Marxismo Y Revolucion (ensayo)

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MARXISMO Y REVOLUCION UNA CRÍTICA MARXISTA DEL MARXISMO

INDICE EPÍGRAFE PRESENTACION: VIGENCIA DEL MARXISMO COMO CIENCIA DEL DESARROLLO Y REVOLUCION DE LA SOCIEDAD INTRODUCCION LAS LEYES DEL DESARROLLO Y REVOLUCION DE LA SOCIEDAD CAPITALISMO, REVOLUCIÓN SOCIALISTA Y COMUNISMO EL PROGRAMA DE LA REVOLUCION SOCIALISTA: EQUÍVOCO GENIAL DEL MARXISMO CAPITALISMO DE ESTADO Y BUROCRACIA CAPITALISTA ESTADO Y PODER POLÍTICO DESTRUCCION DEL PODER POLÍTICO DE LA BURGUESÍA Y EXTINCIÓN DEL PODER POLÍTICO DEL PROLETARIADO ESTADO, PODER SOCIAL Y DEMOCRACIA EL PODER POLITICO Y EL MODO SOCIAL DE PRODUCCION LA BASE TECNOLOGICA DEL COMUNISMO Y LA CLAVE DEL TRANSITO DEL CAPITALISMO AL COMUNISMO DESVALORIZACION Y EXTINCION DEL PROLETARIADO, LUMPENPROLETARIZACION DE LA SOCIEDAD Y SUJETO REVOLUCIONARIO CONCIENCIA Y PSEUDOCONCRECION PARTIDO POLITICO, FRENTE DE MASAS Y EJÉRCITO POPULAR

En la ciencia no hay caminos reales y sólo podrán ascender a sus cumbres luminosas quienes no teman cansarse al escalar por senderos escarpados.

PRESENTACIÓN VIGENCIA DEL MARXISMO COMO CIENCIA DEL DESARROLLO Y REVOLUCION DE LA SOCIEDAD Según anuncian los ideólogos de la burguesía, los acontecimientos que hicieron explosión en los países de Europa del este, mostrando al mundo el rostro de la restauración de la propiedad privada capitalista, son la demostración más acabada del fracaso del comunismo y de los defectos del marxismo como ciencia del desarrollo de la sociedad. A este coro de regocijadas voces se unieron en el acto, con no menor hilaridad, los oportunistas de la izquierda social y política que hacía ya mucho tiempo habían renegado del marxismo, pero cuyos escrúpulos pequeño-burgueses les impedían quitarse la máscara y mostrar a las masas su rostro perruno y capitulacionista con respecto a los barones del capital y sus lacayos. Hoy, que el fantasma del comunismo parece vagar más solo y más alejado de la posibilidad de procurarse una vestidura de carne que le de el sustento y la terrenalidad que se le niegan, el eco sonoro de dos voces que se levantan del polvo de mediados del siglo XIX se escucha más claro y más preciso que el chillar de la canalla oportunista y la cohorte de ideólogos de la burguesía: “El poder social, es decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por la obra de la cooperación de diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino espontánea, no como un poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos, que no saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por tanto, no pueden ya dominar, sino que recorre, por el contrario, una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la voluntad y los actos de los hombres y que incluso dirige esta voluntad y estos actos.’ ‘Con esta enajenación, para expresarnos en términos comprensibles para los filósofos, sólo puede acabarse partiendo de dos premisas prácticas. Para que se convierta en un poder insoportable, es decir, en un poder contra el que hay que sublevarse, es necesario que engendre a una masa de la humanidad como absolutamente desposeída en contradicción con un mundo de riquezas y de conocimientos, lo que presupone, en ambos casos, un gran incremento de la fuerza productiva y un alto grado de su desarrollo. De otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas, que entraña ya, al mismo tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal y no en la existencia puramente local de los hombres, constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la mierda anterior. Además,

porque este desarrollo universal de las fuerzas productivas lleva consigo un intercambio universal de los hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el fenómeno de la masa desposeía se produce simultáneamente en todos los pueblos (competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de las conmociones de los otros y, por último, instituye individuos histórico-universales, empíricamente universales, en vez de individuos locales. Sin esto, 1) el comunismo sólo llegaría a existir como fenómeno local, 2) las mismas potencias del intercambio no podrían desplegarse como potencias universales y, por tanto, insoportables, sino que seguirían siendo simples circunstancias supersticiosas de puertas adentro, y 3) toda ampliación del intercambio acabaría con el comunismo local. El comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción coincidente o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado.”

Lo más interesante de este párrafo es que los fundadores del marxismo resultan más globalifílicos y neoliberales que el más recalcitrante pregonero de las bondades del libre cambio y la globalización neoliberal. Otro detalle que bien vale la pena destacar de esta genial intuición, casi rayana en la profecía, es la similitud de la descripción hipotética con relación a los acontecimientos más importantes de finales del siglo XX: el altísimo grado de desarrollo y extensión de las fuerzas productivas y la explosión del desempleo a escala global, el desmoronamiento del llamado bloque socialista y el desarrollo del mercado mundial como un poder omnímodo bajo cuya opresión son sojuzgados pueblos y naciones de todas las latitudes de la tierra. ¿Simple casualidad o demostración genial de la profundidad y penetración histórica del análisis marxista? Mucho se ha dicho y escrito sobre el marxismo, juzgándolo, según esto, por el desarrollo de sus realizaciones concretas. Así, se parte casi siempre de elementos externos a los fundamentos metodológicos del materialismo dialéctico, de fenómenos de carácter histórico, de los hechos y la actuación de individuos determinados, y se le endilgan en conjunto al marxismo, como si éste hubiera sido realmente el elemento causal de su aparición y desarrollo, contribuyendo a establecer una concepción fetichista del marxismo como un conjunto de fórmulas mágicas capaces de transformar a un simple mortal: el ideólogo revolucionario, o cuanto más, a un conjunto de mortales específicos: los proletarios, en el demiurgo todopoderoso destructor y constructor de imperios. Marx afirma que:

“… los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”.

Que su punto de vista: “… con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas.”

¿Quiere esto decir que el marxismo es perfecto, que no se encuentran en él los elementos que han dado origen a las desviaciones del revisionismo social-demócrata, estalinista, nacionalsocialista, fascista, estatista, foquista, eurocomunista y restauracionista, para justificar los aberrantes procesos sociales que los caracterizan? De ninguna manera, el propio Marx había entonado ya en su tiempo las pompas fúnebres del capitalismo y sus miserias. Sin embargo, no sólo se equivocó respecto a ello, sino que dejó abierta la puerta para lo que posteriormente sería la más grande falsificación del proceso histórico-social, después, claro está, de la equiparación del catolicismo con el reino milenario de Jesucristo durante la edad media: la concepción estalinista del socialismo como un estadio de desarrollo particular de la formación social ubicada entre el capitalismo y el comunismo, que sirvió de fundamento para justificar la existencia de ese híbrido reaccionario de feudalismo y capitalismo que fue la Unión Soviética, el bloque socialista y todos sus primos hermanos basados en la propiedad estatal de los medios de producción. Sin embargo, esto no significa que haya un defecto fundamental en las premisas metodológicas del marxismo o en sus conclusiones ineludibles. Quiere decir simplemente, y aplicando las premisas del marxismo a la obra literaria y la actuación práctica de sus fundadores y sucesores, que en la historia hay límites infranqueables establecidos por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas más allá de los cuales no pueden desplazarse la acción y el pensamiento de los individuos y las colectividades, por más geniales e intuitivos que los unos puedan ser o por más imbuidas del espíritu revolucionario que las otras puedan estar en algún momento determinado del desarrollo de la sociedad. Marx mismo reconoce que:

“… ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.”

En esta dinámica ubica no sólo los factores objetivos de su desenvolvimiento: el incremento de las fuerzas productivas y el grado de su desarrollo, sino los factores subjetivos que los determinan: las clases sociales y las luchas de las clases sociales. Analiza, descubre y expone con precisión y claridad el modo como el proceso se desarrolla, describiendo con deducciones rigurosamente lógicas e intuiciones geniales sustentadas en ellas, los nexos empíricos existentes entre el desarrollo general de la sociedad (la continuidad del proceso histórico de la formación social) y la ruptura (revolución social) entre unos estadios y otros, hasta el surgimiento del comunismo. “El comunismo, ─afirma─ no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente”.

