 Véase más sobre las vidas de Mary Peabody Mann y sus hermanas en Louise Hall Tharp, The Peabody Sisters o f Salem, Little, Brown and Company, Boston. 1950. Agradezco a mi colega Ann Wightman por hacerme conocer este libro. 14 V é a se “R e d e s c u b r im ie n to del m u n d o p e r d id o ”, en R e v i s t a Iberoamericana 143, abril-junio de 1988, págs. 385-406. 15 Sarm iento asigna el epígrafe al Capitán Francis Bond Head, que había hecho un viaje de Buenos Aires a Mendoza en 1826, en un frustrado intento de establecer una empresa minera al pie de los Andes. lfi Todas las citas siguientes están tom adas de Life in the Argentine Republic in the Days of the Tyrants. or Civilization and barbarism. With a biographical sketch of the author, by Mrs. Horace Mann. First American from the third Spanish Edition, Hafner Press, Nueva York, 1868, pág. 1. 17 Véase Said, Orientalism.. Vintage Books. Nueva York. 1979. pags. 87-88. Life in the Argentine Republic. xxiii. I!) Véase más sobre el tema en Said. Oriental ism, Capítulo I. 20 Véase Cartas de Sarmiento a la Señora María Mann. 21 Life in the Argentine Republic. xxiii. 22 Life in the Argentine Republic, xviii. 23 Life in the Argentine Republic. i. 24 Life in the Argentine Republic, xxviii. 24 Life in the Argentine Republic. vi-vii. En este sentido, es importante tener en cuenta que los Estados Unidos tam bién se inclinaban a confirmar su propia identidad como algo distinto y aparte de Europa, de la que recientem ente se había independizado. De ahí que resultara esp ecialm ente halagüeño para los lectores nortea­ mericanos leer que Europa había sido superada en su ejemplaridad por los Estados Unidos. Agradezco a mi colega Richard Ohmann por esta sugerencia. 27 Véase “Article II: Life in the Argentine Republic in the Days of the Tyrants; or. Civilization and Barbarism". The New Englander XXVII, 1868. págs. 666-79. 28 “Article II”, págs. 666-667. 2!' Véase The Christian Examiner 85, septiem bre de 1868, pág. 195. 30 Véase The Nation 7, noviembre de 1868, pág. 397. " Yo diría que hasta el día de hoy la apropiación transnacional de la literatura latinoamericana lleva la marca de esta estrategia interpretativa: un número im portante de libros que son traducidos y reseñados son vivificados por el supuesto de que satisfarán las expectativas de los lectores de encontrar caos, pasión, exotismo y, frecuentem ente, hasta magia y ro­ mance. El complejo de instituciones y públicos implicado en la traducción, publicación, promoción y consumo contemporáneos hacen problemática, aun si sigue siendo altamente deseable, la empresa del multiculturalismo. 128

32 “Article II”, pág. 667.

33 Charles de Mazade. “De 1'Américanisme et des Républiques du Sud”, Revue des Deux Mondes XVI, 1846, pág. 635. 34 Vease más sobre este tem a en H. S. Ferns, Britain and Argentina in the Nineteenth Century, Oxford University Press, Nueva York y Oxford, 1960. especialm ente Capítulo 9. “Britain, France and General Rosas”. 35 de Mazade, “De lA m érica n ism e”, 629, 628 y 658. 36 de Mazade. “De 1 A m éricanism e”, pág. 659. 37 de Mazade. “De 1 Am éricanism e”, pág. 633. 38 de Mazade. “De l A m éricanism e”, pág. 644. Vale la pena notar que la traducción francesa completa de 1853, por A. Giraud (Arhus Bertrand Editeur, París) también alude a la intervención francesa en las guerras civiles de las naciones del Sur, y a la reseña de de Mazade del Facundo (“il a eu les honneurs d'un écrit publié par M. Ch. de M azade”, afirma Giraud en el prefacio). En cuanto a la traducción, tam bién ésta está equipada con un aparato destinado a atenuar la extrañeza del libro para sus lectores franceses. Esto se hace proveyendo información histórica y geográfica: no sólo Giraud incluye un relato de la organización de los virreinatos. la Revolución de 1810 y las circunstancias que rodearon las hazañas de Quiroga, sino que imparte conocimiento geográfico sobre los diferentes ríos en el área, el estuario del Río de la Plata, la configuración de las provincias. La traducción de Giraud incluye asimismo una serie de notas al final. En ellas encontramos un interesante aparato que cubre vacíos de información para lectores franceses, con definiciones de términos tales como “pam pas”. “Le Chaco”, “Le gaucho”, “Chiripá”, “estancieros" y breves biografías de figuras políticas como Lavalle, el Deán Funes, Rivadavia y otros. Igual que la traducción de Mary Mann. es un elocuente comentario del enmarcamiento que necesitan los textos cuando migran a otras culturas.

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5. La nación consolidada. La década de 1880 y la canonización del F acundo

En la mayoría de los países latinoamericanos, la década de 1880 fue un período de modernización y construcción nacional. En la Argentina, las circunstancias materiales fueron propicias para la imposición de una alta cultura sustentada desde el centro, que apareció como el repositorio natural de la legitimidad política, y que ayudó a construir el campo de sentidos y símbolos asociados con la vida nacional. La nación liberal concebida por la Generación de 1837 se había hecho realidad al fin en 1880. La Generación del Ochenta se dispuso a cumplir las profecías que databan de la Revolución de 1810, actualizando el mandato de construir una nación-estado. Fueron ellos quienes forjaron una ideología nacional que, pese a considerables transformaciones, sigue siendo la autoimagen ar­ gentina de una nación moderna. Esta configuración material y conceptual alentó la hegemonía del Facundo como un texto bifronte. que contenía a la vez el diagnóstico de los males a evitar (por ejemplo las fuerzas rurales no dominadas, refractarias al progreso) y una profecía que se realizaba a medida que el país y sus instituciones se modernizaban. La ubicación estratégica del Facundo en el centro de una compleja red de factores da cuenta de su notable afiliación con los logros de esta generación. En realidad, sorprenden los numerosos puntos de convergencia entre texto y mundo: Facundo se presta admirablemente a ser leído como un plano para la modernización. De ahí que sea en la década de 1880 que las controversias que rodean al texto se calman, si no se silencian del todo, lo suficiente para permitir su canonización. 131

Una razón obviamente fuerte para su canonización es la subida de Sarmiento a la presidencia en 1868. Como lo indicó el Capítulo I, Sarmiento mostró su conciencia de la relación crucial entre escritura y poder ya desde comienzos de su carrera, y siempre la usó en su provecho. Aunque en 1868 ya había escrito otros varios libros, consideró que el F acundo validaba sus reclamos de preeminencia política, y no es por azar que ese año publicara una tercera edición, que saliera la primera edición inglesa y que la cuarta española en Hachette apareciera en 1874, el año en que terminó su período presidencial. El contenido del libro dependía de las circunstancias de su publicación: la edición de 1868 estaba despojada de su capítulo programático final (“Presente y porvenir”), quizás porque al comienzo de su presidencia Sarmiento no quería ser confrontado con sus viejos programas. La cuarta edición, publicada el año en que terminó su mandato, sí contenía el capítulo faltante, que podía ser presentado entonces como prueba del vigor de las intenciones y visión de Sarmiento.1Su presidencia estuvo cargada de enormes problemas como las epidemias de cólera y fiebre amarilla, la Guerra con el Paraguay, conflictos pendientes con caudillos como López Jordán y los Taboada, la resurgencia de la resistencia indígena conducida por el poderoso cacique Calfucurá, enfrentam ientos fronterizos con Chile, y la cuestión apremiante de la pobreza nacional. No obstante, Sarmiento se recuerda como un presidente progresista gracias a sus logros en el campo de la educación, a la fundación de instituciones nacionales, a importantes avances en legislación, y a grandes mejoras en las áreas de salud pública, obras públicas (especialmente cons­ trucciones de vías férreas) y desarrollo rural.2 Al cierre de su término, en 1874, en palabras de Roberto Cortés Conde, “el crecimiento económico ponía a la Argentina entre las naciones que tenían el ingreso per capita más a l i o del mundo”.3 Pese a los conflictos, entonces, no podía negarse que las proclamas modernizadoras, “civilizadoras”, del Facundo, habían sido la fuerza impulsora detrás de esta presidencia. Siendo apenas el segundo presidente de una Argentina unida, previamente desgarrada por los conflictos entre Buenos Aires y la Confederación en la era posterior a Caseros, Sarmiento hizo mucho por reforzar un estado centralizado y echar los cimientos a la empresa cultural y nacional de la década de 1880. Quizás ninguno de sus esfuerzos dio un fruto tan rico como el educativo, pues la producción de una alta cultura normalizada, homogénea y sostenida desde un centro, es un paso 132

preliminar crucial en el camino a la solidificación de la legitimidad nacional.4La fundación de escuelas, las instituciones para preparar maestros, las bibliotecas públicas, junto con la reunión de material y equipo didáctico, ayudaron a pavimentar el camino a la cons­ titución de la Argentina moderna, al actuar como fuerza central unificadora con la que superar la fragmentación local de los días del caudillismo. Irónicamente, fue necesario que Sarmiento abandonara el poder político para que sus logros fueran elogiados y sus escritos canonizados. Pues el prestigio del primer magistrado hizo poco por acallar las incansables voces opositoras en el Congreso y la prensa, en gran medida encabezada por su ex amigo y aliado político, Bartolomé Mitre. Sarmiento tuvo que bajar del podio del debate público para que su figura se volviera un símbolo nacional. Aun después del final de su presidencia tuvo que enfrentar graves disgustos en sus asuntos públicos: varias de sus candidaturas fueron derrotadas, y se vio obligado a alejarse de El Nacional, el diario en el que seguía expresando sus opiniones, porque su propietario y director objetaba su oposición a la candidatura presidencial de Juárez Celman. Pero cuando se apartó del centro de la escena de la política nacional, las cosas empezaron a cambiar. En 1884, regresando de viajes a Uruguay y Chile, al pasar por Mendoza y San Juan Sarmiento fue saludado con la clase de ovaciones que se reservaba a los héroes nacionales. En su provincia nativa, los maestros de escuela habían preparado dos arcos de triunfo, con los alumnos bordeando las calles y multitudes entusiastas vivándolo.5En 1885, el Congreso votó, y el Presidente Roca refrendó como ley, la publicación de sus Obras Completas, que sería emprendida por Luis Montt. Un artículo en El Nacional llamaba al Facundo “el Quijote de América”.1’Un grupo de estudiantes lo aclamaron en los festejos de su septuagésimo séptimo cumpleaños. Cuando su salud se deterioró y los médicos le sugirieron que pasara los inviernos en el clima más cálido del Paraguay, los partes de su estado de salud eran telegrafiados al presidente Juárez Celman, y seguidos con interés por la prensa. Tras su muerte, la figura de Sarmiento fue monumentalizada. Los diarios en cada rincón de la República, desde Salta a oscuras ciudades provinciales como Mercedes y Carmen de Patagones, informaron de su deceso, e incluyeron largos y laudatorios artículos biográficos. Los elogios no tenían restricciones ni para el hombre 133

ni para sus libros: ahora Sarmiento era objeto de adoración nacional. El Diario Popular de Salta, por ejemplo, lo describía como “el hombre de estado eminente, el primer educacionista, el más noble apóstol de la civilización, el patriota que llena la historia de dos generaciones con su vida fecunda y ejemplar”.7 La Razón de Montevideo publicó una pieza reveladora en la que el elogio al Facundo se duplicaba en tributo a su autor: “Muchos libros se han escrito en América más verídicos, inmensamente más completos y eruditos que el Facundo, pero ninguno con mas elevación de genio, con más colorido de frase ni en que más vigorosamente se de­ senvuelva la idea fundamental que domina la obra”.8La recepción dada a sus restos tuvo el aspecto de un culto nacional: como lo dijo un periódico, fue “una recepción imponente”. No bien llegó a Buenos Aires la noticia de su muerte en Asunción, el Ministro de Guerra envió un barco a traer su cuerpo por el Río Paraná. A su llegada, fue saludado en el puerto con una procesión de delegaciones de diferentes instituciones, con discursos pronunciados por el Ministro de E du cación E d u a rd o Wilde y por C arlos P e lle g rin i en representación del Senado. Los diarios muestran enorme cantidad de coches esperando en los muelles, así como las calles decoradas con señales de duelo y colmadas de gente. Hasta Paul Groussac, a quien Sylvia Molloy ha descripto hábilmente como “el mordaz crítico fra n c é s a u to d e sig n a d o m e n to r de la in te llig e n tsia argentina”,9 pronunció un discurso en el que hablaba en los más altos términos del hombre y de su obra maestra, Civilización y barbarie. El Nacional hizo un buen resumen de la ocasión titulando su artículo “La apoteosis de Sarmiento”. Las derrotas de su vejez, las luchas de su presidencia, las rivalidades que habían estado en la raíz de muchas de las controversias en las que participó, todo quedó postergado, si no olvidado, en esta hora de adoración al héroe. Esta aclamación fue resultado de un complejo sistema de relaciones entre poder, conocimiento, instituciones, intelectuales, cambios de población, y el Estado, que se cruzan a fines del siglo XIX en la Argentina. La autoridad concedida al hombre y sus escritos no fue una mera erupción nacida de las lágrimas del duelo; implicó la concurrencia de programas ideológicos entre el autor y la generaciones de lectores que lo canonizaron en la década de 1880, en tanto parecieron estar poniendo en acción los protocolos de civilización descriptos en el Facundo. La consolidación de una ideología hegemónica que tuvo lugar en este momento debe mucho 134

al Facundo; el análisis que sigue intenta rastrear los puntos de convergencia que llevaron al status preferencial que se le acordó. La p o stu ra h egem ónica de la G eneració n de 1880 está enmarcada en el poder financiero y político de una burguesía terrateniente imbuida de ideas de progreso, civilización y su­ premacía occidental. Centrada en la ciudad portuaria de Buenos Aires, tuvieron lo que Noé Jitrik ha llamado una “mentalidad de puerto”, con los ojos en lo que estaba más allá de las costas del Hemisferio Sur, en las sociedades adelantadas del Norte.11’El suyo fue el predicamento usual de la sociedad postcolonial, que intenta ponerse a la altura de las normas dominantes en las potencias cosmopolitas, a la vez que se reconcilia con su propia inadecuación. El positivismo fue la matriz filosófica que articuló su fuerza impulsora: el llamado del progreso. Aquí el Facundo, como texto prepositivista. proporcionó un útil puente con las ideas spencerianas que tendrían tanta influencia en la escena intelectual latinoamericana. El mismo Sarmiento reclamaría para sí una men­ talidad spenceriana en la última parte de su vida, declamándola a su modo habitualmente asertivo: “Con Spencer me entiendo, porque andamos por el mismo camino”.11 El impulso antihispánico del Facundo congeniaba con una tendencia filosófica que se remontaba a Francia e Inglaterra por sus raíces. En Francia, por supuesto, seguía una línea que unía a Saint Simón y Comte, cuyo lema de “Orden y Progreso” resonó profundamente en la oligarquía liberal12 que emergía en la Argentina en los años ochenta. En Inglaterra, el evolucionismo progresivo de Herbert Spencer, que hace del progreso una ley universal, garantizaba el dominio de la civi­ lización sobre los atavismos de la barbarie. El sentimiento de misión de la burguesía alentó el implante de modelos europeos de modernización y puso en práctica el lema acuñado por Alberdi: “Gobernar es poblar”, tan poderosamente elaborado en el primero y último capítulos del Facundo. Si bien durante la presidencia de Sarmiento se tomaron medidas para alentar la inmigración, fue en realidad en los años ochenta cuando dieron fruto: en 1889, el año récord, entraron doscientos mil inmigrantes (mientras que en la década de 1850 había habido un total de cinco mil).13 Aunque este aumento de inmigración presentaría problemas en el futuro, en su fase inicial fue considerado como parte de una bienvenida señal de crecimiento demográfico y desarrollo que fue acompañado por inversión extranjera e importantes exportaciones. La economía mostraba cifras impresionantes: en 1869, las importaciones y 135

