Santuarios, "oppida" y ciudades: arquitectura sacra en el origen y desarrollo urbano del Mediterráneo occidental (Anejos de Archivo español de Arqueología) (Spanish, Italian and Portuguese Edition) 8400088271, 9788400088279

En este volumen se presentan los resultados científicos del IV Simposio de Arqueología de Mérida que, organizado por el

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Spanish, Italian, Portuguese Pages 464 [463] Year 2009

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 8400088271, 9788400088279

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ANEJOS AESPA

XLV 2009

Pedro Mateos Sebastián Celestino Antonio Pizzo Trinidad Tor tosa

ANEJOS

DE AESPA

XLV

SANTUARIOS, OPPIDA Y CIUDADES: ARQUITECTURA SACRA EN EL ORIGEN Y DESARROLLO URBANO DEL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL

(eds.)

SANTUARIOS, OPPIDA Y CIUDADES: ARQUITECTURA SACRA EN EL ORIGEN Y DESARROLLO URBANO DEL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL

ISBN 978 - 84 - 00 - 08827 - 9

ARCHIVO ESPAÑOL DE

ARQVEOLOGÍA

2

Santuarios, oppida y ciudades

Anejos de AEspA XLV

INTRODUCCIÓN ANEJOS DE ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA

Anejos de AEspA XLV

XLV

SANTUARIOS, OPPIDA Y CIUDADES: ARQUITECTURA SACRA EN EL ORIGEN Y DESARROLLO URBANO DEL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL

3

4

Santuarios, oppida y ciudades

Anejos de AEspA XLV

ANEJOS SERIE

DE

AESPA

PUBLICADA POR EL INSTITUTO DE

HISTORIA

Directora: M.ª Paz García-Bellido, Instituto de Historia, CSIC, Madrid Consejo de redacción: Prof. D. Javier Arce, Instituto de Historia, CSIC, Madrid; Prof. Dr. Manuel Bendala, Universidad Autónoma de Madrid; Dra. Guadalupe López Monteagudo, Instituto de Historia, CSIC, Madrid; Dr. Pedro Mateos, Instituto de Arqueología de Mérida, J. Ext., CCMM y CSIC; Prof. Dr. Manuel Molinos, Universidad de Jaén; Prof. Dr. Ángel Morillo, Universidad de León; Dra. Almudena Orejas, Instituto de Historia, CSIC, Madrid; Prof. Dr. Francisco Pina Polo, Universidad de Zaragoza; Prof. Dr. Joaquín Ruiz de Arbulo, Universidad de Tarragona. Consejo asesor: Dr. Michel Amandry, Bibliothèque Nationale de France, Paris; Dr. Xavier Aquilué, Conjunto Monumental de Ampurias, Girona; Prof. Dr. Gian Pietro Brogiolo, Università di Padova; Prof. Dr. Francisco Burillo, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de Teruel; Prof. Dr. Monique Clavel-Lévêque, Université Franche-Comté, Besançon; Prof.a Dra. Teresa Chapa, Universidad Complutense de Madrid; Prof. Dr. Adolfo Domínguez Monedero, Universidad Autónoma de Madrid; Prof. Dr. Carlos Fabião, Universidade de Lisboa; Prof.a Dra. Carmen Fernández Ochoa, Universidad Autónoma de Madrid; Dr. Pierre Moret, Casa de Velázquez, Madrid; Prof. Dr. Domingo Plácido, Universidad Complutense de Madrid; Prof. Dr. Sebastián Ramallo, Universidad de Murcia; Prof.a Dra. Isabel Rodà, Universitat Autònoma de Barcelona; Prof. Dr. Th. G. Schattner, Instituto Arqueológico Alemán, Madrid; Dr. Armin Stylow, Kommission für Alte Geschichte und Epigraphik des DAI, München. Secretario: Carlos Jesús Morán Sánchez, Instituto de Arqueología de Mérida.

Anejos de AEspA XLV

INTRODUCCIÓN

PEDRO MATEOS SEBASTIÁN CELESTINO ANTONIO PIZZO TRINIDAD TORTOSA (eds.)

SANTUARIOS, OPPIDA Y CIUDADES: ARQUITECTURA SACRA EN EL ORIGEN Y DESARROLLO URBANO DEL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Instituto de Arqueología de Mérida MÉRIDA, 2009

5

6Reservados Santuarios, y ciudades todos losoppida derechos por la legislación en materia de Propiedad In-

telectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, asertos y opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Imagen de cubierta: Composición a partir de la Estampa Sexta de las Noticias de las ruinas de Talavera la Vieja, de Ignacio de Hermosilla. Imagen de contracubierta: Dibujo a tinta y aguada de cuatro columnas, restos de arquitrabe y un arco de Talavera la Vieja. Anónimo. Real Academia de la Historia.

Catálogo general de publicaciones oficiales http://www.060.es

© CSIC © Pedro Mateos, Sebastián Celestino, Antonio Pizzo y Trinidad Tortosa (eds.) NIPO: 653-08-063-4 ISBN: 978-84-00-08827-9 Depósito Legal: M. 22.524-2009 Impreso en España, Printed in Spain Imprenta TARAVILLA. Mesón de Paños, 6. 28013 MADRID

Anejos de AEspA XLV

SUMARIO INTRODUCCIÓN ................................................................................................................

9

– Spazi sacri, assetti urbani e dinamiche territoriali nella Magna Grecia .......... – Emanuele Greco

11

– Arquitectura religiosa en Tartessos ...................................................................... – Ana M. Arruda y Sebastián Celestino

29

– Castro Marim: Un santuario en la desembocadura del Guadiana .................... – Ana M. Arruda, Pedro A. Carretero, Vera Texeira, Elisa Sousa, Patricia Bargão, Pedro Lourenço y Carlos F. Oliveira

79

– Modelos arquitectónicos en la protohistoria del suroeste peninsular: edificios «en tridente» ............................................................................................................ – Javier Jiménez Ávila

89

– Entre ciudad y territorio. Los monumentos funerarios púnicos: simbolismo y ordenación urbana .................................................................................................. – Fernando Prados Martínez

101

– El templo de Melqart de Gadir: hito religioso-económico y marítimo. Consideraciones sobre su relación con la industria conservera .................................. Antonio M. Sáez Romero

115

– «Castro» da Azougada (Moura, Portugal): sacralidade e dinamismo comercial no Baixo Guadiana durante o Pós-Orientalizante ............................................... Ana Sofía Tamissa Antunes

131

– Del espacio urbano a la ciudad en la sociedad ibera ......................................... Arturo Ruiz

153

– Origen y desarrollo de la ciudad en la Celtiberia ............................................... Francisco Burillo Mozota

175

– La ciudad celtibérica de Segeda I ......................................................................... Francisco Burillo, M.ª Ascensión Cano, Raúl López y Esperanza Saiz

195

– Collado de los Jardines. Una aproximación a la arquitectura del santuario a partir de la documentación de Juan Cabré Aguiló .............................................. Susana González

203

– Concentración de la población y desarrollo de grandes núcleos urbanos en época ibérica en el NE peninsular ........................................................................ Francisco Gracia

221

– L’emergere di strutture istituzionali in un oppidum italico (IV-III sec. a.C.): un caso di studio ..................................................................................................... Maurizio Gualtieri

227

– Gli spazi sacri della città repubblicana in Italia ................................................. Filippo Coarelli

249

8

Santuarios, oppida y ciudades

Anejos de AEspA XLV

– Arquitectura sacra y fundaciones urbanas en las Hispanias tardo-republicanas. Corrientes culturales, modelos edilicios y balance de novedades durante el siglo II a.C. ...................................................................................................... Joaquín Ruiz de Arbulo – Fundaciones militares en el origen de la ciudad lusitana: nuevos datos para la reflexión ............................................................................................................... Francisco Javier Heras Mora – L’area sacra sull’acropoli di Populonia ............................................................... Cynthia Mascione

253

299 309

– Le rôle de l’architecture sacrée dans la définition et la hiérarchisation des espaces de la ville romaine impériale ................................................................... Pierre Gros

329

– Continuidad y renovación en los centros sacros de las ciudades hispanorromanas ....................................................................................................................... Manuel Bendala Galán

345

– El Conjunto Provincial de Culto Imperial de Augusta Emerita ......................... Pedro Mateos Cruz y Antonio Pizzo

371

– Bandua y los Roudenses: Lecturas acerca de una inscripción lusitana ............. Jesús Acero Pérez

383

– Urbanismo y arquitectura al servicio del poder imperial: el foro colonial de Emerita ..................................................................................................................... Elena Castillo Ramírez

391

– Os espaços forais de Conimbriga .......................................................................... Virgílio Hipólito Correia

397

– Santuarios y epigrafía en las ciudades hispanorromanas: una aproximación .. M.a Cruz González Rodríguez

407

– El agua sacra y su vinculación con el origen y el desarrollo urbano de una fundación romana. El santuario (¿Asklepeion?) de Valentia (Hispania) .......... Rosa Albiach, Israel Espí y Albert Ribera

417

– Cuestiones finales sobre la arqueología de la ciudad y de lo sagrado en el mediterráneo occidental prerromano y romano ................................................... Trinidad Tortosa y Juan A. Santos

447

INTRODUCCIÓN

Con este volumen damos a conocer los resultados científicos del IV Simposio de Arqueología de Mérida que, organizado por el Instituto de Arqueología de Mérida y el Consorcio de la Ciudad Monumental, pretendía descifrar las claves que promovieron el nacimiento de la urbs y su expansión por el Mediterráneo occidental, analizando tanto sus precedentes como los mecanismos que permitirán el desarrollo urbano más generalizado a partir de la romanización. El Congreso se enmarca en la serie de Simposios Internacionales que, desde su creación en el año 2000, se celebran periódicamente en el Instituto de Arqueología de Mérida, lugar que además refleja a la perfección el resultado de ese proceso urbano que pretendemos analizar. El encuentro se estructuraba a partir de dos ponencias por cada bloque temático, así como por la síntesis de las diferentes comunicaciones, presentadas por un relator, que se convertirían en parte esencial de esta reunión. Por último, las mesas redondas sirvieron para debatir las cuestiones introducidas en las ponencias y comunicaciones desde distintos puntos de vista. El concepto de ciudad occidental surge en la cultura romana como una derivación de los modelos urbanos del Próximo Oriente, de la polis griega y como consecuencia de la propia evolución urbana y arquitectónica de la cultura etrusca. Todos estos modelos, aunque originales, tienen un denominador común basado en la creación de un espacio de carácter sagrado que define y articula el desarrollo de la ciudad. El Simposio partía de las primitivas manifestaciones de arquitectura religiosa que generaron los primeros trazados urbanos complejos en el área tartésica e ibérica y que constituyen un reflejo de los modelos del Mediterráneo oriental a través del mundo púnico. Al mismo tiempo, parecía necesario contrastar este fenómeno con el que se desarrolla en el ámbito celtibérico donde actualmente se están produciendo novedosas aportaciones. Todos estos cambios sobre concepto urbano en la Península Ibérica a través de los espacios sacros no podrían entenderse sin una profunda reflexión acerca de la colonización mediterránea, con casos tan paradigmáticos como Ampurias o Cádiz, que, a la postre, constitui-

rán el reflejo del futuro desarrollo urbano de los pueblos prerromanos del interior. La romanización marcará un cambio en la estrategia urbana, imponiéndose un trazado común en todas las áreas conquistadas del occidente europeo, si bien en muchos casos se mantienen ciertas pervivencias de modelos urbanos de las fases precedentes. Por ello, parece obvio reparar, especialmente, en las causas que propiciaron el nacimiento de la ciudad en época republicana, donde los espacios sacros estructuran el ordenamiento urbanístico. El reflejo de Roma en las provincias también permitirá obtener una visión del grado de asimilación de las sociedades indígenas respecto a este nuevo concepto de ciudad, para lo que nos detendremos en analizar dichos fenómenos tanto en Hispania como en otras provincias mediterráneas. Nuestro objetivo era plantear un debate profundo sobre este tema, potenciando la realización de mesas redondas donde los especialistas discutieran las cuestiones propuestas en las dos ponencias marco existentes en cada sesión y en las conclusiones obtenidas del análisis de las comunicaciones presentadas a partir de la figura del relator. La organización de este Simposio ha sido posible gracias a las ayudas para la financiación de Congresos aportadas por el II Plan Regional de Investigación de la Consejería de Infraestructuras y Desarrollo Tecnológico de la Junta de Extremadura, por el programa I+D+i del Ministerio de Educación y Ciencia y por la Asamblea de Extremadura, instituciones a las que queremos agradecer su patrocinio y apoyo continuo. La edición de las Actas es fruto de la cofinanciación de la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Del mismo modo queremos agradecer el trabajo de Fabián Lavado en la Secretaría Técnica del Simposio, Carlos Morán y el resto de miembros del Instituto y el Consorcio de Mérida que con su trabajo han contribuido a que esta publicación salga hoy a la luz. PEDRO MATEOS, SEBASTIÁN CELESTINO, ANTONIO PIZZO y TRINIDAD TORTOSA Mérida, diciembre de 2006

SPAZI SACRI, ASSETTI URBANI E DINAMICHE TERRITORIALI NELLA MAGNA GRECIA Emanuele Greco*

Desidero anch’io ringraziare il comitato organizzatore per questo invito, che mi fa molto onore e mi permette di partecipare a questo convegno che trovo di grande utilità ed efficacia, come si diceva ieri, non solo per la dimensione diacronica ma anche per quella geografica perché sono sempre più rare le occasioni in cui ci si può confrontare su temi di grande interesse che allacciano un po’ le relazioni di tutto il Mediterraneo, in un’epoca come la nostra caratterizzata invece da forti particolarismi regionali. Io proverò nel giro di una breve relazione a tracciare uno schizzo della colonizzazione greca della sola Magna Grecia, chiaramente dato il tempo, scegliendo una serie di temi che mi sembrano interessanti per la riflessione storica generale. Andrea Carandini ieri ci ha mostrato quello che una volta si chiamava lo Stadtwerdung, il divenire città, di Roma, attraverso una stratigrafia di una zona monumentale centrale con tutto il complesso intorno all’Atrium Vestae. Io, prima di parlarvi di colonizzazione greca, vorrei fare una breve premessa, anche perché è in corso, in questi ultimi mesi, un dibattito piuttosto acceso che rimette in discussione almeno cento anni di studi. A partire dagli inizi degli anni ’90 è diventato motivo di interesse centrale lo studio della ethnicity, termine inglese oggi molto in voga che si puo’ intendere genericamente come complesso relativo alla o alle identità etniche. F. Walbank, il famoso studioso di Polibio, in un articolo recente si è chiesto se non vi sia una relazione tra lo sviluppo delle moderne problematiche conesse con l’ethnicity e il crollo della Jugoslavia. È evidente la risposta affermativa: noi, specialmente noi italiani, siamo abbastanza vaccinati dalla filosofia crociana sulla contemporaneità della storia e quindi è evidente che si tratta di una corrente storiografica che ha a che fare con l’età contemporanea. Allo stesso modo, come nascono i movimenti, le identità regionali, gli egoismi, diciamo localistici (noi abbiamo la Lega per esempio) così nascono le correnti storiografiche che provano ad andare alla ricerca * Scuola Archeologica Italiana di Atene.

di quelle determinate radici che sono espressione della storia contemporanea. Nell’ambito di questo discorso io collocherei la tendenza storiografica, tipicamente anglosassone, che nega la validità alla storia della colonizzazione greca dell’Occidente. Il campione di questa corrente è uno studioso di primo piano come Robin Osborne, ma ci sono anche seguaci (specialmente in Olanda) che già stanno diffondendo un’ampia letteratura che diciamo si basa su questo grido di battaglia. Un discorso sulle fondazioni coloniali sarebbe semplicemente anacronistico, perché non dovremmo poter parlare di colonizzazione greca o di organizzazione coloniale antica. Devo dire che il problema, se uno va alla radice anche delle parole, era già noto a Lorenzo Valla (Elegantiarum latinae linguae libri VI, pubblicati nel 1444), ma Lorenzo Valla quasi nessuno sa più chi è (tanto meno i nostri cari amici d’oltre Manica) a causa della continua rimozione della bibliografia, un po’ come se noi fossimo cultori delle scienze dure come dicono i Francesi, vale a dire le scienze matematiche e fisiche etc., per le quali una bibliografia che oltrepassi i sei mesi di vita è ormai obsoleta. Sappiamo bene, invece, che nelle scienze umane le cose vanno diversamente. Ma il guaio è che bisogna leggere i testi scritti anche nelle altre lingue. La conseguenza negativa di chi si sottrae a questo dovere, anche morale, è non solo uno ‘splendido isolamento’ ma il ricorrente rischio di riscoprire l’acqua calda, dopo che altrove è stata inventata da secoli, con la conseguente inevitabile ed involontaria comicità. Ci sono delle cose dell’Umanesimo e del Rinascimento che vanno tenute ancora nel debito conto. L.Valla è il primo che si è posto il problema di come tradurre la parola greca ‘apoikia’ e ha trovato che la traduzione piu vicina era colonia, naturalmente in questa operazione c’è dell’ anacronismo perché il greco apoikia non si può tradurre con il latino colonia, perché sono due cose diverse. Apoikia vuol dire partire da casa, allontanarsi da casa, dall’oikos. Co-

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Emanuele Greco

lonia è un derivato dal verbo colere, che vuol dire coltivare, e presuppone già una forte dipendenza della colonia da una madrepatria. Ora, se uno pensa di spiegare la colonizzazione greca in termine di colonia, certamente la colonizzazione greca non è da ritenere tale. Osborne dice, se non c’è state enterprise non c’è colonizzazione: è vero ma non facciamo del nominalismo, andiamo a tradurre i concetti nella realtà antica. Allora a che serve il discorso sull’ ethnicity, serve a dimostrare, secondo gli autori che stiamo criticando, che il movimento coloniale antico è un passaggio, tra Oriente e Occidente, di gruppi privati di avventurieri che andavano ad occupare terre, si sposavano con le donne indigene, facendo razzie, ognuno con una sua storiella. Ad un certo punto, secondo questi autori, a partire dalla fine del VI sec. a.C., hanno cominciato a sentire il bisogno di darsi uno spessore storico, cioè hanno detto: noi chi siamo, da dove veniamo? E quindi si sono dati una identità. Questa identità è entrata nella letteratura e noi ‘ingenui’, leggiamo le fonti del V sec. a.C., Tucidide, Erodoto, Antioco di Siracusa, senza accorgerci che hanno tramandato una visione manipolata della storia, in quanto non hanno colto il processo di autoidentificazione. Per esempio, un caso molto tipico, perché è quello che è stato studiato di più, riguarda gli Achei. Gli Achei sono una identità assolutamente paradigmatica, perché i Greci, all’epoca della guerra di Troia e di Omero, sono tutti Achei; poi, dopo l’invasione dorica e la etnogenesi della Grecia, gli Achei sono solo gli abitanti del Peloponneso. Allora, questi, hanno fondato delle colonie, pardon, apoikiai, in Occidente: Sibari, Crotone, Caulonia, Metaponto, Poseidonia. Ecco, secondo la nuova storiografia revisionista questa identità achea si è creata per quella che gli antropologi chiamano una identità contrastiva: cioè io esisto in quanto ti odio e sono tuo nemico. Allora gli Achei odiano gli Spartani, cioè i Tarantini. Taranto, è come dice Strabone, en pleurais, sui fianchi, ed è una minaccia costante per le comunità che sono ad occidente: dunque il misolaconismo dà una identità agli Achei, che quindi si sarebbero coagulati intorno a questi concetti basilari. Tutto questo a noi risulta estremamente non convincente perché una delle dimensioni più importanti del cambiamento di prospettiva è data proprio dall’archeologia che mostra come già in età arcaica, sia possibile cogliere una forte visione della realtà, urbanistica, territoriale, di processi identitari, in cui gioca un ruolo fondamentale, lo dico anche in omaggio al tema del convegno, proprio la dimensione religiosa, quella dei santuari come marcatori di identità e di segnali di occupazione di un territorio. Intanto, proprio per rimanere in tema di Acaia, cioè

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la parte meridionale del golfo di Corinto, il nord del Peloponneso, da Patrasso fino ad Eghion ed a Pellene, tutta questa parte è una regione marginale del mondo greco, marginale nel senso di poco conosciuta, poco scavata e poco indagata. Talvolta, scherzando, mi viene di dire che gli Achei e i Cretesi non avendo partecipato alle guerre contro i Persiani sono stati ostracizzati già in antico, ed in parte è vero; ma l’ostracismo continua presso i moderni, perché nessuno è andato a scavare gli insediamenti di queste società arcaiche. Ora proprio in Acaia, in questi ultimi anni, ha avuto inizio un’esplorazione sistematica delle aree urbane e dei territori. Una delle scoperte più importanti è stata quella del tempio di Ano Mazaraki databile all’ultimo quarto dell’VIII sec. (Fig. 1): siamo esattamente nell’epoca in cui i Greci hanno cominciato a viaggiare per andare in Occidente e fondare apoikiai. Se mi consentite una breve parentesi, c’è da mettere nel conto la dimensione letteraria di questo fenomeno che non è sempre tenuta presente. I testi omerici sono poetici e sarebbero sempre e solo frutto di fantasia. Per carità, non mi sognerei mai, come fanno alcuni, di andare a Troia a cercare le orme del piede di Achille o il luogo dove è sepolto Patroclo; Omero non è un manuale di topografia, però nel sesto libro dell’Odissea, quando leggsamo che Nausitkaos si è allontanato dalla sua terra di origine ed ha fondato la città erigendo le mura, dividendo i campi, costruendo le case e dividendo i temene degli dei, fa la descrizione di una fondazione coloniale, c’è poco da dire. Allora la descrizione della fondazione di Scherie è un referente che ha dietro i viaggiatori euboici per esempio o qualcosa della seconda metà dell’VIII-inizio VII sec. a.C. In questo periodo, appunto, in aree come l’Acaia, tanto negletta, dove i processi identitari sarebbero stati maturi soltanto più o meno all’epoca delle guerre persiane, vengono impiantati santuari di fine VIII sec. a.C., come questo di Ano Mazaraki, un tempio di Artemide tutto di legno con due absidi e tutta la peristasi di legno, con le basi di pietra che circondano il tempio bi-absidato, riportato alla luce da M. Petropoulos. Lo scavatore aveva intuito che si trattava di un tempio di Artemide, ma poi ha avuto anche la fortuna di trovare la dedica ad Artemide, Artemis aontia, si chiama, cioè, forse, l’Artemide dei venti, la dea titolare di questo santuario che sta a mille e cento metri sul livello del mare in cima ad una montagna al confine tra l’Acaia e l’Arcadia. Ma dopo questo, nella scorsa estate, i Greci hanno trovato altri due santuari di questo tipo, nella zona di Eghion, una zona molto interessante, perché in quell’area c’è un fiume che si chiama Kratis, c’è una sorgente che si chiama

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SPAZI SACRI, ASSETTI URBANI E DINAMICHE TERRITORIALI...

Sibari, c’è un altro fiume che si chiama Selinunte, ci sono degli idronimi assolutamente straordinari. Ora non so, se quando si sono dati un’identità hanno anche ribattezzato i fiumi, ma, comunque Sibari è una sorgente di Boura, il Kratis è un fiume di Eghion, li vicino c’è Elice, che è la madrepatria di Sibari, di questi avventurieri che partivano verso Occidente. Nella carta dell’Italia Meridionale possiamo vedere la distribuzione di questi insediamenti di cui richiamo alla memoria i principali: Taranto, Metaponto, Siris, Sibari, Crotone, Caulonia, Locri, poi ci sono le colonie dello stretto (Regio e Zancle) e sul Tirreno Laos, Velia, Paestum: questa è l’area su cui proverò ora ad attirare la vostra attenzione (Fig. 2). Comincerei con uno degli argomenti che sono stati un grande cavallo di battaglia delle discussioni degli anni passati e cioè i santuari extra-urbani. Ora ad essere precisi santuario extra-urbano significa che c’è l’urbe, tanto per dire che ogni considerazione sulla sua natura deve partire da questo presupposto. Eppure può sembrare strano, ma questa è una conquista relativamente recente, non è stato cosi dall’inizio, perché i santuari costruiti e ubicati nel territorio, cioè fuori città, sono stati variamente interpretati o come residui di un passato miceneo, o come santuari indigeni. A queste definizioni è mancato il concetto di città, come diceva ieri Carandini, e come siamo abituati a fare noi: ci sono parole che sono sempre uguali, ma che coprono un campo semantico molto vario e noi siamo abituati per tradizione a considerarle relativamente allo sviluppo delle forze produttive e ai rapporti sociali di produzione quindi relativamente (lo so che il relativismo non raccoglie l’unanimità dei consensi, ma in certi campi è difficile dimostrare il contrario) alle epoche considerate. C’è quindi un concetto di città che naturalmente varia secondo le epoche e non possiamo colonizzare l’antichità applicando categorie interpretative anacronistiche. E quindi, diciamo, che è mancata tutta la cultura storica archeologica, fino agli anni settanta: secondo una certa definizione formalista, la città era lo spazio dentro le mura ed il territorio era una variabile assolutamente ininfluente. Ora noi sappiamo che non è vero, che è esattamente il contrario e bisogna riconoscere che questo si deve alla grande rivoluzione operata G. Vallet nel 1967 con la sua definizione di santuario extra-urbano, che a mio avviso, nonostante i 40 anni passati, è quella che regge meglio ed è molto ben evidente, soprattutto nel mondo acheo dove la dominante religiosa di questi santuari è la dea Era. Era è a Crotone nel santuario di Capo Lacinio, Era è a Metaponto, Era è a Poseidonia ed anche a Sibari (lo sappiamo dalle fonti ma non abbiamo il riscontro archeologico) e quindi, come ha dimostrato Al-

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fonso Mele, Era vuol dire anche che c’è dietro tutto un mondo ideologico religioso che non sempre si ritrova nei cocci, non sempre tutto è solo dimensione materiale, e che questo mondo di Omero, questo mondo che ruota intorno ad Era, questa dimensione ideologica e religiosa è fortemente radicata già negli apoikoi della prima generazione della fine dell’VIII sec. quando sono arrivati e hanno fondato queste città. C’è poi il santuario di Era al Sele (Figs. 3-5), che contrariamente a quanto si crede non sta alla foce del Sele, (secondo il titolo con cui è stato pubblicato, Heraion alla foce del Sele) perché la foce del Sele dista 3 km. Invece, e non è solo una pedanteria geografica, sta sul guado del fiume ed è l’unico punto in cui il fiume è attraversabile e il fiume è un’autentica frontiera, anche linguistica, perché al di là, sulla riva destra, si parla etrusco, abbiamo le iscrizioni arcaiche, classiche, ellenistiche; questa è l’area che comprende l’agro picentino dei Romani da Pontecagnano fino a Salerno; invece sulla riva sinistra si parla il greco, e il santuario è piazzato lì, al confine tra questi due mondi Ora quando passiamo agli aspetti positivi, ai realia, una cosa fondamentale è che il santuario è assolutamente coevo alle prime attestazioni di vita della città. Quindi, diciamo, non preesiste alla polis, non è una sopravvivenza micenea, non è un santuario indigeno grecizzato, come credevano durante il fascismo, per esempio, quando dominava questa teoria di Ciaceri. Né è un santuario miceneo (il Pugliese Carratelli rimane il più strenuo sostenitore della sopravvivenza micenea dei santuari in questione). Oggi siamo convinti piuttosto che non hanno niente a che fare con il miceneo, perché questi tipi di miti, queste tradizioni mitologico-religiose sono i cosidettti charter-myths, quelli portati dai coloni in età storica che recano con sè un loro patrimonio mitico religioso. Impiantandolo nei territori in cui si intallano, legittimano la loro presenza con mitologie prese dal passato omerico che è sempre il principale punto di riferimento. Quindi non sono micenei, sono loro che si autodefinivano tali, ma lo facevano già all’inizio; la dimensione archeologica serve a dimostrare che c’è un progetto unitario con il quale si fonda la città e si occupa un territorio e che questo territorio viene messo sotto il controllo degli dei, che sono la garanzia che l’uomo antico ha per mettere sotto protezione un territorio e sancirne il diritto allo sfruttamento. Questo mondo acheo è quello che meglio può esemplificare questo concetto dal punto di vista archeologico, perché abbiamo il santuario del Sele, il santuario di Capo Lacinio, quello del Bradano a Metaponto, che abbiamo scavato, che conosciamo grazie all’indagine archeologica la quale ci garantisce che

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Emanuele Greco

questi luoghi di culto nascono contemporaneamente alla città. C’è poi la dimensione religiosa perché sono tutti santuari di Era. E basta leggere Omero per capire quale è il rapporto tra Era e i Greci Achei. Era ha poi un rapporto particolare nel santuario del Sele con l’eroe delle fatiche Eracle, cha da lei prende il nome e la gloria (significato letterale di Herakles). La dominanza delle fatiche di Eracle nella bella serie delle famosissime metope trasmette un altro messaggio ideologico religioso perché è un ciclo iconografico che si coniuga bene con la funzione del santuario e con il rapporto con l’altro, il barbaro, il diverso che è dall’altra parte. Di recente, nel corso degli scavi diretti da J. de La Genière e G. Greco, al di sotto del grande tempio, è stato rinvenuto un tempio arcaico, probabilmente quello delle metope, mentre quello che è stato pubblicato come tempio arcaico, è un sacello di età ellenistica. Metaponto attira la nostra attenzione per le specificità della situazione del suo territorio nel quale si sono svolte indagini molto importanti; la miriade di punti che sono stati rilevati con la foto aerea, e poi anche con la prospezione sono insediamenti agrari. Oggi si contano circa duemila fattorie nella chora di Metaponto di cui una decina sono scavate, in parte dal compianto Adamesteanu, altre da J. Carter della Austin University del Texas, che è anche l’autore di un lavoro recente su tutta la chora. Anche qui c’è un progetto che prevede la definizione dello spazio urbano (Fig. 6): lo spazio è suddiviso in temene, per gli dei, poi l’agorà, per le funzioni civili e gli isolati per le case. Apro una parentesi, in un’elegia di Solone, c’è forse la più antica definizione della tripartizione, che è cara al mondo greco, Demosia, Hiera, Idia, la chora degli idioti, cioè i privati, la chora degli dèi, quella sacra, hiera, e la demosia, quella del pubblico. Questa è una tripartizione, che sarà sempre presente in tutti gli autori classici, i cosiddetti utopisti. Ma in Solone viene dalla pratica perché Solone non è un utopista, è soprattutto un uomo di governo che scrive poesie, perché a quel tempo si comunicava così sul piano letterario, come non si stanca mai di ripetere il nostro Filippo Coarelli, in età arcaica non c’è la prosa c’è la poesia per trasmettere pensieri. Poi tutti gli utopisti successivi, da Falea di Calcedone a Ippodamo di Mileto, fino a Platone e Aristotele conoscono questa tripartizione. Ora è interessante, per quello che io ne so della colonizzazione greca d’Occidente e delle città di cui abbiamo informazioni più ricche, questa tripartizione si vede, si vede dall’origini, dal momento della fondazione. Questi apoikoi arrivano già con un concetto svi-

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luppato e naturalmente oggi possiamo fare anche la storia dello sviluppo di questo concetto, perché Megara Iblea, che è una apoikia dell’VIII sec. e Metaponto che è della fine del VII, non sono uguali; comparando le due città, per esempio, si possono cogliere alcune linee fondamentali del cambiamento avvenuto nel corso di almeno tre genrazioni. Quando si fondano città in epoche più recenti non si ripercorre lo stesso processo precedente, le nuove fondazioni sono già allo stadio più avanzato, non ripetono tutto il cammino delle precedenti. Quindi è interessante poter creare questa specie di mosaico. Ma qui vorrei inserire ancora una riflessione che riguarda il rapporto con la madre patria. Si dice, ed è quasi un ritornello retorico: ah! se conoscessimo le città greche! Io aggiungerei, certo, a chiunque piacerebbe conoscere le città greche, perchè, non so se ve ne siete accorti, ma le città greche non sono scavate, non sappiamo niente di Atene, Corinto, di Argo, di Sparta, l’unica città greca scavata è Olinto, per fortuna, perché gli americani nel momento della crisi di Wall Street fra il ’29 e il ’39 hanno scavato in 10 anni una intera città, e devo dire bene, uno scavo esemplare, una pubblicazione esemplare e aggiungerei anche un restauro conservativo molto ben fatto dai greci. Andate a vedere Olinto così uno vede come è fatta una città greca o almeno la Neapolis di Olinto, quella costruita tra la fine del V e la metà del IV, una città greca che ha avuto 70/80 anni di vita e poi è stata distrutta nel 347 a.C. senza nessuna rioccupazione successiva. Io aggiungerei questa riflessione: direi che se conoscessimo bene Corinto non potremmo spiegare Siracusa, se conoscessimo bene Sparta non potremmo spiegare Taranto, perché per quel poco che se ne sa, le apoikiai dell’Occidente non sono parva urbis simulacra, come le colonie romane, la dimensione ‘coloniale’, tra virgolette, si ritrova nella ideologia religiosa, nelle leggi, nei costumi, nella lingua, ma non hanno fatto la fotocopia della città, quando hanno fondato le colonie, e da questo punto di vista, veramente, la colonizzazione greca è un gigantesco laboratorio di sperimentazione, espressione mia, che è molto piaciuta ad Irad Malkin (e ce ne vuole, perché anche qui tra storiografia e storia delle religioni, la prospettiva malkiniana pure contiene numerosi elementi di diversità.). Ma questo è un aspetto positivo, la diversità delle opinioni e delle relative scuole è sempre salutare. Proprio Malkin, reagendo alla storiografia inglese, dice a Osborne: certo la colonizzazione greca è diversa se studiata a Tel Aviv a Parigi o a Oxford. Io gli ho rimproverato di aver dimenticato l’Italia, perché tutto sommato si tratta di antichità di casa nostra, su cui pure abbiamo qualche opinione. È chia-

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ro, chiosa, che un professore di Tel Aviv vede la storia della colonizzazione greca diversamente da uno di Oxford o di Cambridge: ci dobbiamo abituare a questa diversità e confrontarci liberamente. Dal mio punto di vista direi che la colonizzazione ha permesso ai Greci di impiantare città con molti elementi in comune e grande varietà di modelli, ma che non sono riproduzione della madrepatria. Ho appena citato Megara Hyblaea, una delle città pilota nello studio della colonizzazione greca dell’occidente (Fig. 7): è da poco uscito Megara Hyblaea V di M. Gras, H. Treziny, H. Broise, un vero evento archeologico, un’opera meritoria perché vi sono pubblicati più di cento anni di scavi dai taccuini di Cavallari e P. Orsi fino a quelli di Villard, Auberson e Vallet, lavoro da certosini, in cui sono state versate su una carta tutte le informazioni, anche quelle provenienti da piccoli saggi. Ne vengono fuori un quadro ed anche una serie di spunti interessanti, merito degli editori Gras e Treziny e dei commenti di F. de Polignac. Noi siamo abituati, dalla fine degli anni cinquanta, quando Vallet e Villard hanno cominciato a renderlo noto, a considerare lo spazio centrale come l’agorà di Megara Iblea e tale è, ciò non è in discussione, ci sono stati anche dei critici di questa identificazione, come B. Berqvist, come Thompson, che hanno negato invano l’evidenza, non avendo capito niente, ma Polignac ha notato che ci sono almeno tre o quattro santuari con spazi vuoti intorno e poi a partire dalla fine del VII quello centrale diventa l’unico. Allora ha lanciato questa idea, che merita discussione per il futuro: alla fine del secolo VIII a.C. avremmo una configurazione urbana in cui sono ancora ben distinguibili, anche archeologicamente, i diversi mere, cioè le parti con i loro spazi collettivi. Quindi avremmo un impianto urbano non alla scala di una città integrata, ma ancora fortemente contraddistinta da gruppi (tribali, genetici?). Polignac vede, nel corso del VII sec. a.C., lo sviluppo di un processo di integrazione che porta alla fine ad un unico spazio centrale. Questa è un approccio di cui si potrà discutere che mi sembra di un certo interesse e che oggi, con la pubblicazione del volume che è appena uscito, si potrà fare. Altri problemi pone invece l’impianto di Taranto, fondazione spartana. Qui la città (Fig. 8), come Siracusa (Taranto e Siracusa hanno una storia topografica molto simile) offre la possibilità di studiare la diversità della concezione urbana arcaica rispetto a quella successiva, quando le città si sviluppano, perché la città nuova è costruita sulla necropoli della città precedente. E quindi, diciamo, che l’espansione della città verso est finisce con occupare le necropoli, fenomeno che colpiva gli antichi, tanto è vero che Polibio riporta un oracolo se-

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condo il quale i Tarantini avrebbero avuto eutychia, felicità, se avessero abitato con i morti (meta ton pleionon) e questo lo storico dice descrivendo la presa della città da parte di Annibale nel 216 a.C. Prendiamo poi in esame Sibari (mi limito all’età arcaica), della quale vi presento una spettacolare sequenza stratigrafica (Fig. 9): si tratta di uno scavo che ho la fortuna di dirigere da qualche anno, in cui si vedono due muri paralleli appartenenti ad una casa di Sibari arcaica con il tetto distrutto, con le tracce dell’incendio e i cocci, frammenti del Bloesch C (cioè la ceramica dell’epoca della distruzione, il 510 a.C.), poi questa cunetta invece, appartente all’impianto ippodameo di Turi del V-IV sec. a.C. ed infine la strada della colonia latina di Copiae. Nello spazio di pochi metri si può vedere una stratigrafia complessa, ma quello che è sorprendente è poter verificare con la sequenza dei battuti pavimentali la sovrapposizione delle strade di età classica e romana su quella arcaica di Sibari che sembra avere lo stesso identico orientamento. Vi sottopongo ora, per concludere, alcune riflessioni sugli spazi pubblici che sono un’altra dimensione interessante del problema che stiamo trattando. Prima a Megara Iblea abbiamo visto un fenomeno che sembra frutto di un processo evolutivo che dura tra fine VIII e fine VII. Nelle città di fine VII e inizii VI il fenomeno è consolidato perché nascono con l’agorà già definita, con i santuari ed impianti urbani regolari, Idia, Demosia, Hiera chora sono concetti operanti in questo periodo. Per quanto riguarda questi spazi pubblici, tempo fa, ho provato, dove era possibile farlo, a calcolare il rapporto tra lo spazio pubblico ed il resto della città entro le mura. Ne ricaviamo dimensioni elevate dell’ordine del 20-25% dell’intero spazio urbano; mi ha fatto piacere ritrovare un riscontro antico, Strabone chiama eumeghethes l’agorà di Taranto, immensa, quella con lo Zeus di Lisippo, e Cicerone chiama amplissimum il foro di Siracusa. Io trovo questi aggettivi tipicamente coloniali, un po’ da Nuovo Mondo, con le dimensioni enormi di queste città, con smisurati spazi pubblici che colpivano l’immaginario degli antichi. Noi sappiamo dov’è l’agorà di Siracusa ma non l’abbiamo scavata, sappiamo dov’è l’agorà di Taranto ma non la conosciamo (anche perchè è stata distrutta dalla città moderna), cioè quelle definite grandi nelle fonti, però conosciamo due città come Metaponto (Fig. 10) e Poseidonia (Fig. 11), che hanno agorai immense, senza che questo ce lo dicano le fonti. Personalmente ho scavato, insieme a Dinu Theodorescu, per 20 anni l’agorà di Poseidonia, l’agorà di Metaponto è stata portata alla luce da Adamesteanu, Mertens e De Siena. L’agorà di Paestum misura dieci ettari, cioè quanto

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un oppidum di media grandezza, 10 ettari sono 330 per 300 metri, in buona parte spazi vuoti, in parte occupati da grandi edifici pubblici: a Metaponto c’è il teatro, e sotto il teatro c’è l’ekklesiasterion ma l’ekklesiasterion del VI. sec. a.C. ha una fase di fine VII in legno di cui sono stati trovati gli ikria, cioè le tribune lignee identificate grazie al rinvenimento di grandi travi di legno bruciate, e poi una fase in pietra che è della metà del VI sec., quindi è un monumento che si può tranquillamente ascrivere alla prima generazione di coloni. L’agorà di Poseidonia occupa una posizione centrale ed è delimitata da due temene, il temenos di Athena e quello di Era. Tutto lo spazio (santuari più agorà) misura 25 ettari, 1 km per 250 metri, una cosa impressionante rispetto al resto della città, anche se ha un ekklesiasterion (Fig. 12) più piccolo (m 35 di diametro) rispetto a quello di Metaponto. Ma veniamo alle interpretazioni storiche. Di recente Robinson, ha scritto un libro per mostrare che la democrazia è nata prima di Clistene perché questi monumenti presuppongono una grande partecipazione di gente, quindi, siccome l’ekklesiasterion di Metaponto può contenere ottomila persone (con il suo diametro di 62 metri) ergo Metaponto avrebbe avuto un regime che prevedeva una larga partecipazione della popolazione ai processi decisionali. A me sembra assolutamente inverosimile credere che questi edifici siano monumenti della democrazia. Fra l’altro, le fonti di questo periodo a Metaponto parlano solo di tiranni, ma questo entra nel gioco della discussione, della interpretazione, nelle diversità delle scuole, l’ekklesiasterion tra l’altro, è una espressione anacronistica, perché per avere un ekklesiasterion ci vuole un’ekklesia, parola che ha una lunga vita fino a diventare ecclesia, église, chiesa… e naturalmente non significa nulla se non ha dei contenuti istituzionali e giuridici. Meglio tenersi nel vago in questa fase e non concludere semplicisticamente che i coloni d’Occidente hanno inventato la democrazia prima degli ateniesi. L’ultimo elemento interessante, a mio avviso, è costituito dai culti civici. Erodoto dice che per un greco la memoria del fondatore della città è un nomos, è una legge, tutti devono avere il padre della patria, diremmo noi, è molto interessante vedere come nella Grecia, dove questi processi identitari, con buona pace di Osborne, sono cominciati già nel geometrico con i culti resi alle tombe micenee e il recupero dell’eroe, Récupérer la mort du prince, come recita il titolo di un celebre articolo di Claude Bérard. Per esempio, Cimone è dovuto andare a Sciro a scavare una tomba, ha preso un morto dell’età del Bronzo lo ha immediatamente identificato con Teseo e l’ha portato ad Atene. In Occidente, invece, abbiamo tradizioni letterarie e culti resi a personaggi, che, mol-

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to probabilmente, sono realmente vissuti. Qui ha ragione Malkin, il quale fa notare (ma anche Vallet aveva già molto insistito su questo) come per esempio a Messina, Zancle, fondata dai Calcidesi e poi rifondata dai Messeni, i Messeni nuovi abitanti di Zancle continuano a venerare gli ecisti calcidesi, non li possono eliminare, o come Taranto, Crotone, fondate una da Phalantos, l’altra da Miscello di Ripe, ad un certo punto hanno assunto Eracle come ecista, allora il fondatore reale è piu antico di quello mitico, e quindi è esattamente il contrario di quello che uno si aspetterebbe, per cui giustamente Malkin obietta ad Osborne che gli ecisti sono un elemento fondamentale nel discorso sulla valutazione globale del fenomeno. E quindi registriamo il fatto che era un nomos la loro venerazione. Io credo che abbiamo un unico monumento, per ora in Magna Grecia che si può collegare a questo particolare tipo culto, direi con Martin un culto tipicamente politico e agoraico per eccellenza: si tratta del sacello di Paestum (Fig. 13) che mi ha permesso di identificare l’agorà di Poseidonia, perché è un monumento del VI sec. a.C. che sta in mezzo (ad una quota inferiore) a case tardo-antiche, di cui dal 1978 in poi Theodorescu ed io abbamo intrapreso l’esplorazione proprio per collocare il monumento, che è di epoca tardo arcaica, nel suo contesto storico e topografico. Partendo dal monumento che Sestieri aveva portato alla luce nel 1954 abbiamo scavato intorno e trovato l’ekklesiasterion e gli altri elementi, che hanno permesso di definire l’agorà. Il sacello-heroon ci ha permesso così di identificare l’agorà e i culti civici che in essa erano anche praticati, perché sono un altro elemento identitario fortissimo, e, naturalmente, arcaico. Insomma, quando si affronta lo studio di questo monumenti bisogna procedere caso per caso, perché dietro ci sono le lotte delle famiglie, i ghene, ci sono le appropriazioni della memoria, c’è tutto un mondo che noi riusciamo soltanto pallidamente a intravvedere, così come pallidamente avete avuto voi occasione attraverso le mie parole di intravvedere la colonizzazione greca della Magna Grecia. BIBLIOGRAFÍA BÉRARD, Cl. (1982): «Récupérer la mort du prince: héroïsation et formation de la cité», in G. GNOLI, J.-P. VERNANT (eds.), La mort, les morts dans le sociétés anciennes, Cambridge, pp. 89-105. D’AGOSTINO, B. & RIDGWAY, D. (eds.) (1994): APOIKIA. Scritti in onore di G. Buchner (= AIONArchStAnt n.s.1).

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Fig. 1. Ano Mazaraki, tempio di Artemide, restituzione (da Petropoulos).

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Fig. 2. Carta del Mediterraneo (da Megale Hellas).

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Fig. 3. Heraion del Sele, veduta aerea.

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Fig. 4. Heraion del Sele, pianta.

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Fig. 5. Heraion del Sele, metopa con Eracle e i Cercopi.

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Fig. 6. Metaponto, pianta della città (da de Siena).

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Fig. 7. Megara Hyblaea, pianta della città (da Megara Hyblaea V).

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Fig. 8. Taranto, pianta della città (da Lippolis).

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Fig. 9. Sibari, stratigrafia.

Fig. 10. Metaponto, pianta del centro della città.

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Fig. 11. Poseidonia-Paestum, pianta della città.

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Fig. 12. Poseidonia-Paestum, l’ekklesiasterion.

Fig. 13. Poseidonia-Paestum, il sacello-heroon.

ARQUITECTURA RELIGIOSA EN TARTESSOS Ana Margarida Arruda* Sebastián Celestino Pérez**

1.

INTRODUÇÃO

No Sudoeste da Península Ibérica, existe um já largo conjunto de edifícios datados da 1.ª metade do I milénio a.C, a que é possível associar uma função religiosa. Tais edifícios surgem isolados, os chamados edifícios singulares, ou integrados em núcleos urbanos. De época posterior, 2.ª metade do I milénio, são outras as estruturas relacionadas com actividades cultuais, concretamente bothroi. Nestes casos, os restos arquitectónicos dos possíveis templos a que estiveram associadas não foram localizados, mas a sua existência não deixa dúvidas sobre a localização próxima de recintos destinados ao culto. Estas manifestações de religiosidade Proto-histórica surgem num vasto espaço, o Sudoeste peninsular, englobado no que generica e geralmente é designado por Tartessos. Independentemente do conceito poder ser discutido em termos de expansão geográfica e mesmo de conteúdo étnico e cultural, importa começar por dizer que se trata de uma região onde as presenças orientais, concretamente fenícias, são muito significativas. Estas presenças traduziram-se na fixação de populações orientais em áreas concretas desse vasto espaço e podem ser avaliadas quer em arquitecturas e técnicas construtivas domésticas e sepulcrais, quer em conjuntos artefactuais de matriz indiscutivelmente oriental. E ainda que este não seja talvez o local mais adequado para discutir as identidades tartéssicas e fenícias, e, sobretudo, as modalidades das suas possíveis relações, parece importante lembrar que a existência de uma «consciência tartéssica», ou seja de um sentimento integrador numa determinada unidade geopolítica, está ainda em grande parte por demonstrar, parecendo mesmo improvável que tenha existido. Por outro lado, é indiscutível que os sistemas religiosos, e a sua organização, cultos e ritos, estão integrados em sistemas sociais concretos, onde as estrutu* UNIARQ. Centro de Arqueologia da Universidade de Lisboa. Faculdade de Letras. ** Instituto de Arqueología – Mérida (CSIC).

ras económicas são também elas específicas. A religião fenícia fazia parte integrante de um sistema social estratificado e com características eminentemente urbanas. A sociedade do Bronze Final, com quem aqueles fenícios «negociaram» a sua instalação na Península Ibérica, parece possuir uma organização social pouco complexa e o que sabemos permite afirmar que o processo de urbanização era ainda incipiente. E se um sistema religioso é composto não apenas pelos cultos e ritos (a prática), mas, sobretudo, pela ideologia e teologia (a crença), parece evidente que esse mesmo sistema corresponde a um «pacote», onde a crença e o culto não são dissociáveis e não podem ser compartimentados. Parece também indispensável lembrar que a língua é por excelência a forma como se articula o pensamento e com ele a religião, o que implica que o sistema linguístico no qual esta última se expressa tem de ser assumido previamente, ou pelo menos em simultâneo, à sua adopção. Importante é também reflectir sobre o facto de não serem apenas os mecanismos de coerção política e económica que tornam possível a dominação dos grupos colonizadores sobre os territórios e sistemas sociais indígenas. Muitas vezes, é o controle ideológico que permite, ou pelo menos favorece, essa dominação. Estas nossas premissas iniciais possibilitam, pois, que nos questionemos sobre a pertença dos edifícios religiosos que de seguida apresentaremos. Quem os construiu e qual o património genético dos responsáveis pelas actividades cultuais neles praticados parecem perguntas legítimas, num contexto arquitectónico e cultual muito oriental. 2. A GEOGRAFIA RELIGIOSA DO SUDOESTE PENINSULAR DURANTE O I MILÉNIO A.C. No sudoeste peninsular, os restos arquitectónicos do I milénio a.n.e. que fazemos corresponder a santuários localizam-se, maioritariamente, no litoral e mais concretamente no Baixo Guadalquivir. É de

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facto nesta área concreta que as evidências arqueológicas são mais numerosas no que se refere a este tipo de estruturas, sendo também certo que é esta mesma região que tem sido considerada como o centro tartéssico por excelência. Também na costa portuguesa têm vindo a ser escavadas estruturas cujas características podem igualmente relacionar-se com uma funcionalidade eminentemente cultual, devendo, desde já, lembrar-se que estas têm sido identificadas em espaços onde a presença de populações orientais pode ser rastreada. No entanto, em territórios do interior do Sudoeste peninsular, concretamente no Alentejo e na Extremadura espanhola, alguns edifícios foram, quase seguramente, santuários e outras estruturas podem, com facilidade, associar-se a áreas cultuais. 2.1. 2.1.1.

O BAIXO GUADALQUIVIR El Carambolo

Por motivos vários, El Carambolo é o mais conhecido sítio da Idade do Ferro do Baixo Guadalquivir. Durante vários anos, foi defendido que se tratava de um povoado, cuja ocupação se teria iniciado durante o Bronze Final. Os níveis da Idade do Ferro foram considerados orientalizantes e/ou tartéssicos, e mesmo turdetanos, e seriam o resultado de fenómenos de aculturação originados pela chegada, à Baía gaditana, de populações fenícias. Contudo, a re-leitura dos cadernos de campo de Carriazo e a análise detalhada de alguns dos materiais recolhidos, concretamente a pequena estátua de Astarté entronizada e os betilos encontrados no «fundo de cabana», permitiu que a funcionalidade do Carambolo pudesse ser reavaliada. Uma função religiosa para o sítio foi proposta a partir dos finais dos anos 80 do século XX (Blanco, 1979; Belén e Escacena, 1998, 2002) e o carácter indígena e/ou tartéssico do sítio, defendido ainda em 1992 (Aubet, 1992), foi também questionado, tendo-se afirmado que «... El Carambolo Bajo no fue un poblado tartésico, sino un santuario fenicio en el que recibía culto la diosa Astarté...» (Belén, 2001). As escavações de emergência levadas a efeito no início do século XXI vieram confirmar que em El Carambolo existiu um santuário. Uma escavação ampla permitiu verificar que a ocupação se iniciou apenas durante a Idade do Ferro, mais concretamente em meados do século VIII a.C.. As cerâmicas manuais, mesmo as conhecidas como «de tipo Carambolo», convivem nos mesmo níveis com outras a torno, estas últimas muitas vezes cobertas com engobe

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vermelho. Os resultados dos trabalhos arqueológicos permitiram também tornar claro que em El Carambolo existiu, entre o século VIII e o século VI, um santuário, dedicado a um culto oriental, admitindose que nas fases III e IV esse culto poderia ser duplo, sendo as divindades Astarté e Baal. As evidências da actividade religiosa no local são várias. Entre elas há que destacar a existência de compartimentos (capelas) onde se localizam os altares, redondo e em forma de pele de boi (Fig. 1, 2 e 3). O espaço do primeiro estaria dedicado ao culto a Astarté, e o do segundo a Baal (Rodríguez Azogue e Fernández Flores, 2005). O pilar de adobes identificado na escavação de Carriazo, sob o qual foram recuperados alguns betilos, seria também, segundo Belén e Escacena (1998), um altar. A Fase III do Complexo A (2100 metros quadrados), que os escavadores denominam de Carambolo III, ou Santuário C, apresenta planta quadrangular e articula-se em torno de um grande pátio ou praça, em redor da qual se dispõem três conjuntos de compartimentos organizados em torno a pátios interiores. O conjunto monumental de El Carambolo III corresponde a um santuário, fruto da reforma e ampliação de um edifício de culto prévio, que neste momento alcança o seu máximo desenvolvimento. O carácter religioso do sítio está também materializado nos solos vermelhos que pavimentam certas áreas interiores e nos de conchas presentes nas exteriores, bem como nos detalhes construtivos dos espaços interiores dos compartimentos, nomeadamente os bancos corridos adossados às paredes internas das capelas e os planos arquitectónicos das diversas fases. Em torno ao espaço sagrado propriamente dito, existiam numerosas estruturas interpretadas como armazéns e áreas de serviços (Rodríguez Azogue e Fernández Flores, 2005) e a existência de um fosso que delimitasse o santuário foi admitida, ainda que não tenham sido encontradas evidências inequívocas da sua presença (ibidem). Parece importante também recordar que o santuário está orientado para o nascer do Sol. O carácter fenício da(s) entidade(s) cultuada(s), e mesmo dos seus cultores, depreende-se não só da referida estátua de Astarté, mas também da própria arquitectura dos espaços religiosos e das suas características construtivas. 2.1.2.

Caura

As escavações realizadas no Cerro de San Juan, em Coria del Rio (a antiga Caura), permitiram documentar um conjunto de cinco edifícios sobrepos-

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tos, cronologicamente balizados entre os séculos VIII e VI a.C. (Escacena e Izquierdo, 1998) (Fig. 4). Um altar em forma de pele de boi estendida, construído durante a segunda metade do século VII a.C. (Fase III A) e localizado no centro de um compartimento de planta rectangular pavimentado com argila pintada de vermelho, foi identificado, o que possibilitou atribuir uma função religiosa aquele espaço (Ibid.) (Fig. 5). Idêntica funcionalidade teriam as áreas sob e sobrepostos a este, que mantêm, sensivelmente, a mesma orientação e planta similar, tendo os últimos também altares de adobe, neste caso rectangulares, assentes igualmente sobre pisos de cor vermelha Deve ainda acrescentar-se que no espaço onde se localiza o altar, os solos são muito espessos e que a cor vermelha que os caracteriza é muito viva. Aqui, foram encontrados escaravelhos (um dos quais com a representação de Isis) e ovos de avestruz pintados (Ibid). A presença de aras romanas, de uma mesquita islâmica e da ermida medieval de Vera Cruz no local são também de destacar, evidenciando uma sacralização continuada do espaço (Belén, 2001). A divindade cultuada no Cerro de San Juan durante a Idade do Ferro pode estar relacionada com a protecção à navegação e aos navegadores, hipótese defendida com base em alguns materiais recolhidos no sítio, entre outros uma grande âncora de pedra (Ibid.: 296-297), ainda que a consagração a Baal também tenha sido já proposta, neste caso porque se torna possível a identificação do Cerro de San Juan com o Mons Cassius da Ora Marítima (Escacena e Izquierdo, 1998). De referir, no entanto, que as duas possibilidades não são de todo incompatíveis, até porque o referido promontório de Avieno terá servido de referência para a navegação. Por outro lado, a própria orientação do altar, que aponta para o nascer do Sol no solstício de Verão, é outro indício de que o santuário de Caura foi consagrado a uma divindade protectora da navegação, integrando-se, assim, segundo a classificação de Marín Ceballos (1994), no denominado grupo de santuários-guia de navegação. O núcleo urbano existente no Cerro de San Juan ter-se-ia, segundo Escacena e Izquierdo, desenvolvido e organizado em torno do santuário, tendo-se defendido que esse núcleo habitacional cresceu justamente graças a este lugar de culto. 2.1.3. Carmona: Palácio Marqués de Saltillo Uma escavação levada a efeito na área urbana de Carmona pôs a descoberto um conjunto de estruturas sobrepostas, todas com a mesma orientação (Belén, 1997). A cronologia indicada está balizada en-

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tre a segunda metade do século VII e os meados do século V a.C. (ibid.) Ainda que nenhum elemento arquitectónico contribua, inequivocamente, nesse sentido, as estruturas encontradas foram associadas ao culto (ibid.). Para essa identificação contou-se não somente com alguns detalhes construtivos verificados, sobretudo, no conjunto mais recente (pavimentos e paredes pintados de vermelho vivo, bancos corridos, adossados às paredes, lareira/altar (?) rectangular de adobe), mas, sobretudo, com os materiais arqueológicos recolhidos no edifício mais antigo, concretamente quatro colheres de marfim, cerâmica de engobe vermelho, vasos manuais e três pithoi decorados com motivos vegetais e grifos, pintados de vermelho e negro (Fig. 6 e 7) (Ibid.). Os motivos pintados nestes pithoi sugerem «un ciclo vital completo, que nos llevan a la diosa Astarté» (Belén, 2001a: 303). No complexo arquitectónico mais antigo, de finais do século VII/inícios do VI, apenas se escavou um compartimento de planta rectangular pavimentado por uma espessa camada de argila pintada de vermelho Tal como sucede no Cerro de San Juan, en Coria del Río, verifica-se uma sobrevivência religiosa do local. Da mesma área, são provenientes aras e lápides romanas dedicadas a Apolo e Diana, e, sobre o local, construiu-se uma mesquita islâmica, mais tarde transformada em Igreja de San Blas. 2.1.4.

Montemolín

As escavações levadas a efeito em Montemolín permitiram considerar a hipótese de também neste sítio do vale do Guadalquivir ter existido uma área onde actividades cultuais foram sistematicamente praticadas. Com efeito, no topo do cerro de Montemolín, ocupado por um extenso povoado, identificaram-se quatro edifícios pertencentes a dois complexos arquitectónicos que integram dois edifícios cada (Chaves Tristan et al. 2000; De la Bandera et al. 1995). Os dois complexos estão sobrepostos, tendo o primeiro (estruturas A e B) sido datado dos finais do século VIII/inícios do VII a.C., e o segundo balizado entre os meados do século VII e os inícios do VI, ainda que a construção da estrutura C seja mais antiga que a D, mesmo que tenham coexistido. O edifício C seria contemporâneo da construção do segundo complexo e o D era dos início do século VI. Esta área seria independente do resto do povoado e foi, num momento inicial da investigação, interpretada como a sua acrópole (De La Bandera et al., 1995: 317).

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Ana Margarida Arruda y Sebastián Celestino Pérez

Anejos de AEspA XLV

As evidências arqueológicas de práticas cultuais encontram-se na arquitectura e nos materiais arqueológicos associados aos edifícios escavados (Fig. 8). No edifício D, pertencente à última fase do complexo, uma plataforma de adobes de dois degraus (muito semelhante às de Cancho Roano «C»), localizada no vão de entrada de um compartimento, foi interpretada como altar ou como mesa de sacrifícios, junto da qual, mas já no exterior, foram encontrados numerosos recipientes cerâmicos de qualidade técnica e decorativa apreciável, nomeadamente um píthos decorado com um cortejo de grifos, urnas de tipo Cruz del Negro e vasos à chardon pintados em bandas. Num pátio anexo, manipular-se-ia a carne sacrificada e cozinhava-se. No exterior do edifício, foi identificado um poço votivo, dentro do qual se retiraram também materiais de boa qualidade. Os solos eram pintados de vermelho intenso e por vezes registou-se uma pavimentação com pequenos calhaus rolados (Ibid.). Deve ainda acrescentar-se que o edifício sobposto ao D, da fase mais antiga, era de planta ovalada, sendo aquele já de planta rectangular. A interpretação do edifício D como centro sacrificial suportou a hipótese de que todos os restantes espaços construídos estariam dedicados ao culto. Registe-se ainda que ambos os complexos se orientam para Este.

aparecimento dos membros inferiores do que parece ser um Smiting God e de uma placa de prata oculada, muito semelhante à de Alhonoz e às de Garvão, placa que permitiu a atribuição de Algaida ao culto a Lux Dúbia, dedicado a Astarté.

2.1.5.

2.1.7.

La Algaida

Na península do Monte Algaida, foi escavado um santuário com cinco níveis de ocupação, balizados cronologicamente entre os séculos VI e I a.n.e. (Corzo Sanchez, 1991, 2000). Um edifício de planta quadrangular, construído, durante o século VI, com potentes muros de pedras ligadas por argila foi posto a descoberto. Um pátio central, a céu aberto, foi localizado, e, no seu centro, encontrou-se um betilo ou pedra sagrada. Em redor deste pátio a céu aberto, havia construções rectangulares, de pequeno tamanho, interpretadas como local de depósito das oferendas. Junto destas foi escavado um poço lustral, em cujo interior se recuperou um capitel dórico de características votivas. Anexo ao santuário, identificou-se um edifício tripartido, que serviria de residência aos sacerdotes e demais funcionários do santuário. No interior dos compartimentos deste edifício eram abundantes as cinzas e os ossos de animais, assim como fragmentos de ânforas. A abundância de material cerâmico com origem etrusca, datado entre a segunda metade do século VI e o V a.C., é de realçar, mas destaca-se também o

2.1.6.

Alhonoz

Num amplo oppidum, que ainda conserva a sua muralha, foi escavado um edifício com 375 metros quadrados (López Palomo, 1981, 1983) (Fig. 10). A cerca de 50 metros, deste foi identificada uma favissa, ou bothros, na qual se recolheram materiais orientalizantes, datados entre os séculos VII e VI a.n.e., entre os quais há que assinalar um thimaterium de tipo chipriota, um queima-perfumes rematado por pombas, e uma estátua de uma Smiting Godness (Ibidem). O achado de uma placa oculada, semelhante à de Algaida e às de Garvão, possibilitou a associação de Alhonoz a uma divindade feminina (Astarté?). O carácter sacro de Alhonoz perdura até ao século III a.C., momento em que uma outra favissa foi identificada (Fig. 11). As características do lugar permitem afirmar que o santuário de Alhonoz era um santuário urbano, à semelhança de Caura, Setefilla e Carmona, por exemplo. Achebuchal

O receptáculo rectangular localizado no interior da construção ciclópica escavada por Bonsor em Acebuchal poderá estar também relacionado com actividades cultuais semelhantes às praticadas em Montemolín. A esta estrutura adossava-se uma plataforma pétrea, inclinada, com sinais de uso constituídos por sulcos profundos. Em torno à referida rocha, a escavação evidenciou abundantes restos de fauna, cinzas e cerâmicas. Estas evidências permitiram que Bonsor considerasse que «...sobre esta roca celebraban sus sacrificios. La sangre de las víctimas debía correr por la plataforma inclinada, en la misma dirección donde estaban los restos de comida. La repetición de estos sacrificios debieron formar debajo de la roca el montículo de ruinas y cenizas...» (Bonsor 1899: 99). 2.1.8.

Setefilla

Na parte alta do povoado de Mesa de Setefilla (Lora del rio), uma série de estruturas sobrepostas foram identificadas. Integravam um edifico comple-

Anejos de AEspA XLV

xo, composto por vários compartimentos, e cujos solos estavam pintados de vermelho. Entre o material encontrado, destaca-se um pithos decorado com motivos vegetais pintados de vermelho e negro. Um ex voto recolhido no sítio (Ladrón de Guevara et al. 1992) é também de reter, no momento de discutir a sua funcionalidade. Uma função social, concretamente religiosa, foi proposta para este edifício (Aubet et al. 1983: 38), tendo sido, também já, identificado como santuário (Torres 2002: 309). A sua construção foi datada de finais do século VIII a.C., e teria estado em funcionamento, com algumas remodelações, até ao século VI. 2.2. 2.2.1.

