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Spanish Pages 155 Year 2022
TODO CERRADO Y EL VIENTO ADENTRO [APUNTES SOBRE AUTISMO Y UNA INFANCIA DEVASTADA]
GABRIEL AFLALO
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[Capítulo Uno]
PRIMERAS PALABRAS
“Me senté en la orilla a pescar, con el árido desierto detrás de mí. ¿Pondré por lo menos mis tierras en orden?” T.S. Elliot. “La tierra baldía”
“Como quien sale de una historia para entrar en otra, como quien pone el pie, como quien hace sombra en otros muros (y es la misma sombra), entré.” Daniel Freidemberg. Diciembre (VIII)
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Aún a riesgo de caer en lo obvio desde el primer segundo, desde el inicio mismo de este camino, debo decir que mi vida (y doy testimonio, también la de otros que conozco más algunos que no conozco pero imagino) no sería lo mismo sin Marcos, sin Carla, sin Jonathan, sin Kevin, es decir, sin tantos niñas y niños con autismo con quienes compartimos desde hace ya un largo tiempo espacios de intercambio, reflexión, juegos y trabajo.
Porque en ocasión de elegir prefiero un trayecto que no se detenga en lo incuestionable y en su lugar recurro a una variedad de voces fragmentadas, palabras que vienen de lugares diferentes, que asumen riesgos diversos, que se animan y dan fundamento a teorías que desnaturalizan algo de lo mucho que se dice hoy sobre el autismo. Imagino que entre esas voces (y riesgos y teorías y palabras) encuentre lugar mi propia voz.
Que desde aquí y al menos al principio, convoco a otros más que en estos tiempos de tanto trabajo de campo con los niños y sus familias, lecturas e investigación han ido sumando opiniones y abriendo sentidos disidentes al discurso oficial del autismo.
Lo oficial del autismo, lo que se torna insistente en su conceptualización y se impone como oferta exclusiva y hegemónica para el abordaje y tratamiento, es lo que contribuye a definir al mundo del presente con una perspectiva de infancia desolada, devastada.
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Hay una construcción muy bien montada que ansía, y en gran medida logra, hacernos creer que existe una sola forma de abordar el autismo, un discurso único, cerrado y eficaz, que viene a procurar todas las respuestas para un problemática que presentan como unívoca.
Infancia acero. ¿Dura como el acero, firme y fuerte? ¿O de escasa duración, fugaz e inerme en el mejor de los panoramas? Y en otros casos que hoy se multiplican, llevada a cero.
Infancia a cero. Inducida a cero. Segada a cero. Desgastada, imposibilitada de ser en tanto infancia, vemos un panorama que hace de los niños (habitantes habituales/consecuentes/porfiados/resistentes de la infancia) seres en peligro, por ser inducidos a terminar abruptamente lo que debería llevar el tiempo que lleve. Una infancia con disposición terminal.
¿Infancia? No, nombremos aquí, destaquemos aquí: infancias. Comencemos a listar, tomándonos el tiempo, a cada uno de aquellos niños que se pierden irremediablemente en el todo.
Pero por ahora me detengo, con la promesa de poner en discusión la historia oficial. ¿Podremos permitirnos otra? Vamos intentando, todas las veces que sea necesario. Y quizá ante tanta invitación podamos sentirnos dentro.
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UNO
“El mundo era plano hasta que se curvó: cuando se curvó, pasó a ser un relato” Juan Forn. “El hombre que fue viernes”
Este primer recuerdo podría llamarse “de los piringundines”.
Aquello no era Puerto Madero, aunque si hubiésemos podido ingresar, de pie en ese mismo lugar, en una máquina del tiempo, caeríamos allí, en el barrio más nuevo y cool de Buenos Aires. Pero aquel sitio era un puerto de verdad con auténticos barcos, de los que bajaban marineros de todo el mundo que pasaban sus las noches en la ciudad para pasear y buscar compañía entre la porteñada, esquivando ratas inconmensurables y pisando las veredas de la calle 25 de Mayo, al borde de “El Bajo”.
Vivía desde siempre en ese barrio que no es barrio, en lo que hoy es la City porteña, y que por entonces, a fines de los sesenta, empezaba a delinearse con esa idiosincrasia especial: durante el día, abogados, bancarios y banqueros, aseguradores y oficinistas varios. Corbatas, ambos, trajes y vestiditos sastre; autos por doquier, todas las líneas de colectivos que uno pueda imaginar y las finanzas como protagonista central de lo cotidiano.
Pero al caer el sol esa gente desaparecía y las calles eran un desierto. Unas horas más tarde, cerca de la medianoche, la cuadra de “25”, esos cien metros 5
que unían la calle Tucumán (dónde estaba mi casa) y la calle Viamonte (en donde estaba mi escuela) se transformaban en otro mundo. Una cuadra llena de “bares” (eufemismo para piringundines o cabarets o quién sabe qué), en donde las chicas esperaban ligeras de ropa a sus clientes, en su mayoría hombres rudos que venían de recorrer los siete mares, y que suponían merecer, después de tanto esfuerzo acuático, un momento de distracción.
Entre la mañana luminosa (tan luminosa cómo podía ser una mañana de Buenos Aires de varias décadas atrás, en dónde el smog de calderas e incineradores estaba permitido y el sol entraba tímido entre tantos edificios plateados) y la noche cerrada y procaz, aquel niño de 6 años aprende sobre otras vidas posibles, alejadas del discurso redentor de la escuela parroquial, que en el mundo no había solo varones, y que podía había algo más que hermanas, madres y abuelas. Experimenta sobre lo diverso, sobre el deseo y lo prohibido. Se sienten en las calles otros olores, otros fluidos y otra sangre circulando.
Unos pocos años después, en el mismo barrio y a esa misma escuela llegan dos nuevos docentes. Maestros varones dispuestos a hacerse cargo de los sátrapas de séptimo, en un escenario que hasta allí había sido de señoritas al frente del aula y un par de monjas dando Catequesis y Gimnasia. Era 1972 y los maestros nos contaban sobre otra realidad muy lejana a la oficial que veníamos escuchando. Y de alguna manera, seguramente por un vil engaño, lograron el permiso de la Madre Superiora y de nuestras familias para llevarnos a recorrer ese otro mundo, algo más alejado de las calles de nuestro no-barrio. Salidas educativas, cines, teatros y museos, y un proyecto para trabajar juntos en una
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Feria de Ciencias con los chicos de nuestra edad en la villa miseria que estaba allí nomás, cruzando un par de avenidas, pegadita a la estación de trenes de Retiro. Un lugar que estaba por llamarse “Padre Mugica”, pero por la mayoría conocida como Villa 31. Y allí ese niño, que ahora tiene doce años, aprende acerca de la pobreza y la desigualdad. Observa los primeros signos sobre la represión del poder, como antesala y pruebas de lo que llegaría con ferocidad inaudita cuatro años después. Y aprende, como lección final de esa experiencia, que al mundo “se lo arma”, se construye a conciencia con fines que en general, dejan afuera a los más débiles, a los que, de entrada nomás, nacen con las defensas bajas. Así se construyen cuerpos y lugares vulnerados.
Y algunos años después, un tiempo largo hacia adelante, habiendo atravesado como se pudo el secundario, sobreviviendo, encontrando estrategias mejores y peores para pasar los días, los controles, las pocas luces, las sombras y la muerte, en los primeros años de una carrera que quedaría trunca, en una visita al Tobar García1, demora la mirada ante otra mirada que parece vacía: aquel niño de edad difícil de precisar, recluido en ese espacio desde el principio mismo de su historia, con un montón de datos que no aparecen, hojas y hojas en legajos que poco dicen de su ser; ningún adulto pudiéndose hacer cargo de su devenir.
Y por primera vez surge el intento por mirar más allá de esos ojos que están sostenidos en el vacío y piensa, desde entonces y para siempre, sobre lo que podrá hallarse y lo que se constituye del ser en el más allá de una mirada vacía
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Hospital Psiquiátrico Infanto Juvenil Carolina Tobar García, ubicado en la zona sur de la ciudad
de Buenos Aires.
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que atraviesa. Entonces un muchacho que va pasando la adolescencia, piensa que es tiempo de estudiar otras disciplinas para ocuparse de cuerpos que se presentan torpemente delineados detrás de lo visible, candidatos eternos a lo invisible.
Unos meses más allá, estudiando otra carrera, mientras la democracia recientemente retornada hace fuerza por permanecer entre nosotros -con Andrés, Gabriela y Arpy, cumpas y amigos de la Facu- nos desilusiona lo superficial de la psicología y buscamos en las trasnoches de los miércoles esa otra formación que se despliega en los grupos de estudio. Durante años leemos, discutimos y peleamos con Freud y a Freud hasta el hartazgo pero otra vez, otro mundo se abre. Es cuando un puñado de jóvenes descubre una ética para trabajar con el otro, contra el panorama tan diluido que observábamos en las medicinas, en las psicologías y en los encierros.
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DOS
“¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros Sino transformar nuestra inquietud en una historia?” Jorge Larrosa “Las paradojas de la autoconciencia”
En algún lugar de la memoria está la infancia agazapada, y desde allí va a darnos sus efectos.
Dice Jorge Larrosa: “Y eso que llamamos autoconciencia o identidad personal, eso que, según parece, tiene una forma esencialmente narrativa, ¿no será quizá la forma siempre provisional y a punto de derrumbarse que le damos al trabajo infinito de distraer, de consolar o de calmar con historias personales aquello que nos inquieta? Es posible que no seamos sino una imperiosa necesidad de palabras, pronunciadas o escritas, oídas o leídas, para cauterizar la herida”.2
Aun cuando lo más significativo en los procesos habituales de subjetivación se produce antes del tiempo de aquel primer recuerdo compartido, antes que la vivencia del niño que caminaba esa cuadra y pasaba por los escaparates de “los piringundines”, las marcas suman a la historia; hacen fuerza o se atropellan por imponerse o ser olvidadas para, irremediablemente, volver de una u otra manera, como comedia o como tragedia, como rasgo, condición o síntoma.
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Larrosa, Jorge. “Las paradojas de la autoconciencia”. En, “Déjame que te cuente. Ensayos
sobre narrativa u educación”. Editorial Laertes. Buenos Aires. 2009. Pág. 193
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Rescato ese modo de cauterizar la herida. El producto de cada relato que queda como vestigio o aprendizaje para revolver la tarea de pensar la infancia hoy -y principalmente al autismo- como una manera de ser que encuentran algunos niños para alertarnos, llamar nuestra atención y disponernos para trabajar a su lado, de su parte.
Poder pensar que cada uno tiene derecho al síntoma, tiene derecho a ser un sujeto por fuera del diagnóstico, discutir la necesidad del sistema de encontrarnos sin dudas en el listado, en una clasificación que lleve con certeza y sin demoras a un tratamiento de aquello que, en realidad, no deberíamos ver cómo enfermedad.
Para pensar que el saber cómo totalidad se extravió para que pueda aparecer el sujeto. Que no somos dueños de eso que se nos supone, por más tentador y satisfactorio que sea creernos la suma de todos los conocimientos. Que el saber inmenso no solo mancha, no solo marca, sino aniquila.
Para pensar y poner en discusión los discursos del todo. Todo borra a cada uno de su posibilidad de despliegue vital. Por eso fue dicho: hablaremos de las infancias porque no existe eso que se llama infancia. Y hablaremos de los autismos, de cada niño con autismo, porque no hay indicios de eso que se denomina con convicción interesada, autismo.
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Para pensar y describir el mundo que construyen y sostienen a sangre y fuego para continuar con el negocio. El negocio que no solo no se detuvo ante los niños sino que se ensañó especialmente con ellos. Hoy representan la víctima principal en su despliegue inicuo. Veremos las características de ese mundo que es necesario montar, sostener y fundamentar para que no haya riesgo de subversión de sus valores y principios.
Hay un negocio y un mundo en consecuencia. Hay un negocio que necesita de algunas ciencias y no puede prescindir de la intimidación. Que enlaza saber concentrado con respuestas únicas. Un negocio que no se fija en gastos porque el beneficio, saben y tienen paciencia, se torna ilimitado.
¿Qué mundo estamos construyendo hoy con mirada hacia el mañana cuando tratamos como tratamos a la infancia, cuando tratamos como tratamos a cada niño?
¿De dónde viene ese disparo que hiere a la infancia para dejarla desamparada, entregada a un destino cruel?
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TRES Respuestas, formas que tenemos para sobrellevar la ansiedad del ser ante tamaña intimidación y violencia.
Tres mamás en entrevistas consecutivas, durante la misma mañana describen, ya no los habituales síntomas sino uno nuevo: los niños se quedan paralizados, tiemblan, abren la boca pero no gritan. Tienen temor a ser descubiertos, tratan de no hacer ruido pues esto los coloca en la mira del otro hostil, aquel que está allí para agredirlos, lastimarlos, marcarlos hasta hacerlos desaparecer. Deciden quedarse en su mundo: paralizados y en silencio.
Cada cual con una respuesta posible: angustias desbordantes, aislamientos, ataques de pánico, trastornos alimentarios, depresión, autismos, suicidios. ¿Qué define conceptualmente una epidemia? ¿Qué separa, qué construye el trayecto que va desde una epidemia a una pandemia? ¿Cuánto tiempo habrá que esperar para comenzar a pensar en futuros en detrimento de los destinos que el sistema ha sabido construir?
Sabemos hoy lo que es normal. ¿Lo sabemos? A juzgar por las curvas de crecimiento y de incidencia estadística, ¿cuánto se mantendrá el registro de lo normal que se impone hoy? ¿Tendremos que esperar que se invierta el criterio actual y que los incluidos en la condición sean, como mayoría, protagonistas de lo normal?
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Hay un impacto de lo tecnológico sobre los cuerpos, en lo cotidiano y en lo profundo de la constitución subjetiva, aparece una identidad atravesada por la normalización, y crece un sentimiento irreconciliable entre el ser y el querer ser.
Acaso otro mundo requerirá otra infancia disponible, una subjetividad diferente que se imponga por número y prepotencia. Asusta pensar cuál es el precio que se deberá pagar y cuantos quedarán/quedaremos en el camino.
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CUATRO ¿Cómo buscar formas no codificadas para la escritura, formas que se acerquen a la experiencia y al dolor, a los lazos de lo vital y a la esperanza? ¿Podremos permitirnos el relato de lo personal, de la práctica expuesta y despojada, el aroma de lo subjetivo?
Escribir intentando soportar una condición existencial, una forma de enfrentar la situación; una manera de descubrir, nombrar, relatar, denunciar y perturbar al mundo, para que sea más que un mero lugar de residencia. Ensayar una manera de contar la experiencia sin temor a lo diverso del sujeto.
¿Cómo contar entonces lo que hay que decir? Es tiempo de disparos y fragmentación.
Hablar y hacerlo hoy de una manera despareja, dispar. Volver sobre el tema y no repetirse, pensar nuevos interrogantes en camino a encontrar otras respuestas para la experiencia. Al menos nuevas preguntas que mantengan en movimiento el pensamiento sobre aquello profundamente humano y urgente que nos concierne: las infancias devastadas.
Disparo es un sustantivo que da cuenta de la acción y es resultado de disparar o dispararse. También está lo dispar. ¿Habrá en lo dispar oportunidad para disparadores? Un disparador puede ser quién efectúa un disparo, y también quién pone en marcha una idea; disparadores para pensar lo dispar, disparadores para pensar dispar. 14
Y darle valor a lo fragmentario es dar cuenta también que no todo es todo.
Un montón de disparadores que fragmentan. Disparadores atravesando oblicuamente cada texto, para abrir a los sentidos de lo otro, más allá de la idea de lo ajeno, más acá de la idea de lo común.
¿Tenemos certeza entonces que ha llegado el tiempo de hablar? ¿Cuándo es el momento para sentarse y escribir?
Arriesga Larrosa: “Primero, cuando el pasado ha perdido toda autoridad y, por tanto, vuelve a ser leído desde el presente pero sin ninguna reverencia, sin ninguna sumisión. Segundo, cuando el futuro aparece como algo tan incierto, tan desconocido, que es imposible proyectarse en él. Tercero, cuando el presente mismo aparece como un tiempo arbitrario, como un tiempo que no se ha elegido, como un tiempo que sólo puede ser tomado como una morada contingente y provisional en la que siempre nos sentiremos extraños, como un tiempo que se nos escurre constantemente de las manos, resistiéndose a cualquiera de nuestros intentos de fijarlo, de solidificarlo, de trazar su forma y sus perfiles”.3
Más todavía en el ejercicio necesario de la memoria, pero poniéndola en discusión, en un escenario futuro que huele a desastre. Por un presente que
3
Larrosa, Jorge. “La operación ensayo. Sobre el ensayar y ensayarse en el pensamiento, en la
escritura y en la vida.” Conferencia de Clausura en el Seminario Internacional Michel Foucault: Perspectivas. Florianópolis. Septiembre de 2004.
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aterra, que pone a los niños en una inermidad única, aun cuando las apariencias sean tan engañosas. O justamente por eso.
Es el tiempo y el lugar de probar con disparos que no hieran y no maten, espacios de reflexión que busquen salvaguardar a tantos seres de espíritus inquietos, sensibles, amables, infantiles, amorosos.
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(CAPÍTULO DOS)
CONTEXTOS
Puede que sea una desproporción de contextos (un, dos, tres, cuatro), si es eso posible. Me voy a permitir esa idea, como un deseo, para transitar amablemente por los argumentos que se pondrán en consideración. Y a la vez ofrecer, quién sabe, el mapa de un territorio frágil en dónde la subjetividad pueda ser desplegada.
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UNO Hace aproximadamente veinte años que trabajo en educación especial. Desde hace quince en una escuela especial, habiendo ingresado en el Servicio de Atención y Aprendizajes Tempranos4, pasando luego durante nueve largos años por la gestión (como Director) del centro educativo, para volver desde principios de 2017 al trabajo como maestro de gabinete en el mismo servicio de atención inicial.
Este exceso de auto-referencialidad viene a cuento de una realidad estadística que queda expresada con fuerza y sirve de fundamento a gran parte de la hipótesis de trabajo que quiero compartir.
Hasta finales de los años ochenta (estamos hablando de solo treinta años atrás) el autismo era considerado un trastorno muy raro: se hablaba de un caso cada 2500 niños, un porcentaje que venía manteniéndose estable durante decenios.
Hacia el año 2000 se identificaba un niño con autismo cada 160. Y en 2015, en las últimas estadísticas serias en los países que monopolizan el saber, la prevalencia es de 1 niño cada 59.
Pero vengamos más aquí, tanto en el tiempo como geográficamente.
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Un servicio de atención temprana, como primer nivel de recepción y trabajo con niños desde
recién nacidos hasta los 6 años, parte de un centro de educación especial de gestión municipal, abierto, gratuito y único en la región, en una pequeña ciudad en una pequeña provincia argentina.
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En 2005, cuando ingreso en la escuela había en el Nivel 1 solo un niño diagnosticado con TGD5 sobre una matrícula de 32 alumnos, esto es, el 3,1%. Cuando en 2017 vuelvo al trabajo de campo, en el mismo Servicio y al inicio del ciclo lectivo nos encontramos con 8 alumnos diagnosticados con TEA6, (ya bajo la tutela del DSM V) sobre 35 matriculados. El porcentaje había subido a 22,8%.
A comienzos de 2020, año de la pandemia del Covid-19, el número de alumnos etiquetados por el sistema de
TEA 2017/2020
salud regional con diagnóstico % DE TEA
de TEA son 17 sobre un total
60
(en el mes de marzo, en el
40
22.8
27.7
40
30.3
50
53.1
42.1
20 0
2017/1 2017/2 2018/1 2018/2 2019/1 2019/2 2020/1 PERÍODO Y AÑO
inicio fugaz del presente ciclo
lectivo) de 32 alumnos matriculados, lo que implica un porcentaje de 53,1 %
Dejo aquí el gráfico con la evolución de estos últimos 3 años, para no marear con los números, teniendo en cuenta que, como referencia, barra 1 (/1) corresponde al principio de año (mes de marzo) y barra 2 (/2) corresponde a fin de ciclo lectivo (mes de diciembre).
La variación es sustancial, y por eso los dos datos en el año, ya que la dinámica de nuestro Servicio hace que ingresen niños durante todo el período (por
5
Trastorno Generalizado del Desarrollo. En ese momento la palabra oficial vigente, esto es, el
DSM-IV, orientaba alegremente a los neuropediatras a diagnosticar aquel cuadro tan poco específico, ideal para ir “metiendo niños en la bolsa”, disponibles con celeridad para la medicación. 6
Trastorno del Espectro Autista.
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nacimientos en cualquier momento del año, porque se mudan a nuestra ciudad, porque ingresan cuando llega el diagnóstico o en el momento en que los padres pueden -en medio del trabajo de duelo- consultar y pedir atención y ayuda.
La imagen es clara, y solo equivale al periodo que va de marzo de 2017 a marzo de 2020.
Aparecen en la web, en páginas de divulgación y en papers más documentados y de orientaciones generalmente sesgadas, unas cuantas explicaciones posibles acerca de esta realidad estadística, que pueden resumirse en un puñado de argumentos:
1. En la actualidad existen más conocimientos y por lo tanto los diagnósticos son más precisos y eficientes sobre el autismo. Suelen completar esta idea con la afirmación de que hoy hay más conciencia sobre la (lo que ellos denominan) enfermedad. 2. Los diagnósticos son determinados más tempranamente. Bajó la edad para diagnosticar y por ello aumentaron los casos. Y esto se produjo porque los gobiernos han tomado cartas en el asunto y las asociaciones de padres están más atentas para hacer el reclamo de atención. 3. Se avanzó en un diagnóstico diferencial entre autismo y esquizofrenia. En los hechos, como la mayoría de los papers reconocen, la psicosis infantil prácticamente desapareció como diagnóstico precoz en las estadísticas. 4. Se produjo una ampliación en el concepto mismo de autismo, principalmente al pensarse como trastorno (TEA) e incluir bajo la misma etiqueta a los niños
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con autismo más clásico, a los ya mencionados (y desaparecidos) TGD, a los niños que antes se diagnosticaban con Síndrome de Rett, al trastorno desintegrativo infantil y, para enorme controversia, planteada en discusión por los propios interesados, con las personas diagnosticadas con el Síndrome de Asperger. 5. En algunos niños se reemplaza el diagnóstico de retardo mental por el de TEA. 6. Inclusive se observan ciertas sustituciones diagnósticas en niños con problemas de conducta y/o problemas en el aprendizaje que también pasan a ser considerados dentro del trastorno autista. 7. Se utilizan criterios diferentes para el diagnóstico, según provengan desde el área de la salud (desde donde principalmente se diagnostica), desde otras intervenciones terapéuticas o desde el ámbito escolar. En cada caso se ponen en marcha consensos, protocolos, guías y hasta algoritmos para etiquetar y luego plantear tratamientos en consecuencia. 8. Se aplica el diagnóstico de autismo a niños con otros trastornos médicos, tales como la esclerosis tuberosa o el Síndrome de X Frágil.