Destacó, y afirmó categóricamente en una y otra ocasión, que la revolución social es un proceso de carácter superestructural en el que las relaciones de propiedad son objeto de una modificación para adecuarlas a las relaciones de producción determinadas por el grado de desarrollo y extensión de las fuerzas productivas. En otras palabras: que la revolución social es un proceso de actualización de la superestructura jurídico-política con relación a la estructura socioeconómica. Un salto al presente, no el salto al futuro del revisionismo socialista, que degeneró no siendo más que un patético salto al pasado del autoritarismo voluntarista. Este doble vínculo de los factores del desenvolvimiento de la formación social ha sido, en la práctica, el problema fundamental del carácter de la revolución social a lo largo, cuando menos, de los últimos ciento cincuenta años. De un lado las leyes generales del desarrollo de la sociedad nos remiten al hecho ineludible de la necesidad de un alto grado de desarrollo y una extensión universal de las fuerzas productivas y del intercambio de los hombres, a efecto de que sea posible y necesario el tránsito revolucionario al comunismo. Por otro lado, se han venido presentando situaciones en las que la superestructura de la formación social en distintas partes del mundo se ve afectada por un proceso de agitación revolucionaria por la acción convergente y la radicalización de todas las contradicciones presentes en un momento determinado y el poder se disgrega entre los diferentes

sujetos del proceso histórico-social. ¿Qué hacer? ¿Cómo resolver esta cuestión? Tomando como referente el desarrollo de las luchas de clases en Francia durante los años de 1789 a 1871 y la base tecnológica sobre la que se desarrollaba el proceso de la explotación del trabajo socialmente necesario en la gran industria de su época, principalmente en Inglaterra, Marx extrae toda una serie de conclusiones geniales, lógicamente impecables, sobre el carácter de la revolución social en los países tecnológicamente avanzados, el sujeto histórico de la nueva revolución social, el ejercicio y la forma del poder político en el proceso de la nueva revolución social y la forma de la propiedad derivada de esta nueva revolución social, integrando lo que podríamos llamar justamente el programa político-económico de la revolución socialista, el cual sería desarrollado de manera magistral por el genio de Lenin y la actuación de los bolcheviques en el proceso de la revolución social de la Rusia de 1905 a 1917. Lenin y el partido bolchevique demostraron, efectivamente, con una operación política impecable, que: 1. El desarrollo de las fuerzas productivas en la Rusia zarista y el entorno capitalista dominante en Europa habían creado las condiciones para el desarrollo de la revolución social. 2. Estas mismas condiciones impedían que la burguesía rusa asumiera una posición radical frente a la nobleza feudal para el desarrollo más consecuente de la revolución social. 3. El proletariado asumiría de manera natural el papel de vanguardia de la revolución social. 4. El proletariado estaría en condiciones de hacerse con el poder político, sobre la base de una alianza obrero-campesina, para derrocar junto a la nobleza feudal, cuya opresión autocrática se extendía sobre las amplias masas de los siervos y campesino depauperados, a la burguesía vacilante y conciliacionista. Así, lo que le tomo casi cien años a la revolución social en Francia, la revolución social en Rusia lo desarrolló 116 años después en el breve período de 12 años. Sin embargo, las premisas en las que basaba Lenin la posibilidad del tránsito al comunismo de la Rusia semifeudal con un capitalismo en pañales: la transformación de la guerra imperialista, por obra del proletariado revolucionario de las potencias capitalistas de Europa, en guerras civiles nacionales, el derrocamiento del poder político de la burguesía y el establecimiento de gobiernos proletarios en los países beligerantes, se desmoronaron en virtud del peso y la influencia del chovinismo colaboracionista y el oportunismo capitulacionista dominantes en el seno de la II Internacional y el movimiento proletario de Europa.

Este hecho singular marcaría el destino de la primera revolución proletaria victoriosa del mundo, la historia ulterior del movimiento revolucionario internacional y el desenvolvimiento del marxismo en vertientes revisionistas cada vez más alejadas entre sí, de la realidad y de sus fundamentos originarios. ¿Quién habría de sospechar siquiera que un acontecimiento, en apariencia poco significativo, como lo fue la derrota en el seno de la II Internacional de la línea leninista, en particular de su estrategia del derrotismo revolucionario y de la izquierda revolucionaria en el momento en que la burguesía europea, compelida por las necesidades imperialistas del capital, se enfrascaba en una lucha fratricida por el dominio del mercado europeo, presentando un flanco sumamente vulnerable frente al proletariado de cada país, habría de culminar, más de setenta años después, con la capitulación en masa de la izquierda socialista, la restauración y/o profundización de la propiedad privada capitalista en los países con predominio del capitalismo monopolista de estado (tanto del bloque del llamado socialismo como del llamado tercer mundo), con las miserias de un proceso de acumulación capitalista tardío, agravadas por la especulación más descarada que la oligarquía financiera ha realizado jamás en la historia del capitalismo, pasando por la deformación burocrática y autoritaria de la superestructura de los países del llamado socialismo, la derrota de la Revolución Cultural, la traición y capitulación del Partido Comunista de China, el repliegue defensivo del Partido Comunista del Perú y de su glorioso ejercito popular “Sendero Luminoso”, la marginalidad, dispersión y cuasi extinción del Movimiento Comunista Internacional? Tales fueron la euforia y el entusiasmo que despertaron entre las fuerzas del movimiento revolucionario internacional la victoria bolchevique, el establecimiento del primer estado dirigido por los comunistas y la conformación de la III Internacional, que acríticamente se asumió como una realidad la inevitabilidad del establecimiento del comunismo en el corto plazo, la obligatoriedad para el movimiento revolucionario de la defensa a toda costa del primer estado “proletario” del mundo y la aceptación dogmática del revisionismo estalinista del socialismo como estadio particular del desarrollo de la formación social, olvidándose por completo de la necesidad permanente del análisis concreto de la situación concreta, bajo la luz clarificadora de las premisas, leyes y fundamentos del desarrollo y revolución de la sociedad sistematizados en el Materialismo Histórico por Marx, Engels y Lenin. La represión por el poder soviético de los obreros de Krondast, la invasión de Checoslovaquia por las tropas soviéticas, la disputa y ruptura chino-soviética y la disolución de la III Internacional, fueron la manifestación clara y dramática de que algo estaba pudriéndose en el

seno del movimiento revolucionario internacional, que la gran mierda de Stalin había echado a perder los avances y el progreso alcanzados por el movimiento revolucionario y de que había la urgente necesidad de volver sobre los pasos, revisar críticamente la experiencia histórica, las desviaciones revisionistas y poner al marxismo y al movimiento revolucionario nuevamente en la senda de la ofensiva a la que Lenin y el partido bolchevique del 17 los habían elevado. Mao y la Revolución Cultural jugaron un papel luminoso en esta tarea. Denunciaron la gran falsificación histórica del socialismo como estadio particular del desarrollo de la formación social y demostraron que: “… aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio desarrollo… no puede saltearse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto”.

La derrota de Mao y de la estrategia de la revolución popular en el seno de la III Internacional, dominada por el revisionismo estalinista y la estrategia capitulacionista de la coexistencia pacífica, en un período en el que el imperialismo militarista perdía terreno ante el incontenible avance de las guerras de liberación nacional en Asia, África y América, y las potencias imperialistas de Europa se encontraban aún agotadas y en plena recuperación de los estragos causados por la Segunda Guerra Mundial, sin energía suficiente y sin capacidad para retener a sus colonias o para salir victoriosas de sus aventuras bélicas de intervención, puso nuevamente al movimiento revolucionario internacional de espaldas a los acontecimientos mundiales, con las funestas consecuencias que hemos descrito ya en párrafos anteriores. Esta situación parece apabullante y desalentadora. “Hoy ─afirmamos con Marx─ la sociedad parece haber retrocedido más allá de su punto de partida; en realidad, lo que ocurre es que tiene que empezar por crearse el punto de partida revolucionario, la situación, las relaciones, las condiciones, sin las cuales no adquiere un carácter serio la revolución moderna”.

Los ensayos generales previos, la experiencia acumulada por las derrotas del pasado y el agotamiento del capitalismo como modelo de sistema viable para el conjunto de la humanidad, están en condiciones de ubicar al movimiento revolucionario internacional en la antesala del triunfo definitivo sobre la apropiación privativa del producto social.