exportaciones totalizaban 37 millones de pesos oro; en 1880, 104; y en 1889, 250.14 El éxito en atraer inversión extranjera hizo posibles los proyectos de m odernización . La m ay oría fue e m p r e n d id a con fondos reu n id o s por com pañías in g le sas, especialmente Baring Brothers, que jugó un papel importante en la construcción de ferrocarriles. El ferrocarril, ese poderoso signo de progreso que tan profundam ente cautivó la imaginación latinoamericana del siglo XIX. fue visto como la solución a la falta de comunicación y sociabilidad que deploraba Sarmiento en el Facundo. El gobierno nacional promovió una verdadera fiebre de construcción de ferrocarriles: sólo entre 1887 y 1889 se aprobaron sesenta y siete concesiones nacionales para construcción de vías férreas.15 Como la baja en el costo de transportes era una de las precondiciones para el desarrollo de una economía de exportación, la extensión de las vías férreas fue considerada clave del futuro de la nación. Además, como se incorporó mucha tierra a las fronteras nacionales después de la Campaña del Desierto, el ferrocarril ayudó a tomar posesión de los nuevos territorios. Un ejemplo adecuado es el Ferrocarril del Sur. que en la década de 1880 agregó un total de mil doscientos kilómetros de vías férreas para cubrir la zona que había sido tomada a los indios.Ifi La “fiebre del ferrocarril” llegó a tales proporciones en la Argentina que a comienzos de la década de 1890 se habían trazado más de trece mil kilómetros de vías, lo que es una cifra excepcional aun para las normas metropolitanas.17 Sus consecuencias fueron muchas; entre ellas estuvo la creciente dependencia del país al capital extranjero, la declinación de las industrias regionales del interior, y la creciente centralización de la economía en Buenos Aires, que era el eje radial del sistema de ferrocarriles. Fue en 1880 que se cerró el prolongado debate por la ciudad capital, y Buenos Aires se volvió asiento de las autoridades federales. Sin entrar en el debate mismo, que ha sido ampliamente cubierto por la bibliografía sobre el período, es útil considerar las implicancias de privilegiar el espacio urbano que iba junto con la capitalización. La centralización del Estado previamente men­ cionada fue alentada por tener los asuntos de gobierno ubicados en la poderosa ciudad puerto, la cual, a su vez, se volvió objeto de proyectos de embellecimiento e iniciativas de obras públicas. En el viejo debate entre la ciudad y el campo, se estaba formando una nueva relación del Estado con el espacio urbano, privilegiando más aun a la ciudad. La Buenos Aires de los años ochenta fue la ciudad 136

elegante planeada por el Intendente Torcuato de Alvear, cuya visión del espacio fue tomada del París de Haussmann. Iluminación a gas, imponentes-edificios públicos, tranvías, y otras marcas de modernización evocaban el París del Segundo Imperio que tan brillantemente ha descripto Walter Benjamin. La alta burguesía cuyas mansiones alojaban valiosos objetos comprados en Europa dio la espalda al campo del que emanaba su riqueza. En un gesto concomitante, la labor del inmigrante fue valorada sobre la del gaucho, cuya mala voluntad para trabajar había sido criticada en el Facundo. En su urgencia por lograr la consolidación nacional, la Generación del Ochenta produjo mucha legislación que dio forma a la sociedad civil. Aferrada a los principios racionales del positivismo, pero también con el compromiso de atraer inmigrantes del Norte de Europa, sus miembros formularon y votaron leyes que socavaban los fundamentos de la influencia de la Iglesia Católica en educación y cuestiones civiles. Esto no se realizó sin acerbos debates que polarizaron el discurso público entre católicos y modernizadores. Una medida crucial fue la promulgación de la Ley 1420, en 1884. Además de hacer obligatoria y gratuita la escolaridad, decretaba la autoridad del Estado sobre todas las materias relacionadas con la educación, garantizando con ello que la Iglesia no restringiría la libertad religiosa necesaria para alentar la inmigración protestante. La Ley 1420 es el brote legal de la empresa educacional de Sarmiento, y su formulación está ligada con la fundación en 1870 de la Escuela Normal de Paraná, que se volvió un bastión de la transmisión de principios positivistas en el campo de la educación. Como director del Concejo General de Educación, puesto que ocupó en 1881, Sarmiento preparó el camino para la aprobación final de la ley en 1884. Dentro del mismo marco ideológico, se aprobaron leyes que institucionalizaban el matrimonio civil y el Registro Civil. Podría sospecharse que el anticlericalismo de Sarmiento (pese a sus lejanas raíces iluministas) estaba ganando la partida. Muchas otras medidas tomadas en este período dan prueba de la voluntad de construir la nación moderna. Como lo ha puesto en claro Nicos Poulantzas, uno de los argumentos aducidos para hacer de la unidad económica un aspecto central de la consolidación nacional es la necesidad de la unificación del mercado interno por la unión monetaria: “El Estado mismo trabaja para constituir la nación moderna en su dimensión económica homogeneizando, bajo 137

la égida del capital, el espacio de circulación de bienes y capital”.18 A este fin, la administración de Roca estableció el “sistem a monetario patrio”, creando el “peso argentino”, que valía cinco pesos oro. Tomado en conjunto con la construcción del ferrocarril y la centralización de los derechos aduaneros en la recién establecida capital federal, estas medidas facilitaron sustancialm ente el camino para el flujo de bienes y la consiguiente participación en la circulación internacional de capital. Pero Poulantzas afirma que otros desplazamientos más sutiles tienen un papel importante que jugar en la formación nacional: son los “cambios más fundamentales en las matrices conceptuales subyacentes de espacio y tiempo”.19La cuestión del espacio resuena de modo interesante con el tema de fronteras y territorio nacional que tan agudamente ocupó la atención del gobierno en este período. Más que consolidar una unidad nacional ya conformada, la Argentina moderna de la década de 1880 inició el proceso de construir esta unidad. De ahí el poderoso impulso detrás de la aclamada Conquista del Desierto de 1879 (en realidad, no fue coincidencia que la credencial clave para la elevación de Roca a la presidencia fuera su dirección de esta Campaña); el esfuerzo por ocupar el territorio del Gran Chaco en el Norte, habitado por los indios tobas, matacos y mocovíes (ocupación que, aunque iniciada en 1884, no tuvo éxito hasta 1911, después de muchas sangrientas batallas); los numerosos viajes emprendidos por exploradores, geógrafos y naturalistas para reconocer áreas hasta entonces inexploradas e incorporarlas a la economía nacional abriendo caminos, hallando tierras fértiles y haciendo factible su ocupación. Lo que ha sido bien llamado la “conciencia territorial”20emergente llevó a la publicación del Atlas de la República Argentina (18851892) y el Mapa de la República Argentina (1896), y a la creación de territorios nacionales en la Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz, y Tierra del Fuego en el Sur y Sudoeste, y Misiones, Formosa, Chaco y Los Andes en el Norte. La preocupación por las fronteras no excluía las provinciales: se votaron leyes estableciendo límites entre las provincias de Buenos Aires, Córdoba, San Luis y Mendoza.21 Una creciente población se fijaba en el espacio, y se la mantenía unida con la fuerza centrípeta de las fronteras institucionalizadas, a la vez que grandes extensiones de tierra nueva pasaban a formar parte de la economía central. La m atriz del tiempo tiene que ver, por supuesto, con las invenciones de la historia y la tradición, que fueron designadas 138

para almacenar la memoria de la nación y su pueblo. El discurso nacional emergente inscribió la tensión anticipatoria entre pasado y futuro, re tra ta n d o el presente como la culminación de la legitimación política. La década de 1880 presenció la publicación de la Historia de Belgrano de Mitre y los volúmenes iniciales de la Historia de la República Argentina de Vicente Fidel López.22 La obra de Mitre es particularmente reveladora de las estrategias a través de las cuales se construye la identidad nacional; como ha argum entado enérgicam ente Tulio Halperín Donghi, el logro ejemplar de Mitre fue pintar el presente como síntesis de todas las fuerzas en contienda.23No obstante, si bien esta visión exitosa constituyó el locus de sentido para la nacionalidad, estuvo apoyado en una idea política de narrativa historiográfica que ya no podía ser sostenida cuando la concepción romántica del discurso histórico que la había sustentado estaba desvaneciéndose.21 Además, en un momento en que la escena política no reflejaba la idea de la democracia orgánica que había sustentado la Historia de Belgrano, la política difícilmente podía sostenerse como un paradigm a mediante el cual producir la imagen de la nación. De hecho, la posterior Historia de San Martín de Mitre muestra señales del debilitamiento del impulso de este marco narrativo político. La salida de esta impasse, sugiere Halperín. fue proporcionada por Sarmiento en su Conflicto y armonías de las razas en América, donde desplegó las herramientas de la nueva ciencia social; yo diría que lo mismo hizo en el Facundo, aun cuando este libro también fue producto de la historiografía romántica. Lo que ofrecía la prim era obra era la energía explicativa de sus reflexiones antropológicas y sociológicas; perturbadoras como habían sido para lectores como Alsina y Alberdi, podían ser vistas como modelos por los lectores de la década de 1880, que buscaban nuevos caminos para codificar el discurso nacional. De hecho, la ubicación estratégica del Facundo fue reforzada por su versión modernizada, Conflicto y a r m o n ía s, que bien podría d esc rib irse como la reescritura hecha por Sarmiento de su viejo libro. Los dos libros proporcionaron una m atriz para visiones a lte rn a tiv a s de la historia, una matriz que fue reforzada por la prevalencia de su programa ideológico. Un caso ilustrativo es el de la obra temprana de José María Ramos Mejía, Las neurosis de los hombres célebres en la historia argentina (1878-1882), escrita, puede decirse, bajo la tutela de Sarmiento. Como confiesa José Ingenieros en su introduccción a 139

la tercera edición de 1927, Ramos Mejía y sus contemporáneos “de Sarmiento recibían el doble impulso de la acción y del ideal",25 pues les dio no sólo apoyo intelectual, sino que también puso a su disposición las páginas del diario El Nacional para la publicación de sus escritos. Si en 1927 Ingenieros juzgaba los esfuerzos de jóvenes como Ramos Mejía. Pellegrini, Lucio López, Cañé y Gallo como prueba de un “despertar intelectual” característico de “la que en otra ocasión he denominado la generación ‘del ochenta’”,26estaba dispuesto a ver el fenómeno como resultado de los esfuerzos de Sarmiento: “Esta renovación intelectual se operó, en buena parte, bajo la tutela de Sarmiento; muchos años bregó por introducir al país sus elementos iniciales”.27Ramos Mejía exhibe ideas tomadas de Comte, Charcot y Claude Bernard, respecto de la biología, la frenología y las enfermedades nerviosas, en el estudio de Rosas y de otras personalidades de la historia del siglo XIX. Prueba del apuntalam iento psiquiátrico de su estudio son los títulos de algunos de los capítulos: “El histerismo de Monteagudo”, “El delirio de las persecuciones del Almirante Brown”. o “La melancolía del doctor Francia”. La primera parte del libro está dedicada al estudio de los muchos desórdenes nerviosos de Rosas, que incluyen nada menos que un virus epiléptico, ataques de neuropatía, inclinaciones homicidas e imbecilidad moral. Si bien esto parece estar muy lejos del molde conceptual en el que Sarmiento funde al Facundo, la huella de este libro es claramente visible en el texto de Ramos Mejía. Para empezar, repite la presentación apasionadamente negativa del dictador de un modo sorprendente: parecería como si la casi exclusiva fuente de Ramos Mejía para el estudio del período de Rosas hubiera sido el Facundo. Hay frecuentes referencias explícitas al libro, algunas tomando a Facundo Quiroga como ejemplo del terror al que estaba sujeta la población, y sus efectos sobre la psicología colectiva. Sarmiento mismo quedó desalentado por la imagen desfigurada de su propio escrito que le devolvía el de Ramos Mejía, y oblicuamente aludió a sus propias exageraciones reprimiendo a Ramos Mejía: “Prevendríamos al joven autor que no reciba de buena ley todas las acusaciones que se han hecho a Rosas en aquellos tiempos de combate y lucha por el interés mismo de las doctrinas que explicarían los hechos verdaderos.”28El consejo del polemista arrepentido hace poco por am inorar el impulso formador de leyenda de su libro de cuarenta años atrás. Pero habla del poder que ejerció en las formas de representación histórica que se estaban conformando en la década de 1880 afiliándose con 140

otras obras y públicos. En un sentido más general, arroja luz sobre los modos en que la cultura se transmite y reproduce. En esta época el F acundo parece g e n e r a r u n a in te n s a reproducción cultural, si hemos de juzgar por la publicación de una cantidad de libros centrados en Rosas que llevan su impronta ideológica. Esta tendencia editorial tiene que ver con la poderosa combinación de un libro influyente y un dictador firmemente ubicado en la imaginación colectiva.29 Entre esos libros podrían m encionarse Rosas y su tiempo (1907) de Ramos Mejia, La dictadura de Rosas (1894) de Mariano Pelliza, y, algo más tarde, Historia de Rosas (1919) de Manuel Bilbao. Hasta un libro que trata principalmente del Dogma Socialista de Echeverría, por Ernesto Quesada, lleva el título atractivo (aunque indudablemente engañoso), de La política liberal bajo la tiranía de Rosas (1873). En una vena populista, Juan Manuel de Rosas: los dramas del terror (1882) de Eduardo Gutiérrez, daba una versión mitificada y altamente dramatizada de la dictadura bajo el reinado del terror.30 Al ser la tradición esencialmente plural, también produjo en esta época textos contrahegemónicos que articularon las voces de la resistencia. Dejando de lado la voz alta y clara de la vigorosa literatura gauchesca, cuyo epítome es El gaucho Martín Fierro (1872 y 1879),31 fue en esta época, en 1881, que Adolfo Saldías publicó el prim er volum en de su ambiciosa H isto ria de la Confederación Argentina: Rosas y su época. Antes, Lucio V. Mansilla había publicado su ambivalente y a veces cuestionador Una excursión a los indios ranqueles (1870), que a menudo puede leerse como un diálogo apasionado entre el a u to r y el presid e n te Sarmiento. Solané, una pieza te atral publicada en 1881 por Francisco F. Fernández, y basada en hechos que tuvieron lugar en Tandil a comienzos de 1872, es una denuncia en forma dramática de las políticas europeístas alentadas por el legado de Sarmiento en su espuria dicotomía entre civilización y barbarie.32 No falta material para probar que aun en el momento en que estaba siendo canonizado, el Facundo estaba siendo cuestionado. El abarcador paradigma positivista, que parecería emerger de la empresa de la Generación de 1880, desmiente su conciencia p ro fun dam ente dividida. El impulso hacia el progreso y la realización nacional es predicado en realidad sobre las trampas de la fórmula dicotómica de Sarmiento, que ha sido internalizada de modo que guía la interpretación de la realidad en términos polarizados. Los arg en tin o s de 1880 se ven c ap tu ra d o s en 141