O

LITORAL OCIDENTAL E MERIDIONAL

Abul

Num pequeno esporão localizado na margem direita do estuário do Sado, ergueu-se, na primeira metade do século VII a.C., um edifício de planta quadrangular (22 x 22 m) limitado por um muro, com cerca de 1 metro de espessura (Mayet e Silva, 1992, 1993, 1997, 2000). Na área limitada por este muro, e a ele adossados, foram edificados uma série de compartimentos rectangulares em volta de um pátio central, também de planta quadrangular (11 x 11 m) e descoberto (Fig. 12). Os compartimentos eram pavimentados com argila vermelha, e por areia mais ou menos compactada, e o pátio com calcário moído. As salas das alas Norte, Este e Oeste davam acesso directo ao pátio central, e as da ala Norte estavam separadas desse pátio por um corredor perimetral. O acesso ao edifício seria feito através de uma espécie de torre rectangular, que possuía uma abertura na parte Sul. Este edifício foi remodelado na segunda metade do século VII a.C. A área do pátio central reduz-se então substancialmente, tendo sido transformada num espaço rectangular (7 x 6,5 m), ficando delimitada por muros de xistos, com aberturas que conduzem a um corredor periférico a partir do qual se tem acesso às salas do edifício (Fig. 13). O solo deste pátio, agora rectangular, foi construído com pequenos seixos de quartzo leitoso, ligados e cobertos de argila vermelha. As canalizações encontradas mostram que o pátio continuou a ser a céu aberto. No centro deste pátio, identificou-se uma estrutura subquadrangular (1,40 x 1,25 m), no interior da qual se acumulavam cinzas, o que contribuiu para que esta estrutura tivesse sido considerada um altar. Em volta do pátio central, mantiveram-se, com as mesmas dimensões, os compartimentos das alas

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Norte e Este. Nas alas Sul e Oeste, as salas menores foram reconstruídas, tendo, em alguns casos, ultrapassado o antigo muro de fecho, que foi, neste locais, desmontado na segunda fase. Ficou também evidenciado que a entrada se deslocou da fachada Oeste para a Sul. O edifício mais antigo estava rodeado por um fosso. Ainda que a estrutura tenha sido apresentada como uma feitoria, cujas funções seriam portanto eminentemente de armazenamento e comerciais, o facto é que o fosso, o pátio, os pisos de argila pintada de vermelho, e o altar remetem, para um ambiente cultual por excelência (Celestino, 1997, Arruda, 1999/2000) A sacralização de Abul A está, aliás, em grande parte confirmada pela existência, em Abul B, de um bothros datado do século V, o que em nosso entender reforça a interpretação de Abul A como santuário, dada a continuidade funcional observada. 2.2.2.

Tavira

A escavação arqueológica levada a efeito no Palácio da Galeria permitiu identificar um complexo de poços, de tendência cilíndrica, que primeiramente foram interpretados como fazendo parte de uma necrópole com sepulturas de «poço» e, depois, considerados poços rituais (Mais, 2003a, 2003b) (Fig. 15). Ao que parece, foi a qualidade do espólio recolhido (cerâmica de engobe vermelho, concretamente «jarros de boca de seta», pratos e lucernas, ovos de avestruz pintados, pithoi, etc) que contribui para esta última interpretação, bem como os restos de fauna mamalógica e malacológica recolhidos no seu interior. A avaliar pelos materiais associados, estas estruturas, rituais ou não, datam dos finais do século VIII a.C. e, sobretudo, do século VII a.C. Mais recentemente, uma escavação no antigo Palácio Corte Real pôs à vista uma estrutura, construída com margas, e levantada sobre um pavimento, tendo no seu interior um tanque de planta circular. Foi interpretada como sendo um altar em forma de pele de touro esticada (Maia, 2006). Os materiais encontrados em seu redor permitiram datar esta estrutura do início do século IV. Pelo que está publicado, não parece claro que a referida estrutura tenha a forma de uma pele de touro esticada, independentemente de se estar ou não perante uma área destinada ao culto da Idade do Ferro. Recorde-se a propósito que no local foi encontrada uma terracota representando uma figura masculina que possui encostada a si de forma ondulante, uma serpente (ibid.), figura que poderá corresponder a uma divindade.

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2.2.3.

Ana Margarida Arruda y Sebastián Celestino Pérez

Castro Marim

As escavações realizadas na plataforma Este do Castelo de Castro Marim permitiram verificar a existência de uma ocupação da Idade do Ferro, fortemente orientalizada, balizada entre o início do século VII e o século III a.C. (Fases II, III, IV e V) (Arruda, 1997, 1999-2000, 2001, 2003, 2005, 2007a, 2007b, Arruda, Freitas e Oliveira, 2007, Arruda et al., neste mesmo volume). Se para a fase II não existem muitos dados estruturais, eles abundam para as seguintes, tendo-se tornado possível definir funcionalmente os edifícios encontrados (ibid.). Todos os dados indiciam que estamos perante uma área relacionada com o culto, em toda a sincronia sidérica e mesmo nos momentos posteriores (Arruda, 2005, Arruda, 2007a e b, Arruda, Freitas e Oliveira, 2007, Arruda et al., neste mesmo volume). O altar da fase III era uma peculiar estrutura, delimitada por blocos de pedra que lhe conferiam uma forma quadrangular, com cerca de 1m de lado. Estava rebocado, na sua totalidade, por rocha moída esbranquiçada e possuía, na sua zona central, uma camada de argila vermelha onde afloravam alguns fragmentos cerâmicos. No seu lado Este, possui uma espécie de cabeceira, que se elevava acima do piso de argila vermelha cerca de 20 cm e cuja face interna mostrava sinais da acção do fogo. Também a «cabeceira» seria originalmente coberta pela mesma rocha moída. As paredes do compartimento em que estava inserido (11) estavam rebocadas com uma camada fabricada com água e pedra calcária moída. Deve ainda referir-se que este compartimento integrava, juntamente com o 6, 7 e 10 um mesmo edifício, mas diferenciava-se destes pelo cuidado posto na sua construção. A fase III foi datada da segunda metade do século VII. O altar da fase IV foi implantado no centro do compartimento 27, rectangular, que tinha a sua entrada a Este, entrada onde existia um degrau exterior, coberto por conchas (Fig. 15 e 16). A duas das suas paredes foram adossados bancos corridos. Paralelamente ao banco do lado Norte, existia, um pouco acima do nível do solo, um pequeno lajeado. Uma outra plataforma estava adossada a este banco, feita a partir de um grande bloco de pedra. Importa referir que todos estes elementos construtivos se encontravam rebocados por uma argamassa constituída por rocha moída de cor esbranquiçada. Aproximadamente no centro deste compartimento, existia uma estrutura com 92 cm por 1,30 m, que se levantava apenas 10 cm acima do solo (Fig. 17). Era formada por uma moldura de terra misturada com

Anejos de AEspA XLV

rocha moída, que lhe conferia um tom esbranquiçado, enquanto que o seu interior estava preenchido por uma placa de argila. No canto noroeste, a moldura alargava, de modo a incluir uma pequena concavidade com 12 cm de diâmetro. No momento anterior à sua construção, depositou-se neste espaço pelo menos uma ânfora e uma urna Cruz del Negro, as quais surgiram fragmentadas in situ (Fig. 18 e 19). Conjuntamente com o compartimento 26, o compartimento onde se localizava o altar (o 27) integrava um único edifício. O primeiro não ofereceu qualquer espólio. Quer na fase III quer na IV, esta última datada do século VI, os pisos de conchas foram recorrentemente utilizados (Fig. 20). Em vários edifícios, foram identificadas áreas onde conchas alinhadas, todas da mesma espécie, se encontravam fixadas sobre um solo previamente preparado com pequenos seixos rolados. Encostavam-se umas às outras, estando o seu interior preenchido com terra compactada. Estes pisos são no entanto mais comuns nas áreas exteriores, ainda que na Fase III tenham sido reconhecidos no interior dos compartimentos. Os pisos de argila pintada de vermelho estão presentes em ambas as fases, não sendo infrequente as paredes dos edifícios estarem rebocadas, ou com argila pintada de vermelho ou com uma mistura de rocha moída e cal, o que confere a estes rebocos uma tonalidade esbranquiçada. No final do século VI, ou inícios do V, toda a área foi amortizada com uma espessa camada de terra compactada, sobre a qual se construíram os edifícios da fase V, datada do século V. Nessa camada, foram inumados, em fossas individuais, três indivíduos com uma idade calculada de 40 semanas de gestação, o que deixa antever a prática de um ritual necrolático e fundacional de grande complexidade (Fig. 21). Sobre esses enterramentos construiu-se um compartimento no qual é visível uma estrutura quadrangular que pode ser interpretada como altar. Outro testemunho de que o culto foi praticado neste local é o bothros identificado, onde os materiais arqueológicos se acumulavam em grande número (Fig. 22). A matriz religiosa do espaço constituído pelo bothros e pelo compartimento que se sobrepõe aos enterramentos é ainda reforçada pela existência de uma pequena fossa coberta por lajes de xisto, possivelmente fundacional, cujo conteúdo era constituído exclusivamente por restos de aves. Nesta mesma área Este do Castelo de Castro Marim, construiu-se no século XVI e no século XVII duas igrejas, o que revela que a sacralização deste espaço se prolongou no tempo.

Anejos de AEspA XLV

2.2.4.

ARQUITECTURA RELIGIOSA EN TARTESSOS

Huelva

Na rua Méndez Núñez e na Plaza de las Monjas, foi detectado um edifício de grandes proporções, que se identificou como um santuário de portuário (Campos Carrasco, Gómez Toscano, 2001). Tem várias fases de ocupação, mas a sua estrutura global é a de um espaço aberto em torno do qual se desenvolviam habitações. A fase mais antiga foi datada, através de um vaso grego de Komastai, entre os séculos VI e o VII e a segunda ocupava o segundo terço do século VI. A última tem uma cronología centrada ente os meados do século VI e os princípios do V a.n.e. A relação entre este edifício, possivelmente destinado ao culto, e os achados procedentes da foz do Odiel, próximo da área edificada, e dos procedentes da desaparecida Colina del Viento, onde se identificou um muro rectilíneo e boa qualidade técnica, é muito plausível. Entre os materiais encontrados, destaca-se uma terracota representando uma figura feminina, um prato com grafito, vasos para libações e perfumes, uma garra de felino de bronze e o já anteriormente referido vaso grego de Komastai (ibid.). Segundo Ricardo Olmos (1986), este santuário estaria dedicado a Astarté. 2.3. O 2.3.1.

INTERIOR DO

GUADALQUIVIR

Cástulo

Ainda que sempre se tenha considerado Cástulo como um santuário indígena ligado à exploração mineira, Cástulo possuiu, desde os finais do século VIII, um edifício com três compartimentos e um pátio central empedrado com seixos de rio, um poço votivo e uma lareira (altar?), o que permite classificar o lugar como um santuário (Blázquez e Valiente, 1985), proposta que foi já defendida (Díes Cusí, 2001:97). Este edifício, muito possivelmente um santuário, foi construído sobre uma oficina de fundidor, uma construção ovalada similar à localizada en Coria del Río, Montemolín ou Cancho Roano. Para além do já mencionado pátio pavimentado com seixos de rio (pavimento que parece ter forma de pele de boi estendida), e da lareira/altar, documentou-se uma fossa de consagração e uma área de cozinha ao ar livre. As cerâmicas recuperadas no pátio apresentam formas essencialmente rituais, nomeadamente grandes concentrações de pequenas taças de oferendas ou utilizadas para libações. A quantidade de ânforas de

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vinho e de azeite foi relacionada com um ritual de banquete sagrado (Blázquez e Valiente, 1985). Sobre este santuário ergueu-se um outro, com duas fases construtivas, compreendidas entre os finais do VII e o IV a.n.e., e que foi construído sobre a fossa de consagração do primeiro. Neste, destaca-se o pátio, pavimentado com seixos formando um mosaico em xadrez, os bancos corridos encostados às paredes laterais, e a pavimentação dos compartimentos com argila e cal (ibid.). No seu interior, escavou-se um pequeno compartimento completamente fechado, sem porta de acesso, que se encontrava junto ao espaço principal do santuário e que foi interpretado como um lugar de armazenamento dos objectos sagrados do santuário (ibid.). Muito perto localizou-se uma sepultura, entre cujo espólio havia um thimaterium, uma taça hathorica, dois cavalos, vários bronzes e uma esfinge alada (ibid.). 2.3.2.

Montemayor

Recentemente, foi identificado um edifício muito simples, com escada de acesso, um poço votivo e solos pintados de vermelho muito vivo. Todo o complexo foi amortizado e selado através de uma camada de terra compactada, o que contribuiu para a sua preservação. Há alguns anos, uma série de esculturas zoomorfas foram recolhidas junto a este edifício, no cerro de La Alcoba, que se torna imprescindível associar ao local. 2.4. 2.4.1.

O

VALE DO

GUADIANA

Medellín

Ainda que Moneo (2003:46) considere que no cerro do castelo de Medellín pode ter existido uma acrópole pré-romana, onde se situaria a regia e o santuário do oppidum, a verdade é que na sondagem que Martin Almagro efectuou no interior do castelo não apareceram estruturas que façam pensar na existência de um qualquer traçado urbano. Por outro lado, tão pouco se encontrou qualquer tramo da muralha de época orientalizante, pelo que não parece muito apropriado falar de oppidum. Se é verdade que de esta zona do cerro procedem materiais de grande valor cultual, como é o caso do pente de marfim e dos ex votos de bronze aparecidos junto do teatro, não há claros indícios de que existiu um santuário no local, apesar de que tal não seria estranho, atendendo ao que

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Ana Margarida Arruda y Sebastián Celestino Pérez

conhecemos em Montemolín, no Carambolo ou em Coria del Río. 2.4.2.

Cancho Roano

Num lugar de grande isolamento geográfico, num denso bosque de sobreiros, junto a um ribeiro de águas perenes, afluente do rio Ortiga que conduz a Medellín, ergueu-se o complexo religioso de Cancho Roano, rodeado por um fosso, no interior do qual existe um poço de água (Fig. 25). Outro poço foi localizado no pátio de Cancho Roano A, sendo seguro que ambos se alimentavam de um rico veio de água que atravessa o sítio (Maluquer, 1981, Maluquer e Pallarés, 1980, Maluquer et al., 1986 e 1987, Celestino, 1991, 1992, 1994, 1996, Celestino e Jimenez, 1993, 1997, Celestino e Martín, 1996). Cancho Roano «C», o edifício mais antigo, ergueu-se sobre uma cabana ovalada. Dele apenas se conservou o espaço principal orientado, como todo o complexo, para o sol nascente. A planta é rectangular, o solo é vermelho muito vivo e as paredes esbranquiçadas. No centro, foi construído um altar circular, rematado por um triângulo no meio do qual estava depositado um vaso de cerâmica cinzenta fabricado à mão (Fig. 26 e 27). Na área sud-oriental do compartimento, encontrava-se uma mesa de oferendas composta por dois degraus pintados de vermelho, enquanto que, no extremo contrário, se identificou uma estrutura de tipo aparador também de adobe pintado de branco, com uma moldura circular onde, provavelmente, estariam depositados os jarros de bronze e outros vasos destinados ao culto. Todo esse lado, entre a mesa de oferendas escalonada e o «aparador», estava unido por um banco corrido de madeira, do qual se conservou a fossa onde assentava e os carvões da sua estrutura. O edifício «C» foi amortizado por uma espessa camada de terra que o preservou da destruição, e, sobre os seus alicerces, levantou-se o santuário «B». Este é um complexo de grandes dimensões, rodeado por um fosso (Fig. 28). O pátio, com um poço no interior, dá acesso ao complexo arquitectónico. O interior está dividido em vários compartimentos, em três dos quais se escavaram lareiras de adobe de forma rectangular. O compartimento principal tem as mesmas dimensões que o de Cancho Roano C e nele se destacava um altar de adobe pintado de branco, levantado sobre um piso vermelho (Fig. 29). Tinha forma de pele de touro estendida e estava selado por uma espessa camada de cal, sob a qual apareceram os restos das cinzas do momento de utilização (Fig. 30). Na área meridional do compartimento, existia um

Anejos de AEspA XLV

banco corrido, assim como a base de adobe de duas colunas, seguramente de madeira. Uma série de pequenos compartimentos rodeavam este santuário. Muito poucos são os materiais arqueológicos recolhidos que possam ser associados a este edifício, uma vez que ele foi esvaziado antes de ser coberto cuidadosamente, e, a seguir, nivelado para a construção do último complexo: Cancho Roano «A». Cancho Roano «A» reproduz a planta de Cancho Roano «B», ainda que seja de maiores dimensões e não aproveite os seus alicerces, facto que permitiu, aliás, recuperar ambas as plantas (Fig. 31 e 32). Consta de um pátio na zona oriental, que dá acesso ao monumento. Todo o santuário está rodeado por um temenos e por uma série de compartimentos onde se encontraram evidências de oferendas, que consistiam em vasos com diferentes alimentos, assim como ânforas para armazenar diferentes produtos também alimentares. O complexo estava rodeado por um talude de argila vermelha, à excepção do lado este, que era fechado por uma muralha de prestígio, rematada por duas torres, único acesso ao santuário. Um fosso, fechado na parte oriental por um grande poço, rodeava todo o complexo. O interior estava totalmente repleto de materiais, depositados in situ antes da destruição intencional do lugar. Essa destruição consistiu no incêndio do monumento e das capelas perimetrais e na posterior selagem de todo o conjunto, através de uma espessa camada de terra compactada. No momento da destruição, foram levados a efeito complexos rituais no interior do edifício, nos quais se utilizaram ricos materiais de importação, mas também miniaturas de vasos, fabricados manualmente. Também no exterior do santuário, se levou a efeito uma grande hecatombe, na qual um bom número de animais foi sacrificado para o banquete, tendo os seus ossos, bem como a cerâmica utilizada, sido lançados para o fosso, no interior do qual não aparece nenhum fragmento de importação. Os solos vermelhos, que aparecem apenas no compartimento principal, nas «capelas» e nos espaços onde aparecem os materiais mais ricos, os dois betilos de pedra vulcânica de grande densidade e desconhecida na área, as numerosas jóias, a cerâmica ática, os materiais relacionados com a tecelagem, os bronzes pertencentes a arreios de cavalo, indiciam um culto consagrado a uma divindade que poderia ter sido Astarté. 2.4.3.

El Palomar

Em Palomar, foram encontradas uma série de casas e estruturas de grande interesse (Jiménez Ávi-

Anejos de AEspA XLV

la e Ortega Blanco, 2001). Entre estas últimas, destaca-se uma de planta quadrangular, que foi associada a um edifício de culto (Fig. 33). Uma outra, que se identificou com um grande armazém, localizavase no extremo sud-ocidental do povoado. Tem grandes dimensões (30 metros de comprimento), o que a transforma no armazém de maior envergadura até agora documentado na Proto-história da Península Ibérica, se exceptuarmos o de Toscanos. Note-se, contudo, que para o edifício da colónia, foram já consideradas outras funções para além da de armazém, já que as suas consideráveis dimensões não estão documentadas no Oriente (Aubet, 2000). Edifícios públicos, habitações de planta quadrangular com fornos comunais, ruas, espaços empedrados e praças completam a trama urbana de este importante povoado, erguido numa planície e dedicado principalmente à exploração agrícola e à comercialização dos seus excedentes. As diferenças que se observam entre as distintas estruturas domésticas também ilustram a complexidade do grupo social que habitou este lugar, onde só se sente a falta de uma estrutura de maior complexidade que tivesse albergado a classe dirigente. Não podemos, no entanto, descartar a hipótese de esta ter existido, uma vez que a área escavada é ainda reduzida, não sendo impossível prever a sua localização na zona mais elevada do cerro. O povoado apresenta um modelo arquitectónico e organizativo que só pode estar inspirado no mundo «tartéssico» do Sudoeste. O facto de o sítio se datar do Orientalizante Pleno evidencia a integração precoce destas sociedades do interior na cultura «tartéssica», algo que já se intuía desde as escavações da necrópole de Medellín e se tornou ainda mais perceptível com as descobertas mais recentes dos santuários mais antigos de Cancho Roano, que remontam ao início do século VI a.n.e. 2.4.4. La Mata de Campanario Ainda que o edifício apresente certos paralelismos arquitectónicas com Cancho Roano, ergueu-se nos inícios do século V, não tendo, portanto, antecedentes culturais de tipo orientalizante (Rodríguez Dias e Ortiz Romero, 1998, Rodriguez Dias, Ortiz Romero e Pavón Soldevilla, 2000). Está dividido mais como armazém, e carece de elementos estruturais típicos dos edifícios de culto, como é o caso dos poços (Fig. 34). Também, os seus pavimentos não são cuidados ou pintados de vermelho e os elementos materiais encontrados no seu interior estão relacionados preferencialmente com o armazenamento e, portanto, com a actividade económica: cereais, moinhos, e até um

ARQUITECTURA RELIGIOSA EN TARTESSOS

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lagar. Apenas num dos compartimentos centrais se detectou uma lareira/altar rectangular, construído com adobes. Nesse compartimento foram também recuperados alguns elementos estranhos ao resto do edifício, tal como pratos «margarita», e fragmentos de taças tipo Cástulo. Mas em nenhum outro lugar há outros elementos relacionados com o culto, o que pode indicar que o referido compartimento pode ter funcionado como «capela» ou lugar onde se realizaria algum tipo de actividade cultual, normal em qualquer edifício de esta época, cuja função seria, no entanto, eminentemente comercial. 2.4.5. Torrejón de Abajo (Cáceres) Situado junto ao povoado da I Idade do Ferro de El Rico, próximo da cidade de Cáceres, foi escavado, nos anos 80 do século XX e na sequência do achado de um extraordinário conjunto de bronzes, um edifício singular associado, possivelmente a um ambiente funerário. Possui uma série de habitações quadrangulares adossadas uma às outras, mas a planta geral não foi definida, na sua totalidade (Fig. 35). Data-se de finais do século VI ou inícios do V a.n.e. Foi, desde o início, interpretado como santuário (García de Hoz e Álvarez 1991), ainda que tenha sido também interpretado de outras formas, nomeadamente: complexo monumental, edifício ou sepultura de prestígio. 2.4.6.

Neves Corvo

Na região de Neves Corvo, no Baixo Alentejo, uma importante e intensa ocupação humana da Idade do Ferro foi identificada, da qual se destaca um conjunto de sítios que foram classificados como necrópoles e povoados (Maia 1987 e 1988; Maia e Maia 1986 e 1996). Todos os sítios estão datados entre os finais do século VI e a segunda metade do século V a.n.e. Em nosso entender parece possível defender quer para Neves II e Corvo I, considerados sítios de habitat, quer para Neves I, publicado como necrópole, que se está em presença de santuários. No primeiro dos sítios, Neves II, existem dois núcleos constituídos por compartimentos rectangulares justapostos, sendo de referir que, num deles, esses compartimentos eram precedidos por um pátio a céu aberto (Fig. 36). Neste último núcleo, um dos compartimentos, justamente o que apresenta no seu centro uma lareira rectangular, está construído sobre uma estrutura de planta oval.

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A arquitectura do sítio e a forma e construção das estruturas de combustão encontradas são elementos que permitem colocar a hipótese de se tratar de um santuário, hipótese reforçada pelo aparecimento de uma lápide epigrafada com escrita do Sudoeste, cujo aparecimento em sítios de habitat é, no mínimo, incomum. Em Corvo I, as evidências de que se trata de um lugar de culto são em muito maior número. Um conjunto de compartimentos de planta rectangular, implantados em redor de um pátio lajeado, que deveria ser descoberto, foi identificado (Fig. 37). Os materiais recolhidos no interior dos compartimentos estavam bem divididos por funcionalidades, existindo num deles um pavimento construído com pequenos seixos que desenhavam um hipocampo. No centro deste apareceu um Kernos de fabrico manual e do conjunto do material recolhido no sítio deve ainda realçar-se os recipientes de vidro polícromo, as de colar de pasta vítrea, algumas das quais oculadas (Maia e Corrêa 1985; Maia 1988; Maia e Maia 1996), e ainda terracotas zoomorfas e antropormorfas. Em Neves I, dois larnakes, um deles com forma de pele de touro estendida, foram encontrados sobrepostos e envolvidos por cinzas e carvões no centro de um dos compartimentos. As duas peças e os numerosos materiais a elas associados, nomeadamente kilikes áticos, um anforisco ou alabastron em argila cozida e uma ânfora contendo grande quantidade de cereais carbonizados, não deixam muitas dúvidas no momento de analisar a funcionalidade do local. A vocação religiosa de Neves I parece pois evidente, e as referências à existência de fogueiras e áreas de «ustrinum» reforçam ainda mais esta nossa convicção (Maia 1988, 1987, e Maia e Maia 1996), sobretudo se tivermos também em consideração a própria planta do edifício, com a existência de um pátio exterior a céu aberto. Neves Corvo parece pois ter correspondido, durante a Idade do Ferro, a uma área eminentemente religiosa, se bem que disseminada por vários monumentos, cuja função se prenderia directamente com actividades comerciais e de intercâmbios de vária natureza e entre diversas comunidades. 2.4.7.

Azougada

O chamado «Castro» da Azougada foi escavado nas décadas de 40 e 50 do século XX e alguns materiais foram sendo divulgados, sobretudo os mais exóticos e importados, concretamente os bronzes e a cerâmica ática (Fig. 39). Até há pouco tempo, contudo, era muito pouco o

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que se conhecia do sítio, situação que foi recentemente colmatada pelo estudo exaustivo das cerâmicas que nele se recolheram (Antunes 2005). Continuamos, no entanto infelizmente, a desconhecer os contextos de recolha dos espólios, bem como as estruturas que a eles se associavam. Contudo, o estudo de Ana Sofia Antunes permitiu conhecer melhor a cronologia do sítio, e também fornecer contornos mais explícitos à hipótese já formulada por outros autores de que o Castro da Azougada correspondeu a um santuário. O início da ocupação da Azougada deve localizarse no século VI, sendo portanto de descartar as hipóteses que colocavam alguns bronzes e certas cerâmicas em épocas mais antigas, concretamente os séculos VIII e VII. A presença de cerâmica ática de figuras vermelhas (integrável no grupo do Pintor de Viena 116), publicadas por Rouillard (1975, 1991), indiciava já a perduração do sítio até aos primeiros decénios do século IV, o que viria a ficar comprovado com outros conjuntos cerâmicos. O carácter sacro do Castro da Azougada é hoje indesmentível, e as relações com o mundo do Guadiana Médio são estreitas. Com efeito, é notória a similitude da cultura material do sítio e das que foram reconhecidas em Cancho Roano ou, mesmo, em La Mata (Fig. 40 e 41). No entanto, não pode deixar de se referir que, ao nível da implantação, há dissemelhanças assinaláveis, uma vez que a Azougada ocupa um pequeno cabeço, enquanto que Cancho Roano se localiza na planície, ainda que uma mesma função religiosa possa ser reclamada para ambos. Como referiu já Ana Sofia Antunes, o carácter de santuário guia que pode ser atribuído à Azougada terá determinado a instalação num pequeno cabeço sobranceiro ao Guadiana, podendo imaginar-se outras funções para o da Extremadura, sem que, no entanto, as funcionalidades específicas impeçam de aceitar a integração dos dois num mesmo universo religioso, e mesmo eventualmente político. 2.4.8.

Garvão

O santuário de Garvão, é já datado, pelo menos, dos finais do século III a.C., (Beirão et al., 1985, 1985/ 6) e a grande maioria do espólio recolhido tem características eminentemente continentais, concretamente a cerâmica estampilhada e os queimadores com «janelas» triangulares, estes últimos com fortes conotações mesetenhas. Porém, alguns vasos apresentam-se decorados com bandas pintadas sobre superfícies engobadas, ou não, de vermelho, e outros estão integralmente cobertos por engobe vermelho. Se é verdade que os primeiros apresentam grandes simi-

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litudes com o que é conhecido na Baeturia, concretamente no santuário do Capote (Berrocal 1989, 1991, 1992), os restantes parecem ser de clara inspiração mediterrânea, com bons paralelos no possível bothros de Alhonoz (Sevilha), no baixo Guadalquivir (Lopez Palomo 1981, 1983). Por outro lado, tudo indica que o santuário de Garvão foi um local de culto com características urbanas e de dimensão considerável, e por isso mesmo não uma «capela» no interior do povoado, como foi verificado em Capote, o que configura uma organização do culto diferente da que é observada nos grandes santuários de matriz indo-europeia. Assim, também as características meridionais da organização do culto, bem como, aliás, da entidade cultuada (Tanit/ Astarté), são evidentes e poderiam parecer incompatíveis com a matriz «céltica» da grande maioria do espólio recolhido (cerâmica estampilhada, queimadores fenestrados). Esta incompatibilidade parece indicar que, num momento avançado da 2.ª metade do 1.º milénio a.C., houve, no Baixo Alentejo, um profundo entrosamento entre influências meridionais e mesetenhas (Beirão et al. 1985, pp. 303), o que poderá configurar, pelo menos para o final da Idade do Ferro, a existência de relações estreitas entre as duas comunidades étnicas que actuaram no Sul da Península Ibérica. 3. A

ARQUITECTURA E A CONSTRUÇÃO DOS ESPAÇOS

SACROS OCIDENTAIS

3.1.

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conhecida em La Mata, ainda que, neste caso, a existência de um santuário seja hipótese que não parece sustentável, mesmo que se admita que o culto possa ter sido praticado num dos compartimentos que funcionava, assim, como «capela». De qualquer modo, as plantas quadrangulares com pátio central parecem corresponder a edifícios isolados, ou seja não integrados em qualquer estrutura urbana, e as características gerais dos três exemplares peninsulares, bem como a sua localização e implantação geográfica, permitem considerá-los «santuários empóricos». O santuário de Cástulo, de características mais urbanas, apresenta também um pátio central, ainda que a planta difira, consideravelmente, das anteriores. Mas, tal como neles, verificou-se a existência de um poço. Muito possivelmente supra regional seria o Carambolo, cuja planta, consiste numa série de compartimentos rectangulares anexos entre si, virados para um pátio único implantado perpendicularmente a estes. Esta mesma planta é no entanto observável em santuários que podem considerar-se urbanos, como foi muito possivelmente o caso de Caura, ou mesmo de Alhonoz, todos no antigo estuário do Guadalquivir. Também urbanos, e com plantas que se aproximam entre si, temos o caso de Montemolin, e muito possivelmente de Marqués de Saltillo e de Castro Marim. Trata-se de edifícios independentes, compostos por dois ou três compartimentos que dão acesso a pátios exteriores a céu aberto.

Plantas e modelos arquitectónicos 3.2.

Os dados atrás expostos permitem esclarecer que, na construção dos espaços cultuais do Ocidente peninsular durante a Idade do Ferro, existiram modelos arquitectónicos comuns que evidenciam planos previamente concebidos e uma mesma matriz cultural. As similitudes arquitectónicas entre Cancho Roano, na Extremadura espanhola, e Abul no litoral ocidental foram já por diversas vezes referidas, mas neste modelo caberia também, com facilidade, o conjunto de Algaida, no baixo Guadalquivir. Os três edifícios exibem plantas quadrangulares, com pátio central a descoberto, no meio do qual se implantaram os altares. Todos possuem pequenos compartimentos adossados aos muros que limitam os santuários e os poços são também comuns aos três. Nos dois primeiros, estes compartimentos estão separados do pátio por um corredor perimetral e em ambos existe um fosso que limita a área do edifício. De referir que esta mesma planta foi também re-

DETALHES

CONSTRUTIVOS: PISOS,

PAVIMENTAÇÃO, REVESTIMENTOS

A análise que apresentámos nas páginas anteriores permite verificar que a pavimentação de salas com argila pintada de vermelho vivo foi uma situação recorrente em todos os santuários analisados. Em Cancho Roano (Fig. 44), Carambolo (Fig. 42), Caura, Carmona, Montemolín, Abul, Castro Marim (Fig. 43), Neves II e Corvo I os pavimentos de muitos compartimentos encontravam-se pintados de vermelho. Em alguns deles, como em Castro Marim e Carmona, por exemplo, as próprias paredes estão também impermiabilizadas com argila pintada de vermelho muito vivo. Mais raros são os pisos de conchas, ainda que se tenham documentado em Castro Marim (Fig. 45) e Carambolo (Fig. 46), sendo conhecidos também em outros contextos, não necessariamente cultuais, concretamente em Aljaraque, Huelva, Castillo de Doña Blanca e Cerro del Vilar.

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Os pavimentos de seixos rolados foram encontrados em Abul, Cástulo e Corvo I, mas apenas nos últimos esses seixos desenham um decoração, geométrica em Cástulo (em xadrez) e mitológica em Corvo I (hipocampo). 3.3.

EQUIPAMENTOS:

BANCOS CORRIDOS, POÇOS,

FOSSOS

Outra das características comuns a muitos destes edifícios é a existência, no interior de alguns dos compartimentos e paralelos aos muros que os definem, de bancos corridos. Existem em Castro Marim, mas também no Carambolo, em Carmona, em Cancho Roano e em Cástulo. Estes bancos corridos, que surgem em Carmona, Castro Marim e no Carambolo nos compartimentos onde se encontraram os altares, têm sido interpretados como sendo locais de deposição de oferendas. Sobre os fossos e os poços fizemos já referência. De qualquer modo, insistimos que ambos ocorrem nos santuários de tipo empórico, com planta quadrangular e pátio central, como é o caso de Cancho Roana, Algaida e Abul. Um poço foi também identificado em Cástulo (um edifício religioso integrado em meio urbano), igualmente com pátio central ainda que não de planta quadrangular. A existência de um fosso em Carambolo é uma hipótese colocada pelos arqueólogos que têm investigado o sítio. 3.4.

ESTRUTURAS

SACRAS: FOSSAS FUNDACIONAIS ,

ENTERRAMENTOS INFANTIS, ESTRUTURAS OVAIS E CIRCULARES E ALTARES

Em dois dos edifícios que classificámos como sacros, existem algumas fossas que podem interpretar-se como rituais de consagração de um espaço. É o caso de Cástulo e de Castro Marim. No último caso, a fossa relacionava-se com a Fase V, do século V. Estava tapada com uma laje, e no seu interior encontrámos, exclusivamente, restos abundantes de aves. Lembramos que também foi no sítio da foz do Guadiana que identificámos três enterramentos infantis, enterramentos que também integramos num ritual fundacional de tipo necrolático. Em alguns destes santuários, os espaços das capelas foram construídos sobre estruturas ovais ou circulares anteriores, que podem indiciar uma sacralização prévia daqueles. É o caso do compartimento do altar da fase IV de Castro Marim (Fig. 47), do de Coria del Río, do de Montemolín, do de Cancho Roano (Fig. 48), do de Cástulo e do de Neves II.

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Os altares existentes nos edifícios religiosos do Ocidente peninsular foram quase todos construídos com adobes ou com argila, pouco, e às vezes mesmo nada, se elevando do chão, e, se não fosse o contexto da sua identificação, poderiam, com facilidade, ser considerados meras lareiras. As excepções encontram-se em Abul e na primeira fase de Castro Marim onde uma estrutura pétrea envolve e limita a área interior de argila. Os mais comuns são de planta rectangular ou quadrangular, mas alguns deles apresentam a forma de uma pele de boi esticada, como é o caso de Carambolo (Fig. 49), Caura (Fig. 50), Cancho Roano (Fig. 51) e mesmo Neves I (Fig. 52). O do Carambolo mede quase 4 metros de largura e apresentava, no seu centro, os restos das cremações ali praticadas. Apareceu na Fase III do Complexo A, já anteriormente descrita, datada do século VII. O compartimento onde foi identificado sofreu remodelações várias e estava pavimentada com pisos vermelhos. Foi construído com argilas de tonalidades diferentes. Em primeiro lugar, levantou-se uma plataforma de planta rectangular de argila castanha, sobre a qual se aplicou uma camada de barro amarelado. Nas suas paredes, aplicou-se um fino nível vermelho e, por fim, todo o bloco foi rodeado por barro esbranquiçado, no qual se moldou a forma de pele de boi a que se acrescentou um bicórnico. As remodelações posteriores taparam este remate bicórnico, ficando apenas visível a plataforma principal. O bicórnio original tem paralelos em Cancho Roano «C» e, como veremos, com o primeiro de Els Vilars. Representaria o pescoço do touro e poderia conter o sangue cerimonial. A peça de Neves I é distinta. Trata-se da tampa de um larnax, que continha cinzas e ossos no seu interior. Foi encontrada no centro de um compartimento orientado para Este. Os altares em forma de pele de boi esticada ultrapassam o âmbito Ocidental ou tartéssico e encontram-se em outras áreas peninsulares, concretamente no mundo Ibérico. Em Iilleta dels Banyets (El Campillo, Alicante), um templo de planta rectangular foi identificado. Trata-se do Templo A, que ocupa um espaço de 100 metros quadrados (Llobregat, 1993). A porta, com 6 m. de largura, está dividida por duas colunas que dão lugar a uma pequena nave transversal distribuidora de três outras longitudinais. Nestas, foram encontrados alguns objectos que permitiram associar o edifício a uma função cultual. O denominado templo «B», do outro lado de uma

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rua, é de planta quadrangular e tem uma área de apenas 43 m quadrados de superfície, sendo a céu aberto. No seu interior, foi identificado um altar de pedra, interpretado por Llobregat como um queima perfumes, e foi datado do século V (Fig. 53). O povoado ibérico de El Oral, localizado na foz do rio Segura, foi fundado ex novo em finais do século VI (Abad, 1986, Abad e Sala, 1993, 2001). Num dos seus edifícios, a chamada Casa IIIJ1, foi detectado, sobre o pavimento, uma estrutura em forma de pele de touro, construída por uma série de camadas de argila de diversas cores (Fig. 54). Enquanto que o núcleo central era de argila rematada por uma linha também de argila, mas de cor mais escura, o exterior estava limitado por outra linha mais grossa de argila amarelada. Segundo os autores que publicaram o sítio, esta «casa» seria um espaço dedicado expressamente ao culto dentro do povoado, considerando-se, portanto, que se estava perante um santuário urbano. Els Vilars (Arbeca, na comarca leridana de Les Garrigues) é um sítio de grande tradição arqueológica, onde o Grupo de Investigación de Prehistoria da Universidad de Lleida, dirigido pelo Professor Emilio Junyent, tem desenvolvido trabalhos de investigação, desde 1987 (Garcés et al. 1997, GIP, 2005). O início da ocupação data do século VIII e existem várias fases, das quais destacamos aqui a IIb, onde se encontraram produções fenício-ocidentais e paleoibéricas de origem meridional, datada do pleno século V. Nesta fase, as casas são rectangulares, dobrando a superfície de habitabilidade em relação à fase anterior, evidenciando também uma maior complexidade arquitectónica, com a compartimentação dos espaços interiores. Deve destacar-se a existência de dois espaços singulares quer pelas suas dimensões e pelo seu acondicionamento interior, quer pela sua funcionalidade. No seu interior, apareceram, durante a campanha de 2002, lareiras de tipo orientalizante ou em forma de pele de boi (ibid.) (Fig. 55). As referidas lareiras encontram-se em torno à Plaza Central (Zona 6, Sector 13) e num dos edifícios do bairro setentrional (Zona 11, sector 3). O compartimento em que se encontrava a primeira, que foi só parcialmente escavado, foi interpretado como sala de reuniões, reuniões que decorreriam em volta da lareira, símbolo de poder e da divindade (ibid.), pelo que teria uma função muito similar à que foi outorgada para El Oral. O maior interesse reside, contudo, no espaço 1113, um compartimento com 52 m2, no centro do qual se construiu uma lareira quadrangular com os vértices desenvolvidos, ou seja, em forma de pele de boi estendida. O referido compartimento, cuja estrutura

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de base foi construída nos primeiros momentos da ocupação do sítio, apresentava bancos corridos de adobe adossados às paredes e possuía três pavimentos consecutivos, onde existiam lareiras sobrepostas. A primeira lareira (ou altar) é quadrangular, possuindo uma concavidade com cerca de 25 cm de largura por 6 de profundidade, e estava cheia de cinzas. Era muito semelhante a de Coria del Río e à de Cancho Roano «C». A segunda tem já forma de pele de boi (1,30 x 0,90), com um espaço interior que conserva os sinais da ruborização. A terceira é algo maior (1,33 x 0,95), mas as características gerais são semelhantes às da anterior. O espaço é completado por uma mesa quadrada de pedra rebocada (ibid.). Um pithos e um cilindro de argila, com 20 cm. de diâmetro, apareceram cravados no pavimento, conservando ainda o último 14 cm. de altura (ibid.). A interpretação deste edifício como santuário deve basear-se, como aliás fizeram de forma muito acertada os arqueólogos que trabalham no sítio (ibid.), na quase total ausência de materiais, o que permite pensar que o espaço foi esvaziado ou «saneado», tendose, no entanto, salvaguardado o altar. Isto implica dizer que, quando o povoado perdeu a sua funcionalidade nesta fase, o local de culto foi colmatado por um estrato de limo argiloso de 30 cm. de potência. Resta acrescentar que o espaço não voltou a ser utilizado nos momentos posteriores, ficando como um local aberto, talvez um pátio (ibid.). Parece que se trata, sem dúvida alguma, e como já indicam os responsáveis pelos trabalhos arqueológicos, do Recinto Cultual do povoado nessa fase cronológica. Há que tomar em consideração que não só o altar sobrevive nas sucessivas sub-fases de ocupação, como também o facto de o espaço reunir boa parte dos elementos necessários para ser considerado um santuário urbano: banco corrido de adobe, mesa de oferendas com concavidade central, mesa de oferendas, betilo e pithos cravados no solo (como em Cancho Roano, o primeiro, e em Saltillo e Montemolín, o segundo), e pinturas com cal, elementos que destacam este espaço dos restantes do povoado. Igualmente em forma de pele de boi estendida é a lareira do povoado ibérico de Ca N’Ólivé (Cerdanyola del Vallés), também datado do século V (apud in ibid.: 664). Já fora da área meridional, o Cerro de la Mesa, povoado levantado sobre uma plataforma de 2 ha. entre os rios Tejo e Uso, está ocupado durante toda a Idade do Ferro (Ortega e Valle, 2004). Está rodeado por uma muralha, que recorda os modelos andaluzes e levantinos, com taludes e torres semicirculares, revelando uma técnica construtiva idêntica à utilizada em Puente Tablas. Os materi-

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ais que se recolheram são claramente orientalizantes e de âmbito sacro. A estrutura de habitação mais antiga data do século VI, e, sobre o pavimento de argila ruborizada, foi colocada uma grande estrutura formada por uma placa de argila endurecida, de planta rectangular, pintada no exterior com um engobe amarelado e delimitada por uma fiada de adobes. Os cantos prolongam-se para que a estrutura adquira a forma de pele de boi estendida Nesse espaço, apareceram ânforas de tipo R-1 e outros materiais de clara matriz orientalizante (ibid.). As representações de peles de boi estendidas ultrapassam o âmbito do mundo dos vivos e também nas necrópoles há vestígios de estruturas com esta forma. No mausoléu torriforme de Pozo Moro (Albacete), existe um temenos, ou espaço sagrado, onde um mosaico em forma de pele de boi foi construído com pequenos seixos rolados (Almagro Gorbea, 1983) (Fig. 56). Recorde-se que o monumento, rodeado de uma extensa necrópole que abarca mais de um século de utilização, estava decorado com baixos relevos que representam cenas mitológicas de grande interesse. A iconografia que oferece Pozo Moro é de grande expressividade, e nela se observa o deus guerreiro, com capacete, lança e escudo. Em outra das cenas, este deus copula com a deusa, uma clara imagem de hierogamia e, por último, leva a árvore da vida. A deusa, interpretada como Astarté, está representada nua e alada, como deusa da fertilidade (ibid.). Também em Albacete (Olla Gonzalo), se localiza outra necrópole que ganhou grande importância graças às escavações em extensão que se levaram a efeito nos anos 80 e princípios dos 90 do século passado: Los Villares (Blánquez 1992). A necrópole é de cremação sob tumulus, e nela apareceram conjuntos escultóricos in situ e um rico e variado material de importação. Foi utilizada desde o século VI até aos inícios do IV. No final da fase I, uma das sepulturas, a 31, é selada por uma camada de argila branca com forma de pele de boi estendida, sendo sobre ela que se levantou a estrutura tumular, em cujo interior se desenhou, igualmente em argila, uma outra pele de boi estendida. Deve ainda dizer-se que a própria estrutura tumular que sela a sepultura tem também forma de pele de boi (Fig. 57). Outra necrópole ibérica da zona sudoriental é a de Castillejos De los Baños, em Fortuna (Murcia) (García Cano, 1992). É uma necrópole muito uniforme e de curta duração, que se enquadra cronologicamente entre o século V e os meados do IV. As fossas detectadas estavam cobertas por uma espessa camada de argila esverdeada que chega a atingir 20 cm de

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espessura. Os tipos detectados têm formas rectangulares, ovais e, uma única, a mais destacada, desenhava uma pele de boi estendida (García Cano 1992). A forma de pele de boi estendida não é, na Península Ibérica, exclusiva de altares, lareiras ou coberturas de sepulturas. Há outras realidades que remetem para a mesma morfologia, e parece-nos, neste contexto, que vale a pena avaliá-las. Quando o tesouro do Carambolo foi publicado em 1959, Kukhan e Blanco chamaram a atenção para os peitorais, dizendo: «como motivo ornamental se encuentra en vasos micénicos, en los tableros de marfil para juegos de Meggido, en las pinturas de los palacios Asirios y sirios de Khorsabad, Aíslan-Tsah, Tel Barib, etc., e incluso en los lingotes de cobre de época premonetal que aspiran a reproducir la piel extendida de un buey» (Fig. 58). Esta tese foi reforçada, anos depois, pelo achado do deus do lingote de Enkomi (FIG. 59) e mais recentemente pelo achado do altar em forma de pele de boi do Santuário III do Carambolo. Também no tesouro do Cortijo de Ebora um dos diademas representa uma pele de boi estendida, forma que está também presente nas placas áureas de Pajares (Blanco Fernandez e Celestino Perez, 1998). Quer a bandeja de La Joya (Garrido e Orta, 1978) quer a de El Gandul (Fernandez Gomes, 1989) têm também a forma de pele boi estendida, devendo dizer-se que última possui uma típica decoração orientalizante com um cortejo de animais fantásticos. Também o suporte de Cástulo tem a mesma forma, não podendo esquecer-se que neste mesmo sítio um pavimento de pequenos seixos pode ter tido a mesma forma. Duas possíveis dobradiças encontradas no interior de uma sepultura da Cañada Honda (Carmona) e publicadas por Bonsor (1899) representam igualmente uma pele de boi estendida, havendo outras do mesmo sítio, ainda inéditas, depositadas na Hispanic Society de Nova Iorque, que se encontram em estudo por um nós (S.C.). Houve quem pretendesse ver a representação de Baal nos altares de pele de touro estendida, como é o caso de Caura, assim como no diadema que integrava o famoso tesouro de El Carambolo. Neste caso, segundo Escacena e Amores (2003), o famoso tesouro sevilhano estaria destinado a vestir ou adornar o touro a sacrificar, enquanto que a sua esposa, Astarté, estaria também representada no sítio pela estátua ali encontrada. Parece fazer sentido neste contexto recordar que a forma de pele de boi das estruturas peninsulares foi também a adoptada nos lingotes metálicos da área mediterrânea, oriental e central, desde o final da Idade do Bronze.

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Mas, há também indícios de que a forma e, talvez mesmo, os próprios lingotes estiveram relacionados com determinados universos religiosos, como se verifica no santuário cipriota de Enkomi, onde uma divindade masculina está representada sobre um lingote com esta mesma forma (Lonas 1984: 102-105). Como há pouco tempo se escreveu «… pode admitir-se que a pele de boi esticada faria alusão a uma simbólica que relacionava o poder económico, político e religioso, tornando-se sintomática a associação de um importante recurso, como é o metalífero, e de um símbolo de riqueza agrícola e de prosperidade doméstica, que o touro representa, ao universo religioso oriental. O metal significa poder económico e político e por isso se sacralizava, materializando-se essa sacralização numa forma que remetia para um animal ele próprio em grande parte sagrado também por referir riqueza e força» (Arruda e Vilaça 2006: 50) Mas a imagem do touro está também presente de forma expressiva em muita iconografia e coroplastia da Idade do Ferro do Sul da Península Ibérica, concretamente na região a que se convencionou chamar «tartéssica» e também na sua periferia. Das várias representações destacamos: 1. marfins (caixas, pentes, pequenos recipientes) com imagens taurinas gravadas, em Los Alcores e Medellín; 2. Touro da necrópole de Cruz del Negro; 3. Vaso em forma de protamo de touro da necrópole da Fonte Santa (Ourique); 4. Tampas de Timateria com touros, em Lagartera, Cástulo, Mourão e Safara; 5. Figuras de bronze, em Alcalá del Río, Cerro del Prado ou no fecho de cinturão de Antequera; 6. Pintados em pithoi, em Montemolín e Lora del Rio; 7. Escultura de Porcuna, possivelmente proveniente de um santuário; 8. Ex votos de Alcácer do Sal de cerâmica e bronze. 4.

CONCLUINDO…

Estamos conscientes que classificar como santuários a totalidade, ou mesmo apenas alguns, dos sítios atrás enunciados pode ser polémico e, portanto, não reunir consenso. No entanto, entendemos que os dados que existem sobre eles parecem convergir mais neste sentido do que em qualquer outro, e a própria interpretação do significado destes recintos no tecido social e étnico do Ocidente peninsular do 1º milénio é mais facilmente compreensível no quadro desta classificação.

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Por outro lado, a designação, descomprometida ou politicamente correcta, de «Edifícios singulares» apenas encobre a sua definição, pois limita-se a aludir ao facto de a sua planta ser habitualmente de maiores dimensões e mais complexa que as estruturas domésticas. Os termos «Complexos monumentais» ou «Monumentos de Prestígio» não parecem ser também os mais adequados, uma vez que no primeiro caberia bem quaisquer tipos de funcionalidades (necrópoles; armazéns) e no segundo seria certamente difícil enquadrar um santuário, uma vez que exibir o prestígio social não é exactamente a sua função. Parece também necessário lembrar que a identificação de um lugar de culto não pode ser conseguida com base em apenas um único elemento, mas é justamente um conjunto de atributos que a possibilita (Renfrew 1985). A própria planta de um determinado edifício não parece suficiente para o classificar numa determinada categoria funcional, até porque, como demonstraram Bonet e Mata para a área ibérica (1997), certas estruturas identificadas como sacras oferecem plantas similares a outras domésticas. Neste contexto, parece fazer sentido chamar à colação o caso de La Mata, cuja planta, sendo semelhante à de Cancho Roano, não faz do sítio um santuário, como julgamos ter podido demonstrar. Assim, parece óbvio que não serão as características arquitectónicas que definem um lugar de culto, mas a presença de elementos (arquitectónicos ou não) relacionados com o culto, uma vez que, «un santuario o templo se debe deducir por los símbolos hallados en su interior o por el hallazgo de ofrendas o evidencias rituales» (Belén 1997). Se é certo que individualmente muitos dos elementos encontrados nos edifícios, ou conjuntos de edifícios, que atrás analisámos poderiam enquadrar-se em espaços com outras funcionalidades não necessariamente cultuais, concretamente domésticas, a verdade é que o facto de eles terem sido identificados em evidente associação é, na nossa perspectiva, o argumento que melhor suporta esta proposta. Assim, não são apenas os pavimentos de cor vermelha, tão comuns em áreas habitacionais, que podem ser usados na atribuição de uma função cultual a um determinado espaço. Mas o facto de esse espaço ser habitualmente o de maiores dimensões no conjunto do edifício, possuir bancos corridos encostados às suas paredes, paredes essas que são muitas vezes também rebocadas com argila de cor vermelha, ter lareiras, às vezes em forma de pele de boi esticada, na sua área central, frequentemente orientadas para o nascer do sol no solstício de Verão (El Carambolo, Caura, Cancho Roano e Oral), e formar parte de um conjunto edificado com pátios, poços, fossas fundacionais,

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fossos, betilos e pavimentos de conchas, não pode deixar de ser tomado em consideração no momento da sua avaliação. Por outro lado, a quantidade do espólio, encontrado ou no interior desses compartimentos ou nas áreas imediatamente anexas, bem como a sua qualidade técnica e decorativa e o seu estado de conservação são também dados que não podem, nem devem, esquecer-se nessa mesma avaliação. Ao longo do texto, fizemos várias vezes referência à existência de santuários empóricos, em oposição, ou em complemento, a santuários urbanos, supra regionais e rurais. Estas designações não assentam em qualquer sistematização ou classificação de lugares sagrados, uma vez que, e ao contrário do que sucede no mundo ibérico, para onde vários autores têm produzido quadros tipológicos e hierarquizados para os santuários (Lucas; Prados; Moneo; Aranegui; Gracia, Munilla e García; Oliver; Bonet e Mata; Gusi ou Domínguez Monedero), essa sistematização não existe para a área que tratámos. Uma vez que não nos pareceu que coubesse, neste texto, a apresentação de um qualquer modelo desta natureza, utilizámos aqui o de Dominguez Monadero (1995), já que era o que melhor se adaptava à realidade aqui tratada. Deste modo, para o Ocidente teríamos: 1. Santuários urbanos; 2. Santuários empóricos; 3. Santuários rurais; 4. Santuários supra regionais. Naturalmente, que, no contexto do mundo ocidental orientalizante, é possível que tenham existido outros locais de culto, como é o caso das capelas em meio urbano, quer públicas quer privadas, mas, infelizmente, as evidências da sua existência não foram ainda identificadas. A análise que realizámos permitiu também tornar claro que alguns dos edifícios, sobretudo os que se encontram isolados, e considerámos empóricos ou supra regionais (Abul, Algaida e Cancho Roano) ou rurais (Castro Verde), apresentam plantas similares, e que, em todos eles, existe, em termos arquitectónicos, um certo «ar de família» e muitos elementos comuns que não devemos ignorar. Esse «ar de família» não significa, no entanto, que não se observem diferenças assinaláveis ao nível das plantas, o que, em nosso entender, deve interpretar-se em função não só da sua importância, mas também da categoria tipológica em que se podem incluir. Por outro lado, é natural que a capacidade aglutinadora e organizativa do culto possa dar origem a sucessivas remodelações e ampliações das plantas de alguns dos santuários, que, assim, a partir de um determinado momento, estão longe das observadas na sua origem. Em outros, contudo, o plano original ter-se-ia mantido.

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Estes santuários e a sua localização levantam ainda outro tipo de questões que parece indispensável abordar. Nos últimos anos, tem ganhado corpo a ideia de que a verdadeira rede de santuários observada no antigo estuário do Guadalquivir, com extensões para o curso médio deste rio e do Guadiana, e ainda para o litoral português, estava directamente relacionada com uma estratégia eminentemente comercial, estratégia pensada e posta em prática pelos fenícios que, no início do I milénio a.C., tinham chegado às costas da Península Ibérica. Tal hipótese, defendida para o santuário de Melkart em Cádiz (Aubet 1987, 1991) e para os do Guadalquivir (Belén 2000), corroboraria «…la significación economica que se ha atribuido a estas instituciones religiosas» (ibid.: 307). Assim, parecia indiscutível que os construtores destes santuários, bem como os responsáveis pelas práticas cultuais neles praticadas, seriam populações exógenas, possibilidade que estava, aliás, documentada pelas próprias divindades cultuadas (Baal, Astarté e Melkart) e ainda pelos planos arquitectónicos e técnicas construtivas utilizadas na sua edificação. Efectivamente, julgamos que todos os dados actualmente disponíveis apontam para esta possibilidade, até porque, como recordámos na Introdução a este trabalho, um sistema religioso é composto não apenas pelos cultos e ritos (a prática), mas, sobretudo, pela ideologia e teologia (a crença), e que a própria língua desempenha, em todos os processos religiosos, um papel fundamental. Mas, e ainda que concordemos que os edifícios religiosos são, pelo menos na fase inicial, efectivamente fenícios, pensamos que os motivos da sua edificação em lugares específicos podem ter leituras diversas das já apresentadas, ainda que não seja indispensável que essas várias leituras sejam mutuamente exclusivas. Sem querer negar que a actividade comercial foi fundamental em todo o processo de instalação destas populações orientais na Península Ibérica, e que os santuários podem ter também desempenhado um importante papel nessa actividade, não queremos, no entanto, deixar de referir outras possibilidades, até porque é hoje quase indiscutível que a instalação de populações orientais na Península Ibérica não foi motivada exclusivamente por razões comercias ou, pelo menos, implicou controle territorial e fixação efectiva. Na nossa opinião, os santuários ocidentais, sobretudo os isolados, enquanto elementos estruturantes da paisagem, podem ter também funcionado enquanto produtores de um discurso que fomentasse o consumo identitário dos novos espaços colonizados, até porque a constituição da referida imagem identitária

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é geralmente baseada num conjunto restrito e articulado de mensagens, mais ou menos codificadas, que apenas alguns, os que conhecem a totalidade do sistema, podiam decifrar. É assim possível pensar que os santuários foram um meio de identidade cultural, e portanto de comunicação entre quem fala a mesma linguagem religiosa, meio de comunicação esse que pode ser considerado um instrumento fundamental para a construção e compreensão das representações identitárias de um território, ao mesmo tempo que exclui dessa comunicação todas os outros. Os santuários podem ser considerados bases de identidade por excelência o que permite, em sistemas coloniais, e não só, levar consigo o imaginário de uma cultura e matriz da sua cosmovisão. A perda da territorialidade original leva à apropriação de lugares sagrados e a fazer deles topos, uma vez que parece indispensável o reconhecimento de dispositivos simbólicos, de forma a recompor e/ou reconstruir identidades. Estes santuários funcionariam assim também como um meio de reconhecimento de um espaço recém colonizado, contendo em si próprios uma mensagem de pertença indiscutível de um território, e podem ser considerados instrumentos privilegiados de coerção e dominação. As novas identidades territoriais criadas pelos colonizadores seriam comunicadas através daqueles edifícios, não só aos membros da mesma comunidade, mas também aos que actuavam, simultaneamente, no mesmo espaço, permitindo que todos pudessem construir o seu próprio sentimento de pertença ou não pertença. Terão gerado identidades territoriais e culturais essenciais ao próprio sucesso do processo colonizador, sendo afinal um meio de controle ideológico e político. BIBLIOGRAFIA ABAD, L.; SALA, F. (1993): El poblado ibérico de El Oral (San Fulgencio, Alicante). Valência. – (2001): Poblamiento ibérico en el Bajo Segura. El Oral (II) y la Escuera. Madrid: Real Academia de la Historia. – (1986): El Oral. In Arqueología en Alicante 197686. Alicante: Instituto de Estudio Juan Gil Albert. ALMAGRO GORBEA, M. (1983): «Pozo Moro. El monumento orientalizante, su contexto socio-cultural y sus paralelos en la arquitectura funeraria ibérica». Madrider Mitteilungen. Madrid. 24 pp. 177-392. ANTUNES, A. S. (2005): Castro da Azougada – conjunto cerâmico. Em torno da Idade do Ferro Pós Orientalizante da margem esquerda do Baixo

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Fig 1. Planta das estruturas religiosas de Carambolo, segundo Rodríguez Azogue e Fernández Flores, 2005.

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Fig 2. Carambolo. vista geral das estruturas postas a descoberto na escavação do século Rodríguez Azogue e Fernández Flores, 2005.

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Fig. 3. Carambolo. altar em forma de pele de touro estendida de A-40, segundo Rodríguez Azogue e Fernández Flores, 2005.

Fig. 4. Caura (Cória del Río). a sobreposição dos santuários, segundo Escacena e Izquierdo, 1998.

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Fig. 5. Planta das estruturas escavadas em Caura (Cória del Río), segundo Escacena e Izquierdo, 1998.

Fig. 6. Pithos do Palácio Marqués de Saltillo (Carmona), segundo Belén, 2001a.

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Fig. 7. Colheres de marfim do Palácio Marqués de Saltillo (Carmona), segundo Belén, 2001a.

Fig. 8. Montemolín (Sevilha). Planta de edifício e pithos, segundo De La Bandera et al., 1995.

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Fig. 9. Edifício de Planta rectangular de La Algaida (Cádiz), segundo Corzo Sanchez, 2000.

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Fig. 10. Planta do edifício de Alhonoz (Sevilha), segundo López Palomo, 1983.

Fig. 11. Materiais provenientes das sondagens de 1977 em Alhonoz.

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Fig. 12. Planta da 1ª fase de Abul, segundo Mayet e Silva, 2000.

Fig. 13. Abul. Planta da fase II, segundo Mayet e Silva, 2000.

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Fig. 14. Tavira. As estruturas do Palácio da Galeria, segundo Maia, 2003b.

Fig. 15. Castro Marim. Compartimento com altar e bancos corridos.

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Fig. 16. Castro Marim. Planta do compartimento com altar e bancos corridos.

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Fig. 17. Castro Marim. Altar no centro do compartimento 27.

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Fig. 18. Fragmentos de «Urna» de tipo Cruz del Negro sob o altar.

Fig. 19. «Urna» de tipo Cruz del Negro sob o altar.

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Fig. 20. Castro Marim. Pisos de conchas.

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Fig. 21. Castro Marim. Enterramentos infantis da Fase V.

Fig. 22. Castro Marim. Depósito dos finais do século V.

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Fig. 23. Cástulo. Compartimentos e pavimento de seixos, segundo Blázquez, 1985.

Fig. 24. Cerro do Castelo de Medellín, visto de Sul.

Fig. 25. Cancho Roano. O edifício rodeado pelo fosso.

Fig. 26. Cancho Roano C. Compartimento com altar circular.

Fig. 27. Cancho Roano C. Altar circular.

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Fig. 28. Cancho Roano. Planta da Fase B.

Fig. 29. Altar de Cancho Roano B.

Fig. 30. Pormenor construtivo do altar de Cancho Roano B.

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Fig. 31. Planta de Cancho Roano A.

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Fig. 32. Pilar de Cancho Roano A sobre o altar da fase anterior.

Fig. 33. Estruturas de El Palomar.

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Fig. 34. Planta de La Mata, segundo Rodríguez e otros 2004.

Fig. 35. Planta do conjunto edificado de Torrejón de Abajo (Cáceres), segundo García de Hoz e Álvarez 1991.

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Fig. 36. Planta de Neves II, segundo Maia, 1988.

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Fig. 37. Planta de Corvo 1, segundo Maia, 1988.

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Fig. 39. O «castro» da Azougada, segundo Antunes, 2005.

Fig. 40. Taças «Margarita» da Azougada, segundo Antunes, 2005.

Fig. 38. Larnakes de Neves 1, segundo Maia, 1988.

Fig. 41. Localização de Azougada na Peninsula Iberica contextualizado com dos sítios de referência de periodo tartesico, segundo Antunes, 2005

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Fig. 42. Pavimento vermelho de Carambolo.

Fig. 43. Pavimento vermelho de Castro Marim.

Fig. 44. Pavimento vermelho de Cancho Roano.

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Fig. 45. Pavimento de conchas em Castro Marim.

Fig. 46. Pavimento de conchas em Carambolo.

Fig. 47. Castro Marim. Estrutura circular sob o compartimento 27.

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Fig. 48. Cancho Roano. Estrutura circular sob o compartimento do altar.

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Fig. 49. Altar de Carambolo.

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Fig. 50. Altar de Caura.

Fig. 51. Altar de Cancho Roano.

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Fig. 52. Larnakes de Neves.

Fig. 53. Templo de Iilleta dels Banyets (El Campillo, Alicante), segundo Lobregat, 1988.

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Fig. 54. Casa IIIJ1 de El Oral, com altar em forma de pele de boi estendida, segundo Abad e Sala, 2001.

Fig. 55. Els Vilars. Planta geral e altar, segundo GIP, 2005.

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Fig. 56. Pozo Moro, planta, e reconstituições do monumento, segundo Almagro Gorbea, 1983.

Fig. 57. Sepultura 31 de Los Villares, segundo Blánquez, 1992.

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Fig. 58. Tesouro do Carambolo, com os dois peitorais em forma de pele de boi estendida.

Fig. 59. Santuário de Enkomi (Chipre) e «deus» do lingote aí encontrado.

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Fig. 60. Diadema do Cortijo de Ebora.

Fig. 61. Caura e o Carambolo no «golfo» tartéssico.

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CASTRO MARIM: UN SANTUARIO EN LA DESEMBOCADURA DEL GUADIANA* Ana Margarida Arruda, Pedro A. Carretero Poblete, Vera Teixeira de Freitas y Elisa Sousa** Patricia Bargão, Pedro Lourenço y Carlos Filipe Oliveira*** A la memoria de Carla Matias, que con nosotros excavó los santuarios de Castro Marim

1.