Por supuesto que estas explicaciones no son ingenuas, y conllevan consecuencias graves para los niños y para sus familias. Observando con detenimiento cada una de ellas vemos que tienen parte de verdad y pueden ser parcialmente sostenidas y fundamentadas, pero en definitiva, en su parcialidad y búsqueda de ventajas termina diluyéndose gran parte de su legitimidad. Y de la misma forma cada una puede ser rebatida.
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Pero poniendo en consonancia una mirada crítica sobre estas razones, podemos anticipar otra conjetura posible. Leemos: “Hay una línea que partiendo de Gramsci y siguiendo por Althusser, Foucault y otros, nos indica que el poder no solamente oprime sino que fabrica consensos, establece la orientación subjetiva y produce una trama simbólica que funciona de modo invisible, naturalizando las ideas dominantes y dónde siempre, y en esto consiste su éxito definitivo, esconde su acto de imposición”.7
Nos es posible entonces pensar esta prevalencia relacionando lo que el mundo (que han sabido construir para llevar adelante el negocio) está haciendo, sin medir consecuencias, con los niños en sus procesos de subjetivación.
7
Alemán, Jorge. “Horizontes neoliberales en la subjetividad”. Grama Ediciones. Buenos Aires.
2016. Pág. 13.
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DOS En estos últimos años se comenzó a escribir a otro ritmo sobre autismo, seguramente a la luz de las urgencias que sugerían las estadísticas.
Desde los años de la prehistoria, valiosa y presente, de Kanner, Asperger y Bettelheim, hemos ido leyendo unos cuantos aportes más. Pero nunca como en estos últimos años.
No me detendré, al menos no aquí, en los intentos de justificación de ciertas prácticas, las hegemónicas, las que intentan vendernos como únicas y eficaces, de las que hablaremos en extenso luego cuando debamos describir al mundo hostil de los que atentan contra la subjetividad. Dejaremos algunos fundamentos de la palabra oficial para más adelante.
Nunca como en estos años, en dónde aparecen autores que nos permiten contrastar nuestra práctica diaria con los conceptos e ideas y que a la vez nos obligan a formalizar desde la teoría todo lo que venimos intentando hacer en las aulas y los consultorios, en la calle y en la vida, sitios en dónde nos encontramos con tantos niños con autismo y con sus familias.
Dentro de mi mirada y en este contexto voy a listar ahora --para luego y en su momento detenerme--, en los “disparos y disparadores” de Martin Egge y su fecundo trabajo junto al italiano Antonio Di Ciaccia, de la franco-brasileña MarieChristine Laznik-Penot, de los catalanes Neus Carbonell e Iván Ruiz, del francés Jean-Claude Maleval y de nuestro Juan Vasen, entre otros. 23
Pero también nombrar y ubicar en su justo lugar a aquellos escritores que desde su condición, saber, dolor, malestar y coraje se dispusieron a contarnos su verdad desde el lugar protagónico de quien está allí, de quien no puede sacar el cuerpo y se dispone a compartir una experiencia.
En esta valiosa lista aparecen Temple Grandin, Daniel Tammet, Birger Sellin y Donna Williams.
Desde que estos relatos vieron la luz no es posible soslayarlos y no solo por ser oportunos y auténticos, sino porque son palabras que crean un compromiso por provenir desde un lugar de verdad, descripción de las vicisitudes que supone el armado laborioso del sujeto. Desde este aporte ineludible Donna Williams tendrá un sitio central en los momentos que hablemos específicamente de autismo.
Viniendo desde un lugar diferente, lejos de la condición que nos convoca pero cerca de la necesidad de escuchar lo que tengan para decir aquellos que le ponen el cuerpo y enfrentan a un mundo hostil desde la diversidad más patente, quiero darle el espacio también a otra voz, que no viene de la academia y además hace que esta circunstancia (no-formal, no-universitaria, ni por lejos oficial) tenga su fuerza y efecto.
Nancy A. elige hacerse llamar “Yo, Tullida”, como nombre artístico y de batalla para sus presentaciones en los “stand downs”8 o en sus escritos en blogs y en
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Esa es la mirada y el nombre que Yo, Tullida le ha puesto a su particulares “stand ups”.
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otros sitios digitales o en colaboraciones en diarios en papel de distribución nacional. Hasta dónde puede mantiene el anonimato. No le interesa transformarse en líder de ninguna causa ni pretende ser considerada una referente en ninguna de las muchas luchas que emprende. Tampoco hace docencia: deja eso muy claro y se nota en sus intervenciones, en su tono y en su estilo.
Pero Nancy tiene mucho para decir. No solo por ser alguien que siente y sufre la discriminación y el estigma a diario por ser diferente (al menos hasta hoy le sobra con ser mujer, tener una discapacidad motora grave, ser feminista y lesbiana. En el mundo de hoy no parece poco: uno solo de esos rasgos la colocarían en un sitio complicado) sino que importa lo que dice porque lo dice con claridad, gran poder de síntesis y suma honestidad intelectual.
Todo esto le ha permitido decir cosas que en otros ámbitos serían difíciles de expresar. Y aun sin tener libros, ni conferencias, ni seminarios, ni mucho menos charlas TED, o publicaciones académicas en dónde hable formalmente de la situación de riesgo y desamparo que tiene para ofrecer el mundo de hoy a los vulnerables (sin eufemismos: vulnerados), se puede rastrear y armar un listado muy sustancioso de ideas en relación a la diversidad y al dolor que supone la diferencia.
Si bien Nancy se centra en su condición de persona con discapacidad (una tullida a quien no define su tullidez, que se pelea con su amiga que quiere crear un Tullitinder para conseguirle novia o al menos tener sexo, que encuentra muy
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pocos espacios en la ciudad que considera tullifriendly y que intenta construir cada día con mucho dolor y esfuerzo un tulliworld que sea más amable y menos adverso que el mundo que frecuentamos) si bien, decía, desde allí habla y nos cuenta sus experiencias, habla también desde el lugar de cualquier y cada persona que debe soportar hoy un sistema diseñado para invisibilizar y acallar lo diverso. Aun cuando ella, ya fue dicho, no lo busque ni pretenda.
Poco convencionales, cero académicas, describe con contundencia sus ideas:
Lo que el otro observa como diverso, como fuera de la norma eclipsa cualquier otro rasgo. A los ojos del mundo tener una discapacidad o cualquier rasgo que plantee una diferencia, es la clave para quedar fuera del sistema. La discapacidad es el paradigma de la falta, de lo que no está completo o de lo que está mal terminado. Lo cual supone que existe (y si no existe lo haremos existir) la representación de algo completo y consumado como ejemplo de lo que está bien y es normal. El discurso bien pensante y políticamente correcto construye baños adaptados en sus edificios, pero no construye rampas para acceder a esos edificios o la inclinación de esas rampas hace imposible su uso. Ese es el mecanismo que mejor funciona, hacer algo pour la galerie, como cuando los gobiernos reparten gratuitamente notebooks en esos parajes dónde no hay ni internet ni electricidad. Una persona con discapacidad provoca con su presencia los más extraños ataques de empatía: “todos somos discapacitados”, “yo tengo un amigo con
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discapacidad”, “sería muy lindo hacer una cena-show o un té-bingo para recaudar fondos para comprar arroz y polenta para los diferentes”, y otras linduras en línea. Etc. Se enoja y grita que no hagan nada por ella, que le pregunten qué es lo que quiere y, antes de moverla como un mueble, si quiere ir a ese lugar a donde pretenden llevarla. En la necesidad de que haya discapacitados que rehabilitar, ignorantes que reeducar y enfermos que curar, tratar y medicar, se sigue nombrando y describiendo a las personas de manera que queden dentro de los espacios de los formularios. Las personas con discapacidad y los viejos (que han llegado a la discapacidad a partir de tener más tiempo y de manera natural) representan lo abyecto y lo despreciable de este mundo. La discapacidad mental, la locura o todo aquello que no responda a la norma de la persona “que comprende” o es descifrable e inteligible equivale en el imaginario a una pérdida de humanidad. En esta disposición y sistema la diferencia rebaja el valor como persona. Grita otra vez: ¡por favor, no incluir a quién no pidió ser incluido! Además ¿para incluir adónde, en qué espacios?, ¿en un mundo diseñado para la exclusión? El gesto inclusivo le hace bien a la persona que lo promueve, lo tranquiliza, le concede humanidad, habla maravillas de él, lo ubica como dispuesto y trasparente a lo diverso. Pero ¿cuánto beneficia a quien es objeto de la inclusión, quien no solicitó ese lugar, qué además sabe o intuye que ese lugar
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está armado forzosamente para que quepa -en el mejor de los casos y estrechamente- parte de su organismo y no mucho más? La inclusión es una herramienta interesante para que quienes son designados portadores de la normalidad se sientan bien con su conciencia creyendo
que
están
haciendo
más igual
un
mundo
profunda
y
deliberadamente desigual. La discapacidad es la muestra de que lo peor puede pasar. Está al alcance de cualquiera. Por esa razón todo lo que implica diferencia, enfermedad, discapacidad o riesgo se ubica lejos del centro de las ciudades, fuera de la vista del mundo: hospicios, prisiones, hospitales, escuelas especiales.
Finalmente Nancy afirma que nadie sabe qué hacer con la diferencia (más brutal ella dice: ¡nadie sabe qué hacer con un tullido!) y se hace eco de aquel ruego que concibiera Néstor Perlongher, trasladando su sentido original, que en el poeta aludía a la homosexualidad9:
"No queremos que nos persigan, que nos prendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen". 10
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A la vez también deslizo el sentido de sus palabras para acercarlas a nuestra idea, a los riesgos
que la construcción particular de este orden tiene para la infancia 10
Néstor Perlongher, escritor, sociólogo, poeta, militante argentino, nacido en Avellaneda en
1949 y fallecido en San Pablo, Brasil, en 1992.
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TRES Si la pandemia asestará un golpe mortal a nuestra forma de vida, como augura Žižek, seguramente se deba a que dicha existencia ya se precipitaba hacia el colapso o caminaba al borde del abismo. Eduardo de la Vega “La nada nos barrerá. No un virus” Luciano Lutereau
Este libro fue pensado en gran medida antes de la pandemia. Toda la práctica presencial con los niños y las familias, el trabajo en el aula y en el consultorio en relación al autismo, en estos quince últimos años se produjeron A.P., es decir, antes de la pandemia. Gran parte de las ideas, reflexiones, lecturas y disparadores que nos llevaron a otros universos y pensamientos se desarrollaron antes de que el virus irrumpiera en nuestras pequeñas historias personales y en la historia más grande de la humanidad toda. Algunas últimas lecturas, una que otra idea reveladora y gran parte de la escritura se dio D.P., esto es, después de la pandemia. La puesta en consideración de lo aquí producido se dará, de manera integral, D.P. Sea lo que esto termine significando.
¿Tendremos que convivir con un efecto “coronavirus” en los discursos?
En principio no parece posible soslayar algunas derivaciones. Casi cualquier cosa que se diga en relación al virus, a la pandemia y a las medidas que va 29
tomando el mundo para enfrentarla quedan desautorizadas por la prisa con que cambia la situación.
No es posible tampoco, y no es mi intención, repasar aquí todo lo que se está diciendo, ni mínimamente aquello que corresponde a nuestra preocupación central.
Pero si podemos preguntarnos o al menos trasladar algunas de las preguntas que vienen insistiendo.
Los hemos leído: hay filósofos y pensadores que auguran a partir de la pandemia el fin del capitalismo, o, al menos, la atenuación de su forma más extrema, su forma actual, la que provoca mayores efectos negativos para las subjetividades sensibles o en formación: el neoliberalismo.
Es difícil pensar que pese al costo en vidas humanas y por el sufrimiento por el que está pasando la humanidad detenga a una idea política armada para la expropiación y la exclusión. Es ingenuo pensar que el mundo se volverá más amable simplemente porque tuvo algún tiempo extra para reflexionar sobre sus circunstancias y sobre los efectos que la depredación económica, la exageración de los márgenes de ganancia, la explotación feroz de la mano de obra y todas las otras características esenciales del capitalismo van teniendo sobre los recursos, sobre los cuerpos y sobre las subjetividades.
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Tampoco creo que sean posibles escenarios menos optimistas cómo aprovechar la incertidumbre que ha generado la pandemia para reflexionar sobre la futilidad de alguna de nuestras acciones individuales, con la posibilidad de que vuelvan a jerarquizarse valores hoy devaluados. Esfuerzos y acciones que permitan estar mejor con el otro, permitir el espacio para que otros cuerpos y otros sujetos que los porten puedan encontrar algo de justicia en este panorama tan extremo de riesgo y hostilidad.
Quizá sea solo una ventana, un interregno entre realidades pavorosas, como lo que ocurrió en los primeros meses (marzo y abril de 2020) con la naturaleza que expresó su alivio en distintas geografías. De la misma forma pudo ser (puede aún serlo) un alivio para algunas subjetividades sensibles, pero sabemos que el núcleo duro del sistema no solo permanece intacto sino que volverá sobre nosotros (y nuestras vidas e intereses siempre superfluos, siempre banales) con la ferocidad del monstruo que es liberado de un encierro al que considera injusto.
Así dice Virginia Cano en un reportaje reciente: “Tal vez el desafío sea contener el deseo de predicciones y enfrentarnos a la difícil tarea de ver cómo hacemos para seguir viviendo en un mundo que ha producido tanta injusticia, tanto daño para nosotres y también para las vidas no humanas. Es un desafío triste pero ineludible enfrentarnos a las consecuencias de un capitalismo que ha hecho de la cría industrial de animales, la agroindustria, la deforestación y de la productividad
que
acumula
riquezas
31
para
unxs
pocxs
a
costa
del
empobrecimiento de la mayor parte de la población (y de todo lo viviente), nuestro modo de vida”.11
¿Cuánto malestar ha desencadenado el malintencionado virus? La hipocondría de aquel a quién cualquier cosa que anda por ahí enferma; la obsesión casi compulsiva de quien limpia y limpia sobre lo limpio hasta dejar la vida entera sin mancha alguna que pueda atribuírsele; la manía de quien todo le queda por hacer, todo tiene que leer, todo tiene por escribir, todo y todo tiene que cumplir; la paranoia de quien no puede parar de vigilar al vecino, al amigo o al pariente que percibe ahora como más lejano, a sí mismo; la ansiedad de quien siente que lo importante quedó afuera, lejos de su alcance; la melancolía de quien juzga que otra vez vuelve a perder, que una vez más vuelve a perder y que su vida es un eterno duelo; el pánico de quien considera que no puede soportar más la incertidumbre y la muerte que se señorea en todos los noticieros, la angustia de quien se dio cuenta que hace años vive aislado, solitario, en cuarentena. Y el horror, ya no malestar sino horror, de la violencia que no cesa hacia el interior de los países, de las ciudades, de los hogares, de las almas. Y lo siniestro: lo que está tan cerca, lo que conocemos, aquello de lo que no deberíamos esperar más que amor y cuidado y no esto que es, la representación más cabal de todas nuestras pesadillas.
Hay una posición subjetiva habitual que se acomoda adecuadamente frente al riesgo, de modo de salvaguardar la vida, el cuerpo propio. Sin embargo, una vez
11
“Un diálogo desde la fragilidad y la incertidumbre”. Reportaje de Martha Dillon a las filósofas
Virginia Cano y Tamara Tenembaum en Página 12, 10 de abril de 2020.
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pasado el momento traumático y arrastrando alguna que otra secuela de cierta gravedad, la represión opera de modo que la vida vuelva a sus caudales. Y ese es el “carácter conservador” que Freud otorgaba al ser humano, al señalar que el hombre siempre quiere volver a un estadio anterior. Lo que hoy en día algunos se contentan en llamar “la zona de confort”.12
12
Passolini, Renata. “El olvido. Una insistencia pandémica”. Página 12. 30 de abril de 2020.
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CUATRO
“Sus canciones son como mariposas encadenadas a anclas”. Robyn Hitchcock
Sintió la angustia otra vez, esa pelota obstinada apretando su pecho. Dejó la guitarra apoyada en el piso, el diapasón al aire, el cuerpo descansando sobre el borde de la cama, y bajó hasta la cocina pensando en encontrar en la heladera alguna propuesta tentadora que lo instara a respirar y distraerse, al menos por un rato. Mientras, en la habitación, un último acorde quedó flotando en el aire.
Nick Drake es un caso particular en la historia del rock de los sesenta, al menos en mi historia, que se juzga a sí misma y se supone bastante sabida y transitada. En vida grabó tres maravillosos discos para el sello Islands (nada menos, algo importante habrán percibido), y luego, milagro de la industria discográfica, aparecieron unas cuantas grabaciones más que se transformaron en otras piezas para seguir descubriéndolo y disfrutando.
Poquísimos recitales, menos entrevistas y ningún registro de sus actuaciones en vivo, terminan de sumar las piezas para hacer de Nick un candidato al mito. Claro, y principalmente, porque su talento era enorme, como compositor, letrista, ejecutante de la guitarra y arreglador. Talento y buen gusto, sensibilidad y belleza. 34
¿Por qué aparece el bueno de Nick en estos contextos? Difícil afirmarlo con certeza. Si sé que cuando escribo, tiene que haber alguna música de fondo, sonidos que no conozca tanto, algo que me permita seguir sentado en la tarea y no me lleve a mover los pies bajo el escritorio o aún peor, a canturrear esas canciones tan significativas.
Habitualmente es música, llamémosle, despersonalizada: sin llegar a esa atroz categoría de “música para ascensores” (¿existirá todavía?13), suele ser música incidental, soundtracks, o clásica no sinfónica, en general instrumental, o música folk de culturas con idiomas no conocidos. Spotify e hiperlinks mediante alguna mañana apareció Drake y barrió con las otras opciones más vacuas e indulgentes. Porque servía para perderse, para quedarse en el texto sin irse todo el tiempo con el sonido, pero a la vez era hermoso, sonaba en muchos momentos como una canción perfecta.
De allí a escucharlo más conscientemente hubo un paso: canción por canción, la lógica en el armado de sus álbumes, las letras en unidad y síntesis con las melodías, hasta, finalmente, llegar a su historia, al propio contexto.
Nick Drake murió anónimo y casi sin hacer mella en la industria musical o discográfica. Entró en esa categoría de artista maldito y se desplegaron cientos de historias sobre abusos, violencias, depresiones, fracasos, angustias que
13
Me faltan datos actualizados: vivo hace dos décadas en una ciudad muy pequeña que carece
de ascensores, porque carece de edificios que los contengan.
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alcanzaban para llevarlo más de una vez hasta el borde de la muerte. Que finalmente llegó, una madrugada de otoño, allí en su casa, con apenas 26 años de vida.
No me pareció casual que la música de Nick se colara, con su sonido lleno de belleza pero también con su historia, entre estas las palabras y conceptos que indagan sobre la dificultad para estar en este mundo de extrema hostilidad, y las maneras que las personas ponen en práctica para soportarlo, en ese intento generalmente vano de adaptarse a circunstancias que son poco favorables para las almas más sensibles, para los niños y para los artistas, esos otros niños.
Al abrir la heladera el pastel de manzana lo tentó. Aun antes de volver a subir a su cuarto se imaginó allí, más aliviado, casi feliz, con una mano en la cuchara, en la otra la lapicera, terminando de escribir esa nueva canción. Mientras se acercaba a la escalera el sol entró pleno por la ventana de la cocina, como un reflector, guiando sus pasos. Entonces se dio cuenta que no había dormido en toda la noche, y que ya sumaba varias las noches en vela. La angustia volvió a su pecho, pero a la vez pensó que ya encontraría alguna forma de descansar un rato.
La imagen de los últimos años era de alguien que se encontraba mejor aislado del mundo, de mirada ensimismada, desconectado de todo menos de sí.
No sabemos cuál fue el último acorde que sonó en su guitarra, ni tampoco las palabras de su último poema, de la canción que estaba componiendo esa
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madrugada. Pero si conocemos lo primero que Nick presentó ante el mundo: la primera canción del álbum debut, de 1969, llamada Time has told me. Una bella canción cuya letra decía:
Time has told me:
El tiempo me ha dicho:
You're a rare, rare find
Eres un raro, extraño hallazgo
A troubled cure
Una conflictiva cura
For a troubled mind
Para una mente problemática
And time has told me
Y el tiempo me ha dicho
Not to ask for more
Que no pida más
Someday our ocean
Algún día nuestro océano
Will find its shore
Encontrará su orilla
Ya con el sol del mediodía a pleno, raro en Marlborough siempre tan gris y fresco, Molly pensó que era hora de subir por Nick. Ella lo dejaba dormir hasta tarde pues sabía respetar sus tiempos. Así fue desde que era un chico. Pero el sol de ese mediodía merecía un paseo por las calles del pueblo luego del almuerzo, los dos del brazo, en silencio, como cuando volvían juntos, con la angustia que traía de la escuela. Con esa intención subió las escaleras y golpeó la puerta del cuarto de su hijo.
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Por su historia y su arte Nick Drake forma parte de este escrito; es una pieza necesaria del contexto para que las cosas sucedan. Si esta referencia invita a descubrirlo ya vale su existencia.