Es hora de dejar de lado las patrañas e ilusiones que los ideólogos de la burguesía y los oportunistas renegados de toda laya han diseminado entre las masas del pueblo con la finalidad de oscurecer su conciencia revolucionaria, de combatir resueltamente el revisionismo capitulacionista de la izquierda “democrática” y abocarse con toda seriedad a la tarea ineludible y necesaria de prepararse para tomar el cielo por asalto, contribuyendo denodadamente a la conformación del partido revolucionario: el Partido Comunista (Marxista-Leninista-Maoísta), la alianza pluriclasista con una orientación revolucionaria: el Frente Nacional Popular, y el destacamento que ha de garantizar y consolidar la derrota del capital y de la oligarquía: el Ejército Revolucionario del Pueblo. Y, a escala mundial, a la conformación de la organización del movimiento revolucionario internacional: la Internacional Comunista, Marxista-Leninista-Maoísta, a la voz de: PROLETARIOS DE TODOS LOS PAISES: ¡UNIOS NUEVAMENTE! CONVOCAD A LOS DESEMPLEADOS Y A TODOS LOS NUCLEOS DEL TRABAJO SOCIALMENTE NECESARIO A LA BATALLA FINAL CONTRA EL CAPITALISMO

INTRODUCCIÓN El marxismo es la única concepción que ha logrado comprender y explicar las leyes del desarrollo y revolución de la sociedad. Sin embargo, como toda concepción, manifiesta a la vez los límites que el grado de desarrollo y extensión de las fuerzas productivas imponen históricamente a la conciencia en que se expresa la comprensión del movimiento de la realidad. De ahí la necesidad de someter las conclusiones e hipótesis del marxismo a la prueba de su propio rasero: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico”.

Desde luego que Marx no se refiere aquí a la práctica utilitaria inmediata y al sentido común correspondiente, que es la fuente de la pseudoconcreción: la falsa conciencia, sino a la prácticahistórica de la humanidad, que no es otra cosa que el movimiento real del proceso histórico-social, fuente del conocimiento científico de la sociedad y de la objetividad psíquica: la conciencia del ser histórico-social de la humanidad. Hoy, que el nivel alcanzado por el desarrollo del conocimiento científico y de sus aplicaciones en el campo de la tecnología han llevado a revolucionar y elevar en un grado superlativo la potencia y capacidad productiva de las fuerzas del trabajo socialmente necesario (del tal modo que la humanidad ha logrado literalmente tomar el cielo por asalto), y después del reiterado fracaso de los intentos realizados por la sociedad en los últimos ciento cincuenta años por alcanzar un orden de relaciones de producción que supere y termine con el sistema capitalista, resulta cuando menos pertinente, si es que no absolutamente necesario, someter al marxismo a una revisión crítica que le otorgue nuevamente el carácter de fuerza material de la revolución social. El presente esfuerzo reflexivo se propone abordar modestamente tal tarea, esperando contribuir con el proletariado consciente de clase, los núcleos del trabajo socialmente necesario y la creciente masa del desempleo estructural, a avanzar en la conformación del sujeto consciente de las necesidades e inevitabilidades del proceso histórico-social. LAS LEYES DEL DESARROLLO Y REVOLUCION DE LA SOCIEDAD De entrada es necesario marcar distancia con relación a las formaciones sociales

subdesarrolladas que, siguiendo a Marx, según se dice, de manera utópica y pretensiosa, por no decir reaccionaria, se han propuesto voluntariosamente “construir” el socialismo: La organización general de los modos de producción, de ninguna manera puede ser resultado de un esfuerzo reflexivo para identificar en la experiencia viva del proceso socioeconómico aquellos elementos a los que les corresponde ser característicos de las relaciones de producción de una formación social superior, para luego implantarlas a voluntad en la estructura socioeconómica de otra formación social. Surgen de manera natural y sólo pueden identificarse y ser objeto de estudio científico como característicos de determinadas relaciones sociales cuando el modo de producción aparece claramente en la formación social y entra en verdadera contradicción con las relaciones de propiedad que lo prohijaron. “… el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente”.

La Ley del Desarrollo Desigual de la Sociedad, que ciertamente permite reconocer el proceso de transición presente en una formación social, es para Marx, y sigue siendo para el marxismo consecuente, el hilo conductor para identificar, a partir de lo actual objetivo de las sociedades tecnológicamente avanzadas y sus relaciones de producción específicas, la dinámica necesaria e inevitable por la que tienen que avanzar, de manera general, las formaciones tecnológicamente subdesarrolladas y sus relaciones de producción. “En sí, y para sí, no se trata aquí del mayor o menor grado alcanzado, en su desarrollo, por los antagonismos sociales que resultan de las leyes naturales de la producción capitalista. Se trata de estas leyes mismas, de esas tendencias que operan y se imponen con férrea necesidad. El país industrialmente más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio futuro”.

Para Marx, cada etapa en la escala del desarrollo de la sociedad es un proceso de transición prolongado en el que coexisten, junto al modo de producción dominante que, por este hecho, le otorga su carácter particular, elementos residuales de los modos de producción de formaciones sociales inferiores y, hasta que ya han madurado o se están gestando en su seno las condiciones materiales para el establecimiento de más altas relaciones de producción, anticipaciones embrionarias de los modos de producción que corresponden a formaciones sociales superiores, las cuales constituyen el punto de partida, y sólo eso, del desarrollo de la formación social superior.

Al lado de esta concepción, definida como Ley de la Continuidad del Proceso de Desarrollo de la Formación Social, constituyendo, además, el aspecto medular del análisis marxista, se ubica la Ley de Ruptura de la Continuidad del Proceso de Desarrollo de la Formación Social, concebida en su aspecto político concreto como el proceso de la Revolución Social, el cual es, para Marx, la actividad práctico-crítica de determinados sujetos históricos por cuyo medio las relaciones de propiedad y el sistema jurídico-político erigido sobre ellas son objeto de una modificación para adecuarlos a las relaciones de producción determinadas a su vez por el grado de desarrollo y extensión de las fuerzas productivas Desde este punto de vista, es cierto, el desarrollo de las fuerzas productivas se significa como el hilo conductor del proceso histórico social y como tal, se impone de igual manera como el límite para el desarrollo de la práctica-crítica de los sujetos históricos y de las formas políticas e ideológicas en que se expresa y manifiesta tal práctica-crítica. Sin embargo, ni en Marx ni en Engels; vamos, ni siquiera en Lenin y mucho menos en Mao, se puede localizar insinuación alguna en el sentido de que el socialismo, desde el punto de vista de la escala del desarrollo histórico de la sociedad, sea concebido como una formación social con un modo de producción particular. CAPITALISMO, REVOLUCION SOCIALISTA Y COMUNISMO Para Marx, igual que para Engels, Lenin y Mao, el socialismo es el período de transición revolucionaria del capitalismo al comunismo. En otras palabras: el proceso de la revolución social, pero no cualquier revolución social, sino la Revolución Socialista, y la tarea de la revolución socialista consiste, liza y llanamente, en abolir completamente el modo capitalista de producción, el sistema de producción de plusvalía, de explotación, pues, de la fuerza de trabajo humana. No en buscar como se le ajusta a una u otra forma de explotación estatal o colectiva. Pero, ¿de donde surge esta confusión tan extendida en el movimiento revolucionario internacional? O, mejor, ¿a partir de qué momento surge esta concepción del socialismo como una formación social con un modo de producción específico? Marx y Engels, pero sobre todo Marx, firmemente convencidos del poder realizador de la práctica histórica de una sociedad que había alcanzado la conciencia del rumbo del proceso

histórico-social gracias a la ciencia materialista de la historia; es decir, la conciencia de que la tarea histórica de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía era crear la base tecnológica para el desarrollo de las relaciones sociales de producción comunistas, se sintieron obligados a concebir un modo de abreviar el proceso: desarrollar conscientemente la tarea que inconscientemente, dejada a su proceso natural, correspondía a la lucha entre burgueses y proletarios. “Aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio movimiento y el objetivo último de esta obra (El Capital) es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna, no puede saltearse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto”.

Por eso era tan importante para Marx el estudio del modo capitalista de producción, pues de lo que se trata, para abreviar precisamente el proceso histórico natural, es de conducir conscientemente el capitalismo al comunismo en cada una de sus etapas o fases de desarrollo. Lo cual significa, por necesidad, hacer el camino al andar. Ir haciendo la revolución social, como lo descubre Mao, conforme lo vaya pidiendo el proceso histórico-natural. Por su importantísima función en las relaciones sociales del modo capitalista como productor de la plusvalía, identificaron en el proletariado de su época –el obrero de la manufactura industrial–, al sujeto histórico-social en cuyas manos debía quedar el control del proceso, y en la forma burguesa de la propiedad privada, el principal obstáculo para mitigar las miserias del capitalismo. Después de haber estudiado el desarrollo de la propiedad privada burguesa y encontrar que el proceso de concentración del capital había conducido al desarrollo de las sociedades anónimas, ve en ellas, más que en el mutualismo societario del cooperativismo, las formas primitivas de la propiedad común a partir de las cuales habría de desplegarse el comunismo. El capitalismo, concluye, puede vérselas perfectamente sin la propiedad privada burguesa, de hecho la propiedad privada burguesa es, para Marx, un obstáculo para acelerar el proceso de concentración (integración y acumulación orgánica y monetaria) del Capital, que no es otra cosa que fuerza de trabajo materializada, multiplicada y concentrada como la forma económica por excelencia del Poder Social. Pero no así sin el proletariado y los núcleos del trabajo socialmente necesario, cuya fuerza de trabajo, materializada en última instancia como Capital en el proceso de la producción, es la fuente originaria de esta forma del Poder Social.

