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LOM
PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA
Valdivia Ortiz de Zárate, Verónica Su revolución contra nuestra revolución. Vol. II: La pugna marxista – gremialista en los ochenta [texto impreso] / Verónica Valdivia; Rolando Álvarez; Julio Pinto; Karen Donoso; Sebastián Leiva. -- 1ª ed. -- Santiago: LOM Ediciones, 2008. Volumen II, 304 p.: 16x21 cm.- (Colección Historia) ISBN Volumen: 978-956-282-999-1 ISBN Obra completa: 978-956-00-0021-7 1. Partidos Políticos – Chile 2. Chile política y gobierno I. Título. II. Serie. III. Álvarez, Rolando IV. Pinto, Julio V. Donoso, Karen VI. Leiva, Sebastián. Dewey : 324.283.-- cdd 21 Cutter : V146r
© LOM Ediciones Primera edición en Chile, diciembre de 2008 ISBN Volumen: 978-956-282-999-1 ISBN Obra completa: 978-956-00-0021-7 R.P.I: 172.380 Fotografía de portada: Fortín Mapocho (Archivo Nacional) Diseño, Composición y Diagramación: Editorial LOM. Concha y Toro 23, Santiago Fono: (56–2) 688 5273 Fax: (56–2) 696 6388 web: www.lom.cl e–mail: [email protected] Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Fono: 716 9684 / 716 9695 Impreso en Santiago de Chile
SOL
VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE / ROLANDO ÁLVAREZ VALLEJOS / JULIO PINTO VALLEJOS / KAREN DONOSO FRITZ / SEBASTIÁN LEIVA FLORES
Su revolución contra nuestra revolución. Vol. II La pugna marxista-gremialista en los ochenta
Algo grande está naciendo, en la década de los ochenta / ya se siente en la atmósfera, saturada de aburrimiento ……… deja la inercia de los setenta, abre los ojos, ponte de pie / escucha los latidos, sintoniza el sonido / agudiza tus sentidos, date cuenta que estás vivo / Ya viene la fuerza, la voz de los ochenta / ………. sangre latina necesita el mundo roja, furiosa y adolescente sangre latina necesita el planeta, adiós barreras, adiós setentas Ya viene la fuerza, la voz de los ochenta En plena edad del plástico, seremos fuerza, seremos cambio no te conformes con mirar, en los ochenta tu rol es estelar tienes la fuerza, eres actor principal De las entrañas de nuestras ciudades, surge la piel que vestirá al mundo Ya viene la fuerza, la voz de los ochenta (LOS PRISIONEROS La voz de los ochenta)
Se echó al monte la utopía…. Queren prender a la aurora, porque llena la cabeza de pajaritos embaucadora que encandila a los ilusos y a los benditos, por hechicera que hace que el ciego vea y el mudo hable por subversiva de lo que está mandado, mande quien mande ¡Ay Utopía, incorregible Que no tiene bastante con lo posible ¡Ay Utopía, que levanta huracanes de rebeldía. Quieren ponerle cadenas Pero, ¿quién es quien le pone puertas al monte? No pases pena, que antes que lleguen los perros, será un buen hombre el que la encuentre y la cuide hasta lleguen mejores días. Sin utopía La vida sería un ensayo para la muerte. (JOAN MANUEL SERRAT Utopía)
A la memoria de Sebastián Acevedo.
PRESENTACIÓN
En la actualidad es un lugar común recalcar la uniformidad del sistema político chileno, dada la ausencia de la polaridad ideológico–programática que lo caracterizó en el siglo XX, siendo izquierdas y derechas dos categorías –según se asegura– obsoletas, carentes de sentido y ajenas a la realidad. Parte de esta convicción se sostiene en la hegemonía del neoliberalismo, preconizado como un dogma por la derecha, aceptado ya doctrinariamente por la Concertación, incluyendo a los partidos del ala “izquierda” de ella, esto es, gran parte del Partido Socialista y el Partido Por la Democracia, el denominado eje PS–PPD. Tal situación engarza con el hecho de que los socialistas abandonaron el marxismo como método de interpretación de la realidad y como filosofía inspiradora para la construcción de una sociedad socialista, mientras que el PPD, nacido originalmente como partido instrumental, se identificó con tendencias más bien socialdemócratas, reuniendo a socialistas renovados y liberales. En ese sentido, no existen puntos de ruptura entre derechas e izquierdas sistémicas, sino consensos en relación a ejes centrales como la democracia representativa en el marco de ciertos enclaves autoritarios y la economía de mercado. No fue esa la historia del siglo XX, período signado por la polaridad de su sistema político, tironeado por una izquierda marxista y una derecha liberal–capitalista, intermediado por un centro laico, pragmático, capitalista, pero estatista, identificado con el Partido Radical. Esta polaridad se mantuvo tras la decadencia de este último a partir de los años cincuenta, ya que la Democracia Cristiana que lo reemplazó en el centro político era un partido ideológico– proyectual. La década de 1960 presenció en Chile una etapa de acendrada radicalización que involucró a todos los actores partidarios, tanto de la izquierda, como del centro y la derecha, esta última en claro proceso de modernización. Este tipo de sistema partidario remecido por el golpe de 1973 alcanzó su punto culminante y su desintegración final en los años ochenta de esa centuria, cuando la elección parlamentaria de 1989 hizo evidente la decadencia de la izquierda histórica, fielmente marxista, representada por el Partido Comunista, el cual fue expulsado del sistema político institucionalizado. Ello fue posible en parte por el sistema electoral binominal que aseguraba la proyección política de la “obra refundacional” llevada a cabo durante el régimen militar en la post dictadura y eliminaba a los enemigos políticos más peligrosos hasta entonces: los marxistas. La “izquierda” que logró insertarse en esa nueva etapa fue la “renovada”, aquella que había renunciado a su fe,
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transado con el neoliberalismo y realizado el “aprendizaje”1 necesario para encontrar una salida a la dictadura reconociendo la Constitución de 1980 y la institucionalidad del régimen militar pinochetista. La izquierda del siglo XX se vería reducida a una mínima expresión, condenada a ser extrasistémica y carecer de verdadera influencia social. Al contrario, a pesar de la derrota plebiscitaria del general Augusto Pinochet en 1988 y la de su “delfín” en la elección presidencial de 1989, Hernán Büchi, una nueva derecha, representada por los herederos del régimen dictatorial –la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN)– alcanzaron los votos suficientes para marcar presencia determinante en la Cámara de Diputados y lograr el control del Senado, acompañados de los senadores instalados por designación dictatorial. En esos años finales de los ochenta y comienzos de la transición, y durante un período importante de tiempo, núcleos societales significativos –antidictatoriales y de izquierda– estaban convencidos de que el “éxito” electoral de los herederos del régimen se debía exclusivamente al sistema binominal y los demás enclaves autoritarios, responsables igualmente de la marginalidad de la otrora poderosa izquierda marxista. No sería sino a comienzos del nuevo milenio –a propósito de la seducción lograda por el candidato derechista Joaquín Lavín en la elección presidencial de 1999– que los análisis comenzaron a dar cuenta de la debilidad de la hipótesis mencionada, de la vitalidad de la derecha UDI –a pesar de la derrota de su candidato– y del profundo aislamiento socio–político que afectaba a comunistas y a todos aquellos que alguna vez se identificaron con un proyecto socialista. Los resultados electorales mostraban la fortaleza de los partidos institucionalistas, todos neoliberales y relativamente conformes con el orden político existente. Mientras la UDI caminaba a convertirse en el partido más fuerte del país en materia electoral, y Renovación Nacional recogía los frutos de la plasticidad táctica de sus dirigentes, la izquierda comunista no lograba despegar del 5% de los sufragios, incapaz de recuperar presencia política y contacto con los movimientos sociales, constituyéndose en un residuo de lo que fue. El libro que a continuación se presenta, analiza la última fase del enfrentamiento entre una izquierda tal como se la entendía en el siglo XX y una de las expresiones partidarias de la derecha nacida en los años de la revolución chilena, y consolidada en el marco de la dictadura militar pinochetista. Los años ochenta presenciaron el ocaso de la izquierda marxista, aunque en ese momento aquello no fuera percibido muy claramente, sino al contrario como una fuerza pujante, y el posicionamiento de una derecha madurada al alero del régimen militar. En concreto, este libro evalúa el fulgor y el ocaso político del Partido Comunista y la desaparición del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, colectividades que siguieron fieles a su fe marxista y sucumbieron a los cambios políticos 1
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Usamos este término haciendo referencia a la tesis de Manuel A. Garretón en su texto “La oposición política y el sistema partidario en el régimen militar chileno. Un proceso de aprendizaje para la transición”, en Paul Drake e Iván Jaksic El difícil camino a la democracia en Chile (1982–1990) (Flacso: 1993).
internos e internacionales. Asimismo, ausculta a la expresión derechista más dinámica, la UDI, aunque en los años ochenta se encontrara aparentemente arrinconada y amenazada de extinción, débil frente a quien aparecía con más potencialidades a futuro, RN. La historia demostraría la falsedad de esas apariencias. La decisión de escoger a estos partidos y no otros, independientemente de su “peso” en las negociaciones de la transición, se relaciona en primer lugar, con que este estudio corresponde a la tercera parte del análisis del ciclo revolucionario iniciado a mediados de los años sesenta y concluido en 1989 al que el equipo autor de este libro se abocó a lo largo de tres años. Compartiendo las hipótesis que ven un ciclo de treinta años de cambios radicales, hemos escrutado la relación entre exponentes de la izquierda y la derecha en cada etapa de este proceso: 1964–19732; 1973–19803; y ahora 1980–1989. Como hemos señalado en trabajos anteriores, esta investigación partía de la tesis de la existencia de una historia inversa entre izquierdas y derechas en gran parte del Chile del siglo XX (1938–1964), pues al tiempo que la derecha estaba a la defensiva, carente de un proyecto societal global, yendo a la zaga del centro y la izquierda, esta última no solo tenía la iniciativa política en sus manos, sino apuntaba a la superación del capitalismo, encarnando a lo largo del siglo las esperanzas de una sociedad más justa, humanista y solidaria, promesa que pareció cumplirse con la victoria de la Unidad Popular. Con posterioridad al golpe militar de septiembre de 1973 esa historia se invirtió, pasando la derecha a la ofensiva, decidida a plasmar su proyecto neoliberal y autoritario, aplastando definitivamente a su enemiga, mientras que la izquierda era acosada por los organismos de seguridad del régimen, expulsada del espacio público y relegada a una vida de clandestinidad, debilitados sus lazos con las bases sociales. Esa reversión de la historia pareció ser cuestionada nuevamente en los años ochenta, cuando en medio de la crisis económica reapareció con fuerza el Partido Comunista, acompañado esta vez de su brazo armado, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, despertando esperanzas de una eventual derrota de la dictadura; a la vez que el MIR volvía a desafiar al régimen y generar alternativas de lucha antidictatorial. Los muertos parecían gozar de buena salud. La derecha, al contrario, era señalada como la culpable de la debacle económico–social del momento, cosechando el cúmulo de críticas, aparentemente muerta en términos políticos. Los intentos de resucitar al Partido Nacional, la fragmentación subsiguiente, los conflictos entre la UDI y Unión Nacional (futuro núcleo de Renovación Nacional) solo parecían poner 2
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Al respecto consúltese Verónica Valdivia O. de Z. Nacionales y gremialistas. El parto de la nueva derecha política chilena, 1964–1973 (Lom: en prensa); Julio Pinto Vallejos, “Hacer la revolución”, en Julio Pinto (Editor) Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular (Lom: 2005); Rolando Álvarez Vallejos, “¿Reforma o revolución?. Lucha de masas y la vía no armada al socialismo. El Partido Comunista chileno, 1965–1973”, en Elvira Concheiro, Massimo Modonesi y Horacio Crespo, El comunismo: otras miradas desde América Latina (Unam: 2007). Verónica Valdivia O. de Z., Rolando Álvarez V. y Julio Pinto V. Su revolución contra nuestra revolución. Izquierdas y derechas en el Chile de Pinochet (1973–1981) (Lom: 2006).
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en evidencia la incapacidad de la derecha de ser competitiva en un marco de verdadero pluralismo ideológico y amplia participación ciudadana. Los resultados electorales de 1989, sin embargo, mostraron otra realidad: la izquierda que había vuelto por sus fueros ya no tendría cabida en el orden que nacía, y la derecha pinochetista se situaba cómodamente. Esa ha sido la historia desde 1990. Estos cambios, desde nuestro punto de vista, se vinculan con un desfase en su desarrollo histórico: la derecha recién comenzó su proceso de modernización en los años sesenta, siendo capaz de levantar un proyecto global y mirar a la sociedad en su conjunto, convirtiéndose en un verdadero referente político. Este fue un proceso largo que abarcó el ciclo revolucionario y que, por ende, se completó en los años ochenta, cuando la UDI logró sortear con éxito la hecatombe de la crisis económica y conquistarse un espacio en el espectro partidario. La izquierda que esta investigación estudia, en cambio, nació a comienzos de la pasada centuria, inserta en las problemáticas del período y, por tanto, acorde a los tiempos. Era una izquierda marxista, como lo era una parte sustantiva de la izquierda mundial y claramente posicionada en el conflicto este–oeste que caracterizó al siglo XX. Su proyecto nació en sus primeras décadas y su trayectoria política buscó la materialización del sueño socialista, el que fue revitalizado con la aparición del MIR y el embrujo cubano. Es decir, para fines de los sesenta, la izquierda llegaba a la meta, mientras que una derecha moderna–proyectual recién comenzaba a nacer. Estos desfases tal vez ayuden a explicar en alguna medida la decadencia de la izquierda marxista y el ascenso de la derecha neoliberal y autoritaria. Esta hipótesis parte de la convicción de que la derecha constituida en tal en el período 1932–19644 era un residuo político y no una derecha moderna, pues era una continuación de las colectividades partidarias oligárquicas del siglo XIX –Partido Conservador y Partido Liberal–, las que se ajustaron a los cambios sociales de comienzos de la centuria, obligadas por la presión del movimiento obrero y la autonomía mostrada por las fuerzas armadas en los años veinte y treinta. Aunque la derecha seguía estando ideológicamente más cerca del capitalismo de libre mercado, aceptó la intervención estatal, porque ella no representaba una verdadera amenaza y más aun reforzaría su poder económico con el fomento a la industrialización, a la vez que se aseguraba la intangibilidad del agro y las relaciones sociales allí existentes. Era una derecha a la defensiva en tanto su objetivo era preservar ese orden señorial con los consiguientes privilegios y poder económico–social, desarrollando estrategias cooptativas de los poderes y agencias públicas, como de aquellos sectores partidarios que le permitieran mantener sus fuentes de poder. En ese sentido, no era una derecha proyectual –en lo cual coincidimos con Tomás Moulian5– y su colaboración 4
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Se habla de izquierdas y derechas en Chile a partir de los años treinta. La derecha quedó conformada por los viejos partidos Conservador y Liberal, nacidos el siglo XIX, los que hicieron algunos ajustes a sus plataformas políticas, mientras la izquierda estaba constituída por el Partido Comunista y el naciente Partido Socialista. Estos últimos eran partidos nuevos. Tomás Moulian desarrolló esa tesis en numerosos trabajos, aquí solo mencionaremos “Desarrollo (Continúa en la página siguiente)
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con los cambios económico–sociales, más que plantearse como un gran proyecto de modernización estructural, buscó impedir “la” transformación clave; la alteración de la propiedad y las relaciones sociales en el agro, y con ello una verdadera democracia6. El cambio, como se sabe, no implica necesariamente tendencias modernizadoras, toda vez que para preservar es necesario cambiar. A nuestro entender, ese era el rasgo de la derecha del siglo XX subsistente hasta mediados de los sesenta, aquella que aceptó una vez más cuotas de cambio, precisamente para que nada cambiara7. Desde ese punto de vista, no era una derecha modernizadora ni moderna, sino un residuo del siglo anterior. Las propuestas de orden neoliberal que aparecieron en los años cincuenta no respondían a nuestro juicio a la naturaleza modernizadora de la derecha –como sostiene Sofía Correa8–, sino a su modernización, esto es, a los inicios del “parto” de una derecha que se actualizaba, buscando responder a los desafíos de la época desde una óptica integral. No era la misma derecha, sino una nueva, ligada al gran capital nacido como fruto del esfuerzo industrial anterior, y una nueva tecnocracia neoliberal. Ese proceso de modernización continuó con la emergencia del Partido Nacional y del Movimiento Gremial de la Universidad Católica, quienes encabezaron la lucha contra las transformaciones estructurales y derrotaron al proyecto socialista. De las distintas vertientes derechistas del período hemos escogido al Movimiento Gremial–UDI, pues logró reunir en su seno a los grupos capaces de levantar programáticamente a la derecha (neoliberales, alessandristas y gremialistas) y dotarla, además, de un nuevo estilo político, transformándola en un sector competitivo. Fueron esos grupos los que ofrecieron al régimen militar una plataforma económico–político–institucional que le posibilitó las profundas transformaciones llevadas a cabo, y no los estertores de una derecha que optó por abandonar la lucha (el ala conservadora–liberal de los nacionales) y reaparecer cuando el sistema creado por el régimen militar comenzaba a mostrar las primeras grietas. Aunque en los años ochenta la naciente UDI aparecía en retroceso, de escasa influencia política, en oposición a las renacidas fracciones derechistas que reivindicaron para sí encarnar a la “verdadera derecha”, democrática y liberal, era la mixtura neoliberal–gremialista la dueña del proyecto a defender. Este libro se concentra en la UDI y no estudia a Renovación Nacional, a pesar de que en la época fue este último partido un mejor vehículo de comunicación con la oposición de centro y de izquierda renovada. Tal elección se debe a que el programa político de los grupos que conformaron RN estaba determinado por el núcleo del proyecto UDI: esto es, neoliberal en lo económico y exclusor del marxismo en lo político, no constituyendo una
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político y Estado de Compromiso: desajuste y crisis estatal en Chile”, Cieplán, No.8: 1982; en coautoría con Isabel Torres, Discusiones entre honorables (Flacso: 1986). En eso coincidimos con la hipótesis de Juan Carlos Gómez, La frontera de la democracia (Lom: 2004). Tal es la tesis para el siglo XIX de Alfredo Jocelyn–Holt, La Independencia de Chile (Madfre: 1992); El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica (Planeta: 1998). Sofía Correa, Con las riendas del poder (Sudamericana: 2005).
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alternativa proyectual. Desde nuestro punto de vista, en el “parto” vivido por la derecha en los sesenta fue el gremialismo (incluyendo a los neoliberales) el sector clave en la articulación de un proyecto y de un estilo derechista, combativo, en el más amplio sentido del término, y no los ex nacionales, liberales, conservadores o Patria y Libertad. Fueron ambas condiciones –proyecto y estilo– las que le permitieron al gremialismo–UDI enfrentar exitosamente la debacle de los ochenta y posicionarse en los noventa. Respecto de la izquierda, el principal argumento para la selección radica –como ya mencionamos– en la naturaleza ideológico–clasista de la díada izquierdas y derechas en el siglo XX, es decir, su inspiración marxista que la convirtió en encarnadora de un proyecto: el socialismo. Nuestra apreciación de una izquierda ofensiva se relaciona, precisamente, con el hecho de contar con una plataforma proyectual y no simplemente con posturas cooptativas. Su “aceptación” del orden burgués no implicó el abandono del fin perseguido, el que continuó actuando como acicate de su existencia y de su lucha política. Tras el golpe, esas convicciones no fueron socavadas, a pesar de la represión y el aislamiento. Comunistas y miristas resistieron los aires renovadores que invadieron a la izquierda chilena en el exilio y luego en Chile, insistiendo en la necesidad de enfrentar al capitalismo y luchar por construir una nueva sociedad, de corte socialista, aunque tal vez ella no pudiera materializarse de forma inmediata. El resto de la fenecida Unidad Popular renunció a sus principios ideológicos, adhirió a la socialdemocracia, abandonando su anterior identidad. Fue ese proyecto socialista el que colapsó en los ochenta en medio del derrumbe de la Unión Soviética y los socialismos reales, como de la consolidación del modelo neoliberal–autoritario en Chile. Tras el fin de la dictadura, el socialismo –como proyecto– no tendría cabida. La orfandad proyectual que desde entonces acompaña a la vieja izquierda del siglo XX la ha convertido en un sector marginal. Es posible que haya quienes piensen que en lugar de estar estudiando a grupos políticos de escasa proyección en el Chile actual, sería mejor dedicarse a quienes sí definieron los lineamientos de la transición, como fueron la Democracia Cristiana, el ex MAPU y el Partido Socialista, todos renovados. Ello, sin embargo, escapa al eje conductor de esta investigación que se propuso estudiar la decadencia de partidos claves en lo que fue el proceso de democratización social y política del siglo XX y cuyo accionar –supuesto y real– ha cumplido un papel crucial en los derroteros seguidos por el ciclo revolucionario, como aquellos que ofrecieron una plataforma proyectual a la dictadura. Invitamos a otros historiadores a asumir a los otros exponentes del sistema partidario cuajado en los años ochenta. La hipótesis general que permea este texto, de alguna manera se despliega a lo largo de cada estudio monográfico. En efecto, mientras los referidos a la izquierda buscan explicar su colapso político–ideológico y las apuestas por una opción militarista, consensuada en los ochenta, los relativos a la derecha UDI tienen como propósito analizar su naturaleza partidaria y las estrategias desarrolladas para copar nuevos sectores sociales, tratando de
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comprender la lógica y los modelos perseguidos. A la vez que unos dan cuenta del ocaso de uno de los ejes, los otros auscultan el ascenso de su contrario, el cual, por cierto, ya estaba dando vida a una nueva díada. En otras palabras, con la cuasi desaparición de la izquierda del siglo XX, la díada izquierda–marxista vs derecha–capitalista perdió su sentido; a la vez que el sistema se reformulaba con una “izquierda” socialdemócrata (no marxista) y una derecha neoliberal. Es este nuevo delineamiento el que ha llevado al escepticismo respecto de la validez de esas categorías. Como en otras ocasiones, la historia del comunismo chileno ha sido abordada por el historiador Rolando Álvarez, experto en el tema, quien en los últimos años se ha dedicado a reconstruir la historia de ese partido desde mediados de los años sesenta, buscando comprender la cultura política comunista chilena y el papel por ella jugado en el carácter de ese sector. Ha desentrañado los avatares vividos bajo la dictadura, tanto en Chile como en el exilio, para concentrarse en el estudio que presenta en este libro en la opción que incluía el factor militar en la lucha política en el marco de la crisis y de las Jornadas de Protestas desatadas desde 1983. En ese sentido, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez se encuentra en el centro del análisis, aunque el interés del autor sobrepasa a dicho aparato. A diferencia de ocasiones anteriores, Álvarez no recurre esta vez a los testimonios orales, sino se nutre de documentación partidaria. Es, en ese sentido, una historia interna, pero quizá no íntima. Por su parte, el ocaso del MIR es asumido por los historiadores Julio Pinto y Sebastián Leiva, quienes fueron los encargados de hacer una reconstrucción –no total, por cierto– de los derroteros seguidos por dicha colectividad, en el ojo del huracán de la lucha política desde comienzos de los años setenta. En este caso, han buscado mostrar una cara más amplia de esa experiencia, escudriñando su área más política, dejando de centrarse exclusivamente en el carácter militar mirista, como ocurre en la mayoría de los trabajos existentes. No obstante ello, el peso de lo militar no pierde su centralidad. Es una historia basada en material documental como en entrevistas, sacando a la luz la complejidad de quienes optaron por esa alternativa política y las distintas “sensibilidades” que existían en su interior, abriendo una mirada donde lo militar pasa a ser un componente más del partido. Los trabajos acerca de la UDI fueron asumidos por quien escribe esta Presentación, dedicada durante toda su carrera a la historia política del siglo XX chileno y especialmente a los sectores de la derecha, ya fuera en su versión nacionalista, militar o propiamente política. En esta oportunidad completo el estudio del gremialismo, del cual ya he abordado los períodos de los sesenta como los primeros siete años del régimen militar. En los ochenta –que es la etapa presentada aquí– analizo la creación del partido UDI, sus lógicas y su presencia en el proceso de rearticulación del sistema de partidos. Asimismo, evalúo el trabajo político del gremialismo en el mundo popular poblacional, ajeno hasta entonces de un sector como la derecha, escudriñando el carácter de la lucha emprendida en esos terrenos.
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En esta oportunidad hemos incluido el ámbito cultural de la relación entre izquierdas y derechas –en este caso la música–, que ha estado a cargo de la Licenciada Karen Donoso, quien se está especializando en esa área historiográfica. Este trabajo permite percibir el proceso analizado en este texto –de ascensos y ocasos– a través de los planteamientos y pugnas culturales de ambas tendencias. A pesar de que este libro se concentra en los años ochenta, en el caso de este trabajo, la autora excedió ese marco temporal, abarcando toda la dictadura, pues ello resultaba necesario para el despliegue completo de su hipótesis. El libro termina con un breve Epílogo, el cual evalúa los derroteros seguidos por las corrientes analizadas desde la década del noventa, auscultando su naturaleza. En la redacción de esta sección participó todo el equipo de investigación. El libro se articuló siguiendo una cierta lógica, esto es, partiendo con quienes parecían tener la iniciativa política y quienes aparentemente pasaban a la defensiva. De acuerdo a eso, el libro comienza con la irrupción del Partido Comunista y su brazo armado, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, el cual parecía demostrar estar plenamente vigente, en condiciones de desafiar a la dictadura y volver a conectarse con sus bases sociales. Las Protestas ofrecieron el contexto preciso para el renacer comunista. En segundo lugar, el texto analiza el caso del MIR, también sumergido en los reactivados movimiento sociales del período y en el clima de insubordinación social que acompañó a la crisis del modelo económico de la dictadura. En seguida nos abocamos a la derecha, la transformación del gremialismo en un partido político, la UDI, en un momento en que tal sector parecía tremendamente acosado por el impacto de la crisis económica, pasando aparentemente a la defensiva. El capítulo analiza mitos y realidades de esa apariencia. En cuarto lugar, nos sumergimos en la relación de la UDI con el mundo poblacional, terreno en el que comenzó a incursionar políticamente en forma deliberada y planificada por primera vez un partido de derecha, evaluando sus estrategias y logros. El libro finaliza con una visión conjunta de ambas tendencias desde el punto de vista cultural–musical, el cual reproducía las pugnas identitarias, de cultura política, como de proyectos. Una vez más quisiéramos agradecer a numerosas personas e instituciones que hicieron posible este trabajo. En primer lugar, al personal de la Biblioteca Nacional, sin cuya ayuda sería muy difícil el acceso a valiosas fuentes, especialmente a Liliana Montecinos y Jaime Román, del Salón de Investigadores; a don Fernando Castro, anterior jefe de la sección Hemeroteca y a todo su personal, especialmente a Juan José; a doña Elda Opazo, anterior jefa de la sección Periódicos y a todos sus funcionarios, especialmente a Danilo y Fabián. Al Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz por su colaboración con el trabajo de Rolando Álvarez. A Pedro Naranjo, a cargo del Centro de Estudios Miguel Enríquez en Suecia por permitirnos acceder a folletos y documentos relativos al MIR, como también a Carolina Trejo, del Fondo Eugenio Ruiz–Tagle. Un agradecimiento a todos quienes nos facilitaron documentos, prensa, folletos, como quienes estuvieron dispuestos a ofrecer su testimonio
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en la experiencia del MIR. Un especial reconocimiento por su generosidad al periodista Abraham Santibáñez, quien siempre ha mostrado la mejor disposición para debatir acerca de la historia reciente chilena, como asimismo para facilitarnos material, en este caso audiovisual. Por último, agradecemos a la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT), la cual a través de su Programa FONDECYT hizo posible esta investigación, financiando el proyecto No.1040003, “Izquierdas y derechas. Una historia inversa, 1965–1988”, a cargo de quien escribe esta Presentación. Este libro, como ya se ha explicado antes, concluye una etapa de tres años de trabajo conjunto de este equipo de investigación. No podría terminar estas líneas que traducen una maravillosa experiencia sino con un “hasta siempre”. VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE
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CAPÍTULO I “AUN TENEMOS PATRIA, CIUDADANOS”. EL PARTIDO COMUNISTA DE CHILE Y LA SALIDA NO PACTADA DE LA DICTADURA (1980–1988) ROLANDO ÁLVAREZ VALLEJOS
Existe consenso entre algunos politólogos en señalar que la experiencia de lucha militar contra la dictadura fue un factor negativo para la recuperación de la democracia9. Sus promotores, principalmente el Partido Comunista, habrían seguido un camino de radicalización política que se convirtió “en un factor perturbador” al interior de la oposición, producto de enfatizar “su teoría marxista–leninista”, su “extremismo” y la promoción de “acciones terroristas”. De esta manera, la opción “militarista” del PC durante los ochenta le habría imposibilitado ser parte de la estrategia unitaria del resto de la oposición10. En resumen, la aplicación de la Política de la Rebelión Popular de Masas [PRPM] solo retrasó lo que Manuel Antonio Garretón llamó “el proceso de aprendizaje político” de la oposición, que implicaba reconocer la inviabilidad de derrocar a la dictadura y la necesidad de pactar con ella el retorno a la democracia. Junto con lo anterior, estos autores han enfatizado el cambio “negativo” que tuvo el PC durante estos años, pues el asumir formas de lucha armada lo habría alejado de su estilo político sensato y moderado, base que le había permitido convertirse en un actor político relevante durante más de cuarenta años de historia política chilena. Como lo han señalado algunos historiadores, ha primado en la historiografía sobre este periodo una versión maniquea, que contrapone a los autoritarios (dictadura y opositores “militaristas”) con la oposición democrática, moderada y realista (la actual “Concertación” que gobierna Chile desde 1990). Esta versión ocultaría que su opción implicaba una proyección de la institucionalización de la dictadura y el inicio de una “eterna transición” a la democracia11. En una línea similar a la anterior, que no establece a priori cuál estrategia opositora era mejor (la “pactada” o la “insurreccional”), se le ha criticado a esta última opción y derechamente al PC, que su estrategia fue aplicada fuera de tiempo, cuando la 9
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Por ejemplo Carlos Huneeus, El régimen de Pinochet (Sudamericana, 2000); Enrique Cañas Kirby, El proceso político chileno en Chile. 1973–1990 (Editorial Andrés Bello, 1997) y Manuel Antonio Garretón, op. cit. Las dos primeras citas corresponden a Cañas y las dos siguientes a Genaro Arriagada, Por la razón o la fuerza. Chile bajo Pinochet (Editorial Sudamericana, 1998) y Ricardo Yocelevsky, Chile: partidos políticos, democracia y dictadura (Fondo de Cultura Económica, 2002). Esto es señalado en la obra de Sofía Correa y otros Historia del siglo XX chileno (Editorial Sudamericana, 2000).
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posibilidad de derrocar a Pinochet mediante las “protestas” no era viable, puesto que éste había logrado controlar su momento político más débil, entre 1983 y 1984, cuando se produjeron las primeras movilizaciones masivas contra su régimen. Por otro lado, antiguos dirigentes políticos de izquierda, que durante los ochenta representaron posiciones antagónicas a las del PC, han planteado hoy que el factor armado contra Pinochet fue un aporte más para coadyuvar al retorno a la democracia en Chile12. La historia política de Chile durante el ciclo 1983–1986 está indisolublemente ligada a la aparición de las Protestas Nacionales, aquel multifacético movimiento opositor contra la dictadura en donde destacaron formas armadas de resistencia en su contra. Generalmente considerado como el “antecedente” previo para la posterior salida pactada de la dictadura, se desestima la posibilidad que a través de esa vía se haya podido terminar con el régimen militar. Es más se ha considerado al método armado como un factor que ayudaba a la estrategia confrontacional de Pinochet para perpetuar su mandato. En síntesis, la lucha armada contra Pinochet no habría sido más que cosa de minorías, ajenas al resto de la población. Por su parte, las investigaciones que han abordado las expresiones más radicales de resistencia contra la dictadura, no conectan las organizaciones populares de base que las llevaban a cabo con los grupos armados de izquierda13. Asimismo, los estudios dedicados a las trayectorias de estas agrupaciones durante los ’80 en Chile, se concentran en rescatar los testimonios orales de sus integrantes, lo que los aproximaba a la perspectiva de trabajos de “memoria histórica” y/o “historia militante”, o a realzar solo la discusión política en la que se desenvolvieron14. 12
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Tomás Moulian, Chile actual. Anatomía de un mito (Lom, 1997) y Jorge Arrate, “La historia del Partido Comunista de Chile y los desafíos de las izquierdas en el Chile de hoy”. Alternativa nº 24, 2006, respectivamente. Por ejemplo Guillermo Campero Entre la sobrevivencia y la acción política. Las organizaciones de pobladores en Santiago (ILET, 1987); Varios autores, Los movimientos sociales y la lucha democrática en Chile (Seminario CLACSO–UNU, 1985); Eduardo Valenzuela, La rebelión de los jóvenes (un estudio de anomia social), (Ediciones SUR, 1984) y José Weinstein, Los jóvenes pobladores en las Protestas Nacionales (1983–1984). Una visión sociopolítica (CIDE, 1989). Ejemplo de trabajos que enfatizan el testimonio oral son Verónica Huerta, “Los veteranos de los años 80. Desde fuera, en contra y a pesar de la institucionalidad”; Mariano Idini Flores, “Detrás de cada combatiente, un sujeto cotidiano: motivaciones, afectos y emociones en el proyecto rodriguista”. Seminario de Licenciatura en Historia, Universidad de Chile, 2005; Catalina Olea, “La cultura rebelde: soportes, construcción y continuidad de la rebeldía (MIR y FPMR, 1983–1993)”. Seminario de Licenciatura en Historia, Universidad de Chile, 2005. Entre los centrados en la discusión política Hernán Vidal, Frente Patriótico Manuel Rodríguez. El tabú del conflicto armado en Chile. (Mosquito Editores, 1995); María Antonieta Mendizábal, “La política de Rebelión Popular en la década de los 80. Debate interno del Partido Comunista”. Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad de Chile, 1999 y Luis Martínez, “El Frente Patriótico Manuel Rodríguez, 1980–1987”. Tesis de Licenciatura Universidad de Santiago, 2004. Una visión distinta a estos trabajos, pues rescata las dos dimensiones, es decir tanto la discusión y la acción política, Viviana Bravo, “Rebeldes audaces. Pasajes de (Continúa en la página siguiente)
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Por ello, es una tarea pendiente hacer una especie de historia social de la resistencia militar de masas contra la dictadura. Para entender la evolución en la línea política del PC y del accionar del FPMR, es indispensable conocer su inserción en el movimiento real de la lucha social que el país vivió durante el periodo 1983–1986. La lógica interna de sus actuaciones era heredera del fundamento político que habían originado las “acciones audaces” a principios de 1981, a saber, su carácter de masas. De acuerdo a nuestro planteamiento, la cultura política del PC se transformó durante este período producto de la incorporación del factor militar. Sin embargo, existió una línea de continuidad con sus tradiciones políticas (“el recabarrenismo”), expresado en la inserción e influencia de masas que el PC obtuvo en esta época, a pesar que supuestamente el promover formas violentas de resistencia contra la dictadura lo deberían haber conducido a abandonar o minusvalorar el trabajo de masas. En este sentido, no planteamos un supuesto éxito a priori de la PRPM producto de su acogida entre “las masas”. En cambio, afirmamos que el sentido de la acción política del PC, y más aun, su práctica, se basaba en el tradicional pragmatismo de los comunistas, en su preocupación por resolver problemas domésticos o prácticos de las personas, en ocupar espacios legales cuando los hubiera, pero, producto de la época, con fuerte énfasis en la lucha ilegal, lo que le permitió tener influencia en las organizaciones sociales15. En este capítulo analizaremos la evolución de la línea del PC y lo contrastaremos con el accionar de sus aparatos militares, incluido por cierto el FPMR. Nos interesa resaltar las tensiones que produjo la combinación entre el trabajo militar y el trabajo de masas, originado en lecturas distintas del proceso político chileno. Estas diferentes lecturas estuvieron en la base de la división del FPMR y, un par de años más tarde, en la crisis de 1990 en el PC. Desde nuestra óptica, la PRPM implicó evidentemente una transfiguración de la identidad y la cultura política del PC, pero en ningún caso una tabula rasa de ella. Por el contrario, su arraigo en sectores en donde tradicionalmente había sido fuerte el PC previo a 1973 (trabajadores organizados, pobladores y estudiantes) lo convirtió durante los años ‘80 en un partido de masas y un actor político –para bien o para mal de muchos– indispensable dentro de la arena política nacional)16. Sin embargo, la PRPM sí provocó fuertes tensiones dentro del partido, especialmente al interior de la Dirección comunista, larvándose una crisis interna que se desató cuando en 1987 se hizo evidente la imposibilidad de derrocar a Pinochet. De
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la resistencia contra la dictadura en Chile. El caso del Partido Comunista. (1973–1986)”. Tesis de Maestría en Estudios Latinoamericanos, UNAM, México, 2007. Un intento de demostrar este planteamiento, centrándonos en el caso del movimiento estudiantil de la enseñanza media durante los ochenta, lo hicimos en el artículo “Juventudes Comunistas de Chile y el Movimiento Estudiantil Secundario: Un caso de radicalización política de masas (1983–1989)”, Alternativa nº 23. Este planteamiento lo hemos desarrollado en nuestra tesis doctoral aun inédita, “La Tarea de las Tareas: Luchar, unir, vencer. Tradición y renovación en el PC de Chile (1965–1990)”. Tesis para optar al grado de Doctor en Historia, Universidad de Chile, 2007.
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esta manera, la crisis que vivió el PC entre 1987–1990 no fue solo coyuntural (fracaso de una estrategia política) sino que estratégica, en donde estuvo en juego el carácter y el futuro del PC dentro del sistema político chileno, es decir, en el fondo, su viabilidad histórica.
1. La construcción de un aparato militar: los orígenes del FPMR (1980–1983) Los orígenes de la política militar del PC se remontan a la derrota de la Unidad Popular y la necesidad de reflexionar sobre cómo terminar con la dictadura militar. Cuando en la Dirección del PC se impusieron las tesis que darían origen a la PRPM –fines de 1979, principios de 1980– los comunistas tenían algunos avances en el diseño de la política militar)17. A partir de esta última fecha, la Comisión Militar del PC, ubicada entonces en Berlín Oriental, se abocó al diseño político y orgánico para implementar en terreno la política militar del PC. Un documento de la Comisión Militar del PC partía del supuesto de que había que subir el estado de ánimo de las masas luego del Plebiscito de 1980, generando una “ofensiva popular” que debía “traducirse en cambios en el contenido y formas de la lucha, que expresen la resistencia activa de las masas a la acción de la dictadura”. En este sentido, se resaltaba que había que pasar a la ofensiva “desbordando resueltamente los marcos en que la “institucionalidad” fascista pretende encerrar al movimiento de masas”18. Así, la violencia debía funcionar como un factor desencadenante de una nueva dinámica política, en donde el “movimiento popular” tuviera la iniciativa política. Para ello, según este informe de la Comisión Militar, era fundamental entender que una vez generada la “crisis nacional política” de la dictadura, ésta caería solo si las fuerzas opositoras contaban con “la fuerza material capaz de derribarla”19. Para comprender sin caricaturas este punto, esta tesis se fundamentaba en que todas las fuerzas políticas contaban con un factor militar: la dictadura con las fuerzas armadas; la Democracia Cristiana había propuesto a través de Eduardo Frei un “pacto social”, que insinuaba –según lo querían ver los redactores de este documento– un pacto DC–militares, originando una salida como la de El Salvador, en donde la DC gobernaba con el beneplácito de las fuerzas armadas. En este contexto, ¿cuál era el factor militar del PC? La Comisión Militar proponía una fórmula para construirlo.
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Al respecto, Verónica Valdivia, Rolando Alvarez y Julio Pinto, op. cit., cap.3; Rolando Alvarez y Viviana Bravo, “La memoria de las armas. Para una historia de los combatientes internacionalistas chilenos en Nicaragua”, en Lucha armada en la Argentina, nº 5, 2006. “Las acciones de violencia material armada y no armada y el probable curso del proceso político”. Septiembre de 1980, p.1. Ibid., p.3.
Basada en los estudios militares de los setenta, la Comisión Militar proponía que la llamada “fuerza militar revolucionaria” del PC provendría de tres vertientes fundamentales: una fuerza militar regular propia de los comunistas; sectores ganados (y/o neutralizados) en contra de la dictadura y los “destacamentos de las masas armadas”. Estos tres aspectos fueron la columna vertebral de la Política Militar del PC durante la década de los 80. Para tener éxito, la construcción del factor militar de los comunistas debía ser de masas, y por eso reconocían que un obstáculo muy importante era que “en nuestro país no existen, salvo contadas excepciones, tradiciones populares de resistencia armada. Por lo mismo, es muy limitada la experiencia de las masas en este terreno. Por ello, no existe la tendencia popular a resolver por medios y formas de violencia armada los conflictos de clase”)20. De este modo, el plan de acciones que proponía la Comisión Militar era ascendente, desde lo más elemental en dirección a otras cada vez más complejas. Esto debía ir unido a una estrategia que justificara y popularizara la violencia popular ante –según decía la propia Comisión Militar– las poderosas fuerzas que la rechazaban (Democracia Cristiana, Iglesia Católica), en el marco de un pueblo mayoritariamente cristiano. De ahí que se propusiera la siguiente fórmula –posteriormente ampliamente reproducida por el PC y el FPMR– para justificar la violencia revolucionaria: “La doctrina Social de la Iglesia, ya desde Santo Tomás de Aquino establece que la rebelión es legítima en ciertas condiciones. ¡Una de ellas es que ‘exista un exceso de tiranía’!”21. A continuación, la Comisión Militar planteaba una “hipótesis de guerra”, que partía de la premisa de construir un “ejército revolucionario” (idea que no cursó posteriormente en el PC). Para llevar a cabo esta tarea, se tenían en cuenta una serie de condicionamientos, como el carácter montañoso del país, su perfil urbano, la tradición de lucha de masas de la clase obrera chilena, la influencia de la Iglesia Católica y la impopularidad de la violencia de la lucha popular armada. La hipótesis de guerra intentaba tener en cuenta estos factores para llegar a la siguiente definición: “Acciones de hostigamiento (político, económico y militar), que efectuadas por las masas populares… se desarrollan en distintas etapas… en que se combinará el uso de formas armadas y no armadas de lucha contra el enemigo principal; y que apuntan –cuando el auge de la lucha de masas lo posibilita– hacia la insurrección popular armada en las ciudades de Santiago, Valparaíso y Concepción, con miras a tomar el poder y el control de los centros fundamentales del país... la insurrección armada... será acompañada de enérgicas acciones guerrilleras… a través de todo el país”22. Todo esto, en un marco en donde las fuerzas armadas regulares estuviesen viviendo un fuerte grado de “diferenciación”, ganándose para el bando revolucionario o neutralizando a importantes sectores dentro de sus filas. 20 21 22
Ibid., p.10. Ibid., p.12. Ibid., p.17.
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Para iniciar el trabajo militar, el informe de la Comisión proponía dos etapas. La primera contemplaba acciones de “hostigamiento”, armado o no armado, para ganarse la simpatía popular, subir el estado de ánimo de las masas (“Pinochet no es invulnerable”), incentivándolas a la movilización y haciendo visualizar que las acciones paramilitares podían ser parte importante para lograr sus objetivos políticos. Las acciones de esta primera etapa destinadas a desestabilizar al régimen eran descritas en otro documento: “tacos de tráfico urbano y rural; siembra sistemática de ‘miguelitos’ que afecten a sectores pro–fascistas (en estacionamientos de supermercados, calles del barrio alto, etc.); aviso de explosivos en bancos, cines elegantes, boites, que obliguen a evacuarlas o suspender sus actividades; incendios menores (basureros en el centro de Santiago), bombas pestilentes en lugares de reunión de la alta burguesía (Club de la Unión, Casino de Viña, etc.)”23. Pero junto con ello, se proponía la formación de un “comando centralizado” que realizara acciones de mayor nivel, como represalias contra símbolos del abuso de poder (empresarios, militares, decanos que pidan expulsiones de alumnos, etc.); acciones de propaganda armada (tomas de radios y televisión por ejemplo) y acciones de sabotaje (corte de oleoductos, plantas telefónicas y cortes de energía eléctrica “reiterados”). La segunda etapa era poco desarrollada en los documentos de la Comisión Militar, porque ya la acciones propuestas para la primera implicaban un grado de desarrollo que el PC todavía no contaba. Es más, la propia Comisión Militar reconocía que “no estamos en condiciones de realizar acciones de comando centralizado hasta septiembre del próximo año”24. Con todo, se dejaba abierto el desarrollo de esta segunda etapa, dependiendo del estado de ánimo de las masas, pero si la lucha iba en alza, se pensaba en “huelgas políticas de carácter regional, nacional o por ramas de la producción” y la incorporación a la actividad opositora de “nuestra fuerza militar propia”25. Uno de los últimos acápites del informe de la Comisión Militar posteriormente tuvo vastas consecuencias. Al definir la forma de funcionamiento de los “comandos centralizados”, proponía que “las operaciones abiertas no se realicen en nombre del Partido, para cuidar la actividad de los cuadros legales del interior, que aparezcan ejecutadas por un movimiento único en todo el país, que adopte el nombre de alguna personalidad histórica”. La idea era que este movimiento tuviera una convocatoria más allá de los comunistas, y se convirtiera en un organismo masivo: “La popularidad de las acciones de este movimiento (cuyo nombre hay que determinar) puede hacer que en etapas posteriores, al alcanzarse niveles superiores de lucha, mucha gente –sobre todo jóvenes– se organicen espontáneamente y se
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“Cuatro aspectos centrales del desarrollo de la Primera etapa”. Comisión Militar, octubre de 1980, p. 3. Ibid., p. 3. “Las acciones de violencia material armada y no armada…” op. cit., p.21.
sientan integrantes del movimiento, tal como sucedió en Nicaragua con los sandinistas”26. Evidentemente, que este fue el origen del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, fundado casi exactamente tres años más tarde. El no reconocimiento de éste como brazo armado del PC tuvo esta doble explicación, es decir, la represión sobre los dirigentes públicos y lograr una convocatoria amplia. Sin embargo, con el tiempo esta medida de negación de la paternidad incubó un malestar entre sus integrantes, desdibujándose en muchos la identidad comunista. Además, la creación de un brazo armado con cierta dosis de autonomía, según señalaban otras experiencias históricas, inevitablemente terminaba en divisiones y quiebres. El PC estaba plagado de polémicas internas, de indecisión en algunos de sus máximos dirigentes, quienes no estaban dispuestos a transformar al Partido en una organización político–militar, como el PC salvadoreño. Es decir, la opción de crear un brazo armado apareció como la única viable dentro de una Dirección política en donde la unanimidad en torno a la importancia y perspectivas del trabajo militar no existía. De esta manera, a fines de 1980 se comenzaba a hablar en Chile del “Frente 17”, llamado posteriormente “Frente Cero”, encargado de realizar las primeras “acciones audaces” en el país. De acuerdo a la visión política del Equipo de Dirección Interior del PC, encabezado por Gladys Marín, la crisis económica que comenzó a azotar al país desde 1981, generaba condiciones de ascenso de la lucha social, la que debía ser acompañada por las “acciones audaces” con los objetivos ya señalados. Producto de la aprobación de la nueva legislación laboral y la naciente crisis económica, el movimiento sindical se mostró activo durante 1981. En abril de ese año, los nueve sindicatos del mineral El Teniente votaron la huelga por estar en desacuerdo con la última oferta de la empresa, conflicto que se extendió por 40 días. Esta huelga fue “extremadamente combativa…”, e incluso se pensó que “podía desencadenar un proceso que fuera más allá de los límites de la negociación colectiva, para transformarse en un desafío político al Plan Laboral”27. Finalmente, ante la posibilidad de que se cumplieran los 60 días legales de huelga y CODELCO pudiera contratar nuevos trabajadores, la huelga se bajó. Por ello, según Campero y Valenzuela, “la impresión que permaneció posteriormente en la opinión sindical y en los analistas laborales fue que el movimiento había sido derrotado por el gobierno”28. Es decir, si un sector con una organización sindical fuerte y de la que dependía una actividad económica estratégica no pudo doblarle la mano a la autoridad, difícilmente lo podrían hacer otras organizaciones sindicales de menor influencia económica en el país. De alguna manera, la huelga de El Teniente en 1981 anunciaba que el movimiento sindical no podría ser el protagonista de la “rebelión” contra la dictadura. 26 27
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Citas en Ibid., p.23. Guillermo Campero y José Valenzuela, El movimiento sindical chileno en el régimen militar chileno, 1973–1981 (ILET, 1984). p. 335. Ibid., p. 336.
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Sin embargo, la Dirección interior del PC prefería en ese entonces enfocar su análisis en la disposición de los trabajadores a pelear por sus derechos, que demostraba según ellos “el estado de combatividad de las masas”, y, por ende, la pertinencia de las “acciones audaces”. En el caso de la huelga del carbón, se resaltaba que durante su realización, “solo en San Miguel había más de 15 conflictos sindicales y la Constramet atendía más de 22 conflictos metalúrgicos”29. El entusiasmo por la huelga en la gran minería del cobre era evidente: “Hubo un alto grado de combatividad que se expresó en las asambleas, en los mítines, en los desfiles con enfrentamiento con la policía, en las huelgas de hambre, en los cacerolazos y manifestaciones de las mujeres… se produjo la unidad obrero–estudiantil, a través de acuerdos firmados en liceos y facultades universitarias… se dio la más amplia solidaridad, no solo de la clase obrera. Participaron muchos sectores de profesionales, artistas, comerciantes...”. En definitiva, para el Equipo de Dirección Interior (EDI) del PC, “la huelga de El Teniente demostró que está viva la conciencia de clases y el deseo de luchar contra la dictadura, más aun, en un lugar dirigido hasta ahora por elementos profascistas”30). Junto a la evaluación de este conflicto, se enumeraban otros ejemplos de “lucha de masas”, que ratificaban la conclusión sobre la existencia de un ascenso de ésta. Sin dudas, especialmente basados en la mirada retrospectiva, es fácil calificar estos análisis como exagerados. La lógica del EDI era que al descontento de la mayoría del país, le faltaba el impulso para manifestarse, el ánimo para atreverse a alzar la voz. Por lo tanto, el papel de la “vanguardia” (o sea el PC), era ayudar a generarlo. No se debía ser pesimista ni alarmista. El gran problema de esta postura era que, con el afán de “elevar el estado de ánimo de las masas”, el análisis de la realidad era incompleto y no se terminaban de evaluar con “cabeza fría” algunos hechos, como el debilitamiento del movimiento sindical, la despolitización de importantes sectores de la sociedad, la lejanía de un acuerdo unitario de los partidos opositores, etc. Basados en este contexto de supuesto auge de la lucha de masas, el EDI describía el desarrollo de las “acciones audaces” durante 1981. La descripción llamaba la atención sobre su diversidad, en donde la “audacia”, se mezclaba con la guerra psicológica: “No hay día que no se realice un llamado telefónico anunciando la colocación de una bomba… o que (se) propague algún rumor, como fue por ejemplo, el cáncer de la Lucía Pinochet que tuvo que desmentir públicamente por prensa y radio”31). Otras acciones eran rayados callejeros, de propaganda durante los partidos de la selección chilena de fútbol en los partidos eliminatorios al mundial de España, lanzamiento de volantes en el metro, supermercados y cines, etc. Otra actividad realizada en el invierno de 1981 fue la “planchatón”, basada en la teoría que si se aumentaba el consumo de energía eléctrica al máximo, se podía generar 29 30 31
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“Lucha de masas y nuevas forma de combate. Año 1981”. p. 1. Ibid., p. 2. Ibid., p. 5. Se refiere a Lucía Hiriart, esposa de Pinochet.
un corte de luz. Un lugar central ocupó la acción realizada el 18 de febrero de 1981 por el “Comando Manuel Rodríguez”, que anunció bombas, detuvo el tráfico, entrevistas con los artistas: “Efectivamente se creó un ambiente de tensión, desalojaron hoteles, discoteques y la propia Quinta Vergara. Aumentaron considerablemente las medidas de seguridad para artistas y periodistas extranjeros…”32. Lo que importaba destacar en este informe, y podríamos decir que era su tesis implícita, era que junto al supuesto ascenso de la protesta social, las acciones audaces generaban simpatía en la población, ayudando a generar un clima para que aumentaran las manifestaciones contra la dictadura. Como terminaba diciendo el propio informe, “no hay dicotomía entre lucha de masas y lo que se ha llamado acciones audaces. Todo es lucha de masas, la vanguardia muestra el camino, produce la experiencia, pero son las masas las que luchan por diversos medios, por huelgas, manifestaciones, acciones de sabotaje, actos de audacia”33. En 1982, un informe de la Comisión Militar del interior daba cuenta de la instalación de numerosas cargas explosivas en torres de alta tensión, pero sistemáticamente cada una de ellas fracasó. Si bien se registraban acciones audaces de un nivel distinto a las de 1981 (quema con bombas molotov de dos camiones del ejército, cortes de luz con “cadenazos”, etc.), y se registraban avances (creación de estructuras militares en los Comités Regionales), todavía el frente militar del PC no daba su “gran golpe”, lo que al parecer hacía cundir el desánimo en los grupos operativos, nombre que recibieron los “comandos centrales” de los que hablaba el informe de 1980 de la Comisión Militar en Berlín34. El debate en ciernes, luego de lo que se consideraba había sido un promisorio año 1981, era el mismo que se daba entre el interior y el exterior: ¿cuál iba a ser la proyección del Frente Cero? ¿Continuar con el tipo de acciones descritas más arriba, entendidas como meras “calentadoras” de la lucha de masas?, ¿o “elevar” cada vez más el nivel de las acciones, en una perspectiva estratégica basada en una salida de corte insurreccional? En el horizonte se comenzaba a plantear cuál iba a ser el papel que iban a jugar los oficiales comunistas formados en Cuba y Bulgaria. La situación de los militares comunistas abrió otro foco de conflicto entre el EDI y el segmento exterior de la Dirección del PC. En efecto, hacia 1982–83 se configuró un nuevo vértice de conflicto interno dentro del PC, ubicado geográficamente en Cuba, lugar en donde se concentraban los militares comunistas chilenos. Comprender a cabalidad lo ocurrido en La Habana justo antes del nacimiento oficial del FPMR (diciembre de 1983), es fundamental para entender su posterior fractura. La crisis que estalló en el Aparato Militar del PC en Cuba fue un subproducto de la pugna 32
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Ibid., p. 7. Una descripción de las vivencias y acciones de esta primera época de la actividad militar del PC, en Bravo, op. cit. Segunda parte. “Lucha de masas y nuevas formas de combate. Año 1981”, p. 8. “Informe Comisión Militar. 1982”, p. 8.
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no resuelta entre el EDI y el Segmento Exterior. El origen de la crisis la relata César Quiroz, formado como militar en Bulgaria y testigo de la crisis de 1983. Según él, ella “tenía que ver con el hecho de que el Partido no tenía claro qué hacer con la gran cantidad de cuadros que ya se habían formado”. Junto a otros, Quiroz venía desde Bulgaria pensando que su destino final era Chile, “pero no estaba en los cálculos del Partido el retorno de los oficiales a Chile. Por lo tanto en Cuba se empieza a dar una gran acumulación de militares chilenos: los que regresaban de Nicaragua, los que iban saliendo de las escuelas, los que veníamos de Bulgaria”. Este numeroso contingente (más de 200 oficiales), creó una fuerte tensión producto de sus deseos de incorporarse a la lucha contra la dictadura35. De acuerdo a la interpretación de Quiroz, los bandos en conflicto eran la postura “del Partido”, representada por Jacinto Nazal –integrante del CC del PC– y, por otro lado, la defendida por el oficial Galvarino Apablaza (posteriormente conocido como “Comandante Salvador”). Nazal se oponía al envío a Chile de los oficiales y Apablaza era vocero del clamor de sus pares por reingresar lo antes posible al país. Sin embargo, la problemática de fondo era más compleja que la descrita por Quiroz. En efecto, Nazal estaba en contra del ingreso a Chile de los oficiales, pero por razones muy distintas a las que argumentaba el Segmento Exterior. Si estos se oponían a este hecho, se debía básicamente a que aun no estaban por definir un desarrollo “superior” de la política militar del PC, y probablemente vieran en el ingreso de los jóvenes oficiales comunistas, el peligro de fortalecer las tendencias “militaristas” o “ultraizquierdistas” del EDI. Por su parte, Nazal se negaba al reingreso a Chile porque era un feroz crítico frente a dos situaciones: ante las vacilaciones al interior de la Dirección del PC, reflejado en que carecía de una elaboración estratégica del papel del factor militar en la política del Partido y también crítico de los ritmos de implementación de la política militar dentro de Chile. En resumen, Nazal veía en el regreso a Chile de los oficiales el riesgo de su dispersión orgánica, de un sacrificio inútil en un escenario (guerrilla urbana) para el que no estaban preparados y, en definitiva, la disolución del trabajo militar por parte de la Dirección del PC: “la contradicción es que yo digo y sostengo hasta ahora, que el Partido Comunista no estaba por la vía armada y que a estos “cabros” (los oficiales) los iban a hacer mierda aquí adentro…el PC no tenía resueltas las cosas, históricamente había una confusión en la Dirección....”36. Por ello, Nazal planteaba que los oficiales se quedaran en Cuba para continuar su carrera militar, en vistas a generar un cuerpo de militares de alto rango que permitieran pensar a futuro un nuevo ejército en Chile. Es decir, en la crisis de 1983 Nazal estaba a la “izquierda” de la postura del EDI encabezado por Gladys Marín. El EDI nunca llegó a radicalizar sus diferencias con el 35
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Testimonio de César Quiroz en Francisco Herreros, Del Gobierno del Pueblo a la Rebelión Popular. Historia del Partido Comunista. 1970–1990 (Editorial Siglo XXI, 2002), p. 513. Entrevista con Jacinto Nazal 18/06/2005.
segmento exterior, lo que se manifestó en 1981 cuando accedió a renunciar a la “Perspectiva Insurreccional de Masas” a cambio de la “PRPM”, nombre de consenso de la nueva política37. Más alejado de las esferas del poder dentro del PC, Nazal y el grupo de oficiales afines a su postura, asumieron desde un comienzo una crítica radical a las indefiniciones de la Dirección comunista. Nazal respaldaba al EDI en la necesidad de definir la política militar desde una proyección estratégica, pero en el fondo, no estuvo de acuerdo en enviar a los oficiales a Chile –como sí lo quería el interior– porque no veía voluntad de toda la Dirección para implementar la política militar de manera “seria”. Si bien en 1983 su posición no contaba con el respaldo de la mayoría de los oficiales chilenos en Cuba, que estaban deseosos de volver a Chile, poco tiempo después, especialmente durante 1987, las críticas de Nazal se reprodujeron en las voces de los oficiales que hacían cabeza del FPMR. No por casualidad, Nazal ya en 1983 era criticado por la Dirección del PC por sus tendencias autonomistas. Como expresión de lo que sus críticos consideraban como sus “tendencias personalistas”, se señalaba que la conducción de Nazal del frente militar en Cuba había mostrado una tendencia a desarrollarse al margen de la Dirección38. Esta situación se repitió en 1987 y terminó con la división del FPMR. La discusión entre Nazal y el segmento exterior del PC terminó con la salida del primero de su cargo y con la derrota total de sus posiciones, ya que finalmente el EDI y el segmento exterior acordaron el ingreso de los oficiales para fortalecer la “fuerza militar propia” del Partido. Queda por aclarar ante la historia las razones de esta decisión. Las del EDI eran conocidas, pues estimaba que estaba en alza la lucha de masas; en cambio el segmento exterior no era tan optimista y veía lo militar solo como un agregado de la política del PC. Sin embargo, igualmente dio su parecer para este crucial hecho. Así, a mediados de 1983 se resolvió el ingreso a Chile de los “oficiales” a Chile39. De esta manera, las condiciones materiales y políticas para la creación del brazo armado del PC terminaban de cristalizar. Por un lado, un contexto nacional que el PC entendía abría paso a nuevas condiciones políticas, marcado por las “Protestas Nacionales”, por otro lado, al fragor de estas manifestaciones, el EDI adquirió cada vez un liderazgo mayor en el país y la nueva realidad política en 1983 parecía darle la razón respecto a que era posible que las condiciones maduraran en una “crisis nacional revolucionaria”. Las posiciones de derecha en la Dirección del PC, mayoritariamente en el exilio, perdieron fuerzas en un cuadro en donde el centro de gravedad de la política ya no estaba ni en Moscú, Berlín o La Habana, sino en Chile.
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Ver supra, p. 19 y ss. “Informe del Exterior, 31 agosto de 1983”, p. 2. Al respecto, ver detalles en Javier Ortega, “La historia inédita de nuestros años verde olivo”. Capítulo V, p. 7, en La Tercera 20/05/2001.
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De forma paralela a este proceso, entre 1981 y 1983 el debate al interior de la dirección del PC adquirió ribetes álgidos. Apenas hecho público el discurso de Luis Corvalán que incluía a la violencia política como un factor más para terminar con la dictadura, destacaron las palabras de los integrantes de la Comisión Política en el exilio Volodia Teitelboim y Américo Zorrilla, que se apresuraron en afirmar que el PC no estaba cambiando su línea política, ni se había “ultraizquierdizado” de la noche a la mañana. La “línea” del Partido solo se había enriquecido al incorporar el tema militar40. Estas y otras intervenciones posteriores del propio Corvalán, apenas disimulaban la fuerte polémica interna existente en la Comisión Política del PC. Por un lado, un sector, mayoritariamente ubicado en el exterior del país, era reacio a ver la nueva orientación como un cambio drástico hacia posturas izquierdistas. En cambio el interior, encabezado por Gladys Marín, se entusiasmaba y veía que la coyuntura política debía avanzar hacia el desarrollo de nuevas y más radicales formas de lucha contra la dictadura. Los contenidos de la discusión de 1981 son fundamentales para entender los ritmos en los cuales se movió la política del PC durante la década. Producto de las diferencias ente el segmento exterior y el interior de la Dirección del PC, se convocó al Tercer Pleno del Comité Central desde 1973. Como parte del clima de debate que existía previo al Pleno, que se realizó en mayo de 1981, el EDI publicó como documento oficial del Partido un texto redactado por Manuel Fernando Contreras, entonces encargado del Frente 17 (más tarde Frente Cero, nombre que recibía entonces el frente militar), denominado “Las nuevas condiciones de la lucha política. Cuestiones generales”, más conocido como el “libro rojo”, por los colores en que fue editado. Allí, el otrora “encargado de acciones audaces”, planteaba la existencia de un “nuevo estilo de la lucha de masas…que modifica las formas tradicionales de lucha de masas…con acciones fuertes, destinadas a elevar la disposición combativa y el estado moral del pueblo”. Por ello, las nuevas tareas políticas exigían poner “el centro de gravedad en acciones de masas, y con sentido y significado de masas, en una emergente lucha insurrecta respecto de los actuales espacios legales y de la institucionalidad vigente…”41. Entrando derechamente al debate partidario, Contreras rebatía a quienes veían lo militar como un simple “calentador” de la lucha de masas. En el fondo, rechazaba aquella visión que entendía lo militar como un mero aditivo a la línea del partido. En cambio, “las acciones a las que llama nuestro Partido son parte integrante de la lucha de masas, y arrancan de los supuestos esenciales de nuestra línea política. Por ello no son “meros arranques audaces” ni simples detonantes, sino que son parte de una perspectiva nueva del desarrollo de la lucha de clases”42. En otras palabras, se estaba planteando que la 40
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Ver el texto de Luis Corvalán Lépez, Tres períodos de nuestra línea revolucionaria (Verlag Zeit In Bild, Berlín, 1982), p. 2. “Las nuevas condiciones de la lucha política. Cuestiones generales”, en Luchando, el pueblo se abre camino a la libertad, s/e, 1981, p. 3. Ibid., p.4. Comillas en el original.
línea partidaria cambiaba, producto de las nuevas condiciones políticas, determinadas fundamentalmente por la institucionalización de la dictadura. Y la nueva línea ponía en el centro de su objetivo la lucha por la toma del poder. En efecto, las denominadas “acciones fuertes de masas” (militares), deberían ir enfocadas en una perspectiva de desencadenar una “crisis nacional revolucionaria en el país”. Así, la perspectiva estratégica hacia el poder sería la vía insurreccional y la táctica, formas de lucha diversas, de acuerdo a cómo se diera la coyuntura política: “En este sentido, no se puede confundir la perspectiva insurreccional con la lucha armada, pues ésta puede ser tanto la coronación de un estado insurreccional desarrollado del pueblo, como un factor de acumulación de fuerza y desencadenante de la crisis nacional revolucionaria (como Irán en el primer caso, o como Nicaragua en el segundo)”43. En otro texto, fechado el 10 de mayo de 1981, es decir presentado en la víspera del pleno de 1981, Contreras profundizaba los cambios que “el nuevo estilo” traía para la línea política de los comunistas. Ratificando que el principal cambio era el de las vías, pues aunque “hay vías desarmadas hacia el poder…la mayoría militar debe estar presente en todas ellas, incluidas ciertamente la vía pacífica”, Contreras era enfático en remarcar que “no se puede confundir lo armado de toda vía con la lucha armada como método principal de las masas para la solución del poder a su favor”44. Este argumento iba en contra de quienes dentro del PC acusaban al EDI de promover la lucha armada como estrategia política del Partido. En perspectiva dialéctica, Contreras argumentaba que las acciones audaces serían de masas “no por el número de sus participantes sino por su armonía con el estado de ánimo de éstas”, aludiendo a los comunistas que resaltaban que la movilización contra la dictadura era escasa y poco numerosa. Para Contreras, a nombre de la mayoría del EDI, el temor paralogizaba a las masas, razón por la cual era necesario revertir esa situación y permitir la expresión mayoritaria del pueblo contra la dictadura. Pero no bastaba solo eso, ya que para que la lucha de masas apuntara hacia la perspectiva insurreccional, debía basarse en “la capacidad de las masas de centrar su lucha fuera, en contra y a pesar de la institucionalidad fascista…(esto) debe impregnar todas las formas de lucha, incluidas las más audaces y legales”45. El planteamiento de Contreras implicaba una fórmula nueva respecto a la visualizada en los años de la línea del “Frente Antifascista”, basada en las formas de lucha tradicionales del PC. En efecto, la tesis de la “perspectiva insurreccional” colocaba en el centro no solo el fin de la dictadura, sino resolver la cuestión del poder de manera favorable a los sectores populares. Es decir, desde la crítica a la Unidad Popular (y al PC en ese tiempo), que no habría 43 44
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Ibid., p.6. Manuel Fernando Contreras, “Lo militar en la Política del Partido”, mayo 10 de 1981, p.1. Esta es una versión distinta a la publicada en Principios en 1982. Agradecemos al profesor Augusto Samaniego habernos facilitado esta primera versión. Ibid., p. 2.
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contemplado en su globalidad el problema del poder, ahora la “perspectiva insurreccional” sí lo hacía, convirtiéndose, se afirmaba, en un componente estratégico del movimiento revolucionario chileno. A través de esta vía, se resolvería en un solo momento histórico tres hitos para el movimiento popular y democrático avanzado: la caída de la dictadura, la recuperación de la democracia y un gobierno de “democracia avanzada”. Para ello, el factor militar era decisivo. De ahí que la tesis fundamental de la nueva línea política del PC –de acuerdo a lo planteado por Contreras en su escrito– era que “lo militar es parte substancial de nuestra línea política, y por ende, debe estar al centro de nuestra discusión, elaboración y práctica insurreccional del Partido”. Nuevamente poniendo el dedo en la llaga en contra de quienes se oponían a la “perspectiva insurreccional”, Contreras remarcaba la importancia de tener clara esta tesis, pues permitía “despejar el error de considerar que lo militar es una cuestión eminentemente ‘técnica’ y no primera y principalmente política”. Los argumentos de Contreras contenidos en los textos recién comentados, fueron parte importante de la materia prima de un texto firmado por Gladys Marín, que representó la postura oficial del EDI antes del pleno de mayo de 1981. Conocida como “la Pauta”, planteaba que “la perspectiva insurreccional es una línea conducente al levantamiento de masas para la toma del poder. Levantamiento de masas que irrumpen con violencia y que implica las luchas más diversas por los problemas más sentidos, pero que llevan aparejadas la exigencia del cambio de régimen….(que) adoptan las más diversas formas: salidas callejeras, paros, barricadas, sabotajes, tomas de terrenos, de industrias, enfrentamientos en las calles, huelgas, protestas… y que obligatoriamente van a recurrir a formas de lucha armada…”46. Además de resaltar la importancia del carácter de masas de las “acciones audaces” y la importancia de la unidad, la “pauta” era singularmente dura en el debate con los detractores de la “perspectiva insurreccional”. En referencia al clima provocado por el discurso de Luis Corvalán referido a la pertinencia de “todas las formas de lucha” contra la dictadura, se señalaba que si bien la mayoría lo había acogido bien, “hay opiniones que muestran que hay gente que se nos queda atrás. Hay compañeros que ponen los peros y que aparentando cuidar la línea, ponen el codo a las acciones y al espíritu audaz que necesitamos, para echar para adelante la lucha de masas el enfrentamiento en toda línea con todas las formas de lucha que seamos capaces”. En este sentido, “la pauta” alertaba ante lo que llamaba “la interpretación derechizante” del momento político, “que lleva a una actitud resignada, de larga espera y peligro en que con esa visión los acontecimientos nos sobrepasen y otros grupos o partidos se nos adelanten”47. La crítica a las posiciones “derechizantes” evidentemente se remontaba al debate sobre las causas de la derrota de la Unidad Popular, en donde el sentimiento de culpa colectivo por 46
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“Pauta orientadora de la Rebelión Popular”, en Gladys Marín. Conversaciones con Claudia Korol, p. 99. Ambas citas en Ibid., pp.107–108.
no haber “defendido” al gobierno fue un factor importante al interior del debate partidario. En el fondo, al comenzar el debate acerca de cómo se implementaría la nueva orientación política, el sector “renovador” –partidario de la perspectiva insurreccional– exaltaba, parafraseando la conocida frase de Gramsci, el optimismo de la voluntad por sobre el pesimismo de la razón. En efecto, el marxismo mecanicista, que en los setenta creía ver en las crisis económicas el factor de una caída casi espontánea de la dictadura, no calzaba con unas tesis, como las que a fines de 1980 y principios de 1981 circulaban al interior del PC, que exaltaban los factores subjetivos en el diseño y formulación de la política. Estados de ánimo, acciones audaces, perspectiva insurreccional, guerra psicológica, en fin, todas las formas de lucha, eran conceptos poco asibles, es decir que por definición deberían ir cambiando de acuerdo a la coyuntura política. Para un partido cuya línea no cambiaba nunca y que sus máximos dirigentes morían en el cargo pues la línea nunca estaba errada, esta nueva lógica de pensar y llevar a cabo la política era echar por la borda la “sabiduría histórica del Partido”. Era vista como un “aventurerismo” y una desviación ultraizquierdista. Hacia el pleno de mayo de 1981, la mayoría del Comité Central se opuso a la perspectiva insurreccional, lo que se tradujo en que el desarrollo de “todas las formas de lucha” contra Pinochet fue severamente frenado. Finalmente, es importante destacar que el texto de Contreras que hemos venido citando, fue publicado en 1982 en Principios, la revista teórica del PC editada en clandestinidad, pero sin referencia alguna a la “perspectiva insurreccional”. Además, en esta publicación se suavizan las críticas al interior del PC, variando especialmente el tono en que se enfatizaba la necesidad que “todo” el Partido se involucrara en la política militar. En este sentido, queda claro que los textos “oficiales” solían ocultar los debates más álgidos, por lo que siempre es necesario leerlos entre líneas. Pero desde la panorámica más estratégica de la lucha por el poder al interior de la Dirección del PC, el cercenamiento y las ausencias del texto de Contreras simbolizan la alianza entre un sector de la Dirección del PC (fundamentalmente el llamado “EDI”) y algunos de los intelectuales y miembros del aparato partidario ligados a la teorización de la llamada “perspectiva insurreccional”, conocida más tarde como “rebelión popular”. En la vereda de enfrente quedaron los opositores a dicha perspectiva, que se sentían defensores de la “tradición partidaria”, pero que en la práctica se asociaban por lo general a los sectores más ortodoxos y dogmáticos al interior de la Dirección. Así, desde la desaparición de la facción “reinosista” a principios de los cincuenta48, por primera vez en el PC se articulaban corrientes de opinión, una de “izquierda”, partidaria de la “perspectiva insurreccional de masas” (PIM) y otra de “derecha”, que no compartía que el fin de la dictadura se diera a través de esa vía. 48
Luis Reinoso encabezó en el PC una corriente que planteaba que para enfrentar a González Videla, presidente que había ilegalizado a los comunistas, debían utilizarse formas armadas de lucha. Sobre el “reinosismo”, ver Carmelo Furci, The Chilean Communist Party and the road to socialism (Zed Book, London, 1984).
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En este clima, en donde los contenidos de “La Pauta” y el “libro rojo” ya habían circulado entre la militancia comunista, en la ciudad de Cottbus (RDA) se produjo en mayo de 1981 el Tercer Pleno del CC del Partido Comunista de Chile. El Informe a dicho Pleno no mencionó nunca las palabras “perspectiva insurreccional”, lo que ratifica lo dicho más arriba respecto a que las formulaciones políticas y teóricas provenientes desde el interior fueron derechamente rechazadas. Si bien se destacaba la realización de “acciones audaces” como factor positivo para el desarrollo de la lucha contra “el fascismo”, y se reconocía por primera vez que militantes comunistas chilenos se encontraban formándose como militares de carrera en países socialistas, y que muchos de ellos había combatido en la triunfante guerra revolucionaria en Nicaragua, se negaba terminantemente un supuesto cambio de línea: “Alguna que otra confusión surge, también, en nuestras propias filas. Hay compañeros que se preguntan, por ejemplo, si hay cambios en la línea y en qué medidas se contemplan y se dan”. Por esto, el informe era enfático en aclarar que “la verdad estricta es que nuestros objetivos no han variado de ninguna manera…el criterio de afirmarlo todo sobre la base de la lucha de masas, que ha sido siempre una constante en la línea de nuestro Partido, está hoy más vigente que nunca….”. Por ello, el tema militar no implicaba un cambio de línea, “sino enriquecimiento y desarrollo”49. La magnitud del enfrentamiento en dicho Pleno es escasamente conocida. El jefe de la delegación del interior que asistió a él, identificado como “Julio”, relata que al llegar a Berlín, los integrantes de la Comisión Política en el exterior, Luis Corvalán, Volodia Teitelboim, Américo Zorrilla y Orlando Millas, le plantearon su desacuerdo con “La Pauta”, “porque el lenguaje era muy ultra, incluso se hablaba de insurrección…entiendo que el que puso más mano en ese pauteo fue Ernesto Contreras. Las peleas fueron por lo que él marcó más, y yo mismo me di cuenta que los compañeros del exterior tenían una buena parte de razón. Yo acepté que se cambiara el documento, y bueno, era la Comisión Política”50. El propio “Julio” reconoce que haber aceptado este cambio le valió posteriormente el reproche del resto del EDI, del cual formaba parte. Por ello, Gladys Marín, cuya comparecencia ante el segmento exterior de la Dirección era considerada perentoria, debió viajar a Europa en contra de su voluntad a intentar llegar a acuerdo sobre el significado de los nuevos elementos de la discusión política en el PC. En el fondo, lo que había ocurrido, era que el Informe al Pleno de 1981 había sido técnicamente rechazado por el interior por haber borrado de golpe y plumazo todo lo referido a la PIM. La entonces cabeza del EDI recordaba años más tarde que “a nosotros, a los que estábamos en el interior, nos acusaron de querer dividir al Partido… Me obligan a salir dos veces clandestinamente del país para discutir con la dirección del Partido esa Pauta. La dirección que estaba afuera, plantea que nosotros tenemos una 49
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“Informe al Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Chile–1981”, en Hacia el XV Congreso Nacional. Documentos para el enriquecimiento del debate. s/e, 1989, p. 87. Las cursivas son nuestras. Herreros, op. cit. p. 418. “Ernesto Contreras” era uno de los nombres políticos de Manuel Fernando Contreras, en ese momento encargado militar del PC en el interior.
desviación militarista, vanguardista. No era eso…”51. Del fragor de las discusiones entre los representantes del interior y el exterior, surgiría como síntesis del consenso obtenido, la llamada “Política de Rebelión Popular de Masas”, nombre que hasta el pleno de Cottbus en 1981 no era aun implementado. Es decir, es del todo correcto afirmar que la PRPM fue una elaboración colectiva de la Dirección del PC, pues tanto el EDI como el Exterior, cediendo en sus posiciones, llegaron a la hoy conocida fórmula. Por este motivo, es importante conocer cuáles eran los cuestionamientos que el ala “derecha” hacia a la PIM, pues parte de esta argumentación impregnó a la naciente PRPM. Por las circunstancias de la época y la propia cultura política comunista, las posiciones de los críticos a la PIM no son conocidas en profundidad. Sin embargo, hoy contamos con una extensa carta dirigida por Víctor Canteros a Luis Corvalán a fines de 1981. Probablemente producto de su feroz rechazo a la PIM, el EDI lo marginó de esta estructura, de la cual formaba parte desde 1979. Indignado, escribió una carta oficial fechada el 2 de noviembre de 1981 para exponer sus puntos de vista, que pueden ser considerados representativos de la corriente de “derecha” en el PC. La argumentación política de Canteros en contra de la posición de mayoría del EDI se podía resumir en su rechazo a la “perspectiva insurreccional” como objetivo final de las acciones audaces, puesto que esta posición no contemplaba las reales condiciones objetivas de lucha contra la dictadura (“voluntarismo”) y además dificultaba la unidad con el resto de la oposición, generando el grave peligro de que el PC se “aislara de las masas”. Por ello, en su carta Canteros criticaba explícitamente “el libro rojo” de Contreras y la “Pauta” del EDI, “documentos distribuidos por la dirección interior”, como remarcaba. Del primero señalaba que la PIM se ubicaba “varios grados más hacia la izquierda respecto de la tesis contenida en los documentos de la Dirección sobre la rebelión de masas”, razón por la cual “entraban a operar distintos criterios respecto del centro principal del trabajo partidario”. Es decir, para Canteros era evidente que el EDI sostenía “posiciones impregnadas de gran voluntarismo”, a la izquierda de la línea oficial de la Dirección del Partido, ubicada entonces en Moscú. Respecto al fondo de sus diferencias con “el libro rojo”, Canteros decía que en él, “a las formas nuevas se les daba el carácter no solo de formas preparatorias y complementarias de acciones de masas más frontales, sino como las formas concretas del inicio de una etapa insurreccional en desarrollo”. Para hacer más explícito su rechazo a las posiciones de Contreras, lo nombra indirectamente al rechazar la forma de trabajo del Frente Cero, encabezado por el autor del “libro rojo”: “…se estructuraba el Frente Cero, que asumía en este período elevadas responsabilidades en la orientación ideológica y práctica de las actividades generales de toda la organización”52. Es decir, Canteros no compartía que lo 51 52
Gladys Marín. Conversaciones con... op. cit. p. 47. Ibid., p. 2.
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militar debía ser parte de la política del Partido, reduciéndolo más bien a un aparato técnico. De ahí las críticas a que el encargado del Frente Cero jugara un rol ideológico y que las acciones audaces fueran parte de un diseño político, y no, como él hubiese preferido, simples “motivadores” de la lucha de masas, sin otra perspectiva de enfrentamiento armado o insurreccional. Respecto a “la Pauta”, la crítica se centraba en lo que Canteros consideraba su falta de realismo político, al considerar que la lucha de masas avanzaba hacia una crisis revolucionaria. Citando un informe del Comité Regional de Viña del Mar, del que Canteros era su principal dirigente, se decía que “por sobre todo tenemos que ser realistas. Es fatal querer imponer nuestros deseos a la realidad. No se trata de que solo nosotros lleguemos al pleno convencimiento de que tal o cual camino es mejor. Se trata de que la masa llegue a esa conclusión… no basta que nosotros hablemos de insurrección para que de por sí solo, surjan las condiciones que la hagan posible en un plazo breve”53. En este sentido, para Canteros la base de las diferencias entre el PC y la ultraizquierda se basaba en la caracterización objetiva de la realidad de la lucha de masas, alejado de cualquier signo de voluntarismo o subjetivismo. Sin embargo, los documentos hechos circular por el EDI en 1981, relativizaban –según Canteros– estos asertos: “El factor de masas o acción de masas… pasa a tener un factor variable y, por momentos, se diluye en la interpretación elástica del estado de ánimo de las masas, dando paso a posiciones cargadas de subjetivismo”. En base a este elemento, nacían lo que él llamaba “las exageraciones tácticas” del EDI. Para Víctor Canteros, si bien se registraban avances en la lucha de masas contra el régimen, centrar como única salida la “perspectiva insurreccional” alejaría al PC de las masas, ya que cerraba el camino a otras posibilidades. Según su visión, la coyuntura política de 1981 había que vincularla “al desarrollo histórico de nuestra lucha”. Al relacionar este desarrollo a la PIM y al nuevo estilo promovido por las acciones audaces, se produce, “aunque sea sin proponérselo, un tajante corte de mayor base a peligrosos bandazos o disminuye logros importantes obtenidos en esta difícil lucha”54. De esta manera, en el fondo de su argumentación, Víctor Canteros estaba señalando que el PC estaba abandonando su tradicional camino de la “lucha de masas”, y que en vez de abrir las posibilidades de accionar político en “diversas formas de lucha”, la PIM las reducía a solo una, la militar. Esto “ultraizquierdizaba” al partido, alejándolo de las masas, situación que amenazaba en convertirlo en un actor marginal de la política. La carta de respuesta a las serias acusaciones de Canteros contra el EDI estuvo a cargo de “Roberto”, encargado de organización del PC en ese momento. Sus argumentos representan cuál fue el resultado de la síntesis a la que finalmente arribó el EDI con el Exterior. En efecto, ante acusaciones de la magnitud de las realizadas por Canteros, el EDI optó por 53 54
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Ibid., p.13. Ibid., p.5. Subrayado en el original.
mostrarse consensual y comprensivo hacia el Segmento Exterior, con lo que logró aislar a Canteros y hacer aparecer sus críticas como destempladas y excesivas. Se desmentían dos afirmaciones fundamentales que éste hacía: uno, que la “perspectiva insurreccional” estuviese a la izquierda de la opinión de la Dirección del Partido y, dos, que al adoptar esta perspectiva, el EDI estuviese rechazando el legado recabarrenista del PC, basado en su inserción en la lucha de masas y enemigo del aventurerismo y el militarismo. Respecto a la supuesta tendencia “ultra” de la PIM, “Roberto” explicaba la diferencia que surgió entre esta estructura y el segmento exterior como un problema de corte semántico: “En el interior se entró a asimilar rebelión con insurrección y se planteó la insurrección. ¿Por qué?, porque honestamente se pensó que era lo que en el fondo se estaba planteando en los discursos del camarada Corvalán”. De acuerdo a “Roberto”, “rebelión aparece como sinónimo de insurrección en varios textos, incluyendo diccionarios. Se tomó una frase de la carta o declaración PC–PS firmadas por los camaradas Corvalán y Almeyda, que erróneamente se tomó como un planteamiento de perspectiva insurreccional”55. Esta explicación era solo formal, pues en el diseño de la nueva política del PC, la tesis de la insurrección popular –al estilo iraní en 1979– era un componente fundamental. Esta superficial explicación no es solo un hecho anecdótico, sino que tuvo profundas repercusiones políticas posteriores. En efecto, el resultado de la discusión post pleno de Cotbuss en mayo de 1981, fue cambiar el concepto de “insurrección” por el de “rebelión”. La síntesis (o acuerdo) entre ambos sectores (exterior/interior) lo daba a conocer “Roberto”: “La ‘diferencia’ estaba en que en el interior se planteó la perspectiva insurreccional como lo más probable y se planteaba trabajar en esa dirección. El derecho a la rebelión plantea que puede haber más salidas, las cuales aun no se pueden determinar, sin dejar de lado la posibilidad de la insurrección”56. Es decir, el EDI si bien no pudo imponer de inmediato la PIM, al menos tuvo éxito en dejar planteado que para un futuro próximo, la línea del PC pudiese adoptar la perspectiva insurreccional. Eso fue, justamente, lo que ocurriría unos años más tarde. Es decir, la tesis de la PIM fue frenada en 1981, pero no derrotada, triunfando al interior de la Dirección cuando en 1984 se adoptó la tesis de la “Sublevación Nacional”, nombre con que se conoció la “perspectiva insurreccional”. Más adelante volveremos sobre ella. Respecto al también supuesto abandono de la tradicional lucha de masas comunista, “Roberto” afirmaba que no se había dejado “en ningún momento la tradición de lucha de nuestro pueblo, más aun, nos hemos afirmado con mucha esperanza sobre ella”. Contrariamente a lo que señalaba la carta de Víctor Canteros, según “Roberto” “esta tradición combativa ha renacido estos últimos años y se expresa en diferentes combates de la clase obrera y otros sectores. Hay un mejor estado de ánimo de las masas y el partido para enfrentar a la tiranía, producto en gran medida de la política del partido, que entrega una 55 56
“Sobre carta de Álvaro”. Diciembre 1981, p. 7. Ibid., p. 8.