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[Capítulo Tres]
EL MUNDO QUE HACE FALTA
Notable paradoja. Justamente el mundo que hace falta para que este destino de infancia devastada se realice tiene un diseño muy acabado que ignora la falta, que deniega de ella, que la obvia. Que construye una realidad con exceso de saber, de apuros, de certidumbres y de violencia solapada. Que niega la posibilidad a lo negativo, a lo que no es perfecto, a lo que no está completo. Que soslaya la diferencia, que globaliza al infinito el lucro, que elude lo sutil, lo inmaterial, lo frágil, lo poético. ¿Cuántos niños quedan amenazados por este diseño del mundo? ¿Todos? ¿Un poquito menos que todos?
De aquí en adelante y desde algunas marcas iremos recorriendo un trayecto para denunciar el diseño de este mundo que hace falta para que el plan siga funcionando.
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UNO
“Ring the bells that still can ring Forget your perfect offering There is a crack in everything That's how the light gets in”14 Leonard Cohen. Anthem
Lo imposible está ligado a la idea de completud, que por muy superficial o vana, no deja de tener efectos. Como toda creencia. Desde siempre, desde el fondo de la historia, hay quienes se apoderan de las palabras y de las representaciones que sostienen esta idea, mientras nos ofrecen un cambio de rostro, de gestos y de mecanismos cada vez más sutiles y perfectos.
Esta idea ilusoria de completud es la más aguda para explicar lo complejo del sujeto y del mundo como simple, y en tanto tal, erigido como una verdad incuestionable. Se sustenta en objetivos totalizantes, exactos y uniformes, y que propenden al sostenimiento de una promesa en donde la utopía es que todo es posible.
Porque lo que efectivamente sucede, en esos buenos, duros, y breves momentos en donde se despliega la vida, es que tendremos porciones individuales de verdad, con la oportunidad de creer y defenderlos como espacios virtuosos, pero
14
“Toca las campanas que aún puedan sonar. Olvida tu ofrenda perfecta. Hay una grieta en todo.
Así es como entra la luz”
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solo bajo la condición de saber que el registro completo de la verdad está perdido para siempre bajo los escombros del mundo de la palabra que funda al sujeto.
Esto que parece poco, pequeño territorio ganado, no lo es tanto, y por ello se empeñan en sumergirnos en una verdad completa, que en los 80 llegó a instalar la idea que la realidad era una, que no había nada más que discutir, que se habían muerto las ideologías y que una sola mirada sobre el mundo había triunfado de una vez y para siempre. Y que ese universo perfecto lo sería para todos, y que a todos incluiría.
Si para nosotros, que estamos aquí reflexionando y discutiendo con serenidad, esta idea única del mundo es peligrosa, cuan aterradora será una vez impuesta para aquellos que están en una desventaja más marcada, para la infancia, para cualquier alma sensible, para quien quiera sostener su propia y particular subjetividad.
Pero acaso ¿no se trata de eso?, digo, de meternos en aventuras que nos mantengan en vilo, en movimiento, en camino a la utopía, en la búsqueda de las fisuras de un orden que parece inconmensurable pero que, paradójicamente, se manifiesta desde la más absoluta imperfección. Así, mientras describimos al mundo y a lo humano casi como en contraste, vamos defendiendo la garantía constitucional (de constitución subjetiva estoy hablando y no de ley magna) de saber que es ilusión esto de llegar a la meta.
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No todos tenemos la misma responsabilidad en el armado y mantenimiento de un mundo que niega la grieta que el poeta pide en el acápite como condición para que aparezca una luz. El sistema económico en el que estamos inmersos, nada tiene de abstracto y responde a intereses que nos tocan y exceden.
Porque más allá de las teorías, de los aportes que la academia puede ofrecernos para comprender y mejorar los procesos de crianza y de subjetivación, hay un mundo que es necesario cambiar, una mirada a modificar, diríamos, radicalmente, para que la infancia tenga un lugar real y significativo para custodiar su ser. Debemos alterar (mejor perturbar, más aun, subvertir) el paradigma que hace de la ilusión de completud su esencia y fundamento.
¿Cuándo sabremos efectivamente que comenzó a inclinarse la balanza y a ganarse la batalla?, ¿cuándo, en definitiva, tendremos certeza que empezó a cambiar nuestra postura, nuestra mirada hacia ese otro diferente, hacia la modificación necesaria que hoy se impone, insiste y se hace presente en el mundo?
¿Será cuando puestos a relacionarnos con ese otro que aparece ante nuestros ojos no adoptemos una postura de todo saber no supuesto, o será cuando en ese momento (y ojalá nos permitamos ese instante de reunión) no prevalezcan sentimientos de temor, repugnancia, profunda extrañeza, miedo, lástima, conmiseración hacia el otro?
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¿O será cuando podamos relacionarnos de igual a igual con ese otro diferente, diferente a nuestras representaciones, cuando no veamos en ese otro una amenaza a nuestro estilo de vida y a nuestras ideas, cuando podamos ver en ese otro un sinnúmero de características que nos identifiquen, que nos acerquen, que nos diferencien, que nos complementen?
Y de ser así, ¿cómo será el camino? No tenemos evidencia sobre ello; lo que sí sabemos es que hasta ahora no hemos logrado transitarlo con éxito.
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DOS En un paisaje de simplificación extrema, el mundo queda constreñido a los espacios que se deslizan hacia sus extremos, esto es, la mera insignificancia y la suma omnipotencia. La tensión dialéctica que se proyecta, vista como tal, se ofrece como un espacio de intervención posible, advirtiendo la complejidad del mundo, rechazando su banalización.
La noción de complejidad es central para comprender tanto la paradoja que insiste como para alejarse de la reducción, de los análisis superficiales que derivan desde una lógica que mercantiliza las relaciones con el otro, especialmente en los ámbitos que involucran a los procesos de subjetivación.
Los que minimizan, simplifican. Son los que proponen soluciones atractivas e insustanciales para problemas dolorosos y complejos en relación al otro, como observamos en los abordajes cognitivos conductuales para los niños en riesgo en su constitución. Son aquellos que elaboran teorías sin sujeto, a puro resultado, a mera evidencia. Aquellos que plantean falsas dicotomías en su afán de desconceptualizar las ideas. En definitiva, los que se resisten, con intenciones difíciles de definir, a un cambio de lugar para su mirada, y así, una posibilidad de futuro diferente.
Simplificar lo complejo en un mundo complejo es el argumento de los que pretenden
la
indiferenciación,
la
normalización,
la
generalización,
la
homogenización, la discriminación y el estigma, en definitiva, un diseño que instala a la infancia en un camino inconveniente, de riesgo vital. 44
Producir conocimientos sobre el mundo que nos es dado necesita elaboración, e implicará poner a distancia aquellas visiones unívocas y unilaterales, reconocer los múltiples cruces y recovecos de la complejidad, buscar e investigar los enfoques y metodologías que sean pertinentes para nuestra tarea; supone no soslayar el conflicto y las contradicciones (que humanos somos y nos movemos en el territorio de los afectos, de las representaciones, de lo inconsciente), desnaturalizar lo dado, volver extraño lo familiar, exorcizarlo, excluirlo de su sentido original. En definitiva significa denunciar a las teorías que suelen reificar, asumir la implicación, repensar las distancias y el análisis de las propias prácticas.
Allí donde el mundo parece único, certero y sin discusión, es necesario el advenimiento de un espacio cognitivo triádico, complejo, vincularmente dinámico, con la meta en la transformación de los destinos, en donde la propiedades no estarán en las cosas sino entre las cosas, fundamentalmente en la diversidad de las cosas.
Este paradigma propone ponerle límites a la repetición y colocar a la diferencia como el factor de cambio y de creación.
La manera correcta de pensarnos en este sitio, elaborando estrategias, es a través de un pensamiento que suponga sin demoras la complejidad del mundo, y que implique alejarse de la mirada unívoca de las creencias, que suponga
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menos información y más saberes, incertidumbres, como camino contrario a cualquier intento de simplificación.
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TRES “La incertidumbre del pensamiento es que no se puede canjear ni por la verdad ni por la realidad”. Jean Baudrillard. “El intercambio imposible”
Digámoslo desde el principio: la realidad, como una única mirada posible del mundo y verdad incontrastable, está perdida sin remedio. Nos lo advirtió un viejo profesor y médico vienés hacia fines de un siglo, principios de otro: la realidad es la realidad psíquica, la construcción que nos es permitido realizar, la suma de nuestras representaciones.
Por eso es importante detenernos en algunas creencias que siguen vigentes o que actualmente se ha resignificado para el montaje de una idea del mundo que sea funcional, eficaz, alienante.
Dice Yuval Noah Harari en “De animales a dioses”: “Es relativamente fácil ponerse de acuerdo en que solo el homo sapiens puede hablar sobre cosas que no existen realmente, y creerse seis cosas imposibles antes del desayuno. En cambio, nunca convenceremos a un mono para que nos dé un plátano con la promesa de que después de morir tendrá un número ilimitado de bananas a su disposición en el cielo de los monos”15, y finaliza la idea, “no obstante, ninguna cosa existe fuera de los relatos que la gente se inventa y se cuentan unos a 15
Harari, Yuval Noah. “De animales a dioses. Breve historia de la humanidad”. Editorial Debate.
Barcelona. 2016. Documento de Kindle en formato Mobi.
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otros. No hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos”.16
Cuando pensamos en el hombre primitivo -y en el mundo en que habitaba y en dónde construía sus esquemas de pensamiento- podemos entender que sostuviera las más inverosímiles creencias. Pero nos es difícil pensar en el mundo actual y en el hombre de hoy y asociarlos a un funcionamiento similar o definitivamente igual al de ese hombre primitivo.
Porque además, el orden natural es estable, y tal como subraya Harari, no hay posibilidad de que la fuerza de gravedad deje de tener efectos sobre el mundo aun cuando a partir de mañana dejemos de creer en ella.
Estas creencias tienen repercusiones en la medida en que no admitamos que pertenecen a un orden imaginario. La confusión entre lo natural y lo imaginario sostiene al mito. Nadie de buen grado dirá que su creencia no es natural y comprobable, pues allí es dónde radica su fuerza y la posibilidad de generar efectos sobre la idea de mundo y el mundo mismo.
Y así, al mundo lo vamos simplificando (esto es, lo contrario a lo propio del mundo) porque sustituimos pensamientos por creencias, que a la vez, en un proceso muy poco diferido, se hacen base y fundamento ineludible de nuestros prejuicios.
16
Ídem anterior.
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Una creencia es un pensamiento que se ha congelado, que ha detenido su discurrir, o que nunca ha ocurrido. Dice la querida Silvia Bleichmar, “el plano de la creencia no es simplemente ocultamiento de la realidad, sino en la mayoría de los casos, verdad asentada para el manejo de la misma”17, y agrega abriendo alguna esperanza, “verdad presta a ser destituida por el avance de nuevas preguntas…”18.
A partir de allí despliega su camino el prejuicio que suele establecerse como organizador del hacer en relación al otro, y como afirma Bleichmar, “con su carácter primordialmente antiético que expresa la reducción del universo de lo humano a una identificación ficticia, alienada.”19
Por eso es que tenemos un problema grave y consistente en relación a la realidad: cualquiera se siente con derecho de hablar, opinar y decir lo que hay que hacer para mejorarla. Al fin y al cabo, cada uno va pasando por la vida, en diferentes roles: más o menos protagonista, más o menos secundario. O al menos como tercero, como observador de sus avatares.
17
Bleichmar, Silvia. “De la creencia al prejuicio”. Vertex. Revista Argentina de Psiquiatría. 2007,
Vol. XVIII. Pág. 43 18 19
Ídem anterior. Pág. 44 Ídem anterior. Pág. 44
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CUATRO Hay un eje que insiste en esta conformación del mundo, en dónde el saber queda instalado del lado de los poderes reales, aquellos que marcan la agenda y determinan las prioridades de lo que queda como resto.
Hay también una disposición muy humana, de imponerse al otro, de creer (y por tanto, actuar en consecuencia) que es mi verdad la que mueve al mundo y que es correcto que los otros consideren y acaten esta condición. Esto se observa en cada uno de los ámbitos en que nos movemos (en las relaciones sentimentales, de amistad o familiares, en el trabajo, en los vínculos educativos), pero adquiere condiciones fatales cuando el otro que debe constituirse lo hace desde una posición desfavorable.
Coincidiendo con las teorías críticas en donde aparece la cuestión insoslayable del poder (sin neutralidad, sin posibilidad de esconderse en la ingenuidad o el desconocimiento), se organiza el lugar del otro como un instrumento ideológico que produce sujetos, particulares sujetos. Allí entonces deberá producirse un espacio de resistencia, que además ofrezca lugares, representaciones y propuestas para la práctica. Está en nosotros trabajar en miradas y acciones que den cabida a sujetos con sentido crítico y pensamiento predispuesto al cambio significativo de las relaciones de poder/saber fundantes del capitalismo del siglo XXI y al abordaje de la diversidad y de los sujetos que la expresan.
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La forma de salir, dice Giroux20, de las políticas del mundo globalizado y neoliberal que hacen lo posible por estandarizar y normalizar un universo heterogéneo mediante la reproducción que promueven los grupos de poder dominantes, será una ardua tarea que podremos encarar desde acciones que ponderen el deseo del otro, alejadas de la neutralidad e emplazadas como instrumentos de resistencia al sistema.
En “Psicopolítica”, Byung-Chul Han afirma: “El poder que depende de la violencia no representa el poder supremo. El solo hecho de que una voluntad surja y se oponga al poderoso da testimonio de la debilidad de su poder. El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. El poder sucede sin que remita a sí mismo de forma ruidosa. El poder, sin duda, puede exteriorizarse como violencia o represión. Pero no descansa en ella. No es necesariamente excluyente, prohibitorio o censurador. Y no se opone a la libertad. Incluso puede hacer uso de ella. Solo en su forma negativa, el poder se manifiesta como violencia negadora que quiebra la voluntad y niega la libertad. Hoy el poder adquiere cada vez más una forma permisiva. En su permisividad, incluso en su amabilidad, depone su negatividad y se ofrece como libertad”.21
20
Henry Giroux, pedagogo y crítico cultural estadounidense, cuyo texto principal es “Teoría y
Resistencia en Educación. Una pedagogía para la oposición”, aporta varias líneas desde donde pensar la resistencia en la educación y en la construcción de miradas respetuosas del otro. 21
Byung-Chul Han. “Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder”. Editorial Herder.
Barcelona. 2014. Documento de Kindle en formato Mobi
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Maud Mannoni escribió en 1964 un libro que integra el canon, un texto clave para cada persona que se enfrenta en su trabajo diario con la diversidad: en francés, se llama “L´enfant arriere et sa mere” que se traduce al español como “El niño retardado y su madre”. Vemos que a Mannoni no la asustaban las palabras.
Allí cuenta una anécdota sufrida por otra psicoanalista, Melita Schmideberg que a la vez relata el caso de una mamá de una niña psicótica y en tratamiento que al observar que su hija, luego de varios meses de abordaje terapéutico mejoraba, afirmó sin dudar: “debe ser la influencia de la luna”.
Todos los días vemos en el consultorio y en las aulas cómo la luna trabaja y hace por los niños cosas mejores que nosotros. Y parte de esta verdad instala una salida posible al tema del poder dejándonos sin potestad en nuestras prácticas, al proponernos la pregunta acerca del lugar del saber real. Sin estar seguros, diremos que fuera de nosotros, en un espacio fecundo de escucha al otro.
Cuando decimos escuchar pensamos en despojarnos de aquello que en la transferencia nos promueve a engaño, de la creencia de que el saber de las cosas está en nosotros simplemente porque venimos haciendo nuestra tarea desde hace mucho tiempo. Ni los años ni el hecho que nos lo expresen reverencialmente, hace que el saber -el saber sobre lo que sea, pero principalmente el saber acerca de lo que al otro le hace falta- esté en nosotros.
Decía Lacan que la función del analista no pasa por encarnar un ideal de salud, un ideal acerca de las formas de vivir, sino que es aquello que lo ubica y lo hace
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responsable como un agente provocador del encuentro de cada sujeto con su propio camino. Ya fue dicho: no hay infancia ni autismo; hay infancias y autismos. Y éticas.
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CINCO Como definición académica, la globalización es la fase de integración planetaria que involucra lo económico, lo financiero, lo político, lo ecológico y lo cultural. En sus fundamentos está implícito el concepto de libertad, expresado en la libre circulación (de bienes), el comercio ilimitado y la eliminación de cualquier barrera para los capitales y los servicios.
En “La tierra es plana”, Thomas Friedman, uno de sus exégetas, define los acontecimientos claves ocurridos entre fines del siglo XX y comienzos del XXI que hicieron que el mundo se globalice y aplane, entre los que enuncia la caída del Muro de Berlín, la aparición de internet y sus inefables navegadores, la consolidación de los mecanismos de subcontratación, externalización o tercerización, la deslocalización u offshoring, la unificación en las cadenas de abastecimiento, la información ilimitada y al alcance de todos, gracias a los superbuscadores en línea, y la aparición y utilización masiva de las nuevas tecnologías móviles.
Espero que se valore que desde que comenzó este apartado y con gran esfuerzo no emití –al menos hasta aquí- ningún juicio de valor.
A partir de estas condiciones la cultura queda capturada con exclusividad por el capitalismo, que se extrema y se siente infinito. Ya no importan los Estados. Los gobiernos, principalmente en las democracias formales de occidente, no son quienes diseñan las políticas. Eso queda en mano de las corporaciones. Los gobiernos funcionan como administradores del mercado. Mercado que es 54
misterioso e infalible. Y todo esto funcionando con un mecanismo más normativo que represivo, mientras se hace dueño de valores que no le corresponden y en los que en ningún momento cree, tales como libertad, solidaridad, integridad, identidad.
Se conforma una filosofía para fundamentar el modelo a partir de lo que le dictan los aliados poderosos: la industria farmacéutica, las neurociencias, la genética, la big data como dios absoluto de la era algorítmica. Sus principios son comunicados con celeridad y precisión por los medios de comunicación que dependen de cada grupo del poder real.
El sistema es hoy un capitalismo extremado, financiero, sin mirada humanista, definido como neoliberalismo. Lo que queda amenazado para siempre y de manera primordial, son las subjetividades más sensibles, aquellas formas especialmente particulares de ser en el mundo.
Se genera desinterés y desesperanza en la política porque cualquier crítica al modelo se desmorona con la idea de que nada puede cambiar. Ya ganaron en Berlín, aquella tardecita de noviembre de 1989, y que quien se arriesgue al cambio pagará con algo más que su vida. Nos sumergimos en el nihilismo porque para el modelo no hay futuro, la vida es a puro presente, y si alguna noción de futuro queda se parece demasiado a un destino, pletórico de inexorabilidad. Hacia adelante parece haber muchos más años; pero que nos permitan vivir más tiempo no significa que vivir en estas circunstancias valga la pena o que pueda desplegarse -en este diseño particular del mundo- un deseo por vivir.
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Porque el modelo gobierna conductas pero también cuerpos. Y por tanto se involucra en los procesos de construcción de subjetividades. En tanto sujetan las palabras, el sujeto queda en suspenso y ya sabemos que cuando no hay espacio para las palabras lo que aparece comprometido son los cuerpos.
¿Quiénes quedan en pie? Los que responden de forma favorable a la política que dicta el mercado. Los cuerpos y mentes (cerebros les encanta decir) que están preparados para competir en las olimpíadas del rendimiento, de la velocidad, de la conectividad extrema y de la información que suponen ilimitada. Los supremos emprendedores y los aceleradores de startups. Los amantes del big data y los creyentes y sacerdotes del algoritmo. Los que delinean y mandan en este mundo, por supuesto, pero también quienes lo disfrutan o al menos creen disfrutarlo pues se sienten incluidos en un modelo que, paradoja brutal, está diseñado expresamente para excluirlos. Se pone en juego una habilidad obscena para hacernos creer que pertenecemos a un mundo en dónde solo seguimos participando mientras seamos funcionales.
¿Quiénes quedan fuera? La respuesta es penosa: prácticamente todos. La exclusión se expresa con claridad en la pobreza, la marginación, en los refugiados, los discriminados y estigmatizados, los abusados y violentados. Pero también en cada una de las víctimas de las nuevas epidemias. Las estadísticas son transparentes: epidemias de suicidios, de depresión, de bulimia y anorexia, de ansiedad, de ataques de pánico. Epidemias de autismo.
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SEIS
“Protégeme de lo que quiero” Byung-Chul Han
El neoliberalismo es un dispositivo biopolítico que se impone en la cultura y transmuta cada cosa, cada gen, cada centímetro de piel, en mercancía. De aquí en más nada es gratis, aunque nos comuniquen con pretendida exactitud lo contrario a través de cada medio de comunicación afín. Está organizado por los imperativos del consumo, y en tanto tal produce una particular subjetividad que se completa imaginariamente comprando, haciendo diversas adquisiciones (imaginarias, simbólicas y algunas veces hasta reales), construyendo un mundo feliz, que lo es en tanto tengamos bienes y éxito y nos veamos reflejados en el espejo de la manera más parecida al modelo.
En el lenguaje del neoliberalismo, los sujetos figuramos como recursos humanos cuyo sentido se establece en la noción de utilidad, lugar desde dónde se puede determinar nuestro futuro, que es destino ineludible.
Prima lo individual sobre lo social, y la indestructible creencia en el emprendedor, el hombre que se hace a sí mismo en la más absoluta libertad, que diseña mundos, que levantan un muro en donde los que quedan de este lado tendrán cada uno de los privilegios de la civilización y los del otro asumirán como mera heredad un destino de exclusión.
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No por repetido pierde fuerza y razón: en el neoliberalismo el tener funciona como garantía del ser, y por fuera de eso solo queda un resto -en el borde del mundo- cayéndose la mayor parte del tiempo, entendiendo este límite como un espacio fuera de él.
La política neoliberal (gran parte de sus expresiones ideológicas, sus conceptos y sus prácticas) se sostienen, pese al intento de expresar solidez científica, en las más primitivas y frágiles creencias.