Marx estaba convencido, por otro lado, de que este proceso no sería prolongado. La certeza de ello provenía de una de las premisas del materialismo histórico puesta al descubierto por él. “Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización.”

En el heroico intento de tomar el cielo por asalto, los obreros de París y su Comuna le proporcionan no sólo la justificación para su optimismo sino la experiencia concreta en las que se conjugan los dos elementos de la ecuación: la supresión de la propiedad privada burguesa y el control del proceso por el proletariado. Si la premisa arriba enunciada era correcta, la experiencia de la Comuna de París sólo podía deberse al hecho de que en el seno de la sociedad capitalista, particularmente de las formaciones sociales industrialmente más desarrolladas, ya habían brotado o se estaban gestando las condiciones materiales para el desarrollo del comunismo. Con la memoria aun fresca de las batallas libradas por la burguesía para romper las formas de propiedad feudal que limitaban la plena expansión de las relaciones de producción del modo capitalista, plenamente convencido, además, que frente al proletariado revolucionario la burguesía asumiría la posición reaccionaria que la nobleza feudal había asumido frente a la burguesía revolucionaria, de la derrota de la Comuna de París extrae una conclusión fundamental: el proletariado no podía limitarse a abolir la propiedad privada burguesa y crear una forma propia para la organización y administración del trabajo socialmente necesario: debía suprimir la férrea oposición de la burguesía, destruyendo la superestructura jurídico-política que ésta había creado para consolidar su dominio frente a la nobleza feudal. Así, de la Dictadura Revolucionaria Burguesa francesa que barrió con los últimos vestigios de las formas feudales de propiedad y que es, para Marx, la forma política más definida de la actividad práctico-crítica de la burguesía revolucionaria, concibió la Dictadura Revolucionaria del Proletariado, como el medio político, posible y necesario, para barrer de la formación social hasta el último vestigio de la forma burguesa de propiedad privada.

Marx, pues, era plenamente consciente tanto de “que el poder material tiene que derrocarse por medio del poder material”, como de la imposibilidad material de saltar al futuro. Por eso fue sumamente cuidadoso en dejar claramente asentado a lo largo de su obra, que la práctica-crítica no es más que el proceso de actualización de la superestructura jurídicopolítica con relación a la estructura socioeconómica. En otras palabras, que la revolución social sólo puede ser un salto al presente, no el salto al futuro del autoritarismo voluntarista que degeneró siendo no más que un patético salto al vacío. “Al llegar a una determinada fase de desarrollo –expone–, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social”.

Una vez que ya había hecho su entrada a la historia un nuevo tipo de revolución social: la revolución proletaria, estaba claro para Marx, aunque esto distara mucho de la realidad, que las relaciones de propiedad burguesa habían pasado a ser, de formas de desarrollo de las fuerzas productivas, trabas suyas. EL PROGRAMA DE LA REVOLUCION SOCIALISTA: EQUIVOCO GENIAL DEL MARXISMO El comunismo, según esta deducción perfectamente lógica, estaba ya a la vuelta de la esquina. No había, pues, más que abordar el programa político-social de la revolución proletaria, dando origen y fundamento a los grandes equívocos de la teoría revolucionaria en Marx, pero sobre todo en Engels y Lenin, y, a partir de su estudio dogmático, al revisionismo estalinista del socialismo como un estadio de la formación social con un modo de producción particular y, en consecuencia, a esa gran falsificación histórica que fue la Unión Soviética y el llamado bloque socialista. El hecho de que la base tecnológica en que sustentaban Marx y Engels sus procesos conceptuales no les permitiera vislumbrar con claridad de qué manera la producción socialmente necesaria estaría libre de la explotación de la fuerza de trabajo humana en el Comunismo y el haber extraído de sus geniales intuiciones, sustentadas a su vez en un análisis lógico e histórico genialmente impecable del proceso de desarrollo y revolución de la sociedad, las conclusiones

correctas respecto al sujeto de la nueva revolución social: el proletariado, y el objetivo inmediato de la nueva revolución social: la supresión de las formas burguesas de propiedad, los condujo, necesaria e inevitablemente, dado que no eran profetas ni adivinos, sino simplemente genios, a cometer el error más genial en toda la historia de la humanidad: al igualar la colectivización de la propiedad de los medios de la producción socialmente necesaria con el régimen de propiedad comunista, procedieron a identificar la distribución de una parte alícuota del producto del trabajo socialmente necesario de acuerdo con las necesidades de cada quien, junto a la participación en el proceso social del trabajo de acuerdo a las capacidades de cada cual, con las relaciones sociales de producción comunistas, y, más grave todavía, el proceso de concentración de los medios de la producción socialmente necesaria en manos del Estado, como el punto de partida del proceso de colectivización social de la propiedad. A Marx y a Engels, y junto con ellos a Lenin, más que a nadie en toda la historia se aplica la sentencia de que la grandeza del hombre no se mide por sus aciertos, que generalmente pasan desapercibidos, sino por sus errores, que son los que, de manera general, dejan las huellas más profundas en la memoria de la humanidad. Pero veamos el asunto más de cerca, dejando de lado, por el momento, el aspecto económico del programa de la revolución socialista, enfocando la atención de manera particular en el aspecto político, sirviéndonos para el efecto del texto donde con mayor claridad quedan expuestas las insuficiencias del marxismo sobre el particular: “El Estado y la Revolución” CAPITALISMO DE ESTADO Y BUROCRACIA CAPITALISTA Las hipótesis desarrolladas por Engels en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, retomadas y compartidas por Lenin de que: “El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado…”

Y de que: “La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y se adormecerá por sí misma…”

Sentenciando que: “El Estado no será ‘abolido’; se extingue.”

No sólo han resultado ser incorrectas sino que se constituyeron, por el contrario, en el fundamento ideológico para justificar el ejercicio autoritario y despótico del Poder Político por la burocracia del Estado capitalista y de la definición de este doble proceso –la propiedad estatal de los medios de la producción socialmente necesaria y el ejercicio del Poder Económico por la burocracia del Estado– con los conceptos de Socialismo, NacionalSocialismo, Fascismo, Capitalismo de Estado, Economía de Estado o Socialismo realmente existente, y, por extensión interesada, con el de Comunismo. La práctica histórica ha demostrado de manera trágica, por el contrario, que la toma de posesión de los medios de producción por el Estado no se presenta como un acto independiente realizado en representación de toda la sociedad, diluyendo las contradicciones de las clases antagónicas o aboliendo a las clases antagónicas, como creían Engels y Lenin. Tanto en la Rusia de Stalin como en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, la España de Franco, la China de Mao, la Cuba de Fidel, el México post-revolucionario o cualesquiera otra sociedad donde el proceso productivo se desarrolla sobre una base tecnológica que requiere de la explotación de la fuerza de trabajo humana, el Estado, como propietario de los medios de producción, se ajusta de manera natural y sistémica a las necesidades de la explotación de la fuerza de trabajo humana, generando toda una jerarquía de medios y subsistemas de control social, el Poder Político, para garantizarla y mantenerla. En una sociedad con estas características: el predominio de la propiedad estatal de los medios de la producción socialmente necesaria, lo que ocurre es que la burocracia del Estado asume directamente la función de la clase explotadora, unificando en sí, y para sí, el Poder Político y el Poder Económico, en otras palabras, la función social de la dominación. El supuesto en el que basaba Engels sus hipótesis, y que Lenin también compartía, de que: “El proletariado toma en sus manos el Poder del Estado y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado”

Y de que con: “este mismo acto se destruye a sí mismo como proletariado y destruye toda diferencia y todo

antagonismo de clases, y, con ello mismo, el Estado como tal”.

Hace abstracción de manera flagrante de dos aspectos fundamentales enunciados por Marx en las “Glosas Marginales al Programa del Partido Obrero Alemán” por un lado y en “La Ideología Alemana” por el otro. En el primero de los aspectos Marx de manera clara plantea la hipótesis de que la explotación de la fuerza de trabajo humana no puede suprimirse por un acto de voluntad política y que el período de transición entre el Capitalismo y el Comunismo, tal como la base tecnológica en que basaba sus deducciones le permitía concebirlo, se significaría, efectivamente, por la explotación social de la fuerza de trabajo humana; es decir, por la extracción y distribución social de la plusvalía por medio de la propiedad estatal de los medios de producción. Más aún: no sólo no plantea que con la propiedad estatal de los medios de producción se extinguen las diferencias de clases, sino ni siquiera que se puedan abolir por decreto las diferencias en términos de la distribución social de la plusvalía. En tanto el sistema productivo este basado por una parte en la división social del trabajo y en la explotación de la fuerza de trabajo humana por la otra, la producción de plusvalía y su distribución desigual entre los diferentes núcleos del trabajo socialmente necesario, es absolutamente inevitable. ESTADO Y PODER POLITICO En el segundo plantea, de manera categórica, que la existencia del Estado es un hecho natural del proceso de división y organización del trabajo de la sociedad, previo incluso a la existencia de las clases y sus antagonismos. “El primer Estado de hecho comprobable, es la organización corpórea de los individuos”.