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nueva perspectiva a la lucha de masas”57. Este punto era la clave de la discusión al interior de la Dirección comunista: ¿en qué grado se estaba reactivando la lucha de masas? Es evidente que para el EDI, lo suficiente como para “pensar” en una perspectiva insurreccional; para sus adversarios en la interna partidaria, como Canteros, aun el movimiento era muy incipiente. De ahí las acusaciones que los primeros les hacían, en el sentido de que su “pesimismo” desmotivaba la lucha de masas contra la dictadura. Tal como lo planteaba la carta de “Roberto”, el EDI había asumido la imperativa orden del Pleno de Cotbuss referente a cuál era la línea del Partido: “Queda claro que lo que corresponde, lo más certero, es hablar del derecho a la rebelión, de la rebelión popular de masas y no de insurrección”58. El tono de disculpa de esta carta del EDI podría dar la imagen de un triunfo de los sectores de derecha en la Dirección comunista; sin embargo, aun no se daba la discusión de fondo, ganada finalmente por el ala de izquierda. Con todo, el triunfo aparente en el pleno de Cotbuss de los adversarios de la PIM, significó retrasar el conjunto del trabajo militar del Partido y la génesis de futuros problemas orgánicos y políticos en el desarrollo del frente militar. Desde el punto de vista del debate interno, en 1982 aparentemente amainó la tormenta provocada por las diferencias entre el interior y el exterior. De hecho, la correspondencia entre ambos organismos de dirección política no registra asomos de debate. Por ello, es posible afirmar que 1982 fue el año de la instalación de la nueva política comunista, llamada de “Rebelión Popular de Masas” desde fines de 1981. Este proceso no fue fácil, ya que si internamente provocó debates y discusiones, en el resto de la oposición generó profundas diferencias. Un texto oficial de fines de 1982 ofrecía una de las primeras definiciones de la PRPM. Señalaba que ella se basaba “en unir a todas las fuerzas antifascistas contra Pinochet, tanto los partidos políticos, los grupos y clases sociales, como los sectores democráticos de las FFAA; y desarrollar la lucha de todos estos sectores tanto en lo político como en lo militar mediante tácticas adecuadas a cada momento”. Es decir, la PRPM era “un elemento estratégico, que contiene también elementos tácticos, políticos y político–militares”. Sobre el método, tal como lo había dicho meses atrás Corvalán, aun no había una determinación. “Los hechos irán diciendo cuál será la salida”, no descartándose ninguna posibilidad59. Ante la nueva identidad política que provenía de la incorporación de lo militar en la vida cotidiana de la militancia comunista, fue necesario para el PC defender públicamente su identidad histórica, aquella que tantos éxitos políticos le había proporcionado hasta 1973. Ante esta cuestión, la Dirección del PC tajantemente afirmaba que “los comunistas nunca hemos dejado de lado la lucha de masas, jamás, y esto hay que entenderlo bien”. 57 58 59
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Ibid., p. 10. Comunicación del EDI al Exterior, 26 de agosto de 1981, p.1. Las citas en “Mesa redonda con la Dirección Clandestina del Partido Comunista” en Partido Comunista de Chile. Boletín del Exterior nº 56, noviembre–diciembre de 1982, p. 44.
Para justificar el uso de la violencia, se apelaba a la historia, es decir, se decía que si en el pasado el PC había luchado de manera pacífica, era porque las condiciones políticas lo permitían: “El grado de la violencia depende del régimen que está enfrentando. Sin duda es diferente desarrollar la lucha de masas bajo un régimen democrático como los existentes antes de 1973, a desarrollar la lucha de masas bajo un régimen fascista”. La vinculación de formas armadas de lucha a las tradiciones populares, posteriormente sería vastamente desarrollada por el aparato armado del PC, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que incluso en su propio nombre expresaba la intención de establecer esta relación. En todo caso, lo concreto es que ante la evidencia del cambio cultural y político que implicaba la PRPM, el PC se esforzó en sostener y reivindicar su patrimonio histórico, aclarando eso sí que “los comunistas y el pueblo de Chile hemos sacado la lección de que no bastan las formas de lucha política de masas, de que no basta asumir un gobierno democrático avanzado, sino que además es necesario saber defenderlo”60. De la mezcla entre “lo nuevo” y “viejo”, del encuentro entre la tradición y la renovación, surgió una cultura política que hemos llamado “radicalismo de masas”, es decir, una forma de vivir la militancia política que adoptó el tradicional apego a una lucha de masas de manera pragmática, muchas veces escasamente política, con las necesidades de las tareas militares. El integrante del FPMR pudo haber sido antes dirigente sindical o estudiantil y viceversa. En este sentido, estimamos que el PC, en el despliegue del movimiento real, logró ensamblar a buena parte de su militancia en este “radicalismo de masas”, que vivió su apogeo entre 1983 y 1986, durante el periodo de las protestas nacionales, pero que aun se manifestó hasta el plebiscito de 198861. El debate al interior de la Dirección del PC se reabrió en 1983. Como es sabido, aquel año comenzó el ciclo de movilizaciones sociales contra la dictadura conocidas como “Protestas Nacionales”. Masivas y cada vez más radicales, incluían importantes dosis de “violencia popular” en sus manifestaciones, especialmente en los sectores más pobres de los grandes centros urbanos. En el caso del PC, la irrupción de las protestas fue interpretada como el cumplimiento de la predicción de principios de 1981, que visualizaba que el descontento popular devendría hacia una “perspectiva insurreccional”. El empate con que había terminado temporalmente el debate de 1981, que mantuvo en la indefinición la línea del PC en 1982, se reavivó en 1983. En la cultura política del PC, la única instancia formal que puede definir un cambio de la línea política es el Congreso Nacional. El esfuerzo orgánico que éste implica es bastante alto, porque requiere de varios meses de realización, ya que una convocatoria central debe iniciar un prolongado proceso de discusión desde las células hasta el nivel central. El último Congreso Nacional del PC había sido en 1969 y el golpe militar de 1973 lo había pospuesto 60 61
Las tres citas en Ibid., pp. 38–39. El concepto de “radicalismo de masas” lo acuñamos en Alvarez, “Las Juventudes Comunistas de Chile y el Movimiento Estudiantil Secundario… op. cit.
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indefinidamente. De esta manera, ante la magnitud de las diferencias entre el Interior y el Exterior, surgió la idea de realizar un Congreso Nacional en 1983. Gladys Marín, líder del ala izquierda del PC, recordaba posteriormente lo ocurrido con este intento de Congreso. Destacando el rechazo desde el exterior a la implementación más radical de la PRPM, Marín recordaba que las diferencias eran de tal profundidad, “que íbamos a hacer un Congreso del Partido en el año 83 y se suspende por las diferencias con el interior. ¡Mira que absurdo! El Congreso era más necesario todavía para discutir las diferencias. Pero no se hace por ellas”62. El eje de la discusión nuevamente estuvo centrado en aceptar o no la posibilidad de una insurrección popular en Chile. Una comunicación del interior así lo confirmaba: “Por ahora, visualizamos como el más probable camino para derribar la dictadura, el desarrollo de un movimiento de masas multifacético y multiforme, que desemboque en una rebelión del pueblo, que pase por el Paro Nacional de actividades de que hemos hablado…combinaríamos las huelgas y otras manifestaciones de masas con otras formas de lucha, de violencia aguda, comprendidos actos de sabotaje que ayuden a paralizar realmente el país…”63. Este planteamiento representaba una idea más desarrollada de la PIM de 1981, es decir, era una operacionalización de cómo se estimaba que podía llevarse a cabo la perspectiva insurreccional en Chile. Sin embargo, desde el exterior continuaban las dudas y el rechazo. En primer lugar, el exterior rechazaba la idea de un Congreso argumentando sobre el riesgo de que éste abriera “brechas… confunda… amenace la cohesión del Partido”64. Es decir, la razón del segmento exterior de la Dirección del PC para negarse a realizar el Congreso en 1983, fue el temor a una división del partido, fantasma que rodeaba a los comunistas desde 1981, en los tiempos previos y posteriores al pleno de Cotbuss. ¿Eran correctas las aprensiones del Exterior o simplemente era una estrategia dilatoria para evitar la definición de una estrategia insurreccional para determinar la caída de la dictadura?. En términos prácticos, era una mezcla de ambos factores. Por un lado, la tesis insurreccional finalmente se impuso y la fractura del Partido también se produjo, aunque con efecto retardado (1990). Efectivamente, a pesar del inicio de las Protestas, el exterior seguía pensando que en Chile no había todavía condiciones para pensar en una posible salida insurreccional de la dictadura. Es más, las diferencias teóricas con el EDI aparecían como profundas. El argumento central del exterior era que la línea política del PC, si bien podía adoptar distintos nombres de acuerdo al contexto histórico (“Frente Popular”, “Unidad Popular”, “Frente Antifascista”, “Rebelión Popular”, etc.), en realidad contenía elementos permanentes: “…la línea no se agota en cada una de sus expresiones parciales. 62 63 64
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Gladys Marín. Conversaciones con… op. cit., p. 47. Carta del EDI al Segmento Exterior, 25 de octubre de 1983. p. 4. Comunicación del Exterior al Interior, 1983. p. 2.
Ella tiene continuidad tras el objetivo permanente de aproximar la consecución de los fines de transformación revolucionaria de la sociedad hasta llegar a hacerlos realidad”. Por ello, el exterior se oponía incluso al nombre de la PRPM como línea del Partido: “Denominar a la línea política, lisa y llanamente, línea de rebelión popular de masas, podría interpretarse como que habría habido una modificación de nuestra línea y los cambios en ella hubieran sido tan substanciales que ahora rija, en reemplazo de la línea anterior, esta otra”65. Dicho lo anterior, el documento del exterior volvía a repetir los argumentos de 1981, en el sentido de que no había que absolutizar las vías y que no se debía centrar todo el esfuerzo del Partido en una perspectiva de corte insurreccional. Detrás de estas diferencias políticas coyunturales, se encontraban dos formas distintas de vivir y entender la política. Por un lado, la visión tradicional, conservadora e integrista de ser comunista en Chile, basada en una concepción metafísica de la política, en donde se debía preservar la “pureza de la línea”, pues ésta se había definido de una vez para siempre. Si no se alcanzaban los objetivos, no era porque la línea estaba equivocada, sino porque no se habían realizado todos los esfuerzos para hacerla cumplir. Es decir, era un problema de los “aplicadores” de la línea. Por otro lado, los promotores de la PIM primero, y más tarde PRPM, se sacudían de este integrismo político, y trataban de entender que la política era cambiante y que si realmente se decían marxistas, debían observar dialécticamente la realidad nacional. Si esta había cambiado, el partido también debía cambiar. Si se había producido una derrota de la magnitud de la de 1973, había que llegar hasta el fondo para explicársela, incluso criticándola, sin que ello significara renegar de la Unidad Popular o cualquier otro proceso político en que se hubiera participado. Es decir, invertir los papeles de la visión integrista y no entender las derrotas por la no correcta aplicación de la línea, sino porque a lo mejor la línea estaba equivocada. Esto es lo que hemos llamado una visión más laica de la política, intentando adaptar la política de los comunistas a la realidad66. Abrir el debate, reconocer las diferencias, enriquecerse en discusiones reales y no solo formales. Por ello la PRPM fue la “renovación” comunista, pues buscó “renovar” el antiguo dogma, intentó cambiar al Partido, pero sin dejar de creer en los supuestos básicos de la utopía comunista. En este sentido, es equivocado asimilar “renovación” con abandono del marxismo, pues ese proceso no es “rejuvenecer” la creencia, sino que simplemente abandonarla. En esta apreciación no involucramos juicios de valor, sino constatamos que la PRPM fue la renovación comunista en tanto trató de adaptar al PC a las nuevas realidades históricas y políticas del país luego de la traumática derrota de la Unidad Popular, pero sin abandonar las creencias básicas del comunismo67. Renovación en el sentido literal del término: “dar nueva fuerza, actividad, intensidad, validez”, dice la definición del diccionario sobre esta palabra. Esto fue lo que 65 66 67
Ibid., p. 8. Valdivia, Alvarez y Pinto, op. cit. Hemos deatacado este párrafo, porque es central en la argumentación.
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intentó llevar a cabo el EDI por medio de la PRPM, lo cual despertó el rechazo de los sectores más conservadores dentro del PC. Más allá de quién tenía o no la razón en la caracterización del período político que vivía el país, lo concreto es que poco a poco, con el paso de los años, la Vieja Guardia del PC chileno, que conformaba el Segmento Exterior, fue perdiendo ascendiente sobre una militancia que sencillamente no los conocía, que nunca los había visto y solo había escuchado hablar de ellos. Así, la disputa fue siendo ganada por el EDI. En diciembre de 1983 se produjo el primer apagón nacional en Chile. El hijo de la PRPM había nacido. En los años venideros, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, brazo armado del PC, coparía la agenda política con sus espectaculares acciones. La mesa del debate interior/exterior se había inclinado definitivamente a favor del EDI. Los años siguientes serían los de la “perspectiva insurreccional”. En síntesis, el nacimiento en 1983 del FPMR se produjo en los marcos de un partido tensionado internamente, con a lo menos tres “corrientes de opinión” en su interior. Una de derecha, representada por el segmento del exterior de la dirección del PC, partidaria de la incorporación de la violencia como medio de la política, pero que rechazaba convertirla en el eje de la línea del PC. Asimismo, no compartía que “la salida más probable” de la dictadura fuera a través de una insurrección. Una de centro, representada por el EDI, mayoritaria en el país, que se jugó desde los orígenes de la PRPM por una perspectiva insurreccional y por lo tanto, por la conformación de un aparato militar que tuviera un papel destacado en el término de la dictadura. Enfatizaba el carácter estratégico de lo militar en la política, pero no como algo reducido al problema físico de las armas, sino lo que se entendía debía ser “una visión completa del problema del Poder”. En su relación dialéctica con el Exterior, compartía con éste el énfasis fundamental de la lucha de masas, tratando de evitar “desviaciones militaristas”. Finalmente, existía un ala izquierda, al parecer reducida solo a algunos oficiales en La Habana, que dudaba del compromiso político de la Dirección del PC con el desarrollo de la política militar, y le criticaba lo que veían como sus “vacilaciones” en la implementación de la PRPM. Este sector enfatizaba el papel determinante de la lucha militar. Este esquema pre–configuró la crisis del PC.
2. El inicio de las “Protestas Nacionales”: la revuelta poblacional y la salida insurreccional (1983–1984) Hasta 1983, el descontento social contra la dictadura no había logrado suficiente masividad como para cuestionar la estabilidad del proceso de institucionalización que el régimen estaba desarrollando. Con ocasión del Plebiscito de 1980, a pesar de su evidente carácter fraudulento, la principal actividad en su contra fue en un lugar cerrado –el Teatro Caupolicán– incapaz de albergar más de cinco mil personas en su máxima capacidad.
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Así, bajo la combinación entre el miedo inmovilizador generado por la dictadura y el llamado “boom económico”, en referencia al floreciente acceso fácil a dinero gracias a una liberalizada política económica, predominaba el inmovilismo opositor ante la dictadura. Pero en 1981 comenzaron a aparecer los primeros nubarrones de amenaza contra el “milagro chileno”. Desencadenada en 1982, el colapso del modelo económico neoliberal trajo consigo una de las peores crisis económicas de la historia de Chile. Esta crisis actuó como catalizador del hasta ese momento invisible movimiento de resistencia contra la dictadura. Organizaciones sindicales como la Coordinadora Nacional Sindical –nacida en 1978– cientos de organismos de base poblacionales, colegios profesionales, junto a los partidos políticos de izquierda y de centro, que nunca dejaron de existir en clandestinidad, lograron articular el cada vez más evidente descontento contra la dictadura. Altas tasas de cesantía, inflación y el endeudamiento fueron el caldo de cultivo para el origen de las llamadas “Protestas Nacionales” contra el régimen militar. El inicio de éstas fue un factor decisivo en la radicalización de la línea política del PC. Pasar de las “Marchas del Hambre” realizadas en 1982, movilizaciones de protesta de gran audacia, pero aun no masivas, a los sucesos de 1983, significó un fuerte cambio. Salvo el tradicional optimismo histórico de los comunistas, pocos se esperaban la masividad de las protestas, que como ha sido dicho, al parecer tuvieron un alto grado de espontaenísmo68 y por lo tanto de sorpresa para las agrupaciones opositoras. Entre la primera protesta (11 de mayo de 1983) y la undécima (29 y 30 de octubre de 1984), el PC no resolvió definir a la PRPM desde una perspectiva insurreccional. Hasta esa fecha, el PC no proponía una forma específica de cómo se acabaría el régimen, dejando abierta la posibilidad que la ingobernabilidad generara la renuncia del dictador. Podríamos resumir la posición del PC en torno a tres elementos centrales: la centralidad de la unidad de la oposición, el papel decisivo otorgado al movimiento sindical como desencadenante del fin de la dictadura y la pertinencia de la violencia como forma de lucha. El tema de la unidad era una muletilla del PC desde la primera hora de la resistencia al régimen militar, por ello no era novedad como planteamiento. Unos meses antes que se iniciara el ciclo de protestas, el PC insistía en “que no es indispensable que ahora todos pensemos igual respecto al tipo de régimen democrático que deba construirse mañana. Lo importante es hoy concertar las voluntades para derrumbar la dictadura y convenir en la idea general de que al pueblo le corresponde decidir el futuro de la nación”. Tal como lo hiciera en 1979 con el “paso táctico”, los comunistas repetían que en función de la unidad, no exigían ser parte del nuevo gobierno69. Pocos meses más tarde, al fragor de las primeras 68
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Guillermo Campero, “Luchas y movilizaciones sociales en la crisis: ¿Se constituyen movimientos sociales en Chile?: Una introducción al debate”, en Varios autores, Los movimientos sociales y la lucha democrática en Chile, op. cit., p.9. Luis Corvalán, “No demorar un día más la unidad”, en Partido Comunista de Chile. Boletín del Exterior nº 58, marzo–abril 1983, p. 6.
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protestas, el PC planteaba una fórmula básica para lograr la unidad de la oposición. Esta se resumía en tres puntos: salida de Pinochet del poder, constitución de un Gobierno Provisional amplio y llamado a una Asamblea Constituyente”70. Desde antes del inicio de las Protestas, el PC colocaba a la “clase obrera” en el centro de gravedad de la movilización contra Pinochet. Esto se traducía en identificar al movimiento sindical como el destinado a encabezar los movimientos sociales que buscaban recuperar la democracia. En la evaluación de la primera jornada de protesta, en mayo de 1983, el PC la consideró exitosa “porque estuvo precedida de combativas acciones de masas, tales como las ocupaciones de terrenos, huelgas que rompieron la legalidad fascista –entre ellas la de Colbún–Machicura–, manifestaciones estudiantiles, las tres marchas del hambre sucesivas en Santiago y en numerosas ciudades durante el año –el 19 de agosto, el 30 de septiembre y el 15 de diciembre (de 1982), innumerables marchas de hambre en poblaciones y comunas… y sobre todo, como hemos señalado, a la jornada del 24 de marzo”. Esto ratificaba, en la óptica comunista, que “en el centro de la batalla está la clase obrera, que se convierte en la fuerza aglutinante de la oposición…la clase obrera ha demostrado tener una notable capacidad de convocatoria…71. En 1984 la centralidad dada al movimiento sindical llegó a su máxima expresión cuando la Conferencia Nacional del PC, efectuada en marzo de ese año, descartó la insurrección como vía para poner fin al régimen, proponiendo a cambio la realización de un Paro Nacional para tumbarlo: “La idea de realizar un Paro Nacional de todas las actividades gana más y más apoyo. La paralización de los obreros de las minas, de los trabajadores de las industrias y del agro, de los empleados bancarios, de los ferroviarios y marítimos, de los transportistas, de la movilización colectiva, del comercio, de los profesionales…debe ser una jornada decisiva en la lucha por el hundimiento de la dictadura”. Por este motivo, le cabía “una gran responsabilidad a los trabajadores en general y al movimiento sindical en particular”72. Explícitamente el PC se encargaba de aclarar en septiembre de 1984 que no era partidario de una salida insurreccional: “Los comunistas como revolucionarios consecuentes, no renunciamos a la insurrección armada, pero decimos claramente que lo que está hoy a la orden del día no es precisamente eso, sino el ejercicio del derecho a la rebelión por parte del pueblo chileno empleando todos los medios que esté a su alcance”73.
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“Manifiesto al pueblo de Chile. Partido Comunista de Chile, agosto de 1983”, en Partido Comunista de Chile. Boletín del Exterior nº 61, septiembre–octubre 1983, p. 24. “Editorial”, en Partido Comunista de Chile. Boletín del Exterior nº 60, p. 4 y 5. “¡Democracia ahora! ¡Fuera Pinochet!. Informe para la discusión del Partido Comunista en todos sus niveles”, en Partido Comunista de Chile. Boletín del Exterior nº 65, mayo–junio 1984, p. 18. “A los presidentes o secretarios generales de los partidos de oposición al régimen militar. Septiembre de 1984”, en Camino para la libertad. Documentos del Partido Comunista de Chile. De la Conferencia Nacional a la Propuesta, 1984–1987. s/e, s/f., p. 60.
Por si quedaba alguna duda, el PC negaba enfáticamente que “la clase obrera” (es decir, el movimiento sindical), estuviese perdiendo protagonismo ante los jóvenes y los pobladores, que habían ganado presencia en las protestas. Para la Dirección comunista, la ecuación era simple: los obreros eran los mismos que los pobladores, por lo tanto era “incorrecto disociar” su lucha. Se argumentaba que en las protesta si habían participado muchos obreros cesantes (“basta revisar la lista de los detenidos, heridos, relegados, torturados o asesinados para ver que la mayoría de ellos son obreros”) y que la Coordinadora Nacional Sindical, el Comando Nacional Trabajadores y la Confederación de Trabajadores del Cobre habían jugado un papel fundamental en la convocatoria a las movilizaciones. Se reconocía que el movimiento sindical había sido afectado por la alta cesantía, pero estas “flaquezas transitorias” se superarían. “Además”, agregaba la declaración del PC, “nuestro Partido es el Partido de vanguardia de la clase obrera y nadie puede decir que no está jugando un papel de primera importancia”74. En estos planteamientos se aprecian las típicas fortalezas y debilidades teóricas y prácticas del PC chileno. Por un lado, una línea política que se autopercibía y esforzaba en ser unitaria, basada en el estado de ánimo y en la inserción de masas, llena de ripios teóricos, más basada en el pragmatismo iluminado comunista, que en análisis sociales profundos. Específicamente, incluso a mediados de los ochenta, cuando el concepto de “neoliberalismo” ya era utilizado, el PC siguió relativizando la profundidad de los cambios sociales y culturales operados por la dictadura. De ahí la incompresión de las variadas motivaciones del movimiento poblacional para movilizarse y el que asignara un papel estratégico a un movimiento sindical claramente debilitado. Al respecto, se ha señalado que la cesantía y los efectos del Plan Laboral debilitaron y despolitizaron al movimiento sindical en los 80. De hecho, la estrecha vinculación entre el movimiento sindical y los partidos políticos en esta época, no sería solo por la tradicional ligazón entre trabajadores y partidos de izquierda, sino porque esta relación era la única manera de lograr una articulación entre la demanda social y la política, además del apoyo financiero para los organizaciones sindicales. Es decir, la debilidad del sindicalismo fue la característica de la década75. Luego de una seguidilla de “protestas”, el llamado “Paro Nacional” del 29 y 30 de octubre de 1984 marcó un punto de inflexión para el PC. Evaluado como muy exitoso, estimamos que fue el hecho coyuntural que definió la posición adoptada en diciembre de 1984 a favor de la “Sublevación Nacional” como salida más probable de la dictadura. Luego de casi cuatro años, finalmente se imponía la tesis de la “perspectiva insurreccional” al interior de la Dirección del PC. En todo caso, este paro no fue solo un hito para el PC, pues para la dictadura marcó el reinicio de una etapa de represión dura, expresado en la imposición del 74
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“50 preguntas al Partido”, en Partido Comunista de Chile. Boletín del Exterior nº 64, marzo–abril 1984, p. 23. Alan Angell, “Sindicatos y trabajadores en el Chile de los años 1980”, en Drake y Jaksic, op. cit.
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Estado de Sitio. Esto provocó un largo período de repliegue del movimiento opositor, que solo se cerró en septiembre de 1985, cuando se convocó a una nueva Protesta76. Asimismo, abrió la ruta que terminó con la salida de Sergio Onofre Jarpa de la cartera del Interior, y la recuperación de la conducción dentro del gobierno de los economistas “neoliberales”. En febrero de 1985 con el cambio de gabinete asumía un desconocido Hernán Büchi en el Ministerio de Hacienda. Con su manejo, basado en lo que se denominó “neoliberalismo pragmático”, para contraponerlo a la versión más dogmática y radical de los tiempos previos a la crisis de 1982, la dictadura inició un ciclo de recuperación económica y por ende, un mejoramiento de sus condiciones en el escenario político nacional77. Por estos motivos, el así llamado “Paro Nacional” de octubre de 1984, puede ser considerado un momento eje de la historia política reciente de Chile. En el caso de las fuerzas de izquierda, en particular el PC, determinó una situación paradojal: el triunfo de la opción de “izquierda” al interior de su debate interno, justo cuando se llegó al cenit de las movilizaciones sociales y de debilidad de la dictadura. Es decir, el PC se planteó como objetivo la salida insurreccional cuando el mejor momento de las movilizaciones había pasado. En otras palabras, en donde el PC creyó ver el inicio de algo, tal como se dieron las situaciones posteriormente, en realidad había finalizado lo que Moulian denominó “el acoso” contra la dictadura. A partir de este momento, el gobierno poco a poco fue recuperando la iniciativa política, consolidando su estrategia de hacer respetar los plazos especificados en la Constitución de 1980. Por su parte, la apuesta comunista fue replicar a una escala mayor lo sucedido el 29 y 30 de octubre de 1984. ¿Qué fue lo que ocurrió en esos días, que para los comunistas resultó tan decisivo como para por fin decidirse por la perspectiva insurreccional?. Para el PC el paro del 29 y 30 fue su verdadero modelo de “sublevación nacional”. Tuvo una convocatoria amplia, pues fue llamado por el Comando Nacional de Trabajadores (CNT) para el día 30, a lo que adhirió el Movimiento Democrático Popular (que reunía a miristas, comunistas y socialistas del sector de Clodomiro Almeyda) y el Bloque Socialista (BS). Por su parte, la Alianza Democrática (PDC más los socialistas de Briones y otra agrupaciones menores) “solidarizó” con el paro. Es decir, casi toda la oposición lo respaldó. Para la víspera, o sea el 29, un Comité Nacional de Protesta (que agrupaba al CNT, MDP y BS) convocaba a una “protesta” contra el régimen. Esta se caracterizó por un alto ausentismo escolar, manifestaciones estudiantiles, mítines en el centro de Santiago y por la lucha poblacional en la noche (marchas, fogatas, barricadas y enfrentamientos con la policía). El día del paro tuvo como principal característica la efectiva paralización, “que alteró de manera 76 77
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Moulian, op. cit., p. 330. Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, La historia oculta del régimen militar (Ediciones La Época, 1988). Capítulo 39.339 y ss. y Eduardo Silva, “La política económica del régimen militar durante la transición: Del neo–liberalismo radical al neo–liberalismo “pragmático”, en Drake y Jaksic, op. cit.
importante las actividades y el funcionamiento normal de las ciudades, principalmente en Santiago”78. Esto habría sido posible gracias a que los choferes de locomoción colectiva se sumaron al Paro, motivados no por razones políticas sino para presionar al gobierno para negociar sus abultadas deudas en dólares. “Por esta circunstancia y no por otra, por primera vez un llamamiento de paralización del trabajo tuvo éxito. Lo que efectivamente ocurrió fue que los trabajadores no pudieron llegar a sus lugares de trabajo”79. De acuerdo a los porcentajes entregados por el citado trabajo de Garcés y de la Maza, el ausentismo escolar fue cercano al 70 % y un 46% el laboral, a lo que se agregaba el cierre parcial del comercio. En todo caso, desde el 30 en la madrugada, barricadas, “miguelitos” y el apedreo de los buses de locomoción colectiva que circulaban, hizo que el 90% de estas máquinas se retirara al mediodía, según cifras de los propios empresarios. En la tarde del 30 el cierre del comercio era total. Durante la noche, en las poblaciones se levantaron barricadas y se registraron numerosos choques con la policía, lo que estuvo acompañado por diversos atentados al tendido eléctrico, provocando cortes de luz. Finalmente, los participantes en las manifestaciones abarcaron un amplio espectro, desde estudiantes, pobladores y profesionales, pasando por empresarios y choferes de locomoción colectiva, comerciantes y trabajadores organizados (textiles, minería, construcción, metalurgia y carbón)80. De acuerdo a análisis cercanos en el tiempo, el paro de octubre de 1984 fue expresión de una coyuntura en donde la iniciativa política estaba en manos de la oposición, generando “una verdadera crisis de ingobernabilidad, sin que exista capacidad de la oposición para revertirla en su favor”. La imposición del Estado de Sitio el 6 de noviembre de 1984, se dice, tuvo éxito en detener las movilizaciones gracias a “la ausencia de acuerdo político en el campo opositor capaz de proyectar políticamente la protesta”81. Una mirada menos optimista tiene Moulian –por lo demás actor político en aquella época– respecto a las posibilidades y alcances de este paro. Según él, la oposición “sobrevaloró el éxito” de la jornada, “como si el resultado fuese la expresión de la combatividad de las masas”. Según esta interpretación, las protestas nacionales no eran fruto de una combatividad natural proveniente “desde abajo”, sino que era resultado de la labor agitadora de los partidos políticos. Por ello, según Moulian, eran movilizaciones precarias, fácilmente derrotables, o en sus palabras, “su éxito dependía de un hilo, de una pequeña trizadura en la subjetividad, generada –por ejemplo– por un rebrote de la sensación de aplastamiento y de impotencia. Eso lo consiguió el gobierno con la imposición del estado de sitio”82. 78
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La descripción de las jornadas del 29 y 30 de octubre y la cita en Gonzalo de la Maza y Mario Garcés, La explosión de las mayorías. Protesta Nacional 1983–1984. (ECO, 1985), p. 70. Moulian, op. cit., p. 298. De la Maza y Garcés, op. cit., p. 71 y 72. Ibid., p. 70. Moulian, op. cit., p. 299 y 300.
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En resumen, podríamos plantear que en octubre de 1984 efectivamente se produjo una crisis en el gobierno producto de la movilización social, la cual permitió en ese momento que los análisis que preveían la posibilidad de la renuncia de Pinochet no fueran tan descabellados. Es decir, este tipo de perspectiva no sería solo “desvaríos ultraizquierdistas”, como lo llaman algunos83. Considerando que el análisis de la política contingente es muy distinto al académico, pues se hace dentro del movimiento real de los acontecimientos –lo que lo hace muy flexible y variable– y que además la política se basa en apuestas a futuro, realizadas en base a algunos supuestos sobre cómo se comportarán ciertas variables, ridiculizar o descalificar –como lo hace Arriagada en la cita anterior– la tesis de una salida insurreccional en este momento histórico, linda más en consideraciones políticas y no de las ciencias sociales. Es decir, nos parece necesario establecer que si el PC en noviembre de 1984, en base a la evaluación de las jornadas de septiembre y octubre de ese año, creyó ver el momento de proponer una vía insurreccional para terminar con la dictadura, no fue por azar o por un acto de locura colectiva. Probablemente, a sabiendas de cómo terminó la historia, algunos, como Moulian, afirmarán que esa posibilidad era inviable, pero, probablemente no era así de claro como lo vemos hoy, a como se veía a fines de 1984 y principios de 1985. Es así como en diciembre de 1984 un informe a un Pleno del Comité Central del PC contempló finalmente la tesis que la salida “más probable” de la dictadura sería una “sublevación nacional”. En efecto, el PC enumeraba un conjunto de factores y hechos políticos que le hacían concluir que “madura rápidamente una situación revolucionaria pues están presentes y se desarrollan los elementos fundamentales que la caracterizan, aunque no se manifiestan todos con la misma evidencia”84. Entre los factores que se estimaban formaban parte del contexto que permitía hablar de una situación revolucionaria”, se encontraban el alto nivel de combatividad de las masas, demostrado en las jornadas de octubre de 1984, los altos niveles de pobreza generada por el modelo neoliberal, la crisis económica, el aislamiento internacional del régimen, la propia crisis interna que éste vivía, el triunfo de la oposición en las elecciones estudiantiles, gremiales y sindicales y la cada vez mayor aceptación que, según los comunistas, tenía entre la población las formas violentas para protestar contra la dictadura. Basado en cómo se había llevado a cabo el ciclo de once protestas entre mayo de 1983 y octubre de 1984, el PC definió la “Sublevación Nacional” como la manera más probable en que caería Pinochet. Su formulación oficial era la siguiente: 83 84
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Arriagada, op. cit., p. 181. “Informe al pleno del Comité Central del Partido Comunista de Chile, enero de 1985”, en Hacia el XV Congreso Nacional. Documentos para el enriquecimiento del debate. p. 118. Los comunistas hablaban del “pleno de enero de 1985”, pero en realidad se efectuó el mes anterior a esa fecha. Para ser precisos en las fechas, si bien el pleno de diciembre de 1984 estableció la “Sublevación Nacional”, el “Primer Manifiesto Rodriguista al Pueblo de Chile”, fechado en noviembre, ya hablaba que la SN sería la fórmula para terminar con la dictadura.
Lo prevemos como un levantamiento o sublevación de masas que involucre a toda la población, a la mayor parte de las fuerzas políticas y sociales, y ojalá también parte de las FF.AA. que estén contra la dictadura. Se trata de llegar a un estado de rebelión generalizada, que logre la paralización real del país: alzamientos populares en los principales centros urbanos, con participación decidida del proletariado industrial, de los estudiantes, de las capas medias y del campesinado. Tales acciones se verían fortalecidas por golpes efectivos en apoyo a la paralización, que ayuden a acelerar el desmoronamiento político–moral de las fuerzas represivas. La culminación de este proceso debiera ser el copamiento por las masas de los principales centros políticos del país85.
El objetivo de esta sublevación era, aparte de derrocar a Pinochet, sustituirlo “por un poder democrático avanzado con miras al socialismo”. De no lograrlo, y se instaurara un “régimen burgués”, “la lucha continuará en pos de cambios profundos y el movimiento dirigido por el Partido seguirá, de todas maneras, su curso independiente”86. En esta afirmación se contiene gran parte de una problemática teórica de larga data en la historia del PC, referido al tipo de sociedad a la que aspiraba. Hemos dicho que en sus orígenes, la futura PRPM contenía una crítica a los socialismos reales y se proponía repensar el modelo de sociedad que se construiría en Chile, basado en la fórmula de conjugar socialismo y democracia87. Sin embargo, ese debate fue dejado de lado por sus promotores, ante la urgencia de terminar con la dictadura y probablemente también por razones “tácticas”. Es decir, el PC careció en ese momento histórico de radicalidad en su autocrítica a nivel teórico, pues, como hemos visto, sí lo fue a nivel de su línea política. El proceso de renovación comunista había avanzado en remover ciertos clivajes de la hechura partidaria, dando nuevos aires a su discusión, renovando el orgullo partidario, pero había sido incapaz de profundizar su renovación teórica. El costo de esta carencia, como señala Moulian, fue hacer muy poco viable la unidad con sectores del centro político –hecho ansiado por el PC desde 1973– pues la ortodoxia teórica del PC entregaba argumentos para no concretar alianzas. Es decir, si por un lado se hablaba de Gobierno Provisional y Asamblea Constituyente y por otro de obtener un régimen “en miras al socialismo”, entre medio quedaba una ambigüedad difícil de justificar ante los pretendidos aliados. La evolución política del PC entre la primera protesta y la décimo primera del 29 y 30 de octubre de 1984, es importante para entender el contexto de lo sucedido desde esta fecha hasta el atentado a Pinochet el 7 de septiembre de 1986 y las características que asumió la lucha de masas del PC. A diferencia de lo ocurrido hasta 1973, la cara ilegal de la lucha era la mayoritaria y, más aun, utilizó formas armadas. Sin embargo, la lucha legal nunca fue dejada de lado. El PC contó con dirigentes públicos en el movimiento sindical y gremial (Héctor Cuevas, Moisés Labraña, Jorge Pavez, Manuel Guerrero, entre otros), estudiantil (Gonzalo Rovira y Juan Alfaro) y poblacional (Eduardo Valencia). La batalla 85 86 87
Ibid., p. 119 y 120. Ibid., p. 119. Valdivia, Alvarez y Pinto, op. cit.
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por la democratización de los Centros de Alumnos, de establecer poderes paralelos a las Juntas de Vecinos designadas por el régimen, de participar en las negociaciones colectivas, la olla común, centros culturales, entre muchas otras iniciativas, contó con la participación comunista88. Con esto queremos destacar que la PRPM no significó que la militancia comunista se replegara por completo a la clandestinidad para de esta manera concentrarse en la lucha militar. No estuvo en la lógica de la política militar del PC convertirse en un “Ejército del Pueblo”. Con todo, evidentemente fue novedosa la radicalidad de la lucha de masas, especialmente en el mundo poblacional, en donde alcanzó niveles superiores al registrado en otros frentes de masas, como el estudiantil o sindical. Esto es importante señalarlo, porque el desplazamiento del protagonismo de las protestas fue pasando de los sindicatos a las poblaciones. Es decir, convocaban las organizaciones sociales “tradicionales” y partidos políticos, pero el fuerte de las acciones contra el régimen y también en donde éstas eran más radicales, ocurría en las poblaciones89. Los análisis del PC captaban superficial y complacientemente un proceso más profundo: “En las últimas protestas, las masas, más allá de las organizaciones sindicales y políticas, prácticamente se autoconvocaron y materializaron de manera notable la aplicación de la línea de rebelión popular”. Sobre quiénes eran los principales protagonistas de las protestas, en un contexto que se hacía notar la debilidad del movimiento sindical, el cual se estimaba debía “superar sus debilidades de orden ideológico y político... superar su crisis de conducción en el seno del pueblo chileno”, se reconocía el papel de los pobladores: “En las poblaciones se han generado organismos permanentes de protesta por sectores. Consideramos que ellos pueden ser gérmenes valiosos para realizar la unidad del pueblo en la base y emprender permanentemente acciones combativas en defensa de sus derechos. Esto debe ser considerado como antecedentes del mayor valor en la organización y desarrollo de las estructuras básicas del PODER POPULAR que debemos construir globalmente en Chile…”90. De este análisis hay que rescatar dos aspectos. El primero, el carácter espontáneo que adquirió la llamada “revuelta de las poblaciones”. El papel de la convocatoria central, tal como lo ha planteado Gabriel Salazar, era ayudar a desencadenar procesos específicos y particulares del mundo poblacional. Es decir, la lucha de masas poblacional desplegada 88
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Sobre como los sindicatos dirigidos por los comunistas participaban en la negociación colectiva –instancia creada por el Plan Laboral de la dictadura– ver Rolando Alvarez, Claudia Pascual y Benjamín Larenas, La formación sindical en los tiempos de la Educación Popular en Chile. Entre la autonomía y la dependencia (Ediciones ICAL-FRL, 2005). Al respecto, Gabriel Salazar, Violencia política popular en las “Grandes Alamedas”. Santiago de Chile 1947–1987 (Una perspectiva histórico-popular). (Ediciones SUR, 1990) p. 382. Esta obra fue reeditada por Editorial Lom el año 2006. “Análisis orgánico preliminar de las jornadas de Protesta”, en Principios nº 28, julio-agosto-septiembre 1983, p. 68. Mayúsculas en el original.
durante las noches de las protestas nacionales, no significaba que seguían la línea de la rebelión popular, sino más bien respondían a un conjunto de fenómenos más profundos. Sin desmedro de lo anterior, el propio Salazar ha resaltado el papel de la militancia política de base en la lucha poblacional. Sus “acciones directas”, como las llama Salazar (sembrar “miguelitos”, incendiar buses y sus garitas, ataques armados a comisarías, colocación de explosivos, provocar apagones, acciones de “propaganda armada”, etc.), “fueron, sin duda, más violentas que las realizadas por los actores sociales, pero tendieron –durante las protestas– a ligarse con las movilizaciones sociales, sea facilitando su constitución y desarrollo (paralización del transporte y el comercio), ambientándolas (apagones, ataques a cuarteles) o apoyándolas directamente (barricadas estudiantiles y poblacionales)”91. A todas luces, el PC sobrevaloraba su inserción en “la revuelta de las poblaciones”, aunque su participación en ellas era un hecho que provenía de larga data. Al respecto, se ha planteado que las protestas en las poblaciones con tradición comunista previa a 1973 tuvieron mayor continuidad y organización que otras92. El segundo aspecto de los planteamientos del PC en el que es necesario detenerse, se refiere a la pobreza teórica para comprender el fenómeno de las poblaciones. Ya decíamos más arriba, que dicho fenómeno se asimilaba como expresión mecánica del “obrero” –el trabajador sindicalizado– que actuaba en la población93. Pero en la práctica, por la fuerza de los hechos, la PRPM tuvo un mejor desarrollo y llegada no en el movimiento sindical –endémicamente debilitado por las reformas laborales del régimen– sino en las poblaciones. Es decir, si bien la “Sublevación Nacional” se iniciaría por un “Paro Nacional Prolongado” (o sea, por una versión mejorada de lo ocurrido el 30 de octubre de 1984), la insurrección propiamente tal provendría desde las poblaciones. Entonces, dada la centralidad adquirida por el llamado “sujeto urbano–popular”, nuevamente el PC confió en su pragmatismo iluminado para crecer y ganar influencia dentro del fenómeno poblacional, pero sin poder explicarlo como tal y por lo tanto, tampoco pudiendo proyectar sus verdaderos alcances. En la cita de más arriba se hablaba de un “poder popular” a nivel poblacional, tesis que el PC nunca desarrolló posteriormente de manera sistemática. Esto ejemplifica la improvisación y carencia de rigurosidad teórica en una materia fundamental. Un estudio de la época explicaba la insuficiencia del planteamiento comunista argumentando que la aspiración comunitaria del poblador no era satisfecha por la demanda netamente reivindicativa del trabajador. Es decir, al poblador lo movía no solo la demanda salarial, como ocurría con el trabajador sindicalizado94. 91
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Salazar, op. cit. p. 382. Un espléndido relato vivencial de esta “militancia de base” radicalizada en Patricia Politzer, La ira de Pedro y los otros (Planeta, 1988). Cathy Schneider, “La movilización de las bases. Poblaciones marginales y resistencia en Chile autoritario”, en Proposiciones 19, 1990. Un intento de justificación teórica de la centralidad estratégica que estaba teniendo la “clase obrera” en la lucha contra la dictadura, en “La clase obrera, pilar decisivo de la Rebelión Popular”, Principios 29, octubre–noviembre–diciembre 1983. Rodrigo Baño, Lo social y lo político (FLACSO, 1985).
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Evidentemente que no es objetivo de este trabajo analizar el fenómeno poblacional durante la dictadura militar. Nuestro interés en él radica en la importancia que tuvo en dos planos distintos para el Partido Comunista. Primero, para el desarrollo de su línea política y segundo, para captar el acoplamiento entre la antigua y nueva cultura política comunista, que permitió que subsistieran la tradición y la novedad al interior del PC. Respecto al primer punto, ya decíamos que lo poblacional se convirtió en factor decisivo para la política del PC, mucho más por la fuerza de los hechos que por propias virtudes tácticas. Entonces, es pertinente preguntarse acerca de la real importancia política que tuvo la “revuelta de los pobladores”. Por un lado, un conjunto de analistas tendieron a restársela. Para ellos, ésta fue solo producto de la crisis económica que azotó al país durante aquellos años, lo que produjo un proceso de desintegración social y el consiguiente comportamiento anómico de jóvenes y pobladores. Por ello, estaban lejos de protagonizar un levantamiento popular y solo fueron importantes cuando los verdaderos organizadores de las protestas (sindicatos, gremios de clase media, partidos políticos) lo decidieron. Por ende, estrategias como la de los comunistas, basadas en pobladores supuestamente radicalizados, partían de un supuesto errado, pues en realidad la aspiración de las masas anómicas era la integración social95. En una línea similar a ésta, se señaló que la protesta poblacional no generó un movimiento social, producto de la amplia variedad de demandas que convocaba a quienes protestaban y se organizaban. Es más, se ha destacado el carácter pragmático de sus demandas, las cuales podían inclusive ser satisfechas por la dictadura a través del desarrollo de relaciones clientelísticas96. Es decir, el PC, nuevamente, habría sobrevalorado su incidencia en las poblaciones, pues sus niveles de politización eran menores a los presupuestados97. Así, la perspectiva insurreccional o “sublevación nacional” no tuvo ningún asidero posible. Desde un ángulo opuesto, a la “revuelta de los pobladores” se le ha asignado un papel decisivo para comprender la manera como se puso fin a la dictadura y se inició la llamada “transición democrática”. En efecto, el movimiento poblacional habría sido el más radical y poderoso enemigo que se levantó contra el modelo neoliberal de la dictadura, que amenazó incluso la hegemonía de los sectores medios. Por ello, liberado de relaciones clientelísticas con la institucionalidad, “cada sujeto se sentía legítimamente instalado sobre la primera piedra en el proceso de construcción de un nuevo Estado”. Esta amenaza radical y profunda, empujó a la dictadura a entenderse con los sectores mesocráticos. Fueron 95
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Esta fue la influyente tesis planteada por ejemplo por Valenzuela, op. cit. y Eugenio Tironi en “Pobladores e integración social”, Proposiciones 14, 1987. Vicente Espinoza, “Los pobladores en la política”, en Los movimientos sociales y la lucha democrática en Chile. Sobre las diversas motivaciones que activaban la protesta popular, muy ejemplificador el estudio de Weinstein, op. cit. Guillermo Campero, Entre la sobrevivencia… op. cit., 193 y ss.
estos últimos, temerosos del protagonismo popular, quienes los excluyeron y echaron las bases consensuadamente junto a la dictadura para el inicio de la “transición”98. También se ha valorizado la importancia de las protestas poblacionales, pero estimando que las posibilidades de desarrollo de las expresiones más radicales eran escasas, en la medida que la incorporación de la violencia política como factor decisivo, careció “de un horizonte político capaz de involucrar a las mayorías (por el rechazo existente en vastos sectores a la militarización de la lucha, dificultad para articularse con los sectores medios, precariedad de la política de alianzas, etc.)”99. Es decir, en esta perspectiva, la política del PC tuvo llegada en cierto espacio del mundo poblacional, pero acotado por un techo delimitado y que no le permitiría seguir creciendo. Según nuestros planteamientos, todo lo dicho anteriormente permite comprender por qué el PC cifró esperanzas en el mundo poblacional. Su irrupción política y social fue un hecho que no dejó indiferente a nadie. Sin embargo, el mecanicismo teórico del PC, que le hacía plantear que el poblador era lo mismo que el obrero en su territorio, le hizo asignarle proyecciones equivocadas al movimiento. Así, el PC analizó en conjunto todo el movimiento poblacional, no entrando a diferenciar la gran heterogeneidad de realidades y experiencias que describe por ejemplo el citado estudio de Guillermo Campero, que data del período 1984–1985, misma época en donde el PC veía madurar “rápidamente” una situación revolucionaria. Había sectores poblacionales despolitizados, pragmáticos, en donde sí hubo relaciones clientelísticas y antiguos anticomunistas y en donde la UDI lograba ganar sus primeras cabezas de playa en el mundo popular100. Esta realidad fue ignorada por el PC, minimizando su importancia. En cambio, estimamos que para diseñar su política, los comunistas consideraron los sectores en donde tenían gran presencia, arraigo de masas e influencia en los principales ejes organizacionales de la comunidad, como en la población La Victoria101. Entonces, lugares que eran excepcionalmente “buenos” o particularmente exitosos para el desarrollo de la línea política del PC, eran tomados como la regla, como la tendencia hacia la que progresivamente el resto del movimiento poblacional se encaminaría. Es decir, los comunistas actuaban bajo la imagen de sí mismos como el ejemplo a seguir, en una lógica vanguardista que les impelía avanzar hacia la “dirección correcta”. Las necesidades y motivaciones de los pobladores no militantes comenzaron a quedar en segundo plano. De ahí el aislamiento de su accionar en las últimas protestas y el agotamiento final 98 99 100
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Salazar, op. cit. La cita corresponde a la página 379. De la Maza y Garcés, op. cit., p. 122. Ver el texto de Verónica Valdivia “Cristianos por el gremialismo. La UDI en el mundo poblacional”. Capítulo 4 del presente volumen. Sobre la relación entre el PC y los orígenes de esta población, ver Grupo Identidad de Memoria Popular, Memorias de La Victoria. Relatos de vida en torno a los inicios de la población (Editorial Quimantú, 2007).
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de éstas102. En este sentido, desde su génesis la PRPM estuvo basada en cierto voluntarismo de querer incidir sobre el estado de ánimo de las masas, primero para atreverse a protestar contra el régimen (algo que el PC estimaba había sido una fórmula exitosa a través de las “acciones audaces”), y, en la siguiente etapa, se creyó que “las masas” estarían disponibles para protagonizar la caída del dictador. En 1985–1986, ese voluntarismo fue coronado con el fracaso del intento de derrocar a la dictadura. En este sentido, nos quedamos con Moulian cuando afirma que nunca se podrá calcular exactamente cuál factor incidió más en el ocaso de la movilización social: el temor de la clase política al desbordamiento, la necesidad de la pacificación para poder negociar con la derecha o la decepción popular ante el alargamiento de la dictadura a pesar de las protestas populares103. Y compartimos también que la descalificación de la importancia del movimiento poblacional, basada en la tesis de la “anomia social”, es funcional a la tesis de la salida “pactada” de la dictadura, cerrando de antemano cualquier otra posibilidad de término de la dictadura, la que bajo este razonamiento habría sido imposible de derrocar. En este trabajo, en oposición a miradas deterministas como éstas, estimamos que bajo cierta conjunción de circunstancias y momentos políticos adecuados, la movilización social, incluyendo por supuesto a la revuelta poblacional, pudo provocar la alteración del cronograma institucional establecido en la Constitución de 1980. En resumen, calcular que el movimiento poblacional podría ser clave en la caída del régimen era una idea de gran circulación entre el campo opositor de la época, por lo cual no debe considerarse la tesis comunista de la “sublevación nacional” como una excentricidad, algo que es más propio de la mirada retrospectiva del presente que la de ese período. Sin embargo, el PC, por falencias teóricas y de cálculo político, no pudo concretar su “perspectiva insurreccional”. La caracterización de los cambios provocados por el neoliberalismo, de los cambios de la estructura de clases, la interpretación de nuevos fenómenos sociales, la apuesta fallida de lograr construir hegemonía en torno a la pertinencia de la violencia y sus dudas y vacilaciones internas, entre otros factores, forman parte de los problemas propios del PC que explican el fracaso de su intención de derrocar a Pinochet. Sin embargo, a nivel del accionar, durante un tiempo por lo menos, su inserción en la base social le permitió participar en numerosas manifestaciones de masas, las mismas que abrían las esperanzas del éxito de la “sublevación nacional”.
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Es lo que plantea Guillermo Campero en “Organizaciones de pobladores bajo el régimen militar”, Proposiciones nº 14, 1987, p. 90. Moulian, op. cit., p. 332.
3. La “Sublevación Nacional” y la lucha militar de masas contra la dictadura (1985–1986) Luego del Paro Nacional del 30 de octubre de 1984, hubo dos jornadas de movilizaciones que remecieron el escenario político: la de septiembre de 1985 y el 2 y 3 de julio de 1986. A través del análisis del papel del PC en éstas, conoceremos parte del trabajo de masas que realizaban los comunistas. Asimismo, el papel del FPMR y las otras unidades militares del PC, que acompañaban la lucha de masas a través de un accionar armado independiente. La actividad inaugural del FPMR fue un apagón nacional realizado el 14 de diciembre de 1983. En 1984 sus acciones fueron muy variadas, incluyendo algunos secuestros104. El FPMR intentó que sus acciones fueran, al igual que sus antecesoras, realizadas por el Frente Cero, audaces y llamativas. Por ejemplo, al cumplir seis meses de existencia oficial, se coparon las radios Minería y Festival para emitir un comunicado para explicar sus posiciones. Respecto al uso de la violencia y las acusaciones de terroristas que caían sobre ellos, se afirmaba que “no nos gusta la violencia y hubiéramos querido evitarla. Pero no nos falta el valor para combatir, cuando nos han puesto en la disyuntiva de morir de hambre o luchar sin claudicar, hasta la victoria, por nosotros y nuestros hijos”. A esta dimensión épica, una constante en las declaraciones del rodriguismo, se unía la aclaración que los desligaba del PC: “El Frente Patriótico Manuel Rodríguez no integra un partido político, ni pretendemos convertirnos en alternativa ante ellos. Somos hombres, mujeres, jóvenes, de los más variados pensamientos ideológicos, a quienes nos une el noble anhelo de alcanzar la libertad para Chile”105. En los primeros manifiestos públicos del Frente, destacaba la ausencia de definiciones ideológicas –no se denominaba marxista–leninista– siendo reemplazadas esas alusiones por fuentes nacionales: “Nos inspiramos en el ejemplo heroico del guerrillero del pueblo, Manuel Rodríguez, el que no conoció miedo y con coraje y valentía supo organizar y encabezar la lucha del pueblo chileno… jamás permitió en él la vacilación y el desánimo, cuando después de una derrota cundía en el pueblo la desesperanza y cuando la cobardía hacía presa de muchos, supo revertir la situación y al grito de ‘Aun tenemos patria, ciudadanos’, reorganizó las fuerzas patrióticas para enfrentar al enemigo”106. Además, junto con justificar el uso 104
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De acuerdo a lo que nos han señalado algunos antiguos “rodriguistas”, una buena fuente para conocer las acciones del FPMR, es el libro de Andrés Benavente, El triángulo del terror. El Frente Manuel Rodríguez. (Editado por la Oficina del Abogado Procurador General, 1988). Allí se entrega una cronología de acciones desde 1984 a 1987. Para el primer año, se detallan atentados explosivos a torres de alta tensión, secuestro del hijo del empresario Manuel Cruzat, del periodista Sebastiano Bertolone, asaltos, intervenciones a transmisiones radiales, sabotajes explosivos a líneas ferroviarias rurales y urbanas. Caen los primeros rodriguistas, como Julio Oliva y Roberto González, mientras intentaban sustraer armas de una armería en Santiago. “Comunicado de la Dirección Nacional del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, al cumplir 6 meses de vida y combate junto al pueblo de Chile” (Transmitido el 07/06/1984). “Manifiesto del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, Santiago, diciembre de 1984”, p. 2.
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de la violencia por la represión imperante en el país, en su discurso el FPMR se salía del tradicional “obrerismo” comunista, intentando hacerse parte de un espectro ciudadano más amplio: “Nuestra lucha es la de los cesantes, la de los sin casa, la de los que pasan hambre y miseria, la de los profesionales, estudiantes, de los obreros, mineros y campesinos, la de todos aquellos que han sufrido por tanto tiempo la opresión sangrienta. Es también la lucha de los que están por el respeto a los derechos humanos, la de aquellos que buscan una vida digna y solidaria, la de aquellos que anhelan la paz, la libertad y la democracia”107. En estas dos referencias en uno de los primeros comunicados públicos firmados por el FPMR, se encontraban las influencias bajo las cuales se formó la política militar del PC, el que buscaba darle un sentido de masas a la lucha armada. Primero, la influencia cubana, proceso revolucionario que unió su historia a la lucha por la Independencia nacional, por lo cual sus grandes inspiradores fueron José Martí, Máximo Gómez, el mulato Antonio Maceo, por sobre los clásicos del marxismo. En el caso de Chile, Manuel Rodríguez simbolizaba al “pueblo” que se levantaba ante una dictadura y lograba finalmente derrotar a los opresores. No se alude a Marx o Lenin, sino a un héroe nacional. En segundo lugar, el carácter pluriclasista del FPMR lo vinculaba a las guerras de liberación nacional al estilo vietnamita y especialmente nicaragüense. Allí no había sido el “partido de la clase obrera” quien había ganado la guerra, sino frentes amplios capaces de convocar a la mayoría de la población. Sin teorizarlo en profundidad, se intentaba trasladar experiencias extranjeras a Chile. Normalmente las investigaciones sobre la historia del accionar del FPMR olvidan que éste formaba parte de una estructura político–militar más compleja, compuesta por las unidades militares y paramilitares del PC y las JJ.CC. Esto significa que la mayoría de las acciones militares y paramilitares de resistencia fueron realizadas por las “Unidades de Combate“ (UC) del Partido y la Juventud. Si bien las unidades del FPMR realizaban operaciones, éstas eran selectivas y dosificadas en el tiempo, bajo la lógica que los cuadros militares de elevada formación debían ser cuidados, evitando exponerlos excesivamente bajo una lógica “operativista”. Por ejemplo, durante el primer semestre de 1985 se contabilizaron 211 “operaciones especiales”, o sea, realizadas por el FPMR: “Las de mayor envergadura han sido los sabotajes a torres de alta tensión que han dejado sin luz como promedio una hora cada vez toda la zona central del país… En total se han realizado 8 grandes apagones en el periodo derribando cerca de 47 torres de alta tensión en la V, VI, VII, VIII y Región Metropolitana”108. Por otra parte, cada jornada de movilización durante 1985 era “apoyada” por distintas formas de lucha militar. Por ejemplo, el 27 y 29 de marzo se llevaron a cabo protestas, 107 108
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Ibid., p. 2. “Informe del aparato militar de apoyo sobre el trabajo militar en el periodo marzo-agosto de 1985”. p.12.
realizándose “12 sabotajes y un sinnúmero de acciones menores, de desestabilización que no se reportan en ningún órgano de información… En apoyo a la Marcha de Hambre del 26 de julio se realizaron 6 acciones en Rancagua, Santiago y Concepción, destacándose acciones de recuperación y sabotajes explosivos contra bancos y compañías norteamericanas… En apoyo a la Jornada Masiva de Protesta bajo la consigna “Chile defiende la Vida y exige justicia” realizada el 9 de agosto, se realizaron 16 acciones, la mayoría de las cuales contra personal de Carabineros, sus instalaciones, medios de transporte y contra cuarteles del ejército… En apoyo a las manifestaciones de estudiantes y pobladores que comenzaron el día 20 (de agosto) y continuaron en menor grado hasta fin de mes, se realizaron 15 acciones destacándose acciones contra vías férreas, edificios del régimen en Valparaíso y contra cafeterías y recintos de carabineros en Santiago… Asimismo, siguiendo la tendencia iniciada en meses anteriores, la participación de las Milicias Rodriguistas en el sector estudiantil y poblacional en acciones con armamento casero, construcción de barricadas y en autodefensa en general, fue notorio en las calles céntricas y periféricas de la ciudades principales…”109. En esta suerte de resumen de acciones, queda representada la estructura del aparato militar del PC, el cual tenía tres niveles de participación para la militancia. En un primer nivel, estaba la llamada “Fuerza Militar Propia”, (el FPMR) definida como un cuerpo de élite dirigido por una Dirección Nacional (DN) compuesta por 8 “comandantes”, la mayoría de ellos oficiales formados en Cuba y Bulgaria. Esta DN estaba bajo el mando de la Comisión Militar del PC, cuyo encargado de turno era el responsable de orientar las acciones centrales del Frente. En un segundo nivel, en el llamado “Trabajo militar del Partido”, existían las “Unidades de Combate”, conformadas por militantes con formación militar de “combatientes” (curso de seis meses en Cuba) o sin ninguna preparación en el exterior, que podían realizar acciones menores, pero que con el tiempo fueron haciéndose más complejas. Las UC eran dirigidas por los “Comités Regionales” y “Locales” según correspondiese. Un tercer nivel eran las “Milicias Rodriguistas”, organismos que buscaban masificar y organizar las experiencias de autodefensa de masas, dando la posibilidad que se integraran individuos más allá de la militancia comunista. Jugaban un papel destacado en las poblaciones y universidades en la resistencia contra carabineros, y difundiendo la creación de los “Comité de Autodefensa de Masas” en universidades, sindicatos y organizaciones territoriales. Es decir, si bien el FPMR fue lejos el aparato militar más llamativo de la época, el conjunto del complejo partidario comunista se vio cruzado por lo militar, partiendo desde la célula, organismo matriz del PC, que debía contar obligadamente con un encargado militar. Es más, fuera de estas estructuras mencionadas (FPMR, UC, Milicias Rodriguistas), las propias células del partido, bajo iniciativas locales, llevaban a cabo sus propias “acciones audaces”. 109
Ibid., p. 10 y 11.
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Por ello, una manera muy gráfica de conocer el “trabajo militar de masas” del PC, es a través de las actividades realizadas en septiembre de 1985 y julio de 1986, las dos últimas grandes movilizaciones contra la dictadura. Como sabemos, la idea del PC era que por medio de un Paro Nacional Prolongado, pudiese desencadenarse la “Sublevación Nacional”, cuya concepción implicaba “un período breve, de enfrentamiento multifacético, de carácter nacional concentrado en zonas estratégicas. En este enfrentamiento las masas logran la paralización del país, mediante paros, huelgas generales, sabotaje industrial y ocupación de centros vitales”110. En este sentido, la jornada de septiembre de 1985 puede considerarse un ensayo general de esta fórmula y la de julio de 1986 como el momento que el PC pensó se podría haber producido el levantamiento popular que tumbara la dictadura. Acciones espectaculares, como el ingreso ilegal de armas o el atentado a Pinochet, apuntaban a llevar a efecto este plan, ya sea armando a las Milicias Rodriguistas y las estructuras paramilitares del partido o dando un “jaque al rey” (terminar con la vida del dictador) para provocar el ansiado levantamiento popular. La jornada de protesta del 4 y 5 de septiembre de 1985 reinició el ciclo de protestas nacionales detenido el 30 de octubre del año anterior. Estas se prolongaron en menor nivel desde el día 6 hasta llegar a una nueva protesta el 11 de septiembre. Como decíamos, para el PC constituyó un ensayo general para la “Sublevación Nacional”. Se crearon los “comandos políticos militares”, encabezados por los secretarios de los “Comités Regionales” para coordinar la lucha política con la lucha militar y el conjunto de la militancia se tensionó para reponer a la movilización social como un factor determinante de la agenda política del país. La evaluación posterior de la Comisión Nacional de Organización del PC sobre la jornada de septiembre, si bien en general exitista, arroja importantes conclusiones respecto a las características de la lucha de masas en esa fecha. Primero, que las mayores debilidades se encontraban en el frente sindical: “Debemos poner todo nuestro esfuerzo en mejorar orgánica e ideológicamente al Partido en general, pero preferentemente donde se nota nuestra debilidad, como el Cobre, en el Carbón, en la mediana Minería, sector Marítimo– Portuario, Industrias…también (en) las Empresas de Servicios de Utilidad Pública, como Chilectra y Empresas Eléctricas (sic) Agua Potable, Teléfonos, Taxis, etc.” Esta deficiencia en el frente sindical fue tan evidente, que el informe de la Comisión de Organización reconocía que “la clase obrera…en los grandes centros aparece como participando poco y solo por la fuerza externa que cortó la luz, la locomoción le obstruyó el camino”111. Para un partido como el Comunista, que definía a la clase obrera como “fuerza motriz” del proceso revolucionario, esta debía constituir una preocupación mayor, que ponía en riesgo 110 111
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“Evaluación 1985 (resumen)”, pp. 4 y 5. “Jornadas de Septiembre. Comisión Nacional de Organización, 21 de septiembre de 1985”, pp. 153 y 154.
el conjunto de su estrategia. Sin embargo, no se profundizaba en el análisis y se confiaba que “con mayor trabajo”, se resolverían los problemas. Conectado con el punto anterior, el informe del PC sobre la jornada reconocía el protagonismo de la lucha poblacional: “Hay un ostensible MEJORAMIENTO CUALITATIVO de la lucha. El enfrentamiento con las fuerzas represivas se dio violentamente en la mayoría de los barrios de Santiago, en los cuales hubo encarnizados combates..:”112. Aunque esta cita alude a la mayor radicalidad de la lucha de masas, se reconoce que ella se daba en los “barrios” de las ciudades y no en las áreas industriales. Era el sector “territorial” el que acaparaba el protagonismo en la lucha de masas. Asimismo, las jornadas de septiembre demostraban que el PC estaba aun lejos de lograr unir a diversos sectores tras su política de movilización social con perspectiva insurreccional: “debe observarse un mejor trabajo con los aliados, a pesar de que este fue bueno en general, pero hoy debemos tener mayor preocupación dadas las condiciones que se presentan y con los intentos de la burguesía por aislarnos usando como instrumento el “Acuerdo” (Nacional)”. Como reflejo del trabajo y experiencia acumulada en el frente militar, este alcanzó niveles superiores a los hasta ese momento conocidos: “El desempeño militar de los diferentes Alerces (comités regionales) y Cedros (comités locales), así como sus U.C. y Milicias Rodriguistas fue el más alto observado hasta ahora”. Tal vez por este mismo hecho, el PC constataba las insuficiencias logísticas de las estructuras militares, razón por la cual la Comisión Nacional de Organización opinaba que era necesario “‘subir la puntería’ en lo que a ‘herramientas’ se refiere ya que estas fueron muy escasas en esta oportunidad”113. La radicalización de la lucha poblacional y la debilidad del frente sindical era la conclusión no explícita que arrojaba la evaluación del PC en septiembre de 1985. A pesar de ello, no se registraron cambios en el discurso político o un rediseño del plan de Sublevación Nacional. Para los comunistas, lo central era constatar la radicalización de la lucha de masas. De acuerdo a su perspectiva, las Protestas, lejos de la “rutinización” de la que habló Eugenio Tironi y más tarde Tomás Moulian, demostraban su plena vigencia y 1986 se vislumbraba como “decisivo” para derrocar a Pinochet. Desde nuestro ángulo, esta mutación que ponía como centro de gravedad de la política a lo poblacional por sobre lo sindical, formaba parte de la reconfiguración identitaria que la PRPM estaba generando en la cultura política comunista. Es decir, la PRPM no solo era expresión de una dinámica de cuestionamientos y polémicas internas desconocidas en las últimas décadas del PC; no solo había implicado el hecho físico de las armas, sino que por sobre todo estaba significando una nueva forma 112 113
Ibid., p. 152. Mayúsculas en el original. Ibid., p. 155. En este sentido, hoy se sabe que el primer desembarco de armas por Carrizal Bajo estaba planificado para el año nuevo de 1986, probablemente bajo la lógica de que la “Sublevación Nacional” era inviable con el escaso armamento con que contaban los aparatos militares del PC.
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de vivir y hacer política. La radicalización del movimiento poblacional, sector en donde la PRPM alcanzó significativos grados de desarrollo, fue expresión de esta situación. Sin embargo, esta nueva dimensión existencial de la política, no borró la experiencia anterior, sobreponiéndose de esta manera lo viejo y lo nuevo, la antigua tradición política del PC con las nuevas experiencias. Durante la jornada de protesta de septiembre de 1985 encontramos variados ejemplos de esta situación. La zona sur de Santiago fue un área en donde antes de 1973 el PC tuvo importante influencia de masas y durante la “revuelta de los pobladores” mantuvo un gran protagonismo. El informe del comité regional Sur del PC daba cuenta del trabajo político de los comunistas durante las protestas de septiembre de 1985. Se partía constatando que se había logrado que el día 4 pararan algunas industrias del sector, como por ejemplo Textil Progreso, Textil La Reina, IRT, Schiaffino, Calzados Calvo, Soprole, Viña San Pedro, San Marino, entre otras. En la tarde, después de las 13:00, se habían sumado Licores Mitjans, Arroz, Calzados Osito, Lucchetti, Madeco y Fundición Pacífico. Por su parte, el grueso del personal del Hospital Barros Luco se retiró a sus hogares al terminar la jornada de la mañana. Sin embargo, lo más llamativo ocurría en las poblaciones. Por ejemplo, en La Legua a las 07:00 A.M. del día 4, a la altura del paradero 14 de Santa Rosa y las poblaciones cercanas, “estaban ocupadas por las masas, que se adueñaban de las principales arterias”. En el sector Departamental–Las Industrias ocurría otro tanto. Al interior de la población, desde esa hora se desplegaban incontables barricadas. A las 19:00 horas se inició una marcha encabezada por la Unidad de Combate (UC) del Comité Regional Sur del PC, con el objetivo de hacer una “propaganda armada”. De acuerdo al relato del informe enviado a la dirección del PC, “la UC local y las Milicias Rodriguistas acompañan la columna que se despliega por toda la población…es recibida con gran entusiasmo por los pobladores que aplauden. En ese momento irrumpe el Jefe de la UC que se dirige a los pobladores, los llama al combate a prepararse en la Autodefensa de masas y a derribar la dictadura. Una descarga de armamento automático y armas cortas terminan la acción. Los pobladores se acercaban a nuestros camaradas, los tocaban, los aplaudían… Al paso decían ‘viva el Frente Patriótico’… A las 20 horas eran miles los pobladores que ocupaban las calles de las población. El día 4 de septiembre La Legua permaneció a manos de los pobladores, era Territorio Libre”114. Mientras tanto, La Victoria, otro emblemático sector de la izquierda chilena, no le iba en zaga a La Legua: “El 3 de septiembre a las 22 horas comienzan los pobladores a trabajar haciendo zanjas para impedir el paso de la represión, dirigido por el comando poblacional y la dirección del comité local”. Estas zanjas permitieron que desde tempranas horas del día siguiente, La Victoria quedara fuera del control de la policía: “A partir de las 8 la población era Territorio Libre”. A las 11 de la mañana, una marcha de unas 2000 personas, según el 114
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“Jornadas de Septiembre. Comisión Nacional de Organización, 21 de septiembre de 1985”, p. 4. Se ha respetado la redacción original.
cálculo del PC local, recorre la población. Al mediodía, el llamado “nudo Departamental–La Feria” es copado por cientos de personas. Se producen saqueos de ferreterías, destrucción del alumbrado público, etc. También de acuerdo al PC local, el estado de ánimo era tan alto, que se decidió seguir las protestas el día 5 de septiembre: “unas 15.000 personas (pobladores) ocupaban las calles y pasajes de la población...”115. El 4 de septiembre, un grupo del FPMR “junto a la UC local” realizó una “instrucción” con un fusil en plena calle. Luego, en Avenida La Feria con Departamental, lugar en donde se realizaba esta actividad, “se le pasó el fusil a un poblador para que lo disparara”, lo que efectivamente ocurrió. En resumen, el regional Sur del PC destacaba el desarrollo del trabajo militar de masas. A la hora de las conclusiones, no eran tomados en cuenta los reclamos del sacerdote de La Victoria, Pierre Dubois, que había increpado a los encapuchados que daban la “instrucción” con el fusil en plena vía pública, ni los retrasos en la unidad con otros sectores, ni cuánta gente se mantuvo pasiva o atemorizada y tampoco las debilidades del trabajo sindical. Por su parte, la jornada del 2 y 3 de julio de 1986 formó parte de la estrategia del “Año decisivo”, especie de meta autoimpuesta por el PC para terminar con la dictadura. Esta definición de “decisivo”, provenía del análisis exitista de las movilizaciones del segundo semestre de 1985, lo que dentro del PC llevó a estimar que en 1986 las condiciones maduraban para el éxito de la Sublevación Nacional. Definido ya no como protesta, sino como “Paro Nacional”, el 2 y 3 de julio ha sido considerado la última gran movilización contra la dictadura fuera de un contexto electoral. El PC hacía nuevamente una buena evaluación de sus resultados: “El Paro del 2 y 3 de julio mostró que tenemos fuerzas para echar a Pinochet… probó la certeza de nuestro Plan para derribar al tirano, solo resta precisarlo y enriquecerlo en base a la experiencia del 2 y 3, en dirección a hacer del Paro de septiembre, una jornada de calidad superior… poner todo al servicio de la paralización prolongada del país”116. Para estas jornadas de Paro, el aparato partidario del PC se tensó al máximo. En las poblaciones la dinámica fue similar a la de septiembre de 1985, caracterizada por lo que el PC llamaba “levantamientos populares”. Las actividades fueron “ollas comunes, marchas masivas, concentraciones, mitines, velatones, caceloreos, votaciones por la democracia, actividades de confraternización con las FF.AA., emisión de comunicados y partes informativos…petitorios a las municipalidades, obras de teatro, actividades recreativas y culturales, accionar dirigido a la paralización de la industria, comercio…”117. Junto con ello, el trabajo militar de masas –según la evaluación del PC– seguía creciendo. Por ejemplo, se señalaba que en Pudahuel se había realizado una marcha con trece milicias, compuesta
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Ibid., p. 6. “Informe. Evaluación Paro 2 y 3 de julio de 1986”, pp. 1 y 2. Ibid., p. 11.
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por unos 300 milicianos y que el accionar paramilitar del PC se había visto reflejado en “bombazos por doquier, muchas voladuras de transformadores, apagones y otros”118. Pero de acuerdo a la evaluación interna del PC, el 2 y 3 de julio fue superior a septiembre de 1985 en cuanto a la paralización de las industrias, pues según sus propias estadísticas, este llamado a Paro se logró hacer efectivo en alrededor de un 70 a 80%. “Solo con los datos disponibles en los CR [Comités Regonales], se llegó a contar 240 industrias paralizadas. 52 de ellas lo hicieron totalmente y por lo menos 50 están en el listado de industrias estratégicas. Involucrando todas ellas alrededor de 50.000 trabajadores industriales de los 280000 que existen en Santiago”. En esta estadística no se incluían las empresas del estado, el sector salud, la educación, la locomoción colectiva y los trabajadores del empleo mínimo119. En estos otros sectores, la evaluación del Paro también era positiva. Para definir la suerte de la movilización era estratégica la locomoción colectiva. En esta ocasión, “se dio en este sector un nivel de paralización casi total, destacándose el hecho que –a diferencia de otras oportunidades– gran cantidad de líneas acordaron el Paro previamente”. Esto último manifestaba los énfasis del trabajo de preparación de la movilización por parte del PC. Más que solo apertrecharse de bombas caseras y piedras para atemorizar a los choferes, el paro de la locomoción colectiva intentó ser exitoso más por convencimiento que por miedo. Por ello, la evaluación positiva del paro radicaba –según el PC– en el trabajo de persuasión llevado a cabo por los comités regionales: “conversaciones con choferes, delegados de organismos de masa a los terminales, reuniones con los sindicatos de línea, incluso asambleas conjuntas y participación de micreros en actividades poblacionales….”. Por ello, el informe del PC señalaba que “esta vez los ‘mercurios’ fueron adicionales”120. En el comercio también se había registrado un alto grado de paralización, la que, según el PC, era producto de la doble estrategia de convencimiento (“lucha de masas”) y presión (guerra psicológica). Entre las primeras, destacaba “el recorrido por las mujeres de todos los establecimientos de Providencia entre Manuel Montt y Tobalaba, las cartas y visitas al comercio de Irarrázaval, el recorrido de piquetes de profesionales del comercio céntrico el día 2”. Además, algunas agrupaciones de comerciantes habían acordado adherir al Paro, como por ejemplo las ubicadas en los sectores de Estación Central, Franklin, Irarrázaval, San Diego, San Pablo–Matucana e incluso una que se suponía adhería al régimen, como la de Dos Caracoles121. En el sector salud, según los datos del PC, la paralización había sido 100% entre los profesionales y alrededor del 50% entre los auxiliares. Según se decía, esto era expresión del trabajo de masas especialmente orientado a los hospitales públicos, como 118 119 120
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Ibid., p. 14. Ibid., p. 2. Ibid., p. 6 y p. 7. “Mercurios” era el nombre de un explosivo casero especialmente usado para incendiar microbuses de la locomoción colectiva. Ibid., p. 7.
el San Juan de Dios y el Paula Jaraquemada. En el frente estudiantil, la inmensa mayoría de los establecimientos no funcionaron producto que la dictadura adelantó las vacaciones de invierno, perdiéndose así un tradicional foco de enfrentamiento callejero con la policía. En resumen, el PC consideraba que las condiciones para la Sublevación Nacional estaban intactas. Más que entrar en la discusión acerca de la viabilidad o no de esta línea, nos interesa rescatar el “estado de ánimo” de la militancia. Más allá del error o no de estimar que Chile se acercaba a una crisis revolucionaria en 1986, más allá de la exactitud o no de las cifras que manejaba internamente el PC, más allá que se puedan relativizar las crónicas contenidas en los informes locales de los dirigentes de base comunista, lo que nos interesa rescatar es la subjetividad política de los comunistas. De acuerdo a lo expuesto más arriba, la disposición era jugarse por un término precipitado de la dictadura y para ello había una convicción muy grande que “desde fuera, en contra y pesar de la institucionalidad”, la voluntad de la “vanguardia del pueblo” ayudaría a empujar a éste a protagonizar la caída del dictador. Por otra parte, también independientemente de la certeza de la información contenida en los informes sobre la protesta del 4 de septiembre de 1985 y el Paro Nacional del 2 y 3 de julio, queremos destacar el doble énfasis que estos contenían. Por un lado, fortalecían la convicción que las masas se estaban radicalizando y por lo tanto no rechazaban –como lo afirmaba la oposición de centroizquierda– la violencia como un método de lucha contra la dictadura. Por otra parte, destacaban el despliegue de la tradicional “lucha de masas” comunista, el consabido recabarrenismo del PC, basado en ganar influencia entre distintos sectores sociales a través de un fuerte trabajo de base. El sindicato, la junta de vecinos democratizada, el centro de alumnos, las variadas organizaciones poblacionales, los gremios profesionales e incluso las asociaciones de comerciantes, seguían siendo los frentes de masas fundamentales del trabajo político del PC. Es decir, sin entrar a afirmar si era o no una política exitosa, lo que pretendía el quehacer político de la militancia comunista no era echar al olvido sus tradiciones políticas, sino por el contrario, sumarle a ella nuevas formas, mucho más radicales que las de antaño. Como se desprende del relato de las jornadas de protesta y paro nacional en las poblaciones, esta tarea era llevada a cabo por toda la militancia, la que de una u otra manera se rozaba con los “nuevos componentes” de la vida política del PC. Desde guardar algunos “medios”, recibir instrucción paramilitar, o derechamente formar parte de una UC o un GO o ingresar al FPMR, estaba en el horizonte de cualquier militante que asumiera responsablemente sus tareas políticas. La PRPM no pretendió sumir al Partido en la clandestinidad y en el aparatismo militarizado, sino que pretendía desarrollar una fórmula novedosa: el radicalismo de masas, expresión de la cultura política comunista reconfigurada luego de la derrota de la Unidad Popular y de vivir sometido a la experiencia represiva de la dictadura militar.
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Luego del Paro Nacional del 2 y 3 de julio de 1986, en agosto fueron descubiertas las armas que el PC había adquirido, con ayuda cubana y otros países socialistas, para asegurar el éxito de la Sublevación Nacional122. En el atardecer del domingo 7 de septiembre un comando del FPMR emboscó al general Pinochet sin lograr liquidarlo. La rueda de la historia comenzó a girar en un sentido muy distinto al deseado por los comunistas. La perspectiva insurreccional se alejaba. Como en toda empresa humana, a la hora del fracaso, comenzarían los reproches, las discusiones y las fracturas en el otrora monolítico Partido Comunista chileno. Las diferencias que existían desde principios de la década de los ochenta, se desencadenarían con toda su fuerza a partir de 1987, iniciándose un proceso de fuerzas centrífugas que tuvo su máxima expresión en 1990, cuando explotó la peor crisis interna del PC desde las ocurridas en los años veinte. Lo que estuvo en juego, finalmente, fue la vigencia o no de seguir siendo comunista en Chile tal como hasta esa fecha se entendía debía serlo.
4. El quiebre de la “Gran Familia”: crisis y renovación en el comunismo chileno (1987–1988) El período comprendido entre el último trimestre de 1986 hasta mediados de 1990 puede ser considerado uno de los más complejos de la historia del comunismo en Chile. Las querellas internas terminaron por ventilarse públicamente, en el contexto de una doble crisis que azotaba al PC. Por una parte, el agotamiento de la PRPM en su versión de la “perspectiva insurreccional” y la posibilidad de derrocar al general Pinochet a través de todas las formas de lucha, lo cual era para 1987 una quimera, especialmente porque la propia oposición democrática renunció a dicha posibilidad. Comprender esta realidad fue un proceso doloroso para el PC, cuyo optimismo histórico hizo creer a su militancia que verdaderamente 1986 sería decisivo y terminaría con la caída del dictador. Asimismo, la crisis terminal del socialismo real también golpeó el núcleo de la cosmovisión comunista. Por este motivo, la crisis que el PC vivió entre 1987 y 1990 no fue de cualquier carácter. Lo que estuvo puesto en discusión fue la posibilidad misma de ser comunista en Chile. La seguidilla de derrotas (Unidad Popular en 1973, caídas de las direcciones políticas en 1976, fracaso de la perspectiva insurreccional en 1986, la errática política ante la transición pactada en 1987 y 1988, sumado a la crisis del socialismo real en 1989) hizo que las críticas fueran de tal magnitud y profundidad, que podemos afirmar que el PC estalló como una diáspora en múltiples direcciones, algunas de ellas difíciles de pesquisar. Unos siguieron 122
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Sobre este evento, conocido como el caso arsenales, no existe un texto que haya contextualizado bien su trama. Una versión novelada de los hechos la escribió el jefe político de esta operación, el entonces encargado militar del PC Guillermo Teillier, Carrizal o el año decisivo (Editorial Pluma y Pincel, 2005). Otros antecedentes se encuentran en Herreros, op. cit.
levantando la tesis de la viabilidad de la perspectiva insurreccional, otros clausuraron el marxismo y el comunismo, otros abogaron por un PC dentro de la naciente Concertación de Partidos por la Democracia y otros por una “renovación revolucionaria” que refundara el PC, incluyendo el cambio de nombre del partido. Muchos, agotados de años de clandestinidad y persecuciones, dejaron la política contingente, abrumados por el peso del drama humano que significó para la izquierda chilena la dictadura militar y tratando de empezar una vida normal en la “nueva democracia”. Finalmente, otro grupo seguiría manteniendo “las banderas en alto”, asegurando la continuidad histórica del PC en la nueva década que empezaba. Para entender lo que significó este período de crisis para el PC, es necesario recordar la cultura política comunista, que se caracterizaba por crear un fuerte sentimiento de comunidad y pertenencia “al partido”. En tiempos de clandestinidad bajo la presidencia de Gabriel González Videla, las comunicaciones escritas entre militantes se remitían bajo la firma de “la Gran Familia”, en alusión “al Partido”. Esa tradición se preservó en tiempos de la dictadura militar pinochetista. Es decir, la pugna al interior del PC no debe ser entendida como las que ocurren en cualquier partido acostumbrado a entender la política de una manera laica. En el PC se discutía la permanencia y el sentido de una vida o décadas dedicadas a una causa que había hecho sentirse a sus militantes parte de un mesías colectivo, que liberaría de su yugo a todo el pueblo chileno. De ahí lo desgarradora y dolorosa que resultó esta crisis. Ninguno de sus protagonistas ha escrito sobre ella así como tampoco existen trabajos historiográficos de carácter monográfico que la analicen en profundidad123. En esta ocasión la perspectiva para abordar serán los documentos internos y las publicaciones de la época, pero sin duda que queda pendiente enfocar el entendimiento de esta crisis desde el punto de vista del drama humano en el cual se estaba desenvolviendo. En esta parte abordaremos la primera etapa de la crisis, que se inició soterradamente luego del fallido atentado contra Pinochet y se desarrolló hasta el plebiscito del 5 de octubre de 1988, coyuntura en la que el PC todavía apostaba a la viabilidad de la “Sublevación Nacional”. Derrotado electoralmente Pinochet, la fuerza de los hechos obligó al PC a clausurar su perspectiva insurreccional. Los años siguientes serían de ajuste de cuentas con el manejo político del PC durante la coyuntura 1987–1988. Esta crisis es sumamente compleja, porque no fueron solo dos bandos que se enfrentaron, sino que surgieron muchas corrientes de opinión, en tendencia atomizante que de alguna manera se pareció a la que vivió el MIR en la misma época y que terminó con la disolución del tronco histórico de este partido124. Por ello, que intentaremos describir las principales
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Iván Ljubetic hizo una crónica útil para conocer la cronología de los hechos, De la historia del PC de Chile. La crisis que comenzó en los años ochenta. (Imprenta Latingráfica, 2002). Sobre la crisis del MIR a fines de los ochenta, ver el capítulo 2 de este libro, a cargo de Julio Pinto y Sebastián Leiva.