oposiciones b in a ria s p ro lifera n te s, que son los engendros i n t e l e c t u a l e s de la d o m in a n te , p r o p u e s t a como la clave interpretativa en el Facundo. Derivan de ella las oposiciones entre campo y ciudad, gaucho e inmigrante, agricultura y ganadería, Argentina y Europa, Norte y Sur, materia y espíritu. El movimiento maniqueo desestabiliza la solidez aparente de la construcción de la nación, y cuando es desafiada por las relaciones emergentes sociales, políticas y económicas, recurre a desplazamientos en el mapa ideológico que alteran significativamente su configuración. El año 1890 puede ser elegido como el punto de inflexión para el d esm a n te la m ie n to de la exterioridad del éxito. El capítulo siguiente muestra un panorama de los modos en que enfrentó la cultura las diversas formas de dislocación que siguieron. El resto del presente capítulo se ocupará de tres textos muy diferentes que hablan de los modos variados en que el Facundo se afilió con su público, y el modo en que fue usado para construir representaciones del yo y la nación. Como libro canónico, es leído bajo la égida de su autoridad: en algunos aspectos, muestra lo que puede decirse, creando las condiciones para la producción de otros discursos dentro del campo. El primer texto que examinaré es Conflicto y armonías de las razas en América, del propio Sarmiento. Me interesa desde el punto de vista de una relectura/reescritura del Facundo producida en condiciones materiales diferentes (de hecho, el contexto de producción ha cambiado sobremanera en los cuarenta años que separan ambos libros), dentro de diferentes formaciones disciplinarias. Después tomo La tradición nacional de Joaquín V. González, al que veo como un ejercicio de ingeniería cultural y social destinado a organizar e institucionalizar la tradición argentina, y rastreo las huellas del Facundo en esta operación. Por último, mi lectura de Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla observa los puntos de resistencia desde los cuales puede cuestionarse la vigorosa autoridad de un clásico.

El F a c u n d o envejecido: C on flicto y a r m o n ía s de las r a z a s en A m é ric a Al comienzo del último libro importante de Sarmiento hay una pregunta que dram atiza de modo tan certero la experiencia problemática de la nación que quiero citarla completa: 142

¿Somos europeos? — ¡Tantas caras cobrizas nos desm ienten! ¿Somos indígenas? —Sonrisas de desdén de nuestras blondas damas nos dan acaso la única respuesta. ¿Mixtos? —Nadie quiere serlo, y hay millones que ni am ericanos ni argentinos querrían ser llamados. ¿Somos nación? —¿Nación sin amalgama de m ateriales acumulados, sin ajuste ni cimiento? ¿Argentinos? — Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de ello.33

Quedamos en una tierra de nadie, en el paisaje de lo indecidible, exentos tanto de un origen como de una fuente viable de iden­ tificación. Antes que ser reunidos en los pliegues de la comunidad, parece sugerir Sarmiento, los argentinos están condenados a las disyunciones y a la separación. Ni siquiera la certeza de un nombre común proporciona el ancla necesaria en el tiempo y el espacio; de ahí la urgencia de la pregunta por las fronteras (“hasta dónde”) y la historia (“desde cuándo”). Concibe su predicamento en términos de lo que Partha Chatterjee llama “nacionalismo oriental”, que “ha aparecido entre pueblos recientemente llevados hacia una civilización ajena a ellos, y cuyas culturas ancestrales no están adaptadas al éxito y la excelencia según ... normas cosmopolitas y cada vez más dominantes”.34 A diferencia de los practicantes del nacionalismo oriental, entonces, Sarmiento no puede retroceder ante la idea de una id entidad p reex istente que podría ser reequipada para llenar las exigencias de la modernización, dado que la razón misma de su preocupación es la falta de una base cultural o étnica sobre la cual construir la conciencia nacional. Nos preguntamos, entonces, por la estrategia conceptual que despliega Sarmiento para hacer frente a sus preguntas, y por su insersión en el marco ideológico que lo sustenta. Conflicto y arm onías se propone como una re le c tu ra del Facundo, como una nueva versión, transformada y madurada, del texto anterior: “Tiene la pretensión este libro de ser el Facundo llegado a la vejez. Es o será, si acierto a expresar mi idea, el mismo libro científico, apoyado en las ciencias sociológicas y etnológicas modernas.”35 Es un tanto intrigante que este Facundo envejecido formule de modo tan presciente la cuestión de la nación como problema en 1883, cuando la creencia en un estado argentino consolidado movilizaba a la mayoría de los miembros de la Gene­ ración de 1880, optimismo que no perdió su atractivo hasta la década de 1890 y los primeros años del siglo XX. Aparte del hecho 143

de que la perspicacia de Sarm iento le perm itía percibir las ambivalencias que habitaban la idea de la nación antes aun de que se hicieran muy evidentes, podemos especular aquí que hubo otros motivos en acción. Un pasaje revelador sugiere una comparación con los logros de su presidencia, que terminó en 1874: “Tenemos este año la renta de 1873. La educación común ha decrecido; y la inmigración es hoy de la mitad de la cifra que alcanzó entonces.”36 La desalentada visión de la Argentina que presenta este libro, entonces, podría verse como el discurso de la oposición a la presidencia de Roca, un discurso que Sarmiento articuló vigorosamente en las páginas de El Nacional. y, antes, de El Censor. Bien podría estar sugiriendo que desde su alejamiento del cargo las ruedas del progreso habían dejado de girar; respuesta probable a sus derrotas electorales en los primeros años de la década de 1880. Además, es notable que las afirmaciones de Sarmiento respecto de la economía, la educación y la inmigración no estén limitadas por el registro de crecimiento que caracteriza el período. Parecería que estaba anticipando en una década los problemas que exigirían la atención pública en 1890: una ceguera a los logros del presente, quizás, o bien anticipación de las dificultades del futuro.37 Si, como he venido afirmando la Generación de 1880 pareció haber encontrado inspiración en el Facundo para su impulso modernizador, ¿Sugiere acaso Conflicto y armonías que el libro anterior había sido mal leído? ¿Cómo encara el espacio conceptual que separa la visión de 1845 de los resultados que engendró en 1880? Una posible respuesta emerge de la confrontación de los dos libros. El capítulo final del Facundo, “Presente y porvenir”, da una clave de la disyunción e n tre el p ro g ram a y su ejecución. Anticipando la caída de Rosas, Sarmiento considera la llegada masiva de inmigrantes industriosos que realizarán el milagro de la modernización en un lapso de diez años: “La inmigración industriosa de la Europa se dirigirá en masa al Río de la Plata; el Nuevo Gobierno se encargará de distribuirla por las provincias: los ingenieros de la República irán a trazar, en todos los puntos convenientes, los planos de las ciudades y villas que deberán c o n s tru ir para su residencia, y te rre n o s feraces les se rá n adjudicados, y en diez años quedarán todas las márgenes de los ríos cubiertas de ciudades, y la República doblará su población con vecinos activos, morales e in d u strio so s.”38 Esos activos in m ig ra n te s proporcio narían lo que le faltaba a la nación 144

emergente: un millón de hombres civilizados “enseñándonos a trabajar, explotando nuevas riquezas y enriqueciendo al país con sus propiedades”. ¿Cómo podía escaparse el éxito? El problema, por supuesto, era que el grueso de la masa inmigratoria no estaba constituida por gauchos escoceses y alemanes. En Conflicto y armonías Sarmiento expresa su desilusión con el fracaso de la región para proveerse del “privilegio sajón” tan exitosamente como había logrado hacerlo Norteamérica: esto ayuda a explicar la disyunción entre los dos libros. También explica lo que podríamos llamar el desplazamiento de paradigma entre ellos: el primer libro, producido bajo la égida del Iluminismo y las formaciones culturales románticas, es reem­ plazado (si no superado) por uno que se basa en un positivismo imbuido de evolucionismo darwiniano y pensamiento spenceriano. La influencia de la tierra y la geografía es desplazada por la raza como código maestro explicativo. De ahí los muchos pasajes poco digeribles que manchan Conflicto y armonías, ya que todo se basa en la hipostasiada inferioridad racial que aflige a Hispanoamérica. Mientras el Facundo había jugado con la oposición binaria de barbarie y civilización. Conflicto y armonías pone en escena una tensión conceptual entre Norte y Sur: la polarización sigue firme. La historia está enmarcada por la autoridad conceptual de la raza, y la raza es la forma de representación que explica el éxito político del Norte y el fracaso del Sur. Nancy Stepan ha demostrado la importancia de una teoría racial de la ciencia en la segunda mitad del siglo XIX, y su conexión con el pesimismo biológico. Con las raíces en la creencia de la fijeza de las naturalezas raciales, la ciencia racial superó el poder explicatorio de los paradigmas cultural y social. Repitiendo al prominente anatomista escocés Dr. Robert Knox, Sarmiento ahora sostiene la creencia muy difundida de que la clave de la historia y el destino humanos se encontraba en los distintos tipos raciales. No es accidental que este cambio de paradigma, que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX, explique algunas de las diferencias que separan a Facundo y Conflicto y armonías.39 No debemos olvidar que el entusiasmo de Sarmiento por las ideas de Darwin le daba un lenguaje científico con el que expresar viejos prejuicios, ya que se hacía posible calificar como “inferiores” a aquellas razas que hubieran subido menos en la escala evolutiva. La organización del libro está subordinada a la dicotomía Norte/ Sur: después de un capítulo introductorio que se ocupa de las razas 145

sudamericanas (quichuas, guaraníes, arauco pampeanos, razas mezcladas, y negros), sigue una segunda parte sobre las razas en Sudam érica y una tercera sobre las razas en Norteam érica. Retrocediendo hasta los orígenes de la raza aria, y aun resumiendo algunos de los hechos claves en la historia europea (como las Cruzadas, el Renacimiento, los descubrimientos de científicos y exploradores). Sarmiento intenta p re sen tar los hechos de la historia mundial de modo tal de mostrar que al Norte le fue tan bien porque fue colonizado por una raza superior que evitó el mestizaje. Lo que sigue es un ejemplo chocante de su razonamiento: “El norte-americano es, pues, el anglo-sajón, exento de toda mezcla con razas inferiores en energía, conservadas sus tradiciones po­ líticas, sin que se degraden con la adopción de las ineptitudes de raza para el gobierno, que son orgánicas del hombre prehistórico, bravo como un oso gris, su compañero de vida en los bosques de los Estados Unidos, ... perezosos, sucio, ladrón como en las pampas y ebrio y cruel en todo el mundo.”40 En esta vena, describe las características y hazañas de los quáqueros, los puritanos, y figuras patrióticas como William Penn, Madison, Monroe y los Adams. En una mezcla un tanto confusa de enfoques social, cultural y político, Sarmiento concluye esta sección con una cantidad de documentos del siglo XVII destinados a mostrar la organización política de Connecticut y Rhode Island: presumiblemente, su calidad de ejemplares los haría pertinentes. La mitad sur del hemisferio, inferior, está condenada por la doble maldición del sustrato indio y el colonizador hispánico: “¿En qué se distingue la colonización española? En que la hizo un monopolio de su propia raza, que no salía de la Edad Media al trasladarse a América y que absorbió en su sangre una raza prehistórica servil.”41 De ese modo, el libro de Sarmiento desarrolla el discurso de la inferioridad del Sur, po­ niendo a las dos partes del continente una contra otra y desple­ gando las herramientas epistemológicas de su época para dar un informe determinista de la muy negativa influencia de España en sus colonias, la perversidad de la Iglesia y la Inquisición, y la falta de madurez política que lastró a sus colonias. Ni siquiera los movimientos de independencia reciben crédito por sus logros: Sarmiento afirma que estuvieron despojados de conciencia política, a diferencia de las colonias norteamericanas, que lucharon por su independencia para defender una cuestión de ley constitucional. Parece profundamente contradictorio que se adoptara el dis­ curso de la supremacía occidental para articular un tratado sobre 146

las naciones latinoamericanas. El libro parece condenado por la pregunta con la que se abre: la posición de sujeto de Sarmiento es deplazada desde su suelo nativo, en busca de soluciones en el Norte. No es por azar que estuviera dedicado a Mary Mann: lectores arraigados en el b ie n e s ta r de una cu ltu ra su p e rio r podían encontrar más congenial la lectura de Conflicto y armonías. Ni es sorprendente que este “Facundo envejecido” nunca haya sido plenam ente aceptado en el canon de la lite ra tu ra argentina: contiene una pintura demasiado oscura de la nación en un momento en que la necesidad de tradición difícilmente podía acomodar el discurso de la inferioridad. De hecho, el sentimiento de despla­ zamiento que prevalece en él sugeriría una posición enunciatoria establecid a en el discurso del im perialism o. Esto se hace sobremanera claro en algunos pasajes marginales que tratan de la raza negra y la conquista de Africa y la India. No es fortuito que este libro, terminado en 1882, avance algunas de las ideas que sustentaron la “era del imperio” que se considera que empezó formalmente en 1878, con el reparto del África.42 El compromiso de Sarmiento de toda su vida, de asimilar la cultura hegemónica, lo vuelve a veces un ventrílocuo de ésta, y le da “ojos imperiales” para m ira r al c o n tinen te africano como el espacio para el expansionismo comercial e imperial43: “...los representantes de la Italia, de la Prusia en otras direcciones, la Francia prolongándose al Sur desde sus posesiones de Africa proyectando ferrocarriles, y aún la Ing laterra en el África blanca, o felata, o árabe, del Mediterráneo, como en el extremo Sur, con Setiwayo, y las costas orientales del Zambeci, y las minas de Diamantes, el mundo sólo está lleno de los rumores de África, de los descubrimientos, grandezas, esplendores del África, porque todos sienten que le ha llegado su hora de justicia, dignidad y reparación”.44Habiendo leído a Harriet Beecher Stowe ía la que cita en considerable extensión) y habiendo vivido en los EE.UU. después de la derrota del Sur. Sarmiento está dispuesto a agitar la bandera del movimiento antiesclavista, pero es ciego a las implicaciones de la empresa m ercantil e x p a n sio n ista de Livingstone y Stanley, o de la construcción de imperio de Brazza. En lugar de ello, los retrata como hombres que preparan el futuro del Africa, presumiblemente inspirados por motivos filantrópicos.45Con el libro europeo siempre en la mano, Sarmiento lee a su nación desde el punto de vista provisto por él, en un diálogo con el lector norteño ideal (la Sra. Mary Mann). No sorprende que quede enredado en la paradoja que 147

plagó al movimiento abolicionista, que cuestionaba los funda­ mentos morales de la esclavitud mientras sostenía la creencia en la inferioridad de las razas no europeas. Montado al discurso imperialista de fines del siglo XIX, podría decirse que Conflicto y armonías borra los gestos fundacionales de su versión juvenil. Si Facundo había señalado el poder de la naturaleza y la lucha entre la civilización y la barbarie como la piedra de toque para una literatura nacional,'"'’ este Facundo envejecido le da la espalda a esas escenas para concentrarse en el éxito logrado en otro lugar. Este es apenas uno de los modos posibles en que el Facundo pudo haber sido releído o reescrito: es el modo en que la máquina de la apropiación cultural foránea ha empezado a girar en un vacío, y ha terminado desplazando el sitio de enunciación. Sarmiento produce una interpretación de su nación (y el contin e n te S udam ericano) que com parte los archivos disciplinarios de su tiempo, pero que lo mutila de su discurso nacionalista emergente: consumir cultura importada en la periferia puede producir una identidad histórica dividida. Una sugerente revelación de esta disyunción es la invectiva contra La Araucana, presentada como un poema sobre una nación india que tuvo el poder de detener la conquista, dándole con ello a la literatura el efecto perverso de socavar la conquista europea: Desgraciadamente, los literatos de entonces, y aun los generales, eran más poéticos que los de ahora, y a trueque de hacer un poema épico, Ercilla hizo del cacique Caupolicán un Agamenón, de Lautaro un Ayax. de Rengo un Aquiles.... Desgraciadamente, tan verosímil era el cuento, que a los españoles que leían la Araucana en las ciudades les puso miedo el relato. ... y los reyes de España mandaron cesar el fuego y reconocer a los heroicos araucanos Su gloriosa independencia, que conservan hasta hoy. ... Una mala poesía, pues, ha bastado para detener la conquista hacia aquel lado.47