INTRODUCCIÓN

Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el Castillo de Castro Marim (Algarve, Portugal) (Fig. 1) pusieron al descubierto una extensa área cuyos vestigios, tanto arquitectónicos como de cultura material, remiten a un ambiente eminentemente cultural. Estos restos existen en toda la cronología de la Edad del Hierro, lo que parece evidenciar que, durante esta época, el área más oriental de la colina del Castillo estuvo dedicado al culto. También es importante en esta breve introducción que tanto en este aspecto concreto, como también desde el punto de vista de la cultura material, la ocupación del primer milenio a.C. en Castro Marim está íntimamente relacionada con lo que ocurre en el mismo período en el paleo-estuario del Guadalquivir y en el Valle medio del Guadiana. 2. LOS ESPACIOS SACROS DE LA 1.ª MITAD DEL 1.er MILENIO A.C. Los espacios sacros de la primera mitad del 1.er milenio a.C. documentados en Castro Marim se corresponden con las fases III y IV de ocupación, datadas entre la segunda mitad del siglo VII y finales del siglo VI a.C. (Arruda, Freitas y Oliveira, en prensa). El deficiente estado de conservación de los niveles *** Trabajo realizado en el ámbito del proyecto «Castro Marim e o seu território imediato durante a Antiguidade», aprobado y financiado por la FCT, en el marco del POCTI, cofinanciado por el Fondo Comuniario FEDER. *** Investigadores de UNIARQ. *** Colaboradores de UNIARQ.

de ocupación anteriores (Fases I y II, Bronce Final y primera mitad del siglo VII a.C., respectivamente) imposibilitó una correcta evaluación de las funcionalidades de los espacios construidos. No obstante, debemos decir que de las fases III y IV, las plantas totales de los edificios no fueron delimitadas, lo que dificulta el entendimiento de la organización interna de estos espacios y su relación con el resto de edificaciones definidas. La funcionalidad ritual de los edificios de ambas fases es sugerida por la arquitectura y por el cuidado puesto en su construcción y abandono, sobre todo por el reconocimiento de complejas estructuras de combustión cuyos peculiares aspectos constructivos permiten que sean interpretados como altares. Del edificio de culto de la Fase III se documentaron cinco áreas, donde tuvieron lugar distintas actividades (Fig. 2). El compartimento 6 conservaba un piso de conchas en su interior, accediéndose a este espacio a través del área 9, pavimentado de la misma forma. El compartimento 11 destaca por poseer un piso de color rojo y un altar de forma cuadrangular con una cabecera sobre elevada en el lado oeste, siendo aquí obtenidos la mayor parte de los materiales arqueológicos. Los materiales arqueológicos recogidos en los contextos de estos espacios, en concreto la cerámica de barniz rojo y los trípodes, sugieren una cronología de ocupación centrada en la segunda mitad del siglo VII a.C. (Fig. 3). Del edificio ritual de la Fase IV se conocen dos compartimentos de forma rectangular y unidos entre sí (Fig. 4). El mayor de éstos, el 27, posee una entrada compuesta por dos peldaños, uno de los cuales está pavimentado con conchas. En su interior se identificaron bancos corridos adosados a dos de las paredes y con restos de reboco. En el centro se en-

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contraba un altar de forma rectangular, con un pequeño orificio en el lado noroeste, cuya construcción fue precedida por la deposición de una urna tipo «Cruz del Negro». Entre los materiales recuperados destaca la presencia de, por lo menos, un tonel cerámico y numerosas tazas semiesféricas simples, producidas indistintamente en cerámica gris, común, de engobe rojo, con bandas pintadas y manual (Fig. 5). El compartimento 26 conservaba al oeste una zona pavimentada con conchas, aunque no se documentó ninguna estructura en su interior. A diferencia del compartimento 27, donde se recuperaron abundantes materiales arqueológicos, algunos fragmentados in situ, en el 26 casi no aparecieron. Los materiales recogidos en ambos compartimentos indican una cronología de ocupación centrada en el siglo VI a.C. 3. LOS ESPACIOS SACROS DE LA SEGUNDA MITAD DEL I MILENIO La Fase V, iniciada en la segunda mitad del siglo V a.C., marca una ruptura, casi radical, con el urbanismo anterior. En efecto, en este momento, se produjo un profundo cambio estructural en términos arquitectónicos, habiéndose verificado que nuevas estructuras habitacionales fueron construidas sobre los derrumbes de la anterior, siendo colmatados esos derrumbes a través de un grueso nivel de tierra y nivelación posterior. Tres enterramientos infantiles, en fosa, fueron identificados en este mismo nivel de tierra, lo que parece indicar que estamos ante un ritual necrolático y fundacional (Fig. 6). Se trata de neonatos, cuyo momento de fallecimiento se sitúa entre su nacimiento y el primer mes de vida, sin excluir, en dos de los casos, la posibilidad de que nacieran ya muertos. Las fosas donde fueron depositados no presentaban ningún material (ajuar). Aunque en una fosa localizada en la misma zona y aparentemente construida en un momento coetáneo a los enterramientos, se recogieron algunas cuentas de collar y varios objetos de metal (pinzas, agujas y el asa de bronce de un vaso), así como lo que parece ser un trozo de tejido. Los datos estratigráficos permiten decir que esta fosa continuó, por lo menos parcialmente, siendo utilizada durante algún tiempo. En el mismo nivel de tierra que preparó el terreno para las construcciones posteriores, fueron identificados tres «agujeros de poste». Es posible relacionar tanto la zanja como los «agujeros de poste» con el mismo ritual fundacional, si admitimos que los mismos «agujeros de poste» pudieron servir para sustentar betilos, algo que ya ha sido demostrado en otras fundaciones púnicas, donde estructuras negativas semejantes sirvieron para

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este fin. Sobre el estrato de tierra, dos de los agujeros de poste, dos de los enterramientos y parte de la zanja se construyó un edificio compuesto por varios compartimentos. En el compartimento 29, construido sobre los enterramientos, había un suelo de pizarra calcinada, que estaba asociado a una estructura de combustión delimitada por bloques de piedra de mediana dimensión, que dado su contexto es posible asociar también a actividades rituales. Anejo a este compartimento, se documentó un espacio de paso (compartimento 30) donde se siguió utilizando parcialmente la fosa anteriormente descrita. A continuación de esta zona de paso se encuentra el compartimento 31 que parece corresponderse con una zona de almacenaje. En ésta se documentaron varios contenedores anfóricos, donde destaca la presencia de la forma Mañá-Pascual A4 y B/C 1 de Pellicer, así como de otros recipientes cerámicos, concretamente áticos (tazas Cástulo, Stemless Cup, Plain Rim Cup y Kylix), cerámica común y cerámica gris (Fig. 7). Otros objetos, como cuentas de collar, fusayolas, pesas de red y metales, también fueron exhumados. Esta zona, de acceso posiblemente privado, parece corresponder a un bothros, en cuya construcción también tuvieron lugar prácticas de carácter ritual, ya que sobre una de las estructuras que lo delimitan se documentó la inhumación de un ave. De los últimos momentos de la ocupación prerromana del Castillo de Castro Marim, situados entre finales del siglo IV y la primera mitad del siglo III a.C., no se obtuvieron datos de carácter urbanístico o arquitectónico que puedan probar una continuidad funcional del espacio. De esta cronología se recuperaron algunos materiales, como cerámica tipo Kuass que, en otros lugares, surgen asociados a contextos de carácter votivo y/o ritual. Se trata de platos de borde moldurado, varios tipos de tazas y vasos posiblemente relacionados con una función de contenedor y vertidor de líquidos, como ungüentos y perfumes. Son formas relativamente raras en el Occidente Mediterráneo, asociadas frecuentemente a posibles contextos de tipo ritual, que permite indicar la hipótesis de un carácter ritual del espacio excavado, que aún habría continuado durante este período. En el ámbito de estos contextos rituales, no podemos dejar de señalar la presencia, aunque descontextualizada, de algunos objetos de claro carácter votivo, como es el caso de dos fragmentos que identificamos como pertenecientes a askoi, aunque encuadrarlos en otra forma de funcionalidad idéntica, como es el caso de los kernoi, también sea posible. En uno de los casos, el zoomorfo representado parece ser un grifo. También fuera de estas áreas descritas destacan cuatro cabezas femeninas de vidrio, cuya adscripción

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CASTRO MARIM: UN SANTUARIO EN LA DESEMBOCADURA DEL GUADIANA

a cualquier tipo de forma de momento no es posible, aunque por las características e iconografía podemos englobarlas en este mismo ámbito cultural. 4.

CONSIDERACIONES FINALES

Todos los datos indican que este área analizada se pudo corresponder con una zona de culto en ambiente urbano, en todas fases de la ocupación de la Edad del Hierro. Las estructuras rectangulares de las fases III y IV, registradas en el interior de los compartimentos 11 y 27, parecen corresponder a altares, y presentan semejanzas constructivas con las que fueron así interpretadas en el área del Guadalquivir, en Extremadura y en Castilla, como por ejemplo Carambolo (Rodríguez Azogue y Fernández Flores, 2005), Cória del Río (Belén Deamos, 2000; Escacena e Izquierdo, 1998), Cancho Roano (Celestino, 2001) o Cerro de la Mesa (Ortega Blanco y Valle Gutiérrez, 2004). Los altares se localizaron en el interior de edificios de planta rectangular, donde existen bancos corridos a lo largo de las paredes que pudieron servir para depositar las ofrendas, lo que también se ha verificado en varios santuarios del Occidente Peninsular, como Carambolo (Rodríguez Azogue e Fernández Flores, 2005), Carmona (Belén Deamos et al., 1997; Belén Deamos, 2000), Cancho Roano (Celestino, 2001) y Cástulo. Los pisos de conchas señalados también remiten a un ambiente eminentemente ritual, a semejanza de lo que sucede en otras áreas, como es el caso del Bajo Guadalquivir, donde existen áreas pavimentadas con conchas en el santuario de El Carambolo (Carriazo, 1970; 1973; Rodríguez Azogue e Fernández Flores, 2005). El carácter cultural del lugar continúa presente en la fase posterior. En efecto, y aunque es importante la reestructuración arquitectónica del área, durante el siglo V a.C., una serie de evidencias corroboran nuestra lectura. En primer lugar, debe destacarse la existencia de un depósito. El excelente estado de conservación de los materiales y las características de formación de esta unidad permite pensar que estamos ante un bothros anexo a una zona de culto. Ésta puede corresponder al compartimento 29, donde, en la zona central, fue posible identificar una estructura de combustión, a la que no parece, en este contexto, disparatado atribuir una función religiosa. Reforzando esta interpretación se asocia el hecho de haber sido en este mismo compartimento donde se reconocieron los tres enterramientos infantiles anteriormente descritos. La función religiosa del espacio constituido por el depósito y por el compartimento 29 parece así incues-

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tionable, teniendo en cuenta además que, junto al depósito, fue localizada una pequeña fosa cubierta de lajas de pizarra, posiblemente fundacional y cuyo contenido era constituido exclusivamente por restos de aves. El carácter religioso del área excavada en Castro Marim fue continuado en épocas posteriores. De hecho es también en este lugar en el que durante la época Moderna se construyeron las dos iglesias del Castillo. Los modelos constructivos, concretamente la utilización de adobes y los suelos pintados de rojo, además naturalmente de las plantas y del tipo de altares presentes, son de matriz claramente oriental y su existencia en este lugar refuerzan lo que ya había sido posible extrapolar a través de los materiales recogidos, es decir, que el sitio fue profundamente marcado por la llegada al litoral del Algarve de poblaciones oriundas de la región del Estrecho de Gibraltar, integradas en un movimiento colonial en ambas áreas del Atlántico. BIBLIOGRAFÍA ARRUDA, A.M.; FREITAS, V. y OLIVEIRA, C. (en prensa): Os Fenícios e a urbanização no Extremo Ocidente: o caso de Castro Marim. CARRIAZO, J. M. (1970): «El tesoro y las primeras excavaciones en El Carambolo (Camas, Sevilla)», en Excavaciones arqueológicas en España, 68. Madrid: Ministerio de Educación y Ciencia, Dirección General de Bellas Artes. – (1973): Tartessos y El Carambolo. Madrid: Dirección General de Bellas Artes. CELESTINO PÉREZ, S. (2001): «Los santuarios de Cancho Roano. Del indigenismo al orientalismo arquitectónico». Arquitectura Oriental y Orientalizante en la Península Ibérica. Madrid: Centro de Estudios del Próximo Oriente, pp. 17-56. DEAMOS, M.ª Belén (2001): «Santuarios Fenicios y Comercio en Tartessos», en Intercambio y Comercio Preclásico en el Mediterráneo. Coloquio del CEFYP, núm. 1. Madrid: Centro de Estudios Fenicios y Púnicos, pp. 293-312. DEAMOS, M.ª B.; ESCACENA CARRASCO, J. L.; ANGLADA CURADO, R.; JIMÉNEZ HERNÁNDEZ, A.; LINEROS ROMERO , R.; RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ, I. (1997): Arqueología en Carmona (Sevilla). Excavaciones en la casa-palacio del Marquês de Saltillo. Sevilla: Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. ESCACENA CARRASCO, J. L. e IZQUIERDO DE MONTES, R. (2001): «Oriente en Occidente: Arquitectura civil y religiosa en un “barrio fenicio” de la

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Fig. 1. Localización del Castelo de Castro Marim.

Fig. 2. Fase III: Planta de la exacavación y detalles del suelo de conchas y altar.

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Fig. 3. Fase III: Materiales.

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Fig. 4. Fase IV: Planta de la excavación y detalle de la habitación con banco corrido y altar.

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Fig. 5. Fase IV: Materiales.

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Fig. 6. Fase V: Planta de la excavación, detalle del depósito y enterramiento infantil.

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Fig. 7. Fase V: Materiales.

MODELOS ARQUITECTÓNICOS EN LA PROTOHISTORIA DEL SUROESTE PENINSULAR: EDIFICIOS «EN TRIDENTE» Javier Jiménez Ávila*

INTRODUCCIÓN Las investigaciones desarrolladas a lo largo de los últimos 25 años en el marco de varios proyectos de investigación arqueológica en lo que, grosso modo, podemos considerar los tramos Medio y Bajo del río Guadiana, han permitido conocer un número creciente de construcciones arquitectónicas encuadrables cronológicamente entre los siglos VI y V a.C. Aparte de su situación geográfica en el cuadrante suroccidental de la Península Ibérica, estos edificios comparten una serie de rasgos referidos a su ubicación en entornos rurales, a su carácter aislado y a su relación con sectores sociales destacados que se desliga, entre otros argumentos, del tipo de ajuar localizado en su interior. No obstante, no siendo unánime la interpretación funcional de algunos de ellos, conviene profundizar en su análisis arquitectónico como mecanismo válido de aproximación a su significado histórico, cultural e ideológico en el marco del estudio de las sociedades protohistóricas de la Península Ibérica y del Mediterráneo. Esto permitirá, además, avanzar en el conocimiento de determinados aspectos de la arquitectura que se desarrolló en el Suroeste peninsular durante el Hierro Antiguo. Desde el punto de vista de su extensión, de las técnicas constructivas y de su monumentalidad, estas edificaciones representan una amplia gradación de circunstancias. Lo mismo cabe decir del desarrollo de la actividad investigadora en cada uno de ellos, con casos que son ya referencias fundamentales –si no ejemplos paradigmáticos– de su época y su entorno geográfico (destacadamente Cancho Roano en la Baja Extremadura o Fernão Vaz en el Bajo Alentejo), hasta otros que apenas han sido divulgados, debido a su reciente excavación. Este estado diferencial afecta incluso al área edificada conocida (y, por tanto, analizable). Así, los edificios extremeños de Cancho Roano o La Mata han sido excavados en su totalidad, * Instituto de Arqueología de Mérida (Junta de Extremadura – Consorcio de Mérida – CSIC).

mientras que las plantas de Fernão Vaz o Malhada das Taliscas 4, en Portugal, sólo se conocen parcialmente. Esto, naturalmente, incide también en el grado de certeza con que podemos emitir las hipótesis explicativas. El objetivo de este trabajo es proponer que, al margen de estas diferencias, todas las construcciones señaladas comparten un planteamiento constructivo similar que se ajusta a lo que podemos considerar un modelo arquitectónico común, algo que, habida cuenta las especiales características de estos edificios, es interpretable en términos de identidad funcional. EDIFICIOS «EN TRIDENTE» El esquema fundamental de lo que denomino edificios «en tridente» está formado por tres elementos básicos que se relacionan entre sí de forma similar. El primero de ellos es un espacio exterior, bien definido, que actúa como atrio o patio (A). Desde este patio, que antecede al edificio propiamente dicho, y por una única entrada, se accede a un corredor transversal (B) que, a su vez, da paso a una serie de bloques o módulos longitudinales (normalmente en número de tres) articulados en unidades menores (C) (Fig. 1). Los edificios protohistóricos suroccidentales que, en nuestro actual estado de conocimiento, se atienen a este esquema son: Cancho Roano (en sus fases A y B) y La Mata de Campanario, (ambos en la Extremadura española) y los conjuntos alentejanos de Fernão Vaz y Malhada das Taliscas 4, cuyas plantas se conocen de modo incompleto. Todos estos edificios presentan, además, analogías que van más allá de la conformación de sus plantas y que se refieren al modelo de ocupación y a su funcionalidad ideológica. De este modo, todos ellos se encuentran en medios rurales, aislados de cualquier poblado o núcleo urbano conocido, y todos se vinculan a elementos de consumo aristocrático que, dependiendo de las circunstancias, son más o menos visibles en sus ajuares.

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Cancho Roano El complejo monumental de Cancho Roano es una referencia ya clásica de la arqueología protohistórica extremeña, a pesar de lo cuál sigue siendo objeto de debate en temas tan importantes como su funcionalidad y su significado histórico.1 Al haberse excavado prácticamente en su totalidad, el conocimiento que tenemos de su organización espacial resulta también muy completo. No obstante, puesto que se conocen varios edificios superpuestos, esta norma general es aplicable, sobre todo, a las fases más recientes, que son las mejor conservadas. La sumisión de la planta del edificio de Cancho Roano al esquema descrito se observa en la construcción principal de la Fase B. Este edificio, cuya planta se conoce sólo parcialmente, debido a su infraposición a construcciones más recientes, presenta ya los elementos básicos del edificio «en tridente»: atrio, corredor transversal y módulos longitudinales, que aparecen conectados entre sí según el modelo aquí estudiado. De este modo, el patio queda definido por dos cuerpos salientes proyectados hacia el Este, que es hacia donde se orienta el frontis del edificio. En la fachada principal aparece un único vano ajimezado que ocupa una posición central y que conecta con el corredor transversal. En la pared opuesta se abren, al menos, tres accesos hacia los módulos longitudinales que conforman la parte principal del edificio. El módulo central es un espacio único donde se sitúa el célebre altar en forma de piel de toro extendida, y constituye la estancia principal. Los módulos laterales están articulados de manera similar, y disponen de una sala amplia que se abre lateralmente a espacios de más reducidas dimensiones, que se abren respectivamente al norte o al sur según el ala que ocupen, denotando con ello una cierta preocupación por la simetría. En el caso de Cancho Roano B el esquema «en tridente» se complementa con los dos módulos salientes que delimitan el patio, generando la típica planta en U, y a los que se accede también (al menos claramente en el caso del ala sur) desde el corredor transversal (Fig. 2). Este esquema se mantiene básicamente en la fase A de Cancho Roano, o más propiamente, en la fase A-2, ya que en el último momento (A-3), la lateralización del acceso principal introduce modificaciones sustanciales en el sistema de circulación, aunque persiste la estructura básica de corredor transversal y módulos longitudinales.2 1 Almagro-Gorbea et al. 1990; Celestino (ed). 1996: 353356; Celestino et al. 2003; Martín Bañón 2004; Jiménez Ávila 2005; Almagro-Gorbea e.p. 2 Jiménez Ávila 2005.

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Cancho Roano A-2, por tanto, presenta un patio abierto al exterior, delimitado por los cuerpos salientes H-1 y H-11, un corredor transversal (H-2) y los módulos longitudinales a los que se accede desde este pasillo: uno al sur, integrado por las habitaciones H-8, H-9 y H-10 y otro al norte formado por H-3, H4, H-5 y H-6. La interposición de la estancia principal H-7 entre estos dos bloques introduce ciertas modificaciones en el recorrido, ya que a este anómalo espacio solo se puede acceder desde la planta superior. Pero la estructura arquitectónica permanece invariable. Como en Cancho Roano B, el esquema «en tridente» se complementa con la presencia de los cuerpos salientes al este, que delimitan el patio exterior H-12, que aparece enlosado. A estos cuerpos se accede directamente desde el corredor, y forman parte así del edificio principal (Fig. 3). La Mata El edificio de La Mata (Campanario)3 presenta enormes concomitancias formales y constructivas con el de Cancho Roano y, como a éste, le es de aplicación el esquema estructural y el recorrido básico de los edificios «en tridente». No obstante, para llegar a esta conclusión es necesario realizar algunas correcciones en la lectura arqueográfica realizada por sus excavadores, como ya he tenido ocasión de exponer en otro lugar.4 Básicamente, se trata de incorporar la existencia de una puerta exterior entre la denominada estancia E-3 y el corredor E-4, que daría a lo que habría sido un patio cerrado orientado al Este. Las huellas arqueológicas de esta puerta, posteriormente tapiada, son aún bien visibles en la conformación de este espacio E-3, que presenta una interrupción en la banqueta del fondo y unos escaloncillos en el hueco resultante que difícilmente pueden ser interpretados de otro modo. Este antiguo acceso ocuparía, además, el tercio central de la fachada principal, dignificada por la anteposición de un patio enlosado y, sobre todo, por la construcción de los dos cuerpos arquitectónicos proyectados hacia el Este, orientación que, no casualmente, también coincide con la de la fachada principal de Cancho Roano. De este modo, el acceso al edificio de La Mata se realiza desde un patio bien definido (E-3) hasta un corredor transversal (E-4) al que se abren tres vanos coincidentes con otros tantos módulos que aparecen compartimentados longitudinalmente (E-1 con E-2, E7 con E-8 y E-9 con E-6). Como en Cancho Roano, 3 4

Rodríguez Díaz (ed.) 2004. Jiménez Ávila 2005.

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MODELOS ARQUITECTÓNICOS EN LA PROTOHISTORIA DEL S.O. PENINSULAR

este esquema se complementa con dos accesos contrapuestos a los anteriores, situados en el mismo flanco que la entrada principal, que comunican con las estancias o cuerpos salientes que definen el patio: E-5 y E-10, estableciendo así un típico recorrido en «H» (Fig. 4). No obstante, es posible que este recorrido sea una transformación del esquema original si, como se propone en la lectura secuencial de este edificio, los cuerpos salientes H-5 y H-10 son añadidos posteriores. Tal y como sucede en Cancho Roano, esta fórmula de organización y de circulación «en tridente» se verá sustancialmente transformada en los últimos momentos de ocupación, en los que el patio externo se convierte en un espacio cerrado y se modifica la situación del acceso al edificio. Cancho Roano y La Mata presentan una característica diferencial respecto de los edificios que analizaremos a continuación: la de tener los cuerpos que definen el patio directamente comunicados con el resto de la planta, al menos en los momentos centrales de su uso. Esta peculiaridad se une a otros elementos que son privativos de los edificios extremeños hasta ahora conocidos y que no están presenten en los portugueses, como su mayor monumentalidad, la presencia de fosos, etc., lo que genera una cierta regionalización. Fernão Vaz El yacimiento de Fernão Vaz, en el Bajo Alentejo es conocido solo parcialmente, pues las excavaciones allí realizadas no han exhumado todo el espacio habitado.5 No obstante, parece claro que se trata de un único complejo arquitectónico con un edificio principal y espacios anexos. Las conclusiones que se pueden establecer en torno a su estructura arquitectónica y a su sistema circulatorio son, en tanto concluyan las excavaciones, de carácter hipotético. De hecho, la planta de Fernão Vaz ha sido objeto de distintas reconstrucciones por parte de algunos investigadores portugueses que generan modelos arquitectónicos diferentes. Así, en la reconstrucción de V. Correia, que codirigió las excavaciones con C. Beirão, el edificio principal se constituye en forma de largas naves paralelas (se reconstruyen 4) que parten de un corredor transversal.6 Este módulo estaría comunicado con un patio cerrado al que se accede por una serie de edificaciones situadas al sur del complejo y que se reconstruyen, en su parte central como un porche de accesos afrontados. Esta reconstrucción se 5 6

Beirão 1986; Beirão y Correia 1991; 1993. Correia 2001: fig. 3.

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aproxima bastante a la estructura de corredor transversal y módulos longitudinales que aquí estamos analizando (Fig. 5.1). Por su parte, R. Mataloto plantea la posibilidad alternativa de que Fernão Vaz sea un edificio de planta central articulado en torno a un patio interior que, a su vez, comunicaría con un espacio externo más amplio, a partir de un distribuidor tetráforo que compartimenta el corredor transversal7 (Fig. 5.2). La reconstrucción que aquí propongo para Fernão Vaz toma elementos de las dos propuestas anteriores, y se basa además en presupuestos derivados de las semejanzas que se establecen entre esta edificación y los complejos monumentales del Guadiana Medio, semejanzas que ya he señalado en ocasiones anteriores.8 De este modo, su condición de edificio aislado en un entorno agreste, su orientación cardinal, la compacidad de su traza y su vinculación con elementos aristocráticos (que se concretan en su proximidad a una necrópolis de grandes encachados gregarios, o en la presencia de copas cástulo y asadores de bronce entre su reducido contenido mueble) son componentes comunes a sitios como Cancho Roano o La Mata. En función de estos presupuestos, creo que es más posible que la entrada al edificio principal de Fernão Vaz se realice por el Este, coincidiendo con lo que acontece en los ejemplos extremeños. Además, un vano en este flanco, reproduce el esquema de acceso a través de un corredor transversal característico de estos edificios. Los espacios E, F, G y H de la nomenclatura de V. Correia corresponderían a los módulos longitudinales. Si bien el esquema cuatripartito que plantea este investigador resulta perfectamente posible, por analogía con los edificios del Guadiana Medio prefiero pensar en una articulación tripartita, con un módulo central diferenciado en su tamaño que podría haber actuado como estancia principal y que, en un momento posterior (o incluso coincidiendo con su uso diferenciado) estaría compartimentado en unidades menores. La condición de espacio diferenciado de esta estancia podría venir subrayada, además, por las existencia de una acumulación de arcillas hallada en su interior y que sus excavadores interpretaron como el acopio de un alfarero, pero que podría tratarse de una estructura del tipo de las halladas en las sucesivas estancias principales del complejo de Cancho Roano y, consecuentemente, relacionarse con el culto ancestral o con hogares centrales de signo convivial, del tipo de los hallados en La Mata o en el propio Cancho Roano durante su fase B. 7 8

Mataloto 2004: fig. 46. Jiménez Ávila 2001; 2003.

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En este esquema, las estructuras situadas en la zona sur del espacio contribuirían a definir el atrio o patio anterior. Por analogía con lo que sucede en el yacimiento de Malhada das Taliscas 4, al que a continuación me referiré, propongo la reconstrucción de un ambiente tripartito en esta zona, que puede estar relacionado con lo que se conoce en otras áreas del Mediterráneo. Finalmente, el muro que se adosa al edificio principal por el norte podría ser de una nave alargada similar a las que aparecen rodeando el complejo de Cancho Roano en sus fases finales y que en el momento A-1 solo ocupaban uno de los flancos del edificio. Si esta hipotética nave transgrediera la altura de la fachada principal, el patio anterior quedaría también definido por el lado septentrional y únicamente abierto al este, como sucede en los modelos extremeños. Independientemente de la veracidad de estas conjeturas, tal vez resultara más conveniente concluir los trabajos de campo en Fernão Vaz, cuyos planteamientos arquitectónicos están empezando a constituir una referencia recurrente en la investigación sobre la arqueología protohistórica del Suroeste, que seguir especulando sobre el tema desde supuestos hipotéticos. Malhada das Taliscas 4 El último de los edificios que pueden traerse a colación en este aún breve repertorio de arquitectura suroccidental es el de Malhada das Taliscas 4, en el Alentejo Central, el último también en haber sido dado a conocer, aún de manera preliminar, pues se incluye en los recientes trabajos de salvamento de la Presa de Alqueva. Su planta es conocida aún de modo más precario que la de Fernão Vaz, sin que en este caso, debido a las especiales condiciones del hallazgo, quepa esperar que pueda ser completada en el futuro.9 Como en los ejemplos anteriores, se trata de una edificación comprendida en un complejo de extensión reducida que aparece aislado en el entorno agreste que lo rodea, situado junto a la orilla del Guadiana. Infelizmente, la parte peor conservada es la que correspondería a lo que, a la luz de la reconstrucción que aquí propongo, constituiría la edificación principal. Este edificio, para el que se averigua una planta rectangular, cuenta con una fachada recta orientada al Sur que cuenta con un acceso en la zona central. Este acceso comunica directamente con un corredor

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transversal que se conoce en su práctica totalidad, dando verosimilitud a la lectura de este edificio como un ejemplo más del modelo «en tridente». Los muros, desgraciadamente incompletos, que parten perpendicularmente de este corredor, deben corresponder a la delimitación de los módulos longitudinales que constituirían la zona principal del edificio, y el tercero de los elementos estructurales de este modelo arquitectónico. El complejo de Malhada das Taliscas 4 se complementa con otros elementos reseñables. Interesa destacar el conjunto tripartito que aparece en el ala oeste, y que contribuye a delimitar el atrio o patio exterior. En primer lugar, por su analógica disposición con las edificaciones que ocupan un lugar equivalente en el complejo de Fernão Vaz, anteriormente estudiado, que ponen de manifiesto el uso de modelos reiterados en el Sur de Portugal. En segundo lugar, por la semejanza de esta estructura con los espacios modulares que en otras zonas del Mediterráneo (de dónde, sin duda proceden los modelos que aquí estamos estudiando) se destinan a prácticas de carácter aristocrático-convivial.10 Esto es algo que aquí solo puede ser apuntado, ya que se requeriría de un conocimiento mucho más detallado de este tipo de espacios y de sus contenidos en el ámbito peninsular, para poder determinar su funcionalidad y su posible normalización, si bien el hallazgo de un hogar en una de estas habitaciones no resulta contradictorio con esta lectura. En cualquier caso, la presencia de estas construcciones externas en Malhada das Taliscas 4 y Fernão Vaz se hacen eco de las peculiaridades que estos edificios adoptan en el ámbito portugués, donde, el atrio no está delimitado por el desarrollo en U del edificio principal sino por anexos al mismo, a los que se accede de manera independiente. Junto a este conjunto central, el complejo de Malhada das Taliscas 4 cuenta con otra edificación rectangular, separada de las anteriores, formada por dos naves transversales a las que también se accede por un acceso central escalonado. La segunda de estas naves, más ancha, aparece enlosada. Este edificio se orienta al Este. Todos estos elementos parecen propios de espacios diferenciados, como ya han señalado sus excavadores y como también parecen indicar algunos elementos recogidos entre su cultura material, como dos fragmentos de ungüentarios de vidrio,11 relacionables con prácticas de carácter aristocrático. Una de las diferencias fundamentales de este edificio con los anteriormente estudiados es su distinta 10

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Calado 2002; Mataloto 2004.

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Torelli 2000. Calado 2002; Mataloto 2004.

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orientación, en este caso, al Mediodía. Quizá esta peculiaridad venga motivada por la presencia del edificio rectangular exento, que sí está orientado al Este, y que podría albergar los elementos simbólicos que precisan de esta disposición, y que, consecuentemente, en este caso, aparecerían disociados del área propiamente residencial. Aparte de la adecuación de todos estos edificios al modelo de planta y circulación que he denominado «en tridente», es necesario destacar otras analogías que concurren entre todas estas construcciones y que se unen a sus proximidad cronológica y espacial, ya que todos se sitúan en el cuadrante suroccidental de la Península Ibérica y todos pueden fecharse en un marco temporal situable entre los siglos VI y sobre todo V a.C. Asimismo, y como ya he señalado, todos responden a un modelo de poblamiento disperso caracterizado por unidades aisladas sin vinculación aparente con ningún hábitat concentrado próximo. Todos presentan una orientación prácticamente cardinal hacia el Este y, finalmente, en todos ellos aparecen, de forma más o menos elocuente, elementos de consumo aristocrático, que van desde las grandes acumulaciones de objetos de lujo de Cancho Roano hasta los escasos restos aún conocidos de Malhada das Taliscas 4, pasando por las evidencias de La Mata, (que apuntan hacia ajuares del mismo tipo que los de Zalamea, pero mucho más parcamente representados debido a los diferentes procesos de abandono) o los ya citados restos materiales de Fernão Vaz, que se unen a su proximidad a una gran necrópolis de encachados tumulares gragarios. No obstante, se observan también diferencias sustanciales entre estos edificios que adquieren mayor significación al coincidir con su distribución espacial, de modo que los ejemplos situados en el Guadiana Medio resultan, según lo hasta ahora conocido, más monumentales y compactos que las construcciones portuguesas. MODELOS ARQUITECTÓNICOS No es el objetivo de este trabajo realizar un rastreo sistemático del modelo de edificio «en tridente» entre los múltiples patrones constructivos conocidos en la zona oriental del Mediterráneo, de la que, sin duda, y en última instancia, deben haber partido los planteamientos estructurales y organizativos que determinan la presencia de modelos arquitectónicos en el Suroeste Peninsular durante el Hierro Antiguo.12 12 Almagro-Gorbea y Domínguez de la Concha 1988; Díes Cusí 2001.

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Debe tenerse en cuenta, por otra parte, que cuando estas construcciones se están realizando, es decir, en los siglos VI y V a.C. existe ya en la Península Ibérica un desarrollo arquitectónico de tipo urbano que cuenta con más de 200 años de antigüedad, por lo que es posible que a estas alturas debamos pensar en el surgimiento y adopción de modelos propios adaptados a las necesidades y peculiaridades locales, lo que no descarta en absoluto la continua referencia al otro lado del Mediterráneo. Las primeras fases de este desarrollo arquitectónico, son prácticamente desconocidas, pues no abundan los edificios de los siglos VIII y VII completamente excavados en el ámbito peninsular, si bien recientes proyectos como los de El Carambolo, vienen a rellenar algunas lagunas en nuestro conocimiento a la vez que se hacen eco de estas transmisiones culturales y de sus mecanismos.13 Este desarrollo urbanístico no sólo afectó a las zonas costeras, sino también a territorios situados mucho más al interior, como evidencian los recientes hallazgos de El Palomar (Oliva de Mérida, Badajoz).14 En este gran poblado, situado en el entorno de algunos de los sitios examinados más arriba, se excavó un gran edificio de almacenes formado a base de estrechas naves longitudinales que comunican con un pasillo transversal, siguiendo modelos propios de los almacenes orientales desde el II Milenio a.C. que también están presentes en las colonias fenicias de la costa malagueña. Sin ánimo de intentar establecer paralelos funcionales, ni siquiera estructurales, con nuestros edificios «en tridente», el almacén de El Palomar sirve de ejemplo para demostrar la importancia y el desarrollo de los modelos arquitectónicos en cronologías aún tempranas (siglos VII-VI a.C.) y en contextos interiores como en Valle Medio del Guadiana. Por eso, estimo que de cara a comprender la implantación, el desarrollo, y el significado de estos modelos, cabe concederle mayor importancia de lo que hasta ahora se ha prestado a la arquitectura orientalizante hispánica, aún muy mal conocida. Esto no implica, sino –lo señalo una vez más– más bien todo lo contrario, que haya que olvidarse de los referentes orientales en el análisis de los modelos arquitectónicos peninsulares. Un caso paradigmático, especialmente oportuno, puede ser el debate establecido en torno a la funcionalidad del edificio de Abul, en el estuario del Sado, en Portugal, no muy alejado de algunas de las construcciones que aquí hemos analizado. El edificio de Abul se ha relacionado desde el punto de vista formal y estructural con 13 14

Fernández Flores y Rodríguez Azogue 2005: 843-861. Jiménez Ávila y Ortega Blanco 2001.

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los complejos monumentales del Guadiana Medio, cuando es bien patente que su estructura responde a modelos bien distintos, en torno a un patio central que organiza un recorrido de tipo circular (Fig. 5). Su carácter de edificio aislado es, prácticamente, la única analogía señalable con los complejos monumentales extremeños, sin olvidar que su emplazamiento en un entorno costero, a medio camino entre los núcleos de Alcácer do Sal y Setúbal, establece sustanciales matices incluso en lo que concierne al modelo ocupacional. Quizá la vinculación que se ha querido establecer entre Abul y Cancho Roano, vinculación que creo más real que aparente, haya incidido en su interpretación como espacio religioso. Pero el planteamiento arquitectónico de Abul recuerda tanto al típico esquema de casa mediterránea de patio central, que resulta difícilmente sostenible para este edificio una función que no sea compatible con la doméstica, algo hacia lo que también apunta el ajuar mueble recogido en las excavaciones.15 El edificio de Abul, debido a su compacidad y a su organicidad, sirve además para sugerir la existencia de otros modelos arquitectónicos en el escenario del Hierro Antiguo del Suroeste peninsular, y su relación con la colonización fenicia y con las tradiciones arquitectónicas del otro lado del Mediterráneo. También debieron tener una función doméstica, o quizá mejor residencial, los edificios «en tridente» que se han repertoriado más arriba, a pesar de que en algún caso (concretamente en Cancho Roano) siguen existiendo opiniones encontradas acerca de su funcionalidad. Pero cada vez son más las evidencias que apuntan hacia la lectura de Cancho Roano como residencia palacial. Estas evidencias son tanto de tipo interno como de carácter externo o contextual. Así, entre las primeras, los estudios realizados sobre la distribución de objetos, primeramente por AlmagroGorbea y sus colaboradores16 y más recientemente por S. Celestino y los suyos, parecen avalar una articulación del edificio en áreas funcionales coherentes con un uso residencial, (aunque, sorprendentemente, la conclusión a la que se llega en este último sea exactamente la contraria).17 Del mismo modo, los estudios sobre la evolución simbólica y arquitectónica del espacio construido apuntan hacia un uso privado que se fortalece a lo largo del tiempo.18 En cuanto a las evidencias de signo externo, ya hace años que la multiplicación de yacimientos que comparten algunas de las características ocupacionales y de monumentalidad de Cancho Roano en el entor-

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no del Guadiana Medio dificultan su comprensión como un centro religioso y favorecen su lectura como residencias aristocrátricas de carácter rural.19 Las excavaciones de La Mata, en este punto, han sido determinantes. En el edificio de La Mata se hallan numerosas evidencias de su condición doméstica y ninguna de una posible funcionalidad religiosa, resultando difícil pensar que dos edificios que se atienen de forma tan palpable al mismo modelo arquitectónico desempeñen funciones tan diversas. Máxime, cuando a esa sujeción a un modelo arquitectónico definido se unen un patrón de poblamiento también común, caracterizado por el aislamiento y la situación en el medio rural, unos elementos muebles similares, entre los que sobresalen los objetos de prestigio o unos procesos históricos e ideológicos coincidentes y paralelos.20 Del mismo modo, tampoco se plantea una posible función religiosa para los edificios «en tridente» del Sur de Portugal, habiéndose señalado por el contrario la condición de espacios residenciales tanto del sitio de Fernão Vaz21 como de Malhada das Taliscas 4.22 Esta naturaleza residencial viene matizada, naturalmente, por las especiales características de las arquitecturas de todos estos sitios, que se despuntan por su monumentalidad (más claramente en el caso de los edificios extremeños) y/o por la presencia de elementos simbólicos y de diferenciación social tanto en lo que se refiere a estructuras y espacios como en los contenidos muebles. Siendo así, parece posible plantear como hipótesis de trabajo la vinculación del modelo arquitectónico de edificios «en tridente» en el contexto cultural del Suroeste peninsular durante los siglos VI y V a.C. con palacios o residencias aristocráticas. Ello no empece, sin embargo, la existencia de residencias aristocráticas que no se atienen a este esquema arquitectónico de patio, pasillo transversal y módulos longitudinales. En este sentido, el Sur de Portugal viene brindando una cada día más larga lista, encabezada por los edificios de la zona de Castro Verde23 y continuada por el descubrimiento de nuevos sitios como Espinhaço do Cão en el Alentejo Central,24 muy próximo al Guadiana. Más problemático parece, en cambio, aceptar la posibilidad contraria: la presencia, en el contexto protohistórico del Suroeste Peninsular de finales del Hierro Antiguo, de edificios «en tridente» con una funcionalidad distinta 19 20

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Mayet y Tavares 2000. Almagro-Gorbea et al. 1990. Celestino et al. 2003. Jiménez Ávila 2005.

21 22 23 24

Jiménez Ávila 1997. Jiménez Ávila 2005. Beirão 1986; Beirão y Correia 1991; 1993. Mataloto 2004. Maia e Maia 1986. Calado 2002.

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de la áulica, sin que, de hecho, se conozcan hasta la fecha claros ejemplos aducibles. CONCLUSIONES El análisis de la estructura arquitectónica y del esquema circulatorio básico de los edificios protohistóricos de Cancho Roano (en sus fases A y B), La Mata de Campanario, Fernão Vaz y Malhada das Taliscas 4 sugiere que todas estas construcciones responden a un mismo modelo arquitectónico. De este modo, todas ellas cuentan con un patio externo normalmente orientado el Este que da acceso a un corredor transversal del que parten tres vanos que comunican con sendos módulos longitudinales que, a su vez, aparecen compartimentados en unidades más pequeñas. Sobre este esquema básico, cuya representación gráfica se asemeja a la forma de un tridente, los distintos edificios señalados pueden presentar, naturalmente, variaciones de carácter regional o, incluso, individual. Aparte de la adecuación al esquema de edificio «en tridente», estas construcciones comparten entre sí otros elementos significativos: todas aparecen aisladas en el campo, sin conexión aparente con concentraciones poblacionales más o menos amplias; todas están orientadas hacia el Este (o en estrecha relación con otros edificios que presentan dicha orientación); todas disponen de un número de habitaciones, una organización espacial y/o una distribución de restos que sugieren un uso primario de carácter residencial; y todas cuentan entre su cultura material con elementos idiosincrásicos relacionables con la ideología aristocrática (vajilla griega, asadores de bronce, ungüentatrios polícromos…), si es que no se asocian a necrópolis monumentales como acaece en los casos de La Mata y Fernão Vaz. Todas ellas, por último, se sitúan en el cuadrante suroccidental de la Península Ibérica, en torno a los cursos Medio y Bajo del Guadiana. La aplicación de un mismo modelo arquitectónico a una serie de edificios que comparten otras características comunes relevantes debe indicar una comunidad funcional entre todos ellos, que debe relacionarse con su uso como residencias aristocráticas rurales. Esta función parece clara en los casos de La Mata, Fernão Vaz o Malhada das Taliscas 4 y es discutida en el edificio de Cancho Roano, si bien las cada día más numerosas analogías entre este último y los anteriores, (que quedan de manifiesto en éste y en otros trabajos ya publicados) parecen orientar el debate de forma cada día más elocuente hacia la función palacial.

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Más allá de eso, el descubrimiento de modelos arquitectónicos en el Suroeste peninsular durante el Hierro Antiguo debe ser reflejo de un desarrollo arquitectónico con programas preestablecidos que aún hoy resulta muy precariamente conocido. Estos modelos debieron tener su origen en Oriente para posteriormente ser objeto de desarrollos locales. La asimilación de estas formas constructivas con grupos o personajes de rango aristocrático, su reproducción a lo largo del tiempo (que queda de manifiesto en la secuencia de Cancho Roano) y su extensión en un ámbito geográfico razonablemente amplio resultan coherentes con la existencia de sistemas sociales organizados en formaciones políticas de corte dinástico, que debieron tener en la arquitectura una de sus señas de identidad y uno de sus vehículos de transmisión ideológica más representativos. BIBLIOGRAFÍA ALMAGRO-GORBEA, M. (e.p.): «Palacios-fortín» fenicios y tartésicos. Aportación a la arquitectura y la sociedad orientalizante en la Península Ibérica». Homenaje a M. Blech. ALMAGRO-GORBEA, M. y DOMÍNGUEZ DE LA CONCHA, A. (1988): «El palacio de Cancho Roano y sus paralelos arquitectónicos y funcionales», en Zephyrus, 41-42, pp. 339-382. ALMAGRO-GORBEA, M.; DOMÍNGUEZ DE LA CONCHA, A. y LÓPEZ-AMBITE, F. (1990): «Cancho Roano. Un palacio orientalizante en la Península Ibérica», en Madrider Mitteilungen, 31, pp. 251-308. BEIRÃO, C. de M. (1986): Une Cvilisation Protohistorique du Sud de Portugal, París. BEIRÃO, C. de M. y CORREIA, V. H. (1991): «A cronologia do povoado de Fernão Vaz», en Conimbriga, 30, pp. 5-11. – (1993): «Novos dados arqueológicos sobre a área de Fernão Vaz». Homenaje a José M.ª Blázquez I, (Mangas y Alvar eds.), Madrid, pp. 285-302. CALADO, M. (2002): «Povoamento pré e protohistorico da margen directa do Guadiana», en Al Madam II, série II, pp. 122-127. CORREIA, V. H. (2001): «Arquitectura oriental e orientalizante em Território Portugués: uma revisão», en D. Ruiz Mata y S. Celestino (eds.), Arquitectura Oriental y Orientalizante en la Península Ibérica, Madrid, pp. 57-67. DÍES CUSÍ, E. (2001): «La influencia de la arquitectura fenicia en las arquitecturas indígenas de la Península Ibérica». Celestino (eds.), Arquitectura Oriental y Orientalizante en la Península Ibérica, Madrid, pp. 69-122.

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Fig. 1. Esquema básico de los edificios «en tridente». A: Patio exterior; B: Pasillo transversal; C: Módulos longitudinales.

Fig. 2. Cancho Roano B (s. Celestino 2001). Aplicación del esquema «en tridente» a la planta publicada.

Fig. 3. Cancho Roano A-3. Aplicación del esquema «en tridente» a la planta del edificio principal.

Fig. 4. La Mata de Campanario (s. Rodríguez 2004). Aplicación del esquema «en tridente» a la planta publicada.

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Fig. 5. Edificio de Abul (s. Mayet y Tavares 2000) y esquema del edificio de patio central.

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MODELOS ARQUITECTÓNICOS EN LA PROTOHISTORIA DEL S.O. PENINSULAR

Fig. 6. Fernão Vaz (Ourique). 1: Reconstrucción de V. Correia (2001); 2: Reconstrucción de R. Mataloto (2004); 3: Hipótesis de reconstrucción adaptada al esquema «en tridente».

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Fig. 7. Malhada das Taliscas 4 (s. Calado 2002). Propuesta de reconstrucción adaptada al esquema «en tridente».

ENTRE CIUDAD Y TERRITORIO. LOS MONUMENTOS FUNERARIOS PÚNICOS: SIMBOLISMO Y ORDENACIÓN URBANA Fernando Prados Martínez*

1.

INTRODUCCIÓN

Son muchas las referencias antiguas que aluden a la utilización de construcciones de carácter monumental como bornes para delimitar territorios y fronteras. A lo largo de la historia antigua del Mediterráneo se ha tenido la oportunidad de observar cómo con frecuencia una de las tareas preferidas de los grandes personajes históricos como, por ejemplo, el rey Sargón de Akkad o el faraón saíta Nekao, fue la de realizar periplos y expediciones para descubrir nuevas tierras, para conquistar los confines y, lo que era más importante, abrir nuevos mercados al comercio. Las nuevas tierras alcanzadas eran, por lo general, marcadas con un hito o señal, normalmente imperecedera y bien visible, a través de la que quedaba constancia de la toma de posesión de ese territorio por un determinado monarca para un determinado pueblo. Muy posiblemente algunos de los monumentos funerarios de carácter turriforme que se desarrollaron con profusión en el entorno de Cartago desde, aproximadamente, el siglo IV a.C., precisaron, dentro de su característica polisemia, de la cualidad de funcionar como marca territorial y, puede que incluso en algún caso concreto, como límite fronterizo. Estos edificios (Fig. 1) surgieron en un primer momento como herencia de las antiguas sepulturas de tipo oriental del ámbito fenicio y, después, como resultado de la fusión con la arquitectura funeraria de carácter monumental desarrollada en el ámbito greco-oriental. A pesar de que sabemos de la dificultad de defender la existencia de fronteras lineales en el mundo antiguo, hay que tener en cuenta las fuentes textuales de época romana que mencionan la existencia de una frontera antigua y lineal que discurría por la misma zona que la llamada Fossa Regia de Vespa* Université de Toulouse II - Le Mirail. El trabajo se enmarca dentro de un proyecto de investigación postdoctoral financiado por la Secretaría de Estado de Universidades e Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia.

siano.1 Se trata, sin duda, de una cuestión remarcable dada la asociación geográfica de algunos de los edificios púnicos con el trazado de la antigua Fossa Regia, es decir, el ancestral límite fronterizo púniconúmida empleado en época romana para separar el Africa Vetus del Africa Nova que fue restaurado por el emperador Vespasiano y que tuvo un valor jurisdiccional, ya que organizaba la actividad de los legados del procónsul de África2 (Fig. 2). Los edificios de la región tunecina de Hédil y los de Uzali Sar, El Haouam o Henchir Djaouf se ubicaron3 en el borde de la gran trinchera excavada (fossa) para separar los dos territorios antagónicos. También el monumento de Dougga se encuentra en una ciudad ubicada en el borde de esa misma frontera. De hecho, existe una inscripción conservada en el Museo Nacional de Cartago, conocida como el «Borne de Micipsa», 4 que refiere la existencia de un monumento ubicado en esa línea geográfica. Se trata de una inscripción púnica de cinco líneas bastante largas grabada sobre un mojón indicador de grandes dimensiones (80 x 40 x 20 cm) y colocadas en un cartucho tallado. Las letras, trazadas con una grafía muy cuidada, tiene, para los especialistas,5 las cualidades de la escritura monumental púnica del siglo II a.C. El texto6 menciona la distancia desde un cipo hasta un monumento, que por la distancia (240 carreras o estadios, unos 43 km) concuerda con Dougga (es decir, indica el empleo de la arquitectura monumental para señalizar distancias, Di Vita-Evrard 1986. Christol 1999: 85. Ferchiou 1986; 1988; 1991. 4 Se trata de un epígrafe hallado en el Jebel Messouge, a unos cuatro kilómetros al suroeste de Zama Regia y a treinta al norte de Maktar: Chabot 1951, 64-67 y Février 1951; 1957. 5 Sznycer 1997: 133. 6 «Esta piedra ha sido erigida por WLBH que es el encargado de los territorios de Tiskat, hijo de Aris hijo de DWS, hijo de NRWT, hijo de Zililsan, por orden de Micipsa el príncipe, en el año veintiuno de su reinado. A partir de la piedra que está sobre la SYW’T (tumba-monumento) y justo hasta esta piedra de aquí, hay doscientos cuarenta MRSM (carreras o estadios)». 1 2 3

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acentuando, pues, su valor como hito geográfico-espacial).7 Esta asociación de los monumentos turriformes con el trazado de la Fossa Regia no terminó en época púnica; de hecho, un cargo de la administración imperial llamado C. Iulius Felix tuvo su mausoleo en Henchir Messaouer, justo en el límite de la Fossa Regia8 en la región ubicada al sur de Aradi. También el mausoleo de Maktar, perteneciente a C. Verrius Rogatus, el triumvir quinquennalis de la ciudad hacia el 170 d.C., pudo estar vinculado asimismo con el viejo trazado fronterizo. Para el caso hispano contamos con unas referencias literarias provenientes respectivamente de Plinio9 y de Tito Livio10 que mencionan la existencia de unas torres «de observación» de época anibálica, ubicadas en zonas elevadas de la frontera del territorio bárquida. Evidentemente, estas discutidas torres púnicas (Turres Hannibalis) de Hispania a las que aluden los textos, estuvieron mucho más próximas, desde el punto de vista arquitectónico, a atalayas militares que a las del tipo aquí estudiado. A pesar de ello nos parece importante destacar la idea de la posible existencia de una frontera púnica delimitada y demarcada por torres, ubicadas en zonas elevadas al sur del Guadalquivir y con relación visual entre ellas, casi representando un paisaje comparable al conformado en Irán con las llamadas «torres de fuego» en cronologías similares.11 2.

LA POLISEMIA DEL MONUMENTO PÚNICO: DE SEPULCRO A HITO ENTRE CIUDAD Y TERRITORIO

Por otro lado, cabe resaltar el ya mencionado valor polisémico de los monumentos funerarios púnicos, que en casi todos los casos va mucho más allá de la simple señalización de un sepulcro o de la exaltación, por medio de un intencionado programa decorativo, de la heroización de un personaje o del conjunto de una dinastía. Si nos detenemos en el estudio concreto de algunos de los monumentos, se puede comprobar que fueron concebidos intencionadamente como marcas e hitos territoriales e incluso como límites fronterizos12. Siguiendo ese mismo esquema ideológico hemos de entender el tan comentado aconteciM’Charek 1999. Ferchiou 1995: 114. 9 H.N. XXXV: 169: «...Spectat etiam nunc speculas Hannibalis Hispania terrenasque turres iugis montium inpositas». 10 XXII, 19: «...Multas et locis altis positas turres Hispania habet, quibus et speculis et propugnaculis adversus latrones utuntur». 11 Shapur Shahbari 1975. 12 Rebuffat 1979; Sordi 1987. 7 8

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miento de la muerte y heroización de los hermanos Filenos, cuyo monumento conmemorativo marcó la línea fronteriza entre la Cartago púnica y la Cirenaica griega.13 Para S. Ribichini, toda la leyenda gira en torno a un mito fundacional14 y a la propiedad del territorio ganado que se marcó con una tumba (o un cenotafio). Además, el término «P L N» (filene-felene) deriva del púnico que se traduce como «límite» o «confín».15 Una buena representación gráfica de los altares la encontramos en la Tabula Peutingeriana16 (Fig. 3), aunque, además, se cuenta con numerosas referencias textuales sobre su existencia, como esta de Pomponio Mela que recogemos a continuación: «...Arae ipsae nomen ex Philaenis fratribus traxere, qui, contra Cyrenaeicos missi Carthagine ad dirimendum condicione bellum diu iam de finibus et cum magnis amborum cladibus gestum, postquam in eo quod convenerat non manebatur, ut ubi legati concurrerent, certo tempore utrimque dimissi, ibi termini statuerentur, pacti de integro ut quidquid citra esset popularibus cederet (mirum et memoria dignissimum facinus!) hic se vivos obrui pertulerunt» Pomponio Mela, Chorog. I, 38

También los monumentos fueron construidos en el límite del territorio urbano, por lo que pueden ser identificados, como ha sucedido en el caso romano, como marcas del límite jurídico de la ciudad, es decir, del pomerium. Esta función de los edificios mencionados es la que más nos interesa remarcar en estas líneas, dada la temática de esta publicación centrada en la arquitectura sagrada y su papel en el desarrollo urbano en el Mediterráneo occidental. Entre los edificios en los que se observa aparecen algunos de los más conocidos por la investigación: los monumentos A y B de Sabratha (Libia) y el de Dougga (Túnez). Estos se colocaron junto a una vía principal de acceso a la ciudad o jalonando alguna de las zonas de puerta. Se trata de un modelo que no sólo se documenta en el mundo fenicio-púnico; también en Petra se erigieron monumentos-nefesh junto a los accesos (como por ejemplo el de Bab el-Siq17). En otras ocasiones los edificios, concebidos para responder a necesidades ideológicas de índole religio13 El enorme poderío de la región Cirenaica trajo consigo la necesidad de ampliar territorios hacia el oeste (la llamada «Gran Sirta») por lo que chocó con los intereses de Cartago. De este conflicto se cuenta con el testimonio aportado por la leyenda de los hermanos Filenos, dos adalides de Cartago que dieron su vida para ganar territorio a los cirenaicos (Salustio, Jugurta, LXXIX). En el lugar donde perecieron los héroes el Senado de Cartago ordenó construir dos monumentos que, desde ese momento, supusieron el límite o confín entre el territorio púnico y la Cirenaica. Para ampliar sobre este tema: Rebuffat 1992. 14 Ribichini 1991. 15 Abitino 1979. 16 Bosio 1983. 17 Nehmé 2000.

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ENTRE CIUDAD Y TERRITORIO. LOS MONUMENTOS FUNERARIOS PÚNICOS

sa-funeraria-conmemorativa, se transformaron, con el paso del tiempo, en elementos santificadores del espacio circundante, convirtiéndose, por esta razón, en una especie de santuarios extraurbanos. Esta última es una de las razones que se pueden esgrimir a la hora de buscar una explicación a la ubicación de necrópolis de cronología posterior en el entorno de los monumentos, ocupando lo que fue su zona de influencia directa (tal y como se observa en edificios como el Medracén, en Argelia18, el-Haouam en Túnez,19 o mucho antes en Pozo Moro, en la Península Ibérica20). Cuando no nos centramos tanto en el análisis arquitectónico del monumento, en sus dimensiones, ni siquiera en el mensaje religioso que emana de sus programas decorativos y lo observamos con cierta perspectiva, apreciamos que se encuentra aislado por lo general, en una zona elevada o en una ladera con mucha visibilidad, dominando un vasto territorio. Un buen ejemplo a este respecto es el monumento púnico-númida de los Beni Rhenane (llamado Mausoleo Real de Siga, en Argelia) que, aparte de albergar las cámaras funerarias donde se depositaron los restos de los miembros de la dinastía númida,21 supuso un hito señalizador de la ubicación de la ciudad, al colocarse sobre una cima elevada en más de 200 m sobre el nivel del mar, y bien visible e identificable desde muchos kilómetros, tanto al interior, siguiendo el curso del río Tafna, como desde la costa mediterránea y el islote de Rachgoun (ver plano de situación en la Fig. 9).22 Estos edificios debieron ser empleados, con el paso de los años, como lugares santos a los que acudir para depositar ofrendas o, incluso, dada su ubicación espacial, junto a caminos, en zonas elevadas o en el límite del territorio urbano, para realizar transacciones comerciales, intercambios o trueques de materias primas y de ganado. Todavía hoy los campesinos acuden al monumento púnico-númida de Siga pensando que es la tumba de algún santo o morabito a depositar ofrendas en busca de fertilidad o protección contra el mal de ojo. 3.

EN LAS PUERTAS DE LA CIUDAD: LOS MONUMENTOS DE SABRATHA (LIBIA)

El papel como indicador espacial de los monumentos púnicos y púnico-númidas no se había podido plantear con firmeza hasta la actualidad, ya que muCamps 1961. Ferchiou 1978. Almagro Gorbea 1983. 21 Grimal 1937; Vuillemot 1964; Baldus 1979. 22 El rey Vermina (ha. 201-191 a.C.) ordenó la construcción del monumento para que éste se transformase en la sepultura familiar de la dinastía Masaesyle. 18 19 20

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chos de los edificios que se conocen hoy día gracias a la realización de las prospecciones sistemáticas por parte de equipos tunecinos y extranjeros, no habían sido jamás señalados antes. Hasta hace tan sólo unas décadas se pensaba que los monumentos turriformes eran más propios de la cultura númida que de la propiamente púnica.23 La razón que se esgrimía a este respecto era que no habían aparecido monumentos de estas características en las proximidades de Cartago y sí, por el contrario, en otros territorios circundantes. La única cuestión en contra de esta afirmación, hasta entonces, era la aparición de algunos modelos arquitectónicos similares pintados o esculpidos en hipogeos púnicos como los del Cap Bon o los de la región de Grombalia. Hoy, con la realización de las prospecciones para la carta arqueológica bajo los auspicios del Instituto Nacional de Patrimonio, se han localizado varios ejemplos de monumentos turriformes dentro del territorio propiamente púnico, por lo que no cabe duda de que se construyeron y que sirvieron de modelo a los que aparecieron pintados o grabados en las tumbas. Además, para poder realizar planteamientos acerca de un probable valor fronterizo de los edificios turriformes se ha de contar con un número de ejemplos significativo y con una cierta dispersión geográfica. Teniendo en cuenta esta cuestión, en el caso de los monumentos marcando los límites del territorio urbano basta con releer y reinterpretar los datos conocidos ya desde hace décadas. Tan sólo hay que observar la posición de los dos edificios de Sabratha (Libia) colocados en una zona de puerta, justo en uno de los accesos principales a la ciudad púnica de Tripolitania. La posterior amortización y absorción de estos dos edificios por una ampliación de la ciudad (el llamado «quartier hellénistique») ha entorpecido su lectura correcta y su valoración como hitos arquitectónicos que jamás contuvieron deposición funeraria alguna. El edificio B de Sabratha (ver reconstrucción en la Fig. 4), sobre el que vamos a tratar con más detalle en este trabajo, se trata, según la profesora Picard, del «monumento púnico más destacable de todos los conocidos».24 Mide unos 25 m de altura y está realizado en orden jónico. Fue estucado y pintado con vivos colores. En el centro de la fachada este, se aprecia una puerta falsa con apariencia de estar herméticamente cerrada. El friso de la puerta tiene una decoración de uraei, entre otros motivos de tipo egiptizante. En los ángulos del segundo cuerpo hay tres kuroi o genios protectores ubicados sobre unos zó23 24

Rakob 1979; 1983. Coarelli y Thébert 1988. Picard 1973.

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calos sujetados por leones sedentes. Los tres se presentaban con un pie adelantado en una actitud claramente vigilante que conocemos bien en el mundo funerario egipcio y en ambientes púnicos sardos, como se observa en un hipogeo de la necrópolis de Sulcis (Bernardini 2008). Este mausoleo representa, para Di Vita,25 el único ejemplo monumental conservado de lo que se ha venido llamando «barroquismo helenístico». Los otros mausoleos conservados de este tipo tienen una cronología algo posterior (serían el mausoleo A de Sabratha y la tumba de Beni Rhenane en Orán). Otro de este tipo «barroco» que se suele señalar es el mausoleo romano de Aquileia (Italia). En este caso el edificio demuestra un alto desarrollo arquitectónico ya que se trata de un mausoleo desde el punto de vista formal pero también desde el punto de vista simbólico (tanto por el valor funcional como por la distribución interna). Un dato importante es que el mausoleo B de Sabratha es macizo y no señala una cámara subterránea, así que no se trató de una tumba, de una morada para la eternidad al estilo de las egipcias o de una especie de templo funerario como el Mausoleo de Halicarnaso, al que tantas veces se le cita equivocadamente como precedente de este tipo de construcciones. Sabratha es un gran pilar, un gran monumento en forma de obelisco, que se puede englobar sin duda alguna dentro de la familia de los «nefesh» semíticos, que arquitectonizaban, mediante estructuras verticales, la personalidad humana del alma del difunto. Los nefesh podían tener muchos tipos de formas, desde los de simples betilos, a los de estelas, estatuas, cilindros y naiskoi. Lo que está claro es que estos monumentos no juegan ningún papel arquitectónico, si definimos ese papel arquitectónico como creadores de espacios externos e internos interrelacionados. Evidentemente, no crea ningún espacio interno, pero el valor arquitectónico del edificio se manifiesta a través de la propia simbología y funcionalidad, además de por su ubicación en el límite del territorio urbano. Según Di Vita, la destrucción del ejército cartaginés en la batalla de Zama (202 a.C.) y posteriormente de la Megalópolis en el 146 a.C. trajo consigo una liberación absoluta y una independencia real de los antiguos centros púnicos de Tripolitania, aquellos que se enmarcaban en la llamada «región de los Emporia». Este hecho, desde luego, no fue el mismo para otros muchos centros norteafricanos que pasaron directamente del control cartaginés al romano. Las tres ciudades más importantes de la Tripolitana 25

Di Vita 1976.