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tendencias, para entender el carácter de la crisis, sus contenidos políticos e ideológicos y la manera como se resolvió. El panorama de las corrientes de opinión del PC durante los ochenta podríamos ordenarlos a tres bandas: una derecha opuesta a la perspectiva insurreccional, un centro de acuerdo con ella, pero que asumía la crítica de la derecha respecto al carácter de masas que esta salida debía tener, y una izquierda que estimaba que el PC nunca realmente se había tomado en serio lo militar en la política y que en el fondo seguía siendo un partido reformista, en el sentido de carecer de una visión completa de la revolución (inevitabilidad del enfrentamiento armado). Sin embargo, queremos ser muy enfáticos en señalar que esta es una división esquemática y que entre muchos militantes existían cruces de opinión. Es decir, no eran corrientes articuladas, orgánicas, al estilo del Partido Socialista, sino más bien sensibilidades políticas, dentro de las cuales cabían muchos matices. No es correcto considerar que la crisis al interior del PC estalló producto del hallazgo de los arsenales en el norte de Chile y por el fracasado intento de ajusticiar a Pinochet. Las diferencias venían desde la génesis misma de la PRPM. El capítulo inmediatamente anterior a los sucesos de 1987–1990, se relaciona con el momento en que la mayoría de la Dirección del PC optó por la “Sublevación Nacional” a fines de 1984. El antecedente de este debate lo dio a conocer Luis Corvalán, quien al recordar el debate en torno al Informe al “pleno de enero de 1985”, que como hemos visto, aseguraba que en Chile se configuraba una crisis nacional y que por lo tanto hacía posible pensar en una perspectiva insurreccional, afirmó lo siguiente: “El contenido del Informe a ese Pleno fue motivo de discrepancia. Algunos compañeros del exterior, especialmente Hugo Fazio, concordaron con la apreciación relativa a considerar entonces que maduraba en el país una situación revolucionaria. El compañero Millas la objetó de plano. Por mi parte, expresé mis dudas al respecto…”125. Luego del fracaso del atentado a Pinochet, la instauración nuevamente del estado de sitio, el evidente reflujo de la movilización social y el paulatino plegamiento de la oposición al camino de la salida pactada de la dictadura, la postura política del PC quedó en incómoda situación. Criticado por la Alianza Democrática por terrorismo y también por sus propios aliados del MDP por lo “inoportuno” de la acción contra Pinochet, el PC además debió enfrentar el inicio de la rebelión interna. Las críticas venían tanto desde la izquierda como la derecha partidaria. El PC realizó dos reuniones de la CP luego del atentado, una el 15 de septiembre y otro a mediados de octubre de 1986. La primera, marcada por un aire de dramatismo producto de la oleada represiva de la dictadura luego del atentado fallido, partía reconociendo el aislamiento del MDP y el PC del resto de la oposición. Sin embargo, a pesar del quiebre de las relaciones políticas, el PC insistía en considerar a Pinochet en una situación defensiva: 125
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“Intervenciones de delegados al XV Congreso Nacional del Partido Comunista de Chile realizado en mayo de 1989”, p. 21.
“siempre debemos tener en cuenta que el fascismo es una dictadura brutal, cruel pero, en definitiva, precaria. El tirano no puede ni podrá cerrar las grietas que el movimiento popular ha provocado en el propio edificio de la dictadura”126. Por ello, ante el peligro del repliegue, el PC sostenía que “lo principal es llevar adelante la movilización social, la lucha de masas, la guerrilla de masas, entendiendo por tal los mitines relámpagos, las volanteadas relámpago, así como las barricadas, detonaciones y otras acciones por el estilo”. En el fondo, se veía como urgente no bajar la guardia en un momento político en que se creía que todavía se tenía la iniciativa política. De acuerdo a la óptica del PC, si en ese instante se estaba registrando un momento difícil, era por la intervención norteamericana y por el temor que se había producido en la oposición más moderada, la que teniendo en cuenta la masividad del paro del 2 y 3 de julio, veía peligrar su hegemonía en el proceso de recuperación de la democracia. Faltaban muchos meses para que el PC reconociera los profundos cambios que estaba teniendo el campo de la política nacional. De 1987 en adelante, el PC fue perdiendo cada día la influencia que había tenido durante el ciclo de las Protestas. En la reunión de octubre de 1986 se analizó la situación política y se discutió la compleja situación que vivía el frente militar del partido, responsable de los arsenales y el atentado, los dos sucesos que habían marcado el año político. Esta reunión simbolizó el inicio del conflicto al interior del PC, pues sus conclusiones políticas dejaron muy disconformes tanto al ala derechista como izquierdista del Partido. Sobre las proyecciones políticas, se insistía en el planteamiento de septiembre, en el sentido de alentar todo tipo de demanda reivindicativa, derrotar el inmovilismo, insistiendo en la necesidad de lograr la rápida salida de Pinochet. Asimismo, se sostenía el rechazo ante cualquier diálogo o negociación con las autoridades, porque se consideraba que solo beneficiaría al general Pinochet. La inflexibilidad en este punto, implicó que el PC quedara fuera del diseño de transición pactada que ya estaba en curso. En todo caso, la preeminencia de la voluntad como dato fundamental de la PRPM, vuelve a cobrar importancia para intentar comprender algunas afirmaciones incomprensibles miradas con la óptica de hoy: “…sin ignorar los problemas surgidos, debemos apreciarlos como fenómenos temporales, circunstanciales, que es posible remontar si mantenemos firmes el rumbo, sin desviar la dirección del golpe principal y aplicando con firmeza y flexibilidad nuestra política”127. En tanto momentáneo, el reflujo de masas debía ser contenido con la fuerza de la voluntad, que mantendría en alto el “estado de ánimo de las masas”. Así, se relativizaba el mal momento de la oposición, señalando que a pesar de todo, se abría “un amplio campo para llevar adelante la política de unidad y lucha, de rebelión popular de masas, de enfrentamiento a la dictadura que encarna el Partido y el MDP”. 126 127
“Informe Comisión Política, 15 de septiembre de 1986, p. 3. “Informe Comisión Política, octubre de 1986”, p. 13. Las referencias siguientes sobre esa fecha provienen de este texto.
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Este planteamiento fue el que la derecha partidaria no compartió, iniciándose a partir de fines de 1986 y públicamente en 1987, fuertes disensos ante la tesis que sostenía en el tiempo la perspectiva insurreccional, sin reconocer que la situación política era otra que en tiempos de la fase 1983–1986. Por su parte, en la reunión de octubre de 1986 también se evaluó el trabajo militar del PC. La principal conclusión era que en el aparato militar existían concepciones políticas y estilos de trabajo distintos a los del PC. Por ello, se resolvió la salida de la Comisión Militar de algunos de sus integrantes e incluso sancionar a los responsables de la detección de los arsenales en el norte. En este caso, lo que existía en el frente militar eran “desviaciones militaristas”: “…hemos podido constatar que ha habido, de parte de valiosos cuadros militares, algún grado de suficiencia y hasta la idea de que la Dirección del Partido frena, en cierto modo, su actividad combativa”. Por ello, la principal medida para enmendar este problema sería “reforzar” la formación política e ideológica de los cuadros militares. A continuación se enumeraban veinte puntos para resolver los problemas y errores que el frente militar había registrado durante 1986. Las medidas apuntaban a un crecimiento controlado del FPMR (impedir que ingresara a él cualquier militante o no militante); confirmar la remoción de “Rodrigo” (Raúl Pellegrín) de la Comisión Militar y “conversar a fondo” con “Salvador” (Galvarino Apablaza); subordinar el conjunto de la estructura militar al área política, impidiendo tendencias militaristas; vincular a los militantes que actuaban en el FPMR de la mística comunista y, dicho sin tapujos, que la supuesta independencia del Frente ante el PC, pasara por “asegurar un núcleo político–militar de dirección del FPMR que de el máximo de confianza a la Dirección”. En otras palabras, la decisión que tomó la Comisión Política fue intervenir el aparato militar, removiendo a algunos integrantes de la Comisión Militar y al jefe del FPMR, estructura orgánica en donde se concentraba la izquierda partidaria. No es difícil imaginarse la respuesta de ésta. Para ellos, estas medidas no tenían otro objetivo sino detener, desarmar y finalmente, acabar con el trabajo militar del partido. El viejo “reformismo” comunista, a ojos de ellos, aparecía en gloria y majestad. El debate que venía sería encarnizado. Para terminar de armar el cuadro de disidencias internas dentro del PC, al interior de la propia Comisión Política surgieron posiciones críticas a la forma como el EDI estaba conduciendo al partido. Es decir, las críticas de la derecha partidaria no solo estaban representadas por conocidos voceros públicos del PC en Chile, como Patricio Hales y María Maluenda, que no ocupaban cargos de dirección, sino que en el mismísimo núcleo dirigente del PC. Probablemente conocedores de esta situación, el sector de izquierda del PC, visualizaba que eran ciertas las advertencias respecto a que el PC no se había tomado en serio la cuestión militar y continuaba siendo un partido reformista. Así, las diferencias se fueron retroalimentando y creciendo como bola de nieve.
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En una reunión de los integrantes de la Comisión Política en el exterior realizada a fines de 1986, se sinceraron las posiciones, desplegándose una andanada de críticas contra la dirección interior. Orlando Millas se explayó en sus profundas diferencias de cómo estaba desenvolviéndose la política del PC. Colocó la base de su argumentación en el voluntarismo de la Dirección interior. Para él, lo ocurrido en 1986 tenía su origen en el pleno de diciembre de 1984, cuando se evaluó que en Chile supuestamente se creaba una situación revolucionaria, ante lo cual Millas decía que le había expresado “al compañero Corvalán y repito ahora aquí que no creo que lo aprobado sobre esta materia esté en la razón”. Como reflejo de estos análisis considerados voluntaristas, estimaba que frases planteadas en septiembre de 1986 por el EDI, en torno a que todavía existían condiciones para una “salida avanzada” de la dictadura, constituían un hecho “alarmante y que obligan a re–examinar si estamos aplicando bien nuestra línea”. Evidentemente, para Millas, en el interior se estaba aplicando “otra línea”, militarista, voluntarista o derechamente “aventurerista”, para usar una categoría con que el propio Millas calificaba antiguamente al MIR. Según el ex ministro de Allende, el PC padecía de un gran problema político, resumido según sus propias palabras, en la existencia de una “dualidad de líneas”, que emanaba “por conductos dependientes de la Comisión Militar, que no se rigen por el centralismo democrático sino que operan horizontalmente”128. La dualidad de línea se caracterizaba según Millas, en que algunos documentos del Partido hablaban que el objetivo fundamental del momento era echar a Pinochet y una “segunda línea” (la “militarista”) que planteaba luchar por alcanzar una “democracia avanzada”. De esta manera, las bases de la disputa interna en el PC quedaban planteadas. El EDI debió enfrentar dos frentes de discusión que con el paso del tiempo, fueron cristalizando en posiciones políticas irreconciliables. Hoy sabemos que esta discusión terminó en un quiebre profundo. Pero la crisis se prolongó porque se dio por etapas. La primera ruptura fue por la izquierda, con la crisis en el FPMR. La fractura del ala izquierda del PC no es posible entenderla solo como producto del cambio de las condiciones políticas después del atentado a Pinochet. Desde nuestra perspectiva existieron una constelación de causas y hechos que englobaremos bajo el rótulo de diferencias políticas. En segundo lugar, la diferenciación entre el PC y su aparato militar, respondió también a un fenómeno indudablemente relacionado con la concepción militar de los comunistas: la creación de un brazo armado públicamente separado del Partido. Este aparato, inclusive antes de crearse formalmente, había adquirido una identidad y una cultura política propia –el llamado “rodriguismo”– que continuó desarrollándose entre 1985 y 1986. Estallada la crisis a fines de ese año, esta identidad y cultura política propia, los hizo sentirse más parte de esa experiencia que la propiamente comunista. Por este motivo la división del FPMR debe ser considerada como el primer capítulo de la crisis política y 128
“Intervención de Orlando Millas”, p. 5.
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cultural que sufrió el PC entre 1987 y 1990. Las propias tesis que originaron a la PRPM, en el sentido de criticar el “reformismo” del PC hasta 1973, fueron la materia prima de la división “por la izquierda” en el otrora monolítico PC chileno. Sobre las diferencias políticas, estas deben remontarse a la génesis misma de la llamada “Tarea Militar”. Cuando ésta se inició en 1975, el PC carecía absolutamente de un diseño político–militar de orden estratégico sobre el sentido de esta “tarea”129. Así, al llegar en 1986 a las primeras manifestaciones palpables de la crisis final, las diferencias políticas entre la Dirección del PC y su estructura militar llevaban largo trecho recorrido. El autonomismo que había alcanzado el aparato militar del PC respecto a las orientaciones de la Dirección llegó a su máxima expresión con motivo del atentado a Pinochet el 7 de septiembre de 1986. Jorge Insunza, a la sazón integrante de la Comisión Política, hoy aclara que esta acción fue realizada sin contar con la autorización del PC: “En el caso de los compañeros del Frente, la lucha armada era la única vía. Eso es lo que lo lleva a contradecir las indicaciones de la dirección del Partido respecto a acciones, por ejemplo, el ataque a la comitiva de Pinochet. Ellos lo hacen en alguna medida imbuidos de una cierta desesperación, creyendo que como la situación que se estaba creando era tal, que una acción de este tipo podía romper, cambiar el cuadro completo”130. El intento de matar a Pinochet, la acción militar de mayor envergadura en la historia de los movimientos armados en Chile y que dio un giro definitivo a la historia reciente de Chile, fue realizada por un aparato militar sin el consentimiento del mando político. Este solo hecho habla de la magnitud de la crisis al interior del frente militar del PC Pero antes de conocer los contenidos de la discusión de 1987, es necesario incorporar al análisis las diferencias a nivel de la identidad y la cultura política rodriguista. Tal como lo han señalado algunas investigaciones131, la militancia en el FPMR creó una forma particular de vivir y entender la participación en política. Si bien compartió “motivaciones y emociones” con sus entonces compañeros de partido, muchos militantes partícipes de “La Tarea Militar” se terminaron sintiendo más “rodriguistas” que comunistas. En la constitución de esta situación hay circunstancias históricas que ayudan a explicarla. En primer lugar, en la genética de “La Tarea Militar” estaba una derrota histórica no solo del PC, sino del conjunto del movimiento popular chileno. Toda una generación política había crecido con la certeza en el triunfo y en la infalibilidad de “el partido”. En cambio, el ingreso a las FAR era expresión de los errores de ese partido, que la experiencia histórica había demostrado falible y por ende, cuestionable. Por otra parte, las biografías de los oficiales comunistas chilenos aportan un dato decisivo: su escasa vida partidaria en el PC. En efecto, el primer núcleo había sido militantes de la Jota durante la Unidad Popular, que partieron a Cuba 129 130 131
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Valdivia, Alvarez y Pinto, op.cit, cap. 3. Herreros, op. cit., p. 545. Vidal, op. cit., y Flores Idini, op. cit., este último en un registro de “historia militante”.
en 1971. Otros, como el propio “Rodrigo” (Raúl Pellegrín) ingresaron casi directamente de la “Jota” a “La Tarea”. El otro referente rodriguista, Galvarino Apablaza, tuvo una militancia de bajo perfil antes del golpe. Solo su desempeño como cadete de las FAR lo hizo despuntar como militante comunista destacado. De esta manera, la socialización política de los oficiales chilenos se dio dentro de los cuarteles cubanos, orientados por Jacinto Nazal, el cual señala enfáticamente no haber traspasado sus diferencias con la Dirección del PC sobre la cuestión militar. Por años Nazal fue cotidianamente la cara visible del Partido, más allá de las visitas ocasionales de otros dirigentes comunistas. Esta vida en común fue creando lealtades y afinidades que escapaban a la lógica partidaria tradicional. En efecto, la vida militar creó sus propios códigos, lo que se vio acentuado por la experiencia que dejó en los jóvenes chilenos su participación en la guerra revolucionaria nicaragüense132. Los relatos sobre la valentía de tal o cual combatiente, de la actitud y el profesionalismo del personal chileno, los llenó de prestigio. El espíritu de cuerpo, característica propia de las estructuras militares, se acrecentó tras el debut militar de los oficiales chilenos. Pero tan importante como ello, el impacto político en la psicología militante, producto de haber sido partícipe activo de una verdadera revolución armada, solidificó la visión que el factor militar era no solo importante, sino indispensable para una organización realmente revolucionaria. En este caso, lo militar como un enfrentamiento directo entre un ejército popular y otro “burgués”. Como sabemos, esta concepción nunca estuvo en la visión de la dirección del PC. Más tarde, encontrándose dentro de Chile, algunos testimonios dan cuenta que los oficiales hicieron notar en sus respectivas estructuras la mayor formación y dominio del arte militar, generándose diferencias con los militantes del interior que no poseían ni su preparación militar ni su experiencia combativa133. Todas estas diferencias se vieron reforzadas por lo que aparentemente fue un crecimiento inorgánico del FPMR, en el cual ingresó un número indeterminado de militantes sin el cedazo ni control de las estructuras partidarias superiores del PC. Así, un grupo de oficiales chilenos, que se conocían por años en Cuba y Nicaragua, que no compartían la misma experiencia militante con sus compañeros en el país, pudieron consolidar su propia identidad al ingresar a un “brazo armado”, separado del resto del Partido. Es decir, la propia concepción del PC de tener una estructura militar especializada con un mando propio, fue un factor que permitió el desarrollo de las tendencias autonomistas que ya existían. Al respecto, el ex rodriguista César Quiroz reconoce la importancia de este factor para explicar la división. “De acuerdo a los vietnamitas –dice Quiroz– el partido nunca debió haber creado el FPMR, ni haber tenido una Comisión Militar. Los vietnamitas dicen que lo militar no se delega. Ellos tienen 132
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Sobre la presencia chilena en Nicaragua, la novela de un ex oficial comunista nos ha sido señalada como un testimonio realista de lo vivido por los chilenos en el país centroamericano. Ver Galvarino Melo Sepúlveda, Piel de lluvia (Mago Editores, 2005). Entrevista con Axel Rivas 10/09/2000, quien conoció de cerca el trabajo militar del PC en este periodo.
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el principio de que lo militar lo dirige el partido directa, total y absolutamente. El partido para la guerra. Todo el partido involucrado a la guerra, sin sucursales, sin subsidiarias. No hay comisión militar, no hay brazo armado, no hay aparato. Es el partido el que se involucra en la guerra. Los dirigentes del partido pasan a ser el mando militar”134. Sin embargo, a diferencia de lo señalado por Hernán Vidal en su citado trabajo sobre el FPMR, el PC jamás se planteó seriamente ni lo planteado por Quiroz ni la constitución de un “frente de liberación nacional” como el de los vietnamitas contra Estados Unidos o los nicaragüenses contra Somoza. Como lo hemos repetido, la cuestión militar era entendida por la dirección comunista como un complemento de la línea, en ningún caso una transformación radical. Posteriormente, quienes como el EDI así la asumieron desde 1981–1982, tuvieron que consensuar con otros sectores dentro del PC la manera de desarrollar lo militar. Es decir, en el PC chileno no había condiciones internas como para vivenciar otra experiencia de trabajo militar que no fuera el brazo armado, es decir, lo militar como un área más de trabajo partidario. Esto fue lo que algunos oficiales comunistas nunca compartieron. Sin embargo, el propio PC colaboró en crear la identidad rodriguista. En un documento anterior al quiebre de 1987, se definía al rodriguismo no como una ideología, sino como la aplicación creadora del marxismo–leninismo a la realidad chilena: “Rescata las más puras tradiciones de lucha de nuestro pueblo, desde los tiempos del heroico Arauco, el legendario Manuel Rodríguez, las luchas del movimiento obrero con Recabarren y Lafferte, hasta nuestros más recientes años, con los ejemplos heroicos de Allende, Víctor Jara, Miguel Enríquez…” entre otros135. Es decir, se declaraba heredero de todos los luchadores que defendían –según ellos– la libertad y la dignidad popular. Además, era internacionalista, al declararse admirador de Martí, Sandino, Farabundo Martí y Vietnam, en cuyos países se formaron o combatieron los oficiales rodriguistas. Por otra parte, el FPMR creó su propio emblema, basado en su sigla en donde la “F” se convertía en un fusil. A cargo del cantautor Patricio Manns estuvo su himno, conocido como “La marcha del Frente”. A partir de 1984 tuvo su propia publicación, llamada “El Rodriguista”, la que al momento de la división en 1987 contaba con más de una veintena de ediciones de alta calidad. También el rodriguismo tuvo su propio juramento. Este constaba de cuatro puntos y en una organización militarizada como el Frente, tenía un alto valor simbólico y ético: PROMETO, ante el pueblo de Chile, el FPMR y el recuerdo de nuestros hermanos caídos, entregarme con todas mis fuerzas en esta lucha a muerte que hemos decidido por recobrar la libertad, no vacilando en dar mi vida, si fuera necesario. PROMETO, luchar día a día por superarme, para ser digno hijo de esta tierra y de los principios que dieron origen al FPMR, pues veo en el Rodriguismo los más altos valores patrios y humanos, y en nuestra organización, al guía y conductor de la auténtica liberación nacional. 134 135
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Herreros, op. cit., p. 540. “FPMR. Antecedentes de nuestra lucha. 1986”, p. 18.
CON AUDACIA, DISCIPLINA Y PARIOTISMO, asumo los deberes correspondientes al grado de MILITANTE RODRIGUISTA y me declaro dispuesto, desde este momento a acatar las órdenes y decisiones que emanen de nuestra DIRECCION NACIONAL136.
El mesianismo de la tarea autoasignada por el FPMR era típico de la pasión revolucionaria de los comunistas, pero al reemplazar la alusión de lealtad al partido por la debida al Frente, el peligro era evidente. Se suponía que la línea política de éste y la del PC era la misma. Pero el peligro radicaba si surgían diferencias entre ambos. ¿A quién se le debía mayor lealtad, al FPMR o al PC?. Esa disyuntiva la tuvieron muchos militantes que vieron el rodriguismo y su exaltación de lo armado, como lo verdaderamente revolucionario y único camino para derrotar verdaderamente a Pinochet. La creencia revolucionaria, que debía constituir una especie de “santísima trinidad”, sufrió un “cisma”: se salían de la Iglesia que según ellos había traicionado la verdadera creencia, defendida solo por el rodriguismo. Por esta razón, la división de 1987 fue entre creyentes, pues nadie planteaba abandonar el proyecto histórico, sino que era una disputa sobre quién verdaderamente lo encarnaba. En este marco transcurrió la discusión de 1987, cuando las condiciones políticas habían cambiado, en un minuto que la economía chilena daba claros signos de recuperación. Tras años de enfrentamiento y de violencia política, el debate entre la dirección del PC y el ala izquierda del partido, se dio entre quienes se autopercibían como los consecuentes y verdaderamente revolucionarios (la mayoría de la Dirección Nacional del FPMR) y una dirección política golpeada por el fracaso del año decisivo, enfrascada en un fuerte debate interno y cuestionada por el ala derecha. El producto más notable de la originalmente heterodoxa PRPM, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, derivó en un neo–fundamentalismo al dogmatizar la nueva línea y no adecuarla a la nueva realidad política que los terminaría por convertir en un factor político obsoleto y alejado del estado de ánimo de las masas. La división del FPMR tuvo como factor precipitante la crisis instalada en la Comisión Militar del PC luego del fracaso de los arsenales y el atentado a Pinochet. Como ya vimos, uno de los 20 puntos propuestos en octubre de 1986 por la Dirección del PC, era remover a Raúl Pellegrín de la Comisión Militar del Partido, espacio en la que estaba en función de ser el jefe del “fuerza militar propia” del PC, o sea, el FPMR. Esta medida fue resistida por meses. También en 1986 salió de su cargo el encargado militar del PC, Guillermo Teillier, lo que era una señal inequívoca del deseo de la Dirección de querer hacer cambios importantes en el frente militar. Luego de largas discusiones y de intentar llegar a acuerdos, el quiebre se hizo inevitable. En la que se supone fue su última intervención como integrante de la Comisión Militar del PC y por tanto jefe del FPMR ligado al PC, Pellegrín hacía notar en mayo de 1986 lo que él llamaba “indecisión…cambio inexplicable de opinión…falta de claridad…lo 136
“Reglamento interno Frente Patriótico Manuel Rodríguez. 1985”, p. 3. Mayúsculas en el original.
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contradictorio de los informes”, lo que se resumía en una “falta de dirección” por parte del PC para implementar la Sublevación Nacional137. Consciente de los reparos que un sector de la Comisión Política tenía del frente militar, los acusaba a ellos y a la Comisión Militar, ahora encabezada por “Adrián” de no querer solucionar las crisis en el FPMR. Por el contrario, afirmaba Pellegrín, “más de alguien estaría feliz de que el Frente se vaya del Partido”. Para el “Comandante José Miguel” la cuestión era clara: el PC estaba abandonando el trabajo militar. El relevo de los oficiales al mando del FPMR, amenazaba Pellegrín, provocaría la insubordinación de la organización: “Opino que si se ponen jefes militares que la base no respeta, los militantes el Frente no se subordinan a ellos”138. De esta manera, la fractura se hizo inevitable. De acuerdo a Guillermo Teillier, ésta fue dolorosa por lado y lado: “Cuando se produjo el rompimiento, me acuerdo que estábamos (Luis) Corvalán, Gladys (Marín) y yo, y por ellos estaba Pellegrín. El leyó un documento en que planteaba que no era enemigo del Partido, que ellos seguían sintiéndose comunistas, pero consideraban que el partido estaba equivocado y habían decidido armar un Frente autónomo. Hubo todavía varias conversaciones, algunas muy dolorosas, y concordamos en que por lo menos no nos haríamos daño mutuamente y que trataríamos de apoyarnos, y así fue como apoyamos la salida del país de muchos de ellos…”139. Así se concretó el quiebre del FPMR, que de acuerdo a la mayoría de las versiones, indican que de los integrantes de su Dirección Nacional, solo dos se quedaron con el Partido. Coincidió que ellos (“Daniel Huerta” el más conocido de ambos), no eran oficiales y solo habían recibido formación para–militar en estadías relativamente breves en el extranjero. “Huerta” quedó como el jefe militar del “Frente–Partido”. El grupo de los oficiales, encabezados por Raúl Pellegrín y Galvarino Apablaza, hicieron cabeza del llamado “Frente Autónomo”140. El primer documento que se conoce del FPMR–A data de junio de 1987. En él se plantea una evaluación de la línea del PC desde las jornadas del 2 y 3 de julio de 1986. La diferencia fundamental entre los autónomos y sus creadores tenía que ver con las razones que explicaban por qué 1986 no había sido “el año decisivo”. La crítica apuntaba al documento de octubre de 1986, el de las veinte medidas sobre el frente militar. Para los autónomos, el error estaba en no haber planteado que el fracaso en derrotar al general Pinochet se debía a que “no se alcanzó la Sublevación Nacional por no contar el Partido y el pueblo con la fuerza político–militar para ello”. En otras palabras, para el FPMR–A, el factor decisivo de 1986 no había sido ni el descenso de la participación popular en las movilizaciones, ni el giro del resto de la oposición, ni el rechazo de parte importante de los sectores populares a la violencia, ni la mejoría de la situación económica, sino que “…la incapacidad para alcanzar 137 138 139 140
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Vidal, op. cit., p. 202. Vidal, Ibid., p. 206. Herreros, op. cit. p. 543. Está pendiente una historia del FPMR–A. Hasta ahora, la mejor investigación es la realizada por el periodista Víctor Osorio “FPMR 1987–2002: la historia oculta”, en La Huella nº 7, marzo de 2002.
niveles aun superiores de enfrentamiento”141. Es decir, con una lógica analítica similar a la de sectores dogmáticos del PC luego del golpe de 1973, que explicaban la derrota de la Unidad Popular por no haber aplicado correctamente la línea y no por posibles fallas o errores en ella, los autónomos acusaban a la Dirección del PC por no haberse jugado a fondo por la “Sublevación Nacional”. En el fondo, el planteamiento era el paroxismo de la voluntad, ya que se desprende de este análisis que si los comunistas hubieran “contado con toda la fuerza necesaria para llevar adelante la Sublevación Nacional”, la dictadura militar habría terminado en 1986. De esta visión sobre lo ocurrido, arrancaba la proyección que se vislumbraba del proceso político chileno. Según los autónomos, a mediados de 1987 “la tendencia profunda es que el espíritu de lucha del pueblo es hoy más fuerte que el entreguismo de la centro–derecha. Esto, independientemente de que no siempre se exprese abiertamente”. Entonces, a pesar que el FPMR–A reconocía la baja de la movilización social en 1987, ésta se relacionaba con un hecho solo coyuntural y la “falta de decisión” del PC142. Es decir, según los rodriguistas desprendidos del PC existían las condiciones objetivas para la Sublevación Nacional, pero el instrumento político (el Partido), no estaba a la altura. Había sido ganado al reformismo, de lo que se desprendía la razón de ser de la división: evitar la disolución del FPMR, objetivo, según los autónomos, de la Dirección del PC desde fines de 1986143. De acuerdo a esta visión, dadas las condiciones de la época, la obligación moral y política de los rodriguistas era mantener con vida la organización. Para ellos, todavía existían condiciones para el derrocamiento de Pinochet basado en un papel protagónico del componente armado144. Tal como la matriz de sus creadores, el FPMR–A reproducía los análisis mecanicistas del PC, basados en un reduccionismo económico parecido al de los tiempos del Frente Antifascista, cuando según el PC la dictadura tenía “los días contados” producto de la crisis económica de mediados de los setenta. La concepción laica y crítica que los orígenes de la PRPM contenía, fueron derechamente dejadas de lado por el FPMR–A. Los costos de esta visión significaron la pérdida de numerosas vidas, que se inmolaron en lo que en 1988 llamaron la “Guerra Patriótica Nacional”145. Durante el ciclo 1987–1988 el accionar político del PC fue el fiel reflejo de las tensiones internas que hervían en su interior. Así como desde la izquierda partidaria se desencadenaba la crisis en el frente militar, por la derecha la situación no era tampoco muy auspiciosa, 141
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“Informe FPMR–A, segunda quincena de 1987”. 4. Este documento apareció un tiempo en la página web del FPMR. www.fpmr.org. Agradezco a Álvaro Tapia haberme facilitado este y otros valiosos documentos sobre el Frente Patriótico. Ibid., p.6. “Informe FPMR–A. agosto de 1987”. p. 5. Ibid., p.2. Sobre la concepción de la “Guerra Patriótica Nacional”, entendida como la superación de la PRPM, ver El Rodriguista nº 33, junio 1988.
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ya que en 1987, en paralelo a la división del FPMR, conocidos dirigentes públicos del PC comenzaron a criticar el comportamiento del partido en la coyuntura. De esta manera, durante los años 1987 y 1988 el PC se caracterizó por su accionar dubitativo y errático, en una etapa política que le cerraba sus puertas a un partido acostumbrado a ser protagonista de la política chilena. En el fondo, el PC pagó los costos en esta etapa de una crisis que durante años se había mantenido latente y sin resolverse. Para un partido que se la había jugado discursivamente y en la praxis por el derrocamiento de la dictadura, el aterrizaje en un escenario dominado por lo electoral no fue bueno. Esta etapa se cerró con la demostración fáctica que el general Pinochet no sería depuesto por la movilización social, que la dictadura no sería derrotada de plano y que la épica “lucha popular”, supuestamente capaz de derribar a gigantes, terminó respaldando una modestísima “transición pactada” a la democracia. Dos años le costó al PC convencerse de su nueva derrota. Durante 1987 los comunistas debatieron sobre la inscripción o no en los registros electorales. Como es sabido, a partir de ese año comenzaron a implementarse las llamadas “leyes electorales”, que empezaban a configurar el escenario del plebiscito de 1988. Poco a poco, todos los partidos opositores –salvo el PC– terminaron aceptando que la salida de Pinochet sería producto de la ocupación de los propios espacios cedidos por el régimen146. Dentro de este diseño, la piedra angular era inscribir una gran cantidad de personas en los registros electorales, ya que solo quienes realizaran este trámite podrían sufragar en el plebiscito de 1988. Desde el punto de vista de la oposición, asegurando la inscripción de millones de chilenos y chilenas, las posibilidades de fraude se reducían notablemente147. Ante este escenario, los comunistas se opusieron terminantemente, planteando la inviabilidad que Pinochet dejara el poder respetando la voluntad soberana del pueblo. A principios de año, el PC hacía su propia propuesta: “La tarea inmediata que debe reunir a todas las fuerzas opositoras es el rechazo conjunto de las llamadas leyes políticas del fascismo. Debemos denunciar el sistema fraudulento de inscripción electoral que ha impuesto Pinochet y la Junta y formular, paralelamente, una proposición única de toda la oposición para crear un sistema de inscripciones automáticas que permita contar con un cuerpo electoral efectivamente representativo. Debemos negarnos unánimemente a la inscripción como partidos según las normas del engendro legal de la dictadura”. Para remachar, el PC volvía a plantear su plataforma básica, levantada allá por 1983, cuando se iniciaban las protestas nacionales, a saber, salida inmediata de Pinochet del poder, Gobierno Provisional y Asamblea Constituyente148. El punto era que públicamente, la posición del PC era poco clara, ya que si bien hablaba de la unidad de toda la oposición, aun seguía poniendo en el 146
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Una crónica detallada del periodo en el trabajo de Eugenio Ortega Historia de una alianza (CED–CESOC, 1992) Al respecto ver Arriagada, op. cit. “Propuestas del Partido Comunista para una salida política”. Análisis nº 163, 24 febrero al 2 de marzo de 1987.
centro el derrocamiento de Pinochet por medio de la movilización, algo que en ese 1987 no aparecía políticamente viable. Reflejo de la debilitada posición del PC, fue que bastó una entrevista a la tradicional vocera comunista María Maluenda, quien criticó públicamente al FPMR, se mostró partidaria de la campaña por las elecciones libres que iniciaba el resto de la oposición y de la inscripción en los registros electorales, para que el PC saliera públicamente a explicar su posición149. Por su parte, en una dura entrevista de Patricia Verdugo, la dirigente pública del PC Fanny Pollarolo defendía a duras penas la posición de su partido. Ante su frase respecto a que “las mayorías que hoy sufren y se rebelan”, la periodista la interrumpe para decirle: “Si se rebelan, es una rebeldía silenciosa. No se le ve ni se le escucha”. Pollarolo contestaba que “eso es verdad hoy, pero no por eso no existe. Se expresa cada vez que puede”150. Sin embargo la participación de María Maluenda en el Movimiento por Elecciones Libres, unido a una propuesta movilizadora ignorada por la oposición, fueron la primera manifestación palpable que el PC perdía la iniciativa política. Esta comenzó a pasar por su lado. Ante el revuelo causado por las opiniones de María Maluenda, la dirección del PC pasó de una actitud contemplativa a otra de rechazo tajante. En la primera dirección, en una declaración emitida en mayo de 1987, el PC declaraba que “la inscripción electoral no es lo principal en la lucha entre el pueblo y la tiranía, pero que se respetarían “las decisiones individuales que se adopten al respecto”151. Esta “libertad de acción” al parecer tornó más confusa la posición del PC en esta coyuntura. Probablemente ante el creciente aislamiento producto de negarse a incorporarse a la campaña por las “elecciones libres” promoviendo la inscripción en los registros electorales, el PC sacó una nueva declaración pública. En ella explicaba que su posición no era que estuviese en contra de las elecciones libres, sino que no creía que ellas se pudieran producir bajo dictadura y con la legislación electoral emanada por ésta. La consigna comunista era “no generar falsas ilusiones”. Sus declaraciones intentaban pasar a la ofensiva ante las críticas recibidas por restarse a la ya hegemónica táctica política de la oposición: “Consideramos impropio de un comportamiento democrático consecuente hacernos partícipes de la generación de falsas ilusiones en el pueblo. La inscripción electoral no asegura por sí misma la realización de elecciones libres”. Junto con ello, el PC insistía en no reconocer las leyes electorales de la dictadura, llamando a no inscribirse como partido legal de acuerdo al marco jurídico creado por el régimen152.
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La entrevista a María Maluenda en APSI junio de 1987. En Análisis nº 176, 25 al 31 de mayo de 1987, p. 32 En “Informe al pleno del CC del Partido Comunista de Chile, octubre de 1987”, p. 17. “Declaración del Partido Comunista de Chile. Julio de 1987”, en Análisis nº 184, 20 al 26 de julio de 1987.
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La insistencia comunista de no integrarse en la salida pactada de la dictadura, puede considerarse el puntapié inicial de una nueva predisposición del PC ante el sistema político, basada en la preeminencia de la consigna testimonial, dejando en parte el pragmatismo iluminado que antaño había rendido tantos frutos. En efecto, si hasta 1973 el PC amalgamó la lucha legal con la ilegal en su estrategia de “vía no armada”, ahora se negaba a reconocer que esta misma estrategia le podía permitir sumar más voluntades. Por el contrario, la obcecación contra lo electoral lo hizo aparecer en una posición ultrista, como (el único) partidario de la violencia y fuera de foco en la escena política de entonces. En el plano interno, se desprendían del PC las posturas radicalizadas ubicadas en el FPMR, pero se hacía difícil a la Dirección abandonar la PRPM, que había sido defendida con ahínco ante la permanente oposición de la Vieja Guardia en el exterior. Hacerlo de buenas a primeras, significaba darles, finalmente, la razón al exterior en la discusión iniciada en 1981. El antiguo EDI, convertido ahora propiamente en la Dirección del Partido, necesitó ratificar la PRPM para confirmar su control sobre la colectividad. Esta situación, de alguna manera, se repetiría durante 1989 en el marco del XV Congreso del PC. Cuando la campaña por la inscripción electoral había adquirido fisonomía y lograba unificar a la oposición, el PC, a regañadientes, finalmente se incorporó a ella en octubre de 1987. Con todo, es importante conocer la argumentación en base a la que se tomó la decisión. En primer lugar, se seguía poniendo a la movilización social en el centro de la táctica política del momento y que la “sublevación nacional” o “levantamiento democrático” sería la forma más probable para terminar con la dictadura. La caída del rector delegado de la Universidad de Chile, José Luis Federici, era puesta como ejemplo de cómo la oposición podía movilizarse unida y exitosamente tras objetivos comunes. Luego, el PC daba sus razones para tratar de explicar su cambio de posición ante la inscripción en los registros electorales. El PC argumentó que, para evitar que este punto fuera un factor de división de la oposición (es decir, para no quedar aislado políticamente), se declararía partidario de la medida: “La resolución que se propone en el sentido de inscribirnos en los registros electorales no resuelve por sí sola las dificultades que hay en la oposición. Pero es un paso para desbrozar el camino, en la medida que con ella hacemos a un lado el nuevo pretexto que se esgrime para torpedear la acción conjunta, desnudando a los que persistan en tal posición”153. De todas maneras, la Dirección del PC aclaraba que esta era una medida solo táctica, que en el fondo se tomaba sin asignarle ninguna importancia: “Deseamos puntualizar que la inscripción electoral carece de valor estratégico, o sea, no define por sí misma el pleito tiranía–democracia. Representa un elemento eminentemente táctico, susceptible de insertarse útilmente en el momento oportuno dentro del contexto de un programa de acción más vasto para alcanzar el objetivo estratégico que es, en primer término, el fin 153
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“Informe al pleno del CC del Partido Comunista de Chile, octubre de 1987”, p. 21.
del régimen de facto”154. Esta formulación, dejaba al PC entre dos aguas –lo electoral y la salida “desde fuera, en contra y a pesar de la institucionalidad– pero sin convicción alguna acerca de la viabilidad de la primera. A diferencia de la época previa a 1973, en donde lo legal constituía una vía considerada del todo posible para acceder al poder, en 1987 el PC rigidizó su posición en un escenario que se revelaba cada día menos favorable para su estrategia movilizadota. Esta postura generó los primeros retiros públicos del PC de algunos de sus más destacados militantes. Tras meses de conversaciones, la situación de María Maluenda se decantó con su salida del PC. Más que imputarse a un estalinismo anti–democrático, este hecho fue producto que ella dejó de compartir aspectos de fondo con la línea política del PC, especialmente todo lo relacionado con la violencia política. Tal vez por ello mismo, su retiro de las “filas del Partido” fue relativamente silencioso, sin afán de querer provocar una crisis dentro del PC. Así, a fines de 1987 una declaración pública informaba que “la Comisión Política ha resuelto declararla separada de las filas del Partido”155. Ratificando la profundidad de sus diferencias políticas, al año siguiente María Maluenda apareció como una de las fundadoras del Partido por la Democracia (PPD). Otros dirigentes comunistas, también pertenecientes a la sensibilidad de derecha en el PC, manifestaron sus diferencias con la Dirección pero de manera reservada, sin la exposición pública desplegada por María Maluenda. En el caso de Luis Guastavino, integrante del CC en ese minuto, planteó privadamente a la Comisión Política semanas antes del pleno de octubre de 1987, la urgente necesidad que el Partido llamara a la inscripción en los registros electorales. “Creo que si no realizáramos el viraje táctico seríamos –esta vez sí– remisos de una actitud de autoexclusión innecesaria y peligrosa, que objetivamente estaría ubicándose en pugna con la línea política del Partido”156. La coyuntura política para el PC durante 1988 tuvo similitudes a la del año anterior. Despejado el tema de la inscripción en los registros electorales, ahora el debate radicó en si se convocaba o no a participar en el plebiscito del 5 de octubre de 1988. El “Comando por el No” se había constituido en enero de 1988, incluido el sector socialista que había conformado junto al MIR y el PC el Movimiento Democrático Popular. En la práctica, los comunistas quedaban en solitario en su oposición al plebiscito, pues hasta el MIR se había fragmentado en diversos grupos, algunos de ellos proclives a participar en él. Los autoproclamados “campeones de la unidad”, los que la habían promovido desde los primeros 154 155
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Ibid., p.19. “En resguardo del Partido. Resolución de la Comisión Política del Partido Comunista de Chile, agosto de 1987”, en Partido Comunista de Chile. Boletín del Exterior nº 87, noviembre–diciembre de 1987, p. 100. Luis Guastavino, “Carta primera. Realismo político. A la Comisión Política, 14 de septiembre de 1987”, en su libro Caen las catedrales (Hachette, 1990), p. 29 y 30.
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días después de 11 de septiembre de 1973, quedaban aislados producto de su sectarismo y polémicas internas. La postura del PC se explicó en un texto aparecido bajo la firma de Luis Corvalán. La conclusión respecto a las condiciones políticas bajo las cuales se llevaría a cabo el plebiscito era lapidaria: “…hoy no existen condiciones para que se pueda reflejar en las urnas la voluntad popular ni menos para que sea respetada en un hipotético triunfo del NO”. Además, se especulaba sobre la manipulación del voto pues según Corvalán, su emisión se hallaría “bajo la directa presión de todo un sistema de coacción montado ex profeso por la dictadura”. Junto con ello, mucha gente no votaría “por no haberse inscrito, principalmente a causa del gasto que impone sacar nuevo carnet”157. Como lo reconociera el propio Corvalán años más tarde, los comunistas estaban “en un profundo error…(porque) la gente venció las dificultades y se inscribió masivamente. Querían terminar con la dictadura y pensaba que, para ello, el voto era un arma que podía usar con éxito. Nosotros no”158. Tal como había ocurrido el año anterior con la inscripción en los registros electorales, el PC tuvo una errática conducta ante el plebiscito. Tratando de responder a la figura del “Comando por el NO”, el PC, junto a pequeños grupos socialistas y algunas individuales, como Tomás Moulian, crearon el “Comando contra el fraude”, de efímera vida. En este estado de cosas, en junio de 1988 al PC no le quedó otra alternativa que sumarse, nuevamente a regañadientes, al llamado a votar por el NO. En este caso, el PC tuvo que reconocer que el plebiscito había adquirido el carácter de una confrontación directa con la dictadura, algo que meses atrás les parecía muy poco probable. El llamado a votar NO se hacía basado en “la seguridad que ésta es hoy la posición que contribuirá a crear mejores condiciones para convertir el plebiscito en una coyuntura favorable a la causa democrática…(y) haga posible poner fin a la dictadura”159. Con el afán de otorgarle un contenido distinto a “su” NO en el plebiscito, este era definido como “total”, es decir un rechazo completo a toda la posible herencia de la dictadura. Como lo explicaba el vocero del PC Jaime Insunza, el “NO total” implicaba “la decisión de no aceptar la institucionalidad en ningún sentido. Concibe una plataforma mínima que contempla la renuncia de Pinochet, la instauración de un gobierno provisional de amplio arrastre…que convoque a elecciones libres de un poder constituyente… la derogación de la Constitución del 80, la libertad de los presos políticos, el fin del exilio…justicia por los crímenes cometidos en estos años…”160. Aunque hoy parezca majadero, a pesar del llamado a participar en el plebiscito, el PC aun no descartaba la sublevación nacional como salida más viable de la dictadura. En efecto, 157 158 159
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Luis Corvalán, “Sobre el plebiscito”, en Análisis nº 222, 11 al 17 de abril de 1988. Luis Corvalán, De lo vivido y lo peleado. Memorias (Lom, 1997). “Llamado a votar “NO”, derrotar a Pinochet y hacer posible el fin de la dictadura. Junio de 1988”, en Partido Comunista de Chile. Boletín del Exterior nº 92, septiembre–octubre de 1988, p. 13. Análisis nº 233, 27 de junio al 3 de julio de 1988, p.13.
partiendo de la tesis que por ningún motivo Pinochet reconocería el triunfo del NO, es decir, asumiendo la inevitabilidad del fraude electoral el 5 de octubre de 1988, los comunistas visualizaban un “levantamiento democrático” en defensa del triunfo del NO: “El pueblo debe prepararse para todas las circunstancias, y levantarse como un solo hombre, paralizando el país, ante cualquier peligro de autogolpe o si la dictadura proclama el triunfo del SI –lo que solo puede hacer consumando el fraude– o si pretende desconocer el triunfo del NO y empecinarse Pinochet en continuar en el poder”161. Esta formulación del PC fue afinada semanas más tarde, proponiendo la realización de un Paro Nacional Prolongado a partir del 6 de octubre como manera de defender el triunfo del NO, supuestamente desconocido por el régimen. Este paro, junto con la movilización callejera, debería sostenerse hasta lograr el pliego mínimo que el PC venía proponiendo hacía años, a saber, la renuncia de Pinochet, Gobierno Provisional y Asamblea Constituyente: “El PARO NACIONAL PROLONGADO, junto a la desobediencia civil y las acciones de protesta generalizadas, presionarán hasta imponer una salida democrática”162. La perspectiva que tenía el PC del plebiscito todavía contenía las rémoras de la etapa épica de las protestas nacionales del periodo 1983–1986 y estaban muy lejos de la campaña optimista y desideologizada del “Comando por el NO”, resumida en el conocido eslogan “Chile, la alegría ya viene”. En cambio, los comunistas hablaban de la “defensa del NO en las calles” y del “No hasta vencer”, en tono confrontacional y en un lenguaje que evidentemente traía remembranzas del “venceremos” de la campaña presidencial de 1970. Para el día del plebiscito, se contemplaban manifestaciones callejeras, “para preparar a las masas, su organización y estado de ánimo, para los próximos días, infundiendo ánimo, convocar a la paralización prolongada del país, planteando la necesidad del levantamiento democrático. La autodefensa debe mantenerse y es el momento para integrar masivamente a ella a millones de chilenos”163. Con el triunfo del No y la festiva celebración del día 6 de octubre en las calles de todo el país, que incluyó imágenes célebres de manifestantes abrazando a la policía, la misma que tradicionalmente los reprimía, de “champañazos” en plena vía pública, de hombres y mujeres que lloraban de felicidad mientras a su alrededor la gente saltaba y gritaba, la vía insurreccional llegaba definitivamente a su fin. Al contrario del pronóstico del PC, las masas no querían ni levantamientos ni lucha callejera, ni paralizaciones prolongadas, sino el fin de tantos años de dictadura de la manera que fuera. El titular de un diario opositor que señalaba que la dictadura había sido derrotada por un lápiz, sin duda una falacia histórica al desconocer los años de movilización social y de lucha radical contra la dictadura, sí reflejaba correctamente el estado de ánimo del pueblo en ese instante. Los comunistas se habían equivocado. Para el PC, los tiempos venideros deberían buscar responsables por 161
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“Llamado a votar “NO”, derrotar a Pinochet y hacer posible el fin de la dictadura. Junio de 1988”, p. 13. El Siglo Nº 7674, octubre de 1988, p. 3. Mayúsculas en el original. El Siglo Nº 7674, octubre de 1988, p. 2.
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lo ocurrido. El epílogo de la dictadura y los primeros meses de la nueva democracia, que debía constituir motivo de jolgorio para la militancia comunista, quienes habían luchado tanto por ese momento, tuvo un sabor amargo. La batalla interna se hizo pública y por primera vez en su larga historia, sus propios militantes se preguntaron por la viabilidad histórica de su partido.
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CAPÍTULO II PUNTO DE QUIEBRE: EL MIR EN LOS OCHENTA JULIO PINTO VALLEJOS - SEBASTIÁN LEIVA FLORES
Los siete años de opresión dictatorial nos han enseñado que no es a través de la sola agitación verbal, de las reclamaciones judiciales, de la denuncia de la violación de los derechos humanos, de las movilizaciones legales o semilegales, o de la presión de fuerzas democráticas internacionales, como el pueblo puede imponer el término de la represión y la restitución de las libertades democráticas. La burguesía monopólica, está claro, no renunciará voluntariamente al poder, y para mantenerse en el poder está claro que tampoco renunciará a la mantención del Estado antidemocrático y al ejercicio del terror estatal. El único camino posible para vencer la represión dictatorial es movilizar todos los recursos sociales, políticos, ideológicos y militares del pueblo en un enfrentamiento ofensivo al gobierno militar; es decir, desarrollar la guerra popular a la dictadura. (Carta Pública del MIR, 1 de enero de 1981).
Recién despuntaba el año 1981 cuando Andrés Pascal Allende, secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), envió a “las direcciones y militantes de los partidos populares”, a “los dirigentes y luchadores de las organizaciones de masas”, y a “todos los demócratas consecuentes”, una carta pública. Bajo el título “Unidos, avancemos en la guerra popular a la Dictadura”, hacía allí un balance del año que se iba, durante el cual el gobierno de Pinochet había ratificado su vocación refundacional promulgando una nueva constitución. En función de ello, el dirigente mirista caracterizaba el inicio de la nueva década como un punto de inflexión histórica, portador de opciones meridianamente claras: “Resignarnos a vivir indefinidamente bajo un régimen de opresión e injusticia social, o escoger el camino de la rebeldía para luchar decididamente por el derrocamiento de la dictadura y conquistar el derecho a construir el destino de nuestro pueblo democráticamente, en libertad, con justicia y en paz”. El continuismo dictatorial, afirmaba, solo podía ser conjurado por una movilización social que en 1980 ya había dado inequívocas muestras de reactivación entre los sectores más avanzados del mundo poblacional, sindical y estudiantil. Más importante aun: dicha acción se había visto reforzada por “la irrupción de la resistencia armada”, articulada en importante medida por el partido que él encabezaba. Todo parecía auspicioso, concluía, para convocar a “todas las fuerzas democráticas populares” a confluir
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en una nueva fase de lucha ofensiva que hiciera de 1981 “un año decisivo en la generación, desde abajo y con la fuerza del pueblo, de la crisis dictatorial”164. El vaticinio de Pascal pareció reforzarse con la aparición, durante el segundo semestre de ese año, de las primeras señales de una crisis económica que interrumpió brutalmente el breve ciclo de bonanza (el “milagro chileno” del que se ufanaban los partidarios del régimen) iniciado en 1978, y sobre cuyas bases se habían incubado los proyectos de “modernización” e “institucionalización” reunidos bajo el alero de la Constitución de 1980. Sin embargo, 1981 marcó también el punto crítico de la “Operación Retorno”, la más ambiciosa iniciativa mirista destinada a apuntalar la resistencia a la Dictadura y reiniciar la construcción de la fuerza militar que su estrategia de Guerra Popular Prolongada estimaba imprescindible para derrocarla. Durante los tres años siguientes, en efecto, tanto los núcleos guerrilleros implantados en las sureñas cordilleras de Nahuelbuta y Neltume, como la “Fuerza Central” que articuló las principales acciones armadas en Santiago, fueron desbaratados por los aparatos represivos165. Paralelamente, los esfuerzos desplegados por el partido para incrementar su capacidad de conducción de masas a través de referentes sectoriales denominados “Organizaciones Democráticas Independientes” (ODIS), y del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU), se tardaban más de lo previsto en generar los resultados esperados. “El movimiento de masas en reactivación”, diría un balance partidario redactado años después, “no solo sufrió la desmoralización de ver fracasadas sus falsas expectativas de cambio; además se vio enfrentado al fortalecimiento de la política de contrainsurgencia dictatorial”166. El fin de la Dictadura parecía diluirse en el horizonte. Pero justo entonces irrumpieron las protestas nacionales, y con ellas el primer indicio creíble (o a lo menos masivo) de superación del temor ciudadano, y la primera amenaza seria a un régimen que hasta entonces se había demostrado prácticamente inexpugnable. Durante los dos años siguientes, y al igual que el resto del amplio espectro opositor, el MIR surcó la ola de la rebeldía popular en procura, ahora sí, del tan ansiado derrocamiento. Fue la época de los levantamientos locales y la formación de milicias alimentadas por la propia protesta, con las cuales se aspiraba a recomponer la disminuida fuerza militar. Fue también 164
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La carta pública del MIR ha sido consultada en el Fondo Documental “Eugenio Ruiz Tagle”. Se agradece especialmente a su encargada, Carolina Torrejón, por facilitar el acceso a dicho material. Estos hechos han sido resumidos en la parte final del artículo de Cristián Pérez titulado “Historia del MIR. ‘Si quieren guerra, guerra tendrán…’”, en Estudios Públicos 91, Santiago, 2003. Ver también un documento elaborado en 1994 por el Ejército Guerrillero de los Pobres–Patria Libre (EGP–PL), organización política heredera del MIR, y que lleva por título “Hacia una política militar revolucionaria”. “Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, documento preparatorio del IV Congreso del MIR redactado por la “Mayoría del Pleno del Comité Central” celebrado en 1986, correspondiente a la tendencia que se mantuvo alineada tras el liderazgo de Pascal Allende y Aguiló, sin fecha. Fue escrito probablemente entre fines de 1986 y comienzos de 1987.
una época de aparente crecimiento en la militancia, de consolidación de las ODIS, y de convergencia política con otros importantes segmentos de la izquierda en el Movimiento Democrático Popular, instancia unitaria consagrada, como siempre lo había estado el MIR, al empleo de “todas las formas de lucha” para poner fin a la Dictadura y hacer del retorno a la democracia un primer paso en la reactivación de la agenda socialista. Con la excepción del período de la Unidad Popular, nunca antes las condiciones políticas y sociales habían parecido tan propicias para la ratificación del diagnóstico mirista, y para la difusión masiva de su mensaje. Hacia mediados de 1985, sin embargo, el panorama había vuelto a cambiar. La dictadura militar no había sido derrocada, las protestas daban señales inequívocas de agotamiento (o, como lo ha dicho Tomás Moulian, de “rutinización”)167, y la vapuleada economía comenzaba a remontar. Lo que el MIR denominaba despectivamente la “oposición burguesa”, articulada en torno a la Alianza Democrática, conservaba su radical intransigencia frente al uso de la violencia como instrumento de lucha, y parecía iniciar su repliegue hacia un “realismo” que eventualmente culminaría en el acatamiento de los plazos y las bases esenciales de la institucionalidad instalada en 1980. El propio MDP, desgastado por la ineficacia de las protestas y por los sucesivos golpes represivos, comenzaba a evidenciar tensiones internas que se reforzarían con el fracaso de la política del “año decisivo” definida para 1986, dramatizado por el hallazgo de los arsenales destinados al Frente Patriótico Manuel Rodríguez en Carrizal Bajo, y por el atentado fallido contra la vida de Pinochet. Erosionado por el enorme esfuerzo desplegado, por fuertes diferencias en la evaluación de lo realizado y de las necesidades del momento, y por la acumulación de bajas y derrotas, el MIR cayó en una espiral de resquebrajamiento interno que se precipitaría rápidamente hacia la división, al mismo tiempo que preparaba su tantas veces postergado IV Congreso. Para cuando el plebiscito de 1988 inició finalmente la transición a la democracia, el partido nacido un cuarto de siglo antes para apresurar el advenimiento de la revolución chilena transitaba visiblemente hacia su disolución. La década que según la “carta abierta” de enero de 1981 había comenzado bajo tan buenos auspicios, terminaba bajo el signo de un desenlace fatal. El artículo que se desarrolla a continuación se propone explorar esa trayectoria, auscultando las propuestas, los logros y los fracasos de un partido que desde el 11 de septiembre de 1973 se identificó con las posturas más rupturistas frente a la dictadura militar y su modelo de refundación capitalista, y que nunca renunció al sueño de conducir a Chile hacia el socialismo. Complementando un trabajo ya publicado en otra parte168, se propone también evaluar el desempeño del MIR durante la segunda década de gobierno dictatorial, en la cual se definió la fisonomía con que nuestro país enfrentaría el siglo XXI. 167 168
Tomás Moulian, Chile actual: anatomía de un mito, op. cit., pp. 317–318. Verónica Valdivia, Rolando Álvarez y Julio Pinto, op. cit.; capítulo 4.
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Se propone, por último, identificar el momento decisivo dentro del proceso de “inversión histórica” que, según la hipótesis que subyace a la investigación de la que este estudio forma parte, afectó a izquierdas y derechas entre las décadas de 1960 y 1980. Nada podría ser más sintomático de ello que el destino del MIR, nacido al calor del impulso revolucionario de los sesenta y finalmente disuelto no tanto por la furia represiva que hizo de él un objeto preferencial, como por la consolidación de un nuevo proyecto derechista que, lejos de facilitar el tránsito al socialismo, dio nuevos bríos a la hegemonía capitalista. Una de las críticas más reiteradas al accionar de este partido, tanto desde otros sectores de la izquierda como desde varios de sus propios ex militantes, apunta a la dificultad de sus dirigentes para asumir el verdadero carácter de la sociedad chilena, y la verdadera disposición anímica de sus sectores populares. Cuando uno y otra cambiaron tan dramáticamente como ocurrió durante el período dictatorial, esa falta de sintonía pudo haberse reforzado, magnificando el “ensimismamiento” de una propuesta que insistía en poner a la orden del día tareas como la guerra popular o la revolución socialista. El ocaso del MIR, las razones que lo motivaron (y que este artículo se propone indagar), constituyen un campo de prueba privilegiado para constatar la efectividad de esa posible desconexión, y su correlación con la re–estructuración profunda, bajo conducción derechista, que por aquellos años vivió nuestro país. No ha sido fácil, desde un punto de vista metodológico, reconstruir este segmento de la historia mirista. Pese a la mayor apertura política que caracterizó a los ochenta, al menos en comparación con los primeros años de la dictadura, el acceso a la documentación generada directamente por el MIR ha sido más bien precario. Gracias al Fondo Documental “Eugenio Ruiz Tagle” y a algunos préstamos de índole personal, se ha podido consultar un número relativamente razonable de ejemplares del periódico partidista El Rebelde, así como los boletines editados por la “Agencia Informativa de la Resistencia”. Unos y otros, sin embargo, se concentran casi exclusivamente entre los años 1981 y 1984, con muy escasos números correspondientes a fines de 1986 y 1987. En el mismo fondo se encuentran depositados siete números de El Combatiente, órgano oficial del MIR–Comisión Militar, una de las fracciones surgidas del quiebre de 1987–1988, que abarcan un período comprendido entre comienzos de 1988 y fines de 1989. Aparte de esos medios de difusión y propaganda, cuyo tono y carácter están obviamente muy condicionados por dicha intencionalidad, solo se ha podido revisar, en materia de documentación restringida a la militancia, tres “Boletines Internos” correspondientes a octubre y diciembre de 1985, y diciembre de 1986. De igual naturaleza son los documentos circulados durante la etapa preparatoria del IV Congreso del partido, entre los que se incluyen las “Tesis Programáticas y Estratégicas” emanadas del Pleno Extraordinario del Comité Central realizado entre diciembre de 1983 y enero de 1984. Aunque sumamente útiles por su abordaje sistemático y cobertura panorámica, que permite insertar los acontecimientos de la década dentro de una narrativa coherente, estos escritos exhiben una clara intención de polémica interna, propia de las divisiones que ya comenzaban a
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erupcionar. En consecuencia, tanto la información entregada como los juicios vertidos están atravesados por sesgos y silencios no siempre fáciles de detectar. Una opacidad aun mayor rodea la cobertura brindada al MIR por la prensa de circulación legal (o al menos tolerada). Esto no resulta extraño en aquélla que se alineaba abiertamente con la Dictadura, cuyos propósitos de demonización y estigmatización de dicho referente político ni siquiera se intentaban disimular. Pero incluso los medios conocidos entonces como “disidentes”, que cubrían un espectro de sensibilidad política que iba desde la Democracia Cristiana (revista Hoy) hasta la izquierda de raíz cristiana o socialista (revistas Apsi y Análisis), no solían exhibir demasiada empatía con un partido que insistía en relevar el aspecto armado de la lucha anti–dictatorial. Ya sea por declaradas incompatibilidades valóricas, relacionadas con la legitimidad del recurso a la violencia, o por los efectos supuestamente contraproducentes de una estrategia que solo servía, a su juicio, para enardecer el instinto represivo del régimen y justificar su prolongación indefinida, el hecho es que estos medios consignaron el accionar mirista a un silencio solo muy escasamente interrumpido por reportajes, generalmente críticos, alusivos a sus intervenciones o pronunciamientos más espectaculares. Curiosamente, esta actitud incluso se encuentra en publicaciones como la revista Análisis, que entre su cuerpo de periodistas contaba con un dirigente mirista tan destacado como José Carrasco, asesinado por agentes dictatoriales tras el atentado a Pinochet. Es posible que el rigor de la censura, cuyos efectos se hicieron sentir una y otra vez sobre este tipo de prensa, también haya contribuido a reforzar este fenómeno. Lo cierto es, y por la razón que sea, que tampoco ella resulta una fuente demasiado generosa para enterarse de lo que el MIR pensaba y hacía durante los ochenta. Para rellenar al menos parcialmente las lagunas, se ha contado con el valioso testimonio de antiguos militantes miristas que, desde diversos ángulos del quehacer partidario, han querido colaborar con este ejercicio de recuperación histórica. Por razones de orden práctico no difíciles de deducir, los entrevistados no conforman una muestra aleatoria o parejamente representativa de todas las corrientes y sectores de militancia. Esto resulta inevitable cuando se debe recurrir, como sucedió en este caso, a contactos personales que no responden a una distribución propiamente estadística, y a quienes además se solicitó autorización expresa para ser identificados por su nombre, evitando el refugio en un anonimato que, si bien resulta comprensible en quienes debieron enfrentar el rostro más brutal de la represión, podría prestarse para poner en duda la veracidad de los testimonios. Lo que ellos y ellas nos contaron sirvió, en primer lugar, para iluminar zonas poco cubiertas por la documentación, sobre todo aquéllas donde el debate tendencial obliga a contar con el mayor número de versiones posibles de consignar. Pero más importante aun, sirvió para devolverle cotidianeidad y humanidad a una historia que el lenguaje más bien abstracto y algo estereotipado de los escritos políticos suele esquematizar en demasía. Asimismo, nos permitió establecer un contrapunto entre el discurso “oficial” que se
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obtiene de la documentación emanada de la dirección partidaria y la vivencia mucho más heterogénea y matizada de las personas de carne y hueso que se sumaron a ese proyecto, y que en algunos casos discrepaban fuertemente de los lineamientos establecidos por los organismos superiores. Y aunque esas diferencias pueden haberse magnificado por el paso del tiempo–subrayando una vez más la brecha que separa la evaluación retrospectiva de la percepción que se tuvo en el momento mismo de los hechos–su constatación ayuda a recordar que la historia de un partido, aun de uno tan propenso al centralismo como tendió a serlo el MIR–condición que el sentido general de este artículo, cuyo actor central es precisamente la organización, recupera con bastante nitidez–no es la de una entidad monolítica, sino la de un colectivo humano reunido en torno a una causa y un sueño común. Porque a final de cuentas, lo que debe retenerse es que el MIR no fue un aparato impersonal volcado a un culto irracional de la violencia, como lo caracterizaron una y otra vez no solo los partidarios de una dictadura que sí hizo de la violencia represiva su principal sello de identidad, sino también muchos de los que se opusieron a ella. El MIR que recuerdan nuestros entrevistados, lejos de ello, fue un grupo de hombres y mujeres, en su gran mayoría jóvenes, empeñados en terminar con la explotación y la miseria, y en construir una sociedad más solidaria, más equitativa y más justa. Y esa dimensión, ciertamente la más digna de relevar, resulta mucho más fácil de rescatar de sus testimonios, aunque intermediados por la derrota y el tiempo, que de la formalidad de un discurso político que tendía a ser más bien unívoco e impermeable. Como lo expresara de manera inigualable uno de ellos: “pese a los errores cometidos, éramos poetas queriendo hacer una revolución”169.
1. Luces y sombras de la Operación Retorno Pese al evidente espíritu continuista que trasuntaba la Dictadura a través de la implantación de su nuevo régimen institucional, y a la complacencia que generaba en ella la estabilización del modelo neoliberal y el estado aparentemente alentador de la economía, el tono que caracterizaba a la “Carta Pública” mirista del 1° de enero de 1981 era más bien optimista. Lejos de ser un signo de fortaleza, la promulgación de la Constitución de 1980 dejaba en evidencia “el desgaste político del gobierno del gran capital y su incapacidad de alcanzar los objetivos históricos que se propuso el movimiento contrarrevolucionario encabezado por los grupos monopólicos”. Al producirse el golpe de Estado de 1973, argumentaba, lo que se perseguía era el restablecimiento rápido y vigoroso de un sistema de dominación seriamente amenazado por los avances de la izquierda, pero procurando que el recurso a la fuerza solo tuviese un carácter transitorio y excepcional. Una vez logrado su objetivo principal, “los dueños del gran capital esperaban que junto con llevar adelante una 169
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Entrevista a Ricardo Zúñiga, 29 de enero del 2007.
nueva fase de monopolización de la economía chilena, lograrían imprimirle un acelerado desarrollo productivo que generaría un vasto bienestar social y les permitiría ganar el apoyo de las grandes mayorías”. Siete años después, ello obviamente no había ocurrido. Muy por el contrario, se había producido “una polarización social y política que es aun más aguda que la que desató la actual crisis nacional hace una década”. Incluso el tan publicitado milagro económico, aseguraba la Carta Pública, no era más que “un espejismo que ya comienza a evaporarse”. Y argumentaba: “en vez de resolver las causas de fondo que impiden el desarrollo de una economía sana, de crecimiento productivo firme y autónomo, que satisfaga las necesidades de bienestar de nuestro pueblo, la burguesía monopólica ha sacrificado el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales, ha vuelto la economía más vulnerable frente a las crisis imperialistas, ha acentuado la explotación y empobrecimiento de las grandes mayorías nacionales a favor de la concentración especulativa de la riqueza en manos de una minoría privilegiada y derrochadora”. El odio social así acumulado ponía a “la burguesía monopólica y sus aliados militares en una situación de debilidad política que los obliga a descartar toda apertura democrática y tratar de gobernar indefinidamente amparados en la fuerza represiva”, lo que a su vez exacerbaba las tensiones que ya comenzaban a manifestarse abiertamente a través de un movimiento popular en evidente reactivación. “En todo el país”, afirmaba la Carta Pública, “han surgido núcleos y organizaciones democráticas que se extienden y fortalecen su actividad antidictatorial”, lo que incluía a los partidos de izquierda e incluso a “extensos sectores de la pequeña burguesía que la contrarrevolución logró arrastrar en sus etapas iniciales”, y que ahora se volcaban “junto al pueblo, alineándose contra la dictadura”. Por todo ello, sentenciaba, “el derrocamiento de la dictadura se vuelve una meta histórica alcanzable a plazo cercano”. Más allá de las fortalezas aparentes y las debilidades reales del régimen pinochetista, el optimismo del MIR también se alimentaba de otros desarrollos experimentados en la política interna y continental. En la primera, el vuelco del Partido Comunista de Chile hacia una estrategia que no descartaba ninguna forma de lucha (la política de “Rebelión Popular de Masas”, oficializada en 1980), alineaba junto a él a una de las fuerzas más determinantes de la izquierda histórica, la que, a mayor abundamiento, se había resistido durante muchos años a validar el recurso a las armas, pilar de la política mirista. Era así con indisimulada complacencia que la Carta Pública evocaba las palabras de Luis Corvalán, Secretario General de ese partido, justificando “el derecho del pueblo a la rebelión”170. En lo internacional, el triunfo todavía reciente de la Revolución Sandinista y los avances de la guerrilla salvadoreña y guatemalteca demostraban que la “vía armada” conservaba toda su vigencia. Como lo señalaba un dirigente mirista en una reunión clandestina sostenida con 170
El giro estratégico del PC ha sido tratado prolijamente por Rolando Álvarez en el primer capítulo de este libro.
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el Partido Comunista a mediados de 1981, “sin ánimo de trasplantar nada, creen que estas experiencias son muy importantes para Chile. Iluminan nuestra lucha; muestran cómo es posible recoger las aspiraciones concretas, cómo es posible articularlas adecuadamente a la lucha política y militar y cómo la lucha en común ayuda a esta unidad”171. De igual forma, la activación de las luchas “populares y democráticas” en América del Sur ponía a la defensiva a las dictaduras militares que tan inconmovibles habían parecido apenas algunos años antes. Para que Chile tomara el mismo camino, concluía el análisis mirista, el problema no era reunir una mayoría democrática ni movilizar a las masas, pues ambas cosas ya estaban (supuestamente) ocurriendo. “La cuestión estratégica decisiva para desencadenar la crisis dictatorial”, ahora como antes y como siempre, era “lograr superar, y finalmente destruir, la capacidad represiva de la dictadura”. O, dicho más claramente, “desarrollar la guerra popular a la dictadura”. Es importante recordar que el concepto de “guerra popular prolongada”, inspirado explícitamente en las experiencias de China y Vietnam, constituía el eje de la estrategia mirista no solo para terminar con la dictadura, sino para retomar la senda que permitiría derrotar definitivamente al capitalismo e instaurar la sociedad socialista. A diferencia de otras fuerzas políticas opositoras, incluso aquellas de orientación izquierdista que por entonces se agrupaban en la denominada “Convergencia Socialista”, y que definían a la recuperación de la democracia como la principal tarea del momento, el MIR insistía en que “sólo una revolución social, que acabe con la concentración monopólica de la riqueza, que resguarde al trabajador de la explotación, que abra paso a un nuevo orden social y económico sustentado en la solidaridad y la justicia, que garantice el pleno desarrollo y ejercicio del poder popular, podrá llevar a la total realización de las aspiraciones democráticas de nuestro pueblo”. En ese contexto, y considerando que lo que sostenía a la “dictadura del gran capital” era fundamentalmente su monopolio de la violencia armada, solo el desarrollo de una capacidad militar equivalente podía destrabar el camino hacia la democracia y el socialismo. “Si algo tiene que aprender del pasado el movimiento popular chileno”, sentenciaba la Carta Pública de Pascal, “es justamente el no haber implementado una política militar que le hubiera permitido contar con una fuerza armada leal al pueblo y capaz de haber vencido al golpismo contrarrevolucionario”. Ahora mismo, proseguía, “creer que es posible derrocar a la dictadura solo con la lucha clandestina y la lucha de masas abierta, sin desarrollar la violencia armada de masas, es engañarnos a nosotros mismos y engañar a nuestro pueblo”. “Las experiencias de Nicaragua y El Salvador”, señalaba el mismo Pascal en otra parte, “demuestran cómo es indispensable que el pueblo constituya fuerzas
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Reunión clandestina sostenida en Chile entre dos dirigentes del PC y dos del MIR el 20 de junio de 1981, en el marco de la política de acercamiento que venían sosteniendo esas colectividades (transcripción). Este documento nos ha sido gentilmente facilitado por un amigo personal, que ha solicitado no ser identificado.
militares de carácter regular [es decir, profesional] para poder enfrentarse victoriosamente al ejército enemigo”172. Pero el desarrollo de la lucha armada no debía verse únicamente como un requerimiento futuro, que por su mismo carácter estratégico solo podía proyectarse en el largo plazo. “Es también”, aseguraba la Carta Pública, “una necesidad presente, inmediata, para hacer frente a la represión cotidiana, para apoyar la lucha de masas, para romper el cerco informativo y propagandístico de la dictadura, para extender la agitación democrática revolucionaria, para golpear y desgastar política y militarmente al gobierno, para agudizar las contradicciones interburguesas, para quebrar el orden represivo que la dictadura intenta imponernos, para reafirmar la confianza del pueblo y demostrar que con nuestras propias fuerzas podemos rebelarnos, combatir y vencer”173. O como lo plantearía más descarnadamente un dirigente mirista en un diálogo con un Partido Comunista que recién comenzaba a incorporar esa dimensión en su accionar político: “lo militar es, sin duda, el escalón más alto de la lucha revolucionaria, su expresión superior”174. Precisamente para articular una respuesta a esa necesidad estratégica, desde 1978 el MIR venía desarrollando un plan que la memoria histórica ha registrado como la “Operación Retorno”. Decidida a recuperar la iniciativa política tras la profunda derrota sostenida entre 1973 y 1975, la Dirección Exterior del partido dispuso a partir de aquel año el regreso de numerosos militantes exiliados, muchos de ellos adiestrados militarmente en Cuba y con experiencia de combate en la guerrilla centroamericana. Debían ellos, en el recuerdo del dirigente Hernán Aguiló, “fortalecer el proceso de resistencia que mostraba mayores signos de recuperación”, a la vez que “preparar las condiciones para el desarrollo de los frentes guerrilleros y el fortalecimiento de los grupos operativos urbanos y suburbanos, a fin de extender las acciones de resistencia armada”175. El diseño militar del MIR contemplaba varios planos sucesivos en el despliegue de esta resistencia, desde las milicias locales o de autodefensa surgidas directamente de los frentes de masas, pasando por las milicias guerrilleras de carácter menos transitorio, los “grupos de combate” profesionales de inserción urbana y rural capacitados para “desarrollar acciones de comando” y “asestar golpes mayores al enemigo”, hasta culminar en la guerrilla rural permanente, embrión del futuro Ejército de la Resistencia o Ejército Revolucionario del Pueblo. Los dos últimos tipos de destacamentos revestían especial relevancia para la línea política del MIR, pues, al 172
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“Neltume es un paso. El objetivo: la guerrilla permanente en los campos”, entrevista a Andrés Pascal Allende, revista Punto Final (editada a la sazón en Ciudad de México), septiembre de 1981. La Carta Pública del MIR que se viene citando, firmada por Andrés Pascal Allende, ha sido consultada en el Fondo Documental “Eugenio Ruiz–Tagle”. Transcripción de una reunión clandestina sostenida en Chile entre dos dirigentes del PC y dos del MIR el 20 de junio de 1981, op. cit. Hernán Aguiló, “Balance autocrítico de mi militancia revolucionaria”, Punto Final N° 551, 26 de agosto al 11 de septiembre, 2003.
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decir de su Secretario General, constituían “un imperativo estratégico de la guerra popular, pues solo ellos permiten acumular la fuerza militar necesaria para llegar a constituir un ejército regular capaz de combatir y destruir las unidades regulares del ejército de la dictadura”176. Fue así como la Operación Retorno otorgó prioridad a la reconstrucción de una “Fuerza Central” en Santiago, a la que se bautizó con el nombre de “José Bordaz” (en homenaje a un antiguo jefe militar del partido conocido con el nombre de guerra “Coño Molina”, muerto en 1974 por la Dictadura), a la que debían seguir estructuras similares en Valparaíso y Concepción. El plan también contemplaba la instalación de guerrillas rurales en las serranías sureñas de Nahuelbuta y Neltume, para lo cual se dispuso la repatriación de militantes entrenados especialmente para ese tipo de escenarios177. La reconstituida capacidad de intervención armada del MIR comenzó a evidenciarse desde fines de 1979, con la emblemática operación de “recuperación financiera” efectuada sobre el supermercado “Agas”, situado en la exclusiva comuna capitalina de Las Condes, y en la que habría participado personalmente el recién retornado Pascal Allende178. Durante los meses y años siguientes se multiplicaron las acciones de “propaganda armada”, junto a sabotajes con explosivos, ataques a cuarteles de los organismos represivos y numerosos asaltos a bancos. En una versión novelada que probablemente recoge su propia experiencia personal, el “retornado” miembro del Comité Central Guillermo Rodríguez pone en labios de su protagonista literario las siguientes sensaciones: “¿Cómo no estar feliz de la decisión tomada de retornar al país? Su prueba de fuego había sido la toma de un camión de leche y su posterior reparto en una población. Luego había seguido la toma de una micro a la salida de una fábrica, haciendo propaganda y entregando panfletos. Más tarde, el amedrentamiento de guardias azules de la Universidad, que delataban a los estudiantes que se organizaban. Se le había entregado la misión de preparar militantes en el arte del sabotaje incendiario y estaba orgulloso de los logros: una campaña de incendios a los centros de diversión y centros de consumo de los que tenían el poder, que no dejaba víctimas inocentes, por lo cuidadoso de la planificación”179.
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“Neltume es un paso. El objetivo: la guerrilla permanente en los campos”, entrevista a Andrés Pascal Allende, Punto Final, septiembre de 1981, op. cit.. Los lineamientos generales del Plan 78 han sido reconstruidos, aparte de las expresiones citadas de Aguiló y Pascal, a partir del documento titulado “Síntesis y evaluación de la experiencia guerrillera de Neltume y Nahuelbuta, 1980/1981”, informe redactado en septiembre–noviembre de 1985 por sobrevivientes de esas fuerzas; agradecemos a Luz Lagarrigue el habernos facilitado una copia. También fue de utilidad el capítulo VI del libro Guerrilla en Neltume, elaborado por el Comité Memoria Neltume, Santiago, LOM, 2003. Ver Agencia Informativa de la Resistencia, “Extracto de la entrevista que la militante del MIR María Isabel Ortega Fuentes, concedió a la revista Punto Final”, diciembre de 1980, depositado en el Fondo Documental “Eugenio Ruiz Tagle”. Guillermo Rodríguez, Hacia el final de la partida, Santiago, LOM, 2006; pp. 89–90.
Haciendo especial referencia a las operaciones de “recuperación financiera”, una de las formas de propaganda armada más difundidas por los medios de comunicación oficialistas, un documento del Comité Central mirista recordaría años después que ésa fue “la única época en que el partido logró autofinanciarse en el interior”, reduciendo su dependencia del apoyo “internacionalista” procedente principalmente de Cuba180. Mayor conmoción aun causaron los actos de “ajusticiamento” de agentes ligados a los aparatos de seguridad, cuya expresión más espectacular fue el atentado que resultó en la muerte del coronel de ejército Roger Vergara, director de la Escuela de Inteligencia de dicha institución. Según estimaciones posteriores, hacia mediados de 1980 (más o menos la fecha en que murió Roger Vergara), el MIR contaba con unos cien hombres armados operando en la ciudad de Santiago, distribuidos en tres “destacamentos de fuerzas especiales” o “grupos de combate” a cargo del miembro del Comité Central Dagoberto Cortés (“Yamil”), más un destacamento de milicias bajo el mando del ya nombrado Guillermo Rodríguez. Por encima de ellos se ubicaba el dirigente de origen argentino Hugo Ratier (“José”), y más arriba aun el mítico jefe militar del partido Arturo Villabela Araujo, el “Coño Aguilar”, exiliado en 1974 y retornado clandestinamente entre 1979 y 1980181. Diversos juicios retrospectivos coinciden en que ésos fueron los años más exitosos para el MIR desde la perspectiva de su desempeño militar. La afamada Historia oculta del régimen militar, escrita por los periodistas Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, señala que para fines de 1980 ese partido había “rearticulado sus cuadros y emprendido una ofensiva creciente, de propaganda mayor e incluso de temerarios ataques contra blancos cada vez más selectos”, osadía que provocaba “inquietud en las altas esferas del gobierno militar”182. La sorpresa causada por el accionar mirista se tradujo incluso en difundidas expresiones de escepticismo respecto a la verdadera autoría de tales hechos, siendo numerosos los círculos, hasta dentro del propio Cuerpo de Carabineros, en que se los atribuía a los organismos de seguridad o a elementos disconformes de la disuelta DINA183. Por su parte, y con indisimulado orgullo, el sector mirista que tras la primera ruptura se mantuvo bajo el liderazgo de Pascal y Aguiló recordaría ese período como aquél en que “nuestro partido jugó un papel decisivo en el desarrollo de la resistencia armada, logrando un continuo accionar de propaganda armada y así una incidencia nacional importante”. 180 181
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“Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, op. cit. El accionar de la “Fuerza Central” mirista durante estos años ha sido resumido en el documento del Ejército Guerrillero de los Pobres–Patria Libre (EGP–PL), “Hacia una política militar revolucionaria”, op. cit.; además de las referencias específicas recogidas de El Rebelde en la clandestinidad, números correspondientes a los años 1979–1981. Ver también Cristián Pérez, “Historia del MIR. ‘Si quieren guerra, guerra tendrán…’”, op. cit., pp. 27–31. Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, La historia oculta del régimen militar, Santiago, Ediciones La Época, 1988, p. 265. Esta versión es recogida por los autores de La historia oculta del régimen militar, especialmente en sus capítulos 28 y 29.
