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Spanish Pages [232] Year 2022
YUPANQUI La Ruta de l Sol • Odisea en el Oceáno Pacífico
RAÚL DIEZ CANSECO HARTINGER
YUPANQUI
La Ruta del Sol • Odisea en el Oceáno Pacífico
Primera edición, diciembre de 2022 © Raúl Diez Canseco Hartinger Universidad San Ignacio de Loyola Fondo Editorial Av. La Fontana 550, La Molina, Lima-Perú Teléfono 317-1000, anexo 3466 Fondo Editorial Director editorial: José Valdizán Ayala Corrección de estilo: Rafael Felices Taboada Diseño y diagramación: Enrique Bachmann F. Editor de contenidos Luis Alberto Chávez Risco Coordinador de edición José Sotomayor Muñoz Fotografías: Daniel Bacigalupo Raúl Diez Canseco Hartinger Shutterstock ISBN: 978-612-4370-91-5 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2022-02492 Impresión Publicaciones USIL Av. Paul Poblet Lind s/n, Sub Lote B, Parcela 1, Fundo Carolina, Pachacámac. Diciembre de 2022 Tiraje: 500 ejemplares Está prohibida la reproducción total o parcial de las características gráficas de este libro. Ningún texto o imagen contenido en esta edición puede ser reproducido, copiado o transferido -por cualquier medio impreso, digital o electrónico- sin autorización escrita de los editores. Cualquier acto ilícito cometido contra los derechos de propiedad intelectual que corresponden a esta publicación será denunciado de acuerdo al D.L. 822, Ley de los Derechos de Autor de la legislación peruana, así como a las normas internacionales vigentes.
Para mis hijos...
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10 000 leguas de viaje marino Cuatro intrépidos aventureros peruanos recorren el océano Pacífico desde el Callao hasta la isla Nuku Hiva, en la Polinesia, marcando un récord mundial. Y, desde aquí, el capitán de la expedición, Raúl Diez Canseco Hartinger, extenderá la aventura hasta Nueva Zelanda. Una proeza que, 500 años después, sigue la huella del inca Túpac Yupanqui.
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Introducción De cómo uno no busca el mar, el mar te encuentra, te llama, te recibe y acepta.
T
oda mi vida me preparé para este viaje. Ahora que recupero
episodios de mi infancia, veo que hice cosas para ir de la tierra
al mar y pasar cada vez más horas en medio de esa masa azul de agua donde el tiempo no se detiene, sino que parece retroceder y moverse más lentamente.
Al imaginar aquellos viajes, lo más cerca que estuve de mi sueño fue
un globo terráqueo. Antes no era tan fácil encontrarlos y no eran tan
precisos, pero igual me daban una idea clara de los océanos, los mares, las islas y los continentes.
Si bien actualmente se encuentran artefactos de mayor precisión, es
muy complicado señalar la posición exacta del polo norte, que es, en
realidad, un punto teórico. Es la posición cero grados de latitud, pero, a diferencia del polo sur –posición 180 grados, que está sobre un punto
fijo en la Antártida–, el polo norte se posa sobre un casquete de hielo flotante que se desliza continuamente; no tiene un ancla geográfica. Es
una gruesa capa de hielo que, según las más recientes investigaciones, avanza casi 50 kilómetros por año. Llegará
un
momento
en
que
el
polo
norte
se
ubique
georreferencialmente en Siberia. En las próximas dos décadas, hasta
que el polo norte termine de anclarse, las mareas y la geografía cambiarán. Por eso es difícil hallar un mapamundi que indique, con precisión, en qué coordenadas se sitúa cada accidente geográfico.
Siempre me fascinó la esfera terrestre. Uno de mis principales
pasatiempos era mirar cada continente y calcular el punto ubicado en
las antípodas. Lima, por ejemplo, está en las antípodas
velero J-24 usado. Fue la primera vez que mi intención
Trazaba rutas imaginarias con el dedo y unía mares
No sé por qué pensaba que el velero que algún día
de una ciudad en Tailandia.
de compra casi se materializa en la primera visita.
y continentes; salía del Callao, bajaba hacia el sur y
compraría llegaría a mí de la manera más inesperada.
y vientos cruzados y traicioneros; entraba al Atlántico
demoraría sus buenos años. Se trataba de un velero
circundaba el cabo de Hornos, donde habría tormentas
para bordear parte de Brasil y, desde ahí, cruzaba en línea recta a África o me desviaba hacia arriba, a Europa.
En los balnearios de Santa María y San Bartolo pude
conocer a muchos personajes de puerto y de caletas. Recuerdo especialmente a los marineros de lancha,
hombres de tierra y mar, cuyo trabajo consiste muchas veces en transportar naves de diverso calado de un
puerto a otro, darles mantenimiento y conocerlas al
detalle. Con ellos me internaba 5 millas mar adentro
Y en cierto modo fue así, aun cuando su adquisición hecho en astilleros franceses, en La Rochelle, equipado
con la más moderna tecnología que hoy se pueda encontrar en el mercado. Es una embarcación cómoda,
versátil y segura, de 44 pies de eslora, fibra de vidrio, 10 toneladas de peso y un mástil de 20 metros de alto, puesta en venta por un navegante que amaba la
náutica, pero que ya le daba fin a su nave para pasarse a un catamarán.
Una embarcación de tal envergadura me permitiría
para pescar o, simplemente, para probar la máquina.
conocer y filmar una serie de lugares con los cuales, más
altamar para lograr una buena faena.
conferencias contando los hallazgos. A mis 33 años,
Aprendí que el trabajo en equipo es fundamental en Me quedó el espíritu de no doblegarse nunca y de
realizar el máximo esfuerzo para llegar a la meta.
–Para salir a altamar necesitas un bote a vela–, me
dijo, alguna vez, un amigo.
Pensar en grande era meterme de lleno en la náutica, la
verdadera náutica, no la de los botecitos y peque-peques de Pucusana, sino de las embarcaciones con mayor calado acoderadas en La Punta, Callao.
Me propuse comprar un bote a vela de segunda, así
que un día, siguiendo el dato de unos amigos marineros,
que habían logrado traspasar las fronteras de la caleta Embajadores, en Santa María –Sopa y Chamaco–, de San
Bartolo me fui a La Punta, donde un marino ofrecía un
tarde, haría un libro de viajes o una película, o dictaría había descubierto que uno de los nortes de mi vida no estaba en tierra, sino en altamar.
En realidad, no compré un velero; compré un boleto
de vida.
El nombre elegido para el velero fue Speil Vinden. Mi relación con el mar se acrecentaría con el tiempo,
sin que me lo propusiera, pero, al mismo tiempo, preparándome física y mentalmente para lo que sería
una gran pasión en mi vida, y lo que le daría mucho sentido también.
Uno no busca el mar. El mar te encuentra. Te llama. Te
recibe y acepta. Siempre y cuando lo respetes, lo protejas
y lo cuides. Lo que sí nunca sabes es hasta dónde te llevarán sus corrientes y sus vientos.
Índice Introducción
14
El hijo del sol
21
Bitácora del pasado
31
El zarpe
41
Lady Valhalla
50
Rumbo 272
55
Noches marinas
67
El reino de agua
73
El Punto Nemo
83
Hombres de mar y sal
91
Tierra y mar
97
A Nuku Hiva
103
La isla de King Kong
109
¡Tierra, tierra!
115
Un rescate inesperado
125
Rangiroa
133
Mis compañeros de ruta
140
Tahití
149
Moorea, Ua Hine y Bora Bora
157
Atrapados por una tormenta
169
Tonga
177
Historia de esclavos
183
Aotearoa… la tierra de la larga nube blanca
191
Una botella al mar
205
El mar nuestro
211
Epílogo
220
Anexo
224
Referencias bibliográficas
231
Túpac Yupanqui, mascarón de proa del BAP Unión de la Marina de Guerra del Perú.
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El hijo del sol De cómo el inca Yupanqui hizo un viaje en balsa a unas islas muy lejanas en el poniente, y los rastros que dejó esa expedición.
E
l príncipe era intrépido, osado. Un guerrero templado en el campo de batalla. Creció viendo a su
padre −el gran inca Pachacútec− edificar un imperio. Era alto, de buen cuerpo, diestro en el arte de la guerra. Por eso, muchas veces, su padre lo dejaba actuar libremente. Túpac Inca Yupanqui, cuyo nombre significa “el que resplandece”, hacía honor a su identidad. Se asentó al norte, en Cajamarca, y se internó pronto en la selva para conquistar a los chachapoyas, fieros guerreros. Sometió luego a los chimúes y quedó admirado del arte en metales que había logrado ese pueblo. Siguió avanzando y se adentró en Ayabaca donde, tras duros combates, doblegó a los lugareños. Se fue, entonces, un tiempo a Quito para descansar. Cuando regresó, lo hizo por Tumibamba, donde nació su hijo, el príncipe Tito Cusi Gualpa. Halló dura resistencia en el norte. Para derrotar a los huancavilcas, tuvo que dominar los ríos. Allí conoció la utilidad de las balsas y peleó con ellas hasta dominar la región de Manta y Puná. En esta zona se encontró con un grupo de mercaderes que navegaban en balsas mucho más grandes impulsadas por el viento con velas triangulares amarradas a enormes palos. Los tripulantes le contaron que venían de unas islas llamadas Ahua Chumbi y Nina Chumbi, lugares poblados y ricos, allende los mares.
No es difícil imaginar lo que se despertó en la mente del
joven guerrero Túpac Yupanqui, vencedor de cientos de batallas, conquistador de nuevas tierras, jefe del ejército
y sostén del imperio. El joven inca mandó a construir las balsas que fueran necesarias para emprender la
aventura y, con un ejército de soldados cuidadosamente escogidos, zarpó al mando de una flotilla de naves que se internó en el Pacífico.
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si este
viaje realmente se realizó o si solo es un recuerdo que el tiempo ha convertido en leyenda. Pero lo cierto es que,
cuando los hombres de Castilla llegaron al viejo reino
del Pirú, los naturales hablaban con asombro y orgullo de este viaje fabuloso al mando de Túpac Yupanqui, que salió de estas tierras, cruzó el gran océano y regresó victorioso tras encontrar otros pueblos y culturas.
El viaje duró un año o más y, a su regreso, el inca trajo gente de piel oscura, oro, una silla de latón y un pellejo y quijada de caballo. ¿A dónde llegó Túpac Yupanqui? Hasta hoy se discute la ruta, la llegada e, incluso, la posibilidad de que el viaje pueda haberse realizado. Así de imposible parece la aventura de un hombre cuando se miden los retos que implica el desafío, pero se presta menos atención al espíritu emprendedor, a la capacidad del ser humano para realizar proezas con solo proponérselas y tener el coraje de llevarlas adelante.
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Cerámica mochica El joven inca Túpac Yupanqui mandó a construir las balsas que fueran necesarias para emprender la aventura y, con un ejército de soldados, zarpó al mando de una flotilla de naves que se internó en el océano Pacífico.
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El cronista Miguel Cabello de Balboa relata el uso de balsas en la costa ecuatorial hechas de palos livianos atados fuertemente unos contra otros que llevaban sobre la cubierta “cierto tablado de carrizos”.
Lo más probable es que Túpac Yupanqui no llegó a
Galápagos, como sostienen algunos historiadores, debido a que en ese momento esta era una isla deshabitada.
Soy de los que creen, como Sarmiento de Gamboa o
Cabello de Balboa, que Yupanqui no solo hizo el viaje,
por la corriente de Humboldt que discurre de sur a norte, o marquesianos, si vinieron guiándose por la contracorriente ecuatorial de norte a sur.
Como bien señala Hughes en su interesante libro
sino que llegó más allá de las rutas costeras comerciales
Atando cabos, no hay duda de que un viaje entre el Perú
Nuku Hiva, la misma isla a la que arribaríamos nosotros
vientos alisios del sur que lo hacen en la dirección de
vientos alisios del sur y por la corriente de Humboldt.
la Atlántida, y circula por la costa peruana de sur a
conocidas en aquel entonces; llegó a la Polinesia, acaso a
y Polinesia (y viceversa) es técnicamente posible. Los
después de navegar durante 25 días empujados por los
este a oeste y la corriente de Humboldt que viene desde
El contacto entre las costas americanas y la Polinesia
por supuesto existió. El cronista Pedro Gutiérrez de
norte, ayudan a sostener esta idea.
Además, la corriente ecuatorial que viene del norte
Santa Clara recogió un relato sobre la llegada de
se encuentra con la corriente de Humboldt alrededor
las corrientes marinas y los vientos al continente
al poniente. El momento más crítico que tienen
“Topa Inga Yupangue”. La historia refiere la llegada de
americanas hacia la Polinesia es cuando ocurre el
arribaron en unas balsas muy grandes, hechas de cañas
la de invertir el sentido de las corrientes.
náufragos oceánicos, gente que llegó arrojada por
de Cabo Blanco enrumbando también con dirección
sudamericano, precisamente en el tiempo que reinaba
los navegantes para no intentar salir de las costas
indios gigantes, de diferente “altura y grandeza”, que
fenómeno El Niño, que entre sus particularidades tiene
y maderas secas, con unas velas latinas triangulares, desde donde se pone el sol.
Esta narración es confirmada por otros cronistas y
describe bien la primera impresión que pueden causar
los polinesios: indios gigantes, lampiños y diestros en el arte de pescar con redes y aparejos. Ellos se asentaron
en estas tierras y eran muy hábiles con las manos,
labrando huesos y todo tipo de madera, como lo son sus descendientes hoy en día.
El relato del cronista podría ser el naufragio de una
expedición procedente de Oceanía oriental; es decir, una expedición de navegantes polinesios extraviada en
nuestras tierras. Pudieron ser tuamutuanos, pitcairnos o pascuenses que llegaron a estas costas empujados
El viaje de Túpac Inca Yupanqui a dos islas situadas
muy lejos –con dirección oeste– era, pues, perfectamente posible.
Un detalle adicional: en ese momento, los polinesios
tenían la técnica naval para emprender viajes transoceánicos; eran hombres ligados al mar que descubrieron
información
proporcionada
por
el
movimiento de las estrellas, las corrientes marinas,
la temperatura del agua, el vuelo de las aves y el comportamiento del viento. ¿Aprendió el joven príncipe
la técnica polinésica de navegación ultramarina? ¿Encalló alguna nave polinésica por estas tierras y
enseñaron a los habitantes precolombinos de entonces sus técnicas de navegación oceánica?
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Cuando los hombres de Castilla llegaron al viejo reino del Pirú, los naturales hablaban con asombro y orgullo de este viaje fabuloso al mando de Túpac Yupanqui, que salió de estas tierras, cruzó el gran océano y regresó victorioso tras encontrar otros pueblos y culturas Hay que considerar además el carácter de líder
de Túpac Yupanqui que remarca Sarmiento.
Un tipo de ánimo y pensamientos elevados,
que no estaba satisfecho con sus conquistas en tierra. Nada parecía llenarlo. Su sed de gloria lo desbordaba. En la crónica de su viaje, el joven
inca es presentado como un líder osado, pero al mismo tiempo previsor, algo desconfiado, calculador.
De buenas a primeras no creyó en lo que
le decían los navegantes que llegaron en las
balsas gigantes. Entonces llamó a un adivino de su confianza, Antarqui, y le preguntó si lo
que decían los mercaderes flotantes era verdad. Source: perufolklorico.blogspot.com
Después de pensar bien, el chamán respaldó el relato de los tripulantes. Y fue allí que Túpac
Yupanqui se convenció y se alistó para ser el primero en realizar el viaje por mar al oeste.
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El cronista Miguel Cabello de Balboa también relata el
pero no terminó la obra y dejó solo un muro de
embarcaciones seguras y acomodadas, hechas de palos
Tawantinsuyo, que se puede ver hasta hoy retomando
uso de balsas en la costa ecuatorial. Él las describe como livianos atados fuertemente unos contra otros que llevaban sobre la cubierta “cierto tablado de carrizos”. Pocos años después de este relato apareció la Historia General del Perú, de Fray Martín de Murúa, que refuerza
la narración del viaje de Túpac Yupanqui a las islas Ahua Chumbi y Nina Chumbi.
ingeniería y belleza similar a las edificaciones incas del
el camino de regreso al continente. ¿Dejó un muro
inca a medio construir? No era ese el espíritu de Túpac Yupanqui, el de dejar las cosas a medias. Quizás el jefe
inca no quiso levantar un edificio, sino solo enseñar la técnica de construcción.
En otra isla cercana, Mangareva, perteneciente a las
En su libro Túpac Yupanqui. Descubridor de Oceanía,
Marquesas, existe hasta hoy la leyenda de un rey que
con más detalle a esta fascinante hazaña. Él reúne más
cerámicos y de orfebrería, objetos de piedra labrada y
el historiador peruano José Antonio del Busto se refiere
de 30 evidencias que destejen el mito para dejarnos con
la posibilidad real de que el viaje a la Polinesia hubiese sido realizado.
Túpac Yupanqui –sostiene Del Busto– conquistó más
que Alejandro Magno. Con 120 embarcaciones y un ejército, el joven príncipe inició su aventura dirigiéndose hacia estas dos islas, que se tratarían de Mangareva y
Rapa Nui (Isla de Pascua), aunque también llegaría a Nuku Hiva, en el archipiélago de las Marquesas.
Como para reafirmar la palabra del historiador, en
Nuku Hiva sobrevive la historia de un jefe llamado
Tupa que llegó del este a bordo de unas embarcaciones a vela, y que intentó construir un edificio de piedra,
llegó del este en balsas con doble vela y que trajo objetos rica textilería. Incluso hay una danza en su nombre en la que los hombres bailan con una máscara de madera que les cubre el rostro.
En Rapa Nui o Isla de Pascua se halla en pie una construcción de bloques de piedra basáltica trabajada al estilo inca llamada Vinapú. ¿Otra señal dejada por el inca para marcar su presencia y técnica en construcción? Quién sabe. Aunque lo deslumbrante es también otra leyenda de un personaje que llegó a esas tierras. No se tienen muchos datos de él, pero la memoria colectiva grabó su nombre y lo mantiene vivo hasta hoy. Le llamaron Mahuna-te Ra’a, que en el lenguaje local quiere decir: “El hijo del Sol”.
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Los viejos navegantes cruzaron los siete mares con pocos instrumentos, una brújula, el sextante, un astrolabio y una gran capacidad de observación y comprensión del movimiento de las estrellas.
Bitácora del pasado De cómo recorrí la costa del Perú, crucé el Atlántico, maté una paloma y eso tuvo su consecuencia.
E
s fundamental anotar que, antes de pensar en
cruzar el océano madre, el Pacífico, nos preparamos
a conciencia. Hacer un viaje que dura más de una semana sin contacto con tierra te lo exige.
En muchos aspectos, un viaje de esa naturaleza
es conocerte a ti mismo. Poco a poco, los distintos tripulantes que me han acompañado a lo largo de las
diferentes travesías fueron adquiriendo destreza en el
Las primeras exploraciones marinas las hice siguiendo
la ruta de los antiguos peruanos; esto es, navegar de sur
a norte surcando el litoral y conociendo los hermosos puertos y caletas que tenemos, algunos escondidos entre los riscos y acantilados, que mantienen la riqueza
hidrobiológica que nos ha permitido vivir y nutrirnos por generaciones.
El Callao es, la mayor parte del tiempo, una piscina
manejo de los instrumentos y aparejos de navegación.
inmóvil. Tienes que salir 10 millas mar adentro para
experiencias de viaje y las recomendaciones de viajeros
travesía. Esta característica lo hace uno de los puertos
En ese camino fueron vitales la biblioteca sobre fogueados sobre cómo organizar el tiempo durante
la travesía, distribuir tareas y revisar los aspectos
mecánicos y funcionales de la nave; también, el aprender a leer mapas cartográficos y tener conocimientos
básicos de orientación a través de la observación de las
hallar los primeros vientos que te lleven por una larga
más seguros del mundo, además de su profundidad de calado, la mayor en la franja costera sudamericana y un poco menor que la hoya de San Francisco.
Una vez que encuentras los vientos y maniobras con
estrellas, el comportamiento del clima y el viento. Los
ellos, puedes serpentear la costa peruana ayudado por
tecnológicas, aplicaciones y páginas web especializadas
agua que marcan zonas y rutas muy bien definidas que
conocimiento del mundo náutico.
como se demuestra en los dibujos en frisos de centros
tiempos actuales nos ofrecen además herramientas
corrientes marinas que son como carreteras o ríos de
con toda la información necesaria para adiestrarse en el
conocieron y dominaron nuestras antiguas culturas,
Pero tan esencial o más, incluso que la documentación,
es la preparación en la práctica. El lanzarse a navegar.
ceremoniales y en los innumerables y bellos objetos de uso
diario de las culturas Paracas, Chincha y Moche-Chimú, en el mundo precolombino.
Al llegar a Paita, en Piura, te encuentras con los
vientos y las corrientes que te empujan en dirección
velero por ambas costas del mar Mediterráneo con una
cómo la realidad geográfica se define también por
navegar pegado a la costa donde, en el peor de los casos,
270º hacia la ruta del sol. Es maravilloso comprobar
las características climáticas. A esa altura, cerca del
Ecuador, se juntan las corrientes de Humboldt y El Niño, generando una biodiversidad que aún estamos
descubriendo y respetando, pero que no hemos aprovechado en todo su esplendor.
Una vez que estás en el Ecuador, no hay forma de que
no navegues hasta Galápagos, las islas donde Darwin descubrió su teoría de la evolución. Llevé el Speil Vinden a Galápagos, una ruta que empezaba a conocer. El velero se comportó muy bien técnicamente y, al mismo tiempo,
sentía cómo navegaba con mucha confianza. El barco sabía que su destino eran las alturas del mar, antes de que lo supiera yo.
La costa peruana y las Islas Galápagos me enseñaron
nave que empezábamos a conocer, pero con la ventaja de
hallas una caleta o puerto cada 10 kilómetros. No hay forma de que corras peligro o naufragues caleteando de esa manera.
En aquel viaje probamos nuestras habilidades y
destrezas para maniobrar de día y de noche, trabajar en equipo, hacer guardias de 2 a 3 horas. Teníamos celulares con alcance satelital, laptops y tablets con programas
de navegación en línea como Navionics, que nos fue de mucha utilidad. También nos aprovisionamos de cartas
náuticas en físico, brújulas y binoculares porque, por más tecnología que exista, un navegante no se arriesga
a efectuar una travesía mediana o larga si antes no ha revisado sus cartas con coordenadas.
Además de toda la tecnología, me acostumbré a
a respetar el mar, a disfrutar de sus atardeceres, pero
escribir de puño y letra, en papel y tinta, las coordenadas
su ecosistema. Pasar por las caletas y ver en sus orillas las
cruzaron los siete mares con pocos instrumentos, una
también a pensar en todo lo que le debemos al océano y a
siluetas de los pescadores tirando sus últimas redes para capturar el alimento diario, y más al norte encontrarte
con los caballitos de totora bamboleándose sobre las olas,
reconfortaban mi espíritu. El mar es fuente de alimento,
lo ha sido siempre, y es responsabilidad de nuestra generación, y de las futuras, trabajar para que siga siéndolo. Luego de cruzar en paralelo la costa pacífica, decidí
“x” e “y”, a la antigua, como los viejos navegantes que
brújula, el sextante, un astrolabio y una gran capacidad
de observación y comprensión del movimiento de las
estrellas. En la noche más oscura, cuando hasta la luna oculta su rostro, las estrellas se convierten en verdaderas
señales de fuego que marcan el camino y guían tus pasos. A menos que estés en el medio de una tormenta. Terminada
esa
primera
vuelta
por
el
mar
que mi próximo viaje sería al otro lado del globo. Un
Mediterráneo, pensé que había llegado el momento de
haría más tarde hacia la Polinesia. El siguiente tramo
aquí salieron, en el siglo XV, esas portentosas naves
viaje de mayor envergadura, estación temprana del que de preparación sería cruzar el Atlántico y unir su costa
mediterránea saliendo de la ciudad de Civitanova, Italia, para culminar en Barcelona, España. Un viaje de aprendizaje en todos los sentidos.
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Diez días duró esta primera gran travesía. Un cruce a
conquistar un segundo hito: cruzar el Atlántico. Desde
portuguesas, españolas, italianas, inglesas –cada cual
con su estilo y características propias–, para cruzar este océano y encontrar, al otro lado, un continente lleno
de vida, con civilizaciones que lograron un desarrollo
pone a prueba su resistencia y, en caso extremo, temes
el mismo desarrollo del hombre como especie: grupos
propios miedos, vencer tu miedo a morir.
autónomo, con otro tipo de cultura y ética, que siguieron
de cazadores-recolectores que, después, con el desarrollo
de la agricultura, construyeron ciudades gobernadas
que puedas zozobrar. El verdadero reto es controlar tus
Una tormenta es lo más parecido al caos. Las aguas se
por castas sacerdotales y clanes familiares divinizados
encrespan y arremeten por todos los flancos, zarandean
producto de guerras y acuerdos, devino en imperio.
solo de frente, sino de costado, generando un torbellino
que organizaron sus ejércitos y edificaron el estado que,
En este cruce me acompañaron Augusto Navarro,
experimentado
navegante
y
mentor,
y
Ricardo
Garrido, exmarino. Ambos muy conocedores del arte de la navegación. Ninguno habíamos cruzado antes
el Atlántico, así que nos enrumbamos con mucho entusiasmo. Y nadie lo iba a decir: nerviosismo.
En el Atlántico pasé mi primera tormenta. Es un
momento decisivo en la vida de mar. Una tormenta te enfrenta a los peligros físicos de arriesgar la embarcación,
la nave como una hoja en el viento; la lluvia viene no en el que las velas no sirven. Por el contrario, deben ser achicadas o rizadas lo más pronto posible para evitar peores consecuencias.
En ese primer cruce del Atlántico viví una experiencia
intensa para una persona que se inicia en las artes de la navegación: quedar herido en altamar y decidir si
terminas la expedición y vuelves a tierra para atenderte o si, en verdad, decides recuperarte descansando en tu guarida hasta recobrar todas tus fuerzas. Hice esto
último cuando una de las velas mayores giró en medio
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En la noche más oscura, cuando hasta la luna oculta su rostro, las estrellas se convierten en verdaderas señales de fuego que marcan el camino y guían tus pasos
del descalabro que había generado la tormenta y mi
cabeza fue bateada de un lado al otro por la base del palo
repasando segundo a segundo el episodio. Perdí tanta
mi cuello lo impidió. Sentí que se me había salido la
y parecía que no tenía rostro. Yo creo que esa fatalidad
mayor que, si no me la arrancó del cuerpo, fue porque mandíbula con el golpe.
Empecé a reconstruir cómo habíamos llegado a ese
momento. El mar estuvo en calma el día anterior.
sangre que durante horas no sentí mi cara. Me tocaba fue una represalia, una venganza, frente a nuestro mal comportamiento con la naturaleza.
Ese día, horas antes de que ocurriera el accidente, maté
Habíamos partido de Palma de Mallorca, sin novedades
una paloma que había llegado a la embarcación. No me
la nave. Nuestra idea fue continuar hacia Canarias
días del continente. No tengo una explicación. No era
de clima en el camino. Paramos en Almería para revisar y, de allí, seguir por el Atlántico, con viento de popa. Todo parecía desarrollarse según lo planeado, pero no
por gusto existe el dicho de que la calma precede a la tempestad.
Esa misma noche, los vientos arreciaron con fuerza.
Calculamos unos 50 nudos de intensidad. En tales condiciones, el protocolo indica que se deben achicar las velas. Sin embargo, no lo hicimos a tiempo y, con esa
pregunten cómo una paloma apareció estando a cinco una gaviota o un piquero o un ave marina, que viven
en el océano, conocen hasta dónde alejarse y pueden cruzar grandes distancias aprovechando el impulso
de las corrientes de aire. No. Esta ave que llegó al Speil Vinden era una común y silvestre paloma de tierra.
Aterrizó de pronto en el velero, su único punto de apoyo en kilómetros a la redonda.
Al comienzo fue entretenido ver a la paloma y
fuerza del viento, todo se complica. No logramos bajar
preguntarnos cómo había llegado; incluso traté de
situación así puede llevar a tensar demasiado el mástil
pico extremadamente abierto, señal de que o estaba
la vela con la velocidad adecuada, y forzarla en una y, eventualmente, quebrarlo. Esa fue una noche chúcara
con una gran presión barométrica que hacía girar la vela como una guillotina de un lado al otro. En uno de
esos pases, mientras jalaba unos cabos, la vela encontró
mi frente y me la abrió como si fuera un coco. Fue mi bautizo como marinero de altamar.
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Mientras me recuperaba, tirado en mi litera, iba
darle agua porque la veía con los ojos inyectados y el
sedienta o estresada, o ambas cosas. En una de sus patas tenía un número de serie, por lo cual pensé que antes había sido capturada por el hombre y formaba parte de
algún estudio, tal vez para conocer sus rutas de vuelo, su comportamiento, su forma de alimentarse o sus condiciones de vida.
Bitácora de viaje.
Entonces, lo que al inicio había sido divertido se
La paloma se convertía ahora en un agente invasor,
transformó en una señal de preocupación. Vimos que
un factor de contagio que podía traer consecuencias.
sus ojos se salían de las órbitas. Aleteaba de manera
lo que menos quieres. Así que decidimos ahuyentar a
la paloma se tornaba agresiva. Chillaba y parecía que desacompasada y se empezó a rascar con insistencia. ¿Y si era parte de un experimento médico? ¿Si estaba
enferma? ¿Si le habían inyectado algún químico o virus probando alguna vacuna? Sabemos que las palomas son agentes transmisores de muchas enfermedades,
algunas graves que atacan el cerebro, pero también son plumíferos alérgenos, y allí estaban las historias de
marineros enfermos de meningitis por el contagio con heces de aves.