Siendo el hombre un animal de naturaleza gregaria, se presenta, entonces, desde su origen, con un cierto grado de organización. En otras palabras, el Estado irrumpe desde el origen de la sociedad humana y, salvo que en el Comunismo cada individuo comporte una existencia separada del resto de la especie, sin contacto alguno ni siquiera indirectamente a través de medios virtuales – la cual resulta una hipótesis absolutamente descabellada en sus conclusiones ineludibles: el suicidio de la especie–, el Estado le acompañará hasta el último segundo de su existencia.

En cambio, refiriéndose claramente a la función política de la dominación de una clase sobre el conjunto de la sociedad, Marx establece que: “El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra”.

El cual aparece hasta el momento en que el desarrollo de las fuerzas productivas engendra, de una parte, la división del trabajo socialmente necesario y, de otra parte, en virtud de esta división, un excedente de los productos del trabajo que posibilita no sólo la acumulación y el intercambio, sino que una parte de la humanidad, por derecho de conquista y por medio de la violencia organizada contra otra parte de la humanidad, pueda hacer uso en sí, y para sí, de la fuerza de trabajo ajena y dedicarse al ocio creativo o a la holgazanería. En un esfuerzo quizá por conciliar los puntos de vista de Marx y Engels, ya que no manifiesta expresamente tal intención, Lenin realiza una interpretación audaz y expone que: “En realidad, Engels habla aquí de la ‘destrucción’ del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, mientras que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. El Estado burgués no se ‘extingue’, según Engels, sino que ‘es destruido’ por el proletariado en la revolución. El que se extingue después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado proletario”.

Aquí Lenin ya ha incorporado tramposamente, a contrapelo de la concepción de Engels sobre la “extinción del Estado como tal”, un doble proceso: destrucción del Estado de la burguesía y extinción del Estado o semi-Estado proletario, recurriendo, desde luego, a las elaboraciones de Marx sobre el poder político y el período de transición al comunismo. Sin embargo, a diferencia de Marx, cuya concepción del Estado y el Poder Político es tanto más concreta en cuanto más general, para Engels, no hay más “Estado como tal” que el Poder Político propiamente dicho. “… el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni del Poder estatal. Al llegar a una determinada fase del desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo que el Estado se convirtiese en una necesidad. Ahora nos acercamos con paso veloz a una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte en un obstáculo directo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo

tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases, desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre e igual de productores, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce”.

Es decir, mientras que para Marx el Estado es “el Estado”, es decir, “la organización corpórea de los individuos” y el “poder político”, “la violencia organizada de una clase para ejercer su dominio sobre otra”; y en tanto que, en su única concepción posible del periodo de transición del Capitalismo al Comunismo, el proletariado como productor de plusvalía permanece no sólo como clase social en contradicción no antagónica con el resto de los núcleos del trabajo socialmente necesario –que, por medio del Estado, en cuanto representación de toda la sociedad, explotan, extraen y distribuyen la plusvalía– sino, por necesidad, como la clase social políticamente dominante, por medio de lo que denomina “Dictadura Revolucionaria del Proletariado” –a efecto de barrer con todos los vestigios de las formas burguesas de propiedad e impedir que de las contradicciones no antagónicas se reconstituya desde el Estado la burguesía en cuanto clase social–, para Engels, por el contrario, el Estado no es más que el poder político, es decir, la organización de la violencia que corresponde al dominio de una clase sobre otra en aquellas sociedades donde se presentan las contradicciones entre clases antagónicas. Según esto, al emanciparse de la dominación de la burguesía, suprimiéndola como clase al poner en manos del Estado la propiedad de los medios de producción, es decir, ubicándose él mismo, en cuanto medio de producción, como propiedad del Estado, el proletariado se suprime así mismo en cuanto clase social, quedando en calidad únicamente de medio de producción propiedad de un Estado que se extingue para dar paso a “una asociación libre e igual de productores”, cualquier cosa que esto pueda significar. Luego escribe Lenin: “como el Estado nació, según Engels, de la necesidad de tener a raya los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de estas clases, el Estado lo es, por regla general, de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que con ayuda de él se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo así nuevos medios para la represión y explotación de la clase oprimida…”

Sin parar mientes en que se hace presa y deja asentada sin resolver de fondo esta contradicción, poniendo además, como si fueran de Engels, significados diferentes a los que textualmente expuso, Lenin no tiene más remedio que recurrir a una serie de malabarismos verbales, que oscurecen, más que clarificar, el problema de la extinción del poder político, llegando

a una serie de conclusiones abstrusas acerca de una supuesta extinción del “Estado o semi-Estado proletario”. DESTRUCCION DEL PODER POLITICO DE LA BURGUESIA Y EXTINCION DEL PODER POLITICO DEL PROLETARIADO Según Lenin, cuando Engels se refiere a la destrucción del “Estado como tal”, no se refiere a la destrucción del “Estado que se extingue”, el Estado que no es “Estado como tal”, sino “Estado o semi-Estado proletario”, puesto que el “Estado como tal”, “es destruido por el proletariado en la revolución”; sino a la destrucción del “Estado de la burguesía”, que no es un “Estado o semiEstado proletario”, sino el “Estado como tal”. Semejante tautología auto referencial parece tener el propósito de arropar bajo la autoridad de Engels, como si fuera suya, una tramposa tergiversación del único significado posible de sus palabras, en lugar de someter dicho significado a crítica, no sólo por contradictoria con la concepción marxista del Estado y el Poder Político, sino con la realidad misma de la experiencia de la práctica-histórica de la Comuna de París y, posteriormente, del Poder Soviético. Para Lenin, el uso de la expresión “destrucción del Estado como tal”, no es considerado: “… algo así como una ‘debilidad hegeliana’ de Engels. En realidad, en estas palabras se expresa concisamente la experiencia de una de las más grandes revoluciones proletarias, la experiencia de la Comuna de París de 1871”.

Mientras que Engels usa la expresión “destrucción del Estado como tal” en un sentido figurado, para significar que al quitar a la burguesía la propiedad de los medios de producción y otorgarla, proletariado incluido en cuanto medio de producción, al Estado, como representante de toda la sociedad, queda suprimida no sólo la burguesía sino el proletariado mismo en cuanto clases sociales, y no habiendo ya antagonismos de clases, puesto que las clases sociales antagónicas han sido suprimidas resolviéndose y conciliándose por fin en el Estado las contradicciones de clases antagónicas, el Estado ya no es “Estado como tal”; es decir, poder político: violencia organizada de una clase para la explotación de otra, ni siquiera del proletariado, puesto que éste se ha suprimido a sí mismo en cuanto clase social, sino una asociación libre e igual de productores; para Lenin, por el contrario, “la destrucción del Estado como tal” de Engels, significa, literalmente, la supresión por la fuerza de la estructura jurídico-política en que se materializa y expresa la dominación de la burguesía, realizando una extrapolación tramposa de los siguientes enunciados del Manifiesto:

“Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político. (…) Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase.”

Y para justificar, finalmente, la debilidad hegeliana de Engels, respecto a la extinción del Estado que no es Estado, concluye, quién sabe de dónde, que con esto se refiere a la extinción del Estado o semi-Estado proletario y, más absurdo aun, a lo que llama “los restos del Estado proletario después de la revolución socialista”. En el mismo tenor de su tergiversada interpretación de las palabras de Engels, llegando a conclusiones todavía más absurdas, Lenin expone que: “… al hablar de la extinción y –con frase todavía más plástica y colorida– del ‘adormecimiento’ del Estado, Engels se refiere con absoluta claridad y precisión a la época posterior a la ‘toma de posesión de los medios de producción por el Estado en nombre de toda la sociedad, es decir, posterior a la revolución socialista, y, puesto que en esa época “la forma política del ‘Estado’…es la democracia más completa ─Engels, concluye Lenin categórico─, [¡]se refiere al adormecimiento y extinción de la democracia[!]”