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Gracias a ello, sentenciaba, “el partido se cohesionó y articuló sus esfuerzos tras una táctica que tuvo una clara centralidad estratégica”184. “Entre los años 1979 y 1981”, concuerda un balance histórico elaborado ya en los noventa por antiguos militantes del MIR, “logramos tomar y mantener la iniciativa táctica con un reducido nivel de bajas en la fuerza combativa. Realizamos el primer apagón nacional y comenzamos a ajusticiar a sapos y esbirros”185. Similar evaluación registra la memoria de algunos militantes miristas entrevistados para esta investigación, incluso aquéllos cuya apreciación global sobre la Operación Retorno resulta más bien negativa. Recuerda al respecto Luis Izquierdo Cofré, uno de los pocos militantes que habían logrado permanecer en el país tras la debacle de Malloco y que por aquellos años acababa de ser ascendido al Comité Central: “fue un esfuerzo tremendo, que mereció otras consideraciones. Por reflejo, hubo un fuerte desarrollo del MIR en la resistencia y en la conciencia. Luego de las primeras acciones armadas, el PC sacó documentos diciendo que era la misma DINA la que las estaba haciendo para provocar”. El Plan 78, concluye, “catalizó una serie de compañeros, una serie de dirigentes. Tuvimos un ‘boom’ de crecimiento. Era como decir: ahora pasamos a la ofensiva, y es cierto que vamos a la lucha armada, y es cierto que vamos a combatir”186. Por su parte, Mauricio Ahumada, quien en términos generales visualiza a la Operación Retorno como una fórmula impuesta por la Dirección Exterior sin prestar mayor atención a las condiciones internas del país, de todas maneras reconoce el efecto motivacional que tuvo el regreso de figuras emblemáticas como Andrés Pascal Allende, Manuel Cabieses o Arturo Villabela, amén de la eficacia y visibilidad crecientes que empezaron a cobrar las acciones de propaganda armada. “Hay un componente allí en términos de la legitimación de la política”, señala, “muy importante para la militancia”. Y agrega: “eso tuvo un impacto simbólico ‘amortiguador’ de todo posible cuestionamiento de lo que se estaba haciendo”.187 Haciendo un balance de las operaciones armadas desarrolladas desde principios de 1980 hasta abril de 1981, la “Agencia Informativa de la Resistencia” contabilizaba un total de 158, lo que a su juicio había legitimado ante el conjunto de la izquierda la noción de que el accionar militar era “la forma viable para el derrocamiento de la dictadura”. Decía al respecto Pascal: “constituir una fuerza militar propia del pueblo es un proceso difícil, que en las condiciones actuales de Chile, solo se puede hacer a través de la lucha misma. No 184 185
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“Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, op. cit. Ejército Guerrillero de los Pobres–Patria Libre (EGP–PL), “Hacia una política militar revolucionaria”, op. cit. Vale la pena señalar que el mérito de haber provocado el primer apagón nacional en Dictadura se lo adjudica también el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, aludiendo a su “estreno en sociedad” en diciembre de 1983; ver Jorge Arrate y Eduardo Rojas, Memoria de la izquierda chilena, Santiago, Javier Vergara Editor, 2003, tomo II, p. 353; también el capítulo de Rolando Álvarez en este mismo libro. Entrevista a Luis Izquierdo Cofré, 31 de enero, 2007. Entrevista a Mauricio Ahumada, 11 de enero, 2007.
podemos conformar de inmediato un ejército regular, pero sí podemos conformar fuerzas irregulares que a través de lucha guerrillera vayan acumulando fuerza militar, golpeando a la dictadura, desgastando sus fuerzas represivas, hasta ser capaces de infligirles fuertes derrotas militares”188. Amparado en ese tipo de apreciaciones, se animaba a afirmar que si bien para esa fecha no se había generalizado aun en Chile una guerra revolucionaria, como ocurría a la sazón en El Salvador o Guatemala, sí podía decirse que “el pueblo ya retomó la iniciativa, pasando a responder a la guerra de la dictadura, extendiendo una resistencia armada activa, que gana formas cada vez más diversificadas y superiores en su desarrollo”189. Pero no era solo en el plano militar que el MIR recuperaba fuerzas y expandía su presencia. Cabalgando la ola de reactivación de los movimientos sociales que su prensa y análisis políticos no cesaban de celebrar, también allí la acción mirista comenzó a visibilizarse a través de la formación de Organizaciones Democráticas Independientes (ODIs) y la conducción de algunos hechos de gran impacto en los sectores poblacional, sindical y estudiantil. “El año 1980”, decía la Carta Pública que se ha citado más arriba, “ha sido testigo de la notable activación y fortalecimiento de las organizaciones reivindicativas y democráticas, que además de levantar sus propias plataformas de lucha popular, han desarrollado nuevas instancias autónomas de coordinación y unidad”. Especial protagonismo había exhibido el movimiento poblador, caracterizado por el MIR como “uno de los sectores más explosivos y radicalizados en la lucha por sus reivindicaciones sociales y la lucha democrática”. Operando a partir de la constitución de comités de vivienda y “comités sin casa”, militantes del partido habían encabezado dos de las primeras ocupaciones de terrenos experimentadas tras el golpe militar: la “22 de julio” (de 1980) y la “14 de enero” (de 1981), núcleos originarios de la futura Coordinadora de Agrupaciones Poblacionales (COAPO). La primera de estas acciones, recuerda orgulloso Luis Izquierdo Cofré, fue “la primera toma masiva de sitios en tiempos de dictadura”, y su realización reflejaba la “mística” desatada por el Plan 78, encarnada en una sensación muy difundida de que “ya venía la cosa”. Un estudio de Guillermo Campero sobre el movimiento de pobladores en tiempos de dictadura puntualiza que las familias participantes en la toma “22 de julio” fueron unas trescientas, y que sus resultados prácticos fueron más bien magros: tras ser violentamente desalojadas de los terrenos ocupados, se vieron obligadas a refugiarse durante meses en una parroquia del sector, siendo eventualmente desmovilizadas mediante una combinación de soluciones individuales y penetración de dirigentes gobiernistas. Similar habría sido el destino de la “14 de enero”, replegada durante meses a terrenos parroquiales, en condiciones tremendamente adversas. Sin embargo, reconoce, ambas sí tuvieron un efecto 188 189
Agencia Informativa de la Resistencia, Boletín N° 10, septiembre de 1981. “Neltume es un paso. El objetivo: la guerrilla permanente en los campos”, entrevista a Andrés Pascal Allende, revista Punto Final, op. cit.
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simbólico en cuanto actos de denuncia y demostración de que el cerco represivo podía ser desafiado por la “acción confrontativa directa”, sentando un precedente para iniciativas análogas en los años por venir190. Muy distinta, naturalmente, es la evaluación que hace Luis Izquierdo Cofré, directamente involucrado en la organización de estas acciones. Aclara este antiguo dirigente mirista que el propósito esencial de las “tomas” no era la reivindicación específica de terrenos, sino el desafío político a la Dictadura, la profundización de un foco de agitación social, y la implicación directa de la Iglesia en el movimiento, a cuyo efecto se había planificado explícitamente el “repliegue” hacia los recintos parroquiales. En ese contexto, el solo hecho de mantenerse en el tiempo ya era una victoria política: “a la Dictadura le era de primera importancia terminar rápidamente con ese desafío popular de masas, y no lo pudo lograr. Jaque”191. Otro sector que el MIR definía como punta de lanza en la reactivación de masas era el estudiantado universitario, “el primero que se moviliza nacionalmente al desplegar en todas las universidades del país una lucha convergente contra la intervención militar y represión dictatorial”. Actuaba allí en representación del partido la Unión Nacional de Estudiantes Democráticos (UNED), uno de cuyos fundadores, Jécar Neghme, se levantaría como uno de los exponentes más emblemáticos de una nueva generación mirista. En centros urbanos más pequeños, como la ciudad de Chillán, la UNED constituía prácticamente la única expresión orgánica del accionar mirista. Recuerda al efecto nuestro entrevistado Ricardo Zúñiga, uno de los fundadores de la UNED chillaneja, que los tres militantes que articulaban esa instancia (entre ellos el futuro profesor Patricio Sobarzo, asesinado por los organismos represivos en agosto de 1984), fueron capaces de romper el silencio dictatorial a través de encuentros artístico–culturales y actividades testimoniales tales como la primera huelga de hambre estudiantil de esa ciudad, que concitó el apoyo de las más diversas organizaciones sociales. Particularmente exitoso les resultó el montaje de la Cantata de los Derechos Humanos, la que logró congregar a más de 400 personas. En la percepción de sus organizadores, evoca Zúñiga, era como si “hubiéramos movilizado a toda la ciudad de Chillán”192. En términos más generales, el reclutamiento juvenil, tanto en centros de estudios como en poblaciones, cobraba un valor particularmente estratégico, pues era de entre sus filas, confidenciaba
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Guillermo Campero, Entre la sobrevivencia y la acción política, Santiago, ILET, 1987; pp. 173–175. Según este estudio, y en contra del testimonio de Luis Izquierdo Cofré citado más arriba, la “22 de julio” no fue la primera toma importante de terrenos del período, pues habría sido precedida por un intento frustrado, que involucró a un número menor de familias, ocurrido el 30 de junio de 1980 en la comuna de Pudahuel. Sobre este tema ver también Teresa Valdés, “El movimiento de pobladores: 1973–1985. La recomposición de las solidaridades sociales”, en Jordi Borja, Teresa Valdés, Hernán Pozo y Eduardo Morales, Descentralización del Estado, movimiento social y gestión local, Santiago, FLACSO/CLACSO/ICI, 1987. Precisiones hechas por Luis Izquierdo Cofré a su primera entrevista, 11 de julio, 2007. Entrevista a Ricardo Zúñiga.
uno de los delegados del MIR a la reunión clandestina con el PC ya recordada, que se irían conformando preferencialmente las milicias. Más lenta y dificultosa había sido la labor mirista en el frente sindical, nunca muy permeable a su influencia y ahora particularmente fragilizado por la cesantía, la legislación dictatorial y la implantación del modelo neoliberal. Un militante que se desempeñó en ese sector desde 1981 recuerda que los ritmos y las prácticas propios de la “cultura sindical”, más lentos y “estructurados” que los que caracterizaban al mundo poblacional o estudiantil, provocaban bastante incomodidad entre la dirigencia mirista. No obstante la valoración que, desde su adscripción al marxismo–leninismo, se seguía haciendo del protagonismo obrero, se temía que la lucha social entrampara al partido en las redes de la “negociación” y el “consenso”. “La lucha por el pan”, señala nuestro entrevistado metafóricamente, podía convertirse en un escollo para la lucha superior por la revolución. En contrapartida, tampoco resultaba fácil reclutar obreros para el MIR: “recuerdo haber tratado de abordar obreros directamente, invitándolos a la Resistencia, y salían arrancando. Invitar a un obrero a la Coordinadora Nacional Sindical lograba que los dirigentes se acercaran; pero de ahí a invitarlos a militar en el MIR, era algo muy distinto”193. Pese a ello, la huelga realizada en la industria textil PANAL a fines de 1980 permitió sentar las bases de un referente partidario denominado Comando Coordinador de Trabajadores (CCT), el que logró ganar alguna presencia en fábricas de Santiago, Valparaíso y Concepción, amén de “sindicatos de trabajadores independientes” alimentados por la persistente desocupación. En un acto de masas convocado el 21 de diciembre de ese año por los mineros del carbón en la localidad de Lota, Julio Malverde, presidente del sindicato PANAL y dirigente del CCT, llamaba a “hacer la unidad de los obreros y en torno a ellos atraer a los pobladores, a los estudiantes, a las mujeres, para ganar fuerza en las bases”194. Por su parte, la prensa partidaria llamaba poco después a apoyar el Pliego Nacional elaborado por la Coordinadora Nacional Sindical, haciendo de la unidad sindical y la solidaridad obrera la base para avanzar hacia un Paro Nacional, objetivo final de la acción de masas que en esa coyuntura promovía la colectividad195. El potenciamiento de la “lucha de masas abierta” que propiciaba el MIR también relevaba la defensa de los derechos humanos, que desde hacía algunos años se había constituido en la expresión más visible (y éticamente legitimada) de la movilización anti–dictatorial, y que el partido identificaba, junto con el movimiento estudiantil, como uno de los sectores más dinámicos en la lucha social. Combinando esa convocatoria de alcance transversal con su convicción de que era necesario “avanzar en la unificación nacional de la 193 194 195
Entrevista a Juan Garcés, 23 de enero, 2007. El Rebelde en la clandestinidad, N° 170, enero de 1981. El Rebelde en la clandestinidad, N° 177, agosto de 1981; Editorial. El nacimiento del CCT a partir de la huelga de PANAL también ha sido mencionado por nuestro entrevistado Luis Izquierdo Cofré, como un ejemplo de cómo las ODIs solían formarse a partir de acciones sociales “concretas”.
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lucha común de todo el pueblo contra la dictadura”, a fines de 1980 se había promovido la fundación del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU), presidido por la abogada Fabiola Letelier, hermana del asesinado ex Canciller de Salvador Allende, y cuya Secretaría Ejecutiva quedó en manos de la religiosa y militante mirista Blanca Rengifo. “En la actual fase de la lucha antidictatorial”, manifestaba la Carta Pública de enero de 1981, “la defensa de los derechos humanos, la denuncia del terrorismo estatal, la defensa de los presos políticos, de los derechos sindicales, de las libertades políticas, está teniendo una importancia fundamental”. Como entidad coordinadora (y a veces impulsora) de las diferentes ODIS, y como principal referente de la actividad pública del MIR, el CODEPU se convertiría también con el paso de los meses en un lugar de encuentro para los partidos de izquierda que eventualmente dieron origen al Movimiento Democrático Popular, articulando así el llamado unitario que constituía otra de las prioridades definidas por la colectividad para la coyuntura en curso. En términos específicos, la fundación del CODEPU no se vinculó orgánicamente con la Operación Retorno. Sin embargo, uno de los inspiradores de dicha iniciativa afirma que el clima generado por el Plan 78 fue el que “catalizó, catapultó, permitió fraguar todo eso”196. Por su parte, Carlos Sandoval, un retornado cuya inserción inicial en la resistencia social le había resultado bastante desalentadora, llevándolo a elaborar un juicio sumamente crítico sobre el sentido de realidad de la estrategia mirista (“los ‘viejos’ estaban preocupados de los estatutos de su club deportivo, y como yo era más ‘letrado’, me encargaron que se los redactara. No tenía nada que ver ni con barricadas, ni con formación paramilitar, ni con sabotaje menor. Acto seguido, me pidieron que formara parte del comité de Navidad, para poner guirnaldas, conseguir plata para comprar juguetes para los cabros chicos, etc.”), valoriza al CODEPU como la instancia que le otorgó “un sentido, una direccionalidad a mi quehacer político”, permitiéndole abandonar la condición de militante “agazapado en la oscura y discreta ilegalidad”, que debía conformarse con “dar el zarpazo y después esconderse”. Gracias a ello, recuerda, pudo insertarse en el trabajo poblacional, fortaleciendo “la línea democrática, la línea de apertura hacia lo social” promovida por el partido, y “apoyar a los pobladores en toma”197. De esta forma, tanto en los planos militar como político y “de masas”, el inicio de la década de los ochenta sorprendió al MIR en uno de sus momentos más promisorios tras la caída de la Unidad Popular. Decía al respecto un documento partidario elaborado a fines de 1986, atribuyendo explícitamente esos avances a la visión cristalizada en el “Plan 78”, que el desempeño táctico durante aquellos años había sido “el más sobresaliente que ha tenido el partido bajo la dictadura, logrando con ello contribuir decisivamente al desarrollo de la lucha democrático popular e influyendo en el viraje revolucionario que a partir del 81 dio 196 197
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Entrevista a Luis Izquierdo Cofré. Entrevista a Carlos Sandoval, 9 de enero, 2007.
el PC y otros sectores de izquierda”. Acumulando fuerza propia e incidiendo políticamente con su accionar social y armado, proseguía el texto citado, el MIR había logrado “salir de su anterior aislamiento y llevar a cabo en el terreno nacional una política de alianzas que le permitió sumar fuerzas al movimiento revolucionario”198. No muy diferente era la evaluación que sobre los efectos inmediatos de dicho plan realizó la corriente mirista encabezada por Nelson Gutiérrez, pese a su postura abiertamente crítica del “militarismo” que, a su entender, se había apoderado por aquellos años de la dirección partidaria: “entre 1980 y 1981 se produce una fuerte elevación en la presencia nacional del partido con repercusiones internacionales. En 1980 el partido triplica el número de sus miembros. Las acciones de propaganda armada y el impulso de la movilización de los sectores más combativos del pueblo, fueron un gran aliento para la reanimación de masas. Sirvieron de acicate para el cambio en otros sectores de la izquierda, en especial el PC y el PS. Proyectaron la imagen del partido a extensos sectores del movimiento de masas”199. En suma, hacia mediados de 1981, todo indicaba que la Operación Retorno y sus efectos colaterales estaban resultando todo un éxito200. En declaraciones más privadas, sin embargo, la dirigencia partidaria se revelaba menos optimista. En la ya recordada reunión clandestina sostenida por esa misma fecha con representantes del Partido Comunista, uno de los voceros miristas habría manifestado que “el movimiento popular se muestra muy lento e ineficaz, y no copa los espacios que se van abriendo o que quedan en la lucha ante la deserción de la oposición burguesa”. La clase obrera, en particular, a la que el discurso partidario seguía otorgando un peso determinante en la gestación de la futura revolución chilena, “se moviliza poco, muestra una cautela que se explica tanto por su sabiduría de clase como por el trauma sufrido con el golpe”. Incluso en el frente poblacional, tan celebrado en sus medios de expresión pública como ejemplo de reactivación, se estimaba que la focalización en el grupo de los “sin casa”, ciertamente el más explosivo, había aislado al MIR de las reivindicaciones más amplias de dicho sector social, calificándose su accionar como “estrecho”201. Haciendo un balance de lo experimentado por ese movimiento tras las “tomas” de 1980 y comienzos de 1981, el Comité Central daba cuenta de una “contraofensiva” dictatorial que combinaba acciones represivas con la creación de “subsidios básicos variables” orientados específicamente hacia los “sin casa”, medida que habría “hecho mella entre los sectores más atrasados, abriendo entre ellos expectativas de solución”. Igual propósito encubría la política de municipalización de diversos servicios 198 199 200
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“Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, op. cit. “Balance de la historia del MIR chileno. Documento base para el IV Congreso”, marzo de 1987. Entre esos efectos “colaterales” habría estado, según lo expresa Luis Izquierdo Cofré, la propia fundación del CODEPU y de las ODIS, que en rigor no formaban parte del Plan 78 y debían subordinarse al fortalecimiento de la acción armada que éste priorizaba. Transcripción de una reunión clandestina sostenida en Chile entre dos dirigentes del PC y dos del MIR el 20 de junio de 1981, op. cit.
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públicos, incluyendo la vivienda, la educación y la salud. El acrecido poder de las alcaldías se constituía así en un eficaz mecanismo de control dictatorial sobre los pobladores, permitiendo incluso “levantar en torno a las municipalidades un movimiento político de apoyo a la dictadura, valiéndose de los mecanismos de presión ya descritos”202. Tampoco la agitación estudiantil había alcanzado los mismos niveles de 1980, y en campesinos, sector clave para el arraigo de la guerrilla rural, la presencia mirista era prácticamente nula203. En suma, y pese a la complacencia que se expresaba en público, se seguía pensando que la “correlación de fuerzas” desfavorecía al pueblo, y como “las masas así lo perciben, por eso también es que se movilizan poco”204. Tal vez por eso mismo, la columna editorial de El Rebelde en la clandestinidad de agosto de 1981 afirmaba que “aunque hoy no están las condiciones para lanzar grandes ofensivas de masas y militares, sí lo están para lanzar pequeñas ofensivas de masas y militares en muchas partes a la vez”. Por su parte, y argumentando en la misma dirección, Pascal advertía que “la movilización de masas en un período de dictadura, de represión, no tiene las mismas características que la movilización de masas en un período de ampliación de las libertades democráticas. Es un proceso que empieza necesariamente con pequeños grupos que se movilizan, unas docenas de huelguistas de hambre, de jóvenes que agitan en la calle, unos centenares de pobladores que ocupan un sitio, salen a enfrentar la represión en la calle, algunos miles que realizan un acto de masas”205. Desde una mirada más retrospectiva, Luz Lagarrigue, por aquellos años integrante de la Dirección de Masas del MIR, señala que el temor general restringía la esfera de influencia de las ODIS solo a los sectores más radicalizados del mundo popular, neutralizando significativamente su efectividad política206. A pesar de los avances, el “aislamiento” del MIR seguía resultando difícil de romper. El desencadenamiento de la crisis económica que puso fin al dudoso “milagro chileno”, e hizo tambalear los cimientos del modelo neoliberal, podría haber generado condiciones más propicias para remontar la movilización social, como de hecho ocurrió durante el ciclo de protestas iniciado en mayo de 1983. En esa óptica, la prensa mirista registra y aplaude, a lo largo de 1982 y los primeros meses de 1983, una serie de hechos que parecían avalar un diagnóstico más optimista que el esbozado en los párrafos anteriores: nuevas ocupaciones de terrenos, movilizaciones estudiantiles contra la legislación universitaria promulgada 202 203
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El Rebelde en la clandestinidad, N° 177, agosto de 1981; Columna del CC. Así lo recuerda nuestra entrevistada Luz Lagarrigue, quien iniciaría algunos años después un trabajo de penetración en sectores campesinos de Aconcagua, precisamente por la ausencia total del MIR en dicho frente. Entrevista realizada el 3 de abril del 2007. Transcripción de una reunión clandestina sostenida en Chile entre dos dirigentes del PC y dos del MIR el 20 de junio de 1981, op. cit. “Neltume es un paso. El objetivo: la guerrilla permanente en los campos”, entrevista a Andrés Pascal Allende, revista Punto Final, op. cit. Entrevista a Luz Lagarrigue.
en 1981, huelgas ilegales como las ocurridas en las industrias MADECO, Goodyear, y en la construcción del complejo hidroeléctrico Colbún–Machicura207. En consonancia con ello, ya a comienzos de 1982 el MIR llamaba a aprovechar el flanco de debilidad que la crisis abría en el bloque dictatorial, incluyendo las crecientes tensiones entre sus bases de apoyo social, para reactivar la preparación de un “Paro Nacional contra el Hambre y la Opresión”. De especial relevancia resultaba en dicho contexto “la organización e incorporación de los cesantes, y de los jóvenes que no tienen acceso al trabajo, al movimiento de lucha de los trabajadores”, lo que debía ir unido al “impulso más decidido a las formas de lucha ofensivas que desde la clandestinidad puede desplegar el pueblo”208. En la misma dirección apuntaba un “Manifiesto de Septiembre” difundido por el partido durante el segundo semestre de 1982, en el que se caracterizaba minuciosamente la “situación de emergencia nacional a que ha llevado al país la crisis económica, social y moral provocada por la dictadura del capital monopólico”, y se llamaba “a los trabajadores, mujeres, jóvenes y a todos los chilenos democráticos a luchar por la salvación nacional, levantando una auténtica alternativa popular que tiene por objetivo el derrocamiento de la tiranía del hambre y la opresión”. Proponía allí, entre otras cosas, “instaurar un gobierno patriótico, nacional, democrático, popular y revolucionario conformado por todas las fuerzas sociales y políticas que participen activamente en el derrocamiento de la dictadura”; convocar a una asamblea constituyente; restablecer las libertades políticas y derechos democráticos del pueblo; disolver los organismos represivos y reorganizar “sobre bases democráticas” a las fuerzas armadas y policiales, “incorporando a sus filas a todos aquellos combatientes antidictatoriales que deseen hacerlo”; desarrollar un programa económico de emergencia nacional; expropiar a los “grandes grupos monopólicos nacionales y extranjeros que controlan la economía del país”; hacer una nueva reforma agraria; y garantizar el acceso del pueblo a la salud, la educación, la vivienda y la seguridad social209. Sin embargo, el Comité Central reconocía a comienzos de 1983 que “todavía subsiste un vacío de conducción en el movimiento de masas, en el sentido que aún no es claramente perceptible una fuerza ideológica, política, social y militar hegemónica”, como aspiraba a serlo el propio MIR210. Años después, el Comité Central reconocería que el partido no pudo “aprovechar adecuadamente el rápido viraje que se produjo en la situación política del país al desatarse a fines de 1981 la violenta crisis económica recesiva”, la que incluso “hubo renuencia a reconocer por algunos compañeros de la Dirección”. La “Política de 207
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Ver, a modo de ejemplo, El Rebelde en la clandestinidad, números 192 (noviembre de 1982), 193 (diciembre de 1982), 196 (marzo de 1983) y 198 (mayo de 1983); también los Boletines de la Agencia Informativa de la Resistencia de abril, mayo, julio y octubre de 1982, enero, marzo y abril de 1983. El Rebelde en la clandestinidad, N° 183, febrero de 1982. El “Manifiesto de Septiembre” fue reproducido, en versión resumida, en El Rebelde en la clandestinidad N° 192, noviembre de 1982. El Rebelde en la clandestinidad, N° 196, marzo de 1983; “Columna del CC”.
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Salvación Nacional” anunciada por el “Manifiesto de Septiembre” fue, de hecho, un esfuerzo por adecuarse táctica y organizativamente a “los profundos cambios que se estaban produciendo en la situación nacional”211. Pero así y todo, sentencia el documento citado, la situación encarada por el partido durante aquellos años fue “muy difícil”, y muy alejada de las expectativas que él mismo había generado al comenzar 1981212. Parte importante de dicha crisis, según reconocía el propio Pascal, tuvo que ver con el curso que tomó a partir del año recién recordado la lucha armada. Aunque el partido mantuvo un ritmo importante de intervenciones de esa naturaleza–un balance de comienzos de 1982 enumeraba un total de 180 “acciones de enfrentamiento a la tiranía” durante todo el año anterior, entre “ajusticiamiento y castigo” a agentes represivos, sabotajes, asaltos y atentados, y “agitación y propaganda miliciana”213–, ése fue también el año en que el cerco represivo sobre las unidades miristas cobró mayor fiereza y efectividad, situación que se agravó durante el transcurso de 1982. En lo que respecta a los grupos de combate urbanos (milicias y Fuerza Central), se produjo entonces la caída, por concepto de captura o de muerte, de numerosos cuadros militares, incluyendo algunos de tanto renombre como Guillermo Rodríguez, jefe de milicias; Dagoberto Cortés (“Yamil”), jefe de grupos de combate; y Ernesto Zúñiga Vergara (“Mexicano”), antiguo infante de marina y encargado del comando que terminó con la vida de Roger Vergara. Dando cuenta de la muerte de este último militante, así como de Hernán Correa Ortiz, miembro de la Dirección Regional Cautín, de Sergio Flores Durán y su compañera Verónica Cienfuegos, y del antiguo funcionario de la Fuerza Aérea Enrique Reyes Manríquez, todos ellos entre diciembre de 1981 y enero de 1982, El Rebelde en la clandestinidad comentaba que si bien la tortura y la cárcel eran el destino seguro de todos los que se animaban a enfrentar a la dictadura, “a quienes han pasado a la acción empuñando las armas se les asesina a sangre fría”214. Hacia fines de 1982, y con motivo de la muerte del militante Carlos Díaz Cáceres (“Agustín”), El Rebelde en la clandestinidad se veía en la obligación de justificar la política de retorno impulsada por el MIR, invocando el derecho de los exiliados a “reencontrarse con su pueblo y unirse a la lucha antidictatorial”215. Lo propio se decía algunos meses después a propósito de la caída en Santiago y Valparaíso de los milicianos Fernando Iribarren González 211
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Según lo expresa Luis Izquierdo Cofré en la entrevista citada, esta política se originaba en Nelson Gutiérrez, a la sazón residente en Cuba, y marcaría una de las primeras expresiones de la línea partidista que eventualmente desembocaría en el “MIR–Renovación”. Desde su punto de vista, ella no tuvo mayor incidencia en el accionar partidario, y fue muy mal recepcionada por los sobrevivientes de Neltume. Allí se habría iniciado el progresivo aislamiento de Nelson Gutiérrez. “Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, op. cit. El Rebelde en la clandestinidad, N° 182, enero de 1982. El Rebelde en la clandestinidad N° 183, febrero de 1982, reportaje titulado “Marea represiva”. El Rebelde en la clandestinidad N° 192, noviembre de 1982; reportaje titulado “Volver al frente de combate”.
y Danilo Quezada Capetillo, ambos “retornados”, cuyo ejemplo emulaba al de “miles de hijos del pueblo que no descansarán hasta echar abajo la tiranía”216. Con todo, el cerco represivo alcanzó tal nivel de efectividad que el jefe militar del partido, Arturo Villabela, se vio en la necesidad de ordenar el repliegue de sus cuadros, debiendo salir muchos nuevamente hacia el exterior217. Mientras esto ocurría principalmente en Santiago, la fuerza militar destinada a Concepción “no alcanzó siquiera a inaugurarse cuando fue desbaratada”. Solo en Valparaíso pudo efectuarse un repliegue más ordenado hacia “el espacio geográfico–social suburbano”, lo que redundó en la posibilidad de mantener allí una fuerza operativa capacitada para “reorientar y reproducir la lucha armada”. Adentrándose hacia las zonas más rurales de la V Región, el MIR pudo seguir generando desde allí acciones armadas por lo menos hasta 1986, e incluso “acondicionar el terreno para el desarrollo permanente de escuelas milicianas y militares”, según el documento que venimos citando218. Pero donde el cerco represivo cobró mayor dramatismo fue en las montañas del sur, donde la Operación Retorno se había jugado su carta más ambiciosa: la instalación de los primeros núcleos de guerrilla rural permanente. Desde mediados de 1980, y tras un riguroso entrenamiento en Cuba, los integrantes del “Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro” habían ingresado a Chile por distintas vías (aérea, cruzando a pie, en vehículo o a caballo el límite con Argentina), para finalmente reunirse en los bosques de Neltume bajo la dirección superior del prestigiado militante Miguel Cabrera (“Paine”). Durante un año se dedicaron a realizar labores de reconocimiento, construcción de refugios y depósitos subterráneos (“tatús”), y adaptación general a las condiciones climáticas, pero ninguna operación propiamente militar. La memoria de los sobrevivientes y el informe oficial que algunos de ellos elaboraron años después dan cuenta de una profunda sensación de aislamiento y desconexión con lo que en jerga guerrillera denominaban “el llano”, muy ocasionalmente interrumpida por reuniones más bien tensas entre “Paine” y la dirección interior (entre otras cosas, se les prohibió terminantemente hacer uso del armamento que tras muchas dilaciones se les proporcionó, y de cuya existencia solo estaban enterados los jefes máximos). En definitiva, la supervivencia del destacamento y su abastecimiento de víveres y pertrechos quedó esencialmente en manos de algunos de sus propios integrantes, que debieron permanecer muy a su disgusto en el “llano”, para formar las redes de apoyo que antes de su llegada habían confiado correrían por cuenta de las estructuras interiores del partido. No fue extraño, por tanto, que la probable delación de algunos campesinos de la zona desembocara, el 27 de junio de 1981, en la detección del núcleo guerrillero por una 216 217
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El Rebelde en la clandestinidad N° 196, marzo de 1983; “Dos compañeros caen en combate”. Ejército Guerrillero de los Pobres–Patria Libre (EGP–PL), “Hacia una política militar revolucionaria”, op. cit. Ibid, y entrevistas a Luz Lagarrigue y Luis Izquierdo Cofré, citadas. La etapa de acoso represivo sobre los grupos de combate urbanos también ha sido resumida por Cristián Pérez en su artículo citado “Historia del MIR…”, pp. 34–41.
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patrulla militar, a lo que siguió una angustiosa fuga de varios meses que finalmente concluyó con la muerte de casi todos los integrantes del destacamento, incluido “Paine”. Dramático testimonio de la orfandad de los guerrilleros miristas fue la muerte a tiros de José Monsalve (“Camilo”), Patricio Calfuquir (“Pedro”, segundo jefe del destacamento) y Próspero Guzmán (“Víctor”), todos oriundos de la zona, delatados por una familia campesina que “Camilo” conocía desde su infancia, y en cuya vivienda habían buscado refugio219. Menos trágica que la de Neltume, la experiencia guerrillera de Nahuelbuta (el “Frente Dos”) tampoco arrojó resultados más exitosos. A los problemas de aislamiento, desinformación, incomunicación y abastecimiento que afectaron al destacamento que operó en la precordillera de la Araucanía, se agregó aquí una imagen del terreno que no se había renovado desde 1973. Como en el primero de los casos citados, al momento de producirse la inserción de los guerrilleros retornados el MIR carecía de bases partidarias locales (confirmando que fuera de la capital la rearticulación orgánica era todavía muy precaria), debiendo reconectarse para tales efectos a militantes que permanecían inactivos desde el golpe de Estado. Una vez en el monte, se constató que la selva virgen se había rápidamente transformado bajo la acción de las empresas forestales, con todo lo que ello implicaba para las condiciones de movilidad y ocultamiento. De esa forma, los once guerrilleros que en algún momento logró reunir el “Frente Dos” pasaron varios meses recorriendo senderos y matorrales, sin realizar acción militar alguna. Una vez enterados del infausto destino de sus compañeros de Neltume, a mediados de 1981 deciden “replegarse” a la ciudad, siendo tres de ellos detenidos y posteriormente asesinados por fuerzas de seguridad. Para decidir el repliegue, los integrantes del núcleo pusieron especial énfasis en la carencia de una base social de apoyo “que cubriera las necesidades de la fuerza”220. En un primer momento, la Dirección Partidaria intentó bajar el perfil de esta derrota. Entrevistado a pocos meses de la caída por la revista Punto Final, Andrés Pascal Allende aseguraba que “los sucesos de Neltume no cuestionan la lucha guerrillera rural, ni la estrategia de la guerra popular”. Y fundamentaba: “la caída en los combates de nuestros compañeros es un golpe duro, pero su sacrificio no ha sido en vano, y los combatientes en cantidad mucho mayor que ocupan sus puestos de lucha pueden contar con una valiosa experiencia desarrollada por el grupo detectado por la dictadura”. Concluía así confiadamente: “el saldo del trabajo del grupo en Neltume garantiza la continuidad de
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Nada puede igualar el dramatismo y el sentimiento, pero a la vez el profundo orgullo, con que han reconstruido la historia del destacamento guerrillero de Neltume los pocos sobrevivientes de esa experiencia que conforman el “Comité Memoria Neltume”, en su libro Guerrilla en Neltume. Santiago, LOM, 2003. Ver también, en un registro más “formal”, el documento ya citado “Síntesis y evaluación de la experiencia guerrillera de Neltume y Nahuelbuta, 1980/1981”. “Síntesis y evaluación de la experiencia guerrillera de Neltume y Nahuelbuta, 1980/1981”, op. cit., pp. 30–40.
la lucha y no su interrupción”221. Mucho menos complaciente era su evaluación a mayor distancia en el tiempo, cuando reconocía “los errores que cometimos en la preparación de las condiciones para el desarrollo de la lucha guerrillera rural, un esfuerzo estratégicamente correcto, pero implementado con graves fallas de conducción”222. Por su parte, y de manera mucho más categórica, el juicio retrospectivo de Hernán Aguiló, futuro encargado de la Comisión Militar, estimaba que lo ocurrido en Neltume y Nahuelbuta no era sino “la expresión más clara” de que la Operación Retorno había incurrido en el mismo error del período 74–75: “en nuestro afán por intervenir (en general correcto cuando hay condiciones mínimas de construcción de partido y, sobre todo, de ligazón natural con el movimiento obrero de masas que se está reactivando), por tratar de revertir rápidamente la correlación de fuerzas, se compulsionó nuevamente al partido en todos los planos, sobre todo en la intervención armada y en el proceso de constitución de fuerza guerrillera”. Esta disposición, que el dirigente mirista califica abiertamente de “voluntarista”, se habría traducido en “la subida inmediata de los compañeros a la zona montañosa de Neltume, sin que el partido tuviera un desarrollo mínimo en la zona, y sin una logística y redes mínimas que permitieran su abastecimiento y apoyo”. “La sobrevaloración de las condiciones objetivas (la reanimación del movimiento de masas)”, concluye Aguiló, “el no tener en cuenta las condiciones reales de construcción del partido y de la resistencia, y el menosprecio por la capacidad de reacción de la contrainsurgencia, nos llevó a impulsar ese proyecto antes de tiempo”223. En tales circunstancias, el MIR llegó al año 1983 con su capacidad de acción militar seriamente disminuida, cuestión particularmente delicada cuando se considera la centralidad que la estrategia partidaria había otorgado a esa dimensión de su quehacer. El golpe definitivo sobrevendría algunos meses después, cuando el grupo de combate encabezado por Jorge Palma Donoso (“Chico”), el único que se mantenía más o menos intacto y que según la documentación consultada no había acatado la orden de repliegue, llevó a cabo una operación que culminaría en la muerte del general Carol Urzúa, a la sazón Intendente de Santiago. Existe cierta discrepancia respecto de la decisión que desembocó en este atentado, reflejo del desconcierto que él provocó en un país que ya se agitaba masivamente al son de las protestas y donde el propio MIR comenzaba a exhibir algunas conductas erráticas224. Según un reportaje publicado en la revista APSI poco tiempo después, 221
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“Neltume es un paso. El objetivo: la guerrilla permanente en los campos”, entrevista a Andrés Pascal Allende, revista Punto Final, op. cit. “Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, op. cit. Aunque Pascal no es el autor directo de este documento, sí formaba parte de la tendencia del Comité Central de 1986 que llevó a cabo su redacción. Hernán Aguiló, “Balance autocrítico de mi militancia revolucionaria”, op. cit. La totalidad de nuestros entrevistados, independientemente de sus simpatías por una u otra tendencia dentro del partido, se pronunció muy críticamente sobre esta acción y sus consecuencias. Alejandro Méndez, convencido hasta el día de hoy de la corrección de la línea de fortalecimiento prioritario de lo militar, señala categóricamente que el atentado contra Carol Urzúa estuvo fuera de contexto, (Continúa en la página siguiente)
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“el crimen del Intendente de Santiago no obedeció a una orden de la Dirección Nacional; obedeció a la iniciativa propia de un comando mirista. Después de este hecho se desató una gran crítica interna, según reconoce el MIR”225. Para la crítica elaborada posteriormente por lo que se convertiría en el “MIR–Renovación”, en cambio, fue el propio Secretariado Interior el que, incluso desoyendo las advertencias de la Comisión Militar en relación a los efectos que habían tenido los sucesivos golpes represivos, se habría empecinado en desarrollar “grandes acciones militares de carácter ‘antirrepresivo’, subvalorando la importancia de las protestas que el pueblo impulsaba”226. Cualquiera sea la verdad, lo concreto es que la muerte de Carol Urzúa–aparte, según se ha dicho, de endurecer la postura del generalato frente a las protestas–desató una embestida policial que remató en los allanamientos de las calles Fuenteovejuna y Janequeo (7 de septiembre de 1983), a resultas de los cuales murieron los dos máximos dirigentes del aparato militar: Arturo Villabela (el “Coño Aguilar”) y Hugo Ratier (“José”), junto a otros tres cuadros pertenecientes a dicha estructura (Sergio Peña, Lucía Vergara y Alejandro Salgado)227. Previamente ya habían sido capturados casi todos los miembros del grupo de combate dirigido por Palma Donoso, con la excepción de cuatro que terminaron asilándose en la Nunciatura Apostólica en enero de 1984. Como lo sentencia el documento elaborado por el EGP–PL hacia mediados de los noventa, “el plan 78, como cuerpo táctico con direccionalidad estratégica decae definitivamente con la muerte del ‘Coño’ en Septiembre de 1983”. Haciendo un balance de todo lo experimentado por el partido durante la implementación de la Operación Retorno, el Comité Central reconocía años después que se habían cometido graves errores en la medición de la correlación de fuerzas, “subvalorando la fuerza contrainsurgente del enemigo” y “sobrevalorando la capacidad del movimiento de masas y de la fuerza revolucionaria acumulada hasta el momento”. “No comprendimos”, agregaba, “los límites que tiene el desarrollo de la lucha armada urbana. No había aún las condiciones de protesta y rebeldía de masas para forzar el paso a una fase superior de lucha militar antidictatorial. Tampoco la organización del movimiento popular y de las vanguardias revolucionarias estaban preparadas”. Y concluye: “pagamos por estos errores un alto costo represivo que debilitó grandemente nuestra capacidad de lucha y nos impidió aprovechar adecuadamente el rápido viraje que se produjo en la situación política del país”228. Por
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que “políticamente fue un hecho desastroso”, y que nadie entendió nada; entrevista realizada el 25 de enero de 2007. Por su parte, Carlos Sandoval opina que esa acción repercutió negativamente sobre los sentimientos de simpatía generalizada que habían despertado las protestas. APSI N° 137, quincena del 21 de febrero al 5 de marzo, 1984. “Balance de la historia del MIR chileno. Documento base para el IV Congreso”, marzo de 1987. Los combates de las calles Fuenteovejuna y Janequeo han sido relatados en Cavallo, Salazar y Sepúlveda, La historia oculta del régimen militar, op. cit., capítulo 40; y en Cristián Pérez, op. cit., p. 39. “Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, op. cit.
su parte, y en un registro bastante más crítico, el documento elaborado en 1987 por la corriente que daría forma al MIR–Renovación señalaba que “desde 1981 hasta fines de 1983, el partido no logra dar continuidad a las operaciones de propaganda armada. A partir de 1981, recibe sucesivos golpes represivos que van encuadrando y luego desarticulando el intento guerrillero de Neltume y las fuerzas centrales de Santiago”. “A finales de 1983”, concluía, “el saldo eran decenas de militantes que habían sido asesinados, presos, o que se habían visto obligados a exiliarse”, lo que definía “una derrota de nuestras fuerzas militares, para las cuales el plan 78 había concebido un rol estratégico”229. Desde una mayor distancia temporal, el entonces integrante del Comité Central Luis Izquierdo Cofré plantea que lo que denomina la “política de los atajos”, de precipitar a todo trance el desarrollo de acciones militares y subordinar todo el esfuerzo partidario a ese imperativo, tuvo un efecto enormemente desgastador e impidió que la reinserción del MIR en las luchas políticas y sociales se articulase más armónicamente. “Por eso llegamos agotados a las protestas, cuando ya no teníamos mayormente nada que hacer”, sentencia230. Fracasado el Plan 78, todos los pronósticos enunciados a comienzos de esta sección parecían quedar en nada, y el MIR sufría una segunda derrota de proporciones en lo transcurrido de la dictadura. Si la Operación Retorno se evalúa a la luz de lo que constituía su eje fundamental, la construcción y consolidación de una fuerza militar capaz de combatir exitosamente, y eventualmente derrotar, a la Dictadura, no cabe duda que los balances más negativos resultan justificados. Si bien se logró alguna efectividad y visibilidad en el plano de la propaganda armada, se estuvo muy lejos de alcanzar los niveles mínimos de contundencia como para constituir una amenaza real para el aparato militar en que se sustentaba, en última instancia, la proyección del régimen. Tampoco contrarrestó esta incapacidad la mayor presencia adquirida durante estos años en la lucha “abierta”, materializada en instancias como el CODEPU y las ODIS. El discurso oficial del MIR siempre insistió en la indispensable complementariedad de todas las formas de lucha, y en la imposibilidad de disociar la acción militar de la político–social. Algunos de los testimonios recogidos para esta investigación relativizan esta disposición en el terreno de la práctica, sugiriendo incluso que lo que se logró en los sectores de masas habría obedecido más a la iniciativa autónoma de los militantes o estructuras que allí se desempeñaban que a una preocupación real de las direcciones superiores. Sea como fuere, lo cierto es que tampoco en esa dimensión se logró desplegar una acción verdaderamente masiva, rompiendo cualitativamente la condición de marginalidad en que la represión mantenía arrinconado al MIR desde 1973. En uno y otro plano, entonces, las cuentas que podían sacarse de lo obrado durante la coyuntura 1978–1983, en retrospectiva tal vez la más exitosa de todo el período dictatorial, no eran
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“Balance de la historia del MIR chileno. Documento base para el IV Congreso”, marzo de 1987. Entrevista a Luis Izquierdo Cofré.
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demasiado auspiciosas. Pero las protestas recién comenzaban, y con ellas, pese a todo lo señalado, parecía despuntar una nueva luz de esperanza.
2. Tiempo de protestas El 11 de mayo de 1983 se inició el ciclo de “Protestas Nacionales” que, a lo menos durante los dos años siguientes, pareció poner en jaque todo el diseño de institucionalización y consolidación dictatorial231. Aunque la prolongación de la crisis económica desatada hacia fines de 1981 había venido exacerbando el descontento social y profundizando las grietas entre los propios partidarios de la dictadura, pocos imaginaron la masividad con que la sociedad chilena respondería al llamado a paro de la Confederación de Trabajadores del Cobre, apoyado tras bambalinas, y no sin cierto escepticismo, por la Democracia Cristiana y otros sectores de la oposición “moderada” que eventualmente darían forma a la Alianza Democrática232. Aunque a la postre las protestas no lograron terminar con el gobierno de Pinochet ni modificar sustantivamente sus lineamientos de fondo, sí provocaron una cierta apertura política (más bien fáctica que legal) y relevaron el protagonismo de las fuerzas políticas y sociales contrarias al régimen. Se inauguraba así lo que el discurso mirista denominó un “período de ascenso de las luchas populares”, en el que “las fuerzas de la contrarrevolución asistían a un proceso de debilitamiento” y la iniciativa pasó, “ahora en un sentido estratégico, a estar de parte de las fuerzas populares y democráticas”233. Era una coyuntura propicia para que el partido comenzara a reponerse de los golpes recibidos y recuperase alguna capacidad de “intervención”, como se decía en la jerga mirista de aquellos años, sobre el movimiento social. De hecho, y pese a que algunos juicios retrospectivos afirman que el MIR–como casi todo el mundo político–fue sorprendido por la magnitud de las protestas234, el llamado a paro de los mineros del cobre había sido apoyado explícitamente por la prensa partidista, 231
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Para una visión panorámica y pormenorizada de las protestas de 1983 y 1984, ver Gonzalo de la Maza y Mario Garcés, op. cit.. Para su impacto sobre la izquierda, ver Jorge Arrate y Eduardo Rojas, op. cit.; tomo II, pp. 332–375. También Gabriel Salazar, op. cit., cap. III–3; y Tomás Moulian, Chile actual, anatomía de un mito, op. cit., III Parte, capítulo 2. Sobre la gestación de la primera protesta ver Cavallo, Salazar y Sepúlveda, La historia oculta del régimen militar, op. cit., capítulo 38. “Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, op. cit. Ver “Balance de la historia del MIR chileno. Documento base para el IV Congreso”, marzo de 1987, op. cit. Refiriéndose a todo el “Chile opositor”, Arrate y Rojas afirman que el llamado de la CTC provocó “asombro y expectación”; y agregan: “la mayor parte de los dirigentes políticos y sindicales consideran, como tantas otras veces, que no están dadas las condiciones para realizar el paro”, en Memoria de la izquierda chilena, op. cit., tomo II, p. 335.
así como por una declaración suscrita, en su calidad de antiguo dirigente de la Central Única de Trabajadores, por el miembro de la Comisión Política Hernán Aguiló. Llamaba allí el líder mirista a “transformar ese día en una jornada preparatoria de paros locales y regionales, que vayan preparando a su vez las condiciones organizativas para un gran Paro Nacional Obrero y Popular contra el Hambre y la Opresión”, consigna esta última que, como se recordará, ya venía siendo levantada por el partido desde hacía algunos años235. En la misma dirección, y una vez verificadas las dos primeras protestas, una editorial de El Rebelde le asignaba a la izquierda revolucionaria una suerte de “paternidad” sobre el tipo de expresiones que ahora cobraban protagonismo nacional: “Para los derrotistas que desconfiaban de la capacidad de las masas y que descalificaban la lucha de la Resistencia Popular, motejándola de ‘heroísmo inútil’, ha sido una enorme sorpresa constatar que el pueblo no ha hecho sino llevar a la práctica las formas de lucha que inició la vanguardia, potenciándolas a máximos niveles”. En tan auspiciosas circunstancias, y ante el peligro de que las protestas fuesen cooptadas por “oscuras fuerzas antipopulares” empeñadas en realizar solo pequeños ajustes tácticos al modelo de dominación (incluyendo, si ello fuese necesario, la salida de Pinochet), lo que correspondía era neutralizar “las maniobras que se tejen en las sombras para escamotear al pueblo la victoria que anhela”, y asegurar la conducción del proceso para “las fuerzas políticas de vanguardia”, únicas capaces de darle una orientación verdaderamente “democrática, popular, revolucionaria y nacional”. “Tan complejas tareas”, concluía el análisis mirista, “pueden mirarse con optimismo: el estado de ánimo del movimiento de masas y los niveles de conciencia antidictatorial en desarrollo, así lo permiten”236. Pero una cosa era reconocer las potencialidades que portaba la coyuntura, y otra muy distinta disponer de la capacidad para aprovecharlas de la forma en que el partido hubiese querido. Como se vio en el apartado anterior, y como lo ha recordado explícitamente un miembro del Comité Central entrevistado para esta investigación, el MIR llegaba al período de las protestas seriamente debilitado por los golpes recibidos, y además, virtualmente asumido ya el fracaso del Plan 78, con poca claridad respecto del curso inmediato a seguir237. Para quienes se desempeñaban desde antes en sectores poblacionales como Villa Francia y Pudahuel, concuerda otro de nuestros entrevistados, el hecho mismo de las protestas no constituyó una sorpresa: ellas no surgían de la nada, sino que capitalizaban años de trabajo partidario en la clandestinidad. Lo que sí sorprendió fue su magnitud, y la radicalidad con que fueron asumidas por sectores no militantes (al menos en las poblaciones), lo que 235 236
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El Rebelde en la clandestinidad, N° 198, mayo de 1983. El Rebelde en la clandestinidad, N° 200, julio de 1983. Aparte de la columna editorial, de donde se han extraído la mayoría de las frases citadas, ese número incluye un documento titulado “El MIR ante la coyuntura política”, fechado el 19 de junio de 1983, en que se desarrollan básicamente las mismas ideas y advertencias. Entrevista a Luis Izquierdo Cofré.
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efectivamente generó dificultades serias en materia de conducción238. “Más que pillarnos de sorpresa”, refrenda un tercer entrevistado, “las protestas nos pillaron en pelotas”239. En esta misma línea de análisis, es sintomático constatar que varios de los militantes entrevistados, pertenecientes a ámbitos distintos del poblacional (profesionales, estudiantes), recuerdan que al desatarse las protestas no resistieron la tentación de mezclarse personalmente en ellas, para lo cual se dirigieron de manera espontánea a las poblaciones con mayores índices de actividad. El dentista Alejandro Méndez, por ejemplo, a quien el partido había encomendado organizar partido en el frente profesional (donde el período de las protestas sí sirvió para reconstituir redes organizativas de oposición al régimen), confiesa que prefería vivenciar esas coyunturas en Pudahuel, zona popular y combativa por antonomasia. Recordando una en particular, a la que concurrió con su compañero de tarea, el profesor Patricio Sobarzo, se le vienen a la mente escenas de la película “Doctor Zhivago”: “de repente nos encontramos con una marcha en la que participaban miles de personas, una cosa alucinante, la gente con antorchas en medio de la oscuridad. Entonces nos dimos cuenta que ahí era donde había que estar, no con los profesionales”240. Algo similar le ocurría al profesor Ricardo Zúñiga, quien reconoce que no pensaba las protestas desde su propio sector de inserción partidista (el magisterio), sino que se iba invariablemente a las poblaciones, donde colaboraba con los profesionales de la salud (entre ellos Alejandro Méndez) en la asistencia a los heridos. ¿Cómo justificar lo que bajo la óptica de la seguridad militante constituía por lo menos una imprudencia? “La protesta era popular”, responde, lo que en ese momento histórico era prácticamente equivalente a decir “poblacional”241. Por su parte, el estudiante universitario Maximiliano Moder, a la sazón concentrado casi exclusivamente en su trabajo en la UNED, se iba a “pasar las protestas” a la Villa Francia, donde se sentía más directamente imbricado en la primera manifestación creíble de rebelión popular en diez años de dictadura242. Todos los testimonios recordados, más otros que se podrían agregar, dan cuenta de una cierta desorientación de la militancia al tomar conciencia de la brecha entre la combatividad social liberada por las protestas y las dificultades de su partido para insertarse en ellas con alguna organicidad, y con mayor razón para imprimirle algún grado significativo de 238
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Entrevista a Maximiliano Moder, 15 de enero, 2007. La relación de causalidad que este entrevistado establece entre protesta social y trabajo partidario previo coincide en lo esencial con el análisis realizado por la socióloga estadounidense Cathy Schneider, op. cit.. Ver también su libro Shantytown Protest in Pinochet’s Chile, Philadelphia, Temple University Press, 1995. Esta visión también concuerda con la entregada por Guillermo Campero en su libro Entre la sobrevivencia y la acción política, op. cit. Entrevista a Carlos Sandoval. Entrevista a Alejandro Méndez. Entrevista a Ricardo Zúñiga. Entrevista a Maximiliano Moder.
conducción. “Las protestas”, recuerda con amargura Mauricio Ahumada, “al partido le pasaron por el lado”. “Le significaron una tremenda presión”, agrega, “por tener algo que decir y hacer en términos políticos, estimulando una política de ‘bandazos’, de ensayo y error, sin una reflexión más profunda que permitiera levantar un planteamiento estratégico de construcción de poder popular”243. El MIR efectivamente se entusiasmó con la rebeldía poblacional y con los movimientos reivindicativos protagonizados hacia fines de 1983 por los trabajadores del PEM y el POJH, concuerda Carlos Sandoval, pero ello no se tradujo “en la construcción político–ideológica del poblador como un nuevo sujeto revolucionario”, manteniéndose más bien una reproducción inercial de antiguas dinámicas de trabajo244. Tal vez era un poco prematuro plantear un análisis de ese nivel de profundidad ante una coyuntura que tuvo tanto de inesperado. Sin embargo, la proliferación de estudios sobre el mundo poblacional estimulados por las protestas sugiere que no fueron pocos los que sí comenzaron a reflexionar en torno a esa posibilidad, como también lo haría el MIR, según se verá más adelante, a medida que el fenómeno fue adquiriendo más proyección245. En todo caso, durante 1983, como lo reconocería posteriormente el sector del Comité Central que se mantuvo junto a Pascal Allende, “quien más capitalizó la protesta social fue la oposición burguesa”. Eso no significa, advierte el mismo documento, que el partido no haya tenido “una intervención destacada en las movilizaciones sociales y en el impulso de la rebeldía popular expresada en las sucesivas protestas”. Sin embargo, reconoce, “seguimos subvalorando la capacidad represiva de la dictadura, forzamos la acción de los acosados grupos armados urbanos que restaban, cuando debimos haber tomado la decisión de replegarlos al ámbito suburbano y haber aprovechado las nuevas condiciones de masas para iniciar su reconstrucción sobre nuevas bases sociales y nuevos criterios táctico–organizativos”. Estos errores, concluye, “no solo llevaron a un gravísimo costo humano”, sino que significaron “una pérdida de capacidad militar que afectó muy negativamente nuestro desempeño táctico estratégico posterior”246. De hecho, el atentado contra Carol Urzúa (el que se justificó políticamente en función de la responsabilidad que cabía a este personero, en su calidad de Intendente de la Región Metropolitana, en las numerosas muertes ocurridas durante las protestas), y la respuesta represiva a que él dio lugar, con el desmantelamiento final de la Fuerza Central de Santiago y la muerte de los jefes máximos de la Comisión Militar, solo vinieron a intensificar la crisis de conducción. Sin una estructura militar que respaldara y resguardase a la rebeldía social en ascenso, la transformación de las protestas en guerra popular, “el único camino viable para canalizar la rebelión creciente de las masas contra un régimen de contrainsurgencia”, según insistía el 243 244 245
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Entrevista a Mauricio Ahumada. Entrevista a Carlos Sandoval. Entre los estudios mencionados deben incluirse los de Teresa Valdés, Guillermo Campero, Cathy Schneider, Vicente Espinoza, y de la Maza y Garcés, ya citados. “Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, op. cit.
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discurso mirista, quedaba seriamente comprometida247. “Si todavía hubiéramos tenido fuerza militar”, concuerda retrospectivamente Mauricio Ahumada, “a lo mejor, hipotéticamente, otro gallo habría cantado”. Para revertir ese desgaste y retomar la iniciativa política (“resolver el grave vacío de conducción que sufrió nuestro partido durante 1983 y cohesionar al CC para el impulso de una línea clara de intervención”248), entre diciembre de 1983 y enero de 1984 se llevó a efecto, en la ciudad de La Habana, el primer “pleno” del Comité Central del MIR desde el golpe de 1973. Con la presencia de todos sus integrantes, tanto del interior como en el exilio, la máxima instancia de dirección colectiva debió dar cuenta de lo que ella misma definió como un “momento histórico” para la revolución chilena, en que “el camino de la guerra popular se abre con nitidez ante los ojos de las masas de vanguardia como sendero de victoria, y en que los más amplios sectores populares no vacilan ya en transitar sus primeros tramos con paso firme”. En tales circunstancias, era para la “dirección revolucionaria” una obligación “resolver una línea que con claridad y profundidad encarase las definiciones estratégico– tácticas que permitan guiar el cabal aprovechamiento de la oportunidad revolucionaria que esta coyuntura histórica brinda al campo obrero y popular”. Como objetivo “estratégico– táctico” central para la fase se definió el de “agudizar el enfrentamiento pueblo–dictadura, avanzando en la dirección de generar una situación revolucionaria”, en tanto que a nivel programático se insistía en que “sólo el derrocamiento de la dictadura y la instauración de un gobierno democrático, popular, nacional y revolucionario abrirán camino a la resolución de la crisis nacional”. Dicho de otra forma, cualquier “recambio” político que no derivara en “la conquista del poder por el proletariado y el pueblo”, (es decir, un “recambio” como el que se acusaba de estar propiciando a la Alianza Democrática), no haría sino prolongar la situación de crisis, manteniéndose el país “en los marcos del Estado Monopólico y de Contrainsurgencia”. En cambio, una transición rupturista como la que proponía el Pleno permitiría simultáneamente construir una “verdadera” democracia (y no una democracia “limitada” como la que la oposición burguesa procuraba simplemente “restaurar”), y “establecer las bases del socialismo en Chile”. Como se ve, la utopía socialista se seguía vislumbrando como un objetivo perfectamente alcanzable, y no en un plazo demasiado largo249. 247
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La frase citada es de la Editorial de El Rebelde en la clandestinidad, N° 204, noviembre de 1983. Para una caracterización más detallada de la coyuntura abierta por las protestas, y de la posición mirista frente a ella, ver el “Manifiesto del MIR. Solo el derrocamiento de la dictadura y una profunda transformación democrática–revolucionaria resolverán la crisis nacional”, fechado en septiembre de 1983 y firmado por la Dirección Nacional. Publicado íntegro en el mismo número de El Rebelde. “Balance de la historia del MIR chileno. Documento base para el IV Congreso”, marzo de 1987, op. cit. La mayor parte de las citas se ha extraído de un reportaje publicado en el N° 208 de El Rebelde en la clandestinidad, correspondiente a abril de 1984, y que se titula “El Pleno Extraordinario del Comité Central”, sintetizando los principales acuerdos de dicho evento. Los aspectos doctrinarios más de (Continúa en la página siguiente)
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Para lo más inmediato, el Pleno del 84 (como se lo suele identificar en la documentación partidista) definió una táctica destinada a recuperar fuerzas y sacar el mayor provecho posible a las protestas, a la que se denominó como de “levantamientos locales”. En la visión retrospectiva del sector del Comité Central que se mantuvo junto a Pascal, ésta se encaminaba a “sustentarse en el ascenso de la agitación y protesta de masas” para alentar expresiones de violencia insurreccional de alcance localizado, “principalmente en los barrios populares urbanos”. Este énfasis ya se había anunciado a mediados de 1983, cuando al definir la “línea de masas” del partido en el contexto de las protestas, el Comité Central afirmara, en una paradojal convergencia con el análisis que por el mismo tiempo hacía la derecha gremialista, que esta acción debía apuntar fundamentalmente a un ámbito geográfico y social acotado: la localidad, que podía ser “un barrio, una población o una o varias comunas”. Era allí, se argumentaba, donde podía encontrarse “el conjunto de los elementos humanos, materiales e incluso ideológicos que están a la base de la estructura de la sociedad chilena”. Era allí también donde los “problemas e intereses comunes, los niveles de conciencia y organización relativamente homogéneos, las tradiciones de lucha, las relaciones de amistad y parentesco” generaban las condiciones en que podía comenzar a construirse, “desde abajo”, el poder popular, “evitando la tentación que siempre acecha a las organizaciones políticas de otorgar primacía a las cúpulas”. Vista la fragmentación que habían provocado las políticas dictatoriales en las instancias más orgánicas en torno a las cuales se había aglutinado históricamente el pueblo chileno (sindicatos, partidos políticos), la localidad cobraba un valor todavía más estratégico, en tanto espacio “en que radican los problemas más acuciantes de las masas”, en que “se concentran el hambre y la opresión que desata el régimen”, y en que “también florecen la solidaridad, la organización y el espíritu combativo y rebelde de nuestro pueblo”250. Es interesante observar cómo, en apoyo de la argumentación precedente, el Comité Central del MIR se refería explícitamente a la desarticulación provocada en el movimiento sindical por el efecto combinado de la cesantía y la legislación laboral implementada por la dictadura. En esas circunstancias, afirmaba, “el centro principal de organización del movimiento de masas” debía necesariamente desplazarse hacia la localidad, donde residía la masa desempleada y la juventud sin horizontes que proporcionaban el combustible fundamental para las protestas. A medida que éstas tomaban vuelo, y que se acompañaban de fenómenos como las ocupaciones masivas de terrenos que dieron lugar, en septiembre de 1983, a los campamentos “Cardenal Raúl Silva Henríquez” y “Monseñor Juan Francisco Fresno”, o la huelga en noviembre del mismo año de los trabajadores cesantes adscritos a los programas de empleo mínimo (PEM y POJH), era comprensible que los pobladores se
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fondo se han extraído de las “Tesis Programáticas y Estratégicas” aprobadas por dicho Pleno, cuya versión completa se ha tenido la oportunidad de consultar. El Rebelde en la clandestinidad, N° 201, agosto de 1983; Columna del Comité Central: “Nuestra línea de masas”.
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consolidaran como una suerte de nuevo sujeto revolucionario, tanto o más relevante que la clase obrera “clásica”, tema ya abordado por la reflexión mirista anterior al golpe con su énfasis en el papel revolucionario de “los pobres del campo y la ciudad”251. Sin abandonar radicalmente la ortodoxia marxista–leninista, las “tesis programáticas” aprobadas en el Pleno del 84 incluían explícitamente dentro de la definición de “proletariado”–al que se seguía considerando el protagonista máximo de la revolución–a los “cesantes temporales” de los principales sectores productivos, así como a un “semi–proletariado” (los antiguos “pobres del campo y la ciudad”) que tendía “a expresarse con suma explosividad en las luchas sociales y políticas”. Era esa explosividad la que la línea de masas expuesta en agosto, y ratificada en la política de “levantamientos locales” acordada por el Pleno de 1984, buscaba potenciar como instrumento para el despliegue de la guerra popular252. En esa línea, el Pleno confiaba en que los levantamientos locales también ayudarían a revertir “la grave pérdida de fuerza militar que había sufrido el partido en años anteriores”, pues se esperaba que las milicias surgidas bajo su alero permitirían “una más rápida conversión de la rebeldía popular en fuerza militar guerrillera”. Así, el “Manifiesto” difundido por el MIR en septiembre de 1983 ya había llamado a “transformar las protestas populares en enfrentamientos cada vez más intensos, más ofensivos, en levantamientos insurreccionales contra la dictadura”, para lo cual era imperioso conformar “en cada población, en cada industria, en las escuelas y campos, Milicias de Resistencia Popular para hacer frente con violencia organizada y armada a las fuerzas represivas de la tiranía”253. De igual forma, al delinear las principales tareas para 1984, El Rebelde planteaba como indispensable que el pueblo “continúe avanzando en la organización de sus brigadas de autodefensa y en el desarrollo de sus milicias populares”, pues solo así se podría quebrar el 251
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Ver la tesis de licenciatura en Historia de Sebastián Leiva y Fahra Neghme, La política del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) durante la Unidad Popular y su influencia sobre los obreros y pobladores de Santiago, Universidad de Santiago de Chile, 2000; También Carlos Sandoval Ambiado, Movimiento de Izquierda Revolucionaria 1970–1973. Coyunturas, documentos y vivencias, Concepción, Ediciones Escaparate, 2004, pp. 309–327. Es interesante constatar que esta evaluación sobre el papel catalizador de los pobladores era compartida por el cura párroco de la Parroquia San Cayetano, en la emblemática población La Legua, quien entrevistado a fines de 1983 por la revista APSI señalaba que “las fábricas ya no son el lugar donde se articula el movimiento obrero, sino que han pasado a serlo las poblaciones, donde el mundo es tan variopinto como heterogéneo; donde aún no se consigue una forma de acción única, unitaria y encarrilada”; APSI N° 129, quincena del 1 al 14 de noviembre de 1983, reportaje especial “El despertar de las poblaciones”. Este diagnóstico se encuentra también en la base de varios estudios dedicados en la época al sector poblacional, entre ellos los ya citados de Guillermo Campero y de la Maza y Garcés. Por su parte, Luis Izquierdo Cofré recuerda en la entrevista concedida para este estudio que el MIR nunca concibió al proletariado exclusivamente como la clase obrera, sino que incluía en dicha definición al conjunto de la “alianza popular”: obreros, campesinos y pobres del campo y la ciudad. El Rebelde en la clandestinidad, N° 204, noviembre de 1983.
monopolio de las armas en que se sustentaba el régimen dictatorial y “ganar al máximo en voluntad de lucha: despertar al dormido, organizar al despierto y armar al consciente”254. El recurso a las armas, como se ha dicho, era lo que más profundamente separaba al MIR no solo de las fuerzas “centristas” de oposición, sino incluso de aquellos sectores de izquierda que se habían venido aglutinando en torno a la “Convergencia Socialista”, y que en la práctica se sumaban a la búsqueda de una “salida pacífica” del período dictatorial. A unos y otros, el Comité Central les reiteraba que “el pueblo ni siquiera tiene la posibilidad de elegir, de optar por usar o no la violencia. Se le impone como necesidad por el carácter violento de la dominación dictatorial”. “Quienes se suman a la campaña dictatorial contra la violencia”, sentenciaba, “están intentando conducir al pueblo, consciente o inconscientemente, a una masacre, al sacrificio de más vidas, porque ya se ha visto que el pueblo no puede levantarse indefenso contra todo el poder represor de la tiranía”255. Era en el contexto de esa necesidad, y tal vez de la creciente focalización de las protestas en el mundo poblacional, supuestamente más propenso a asumir formas violentas de acción política, que el Pleno de 1984 se proponía emplear a las milicias y brigadas de autodefensa como un paso inicial hacia la reconstrucción de los “frentes guerrilleros” urbanos, suburbanos y rurales, los que a su vez darían vida a las “Fuerzas Armadas de la Resistencia Popular”. Se resolvían así, de un solo trazo, las principales falencias detectadas al hacer el balance del infortunado Plan 78: una débil capacidad de intervención en la protesta social, una insuficiente articulación entre la lucha de masas y la militar, y la incapacidad de construir aquella fuerza militar permanente que la estrategia de guerra popular definía como imprescindible para el derrocamiento de la dictadura y del sistema de dominación capitalista en general. A partir de tales directrices, el año 1984 se consagró a la implementación de los levantamientos locales y su tarea anexa de formación miliciana. Donde más éxito se obtuvo en tal propósito fue en la comuna popular de Pudahuel, donde desde tiempo atrás funcionaba una Coordinadora de Organizaciones Poblacionales (COPP) a la que le cupo desempeñar un papel gravitante durante las primeras protestas. Antes incluso, para el 1° de Mayo de 1983, esta entidad había encabezado una marcha que habría logrado reunir a unos 400 manifestantes “en medio de arengas, lienzos, rayados y seis barricadas en distintos puntos de la localidad”256. Asimismo, un dirigente de los trabajadores que laboraban en los planes de empleo mínimo (PEM–POJH) dependientes de la Municipalidad de Pudahuel identificaba a la COPP, hacia comienzos de 1984, como la principal gestora de un movimiento reivindicativo que se había propagado rápidamente hacia otras comunas de la capital y que 254
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El Rebelde en la clandestinidad, N° 206, enero de 1984, Editorial. El desarrollo de las fuerzas milicianas y las acciones desarrolladas durante el segundo semestre de 1983 también son tratados en el Boletín de la Agencia Informativa de la Resistencia de diciembre de ese año. El Rebelde en la clandestinidad, N° 207, marzo de 1984; Columna del Comité Central: “Violencia popular”. El Rebelde en la clandestinidad, N° 200, julio de 1983; nota titulada “Adelante Pudahuel”.
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había culminado en la ya recordada paralización masiva de noviembre de 1983, generando alarma en los círculos de gobierno257. “Nosotros nos entusiasmamos con el PEM y el POJH”, recuerda Carlos Sandoval a propósito de la inserción mirista en ese novedoso frente laboral. “El ir a la población nos ligaba inmediatamente con esa realidad”, que por lo demás representaba a un sector sustantivo y creciente del mundo popular258. Ya en plena fase de implementación de la nueva táctica, la octava protesta (27 de marzo de 1984) dio lugar a que la COPP, al igual que coordinadoras análogas que operaban en los sectores poblacionales de La Legua y Caro–Ochagavía, encabezaran un primer amago de copamiento territorial, impidiendo por largas horas el ingreso de la fuerza policial. Esta tarea fue apoyada por acciones milicianas de “apertrechamiento, sabotajes menores, instalación de barricadas incendiarias, contención de vehículos policiales y formación de piquetes que condujeron la expropiación de locales comerciales”, en una de las cuales fue ultimado el miliciano de 18 años Mauricio Maigret, quien se convertiría en símbolo de esta nueva etapa en la lucha mirista. La prensa partidista destacó especialmente el gesto del joven militante, “ya herido mortalmente, de tomar la bandera del MIR de otro miliciano y cubrirse con ella al tiempo de dar a sus compañeros la orden de retirada”, verdadera lección para los jóvenes de “cómo enfrenta un miliciano de la Resistencia Popular la muerte en el combate por la dignidad y libertad de nuestra Patria”. Haciendo un balance más general sobre los resultados de esa protesta, la misma fuente afirmaba con no disimulada satisfacción que “esa noche, en casi todas las poblaciones, flameaban en las barricadas las banderas de la Resistencia y del MIR”259. En el recuerdo de uno de nuestros entrevistados, el dentista Alejandro Méndez, los sucesos de Pudahuel se constituyeron en un factor motivacional para que él y su compañera, de profesión médico, se trasladasen a esa zona a poner sus conocimientos al servicio de la lucha. Capacitaron al efecto a pobladoras y pobladores para formar “grupos de salud” que pudieran acudir en auxilio de los manifestantes heridos durante las protestas, a quienes la amenaza represiva inhibía de recurrir a los establecimientos hospitalarios formales260. El mismo tono admirativo cruza un reportaje de El Rebelde titulado “En Pudahuel se lucha por la vida”, en el que se destaca la experiencia de dicha comuna como modelo para la “lucha de localidades”. “Aquí se enfrenta a la tiranía”, señalaba el articulista, “uniendo a todos los sectores sociales y políticos representativos; se lucha por un pliego común, las tareas de 257
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Entrevista publicada en El Rebelde en la clandestinidad, N° 206, enero de 1984, bajo el título “No perdimos la convicción de luchar”. El paro de los trabajadores del PEM y el POJH de noviembre de 1983, especialmente masivo en las comunas de Pudahuel y La Granja, es aludido en Campero, op. cit., p. 189; Arrate y Rojas, op. cit., vol. II, p. 362. Entrevista a Carlos Sandoval. Las referencias se han extraído de los números 208 y 209 de El Rebelde en la clandestinidad, correspondientes a los meses de abril y mayo de 1984. Entrevista a Alejandro Méndez.
autodefensa y milicianas son amplias, se combate a la represión, se expropian alimentos para enfrentar el hambre del pueblo, calles y arterias son controladas por las masas”. Clave había sido para generar este nivel de actividad la existencia de la COPP, “instrumento de gran combatividad, que se perfila como la futura coordinadora de masas local en la medida que aumenta su representatividad desde la base”. Integrada por Comités de Cesantes, ollas comunes, comités de mujeres, agrupaciones juveniles, comunidades cristianas y el Sindicato de Trabajadores Independientes de la comuna, la COPP había sido capaz de darle organicidad, unidad y continuidad a las luchas de los diversos actores que convergían en la localidad, como había quedado de manifiesto durante su “Primer Congreso” celebrado el 14 de abril. “Todos los meses”, concluía entusiasmado el reportero mirista, “prácticamente casi todos los días, hay aquí movilizaciones”261. Todos estos preparativos tuvieron su clímax en el “Primer Paro Comunal” desarrollado bajo la conducción de la COPP, en plena consonancia con la táctica mirista, el 26 de julio de 1984. Durante el transcurso de ese día, grupos de 15 a 20 personas dirigidos por las brigadas de autodefensa y las milicias locales se movilizaron para asegurar el cierre total del comercio y la paralización de la locomoción colectiva, a la vez que se levantaban barricadas incendiarias para mantener a raya a las fuerzas policiales. En uno de los enfrentamientos ocurridos durante el día fue herido de muerte un teniente de Carabineros, lo que fue ampliamente difundido por los medios de comunicación oficialistas para los efectos de descalificar el paro y motivó una serie de allanamientos masivos en los días sucesivos. Haciendo una evaluación global de la jornada, el órgano oficial del MIR señalaba: “este primer paro local reafirma la potencia del pueblo, su capacidad para combinar en una misma acción sus organizaciones y fuerzas populares y milicianas, para desarrollar todas las formas de lucha y disputar momentáneamente el control que la dictadura ejerce sobre su territorio”. Y concluía, esperanzadoramente: “con represión o sin ella, el ejemplo de Pudahuel será seguido en las futuras jornadas de lucha con nuevas protestas y paros comunales y regionales, en el camino hacia el Paro Nacional, Obrero y Popular”262. Se daba así por iniciado, en la opinión del Comité Central del partido, “un nuevo ciclo de la lucha de masas”, en el que la experiencia de Pudahuel se etiquetaba abiertamente como “ejemplar”263. Mientras esto ocurría a nivel local, en un plano más superestructural de lo que el MIR definía como lucha “abierta”, la presencia partidaria se seguía visibilizando a través del funcionamiento de las ODIS, de la consolidación del CODEPU como espacio de encuentro público, y de la afirmación como referente político del Movimiento Democrático Popular, constituido oficialmente en septiembre de 1983 por el Partido Comunista, el Partido 261 262 263
El Rebelde en la clandestinidad, N° 210, junio de 1984. El Rebelde en la clandestinidad, N° 212, agosto de 1984; “Primer Paro Comunal”. El Rebelde en la clandestinidad, N° 213, septiembre de 1984; Columna del Comité Central: “La coyuntura política”.
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Socialista que dirigía Clodomiro Almeyda, y el MIR. En lo primero, y como había ocurrido en coyunturas anteriores, especialmente activo fue el desempeño de la UNED, la que concurrió en abril de 1984 a organizar un “Paro Nacional Estudiantil” calificado por el Comité Central del partido como “un nuevo escalón en el avance de la lucha unitaria y ofensiva de los universitarios”, y obtuvo, hacia fines de ese mismo año, la presidencia de la recién democratizada Federación de Estudiantes de la Universidad Federico Santa María, de Valparaíso264. Según nuestro entrevistado Maximiliano Moder, que por aquellos años se desempeñaba activamente en la UNED, la transparencia de su discurso y la responsabilidad de su convocatoria otorgaron a ese referente una importante legitimidad en el medio estudiantil, aunque ello no necesariamente se tradujera en un aumento cuantitativamente explosivo de la militancia mirista. También se consolidó en ese tiempo la Asociación de Profesionales Democráticos, ODI focalizada hacia ese frente social cuyo presidente, el ya nombrado profesor Patricio Sobarzo, fue asesinado en el mes de julio al auxiliar a un miliciano rodriguista herido en un asalto a un cuartel policial265. El período de las protestas, puntualiza el estudio de Garcés y de la Maza, fue particularmente fructífero para la recuperación orgánica de los movimientos estudiantil y profesional, proceso del cual el MIR no estuvo ausente266. Por último, se inició igualmente por este tiempo un trabajo hacia el campesinado del valle de Aconcagua, esfuerzo destinado a revertir la escasa presencia mirista en ese sector y, eventualmente, preparar el terreno para la construcción de una retaguardia militar suburbana267. En cuanto al CODEPU, su creciente actividad en el plano de las luchas sociales y la defensa de los derechos humanos contribuyó a perfilar con mayor nitidez la vocación de “coordinadora de masas” con que el MIR había propiciado su fundación. Con motivo de celebrar su tercer aniversario a fines de 1983, este organismo había realizado su “Primer Congreso Nacional” en el Teatro Cariola, ocasión en que su presidenta, la abogada Fabiola Letelier, recordó su triple condición de frente de masas, foro político unitario y entidad defensora de los derechos humanos, “no solo individuales y políticos”, como enfatizaba dicha dirigenta, sino “especialmente derechos colectivos, económicos y sociales”. Se congratulaba también del prestigio acumulado entre las masas por su intervención en los principales conflictos nacionales, y celebraba su expansión hacia las ciudades de Concepción, Valparaíso y Temuco, con sedes en proceso de abrirse en Chiloé e Iquique. Y concluía recalcando, en 264
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El Rebelde en la clandestinidad, Números 209, mayo de 1984, Columna del Comité Central: “La lucha estudiantil”; y 215, noviembre de 1984, reportaje “Estudiantes: una lucha sin respiro”. Revista APSI, N° 148, 17 al 30 de julio, 1984. De la Maza y Garcés, op. cit., pp. 106–108. Entrevistas a Luz Lagarrigue y Luis Izquierdo Cofré. Cabe advertir que, según Luz Lagarrigue, los campesinos con quienes efectivamente se pudo trabajar siempre expresaron una profunda desconfianza hacia cualquier conato de acción armada, aunque nunca revelaron lo que sabían de las acciones de instrucción militar que el MIR ocasionalmente realizó en su zona.
un derroche de optimismo proyectivo: “porque queremos hacer de Chile el tercer territorio libre de América, porque tenemos cada día más fuerza, porque nuestra lucha está llena de alegría, por eso, nuestra será la victoria”268. Por último, la emergencia del MDP como instancia conductora de la izquierda no dispuesta a negociar con la dictadura extrajo al MIR de su prolongado aislamiento y le confirió, al menos durante algunos meses, una cobertura pública muy poco usual durante los años de dictadura, personificada en la designación del sacerdote Rafael Maroto como vocero oficial y reconocido del partido–lo que eventualmente motivó su suspensión, por decisión de la jerarquía eclesiástica, del ejercicio activo de sus funciones sacerdotales. Para el MIR, recuerda Luz Lagarrigue, la constitución del MDP fue un gran logro, que le permitió participar “con toda prestancia” en un referente político de alcance nacional. El MDP, concuerda Juan Garcés, “nos sacaba del enclaustramiento político, nos daba un ‘paraguas’ mayor, mayor presencia política”. Mauricio Ahumada emplea el mismo concepto de “enclaustramiento” para ilustrar un problema crónico que el MDP ayudaba a revertir: “a Dios gracias para el MIR”, el giro estratégico que el Partido Comunista venía implementando desde 1980 hizo posible “la ruptura en los hechos de su aislamiento político”. Menos entusiasta es la valoración retrospectiva de esta iniciativa por parte de otros ex militantes. Para Carlos Sandoval, por ejemplo, el peso del MIR en el MDP nunca pasó de ser marginal, en tanto que el profesor Ricardo Zúñiga señala que en su sector de actividad, el magisterio, la alianza no tuvo ningún efecto práctico (“sabíamos que era necesario fortalecerlo, pero no teníamos muy claro para qué”). Alejandro Méndez, por su parte, opina que la adhesión a ese referente mayor significó debilitar las políticas propias, lo que a la postre estimuló el distanciamiento entre una línea demasiado volcada hacia el trabajo abierto y otra en que “se dispara la política militar como una cosa aislada del contexto político general”. Desde una mirada más panorámica, consistente con su posición de mayor responsabilidad partidaria, Luis Izquierdo Cofré concluye que si bien la formación del MDP fue una iniciativa correcta, ella no logró traducirse en un bloque político efectivo, careciendo además de la capacidad de trasladar la unidad cupular hacia las bases de los partidos participantes. El MIR, recuerda, “no tenía mucha experiencia en hacer alianzas”. Ello no obstante, al menos durante sus primeros años de vida, el MDP abrió una ventana comunicacional a través de la cual el MIR pudo dar a conocer sus puntos de vista bastante más allá de los círculos en que se había estado moviendo desde la instalación de la dictadura269. Un buen reflejo de esa situación fue un reportaje publicado a principios de marzo de 1984 por la revista APSI, parte de una serie titulada “Los partidos por dentro”, dedicado completamente al MIR. Haciendo un rápido balance de su historia, su autor, el periodista Arturo Navarro, no trepidaba en afirmar que la ofensiva desarrollada bajo el alero del “Plan 268 269
El Rebelde en la clandestinidad, N° 205, diciembre de 1983. Este párrafo ha sido estructurado a partir de todas las entrevistas indicadas en el texto.
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78” había fracasado en su objetivo fundamental de fundar una fuerza militar superior, y ello básicamente “debido a que no se correlacionó correctamente con el proceso social”. Resumía también los principales lineamientos estratégicos y programáticos del partido reporteado, así como su diagnóstico de la coyuntura en desarrollo y su política de alianzas, todo lo cual, concluía, no se apartaba mucho de lo que había sido su línea política tradicional. Pero, advertía, “lo que quizás sí ha cambiado es la praxis del movimiento”, y muy en particular el hecho de que “hoy cuenta entre sus principales aliados al PC, que en el pasado le reprochó abiertamente su ultraizquierdismo”270. Su ingreso al MDP, en otras palabras, proyectaba al MIR a un plano más visible del quehacer político, tornándolo en un actor aparentemente menos marginal y cuyo desempeño debía concitar una mayor atención. Así lo entendió igualmente el Pleno del 84, del que por cierto también daba cuenta el reportaje de APSI, al afirmar que el partido “ha alcanzado un grado de fortaleza y desarrollo–político, ideológico, orgánico y militar–que hacen de él una fuerza cuyo peso y significación crecientes no pueden soslayar ni los amigos ni los enemigos del pueblo”. Y reforzando el papel que en dicho reconocimiento desempeñaba el MDP (y también el CODEPU), señalaba que esos “órganos abiertos de la unidad social y política del pueblo, que desde su nacimiento han contado con nuestra resuelta participación y apoyo, se proyectan cada día más en su rol conductor de la movilización anti–dictatorial, con definiciones programáticas cada vez más precisas y una línea de accionar amplia, unitaria y ofensiva”271. Pero si las señales procedentes de los ámbitos político y de masas podían interpretarse, hacia el segundo semestre de 1984, como relativamente auspiciosas, no sucedía lo mismo en relación a la reconstrucción de la fuerza militar. Es verdad que el MIR recibió con enorme complacencia la aparición de otras organizaciones volcadas hacia la lucha armada, como el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, el MAPU Lautaro y los “Destacamentos 5 de Abril” organizados por una fracción del Partido Socialista, todos los cuales venían a quebrar la soledad en que había clamado por esta forma de enfrentamiento desde el inicio mismo de la dictadura. Así, la edición de El Rebelde de mayo de 1984, que hacía un optimista balance de “los avances del pueblo en la lucha antidictatorial”, celebraba especialmente “el gran desarrollo de la lucha y la organización miliciana y armada de nuestro pueblo” expresado en las orgánicas mencionadas, lo que calificaba como “un salto cualitativo del accionar armado, que la dictadura no ha podido ocultar, en medio del alborozo popular y del terror de los patrones y del régimen que los ampara”. Y concluía, exultante: “Nuestro Partido, que durante años impulsó solitariamente el desarrollo de la organización y la lucha popular en este campo fundamental del enfrentamiento con un régimen que sustenta su dominación básicamente en el ejercicio de la más brutal violencia institucionalizada, no puede sino 270 271
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APSI, N° 137, 21 de febrero al 15 de marzo, 1984. “El Pleno Extraordinario del Comité Central”, en El Rebelde en la clandestinidad, N° 208, abril de 1984.
saludar con emoción revolucionaria la insurgencia de estos nuevos destacamentos armados del pueblo, a cuya cabeza reconocemos también el esfuerzo de otros partidos de la Izquierda y, en particular, del Partido Comunista y del Partido Socialista, que dan así un nuevo paso en la lucha que fortalece al conjunto del movimiento antidictatorial”272. Sin embargo, la táctica de reconvertir las fuerzas milicianas surgidas de la agitación social en cuerpos militares más permanentes no tuvo los resultados esperados. Sometidas a una intensa y preferencial represión, limitadas en su capacidad operativa por carencias materiales y de formación más sistemática en el aspecto militar, fácilmente detectables por el protagonismo adquirido durante las protestas, amén de su focalización solo en algunos espacios poblacionales con mayores índices de radicalidad, las milicias recibieron durante estos meses duros golpes que obligaron a “replegar” a muchos de sus integrantes (un documento interno habla de “120 compañeros”) hacia el exilio273. Para Carlos Sandoval, parte del problema estribaba en que los milicianos eran básicamente los mismos “cuadros del partido”, lo que evidencia la dificultad que hubo para atraer a este tipo de acciones a sectores más amplios de la población. “Ese combatiente que soñamos, al estilo vietnamita”, agrega, “de día campesino, de noche guerrillero, eso no existió”. Peor aun: cuando se logró reclutar gente nueva para estos propósitos, la incapacidad de brindarles una formación política adecuada redundó en una mayor vulnerabilidad frente a la infiltración, o en que más de alguno terminase en la delincuencia274. “Muchos jóvenes de Pudahuel, recuerda Alejandro Méndez, se acercaron a las milicias al calor de las protestas, bajo la consigna de “¡morir luchando, de hambre ni cagando!”. El problema, en su opinión (“error”, lo llama él), fue que al impulsar la política de los paros comunales, el MIR tensionó al límite esa fuerza incipiente antes de que pudiera consolidarse, lo que facilitó su detección y desmantelamiento por parte de los aparatos represivos275. Para Maximiliano Moder, quien conoció el accionar miliciano en la Villa Francia (donde participaban los hermanos Vergara Toledo, posteriormente asesinados por una patrulla de Carabineros), el apoyo partidario a esas iniciativas era más bien precario: “a los ‘cabros’ les pasaban unas ‘matagatos’ con tres balas y les decían ‘hagan algo’”. Ese “algo” podía ser un “rayado”, quemar una camioneta municipal, emitir una proclama en medio de un “acto artístico”, pero difícilmente enfrentar a las fuerzas represivas de manera más frontal. En suma, acciones esporádicas y menores que podían generar alguna empatía en el entorno poblacional (aunque también bastante temor, alimentado por la ferocidad de los allanamientos que comenzaban a hacerse habituales a esas alturas del ciclo de protestas), pero que no alcanzaban a configurar una política sistemática de construcción miliciana que 272 273
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El Rebelde en la clandestinidad, N° 209, mayo de 1984. Ejército Guerrillero de los Pobres–Patria Libre (EGP–PL), “Hacia una política militar revolucionaria”, op. cit. Entrevistas a Luis Izquierdo Cofré y Mauricio Ahumada. Entrevista a Carlos Sandoval. Entrevista a Alejandro Méndez.