Y pescar una enfermedad en plena travesía marina es la paloma. La espantamos una y otra vez pero, terca,
regresaba al bote. En una de esas idas y venidas, cogí un palo de escoba y le empalmé un golpe como de béisbol. No pensé que iba a darle directamente, sino asustarla. La paloma cayó al mar y ya no pudo levantar vuelo.
Fue esa noche que rompió la tormenta y me cayó el
brazo del mástil en la cabeza. Siempre he pensado que fue el espíritu de la paloma cobrando su venganza por haberla sacrificado en altamar.
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¿Qué llevó al inca Túpac Yupanqui a tomar la decisión de ir más allá de lo posible? Es algo que han buscado todos los pueblos en algún momento: superar las fronteras, enrumbar a lo desconocido.
El zarpe De cómo nos preparamos para zarpar y vivimos ese momento único. ara navegar no solo se necesita una embarcación
P
interior, que ha llegado el momento de arrojarse a la
voluntad y el arrojo de hacerlo. Tiene que existir un
lejano? ¿Qué lo llevó a tomar la decisión de ir más allá
un deseo por conocer e investigar. Más que un espíritu
en algún momento de su historia. Ir más allá del límite.
y puntos de referencia sino, principalmente, la
impulso mayor para ir más allá de los límites permitidos,
de aventura, tiene que existir pasión por enrumbarse a
lo desconocido. Y, al mismo tiempo, el anhelo presente de ser el primero en lograr algo en la vida, que pueda
mar. ¿Qué habría pensado Yupanqui al ver el horizonte de lo posible? Es algo que han tenido todos los pueblos Superar las fronteras. Enrumbar a lo desconocido.
En nuestro caso, ese llamado lo sentí la última semana
ser replicado o de algún valor para otros. La navegación
de mayo del 2019. El verano se despedía con lentitud de
circunstancias. Todos los viajes son únicos. En este caso,
pero sostenida, y las noches se volvían más frescas.
es así. Es única. Nadie navega jamás bajo las mismas seríamos los primeros en navegar sin parar hasta Nuku Hiva, 4300 millas náuticas en línea recta.
Se puede consultar reportes climáticos, ver mapas
cartográficos y calcular el día del zarpe, pero la decisión
final para levar anclas, fijar velas y enrumbar la nave siempre será algo más que un conjunto de cálculos racionales.
Juega mucho lo emocional, el pálpito, esa orden tipo
comando que tienen las tortugas cuando salen del cascarón y se mueven de forma instintiva, sin importar
obstáculos ni peligros, en busca de la orilla para
internarse en el océano. El zarpe es un momento único, misterioso, que decodificas y te avisa, como una fuerza
Lima, los vientos empezaban a aparecer de manera suave,
La tripulación estaba conformada por grandes
aventureros dispuestos a compartir este sueño.
Unos días antes de la salida, mi padre, mis hermanos
y algunos familiares prepararon una pequeña misa
para bendecir el velero y las cartas de navegación. Fue
un momento especial, unidos todos en oración. Un
sacerdote dijo unas palabras recordando la creación y pidiendo al Señor que nos acompañara en el viaje.
No faltó la bendición con el agua bendita y el “que
Dios los acompañe”.
El valor de una embarcación se mide por su
tripulación. Se puede tener la mejor nave, el mástil más
alto, las mejores velas, la quilla más resistente, pero sin una tripulación adecuada no hay forma de llegar a puerto seguro. Eso se aprende cuando la nave se lanza a la mar.
El Speil Vinden fue acondicionado para soportar con éxito la ruta
desde el Callao hasta las Islas Marquesas, en un viaje ininterrumpido
que debería ser de 30 días. Fue la primera decisión que se tomó porque, para este tipo de cruce, la nave debía estar a punto, trabajando 100 por ciento en equipos e instrumentos.
Al caer los primeros rayos del 2019, estaba todo decidido. Zarparíamos
ese otoño. Para entonces ya le habíamos efectuado algunos arreglos
adicionales al velero. Le colocamos un techo de lona para soportar de mejor forma el sol a plomo que te cae cuando estás en altamar; le
instalamos una cadena de frío que permitió mejorar el rancho y darnos,
por momentos, algunos pequeños lujos, como guardar jugo de limón en
hielo para un futuro, o arreglar la cocina, que siempre es un problema cuando preparas alimentos sobre una plataforma bamboleante.
El peso máximo del Speil Vinden es de 2.5 toneladas pero, cuando
zarpamos, el peso fue de aproximadamente 3.5 toneladas, una tonelada
de más por todo lo que llevábamos por precaución, calculé que en una semana estaríamos en 2.5. Primero guardamos el agua en cada espacio
que encontramos; era imprescindible ya que no contábamos con equipo para desalinizar el agua. Conversando con la tripulación, calculamos
entre 2 y 2.5 litros de agua diarios por persona y 4000 kilocalorías de
alimentos al día. Llevamos jugo de limón congelado y cerveza. También nos abastecimos con lo que yo llamo “comida de respeto” o alimentos
para ardillas, es decir, frutos secos: almendras, nueces, cashews; también, manzanas y mangos. Todo en bolsas selladas de un kilo. El
freezer nos permitió llevar una exquisitez, comida peruana casera
sellada al vacío: asado con puré, arroz con pollo, olluquito, ají de gallina, locro. Un manjar de los dioses, aún mayor cuando estás en altamar.
Conformamos la tripulación cuatro tripulantes, quienes proveníamos
de diferentes puertos o balnearios donde nos habíamos iniciado en la
vida marina. Yo lo hice desde mi infancia en Santa María, San Bartolo y Pucusana.
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Los expedicionarios, Augusto Navarro, Raúl Diez Canseco, Daniel Bacigalupo y César Chávez.
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En el bautizo del Speil Vinden con Daniel Bacigalupo, mis hermanos Ignacio y Cristóbal, mi tío Daniel, mi padre Raúl Diez Canseco y el sacerdote invitado.
Augusto Navarro, navegante de La Punta, se sumó con
Uno de los primeros anotados para la expedición fue
entusiasmo desde el inicio a esta misión como valioso
José Mendoza. Trabajaba cinco años con él y era quien
su gran experiencia en navegación y conocimiento
capitán. Yo navegaba y trazaba la ruta a distintos puntos
a otro, podía pasar de La Punta a cualquier punto de
José. Lamentablemente, por una severa apendicitis poco
tripulante en nuestra expedición por el Pacífico, por técnico. Muy dedicado a transportar naves de un puerto la costa este u oeste de los Estados Unidos, llevando
embarcaciones a Portland, San Francisco o La Florida sin problemas. Se conocía todas las caletas y puertos del Pacífico y, lo más importante, había navegado en ellos.
Daniel Bacigalupo, el más joven de la tripulación,
proviene de Punta Negra, balneario con feeling de
mejor conocía el Speil Vinden, excelente marinero y
del país, pero el que conocía al detalle la máquina era tiempo antes de la partida, no pudo acompañarnos.
Se decidió continuar con la travesía, que se convirtió
en un viaje de cuatro navegantes decididos a todo.
Con los pasaportes y las visas francesas que obtuvimos,
no había vuelta atrás. En los siguientes días hicimos
ola achorada, marisquera. Él es un eximio tablista y
ejercicios de salida; repasamos y revisamos, una a una,
el único que no tenía experiencia en viajes marinos de
esos días terminaríamos por fin los preparativos para
cineasta. Su vida está ligada al mar y los tubos, pero era
todas las funciones del velero, imaginando que uno de
larga duración. Sin embargo, desde el comienzo tuvo
internarnos en este viaje hacia el centro mismo del
la decisión de convertirse en el documentalista del
grupo, cosa que finalmente ocurrió. Su tarea sería no solo manejar la cámara de filmación, sino los drones
con los que capturamos escenas invalorables. La documentación visual del viaje era uno de los objetivos
más importantes. Por esa razón usé el último iPhone y la Go Pro.
César Chávez es de Ancón, donde hay mucha vida
náutica, especialmente en los veranos. La bahía es
excelente para botes. Seguramente César, a los 10 años,
ya estaba en una lancha, después subió a un velero, luego pasó a un yate, hasta que hizo su primer cruce
en el Atlántico contratado por un francés. César puede
vivir en un bote un mes, sin bajarse. Es bravo, hombre de mar que entre varias habilidades tenía, además, la
de cocinar. Era el asistente perfecto de todo navegante: fuerte, rápido, diligente.
Pacífico.
El sábado 25 de mayo, a las 5:30 de la tarde, la tripulación
de navegantes amigos zarpó desde La Punta a bordo del Speil Vinden. Varios meses de preparación se resumieron en aquel momento.
Ese día estuvimos desde temprano en el Yacht Club de
La Punta. Allí almorzamos. Se notaba un clima especial
en el ambiente. Y no lo digo por la temperatura sino porque, al haber coincidido nuestra partida con una
regata internacional, la sensación era positiva, optimista
y muy emotiva. Los deportistas y sus familiares vivían
el momento, celebraban, reían. Pero todos, de rato en
rato, dirigían sus miradas hacia nosotros, algunos sorprendidos, otros preocupados.
Los cuatro ‘piratas’ del Perú estábamos a punto de
iniciar nuestra más grande aventura.
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...salimos despacio de la rada, donde los barcos anclados nos despidieron haciendo sonar sus bocinas. Un grupo de amigos que participaban en la regata nos acompañó hasta la salida... luego nos quedamos solos
–Esos van a salir–, murmuraban en el club. “Esos” éramos nosotros. Navarrito, Chávez, Baci y
yo. Esperamos a que los últimos vientos se templaran para irnos. Nos despidieron los miembros del club y los
regateros. Mi madre estaba naturalmente preocupada con el viaje, considerando la ruta y soledad de la travesía. No acudió ese día. Tampoco mi padre.
Abordamos el Speil Vinden; los veleros de la regata
internacional se colocaron a nuestro costado y nos acompañaron durante una hora. A su manera nos
desearon “Buenos vientos”. Prendimos el motor y
salimos despacio de la rada, donde los barcos anclados
nos despidieron haciendo sonar sus bocinas. Un grupo de amigos cercanos, quienes participaban ese día en
la regata, nos acompañó hasta la salida... luego nos quedamos solos.
A unas cuantas millas levantamos primero una vela,
luego la otra. Tras 2 o 3 horas de viaje, con unos 10 nudos de viento y con un frío soportable, la costa empezó a
Volteé para no perderme ese instante. Lo había sentido de niño, cuando me interné en un botecito en Santa María. Las olas te mecen a un ritmo suave, constante; subes y bajas. El velero era un punto en el vasto océano. El cielo gris de Lima se extendía a lo ancho de su costa. ¿Qué nos esperaba en esta travesía? ¿Estaríamos preparados para este viaje? ¿Qué enseñanzas obtendríamos? ¿Cómo hizo Túpac Yupanqui para asumir su propio reto? Muchas preguntas se cruzaban en aquel momento. Algunas tendrían respuesta al final del viaje. Por ahora, a medida que nos alejábamos, la costa se iba adelgazando hasta ser solo un filamento marrón que desapareció ante nuestros ojos, y lo único que ves, entonces, es el mar. “Cada quien elige su camino o su destino”, pensé, mientras el graznar de las gaviotas nos avisaba que nos internábamos en su ambiente.
desdibujarse.
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Lady Valhalla De cómo una talla de madera se convirtió en nuestra figura protectora. l mar no tiene género. Puede ser el mar o la mar.
E
el pelo al viento y pechos prominentes. Los navegantes
Ambas formas son aceptadas por la Real Academia
de entonces las ponían como mascarones de proa, pues
Española. Algo similar ocurre con las embarcaciones. En
pensaban que era una forma de intimidar a las otras
términos generales, pertenecen al género masculino: el
mujeres que aparecían en el mar, sirenas encantadas,
barco, el bote, el velero. Pero, una vez que se desplazan
que podían perderte en las profundidades. Tener una
en el agua, todos, sin excepción, son unas damas, unas
efigie de mujer como mascarón de proa era como decirles
ladies, que navegan por aguas tranquilas o encrespadas
a esas hechiceras: “No nos engañan. Acá tenemos nuestro
y que apuran el paso ya sea impulsadas por los vientos o
propio espíritu femenino”. En aquella época, subirte a un
por las corrientes marinas.
barco vikingo era encomendarte a Dios, al Valhalla, un
En la relación entre el hombre y el mar existía la idea de que más allá de los confines marinos vivían monstruos
lugar lleno de mujeres hermosas, fiestas, licor, música y diversión.
colosales y míticas mujeres –mitad humanas, mitad
Me identifico mucho con los vikingos tal vez por mis
peces– que seducían a los marineros con sus encantos y
raíces. Mi apellido materno, Hartinger, proviene de allí: es
sus voces: las sirenas.
de origen sajón-bárbaro. Hart significa corazón y además
Quizás para no sucumbir a tanta belleza, o para rivalizar con ella, las primeras embarcaciones llevaban en su proa figuras de mujeres bellamente esculpidas en madera, por lo general de pelos ensortijados, peinados por el viento. Eran bustos que rompían las olas y
duro, fuerte. El primer video que hice lo llamé The Winds of Valhalla (Los vientos de Valhalla). Por este motivo también escogí bautizar al velero como Speil Vinden, palabras que en antiguo noruego significan “Espejo de viento” o “En busca de tu destino”.
simbolizaban la identidad de la nave. Con el tiempo, estas
Si el nombre de la nave representaba su naturaleza, el
figuras fueron complejizándose y pasaron a representar
mascarón de proa simbolizaba su espíritu. Eso era Lady Valhalla para el Speil Vinden. Representa el espíritu vikingo del velero. La llevamos adherida al palo mayor como señal de que su belleza nos mantendría inmunes a los encantos que pudiéramos encontrar en el cruce del Pacífico.
ideas de todo tipo: batallas, creencias religiosas, actos heroicos, virtudes y sueños. Los barcos más antiguos que se han podido rescatar conservan mascarones de proa con figuras de mujeres con
La encontró Baci en una tienda de antigüedades junto a espejos de bronce atacados por la humedad y a decenas de objetos diversos que en algún momento tuvieron su época de gloria adornando un gran salón. Era la talla de una mujer, finamente pintada, con el brazo levantado y el rostro iluminado por una belleza congelada en el tiempo. Su nombre fue puesto en honor al olimpo vikingo. Por un momento pensé que no nos acompañaría, debido a que habíamos estoqueado la nave con abundante carga, pero la verdad es que no había manera de dejarla con esa mirada serena que sigue irradiando. Las últimas cosas que embarqué fueron mi bitácora y decenas de cajetillas de cigarrillos. No es que fumara tanto. Tiene que ver con lo que me dijo una francesa con la piel y el rostro de haber vivido en el mar más años que en tierra firme, con la que me encontré poco antes de cruzar el Atlántico en Las Palmas de Gran Canaria. Su voz era ronca, casi el estruendo de un bronco marinero. Recuerdo haberle preguntado qué me recomendaría llevar en un viaje de dimensiones colosales como es cruzar un océano. Ella pensó un momento y, después de mirarme achinando un poco los ojos, me dijo: –Lleva cigarros. En los puertos del mundo, el cigarro es como una moneda, un bien de intercambio. Fue un gran consejo. Me sirvió en muchas de las paradas que hicimos en las islas polinésicas. En la posición en que fijamos a Lady Valhalla, ella siempre miraba hacia el oeste. Sus ojos se encendían con el último arresto solar. Cuando partimos, nada hacía suponer que su destino no sería retornar con nosotros, sino quedarse en una isla. Tal vez fue porque su espíritu deseaba reencontrarse con sus antepasados. El día que zarpamos, sus ojos negros –oscuros como una noche serena en altamar– miraban fijamente el horizonte pintado de naranja, señalándonos, de manera callada y quieta, la ruta donde el sol duerme.
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El Spinaker USIL, la vela azul que, hinchada con el aire, luce de maravilla en la majestuosidad del océano.
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Nuestro viaje recién empezaba, así que aprovechamos el tiempo en ordenar el velero, colocar cada cosa en su lugar y equilibrar el peso. Adquirimos una rutina, una responsabilidad. Nos repartimos turnos de 6 horas de vigilancia por día.
Rumbo 272 De cómo pasaron los primeros días de travesía y llegaron las primeras dudas.
H
ay quienes dudan de que Túpac Yupanqui haya
no tenemos grandes cruces, pero sobra arrojo. El viaje de
existen registros de grandes embarcaciones y porque, a
trazar mi propia ruta y seguir su camino. Concretarlo
realizado el viaje a la Polinesia debido a que no
diferencia de lo que ocurre con la costa norte, en Ecuador, o al sur, en Chile, en la costa peruana no tenemos
grandes accidentes naturales –como islas o atolones–
que nos permitan ir escalando y proyectándonos hacia la gran hoya hidrográfica del Pacífico.
En el norte están Galápagos y la gran isla La Isabela, el
último punto de tierra antes de llegar a las Marquesas. Y
en Chile está la Isla de Pascua, último punto que acredita la expansión de los polinesios en nuestro vecindario.
Túpac Yupanqui era hijo del gran Pachacútec,
constructor del imperio, quien lo había logrado todo ensanchando su reino por los cuatro suyos para colocarlo
en su máxima etapa de esplendor y gloria. ¿Qué podría hacer su sucesor sino expandirse hacia el mar, seguir la ruta del sol, llevando su cultura y costumbres, buscando
Túpac Yupanqui a la Polinesia fue una inspiración para implicaba preparación.
El Pacífico, a diferencia del Atlántico, es más calmo,
pero solo cuando te internas en él y notas que en 400 kilómetros a la redonda únicamente hay agua, sientes
que el Pacífico, más que un mar, parece un desierto. La propia rada del Callao es calma, exenta de tifones o
tempestades. Para salir mar afuera debes entender sus corrientes y avenidas de vientos, que los antepasados
conocieron muy bien y, por eso, lograron tener
movimiento mercantil naviero en embarcaciones que navegaban de manera paralela a la costa.
“No es difícil llegar a la casa de mi padre”, podría haber
pensado Túpac Yupanqui.
Después de todo, era el heredero, señor de los ejércitos
nuevas oportunidades, y tal vez encontrar la casa del
y de las tierras, montañas, lagos y ríos. Faltaba el
ser recordado?
los chiribayas, los paracas, los mochica-chimúes, los
padre, Tayta Inti, para tener él mismo algo por lo cual
Es verdad que ningún gran navegante se ha hecho en
aguas calmas, pero no menos cierto es que la voluntad del hombre mueve montañas. Frente a nuestras costas
dominio del mar alcanzado por otras culturas, como vicus, todos dominados por los incas. Era el hijo del dios Sol, el que todo lo puede. Entrando a la costa por los
valles trasandinos, como los cóndores, parado en algún
risco prominente, el hijo más intrépido de Pachacútec
podría haber contemplado el horizonte observando
muchas cosas por confirmar. Galápagos, sin duda, fue
lentamente en el horizonte y dejaba una estela vibrante
el hecho de haberse descubierto restos de cerámica
cómo la bola de fuego sagrado, el Tayta Inti, se hundía refulgiendo en el mar.
–Solo hay que seguir su huella. ¿A dónde fueron realmente Túpac Inca Yupanqui y
sus guerreros en su flota de balsas? Esta pregunta ha
inquietado a diversos historiadores. Sobre la partida, casi no hay discusión. Todos los autores, antiguos y modernos,
desde Cabello y Sarmiento, en el siglo XVI, hasta Clinton R. Edwards, de la Universidad de California, entre los más recientes, señalan la costa de Manta, en Ecuador,
como el probable punto de partida de la expedición utilizando embarcaciones de la zona y “marinos locales familiarizados con la navegación en balsas”.
Si salió de Manta, ¿a dónde llegó? Antonio del Busto
plantea dos posibilidades: el archipiélago de Galápagos
o las islas de Oceanía. Para cualquiera que se animara
a cruzar el Pacífico desde las costas americanas, la ruta del sol es el camino más seguro y directo a la Polinesia.
Si el norte es 0º, el sur se ubica en los 90º, el este en los
180º y el oeste en los 270º. Pero, como es difícil llegar de modo recto, en una ruta de por sí curvada por la latitud de la Tierra, el rumbo preciso que tomó nuestra nave
fue 272º. No es un detalle menor. Los marineros saben que un grado de diferencia en altamar puede ser,
también, la diferencia entre llegar a destino o perderte en medio de la nada.
¿Siguió Yupanqui la ruta del sol? En esto pensaba
mientras dejábamos atrás la costa del Callao. A lo largo del viaje iba confrontando lo que decían los cronistas
y viajeros con las investigaciones históricas. Hay
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un destino para las culturas antiguas. Lo confirma moche en sus islas. Pero en aquellos momentos estaba
deshabitada por el hombre. Así la encontró incluso Charles Darwin, el naturalista británico que llegó en 1835 al archipiélago y que tardó más de 20 años en
sintetizar sus observaciones en sus innovadoras teorías
de selección natural, publicadas en el libro El origen de las especies, en 1859.
Cuando Yupanqui decidió cruzar el Pacífico, el imperio
incaico estaba en su apogeo. Era el periodo de Pachacútec,
el gran constructor del imperio. Los polinesios ya tenían también un conocimiento muy grande de los astros y de la
navegación, y ya habían descubierto Tahití, Hawái y quizás la propia Isla de Pascua, el famoso triángulo polinésico. Entonces, es probable que los polinesios –grandes
navegantes– empezaran a emprender, a buscar nuevos horizontes, a descubrir qué cosa había más allá de su frontera azul. Algunos viajes pudieron tener éxito, otros no; pudieron ser empujados a las costas sudamericanas, donde
existe un colchón de nubes permanente, naufragaron y se quedaron a vivir por aquí. ¿En la época de Yupanqui? Es lo
más probable. ¿Antes? También es posible. ¿Se imaginan
una flota de catamaranes fondeados en algún punto del Perú? Quizás Naylamp llegó así a la costa norte. Los incas pudieron haber ayudado a los náufragos; después de todo,
ellos eran por entonces una sociedad organizada, con un sistema de producción sobre los recursos naturales y mano de obra asegurada.
Bien pudo Yupanqui, con toda la fuerza productiva
que tenía el imperio incaico, construir no solo una nave sino una flota, como dicen las crónicas, para
Pasadas unas horas desde que salimos del Callao, reparé que estábamos próximos a superar las 200 millas del Mar de Grau. Es una zona donde pululan las naves anchoveteras de diferente bandera, incluida la bandera pirata, la que depreda nuestros mares y se lleva sus recursos sin control alguno.
Ante la inmensidad del océano, en medio de la soledad, sientes lo pequeño y frágil que eres.
transportar un ejército. La historia pudo tomar un
giro insospechado: que haya sido el imperio incaico el responsable de ayudar con mano de obra y recursos
naturales a los polinesios en el salto que necesitaban
control alguno.
Con el viento a favor alcanzas ese límite en unas horas
para seguir explorando el océano Pacífico en diferentes
de navegación, pero demoramos más porque nuestra
encontrar más islas, más tierras, colonizar más lugares.
hacia la ruta definitiva 272, que permitía aprovechar el
fuerza productiva que tenía el imperio sudamericano,
costado y empezaron a dar vueltas alrededor. Eran
arrecifes, pudiera ser conocido.
extranjera. Seguramente no entendian por qué nos
direcciones, emprender distintos rumbos y, también,
ruta implicaba subir primero hacia el norte para virar
Entonces, los polinesios, con la ayuda de los incas y la
viento de popa. Dos helicópteros pasaron por nuestro
lograron que ese mar gigantesco, lleno de islas y de
helicópteros de embarcaciones pesqueras de bandera
Habían pasado unas horas desde que salimos del
Callao cuando reparamos que estábamos próximos
íbamos en esa dirección. Nadie lo hacía.
Esos primeros días sentimos que el tiempo avanzaba
a superar las 200 millas del Mar de Grau. Es una zona
con lentitud. Navegar una ruta larga divide el paso del
bandera, incluida la bandera pirata, por supuesto, la
horas se arrastraran para avanzar. La segunda mitad, en
donde pululan las naves anchoveteras de diferente
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que depreda nuestros mares y se lleva sus recursos sin
tiempo en dos. La primera mitad es lenta, como si las
Navegar una ruta larga divide el paso del tiempo en dos. La primera mitad es lenta, como si las horas se arrastraran para avanzar. La segunda mitad te envuelve de adrenalina y hace que todo fluya más rápidamente cambio, te envuelve, una sensación relativa al tiempo
diferente, y hace que todo fluya más rápidamente. A partir del punto medio, la película de tu vida se acelera.
Nuestro viaje recién empezaba, así que aprovechamos
el tiempo en ordenar el velero, colocar cada cosa en su lugar y equilibrar el peso. Adquirimos una rutina, una
responsabilidad. Nos repartimos turnos de 6 horas de
vigilancia por día. Yo aprovechaba las mañanas para apuntar datos en mi bitácora, hacer limpieza y chequear
la ruta. Cada quien se encargaba de otras tareas, como
limpiar el baño, revisar los equipos, preparar la comida y, en general, tratar de ocupar las horas en algo.
Mientras el mar se mantuviera en calma, e incluso
con alteraciones climáticas que significaran mantener fijo el rumbo del velero, quien realmente tenía el trabajo pesado era el quinto tripulante, nuestro hombre firme
del timón: "Dennis", por Dennis Rodman, el piloto automático. Le pusimos el nombre del mejor defensa que haya visto la NBA, en los Chicago Bulls de Scottie Pippen
y Michael Jordan. Si alguien representaba la confianza y la seguridad del equipo, ese era Dennis.
El día 1 que pasamos en altamar anoté en mi bitácora: “Buenos vientos”. Probamos la caña de pescar y bajamos a
Lady Valhalla. Sin mayor novedad, la nave se desplazaba a velocidad constante. Ese primer día almorzamos estofado de pollo, nada que envidiarle a un plato servido en casa. Nuestra cadena de frío probó su eficacia, lo mismo que la cocina, donde César se batía como el mejor. Este fue uno de los primeros problemas que debieron solucionar los viajeros del pasado que surcaron la madre de todos los océanos, el Pacífico: la logística para conservar comida y agua durante grandes travesías. Mucha comida seca, seguramente, técnica que los incas dominaron a la perfección. Allí están, en el Arequipa actual, las famosas terrazas de Atico, que sirvieron para salar pescado y mariscos en cantidad y llevarlos en llamas de carga y con chasquis a la sierra para deleite de la corte incaica. La comida fresca se puede obtener en el mar, aunque no es un trabajo fácil. El primer día soltamos las cañas y no cayó ningún pez. No éramos los más diestros pescadores tampoco, pero me llamó la atención lo difícil que es tirar un anzuelo desde un velero y pensar que por el solo hecho de hacerlo vas a llenar tu despensa. Pescar es, también, cuestión de paciencia.
Al día siguiente, luego de pasar la primera noche en
altamar sin mayor novedad, y con un cielo encapotado
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que no llegó a romper, tuvimos la primera baja... y de
quien menos esperábamos. Dennis, nuestro piloto automático, presentó su primera falla. Fue un momento dramático, uno de esos instantes que te hace pensar si
debes continuar el viaje o no. Revisamos con cuidado el mecanismo y, después de una minuciosa búsqueda,
descubrimos que una pieza adaptada en el piloto
automático –que unía el engranaje y la cadena de transmisión– se había salido al no resistir la fuerza
de fricción. Le pedimos a Baci que tomara el timón
manual. Y lo hizo durante las 4 horas que nos tomó pensar y ejecutar una solución. Estábamos a 340 millas náuticas de tierra. Si no resolvíamos ese problema, lo más probable era que diéramos marcha atrás.
De todas las opciones que se nos ocurrieron, nos
decidimos por la más práctica: construir nosotros
mismos la pieza faltante. Así que, a partir de un tornillo, y usando un leathermen que el abuelo de Baci le había
regalado, logramos construir la pieza, colocarla en el engranaje y cruzar los dedos no solo para que funcionara sino, sobre todo, para que resistiera.
Cuando vimos que Dennis volvía a la vida de defensa
autómata, dimos la primera orden que te empodera en una situación así:
–¡Habemus piloto! Eran las 12 y 28 minutos pasado el mediodía. En mi bitácora anoté: “Tuesday. 11.52.923 S / 84.31.655 W”, en inglés, pues la bitácora iba a ser revisada por autoridades que no hablaban español.
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Esa noche hice mi turno de madrugada sin novedades. De cuando en vez pensaba en el piloto automático: ¿Resistirá? ¿Habremos hecho bien el trabajo? ¿Seguir nuestra ruta es la mejor decisión? En la soledad de la guardia, percibiendo el ruido de las olas estrellándose en los costados de la embarcación y oyendo los latigazos del viento sobre la vela, los pensamientos pesimistas te asaltan. Pero, inmediatamente, tu lado racional entra en juego. Es una lucha de poder. Tus miedos versus tus conocimientos. Tus inseguridades versus tus fortalezas. Por más que te internes en el agua, navegues miles de millas y tengas la piel curtida por la sal y la canícula, en la soledad del mar sientes lo pequeño y frágil que eres ante la inmensidad del océano. En eso estaba cuando, sin saber de dónde, dos avecillas aparecieron en vuelo rasante sobrevolando el mar. Apenas se elevaban del agua y, con un movimiento sincrónico, remontaban los tumbos. Pensé en una pareja volando sin rumbo definido, pero juntos. Una pareja hecha el uno para el otro en medio de la nada. La tierra más distante estaba a 441 millas en dirección contraria a donde iban. ¿Hacia dónde van? ¿Cuánto resistirán? ¿Será que son un grupo especial de aves que necesitan probar sus fuerzas hasta el final? Lo tomé como una señal. A las 6 de la tarde, en pleno sunset, las avecillas volvieron a cruzar por encima del velero. Silenciosas, rasantes, dos saetas cortaban el cielo naranja. Definitivamente, me querían decir algo. Pensé en mis hijos, extrañaba acurrucarlos bajo mis alas. El destino Yupanqui estaba aún lejos. Había que
continuar.