Intuyendo inconscientemente, más que comprendiendo conscientemente semejante disparate, expone que: “Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero esto es sólo ‘incomprensible’ para quien no haya comprendido que la democracia también es un Estado y que, consiguientemente, la democracia también desaparecerá cuando desaparezca el Estado”

Para concluir con una auténtica vulgarización del concepto de Poder Político marxista por un lado y un superlativo disparate por el otro: “El Estado burgués sólo puede ser ‘destruido’ por la revolución. El Estado en general, es decir, la más completa democracia, sólo puede ‘extinguirse’”.

Mediante un misterioso proceso de su pensamiento, Lenin ha transustanciado el Estado que no es “Estado como tal” de Engels, en “semi-Estado proletario o restos del Estado proletario”,

transformándolo después en la “democracia más completa” que es, según él, “la forma política del Estado de la época posterior a la revolución socialista”, para terminar convirtiendo la “democracia más completa” en el “Estado en general”, en un mal logrado intento de conciliar las contradicciones evidentes entre la concepción del Estado de Engels y la de Marx y con la experiencia de la práctica histórica de la Comuna de París, contribuyendo a vulgarizar y popularizar la confusión del sentido común vulgar entre Estado y Poder Político, deslizando, además, la más grandilocuente y grotescamente vulgar confusión sobre el concepto de Democracia. ESTADO, PODER SOCIAL Y DEMOCRACIA El hecho de que el poder político, en cuanto violencia organizada de una clase sobre el conjunto de la sociedad, sólo pueda realizarse y ejercerse por medio del Estado, constituye la base material sobre la que se ha perdido la distinción sutil entre Estado y Poder Político. El Estado, en tanto organización corpórea de los individuos, para dejarlo asentado con toda claridad de una buena vez, no es y no puede ser otra cosa que el sistema de integración y ejercicio más completo y desarrollado del poder social. Y el poder social, para Marx: “… es la fuerza de producción multiplicada, que nace por la obra de la cooperación de diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo”.

He aquí, despojada de cualquier mistificación fetichista, la definición más clara y precisa del significado específicamente concreto de democracia que la ciencia política revolucionaria haya podido discernir. Frente a ella, las vulgaridades de la ideología política burguesa, de la que Lenin se hace presa, no pasan de ser más que la jerga incoherente de un grupo de primates. En efecto, poder social y democracia expresan la más absoluta sinonimia, constituyendo la potencia por excelencia del proceso de desarrollo histórico-social de la humanidad, cuyo origen, de acuerdo con Marx, podemos encontrarlo en la concurrencia de la actividad organizada de los individuos; es decir, en la organización corpórea de los individuos, derivada de la división del trabajo en el proceso de la producción y cuya sustancia, esencia o contenido, no puede ser más que la fuerza de producción por excelencia: la fuerza de trabajo humana.

El que la organización corpórea de los individuos adquiera diferentes grados y formas orgánicas histórico-sociales concretas (familia, gen, tribu, clan, comunidad, ejido, gremio, sindicato, cartel, sociedad anónima, partido, empresa, monopolio, corporación, iglesia, club, pandilla, asociación civil, ejército, etc.) y la fuerza de producción se potencialice exponencialmente por medio del dinero, de la tecnología y de fuentes de energía diferentes a la fuerza de trabajo humana, constituyendo la forma económica por excelencia del Poder Social: el Capital, en nada modifica que el Poder Social en sí, y para sí, dependa de una forma específica de energía: la fuerza de trabajo humana, y de la integración y articulación orgánica de sus poseedores: los seres humanos. Al perder de vista la naturaleza del Poder Social, la ideología política vulgar, de la que Lenin se hace eco inconscientemente, confunde la forma con el contenido, la esencia con la apariencia y se pierde en un conjunto de mistificaciones fetichistas y vulgarizaciones toscas de los conceptos de Estado, Poder Político, Poder Social, Poder Económico y Democracia que es necesario trascender para estar en condiciones de entender con claridad en que consiste realmente el problema de la Revolución Socialista y de la transición del capitalismo al comunismo. Para Marx, “por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino espontánea”, esto es, un proceso de historia natural, el poder social aparece como un proceso ajeno a los individuos: “… situado al margen de ellos, que no saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por tanto, no pueden ya dominar, sino que recorre, por el contrario, una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la voluntad y los actos de los hombres y que incluso dirige esta voluntad y estos actos”.

Si a esta enajenación, incorporamos la fetichización necesaria al dominio de una clase sobre el conjunto de la sociedad de su forma orgánica más desarrollada y completa: el Estado, tenemos por necesidad e inevitablemente la enajenación fetichizada de la forma orgánica del Poder Social: el Poder Político. EL PODER POLITICO Y EL MODO SOCIAL DE PRODUCCION Pero esta enajenación fetichizada del Poder Social realizada por medio del Estado, en otras palabras, la forma específicamente concreta del Poder Político, no es algo abstracto o indeterminado, por el contrario, depende y corresponde directamente al elemento en que se realizan concretamente las relaciones de producción posibles y necesarias de la formación social, determinadas a su vez por el grado de desarrollo y extensión de las fuerzas productivas: el Modo

Social de Producción. Siendo el Modo Social de Producción el elemento de identidad sistémica de la formación social, se impone con la fuerza de una ley natural del desarrollo histórico-social en las dinámicas de organización y dirección superestructurales, primordialmente en la esfera de los procesos de mantenimiento y reproducción sistémica de la formación social: la superestructura jurídico-política. En el período histórico donde dominan las relaciones capitalistas de producción, todos los componentes del sistema expresan las características propias del Modo Social de Producción que le corresponde: la apropiación y concentración privativa de la forma económica por excelencia del Poder Social: el Capital. De la misma manera como ideológica y jurídicamente se ha establecido y mantenido una visión fetichista con respecto a la producción de la forma económica del poder social: el capital, despojando a la fuerza de trabajo humana materializada en el proceso social de la producción el ser su única fuente originaria, subordinando al creador a su creación a través del proceso de expropiación (la propiedad privada); ideológica y jurídicamente se ha establecido y mantenido una visión fetichista con respecto a la producción de la forma orgánica del poder social: el estado, despojando a la fuerza de trabajo humana materializada en el proceso social de organización y dirección de la producción el ser su única fuente originaria, subordinando al creador a su creación a través del proceso de expropiación (el poder político). En el capitalismo, en tanto distinciones específicas del poder social, de la democracia pues, el capital y el estado expresan un elemento de absoluta identidad: al ser no más que manifestaciones de la misma sustancia: la fuerza de trabajo humana, cuya especificidad se realiza tanto en los medios de su materialización como en el proceso de su apropiación –el primero, en los instrumentos tecnológicos, las formas del valor de cambio, entre las que destaca, por su naturaleza concreta, el dinero, y por medio de las instituciones financieras y el mercado; y, el segundo, en los medios de organización y dirección del trabajo y las diferentes formas organizacionales, entre las que destaca, por su naturaleza hegemónica, la superestructura jurídico-política, y por medio del poder político–, participan exactamente del mismo proceso de enajenación fetichización: la apropiación privativa del producto del trabajo social y la subordinación de los productores. De aquí que, para Marx, la manifestación concreta de la práctica-crítica de la revolución socialista: la desenajenación desfechitización del Poder Social, comienza necesaria, e

inevitablemente, con la expropiación del Capital y del Estado a los expropiadores. Sin embargo, como lo hemos visto ya, en tanto que la base tecnológica sobre la que se desarrolla el proceso de la producción socialmente necesaria dependa de la división del trabajo y del uso de la fuerza de trabajo humana, es decir, de la producción, extracción y distribución desigual de la plusvalía entre las distintas formas del trabajo socialmente necesario, manteniendo en sí, y para sí, como fuerza productiva y medio de producción a los productores de la plusvalía, la expropiación del Poder Social a los expropiadores: la supresión de la burguesía, no hace sino incorporar y unificar en la burocracia del Estado la función social de la dominación. De ahí que el capitalismo de Estado resultase ser una fase o etapa de desarrollo del Modo Capitalista de Producción; en particular, una etapa para acelerar su desarrollo y consolidación en las formaciones sociales periféricas en el periodo en que ya era mundialmente dominante, pero la burguesía no había alcanzado el grado de desarrollo y madurez como clase hegemónica en los términos de la más alta concentración del Capital: el monopolio, sino en unas cuantas naciones imperialistas del planeta. En la etapa de consolidación del imperialismo capitalista, para que lo entiendan de una buena vez las formaciones sociales con predominio de la propiedad estatal de los medios de la producción socialmente necesaria, el Estado es a las formaciones sociales subdesarrolladas, como bien se dio cuenta Lenin de ello, lo que el monopolio es a las formaciones sociales desarrolladas. LA BASE TECNOLOGICA DEL COMUNISMO Y LA CLAVE DEL TRANSITO DEL CAPITALISMO AL COMUNISMO Llegado a este callejón sin salida, determinado por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, Marx y Lenin no podían menos que equivocarse. A pesar de haber descubierto el primero el proceso de valorización del Capital (la producción de plusvalía) y su antítesis sistémica, el proceso de desvalorización del Capital (la Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia), y el segundo que el imperialismo es la etapa en la que se profundiza la contradicción entre estos dos procesos, habiendo concluido ambos correctamente que el capitalismo colapsaría, necesaria e inevitablemente, por la inercia de su propio movimiento, no estaban en condiciones de conocer la base tecnológica del comunismo: la microelectrónica, la cibernética y la robótica, y descubrir, por tanto, la clave del transito del capitalismo al comunismo: la automatización de los