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pudiera generar una realidad de “pueblo en armas”. Mucho más exitosa resultó, concluye, la acción del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, cuyo mayor despliegue organizacional y logístico, sustentado en un aparato partidista considerablemente más sólido, le permitió capitalizar mejor el espíritu insurgente que se incubaba en la juventud pobladora276. Luis Izquierdo Cofré, por su parte, niega que la formación de milicias haya sido concebida como una fórmula para la reconstrucción de la vapuleada fuerza militar, pero igualmente reconoce que éstas no adquirieron la fuerza suficiente para darle continuidad a los proyectados levantamientos locales, entre otras cosas porque carecían de una zona estratégica hacia donde replegarse ante la previsible contraofensiva dictatorial. Fue por eso, agrega, que tras el paro de Pudahuel no hubo otros de magnitud comparable, y que el partido se vio en la obligación de replegar a los milicianos sobrevivientes fuera del país. “¿Qué quedó de todo ese esfuerzo?”, concluye: “la combatividad de la gente, y el recuerdo de los mártires”277. Mientras esto ocurría en Santiago, la entrada en acción en las provincias sureñas de una fuerza más permanente denominada “Fuerzas Armadas de la Resistencia Popular” fue rápidamente neutralizada mediante un operativo que culminó el 23 de agosto de 1984 con la aniquilación física de sus principales jefes y cuadros, incluyendo a Nelson Herrera Riveros, Luciano Aedo Arias y Mario Lagos Rodríguez, uno de los pocos sobrevivientes de Neltume278. Según recuerda Luis Izquierdo Cofré, la detección de este proyecto de activación de lo que la jerga partidaria denominaba el “Teatro de Operaciones Sur (TOS)” fue facilitada por cierta porosidad entre el trabajo abierto, en el que se había desenvuelto previamente Herrera Riveros (el “Lonko”), encargado máximo de la antigua toma “22 de julio”, y el trabajo militar representado por los sobrevivientes de Nahuelbuta y Neltume, posiblemente sujetos desde antes a algún “seguimiento” represivo. Con su caída, sentencia uno de los balances que se viene citando, se cerraba “el cerco y aniquilamiento sobre la columna de cuadros del MIR que había comenzado en el mes de Enero de 1981, con la Fuerza Central en Santiago”279. Aunque todavía subsistió alguna fuerza armada bajo el alero de una Comisión 276
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Entrevista a Maximiliano Moder. Sobre los efectos ambivalentes de estas acciones (empatía y rechazo a la vez) en la subjetividad poblacional, ver Campero, op. cit., pp. 144–149; de la Maza y Garcés, op. cit., pp. 79–85, 121–122. Entrevista a Luis Izquierdo Cofré; también entrevistas a Mauricio Ahumada, Alejandro Méndez y Maximiliano Moder. Según el estudio de Guillermo Campero, tras el relativamente exitoso paro de Pudahuel hubo otros cuatro “conatos de paro: dos en la zona sur, uno en la oriente y uno en la norte, pero con resultados muy escasos”, op. cit., p. 191. Varios de nuestros entrevistados refrendan esa evaluación, pero con cifras aun más bajas: Luis Izquierdo Cofré habla de “dos más”, pero no recuerda dónde; Alejandro Méndez señala que se intentó hacer otro paro local en la zona sur, “pero no funcionó”. El Rebelde en la clandestinidad, N° 213, septiembre de 1984; también APSI, N° 151, 28 de agosto al 10 de septiembre, 1984. Ejército Guerrillero de los Pobres–Patria Libre (EGP–PL), “Hacia una política militar revolucionaria”, op. cit. Entrevistas a Luis Izquierdo Cofré y Mauricio Ahumada.
Militar dirigida por Hernán Aguiló (“Francisco”), lo cierto es que la capacidad operativa del MIR en ese plano, ya muy debilitada por los golpes recibidos entre 1981 y 1983, quedaba herida de muerte. Según recuerda el propio Aguiló en una entrevista reciente, después de 1986 el MIR ya no desarrolló más acciones armadas280. En esas condiciones, el MIR adhirió, junto con el resto del MDP (pero sin la Alianza Democrática y algunas directivas sindicales), a la protesta y paro nacionales convocados por el Comando Nacional de Trabajadores para los días 29 y 30 de octubre de 1984, que desembocó en lo que ese partido terminó calificando como el “primer Paro Nacional Obrero y Popular” que hacía tanto tiempo venía propiciando. Sin ocultar su entusiasmo, y evaluando la respuesta a esa convocatoria como “un gran triunfo del pueblo” y “un éxito indesmentible”, El Rebelde caracterizó la protesta como “la más grande manifestación de repudio al régimen en estos once años”, la primera capaz de alterar significativamente, a diferencia de protestas anteriores, el funcionamiento normal de Santiago y las principales ciudades. Quedaba así demostrado, en su opinión, que el estado anímico y la disposición de lucha del movimiento de masas permitían avanzar con decisión hacia el derrocamiento de la dictadura, a la vez que patentizaban “la declinación y ocaso de sectores que hacen de la ‘oposición’ un calculado juego para marcar el paso en el mismo sitio y se empeñan más en excluir a las fuerzas populares de sus proyectos políticos que de combatir al régimen”. Establecida la corrección de la línea definida por el MDP, lo que quedaba pendiente era “la necesidad, que resulta evidente, de hacer más intensa la intervención de la fuerza miliciana y militar del pueblo”. Junto con la lucha social, política y miliciana, concluía, y “si no queremos perder el inmenso caudal de fuerzas que se va acumulando, debemos afrontar desde ahora también la lucha militar”. Eso era, en suma, lo que “las masas esperan de sus vanguardias”281. Pero lo que ocurrió fue algo muy diferente. El paro de octubre indujo al gobierno a decretar un estado de sitio que se prolongaría hasta julio de 1985, y que afectaría visiblemente la capacidad de intervención de todos los sectores de la oposición, tanto política como social. En retrospectiva, el Comité Central mirista caracterizaría aquellos meses como una nueva coyuntura de repliegue para el movimiento de masas, la cual evidenció serias limitaciones en la capacidad de las “fuerzas democrático populares” (es decir, aquellas que se nucleaban en torno al MDP) para constituirse en el componente hegemónico del movimiento opositor. El estado de sitio evidenció también la profunda brecha que seguía separando a la “franja más avanzada” del mundo popular (“los pobres urbanos, sectores obreros y núcleos reducidos de la pequeña burguesía radicalizada”) respecto del resto de sus componentes, así 280
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“No reniego de mi pasado revolucionario”, entrevista a Hernán Aguiló publicada en el periódico La Nación, 2 de mayo, 2007. El Rebelde en la clandestinidad, N° 215, noviembre de 1984. El “paro–protesta” de octubre de 1984 ha sido analizado en detalle por de la Maza y Garcés, op. cit., pp. 69–72; y también por Rolando Álvarez en el primer capítulo de este libro.
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como la “debilidad orgánica” de la conducción que estaba brindando el MDP. En relación específica a esto último, la carencia de estructuras clandestinas de coordinación que pudieran reemplazar a los dirigentes públicos afectados por la represión habría dejado a todo el sector en un estado de acefalía y desorientación revelador de su incapacidad de operar bajo condiciones abiertas de contrainsurgencia. Por último, y con toda la relevancia que el MIR confería a este factor, la ofensiva dictatorial reveló la incapacidad del movimiento para defender y rearticular su fuerza militar propia, impedimento fundamental para sus pretensiones de “resguardar la fuerza acumulada, darle continuidad a sus ofensivas y convertirse en una alternativa de poder”. En tales circunstancias, “la legitimidad que ganó durante 1984 la rebeldía popular no pudo aprovecharse por la falta de un referente militar antidictatorial poderoso”282. En retrospectiva, podría aventurarse que el estado de sitio se constituyó en el verdadero punto de inflexión del ciclo iniciado con la crisis de 1982 y las protestas de 1983. Fue durante esos meses, de hecho, que la Dictadura comenzó a retomar la iniciativa política, a la vez que la vapuleada economía arrojaba los primeros y tímidos indicadores de que la coyuntura recesiva se comenzaba a revertir. En un plano más profundo y todavía poco perceptible, la labor de penetración de los sectores populares iniciada por sectores partidarios del régimen como la UDI, analizada en otro capítulo de este libro, comenzaba también a exhibir sus primeros logros, demostrando que ese espacio social ya no era, si es que alguna vez lo había sido, un reducto exclusivo de las fuerzas de oposición. En esas circunstancias, en junio de 1985 se realiza un nuevo pleno del Comité Central, orientado a evaluar el desempeño partidario en el lapso transcurrido desde el pleno anterior. El balance no fue alentador. Para un sector, encabezado por el Secretario General, “los reveses sufridos por el partido en el terreno militar, que no fueron correctamente analizados”, habían abierto espacio al surgimiento de concepciones “que subordinan mecánicamente la lucha armada a la lucha social”, las cuales “involucionarían posteriormente a propuestas estratégicas gradualistas e incluso a asignarle a la lucha armada un rol complementario”283. Desde el bando contrario, los acusados de sustentar dichas concepciones “gradualistas”, reunidos bajo el liderazgo de Nelson Gutiérrez, opinarían posteriormente que la táctica y los planes de trabajo acordados en el Pleno de 1984 habían fracasado absolutamente, tanto por otorgar “casi ninguna importancia real a la movilización político–social de las masas” (que en todo 282
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“Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, op. cit. Guillermo Campero hace un diagnóstico similar, calificando al “paro–protesta” de octubre de 1984 como “el punto más alto que logró alcanzar el tipo de movilización social en que se insertaba y encontraba oportunidades de desarrollo la estrategia de acción directa de los pobladores que había prevalecido en los años precedentes”. Pero al mismo tiempo, agrega, fue una suerte de “último acto significativo para ese tipo de movilización”, pues reveló su incapacidad para “desencadenar por sí sola la desarticulación del régimen, ya que éste disponía de recursos de fuerza para contenerla”; op. cit., p. 199. “Balance y línea del MIR en la lucha democrático–revolucionaria”, op. cit.
caso había logrado un notable desarrollo casi por su propio impulso), como por insistir en posiciones “militaristas” que habían demostrado reiterativamente su inoperancia, y que habían significado costos altísimos en materia de seguridad284. Luis Izquierdo Cofré, quien participó en ese pleno, lo recuerda dolorosamente como el momento en que se hizo definitivamente manifiesta la fractura interna que se venía incubando desde mucho tiempo antes. Quedó allí en evidencia, a su juicio, “la incapacidad teórica, política e ideológica” de su partido para “dar cuenta de la situación política nacional y de los cambios ocurridos”, a la vez que se desataba el resquebrajamiento de las confianzas y lealtades que lo habían mantenido cohesionado durante la larga noche dictatorial. “Fue allí”, sentencia, “cuando se acabó el MIR”.
3. Tiempo de división En el período que medió entre los plenos del Comité Central de junio de 1985 y septiembre de 1986, terminaron de eclosionar las diferencias que se venían manifestando al interior de la dirección del MIR desde comienzos de la década, culminando aquella situación con la división de la organización en los primeros meses de 1987285. Se inició así un proceso de atomización que se prolongaría hasta comienzos de los noventa. En el citado pleno de junio de 1985, además de realizarse el poco alentador balance que señalábamos, se trazaron lineamientos que fueron interpretados en forma diferenciada por los dos sectores que se habían ido configurando al interior del Comité Central: la “mayoría”, representada por Andrés Pascal y Hernán Aguiló, y la “minoría”, liderada por Nelson Gutiérrez, encontrándose en esas lecturas diferenciadas la causa inmediata del posterior proceso de ruptura286. 284 285
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“Balance de la historia del MIR chileno. Documento base para el IV Congreso”, marzo de 1987, op. cit. Según el MIR – Renovación, organización que surgió de la tendencia que en la práctica materializó la división del MIR, en 1982 ya se habían marcado claras diferencias a propósito de la interpretación sobre los golpes que había recibido el partido y lo que se debía hacer frente a ello, y si bien aquella situación no habría derivado en ese momento en la articulación de tendencias, sí se habrían ido constituyendo “informalmente... agrupamientos de militantes en torno a uno u otro compañero dirigente”, lo cual terminaría originando “verdaderos feudos”. Ver en Balance de la historia del MIR chileno. Documento base para el IV Congreso, op. cit. En su momento, la identificación de la “mayoría” y la “minoría” se realizó en referencia a la composición del Secretariado Ejecutivo Nacional constituido tras el pleno de junio de 1985, la cual no se correspondía con el alineamiento en el Comité Central. Así, en el señalado Secretariado Ejecutivo Nacional la “mayoría” correspondía al sector alineado con Nelson Gutiérrez, mientras que la “minoría” estaba asociada al liderato de Andrés Pascal y Hernán Aguiló. Por su parte, en el Comité Central la relación era inversa: la “mayoría”, que avalaba los acuerdos del pleno de 1984, estaba representada por Pascal y Aguiló, mientras que la “minoría”, que exigía la revisión de esos lineamientos, se nucleaba en torno a Gutiérrez. Para efectos de precisión, y dado el alineamiento que se produjo tras (Continúa en la página siguiente)
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Dos de los “Boletines Internos” que difundió la organización en el segundo semestre de 1985 dan cuenta aproximada de los lineamientos definidos en el señalado pleno. El primero, correspondiente al mes de octubre 287, refería a la coyuntura política nacional manifestada desde inicios del segundo semestre, señalando que ella se caracterizaba por la prolongación de la crisis general del país, la reactivación ofensiva del movimiento de masas, la pérdida de iniciativa y creciente aislamiento del régimen, la propuesta burguesa de un plan de “transición negociada”, y la elevación de la insurgencia armada. Luego, a partir de dicha caracterización definía un “qué hacer”, señalando tres objetivos básicos. Primero, la necesidad de aprovechar la reactivación ofensiva de masas para profundizar el aislamiento del régimen, fortalecer la alternativa popular a la crisis nacional y no el “acuerdo nacional” que venían promoviendo los sectores de centro con el apoyo explícito de la Iglesia, y generar las condiciones sociales, políticas y militares que permitieran al movimiento popular desencadenar un “ciclo superior de enfrentamientos” en la “perspectiva estratégica” de avanzar en la generación de una “situación revolucionaria”. Segundo, elevar el trabajo de agitación y propaganda del partido y del Movimiento Democrático Popular, impulsar la movilización social reivindicativa, insurgente y miliciana, elevar el accionar armado y fortalecer las alianzas, centralmente con el referido MDP. Y por último, como tercer objetivo, fortalecer el partido, tanto en el ámbito de masas como en el militar. Un segundo boletín, esta vez de diciembre de 1985288, era más escueto en sus referencias a la política de la organización, situando sin embargo algunas ideas centrales en una de las notas. Se planteaba allí que lo fundamental en la coyuntura que se vivía era generar “una correlación de fuerzas que (asegurara) la continuidad de la revolución popular chilena”, y ello previo a cualquier negociación como fórmula para la realización de los objetivos del movimiento popular; y segundo, que las propuestas del MDP y la Intransigencia Democrática constituían “la única base realista para una salida democrática”, situación que necesariamente debía ir acompañada por el impulso de la “guerra popular” contra el régimen. Como se dijo, los lineamientos sancionados en el pleno de junio del 85 y divulgados a través de los boletines internos recién citados, serían interpretados en forma diferenciada por los sectores de la “mayoría” y la “minoría”.
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la primera ruptura de la organización, referiremos a “mayoría” y “minoría” tomando como base la relación de fuerzas existente en el Comité Central. Boletín interno número 2. Sería imposible señalar que en los “boletines internos” no se expresaba la posición de alguna de las tendencias que se habían ido formando en la organización. Ahora bien, esos boletines corresponden a una de las escasas fuentes que, explícitamente al menos, no estaban identificadas con alguna de esas tendencias. Boletín Extraordinario.
Para los primeros289, en el pleno del 85 se habían reafirmado “los lineamientos programáticos, estratégicos y los objetivos” definidos por el pleno de 1984 para el período, y aquello más allá de la descarnada evaluación que se había realizado del accionar del partido, y particularmente de la dirección, desde la realización de ese evento. Ello por lo demás se manifestaba, según el mismo sector, en las propuestas aprobadas en el pleno de junio: impulsar la profundización de la crisis nacional “desde abajo”, cuestión que implicaba superar las debilidades del movimiento popular y “construir combativamente la fuerza revolucionaria que hiciera posible el alzamiento armado del pueblo”. Se precisaba que la centralidad definida para la etapa era “la construcción de la fuerza revolucionaria y partidaria, y el desarrollo de la lucha armada para dar un salto cualitativo en la guerra popular”; construir la organización en torno a la “alianza social básica”, apoyándose tanto en los sectores de avanzada como en los más retrasados; procurar la seguridad y resguardo del partido, lo cual implicaba actuar en forma clandestina en las organizaciones y frentes naturales de masas, debiendo acompañarse ello con la construcción de “partido nuevo”; y, “elevar la lucha armada urbana y suburbana, al tiempo de concentrar esfuerzos en la preparación de la guerrilla rural”. La interpretación realizada por el sector liderado por Gutiérrez fue otra. Así, en el “Documento base para el IV Congreso”, fechado en marzo de 1987, junto con realizarse un balance fuertemente crítico de lo realizado en el pleno del 85, se señalaba muy escueta y ambiguamente lo que habían sido, según su parecer, los acuerdos más relevantes: la implementación de una táctica “que partía de una valoración más realista de la situación nacional, de la situación del movimiento de masas y del partido”; y si bien no se explicita en qué consistía esa valoración, se planteaba que los acuerdos alcanzados “buscaban la reconstrucción de un trabajo más adecuado del partido con las masas, de una reconstrucción de las relaciones entre la dirección y la base, de la reconstitución de los antiguos Grupos Político Militares y los Comités Regionales, la reconstrucción del trabajo guerrillero y miliciano con una sólida base social, así como el desarrollo del trabajo de retaguardia”290. Las diferencias señaladas, según uno y otro sector, no terminaron de explicitarse en el transcurso del pleno, ya sea porque “aún no habían madurado las posiciones divergentes” (planteamiento del sector de Gutiérrez), o bien porque “se mantuvieron ocultas para emerger posteriormente en forma inorgánica en el partido” (postura del sector de Aguiló y Pascal). De ahí que las decisiones adoptadas tuviesen como base el “consenso”, que sin embargo no tardó en romperse. 289
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Según la fuente de la cual disponemos (uno de los textos que se utilizaría para la discusión del IV Congreso, presumiblemente el preparado por el sector de Nelson Gutiérrez), los planteamientos del sector de mayoría fueron divulgados a través del boletín interno número 7, el cual habría sido editado entre octubre y diciembre de 1986. Nosotros hemos consultado la reproducción realizada en la fuente previamente señalada. Documento base para el IV Congreso”, p. 22.
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El primer indicador de que el consenso alcanzado en junio era solo aparente, según el posterior planteamiento del sector de “mayoría”, lo dio el funcionamiento del Secretariado Ejecutivo Nacional (SEN) designado en el mismo pleno. Así, el SEN habría trazado un “Plan Nacional de Emergencia” donde “coexistían interpretaciones muy diferentes de las orientaciones del pleno 85”, haciéndose evidentes las “discrepancias estratégico–tácticas” que atravesaban al Secretariado. Más tarde, y según el mismo sector al cual nos venimos refiriendo, se articula el “Movimiento de recuperación, rectificación y renovación del MIR”, “fracción clandestina” que buscaba “cortar de arriba–abajo al partido”, llamando a impulsar una línea que contradecía las orientaciones del Comité Central, sistematizándose esa “línea” en un documento emitido por Nelson Gutiérrez en mayo de 1986. Por su parte, el sector de “minoría” también hizo referencia a la forma en que las discrepancias se habrían manifestado tras el pleno. Así, en el citado “Documento base para el IV Congreso” se señalaba respecto a la táctica aprobada en el evento que ella había sido “asumida plenamente solo por un sector del CC”, mientras que “el otro solo tuvo un acuerdo formal”, expresándose las discrepancias de este último al acusar que el CC había dado un “viraje a la derecha”. Más tarde, señalaba el documento, ese sector se habría articulado como una “fracción” que había ido “explicitando sus posiciones”, “generando un espíritu divisionista en sectores minoritarios del partido”, y preparándose para impulsar “una ofensiva que recuperaría sus posiciones perdidas”. Las discrepancias y acusaciones mutuas terminaron de eclosionar a mediados de 1986, cuando las ya conformadas fracciones desatan definitivamente el debate. Quien abrió los fuegos fue el sector del Secretariado Nacional alineado con Nelson Gutiérrez, sector que representaba la “mayoría” en esa instancia (“circunstancial”, a decir de los sectores que predominaban en aquel momento en el Comité Central). La forma fue poco convencional: una entrevista a la revista Cauce. En ella, “Arturo”, “Maximiliano” y “Antonio” tocaron dos de los temas que se encontraban en disputa en la dirección: el de las alianzas políticas y el del rol del accionar militar en la lucha contra la Dictadura291. Respecto al primero, señalaban que en el campo de las fuerzas antidictatoriales se manifestaban dos estrategias: la de aquel sector que se encontraba dispuesto a negociar con el régimen, y la de aquellos que pretendían avanzar hacia su derrocamiento, planteando que era posible “concertar” ambas estrategias. Respecto a lo segundo, planteaban que si bien la lucha armada era importante y el partido la promovía, no jugaba “un rol principal sino que secundario”, especificándose que “lo militar” no era “ni la línea principal, ni el esfuerzo fundamental” de la organización292. 291
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Uno de los entrevistados, Gastón Muñoz, sería posteriormente candidato a diputado por el MIR – Renovación (rebautizado MIR – Izquierda Unida) en las parlamentarias de diciembre de 1989 en el pacto electoral PAIS. Juan Jorge Faundez, “Conversamos con el MIR en la clandestinidad”, Cauce, año 3, número 80, semana del 23 al 29 de junio 1986, pp. 24 a 27.
La respuesta a la “mayoría” del Secretariado Ejecutivo Nacional no demoró en llegar, utilizándose también medios no convencionales. Así, en una entrevista concedida por Andrés Pascal y Hernán Aguiló a la revista APSI, éstos señalaban que el partido impulsaba una estrategia “político – militar”, la cual implicaba el protagonismo popular en la movilización social, en la autodefensa y también en la lucha militar. A su vez, señalaban que la polarización social y política no se daba solo en torno a Pinochet y las grandes mayorías, sino que incluía a las fuerzas que estaban por darle continuidad al orden económico y social impuesto por el régimen y las que se manifestaban por un cambio democrático y popular, refiriendo así implícitamente a que la lucha era también en contra de la oposición burguesa, oposición con la cual la mayoría del SEN señalaba que era factible “concertarse”293. Tras este “intercambio de posiciones” por fuera de los canales partidarios, cuestión que daba cuenta del grado de descomposición a que había llegado la relación entre los miembros de la dirección, el debate volvió a concentrarse en el Comité Central. Así, la mayoría de este organismo convocó a un plenario en septiembre, buscándose en él, según un análisis posterior de Esteban Torres, elegir una nueva dirección ejecutiva nacional que expresara a la mayoría del CC, definiera con claridad la línea estratégica y táctica y dinamizara la realización del IV Congreso, evento que según el pleno de junio del 85 debía haberse realizado durante el primer semestre de 1986294. Entre otros aspectos, fue en este plenario que las divergencias se materializaron abiertamente en tendencias, en tanto que el Comité Central aprobó la convocatoria del congreso para abril de 1987, se reeligió a Andrés Pascal como Secretario General y a Hernán Aguiló como Subsecretario General, y se eligió un nuevo Secretariado Ejecutivo Nacional, del cual el sector de Nelson Gutiérrez se marginó295. Evidentemente, en este evento se encararon “fraternal pero firmemente” las posiciones discrepantes que venían tensionando a los órganos de dirección. Así, según la edición de noviembre de El Rebelde, las resoluciones “aprobadas por mayoría” apuntaban a fortalecer “la alternativa democrático–popular”, rechazándose “las tendencias negociadoras y claudicantes” que existían en el campo opositor296. A la vez, se señalaba que el MIR reafirmaba su “programa y estrategia revolucionaria”, lo cual implicaba sostener el objetivo de derrocamiento de la dictadura e impulsar la constitución de “un gobierno democrático, popular y revolucionario” que permitiera avanzar “hacia la construcción del socialismo en Chile”. En el ámbito de las alianzas, junto con no rechazarse el trabajo unitario con 293
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Jorge Andrés Richards, “Andrés Pascal en Chile”, APSI, año 11, número 185, 11 al 24 de agosto de 1986, pp. 11 a 13. Esteban Torres, “El rompecabezas del MIR”, Punto Final, número 237, 22 de abril de 1991, pp. 12 y 13. Como veremos, el IV Congreso no se realizó sino hasta mediados de 1988, cuando las tres principales fracciones surgidas de la organización madre – MIR Histórico (Pascal), MIR Comisión Militar (Aguiló) y MIR Renovación (Gutiérrez) – lo impulsaron separadamente. Edición número 233, específicamente la editorial “Vigencia de la salida popular”, pp. 2 a 4.
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el conjunto de la oposición, se señalaba la opción por “impulsar con fuerza el programa del MDP”, mientras que en el tema de las formas de lucha se ratificaba “la necesidad y el derecho del pueblo a desarrollar todas las formas”, definiéndose a la lucha armada “como elemento indispensable para enfrentar el poder represivo y militar del régimen”. Las definiciones alcanzadas en el pleno de septiembre del 86, así como la reafirmación de Andrés Pascal y Hernán Aguiló en sus cargos de dirección, implicó la derrota de la posición de la minoría, lo cual agudizó las críticas que ésta venía planteando, no aceptando integrar el nuevo Secretariado Nacional e iniciando así su separación de la organización madre 297. Según este sector señalaría posteriormente, la opción de no integrarse al SEN había respondido a su intención de no avalar la forma en que la “mayoría” había buscado resolver la crisis abierta en la dirección. Así, argumentaba que tras la entrevista dada a la revista Cauce por la mayoría del SEN, el “sector militarista” había aprovechado “artificialmente” algunas de las expresiones mal transcritas para declarar la crisis del secretariado y llamar al pleno, instancia donde se buscaba elegir una nueva dirección, impulsar un “plan militarista que liquidaría todo el trabajo acumulado”, y “postergar la realización del Congreso”. Por otra parte, se notificaba que no se compartían los análisis del “sector militarista” desarrollados en el Pleno, planteándose que aquél no había reconocido los avances logrados en el período 85–86 (debidos centralmente a las propuestas y esfuerzos de la “minoría”), porque “no eran funcionales a la estrategia de guerra popular”. Además, se señalaba que no habían estado dispuestos a aceptar las propuestas del “sector militarista” de construir un partido nuevo y no “quemado”, de concentrar el setenta por ciento del Comité Central en el esfuerzo de conformación de la guerrilla, y de dejar de lado lo que no fuese funcional a la Estrategia de Guerra Popular, entre ello el trabajo de masas. En términos prácticos, tras la realización del pleno de septiembre el proceso de división fue cobrando materialidad. Según el ya citado Esteban Torres, tras ese evento la “minoría” se constituyó como dirección paralela, autonomizando y descolgando de la estructura regular a las orgánicas dirigidas por ella, separándose finalmente del partido hacia comienzos de 1987, cuando se presentó como una organización aparte, adoptando el nombre de MIR–Renovación. Coincidente con el planteamiento de Torres, El Rebelde de marzo de ese año incorporaba una declaración pública del Secretariado Nacional fechada en el mes de febrero donde se informaba que un grupo de militantes encabezado por Nelson Gutiérrez y Pablo Buenaventura (Patricio Rivas, miembro del Comité Central) se había separado del partido por estar en desacuerdo con la línea estratégico–táctica de la organización298. Por su parte, el sector escindido le endilgaría la responsabilidad de la ruptura a la “mayoría” (sector “militarista” según sus palabras), señalando que ella había forzado la división del 297
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“El Rebelde” señalaría ya en su edición de noviembre (número 233) que en el pleno del CC las posiciones “pro negociadoras” no habían “fructificado”, reafirmándose “la línea revolucionaria del partido”. Ver editorial “Vigencia de la salida popular”, pp. 2 a 4. “El Rebelde”, “Columna del CC”: “En el MIR no cabe el derrotismo”, pp. 3 y 4, número 237.
partido al constatar que sus posiciones serían derrotadas en el IV Congreso. Más allá de la razón y forma de la división, tras esta primera ruptura del tronco original se iniciaría un complejo y doloroso proceso que terminaría con varias pequeñas orgánicas miristas hacia comienzos de los noventa. En el intertanto, el proceso de divergencia y división que se vivía en los organismos de dirección no se terminaba de conocer o de dimensionar en la militancia de base, lo que explica la sorpresa de algunos frente a lo que sucedía con su partido. Así por ejemplo, Ricardo Zúñiga, que a la sazón ocupaba un cargo directivo en el Colegio de Profesores, recuerda que supo de las divisiones que se estaban gestando a propósito de los comentarios que sobre el tema circulaban en aquella instancia gremial, tomando constancia de ello solo cuando comenzaron a llegarle algunos documentos que se presentarían en el congreso, los que respondían a sectores o dirigentes específicos. Una situación similar le ocurriría a Alejandro Méndez, quien al estar desarrollando su actividad militante en una estructura que tras la división quedaría articulada en el MIR–Renovación, recibía únicamente la información que enviaba ese sector. Por su parte, Fahra Neghme tuvo la primera constancia manifiesta de las divisiones cuando en el verano de 1985 la retiraron de la estructura universitaria en la cual participaba, bajo el argumento de que sería incorporada a la dirección nacional de masas, situación que no se concretó puesto que, como se enteró posteriormente, aquello nunca se había planteado en la instancia partidaria correspondiente. Más tarde, y cuando se encontraba parcialmente desconectada de las estructuras del partido, se enteró por la prensa que la organización se había dividido, dudando de la veracidad de la noticia. Al respecto comentaba: “nadie te explicó nada. No hubo discusión, no hubo. O sea el partido se dividió, yo estoy acá, te quedas acá. Ya, OK. No hubo ninguna discusión, ninguna. Ninguna, ninguna, ninguna. Yo ni siquiera tuve en mis manos alguna vez un documento que explicara lo que había pasado”299. Quienes sí tenían mayor conocimiento de lo que sucedía a nivel del Comité Central dan cuenta de aquella imagen que sugería Fahra Neghme: el rol que le cabía a la dirección en la división del partido. Así por ejemplo, Mauricio Ahumada señala claramente: “ésta es una división desde la dirección, en la que después finalmente la militancia toma partido”. Por su parte, Maximiliano Moder plantea que las fracciones habían comenzado a constituirse en torno a miembros del Comité Central desde el mismo momento en que el partido había iniciado su proceso de reconstrucción a fines de los setenta: “cada compañero del Comité Central fue construyendo su parcela, o fue reconstruyendo el partido, pero al final reconstruyó ‘su’ partido. Entonces al final era cómico, porque unos eran gente de Gutiérrez, otros eran gente del ‘Nancho’ (Hernán Aguiló), otros eran gente del ‘Pituto’ (Andrés Pascal). Pero nadie era del MIR”300. 299 300
Entrevista a Fahra Neghme, 25 de enero de 2007. Entrevista a Maximiliano Moder.
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La división, una vez materializada, arrastró a las diversas estructuras partidarias. Así, tras el MIR–Renovación (también conocido como MIR Político) y su cabeza visible, Nelson Gutiérrez, se desprendieron de la organización madre el grueso de los militantes ligados al CODEPU y la UNED, el trabajo sindical y de profesionales, las direcciones de las zonas norte y sur, la cúpula nacional de la Juventud Rebelde Miguel Enríquez (JRME) y la mayoría de los dirigentes públicos. Por su parte, en el MIR Histórico, representado centralmente por Andrés Pascal, se mantuvieron momentáneamente los militantes vinculados a la COAPO, las milicias y las estructuras internas, los que como conjunto representaban al grueso de la militancia301. Tras esta primera ruptura, y pese a los esfuerzos desplegados, el proceso de división del mirismo continuó su curso, no resolviendo los congresos partidarios desarrollados por ambas orgánicas la serie de diferencias que se habían ido incubando en el tiempo, particularmente entre la dirigencia. Quien sufriría el primer proceso de división fue el MIR Histórico, el cual ni siquiera alcanzó a llegar unificado al congreso realizado en julio de 1988, desprendiéndose de él, en el transcurso de 1987, la Comisión Militar dirigida por el Subsecretario General del partido, Hernán Aguiló. Según Esteban Torres, la escisión de la Comisión Militar se habría originado en el rechazo, por parte de la Comisión Política, de un documento preparado por Hernán Aguiló. En él se habría propuesto un “diseño estratégico y táctico–operativo, signado por la hipertrofia del componente militar y clandestino en la política de acumulación de fuerzas”, implicando ese diseño que el “accionar armado y la lucha guerrillera”, la “construcción de un partido clandestino y de un ‘movimiento de masas clandestino’”, eran “elementos prácticamente exclusivos de la acción revolucionaria”. Aquella opción por una estrategia más abiertamente militar y clandestina, implícitamente criticada por el autor citado, se conectaba para el MIR–Comisión Militar con la lectura que realizaba del período. Así, en el primer número de El Combatiente, su órgano oficial de prensa, se señalaba que en el campo popular aun había “disposición de lucha” y “potencial revolucionario”, siendo ese potencial la base para ir “construyendo la alternativa democrático popular” y “aspirar al derrocamiento de la dictadura”, cuestión 301
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Según Mauricio Ahumada, tras el MIR – Renovación partieron la mayoría de los dirigentes sindicales, militantes vinculados a la UNED y sectores vinculados al CODEPU, mientras que en el MIR Histórico se quedaba el grueso de los integrantes de la COAPO a la vez que la militancia asociada a “tareas internas” (aseguramiento logístico y comisión militar). Por su parte, Juan Garcés señala que los dirigentes sindicales vinculados a sectores “tradicionales” (por ejemplo, profesionales) se articularon en el MIR Renovación, mientras que aquellos asociados al PEM y POJH se mantuvieron en el MIR Histórico. A su vez, según Alejandro Méndez, en este último se mantuvo el 90% del trabajo miliciano, arrastrando el MIR Renovación a buena parte del CODEPU así como al trabajo sindical. Por último, Fahra Neghme señala que la estructura universitaria y poblacional de Santiago quedaron mayoritariamente en el MIR Histórico, mientras que el sector de trabajadores y dirigencia pública quedaba preponderantemente en el MIR Renovación.
última que se lograría a partir de la lucha armada, “el eje y motor de todas las formas de lucha que se desarrollan en el proceso revolucionario”302. Más tarde, en el mes de julio, el Primer Congreso Nacional del MIR–Comisión Militar reafirmaba y complementaba aquellos planteamientos, señalando que la estrategia de acumulación de fuerzas que el MIR había impulsado históricamente–la articulación de la lucha social, política y militar–se encontraba agotada y derrotada por la estrategia de contrainsurgencia del régimen dictatorial303. En tal virtud, se hacía necesario impulsar “una nueva estrategia de acumulación de fuerzas”, cuyo eje sería el desarrollo del “poder armado y militar del pueblo”, cuestión que implicaba “la creación de un instrumento nuevo partidario, capaz de llevar adelante la tarea central e inaplazable de HACER POLITICA CON LAS ARMAS”, lo cual permitiría “acumular fuerza democrática propia de poder y crear las condiciones para la lucha guerrillera”. En segundo lugar, se indicaba que se seguía viviendo un “período de ascenso de las luchas populares”, existiendo en el movimiento de masas las condiciones objetivas “para el desarrollo de la lucha armada y militar del pueblo”. En consecuencia, la línea de masas a impulsar debía apuntar a “ligarse a las amplias masas y canalizar parte de la rebeldía y el descontento social”304. Meses después de ese primer congreso, en noviembre, y en el contexto del impulso de su “primera campaña nacional”, dos destacados militantes, Pablo Vergara y Araceli Romo, morían producto de una explosión, accidente que según un documento del Ejército Guerrillero de los Pobres–Patria Libre (una escisión del MIR – Histórico) generaría un agudo estancamiento en la organización hasta su “casi total desintegración”305. Continuando el proceso de división, poco después de la salida de la Comisión Militar también abandonaba el MIR–Histórico la militancia agrupada en la “estructura de aseguramiento” (logística), según Esteban Torres discrepando de Hernán Aguiló por los ritmos de ejecución que se le pretendía dar a la lucha armada, y dudando de la capacidad de Andrés Pascal para constituir un núcleo consistente de reconstrucción del partido. Finalmente, y también antes del congreso partidario, se desprendían los núcleos que respondían a las directrices de algunos cuadros de la dirección –Lientur e Isaías– quienes
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Editorial “Única vía a la democracia”, número 1, marzo de 1988, pp. 1 y 2. Ver la nota “Resoluciones del Congreso”, aparecida en el número 3 de “El Combatiente”, julio de 1988, pp. 4 y 5. Los énfasis aparecidos corresponden al original. Según Hernán Vidal, quien comenta algunas de las resoluciones de ese primer congreso, esa ligazón debía realizarse en las organizaciones “naturales” de masas – sindicatos, unidades vecinales, centros juveniles, centros de alumnos, entre otras –, evitando transformarse en dirigentes “abiertos” de las organizaciones vinculadas a los sectores sociales más radicalizados pues sobre ellas la contrainsurgencia orientaba su trabajo de inteligencia. Ver en “Presencia del MIR. 14 claves existenciales”, particularmente las páginas 118 a 137. Mayúsculas en el original. “Hacia una política militar revolucionaria”, op.cit.
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levantaban la necesidad de trasladar la dirección del MIR a las bases y construir fuerza político–militar en el campo. Fuertemente debilitado por los quiebres descritos, el MIR Histórico realizó su IV Congreso en julio de 1988, revalidando las tesis ideológico–políticas que, desde diversas perspectivas, el MIR–Comisión Militar y el MIR–Renovación habían cuestionado o abandonado: construcción de la organización como un partido de cuadros, carácter político– militar y clandestino de la fuerza partidaria, impulso de la estrategia de guerra popular revolucionaria y del programa de la revolución proletaria y popular. A su vez, según Mauricio Ahumada, se elige una Dirección Nacional de nueve miembros, cuyo único mandato era realizar una Conferencia Nacional donde se trazaran los futuros ejes políticos del partido. La señalada conferencia se realizó durante el primer semestre de 1990, reformulándose en ella, según la revista Punto Final, “aspectos de la línea programática, estratégica y táctica” de la organización306. Para la nueva dirección partidaria electa en el evento, los cambios ocurridos en el campo socialista no invalidaban el proyecto del MIR, el cual seguía teniendo “plena vigencia”, entendiéndose la revolución chilena “como el proceso conducente a la liberación nacional del dominio imperialista, a la construcción de una efectiva democracia económica y social y a la constitución del poder popular”. Respecto al aislamiento político que vivía la organización, se señalaba que éste se originaba en la dificultad para dar cuenta del estado de ánimo de las masas, a la vez que en la insistencia en activarlas “con iniciativas exógenas, superestructurales, ajenas a su realidad”. De ahí la opción por constituir “una corriente democrática y revolucionaria al interior de las organizaciones naturales del pueblo” que fuese capaz de orientar “las luchas reivindicativas de todos los sectores sociales”, y no solo de sus franjas más radicalizadas. Lo anterior, se señalaba, implicaba “utilizar tanto los espacios dentro del sistema como fuera de él”, especificándose que los segundos serían “los fundamentales”. Por último, respecto a la viabilidad de la lucha armada, se señalaba que esa condición no podía “examinarse aisladamente”, indicándose que el nivel de desarrollo de la lucha armada estaba determinado “por las tareas y características de cada momento”, especificándose a renglón seguido que la prioridad de la organización en ese momento era “retomar una vinculación estrecha con el movimiento de masas, en la perspectiva de construir la fuerza social revolucionaria, el sujeto histórico de la revolución”. Las definiciones políticas que se alcanzaron en la Conferencia Nacional, y el recambio generacional que se impulsó a nivel de dirección, no lograron inmunizar al partido frente a nuevos quiebres, los cuales terminaron por hacer desaparecer al MIR Histórico. Así, a fines de 1990, y producto según Esteban Torres de los “diversos modos de construir fuerza partidaria, establecer relaciones con el movimiento popular y la izquierda, y comprender los cambios operados en la situación política”, se produjo una nueva división desde la Dirección Nacional 306
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“El MIR vuelve por sus fueros”, número 214, 4 de junio de 1990, p. 13.
(un verdadero “karma” en el MIR), surgiendo el grupo de “los cuatro” y el grupo de “los cinco”, nombres asignados en referencia al alineamiento generado en la dirección. Por su parte, el MIR–Renovación, si bien retardaría su propio proceso de división, una vez que éste se inició fue fulminante. Así, tras su constitución como organización independiente se concentró en reorganizar y acrecentar sus fuerzas, cuestión esencial cuando, según Fahra Neghme, tras la ruptura quedó fuertemente debilitado en ciertas zonas del país, entre ellas Santiago. Al proceso de reconstitución de fuerzas se sumó el impulso del IV Congreso, el cual, al igual que en las otras orgánicas miristas, fue desarrollado en 1988. Aquel evento le permitió alcanzar cierta homogeneidad interna, la que sin embargo comenzó a debilitarse rápidamente, abriéndose un primer proceso de discusión ese mismo año ante la posición a tomar frente el plebiscito que decidiría la permanencia de Augusto Pinochet como gobernante, cuestión agudizada, según Fahra Neghme, por las críticas que los miristas que retornaban al país realizaban sobre el trabajo que se había desarrollado en el interior. Las desavenencias continuarían en 1989, básicamente por la caracterización del período, la definición de las alianzas políticas y sociales a promover, y la posición a asumir frente al proceso electoral. Respecto a esto último, tras la desafortunada participación del MIR– Renovación (en ese momento rebautizado como MIR–Izquierda Unida) en las elecciones parlamentarias junto al PAIS, el ex candidato Antonio Román señalaba a la revista Punto Final que la izquierda se había formado una “visión triunfalista” sobre sus posibles resultados en ese evento, no teniendo conciencia de los “débiles vínculos” que tenía con el movimiento de masas, así como del avance de la ideología burguesa en los sectores populares307. Por lo anterior, Román opinaba que los desafíos futuros pasaban por “construir un gran partido de masas” que condujera los conflictos reivindicativos y las luchas “políticas e ideológicas”, articulándose en torno a un “programa alternativo democrático–popular” que debía ser impulsado “a través de la intervención legal y extraparlamentaria”. Por último, afirmaba que un factor clave para enfrentar el período que se abría era “mantener los grados de unidad alcanzados por la izquierda”, unidad que sin embargo, a la postre, no sería capaz de sustentar ni el PAIS ni su propio partido. 1990 sería el año de división del MIR–Renovación (IU). En el transcurso de la preparación de “su” Quinto Congreso, realizado en marzo de 1991 con lo que quedaba de la organización, las divergencias que se venían incubando dieron paso al surgimiento de cuatro tendencias, atomizándose y en la práctica desapareciendo el referente en apenas un año. La primera fracción en retirarse fue la denominada “Por una nueva izquierda”, la cual, según Esteban Torres, planteaba la “superación del MIR”, “superación” que culminó con su integración al Partido Socialista en 1990. Luego le seguiría la tendencia “A construir una nueva esperanza”, la cual sería encabezada por uno de los miembros históricos del MIR, Roberto Moreno, quien planteaba la construcción de un nuevo partido junto a la Izquierda Cristiana y la disidencia 307
“Los desafíos de la izquierda electoral”, número 206, 12 de febrero de 1990, p. 22.
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del PC. Un tercer sector sería representado por Antonio Román, ex candidato a diputado por el PAIS en las elecciones de 1989, y Águeda Sáez, compañera del asesinado dirigente mirista Jécar Neghme, quienes, a decir de Torres, sostenían la “vigencia y renovación del MIR”. Por último, un cuarto sector fue liderado por el miembro del comité central Carlos Lafferte, quien planteaba la reunificación del MIR en torno a sus “contenidos históricos”, abandonando la organización a fines de 1990 junto al grueso de las bases y formando la “Dirección Nacional Provisoria”. Esta dinámica de absoluta dispersión de las fuerzas miristas trató de ser frenada por algunos cuadros históricos, entre ellos Rafael Maroto y Manuel Cabieses. Así, éstos protagonizaron a comienzos de 1991 uno de los más serios intentos de reconstrucción partidaria, reuniendo en la población La Victoria a militantes sueltos y representantes de cuatro de las orgánicas existentes en ese momento, no lográndose avanzar, según recuerda el propio Cabieses, más allá de las buenas intenciones308. Tras aquel encuentro se repitieron otros, pero la suerte del MIR ya estaba echada. Las odiosidades personales, la lectura divergente del período que se vivía, las diferencias políticas que se arrastraban desde los ochenta por la evaluación discordante de lo realizado en aquella década, el agotamiento de la ética militante, y el efecto en el tiempo de la serie de golpes recibidos, rompiendo en la práctica su continuidad teórica y orgánica, fueron algunos de los factores que condenaron al MIR a la dispersión. Un documento anónimo de 1990 refleja bien la sensación que todo esto generaba entre algunos militantes: “obviamente algo anda muy mal en el MIR, a veinticinco años de su fundación y de generosa lucha revolucionaria. Hoy día conmemoramos este nuevo aniversario con más de ocho orgánicas y una vasta gama de grupos seudomiristas, con ‘personalidades miristas’, nuevos pensantes; más allá de las expresiones formales e informales y las diferencias estratégicas del militarismo al reformismo derechista. ¿Cuáles son las causas reales que permitieron incubar e irrumpir a tal gama de posiciones? ¿Dónde nos equivocamos realmente? ¿Dónde fallamos?”309.
4. Razones para una derrota ¿Dónde, en efecto, estuvo la falla? Razones, obviamente, podrían esgrimirse muchas, y ellas se multiplican en proporción directa a la potencia de las expectativas inicialmente cifradas en una aventura nacida con el propósito de convertirse en el principal artífice de la Revolución chilena; a la intensidad con que durante un cuarto de siglo se asumió la militancia; y a las lealtades profundas construidas al calor de los combates, al dolor de la 308
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Manuel Cabieses, Réquiem por Rafael, Santiago, Revista Punto Final, número 295, 25 de julio al 7 de agosto de 1993, pp. 16 y 17. Citado de Vidal, Hernán, Presencia del MIR. 14 claves existenciales, Chile, Mosquito Editores, 1999, pp. 126 y 127.
tortura, y bajo la sombra de los compañeros caídos. En esa misma carga afectiva y existencial radica, a nuestro juicio, una cuota importante de responsabilidad al hacer el inventario de la derrota. Cuando lo que estaba en juego era un proyecto de tal envergadura, las convicciones, las opciones y las disputas adquirían una pasión no fácil de conciliar, menos aun cuando en el origen del MIR había sensibilidades y estrategias tan diferentes, y cuando el costo de los errores no se medía tan solo en oportunidades perdidas ni en votos desaprovechados, sino en sueños destrozados y en cuerpos mutilados, muertos o desaparecidos. Un partido pequeño, que tras el golpe del 73 debió resistir el asedio implacable y la demonización reiterativa de una dictadura que contaba con medios infinitamente superiores a los suyos, difícilmente iba a poder cumplir tan ambiciosos objetivos. Cuando la mera supervivencia era un drama cotidiano, cubrir adecuada y consistentemente todos los frentes en que debía fraguarse la revolución –según la propia línea mirista, el social, el político, el ideológico y el militar– resultaba una tarea desproporcionada y casi imposible de verificar. Así, la brecha entre la enormidad de los fines y la pobreza de los medios se constituyó en una barrera “logística” infranqueable, que a la postre desembocaría en la frustración. Por esa misma razón, porque la apuesta mirista era total y las cartas con las que contaba distaban mucho de ser espectaculares, nunca fue fácil atraer hacia ella a sectores verdaderamente amplios de lo que ellos mismos denominaban “las masas”. Algunos ex militantes con mayores conocimientos de la historia popular chilena han llamado correctamente la atención hacia la inexperiencia–algunos dirían la falta de inclinación–que nuestro pueblo ha exhibido a lo largo del tiempo en relación a las formas militares de acción política310. Bajo condiciones de dictadura, dicha reticencia necesariamente se potenciaba todavía más, y el esfuerzo por equilibrar simultáneamente la inserción en las masas y la construcción de fuerza militar tenía que tensionar al MIR hasta límites difíciles de soportar. Las “dos almas” del MIR que se dibujan a lo largo de su historia, y que se pusieron tan de manifiesto en el quiebre de fines de los ochenta, reflejaban precisamente esta tensión, y la incapacidad –¿estructural?– de resolverla pesó mucho en el desenlace final. Dicho de otra forma, y pese a lo que constantemente afirmaba la documentación y la prensa partidista: las “masas” chilenas no se manifestaron inclinadas, al menos no “masivamente”, a adherir a la línea mirista de acción simultáneamente social, política y militar, y eso llevó al partido a desgastarse en acciones “ejemplares” que a la postre no consiguieron demasiados imitadores. Con una militancia mucho más numerosa, una historia mucho más prolongada, 310
Esta reflexión nos ha sido formulada explícitamente por Mario Garcés, pero también puede inferirse fácilmente de los escritos de historiadores que han tenido algún pasado mirista, como Gabriel Salazar o nuestro entrevistado Carlos Sandoval. En una línea diferente se sitúa Igor Goicovic, quien ha venido desarrollando últimamente una línea de investigación, en conjunto con otros historiadores jóvenes (Claudio Pérez, Ivette Lozoya, Manuel Fernández), sobre el papel de la violencia en los movimientos populares chilenos, y en sus proyecciones revolucionarias; ver su artículo “Teoría de la violencia y estrategia de poder en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, 1967–1986”, Palimpsesto, N° 1, revista electrónica Universidad de Santiago de Chile, 2003.
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y un despliegue orgánico mucho más formidable, el Partido Comunista se enfrentó a una disyuntiva similar cuando, precisamente en el período cubierto por este artículo, se decidió igualmente a cerrar la brecha entre lo político y lo militar. Sabemos que tampoco le fue mucho mejor. Por último, el MIR tuvo el infortunio, al menos durante la década de los ochenta, de insertarse en una coyuntura histórica en que, pese a las halagüeñas proyecciones que en sus inicios había engendrado la victoria sandinista en Nicaragua, la izquierda se precipitó en una crisis de carácter mundial. Contrariamente a lo que el diagnóstico mirista repetiría una y otra vez, las medidas del régimen pinochetista no respondían a una suerte de canto del cisne de un sistema capitalista enfrentado a su inminente e inesquivable destrucción. Por el contrario: fue precisamente en los ochenta que, no solo en Chile sino en todo el mundo, la fórmula neoliberal de refundación capitalista inició su despegue, para adquirir carácter hegemónico durante la década siguiente. Al mismo tiempo, la caída de los “socialismos reales” y la bancarrota de la izquierda marxista como actor político efectivo, alimentadas en no desdeñable medida por la incapacidad de derrotar realmente al capitalismo, despejaron el terreno para la consolidación de esa nueva hegemonía hasta alcanzar casi el nivel de un “sentido común” finisecular, lo que Francis Fukuyama complacientemente caracterizó como “el fin de la Historia”. Es verdad que ese desenlace no se percibió con claridad hasta después de la caída de los muros, y por tanto no pudo ser incorporado al análisis mirista durante la etapa aquí considerada. Pero igualmente ayuda, en la evaluación retrospectiva, a situar el drama vivido por ese partido en un marco más general, y a percibir que las perspectivas de éxito eran bastante más reducidas de lo que los propios miristas pensaban. Sea como fuere, en el estrecho y durante los ochenta todavía aislado marco de la realidad chilena, el MIR siguió creyendo que el capitalismo tenía los días contados, y que la revolución socialista solo experimentaba los últimos dolores de un parto que estaba a punto de concluir favorablemente. Por eso, cuando las protestas no fueron capaces de derrocar a la dictadura, cuando la guerra popular nunca se materializó, y cuando el fin de la dictadura finalmente se ajustó a un libreto que siempre se denunció como ilusorio e ineficaz; y sobre todo cuando ese libreto despertó, aunque solo fuese momentáneamente, un entusiasmo ciudadano comparable –aunque menos épico– que el de las primeras protestas, la militancia mirista se encontró huérfana y desorientada, aplastada por el peso de su historia y enfrascada en rencillas internas que solo hicieron más doloroso su final. La derrota del MIR, en suma, no emanaba solo de sus propios errores, o del encono con que fue golpeado por la dictadura. Era también parte de una derrota más amplia, de alcance mundial y proyecciones que aún no terminamos de desentrañar. La Revolución Socialista, aunque los militantes de tantos años se resistieran a admitirlo, quedaba pendiente para otro día. Quedaba pendiente, tal vez, para futuras generaciones.
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CAPÍTULO III LOS GUERREROS DE LA POLÍTICA. LA UNIÓN DEMÓCRATA INDEPENDIENTE, 1983–1988 VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE
Periodista: ¿O sea que usted no les encuentra nada bueno a los comunistas? No, al contrario. Admiro en ellos dos cosas: admiro su fe y su disciplina. (JAIME GUZMÁN, 1983)
La historia de la Unión Demócrata Independiente (UDI) es la del partido de derecha más exitoso, en términos electorales, de la historia política del siglo XX chileno, pero a la vez, la más anacrónica, ya que de nacer como un movimiento decididamente crítico de la democracia liberal y el sistema de partidos, pasó a convertirse en una de las expresiones más eficientes de este último desde mediados de la década de 1990. Compacto en materia ideológica y dotado de un perfil claramente identificable, la UDI ha sido caracterizada como el único partido moderno del Chile actual, toda vez que está dotado de una estrategia de poder, practica la competencia política de forma profesional, sabe quiénes son sus adversarios y los ataca de una forma implacable. Cuenta, además, con un alto grado de cohesión que no tiene ningún otro partido, un sentido del tiempo y del poder que tampoco tienen otros311. Todo esto en una era de des–ideologización y despolitización. El propósito de este trabajo es analizar el nacimiento de este partido y su accionar, entre 1983 y 1988, en el marco de la apertura política iniciada con la crisis económica y las jornadas de protestas. Asimismo, se pretende caracterizar el tipo de colectividad creada por Jaime Guzmán, considerando el basamento ideológico gremialista y la coyuntura que les tocó enfrentar al reactivarse la pugna política antes del momento pensado. El nacimiento de este partido ha sido interpretado como una respuesta de las clases dominantes frente a la crisis de hegemonía a que se vieron afectadas a comienzos de los años ochenta. De acuerdo a esta visión, mientras las fuerzas armadas monopolizaron el poder, consolidando la hegemonía burguesa compatible con el gran capital, estas fracciones no necesitaron la estructuración de colectividades partidarias que representaran y canalizaran sus intereses, lo cual solo habría sucedido al producirse un severo cuestionamiento a dicha situación. La formación de la UDI habría estado, de este modo, estimulada por la necesidad 311
Carlos Huneeus en Siete +7, octubre de 2003. La crisis disciplinaria que afecta hoy a la UDI no amenaza su existencia ni su naturaleza partidaria, sino al revés, es reflejo de esta última.
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de formar un frente amplio entre los partidarios de la Constitución de 1980 y defender el proyecto del régimen militar312. Compartiendo esta hipótesis, hay quienes agregan a ella la importancia de la llegada de Sergio Onofre Jarpa al Ministerio del Interior, quien habría puesto en jaque –al menos en apariencia– la hegemonía gremialista y de los Chicago. Habría sido entonces que Guzmán y sus seguidores comprendieron que su organización y protagonismo había dejado de depender de su nivel de influencia sobre el general Pinochet, debiendo enfrentar la reorganización del Partido Nacional y de las otras colectividades derechistas en articulación, corriendo un riesgo de desperfilamiento313. Uno de los aspectos que más se han destacado de la UDI es la homogeneidad de su dirigencia, toda de formación católica, siendo su referente más cercano los denominados “blandos” de la década del setenta, que presionaron a Pinochet por una institucionalización. La UDI sería una heredera de los antiguos partidos ideológicos de los años sesenta, en la cual su componente católico tradicional jugaría un papel crucial314. Algunos estudiosos le han atribuido a este rasgo una importancia clave para comprender el éxito político electoral de la UDI, como su coherencia interna. Para ellos, es precisamente la homogeneidad que caracteriza a sus dirigentes lo que le ha permitido eludir la tendencia a la aparición de facciones, revelándose como una colectividad políticamente disciplinada, ordenada, actuando como “un solo hombre”. Esa homogeneidad no provendría de principios democráticos, sino de similares orígenes sociales y de compartir una misma cultura315. Desde otro punto de vista, la UDI representaría una continuidad y un quiebre respecto del sistema de partidos existente hasta 1973. Una continuidad, porque recogería la tradición ideológica autoritaria proveniente de la década de los cuarenta, la cual reivindicaba el corporativismo y un nacionalismo de raíz cristiana, asociados a las revistas Estanquero y Portada, pensamiento que puede encontrarse en el principal órgano de difusión del gremialismo, la revista Realidad, y en sus organizaciones como Nueva Democracia316. Otros destacan como elemento de continuidad respecto de la antigua derecha su pragmatismo, pues está dispuesta a negociar a cambio de preservar el sistema neoliberal, como la antigua 312
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Tomás Moulian e Isabel Torres “La reorganización de los partidos de la derecha entre 1983 y 1988”, Flacso, D.T. No.388, 1988. Siguiendo esta hipótesis Luis Corvalán Marquéz Del anticapitalismo al neoliberalismo en Chile (Ed. Sudamericana: 2003). Ramón Gómez “Caín y Caín en el paraíso dictatorial. Pugnas y alianzas entre los partidos de derecha durante el régimen militar”, Tesis, Periodismo, Universidad de Santiago de Chile: 2000. Tomás Moulian “El sistema de partidos en Chile”, en Marcelo Cavarozzi y Juan Abel Medina (Compiladores) El asedio de la política. Los partidos latinoamericanos en la era neoliberal (HomoSapiens: 2003). Alfredo Joignant y Patricio Navia “De la política de los individuos a los hombres de partido. Socialización, competencia política y penetración electoral de la UDI (1989–2000), Estudios Públicos, No.89: 2003. Mauricio Morales y Rodrigo Bugüeño “La UDI como expresión de la nueva derecha en Chile”, Estudios Sociales, No.107: 2001.
derecha negociaba para defender sus intereses de clase317. Una combinación de ambas, sostiene que la creación de la UDI fue una expresión política y socialmente conservadora, pero económicamente liberal, representativa de una derecha urbana, predominantemente metropolitana y económicamente moderna. Al mismo tiempo, sin embargo, se trataría de una tendencia paternalista y autoritaria318. Una cuarta interpretación de la creación de la UDI se relaciona con el no cumplimiento de las condiciones previstas para la transición. De acuerdo a esta óptica, la institucionalidad creada por Guzmán suponía que a partir de la entrada en vigencia de la Constitución en marzo de 1981 comenzaría un avance gradual y progresivo de las leyes políticas que actuarían cuando se estableciera la “plena democracia” –después de 1989–, reforzándose la presencia civil en las tareas de gobierno y debilitándose la de los militares, que comenzarían lentamente a volver a sus cuarteles. Ello no habría ocurrido, produciéndose, contrariamente, una re–personalización del régimen, siendo el gremialismo desplazado de las esferas gubernamentales, simbolizado con la salida de Sergio Fernández del Ministerio del Interior. Tal situación habría preparado el contexto para su mutación a partido político. Esta interpretación, con todo, parte del supuesto que desde comienzos del régimen Guzmán pensaba en la construcción de una derecha poderosa319. Por último, la propia UDI ha construido su versión. Según ella, el partido representa una nueva derecha, pues está dotada de una doctrina clara, relacionada con la defensa de la propiedad privada, como la libre iniciativa y el espíritu de empresa, los que serían para el partido principios intransables. Por otra parte, la UDI también sería una nueva derecha, porque estaría dotada de un “estilo” distinto, el que tendría sus raíces en el gremialismo y el alessandrismo, caracterizándose por ser “un partido de cuadros” con una sólida organización en la base. El estilo gremialista sería el “apoliticismo de servicio público”320. Complementando las hipótesis anteriores, desde el punto de vista de este estudio la creación de la UDI en los ochenta fue el resultado lógico de la evolución política que vivió el país y el gremialismo desde su nacimiento, década en la que se completó el proceso de mixtura ideológica y política en que se encontraban el gremialismo y el neoliberalismo desde los años sesenta y se estableció una nueva institucionalidad. Si bien desde sus primeros tiempos ya había acuerdo respecto de la defensa de la propiedad privada y el capitalismo de libre mercado, aun no había un diseño claro respecto a la forma específica que él asumiría, como tampoco del modelo político a implementar, pues el corporativismo 317 318 319 320
Sofía Correa Con las riendas del poder, op. cit. Marcelo Pollack The New Right in Chile, 1973–97 (MacMillan Press Ltda.:1999). Carlos Huneeus El régimen de Pinochet, op. cit. Julio Dittborn “Unión Demócrata Independiente”, en Gustavo Cuevas Farren La renovación ideológica en Chile. Los partidos y su nueva visión estratégica (Instituto de Ciencias Políticas, Universidad de Chile: 1993); Angel Soto “La irrupción de la UDI en las poblaciones, 1983–1987”, Ponencia presentada en Lasa: 2001; Carolina Pinto UDI, La conquista de corazones populares (1983–1987) (A&V:2006).
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antiestatal de Guzmán y de los gremialistas era insuficiente como modelo político, vacío que fue llenado temporalmente por la dictadura y la Doctrina de Seguridad Nacional. Hacia finales de la década del setenta se alcanzó un proyecto capaz de armonizar una economía plenamente neoliberal con una democracia protegida y autoritaria, la cual a pesar de reconocer la democracia como régimen político, el sufragio universal y la existencia de los partidos no se inspiraba en el liberalismo clásico, sino en una mezcla entre conservadurismo cristiano y liberalismo restringido. Desde nuestro punto de vista, el corporativismo nunca fue derrotado del todo por el neoliberalismo, pues era el que ofrecería el simulacro de democracia, al patrocinar una participación localista y circunscrita a las tareas específicas de cada individuo. Desde el momento que la Constitución consagró la existencia de partidos, aunque sin definirlos con precisión, la mutación del gremialismo en partido solo era una cuestión de tiempo. En ese sentido, concordamos con quienes atribuyen a la crisis y las movilizaciones sociales la coyuntura que aceleró tal evento. A nuestro entender, la decisión de crear la UDI en ese momento respondió a la urgencia de evitar un eventual desmonte o desperfilamiento del proyecto tal como quedó establecido en 1980. Una segunda propuesta de este artículo refiere al tipo de partido que se creó. Según nuestra perspectiva, el modelo observado por Guzmán fue preferentemente el Partido Comunista, en quien veía el arquetipo del éxito político: fuerte en las bases sociales y con una doctrina plenamente internalizada por sus militantes. En ese sentido, la compenetración de los militantes UDI con el proyecto y los principios estampados en la Constitución de 1980 debía ser total, a la vez que ampliar las bases de apoyo más allá de la clase social a la que pertenecían sus dirigentes. Tales condiciones suponían el desarrollo de un nuevo “estilo” político, el cual se caracterizaba por su espíritu combativo, no dispuesto a la negociación ni la cooptación (a diferencia de la derecha oligárquica), sino por su disposición al enfrentamiento y la defensa a ultranza de sus bases programáticas y doctrinarias. Guzmán admiraba en los comunistas –como señaló a la periodista de Canal 13 y confirman gran parte de sus escritos– su fe y su disciplina, los dos aspectos por los que destacan hasta el día de hoy los militantes y simpatizantes UDI. Solo la fe y la disciplina –de verdaderos cuadros– aseguraban, a los ojos de Guzmán, una derecha con vocación de poder y con posibilidades políticas.
1. De gremialistas a UDI La UDI, como es sabido, es la proyección partidaria del Movimiento Gremial de la Universidad Católica, nacido en 1966 con el propósito de aglutinar y organizar a todos los estudiantes de esa Casa de Estudios que rechazaron los postulados del proceso de reforma universitaria de 1967, la cual planteaba una institución más democrática internamente y comprometida con los problemas del país. Levantando la bandera corporativista, antiliberal, Jaime Guzmán defendió la autonomía de los cuerpos intermedios respecto del Estado y
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de los partidos, principio con el cual logró formar un movimiento que se autodenominó gremialista y que disputó a los reformistas democratacristianos e izquierdistas la Federación de la UC, ganándola en 1968 y manteniéndola competitivamente hasta 1972. Ferviente anticomunista, el Movimiento Gremial participó en la campaña del candidato derechista para las elecciones presidenciales de 1970, Jorge Alessandri, y más tarde fue un activo miembro del frente de oposición a la Unidad Popular, coordinando y movilizando a gremios y estudiantes. El período histórico en el cual nació el gremialismo jugó un papel preponderante en el tipo de derecha que sería, pues durante esa etapa presenció el ocaso de su antecesora, la derecha histórica–oligárquica, y el ascenso de dos gobiernos con proyectos de transformaciones estructurales profundas. Los cambios en la Iglesia Católica, la reforma del agro y, posteriormente el experimento de la Vía Chilena al Socialismo, fueron los procesos claves en la evolución política de este movimiento, experiencias en las que se definieron sus rasgos esenciales. Desde sus orígenes, el gremialismo se constituyó en una derecha de nuevo tipo321, pues superó las dos carencias más importantes que aquejaban a la antigua derecha y que la hacían no competitiva. Uno de los cambios sustantivos fue la revalorización del campo de la política, como aquel del que dependían las decisiones fundamentales, la dominación y la hegemonía, abandonando la estrategia puesta en práctica por su antecesora de “ceder” ese campo, privilegiando los métodos cooptativos y de neutralización de los cambios más radicales. Esta valorización de la política suponía el desarrollo de capacidades competitivas, las cuales se relacionaban con su conversión en una real alternativa al centro y la izquierda. Para que ello pudiera suceder era necesaria su modernización como fuerza política, esto es, la elaboración de un proyecto y, por lo tanto, del diseño de un nuevo estilo político. Ese fue parte central del proceso vivido por esta tendencia durante los gobiernos democratacristiano y socialista, cuando bajo la lucha política los sectores con los que se reunían los gremialistas lograron ir dando cuerpo a un proyecto. Bajo el alero del Movimiento liderado por Guzmán, del alessandrismo y del denominado “Poder Gremial”, corporativistas y neoliberales lograron ir consensuando en torno a propuestas de orden económico, social y político. En ese sentido, lo primero a desmistificar es la idea de que los neoliberales eran una fuerza completamente distinta del gremialismo, toda vez que ya en los años sesenta, en sus orígenes en la Universidad Católica, exponentes claves de ambos grupos estuvieron unidos en ese Movimiento, pues no debe olvidarse que uno de los principales bastiones del gremialismo lo constituía la Escuela de Economía, alma mater de los Chicago. El primer aspecto en el cual hubo acuerdo fue en torno a la defensa del capitalismo y la iniciativa privada como motores del desarrollo, en oposición al intervencionismo de tendencia desarrollista y empresario, pues a su entender la interferencia estatal atentaba contra las posibilidades 321
Esta parte relativa a los años sesenta y la Unidad Popular está basado en mi libro Nacionales y gremialistas. El parto de la nueva derecha política chilena, 1964–1973.
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de acumulación e inversión empresarial, como de modernización. Ello fue a la par de una defensa del individuo como ser dotado de derechos relativos a la iniciativa y la propiedad, los que eran mejor resguardados por un Estado subsidiario. Tanto gremialistas como neoliberales eran partidarios del gran capital, no proponiendo la existencia de una masa amplia de propietarios, sino de aquellos que podrían hacer las modernizaciones necesarias, conectando el país al capitalismo transnacionalizado. De allí su interés por el desarrollo científico y tecnológico, como por la inversión extranjera. Tal perspectiva capitalista iba acompañada de una redefinición del movimiento sindical, cuyas capacidades debían ser cercenadas y cortados sus lazos con los partidos de izquierda. Este cambio suponía replantear la fisura entre izquierdas y derechas, terminando con la identificación clase trabajadora–izquierda marxista, clase dominante–derecha capitalista, de modo de provocar un corte transversal. Igualmente, había consenso en torno a un orden autoritario, con un Ejecutivo dotado de numerosas atribuciones y un Parlamento debilitado, tanto en sus capacidades como en el carácter de sus componentes partidarios. El autoritarismo al que se aspiraba requería de partidos débiles, coartados en sus ámbitos programáticos y en su relación con las bases sociales. Otra área que logró zanjarse fue la cultural, pues los grupos que estaban detrás de este proyecto en ciernes se declararon pertenecientes a la cultura cristiano occidental, de la cual emanaban sus concepciones matrices. Desde ese punto de vista, la unión neoliberal–corporativa superó la división laico–clerical que afectaba a la derecha tradicional. Es importante destacar que la distinta inspiración filosófica de ambos grupos no actuó como obstáculo para su unión, lo cual puede haber estar vinculado al hecho de que para estas fechas el neoliberalismo no era un “modelo”, como llegó a serlo en 1979, que involucraba todos los aspectos de la vida. El catolicismo presente en ambos grupos les otorgó uniformidad cosmogónica, de la cual surgió un proyecto antiestatista, antipartidario y neoliberal como claves para la modernización y la despolitización de la sociedad. En el caso del gremialismo, el poder social por ellos preconizado no debía convertirse en poder político, a pesar de cierta radicalidad del discurso de Guzmán en esos días de fuerte lucha política contra la Unidad Popular, respecto del reconocimiento legal al poder gremial. Aquí el poder social apuntaba más bien a redefinir la democracia, la ciudadanía y la participación, las que cambiarían por completo. Este consenso interno también existía respecto del anticomunismo, el cual tras la experiencia de la reforma agraria y las expropiaciones industriales y bancarias alcanzó su cota máxima, inundando a esos sectores de miedo a la socialización y la inversión de las jerarquías sociales. Era un anticomunismo impregnado de clasismo y de la negación de la humanidad del otro, lo que facilitó su acercamiento ideológico a los basamentos de la Doctrina de Seguridad Nacional de un enemigo interno que debía ser acabado. Finalmente, todos estaban de acuerdo en la necesidad del golpe militar, el cual promovieron abiertamente.
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Esta mancomunidad en torno a ejes programáticos centrales permitió dar vida a una agrupación de gran coherencia interna y le posibilitó avanzar hacia un proyecto más definido en la década del setenta. Esto es importante, porque desde nuestro punto de vista la homogeneidad exhibida por la UDI remonta sus orígenes a la época de su constitución primera como gremialismo, en su asociación con los neoliberales entre 1967 y 1973. Dicha homogeneidad se sustenta, no solo en los comunes orígenes socio–culturales (tesis de Joignant y Navia), sino en una perspectiva política común, la cual fue articulada en parte importante bajo los fuegos de la lucha contra la Unidad Popular. Aunque no estuviera del todo definido, dicho proyecto tenía sus pilares ya establecidos. Gran parte de este primer plan mantuvo el consenso después del golpe de Estado: el anticomunismo fue férreamente reivindicado, legitimándose los principios de la Doctrina de Seguridad Nacional como las labores de los órganos de seguridad; el respaldo a la economía de libre de mercado y a las restricciones sindicales –sin que hubiera disensos internos–. El debate, en realidad se produjo, en torno al problema político: democracia liberal o autoritarismo corporativo. Como parte de los “blandos”, ambos grupos pensaban que la dictadura no podía eternizarse y debía apuntarse a una nueva institucionalidad, sobre la que no hubo unanimidad de criterios en esos primeros años dictatoriales. Finalmente, Guzmán cedió frente a la existencia de partidos y el sufragio universal, pero no en la inspiración liberal de ellos, toda vez que su papel era muy distinto del previsto en un orden democrático representativo. En la Constitución de 1980 se estableció que los partidos solo podrían referir su accionar a los problemas del Estado, sin poder inmiscuirse en el ámbito particular de los cuerpos intermedios, por lo que la diversidad ideológica –aunque no total– era aceptada, pero dentro del principio de subsidiariedad. En ese sentido, los partidos perdían gran parte de su conexión con los movimientos sociales, dejando de ser sus representantes e intermediarios, manteniendo la autonomía de los cuerpos intermedios a la vez que se creaba una ingeniería electoral y jurídica que les impidiera volver a convertirse en focos de poder. Por eso la democracia que se establecía ya no era representativa, sino autoritaria, tecnificada y protegida322. Así, se creaba un régimen autoritario en el cual el Presidente de la República concentraba gran parte de las atribuciones, mientras el Parlamento era debilitado al disminuirse el número de senadores elegidos por sufragio universal, instalándose los senadores designados; la Cámara de Diputados podía ser disuelta y destituidos los parlamentarios que emitieran algún juicio que se considerara inconstitucional; como derogarse leyes ya aprobadas por el Congreso por parte del Tribunal Constitucional. Todo esto, además del papel que la Carta le reconocía a las fuerzas armadas como garantes de la institucionalidad323. En pocas palabras, el sufragio y los partidos existían, pero sin peso 322 323
Verónica Valdivia O. de Z., Rolando Alvarez V. y Julio Pinto V., op. cit., cap. 2. Genaro Arriagada Por la la razón o la fuerza. Chile bajo Pinochet (Ed. Sudamericana:1998).
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político real, pues las decisiones importantes recaían en el Ejecutivo y los contrapesos institucionales neutralizaban a la ciudadanía. Como se observa, lo que terminó siendo la parte política del proyecto estampó un orden autoritario denominado democracia protegida, que en realidad se parecía al modelo pensado por Jorge Alessandri a fines de su gobierno. Tanto neoliberales como gremialistas deseaban un Ejecutivo fuerte y un Parlamento solo fiscalizador, carente de muchas iniciativas, las que radicarían en el Poder Político. Era liberal, como lo fue la república del período portaliano, esto es, formalmente existía división de poderes, pero en realidad casi todo el peso decisorio recaía en el Ejecutivo y los partidos eran meras corrientes de opinión, porque no tenían vínculos con la masa social. Comparativamente, era una involución respecto de la trayectoria política de Chile en el siglo XX y en particular del período 1958–1973, cuya repetición se pretendía evitar324. Como lo señalaron en numerosas ocasiones el general Pinochet y Jaime Guzmán, la institucionalidad a crear debía estar dotada de mayores resguardos frente al peligro del comunismo, el cual se infiltraba por las erróneas premisas del liberalismo y su pluralismo sin límites. La verdadera democracia, para ellos, era aquella capaz de defenderse de sus enemigos y establecía claramente las esferas de acción social: los temas trascendentes debían ser facultad del poder político, aislado de las presiones sociales. ¿Dónde quedaba la ciudadanía? Guzmán seguía creyendo en el corporativismo como principal agente de despolitización y mascarada de democracia, el cual iba unido al individualismo. El énfasis en el papel de los municipios como espacios para la nueva democracia era su mejor expresión. La Constitución precisaba que habría una “democracia de plena participación”, la cual se materializaría a través de la vida cotidiana en los Consejos de Desarrollo Comunal, en los que tendrían representación las distintas organizaciones sociales (salvo los sindicatos y entidades gremiales) y actividades económicas “relevantes”. Los habitantes de las distintas comunas podrían “participar” a través de sus representantes en dicho Consejo y mediante las actividades desarrolladas por el municipio. De esta manera, la participación se relacionaba con los problemas concretos que afectaban a las personas en sus respectivos barrios (servicios urbanos, áreas verdes, centros culturales, deportivos, etc.), sin conexión con los debates acerca de los problemas y decisiones a nível de país325. Como es claro, el carácter “liberal” de la Constitución no afectaba en nada el autoritarismo del modelo creado, pues no había una concepción de ciudadanía con esa inspiración, sino de orden corporativo. Como hemos señalado en otros trabajos, citando al filósofo e historiador alemán Ernst Nolte, el corporativismo es siempre un sucedáneo de la ciudadanía, porque “sirve al objetivo político de privar al hombre de su participación democrática en la soberanía y entregarle a partir de la falta de ciudadanía, a la existencia
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Juan Carlos Gómez, op. cit. Este tema se abordará más extensamente en el cap. 4.
forzada de las asociaciones profesionales”326, en este caso, a las entidades vecinales de diferente índole. Esto debe ser inserto, además, en el marco de un debilitamiento de los partidos y de la ruptura de los lazos que existían con las organizaciones sociales, lo cual refuerza el objetivo de despolitización y aislamiento respecto de los grandes temas. Desde este punto de vista, se cumplía el propósito de los “blandos” de una institucionalidad que permitiera recuperar la “normalidad política”, pero sin los peligros sociales que la habían aquejado a lo largo del siglo XX. En suma, para comienzos de la década del ochenta ya existía una derecha programática. El segundo problema que la nueva derecha tuvo que resolver fue el del “estilo” político327, toda vez que la tendencia negociadora y cooptativa de su antecesora había derivado en una derrota ideológica y política. Tal fue el escenario que los jóvenes gremialistas debieron presenciar durante los gobiernos de Frei Montalva y Allende, debiendo asumir el relevo generacional correspondiente, encabezando las luchas contra esos proyectos de transformación estructural. Aunque ellos no fueron las caras más visibles en dicho combate, fueron quienes le ofrecieron su rasgo esencial: el espíritu de confrontación. A diferencia de quienes sostienen que el nuevo estilo de la derecha gremialista remite a su “espíritu de servicio público”328, desde la óptica de este trabajo el estilo característico en ellos es el de la vitalidad y la combatividad, nacido a fines de los años sesenta y principios de los setenta, rasgo que no fue privativo de los grupos nacionalistas. La conjunción entre proyecto y práctica política hace posible afirmar que ya en ese período se trataba de un nuevo estilo y no de una simple reacción a la coyuntura y el miedo ante la amenaza de sus contendores, como algunos trabajos han sostenido. En general, el estilo de los militantes de un partido deriva de su naturaleza: proyectual o pragmática. La vieja derecha correspondía al segundo de estos tipos, lo cual coincide con su estilo negociador y poco dado a posturas intransigentes, pues tiende a acomodarse y buscar salidas que lo beneficien, pero en la cual debe ceder329. Tales fueron los rasgos que el gremialismo deseaba modificar, ya que ellos habían conducido a la reforma agraria y, posteriormente, a la creación de un Área de Propiedad Social. Fue la nueva derecha en formación la que estrenó esa nueva práctica política de enfrentar al adversario. Los rasgos del estilo se expresaron en un nuevo tipo de lenguaje, el que abandonó las formas salonescas para adquirir virulencia y gravedad con declaraciones 326 327
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Ernst Nolte. El fascismo en su época (Ed. Península: 1967), p.69. En este segmento, nuevamente nos remitimos a mi libro Nacionales y gremialistas, caps. 3, 5 , 7 y conclusiones. Julio Dittborn, op. cit.; Carolina Pinto, op. cit. Edward L. Gibson. “Conservative Electoral Movements and Democratic Politics: Core Constituencies, Coalition Building, aand the Latin American Electoral Right”, en Douglas A. Chalmers, Maria Do Carmo Campello De Souza, Atilio A. Boron. The Right and Democracy in Latin America (Praeger New York, Wesport, Conneticut, Londos: 1992).
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que se caracterizaban por su tono acusatorio, impregnado de descalificaciones. El novel lenguaje buscaba la creación de imaginarios, manipulando emociones y las percepciones de la población, independiente de la veracidad de sus afirmaciones: el otro no podía ser sino criminal, guerrillero, delincuente, etc. Al contrario de la derecha histórica, la cual cuando hablaba siempre se refería a sí misma y su labor en la construcción del país, la derecha que nacía más bien se refería al otro, con el tono ya explicado. Ese lenguaje se mantuvo en los años setenta, a pesar de la derrota de la izquierda y su dispersión y debilitamiento en la clandestinidad, acosada por la represión. Todos los discursos políticos de Guzmán y los gremialistas mantuvieron a la izquierda viva como un peligro y como el mal absoluto, cuyos militantes no podían ser sino “cobardes” y “terroristas”. La Iglesia Católica chilena y los organismos internacionales que denunciaron la violación sistemática de derechos humanos fueron los sujetos de carne y hueso que corporizaron más de una vez al enemigo, como lo ilustraron las palabras de Guzmán en uno de sus comentarios políticos en Televisión Nacional en contra de la Iglesia Católica por su defensa de algunos dirigentes miristas perseguidos por la DINA en 1975. En aquella oportunidad, se refirió a quienes hacían “el coro al comunismo”, asumiendo una “actitud cobarde”. Aunque la izquierda sobrevivía apenas en la clandestinidad y yacía en las cámaras de tortura, el lenguaje virulento y apocalíptico del gremialismo, continuaba330. Un segundo elemento del nuevo estilo fue su relación con las bases sociales, con las cuales la vieja derecha tenía un vínculo clientelista o paternalista. La derecha que nacía, al contrario, ya en ese momento comprendió que debía acercarse a la sociedad, cuestión que en los años de la reforma se remitió al ámbito universitario, en clases medias altas y altas. Pero la experiencia de la Unidad Popular le permitió a Guzmán comprender la importancia de la presencia política en las otras clases, llegando al meollo del problema de la debilidad política de la derecha y la fuerza de la izquierda: su débil lazo con el mundo social. Por eso durante su participación en el Poder Gremial intentaron establecer, por primera vez, contactos con sectores medios y populares. Aquello era solo el comienzo. Su control de la FEUC y de la Secretaría Nacional de la Juventud durante los años setenta le permitieron iniciar su arremetida sobre los pobres, a través del trabajo social que hacían en campamentos y poblaciones de escasos recursos, como en los comunidades rurales sumidas en la pobreza y el aislamiento331. Como sus dirigentes explicaban, aquello buscaba generar un nuevo estilo, un estilo de unidad nacional basado en la solidaridad de los chilenos, infundiendo mística, esperanza y confianza en que sería posible superar los obstáculos. El problema era cómo generar ese estilo. Considerando que Guzmán analizó fríamente a la izquierda en los años de la revolución y que su conclusión fue que los 330
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Véase el documental de Heynowsky, Scheumann y Hellmich “Un minuto de sombra no nos enceguece” (Alemania: 1975). Verónica Valdivia O. de Z. “Lecciones de una revolución”, en Valdivia, Alvarez y Pinto, op. cit.
comunistas estaban dominados por la “fe y la disciplina”, la respuesta estaba en el mismo diagnóstico: en desarrollar una fe. En este punto tomamos la conceptualización de Nolte, quien ha calificado las ideologías contemporáneas como “fe”, en tanto “un pensamiento social totalizante que se orienta hacia una realidad o disposición social poderosa y que tiene por intención una salvación presente o futura. Parece que no puede imponerse nada socialmente nuevo si no ha sido anticipado y apasionadamente deseado bajo la forma de una fe”332. La fuerza, perseverancia y disciplina de los comunistas provenían de su convicción absoluta en su verdad, el socialismo efectivamente llevaría hacia un mundo mejor, superior desde todo punto de vista. Tal “fe” era lo que daba vida a ese tipo de militante, dispuesto a dedicarle todo el tiempo necesario a la causa, en quien residía la teoría y la conciencia revolucionaria: verdaderos cuadros. Ese era el tipo de gremialista que debía edificarse, dotado de fe, entusiasmo, disciplina y vitalidad. La nueva fe sería el proyecto articulado desde comienzos de los años setenta y plasmado en la Constitución de 1980. De allí la importancia que Guzmán le atribuyó a la “formación” de dirigentes y no solo como una cuestión de futuros políticos “tradicionales”: un nuevo tipo de militante y de dirigentes era la clave para proyectarse al futuro. Desde la FEUC comenzó esa tarea, reactualizando la doctrina de la autonomía de los cuerpos intermedios y su aplicabilidad a las organizaciones estudiantiles, que sus seguidores aprehendieron cabalmente y defendieron con las armas a su mano. Dicha convicción se acentuó en la guerra contra el comunismo, cuando ayudaron a crear el Poder Gremial, movilizando a los gremios y apoyando a los trabajadores del cobre, como contra la ENU. Los Javier Leturia, los Andrés Chadwick, los Jovino Novoa, etc., fueron formados y guiados espiritualmente, en su más amplia acepción, por Guzmán, ya llamado en esos años el “ideólogo” del grupo. Sus actuaciones en esos tres años reflejaban fe y disciplina. Desde la SNJ, por otra parte, comenzó el trabajo sistemático de formación de dirigentes, a quienes se entrenaba en cuatro líneas ejes: los valores y principios cristianos frente a la “crisis” que vivía la iglesia chilena; el anticomunismo en el marco de un mundo débil frente a él; las bases doctrinarias del régimen que debían proyectarse a futuro (la Declaración de Principios, la nueva institucionalidad, la historia y el papel de las fuerzas armadas, la figuras históricas claves de Chile, como Diego Portales); por último, la entrega de lo que ellos llamaban “herramientas de acción contingentes”, como las políticas económicas y sociales puestas en vigencia por el gobierno. En suma, la SNJ buscaba “homogeneizar el pensamiento de la juventud”, una nueva generación caracterizada por los principios (identificados con el gobierno), valores (cristianos) y estilo (fe y mística). Como se señalaba respecto del propio Guzmán: “En general, podríamos decir que vive como piensa, con una fe que mueve montañas… se ha convertido él solo en toda una corriente de opinión y sus ideas han ido creando una escuela, un estilo”333. 332 333
Ernst Nolte. La crisis del liberalismo y los movimientos fascistas (ed. Península: 1971). Qué Pasa, 29 de oct. de 1981, p. 27.