Volvemos a Harari, y leemos: “Quizá parezca que el comercio es una actividad muy pragmática, que no necesita una base ficticia. Pero lo cierto es que no hay otro animal aparte de los sapiens que se dedique al comercio, y todas las redes comerciales de los sapiens de las que tenemos pruebas detalladas se basaban en ficciones. El comercio no puede existir sin la confianza, y es muy difícil confiar en los extraños. La red comercial global de hoy en día se basa en nuestra confianza en entidades ficticias como el dólar, el Banco de la Reserva Federal y las marcas registradas totémicas de las corporaciones.”22
Las creencias y los mitos forman un universo de palabras y el neoliberalismo como expresión ideológica, mucho más allá que económica, se aprovecha de nuestra fe y esperanza y de la necesidad de las dosis de pensamiento mágico y de omnipotencia de las ideas con que necesitamos levantamos cada mañana para salir al mundo.
22
Harari, Yuval Noah. “De animales a dioses. Breve historia de la humanidad”. Editorial Debate.
Barcelona. 2016. Documento de Kindle en formato Mobi
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El filósofo surcoreano Byung-Chul Han propone una vuelta de tuerca en relación al neoliberalismo, que expresa las estrategias astutas, finas y a la vez profundas del contendiente, ocultas en los pliegues del ser. Por eso en el epígrafe, en el comienzo de este apartado pedíamos, casi rogábamos, ser protegidos de nuestro propio deseo, porque allí mismo se ha alojado.
Dice Han: “El neoliberalismo es un sistema muy eficiente, incluso inteligente, para explotar la libertad. Se explota todo aquello que pertenece a prácticas y formas de libertad, como la emoción, el juego y la comunicación. No es eficiente explotar a alguien contra su voluntad. En la explotación ajena, el producto final es nimio. Solo la explotación de la libertad genera el mayor rendimiento”.23
Y agrega: “Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja resistencia alguna contra el sistema. En el régimen de la explotación ajena, por el contrario, es posible que los explotados se solidaricen y juntos se alcen contra el explotador”.24
23
Byung-Chul Han. “Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder”. Editorial Herder.
Barcelona. 2014. Documento de Kindle en formato Mobi 24
Ídem Anterior.
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Lo que acentúa esta idea de Han es el carácter permisivo como estrategia de poder, en donde el sustento de la ilusión es la promesa de tener más, de creer que es posible consumir todo el tiempo y que no hay límite para acopiar bienes. Lógica de lo positivo, en donde cualquier negatividad, crítica y hasta duda es vivida por el sistema como de extrema violencia en su contra.
En definitiva, pues de eso se trata toda esta descripción, especulamos… ¿cómo será posible para un niño moverse dentro de esta lógica?
Žižek afirma que el neoliberalismo, en este exceso de confianza que intenta transmitir, en este discurso pletórico de optimismo y ausencia de negatividad, acepta solamente aquellas diferencias que son funcionales al sistema, desde donde surge el concepto de diversidad, término, al decir del filósofo esloveno, que tiene connotaciones neoliberales, y al cual se opone, como un espacio de resistencia, la alteridad, porque ella es “reacia a todo discurso de aprovechamiento económico”.25
25
Žižek. “Pedir lo imposible”. Ediciones Akal. Madrid. 2014. Documento de Kindle en formato
Mobi
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SIETE Habitantes de este mundo, quienes quieran triunfar y lograr el éxito deberán procurarse las herramientas para ser proactivos y emprendedores. Sin lugar para los débiles, sin espacio para los que sufren la jactancia de la duda o piensan que hay al menos un par de cuestiones en el sistema que no están funcionando como es debido, en el discurso neoliberal y en el mundo que se abroquela en sus límites, podremos ser iguales, parecidos y hasta diversos si aceptamos ponernos al frente de nuestro propio destino. Por supuesto, dentro de los términos de libertad que nos está permitido.
Ser emprendedor está en la agenda que el sistema suele instalar a través de los medios que juegan a su favor, con la simplificación como estandarte.
Nos transforman en emprendedores para mantenernos ocupados y por esa razón subsidian nuestras ideas de negocios con el solo propósito de transferir responsabilidades. Tal como está entramada la economía dentro del capitalismo tardío son muy pocos los emprendimientos que pueden tener éxito y ser sostenibles en el tiempo. Los que vemos en TV son siempre las excepciones. De los que inauguran los funcionarios muy pocos quedan en pie pasado unos meses.
Dentro de esta lógica de transferencia de responsabilidades, los nuevos y felices emprendedores serán los que permanezcan con la deuda, aun cuando estén subsidiados de forma engañosa, pues lo que termina primando es la frustración de haber malogrado nuestro sueño. 61
Y el sistema señalará, los expondrá y pontificará: nosotros les dimos todas las posibilidades y ustedes, en pleno uso de sus facultades, no supieron aprovecharlas.
Los llamamientos públicos al emprendimiento resultan inútiles para el verdadero interesado, ya que suelen estar fuera de un programa que incluya el buen diagnóstico, la adecuada formación y un seguimiento planificado.
José Ignacio Wert, quien fuera Ministro de Educación de España entre 2011 y 2015, durante el gobierno de Mariano Rajoy, marcó con claridad la cancha, al presentar un proyecto que dejara establecido con fuerza de ley que en las escuelas primarias, ya desde el primer grado, una competencia sobresaliera de las demás: el sentido de la iniciativa y el espíritu emprendedor. Y precisaba que la ley aludía a “desarrollar estrategias para que al acabar el tramo educativo de 6 a 12 años, los alumnos hayan adquirido los conocimientos y habilidades esenciales para la participación completa en la sociedad”.
En nuestros pagos -aun en los pagos chicos- siempre hay disponible una política activa que apunta a desarrollar el espíritu emprendedor. En algunas Provincias y Municipios hasta se han creado Ministerios y/o Secretarias que se ocupan exclusivamente del tema, mientras que, cruel paradoja, en muchos de esos sitios no hay siquiera una oficina o alguna representación del Ministerio de Trabajo, que lleve adelante políticas de creación de empleo o al menos defienda los
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derechos de los trabajadores, conquistados a lo largo de la historia, con tanta lucha, sangre y dolor.
Mentira del neoliberalismo, quien porte el espíritu emprendedor será quien pagará algunos de los peores platos rotos, al observar cómo sus sueños se pierden en los rincones más oscuros de una fiesta a la que fuimos invitados solo para mirar cómo transcurre, y en dónde se cuidaron muy bien de no explicarnos de que se trataba.
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OCHO Trabajando a destajo dentro de los límites que el mercado establece, recibiendo por su labor muy buenos dividendos, se yerguen como herramientas inseparables y funcionales al modelo, formas prácticas de este liberalismo poshumanista y que sostienen el armado del poder. Enumeremos: las neurociencias, todas las variantes de las psicologías del yo, el coaching, las terapias cognitivas conductuales, la programación neurolingüística, y varios cultores de las múltiples (en un rango que va de ligeramente a muy ilegales) terapias de autoayuda. Ellas buscan siempre como enmendar, compensar, corregir, reparar, desagraviar, remediar, consolar y sanar al yo, en una acción que no ceja por integrarlo al sistema, que sirve para construir sujetos que no piensan en subvertir valores y creencias. Ningún dios lo permita jamás.
Un interesante mecanismo es preguntar a sus ejecutantes (médicos, psicólogos, psicopedagogos,
otros
psi
disponibles,
terapeutas,
rehabilitadores,
reeducadores y brujos varios) cuál es su visión y cuál su misión en la vida. Al fin y al cabo no hay nada de qué avergonzarse, ¿no? Cada uno trabaja para el patrón que elige o, al menos, para aquel que presume distinguir.
Para los fundamentos de quienes ejercen estas prácticas inmersas en la neurorehabilitación y la reeducación, no hay malestar posible, no hay síntomas ni condición ante el mundo. Lo que tienen para decirnos (la acción más implacable se denomina diagnosticar) es: enfermedad, discapacidad, trastorno, alteración, anomalía y desorden. Lo que ofrecen como meta es aquello que dicta
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el saber soberano que otro imparte sobre los cuerpos26: un remedio, una rehabilitación, una reeducación, un orden, un protocolo, una corrección, un test, una guía de buenas prácticas, en definitiva una medicina para todos, todas y sobretodo todes los que no se ajusten a la dinámica del sistema.
26
A esta altura y en estas perspectivas, cuerpos hay pocos y sobran los organismos.
65
NUEVE
“Lo dulce es genético, lo amargo cultural” Jorge Wagensberg
No es sencillo decir que hay un arte en la exclusión. Pero entre la idea de diversidad y complejidad del mundo y su presente, tenemos derecho a inferirlo. Es más sencillo afirmar que hoy excluir requiere sabiduría.
Ni tan nuevas ni tan ciencias, vinieron para quedarse. Cumplen con lo que le piden y son tan funcionales al discurso neoliberal que es difícil discernir entre uno y otra: las neurociencias van diciendo al oído o a los gritos, lo que se supone que queremos escuchar, en línea directa y consecuente con el resto de las características de este mundo que vamos describiendo.
Así se instala la idea de un universo colmado de promesas que apuntan a confirmar la ausencia de límites. Las neurociencias garantizan esta posibilidad, pues ofrecen dejar en nuestras manos, y al alcance de nuestra voluntad lo inconmensurable del mundo. Todo es posible en un universo donde está ausente lo negativo, y todo queda en pura afirmación, sin recelos ni discernimientos.
La fantasía prometida de colmar al deseo sume a lo humano en el puro goce, y en definitiva y a riesgo de sonar apocalípticos, a la suspensión de la cultura. Ya fue dicho: la esencia de lo humano es sostener la incertidumbre, la ausencia que 66
provoque siempre estar en camino, esto es, ir en búsqueda de la felicidad solo a condición de que nunca sea materializada. Y allí vamos, desde que el principio de los tiempos buscando, para nunca encontrar.
El sujeto que queda librado a su libertad, al devenir de su deseo, tiene que pagar un precio, “o más de uno: que lo odien, ser amado a veces sin amar, amar sin ser amado, producir indiferencia en los otros sin sentirse destruido cada vez, sostener en acto sus deseos sin garantías previas de que obtendrá eso que desea, ser uno más con su particularidad (…)”27
Las neurociencias nos permiten vivir en la ilusión de que ese precio puede eludirse, ya que existe una determinación inscripta en lo real del cuerpo, en algún lugar localizado -o a localizar; no desesperen que tenemos tiempo de seguir investigando y divulgando infinidad de papers u otras publicaciones especulativas- que explicará cada una de nuestras conductas, cada insensatez que no volverá a repetirse, cada síntoma sin definición, cada sueño perturbador, cada acto irracional, cada desliz de lo humano por donde nos lleve el deseo.
Las neurociencias, con las ropas que quieran vestirlas, colocan al hombre como centro de la decisión y del control, ya que él es quien posee aquel órgano tan preciado que pertenece sin dudas al orden de la verdad. Está allí, alojado en la parte más alta de nuestro cuerpo, a la cabeza de todo, protegido como ningún otro, por una armadura muy bien provista de huesos, y además, y mucho más
27
Villar, María Cristina. “El psicoanálisis va a desaparecer”. Texto presentado en las Jornadas
del Seminario Lacaniano de Tucumán. 2005. Pág. 5
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efectivo, por la palabra que proviene de la ciencia, por un relato que no admite discusión, ni dudas ni desamparo.
Leemos: “En la actualidad la definición de lo oculto es todo lo que subyace al cráneo y detectable por resonadores de los que ya se ha comprobado su inutilidad. Las neurociencias mal aplicadas al ámbito de lo psíquico proponen un rastreo HD de los fenómenos psíquicos así como su manipulación”. 28
Las neurociencias eliminan el error, la duda y la negatividad, proponiendo un mundo al que se puede acceder sin restricciones si uno tiene los recursos para pagar el precio, que en el mejor de los casos será en metálico, como lo demuestra el enorme negocio montado; pero debemos saber que cuando el dinero escasee ese costo ineludible se abonará a través de la fragilidad en la construcción subjetiva.
La idea de sujeto se debilita. El cuerpo permanece en la utopía como un organismo que no se subvierte y que puede ser controlado. Las neurociencias tienen una concepción muy diferente de lo que es y cómo se constituye un sujeto, una mirada distinta de la realidad y una entidad distinta para lo que constituye el cuerpo, sus bordes y malestares. En donde, además, debemos mirar detenidamente cuál es su accionar ético posible.
28
Jalof, Alejandra. “La desaparición del psicoanálisis: un deseo de muerte”. Página 12. Sección
Psicología. 22 de junio de 2017. Versión digital.
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Por más que insistan y nos arrojen por la cabeza algunas brumosas estadísticas y nuevos papers reveladores, aún no han podido localizar en ningún lugar del cerebro una construcción subjetiva o la particularidad que acarrea un síntoma para el sujeto. Todavía el sufrimiento, la angustia y el dolor permanecen del lado de la perplejidad propia de las peripecias del sujeto en el mundo.
Si lo que nos hace humanos es una zona ubicada en el lóbulo prefrontal, en pleno cerebro, ¿para qué queremos preguntarnos por otras formas de construcción de la personalidad?
Desde esta mirada el yo se entrena, se
fortalece en una lucha contra sí mismo, en contra de sus deseos negativos y oscuros. Vamos hacia una sociedad sin dolor, y un poco más allá: en la búsqueda ilusoria de una absoluta felicidad en dónde el premio mayor es la derrota de la muerte.
Dice Byung-Chul Han: “En los tiempos actuales, que aspiran a proscribir de la vida toda negatividad, también enmudece la muerte. La muerte ha dejado de hablar. Se la priva de todo lenguaje. Ya no es «un modo de ser», sino solo el mero cese de la vida, que hay que postergar por todos los medios. La muerte significa simplemente la desproducción, el cese de la producción”.29
29
Byung-Chul Han. “La expulsión de lo distinto”. Editorial Herder. Barcelona. 2017. Documento
de Kindle en formato Mobi.
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La positividad es decisiva y necesaria para el sostenimiento del relato, por lo cual cualquier discurso de lo negativo es revulsivo, subvierte y es digno de agravio, represión, invisibilización y en algunos casos, desaparición y muerte.
Desde esta mirada, la salud y sus ciencias quedan del lado de lo positivo, mientras que la enfermedad, la falencia, la lentitud, la discapacidad, la diferencia, la duda, la anormalidad, el trastorno, forman parte de una condición inmersa en lo negativo.
Las neurociencias plantean un escenario de euforia, de posibilidad infinita. En un nivel superior de control, las nuevas ciencias nos permitirán segregar a gusto y voluntad y en los momentos precisos, la dopamina necesaria para salir de esos poco atractivos momentos de tristeza, permitiéndonos regular nuestras felicidad cuando lo necesitemos.
El yo, reforzado y entronizado, es asertivo, y se constituye en parte fundamental de esta mirada sesgada. Mirada que se fundamenta ideológicamente en una política que requiere un discurso individualista, indiscutible y práctico para quien habite el mundo.
“Hoy, la negatividad del otro deja paso a la positividad de lo igual. La proliferación de lo igual es lo que constituye las alteraciones patológicas de las que está aquejado el cuerpo social. Lo que lo enferma no es la retirada ni la prohibición,
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sino el exceso de comunicación y de consumo; no es la represión ni la negación, sino la permisividad y la afirmación”.30
De esta manera se construye una lógica conductista. En general las neurociencias no se consideran conductistas, no se nombran como tales. Son demasiados cool y modernas para eso y el mensaje a transmitir no se condicen con la imagen del conductismo que atrasa. Sin embargo cuando uno repasa los fundamentos de su ciencia, el material que utilizan para sus diagnósticos y la lógica de su terapéutica, cada estrategia utilizada se basa en la conducta y en las formas de modificar, torcer y adecuar el comportamiento inadecuado.
Por eso están medicando para la felicidad. Como diagnosticadores seriales y proveedores sin límite de la normalidad en pastillas, han armado un mundo en donde para cada uno de nosotros, sujetos navegando a la deriva del capitalismo extremo, la medicalización es una condición inevitable.
Insiste Jalof: “Las neurociencias, funcionales al neoliberalismo, de manera autoritaria y lucrativa deciden qué es la salud y la enfermedad, miden la subjetividad, cuantifican la tristeza y definen que estar enamorado es bajar la serotonina a menos del 40 por ciento. La neurona está por todos lados y todas las actividades humanas son susceptibles de estar regidas por una lógica cerebral que hay que medir y medicalizar. Vemos claramente cómo el
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Ídem anterior.
71
capital produce subjetividad y se apropia ya no sólo de la plusvalía sino de la verdad del sujeto”.31
De cualquier forma, y como en todo proceso histórico, quiero pensar que la naturalización de hoy, con el auge y la hegemonía de las neurociencias y las terapias cognitivas-conductuales por sobre otras maneras de mirar y tratar al mundo donde habita la infancia, en otros momentos no existió, lo cual abre la esperanza que en un futuro próximo, dejarán de estar en este lugar de privilegio e impunidad.
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Jalof, Alejandra. “La desaparición del psicoanálisis: un deseo de muerte”. Página 12. Sección
Psicología. 22 de junio de 2017. Versión digital.
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[Capítulo Cuatro]
INFANCIAS, FRAGMENTOS, AUTISMOS
“Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.” Alejandra Pizarnik. “Caminos del espejo”
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La descripción simplificada del mundo, con sus costas bañadas por un mar de inmensidad moderna y líquida, supone la sutileza de los mecanismos de control y nos obliga a extremar la creatividad pensando en la generación de espacios de resistencia. Desde hace unos cuantos años, debimos acostumbrarnos que los mecanismos de contención del sistema no eran tan sólidos, brutales y expuestos.
Rodeados por adoradores del rey de estos tiempos, el yo de la modernidad tardía es la sumatoria de cada peculiaridad del universo que exponemos: el predominio de la creencia sobre el pensamiento, la simplificación banal e intencionada por encima de una mirada compleja del mundo, la ilusión de que todo está disponible y que todo es posible para todos, la promesa de que el futuro está en nuestras manos y al alcance de la perseverancia, la fe y la voluntad, la supremacía de la conciencia, y así, y más.
Individualismo, relatividad en los valores, relaciones personales fugaces, precarias y transitorias, desempleo como factor central para generar miedo, apuro para llegar a quién sabe adónde, exclusión como destino, exhibicionismo mediático, son algunas de las condiciones líquidas de esta etapa.
¿Y cómo es el sujeto que pasa sus horas en este mundo? No es tan sencillo describirlo, aunque es posible afirmar con bastante precisión qué es lo que se espera de él.
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Muy lejos ya de la época victoriana y aún más de la Edad Media, en la cultura dominante persiste la idea que lo que está fuera de nuestro control, lo que escapa al dominio del yo, reviste un carácter subversivo. Es difícil obviar las heridas infligidas a la supremacía del yo, al orgullo y a la vanidad del hombre (Copérnico, Darwin y Freud mediante), pero insisten, pues es inherente a la historia de lo humano, pretenderse razón y centro, y que aquello que perturba la idea omnipotente y hace dudar al hombre, lo que lo hace vacilar, es digno de ataque y lucha, herida y desaparición.
En esta línea, el concepto de inconsciente freudiano queda investido de las características de lo execrable, de lo infame y malintencionado, de aquello inclinado a la depravación. Pues esta tercera herida, la del ocaso del yo como centro, fue la más dura, la que termina de conmocionar y la que provoca, en definitiva, la más profunda reacción.
En realidad, no es para menos: es la pérdida irreparable del dominio del yo y la conciencia en manos de todo aquello de lo que es mejor no hablar.
Lo oscuro, lo ominoso, lo siniestro, el crimen más antiguo, la sexualidad a la luz y puesta en palabras, ¡llevada adelante por un inocente niño! Un infans que no duda en rozar, tocar y pasarla bien, aún con su madre. Freud inventa al inconsciente, que es vuelto a inventar cada día, cada vez que alguien, en la escucha, da cuenta de él. Sin esta escucha intransigente y apasionada, un sueño, un acto fallido, un lapsus, un chiste, no son más que tonterías sin importancia.
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En una vuelta más, y retornando a Freud luego de otras lecturas más complacientes y adecuadas para el sistema, Lacan define al inconsciente como estructurado como el lenguaje y al lenguaje como constitutivo del sujeto y de la cultura. Nos dice Lacan que el inconsciente es la suma de los efectos de la palabra en un sujeto. El inconsciente se produce cuando se habla, irrumpe intempestivamente entre aquello que el yo quiere decir.
El concepto de inconsciente pone de manifiesto el hecho mismo de la imperfección del hombre. Es bello al mismo tiempo que embarazoso, inoportuno, decididamente humano, tanto como la más pura y dolorosa verdad.
Pablo Vain cita a Silvia Bleichmar que afirma que la subjetivación no es un tema psicoanalítico sino que claramente pertenece al campo de la sociología, y escribe que “la producción de subjetividad –para esta autora- se refiere al modo mediante el cual las sociedades determinan las formas con la que se constituyen sujetos plausibles de integrarse a sistemas que le otorgan un lugar. Consideraba la producción subjetiva como procesos constituyentes e instituyentes, en tanto hace a un conjunto de elementos que van a producir un sujeto histórico, socialmente definido”32
Solo dioses y bestias son capaces de vivir alejados de los demás, decía alguien en una antigua civilización. Y por tanto el sapiens, particular animal que nos
32
Vain, Pablo Daniel. “Notas para pensar la derrota e imaginar la resistencia”. En “Cuaderno 1.
Foro de Educadores Críticos”. Buenos Aires. 2016. Pág. 24.
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convoca, no puede prescindir del otro en la aventura de la vida. La alteridad prospera en la fricción, el deseo, el contacto y en la posibilidad de marcar al otro.
Hay una fragilidad que es inherente a lo humano. Está constituida desde una falta original que hace al sujeto alguien posible de ser solo en relación a los otros. Podríamos decir, casi jugando, que esa fragilidad es nuestra fortaleza.
Pero el discurso dominante, necesita del poder del yo y de la conciencia, que requiere mantener al sujeto, sujeto del inconsciente, ligado a lo siniestro, en el sentido más literal del término. Sujeto, adherido fielmente a su propósito, el yo es la instancia pasible a dominar, con su necesidad de trascendencia superficial, fijado en su gran ombligo, con sus quince minutos de fama siempre a punto de estallar.
En este mundo que hemos construido el hombre ha derrotado a la incertidumbre, es señor y dios al mismo tiempo, y nada queda fuera de su control. Al no haber negatividad, no hay falla, no hay azar, y queda desterrada para siempre la duda, la enfermedad y la muerte. Poco permanece de lo humano. Así explota hoy en nuestras manos lo errado y si no vemos en esta construcción, en este diseño del mundo la promesa de una infancia devastada… ¿pues dónde?