El quinto tripulante, nuestro hombre firme del timón, fue Dennis, el piloto automático. Le pusimos el nombre de Dennis Rodman, el mejor defensa que haya visto la NBA, en los Chicago Bulls de Scottie Pippen y Michael Jordan. Si alguien representaba la confianza y la seguridad del equipo, ese era Dennis.
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Noches marinas N
De cómo navegamos de noche acompañados por la luna y las estrellas.
o hay como una noche clara, estrellada,
noche es que la velocidad sube unos 5 nudos en relación
las estrellas son tu guía, los faros que necesitas para
nubes. Las nubes cúmulos generan microclimas, sube la
para navegar con tranquilidad. En el mar,
recorrer el mundo. Eso lo entendieron bien los primeros navegantes. Necesitaban estudiar el movimiento de los astros para pronosticar el clima y el comportamiento del viento; para prever la aparición de tormentas y tifones, los enemigos de la navegación.
Mi guardia, cuando me tocaba de 1 a 4 de la madrugada,
me permitió –a lo largo del viaje– diferenciar muy bien
con el día. El viento sopla más fuerte. El otro tema son las
presión y tienes una sensación de mayor velocidad. Pero
lo que en realidad dificulta la navegación es tener noches
sin luna. Cuando tienes a la luna de acompañante, puedes ver la silueta del barco y del bote. Pero si no la
tienes es como navegar a ciegas. Es cuando miras al cielo y buscas las estrellas.
Hay más de 60 estrellas identificadas que todo marino
la sensación de navegar de noche y hacerlo de día.
debe conocer para ubicarse sin problemas en cualquier
hombres más experimentados recomiendan no entrar
los polinesios llegaron a memorizar más de 200 astros
Contrariamente a lo que aconseja el refrán popular, los ni salir a la mar de noche. Esto es verdad sobre todo cuando tienes que navegar entre corales o arrecifes,
como es la Polinesia: un conjunto de islas volcánicas cuyos restos se han sedimentado en todo el contorno
y a diferente profundidad, convirtiendo muchas de las entradas a aquellas en rutas solo para conocedores o locales.
Mis primeras noches fueron largas y tranquilas. El
frío era soportable, nada que una dosis de Pyrat Rum no
pudiera remediar, un gran ron de la Guayana Francesa.
Lo primero que tienes que saber cuando navegas de
punto del planeta, aunque hay quienes sostienen que
como puntos de referencia para la navegación. Entre los más importantes podemos mencionar el sol, la luna, las constelaciones –como la Cruz del Sur–, la estrella Polaris en el hemisferio norte o las estrellas Sirius y Pólux.
Mirando estos astros, y conociendo la latitud y
la longitud, puedes saber exactamente dónde te
encuentras. Conocer los hemisferios y su relación
inversa con el tiempo también ayuda. Uno sabe, por ejemplo, que el 21 de junio es el día más largo en el
hemisferio sur, pero en el hemisferio norte, en Rusia, es exactamente al revés.
Los polinesios dominaron la navegación larga y,
En la indumentaria con la que Guamán Poma
por tanto, la bóveda celeste fue su mapa referencial
de Ayala viste el retrato que hace del joven inca se
quedar fascinado con el conocimiento de los astros,
Túpac Yupanqui luce de pie sobre unos cerros bajos en
para orientar sus viajes. Túpac Yupanqui debió
posiblemente gracias a la cooperación de los polinesios.
También ellos consultaban con las luces en el cielo, el oráculo y sus dioses para saber si la cosecha siguiente sería buena, si ganarían la próxima guerra o si el reino en general se manejaría en paz.
pueden apreciar los astros, el sol, la luna y las estrellas. comparación con los Andes, lo cual podría indicar su apego a tierras más bajas, como la costa.
Las noches sin luz de luna, en total oscuridad, te
obligan a bajar la velocidad. Es un mecanismo de
prudencia ante lo desconocido. No quieres toparte con
Los navegantes acostumbran a decir que si de pronto, en la oscuridad de la noche, sientes que estás perdido, solo tienes que alzar la vista y mirar las estrellas.
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alguna sorpresa en forma de roca que no figure en tu
carta de navegación o que surgió de pronto porque
te desviaste del camino. En ese caso, enciendes los reflectores de línea. Conforme transcurren los días, las pupilas se dilatan y cada vez necesitas menos luz para distinguir las formas y volúmenes.
De lo que sí te debes cuidar en las noches es de las tormentas: son mucho más fuertes a esas horas. El viento puede subir entre 5 y 8 nudos con respecto al día. Si el inca Yupanqui llevó un ejército, tiene que haber construido una flota. Me imagino que los polinesios entrenaron a muchos incas para que los utilizaran. Yupanqui y todos esos navegantes del imperio que cruzaron la Polinesia deben haber tenido un entrenamiento previo. Primero tienen que haber usado aquellas embarcaciones en pequeñas travesías, en viajes de ida y vuelta, en puntos actuales: Lima-Ecuador, Ecuador-Lima. Allí repararían que, en las costas de Lima, las nubes son permanentes y los vientos, más bien, calmos. Cuando existen calmas no hay cómo avanzar; tendrían, entonces, que impulsarse con remos. En el océano Pacífico –a diferencia del Atlántico– puede haber periodos de calma de una o dos semanas. En esos casos, lo que tienes es un bote liviano, como los botes polinésicos que navegaban mucho por las zonas ecuatoriales, que eran relativamente tropicales. Ahora
bien, de noche siempre hay una estrella que amanece detrás de ti. Los astros se comportan de forma muy parecida al sol. Si estás yendo a 250° y te quedas así por una semana, sin variar de rumbo, digamos, de sur a oeste, según la estación del año tendrás diferentes astros que amanecen en un punto, te acompañan y oscurecen en el horizonte. Así como hay la puesta del sol, hay puestas de luna y de estrellas. El ser humano que navegaba empezó a buscar patrones celestiales con mayor intensidad. Las estrellas o los planetas tienen distinta luminosidad. Algunos serán más o menos brillantes. Las estrellas
más resplandecientes crean las constelaciones. Y si te familiarizas con ellas, podrás diferenciar la constelación de Casiopea de la de Pegaso.
Un hombre de mar sabe de memoria el nombre y la
posición de las estrellas. Ellas son su guía en la noche más oscura. Considerando el tamaño del océano, es un
estimado bastante eficiente. En ese tipo de navegación, los polinesios fueron expertos.
Es por tal razón que los navegantes acostumbran
a decir que si de pronto, en la oscuridad de la noche, sientes que estás perdido, solo tienes que alzar la vista y mirar las estrellas.
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El“triángulo polinésico” es un conglomerado de islas, islotes, atolones y arrecifes que suman unas mil estaciones de tierra, en aproximadamente 30 millones de kilómetros cuadrados, en el centro y el sur del océano Pacífico.
El reino de agua De cómo proseguimos la travesía siguiendo la ruta del reino oceánico de los polinesios, hasta alcanzar el punto del no retorno.
N
uestro
viaje
apuntó
directo
desde
el
Callao hasta las Marquesas, el conjunto de
islas desperdigadas en el Pacífico, descubiertas y redescubiertas desde el siglo XVI, pero conocidas en ambos lados del océano madre quizás desde el apogeo
de la civilización polinésica: 10 mil millas náuticas de un viaje apasionante siguiendo la ruta que probablemente
siguió Túpac Yupanqui gracias a su instinto descubridor de nuevos mundos y con sus nuevos amigos polinesios.
Si tomamos la Isla de Pascua, en el hemisferio sur-este,
como primer vértice, y desde allí trazamos una línea
Está fuera de toda duda el hecho de que las
exploraciones,
descubrimiento
y
expansión
de
la presencia del hombre en el Pacífico se debió a
navegaciones con propósitos deliberados antes que a naufragios o viajes improvisados. En estos primeros
viajes, las civilizaciones originales –denominadas pueblos
lapita–
llevaron
plantas,
animales
y
herramientas de trabajo, así como a numerosas
familias, con el fin de crear asentamientos humanos permanentes.
Los lapitas no fueron solo exploradores, sino
directa hasta Hawái, en el hemisferio norte-oeste, y luego
colonizadores. Durante milenios dominaron el Pacífico.
el trayecto a Samoa para volver a unir la Isla de Pascua,
hoy permanece en el misterio, no poblaron las costas
otra línea a Nueva Zelanda, al sur-oeste, que incorpore en dejando al centro la Polinesia Francesa, se formaría lo
que se llama el “triángulo polinésico”, un conglomerado de islas, islotes, atolones y arrecifes que suman unas mil
estaciones de tierra, en aproximadamente 30 millones
de kilómetros cuadrados, en el centro y el sur del océano Pacífico.
No obstante, por alguna razón no esclarecida, que aún
continentales. ¿Llegaron fuerzas escasas al continente,
lo que impedía alguna obra colonizadora? ¿Concluyeron en la inconveniencia de irrumpir en territorios
colonizados? ¿Se dificultó su camino de regreso y se extraviaron en el océano?
Puede ser cualquiera o todas estas hipótesis. Pero no
Tal era la inmensidad del reino de los polinesios, un
es descartable que el contacto en sí mismo con otras
y superar desde tiempos inmemoriales, acaso desde los
problema –someter o ser sometidos–, especialmente
reino de agua que sus habitantes aprendieron a desafiar
1500 a.C., cuando sus primeros habitantes dejaron las
costas del sureste de Asia para explorar la frontera azul y extendieron sus dominios a cada isla a la que llegaron.
civilizaciones mucho más desarrolladas haya sido un para un pueblo acostumbrado a la libertad en las
islas y atolones. En algún punto de su desarrollo como civilización probaron su dominio náutico al llegar y
asentarse en la Isla de Pascua, el punto más cercano al continente americano. Sin embargo, no avanzaron más.
para mejorar el “agua dañada”, sobre todo en la
Ahora que me he adentrado en las aguas del Pacífico,
pudo usarse en la larga travesía de Túpac Inca Yupanqui:
siento que otro impedimento para un contacto más fluido entre Polinesia y América puede haber sido el colchón de nubes que tenemos en nuestra franja costera, en el centro de Sudamérica.
navegantes, pero ese mapa estelar no existe en la costa
sudamericana. La cordillera de los Andes es un muro
infranqueable para la nubosidad que se origina en el mar y que el viento empuja de oeste a este. En vez de
atravesar los más de 7 mil kilómetros de picos que tiene
la cordillera, las nubes quedan flotando en la costa, formando una gruesa capa de algodón que oculta la visibilidad en las noches estrelladas.
“Caso que el agua esté dañada y huela mal, toman un puño
o dos de harina de mahíz tostado y échanlo en un vaso o taza é echan el agua con ello, é revuélvenlo, é bébenlo: que
Thor Heyerdahl, el etnólogo y viajero noruego que a
bordo de la balsa Kon Tiki realizó, en 1947, su travesía desde el Callao hasta la Polinesia Francesa, también
reparó en la capacidad de almacenamiento de agua que desarrollaron los balseros peruanos para los viajes
largos en la franja costera: “En lugar de vasijas de
cerámica, usaban enormes calabazas, resistentes a sacudidas y a golpes, o bien gruesas cañas de bambú,
más cómodas aun de llevar en sus chatas embarcaciones.
A pesar de ello, alguna expedición pudo seguir su viaje
hacia lo insondable y terminar en algún puerto natural de nuestra profunda fosa pacífica. Yupanqui pudo
ser testigo de uno de esos encuentros, y seguramente quedó impresionado con la llegada de esta civilización a su territorio. Y, en lugar de verlos como enemigos, pudo
desarrollar las ansias de conocer lo que había más allá de la costa, más allá del mar inmenso y profundo, donde el sol se acuesta cada tarde.
Para ello, perforaban todos los nudos de las cañas y las
llenaban por un pequeño agujero hecho en una de las extremidades, el cual tapaban después con un tarugo o con pez o resina. Treinta o cuarenta de estas gruesas
cañas de bambú podían ser amarradas a lo largo de
la balsa debajo del piso, donde se conservaban a la
sombra, continuamente refrescadas por el agua del mar a una temperatura de 26 o 27 grados centígrados en la
corriente ecuatorial... Podía llevarse [una reserva para
cualquier eventualidad] con solo amarrar más cañas
Un cuestionamiento que se hace frecuentemente a
los defensores de la tesis del viaje de Túpac Yupanqui
es cómo habrían podido los balseros saciar la sed
durante los largos meses de la travesía. Hoy se conocen
los métodos nativos para conservar en buen estado el agua almacenada, sea en depósitos de barro cocido, en recipientes de calabaza o en tubos de caña.
navegación; un hábito de los indios del Mar del Sur que
ninguno daño hace al que lo bebe, ni huele mal, sino bien”.
Las estrellas, decíamos, son las guías de los
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Un texto de Oviedo menciona la siguiente costumbre
de bambú debajo de la balsa, que irían en el agua, sin ocupar espacio ni añadir peso a la embarcación”.
El agua no pudo ser un impedimento para emprender
el viaje. Entonces, si el transporte y almacenamiento de agua o la lectura de los astros como mapa astral
no fueron problema para que los polinesios realizaran
viajes largos en un espacio que abarca 30 millones
Thor Heyerdahl, el etnólogo y viajero noruego que a bordo de la balsa Kon Tiki realizó, en 1947, su travesía desde el Callao hasta la Polinesia Francesa.
de kilómetros cuadrados, ¿qué pasó con su
civilización?, ¿por qué parece que quedó atrapada en el tiempo?
El historiador inglés Arnold J. Toynbee
ensaya una respuesta. Él afirma que, como civilización, los polinesios desafiaron una
de las barreras naturales más difíciles de superar que haya podido tener el hombre: el mar –como el desierto o los Andes–, y que en
algún momento de su historia tal desafío, antes de que se convirtiera en dominio total, llegó a su
límite. Consecuentemente, refiere Toynbee, ese
límite en la navegación transoceánica explica el abandono en que cayó la Isla de Pascua.
A lo largo de muchas generaciones se realizó
el contacto con la Isla de Pascua mediante
viajes de ida y vuelta en el triángulo de sus dominios. Pero, quien sabe por qué, llegó un momento en que sus habitantes se negaron
a continuar la proeza de surcar el Pacífico a grandes distancias, o tal vez no pudieron hacerlo porque carecían de los elementos
naturales para construir sus barcos. Quizás abusaron de sus recursos naturales, los
sobreexplotaron y generaron un desastre medioambiental. Quizás fueron presos de los
vientos inclementes del Pacífico Sur, como ocurren en la Isla de Pascua.
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Los viajes de ida y vuelta se convirtieron
en solo de ida, y la escasez de madera y la
laxitud del tiempo hicieron el resto del trabajo. Hasta que nuevas civilizaciones, con mejores embarcaciones y con hombres ansiosos
de descubrir nuevos tesoros, ingresaron a
su territorio y conquistaron sus dóciles y paradisiacas costas.
El Speil Vinden avanzó en línea recta por
el mismo camino dorado, “la serpiente
dorada” o “la serpiente plateada”, fuera
esta iluminada por el sol o la luna, como la llamaban los antiguos navegantes, rumbo al
sol. Seguimos las huellas dejadas en el tiempo por los polinesios, solo que vamos en sentido contrario, de este a oeste. Una ruta menos
explorada, que muy pocos se atrevieron a cruzar: Heyerdahl, el español Kitín Muñoz y
su balsa Uru, y Alec Hughes. Y ahora nosotros, cuatro peruanos sobre una nave moderna
que en la primera semana soportó los rigores del viaje, hasta que detectamos un segundo problema.
Un grillete del foque, la vela mayor conectada
al mástil, se rompió en la parte superior y había
que subir a repararlo. Ese trabajo normalmente
lo realizaba José Mendoza, pero él no estaba, así que el siguiente candidato para hacerlo
era yo. Nunca había subido al mástil, menos en movimiento. Felizmente, desde hacía unos
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meses me ejercitaba de manera regular, y para entonces tenía fortalecidos brazos y piernas, ya que trepar por el
todo siguió su curso, aunque, si se observa la nave
precauciones: me puse casco, guantes y rodilleras; me até
debíamos hacerla grupalmente, pero siempre te
la cima, ninguna preparación física me había preparado
después. En este caso, el “después” es la excusa perfecta
sujetaba fuertemente con las piernas. A esa altura y con
Se le conoce también como procrastinación, un hábito
en el mástil mientras trataba de solucionar el problema.
cosa. Eso pasó con nosotros. Pese a que nos repartimos
ayuda y, finalmente, pude resolver el tema. Pensaba en
lucía desordenado, sucio por momentos. La fatiga
su padre en acción; los extrañaba. Sofía, Raúl, Mateo.
oscilaba de un lado al otro, en cualquier momento podía
mástil requiere extremidades fuertes. Tomé todas las
con detenimiento, no todo está en orden. La limpieza
una cuerda a la cintura y trepé el palo mayor. Una vez en
encuentras con estilos propios que dejan las cosas para
para el bamboleo pendular del mástil mientras me
para no asumir las responsabilidades en el momento.
ese movimiento se hacía muy difícil mantenerme firme
adquirido que nos lleva a distraernos en cualquier
Debe ser en estos momentos cuando la adrenalina
claramente las tareas que cada uno asumiría, el bote
mis hijos y en cómo me hubiera gustado que vieran a
también juega un papel en esto. La mesa de sala
Era poco o nada lo que podía compartir con ellos, pero
romperse.
con la ilusión y esperanza de que algún día conocerían los detalles de nuestro viaje. Por eso anoto en la bitácora cada cosa que siento, pienso y ocurre.
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A poco de cumplir la primera semana en altamar,
Un día se perdieron un cilindro y mi tabla hawaiana.
En medio de una fuerte corriente, ambos objetos
cayeron al agua sin que pudieran ser recuperados. La
A poco de cumplir la primera semana en altamar, todo siguió su curso, aunque se debieron imponer el orden, la disciplina y la responsabilidad en el equipo.
situación se estaba volviendo complicada, por decir lo menos, pero tras tantos días de navegación, creo que era inevitable. Sentía presión, ansiedad, cansancio, una especie de desasosiego producto de la travesía que, por momentos, se volvía rutinaria. Ese día, en mi bitácora quedó anotada la siguiente frase: “A falta de motivación, nadie cocinó almuerzo”. Pero aquí hay otro gran ejemplo que descubrí de este viaje marinero. Si formas parte de un equipo, si estás en altamar y tu meta es navegar 10 mil millas náuticas para cruzar el Pacífico, no puedes ir a dormir con un problema no resuelto. Ningún problema se debe dejar para el día siguiente. Se debe solucionar ese mismo día. A las 8 y 30 de la noche de aquel largo y aburrido día, las controversias se habían solucionado. El velero estaba nuevamente limpio y ordenado. Todo fluía bien. Chequeé mis apuntes. El viento era bueno y, tras revisar las cartas náuticas con la información en línea, decidímos hacer un
ajuste en el rumbo. Ya sabemos que la distancia más corta no es necesariamente la línea recta, menos en el mar. Así que ajustamos la dirección un grado y pusimos rumbo 273º. No es tan malo. Un grado marca la diferencia, pero bien controlado permite que te abras para hallar una mejor corriente o un mejor viento. En todo caso, sabes que tu punto oeste es siempre 270º, por lo cual tienes un cierto juego que te permite navegar en zigzag, de ser necesario, sin perder velocidad. Al cabo del noveno día nos acercamos al punto más distante de la tierra, el punto medio entre el Callao y las Islas Marquesas. El punto del no retorno. Es otro momento clave en una expedición. Los marineros conocen dicha referencia como Punto Nemo, un lugar geodésico específico del globo terráqueo donde el ser humano más cercano que tienes en kilómetros a la redonda está orbitando en una base aeroespacial. En su trayecto a la Polinesia, nuestra nave estaba
llegando a su propio Punto Nemo.
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El Punto Nemo E
De cómo al arribar a la segunda mitad del viaje, el tiempo misteriosamente se aceleró.
l Punto Nemo es más que un punto georreferencial. Físicamente está ubicado en el Pacífico Sur,
48°52.6´S y 123°23.6´O. Pero también es una alegoría de la soledad humana. Es el punto equidistante más alejado de cualquier referencia de tierra. La estación espacial
en órbita se halla a 416 kilómetros del Punto Nemo, mientras que el lugar más cercano habitado por el hombre está a 2700 kilómetros del mismo sitio.
Fue descubierto en 1992 por un matemático croata
canadiense, Hrvoje Lukatela, usando un modelo
computarizado del globo terráqueo. Se le puso científicamente el nombre de “Polo oceánico de
inaccesibilidad”, pero la lengua imaginativa de los
hombres de mar empezó a llamarlo “Punto Nemo” en honor al personaje de Julio Verne, el Capitán Nemo, cuyo nombre en griego (Nemo) significa “Nadie”.
“Nadie” es un buen referente para identificar un
espacio en el mar donde no acostumbra pasar ninguna
persona. Un lugar equidistante a 1600 kilómetros de
la isla Ducie, al noroeste de Motu Nui y al sur de la isla Maher, en la Antártida. Un lugar donde las corrientes mueren y donde hasta el viento entra en una especie de
burbuja, haciendo que el mar adquiera una tonalidad azul violeta debido a la escasa biodiversidad que existe.
El lugar atrapa y recicla todo tipo de basura que se hunde en las profundidades. Fragmentos satelitales y de la estación espacial MIR terminaron allí, confirmando la extraña relación del sitio más desolado del planeta en el mar con el espacio. El día 11 de nuestra partida, empezamos a hacer trolling, intentando pescar de verdad, ya que en el tercer día habíamos perdido una caña de pesca por la fuerza del mar. Durante ese tiempo habíamos repetido el puré de papa con asado, el olluquito, el ají de gallina y el estofado de pollo que se conservaban en nuestra cadena de frío, pero no nos habíamos abastecido con pescado pensando obtenerlo directamente del mar. A pesar de la diversidad de platos, extrañábamos poder comer un rico y fresco ceviche, como estábamos acostumbrados a hacerlo en el Perú al menos una vez por semana. Me vino a la mente un recuerdo de mi niñez. Me veo a los 12 años sobre el peque-peque Januska de mi madre, un pequeño bote de maderas porosas que se bamboleaba sobre las aguas de Santa María, donde acostumbraba a pasar los veranos. Me subía a este botecito monomotor y avanzaba en línea perpendicular a la costa. Templaba el timón y tomaba el curso del sol, remontando tumbos y
En 1992, el matemático croata canadiense Hrvoje Lukatela descubrió el Punto Nemo usando un modelo computarizado del globo terráqueo. Es un lugar donde las corrientes mueren y el mar adquiere una tonalidad azul violeta debido a la escasa biodiversidad que existe.
Me veo a los 12 años sobre un peque-peque familiar, un bote de maderas porosas que se bamboleaba con suavidad en las tranquilas aguas de Santa María, donde acostumbraba a pasar los veranos.
perforando las primeras crestas de las olas, hasta encontrar un manto azul tranquilo y no ver la costa.
Disfrutaba la paz que descubría alejándome ¿cinco?,
¿siete?, ¿diez millas? Difícil saberlo. No tenía aparejos
de navegación, ni brújula, nada. Apenas un pequeño reloj con el que medía el tiempo de permanencia en
ese estado, rodeado de agua y sin un poco de tierra a la vista. Entonces, tiraba mi anzuelo y empezaba a pescar.
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Tras los anteriores infructuosos intentos, decidimos
nuevamente prepararnos para pescar y logramos
atrapar un perico de buen tamaño que César, con toda su experiencia, fileteó de cabeza a cola en un santiamén. Lo conservamos en grandes zip-lock, llenando el freezer hasta la mitad de su capacidad.
Empezó entonces el festival del ceviche con diversos
tipos de preparación y acompañamientos. Nos habíamos
Entonces empezó el festival del ceviche. Nos habíamos abastecido con todos los ingredientes (ají limo, culantro, limón, cebollas, camote, canchita y choclo) y, para acompañar, una insuperable leche de tigre
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abastecido con todos los ingredientes (ají limo, culantro,
Entras a otros sistemas de vientos. Las olas son de mayores
acompañar, una insuperable leche de tigre. Los días
más intensidad. Se aligeran las velas para aprovechar
limón, cebollas, camote, canchita y choclo) y, para
siguientes continuamos con la dieta marina: caldo de cabeza, pescado a la chorrillana, chicharrón de pescado.
Nos dimos un festín marino. Con remordimiento apunté
en mi bitácora: “Debo hacer algo de ejercicio, porque me siento panzón”.
Al llegar el día 14 de nuestra salida del Callao,
calculamos que estábamos a la mitad de la ruta a las
Marquesas. Del Callao hasta Nuku Hiva son 4200 millas náuticas, aproximadamente. En la segunda semana
completamos unas 2400 millas náuticas de navegación, ubicándonos en el punto más alejado de la tierra en ambos extremos: nuestro propio Punto Nemo.
Es extraño pero, cuando realizas un viaje por mar, la
sensación del tiempo es diferente según te encuentres en la primera mitad del trayecto o en la segunda
mitad del mismo. En la primera parte, el tiempo pasa
lentamente, todo es más calmo, y hasta el ambiente se siente con un ligero sopor. La segunda mitad, en cambio,
es más chispeante, como si el tiempo desencadenara tu deseo contenido de arribar, y todo se desenvuelve con mayor rapidez.
Asimismo, tomas conciencia de que estás en el corazón
del Pacífico, y sientes que la corriente de Humboldt, otrora fuerte y anchurosa, es algo más ligera y débil en este punto.
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proporciones, entre 2 y 3 metros, lo que mece la nave con
la combinación de viento y corrientes, logrando una velocidad de 9 nudos hasta adoptar velocidades promedio que permiten avanzar entre 6 y 7 millas náuticas.
Al pasar por nuestro punto medio habíamos
consumido 100 litros de agua; nos quedaban 400 litros de
agua de reserva. Llenaba mis tardes escuchando música
con mi parlante Megaboom portátil. Una de ellas era el instrumental Caminante, de Los Calypsos, que bien puede servir de fondo para ambientar tus recuerdos y las páginas de la vida que a diario vas escribiendo.
¿Cómo habría transcurrido sus días de navegación el inca Yupanqui? ¿De qué manera ocuparía su tiempo? ¿Sabría nadar? ¿Bucear? ¿Cuál, finalmente, fue su destino? ¿A dónde llegó? ¿Dónde quedan hoy las misteriosas islas Ahua Chumbi y Nina Chumbi? Tras el relajado día, me fui a descansar a mi recámara,
un espacio personal que me daba momentos de soledad e inevitable reflexión. Adentro estaban mi sleeping bag, unas almohadas y unas fotos de mi familia. Había colocado una estructura para montar la tablet donde veía películas y, a un lado, un maletín que fungía de botiquín de primeros auxilios. En la cabecera colgaba un cuadro de corte abstracto, que simboliza un velero. Un pequeño clóset para la ropa.
Llenaba mis tardes escuchando música a todo volumen, como el instrumental Caminante, de Los Calypsos, que bien puede servir de fondo para ambientar tus recuerdos y las páginas de la vida que escribes a diario.
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Los polinesios fueron hombres y mujeres de mar; es decir, dominaron el espacio acuático como casi ninguna otra cultura lo hizo.
Hombres de mar y sal De cómo el vuelo de las aves y otras señales de la naturaleza indican al navegante si va por buen o mal camino.
E
l arte de la navegación de los polinesios se remonta a los albores de su civilización. Sea porque
salieron en busca de nuevas tierras o de recursos como la obsidiana o la madera, las diferentes culturas que poblaron esta zona del Pacífico fueron principalmente hombres y mujeres de mar; es decir, dominaron el espacio acuático como casi ninguna otra cultura lo hizo. El investigador británico David Lewis nos ha dejado un legado en el que recoge, como partes de un mosaico –por desgracia incompleto–, diversos testimonios, observaciones y estudios sobre este arte de la navegación en altamar. Los conceptos que reunió en su libro Nosotros los navegantes, conversando y experimentando viajes con los más antiguos y expertos hombres de mar de la Polinesia, son fascinantes en muchos sentidos, en especial por el dominio que muestran en la observación de elementos naturales –como el sol, la luna, las estrellas, el viento y las corrientes marinas–, el vuelo de las aves y el análisis de la cantidad y dirección de diversos objetos que se hallan siempre en el mar, flotando a la deriva.
Para cualquier navegante de la actualidad sería
imposible orientar su nave sin cartas náuticas, sin precisiones de latitud y longitud, sin análisis
y pronósticos del tiempo o sin un sistema de geoposicionamiento. Y, sin embargo, aún es posible encontrar diestros navegantes de Tonga, Tahití, Rangiroa o las Marquesas que pueden salir a altamar y hacer grandes recorridos sin la ayuda de instrumentos marinos modernos.
Lewis realizó muchos experimentos para demostrar
el dominio de las artes marineras polinésicas. En ellos notó, por ejemplo, la orientación que proporcionan las estrellas, pero no como podríamos pensar nosotros de
un punto referencial en el firmamento, sino como un
conjunto de estrellas que surgen de manera sucesiva en el horizonte y que nos van sirviendo de orientación
mientras se mantengan casi a ras en aquella línea. Son las estrellas guía, que complementan la información
de las estrellas cenitales, las cuales sí precisan la ubicación de una isla o atolón.