procesos de la producción socialmente necesaria, que da origen e impulso a la posibilidad de que el conjunto de la humanidad pueda dedicarse al ocio creativo o a la pura y simple holgazanería. En efecto, la revolución científico-tecnológica, con la automatización de los procesos productivos y la globalización del mercado mundial, está llevando a un límite insuperable el proceso de valorización del Capital, radicalizando en grado superlativo la tendencia a la baja de la tasa de ganancia que se instala, de manera natural, como la ley fundamental del periodo de consunción generalizada del sistema capitalista. En otras palabras, la revolución científicotecnológica está transformando aceleradamente el sistema de valorización del Capital en sistema de desvalorización del Capital. Hace tiempo que los capitales acumulados originariamente en las formaciones sociales subdesarrolladas han sido absorbidos completamente por el capital financiero internacional, ocupando su lugar el capital usurario en la forma del crédito público y privado que mantiene a las economías periféricas como eternos acreedores del capital imperialista, transfiriendo cantidades súper masivas de plusvalía por la vía del interés a los centros geoeconómicos del imperialismo, financiando, de esta manera, la revolución científico-tecnológica. En realidad, la economía del imperialismo, en la etapa del neoliberalismo, no es otra cosa que una economía ficción, que se sustenta en el saqueo masivo y descarado de la plusvalía que produce la masa de trabajo humana que aun desarrolla sus procesos productivos con la tecnología del pasado. En la medida en que las formaciones periféricas acceden a la tecnología de punta, a la microelectrónica, a la cibernética, a la robótica y automatizan cada vez más sus procesos productivos, va habiendo menos plusvalía que trasladar masivamente a los centros geoeconómicos del imperialismo. De ahí la necesidad de intensificar la explotación de la fuerza de trabajo humana al tiempo de ir eliminándola como componente del costo de producción, rebajando el salario al mínimo social posible e incorporando los avances científicos y tecnológicos en el proceso productivo; de eliminar el gasto social del Estado, que es, en última instancia, un componente indirecto del salario, trasladándoselo a la sociedad por la vía de la privatización de los servicios públicos y de su incorporación al circuito de las mercancías; de reducir la carga tributaria e incrementar el subsidio del Estado a las empresas privadas; de reducir el déficit de las fianzas públicas derivada de este

proceso, trasladando la carga impositiva al salario y reduciendo la superestructura jurídico-política, enfocando al máximo el gasto interno del Estado al reforzamiento de los órganos de control y represión social: la policía y el ejército.

Una de las consecuencias fundamentales de este proceso, que es necesario comprender en toda su profundidad para estar en condiciones de avanzar en la construcción del sujeto de la revolución socialista es, sin lugar a dudas, la depauperación y el desplazamiento de grandes masas de fuerza de trabajo humana que pasan a formar parte de un fenómeno de desempleo estructural que el capitalismo no puede ya resolver, sino a condición de destruir físicamente este excedente inaprovechable de fuerza de trabajo, con lo que se cumple cabalmente la sentencia de que: “… la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que ─destruirle, le falto decir a Marx, o─ mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad”.

DESVALORIZACION Y EXTINCION DEL PROLETARIADO, LUMPENPROLETARIZACION DE LA SOCIEDAD Y SUJETO REVOLUCIONARIO La desvalorización del Capital por la revolución tecnológica, no puede significar más que la desvalorización de la forma proletariado del trabajo socialmente necesario, lo cual conduce, por necesidad e inevitablemente, a su extinción y a la de la clase cuya existencia depende de la suya: la burguesía. En otras palabras, la revolución científico-tecnológica conduce por necesidad e inevitablemente a la extinción natural de la dicotomía histórico-social en que se ha sustentado el desarrollo de la civilización de la mercancía. De lo cual se desprende esta cuestión fundamental: ¿Puede el proletariado en extinción constituirse en sujeto de la revolución social? ¿No ha sido, más bien, a pesar de unos cuantos destellos dignos de mención, un agente pasivo de la historia? ¿Objeto, más que sujeto del proceso social? Las dinámicas de autoafirmación concretas que hoy adquiere la forma proletariado del

trabajo socialmente necesario, específicamente en México –cuya situación no es muy diferente a la del resto de las formaciones sociales periféricas y, fundamentalmente, de las formaciones tecnológicamente más desarrolladas–, son puramente economicistas y reaccionarias: pretenden trascender el neoliberalismo sin haberlo realizado, desempolvando del arcón de los recuerdos los modelos vetustos y anacrónicos que usa como sustento teórico y político para el desarrollo de sus luchas actuales, con la utópica pretensión de evitar arribar al estado de desarrollo que caracteriza a los centros geoeconómicos del imperialismo (el proceso japonés, por citar el ejemplo más socorrido, se ha impreso en sus conciencias como una marca de hierro), cuando ha sido precisamente el atraso tecnológico de las formaciones sociales periféricas el sustento material de la superexplotación de su fuerza de trabajo. Y esto sin mencionar una sola palabra sobre la cuestión de las formas de la propiedad privada burguesas del capitalismo, sin llegar a plantearse, siquiera, una concepción societaria o cooperativista, cuando por lo menos en los últimos ciento cincuenta años el problema de la propiedad ha estado en el centro del proceso de la revolución social. En esto, los socialistas y comunistas crítico-utópicos del pasado (y los promotores de la Economía Social y Solidaria del presente), están muy por encima de los actuales dirigentes del proletariado. Difícilmente, si es que no materialmente imposible, un sujeto social puesto a la defensiva por el mismo proceso histórico puede constituirse en catalizador de los impulsos combativos de las masas depauperadas, si no comprende, antes de cualquier otra cosa, que la inexorabilidad del proceso histórico-social lo ha condenado a la extinción, trascendiendo el economicismo reaccionario para ubicarse en una posición revolucionaria, esto es, en la búsqueda de la superación del estado de cosas actual por la vía de la supresión de la propiedad privada de los medios del trabajo socialmente necesario y de la explotación de la fuerza de trabajo humana en el proceso de la producción socialmente necesaria. Mientras vea sólo por sus mezquinos intereses de clase, el proletariado no puede constituirse en sujeto revolucionario. Y no puede trascender sus mezquinos intereses de clase, mientras el fantasma de la depauperación no termine de asumir en él mismo la forma concreta, de carne y hueso, de “una masa de la humanidad como absolutamente desposeída en contradicción con un mundo de riquezas y de conocimientos”. Hoy por hoy, paradójicamente, los núcleos del proletariado en extinción están más preocupados, que la propia burguesía, en ver de qué manera mantienen las condiciones de su

explotación que en ver de qué manera realizan las condiciones de su liberación. No obstante lo anterior, la masa absolutamente desposeída en que las diferentes formas del trabajo socialmente necesario se van integrando inexorablemente en la realidad, no es aquella a la que se refería Marx desde luego: el proletariado, sino la verdaderamente desposeída de toda propiedad, incluso de la que la hacía útil como simple objeto de explotación, la fuerza de trabajo; aquella que verdaderamente no tiene ya un lugar reservado en la mesa, no de la naturaleza como afirmaba Malthus, sino de la sociedad capitalista; es decir, la que está condenada sistémicamente a engrosar las filas del desempleo estructural, se mueve y existe en el mundo de la economía informal, en la ignorancia y en la inconsciencia más absolutas y brutales de las condiciones de su existencia y de su liberación, exacerbando en superlativo grado el proceso de descomposición moral y humana que reproduce geométricamente todas las formas parasitarias de exacción sobre la plusvalía que son capaces de engendrar la oligarquía financiera especulativa y su retroaferencia en la base de la pirámide socio-económica: el lumpenproletariado y su producto ideológico más elaborado: el anarquismo. Sólo la necesidad de sublimar este proceso de descomposición moral y humana a que el capitalismo moribundo arrastra al conjunto de la sociedad, como en su momento sucedió con el feudalismo, puede llevarnos a ver en este fermento informe al sujeto y la concepción capaces de conducir el proceso de la revolución social por la vía de la realización del ser plenamente humano de la sociedad. ¿Qué hacer? ¿Cómo se plantea resolver el proceso histórico-social ésta cuestión? O mejor, ¿seremos los comunistas capaces de aportar al proletariado consciente de clase los elementos necesarios y suficientes para trascender la mezquina estrechez de la concepción gremialsindical y el economicismo reaccionario que le acompañan en el periodo de consunción del capitalismo? Si la respuesta es negativa, no nos queda más que aceptar que la humanidad está condenada a transitar por la vía del dolor más brutal y desgarrador del genocidio global, que en todas sus formas ya está desplegando el sistema oligárquico militar del imperialismo. Pero si la respuesta es afirmativa, se sigue entonces responder el cómo.