Nada debe alterarnos. El mundo está perfecto. Así como está, aún pandémicos, el mundo está perfecto. No griten, no sufran, no se detengan. No dejen de hablar
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aun cuando no puedan oírse entre sí y las palabras pierdan sentido; no paren de comunicarse en este simulacro de lazos que hemos acordado. No disientan, no denuncien, no se mueran, no al menos mientras necesitemos que estén preparados para la producción. Nada, que ninguna cuestión se levante en contra del mundo: boca cerrada y bien cocida. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.
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UNO El lenguaje que nos funda y atraviesa tiene un carácter ficcional. A bancársela. Por eso voy a permitir que el texto quede atravesado por relatos, literatura, películas, poemas e historias. La ficción es verosímil. El arte lo es, cuanto más en la ausencia de una lógica formal.
Seguiré apelando a lo fragmentario del discurso, y también lo haré aquí, en relación al autismo. ¿Será una manera de resistir lo unívoco del relato, un recurso para salvar la voluntad granítica del modelo? Quizá, o puede ser por alguna otra razón que, como corresponde, por el momento se me escapa; (en una lógica wasapera aquí irían un emoticón de abrazo y otro de sonrisita cómplice).
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DOS Poco se había escrito sobre autismo, ya se dijo, más allá de aquel primer y valioso impulso del comienzo, en los albores del descubrimiento, con Kanner y Asperger a la cabeza, y algunos otros que vinieron luego.
Sin embargo, en los últimos años se produjeron grandes contribuciones. Sobre algunas ellas iré dando cuenta en estos capítulos que siguen. El propósito es seguir pensando una hipótesis que dé cuenta de la expansión de autismos que se presenta como un signo de estos tiempos.
Para profundizar en algunas otras cuestiones que hacen a la condición, esto es, las primeras evidencias, la historia, las conjeturas etiológicas, las discusiones para su prescripción, los diagnósticos diferenciales, los abordajes posibles, están los muy buenos textos que siguen con rigor ese índice. Los libros de Egge, Carbonell y Ruiz, Vasen, Maleval, de los cuales fui obteniendo muchos de los conceptos e ideas que se desarrollan aquí. Inclusive en los últimos años en ateneos, conferencias varias, protocolos y escritos, desarrollé esos tópicos en relación al autismo. Ordenadamente.
Pero la noción aquí es otra. Por eso los recortes de esos mismos autores están delimitados en las implicancias del diseño del mundo y de sus condiciones. También en la demora o interrupción que sufren los procesos de subjetivación que derivan en respuestas tales como la angustia, la ansiedad, la depresión, el autismo, los ataques de pánico, los trastornos alimentarios, los suicidios. Desde dónde uno esté, con las herramientas que pueda desplegar, en los tiempos y con 80
los recursos que tenga, cada cual en relación a un Otro que se presenta sólido, unívoco, excesivo, despiadado.
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TRES Eduardo de la Vega en una publicación reciente plantea con lucidez una idea central en relación al autismo: debemos dejar de hablar de discapacidad para referirnos a dolor psíquico33. Esta no es una disquisición menor. Conlleva una mirada y una postura ideológica detrás y denuncia con claridad las consecuencias del armado de un esquema del mundo que está orientando con inmoralidad las construcciones subjetivas y las estructuras de personalidad.
En el trabajo diario, en el aula y en el consultorio, se observa la particularidad e insistencia del dolor, a diferencia de otros cuadros anudados a la enfermedad o a la discapacidad, que se transitan sin ese nivel de sufrimiento que se observa en el autismo; y esto se produce, con lógica diferencia, tanto en los niños como en sus familias.
De la Vega invita a concebir “las epidemias de la infancia —en progresión exponencial— como la presencia subsistente e irreductible de un Real de doble procedencia: condiciones deshumanizantes que provienen tanto de la devastación social como del avance de la insignificancia”.34
Y además nos sugiere un recorrido que podemos establecer en cuatro pasos: localizar las afecciones tales como dolor psíquico y sufrimiento, identificar su prevalencia, vincular las transformaciones en la subjetividad con las condiciones
33
De la Vega, Eduardo. “Sufrimientos de la infancia, un rebasar y exceder la escuela”. Plumilla
Educativa, 23(1), 141-153. Universidad de Manizales. 2019. 34
Ídem anterior. Pág.141.
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actuales en la cultura impuesta por la versión extremada del capitalismo y tener presente en todo este movimiento una teoría del sujeto.
Porque el sufrimiento se señorea en la infancia. La epidemia de autismos es una prueba de ello, no obstante lo cual se pueden buscar correlatividades en otros colectivos. Presentes también en los niños mismos, junto a la depresión, los trastornos alimentarios (anorexia y bulimia), el incremento de los suicidios y otra epidemia: las vidas inmersas en la ansiedad, la angustia y los ataques de pánico. Cada una de estas respuestas del sujeto es la excusa perfecta para intervenir, principalmente desde la medicalización.
El autismo, en aumento exponencial en la modernidad tardía, es el último recurso, la última respuesta, el recurso paroxístico del sujeto devastado, desubjetivado que insiste, no obstante, en agarrarse de la vida. 35
35
Ídem anterior. Pág. 147.
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CUATRO Dice Zulma López Arranz: “Los cambios culturales afectan la subjetividad, esto conduce a plantear que el phatos, la modalidad de goce, entendiendo por este la satisfacción en el padecimiento, varía no solamente en función de los avatares de la constitución subjetiva sino también en relación con los cambios culturales. Este camino nos lleva a pensar en ese sujeto que desde el inicio se constituye en el campo del Otro. Ese Otro que tomará diversas características, ya que también es afectado por los cambios”.36
El modelo aplica con una declinación de la función paterna, especialmente a nivel simbólico, porque son las leyes del mercado quienes nos hacen la oferta constante a través de sustitutos. La pulsión encuentra su límite en las regulaciones. Rota esta barrera, o al menos puesta en discusión (porque al sistema le sirve su falta y no otra falta), el Otro se presenta ofreciendo todas las respuestas, dejándonos del lado del goce ante la posibilidad de despliegue del deseo. De eso se trata cuando nos proponen y avanzan con “desregular”. Los medios de comunicación lo transmiten. Los consumidores, en otros tiempos ciudadanos, acatan.
36
López Arranz, Zulma. “Los modos de goce en la posmodernidad”. Investigación realizada en
el marco del Instituto de Investigaciones en Psicoanálisis aplicadas a las Ciencias Sociales, de la Universidad J. F. Kennedy. Seminario: La violencia en la posmodernidad. Buenos Aires. 2011. Pág. 91.
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En los tiempos en que todo está permitido, nada significativo lo está. La habilitación es superficial, aparente, tramposa, imaginaria. Por eso vivimos el “como sí” como un status de verdad. ¿Dónde queda la infancia en este paisaje falso en su exhuberancia? En ningún lado conveniente. Más bien, malograda en el quebranto.
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CINCO
La violencia es como la poesía, no se corrige. No puedes cambiar el viaje de una navaja ni la imagen del atardecer imperfecto para siempre. Entre estos árboles que he inventado y que no son árboles Estoy yo. Roberto Bolaño
Varias veces se enunció acerca del desapego que la niñez debe soportar para intentar caber en el mundo que por definición se le presenta hostil.
La violencia del mundo, como dice el poeta37, no se corrige. En ese intento no lograremos detenerla. La esperanza resulta en encontrar sus causas y trabajar sobre ellas. Igual que con estas condiciones que se van haciendo pandemia: si no enfrentamos el diseño perverso del sistema solo nos queda encontrarnos con su expresión que deriva en dolor y sufrimiento.
La mexicana Sayak Valencia nos presenta el concepto de “capitalismo gore”, que define como “(…) las mutaciones a las que se han visto sometidas las lógicas
37
En realidad aquí convoco a Bolaño (Santiago/1953 – Barcelona/2003) como poeta, pero su
campo de acción fue más amplio; como novelista tuvo su momento insuperable, con la monumental “Los detectives salvajes”.
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económicas y políticas hegemónicas en su última fase, “en los espacios (geográficamente) fronterizos” 38.
La violencia es inherente al sistema. No habrá capitalismo neoliberal sin práctica de violencia institucionalizada. Que es padecida con saña por los vulnerados (ya no vulnerables, descartando el eufemismo) y por los que aquí nos invocan, la infancia inerme y en soledad.
En el plano de la subjetividad, en donde participa el cuerpo con sus límites, las lógicas gore implican una mercancía que se presenta como un todo, indiferenciada del cuerpo y de lo humano. Es el producto de la violencia y la destrucción de los cuerpos, lo que se convierte en mercancía, y “la acumulación [capitalista] es solo posible a través de contabilizar el número de muertos”39.
38
Martínez, Miguel Ángel. Reseña en Kamchatka N° 1. Artículo: “Valencia Triana, Sayak.
“Capitalismo gore”. Valencia. 2013. Pág.244. 39
Ídem anterior. Pág. 274
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SEIS Tras el foco de interés que irradia Parasite, el film de 2019 de Bong Joon-ho40, que arrasó con cuanta premiación se le puso por delante (incluyendo mejor película en la arrogante Cannes y en el devaluado Oscar), el cine de Corea del Sur tiene otras sorpresas para darnos. Yendo unos pocos años para atrás, en 2009, Lee Hey-jun, con apenas 36 años, escribió y dirigió otra gran película llamada Náufrago en la Luna. Si bien su anécdota central es muy interesante (un joven ejecutivo harto de su vida vacía decide suicidarse arrojándose al río Han. Fallido el intento, al despertar se descubre vivo, en una pequeña isla desierta a unos pocos kilómetros de Seúl, desde dónde se puede ver la gran ciudad), me interesa más el personaje de la pequeña Kim, una adolescente que lleva años encerrada en su habitación, cuyo único contacto con la vida exterior es esa ventana que da al río; y que mira hacia la isla.
Los japoneses llaman hikikomori41 a esas personas, que viven durante un largo tiempo recluidas en habitaciones oscuras, generalmente rodeadas de tecnología, recibiendo la comida a través de sus padres que se encuentran del otro lado de una puerta cerrada por dentro, en el otro mundo.
Kim, como representante de los hikikomori, protege su soledad del contacto con un mundo incompatible. El sistema se le presenta extraño, imposible de decodificar, violento por demás. Siente horror ante la mirada de los otros. Pero 40
Un muy buen programa es recorrer algunos de sus films, en apariencia tan disímiles entre sí y
cada uno de ellos valioso: la inquietante Memories of murder (2003), la divertidísima The host (2006), la vertiginosa Snowpiercer (2013). 41
Literal: aislarse, recluirse de los otros.
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un día descubre una manera de relacionarse: ella es un náufrago en una isla que encuentra sentido –y se hace espejo- en otro náufrago en otra isla allá fuera y al sol. Cerca pero lejos.
Ambos protagonistas de nuestra historia de amor sienten el impedimento de vivir en este mundo tal como se les presenta y buscan, en sus intentos, una forma de enfrentarse al dolor. Seres más o menos sensibles y en riesgo que acumulan respuestas posibles, que según convenga serán admitidas: insubordinaciones, enfermedades,
rebeldías,
discapacidades,
perturbaciones,
descontentos,
insolencias, pecados, delitos.
En definitiva y más allá de las variaciones que hacen al negocio, la respuesta del sistema es siempre la misma: se asimila para controlar, se acepta a ese otro disruptivo para seguir con la utilidad, para extender el beneficio hasta el infinito.
La característica excluyente de la mutación ultraliberal del capitalismo, sistema en donde las personas deberán intentar construir su subjetividad, es su carácter ilimitado. La demanda que el sistema le hace al sujeto no tiene términos: va por todo. Produce subjetividades en esta línea, que se configuran dentro de un paradigma (llamémosle) gerencial y competitivo. El relato neoliberal, obsceno de toda obscenidad, encuentra dispositivos que funcionan a la perfección para el control de las posibilidades de las construcciones subjetivas y de los cuerpos por hacerse.
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Y a diferencia de otras épocas, en donde eran necesarios poner en juego grandes aparatos represivos, hoy no hace falta el control exterior. El mismo sujeto se ve compelido a entrar en una lógica de competitividad y consumo perpetuo a riesgo de quedar excluido del mundo, al mismo tiempo que entra en riesgo su verdadera exclusión como sujeto.
Desde estos argumentos, el mundo se impone como un destino ineludible. Cada uno de nosotros, ante la contingencia, desarrolla herramientas para resistir el embate.
Están quienes forman parte desde el convencimiento ideológico, quienes no se dan por aludidos, algunos que se adaptan, otros que aún en estado de rebeldía quedan en pie, batallando contra el destino de exclusión, y también están ese montón de otros, en extremo frágiles, que por diversas razones se encuentran en contextos más permeables al discurso dominante, y vulnerados caen, y quedan atrapados en su mundo íntimo, protegidos en un espacio que se establece por fuera de la cultura.
Los números son impactantes, epidémicos, en algunos casos con designios de pandemia. Ansiedad a tiempo completo, ataques de pánico y angustias desmedidas, estados de tristeza, melancolías y depresiones que se desencadenan ante la dificultad por mantener el valor del yo ante la imagen ideal que nos solicita el modelo, bulimias y anorexias en el intento por parecerse a cuerpos imposibles pero demandados como los únicos aceptables, insomnios y
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pesadillas, soledades y aislamientos extremos, hikikomoris, como manera de encapsularse y protegerse de una violencia que no cesa.
“La situación de extrema indefensión social, la experiencia de inermidad por la que transitamos, no hace otra cosa que reabrir la marca que el “Otro” grabó en nosotros y, de esta manera, nos predispone, nuevamente, para quedar subordinados a su poder”42, dice Juan Carlos Volnovich, y completa: “Así, en una sociedad neoliberal como la nuestra, dominada por un proyecto de exterminio de las grandes poblaciones, el discurso del “Otro” absoluto se inscribe en el inconsciente como deseo de muerte y frecuentemente se expresa a través de acciones destructivas hacia los demás y hacia uno mismo”43.
Se despliega el abanico de respuestas que van llegando a sus formas más radicales.
Epidemias de suicidios, muertes jóvenes que se multiplican cada vez a edades más tempranas. La sensibilidad y el respeto por la alteridad están en riesgo; nos sobran aplicaciones en los smartphones pero cada día tenemos menos herramientas para percibir el dolor del otro. Se nos pasan las señales. El sufrimiento en las subjetividades no es visible para nuestro ser, nos torna sordos, ciegos, mudos, como ante esa otra pandemia incontrovertible: la pobreza extrema, la violencia y el abuso, la exclusión y el hambre en la infancia.
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Volnovich, Juan Carlos. “No es depresión: es hambre”. En Revista Topía. N°88. Abril de 2020,
Pág. 12 43
Ídem anterior. Pág. 12
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Ansiedades, angustias y ataques de pánico, depresiones, trastornos de alimentación y del sueño, aislamientos, violencias y suicidios.
Y por supuesto, autismos.
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SIETE
“No hay un niño normal escondido detrás del autismo”. Jim Sinclair
El autismo tiene hoy un espacio y una prevalencia difícil de imaginar unos años atrás. Ya hemos revisado algunos datos estadísticos. Podríamos decir, sin embargo, que lo que más debe preocuparnos es lo que vendrá. Sin políticas para proteger las condiciones para la producción de subjetividades, el futuro se presenta ya no como destino, con alguna esperanza, sino más bien como tragedia.
Existe hoy la necesidad de sostener el enorme negocio que constituye la salud y que incluye fuertemente a lo que el sistema reconoce como afecciones mentales. En la mayoría de los casos son sujetos que se hallan fuera de la enfermedad y que establecen una manera de ser, condiciones para sobrevivir a la época. Para los que crecimos bajo el influjo de la Era de Acuario, que hemos cantado y bailado con ella, ¿cómo podremos llamar a esta época?, ¿la Era de la Risperidona? Me pregunto si tendremos la lucidez para vislumbrar la diferencia y percibir con claridad la pérdida y el riesgo.
Autismo es una forma particular -no la única- de enfrentarse al espíritu de la época. Los observamos a diario en el consultorio y en el aula, y cada vez más en la calle y en nuestra vida cotidiana. En cada uno de estos espacios se revelan los síntomas que dificultan al niño entrar en el campo del lenguaje, que se 93
constituyen como obstáculo para su comunicación y para la vinculación con el otro.
En un tiempo que no quiere saber del sujeto, lo ideal para el modelo es que el autismo se localice en el cerebro. De esa forma quedan habilitadas cada una de las maniobras que garantizan un escenario enfrentado, en dónde de un lado queda el malestar y el padecimiento y del otro el ejército de expertos en reconducir, rehabilitar, normalizar, reeducar y curar. La ayuda complementaria e imperiosa se cristaliza en el diseño del mundo, a través de las asociaciones de dueños y conocedores de las conductas esperadas, de los genios de las neurociencias y de los patrones de la industria farmacológica, siempre dispuesta a otorgar la medicación suficiente para cada mal, para cada comportamiento extraño, para cada exceso de lo negativo.
En efecto, el sujeto autista está sometido a lo que podemos llamar “la política del Otro”. Con ello queremos decir que está sometido a las demandas de normalización y de reeducación para que cumpla con los ideales o con los requisitos del Otro. No hay un lugar para su síntoma, simplemente porque no es considerado como un síntoma, ni como una manera de ser, ni como una posición ante el mundo. Se trata de una anomalía a erradicar. Tampoco entonces se toma en cuenta el sufrimiento, la angustia, el malestar del sujeto. Todo ello no es tan distinto de lo que ocurre en general con el sujeto de nuestra época, aplastado
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bajo las categorías estadísticas de las cifras, bajo la ideología del número, de la gestión eficaz que, a veces, se revela como lo más ineficaz. 44
Como ya se dijo, no hay autismo sino autismos. Las posibilidades para el despliegue de una vida digna los presentan en un rango amplio, dinámico y versátil. Así es como vemos algunos que necesitan grandes apoyos y otros que se desenvuelven con destreza y con ventajas. Queda claro que el autismo es inherente a cada sujeto y que se constituye como un particular funcionamiento subjetivo y no como déficit o enfermedad como pretenden los que están en el negociado. Dentro de la lógica del mercado se fuerza al sujeto a quedar bajo el control de lo anunciado. Como una crónica fatal e inevitable.
El mito del grado cero de la subjetividad funciona como el permiso necesario para deshumanizar, para sentirse autorizado y abandonar el cuidado. Perder las esperanzas en el sujeto, dejando todas las iniciativas del lado de la corrección de las conductas, de la rehabilitación de los cuerpos y de la curación de las enfermedades. Sin olvidar además que siempre habrá alguien dispuesto y con el saber suficiente, para avanzar con la salvación de las almas.
Cuando más adelante nos hablen los mismos autistas, momento clave para delimitar el camino y la tarea a lo que estamos obligados, escucharemos que hubo un momento en dónde ellas y ellos tuvieron que decidir la forma y tomar el
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Carbonell, Neus y Ruiz, Iván. “No todo sobre el autismo”. Editorial Gredos. Edición de Kindle.
Edición digital: RBA Libros, S.A. Barcelona. 2018.
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riesgo de abrirse a una interacción con el otro, para comenzar a transformar ese Otro descomunal y eficaz que reina en el relato de la normalidad neoliberal en un otro pasible a ser reconvenido. Cuando se establece la falta en el otro se puede abandonar el espacio de seguridad y aislamiento, y salir a un mundo menos limitado y más común. Como le pasaba a nuestra joven hikikomori en la película coreana.
Pero nunca perdamos de vista que esta movida trascendental puede ser apoyada y favorecida, pero también puede ser detenida y descalificada. Como venimos observando, el mundo en dónde la infancia hoy debe extender sus cuerpos y su subjetividad va rumbo a la rotunda negación de lo humano.
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OCHO
“No es el cerebro el que piensa, es el niño”. Juan Vasen
Dice Carlos Skliar en la presentación del libro de Juan Vasen “Autismos: ¿espectro o diversidad?”, que la existencia de estos niños debe ser rescatada del acoso de estos tiempos porque no hay nada equivocado en el autismo. Es una idea poderosa, que contiene en su enunciación, los detalles del armado del mundo hostil, arraigado en una ideología que cree que hay vidas erradas y que no merecen ser vividas. En la reificación está la posibilidad de avanzar sobre el otro sin miramientos ni problemas de conciencia.
No hay nada desatinado en el autismo porque cada uno de estos niños, en mayor o menor medida -como lo observamos en el trabajo de todos los días- termina siendo un paradigma de la resistencia. El detalle, que no es menor, es que ese enfrentamiento se paga con sufrimiento, incomprensión y dolor.
La mirada oficial del autismo los sitúa por fuera de lo humano. Sus síntomas son la excusa que aprovechan para convencerse de que esto es así. Enumeran tildando las casillas en sus protocolos: la mirada que nos atraviesa, los movimientos estereotipados, los gestos no convencionales, el mutismo, las dificultades para delimitar un espacio personal, sus obsesiones, los aleteos, las autoagresiones, los gritos, la vida literal -sin metáforas, ironía o sarcasmo- las ecolalias, las jergas, la soledad y la angustia extrema. 97
Se pueden leer estos síntomas desde el criterio que nos impone “el libro de los sueños”, con una correspondencia unívoca y universal para cada signo o se puede pensar en cada niño con la subjetividad desplegada, imposible de ser generalizado.
En “Tenemos que hablar de Kevin”, cruda pero maravillosa película de la escocesa Lynne Ramsay, producción del año 2011, Eva, madre de Kevin, es testigo de cómo un mundo que se le concebía perfecto va haciendo mella en su hijo, al que vemos nacer y crecer y principalmente responder con una subjetividad posible.