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púnica, Sabratha, Oea (Trípoli) y Leptis quedaron fuera del poder cartaginés e incluso fuera del territorio dominado por los reyes númidas. Además, la arqueología ha aportado datos de primera mano que indican un crecimiento económico de estos tres centros directamente proporcional al fin de Cartago. La zona en la que se encuentran los monumentos, dentro de la ciudad de Sabratha, es un barrio con un plan urbano típicamente helenístico de tipo hipodámico26 que se encuentra ubicado en la zona sur del Foro romano. En la mencionada fase de apogeo económico y político de la ciudad, en los últimos años del siglo III o en las primeras décadas del siglo II a.C., se erigió el llamado mausoleo B. Este edificio, de proporciones monumentales, se mantuvo en pie durante un espacio de tiempo reducido, ya que su parte superior fue destruida por completo, tal y como nos indican sus excavadores, en los últimos años del siglo II o en los primeros del I a.C. (probablemente en el momento de la toma de control de la ciudad por los romanos). A lo largo de este mismo siglo I a.C., elementos arquitectónicos procedentes del edificio se encontraron englobados dentro de las construcciones del barrio de trazado hipodámico. Posteriormente, tras un terremoto que dañó estructuralmente los principales edificios de la ciudad, en época del emperador Vespasiano, lo poco que restaba en pie del gran monumento turriforme terminó formando parte, de manera definitiva, de las habitaciones que utilizaron su estructura como cimentación y que reaprovecharon sus materiales. Las viviendas que se construyeron sobre el edificio se alzaron hasta incluso 3 y 4 plantas, pero todo el barrio fue de nuevo destruido en el terremoto documentado en el mes de Julio del año 365. Años después, ya en época de Justiniano, se ubicó en la zona del monumento una torre defensiva de clara estructuración bizantina que de nuevo aprovechó los magníficos bloques del antiguo edificio monumental. Algunos de los bloques con los que se reconstruyó, ya en el siglo XX, el mausoleo púnico, fueron arrancados literalmente de esta torre. Otros muchos fragmentos del edificio pudieron ser recuperados en excavaciones arqueológicas del entorno en las que aparecieron descontextualizados o reutilizados en construcciones posteriores. En muchos de estos fragmentos se detectaron restos del estucado del edificio, con lo que se facilitó en gran medida su identificación. El estucado del edificio se realizó para proteger la roca arenisca local con la que se edificó el mausoleo, que era bastante blanda y se deterioraba fácilmente por la acción del viento. La reconstrucción 26 En el plan de la ciudad, se identifica este barrio como «Regio VI» (Di Vita 1976). 27 Op. cit.

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del mausoleo por el equipo de arqueólogos italianos y libios dirigidos por el profesor Di Vita27 se justificó en su momento por la importancia que tenía recuperar este edificio tanto para la arquitectura púnica como para la helenística, dado que elementos propios de ambas culturas se combinaban en el edificio. Toda la estructura estuvo realizada en sillares empleando el característico opus pseudoisódomo púnico.28 La estructura tiene columnas exentas en tres cuartas partes de su circunferencia, de ahí ese barroquismo arquitectónico que algunos especialistas han querido ver para el monumento, por el juego de luces y sombras que produce su disposición en entrantes y salientes.29 De las tres metopas decoradas, la que presenta un mejor estado de conservación es aquella que representa al dios Bes sometiendo a dos leones. Hasta el momento es el único ejemplo de la plástica de gran tamaño púnica que representó a esta divinidad de enorme tradición en la iconografía fenicia y púnica, con claras connotaciones egiptizantes.30 La metopa presenta un grupo escultórico prácticamente realizado en bulto redondo. La divinidad está estrangulando a los dos leones, que se encuentran agonizando, con las bocas abiertas y las lenguas fuera. Las otras dos metopas del edificio representan a Herakles luchando con el león de Nemea (fachada norte) al que no está estrangulando, según la típica representación, sino que lo atraviesa con una espada corta de metal, en una postura similar a la que se representa a los monarcas en los relieves asirios, como el célebre de Asurbanipal matando a un león. De la tercera metopa, dado su deficiente estado de conservación, apenas se puede distinguir a un par de personajes a caballo (del que al menos el primero parece ser femenino). Este edificio supone, sin duda, un punto culminante de la arquitectura púnica y un hito fundamental en el conjunto de la arquitectura en la Antigüedad. Se trata de una estructura claramente desigual, con sucesión de cuerpos, movimiento, entrantes y salientes y por lo tanto de luces y sombras, que ha sido denominada como barroca. Presenta rasgos inequívocos de la arquitectura vertical púnica que combina espacios ascendentes con pausas horizontales. Se trata de un edificio que muestra una gran estilización con algunas novedades estructurales que no se han repetido hasta mucho después, como la combinación interna de las tres metopas decoradas o los leones sedentes, Prados Martínez 2003, 156. Stucchi 1987. Las representaciones de esta divinidad, en cambio, sí aparecen con gran profusión en las piezas de pequeño tamaño y en la numismática. Sobre la inclusión de Bes en el mundo feniciopúnico, ver, por ejemplo: Padró Parcerisa 1978; 1983 o Lipinski 1995. 28 29

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que salen de la estructura del edificio y que, con los huecos que dejan, prácticamente lo parten en dos. El origen que se determina para este tipo de construcciones con paredes cóncavas no está claro y se suele vincular con el mundo neohitita de Asia Menor, con el Norte de Siria y, principalmente, con el foco cultural del Egipto helenístico (primero en construcciones de Naucratis y posteriormente de Alejandría). El influjo que los arquitectos púnicos han recibido del mundo griego a través de los contactos directos en Sicilia y con Alejandría es evidente. La ciudad de Alejandría jugó, sin duda, un papel clave en el desarrollo de una cultura artística púnico-helenística en época tardía (a lo largo del siglo II a.C.). Pese a la clara influencia alejandrina en el campo de la decoración, parece claro que la disposición constructiva del monumento de Sabratha rompe con todas las tradiciones clásicas y muestra aspectos helenísticos interpretados de manera libre. Ni el canon de los órdenes ni la disposición de las cornisas y mucho menos, el estilo de relieves y esculturas, entronca con el clasicismo griego ni con la arquitectura desarrollada en la cuenca mediterránea a lo largo del siglo III y II a.C., época de máximo esplendor de la corriente helenística. Además, detalles que para algunos confirman su vinculación con el helenismo de Alejandría, tales como la aparición de la decoración de falsas puertas, demuestran, a nuestro entender, una libre interpretación de aspectos arquitectónicos que no se justifican por el atraso, la falta de habilidad o el localismo que muchas veces se ha querido ver para la arquitectura púnica, y sí, por el contrario, por una adaptación a las corrientes decorativas imperantes de modelos arquitectónicos arraigados en la mentalidad de los constructores.31 Un buen ejemplo de este dato lo tenemos en el cambio de opinión mostrado por el arquitecto del monumento B, cuando rompe una de las columnas adosadas al cuerpo central para ubicar, tapando la misma, una falsa puerta decorada con un friso de uraei y semicolumnas en las jambas, al más puro estilo alejandrino. Para los investigadores con una visión más clasicista de la arquitectura púnica, como es el caso de Di Vita, el monumento de Sabratha confirma la existencia de una fase no tradicionalista de la arquitectura helenística, que además, sitúa a la ciudad de Alejandría como uno de los focos más importantes. Para este autor, además, el monumento de Sabratha sería la realización púnica de una creación griega con ciertas «incoherencias provincianas»,32 una afirmación con la que no estamos en absoluto de acuerdo. Desde luego, la disparidad existente entre la arquitectura y la decora31 32

Prados Martínez 2006. Di Vita 1968, 31.

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ción parece ajena a la concepción arquitectónica griega y se asemeja mucho más a modelos realizados en Fenicia, Chipre y, por supuesto, Cartago33. El significado de este edificio, desde luego, no concuerda con el de mausoleo, ya que no está ni en un ámbito de necrópolis ni señala una cámara funeraria debajo ni en las proximidades. Se trata de un nefesh, de un monumento señalizador que representa la imagen del difunto, la de su alma que debe permanecer viva entre sus iguales. Además, no olvidemos la posición de este edificio junto a la zona de salida y entrada de la ciudad, marcando bien el inicio del espacio estrictamente urbano en contraposición al espacio externo. La ubicación de los dos edificios configuró, sin lugar a dudas, un gran acceso monumental a la ciudad. Además, aparte de los aspectos urbanos hay que tener en cuenta que se trató de una obra realizada «a la última», todo un hito arquitectónico que funcionó como la fachada de la ciudad, en uno de sus accesos más importantes, precisamente aquel por el que llegaba la vía procedente de Cartago; una buena muestra de una arquitectura sagrada clave para lo que fue el desarrollo de una de las más importantes ciudades púnico-helenísticas de Tripolitania. 4. EN EL LÍMITE DEL TERRITORIO URBANO: EL MONUMENTO FUNERARIO DE DOUGGA (TÚNEZ) Un caso bastante similar al anterior es el del celebérrimo «Mausoleo» de Dougga (Fig. 5), del que tampoco se puede demostrar que contuviese una deposición funeraria. Su estructura maciza, la problemática de su reconstrucción en las primeras décadas del siglo XX y el análisis de las representaciones románticas realizadas mediante grabados y dibujos antes de su destrucción y saqueo por Sir Thomas Reade en 1815 nos llevan a pensar que se trató, tal y como parecen ir confirmando los hallazgos epigráficos, de un monumento conmemorativo y no un mausoleo. Según la tradición fue edificado en honor a Masinisa, ofrecido por el senado de la ciudad fronteriza e inaugurado al menos tres décadas después de la muerte del rey númida que liberó la ciudad del yugo cartaginés.34 De nuevo, junto con su característica iconografía heroizante y junto a su arquitectura ecléctica, 33 Algo similar a lo que sucede en el caso del monumento de Dougga, aunque si bien es éste un caso menos llamativo. En Dougga existe una clara disparidad entre la arquitectura que se lleva a cabo y los modelos decorativos escultóricos que presentan una imagen mucho más primitiva. 34 Dussaud 1914; Camps 1962.

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tan típicamente púnica, hay que valorar su ubicación en la parte baja de la ciudad, justo en el límite de la zona urbana ocupada, en un lugar privilegiado y nada casual. Además, en el caso del monumento de Dougga hay que tener en cuenta también la ubicación fronteriza de la propia ciudad, que se yergue junto al antiguo trazado de la Fossa Regia, la frontera que, como se ha visto más arriba, dividió el territorio cartaginés del númida y que quedó fosilizada en época romana. El edificio se ubica a unos 300 m al sur del antiguo asentamiento púnico-númida y romano de Dougga. El arquitecto e historiador galo Louis Poinssot se encargó, a principios del siglo XX, de la restauración y reconstrucción del monumento de Dougga.35 Para ello empleó muchos de los elementos arquitectónicos que estaban alrededor caídos en el suelo. Otros muchos fragmentos no fueron encontrados y otros habían sido reempleados por los campesinos de la zona en otras construcciones. Poinssot utilizó algunos dibujos existentes sobre el monumento realizados con anterioridad a su destrucción en 1843. Entre los grabados empleados estaban los de J. Bruce, un militar británico que trabajó en Dougga entre 1765 y 1768.36 Otros dibujos que fueron empleados para el estudio del monumento fueron los elaborados por otro británico, Catherwood, en 1832, apenas unos años antes de la destrucción del edificio.37 Pese al empleo de los originales de los dibujantes, el conocimiento de la estructura real del monumento tenía aún muchas lagunas, algunas de las cuales son apreciables aún hoy, ya que el monumento turriforme está tal y como lo dejó, hace ya casi cien años (19081910), la intervención de L. Poinssot. Muchas de las lagunas sobre el conocimiento del monumento fueron subsanadas con la publicación en los Comptes Rendus de l’Académie des Inscriptions et Belles Lettres de 1959 de un artículo firmado por J. W. Salomonson y el hijo del restaurador del monumento, C. Poinssot,38 en el que por primera vez veía la luz un material inédito: se trataba de las notas de un militar miembro de la nobleza napolitana, el conde Camillo Borgia.39 En la descripción del oficial italiano Poinssot 1910. Dibujos recogidos en Bruce 1877, lámina XXIV. Estos dibujos están reproducidos en Saladin, 1892, figuras 72 y 73 (consultados en la Bibliothèque d’Antiquités Nationales de la Universidad de Estrasburgo, por cortesía del director del Institut d’Archéologie Classique, prof. Thierry Petit). 38 Poinssot y Salomonson 1959. 39 Camillo Borgia, siendo oficial del ejército, se trasladó a Túnez, donde llegó el 19 de Agosto de 1815. Según su cuaderno de viaje, durante un viaje a la localidad de El Kef, se detuvo cuatro días en las ruinas de Dougga, donde tomó varias páginas de notas y realizó algunos dibujos a mano alzada. 35 36 37

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ENTRE CIUDAD Y TERRITORIO. LOS MONUMENTOS FUNERARIOS PÚNICOS

aparecen en el primer cuerpo cuatro cámaras interiores de planta cuadrangular sin ningún tipo de conexión entre ellas ni comunicación con el exterior, lo que hoy podríamos definir como vanos estructurales de descarga. Este hecho se confirmó años después durante la excavación y restauración del monumento por parte de L. Poinssot; en ningún caso quedó definida la existencia de cámaras funerarias. Pese a que Borgia realizó un dibujo magnífico sobre cada uno de los cuerpos internos, algunos autores aún en trabajos muy recientes plantean la posibilidad de que se traten de cámaras funerarias.40 En el segundo cuerpo del edificio Borgia definió cuatro estancias con las mismas características señalando que sobre las mismas se apreciaba una especie de bóveda sobre la que descansaba la tercera planta, que se correspondería con el segundo orden de la fachada. En este piso no se apreciaba ninguna comunicación con las estancias anteriores y sí, en cambio, una conexión entre las dos cámaras rectangulares que la conformaban. Las falsas ventanas que daban al exterior en el cuerpo bajo eran macizas y sólo fue abierta una de ellas durante la reconstrucción. La razón es que el que debía de ser el gran mausoleo de Masinisa no podía carecer de cámara funeraria.41 Todo apunta a que el monumento fue una obra del arquitecto Atban (mencionado en la inscripción bilingüe) para un príncipe,42 y que se realizó en la primera mitad del siglo II a.C. La decoración es jónica también como en Sabratha y en la parte inferior tiene pilastras en los ángulos de orden eólico. En los ángulos también presenta una serie de estatuas, ecuestres en el segundo cuerpo y representando sirenas jalonando la pirámide que remata la estructura. El primer cuerpo tiene falsas ventanas en el centro (herméticamente cerradas) y un epitafio bilingüe escrito en lengua púnica y líbica en la cara este. La decoración está realizada, además de con las estatuas que acabamos de mencionar, con unos relieves que muestra caballeros, sirenas y el difunto montado en un carro, heroizado y victorioso sobre la muerte. El edificio está rematado por un piramidium sobre el que se colocó una figura de león en actitud sedente con una función eminentemente apotropaica. Tiene una estructura distinta al mausoleo B de Sabratha, aunque comparte con él algunos rasgos. En este monumento se ha querido ver un espacio interno, una cámara sepulcral como hemos comentado anteriormente, 40 Por ejemplo, en la publicación de la Tesis de Alia Krandel Ben Younes: Krandel 2002: 103 y 104. 41 Hay que tener en cuenta asimismo que en el mismo momento en el que se reconstruía el monumento de Dougga se estaba trabajando también sobre una de las maravillas del mundo antiguo, el Mausoleo de Halicarnaso. 42 Février 1959.

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que otros autores –entre los que nos incluimos (Prados, 2008)– han identificado con cuartos de descarga. La verdad es que para tratarse de un conjunto de espacios internos, es extraño que no tengan conexión entre sí ni con el exterior. Los espacios inferiores se encuentran por debajo del suelo y no tienen conexión entre sí. Las cámaras del nivel intermedio tienen acceso a través de las paredes, pero parece que, desde luego, no pertenecen a la estructuración primera del edificio, ya que el vano fue tallado a a posteriori rompiendo los muros. Tan sólo el espacio que se encuentra en el nivel más elevado de los tres tiene un pequeño acceso realizado en el muro externo y dentro hay dos pequeñas cámaras conectadas entre sí, imposible de identificar como sepulcrales por su pequeño tamaño y su fácil acceso. Para Ferron,43 la construcción turriforme de Dougga fue, muy probablemente, un gran cenotafio y un monumento conmemorativo, ya que la persona a la que estaba destinado había muerto algunas décadas antes en otro lugar y es bastante improbable que el cuerpo del gran rey númida (Masinisa) se trasladase a este lugar fronterizo y alejado. También P. Gros menciona Dougga como el «supuesto cenotafio de Masinisa».44 A esta hipótesis nos sumamos acentuando, además, la idea de la propaganda política de cara a la legitimación sagrada de la nueva dinastía gobernante que supuso la erección de este monumento en homenaje al rey en una ciudad fronteriza entre los territorios númidas y púnicos, entre el Africa Vetus que pasó a controlar Roma y el África Nova númida. La fecha propuesta según los datos aportados por las inscripciones ubicarían cronológicamente la construcción del monumento en torno al 139 a.C. Desde el punto de vista de la ubicación espacial, destaca la posición del monumento en una ladera muy próxima a la ciudad, en uno de los accesos principales. Se trata, sin lugar a dudas, de un lugar elegido adrede por parte de los dedicantes del monumento en una zona muy propicia que ayudaría a asegurar los valores de autorrepresentación social, prestigio y exaltación dinástica, recordando en todo momento a los paseantes, observadores o visitantes los principales valores heroicos del personaje allí honrado, tal y como escribe Von Hesberg,45 asegurando la perpetuación Ferron 1972. Gros 2001: 417. 45 «Los monumentos que se ubicaron en la entrada de la ciudad proporcionaban a sus titulares un ejemplar instrumento de valores simbólicos que encontraban de hecho en la monumentalidad y eternidad del edificio una altísima posibilidad expresiva de autocelebración y autorrepresentación. Quedaba también satisfecha el ansia de inmortalidad implícita en la naturaleza humana, a la que la dureza de la piedra proporcionaba la garantía de imperturbabilidad durante largo tiempo» tomado de Von Hesberg 1994. 43 44

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social de su memoria. El espacio en el que se sitúa, además, recuerda a la ubicación de los monumentos A y B de Sabratha (Libia) que se encuentran a la entrada de la ciudad y que actúan como límites y separación del territorio urbano y extraurbano, mucho más acentuado si cabe en este caso, ya que el edificio no forma parte de un complejo monumental ubicado en un acceso a la ciudad directamente y sí preside una zona baja, extramuros, junto a un cruce de caminos con una visibilidad espectacular sobre el valle del Oned Khalled. Además, dada la referencia sobre el borne de Micipsa que recogíamos al inicio, hay que valorar el edificio como un cipo señalizador, no sólo del territorio extraurbano como límite de su desarrollo, sino también como indicador y símbolo de la propia ciudad fronteriza. 5.

CONCLUSIONES

Lo que se acaba de exponer en estas páginas no es mas que una aproximación a la arquitectura monumental púnica a partir de una lectura que trata de ir más allá de la mera descripción arquitectónica. Al acercarnos a los valores polisémicos del monumento funerario púnico observamos que se trató de un modelo arquitectónico que transmitió algo más que simbolismo religioso o sagrado, vinculado con la ideología de la muerte y de la salvación.46 La elección del lugar donde fueron construidos, fuese junto a las puertas de las grandes ciudades, en zonas fronterizas o en zonas rurales, no era en modo alguno casual y configuró la clave, además, para que nos podamos plantear una serie de funciones extras, más allá de las estrictamente funerarias y que bien nos permiten su relación con aspectos tales como el desarrollo de la ciudad y la señalización de su territorio natural o su paisaje. La construcción del monumento junto al límite urbano, como se observa en Dougga, por ejemplo, pudo suponer perfectamente una de esas fórmulas de cohesión urbana de las que nos habla M. Bendala, un «aglutinante ideológico» que formó parte de la memoria histórica de la ciudad.47 Uno de los mejores ejemplos de estas funciones que podríamos denominar como «indirectas» lo tenemos en el Mausoleo de Siga (Argelia), el que fue el gran panteón dinástico númida y capital del reino de Masinisa.48 Como hemos mencionado anteriormente, a los valores propios de propaganda política, religiosidad y salvación que lleva implícitos el edificio, hemos de añadir los de la señalización de la 46 47 48

Prados Martínez 2005: 637. Bendala Galán 2003: 13. Camps 1979.

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ciudad y su territorio (algo similar al pomerium latino). El monumento, de más de 30 m de altura, extendió, sin duda, una notable barrera ideológica y política a lo largo de varios kilómetros alrededor de la zona urbana (ver plano en Fig. 6). Fue colocado a propósito en la zona más elevada del entorno (220 m sobre el nivel del mar) por lo que tuvo que funcionar, por fuerza, como una especie de faro en tierra, que anunciaba a navegantes y viajeros la posición exacta de la ciudad, además de representar el poderío y la fuerza de la dinastía reinante mediante una arquitectura imponente, monumental y rematada con una gran pirámide que reflejaba el sol. Posteriormente, con el paso de las décadas, el valor dinástico pudo perder pujanza mientras que tomaba fuerza la identificación del edificio con una especie de santuario, como un espacio sacro por su situación geográfica y por su arquitectura simbólica. Este mismo valor ha sido el que se ha mantenido prácticamente intacto hasta la actualidad. No hemos querido tratar en este trabajo, por salirse del tema objeto de la reunión, el caso de los monumentos turriformes púnicos que funcionaron como indicadores de los límites de propiedad. En la región de Hédil (al noroeste de Túnez) ubicada en la fértil planicie enmarcada por los ríos Medjerda y Millian, existen algunos buenos ejemplos de monumentos en zonas moderadamente elevadas, que presiden y controlan, desde un punto de vista esencialmente ideológico, los territorios posesión de las grandes familias de terratenientes que habitaban en las grandes ciudades (Utica y Cartago fundamentalmente). Se trata de un conjunto de edificios que mantienen relación visual entre ellos y que dominan amplias superficies agrícolas separadas por pequeños cursos de agua entre sí. Entre estos edificios destacan los de Ksar Chenane y Ksar Rouhaha,49 como dos de los mejor conservados (ver Figs. 7 y 8, respectivamente). Alrededor de estos hitos paisajísticos discurre una zona fértil que fue explotada por colonos y esclavos. Se trató de grandes propiedades dominadas por señores que mediante la construcción de los monumentos funerarios o cenotáficos se aseguraron el control efectivo e ideológico de las mismas. De este modo se empleó el simbolismo del edificio vertical como un instrumento de control sobre los campesinos y la mano de obra servil y, a la vez, como la máxima expresión de la posición social de la familia en relación con sus iguales, a través de la demarcación, con estos hitos monumentales, de los límites de las propiedades. Otro aspecto que cabe reseñar, antes de concluir, tiene que ver con la religiosidad y las supersticiones 49

Saladin 1900.

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púnicas. Las necrópolis púnicas suelen estar, como norma general, alejadas de los asentamientos urbanos. La razón no es otra que la del clásico «miedo» a los muertos tan típicamente púnico, que se refleja tanto en los textos funerarios conservados como en la propia estructura de las necrópolis y los sepulcros. Traemos a colación este aspecto sólo para reflejar que los monumentos de Dougga y Sabratha, a los que nos hemos aproximado en estas páginas, no contuvieron deposición funeraria alguna y tan sólo presentaron referentes simbólicos vinculados con la muerte y la heroización de los personajes a los que fueron dedicados. Es evidente que, dada su especial ubicación junto al espacio habitado, no tendría sentido que albergasen restos humanos y sí, por el contrario, que pudiesen funcionar como cenotafios o monumentos conmemorativos. Por otro lado, en el caso del Mausoleo de Siga, la distancia y el desnivel era suficiente como para que se pudiese erigir un mausoleo real. Para terminar, tan sólo añadir que la realización de una nueva lectura interpretativa de estos edificios de carácter monumental, centrada en la relación de cada uno de ellos entre sí, con los asentamientos humanos y con el ecosistema, a partir del uso de nuevas herramientas (SIG, modelos de análisis locacionales, paleoambientales, etc.) nos pondrían en disposición de confirmar o desmentir muchas de las propuestas aquí presentadas. Además, el estudio detallado de su ubicación en el margen de la zona urbana bien podría ayudar a conocer mejor la ordenación de las ciudades púnicas, que, salvo en el caso de Kerkouane (Cabo Bon, Túnez), han sido víctimas de superposiciones que impiden observar con claridad numerosos detalles no solamente espaciales o estructurales, sino también relativos a su configuración simbólica e ideológica. 6.

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Fig. 1. Mapa del Mediterráneo central con ubicación de los monumentos y lugares mencionados en el texto.

Fig. 2. Trazado hipotético de la Fossa Regia, con indicación de las principales ciudades púnicas y los pagi cartagineses.

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Fig. 3. Detalle de la Tabula Peutingeriana. Se aprecian los altares de los Filenos sobre la leyenda «Arephilenorum fines Affrica et Cyrenensium».

Fig. 4. Reconstrucción del monumento B de la ciudad de Sabratha (Libia), según Rakob, 1979.

Fig. 5. Vista del monumento de Dougga, Túnez (mayo 2003).

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Fig. 6. Mapa del entorno de la ciudad de Siga. Al sureste, en una elevación al otro lado del uadi Tafna, el monumento (modificado a partir de Vuillemot, 1964).

Fig. 7. El edificio de Ksar Chenane (Hédil, Túnez) visto desde el norte (julio 2004).

Fig. 8. Ksar Rouhaha (Hédil, Túnez) ubicado en una zona elevada dominando los terrenos de explotación agrícola y las vías de comunicación (julio 2004).

EL TEMPLO DE MELQART DE GADIR: HITO RELIGIOSO-ECONÓMICO Y MARÍTIMO. CONSIDERACIONES SOBRE SU RELACIÓN CON LA INDUSTRIA CONSERVERA Antonio M. Sáez Romero*

ASPECTOS INTRODUCTORIOS OBJETIVOS

Y LIMITACIONES DEL TRABAJO

El objeto fundamental de esta comunicación es el de revisar una cuestión capital como debió ser la relación que se estableció en la etapa prerromana de la ciudad de Gadir entre el famoso santuario extraurbano dedicado a Melqart1 y el estandarte de la economía de la ciudad en las etapas púnica y tardopúnica: el comercio internacional de salsas y conservas de pescado. Para ello analizaremos dos aspectos importantes que hasta al momento han recibido una atención menor por parte de la comunidad investigadora. Por un lado, incidiremos en el papel jugado por esta institución en la gestión de los alfares, salinas, saladeros y otras instalaciones integrantes del entramado industrial gadirita, analizando nuevos indicios paleogeográficos, numismáticos y arqueológicos desde la etapa arcaica a la fase helenística de la urbe gadirita. Estos procesos económicos y administrativos ayudarán a comprender el amplio y complejo modelo de asentamiento desarrollado por Gadir en todo el entorno de la bahía, ocupando la casi totalidad del espacio insular con usos compartimentados y ubicados en puntos óptimos para cada actividad. Por otro lado, en relación con esta cuestión de la gestión, estudiaremos la íntima relación entre el culto * Grupo de Investigación HUM-440 del IV PAI. Universidad de Cádiz. [email protected] 1 Sobre este famoso santuario se han vertido verdaderos ríos de tinta (Quintero 1906; García y Bellido 1963; Aubet 1994: 237-241; Belén 2000; Blanco 1985; Bonnet 1988; Corzo, 1992; Ferrer 2002; García-Bellido 1987; Marín 1984 y 1994a-b; Marín y Jiménez 2004; Olmos 1992; Oria 2002; Perdigones 1991; Poveda 1999; Rodríguez 1988; Ruiz de Arbulo 2000; Sáez, Montero y Díaz 2005; Vázquez 1995; entre otros muchos) en la mayor parte de casos en descripciones más o menos generales sobre sus aspectos religiosos y económicos más destacados o en puntuales hallazgos arqueológicos, en cuyo ámbito no entraremos en el presente trabajo.

al Melqart gadirita y la pesca estacional del atún –base fundamental de la salazón– a través de nuevos indicios iconográficos, planteando algunas hipótesis acerca del aprovechamiento almadrabero del privilegiado entorno del santuario (Fig. 1) y su relación con la iconografía monetal local. En relación con este segundo bloque temático, indisoluble del anterior, debemos resaltar la importancia que han tenido para plantear nuestras hipótesis los novedosos planteamientos que recientemente ha dado a conocer F. J. Fernández Nieto (2002) respecto a la relación del topónimo Hemeroskopeion con la practica almadrabera en las costas ibéricas y al carácter sacro de dicha práctica, que implicaba la consagración de los lugares elegidos a una potente divinidad protectora y de carácter nutricio-benefactor. Asimismo, no es menos deudor nuestro trabajo de las sugestivas propuestas divulgadas por A. Arévalo González (2003: 244-246), que siguiendo una línea similar ha sugerido la posibilidad de que la sacralización de las atalayas atuneras y la plasmación del atún en las monedas de la ceca gadirita sean en el caso de la urbe extremo-occidental aspectos directamente relacionados con la implicación de Melqart en la industria conservera. La limitación esencial de la que adolecen nuestros planteamientos es, de igual forma que el resto de trabajos centrados en el templo gadirita, el escaso conocimiento arqueológico de su fisonomía, desarrollo espacial y ubicación exacta, algo que viene condicionando el análisis del santuario desde los inicios de la investigación y que al menos en gran parte –en especial en lo tocante a la fase arcaica– podemos hacer claramente extensible a la propia Gadir. EL

ESQUEMA URBANO DE

GADIR

Como señalamos en el apartado anterior, la escasez de fuentes y la parquedad de los datos arqueológicos disponibles condicionan gravemente el análisis que

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actualmente podemos realizar de la ordenación y evolución urbanística experimentada por la Gadir prerromana, de la cual el templo de Melqart fue pilar fundamental y parte integrante desde la propia fundación del asentamiento. Hasta el momento, se han propuesto dos grandes modelos o esquemas conceptuales para intentar aproximarnos a la organización urbana de la ciudad gadirita, ambos condicionados en cierta forma por las ya enunciadas carencias arqueológicas. La pionera de estas propuestas fue la planteada entre líneas por el doctor Arteaga (1994: 29-30) en el marco de un estudio más amplio centrado en demostrar la existencia de una «Liga de Gadir» en el Círculo del Estrecho, en la cual realizaba colateralmente una breve exposición de la funcionalidad de las distintas zonas de la bahía de forma genérica, especialmente desde fines del siglo VII a.C., cuando el autor señala el comienzo de la configuración real del papel de la mayor parte de las áreas en que podemos caracterizar la bahía gadirita. Como hemos señalado, la existencia de determinadas áreas funcionales en la bahía protohistórica planteada por O. Arteaga hace algunos años de forma tácita, integraba por vez primera a grandes rasgos la información continental y de las islas gaditanas e intentaba dotar de una significación histórica el registro disponible por entonces. La propuesta de este autor puede sintetizarse, en lo concerniente a las islas, en una Erytheia dedicada a la habitación y al culto a Astarté, en una Kotinoussa eminentemente cultual (Cronos y Melqart) y funeraria, y finalmente en una Antipolis isleña centrada en funciones industriales-portuarias, dejando en suspenso el papel del CDB y las factorías portuenses. Destaca de este posicionamiento su refuerzo de la tradición historiográfica gaditana, situando el núcleo habitacional en el casco antiguo de Cádiz pero sin embargo integrando la información de la necrópolis y de la isla de San Fernando. El complemento ideal a este estudio habría sido un análisis diacrónico del proceso propuesto además de un posicionamiento más concreto frente a los restos de la costa continental, si bien no era esta la cuestión principal tratada en dicho trabajo. Los recientes trabajos paleogeográficos realizados en las islas gaditanas y su interpretación son una buena muestra de estos planteamientos (Arteaga et alii 2004). El segundo modelo lo debemos a la novedosa visión que sobre el papel del CDB en el contexto del asentamiento fenicio en la bahía ha postulado recientemente por el doctor Ruiz Mata, más próximo al proceso espacio-temporal que ahora analizamos. Este investigador ha abordado la cuestión integrando todas las zonas geográficas como parte de un proceso his-

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tórico desarrollado entre el siglo VIII a.C. y la colonización itálica en época republicana (Ruiz Mata 1999: 308-312). Las líneas generales de su novedosa visión de la cuestión podemos resumirlas en los siguientes apartados: • La fundación inicial se realizó en la costa continental, en el CDB, a la vez que se planteaba un hito religioso-económico en Sancti Petri con el templo dedicado a Melqart. Los restos arcaicos del archipiélago corresponderían a frecuentaciones con motivo de labores eminentemente pesqueras. • A partir de fines del siglo VII a.C. o principios del VI, en relación a las transformaciones socioeconómicas documentadas a nivel internacional y a la «presencia de Cartago en la zona», el solar de la actual Cádiz comenzaría a poblarse de manera estable, algo evidenciado por los enterramientos más antiguos de dicha necrópolis y hallazgos habitacionales como el de la Casa del Obispo. Surgen ahora los templos de Astarté y quizá de Cronos. • En los siglos VI y V a.C. otras zonas de la bahía como San Fernando y Puerto Real se «consolidarían» como zonas productivas y «áreas de habitación de Cádiz». Tal y como este investigador comenta explícitamente, en su propuesta no se valoran todas las perspectivas posibles, especialmente las relacionadas con la temática objeto de nuestro trabajo. El papel de Cádiz como lugar de «habitación» en época púnica, la posible coexistencia de dos núcleos urbanos en esos momentos, la convivencia de saladeros de pescado en las islas y la costa portuense, el papel de los templos (en especial el de Melqart) en la gestión insular –sobre todo en relación a la manufactura alfarera– son, entre otros, algunos temas de los que no se ocupa explícitamente en dicho análisis los cuales plantean interrogantes a nuestro juicio demasiado destacados. Asimismo, se plantea frente a la idoneidad geográfica y de recursos del CDB un archipiélago yermo y hostil para la habitación y la actividad portuaria (Ruiz Mata, 1999), posicionamiento que no queda exento desde luego de posibles matices. Nuestra visión de esta problemática se basa en cierta forma en el hilo conductor común a ambas propuestas, que dejando a un lado distinciones cronológicas, étnicas y geográficas discutibles, beben de un tronco único: la existencia de una ocupación integral de la bahía desde prácticamente los inicios de la presencia fenicia en la zona, con un hito religioso-marítimo indiscutible como el santuario de Mel-

Anejos de AEspA XLV

qart, y una distribución ordenada y planificada en función de ciertos parámetros urbanísticos de todas las áreas de la bahía implicadas en el asentamiento. Este complejo y peculiar planeamiento urbanístico realizado para el enclave gadirita fue ampliado y perfeccionado sin duda con el afianzamiento paulatino del asentamiento, hasta alcanzar su máxima expresión a partir de las postrimerías del siglo VI a.C. o inicios del V a.C. en paralelo al floruit salazonero, que conllevó una expansión sin parangón de determinadas industrias locales (salinas, astilleros, alfares, saladeros-pesquerías, etc…). El modelo urbano desarrollado por Gadir sería un sistema metropolitano que integraría por tanto diversas zonas a las que se adjudicó una determinada función principal o específica (habitación, funeraria, industrial, cultual, etc…) distribuidas geo-estratégicamente tanto en el área insular como en la costa continental frontera que en conjunto darían lugar al concepto cívico-económico de Gadir. El templo de Melqart sería el único pilar indiscutible en el conjunto, aglutinador de los restantes en el plano ideológico-religioso como deidad rectora del panteón local y metropolitano y «rey de la ciudad», ubicado en una situación clave para el control de la navegación y probablemente de otros factores como la pesca. EL

SISTEMA ECONÓMICO DE LA CIUDAD:

LA COMERCIALIZACIÓN DE PRODUCTOS SALAZONEROS

El protagonismo de la exportación de conservas y salsas de pescado en la economía de Gadir a partir de las transformaciones socio-económicas operadas durante el siglo VI a.C. en el mundo fenicio-occidental es actualmente una cuestión generalmente aceptada y relativamente bien conocida (Aubet 1994; Bernal et alii 2005; Chaves, García y Ferrer 2002; García, 2001; Ramon 1995 y 2004), por lo que no nos extenderemos en su problemática específica, que en casi nada atañe a la propuesta que intentamos desarrollar a través de estas páginas. Sólo un breve apunte o repaso de la trayectoria de esta industria pesquera en el ámbito gadirita (con mayor amplitud en Bernal y Sáez, e.p.), que servirá a posteriori para ubicar dentro de dicho contexto histórico las interpretaciones que realizaremos sobre el propio santuario dedicado a Melqart y su relación con la pesquería almadrabera. Según señalan los indicios disponibles, la fase arcaica del asentamiento gadirita no dispuso de una gran maquinaria industrial volcada en la pesca y comercialización de sus derivados, centrándose más bien en labores de autoabastecimiento y pesca selectiva, sin descartar una comercialización a muy baja escala

EL TEMPLO DE MELQART DE GADIR

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hacia el interior ibérico u otros destinos. Sin embargo, a partir de momentos finales del siglo VII a.C. y en especial durante el siglo VI a.C. la crisis del comercio metalífero y otras transformaciones de corte socio-político parece que impulsaron decididamente a los gadiritas a aprovechar las enormes posibilidades que el mar circundante brindaba, en especial el maná que en forma de enormes cardúmenes de atún rojo asomaba a nuestras costas entre mayo y septiembre cada año. Con gran rapidez, la salazón se convirtió en pilar fundamental de la economía local y regional, llegando a todos los confines del Mediterráneo y alcanzando gran fama internacional en una etapa de esplendor de la ciudad desarrollada especialmente durante buena parte del siglo V a.C. Problemas de diversa índole a escala regional e internacional parece que motivaron un cierto retroceso de la actividad en Gadir durante el siglo IV a.C., especialmente en su último tercio. Pero la inteligente política exterior de los gadiritas y los contextos bélicos entre Roma y Cartago que se fueron sucediendo a lo largo del siglo III a.C. ayudaron a una fuerte reactivación de la producción, que alcanzó de nuevo elevadas cotas a nivel internacional, reintegrándose en buena medida a los circuitos comerciales en boga. Tras la conquista romana, el lucrativo comercio continuó con buena salud hasta enlazar prácticamente sin demasiadas alteraciones en los procesos de fabricación y comercialización con los estertores de la etapa republicana, momento en el que la producción de tipo privado emergería en el ámbito local y regional hasta imponerse decididamente a partir del principado de Augusto (Montero et alii 2004). Por tanto, puede decirse que durante varias centurias, la exportación salazonera se convirtió en la seña de identidad de la ciudad, superando cuestiones de orden socio-político relevantes. EL PAPEL DEL SANTUARIO DE MELQART GADIRITA EN LA ACTIVIDAD ECONÓMICA DE LA CIUDAD PALEOGEOGRAFÍA

Y SITUACIÓN DEL TEMPLO

E INSTALACIONES ASOCIADAS

La ubicación del santuario de Melqart en el extremo sur de las islas gaditanas, en el entorno de la desembocadura del caño de Sancti Petri (Fig. 2), es bien conocida desde comienzos del siglo XX gracias esencialmente a diversos hallazgos subacuáticos. Las descripciones de los autores clásicos (Str., III, 5, 3) situaban el santuario en un promontorio ubicado en la zona meridional de la isla mayor, Kotinoussa, ale-

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Antonio M. Sáez Romero

jado unas doce millas respecto de la ciudad situada en el extremo opuesto –norte– de dicha isla. Esta situación, en especial en relación a los autores que consideraron el propio islote como punto concreto más probable, ha sorprendido a muchos investigadores desde los comienzos (Quintero 1906; García y Bellido 1963: 97-98), muchos de los cuales consideraron más idónea la construcción del templo en la cercana Punta del Boquerón. Han sido muy diversas las reconstrucciones paleogeográficas de esta zona realizadas con el fin de acercarnos a la estructura del propio templo, la mayor parte de las cuales han unido el actual islote al cordón arenoso insular frontero, configurando la isla alargada transmitida por las fuentes (un buen exponente en Corzo 1992: 44). Sin embargo, al parecer recientes investigaciones paleogeográficas realizadas en las islas gaditanas (Arteaga et alii 2004; De Frutos y Muñoz 2004: 17) han precisado el carácter insular del islote desde al menos la Prehistoria Reciente, lo que invalidaría su candidatura a tenor de los testimonios aportados por las fuentes. En cualquier caso, la ubicación del santuario se planificó en una zona clave para la navegación, con un carácter de finis terrae evidente, alejado del núcleo poblacional, controlando la entrada y salida marítima de la bahía y del propio caño, lo que parece implicar un elaborado proceso de elección no improvisado, cargado desde el momento del desembarco inicial de un fuerte carácter simbólico y religioso-económico. En relación con la temática abordada en este trabajo, debemos resaltar también las óptimas condiciones del medio natural donde se asentó el templo, una zona que brindaba posibilidades portuarias naturales y en el que el acceso a los recursos (pesca, caza, canteras de piedra o arcilla, madera, etc…) era prácticamente inmediata tanto en la orilla insular como en la continental. En especial, debemos resaltar el gran interés que debió despertar las posibilidades de explotación del caño y sus márgenes marismeños fácilmente accesibles con embarcaciones de poco calado, en un escenario similar al descrito por Horozco en el siglo XVI: «El aprovechamiento que se sigue de este río de Sancti Petri es de manera que en tan corto terreno y corriente no se puede hallar que le tenga mayor otro ningún río, pues de su agua y en sus riberas se labra y hace mucha sal, mejor que otra del Andalucía (…); por la continua navegación que por este río hacen barcos de carga con los pertrechos para las heredades de la isla, y para las que están en Chiclana y Surraque; por el acarreto de bastimentos que por él se navegan y traen a Cádiz; por la utilidad que se les sigue a todos los bergantines y medianos bajeles, y a las galeras, para salir o en-

Anejos de AEspA XLV

trar por este río, cuando no pueden por la bahía por tener contrario el tiempo (…)» (Horozco, 1598: 112). Queremos resaltar con esta propuesta el que, en la instalación del templo en la desembocadura meridional del caño, no sólo jugaron un importante papel factores de tipo náutico, ideológicos o defensivos, sino que probablemente la bondad natural de la zona fue también otro de los puntos a favor para la elección del lugar que terminaría configurándose en uno de los referentes religiosos del Occidente antiguo. LA

MULTIFUNCIONALIDAD DEL TEMPLO DE

MELQART,

CENTRO RELIGIOSO Y ECONÓMICO

Como señalamos en la introducción, la función como garante de las actividades mercantiles-marítimas, respaldo ideológico de las mismas, nexo de unión con la metrópolis tiria, centro depositario de diezmos y probable gestor de las imposiciones tributarias destinadas a Tiro… ha sido ampliamente tratada en el marco general de la función económica del templo fenicio por diversos autores (Aubet 1994: 237-241; Marín 1994b; García-Bellido 1987; Poveda 1999; Rodríguez 1988), por lo que intentaremos ahondar en este segundo bloque acerca de contenidos menos conocidos o explorados por la investigación. LA

RELACIÓN ECONÓMICO-ESPACIAL DEL SANTUARIO

CON LA INDUSTRIA CONSERVERA

En anteriores trabajos (Bernal et alii, 2005; Bernal y Sáez, e.p.) hemos resaltado la proximidad geográfica del templo y de los numerosos alfares que al menos desde la etapa tardo-arcaica se establecieron en una cada vez mejor conocida red industrial (Díaz, Sáez y Montero 2005; Bernal et alii 2005; Bernal y Sáez e.p.; Montero et alii 2004; Sáez 2004 y 2005) que se desplegó por buena parte del actual término isleño, con momentos de mayor esplendor en los siglos V y III avanzado. Dicha proximidad geográfica creemos que no se debió al azar o a la confluencia de condiciones naturales ventajosas para estas industrias en el área insular próxima al santuario, sino que formó parte esencial de la planificada expansión urbana de Gadir por diversos ámbitos de la bahía gaditana desarrollada desde momentos tempranos. Recientemente, E. García y E. Ferrer han propuesto, siguiendo las tesis postuladas por L. I. Manfredi (1987) una jerarquización de los asentamientos pesqueros, de los saladeros y los alfares y una posible dependencia de éstos respecto de los templos, en

Anejos de AEspA XLV

especial del santuario de Melqart, principal deidad implicada en dar cobertura al principal negocio de la ciudad (García 2001; García y Ferrer 2002: 29-34). En base a paralelos orientales, principalmente provenientes del mundo griego tardo-clásico o helenístico, han planteado la posibilidad de que los medios de producción empleados (pesquerías, hornos cerámicos...) o los propios recursos naturales que aprovechaban e incluso el lugar de emplazamiento pudieran ser gestionados directamente por la casta sacerdotal de los templos, como propiedades de aquellos susceptibles de ser usufructuadas durante periodos de tiempo determinados o bajo condiciones económicas concretas. En suma, estos autores pretenden remarcar el conocido proceso de institucionalización (en clara contraposición con el carácter aristocrático y dependiente de Oriente de la etapa arcaica) de las actividades económicas sustentantes de la vida de la urbe gadirita, como el comercio salazonero, en el que por el momento las dificultades para distinguir las labores oligárquicas de las desarrolladas por los templos –especialmente el de Melqart– (si realmente existieron) no permiten precisar el protagonismo en la dirección de estas funciones industriales y comerciales. Es, de entre las nuevas propuestas enunciadas, la posible tenencia por parte de los templos de los medios de producción necesarios o de las áreas donde emplazarlos la que ahora nos interesa especialmente. Como señalamos en la introducción de este trabajo, según parece la ciudad gadirita se estableció en la bahía gaditana desde muy temprano con un programa urbanístico bien establecido que implicaba la interacción de diversos ámbitos urbanos con diversa funcionalidad pero implicados en un fin común. En relación con el tema principal que nos ocupa, no debemos olvidar la situación de las alfarerías púnico-gaditanas casi exclusivamente en la isla de San Fernando (o en todo caso, en ámbito insular), en conjunción con la ubicación de las áreas cultuales de Gadir (Bernal et alii, 2005). La diferenciación respecto a otras áreas industriales gadiritas –saladeros portuenses, fundamentalmente– diseminadas por otros ámbitos de la bahía plantea también interesantes interrogantes que exceden la problemática tratada en estas páginas (Bernal y Sáez, e.p.): en primer lugar, el desarrollo de la actividad exclusivamente alfarera en ámbito insular a tenor de los testimonios arqueológicos disponibles; en segundo lugar, su aparente separación o delimitación respecto a los saladeros, evidente en el caso de los continentales y más difusa en el archipiélago. Efectivamente, la orilla continental de la bahía no ha brindado por el momento indicios que sugieran la existencia en la zona de alfares con cronologías an-

EL TEMPLO DE MELQART DE GADIR

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teriores al siglo I, correspondiendo los restos de épocas precedentes preferentemente a saladeros y pesquerías, y por otro lado las excavaciones desarrolladas en el ámbito insular isleño no han documentado la existencia de saladeros2. La situación es algo más confusa distinta en el caso de Cádiz, donde han podido ser localizados alfares para la etapa de los siglos IIIII a.C. (C/ Troilo, C/ Tolosa Latour, Avda. de Portugal, etc.) y saladeros activos entre los siglos V-I a.C. (Plaza de Asdrúbal, C/ Ciudad de Santander e/a Avda. Andalucía, etc.), labores industriales desarrolladas coetáneamente en la amplia área extramuros ocupada también por la necrópolis de la ciudad. Por tanto, y aún teniendo en cuenta la cronología tardía de los alfares ubicados en el solar de la actual capital (relacionables por el momento con cambios socio-económicos desarrollados durante la etapa bárcida), el modelo espacial rígidamente compartimentado no parece definirse del todo con nitidez en base a la información gaditana, mostrándose dos amplias áreas especializadas en el procesado de las capturas (costa portuense) y en la alfarería (territorio insular isleño), si bien a partir de la presencia bárcida podríamos hablar de un «área mixta insular» en la que se darían ambas actividades conjuntamente (en estos momentos de fines del siglo III a.C. los saladeros portuenses y el CDB son abandonados, lo que también influiría en la gestación de este nuevo modelo). Nuestra propuesta retoma las tesis expuestas acerca de la intervención de la clase sacerdotal en la gestión de los recursos y medios de producción relacionados con la industria conservera, relacionando directamente la construcción y uso de las alfarerías insulares situadas en el actual término isleño con el santuario de Melqart. Las posibilidades de una gran extensión territorial dotada de grandes extensiones cultivables, de una masa forestal considerable (no olvidemos la alusión, discutible, a la abundancia de acebuches en las fuentes) y de marismas de las que obtener sal como era la zona insular isleña no debieron pasar desapercibidas a los colonos fenicios desde los inicios de su presencia en la bahía. Su cercanía a uno de los focos iniciales –y principales– de dicha presencia, habría invitado sin duda a los rectores de la institución religiosa a plantear una cierta preeminencia en su explotación, quizá como parte del autoabastecimiento y 2 Una reciente actuación arqueológica de urgencia llevada a cabo en el yacimiento de Luis Milena ha puesto al descubierto la existencia de un asentamiento tardopúnico (siglos III-I a.C.) no anterior a la etapa bárcida que debió incluir una alfarería y uno o varios conjuntos de piletas distribuidas por parejas probablemente destinadas a la manufactura conservera. Se trata, en todo caso, de una expresión tardía de los cambios operados en el sistema socio-económico y urbano de la ciudad, suscitados a raíz de la II Guerra Púnica.

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financiación del propio templo y sus sacerdotes. El fin del sistema aristocrático en momentos indeterminados del siglo VI a.C. y la pérdida de ligazón económica con la metrópolis oriental, así como el rápido ascenso de la fabricación y comercialización a gran escala de derivados piscícolas como principal recurso de la urbe gadirita brindaron sin duda la posibilidad a la oligarquía urbana pero sobre todo a los templos a aprovechar la ocasión al disponer de áreas óptimas para su aprovechamiento industrial. En el caso insular, y en relación con Melqart, creemos que dicho proceso se concretó desde al menos momentos avanzados del siglo VI a.C. en la proliferación de multitud de alfarerías probablemente en régimen de usufructo (de los propios hornos o bien de las áreas dotadas de afloramientos de arcillas, pozos, madera, etc.), de las cuales el templo obtendría pingües beneficios que complementarían otras vías de financiación como su función oracular, las ofrendas derivadas de la circulación marítima, su función como tesoro o mediador en tratados mercantiles, etc… Para momentos tardíos, a partir del siglo III a.C. final, algunos indicios parecen remarcar esta íntima relación y «dependencia» de la industria alfarera-conservera con la deidad y su santuario. Destacan concretamente los sellos alfareros recuperados en el alfar isleño de Torre Alta (Muñoz 1993; Sáez 2006), cuya interpretación inicial se orientó más hacia funciones administrativas o de contabilidad como emblema estatal (es decir, de la ciudad-estado gadirita). En concreto, destaca la presencia de una representación humana ilustrativa del proceso de envasado en ánforas del producto obtenido en los saladeros locales, que algunos autores han querido identificar con una figuración de Melqart como protector de la actividad (Ramon 1995 y 2004). De forma más o menos titubeante, otros autores han seguido parcialmente esta línea de interpretación sacra de los sellos alfareros de Torre Alta, proponiendo una correspondencia de las rosetas con la paredra de Melqart, Astarté, a la que también se rendía culto en la urbe gadirita (García, 2001). Recientemente nosotros mismos nos hemos sumado decididamente a esta corriente, resaltando el carácter religioso de todos los sellos anfóricos gadiritas, los cuales serían representación de todas las divinidades dominadoras del panteón tardopúnico local, Melqart y posiblemente una asimilación de Astarté y Tanit (Sáez 2005 y 2006), como reflejo de la intervención ideológica y económica de dichos santuarios en la actividad mercantil no sólo como divinidades protectoras del comercio y la navegación o de la propia ciudad, sino también como parte integrante de la gestión directa de los recursos empleados. Asimismo, la creciente presencia de numerario

Anejos de AEspA XLV

de la primera serie de acuñaciones de la ceca gadirita (Alfaro, 1988) en los alfares tardopúnicos ubicados en suelo isleño también podría ser un indicio en este sentido (Arévalo 2004), especialmente si tenemos en cuenta el hecho de que dichos bronces han sido reiteradamente interpretados por diversos autores como una emisión del propio templo con fines diversos (contribución a la economía salazonera local, óbolos votivos, etc.; vid. Arévalo 2003: 244-246). En cualquier caso, se trata de una hipótesis de trabajo que el desarrollo de las investigaciones arqueológicas en el área insular gadirita deberá confirmar en el futuro, si bien nos ha parecido oportuno plantearla al hilo de sugerentes indicios y propuestas teóricas novedosas. En suma, en lo tocante a la configuración urbana de Gadir este proceso religioso-económico descrito debió ayudar a configurar el amplio y complejo esquema urbano desarrollado por la ciudad casi desde sus inicios, el cual abarcó gran parte de la geografía de la bahía gaditana otorgando a cada parte una funcionalidad precisa complementaria de las restantes. ATUNES,

SELLOS Y MONEDAS .

ALMADRABERO DEL CAÑO DE

¿APROVECHAMIENTO SANCTI PETRI?

La conexión del santuario y de la propia imagen de la deidad con la economía conservera gadirita, que como ya hemos destacado se encuentra bien reflejada en indicios como sellos alfareros y la propia iconografía monetal, creemos no se limitó a estos aspectos de la esfera ideológica común, sino que pudo concretarse en una proximidad o implicación inmediata en la propia tarea almadrabera motivada por su excepcional ubicación en la desembocadura del caño. Esta situación en el extremo meridional del área insular gadirita, además de configurar una situación muy particular, aislada y sobresaliente como hito ideológico y para la navegación tanto a la llegada como a la salida hacia el Mediterráneo, situaba al santuario en una óptima zona de aprovechamiento pesquero-portuario. De esta función almadrabera de dicha área de aguas poco profundas y en general de la zona sur del caño poseemos testimonios desde la etapa bajomedieval, siendo bastante probable remontar su práctica al menos a la época almorávidealmohade de Qadis (Abellán 2004). Las informaciones disponibles señalan una continuada explotación almadrabera y, genéricamente, pesquera de la desembocadura del caño especialmente acusada a partir del siglo XIV, cuando parece configurarse la conocida pareja de establecimientos almadraberos de las islas gaditanas, la de Hércules y la de Sancti Petri (Ladero

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1975 y 1993: 348), explotados al parecer por la propia ciudad gaditana. Este uso para la instalación de almadrabas «de vista o tiro» debió intensificarse aún más durante el siglo XV, no sólo por el interés de los Suazo, señores del término isleño (Franco 1995; Sáez y Sáez 2006), sino especialmente por el interés de Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz. La pugna de éste con la casa ducal de Medina Sidonia, poseedora del privilegio exclusivo de montar almadrabas en la costa occidental andaluza desde fines del siglo XIII por mandato regio (Ladero 1993), nos aporta nuevas acerca de la continuidad de la actividad en Sancti Petri, que fue armada por los Ponce de León durante el último tercio de la centuria (Ladero 1993: 352). El paso a la corona en 1493 de la jurisdicción sobre Cádiz disipó totalmente el conflicto, continuando las actividades con similar continuidad y características con la gestión de la hacienda regia (López y Arbex 1991: 7; Ulloa 1977; Urteaga y Muro 1993). Parece que debemos situar en estos momentos la construcción o reconstrucción de la torre que actualmente domina el islote, con una múltiple función como hito para el intenso tráfico marítimo de la zona, como torre defensiva de vigía y de señales y probablemente también como atalaya almadrabera, asegurando un punto de privilegio para el avistamiento de los bancos de atunes (Sáez y Montero e.p.). De este proceso de utilización del entorno donde se ubicó el templo de Melqart como pesquería almadrabera contamos con bellas y precisas descripciones realizadas por A. Horozco en las postrimerías del siglo XVI, que detallan con gran colorido la que el propio autor calificaba como una actividad excepcional, diferenciada del resto de almadrabas de la costa andaluza, algo sin duda influido por el particular entorno geográfico donde se desarrollaba. Horozco refiere que «(…) por el abundancia de pescados que en él [en el caño de Sancti Petri] hay de todos géneros, los cuales y los de la bahía son de mejor gusto que ningunos otros de esta costa, sin que falten los que más se estiman y se apetecen, cuales son lenguados, salmonetes, pámpanos, acedías y sollo, porque de los demás géneros sería cosa infinita el querer numerarlos, y entre ellos hay asimismo matanza de atunes, como luego se dirá, la cual, según se ha dicho, es diferente de las pesquerías de las otras almadrabas, porque se pescan y matan quedando en seco entre los bajíos y corrales cuando es la menguante del mar, y allí llega la gente con grandes arpones o arrejacas de hierro peleando con ellos, e hiriéndolos el jabeguero, y ellos saltando bravamente con valientes golpes y azotes de su cola, que alcanzando al pelado o a los marineros de pequeños barcos (con que se anda también en la pesquería) dan con ellos

EL TEMPLO DE MELQART DE GADIR

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en el agua, y aún a veces los maltratan. La causa de entrar en este río y en estos bajos los atunes es por entrar huyendo de sus grandes enemigos los botos o espadartes, porque, a no ser esto, de ninguna manera se mete este pescado dentro de la barra de ningún río. En estando en éste avisa el atalaya a las barcas, y ellas con mucha priesa atajan el río con sus redes, y si tuvieron miedo al entrar, no es menos el que tienen las redes al salir, y así quedan dentro y entre los bajíos de los corrales. Vale de renta esta almadraba que, como se ha dicho, es del rey, hasta setecientos ducados» (Horozco 1598: 112-113). La pesca del atún en este lugar por tanto estaba motivada, al menos parcialmente, por un factor natural, como era el acoso de los espadartes (Orcinus orca) a los cardúmenes de atún rojo, siendo las redes en este caso un mero impedimento para la salida de los bajíos. Destaca también el uso del arpón (además de cloques, similares a los actualmente denominados garfios «bicheros») para la pesca de esta especie pelágica (Fig. 4), práctica a la que hasta el momento no se había dado demasiada importancia (Chaves, García y Ferrer 2002: 646). La actividad almadrabera en el entorno de Sancti Petri continuaría, si bien en perspectiva descendente, durante el s. XVII, desapareciendo en el caso del islote probablemente debido a la crisis de las pesquerías acaecida durante el s. XVIII y a la actividad militar generada con la construcción del baluarte artillero (Sáez y Montero e.p.). Sin embargo, desde comienzos del siglo XX se retoma la actividad pesquera, especialmente almadrabera, en el entorno de la desembocadura del caño, primero con la instalación de una factoría del Consorcio Nacional Almadrabero en la antigua salina isleña de Santa Leocadia y posteriormente con la construcción del conocido poblado de Sancti Petri, situado en la orilla continental frente al islote. Nuestros principales objetivos a través de la exposición de estos datos han sido los de de remarcar el carácter de zona pesquera de primer orden del área que en la Antigüedad ocupó el templo de Melqart, señalar la intensa continuidad de la práctica almadrabera en la zona durante muchas centurias y acercarnos a las técnicas empleadas a través de los paralelos etnográficos de época medieval-moderna. Partiendo de estas premisas hemos planteado la posibilidad de que dicha actividad pudiera retrotraerse hasta la etapa protohistórica, en momentos en que el santuario se encontraba en pleno apogeo. Sin embargo, no se trata de una tesis innovadora pues en palabras del propio Agustín de Horozco «(…) Los vecinos de esta ciudad de Cádiz, en tiempo que era de cartagineses, fueron los primeros que pescaron atunes y los salaron y beneficiaron. Parecióles bien y

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tomáronle buen gusto y diéronse a pescarlos con mucho cuidado, lleváronlo a vender a Cartago, donde pareció tan bien y lo tenían por tanto regalo, que mandaron que todo el atún que se pescase, se llevase a vender allí, poniendo grandes penas si se llevase a vender a otra parte y comprábanlo a precio muy subido; porque demás de ser tan bueno, preciábanlo más por ser cosa nueva. En esta isleta [de Sancti Petri] o muy cerca de ella, fue donde tomaron los primeros atunes y así se ha quedado para este lugar el tratar de ellos (…)» (Horozco 1591: 223). Intentaremos, en las páginas siguientes, aportar algunos indicios documentales y arqueológicos que resultan ciertamente sugerentes a favor de esta hipótesis, que parece ligar con lazos aún más sólidos la ampliamente conocida relación de Melqart y el atún (Manfredi 1987). Una relación que, por otra parte ha evidenciado desde antiguo la iconografía monetal de la ceca gadirita (Alfaro 1988), en la que junto a anversos con la representación helenizada de Melqart son frecuentes las representaciones de atunes en el reverso (Chaves 1981; Ripoll 1988), en una evidente muestra de la íntima relación ideológica pero también real de ambos aspectos (Arévalo 2003). En primer lugar, debemos fijar nuestra atención sobre los indicios relacionados con las artes de pesca empleadas posiblemente en el lugar, que no debían diferir demasiado de las utilizadas hasta época contemporánea, al menos en su concepción básica. En este capítulo es de capital importancia la documentación en las intervenciones realizadas en 1985 en el propio islote (Fig. 5) de una «punta de flecha» de tipo 11a (Mancebo 1995: 89, Fig. 5) inserta junto a cerámicas grises y de barniz rojo en un contexto de funcionalidad controvertida situado sobre los niveles de arcillas rojas geológicas, con una datación imprecisa probablemente correspondiente a la etapa arcaica inicial (De Frutos y Muñoz, 2004) o tardo-arcaica (Ferrer, 1994: 45). La pieza pertenece al grupo de las azagayas fenicio-púnicas dotadas de un pedúnculo o arpón, cuya cronología, origen oriental, tipología, talleres de fabricación, funcionalidad y dispersión han sido ya reiteradamente abordadas (García 1967; Sánchez 1974; Ramon 1983; Mancebo y Ferrer 1989; Ferrer 1994). Sin embargo, recientes hallazgos bien contextualizados recuperados en niveles de época púnica del saladero portuense de Puerto-19 (Gutiérrez, 2000: 25-26) han aportado un nuevo elemento de discusión cronológico-funcional sobre estas supuestas flechas fenicias. En concreto, la recuperación de alguna de estas puntas broncíneas arponadas junto a otros elementos claramente relacionados con labores pesqueras (anzuelos, pesas de red, un posible cloque, etc.; vid. Gutiérrez y Giles, 2004) ha per-

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mitido a su excavador plantear la posibilidad de una rebaja o ampliación de la cronología así como un posible empleo como parte de los utensilios utilizados en las labores pesqueras –y particularmente almadraberas– llevadas a cabo en el saladero gadirita. Estos nuevos posicionamientos respaldan nuestra postura acerca de la «flecha» documentada en el islote, que podría no ser un elemento relacionado con cuestiones bélicas, sino más bien la expresión de la vocación pesquera de la zona desde momentos iniciales de la presencia fenicia en la bahía gaditana. Asimismo, los análisis ictiológicos realizados para la fase arcaica del CDB (Roselló y Morales, 1994) sugieren la utilización de técnicas selectivas de pesca como podría ser la captura mediante arpones,3 capturas que habrían correspondido en buen número sin duda a la comunidad fenicia asentada en el entorno de la bahía. Otro elemento consustancial a la práctica almadrabera que, en caso de que esta se hubiese desarrollado en el entorno del santuario gadirita, debió estar necesariamente presente fue sin duda un puesto de observación elevado desde el cual el atalaya pudiese observar la llegada de los cardúmenes cuantificando su entidad y ordenando rápidamente la movilización de los jabegueros y el resto del personal empleado en la pesquería. Desgraciadamente, las alteraciones geomorfológicas ya enunciadas y la escasez de noticias acerca de la estructura arquitectónica del templo y sus instalaciones anejas, especialmente para su fase protohistórica, complican nuestras interpretaciones. Sin embargo, un testimonio aislado correspondiente a la fase tardorepublicana (hacia 38 a.C.) del templo nos plantea un nuevo indicio realmente sugestivo. Se trata del relato de Porphyrios (De Abs. I, 25) acerca de la carestía de víctimas sacrificiales que sufrió el oráculo gadirita durante el sitio al que fue sometido por Bogud, según el cual un sacerdote tuvo una visión onírica en la cual un ave le revelaba el final de sus dificultades. En lo tocante a nuestro análisis de la actividad pesquera en el entorno del templo, el texto se revela como vital, al describir en parte de la narración como dicho sacerdote «(…) después de esta visión, a la mañana siguiente se fue al altar y, según lo había soñado miró hacia la to3 Opiano destaca en varios pasajes la habitual utilización de elementos como tridentes y arpones para la pesca de especies como pequeños escualos, pez espada, ballenas, túnidos jóvenes e incluso delfines (Halieutika, 3.552-554 y 4.252253). De entre estas referencias, destaca sobremanera la relacionada con la pesca del atún por parte de pescadores tracios en el Mar Negro, los cuales utilizaban específicamente en aguas poco profundas o estuarios ingenios realizados con arpones o tridentes múltiples (Opp. Hal. 4.535-548; vid. Bekker-Nielsen 2005: 89).