“Se trata de una sucesión de estrellas hacia las
cuales señala la proa de la canoa. Cada una de ellas se utiliza a modo de guía cuando besan el horizonte;
a medida que se alzan, se descartan, y el rumbo se establece gracias a la guía de la siguiente estrella de referencia. Una tras otra, van asomando hasta el alba”, explica el autor. Aun
cuando
los
y, por consiguiente, si tendrán un buen o mal año agrícola. En la sierra se siembra con luna llena o luna
vientos
son
relativamente
constantes –y no sería muy difícil, con el tiempo, identificar y comprender sus cambios–, la forma en que se desplazan las olas y las corrientes marinas es, también, un indicador natural para orientarse en el mar. Un cielo encapotado que amenaza con lluvia o tormenta no sería un mayor problema teniendo en cuenta que, en los viajes largos, este tipo de cielos no suele durar más de uno o dos días seguidos. El verdadero problema con las tormentas es el oleaje que, si no se controla, puede amenazar a las naves, como de hecho sucede. Otro indicador natural que en un viaje por altamar permite conocer la proximidad de la tierra es una luminosidad que se ve debajo del agua y que, según sea su intensidad y extensión, puede interpretarse para saber qué tan cerca o tan lejos hay una isla o arrecife. Es una señal que no solo un ojo entrenado puede ver. En nuestro periplo logramos distinguir esta fosforescencia que por momentos parece electrizar las aguas medias y profundas, y que fácilmente se puede confundir con animales y plantas también de aspecto fluorescente. Algo que llama la atención es la similitud entre nuestras culturas ancestrales para observar el cambio de clima a través del comportamiento de los animales. Se sabe que en el Perú, principalmente en
la sierra y la selva, las comunidades se guían por el
comportamiento de plantas y animales para prever el
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tipo de año que se avecina –si lloverá o habrá sequía–
nueva; hacerlo en otro momento podría malograr la
cosecha. Además, se toma en cuenta el aullido del zorro. Si aúlla antes de marzo, indica un buen año; si lo hace después, un mal año.
Los polinesios encuentran un significado que
permite guiar su navegación hasta los restos de
plantas u objetos que flotan en el mar. El tipo de movimiento y la cantidad de objetos flotantes indica
orientación y proximidad de un acontecimiento climático que ha sucedido. Ellos también observan
animales, y del comportamiento que tengan deducen predicciones meteorológicas. Si el cangrejo hace un
hueco y lo tapa, lloverá, pero si lo deja abierto habrá viento, pero no lluvia; si deja la arena solo apilada en la puerta del hoyo, habrá buen tiempo.
En altamar observan e interpretan el vuelo de las
aves, en especial su dirección, como ocurre con el vuelo migratorio anual de las bandadas de aves de cola larga
que siempre toman el rumbo hacia el sudoeste. Mirar
con detenimiento el vuelo de las aves puede ayudar a los marineros a calcular la proximidad de la tierra. No hay que fiarse de todas las aves que vemos en el mar,
porque muchas de ellas solo realizan vuelos perdidos, sin orientación. Sobre todo, hay que distinguir a las aves que anidan en tierra. Hay otras, en cambio, que no entran en contacto con las islas. Los mejores horarios para observarlas son por la mañana, cuando salen a buscar el alimento y vuelan en grupos, y por la tarde, cuando sacian su hambre y
retornan a casa. Ningún ave volaría en una dirección
El comportamiento de animales que mejor se
contraria a su instinto, que le advierte dónde encontrar
interpreta es el de aquellas especies que acostumbran
tierra. Quizás fue así que los polinesios salieron de
a volar en pareja y que, por su naturaleza, no pueden
Rarotonga y surcaron 1630 millas en esa dirección
estar mucho tiempo en un mismo lugar. Tal vez fue
para llegar a Nueva Zelanda, el paraíso de las aves
ese tipo de ave la pareja que vimos en nuestro viaje y
de Oceanía, la última porción de tierra que emergió
que nos siguió durante todo un día a vuelo rasante. Su
del mar y que, por esa razón, no tenía mamíferos, solo
presencia no solo fue una señal de acompañamiento,
animales emplumados.
sino de que, en realidad, íbamos por buen camino.
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Tierra y mar De cómo en los largos días de navegación te sumerges en meditaciones y descubres otros sentidos a la vida.
E
l día 15 amaneció en calma y con el sol tostando
En nuestros relojes a bordo retrocedimos el tiempo una
la nave. Dormí sin polo; el calor ya empezaba
hora para alinearnos con Vancouver. Aunque la vida
navegación cuando, partiendo del Callao, teníamos
tiempo, en tierra, todo se ordena, desordena, equilibra y
a sentirse y era un cambio de los primeros días de
que abrigarnos. Estas travesías te hacen notar muchos
cambios que, cuando uno vive en la normalidad y habitualidad, no ocurren.
Tras un reparador descanso, salí a cubierta y encontré
a los muchachos risueños y sonrientes. El cielo estaba
despejado y azul, corría buen viento; entonces, debatimos si debíamos izar el Spinaker, la vela para vientos moderados de popa. Navarrito nos convenció a todos. Así, la vela azul se lució de maravilla en el entorno solitario en el que nos hallábamos.
En mi bitácora apunté el punto exacto para perennizar
el momento: “8º 37.956 S / 117º 27.654 W”.
En la ruta, el viento marcaba unos 5 nudos, lo que nos
ayudó dándonos un empujón hacia las Marquesas. La corriente nos impulsaba otros 3 nudos, nada despreciable.
Hice mis cálculos: 3 nudos por 24 horas son 72 millas náuticas; eso quiere decir que la corriente nos aporta unos 120 kilómetros adicionales de recorrido diario.
transcurra en altamar, no se puede olvidar que al mismo desequilibra, según su propio espacio-tiempo.
Pero, por más que el día en altamar exhibiera su mejor
rostro, en Lima las cosas eran distintas. Mi teléfono sonaba únicamente para traerme malas noticias. Decidí
apagarlo y concentrarme en lo que tenía al frente. Había
tomado una decisión y no había vuelta atrás. Revisé mis correos y encontré los apuntes meteorológicos de
Gustavo Barclay, quien estuvo en tierra siguiéndonos todo el tiempo y ayudándonos con sus reportes, siempre muy acertados.
Cada miembro de la tripulación consultaba su teléfono
para saber cómo discurría su vida, cómo estaban sus seres queridos y qué hacían. Navarrito conversaba mucho con su familia. Se notaba que era muy ligado a ella, como Baci con su mamá y su esposa. César no hablaba mucho, pero me daba cuenta de que, en aquel
silencio, su pensamiento era ocupado por el recuerdo de los suyos.
Estoy seguro de que, a su modo, cada uno de nosotros tenía, en esos momentos, más motivos para estar en el mar que en la tierra En mi caso, el día del padre nos sorprendió en altamar,
lo cual me llevó a pensar nuevamente en mis tres hijos.
En esos días, Sofía participaba en una actuación en el colegio que me perdí, al igual que la ceremonia de confirmación de mi hijo Mateo.
En esos días de larga calma, repasaba la historia. En la antigüedad, realizar viajes extensos y descubrir
nuevas tierras, contar sus experiencias y regresar con
vida, luego de un cierto tiempo de permanencia en el
mar, les otorgaba respeto y honor para sus familias. Suponer, por ejemplo, que una persona representaba una carga para su familia era una razón poderosa para hacerse a la mar y buscar su propio destino.
Una ofensa a la familia que no fuera disculpada podía
explicar, igualmente, la necesidad de adentrarse en las
aguas azules o incluso retarse, probarse a sí mismo; o hacer caso omiso a las indicaciones de mal tiempo futuro podía ser un aliciente para salir y hallar cada
quien su destino, aunque este supusiera, en el peor de los casos, verse cara a cara con la muerte.
Pasar la vida en las islas los incitaba a internarse en
el mar. Era una condición natural. Una fuerza que los
impulsaba, como a las aves migratorias, a moverse cada cierto tiempo de un lugar a otro. ¿Sentíamos algo
parecido al alistar el Speil Vinden y realizar una travesía
de 25 días? Estoy seguro de que, a su modo, cada uno de
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nosotros tenía, en esos momentos, más motivos para estar en el mar que en la tierra. A fines del siglo XIX, un peruano también tuvo la impetuosa necesidad de cambiar su vida en tierra y escapar hacia los confines del mundo para encontrar lo que él llamaba su propio paraíso, que no era más que el archipiélago de islas de la Polinesia, dejando atrás una vida relativamente acomodada en Europa y, hasta cierto punto, exitosa como hombre de negocios en la bolsa financiera. Se llamaba a sí mismo “El salvaje peruano”, y era hijo de madre peruana y padre extranjero con ascendencia borbónica: Paul Gauguin. Sus restos descansan en el cementerio de Hiva Oa, bajo una tumba de piedra volcánica sobre la que yace una roca redonda con su nombre y el año de su muerte: 1903. Gauguin huyó a Tahití en busca de su nueva identidad. De niño vivió en el Perú y pudo ver y aprender la huella intensa de nuestro pasado inca y preínca. Las islas polinésicas le dieron el marco para que plasmara esa belleza autóctona y salvaje –como diría Chocano– en colores tierra y pasteles, pero si terminó allí fue porque en algún momento sintió que la vida en tierra se mueve de una manera monótona y artificial que no tiene nada que ver con lo que realmente es la vida libre y natural que te da el contacto con el mar. A medida que la nave avanzaba, empujada por los vientos alisios, sentía que una parte de mi vida quedaba en tierra y que otra, mecida por las olas, crecía de forma serena, pero batiente.
"¿Cuándo te casas?", cuadro de Paul Gauguin.
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A Nuku Hiva De cómo el tiempo se aceleró, el velero tomó velocidad de crucero y llegó un amanecer en el que vimos tierra, que en realidad era una gran roca.
I
niciamos el día 19 del viaje, y así lo apuntamos en la
sensación de ver concretados nuestros sueños, izamos La
bitácora de la nave. El tiempo era bueno, aunque la
Mayor completa y desenrollamos La Génova del Furling.
intensidad del viento descendió. Eso nos obligó a colocar la vela en posición “Oreja de burro”, el foque a babor y La Mayor a estribor, es decir, la vela más grande desplegada y estirada hacia un lado del mástil, y la otra vela, más pequeña, hacia el otro lado completamente abierta. Eso permitía mantener el bote balanceado y estar listos para tomar la decisión de seguir avanzando de forma natural, aprovechando al máximo la intensidad del viento, o prender el motor y, de cierta manera, poner velocidad de crucero. A estas alturas, el sol era más intenso que nunca. A las 8 y 30 de la mañana había una sensación térmica de + 42 ºC. Terrible. En ese momento calculamos que nos encontrábamos a unas 650 millas del punto más cercano a tierra, que eran las Islas Marquesas. El tiempo corría más rápido; tuvimos una sensación de vértigo por llegar al otro extremo, al fin de la expedición. Nos contagió el deseo de hacer algo grande que se recordara como la proeza de un grupo de peruanos que, tras más de 500 años –desde el cruce que realizó el inca Túpac Yupanqui–, siguieron sus instintos y probaron que los viajes de ida y vuelta en la hoya del Pacífico son perfectamente factibles. Estimulados por la
¡A toda vela! En mi bitácora escribí: “16 nudos. Rumbo 270º. Nuku Hiva.
Últimas 650 millas náuticas. Ahora estamos en regata otra vez. Queremos llegar con velocidad. 24 días en un tiempo
récord de Perú”. Navarrito había tomado como asunto
personal batir el récord de Alec Hughes, siempre con espíritu competitivo. Yo quería llegar nada más.
Estar en posición de regata significa poner la máquina
a toda marcha. Una regata es una prueba de velocidad que implica una excelente capacidad y entrenamiento para maniobrar los elementos de la naturaleza a tu favor:
viento, resistencia, peso, balance. Cuando el bote se ladea, se dice que está escorado. Se escora 5°, 10°, 15°, 20°, 30°, 40°.
Si te escoras 40°, estás sobrevelado, has rebasado tu límite de escora. Si ello ocurre, la pala del timón sale del agua. Es
muy difícil que, por el viento, el bote se vaya a poner en 90°. Antes de que eso suceda, el mástil se rompe.
Es primordial tener en cuenta la compensación del peso
para sacarle el máximo rendimiento a la nave. Si se trata
de competencias, en el velero se hace generalmente lo opuesto a cuando se está en una travesía. En una regata
se le saca todo. La dimensión de las velas se calcula de
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tal modo que el bote llegue a su máxima performance
los equipos de refrigeración, cargar las computadoras, los
se generaría un problema al atacar el viento; tendría
realizar una travesía sin motor; todo lo contrario, aunque,
porque, si el mástil fuera más alto y las velas más grandes, incluso que rizarse las velas, enrollarlas o bajarlas. En una
regata, la idea es utilizar toda tu capacidad de rigging, de mástil, de vela.
teléfonos. Pero, desde el inicio, nuestra intención no fue
eso sí, nuestra meta fue hacer el menor uso de combustible para tener un indicador de eficiencia.
Faltando unas millas para arribar a las Marquesas,
En una competencia de barlovento/sotavento te ponen
me atrevo a sostener que Yupanqui llegó a estas tierras.
que llegar a ese punto e ir cruzando de derecha a izquierda;
de polinesios llegados a estas tierras, habían resistido el
en contra del viento, te señalan una boya y, luego, tienes
después, cuando le das la vuelta a la boya, bajas una vela, La Genoa, que permite un sistema de zigzageo, para que pueda cortar el viento 45°. En un crucero, en cambio, el
viento viene de atrás, de popa; entonces, el camino hacia
el objetivo es casi exclusivamente con viento a favor,
no cortándolo. Si sales del Perú hacia el sur, a Chile, por ejemplo, allí sí tendrías que ir todo el tiempo contra el
viento y hacer zigzag, cortando olas. Ir siempre en contra del viento golpea más que ir a favor de él. Cuando vas
a favor del viento puedes ir en una línea recta, pero
Las balsas fabricadas en Manta, bajo la dirección técnica
largo viaje. Las provisiones que llevaron –carne seca, maíz, papa– se combinaron con los frutos que regala el mar en
la travesía, y el agua dulce la proporcionó el cielo en forma de lluvia. Imagino el estado febril en que se encontraba. Un estado de exaltación en el que crees ver tierra por todos
lados. Los ojos de gato se abren en la espesura de la noche, y tu cerebro elabora la silueta de una isla que te hace pensar, desear, añorar, que se trate de tierra.
Nuestro punto de llegada, Nuku Hiva, estaba cada vez
cuando vas en contra del viento es imposible ir en una
más cerca. La distancia más larga que haya recorrido un
cortando el viento.
más larga de la que generalmente se acostumbra a hacer,
línea recta a tu punto de destino; siempre tienes que ir
La otra gran diferencia es el uso del petróleo. En una
regata no se utiliza motor. En un crucero dependerá de los
navegante saliendo desde el Callao. Una ruta única. Mucho que es La Isabela (Galápagos)-Hiva Oa (Marquesas).
En las primeras horas de la madrugada, Chávez afirma
objetivos que te plantees en el viaje. Hay casos en que lo
haber visto tierra. Pero ninguno de los tripulantes está
llegar. Son los náuticos ortodoxos. Viven en su velero y van,
vemos la primera silueta de una tierra oscura, rocosa,
aparejos, ajustan sus velas, fijan su rumbo y... ¡Bon Voyage!
de felicidad.
importante no es llegar más rápido al otro punto, sino solo
seguro de ello. Al despuntar el alba, sin embargo, todos
literalmente, a donde las olas los lleven. Solo manejan sus
con unas olas gigantes a su alrededor. El marinero aúlla
En el caso del Speil Vinden, llevábamos suficiente petróleo
No se trataba de una isla paradisiaca. Era, más bien,
como para organizar nuestros tiempos. La mayor parte del tiempo usamos el combustible para mantener activos
de una belleza lúgubre, espectral, como salida de una película. Era... ¡la isla de King Kong!
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La isla de King Kong De cómo nos aproximamos a la enorme roca que nos llenó de felicidad, pero también nos sobrecogió por la fuerza de su persistencia frente al mar.
L
a primera tierra que vimos no fue la isla amable
Apagamos el motor que cargaba nuestras baterías y
y con civilización de Nuku Hiva que pensamos,
nos acercamos con lentitud. Llegamos como los antiguos
despoblada o abandonada; una roca volcánica que
salía. Tomamos las mayores precauciones hasta tener la
sino la adyacente que, de primera impresión, parecía
resistía la fiereza del mar y los vientos que le pasaban por encima, barriéndola en cada arremetida, castigándola y horadándola: la isla de Ua Huka.
Eran las 6 y 30 de la mañana cuando salí de mi
navegantes, a vela, con La Mayor desplegada. El sol recién
isla a estribor. Forzamos el ángulo hasta casi tocarla con
las manos. La sentimos, pero no bajamos allí. Empezaron a llegar los mensajes de felicitaciones.
Las Islas Marquesas tienen su encanto. En aquel
recámara y encontré a César Chávez en la eslora. Había
momento, nuestro punto más directo de desembarque
a la vista”, aunque el término que mejor se le ajustaba
y que es el cruce famoso que realizan los navegantes:
divisado la silueta de Ua Huka, nuestra primera “Tierra era “Roca verde”. Parecía una ficción. Forzamos el rumbo
para poder verla de más cerca. Una preciosura en medio
de esa soledad. Un símbolo a la resistencia, al coraje
de permanecer erguida, a merced de las fuerzas de la naturaleza que la batían por todos lados sin piedad.
“Después de tanto mar, es como ver el Valhalla”, pensé. Estaba claro también que, en nuestro recuerdo, la
imagen que más se asociaba con la de la isla de Ua
Huka era la que se aprecia en la película La Isla Calavera, sobre King Kong: rodeada de mar, nubes cargadas y precipitaciones cruzadas. El relieve de la isla revoloteaba
el viento, lo que se ve de manera perturbadora en los mapas meteorológicos. Eso era Ua Huka.
era Hiva Oa, una isla a la que inicialmente íbamos a ir
Galápagos-Hiva Oa, considerado el más largo entre dos
puntos de tierra este-oeste. Pero hicimos uno mucho más extenso, que fue Callao-Nuku Hiva. Emulando al inca
Yupanqui, Baci me tomó una foto señalando tierra con la mano abierta y apuntando con el dedo medio. El inca no
usaba el dedo índice para mostrar hasta dónde llegaba su reino; abría las palmas y utilizaba el dedo medio.
¿Qué reacción habrá tenido el inca Túpac Yupanqui al
arribar a estos lugares? ¿Cómo habrá sido el contacto entre dos civilizaciones ubicadas una al extremo de la otra?
El Manuscrito de Tiripone, un texto escrito por un nativo
de Mangareva –muy cerca de Ua Huka–, hijo de un jefe de la isla y depositario de la tradición lugareña, consigna
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detalles esclarecedores de la leyenda de Tupa o Topa,
un personaje mítico que llegó quizás en una flota a esa isla. Dicha narración asegura que el contacto con el rey
Tupa fue un acontecimiento memorable. El gran caudillo llegó en el periodo de los reyes hermanos Tavere y Taroi,
que se puede ubicar en los comienzos de la decimosexta centuria, o sea, tan solo un poco antes de la partida,
según Cabello de Balboa y Sarmiento, de la expedición de Túpac Inca Yupanqui.
Una de las balsas, la que llevaba al jefe inca, tenía
poderes sobrenaturales, tanto que la sola embarcación
fue suficiente para avanzar al impulso del viento, cortar suavemente la isla y abrir un canal. La geografía de la
leyenda coincide con la supuesta ruta de llegada desde América.
La isla de Mangareva, con sus pequeñas vecinas de Taravai, Aukena y Akamaru (archipiélago Gambier), se halla rodeada por un cordón coralino circular, casi totalmente cerrada. Ese cordón posee tres entradas, muy difíciles para cualquier embarcación: una por el sur, amplia y segura; otra por el oeste, que da directamente a Mangareva, y una más por el este, estrecha y peligrosa, adyacente al islote rocoso de Tekava. A esta última se le conoce con el nombre de Gran Canal de Tupa, Te-Ava-nui-o-Tupa. La leyenda afirma que la balsa del visitante ingresó por este canal, lo que coincide con la orientación geográfica, tomando en cuenta que Túpac Yupanqui llegó desde el este. A favor de la suposición de que el inca arribó a Mangareva, pasando previamente por el canal de TeAva-nui-o-Tupa, debe citarse, además, la coincidencia toponímica que Heyerdahl, con fundada razón, destaca.
En efecto, la historia de los incas recogida por los españoles dice que la famosa expedición del caudillo cusqueño llegó a dos islas, una de las cuales se llamaba Aya Chumbi. Pues bien: este nombre, Aya, es casi idéntico al del gran canal que conduce a Mangareva a través del cinturón de coral. De otro lado, Danielsson sugiere que la palabra quechua “chumbi” o “chumpi” –que aparece en los nombres de las islas de la expedición– se habría originado por la forma de anillo que tienen los atolones o arrecifes. Ese vocablo significa, literalmente, “faja” o “cinturón”. Hoy estamos convencidos de que el Pacífico no fue abismo ni barrera entre los pueblos que habitan los contornos de su inmensa cuenca, sino nexo para la comunicación, no constante, pero sí eventual. Es más común ahora hablar de viajes a través del Pacífico, desde América, hasta las islas de la Polinesia Oriental, a Mangareva por ejemplo. Nosotros cubrimos esa ruta a bordo del Speil Vinden. Hicimos una línea casi recta desde el Callao hasta las Islas Marquesas. Si trazamos esa ruta en el globo terráqueo, veremos que desde el continente hasta donde llegamos no hay nada. Solo mar. En la mayor parte de nuestro recorrido estuvimos en medio de la nada. Luego de más de 24 días en altamar, la alegría de divisar tierra firme nos llenó de felicidad, pero también de mucha hambre. César sacó al toque unos panes con chorizo. Fue él quien se encargó de “tanquearnos”. Tres horas y media de viaje después, por fin divisamos la silueta de Nuku Hiva, nuestro próximo hogar. El registro histórico dirá que fuimos el primer equipo peruano en el siglo XXI que surcó esta ruta con éxito.
Emulando al inca Yupanqui, Baci me tomó una foto señalando tierra con la mano abierta y apuntando con el dedo medio.
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¡Tierra, tierra! De cómo al fin descendimos a tierra y nos encontramos con un pequeño paraíso polinésico.
N
uku Hiva es un formidable punto de llegada a las Marquesas. No tiene la exuberancia de Tahití, pero representa muy bien la belleza tropical que uno imagina en esta parte del mundo. Nos metimos unos clavados de bienvenida y vimos una mantarraya que se desplazaba con tranquilidad, agitando su cuerpo como si, en vez de nadar, volara debajo del mar. La bahía de entrada tenía bastantes piedras, algo rocosa. Más de 30 veleros estaban anclados. No hubo ninguna Marina ahí ni muelle alguno para entrar con bote. Tuvimos que anclar. Esto nos permitió detectar un nuevo problema antes de establecernos en el lugar. Debíamos haber llegado con una cadena de ancla de, por lo menos, 100 metros de largo, y solo teníamos una cadena de 30 metros. Para conseguir la longitud ideal y poder anclar el velero, extendimos la cadena amarrándola con un cabo. Con los vientos cruzando de izquierda a derecha y de norte a sur, el anclaje se nos hizo difícil, tanto así que la primera noche se levantó el rejón, el velero se movió y perdimos nuestro primer hierro. Al día siguiente nos metimos a bucear y lo sacamos. Después de que nos dimos nuestro baño de la victoria, una vez que estuvimos perfectamente anclados, llegamos a tierra firme. Vi con mucha alegría bajar a la tripulación y disfruté de ser el último en descender de la nave. Habíamos llegado a tierra sanos y salvos. Baci lo registró en Super-8.
Apenas tuvimos contacto con los lugareños, nos
advirtieron que no nos metiéramos ni nos bañáramos en esas aguas porque estaban infestadas de tiburones tigre. Eran unas aguas verdosas, relativamente turbias; no había tanta visibilidad y, de verdad, estaban llenas de tiburones que allí son conocidos por tragarse lo que se les
cruce en el camino. También hubo quienes nos decían que los humanos no somos parte de su menú, pero, en verdad, no queríamos probar esa teoría.
Aprovechamos, entonces, para conocer la isla. Tahití,
nuestro destino final, aún estaba lejos. Había otros lugares que explorar.
Hicimos nuestra entrada oficial a la Gendarmería de la
Polinesia Francesa, custodiada por la guardia de ese país, que nos selló el pasaporte: Nuku Hiva, Polinesia Francesa.
Todas la islas de la Polinesia Francesa nacieron
del fuego; explosiones durante millones de años emanando energía de la tierra. Islas desarrolladas en
altura, como Nuku Hiva, reflejan volcanes jóvenes, mientras que atolones extendidos durmientes son los antiguos remanentes de volcanes que se hundieron.
Un atolón se forma por un arrecife que envuelve una isla volcánica como una franja. A medida que el volcán se sumerge completamente bajo el nivel del mar, el coral sigue creciendo hacía arriba moldeando
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Todas las islas de la Polinesia Francesa nacieron del fuego. Islas desarrolladas en altura reflejan volcanes jóvenes, mientras que atolones extendidos durmientes son los antiguos remanentes de volcanes que se hundieron.
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Como en la isla vivían solo 500 personas y el merlín pesaba 400 kilos, ahí mismo lo filetearon y lo cortaron, y todos los que hicieron su cola se llevaron un buen trozo del animal el atolón. Este proceso de la naturaleza toma alrededor
cortaron, y todos los que hicieron su cola se llevaron un buen trozo del animal.
Había un solo hotel y un solo mecánico, un
Gente de todo el planeta llega a esta isla. Había tripulaciones militares en viajes de estudio, uniformados con protocolos de seguridad muy estrictos; también, grupos de viajeros más distendidos, gente de mucho dinero; aventureros con miles de historias por contar, oficinistas que de un momento a otro abandonaron sus trabajos para subirse a un bote y recorrer el mundo, profesionales o técnicos que simplemente dejaron atrás sus vidas, algunos de manera permanente, otros por un tiempo, como nosotros. Vadeaban veleros con banderas finlandesas, francesas, estadounidenses. Nosotros éramos los únicos sudamericanos.
de miles de años.
norteamericano de los Estados Unidos que se había quedado a vivir allí. Nos dijo que revisar y reparar todo
el bote demoraría unos seis días. Decidimos quedarnos ese tiempo.
El hotel donde nos quedamos era el The Pearl Lodge. A propósito de este nombre, en la Polinesia hay muchas granjas de perlas negras, famosos objetos que son oriundos de toda la zona. Durante los seis días que permanecimos en la isla, no escribí nada en mi bitácora. Es más, en uno de los zamaqueos que sufrimos, esta se mojó y tuve que tomarle fotos, hoja por hoja, para evitar que se perdiera la información. Fue acaso un mensaje que me decía que la ruta desde el Callao hasta Nuku Hiva se había completado exitosamente, y había que prepararnos para lo que seguía. Recorriendo la bahía encontramos a un neozelandés, dueño de un barco pesquero de última generación, que mostraba el merlín más grande en la historia de la isla. El pueblo se agolpó en las calles para ver el tamaño del pescado, al cual debieron mover y transportar con una grúa y un tractor. Como en la isla vivían solo 500 personas y el merlín pesaba 400 kilos, ahí mismo lo filetearon y lo
A veces las mejores lecciones de la vida no las aprendes de la gente que está cerca de ti, sino de quienes te encuentras por la vida, casi de casualidad. En Máncora, Baci se hizo amigo de un navegante español llamado Giorgio Dayán y de Thibault Casabianca. Por cosas del destino se volvieron a encontrar en Nuku Hiva. Giorgio vivía en un velero con su mujer y su hija recién nacida. Había comprado un autito en la isla y se ganaba la vida así, trasladando a la gente de un sitio a otro. Conversando con ellos, nos dieron los consejos que nos faltaban para seguir.
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Tauri, la joven inglesa licenciada en Literatura, se encontró con nosotros tratando de hallar un medio que la trasladara a su destino final: Nueva Zelanda.
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Un rescate inesperado
E
De cómo conocimos a diferentes navegantes a la llegada a Nuku Hiva.
n la bahía de Nuku Hiva se encontraba un barco de bandera estadounidense que transportaba a
una delegación internacional de los Hare Krishna. Entre ellos se contaba a varios líderes religiosos que habían ido
a recoger a un profeta norteamericano para atravesar el Pacífico, trasladarlo a Asia y, finalmente, conducirlo a La Meca, en la India.
Entre ellos había una inglesa que fue admitida en
la embarcación estadounidense como parte de la
ser independiente y conocer el mundo. Había escapado
de Inglaterra con la intención de nunca más regresar. Su destino final siempre fue Nueva Zelanda.
Para lograrlo, salió de Inglaterra con dirección a Brasil,
donde pasó un tiempo. Luego, por tierra, enrumbó a Ecuador y pasó por el Perú a través de la Amazonía, básicamente tirando dedo.
En Ecuador se embarcó en una nave con bandera de
tripulación y, desde entonces, intervino en todos los
Estados Unidos llena de seguidores del Hare Krishna.
algunos desperfectos y acoderó en Nuku Hiva para ser
importante de ese movimiento en su país, que se
rituales de sus anfitriones durante un mes. El barco tuvo
El capitán era un estadounidense de la logia más
reparado.
reportaba directamente con la India. Su barco llevaba
Conocimos a mucha gente interesante y disfrutamos
compartiendo y conversando con ellas tras el largo trayecto que habíamos realizado cuatro personas solas.
dos meses en reparaciones sin saber cuándo terminarían los trabajos. Por tal motivo, la mayoría de la tripulación empezaba a abandonarlo.
Tauri pertenecía, en realidad, a una familia
La joven inglesa –Victoria Cayser, licenciada en
aristocrática; su linaje era parte irlandés y parte inglés.
como muchas almas en busca de su destino. Se encontró
confían mucho en la suerte, dejando las cosas un poco
Literatura–, mejor conocida como Tauri Owl, viajaba con nosotros en Nuku Hiva tratando de hallar un medio que la trasladara a su destino final, Nueva Zelanda.