El prefacio de 1915 escrito por José Ingenieros pone a Conflicto y armonías como un texto compañero del Facundo, y hace su elogio porque el primero resuena en su lectura del segundo. Citando de un discurso de 1911, pronunciado en honor del centenario del nacimiento de Sarmiento, Ingenieros revela en qué medida el Fa­ cundo había sido incorporado al canon, y daba un código maestro para leer Conflicto y armonías. El encomio es tan hiperbólico que bordea lo ridículo: “En sus frases diríase que se vuelca el alma de la nación entera, como un alud. Un libro ... tórnase tan decisivo para la civilización de una raza, como la irrupción tumultuosa de 148

infinitos ejércitos. Y su verbo es sentencia: queda mortalmente herida una era de barbarie, simbolizada en un nombre propio. ... Sus palabras no admiten rectificación y escapan a la crítica.”48 El libro tardío es presentado como la evolución del juvenil, siguiendo el modelo positivista: de la filosofía de la historia, Sarmiento pasa a la sociología spenceriana. Lo que es elocuente es la asimilación acrítica del discurso racista que corre a través de Conflicto y armonías, por un hombre de ideas políticas progresistas y miembro del Partido Socialista. Un pasaje elegido para resumir la argu­ mentación de Sarmiento revela la adhesión acrítica de Ingenieros: “Mientras que los ingleses tuvieron en Norte América hembras anglosajonas, conservando pura su psicología al conservar la pureza de su sangre, los españoles se cruzaron con mujeres indígenas, combinando sus taras psicológicas con las de la raza inferior conquistada...”49Evidentemente, la fuerza de pensamiento positivista podía dar cuenta de la continuada inm ersión de Ingenieros en él y en la apropiación que de él hizo Sarmiento, pero en 1915 difícilmente podía haber una sincera aceptación del sentimiento antihispánico tan enérgicamente manifestado en Con­ flicto y armonías. Uno recuerda aquí la observación de Freud sobre los sentim ientos polarizados que m a n tie n e n re u n id a a una comunidad: “Siempre es posible mantener unida a una considerable cantidad de gente que se ama, en tanto haya otra gente que reciba las manifestaciones de su agresividad”.50El otro, personificado aquí como la mezcla racial de indio y español, sería rechazado en la creación del yo nacional. La intervención de Ingenieros en la circulación de este libro en 1915 es crucial para la comprensión de su prefacio: esta edición es parte del canon em ergente de la literatura argentina, una de las “ediciones de obras nacionales” publicadas por La Cultura Argentina, una editorial que él dirigía. Dentro de esta colección, el libro tenía que mostrar su importancia para la empresa de construcción cultural. Ingenieros, hijo de un inmigrante italiano, proclama la solución que Sarmiento avanza en Conflicto y armonías, que no era otra que “la regeneración de la raza a rg e n tin a , por la sustitución progresiva de nuevos elementos al mestizaje hispano-indígena”.51 Expresa su lectura en los términos provistos por la eugenesia, que ganaba gran prestigio en las primeras década del siglo XX. Su huella es clara en la creencia de Ingenieros en la posibilidad de la mejora racial de la Argentina, promoviendo la cruza de la población existente con ejemplares superiores. Si Sarmiento da el paradigma racial dentro 149

del cual Ingenieros puede i n s e r t a r su propio pro gram a de eugenesia, también lo lleva a la trampa constituida por la matriz disciplinaria que Ingenieros levanta para validar su discurso. Para reforzar la idea de que la mejora racial podría incluir a todos los inmigrantes en la regeneración del stock genético. Ingenieros termina su prefacio citando la admonición de Sarmiento de ser como los Estados Unidos, y lo refuerza en los siguientes términos: “Sí. Seamos como ellos, una raza nueva desprendida del tronco caucásico, plasmada en una naturaleza fecunda y generosa, capaz de alentar grandes ideales de porvenir y de marcar una etapa en la historia futura de la civilización hum ana.”52 La fuerza integradora del optimismo podía oscurecer la preferencia declarada de Sarmiento por los inmigrantes anglosajones: la maniobra final de Ingenieros, pese a la entusiasta cohesion que anticipa, en realidad destaca las contradicciones internas del intento de ar­ ticular diferencias culturales, subrayando con ello las am bi­ valencias estructurales que acosan el concepto de la nación.

Las raíces del patriotism o: La tr a d ic ió n n a c io n a l, de Jo a q u ín V. G onzález En llamativo contraste con el discurso pesimista de Sarmiento, Joaquín V. González inventa la tradición argentina celebrando precisamente las raíces étnicas tan estridentemente criticadas en Conflicto y arm onías. Lo notable es que González produce un mensaje cultural tan diferente sin salir de la tutela textual de los escritos de Sarmiento. La vida y los libros de González (1863-1926) son una parte importante de la Generación de 1880. Nacido, como Facundo Quiroga, en La Rioja, obtuvo un título de abogado en la Universidad de Córdoba y jugó un papel importante en la legislación y en la educación superior. Estuvo íntimamente asociado con la Univer­ sidad de la Plata, como Ministro de Educación en la época de su fundación, y después como su rector. Igual que Ricardo Rojas, cuya obra sería tan importante en la Universidad de Buenos Aires, la participación de González en la educación superior contribuyó a la construcción de una cultura nacional. Compartió los campos literario y jurídico, en el segundo fue autor del progresista Código de Trabajo promulgado durante la administración de Roca, como 150

respuesta a las demandas de cambio, y como alternativa a la violenta represión con la que se había enfrentado hasta entonces la inquietud laboral. Hay en González un interesante diálogo entre lo que puede considerarse una inclinación conservadora, en La tradición nacional (1888) y Mis montañas (1893), por una parte, y por la otra una clara conciencia de los cambios sociales y económicos que surgían del crecimiento del proletariado urbano, la inmigración y la industrialización. A diferencia de algunos otros miembros de su clase que recurrieron a la represión al enfrentar las demandas laborales, González optó por una estrategia de pacificación y trató de seducir a sus iguales a enfrentar el cambio en los siguientes términos: “A medida que las ignorancias y pre­ juicios de las clases superiores cedan su lugar a una conciencia más ilustrada sobre las fases científicas de la vida colectiva, su rigor desaparecerá, y en vez de las medidas de exclusión o represión violenta a manera de castigo o exterminio, se buscarán las so­ luciones jurídicas y las formas de la justicia que se avienen con todas las situaciones y conflictos entre los hombres y las clases.”'53 Igualmente perspicaz de las necesidades de esta “vida colectiva” fue su recuperación de una cultura popular rural realizada en el momento en que sus formas ya no estaban verdaderamente vivas. Retrocediendo hasta lo que llama, en contraste con Sarmiento, “la gran nación q u i c h ú a ”, su ambicioso libro re c o n s tru y e las civilizaciones precolombinas en términos celebratorios, trazando su continuidad con una tradición nativista del siglo XIX. Como ha notado Angel Rama en La ciudad letrada, esta operación es un triunfo de la “ciudad letrada” en el momento de fin de siglo, cuando se están produciendo las literaturas nacionales.54 Precisamente cuando el poderoso flujo inmigratorio provocó una revisión de lo que constituía la verdadera Argentina, la ciudad reinventa una comunidad usando los materiales provistos por el campo y su p asado d is t a n t e . E sto o b v ia m e n te im plica un proceso de recuperación genealógica, que confiere al todo un sentido del enlace orgánico que une pasado y presente. La historia se reescribe en una vena positiva, promoviendo una experiencia de lo arcaico que está sobreimpuesta a lo moderno. Además, es vista como el sitio de la producción activa y consciente de un discurso literario que resultaría de una operación de exhumación del pasado. De ahí que sea creado por un esfuerzo colaborativo e n tre arqueólogo, historiador y poeta, y cruza los límites entre discurso ficticio y no ficticio, en un proceso cargado simbólica y emocionalmente. El 151

siguiente pasaje ilustra la convergencia de elementos que saca a luz González: “Si la literatura nacional no pudiera penetrar en el secreto de su pasado, y desenterrar de las huacas y los templos todos los tesoros del pensamiento quichúa, ¡qué espléndido campo, no obstante, encontraría para sus creaciones en lo que conocemos de él por los trabajos de arqueólogos e historiadores! ¡Cuánto personaje ya legendario, ya fantástico, ya histórico nos presenta la América desde los tiempos más remotos, que pudieran ser objeto de poemas inmortales en los que respiraría el genio indígena, la savia tropical, el perfume de las selvas!”55 Obviamente, este programa sólo puede dar frutos si es acompañado por una ree­ valuación positiva del material a desplegar. González va mucho más allá que el mero reconocimiento de la fuente fértil provista por lo nativo; proclama su superioridad cultural en un intento de demoler la creencia en la supremacía europea que sustentaba al pensamiento liberal. Afirma que la poesía tradicional de naciones como Inglaterra. Alemania, Suiza y Francia palidecería en com­ paración con los tesoros a los que ha aludido. La tradición nacional combina un enfoque programático con la real invención de una tradición, en el sentido esbozado por Eric Hobsbawm.5fi El libro está constituido por un esfuerzo de reunir los materiales a ser incorporados, mostrando su potencial para inspirar el efecto deseado: es realmente sobre los usos de la cultura. El inventario que traza cubre un variado espectro de prácticas: historia y poesía, pero también leyendas y canciones. Invita a los po etas a c a n t a r la “leyenda de los A n d e s ” invocando sus proporciones épicas: “El pensamiento humano no concebirá jamás otra epopeya mientras no se cante la leyenda de los Andes. Como el Cáucaso dio a Esquilo la colosal trilogía de Prometeo, el futuro poeta americano hallará en las cumbres andinas una trilogía épica tan grande como aquélla...” (vol. I, pág. 69). Por momentos la prosa de González parecería invocar la voz poética de un Neruda en su Canto general, como cuando lamenta la ausencia de un testigo para mantener vivo el recuerdo de un pueblo perdido: “Y aquel gemido postrero de la América virgen... nadie ha recogido ni cantado, y las lágrimas de tantos mártires se secaron en su corazón, se fundieron en el fuego enemigo, o se multiplicaron en la esclavitud.” (vol. I, pág. 71) Conciente del poder de lo emocional y lo simbólico en la elaboración de la tradición, González toma elementos del repertorio del pasado y el presente de la nación para alentar el amor al país, que él compara con la religión y que considera “la 152

primera necesidad del espíritu”. La lectura de su libro produce tanto admiración por sus reflexiones sobre la necesidad de una construcción nacional, por una parte, como, por la otra, impaciencia ante la inflada retórica desplegada para articular esas reflexiones. Un lector del siglo XX se resiste a la hiperbólica insistencia con la que se invoca el sentimiento nacional; se siente tentado a leer “en contra” pasajes como el siguiente: La República Argentina es esa estatua cincelada en el granito de los Andes, de cuyos flancos ciclópeos heredó sus formas rígidas y armónicas a la vez. Sus pies se asientan sobre una llanura surcada de ríos inm ensos que tributan al mar, y bordada de selvas tropicales que m antienen la juventud eterna; su cabellera ondea sobre el dorso colosal, como un torrente despeñado de la montaña, y de su frente brota un relámpago que revela un cráter en el cráneo, (vol. II, pág. 277)

Cuando las emociones no son invocadas por la retórica, González vuelve la vista hacia el poder de lo misterioso, como cuando se detiene en el papel del demonio en la tradición literaria argentina (particularmente en el Santos Vega de Obligado), y en la percepción del mundo del campesino. Una larga exposición sobre brujas en culturas tanto europeas como precolombinas, concluye con la afirmación de que son parte del trabajo del demonio: “Satanás tiene sus brujas para manifestar por su medio las fuerzas mágicas de su sombría ciencia”, (vol. I. pág. 153) En pasajes como éste, González se aparta de lo programático y se entrega al misterio que está tratando de evocar, como si lo hubiera seducido su propio ímpetu discursivo. Una de las áreas en las que se aventura más asiduamente es, por supuesto, la histórica. Revisando el archivo de la historia colonial y el repertorio de figuras heroicas, González logra colocarse a sí mismo por encima o más allá del fragor de la lucha política para construir el culto de los héroes y las victorias militares. No obstante, González está firmemente asentado en el campo liberal, antirrosista, y su inclusiva galería de héroes y hechos heroicos es, como toda tradición, selectiva. Aun cuando se proclama a sí mismo abarcador de todos los ingredientes nacionales, se mantiene dentro de los límites provistos por la ideología que lo sostiene. Esto explica ocasionales contradicciones entre el objetivo profesado de producir un repositorio positivo e inclusivo de figuras nacionales y lo que podríamos llamar deslices derogatorios, racistas. Así, aunque se refiere a los gauchos, los indios, el pueblo de raza mestiza, y los 153