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rre y vio un ave como la del sueño (…)» (García y Bellido, 1963: 128, nota 99). La alusión a la existencia de una torre en el propio recinto del templo abre las puertas a que dicha edificación tuviese al menos un uso múltiple, entre los que podrían estar el de faro o al menos torre de señales y el almadrabero. No debemos olvidar tampoco en ningún caso que hablamos de uno de los oráculos más destacados del mundo antiguo, en el que la observación del vuelo de las aves debió estar presente. En este sentido, también conviene remarcar el carácter simbólico, secreto, religioso y en cierta manera de predicción que tenía la tarea del atalaya encargado de otear en busca de bancos propicios para la pesca pelágica, un conocimiento muy preciso que necesitaba además de una fase de aprendizaje concreta y de unas ciertas cualidades. Es más, recientemente Fernández Nieto (2002: 254) ha resaltado el carácter religioso de dicha labor, paralelizando su capacidad de interpretar los signos marinos del paso de los cardúmenes con la capacidad de interpretar los designios divinos, de los que aquellos serían expresión directa. En cualquier caso, y teniendo en cuenta la falta de evidencias arqueológicas que corroboren la existencia de dicha torre atalaya y que aporten información sobre su datación, sí es preciso recordar que según transmiten los propios autores clásicos la estructura arquitectónica del templo fue durante muchas centurias arcaizante, muy apegada a la morfología oriental de la etapa prerromana (García y Bellido 1963: 100-103), ciertamente en consonancia con la práctica de una casta sacerdotal específica como la que operaba en el santuario gadirita (Aubet 1994), por lo que la presencia de una torre o puesto de observación alto en el templo podría ser parte de dicho fenómeno de perduración. En íntima conexión con la cuestión anterior y retomando la problemática del carácter religioso de la actividad se hace necesario volver a debatir la evidente relación del Melqart gadirita con el negocio de la pesca y conserva del atún y su papel en la esfera ideológica de la actividad. No entraremos de nuevo en resaltar la estrecha vinculación iconográfica de la deidad con el atún –resaltada por monedas y sellos alfareros principalmente– o en la labor estrictamente económica de la institución de garante e intermediario en el lucrativo negocio o en el papel ejercido sobre los medios de producción necesarios (especialmente saladeros y alfares), cuestiones por lo demás tratadas en anteriores trabajos y sintetizadas en los apartados anteriores. Nos ocuparemos ahora de la relación estrecha e indisoluble relación que parece se estableció al menos en época prerromana entre los lugares en los que se desarrolló la actividad almadrabera y la sacralizad de los mismos, normal-

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mente promontorios o cabos destacados. De nuevo aludimos al reciente trabajo de Fernández Nieto (2002), centrado en la problemática histórico-geográfica del topónimo griego Hemeroskopeion, cuya problemática ha permitido clarificar en buena medida pero con el que de paso el autor ha puesto sobre la mesa una realidad más compleja de la sospechada en referencia a la actividad almadrabera en las costas peninsulares y la necesidad de nuevos enfoques interpretativos al respecto. En relación a la propuesta que referimos en el presente artículo, el trabajo de Fernández Nieto subraya una característica esencial de los puntos en que eran armadas estas almadrabas de «vista o tiro», como es el hecho de que los lugares en que se emplazaban, y en especial los altozanos costeros que hacían las veces de atalaya o los cabos o islas, eran revestidos de un carácter sacro y se protegían bajo la advocación de alguna divinidad. En especial este autor se centra en el caso de la posible identificación de Denia con el citado topónimo de Hemeroskopeion, el cual a su vez relaciona con una pesquería estacional del atún frecuentada por pescadores massaliotas (o focenses occidentales al menos), los cuales no sólo habrían consagrado la pesquería a Ártemis,4 sino que además le habrían construido un lugar de culto en la zona alta según transmiten las noticias de Estrabon (Fernández Nieto 2002: 254). La elección de esta deidad, al margen de cuestiones relacionadas con el propio proceso de fundación de las colonias focenses occidentales, habría estado relacionada con el carácter marino, protector y nutricio (abundancia) de la diosa, que propiciaría la buena marcha de la actividad haciendo abundantes las capturas, protegiendo a los marineros… El paralelismo con el área de Sancti Petri es, conjuntando este aspecto con los ya expuestos, evidente. La pesquería de atunes (entre otras especies) que presumiblemente se llevó a cabo en el entorno de la desembocadura del caño, junto al templo, debió tener sin duda una fuerte carga religiosa a tenor de lo observado en el ejemplo de Hemeroskopeion. La deidad elegida para dar cobertura a la actividad reunía todas las características descritas anteriormente: dios de vocación marina, protector de la ciudad, de la navegación y del comercio, dominador del panteón, fundador de la propia ciudad, y con un carácter menos conocido relacionado con la prosperidad agropecuaria (Bonnet 1988). Asimismo, no debemos olvidar el ciclo vital de la deidad, que resurgía de sus 4 Resulta difícil precisar si este aspecto no sería más bien la helenización de un área de culto más relacionada con el mundo semita o una figura indígena semitizada, algo que el propio autor plantea asimilando la figura de Ártemis a la Tanit púnica.

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propias cenizas con destacadas celebraciones anuales (García y Bellido, 1963; Aubet, 1994) que probablemente coincidirían en el estío con parte de la temporada de pesca pelágica atunera. Por otro lado, el propio islote y la cercana Punta del Boquerón, extremo meridional de las islas gaditanas, eran por su geomorfología candidatos muy evidentes a su consagración como hitos marítimos principales. Se ha especulado sobre la posición excéntrica del santuario respecto del núcleo urbano, las necrópolis y del resto de santuarios de Gadir, insistiendo en su privilegiada situación en la zona de llegada (o partida) a la bahía como hito territorial, ideológico y religioso. Cabría ahora, a tenor de los nuevos indicios presentados preguntarse si la bondad pesquera (en especial la estacional del atún), no decidió a los colonos definitivamente a colocar el templo en dicha ubicación. Quizá sería también oportuno plantearnos si dicha forma de captura dotada de gran religiosidad5 no habría representado el germen «pre-industrial» de la industria conservera local, siendo el precedente de los múltiples saladeros que hacia finales del siglo VI a.C. o inicios del V a.C. (según señalan los datos disponibles actualmente) se encontraban operando en distintos puntos de las costas de la bahía (Bernal y Sáez, e.p.), lo que vincularía a Melqart y al atún desde los inicios de la presencia fenicia en la bahía gaditana. RECAPITULACIÓN Y CONCLUSIONES En estas páginas hemos intentado ahondar en las raíces y ligaduras que ataron al templo de Melqart con la industria de conservas piscícolas gadirita, incidiendo en dos aspectos principales: la posible gestión por parte de dicho templo de al menos parte del engranaje industrial y la también probable utilización de su propio entorno natural y de parte de sus instalaciones para la pesca (fundamentalmente almadrabera) desde un momento temprano de la presencia fenicia en la bahía. Los indicios disponibles permiten a nuestro juicio plantear una vinculación entre ambas actividades, cultual y económica, aún más estrecha de lo sospechado hasta el momento, sugiriendo una elección del lugar de establecimiento del templo motivado por razones planificadas muy vinculadas a la esfera económica en relación al aprovechamiento pesquero tan notable de la zona. El desarrollo de las 5 Un hecho natural como el que el ataque de las orcas acercase periódicamente bancos de atunes hacia el interior del saco de la bahía o del caño de Sancti Petri podría haberse fácilmente interpretado como un hecho sobrenatural, un designio divino que habría reforzado el carácter sacro de la actividad y la vinculación de ésta con Melqart.

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investigaciones habrá de concretar aún más en el futuro estos aspectos del santuario gadirita, que por el momento planteamos como hipótesis de trabajo.

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Fig. 1. Vista aérea de la desembocadura del caño y del islote de Sancti Petri (imagen extraída de Suárez, Barragán y Astillero, 2003).

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Fig. 2. Plano de la desembocadura del caño de Sancti Petri con indicación de los numerosos arrecifes y bajíos existentes en su entorno realizado por J. Montojo en 1872 (imagen extraída de Ramos y Maldonado, 1992).

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Fig. 3. Reconstrucción paleográfica de la bahía gaditana en época protohistórica realizada tras las recientes investigaciones geoarqueológicas (según De Frutos y Muñoz, 2004).

Fig. 4. Detalle del grabado de G. Höfnagel (1564) representando las faenas almadraberas desarrolladas en la denominada de Hércules, ubicada en la costa atlántica de la isla gaditana. Puede apreciarse claramente el uso de los arpones para rematar a los atunes, tal y como describe Horozco pocas décadas más tarde (según López y Arbex, 1991).

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Fig. 5: Vista aérea en detalle del islote de Sancti Petri (la flecha indica la zona intervenida en 1985).

«CASTRO» DA AZOUGADA (MOURA, PORTUGAL): SACRALIDADE E DINAMISMO COMERCIAL NO BAIXO GUADIANA DURANTE O PÓS-ORIENTALIZANTE Ana Sofia Tamissa Antunes*

1.

AZOUGADA: UM BREVE OLHAR PARA A HISTÓRIA DA INVESTIGAÇÃO

O sítio arqueológico que se consagrou na bibliografia e na tradição da investigação com a designação de Castro da Azougada foi escavado em campanhas de duração variável entre 1943 e 1953, com interrupção entre 1948 e 1951, por José Fragoso de Lima e pelo então director do Museu Nacional de Arqueologia e professor de arqueologia da Faculdade de Letras da Universidade de Lisboa, Manuel Heleno. Apesar da longevidade da intervenção arqueológica, nunca os seus responsáveis publicaram com detalhe os resultados obtidos (Lima 1942; 1943a; 1943b; 1951), sendo também inexistente uma interpretação sobre o sítio, resultando a consulta dos parcos cadernos de campo de Manuel Heleno disponíveis numa frustrante leitura que se vê confinada à listagem dos objectos que por qualquer motivo se evidenciavam no momento da escavação, aos quais se associava esporadicamente a indicação da vala e da profundidade a que se encontravam e que testemunha a concepção artefactualista que transparecia na prática arqueológica da época, decorrente do histórico-culturalismo. No entanto, não é possível transpor actualmente para o terreno a localização concreta das valas abertas e a indicação de profundidade de nada serve sem uma estratigrafia comparativa de referência. Durante cerca de sessenta anos, a Azougada acompanhou o percurso epistemológico da arqueologia peninsular e, em concreto, da investigação portuguesa, sendo analisada de acordo com as perspectivas do pensamento arqueológico vigentes. José Fragoso de Lima foi o responsável pelo baptismo científico do sítio, uma vez que o considerava um expoente da ocupação céltica na margem esquerda do Guadiana e, como tal, um Castro (Lima 1942; 1943a; 1943b), o que não é actualmente defensável, dada a ausência * Câmara Municipal de Serpa.

de indícios de fortificação, pelo que se propõe a remoção do conceito da sua designação. Esta vinculação defensiva e étnica surge num contexto difusionista, em que era imediato o celtismo de uma população sempre que surgissem vestígios materiais relacionados com o Bronze Final e com a Idade do Ferro do Centro da Europa. A necessidade de sistematização da intuída realidade céltica e, particularmente, a dificuldade de relacionar os artefactos peninsulares com os centro-europeus, conduziu a uma estagnação da investigação sobre o tema (Ruiz Zapatero 1993: 47-48), que se reflectiu no silêncio ao qual foi votada a Azougada até à década de 60. Será a partir do final da década seguinte e denunciando a influência da corrente funcionalista, procurando-se compreender a utilidade das peças e não a sua origem, que alguns autores defendem, com base nos bronzes e nas armas de ferro recolhidas, que a necrópole da Azougada teria sido escavada (Schüle 1969; Gamito 1988: 25), o que não quadra com os dados actualmente disponíveis, tomando em consideração a arquitectura em evidência, que radica num conjunto de compartimentos de planta rectangular dispostos em torno de um pátio central, para além de que os materiais referidos podem surgir em contextos não-funerários. Apesar da menor importância que tem na investigação, o paradigma etnicista persiste, embora adquira uma tónica regionalista a partir da década de 80, altura em que surgem as primeiras críticas ao conceito unitário de Celtas (Ruiz Zapatero 1993: 51) e em que, concomitantemente, a Nova Arqueologia perspectiva uma nova relação com o meio. É nesta época que a Azougada é publicada em trabalhos de âmbito regional (Lima [1942] 1988; Gamito 1988b), sendo o celtismo da população assumido por Teresa Júdice Gamito, ainda que reconhecendo contributos orientalizantes (1988a: 25-26; 1991). Para além da problemática funcional, outra das grandes questões que a Azougada sempre suscitou foi a do seu enquadramento cultural e a dificuldade na sua análise deriva sobretudo da divisão instituída pela

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investigação peninsular entre uma I Idade do Ferro, localizada na primeira metade do I milénio a.C., de pendor mediterrânico ou orientalizante e uma II Idade do Ferro, balizada na segunda metade do milénio, de matriz continental ou celtizante. A existência de evidências de ambas as «fases» na Azougada acabou por redundar em interpretações divergentes, ambiguamente fundamentadas, matizadas apenas pela crítica àquela perspectiva estruturalista de base etno-cronológica, que acentuou o papel do indígena (e particularmente da área tartéssica) na dinamização dos contactos com o interior peninsular (Arruda, Guerra e Fabião 1995; Fabião 1992: 175177; 1998: 260, policopiado; Berrocal-Rangel 1994: 172 e 209; Arruda 1998: 48-49). Uma nova viragem na leitura da Azougada opera-se no início da década de 80, no contexto da reacção epistemológica às tradicionais bases analíticas económicas da Nova Arqueologia, procurando o Pósprocessualismo outros vectores de abordagem ao passado, que passam particularmente pela interpretação idealista do comportamento humano, valorizando o factor religioso como motor da mudança social. É valorizando os fenómenos de tipo ideotécnico da arqueologia processualista, nomeadamente o smithing god de bronze recolhido, que Mário Varela Gomes advoga que a Azougada seria um santuário (Gomes 1993; 2000). Em suma, o principal problema que afectou a análise fundamentada da Azougada foi o facto de serem particularmente escassos os dados publicados, acrescendo ainda a ausência de um contexto estratigráfico esclarecedor. Na verdade, as peças publicadas desde a década de setenta (sempre com cariz excepcional ou exótico) condicionaram a compreensão do sítio, já que todas as leituras efectuadas acabaram por recair sempre nos mesmos objectos, que não espelham de modo representativo a totalidade do conjunto material recolhido (Antunes 2005). 2. O SÍTIO E O TERRITÓRIO A Azougada localiza-se no actual concelho de Moura, onde ocupa uma pequena elevação que se situa na margem esquerda, muito próximo da foz, do rio Ardila, um dos principais afluentes do Guadiana, que desagua na margem esquerda do seu segmento inferior (Fig. 1). Embora actualmente o assoreamento sofrido pelo Ardila tenha feito recuar o sítio um pouco para o interior do curso do rio, com base na análise da fotografia aérea (Fig. 2) é plausível considerar a sua localização na foz do rio em época Orientalizante e Pós-Orientalizante, altura em que conformaria uma

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pequena enseada, favorável à aportagem da navegação (Antunes 2005; 2008). Este facto é essencial para a compreensão da implantação da Azougada, já que se trata de um pequeno sítio, com pouco mais de um hectare de dimensão, absorvido pelas elevações que o circundam em ambas as margens do Ardila, destacando-se apenas quando acedido pelo curso do Guadiana, já que se impõe como testa-de-ferro na entrada do Ardila. O início da ocupação da Azougada não se encontra estabelecido com total segurança, uma vez que as escavações efectuadas se nortearam mais pela horizontalidade do que pela verticalidade, embora pontualmente tenham atingido níveis de ocupação mais antigos, detectando-se inclusive possíveis momentos de reestruturação arquitectónica. Será necessário proceder a um levantamento sistemático das estruturas, aliado a uma intervenção arqueológica programada, para que se possa fundamentar uma interpretação sobre a evolução arquitectónica do sítio, bem como o seu faseamento concreto. De momento, é possível avançar um início de ocupação centrado na primeira metade/ meados do século VI, possivelmente relacionado com a presença de agentes tartéssicos ao longo do Guadiana, possivelmente motivada pela riqueza cuprífera da região, já que os materiais mais antigos remetem para uma área balizada entre o Baixo Guadalquivir e a foz do Guadiana, onde se destaca Castro Marim. Na verdade, a própria implantação da Azougada distingue-se da dos sítios Pós-Orientalizantes do Vale Médio do Guadiana (como Cancho Roano ou «La Mata», entre outros) e do Baixo Alentejo (como Fernão Vaz, Neves ou Corvo, entre outros), que privilegiam a planície e a proximidade a linhas de água de menor dimensão e caudal. Pelo contrário, a Azougada evoca sobretudo o padrão de instalação do povoamento tartéssico ao longo do Baixo Guadalquivir, particularmente de sítios que têm vindo a ser interpretados como santuários, como é o caso do Cerro de San Juan de Coria del Rio (Escacena e Izquierdo 2001), de El Carambolo (Carriazo 1973), de Carmona (Belén et allii 1997) ou de Montemolín (Bandera et allii 1995; Chaves et allii 2000), ocupados entre os séculos VIII e V a.C., os quais configurariam uma Rota dos Santuários num dos principais rios de acesso ao hinterland, cuja finalidade seria a de orientar a navegação, ao mesmo tempo que lhe proporcionaria protecção, emanada da(s) divindade(s) cultuada(s)- Belén Deamos 2000a; 2000b; 2001. O mesmo panorama pode ser observado no Atlântico, em Abul, implantado no estuário do Sado, ainda que localizado numa paisagem mais aplanada (Mayet e Silva 2000).

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A instalação da Azougada derivaria assim de uma inspiração num modelo divulgado ao longo do Guadalquivir, tendo ficado documentada a influência exercida pela sua bacia nos momentos de ocupação mais antigos do sítio, nomeadamente em alguns pratos, taças e jarros de engobe vermelho (Fig. 4, n.os 15), nos pithoi (Fig. 5), nos lebrillos (Fig. 6), em taças de cerâmica cinzenta (Fig. 7), bem como num prato de cerâmica de engobe cinzento (Fig. 8) que evoca peças de Carambolo (Carriazo 1973: Fig. 389) e da necrópole de La Joya (Garrido e Horta 1978: 196). Assim, a Azougada poderá ter funcionado inicialmente como um estabelecimento-guia (provavelmente um santuário-guia) da navegação na periferia tartéssica, situado precisamente na bifurcação entre uma Rota do Guadiana e uma Rota do Ardila. Embora a navegabilidade do Guadiana se encontre limitada pelo desnível topográfico que configura o Pulo do Lobo, não será de afastar a possibilidade do transvaze da circulação através de um circuito terrestre até um ponto navegável (sistematicamente repetido sempre que se evidenciasse um obstáculo no curso do rio), sendo certamente mais rápido navegar ao longo do Guadiana, mesmo contra-corrente, do que transpor por terra as serranias que, a espaços, aquele atravessa (Antunes 2005; 2008). Na configuração de uma eventual Rota do Guadiana, em que a Azougada poderá ter funcionado como pequeno promontório sacro-comercial, um importante papel teria sido desempenhado por sítios com ocupação orientalizante situados ao longo do curso baixo do rio, que funcionariam como escalas, como Mértola (Rego, Guerrero e Gómez 1995; Hourcade, Lopes e Labarthe 2003) e Castro Marim (Arruda 1983-1984b; 1987; 1997; 1999-2000; 2000; 2003b; Arruda, Freitas e Oliveira no prelo; Freitas, 2005), embora só a publicação dos estudos em curso sobre ambos os sítios possa contribuir para esclarecer esta problemática. Neste contexto resulta sintomática a existência de um local de culto na foz do Guadiana, em Castro Marim, que perdurou ao longo de diversas fases de ocupação do sítio, entre os séculos VII e VI (Arruda 2005; no prelo). Torna-se problemático identificar a(s) possíveis divindade(s) cultuada(s) na Azougada, uma vez que os dados disponíveis para discutir esta questão são escassos. Destaca-se uma pequena placa de xisto com um grifo gravado (Gomes 2001) (Fig. 9), que invoca uma iconografia, uma cultualidade e uma religiosidade orientais ou orientalizantes, adquirindo o grifo características apotropaicas (Jiménez Ávila 2002: 350), sem que se consiga discernir de momento o grau de sincretismo com as crenças indígenas. Neste âm-

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bito adquire um importante significado o cariz indígena dos grafitos inscritos nas taças recolhidas (Fig. 10), remetendo para uma perfeita integração local das práticas cultuais assumidas. As peças com grafitos poderão remeter para uma funcionalidade cultual, como veículos de oferendas à divindade. A semelhança da cultura material da Azougada com a do Médio Guadiana é evidente, em particular com alguns dos elementos recolhidos em Cancho Roano, sítio associado por Sebastián Celestino Pérez a uma divindade feminina, possivelmente AstartéTanit. Esta vinculação é fundamentada pelo investigador pela existência de teares nos dois santuários mais recentes, acrescendo ainda os objectos de adorno e de tocador, a escassez de armas e a importância da presença da água no local, bem como o modo como ela se articula com o edifício (2001: 35). Na Azougada é também muito significativa a quantidade de cossoiros, frequentemente decorados e de objectos de adorno, nomeadamente de contas de colar de cerâmica e de pasta vítrea, conhecendo o armamento uma escassa presença. A água assume igualmente uma grande importância na implantação do sítio, já que se situa na confluência de dois importantes cursos fluviais, acedendo directamente ao Ardila. Para além disso, destaca-se a sua localização na margem direita do denominado Barranco da Azougada, que conhece actualmente um nível de enchimento elevado em períodos de pluviosidade. A Azougada encontra-se assim envolvida por uma espécie de espelho de água natural, delimitado pela articulação do Barranco da Azougada com o Ardila (Fig. 11). Parece distinguir-se a execução de um modelo arquitectónico comum no Pós-Orientalizante, no qual a água adquire um papel determinante, envolvendo os edifícios erigidos, estando presente de forma natural, no caso da Azougada, ou artificial, como por exemplo em Abul, «La Mata» del Campanario ou Cancho Roano, onde preenche um fosso, ainda que se possa discutir a sua funcionalidade defensiva ou ritual. De qualquer modo, os dados disponíveis não permitem per si alcançar uma conclusão fundamentada sobre o culto efectuado na Azougada. Mesmo em Cancho Roano, os elementos conhecidos reportamse às duas fases mais recentes do sítio, não sendo linear uma fidelidade cultual à mesma divindade desde a sua fundação, sendo pertinente neste âmbito recordar que se regista uma alteração da forma dos altares de Cancho Roano B para Cancho Roano C (Celestino Pérez 2001). Ao longo do século VI, a aparente crise que perpassa na área tartéssica originou uma quebra nos

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contactos através do Guadiana, obrigando a que toda a área situada entre os cursos Baixo e Médio do rio adquirisse uma maior autonomia, testemunhada na individualidade da produção local, que se inspira nos cânones das importações orientalizantes, reinterpretando-os, sendo notória a similitude da cultura material de ambos os segmentos do rio no século V (Antunes 2005; 2008). Se se admitir um móbil sacro-comercial para a fundação da Azougada associado à importância da sua localização na foz do Ardila como elemento de uma eventual Rota do Guadiana, questiona-se que consequências terá tido a desvinculação da bacia do Guadalquivir e a quebra de contactos com o curso inferior do rio na ocupação e na vocação do sítio. O papel simultaneamente sacro e comercial que a Azougada terá desempenhado deixou de fazer sentido a partir do momento em que se eclipsam tanto as transacções comerciais como a decorrente necessidade de palcos neutros que as albergue e proteja. Aliás, de um ponto de vista conjuntural, assistese a um progressivo processo de dessacralização aristocrática ou das elites entre o Orientalizante e o Pós-Orientalizante, atendendo sobretudo ao desaparecimento dos thymiateria dos registos arqueológicos a partir de meados do século VI, uma vez que aqueles constituem elementos sacros por excelência, em virtude do fogo purificador que exalam (Jiménez Ávila 2002: 206 e 383). Mesmo em Cancho Roano as reestruturações arquitectónicas recentes do edifício alcançam a área que havia mantido um cariz sacro em reformulações mais antigas pela sobreposição de altares, condenando-a (Rodríguez Díaz 2004: 596). O maior isolamento a que o segmento intermédio do Guadiana foi votado na primeira metade do século V terá eventualmente potenciado a formação de células de poder rural, associada a um processo de senhorialização e de secularização, idêntico ao que parece constatar-se no Médio Guadiana (Jiménez Ávila 1997: 151; Rodríguez Díaz 2004). No entanto, na Azougada perduram os elementos sacros, a par dos aristocráticos, sendo aliás significativo que mesmo nos seus momentos finais de ocupação, no primeiro quartel do século IV, se registem peças usualmente identificáveis em necrópoles e altares votivos da Alta Estremadura e da Meseta, caso dos vasos com decoração de gomos (Fig. 12). A sacralidade deverá então ter sido reformulada, orientando-se para um território mais específico e terá porventura originado uma ritualização distinta, acompanhando um processo de aristocratização que se detecta no conjunto de bronzes recolhido, associado a uma imagética equídea, nomeadamente uma placa de cinturão com dois animais bifrontes (Gomes 2001:

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110) e alguns elementos de arreios (Gamito 1988: 25), bem como em peças que evocam consumos ritualizados, como os espetos (Gamito 1988: 24) ou as cerâmicas áticas, representadas por taças Castulo e taças do grupo do Pintor de Viena 116 (Ferreira 1971; Rouillard 1975 e 1991; Arruda 1997). Entre as peças que documentam uma funcionalidade sacra e aristocrática da Azougada encontram-se ainda a já referida pequena estatueta de bronze, identificado como smithing god, o qual poderia ter encimado um thymiaterion (Gomes 1983 e 2001: 110; Jiménez Ávila 2002: 286-287) e uma pequena roda de bronze (Gomes 2001: 210), que poderá identificar-se com as plataformas rolantes de Cancho Roano, datadas de finais do século V (Celestino Pérez e Zulueta de la Iglesia 2003: 50-51 e 74), embora não seja descartável a possibilidade de ter pertencido a um carro, sinal de status social (Jiménez Ávila 2002: 286287). Outros objectos muitos particulares podem também incluir-se num âmbito votivo, particularmente o cantil de engobe vermelho decorado por dois braços que terminam em mãos (Gomes 2001) (Fig. 4, n.º 6), o qual evoca a iconografia e o simbolismo retratado nos denominados recipientes metálicos «com asas de mãos», dos quais se reconheceu também um exemplar na Azougada (Prada Junquera 1986: 107 e 132; Gomes 2001: 112-113) e que terão funcionado conjuntamente no âmbito de rituais ablutórios, uso que seria possivelmente partilhado pelos jarros de engobe vermelho (Fig. 4, n.º 5) e que remete para comportamentos de elite. De qualquer modo, o modelo desenvolvido não só na Azougada, como também no Baixo e Médio Guadiana encaminhava-se para o fim. Entre os finais do século V e o primeiro quartel do século IV detectamse os contactos com a Meseta e a Alta Estremadura, começando a emergir a Baeturia Celtica, que colocará um ponto final na ocupação da Azougada, bem como no Pós-Orientalizante e no tipo de religiosidade e de cultualidade praticadas. 3.

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Ana Sofia Tamissa Antunes

Fig. 1. Localização da Azougada na Península Ibérica.

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Fig. 2. Implantação da Azougada, observando-se o assoreamento da foz do Ardila. Fotografia aérea (voo de Março de 1988). Esc. 1:15 000. Fiada n.º 87, rolo n.º 88.02, foto 1412. IPPC.

Fig. 3. Vista para a Azougada desde a foz do Ardila.

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Fig. 4. Cerâmica de engobe vermelho.

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Fig. 5. Pithoi.

Fig. 6. Cerâmica de cozedura oxidante (lebrillos).

Fig. 7. Cerâmica cinzenta (taças globulares de perfil ovoide).

Fig. 8. Cerâmica de cozedura redutora de engobe cinzento (prato carenado).

Fig. 9. Placa de xisto com um grifo gravado (apud Gomes, 2001).

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Fig. 10. Taças hemisféricas de cozedura redutora de engobe castanho com grafitos incisos pós-cozedura.

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Fig. 11. Vista para a Azougada (assinalada) e para o Barranco da Azougada.

Fig. 12. Vasos com decoração de gomos.

MESA REDONDA 3 de noviembre de 2005 (mañana, 12:00 h.)

Ana M. Arruda (Universidad de Lisboa) «El área cubierta de Avul son 35 metros cuadrados, lo que me parece poco para una factoría donde tendría que haber habitaciones para que la gente pudiera dormir, comer, y además almacenes donde almacenasen los productos. Por otro lado, no hay nada alrededor de Avul, Avul está completamente aislado, es aquella estructura y nada más, y lo que se ha considerado Avulvé, que es un poco atrás, es un edificio más tardío. Cuando este edificio singular de Avul se abandona y se construye Avulvé, que es un botros, los excavadores, mis amigos queridísimos François y Carlos, lo consideran un área sacra. En este momento tampoco hay nada más en el entorno, apenas el área sacra del siglo V, pero sobre todo quisiera subrayar que los 35 metros cuadrados de área total cubierta no se cuadran, bajo mi perspectiva, con el área de un funcionamiento de una factoría.» Adolfo Domínguez Monedero (Universidad Autónoma de Madrid) «Con respecto a Avul, efectivamente le he comentado a la doctora Ana Arruda que habrá que plantear (yo he aceptado hasta ahora la idea de la factoría), el carácter sacro. Al hilo de lo que ha planteado Carlos, yo el ejemplo que les pongo a mis alumnos en clase para interpretar Avul, precisamente por su carácter pequeño y especial, es el ejemplo que existía en muchos western y que me viene a la memoria: es la casa del agente indio. En todas las reservas que salían en las películas del oeste y sabemos que es un fenómeno, siempre hay una casa, simplemente un edificio, que era el sitio al que siempre van los indios que son muy malos, a comprar el whisky para emborracharse y atacar a los blancos. Ese modelo existía y existe en las reservas, es decir, un pequeño establecimiento, que naturalmente está siendo surtido ocasionalmente, que tampoco tiene que tener un gran tamaño para llevar a cabo un determinado tipo de actividad económica e incluso actividad política.

En esta línea, Avul puede ser un santuario, pero puede ser también una factoría, entendida no como el gran lugar de almacenamiento permanente pero sí un lugar de coerción, es decir, un sitio donde efectivamente hay gente oriental que está permanentemente. Como pudimos comprobar, gracias al estupendo viaje que nos facilitó Ana en el congreso reciente de Lisboa, es fácilmente accesible a través del propio río Sado, por lo que los barcos podrían haber ido depositando allí mercancías y las poblaciones del entorno podían haberse acercado, a intercambiar, a recibir… Es decir, que tampoco es necesario pensar en grandes almacenes como condición indispensable para que exista una relación constante entre distintas poblaciones. El factor religioso probablemente contribuya a darle peso, sin negar que quizá fue la función principal, pero habría que debatir también la función de intercambio. Por ejemplo, Lisboa debió ser un gran centro de concentración de las actividades fenicias, pero en torno a Lisboa, en los estuarios de los ríos, tampoco tiene que haber necesariamente grandes estructuras. Un barco que venga de Cádiz, del estrecho, y vaya o vuelva de Lisboa puede internarse, puede ir dejando productos, es decir, que tampoco hace falta tener un gran stock para garantizar una interacción permanente.» Arturo Ruiz (Centro Andaluz de Arqueología Ibérica) «No pude participar en mayo en un debate que tenía prometido a Sebastián Celestino, sobre Cancho Roano y este tipo de asentamientos pequeños, y su debate sobre si se trata de elementos o ámbitos culturales o ámbitos de poder en términos de residencia, de regias, etc. Hace un momento planteaba Sebastián Celestino algo con lo que no estoy de acuerdo. Creo es imposible separar el espacio arquitectónico de los materiales que contiene. Considero fundamental interpretar el papel de aquellos materiales que están dentro de un espacio en función del espacio en el que se encuentran, si los separamos estamos cayendo en el mismo problema, es decir, estamos leyendo exclusi-

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vamente por lo que son los restos arquitectónicos. Los restos arquitectónicos contienen un material que forma parte de un universo y ese universo es lo que yo creo que el arqueólogo realiza. Por eso me parece muy importante lo que ha dicho acerca de interpretar los contenidos de los espacios pero yo creo que los espacios mismos ya nos están dando una lectura, nos están ofreciendo una posibilidad de interpretación. Carlos Gómez comentaba algo que a mí me parece importantísimo, que es el proceso histórico del que estamos hablando; estamos hablando del siglo VII, del siglo VI y del siglo V y en este siglo V que es justo cuando se muestra, si no recuerdo mal, la imagen de Cancho Roano en su máximo esplendor. Sería muy interesante trabajar no solamente con el tema del tiempo sino con el tema del espacio y sobre todo la territorialidad: ¿cuál es la articulación territorial que presenta Cancho Roano en su entorno, es decir, ¿tiene relación con poblados? En el caso del Palomar que se citaba aquí esta mañana, ¿cuál es la relación en el siglo VII, en el siglo VI, en el siglo V, con Medellín? Los otros asentamientos que hay, ¿son de la misma escala?, ¿son de una escala menor?, ¿hay asentamientos agrarios que articulen o se articulen con este tipo de asentamientos? Es evidente que la lectura que hagamos del territorio nos va a decir que estos sitios no están solos. Yo no creo, al menos no me ha parecido leer esa interpretación de lo que habéis dicho tanto Ana María como Sebastián, que estos sean sitios exportados, es decir, sitios que los fenicios han construido allí. Ese es un debate que está trasladado al bajo Guadalquivir pero creo que vosotros estáis planteando que es una cuestión plenamente indígena, y si es indígena tiene mucho que ver con la estructura territorial y tiene también mucho que ver con la organización social en la que se mueve este marco político que definen este tipo de asentamientos. Estamos hablando de una sociedad que tiene un planteamiento dinástico del poder y lo hace de un modo yo diría que un poco primitivo y en cierta manera rural y este factor rural, que está presente en la ordenación territorial de casos como Cancho Roano, de alguna forma tendría que explicarnos el porqué de esta dinámica. Todavía existe un concepto muy lejano a lo que vamos a ver luego en el siglo V con las formas heroicas de los grupos gentilicios iberos. Aquí todavía está muy fuerte el peso de lo dinástico, el peso incluso de elementos de plan cónico que habría que analizar antropológicamente en este tipo de estructuras arquitectónicas. Por lo tanto, lo que quería de alguna forma es resaltar es que en un mundo que es periferia de Tartessos, estas aristocracias locales difícilmente creo que puedan separar en el es-

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pacio lo que es sus elementos de culto de sus elementos de representación política del poder. Por lo tanto, estos espacios podrían representar muy bien, y así lo planteé en aquella reunión, la idea de un palacio de tipo rural en la que todavía ni mucho menos se ha estructurado la idea de la ciudad, pero que sí que trasladan lo que son esos elementos de poder que han aprendido de algún modo del mundo oriental y que les cuadra bien con el sistema, antropológicamente hablando, de la sociedad en la que viven.» Sebastián Celestino (Instituto de Arqueología de Mérida) «Son muchas cuestiones distintas. En cuanto al edificio en sí, decía que, aunque evidentemente la arquitectura no era solamente la que definía la adscripción de un edificio, si es un palacio, o si es un santuario, sí hay elementos estructurales como pueden ser los altares, etc. que también inciden en esa cuestión. Los materiales son fundamentales, es decir, hay materiales que uno puede adscribir al mundo aristocrático o al mundo religioso, pero dentro de esos materiales también hay algunos que están muy relacionados con el culto que solamente podemos adscribir o deberíamos solamente adscribir al mundo religioso. Como esta es una cuestión que me la han planteado mil veces pues claro tengo respuestas para todo, pero yo me quería referir un poco a lo que es el último momento. Es verdad que se dice que el momento de esplendor de Cancho Roano puede ser el último momento. En realidad es el momento espectacular, es decir, donde aparecen los mejores materiales, porque se deja todo in situ, se cierra el lugar, se sella y, por lo tanto, ha llegado hasta nosotros en unas condiciones envidiables, pero arquitectónicamente son de mucha mejor calidad los edificios infrapuestos que el último edificio, es decir, ha habido un deterioro arquitectónico, por decirlo de alguna forma. Parece que se ha dejado un poco más de lado ese aspecto. En Cancho Roano el yacimiento ha sido tan importante, tan espectacular, que se ha centrado toda la información, toda la investigación, en el propio edificio y es cierto que hasta que no hemos hecho en los últimos años prospecciones del territorio, para justificar de alguna manera por qué estaba eso allí, no se ha visto cómo se articula el territorio. Se han hecho intensivas prospecciones tanto alrededor como en todas las sierras que rodean el valle de la Serena: no hemos encontrado absolutamente ni un solo oppidum que pueda articular un poco ese lugar, que pueda ser un referente del lugar. Sí se han detectado pequeños

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poblados, muy pequeños, modestísimos poblados en el entorno: los hay del siglo VII, del siglo VI, del siglo V, es decir, contemporáneos a cualquiera de las fases de Cancho Roano. Aunque quizá algún día aparece a 15 km donde no hemos llegado con las prospecciones un poblado como el Palomar o un lugar indiano que sí pueda tener una relación con Cancho Roano, por el momento no tenemos nada. No hay oppidum, Medellín no es un oppidum, Magacela no es un oppidum, la alcazaba de Badajoz no es un oppidum; ¿por qué?: porque no hay murallas, porque no hay estructuras que nos digan que aquello es un oppidum organizado. Aparecen simplemente algunos materiales dispersos que son de muy buena calidad lo cual quiere decir que hay edificios que son singulares o algún espacio singular pero no hay ninguna articulación como la que existe en el Guadalquivir. Un tema que es muy importante es que en Cancho Roano conocemos lo que pasó, cómo se quedó el último día, quiero decir que hubo una ritualización. Es muy difícil pensar que un sistema aristocrático pueda articular ese final de un edificio, no solamente el interior del edificio sino que en el foso aparecen decenas de animales sacrificados en el interior, arrojados con un ingente material cerámico, de cerámica común, con vasitos pequeños todo miniaturizado o en gran medida con miniaturas. Esto quiere decir que ha habido una hecatombe en el último momento y hay dos espacios diferenciados: el espacio exterior donde está ese pozo en el que se produce esa hecatombe y el espacio interior donde seguramente se haya llevado a cabo un banquete, a juzgar por todos los materiales que aparecen muy relacionados con él. A mí me cuesta mucho pensar que un poder político sea capaz de articular una población alrededor, por muy pequeña que sea, para cerrar un edificio, sellarlo y preservarlo a no ser que tenga una idea religiosa muy potente, lo cual no quiere decir que ese personaje no pueda estar posiblemente relacionado con una aristocracia que esté situada en un núcleo urbano mucho más grande.» Filippo Coarelli (Universidad de Perugia) «Non vorrei essere nominalista però non si sa bene cosa è un santuario. Siamo in grado de identificare santuari? Forse vale la pena di fare anche l’ánalisi delle parole che usiamo. Santuario non è una parola antica, cominciamo a dire questo, infatti se proviamo a tradurla in latino e greco, troviamo eventualmente Heron, fanum, forse lucus, mentre santuarium è una parola tardo antica. Infatti se santuario è una parola tardo antica che indica in genere el santa san-

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torum di una chiesa, dobbiamo semplicemente dare un contenuto a una parola moderna di cui abbiamo bisogno per definire delle realtá che altrimenti non saremmo in grado di definire. Santuario indica tutto il sacro, allora dico subito che il sacro come noi intendiamo non è il sacro antico, faccio l’esempio che conosco meglio, Roma. Il problema del sacro, in latino, sopratutto in latino arcaico, già Varrone non lo capisce più, è molto più complesso e ricco di quello che noi siamo in grado di definire, vuol dire che per loro l’ambito del sacro era più importante che per noi, probabilmente. Ci sono credo trenta parole diverse per dire cammello in arabo. Che differenza c’è fra sacer, sanctus e religiosus?, siamo sicuri di saperlo? Sacer è quello che è stato ovviamente sacralizzato in genere dai pontefici ed è che noi chiamamo sacro, ma sanctus? E religiosus? Sono nell’ambito del sacro o no? Sono diverse categorie del sacro che noi non siamo più in grado di definire? Per esempio, un tempio, è un santuario? A Roma in età tardorepublicana, per esempio, non si sono santuari sostanzialmente. Ci sono templi, ma chiamamo in genere santuari posti como Palestrina, Tivoli, il tempio di Ercole, cioè edifici complessi più grandi fuori dalla città, che hanno una funzione più complessa che comprende anche dei templi. Questo potrebbe essere una prima definizione di santuari. In genere gli archeologi trovano frammenti; come facciamo a deffinire se è un santuario in questo senso o magari invece un tempio? Ma anche tempio è una parola equivoca perchè in realtà i romani non lo chiamavano templum, aedes, oppure delibrum, e c’è una triplice categoria di edifici nel diritto romano che è fanna, templa e rubra, tre definizioni per cose che noi non sappiamo che cosa sono esattamente. Fanum potrebbe essere anche quello che noi chiamamo santuario ma spesso è uno spazio consacrato senza tempio di carattere molto antico spesso sostituito da un tempio nel senso nostro cioè da una aedes in senso latino; templum significa semplicemente spazio delimitato da una operazione augurale. Templum e aedes possono essere la stessa cosa oppure no. Una aedes può essere un templum e insieme una aedes, per esempio il tempio di Vesta è una aedes e non un templum mentre il santuario di Giove Capitolino è un templum e una aedes, cioè è inaugurato e consacrato. Quando noi usiamo una temilogía semplicistica, moderna, come santuario dobbiamo anche stare attenti ai contenuti che poi ci versiamo dentro perchè in fondo la realtà antica per cuanto riguarda gli spazi sacri è molto più complessa, il sacro è più complesso e quindi dovremmo trovare parole o usare quelle antiche. Una ultima cosa molto rapidamente. Noi facciamo continuamente dei confronti, l’archeologo come lo storico delle religioni come

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l’antropólogo utilizza necessariamente la comparazione, ma quali sono le regole del confronto? Quando noi parliamo d’influenza, che cosa intendiamo? Una malattia che si trasmette tramite virus o un fatto culturale, e chosa significa influenza? Come si trasmette? Per contatto, per contatto culturale... Le cose si trasmettono fra omologhi perché per esempio i fenici sono venuti in Spagna e quindi hanno portato i loro modelli, una difussione lineare, appunto un modello della diffusione però c’è un’altro modello che è quello della convergenza, cioè cose analoghe accadono indipendentemente. Su questo non c’è dubbio, lo possiamo constatare perchè, per esempio, le favole russe medievali, sono identiche alle favole italiane ed è sicuro che non c’è diffusione, contatto. Perchè questo è possibile? La mia risposta è una risposta marxista, se ne avete una migliore l’accetto subito. La risposta e: analoghe situazioni socio economiche producono soluzioni simili soprattutto in società molte antiche. Se questo è sbagliato noi dobbiamo smettere di fare confronti e raggionare solo all’interno di singole realtà, cioè smettere di ragionare.» Sebastián Celestino (Instituto de Arqueología de Mérida) «Quisiera solamente matizar un poco lo que es la terminología que se ha empleado. Es cierto que es difícil de calibrar lo que es un santuario sobretodo en el momento que estamos hablando, no estamos hablando en época histórica sino protohistórica. La definición de santuario evidentemente es un término que tenemos que usar con cautela igual que el de palacio porque no se ajustan exactamente a lo que conocemos en época posterior, pero santuario no es un lugar exclusivamente religioso, de hecho se ha incidido muchísimas veces que el santuario es un lugar donde también se hace una transacción comercial. Existe como un lugar donde se puede hacer cualquier tipo de transacción, con la propia divinidad la que sentenciando ese intercambio. Se puede interpretar cómo se interpreta en el mundo próximo oriental. Luego está la parte más complicada de toda la cuestión: no hemos dicho en absoluto que los fenicios sean los que construyeron ese edificio, lo que si decimos es que se olvida muchísimas veces que cuando en el siglo VI o mediados del VI-V no existen ya los fenicios como tales (estamos hablando de la 3ª, la 4ª generación de fenicios que son absolutamente indígenas) sí mantienen una tradición que puede ser preferentemente arquitectónica. Que mantengan sus propias tradiciones no significa que sean fenicios, han pasado muchísimos años ya.»

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Juan Blánquez (Universidad Autónoma de Madrid) «Bien, yo quería solamente matizar un aspecto que quizás no ha quedado claro. Naturalmente que se producen en la historia de la humanidad fenómenos de convergencia pero también a veces hay fenómenos de influencia, y claro hay una tozuda realidad arqueológica que estamos viendo y, en casos concretos de la península ibérica, vemos como en los siglos VIII y VII hay asentamientos que podemos identificar como de procedencia. En ese sentido, no tenemos entonces que recurrir a un fenómeno de convergencia sino determinar el grado de influencia, lo que se dice interacción. Tenemos asentamientos de carácter ajeno, es decir, orientales, que están aquí viviendo y que pueden potencialmente provocar un grado de influencia. Eso no invalida ni la personalidad del mundo indígena ni surgimientos de multifocalidad, eso por supuesto, pero hay un fenómeno que está aquí presente. Por tanto, determinar cuál es el grado de influencia y en qué aspectos, eso yo lo veo interesante. No hay que olvidar que analizamos como arqueólogos la planta de un edificio y en efecto, unido a la cultura material, hay un diálogo. La estrategia, el plan preconcebido, es posible, pero antiguamente se hace un edificio para que funcione. Entonces lo que encontramos dentro tiene que tener una lógica, la podremos averiguar o no y esa lógica a su vez es un reflejo de un tipo de estructuración social. Esto nos está ayudando a ver cómo está desarrollándose y estructurándose esa sociedad en función de unos potenciales usos dentro de un edificio: usos que la arquitectura permite y que la cultura material cuantifica. Cuando coinciden todas esas cosas podemos establecer una propuesta de evolución social, de progreso hacia el mundo urbano o hacia donde fuera.» Emanuele Greco (Scuola italiana di Atene) «A proposito del concetto di influenza, sopratutto in Magna Grecia dove abbiamo un problema di rapporto tra greci, indigeni, che ormai ha riempito centinaia di pagine, il concetto d’influenza a un certo punto è stato soppiantato dalla cultura che ha dominato a partire dal congresso di studi storici del 64, l’antropologia britannica ha inventato il culture change. Abbiamo fatto un convegno a Taranto nel 90’, è più operativo il concetto di frontiera come luogo de interscambio culturale. Personalmente come mi ha insegnato il mio maestro e lo trovo ancora valido, trovo molto più utile leggere la frontiera cinese di Owen Latimore che un libro meraviglioso non centinaia di rapporti dei nostri colleghi archeologi. Descrive la frontiera come qualcosa di plastico, di mobile, dove ci sono gli scambi.»

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Joaquín Ruiz de Arbulo (Universidad de Lleida) «Contestando un poco al profesor Carandini, yo quisiera llamar la atención sobre todo a los colegas que vienen de Italia en el sentido de que se den un poco cuenta que estamos ante la misma realidad: la regia de Murlo y lo que es una regia, qué es un anactorom, nosotros utilizamos también esas palabras. La regia de Murlo es el santuario, la sede de la confederación del norte. Dando toda la razón al profesor Coarelli con el problema de la terminología, tenemos la obligación de buscar o de definir cuáles son esas reglas de funcionamiento. Una de las primeras cosas que puede sorprender a los que venimos de otras regiones es la similitud de los elementos. Cuando nos mostraban estas salas con esos altares centrales, ¿eso era un megarum micénico, la misma estructura? La misma estructura me recordaba a las preciosas restituciones que el profesor Carandini nos enseñaba ayer: él nos hablaba de la fundación de Roma, veíamos los anquila colgados y a todos se nos caía la baba, pero es que en estas habitaciones que hemos estado viendo en Coria, en el Carambolo, es lo mismo. Por tanto, creo que si que podemos buscar (no sé con qué términos, pero ese es nuestros trabajo) qué es lo que está provocando todos estos elementos, estas similitudes, en la sesión que estamos viendo ahora es el orientalizante, algo tiene que haber de relación entre unas y otras.» Ana M. Arruda (Universidad de Lisboa) «Hablando de la cuestión que ha levantado el profesor Ruiz, yo no tengo la certeza de que la teoría de Varlenstain del centro periferia, de economía mundo, se pueda aplicar completamente a las sociedades protohistóricas porque ha sido un modelo que ha sido creado para el siglo XVI; para la antigüedad depende siempre del punto donde nos colocamos para ver si estamos en el centro o en la periferia. Efectivamente en el siglo XVI el modelo europeo es clarísimo pero, para la antigüedad y la época romana, no se puede aplicar desde mi punto de vista. Pido disculpas a los especialistas de esa época que están presentes. En el reinado de Augusto, si pensamos en la Lusitania y Roma, las periferias nuevas fueron el centro o al menos todo lo que era próximo en Lusitania desde el punto de vista de más valía para hablarnos en términos marxistas. Entonces como expone Varlestain, no son necesariamente para abastecer el centro. Yo creo que, por tanto, para la antigüedad, el modelo varlensteniano de economía mundi puede no ser lo más adecuado. Efectivamente surge toda la cuestión de los modelos y del lenguaje en que hablamos: estamos siempre hablando de una forma un poco anacrónica porque separa el

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mundo griego y para el mundo romano conocemos más, pero no conocemos tanto de momentos muy anteriores, por tanto estamos navegando en aguas que no conocemos del todo. Me parece que efectivamente un santuario es una cosa distinta de un templo, que un santuario puede tener, como ha dicho mi colega Sebastián Celestino, una función que no es la función de un templo. Un templo, según el diccionario de la Academia portuguesa, por ejemplo, es un lugar al que se desplazan las personas unas veces a la semana o todos los días, depende, para orar. Un santuario probablemente puede no ser exactamente lo mismo, pero tenemos que dar nombres a las cosas que estamos descubriendo y para dar nombres, utilizamos los más adecuados dentro de los que tenemos en nuestro lenguaje actual. Sobre los problemas de aculturación, mundo tartésico-mundo fenicio, pienso que es relativo al valle del Guadalquivir. Me parece muy difícil que una comunidad indígena, con tan poco tiempo de contacto, sea capaz de construir santuarios a la manera fenicia porque eso implicaría conocer, además del rito y el culto, toda una teología e ideología, además de la lengua. Esto me parece imposible que pueda hacerlo una comunidad indígena del bronce final que acababan de entrar en contacto con este mundo, con una estructura mental totalmente desconocida. Es cierto que hay estatuas de Astarté en Carambolo, pero hay todo un conjunto de estructuras que parecen muy orientales desde el punto de vista constructivo, desde el punto de vista de planos, y me parece muy difícil que en tan poco tiempo una comunidad indígena empiece a hacer santuarios o espacios cultuales. Cuando pasan 300 años, más o menos lo que actualmente nos separa del siglo XVII, es mucho tiempo, son muchísimas generaciones de gente que está mezclada: ya no hay ni fenicios ni tartésicos, desde el punto de vista del siglo V o del final del VI. Por otro lado, quería llamar a la atención sobre que cuando se define un edificio o una estructura en una excavación arqueológica, con una determinada funcionalidad, eventualmente más dedicada al culto u otra más dedicada a actividades domésticas, hay todo un conjunto de cosas que justifican esa atribución a una determinada funcionalidad y no únicamente un altar, una pared pintada de rojo o un pavimento. Sebastián y yo misma debemos poner cuidado de no caer en esa tentación.» José Ortega «Me gustaría añadir otro elemento a lo que está hablando ahora la doctora Arruda, y es que estos

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espacios rituales, sagrados, sacros, como se quiera decir, tienen una función que curiosamente nadie ha mencionado y es fundamental: la función propagandística para el exterior. Si bien es cierto, que como dice la doctora Arruda, es imposible que una persona de un día para otro aprenda a construir de una forma distinta, con decoraciones completamente desconocidas, quizá la cuestión no sea la construcción sino el concepto. Ese concepto arquitectónico no se ha aprendido de un día para otro, efectivamente, pero sí tiene una labor propagandística, es decir, sí sirve para que el que no está integrado en esa comunidad quiera de alguna forma conocer esa comunidad. Esto sí hace el efecto multiplicador, duplicador, de esa arquitectura y además la hace desde un punto de vista de la élite, del ritual, o desde otro punto de vista que podemos ir al campo de lo ideológico. Creo que ese un elemento que aún no estaba en debate y que tal vez tiene un interés. Por otra parte está la cuestión de las cronologías. De hace un tiempo para acá ya sabemos que el siglo VIII no es el primer momento de contacto con Oriente con lo que sí ha habido tiempo y generaciones para ir asimilando elementos. A lo mejor sí se pueden ir viendo esos elementos tempranos con anterioridad y, sobre todo, las cuestiones arquitectónicas en las que, como digo, la cuestión propagandística, la cuestión ideológica se transmite muy deprisa. Es mucho más difícil asimilar el valor de Astarté o el valor de Melkart como Dios protector, o como Dios de lo que sea, que copiar, imitar un edificio o unos símbolos.» Ana M. Arruda (Universidad de Lisboa) «Una frase muy cortita: primero cambia el elemento económico, después el social, y después de mucho, mucho, mucho... el mental.» Arturo Ruiz (Centro Andaluz de Arqueología Ibérica) «Yo no lo había planteado en el sentido más clásico de las tesis de Valderstein con respecto al tema de centro periferia pero sí lo había entendido efectivamente en que yo, al menos, interpreto que hay una relación centro periferia cuando hay un núcleo de poder definido y parece ser que lo hay en el bajo Guadalquivir. La prueba es que cuando vosotros mismos hacéis la descripción miráis primero el bajo Guadalquivir y luego os marcháis al Guadiana o hacia Portugal. Quiero decir que básicamente lo que sí

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que trataba de señalar en mi intervención es que la crisis que sufre el bajo del Guadalquivir a finales del siglo VI va a cuestionar todo el modelo económico (que lo hay, y seguramente social), que estaba ordenado de alguna forma hacia la zona de Extremadura y hacia la zona de La Mancha. No olvidemos que también ahí hay una conexión con el mundo manchego y las excavaciones lo están confirmando. Es evidente que además, lo digo por propia experiencia, el alto Guadalquivir sufre a partir justo de ese momento una verdadera remoción desde el punto de vista político y económico, es decir, lo que representa el final del siglo VI cuestiona de alguna manera el modelo general que habíamos conocido en el sur de la península y la parte oriental de Andalucía de alguna forma es la benefactora de esta nueva situación sociopolítica que se ha creado. Y desde luego entra en crisis, entiendo, lo que haya en la parte de Extremadura como lo que seguramente haya en el Alentejo. ¿Qué es lo que provoca esa crisis?: yo creo que es un proceso de señorialización, es decir, hay una tendencia cada vez más fuerte a aislarse de estos pequeños aristócratas en sus regias o en sus espacios arquitectónicos incluso en algunos momentos puede darnos la impresión de una monumentalización un poco «acatetada» , en cierta manera. Se está viviendo marginalmente el proceso y como en otros ejemplos donde tenemos residencias principescas de este tipo, aunque muy diferentes, pero donde también vuelve a fracasar. En este caso Cancho Roano deja de existir a finales del siglo V si no recuerdo mal, pero estaba pensando también en las situaciones que se crearon en el Bajo Ebro con las residencias principescas que han aparecido allí y que también en cuestión de 50 años, hacia mitad del siglo VI, entran en crisis. Es decir, creo que estamos asistiendo a un modelo, por un lado, tendente al desarrollo de un urbanismo que no es la ciudad. Coincido con E. Greco en que no estamos hablando todavía de la ciudad, pero sí estamos hablando del urbanismo en el sentido de construcción de la naturaleza por decirlo de algún modo. Estas experiencias de tipo celular que aparecen con las residencias principescas aisladas, con principios desde un punto de vista teórico y político en el que se marca el distanciamiento con respecto al resto de la sociedad, (cuando precisamente lo que vamos a asistir a un mundo basado en fórmulas) es lo que cuestiona de algún modo la crisis de estos modelos que quedaron como una experiencia válida, seguramente, pero válida siempre entre comillas, porque no consiguieron validar una alternativa en lo que eran los sistemas urbanos de la península en el siglo VI y en el siglo V.»

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Manuel Bendala (Universidad Autónoma de Madrid) «Me gustaría hacer un breve comentario, sobre todo pensando en nuestros amigos extranjeros que conocen menos, por no estar pendientes cada día de los hallazgos que se realizan en España alguna idea sobre esta visión de lo orientalizante tal como se empieza a percibir ahora porque estamos diciendo cosas que, como decía el profesor Carandini, no las ven muy claras. Yo pienso que están más claras de lo que vemos, me refiero en relación con lo orientalizante o lo fenicio. En el panorama actual de los conocimientos, insisto que todos los españoles que nos encontramos aquí conocemos esto algo mejor, de cómo se ve la presencia fenicia en los últimos años después de la investigación, hay un dato principal que es la valoración muy importante de los viejos centros como Gadir, etc. que está claro, ¿no? Hay una proyección que se ve desde el inicio en el caso de Doña Blanca de una fuerte compenetración con la población existente como demostraría la posibilidad de que desde muy pronto hubiera núcleos de un importante poblamiento, en el que se nota que hay liderazgo cultural, político y económico fenicio pero una convivencia y una implicación bastante antigua con población local. Luego lo que se ve muy bien es esta enorme expansión de lo fenicio o de lo orientalizante en general tanto hacia el interior en el valle bajo del Guadalquivir, Extremadura, etc. como el mundo atlántico, y el mundo mediterráneo. Se explica por dos fórmulas principales: una, por el reconocimiento de asentamientos fenicios en lugares que hemos creído «indígenas» hasta ahora como puede ser Hispalis, Sevilla, que se piensa hoy día que es más bien una colonia fenicia al comienzo de donde era el curso antiguo del Guadalquivir y en ese sentido lo que hay allí es fundamentalmente fenicio. Carambolo sería claramente fenicio y luego la presencia, que es muy importante, de grupos de fenicios que se incorporan a poblamientos, ciudades, o como lo llamemos de carácter local. Es el modelo del barrio fenicio, el modelo de conventus quirium romanorum tal como hace Roma, que instala un grupo de personas en un lugar para desarrollar una serie de actividades económicas, políticas, de control territorial compartido. Este modelo tiene seguramente, como en Carmona , la idea de un santuario, o, si se prefiere, de un punto sacro como referencia aglutinante, quizá como definitoria de la etnicidad del grupo que se instala en una ciudad ajena en un principio. Esto es lo que defiende Estrabon cuando habla de su época y dice que las ciudades de la Turdetania están pobladas por phoiniqués. Está hablando de la Turdetania con turdetanos pero a su vez con una

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presencia de lo fenicio y de lo púnico importante. Evidentemente en el siglo V ya no es una población que se pueda decir ni fenicia, ni tartésica o turdetana, es un hibridismo, por otra parte consustancial a la ciudad, en el que habrá elementos predominantemente digamos fenopúnicos y elementos predominantemente turdetanos si es que podemos reconocerlos, porque cada vez es más difícil. Por otra parte, como me apuntaba el profesor Carandini, es cierto que muchas de las cosas que estamos viendo ahora como el propio Cancho Roano u otros lugares no somos capaces de insertarlos en un cuadro explicativo satisfactorio, tanto por la falta de datos de carácter territorial, de conocimiento del terreno, como por el hecho de tener la dificultad de no contar con testimonios literarios como sí cuenta, por fortuna, el mundo itálico o el mundo griego. Hay un vacío difícil, pero empiezan a funcionar modelos. Hablaba ahora Arturo Ruiz del modelo de un centro focalizado en un mayor desarrollo urbano en el valle bajo del Guadalquivir que es capaz de generar, sobre una base de un mundo fenicio, un santuario empórico como puede ser el caso de Cancho Roano o cosas parecidas con una función de control de vías de comunicación territorial, económico, etc.. Puede funcionar o al menos provisionalmente, pero es cierto que los detalles de la estructuración del territorio, los detalles de la articulación en núcleos de mayor o menor escala, no lo conocemos todavía. Estamos en una fase digamos sorprendente de la cantidad enorme de datos pero falta todavía de una serie de elementos para construir un cuadro explicativo.» Carlos Gómez Bellard (Universidad de Valencia) «Decía Sebastián hace un momento que después de tres o cuatro siglos, ya no son fenicios, ya no son tartésicos, son otra cosa. Yo creo que mucho antes, quiero decir, que, aunque en muchos sitios y en otros no, porque el proceso fenicio no es lo mismo en Oriente que en Occidente, desde el Mediterráneo central hacia aquí, el proceso de mezcla fenicios-indígenas es continuo en todos los sitios. No se mantiene una pureza y creo que, como ha dicho el profesor Bendala, en Andalucía es uno de los casos que estamos viendo con mucha mayor claridad. Hay una palabra que la arqueología, que los arqueólogos anglosajones usan con gusto en la arqueología postcolonial que es precisamente la que tu has pronunciado: «hibridización». Es decir, lo que se crea es una cosa distinta, lo que pasa es que no es fácil siempre definirlas bien y de asimilarlas. También remito a problemas que puedan haber en la Magna Grecia y en Sicilia, pero esa reluc-

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tancia a aceptar, por ejemplo, la investigación anglosajona y alemana, la mezcla, sobre todo de los griegos; al fin y al cabo los fenicios eran otra cosa , pero de los griegos con las indígenas, es una cosa que es absurda y que la arqueología está demostrando cada vez más que no tiene sentido.» Juan Blánquez (Universidad Autónoma de Madrid) «El término “hibridación” está muy bien porque es nuevo y siempre gusta, lo nuevo gusta mucho. Recuerdo cuando en el mundo ibérico surgió el término de edificios “singulares”. Todos nos enamoramos, hasta que dijimos, bien: es “singular”, ¿que quiere decir?: que es diferente a la media, diferente a lo standard, diferente a lo que hay, ¿y qué es lo que es?, no es singular, y hacíamos ahí un enroque. Igual pasa con lo híbrido, en efecto, híbrido lo que nos está diciendo con una gran tranquilidad terminológica es que ya no es fenicio, ya no es púnico, ya no es postartésico pero, ¿qué es?: híbrido, bien, pero entonces, ¿qué es el híbrido? Lo tendremos que hacer cuando conozcamos más datos pero yo solamente llamo la atención sobre un tozudo dato: la analítica de los huesos, de los enterramientos, de cremaciones, que en el mundo ibérico se han hecho ya más de 600 análisis. Suponiendo que hubiera un error, del 35%, por ejemplo, el caso es que hay mujeres, hombres y niños y tenemos un porcentaje de esperanza de vida, decimos, mundo ibérico, siglo V y IV. Alejándonos en el tiempo, pero sin perder de vista ese dato, M.ª Eugenia Aubet analiza en Setefilla y nos da un espectro de esperanza de vida, de mortalidad, parecidísimo en un noventa y tantos por ciento al de dos siglos después. Esa similitud de repetición la tiramos hacia el mundo del siglo VIII, del siglo VII y nos damos cuenta en efecto que en un siglo, han pasado 4-5 generaciones, en 3 siglos han pasado 15 generaciones. Pensemos qué somos nosotros de lo que éramos hace 15 generaciones y nos va a dar carne de gallina, es decir, la hibridación quiere decir que, en efecto, no nos vale el estereotipo del fenicio, del cananeo, por ser más correcto, el estereotipo del púnico. Está claro que no son modelos únicos, no existe el fenicio tal cual, el púnico tal cual, pero si cedemos un poco, por los lados, nos damos cuenta que lo que aquí se está viviendo en los asentamientos de claro carácter urbano costero más hacia el interior es una hibridación, es decir, no es una repetición clónica de lo que ha venido porque lo que vino tampoco fue clónico, sino que es algo distinto que tenemos que caracterizar con nuevos datos. Eso que caractericemos tendrá tanta personalidad, mejor o peor, que lo que ha venido, pero

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está claro que estará influido, no determinado, pero sí influido en aspectos importantes porque hay una herencia no repetitiva mecánicamente pero sí está ahí. Lo que está pasando en Carmo en el siglo VI antes de Cristo tiene ya la posibilidad de unas 18 generaciones de gentes que cuando llegaron venían de Oriente. Esto un poco ya parodiando ¿qué es más español si un nazarí o un Borbón?, por crear polémica.». Emanuele Greco (Escuela Italiana di Atene) «Solo una parola. Io credo che il concetto di ibridizazione, è esatamente quello que io ho prima chiamato frontiera. Gli studi antropologici sulla frontiera dimostrano che la cultura della frontiera è un terzo elemento che partecipa dei due elementi a contatto. Quindi, quando si trovano questi fenomeni ibridi, l’aproccio alla frontier history come la chiamano gli antropologi anglosassoni può essere utile, e abbiamo dei casi, adesso mi viene in mente, in Sicilia nell’entroterra di Catania nella piana di Lentini, alle spalle, ci sono casi attestati epigraficamente in cui c’è una tomba di un greco che è figlio di un greco e di una madre indigena, la madre si chiama Aisa che certamente non è greca. Quindi, la frontiera è ricca di questi fenomeni e naturalmente nel mondo coloniale per esempio un elemento di ibridizazione sono le donne perchè ci sono i matrimoni, ci sono gli scambi, etc. e i santuari funzionano anche come fiere, como luogo di incontro economico periodico come nel medievo.» Filippo Coarelli (Universidad de Perugia) «Io scusami, mi fido profondamente dei modelli come il modello postcoloniale. Il modello di frontiera è una esperienza americana. Io mi conservo tranquillamente il mio sistema di acculturazione, non di scambio culturale con in più il concetto gramsciano di egemonia. Se no diventa un problema di políticamente corretto. Si come la cattiva coscienza inglese he rimosso il problema del’imperialismo britannico, allora bisogna negare la possibilitá di fenomeni imperialistici anche nel mondo antico che naturalmente non elimina ne l’imperialismo británico ne l’imperialismo antico. Questo spiega due cose: l’enorme diffusione in questi ultimi anni di lavori che tendono a eliminare il concetto di romanizzazione e fatto che la colonizzazione greca non esiste. È una paranoia moderna. La romanizzazione esiste, l’imperialismo esiste oggi come ieri. D’altra parte, ¿per-

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ché voi parlate spagnolo che é una lingua neolatina? Mentre invece gli inglesi e i tedeschi non lo parlano. Questo non ha niente a che fare con l’imperialismo romano.»