Ella nos relató gran parte de su aventurada expedición. Si de algo estaba segura Tauri era de que su viaje no
respondía a un arrebato, sino a una necesidad urgente de
Quizás heredó algo más de los irlandeses, quienes
al azar. Los Irish pubs y el famoso trébol de cuatro hojas provienen de esa cultura. Son personas que viven en
geografías muy accidentadas y acostumbran a caminar por las montañas. Ella, en particular, había desarrollado
unos pies grandes de caminante. Se notaba que podía andar como un cangrejo, adherido a las rocas. Le gustaba
Si mi destino es llegar a Nueva Zelanda, no será por aire, sino por mar, agregó Tauri caminar por los arrecifes, y lo hacía sin zapatos. Ni las rocas ni los guijarros la lastimaban. En cambio yo, cada
vez que la acompañaba, me cortaba las plantas de los pies. Tauri era una isleña nata.
Siempre que pienso en aquel momento, no puedo
imaginar el coraje que se necesita para pasar del día
a la noche en un santiamén. Por lo que pude escuchar en estas islas, hay mucha más gente de lo que se cree que decide cambiar su estilo de vida de la manera más simple que podamos imaginar. Puedes encontrar la historia de un tipo que publica un aviso que dice: “Mi
buscando nuevamente otro bote.
Su destino final, como me dijo, siempre fue Nueva
Zelanda, pero cuando le propuse llevarla en el Speil Vinden a Tahití –nuestra próxima parada–, donde había un buen aeropuerto internacional que la podía
trasladar al país de Oceanía, ella se negó. Me confesó
que no quería subirse a un avión. Como buena inglesa, era bastante bastante firme en sus decisiones.
Los protocolos náuticos indican que, cuando uno se
nombre es… (una foto). He navegado tantas millas
topa con alguien que está naufragando o necesita ayuda,
alguien, yo puedo trabajar gratis. Sé cocinar y vigilar”.
comenté que me gustaría ayudarla, que estábamos
náuticas. Me interesa cruzar el Atlántico. Si necesitan a
No es frecuente y, por supuesto, no es muy aconsejable
hacerlo, pero existe ese modo de vivir y seguir a donde te
lleven las olas. Tauri se subió al primer barco que halló,
y resultó ser un barco de artistas de circo; en realidad, gente bohemia y seudoactores. Era una nave grande que la sacó de Londres. La forma de pagar el viaje fue hacer
coreografías, bailar y cantar, entretener a la gente a bordo.
lo cordial y lo navegante es auxiliarlo. Eso le ofrecí. Le bastante apretados en el bote, pero que si deseaba se
podía ir a Nueva Zelanda por aire. Hay un avión que sale una vez a la semana hacia la isla.
Ella me agradeció, pero me volvió a responder que “si
mi destino es llegar a Nueva Zelanda, no será por aire, sino por mar”.
En todo el trayecto hasta Nuku Hiva habíamos
Ella se subió al barco, cocinaba. De esa manera llegó
sido cuatro tripulantes, cifra equilibrada para una
tengo que subir a un barco más grande para cruzar el
hombres. Incorporar de pronto a una chica, a quien
su perro. En las Islas Canarias hizo una amiga y, juntas,
todos, una cierta pérdida de comodidad.
a las Islas Canarias. Después dijo: “Bueno, ahora me
embarcación de 2.5 toneladas en ruta larga. Todos
Atlántico”. Ahí conoció a un suizo que navegaba solo con
nadie conocía, implicaba un cambio de costumbres para
se subieron al bote del suizo a cambio de que cocinaran y atendieran a su perro. Así fue como llegó a Brasil.
Estuvo un tiempo en el país de la samba, y luego siguió
su periplo por tierra hasta arribar al Perú. Fue mochilera
en Machu Picchu, pasó a la selva y continuó hasta Quito, Ecuador. Llegó a Salinas, donde otra vez recibió las
energías marinas, y buscó otro barco que la devolviera
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al océano hasta Nuku Hiva, donde la encontramos
Siendo este tramo de pocos días, aceptamos llevarla.
Le propuse que se instalara en mi recámara, dado que yo tenía turno durante las siguientes noches en la cubierta.
Ella llegaría a Nueva Zelanda por mar, como había
planeado, ya que estaba escribiendo un libro sobre su propia experiencia, la cual nos entretuvo a todos escuchar.
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Rangiroa De cómo nos detuvimos casi una semana en un atolón y pudimos apreciar el modo de vida de los polinesios.
T
ras el tiempo que estuvimos en Nuku Hiva,
es como una cometa: cuando hay viento, eso lo ayuda a
mantenimiento y abastecimiento, decidimos seguir
lo subimos no existía correntada alguna de viento, y no
donde permanecimos siete días para hacer
nuestra trayectoria a Tahití.
Navegamos durante dos días desde las Islas Marquesas.
No tuvimos incidente que reportar con la nueva
suspenderse en el aire, pero, como en el momento en que le metimos full máquina para que el aparato despegara, simplemente venció la gravedad y se precipitó.
Habíamos planificado hacer escala en uno de los
tripulante a bordo, excepto porque cambié mi dormitorio.
atolones que abundan en la zona, cráteres de volcanes
en cama pequeña de la sala y luego en proa, con colchoneta
en su interior, una piscina natural de 20 metros de
En mi bitácora quedó anotado el incidente: “Dormí algo
muertos, que permiten el ingreso del mar para formar,
y sleeping bag, a lo pirata. Nos bañamos en las calmas”.
profundidad, dejando para la parte externa una
Por “calmas” me refiero a esos lapsos de paz y
quietud donde el viento se toma un respiro y el mar
profundidad de 3000 metros o más.
Decidimos por el atolón de Rangiroa, que en el lenguaje
deja de moverse para convertirse en un gran lago.
local significa “cielo inmenso”. Rangiroa es famosa por
velas estaban desplegadas y, el mar, teñido de un azul
brillaba luminosa y efervescente.
Todo se detiene. En un momento del trayecto, las dos
transparente. El barco ni se movía. En tales condiciones,
decidimos tirarnos al mar y nadar un rato. No tanto tampoco, pues siempre andas pensando que la zona está
llena de animales bien grandes que no quieres encontrar.
ser un acuario natural y, aun en este día oscuro, la laguna
A los atolones debe entrarse de día, no de noche. Si un
navegante llega cuando las sombras aparecen, es mejor
esperar el amanecer para tener la oportunidad de ver el escenario. En la mañana, los atolones se llenan de agua
Curiosamente, en aquel estado de quietud perdimos
y, por la tarde, cuando baja la marea, el agua sale, vuelve
pasó nada en las tormentas; no obstante, en el momento
aprovechas que el agua está ingresando; si lo haces muy
el dron, este cayó al agua. La explicación es que el dron
maniobra en los estrechos. Si eso ocurre, no te queda más
uno de los drones que habíamos traído al viaje. No nos
al océano. Es decir que, si llegas temprano con tu nave,
en que todo estaba detenido y era más fácil maniobrar
tarde, recibes la correntada en contra, lo que dificulta tu opción que meterle más fuerza a la máquina.
Ninguno de nosotros había tenido ese tipo de experiencia: maniobrar un velero en geografías de tamaña complejidad. Una persona en proa alertaba cómo veía el camino, porque la zona de ingreso es muy accidentada, hay piedras por todos lados. Puedes toparte con una roca que no figure en la carta, y en una de esas te metes un tortazo con la quilla. Debes saber que, si algo le pasa a la quilla, estás en un grave problema.
Tiputa, ubicado en la parte norte del atolón. El ingreso por este cerco de corales debía hacerse con mucha precisión, timing y respeto, luchando y maniobrando entre corales y contracorrientes, manteniendo el adecuado balance de la embarcación.
Los instrumentos náuticos nos advirtieron de una tormenta en el camino. Así que, entre atravesarla y esperar a que tuviéramos buen clima para seguir nuestro viaje sin novedad, escogimos lo segundo.
y me puse a bucear. Vimos algunos tiburones, felizmente acostumbrados a cruzarse con humanos.
Para ingresar al corazón de la “laguna” del atolón de Rangiroa, uno debe desafiar el acceso conocido como
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La entrada a Rangiroa nos subió la adrenalina. La salida también. Después empezamos a investigar un poco la geografía por debajo del agua. Saqué mi tanque
La tormenta empezaba a llegar con mucha fuerza. Una cosa es que la tormenta te agarre dentro de la “piscina” y otra, muy diferente, que te sorprenda afuera. La sensación era absolutamente distinta.
La tormenta duró cinco días. Esperamos que terminara para seguir nuestra marcha. Fue tan intensa que se levantaron los techos de las casas. El desastre fue cubierto por los noticieros. Afortunadamente, nuestra ancla estuvo bien amarrada. Yo mismo había buceado para atar el cabo a una piedra inmensa pegada a un arrecife. Una noche tuvimos vientos de 40 nudos, que son casi 80 kilómetros por hora, capaces de arrancar un árbol de raíz. El problema con esa fuerza es que, si el bote se suelta, puede chocar contra las rocas o los arrecifes, cosa que no sucedió.
recortado y sembrado en el mar. Los techos de las casas
La tormenta de la noche anterior nos dejó a todos algo cansados. Además del esfuerzo físico que significa poner en orden las cosas, arriar las velas y cerrar el bote para evitar que el agua penetre, hay un desgaste emocional por la tensión que se vive. Sin embargo, como no hay fatiga que no se cure o no mejore con un buen sueño, largo y profundo, al día siguiente tus energías vuelven a fluir. Así pues, aprovechas el tiempo para descansar y relajarte.
un mar movido y con un motor luchándola. Agua helada
Al sexto día estábamos listos para salir de Rangiroa. Nos subimos al velero y levamos anclas. Atrás dejamos la tradicional arquitectura polinésica, muy parecida a la que vemos en la selva peruana, en Iquitos. Es como si un pedazo de nuestra región amazónica se hubiera
una señal de respeto y reverencia, apenas un preludio
son cónicos para cortar el viento y para que la lluvia fuerte que caiga no se empoce ni los rompa.
Baci fue por avión a Tahití con la misión de asegurar un
lugar para el velero en la Marina Taina. Y Navarro debía volar a Panamá para un delivery.
César, Tauri y yo partimos desde Rangiroa hacia Tahití.
Decidimos hacerlo a motor, usando nuestra reserva de combustible. Fueron dos días tortuosos, enfrentando a y salada entraba por las escotillas a los camarotes, y las
camas estaban empapadas de agua salada mientras las olas golpeaban el Speil Vinden.
Todo esto se olvida cuando aparece el sol junto con el
cielo azul. Vislumbramos las costas de Tahití. El llegar a
una isla por mar, en lugar de por aire, es algo que llena
de emoción; es la manera natural de llegar a una isla, es de lo que vendría a ser Tahití, nuestro próximo punto en la carta de navegación.
Tahití se convirtió en nuestro hogar temporal.
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La entrada a Rangiroa hizo que nos subiera la adrenalina. Después empezamos a investigar un poco la geografía por debajo del agua. Saqué mi tanque y me puse a bucear. Vimos algunos tiburones, felizmente acostumbrados a cruzarse con humanos.
Al sexto día estábamos listos para salir del atolón. Atrás dejamos la tradicional arquitectura polinésica, muy parecida a la que vemos en la selva peruana, en Iquitos. Es como si un pedazo de nuestra región amazónica se hubiera recortado y sembrado en el mar.
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Volver a zarpar... porque tu hogar es el mar
H
asta aquí, el objetivo de cruzar durante 25 días el océano Pacífico, como lo hicieron antes en el tiempo otros navegantes, se cumplió. Fue un viaje sin parar, 25 días con sus noches, haciendo turnos y guardias marinas para evitar sobresaltos o percances graves. Fuera del primer inconveniente que pasamos con el piloto automático y las noches de insomnio que tuvimos, la travesía se realizó de manera serena y muy profesional.
en llevar una embarcación de Panamá a Miami, y tenía el tiempo justo. Sentíamos que se nos acababa el viaje. Habíamos hecho 25 días desde el Callao hasta Nuku Hiva –unas 4200 millas náuticas– más seis días atrapados por la tormenta en Rangiroa; eran un total de 31 días. Si a ello le agregamos los seis días que debimos esperar en el Callao alistando el bote y la tripulación, teníamos más de un mes juntos, exactamente 37 días.
El reconocer que fuimos capaces de realizar un cruce del Pacífico y regresar para contarlo es, en sí mismo, un regalo de los dioses. En mi caso, lo hice por mis hijos, por mi familia y por mí mismo. Me preparé para este viaje que en el fondo es, también, un viaje interior, una travesía para conocerse uno mismo.
Estaba tan corto de tiempo Navarrito que no esperó más y se fue directamente de Rangiroa a Tahití. Llegó, hizo conexión y, de inmediato, retornó a Lima.
No imaginé que mi viaje y mi aprendizaje continuarían... La primera parte de la expedición, con la tripulación que partió del Callao, había terminado, y nos quedan a todos muchas lecciones aprendidas.
Baci se quedó unos días a surfear la ola soñada de Teahupoo. Lo logró. A mí me daba miedo, pero salió airoso. Daniel era muy bueno en esas olas. Luego volvió con el registro de lo acontecido para empezar a editar el documental del viaje, que se llamaría Yupanqui.
Navarrito debía volver a Lima apenas llegara a Tahití porque estaba comprometido con mucha anticipación
Pero, para mí, la ruta seguía abierta, con nuevos destinos, nuevos puntos de llegada y nuevos desafíos.
Por entonces, César también debía regresar a Lima para continuar con sus actividades de trabajo.
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Mis compañeros de ruta Augusto Navarro:
“Siempre debes tratar de mantener el agua debajo de los pies” La primera vez que mis padres me metieron en una
piscina, yo tendría unos 8 meses. Ellos cuentan que me solté y nadé como un perrito, como si siempre hubiera
hasta surfeábamos olas con los Lasers.
estado en el agua. No tuve miedo, fue una cosa natural. A
A los 13 años participé en el primer mundial juvenil
le gustaba el mar, me llevó a navegar. En esa época, él tenía
en 1978. Quedamos sextos. Ganó un gringo apellidado
los 9 años mi padre, médico de profesión, a quien también
de veleros clase Lightning, que se realizó en La Punta,
un Lightning, un velero de 19 pies que se llamaba Chasqui.
Craig, de Estados Unidos. Luego quedé cuarto en otros dos
Después de esa primera regata que navegué con mis
regatas. He participado en muchos torneos y he ganado
padres, nació en mí el amor por los veleros y el mar.
Recuerdo que los fines de semana íbamos a navegar. En
campeonatos mundiales, y en otros logré ganar algunas algunos de los más importantes.
invierno, a La Punta; en verano, a Ancón y Chorrillos.
Hoy soy capitán. Mi trabajo es llevar y traer veleros,
Lima tiene un clima ideal para navegar durante todo el
Callao o a Ecuador. Estos vienen de la costa este u oeste
Había competencias casi todo el año, era muy divertido.
catamaranes a vela, yates a motor, de cualquier país al
calendario.
americana, Europa, el Caribe o Panamá, y viceversa. Tengo
En aquella época, la familia Ritter trajo unos Optimist
muchas horas de navegación para hacer estas travesías.
de madera, y Zanatti trajo el primer Optimist de fibra de vidrio. Un amigo de mi padre sacó un molde idéntico
en este material y construyó varias naves; la primera de ellas fue mi regalo de Navidad y mi primer bote. En él
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verano nos íbamos a la isla San Lorenzo y al Camotal, y
un equipo de tres personas muy bien entrenadas con
Como mínimo, deben ser dos, por seguridad. Pero, por lo general, los clientes prefieren una tripulación de tres a bordo.
comencé a timonear. Esas embarcaciones llevaban una
El trabajo entre los tres tripulantes es indistinto. En
los Lasers, que eran botes más grandes y exigentes, clase
Su principal tarea es observar el entorno y no chocar.
Todo el año navegábamos y corríamos regatas. En el
25 días seguidos, como fue la ruta que hicimos entre el
vela cuadrada, tipo cangrejo. Con el tiempo pasamos a
una travesía, el que está de guardia hace de capitán.
olímpica, con vela triangular. Aún no existían en Perú.
Navegamos día y noche sin parar, a veces por 10, 15 o Callao y Nuku Hiva, en la Polinesia Francesa.
El viaje más largo que he hecho fue para trasladar un
He navegado casi todos los mares de la Tierra. Me falta
(Ecuador). Me tomó 54 días con paradas técnicas en
al mundo. Cuando conoces otros mares, notas que el
velero Swan 45 de Palma de Mallorca (España) a Salinas
Almería, por tormenta; Gran Canaria, por provisiones;
Santa Lucía, luego de cruzar el Atlántico, y Panamá, para cruzar el canal, hasta que, finalmente, llegamos a Ecuador.
Fue en este viaje que Raúl se accidentó. La botavara se trasluchó y él se enredó con la escolta de la vela mayor, que
lo enganchó del cuello, lo pasó de estribor a babor e hizo que chocara con todo lo que había en el camino. Fue un
el tramo de Rangiroa a África para completar la vuelta Callao es muy tranquilo. Aquí no hay tormentas, ni
lluvias, ni rayos, ni truenos. Cuando navego en el Perú, ni siquiera observo el clima. Y después de 45 años surcando
los océanos, si alguien que quisiera aprender a navegar
me pidiera un consejo, le diría: “Siempre debes tratar de mantener el agua debajo de los pies”.
gran susto; felizmente, sin consecuencias fatales.
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César Chávez:
“Al mar siempre hay que tenerle respeto” Navego hace más de 30 años. Soy del balneario de
viento: veleros, el windsurf, deportes de vela en general;
ligado al mar. En sus inicios, mi padre fue pescador.
Punta.
Ancón. Nací aquí y vivo aquí. Toda mi vida he estado
Salía muy de madrugada, se internaba en las aguas tranquilas de la bahía y regresaba en la tarde con
El primer viaje lo hice en La Capitana. Mi padre
tiempo dejó la pesca para dedicarse al mundo náutico,
de Fernando de Osma (†). Recién empezaba. Era el tercer
y traer naves. Así conoció Estados Unidos. Le gustó,
orden, limpia. El mantenimiento de la nave ha cambiado
tiene como 40 años viviendo en ese país.
existe más conciencia en todas las tripulaciones sobre
Yo, en cambio, nunca fui pescador. Empecé a subir a los
desechos, acumularlos en bolsas y bajarlos en puerto.
los frutos del mar: pescados, a veces mariscos. Con el
trabajaba allí. Era un yate de buena eslora, de propiedad
a los yates de recreo. Se hizo capitán y empezó a llevar
tripulante y mi trabajo era sobre cubierta, mantenerla en
vio que había más oportunidades y se quedó allá. Ya
bastante. Antes, los desechos se arrojaban al mar. Hoy
botes para trabajar como ayudante desde muy joven.
la necesidad de preservar limpio el océano y guardar los
Trabajé con buenos amigos que me enseñaron el oficio.
Al mar no hay que tenerle miedo, pero sí respeto.
pude realizar mi primer viaje fuera del país. Nos fuimos
he tenido un percance serio al navegar. Siempre hay
He navegado todo el Caribe y, también, en el golfo de
y esfuerzo se superan. Además, ahora existen todo tipo
Atlántico desde Francia, pasando por España, Portugal y
altamar. Si todo eso falla, te queda el compás, que es un
Luego estudié en la Marina Mercante. Y así, a los 24 años,
Felizmente, gracias a Dios, hasta el momento nunca
a Panamá para recoger una nave en dirección a Ancón.
problemas de máquinas o motores, pero con voluntad
México. Además, he tenido la oportunidad de cruzar el
de accesorios tecnológicos que te ayudan a orientarte en
las Islas Canarias, para llegar a Santa Lucía, en el Caribe.
instrumento que mide los 360 grados y fija el rumbo. El
Hubo una época en que Ancón era el principal lugar de
cierto tiempo para verificar que no te has desviado. Me
veraneo del Perú. De día es una bahía tranquila, pero después del mediodía corre viento. Esto permite que sea
un lugar ideal para la práctica de deportes acuáticos de
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también esquí acuático. El remo se practicaba en La
compás va fijado al mando principal y debes verlo cada ayuda también que, cada vez que emprendo un viaje,
dos días antes voy al cementerio y le pido a mi madre –en el cielo hace 16 años– que me acompañe.
Otra cosa que debes saber cuando navegas es cocinar.
Ese viaje fue increíble. Salimos de La Punta, y en el
gran cocinera. Mi padre también cocina. Aunque en ruta
la corriente de Humboldt y hacerla coincidir con el
A mí, la cocina me viene de familia. Mi abuela era una los platos que preparo son a base de pescado y mariscos, en tierra lo más bizarro que he preparado han sido unos ravioles rellenos de lúcuma.
trayecto fuimos variando de rumbo para encontrar
viento en popa. Ese viento nos dio entre 1.5 y 2 nudos
de velocidad adicional. La convivencia del equipo fue espectacular.
La ruta con el Speil Vinden ha sido una de las mejores
Recuerdo que fui el primero en ver tierra: la isla Ua
hace un tiempo. He viajado con él llevando y trayendo
vacía. Nos dimos unos chapuzones y salimos de
experiencias que he tenido. Conocí a Augusto Navarro embarcaciones del extranjero. En un trabajo que hicimos
de Cancún a Miami conocí a Raúl Diez Canseco Hartinger. Me dijo que no le comentara a nadie el proyecto.
Huka, una isla rara, misteriosa. Estaba completamente
inmediato porque había tiburones. A 30 millas quedaba nuestro objetivo, la isla Nuku Hiva. Fueron 25 días de una travesía única.
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Daniel Bacigalupo:
“Trabajando en equipo, la nave llega a destino” Soy de la playa Santa Rosa Baja, en Punta Negra. Mi
consideró entre las personas que podían ser parte de la
abuelo la fundó. Él fue una de las primeras personas
tripulación. Mi tarea principal era filmar y documentar
que se instaló allí. Era pescador, y mis tíos fueron
todo el trayecto. Pero, además, cumplí las labores que se
buzos. He tenido relación con el mar desde muy
le encargan siempre a un marinero: hacer las guardias,
temprana edad. Siempre me llamaron la atención
cocinar, limpiar, timonear, cumplir mi turno. En un
los surfistas que veía frente a mi casa. Con el tiempo
momento también me encargué de pescar.
aprendí los secretos del mar y a medir las olas. He participado en algunos torneos y he sido campeón nacional.
abuelo. Fue mi cábala. En mi casa ya había comunicado
La mejor playa para surfear está frente a mi hogar:
un hijo de 3 meses y una esposa, quien finalmente me
El Huayco o Santa Rosa. En el Perú tenemos muchas
comprendió y apoyó para poder realizar el cruce.
playas buenas, como Cabo Blanco, Panic Point, San Pedro, Marín. En el mundo, las mejores son Teahupoo, Party Line, El Gringo, Arica, entre otras. Precisamente, en la travesía que hicimos a la Polinesia, pude surfear en Tahití. Fue increíble, una de las olas más grandes que he corrido en mi vida, y también bastante difícil, teniendo en cuenta que habíamos estado metidos
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A ese viaje a Nuku Hiva llevé una navaja antigua de mi que cruzaría el océano Pacífico. En ese momento tenía
Tengo muchos buenos recuerdos de aquella travesía y, también, la experiencia de haber vivido algunos momentos muy tensos, como cuando el velero tuvo una trasluchada y me quedé en blanco. En otro trasluche, la botavara me pasó cerca. En general, los trasluches son terribles, y peor si ocurren en la noche. Timonear
tanto tiempo en un bote.
en medio de una oscuridad total es tremendo. Piensas
Yo venía navegando hacía buen tiempo en el Speil
la angustia de que nadie te escuchará porque todos
Vinden. Habíamos estado en las Islas Galápagos, en
están durmiendo mientras el bote se aleja. Es una idea
Uruguay, en competencias nacionales. Raúl siempre me
aterradora. Felizmente, nada de eso pasó.
que en cualquier momento te puedes caer, y sientes
Uno de los recuerdos bonitos fue ir de avanzada a la
quedarnos. Nos acogieron con tan buena onda que nos
Marina Francesa, en Tahití, y utilizar mis mejores
dieron el mejor sitio.
argumentos con el fin de obtener un lugar para acoderar. Es muy difícil conseguir un cupo, son muy peleados. Les dije a los oficiales que veníamos del Perú, que llevábamos navegando ya mucho tiempo y que teníamos un huracán encima y no teníamos dónde
Este viaje ha sido muy provechoso para mí. Me ha enseñado que, si en la vida te propones ir del punto A al punto B, tienes que hacerlo. En el camino pueden surgir mil cosas, mil obstáculos, pero debes perseverar en tu intento. Trabajando en equipo, la nave llega a destino.
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Tahiti De cómo volvimos a estar en una ciudad y comprendimos que el mar y la tierra se complementan y forman nuestra gran casa.
T
ahití es la capital de la ciudad de las society islands,
Los grandes navegantes vieron siempre a esta isla
y muchas veces se refieren a ella como el Nueva
como un lugar cosmopolita y, en cierto modo, tienen
también por el comercio. Para las embarcaciones hay dos
restaurantes, agencias de viajes, tiendas, un aeropuerto
York de la Polinesia Francesa. Brilla por su glamour, pero
puertos: Papeete y Taina. Era a este último donde había ido Baci por avión desde Rangiroa para conseguir un lugar para el Speil Vinden.
Él debía convencer a la Marina Taina de la necesidad
que teníamos de acoderar en su puerto, explicando la larga travesía que habíamos hecho desde La Punta,
además de la necesidad que teníamos de hacer obras
de reparación. Inicialmente, la solicitud le fue negada pero, gracias a su insistencia, lo consiguió. Tuvimos
suerte, porque esa rada tiene una alta demanda, y fuimos ubicados al frente de megaembarcaciones, las cuales contrastaban con la modestia del Speil Vilden.
Hemisphere, el catamarán más grande del mundo, con 44.2 metros de largo, sobresalía frente a nosotros. Estaba también el Adix, un schooner de madera de 56 metros,
cuyos pisos, torretes y adornos de madera y bronce eran limpiados y pulidos por una tripulación impecablemente
uniformada. Trabajaban hora tras hora, día tras día, en esta tarea; y en sus momentos libres se les veía reunidos preparando parrillas en el muelle.
razón. Apenas llegas te encuentras con autos, servicios, internacional, un hotel cerca para tomar una piña colada
y servicios turísticos para conocer la isla y la geografía del lugar.
Con el arribo a Tahití dimos por concluida la etapa
aventurera y remota. Nuevamente sentimos lo que es estar en una ciudad. Para comenzar, recuperamos nuestra
conectividad. Por un momento tuvimos la sensación de haber superado nuestra etapa de nómades marinos para
volver a ser miembros de la civilización. Si ves el mapa en Google Earth, solo tendrás un pedacito de tierra atrapado
en medio del mar. Pero, en verdad, también puedes ver la isla como un complemento de tu vida, como el yin y el yang. Salimos del yin para entrar en el yang.
La vida en tierra no se puede explicar sin la vida
marina. Solo que a veces lo olvidamos, la depredamos
y la convertimos en un basurero. Sin embargo, ambas entidades forman parte de nuestra propia casa y de nuestra propia existencia.
En todo ese tiempo, mientras la nave volvía a ponerse a punto, conocí a Rafael de Morea, un polinesio-francés que tenía una embarcación hecha con la tecnología del pasado polinésico
Para entonces, César también había regresado a Lima, y solo quedábamos Tauri y yo. Era hora de que iniciara mi propio entrenamiento de capitán. Donde antes había cuatro personas, ahora solo éramos dos. Debíamos aprender a hacer todo a cuatro manos. Eso implicaba realizar viajes cortos por los alrededores para compenetrarnos con el sistema meteorológico, las nubosidades y el efecto que las corrientes marinas tienen en el rumbo trazado. Tahití me adoptó por unos largos meses. En todo ese tiempo, mientras la nave volvía a ponerse a punto, conocí a Rafael de Morea, un polinesio-francés que tenía una embarcación hecha con la tecnología del pasado polinésico, para dos personas, apta para navegar entre las islas, pero no para rutas oceánicas, llamada Vaapiti. Es la primera nave que, según la División de Turismo e Historia de la Polinesia Francesa, cumple con los requisitos para ser un barco histórico. El constructor posee incluso los planos para hacer uno de enormes dimensiones que cruce el océano, como los que se pueden ver en la película Moana, similares a las embarcaciones usadas en la época de la gran travesía de Túpac Yupanqui.
Siempre he pensado que una versión similar podría
haber llegado al Perú y, posteriormente, ser replicada
en la travesía que, según cuenta la leyenda, realizó el príncipe junto con sus soldados.
“Una inmensa flota de grandes balsas, de 9 u 11 troncos
sujetos por lianas, mástil bípedo de madera de mangle,
proa afilada y cobertizo al centro, más hacia la popa, que
avanza por las calmadas aguas del Pacífico. Centenares de hombres viajan en ella, con el caudillo cusqueño a la
cabeza, invicto en tierra y buscando nuevas empresas para extender la fama y acaparar la gloria.
El ejército marino ha sobrevivido merced al agua dulce
que lleva almacenada en gruesas cañas de Guayaquil y,
también, al agua de lluvia que recoge de los chubascos o tormentas. Cada manchón de nubes es un aguacero
copioso que permite llenar los depósitos de reserva que van bajo las balsas, refrescados por el propio mar. Trasladan mucha carne seca de llama, cancha y papa desecada. El
mar provee las proteínas que hacen falta. Agradecidos a los
dioses, las balsas aparecen cubiertas de diversos peces que
caen en su superficie tras acrobáticos saltos sobre el agua. La vida abunda en el mar, y ella sustenta la de los hombres empeñados en tan fantástica travesía.
Conociendo la nave Vaapiti, construida con la tecnología del pasado polinésico, apta para navegar entre las islas.
Un día, el príncipe arribó a su destino. Luego se animó,
quizás, a ir a otras tierras, ya embebido de la victoria,
ambicioso de más gloria. Después de un tiempo emprende
el regreso, la acogida triunfal, y se reincorpora al ejército
invencible, marcha al Cusco, donde lo espera el recibimiento
de su padre, el gran Pachacútec, consciente, por su propia grandeza, de la grandeza del hijo”.