caudillos, en términos afirmativos, en unos pocos momentos queda apresado en el discurso racista de su época: si bien puede pro­ clamar, por ejemplo, el vigor étnico del gaucho en los siguientes términos: “El gaucho es el fruto genuino de la tradición, es el fruto lozano de la amalgama del indígena y del europeo”, puede des­ mentir sus intenciones con pasajes como éste: “La religión de ese gaucho degenerado consistía en una idea vaga de los principios que anim an la creencia, pero sí arraigaban en su alma con fuerza las supersticiones estúpidas, degradadas por el alejamiento de los centros cultos. Dominando en ellos el in stin to más que la inteligencia, la pasión más que el raciocinio, su religión era, en verdad, su rencor o su ambición...” (vol II, págs. 63, 136). Pese a estos marcadores ideológicos ocasionales, González apela a una postura celebratoria para reforzar su revisión de la historia. La nación argentina está enmarcada por la Revolución de 1810 en un extremo y Caseros del otro: “Caseros es el teatro de una nueva redención, como Mayo fue el espacio de una génesis”, (vol. II, pág. 275) Si en la interpretación de Sarmiento la Revolución de 1810 había carecido de madurez política, González en cambio la ve como un movimiento admirablemente iluminado: “Jamás una revolución humana fue más lógica en sus antecedentes”, (vol. I, pág. 25) Hasta las “m asas” tan estridentemente criticadas tanto en el Facundo como en Conflicto y armonías, son vindicadas como formidables y vigorosas (vol. II, pág. 133). Los héroes de las guerras de la independencia son celebrados con fervor. San Martín es santificado mediante una serie de maniobras retóricas basadas en el símil de modo de igualarlo con la grandeza natural del paisaje en el que se realizaron sus grandes hazañas. Estrategias similares se usan para erigir las figuras de Belgrano, Brown, Buchardo y algunas otras menores, para darle a la nación los héroes necesarios provistos de la ejemplaridad deseada. En esta empresa, González da entusiasta crédito a los autores que tuvieron la visión necesaria para anticipársele, como José Joaquín Olmedo u Olegario Andrade, que supieron cómo manipular la relación entre historia y poesía de modo de producir el aura del mito: “...tomando como base los hechos humanos y sociales, (la literatura tradicional) los explica, desenvuelve y adorna con la fantasía poética, que rodea como una aureola de luces y perfumes los acontecimientos de la vida de las sociedades en infancia”, (vol. I, pág. 133) La economía de tradición en acción aquí acomoda aun las fuerzas negativas que inspiran miedo o rechazo. Dado que la 154

tradición debe almacenar y elaborar una historia común, infun­ diéndole el poder de la fantasía y la emoción, González insiste en la necesidad de recordar y dar forma a su lado luctuoso. Lamenta la pérdida gradual de la memoria de los lamentables hechos que tuvieron lugar durante la era de la anarquía, pues ve en ellos la materia de una tragedia shakesperiana. En una notable manipu­ lación de materiales culturales que podría parecer tomada de las técnicas del folletín tal como lo practicó con éxito Eduardo Gutiérrez (cuyo Juan Moreira fue señalizado en la prensa periódica en los años 1879-1880), González proclama la necesidad de pavimentar el camino para la “religión del patriotismo” usando la imagen de los tiranos y la pintura de las escenas sangrientas: ...veréis siempre asomar la imagen de los tiranos y los cuadros de sangre, provocando unas veces el llanto, otras el horror, pero siem pre la impresión dolorosa... (vol. II. pág. 146) El espectáculo de la patria desgarrada por sus hijos disp ersos y ensañados con sus hermanos, nos impulsará a estrecharnos en un abrazo sublime, (vol. II. pág. 147)

Para evocar tales sentimientos, construye una visión dantesca en la que pone en escena cuadros militares sucedidos por cataclis­ mos y luchas civiles, completados con el humo rojo que emana de las profundidades de la tierra, gritos de agonía, reverberaciones sísmicas, y fantasmas ascendiendo en las sombras. Lo sublime romántico aquí en acción podría parecer una versión hiperbólica de las palabras iniciales de la introducción del Facundo, donde la “sombra terrible de Facundo” retiene los secretos sombríos que el libro intentará descifrar. En realidad, pese al valor muy positivo asignado por González a lo rural y lo nativo, las secciones de su libro parecen tan inspiradas en el Facundo que el libro se lee casi como una reescritura de éste. En la tarea de erigir la tradición nacional, Facundo contiene una riqueza de m ateriales que puede ser apropiada independientem ente del paradigna dentro del cual Sarmiento los haya insertado. En su intento de suspender las tensiones dicotómicas que habían escindido al Facundo, González le vuelve a dar forma con un gesto abarcador destinado a promover el amor al país. Reconoce las fuerzas combinadas de lo estético y lo emocional para exhortar a sus conciudadanos a ser patriotas. Como no puede recurrir a la pasión romántica tan astutam ente 155

manipulada por los novelistas que se habían embarcado en la misma empresa, tiene que arreglárselas con las emociones em­ parentadas del miedo, la tristeza, el dolor, el horror y la admi­ ración.57 Su efecto combinado tiende a subsumir la lógica exclusionista de la civilización contra la barbarie en un discurso presumiblemente regulado por la pasión nacional. Por momentos parece como si el punto de partida fuera el pasaje ya citado al comienzo del Capítulo 2 del Facundo, que sería un trampolín textual para una nueva versión muy sobreescrita.58 G onzález t r a b a j a sobre los dos loci más fértile s de la representación: el escenario natural y el carácter de Facundo Quiroga. El primero es pintado en términos sarmientinos, carac­ terizado por la soledad y la extensión: La soledad y la extensión ilimitada cavan sim as profundas en los espíritus, y en ellas fermentan las pasiones y los instintos, hasta que la explosión necesaria se produce... (vol. II, pág. 16' Pero esa lucha continuada y sombría por la vida, que se asemeja, por su aridez, a sus llanos sin verdura, engendra a veces el fatalismo indolente del árabe, (vol. II. pág. 189)

Numerosos pasajes como éstos atestiguan la presencia textual del Facundo en la obra bajo discusión. En cuanto a Quiroga mismo, la estrategia de representación de González consiste en llevarlo a las consecuencias extremas de lo que estaba esbozado en Sar­ miento. Así. es presentado en términos de tragedia shakesperiana y de épica primitiva, de modo que pueda asimilárselo a la ge­ nealogía de la nación. Como Sarmiento, González avanza una distinción entre la disposición fría y calculadora de Rosas y la espontánea y apasionada de Quiroga: “(Rosas) es un degollador desalmado, cargado de sangre. ... Facundo, por el contrario, es el personaje de la tragedia shakesperiana, que no pierde su gravedad sombría, sino que va concentrándose cada vez más hasta que estalla en la catástrofe.” (vol II, págs. 197. 198)

En Quiroga, entonces, González encuentra la fuente de la construcción de la tradición, y recurre a ella incansablemente, elaborando las canciones populares que evocan sus hazañas, su tormentoso romance con Severa Villafañe, los muchos sitios devastados por sus fuerzas destructivas, y el pueblo que sufrió 156

como resultado de ellas. Su tono celebratorio le permite canibalizar los sucesos más horrendos en el espíritu de incorporar “todo ese enjambre de seres fantásticos que cantan en la noche canciones arrobadoras”, (vol. II, pág. 215) No es necesario decir que González se aventura desenfadadamente en los efectos mitificantes de la manipulación cultural, operando dentro de la conjunción retórica entre la pintura de grandiosos paisajes y su asimilación por la figura humana. El efecto monumentalizador resultante coincide, cosa que no puede sorprender, con el fin del poder de los caudillos y su receso al espacio inofensivo del mito. Los más de cuarenta años que separan el Facundo de La tradición nacional permitieron la evocación nostálgica de lo que en su momento había sido un problema de fragmentación nacional; en 1888 se había tr a n s ­ mutado en un mito que alentaba la cohesión. De ahí que la canonización probó ser una operación legitimadora: armoniza los materiales dislocados de la tradición sin sacrificar su potencia emocional.S9 De todos modos, el frenético elogio de González al libro contiene las semillas de una estrategia de deslegitimación, que se volverá común en años posteriores. Destacando sus méritos literarios, socava su credibilidad en el terreno de la no ficción. Condenando a fuerza de elogios, poniendo a prueba la credibilidad del lector al equiparar al Facundo con el período dantesco que describe, González afirma: “Y cuando la verdad histórica amenaza destruir la forma artística, porque la verdad suele ser inarmónica a veces, no duda un instante, y con el entusiasmo del artista, crea donde es necesario salvar el encanto estético”, (vol. II, pág. 230) Como si no estuviera seguro de que el discurso literario puede proporcionar por sí solo la clase de entusiasmo nacional que quiere generar, González se vuelve al poder de lo religioso, con notable perspicacia respecto al modo en que el n a c io n alism o e stá m odelado místicamente por los sistemas culturales religiosos de los que deriva.150 Iguala las dos emociones, como fue observado antes, y se interna en el vocabulario religioso en varias ocasiones, como cuando llama a Facundo, Rosas y Aldao “la horrible trinidad ... de nuestra historia”, (vol. II, pág. 231) Que este conjunto de estrategias discursivas es parte de una agenda conservadora se hace claro no sólo por su inclinación a la nostalgia y los valores del pasado; por momentos está explí­ citamente articulada como una respuesta a “el estruendo de las revoluciones del progreso”, que tiene efectos dañinos: “nos 157

ensordece y nos aparta de aquellas épocas de gloria”. Esta agenda resuena de modo interesante con el regreso a lo nativo que habría de operarse en los primeros años del siglo XX como un intento de hacer frente a la amenaza inmigratoria. Escribiendo en la ciudad, profundamente comprometido con los efectos de la capitalización de Buenos Aires y con la confrontación de los cambios étnicos aportados por la inmigración, González trata de congelar el ser nacional tal como se constituyó en el campo: El colorido de la leyenda y el tono del cantor de la llanura, cambian al penetrar en el recinto de la ciudad, porque allí se elaboran los m ateriales de la historia, y las fantasías del poema se desvanecen al contacto frío de la verdad positiva. Por eso van desapareciendo de la superficie de nuestros territorios esos trovadores que cantan la tradición íntima .... y pronto, cuando ya los inventos del siglo derramen en los escenarios de tanto drama sombrío, oleadas de hombres de razas distintas e indiferentes, no habrá quedado en el suelo ni un rastro de los pasados héroes, siquiera los del terror... (vol. II. págs. 297-208)

Como podía esperarse, el acopio de tradición que realiza González para rechazar esta amenaza termina produciendo formas estatuarias con la fijeza de la piedra.

E scribir más allá de los m árgenes: Una excu rsión a los in d io s r a n q u e le s , de Lucio V. M ansilla. Al dejar atrás el Fuerte Sarmiento el 30 de marzo de 1870, Lucio V. Mansilla se aventuraba en un territorio dominado por los indios ranqueles. cuyo cacique Mariano Rosas debía confirmar el tratado de paz que Mansilla había negociado en términos preliminares, a nombre del gobierno nacional. Más allá de la frontera (en sí misma un factor clave en el mecanismo de poder y contención a través del cual la Nación-Estado completaba su expansión territorial), en la tierra de nadie enmarcada por los dos nombres que marcan los avatares del poder (Rosas y Sarmiento), Mansilla explora las posibilidades de desafiar y quizás subvertir la autoridad que lo había relegado a un puesto marginal como comandante de frontera. Una excursión a los indios ranqueles puede leerse como un intento de encontrar un espacio discursivo a partir del cual lanzar un ataque contra los escritos de Sarmiento y contra su presidencia. ¿Cómo puede ser legitimado un discurso desprovisto de poder, y, 158

concomitantemente, cómo puede ayudar a revertir la jerarquía que lo controla? De un modo provisional, podemos anticipar que la estrategia de Mansilla es entrar y salir de la línea que separa el adentro y el afuera, explotando su excentricidad. El resultado es la producción de posiciones de sujeto cambiantes, en un titilante juego de máscaras que transforma la marginalidad en un locus de enunciación tan interesante como contradictorio. En su calidad de sobrino de Rosas, Mansilla llevó una vida marcada por constantes intentos de recuperar el poder perdido por su familia después de Caseros, intentando la mudanza del margen al centro, y llegando muy cerca de él, aunque siempre terminó relegado al margen. Su relación con Sarmiento ejemplifica estas maniobras fallidas, pero fue parte de un esquema recurrente. El Ministerio al que aspiraba nunca se materializó, aun cuando ocupó una cantidad de puestos prestigiosos en el Congreso y en el mundo diplomático. Si bien lo unían relaciones de a m istad con los presidentes Sarmiento, Avellaneda y Roca, su fortuna política sólo le permitió alcanzar los umbrales del éxito, no transponerlos. En 1898, a la edad de sesenta y ocho años, du ran te la segunda presidencia de Roca, el peripatético Mansilla volvía de París a Buenos Aires con la esperanza de ser nombrado ministro al fin, sólo para ver disiparse sus esperanzas, como lo había hecho treinta años atrás. Y hasta en 1907, cuando hacía su último viaje de París a Buenos Aires, malinterpretó el interés público en su persona, y la cálida bienvenida de sus amigos y admiradores, como una señal de poder político, que nunca se materializó en un alto cargo. Las circunstancias que rodearon la escritura y publicación de Uno excursión m erecen exam en porque e stá n liga d a s a la construcción del sujeto en el texto. En la raíz de este libro yace una amarga desilusión con Sarmiento, por la negativa de éste a nombrar ministro a Mansilla. Como amigo del hijo adoptivo de Sarmiento, Dominguito, y como influyente oficial del ejército durante la Guerra con el Paraguay, Mansilla había tenido activa participación en la nominación de Sarmiento a la presidencia, y fue quien se la anunció en los Estados Unidos. Cuando el Club Libertad se reunió en febrero para elegir a su candidato, Mansilla y Rufino Varela fueron quienes nominaron a Domingo Sarmiento. Movido por el sentimiento de su importancia, y por una carta escrita por Sarm iento después de la m uerte de Dominguito, ofreciéndole “todo lo que un padre puede ofrecer al amigo, compañero y jefe del hijo malogrado”,*1se dice que se presentó en 159

la casa de Sarmiento con una lista de nombres posibles para el futuro gabinete. Al ver el nombre de Mansilla, Sarmiento exclamó abruptamente: “¡Usted ministro! Hombre, necesitaré un ministerio muy sesudo para morigerarme a mí mismo. Nos tildan de locos: a usted menos que a mí, tal vez por no haber adquirido méritos para ello todavía. Juntos seríamos inaguantables...”62Martín de Gainza fue nombrado Ministro de Guerra, y Mansilla terminó como comandante de fronteras en Río Cuarto, bajo las órdenes del General Arredondo. Con su gusto por lo teatral, Mansilla se pintó a sí mismo como un actor sin papel y sin lugar en la escena política que él mismo había organizado: “En este momento de mi vida represento el papel de un concurrente que no halla lugar, ni de pie, en la gran representación política que él mismo ha orga­ nizado.”fi:, El desplazamiento consiguiente es la escena primaria de Una excursión a los indios ranqueles, tanto por el viaje como por su inscripción textual. Fue exacerbada por el efecto muy negativo de la iniciativa de Mansilla: a su regreso, fue exonerado del cargo y obligado a volver a Buenos Aires. En mayo de 1870 el periódico La Tribuna de Buenos Aires empezó a imprimir Una excursión en forma serializada. En noviembre aparecía como libro. ¿Cómo usa Mansilla el espacio de la escritura para responder a las afrentas a que se veía expuesto?'51 Una de las estrategias que utiliza es la disposición de una escena en la que el “Yo” como actor consum ado apela a su interlo c u to r y lo deslu m bra con sus acciones.65 La inclinación de Mansilla por lo te atral ha sido comentada por diversos críticos,66y en Una excursión implica una compleja artesanía del sujeto y su público para lograr apoyo. Logra la disposición de un espacio en el que puede circular un discurso a p a re n te m e n te contrahegemónico, explorando las m últiples posiciones desde las cuales enfocar las estructuras de poder representadas por Sarmiento como autor y como presidente. Uno puede imaginarse a Mansilla dirigiéndose tanto a Santiago Arcos, al que están dedicadas las “cartas”, y también, de un modo más general, a la clase de amigos que habían preparado un “banquete de reinvindicación” para él en Buenos Aires a su regreso de Río Cuarto, en junio de 1870. Modulando astutamente su atención y su respuesta, Mansilla desplegaba un espectro de dispositivos a la vez serios y graciosos, que jugaban con el ocultamiento y la revelación. Mago ejemplar, Mansilla es él mismo y el otro, como en las famosas fotografías de Witcomb que atraían muchedumbres en la Calle Florida. Inclusive afecta al público con sus trucos, 160