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están en un proceso de jerarquización, no estratificadas y la relación que se establece es asimétrica y desigual.» Javier Jiménez (Instituto de Arqueología de Mérida)

Emanuele Greco (Escuela Italiana di Atene) «No, volevo dire che sono perfettamente d’accordo peró anche il concetto di imperialismo è anacronistico applicato alle società arcaiche, qui stiamo parlando di società arcaiche che entrano in contatto. Io sto parlando dell ottavo secolo, i modelli sono operanti, chiaro che non mi permetterei mai di parlare di frontier history pensando all’imperialismo romano.»

Ana M. Arruda (U. Lisboa) «Me gustaría entrar también un poquito en esta discusión para decir que lo que pienso en cuanto a la presencia fenicia del siglo VIII, es que no entró en contacto sino que coloniza. Es un proceso efectivamente colonial, de colonia o de colonialismo, no entran en contacto. Desde mi perspectiva no son dos sociedades iguales que se encuentran y negocian tranquilamente como en la 1ª mitad del siglo XX o antes mismo como un indígena que es necesario civilizar, ni tampoco representan en un papel completamente pasivo, pero cuando llega esta gente, entran en contacto dos sociedades completamente distintas desde el punto de vista tecnológico. Hay un abismo tecnológico entre ellos: unos dominan toda una tecnología de cerámica a torno, molino rotativo, con unas estructuras urbanas completamente distintas, que vienen de áreas de templos, de palacio, y llegan a un continente, a un área, a una península, con unas estructuras nada urbanas, con unas casas de planta redonda, que dominan la metalurgia del hierro, la reducción del hierro. Estas dos comunidades practican un comercio desigual y la relación entre ambas es obligatoriamente desigual y asimétrica, no es de igual para igual. Eso no provoca aculturaciones, en mi opinión, provoca colonización, colonialismo. Creo que es un poquito distinta de dos sociedades idénticas tecnológicamente. Las organizaciones sociales son completamente distintas en próximo Oriente, son sociedades de clases muy estratificadas de clases socialmente que encontraron unas sociedades que

«Con respecto al tema de la hibridación hay una cosa que me llama mucho la atención, y es que no ya después de 3 generaciones, no ya después de 300 años, de intensa hibridación supuestamente y de intenso contacto cultural, sino nada menos que 800 años después, llegue Estrabón y siga reconociendo a una población fenicia distinta de una población turdetana. Me sorprende mucho que excavemos en Málaga y encontremos sigillatas escritas en fenicio. Allí se sigue hablando fenicio y se sigue escribiendo en fenicio y eso no sucede en la Turdetania. Me sorprende mucho que lleguen los romanos y establezcan un nivel de tratados, de foedi con las poblaciones, donde en el siglo VIII se habían asentado fenicios, absolutamente distintos y absolutamente disimétricos de los que establecen con las poblaciones turdetanas. Imagino que Estrabón debería ser arqueólogo para diferenciar tan claramente a los fenicios de los turdetanos, debía tener esa limitación mental.» Juan Blánquez (Universidad Autónoma de Madrid) «Yo me refería a que el término hibridación viene ahora como vino en su día el de singular, pero enseguida se nos va a quedar corto porque no es muy de arqueología comentar algo que ha dejado de ser, que no sabemos lo que es, y entonces ya nos da una cierta tranquilidad psicológica.Lo de singular fue un avance pero singular en lo político, singular en lo religioso y hoy día ya lo que hacemos es apostillar que es singular, o sea, marcamos diferencia con lo que hay y luego lo calificamos, es decir, un edificio singular de carácter sacro, por ejemplo en el mundo ibérico. Entonces, lo de la hibridación creo que es útil ahora mismo, en la medida que indica que no es el fenicio, cananeo que sigue puro y contaminado sino que ya ahí se está produciendo algo, un fenómeno de cambios que es lo que tenemos que definir, en qué grado y en qué dirección. Por eso digo que es un término que a mí me parece que viene bien, que lo empleamos con profusión, pero se nos va a quedar enseguida corto porque no caracteriza lo que es, sino caracteriza que ha dejado de ser y en ese sentido dura poco ese término, ¿no?»

DEL ESPACIO URBANO A LA CIUDAD EN LA SOCIEDAD IBERA Arturo Ruiz*

EL MODO DE VIDA DE LOS IBEROS 1.

LINAJE

Y OPPIDUM

El modo de vida interfiere tres formas de relaciones: en primer lugar las que organizan el tiempo del grupo social, que se expresan en las relaciones de parentesco, a partir de las cuales los grupos de género y edad definen primero la estructura familiar y después las unidades superiores de parentesco, que son en definitiva las que ordenan la relación con el tiempo pasado, representada en los antepasados. El segundo grupo de relaciones son las de vecindad, que ordenan el grupo social entre sí en el marco espacial. Es este marco de relaciones el que define la unidad doméstica de residencia, que no necesariamente ha de coincidir con la familia, y las unidades superiores de articulación cuyo nivel mas amplio en el modo de vida, claro, lo representa el territorio político. El tercer nivel de interrelación se enmarca en las tradicionalmente llamadas relaciones de posesión o de trabajo, si bien aquí se añadirán al fundamento económico de las mismas, las formas culturales de apropiación de la naturaleza. Es este último grupo de relaciones el que actúa como articulador y vínculo con las relaciones del modo de producción, que se define además de por las citadas formas de trabajo por las relaciones de circulación y por las relaciones de propiedad, es decir por las formas de acceso que el grupo establece para el uso de lo que la sociedad produce u obtiene fuera y dentro de su ámbito de producción. Es a través de esta última estructura socio-económica, el modo de producción, como se caracterizan y definen las relaciones del territorio local con el territorio político cuando este sobrepasa el espacio local para construir un territorio estatal. Los dos niveles de relaciones componen un doble plano en el que se configuran grupos sociales en función de su posición en el proceso productivo: burgueses, campesinos, aristócratas…, etc. Pero a su vez este * Centro Andaluz de Arqueología Ibérica, Universidad de Jaén.

marco de relaciones es inseparable de su expresión en el territorio local y sus tipologías de grupos sociales por géneros, generaciones, unidades de residencia, unidades corporativas, etc. De hecho en una sociedad un determinado modo de producción no toma su forma real en tanto no se produzca un ajuste con el modo de vida de esta. No se trata solamente de fijar el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, como era habitual en el discurso materialista tradicional, para observar la capacidad de cambio de una sociedad hacia el dominio de un nuevo tipo de relaciones sociales, esa lectura limitaría el cambio social a un mero ajuste económico, es algo más: la relación entre un modo de vida y un modo de producción es un proceso muy complejo de interrelación entre pasado y presente y entre paisaje y territorio. En el marco del modo de vida, la sociedad ibérica establece dos instituciones fundamentales, que definen el máximo nivel de agregación social en el territorio local: de una parte el parentesco, que se lee en el linaje gentilicio clientelar, sostenido en su base por la familia nuclear y de otra el oppidum. Para valorar el papel de la familia nuclear conviene señalar que ésta se fundamentaba en el principio del doble antepasado, uno lejano, mítico y común a los linajes, y otro más próximo, restringido al linaje y real, pues eran conocidas las sucesivas generaciones que llegaban hasta él. Godelier (1999) ha opuesto, en esta línea de trabajo, el carácter unilineal del clan al cognaticio del linaje donde tanto el hombre como la mujer se consideran depositarios de la legitimidad de la estructura parental. En este marco ha de entenderse que el desarrollo de la tesaurización y la aparición del don agonístico a partir fundamentalmente de la aparición de los príncipes orientalizantes, pudo poner en cuestión los factores que justificaban la cohesión del grupo gentilicio en el antepasado común mítico, por cuanto se había abierto un proceso de competencia entre los linajes. Esta lectura abre dos vías diferenciadas para justificar la posición parental privilegiada del linaje. La primera viene dada por la estructura de Clan Cónico, que establece que linaje estaba más próximo al antepasado común; la segunda buscó es-

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tablecer el nivel de legitimidad en el tiempo y como era de prever en el sistema de parentesco, pero al contrario que en el caso anterior lo hizo desde los antepasados de los linajes y no desde el antepasado mítico y común del clan. Se trataba simplemente de un proceso de amnesia colectiva consensuada que llevaría al abandono del antepasado mítico o de relegar el papel de éste a un nivel de abstracción mayor que lo condujera al mundo de los dioses, de tal modo que la legitimación del poder político en el tiempo quedara en una serie de linajes en competencia con sus correspondientes antepasados. La estrategia seguida en la nueva situación, consistió en catapultar el linaje dominante sobre el resto, de tal modo que el núcleo poblacional, en nuestro caso el oppidum, al menos el de tamaño medio, acabara por ocultar los antepasados gentilicios de otros linajes. Para ello se desarrollo una institución muy efectiva el pacto in fides que permitía la adopción de miembros de un linaje por el linaje más fuerte a través de la clientela. En suma se trataba de cambiar de lugar el culto a los antepasados, a partir de una reducción generacional; de hecho el antepasado común del linaje dominante sustituyó al mítico antepasado del clan y los antepasados de cada uno de los linajes se redujeron a las escalas de los antepasados familiares domésticos. Para refrendar este marco de más proximidad intersocial, que desarrollaba el linaje clientelar el poder político encontró la clave en la concepción heroica del espacio frente al distanciamiento de los modelos orientales de carácter dinástico. No quiere decir esto que estos con su gran aceptación del clan cónico no desarrollaran formas de clientela, pero en ellos la legitimidad del sistema parental, justificado en principios divinos, no necesitaba de otras prácticas para legitimar las nuevas relaciones tributarias. En cambio las formas de clientela basadas en los antepasados del linaje y en la amnesia de los antepasados míticos y clánicos o su promoción a divinidades, propició el desarrollo de espacios de encuentro en los que el poder del príncipe del linaje se legitimaba por el consenso del grupo al reconocerlo como héroe. Nada mejor que los oppida para suplir esa necesidad de nuevos espacios, porque además en el marco del modo de vida las relaciones de parentesco fundamentales en los sistemas de clan cónico se enmascaraban en las relaciones de vecindad, que pasaron a condicionar la identidad colectiva del linaje. De ahí que la nucleación se configurara como la pieza clave del nuevo proyecto porque permitió, de inicio, que cada linaje se identificara con un oppidum y se expresara a partir de la recuperación de una institución aldeana: la curia, como se conocía en Roma, que pasó a ser el linaje clientelar en armas. Esta circunstancia no propicia-

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ba la desaparición definitivamente de otros linajes, de hecho muchos de ellos que aparecían sometidos por pactos de clientela, en ocasiones resurgieron como recambio de poder haciendo notar la debilidad política del sistema. Así cabe entender cuestiones como la existencia de varias necrópolis coetáneas en grandes oppida como es el caso de Castulo o Basti o la destrucción y enterramiento de conjuntos escultóricos como el de Cerrillo Blanco en Porcuna. 2.

URBANO

Y RURAL

El paisaje no es sólo el entorno que enmarca las acciones de los grupos humanos que habitan un espacio. El concepto de paisaje integra la información del espacio a través del conocimiento empírico acumulado en el tiempo, es por ello herencia cultural, caracteriza el espacio apropiado por el grupo del que no lo es, es decir es posesión histórica, y se proyecta como un referente de identidad y legitimación del colectivo humano que lo ocupa. En ningún caso el paisaje es una dimensión exclusivamente económica del territorio, ni tampoco una dimensión imaginaria frente a la dimensión más material de, por ejemplo, el asentamiento. En realidad espacialmente el paisaje es una dimensión de mayor escala que el asentamiento por la capacidad que tiene de introducir espacios no reconocidos ni valorados por éste; pero además el paisaje es un discurso estratigráfico compuesto en el tiempo por la suma de los efectos del sistema de relaciones entre la comunidad local y la estatal sobre el territorio local y desde luego por la historia de la comunidad local, en su proceso de relación con la naturaleza. Paisaje y asentamiento son dos lecturas del ámbito territorial local y en ningún caso son independientes. En el asentamiento, la información empírica, heredada del paisaje, es un instrumento con el que el productor interviene en los procesos de trabajo. En el paisaje las relaciones sociales caracterizan las condiciones históricas de apropiación de la tierra El asentamiento contextualiza objetos, imágenes y practicas, es lógica de coexistencia; el paisaje, en cambio, es lógica de procesos. La articulación de los dos, que es la forma real de existencia de ambos es el territorio local. Godelier (1990) estableció la secuencia de cambios que resulta de la relaciones de apropiación de la naturaleza, esta va desde la naturaleza destruida, conformada por los detritus de su uso, como los basureros, a la naturaleza prístina, intacta o no contaminada, en un marco en el que se configuran de mas a menos transformada la naturaleza construida, caso de las ciudades, la naturaleza transformada o de los

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DEL ESPACIO URBANO A LA CIUDAD EN LA SOCIEDAD IBERA

espacios campesinos tradicionales y la naturaleza modificada, que si bien no ha sido objeto de transformación agraria, sin embargo si ha dejado sentir sobre si misma los efectos antrópicos a partir de determinados cambios en el conjunto de las especies que la forman. Así se deduce de la estructura botánica de los bosques que han recibido el impacto de la acción humana, bien por su proximidad a la naturaleza transformada y construida o bien por su uso como ámbito de apropiación por sectores económicos como la caza o la recolección. Estas cinco formas de Naturaleza que componen la tipología de la acción del asentamiento sobre la naturaleza se expresan a través de cuatro campos dialécticos que oponen diferentes formas de oposición de espacios: 1. Espacio productivo-improductivo. Se genera entre la naturaleza destruida y la construida preferentemente, aunque en este último grupo se insertan el resto de las tipologías de la naturaleza. Expresa la improductividad en el abuso de la productividad, que llega a agotar las áreas domesticadas o en los espacios definidos para almacenar los residuos de la actividad social, como los basureros. 2. Espacio urbano-rural. Se genera esta contradicción entre la naturaleza construida y la naturaleza transformada, modificada y pristina. Se expresa por signos espaciales construidos como las fortificaciones o la planificación urbanística, pero también sobre la transferencia de conceptos de racionalidad urbana sobre el paisaje rural como las vías, las estructuras hidráulicas o los parcelarios. Frente a espacios, también antrópicos, que se insertan y no rompen las formas reconocidas tradicionalmente como propias de los paisajes agrarios o rurales. 3. Espacio domesticado-salvaje. Se produce entre la naturaleza modificada y la naturaleza transformada, es decir entre el paisaje agrario y el paisaje depredado. Se expresa en las formas paisajísticas que genera preferentemente la agricultura, pero también se hace patente en las estructuras hidráulicas o simplemente los caminos y desde luego en el lado doméstico se incluye también la naturaleza construida del mismo modo que el lado salvaje de la contradicción abarca la naturaleza prístina. 4. Espacio político-mítico. Se desarrolla entre la naturaleza transformada y modificada y la naturaleza prístina. Separa el paisaje del asentamiento, que es en el que se establecen las relaciones políticas, del paisaje reconocido como existente pero nunca ocupado, de ahí su valor mítico o sacro. Su definición es metonímica frente a los discursos metafóricos de los, paisajes domésticos y en general, políticos. Es la diferencia entre la Silva y el Saltus en Roma, aunque del lado político también deben incluirse los paisa-

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jes construidos y transformados. Esta contradicción encierra asimismo la dimensión público-privado, o colectiva-individualizada, de la propiedad y uso de los espacios. El modo de vida de la sociedad ibera se inserta, como si de un eslabón se tratara, en un largo proceso de cambio en la naturaleza, que había quedado plasmado en el paisaje que constituía el marco espacial del oppidum. Sentaba sus bases en un grado más de cambio de la naturaleza, aquel que no ya la modificaba o la transformaba, sino que la reconstruía. V. Gordon Childe (1965) advirtió los dos grandes saltos en la historia de la apropiación de la naturaleza, con la doble propuesta: revolución agrícola-revolución urbana. En todo caso, al no distinguir entre modo de vida y modo de producción, el arqueólogo mixtificó los cambios habidos en la posesión de la naturaleza con los nuevos modelos de relaciones sociales que se crearon en términos económico-políticos al paso del tiempo. En realidad la situación analizada por Childe en pleno neocolonialismo provocó que pareciera que se impusieron nuevas formas de poder y se desarrollaran nuevos modos de producción, sin modificar el modo de vida de las comunidades colonizadas, cuando realmente no fue así. El modo de vida de la sociedad ibera se inserta en este marco de ajuste que en general los arqueólogos hemos definido a falta de un término adecuado con el nombre de las «sociedades proto», donde hay protociudades, protoaristócratas, protoclases, proto… Lo que en realidad define a la sociedad ibera es haber construido un modo de vida urbano, como base de un sistema de relaciones sociales tributarias. Esta realidad mostraba en el marco local, que fue la escala preferente de la sociedad ibera al menos hasta el siglo III ANE, dos contradicciones: de un lado la que oponía el modo de vida rural al urbano ante la pretensión de este, ¡tan urbana!, de extender su modelo de vida a toda la naturaleza, de otro lado la contradicción que desarrollaba formas de poder y relaciones sociales tributarias frente a las tradiciones comunitarias del mundo aldeano. El mito de los trabajos de Heracles, releído por Bader (1985), encierra en su estructura las tres fases de la historia de la humanidad, conocidas hasta ese momento. La primera se abrió con el triunfo sobre el león de Nemea, ejemplo de la lucha hombre-animal que iniciaba la fase cazadora, el paleolítico, la edad de la naturaleza modificada. El segundo periodo tuvo como referencia el Neolítico, la edad de la naturaleza transformada. En esta etapa Heracles domesticó los caballos de Diomedes, tras limpiar los establos de Augias o mató los pájaros que arruina-

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ban las cosechas. El tercer periodo, la tercera edad de Heracles, comenzó robando el cinturón de Hipólita. Una referencia directa a la herencia del poder. Y no solamente eso, los trabajos tardíos del mito se desarrollaron en escenarios lejanos. Heracles viajó desde el territorio de las amazonas en la Escitia, hasta las bocas del Guadalquivir para seguir robando, en este caso los bueyes de Geryon, viajó a África para lograr obtener otro botín, la fruta del jardín de las Hespérides, y en el sumun de los robos llega hasta los mismísimos infiernos para robar a Cerberos, el cánido guardián. Es la edad de la naturaleza construida, la Edad del Bronce y con ello la edad expansiva en la que la guerra es moneda habitual. El modo de vida urbano en la Península Ibérica como relata el mito de Heracles para Grecia, no nació con la cultura de los iberos, se hizo patente en sus inicios con la Edad del Bronce, así cabe entender determinados síntomas como la expulsión de los campos de labor del interior de los poblados, cuestión que se hace evidente cuando se compara el poblado de la edad del Bronce de Peñalosa (Contreras, 2002) con el asentamiento macroaldea de Marroquíes Bajos del Calcolítico final (Hornos et alii 1999) y sobre todo la consumación del proceso de individualización de la familia nuclear en residencias domésticas que permitía refundar el sistema de linajes desde formas novedosas parentalmente, como el clan cónico y sobre todo, en lo que hace a los iberos, en el linaje gentilicio clientelar y facilitaba una nueva ordenación vecinal. Este carácter transformador del modo de vida urbano en sus primeros pasos no implicaba la existencia de ciudades durante la Edad del Bronce peninsular; tampoco negaba que la apropiación urbana de la naturaleza mostrara ya su presencia durante el calcolítico o incluso en tiempos anteriores, pues no de otro modo se puede entender el sistema de canales realizado en Marroquíes Bajos, lo que se trata de señalar es que el modo de vida urbano no era determinante en la sociedad calcolítica en la que en cambio sí lo era el modo de vida doméstico o si se prefiere campesino. En este marco son personajes fundamentales en tanto que elementos constantes del paisaje durante todo el proceso de desarrollado de la oposición urbana-rural: en primer lugar el oppidum en tanto que expresión mas ajustada de la naturaleza construida, en segundo lugar el campo con dos variantes observables el campo cultivado, que muestra el carácter domesticado de la naturaleza transformada y el campo inculto en tanto que espacio de la naturaleza modificada. Por último un elemento más se hace presente en el paisaje: se trata de las necrópolis y los santuarios, es decir los espacios de la muerte y del culto,

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que ajustan desde la naturaleza construida la relación con el espacio mítico, es decir el tiempo del grupo social con sus antepasados y sus divinidades del mismo modo que en el oppidum se perfilan las relaciones sociales de vecindad de la generación viva. Es interesante que en la sociedad ibérica estos dos últimos espacios tengan su existencia autónoma en ámbitos de naturaleza construida. 3.

URBANO

Y CIUDADANO

La separación entre modo de vida y modo de producción en el marco conceptual que se ha planteado, despeja la diferencia entre dos conceptos que habitualmente se confunden: lo urbano y lo ciudadano. El primero es un modo de vida y se opone al modo de vida rural, al tiempo que ordena sus relaciones sociales de vecindad y parentesco en el seno de la naturaleza construida, como se deja notar en el punto anterior. En contra de lo expuesto, el concepto ciudadano califica un marco de relaciones propias de un modo de producción, es oposición por ello a formas políticas de poder dinástico y alcanza su expresión económica en formas como el mercado, en la medida en que la ciudadanía se constituye como una clase social. En suma, lo urbano contiene lo ciudadano pero no todo lo urbano es ciudadano. Esta contradicción conduce a proponer una cuestión que se plantea habitualmente cuando se estudia la sociedad ibérica. Se trata de la existencia de la ciudad en el marco cultural y político de los iberos, cuestión que traté de forma positiva en 1987 (Ruiz 1986) cuando opuse al concepto funcionalista tradicional de ciudad, basado en lectura de escalas de tamaño y grado de complejidad del espacio por la suma de funciones urbanas, al análisis socioeconómico como desencadenante de la aparición de espacios de no productores para indicar que la existencia de este sector social forjaba las condiciones para que la ciudad apareciera. Esencialmente planteaba un cambio conceptual del lugar para el debate. En la actualidad se puede afirmar, en primer lugar, que la sociedad ibérica en sus inicios era una sociedad urbana a todos los efectos; en segundo lugar, que existían espacios de no productores y con ello condiciones para que la ciudad apareciera; en tercer lugar, que había indicadores ciudadanos, que en una lectura de la genealogía de la ciudad podrían ser reconocidos al menos a partir del siglo V ANE como parece indicarlo la capacidad de autonomía de la unidad familiar para integrarse como clientela en uno u otro linaje, aunque estaban ausentes otros indicadores espaciales que definen la ciudad clásica como el ágora, en tanto que espacio don-

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de pueda producirse el encuentro ciudadano y con ello tomar naturaleza el mercado. Por último, a partir del siglo III ANE con la visibilidad de la clientela existen elementos para hablar de ciudadanos enmarcados por un sistema de relaciones sociales que permitirían definir el oppidum de este momento como ciudad. LA PRIMERA ETAPA: HACIA LA NUCLEACIÓN EN EL OPPIDUM 1. EL

PROCESO DE NUCLEACIÓN EN EL

DE LA

SUR

PENÍNSULA IBÉRICA

El proceso que, desde inicios del siglo VII ANE., condujo a la aglomeración demográfica en algunos asentamientos del sur de la Península Ibérica particularmente en el Valle del Guadalquivir, no es extrapolable a todo el territorio de los iberos. Definidos por la gran fortificación los oppida surgidos de este proceso tuvieron en esta obra arquitectónica el indicador arqueológico que marcaba la consolidación de un proceso que se inició en el cambio de milenio con la aglomeración aldeana y alcanzó su definición como oppida en los asentamientos fortificados, muchos de ellos superiores a cinco has, que ocuparon gran parte del valle del Guadalquivir a lo largo del siglo VII ANE. El proceso, que definiremos como nucleación, es sin embargo algo más que la simple aglomeración demográfica enmarcada por una fortificación. El espacio fortificado fue el límite de un espacio construido, frente al espacio rural. Pero además, y esto es lo más importante, para que el grupo que habitara el espacio nucleado se mostrara como una totalidad social y hubiera factores de consenso tenían que residir en el núcleo todos los estamentos de la sociedad; de ahí que el nuevo urbanismo se definiera en un espacio ordenado si bien sobre formas organicistas, por las que cada individuo ocupaba el lugar que les correspondía socialmente: con ello se abrían paso las relaciones de vecindad como un factor determinante de la nueva situación. Este largo proceso descrito se sigue para la sociedad ibera en el ámbito de las relaciones de vecindad en tres etapas: a. Aglomeración ciudadana. En un momento que habría que situar a fines del siglo IX ANE, nació el asentamiento de Puente Tablas (Ruiz 1995; Ruiz, Molinos 1986). El punto de partida fue la coincidencia en un único espacio, dispuesto entre dos colinas levantadas cerca del río Guadalbullón, afluente del río Guadalquivir, de una población que con anterioridad debía vivir dispersa en el territorio. Se desconoce la

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ordenación interior del asentamiento, no obstante se sabe que el espacio, estaba definido por cabañas y fue superior en tamaño a las cinco has y media que tuvo el «oppidum» a partir del siglo VII ANE. Un proceso semejante se reconoce en puntos muy distantes del valle del Guadalquivir. Así se observa en Córdoba en el asentamiento de la Colina de los Quemados, (Murillo, 1994), en Carmona, en Acinipo en Ronda. También este proceso se lee en el Castellar de Librilla en Murcia (Ros, 1987) o en Peñya Negra en Crevillente (González Prats, 1993) en los valles de los ríos Segura y Vinalopó. b. La fortificación y el paso a la casa angular. En el siglo VII ANE el proceso se aceleró enormemente en Puente Tablas, puesto que el sistema de cabañas fue sustituido por la casa de paredes rectilíneas, compartimentada interiormente, lo que facilito un importante ahorro de espacio. Castellar de Librilla y Penya Negra han facilitado algunos datos nuevos acerca de esta transición. Sus casas presentaban bancos corridos y enlucidos, pintados después con motivos lineales. Paralelamente y no en un momento sincrónico, sino a lo largo de todo el siglo VII ANE y hasta inicios del siglo VI ANE se construyeron las primeras y poderosas fortificaciones que hoy se conocen en Puente Tablas en Jaén (Ruiz, Molinos, 1986), Torreparedones en Baena, Atalayuelas en Fuerte del Rey o en Tejada la Vieja, en este caso en Huelva (Fernández Jurado, 1987). El caso de Puente Tablas es paradigmático para definir sus características: La fortificación se erigió sobre los estratos de las cabañas del Bronce Final, sin realizar ningún tipo de fosa de cimentación, de ahí que a veces inmediatamente delante del lienzo establecieran un pie de arquitecto que evitara el movimiento de los sedimentos sobre los que se levanta la obra. La estructura presentaba un sistema de doble lienzo (interior y exterior) y un espacio intermedio relleno de piedras y barro. La cara exterior se reforzó con un nuevo lienzo en talud y posteriormente fue enlucida con barro y cal. El lienzo de la muralla no era muy cuidado en su tratamiento, quizás porque se enlucía posteriormente y se caracterizaba por el uso de mampostería con piedras unidas en seco y un segundo cuerpo superior de adobe que definiría los espacios interiores de la estructura. La fortificación tenía torres cuadradas, que actuaban como refuerzos y formaban parte de los sistemas de defensa del sitio. En casos como Peñya Negra no fue solo el sistema defensivo lo que se construyó, sino una imponente obra para el aterrazamiento de las laderas, con márgenes de contención de hasta tres metros (González Prats 1993). c. La ordenación urbana aristocrática. Las grandes fortificaciones de los oppida marcaron de-

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finitivamente el límite entre el espacio interior ordenado según la nueva propuesta y el espacio exterior en el que siguieron existiendo los antiguos parámetros rurales. En el siglo VI ANE en Puente Tablas, aunque solamente se han documentado en algunos puntos de la meseta, se observa el mismo trazado que marcara los ejes fundamentales de su urbanismo hasta su abandono en el siglo III ANE. El poblado tenía cuatro zonas diferentes. En un extremo de la meseta se dispuso una zona de funcionalidad colectiva. Así ha de interpretarse la gran masa de tierra compactada que apareció junto a la fortificación y que o bien se trataba de una rampa para acceder a la parte superior de la estructura defensiva o por el contrario era un gran aljibe para recoger el agua de lluvia. La segunda zona se dispuso en la parte central de la meseta y en ella se ha documentado un trazado de calles paralelas, que delimitarían en su centro manzanas de casas separadas por un muro medianero paralelo a las calles. El concepto de manzana o de barrio, si en vez de la estructura arquitectónica compacta se valora la calle, se institucionaliza desde este momento. La manzana o el barrio es, de hecho, uno de los elementos claves de la estructura interior de los oppida, por que delata la relación entre los vecinos es decir las unidades de vecindad superiores a la casa y su numero y organización interna permite determinar las diferencias estamentales existentes en el seno del oppidum. La tercera zona se extiende en el otro extremo de la meseta separada del viario central por un área amplia que no muestra restos de ocupación en esa fase. En realidad la zona corresponde a una de las dos colinas en torno a las cuales se produjo la aglomeración aldeana. Aunque la acumulación de los sedimentos de las fases anteriores ha mitigado muchos las pendientes de la vaguada interior dándole la forma amesetada que hoy se conoce, aun es perceptible ver como el espacio interzonas quedaba sensiblemente mas bajo que las dos zonas ocupadas. Esta tercera zona en el siglo IV ANE fue el área palacial aristocrática, con un edificio porticado con patio central. No se sabe que estructura ocupó el espacio citado en la fase del siglo VI ANE pero parece aceptable, dada la continuidad del trazado urbano, que tuviera ya la misma funcionalidad. La cuarta zona del urbanismo de Puente Tablas se dispuso a intramuros de la fortificación y se ha detectado al menos en los dos laterales más largos de la meseta. No podemos concluir nada por el momento en cuanto a su funcionalidad, salvo la abundancia de escorias en uno de los puntos excavados junto a la puerta del asentamiento. En el Oral un taller metalúrgico se dispuso en los intramuros de la fortificación (Abad, Salas, 1993).

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2. LA

RELACIÓN ENTRE EL NÚCLEO Y SU ENTORNO

TERRITORIAL

Carandini (1994) ha definido la estructura interna de las grandes protociudades como la transferencia de las formas orgánicas del campo al ámbito urbano. De este modo vicus, pagus y tribus tienen su correspondencia en los núcleos y lógicamente en su expresión espacial. En efecto el paso de la estructura territorial agraria al núcleo, con matices pudo seguir las pautas señaladas por Carandini, y desde luego su recomposición en el seno del «oppidum» ibérico, dejó muy claro que el proceso de emergencia de los príncipes marcaba de forma definitiva las transferencias campo-ciudad. De hecho el proceso procedió en una doble dirección: a. Disolviendo las formas parentales, superiores a la célula familiar, a través del desarrollo de la casa cuadrada y de la amortización de los espacios colectivos de consumo doméstico. salvo el linaje que se constituyó en una institución «privatizada» por la unidad familiar del príncipe y aunque aparentemente sostenida en el parentesco se reformuló sobre la base del clientelismo. Es posible que en su origen los oppida fueran la expresión espacial de cada linaje. b. Organizando el espacio de una forma cada vez más regularizada. La manzana o la calle fue seguramente equivalente a un vicus en el campo, si bien con una ordenación espacial muy diferente. En suma signos urbanos que asumieron conceptos agrarios, jerarquías que se escondieron a través de estructuras sociales aldeanas. En todo caso el proceso no fue lineal, sobre todo cuando en algún momento la tendencia a la concentración se invirtió. De ejemplo pueden servir la diáspora que a fines del siglo VII ANE se manifestó en diversos puntos del Valle del Guadalquivir, que si bien en algunas zonas constituyó un corto período de tiempo que difícilmente superó las primeras décadas del siglo VI ANE, pues la población dispersa se reintegró en el seno de los oppida, en cambio en otros núcleos perduró durante todas las fases de la cultura ibera, caso de los Alcores en Sevilla o de las Hoyas granadinas. El proceso de diáspora se reconoce hoy, con cronologías semejantes, en la parte oriental de la provincia de Córdoba en torno a sitios como Torreparedones o Montoro, en Acinipo en Ronda o en los Alcores sevillanos en torno a sitios como Setefilla o Carmona (Ferrer, 2005). El proceso además actuó como un flash en el territorio porque iluminó como era la estructura de la propiedad agraria, después de la desarticulación de la estructura de parentesco tribal: a. El primer nivel de información nos viene dado por la disposición de los asentamientos dispersos que

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siguieron pautas tradicionales de ocupación, sistemas lineales en torno al río. Como bien muestra Murillo (1994) al trazar la red de polígonos de Thiessen sobre los asentamientos del río Guadatín. Se observa además que el parcelario se ordenaba transversalmente al río, de tal modo que cada unidad de asentamiento tendría un trozo de tierra que le permitiría diversificar la producción. Se trataría de un tipo de producción familiar. b. El segundo foco de información lo ha ofrecido la excavación del asentamiento de las Calañas en Marmolejo, Jaén (Molinos et alii 1994). Se trata del tipo de sitio más complejo de la red de asentamientos agrarios, porque ofrecía un área residencial y un área productiva en la que existía un centro de fabricación de cerámica gris a torno y posiblemente, puesto que no pudo excavarse, un taller metalúrgico para trabajar el hierro. De todos modos, es significativo que el complejo de útiles agrarios era aún de piedra mayoritariamente, lo que indica que el hierro aún no había roto la cadena tradicional del proceso de trabajo. Distinto es el caso de la cerámica a torno porque el taller sólo producía cerámica gris y no clara pintada que, sin embargo, llegaba al asentamiento. Ello indica que existían distintos circuitos de distribución para la cerámica a torno y que las Calañas sería un escalón intermedio en esta red. Ni que decir tiene que la estructura constructiva de las Calañas era de zócalos de piedra y paredes rectilíneas. El caso nos lleva a dar un paso más al decir que la ocupación por familias estaba jerarquizada por centros como las Calañas, cuestión que se apuntaba tanto para el Salado de Porcuna como para el Guadatín. Se podría plantear la siguiente alternativa: o bien era una colonización propuesta desde uno o mas oppida, un primer intento de tomar el campo desde el núcleo urbano o bien una reacción de la familia celular, ante el aumento de decisiones que se producían por parte del sistema estamental para someterlas al régimen de los príncipes. De hecho las respuestas de los oppida tienden a la militarización del territorio. Torreparedones construyó su gran fortificación después que las células familiares se reintegraran al núcleo. En Ronda, la Silla del Moro (Aguayo et alii, 1990), un asentamiento fortificado de nueva creación, surgió tras la etapa de la diáspora. Sin embargo, como ha enfatizado Grau (2007), la proximidad de los asentamientos rurales al oppidum fortalece la primera de las dos opciones sobre la segunda, pues no facilita exactamente la autonomía de las familias que, de haber realizado una acción de resistencia, hubieran recurrido a tierras más alejadas para su ubicación. En todo caso, el abandono de este modelo de ocupación de la tierra confirma que la

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estrategia de los oppida en el valle del Guadalquivir fue cambiando hacia la nucleación de toda la clientela en el seno del oppidum. El proceso culminó en los inicios del siglo VI ANE, con la reintegración de las células familiares en el oppidum, la fortificación de los centros que aún no lo hubieran hecho y algún tiempo después con la integración definitiva de las pequeñas aldeas en los núcleos fortificados; en suma, la nucleación absoluta en el siglo V ANE de gran parte del Valle del Guadalquivir. 3.

LOS

MODELOS POBLACIONALES DE CÉLULAS

DE PODER

1. El Modelo celular de Cancho Roano-La Mata A fines del siglo VI ANE se hizo efectiva la crisis tartésica. Cabrera recuerda (1995) el brusco corte observado en la llegada de cerámica griega entre los años 540-530 a Huelva. Desde luego, estos cambios no fueron ajenos al pujante crecimiento del papel de Cartago en el Mediterráneo Oriental, a las incógnitas que aún hoy produce la batalla de Alalia sobre el reparto de mercados y al cambio planteado en las redes de circulación de productos manufacturados por la creación de Massalia y Ampurias. En el área central tartésica y en su inmediata periferia los efectos de esta situación se dejaron sentir no sólo por el brusco corte en la llegada de ciertos productos griegos, sino por el reajuste que se planteo en la continuidad o no de muchos asentamientos (Belén, Escacena 1993). Desaparecieron o dejaron de existir temporalmente Montemolín y el Carambolo en Sevilla, La silla de Moro en Ronda, Alhonoz en Córdoba y Los Villares de Andújar en Jaén, entre otros. En esas fechas, en torno al 525 ANE y no antes (Celestino, 1997) se construyó el complejo edificio de Cancho Roano que, con ciertas modificaciones, duró hasta su brusco abandono a inicios del siglo IV ANE. Sus antecedentes hay que llevarlos a inicios del siglo VI ANE cuando se levantó el primer edificio, muy alejado de la complejidad que adquiriría a fines del siglo VI ANE, si bien ya con un espacio de culto que se repetirá insistentemente en las fases posteriores con lógicas modificaciones y que ha llevado en algunos autores a primar su función sacra sobre otras acciones de carácter político. El complejo del último Cancho Roano respondía a un esquema de características muy orientales, con un edificio central con dos lados salientes que formalizaban la existencia de un patio abierto antes de acceder a su interior; se levantaba la estructura sobre una plataforma y definía en su interior, al fondo del patio, un espacio tripartito, cuya estancia

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central correspondía al ya citado lugar de culto, al que se acedía, como a los otros dos espacios, por un largo pasillo. El edificio estaba rodeado, en un nivel inferior, por un corredor y una serie de dependencias, que correspondían a almacenes y talleres, y por un foso. No existía un poblado que integrara el sitio, era un edificio aislado. En otros puntos del valle Medio del Guadiana se han documentado asentamientos que indican que el caso de Cancho Roano no es único, como ocurre con la Mata de Campanario (Rodríguez, 2004), con una estructura tripartita, pasillo y doble cuerpo salientes, si bien en su interior no prima el factor sacro como sí lo hacia en cambio en el modelo de Cancho Roano. Es posible que el territorio se hubiera articulado durante el siglo V a.C. con células redistribuidoras. La estructura de poblamiento donde se inserta este modelo de ocupación muestra dos modelos posibles: apunta Celestino en primer lugar (2005) la dificultad que implica considerar Medellín como un núcleo estructurado de tipo oppidum antes del siglo IV a.C. y de igual modo descarta que otros casos como la Alcazaba de Badajoz lo fueran durante el periodo orientalizante antiguo y pleno; por el contrario, el investigador valora el asentamiento de cuatro has, en llano y sin fortificación, de El Palomar como el modelo de poblamiento que pudo sustentar la ocupación del valle en un primer nivel de jerarquía durante el siglo VI ANE, y subraya en su propuesta que este asentamiento se abandonó a finales del siglo VI ANE, con lo que el origen del poblamiento en células podría estar, con las lógicas dudas de una investigación no finalizada aún, en la población disgregada de estos grandes centros a partir de la crisis tartésica, si bien ello no impidió la existencia de otros asentamientos en llano como el Helechal. La suerte de contar con dos equipos de gran calidad científica trabajando en la zona permite apuntar un segundo modelo (Rodríguez, 2004) que, en cambio, propone la perdurabilidad de los asentamientos de altura, entre otros de Medellín, que se constituiría en el núcleo central del poblamiento del valle Medio del Guadiana durante la fase plena del orientalizante, si bien pudo debilitarse esta posición a partir de la crisis tartésica. En esta segunda propuesta asentamientos como el Palomar constituirían una segunda escala de asentamientos definidos como grandes aldeas. En tercer lugar se documentan los túmulos que corresponden a los edificios de tipo Cancho Roano-La Mata y por último, y en ello sí coinciden los dos equipos los trabajos de prospección tanto en el entorno de La Mata como de Cancho Roano, permiten confirmar un nivel de asentamientos definido como pequeñas factorías agrarias. En opinión del grupo de la Universidad de Extremadura, la propuesta alternativa, que, de forma no muy acertada, definen como

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asiática, si bien es un modelo claramente oriental, implicaría el mantenimiento de la posición centralizada de Medellín y el sometimiento a su poder de las aristocracias rurales residentes en los palacios o bien la creación de un poder rural alternativo al modelo urbano de Medellín, que llevó al núcleo a perder parte de su influencia política anterior en manos ahora de la aristocracia local. Personalmente, salvado el tema de la pervivencia residual de Medellín o su abandono, parece evidente y hacia esta propuesta avanzan los dos equipos de investigación que en el valle del Guadiana la contradicción urbano-rural se replanteó en favor de la segunda parte de la contradicción y potenció las formas celulares de poblamiento en contra de la dirección que tomaban los modelos iberos hacia la nucleación como expresión del nuevo poder político de ideología heroica. La destrucción de Cancho Roano y la Mata en el paso del siglo V al IV ANE significó la crisis del modelo y la segregación del Valle Medio del Guadiana de los procesos desarrollados por la tradición cultural ibera. 2. El Modelo celular de San Jaume-Tossal Montañés El segundo caso lo aporta el Bajo y Medio Ebro donde durante el Hierro Antiguo existió un poblamiento muy denso pero siempre conformado por pequeños asentamientos. Gracia ha destacado que los asentamientos de la zona no presentaban diferencias significativas en el siglo VII ANE entre sus casas, como para que pudieran detectarse jerarquías u otro tipo de relación interdependiente (Gracia et alii 199496; Sanmartí, Santacana 1994); de hecho el impacto fenicio sobre el territorio es quien parece provocar una división de funciones entre los asentamientos. Ello pudo ser la causa de la aparición de un grupo de sitios de vigilancia como el Coll del Moro y la Ferradura y edificios como Aldovesta (Mascort et alii, 1991), con una función comercial especializada, que podría ser indicador de la existencia de una organización territorial bajo el control de alguna autoridad. García Rubert ha formulado esta propuesta con el nombre de Complejo San Jaume (García 2005; García e.p.) a partir de la asociación en un territorio de una residencia aristocrática fortificada de tipo edificio aislado, semejante a Aldovesta, un núcleo aldeano, la Moleta del Remei, y dos pequeños asentamientos de control: la Cogula y la Ferradura. Hacia el 575 ANE el fuerte control que, según García Rubert, ejercería el Complejo San Jaume sobre las rutas de intercambio con los fenicios, entró en crisis por la presión de otras células aristocráticas como el Puig de

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la Misericordia, que también habían adquirido la forma de edificio aristocrático fortificado (Oliver, 1994). Es difícil confirmar la hipótesis de García con los datos que hay en la actualidad, sobre todo en lo que toca a la existencia de una estrategia tan precisa como la que propone con su Complejo San Jaume; sin embargo, es indudable que estos señores competían entre sí y delimitaban territorios locales a partir del control económico de las redes de intercambio, función que no necesariamente tuvo que ser política. En una segunda fase de desarrollo con la segunda generación de residencias el modelo se muestra bajo la forma de casa-torre en el valle del río Matarrañas (Moret et alii, 2006). Hacia la mitad del siglo VI ANE y hasta finales de ese siglo o inicios del siguiente se desarrolló uno de los casos mejor conocido, Tossal Montañés, aunque no es descartable que el Calvari de Vilalba existiera ya desde fines del siglo anterior y que La Guardia de Alcorisa se desarrollara a partir de inicios del siglo V ANE y durante todo o al menos parte de ese siglo. El modelo se conoce también en la Terra Alta con casos como el Coll del Moro de Gandesa o la torre del Barranc de Mossello. El caso de la casa-torre de Tossal Montañés rememora el concepto de célula de poder aislada de tipo S. Jaume, Aldovesta o Puig de la Misericordia, si bien aquí se trata de una variante local muy especifica, es una torre exenta y aislada de cualquier otro asentamiento, con forma circular de muros gruesos y con más de dos plantas en las que se desarrollaron preferentemente actividades domésticas. Una arquitectura de prestigio para una residencia familiar. A ello ha de añadirse que a partir del siglo VI ANE se documentan en la zona las ricas tumbas de tipo Les Ferreres de Calaceite, cuyos materiales tienen una cronología más amplia y es posible que al menos algunos de ellos se amortizan en contextos funerarios de este momento (Rafell 2005). En general destacan de entre todos los materiales las panoplias guerreras completas que hacen pensar que se trata de una emergente aristocracia ecuestre (Farnie, Quesada 2005) muy diferente por su condición heroizante de los modelos orientales pretendidos por las aristocracias del modelo de Cancho Roano-La Mata. En todo caso, la diversidad de fechas, mucho más amplia de lo que en un principio se perfilaba, anuncia, como apuntaba García, que estas familias emergieron y sucumbieron con frecuencia al no consolidar seguramente una estructura de linaje y eso hizo enormemente débil el modelo. Es posible, como apunta Noguera (e.p.), que algunos de los asentamientos fortificados del siglo V-IV ANE se pudieron desarrollar a partir de una torre-fortaleza, pero también emergieron, al menos en un par de casos, de las aldeas de plaza central, tal y

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como se advierte en las transformaciones del asentamiento de Calafell o el Villars. El primero, que el siglo V ANE rompió el viejo esquema urbano radial con la construcción de una ciudadela con dos casas de mayor tamaño dispuestas en el centro del asentamiento, privatizando la plaza pública, al tiempo que se construía una fortificación con dos torres. Esta etapa que duro hasta fines del siglo IV ANE fue el paso previo a la construcción de otras casas de tamaño similar que, sin embargo, mostraban una escala inferior a la construcción de una gran casa dispuesta en una posición excéntrica junto a la fortificación, que los investigadores no dudan en adjudicar al aristócrata que gobernaba la ciudadela durante el siglo III ANE (Sanmartín, Santacana 2005). Una segunda respuesta se perfila en la fortaleza del Vilars de Arbeca, en la zona ilergeta, donde no se conocen los modelos de casa fortificada. El asentamiento mantendrá, desde sus orígenes y hasta fines del siglo IV ANE en que es abandonado, una estructura urbana de plaza central; sin embargo, muy pronto, en el siglo VIII ANE, inicia un proceso de fortificación muy complejo y, sobre todo, muy temprano con muralla torreada, foso y campo frisio de piedras clavadas que, con diferentes ajustes, se mantuvo hasta el definitivo abandono del asentamiento. Como se ha indicado, la estructura era de plaza central, si bien con doble circulo de edificaciones y aljibe en el centro. Aparentemente la formula es aldeana, pero la existencia de dos hogares con forma de lingote chipriota indican que en el siglo VI ANE existían evidentes signos de desigualdad, pues al menos uno de ellos coincide con una casa de planta más compleja que las demás, lo que suma a un espacio de culto la posibilidad de que se incluya en un espacio distinguido del resto por ser residencia del príncipe de la ciudadela (Gip, 2005). En general, a lo largo del siglo V se fortalecen las formas espaciales de desigualdad pero restringidas a pequeños núcleos. Seguramente habitados por linajes que compiten por hacerse con el control político del territorio. 4. LA

SEGUNDA ETAPA: EL PAGUS COMO BASE

DE LA ORDENACIÓN NUCLEAR DEL TERRITORIO ENTRE LOS IBEROS DEL SUR

1. Desde el oppidum al territorio: el pagus urbano Desde el siglo V ANE hasta el siglo IV ANE dominó en el valle del Guadalquivir un modelo de poblamiento basado en la nucleación absoluta de los habitantes en oppida. El estudio arqueológico de

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Puente Tablas, aunque incompleto aún, ha permitido afirmar no solamente que el trazado urbano estaba constituido en lo esencial desde el siglo VI a. C. (aunque lógicamente el paso del tiempo, con la consolidación de los modelos sociales de clientela, hizo crecer la zona ocupada por el caserío de los clientes), sino cuáles eran las características de las casas iberas del Valle del Guadalquivir (Ruiz 1995). El primer factor que las define viene dado por la propia disposición en módulos previamente fijados, ya que si bien su ancho puede ser variable, en cambio el fondo siempre tiene la misma distancia, aproximadamente catorce metros, que es la medida que va desde la calle al muro medianero de la manzana; se trata, por tanto, de un sistema de casas adosadas que comparten con el conjunto del barrio-manzana su muro de fondo y con las casas vecinas los muros laterales y aunque en algunas ocasiones éstos aparecen dobles, nunca queda un espacio vacío entre dos casas. El segundo factor que define estas unidades espaciales domésticas es que el tamaño de sus plantas es significativamente mayor al de las conocidas en otros ámbitos de la cultura ibera. La más pequeña de las unidades excavadas tiene setenta metros cuadrados y desde esta cifra aumenta el tamaño hasta situarse en los ciento veinticinco metros cuadrados de la casa nº 2. Ello sin añadir la existencia en algunos casos de segundas plantas, que aumentarían el tamaño de estas unidades, o la gran complejidad que parece advertirse en el conjunto la unidad de las casas 3-4 que posiblemente supere el ámbito de un espacio doméstico. El tercer factor característico reside en el papel esencial que juega el patio, que se convierte en el espacio donde se desarrollan la mayor parte de las actividades de consumo y producción de la familia nuclear que reside allí. Se trata, además, del espacio mayor de la casa, ya que suele alcanzar entre un sesenta y un treinta del total de la planta de la misma. Normalmente el patio aparece semicubierto en una de sus mitades, precisamente en la zona donde se advierte una mayor actividad; la fórmula constructiva consistía en instalar un poste en el centro del espacio que sostendría la estructura de cubierta. En esta zona semicubierta y más activa suele aparecer un hogar, donde se preparaban los alimentos, adosado a la pared y casi siempre bancos. El lado no cubierto del patio no constata actividad, si bien en él se resolvían los problemas derivados de los vertidos de aguas desde las cubiertas de las casas, pero para ello es importante observar la disposición del patio en la planta de la casa. Si el patio se situaba en el exterior se abría un canal apenas apreciable que vertía el agua a la calle. Por el contrario si el patio se localizaba al fondo de la casa las aguas se dirigían hacia un pozo.

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Por lo demás, las casas de Puente Tablas siguieron las pautas que caracterizaron la casa ibera en todo su ámbito cultural, desde el Sur de Francia hasta el Bajo Guadalquivir: Planta cuadrada o rectangular con compartimentación interna, zócalo de piedra, pared de tapial o adobe y cubierta plana de materiales vegetales y de barro por la ausencia de la teja, que vendrá algún tiempo después como un emblema cultural de los romanos. A partir del siglo IV ANE se desarrollaron por primera vez experiencias destinadas a modificar el territorio agrario del oppidum más allá de los límites supuestamente controlables visualmente por éste. Para ello nada mejor que sustituir el factor visibilidad, dominante hasta ese momento para la apropiación del espacio, por un elemento geográfico tradicional, los cursos de agua, que permitían ampliar la extensión de dominio de un oppidum y solucionar otros problemas ligados a la coyuntura histórica; no hay que olvidar que en ese momento se generó la necesidad de abrir vías de comunicación con la costa, para dar entrada a productos manufacturados que fortalecieran los procesos acumulativos de la aristocracia y el consenso de sus clientelas; este puede que fuera el caso del río Jandulilla en la Campiña Oriental de Jaén. Aunque desde las fuentes filológicas, hasta el siglo III ANE, no tenemos datos de la existencia de unidades políticas territoriales superiores al oppidum, en el siglo IV ANE se produjeron las primeras experiencias expansivas del oppidum, aunque éstas deben ser leídas como acciones de colonización de los oppida sobre tierras no transformadas en terminos agrarios y desde luego no ocupadas desde al menos la Edad del Bronce, para ampliar el modelo social clientelar al territorio. Se trata de un modelo que he definido como pagus urbano para oponerlo al pagus rural del modelo pagano-vicanico tradicional en la concepción del territorio aldeano (Torelli, 1988). Se trata de un proyecto de colonización realizado a partir de unidades de oppida sin el recurso de la aldea o la factoría. Una de ellas, al parecer frustrada posteriormente, se puede seguir gracias a la excavación del Santuario del Pajarillo, en Huelma (Molinos et alii, 1997), situado en un afluente del río Guadalquivir localizado entre los ya citados Guadiana Menor y Guadalbullón. El asentamiento fue construido en la ladera baja de una pequeña colina a partir de una obra previa de ingeniería que estableció diferentes niveles de terrazas. Dadas sus características, parece que el objetivo de sus constructores fue edificar un monumento en el que los aspectos escenográficos adquirieran un notable protagonismo. La zona exterior del asenta-

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miento era una enorme pared con una alineación Norte-Sur, definida por un trazado homogéneo construido con mampuestos de caliza de caras bien labradas y unidas por pequeños calzos de piedra y escaso mortero. La parte central, una torre, se distinguía del resto por la existencia de talud y un tratamiento exterior que hoy aparece menos cuidado, pero que seguramente estuvo enlucido. Remedaba el modelo constructivo turriforme las formas de obrar en la etapa antigua ibera. Delante de la torre se construyó una estructura, con aspecto de podium, que comunicaba las dos terrazas de la colina que el monumento separaba, a través de unos escalones que discurrían por el lateral oriental de la estructura y cortaban el monumento en dos partes. Al otro lado de la torre el ancho muro abría en su interior una serie de departamentos cuya función de almacenaje parece más que probable. El suelo exterior de la zona del podium fue un área continuamente refaccionada y objeto de prácticas de presumible carácter ritual, ya que a partir de los análisis químicos realizados (análisis de fósforo y materia orgánica) los mayores niveles de actividad se localizan en relación con los hogares allí situados. La ubicación de estos ritos al exterior del asentamiento, relaciona el monumento con el río Jandulilla, cuyo paso, como se ha señalado, sería obligado para aquellas personas que accedieran desde las depresiones granadinas. El vado existente en el lugar obligaría a quienes lo utilizaran a encontrarse, necesariamente, con el impresionante monumento que se abría ante sus ojos, dominando el pequeño valle: un enorme decorado dispuesto para ser la puerta del Valle del río Guadalquivir. La espectacular escenografía descrita quedaría completada con el excepcional grupo escultórico que coronaría la torre, en el que se narra la lucha de un héroe y un lobo ante la presencia de un joven. Dos grifos protegen al personaje y dos leones guardan la entrada de las escaleras que conducen al otro lado del monumento. En la prospección del territorio que define el Valle del Jandulilla se ha constatado la existencia de sólo dos oppida, coetáneo al monumento. Ambos están muy alejados de El Pajarillo: La Loma del Perro, en el curso medio-bajo del río Jandulilla y Úbeda la Vieja, Iltiraka ibera, en la misma desembocadura de ese río en el Guadalquivir. Este último existía desde la Edad del Bronce y, cuando emitió moneda en el siglo II ANE, tras la conquista de Roma, todavía mostraba en el anverso la imagen de un lobo salvaje. Estructuralmente, el modelo de colonización del Jandulilla y de construcción del nuevo territorio del oppidum, el pagus urbano, que también se reconoce en Castulo, se caracterizó por una fórmula que

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no fue única en el Valle del Guadalquivir y que se basó en cuatro elementos: un oppidum primario o principal, dinamizador del programa cuya condición sería que en él la aristocracia habría conseguido un grado significado de consolidación, una cuenca fluvial bien definida en la que no hubiera conflicto con otras unidades de asentamiento, es decir, despoblada; un santuario dispuesto en el límite del territorio político a definir la fuente hídrica y, por último, la aparición de oppida secundarios, al menos uno para colonizar las tierras más fértiles del nuevo territorio ocupado (Ruiz et alii 2001). 2. Desde el territorio al oppidum: El pagus rural. El modelo pagano-vicánico En general en toda el área norte los procesos que se abrieron a fines del siglo VI ANE y continuaron en los dos siglos siguientes, culminaron con un importante grado de nucleación de la población; sin embargo, ésta nunca se mostró con el carácter absoluto observado para el Sur Peninsular y el proceso siguió unas pautas temporales diferentes. En realidad, no parece que en todos los casos los núcleos constituyeron allí una alternativa a la vieja comunidad primaria. La cohabitación en el territorio de pequeños asentamientos y núcleos pudo provocar, al contrario que en el valle del Guadalquivir, que la nucleación estamental se legitimara desde la identidad de la vieja etnia. El proceso que condujo a ese modelo de nucleación relativa se sigue muy bien en el trabajo de Grau (2002) en la parte norte de la provincia de Alicante. Aunque el autor constata un cierto carácter retardatario, en los aspectos relativos a la nucleación de la secuencia alicatina. Como en el Bajo Ebro, Grau constata el impacto que sobre la zona supuso la llegada de productos orientalizantes procedentes de la costa, si bien aquí no se observa el desarrollo de los edificios de tipo Aldovesta o San Jaume y ni mucho menos la casa-torre del valle del Matarraña. En realidad, el territorio siguió un lento proceso hacia el encastillamiento, cada vez con más intensidad hasta que durante la segunda mitad del siglo V ANE comenzaron a advertirse las primeras apropiaciones de tipo pagus, con la sacralización del límite existente entre ellos a partir de la localización de las cuevas-santuario. El tipo de asentamiento reconocido es definido como oppidum, pero es evidente que se trata de pequeñas unidades fortificadas que difícilmente alcanzan una ha. El alter ego de los oppida son los caseríos que aparecen en esta fase y lógicamente en las zonas más bajas. Es un claro ejemplo de poblamiento

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pagano-vicánico. A fines del siglo V ANE se inició un proceso que implicó el nacimiento de nuevos pequeños núcleos, hasta un total de diez. Cada uno de ellos dominó de forma muy evidente un arroyo, afluente de la unidad hídrica principal, el río Serpis, y en su entorno se dispusieron varias aldeas y factorías. Es importante tener en consideración que tanto el modelo del río Jandulilla en el marco del Alto Guadalquivir como el del río Serpis en su curso medioalto en Alicante o el Turia medio en Valencia durante el siglo IV, y salvadas las ausencias en el caso andaluz del poblamiento aldeano, responden a un concepto de territorio fundamentado en la común fuente hídrica que Torelli ha definido como pagus, retomando la tradición historiográfica italiana (Torelli 1988). En un estudio para la etapa romana de la Bética y sin perder de vista la pervivencia posible de estructuras e instituciones iberas, Cortijo (1993) ha propuesto que la escala jerárquica oppidum-vicus-villa (aedificia) es equivalente en el ámbito territorial al esquema ager-pagus-fundus, de donde se deduce que en la base del modelo de nucleación relativa está vigente aún la estructura de un modo de vida aldeano, como ya se había advertido por la coexistencia de las tradiciones étnicas y las nuevas formas políticas. De hecho, los pequeños oppida del siglo IV ANE asociados a su pagus en tanto que estructura territorial jugarían el papel de los castella, que no era otra cosa que los centros políticos y de defensa en el territorio, aunque en el caso alicantino con evidente poblamiento interior como demuestra Covalta o el Puig. Del mismo modo, en el valle del río Jandulilla la estructura creada es un pagus, aunque ha de añadirse que más urbano al nacer de una ruptura, ya que el modelo poblacional previamente había disuelto los pagi aldeanos. En ambos casos es evidente que se había producido un cambio en la concepción aldeana del paisaje, porque ahora era privatizado por el príncipe regidor del oppidum; sin embargo, todavía las formas aldeanas de apropiación del territorio estaban más presentes en un modelo que en otro, aunque irreversiblemente modificadas en su estructura política. Sereni lo resume muy bien: Allí donde (como es el caso mas frecuente) la estructura por pagos se concentra alrededor de un castellum, en relación al cual el antiguo (o nuevo) castellum juega el papel de arx, es evidente que la vía esta abierta a una evolución de tipo mas propiamente urbano, en el curso del cual el castellum, el arx, la misma ciudad acabaran por asumir su realidad objetiva y masiva; independientemente en cierta manera del agregado étnico, a veces verdaderamente opuesto a él (Sereni 1982: 80).

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TERCERA FASE: EL TERRITORIO POLINUCLEAR Y MONONUCLEAR Y EL NACIMIENTO DE LA CIUDAD 1.

EL

TERRITORIO MONONUCLEAR

El siguiente paso en el territorio del río Serpis, se abrió a partir del siglo III ANE en un proceso de jerarquía territorial sostenido en la nucleación de la Serreta de Alcoy, uno de los oppida de la fase anterior, que en esta etapa creció hasta superar las tres has, seguramente incorporando la población o al menos parte de ella, del vecino oppidum del Puig, que como otro de los oppida, Covalta desapareció en este momento. El territorio controlado por el oppidum de la Serreta corresponde al curso medio y alto del río Serpis, es decir, no hay un cambio conceptual en la lectura del territorio a partir de una estructura hídrica; sin embargo, esta vez el área es de mayor escala que la que conformaban cada pagus de los arroyos afluentes del citado río en la fase anterior. De hecho, los oppida de estas unidades continuaron dominando los pequeños pagi, salvo en los dos abandonos mencionados, desde un punto destacado de su paisaje, si bien sometido a la jerarquía que imponía el oppidum-capital. Con la conquista de Roma en el siglo III ANE el oppidum de la Serreta desapareció y el resto de los asentamientos fortificados, salvo Covalta y el Puig desaparecidos en la fase anterior, continuaron ejerciendo al menos por un tiempo las labores de control del territorio, si bien por poco tiempo porque el proceso concluyó bajando gran parte de la población al llano. No parece que quepan dudas que con el abandono de la Serreta se descabezó el sistema territorial mononuclear del valle del Serpis. El modelo que por su vinculación de nuevo a la cabecera y curso alto y medio de un río sigue respondiendo a la estructura territorial de un pagus, no se ciñe ya de forma tan evidente a las formas geograficas naturales y asume formas de jerarquía política. El modelo de poblamiento propuesto para el valle del Turia es todo un ejemplo de articulación entre un gran núcleo (S. Miquel de Lliria), pequeños asentamientos (la Seña o la Monravana), caseríos o aldeas (Castellet de Bernabé), atalayas (Puntal dels Llops) (Bernabeu et alii 1987) y más recientemente pequeñas factorías agrarias. 2.

EL

TERRITORIO POLINUCLEAR

La nucleación en Cataluña se inició en algún caso como Ullastret en época algo más temprana que en el valle del Serpis. A partir de fines del siglo VI ya

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se reconoce un espacio fortificado de tres has (Martín, 1995) que en los inicios del siglo IV ANE, con una nueva ampliación del recinto alcanzó las diez. Sin duda, Ampurias no fue ajena a este temprano y excepcional despertar. De todos modos, es a partir de la segunda mitad del siglo IV ANE cuando el proceso de nucleación se generaliza entre los iberos del norte, como lo demuestra el oppidum de Burriac que acabó convirtiéndose en el gran núcleo layetano (Zamora 2006-2007). Es de gran interés que las dos necrópolis importantes conocidas de este momento, Puig de Serra y Cabrera de Mar, se encuentran en las proximidades de ambos centros nucleares (Sanmartín, Santacana, 2006). Seguramente éste fue también el caso de Kesse entre los cossetano, si bien la superposición de la Tarraco romana ha hecho imposible, por el momento, valorar este proceso. Los territorios de indigetes, layetanos y seguramente cossetanos configuran su espacio político, igual que La Serreta o Edeta a partir de un oppidum capital, si bien con una segunda escala de núcleos que superan las cuatro has y por último una tercera que como mucho alcanza la ha. Lo interesante es que en los territorios de Burriac o Kesse ya no está clara la estructura hídrica que definía tradicionalmente los pagi. ¿Se trata de otros factores geográficos o se imponen en su definición criterios políticos urbanos sobre formas rurales? En el sur Castulo configuró a fines del siglo IV ANE el modelo de desarrollo del pagus polinuclear. La propuesta del gran oppidum oretano había sido en una primera etapa, seguramente en los inicios del siglo IV ANE, la construcción de un modelo de pagus tipo Iltiraka con un santuario en Despeñaperros: el Collado de los Jardines y la construcción de un segundo oppidum, el de Giribaile, en el punto de encuentro del río Guarrizas, que nacía en un lugar próximo al santuario, y el río Guadalén. En una segunda fase el pagus se amplió a toda la cuenca del río Guadalén, que incluía lógicamente el río Guarrizas, con la construcción de un segundo santuario en Castellar: Los altos del Sotillo. En realidad, es posible que toda la construcción del territorio, con los dos pagus, fuera de un único momento. Del Collado de los Jardines no se cuenta con una buena estratigrafía, como ocurre con Castellar (Nicolini et alii 2004), y se sostiene su mayor antigüedad por la estilística de los exvotos y por la abundancia de representaciones masculinas, sobre todo de jinetes, que le podrían hacer jugar, en un primer momento, un papel próximo a un santuario heroico del tipo Pajarillo aunque sin la monumentalidad de éste (Prados 1994). Por otra parte, no se documenta en el lugar ningún fragmento de cerámica griega, que suelen ser muy abundantes en los sitios arqueológicos de la primera mitad del IV ANE.