Le cuento la leyenda al constructor de barcos, el
polinesio-francés, y él me comenta que es posible recrearla hoy construyendo un catamarán que salga del Callao hasta Nuku Hiva y haga el camino de retorno sin inconvenientes.
A continuación, nos invita a abordar el “va’a”, o
embarcación polinésica, y sentir cómo son los viajes en
“Es una maravillosa obra de la ingeniería naval polinésica”, pienso al subirme y percibir que la nave casi levita sobre el agua. Salimos de la laguna hacia un punto en el océano para iniciar una aventura de exploración en un paraje gigantesco y voluptuoso de corales. Seguimos a Rafael en las profundidades del océano que conocía tan bien. Cruzamos con mucho cuidado corales, jardines de plantas marinas, para ingresar en grutas esplendorosas. Las corrientes nos atrapaban de rato en rato, pero no impidieron que llegáramos a cuevas submarinas que nos dejaron maravillados por su majestuosidad y por la cantidad de peces que brillaban multicolores a nuestro alrededor.
esta clase de naves.
Una visita a la galería del taller de Kiwi Harold Ross Sails, patrón de vela de Opua junto con el capitán David Amaya Woodogie (Nueva Zelanda).
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Moorea, Ua Hine y Bora Bora De cómo los astros se fueron alineando para prolongar nuestro viaje y llegar a la lejana Nueva Zelanda.
P
gran travesía de casi un día completo en altamar, 24
han demostrado que ninguna técnica se domina si no
Tauri exploró y encontró un grupo que estudiaba
ara dar el gran salto, debía prepararme. El plan que me propuse consistía en realizar ejercicios de
navegación de menos a más. Es una forma de encarar las cosas que me han acompañado toda la vida y que me se practica.
Primero probamos saliendo de Tahití hacia Moorea,
una isla ubicada a 4 horas. Es una navegación algo dócil
horas navegando sin parar de Moorea hasta Ua Hine.
Haciendo un paréntesis a los días de preparación,
ballenas con mucha sensibilidad y respeto, así que reservamos un espacio para esta experiencia.
Las ballenas migran a la isla para tener sus crías. A
porque si ocurre cualquier cosa –un desperfecto, una
nosotros, una ballena nos dio un saludo de bienvenida
habitantes de la zona cubren este trayecto utilizando un
nadar con ellas. Saliendo de la laguna en el vasto
un servicio de transporte público, sin necesidad de tener
la aparición de alguna ballena o, más bien, la señal
emergencia– es posible volver rápidamente a tierra. Los
al llegar, y ahora tendríamos una experiencia al poder
ferri que los traslada a diario entre Tahití y Tonga, como
océano esperábamos, junto con algunos pocos botes,
que ir en una embarcación propia.
de nuestra guía francesa, conocida como la “Sirena”,
Durante un buen tiempo hicimos la ruta Tahití-Moorea
hasta que la dominamos. En ese lapso probé todo el funcionamiento de la máquina (el motor, el ventilador,
las velas) y, a medida que la confianza entre mi grumete y yo se fortalecía, podía analizar la dinámica de la nave
y la sintonía que empezábamos a tener para llegar a una bahía y realizar, de manera casi mecánica, todas las actividades que demanda la vida marina: poner el
ancla, subir el ancla, preparar las comidas, limpiar el
bote, comprar alimentos, revisar el combustible. Tras dos meses navegando, decidimos hacer nuestra primera
para que nos indicara cuándo entrar a nadar. Había muchas ballenas, pero también como 30 personas en el
agua. Empezaron a acercarse a nosotros y yo sentí una atracción por aproximarme, cosa que hice con mi cámara
acuática, olvidando todas las recomendaciones de la “Sirena” francesa. Poco duró la magia de mi inminente
encuentro, pues sentí un jalón de la guía, quien evitó así el choque con la ballena. Para mí que la ballena y
yo teníamos una conversación pendiente. No sabía entonces que más adelante tendría otra maravillosa experiencia con estos espectaculares mamíferos.
Siguiendo con los preparativos del viaje,
y a diferencia de lo que había ocurrido en Lima, cuando al iniciar la gran travesía nos sobreabastecimos, esta vez hicimos cálculos no tan dramáticos y más precisos, sobre todo en
agua y combustible, que aligeraron bastante el bote. Nos abastecimos con lo necesario para el
tramo. En la Polinesia existen numerosas islas, a diferencia del gran tramo del Callao a Nuku Hiva. En este punto debo hacer un paréntesis para
despedirme de Lady Valhalla, quien hechizó a
una señora que nos cuidó bastante en nuestra estadía en Tahití. Era una integrante del cuerpo de Marina de la isla que me preguntó un día por la estatua y, en retribución a sus atenciones, le dije
que si le gustaba se la obsequiaba. Tanto ella como su esposo agradecieron sorprendidos el gesto. Yo mismo no entendí este desprendimiento.
Hasta ahora no encuentro una razón valedera
para explicarme por qué me deshice de la bella ninfa que nos acompañó en la larga travesía del Callao a Nuku Hiva. Creo que la vida siempre
me había preparado y presentado con pruebas
de desapego. Sentía que, después de todo, Lady Valhalla había encontrado su lugar en el mundo, algo que yo mismo estaba buscando. No entendí por qué me deshice de la bella ninfa que nos acompañó desde el Callao hasta Nuku Hiva. Pero, después de todo, Lady Valhalla había encontrado su lugar en el mundo.
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Completado el frugal abastecimiento para
dos, el Speil Vinden quedó listo para continuar
navegando. La siguiente etapa del plan fue salir
En verdad nos quedamos una semana en la isla porque nos encantó.
a navegar con dos velas. Con la tripulación mínima, descartamos el uso de la vela azul, el Spinaker. Usaríamos las dos velas clásicas, y si por eso perdíamos velocidad, ir
un poco más lento, en verdad, no nos importaba. Esa fue la forma en la que decidimos navegar.
No había tanto apuro en esta segunda fase de la travesía.
Además, yo estaba en mi propio camino para consolidar
mis conocimientos. Debía probarme en una expedición de
esa naturaleza, y había que encontrar el ritmo adecuado, no caer en la desesperación. Despacio y sin prisa.
Nuestra primera meta: navegar solamente los dos,
Tauri y yo, la cumplimos. Era una buena manera de ir
armando un nuevo equipo de navegación. Vimos la carta,
hicimos los cálculos y decidimos ir hacia el noroeste, a la isla Ua Hine, a 150 millas náuticas de Moorea.
Era un viaje con una autonomía de 24 horas. Te
internabas en altamar y, por unas horas, no veías nada
más que agua a tu alrededor. Tuvimos que navegar toda
la noche. Hicimos turnos para distribuir y recuperar
fuerzas. Pero, como recién estaba navegando con
la nueva tripulante, pensé que podía meterme un “boletazo” y pasarme despierto toda la noche para recién dormir cuando llegáramos a destino.
Así lo hice. Saqué mis reflejos de búho y permanecí
todo el viaje despierto. A las 4 de la madrugada, Tauri dormía mientras yo vigilaba la ruta. El GPS nos indicó
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Fuimos a bucear un par de veces, con tanque, para conocer la fauna acuática. Nos topamos con unos tiburones limón, enormes. Era la primera vez que me veía cara a cara con un escualo de 3 metros. No se trata de un tiburón que ataque a los humanos, felizmente
que estábamos a 3 horas de Ua Hine. La noche era negra,
impenetrable. Revisé mis apuntes, mis cartas náuticas,
y vi que, a partir de aquí, toda la ruta era casi un campo minado. Alrededor de la isla, la carta digital decía “ten
cuidado”, “cuidado”, “zona de cuidado”. Tomé la decisión de bajar las velas al mínimo, reduje la velocidad y esperé a que amaneciera. Me quede dormido por dos horas.
hora, un lugar paradisiaco, frente a un hotelito exclusivo para ricos y famosos.
Ua Hine o Huahine es también conocida como “Jardín
del Edén” o “Isla Jardín”. La belleza y el azul de sus aguas sobrepasa la imaginación.
Anclamos el bote, buceé para ver cómo estaba el ancla,
A la mañana siguiente, el velero se desplazó con
armé el bote inflable, le puse el motor. Estos ejercicios
de dos islas: Ua Hine a la derecha y Raiatea a la izquierda,
y desembarcar. En el botecito pequeño, el Zodiac, nos
Polinesia Francesa. En Tahití dicen que Tahití es a Nueva
hábito; los movimientos se realizaban cada vez con
lentitud. La zona de riesgo se formaba por la proximidad
eran ya parte de la rutina al llegar a un lugar, embarcar
que es considerada la otra isla de gran importancia de la
acercamos a tierra. El entrenamiento se volvió un
York como Raiatea es a Washington D. C., lugar donde
mayor precisión y rapidez.
se establece el gobierno. La proximidad entre ambas islas genera un sistema de corrientes y contraolas muy
complicado, más aún cuando hay tormentas o cuando los vientos o el oleaje son desproporcionados.
Fuimos a bucear un par de veces, con tanque, para
conocer la fauna acuática. Nos topamos con unos
tiburones limón, enormes. Era la primera vez que me veía cara a cara con un escualo de 3 metros. No se trata
Pasadas las 6 de la mañana, ya habíamos sorteado
de un tiburón que ataque a los humanos, felizmente.
Busqué la apertura del cráter y pasé el arrecife. Anclaje
navegación de la nave. Todo estaba en orden: el anclaje,
compramos fruta fresca, plátanos y cocos; buscamos un
frío; teníamos petróleo, agua. En verdad nos quedamos
todos los puntos peligrosos y entramos a Ua Hine.
Ahí nos quedamos una semana probando el sistema de
perfecto. Amarramos el bote y bajamos por agua;
el enrollamiento automático de las velas, la cámara de
sitio definitivo para anclar. Encontramos uno a media
una semana en esa isla porque nos encantó.
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Pero, pasada la semana, en algún momento le dije
a Tauri que debíamos conocer la isla Bora Bora, como
océano Pacífico, nombre dado a este océano por el
noroeste y cada vez más alejada de Tahití. En el mapa
este mismo mar –que rodea Nueva Zelanda– son otra
último destino de viaje solos, ubicada en dirección mental y real de la Polinesia, nuestro velero y nuestras vidas iban tomando otro punto de orientación. Un punto más alejado de este archipiélago, situado más en
el extremo sur del planeta. En cierto modo, era como si
nuestras cartas de navegación desperdigadas por la vida se hubieran encontrado en la Polinesia para, desde allí, proseguir la ruta juntos, al menos por unas semanas.
Bora Bora está a dos días de navegación desde Tahití.
Es un sitio mucho más turístico, donde los visitantes
explorador Magallanes, las condiciones marítimas en historia debido a su posición geográfica. Es zona de
fuertes tormentas, ciclones que vienen del norte y, al
mismo tiempo, del frío del sur y de la Antártica. Esta
fricción produce tempestades impredecibles, agravadas por variantes en los ciclos lunares.
Pero, como quien no quiere la cosa, una a una, todas
las variables para hacer el tramo se fueron resolviendo.
Una de ellas –tal vez la principal– fue cómo
pasan el mayor tiempo posible buceando. Hay peces y
redistribuirse las tareas en una navegación larga con
de El Ñuro, en la costa norte del Perú–, que no son tan
pareja de finlandeses que había resuelto ese tema y que
Mientras pasábamos largas jornadas en ese lugar, me
La fórmula más eficaz para un viaje de dos tripulantes,
tiburones a los que puedes alimentar –como las tortugas
solo dos personas a bordo. En Bora Bora conocimos a una
salvajes que digamos.
compartió sus experiencias con nosotros.
di cuenta de que mi mirada se centraba en dirección sur,
nos dijeron, especialmente en la dirección que teníamos
inflexión. En aquel momento podía subirme al bote, dar
turno de medianoche a 5 de la madrugada. Es el turno
marítima de 4200 millas directas desde el Callao a Nuku
y ese lo hacía el finlandés. Su esposa complementaba los
O hacer el camino contrario: poner dirección suroeste y
momentos en que ambos confluían y podían hacer un
embarcación si las condiciones de seguir navegando no
más de dos semanas sin parar.
no tanto en regresar a Tahití. Fue Bora Bora el punto de
planeada (oeste-sur), es determinar quién se encarga del
media vuelta y regresar a Tahití; concluir la expedición
más fuerte, el más pesado, el de mayor responsabilidad,
Hiva y esperar otros seis meses antes de retornar a Lima.
turnos del día, mientras él recuperaba el sueño. Había
enrumbar el Speil Vinden a la isla de Tonga. O vender la
poco de vida social. Pero, en el fondo, era un maratón de
se daban.
Zarpar a Tonga desde Bora Bora significaba un viaje
de 17 días; una cosa seria teniendo en consideración que solo éramos dos tripulantes. Hacer ese cruce implicaba,
también, una decisión mayor: seguir curso hasta Nueva
Zelanda, un viaje de entre 7 y 10 días en uno de los pases más peligrosos que tiene el Pacífico. Mi mente y mi corazón me decían sí, pero mi cerebro procesaba todas las alternativas; necesitaba más variables para resolver la cuestión.
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A pesar de que Nueva Zelanda se encuentra en el
Otra de las cosas que hice estando en Bora Bora fue llamar a David Amaya, un amigo al que había conocido en un viaje a Nueva Zelanda. Era un colomboneozelandés que administraba una agencia y organizaba viajes turísticos por ese país; un experto en este tipo de mares que, además, había recorrido muchas veces la ruta Nueva Zelanda-Tonga-Nueva Zelanda. Fue él quien me aseguró que la mejor manera de llegar a Nueva Zelanda
era por mar, tal como lo hicieron en una canoa gigante, cientos de años atrás, los maoríes. A mí me impresionó mucho su comentario, y le respondí que un día lo llamaría para pedirle que me acompañara a cruzar los mares del sur de la Polinesia hasta arribar a Nueva Zelanda por mar en mi propio barco. Él se carcajeó de buena gana y replicó: “Claro, por supuesto, Raúl; si tú un día decides llegar a mi país por mar, me escribes para ponerme a tu servicio”. Lo dijo como quien quiere quedar bien con alguien al que recién conoce. Así que lo llamé. Le comenté que ya estaba en Bora Bora y que lo esperaba en Tonga para cruzar juntos a Nueva Zelanda. El capitán me contestó que acababa de regresar de vacaciones –era setiembre, temporada baja para ellos– y que disponía de un par de semanas para viajar por avión a Tonga, darnos el encuentro allí, preparar el bote para el último cruce y navegar juntos por las peligrosas aguas del suroeste polinésico hacia Nueva Zelanda. Parecía broma, pero no lo era. Los astros se terminaban de alinear para que se pudiera cumplir mi sueño: surcar mares más complicados, más fríos, donde se requerían mayores conocimientos, para finalmente arribar a Nueva Zelanda por mar manejando mi propio velero. En cuanto David confirmó y aceptó acompañarnos en el tramo de Tonga a Nueva Zelanda, rápidamente me grabé el siguiente itinerario: Bora Bora-Tonga. Debíamos llegar al reinado de Tonga solos.
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Atrapados por una tormenta De cómo proseguimos nuestro viaje con solo dos tripulantes y navegamos sobre la segunda fosa más profunda del planeta.
A
penas el capitán colombo-neozelandés me confirmó que podía llegar a Tonga, hice cálculos
con el calendario. Si todo salía bien, arribaríamos a
Nueva Zelanda el 17 de octubre. Para asegurar el viaje, compré un pasaje Nueva Zelanda-Lima-Nueva Zelanda
y me hice a la idea de que de todos modos iba a estar en la isla continente. Dieciséis días de navegación hasta
Tonga y siete más hasta Nueva Zelanda; en total, 23 días en altamar. ¡Bingo!
Ahora correspondía prepararse para zarpar de
Bora Bora y llegar a Tonga. Era un zarpe no menor, mi
primera salida larga como capitán con una tripulante de ayudante. Zarpamos y empezamos con una rutina
que habíamos aprendido y practicado también en tierra. Almorzábamos y cenábamos a la misma hora,
y manteníamos orden y disciplina en las comidas y limpieza, además de intercalar los turnos de noche.
Adopté una actitud serena, imperturbable. Si soplaba
mucho el viento, utilizaba solo la vela de proa para no
presionar demasiado el velero y no hacerlo correr tanto. Me impuse un ritmo de comfort sailing. En navegación,
muchas veces no se trata de llegar rápido, sino de llegar tranquilo. En la mitad del océano, con poca comunicación, nada debería moverte la aguja. Si se te mueve es porque no has planificado bien.
Pero en esos momentos, cuando uno piensa que todo está
planificado, llega la tormenta inesperada y todo cambia. Eso pasó. Llegó la tormenta.
Nos encontrábamos a la mitad de la travesía hacia Tonga cuando decidimos parar en Aitutaki, una de la islas Cook, al norte de Rarotonga, con un arrecife a un lado de la isla, para descansar. Una ballena nos dio la bienvenida con saltos y saludos con su gigantesca cola. Como era mi costumbre cuando aparecían estos habitantes del mar, saqué mi armónica, compañera de viajes y aventuras, para devolver el saludo esperando que se acercaran, cosa que también hacía con los delfines. Tomamos esto como una invitación para amarrarnos a una boya cercana que se encontraba en una zona protegida en el arrecife. Así evitábamos las corrientes pero, al mismo tiempo, debíamos tener cuidado de no chocar contra las rocas. Nos amarramos a la boya y notamos que las aguas azules se iban oscureciendo, y a la distancia podíamos ver nubes aproximándose.
Tauri hacía guardia cuando se acercó a despertarme
por las nubes que venían. Chequeé la aplicación de
alertas de tormenta y supe que debíamos actuar rápidamente. No podíamos quedarnos tan cerca de los arrecifes y, dado que David nos iba a encontrar en Tonga,
tampoco podíamos quedarnos en Aitutaki. Con Tauri en
el timón, me dispuse a soltar la soga, pero esta se había
atascado en la boya y, al no ceder, no tuve otra opción que la de meterme al mar para soltar la soga. Esta es
una de esas situaciones en las que nada te anticipa lo que viene. El cielo estaba negro por las nubes, las olas
me alejaban o acercaban, lo que me obligaba a abrazar
la boya mientras seguía en mi intento de soltarnos. No tenía conmigo mi cuchilla pero, en estas circunstancias, era imposible que Tauri me la alcanzara.
Viendo cómo el Speil Vinden se alejaba con Tauri,
insistía en el intento, en medio de las olas que llegaban a mi alrededor. Tauri se acercó en reversa, pero con el riesgo de golpear contra el arrecife o contra mí. Ella
también hacía lo que podía. Finalmente la soga cedió y
yo veía cómo las olas empujaban el velero en diferentes direcciones. Ante esto, solo me quedó echarme a nadar
con todas mis fuerzas y adrenalina hacia el Speil Vinden
con las corrientes que cruzaban y el viento que golpeaba.
Las nubes habían creado un escenario totalmente oscuro
en el mar. Apenas me guiaba escuchando el motor y la voz de Tauri, y distinguiendo las pocas luces del velero.
Por un segundo recordé a mi primo Lucho López,
con quien yo nadaba de chico. Nunca pude ganarle. Él llegó a las olimpiadas de Sídney representando a Perú
en natación. Necesitaba de su fuerza para competir en esos momentos contra la naturaleza. Tenía este tipo de
pensamientos positivos, pero también los que producto de la imaginación te traicionan: “Embarcación es encontrada a la deriva, dos tripulantes desaparecidos”.
Mientras los pensamientos pasaban por mi cabeza
sin poder ver en esa oscuridad, Tauri seguía intentando
retroceder con cuidado y luchando no solo contra las olas que luego la botaban hacia fuera, sino evitando ser tirada
al mar por el viento y las olas que la golpeaban. Logré
llegar a la escalera de la embarcación y pude subir. En esos
momentos se pierde la noción del tiempo que transcurre.
No se mide en segundos, ni minutos, sino en si sigues en la
lucha o no. Si saliste de la situación o sucumbiste. Pasamos la primera parte de la tormenta que recién empezaba. Imágenes de radar de la tormenta cerca de Tonga
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En un momento, el velero parecía estar yendo hacia abajo. En lugar de desplazarse de manera horizontal, parecía que lo hacía de forma vertical. Por lo menos, era lo que sentía el cuerpo Nos alejamos de Aitutaki y nos preparamos para la
duración de la tormenta. Nos preparamos es un decir,
porque nadie te prepara para eso. Una hora después, el
ruido de la tormenta, las latas, las conservas y cada pieza de la embarcación, sumado a los truenos y la lluvia, era ensordecedor. Cualquier soga suelta golpeaba con su
propio ritmo. Nos refugiamos dentro del Speil Vinden
sintiendo el agua que entraba irrespetuosa, desafiante,
en una noche oscura sin luna ni estrellas. Esto pasará.
Teníamos que mantener la calma. Ya la teníamos. Estábamos exhaustos y sabíamos que debíamos
recuperar fuerzas para lo que viniera. Tauri se atrevió a
vuelves a abrirlos, la tormenta te recuerda que estás vivo y que vivirás para contarla.
La tormenta fue noticia en la televisión y otros medios
y, para nosotros, la más fuerte del viaje. Al día siguiente,
apenas cesó, una nave de reconocimiento sobrevoló
nuestro bote. Buscaban seguramente algunos heridos o náufragos.
Los vientos empezaron a ceder y, con cierto alivio,
pudimos tomar turnos para dormir.
Tomó dos días más para que llegara la calma total. Los
cocinar o, más bien, a abrir latas de comida para comer
amaneceres y los atardeceres volvieron a su normalidad,
comida a la boca. El velero saltaba y, con él, la mesa y todo
seguir el rumbo.
algo. Fue como un acto de malabarismo llevarnos la
lo que hubiera encima. En aquel vaivén, al cual ya nos habíamos acostumbrado, ese fue nuestro nuevo reto.
Permanecimos en estado de alerta roja viendo cómo el
dial del viento avanzaba 28 nudos, 29 nudos, 30 nudos,
32 nudos, hasta 35 nudos, sintiendo cómo el Speil Vinden luchaba por mantener su punto de equilibrio. Olas de 4 metros nos golpeaban. Durante 6 horas en esta oscura
noche pasamos los embates de la naturaleza. Cuando
esto sucede, no dejas de pensar en todo lo que has hecho
en tu vida. Piensas en tus padres, en tus hijos. Son momentos de alta tensión, sientes que las fuerzas se
agotan y, entonces, entras en un estado de quietud. Te preparas para lo inimaginable. Cierras los ojos y sientes que caes en un vértigo profundo. Cuando finalmente
trayendo con ellos la tranquilidad y el entusiasmo para
Ya con un clima más estable, vientos ligeros de 15
nudos y un buen desempeño, proseguimos la travesía con el uso del piloto automático.
Uno de esos días, al atardecer, decidí tomarme unas cervecitas acompañado de buena música de Soda Stereo, Bruce Springsteen, a todo volumen. El horizonte marcaba dos días de climas tranquilos, y era el momento perfecto para que el capitán pirata se tomara sus cervecitas en altamar. Recién a la medianoche empezaba mi turno de vigía hasta las 5 de la mañana. Y en ese momento, en la mitad del océano, en la embarcación, que estaba funcionando en perfectas condiciones, con perfectos vientos, con un mar azul,
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La fosa de Tonga es como un boquerón enorme lleno de agua, y misterio. En enero de 2022 se produjo una erupción volcanica en Tonga que provocó un tsunami cientos de veces más poderosa que la bomba atómica que EE.UU lanzo sobre Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial.
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parte de mis sueños fue disfrutar el momento. “Este momento es mío”. En los breves espacios en los que podía dormir, soñaba que volaba y caía. Cuando despertaba, era que el velero se estaba tambaleando o penduleando, pero te sientes tan cansado que ya no duermes, sino que te desmayas y el cuerpo descansa a la mala. Es como si apagaras la máquina porque ya no da más. Amaneces con el cuerpo molido, y debes dormir para recuperar fuerzas. En aquel estado –entre el mundo real y el de los sueños– me rondaban pensamientos propios de aguas movidas. ¿Qué estoy haciendo? Estoy en un bote rumbo a Tonga, y estoy yendo a Tonga para encontrarme con un capitán colombo-neozelandés a quien he visto una sola vez en mi vida, tres años atrás, y a quien le dije que un día llegaría a Nueva Zelanda en mi velero, y que quería que él me ayudara en esa travesía. Nadie lo podría creer. Y, en verdad, estaba sucediendo. En esta ruta, quizás como premio a lo vivido en la tormenta, vino la recompensa de vida y de la naturaleza. El Speil Vinden siguió su curso establecido. En la ruta, las cartas náuticas indicaban que pasaríamos cerca de la fosa de Tonga, la segunda más profunda del planeta, después de la fosa de las Marianas. Tiene más de 10 mil metros de profundidad, y en su zona más oscura habitan seres que hasta hoy son desconocidos por la ciencia. Son lugares inexplorados y de acceso casi imposible, pues se calcula que la presión en estas aguas –las que más se acercan al centro de la Tierra– equivale a tener 50 aviones, uno sobre otro, en la espalda.
Solo una nave de titanio de última generación soportaría un viaje submarino de esas dimensiones, cosa que han logrado pocos en el mundo, como el empresario Victor Vescovo y el director de cine James Cameron, siguiendo la huella que dejaron Don Walsh, un oficial de Marina de los Estados Unidos; el ingeniero suizo Jacques Piccard y los científicos Jacques Cousteau, Sylvia Earle, entre otros. Desvié unos grados el velero para pasar sobre la fosa de Tonga. En el mapa digital online se ve como un cráter, un boquerón enorme lleno de agua y misterio. A medida que la nave se acercaba, sentí el vértigo de la acción. Íbamos directamente al centro de corrientes y de síndromes náuticos atípicos. En tierra sería la caída que se siente en la superficie como un río que se desliza hacia una catarata. En altamar no ves la profundidad, pero percibes la fuerza que ejercen las profundidades oceánicas. Calculé que tendríamos entre 2 y 3 nudos de fuerza de corriente que nos jalaba hacia la fosa. En un momento, el velero parecía estar yendo hacia abajo. En lugar de desplazarse de manera horizontal, parecía que lo hacía de forma vertical. Por lo menos, era lo que sentía el cuerpo. Una pequeñita ancla que había llevado para la ocasión quedó como testigo de nuestro paso por estas profundidades. Hice una ofrenda al océano y la arrojé. Con este símbolo graficaba la necesidad que tenemos los humanos de, en algún momento de la vida, tirar el ancla y saber que has logrado culminar un sueño.
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Tonga
A
De cómo tras la tormenta vienen la calma y la recompensa, una gran ballena y su cría.
Tonga arribamos un domingo. Encontramos una
el primero de la cadena alimenticia del mar y con muy
religiosa, cristianamente religiosa. Los domingos nadie
sur a norte, dependiendo de las temporadas. Cuando es
isla entregada a Dios. Ahí la gente es sumamente
trabaja. No se ve ni un alma en las calles. Todos van a la iglesia y luego reposan en casa muy tranquilos.
Llegamos a Nukualofa, capital de Tonga, que tiene una
población de 100 mil habitantes distribuidos en 160 islas.
Setenta mil viven en esta ciudad. Tonga es regentada
por una monarquía y cuenta con lugares turísticos muy exclusivos. Es un turismo de élite. En algunas islas existen
hoteles-boutique para personas que no quieren cruzarse
con nadie, hoteles con apenas cinco cabañas. También hay islas que están hipotecadas al Gobierno chino.
En uno de esos paraísos exclusivos me crucé con los
campeones mundiales de buceo y pude, además, conocer a los “reyes del océano”, como se les considera a las
ballenas. Hace mucho tiempo que ellas pueden pasar sus días tranquilas por esas aguas, pues dejaron de cazarlas. Lejanas son las épocas en que barcos de todas partes del
planeta llegaban a esta zona del Pacífico en busca de los
cetáceos para quitarles la grasa, que servía de energía al mundo.
Las ballenas pasan aquí un tiempo con sus crías y,
cuando estas crecen un poco, emprenden su viaje al
sur en busca de hielo y de krill, un pequeño crustáceo,
alto contenido de omega. Se mueven de norte a sur y de
octubre, la ballena emigra de norte a sur porque en el sur, en verano, los días son más largos. Las ballenas se mueven con las estaciones.
En la mayoría de lugares que existen para ver ballenas
es muy difícil interactuar con ellas. En el norte del Perú,
en Máncora, te puedes subir a un bote y navegar una
cierta distancia para verlas pasar, pero como ahí el mar es denso, opaco, no puedes verlas debajo del agua a una distancia de 20 o 30 metros. Si te acercas mucho, corres el riesgo de que este gran mamífero te meta un aletazo.
En Tonga, en cambio, el mar es transparente y la
ballena puede verte de lejos, al punto que es posible interactuar con ella. En una de mis incursiones vi a una ballena con su bebé. La madre era más grande que
el velero, de unas 30 toneladas, mientras que su bebé pesaría una tonelada y media. Fue un momento mágico.
Yo venía interactuando con el océano. Todos los días nadaba, buceaba, revisaba el velero. Estaba con buen físico, buenos pulmones; aguantaba tranquilamente
un par de minutos debajo del agua a 10 metros de profundidad, sin problemas.
Hicimos contacto y, como dos especies mamíferas, sentí que nos pudimos comunicar sin palabras. Empecé a hacer coreografías... Ella repetía mis movimientos. Por un momento danzamos Cuando vimos a las ballenas, el guía me dijo que fuera
tranquilo, que buceara, que intentara “conversar” con ellas. Bajé unos 10 metros, las quedé observando desde lejos hasta que la bebé me miró. Hicimos contacto y, como dos especies mamíferas, de alguna manera sentí que nos pudimos comunicar sin palabras. Empecé a
hacer coreografías. La miraba y me daba una vuelta para la derecha. Luego volvía a mirarla. Ella repetía
mis movimientos. Por un momento danzamos. Estaba
danzando con mis hijos, con todos y con cada uno de ellos, Sofía, Raúl y Mateo.