Nuestro Kevin (este otro Kevin o cómo así nombramos), entra al consultorio, se acerca al escritorio y prende y apaga la luz de la lámpara dos veces. Ahora sí puede sentarse y escuchar, como todos los jueves. Mirándolo a los ojos le pido que espere; tengo que conversar algunas cosas con el papá y le comunico que la maestra ya está por venir a buscarlo para ir hasta la sala del otro lado del pasillo, para jugar: “Termina con Cintia y viene”, digo. Dice el nombre de ambas y permanece sentado. Sé que no tengo mucho tiempo. Pero también sé qué hace un año atrás no había nada de tiempo. Kevin no entraba al consultorio. Se tiraba al suelo en el pasillo y desde allí gritaba. Cuando lográbamos que se levantara golpeaba su cabeza contra las puertas de las salas haciendo un ruido que helaba la sangre. Pero ahí mismo, en plena autoagresión, aparecía algo de su subjetividad: nos miraba antes de golpearse, principalmente al padre, y luego
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pegaba con la frente en la puerta de madera, nunca en la pared. Además, una milésima antes de golpear podía detener el impulso y era más el ruido (y el horror que producía en los testigos) que el daño. De hecho, a diferencia de otros alumnos45 en dónde observamos episodios autoagresivos Kevin no quedaba lastimado, se le enrojecía levemente la frente y no mucho más. Eran más fuertes los gritos, el ruido en la puerta de madera y sobretodo el efecto, la impresión que producía en los presentes.
Kevin pudo esperar hasta que la maestra vino a buscarlo. Mientras tanto jugaba con su autito: a veces lo hacía andar por el escritorio, por momentos se aferraba a él. No interferimos con el objeto que traen los niños, no se lo quitamos ni lo reemplazamos, aun cuando nos obstaculice en el trabajo en la sala. Hemos observado que lo primero a tener en cuenta es que no es un objeto cualquiera. El auto para Kevin, como el trapito rojo para Lena o el vaso de plástico para Marcos, son aquello que les permiten como representación, el acceso y la permanencia en el mundo que los rodea, opuesto por definición.
Se trata además de un objeto que no puede ser sustituido por otro, en principio, de ninguna manera. En algunos casos este objeto les permite circular de un contexto a otro, aceptando el tiempo que transcurre entre el final de una actividad y el inicio de otra.
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Recuerdo otro alumno con autismo que se mordía las manos. Con el tiempo llegó a lastimarse
lo suficiente como para producirse faltantes en el dorso de las manos.
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Este preciso (y preciado) objeto, elegido sin azar aunque en silencio46 por el niño, tiene la potestad de convertir un espacio hostil en otro más amable, un espacio desconocido en otro familiar, sencillamente por estar ahí, como un complemento de su ser. Por tanto, lo terapéutico no consiste en arrancar el objeto para que el niño se “normalice”, sino en usar eso que le sirve de apoyo para incluirlo en el lazo con los demás. Es decir, encontrar la manera de que esa muleta, cuyo uso concierne solo al sujeto en su burbuja, sirva para poder incluir a los otros47.
Kevin puede dejarlo cuando la actividad propuesta le es significativa. Lena se aferra a su objeto, un trapo que fue rojo en algún momento y hoy tiene un color indefinido, y la mayor parte de las veces, aún a lo largo de los años, no suelta. Es condición intransferible para volverse a su casa con el menor bullicio posible. Y con menos angustia.
Finalmente cuando Kevin se retira para su espacio de juego con la maestra estimuladora, Daniel, su papá que es quien lo trae habitualmente, cuenta angustiado y con ira (en partes iguales), que lo han hecho otra vez: a Kevin, por segunda vez en el año, lo echaron, en este caso, de la nueva escuela. A diferencia de las razones esgrimidas por el anterior establecimiento, el argumento principal fue la resistencia del resto de los padres de la escuela
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Cuando aquí hablo de silencio quiero decir que puede haber para nosotros, en tanto
observadores, un “silencio de sentido”, una ausencia de lógica en esta elección, pero un pleno sentido para ese niño: el objeto nunca será cualquiera, y corresponde a nosotros la tarea de acceder a su razón y entendimiento. 47
Carbonell, Neus y Ruiz, Iván. “No todo sobre el autismo”. Anteriormente citado.
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común a la que había ingresado en mayo, luego de solo dos meses de clases en la primera escuela, la de cercanía con su casa.
Quizá a todo este relato le esté faltando un dato bastante significativo: en el momento de la entrevista estamos en septiembre; a principios de noviembre Kevin cumplirá 4 años.
Aquel otro Kevin, el protagonista de la imprescindible película inglesa, no encontraba quien lo escuchara, pese a la obstinación de su madre al insistir que había que hablar de él. La respuesta ante la hostilidad del mundo fue un pasaje al acto48. Nuestro Kevin logra un espacio de escucha y una familia que se organiza, aun con sus limitaciones, para ofrecerse como sustrato, espacio en dónde el niño en cada momento puede jugar a sus juegos, sostener sus representaciones, permanecer en sus síntomas, ser mirado, escuchado, deseado, y desde allí tomar fuerza, ganar tiempo, para enfrentar el diseño de exclusión del mundo, tan bien representado por estas escuelas, esos otros padres impacientes, por la mayoría de los funcionarios, por el resto de los adultos que no están dispuestos a hacerse cargo.
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No avanzaré en la trama para no spoilear: es un film que vale la pena ver.
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NUEVE Dice Carlos Skliar: “La infancia, la nuestra y la del mundo, tal como la ha visto durante siglos el ideal humanista no está, no existe, se ha ido, difícilmente regrese, quizá nunca haya existido. (…) No ha sobrevivido ni a la globalización, ni a la escolarización cada vez más temprana, ni a las imágenes pervertidas de la publicidad, ni a las representaciones naif que continuamos reproduciendo entre todos. No sobrevive ni a la demasiada hambre ni al demasiado consumo.” 49
Subyace a la idea además otra más poderosa: no debería importarnos tanto lo que un niño será, esta idea perversa de “son el futuro”, si no nos ocupamos del que está siendo.
Emiliano, aquel único niño de toda la matrícula del Servicio de Aprendizajes Tempranos diagnosticado con TGD en 2005, hoy es un joven de 18 años, que sigue siendo nuestro alumno, ahora en Capacitación Laboral50. Un Emi de 4 años entraba al Servicio y pasaba de largo, nos atravesaba, no solo con la mirada, sino también con su cuerpo: nunca reparaba en lo que había adelante; no había otro pasible a ser esquivado, visto o interpelado. En esas primeras oportunidades, cuando nos conocimos, las sesiones duraban minutos. Emiliano no aceptaba consignas, no podía parar de correr, de moverse, de trepar; en
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Skliar, Carlos. “La infancia, la niñez, las interrupciones”. Revista Childhood & Philosophy. V.8,
N°.15. Río de Janeiro. 2012. Pág.69. 50
Contaba al principio que la escuela en dónde trabajo hace 15 años consta de un nivel inicial o
Servicio de Atención y Aprendizajes Tempranos, un segundo nivel que corresponde a Escolaridad y un tercer nivel que es el de Capacitación Laboral.
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movimiento era dónde él era. Daba la sensación que si se detenía desaparecía del universo. Y seguramente esa era la vivencia, solo que para los demás eso no era tan claro y transparente. Pero Emiliano tuvo quien lo escuche. Una de nuestras maestras, psicomotricista, puso simbólica y literalmente el cuerpo para que Emiliano fuera encontrando las coordenadas de su lugar en el mundo.
Cuando dejamos de competir por los espacios, por los objetos, por los saberes, cuando nos colocamos al lado de ese niño que está sufriendo, y no por encima o por debajo, puede aparecer, o al menos hay esperanza de que aparezca, un campo significativo a descubrir para el otro.
Al cumplir 6 años Emi se fue de la escuela. Vivía en otro pueblo, lejos, a más de 60 kilómetros, e iba ser imposible sostener un apoyo a la integración con esa distancia y sin recursos para el transporte. Pero el comienzo del trabajo se había hecho: de aquel niño que entró con 4 años al Servicio arrasando, atravesando todo, sin posibilidades de detener su marcha, partió 2 años después, otro niño respetado en su singularidad, tratado con paciencia, escuchado aun en su silencio, dueño de producciones grafoplásticas que implicaban al menos diez minutos de sesión en dónde transcurríamos sentados, dibujando, conversando.
Aun a la distancia lo seguimos. Hizo en sus tiempos la escuela primaria en un establecimiento del pequeño pueblo donde vive. A los 15 años, volvió a la escuela especial y hoy es un joven de 18 que recorre por su cuenta los 120 km por día que separan su casa de la escuela, con aspiraciones (y algún talento) para la música, que puede sostener un trabajo, que está de novio (si esa
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categoría aún existe en este mundo) y que puede pensar en un futuro, habiendo escapado del destino de niño atravesador de cosas, mujeres y hombres.
A veces sucede. Sin detenernos en lo que puede ser; poniendo palabras o en silencio permanecemos a un lado, hasta que ese propósito justo y obstinado por constituir una subjetividad pueda forjarse, hasta que un ser diga presente.
Completa Skliar: “Ese es nuestro problema. Interrumpimos el tiempo del niño preguntando: “¿para qué sirve?; ¿por qué lo estás haciendo?; ¿qué sentido tiene?; ¿qué harás con ello? (…) El lenguaje del adulto siempre quiere más explicación. No sobrevive sin ella”.51
Somos frenadores compulsivos de la infancia. Sostenemos el diseño de un mundo hecho a las corridas, hiperconectado, que sirve para sobreproducir, hacer stock y facturar, sin detenernos a pensar que en el camino quedan cada uno de los vulnerados, de los sensibles, de los que piden a gritos un poco más de espacio, un poco más de tiempo.
De esta manera interrumpimos la infancia a conciencia, o al menos minimizando la dimensión de lo que permitimos por nuestro descuido o inacción. Interrumpimos cada posibilidad de los niños por ser otros, en el juego y en la
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Skliar, Carlos. “La infancia, la niñez, las interrupciones”. Revista Childhood & Philosophy. V.8,
N°.15. Río de Janeiro. 2012. Pág.72
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vida. Con el juego a veces accedemos porque lo presumimos inofensivo. No paramos de interrumpirlos en la vida.
Detenemos su devenir (que no es evolución ni es desarrollo) en el seno de la familia, con mandatos inverosímiles, con historias no resueltas que le transferimos sin más, aún cuando son nuestras y no les pertenecen. Con expectativas desmedidas y ajenas, con destinos de los que no pueden huir, salvo construyéndose una condición, encerrándose en un universo limitado; haciendo uno y mil síntomas, deslizándose hacia la calificación diagnóstica que sostiene toda una dominación y un discurso y que hace desaparecer al sujeto y hasta su nombre propio.
Obstaculizamos a la niñez en la calle. Construimos ciudades inhabitables para la infancia, porque la prioridad es el negocio, y para extremar el beneficio son innecesarias las plazas, los parques, los potreros, las veredas amplias.
Los llenamos de miedo. Miedos para salir, miedos para jugar, terror a caerse, a ensuciarse, a esconder y esconderse, a extraviarse. Construimos una sociedad en dónde prima la violencia, real o como amenaza.
Complicamos a los chicos con el exceso de tecnología. Les sacamos algunos chupetes, pero no todos. Los sobrecargamos de pantallas. Creemos ganar tiempo aun en la sospecha (que suponemos lejana) de perderlos. Nos convencemos que está bien y somos el ejemplo para ellos. Vivimos pegados al celular. Sufrimos de solo pensar en su ausencia. Angustia y depresión están
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ligados a esta posibilidad. Desbloqueamos el celular doce veces por hora y permanecemos online, en promedio, siete horas por día52. Nos cuesta recordar lo analógico del mundo. Es más, creemos que nunca existió tal cosa.
Interrumpimos a los niños con la escuela. Es un lugar excelente para que sus cuerpos se organicen, entren en razones, se detengan. Es perfecta para acomodar las palabras: las que son apropiadas y las que no deben decirse. Es dónde se edifica la base para reconducir los comportamientos que suponemos ausentes o inadecuados. Es el sitio en donde se forman los buenos consumidores, perdón, ciudadanos. Es el lugar perfecto para que desaparezca el presente: allí se va para dejar de tontear y transformarse en adultos.
Por supuesto, a no desesperar, siempre tenemos a los neurocientíficos (y a sus secuaces) y a la industria farmacéutica para ayudarnos con algún diagnóstico o medicamento, si la escuela (o algún otro mecanismo de los diseñados para interrumpir la infancia) no hace efecto.
Concluye Skliar: Los niños desatentos, sordos, ciegos, cojos, zurdos, pobres, callados, inmigrantes, autistas, espectrales, destartalados, son interrumpidos todo el tiempo. A veces, incluso hasta la muerte. Los niños que juegan a ser niñas y las niñas que juegan a ser niños son interrumpidos. Los niños que miran para otro lado y los miran fijamente son Interrumpidos. Los niños que no viven en casas
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Estadísticas en Argentina, septiembre de 2019. Me da temor hacer una proyección hoy, en
plena cuarentena.
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bien construidas, son interrumpidos. Los niños a los que se los somete a un permanente
“on-line”
hogareño
son
interrumpidos.
Interrumpidos
con
intromisiones que se han naturalizado y que carecen de toda naturalidad. La exclusión como indiferencia, la tolerancia como pensamiento frágil, debilitado, bien acomodado a la época.53
Cada uno de nosotros y nuestras instituciones, pueden interrumpir o permitir el despliegue de lo humano. Hace un rato Kevin, más aquí Emiliano, son algunos de los ejemplos que tenemos de nuestra actuación, de lo que podemos asumir o no, de la responsabilidad que nos cabe en la construcción, afianzamiento o subversión del mundo en donde la infancia hará su intento por ser.
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Skliar, Carlos. “La infancia, la niñez, las interrupciones”. Revista Childhood & Philosophy. V.8,
N°.15. Río de Janeiro. 2012. Pág.76
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DIEZ “Soy como una cultura que busca un lugar donde pueda ocurrir” Donna Williams
Al tratar de reducir el sujeto a un organismo –domesticación de cuerpos mediante- la mirada del mundo de la modernidad tardía le birla al sujeto la posibilidad de desentrañar su propio malestar.
Aquí quiero partir de una presunción inversa: ¿Quién nos puede revelar mejor que la persona con autismo acerca de su vida? ¿Quién puede contar con más rigor acerca de ese mundo? Sin embargo esto no ha sido siempre así. Maleval recuerda lo que Lacan pensaba a mediados del siglo pasado: “como no nos dicen nada al respecto, no tenemos ningún medio para penetrar allí”.54
En los últimos años algo ha cambiado para mejor. Sabemos que aun con sus silencios, pese a su mutismo, los autistas siempre han hablado. Posiblemente menos de lo que queríamos oír, pero su palabra estaba allí. A partir de algunas intervenciones paradigmáticas esa palabra tomó estado público y llegó hasta nosotros en forma de publicaciones, en algunos casos divulgada por terceros, generalmente alguien de la familia cercana, que escribía por ellos. En otros casos más valiosos todavía, las mismas personas con autismo llegaron a difundir
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Maleval, Jean-Claude. “El autista y su voz”. Editorial Gredos. Madrid. 2019. (Edición en ebook)
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su vida, sus experiencias, su dolor, e inclusive conceptos que explicaban desde ese lugar, un saber sobre su ser. Donna, Temple, Daniel, Jim y Birger55 entre otros, son los nombres de algunos de estos escritores que pusieron palabras a su padecer.
Donna es muy clara: dice que se ve a sí misma como una civilización que busca un lugar, en la historia, en la vida, en el universo. Para sobrevivir, para existir.
Por otro lado, las personas con autismo coinciden que es más fácil dar cuenta mediante la escritura de lo que sufren. Por eso tratan de que se les escuche por este medio; la escritura es una mediación que facilita la comunicación en el sitio mismo donde las personas con autismo tienen más conflictos.
El síntoma es del sujeto, el síntoma humaniza al sujeto y lo aleja del grado cero de la subjetividad; creer en lo inamovible es la condición necesaria para reificarlo y tener derechos a realizar con él lo que haga falta: rehabilitarlo, medicarlo, reeducarlo, normalizar sus conductas. En estas acciones el saber sobre el sujeto, incluso el saber sobre algo tan íntimo como su síntoma, está puesto en otro, que para la persona con autismo es un Otro inconmensurable.
Después de muchos años y de manera virtuosa llegan desde lejos respuestas a aquellas primeras preguntas de estudiante, acerca del límite a la intervención sobre el otro y lo que hay más allá de los ojos que asoman como vacíos, de miradas que en principio parecen solo atravesarnos. Y llegan desde los mismos 55
Con nombre y apellido: Donna Williams, Temple Grandin, Daniel Tammet, Jim Sinclair, Birger Sellin.
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sujetos, los principales involucrados, que se ubican como narradores para dar cuenta, entre otras cosas, que hay una persona allí, justo en el lugar en dónde la necesidad extrema del negocio, el discurso médico, la omnipotencia de las neurociencias y la estrechez del conductismo objetivizan para intervenir.
Es un deber y una oportunidad prestar atención a las autobiografías de las personas con autismo así como a los otros textos redactados por sujetos que presentan trastornos más severos, mediante los cuales tratan de dar a conocer la lógica de su singular funcionamiento.
Jim Sinclair, activista y fundador de la ANI -Autism Network International- afirma que la gente que no es autista suele verlos como si estuviesen inmersos en una gran tragedia, cuestión que se traslada a la mirada sobre los padres y a las posibilidades que estos pueden tener para relacionarse con sus hijos. Por ello insiste en la idea que el autismo no deber ser visto como un accesorio del sujeto: para el sujeto el autismo es su ser; no es una pared impenetrable y claramente, no es algo que una persona tiene, no es la muerte del sujeto.
Es cierto que es dominante en el ser del sujeto y que por tanto afecta a su experiencia integral, al menos al principio, hasta que este comienza a elaborar estrategias para estar en el mundo. Afecta la percepción, el pensamiento y la emoción y condiciona toda experiencia de encuentro con el otro. Por esta razón, dice Sinclair, no es posible separar a la persona de sus síntomas, y aclara que cuando los padres expresan (o aun sin decirlo, como observamos a menudo en
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el consultorio, se les juega como deseo) que quisieran que sus hijos dejaran de ser autistas, estarían pidiéndoles que dejaran de ser, excluidos de la existencia.
Con firmeza Sinclair nos habilita a sufrir por nuestras propias pérdidas, por nuestros sueños perdidos y no hacerlo por ellos. Y concluye: “La tragedia no es que estamos aquí, sino que en el mundo no hay un lugar para nosotros”. 56
Se reivindica de esta forma un derecho humano a estar en el mundo, así como el derecho al síntoma que también es ir derecho al síntoma; no a la enfermedad, no a la discapacidad, no al déficit ni al trastorno, sino al síntoma.
Daniel Tammet, marca los tiempos y las diferencias: “La idea de trabajar en una oficina de clasificación, colocando cada carta en la casilla adecuada, o en una biblioteca, rodeado de palabras y números, en entornos estructurados, lógicos y tranquilos, siempre me pareció ideal”57. Aquello que desde una lógica es pasible a ser corregido, e inclusive puede parecernos aburrido y aborrecible, es magnífico para otro.
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Sinclair, Jim. “No sufran por nosotros”. Artículo publicado (en inglés) en Autism Network
International (Red de Autismo Internacional), en su boletín, “Our Voice” (“Nuestra Voz”), Volumen 1, Número 3, 1993. Documento en la web de la ANI. 57
Tammet, Daniel. “Nacido en un día azul”. Editorial Sirio. Madrid. 2007. (Edición en Ebook).
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Cuando Birger Sellin nos habla en su libro “Quiero dejar de ser un dentro de mí”, lo hace con inclemencia, desde un dolor que apenas puede disimular. Durante años Birger utiliza el silencio como defensa frente a un mundo que es atroz. Cuando habla (cuando escribe) dice: “...sigo elaborando incesantemente sistemas fantásticos para dejar de ser un sinmi y un dentrodemí”58
Siguiendo a Maleval observamos las principales características que se presentan en el autismo: el rechazo por la alienación al significante, esto es, la negativa a relacionarse con el otro a partir de rechazar cualquier palabra significativa para ese otro; el uso de objetos particulares como protección, barrera, anticipación y control de las situaciones hostiles, y la alteración del lazo social.
Birger asume el riesgo del mutismo y paga con una soledad que es apenas un poco menos dolorosa que el contacto con el mundo. Solo un poco menos. Usa los objetos para comunicarse con el mundo. Cuando descubre la escritura la toma como objeto autístico privilegiado para este contacto: lo protege a la vez que lo conecta; y además, en sus tiempos, el mundo puede comprender parte de su lógica a partir de un lenguaje común 59.
Para Birger el silencio sigue siendo posible porque ahora escribe y se conecta con el otro. Puede permitirse con otro margen el mutismo, o en realidad y mejor
58
Sellin, Birger. “Quiero dejar de ser un dentro de m. Mensajes desde una cárcel autista”. Galaxia
Gutenberg. México. 2017. Edición en ebook. 59
Un lenguaje de la comunidad, que le sirve para que el otro pueda estar más cerca y con control
de daños.
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dicho, lo habilitamos para que calle porque lo escuchamos a través de sus palabras escritas.
Al pensar la condición de la persona con autismo de esta manera, recuperamos una ética para el sujeto, y también para cualquier otro que sufre la discrepancia con el diseño del mundo, a la vez que negamos el concepto presuntuoso y oscuro de normalidad al cual se adhieren las nuevas ciencias. Nos alejamos de la enfermedad y nos acercamos a la comprensión.
Dirá Maleval que “la normalidad es una ficción estadística que construye un ser abstracto”.60
60
Maleval, Jean-Claude. “El autista y su voz”. Editorial Gredos. Madrid. 2011. Pág. 66
113
ONCE
“Sólo el muriéndome era aterrador. Con la muerte era mucho más fácil vivir”. Donna Williams Ésta es la historia de cómo uno recoge los restos después de una guerra. Es una historia de desarmes, tratados de paz y reconciliaciones. Es una historia sobre aprender a construir algún lugar a partir de ningún lugar y un alguien a partir de un nadie. Donna Williams
Aparto a Donna de sus compañeros escritores pues su testimonio es especial, aun cuando “apartar” y “especial” podrían parecer destinos indecorosos para la palabra de Donna61.
En algunas circunstancias, Donna puede andar con relativa libertad por la vida. El horror sucede cuando el otro solicita de ella una respuesta. Allí el mundo se le vuelve insoportable y establece la distinción entre mimundo y elmundo62. Define como infierno sensorial los intentos de las personas por conectarse con ella, sin los cuidados y la sensibilidad que su subjetividad de construcción rudimentaria requiere.