CONCIENCIA Y PSEUDOCONCRECION El problema parece radicar en el proceso mismo de desarrollo de la conciencia de clase del proletariado, en la medida en que la conciencia de clase se impone como el límite de la prácticacrítica del sujeto social en la forma orgánica y en la concepción ideológica por excelencia en que se realiza de manera concreta: el sindicalismo y el economicismo. Es decir, al limitar por necesidad la realización del sujeto social al movimiento de la economía y al de sus reivindicaciones económicas elementales. De allí el que, a pesar de la infinidad de esfuerzos conscientes de los comunistas, el proletariado no haya podido constituirse en clase políticamente dominante en ninguna parte del mundo, y el que, en sentido estricto, no pueda constituirse en clase políticamente dominante sin reducir el proceso social a la estrechez y mezquindad de los límites que le impone, por necesidad, su propia conciencia de clase. Siendo la conciencia de clase un producto del proceso mismo de la vida material del sujeto social, sólo la transformación de las condiciones materiales en que se realiza el proceso mismo de la vida del sujeto social puede modificar la conciencia en que se realiza idealmente este proceso de vida, lo que significa, en última instancia, que el sujeto social se ha transformado en su esencia dejando de ser lo que era para asumir su nueva forma concreta y su nueva conciencia de sí y para sí. En otras palabras, para convertirse en sujeto revolucionario, el proletariado debe negarse a sí mismo en tanto clase social y destruir la pseudoconcreción en que realiza la conciencia de sí y para sí. Debe destruirse a sí mismo en el proceso de la práctica-crítica, transformado la huelga, el paro, el sabotaje, en fin, las formas elementales de la práctica-crítica que adquiere esta destrucción, en la forma más desarrollada y profunda de la práctica-crítica de la humanidad: la revolución social. Debe abandonar su ser concreto para asumir el ser abstracto general del ser humano y dar paso, por la vía de la revolución social, al nuevo ser concreto del sujeto del proceso histórico-social. Si el proletariado consciente de clase no asume en sí y para sí los intereses del conjunto de la humanidad y los realiza en el proceso de su práctica-crítica en tanto sujeto histórico-social, no puede estar en condiciones de catalizar los impulsos combativos de las masas depauperadas y transformar la insurrección popular en revolución social. Precondición necesaria e insustituible, y primera etapa de este proceso, es la independencia

política e ideológica del proletariado respecto a la burguesía y la burocracia capitalista que expresa y representa los intereses de clase de ésta. En otras palabras, para poder trascender la conciencia de clase y estar en condiciones de negarse afirmativamente al destruir esta conciencia en cuanto pseudoconcreción del proceso social, el proletariado debe empezar por realizarla a plenitud en sí y para sí, afirmándose con toda radicalidad frente a su inmediata negación negativa: la burguesía y su sistema de dominación. Debe oponer al Poder Político de la burguesía su propio Poder Político; es decir, frente al Poder Político de la clase capitalista realizada por medio del Estado, debe constituirse políticamente en clase, en Partido Político, como el medio posible y necesario para disputar el ejercicio del Poder Social realizado en el Estado. Pero esta negación afirmación es ya, en sí misma, la realización de la esencia que corresponde al sujeto social en que se resuelve y supera la dicotomía histórico-social del capitalismo: el comunista, propietario socialmente colectivo de los medios automatizados de la producción socialmente necesaria. El comunista no es ya, en este sentido, proletario, objeto del proceso histórico-social, sino ser humano desenajenado, sujeto del proceso histórico-social, y su conciencia no es ya, en sentido estricto, conciencia de clase, pseudoconcreción del proceso social, sino conciencia del ser humano colectivamente propietario de los medios de la producción socialmente necesaria, en otras palabras, objetividad psíquica o subjetividad objetiva del proceso histórico-social. Sólo así puede explicarse y entenderse que el sujeto revolucionario se reclute con más frecuencia de entre otros núcleos del trabajo socialmente necesario, incluso del lumpenproletariado mismo, que de los núcleos del proletariado consciente de clase. Ahora bien, ¿cómo se realiza concretamente ésta negación afirmación? ¿Cómo puede ser trascendida la práctica-crítica elemental para asumir la forma de la práctica-crítica revolucionaria? O mejor, ¿cómo se construye el sujeto revolucionario? Este es, en general, un problema de operación política concreta y su solución sólo puede desarrollarse de manera práctica en términos de la lucha por el poder social y del proceso instrumental de construcción de la hegemonía.

PARTIDO POLITICO, FRENTE DE MASAS Y EJÉRCITO POPULAR La primera etapa consiste en erigirse políticamente en clase, como hemos dicho ya, en Partido Político. De ahí la necesidad de ubicarse con absoluta independencia tanto frente a los diferentes sectores de la burguesía como frente a la burocracia capitalista que expresa y representa los intereses de estos. Para ello resulta imperativo trascender la estrechez gremial-sindical en que se expresa y manifiesta su conciencia de clase y asumir conscientemente la representación de los intereses generales de la sociedad. Desde luego que esta tarea no es asumida de manera inmediata por el conjunto de los sectores y destacamentos del proletariado, sino por sus destacamentos políticamente activos y, sobre todo, por sus vanguardias esclarecidas. En tanto en cuanto esta tarea no sea abordada por estas, a los sectores políticamente activos del proletariado consciente de clase no les queda más remedio que moverse en el ámbito de los medios del Poder Político de la burguesía y la burocracia capitalista: sus partidos políticos y su Estado. Una vez que se ha erigido políticamente en clase; es decir, que ha constituido su propio Poder Político, su Partido Político, de suyo se desprende la necesidad de avanzar en la consecución de la forma orgánica por excelencia del Poder Social: el Estado, y cuyo proceso no es más que la realización concreta de su hegemonía. Esta etapa aborda dos aspectos: el primero implica continuar el proceso de politización de los sectores y destacamentos de la clase y su integración orgánica en el Partido Político; el segundo, la conformación de una plataforma programática y orgánica que permita la incorporación de los destacamentos del trabajo socialmente necesario no proletarios y, de manera particular, de los desempleados estructurales, por la vía del frente de masas. Llegado a esta etapa, el proceso por sí mismo permitirá plantear la cuestión fundamental del ejercicio del poder social, el que tiene que ver, ni más ni menos, que con las formas de propiedad de los medios fundamentales del trabajo socialmente necesario. De suyo se desprende que la burguesía no soltará la prenda de manera voluntaria, que la oposición al cambio de régimen y carácter de la propiedad de los medios fundamentales del trabajo socialmente necesario, no sólo será intensa, sino feroz. Lo cual será causa y razón de entrar a la tercera etapa (la de consolidación) del proceso instrumental de la realización de la hegemonía del poder político del proletariado: la conformación del ejército popular. Esto significa un viraje en la concepción del estado con respecto a la política

militar y de sus fuerzas armadas. Es decir, en lugar de un ejército profesional regular, cuyos elementos tendrán que ser licenciados como parte de las primeras acciones del poder político del proletariado en el ejercicio del poder público, tendrá que conformarse una milicia popular, conformada principalmente por las bases sociales del proletariado y sus aliados más confiables. Desde luego que este proceso ni es lineal ni, mucho menos, mecánico. Es decir, el desarrollo de las diferentes etapas corresponde a los aspectos de la táctica particular de cada momento, de acuerdo al desarrollo de las condiciones objetivas y subjetivas de la práctica-crítica revolucionaria. Lo que si es incuestionable es que el punto de partida insustituible, en cualquier periodo del proceso histórico de la formación social, es la conformación del poder político del proletariado, a menos que se pretenda dejar que el proceso histórico social resuelva por sí mismo, mediante su desenvolvimiento natural, la cuestión de las formas y el carácter de la propiedad de los medios fundamentales del trabajo socialmente necesario, lo que significa en definitiva, para el conjunto de la humanidad, un alto costo social y humano, y cuyos elementos apenas asoman en la realidad económica mundial como la punta de un iceberg de proporciones catastróficas.