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Como queda claro, la derecha que se convertiría en la UDI tenía un proyecto del cual se derivaba su estilo. En la práctica constituían un movimiento político, aunque ellos lo negaran sistemáticamente. Contaban con un cuerpo de ideas, una plana de dirigentes e integrantes, hacían proselitismo en su formación de dirigentes, tenían una organización de alcance nacional producto de su control de entidades gubernamentales y contaban con financiamiento. Carecían de una orgánica explícita, factor que utilizaron para rechazar las acusaciones de ser un partido, en medio del receso político, pero su objetivo declarado siempre fue preparar una nueva generación, imbuida de nuevos hábitos políticos para asumir las tareas de esa índole en el momento de la “democracia plena”, proceso que debía completarse durante los años ochenta, antes del plebiscito previsto para 1988 y el Congreso de 1989. La década se inició con la puesta en “vigencia” de la Constitución el 11 de marzo de 1981, comenzando formalmente la “transición” planificada por los creadores de la nueva institucionalidad, sin el apuro de “votar”. Aunque no estaba formalmente explicitado, se supone que esperaban que durante este período se irían implementando las leyes políticas que entrarían en funcionamiento en su totalidad a fines de la década, algunas de las cuales era conveniente ir estructurando, de modo de ir dándole vida real a una Constitución que deseaban no se quedara en una mera formalidad334. Aunque la aprobación por parte del régimen de esa Carta Fundamental había significado el triunfo de los blandos sobre los sectores nacionalistas (los “duros”), al parecer los gremialistas pretendían asegurar dicha victoria, plasmando la normativa constitucional. Debe recordarse que a pesar de su teórica entrada en vigencia, en la práctica durante los años ochenta lo que funcionaría era el articulado transitorio, anexo a la Constitución, y no ella misma, la que requería de las leyes políticas complementarias, que constituían la transición. La elaboración de éstas debería acentuar el carácter civil del régimen, devolviendo paulatinamente a los uniformados a sus tareas profesionales, y debilitando su personalización, propio de un gobierno de facto. Como señala Huneeus, esta condición fue una de las que no se cumplió, toda vez que a partir de la investidura constitucional del general Pinochet como Presidente de la República, la personalización se acentuó. En ese sentido, la tarea de los gremialistas en esta etapa era presionar por el cumplimiento del itinerario, pues de ello dependía su verdadero triunfo en la batalla por la imposición de un proyecto. Aunque pareciera que ya lo habían logrado, el discurso de Pinochet la noche del 11 de septiembre de 1980 llamando a la constitución de un Movimiento Cívico de apoyo al régimen y que debería organizarse a través de los municipios, atemorizó a los gremialistas y le devolvió las esperanzas a los nacionalistas. La victoria gremialista sobre sus contendores fue una victoria pírrica, toda vez que su proyecto no era compartido, no solo por la oposición, sino por otros partidarios del régimen, como 334
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Tal es la tesis de Carlos Huneeus, quien establece los tres requisitos que los gremialistas tenían para llegar exitosamente a 1989, ninguno de los cuales se cumplió. Véase Carlos Huneeus, op. cit., cap. 10.
los “duros” y como la antigua derecha, la que votó por el sí por ser el mal menor, pero no compartía los principios allí estampados335. Aunque los nacionalistas no constituyeran peligro alguno, es posible que existiera en latencia todavía una remota posibilidad de involución proyectual, debido precisamente al personalismo de Pinochet. Esto no era un problema demasiado serio si las condiciones se mantenían y los gremialistas seguían teniendo el mayor grado de influencia, como había sucedido hasta entonces. Tales condiciones fueron las que estallaron a raíz de la crisis económica, que echó por tierra la arrogancia de los Chicago, al tiempo que los créditos externos se cortaban, se producía una caída importante del PGB, un alza de la inflación al 20% y de la desocupación, la que solo en el Gran Santiago subió de 11% al 22,2% entre 1981–1982. Aun suponiendo que era una situación transitoria, el régimen trataba de sacrificar las menores reformas posibles, manteniendo los mecanismos del mercado y controlando el accionar del Estado. La devaluación en 1982 y la reducción de salarios fueron los primeros síntomas que la situación era más grave de lo que se suponía336. En lo que a este trabajo interesa, la crisis económica fue el factor gatillante para el volcamiento del gremialismo al problema de la orgánica de su movimiento, pues la crisis reactivó el debate político, dándole aliento vital a aquellas “amenazas” que se encontraban en potencia. Las advertencias de que la economía no estaba en condiciones de soportar ciertos golpes y que “si viniera una crisis fuerte no podría resistir”337, constituían voces aisladas y marginadas; la crisis les ofreció un espacio. Uno de ellos fue ocupado por la oposición al régimen, representada por los movimientos sociales en rearticulación desde fines de los años setenta, especialmente el sindical, poblacional, estudiantil universitario, y los partidos políticos, los cuales habían estado actuando en la clandestinidad338. La crisis los puso en movimiento, colapsando las federaciones universitarias oficialistas, en manos del gremialismo, como reactivándose las huelgas ilegales en sectores productivos y el movimiento de pobladores que había reiniciado las tomas de terrenos urbanos a partir de 1980. Los partidos criticaron abiertamente al gobierno y el fracaso de su política económica, reorganizándose –como hemos visto– en dos grandes bloques: la Alianza Democrática, que reunía a sectores de la centro–derecha, con la Democracia Cristiana a la cabeza, y grupos socialistas renovados. Por otra parte, el Movimiento Democrático Popular (MDP) en el cual confluyó la izquierda marxista rupturista, 335
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Verónica Valdivia O. de Z. “’Crónica de una muerte anunciada’. La disolución del Partido Nacional, 1973–1980”, en Valdivia, Alvarez y Pinto, op. cit. Tomás Moulian. Chile actual; Eduardo Silva “La política económica del régimen chileno durante la transición:del neoliberalismo radical al neoliberalismo pragmático”, en Paul Drake e Iván Jaksic El difícil camino hacia la democracia en Chile (Flacso: 1993). Dieter Benecke, economista alemán, Cosas, 2 de enero de 1981, p.77. Ricardo Brodsky Conversaciones con la Fech (Cesoc:1988); Gonzalo Falabella “La diversidad del movimiento sindical en el régimen militar”, Flacso, Contribuciones No.42: 1986.
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tales como el Partido Comunista, el MIR y el PS Almeyda. En otras palabras, aquellos supuestamente muertos para siempre recobraron un lugar, levantándose como portavoces de la democracia y demandando el fin de la dictadura. Las “jornadas de protestas”, iniciadas el 11 de mayo de 1983, fueron el anuncio definitivo de que la sociedad y la política estaban de vuelta339. Por otra parte, el nuevo contexto fue rápidamente captado por los “duros”, a quienes la situación les corroboró sus aprensiones respecto de la apuesta Chicago, agudizando sus críticas. Según Pablo Rodríguez, la crisis recién estaba comenzando en 1981 y se acentuaría, siendo impostergable revisar a lo menos tres puntos centrales del modelo como eran la política arancelaria, el sistema tributario y el dólar fijo, ya que serían “los porfiados hechos los que demostrarán que es necesario intervenir en la economía del país”. Esa era la situación donde se hacía posible que su voz –como la de sus congéneres– fuera escuchada, confiando en la autonomía de Pinochet para tomar decisiones, como lo demostraba la intervención de la banca y el abandono de principios inmutables para el neoliberalismo, porque como afirmaba Alvaro Puga “yo creo que el Presidente va a actuar siempre de acuerdo a lo que indiquen las necesidades y no se va a dejar llevar por este sistema tan cerrado”340. Considerando que los “duros” apostaban por un Estado Militar, es decir, la permanencia de dicho régimen, su cercanía con las fuerzas armadas parecía ofrecerle otro argumento para su arremetida, porque conocían su ‘verdadero pensamiento’, el que según ellos no era ideológicamente neoliberal, el que solo habrían adoptado por razones pragmáticas. El “viaje sin retorno” del que habló Pinochet respecto de la opción económica era para los “duros” solo aplicable a las correcciones que ya se habían hecho en relación al paternalismo exacerbado, el proteccionismo a ultranza y el aparataje burocrático, pero el papel del Estado de carácter más planificador, volvería341. Esta resurrección nacionalista se materializó en su demanda por dar vida al Movimiento Cívico, el que tenía como finalidad principal darle una estructura orgánica a los partidarios del gobierno “a fin de evitar la embestida de los organismos de fachada de la oposición. Cuando se tiene una Vicaría de la Solidaridad, una Coordinadora Nacional Sindical –continuaba Pablo Rodríguez Grez–, cuando se tiene a los partidos políticos actuando, hay que tener una réplica”. A la vez, dicho movimiento debería divulgar y justificar las medidas gubernativas, explicando las razones de ellas y abandonar la parquedad de algunas autoridades. Pinochet sería su líder, porque “él representa a la inmensa mayoría del país”, como a su juicio lo probaban los resultados de las dos consultas realizadas y era la única 339
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El impacto más específico de las protestas sobre el gremialismo será abordado en el próximo capítulo. Pablo Rodríguez en Cosas, 29 de julio y Alvaro Puga en la misma revista el 19 de nov. de 1981, p. 16. Gastón Acuña, Cosas, 25 de feb. de 1982, p. 12. Véase también Mario Arnello en la misma revista, 21 de oct. de 1982, pp. 16–17.
persona que representaba la escala de valores “que la gente necesita que se imponga”, siendo la única alternativa política. Era un movimiento para todos los partidarios del gobierno que compartían esos objetivos342. Dado el revuelo suscitado por el llamado de Pinochet a la creación de un Movimiento Cívico, éste debió precisar sus palabras, asegurando que se refería a la colaboración más organizada de los partidarios del régimen y no a un movimiento político, no obstante lo cual en el contexto de la agudización del conflicto reiteró su llamado más de una vez, manteniendo en ascuas a partidarios y detractores. A este frente “interno” hubo de sumársele otro de igual carácter, los partidarios del régimen y antigremialistas: la vieja derecha. Si bien ella ya había discrepado públicamente del Anteproyecto Constitucional de 1978 y luego de la propia Carta, siguieron apoyando al gobierno. Sin embargo, en el contexto de la crisis encontraron el terreno para enfatizar los errores cometidos por gremialistas y neoliberales, quienes con un dogmatismo ciego habían impuesto un sistema, sin considerar la opinión de grupo alguno. Una de las líneas de la reaparición de estos exponentes fue su ácida crítica hacia los gremialistas, por su descalificación durante años de la política y los políticos como uno de los grandes males que había sufrido el país, pues en las palabras de Fernando Maturana, ex diputado del Partido Nacional “me produce una profunda irritación que no se distinga entre políticos y políticos…entre la gente que se entregó a la política está lo más granado que produjo la intelectualidad chilena en las distintas épocas”. Asimismo, por no representar el verdadero pensamiento de derecha, que siempre fue liberal, en un amplio sentido y no conservadora, que era la línea que representaban los gremialistas. A juicio de Luis Valentín Ferrada, ex dirigente de la Juventud Nacional: “Si en realidad Jaime Guzmán no ha dicho cosas tan distintas a las que decía don Abdón Cifuentes a principios de siglo. Después de Abdón Cifuentes, él es el mejor hombre que ha tenido el Partido Conservador en los últimos años…Don Pancho [Bulnes] es un social cristiano”343. Estas críticas se tradujeron en la reaparición del Partido Nacional, aunque no como orgánica, en un comienzo, pero sí en tanto autoasignación de verdadero representante de la derecha y crítico del proyecto gremialista. No se podía ser partidario de la libertad económica y estar en contra de la libertad política, siendo urgente la reconstitución del poder civil y empezar de veras la transición con todas las fuerzas democráticas. Tal renacimiento significó la fragmentación de la derecha en numerosos movimientos, todos los cuales llamaban a un movimiento de unidad, pero eran incapaces de lograrlo. Desde nuestro punto de vista, la resurrección de estos grupos dinamizó dos procesos, uno de ellos en latencia desde 1973: el problema de una derecha hegemónica. Desde los años sesenta, cuando comenzó su 342 343
Cosas, 29 de julio y 19 de nov. de 1981. Cosas, 29 de julio y 13 de agosto de 1981, pp. 68 y 12, respectivamente. La precisión de Ferrada respecto al socialcristianismo de Bulnes es importante, pues fue una forma de diferenciar a la corriente con influencia de la Doctrina Social de la Iglesia en la derecha de los viejos conservadores, como él percibía a Guzmán.
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reestructuración, la rivalidad entre alessandristas, nacionales, neoliberales y gremialistas impidió la emergencia de un solo representante reconocido por todos. Enfrascados en la lucha contra la Unidad Popular, el problema se postergó, reapareciendo con posterioridad al golpe, pero resuelto con la autodisolución del Partido Nacional y del ‘Frente Nacionalista Patria y Libertad’, que eran los más importantes. Ello facilitó el monopolio de gremialistas y neoliberales en los setenta. La crisis de los ochenta repuso el tema y ello se expresó en la emergencia de varios sectores entre los propios nacionales y grupos liberales. Tras esta eclosión estaba el segundo problema, el proyectual, en torno al cual no hubo acuerdo antes de 1973. El debate que se presenció en esta coyuntura era la actualización de un viejo problema: derecha liberal o neoliberal/corporativa. La vieja derecha volvía por sus fueros. En otras palabras, el cambio de situación repuso de facto el pluralismo y el debate, dando por finalizada la etapa de monólogo oficialista. Tal fue el contexto que a nuestro entender decidió a los gremialistas a dar vida a un movimiento político explícito, reflejando una vez más la naturaleza que los caracterizaba. En medio de esta andanada de críticas, los gremialistas recurrieron una vez más a su estilo combativo, no intentando cooptar ninguna de las fuerzas en juego, sino mantener sus puntos de vista en relación a la transición y luego perfilarse como la verdadera expresión de la opción política derechista, distinta a los núcleos resurrectos a los que despreciaba. En primer lugar, rechazaron el monopolio del nacionalismo que los “duros” hacían, reivindicando para sí tal tendencia, toda vez que el concepto de nacionalismo implicaba la consideración de los valores tradicionales sobre los cuales se había fundado el Estado y el rechazo a cualquier ingerencia extranjera en materia de recetas políticas. A juicio de Raúl Lecaros, uno de los fundadores del Movimiento y a la sazón Vicerrector Académico de la UC, los nacionalistas chilenos “tratan de vender para Chile una copia de los regímenes autoritarios europeos de nuestro siglo que desgraciadamente derivaron sistemáticamente en totalitarismos, con la única excepción del régimen franquista… el gobierno del general Pinochet sí ha recogido el verdadero sentimiento nacionalista, puesto que desde sus inicios se abocó a la tarea de reconstruir para Chile una institucionalidad que enraizara con los valores fundamentales con los cuales se cimentó la República”. Acorde con su descalificación de este sector, la revista Qué Pasa, medio de expresión de los grupos aglutinados detrás de la fusión gremialista/neoliberal, desarrolló una campaña en su contra iniciando una serie de reportajes acerca del nazismo y las distintas vertientes de nacionalismo, a la vez que comenzaba a editar una “historia” de la Unidad Popular, resaltando a los grupos radicales, de modo de fijar el imaginario ya construido durante los siete años de dictadura acerca de lo que había sido esa experiencia344. En ese sentido, tanto los gremialistas como sus medios de expresión se destacaron por su espíritu combativo, como por retomar el lenguaje 344
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Qué Pasa, 4 de marzo de 1982, p.13. Respecto de nazis y la Unidad Popular, véanse también 28 de oct. y 2 de dic. de 1982; 3 y 17 de feb., 31 de marzo, 30 de junio de 1983, entre otros números.
apocalíptico y descalificador respecto de sus contendores, rasgos clásicos de su estilo: los otros no podian ser sino fascistas o terroristas. Como explicamos en otro trabajo, dicho estilo pasaba por demostrar lo certero de su verdad, esto es la defensa a ultranza de su pensamiento desde la racionalidad, sello de Guzmán. En este caso fue la defensa del proyecto estampado en la Constitución de 1980 y la transición a la que debía dar lugar . El planteamiento de todos los gremialistas al respecto fue el mismo, como un solo cuerpo: debía avanzarse en la nueva institucionalidad y dictarse las diecisiete leyes orgánicas, pues la transición debía caracterizarse por su gradualidad, comenzando por las leyes menos políticas para luego arribar a las de ese carácter hacia el final del proceso. Para ese momento, se habría “logrado un cambio de mentalidad”. Todo debía ir por ese camino, pues la oposición según observaba Jovino Novoa “solo puede revivir si nosotros mismos cometemos errores”345. Quien mejor sintetizó lo que debería ser la transición fue, por supuesto, su ideólogo, quien expuso tal cosa en la revista del gremialismo, Realidad. En ella dejó explícito el desdibujamiento que el proceso estaba teniendo y la necesidad de ir más allá de la coyuntura económica, situándose en una perspectiva que proyectara al país hacia adelante con el vigor que esta etapa cívica requería. Para Guzmán era central dejar establecida sin dudas cuál era la meta de esta etapa: “la meta constitucional…un objetivo que desborda lo meramente jurídico o político y sintetiza todo un proyecto histórico para el Chile de hoy”346. La futura democracia a la que se arribaría requería de cuatro elementos: un desarrollo integral suficiente (económico– social), el arraigo de las libertades cotidianas (elegir educación, salud, donde vivir, etc.), el consenso social mínimo (las libertades en el marco de una escala de valores expresivas del ser nacional) y la preservación de fuerzas armadas profesionales y prestigiadas para que pudieran ulteriomente cumplir con el papel que la Constitución les asignaba. El cómo alcanzar esa meta era la transición y ello implicaba: sortear la recesión sin abandonar el sistema económico de libre mercado ya elegido; precisar el papel del Estado en la economía, ampliando su capacidad reguladora, pero disminuyendo su tamaño; incentivar el ahorro interno, a la vez que mantener la prioridad de erradicar la extrema pobreza, completando las modernizaciones sociales. Lo nuevo, incentivar la participación cívica, afianzar el nuevo pluralismo ideológico limitado, es decir, aceptando a todos aquellos sectores no marxistas y tampoco a los dispuestos a permitirles su infiltración, como la constante renovación para atraer a los jóvenes a la sociedad por venir. Como se observa, el camino de la transición era la defensa del proyecto ya articulado y la implementación de las leyes y reglamentos que harían posible su vigencia después de 1989. Todo lo que estuviera fuera de ese marco era rechazado por totalitario o por “añejo”. 345
346
Qué Pasa, 10 de junio de 1982, pp. 22–23. Consúltese igualmente 20 y 27 de mayo, y 22 de julio 1982. Jaime Guzmán “El sentido de la transición”, Realidad, No.38, julio de 1982.
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Solo ese proyecto aseguraría una democracia renovada. Así como varios estudiosos han señalado que uno de los problemas de la primera fase de la transición para alcanzar logros definitorios fue el maximalismo de los propósitos opositores347, las declaraciones de todos los gremialistas en los distintos órganos de prensa como este planteamiento de Guzmán revelan que esa fase también se encontró con el obstáculo de un movimiento oficialista, en gran medida gestor del proyecto dictatorial, no dispuesto a transar el programa en su globalidad ni en sus especificidades y, al contrario, dispuesto a defenderlo a como diera lugar. Parte de ese combate era recuperar competitividad en la renacida arena política. El nombramiento de Sergio Onofre Jarpa como Ministro del Interior, con el consiguiente desplazamiento de los gremialistas, no debilita esta aseveración, toda vez que a pesar de no ser ellos los interlocutores en las conversaciones entre gobierno y oposición, el gremialismo constituía el sector político derechista mejor organizado, en comparación a los numerosos grupúsculos aparecidos. Jarpa no amenazaba el proyecto político, aunque sí la opción neoliberal radical. Los gremialistas–neoliberales habían logrado afiatar ambos planteamientos y es lo que defenderían a ultranza contra la oposición democrática y contra los propios partidarios del régimen. Para ello era necesario abandonar la ficción antipartidista y dar vida a un movimiento político que le permitiera enfrentar en mejor forma a los adversarios y enemigos: “el reducido sector fascistoide que no desea avanzar hacia la democracia y al marxismo beneficiado de cualquier supuesto colapso del actual régimen. No hace falta demasiada perspicacia para advertir que un eventual término abrupto o fracasado del gobierno militar, con su consiguiente deterioro…no solo inferiría a Chile un gravísimo daño, sino incubaría gérmenes de inestabilidad que se arrastrarían por décadas, para cualquier fórmula democrática sobreviviente”348. Para evitar ese destino se creó el nuevo órgano de combate: la Unión Demócrata Independiente, UDI, nacida el 25 de septiembre de 1983. Unión porque aspiraban a la unidad de todos los sectores que se identificaban con la obra del régimen, Demócrata, porque decían considerar a la democracia como el medio más eficaz para lograr una sociedad libre, e Independiente, ya que esperaban convocar a quienes no hubiesen militado anteriormente, aspirando a que “cada adherente responda a su conciencia antes que a sus dirigentes”349. El anuncio de la creación del nuevo movimiento político fue hecho por Sergio Fernández, miembro del Comité Directivo, quien enfatizó los aspectos centrales de esta nueva derecha: ser una invitación para quienes compartían los principios de una “sociedad libre y desearan avanzar hacia la plena democracia por el rumbo constitucional” [el proyecto], consensuando 347
348 349
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Tomás Moulian Chile actual. Anatomía de un mito; Manuel A. Garretón “El aprendizaje político”, en Drake y Jasic, op. cit. Ercilla, 22 de septiembre de 1982, p. 15. Qué Pasa 5 de dic. de 1985, p. 16.
en la necesidad de “renovar nuestra vida cívica, creando un nuevo modo de hacer política [estilo] y alejándose de las estructuras partidistas clásicas de rígidas disciplinas o trasnochados asambleísmos”350 [cuadros llenos de fe y disciplina]. El “sentido” del movimiento, explicitaba este misma declaración, era defender la Constitución de 1980, la cual consagraba, a su entender, una democracia acorde a la idiosincracia y tradición histórica occidental, reformulando alguna de sus instituciones para evitar los vicios que destruyeron la anterior, reivindicándola como capaz de fortalecer las bases de una sociedad libre en lo político, como lo económico y social. Reiteraba la necesidad de que el gobierno impulsara la transición planificada e invitaba a los independientes y no militantes, reacios a las estructuras partidistas clásicas, para juntos contribuir a un “renovado estilo político en que los principios prevalezcan sobre los caudillismos o las meras conveniencias circunstanciales de grupo; en que la retórica ampulosa y hueca sea sustituída por un lenguaje directo y con real contenido de ideas; en que el raciocinio prime sobre la consigna o argucia dialéctica; en que el caciquismo electorero se reemplace por una acción política organizada y que supere las ambiciones personales; en que el estudio serio y tecnificado de los problemas constituya el sustrato de todo debate u opción política y en que no exista soberbia para no reconocer los méritos o razones de un adversario ni complejo para estar siempre dispuesto a revisar las propias posiciones”. Estas palabras confirmaban lo que había sido desde sus orígenes el Movimiento Gremial, firme en sus basamentos doctrinarios, y despreciativo del anterior sistema político y sus exponentes, especialmente de la vieja derecha. Ese era el nuevo estilo, ya estrenado en los años de la Unidad Popular: racionalidad, apariencia de contundencia argumentativa –pues no siempre se apegaba a los hechos– y un lenguaje grave y descalificador, que trasuntara un espíritu de confrontación, porque las ideas no solo se defendían con ideas. Como es obvio, la UDI reivindicaba el concepto cristiano de ser humano y su dignidad, del cual emanaban sus derechos y su anterioridad al Estado. Por lo mismo se reiteraba el principio de subsidiariedad como base de una sociedad libre con autonomía de los cuerpos intermedios, distinguiendo entre el poder político y social. Exaltaban la chilenidad como fuente de su pensamiento y alma de las estructuras políticas, económicas y sociales, destacando los vínculos que unían a los chilenos por ser tales, siendo un objetivo la unidad nacional. Por lo mismo, rechazaban todo ideologismo, especialmente los que promovían los antagonismos sociales. Proponían la democracia como “la forma normal de gobierno propia de nuestra tradición e idiosincracia”, siendo la libertad, la seguridad y el progreso favorecidos y evitándose su utilización para el totalitarismo, el estatismo exagerado, el terrorismo, la subversión o la demagogia. Se valorizaba la extensión jurídica de las libertades cotidianas, las “económico–sociales que diariamente ejerce el hombre común para decidir su destino 350
El Mercurio, 25 de septiembre de 1983, C–1. Los destacados que vienen a continuación son nuestros.
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personal y familiar”. Mientras, se hacía un llamado a la participación “democrática” con el aporte de “un rico tejido de organizaciones intermedias autónomas del más diverso origen... Sustentamos, pues, el gremialismo como la concepción válida para los referidos cuerpos intermedios”. En materia político–ideológica se aceptaba un pluralismo restringido y por lo mismo se definían como antitotalitarios, denunciando “al marxismo soviético como la mayor amenaza totalitaria y hegemónica de nuestro tiempo”, reivindicando el derecho de la sociedad a excluir de la vida cívica a las doctrinas totalitarias “y a privar de derechos políticos a las personas y grupos que pretendan valerse de su ejercicio para conculcarlos definitivamente”. Se adhería a un sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la iniciativa particular como motor básico del desarrollo económico, aspirando a una sociedad de propietarios y no de proletarios. A su entender, la legitimidad de la empresa privada estaba ligada al riesgo de una economía abierta a la competencia, interna y externa, donde el mercado jugara el papel de asignador de recursos mientras el Estado cumplía su papel fiscalizador. Las relaciones laborales y los derechos sociales deberían alinearse de acuerdo a esta economía libre. Por último, se reconocía a las fuerzas armadas como el símbolo de la unidad nacional, garantizadoras del orden institucional, indicando el imperativo de incorporar su aporte a la seguridad y al desarrollo “entendidos ambos como elementos indisolubles”351. Esta Declaración de Principios sintetizaba con perfección la síntesis corporativa– neoliberal que era el proyecto que habían logrado articular ambos grupos y que rescataba lo esencial de sus propuestas. El neoliberalismo destruiría las conexiones entre Estado– partidos–sociedad que había caracterizado la historia de Chile del siglo XX, asegurando al capital su dominación. El corporativismo ofrecería el sucedáneo de ciudadanía que necesitaba la ficción democrática levantada, permitiéndoles reclutar militantes y preparar futuros líderes y dirigentes, a la vez que alejar a la ciudadanía de los grandes temas y su antigua relación con los partidos. Cuando el combate político recomenzó el gremialismo se aprestó a dar la siguiente batalla.
2. El combate político La lucha de la UDI entre 1983 y 1986 se enfocó en tres frentes: su rivalidad con las otras derechas; la exclusión legal del marxismo y la defensa de su proyecto. Estas áreas de combate debían permitirle posicionarse, esta vez competitivamente, en el espectro derechista y salvar aquello por la cual había peleado por más de diez años, para lo cual era necesario olvidar sus críticas a la política y los políticos para convertirse en uno de sus exponentes más eficientes. 351
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Unión Demócrata Independiente “Definiciones básicas y propósitos. Principios fundamentales”, El Mercurio, 25 de septiembre de 1983, C–3–4.
Fiel expresión de su naturaleza combativa, Guzmán modificó el discurso que había defendido desde el nacimiento del Movimiento Gremial contra los partidos y los políticos, por una revalorización de ambos. Al contrario de lo que señala Andrés Allamand respecto al renacimiento de la derecha en 1983, como resultado de su redescubrimiento de la política352, desde nuestro punto de vista ello siempre estuvo claro en el pensamiento de los gremialistas y fue la razón por la cual se jugaron por ser una influencia determinante en el régimen militar desde un comienzo. Cuando Guzmán rechazaba la política siempre la asociaba a los partidos, como si ambas fueran sinónimas, cuestión que no constituía sino un argumento discursivo, irreal en la práctica política desarrollada por él y su grupo. Considerando esto, no resulta contradictoria su reivindicación de aquellos a quienes antes denostó en el contexto de un renacimiento fáctico de los partidos y del debate: “estimo urgente enfrentar el problema de fondo. Reivindicar la dignidad de la política, procurando depurarla de los vicios que la desacreditaron. La política, entendida como el arte de gobernar, constituye una de las más nobles funciones a que puede dedicarse el esfuerzo humano. Implica superar el egoísmo de limitarse al propio interés personal, para volcarse al servicio de la comunidad. Claro está que volver a dignificar la política en Chile supone impulsarla rectificando los errores que la desquiciaron..resulta vital que las ideologías y los partidos circunscriban su acción al campo que les compete, cual es la conducción global del Estado, sin excederlo, instrumentalizando las agrupaciones intermedias no políticas”353. Estas palabras reflejaban claramente el estilo y la defensa proyectual de Guzmán, toda vez que la aceptación de la expresión política partidaria era un imperativo en el marco de la reaparición de otros movimientos derechistas a los cuales debía disputarle la representatividad de la derecha: salir al combate. De igual modo, su definición de partido y campo de acción reiteraba su apuesta de cortar los vínculos sociales de los partidos, de donde extraían su fuerza. Insistir en que ellos debían limitarse a su marco reconocido –para entonces nulo–, reflejaba su aceptación de un liberalismo restringido (autoritarismo) y de su corporativismo (participación de nuevo tipo), ambos partidarios de la despolitización de las organizaciones sociales. Por otra parte, su énfasis en una política sin vicios le permitía reiterar su descalificación a la renacidas fracciones derechistas, estertores de una época que no debía volver. Ua vez más, los gremialistas–UDI pretendían levantarse como portavoces de una nueva era, en oposición a aquellos que seguían aferrados al pasado. Las críticas de ex nacionales surgidas con motivo de la Constitución no lograron constituirse en una propuesta seria que concitara el respaldo de gran parte de las derechas no gremialistas, razón por la cual para Guzmán y sus seguidores no revistieron mayor importancia, considerando además su escasa resonancia en esferas gubernativas, salvo Jarpa. Ellas comenzaron a reflotar a fines de 1982, cuando el ex Secretario General del 352 353
Andrés Allamand La travesía del desierto (Aguilar:1999), pp. 69–70. Ercilla, 20 de abril de 1983, p. 11.
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Partido Nacional, Engelberto Frías, criticó la gestión y el modelo de los Chicago, especulando que las fuerzas armadas seguramente estaban muy descontentas, siendo la única salida la incorporación al gobierno de los grupos políticos que lo apoyaban, pues de lo contrario lo que venía era “una revolución”. Al revés del silencio mantenido los años anteriores, Frías redespertaba al Partido Nacional y llamaba a una apertura. Ello determinó la respuesta de otro grupo de nacionales, junto con Frías, en lo que se denominó “Reestableciendo la verdad”, documento en el cual desmentían el supuesto apoyo brindado a la política económica, defendiendo el Parlamento y la democracia. Este llamado a la reunificación fue apoyado por Fernando Ochagavía, último presidente del Club Fernández Concha, sede del PN. Poco después aparecieron opiniones discrepantes de Francisco Bulnes y de Pedro Ibánez, dos de las figuras más importantes de ese partido. Paralelamente, otro grupo de ex nacionales también se reunieron para dar vida, cuando fuera posible, a una agrupación política humanista, partidaria de una democracia pluralista y representativa, consecuente con la fisonomía institucional histórica del país: era el origen de la Derecha Republicana. Por su parte, el ex líder del PN, Sergio Onofre Jarpa afirmó que “nadie puede atribuirse la representación del Partido Nacional” y viajó a Chile desde Argentina para “evitar la anunciada unificación de los antiguos militantes del Partido Nacional”. Quien fuera dirigente de la Juventud Universitaria, Luis Valentín Ferrada, también se opuso terminantemente a dicha resurrección, pues el “Partido Nacional fue un movimiento de reacción frente a una contingencia determinada. Superada ella no tiene razón de ser”354. Si bien el Partido Nacional había desaparecido hacía una década, su resurrección creaba un problema político al gremialismo, toda vez que en la memoria general los nacionales habían sido el último partido derechista que la gente recordaba y Jarpa seguía siendo un referente. Este dividendo político es posible estuviera siendo influído por el propio discurso gremialista de no constituir un partido y de crítica ácida a su respecto: si ellos y los neoliberales solo representaban corrientes de opinión, en el contexto de un renacimiento político, sus verdaderos exponentes recuperaban su lugar. Esto era más preocupante considerando la reivindicación democrática que todas estas fracciones hacían de si mismas –salvo Jarpa–, un término apropiado para sí por gremialistas y neoliberales, redefinido con los apelativos de autoritaria, protegida y tecnificada. Cada una de estas fracciones derechistas pretendía reclamar para sí el representar a la verdadera derecha, la histórica, con su tradicional “apego a la democracia”, recuperando su vínculo con la República y sus instituciones de clara inspiración liberal. Tal defensa es lo que explica el fraccionamiento del Partido Nacional, el cual había sido una mixtura ideológica entre corporativismo, alessandrismo y liberalismo económico, la cual tras el golpe se rompió. La principal razón de ese quiebre fue el rechazo de la antigua ala liberal–conservadora a cualquier ligazón con el nacionalismo –Jarpa– y el 354
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Cosas, 18 de nov. de 1982, pp. 34–35; 13 de enero, 10 y 24 de febrero de 1983; Moulian “La reorganización de los partidos de derecha”, pp. 28–30; Ramón Gómez,op. cit., p. 101.
regreso a sus verdaderas fuentes doctrinarias, pues no quería relaciones con “nazis”, como sentenció Patricio Phillips a fines de los setenta355. Fue tal discusión lo que derivó en una apreciación del papel histórico del Partido Nacional, tema en el que también hubo más de una interpretación: para algunos recogía la tradición de la derecha histórica, mientras para otros no había sido sino un partido instrumental, un partido por el “no”, contra el marxismo. Estos debates fueron los que afloraron en el marco de la crisis económica en un intento por recuperar espacios y deslindarse de gremialistas y neoliberales –a la sazón los responsables del descalabro–, enfatizando su representatividad democrática. Frente a esta amenaza en el imaginario social y en las proyecciones políticas fue que reaccionó el gremialismo. La pugna del momento era ser reconocidos socialmente como la verdadera derecha y democrática. Desde ese punto de vista, concordamos con Ramón Gómez en que el fondo de la lucha intraderecha fue por rivalidades de hegemonía sectorial y no de orden proyectual, pues todas estas otras derechas eran partidarias del neoliberalismo, aunque algunas con más intervención estatal. Salvo la Derecha Republicana, todas reconocían la Constitución de 1980 y consideraban necesario que la apertura y la transición se hiciera en el marco ya establecido, introduciéndole algunos ajustes. La diferencia estaba en que para una parte importante de estos sectores la democracia se enraizaba en el liberalismo clásico, mientras para el gremialismo lo hacía en una interpretación específica del cristianismo y el liberalismo, restringido y autoritario. Aunque estas diferencias no fueran de mucha profundidad en términos programáticos, ponían en peligro uno de los propósitos gremialistas, cual era hegemonizar el espectro político al momento del proyectado inicio de la transición, lo cual a estas alturas ya no sería posible. De todos los grupos solo destacaremos dos: el Partido Nacional, por su antecedente histórico y el Movimiento de Unión Nacional (MUN), creado por el ex dirigente de los estudiantes secundarios de los nacionales, Andrés Allamand, el cual se convertiría en su verdadero adversario. Respecto del primero y muy brevemente, aunque su dirigenta Carmen Sáenz trató de reponerlo como el referente más importante, lo cierto es que la desafección de cinco de sus nueve ex senadores y la de 27 de sus 41 ex diputados le restaron legitimidad, especialmente porque las figuras señeras de otrora, más tarde o más temprano, terminaron ingresando al MUN y porque nunca lograron atraer a los gremialistas, quienes mientras mantenían conversaciones con los nacionales en el Comité de Acción Cívica para armar una sola colectividad, formaron la UDI, desatando “una dinámica compulsiva de reafirmación de la identidad de todos los pequeños grupos”356. De acuerdo a Allamand no era conveniente refundar el Partido Nacional, ya que su finalidad era reponer un partido a la usanza de conservadores y liberales, fórmula añeja y 355 356
Cosas, 16 de agosto de 1979, p. 16. Andrés Allamand, op. cit., p. 59.
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obsoleta “ahistórico, que no tiene futuro ni sentido ni destino”357. Quienes habían participado en esa experiencia, por otra parte, tampoco eran partidarios de ingresar a la UDI, debido a que en materia de principios ellos estaban “marcados, estructural y políticamente, por lo que ha sido su obra en este período. Ellos han profitado del poder durante diez años..y hoy están intentando organizar un partido político que, en mi opinión, por las características de estilo y de modo de ser de esta gente, no lo visualizo como un partido con capacidad de convocatoria grande. Nuestro intento es materializar un partido mucho más allá de la derecha tradicional y enfocarlo hacia el centro…Necesitamos atraer a toda aquella gente que viene de vuelta de los partidos tradicionales y de centro”358. Acorde con ello, el MUN se declaró como un movimiento unitario y programático, amplio y renovador, destinado a aquellos que compartieran los principios de la civilización cristiana occidental, y reivindicando la democracia representativa “libre de totalitarismos y depurada de vicios que perturbaron la vida política del pasado”359, al tiempo que valorizaba la defensa de la propiedad privada, la economía de mercado y la subsidiariedad del Estado. Como es evidente, aunque se defendía una democracia representativa en el discurso, el MUN era partidario de excluir al marxismo, al que identificó con las doctrinas totalitarias y la idea de una democracia sin vicios, amén del resto del ideario original del gremialismo, como el plantearse como un movimiento renovador. En pocas palabras, tomaba las mismas banderas de la UDI, pero destacando su no compromiso con el gobierno, ser “independientes” de verdad. Precisamente esta cuestión era la que podía levantarse como una “prueba” de su carácter liberal, cara con la que se proyectó Allamand y el MUN, en circunstancias que proyectualmente no constituían una alternativa distinta. Su llamado a corregir la inflexibilidad de la política económica y la insensibilidad social no implicaba un abandono de los principios del neoliberalismo, al cual esta derecha adhería desde 1970, aunque no exactamente de la misma inspiración. Tampoco existía disposición real para un pluralismo ideológico y político amplio. El MUN nunca planteó un cambio de modelo económico ni de sus principios inspiradores, toda vez que ese era un consenso. Por ello, a pesar que exponentes suyos afirmaban públicamene que “no es dogma de fe la economía privada”, no era eso lo estampado en su Declaración de Principios360. Tales pretensiones “liberales” llevaron igualmente a Allamand a participar de un viaje a Estados Unidos por iniciativa del Partido Demócrata de ese país para discutir sobre los procesos de democratización en América Latina, junto con exponentes de la Democracia Cristiana, del PN y del Movimiento Liberal, pero negándose a firmar la Declaración emitida en esa oportunidad que condenaba las dictaduras y apoyaba la lucha de los pueblos por la democracia. Esta imagen que se buscaba proyectar, le llevó también 357 358 359 360
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Ercilla, 29 de feb. de 1984, p. 12. Ibid., Véase también Cosas, 12 de enero de 1984, pp. 20–21. Allamand, op. cit., p. 61. Tal es la tesis de Ramón Gómez, que compartimos. Sobre el consenso respecto al neoliberalismo, Verónica Vadivia O. de Z. Nacionales y gremialistas, cap. 5.
a suscribir el “Acuerdo Nacional para la plena democracia” en 1985, aunque no sin antes introducir en dicho documento la proscripción del Partido Comunista, tal como lo planteaba el Art. 8 de la Constitución. Esa pugna propiamente política fue la que intentó ser salvada por Guzmán, destacando los atributos de la UDI como un partido coherente y capaz de participar dentro de un consenso mínimo para que el país avanzara a una solución pacífica. Para él existía una antinomia, pues mirando las cúpulas políticas el consenso no tenía muchas posibilidades, no así si se observaba al ciudadano medio, en quien se advertían mayores esperanzas, pues a su entender éste anhelaba una concordia fundamental entre los sectores democráticos, con clara exclusión del marxismo para avanzar así a la democracia plena en forma pacífica y sólida. Desde ese punto de vista, la UDI “estimula el aglutinamiento de esas mayorías silenciosas tradicionalmente independientes y de las generaciones más jóvenes que no alcanzaron a tener militancia antes de 1973..Eso requiere que en esa etapa de definiciones esos sectores –en el cual las mujeres deben jugar un papel estabilizador decisivo– tomen en plenitud la misión protagónica que les compete”361. Como es evidente, ambas derechas se disputaban similares bases sociales –aunque la UDI extendería su batalla a las poblaciones, como veremos en el siguiente capítulo–, esto es, la expansión más allá de sus naturales aliados de clases: mientras el MUN apuntaba al centro democratacristiano –creemos que de clase media–, la UDI buscaba a las nuevas generaciones; no obstante ambos, rompiendo con los límites sociales de la derecha tradicional. Ello era algo ya claro para el Partido Nacional en los sesenta, lo cual no pudo cumplir sino muy limitadamente; el gremialismo en los setenta había trabajado para subsanar dicho error, la crisis de los ochenta y las rivalidades estalladas lo obligaban a retomar la ofensiva, trabajo que mantenía a través de la Secretaría Nacional de la Juventud, la FEUC –hasta 1985– y sus frentes profesionales. Sin reconocer las similitudes con sus congéneres derechistas, la UDI intentaba mantener su propio perfil atacándolos, tal como lo afirmaba el líder gremialista en la entrevista recién citada: “desgraciadamente el grueso de los políticos tradicionales han demostrado no haber aprendido nada… salvo honrosas excepciones han vuelto con su mismo estilo ampuloso y hueco, sus mismas consignas panfletarias..sus mismas divisiones y subdivisiones”. Estas críticas en parte se referían a la oposición democrática, pero también a los renacidos grupos derechistas, los cuales a pesar de declararse partidarios del golpe de Estado y del régimen, pretendían evadir las responsabilidades en las decisiones tomadas en materia económico–social y política, argumentando su no participación en tareas de gobierno, punto recalcado por los nacionales. A juicio de la UDI, tales propósitos eran una inconsecuencia de orden politiquero, inspirada solo en intereses personales, carente del nuevo espíritu que debía imbuir a las nuevas generaciones políticas. A diferencia de ellos, los UDI se caracterizaban –según se afirmaba– por su desinterés, eran “gente normalmente modesta, 361
Cosas, 31 de mayo de 1984, pp. 10–13.
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no pretende nada… A mí me gusta fundamentalmente el espíritu que anima a la gente de la UDI. No van detrás de nada: ni de pegas, ni de ministerios, no tratan de ser senadores, ni tratan de ser candidatos presidenciales..¡Nada!... los políticos que están actuando hoy, en un 90% tienen sus ojos puestos hacia el sillón de O’Higgins, hacia la Cámara de Diputados..la UDI, no”. A diferencia de esos ‘políticos’, los UDI “somos poco materialistas y tenemos un fuerte cultivo de la vida interior”362. Es decir, la nueva agrupación insistía en presentarse como ‘ajena a los vicios’, imbuida de ‘espíritu de servicio público’, como debía serlo un verdadero demócrata de la nueva era363. Para demostrar ese “nuevo estilo” –su coherencia–, fue que los gremialistas rompieron las conversaciones unitarias que se desarrollaban en 1983 dando vida a la UDI, para mantener “su patente” y no ser absorbidos por los demás. Ese mismo argumento fue el que llevó a Guzmán a restarse del Acuerdo Nacional, toda vez que a pesar de sus buenas intenciones, sus planteamientos, a su juicio, eran vagos. Según él, allí no quedaba suficientemente claro si se reconocía o no el imperio de la Constitución de 1980, como los plazos establecidos para el vigente período presidencial, ni se aceptaba el régimen presidencial que asignaba a las fuerzas armadas un papel institucional ni cómo se garantizaría el derecho de propiedad. En buenas cuentas era “una gelatina destinada a disfrazar los evidentes y fundamentales desacuerdos que existen entre sus adherentes..Nadie sabe qué ha cedido o cedería cada cual..Es a eso a lo que la Unión Demócrata Independiente (UDI) ha llamado un peligroso ‘cazabobos’”364. Es interesante el rechazo al Acuerdo, en circunstancias que éste no estaba tan distante de algunas propuestas del gremialismo, pero a diferencia de quienes en la derecha sí lo firmaron (Derecha Republicana, Partido Liberal, el PN y el MUN) no entraron en conversaciones ni acuerdos con la Democracia Cristiana, a la cual la UDI le exigía un rompimiento con los sectores marxistas participantes en la Alianza Democrática y en su negativa a aceptar el Art. 8 que los proscribía constitucionalmente. De esta manera, y al contrario de sus adversarias, la UDI recalcaba ser la “verdadera demócrata”, defensora de la libertad y acérrima enemiga de los totalitarismos, especialmente el marxismo, carente del relativismo principista que achacaba a las otras colectividades. Si bien compartían los principios de la subsidiariedad, la economía de libre mercado, la descentralización, la democracia protegida y la dignidad del hombre, los separaba el “estilo”. Como aseveraba Javier Leturia: “No tenemos odiosidades, sino desprecio contra el resto de los partidos”, pues a diferencia del resto del espectro, sentenciaba Maximiano 362
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Jaime Bulnes Sanfuentes, Cosas, 17 de oct. de 1985; la segunda cita, Ignacio Astete en Qué Pasa 5 de dic. de 1985, p. 17. Esta insistencia en su “idealismo”, en su diferencia de la vieja derecha y de los viejos políticos, no era sino un reflejo del alto grado de politización que imbuía a los militantes UDI. Véase el comentario que al respecto hace de la Alemania hitleriana la historiadora Claudia Koonz La conciencia nazi. La formación del fundamentalismo étnico del Tercer Reich (Paidós: 2005), p. 322. Ercilla, 4 de sept.de 1985, p. 13.
Errázuriz “somos parecidos a la DC, porque tiene mística; el PC tiene mística; el MIR tiene mística. La derecha nunca la ha tenido, nosotros sí”365. Esa era la diferencia que buscaban marcar, demostrando que no tenían relación alguna con la “derecha”, término con el que se referían a los grupos herederos de los viejos troncos partidarios, incapaces –a su juicio– de dar vida a una opción política verdaderamente nueva: “no somos la prolongación de la derecha tradicional”, aseguraba Andrés Chadwick, pues a juicio de Pablo Longueira “no voy a aceptar que pasemos a ser la juventud de esa derecha”, señalaban en el reportaje que recién citamos. Guzmán había tratado de romper con lo que en su análisis había llevado al colapso de la derecha histórica, como era precisamente su falta de coherencia y su disposición a transar principios incuestionables, como había ocurrido con el derecho de propiedad. Por eso la convicción ideológica–programática –la formación– era tan importante, pues era la fórmula para evitar los relativismos y asegurar la consecuencia. Tales formas de práctica política derivaban no solo del proyecto compartido, sino también de una estructura partidaria definida que seguía la persecución de los fines. Como señalaba Andrés Chadwick –presidente del Frente Juvenil de Unidad Nacional–: “Somos gente joven, con doctrina y con voluntad de acción. Somos un movimiento homogéneo, donde no hay ambiciones personales, rivalidades ni personalismos”. Por sobre esos vicios, estaba un mismo proyecto que defender, como era el identificado con el régimen, según afirmaba Maximiano Errázuriz: “Si con fines electoreros la UDI renegara del gobierno, de su labor realizada y de todo lo que ha logrado en estos años, eso sería una traición”. Contrariamente estaban comprometidos “con las modernizaciones, con la institucionalidad, con la economía de libre mercado”. A diferencia de sus congéneres y rivales, la UDI era coherente con su proyecto y con el régimen que lo había posibilitado y no pretendía desembarcarse en el momento de la crisis en pos de dividendos políticos. Ello es lo que explica su persistencia por defender los plazos establecidos en la Constitución y sus planteamientos centrales, no entrando en tratativas con una oposición que consideraban débil y añeja. En esta persistencia en lo medular, ¿cuál era el referente al que observaban? Muchos en la época asociaron la UDI a la Democracia Cristiana, por su mismo origen religioso, vinculados ambos a la Universidad Católica, etc. No obstante, no era allí donde los gremialistas encontraban la coherencia –aunque sin duda el elemento católico aportaba el mesianismo–, sino en la izquierda, era de los comunistas de quienes valorizaron la intransigencia doctrinaria. La respuesta de Jaime Guzmán a la periodista que hemos citado en el epígrafe, respecto a su admiración por la fe y disciplina de los comunistas, fue refrendado por uno de sus más importantes discípulos, Javier Leturia. Analizando la situación política y de la UDI a mediados de la década de los ochenta, este dirigente no temía en asegurar enfáticamente: “¿Qué pasó con la izquierda en Chile? En 1975 no existía, pero hoy sí está presente, sobre 365
Qué Pasa, 5 de dic. de 1985, pp. 16–17. El énfasis es nuestro para destacar la confirmación de nuestra hipótesis.
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todo el PC, el cual por su postura consecuente ha logrado mantener una posición. Si uno se mantiene firme en sus propósitos e ideas no importa pasar malos momentos… Son los demás los que tendrán que cambiar su estilo”. Era esta consistencia, esta voluntad, esta convicción absoluta en que su propuesta de una “sociedad libre” efectivamente llevaría a una “democracia plena” lo que le daba fuerza y proyección al movimiento, el que estaba férreamente unido, rasgo detrás de lo cual había “consistencia, perseverancia y destino”. Esa homogeneidad debía ser evidente para la población, “Queremos ser lo más iguales posible”366, pues en ellos radicaba la conciencia proyectual. Solo así, en su perspectiva, alcanzarían éxito en la aspiración de “tener tantas células como el PC”367. Tal vez quien mejor refleja este nuevo tipo de militancia de derecha sea Pablo Longueira, no perteneciente al núcleo fundador de la Universidad Católica e integrado al gremialismo por circunstancias particulares. Siendo estudiante de la Universidad de Chile y ya organizador independiente de un preuniversitario, a fines de los setenta fue “conminado” por el gremialismo de esa Casa de Estudios a presentarse como candidato a la presidencia de su Centro de Alumnos, luego de llevarlo a una reunión en la sede de la calle Suecia “donde simplemente le comunicaron que era el candidato a la presidencia del Centro de Alumnos de su facultad [Ingeniería] que había propuesto la directiva saliente: ‘Si no aceptas –le dijeron– ganan los duros, los fachos’”. Al día siguiente fue electo a un Centro de Alumnos al que ni siquiera pertenecía, desconociendo a sus dirigentes, saltando más tarde a la presidencia de la FECECH en 1981. Fue en ese momento, dice Longueira, que comenzó “a formarse nuestra profunda amistad con Jaime”368. El caso de Longueira es ejemplificador de ese nuevo estilo, proveniente de una profunda internalización de un proyecto –una misión–, toda vez que a pesar de no haber participado en los orígenes y ser ajeno a su desarrollo, su compenetración con lo que el gremialismo significaba como opción política ( en tanto proyecto y acción) lo han convertido en uno de los rostros emblemáticos de la UDI. Desde ese punto de vista, concordamos con Tomás Moulian en que la UDI era una heredera de los partidos ideológicos de los años sesenta, aspecto que fue siendo abandonado por sus opositores, como la Democracia Cristiana que renunció al comunitarismo social, y el socialismo, en gran parte “renovado” y transformado en socialdemócrata. De allí que sus verdaderos enemigos seguían siendo los exponentes de la izquierda del siglo XX, aquella que no había abandonado la “fe” socialista. Este énfasis en la coherencia entre principios y acción política quedó plenamente de manifiesto en la cerrada lucha de la UDI contra la aceptación fáctica del gobierno y los otros partidos del marxismo, en particular del Partido Comunista, insistiendo en su 366 367 368
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Todas las citas en Qué Pasa, 5 de diciembre de 1985, pp. 18 y 20. Ibid., p. 20. Esta mirada al PC también la consigna Pollock, op. cit., p. 128. Carolina Pinto, op. cit., pp. 114–115.
carácter “democrático”. Como se sabe, el antimarxismo era uno de los rasgos identitarios más definidos del gremialismo, tendencia a la que se responsabilizaba de la crisis a la que se había llegado, doctrina totalitaria y contraria a la tradición histórica del país. Tal convicción fue la que dirigió la batalla política contra la Unidad Popular, el respaldo a las políticas de seguridad del régimen y el énfasis en que la plena democracia debía ser protegida de sus enemigos, lo cual se consagró en el Art. 8 de la Constitución, que condenaba a la ilegalidad a todas aquellas agrupaciones que propiciaran doctrinas que supuestamente atentaran contra la familia, propugnaran la violencia o una concepción del Estado o del orden jurídico, de carácter totalitario o fundada en la lucha de clases. Aunque en teoría esta artículo también pretendía neutralizar a los nacionalistas, en la práctica su real objetivo eran los partidos marxistas, una reactualización de la ley de Defensa de la Democracia del Presidente González de 1948. No obstante y como se ha visto en el capítulo 1, desde el anuncio del Partido Comunista de su aceptación de todas las formas de lucha, la reactivación del llamado a la insurrección civil, acelerada con las jornadas de protestas en 1983, el comunismo recuperó espacio, presencia y participación en el debate político a través del MDP. Su proscripción había terminado, aunque legalmente ello no fuera así, pero las autoridades solo siguieron luchando contra la izquierda mediante las tareas “normales” de la CNI y los otros organismos de represión, sin utilizar las herramientas constitucionales y sin tomar demasiada iniciativa al respecto369. La lucha contra el comunismo suponía hacer realidad la proscripción ya establecida, obligando a su exclusión formal. De acuerdo a Javier Leturia, si lo que se buscaba era un sistema sólido, estable, que perdurara en el tiempo, los comunistas no podían ser aceptados, porque tarde o temprano querrían destruirlo, enquistándose en el sistema, lo cual sería “suicida” y una contradicción con la propia democracia, por lo cual “me parece indispensable excluir a los grupos marxistas”370. En ese sentido, la UDI decía estar preocupada por la inacción de las autoridades, toda vez que los comunistas estaban ya dentro de la Alianza Democrática como lo habrían demostrado las palabras de su presidente, Enrique Silva Cimma, llamando al término del gobierno, a la derogación de la Constitución y a la resistencia contra el régimen, dejando con ello muy satisfechos a los comunistas. Siguiendo esa lógica, vieron con muy buenos ojos el proyecto de Ley Antiterrorista como respuesta a la “escalada terrorista”, la cual incluía dentro de éstos a “los delitos de opinión”. Guzmán atacó a aquellos que criticaban tal artículo valiéndose de la Declaración Universal de Derechos Humanos, pues aquello no era sino “una falacia…¿No es acaso tanto más ilícito y grave defender o propiciar el terrorismo que llevarlo a la práctica?¿No tiene acaso tanta o mayor responsabilidad el ideólogo propulsor de la violencia terrorista que muchos jóvenes, a veces inmaduros, que se deslizan por la senda del terrorismo?¿No sería una mostruosa injusticia castigar como terrorista solo a estos últimos y no a los impulsores directos del 369 370
La acusación constitucional contra el MDP será abordada más adelante. Ercilla, 15 de junio de 1983, p. 14.
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terrorismo”371. Esta argumentación exponía claramente la posición anticomunista de la UDI, en tanto para ella la izquierda marxista era sinónimo de terrorismo, más aun desde la reivindicación comunista de la lucha armada. Asimismo, las palabras del líder gremialista dejaban claro que la guerra contra esta tendencia política excedía un solo marco, pues el marxismo debía ser atacado en distintos frentes, siendo uno de ellos el de las ideas. Si durante los años setenta se reiteró sin cesar que constituía el mal absoluto, los castigos a quienes difundieran sus ideas debían ser igualmente sancionados y no solo existir una proscripción legal, aunque ella fuera clave. Teniendo en cuenta esta mirada acerca de la izquierda, resulta lógica la presión que la UDI lanzó sobre la Democracia Cristiana para que abandonara su rechazo a la proscripción y su alianza con grupos marxistas, aunque renovados. De acuerdo al análisis UDI, hasta el momento, la apertura iniciada desde la llegada de Jarpa al Ministerio del Interior no había logrado cuajar una salida pacífica al conflicto que vivía el país, precisamente porque la “oposición democrática” no había apoyado el proceso de transición “optando por el camino de la radicalización, autodescalificándose como interlocutor válido para una normalización institucional gradual y pacífica…El país soporta dificultades económicas y sociales y ha sido muy explotado por los sectores interesados en provocar la radicalización del proceso”372. En ese sentido, la radicalización era interpretada desde la óptica del anticomunismo y no desde la afloración de la ilegitimidad del régimen y de su institucionalidad, rechazando tales acusaciones de la oposición en base al 67% con que supuestamente había sido aprobada la Constitución. Así, la lucha contra el comunismo no solo cumplía un objetivo político central, sino coadyuvaba a su pugna con el resto del espectro. Con todo, quien a su juicio obtenía los mayores dividendos era el Partido Comunista, pues lograba evitar un acuerdo político que incluyera a la Democracia Cristiana –reeditando la CODE– y legitimara el proyecto dictatorial, pues eran los comunistas “los que están tendiendo lazos hacia toda organización sindical y hacia los partidos de la oposición democrática. Han puesto a los partidos democráticos en un callejón sin salida, obligándolos a una competencia en el interior de la llamada Alianza Democrática para ver cuál es el más opositor. Más aun, después de haberlo desmentido durante mucho tiempo, la Alianza Democrática está actuando en concordancia con el Partido Comunista, como se observa en el llamado a la próxima protesta”373. La lucha de la UDI por ser reconocida como una colectividad democrática pasaba por el mismo concepto que se había levantado durante la Unidad Popular, cuando los opositores al gobierno socialista reivindicaron la denominación de oposición democrática en contra del marxismo, para lo cual contaron con el apoyo de la Democracia Cristiana. La definición de democracia establecida y sancionada constitucionalmente era la que la UDI pretendía fuera 371 372 373
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Ercilla, 9 de mayo de 1985, p. 10. Javier Leturia, Cosas, 22 de marzo de 1984, p. 68. Ibid.
reconocida por la Democracia Cristiana, de modo de aislar a la izquierda marxista e imponer su perspectiva política. Esta estrategia falló, porque el concepto de democracia levantado por la oposición suponía un estricto pluralismo ideológico–político, sin las restricciones que defendía el régimen y sin el respaldo al articulado transitorio ni a los organismos de represión. En todos estos puntos, el problema del marxismo era central. En este contexto, en medio del crecimiento de la violencia durante las protestas y de la aparición del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, la UDI decidió pasar a la ofensiva en materia de lucha anticomunista, presentando un requerimiento ante el Tribunal Constitucional contra el Partido Comunista, utilizando para ello el artículo 8º. de la Constitución. En efecto, solicitaron al Tribunal que aplicara dicho artículo y declarara la inconstitucionalidad del MDP y de las entidades que cobijaba, tales como el Partido Comunista, el MIR y el Partido Socialista, fracción almeydista. De acuerdo a su argumentación, con esto se pretendía evitar el ejercicio de los derechos cívicos y políticos a quienes hacían proselitismo de doctrinas totalitarias o violentistas, castigando conductas políticas. Frente a la pregunta de si la medida era tan trascendente, por qué no habían esperado el respaldo de otras agrupaciones políticas, la UDI señaló que “para los que critican nunca va a ser oportuno el momento para ejercer una acción contra el PC. Pero en una lucha contra el marxismo, no hay momentos oportunos o inoportunos: contra él hay que estar permanentemente alertas y ejecutando acciones cuando parezcan adecuadas”374. Estas palabras de Sergio Fernández demostraban una vez más el estilo combativo de la nueva derecha que, a diferencia de las otras colectividades igualmente anticomunistas, tomaba la ofensiva y no se limitaba a decir que el marxismo no debía tener cabida en la política nacional, como efectivamente era la opinión del PN y del MUN, sin desarrollar ninguna acción concreta. Como veremos en el otro capítulo, la lucha contra el marxismo no se limitó al plano institucional, sino al político propiamente tal, cuando dicho enfrentamiento se trasladó a las poblaciones periféricas del Gran Santiago. No obstante, la querella contra el MDP escondía otro propósito igualmente importante para la UDI: la defensa de su proyecto estampado en la Constitución. Pudiendo haber invocado el Art.24 transitorio que facultaba al general Pinochet para suspender garantías y derechos sin trámite, la UDI utilizó la Constitución, el famoso Art.8º. Desde comienzos de la transición, la UDI planteó la necesidad de que Pinochet hiciera un uso moderado de dicho artículo transitorio, “recurriendo de forma preferente a los tribunales ordinarios de justicia y no a las facultades administrativas del artículo 24 transitorio..un precepto jurídico cuyo extremo rigor solo lo hace aceptable para realidades excepcionales igualmente extremas”375, siendo preferible apoyarse en el texto constitucional. Esto tenía su explicación en el deseo del gremialismo de romper la esquizofrenia constitucional creada: un articulado transitorio 374 375
Ercilla, 29 de junio y 8 de agosto de 1984, pp. 12 y 8–10, respectivamente. Ercilla, 29 de junio de 1983, p. 12.
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que era el que realmente estaba vigente y una Constitución que solo tendría aplicación en 1989, por el momento letra muerta. A partir de la crisis económica y social y su correlato político, el gremialismo comprendió la debilidad de su apuesta constitucional, pues ella no tenía existencia real, salvo la promesa de Pinochet. El descalabro político hacía urgente para asegurar el proyecto, la entrada en vigencia real de la Carta Fundamental. Por eso el requerimiento contra el MDP cumplía el doble propósito de lograr la exclusión marxista y darle vida a la Constitución. Así lo explicitaron todas las declaraciones de dirigentes UDI desde 1982. Según Guzmán: “No aplicar el artículo 8º. de la Constitución ante la ofensiva creciente del activismo marxista–leninista, transformaría muy pronto esta norma en letra muerta y desbordada por la realidad. Dentro de poco, los ‘espacios ganados’ de que ya se ufana el comunismo en Chile se ampliarían y consolidarían hasta límites irremontables. En segundo lugar, para que Chile avance hacia una democracia plena sobre cimientos sólidos, es imperioso establecer los marcos en que ella se habrá de desenvolver. En otras palabras, se impone ya el ‘rayado de cancha’ en el cual se librará nuestro juego democrático en el futuro”376. Como queda en evidencia en sus palabras, de lo que se trataba era de asegurar la democracia autoritaria y protegida establecida en la Constitución, impidiendo que la lucha política real pudiera desmantelarla. En la medida que las distintas colectividades de izquierda actuaban con relativo desembozo, la finalidad concreta buscada en el texto constitucional carecía de sentido y de realidad. Para que ella pudiera llegar a 1989 era necesario que la transición, pensada por ellos, partiera de una buena vez. Y ese era el tercer frente de combate: persuadir al gobierno de retomar la iniciativa y conducir la apertura dentro de los marcos ya acordados, para lo cual era menester una cierta desmilitarización de la política y la entrada en vigencia del articulado permanente. Una de las quejas más reiteradas por el gremialismo fue la lentitud del gobierno para poner en marcha la transición, esto es la redacción y puesta en vigencia de las leyes políticas que regirían después de 1989 y que deberían irse preparando para ir “aceitando” el sistema. La decisión de presionar por un avance de la transición quedó plenamente de manifiesto con la fundación del “Instituto para una Sociedad Libre”, presidido por Hernán Larraín, Vicerrector Académico de la Universidad Católica y antiguo gremialista. En la conferencia de prensa en la cual se presentó dicho Instituto, Larraín explicó en qué consistiría su acción política, refiriéndose a la Constitución y la transición: “Ahí planteamos que la Constitución nos parece un modelo sumamente adecuado, por el cual se configuran en Chile, desde el punto de vista jurídico y político, las bases para una sociedad libre. Por lo tanto era importante que todos los chilenos hiciéramos lo posible para consolidar su vigencia en plenitud y eso significaba colaborar con las autoridades que deben tomar las decisiones al respecto. Eso significa colaborar específicamente en la transición, dentro de la cual hay una serie de tareas 376
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Ercilla, 8 de agosto de 1984, p. 12.
por definir. Por ejemplo, todo lo que concierne a leyes orgánicas constitucionales porque de su dictación va a depender que se logren los objetivos de la Constitución…La tarea de la Constitución no está enteramente realizada, se debe completar a través de numerosos cuerpos legales que aun faltan por dictarse. Queremos asegurar, en definitiva, la vigencia en plenitud de un adecuado esquema jurídico que nos parece adecuado y compatible con los principios que nosotros postulamos”377. En concreto esto suponía que la creciente apertura no fuera el resultado de las presiones de la oposición, sino de la iniciativa gubernativa que asegurara que los preceptos constitucionales se cumplirían. A juicio gremialista, se vivía una situación crítica para 1983, derivada de la inacción de las autoridades, provocando desorientación y desencanto entre los propios partidarios del régimen, porque “no basta que se diga que en 1989 va a haber elecciones. Eso es insuficiente y esa insuficiencia puede resultar fatal. No se puede concebir este período nada más que como un compás de espera. Seis años vacíos llevan inevitablemente a la crisis del sistema”378. En ese sentido, la UDI proponía la conveniencia de ir “educando” al país para vivir en un régimen de participación, esto es, llegado 1989 estar en condiciones de que todos los chilenos se miraran las caras, porque no se podía pretender, según Raúl Lecaros, que la democracia comenzara intempestivamente: “El verdadero sentido de la transición, y el deber del gobierno, es educar al pueblo para vivir en democracia”379, protegida claro. Esto se traducía en la entrada en vigor de la ley de los CODECOS, principal instrumento participativo de la nueva democracia a crear, la cual acostumbraría a la población a concentrarse en los problemas cotidianos, evitando la intermediación partidaria y la politización. Ello sin embargo no ocurrió, pues aunque se anunció dicha ley varias veces, en la realidad los municipios actuaron fácticamente y los CODECOS no se legalizaron hasta 1988, a las puertas y por el plebiscito. Esta inmaterialización del proyecto hacía temer al gremialismo una posible reversión, considerando el clima político y el auge de la oposición democrática, la derecha histórica y los nacionalistas, no habiéndose avanzado lo necesario en las “modernizaciones” que consolidarían el modelo. Esta lentitud había permitido que la transición se desdibujara y que el gobierno perdiera la iniciativa, como explicaba Javier Leturia: “yo manifestaría alguna preocupación por la falta de resolución que se aprecia en algunas esferas de gobierno por mantener obras realizadas o incluso, la tentación por revertir situaciones importantes, básicamente en el orden social y económico: en materias educacionales, aflora una tentación por volver a una concentración en manos del Estado; también se ha parado la municipalización. Y en lo económico, a veces se observa la intención de volver al estatismo”380. Esto no estaría ocurriendo si hubiera habido la intención gubernativa de ir construyendo el camino para el momento de la entrega del poder a los civiles, con 377 378 379 380
Cosas, 9 de sept. de 1982, p. 64. Javier Leturia, Cosas, 19 de mayo de 1983, pp. 6–7. Cosas, 2 de junio de 1983, p. 26. Ercilla, 23 de nov. de 1983, p. 12.
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un proyecto bien afincado. El personalismo que dominaba al régimen llevaba al camino contrario y desguarnecía el área más importante, la proyectual. Por ello en 1984, la UDI consideró un “imperativo vigorizar la transición hacia la plena democracia”, pues de ello dependía que ella diera lugar a una democracia estable. Desde la óptica del partido, efectivamente el plan de apertura iniciado en 1983 había fracasado y por ello era imposible asegurar que en el futuro existiera la estabilidad y la democracia que se esperaba. Las razones de dicho fracaso eran, a su entender, dos: por un lado la “irresponsabilidad” de la oposición democrática que desconocía la institucionalidad vigente, y el plebiscito que la había aprobado, y su acercamiento con organizaciones marxistas, con las cuales llevaba a cabo “movilizaciones sociales”, como las protestas. Reiterando apreciaciones vertidas con anterioridad, consideraban también que el fracaso se debía a errores de la autoridad política por su conducción inadecuada del proceso de apertura, permitiendo las actividades del Partido Comunista, como no haber dado vida al Estado de Derecho y no impulsar la transición en temas como el adelantamiento de plazos constitucionales para la instalación de un Congreso –parte del debate en esos días–, la forma de apoyar las leyes políticas, la solución al problema del exilio, el reestudio del Art. 24 o el funcionamiento de la institucionalidad universitaria. Todo esto era lo que a su entender había permitido la estrategia comunista de intentar provocar la caída del régimen y el apoyo de la Iglesia Católica que se desviaba de sus funciones pastorales, como la reaparición de los vicios políticos. La propuesta de la UDI apuntaba a corregir esos errores, superándose los vacíos, llamando a la oposición a asumir una actitud responsable, definiéndose como democrática y repudiando al marxismo, como al gobierno a recuperar la iniciativa, sacando las leyes políticas pendientes381. Acorde con esto, fueron partidarios de poner fin a los rectores delegados “no porque lo hagan mal –sentenciaba Maximiano Errázuriz–, sino porque la convulsión universitaria podría afectar el prestigio de los institutos castrenses”382. La solución era reponer la elección de rectores e incorporar a los académicos a las responsabilidades universitarias, impidiendo de todas formas cualquier intento de resurrección de un co–gobierno estudiantil. Desde ese punto de vista, se volvía a una “normalidad”, en la cual cada estamento desarrollaba la actividad específica que le correspondía, neutralizando la efervescencia en las entidades de educación superior, todas en manos de la oposición desde 1984. Asimismo, la UDI fue partidaria de la posibilidad de un Congreso anticipado, designado, no electo, propuesto por el Consejo de Estado y luego plebiscitado, porque esa fórmula evitaría los inconvenientes de una campaña electoral “con la odiosidad que puede ser en el seno de un régimen militar”, al mismo tiempo que su instalación no requeriría demasiado tiempo, como sí lo exigiría una elección. En el pensamiento de Errázuriz, la instalación de 381 382
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UDI Boletín Informativo, No.7: 1984, pp. 1–2 y 5. Cosas, 19 de abril de 1984, pp. 76–77.
un Congreso aliviaria las tensiones, toda vez que sería dicho organismo el que tomaría las decisiones respecto a como se realizaría la elección presidencial y no a los partidos como algunos pretendían, modificando los planes. Asimismo, propuso flexibilizar los mecanismos y quorum parlamentarios para reformar la Constitución383. Como explicaba el dirigente UDI Sergio Fernández, durante la transición era absolutamente necesario alcanzar el consenso social básico, lo cual significaba la común lucha contra los enemigos de la democracia, los totalitarismos, la demagogia, el populismo y el estatismo. En palabras de Guzmán, era menester crear en torno del gobierno un acuerdo que aglutinara a sus partidarios384. En concreto, el proyecto. Estas ideas fueron refundidas a mediados de 1986 en una virtual “agenda de trabajo” presentada por la UDI al Ministro del Interior, en el afán de que se promulgaran las leyes políticas que se encontraban en trámite legislativo. El documento destacaba ocho puntos claves para la transición: la institucionalización universitaria, la priorización del desarrollo científico y tecnológico, el robustecimiento de la regionalización, eje de la descentralización; la reducción del tamaño del Estado como ente productor al ámbito propio de su papel subsidiario; la ley que consagraba la autonomía del Banco Central; la modernización de la justicia y la salud para que llegaran a todos los sectores; el fortalecimiento del pluralismo de una sociedad libre, excluyendo a quienes defendieran doctrinas totalitarias o violentistas y el término del exilio385. Finalmente, el partido publicó un documento por esas mismas fechas, denominado “Chile, Ahora”, en el que planteó su itinerario político386. El escrito reivindicaba el 11 de septiembre de 1973, en tanto el gobierno surgido de allí no se limitaría a ser un mero paréntesis, sino se propuso e inició un proceso de modernización del país, traducida en la nueva institucionalidad política, económica y social, con el fin de cimentar una “sociedad libre, progresista y justa”. Según su análisis, la crisis económica de 1982 había restado parte importante del respaldo con que el régimen había contado, enfatizando la necesidad de distinguir entre los vacíos o fallas que el gobierno pidiera haber cometido de “la línea fundamental de su obra modernizadora e institucionalizadora”. Se destacaba la conexión económica de Chile, las ventajas de un “sistema económico libre y los avances en cuanto a 383
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Ibid., y Qué Pasa, 31 de mayo de 1984, p. 35. Como el lector ha podido apreciar, hemos citado en reiteradas ocasiones a Maximiano Errázuriz, actual militante de Renovación Nacional (RN). La trayectoria política de Maximiano Errázuriz fue muy dinámica en los ochenta: diputado por el Partido Nacional en 1973, se integró al gremialismo tempranamente y a la UDI, cuando ésta nació en 1983, permaneciendo en dicho partido hasta 1987, momento en que esa colectividad se fusionó con el MUN y el FT de Jarpa, creando Renovación Nacional. Al producirse la disputa de 1988 al interior de ese partido, Errázuriz no volvió a la UDI, sino optó por RN. Para los años que cubre este trabajo, Errázuriz era parte de la UDI. Cosas, 9 de agosto de 1984, pp. 72–73. Ercilla, 21 de mayo de 1986, p. 12. El Mercurio, 10 de agosto de 1986. Todas las citas serán extraídas de esta fuente.
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descentralización, regionalización, mejoramiento de los servicios públicos, municipalización y transformación de las ciudades”, a la vez que se resaltaba la nueva legislación laboral que buscaba “una sana flexibilidad de las relaciones laborales, junto a una armonía en la vida de las empresas, que dificulte la manipulación con torcidos objetivos ideológicos al servicio de un estímulo sistemático a la lucha de clases”. En materia política se rescataba la nueva democracia, carente de demagogia, presidencialista, lo cual “establece diques mucho más efectivos y severos que los existentes en 1973 para hacer frente a los abusos o irracionalidades de futuros gobiernos”. A la par que esos principios, la UDI proponía afianzar el sistema económico libre, acotar el papel del Estado a sus tareas subsidiarias y, por ende, reducir el tamaño adquirido a raíz de la crisis, la necesidad de un incremento de la inversión y el empleo, a través del fomento a la inversión extranjera y “superar el rezago en los incentivos tributarios a las personas respecto a lo que se ha avanzado respecto a las empresas”, entre otros. En el ámbito socio–cultural, se insistía en robustecer la regionalización, reorientar las modernizaciones en justicia y salud, reenfocar el tema universitario, priorizar el desarrollo científico–tecnológico, “mejorar la descentralización educacional y dignificar al magisterio” y abrir la televisión a opciones privadas. En lo político, mantener el avance resuelto hacia la plena democracia, de acuerdo a la Constitución, la promulgación de las leyes complementarias, fortalecer el pluralismo ideológico “sin otra exclusión que la de quienes el Tribunal Constitucional declare responsables de propagar doctrinas totalitarias y violentistas”, dando operatividad al Art.8º.; garantizar el orden público, pues “el respaldo ciudadano a los servicios que asumen el duro combate antiviolentista exige que éstos susciten el convencimiento cívico de que su acción se desarrolla dentro de adecuados parámetros éticos y legales, sancionándose sus transgresiones. La ley de amnistía de 1978 señala claramente el límite en el tiempo de lo que la situación bélica interna vivida por Chile en 1973 aconsejaba excluir de sanciones penales para los responsables de excesos de ambos bandos, con miras a la paz social”. Integrar a las generaciones juveniles a un proceso político constructivo y no rupturista, reivindicando ante ellas los valores de una sociedad “integralmente libre..y procurando dar cauce a generaciones cuya sensibilidad política es muy diferente de la que vivieron la etapa previa”, al tiempo que se planteaba realzar el papel de las fuerzas armadas en la futura democracia. Como es evidente, las intervenciones de la UDI en el debate de la transición apuntaban a impedir que en medio de un escenario político reabierto sin las normas establecidas, el proyecto impuesto sobre la sociedad y estampado en la Constitución de 1980 fuera desmantelado. Para ello defendió su identidad y enfrentó a enemigos y adversarios. Una vez que lo peor de la crisis pasó y el gobierno retomó el control de la situación tras el Estado de Sitio de octubre de 1984, la UDI reafirmó su propuesta con todas sus precisiones sobre la sucesión presidencial y se aprestó a reconfirmar su triunfo ideológico–político en 1988.
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3. “Hacia una democracia plena” Superados los conflictos más serios provocados por la crisis y retomado el rumbo dictatorial, la necesidad de posicionar electoralmente a la nueva derecha se convirtió en el imperativo del minuto. Esto suponía terminar con las rivalidades entre los distintos grupos derechistas y facilitar un movimiento unitario. Ya en el documento “Chile Ahora” de 1986, la UDI se declaraba partidaria de ese proceso, pues ello permitiría crear una fuerza política que garantizara la mantención sustancial del proyecto. Así lo explicitaban: “Favorecer la unidad de todos los partidarios de una sociedad libre, sea en un solo partido o en un frente o federación, en torno a claros principios e ideas comunes, único modo de que trascienda personalismos o sectarismos, y a un proyecto nacional común, caracterizado por su capacidad para combinar nuestro mejor legado histórico –que ya incluye las grandes transformaciones modernizadoras del actual régimen–, con una creatividad que proyecte vigorosamente hacia el porvenir, requisito insustituible para atraer a las generaciones más jóvenes y a las mayorías ciudadanas que no desean un retorno a pretéritos esquemas y estilos huecos, sobrepasados y meramente contestatarios”. Las palabras recién citadas sintetizaban de manera perfecta los intereses de la UDI, que habrían de estar en el centro de su participación temporal en Renovación Nacional. Como se observa, el documento deja en claro que cualquier futura orgánica partidista debía ser una proyección del régimen, en tanto eje de las modernizaciones económico–sociales e institucionales. En ese sentido, la UDI defendía no solo su vínculo con ese régimen, sino reivindicaba el proyecto a que éste había dado lugar, que no era otro que el suyo propio, en tanto mixtura gremialista–neoliberal. En segundo lugar, destacaba el problema de la renovación política al enfatizar la importancia del recambio generacional y de las prácticas políticas, el estilo. Estas dos cuestiones, como hemos apreciado a lo largo de estas páginas, constituían el meollo de las rivalidades con las otras agrupaciones de derecha. Si bien, a lo largo de los años ochenta, hubo varias iniciativas que buscaron la unidad de las distintas vertientes derechistas –ADENA, el Grupo de los Ocho– ellas no tuvieron resultados positivos, pues en todos los casos prevaleció el interés por mantener el perfil propio, no alcanzándose todos los acuerdos necesarios. No obstante, a comienzos de 1987, la tan esperada ley de partidos políticos fue finalmente anunciada, acelerando las tratativas para una unificación, toda vez que los partidos necesitarían “bases” para existir y poder enfrentar la primera elección competitiva en 1989. Buscar la unidad, sentenciaba Qué Pasa, era “una obligación”, pues el fraccionamiento exhibido en esos años, entre grupos y personas que compartían un mismo pensamiento político, marginaba a parte importante de las bases electorales de la derecha e impedía la renovación del pensamiento, a la vez que impedía la proyección del régimen: “Solo un partido unido y fuerte puede tener alguna posibilidad de influir en lo que será el próximo gobierno y por lo mismo en el futuro democrático del
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país”387. Ello fue lo que acicateó el llamado a la unidad de Andrés Allamand –miembro de Unión Nacional– al Partido Nacional, el Frente Nacional del Trabajo –liderado por Sergio Onofre Jarpa–, la UDI y todos los independientes que no reconocieran militancia hasta entonces388. Este llamado significó limar asperezas entre los convocados, entre los cuales habían proliferado las acusaciones. Por eso de pronto desaparecieron las dudas medulares de Allamand respecto de la UDI, asegurando que ella sí tenía una vocación democrática y que había afianzado su independencia del gobierno. Las bases centrales de la fusión fueron presentadas por Allamand a Guzmán en diciembre de 1986 y en enero al Frente Nacional del Trabajo. La unidad se haría formando una directiva provisoria, en la cual estuvieran representados los partidos involucrados y se escogería una figura independiente para liderar la nueva fuerza que diera garantías a todos. La misma había sido la estrategia seguida por el Partido Nacional en 1966, cuando se creó a partir de la fusión de tres partidos disímiles, los cuales debieron equilibrar su presencia en el nuevo conglomerado. En aquella oportunidad, el abogado Víctor García Garzena cumplió ese papel y en el caso de RN lo hizo Ricardo Rivadeneira. El 8 de enero de 1987 se hizo el anuncio, formalmente. La UDI no puso demasiados inconvenientes para acceder al llamado, especialmente porque desde el año anterior sus listas en elecciones universitarias iban juntas con UN. Para la UDI, según explicaba Qué Pasa, la condición para aceptar estaba en que la colectividad naciente debía adoptar la obra modernizadora del régimen y que la dirigencia debía ser asumida por una nueva generación. Como es evidente, esta información coincide con lo sostenido en “Chile, Ahora” que antes citamos, y remitía a las dos preocupaciones cruciales para la UDI que respondían a su trabajo en la construcción de una nueva fuerza de derecha desde la época de la reforma universitaria. Ello fue recalcado por Guzmán a raíz de la presencia de Sergio Onofre Jarpa, partidario de un nacionalismo popular, mucho más estatista y sindicalista, que producía serios escepticismos en la UDI. La crítica de Guzmán era que “con el Frente del Trabajo él no llamó a constituir un partido, sino que a politizar las organizaciones intermedias”, aspecto en el cual no podía transar. Finalmente, la unidad se realizó con estas tres organizaciones –sin el Partido Nacional–, las cuales deberían renunciar a sus respectivas dirigencias para formar una de consenso y representativa de los equilibrios internos389. Desde nuestro punto de vista, desde su origen Renovación Nacional tuvo serias dificultades para hacer realidad su aspiración de constituir una sola derecha, debido a las tendencias hegemónicas existentes dentro del gremialismo, el que había luchado por desarrollar un perfil propio y un proyecto global de sociedad cumplido por el régimen 387 388 389
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Qué Pasa, 15 de enero de 1987, p. 5 Ercilla, 21 de enero y 11 de feb. de 1987, pp. 10–11 y 10, respectivamente. Qué Pasa, 1 y 22 de enero y 5 de feb. de 1987.
militar. El problema era determinar quién ejercía la hegemonía ideológica y política –en cuanto a estilo– dentro del partido; quién le imprimiría el sello. Aunque la unidad supuso la desaparición formal de las entidades que confluyeron en RN, en la práctica cada uno seguía siendo un “ex”, ya fuera ex UDI o ex UN. Este problema ya se presentó en el Partido Nacional en los sesenta, cuando las tres líneas existentes –liberales, conservadores y nacionalistas– lucharon por definir al partido en términos identitarios, tras lo cual se escondía el problema doctrinario–programático. La irresolución real de ese conflicto llevó finalmente a su muerte. Jarpa conocía muy bien ese problema. Un partido que nace de fusiones, tiende a estar permanentemente tensionado. Esta realidad estalló muy pronto en la recién fundada RN, cuando a pocos días de su creación, los medios vinculados a la derecha ya se preguntaban acerca de la posibilidad cierta de éxito que podría tener esta experiencia, apuntando claramente a la cuestión hegemónica: “¿El nuevo partido será lo suficientemente sólido?. Esto, porque como toda la ‘oferta’ de la fórmula unitaria ha girado en torno a que la colectividad tendrá una efectiva democracia interna, es lícito pensar que se pueda producir una pugna de liderazgo en su interior, más aun cuando la directiva tiene un carácter provisorio y dentro del partido hay dirigentes con personalidad dominante…El problema de quién hegemonizará el partido, se dijo desde dentro, va a depender de varios factores: los grupos en cuestión (sus distintos estilos, planteamientos, extracción social), la coyuntura que enfrenten y el fortalecimiento de los liderazgos individuales”390. El que el problema fuera de liderazgo, lo prueba que no hubo conflicto a nivel programático, toda vez que RN asumió el fondo del ideario gremialista. La Declaración de Principios del 3 de mayo de 1987 se pronunciaba como partidaria de una democracia occidental y pluralista, en la cual las elecciones o plebiscitos no deberían contraponerse al juego y a los valores de la chilenidad, recogiendo el concepto de pluralismo limitado respecto de suspender los derechos cívico–políticos a los movimientos o personas que propagaran doctrinas totalitarias. Asimismo, se patrocinaba una economía “social de mercado”, que reconocía la iniciativa individual en el marco del respeto a la empresa privada y del concepto de subsidiariedad del Estado. Pero como explicaba Guzmán “Tal vez lo más interesante del documento en cuestión resida precisamente en que, a partir del reconocimiento de que existe un orden moral objetivo al cual debe ajustarse la convivencia, se afirma la dignidad y trascendencia de la persona humana, con los derechos inherentes a su naturaleza, pero también con los deberes que de ahí se derivan. Renovación Nacional se perfila ya claramente como la alternativa válida para quienes desean proyectar lo mejor del ideario y la obra del actual régimen”391. Es decir, la diferencia no estaba en que se tratara de una derecha liberal
390 391
Qué Pasa, 12 de feb. de 1987, pp. 6–7. El Mercurio, 3 de mayo de 1987, Ercilla, 6 de mayo de 1987, p. 10.