dándole a su identidad una calidad móvil e inestable. Así, mientras ostensiblemente está escribiendo Una excursión como una serie de cartas a su amigo Santiago Arcos, reconoce la naturaleza pro­ blemática de esta recepción desde el comienzo mismo, afirmando que no sabe dónde está Arcos o si se lo podrá encontrar.67 Si Arcos puede ser elusivo como lector, cumple una función metonímica que representa admirablemente el tipo de público que desea invocar Mansilla. Igual que Mansilla, Arcos era un hombre de medios, que había viajado mucho, había pasado su vida a ambos lados de la frontera entre civilización y barbarie, tenía muchas lecturas y también era capaz de disfrutar de los placeres y desafíos de la vida rural en Latinoamérica. Autor él mismo, Arcos había publicado un libro revelando su conocimiento del tema, Cuestión de los indios: Las fronteras y los indios (1860), una obra posterior titulada La Plata: Etude historique (reseñado de modo más bien apresurado por el mismo Mansilla en La Revista de Buenos Aires),6b y, en español, sus Cuentos de tierra adentro, desplegando su cono­ cimiento de las costumbres rurales.69 Pasó una parte importante de su vida en España y Francia: como Mansilla, era un verdadero connoisseur del mundo hegemónico.70Arcos y los hombres como él serían el público ideal para Una excursión: tan al tanto de los refinamiento de la vida en el Club del Progreso o en los salones parisinos que podían cómodamente tomar distancia de ellos y disfrutar de la clase de turismo emprendido por Mansilla. De hecho, no es accidental que eligiera la palabra “excursión" para su titulo. En palabras de Julio Ramos, es “un nuevo tipo de ejercicio turístico”- uno que incorpora la exploración de la barbarie,71 en la misma vena en que un viajero experimentado elige rincones remotos del mundo para satisfacer su necesidad de lo nuevo. De ahí estas observaciones introductorias a Arcos: ...después de haber recorrido la Europa y la América, de haber vivido como un marqués en París y como un guaraní en el Paraguay: de haber comido mazamorra en el Río de la Plata, charquicán en Chile, ostras en Nueva York, macarroni en Nápoles, trufas en el Périgord. chipá en la Asunción, recuerdo que una de las grandes aspiraciones de tu vida era comer una tortilla de huevos de aquella ave pampeana en Naguel Mapo, que quiere decir “Lugar del Tigre”.72

En ese espíritu, Mansilla puede jactarse de querer hacer este viaje tanto como cualquier secretario de bajo rango puede ansiar un puesto en la embajada de París, de preferir dormir bajo las 161

estrellas a verse sometido a una cama de hotel en Rosario, de estar tan feliz y cómodamente sentado en un sillón como alrededor del fuego del campamento con sus soldados, de disfrutar una comida en el Club del Progreso tanto como el puchero que compartió con Mariano Rosas. Su sabiduría y refinamiento mundanos le permiten ajustarse, a la vez que lo ponen permanentenemente en condiciones de disfrutar de lo nuevo y diferente. Dado que los lectores a los que se dirige comparten estas cualidades, Mansilla sabe cómo proporcionarles los placeres que esperan. Pueden viajar vicariamente con él, y pueden gozar de la puesta en escena de los divertidos encuentros entre Mansilla y los ra n q u e le s enten diéndo se con el prim ero a expensas de los segundos. Es por esto que Mansilla puede permitirse presentarse a sí mismo en situaciones ridiculas: la ironía teatral le permite al público ver, y disfrutar, a los ranqueles enfrentando a un repre­ sentante de la civilización que debe poner entre paréntesis momentanéamente su superioridad. Mansilla se extiende en los pasajes en los que debe sujetarse al protocolo social impuesto por los ranqueles, como víctima cómica de sus larguísimos discursos o sus borracheras, y comenta unos y otras con un lector que está dispuesto a reírse y a apreciar su desdicha: “No hay idea de lo cómicos y ceremoniosos que son estos bárbaros”, (vol I, pág. 174) comenta después de oír sus extensos saludos; obligado a alzar a los indios uno por uno, soltando un sonoro “¡aaaaaaaaaaaa!” abru­ mado por sus pesos, provee el siguiente pasaje interpretativo: “Aquello fue pasaje de comedia, casi reventé, casi se me salieron los pulmones, porque esto de tener que dar un grito que haga estremecer la tierra al mismo tiempo que el cuerpo se encorva, haciendo un gran esfuerzo para levantar del suelo un peso mayor que el de uno mismo, es asunto serio desde el punto de vista de la fisiología orgánica; pero más que a todo se presta a la risa”, (vol. I, pág. 204) Hay muchos pasajes como éste invitando al interlocutor a compadecerse y a la vez reírse con el narrador: una de las muchas caras del libro es jocosa, casi carnavalesca. Explorando el espacio discursivo de los márgenes, el sitio de la enunciación veta la actitud autorial unívoca y opera con un modo cambiante de representación tanto de sí mismo como del otro. Puede permitirse la pintura de lo ridículo, aplicada tanto a los ranqueles como a sí mismo, porque en otros casos adopta una actitud diferente, más seria, que presum iblem ente es atenuada y hecha más digerible por las cualidades de diversión de lo burlesco. De modo que mientras Una 162

e x c u r s i ó n , como

veremos, emprende un ataque explícito contra la ideología que enfrenta civilización contra barbarie, también despliega la barbarie en sus formas más desagradables. Los mismos ra nqu eles que a veces son m ostrados bajo una luz admirativa, en varias ocasiones son pintados como simplemente repugnantes. Mansilla suele ser víctima de sus sucios saludos y de sus torpezas de ebrios, manifestadas en conductas agresivas y una profusión de fluidos corporales. ...me besaban, con sus bocas sucias, babosas, alcohólicas, pintadas, (vol. I, pág. 207) Yo no quería que me sorprendiera la noche entre aquella chusm a hedionda, cuyo cuerpo contam inado por el uso de la carne de yegua, exhalaba nauseabundos efluvios; regoldaba a todo trapo, cada eructo parecía el de un cochino cebado con ajos y cebollas. En donde hay indios, hay olor a azafétida. (vol. I. pág. 255)

Al entrar a una tienda india tiene que luchar con toda clase de criaturas que le trepan por las piernas; en mitad de la noche es acosado por un ranquel borracho y baboso que ha caído encima de él. Cultivando su actitud elegantemente distanciada hacia la civilización, Mansilla aparece despojándose constantemente de sus pertenencias para satisfacer a sus ávidos anfitriones, que se encaprichan con su elegante capa roja, su puñal, sus boleadoras de marfil y plata, medias, pañuelos, camisas, guantes (repre­ sentados burlonamente como botas para manos) y su excelente navaja de afeitar Rodgers. que se vuelve símbolo de la inferioridad cultural de los indios, pues no saben qué uso darle. El incidente con la navaja ilustra la escena textual construida: después de regalársela a Baigorrita, Mansilla se escandaliza al descubrir que un instrumento tan fino es usado para picar tabaco. Incapaz de hacerle entender a Baigorrita la naturaleza de su error, Mansilla recurre a un manejo más eficaz del incidente transformándolo en una historia: Buscaba a quién contarle el uso que mi compadre hacía de mi rica navaja de barba. Fui, pues, en busca de mis compañeros de peregrinación. ... Les llamé aparte, hicieron una rueda, dejándome dentro, y les conté el caso, riéndome a carcajadas, (vol. II, pág. 67) La situación com unicativa re p r e s e n ta d a en este pasaje ejemplifica la relación entre texto y lector que tiene lugar en el 163

libro: los que saben escuchan el cuento y se ríen. Su placer puede derivar también de observar a Mansilla adoptando m om entá­ neamente actitudes bárbaras, ostentando su conducta ruda, como cuando se limpia las uñas de los pies durante una comida. Lo que causa placer al lector no es sólo la conducta de Mansilla, sino también el gozo que les produce a los ranqueles, seducidos por lo que equivocadamente interpretan como “el dominio de la barbarie sobre la civilización”, (vol. II, pág. 63) Aun cuando el humor es atenuado, uno puede sentir la apelación al lector sofisticado en pasajes donde el autor desenmascara los inútiles intentos de los ranqueles por engañarlo. Un caso es el pedido de Mariano Rosas de que Mansilla y sus hombres esperen al llegar, estratagema que el último puede identificar como un intento de examinar y medir las fuerzas de los recién llegados. Promoviendo una comunicación privada con sus pares, Mansilla hace la siguiente reveladora evaluación: En medio de su disimulo y malicia genial y estudiada, los salvajes y los pueblos atrasados en civilización tienen siempre algo de candorosos. Ellos creen cosa muy fácil engañar al extranjero. El orgullo de la ignorancia se traduce constantem ente, empezando por creer que se sabe más que el prójimo. ... Mariano Rosas creyó engañarme, (vol. I, pág. 196)

El apoyo del lector se solicita a veces para disponer de un oído solidario para el “yo” narrativo autodeprecatorio, que revela de modo desarmante su debilidad y sus dudas y que puede reírse de sí mismo. Puede verse a Mansilla elaborar el sentido de su frágil posición política en los pasajes dirigidos directamente a Santiago Arcos, preguntándole en un tono de estudiada liviandad si no piensa que la excursión es una pérdida de tiempo, o reconociendo la marginalidad de su empresa al declarar que ya que no puede cantar las glorias de su espada, tiene que recurrir a describir a los ranqueles y sus costumbres. En estos casos confronta indirec­ tamente la desilusión que motivó el texto disminuyendo su propia im portancia en la intim idad del diálogo con sus pares. Por momentos el tono se vuelve abiertamente paródico, como en las ocasiones en que juega con los sueños de Lucius Victorius Imperator e insiste en la presentación irreverente de su tarea y de la retórica que podría ensalzarla. Pero esta aparente modestia la permite a Mansilla desplegar su habilidad superior como comandante del ejército y como escritor, siempre consciente de la dinámica entre poder y discurso en los 164

mundos de los “bárbaros”, de los "civilizados”, y de su texto. Una cosa que sabe que sólo el puede hacer en la circunstancia es traducir una cultura a otra, mantener una postura crítica con respecto a la civilización pero lucir el dominio de la cultura y las lenguas que le permiten representar a los bárbaros en términos refinados. Mansilla es un diestro transculturador con un gusto por la disonancia, por lo que exhibe burlonamente su erudición en contextos que a la vez la suscitan y la subvierten. Así, se permite citar a Manzoni, sólo para mover el suelo literalmente bajo su cabeza al descubrir que ha estado apoyándose en una marmota mientras tenía la visión de la grandeza conjurada por los versos del poeta italiano. Cuando Epumer cae vencido por la borrachera, Mansilla lo cuenta con una cita: “E caddi, come corpo morto cade!” (vol. I, pág. 257); Mariano Rosas es comparado con Bismark cuando se trata de evaluar la fuerza militar; las penas de amor de un soldado son interpretadas a la luz de los pensamientos de Byron sobre las mujeres. Casi no importa que las relaciones sean forzadas; Mansilla está actuando para su público, y quiere des­ lum brar con su destreza. Quizás ningún pasaje ilu stre más claramente el coqueteo sobre sus carencias que el que se inicia proclamando: “Yo soy como los patanes. Nunca tengo presen­ timientos en sueños” (vol. II, pág. 199), sólo para exhibir su erudición con una serie de comparaciones con Hesíodo, Escipión, Alejandro y Hércules. Si más adelante escribe una invectiva contra la erudición, la desmiente con su despliegue todo a lo largo del texto, (vol. II, pág. 244) Aunque Mansilla artificiosamente se disminuye al modo h u ­ morístico que he descripto, cuida su imagen de autoridad ante sus subordinados. El Coronel Mansilla siempre está al mando de sus hombres, aun cuando se sienta junto al fuego con ellos para oír sus historias y compartir su amistad. Si la conducta ebria de Rufino Pereira pone en peligro la imagen del coronel frente a los ranqueles o los otros soldados, la muy irritada reacción de Mansilla no deja dudas sobre quién manda, pues sabe que las consecuencias de perder el respeto de sus hombres son fatales. Su trato muy tenso con el extraño del que creen que es uno de los espías de Calfucurá revela la incomodidad causada por alguien que no juega claramente el papel del subalterno. El narrador puede bromear sobre alguna cuestionable ineptitud cuando tiene al lector por único testigo, pero el trato con sus hombres lo m uestra en pleno control de su autoridad. 165

Dentro de este locus de enunciación móvil pero cuidadosamente elaborado, Una excursión presenta un modo de representación de la otredad que también sirve como punto de partida para una crítica a las políticas del gobierno. Para lograrlo, Mansilla propone otro interlocutor: un “nosotros” deliberadamnete ambiguo que se vuelve blanco de sus ataques. Convenientemente revestido de esta cu lp a c o m u n ita r ia , M a n silla pued e d e n u n c i a r el modelo sarmientino mientras es parte aparente de él. Trasponiendo la observación de Homi Bhabha de que “en el margen colonial la cultura de Occidente revela su ‘différance’” 73a la economía de espacio que propone el contexto postcolonial de Mansilla, nos tienta decir que las tierras marginales más allá del Fuerte Sarmiento permiten la articulación de una reflexión autoconsciente sobre los valores hegemónicos corporizados en la “civilización”. Incluido en la narración del contacto de Mansilla con sus anfitriones hay un pequeño tratado sobre los males del esquema conceptual del Facundo y de las políticas presidenciales de su autor. Una y otra vez Mansilla culpa a este “nosotros” por el fracaso de educar a los ranqueles y dar valor a “nuestros” hombres nativos, por las guerras civiles enraizadas en “nuestras” diferencias y odios, por el egoísmo de las ciudades, que mantienen al proletariado rural en un estado de ignorancia y estupidez, por “nuestras” políticas opresivas. Las alusiones a Sarmiento son apenas veladas en este espacio crítico, como la cabeza del “mal gobierno” que se desacredita. En algunos casos el ataque es tan específico que puede verse a través de la máscara del “nosotros” comunal: La monomanía de la imitación quiere despojarnos de todo: de nuestra fisonomía nacional, de nuestras costumbres, de nuestra tradición. Nos van haciendo un pueblo de zarzuela. Tenemos que hacer todos los papeles, menos el que podemos. Se nos arguye con las instituciones, con las leyes, con los adelantos ajenos. Y es indudable que avanzamos. Pero, ¿no habríamos avanzado más estudiando con otro criterio los problemas de nuestra organización e inspirándonos en las necesidades reales de la tierra? (vol. I pág. 236)

Anticipando los ataques a la inmigración que fueron comunes hacia el fin de siglo, Mansilla exclama con impaciencia: “¡Y para lucirse mejoi\ todos los días clam ando por gente, pidiendo inmigración!” (vol I, pág. 250) Dentro de este marco discursivo, escarnece repetidamente a la “civilización” tanto por el descuido de sus obligaciones para con los “bárbaros” como por su hipocresía. 166