Llegó un momento en que ni siquiera pensaba
en cuánto oxígeno tenía en mis pulmones, porque había bajado sin tanque. Estaba hipnotizado con estos
mamíferos gigantes, y no sentía la necesidad de subir. Entonces, la ballena mamá se puso al lado de su bebé
como diciendo: “Oye, hasta aquí nomás, ya estuvo
bueno”. La ballena bebé se movió y recostó su cabeza sobre la de su madre. En ese instante me di cuenta
del tiempo extra que había pasado bajo el agua. Salí despacio, con calma. Cuando buceas y debes salir, tienes que hacerlo suavemente, como si regresaras de un sueño profundo.
Mientras más tranquilo estés, y te muevas con
sutileza y tranquilidad, más tiempo vas a poder quedarte bajo el agua. Lo mismo debe de ocurrir con
las ballenas y con cualquier mamífero. Si se agitan, necesitarán salir antes a respirar.
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Finalmente, saqué la cabeza fuera del agua, sin haber tomado conciencia del largo tiempo transcurrido bajo la superficie y de la sorpresa de las personas que esperaban con preocupación mi salida del fondo del mar. Habían visto la interacción que tuve con la ballena y confirmaron el regalo que esta me había dado. Una vez más constataba que la emoción ante ciertas experiencias te llena de vida para disfrutarlas. Ese mismo día conocí a un deportista que tenía el récord mundial de permanencia bajo el agua, Alekséi Molchánov. Era el campeón mundial de buceo libre, un tipo de nacionalidad rusa. Él puede bajar 132 metros sin tanque. Solo para subir y bajar se demora 4 minutos. Conversamos. Yo tenía interés en aprender cómo ejercitar mis pulmones y mi capacidad respiratoria. Su respuesta no me sorprendió. –Todo es cuestión de concentración. Me quedé pensando en eso un buen rato. Así como el mar, el ser humano es capaz de realizar actos inimaginables. Hemos alcanzado la Luna y Marte; un satélite fabricado por el hombre ha cruzado ya el límite del espacio sideral, pero aún desconocemos, en su totalidad, los misterios del mar y de la mente humana. Pero también reflexioné que, sumado a la concentración, existen la motivación, la voluntad, la disciplina, un propósito más allá de la mente. El amor a mis hijos, que lo son todo.
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Historia de esclavos De cómo conocí a Mamá Grande y me contó una triste historia sobre el Perú y estas lejanas islas.
L
a monarquía de Tonga tiene dos realezas: la oficial, que gobierna, y la otra, a la cual los viajeros del
mundo deciden otorgarle ese título. A esta última estirpe pertenece Big Mama, una matrona de mil batallas que administra un bar en la isla, famoso entre los navegantes: The Big Mama Yatch. Tonga es un punto de paso obligatorio para los navegantes que siguen a Fiji o a Nueva Zelanda, o más allá. La Mamá Grande atiende su taberna, a la que llegan marineros de todo el planeta. Nadie pregunta qué buscas ni qué haces allí, pero basta una mirada para saber que lo mejor es no hablar demasiado. Ella domina muchas lenguas, aunque no requiere de idiomas para hacerse entender. Verla caminar y mirarte fijamente –en medio de las sombras que proyectan las lúgubres luces de su recinto– es suficiente para saber que domina el arte de la comunicación sin palabras. Los navegantes hablan de ella con respeto. Tenía que conocerla. La noche en que dejé el velero anclado en la zona de inmigración, me fui directamente a su local. No fue difícil encontrarla. No hay muchas tabernas que estén abiertas las 24 horas del día. Pedí una cerveza y, de inmediato, llamé su atención. Pese a que mi pasaporte es italiano, mi acento me delataba. No parecía bachiche ni hablaba como ellos.
–¿De dónde eres, forastero?–, preguntó a boca de
jarro la Mamá Grande mientras me servía la cerveza y limpiaba la mesa, observándome de hito en hito.
–Soy de muy lejos. Del otro lado del Pacífico. Soy del
Perú.
–Aquí toda la gente que viene es del otro lado del
mundo–, respondió.
Conversamos largo esa noche. Y hubiera podido
seguir haciéndolo de no haber sido porque debía
regresar al velero para salir temprano al día siguiente.
No obstante, al cabo de un momento, Big Mama se me acercó para decirme que tenía una historia sobre
el Perú que ojalá se pudiera resolver. Comentó que hay mucha gente interesada en saber qué sucedió
con un grupo de hombres, de diversas islas aledañas, que fueron llevados a la fuerza a nuestro país para ser vendidos como esclavos.
Su interés no era generar algún lío ni nada, sino
conocer la verdad. Me comentó que un estudioso palangi, que amaba Tonga, pero que no hablaba
su idioma, había descubierto algunos papeles en
archivos y bibliotecas de Nueva Zelanda que contenían información sobre el caso de la venta de esclavos. En
un viaje que el palangi realizó en 2013 con sus alumnos
a la isla ‘Eua, escuchó historias referidas a la pequeña
y escarpada isla de ‘Ata, a 80 millas náuticas al sur de Tongatapu, en el extremo sur del reino de Tonga, que quedó
deshabitada durante un siglo y medio, desde que un barco
entró y raptó a muchos de sus habitantes para llevarlos a Sudamérica, donde fueron esclavizados.
Big Mama me entregó un documento que narraba esta
historia, según la cual el rey Tupou I había rescatado a los
sobrevivientes de aquella incursión y los había trasladado a la isla más grande y segura de ‘Eua, donde sus descendientes vivían aún en el pueblo de Kolomaile.
El hombre que reunía la información daba cuenta de que
en el libro Slavers in Paradise, de Henry Evans Maude, se describen los secuestros de miles de isleños del Pacífico –de docenas de islas– a manos de barcos de esclavos con destino al Perú, a principios de 1860.
Con el tiempo hubo diferentes historias en ‘Eua sobre el
destino de los ‘atans que fueron llevados al Perú. Algunos
lugareños sugerían que todos habían muerto; otros
afirmaban que no solo habían sobrevivido, sino que se habían reproducido, estableciendo una sociedad tongana en algún lugar de América del Sur. Incluso existe la leyenda de
que los ‘atans sudamericanos a veces regresaban en secreto a ‘Eua para darles dinero a sus parientes.
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–¿De dónde eres, forastero?–, preguntó la Mamá Grande mientras me servía la cerveza y limpiaba la mesa, observándome de hito en hito. –Soy de muy lejos. Del otro lado del Pacífico. Soy del Perú El sujeto interesado en descubrir el tráfico de esclavos
de las islas polinésicas al Perú basaba sus pesquisas en un anuncio de 1863 que apareció en el diario El Comercio y que
pedía ayuda para localizar a un joven esclavo que se había escapado de sus dueños en las calles de Lima, la capital del Perú. El aviso decía:
“POLINESIANO PERDIDO. Miércoles, a las 5 de la
mañana, un niño de 12 años llamado Carlos, y uno de los recién llegados al ELIZE MASON, salió de la casa de
su patrón en la calle Marcelo Nº 60. Está vestido en
pantalones de algodón de color azul y una camisa ligera.
La persona bajo cuya custodia se le puede encontrar tenga la amabilidad de avisar al ocupante de la tienda en el número 75 de la calle Arvohia, donde se le dará una recompensa”.
Este anuncio, y otros similares, fueron descubiertos y
traducidos por Grant McCall, un antropólogo australiano que
en 1970 visitó el Perú en busca de descendientes de esclavos polinesios.
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Big Mama me alcanzó un documento en inglés,
del que me he valido para contar estos detalles que permanecen en la nebulosa de la historia, pero que sería interesante y necesario aclarar. ¿Por qué los polinesios
fueron comprados, vendidos y cazados por las calles sudamericanas hace un siglo y medio?, se pregunta el investigador en el escrito y se responde:
de Micronesia. Más de mil quinientos vinieron solo de Rapa Nui.
Después de ser descargados en el Callao, los isleños
cautivos fueron comprados por empresarios y puestos a
trabajar en plantaciones y como sirvientes domésticos.
El primer cargamento de esclavos llegó en un barco
“El Perú del siglo XIX fue gobernado por un pequeño
llamado Adelante en 1862. Los hombres del Adelante se
clase dominante poseía plantaciones y minas, y necesitaba
ciento cincuenta pesos; los niños cambiaban de manos
grupo de blancos, descendientes de colonos españoles. La
vendieron por doscientos pesos; las mujeres obtuvieron
mano de obra barata para ellos. Los pueblos indígenas de
por cien pesos.
Perú vivían, en gran parte, fuera del control directo de la
élite blanca, y no se les pudo persuadir para que trabajaran
en las minas y en las granjas por salarios exiguos. El país había importado esclavos africanos durante un tiempo, pero este comercio fue prohibido en 1856.
En 1862, después de una campaña de empresarios, el
Parlamento peruano votó para permitir el reclutamiento
de trabajadores de las islas del Pacífico. Los isleños supuestamente serían invitados a firmar ‘contratos’ que
les prometieran libertad y una vida como ‘colonos’ en el
Perú a cambio de tres años de trabajo. Los contratos de los isleños se podían comprar y vender. Pronto zarpó una flota de barcos del puerto del Callao, en Perú.
En lugar de convencer a los isleños del Pacífico para
que firmasen contratos libremente, las tripulaciones
de estos barcos generalmente secuestraban a quienes
encontraban. Más de tres mil hombres, mujeres y
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niños fueron llevados del este y oeste de la Polinesia y
Los esclavos de las islas del Pacífico pronto empezaron
a morir de enfermedades asociadas con una vivienda e higiene deficientes, enfermedades como la tuberculosis
y la disentería. Otros parecían morir de desesperación. Los esclavistas comenzaron a quejarse de que habían desperdiciado su dinero en los isleños”.
Guardé el documento y le prometí a Mamá Grande
que pondría el tema en conocimiento de las autoridades e interesados en el Perú. Creo que en los archivos de
la Marina de Guerra podría haber alguna relación de los vapores de aquella época que arribaron al Callao y que, siguiendo esa huella, tal vez podamos hallar una pista de lo que fue la vida de los esclavos polinesios en nuestro país.
Sobre todo porque, a pesar del tiempo transcurrido,
aún hay gente que recuerda esta historia. Y hay familias que requieren conocer la verdad.
Visita a la Dirección de Intereses Marítimos, que conserva el más importante acervo histórico documentario de la Marina de Guerra del Perú. En dicho centro se realizó la investigación acerca de la travesía del inca Túpac Yupanqui.
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Aotearoa… la tierra de la larga nube blanca De cómo llegamos a Nueva Zelanda, llamada en maorí Aotearoa, el final de nuestro viaje y el último trozo de tierra que habitó el hombre.
o había escuchado que Nueva Zelanda era un
Y
finlandeses de 60 años que se la pasaban flotando y
modificaciones al velero, que ya tenía 15 años en el
interesaba saber cómo se repartían los turnos cuando
navales del mundo, gente bastante experimentada en el
tenían, qué experiencia habían adquirido que pudiera
lugar excelente para arreglar y hacer buenas
mar. En la nación oceánica están los mejores ingenieros oficio de construir barcos.
Todo comenzaba a encajar. Hacía algunos años
me había propuesto llegar a Nueva Zelanda por mar.
viviendo en altamar por lo menos hacía 20 años. Nos
cruzaban el océano, qué cocinaban, qué rutinas
servirnos. En Bora Bora, ya un poco cansados, fue que decidimos finalmente cruzar a Nueva Zelanda.
Ese camino a Tonga y mi partida a Nueva Zelanda
Emprender esa ruta era, ahora, una forma de realizar
terminaron
mentalizamos para asumir la conducción de la nave
el velero, esquivar las tormentas, utilizar algo de motor
aquel sueño. A partir de ese día, Tauri y yo nos juntos, haciendo nuestras salidas de menos a más. El primer día salimos de Tahití a navegar por 4 horas y regresamos de inmediato. Otro día nos fuimos hasta la isla más próxima, a 4 horas de navegación. Tirábamos el ancla, dormíamos allí un par de días y volvíamos a
Tahití. Así nos fuimos preparando para el gran cruce. Luego, como ya he contado, nos fuimos a Ua Hine. Cuando sentimos que dominábamos la nave y las rutinas a bordo, tomamos la decisión.
por
darme
los
cursos
finales
que
necesitaba para graduarme de capitán: no sobrevelar
cuando se necesite, cargar menos petróleo, menos
agua. La experiencia te enseña a llevar lo necesario y
no excederte. Es como el futbolista que se inicia y que corre toda la cancha, pero que hoy juega casi parado,
con la cabeza, y no solo con los pies. Me dije a mí mismo que iba a hacer lo mismo, me lo tomaría con calma; iba a dejar que la naturaleza y los vientos hicieran su trabajo, no iba a forzar la máquina.
Atravesamos muchas dificultades. No fue un trabajo
Tampoco fue tan rápido. Estuvimos cerca de dos
fácil. Hubo problemas mecánicos, el agua se metió una
navegantes que hacían lo mismo desde siempre,
y sellar algunas ventanas; simplemente las sellé con
meses viviendo en el Speil Vinden, hablando con
Mitre Peak es el emblemático punto de referencia de Milford Sound, en el Parque Nacional Fiordland, en la Isla Sur de Nueva Zelanda.
vez por una de las escotillas, tuve que ponerle silicona
El arrecife nos planteaba un serpentín algo complicado, donde había que estar atentos para no toparnos con alguna piedra o saliente
goma para que no entrara ninguna gota de agua, aunque ya no las podría abrir. El calor era insoportable dentro del velero por ser una zona tropical.
Llegando a Tonga ya había contactado a mi amigo
David, el capitán colombo-neozelandés, quien llegó en avión desde Nueva Zelanda para la nueva travesía. Su
presencia fue crucial para dar el salto a la isla continente. Es un tramo bastante complicado porque tienes que
estar pendiente de todos los frentes y los climas, que son extremadamente cambiantes. Tonga-Nueva Zelanda
un día “X”, que podía estar allí una semana, mientras
el Speil Vinden se quedaba en la Marina Opua, muy
profesionales en reparaciones y mantenimiento de
embarcaciones. Podía irme entonces a Lima a mediados de octubre, cosa que hice. En Lima me encargaría de
mis ocupaciones, mi casa y mis negocios. En todas las
probabilidades que barajaba, igual retornaría a Nueva Zelanda.
La ruta hacia Nueva Zelanda toma normalmente 10
es considerada el Triángulo de las Bermudas del
días. En esta oportunidad, no obstante, las coordenadas
y analizar los días de luna, consultar las predicciones
algunos momentos debía prender el motor. Por fin se
hemisferio sur. Debíamos planificar muy bien la salida del tiempo.
Cada uno de esos días observamos con detalle el
momento adecuado en que se abre la ventana del clima para zarpar. Había como 20 veleros en Tonga en la
misma posición, esperando: algunos para ir más hacia
el oeste, en dirección de Fiji o Nueva Caledonia; otros para ir a Nueva Zelanda. Todos teníamos algún tipo de
información meteorológica, y todos analizábamos en qué momento zarparíamos.
192
Yo había calculado que a Nueva Zelanda iba a llegar
indicaban que lo haríamos en 7; habría vientos, en abrió un espacio de viento que vimos con el neozelandés. Nos dimos cuenta de que teníamos una ventana de ocho días y que el barco estaba como para llegar en
siete. Pero si en lugar de ocho días nos demorábamos
uno más y extendíamos la travesía a nueve días, nos toparíamos con un frente sur de la Antártida, a puertas de Nueva Zelanda. Así de ajustados hicimos ese viaje.
Salimos un viernes entre las 4 y las 5 de la tarde. El
horizonte nos marcaba una tormenta; sin embargo,
me percaté de que justo iba a agarrar un viento
No me gustaría experimentar una situación así.
prácticamente de cuadra que golpearía el velero de
Hace un tiempo hubo un accidente de ese tipo, una
ser constante; que básicamente debíamos avanzar con
contaron en los medios de comunicación que las olas
monstruosos que vienen del sur de la Antártida, unos
un hombre murió de hipotermia en esas aguas frías,
costado; sabía que no iba a estar muy fuerte, que iba a
desgracia que mató a muchos. Quienes sobrevivieron
ese viento y que no nos encontraríamos con los vientos
voltearon completamente los veleros. A los 15 minutos,
vientos en contra, con olas espeluznantes.
–Mañana nos vamos de todas maneras, sí o sí–, le
dije a David, el colombo-neozelandés.
Terminamos de abastecernos de petróleo y agua;
sellamos los pasaportes en la mañana, pasamos
migraciones y estuvimos listos para dar la orden de zarpe. Fuimos el único velero que empezó a irse de Nukualofa. Así como fuimos los primeros en llegar, fuimos los únicos
en irnos ese día. El resto de veleros se quedó. Dio que pensar.
Mi velero es chúcaro y corre; puede desarrollar, sin
problemas, un 20 a 30 por ciento más de velocidad que la mayoría de los veleros que se habían quedado en el puerto. Con esas características, a mí me marcaba siete días el cruce, pero a otra persona le podía marcar nueve.
Con ese tiempo en el mar, se veían venir esos vientos del
sur. Lo más peligroso es que ese monstruo te agarre cerca de las costas de Nueva Zelanda. Primero, porque ya estás
cerca, quieres llegar y, técnicamente, si te pasa algo así,
lo más inteligente es dar media vuelta para dejar que el
viento y la ola te retrocedan. La otra opción es meterte en contra del viento y de esas olas de 6 o 7 metros.
heladas. Él estaba a bordo de un velero similar al Speil
Vinden; solo tuvo la mala fortuna de arribar a la costa un día tarde.
Si no salíamos aquel viernes, tampoco podríamos
haberlo hecho el sábado, pues se veía clarísimo
la tormenta huracanada que vendría del sur. No solamente no podríamos salir el sábado; quizás
hubiéramos tenido que esperar una semana más
hasta que se formara otra ventana. Pero ya no quería permanecer más tiempo en Tonga. El arrecife nos planteaba un serpentín algo complicado, donde había que estar atentos para no toparnos con alguna piedra o saliente. Cuando por fin dejamos atrás los contornos de la isla, supe que esa sería mi ruta para terminar de aprender –al menos una parte– los secretos de navegar.
El bote agarró muy buena velocidad. Recorrimos
cerca de 200 millas diarias, el equivalente a unos 300
kilómetros de trayecto en tierra. A 1000 millas de Nueva Zelanda, nuestra velocidad era la adecuada. A
la mitad del camino están los arrecifes Minerva, un conjunto natural de corales con una gran biodiversidad.
Pasaríamos bastante cerca de tan maravilloso lugar como a las 4 de la madrugada.
193
Técnicamente, teníamos tiempo para acercarnos,
dejar que amaneciera, tirar el ancla, pasar el día y, después, volver a salir en la noche y seguir navegando. No obstante, tomé la decisión de que estos arrecifes, tan espectaculares, no los iba a poder experimentar
por lo menos en este viaje. Pese a la insistencia de la tripulación por ir a Minerva, optamos por dejarlo atrás. No había tiempo que perder.
cada uno, la pistola de salvas y un cuchillo.
Luego, con la serenidad de quien ha navegado los
siete mares, nos dijo:
–Señores, esto es muy simple. Si pasa algo, si
chocamos contra algo, si es que una ola nos agarra por un costado y ustedes se despiertan y tienen agua
Sentí que tenía siete días para la travesía, y
nada retrasaría ese tiempo. No era un juego. Había escuchado las historias más espantosas que pueden suceder ahí. Así que pasamos de costado y, por el
contrario, elevé las velas para agarrar velocidad e intentar llegar tranquilos a Nueva Zelanda. Para mí, esa era la victoria absoluta.
hasta la cintura, entonces tenemos 5 minutos para hacer todas las cosas que debemos hacer.
Y repasamos y practicamos toda la secuencia de qué
pasaría si el bote se hundiera. Cada quién tenía su tarea. La mía consistía en salir a cubierta y cortar las
líneas del Zodiac. Yo solía desinflar un poco el Zodiac,
pero fue él quien me enseñó a tenerlo siempre bien
Además, el conocimiento de David fue clave para
coronar con éxito ese trayecto. El colombo-neozelandés es alguien que vive en un velero, había dado varias
vueltas al mundo, y terminó de enseñarme cosas que
aún no sabía. En plena travesía, por ejemplo, agarró un
cabo de 20 metros, le hizo nudos y lo arrojó al mar atado a la nave. Le pregunté por qué arrastrábamos un cabo con nudos, que eso frenaba el bote, y me respondió que
era verdad, pero que la diferencia entre ir a 7 nudos y
reducir la velocidad a 6.9 nudos podría salvar tu vida si, de pronto, cayeras al mar.
inflado.
–Si el velero se hunde, puedes seguir vivo allí hasta
nuevo aviso.
Felizmente no tuvimos ningún percance de siniestro
ni cosa que se le pareciera. Todo lo contrario, el viento
se portó relativamente bien con nosotros. Si nos demorábamos un día más en salir, nos hubiera cogido una tormenta espantosa que causó mucho daño a las
naves que habían salido luego de nosotros. La noticia del desastre fue titular en un diario local: Tragic
–Tu última oportunidad puede ser que te agarres
bien a uno de esos nudos–, me dijo.
Fue él quien nos obligó a guardar todos los
documentos en una bolsa de plástico. Al final introdujimos en ella los tres pasaportes, la matrícula
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del bote, tres barras energéticas, medio litro de agua
last trip. Un velero se hundió un día después de que nosotros llegamos a la costa.
En nuestro caso, las predicciones fueron correctas.
Las olas también estuvieron en su punto. Navegamos sin novedad. Lo que sí cambió fue que el alimento de
aquella semana fue al estilo del neozelandés: carne de
Nueva Zelanda es el futuro. Ha hallado el equilibrio entre la naturaleza y la civilización. Todos saben pescar y cazar. Su política de cuidado al medio ambiente es de lo más avanzada.
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primera mañana, tarde y noche. Tauri, que era vegana, fue la que más sufrió con eso. Almorzábamos carne
al horno –yo la flambeaba–, parrillada, chorizada; un festín carnívoro.
Arribamos de noche a Nueva Zelanda. La última
noche no dormí. Mi turno era de 9 hasta la medianoche, y la llegada iba a ser más o menos a las 4 de la mañana.
De medianoche a 3 de la mañana le tocaba a David, pero esa última noche me quedé despierto con él. Cocinamos carne a las 2 de la madrugada, abrimos un
vino, descorché un ron porque estaba desfalleciendo de
cansancio, que combinado es el equivalente a tomarte un expresso. Y aunque el manual de viaje te dice que
no debes llegar de noche a puerto, teníamos a bordo a un marinero local que se conocía todas las piedras de la bahía. En realidad, no nos demoramos siete
días, sino seis días y medio, pues llegamos a las 4 de
la madrugada. Las luces de la bahía se visualizaban a lo lejos, tomando más intensidad a medida que nos
acercábamos. Para mí, particularmente, esta llegada a Nueva Zelanda había sido siempre un anhelo, y hacerlo por mar, aún mayor.
Entramos al primer puerto al norte de la isla, en la
bahía de Opua. Esta fue la primera capital de Nueva Zelanda debido a que los barcos siempre llegaban
primero a dicho punto. El primer casco urbano se
desarrolló en ese lugar. Con el tiempo, el país se fue descentralizando y la capital se trasladó a Auckland,
que hoy en día es considerada el Nueva York de Nueva Zelanda. Después salieron de Auckland y se fueron a Wellington.
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En 200 años, Nueva Zelanda ha tenido tres capitales. Con eso ha logrado que haya siete u ocho grandes ciudades, cada una con su propia esencia y dinamismo. Nosotros arribamos al puerto de Opua, donde hay una Marina bastante importante. La mayoría de los barcos que llegan lo hacen para quedarse todo el verano, cuando se aprovecha para que les den el mantenimiento correspondiente. Llegar a Nueva Zelanda era hacerlo a un país primermundista. Desde el inicio se nota la diferencia. Es un país donde te exigen medidas de sanidad en el bote, limpieza, que no lleves moluscos o plagas. No puedes llegar con muchas frutas. En migraciones, los neozelandeses son bien estrictos. No a todo el mundo lo dejan quedarse tanto tiempo. En este país puedes buscar una buena Marina y hacer todas las modificaciones y arreglos al velero, son muy competentes en ingeniería naval. En la isla continente valoran mucho la historia de un bote, cómo llegaste. Asimismo, las cosas no se botan, se reciclan; son recicladores natos. Los autos los usan hasta los 400 mil kilómetros. Son autosostenibles. Este país continente es el futuro. Ha logrado hallar el equilibrio entre la naturaleza y la civilización. Todos saben pescar. Todos saben cazar. Los mejores francotiradores son neozelandeses. La guerra con trincheras se desarrolló en Nueva Zelanda. Son actualmente los campeones mundiales de vela. Son los que han construido el velero que puede ir más rápido. Les han ganado a los estadounidenses, a los rusos, a los suizos, a los ingleses, a los italianos. Su política de cuidado al medio ambiente es de lo más avanzada.
La traducción de Nueva Zelanda es “La nueva tierra del
mar”, pero su nombre aborigen es Aotearoa. Los primeros
hombres que llegaron ahí lo hicieron en una canoa,
desde Australia. Esa canoa era para 80 personas y aún se conserva en un museo. Fueron los primeros pobladores de
la enorme isla, el último pedazo de tierra conquistado por
el ser humano. No había ningún mamífero, únicamente aves. Eso también abona la tesis de que es el último
pedazo de tierra que ha emergido de las aguas. Ya no es considerada un país, sino un nuevo continente.
Hoy Nueva Zelanda es el nuevo protector de la
Polinesia. Muy pocas personas les han dado real importancia al Pacífico y a sus islas, tal vez porque
están dispersas. Ningún país quiere subsidiar a estas islas de manera permanente, pero el océano –y
especialmente el Pacífico– ha recobrado protagonismo debido al cambio climático. El océano Pacífico es el verdadero pulmón del planeta.
Lo primero que hice fue ingresar el bote a los
astilleros para reparación y mantenimiento. Mi idea era ponerlo a punto y competir en una de las regatas internacionales más importantes del mundo. Me
inscribí en el campeonato nacional de Nueva Zelanda, con 130 embarcaciones participantes, 30 de las cuales
eran de nuestra división. Quedamos en un honroso
tercer puesto en una competencia de neozelandeses donde el único equipo peruano éramos nosotros. Éramos también peruanos los que acabábamos de
cruzar todo el océano Pacífico desde el Perú con la adrenalina en su máximo nivel.
197
Si algo aprecia un neozelandés es a una persona
que llega por mar. Todos sus antepasados lo hicieron
del mismo modo. Su pueblo ha tomado este desafío como parte de su idiosincrasia. Se sienten orgullosos
de dominar las corrientes, los vientos y la vida en el
océano. Llegar por mar a Nueva Zelanda es considerado no solo una proeza, sino un homenaje a lo que fue su vida y a lo que significa para ellos en el futuro.
Yo llegué a bordo del Speil Vinden, dios de los vientos.
Salí del Callao y, tras cruzar el Pacífico y atravesar las
islas polinésicas, seguí mi viaje hacia Nueva Zelanda.
Diez mil leguas de un viaje donde, además de conocer mucho, aprendí a conocerme a mí mismo.
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Lo primero que hice fue ingresar el bote a los astilleros para reparación y mantenimiento. Mi idea era ponerlo a punto y competir en una de las regatas internacionales más importantes del mundo, con 130 embarcaciones participantes. Quedamos en un honroso tercer puesto.
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Una botella al mar De cómo un mensaje que lancé en una botella al mar fue respondido un año más tarde.
E
l hombre busca señales, y también las produce,
Nieuwoudt. Me contó que ella y su tripulación habían
a las profundidades de la fosa de Tonga representaba
no podían moverse porque todas las fronteras estaban
permanentemente. Si la pequeña ancla lanzada
la necesidad de tirar un cable a tierra, una botella
arrojada al mar es una conexión inalámbrica con la vida. Un deseo de esperanza. Una voz que anhela
ser contestada. Un grito en medio de la soledad más absoluta.
quedado varados en la isla Vava’u, cerca de Tonga; que
cerradas por la pandemia y no podían volver a Sudáfrica. Me contó también que un día Angy, un miembro del
equipo, estaba caminando en una playa de una isla
vecina, en Resort Treasure Island, cuando encontró la botella con mi mensaje. Al comienzo todos pensaron
En un punto de esa primera travesía –larga y
que el dueño del hotel les estaba jugando una broma; sin
botella al mar. Dentro iba una nota a mano que decía:
No fue fácil sacar la carta y, cuando lo hicieron, apenas
turbulenta– al mando del Speil Vinden, lancé una
embargo, la botella estaba llena de percebes y sedimento.
“Para quien encuentre esta botella, un mensaje de paz y
pudieron distinguir mi dirección electrónica de correo.
esperanza”.
Escribí mi correo electrónico por si, alguna vez, alguien
La historia fue relatada a 30 marineros que con la
pandemia habían quedado huérfanos de turismo.
hallara el mensaje. Cerré la botellita y la tiré. Me olvidé
Para ellos era una señal de esperanza. Me escribieron y
Y a veces el destino, las corrientes marinas y el azar se
La despedida del correo de Nieuwoudt la transcribo
de ella hasta que, un año después, la respuesta se dio.
encargan de juntar todas las piezas.