61
Si bien Donna Williams (1963-2017) escribió varios libros, las palabras aquí están tomadas
principalmente de “Alguien en algún lugar. Diario de una victoria contra el autismo” del año 1994. 62
En realidad en su libro, Donna habla de “mi mundo” y “el mundo”, pero me pareció más gráfico
reemplazarlos por estos dos neologismos.
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Surge la idea demoledora de “si me tocan, dejo de existir”. Aun desde estas ideas soporta el argumento y declara que el autismo no es una afección a medicar, una discapacidad a rehabilitar, una desviación a corregir, un desconocimiento a educar y mucho menos una enfermedad a curar: el autismo es lo que le permite explicar su mundo.
Elabora construcciones imaginarias, dobles de su persona, para enfrentar a ese real insoportable que denomina “la gran nada negra”. En el armado de esos dobles encuentra la forma de vivir en elmundo. Por eso puede decir acerca su existencia, que nunca le pareció extraño que compartieran con ella su cuerpo.
Nos instruye sobre el porqué de cada una de esas conductas que a la vista del mundo aparecen como bizarras. Por eso Donna…
Clasifica y ordena objetos para mantener su mundo indemne. Se refugia en el estereotipo para lograr un sentido de continuidad. Gira, aletea, dibuja círculos, arma límites y bordes con los objetos para protegerse de la hostilidad que proviene desde el exterior. Rechina los dientes y grita para mantener acallado el ruido que la invade desde afuera. Repite palabras y canta melodías monótonas para no escuchar las voces del Otro amenazante. Sacude su cuerpo y sostiene un ritmo con los golpes para mantener alejadas las vibraciones de los demás.
115
Fija la mirada en el espacio o a través de las cosas, al mismo tiempo que gira un objeto o que gira sobre ella misma, como una manera de perder la conciencia. Insiste con los movimientos corporales repetitivos como “un salto al agujero de la gran nada negra” que se abre bajo sus pies, ante la posibilidad cierta de contacto corporal con la gente.
No hay déficit en ese sujeto (o al menos no más que en el resto de los mortales). Lo que si hay y lo relata Donna, es una suma de estrategias para evitar la intromisión de elmundo imponiéndose brutalmente sobre mimundo.
Willie y Carol, sus dobles, son los nombres con que Donna designa a dos maneras posibles de andar por el universo sin experimentar un riesgo de vida. Willie es descrito como un acumulador de datos en un mundo de hechos y Carol, cuya imagen tomó de una niña con quien se encontró una sola vez en el parque, tiene un lenguaje que imita al de los discos de cuentos, los anuncios y las conversaciones que pueden escucharse en las series y los dibujitos animados de la televisión.
Dice Donna: Durante mis primeros tres años me moví libremente dentro de mimundo, mientras era observada incomprensiblemente por elmundo. De un modo progresivo, a Donna se la fue viendo en instantáneas cada vez más pequeñas, hasta que de ella no quedó nada visible. Fue así como surgieron como una
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implacable necesidad ante el horror del mundo mis dos alter egos: Willie y Carol.63
Willy es quien desarrolla las emociones superficiales: si había que ser buena, él lo era; si pese a la indiferencia que Donna sentía por el mundo, había que ser cariñosa, él lo era; ante el desapego de Donna, Willy asume las responsabilidades mundanas.
Carol, que llegó un año y medio después a su vida, se hizo cargo de ese objeto tan especial para el autista: su cuerpo. Transformó un cadáver en un ser viviente que podía ser mostrado. Compartió su cuerpo con elmundo y obtuvo la aceptación. Carol es pura adaptación. Cuando Donna (y Willy) no pueden con la hostilidad del mundo, aparece Carol para arreglar las cosas. Carol puede emprender cualquier acción (hacer de puta a comediante, dice Donna), con tal de lograr ser tratada como cualquiera.
Con Willy y Carol, Donna se ríe de los desasosiegos y supera tormentas emocionales. La identificación masiva a sus dobles le permite reconducir la irrupción de los afectos como ataques de pura manía salvaje; por una obsesión extremadamente concentrada, paga el costo de la denegación del yo64. De tal manera que sus pensamientos son repeticiones en espejo de las ideas de otros.
63
Williams, Donna. “Alguien en algún lugar. Diario de una victoria contra el autismo”. Nuevos
Emprendimientos Editoriales S. L. Barcelona. 2012. Edición en ebook. 64
Ramírez, Ana Cristina. “La función de lo imaginario en Donna Williams”. Cartel publicado en
la web de NEL, Nueva Escuela Lacaniana.
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Los sonidos son ecos sin sentido de lo oído y las palabras una colección de definiciones literales y de frases almacenadas.
Finalmente Donna se anima a enfrentar sus demonios: “Mi despertar a elmundo fue el amanecer de mi propia integración interior. Ya no necesitaba a Willie y a Carol, necesitaba a Donna”65
Donna comienza a trabajar en educación. Y elige, siguiendo una inclinación natural y un criterio lógico, dedicarse a trabajar con niños con autismo. En los primeros días advierte como dos colegas supervisores interactuaban con los niños. Se siente mal. Observa a sus compañeros haciendo propuestas de reeducación conductual sin comprender las necesidades de los niños: “bombardeaban su espacio personal con sus cuerpos, su respiración, su olor, su risa, sus movimientos y su ruido. Maníacos, hacían sonar matracas y sacudían cosas frente a una niña como un par de brujos entusiastas que esperaran romper el hechizo del autismo”.66
Pasaba el tiempo; observaba, sufría y se preguntaba por qué a nadie se le ocurría transformar el mundo de esos niños en un lugar que fuera seguro, calmado, previsible, pacífico y coherente.
La identificación con esa infancia devastada fue brindándole datos de su propia historia. No entendían a esos niños porque no podían sentirse como ellos. La
65
Williams, Donna. “Alguien en algún lugar. Diario de una victoria contra el autismo”. Nuevos
Emprendimientos Editoriales S. L. Barcelona. 2012. Edición en ebook. 66
Ídem anterior.
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rehabilitación de las conductas y la reeducación podían hacer de esos niños seres más adaptados. Pero en palabras de Donna, no los hacía reales, así como ella no lo era cuando recurría a sus dobles para sostenerse de pie en el universo de los otros.
Descubre que existen dos formas de ser nadie en ningún lugar: una es congelarse y no hacer nada espontáneamente; la otra es hacer cualquier cosa solo basada en datos de la realidad, copiados, reproducidos como en espejo, sin conciencia (para uno) pero con algún sentido para el mundo.
Hace una lista con aquellas cosas que existen en el universo, que tienen los otros y de las que ella carece. Enumera:
Conexión con su propio cuerpo, sentimientos propios. Un pasado. Apego, confianza y familiaridad. Amistades con las que pueda sentirse cualquiera y no estar pendiente de las diferencias. Experiencia y destreza para saber cuándo hay que dejar de luchar. Un universo al que pertenecer sin necesidad de recluirse. Aceptar al mundo sin garantías.
Entonces repasa su vida: a los tres años todo a su alrededor desapareció. Es como alguien que se sube a un bote y se aleja, pero creyendo que es la orilla la que se mueve. La gente y el mundo se iban y la dejaban. Ahora advierte que era
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ella quien no tenía los elementos para permanecer allí. Y comienza a construir un pensamiento propio. Acepta su voz. La acepta como la voz de ella a través de la cual puede comunicarse con el otro. Siente que las otras personas están ahí y que son más que objetos. Comienza a entender sus emociones. Son de ella y la conducen a los otros.
Concluye: “La distinción entre mimundo y elmundo daba por supuesto que podía elegir entre estar en el mundo o no. Comprender que el autismo impedía esa elección se convirtió en el eje para alcanzar la tregua demoledora que haría que mimundo-bajo-el-cristal acabara por derrumbarse”. 67
Seguimos a Donna en el recorrido que la llevó desde “ser nadie en ningún lugar” (nombre de su primer libro de 1992) a “ser alguien en algún lugar” (libro de 1994), con su ser interior que se reconoce como autista, pero que a la vez le permite trabajar desde esa vivencia con niños en riesgo, pudiendo afirmar que aún desde un funcionamiento autista, puede ratificar que el autismo no es ella.
¿Estamos autorizados a pensar en nuestros alumnos cuando escuchamos los testimonios que los autistas escriben? Lo estamos en la medida en que interpretemos sus síntomas solo desde su propia historia. Quedamos habilitados mientras no dejemos de ver a cada uno de ellos, sus ojos, sus rostros, sus manos, sus nombres, la manera en que expresan su pesar o su alegría, aun cuando se reflejen en palabras escritas hace un tiempo atrás. Este es el valor de lo que nos dicen Jim, Birger, Donna. Nos escriben desde allí para traernos una
67
Ídem anterior.
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denuncia hasta aquí. Además de valiosas estrategias para las miradas y los abordajes.
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DOCE
“Usted no perdió a un niño por el autismo. Perdió a un niño porque el niño que esperaba nunca llegó a existir” Jim Sinclair
El destino del sujeto autista no está sellado en sus genes: la cultura en dónde adviene y su entorno desempeñan un papel trascendente en ese porvenir.
Hoy la marca es frágil, sin solidez, y proviene de alguien que tiene cierta labilidad en su propia huella, y en definitiva, una constitución subjetiva particular, condicionada por el diseño de esta modernidad tardía. ¿Esto implica que estamos sobredimensionando y hasta añorando las maneras de crianza del pasado? No necesariamente, aunque si podemos reconocer una claridad y determinación en los roles que no hoy no está presente. Porque lo único cierto en el mundo de hoy, ya fue dicho, es la incertidumbre.
Vivimos en una época donde no es sencillo asumir nuestra responsabilidad. Esperamos que lo haga el otro y mientras tanto nuestros hijos, en pleno proceso identificatorio y de construcción de su estructura de personalidad, corren el riesgo de desvanecerse. Por eso se despliega el abanico de estas nuevas subjetividades: hay quienes hacen el intento por ser y se arriesgan por el mar de las palabras, pero a poco de partir las palabras pierden espesor y naufragan. Y se ahogan. Entonces desaparecen. Otros no llegan a aparecer. La mayoría hace
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lo que puede. En el mejor de los casos emergen los síntomas y con ellos como equipaje personal, van sobreviviendo al acontecer.
Los padres viven en un mundo que también se presenta hostil y al que pueden responder con pocas herramientas, aquellas que suponemos adultas. Asoman sus propias debilidades: ataques de ansiedad y de pánico, falta de porvenir, proyectos truncos, ausencia de planes, depresiones, manías que encubren y disimulan dudas e incertidumbres. Obsesiones. Fobias. Neurosis graves que se vuelcan peligrosamente hacia los límites de la estructura. Enfermados, medicados, sostenidos artificialmente, quedan a la espera de un milagro que los restituya en una posición de sujeto deseante, un ser con proyectos de vida, en alguien que pueda ser para sus hijos un modelo identificatorio.
Los niños quedan atrapados entre los deseos y las percepciones contrapuestas de sus padres. Deseos tenues, frágiles y poco definidos, de padres que miran para lados diferentes, que a la vez distinguen niños distintos. An cuando su hijo sea ese mismo que se planta frente a uno y otro.
¿Y qué hacen esos niños? ¿Qué eligen? ¿Tienen la potestad de elegir entre tanta carencia de sentido? Poco. Algunos rasguñan la estructura, se instalan y quedan sujetados a una sintomatología neurótica. Otros se caen, o nunca terminan de subirse a la barca. Y cuando se ahogan en ese mar, los ubicamos con celeridad en esta entelequia tan inteligentemente definida que es el TEA. Y desde allí ya estamos autorizados a la devastación.
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La fragilidad se transmite. Las subjetividades se afectan. Cuando los padres reciben la confirmación diagnóstica se produce en ellos un impacto, un estado de desolación que supone la noticia acerca de un trastorno biológico que no tiene cura. Esto se produce porque la palabra autorizada (autorizada por el modelo y con status de saber absoluto, todo en un mismo movimiento) es la del médico, generalmente un neuropediatra que sostiene desde el peso de la creencia la premisa del grado cero de subjetividad y su destino inexorable. Así es como queda transparente la relación del diseño de este mundo con las posibilidades de estructuración psíquica en un niño.
Es lo que Liliana Kaufmann explica cómo las raíces intersubjetivas del autismo68. Los padres dejan huellas en la subjetividad del niño, a partir de la comunicación del saber médico, y esto promueve que el niño quede incomprendido en sus necesidades y sin fuerzas para establecer una relación con el otro, lo cual se traduce en el incremento de su aislamiento original. La soledad del autista como resultado de no sentirse pensado por el otro, en un proceso de doble vía en dónde los padres no lo pueden pensar en una normalidad ya que el niño no produce una demanda normal. Esta falta de solicitud por el otro da lugar a formas de parentalidad que repiten en espejo el aislamiento del niño.
La apuesta es a que el niño invierta los signos clínicos del autismo en el momento en que los padres superen la lógica intersubjetiva que suscitan las dificultades de subjetivación de un niño poco proclive a las relaciones con el otro.
68
Kaufmann, Liliana. “Soledades. Las raíces intersubjetivas del autismo”. Editorial Paidos.
México. 2010. Edición en ebook.
124
Esta es la producción de subjetividad que implica la intersubjetividad. Deben dominar a la imagen de sí mismo que suponen en los ojos de su hijo como el dolor narcisista a superar. Kaufmann señala que si bien a lo largo de la historia del autismo, desde Kanner hasta aquí, siempre se señaló el aislamiento del niño como un rasgo central, no se había trabajado sobre los efectos que esta soledad extrema y su ausencia de demanda produce en la subjetividad de los padres, dejando de lado las secuelas. Enumera cuatro tipos de correspondencia intersubjetiva: la falta de repercusión afectiva mutua, la labilidad en el vínculo, la identificación en espejo y los sentimientos de culpabilidad.
Cuando los padres se convencen de que el padecimiento de su hijo tiene un origen biológico (desde las certezas que les confieren las neurociencias) encuentran la posibilidad de justificar su propia conducta de aislamiento, sobre la idea que el modelo instala sobre lo inconmovible e inmodificable. Por este precio (un precio altísimo que en algunos casos cubre el sistema de salud estatal pero que en otros significa la ruina económica familiar) acceden a los abordajes que están en línea con las nuevas ciencias del cerebro.
Las terapias cognitivas conductuales transforman a los padres en terapeutas. Los liberan de las culpas que creen tener por el alto precio que significa perderse el lugar de padres. Así los vemos: cuatro, cinco veces a la semana llevando a su hijo a toda clase de terapias; horas y horas en el hogar cumpliendo con las premisas de rehabilitación y reeducación. Vendiendo lo que no tienen para sostener los tratamientos o peleando a muerte con las Obras Sociales por el
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cumplimiento de sus derechos. Armando asociaciones, estudiando protocolos, elaborando guías de buenas prácticas, formándose como terapeutas a costa de dejar de ser padres.
Así cierra al modelo: síntomas que se toman como enfermedades, niños invisibilizados y retenidos en terapias que no respetan su condición y su modalidad de ser, padres tan ocupados en funciones ajenas a su rol, que terminan como engranajes de un sistema que se garantiza la falta de rebeldía de los actores principales: ¡no protesten, ustedes son parte! Mandato, saturación y control: unos porque optaron por el silencio, otros porque están agotados.
En línea con Kaufmann, es importante subrayar que no se busca aquí culpabilizar a los padres. Como cuando hablamos de infancias y autismos, no adherimos a la categoría global de padres. En el trabajo de cada día trabajamos uno a uno y observamos los infortunios y conflictos que se nos presentan a la hora de ejercerlo, un título al que finalmente podremos acceder solo como una categoría imaginaria. No hay un diploma real que nos habilite.
La tarea allí también es a la par. Lo decimos a cada rato porque lo sentimos todo el tiempo y desde siempre: el trabajo significativo está allí, en casa, y nosotros desde aquí intentando que los padres puedan ver a ese hijo como un niño, con un nombre, con un rostro, alejado para siempre del trastorno que afirma, insolente, un diagnóstico.
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127
[Capítulo Cinco]
UN FINAL ENTRE TANTOS
“Permanecías callada, tu infancia entera un juego de perseverancia en el silencio. Callada: definición de alguien por lo que no dice. Como si tomáramos la sombra de un ser y con ella construyéramos la imagen, completando su cuerpo con la idea de lo que allí falta. O como cuando decimos de un paisaje: es árido, suponiendo que algo que debería estar creciendo en él ha decidido, misteriosamente, ausentarse. ¿Pero y si se tratara de riqueza y no de pérdida esa ausencia de frutos, árboles, palabras?” Claudia Masin. “Oro”
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En el inicio de este capítulo final y desde la voz que se ofrece en la poesía del epígrafe, pongo a consideración dos ideas en disputa en relación a un paisaje que aparece desierto: la primera es la del espacio árido, estéril, allí donde no hay, o al menos parece no haber nada, y que por tanto es necesario plantar, poner formas y peso, dar sentido, completar. La otra idea es especular sobre la riqueza que hay en las ausencias, la fortuna que se construye en el silencio, en la escasez de palabras. En la posibilidad de permanecer callados cuando es necesario no llamar la atención o cuando no hay demasiado que decir. En lo que no alcanzamos a comprender, en lo desordenado, en la sinrazón, en la lentitud y en la pausa, en los agujeros del conocimiento, en la falta de consumación. La riqueza en el desierto.
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UNO Discutimos. En desigualdad de condiciones pero discutimos. Nos corren por derecha por insurrectos. Podemos entenderlo ya que la apuesta por el desmoronamiento de la hegemonía del yo es subversiva. Nos corren por izquierda por intolerantes. Dicen, que no queremos incluir, que no queremos modernizarnos, que somos vagos, no queremos estudiar. Dicen que rechazamos las nuevas técnicas y las nuevas teorías de este hombre nuevo que el sistema necesita. Tenemos una explicación: no avanzamos en la inclusión de nuestros niños a la fuerza, mientras el mundo sea esto, mientras la inclusión sea este estropicio, este “como sí”, y esté bajo el control de un manojo de corporaciones sin rostro, sin nación y sin alma con un solo objetivo: elevar hasta el infinito y más allá sus dividendos.
Prácticas desubjetivantes, invasivas, entrometidas, saturadas de saber académico, fundamentadas en una ciencia que queda perdida, subsumida en el cientificismo, que es dogma y es reduccionismo.
Un organismo queda atrapado en la redes del lenguaje y se hace cuerpo. Deseamos -nunca mejor dicho- un mundo con cuerpos atravesados por las palabras, un universo de seres vivos que puedan ser sujetos. Pero claro, no se trata de cualquier palabra. “Esta captura se da antes de su nacimiento y sigue luego de su muerte”69, es un discurrir de toda una vida en tanto haya allí alguien
69
Alemán, Jorge. “Horizontes neoliberales en la subjetividad”. Grama Ediciones. Buenos Aires.
2016. Pág. 14.
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que pueda discernir y separar lo que corresponda a cada deseo, a lo de uno y a lo del otro. Un niño que existe en el deseo de sus padres, aún antes que venga al mundo, con su nombre y por la ilusión de lo que será; un ser que persiste aún en su ausencia, en la memoria.
Pero vimos, estamos viendo desde el principio mismo de este recorrido, que el riesgo es mucho, porque el ordenamiento de los discursos del neoliberalismo, el orden de sus palabras, es una app, un dispositivo muy bien construido que produce subjetividades. Necesitan un nuevo ser que tenga las características de lo transitorio, que sea lábil, sin pasado ni futuro, líquido, intercambiable, etéreo. Una pretensión que se otorga dentro de un proceso de subjetivación que procura un ser que se pierde como tal y que adquiere las características de una mercancía.
Las vidas a ser vividas tienen que dar cuenta de un valor, desde el principio mismo de su existencia, y en tanto valoradas o no, jugarán una batalla por la aceptación o el rechazo. Como juegos del hambre para esos pequeños cuerpos desde el minuto cero en competencia, que de eso se trata, de aptitudes, de fuerzas emprendedoras, de méritos, espíritus despachados a la libertad (de mercado).
Como afirma Alemán, es una dominación que se disimula detrás del consenso, con mandatos implícitos pero eficaces, con el ofrecimiento ilusorio de lo ilimitado. Y ya sabemos: sin límite (el que proporcionan los afectos, los cuidados, el amor,
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todo aquel elemento que produce lazo social) el riesgo para el sujeto en ciernes es enorme. Y la promesa de devastación se consuma.
La intención del sistema por licuar lo negativo del proceso de vivir nos obliga a plantar bandera, para intentar alguna práctica instituyente que ponga en total discusión el espíritu de la época.
Con este panorama es válido preguntarse si algo en nuestra vida puede quedar fuera de la lógica de la mercancía, ya el mundo no nos está enviando señales positivas. Las nuevas epidemias parecen ser toda una respuesta. Aquí es dónde sobreviene otra pregunta: de existir una práctica instituyente ¿podrá quedar a cargo de quienes han quedado fuera del sistema o seguirán en manos de los delincuentes de siempre?
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DOS
“Hay una esperanza de que cambie el viento el que fue ladeando todas las acacias aquí” Luis Alberto Spinetta. “Canción de amor para Olga”
Quiero volver con Donna. La experiencia real, la reflexión sobre su propia vida y el testimonio escrito de Donna Williams son significativos para esbozar una respuesta ante tanta desolación. Volver a ella para denunciar los abusos que mundo puede hacer con la infancia. Para responder aquellas dudas primeras: por un lado la verdad y el respeto por el síntoma y por otro, lo que se enmascara detrás de una mirada que hoy es indescifrable. Es central para pensar los abordajes. Y puede contribuir para pensar las desarticulaciones. O al menos convocar a una esperanza.
Donna a los 2 años fue diagnosticada como psicótica. Necesitó construir sofisticados dispositivos alrededor de su ser endeble, para manejarse en sociedad, sin ser peligrosamente advertida. Más adelante, unos cuantos años después, recibió otro diagnóstico que la hizo pensar acerca de sus síntomas y considerar que podía existir un más acá del grado cero de la subjetividad a la que parecía destinada. Fue maestra, amante, escritora y música, entre un montón de otras elecciones. Se consideró a sí misma como autista y murió sin salir de esa condición; murió por un cáncer a los 53 años. No murió de autismo, porque se sobrepuso al diseño del mundo que mata de autismo, anulando el 133
futuro del sujeto, ubicándolo en una nulidad, en un desierto, en el que solo pueden trabajar (sembrar, habilitar, educar, conducir) los otros. Otros de lo inconmensurable.