Cuando el tema toma un cariz serio, crítico, el a u to r concomitantemente desarrolla el elogio de los ranqueles y sus cos­ tumbres. Al parecer olvidado de las implicaciones de sus insistentes referencias a ellos como “estos bárbaros”, Mansilla se extiende sobre sus muchas virtudes y valores, señalando sus rasgos cris­ tianos, su generosidad, su hospitalidad, y su admirable respeto por los animales. En ocasiones, aun en situaciones que invitan a observaciones desdeñosas, produce una reinterpretación de la conducta de los ranqueles en términos comparativos antropo­ lógicos. Un ejemplo es la afirmación de Baigorrita, al partir Mansilla de sus tolderías, de que el águila que ha avizorado está realmente señalando su camino. Mansilla se contiene a punto de soltar la risa, y recuerda que él se permite un comportamiento igualmente supersticioso cuando no se sienta a la mesa con trece comensales, o se niega a matar arañas de noche. Entonces llega a la meditación antropológica igualadora: “Hay un mundo en el que todos los hombres son iguales: es el mundo de las preocupaciones”, (vol. II, pág. 110) Después de un día agotador pasado en largas conversaciones con Mariano Rosas y Baigorrita sobre el tratado que motivó su viaje, Mansilla hace una serie de reflexiones sobre las relaciones entre política, gobierno y el pueblo, que coloca los hechos de la jornada bajo una luz completamente nueva. El esfuerzo interpretativo de Mansilla pone las negociaciones con los caciques dentro del contexto del “mundo civilizado”, con alusiones a Napoleón III y al gobierno argentino, de modo de achatar las diferencias y promover las asimilaciones. Pero aquí otra vez este discurso aparentemente contrahegemónico es desestabilizado por los términos mismos en que se hace la afirmación: “Los enanos nos dan la medida de los gigantes, y los bárbaros la medida de la civilización” (vol. II, pág. 162) confiesa en conclusión, debilitando el impulso positivo de su aseveración con las implicaciones desdeñosas de “enanos” y “bárbaros”. En realidad, no hay posición desde la cual el sujeto que escribe pueda evitar las trampas del inconsciente político en el que está ubicado. Si escribir en los márgenes le permite cuestionar el sistema hegemónico, también está insidio sam ente asediado por las e s tru c tu r a s m entales sancionadas por ese sistema. Cuando exclama de modo autocrítico “Tanto que declamamos sobre nuestra sabiduría, tanto que leemos y estudiamos, ¿y para qué? Para despreciar a un pobre indio, llamándolo bárbaro, salvaje...” (vol. II, pág. 244), el lector capta 167

la ironía, porque ha tropezado repetidamente con las mismas palabras a lo largo del texto. Por lo demás, Mansilla está condenado a producir un discurso cargado de contradicciones por las condiciones materiales que lo llevaron a los ranqueles. Pues realmente la excursión no es mero turismo desinteresado: Mansilla está negociando un tratado con los ranqueles, y para ratificarlo despliega con notable convicción los argumentos a favor de quitarles la tierra. A pesar de los num erosos pasajes que la m en tan el tra ta m ie n to dado a los ranqueles, Mansilla proclama la supremacía de los cristianos en términos inequívocos. Cuando Mariano Rosas lo acusa de quitarles su tierra (y sin duda alguna éste es el corazón del asunto), Mansilla descarta sus reclamos a la tierra de sus antepasados diciendo que la tierra no perteneció a los indios, sino a quienes la hicieron productiva con su trabajo. Es aquí donde revela la naturaleza g enu ina de su empresa, y su afiliación con el program a de desarrollo económico que está proponiendo el gobierno: “Las fuerzas del Gobierno han ocupado el Río Quinto para mayor seguridad de la frontera; pero esas tierras no pertenecen a los cristianos todavía; son de todos y no son de nadie; serán algún día de uno. de dos o de más, cuando el Gobierno las venda, para criar en ellas ganados, sembrar trigo, maíz.” (Vol. II, pág. 148) Cuando la discusión se acalora, Mansilla no vacila en blandir el argumento de la superioridad cultural con una energía que desmiente la retórica de la igualdad que elabora tan cuidadosamente en otros casos: “Ustedes son unos ignorantes que no saben lo que dicen; si fueran cristianos, si supieran trabajar, sabrían lo que yo sé; no serían pobres, serian ricos. ... Ustedes no saben nada, porque no saben leer, porque no tienen libros.” (vol. II, pág. 149) Después de todo, las brillantes estratagem as discursivas de Mansilla no pueden oscurecer el hecho de que su libro pertenece a la literatura de exploración que está tan profundamente conectada con la empresa general de la expansión económica prevaleciente en el siglo XIX. No es fortuito que Una excursión haya sido premiada por el Congreso Geográfico Internacional de París de 1875: la clase de conocim iento que p ro po rciona sobre t e r r it o r io s a n te s inexplorados era muy apreciada.74 Si ponemos al libro dentro del contexto europeo más amplio de la literatura de viajes, se hace inmediatamente evidente que Mansilla se conforma a aspectos de la producción cultural contemporánea concentrada en hacer pro­ ductivas más tierras y poner a trabajar a su población. De modo 168

que aunque comparte con sus lectores metropolitanos la retórica de la “anticonquista”, como ha nombrado Mary Louise Pratt los intentos de vindicar las culturas nativas sin dejar de asimilarlas a los paradigmas culturales europeos,75 con frecuencia revela su interés en la calidad de la tierra que está explorando, la clase de pastos que crecen en ella, la disponibilidad de agua, y la cantidad de animales que podría sustentar. Su entusiasmo por el potencial económico del área puede revelarse en exclamaciones ocasionales como “Un estanciero entendido y laborioso allí haría fortuna en pocos años”, (vol. I, pág. 88) Su entusiasmo también se refleja en visiones de la futura grandeza de la República Argentina, como la siguiente: “...pensé un instante en el porvenir de la República Argentina el día en que la civilización, que vendrá con la libertad, con la paz, con la riqueza, invada aquellas comarcas desiertas, destituidas de belleza, sin interés artístico, pero adecuadas a la cría de ganados y a la agricultura”, (vol. I, pág. 100) Quizás el pasaje más revelador está al final del libro, cuando Mansilla y sus hombres están volviendo del Fuerte Sarmiento, al cabo de su viaje de dieciocho días. Después de describir la calidad de las tierras, ya n om b ra d a s “cam p o s”, con su reson ancia de explotación económica, vuelve a prever su “gran futuro” y pregunta retó­ ricamente cuándo “la rosada aurora brillará sobre ellos”. La respuesta es igualmente retórica, y trae a cuento de un plumazo la inminente exterminación de los ranqueles: “¡Ay! Cuando los ranqueles hayan sido exterminados o reducidos, cristianizados y civilizados”, (vol. II, pág. 266) De modo que uno se siente tentado a leer Una excursión como afiliada con el aparato de notación y de escritura que permitió la vigilancia m ediante la cual podía organizarse el espacio y la identidad de la nación. Poner en juego al otro dentro de esa reconfiguración de la forma nacional es, como ha sugerido Homi Bhabha, una estrategia del discurso nacio­ nalista: absorbiendo elementos marginales en el panorama, se apoya en la otredad para construir una imagen del todo. El libro de Mansilla permite la percepción de una Argentina que puede integrar al indio y al gaucho (tipo nacional altamente elogiado y defendido aquí) en el paisaje de los campos productivos. Para citar a Bhabha, “La nación revela, en su representación ambivalente y vacilante, la etnografía de su propia historicidad y abre la posibilidad de otras narrativas del pueblo y sus diferencias”.7®Así, las diferentes clases de identidad (“la otredad de la gente unificada”, a la que alude Bhabha) permite la asimilación de las 169

hebras etnográficas plurales de la Argentina en un compuesto nacional. Aquí podría estar la presciencia de Una excursión a los indios ranqueles: a la vez que vindica el modo de vida de los ranqueles, hace frente a las necesidades del desarrollo económico: los indios tienen que ser civilizados o exterminados. Que casi una década después su amigo Julio Argentino Roca emprendiera la C am paña del Desierto no pudo ser una sorpresa: el texto de Mansilla se había encargado de producir el conocimiento sobre una tribu importante y de cantar su canto del cisne. Nos gustaría pensar que el autor habría preferido un enfoque menos violento, pero él es quien traza el mapa de la Campaña. A través de su escritura no sólo dio un archivo útil con datos de un área apenas conocida y a punto de volverse parte del territorio nacional, sino que también enfocaba lo que Hayden White ha descripto como “un área de experiencia problemática que no puede acomodarse fácilmente a las concepciones convencionales de lo normal o familiar”.77 Aventurándose en Tierra Adentro, y observando sus “salvajes”, Mansilla aprendió sobre los ranqueles y planteó la pregunta de quién es un argentino, al mismo tiempo que obtenía un enfoque crítico sobre las condiciones de la existencia civilizada. Lamentablemente, su reflexión no bastó para detener la alienación y destrucción futuras, y el saber, como suele pasar, se volvió el sirviente del poder.

Un post-scrip tum al F acu n d o Harold Bloom ha hablado sobre lo tardío de la escritura revisionista, y es tentador transferir parcialmente su teoría de la tradición poética a la relación compleja en Una excursión entre Mansilla y el precursor al que está tratando de superar y desplazar: Sarmiento. El libro de Mansilla evoca la “angustia de las in­ fluencias” de Bloom precisamente por la ambivalencia entre resistencia (a menudo crítica apenas velada) y alusión. Aun si desafía la dicotomía central del Facundo, desenmascarando los males de la civilización en sus muchas formas, invitando al lector a reevaluar supuestos sobre la barbarie, la sombra del Facundo, el texto fuerte, se proyecta sobre él.78 Si el libro de Sarmiento se abre con la “inmensa extensión” de las pampas argentinas, apenas pobladas salvo por la horda indígena indiferenciada, emboscada y 170

lista para atacar, Mansilla se propone corregirlo por medio de la información topográfica y proveyendo a esa “h o rd a ” de una identidad a rra ig a d a en su voz. Dentro de la l i t e r a t u r a de exploración, Una excursión es muy excepcional en tanto les da a los ranqueles el don de la palabra dentro del texto, inclusive tomando nota cuidadosamente, a veces, de su elección de palabras. Mansilla recurre al discurso directo para darle voz a sus diferentes interlocutores en la comunidad ranquel, de modo que se vuelvan sujetos diferenciados. De hecho, su interés en los ranqueles lo conduce a dar información lingüística de su complejo protocolo de conversación, o del modo en que cuentan. Privilegiando la mirada del explorador, el relato testitaonial de Mansilla pretende sustituir las descripciones equivocadas de las pampas criticando con im­ paciencia los errores perpetrados por sus predecesores: "Los que han hecho la pintura de la Pampa, suponiéndola en toda su inmensidad una vasta llanura, ¡en qué errores descriptivos han in currido!” (vol I, págs. 92-93) O bviam ente corrigiendo la representación del Facundo del topos de la tierra inmensa y vacía, procede a trazar las diferencias allí donde había habido una ausencia de distinciones, y se extiende sobre los errores que han llevado a visiones equivocadas del ombú y el cactus, o la configuración exacta de áreas que nombra con palabras distintas de “pampas”. Lo mismo podría decirse de los gauchos: si Sarmiento los ve como bárbaros y elabora una tipología romántica de ellos para privilegiar al “gaucho malo” como foco de la atención textual, Mansilla da un rico repertorio de gauchos que cuentan sus historias de vida de modos que anticipan a Martín Fierro.79 Volviendo al punto de partida que es el Facundo (pero sin nombrarlo) se queja de quienes nunca vieron a un gaucho e ignoran la diferencia entre un paisano gaucho y un “gaucho”, porque viven encerrados en sus medios urbanos y prefieren viajar al extranjero antes que conocer su propia tierra: eligen “tragar leguas en ferrocarril” en lugar de “disfrutar el placer primitivo de ir en carreta”, (vol II, pág. 130) Como si quisiera destacar la relación conflictiva con el Facundo, hay pasajes en Una excursión que magnifican al texto precursor proponiéndose como débiles reescrituras de él. Uno en particular merece análisis porque su coda se vuelve directamente a Sar­ miento, como para sugerir que la marca de su nombre era el ins­ trumento por medio del cual la historia se hacía pertinente. Es uno de los pocos cuentos que cuenta el mismo Mansilla alrededor del fuego del c a m p a m e n to , y dice h a b e rlo to m a d o de su 171

corresponsal, Santiago Arcos. En él, un mulero que había combatido con Facundo Quiroga y estaba tratando de huir de la justicia se enganchó el pelo largo en un árbol cuando intentaba ocultarse en un bosque. Logró evadir a sus perseguidores simulando estar muer­ to y gritando en tono fantasmal “¡Viva Quiroga!”, lo que tuvo el efecto deseado de inspirarles terror y hacerlos escapar. Pero los esfuerzos del mulero por desengancharse del árbol no le sirvieron, y al final murió de inanición. El relato que hace Mansilla de su m uerte es farsesco, pues dice que no fue causada por falta de comida sino más bien por indigestión, ya que el hombre se había comido su propia camisa. La coda burlona de la historia merece citarse: Y entré por un caminito y salí por otro. No sé si al público le gustará este cuento. ... Yo soy porteño, del barrio de San Juan, y nadie es profeta en su tierra. Por eso Sarmiento, siendo de San Juan, es Presidente, habiéndose cumplido con él una de mis profecías del Paraguay. ívol. I, pág. 105)

La historia invoca a Facundo Quiroga y a Sarmiento de modos reveladores. No sólo el desdichado mulero apela al miedo que el nombre de Quiroga evoca como el prototipo del “gaucho malo” poderoso, sino que su estratagema en el bosque repite (cambiando el re su ltad o y el tono narrativo) la muy exitosa y d e slu m ­ brantemente narrada por Sarmiento cuando Quiroga hace su esca­ pe en el Facundo. Ambos hombres estaban huyendo de la justicia; en ambos casos un algarrobo participa centralmente en el desenlace de la historia. Pero la historia de Mansilla tiene un desenlace descendente: repite su antecedente sólo para subrayar la impo­ sibilidad de producir un texto maestro como el de Sarmiento. Si en el Facundo la historia sirve para encontrar un origen narrativo al apodo del jefe (El Tigre de los Llanos), en Una excursión todo lo que tenemos es una invocación fantasmal que sólo prefigura la muerte del mulero. De un modo oblicuo e intrigante, Mansilla alude a estas diferencias en su comentario metatextual al final del cuento: La frase “Por eso Sarmiento ... es Presidente” no puede dejar de recordar al lector el poder que la escritura produjo para un hombre, pero no para el otro. Mansilla, como su mulero, queda atrapado por la misma figura de autoridad que querría superar.80 Hay otros casos en los que Mansilla conduce a su lector, tomando una frase de Harold Bloom, “no a ver directamente, sino mediado por el precursor”,81 como cuando repite la extensa meditación de 172