Un año después de haber arrojado mi botella al mar
en la fosa de Tonga, entró un mensaje a mi bandeja
personal. Era de una mujer navegante de Sudáfrica, Vicki
Catedral en el centro de Nukualofa, Tonga.
enviaron fotos.
aquí: “El propietario de Treasure Island es un
constructor de barcos y un marinero de memoria, por lo que le encantará si vienes. Actualmente nos estamos
hospedando en Mandala Eco Resort, nuestra casa, para
que le eches un vistazo. Nos has inspirado a enviar
botellas de esperanza, por lo que Angy y yo
iremos a la playa y enviaremos nuestros mensajes en su día con la esperanza de hacerle
el día a alguien, de la manera en que tú hiciste el nuestro. Saludos cordiales. Vicki Nieuwoudt”. No sé quién estaba más sorprendido, si
ellos o yo. Durante el viaje había conocido a
tres diferentes capitanes de embarcaciones haciendo distintas travesías con mi misma
fecha de cumpleaños. Eso a mí también me dio señales de esperanza de que estaba en mi camino y que no estaba solo.
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Una mujer navegante de Sudáfrica me escribió para contarme que ella y su tripulación habían quedado varados en la isla Vava’u, cerca de Tonga, y que un miembro del equipo había descubierto la botella con mi mensaje en una isla vecina.
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El mar nuestro
E
De cómo el conocimiento del mar podrá evitar que sigamos haciéndole daño al planeta, nuestra Gran Casa Azul.
l propósito de este viaje desde el Callao hasta la isla Nuku Hiva, en las Marquesas, ha sido múltiple. El
primero es rendirle un homenaje al príncipe inca Túpac
Yupanqui, quien se atrevió a surcar una extensión de mar
Australia. Al retornar hicieron la ruta inversa, donde los vientos y las corrientes llevan hacia el este, hacia América.
Nadie duda de la enorme dificultad que podría haber
más grande que lo conquistado por Alejandro Magno. Lo
significado realizar un viaje de vuelta, de oeste a este,
cada día que pasa es una lucha por alcanzarlo. También,
se desplaza exclusivamente a vela o siguiendo las
de este tipo, reafirmando la vinculación que desde
tenido las piraguas polinésicas a doble casco, a vela y
hizo a una edad en que el horizonte de tu vida es largo y
en el tiempo de los incas, sobre todo en una nave que
que el Perú del Bicentenario es capaz de realizar proezas
corrientes. El asunto habría sido resuelto si hubieran
siempre hemos tenido los peruanos con el mar.
remos, lo cual les otorga maniobrabilidad para navegar
Si imaginas la leyenda de Túpac Yupanqui llegando a
la Polinesia, su ingreso debió ser impresionante. Un viaje
extraordinario con una flota de catamaranes cargados de finos artículos en orfebrería y textiles. Ahora, si la
expedición incaica alcanzó la Polinesia, ¿cómo fue el regreso, sin vientos ni corrientes favorables; antes bien, adversos?, se preguntan algunos.
Y aquí habría que mencionar la sabiduría polinésica. Ellos
dominaron los viajes en sentido inverso, de oeste a este,
debido a su gran conocimiento de las corrientes regulares del mar y del aire que les permitieron seguir rutas en ambos lados de la línea ecuatorial. También hay que
recordar los viajes de los conquistadores españoles Álvaro de Mendaña y Pedro Fernández de Quirós, con galeones salidos del Callao que fueron a la Polinesia, Melanesia y
con vientos no solo de popa, sino hasta contrarios. Este tipo de embarcaciones sí se conocía en Oceanía.
¿Arribaron estas naves a las costas sudamericanas?
Probablemente. ¿Por qué no? Pericot García afirma
que, sin duda, “naves polinesias llegaron a América
en la época de apogeo de la navegación maorí, siglos XIII y XIV”. Vestigios de esos viajes esporádicos, tal
vez empujados por algunas tormentas, quedaron por
estas tierras, como “la trompeta de concha de tritón, de Cañete (Perú), o las puntas pedunculadas de obsidiana de Llolleo (Valparaíso)”.
En cuanto a la navegación con vientos contrarios, esta
puede hacerse con las orzas o guaras, usadas por los
balseros de la costa norte y que les permitía aprovechar vientos de babor y estribor, y hasta ayudarse con ráfagas
212
La preservación del mar debe ser entendida como la preservación de la vida sobre la Tierra. Y esto pasa por tomar conciencia de lo que significa arrojar desperdicios y basura al mar. La basura es un agente contaminante que no está medido en su real dimensión adversas, “como un buque a vela, de quilla y timón, que
navegara con vientos de amura, orzando”. Esta técnica ha sido estudiada en la navegación costera de las balsas, pero no en la de altura, donde ahora es posible desplegarla.
En el trayecto del Callao a Nuku Hiva, especialmente luego de que pasamos nuestro propio Punto Nemo –a 2300 millas de la costa peruana–, tuvimos la oportunidad de experimentar el desplazamiento de la nave con vientos cruzados en contra. Esto nos hace pensar que el legendario viaje de Túpac Inca Yupanqui fue posible. Tras haber pasado con mi tripulación 25 días en dirección al sol, el emprendimiento de Yupanqui, aparte de arrojo y valentía, nos infunde respeto y admiración. No es fácil estar dispuesto a ir hacia lo desconocido. Se requiere preparación, entrenamiento y, en última instancia, decisión y valor. Y suerte. Para un hombre victorioso en mil batallas como él, conquistador de nuevas tierras junto con su padre, y que pasó largas temporadas en las tierras bajas y soleadas del norte, el mar no podría ser un impedimento, sino un reto. Una vía anchurosa de comunicación. Un espacio desconocido por explorar y para conquistar
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nuevas tierras, nuevos recursos y nuevas riquezas. Pudo también, secretamente, abrigar un motivo místico y humano a la vez: descubrir qué existe donde el sol se oculta. Después de todo, seguir la ruta del sol era llegar a la casa del Dios padre, el Tayta Inti.
Lo interesante del viaje de Yupanqui a la Polinesia es
que ocurre probablemente alrededor del año 1400, antes
de que Cristóbal Colón llegara a América. No sabemos si los polinesios ya habían estado antes en estas tierras.
Lo que sabemos es que la corriente de Humboldt va de sur hacia suroeste llevando consigo una fuerza marina
y, al mismo tiempo, corrientes de aire, viento y nubes, circunstancias que favorecen los viajes a vela.
Debido a la nubosidad permanente que tenemos cerca
de Lima, las estrellas no se logran ver. Un navegante sin
estrellas –sobre todo uno polinesio– no llegaría lejos y podría naufragar o perderse.
Cuando eres navegante y te encuentras con una
zona de continua nubosidad, lo más inteligente es dar media vuelta y regresar a donde puedas alzar la vista y guiarte por las estrellas. Seguramente hubo muchos intentos fallidos que terminaron en naufragios y se
perdieron en la inmensidad del mar. Pero, una vez que los polinesios se posicionaron en tres puntos clave en
el Pacífico: Nueva Zelanda, Isla de Pascua y Hawái –el triángulo polinésico–, su sentido de orientación estuvo superdesarrollado. En el medio de aquel triángulo está Tahití, la isla madre o isla reina.
exitosas, llegar a Sudamérica. ¿Cuándo? ¿En la época de Yupanqui? Es probable. ¿Antes? También lo es.
Sin embargo, es preciso señalar que los incas no fueron
navegantes, al menos no de mar abierto. Aun cuando
los cronistas describen bien el comercio por medio de balsas a lo largo de la costa peruana, e inclusive el señor de Chincha tenía bajo su mando cientos de ellas –y, por tanto, era uno de los caciques más ricos–, no hay
información sobre viajes de exploración ultramarinos
en la etapa incaica, excepto el viaje de Túpac Yupanqui. Además, el inca poseía tierras fértiles y la costa peruana
fue siempre uno de los mares más ricos del planeta.
Imaginémonos cómo sería hace 600 años. No se
requería barcos de gran calado para buscar alimento o recoger los productos marinos. La biomasa acuática era abundante.
Al otro lado del Pacífico, en cambio, los polinesios
podían navegar desde Nueva Zelanda hasta la Isla
de Pascua. Y de Tahití a Hawái. Desarrollaron y perfeccionaron ese conocimiento impulsados por su entorno geográfico, constituido por islas, atolones y
arrecifes. Aun hoy, muy pocos pueden subirse a un velero y llegar a las islas polinésicas sin instrumentos náuticos.
Debemos
ese
conocimiento
estrellas y las corrientes.
Es probable que los primeros en arribar a las costas
sudamericanas hayan sido los polinesios. En aquel
El ser humano tiende a expandir sus límites, y lo más
entonces, ya tenían catamaranes hechos de madera,
polinesios queriendo ir hacia lo desconocido y naufragar
al mismo tiempo, podían eventualmente naufragar.
probable es que haya habido centenares de casos de
con los que podían navegar grandes distancias. Pero,
en el intento, y de pronto, en algunas tentativas
¿Y si los incas rescataron alguna vez a estos náufragos
polinesios? El intercambio de conocimientos tuvo que ser de ida y vuelta.
214
preservar
ancestral de navegar utilizando simplemente las
La leyenda de Naylamp, relato de los pueblos costeros
La época del Holoceno, que empezó hace 10 mil años,
moches, podría aludir, igualmente, a náufragos llegados
cuando la temperatura global aumentaba de forma
La genética prueba la presencia de genes peruanos en
era del Antropoceno, donde el hombre y la revolución
del oeste que se quedaron a vivir en el Perú por siempre.
oscilante 1 grado Celsius, se acabó. Hoy vivimos la
islas remotas, como Samoa, en las Islas Marquesas.
industrial son los causantes directos del calentamiento
¿Fueron los polinesios la inspiración del viaje de Túpac
Yupanqui? Las crónicas dicen que sí. Y la imaginación, también.
La otra finalidad del viaje que Augusto Navarro, César
Chávez, Daniel Bacigalupo y yo hicimos a bordo del Speil
Vinden fue despertar la conciencia sobre la conservación
y preservación del mar y los océanos. Las Naciones Unidas han declarado el periodo 2021-2030 como la Década de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible. La meta es tener un marco común para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
La Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO) ha indicado que el 60 por ciento de las reservas de peces se explota en su
punto límite y que al menos un 30 por ciento se pesca de modo no sostenible. Esto significa, al menos, 12 millones
de toneladas anuales de peces que se extraen de manera no regulada, sobreexplotando el producto y poniendo en riesgo la especie.
Muchos creíamos que los bosques amazónicos eran
el pulmón del mundo, pero no. El principal pulmón del planeta son los océanos. Los mares y océanos absorben
el 30 por ciento del CO2 emitido y el 90 por ciento del calor generado por el cambio climático. El derretimiento
de los casquetes polares elevaría los mares en 7 metros. La Antártida Oriental crecería 5 metros sobre el nivel actual de las aguas.
del planeta. Quemamos 350 partes por millón de dióxido
de carbono y estamos a punto de ingresar a 450 partes
por millón, que es una zona de alto riesgo. El daño sería irreversible: 1.5 grados Celsius de calentamiento es el límite. Estamos en 1.1 y avanzamos rápidamente hacia esa catastrófica situación.
Las consecuencias de esta realidad ocasionada por
el ser humano son alarmantes para la vida oceánica.
La temperatura del agua se incrementa y en muchas zonas se acidifica, perdiendo oxígeno y matando los bancos de corales, una de las primeras fuentes que sufre
con la alteración de los ecosistemas. Sin corales no hay biodiversidad marina.
Un caso crónico es lo que viene ocurriendo con el
Mar del Coral, formado en 1970, a 160 kilómetros de las costas de Australia. Este es el lugar con mayor número
de especies marinas. Ese mar casi ha desaparecido. El coral está muerto. El efecto es como una ciudad que ha sido devastada por un desastre natural. Los corales
necesitan de los peces para que el ciclo de la vida no se interrumpa. No obstante, la pesca indiscriminada elimina los bancos de peces pequeños que, a su vez, son
el alimento de los peces mayores. Si quitas los peces, los corales simplemente mueren. La
contaminación
marina
es
múltiple.
El
envenenamiento de los mares genera la desaparición de especies, pero también la pesca indiscriminada y clandestina. La FAO calcula que uno de cada cinco pescados que se venden en los mercados es obtenido de
215
manera ilegal. Sin embargo, la práctica nos dice que el número podría ser mayor.
No hay todavía una verdadera conciencia para
preservar las especies ni el mar. El 12 por ciento de la Tierra está protegido por parques de biodiversidad. En
el caso del océano, apenas el 3 por ciento. La idea es que, para la tercera década del siglo XXI, no menos del 20 por ciento esté realmente protegido. Sería como sembrar zonas de esperanza.
En el Perú no existen aún los mecanismos para
controlar el ingreso de grandes buques factoría que pescan a diario en nuestras 200 millas marítimas sin
autorización. Son verdaderas fábricas industriales que operan en altamar. Cuando salimos rumbo a Nuku Hiva y bordeamos las 200 millas, nos cruzamos con uno de estos buques pirata, cuyos tripulantes seguramente se sorprendieron al vernos en un bote de regata navegando
a esa altura. Enviaron un helicóptero de reconocimiento,
que sobrevoló el velero un buen tiempo, hasta que se cercioraron de que no entrañábamos peligro y se fueron. No hay quien controle eso en aquel espacio rico de mar.
El tercer objetivo del viaje fue sensibilizar a las nuevas
generaciones a fin de que preserven el mar y los océanos para sus hijos. Nuestro país acaba de dar un buen paso
al crear la primera área marítima protegida frente a la costa central. Se trata de un área del tamaño de
Arequipa, llamada Reserva Nacional Dorsal de Nasca, de 62 400 kilómetros cuadrados, que posee una abundante biodiversidad. Con esta decisión, el Perú eleva a 8 por ciento el total de área reservada marina, cifra lejana aún de lo óptimo, pero que, sin duda, constituye un avance.
El cuarto objetivo fue lograr que los países preserven
la fuente de vida que es el mar, con atención especial en
216
El BAP Unión es el buque escuela de la Marina de Guerra del Perú, uno de los más grandes del mundo. Recibío su nombre en honor de la corbeta Unión, navío que participó en la guerra del Pacífico como parte de la escuadra comandada por el Almirante Miguel Grau, máximo héroe naval del Perú.
217
su franja costera, de la que dependen
más de 3 mil millones de personas que viven en estados ribereños en todo el orbe. Pero también los espacios
basura es un agente contaminante que no está medido en su real dimensión.
Estudios de algunas organizaciones
de altamar, que es el área reservada
internacionales –como Greenpeace–
la ballena, mamífero en peligro de
de
desaparecieron cuando se les cazaba
es el equivalente al peso de 800 torres
calles del planeta. Hasta que en 1986
dimensiones de la isla de Manhattan.
ballenas. Y el Perú se adhirió a ella.
de 200 kilos de basura van a parar a los
para los animales más grandes, como
advierten
extinción y algunas de cuyas especies
anualmente a los mares y océanos, que
para obtener su aceite e iluminar las
Eiffel o, si se le desplegara, a 34 veces las
se declaró la moratoria mundial de
Esto significa que, cada segundo, más
He visto de cerca, en las dos orillas
de la hoya del Pacífico, la especial relación que podemos desarrollar con
las ballenas. En nuestro país, el mejor
que
toneladas
unos
de
8
basura
millones llegan
océanos. Se ha hallado basura hasta en la fosa de las Marianas, la más profunda del mundo, con 11.5 kilómetros.
Solamente conocemos una fracción
lugar para verlas es la costa norte. Tres
muy pequeña del océano y sus
Máncora, Cabo Blanco, Los Órganos y
Marte y de la Luna que del mar. En la
las mejores experiencias para admirar
sus rutas, como Túpac Inca Yupanqui
Entre julio y octubre es el tiempo
nórdicos,
ballenas jorobadas que llegan desde
menos distantes serán las fronteras y
horas y media en bote desde El Ñuro,
profundidades.
Punta Sal pueden representar una de
medida en que más hombres recorran
a estos colosos en su hábitat natural.
y los navegantes polinesios, vikingos,
ideal para el avistamiento de miles de
italianos, neozelandeses o australianos,
la Antártida para encontrar el calor de
más cercanos quedarán los pueblos.
Piura y Tumbes.
Sabemos
españoles,
más
de
portugueses,
Si esos viajes persiguen un propósito
El quinto y último objetivo fue
explorativo, de investigación y de paz,
entendida como la preservación de
gota de agua a recuperar la visión que
tomar conciencia de lo que significa
las primeras horas del planeta, salimos
que la preservación del mar debe ser
entonces habremos contribuido con una
la vida sobre la Tierra. Y esto pasa por
tuvimos todas las especies cuando, en
arrojar desperdicios y basura al mar. La
del mar. Porque navegar es tener plena conciencia de que solo estamos volviendo a nuestra Gran Casa Azul.
219
Epílogo Pero la vida me llevó por otros caminos y me permitió elegir ser navegante, que es lo más parecido a ser astronauta.
N
adie me dijo que siguiera esta corriente de agua. Yo lo decidí, y es algo que me gustaría
que quedara como ejemplo para mis hijos. Imagino que cada navegante tuvo su razón
importante. Si me atreví a seguir la ruta de Yupanqui fue porque sentí la necesidad de que cuando ellos lean estas páginas, más tarde, sepan que su padre los amó con intensidad y
que, por más lejos que se embarcó, nunca se alejaron de su pensamiento. En la travesía del Pacífico hacia la Polinesia, ellos estuvieron conmigo. Me acompañaron siempre.
Un escritor al que admiro, Robert Frost, tiene un poema sobre la elección de tu destino que, de varias formas, siempre he puesto en práctica:
El camino no elegido Dos caminos se abrían en un bosque amarillo, y triste por no poder caminar por los dos, y por ser un viajero tan solo, un largo rato me detuve, y puse la vista en uno de ellos hasta donde al torcer se perdía en la maleza. Después pasé al siguiente, tan bueno como el otro, posiblemente la elección más adecuada pues lo cubría la hierba y pedía ser usado; aunque hasta allí lo mismo a cada uno los había gastado el pasar de la gente, y ambos por igual los cubría esa mañana una capa de hojas que nadie había pisado. ¡Ah! ¡El primero dejé mejor para otro día! Aunque tal y como un paso aventura el siguiente, dudé si alguna vez volvería a aquel lugar. Seguramente esto lo diré entre suspiros en algún momento dentro de años y años dos caminos se abrían en un bosque, elegí… elegí el menos transitado de ambos, Y eso supuso toda la diferencia. Robert Frost De: Un valle en las montañas, 1916
Al decidir seguir la ruta de Yupanqui, elegimos nuestros propios caminos, los menos transitados.
222
La tierra no es más que un momento De cómo los tripulantes y su nave regresan a tierra, pero sueñan con volver al mar para ser libres.
L
os cuatro navegantes que iniciamos esta travesía a las islas polinésicas estamos ahora en tierra.
Navarrito ha seguido llevando naves de un lado a otro. César Chávez atiende su taller y sale de pesca los fines de semana para proveerse el alimento.
Baci ha retomado sus proyectos como cineasta acuático, incluyendo el documental de este viaje.
Tauri, la inglesa, consiguió trabajo en Nueva Zelanda, pero al poco tiempo volvió a Londres, donde publicó un libro sobre su propia aventura. Actualmente se encuentra en Indonesia.
Yo, tras concluir este libro, hago planes para otras travesías. O, al menos,
para soñar con ellas. Me gustaría llevar a mis hijos a algunos lugares donde estuve.
Mientras tanto, la nave espera en un astillero de Nueva Zelanda, reparada
y overholeada. Ha sido completamente renovada, pero el espíritu
batiente de nuestra aventura a la Polinesia mora en su estructura.
El Speil Vinden es un ser de sol y de sal que espera ansioso la hora de volver a la mar, que es –para todos– como volver a la vida.
223
Anexo
Islas Galápagos
De cómo creemos que el viaje a Galápagos fue una práctica antes de zarpar a las islas del más allá.
L
interesante mención del cronista indio Juan de Santa as Islas Galápagos –situadas a 1000 kilómetros de la costa de Ecuador– constituyen el segundo
archipiélago con mayor actividad volcánica después de Hawái y, también, la segunda reserva marina más
grande del planeta. El archipiélago está formado
por 13 islas grandes con una superficie de más de 10 kilómetros cuadrados, nueve islas medianas con una
superficie de 1 a 10 kilómetros cuadrados y 107 islotes
de pequeño tamaño. Tienen una característica casi única: las islas e islotes se ubican en el hemisferio
norte y en el hemisferio sur, como solo ocurre en el archipiélago malayo.
La distancia respecto a la costa ecuatoriana y la
confluencia de tres grandes corrientes oceánicas
(Humboldt, Panamá y Cromwell), que tienden a alejar del litoral cualquier cosa que flote, contribuyeron a
que, durante millones de años, las islas evolucionaran al margen y entre el desconocimiento del resto del
mundo. Las Islas Galápagos se convirtieron en un oasis para los reptiles, que crecieron y se desarrollaron sin depredadores.
Uno de los más conspicuos sostenedores de la tesis de
que Túpac Yupanqui llegó a las Galápagos es Marcos
Jiménez de la Espada. Para afianzar su creencia sobre la identificación de las misteriosas islas, reproduce una
224
Cruz Pachacuti Yamqui en torno al viaje de Túpac Inca Yupanqui. Dice el cronista que, tras recorrer la región Guancavilla, de donde regresó “con gran suma y máquina de oro y plata y umiña” (o esmeraldas), pasó a
“unas hislas” de los yuncas de donde había "madre de
perlas Churoymaman”. Agrega que el inca, en su viaje de retorno al Cusco, trajo “mucha suma de plata y de oro y una ballena”.
Sacando partido de esta curiosa referencia, Jiménez de
la Espada expresa: “Las madres de perlas y las ballenas abundan en el archipiélago de las Galápagos”.
En cuanto a los vocablos que identifican a las islas,
considera que Chumbi –o mejor Chumpi– puede traducirse literalmente como isla, “por más que el vocablo quechua propio de estos pedazos de tierra
ceñidos o rodeados de agua dulce o salada sea el de huatta”. Hagua significa fuera, afuera, diferente, aparte. Nina significa fuego. Entonces, Nina Chumbi es “Isla de
Fuego”. Haguachumbi es “Isla de Fuera o de más afuera”. La geografía lo confirma, añade Jiménez de la Espada.
Nina Chumbi podría ser la isla que en los mapas
ingleses se llama Narborough, donde, según una
Memoria Geográfica de 1887, utilizada por el eminente polígrafo, “todavía hay volcanes activos”. Él también cree que el viaje de los 20 mil guerreros del caudillo
cusqueño en una flota de balsas pudo verse favorecido por la corriente peruana o de Humboldt.
Schweigger considera que esta apreciación respalda la
tesis de las islas Lobos y obstruye la de las Galápagos. Pero cabe una posibilidad: que el viaje se cumpliera en dos etapas; en una primera, impelidas las balsas por el
viento (mediante el uso de las orzas), hasta alcanzar la distante corriente oceánica, muy separada de la costa de Manta; en una segunda etapa, empujadas las balsas por la corriente misma, cogida casi a mitad de ruta.
En todo caso, Jiménez de la Espada finaliza sus ideas
manifestando su admiración por la habilidad innata de los indios costeños del Perú. Los indios balseros son
conocedores de todos los secretos del océano –afirma–,
perciben, viven el mar, lo tienen en el alma. “Téngase en cuenta... que los indios sienten las influencias y saben más del cielo que los cobija, de la tierra que los nutre
y del agua junto a la que viven, que las mismas aves, salvajinas y peces”.
En verdad, los que se internan en el mar están a sus
anchas, en su dominio. Los navegantes locales conducen sus balsas con asombrosa facilidad, sacando ventaja en cualquier circunstancia, por sorpresiva que ella asome. Con esa pericia náutica, ¿llegó Yupanqui a las Islas Galápagos, con el favor de los vientos y de las corrientes,
o llegó más allá, a las lejanas islas polinésicas, como nos empeñábamos en llegar ahora nosotros, cuatro
peruanos en un velero moderno que ya estaba por
remontar su propio Punto Nemo, el punto del no retorno? En la cerámica mochica aparecen caballitos de totora
para la pesca cerca de tierra, pero no balsas de troncos, del tipo que exige una travesía larga. Por consiguiente,
hay quienes creen que el viaje de Túpac Yupanqui fue de rutina, ya que la ruta de las Galápagos estaba perfectamente dominada. Los balseros iban a las islas para pescar, y no se quedaban ahí por mucho tiempo.
Luis Pericot García, de la Universidad de Barcelona y
autor de un conocido manual sobre prehistoria y etnología
americanas, también se inclina por las Islas Galápagos
225
como destino del viaje de Túpac Inca Yupanqui. Incluso
nosotros? Sin duda, sentimientos muy distintos a los
que, por entonces, tenían los mochicas y los paracas.
impulsos diferentes a los de los descubridores del siglo
en ellas se ha encontrado muestras de algodón peruano
Otros autores, con Means a la cabeza, se oponen a la
tesis de las Galápagos. Dice Means: “Personalmente,
XV y los conquistadores de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Fue tan fuerte la relación de los hombres y mujeres de
no estoy convencido de que el destino del inca fuera el
la Polinesia con el mar que desarrollaron la capacidad de
“Si alguna vez fuera descubierto en las Islas Galápagos
de las aguas y la dirección y orientación de las olas para
archipiélago de las Galápagos...”. No obstante, agrega:
un fragmento, aunque fuera pequeñísimo, de cerámica inca o cualquier otro artefacto de tipo incaico, la cuestión quedaría resuelta para siempre en sentido afirmativo”.
En el siglo XIX, mucho antes de que se planteara el
problema del viaje del inca y su posible destino, un joven Carlos Darwin estuvo de visita en las Islas Galápagos, en calidad de naturalista, como parte de la expedición del capitán Fitz Roy. Allí estimó la posibilidad de que
las mencionadas islas nunca hubieran conocido la ocupación humana –ni estable ni pasajera– hasta su descubrimiento por los españoles.
Darwin señaló esto debido, estrictamente, a su
formación como naturalista, pues observó que los pájaros de dichas islas demostraban una “extremada
mansedumbre” frente al hombre, tanta que se dejaban atrapar dócilmente y hasta matar a palos. Para él, ello significaba que los pájaros no habían adquirido el miedo
al ser humano y que este recién había llegado en los
distinguir la temperatura marina, el nivel de salinidad saber, con exactitud, a dónde llegarían.
De acuerdo con investigaciones llevadas a cabo
por navegantes experimentados, una de las razones originales para que aquellos navegantes emprendieran
largos viajes oceánicos fue el orgullo y la confianza que tenían en sus saberes ancestrales; orgullo y cierta arrogancia del dominio de la técnica naviera.
Otra hipótesis que se formula sobre el destino del
viaje de Túpac Inca Yupanqui es que arribó a las islas
o el litoral del norte, más allá de Manta, Ecuador. En
su trabajo sobre la civilización de los Andes, de 1931, el
historiador Means se declaró resueltamente en contra de la tesis de la llegada a Galápagos. Propuso, como meta
de la aventura, la isla Gorgona o la Isla de la Plata: la primera frente a la costa colombiana; la segunda frente a la costa ecuatoriana.
Lo que nadie discute es la probabilidad de que Túpac
últimos tiempos, a tal punto que no habían transcurrido
Yupanqui haya transportado a su ejército por vía marítima
incorporaran el temor a su vida instintiva.
esta hipótesis, no fue a ninguna isla, ni cercana ni lejana.
las suficientes generaciones como para que las aves
Mientras reflexionaba sobre esas vicisitudes de la
historia, el mar estaba haciendo lo suyo con cada uno de nosotros.
¿Qué impulsó a los antiguos habitantes del Pacífico
a cruzar el océano madre como lo hacemos ahora
226
de los hombres de mar de hoy en día y, probablemente,
y saqueado la tierra firme al norte de Guayaquil. Según
Ni a las Galápagos, ni a la Isla de la Plata, ni a ninguna otra.
Su destino, en la gran aventura que emprendió en Manta,
al frente de una enorme flota de balsas, fue alguna parte distante del litoral norte de tierra firme. Probablemente,
por acción de los vientos, la flota del príncipe perdió de vista el continente y, por ello, al desembarcar en el paraje desconocido, creyó haberlo hecho en una isla.
Situadas a 1000 kilómetros de la costa de Ecuador, las Islas Galápagos constituyen la segunda reserva marina más grande del planeta. Durante millones de años se convirtieron en un oasis para los reptiles, que crecieron y se desarrollaron sin depredadores.
227
Agradecimientos PERSONAS
Guillermo Riera
Alejandro Mezarina
Gustavo Barkley
Alekséi Molchánov
Hiti Monnier
Alejandro Nicolini
James Fenwick
Alex Hughes
Jana Hartinger
Augusto Zegarra
Javier González Posada
Capitán de Fragata (r) Iván Diaz Bailly
Jimmy Connelly
Contralmirante (r) Francisco Yabar Acuña
John Silver
Álvaro Martínez
Jorge Mendoza
Álvaro Maúrtua
José Luis Canessa
Anne di Rossa
José Mendoza
Augusto Ferrero Costa
José Sotomayor
Augusto Navarro
Julio Hartinger
Captain Yann Madagascar
Lalo Wong
Carla Navea Fuller
Michael Aldridge
Carlos Rosas
Michel Parts
Carolina Keimig
Patricia Fuller
Casey Meredith
Pamela Guerra
César Chávez
Raphael Vaapiti
Daniel Bacigalupo
Raúl Diez Canseco Terry
David Acosta
Raúl Lozano
David Amaya
Ricardo Vassallo
David Hunter
Robert Merath
Ezequiel Veschio
Rua Paul
Federico Martínez
Samir Abudayeh
Giorgio Dayan
Sandra Newton
Giovani Liza
228
Stuart Ewing
Eko Kitchen
Tauri Owl
Elvstrom Sails
Unutea Bennett
Embajada de Francia en Perú
Ursula Guerra
Energizer
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Europcar
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Tripulación del Speil Vinden U40 Ukeleles Córdoba Ultimate Lady Universidad San Ignacio de Loyola Veko Finland Venus Point Veuve Clicquot Vodaphone Waypoint West Marine (Fort Lauderdale) Windguru Windy Zacapa Zik
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