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El caso no es diferente para el oppidum de Giribaile que, si bien ha permitido documentar materiales griegos del siglo IV ANE en una próxima necrópolis (Gutiérrez 2002), sin embargo, en la superficie del asentamiento no se ha documentado su existencia, por lo que podría tratarse de una amortización. Si todo el complejo territorial fuera de un mismo momento se explicaría la diferencia constructiva y de dedicación de los lugares de culto: el monumento con torre y esculturas del Pajarillo y las cuevas, adecuadas constructivamente, de los santuarios de Sierra Morena. Este modelo de territorio reconocible en Castulo tiende más a legitimar el papel organizador del oppidum mas allá de las fronteras de su pagus, al proponer una abstracción de la dedicación de los santuarios, es decir, al dedicarlos a divinidades y no a los antepasados de un determinado linaje. En todo caso la existencia en Castellar de casas en la ladera anima a pensar que el proyecto castulonense era más complejo que el modelo de Iltiraka y respondía no solamente a la apropiación de nuevas tierras y de nuevas vías de comunicación, sino que había en él una propuesta política nueva en la que los pagos quedarían sometidos a un territorio político piramidal de grandes oppida. A partir de aquí son las fuentes literarias las que contribuyen a definir el proceso. Cuando el régulo Culchas, en el año 206 ANE, se presentó con su ejército para ponerlo a las órdenes de Escipión, era régulo de veintiocho ciudades (Polivio, 11-20). Como quiera que el encuentro con Silano se realizara en Baécula, su territorio político debía localizarse en el Alto Guadalquivir. Es importante este dato para conocer el tamaño aproximado de una de estas entidades políticas territoriales del siglo III a. C., aunque el sistema muestra cierta inestabilidad ya que el mismo régulo aparece algunos años después en la rebelión del 197 a. C. como régulo de diecisiete ciudades (Livio, 32-21). Estructuralmente el modelo de Culchas consistía en la creación de una pirámide clientelar extendida en el territorio ya sin necesidad de expresarse en un pagus. La superación del pagus como definición natural del territorio político controlado por régulos como Culchas es extrapolable a los casos ya apuntados en Cataluña, pero lo es aun más cuando estas unidades amplían el territorio político, como ocurre con casos como Indíbil y Mandonio, régulos ilergetes, que cuando se presentaron con sus ejércitos ante los romanos lo hacían acompañados de los lacetanos, gentes residentes en el alto Llobregat y ausetanos, localizados en el Bajo Ebro que debieron estar vinculados a los régulos ilergetes por lazos de clientela. Dos grupos étnico-políticos, lacetanos y ausetanos, que significativamente no parece que res-

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pondan a la estructura territorial de pagi. El asentamiento lacetano mayor, El Cogullo, no supera la media ha (Cura, Ferrán 1969) y en el caso de los ausetanos del Ebro el asentamiento de San Antonio de Calaceite, que es el de mayor tamaño del área aumento en el siglo III de un barrio a dos, sin superar con ello la media ha, si bien son ostensibles los elementos simbólicos de poder como la monumentalización de la fortificación, presencia de estelas decoradas, fabricación de cerámica pintada con decoración zoomorfa y antropomorfa y la complejidad de las casas (Moret et alii 2006). De hecho como le ocurrió a otro de los grandes régulos de fines del siglo III ANE Edecón, Indíbil y Mandonio fueron elegidos por los cartagineses para que entregaran como rehenes a sus familiares más directos en los primeros momentos de la Segunda Guerra Púnica, lo que indica que su esfera de influencia política era muy amplia. Edecón lo significo ante Escipión cuando les devolvió los rehenes diciéndole que en agradecimiento a esta acción no solamente contaría con él y los edetanos, seguramente se referiría a los pobladores del pagus-territorio político del Turia medio, sino con otros príncipes que le seguían. En todo caso, que ya no fueran dominantes las estructuras territoriales con limites naturales, no quiere decir que en el ámbito local los pagi siguieran teniendo una especial importancia y continuaran funcionando como subunidades territoriales, así se observa en el comportamiento de los pequeños oppida del río Serpis durante el siglo III ANE o en el pagus de Castulo organizado sobre la cuenca del río Guadalén a partir de los dos conocidos santuarios de Sierra Morena, que después de la conquista romana, cuando se produjo el abandono del oppidum Giribaile y la población se disperso en su entorno se visibilizo en el paisaje el pagus como espacio rural (Gutiérrez 2002). Un paso más en esta lectura. En los santuarios de Sierra Morena, que definían el pagus de Castulo, se depositaron entre fines de siglo IV y fines del III ANE centenas de exvotos de bronce que han permitido reconocer la imagen de grupos sociales que hasta el momento no se habían visibilizado. Quesada (1997) plantea que haya surgido durante esta fase la caballería en la estructura militar de los iberos. Es indiscutible que anteriormente el estamento aristocrático había utilizado el caballo, pero bien es verdad que no como arma que se articulaba a una forma de lucha, sino como representación publica del poder, tal y como se advierte en la representación de los duelos del conjunto escultórico de Porcuna A partir del siglo III ANE, sin embargo, no solamente cambia la imagen de la asociación caballo-jinete sino que ade-

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más aumentan las referencias sobre un posible cuerpo de caballería; así se observa en las escenas de la cerámica de Liria o la Serreta, en los exvotos de los santuarios de Sierra Morena ya citados y en las referencias de las fuentes literarias tanto para el sur como para el norte. El porcentaje de caballeros respecto al de infantes es del 16,6% en el caso de Culchas (Livio, 28, 12, 10) y baja hasta el 12,5% en el porcentaje mas bajo de los distintos levantamientos de Indíbil (Livio, 29, 1, 19). Hay que recordar que la aparición de la tribu urbana romana, que era el escalón siguiente a conquistar por el sistema de relaciones sociales clientelares, sin embargo se constituyó en una alternativa al poder del príncipe al tratarse de una forma de poder oligárquico surgida contradictoriamente con el desarrollo del cuerpo cívico (Torelli, 1988). En nuestro caso la aparición de la caballería se justifica por la generalización de la clientela, que al aumentar el numero de rangos facilitó el encuentro de una base mayor de clientes para la constitución de unidades militares nuevas. De hecho, la distribución de los jinetes por oppida en el caso de Culchas daría una media de 17,8 unidades por asentamiento, lo que no es una cifra muy alta y podría ser equivalente a la que existiera en periodos anteriores. La caballería ibera pudo configurar el marco en el que se produjeron los primeros síntomas de la aparición de una oligarquía, porque de hecho seguramente minimizó las diferencias entre el príncipe del oppidum y el segundo nivel aristocrático que se advertía en el siglo IV ANE en casos como la necrópolis de Baza, pero no parece que este cuerpo se mostrara aquí con la misma capacidad política que en la Península Itálica; este grupo, con ser significativo, no produjo ningún resquebrajamiento del sistema. Uno de los casos más interesantes del desarrollo habido en los cuerpos sociales intermedios se reconoce en el caso de Castellet de Bernabé, un pequeño caserío edetano del área controlada por el oppidum de Edeta, San Miguel de Lliria (Guerin, 2003) que en el siglo IV ANE se mostraba como un pequeño núcleo de un barrio con calle central, con dos zonas bien diferenciadas: una de producción con molinos y almazaras y otra de residencia. En cambio, en el siglo III aisló varios departamentos del sitio con un muro y los integró configurando una casa muy superior en tamaño a las residencias domésticas existentes en el asentamiento. Dándose la circunstancia que dentro del nuevo espacio construido se integró un pequeño santuario doméstico en una estancia y seguramente un almacén de aperos de labranza. De hecho, la circulación de determinados bienes como las cerámicas con decoración figurada tipo Lliria solamente se hacía en la casa. Se asiste con este caso al establecimiento de

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una jerarquía en los niveles más bajos del sistema, las aldeas, y no parece que se asista al nacimiento de un príncipe, debe tratarse seguramente de un señor rural equivalente en el ámbito urbano a lo que sería un caballero. En suma, la mayor jerarquía social, la pérdida de valores aldeanos en la definición de las unidades políticas y la mayor frecuencia en la representación de los estamentos sociales intermedios, unido al desarrollo de la moneda al finalizar el siglo III ANE y posiblemente antes en núcleos como Arse-Sagunto (Ripollés, 2000), afirma la existencia de una sociedad con una clase ciudadana en gran parte del territorio de los iberos que, si bien no había alcanzado el poder, estaba presente en las manifestaciones de su modo de vida. BIBLIOGRAFÍA ABAD, L. y SALAS, F. (1993): El Poblado Ibérico del Oral. (S. Fulgencio, Alicante). Dip. Prov. Valencia. AGUAYO, P.; CARRILERO, M.; CABELLO, N.; DIÉGUEZ, A.; GARRIDO, O.; MORALES, F.; MORENO, F.; PADIAL, P. y SANZ, L. (1990): «Excavación arqueológica sistemática en la Silla del Moro. Primera Campaña. 1990», en Anuario Arqueológico de Andalucía. Sevilla. Junta de Andalucía. BADER, F. (1985): «De la Prehistoire a la ideologie tripartie: Les travaux d’Herakles», en De Herakles a Poseidón: Mithologie e Protohistoire. Ed. R. Bloch. Paris. BELÉN, M. y ESCACENA, J. L. (1993): «Las Comunidades Prerromanas de Andalucía Occidental». Paletnología de la Península Ibérica. Almagro-Gorbea y Ruiz Zapatero. Complutum 2-3. Madrid. BERNABEU, J.; BONET, H. y MATA, C. (1987): «Hipótesis sobre la organización del territorio edetano en época ibérica: el ejemplo del territorio de EdetaLliria». Primeras jornadas sobre el mundo Ibérico. 1985. Jaén. BLÁZQUEZ, J. M. y VALIENTE, J. (1981): Castulo III. Exc. Arqueol. en España 117. Madrid. CABRERA, P. (1995): «Cerámicas griegas en Tartessos: Su significado en la costa meridional de la Península desde Málaga hasta Huelva». Tartessos 25 años después. 1968-1993. Jerez de la Frontera. CARANDINI, A. (1994): «La presenza de la cittá’ nella campagna. All’origene del fenomeno nell’Italia Centrale Tirrenica». XIV Congreso Internacional de Arqueología Clásica. La ciudad en el Mundo Romano. Tarragona. CELESTINO, S. (1997): El Palacio Santuario de Can-

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Fig. 1. Modelos de asociación Modo de vida-Forma de poder.

Fig. 2. Oppida: Puente Tablas y Ullastret.

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Fig. 3. Modelos celulares de poblamiento: Cancho Roano, Tossal, Montañés. Según Celestino y Moret et alii.

Fig. 4. Pagi del Alto Guadalquivir.

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Fig. 5. Pagi del Puig y La Serreta. (Según Grau).

Fig. 6. Proceso de desarrollo de los modelos de poblamiento en la sociedad ibera.

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Fig. 7. Castellet de Bernabé (según Guerín).

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ORIGEN Y DESARROLLO DE LA CIUDAD EN LA CELTIBERIA* Francisco Burillo Mozota**

1.

LA CELTIBERIA

Celtiberia es el nombre de una región geográfica que, en la etapa histórica de los siglos II y I, se sitúa en el Sistema Ibérico Central y el reborde montañoso que penetra en los ríos Ebro, Duero y Tajo. El término de Celtiberia deriva del de celtíberos, vocablo exoétnico creado desde fuera del grupo al que hace referencia. La palabra celtíberos forma parte de un serie de nombres compuestos, como celtoligures, celtoilirios, celtoescitas, helenogalatas, libiofencies, indoescitas, etc. surgidos en el ámbito helénico para definir a poblaciones que, a ojos del observador externo, presentaban unos rasgos específicos, distintos de otros grupos vecinos. Estas palabras compuestas podían formarse bien por la suma de dos grupos étnicos ya conocidos o bien por la de un etnónimo y un topónimo, correspondiente a un territorio distinto de donde se consideraba originario el primero. De hecho, este doble sentido se dio en la Antigüedad para explicar el significado de los celtíberos. Diodoro (Hist. Univ., 5, 33, 38), apoyándose en datos de Posidonio, los definió como mezcla racial de íberos y celtas, opinión que mantuvo el bilbilitano Marcial (L, X, Ep. 65) al considerarse a sí mismo, a finales del siglo I d.C., hijo de celtas e íberos. Apiano (Iber. 2) indicaba, sin embargo, que correspondían a celtas asentados entre los íberos; similar explicación parece desprendense de las palabras de Estrabón (III, 4, 5): «Los celtas que hoy se llaman celtíberos y berones». 1.1.

LA EVOLUCIÓN CELTIBERIA

DEL TERRITORIO DENOMINADO

Si bien puede decirse que «celtíbero» es el etnónimo hispano que más propuestas ha generado su * Este trabajo se desarrolla dentro del proyecto I+D: HUM2005-03369/HIST, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia y los fondos FEDER. ** Centro de Estudios Celtibéricos de Segeda. Seminario de Arqueología y Etnología Turolense. Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Teruel.

significado en la historiografía moderna, se puede afirmar que, actualmente, se suele separar el estudio de las variaciones que dicha palabra ha podido tener en el tiempo del análisis cultural y político de las poblaciones identificadas como tales. En la definición del territorio denominado «Celtiberia», existen dos opiniones, quienes como A. Schulten (1920) y, más recientemente, Julián Pelegrin (2003) manifiestan, con diferentes argumentos, que es un término estable en el tiempo, y quienes defendemos que Celtiberia, como región geográfica, y celtíberos, como población, ha ido variando en su significado (Ciprés 1993; Le Roux 1995: 41; Capalvo 1996; Burillo 1998: 25 y ss.; Gómez Fraile 2001; Moret 2004). «Celtiberia» y «celtíberos» aparecen citados por primera vez por Livio y Polibio en el último cuarto del siglo III, al narrar los acontecimientos correspondientes a la Segunda Guerra Púnica. Pero estas fuentes lo toman de una primera, que ya D’Arbois de Jubainville (1893: 382) identificó con el escritor romano Fabio Píctor, filiación defendida por la historiografía reciente (Capalvo 1996: 19 y Pelegrín 2005: 119). En el análisis del contexto histórico de los relatos del siglo III se observa como la palabra «celtíberos» sustituye a la de los «celtas» que a partir de ese momento no aparecen nombrados en la península Ibérica. De ahí el significado de celtíberos como celtas de Iberia, acepción que coincide con la segunda explicación clásica arriba citada, de suma de etnónimo y topónimo, acepción aceptada por la mayoría de los investigadores actuales (Koch 1979: 397; Domínguez Monedero 1983: 211; Tovar 1985: 16; Burillo 1998: 63; Pelegrín 2005: 118). No obstante, el término «celta» genera en la península Ibérica dos etnónimos, el de celtíberos y el de célticos, lo que ha motivado a Javier de Hoz (1988) a proponer el término conjunto de hispano-celtas para agrupar a ambos. Sin embargo, al otro lado del Pirineo se sustituye, en esta etapa histórica, la palabra de origen griego celta (keltoi) por la romana galo (galli), por lo que pueden considerarse como sinónimas. Por el contrario, es interesante destacar, como indica Julián Pelegrín

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Francisco Burillo Mozota

(2005: 129), que aceptando el origen helénico de los dos términos, celtas e Iberia, la palabra celtíberos supone una transcripción literal en el ámbito romano y no una traducción que hubiera dado lugar al término gallohispano. Las primeras referencias a los celtíberos suponen, por lo tanto, una sustitución de las anteriores de celtas en Iberia. Así, Apiano inicia su Historia de Iberia indicando que los Pirineos separan a los celtas, denominados gálatas y galos, de los iberos y celtíberos. Por ello, a finales del siglo III las narraciones sobre los enfrentamientos de romanos y cartagineses únicamente definen dos grupos étnicos en la península, iberos y celtíberos, como aliados de uno u otro bando. Así, en el año 206, Apiano (Iber, 31) describe a iberos y celtíberos como aliados de Magón, mientras que Polibio (11, 31) señala el apoyo de los iberos en la victoria de Escipión sobre cartagineses y celtíberos. Estos celtíberos proceden de una Celtiberia imprecisa situada en el interior peninsular, de la que queda reflejo en algunas citas de los autores clásicos. Así, Plutarco (Sert, 3) define a Cástulo como ciudad de los celtíberos y Estrabón (III, 2, 11) recoge la referencia de Polibio de que el Anas y el Betis vienen de la Celtiberia. Con la penetración romana en el valle del Ebro las referencias a los celtíberos y a la Celtiberia serán más precisas y detalladas. Livio (28, 24) señala en el 206 a los celtíberos como unos de los aliados de los ilergetas frente a suesetanos y sedetanos. En el 193 Livio (35, 7, 6) precisa como M. Fulvio luchó cerca de la ciudad de Toletum, esto es, en la Carpetania, contra una coalición de vacceos, vettones y celtíberos, reduciendo a los celtíberos a la categoría de etnia, con similar categoría que vacceos y vettones. A partir del 181 se comienzan a conocer etnias identificadas como celtibéricas por las fuentes escritas o por la historiografía actual, lo que implica la pervivencia del concepto celtíbero como grupo étnico. La primera referencia es la de los lusones (Apiano, Iber., 42) y, poco después, con motivo de la declaración de guerra de Roma a Segeda en el año 154, belos, titos y arevacos (Apiano, Iber., 44 y 45). Siendo los pelendones la última etnia que se adscribe a los celtíberos, ya que no aparecerá citada hasta el 76, siempre que se acepte que son los cerindones que Livio (Frag., lib. XCI) menciona junto a los arevacos con motivo de las campañas de Sertorio. Pero la mejor definición de la entidad que para los romanos tuvo la Celtiberia en esta etapa histórica la encontramos en dos citas. Una, con motivo de la guerra de Numancia, donde Diodoro (31, 40) califica la «guerra celtibérica» como «guerra de fuego», dada su larga duración, diferenciándola de las «gue-

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rras griegas», que se deciden en un momento. La otra, cuando Floro (1, 33, 10) señala que Metelo, que había merecido el sobrenombre de Macedónico, se había hecho merecedor del de Celtibérico, por la toma de Contrebia y Nertóbriga. Se debe esperar a la etapa augústea para encontrar en la Geografía de Estrabón la documentación más importante para el conocimiento de la Celtiberia. Presenta una delimitación de esta región siguiendo los cuatro puntos cardinales, para cuya comprensión debe tenerse en cuenta la orientación que entonces se daba a la península Ibérica (III, 4, 12). Sitúa al norte los berones y bárdulos; al oeste los astures, callaicos, vacceos, vettones y carpetanos; al sur oretanos, bastetanos y edetanos. Para el flanco oriental hace excepción y, en vez de nombrar las etnias existentes en esta dirección, como sedetanos u ositanos, señala, desde el valle del Ebro, el sistema montañoso de la Idúbeda como el límite exterior de la Celtiberia. Sin embargo, al traducirse este término por el Sistema Ibérico, debe hacerse hincapié en que la percepción que pudo tenerse del mismo en la Antigüedad difería necesariamente de la existente en la Geografía moderna, según la cual esta cordillera presenta una anchura superior a los 100 km y donde alternan macizos con amplias depresiones, lo que hace que cuando uno se halla en su interior, como en las parameras de Molina de Aragón, no se tenga percepción de encontrarse dentro de una cordillera, lo cual nunca ocurre con los Pirineos. De hecho, es desde la depresión del Ebro donde se percibe de forma manifiesta la existencia de una verdadera cadena montañosa, la formada por el alineamiento de las sierras de Cucalón, Algairén, la Virgen, el Moncayo y su continuación hasta el nacimiento del Ebro. Esto es, la misma percepción que encontramos en Estrabón cuando señala que la Idúbeda va desde los cántabros al Mediterráneo, con un desarrollo paralelo al Ebro y a los Pirineos (III, 4, 10). Es esta precisión, junto con la cita estraboniana (III, 2, 15) «Caesaraugusta entre los celtíberos», que contradice su anterior aserto al llevar la Celtiberia hasta la línea del Ebro, la mejor crítica a las teorías de José María Gómez Fraile (1997; 1998; 1999; 2001), en su insistente defensa de identificar la Celtiberia a partir de su peculiar interpretación del concepto de Idúbeda y de otros apartados de los textos clásicos, con el centro de las cuencas de los ríos Tajo y Duero y, por lo tanto, negando la pertenencia a la Celtiberia del territorio donde se sitúan ciudades como Bílbilis, Segeda y Contrebia Belaisca. Tal como analiza Pilar Ciprés (1999), el proceso de reducción territorial de los celtíberos queda sintetizado en la obra de Estrabón, mostrando el proceso de selección e interpretación del concepto de Celtiberia

Anejos de AEspA XLV

ORIGEN Y DESARROLLO DE LA CIUDAD EN LA CELTIBERIA

a partir de la opinión de diferentes autores de la Antigüedad. Así aparecen referencias a la Celtiberia genérica de las primeras citas históricas y a la Celtiberia más concreta y definida de la conquista romana. Pero también identifica a los celtíberos con el poderoso componente poblacional, suma de vacceos y de celtíberos, que se enfrentó a Roma. Lo cual da lugar a que Estrabón realice una selección de las ciudades que tuvieron un papel destacado en las guerras de conquista y civiles. Se puede concluir que la que se ha dado en llamar Celtiberia histórica queda definida, en la mayor parte de la historiografía actual (Burillo 1998; Beltrán Lloris 2004), como el territorio geográfico denominado por los autores clásicos a partir de la segunda mitad del siglo II como Celtiberia, fruto de la actuación romana en el Sistema Ibérico central y territorios aledaños. En la comprensión de este tema sigue siendo válido, y a todas luces esclarecedor, el siguiente texto de Estrabón (I, 2, 27): «Digo que como según la opinión de los antiguos Griegos las partes conocidas hacia el Norte se llamaban por un solo nombre Escitas o Nómadas, como Homero, y más tarde, cuando se conocieron también las partes hacia Oeste, Celtas e Iberos, o con nombre compuesto Celtíberos y Celtoescitas (comprendiéndose por ignorancia los diferentes pueblos de cada parte bajo un solo nombre), así todas las regiones del Sur junto al Océano se llamaban Etiopía». 1.2. CELTIBERIA,

UNA REGIÓN GEOGRÁFICA

Bajo criterios políticos, nunca hubo una unidad que reuniera a los celtíberos bajo un mismo poder, nunca hubo un estado celtíberico, ni siquiera para cada una de las etnias que se sitúan en dicho territorio. Lo que las fuentes escritas muestran, y la arqueología ratifica para la etapa histórica, es la existencia de un territorio políticamente atomizado en ciudades-estado, con la única posible excepción de los titos. En este aspecto de configuración de los étnicos sigue la Celtiberia un camino distinto que la Iberia más próxima, donde el nombre de la etnia emana del de la ciudad. Así, Edeta dio lugar a los edetanos, Ausa a los ausetanos, etc. Mientras que en el ámbito celtibérico se emplea el étnico para diferenciar una ciudad de otras que tienen nombres similares, así la Contrebia situada en territorio de los belos se denominó belaisca, la del territorio carpetano se llamó Cárbica y una tercera llevó el apelativo de Leukade. Esta ausencia de unidad política de la Celtiberia dio lugar a que no se desarrollaran procesos de identidad que pudieran tener reflejo en aspectos específicos y

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uniformes de la cultura material o de los patrones de asentamiento que, por ejemplo, marcaran en su distribución unas líneas de frontera, y que pudieran servir para identificar una fase de «lo celtibérico» a partir de la lectura arqueológica. Ni que decir tiene que la cultura material servirá todavía menos para conocer las fases históricas anteriores de estas poblaciones, dado que no se ha demostrado que sean exclusivas de un grupo políticamente constituido, por lo que su dispersión sólo puede marcar relaciones culturales, sociales o económicas entre grupos humanos de diferente entidad. Por ello se debe rechazar las propuestas que se hacen de ciertos elementos para definir «lo celtibérico», como la existencia de una misma indumentaria caracterizada por torques y brazaletes de oro (Pelegrín 2005: 128) o de otros elementos de cultura material, como broches de cinturón de garfios, mal llamados célticos; espadas de antena; puñales biglobulares; fíbulas de la Tène; fíbulas de caballito, etc. (Lorrio 1999b), y que han servido para delimitar la Celtiberia (Lorrio 1999a) o marcar las relaciones de los celtíberos con los territorios mediterráneos levantinos (Manyanós 1999; Olaria y Manyanós 1999). El proceso de conquista y asimilación de la Celtiberia tuvo como consecuencia la expansión de la escritura, y el desarrollo de acuñaciones monetales y la redacción de otros textos escritos (Beltrán, 1995). Emerge y se hace visible, de esta manera, una lengua de filiación indoeuropea y, por lo tanto, claramente diferenciada de la ibérica, así como la plasmación de costumbres peculiares, que no se han identificado en el área ibérica, como los pactos de hospitalidad sellados por las téseras, o la pervivencia de los grupos familiares extensos. Sin embargo, ni las evidencias de la lengua celtibérica, ni las estructuras sociales vistas se restringen a la Celtiberia histórica, dado que su uso se extiende por otros territorios del interior peninsular. Por ello, los límites del uso de la lengua celtibérica únicamente se podrán definir en la zona de contacto con la lengua ibérica a partir de la información que proporcionan los epígrafes conservados. Pero, además, si atendemos a la distribución de los epígrafes conocidos de ambas lenguas, se observa que no existe una frontera, sino una amplia zona de contacto, un verdadero territorio bilingüe, fruto de las relaciones entre hablantes de las dos lenguas (Burillo 1998: 128). Ante la autonomía existente entre lengua, cultura material y estructuras política, lo único que queda al investigador es analizar el proceso histórico existente en las poblaciones que ocuparon un territorio determinado, y en este campo la aparición del estado marca un límite neto en el desarrollo de las formaciones sociales, lo que obliga a un estudio diferenciado de las etapas históricas.

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2.

Francisco Burillo Mozota

LA CIUDAD

La percepción de la existencia de la ciudad en la Celtiberia remonta a las primeras exégesis de los textos clásicos realizadas por los humanistas del siglo XVI. Pero la lectura e interpretación de estas fuentes documentales corresponde a una etapa tardía y externa del proceso urbano indígena. Nos muestran la existencia de ciudades a la llegada de Roma y nos relatan aspectos puntuales de la última fase de su desarrollo urbano, la correspondiente a los siglos II y I, cuando aparecen mencionadas con motivo del proceso de conquista e intervención romana y la consiguiente organización administrativa del territorio. Por otra parte, los documentos grecolatinos muestran la existencia de otras entidades sociales, que en ciertos momentos se han traducido como tribus, atribuyéndoles una organización política preestatal que ha llegado a anular el verdadero valor de la ciudad celtibérica. Es en esta etapa tardía cuando la mayor parte de las ciudades celtibéricas manifiestan su mayor explendor, dando muestras de su actividad administrativa en documentos redactados con escritura y lengua indígena, como monedas, en cuya leyenda aparece su propio nombre, u otros documentos oficiales, como las téseras de hospitalidad y los bronces escritos, de los que el mejor ejemplo lo encontramos en los descubiertos en la ciudad de Contrebia Belaisca. Estos últimos hallazgos muestran la existencia de archivos públicos, verdaderos tabularia donde quedarían expuestos para su consulta, hecho que también se constata en la tesera de Uxama y el bronce de Luzaga, dadas las perforaciones que presentan, pero que sería extensivo a los otros grandes bronces conocidos, como el de Torrijo, localizado junto a la Caridad de Caminreal, el de Cortona, hallado cerca de la ciudad celtibérica existente en Medinaceli o el bronce Res de procedencia desconocida (Jordán 2004). La vinculación de gran parte de estas ciudades, documentadas textualmente, con yacimientos arqueológicos concretos, nos ha permitido tener una evidencia física de la ciudad, de sus dimensiones y, en los casos donde se han realizado excavaciones, de las características de su urbanismo. 2.1.

¿CÓMO

DENOMINAR A LA CIUDAD CELTIBÉRICA?

En castellano la palabra ciudad es un término ambiguo dado que define indistintamente tanto la urbe, o hábitat construido, como su ordenamiento sociopolítico. Desconocemos el nombre con el que los celtíberos denominaban a sus ciudades. Jürgen

Anejos de AEspA XLV

Untermann (1996, 120) defiende que podría corresponder a la palabra celtibérica *kortom. Sin embargo, las referencias existentes en las fuentes clásicas nos muestran como se utiliza indistintamente para su definición la terminología griega y latina. Pongamos como ejemplo la ciudad vaccea de Intercantia, que en los acontecimientos del 151 es identificada por Apiano (Iber. 53) como una polis, por Livio (per. 48) como una urbs y por Valerio Máximo (3,2,6) como un oppidum, términos al que debe añadirse el de civitas, con que Ampelio (18) se refiere a Contrebia en el 143. En el ámbito clásico se suele diferenciar entre la ciudad construida y su ordenación política. En la lengua griega se utiliza el término ásty para el asentamiento principal y polis para la estructura política, equivalente a «ciudad estado», lo cual no implica, como señala Kolb (1992: 61 y ss.), que puedan encontrarse en Grecia polis sin ciudades. También en el ámbito romano se diferenciaba el hábitat construido, urbs, de su ordenamiento político, civitas (Marín 1988: 7). De esta manera, indica Kolb (1992: 181) el significado de civitas sería similar al de polis y haría referencia a una comunidad de ciudadanos que habita en un territorio delimitado, por lo que una civitas podría tener varios asentamientos urbanos o carecer de ellos. Sin embargo, el término civitas no tiene un sentido estable, ya que no es extraño que aparezca usado en las fuentes que tratamos con similar valor que urbs (Capalvo 1986: 51-53). Pero estos modelos clásicos de «ciudad-estado» son algo más que la suma de una ciudad construida y unas instituciones políticas, implican unas relaciones sociales desarrolladas en el marco del esclavismo (Ste. Croix 1984). Es precisamente la articulación social y política los aspectos que nos son desconocidos en las ciudades celtibéricas. El término oppidum suele definir, en los escritores clásicos, la morfología de la zona residencial, la aglomeración, sin especificación de su categoría jurídica. Si bien un oppidum se asimila a un asentamiento cerrado y rodeado de murallas, y Livio lo sitúa en una categoría inferior a las urbs, no se puede distinguir claramente de ésta, ya que ambos términos se usan con funciones de lugar central (Kolb 1992: 183). De hecho, en el estudio del léxico pliniano realizado por Capalvo (1986: 51-53), es la palabra por excelencia para definir un asentamiento urbano, independientemente de otros valores como su tamaño, estatus jurídico y carácter defensivo. No obstante, y a pesar de que algunos autores identifican a los oppida con asentamientos fortificados de segundo rango, intermedios entre la ciudad y el castellum (Bendala et alii 1986: 126 y San Miguel 1995), la mayoría

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ORIGEN Y DESARROLLO DE LA CIUDAD EN LA CELTIBERIA

asimilamos este término al de ciudad indígena (Muñiz 1994: 80), aunque limitado a su morfología residencial, sin referencia a su categoría jurídicopolítica. Careciéndose, pues, de términos equiparables a polis o civitas. Sin embargo, existe un problema que no hemos resuelto los historiadores actuales, ya que utilizamos el nombre de oppidum de forma genérica para definir los grandes asentamientos de formaciones políticas tan diferentes como las existentes en el área ibérica del alto Guadalquivir (Ruiz Rodríguez 1987), entre los vettones (Álvarez Sanchís 1999) o a lo largo del territorio del interior europeo (Wells 1984; Collis 1989), por citar algunos ejemplos. Indudablemente, lo que se quiere poner de manifiesto con esta definición de los núcleos urbanos de un amplio espectro geográfico es su entidad propia, distinta del de la ciudad clásica, lo que, sin embargo, no implica uniformidad entre estos diversos modelos (Burillo y Ortega en prensa). Se conoce el nombre que tuvieron buena parte de las ciudades celtibéricas en la Antigüedad gracias a la relación existente en la documentación escrita, clásica e indígena. La información no es ni mucho menos coincidente dado que los textos grecolatinos vinculan la cita de las ciudades a los acontecimientos de conquista del territorio, mientras que las referencias epigráficas no se extendieron por toda la Celtiberia. Así tenemos ciudades que se conocen sólo por los textos grecolatinos, como Numancia, y otras de las que únicamente nos aparecen en lengua celtibérica, como Belikiom, o la propia Arekorata, que además de ser una importante ceca que acuñó denarios, aparece encabezando dos excepcionales teseras de hospitalidad. En el caso de Ocilis, que creíamos que solo aparece citada con motivo de los acontecimientos que siguieron a la declaración de guerra a Segeda en el 153, la reciente lectura de la ceca de okalakom por ekelakom hace plausible que corresponda a la ceca de dicha ciudad (Rodríguez 2001-2002: 432). Existen casos en los que la documentación indígena precisa y clarifica los datos clásicos; así ocurre con Contrebia, que en las fuentes aparece sólo con el calificativo de Leucade y por las acuñaciones monetales sabemos que existían otras dos con los epítetos diferenciadores de Belaisca y Carbica. 2.2.

LA

PERCEPCIÓN ARQUEOLÓGICA DE LA CIUDAD

Una de las definiciones de ciudad, a mi modo de ver, más clara la encontramos en María Moliner, en su Diccionario de uso del español, donde nos presenta dos acepciones. La primera «población importante»

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y la segunda «(nombre usado genéricamente) por oposición a campo, población no rural». Ambas definen la ciudad en su variable espacio temporal, en cualesquiera de los contextos históricos que se quiera estudiar, dado que «importancia» se determina por la negación del contrario, ciudad es «lo que no es campo», «la población no rural». Definición que permite al arqueólogo identificar las ciudades en un momento histórico detereminado, como el que nos ocupa, en tanto que son diferentes a las aldeas o asentamientos rurales. Las tres categorías con las que Livio (XL, 47) define el modelo de poblamiento existente en la Celtiberia: castella, agros et urbem (Rodríguez Blanco 1977: 173), las podemos resumir en dos desde la evidencia arqueológica, poblados y ciudades. Estas dos categorías tienen su plasmación a partir del estudio de los patrones de asentamiento. Para lo cual se ha manifestado como altamente eficaz la aplicación de dos teorías analíticas de la Arqueología Espacial: la «teoría del lugar central» y la «ley rango tamaño» (Burillo 1982; 1986). Los estudios realizados en territorios celtibéricos tan diversos como el valle de la Huerva (Burillo 1980), la Serranía de Albarracín (Collado 1995) o el alto Duero (Jimeno y Arlegui 1995) conducen a la misma conclusión. Existe dos tipos de asentamiento muy diferenciados por su tamaño, los que no alcanzan la hectárea de extensión, que identificamos como poblados, asentamientos rurales o castros, dado que la mayor parte de ellos se encuentran en altura y con elementos defensivos, muralla y foso. Y los que presentan unas dimensiones superiores a las cinco hectáreas , normalmente en torno a las diez y, de forma extraordinaria hasta las cuarenta (Almagro-Gorbea 1995 a, b), que al haberse podido identificar en la mayor parte de los casos con ciudades citadas en las fuentes escritas o con cecas, se definen como núcleos urbanos. Lo interesante de las diferencias de tamaños existentes en los territorios estudiados es que no existe graduación o un término medio entre los asentamientos pequeños y los de grandes dimensiones. Lo cual nos proporciona, por una parte, un criterio objetivo a la hora de identificar y calificar un asentamiento localizado en prospección y, por otra, un conocimiento de la estructura política de la sociedad celtibérica, jerarquizada en el espacio y con el poder centralizado en la ciudad. La ciudad que aparece citada en las fuentes clásicas o en un documento epigráfico tiene que identificarse arqueológicamente y asimilarse a un asentamiento concreto. La lectura arqueológica de los restos permitirá conocer sus variables espacio temporales, esto es, sus dimensiones y su evolución his-

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Francisco Burillo Mozota

tórica. La identificación arqueológica permitirá también localizar ciudades de nombre desconocido, bien por que no aparecen citadas en la documentación escrita, bien por que desaparecieron con anterioridad al siglo II. La arqueología presenta una extraordinaria ayuda para definir a partir de su urbanismo la estructura política en la ciudad. Las excavaciones arqueológicas en el asentamiento urbano y el estudio de los patrones de asentamiento de su territorio, son las herramientas metodológicas más destacadas. 2.3.

UNA

TAREA PENDIENTE DEFINIR EL MODELO

DE CIUDAD EN LA

CELTIBERIA

Y DE SU ORDENAMIENTO POLÍTICO

El binomio ciudad-campo no es una mera coexistencia de unos opuestos. Nos marca un antagonismo que adquiere verdadero sentido en el campo «político». Existen pocas leyes que sean seguras en el ámbito de las ciencias sociales, una de ellas es que podemos afirmar que la existencia de la ciudad es consustancial a la del estado, pero no viceversa. Esto es, puede haber estados sin ciudades pero no ciudades sin estado. Cuando existe la ciudad es en ésta donde se localiza la residencia de la estructura del estado, lo que no implica que los grupos sociales dominantes, quienes habían llegado a acumular riqueza tengan que residir solamente en la ciudad, pues también residían en el campo, como lo demuestra la casa 2 de Herrera de los Navarros. Sin embargo, y a pesar de que se lleva más de un siglo realizando excavaciones en ciudades celtibéricas, las conclusiones no pueden ser más pesimistas, seguimos desconociendo las características internas de los modelos urbanos celtibéricos. Ello es debido a que la mayor parte de las ciudades existentes previo al proceso de conquista y asimilación romana, donde se han realizado excavaciones de cierta amplitud, presentan una continuidad de su hábitat sobre el mismo solar, de forma que la parte mejor conocida corresponde a la etapa romana, caso de Contrebia Leucade (Hernández Vera 2003), Numancia (Jimeno et alii 2002), Tiermes (Martínez y Mangas 2005) y Uxama (García Merino 2005). Un segundo grupo son fundaciones surgidas bajo la influencia urbanística itálica a finales del siglo II, Segeda II (Asensio 2001; Burillo 2001), la Caridad de Caminreal (Ezquerra 2005) o Contrebia Belaisca (Beltrán Lloris 2005). Un tercer grupo corresponde a fundaciones ex novo construidas después de las guerras civiles del s. I a.C., Bilbilis Itálica (Martín Bueno 1993), Ercavica (Lorrio 2001) y Segóbriga (Almagro Gorbea 2005). En este panorama, Segeda I (Burillo 2005) ofrece la

Anejos de AEspA XLV

peculiaridad de una ciudad celtibérica que se abandona en el 153, sin que fuese ocupado su solar, como ocurrió en el primer grupo citado. Sin embargo, las cinco campañas veraniegas de excavaciones realizadas son insuficientes a la hora de precisar el modelo urbano de esta ciudad concreta, sin que, por otra parte, se pueda establecer el territorio al que puede hacerse extensivo. Por ello desconocemos aspectos tan sustanciales para el urbanismo, como la forma de resolver las necesidades públicas. ¿Existían soluciones similares al ágora griega o al foro romano? ¿Qué características tenía y donde se situaba la boulé que aparece citada en las fuentes escritas? Tampoco se conocen hechos tan elementales como la ubicación de los espacios sacros. ¿Existían templos urbanos o todas las necesidades religiosas se resolvían en el ámbito del campo?, en el que sí contamos con testimonios como el santuario de Peñalba de Villastar (Marco 2005). Ni siquiera existe la respuesta del ámbito vacceo de ubicación del área industrial de los alfares junto a sus oppida, salvo en el caso de la Oruña, donde se debe identificar la ceca de turiasu, y no bajo la Tarazona actual como se sigue defendiendo (García Serrano 2003-2004), donde sólo se ha testimoniado la presencia de la ciudad imperial. Sí que tenemos conocimiento sobre la forma urbana de resolver los aspectos residenciales. De la segmentación de la ciudad en barrios con viviendas de planta cuadrangular con muros medianiles, de forma que se genera un urbanismo agrupado. Distinto, pues, de modelos que se desarrollaron en el oriente peninsular, como la zona castreña con sus casas de planta redonda o el ámbito vettón con espacios aislados entre las viviendas, configurando extensos oppida escasamente habitados. Se puede señalar que el modelo de urbanismo agrupado, con ausencia de edificios monumentales tiene sus paralelos más cercanos en el arco mediterráneo del levante y NE peninsular, territorio en donde también encuentra sus mayores similitudes el patrón asentamiento celtibérico. Cuando Fatás (1981 a, b) identificó la ciudad celtibérica como polis, supuso un paso importante en el reconocimiento de la existencia de una estructura estatal entre los celtíberos, en contra de las interpretaciones dominantes que veían una organización tribal a la llegada de Roma. El único problema en esta identificación es la traslación del modelo de polis clásico a estas ciudades indígenas, ya que por encima de la mera estructura urbana, por otra parte mal conocida entre los celtíberos, existe un aspecto fundamental en dichas polis y es la existencia de la esclavitud en el sistema productivo. ¿Qué modelo de

Anejos de AEspA XLV

ORIGEN Y DESARROLLO DE LA CIUDAD EN LA CELTIBERIA

relaciones sociales existen en ciudades como Segeda a la llegada de Roma? La propuesta que en su momento hizo Mangas (1977) para la Bética prerromana de la existencia de un sistema de dependencia que englobaba a las comunidades de aldeas, el modelo gentilicio clientelar desarrollado por Ruiz (2000) para el alto Guadalquivir, si bien en un momento inicial nos ha parecido como el más operativo para el ámbito del Sistema Ibérico y valle medio del Ebro (Burillo y Ortega en prensa), lo cierto es que se basa en una traslación teórica desde el materialismo histórico no constrastada arqueológicamente en el ámbito celtibérico. 3.

EL DESARROLLO URBANO EN LA CELTIBERIA

Se utiliza, a continuación, el término urbano en su acepción derivada de la palabra «urbs» o ciudad. Si en algo se ve la falta de unidad en el territorio considerado Celtiberia es, precisamente, en el proceso de urbanización o de surgimiento y desarrollo de las ciudades. En el conocimiento actual de la investigación el espacio geográfico vinculado al valle del Ebro, tradicionalmente definido como Celtiberia Citerior, presenta un proceso más complejo y dinámico en el desarrollo urbano que el interior del alto Duero, identificado con la Celtiberia Ulterior. De hecho, se pueden diferenciar hasta cinco fases en el desarrollo urbano, debido, especialmente, por la desigual incidencia de la intervención romana. 3.1. EL PRIMER DESARROLLO URBANO: LAS CIUDADES CELTIBÉRICAS ANTES DE LA LLEGADA DE ROMA Identificar arqueológicamente la aparición de la ciudad celtibérica sigue siendo una tarea pendiente, dada la ausencia de testimonios directos. A partir del estudio de los cambios en el patrón de asentamiento existente en el río Huecha, se puede afirmar que la ciudad surge como consecuencia de la que en su momento denominé como «crisis del ibérico antiguo» (Burillo 1989-1990; Burillo y Ortega 1999, 135). En un periodo que debe situarse a finales del siglo V e inicios del IV asistimos a un proceso sinecista de concentración de población procedente de pequeños poblados que se abandonan. Este proceso coincide en el tiempo con emergencias urbanas en otros territorios próximos como el edetano (Bernabeu et al. 1987) o el vacceo (Sacristán 1989). En el caso del Alto Duero, Alfredo Jimeno (2000) se inclina por situar la aparición de la ciudad en el

181

siglo III, un siglo después de la transición de la Primera a la Segunda Edad del Hierro en los castros sorianos (Romero 1999). La referencia utilizada corresponde, esencialmente, a Numancia, donde ha diferenciado de forma clara una triple sucesión de ciudades: a la destruida en el 133 se superpone otra en el siglo I y una tercera imperial. Lo cual ha dado lugar a que la información arqueológica correspondiente a la primera ciudad quede sólo reflejada en la mínima información estratigráfica disponible y en una serie abundante de materiales arqueológicos, la mayor parte descontextualizados. Pero, por otra parte, la mayoría de dichos materiales nos hablan del momento final de esta primera ciudad y no del inicio de la misma. La reciente y excelente publicación de la necrópolis numantina nos permite conocer la cronología de la zona excavada, desde finales del siglo III hasta el momento de desaparición de la primera ciudad en el 133 (Jimeno et alii 2004). En cualquier caso, la datación más antigua dada a la zona excavada de la necrópolis no tiene por qué coincidir, necesariamente, con la del inicio de la ciudad. Las últimas excavaciones realizadas en Tiermes confirman la existencia de un hábitat en la terraza media del cerro, entre la segunda mitad del siglo V y el siglo IV (Martínez y Mangas 2005: 169). Ratificando, de esta manera, la información proporcionada por la necrópolis de Carratiermes, lugar de enterramiento de los sucesivos habitantes que ocuparon la ciudad y donde se ha demostrado la existencia de una continuidad desde la segunda mitad del siglo VI a.C. hasta el I d.C. (Argente et al. 2001). No se puede señalar, pues, el momento en que surgió la ciudad de Termes citada por Apiano (Iber. 77) en el año, pero si afirmar la existencia de un modelo urbano desarrollado a partir de un asentamiento rural cuya evolución hasta convertirse en ciudad se realizaría mediante sinecismo sobre otros poblados próximos, siguiendo un modelo similar al propueso para las ciudades celtibéricas de Bursau y Segeda I. Uxama, presenta el problema compartido con Numancia y Tiermes, de la continuidad en el asentamiento, lo que ha dado lugar a que hasta la fecha no se haya podido detectar niveles fundacionales o previos al surgimiento de la ciudad. Comparte, sin embargo, con ellas la existencia de necrópolis en su entorno inmediato, que en este caso son dos, la de Portuguí cuyo origen se remonta a finales del siglo IV y la de Fuenteleraña que a partir de la segunda mitad del siglo II (García Merino 2005). En Inestrillas, Aguilar del río Alhama (Rioja), se levanta un extraordinario oppidum de 12 ha de extensión, rodeado de muralla y foso que Blas Taracena (1926, 1942) propuso identificar con Contrebia

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Francisco Burillo Mozota

Leucada citada en los acontecimientos sertorianos. José Antonio Hernández Vera (1982) realizó su tesis doctoral sobre esta ciudad y desde entonces continúa las investigaciones, mostrándonos la secuencia arqueológica de una primera ocupación en la Primera Edad del Hierro, la construcción de la ciudad celtibérica, y las posteriores ocupaciones romano-imperial y tardoantigua. Propuso el surgimiento de la ciudad celtibérica por concentración de poblaciones de poblados cercanos de la Primera Edad del Hierro, como la Peña del Saco de Fitero, que tras ser destruidos no se volvieron a ocupar. Proceso sinecista que se reflejaría en el propio topónimo de Contrebia. Sin embargo, no se han identificado niveles arqueológicos seguros para validar que el origen de la ciudad se realiza en esta etapa y no en fechas más tardías como sucede con Contrebia Belaisca. Si bien existe una cita de Contrebia en el 181 (Livio. 33) su vinculación con acontecimientos en el los únicos datos históricos para la Leucada son los de la etapa sertoriana. Los argumentos utilizados últimamente por su investigador (Hernández Vera, 2003) vinculan su origen a planteamientos tan endebles como la tipología de las torres defensivas, relacionándolas con modelos, supuestamente mediterráneos. Por otra parte, plantea situar el escenario de la Segunda Guerra Púnica en este territorio, y con él la ubicación de las ciudades de Iliturgis y Castulo. Corrige, además, la cita de Cornelio Nepote (Hamilcar, 4) repecto a la muerte de Amilcar sustituyendo a los vettones allí citados por los berones, y propone identificar Akra Leuké con Castrum Album, topónimos que relaciona semánticamente con Contrebia Leucada. Lo cual le lleva a concluir que «el nacimiento de esta ciudad debe encuadrarse en el contexto de las guerras púnicas, de las que el inicio y parte importante de los acontecimientos de la segunda deben situarse en las tierras del Ebro» (Hernández Vera 2005: 135). No puedo estar más en desacuerdo con el proceso deductivo seguido y sus conclusiones. 3.2. EL SEGUNDO DESARROLLO URBANO. LAS CONSECUENCIAS DEL PRIMER AVANCE ROMANO

Uno de los temas de debate entre los historiadores es el marco donde se desarrollan las campañas de Catón, si se limitan al NE peninsular o llegan hasta el valle medio del Ebro. En una u otra propuesta reside la situación de Segestica, opulentam civitatem asediada por Catón en el 195 (Livio, 34, 17). Existen dos teorías, más destacadas, sobre su ubicación: la zona catalana (Schulten 1935: 189 y Tovar 1989:

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441) o su correspondencia con Segeda (Martínez Gázquez 1974: 199 y M. Beltrán 1976: 423). En cualquier caso, Segeda existía ya en esta etapa, dada que en el año 179 (Apiano, Iber. 44) señala que participó en los pactos de Graco, calificándola como «una grande y poderosa ciudad de los celtíberos llamados belos». En los años que median entre Catón y Graco existen referencias sobre avances de Roma bordeando el Sistema Ibérico y el Sistema Central. En el flanco meridional de la Citerior se mencionan batallas junto a Toletum (año 193), en la Carpetania (186-185), con referencia específica a Contrebia (181), mientras que por el norte se citan enfrentamientos junto a Calagurris (188-187) y Corbión (184), cuya localización dentro de la Suessetania se desconoce. Durante esta fase tropezamos con serios problemas para la correcta interpretación de la identificación de algunas ciudades citadas, dada la existencia de dos o más con el mismo nombre y la carencia de datos para su satisfactoria reducción a una de ellas: son los casos de Seguntia (195) y Ercavica (179). Si bien existió una ciudad con nombre Ercavica junto a la posterior romana en el territorio conquense (Bendala et al. 1986: 132), Ptolomeo menciona otra en el área vascona, que debió de situarse en la margen derecha del Ebro, no alejada del monte Chaunos (el Moncayo), a la que muy probablemente corresponda la cita de Livio (50) y que sería responsable de las acuñaciones indígenas de ercauica. También se desconoce la situación precisa de otras ciudades como Cómplega (179) o la más discutida de Uthicnam (182), en la que, haciendo una lectura como Urbicua, no justificada, se ha querido ver la muy posterior Urbiaca del Itinerario de Ravena y llevarla, de esta manera, a la serranía turolense (Tovar 1989: 225; Salinas 1986: 11 y Navarro 1994: 50). O los casos de Munda y Certima, que durante un período se las situó en el Sistema Ibérico, pero que ahora se defiende su situación en la Bética (Capalvo 1993). La sistemática penetración de Roma a lo largo de la ribera del Ebro crea un territorio fronterizo Livio (39, 56) nos hace saber que en el 183 los celtíberos habían fortificado oppida en el territorio vecino de los ausetanos, refiriéndose a la etnia que con este nombre se situaba en la comarca del Bajo Aragón y que he planteado denominar como ositanos (Burillo 20012002a). Luis A. García Moreno (1988: 90) ha señalado la aparición de una sociedad de frontera como consecuencia de la conquista romana, mostrando como caso más significativo el nacimiento de Cómplega, ciudad que Guillermo Fatás (1975) propuso identificar con Kemelon. Según Diodoro (29,28), son los fugitivos y los bandidos quienes fundan la nueva ciudad de Cóm-

Anejos de AEspA XLV

ORIGEN Y DESARROLLO DE LA CIUDAD EN LA CELTIBERIA

plega en el 181. Apiano (Iber., 42) la describe como recién edificada y fortificada y que había crecido rápidamente, y entre sus pobladores nombra a iberos fugitivos del ejército romano y a lusones derrotados por Fulvio Flaco, indicando el dominio de aquellos que no tenían tierras en absoluto y llevaban una vida errante. Cómplega aparece, pues, en un verdadero espacio de transición, fruto del enfrentamiento bélico, una fundación autónoma, surgida en una tierra que debido a la acción de la guerra se ha convertido en tierra de nadie y, a juzgar por las fuentes, con una población poliétnica. Propio de su situación, los habitantes de Cómplega tendrían el modo de vida libre típico de las zonas fronterizas: razzias en las áreas próximas, dominadas o no por Roma, y convivencia con gentes de uno y otro lado de la frontera. Pero para mantener todo el territorio inicialmente sometido, en el que cobra un papel significativo precisamente la toma de la ciudad fronteriza de Cómplega en el 179, Roma, a través de Graco, desarrolla una doble estrategia en el tema urbano. Por una parte, impone un sistema legislativo, que conocemos por Diodoro (31-39) con motivo de la declaración de guerra a Segeda en el 153, al señalar «que los celtíberos no podrían fundar ninguna nueva ciudad sin su permiso». Por otra, la fundación de una nueva ciudad situada, asimismo, dentro del territorio fronterizo para proteger la periferia de la provincia del territorio no sometido (Dupre, 1989). Esta ciudad corresponde a Gracurris, identificada con las Eras de San Martín en Alfaro. Su emplazamiento junto a la desembocadura del río Alhama en el Ebro configura un punto estratégico donde convergen los caminos que penetran hacia la Meseta y hacia el alto valle del Ebro (Hernández Vera y Casado, 1976 y Perex Agorreta, 1986), territorio este que no se controlará hasta el desarrollo de las guerras cántabras, por lo que se crea un verdadero limes romano en el territorio conquistado del valle del Ebro. El epítome de Festo (97, M) señala que Gracurris no surge ex novo, sino que se levanta sobre otra ciudad llamada Ilurcis, lo cual es tenido como cierto por buena parte de la historiografía actual. Sin embargo, Castillo (1986) ha llamado la atención sobre el posible error de esta fuente tardía, donde se han podido confundir dos fundaciones de Graco. 3.3.

EL TERCER

DESARROLLO URBANO: EL SINECISMO

SEGEDENSE.

(179

AL

ENTRE GRACO 153).

Y

NOBILIOR

Es pertinente hablar en estos momentos de un tema de constante referencia en la historia celtibérica, el

183

de la división de la Celtiberia en dos regiones, Ulterior y Citerior, y la entidad de las mismas. La cita de Livio (40, 39) en el año 180 señalando que el procónsul Fulvio Flaco devastó la región ulterior de la Celtiberia dio pie a Adolf Schulten (1914: 119; 1945: 28) para dar una interpretación geográfica y étnica a este pasaje, postulando la existencia de dos Celtiberias, la Ulterior en el Duero, que agruparía a los arevacos y pelendones, y la Citerior en el Ebro, con los belos, titos y lusones. Esta propuesta ha tenido gran éxito en los investigadores posteriores, que han utilizado diferentes calificativos para marcar la diferencia que se percibe entre estos dos territorios en que se ha dividido la Celtiberia. Al calificativo de pobre y rica dada por el propio A. Schulten (1920: 85), se han unido el de alta, baja (Wattenberg, 1960: 53); interior, exterior (Tovar 1989); bárbara, civilizada (De Hoz 1986, n. 160); ganadera, agrícola y algo más urbanizada (García Morá 1991: 155). La teoría expuesta en el siglo XIX por Arbois de Jubainville (18931894) situando las ciudades de Munda y Certima y el ataque de Graco a la ultima Celtiberiae (Livio, 40, 47) en Andalucía, ha sido defendida una centuria después por Alvaro Capalvo (1993, 1996) identificándola con la Celtiberia Ulterior y situándola en la Bética. En contra de esta hipótesis se ha definido Pilar Ciprés (1993: 283-285) al señalar que los conceptos ulterior y última deben interpretarse como el espacio más lejano, la zona final de la Celtiberia, entendida como el territorio controlado por Roma, conclusiones a las que me sumé (Burillo 1998: 37), así como Pierre Moret (2004: 114-116) al indicar tras un análisis críticos de los datos existentes en las fuentes escritas, que no se puede demostrar que una parte de los celtíberos se hallen en la Bética y todavía menos que exista en dicho territorio una Celtiberia llamada ulterior. No obstante, la persistencia historiográfica de diferenciar dos Celtiberias septentrionales, Citerior y Ulterior, responde a que se apoya en las consecuencias de un hecho histórico. El territorio celtibérico del valle del Ebro conquistado por Graco en el 179 se encuadra en el área de influencia romana. De manera que sólo en él se desarrollan, en etapa tan temprana, la escritura, las acuñaciones monetarias y un comercio fluido con el territorio itálico, a juzgar por la presencia de ánforas grecoitálicas y cerámica de barniz negro en poblados como los Castellares de Herrera de los Navarros (Burillo y De Sus, 1988) o en ciudades como Segeda. Indicios, por otra parte, del consumo de vino y de cambios en los hábitos de beberlo a «la itálica» (Burillo, 2001, 2002b). Los acontecimientos desencadenantes de la guerra celtibérica del 153 al 133, proporcionan una in-

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Francisco Burillo Mozota

formación precisa sobre la existencia de una ciudad denominada Segeda, calificada por Diodoro (31, 39) como pequeña ciudad de la Celtiberia y por Apiano (Iber. 44-47) como ciudad de los celtíberos belos, grande y poderosa, relatando las causas por las que Roma le declara expresamente la guerra a Segeda al acusarle de incumplir los pactos de Graco «Sus habitantes se propusieron que la gente vecina de ciudades más pequeñas abandonasen sus lugares y se congregasen en su ciudad, a la que rodearían de una muralla de cuarenta estadios de circunferencia, obligando a esto a la vecina tribu de los titos». Las consecuencias urbanas de esta acción sinecista quedan relatadas por Diodoro (31-39) «obligada por el aumento de su población determinó ampliar su recinto». (Schulten 1937: 256). Las investigaciones arqueológicas que venimos realizando en el yacimiento del Poyo de Mara, donde se sitúa esta ciudad de Segeda I, han venido a ratificar la veracidad de las fuentes al identificar el barrio donde los segedenses asentaron las poblaciones que las fuentes citan. Se sitúa al este de la elevación del Poyo, en el área sedimentaria existente junto a la rambla de Orera. La excavación realizada han descubierto parte de tres casas sepultadas bajo una potente capa de sedimentos, cuyo espesor oscila entre 1, 60 y 2, 40 m. La articulación de las viviendas, y el diseño constructivo de la manzana donde se encuentran, evidencian una ampliación rápida del núcleo principal de la ciudad, el que se levanta en la elevación del Poyo de Mara. El trazado reticular de los muros indica la existencia de una planificación, de un programa urbanístico, donde es fácil prever la existencia de calles con desarrollo paralelo a parte inferior del montículo y otras perpendiculares a la misma. Dicho trazado vendría facilitado por el propio relieve del suelo disponible entre la elevación del Poyo y la rambla de Orera donde se encuentra. Todo ello ha llevado a la conclusión de que nos encontramos ante el testimonio arqueológico del sinecismo ejercido por Segeda, según los relatos vistos de Apiano y Diodoro (Burillo, 2003). Dos catas realizadas en otros puntos de esta zona sedimentaria han dado resultados positivos y nos muestran que esta expansión de la ciudad tendría una extensión de, al menos, 6/7 ha. La información arqueológica disponible fecha su abandono con el del resto de la ciudad en el año 153. La concentración de materiales cerámicos, con abundantes formas que han podido reconstruirse de forma íntegra, la existencia de un nivel claro de destrucción por fuego y la ausencia de evidencias arqueológicas de cierto valor (no se han encontrado ni elementos de adornos, ni herramientas ni armas que pudieran estar en uso), conducen a ratificar los da-

Anejos de AEspA XLV

tos de las fuentes. Los habitantes de estas casas las abandonaron llevándose aquellos elementos que consideraban necesarios y que podían transportar sin problemas, destruyéndose las viviendas poco tiempo después. De nuevo el texto de Apiano nos muestra como se desarrollaron estos hechos: «Y así se envió contra ellos a Nobilior con un ejército de casi treinta mil hombres. Cuando los segedenses conocieron su llegada, no habiéndose aún terminado el muro, se refugiaron con mujeres y niños al territorio de los arévacos». Las nuevas investigaciones sobre las acuñaciones monetales de sekeida (Gomis 2001), analizando pormenorizadamente una ceca determinada, identificando la sucesión de cuños, precisando su cronología y la estimación de monedas emitidas permite plantear un nuevo enfoque al tema de la función de la moneda en momentos históricos concretos de las emisiones monetales. Marivi Gomis estima una emisión de unidades de bronce comprendida entre 5.998.400 y 17.995.200, dependiendo del sistema de cálculo de monedas emitidas con un cuño que se utilice. Lo que supondría un equivalente en denarios de 187.450 y 562.350, respectivamente. De las seis emisiones que diferencia, las dos primeras se acuñaron en Segeda I y las restantes en Segeda II, ciudad fundada tras la destrucción de la primera e inmediata a la misma. Si bien, la autora, relaciona la emisión dos con las guerras celtibéricas, como pago al ejército romano o con los tributos impuestos por Roma, pienso que en realidad corresponde a la etapa previa al ataque de Nobilior en el 153. Se acuñaron, pues, en un momento en el que se les había condonado los tributos por parte de Roma, en una etapa de desarrollo económico y poblacional de la ciudad de Segeda, motivo de la declaración de guerra por Roma, de ahí que sea sugerente la propuesta de Otero (1998) que vincula dichas emisiones a los gastos producidos por la ampliación del recinto amurallado para acoger el incremento de población. 3.4.