Sarmiento sobre el color rojo, llamando la atención sobre la marginalidad impuesta a él por su cercano lazo familiar con Rosas, y mostrando el precio que ha tenido que pagar por desear con inocencia usar una capa roja. Una vez más, la versión de Mansilla intenta invertir el texto precursor con la reflexión derivada de una posición de sujeto marginal. David Viñas ha afirmado persuasivamente que lo escrito por Mansilla después de 1880 (especialmente su Entre-nos: causeries del jueves, de 1889-1890) consolida el sentimiento de la oligarquía de la naturaleza sagrada de su propia misión, promoviendo cons­ tantemente su experiencia de intimidad y acuerdo en sus textos.82 Aunque esta estrategia ya está en marcha, como hemos mostrado antes, en Una excursión a los indios ranqueles, no basta para superar la incomodidad por su marginalidad en los años posteriores a Caseros. Ni suprime la contradicción que lo asedia cuando critica la civilización mientras sigue comprometido con ella, y trata de desplazar a un escritor y presidente al que antes apoyó. Sentado en la cerca, o viendo al mundo al revés como tuvo tendencia a hacerlo durante la Guerra del Paraguay, Mansilla disfruta de su punto de vista excéntrico, pero también tiene que pagar el precio por él.83

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N otas 1 Véase una clara revisión de las ediciones del Facundo en Guillermo Ara, “Las ediciones del Facundo”, Revista Iberoamericana XXIII, 46, 1958, págs. 375-394. 2 Véase, sobre la presidencia de Sarmiento y sus realizaciones, Allison W. Bunkley, The Life o f Sarmiento, Greenwood Press Publishers, Nueva York, 1969; Héctor N. Santomauro, La generación argentina de 1880, Unicornio Centro Editor, Buenos Aires, 1992, págs. 54-56; Roberto Cortés Conde, “Sarmiento and Economic Progress”. en Tulio Halperín Donghi, Gwen Kirkpatrick y Francine Masiello, comps., Sarmiento: Author of a N a t i o n , U n iversity of California Press, Berkeley, 1994. pág. 114-123; A lberto Palcos, “P resid en cia de S a r m ie n to ”, en H isto ria a rg en tin a contemporá nea, Academia Nacional de la Historia, I, El Ateneo. Buenos Aires, 1963 págs. 89-148. La bibliografía sobre el tema es amplia. I Roberto Cortés Conde. “Sarmiento and Economic Progress”. pag. 122. 4 En su Nations and Nationalism, Cornell U niversity Press, Ithaca, 1983, Ernest Gellner argum enta p ersuasivam ente en favor del papel crucial jugado por la alta cultura en la formación del nacionalismo. 5 Véase Bunkley, The Life of Sarm iento, págs. 507 y ss. c El Nacional, 21 de noviembre de 1885. Citado en Bunkley, pág. 508 7 El Diario Popular (Salta), 20 de septiembre de 1888, Museo Histórico Sarmiento. 8 La Razón de Montevideo. 15 de septiembre de 1888, Museo Histórico Sarmiento. 9 En At Face Valué, pág. 69. ln Noé Jitrik, El ochenta y su m u n do , Editorial Jorge Alvarez, Buenos Aires. 1968. pág. 68. La frase de Jitrik es “se vive portuariam ente” II En Obras C o m ple ta s, XXXVII, pág. 322. S arm ien to hace este comentario en una carta al Perito Moreno, que también está publicada como apéndice en la edición de Ingenieros de Conflicto y armonías de las razas en América, La Cultura Argentina, Buenos Aires, 1915, pág. 407. 12 Con la palabra “liberal” me refiero a la teoría económica decimonónica que apoya el libre comercio, a la vez que presupone la subordinación a los mercados metropolitanos y la circulación de capital que ellos controlan. El Estado se propone como un garante del comercio libre y la propiedad privada, con la esperanza de atraer inversiones extranjeras y préstamos para promover el desarrollo. 13 V éase David Rock, Argentina 1516-1987: desde la colonización española hasta Raúl Alfonsín, trad. Néstor Míguez, Alianza Singular, Buenos Aires, 1989, cap. 4. Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde citan una cifra más alta: 260.909. basándose en datos de Ernesto Tornquist de 1920. Véase La república conservadora, Paidós, Buenos Aires, 1990, pág. 52. 174

14 Rock, Argentina. 15 Véase Jam es Scobie, Buenos Aires: Plaza to Suburb, 1870-1910, Oxford U niversity Press, Nueva York, 1974, págs. 91-104. 16 Scobie, Buenos A ires, págs. 96-97. 17 E. Gallo y R. Cortés Conde, La república conservadora, págs. 34-35. 18 Véase su State, Power, S ocia lism, NLB, Londres, 1978, pág. 95. 19 Poulantzas, State, Power, Socialism, pág. 97. 20 Véase Néstor Tomás Auza, “Ocupación del espacio vacío: 1876-1910”, en La Argentina del 80 al centenario, comps. G. Ferrari y E. Gallo, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1980, pág. 84. 21 Véase Rock, Argentina, del 80 al centenario, págs. 209-210. 22 Si bien es cierto que Mitre había publicado su Historia de Belgrano en forma señ alizad a en su diario La Nación, la publicación en libro le confiere un carácter por completo diferente. 23 Véase ‘‘La historiografía argentina: treinta años en busca de un rumbo”, en La Argentina del 80 al centenario , pág. 832. u Véase una exposición más extensa del tema en Halperín Donghi, “La historiografía argentina”. 25 Véase José María Ramos Mejía, Las neurosis de los hombres célebres en la historia argentina, precedido de una introducción por Vicente Fidel López, prólogo de José Ingenieros, Talleres Gráficos Argentinos de L. J. Rosso. Buenos Aires, 1927, pág. 12. 26 Ramos Mejía, Las neurosis, pág. 11. 27 Ramos Mejía, Las neurosis, pág. 12. 28 En Obras Completas, XLVI, pág. 293. 29 Véase un útil panorama de la ubicación de Rosas en el discurso literario argentino, en Seminario del Instituto de Letras, Proyección del rosismo en la literatura argentina, Universidad Nacional del Litoral, Rosario, 1959. 30 Véase una perspicaz exposición de este trabajo en David William Foster, The Argentine Generation of 1880: Ideology and Cultural texts, University of Missouri Press, Columbia y Londres, 1990, págs. 68-84. Véase un análisis completo de la obra de Eduardo Gutiérrez y su exitosa relación con su público lector en Adolfo Prieto, El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna. Editorial Sudamericana, Buenos Aires. 1988. 31 Exponer la relación inm ensam ente compleja entre dos textos tan centrales en la literatura argentina quedaría fuera del alcance de este estudio. Véase un atractivo estudio del género en Josefina Ludmer, El género gauchesco: Un tratado sobre la patria. Editorial Sudamericana, B u en os A ires, 1988. G asp ar del Corro ha d ed icad o un libro a la confrontación de las dos obras fundacionales. Véase su Facundo y Fierro, Castañeda, Buenos Aires, 1977. Si hoy Martín Fierro puede ser considerado el otro texto canónico de la literatura argentina, debería notarse que después de un notable éxito de ventas (se vendieron 72000 volúm enes en sie te años, ex clu yen d o las ed icion es c la n d e s tin a s que m ovieron a Hernández a iniciar acciones legales), después de 1880 fue largamente 175

olvidado en las ciudades, desplazado por las publicaciones seriales de Eduardo Gutiérrez. Véase Adolfo Prieto, Sociología del público. Leviatán, Buenos Aires, 1956, págs. 66-67. La resurgencia de Martín Fierro coincide con las celebraciones del centenario en 1910 y con ias conferencias de Leopoldo Lugones, publicadas después en el volumen El payador. No se duda que Hernández escribió su gran poema como un anti Facundo, ni que ha sido visto como un cuestionam iento al programa ideológico de Sarm iento y a su presidencia, pero es útil recordar que detenerse en el contraste entre ambas obras canónicas puede oscurecer las importantes afiliaciones ideológicas entre ellas. Como ha notado Luis C. Bothwell Travieso, Hernández y Sarmiento representan las tensiones internas que existen dentro de la ideología burguesa dominante en el siglo XIX. Véase su “Coincidencias ideológicas entre Facundo y Fierro”, en Casa de las Américas 122, 1980, págs. 35-47. 32 Sobre Solané, véase Fermín Chávez, Civilización y barbarie en la cultura argentina. Ediciones Theoria, Buenos Aires, 1965, págs. 167-174. 33 Domingo Faustino Sarmiento. Conflicto y armonías de las razas en América, La Cultura Argentina, Buenos Aires. 1915, pág. 63. J4 Partha Chatterjee. Nationalist Thought and the Colonial World: A Derivative Discourse, United Nations University, 1986, pág. 2. 35 “Una carta a Mrs. Mann”, en Obras completas, XXXVII, pág. 318. 30 Sarmiento, Conflicto y armonías, pág. 45. 17 Hay cierta ironía en el hecho de que mientras en esta época las ideas de Sarm iento ganan gran influencia, muchas cartas y artículos escritos por él en El Censor y El Nacional en la década de 1880 dan prueba de su descontento con la clase dirigente argentina. Un artículo que apareció en El N a cion a l el 30 de mayo de 1883 es muy elocuente: “Los dandys argentinos toman ... posesión de París. Lo que más distingue a nuestra colonia en París son los cientos de millones de francos que representa, llevándole a la Francia no sólo el alimento de sus teatros, grandes hoteles, joyerías y modistos, sino verdaderos capitales que emigran, adultos y barbados, a establecerse y a enriquecer a Francia.” En una carta al Presidente Avellaneda observa: “...yo estoy hace tiempo divorciado con las oligarquías, las aristocracias, la gente decente a cuyo número y corporación tengo el honor de pertenecer, salvo que no tengo estancia”. (Citado en M ilcíad es Peña, A lbe rdi, S a r m i e n t o , el 90: L í m i t e s del nacionalismo argentino en el siglo XIX, Ediciones Fichas, Buenos Aires, 1973, pág. 63.) En El Censor, en un articulo del 16 de febrero de 1886, hace esta sombría confesión: “Podéis creerme si os digo que éste es el peor pedazo de vida que he atravesado en tan largos tiempos y lugares tan varios, más triste con la degeneración de las ideas de libertad y patria en que nos criamos entonces.” 38 Sarmiento, Facundo, pág. 243. 3ft Véase Stepan, The Idea ofRace in Science: Great Britain 1S00-1960, Archon Books, Hamden, Conn., 1982. Según la autora, el cambio de paradigma está ligado al debilitamiento del monogenismo (que sostenía 176

la idea de que pese a las variaciones en la humanidad había una única especia humana biológica) en favor del poligenismo, con su visión de las razas humanas separadas por profundas diferencias m entales, morales y físicas. Véase especialm ente el Capítulo I: “Race and Return of the Great Chain of Being”. 4" Sarmiento, Conflicto y armonías, pág. 310. 41 Sarmiento, Conflicto y a rm onías, pág. 449. '* Véase Edward Said, Culture and Im perialism , Alfred Knopf. Nueva York, 1993, págs. 58 y ss. 4:1 Véase una atractiva exposición del discurso de los viajeros europeos V sus afiliaciones con el expansionism o occidental en Mary L. Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Routledge, Nueva York, 1992. 44 Sarmiento, Conflicto y a rm o nía s, pág. 124. 45 Véase Conflicto y armonías, pág. 118: “...razas que Dios reserva para mundos futuros, acaso para el que preparan Livingstone, Stanley y Brazza, en el Río Congo, el Zambesi y sus tributarios”. 48 Véase Facundo, pág. 39. 47 Sarmiento, Conflicto y armonías, págs. 103-104. 48 José Ingenieros, “Las ideas sociológicas de Sarm iento”, en Conflicto y armonías, pág. 8. 49 En Sarmiento, Conflicto y armonías, pág. 22. 30 S. Freud, Civilization and Its Discontents, Hogarth, Londres, 1961, pág. 114. 51 En Sarmiento, Conflicto y armonías, pág. 38. 82 Sarmiento. Conflicto y armonías, pág. 40. 83 Citado por José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1987, pág. 202. 84 Angel Rama, La ciudad letrada, Ediciones del Norte, Hanover, New Hampshire, 1984, págs. 90 y ss. 58 Joaquín V. González, La tradición nacional. Librería La Facultad, Buenos Aires, 1912, vol. I, págs. 51-52. En adelante los números de página y volúm enes se indicarán entre paréntesis. 86 “Se habla de ‘tradición inventada’ para referirse a una serie de prácticas, por lo normal gobernadas por reglas aceptadas explícita o tácitamente, y un ritual de naturaleza simbólica, que busca inculcar ciertos valores y normas de conducta por repetición, que automáticam ente implica continuidad con el pasado.” En The Invention of Tradition, Cambridge University Press, Nueva York y Londres, 1983, pág. I. 87 El conocido estudio de Doris Som mer rastrea la relación entre romance nacional y sexualidad. Véase su admirable Foundational Fictions: The National Romances o f Latin America, University of California Press, Berkeley, Los Angeles, Oxford, 1991. 88 Vale la pena citar el párrafo entero porque es realmente una máquina que engendra todo el texto de La tradición nacional: “Si un destello de literatura nacional puede brillar m o m en tá n eam en te en las n u evas 177

so cied ad es am ericanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas naturales, y, sobre todo, de la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia: lucha im ponente en América, y que da lugar a escenas tan peculiares, tan características y tan fuera del círculo de ideas en que se ha educado el espíritu europeo, porque los resortes dramáticos se vuelven desconocidos fuera del país donde se toman, los usos sorprendentes, y originales los caracteres.” 39 González estaba anticipando una estrategia proclamada después por Ricardo Rojas en Blasón de plata, escrito para conmemorar el centenario de la revolución de 1810: “...no he buscado componer una obra doctrinaria, o conceptual o didáctica, sino un libro de pura emoción, que, como los libros heráldicos, reavivase, por la leyenda o por la historia, el orgullo y la fe de la casta”. 60 V éa se m ás sobre e ste tem a en B en ed ict A n d erson , I m a g in e d Communities, especialmente las secciones tituladas “Cultural Roots” y “The Religious Comm unity”. 61 Citado en José Luis Lanuza, Genio y figura de Lucio V. M an silla, Eudeba, Buenos Aires, 1965, pág. 34. Otro texto útil sobre la vida de M ansilla es el de Enrique Popolizio, Vida de Lucio V. M an silla , Editorial Peuser, Buenos Aires, 1954. ,i2 En Augusto Belín Sarmiento, Sarmiento anecdótico, Imp. P. Belin, Saint Cloud, 1929, págs. 177-178. 63 Citado en Lanuza, Genio y figura, pág. 36. 64 Los críticos han mostrado una cantidad de estrategias textuales desplegadas por Mansilla como respuesta al problema del desplazamiento. Para Mirta Stern, está exhibiendo el “trofeo del saber”, “como significante y m etáfora del poder”. V éase su lúcido "'Una excursión a los indios ranqueles: espacio textual y ficción tipográfica”. Filología XX, 1985, págs. 117-138. Para Carlos J. Alonso, la escritura de Mansilla proyectaba “el d e s ig n io del rom an ce de una fa m ilia e x te n s a de u na n a tu r a le z a intensam ente edípica ... donde se retrataba a sí mismo como un efebo escogiendo entre dos figuras paternas surrogantes y conflictivas: Rosas y S arm ien to”. Véase su “Oedipus in the Pampas: Lucio M ansilla’s Una excursión a los indios ranqueles", Revista de estudios hispánicos XXIV, 2, mayo de 1990, págs. 39-50.