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y otra conservadora, como se señaló con profusión durante los años noventa, toda vez que proyectualmente concordaban. Si eso era sí, ¿dónde estaba el problema?. Definir el liderazgo tenía sus implicancias, las que estallaron a poco andar. En parte el problema estuvo en la definición política respecto a Pinochet y el plebiscito fijado para 1988. La ex UDI era partidaria del plebiscito, en un comienzo argumentando que él ayudaba a la despersonalización del régimen, toda vez que lo ideal era un candidato de consenso, que no debería ser Pinochet. UN, en cambio, era más proclive a una reforma constitucional que permitiera las elecciones libres, aunque uno de los candidatos fuera Pinochet. Cuando el repuesto Ministro del Interior, Sergio Fernández (julio de 1987) les anunció formalmente que no habría tal reforma y que se haría el plebiscito en torno al candidato designado por los Comandantes en Jefe de las fuerzas armadas, la ex UDI fue partidaria de apoyar tal moción con Pinochet como abanderado y declarar al partido por la opción “Sí”, trabajando en conjunto con los otros partidarios del régimen como Avanzada Nacional y los comités cívicos. A ello se opuso la ex UN, la cual prefería “separar aguas”. Asimismo, había fricciones por la dirigencia, toda vez que la UDI deseaba la renovación total de los cuadros dirigentes, evitando las caras ya conocidas, mientras UN prefería unir la experiencia con la juventud. De allí que se enfrentaran las propuestas por “listas renovadoras” (UDI) y las “integradoras” (UN). Considerando esto, parece natural que la UDI no qisuiera a Jarpa en la presidencia del partido, mientras que UN, sí392. Estos conflictos tensionaron al partido, porque ponían en evidencia la existencia de corrientes internas, relacionadas con la identificación vs “independencia” respecto del régimen, que era parte de las condiciones de la UDI para ingresar al partido e influir determinantemente su programa. ¿Qué significaba el respaldo o no a Pinochet? ¿Era una cuestión de fondo?. Desde nuestro punto de vista, la defensa del proyecto y de la proyección del régimen que era el tema en discusión se vinculaba a los dividendos políticos que él pudiera ofrecer, toda vez que los ex UN seguían creyendo que el peso de una excesiva identificación como la que históricamente tenía la UDI y pretendía imponer al partido, dañarían sus posibilidades políticas y si la derecha quería tener un futuro debía mostrar cierta independencia de él, aunque eso no significara una ruptura programática. La diferencia entre un viejo estilo, como acusaba el gremialismo, y el nuevo era, como explicábamos en la sección anterior, la consecuencia. Desde el anuncio de Sergio Fernández, la UDI decidió un respaldo irrestricto a Pinochet, pues él encarnaba mejor que nadie la continuidad con la obra realizada y su prolongación, “no cediendo en el cumplimiento de la Constitución”393. En otras palabras, pretender la independencia del régimen parecía a ojos de la UDI una traición, propia de las viejas prácticas, de inconsecuencia. 392
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Qué Pasa, 5 de mayo, 18 de junio y 30 de julio de 1987 y 25 de feb. de 1988; Cosas, 12 de nov. de 1987, pp. 108–109. Qué Pasa, 10 de marzo de 1988, p. 34.
Por eso, la elección para una directiva definitiva se volvió crucial. Los comicios se realizarían en marzo de 1988, para lo cual cada grupo organizó sus fuerzas. No obstante, el conflicto ya estaba desatado desde la salida de Ricardo Rivadeneira, quien había renunciado a la presidencia, siendo reemplazado por Sergio Onofre Jarpa, uno de los tres vicepresidentes. Según la versión de Guzmán, su designación fue contra su anuencia, porque a su juicio ello alteraba el equilibrio interno entre las tres fuerzas políticas, debiendo buscarse un independiente que diera seguridades a los tres grupos. Guzmán acusó a la Comisión Política de estar manipulada por las otras dos fuerzas que se habían aliado en contra de la ex UDI, los ‘viejos vicios’. La presencia de Jarpa puso de manifiesto el problema del liderazgo al interior del partido al momento de conformarse las listas para los comicios: por un lado, la alianza UN–FNT vs UDI. En provincias, no hubo mayores conflictos porque se elaboraron listas unitarias, pero en Santiago el asunto era distinto, porque la UDI parecía tener más bases. Este debate en torno a Santiago dio lugar a acusaciones de fraude y manipulación de dirigentes e intervención municipal en la campaña. Después de muchas declaraciones, y ya que Santiago debía negociarse, finalmente se llegó a un acuerdo en el número de consejeros que tendría cada uno, acuerdo condicionado por Guzmán a la renuncia de toda la directiva –léase Jarpa– y que los responsables de cada una de las dos listas designaran un vicepresidente y un secretario general de efectivo consenso, de modo que esa nueva directiva impulsara su elección oficial en el Consejo General de mayo de 1988. No obstante, la Comisión Política apoyó a Jarpa, ante lo cual Guzmán acudió a la prensa donde hizo denuncias, mientras durante las elecciones los grupos se recriminaron y golpearon. Finalmente, Guzmán fue acusado por el Tribunal Supremo de “graves actos de indisciplina”, como de violación de los estatutos, de la Declaración de Principios y actitudes indebidas que comprometían el prestigio del partido: fue expulsado. Como se sabe, tras dicha expulsión, los gremialistas se retiraron del partido y reconstituyeron su colectividad originaria, esta vez como “UDI por el Sí”394. Lo importante de toda esta disputa fue la interpretación que los dirigentes gremialistas le dieron, coincidente con la naturaleza de la UDI y sus confictos con sus rivales: el problema de fondo eran los distintos estilos entre ambas fuerzas. Según Guzmán “Tanto la ex UN como el ex FNT, encarnados en personas como Allamand y Jarpa corresponden al viejo estilo tradicional del muñequeo de políticos mañosos que consideran esas armas como habilidad y astucia para conseguir lo que creen es éxito político. La UDI, en cambio, representa un estilo radicalmente distinto, donde las cosas se dicen por su nombre, donde se rechaza la ‘chuchoca’ política y donde se da prioridad a la transmisión de un mensaje que constituye una escuela de valores morales. No nos limitamos a la búsqueda de captación de votos ni a la construcción de una imagen con ese objetivo”. Más aun, para él, la división solo dejaba en evidencia la gran diferencia entre ambos movimientos, pues el resurgir de 394
Cosas, 8 de abril de 1988; Qué Pasa, 31 de marzo y 28 de abril de 1988; Ercilla, 23 de marzo, 13 y 27 de abril de 1988.
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la UDI “con su propia identidad, ha resaltado el sello generacional que nos singulariza vigorosamente…la UDI es un movimiento generacional que ya ha hecho historia. De allí brotan nuestra identidad y nuestro estilo, con su fuerza espiritual para asumir los desafíos presentes y futuros”395. Las palabras de Guzmán reconfirmaban su aspiración de liderar una nueva derecha, distante de los viejos exponentes, como los que se encontraban en RN: Francisco Bulnes, Pedro Ibáñez, entre otros, todos quienes apoyaron la resolución de expulsarlo. Protagonistas de una misma época histórica, Jarpa y Guzmán no podrían tener sino una alianza táctica, pues representaban efectivamente dos tipos de derecha. Jarpa no había logrado desarrollar su anhelada revolución nacionalista, volviéndose un político hábil y bastante pragmático, toda vez que no tenía un proyecto global que defender, ni seguidores. Personajes como Ibáñez, por otra parte, declaraban abiertamente su no creencia en la democracia ni el sufragio universal, pero dado que ello ocurriría de todas maneras, era mejor estar en un partido para poder intervenir. Es decir, la nueva institucionalidad podía ser reformada, como de hecho lo decía abiertamente Allamand, más cercano a la vieja escuela que a la deseada por Guzmán. Su aspiración a representar una derecha liberal, alternativa a la oficialista UDI, no lo hacían confiable. Al contrario, el gremialismo –en tanto fusión neoliberal/ gremialista– había dado vida a ese proyecto y lo defendería a todo trance. La identificación profunda de sus militantes con dicho plan desarrolló efectivamente un nuevo estilo, combativo y desafiante, que no cedería ningún espacio ganado. Ello hacía imposible la convivencia permanente con los cabecillas de RN, a quienes al entender de la UDI preocupaba más la influencia de su sector en el complejo escenario que se acercaba que la consecuencia, fiel reflejo de viejos hábitos. La nueva derecha UDI, sin embargo, estaba convencida de bastarse a si misma para continuar su misión. La pugna UDI–RN no era sino el reflejo de los derroteros seguidos por los distintos sectores cobijados en cada una de esas colectividades. La altanería e intransigencia de la primera era producto de una cultura política mesiánica, asociada a un proyecto gestado bajo su batuta y dirigida por un líder ortodoxo doctrinariamente, quien logró transmitir dicho estilo a su colectividad. Renovación Nacional, en cambio, era una derecha políticamente indefinida, en la cual existían múltiples liderazgos (Bulnes, Jarpa, Ibáñez, Allamand) y carente de un proyecto propio, por lo mismo, no mesiánica, sino pragmática. No por ello más democrática. Ambas almas derechistas no podrían convivir pacíficamente; una vez más no habría una derecha hegemónica. No obstante, en medio de la batalla de los ochenta, a la UDI otras luchas la esperaban.
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Cosas, 28 de abril de 1988, p. 8, y la segunda cita Ercilla, 18 de mayo de 1988, p. 13.
CAPÍTULO IV “CRISTIANOS” POR EL GREMIALISMO: LA UDI EN EL MUNDO POBLACIONAL, 1980–1989 VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE
En la última elección presidencial realizada en Chile en diciembre del año 2005, el candidato de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Joaquín Lavín, obtuvo una de sus más altas votaciones en algunas comunas populares de la Región Metropolitana, como Renca o Peñalolén, confirmando una tendencia ya visible desde comienzos de la actual centuria. De acuerdo a su propio análisis, el porcentaje obtenido mostraba claramente el apoyo de dos segmentos sociales: los grupos altos del país y los sectores populares, siendo su arrastre en capas medias, significativamente bajo. La innegable presencia de esta derecha en ese tipo de áreas geográfico–sociales reviste una importante novedad respecto de la derecha histórica que dominó el siglo XX chileno, la cual extraía su votación popular de sus redes clientelistas y de su poder latifundista, y del control que ejercía sobre el campesinado. La derecha representada por conservadores y liberales entendía la política como una actividad cupular, en las altas esferas del poder, siendo muy débil su identificación con el mundo popular, y muy clara su conexión con las clases social y económicamente más poderosas del país. Durante los años sesenta, el Partido Nacional, la nueva derecha partidaria, intentó modificar esa historia, planteándose la necesidad de atraer a las capas medias, abandonadas, a su juicio, por gran parte del espectro político. A pesar de no haber logrado dicho propósito en ese período, alcanzó sus más notables éxitos durante la lucha contra la Unidad Popular a través de su acercamiento a sectores de profesionales y de estudiantes secundarios396. Esta incipiente victoria, sin embargo, quedó inconclusa al disolverse dicha colectividad con posterioridad al golpe de Estado y ser desplazados de toda influencia durante el régimen militar, careciendo de una posibilidad cierta de seguir profundizando el proceso iniciado en los años anteriores. El Movimiento Gremial de la Universidad Católica, contrariamente, nacido como movimiento estudiantil en los años sesenta, devino en actor político de primer orden en la década del setenta, al convertirse en la intelectualidad que dotó de un programa político al régimen militar del general Augusto Pinochet y cuya alianza con los neoliberales les permitió ofrecer un proyecto de refundación nacional, que rompió con la trayectoria histórica chilena del siglo XX. Tal transformación, como hemos visto, derivó en el nacimiento de la UDI en 396
Verónica Valdivia O. de Z. Nacionales gremialistas, caps. 3, 5 y 6.
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septiembre de 1983, la derecha que modificó la tradicional distancia política con los grupos subalternos. Desde la década del setenta, este movimiento inició su penetración deliberada en esos sectores sociales, cosechando los frutos en la renacida democracia chilena. El presente capítulo pretende rehacer parte de la historia de ese proceso, desarrollado por la UDI abiertamente a partir de la transición iniciada con la promulgación de la Constitución de 1980. Este trabajo abarcará la década completa, hasta las primeras elecciones presidenciales y parlamentarias realizadas en Chile después de dieciseis años, en diciembre de 1989. El carácter político, propiamente tal, de la UDI no ha sido el aspecto que más interés ha suscitado entre los estudiosos, quienes se han concentrado de preferencia en el análisis de su pensamiento e inspiración ideológica397. Algunos, impactados por el ascenso de este partido, más bien han explicado su crecimiento electoral en función de las estrategias claramente diseñadas por la UDI, como por su capitalización de la caída que en ese plano afecta a la Democracia Cristiana –y, por ende, su crecimiento entre las clases medias–, la homogeneidad socio–cultural de sus militantes y su éxito entre el sufragio femenino398. Su autodenominación de “partido popular”, no obstante, ha sido reconocida, interpretándoselo desde distintas ópticas. En un trabajo pionero, el historiador Angel Soto sostuvo que dicho carácter fue un objetivo buscado deliberada y explícitamente por la UDI desde su nacimiento, intentando revertir el historial de la vieja derecha y superar el marco de la lucha de clases “impuesto por la dialéctica marxista”. Ello explicaría la creación de un departamento poblacional en la estructura del partido y la actividad desarrollada por distintas organizaciones creadas por éste. El éxito logrado, a juicio de Soto, se debería a la generación de vínculos previos creados en los años setenta, que “nunca” se cruzaron con cuestiones políticas, de modo que al nacer la UDI la identificación fue “natural”. La finalidad de esta estrategia habría sido convertir a este partido de la derecha en una alternativa poblacional a la izquierda399. Partiendo de la misma premisa del despliegue de una estrategia deliberada de conquista electoral–popular por parte de la colectividad de Guzmán, se ha afirmado que ello respondió a su interés de capitalizar el apoyo al régimen militar de esos sectores sociales, en tanto su heredero. Ello habría sido posible dada su participación desde un comienzo en ese gobierno y, especialmente, su control de ciertas municipalidades en la década de 1980, lo 397
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Renato Cristi y Carlos Ruiz El pensamiento conservador en Chile (Ed. Universitaria:1992); Renato Cristi El pensamiento político de Jaime Guzmán (Lom:2000); Tomás Moulian “La reaorganización de los partidos de la derecha entre 1983 y 1988”. Alfredo Joignant y Patricio Navia “De la política de individuos a los hombres de partido. Socialización, competencia política y penetración electoral de la UDI (1989–2001)”, Estudios Públicos, N0.89:2003; Carla Lehmann y Ximena Hinzpeter “Nos estamos derechizando?. Análisis sobre la base de resultados electorales y encuestas CEP”, Centro de Estudios Públicos, Puntos de referencia, 240: 2001. Angel Soto Gamboa “La irrupción de la UDI en las poblaciones, 1983–1987”, ponencia presentada en LASA, sept. 2001.
que le permitió crear redes sociales, más tarde usadas para obtener dividendos electorales, en particular desde mediados de los noventa, cuando se diseñó la estrategia de la “UDI en terreno”. Esta decisión de batallar por el universo electoral popular la habría diferenciado claramente de la derecha histórica400. En una interpretación similar, el politólogo Carlos Huneeus ha explicado esa penetración por la utilización que el gremialismo –posteriormente UDI– hizo de la política municipal desplegada por el gobierno militar, la cual le dio a los muncipios importantes recursos y atribuciones, ampliadas con las reformas educacionales y de salud a comienzos de la década de los ochenta, fortaleciéndolos. El desarrollo político del gremialismo convertido en UDI, según Huneeus, se habría desplegado a partir de estos organismos comunales, transformándolos en su original centro de poder y más tarde base electoral401. Desde la óptica de Tomás Moulian, la entrada y el éxito de la UDI y de su abanderado Joaquín Lavín en las comunas de escasos recursos se debe a que ese partido es heredero de los partidos ideológicos de los años sesenta, considerando su mística y el ingrediente católico que domina a sus militantes, en lo cual juega un papel central su cercanía con organismos pastorales como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei. Esta política popular de la UDI sería posible, además, por el gran financiamiento económico con que cuentan, el cual les permite solventar el trabajo poblacional, convirtiendo a algunos municipios de comunas pobres que han caído en sus manos en centros de su poder, ejecutando proyectos de seguridad ciudadana o de empleo402. A partir de las afirmaciones de Angel Soto acerca del carácter de la penetración de la UDI en los sectores populares, una socióloga ha propuesto calificar a ese partido, más que como popular, de populista. Siguiendo los debates que aseguran la existencia de fenómenos de “neopopulismo” en América Latina –del cual Fujimori sería el ejemplo más claro– se analiza la estrategia política de la UDI dentro de ese proceso. De acuerdo a este punto de vista, el accionar de la UDI mantendría muchos de los rasgos de liderazgo, de alianzas pluriclasistas y movilizadoras que caracterizan a ese tipo de movimientos, pero contextualizado en el marco de dominio neoliberal. El carácter paternalista de la relación sería lo característico, esta vez con rasgos de “distribución selectiva”, no existiendo contradicción alguna con la tendencia a la concentración económica del neoliberalismo, sino, contrariamente, constituyendo aquello su condición para focalizar los beneficios y hacerlos más visibles403. 400
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Mauricio Morales y Rodrigo Bugüeño “La UDI como expresión de la nueva derecha en Chile”, Estudios Sociales, No.107: 2001. Carlos Huneeus, op. cit., cap. VII Tomás Moulian “El sistema de partidos en Chile”, en Marcelo Cavarozzi y Juan Abel Medina, op. cit. Evelyn Arriagada “UDI ¿partido popular o partido populista?. Consideraciones sobre el éxito electoral del Partido Unión Demócrata Independiente (UDI) en los sectores populares”, Colección Ideas, No.51: 2005.
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El trabajo más específico sobre la penetración de la UDI en las poblaciones sostiene que esa colectividad es efectivamente un partido popular, no constituyendo aquello un simple eslogan, carácter que provendría del “espíritu de servicio” que permeaba a Jaime Guzmán y que transmitió a sus discípulos. La autora minimiza el cálculo político que pudo estar detrás del interés de los gremialistas por el mundo popular, aunque no lo elimina del todo como factor explicativo para la creación de su departamento poblacional en el año 1983404. Como ha quedado claro, existe consenso en que la original entrada de la nueva derecha en esos grupos sociales responde a una estrategia deliberada y perfectamente diseñada por la UDI. Complementando las proposiciones anteriores, este trabajo plantea que la inserción de la UDI en las poblaciones durante los años ochenta correspondió a la fase final de una estrategia diseñada con muchos años de antelación por el líder del gremialismo, Jaime Guzmán. Como hemos propuesto anteriormente, la mirada de Guzmán sobre la importancia política de los sectores populares se retrotrae a 1970, cuando el abanderado de la Unidad Popular, Salvador Allende, ganó la presidencia de la República, cuestión que fue interpretada por Guzmán como el resultado de la debilidad de la derecha en términos de liderato y de bases sociales, al contrario de la izquierda que se demostró fuerte entre el mundo poblacional, juvenil y sindical. Para Guzmán, el triunfo de la Unidad Popular no era el resultado de una suma de partidos, sino de la existencia de miles de Comités de Unidad Popular, que traducían su fuerza en los núcleos sociales antes nombrados. Desde nuestro punto de vista, fue este temprano diagnóstico lo que ayudó al delineamiento de la estrategia política de Guzmán, la cual suponía fortalecer a la derecha en la base social, penetrando aquellos sectores hasta entonces ajenos a la derecha historica. Tal estrategia se desarrolló durante los años setenta a través del control gremialista de algunas organizaciones estudiantiles de educación superior, como de otras dependientes del gobierno405. En ese sentido, parte de nuestra hipótesis afirma que el paso siguiente en la construcción del lazo socio–político que Guzmán y los gremialistas estaban tratando de crear fue la irrupción explícita en el mundo popular, utilizando como principal instrumento su control de ciertos municipios, en conjunto con el departamento poblacional. Ello a nuestro entender era una prolongación de un diseño político de más larga data y buscaba hacer de la derecha una fuerza político electoral entre el mundo popular, neutralizando a la izquierda para derrotarla en la raíz de su fuerza, como también una respuesta a los retrocesos políticos que enfrentaron en la primera mitad de los años ochenta. Asimismo, proponemos que la forma en que se hizo dicha irrupción en el mundo poblacional, como la utilización de los municipios, era coherente con el pensamiento 404 405
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Carolina Pinto, op. cit. Verónica Valdivia O. de Z. Nacionales y gremialistas, cap.7 y conclusiones; Verónica Valdivia O. de Z., Rolando Alvarez y Julio Pinto V., op. cit., cap. 2.
corporativo presente entre los gremialistas, el cual no había logrado ser derrotado del todo por su alianza con los Chicago, sino mixturado con el individualismo neoliberal. Si bien ya no creían que los cuerpos intermedios serían el principal freno al poder del Estado, mantenían su convicción acerca de su autonomía como base de la verdadera “participación” social. En ese sentido, el “estilo político” desplegado para acercarse al mundo popular se nutría de una doctrina específica, pretendiendo redefinir en la práctica política la participación ciudadana en el ámbito público”. En tercer lugar, el estilo social de penetración de la UDI entre los pobladores tenía también como propósito redefinir la identidad de la derecha que pretendía liderar, al mismo tiempo que hacerla más eficiente en su combate al marxismo. Esto es, alejarla de su anterior laicismo, supuesto motor de su indiferencia hacia los sectores de menores recursos, para dotar al cristianismo derechista de un fuerte componente social que lo volviera a acercar al “pueblo”, lo que más tarde denominarían la “gente”. En este sentido, la lucha política al interior del mundo cristiano católico, abierta desde el estallido de la reforma en la Universidad Católica, no había terminado, expresándose en esta etapa en el desafío que la UDI hizo a la Democracia Cristiana por la relación de los cristianos con los pobres, como la pugna con los “curas poblacionales”, asociados a la izquierda. Así, si la derecha histórica había centrado su lucha por el poder en el Parlamento y la cooptación estatal, la nueva derecha gremialista–neoliberal se propuso ser capaz de competir igualmente desde las profundidades de la política, desde las bases sociales.
1. Despertares: los ochenta El interés del gremialismo por los sectores populares es parte de la naturaleza de la nueva derecha que encarnaría, dentro del cual el “estilo” cumple un papel central. Éste, como explicamos en el capítulo anterior, se caracteriza por su agresividad y ciertas tendencias competitivas, rasgos moldeados bajo los fuegos de la lucha política de la segunda mitad de los años sesenta y la Unidad Popular, cuando el naciente Movimiento Gremial descubrió la importancia de contar con explícitos apoyos sociales, disputando a sus contendores dichas bases y liderando sus movilizaciones e intereses. A diferencia de su antecesora, se trató desde un comienzo de una derecha combativa, descalificadora de los estilos transaccionales, propios de un sector político decadente, reivindicando el carácter juvenil, lleno de energía y mística, que embargaría a sus nuevos exponentes. Como ya planteamos en otro trabajo, este diagnóstico fue explicitado por Guzmán en noviembre de 1970, cuando evaluó el triunfo de la Unidad Popular como resultado de su fuerza en amplios sectores sociales a través de su poderosa organización entre el mundo gremial, poblacional y sindical. Esto significaba que las orgánicas partidarias eran solo prolongaciones de sus verdaderas fuentes de poder, como era la inserción social. La derecha, por el contrario, tenía una relación inexistente con ese
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mundo o, en el mejor de los casos, muy débil. A juicio de Guzmán, esta situación se debía en gran medida a que la derecha hacía demasiado tiempo había “dejado de encarnar” una política social avanzada, facilitando la penetración de la izquierda marxista y la Democracia Cristiana en esos sectores. Si la derecha quería tener alguna posibilidad política futura esta situación debía ser revertida, para lo cual era urgente la creación de “nuevas formas de organización cívica, con auténtica penetración y sentido sindical y juvenil…Chile necesita que se le de cauce al sector sano del país...”406. Las palabras del líder gremialista revelaban su decisión de cambiar el curso de la historia, creando una nueva derecha, capaz de establecer lazos con un mundo social que la miraba con desconfianza, pero bajo un nuevo formato. Si la fuerza de la izquierda estaba en la base, aparentemente la máquina partidaria cumplía una función menor, solo como coordinadora y representante, lo cual reforzaba el agudo sentido antipartidario de Guzmán, quien percibía a esas colectividades como cúpulas centradas en sus oscuros intereses, instrumentalizadores de las aspiraciones sociales. De ahí que la irrupción en los sectores populares poblacionales debería adquirir un formato alternativo, una organización cívica distinta a los partidos, de “límpidos y transparentes” objetivos. Parte de este diagnóstico pasaba por una cierta mirada de los sectores populares, los cuales en general eran percibidos como sanos, “apolíticos”, solo interesados en la solución de sus problemas. El movimiento poblacional, como se sabe, fue uno de los más efervescentes durante los años de la Unidad Popular, toda vez que muchos campamentos se convirtieron en símbolos de la izquierda y de la materialización del poder popular. La represión que se cernió sobre campamentos y poblaciones se debió precisamente a esa ligazón, explotada por la oposición derechista que los calificó de verdaderos focos del futuro ejército del pueblo407. Guzmán y los gremialistas buscaron romper con esta situación ya en los tiempos de la Unidad Popular cuando a través de la movilización gremial, incorporaron a marchas y manifestaciones a exponentes de los sectores populares y buscaron apoyos en las poblaciones para detener el proyecto socialista de la Escuela Nacional Unificada. Fueron esos años los que le ofrecieron la primera oportunidad de sumergirse en la lucha política, estando cerca de personas distintas a su clase social, las que debían ser vistas como parte de un mismo destino y tarea. La posibilidad de mantener esta tónica y revertir la influencia de la izquierda y de los demócratacristianos entre los pobladores dependía de una derecha decidida a hacer tal cosa y del contexto necesario: una dictadura que asegurara el repliegue de sus enemigos. Ello fue posible después del 11 de septiembre de 1973, cuando el golpe militar que derrocó al presidente Salvador Allende, dio paso a una dictadura que duraría largos años y que se propuso como una de sus prioridades la desmovilización social, dinamizada desde 406
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Jaime Guzmán “La democracia chilena sin liderato”, Pec, noviembre de 1970. La interpretación de este documento y del accionar del gremialismo en los setenta que viene a continuación está basado en mi trabajo “Lecciones de una revolución. Jaime Guzmán y los gremialistas, 1973–1980”, en Ibid., Verónica Valdivia O. de Z. Nacionales y gremialistas, caps. 5 y 7.
1967 y especialmente desde 1972. Considerando que las fuerzas armadas que se tomaron el poder creían que dicha activación popular era responsabilidad fundamental de los partidos, en especial de la izquierda, desplegaron una política tendiente a desmontar su influencia y replegar a la población a sus tareas cotidianas y actividades “propias”. Permeados de un fuerte pensamiento corporativo, la oficialidad creía en una sociedad despolitizada, en tanto desmantelamiento del poder partidario, volcada a su espacio de trabajo, estudio o vecindad, recuperando la “normalidad” de la vida, ajena a los problemas políticos nacionales. Para erradicar la influencia política, sin embargo, era necesario reencauzar las aspiraciones e inquietudes sociales, meta que la oficialidad se propuso desde un comienzo. En esa tarea, la juventud sería su principal aliada, toda vez que ella era percibida esencialmente como idealista y sana, rasgos claves para revertir la nociva influencia del marxismo. Acorde con ello, el gobierno creó una Dirección de Organizaciones Civiles, de la cual dependían las secretarías, como la Secretaría Nacional de la Juventud. Si durante la Unidad Popular, la FEUC fue uno de los principales bastiones desde el cual el gremialismo desplegó su accionar político, en la década del setenta éste fue ocupado por la Secretaría Nacional de la Juventud, aunque no se abandonó el trabajo entre los estudiantes de la Universidad Católica, sino que se acentuó, como su influencia en las más altas esferas de esa universidad. A diferencia de la FEUC, la Secretaría de la Juventud tuvo un alcance nacional, toda vez que como organismo gubernamental –financiado con los gastos reservados manejados por el general Pinochet–, creó sedes en todas las provincias y ya para fines de 1974 podía reivindicar un verdadero carácter nacional. Desde el punto de vista que interesa a este trabajo, esta Secretaría fue el medio utilizado por el gremialismo para entrar al mundo poblacional a través de las sedes que ella estableció en numerosas comunas de la capital, como en provincias, especialmente en aquellas de escasos recursos. Considerando la aspiración de Guzmán de crear una derecha con una fuerte presencia en los sectores populares y sus orgánicas sociales, la Secretaría diseñó tareas que facilitaran tal propósito, en el contexto de la desaparición de la izquierda en esos espacios, acosada por la represión. Aunque los comunistas nunca fueron erradicados del todo del ámbito poblacional, su presencia y accionar era ínfimo –especialmente hasta 1977–, limitándose a esconderse y tratar de sobrevivir408. Esta realidad fue la que facilitó al gremialismo su ingreso al mundo de las poblaciones, amparados por el poder del nuevo gobierno. Desde la Secretaría Nacional de la Juventud, el gremialismo reemplazó a las organizaciones estudiantiles en materia de trabajos sociales, asumiendo las tareas de asesoría y de apoyo material que hasta entonces habían cumplido aquellas. Dicha entidad creó cuatro departamentos para el desarrollo de sus actividades, tales como cultura, deportes, 408
Rolando Alvarez V. Desde las sombras. Una historia de la clandestinidad comunista (1973–1980) (Lom: 2004), del mismo autor “Clandestinos. 1973–1990 Entre prohiciones públicas y resistencias privadas” en Cristián Gazmuri y Rafael Sagredo Historia de la vida privada en Chile (Aguilar: 2007), vol. 3; Verónica Valdivia o. de Z., Rolando Alvarez y Julio Pinto V., op. cit., caps. 3 y 4.
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laboral y de programas especiales o recreativos. La idea de los directores de la Secretaría era “devolverle la unidad” a los estudiantes, incentivándolos a realizar actividades beneficiosas para la sociedad, pues Chile tenía una comunidad de destino. Este propósito se materializó a través de ayuda directamente social mediante la recolección de vestuarios y alimentos no perecibles a ser repartidos entre los grupos más desposeídos, en lo que fueron las “Campañas de Invierno”, al mismo tiempo que se les conseguía atención médica a través de convenios con algunos centros médicos, se realizaban encuestas en la base para conocer sus principales problemas y participaban en los denominados Operativos Cívico–militares. Éstos consistían en visitas a campamentos y poblaciones brindando atención médica y dental gratuita, reparación de edificios de utilidad pública y se difundían los subsidios vigentes. Asimismo, la Secretaría ofrecía cursos de capacitación laboral, en áreas como peluquería, gasfitería, sastrería y jardinería, coadyuvando, además, a la difusión de los programas para bajar la cesantía, de subsidios y fuentes de empleo desarrollados por el Ministerio del Trabajo. El apoyo a este tipo de sectores se complementaba con la creación de pre–universitarios y de orientación vocacional en liceos y colegios, mientras el departamento de programas especiales se encargaba de procurarles a los niños actividades recreativas en plazas y parques, ocasiones en las que participaban los centros juveniles, los centros de madres y juntas de vecinos, y en alguna oportunidad llevaban a escolares de algún colegio de escasos recursos de vacaciones. La alta cesantía que caracterizó la década del setenta (20%, más o menos), con los consiguientes niveles de pobreza, ofreció el marco para la llegada de la derecha gremialista a segmentos sociales azotados por las carencias y la falta de expectativas futuras. Como han señalado estudiosos del mundo poblacional, éste no es homogéneo internamente como solía vérsele en los años de gobierno socialista, sino segmentado, existiendo una variedad de perspectivas entre los pobladores, no identificándose con un sector político específico409. Aunque durante la Unidad Popular la izquierda monopolizaba –al menos aparentemente– la historia de numerosos campamentos y poblaciones, el quiebre producido por el golpe derivó en una entrada más masiva de la Iglesia Católica y en una mayor autonomía de las organizaciones de pobladores en relación a los partidos. A pesar que al respecto existe un debate y no hay consenso acerca de la real influencia ejercida por esas colectividades, es claro que su neutralización producto de la represión abrió espacios para la acción gremialista–gubernativa. Los “Operativos Cívico–Militares” ofrecían un paliativo, aunque fuera momentáneo, a las urgentes necesidades de los pobladores, como también las ayudas provenientes de los jóvenes de la Secretaría de la Juventud. Aunque 409
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Guillermo Campero “Organizaciones de pobladores bajo el régimen militar”, Proposiciones, No.14, 1987; Philip Oxhorn “La paradoja del gobierno autoritario:organización de los sectores populares en los ochenta y la promesa de inclusión”, Política, No.43, 2004; Teresa Valdés “El movimiento de pobladores: 1973–1985. La recomposición de las solidaridades sociales”, en Jordi Borja, Teresa Valdés, Hernán Pozo y Eduardo Morales Descentralización del Estado, movimiento social y gestión local (Flacso, Clacso e Instituto de Cooperación Iberoamericana:1987).
es muy posible que numerosos pobladores, más politizados o impactados por la represión, evitaran acercarse a estos organismos, la penetración oficialista no pasó inadvertida. De hecho, los propios miristas denunciaron desde la clandestinidad estos operativos, los cuales solo buscaban “llegar a través de ellos a los sectores más atrasados y con menor experiencia política a fin de impedir que la resistencia organice a la masa a partir de sus problemas concretos e inmediatos. Este es el caso, por ejemplo, de los pobladores de Pudahuel, donde la Secretaría Nacional de la Juventud emprendió una campaña de ‘adelanto’, impulsando la solución de problemas de alcantarillado, luz, canchas, escuelas”410. Este comentario refleja la preocupación por el posible impacto que dichas acciones tuvieran y que dificultaran aun más la escasa presencia izquierdista en las poblaciones. Este ingreso desde un organismo gubernamental fue complementado con los trabajos sociales que siguió haciendo la FEUC, única federación estudiantil en funcionamiento después de 1973, pues todas las demás fueron destruidas en medio de la intervención de las universidades. La FEUC gremialista siguió realizando sus trabajos de verano, a los que sumaron en 1978 los trabajos de invierno, los cuales tenían como propósito explícito profundizar el quehacer social de la Federación, llegando a sectores de escasos recursos, iniciando “los trabajos en poblaciones”, como en el caso de Lo Hermida. Dos años más tarde, tal como lo hacían los municipios desde 1979, crearon el Comité de Acción Social (CAS) con la finalidad de organizar toda la acción social de la universidad, teniendo como prioridad nuevamente las poblaciones411. Tarea similar asumió la FECECH, de la Universidad de Chile, creada en 1978 para frenar la creciente rearticulación de la oposición democratacristiana e izquierdista en dicha Casa de Estudios. La FECECH controlada por los gremialistas organizaba, igualmente, bolsas de trabajo y planes de acción social, actuando en conjunto con su homónima de la UC. Es importante consignar que el CAS gubernamental estaba constituído por una variedad de organizaciones comunitarias, entre las que destacaban CEMA–Chile, la Secretaría Nacional de la Mujer, la Fundación de Ayuda a la Comunidad y la Secretaría Nacional de la Juventud, entre otras. En ese sentido, existía una íntima conexión de labores entre las federaciones universitarias gremialistas, la Secretaría, los CAS gubernamentales y los municipios, pues éste era la instancia en la cual actuaban412. Esta interrelación le permitió a los gremialistas copar varios espacios sociales simultáneamente, pues dichos Comités eran el organismo rector en materia social comunitaria. 410 411
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El Rebelde en la clandestinidad, nov. 1978, p. 14. Los Comités de Acción Social (CAS) fueron instituidos por el Ministerio del Interior y la Intendencia metropolitana con el propósito de identificar a los beneficiarios prioritarios de los programas de ayuda social del gobierno. Estos Comités estaban relacionados con la denominada “Ficha CAS”, o de Estratificación Social, diseñada por el gobierno a partir del Indice Socio–Económico, ISE, de 1974 y que buscaba recolectar información sobre los hogares de extrema pobreza en cada comuna. Volveremos sobre esta cuestión en la próxima sección. Al respecto consúltese Pilar Vergara Políticas hacia la extrema pobreza en Chile, 1973–1989 (Flacso:1990), pp. 52–56.
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En síntesis, desde estos enclaves juveniles, el gremialismo comenzó a trabajar para ampliar sus bases sociales de apoyo, en un medio hasta entonces ajeno a la derecha. Para 1980, la Secretaría estaba totalmente desarrollada, al tiempo que el gremialismo había creado un frente político, el Frente Juvenil de Unidad Nacional, destinado a influir en el proceso de institucionalización que se discutía desde 1977 y preparar dirigentes entre los profesionales. Para los efectos de lo que aquí se quiere resaltar, esta nueva organización actuaba en conexión con el Frente de Unidad Nacional, también gubernamental, el que reunía a los frentes Vecinal, Gremial, Profesional, Laboral y Campesino, es decir, también extendía sus redes hacia el mundo popular. Aunque el principal triunfo de Guzmán y los gremialistas para los inicios de la nueva década lo constituyó, sin duda, la instalación de la nueva Carta Fundamental, éstos nunca perdieron de vista que los planos de combate contra la centro–izquierda excedían el marco institucional, por muy central que éste fuera. Desde ese punto de vista, el tipo de labor desarrollada por la Secretaría de la Juventud se mantuvo, aunque al parecer tendió a prestar una atención preferencial a los adolescentes, más que a los universitarios, controlados dificultosamente por el formato de participación indirecta y de dirigentes designados. De acuerdo a lo encontrado en las fuentes, la Secretaría puso especial interés en los estudiantes secundarios. Si bien dicha preocupación estuvo presente desde sus orígenes, desde principios de los ochenta hubo una política más estructurada a su respecto, lo cual era favorecido por la nueva ley de municipios que afectó aspectos sustanciales del desarrollo juvenil. Como es sabido, en 1981 el gobierno aprobó una nueva normativa que convirtió al órgano comunal en el centro de la vida “ciudadana”, entregando a él numerosas atribuciones y recursos. Parte de ello fue el traspaso de la educación básica y media a la tutela municipal, lo cual ofreció una posibilidad mayor a los organismos gubernamentales juveniles para penetrar en el mundo de los estudiantes secundarios. Este interés, sin embargo, se vinculaba también con ciertas sensaciones y preocupaciones que parecían embargar a algunos de los más importantes dirigentes gremialistas en relación a una cierta indiferencia de los jóvenes respecto de su entorno social. Para comienzos de la década de los ochenta, en pleno “milagro económico” y la nueva institucionalidad, se escuchaban voces apesadumbradas por el materialismo que parecía estar inundando a la sociedad chilena, concentrada en el acceso a bienes y hasta cierto punto despreocupada de su prójimo. Aunque es evidente que el “milagro” no favoreció a la sociedad en su conjunto, habiendo graves problemas sociales, la propaganda el régimen sobre el nuevo Chile y el efectivo endeudamiento de segmentos de las capas medias en el marco del boom del crédito, mostraba una cara del país que enfatizaba el individualismo y el estímulo a una incipiente cultura del consumo. Tal fue el diagnóstico de Andrés Chadwick, a la sazón presidente del Frente Juvenil de Unidad Nacional, quien consideraba que el mejor regalo que el general Pinochet les podía hacer ese año en Chacarillas era “hacerse eco de nuestra inquietud respecto a la pérdida de valores espirituales que existe en sectores de la juventud de
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hoy”. Una opinión semejante habían expresado los dirigentes estudiantiles Mikel Urquiza (presidente de la FEUC) y Pablo Longueira, presidente de la FECECH, quien señaló: “Indudablemente, no comparto el pensamiento de que el estudiante va a la universidad solo a estudiar…Lamentablemente la gran mayoría de los estudiantes han centrado su dedicación en la universidad solo a su perfeccionamiento personal. No existe un masivo interés por los demás”. En pocas palabras, el país parecía estar experimentando una crisis espiritual413. El “milagro” voceado por los ensoberbecidos Chicago y el discurso “despolitizador” levantado por los gremialistas durante toda la década del setenta, incitando a la juventud a preocuparse de “sus actividades propias” habría desembocado, al menos en algunos sectores socio–juveniles, en un marcado narcisismo, fuente de indiferencia social. Esta nueva realidad y la opción gremialista por una militancia juvenil llevó a la Secretaría Nacional de la Juventud a editar nuevamente revistas, esta vez para los más jóvenes, a través de las cuales se reivindicó la necesidad de ese tipo de medios, toda vez que la prensa en general no se preocupaba del “idealismo” y los “valores” de ese grupo etario, olvidando que desde el prisma de la juventud “pueden contribuir efectivamente a que las cosas y el mundo sean un poco mejor…queremos que a través de la exposición de pensamientos, inquietudes, actitudes y aptitudes, los jóvenes…se traspasen valores de conducta frente a la vida y que se motiven a ser mejores”. Tal era el ejemplo por el que se recordaba a los héroes de La Concepción, en cuyo nombre se celebraba el Día de la Juventud, pues aspiraban “a que se nos recuerde como aquellos que reconstruyeron un país libre, fraterno y justo”414. Aunque es manifiesto el trasfondo político, el interés por los secundarios respondía a las dos preocupaciones que hemos mencionado, relacionadas con la crisis de espiritualidad: el materialismo y la resurrección de la lucha política. Por una parte, la Secretaría pugnó por atraer jóvenes, sustrayéndolos de la renaciente influencia comunista y democratacristiana. Ya en 1981 el Partido Comunista había logrado penetrar la enseñanza secundaria, creando Comités Democráticos, CODE, siendo aquel uno de los espacios en los cuales desarrolló su política de “lucha de masas” a través de la defensa de las demandas gremiales más importantes de los estudiantes secundarios, tales como el pase escolar gratuito y la democratización de los centros de alumnos. Dada la importancia de generar un potente bloque opositor, los comunistas estimularon organizaciones amplias con representación de distintas tendencias políticas, incluidos los democratacristianos. El movimiento estudiantil secundario despertó después de quince años de letargo. A partir de 1983 se convertiría en 413
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Cosas, 2 de julio de 1981, p. 69 y 19 de nov. de 1981, pp. 48–49; Qué Pasa, 16 de sept. de 1982, p. 19 y 11 de nov. de 1982, pp. 8–10. Al contrario, el presidente de la FEUC, Juan Pablo Honorato, señalaba que los estudiantes debía centrarse “en algo mucho más importante y radical que es lo académico” Diario Loco (Valpso; de la Secretaría Regional de la Juventud.), No.1, 10 de julio de 1980, p. 2 y No.2, s/f. De acuerdo al editorialista, este medio debía convertirse “en el órgano de expresión de la juventud secundaria”.
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uno de los frentes juveniles más combativos contra la dictadura415. Este fin del silencio y la redinamización social fue, sin duda, un factor que incidió en el redoblado interés demostrado por los gremialistas hacia los adolescentes, el que activó el debate político en el marco de los inicios de la crisis económica. Manteniendo sus tendencias históricas, la lucha gremialista conservó el sello corporativo “despolitizador”, enfatizando actividades “sanas” y propias de la juventud, tales como campeonatos, concursos científicos, la celebración de las semanas de sus respectivos liceos, todo bajo el ojo atento de la Secretaría. En esa misma línea, en 1978 esta entidad había creado un programa turístico recreativo materializado en “albergues juveniles”, establecidos a lo largo del país, con el propósito de estimular a los jóvenes a “conocer nuestro territorio…a un costo mínimo”. Los albergues, según señalaba la propaganda gremialista, ofrecían una residencia para desarrollar programas recreativos y deportivos, pero especialmente eran espacios para recrear conceptos de amistad y cordialidad, pudiendo hacer uso de ellos todos los jóvenes entre 15 y 27 años, fueran estudiantes o trabajadores, hombres o mujeres, como delegaciones o cursos en gira de estudios. Para comienzos de los ochenta, se habían establecido algunos convenios con albergues internacionales, a los cuales se podía acceder a través de la Secretaría416. Este tipo de actividades pretendía debilitar la eventual influencia alcanzada por la politización del movimiento secundario, levantándose como una alternativa de participación “despolitizada” y de solidaridad social. Era común que la Secretaría realizara lo que denominó los “veranos recreativos”, los cuales consistían en visitas a determinadas comunas, especialmente aquellas más pobres, con un amplio programa de actividades de ese tipo, los que se realizaban en las Unidades Vecinales seleccionadas. Las actividades separaban aquellas destinadas a los más pequeños y los jóvenes para quienes había deporte y música, “distrayéndose sanamente”, como afirmó el dirigente gremialista Luis Cordero en uno de estos veranos417. Desde otro ángulo, las actividades diseñadas para los jóvenes buscaban despertar en ellos la preocupación por la realidad del país, desarrollando su sentido de “servicio”, para lo cual se realizó la 1ª. Convención Estudiantil Secundaria, la que pretendía el fortalecimiento de sus organizaciones, dándoles mayor autonomía en sus actividades cotidianas, de modo que “los estudiantes demuestren y desarrollen su creatividad y su espíritu de servicio en actividades de bien común que favorezcan a la comunidad escolar….La Secretaría de la Juventud es hoy día una herramienta a su servicio …comprometida con quienes son los responsables de construir su propio futuro”. Entre las conclusiones del Encuentro se señaló expresamente la necesidad de que los adolescentes se involucraran en la realidad social, alejándose “de
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Rolando Alvarez V. “Las Juventudes Comunistas de Chile y el Movimiento Estudiantil Secundario: un caso de radicalización política de masas (1983–1989)”, Alternativa, No.23, 2005. Revista de Renca (editada por el municipio), No.15, diciembre de 1981; véase también No.9 y 10, de junio y julio de ese año. Periódico Pudahuel, No.3, feb. 1983.
la tendencia a vivir en un constante poseer material como principal preocupación”418. Para ello era imperativo un mayor grado de libertad respecto de las autoridades de los colegios, reconociéndoles su importancia como canales para solucionar los problemas del alumnado. Uno de los que concitó más su atención fue el creciente problema de drogadicción, expresado en los sectores populares en la inhalación de neoprén, como en el alcoholismo, demandando al general Pinochet tomar medidas para detener la proliferación de botillerías, como de “café topless” –aunque desconocemos si los sectores populares asistían a éstos últimos. La decadencia social era observable para los gremialistas en la pérdida del valor de la maternidad, siendo los hijos un mero “accidente”, a la vez que la “pornografía degrada a la mujer, madre de todos los hombres”. Tal realidad los llevó a apoyar la sugerencia del Ministro de Educación (s) de reponer los cursos de religión en la enseñanza media para poner freno a la “falta de formación espiritual”419. Estas medidas iban a la par de la difusión de las políticas gubernamentales, transformándose la Secretaría en uno de los principales instrumentos para legitimar el proceso de municipalización y la nueva ley de universidades, ofreciéndosele a los estudiantes numerosas charlas destinadas a explicar las “bondades” del sistema en oposición al anterior en el cual “las alternativas eran definitivamente limitadas o estaban mal organizadas en cuanto a dar verdadera satisfacción a las necesidades del egresado de enseñanza media”, mientras la nueva modalidad aumentaba las alternativas de educación superior, terminando con “el monopolio del sistema anterior”. La municipalización, por su parte, permitiría hacer realidad “el principio de subsidiariedad que sustenta el Supremo Gobierno…pues el Estado debe permitir a las organizaciones intermedias emprender las tareas que éstas por sí solas puedan desarrollar”. El Secretario Comunal de la Juventud de Viña del Mar le explicaba a los secundarios cómo la municipalización de la enseñanza mejoraría su calidad con los cursos de perfeccionamiento que se ofrecería a los profesores, amén de cursos de administración, la realización de actividades extraprogramáticas para los estudiantes que “fortalecerían su personalidad, dándole una visión global del mundo”, al tiempo que el subsidio por cada estudiante sentado en la sala de clases diariamente disminuiría el ausentismo y la deserción escolar. De igual modo, era importante que los secundarios conocieran el “avance social” que el país experimentaba, lo cual solo podría realizarse con la transformación de las instituciones “que por su carácter obsoleto no pueden acompañar el paso acelerado que ese proceso ha alcanzado”, esto es, las siete modernizaciones420. Así, el gremialismo se esforzó por llegar a sectores muy jóvenes, tanto a través de ayuda social como de la promoción del neoliberalismo, en los inicios de la repolitización del país. 418 419 420
El Trébol (SNJ Valpso. Esta revista es la continuación de Diario Loco), No.8, junio de 1982. El Trébol, No.8, junio de 1981, Revista de Renca, No.10 julio de 1981. El Trébol, No.9, julio de 1981 y No.13 s/f; Revista de Renca, No.5, feb.1981.
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Este renovado activismo se relacionaba también con la fuerza mostrada por el movimiento estudiantil universitario, el que para 1980 ya se encontraba en claras vías de rearticulación. Como explicamos antes, las actividades culturales –peñas y literatura– realizadas por estudiantes de centro y de izquierda al interior de la Universidad de Chile derivaron en una oposición bastante sólida, la cual realizó una huelga de hambre en 1980, logrando el cierre de la oficina de “seguridad” que existía en ese plantel. Este bloque opositor se propuso la democratización de los centros de alumnos, hasta entonces controlados por el gremialismo por el sistema de presidentes designados y de elección indirecta de delegados. Entrando en la propia normativa universitaria dictatorial, los estudiantes decidieron participar en la elección de los delegados de curso ante el Centro de Alumnos, cuestión que en el caso del Pedagógico consiguieron en un 90%. Este triunfo no solo implicó la derrota del oficialismo, sino le permitió a la oposición nombrar, de acuerdo a la normativa de la FECECH, una nueva directiva de centros de alumnos en manos de la oposición. La tarea siguiente era democratizar dichos organismos a través de elecciones generales. El ejemplo del Pedagógico fue seguido por las otras escuelas y para 1983 las organizaciones estudiantiles se democratizaban, lo que más tarde derivaría en la decisión de refundar la FECH. Para entonces, la sociedad había despertado421. La respuesta del gremialismo ante la reaparición de un adversario con vocación de poder fue intentar ampliar el marco de participación al interior de la Federación y de la universidad, de modo de enfrentar la crítica de ilegitimidad que envolvía el accionar del oficialismo. En ese contexto, el presidente de la FECECH, Pablo Longueira, abogó por un cambio en la relación del estudiantado con las autoridades, favoreciendo una mayor comunicación, una redefinición del papel que debían jugar los organismos colegiados y la masa estudiantil y una preocupación real por los problemas económicos que afectaban a esta última. De acuerdo a su análisis: “El hecho de que un dirigente estudiantil pueda participar en los organismos colegiados por la sola invitación del decano o el rector, indudablemente ha llevado a que la participación sea muy escasa y creemos que gran parte de los problemas que se están gestando hoy en la universidad son producto de esa falta de comunicación oportuna y permanente… yo creo que en la medida que la universidad cree los canales para que los distintos estamentos puedan participar en los organismos colegiados, no se debería llegar a un término de año tan agitado”422. Como su trayectoria política lo avalaba, el gremialismo tenía una gran capacidad de reaccionar frente a la coyuntura, en este caso levantando una bandera aperturista, la que a la demanda por más participación sumaba la del fin de los rectores delegados. Haciéndose eco de los graves problemas económicos del alumnado con el nuevo financiamiento, Longueira y sus compañeros de Federación 421
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Ricardo Brodsky Conversaciones con la FECH (Ediciones Chile–América Cesoc:1987); Víctor Muñoz ACU (Ed. Calabaza del Diablo:2006). Qué Pasa 16 de septiembre de 1982, p. 18.
solicitaron al general Pinochet solucionar los “errores y abusos que se están cometiendo con la ley de financiamiento que podrían llevarla al fracaso”, de modo de ir atenuando el carácter elitario que envolvía al principal plantel de educación superior del país, a la vez que la FECECH ofrecía “$20.000.– en becas de alimentación mensuales lo que indica que hay alumnos que ni siquiera tienen posibilidad de generarse ingresos para almorzar”423. Como buen hijo del gremialismo, Longueira haría del tema social uno de los ejes de la nueva FECECH, pues “el problema del estudiantado es grave”424. No obstante, esta concentración en el mundo propiamente estudiantil universitario escondía el problema de fondo, la resurrección de la política y de la sociedad. El desafío que implicó la lucha opositora por los centros de alumnos reforzó el discurso corporativo de despolitización de los cuerpos intermedios defendido por este movimiento. En medio del afianzamiento de la oposición, la FECECH comenzó a editar una revista donde plasmó sus intenciones aperturistas y de rechazo a la politización que se apoderaba de la universidad, pues en su perspectiva eran “movimientos [que] se dicen alternativos [y] son de tipo extrauniversitario”. La revista pretendía neutralizar al adversario abriendo el diálogo, con el fin de “crear lazos de comunicación, de crear vínculos indisolubles, de informar, de perseguir por sobre todo la verdad”, toda vez que “FECECH hoy día es el punto de mira que han fijado las fuerzas políticas marxistas y promarxistas en el itinerario de sus funestamente conocidos propósitos político–partidistas”, de involucrar a la universidad en la política contingente, lo cual excedía su fin propio. El gremialismo rechazaba el propósito de una “universidad militante” perseguido por grupos minoritarios que solo buscaban “la politización de la organización estudiantil y ponerla al servicio de mezquinos intereses de partido”425. Este mote de politización se ligaba al creciente protagonismo de la oposición democrática universitaria en el seno del movimiento estudiantil y desde mayo de 1983, en el país, lo cual puso en el centro de la discusión el problema de la falta de representatividad de las federaciones gremialistas del oficialismo. No obstante, ese no era el foco del conflicto para este movimiento, pues como explicó, Manuel Sepúlveda, penúltimo de sus presidentes: “La participación que se de en la universidad es independiente del cómo se generen los dirigentes… personalmente no tengo tiempo ni creo que sea orgánico ‘andarme candidateando’ de facultad en facultad… Yo no tengo la pretensión de ser representativo de toda la universidad”. Tal posición en un momento de claro proceso de rearticulación social y de democratización de sus organizaciones atentó contra la existencia de la FECECH. Creada en el marco del repliegue de la sociedad, esta Federación no tenía cabida en el nuevo contexto de ebullición de los ochenta. Así, a mediados de 1984, a las puertas de la resurrección de la FECH, la federación gremialista se autodisolvió al no contar con la mayoría de los centros 423 424
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Ibid., Cosas, 19 de nov.1981, pp. 48–49. Dadis revinu (periódico de la Federación de Centros de alumnos de la Universidad de Chile, FECECH) agosto de 1983. Ibid.
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de alumnos, mientras su último presidente, Flavio Angelini, lamentaba el “fin de una forma de hacer federación... por esta lucha en contra de la izquierda, porque lo que sí hemos hecho es luchar eficazmente contra los movimientos de izquierda”426. Más grave aun, un año más tarde el imbatible gremialismo fue derrotado en su alma mater, la Universidad Católica, a manos de sus históricos enemigos democratacristianos e izquierdistas. Viviendo una situación similar a lo ocurrido en la Universidad de Chile, el estudiantado comenzó a rearmarse en 1981, especialmente en las escuelas de Teología, Filosofía, Psicología y Teatro, las cuales encabezaron la oposición a las autoridades y, la FEUC gremialista, pero insertando su protesta en el marco nacional de rechazo a la “violencia institucionalizada”. Su demanda gremial, como la de su congénere, fue la democratización de los centros de alumnos, proponiéndose que su elección fuera directa, constituyéndose en la base de una mayor participación en la universidad y así “responder a los problemas de la sociedad”. La oposición democrática estudiantil buscaba con esto formular un proyecto alternativo de principios y visión universitaria y llevarlo al corazón de la Federación, instrumentalizada, a su juicio, por el gremialismo. Parte de esta embestida fue la realización en enero de 1982, por parte del centro de alumnos de Teatro, de trabajos sociales en zonas de alta cesantía y pobreza como Lota, Coronel y Arauco, monopolizadas por el gremialismo y la FEUC desde 1973. Aunque dicha actividad fue reprimida por carabineros, ella fue un paso más en la decisión de enfrentar al gremialismo, ganando algunos centros de alumnos, los cuales para 1982 llegaron a seis, logrando crear comités democráticos en otras cinco carreras, incluyendo Derecho, el corazón del gremialismo en la UC. Agrupaciones artísticas, culturales, sociales fueron articulando un extenso movimiento pro democracia y derechos humanos, los que alcanzaron amplio apoyo entre el estudiantado a raíz del ataque sufrido por la dirigente de Filosofía, Marcela Palma, a manos de la CNI. El corolario de esta lucha interuniversitaria fue la derrota gremialista en las elecciones para la FEUC de 1985, oportunidad en la que el estudiante de Derecho Tomás Jocelyn–Holt ganó por amplio margen427, acabando con diecisiete años de dominio del movimiento liderado por Guzmán. Así, para comienzos y mediados de la década de los ochenta, los gremialistas perdían el más emblemático de sus bastiones y eran expulsados de la principal universidad del país, luego de algunos éxitos bajo la protección y respaldo militar. Desde nuestro punto de vista, este retroceso político del gremialismo incidió de manera clave en su decisión de reforzar su política de penetración del mundo popular, pues la pérdida de las dos federaciones le quitaba la posibilidad de monopolizar la ayuda social, como había ocurrido hasta entonces, como capacidad de neutralizar a la izquierda. Sus enclaves universitarios pasaban a manos de sus 426
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Cosas, 21 de abril de 1983, p. 70–71 (el énfasis es nuestro) y 28 de junio de 1984, pp. 78–79; Qué Pasa, 21 de junio de 1984, p. 34. Simón Castillo “Movimientos estudiantiles en la Universidad Católica, 1973–1982, y los inicios de la democratización en Chile”, Tesis, Pontificia Universidad Católica de Chile:2001; véase las entrevistas a Tomás Jocelyn–Holt en Cosas, 2 de mayo de 1985, pp. 56–57.
enemigos, por lo que había que redoblar esfuerzos por el control del mundo popular. Esta tarea fue facilitada por la nueva ley de municipalidades, que le ofreció un espacio de mayor visibilidad público–social y con mayores recursos, como por la decisión política de haber creado el departamento poblacional del partido. Tales cuestiones ocurrían en un momento crucial de la vida del país, como fue la explosión de la crisis económica y su principal efecto: las protestas, en las cuales los universitarios jugaban un papel fundamental. El “paraíso dictatorial”428 ya no volvería a ser el mismo, era necesaria una nueva ofensiva.
2. El poder municipal: participación, sociedad organizada y clientela política Existe consenso que el control de algunos municipios de comunas de escasos recursos fue una de las más importantes herramientas usadas por la UDI para penetrar el mundo popular. Como señala Carlos Huneeus, ello le proporcionó amplias armas institucionales y políticas para consolidar el movimiento político por el que trabajaba el líder gremialista, siendo dichos atributos los que lo llevaron a fijar su atención en las municipalidades, convertidas en centros de poder a partir de la nueva legislación, con significativas capacidades clientelísticas respecto de los sectores más pobres429. Desde el momento del golpe, los municipios sufrieron transformaciones importantes, empezando por la destitución de los alcaldes elegidos y la cesación de funciones de los regidores, siendo reemplazados por alcaldes designados, quienes se rodeaban de personal de confianza de las nuevas autoridades. Un año más tarde, el gobierno dictó el “Estatuto de gobierno y administración interiores del Estado”, decreto nacido de la Corporación Nacional de Reforma Administrativa, el cual establecía la regionalización del país, articulada en torno a la seguridad interna y externa, la economía de libre mercado y la participación de la población en el desarrollo nacional. De acuerdo a su diseño, el país fue dividido en regiones y ellas en provincias, las que a su vez, para la administración local, se dividían en comunas. El gobierno y la administración regional pasaban a depender del Intendente, al tiempo que en cada región habría un Consejo Regional de Desarrollo (COREDE). La comuna estaría a cargo de un alcalde designado por la máxima autoridad. Esta nueva división administrativa regionalizada no implicó un debilitamiento del poder político, pues éste se proyectaba territorialmente a través de intendentes, gobernadores y alcaldes. De acuerdo a esta normativa, los municipios fueron definidos como instituciones de derecho público “funcional y territorialmente descentralizados”, cuyo sentido era satisfacer las necesidades de la comunidad y participar en la planificación y ejecución del desarrollo económico y social de la comuna. El alcalde contaba con el apoyo del Consejo de Desarrollo 428 429
Esta expresión está tomada de Ramón Gómez “Caín y Caín en el paraíso dictatorial”, op. cit. Carlos Huneeus, op. cit., pp. 370 y ss.
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Comunal (CODECO), presidido por el alcalde e integrado por jefes de oficinas municipales y por representantes de las principales actividades de la comuna, siendo la instancia de “participación” de la comunidad. Allí estarían presentes dirigentes vecinales y de diferentes organismos comunitarios. La Constitución de 1980 continuó esta línea, señalando que los municipios tendrían personalidad jurídica y patrimonio propios, destinados a enfrentar las necesidades de la población bajo su responsabilidad, asegurando su participación en el progreso, a la vez que el alcalde sería designado por el COREDE, a propuesta del Consejo Comunal430. La tendencia descentralizadora y participativa que pretendía dársele al municipio, sin embargo, no se cumplió en los años ochenta al no entrar en funcionamiento la Constitución sino los Artículos Transitorios contemplados como anexo, los que determinaban la designación presidencial de los alcaldes de todo el país. Esto significó que la comunidad no participó en el nombramiento del alcalde, ni se creó el Consejo Comunal, sino de manera muy irregular, de acuerdo a los nombramientos de cada alcalde. Por ello si bien la Carta Fundamental contemplaba los CODECOS, éstos no se constituyeron tal como estaban pensados. En ese sentido, la parte que no se cumplió a cabalidad fue aquella referida a la “participación” ciudadana. Desde la aprobación de la Constitución se esperó la reglamentación de los CODECOS, pues se suponía que la transición iniciada en marzo de 1981, significaba la elaboración y dictación de las leyes políticas, entre las cuales estaba la de municipalidades. A pesar que desde entonces se estuvo afirmando que la ley sobre CODECOS estaba próxima a conocerse, en la práctica ello no ocurrió sino hasta finales de la década, al momento del plebiscito de 1988. Esto implicó que los municipios siguieron siendo un instrumento al servicio de los intereses políticos oficialistas, no dando paso a lo que el régimen denominaba la “plena democracia”, de “verdadera participación”, entendida como ajena a los partidos, con la incorporación activa de los diferentes actores de la comuna, mediante el sistema de CODECOS. La ausencia de normativa otorgó a los alcaldes un importante margen de maniobra, por supuesto dentro de los límites impuestos por el gobierno, pues de ellos dependían los grados y formas de acercamiento a la comunidad, toda vez que su primera lealtad debía ser hacia el general Pinochet. A esto se sumó la gran visibilidad que alcanzaron los jefes comunales dadas las atribuciones que se confirieron a las municipalidades. En efecto, si la “participación ciudadana” no fue regulada, sí entraron en vigencia aquellas normativas que dotaban al muncipio de variados instrumentos en materia económica y social. La ley de diciembre de 1979 incrementó los ingresos muncipales al incorporarlos al rendimiento del impuesto sobre bienes raíces, lo cual significaba que el municipio percibiría el 45% del 430
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Hernán Pozo “La participación en la gestión local para el régimen actual chileno”, en Jordi Borja et al, op. cit., pp. 326–334; en el mismo libro Eduardo Morales “Políticas públicas y ámbito local. La experiencia chilena”, pp. 369–370.
impuesto territorial, mientras que el restante 55% pasaría al Fondo Común Municipal para ayudar a las comunas más pobres. Estos cambios permitieron que en los años ochenta los recursos municipales aumentaran de tal forma que en 1987 eran tres veces más altos que a fines de los setenta. Asimismo, se autorizó a estos gobiernos comunales para tomar a su cargo servicios que prestaban organismos públicos, lo cual fue complementado unos meses más tarde con el traspaso de los establecimientos educacionales y de la salud. De la misma forma, se les permitió la ejecución de políticas sociales, manejando los Programas de Empleo Mínimo (PEM) y luego los del Programa para Jefes de Hogar (POJH). Las municipalidades fueron coordinadas a los programas que el gobierno impulsaba contra la extrema pobreza, lugar donde radicaban los subsidios que entregaba focalizadamente a los sectores más pobres431. En otras palabras, el municipio pasó a ser el centro desde donde irradiaba la ayuda social en un contexto de alta cesantía, sub empleo, caída de salarios y desarticulación social. En ese sentido, ellos fueron un excelente instrumento de penetración del mundo popular, actuando en conjunto con organizaciones gubernamentales (CEMA Chile, la Secretaría de la Juventud, de la Mujer, entre otras) y con los dirigentes vecinales, quienes no eran elegidos sino designados por las autoridades. Considerando tales factores, en esta sección nos focalizaremos en el accionar alcaldicio gremialista, el cual siendo aparentemente no político, en tanto no partidario –como el Departamento Poblacional de la UDI– resultó ser posiblemente más efectivo en ese terreno. Uno de los rasgos que caracterizó a los alcaldes gremialistas fue su forma de acercamiento a los sectores populares, del cual Carlos Bombal Otaegui fue un símbolo, designado alcalde del principal municipio del país, en 1981. Lo habían precedido el ex Secretario Nacional de la Juventud (SNJ), Francisco Bartolucci en Valparaíso (1978–1987) y Claudio Arteaga, abogado de la UC e integrante de la SNJ, en Concepción en 1979. Poco después lo seguirían Juan Carlos Bull (Jefe Provincial de la SNJ), en San Miguel (1981–1984), Patricio Melero (Secretario Nacional de la Juventud) en Pudahuel (1985–1989), y Jaime Orpis (Ex Presidente de la FEUC) en San Joaquín (1985–1989), entre otros. Hemos mencionado a éstos por estar ubicados en comunas emblemáticas desde el punto de vista de la pobreza y de la combatividad política. Carlos Bombal no ingresó a la UDI cuando ésta se formó en 1983, pues los alcaldes no podían tener filiación partidaria, aunque la UDI no asumió ese carácter en sus inicios. No obstante, era claramente un exponente del gremialismo, considerando su trayectoria política: estudió Derecho en la Universidad Católica, donde ingresó al Movimiento Gremial y fue un participante activo de la oposición a la Unidad Popular que lideró ese grupo a la cabeza de Jaime Guzmán. En tal calidad llegó, con posterioridad al golpe de Estado, como jefe de gabinete del rector delegado, almirante Jorge Swett, y como sus congéneres fue parte del principal instrumento político del gremialismo en los setenta, la SNJ, de la 431
Morales, op. cit., pp. 370 y ss; Pozo, op. cit., pp. 341 y ss; Hunees, op. cit., pp. 372–373.
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cual Bombal fue Director Nacional entre 1976 y 1978. No debe olvidarse, además, que su nominación en la Municipalidad de Santiago hecho por Pinochet fue a sugerencia de Jaime Guzmán. Como él mismo lo reconocía: “De ninguna manera puedo renegar de mi condición de gremialista. Fui presidente de la Facultad de Derecho en la Universidad Católica y lo tengo a mucha honra”432. En ese sentido, la caracterización que haremos del municipio como medio de penetración de los sectores populares se basará en importante medida en el caso de Bombal –aunque no exclusivamente–, elección que se vincula con el acceso a fuentes, con la figuración y posterior carrera política desarrollada por él al alero de la UDI, como su intervención en el plebiscito de 1988: fue el locutor –junto a Carmen Gardeweg– en la campaña del “sí”. Aunque la comuna de Santiago pueda aparecer a primera vista no expresiva de los municipios populares, debe recordarse que Santiago incluía partes de lo que hoy son las comunas de Estación Central, Recoleta e Independencia, las cuales tenían importantes núcleos de pobreza. La gestión de Carlos Bombal expresó la perfecta síntesis corporativa–neoliberal que fue y es el sector político identificado con el gremialismo. Se ha dicho que el corporativismo fue derrotado a fines de los setenta, hipótesis que no compartimos, pues él constituía uno de los medios que permitía la mascarada de la democracia y de la ciudadanía. Aunque el gremialismo adhirió al individualismo y la libertad económica como base de la libertad política, la matriz corporativa ofrecía una respuesta al problema de la participación política, la cual no se realizaba en el mercado, a pesar de lo que dijera el discurso. Guzmán tenía clara la importancia de la verdadera participación si quería ser una fuerza política con proyección. La derecha del futuro, que estaría obligada a competir con otros partidos, debería tener influencia y capacidad de seducción sobre grupos sociales amplios, especialmente aquellos que se sentían atraídos históricamente hacia la izquierda. Después de todo, los pobres constituían la mayoría, y aunque el poder del sufragio universal consagrado en la Constitución no tenía peso real, y tampoco la decisión ciudadana, la guerra contra la izquierda suponía debilitarla en su influjo. En ese plano, el control de los municipios era un aliado perfecto, pues de las armas utilizadas por el gremialismo, ésta era la cara “solidaria”, la que podía ofrecer la ayuda y la “participación”. La alcaldía de Bombal y de los otros alcaldes gremialistas, estuvo inspirada en el corporativismo, doctrina que había permeado a su Movimiento y el quehacer de la Secretaría de la Juventud. El eje en el caso de las municipalidades era la construcción de una nueva democracia, de “plena participación”. Desde sus orígenes, el gremialismo reivindicó el verdadero sentido de la participación social, entendida como apolítica, es decir, apartidaria, en la cual la población se concentrara en las tareas propias de su oficio o comunidad. A su entender, los partidos distorsionaban el sentido de las organizaciones gremiales, pues les introducían artificialmente intereses 432
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políticos, ajenos a su naturaleza. De allí la adopción del gremialismo como defensa de la autonomía de los cuerpos intermedios. Bombal definió al municipio como “la comunidad básica, ya que nace de los distintos grupos de familias.. formando un grupo más amplio que es la vecindad cuyo elemento eje es usted, estimado vecino. Hoy el municipio en Chile es el instrumento esencial de la participación social, que permite a toda la comunidad orientar e influir las tareas del alcalde [pues] tras todo barrio existe una comunidad plena de fuerza participativa”433. Como expresión propia de la derecha, Bombal reivindicaba el carácter natural de las organizaciones sociales en contra de las tendencias “artificiosas” de la izquierda; siendo esto así, el municipio tenía un fin específico dentro del cual todos debían actuar. Esta perspectiva corporativista que entendía la comunidad como diversa, explica la forma de entender la participación como volcada a cuestiones cotidianas concretas. Los seres humanos, para el gremialismo, por su propia naturaleza se expresan en variados espacios, ya sean familiares, laborales o vecinales, los cuales responden a sus distintas preocupaciones, siendo su deber ser parte activa de ellos. De acuerdo a esa óptica, era en ese medio donde se vivía la participación social, ajena a problemas políticos, los que de ser cruzados con los atingentes a los cuerpos intermedios, distorsionaban su naturaleza. De allí se colegía tanto la despolitización de dichos organismos, en tanto no conexión con la problemática nacional, como el papel que cabía a vecinos y municipio en la vida comunal. Precisando esta concepción, el alcalde de Pudahuel, Patricio Melero sostenía: “la mejor participación es aquella directa, permanente y sostenida, a través de las pequeñas organizaciones que con intereses propios hacen grande a una comunidad”434. Si ello era así, lo natural era que las personas se organizaran en agrupaciones con intereses comunes y fueran parte del estamento correspondiente para ser un agente activo, capaz de aportar al desarrollo propio y de la comunidad. En las palabras de Bombal: “El fundamento de la representatividad municipal ha sido la participación social. La participación es un fenómeno socio–político inherente a la modernización del régimen municipal chileno. Sin la participación ciudadana en el gobierno local se priva a éste de su natural fundamento”. La presencia social en el municipio era clave, pues solo él le daría un “cauce orgánico”435. Como se observa, la democracia autoritaria y protegida que había consignado la Constitución de 1980 encontraba su plena expresión en el funcionamiento del nuevo municipio, pues sustraía del accionar social los problemas de trascendencia nacional, de carácter programático o proyectual. No se buscaba la total desactivación social, pues al contrario ella era estimulada, insistiéndose en la importancia de incorporarse a las organizaciones de distinto signo formadas a instancias del municipio o de los organismos gubernamentales que actuaban en conexión con éste. No obstante, dicha activación era 433 434 435
El Cabildo de Santiago (revista mensual del municipio), No.1, agosto de 1982 y No.27, oct.1984. El Vecino (Municipio de Pudahuel), No.3, junio de 1988. El Cabildo de Santiago, No.11, junio de 1983.
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redefinida, centrándola en los supuestos verdaderos y exclusivos intereses de las personas. La participación ya no debería entenderse como intervención en los debates globales y en las decisiones generales respecto del futuro del país o del rumbo que él debería tomar, sino concentrarse en sus intereses concretos, como señalaba Melero. Por ello constituía todo un acierto de la Constitución, según el alcalde de Providencia, Herman Chadwick, el haber sabido “dividir muy claramente lo que era la política comunal de la política nacional y dividir la forma de gobernar ambos campos: el Presidente de la República, el Congreso, salvo algunos designados, serán los que den la política nacional y serán elegidos por sufragio universal directo…ante los problemas locales..un sistema diferente de generación de autoridades: el Consejo de Desarrollo Comunal…la pirámide de participación en la base culmina en el alcalde de la comuna”436. Esta forma de participación evitaba, según Bombal, las decisiones cupulares en el órgano de expresión natural de la sociedad, generando de verdad una gestión conectada con la base. Tal fue el estilo que trató de imprimirle a su administración, a pesar que la normativa sobre los consejos comunales aun no estaba lista. Evaluando lo que había sido su gestión de tres años, destacaba su intencionalidad de ser “representativa, social, técnica y participativa. Asentándola en la comunidad misma, en su vecindario, en las entidades y organismos representativos de base comunitaria; en los sectores que constituyen sus actividades económicas más relevantes, industrias, comercio y en sus círculos culturales y deportivos”437. Acorde con esta mirada, desde el municipio se insistía en la necesidad de que los pobladores se agruparan y reforzaran sus organizaciones, pues ese era el camino del progreso. Con tal criterio, la municipalidad impulsó la realización de un “catastro social comunitario”, elaborado por la Unión Comunal de Juntas de Vecinos en combinación con el Departamento de Programación y Control del Área Social del municipio, el cual sirvió, a su juicio, para programar el desarrollo, solucionando las deficiencias comunitarias detectadas. El catastro tenía como finalidad reunir una serie de datos acerca de las sedes comunitarias, como de hospitales, escuelas, etc. para optimizar los planes municipales, como también precisar las situaciones de extrema pobreza y las diferentes formas que ella asumía en la comuna438. La no participación de los vecinos en actividades como éstas, complicaba una eficiente gestión, razón por la cual ellas probaban su importancia. Por ello, el alcalde Bombal llamaba a los pobladores a organizarse y participar: “Las juntas de vecinos, las organizaciones comunitarias funcionales y los representantes de las actividades relevantes, deben robustecer sus cuadros, ya ampliando su base social, redoblando sus quehaceres estatutarios, o también dándose una organización o renovando la que tienen. A este quehacer 436
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Cosas, 2 de dic. 1982. Herman Chadwick era independiente y así fue designado alcalde, pero al año siguiente se integró a la UDI, siendo parte del núcleo fundador y de su Comisión Política. El Cabildo de Santiago, No.20, marzo de 1984. El Cabildo de Santiago, No.27, oct. 1984.
hago un llamado a todo el vecindario de Santiago”439. Esta “sociedad organizada” encontró expresión no solo en las juntas de vecinos –aunque ellas, sin duda, fueron las más importantes en la penetración poblacional–, sino también en el voluntariado, los Comités de Adelanto o en los Centros de Recreación Familiar. Los Comités de Adelanto habían probado, según Bombal, “que pueden sentarse a una misma mesa las juntas de vecinos, el cura de la Iglesia, el comerciante, el director de escuela y juntos resolver problemas de la comuna. El Comité de Adelanto del Barrio es una fórmula muy interesante de participación real”440. Los Centros de Recreación Familiar, por su parte, fueron creados en 1983 como una forma de lograr una mayor participación comunitaria y a través de ésta, un acercamiento de los habitantes hacia la gestión municipal, haciendo un “trabajo de puerta a puerta para convencer a los pobladores de los beneficios de organizarse”441. De acuerdo a su propia información, para 1985 existían 22 de estos centros en diferentes sectores de la comuna, como en la población Juan Antonio Ríos y en las áreas de Santa Rosa e Independencia, logrando incorporar a todo el grupo familiar. Asimismo, estos centros realizaban cursos para dirigentes, a través de campamentos de veranos y cursos específicos, como el convocado en julio de 1985, en el cual participaron 58 pobladores seleccionados de los centros existentes; programándose un segundo curso destinado a la preparación de sesenta nuevos dirigentes poblacionales. Como es posible observar, desde el municipio Bombal se transformó en la cara visible de la invitación a una nueva sociedad, en la cual sus jefes comunales buscaban el contacto con los pobladores y los incorporaban al gobierno local, creando una “democracia de base”. Tal fue el sentido de la convocatoria a un cónclave comunal, denominado por el alcalde de Santiago como un verdadero “Cabildo Abierto”, en el cual la comunidad se encaminaba “hacia una plena participación”. A él asistieron dirigentes de juntas de vecinos, de los comités de adelanto de barrios, del comercio, de la industria, de las pergoleras, de los trabajadores de la Vega Central, entre otros, pues a su entender: “El poder social es la facultad de los cuerpos intermedios de la sociedad para desarrollarse con legítima autonomía hacia la obtención de sus fines específicos, poder que está llamado a convertirse en el cauce orgánico más importante de la expresión ciudadana”442. En otras palabras, a través del funcionamiento municipal, fue posible para representantes del gremialismo entrar “asépticamente” al mundo poblacional, toda vez que no lo hacían en calidad partidaria. Dicha penetración implicó la conformación de bases sociales de apoyo, toda vez que las organizaciones formadas, lo fueron bajo el alero de la municipalidad y sin autonomía desde que los dirigentes vecinales no eran elegidos, sino de confianza de las 439 440 441 442
El Cabildo de Santiago, No.11, junio de 1983. Cosas, 26 de enero de 1984, p. 58. El Cabildo de Santiago, No.32, marzo de 1985, No.37, agosto de 1985. El Cabildo de Santiago, No.19, febrero de 1984. Según el MIR, este cabildo fue una respuesta a los “cabildos populares” que comenzaron a realizarse en las poblaciones como actos preparatorios del Paro Nacional que la izquierda rupturista preparaba. El Rebelde en la clandestinidad, febrero de 1984.
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autoridades comunales, leales suyos. Debe recordarse que desde el momento del golpe se eliminaron las elecciones directas a nivel comunal, de modo de controlar las organizaciones comunitarias y territoriales, designando en sus directivas personas incondicionales del régimen. Así se lo señaló expresamente la periodista al alcalde de Santiago, instándolo a precisar de qué manera elegían a la “gente representativa”, a lo cual respondió que ya se establecerían los mecanismos por los cuales la gente estuviera representada, pero lo importante era que “un Miguel Ananías es respaldado por todo el comercio de Patronato… Manuel Cuesta, cuarenta y cinco años comerciante de Mapocho o dona Berta Valdivieso, cincuenta años de florista… En fin, gente que por su peso, por su esfuerzo..representa la realidad del sector”443. Igual situación ocurría con los dirigentes poblacionales de distintos centros sociales, formados por el municipio. Más aun, esta forma de definir la participación tenía implicancias materiales, ya que ella suponía hacer llegar sus necesidades y enterarse de la capacidad real de su órgano comunal, esto es, era necesario acercarse a las instancias comunales si se querían obtener respuestas positivas a sus demandas. Como veremos un poco más adelante, tomar conocimiento y acceder a los beneficios sociales entregados por el gobierno a través de las municipalidades requería de una comunicación con ella, lo cual de alguna manera obligaba a los vecinos a acercarse y usar sus herramientas. El papel de los alcaldes fue el de dar cuerpo y contenido a la penetración del mundo de las poblaciones, pues su trabajo fue el de organizar a los pobladores, de modo que ellos se convirtieran en sus propios agentes de desarrollo, con ayuda del municipio, el que debía ser visto como su aliado. En ese sentido, la forma utilizada era similar a lo que fue la promoción popular desarrollada por la Democracia Cristiana, la cual llevó a cabo un primer despliegue organizativo entre los pobladores, bajo la tuición de la Consejería de Promoción Popular. Esta vez, esa tuición directa la tenía el alcalde designado y aunque él dependía del Intendente Regional y del Presidente de la República, quien asumía la visibilidad del proceso organizativo era el jefe comunal y, por ende, aquel con más posibilidades de generar lealtades sociales. La principal expresión de esa forma de participación la iban a constituir los CODECOS, toda vez que en ellos estaría representada toda la comunidad organizada, en tanto instancia superior. Aunque la ley orgánica no estuvo lista hasta 1988, durante el período previo los CODECOS estuvieron funcionando en forma “aproximada”, según Bombal. De acuerdo a la Constitución estos organismos estarían conformados por las organizaciones territoriales, las funcionales y las actividades relevantes. Entre las primeras estaban las juntas de vecinos, centros de madres, asociaciones de propietarios y organizaciones de dirigentes. Las funcionales eran aquellas con personalidad jurídica y que no perseguían fines de lucro, tales como instituciones de educación de carácter privado, centros de padres y apoderados, organizaciones del voluntariado, clubes deportivos y organizaciones privadas. Las actividades relevantes hacían referencia a aquellas calificadas como tales por el 443
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Cosas, 26 de enero de 1984, p. 58. El énfasis es nuestro.
COREDE en consideración al volumen de su producción de bienes y servicios, los aportes tributarios y los niveles de empleo generados. Entre estas organizaciones no tenían derecho a participar las actividades de naturaleza gremial o sindical y de la administración pública. El interés por los CODECOS se relacionaba con las atribuciones que la ley les reconocía, las cuales fueron precisadas en 1988, y por el carácter aparente de amplia representación. Los Consejos Comunales propondrían al COREDE una terna para nombrar al alcalde –el cual no sería elegido por todos los vecinos–, podría fiscalizar su gestión, como proponer su remoción, aprobar el plan comunal de desarrollo y presupuesto municipal, los proyectos del plano regulador y sus modificaciones, permisos municipales, concesiones, enajenación o traspaso de dominio de bienes inmuebles municipales, etc. En pocas palabras, la gestión del municipio. El gremialismo abogó durante los años ochenta por la pronta aprobación de un proyecto que estuvo en manos de la Junta y que fue retirado de ella, sin explicación. Para ellos era fundamental que estos consejos entraran en funcionamiento antes del plebiscito para consolidar el nuevo tipo de “democracia”, la cual enfatizaba la presencia de todos los actores comunitarios. Cuando se convirtió en realidad, expresó cabalmente la naturaleza indirecta de la intervención vecinal, toda vez que las organizaciones comunitarias debían inscribirse en el municipio, quien confeccionaría una lista de ellas y de las personas de actividades relevantes y las enviaría al COREDE, el cual confeccionaría el listado definitivo. Posteriormente, se citaría al municipio a los representantes de dichas organizaciones y se elaborarían las ternas, una por cargo “para designar de éstas a los miembros del CODECO... De esta forma, el Codeco de Pudahuel se convertirá en una herramienta para que los vecinos no sean meros espectadores, sino que, por el contrario, forjen su propio destino”444. Finalmente, el Consejo quedaría conformado por ocho representantes designados de las organizaciones territoriales y el mismo número de las funcionales y dieciseis de las actividades relevantes. Como es evidente, no solo el poder de intervención en manos de los cuerpos vecinales sería muy pequeño, sino dependiente del COREDE y del propio municipio que elaboraba las ternas finales, designando a sus miembros. A esto hay que sumar que dentro de las organizaciones funcionales estaba el voluntariado –abiertamente oficialista–, del cual podía elegirse legítimamente los representantes. En pocas palabras, la organización y la participación carecían de toda autonomía, pues estaban ligadas al municipio y llegarían al Consejo de Desarrollo Comunal solo aquellos que respondieran a la confianza de dicho órgano. En ese sentido, la participación suponía dirigentes leales a los intereses comunales y, por ende, del alcalde. No obstante la importancia que tuvo este plano de la acción alcaldicia y comunal, una de las que rindió mayores frutos clientelísticos fue el poder de acción social que concentraban 444
El Vecino (Pudahuel), No.3, junio de 1988. El énfasis es nuestro. La demanda por la normativa de los CODECOS, H. Chadwick y M. Errázuriz, Cosas, 20 de mayo de 1982, p. 38 y 5 de mayo de 1983, respectivamente.