La corrección política se vale de variados mecanismos para consumar sus fines de simulación: el eufemismo, la tolerancia, la conmiseración, la simplificación, y porque no, la resiliencia. Como afirma Jorge Alemán la resiliencia “revela de un modo privilegiado las exigencias superyoicas del modo de producción de subjetividad neoliberal. El famoso término no es un elogio del coraje implicado en el deseo, más bien demanda una sumisión despolitizada al siguiente mandato: hagan lo que hagan contigo, vamos a premiar que lo soportes y haremos de esto una cualidad que te designa”.70
Donna asume el riesgo que implica la condición de sujeto, con el dolor que allí se soporta. Es más, a pesar de ese dolor. Deja de lado a sus dobles, a Willie y a Carol, con quienes comparte su cuerpo y sale al mundo a discutir de frente sus normativas, sus normalidades. Por eso escribe canciones y canta71 y escribe textos sobre su vida y desenmascara al mundo que la apremia.
Donna habla por sí, sin necesidad de defender otro interés ni especular con que se puedan usar sus palabras con otras intenciones. Y como dice Enric Berenguer en su Posfacio, no es la única voz pero es una voz única.
70
Alemán, Jorge. “Capitalismo: Crimen perfecto o emancipación”. Nuevos Emprendimientos
Editoriales S.L. Barcelona. 2019. (Edición en ebook) 71
En Spotify es posible escuchar seis de sus discos, entre originales y recopilaciones:
https://open.spotify.com/artist/4XP0gxxNo1yxHu6orftvAX?si=lTAtBH8GSSektVpDIAgzUg
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Donna da cuenta de un discurso que viene de un mundo que está cargado de palabras perjudiciales, que demuestra a cada paso la hostilidad para esa niña, y nos pone a imaginar cuantos otros niños quedan a merced de una construcción destructiva, lesiva para su ser. ¿Cuántos? ¿Todos? ¿Qué porcentaje de ellos? ¿Acaso son cada vez menos los que logran desplegar herramientas que los alejen de la catástrofe y los pongan en el camino posible de un despliegue subjetivo?
Donna describe al autismo como la parte de su ser que la ayuda a defenderse de una angustia que es medular y profunda. Y nos muestra que en esa manera particular que tiene para expresarse, en sus síntomas, no solo está la expresión del malestar sino también la manera posible de salir de mimundo para entrar a elmundo.
Donna nos enseña que ningún tratamiento puede prescindir del deseo del sujeto ni intentar condicionar las conductas. Qué un abordaje posible debe tomar en cuenta sus tiempos, sus padecimientos, la particularidad de los síntomas más allá del desconcierto que provoquen. Qué todo tratamiento propuesto debe contar con su consentimiento y que debe ser anticipado. La conformidad de quien queda en cuestión no es una condición a soslayar, en ninguna circunstancia. Donna nos dice que siempre se debe poder elegir. Hay margen para decir que no.
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Donna antes de escribir, calla. Cuando las palabras del mundo matan se entiende su silencio pertinaz, y en proyección, el silencio obstinado de tantos otros. “El silencio puede asumir una función reparadora, eminente terapéutica, y venir a alimentar la palabra del discurso inteligente y la escucha atenta del mundo”.72 Y como el desierto, el silencio no es una pura ausencia, una inmensidad de nada por completar, el aviso de largada en una carrera infame por instalar las palabras perdidas que son, habitualmente, las palabras de un quehacer que prescinde de lo humano. Finalmente, Donna establece una ética: el derecho del sujeto a quedarse instalado en su síntoma. Aunque para los manuales de la hegemonía médica el autismo se constituya en una enfermedad, una discapacidad, una desviación de la conducta o un trastorno, y que renieguen de la idea de condición. Quizá esto termine siendo lo más revulsivo del discurso de Donna, aquello en dónde podamos aferrarnos con más fuerza, porque deja expresado con claridad lo que la fase del capitalismo tardío menos soporta: un sujeto que reclame para sí su dolor y que no permita que se haga negocio alguno con ello.
72
Le Bretón, David. “El silencio. Una aproximación”. Editorial Sequitur. Madrid. 2009. (Edición en Ebook).
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TRES ¿Será posible que algo cambie luego que atravesemos la pandemia?
Algunos piensan que sí, mientras que otros afirman que si algo cambia será para peor, y que el detenimiento compulsivo de gran parte del aparato de producción extremará el deseo extractivista, pondrá la maquina a toda velocidad buscando la manera de recuperar lo perdido, lo que han dejado de ganar. Entonces el daño será aún mayor.
En un mundo extremado en su salvajismo, los niños quedarán más expuestos. La esperanza se reduce a medida en que el virus se resiste a abandonarnos. Solo la vacunación masiva (o el contagio masivo con la desolación que traiga implícito) podría poner en marcha al mundo en un ritmo similar al anterior al parate. Y apostar allí a hambres y ansias (capitalistas) similares a las que estaban antes que el virus interrumpiera nuestros días. Pero ese no es el escenario más probable.
Además hay furias que el Covid ha traído. Se siente una hostilidad mayor, producto de la espera, la confusión y el desconcierto, el encierro y la incertidumbre. Nos queda esperar que cuando esto acabe se lleve lejos este estado de crispación y desconfianza por el otro que se ha instalado brutalmente; esta idea nefasta de transformarnos en policías del vecino, midiendo la distancia social, la ubicación correcta del tapabocas, el compromiso que se supone ideal para afrontar la batalla.
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En un mundo dominado por intereses a los que no tocamos ni con nuestra más febril imaginación, cualquier fantasía paranoide seguramente nos quede exigua. Grandes, titánicas empresas, sin bandera ni nación, tienen una autoridad sobre nuestras vidas que no está regulada por ningún Estado o norma, lo cual provoca enormes desequilibrios de poder y de riqueza. ¿Qué puede hacer un niño ante tanto poder? ¿Cómo construirse una personalidad, definir una vida, anteponer una subjetividad? ¿Qué queda de la infancia ante tanto dominio?
Los exégetas, escritores y periodistas que resguardan al sistema utilizan una idea para hablar de la pandemia: nadie es responsable. Lo que nos pasa es fruto de la fatalidad. “¡No se debe culpar a nadie!”, gritan. De esta manera intentan dejar a salvo a los responsables, desde el principio mismo, antes que nos demos cuenta que nada fue casualidad y que lo que ocurre está ligado a un esquema de la historia por el que nos hemos escurrido en estas últimas décadas.
No es sencillo predecir lo que vendrá. El virus es resbaloso. Y el capitalismo que hoy nos toca vivir, mucho más, al punto que parece que aquel copia a este, en su afán por pandemizar sus efectos, y no dejar a nadie fuera de su finalidad abarcadora, igualitaria para el daño.
Por eso suena tan eficaz el discurso de lo positivo, la propuesta para hacer un montón de cosas, por no detenerse, por llenar nuestras horas con actividades que se prescriben como impostergables. El que se queda quieto puede ser pintado, escrito, grafiteado, firmado, patinado. O peor, sospechado, señalado, denunciado, marcado, desaparecido. Ni el silencio ni la inacción, ni el ocio ni la
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reflexión, están disponibles como estados para el ser; cada miembro debe estar puesto en línea, listo para la selfie, en su perfil más productivo.
“Ahora mismo resulta cuanto menos peligroso fracturar el tiempo, frenar la compulsión, o entregarse a la pausa y a la observación. Y así acudimos a la Economía de Netflix, del atracón, sin importar que comemos (…) porque la lógica del atracón siempre esconde algo tan triste como llenar un vacío que jamás podrá ser saciado”73.
De cualquier forma existe (¿aún es así?, ya que el tiempo pasa y los discursos se hacen cambiantes, virales, viscosos) alguna esperanza a partir de la particular situación en que nos colocó la pandemia. Desde los primeros días se ha escrito mucho, quizá demasiado. También podemos utilizar la distancia para que pueda pensarse un cambio que pueda ser revolucionario. O al menos significativo y transformador para los sujetos que hoy están en estado de fragilidad, este inmenso grupo de vulnerados.
Por eso es tan importante poder separar lo que querríamos que pasara de lo que realmente pasa, o más todavía, de lo que puede pasar en un mundo post Covid. Porque en tren de especular, casi todo es válido, pero se estrecha cuando ponemos en juego el porvenir de una infancia en estado de desolación.
73
Tomás Cámara, Dulcinea. “El espectáculo de la sociedad mansa”. En Revista Ñ. N° 864. Abril
de 2020. Pág. 9
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Como plantea Néstor García Canclini en varios de sus escritos más recientes, comenzando en “Ciudadanos reemplazados por algoritmos” -desde su título toda una definición acerca del espíritu de esta época, y siguiendo en los artículos más urgentes compartidos a la luz de la pandemia- el proceso de pérdida de derechos ciudadanos se acentuó con las cuarentenas porque preexistía un deslizamiento progresivo, demandado por el modelo hegemónico de sociedad. Hemos ido perdiendo nuestra calidad de ciudadanos para transformarnos, todos y cada uno, en perfectos consumidores. Bajo control aparente y en estado de alegría, en muchos casos. De hecho, los involucrados, sonriendo, señalan acusadores a quienes osan apartarse del camino de los emprendedores exitosos.
Poquitos años atrás se pensaba en internet como el medio ideal para vencer desigualdades. Fue antes que nos diéramos cuenta que “empoderábamos a cuatro gigantes electrónicos (Google, Apple, Facebook y Amazon) con nuestros datos, para que los revendieran y nos controlaran”74. Fin de la inocencia. Porque además de la pérdida de intimidad caímos en cuenta que tanta conectividad no garantizaba mejores relaciones y más comunicación entre las personas. La foto actual del mundo es muy gráfica en este aspecto.
Sin animarse a hablar de revolución, García Canclini señala tres grandes procesos de transformación para nuestro siglo: la ecología, el feminismo y la supremacía de lo digital, como instancia soberana sobre lo real del mundo.
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García Canclini, Néstor. “Cuando volvamos a vernos fuera de las pantallas”. Revista Ñ. N° 863.
Buenos Aires. 2020. Pág. 4.
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La ecología queda subsumida ante la hegemonía del mercado, constreñida a lo que le permiten los intereses amos.
El feminismo es más revulsivo aunque todavía tenga un alcance limitado: ocurre en algunos lugares del mundo, en algunas ciudades. En otros aún está lejos de imponerse. La presteza y la justicia de sus argumentos y su convicción suponen una revolución en el mediano plazo. También la pandemia, con su efecto abarcador, relativizó algunas cuestiones, poniendo en un mismo desplazamiento y bajo la mirada del mundo, los efectos atroces del patriarcado y su violencia.
Lo digital es decididamente revolucionario, aunque el tiempo nos va revelando que no era el camino que buscábamos desde el siglo anterior. “Las corporaciones electrónicas reorganizan la comunicación social y subordinan a los Estados y organismos internacionales. ¿Cuáles son sus claves? Expansión veloz de la oferta, acceso global de los usuarios a información y entretenimiento sustrayendo datos y vendiendo su articulación algorítmica para controlar los comportamientos”75.
¿Qué hay de la infancia en este panorama? Es difícil pensar que el terror del virus baste para ponernos a reflexionar y asumir la urgencia de la otra revolución que estamos necesitando, aquella que establezca las reglas que pongan a cada uno en un camino en equidad, necesario para atravesar los procesos de subjetivación, para volver a una mirada humanista, para recuperar un espacio social más ligado a los derechos humanos y ciudadanos que a las prerrogativas
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Ídem anterior. Pág 5.
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como consumidor de cada cosa que apoye su peso en el universo o ande volando por los aires.
Esto implica, necesariamente, desmontar el actual diagrama del mundo, ponerlo de cabeza, hacer de estos tiempos incompatibles con la sensibilidad y el compromiso algo diferente, algo muy diferente.
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CUATRO Creyente descreído, creo y no creo. Asumiendo a conciencia el valor de la creencia, su soporte fantasmático, su entidad de pura imaginaria. Creo y no creo.
Creo que es necesario modificar el mundo que nos toca en suerte. No creo que estén dadas las condiciones para hacerlo.
Creo que es fundamental cambiar la dinámica de este mundo en función de mejorar las posibilidades en los procesos de subjetivación de la infancia. Es imprescindible que lo hoy son destinos inexorables, deslizamientos hacia el debilitamiento del lazo social, se transformen en futuros para esos niños, para que de esa manera se detengan epidemias como la del autismo.
No creo que este cambio pueda producirse hoy, en este estado del mundo, por eso lo describo, lo expongo, lo denuncio y señalo la obligación de ponerse en marcha para intentar lograrlo.
También es posible una creencia que contenga ambas afirmaciones y no se deslice por la negativa: creo que es fundamental modificar las condiciones de este mundo y se observan dificultades para que acontezca, al menos si continuamos en esta deriva.
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CINCO Ante este panorama y aunque parezca poco lo que queda por hacer, seguiremos escuchando, mientras tanto, al uno por uno de nuestros niños. En los espacios en donde nos toque enfrentar el conflicto. En la escuela, en el hospital y en el consultorio, pero también en la calle y en cada territorio que se inaugure para una deconstrucción posible, que habilite una reflexión diversa.
Seguiremos sosteniendo una política de intervención con trazos emancipadores que debe contar con cuerpos que intercedan y se pongan a disposición, disponer de una teoría del sujeto y de las posibilidades para desarrollarse en una praxis, donde la vida no esté totalmente subsumida a la trama del mercado y a su despliegue perverso. Debemos pasar, ya que estamos en tren de exigir y exigirnos, de una lógica de la resistencia a una propuesta afirmativa de construcción de un futuro que pueda revertir tanto destino trunco que nos van tirando por la cabeza.
En la convicción que el desierto puede ser bello y estar lleno de riquezas y que está a disposición y por descubrir. Que allí donde parece haber poco puede haber más, y aun siendo poco, puede tener su valor intacto.
Ante la violencia que implica creer que podemos hacer todo por el otro (lo que a la vez nos pone a un paso de ser-todo-el-otro), reivindicar la voz del sujeto que sufre, atender a su dolor, intentando escuchar realmente su deseo. Lo que nos dicen los sujetos con autismo (o desde su ser autista, esa elección) es nodal para comprender su mundo y respetarlo. 144
Teniendo cuidado con las formas de mirar. Las miradas marcan, designan, excluyen, crean estigmas. Además, dónde va la mirada va la palabra. Y la palabra también puede diluir el camino de un niño. Dónde resiste la palabra, en donde se pone en discusión y se hace ley, puede haber límites, puede haber menos certezas paralizantes y puede aparecer el sujeto. Consideremos las maneras de mirar. Y las formas de decir.
El eufemismo puede parecer amable, y lo políticamente correcto siempre tiene el rostro más adecuado, pero en su mentira se pierde la particularidad del ser. Hay variadas formas de acallar al discurso que resiste al intento de la supremacía del yo y de esta forma dejar atrapados a los niños en las redes que construyen y sujetan el diseño del mundo de hoy. Pero también existen muchas formas de resistir.
Podemos refugiarnos en las fantasías, y desde allí creernos todo sin cuestionar o transigiendo; dejarnos llevar por el goce de la belleza a través de lo artístico, en sus numerosas expresiones.
Podemos dejarnos embriagar por la ciencia, principalmente a partir de la supremacía de la técnica y del atractivo envoltorio de sus producidos.
Podemos aislarnos socialmente, aún en la enajenación extrema que implica el estar presentes todo el tiempo, disponibles para todos y a cada rato, para conocidos, amigos y entenados, siempre revelados a través de las redes
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sociales, y de esta forma, no permitirnos ni un segundo de silencio, reflexión, angustia o soledad.
Podemos creer sin reparos en las nuevas religiones, como las neurociencias. O seguir creyendo en las viejas.
Podemos caer en la locura (aunque no hay voluntad posible en esto, más allá de lo que quieran hacernos creer), fugarnos por un rato a través de nuestros síntomas, soportar o disimular nuestra neurosis, profesar a ciegas y a los gritos nuestras más antiguas creencias, transformarlas en delirios colectivos e impugnar la presencia del otro.
Podemos resistir, crear, pensar y actuar en consecuencia con la alteridad y bancarnos las extensas representaciones del otro, soportando caer en la omnipotencia, sabiendo que siempre el saber nos es transferido, pero que no nos pertenece.
Esto es parte de lo que podemos hacer, para bien o para mal, solos o acompañados.
Dice Eduardo de la Vega: “En aquellos escenarios, no obstante, nos encontramos muchas veces con la vida milagrosa, resistente, rebelada ante los destinos; que insiste, resiste, persiste como energía humana, eros invencible,
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creación sublime; recorriendo esos límites, empecinada en sobrevivir, más allá de la marca existencial que la amenaza y determina”. 76
Proponiendo entonces una metodología de trabajo clínico que no se ocupe de aquello que se supone les sucede a los niños con autismo (como si fueran vidas desiertas desprovistas de simbolizaciones, imposibilitadas para entender lo que les sucede a los otros, que no tienen cura, etc.) y que permita que estos niños no se identifiquen con los aspectos centrales de su patología y se potencien en ellos las distintas áreas de su impulso vital. Apostando a que de esta manera disminuya la vulnerabilidad para desarrollar una condición autística en aquellos en dónde encontramos señales tempranas en la construcción de su personalidad.
Es imprescindible que el niño con autismo sea pensado por el otro. Hablamos de los otros significativos: sus padres y la familia primero y luego nosotros como agentes, con todos los atributos de lo humano: deseos, fantasías, pensamientos, sentimientos. Se cuestiona así el efecto que produce en el niño primero, luego en sus padres y finalmente en la comunidad un diagnóstico en el que no se deja lugar para una cura. Salirnos de la idea de los trastornos, la enfermedad y la discapacidad como destinos forzosos.
Como afirma Maleval:
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De la Vega, Eduardo. “Sufrimientos de la infancia, un rebasar y exceder la escuela”. Plumilla Educativa, 23(1). Universidad de Manizales. 2019. Pág.151
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“(…) por devastador que sea el cuadro clínico que se constata a la edad de tres años, algunos jóvenes autistas, contra todo pronóstico, acaban adquiriendo competencias verbales y sociales lo bastante satisfactorias como para que de ello resulten a veces sorprendentes logros intelectuales —algunos consiguen llegar a ser seres humanos autónomos, capaces de llevar una vida que tiene al menos la apariencia de la normalidad y la plenitud, aunque persista en ellos subterráneamente una profunda singularidad”.
Alejarnos de la idea del grado cero de la subjetividad, concepto que se instituye como destino condenatorio para todos aquellos seres singulares, diversos, otros. Esto nos coloca en posición, nos da aire, establece una idea de futuro, nos brinda el tiempo que los niños necesitan para intentarlo, para adquirir las competencias que no solo les dejen desarrollar una personalidad, construir una subjetividad, sino que puedan ser quienes se yergan como resistencia activa y transformadora frente al mismo sistema que intentó invisibilizarlos.
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SEIS
“Estos fragmentos he apoyado contra mis ruinas” T.S.Elliot. “La tierra baldía”
“Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla” Alejandra Pizarnik. “Caminos del espejo”
Hoy es un día calmo. Ya se sabe, el viento de todos los días de la cordillera, el que parece una melodía persistente, sobre todo al sur del río Colorado, no suele dar descanso. Pero esta mañana apenitas mece la punta de los álamos piramidales, dispuestos en fila perfecta sobre el margen oeste del camino, soldados incólumes protegiendo las plantaciones de manzanos.
En 1991, luego del censo nacional, esta pequeña ciudad del Alto Valle arroja casi un número redondo: 19981 habitantes, si se suma la población dispersa en el área rural. La estadística indica solo una persona con diagnóstico de autismo en toda la población. Veinte años después, en el último censo oficial, en 2010, el número de habitantes apenas se ha movido. La frágil situación de las economías regionales y el escaso desarrollo producido en las fábricas de las ciudades cercanas, además de las recurrentes crisis económicas significaron una tasa de crecimiento poblacional cercana a cero. La pequeña ciudad, sin embargo, mejoró cuantitativamente la oferta educativa: veinticuatro establecimientos para los tres 150
primeros niveles. Encontramos estadísticamente un niño con autismo por escuela.
Es difícil pensar hoy en la realización del censo nacional; debería hacerse este año, pero la pandemia, como tantas otras cosas, posiblemente lo postergará. La ciudad, en el decir y el saber de sus habitantes, después de cuatro últimos años aciagos y sin ningún crecimiento económico, no ha incrementado su población. Eso sí, en las escuelas de la ciudad (hoy son 33) encontramos una niña o un niño con diagnóstico de TEA por aula.
El diseño del mundo no se establece como un concepto neutro que sirve para lucirse en cátedras, seminarios o papers. El modo del mundo afecta a la infancia al punto de obligarla a desplegar particulares estrategias para salvaguardar su ser, y de contar con las posibilidades adecuadas para atravesar una instancia de subjetivación con herramientas sólidas que no se licuen ante la primera adversidad.
No se trata de abstracciones. Se trata de un sistema que ha edificado un mundo en dónde la infancia quedó a la deriva. No es prioridad su espacio vital. Si no somos capaces de frenar esta debacle, en los próximos años veremos cómo el panorama seguirá hacia un destino todavía más dramático. Gran parte de lo que hoy parece brillar es solo eso, una superficie simulada, un futuro negado bajo una pátina de tecnología de punta, consumo inconducente y falso bienestar. Un peligroso simulacro de progreso que augura un estado de riesgo permanente,
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una epidemia de seres quebradizos, líquidos, liquidados en su subjetividad y en sus derechos.
Siempre queda un espacio para detenerse, un borde para transitar, un límite por admitir. Salir por un momento del ruido. Buscar un instante de calma y silencio que nos lleve a la reflexión y desde allí a la acción imperiosa. Es un compromiso, una responsabilidad que como adultos debemos asumir para frenar el estado de desolación de una infancia camino a más abandono, inerme, devastada.
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