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las municipalidades. Como es sabido, se las autorizó para enfrentar el problema de los numerosos campamentos existentes en las distintas comunas del país; a la vez que se canalizaba a través de ellas la ayuda gubernamental a la cesantía y la extrema pobreza. Tales atribuciones significaron que la cara visible de la solución a algunas necesidades apremiantes radicara en el gobierno comunal. No obstante, tan importante como esta amplitud de funciones fue el estilo que cada alcalde le imprimió a su gestión y la publicidad asociada a ella. En ese sentido, nuevamente Bombal fue el alcalde estrella. Si bien varios municipios publicaban una revista como medio de promocionar la actividad realizada, durante el período de Bombal la Municipalidad de Santiago destacó en ese terreno, no solo por la calidad del impreso, sino por el estilo característico, el cual buscó un acercamiento cariñoso con los vecinos. Todos los editoriales fueron escritos por este alcale gremialista y, además, en un tono de complicidad y familiaridad. Esto fue a la par de su vínculo con los pobladores –especial, aunque no exclusivamente con quienes trabajaba– con los que trataba de establecer una relación de cordialidad y cercanía, y no de distancia. En ese sentido, Bombal puso en evidencia tanto la influencia de Guzmán como las directrices emanadas del propio Pinochet respecto de los rasgos de la nueva generación de alcaldes. Como ya se ha señalado, Guzmán pretendía revertir la lejanía de la derecha respecto del mundo popular, buscando redefinir su identidad, razón por la cual centró su formación sobre los jóvenes, pues resultaban más moldeables a una nueva forma de entender la lucha política, mucho más activa y menos cupular. El general Pinochet, por su parte, también estableció con claridad el tipo de dirección comunal que buscaba: “La tarea del alcalde será en el terreno, en la población, en la escuela municipalizada, en los problemas que surgen en cualquier momento dentro de su jurisdicción. Es allí donde debe estar primero que nadie el alcalde”445. A un año de su nombramiento, Bombal se destacaba por seguir fielmente esta línea: “El pasado 28 de junio, cuando los santiaguinos vivían dramáticos momentos y las aguas del Mapocho desbordadas y desafiantes, parecían querer arrastrar todo lo que encontraban a su paso, las imágenes de la televisión mostraban al alcalde de Santiago, literalmente con medio cuerpo dentro del barro, tratando de evitar lo que parecía un inminente desastre. Esa imagen mostró a un Carlos Bombal menos formal, una autoridad que está ‘donde las papas queman’”. Ello volvió a quedar en evidencia a raíz del terremoto de marzo de 1985, cuando una de las comunas más afectadas fue la de Santiago, dada la existencia de muchos edificios y casas antiguas en muy mal estado. En esa ocasión, Bombal recorrió personalmente las calles de su comuna, pasando a visitar a los pobladores: “¡Doña Rosa! ¿Cómo está usted?. –Ay, don Carlos, ¡qué gusto verlo! –Pasé a visitarla para ver cómo le fue con el terremoto”446.
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El Cabildo de Santiago, No.28, noviembre de 1984. Más detalles sobre la redefinición identitaria derechista se abordará en la siguiente sección. Qué Pasa, 29 de julio de 1982, p. 18. Esta descripción alude a los temporales que afectaron a la zona central de Chile en 1984. La última cita en Cosas, 21 de marzo de 1985.
Uno de los problemas al que se dio prioridad fue el de los campamentos. Como se mencionó, para 1981 existían once campamentos en dicha comuna, la cual hasta antes de la reforma municipal, incluía sectores como Independencia, Estación Central o Recoleta. Utilizando las nuevas normativas que entregaban este problema a los alcaldes dotados de amplios recursos, Bombal inició la lucha por la eliminación de los campamentos a través de la construcción de casas en otras comunas, donde los pobladores serían “erradicados”. En septiembre de 1982 se anunció a los pobladores que serían beneficiados con 3000 viviendas que construiría el municipio para ellos, noticia que fue anunciada por el propio alcalde a los moradores de los campamentos. El programa contemplaba dos etapas: una que comenzaba inmediatamente y que permitiría hacer las entregas correspondientes en marzo de 1983, beneficiando aproximadamente –según la información alcaldicia– a 1758 familias de diez campamentos, y una segunda en la que se construiría el resto. Para ello, la municipalidad llamó a propuesta pública a empresas constructoras, de las cuales resultó beneficiada la constructora Fe Grande, que se encargaría de construir seis villas, cada una con 250 casas. La empresa Bío Bío, por su parte, se preocuparía de una séptima villa con 258 viviendas. Ambas estarían listas en marzo. A fines de ese año de 1982, se llamó a una nueva propuesta para las mil casas restantes, con lo cual “la Municipalidad espera llegar a completar la meta de tres mil viviendas necesarias para dar solución habitacional a todos los pobladores de los once campamentos de la comuna”447. Estas villas serían levantadas en el 12.500 de Av. Santa Rosa, en la comuna de La Granja, que sería su lugar de destino, y cada vivienda tendría 18 m2. construidos, de material firme en terrenos urbanizados; mientras que en el caso de la empresa Bío Bío lo haría en San Bernardo. Los pobladores deberían cancelar, “de acuerdo a sus posibilidades, durante 12 años, cuotas mensuales entre $800 y $1200.–. Atrás quedarán pozos negros, el barro y el frío que se entraba por entre las rendijas de las mediaguas. Será el comienzo de una nueva vida”, sentenciaba la propaganda comunal448. Los pobladores entrevistados recibieron con alegría la buena nueva, ya que “es la única posibilidad que tenemos de elevar nuestro nivel de vida” –señalaba María Rodríguez– porque “Lo primero que nos saluda en la mañana es el olor de los baños. Es justo a la hora del desayuno. Muchas veces no puedo tomarlo de asco… ¡Cómo no voy a estar, entonces, contenta con la noticia!”, decía Cecilia Tapia, del campamento Nueva Lo Valledor. De todas formas surgían algunas dudas de parte de otros pobladores, como de aquellos preocupados por los colegios para sus hijos, pues todos ellos asistían a alguno de la comuna de Santiago. Según se decía, era responsabilidad del municipio resolver las necesidades educacionales y de salud del grupo familiar beneficiado, aunque según el anuncio hecho el equipamiento comunitario solo contemplaba una sede, canchas deportivas y un policlínico. En noviembre de 1982 se iniciaron los trabajos, explicándole a los pobladores cómo sería su nueva casa y la forma 447 448
El Cabildo de Santiago, No.2, sept. de 1982 y No.5, dic. 1982. El Cabildo de Santiago, No.3, oct. de 1982.
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en que podrían arreglarla, considerando los metros construidos y el número real de hijos existentes. El tamaño de las soluciones habitacionales del régimen militar fue establecido con independencia del número de integrantes de la familia, por lo cual se “enseñaba” a los pobladores la mejor forma en que podrían adaptarse a las nuevas condiciones: “Sala de estar en el día y dormitorio en la noche. Las camas [deben ser] simples soportes del colchón. Deben ubicarse a la pared para poder apoyar los cojines que darán color a la sala.. Los cojines cumplen una función muy importante, quitar la sensación de cama a este nuevo mueble.. Además de ser una solución práctica por un problema de espacio, es una forma rápida y económica de amoblar la sala…todo depende del ingenio para elegir los géneros…Si por la noche se espera visita, los ocupantes de las camas de la sala utilizarán por ese rato la cama del dormitorio principal”449. Esta forma de enfrentar el problema habitacional era consistente con el neoliberalismo, en tanto se abordaba la extrema pobreza, a la vez que se trataba de inducir en los pobladores un espíritu de autoayuda y de conformidad, al mismo tiempo: a pesar que la vivienda recibida sería muy estrecha para sus moradores, era posible hacerla acogedora. Debe considerarse que estas políticas iban a las par de las que desarrollaba el voluntariado, especialmente el dependiente de la Secretaría de la Mujer que impartía cursos en que, según explicaba una pobladora “nos preparan para recibir la nueva casa: nos enseñan orden, limpieza y cuidado de los niños”. De hecho, el voluntariado era preparado para cocinar para un grupo familiar con los mínimos elementos disponibles (la “cocina bruja”), adiestramiento que debían trasmitir a los pobladores y en cada número de la revista municipal se enseñaban recetas de bajo costo450. El 11 de marzo de 1983 se entregó la población “Santiago de Nueva Extremadura”, ubicada en el paradero 29 de Santa Rosa, beneficiando a 4000 familias y 20000 personas de los campamentos Lautaro, Bonilla, Lo Ruiz, Lo Valledor Norte y San Juan. A comienzos de 1984, los pobladores del campamento Isabel Riquelme fueron los elegidos para recibir las 588 viviendas sólidas, mientras los habitantes de la Población Limay, ubicada al interior del Cementerio General, recibirían las 185 restantes, que completaban las 773 que terminaban con los campamentos en la comuna de Santiago, los que serían erradicados a las comunas de La Granja y La Florida. El “éxito” de la política habitacional, en palabras de Bombal, “demuestra los resultados positivos que produce la estrecha interrelación participativa entre el municipio y su comunidad, representada por su organización comunitaria, Unión Comunal de Vecinos, organizaciones intermedias funcionales y entidades representativas de sus actividades económicas relevantes”451. 449 450 451
El Cabildo de Santiago, No.4, nov. de 1982. El Cabildo de Santiago, No.2, sept. de 1982. El Cabildo de Santiago, No.9, abril de 1983; No.19, febrero de 1984 y la cita en No.21, abril de 1984. El terremoto de marzo de 1985 dejó 50.000 damnificados con diversos daños en sus casas, en once albergues. Para enfrentarlo, Bombal llamó a la campaña “Un techo para Santiago” y creó la Corporación de Desarrollo de Santiago con participación activa del sector privado. Pronto, se cerraron (Continúa en la página siguiente)
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Estas medidas fueron reforzadas por el ministro de Vivienda y Urbanismo del período, Miguel Angel Poduje, quien evaluaba como todo un éxito la política habitacional del gobierno, pues para 1986 solo quedaban, según su información 147 campamentos en la Región Metropolitana con miras a cero, estando especialmente orgulloso “con la entrega de vivienda al 30% más pobre de Chile”. Hacia el momento de la realización del plebiscito en 1988, la entrega de viviendas se aceleró452. A pesar de estas erradicaciones, el problema de la pobreza habitacional no desapareció de la comuna, toda vez que existían otras expresiones además de los campamentos. Una de ellas la constituían los denominados “cités y conventillos” aun subsistentes. Hacia fines de 1985 fue anunciado un nuevo programa social del Departamento de Organizaciones Comunitarias de la municipalidad destinado a enfrentar la realidad de ese tipo de vivienda, provistas de un toque de “tradición”, que el alcalde quería conservar, razón por la cual no se decidió su demolición, sino su “rehabilitación”. Según la mirada de Bombal esos barrios históricos eran irremplazables: “Mire ese cité... ¿y ve esa calle? Si es como una calle de pueblo, es como provinciana. Tiene un valor enorme”453. Se ideó un plan piloto en los cité de la 6ª. Agrupación Vecinal, en los que se estimuló la creación de comités de progreso, los que realizaron reparaciones mínimas para atraer la ayuda de los vecinos. Como resultado de ello se instaló una puerta de acceso, luz interior y planchas de zinc en los techos en malas condiciones, acciones financiadas por los propios vecinos. Como señaló el Coordinador de Agrupaciones Vecinales, Ricardo Herrera: “Los residentes de los cités han tomado conciencia de que ellos son los únicos capaces de solucionar su problema habitacional”454. Considerando los resultados obtenidos se elaboró un programa para abordar de modo más sistemático este problema como el de los conventillos. Este plan, según Bombal, mejoraría la vida de casi 40 mil personas (13.000 familias) que ocupaban 1168 cités y conventillos455. Por último, en materia de urbanismo hubo una tercera estrategia relacionada con el mal estado de muchas calles, avenidas, plazas y edificios de la comuna. Para ello, Bombal creó los “Comités de Adelanto Vecinal”, los que agruparían a todos los representantes de cada uno de los barrios elegidos para esta nueva ofensiva, como fueron Mapocho, Cumming–Alameda, San Ignacio, Estación Central y Avenida Matta. La finalidad de esos comités era que “la propia comunidad representada por vecinos de un barrio, determine sus necesidades y con el concurso del municipio busque una solución a sus problemas. Aquí es
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los albergues de emergencia. Véase esta misma revista, No.35, junio de 1985. Acciones similares realizó Francisco Bartolucci en los cerros de Valparaíso, en el plan “mano a mano”, Qué Pasa, 15 de octubre de 1981, p. 19. Cosas, 20 de mayo y 11 de diciembre de 1986, y 23 de junio de 1988. Cosas, 21 de marzo de 1985. El entusiasmo del alcalde fue enfrentado por la periodista que le señaló: “perdóneme alcalde, pero esas casas están en el suelo”. El Cabildo de Santiago, No.38, sept. de 1985. El Cabildo de Santiago, No.39, oct. de 1985.
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donde el dirigente de la Junta de Vecinos actuará. Su misión es conectar al comité con las autoridades edilicias”. El primero en constituirse fue el de Mapocho, para lo cual se convocó a las directivas del Mercado Central y pergoleras, como también a representantes vecinales, entre otros; más tarde fue el Comité de Adelanto de San Diego, que reordenaría el comercio callejero, abordaría el problema de la locomoción colectiva, entre otras actividades456. Estos programas fueron complementados con lo que se denominó “El municipio a su barrio” en el cual “El alcalde Carlos Bombal atendió público en audiencias, al tiempo que los directores de las Áreas de Planificación Social, Urbana y Administrativa debieron entrevistarse con una larga fila de vecinos que se acercaron..a demandar una solución para sus diversos problemas”457. En suma, bajo la visible figura de su alcalde, los pobladores de la comuna de Santiago recibieron una solución habitacional que, indepediente de su satisfacción, los sacó de los campamentos. Tal vez más importante que el tamaño o comodidad de la vivienda recibida fue la forma en que ello se hizo, en este caso, tratando de darle un cariz de cercanía, dinamizando al municipio y transformándolo en el gran hacedor. Ello fue acompañado, como hemos visto, de variadas iniciativas, todas las cuales suponían un trato directo con los pobladores, con claros ribetes de populismo. Este accionar, como ha quedado en evidencia, estaba traspasado de corporativismo, el sueño de la sociedad organizada, despolitizada y movilizada tras objetivos comunes. Con todo, el municipio desarrollaba una gama más amplia de acciones sociales, dentro de las cuales el apoyo a niños y madres cumplía un papel central. Desde los inicios del gobierno militar, Lucía Hiriart se hizo cargo del área materno–infantil a través de las distintas organizaciones del voluntariado que dirigía, y especialmente de la Secretaría Nacional de la Mujer. Muchas de esas entidades trabajaban en conexión con los municipios. Una de las creaciones de Hiriart fueron los Centros de Atención Diurna o CAD, conocidos también como Centros Abiertos, los que luego fueron asumidos como parte de las tareas sociales de las municipalidades. Los Centros Abiertos recibían diariamente un número determinado de menores hasta los 6 años, cuyas madres no podían atenderlos durante el día, lugar donde les entregaban alimentación, educación parvularia, ropa, material didáctico y asistencia social para sus familiares. Estando Bombal como alcalde, se mantuvo esta política, constituyéndose en una “preocupación fundamental del área social del municipio”. Para comienzos de 1984 existían siete de estos centros, que dependían de la Comunidad de Ayuda a la Comunidad dirigida por Hiriart, con aportes municipales y atendían a 1300 menores entre dos y seis años, mientras el resto en rangos de edades eran atendidos en cincuenta y un jardines infantiles. De acuerdo a la información comunal, los Centros Abiertos y los jardines infantiles 456
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La cita en El Cabildo de Santiago, No.11, junio de 1983. También Nos. 13,14 y 17, de agosto, sept. y dic. de 1983; y No.22, mayo de 1984. El Cabildo de Santiago, No.37, agosto de 1985.
entregaban alimentación y atención educativa a 2147 niños entre 0 y 6 años. Paralelamente, existían 23 hogares que se encargaban de niños en “situación irregular”, 1781 entre 5 y 10 años, a la vez que habían “CAD que benefician a 780 escolares básicos cuyos padres trabajan o se encuentran en situación irregular”. Considerando su importancia, el municipio tenía planificado dentro de su programa para ese año de 1984, la construcción de otros dos centros abiertos para 120 menores cada uno458. Los Centros Abiertos se constituyeron en una de las ayudas más visibles para las mujeres en particular, y la familia en general, en el marco de una alta cesantía y la imposibilidad de atender siquiera con lo básico a los niños. De acuerdo a información social de la época, para 1987 la ingesta de proteínas entre los pobladores había descendido un 15,9%459. Muchas mujeres que llevaron a sus hijos a los CAD, mientras laboraban en reemplazo de sus maridos o en los mismos programas de empleo del municipio, encontraron en ellos una solución a sus múltiples responsabilidades como madres. Los CAD eran parte de un entramado social asumido por el gobierno comunal, el cual veía los efectos dramáticos que la cesantía y la crisis económica provocaban en la familia y que buscaba utilizar políticamente, cambiando el perfil derechista. Sin abandonar su creencia en la economía de mercado, los niveles de delincuencia y de drogadicción entre los jóvenes, que Bombal ya había tenido ocasión de abordar en la SNJ, se convirtieron en un problema social difícil de eludir. No solo se prepararon constantemente monitores para combatirlo, sino se creó una entidad municipal destinada a ocupar el tiempo libre de esos estratos sociales, como fueron los Centros de Recreación Familiar (1983), los que para comienzos de 1984, realizaban actividades en 40 de las 98 unidades vecinales con que contaba la comuna. Estos centros preparaban dirigentes entre los pobladores para trabajar con niños y adultos, eran “líderes recreativos”, como también monitores para el desarrollo de grupos folklóricos, de danza moderna, coros, deportes y campamentos al aire libre. Durante ese año 450 jóvenes habían participado en uno de éstos, a la vez que se desarrollaron paseos familiares a Peñaflor, festivales de floklore y danza, y campeonatos deportivos, como también se realizaron cursos de orientación familiar460. En pocas palabras, los Centros de Recreación Familiar pretendían tomar el problema social–familiar en su conjunto, percibiendo en las actividades recreativas, “sanas”, fundamentalmente la solución a problemas sociales profundos. Estos centros facilitaban, por otra parte, el acceso a los subsidios entregados a través de la municipalidad, toda vez que un subsidio llevaba a otros. En un comienzo de su gestión, se entregaban a los cesantes, a la mujer embarazada y al anciano inválido. Era clave para los desempleados conocer los requisitos exigidos por la ley para poder acceder a ellos, para lo cual debían acercarse a la municipalidad, pues una vez cumplidas las exigencias debían 458 459 460
El Cabildo Abierto, No.3, oct.1982, y No.18, enero de 1984. Eugenio Tironi. Los silencios de la revolución (Ed. Puerta Abierta:1988). El Cabildo de Santiago, No.20, marzo de 1984; No.32, marzo de 1985 y No.36, julio de 1985.
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presentarse allí e inscribirse en el Registro de Cesantía, obteniendo un certificado que debía presentar en la Caja de previsión a que la persona estuviera adscrita. Antes de recibir el primer subsidio, el cesante debía “ofrecer” sus servicios en un trabajo comunitario, momento en que el municipio le entregaba un certificado que le permitía recibir el subsidio. Asimismo, el municipio implementaba los programas del PEM y el POJH, los que a mediados de 1982 dieron ocupación a 2000 cesantes, jefes de hogar, quienes fueron parte de la recuperación de edificios en mal estado. Entre ellos destacaron la restauración de la iglesia y el museo San Francisco, el edificio del Instituto Nacional Barros Arana y la construcción de las dependencias de la medialuna del club de rodeo “Gil Letelier”. En su defecto, podían realizar los cursos de capacitación ocupacional que también se impartían allí. Todas estas ayudas de alguna manera fueron asumidas por los Centros de Recreación Familiar, desde el momento que ellos concentraban el “ataque” al grupo familiar. Como explicaba su director: “Tomamos al grupo familiar como nuestra meta, como nuestro objetivo en la atención social. Más que darle a un menor el subsidio familiar a que tiene derecho, nos interesa también que el abuelito pueda acogerse a otro beneficio, que el padre siga cursos de capacitación, etc. He ahí la meta de la municipalidad: dar atención integral al grupo familiar. Y evitar la entrega de beneficios en forma individual”461. Como es evidente, el municipio se transformó en “el” lugar donde recurrir en la desesperación frente al hambre y la cesantía, y la vida en la mediagua. Es claro que no todos aceptaron esta ayuda ni fueron cooptados por la “nueva democracia, de plena participación”. Pero, sin duda, otros sí lo fueron, especialmente considerando el insistente trabajo en la formación de dirigentes, cualquiera fuera la ayuda entregada. Asimismo, queda claro el estilo político de la penetración comunal gremialista, con fuertes ribetes populistas, nutrido de corporativismo e imaginarios de armonía social. El clientelismo político que estas prácticas redituarían muestra, por otra parte, ciertas líneas de continuidad con la vieja derecha, a la que tanto se decía despreciar.
3. “Cristianos” por el gremialismo: el combate al marxismo Lo que llegó a conocerse como el “modelo neoliberal” chileno estaba en su pleno apogeo a comienzos de los años ochenta, cuando la estabilización y el crecimiento económico lo habían dotado, a ojos gubernativos, de legitimidad por su capacidad de asegurar el progreso y garantizar la libertad, tal como la entendían los neoliberales. La mejoría había consagrado el principio de subsidiariedad del Estado y la hegemonía del mercado, convirtiendo a la tesis Chicago en un dogma, dada la cientificidad de sus premisas462. Para comienzos de la década 461
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El Cabildo de Santiago, No.1, agosto de 1982, No.4, nov. 1982; No.8, marzo de 1983; No.23, junio de 1984 y la cita en No.28, nov. 1984. Pilar Vergara. Auge y caída del neoliberalismo en Chile (Flacso:1985); Eduardo Silva “Del neoliberalismo (Continúa en la página siguiente)
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el país era arrastrado a la utopía neoliberal. En 1981, no obstante, se hicieron manifiestos los primeros síntomas de la crisis que advenía, la que no siendo atendida con la prontitud y eficiencia necesarias, estalló con furia al año siguiente. Las principales expresiones de ella fueron el abandono del dólar fijo y la devaluación del peso, estableciendo un dólar preferencial para deudores, como la reducción de salarios, modificando las normas sobre reajustes. El desplome de los más importantes índices económicos se hizo evidente, tales como el PGB, el cual decayó un 14,1% entre 1981–1982, y un 0,7% más para 1983; mientras la desocupación pasó de un 11 a un 22,2% en esos dos primeros años y a un 19%, en el Gran Santiago, en 1983. La inflación subió a 20% y 23,1% para 1982–1983. En lo que a este trabajo interesa, el efecto más importante fue la erosión de la arrogancia cientificista que supuestamente acompañaba al modelo, pues los niveles de cesantía y de pobreza destruyeron su credibilidad, generando el ambiente y el espacio necesario para la explicitación general del rechazo social que tal experimento producía. El derrumbe del “milagro” derivó en una crisis ideológica, en tanto destrucción de la utopía de la sociedad autorregulada por el mercado, como en el renacimiento de la sociedad y de la política463. Como explica Moulian, la crisis provocó un cambio en la subjetividad social, tanto entre algunos partidarios del régimen como en la masa popular. Entre los primeros, la pérdida de confianza en la promesa de crecimiento sostenido y con bases sólidas; en los segundos, la disposición a la acción al disiparse el miedo paralizante que el terror dictatorial había instalado desde sus orígenes. La crisis y la crítica abierta terminaron con el mito de la omnipotencia del poder y su infabilidad, pues la tripleta terror–proyecto–poder total se derrumbó. El 11 de mayo de 1983, el llamado de la Confederación de Trabajadores del Cobre a una protesta nacional fue la clarinada que puso a la “masa” en movimiento y señaló el comienzo de una nueva etapa en la dictadura militar pinochetista. Esa noche el país entero protestó, al ritmo de los bocinazos y los golpes sobre las ollas vacías. Uno de los efectos más importantes de la protesta de mayo fue la resurrección de la política y la recuperación ciudadana del espacio público: desde entonces las calles volverían a ser patrimonio suyo y no del oficialismo. Tal realidad ponía en evidencia el fin del monopolio de la palabra, del control de los medios de comunicación y de las convocatorias sociales de que hasta poco antes habían gozado el régimen y los civiles partidarios suyos. La primera protesta nacional anunció formalmente el fin de la unilateralidad y el regreso de la disidencia abierta y el pluralismo. Tal fue el contexto que debió enfrentar el gremialismo a comienzos de los ochenta, muy distinto al planificado cuidadosamente por su líder: a partir de ese momento la competencia política recuperaba su lugar y se volvía un imperativo. Este nuevo escenario fue el que acicateó la creación de comités poblacionales, origen de lo que más tarde sería el Departamento Poblacional de la naciente UDI. Aunque como dijimos,
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radical al neoliberalismo pragmático” en Paul Drake e Iván Jaksic, op. cit. Tomás Moulian. Chile actual. Anatomía de un mito, II Parte, cap. 4, Pilar Vergara, op. cit.
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desde el mes siguiente a la instalación del gobierno militar ya el gremialismo comenzó a desplegar sus redes sobre el mundo poblacional, fueron las protestas las que dieron el toque de alerta sobre su eventual vulnerabilidad en ese espacio y la resurrección de la izquierda marxista revolucionaria, ahora dispuesta a “todas las formas de lucha”. Mayo de 1983 obligó al gremialismo a una adecuación estratégica. Era el momento de recuperar el estilo de combate que los había vista nacer, pues la confrontación era ineludible. Desde nuestro punto de vista, en el problema de la arremetida poblacional de la derecha gremialista existieron dos factores determinantes: la reaparición de la izquierda revolucionaria, y la importancia que asumieron los pobladores en la lucha contra la dictadura en el marco de las protestas y la resistencia popular. Respecto del primer punto, la decisión gremialista de combatir al marxismo tomada a fines de los años sesenta, reconfirmada en los setenta, hubo de reactualizarse en los ochenta en tanto requirió de una acción más enérgica. La penetración del mundo popular había seguido una línea fríamente pensada y calculada según los tiempos que duraría y ofrecería el régimen militar, los cuales fueron alterados radicalmente. La reaparición pública de la izquierda, especialmente del Partido Comunista con la Política de Rebelión Popular de Masas y la creación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, como la masividad de las protestas, devolvieron a los sectores populares su centralidad en la lucha política. A pesar de que en las primeras protestas participaron todos los sectores sociales, las poblaciones se convirtieron rápidamente en las protagonistas, pues eran en parte el refugio de los activistas comunistas y de donde se comenzaron a nutrir las milicias rodriguistas, las Brigadas de Propaganda Salvador Allende, del MIR, como el Movimiento Juvenil Lautaro. La resistencia propiciada por la izquierda miraba como uno de sus actores –junto con los estudiantes– al mundo popular. En ese sentido, dirigentes poblacionales izquierdistas que habían actuado clandestinamente en la década anterior, comenzaron a hacerlo más abiertamente, ya fuera en las ollas comunes o los comedores populares: el PC recuperó su visibilidad y amenazó tácitamente con su habilidad para moverse entre los pobladores y adquirir influencia. Desde ese punto de vista, la creación de comités poblacionales UDI a partir de diciembre de 1983 fue la respuesta gremialista al renacimiento de la izquierda comunista –al menos así se veía en la época– en las poblaciones. De allí que ellos deban ser vistos como parte del combate a muerte que Guzmán y el gremialismo habían declarado a la izquierda. La centralidad de las poblaciones en esta lucha política antimarxista tuvo, sorprendentemente, una expresión muy particular, la que se relacionó con el carácter cristiano que el gremialismo se atribuía como una de sus facetas identitarias. Históricamente, la derecha no se había relacionado con las poblaciones, tendencia que Guzmán se propuso revertir, lo que requería de un nuevo tipo de derechista, dispuesto a salir de su elitario entorno para zambullirse en el mundo de la pobreza. Ello fue lo que trató de hacer en los años setenta desde la formación de dirigentes estudiantiles en la FEUC, como desde la SNJ
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y del FJUN, reivindicando el cristianismo como un rasgo definitorio de la nueva derecha. Tal estrategia, no obstante, se topaba con la Iglesia Católica, erigida como opositora pública al gobierno militar, denunciadora de su política de violación de derechos humanos y, por ende, deslegitimadora del régimen y de sus movimientos de apoyo464. Si en los setenta, más de una vez Guzmán se enfrentó al Cardenal Raúl Silva Henríquez, en los ochenta los “curas poblacionales” se convertirían en un dolor de cabeza, pues ofrecían el principal frente abierto de lucha en las poblaciones, el alero para todas las fuerzas opositoras que allí actuaban, especialmente para la izquierda. En pocas palabras, proponemos que la entrada gremialista a las poblaciones también fue parte de la lucha dentro del mundo cristiano, cuya iglesia era definida por el gremialismo como mayoritariamente marxista. Si en los sesenta el gremialismo combatió a esa iglesia “marxista” en la Universidad Católica, en los ochenta la combatiría en las poblaciones. Comunismo y fe aparecían, a sus ojos, estrechamente unidos. El análisis que Guzmán hizo de la izquierda determinó su claridad para combatirla. Las redes desarrolladas por ella a lo largo del siglo XX requerían de “todas las formas de lucha” para derrotarla. Como explicitó la Declaración de Principios de la UDI: “No pensamos que al marxismo se le derrote con meras prescripciones jurídicas. A ello hay que añadir un sólido combate ideológico, una eficaz acción antisubversiva y un consistente progreso económico–social. Solo el conjunto de estos cuatro elementos será idóneo para derrotar la amenaza comunista y jamás debe caerse en la trampa de quienes pretenden contraponer dichos frentes de lucha en su contra, los cuales deben sumarse de acuerdo a cada realidad histórica”465. A estos planos estuvo dedicado el gremialismo desde su nacimiento, excluyendo a la izquierda constitucionalmente, legitimando la acción de los organismos de seguridad del régimen y pretendiendo que el crecimiento económico a la larga haría al neoliberalismo hegemónico, “porque la miseria y el atraso son caldo de cultivo para el crecimiento del marxismo y el odio de clases”466. El combate ideológico había sido en importante medida asumido por la dictadura, la cual encabezó la guerra en su contra después de 1973, dejando a los gremialistas algunos espacios de difusión y concientización, amén del papel protagónico asumido por Guzmán en materia institucional. Aunque durante los años setenta se hizo de la izquierda un enemigo plenamente vigente en el discurso y en la represión, era obvio su debilitamiento y su escasa capacidad de convertirse en un peligro real. Las protestas cambiaron ese escenario y actualizaron la urgencia del combate ideológico y político, precisamente en los lugares donde él tenía más posibilidades de extenderse, las poblaciones. En ese sentido, había llegado el momento de disputar de verdad con la izquierda las bases 464
465 466
Varios Autores Crónicas de una Iglesia liberadora (Lom: 2000); Jeffrey Klaiber S.J. “Chile (1973–1985): la Vicaría de la Solidaridad y el Acuerdo Nacional”, en Iglesia, dictaduras y democracia en América Latina (PUC Perú: 1997). Qué Pasa, 27 de oct. de 1983, p. 45. Jaime Guzmán en Qué Pasa, 21 de junio de 1984, p. 18.
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sociales, convirtiendo a la UDI en una alternativa creíble para esos sectores, una alternativa al marxismo. Como diría Alfredo Galdámez, dirigente de la Población Juanita Aguirre, unos años más tarde: “Se ha elaborado el mito que ser poblador es ser de izquierda. La UDI nació para destruir ese mito”467. Detrás de esta disputa política estaba la defensa gremialista del proyecto de economía de mercado y de democracia protegida que había logrado imponer entre las otras facciones derechistas y que en los ochenta debería hacerse carne en toda la sociedad. El marxismo nunca estaría realmente derrotado si la sociedad en su conjunto no estaba convencida de las ‘bondades’ del modelo. Esa era la razón del interés por los pobres, pues de ellos dependía el “consenso mínimo” que exigía el gremialismo, un consenso que debería surgir, no de las cúpulas, sino “desde abajo”. Esto implicaba contar con presencia propia en las poblaciones y no solo la que brindaban los alcaldes y los organismos gubernamentales, especialmente cuando las protestas hicieron evidente la enorme ira que existía entre los pobladores. Para ello se requería de una gama de militantes que quisieran hacer del trabajo poblacional una parte esencial de sus actividades políticas, es decir, se necesitaba un nuevo tipo de militante derechista. La influencia sobre los jóvenes buscaba eso precisamente, tarea a la que se abocó Guzmán en los setenta y en la que, a pesar de sus avances, no había logrado un éxito como el que esperaba. Como señalamos en la primera sección de este capítulo, uno de los lamentos de los dirigentes gremialistas a comienzos de esta década, antes incluso del estallido de la crisis, era la indiferencia de la juventud de clase alta respecto de su prójimo, concentrados en sus estudios o en divertirse. A la queja de Andrés Chadwick, a la que hicimos alusión, se sumó la del presidente de la FEUC en 1981, Mikel Urquiza, quien criticaba a la juventud su falta de espiritualidad, pues “al momento de elegir entre actividades culturales o deportivas, se escoge algo que dé dinero para comprarse un auto o una televisión en colores, es decir, llevar una vida frívola”468. Esto era resultado, a su juicio, del “bombardeo de cosas materiales que estamos soportando día a día”, a lo que se sumaba una universidad profesionalizante que formaba jóvenes para estudiar, aprobar las cátedras y llegar a ser gerentes, una “mentalidad tecnócrata”, olvidando que el ser humano era un ser integral. A la misma conclusión llegaba Longueira, frente a un estudiantado, a su juicio, “egoísta”. Si ese era el diagnóstico de los propios dirigentes gremialistas, la posibilidad de enfrentar a la izquierda se volvía complicada, pues debía profundizarse la formación, a la que tanto tiempo le había dedicado Guzmán. La antigua derecha laica se alejó del mundo social, pagando un alto precio político por ello, destino contra el cual luchaba el gremialismo, buscando crear un nuevo militante de derecha. En parte su nueva identidad debía nacer de su carácter católico, rasgo que debía ser un acicate para la preocupación por la pobres, como lo había sido Miguel Kast, economista neoliberal–gremialista a cargo de ODEPLAN, desde donde se implementaron las políticas 467 468
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Qué Pasa, 19 de junio de 1986, p. 44. Qué Pasa, 18 de junio de 1981, p. 36.
contra la extrema pobreza. Guzmán buscaba ese tipo de militante o simpatizante UDI, un católico de derecha que, aun siendo neoliberal, estuviera dispuesto a pensar en el prójimo, a resistir el bombardeo material–consumista lanzado por la publicidad neoliberal, recalcando la importancia del “espíritu de servicio”. Esto en parte explica su interés por los “independientes”, por personas que no hubieran tenido una militancia previa y trajeran una visión “distorsionada” de la política, como de derechistas con un ‘reconocido’ espíritu cristiano. Tal fue el caso de Juan Carlos Bull, crítico de la vieja derecha y de los sectores altos, pues “¿cuándo se han preocupado de los problemas que arrastran los pobladores hace años?”, o de Pablo Longueira, ignaciano, activo en los trabajos sociales estudiantiles469. Un claro exponente fue Maximiano Errázuriz, ex diputado del Partido Nacional en los últimos meses de la Unidad Popular, quien se incorporó a la UDI en 1983, porque “siempre he estado con los más necesitados y los más pobres… Me gusta la tranquilidad que da el campo, también destino mucho tiempo a la acción social. Normalmente los sábados y los domingos voy a reuniones con juntas de vecinos y centros de madres... Conozco sus problemas y me voy empapando de lo que es esa realidad tan importante. Porque cuando Dios a uno le ha dado el privilegio de tener una formación universitaria y un título profesional, tiene la obligación de retribuir a los demás en alguna medida lo que ha recibido. Es ahí donde se descubre en el poblador, en el campesino, en el hombre modesto, valores extraordinarios… Por eso procuro en la universidad crear conciencia”470. Empaparse del otro, esa era la forma de re–educación de la derecha, la cual debía volverse activamente cristiana. En ese sentido, debía arrebatar a la Democracia Cristiana su asociación con los pobladores, quienes fueron identificados como el nicho para ingresar a ese mundo. La UDI entraría a las poblaciones buscando a pobladores antimarxistas, ex militantes DC o derechistas, quienes servirían como vehículos de penetración, usando las conexiones ya establecidas con dirigentes vecinales a través de la SNJ y las municipalidades. Tal estrategia se hizo clara a los pocos meses de que la UDI comenzara a crear sus comités poblacionales –a los cuales ya nos referiremos–, cuando percibieron que la fuerza política más importante en las poblaciones eran los comunistas, quienes ocupaban cargos en los clubes deportivos, en las juntas de vecinos o en los centros de madres. Como explicaba el Secretario Ejecutivo de la UDI, Ignacio Astete: “Está la izquierda y estamos nosotros, y la iglesia…lo que quiero decir es que el Partido Demócrata Cristiano no existe en las poblaciones. La gente a la que llegamos nosotros es la que simpatizó alguna vez con la Democracia Cristiana, que se siente abandonada y dejada de lado”471. De acuerdo al testimonio de Pablo Longueira, la mayoría de los habitantes de poblaciones que se acercaban a la UDI eran “líderes antimarxistas, muchos de ellos ex demócrata cristianos”. Esto sucedía, según 469 470 471
Cosas, 22 de sept. de 1983, p. 86 y 19 de nov. de 1981, p. 48. Cosas, 2 de mayo de 1985, p.47. Carolina Pinto, op. cit., p. 129. La cita en Cosas, 4 de oct. de 1984, p. 65.
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la argumentación gremialista, porque ese partido había dejado de encarnar los principios por los que algunos sectores populares habían adherido en los años sesenta, cuales eran la promoción popular y su marcado sentido antimarxista. De acuerdo a las palabras de Astete en el artículo que recién citamos, durante un tiempo la DC había representado una opción importante para los pobladores, la que se había ido desfigurando. Tal evaluación se deducía de su connivencia con sectores marxistas, como lo demostraba la actitud de los dirigentes democratacristianos quienes, en las palabras de Jaime Guzmán “se han colocado, a través de la Alianza Democrática, en una posición de clara tendencia izquierdista, que no representa el pensamiento de su electorado..Aunque la Demoracia Cristiana ha dicho que no hará alianzas con el Partido Comunista..ha expresado que propicia su legalización y ha concertado entendimientos con fuerzas marxistas dentro de la Alianza Democrática, lo que nos parece muy negativo. Aunque esas fuerzas no se apelliden de leninistas, cualquier definición política marxista es irreconciliable con la democracia”472. En ese sentido, la resurrección de la política producida por las protestas reconfirmó, haciendo más patente que nunca, el distanciamiento del principal partido de centro respecto de la derecha, un drama que tenía su origen en los años sesenta, cuando el gobierno de Frei Montalva prosiguió con su programa presidencial, a pesar del apoyo que la derecha le brindó en la elección de 1964. La Democracia Cristiana se había definido como un partido cristiano–católico no confesional y partidario de las transformaciones estructurales, pero también muy antimarxista. La realización de la reforma agraria la transformó a los ojos de la derecha oligárquica y de la nueva derecha gremialista y del Partido Nacional, en cripto comunista, habiendo resultado falsa la premisa que evitaría la inminencia de un gobierno marxista. El triunfo de la Unidad Popular no hizo sino confirmar que Frei solo había sido el “Kerensky chileno”473. Los años de gobierno socialista permitieron un acercamiento estratégico entre la Democracia Cristiana y las derechas, el cual se rompió a pocos meses de ocurrido el golpe de Estado, cuando ese partido hizo sus primeras tímidas críticas a la violación de derechos humanos del régimen militar, recobrando, a ojos derechistas, su ‘naturaleza comunistoide’. Al reanudarse la lucha política en los ochenta, la Democracia Cristiana, según el gremialismo, no hizo sino confirmar esta tendencia al establecer alianzas políticas con sectores marxistas y erigirse en cabeza de la oposición al gobierno del general Pinochet. La afirmación UDI de que la Democracia Cristiana había desfigurado sus principios y dejado de encarnar las aspiraciones de los pobladores tenía un largo historial. Quien expresó de forma más explícita ese pensamiento fue el dirigente UDI, Alfredo Galdámez, quien explicó la interpretación que ellos tenían de la historia de ese partido: “Debemos reconocer que la Democracia Cristiana en algún momento fue intérprete de esos sectores y debemos recordar que organizaron el partido, precisamente sobre la base de la prebenda esa, y los centros de madres y las juntas de vecinos y la gente… 472 473
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Qué Pasa, 6 de oct. de 1983, p. 34. Verónica Valdivia O. de Z. Nacionales y gremialistas, caps. 1–4.
en algún momento se sintió interpretada por ese partido. Además, el sector campesino es muy tradicional, y por ser un sector tradicional es un sector muy contrario al marxismo. Entonces la Democracia Cristiana se planteó en esa época como una alternativa frente al marxismo y obtuvo un gran arraigo en los sectores poblacionales en esa posición, porque la gente veía actuar al marxismo, veía actuar al Partido Comunista; entonces la Democracia Cristiana se le enfrentaba y era la alternativa. Pero cuando empezaron a darse cuenta de que la Democracia Cristiana no era tan definida como aparecía en sus declaraciones y sus principios. Los empezaron a ver en las elecciones juntos. Entonces, cada día se dieron cuenta que ese partido no los representaba, porque la gente, por lo general en la población, o es comunista o es antimarxista”474. De este tipo de habitantes de las poblaciones se nutriría la UDI, pues allí se expresaba en toda su amplitud la lucha entre marxismo y democracia. Para los gremialistas, la Democracia Cristiana no era, bajo concepto alguno, una barrera al comunismo, por lo cual la “democracia” solo los tenía a ellos como defensores. La irrupción en las poblaciones era un imperativo. El estallido social ocurrido a partir de mayo de 1983 ofreció un nuevo argumento, pues las zonas marginales de la capital se convirtieron en el hervidero más bullente de las protestas. En las tres primeras jornadas participaron sectores sindicales, estudiantiles, profesionales, sectores medios barriales y pobladores, los que utilizaron distintas formas de lucha, tales como paros, ausentismos, asambleas, “cuchareos” en las universidades, bocinazos, caceroleos, ayunos, etc. Si en mayo el gobierno fue sorprendido por la dimensión del fenómeno, a partir de junio de 1983 ésta se expandió, sumando grupos y estimulando la articulación de propuestas y manifiestos. Para agosto, la protesta se había convertido en nacional y era “un instrumento del cual se ha apropiado el pueblo que quiere expresar su descontento”475. De acuerdo a los estudiosos de estas jornadas, fue en ese momento cuando comenzó a visualizarse la distancia entre las expresiones poblacionales y las de otros sectores, alcanzando los primeros una clara autonomía respecto de la Alianza Democrática. En parte ello fue resultado de la situación que se fue generando en las poblaciones, toda vez que la acción represiva del régimen las volvió a convertir en una de sus favoritas, realizando brutales allanamientos que hacían recordar los primeros meses después del golpe. Desde el punto de vista que aquí interesa destacar, en las poblaciones comenzaron a aparecer formas de lucha más radicales y de autodefensa frente a los allanamientos, las cuales implicaron un recrudecimiento de la represión y de la espiral de violencia. Durante la 5ª. protesta –la de septiembre– y toda esa semana, las protestas se concentraron en la periferia de la capital y convocaron fundamentalmente a los jóvenes de las poblaciones, mientras los sectores medios se replegaron. La protesta de septiembre había sido convocada solo por el MDP, alianza que estaba desarrollando una “estrategia de escalamiento, consistente en ir aumentando 474 475
Qué Pasa, 19 de junio de 1986, pp. 42–43. Gonzalo de la Maza y Mario Garcés, op. cit. En esta parte, nos basamos en este trabajo.
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la duración de las protestas e intensificando los niveles de violencia”476. La conjunción de la estrategia rupturista de la izquierda agrupada en esa coalición y la respuesta represiva del régimen explican la importancia que las poblaciones adquirieron dentro de la política del país y que acicateó a la UDI a reforzar su ofensiva sobre dichos sectores sociales. Dada esta situación, no es extraño que fuera septiembre de 1983 el mes del nacimiento del partido gremialista y de la creación de sus primeros comités poblacionales en La Pincoya. Según Carolina Pinto, el trabajo poblacional utilizó los contactos ya establecidos a través de la SNJ y de los municipios, aprovechando las “amistades” ya hechas, retomando los lazos con dirigentes comunales y vecinales. No obstante, tales contactos eran inexistentes en poblaciones emblemáticas de la izquierda, como La Victoria o La Legua, lugares donde debía darse la batalla. Por ello se habría escogido como plan experimental la población La Pincoya, en Conchalí, lugar donde se formó el primer comité poblacional de la UDI el 16 de diciembre de 1983. Más tarde, se crearían otros en la José María Caro y en otras poblaciones de las comunas de San Miguel, San Bernardo y La Pintana. La versión de la UDI –que recoge este libro– es que los dirigentes iban a las poblaciones y le hablaban a uno o dos pobladores, invitándolos para una segunda reunión, a la cual los pobladores debían invitar algunos amigos. A veces resultaba y otras no. Asimismo, se habría usado la técnica de ir en busca de “caudillos poblacionales”, como sería el caso de Simón Yévenes en La Castrina, un sector de la comuna de La Granja, presidente del club deportivo, quien “manda a todos nosotros”. Aunque él declaraba que “no soy político”, habiéndose enterado que Jaime Guzmán estaba detrás de la iniciativa de formar un movimiento, se habría sumado entusiastamente y se habría ofrecido para reunir simpatizantes. El éxito de ese experimento, indujo a Yévenes a crear otros comités de la UDI en la comuna de La Pintana. Una tercera estrategia para expandir estos comités era el estímulo a simpatizantes ya atraídos para que en lugar de integrarse al comité al que había sido invitado, organizaran otros por su cuenta en sus respectivos barrios y así un comité creaba otros477. Esta versión “épica”, con todo, requiere de algunas precisiones. En primer lugar, la calificación de poblador a todo exponente relacionado de alguna manera con el mundo popular. La noción de pobladores está asociada, como se sabe, al proceso de migración campo– ciudad que ocurrió a lo largo del siglo XX, el cual provocó serios problemas habitacionales, siendo el eje de articulación del movimiento poblacional su reivindicación por una vivienda. La emergencia de poblaciones “callampas” y campamentos obligó a los gobiernos desde los 476
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Tomás Moulian. Chile actual, p. 297; Vicente Espinoza “Los pobladores en la política” y Guillermo Campero “Luchas y movilizaciones sociales en la crisis: ¿se reconstituyen los movimientos sociales en Chile?. Una introducción al debate” en Los movimientos sociales y la lucha democrática en Chile. Seminario de Clacso (Ilet: 1985). Sobre los allanamientos, Colectivo de Memoria Histórica Corporación José Domingo Cañas Tortura en poblaciones del Gran Santiago (1973–1990) (B&J: 2005). Carolina Pinto, op. cit., pp. 121–127. Este sistema de células pequeñas, uno de cuyos dirigentes la abandonaba para crear otras, seguía el modelo comunista clásico.
años cincuenta a implementar políticas habitacionales para enfrentar un problema que se agravaba y que poco a poco adquiría serios ribetes políticos. Considerando la situación de pobreza, carencia de trabajo y de otros beneficios sociales (falta de acceso a la educación, a la salud, etc), los pobladores fueron asociados en los años sesenta al problema de la marginalidad social, encarada por el gobierno de Frei Montalva con los planes de promoción popular que buscaba canalizar la participación de los pobladores, a través de la organización, y satisfacer algunas de sus necesidades. La fuerza alcanzada por esas organizaciones abrió un debate acerca de la definición, planteándose su carácter de sub–proletariado urbano, propio de economías capitalistas dependientes, constituyéndose en el ejército industrial de reserva. Esto significa que al interior de las poblaciones era posible encontrar diversas formas de inserción en el aparato productivo: obreros, empleados, pequeños comerciantes, artesanos, trabajadores inestables y cesantes. La llegada del gobierno militar implicó un claro retroceso de los logros sociales alcanzados hasta entonces por los pobladores, a lo cual se sumó la crisis económica y el alto porcentaje de cesantía. De acuerdo a Chateau y Pozo, los pobladores son aquellas personas que, en condición de propietario, arrendatarios o allegados, residen en campamentos y tomas de terrenos, poblaciones resultantes de Operaciones Sitio y construcciones hechas por el Estado, o por su intermedio478. Aunque el régimen militar trató de administrar el problema de los campamentos, estos recuperaron fuerza desde 1980, cuando recomenzaron las tomas de terrenos, siendo la primera importante de ellas la toma de La Bandera, ofensiva que recrudeció a partir de 1983 con las tomas que dieron lugar al Campamento Raúl Silva Henríquez y Francisco Fresno. La agudización de la pobreza a partir de los años ochenta, producto de la alta cesantía –en algunas poblaciones sobrepasaba el 60%– y la urgencia de redoblar los esfuerzos solidarios, confirmaron a los pobladores como aquel segmento social cuya autopercepción era la de vivir una crisis económica y de participación, expresada en la constatación de un retroceso, de una degradación, en relación a una historia anterior479. Nos hemos detenido en este tema, porque es necesario precisar la penetración de la UDI en ese mundo. Dicho partido reivindica a Luis Cordero, uno de los organizadores de su Departamento Poblacional, como un exponente de los sectores populares, dado que vivió toda su vida en una “población”. Luis Cordero vivió en la Villa Portales, un conjunto habitacional que como su nombre lo indica tenía un estatus diferente al de una población, ligada a tomas de terrenos. Más aun, Cordero era estudiante universitario: estudió Historia en la Universidad de Chile, carrera que abandonó por disentir de su orientación ideológica izquierdista, y luego Derecho en la UC, donde se sumó activamente a la lucha gremial contra la Unidad Popular, desde donde pasaría a la SNJ. Por familia era antimarxista, vinculado 478
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Teresa Valdés, op. cit.; Guillermo Campero, op. cit., y la cita en el mismo autor Entre la sobrevivencia y la acción política, p. 23. Los pobladores se ubicaban en la periferia de la ciudad. Consúltese Mario Garcés Tomando su sitio (Lom: 2000). Guillermo Campero “Las organizaciones de pobladores”.
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al Partido Nacional. Alfredo Galdámez, por su parte, el segundo hombre del Departamento Poblacional, también había sido estudiante de Historia en la Universidad de Chile, muy vinculado al Partido Nacional en la época de la Unidad Popular y, al igual que Cordero, se fue a la UC a la carrera de Derecho. Galdámez vivía en la población Juanita Aguirre de la comuna de Conchalí. En pocas palabras, ambos dirigentes son un tanto excéntricos respecto de los criterios considerados para hablar de “poblador”. Esto, por supuesto, no anula el trabajo poblacional del gremialismo, pero lo precisa, pues aclara el tipo de personas que se buscaba originalmente en las poblaciones. Como señalamos, un rasgo de las poblaciones era su segmentación, existiendo una variedad de estamentos: la UDI parece haberse acercado de preferencia a segmentos “medios” dentro del mundo poblacional, generalmente vinculados al comercio, y con ciertas tendencias políticas. Así como la izquierda construyó un imaginario acerca de los pobladores, la UDI hizo lo mismo, imaginario a partir del cual diseñó su estrategia de penetración. Para ellos, la izquierda instrumentalizaba a los pobladores para sus propios objetivos políticos, llevando a campamentos y poblaciones la violencia. Los pobladores, en general, eran considerados personas completamente alejadas de la imagen construida por la izquierda y las protestas, pues como señalaba el alcalde de San Miguel, Juan Carlos Bull, las poblaciones La Legua y La Victoria: “Han sido estigmatizadas ante la opinión pública… la gente que apoya los actos de violencia allí es un sector minoritario; los demás no creen que a través de ese medio vayan a solucionar sus problemas… la cúpula política que convoca a la protesta está desfasada de la base popular. No interpreta sus problemas”480. Tal fue el imaginario que trató de defender el gremialismo y los sectores que se identificaban con él, como era la situación de la revista Qué Pasa, la que aglutinaba a gremialistas, neoliberales y nacionalistas. La revista preparó varios reportajes al mundo de las poblaciones, reflejando la centralidad que habían adquirido a partir de mayo de 1983. En todos ellos se enfatizó la idea de los pobladores como personas antiizquierdistas, trabajadoras, tranquilas, ajenas al estigma de la delincuencia, la violencia y el terrorismo que se les achacaba. En las palabras de Ignacio Astete: “son las personas que sufren en las poblaciones la agresión marxista, donde si no se pliegan a las manifestaciones incendian sus casas… esa gente quiere tranquilidad, orden, quieren una autoridad que actúe para asegurar la paz social481. De acuerdo a esta visión, el problema central era la cesantía, la cual inducía a la delincuencia y a la protesta juvenil; así lo señalaba supuestamente un poblador entrevistado: “Mire, aquí estamos abocados al problema social. Lo político no ha tocado a la gente, aunque está empezando y han aparecido algunos panfletos….En todo caso yo le aseguro que si la gente tuviera trabajo no se preocuparía del tema político”. Coherente con esa postura, los pobladores añoraban la seguridad y el orden, pues se sentían amenazados por los marxistas. Tal habría sido la visión de un poblador del Campamento 480 481
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Qué Pasa, 22 de sept. de 1984, p. 13. Cosas, 14 de junio de 1984, pp. 76–77.
Raúl Silva Henríquez: “La policía es y será bien recibida, siempre que respete la orgánica del campamento; que venga a hacer lo que debe”. Ello era así, según el reportaje, porque la violencia no provenía de los verdaderos pobladores, sino de gente de “afuera” y de jóvenes más bien vagos, como lo aseguraba una pobladora de la José María Caro: “Aquí los cabros que más reclaman no le han trabajado un día a nadie. Claro que hay cesantía como en todas partes, pero ingeniándoselas uno siempre puede hacer algo…La protesta no es solución para nada ¿sabe?”482. Es decir, a través del tema poblacional la UDI insistíó en su premisa corporativa que las personas se mueven por intereses concretos, estando dominadas por el “apoliticismo” y la preocupación por la sobrevivencia y la seguridad. En ese marco encajan las declaraciones de distintos personeros del gremialismo sobre la facilidad que la UDI encontró para reclutar adherentes entre los pobladores, porque la mayoría encajaban, a su entender, dentro del perfil levantado por ellos y que hacía posible disputar a la izquierda sus bases sociales. Así lo explicó Pablo Longueira: “No niego que hay hambre, cesantía, que a veces se cometen excesos. No lo niego ni lo pretendo justificar. Pero hay tanta mentira, tanta utilización de la pobreza, una mistificación muy grande del problema poblacional. Yo voy todos los días a las poblaciones, así que a mí no me van a venir con cuentos…Y lo que desean es que se solucionen efectivamente los problemas sociales que tienen, principalmente de trabajo. Esa es la primera preocupación y el primer deseo del poblador y de los pobladores chilenos. ¡Existe un apoliticismo absoluto!”483. Tal perspectiva hace inteligible que la mayoría de los testimonios recogidos por la revista Qué Pasa haya provenido de representantes del comercio en las poblaciones, generalmente dueños de almacenes, en los cuales trabajaba toda la familia. No eran cesantes. Fue esa segmentación poblacional la que hizo posible que la UDI encontrara un nicho en ese mundo, toda vez que es posible se tratara de los sectores más temerosos de una rebelión social y con algo material que perder. Tal fue el caso de Simón Yévenes –héroe y mártir para la UDI–: dueño de dos grandes almacenes en La Castrina, de familia de comerciantes, cercanos al Partido Nacional desde la época de la Unidad Popular, y activo antimarxista. Yévenes fue “ajusticiado” por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez en abril de 1986, por su condición de colaborador de la dictadura, siendo conocido como “el Sapo” por los pobladores del lugar, “Yévenes solía disparar en contra de los pobladores y también lo hizo contra periodistas”. De acuerdo a las declaraciones de pobladores de ese sector “Aquí todos le tenían mala al Sapo Yévenes. Para las protestas dejaba a los niños llenos de perdigones, de la carita a los pies”, a la vez que otra entrevistada señaló: “La noche de la muerte del Sapo nos escondimos en las casas, porque llegaron montones de micros de pacos. Nos decían ‘Miren, viejas…….’ Y agarraban a niños chicos de doce, trece años, del pelo y los daban vuelta como trompos”484. Personas como Yévenes o como Galdámez fueron las primeras conquistas de la UDI, tal 482 483 484
Qué Pasa, 30 de agosto de 1984, p. 37. Véase también los días 19 de abril y 4 de octubre de 1984. Cosas, 30 de oct. De 1986, p. 73. Apsi, 4 de mayo de 1986, p. 20. La visión épica de Yévenes en UDI Boletín Informativo, No.11.
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como lo sostenía su propio órgano de difusión: “La gran mayoría de los pobladores que son antimarxistas, estaban con anterioridad abandonados y entregados prácticamente a su suerte. Entonces, nuestro movimiento llegó a organizarlos, enseñarles la manera cómo combatir la violencia”485. Los dirigentes de las poblaciones que adherían a la UDI fueron denunciados por la prensa izquierdista, en general por ser colaboracionistas y delatores. De acuerdo a informaciones manejadas por ellos y los organismos de derechos humanos, muchos entregaban listas de los vecinos que protestaban y de los militantes a los organismos de seguridad, pues originalmente desde el municipio se había organizado una red que reunía a los dirigentes oficialistas de las organizaciones comunitarias y la DINA y, posteriormente, la CNI, política que siguieron dirigentes vinculados a la UDI. Por esta razón varios de esos dirigentes poblacionales UDI eran hostilizados por la izquierda en las poblaciones, como ocurrió en La Victoria, por ser “sapos en las poblaciones”486. La muerte de Yévenes no hizo sino confirmar la estrategia seguida y combatir al enemigo marxista en su terreno, tal como lo afirmó Jaime Guzmán durante el funeral de Yévenes: “Con ello el Partido Comunista ha pretendido atemorizar a quienes hemos resuelto combatirlo sin tregua y disputarle palmo a palmo las poblaciones, que el totalitarismo marxista quisiera doblegar por medio de la violencia y el matonaje…Quede sellada en esta tarde de tristeza y emoción inigualadas, el compromiso solemne de la UDI de ser fiel a esa semilla y a esos frutos, para perpetuo homenaje de Simón y para vigorosa esperanza de Chile”. En ese sentido, los primeros comités poblacionales se nutrieron fundamentalmente de personas con un historial antimarxista anterior y poseedores de medios económicos suficientes. El grueso de los pobladores –65% cesantes en La Legua–, y especialmente de los jóvenes, en quienes tal flagelo era mayor, constituían el verdadero desafío para el gremialismo. Una respuesta a aquél era la ayuda social que los gremialistas estaban en condiciones de ofrecer a los pobladores. En el caso de aquellos ajenos a posiciones antimarxistas o de activa militancia política opositora, el acercamiento se realizaba mediante el ofrecimiento de ayuda material, tal como lo explicaba Maximiano Errázuriz: “Nosotros le damos a conocer los principios de la UDI, en qué consiste una sociedad libre. Naturalmente que tratamos de ayudarles en la solución de sus problemas sociales, porque por supuesto de otra forma nos dirían ‘no me vengan a hablar de sociedad libre. Primero dénme un plato de comida y un trabajo..”487. Esta declaración es consistente con el papel clientelista que cumplían los municipios, abordados en la sección anterior, donde se cobijaban los distintos voluntariados y organizaciones gubernamentales, como la SNJ, la cual trabajaba codo a codo con el resto de esas entidades. La ayuda social ofrecida por la UDI provenía de los municipios y/o de 485
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UDI Boletín Informativo, No.11. En el No.10 viene una lista de los comités poblacionales UDI, identificada la población y su dirigente. El Rebelde en la clandestinidad, julio de 1984; Colectivo de Memoria Histórica Corporación José Domingo Cañas, op. cit., p. 43 . Cosas, 22 de dic. de 1986, p. 48.
otros organismos de gobierno focalizados a los grupos de extrema pobreza. Como recordaba una dirigente poblacional de la UDI: “nosotros tomábamos el teléfono y llamábamos a organizaciónes civiles donde está X y le decíamos ‘mándanos un camión de frazadas y diez minutos después estaba el camión de frazadas”488. Aunque este testimonio lo hemos recogido de forma indirecta, él coincide con algunos de los obtenidos por Carolina Pinto al referirse a la ayuda en salud, por ejemplo, quien también reconoce las conexiones de la UDI con los municipios y los organismos gubernamentales controlados por el gremialismo489. En ese sentido, los problemas urgentes de los pobladores debían ser una preocupación activa del nuevo militante derechista. Según Carlos Sandoval: “Te digo que era ver a los UDI todos los días y a cada rato metidos en las casas con la viejita o el viejito, resolviéndoles los problemas materiales de los compadres...Entonces se fueron legitimando…Estos viejos y viejas fueron capturados por la UDI después que les resolvieron el problema del agua, de la luz, de la beca para el estudiante, para su hijo”. Esta preocupación social, inspirada en intereses políticos, por cierto, coincidía con el afán de Guzmán del militante derechista comprometido, de convicciones cristianas. Como señaló Longueira: “Para nosotros lo único que existe es el cristianismo..por eso nosotros tenemos un líder como pocos, consecuente como nadie…Eso tenemos que conservarlo en el tiempo, ese estilo, esa forma de hacer política”490. Tal aspiración miraba a la izquierda. Tanto la preocupación por los pobres como la forma de organización de los comités poblacionales fueron imitados de la estrategia de la izquierda en los sesenta en ese mundo de campamentos. Según Carlos Sandoval, la dirigente UDI de la que habla le explicaba: “...nosotros le copiábamos a Uds. todas y cada una de las cosas que hicieron. Nosotros nos fijábamos en Uds., cómo fueron construyendo esa red poblacional, nosotros lo fuimos haciendo. La diferencia es que Uds. no tenían el apoyo material que nosotros teníamos”. Esta declaración que puede sonar a fanfarronería es confirmada con los propios testimonios de uno de los organizadores del Departamento Poblacional de la UDI, Luis Cordero, quien “llegó a la conclusión” de que era necesario organizar grupos pequeños de trabajo en las poblaciones, los que conformarían un “núcleo de base”, llamado Comité Poblacional. En sus palabras: “La única manera era en grupos chicos, muchos grupitos chicos, porque ahí construíamos y formábamos a los futuros dirigentes”. Los UDI se dieron cuenta que “los comunistas iban de un sector a otro, rotando y organizándose de manera muy eficiente”, continuaba Cordero, modelo que ellos seguirían. 488
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Testimonio del mirista Carlos Sandoval en entrevista con Julio Pinto, 9 de enero de 2007. En la conversación con el historiador julio Pinto explicó que conocía a esa militante desde sus años de juventud, con quien estuvieron distanciados por motivos políticos, pero “nos encontramos y nos reconciliamos”. Aunque en la entrevista está el nombre de esa dirigente poblacional UDI, solicitó –por cuestiones de amistad– no identificarla, pero forma parte de los entrevistados de Carolina Pinto. Carolina Pinto, op. cit., pp. 122–123. Citado por Carolina Pinto, op. cit., p. 118.
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A partir de los comités ya constituidos buscaban más personas, pero para abandonar su comité original y liderar uno nuevo, como fue el caso del dirigente Simón Yévenes, quien comenzó en La Granja y siguió a La Pintana. El suyo no fue un ejemplo único491. Desde ese punto de vista, la frase de Guzmán de que “disputaremos a los comunistas, palmo a palmo, todas las poblaciones del país”, significaba en las propias palabras de Carolina Pinto: “que.. la UDI, , al igual como lo había hecho el PC, entraría en las poblaciones y también estaría ahí con un trabajo constante”492. Como bien lo señalara Carlos Sandoval a Julio Pinto, en el caso de la lucha por dos de los campamentos más emblemáticos de los años ochenta: “el objetivo era eliminar el influjo del MIR en esos dos focos poblacionales que eran el Francisco Fresno y el Silva Henríquez”. La derecha gremialista forjada en la lucha contra las experiencias democratacristianas y socialista, había observado acuciosamente a sus enemigos y aprendido las lecciones necesarias. No obstante lo anterior, el desafío de penetrar el mundo poblacional tenía otros escollos difíciles de superar. Desde el momento del golpe en 1973, las poblaciones fueron uno de los escenarios donde la violencia de la dictadura se cernió con más fuerza, intentando eliminar todo rastro de izquierdismo marxista. La persecusión a sus líderes, los allanamientos, las muertes, los cambios de nombre a los campamentos, su posterior erradicación y marginalización en comunas específicas fue la tónica. Los pobladores fueron definidos como un enemigo interno, vinculado al marxismo. Tal ofensiva implicó el repliegue de los grupos políticos que actuaban allí y la emergencia de la Iglesia Católica como la única institución en la que pobladores y militantes pudieron cobijarse. Hasta 1975, los pobladores solo sobrevivieron, pues se cerraron sus canales de expresión, su acceso a cualquier beneficio social y fue el sector sobre el que recayó el peso más duro del desempleo. Bajo ese asedio, las primeras organizaciones estuvieron ligadas a la Iglesia Católica, creadas en defensa de los derechos esenciales y otras de carácter solidario para enfrentar los agudos problemas de hambre, cesantía y derechos humanos. A su amparo nacieron comedores infantiles, bolsas de cesantes, talleres productivos y comedores populares. Para diciembre de 1977, la tarea de supervivencia material que asumió la Vicaría de la Solidaridad, se traducía en la existencia de 313 comedores, los que atendían a 24.867 personas. Fue bajo este alero que se crearon talleres culturales, educativos, de salud y de recreación. En los años ochenta, la mayoría de los pobladores pertenecía a alguna de estas organizaciones. Según Oxhorn, la iglesia actuó como escudo protector, como factor de unidad para buscar soluciones, proporcionó recursos materiales y apoyo técnico, generó capacidad de movilización en los pobladores, enseñando técnicas de liderazgo y de interacción, como la importancia de la acción colectiva. En pocas palabras, la iglesia fue un factor crucial en la rearticulación del mundo popular493. Las Comunidades Eclesiales de Base fueron uno de los instrumentos 491 492 493
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Carolina Pinto, op. cit., pp. 126 y ss. Carolina Pinto, op. cit., pp. 120 y 130 y 131. Teresa Valdés, op. cit.; Philip Oxhorn, op. cit.; Gonzalo de la Maza y Mario Garcés, op. cit.
utilizados por ella para mantener la acción social, la defensa de los derechos y la opción de la iglesia por los pobres. El apoyo recibido le permitió a los pobladores reconstituirse, como también los partidos políticos que actuaban allí. La denuncia de la violación de derechos humanos como la protección que la iglesia ofreció a la izquierda en las poblaciones fue lo que hizo de ellas a ojos del régimen y de sus partidarios, una institución cripto marxista. Esta situación se agudizó durante los años ochenta, cuando proliferaron las organizaciones poblacionales y la demanda por la democracia. Las protestas ofrecieron un nuevo frente de lucha con la iglesia, toda vez que ella se convirtió en una abierta denunciadora de la violencia ejercida por las fuerzas militares y de carabineros como represalia por su participación en la resistencia. La guerra contra el marxismo supuso a la UDI enfrentar a sus protectores. Tal como trabajaron en un imaginario de los pobladores, la derecha gremialista concentró su atención en los “curas de población”, los cuales definieron a la iglesia por su opción por los pobres y los perseguidos, pues en el pueblo estaban los valores de “la fraternidad, la unión, la amabilidad”. Siendo ello así, el cura de la población San Gregorio se preguntaba: “¿Qué pecado tiene el pueblo para que lo castiguen tanto? Yo tengo aquí un informe que pedí a una comisión de pobladores, acerca de la última protesta el jueves pasado. Hay seis violaciones de domicilio… unas mujeres... Rotura de cráneo, hematomas en la mano y brazo derecho, atacadas por dos carabineros con luma..el caso de un hombre, golpeado en el interior de su casa, trasladado en micro, se le desnudó, se le quemó la ropa, los documentos…Con mucho dolor, pienso que en Chile hay un grupo pequeño que piensa que los pobres quieren ser desobedientes o violentos. La única forma en que ese sector está acostumbrado a dominar el mundo es a través de la fuerza”494. Dada esa visión, muchos sacerdotes poblacionales definieron su tarea como la de “construir el Reino de Dios” que era, a su juicio, “construir la patria”, esto es, incentivar la participación de los pobladores en la iglesia, creando conciencia de la solidaridad y “mirar al pobre como si fuera Cristo”. De acuerdo al padre Juan Rens, el “camino del apostolado..se construye a través de la catequesis familiar, de las comunidades de base”. Esa opción por los pobres que, como mencionamos, se tradujo, en una proliferación de organizaciones populares bajo su alero, fue acompañada de la crítica al régimen por su respuesta represiva, culpándolo de la violencia que comenzó a enseñorearse del país, una espiral que se agudizó desde el decreto de Estado de Sitio de noviembre de 1984. En ese año, los obispos de Concepción y de Copiapó se negaron a realizar el Tedeum de Fiestas Patrias, a raíz de la muerte de tres personas en la primera de estas ciudades en “presuntos enfrentamientos con fuerzas de seguridad”, vinculadas al MIR. Las autoridades eclesiásticas enfrentaron al Intendente de esa ciudad, general Eduardo Yañez, porque la versión oficial no concordaba con los datos existentes. La Vicaría de la Solidaridad preparó en 1986 un documento acerca de la situación que vivían los pobladores, denunciando apremios 494
Qué Pasa, 20 de oct. de 1983, p. 34.
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ilegítimos, detención de personas por miles, a las cuales luego se dejaba en libertad por falta de méritos, documento en que se responsabilizaba a las autoridades495. La conjunción del trabajo organizador, de subsistencia y de protección a activistas que la iglesia realizaba en las poblaciones llevó a la derecha gremialista a interpretar su acción como comunistoide. Nuevamente la revista Qué Pasa se encargó de analizar el problema, preguntándose si los numerosos boletines y revistas emanados desde esa entidad constituían “prensa…¿católica?”. Su conclusión era que la postura dominante en los boletines de las Vicarías era “militante, a veces centro y otras netamente izquierdista”. A su juicio, la Democracia Cristiana creía contar con la iglesia, pero estaba equivocaba, porque si bien los obispos pertenecían a una generación que había simpatizado con la DC, sectores influyentes dentro de la iglesia como eran los redactores de esas revistas, “están mucho más cerca de la izquierda. Hablando en términos del Chile actual son del MDP y no de la Alianza Democrática..boletín de la zona este, de la zona oriente..todos tienen un enfoque coincidente..una visión política muy determinada, muy poco pluralista”496. Tal apreciación se basaba en el énfasis de los boletines en la política contingente, en la situación económica, en los problemas de cesantía, los allanamientos, etc; todo lo cual era interpretado por este sector como un abandono de su verdadero papel pastoral, el que no se cumplía. La iglesia se inclinaba por la acción política en lugar de preocuparse de sus fieles, de darles una orientación adecuada. Esa percepción se agudizaba con las actuaciones de algunos sacerdotes emblemáticos en la lucha contra el régimen, como era el caso de Rafael Maroto, vocero del MIR, quien aseguraba que no existían dos iglesias: una popular y una oficial, la acción de la iglesia respondía a una misma lógica497. Como es observable, la crítica traslucía a un sector que se sentía cristiano–católico, pero que claramente no se sentía representado por esa iglesia, politiquera y comunista, como explícitamene lo dijo Pablo Longueira: “dice ser cristiano y católico, sin embargo no se siente interpretado por la acción de la Iglesia, por lo cual prefiere mantener una ‘relación directa con Dios’”498 . Al igual que en los años de la reforma universitaria, la Iglesia estaba en las antípodas de los planteamientos de la derecha gremialista. De ahí su crítica furibunda contra ella, especialmente porque ésta se encontraba desplegada precisamente en el territorio que la UDI quería disputar a la izquierda. El respaldo moral que la Iglesia le ofrecía a la izquierda y le negaba a la derecha acicateaba su decisión de combatir en las poblaciones, poniendo como uno de sus ejes, a los curas que trabajaban allí. Tal perspectiva es la que explica la agria actitud de los dirigentes UDI contra el accionar de esos curas, los cuales, a su entender, distorsionaban las necesidades de los pobladores, favoreciendo los 495 496 497 498
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Qué Pasa, 13 de sept. de 1984, pp. 8–11 y 5 de junio de 1986, pp. 16–20. Qué Pasa, 26 de enero de 1984, pp. 12–14. Cosas, 22 de marzo de 1984, pp. 64–65 y 4 de abril de 1984, pp. 24–28. Cosas, 19 de nov. de 19811, p. 48.
intereses de la izquierda, como lo expresó nuevamente Pablo Longueira: “Lo que pasa es que la única organización poblacional se da a nivel de la Iglesia. Obviamente izquierdista…yo sostengo que el problema real que tiene Chile es el clero poblacional, ¡que es de un nivel revolucionario increíble!...El daño que ha hecho el clero poblacional es enorme y lo considero irreversible. Si se hace una encuesta objetiva al clero poblacional, le aseguro que el 80% es partidario de la democracia popular al estilo nicaragüense. ¡No me cabe ninguna duda!”. Frente a la pregunta de la periodista Raquel Correa si pensaba que la Iglesia Católica estaba haciendo una labor de penetración marxista, el líder del Departamento Poblaciónal de la UDI, afirmó: “Sí, absolutamente. Entiendo por pro marxista que son absolutamente partidarios de la Teología de la Liberación que, para mí, es la interpretación de cómo los marxistas pueden llegar a ser católicos”499. Las declaraciones consignadas revelan una derecha sumida en muchos de los problemas que enfrentaba en los años sesenta, como fue la pugna por un catolicismo conservador, en contra de una iglesia “liberadora”, que se sentía políticamente más cerca del centro y de la izquierda. Ello no logró ser revertido luego del golpe, cuando dicha entidad no aceptó la violencia institucionalizada, como tampoco con el nombramiento del Papa Juan Pablo II, ferviente anticomunista. La Iglesia siguió protegiendo a los perseguidos y deslegitimando a quienes justificaban la violencia y deseaban mantener el programa transicional dispuesto en la misma institucionalidad creada por Guzmán. Desde ese punto de vista, aunque declarándose católica, la derecha que emergía de la dictadura seguía careciendo del respaldo moral de la principal institución religiosa del país. La lucha en ese terreno, continuaba. Desde otro punto de vista, la UDI efectivamente logró romper el cerco social que históricamente habían sido los territorios poblacionales, logrando algunos enclaves en poblaciones que hasta entonces habrían sido impensables, como La Victoria, La Legua, el Campamento Raúl Silva Henríquez. Como hemos visto, en ello jugaron un papel central los organismos gubernamentales que a través de toda la dictadura le permitieron penetrar un mundo social ajeno hasta entonces al quehacer político de la derecha. El control de los municipios no hizo sino favorecer esa estrategia, considerando las atribuciones que la legislación les reconocía y que utilizaron para crear redes al interior de las poblaciones. Las protestas y el renacimiento público de la izquierda, la oligaron a volver a sus orígenes combativos, decidiéndola a entrar más radicalmente en las poblaciones. Para ello usó los lazos creados anteriormente, contactando de preferencia a pobladores con un historia antimarxista, y desde allí formando dirigentes y comités entre pobladores cesantes, deseosos de encontrar una ayuda. Para fines de los ochenta, a nuestro juicio, la UDI solo había comenzado este proceso, contra el cual conspiraba su estrecha identificación con el régimen militar y la deslegitimación y abierta crítica que recibía de la Iglesia Católica. Los éxitos por ellos mostrados para la época en su historia oficial, son bastante exagerados. 499
Cosas, 30 de oct. de 1986, p. 73.
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No obstante esto, y dado su estilo, la estrategia no había terminado. Aunque para fines de la dictadura los pobladores no se identificaban mayoritariamente con el gremialismo, se habían creado núcleos y lealtades como para continuar la tarea. Paciencia y tiempo –ahora en democracia– sobrarían. En el trabajo poblacional, la UDI demostró una vez más la nueva naturaleza de la derecha que encarnaba, pues sus dirigentes poblacionales –como lo reflejaba el lenguaje de muchos de ellos, especialmente de Longueira– eran verdaderos “cuadros” decididos a seducir a los pobladores, atrayéndolos a su proyecto, haciendo un trabajo permanente. Solo así se podrían neutralizar otras influencias “malignas” y organizar a los pobladores para enfrentarlos. Desde esa óptica, la creación de comités poblacionales expresaba nuevamente ese estilo y naturaleza combativa que encarnaba el gremialismo, decidido a rechazar toda cooptación o negociación. Al marxismo debía combatírselo con fe, disciplina y acción.
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CAPÍTULO V ¿CANCIÓN HUASA O CANTO NUEVO? LA IDENTIDAD CHILENA EN LA VISIÓN DE DERECHAS E IZQUIERDAS KAREN DONOSO FRITZ
En el azul de septiembre, blanca luz de la alborada puedo formar la bandera con mi sangre derramada. Para izarla muy alto se unieron las cuatro espadas y Chile a la luz renace en medio de la alborada. (GRUPO VOCAL DE CHILE, 1973)
No puedo creer la cosa que veo por las calles de Santiago veo Adiós carnaval! adiós general!... Se va a acabar, se va a acabar esa costumbre, de matar Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar. (SOL Y LUVIA, 1982)
El gobierno militar puso fin a una de las etapas más ricas en cuanto a producción artística y cultural que ha tenido Chile. El proceso de democratización iniciado en la década de 1930 se profundizó durante los gobiernos democratacristianos y de la Unidad Popular, dando pie a la participación de las grandes mayorías de la población en actividades artísticas de toda índole: literatura, teatro, danza, folklore y por supuesto, la música. Los gobiernos habían considerado como parte de sus preocupaciones la creación y difusión de los espacios culturales, y los artistas se sentían cada vez mas identificados con una tendencia específica, participando en las campañas políticas de sus respectivos candidatos. A pesar que el gobierno militar intentó imponer la doctrina del apoliticismo, no pudo terminar con la identificación de los artistas con determinados proyectos. Este capítulo
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recorrerá la descarnada represión, censura y los años oscuros del apagón cultural ocurrido inmediatamente después del 11 de septiembre de 1973, hasta el renacimiento y la iluminación de la juventud ochentera y el grueso número de artistas que apoyaron la opción No en el plebiscito de 1988. Por el amplio caudal de expresiones artísticas del periodo, nos concentraremos en el análisis de músicos y cantantes que dedicaron parte importante de su trabajo al apoyo y legitimación del gobierno militar, o bien se dedicaron a combatirlo desde las trincheras de la cultura, representando a los sectores políticos que convocan esta publicación: izquierdas y derechas. Este tema ha sido escasamente analizado desde la historia, considerándolo de manera tangencial en algunas obras generales sobre el período del gobierno militar. El principal número de estudios ha sido entregado por la sociología, disciplina que desde la década de los ochenta se dedicó a estudiar contemporáneamente los fenómenos culturales. El material bibliográfico disponible se puede dividir en tres tipos, una línea testimonial compuesta por libros escritos como formas de memorias que buscan rescatar experiencias personales relacionadas con el arte500. Una segunda línea compuesta por investigaciones realizadas en la década de 1980, financiadas por oenegés como Flacso, Ceneca e Ilet y que desde una perspectiva de oposición al gobierno, realizaron análisis teóricos sistemáticos para comprender el funcionamiento del medio artístico oficial y de lo que llamaron “el circuito cultural alternativo”. Sociólogos y periodistas incursionaron en estos temas desde una postura crítica al régimen militar, y buscaron situar el arte como uno de los espacios de resistencia a la dominación de la dictadura. Las primeras obras fueron de carácter global y se dedicaron a analizar los discursos ideológicos que influyeron en las transformaciones de la sociedad de los ochenta, caracterizando a una sociedad marcada por una “cultura autoritaria”, en donde el ciudadano se transformó en un consumidor, dentro de un sistema que derivó en escasa participación política y conformismo de la población501. Con posterioridad se desentrañó el panorama discursivo de la “cultura oficial” y se identificaron los tres discursos ideológicos que nutrían el desarrollo de las políticas culturales estatales: el fundacional nacionalista, el de alta 500
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Se inscriben en esta tendencia los trabajos de Nano Acevedo, Los ojos de la memoria (Ediciones Cantoral: 2003); Fabio Salas, La Primavera Terrestre (Ediciones Cuarto Propio: 2004), aunque el segundo autor hace una reflexión desde la historia, sus análisis contenidos en el libro son con formato de ensayo y recurrentemente alude a sus propias experiencias en el proceso. Podríamos incluir aquí también el libro de Patricia Díaz–Inostroza, El Canto nuevo, un legado musical (Ediciones Universidad Bolivariana: 2007), que si bien desarrolla un texto con análisis desde la musicología y el periodismo, la autora también fue integrante del grupo Abril, protagonistas del proceso, por lo tanto sus interpretaciones y conclusiones son parte de su visión de haber vivido el periodo desde un rol protagónico. Entre estas obras, se encuentran los artículos de José Joaquín Brunner, editados por Flacso, entre los que se destaca: La Cultura Autoritaria (Flacso: 1980), Cultura e identidad nacional (Flacso: 1983), Autoritarismo y Cultura en Chile (Flacso: 1983).
cultura y el de industria cultural502. Con esta base, se describió el desarrollo del arte oficial, específicamente en el área de alta cultura y de industria cultural503. También se estudió la reorganización del movimiento cultural de oposición en el periodo 1977–1980504 y se realizaron trabajos monográficos sobre el teatro, la literatura, la prensa escrita y la radio505. A pesar de esta nutrida bibliografía entregada por la segunda línea, encontramos un tercer tipo de análisis que postula la ausencia de una “política cultural estatal” entre 1973 y 1989, pues solo se llevó a cabo represión en contra de los movimientos culturales ligados al gobierno derrocado de la Unidad Popular506. Al contrario, Manuel Antonio Garretón ha afirmado que precisamente la carencia de disposiciones políticas en torno a la cultura, es una forma de hacer “política cultural”507. Si seguimos a Néstor García Canclini, este análisis ha sido usual en la caracterización de las dictaduras latinoamericanas, pues se refiere a la falta de una coordinación explícita que dé coherencia a las acciones estatales y por lo tanto, el área cultural aparece como un espacio no estructurado, en el que coexistirían arbitrariamente instituciones y agentes personales muy heterogéneos508. No obstante, esta situación no significaría la ausencia de orientaciones explícitas en el área artístico–cultural, sino que implicaría que su desarrollo no pasa exclusivamente por el Estado. Por ello, algunos sociólogos han usado el concepto “políticas culturales” entendidas como el conjunto de intervenciones realizadas desde las instituciones civiles, los grupos comunitarios organizados y las oficinas gubernamentales que tienen como finalidad orientar el desarrollo simbólico, satisfacer necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de orden o transformación social509. 502
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Carlos Catalán y Giselle Munizaga analizaron el debate dentro del gobierno y sus resultados en cuanto política cultural y artística. Ver Políticas culturales estatales bajo el autoritarismo en Chile. (Ceneca: 1986). Anny Rivera: Transformaciones culturales y movimiento artístico en el orden autoritario en Chile. 1973–1982 (Ceneca: 1983). Ibid. Todos estos manuscritos fueron publicados por las oenegés mencionadas, existiendo un amplio caudal de material bibliográfico difícil de incluir completamente en este punto. Arturo Navarro. Cultura. ¿Quién paga? Gestión, infraestructura y audiencias en el modelo chileno de desarrollo cultural (RIL editores: 2006). En el capítulo 3 se afirma: “Tras el golpe militar, las nuevas autoridades realizaron, a muy corto andar, acciones orientadas a desmantelar el aparato cultural del Estado, sin tener claro por qué reemplazarlas”, p. 63. Manuel Antonio Garretón (ed.). Cultura, autoritarismo y redemocratización en Chile (Fondo de Cultura Económica: 1993). Introducción. Néstor García Canclini (ed.). Políticas Culturales en América Latina (Grijalbo: 1987). Introducción, p. 14. Es la tesis desarrollada por Carlos Catalán y Giselle Munizaga, op. cit.
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