EL CUARTO DESARROLLO URBANO: «LAS CIUDADES EN LLANO» (SEGUNDA MITAD DEL SIGLO II)

La cita de Apiano (Iber. 99) señalando como en el año 98 Tito Didio obligó a los habitantes de Termes a trasladarse desde la eminencia que ocupaban al llano, ha dado lugar a la tesis de que toda ciudad celtíbérica debía situarse en altura, hecho avalado por la pervivencia de la situación de Numancia y por la errónea interpretación de la cita de Estrabón (III, 4, 13): «También Segóbriga es ciudad de los celtíberos

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ORIGEN Y DESARROLLO DE LA CIUDAD EN LA CELTIBERIA

y Bílbilis, alrededor de las cuales Metelo y Sertorio combatieron». Al defenderse que estas ciudades romanas, situadas en cerros, eran las mismas que las celtibéricas que participaron en las guerras sertorianas. Sin embargo, se puede afirmar que la Bilbilis celtibérica se situa no bajo la Itálica, en el cerro de Bámbola, sino a escasos kilómetros en Valdeherrera (Calatayud), y la Segóbriga indígena debe buscarse en un lugar alejado de la romana, en el límite más occidental del territorio arevaco, donde se ubicaba la ceca de sekobirikes (Burillo 1998: 258). Los estudios arqueológicos nos han mostrado que durante la segunda mitad del siglo II se fundan nuevas ciudades, cuya situación uniforme en llano no debe atribuirse a la acción punitiva romana, ya que todas ellas presentan un sistema defensivo con muralla y amplio foso, sistema poliercético adaptado a la defensa de las maquinas de guerra del momento. El hecho destacado de su uniforme ubicación topográfica me llevó en 1986 a proponer la denominación de «ciudades de llano» para una serie de oppida indígenas que se crean ex novo a partir de la caída de Segeda I en el 153. El indigenismo de estas ciudades queda reflejado en el caso de Segeda II, ya que tras la destrucción de Segeda I por Nobilior el estado segedense levanta una nueva ciudad en la planicie situada junto a las ruinas de la anterior, en Durón de Belmonte de Gracián (Burillo y Ostalé 1983-1984 y Asensio 2001). Y si bien se siguen los criterios constructivos romanos del momento, empleando opus signinum en los pavimentos, mortero en las paredes y estucos pintados al estilo pompeyano, así como módulos estrictamente romanos en la talla de los sillares de la muralla, el hecho de que se siga acuñando con la misma leyenda celtibérica de sekeida, es el mejor testimonio de la continuidad indígena. Son, pues, los mismos habitantes segedenses desde sus nuevas casas los que continuan cultivando las mismas tierras y controlando el mismo territorio que sus antepasados. De hecho, el gran volumen de monedas acuñadas en la tercera emisión de Marivi Gomis se debieron destinar a sufragar los gastos de construcción de la nueva ciudad, excavar su amplio foso, levantar su muralla y urbanizar su interior (Burillo, 2001b). Por ello, mi oposición a calificar como ciudad romana la Caridad de Caminreal como hacen sus excavadores (Ezquerra 2005). La propuesta que en su momento hice de identificarla con la ceca de orosiz (Burillo 1986) se basaba en el estricto análisis del monetario publicado procedente de esta ciudad (Vicente et al. 1986). Sin embargo, el hecho de que desconozcamos los hallazgos monetarios aparecidos en estos veinte últimos años de excavaciones me lleva

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a dejar en suspenso dicha propuesta. La existencia de un urbanismo netamente romano, y de plantas de casas que siguen modelos y módulos itálicos, sólo hace ratificar, al igual que en Segeda II, la adquisición de un sistema constructivo y social por una sociedad indígena. El hecho de que el letrero aparecido en el mosaico de la casa de Likine esté escrito con signario ibérico, es la mejor prueba de la autoría indígena del musivario. Y el que todos los grafitos y documentos escritos localizados estén en escritura y lengua celtibérica, muestra, sin lugar a dudas, la adscripción de sus habitantes, que son quienes, en definitiva, pueblan y dan vida a las ciudades. En Contrebia Belaisca, situada en el Cabezo de las Minas de Botorrita, se ha planteado la existencia de niveles arqueológicos que remontan al siglo IV (Díaz y Medrano 1994). Sin embargo, no se ha publicado ningún contexto estratigráfico en el que basar esta afirmación, y la única argumentación dada es inviable pues únicamente se basa en una lectura simple del sistema constructivo de la muralla. De las cerámicas publicadas, tan sólo un borde de grecoitálica, excepción entre otras muchas ánforas posteriores (Díaz y Torralba 1989-1990: 31), marcaría la etapa más antigua, en torno a mediados del siglo II. Pero las casas descubiertas en la parte baja de la ciudad se levantaron sobre un terreno sin ocupación previa. Sus pavimentos de opus signinum y paredes estucadas lleva a encuadrar su construcción en la fase de Segeda II de las ciudades de llano. Las acuñaciones monetales con una fecha en sus primeras emisiones del tránsito del siglo II al I (García-Bellido y Blázquez 2002: II, 255), ratificarían la fundación tardía de esta ciudad. Uno de los testimonios más relevantes de Contrebia Belaisca es la aparición de cuatro grandes bronces escritos, uno en latín y tres en celtibérico. El denominado tercer bronce corresponde a un censo (Beltrán et al., 1996) e indica cómo se llegó a poblar esta ciudad celtibérica, en un momento en el que se esta produciendo una integración social y económica en la esfera romana. Presenta una larga relación de nombres que se les supone habitantes de la ciudad en el primer cuarto del siglo I. Allí, junto con los dominantes celtíberos, cuyo origen no puede diferenciarse, existen otros ibéricos, romanos y griegos. Se nos muestra como esta ciudad, y es de suponer que también otras de este territorio se habían convertido en centro de inmigración, dando lugar a un verdadero cosmopolitismo, cultural y lingüístico. La tesis doctoral de Manuel Gozalbes (2003-2004a y b) centrada en el estudio monográfico de las monedas indígenas de Turiaso proporciona unas interesantes conclusiones sobre esta ceca. Sus acuñaciones se inician hacia el año 140 y culminan hacia el

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72, en la etapa sertoriana. El análisis de los cuños le ha permitido agrupar las emisiones en seis grupos. Los 11.400.000 denarios del grupo quinto son, con creces, las emisiones de plata más amplias de toda la Celtiberia y sólo comparable con Emporion. Esta ingente cantidad de monedas, si bien no se habían calculado, si que se estimaba en gran cantidad y quedaban vinculadas hasta este momento a Sertorio (García-Bellido y Blázquez 2001, II: 374). Sin embargo la nueva datación hacia el 120 no sólo aleja estas emisiones del conflicto sertoriano sino de cualquier acontecimiento bélico que llevera a pensar en la función que de forma generalizada suele darse a las acuñaciones de plata: su contribución como pago para el sostenimiento de las legiones romanas. Si bien Gozalbes no se inclina por esta finalidad dada la época de paz en la que se emite, si que afirma «Es incontestable que la admistración romana necesitaba moneda y que debió existir cierta libertad para gestionar los ingresos obtenidos en la conquista». Sin embargo, debemos analizar estas extraordinarias emisiones, que por otra parte presentan características similares en cuanto reducción del peso y fecha de acuñación en la otra ceca que emite plata en el ámbito del Moncayo, como es arekoratas, donde Paloma Otero (2002) en un avance de su tesis doctoral, desmostró la contemporaneidad con las emisiones de plata de turiazu y el hecho de que no es un acontecimiento aislado. Pienso, que dado que estas acuñaciones coinciden con una etapa de pacificación del territorio del valle del Ebro, y que los cambios en ley y peso de los denarios turiasonenses indican que su destino no era la fiscalidad romana, se debe buscar otra finalidad. La solución nos la dá la ingente cantidad de denarios indígenas que aparecen en las ocultaciones del próximo territorio del Duero medio. Lo que muestra la existencia de una demanda desde la sociedad vaccea que fue satisfecha por las cecas que emitieron plata en la Citerior. El hecho de que Turiaso alcanzara unas cifras superiores en las emisiones que el resto de las cecas vecinas se debió, sin duda alguna, a la posibilidad que tuvo de explotar los filones metalogenéticos más importantes de la Celtiberia, como son los existentes en el paraje de Valdeplata de Calcena (Sanz 2003: 26). 3.5.

CRISIS URBANA Y QUINTO DESARROLLO URBANO: «LAS CIUDADES EN ALTO» (LAS CONSECUENCIAS URBANAS DE LAS GUERRAS CIVILES DEL SIGLO I)

Antonio Beltrán (1974: 52) puso de manifiesto la incidencia de la lucha entre Cesar en Pompeyo en el abandono de los asentamientos ibéricos del valle del

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Ebro. El Cabezo Alcalá de Azaila se convertía, de esta manera, en el paradigma arqueológico de estos acontecimientos del año 1949. Sin embargo, surgieron discrepancias acerca de las fechas de su destrucción. Leandre Villaronga (1977: 45) retrasó este momento a las guerras sertorinas a partir del estudio de los tesorillos monetales aparecidos en este yacimiento. Opinión ratificada por Miguel Beltrán (1984) desde el análisis de los materiales arqueológicos, haciéndola extensiva al Castillejo de la Romana, Contrebia Belaisca y la ceca de beliciom en Azuara. No obstante, un nuevo estudio, basado en la tipología de las termas de esta ciudad, y constrastando las cerámicas importadas aparecidas con las del nivel sertoriano de Valentia del año 75, ha llevado a Albert Ribera y Carmen Marín (2003-2004) a proponer regresar a las fechas cesarianas para su desaparición. Estos vaivenes cronológicos en el yacimiento arqueológico mejor conocido del valle del Ebro nos muestra la precaución que debe existir a la hora de filiar los abondonos de los asentamientos en uno u otro conflicto civil del siglo I. Pero lo cierto es que el proceso de destrucción durante esta etapa se extiende a diferentes ciudades celtibéricas, entre ellas gran parte de las «ciudades de llano»: Segeda II en su situación en Belmonte, La Caridad de Caminreal, Bílbilis en Valdeherrera de Calatayud, Contrebia Belaisca en Botorrita, Turiasu en La Oruña de Vera del Moncayo, Uaracos en la Custodia de Viana. O en el sur del Sistema Ibérico con Ercavica en Alcocer y Contrebia Carbica en Fosos de Bayona (Burillo 1998: 322). Esta desaparición de ciudades lleva pareja la aparición de otras nuevas a corta distancia, entre 2 y 8 kilómetros (Burillo 1986; Bendala et al. 1986). La proximidad de estas fundaciones implica que nos hallamos ante una continuidad en el control del territorio, pues su situación macroespacial es similar, siendo significativo el cambio en la ubicación concreta, ya que viene determinada por la búsqueda de un lugar con topografía elevada, cercano al punto donde se situaban las anteriores ciudades. En la mayoría de los casos una ciudad sustituye a otra, pero encontramos una destacada excepción en Bílbilis Itálica, ya que con su surgimiento absorbe a la Bilbilis celtibérica y a Segeda II, jerarquizando de esta manera este ámbito del Sistema Ibérico. Dentro del territorio en estudio tenemos un precedente de este proceso en la fundación romana de Valeria a inicios del siglo I, ya que se crea a 4 kilómetros de una ciudad indígena cuyo nombre es desconocido (Fuentes Domínguez 1993: 173), aunque, sin argumentos suficientes, se ha propuesto identificarla con Belgeda (Knapp 1977: 20) o con Contrebia Cárbica (Pina 1993). Pero este caso

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es especial en tanto que aparece un nombre nuevo, plenamente romano, lo que ha llevado a plantear la posibilidad de que nos encontremos ante un fenómeno de dípolis, donde las dos ciudades coexistirían durante cierto tiempo, hecho que también puede ocurrir en algunas de las ciudades arriba comentadas (Bendala et al. 1986: 132). Al igual que en el surgimiento de «las ciudades de llano» hemos visto que existe una concepción urbanística romana de la ciudad y una búsqueda de una topografía que facilitara su desarrollo, en las nuevas ciudades asistimos a un nuevo denominador común y es, en contra de lo que podía esperarse, una ubicación en altura. Cuatro casos presentan unas características urbanas y topográficas similares, Bílbilis en el Cerro de Bámbola de Calatayud, Turiaso en Tarazona, Segóbriga en Riba de Saelices y Leonica en el Poyo del Cid. En los cuatro la elección ha sido un cerro que al carecer de cumbre amesetada, obliga a adaptar su urbanismo a las laderas de fuertes pendientes, lo que implica costes asombrosos para el desarrollo de la trama urbana, con grandes dificultades para facilitar servicios como el abastecimiento del agua, obligando a construir redes de cisternas a distintas alturas. Estas dificultades iniciales se trasladan también a la actividad cotidiana, al romper la comodidad de acceso con el entorno que encontrábamos en las ciudades surgidas en el momento inmediatamente anterior. Es también común en todas ellas la presencia de murallas, constatándose torreones en Bílbilis y Leonica. Debemos preguntarnos qué razones guiaron la creación de estas nuevas ciudades, contrarias a la ortodoxia del planteamiento urbano romano, incluso de los propios campamentos. Nos encontramos ante verdaderas plazas fuertes, con una gran visibilidad sobre su entorno, planificadas para superar ataques de máquinas de asedio. En la valoración de su aparición no debe olvidarse que nos hallamos ante una sociedad altamente urbanizada, donde los modelos itálicos hace años que se habían introducido, como se ha visto en «las ciudades de llano» a las que sustituyen. ¿Surgen estas nuevas fundaciones sobre la base de los campamentos que asediaron las ciudades que desaparecen y a las que sustituyen? Si es así, habría que preguntarse también: ¿por qué se consolidan como ciudades en una situación topográfica tan adversa una vez que han concluido los enfrentamientos?, ¿manifiestan un control del bando vencedor? Actualmente la información arqueológica disponible poco ayuda a contestar estas preguntas. Muy al contrario, de las excavaciones realizadas en estos yacimientos únicamente las llevadas a cabo por Martín Almagro Gorbea en Segóbriga datan la construcción

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de la muralla en época augústea y post sertorianos los materiales arqueológicos más antiguos descubiertos debajo de las misma (Almagro-Gorbea 2005). Las primeras emisiones hispanolatinas que aparecen tanto en Segóbriga como en Bílbilis pueden fecharse en torno al 40, lo cual crea un cierto desfase entre la teórica destrucción de las ciudades y el surgimiento de las nuevas. Pero no todas las ciudades viven este proceso, ya que tenemos constancia de otras donde al parecer se da continuidad con el núcleo primitivo, por ejemplo Bursao, Gracurris y Cascantum. También en el alto Jalón, en el caso de Arcóbriga, Miguel Beltrán (1987) defiende la presencia del hábitat primitivo en la zona de mayor altura, guiado esencialmente por la existencia de la inmediata necrópolis, y lleva a un momento similar al del surgimiento de Bílbilis el desarrollo urbano que dará lugar a la ciudad estipendaria. No hay datos arqueológicos en el mismo yacimiento que refrenden su antigüedad, lo que ha llevado a Guillermo Fatás (1992: 229) a proponer un desplazamiento desde la ciudad originaria en paradero desconocido. En el alto Duero, encontramos tres ciudades, Uxama, Termes y Numancia, que continúan en época imperial sobre el mismo solar que tuvo la indígena, sin que se haya determinado el momento en que se realiza la reocupación de esta última. De hecho, las investigaciones realizadas por Alfredo Jimeno en Numancia sitúan el conjunto de cerámicas decoradas, que se atribuían a la primera ciudad celtibérica, en contextos de finales del siglo I a.C. (Jimeno et al. 2002). Sin embargo, si que se detecta un desplazamiento en el caso de Clunia. La ciudad indígena, situada en la elevación del Alto del Cuerno, y de la que tenemos la referencia de haber participado en la revuelta vaccea del 56 (Dión Casio, 39, 54) desaparece en mitad del siglo I, y la nueva fundación se levanta en un lugar próximo, en El Alto de Castro, donde llegó a alcanzar una extensión de 130 ha (Sacristán 2005). La fecha fundacional del nuevo asentamiento quedará marcada por las monedas con leyenda latina de CLOVNIOQ. Por otra parte, las excavaciones arqueológicas realizadas por Blas Taracena (1929) en la partida de Las Quintanas de Langa de Duero, dio lugar a su identificación con el oppida arevaco de Segontia, que acuñó monedas celtibéricas con la leyenda de sekotias lakas. La continuidad del nombre de esta ciudad en Plinio y Ptolomeo, parecía implicar la pervivencia de esta ciudad celtibérica en época imperial. Sin embargo, las recientes excavaciones realizadas centran los restos arqueológicos en la segunda mitad del siglo II y en el siglo I, desconociéndose la ubicación de la ciudad imperial (Tabernero et al. 2005).

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Fig. 1. Etnias de la Península Ibérica en el siglo

II

a.C.

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Francisco Burillo Mozota

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Fig. 2. Ciudades citadas en las fuentes escritas entre los años 194 y 179 a.C.

Fig. 3. Fundaciones de ciudades a finales del siglo

II

y principios del I a.C.

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ORIGEN Y DESARROLLO DE LA CIUDAD EN LA CELTIBERIA

Fig. 4. Las ciudades existentes a partir de mediados del siglo I a.C. y el proceso de desplazamientos urbanos.

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LA CIUDAD CELTIBÉRICA DE SEGEDA I* Francisco Burillo Mozota** M.a Ascensión Cano Díaz-Tendero** Raúl López Romero** Esperanza Saiz Carrasco**

Bajo el nombre de la ciudad bela de Segeda se esconde la referencia a dos oppida que se suceden en el tiempo. El primero, Segeda I, ocupa el paraje conocido como el Poyo de Mara (Zaragoza), y tras su destrucción en el año 153 se construye junto a sus ruinas una nueva ciudad, Segeda II, en Durón de Belmonte de Gracián (Zaragoza), a su vez destruida durante las guerras civiles. Sin embargo, el proceso de identificación ha sido largo, los datos existentes en las fuentes escritas, numismáticas y arqueológicas se han conjugado en la búsqueda de una propuesta que forma una visión unitaria y coherente de las fuentes disponibles. 1. 1.1.

FUENTES PARA LA IDENTIFICACIÓN DE SEGEDA FUENTES

ESCRITAS

Los acontecimientos desencadenantes de la guerra celtibérica del 153 al 133 a.C., proporcionan una información precisa sobre la existencia de una ciudad denominada Segeda. Esta ciudad es calificada por Diodoro (31, 39) como pequeña urbe de la Celtiberia y por Apiano (Iber. 44-47) como ciudad de los celtíberos belos, grande y poderosa, y a su aliada Numancia como la más poderosa ciudad de los arevacos. Roma declara expresamente la guerra a Segeda al acusarle de incumplir los pactos de Graco por obligar a otras ciudades más pequeñas a establecerse junto a ella y construir una nueva muralla, movilizando un ejército de casi 30.000 hombres a cargo del cónsul * Este trabajo se desarrolla dentro del proyecto I+D: HUM, La ciudad celtibérica de Segeda y su territorio: estrategias de análisis y procesos históricos, financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología y los fondos FEDER. Las excavaciones arqueológicas realizadas en el Poyo de Mara, Segeda I, han sido financiadas por la Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Aragón y la Diputación Provincial de Zaragoza. ** Centro de Estudios Celtibéricos de Segeda, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de Teruel.

Nobilior. También las fuentes nos informan de la alianza de Segeda con los arévacos, formando una coalición con la otra gran ciudad estado celtibérica, Numancia, capaz de levantar 25.000 hombres. El primer enfrentamiento entre estos dos grandes ejércitos supone una momentánea derrota romana, pero de tal calibre que ese día, 23 de agosto, día de Vulcano, se considera nefasto por Roma. A partir del año 153 a.C. la ciudad bela de Segeda no aparece citada en ningún acontecimiento histórico posterior. La última cita existente es únicamente nominal, corresponde a Esteban de Bizancio, que en su obra del 530 d.C. sobre nombres etnográficos aparece Segida como ciudad celtibérica. 1.2.

EMISIONES

MONETALES

Hoy se acepta que la ciudad de Segeda acuñó monedas con la leyenda celtibérica cuya lectura actual ha recibido algunas variaciones: sekaiza (Villar 1995), sekeida (Rodríguez 2001-2002). También se asume, que cuando dicha ciudad se asentaba en el Poyo de Mara realizó dos emisiones, una próxima a los pactos de Graco del 179 a.C. y otra en la etapa previa al ataque romano del 153 a.C. El resto de las acuñaciones se realizaron en la nueva ubicación en Durón de Belmonte de Gracián y perduraron hasta las guerras sertorianas. Es muy probable que las monedas de sekeida, tan frecuentes en el territorio de Extremadura fueran acuñadas por la ciudad allí situada e identificada en época imperial como Segida Restituta Julia. 1.3.

ARQUEOLOGÍA DE SEGEDA I

Y URBANISMO DEL OPPIDUM

Segeda I se articula en torno a la elevación del Poyo, cerro testigo situado en la margen derecha del río Perejiles, que desemboca en el río Jalón en frente de la elevación de Bámbola, donde se encuentra

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Francisco Burillo Mozota y otros

la ciudad de Bilbilis Itálica. Las características topográficas del Poyo le confieren a este lugar un papel estratégico indudable, que unido a su situación en la encrucijada de caminos que, por una parte, unen el interior del Sistema Ibérico Central y, por otra, comunican con la zona central de la depresión del Ebro, ayudan a entender el surgimiento y desarrollo en este lugar de la ciudad de Segeda. La ciudad de Segeda había sido identificada por Schulten (1933) en Durón de Belmonte de Gracián. Sin embargo, la valoración del yacimiento inmediato, el Poyo de Mara, como ciudad celtibérica llevó a situar en este lugar la Segeda citada por las fuentes escritas y en Durón la ciudad fundada con el mismo nombre tras la destrucción de la primera (Burillo y Ostalé 1984). 1.3.1.

Las actuaciones de 1986: la primera delimitación de Segeda I

Un año después de esta propuesta se realizaron una serie de actuaciones bajo la dirección de F. Burillo y M.ª L. de Sus (Burillo y de Sus 1986) tendentes a delimitar este yacimiento arqueológico. La elevación del Poyo, mostraba en superficie el afloramiento de muros y de piedras desplazadas de las antiguas construcciones, así como la presencia de materiales cerámicos pertenecientes a la etapa celtibérica. Las características topográficas de esta elevación, cuya extensión supera ligeramente las 5 hectáreas, llevaron a identificar en este lugar la zona nuclear de la ciudad de Segeda. Se realizaron actuaciones en tres puntos del entorno del Poyo, que dieron lugar a percibir la extensión de la ciudad fuera de la elevación. 1.3.2.

Las prospecciones arqueológicas de 1998-1999: la segunda delimitación

Las prospecciones arqueológicas realizadas durante los años 1998 y 1999 fueron intensivas. Dado que, a excepción de la elevación del Poyo, todo el terreno prospectado tenía una formación geológica de sedimentos cuaternarios, las únicas piedras propias del lugar eran pequeños cantos rodados. Por ello, cualquier otra evidencia petrológica, caliza, yeso o grandes cantos rodados, correspondían a una aportación antrópica. Dada la uniformidad cronológica de los materiales cerámicos recogidos, era razonable pensar que ésta se hubiera realizado en la etapa celtibérica, e inicialmente estuviera relacionada con la primitiva ciudad.

Anejos de AEspA XLV

1.3.3. El urbanismo de la acrópolis: la Casa del lagar, área 2 Durante la campaña del año 2000 se excavó en dos áreas de la ciudad. La primera (área 1) a 110 metros al Sur de la ladera del Poyo, en el lugar donde se había realizado la prospección eléctrica, se identificó el basamento de un muro de cronología no determinada, inserto en niveles celtibéricos y que reutilizaba sillares de yeso de dicha época. En un nivel situado a unos 4 metros de profundidad apareció un depósito de materiales de la Edad del Bronce, datado por Jesús Picazo dentro del Segundo milenio a.C. Respecto a las excavaciones realizadas en la denominada área 2, en la zona oriental del cerro, debajo del nivel correspondiente a la urbanización de la ciudad se ha descubierto un estrato con materiales cerámicos muy escasos, pero que permiten atribuirlo al inicio del Ibérico Antiguo. Se desconoce la entidad de dicho nivel y la extensión de la ocupación y si la estructura constructiva que le rodea puede relacionarse con los modelos de casas fortificadas descubiertos en el Bajo Aragón y en la Terra Alta pero lo que sí indica es la existencia de una ocupación previa y muy próxima en el tiempo al surgimiento de la ciudad de Segeda. La zona descubierta de la ciudad corresponde a una plataforma de arcilla y piedras y dos edificios separados por un muro común. Previa a su construcción se realizaron importantes obras de urbanización de la ladera. Se excavaron los niveles de margas, situando delante del corte para su contención un muro de mampostería, levantado con piedras calizas de grandes dimensiones. La altura conservada de este muro es de 2,60 m y, dado que la parte superior del mismo coincide con el nivel actual de las margas, se puede señalar que, al menos, esta fue la altura excavada para construir las casas, que en este caso tendrían, al menos, dos pisos. A una distancia de unos 8 metros del citado muro se levantó el límite inferior de la terraza, coincidiendo con el muro de cierre de la vivienda. La erosión sufrida y las actuaciones incontroladas han hecho desaparecer parte de dicho muro y permiten conocer el sistema de aterrazamiento empleado para conseguir la horizontalidad de la vivienda. Se percibe la existencia de un relleno formado por materiales alóctonos a los niveles margosos del cerro, compuestos por gravas y piedras. Una de las viviendas tiene las puertas de los espacios abiertas en dirección sur, el pasillo o estancia por donde se accedería se encuentra sin excavar y, por lo tanto, se desconoce la extensión de esta vivienda de planta cuadrangular. Las habitaciones descubiertas son 6, separados por muros medianiles de

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tapial y adobe, con presencia de tres umbrales por los que se desarrollaría la comunicación interna. Uno de estos espacios que mide cerca de 20 m2, es con creces el de mayores dimensiones. Presenta los muros revocados de arcilla, encalados y con una banda de pintura negra en la línea del suelo, a modo de zócalo, que levanta bordeando la jamba de la puerta. En una de sus esquinas se ha descubierto una estructura de yeso, de dos metros de largo por uno de ancho, correspondiente a un lagar. Las casas del área 4 En esta zona se han descubierto dos viviendas rectangulares con muro medianil y accesos en la zona septentrional, a través de un patio o corral abierto al aire libre. Las viviendas son de una sola planta y parecen encontrarse aisladas dentro de la parcela, aunque la existencia de más casas deberá comprobarse en campañas próximas. Los muros tienen zócalos de piedra, que pueden ser de yeso, caliza y cuarcita, levantados en arquitectura de tierra. Los suelos son de arcilla, excavados en el terreno con el fin de conseguir la horizontalización. La división interior de las casas sigue diferentes criterios, lo que indica una ejecución de la construcción totalmente autónoma de cada uno de sus habitantes. En su interior tan sólo se han construido dos muros, pero existen apoyos de poste que muestran una mayor compartimentación del espacio. La habitación central cuenta con un doble hogar, uno limitado con adobes, abierto en forma de herradura con paralelos en el Castellet de Bernabeu (Guerin 2003: 245), donde se identifican con las «tahona» o «tabuna» norteafricanos, y en el Oral (Abad y Sala 2001: 129). Junto a él existe otro de placa de arcilla torrefractada. La expansión de la ciudad: el barrio de los titos, área 3 La excavación realizada en el año 2001 a 40 metros de la falda del cerro, abarcó un total de 201 m2 y descubrió parte de una manzana de viviendas de planta rectangular, sepultadas bajo una potente capa de sedimentos, cuyo espesor oscila entre 1,60 y 2,40 m. Se localizaron un total de 11 espacios, de los que solamente 5 fueron excavados en su mayor parte. La presencia de tres hogares permitió identificar otras tantas unidades domésticas. Son casas de un solo piso, con muros medianiles realizados con un pequeño zócalo de cantos rodados procedentes de los cauces fluviales próximos y levantados en tapial, con

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suelos excavados en la propia tierra y con cierto desnivel, con grandes estancias sin compartimentación interna y una extensión algo superior a los 40 m2. La situación de las viviendas, su articulación y el diseño constructivo de las mismas evidencian una ampliación rápida del núcleo principal de la ciudad. El trazado reticular de los muros indica la existencia de una planificación, de un programa urbanístico, donde es fácil prever la existencia de calles con desarrollo paralelo a la parte inferior del montículo y otras perpendiculares a la misma. Todo ello ha llevado a la conclusión de que nos encontramos ante el testimonio arqueológico del sinecismo ejercido por Segeda, según los relatos vistos de Apiano y Diodoro: «Sus habitantes se propusieron que la gente vecina de ciudades más pequeñas abandonasen sus lugares y se congregasen en su ciudad» (Burillo 2003). Dos catas realizadas en otros puntos de esta zona sedimentaria han dado resultados positivos y nos muestran que esta expansión de la ciudad tendría una extensión de, al menos, 6/7 ha. La muralla causante de la declaración de la guerra Un sondeo arqueológico realizado en el tramo que discurre en un camino vecinal descubrió 9 m de un lienzo de muralla de 4,10 m de anchura. Apoya sobre el suelo de arcilla y conserva dos hiladas de piedras calizas de grandes dimensiones en la cara externa, con una altura de 1 m, percibiéndose un lienzo paralelo en la zona interna y un relleno de piedras informes. La horizontalidad que muestra la cara superior de las dos hiladas indica que la construcción de la muralla se limitó a lo descubierto, por lo que no llegó a concluirse. En otras catas realizadas en el mismo camino se observó que, si bien la muralla no mantenía la conservación del tramo citado, aparecían grandes mampuestos de similares dimensiones, que indicaban su continuidad y evidenciaban que había sido parcialmente desmantelada. Este hecho pudo deberse a su utilización como cantera para la construcción de la muralla de Segeda II, donde si bien los tramos actualmente visibles y situados más próximos a Belmonte se han realizado con sillares de yeso, los que bordeaban el flanco cercano a Segeda I, y actualmente amortizados a lo largo del camino que cruza esta ciudad, eran de caliza. Todo lo cual permite afirmar que el tramo de muralla descubierto en Segeda I forma parte del sistema defensivo mencionado en las fuentes escritas. Según Apiano (Iber. 44) la longitud de la muralla de Segeda era de 40 estadios, que a 185 m por

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estadio equivale a un perímetro de 7,4 kilómetros, cifra a todas luces exagerada, dado que supone la circunvalación de una extensión superior a las 300 hectáreas, dimensiones sin precedentes en el ámbito hispano para una ciudad (Almagro-Gorbea, 1987; 1994), y que muestra un claro error de la fuente escrita al igual que ocurre con Numancia. La zona que rodearía el posible trazado de la muralla de Segeda I tendría un mínimo de 40/42 ha, con presencia de zonas urbanizadas y zonas sin urbanizar.

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ciudad, construida tras el sinecismo a los titos. La monumentalidad queda marcada en los esfuerzos empleados en la construcción en la extracción de piedra de las canteras de caliza y de yeso, en la talla de las losas y, sobre todo, de los sillares megalíticos. Basamento que no debe olvidarse que quedaba oculto por la plataforma de barro. Desconocemos qué coronaba esta construcción y para qué fue levantada. No obstante, las posibilidades quedan muy reducidas. Abandonada una función de carácter económico, defensivo y residencial, tan sólo queda la de carácter social, religioso o conmemorativo.

Un monumento extramuros de la ciudad: área 5 El análisis de la fotografía aérea del vuelo de los años cuarenta realizado por el ejército norteamericano, mostraba la existencia en las parcelas 250 y 92/58 (área 5) de evidencias de una construcción aislada de planta cuadrangular, situada en la periferia de la ciudad, próximo a la muralla de Segeda I. Los restos descubiertos corresponden a una gran estructura aislada, cerrada por dos muros, con una longitud conservada de 10 y 16,6 m y tan sólo dos hiladas de altura, construidos con grandes sillares de yeso, algunos de más de 500 Kg de peso, que unen en un ángulo de 120º, hecho inusitado en la arquitectura de esta época. El espacio interno de dichos muros se encuentra relleno por una plataforma continua de losas de yeso y caliza trabadas con arcilla. Muros y enlosados fueron nivelados y cubiertos, a su vez, por una plataforma de adobes, de 32 x 64 cm de planta, y arcilla. La acción del arado ha dado lugar a que se destruya parte de esta construcción, tanto las arcillas que la cubren como los muros de piedra y enlosados situados en el extremo Norte y Suroeste. Esta estructura si bien se encontraba aislada presentaba junto a ella acumulaciones de arcilla con adobes y carbones con materiales celtibéricos y, en situación próxima, dos extensas oquedades de época imprecisa, rellenas de gravas y cantos rodados. La excavación no se halla concluida, pero hasta el momento no existen evidencias claras que marquen su destino y finalidad. Los fragmentos cerámicos descubiertos son escasos y dispersos, aunque suficientes para relacionar la construcción de esta obra con la fase final de Segeda I. Sobre dichas acumulaciones se realizaron con posterioridad enterramientos, de los que se han descubierto restos de huesos descontextualizados y dos inhumaciones pertenecientes a época tardorepublicana/visigoda. Monumentalidad es la palabra que define los restos constructivos descubiertos en el área 5. La obra, junto al límite de la urbe, próxima a su muralla, no es descartable que jalonara una de las entradas a la nueva

2.

LA DATACIÓN ARQUEOLÓGICA DEL ABANDONO DE SEGEDA I

Debe insistirse en la precaria información cronológica de los materiales cerámicos de origen indígena (cerámicas de técnica ibérica, común a torno y a mano) descubiertos hasta el presente en el valle medio del Ebro para precisar una datación dentro del siglo II. De hecho son los resultados de los estudios de los conjuntos cerámicos de Segeda los que proporcionarán en el futuro una referencia segura. Por lo que siguen siendo las monedas y las cerámicas importadas (esencialmente ánforas, cerámica de barniz negro y paredes finas) quienes permiten precisar una datación. 2.1.

MONEDAS

Diferentes propietarios de las fincas donde se sitúa Segeda I han informado sobre las intensas búsquedas realizadas con detectores de metales en el Poyo de Mara en la etapa previa al desarrollo del «Proyecto Segeda» y de las cuales las que más aparecían tenían el letrero de «MEANSA» con un jinete con ave, esto es las correspondientes a las dos primeras series de sekeida de la ordenación de Gomis. En las excavaciones arqueológicas han aparecido cinco monedas de sekeida de la serie jinete portador de insignia de azor de la segunda emisión de M. Gomis. Una en el área 1; tres en el área 3, dos ases en la cisterna y un divisor junto al hogar del espacio 2 y la última en el área 4. El hallazgo de estas cinco monedas en contexto estratigráfico forma un conjunto homogéneo y coherente con el hecho de haber aparecido en el lugar donde se ubica la ceca que las acuñó, máxime ante la aparición de un divisor, lo cual no ha ocurrido en los otros dos sitios donde se tienen identificadas procedencias de piezas de la misma emisión: campamen-

Anejos de AEspA XLV

to de Renieblas III y Numancia (Gomis 2001). También es coherente la unidad cronológica del conjunto, como se ha señalado no existen discrepancias en las últimas ordenaciones numismáticas realizadas de la ceca de sekeida en situar dicha serie en una fecha ante quem a mediados del siglo II. De hecho esta conclusión se ha basado en los criterios metrológicos y estilísticos, que desarrolla Leandre Villaronga en el capítulo decimotercero de esta obra, y en los únicos hallazgos hasta la fecha localizados en un yacimiento datado, el campamento de Renieblas III (Schulten 1929, IV, lám. 54). Por lo tanto, los hallazgos numismáticos confirman que el yacimiento del Poyo de Mara se encuentra la ceca que acuñó monedas con leyenda sekeida, en su fase primera, anterior a la llegada de Nobilior y ratifican el abandono de la ciudad en tres de las áreas donde se han hecho excavaciones en el año 153 a.C. 2.2.

CERÁMICAS

IMPORTADAS

El estudio de los materiales cerámicos aparecidos en Segeda I ha permitido conocer la presencia de cerámica importada, entre la que destacan los fragmentos de ánfora y la cerámica de barniz negro. Entre los fragmentos de ánfora destaca un borde que se encuentra a caballo entre las últimas producciones greco-itálicas de Sicilia, Calabria y los ejemplares más modernos de Dressel 1A de la costa tirrénica italiana, ambas destinadas a contener vino. A falta de una mayor precisión cronológica, se sitúa el momento de transición entre las formas greco-itálicas y las Dressel 1A en torno al decenio 150/140. Los fragmentos de barniz negro aparecidos en el área 3 forman un conjunto muy definido respecto a su función, todos ellos corresponden a cuencos o copas. Dos fondos y dos bordes de la forma Lamb. 31 b de campaninese A y una forma Lamb. 28 y dos bordes de Lamb. 33b de barniz negro de Cales. A estos hallazgos debe añadírles dos copas Morell 68 procedentes del área 4. Estas formas se hallan presentes en contextos de fines del siglo III llegando a perdurar las últimas producciones hasta las primeras décadas del siglo I. 2.3.

Recapitulación

Uno de los rasgos con los que se ha definido la ciudad frente a los asentamientos rurales es por su monumentalidad. La ciudad, aglutina la monumentalidad como expresión del poder, como concentración

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de la riqueza del estado y de sus gobernantes, tanto en espacios públicos como en aquellos privados pertenecientes a las residencias aristocráticas. La ciudad, por el hecho de serlo, recoge en su seno la diferencia social de sus habitantes, diferencia que trasciende a las características de las viviendas y a los sistemas constructivos empleados. Esta diferenciación social del espacio urbano queda constatada en Segeda I, ya que el contraste constructivo detectado se percibe tanto en las viviendas como en los propios barrios donde se sitúan. Las casas descubiertas en las áreas 2, 3 y 4, muestran en su distinta materialidad constructiva el reflejo de la desigualdad de sus habitantes. De hecho se pueden percibir tres categorías asociadas a cada una de estas áreas, con una diferencia notable entre la primera y las dos restantes: – Las características del aterrazamiento descubierto en el área 2 indican la existencia de una planificación en la urbanización de las laderas del cerro. Una verdadera obra de estado con grandes inversiones, dadas las toneladas de piedras trabajadas y desplazadas para la obra y con gran planificación dentro de un proyecto constructivo. – En el área 4, las casas descubiertas son de una sola planta, con una sencillez constructiva en muros y suelos que implica la ausencia de especialistas. Sin embargo, ciertos materiales, como las bases de los pies de poste que se realizan sobre piedras de yeso, indican un cuidado en la edificación de la vivienda y una búsqueda por sus constructores de los materiales más adecuados. El aislamiento que presentan las dos viviendas muestra su alzamiento fuera de un proyecto constructivo, hecho que sí que existen en las áreas 2 y 3. – Las casas del área 3 son también de una planta, pero muestran una mayor sencillez constructiva, dado que sólo se utiliza como materia prima la existente en su entorno inmediato. Estas construcciones se realizaron fruto de un programa urbanístico, de un diseño planificado, por lo que se hallan lejos de una iniciativa individualizada. BIBLIOGRAFÍA ARTEAGA, O.; PADRÓ, J. y SANMARTÍ, E. (1990): El poblado ibérico del Tosssal del Moro de Pinyeres (Batea, Terra Alta, Tarragona), Diputació de Barcelona. BURILLO MOZOTA, F. (2001a): «Celtíberos y romanos: el caso de la ciudad-estado de Segeda». Religión. Lengua y Culturas Prerromanas de Hispania, VII Coloquio sobre lenguas y culturas hispanas prerromanas, pp. 89-105. Salamanca.

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Fig. 1. Situación de la ciudad celtibérica de Segeda I.

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Fig. 2. Zonas excavadas en la ciudad de Segeda I.

Fig. 3. Detalle del lagar del área 2.

COLLADO DE LOS JARDINES. UNA APROXIMACIÓN A LA ARQUITECTURA DEL SANTUARIO A PARTIR DE LA DOCUMENTACIÓN DE JUAN CABRÉ AGUILÓ Susana González Reyero*

1.

EL PAISAJE SAGRADO DE COLLADO. REVISITAR LAS ANTIGUAS EXCAVACIONES

Collado de los Jardines aparece como un yacimiento paradigmático, tanto por el papel que ha desempeñado en el proceso de conocimiento de los pueblos ibéricos como por su indiscutible importancia cultural y territorial. A pesar de ello, diversos factores han contribuido a que podamos concretar muy poco sobre sus estructuras y su apariencia arquitectónica. A las iniciales rebuscas y expolios habría que añadir, también, los resultados y datos procedentes de intervenciones oficiales realizadas con objetivos diferentes y, en suma, toda una serie de circunstancias que parecen haber condicionado nuestro conocimiento de este importante enclave. Partiendo de los estudios sobre tan significativo yacimiento1, mi intención es ofrecer unas conclusiones preliminares de un trabajo, todavía en curso, consistente en revisar la documentación que Ignacio Calvo y Juan Cabré produjeron durante las campañas de excavación impulsadas por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades entre 1916 y 1918. En concreto, mi aproximación parte del análisis de las fotografías procedentes de las antiguas exca* E-mail: [email protected]. Dpto. de Historia Antigua y Arqueología, IH, CSIC. Este trabajo se ha realizado en el marco de un contrato doctor I3P en el CSIC. Forma parte de los trabajos del proyecto I+D La construcción de la naturaleza desde el poder: imágenes de la Grecia Arcaica y Clásica y de la Cultura Ibérica (Nº ref. HUM2005-00213/hist). Deseo agradecer su ayuda y comentarios a Juan Blánquez y a Trinidad Tortosa, así como a Esteban Guerrero por su elaboración de la parte gráfica. 1 La bibliografía que estudia o menciona Collado es, lógicamente, extensa y conocida. Remitimos, entre otros, a Nicolini (1969, 1998); Olmos (1991, 1998); Prados (1992, 1994, 1999); Ruiz, Molinos (1993); Ramallo, Arana (1993); Ramallo, Brotons (1997); Ramallo (2003); Brotons, Ramallo y Noguera (1998), Rueda, Gutiérrez y Bellón (2003) y Moneo (2003). Ver, igualmente, los trabajos contenidos en Ruiz, Sánchez y Bellón (2006) y, todavía inédita, los resultados de la tesis de Carmen Rueda Galán, titulada Imagen y culto en los territorios iberos: El Alto Guadalquivir (siglos IV a.n.e.-I d.n.e.).

vaciones y que, en gran parte, han permanecido inéditas hasta que un proyecto conjunto entre el Ministerio de Cultura, la Universidad Autónoma de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid entre los años 20002004 conllevó la catalogación, estudio y publicación de las más de 5.500 fotografías que J. Cabré realizó a lo largo de su trayectoria profesional2 (Blánquez, Rodríguez, eds. 2004). Junto a la información proveniente de dichas imágenes, únicos testigos hoy de las estructuras del santuario, analizamos también otra documentación inédita, fundamentalmente la correspondencia intercambiada por los dos investigadores en estas primeras décadas del siglo XX. Con estos materiales presentamos aquí los primeros resultados de un trabajo que, como base fundamental, concibe las estructuras y la apariencia arquitectónica del santuario dentro de un paisaje y un territorio. Partimos de la idea de que las estructuras arquitectónicas muestran aspectos fundamentales de la construcción mental del espacio por parte de la comunidad. Son, en este sentido, indicadores fundamentales de los fenómenos que manifiestan la identidad de los grupos, además en una ubicación geográfica clave, de contacto e interacción entre comunidades, como era entonces Collado de los Jardines, un santuario en un punto estratégico de comunicación entre la Alta Andalucía y la Meseta. Frente al priorizado estudio de algunos elementos de la cultura material de este yacimiento, subrayaré, en primer lugar, lo significativo de la elección del lugar, la situación y entorno, aspectos constitutivos del lugar sacro. Es necesario tener en cuenta, creo, cómo la comunidad se construye también en esta delimitación y ordenación de los espacios sagrados, tanto como en la formulación de sus leyes o en los procesos de jerarquización social apreciables en há2 Después de la presentación de esta comunicación al IV Simposio Internacional de Arqueología de Mérida (Noviembre 2005), los herederos de la familia Cabré han donado a la Universidad Autónoma de Madrid un conjunto de documentación que puede modificar y ampliar las conclusiones de este trabajo.

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Susana González Reyero

bitats y necrópolis. El paisaje aparece así como un contexto, como una construcción que refleja y es consecuencia de la manera determinada de esa sociedad de concebir el mundo, y que se manifiesta en las actuaciones que efectúa sobre él. El examen de la evolución de este lugar sacro, en una perspectiva diacrónica, nos informa también de las variaciones que experimentó esa manera de concebir el mundo, conforme se sucedían diferentes circunstancias históricas y transformaciones sociales. 2.

ANÁLISIS FOTOGRÁFICO DE UNA TOPOGRAFÍA SAGRADA

La Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades emprendió tres sucesivas campañas de excavación en Collado de los Jardines, entre 1916 y 1918.3 J. Cabré y I. Calvo, nombrados delegados-directores de las mismas, defendieron en sus memorias la existencia, en el yacimiento, de dos templos sucesivos y una plataforma aterrazada situada junto al imponente abrigo rocoso de Collado. Pese a la necesidad, para los propósitos de este trabajo, de reevaluar las antiguas excavaciones, de analizarlas críticamente, considero más interesante remitir a publicaciones que recientemente han incidido en estas cuestiones,4 dedicando las páginas disponibles, preferentemente, al análisis efectuado a partir de la documentación antigua producida en estas campañas efectuadas entre 1916 y 1918. Subrayaré, por fuerza sintéticamente, cómo la metodología de las intervenciones resulta destacable y ejemplar para su época, para el estado de conocimientos sobre los pueblos ibéricos y para el propio estado y desarrollo de la disciplina arqueológica en España. Como siempre, cada trabajo es evaluable y comprensible en un contexto histórico y social amplio. Desde esta perspectiva debemos acercarnos, creo, a la historia de la arqueología. Aunque el sitio de Collado, yacimiento clave de la cultura ibérica, ha sido objeto de numerosos análisis resulta, creo, importante añadir el testimonio de los antiguos materiales gráficos, que no se han incorporado a la discusión habitual sobre el yacimiento. Ésta es la motivación principal de estas líneas, presentando un estudio complejo, no exento de dificul3 El permiso de excavación, concedido por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, había sido en primer lugar concedido a Cabré, según se publicó en el Boletín Oficial-Gaceta de Madrid del 27 de noviembre de 1914 (Gaceta de Madrid n.º 331 de 27/11/1914, pp. 591). 4 Ver, entre otros, Prados Torreira (1999), González Reyero (2003), Gutiérrez, Rueda y Bellón (2004), Ruiz, Sánchez y Bellón (2006).

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tades que, espero, se vaya afinando con sucesivas aportaciones. En este sentido, mi análisis parte de la documentación gráfica, en gran parte inédita, realizada mayoritariamente por Juan Cabré Aguiló durante el transcurso de las tres campañas. Es parcial y fragmentaria, puesto que ni reproduce cada paso de las tres campañas de excavación, ni recoge lo que serían, para nosotros, sus avances más significativos. Además, sabemos5 que existió una alternancia entre los dos directores para estar en el sitio de Collado, por lo que debemos «ver» la excavación a través de dos testigos e intérpretes diferentes, los dos directores de la excavación. Está supeditada, por tanto, a ciertos sesgos innegables, pero su importancia reafirma el que tengamos que analizarla e incorporarla al debate sobre el yacimiento. En efecto, esta documentación constituye la única forma de conocer hoy por hoy las estructuras antiguas descubiertas. Además de esta documentación gráfica, releemos de nuevo las memorias de excavación y la correspondencia encontrada, tanto entre los directores como con el marqués de Cerralbo, fundamentalmente en el museo antes citado. De esta forma, queremos completar esta fragmentaria fuente con toda la información documental disponible, que ha sido hasta ahora objeto de una menor atención, con el propósito de ofrecer nuevos elementos desde los que examinar, de nuevo, la religiosidad de Collado. A pesar del testimonio de Alfredo Cazabán, quien resaltó el cuidado estratigráfico con que se anotaban los hallazgos en las excavaciones de Collado (Cazabán 1917), encontramos una dificultad fundamental en relacionar estratigráficamente los dos núcleos fundamentales de estructuras que documentan las fotografías. Existen, creemos, varias circunstancias para que, lo que de hecho fue un cuidado estratigráfico modélico para la época, no nos ayude en la fundamental tarea de establecer una relación estratigráfica entre estos elementos. En primer lugar, las breves descripciones estratigráficas de las memorias, fundamentalmente las de 1917, remitían a un trabajo más amplio sobre estas excavaciones, donde se detallarían estos aspectos. Un estudio más amplio que, como sabemos, nunca llegaría a publicarse. Fundamental resultan también los diferentes objetivos de una arqueología en formación, así como las divergencias de criterio y objetivos de los dos directores, apreciables en la redacción misma de las memorias.6 Influyó también la preocupación primordial por los exvotos, objetos que dieron origen a la petición a la Junta de Excavaciones y Antigüedades y 5 Por la correspondencia conservada hoy en el Museo Cerralbo y a la que haré alusión posteriormente. 6 Como ha señalado ya Ruiz Rodríguez (2001).

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COLLADO DE LOS JARDINES

a los trabajos mismos en el yacimiento. No cabe duda de que la recuperación de estos exvotos, y su envío al Museo Arqueológico Nacional, era una prioridad fundamental en los trabajos, lo que no supone en absoluto una infravaloración de los mismos, sino que los sitúa en la época y estado de conocimientos sobre el mundo ibérico, y la arqueología española en general, en que tuvieron lugar. Otra dificultad, ya para los propios investigadores, fue el continuo expolio del yacimiento, motivado por las continuas rebuscas de exvotos y que no sólo sucedieron antes del inicio de las excavaciones oficiales. Sabemos, por las memorias y, más detalladamente, por la correspondencia conservada en el Museo Cerralbo, que entre la campaña de 1916 y la de 1917 se llevaron a cabo trabajos, con obreros que habían colaborado en la campaña oficial de 1916, en los que se debió afectar a las estructuras más cercanas al abrigo de Collado. Por la correspondencia de Cabré sabemos incluso que éste sospechaba de Horace Sandars y su amigo, el ingeniero Nestor Guillet, como impulsores de estos trabajos ilegales. El trabajo oficial sobre las estructuras del santuario debió encontrar, por lo tanto, una estratigrafía alterada en mayor o menor medida, como también menciona la memoria de 1918. Ante este panorama general, el presente trabajo parte de una ordenación, reconocimiento e intento de identificación de las imágenes antiguas respecto al paisaje actual de Collado, de sus hitos más significativos, y de los planos y descripciones dejados por los investigadores. Tras esta primera identificación fotográfica he procedido a la ubicación, en la planta de las excavaciones en Collado, de varias estructuras que aparecen en las imágenes. En las páginas que siguen partiré del mapa publicado por los investigadores, indicando allí la identificación y ubicación de las estructuras que nos permiten observar las fotografías antiguas.7 Usualmente se describe el santuario de Collado como un espacio aterrazado, inmediato al abrigo rocoso. A continuación expondré cuáles de estos elementos y qué otros, descritos o no en las memorias de excavación del yacimiento, permiten corroborar las fotografías antiguas. 2.1.

LA

ESTRUCTURA

DE

COLLADO

10-5

Y LA PLATAFORMA

La excavación emprendida por I. Calvo y J. Cabré supuso el descubrimiento de una estructura ate7 He querido utilizar, al hablar de las estructuras identificadas en Collado, la nomenclatura que I. Calvo y J. Cabré indicaron en sus memorias, con el objetivo de facilitar el seguimiento del texto con la planimetría elaborada por ellos y con las alusiones que encontramos en las memorias de excavación.

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rrazada que lograba una planicie al pie del farallón rocoso, un terreno donde, por lo demás, destacaba una «aguda pendiente» (Calvo, Cabré, 1917, 6). La fotografía nos permite constatar esta plataforma, lograda mediante varias estructuras, señaladas en el plano mediante los números 10-9-8-7-6-5 (Fig. 1). De esta forma, la plataforma, que tuvo que construirse en la pendiente predominante, lograba un espacio fundamental frente al gran farallón rocoso y aprovechaba, igualmente, un gran afloramiento, donde se unían y apoyaban los muros 9-8-7-6, lo que daba, sin duda, una mayor consistencia al conjunto de la plataforma. Por la memoria de excavación de 1917 sabemos que el muro 10-9 arrancaba «a los 28 m. del fondo actual de la cueva y tomaba dirección sudoeste en busca de un peñasco de caliza en forma de cresta». Se trataba de un muro «irregular y tosco», construido con piedras sólo desbastadas en su cara externa y dispuestas en forma de mampostería con ripios. Este muro, que aterrazaba el espacio del santuario, tenía forma ataludada «en tal grado que a los 5 m de altura hay un desnivel de 1,50 m» (Calvo, Cabré 1918: 10). Sus dimensiones máximas alcanzaban los 5 m de altura y los 13 m de longitud. A los tres metros del acantilado (punto 10 del plano) descubrieron una escalera abierta sobre este muro, de ocho peldaños y 0,85 m de anchura (Calvo, Cabré 1918: 12). Es difícil establecer una relación estratigráfica entre este gran muro y las estructuras halladas en el interior de la plataforma y que describiremos a continuación. Sin embargo, existen dos razones por las que presentaré, como hipótesis, que posiblemente este muro ataludado perteneció a un momento posterior al de construcción de las estructuras del interior de la plataforma, que describiré a continuación. Este muro ataludado no pertenecería, por tanto, a la primera fase con restos arquitectónicos del santuario. En primer lugar, y si bien esto no es un argumento definitivo, constatamos visualmente en las imágenes (Figs. 2 y 3) la gran diferencia de cota existente entre el último escalón conservado —que no sabemos si fue el último— de la escalera (a-b) y los restos de estructuras conservados al interior de la plataforma (estructuras 1-2-3-4). Esta gran diferencia podría explicarse, quizás, porque la escalera se hubiese realizado posteriormente sobre el muro ataludado, pero existe también un argumento que nos llega desde las propias memorias de excavación y que nos indica que el muro ataludado era, en su opinión, posterior al nivel de amortización de los exvotos ibéricos que, según la observación de los investigadores «afloraba por debajo del gran muro en forma de talud y seguía después por el derramadero». Si concedemos crédi-

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Susana González Reyero

to a estas observaciones, parecería mostrarse que la construcción de la terraza fue posterior al nivel de amortización de los materiales ibéricos (Calvo, Cabré 1918: 17). Otra cuestión que el estudio de la parte gráfica nos permite matizar es la representación de la estructura 15-5. Así, mientras que el plano de los investigadores aparece como un único muro, en las fotografías se constata, de hecho, dos, que podrían responder a reconstrucciones sucesivas debidas al excesivo peso que, sin duda, debía soportar la plataforma en este lado sur. Así pues, debemos imaginar que estas dos estructuras, que en el plano de 1918 aparecen simplemente como 15-5, pudieron corresponder a diferentes reparaciones de la plataforma. Lo que resulta notable es que de una de ellas —la numerada como 10-9— se destaque, y se aprecie en las imágenes, su factura ataludada. Así pues, es posible que, lo que en el plano de las excavaciones aparece como 15-5, fuese en realidad varias construcciones, concretamente dos, de las que constataré su dirección, no totalmente paralela, y cómo una de ellas adoptó una disposición atalulada, frente a la vertical de la situada más al oeste, más lejos del abrigo rocoso (Figs. 4 y 5; Calvo, Cabré 1918: 11). Queda dentro de la hipótesis que estas construcciones tuviesen una cronología diferente y respondiesen a reconstrucciones o reparaciones de esta terraza. Esta zona suroeste debió ser, además, la parte que soportaba mayoritariamente las cargas de peso de la plataforma, especialmente en el momento del nivel de uso que marcaba la escalera a-b.8 En cualquier caso, acometer esta gran estructura creó una plataforma de notable extensión que, al menos en la fase cuyo nivel de uso lo marcaba la escalera del NE (a-b), suponía una obra imponente. No podemos atribuir con seguridad estas estructuras de la plataforma exterior a una época precisa, pero sí sabemos que fueron las primeras encontradas por los investigadores al comenzar su trabajo en el lugar de Collado y que, junto a ellas, mencionaron el hallazgo de «abundantes tejas, cerámica saguntina y otros materiales romanos» (Calvo, Cabré 1918: 20). Así, pues, su uso pudo estar relacionado con las fases de época romana en el yacimiento, a las que me referiré a continuación. Aunque la aparición de exvotos ibéricos fue lo que, sin duda, llevó a que los investigadores consiguieran el permiso oficial e iniciaran sus trabajos en 8 El hecho de que esta parte de la plataforma soportase gran parte de la carga de las construcciones se observa, también, en el derrumbe del material de la plataforma antigua, que los investigadores llamaron «derramadero». Este derrumbe puede observarse en varias fotografías antiguas, en las que se observa cómo varios obreros picaron y trabajaron en estas zonas, bastante alejadas del abrigo rocoso.

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Collado, durante estas campañas documentaron el uso duradero que había tenido este espacio sagrado, hasta el punto de hablar de una fase romana, durante la cual habría tenido lugar la realización de uno de los dos edificios cultuales que ambos describieron. El espacio arquitectónico atribuido por ellos a época romana estaba relacionado con la nivelación y la posibilidad de construir que proporcionó el muro ataludado. Resulta importante comprender, creo, ciertas circunstancias de su excavación, como el expolio que sufrió el yacimiento entre la primera y la segunda campañas de excavación, esto es entre 1916 y 1917, que debió alterar la estratigrafía, además de conseguir los buscados exvotos ibéricos. Menciones a este expolio son frecuentes. Especialmente significativo resulta cómo J. Cabré, en su correspondencia con el Marqués de Cerralbo, acusó a Horace Sandars de estar implicado en estas excavaciones fraudulentas, una importante cuestión que debería corroborarse en investigaciones futuras: «No debemos marcharnos sin dejar esto bien asegurado, pues conozco la génesis de anteriores abusos (alto personal de las minas del país, entre ellos el mismo Sandars9). Este año se repetiría con mayor escala y todo se evita con un guarda oficial». Continúa después: «Ha sido escandalosa la profanación de este año en el Santuario. He estado días con humor endiablado al verlo con las excavaciones. La guardia civil me ha dado toda la pista de los que dirigían dichos robos y la cuantía del mismo; todo por extranjeros, subvencionando espléndidamente a obreros y queriendo sobornar a ciertas autoridades»10. En cualquier caso, el efecto fue que estas rebuscas, llevadas a cabo por obreros que habían trabajado con Cabré y Calvo y posiblemente dirigidas por buenos conocedores del santuario alteraron, sin duda, la estratigrafía y estructuras del mismo en su primordial búsqueda de exvotos. Así, la memoria de 1917 subrayaba cómo, tras su acción, «apenas si quedó sitio en el yacimiento que no fuera removido» (Calvo, Cabré 1918: 7). Éstas fueron las circunstancias en que comenzó la excavación de la zona interior de la plataforma en la campaña de 1917, tras unas rebuscas que alteraron los estratos superficiales, donde luego mencionarían que se encontraban, prioritariamente, los restos atribuibles a época romana. Una vez comenzada la campaña oficial de 1917, lo cierto es que las fotografías conservadas nos permiten ver poco de esta fase, aunque podemos aducir Nombre que aparece subrayado por Cabré en la carta. Correspondencia J. Cabré-Marqués de Cerralbo, 20-071917, Museo Cerralbo, Madrid. La memoria oficial de 1917 menciona igualmente este expolio, aunque de forma anónima y más matizada. 9

10

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varios motivos para ello. En primer lugar, el hecho de que la fotografía era todavía una técnica que requería una cierta experiencia y formación, no exenta de dificultad (González Reyero 2006). Era cara, y el aprovisionamiento de placas secas al gelatino-cloruro de plata en Collado debía ser poco menos que imposible. Así que los investigadores debían llevar el material fotográfico para toda la campaña, y una vez allí calcular bien a qué dedicaban sus tomas, recordando aquí cómo la prioridad absoluta de la excavación era el santuario y los exvotos ibéricos. Pese a esta ausencia de vistas, creo que debemos tener en cuenta los materiales de época romana que mencionaron los investigadores para considerar la continuidad, las lógicas transformaciones y reconstrucciones, de un culto y actividades que se habrían desarrollado en época romana en Collado, así como la interacción y posibilidades surgidas del contacto y readaptación, de la paulatina transformación del culto anterior. Enumerando sucintamente por el breve espacio disponible, entre estos restos de época romana destaca un nivel que, según relata la memoria de 1919, era casi superficial y de tierras oscuras y contenía «numerosas tejas romanas, cerámica del mismo pueblo y monedas del bajo imperio» (Calvo, Cabré 1917: 12-13). Destaca, además, la mención de varios elementos arquitectónicos, como «algunos fragmentos de columnas, basas, capiteles y cornisas que se hallaron por el derramadero» (Calvo, Cabré 1918: 21). Es ciertamente un problema el hecho de que nunca se han encontrado y documentado posteriormente estos elementos arquitectónicos, pero creo que la minuciosidad manifiesta de Juan Cabré a lo largo de sus investigaciones,11 así como el detallismo en la descripción de estas piezas, nos lleva a considerarlas como efectivamente halladas en las cercanías del santuario. Incluso en algún caso se llega a explicitar que se habrían hallado in situ,12 una circunstancia que, sin embargo, no quedó reflejada en las fotografías, lo que indica, creo, la ausencia en ese momento de Juan Cabré13 o es, quizás, muestra de la atención priorizada por el santuario ibérico que orientaba los estudios que dirigía Gómez-Moreno desde el CEH, donde trabajaba entonces Cabré. 11 Y que hemos podido comprobar, al igual que otros autores, en diferentes ocasiones (Blánquez, Rodríguez, eds. 2004). 12 Concretamente: «algunos, in situ, en la capa de piedras de construcción que superponía al nivel iberorromano» (Calvo, Cabré 1918: 22). 13 Quien debió efectuar, al menos, la mayoría de las tomas. Así, las memorias de 1916 y 1918 indican que todas las fotografías habían sido realizadas por Cabré (Calvo, Cabré 1917, índice de láminas, nota 1; Calvo, Cabré 1919, índice de láminas, nota 1).

COLLADO DE LOS JARDINES

207

La memoria oficial de la campaña de 1917 testimonia este hallazgo de las piezas arquitectónicas, así como su descripción y medidas. Así, los «restos de columnas han sido hallados muy diseminados por toda la vertiente del derramadero». Identificaron incluso un pequeño capitel, que «tal vez pudo ser del primitivo santuario (…) es de forma cuadrada, de 18 cms. de lado por 21 de alto y 12 en su faz» (Calvo, Cabré 1918: 22). La memoria adjuntó una relación de los fragmentos arquitectónicos descubiertos en el santuario: una cornisa, una basa de columna, tres fragmentos de fustes que también describieron y midieron, más un número indeterminado de otros fragmentos de columna. La piedra que había servido para labrar estas piezas era, según los excavadores, arenisca blanda, proporcionando medidas, anchuras, alturas y diámetros de casi todas ellas. Algún testimonio más me permite plantear la existencia de estos materiales. Así, Cabré relataba en 1917 «tengo ya un lote de 250 figuras (…) En su mayoría los he hallado muy lejos del arca del edificio del Santuario, revuelto con trozos de columnas bajas, tinajas, inscripciones, etc. a más de 100 metros del edificio, después de talar espeso y viejo monte»,14 lo que señala este hallazgo de fragmentos, posiblemente de fustes, en las cercanías del Collado. Así pues, si bien no podemos adscribir estas estructuras de la terraza a época romana, sí podemos plantear que el uso del espacio sagrado de Collado en época romana utilizó al menos con seguridad esta plataforma, posiblemente como base para otras construcciones que habrían realizado sobre ella, y de las que tenemos tan sólo el testimonios de ciertos elementos arquitectónicos. Queda planteada la duda de si la construcción misma de la plataforma se habría realizado en este momento de los siglos II-I a.C., o se habría remodelado entonces, añadiendo posiblemente las escaleras, a partir de un aterrazamiento previo, que ya modificaba el acceso al recinto sagrado de este yacimiento. 2.2.

LAS

ESTRUCTURAS JUNTO AL ABRIGO NATURAL

Por otra parte, las estructuras más cercanas al abrigo rocoso de Collado son las denominadas 1-2, 2-3 y 3-4 (Figs. 1 y 6). Observamos, gracias a las imágenes conservadas, que estas tres estructuras parecen trabar, por lo que planteo que perteneciesen a un mismo momento constructivo. Además, parecen mostrar cara vista en dirección al propio abrigo, en la dirección —SW— en que está realizada 14

28-07-1917. Signatura: 21-237

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la fotografía, un aspecto que señalaron ya los excavadores. La estructura 1-2 es la mejor conservada. De hecho, las memorias describieron una diferencia constructiva que relacionaban con su alzado y cimentación (Fig. 7). Por otra parte, la observación de la imagen (Fig. 8) nos permite observar también una cara vista del muro 2-3 y 3-4, lo que me lleva a plantear que esta estructura estaba delimitando una zona o espacio (estructuras 1-2, 2-3 y 3-4), en el que encontramos una importante elevación —la rampa a la que se referirían los excavadores— hacia el pozo y el propio abrigo rocoso, lo que nos lleva a proponer que estemos ante la delimitación de un espacio vinculado al ritual religioso, y en el que sería clave el camino hacia el pozo y el collado, posiblemente centro y origen del culto. Con los datos disponibles, tan sólo podemos señalar la existencia de esta estructura, en las inmediaciones del pozo artificial o favissa y del abrigo rocoso. Las menciones de las memorias y de las cartas permiten apuntar que, al norte del muro 1-2, los excavadores encontraron una especie de enlosado15 (Calvo, Cabré, 1918, 14) y, sobre él, una capa de tierra oscura, donde se hallaron objetos ibéricos entre los que destacaban los exvotos.16 Especialmente interesante resulta cómo se especifica que el extremo derecho de la estructura 1-2, precisamente la parte considerada alzado, «alcanzaba el nivel del pavimento descrito con restos de exvotos de bronce» (Calvo, Cabré 1918: 14) lo que, de hecho, aleja esta fase de ocupación del nivel de uso que indica la escalera ab en la plataforma exterior (Fig. 7). Este estrato sobre el «pavimento» se habría sellado, posiblemente, por la gravilla o encanchado ya mencionado en otros casos como La Encarnación de Caravaca (Murcia). En efecto, existen argumentos para hablar de ciertas semejanzas entre la amortización ritual de los exvotos en La Encarnación y La Luz17 y la de Collado, un aspecto ya señalado por S. Ramallo y F. Brotons (1997). En La Encarnación, los intersticios del monte fueron utilizados para la deposición de determinados objetos votivos, un depósito 15 La memoria de 1917 relata el «descubrimiento de un piso formado por grandes bloques de piedras naturales o, más bien dicho sin labra, colocadas en forma que se lograra obtener una superficie más o menos regular» (Calvo, Cabré 1918: 14). 16 En concreto, «Sobre este pavimento yacía un nivel estratigráfico de unos 20 cm. de espesor formado por tierras carbonizadas, muy obscuro, que envolvían fíbulas hispánicas, exvotos de figuras humanas y otros objetos típicos ibéricos, careciendo de todo aquello que es determinativo de civilizaciones post-ibéricas» (Calvo, Cabré 1918: 14). 17 Ver Lillo Carpio (1999), con toda la bibliografía anterior.

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que aparecía sellado por un encanchado de piedra pequeña (Ramallo, Brotons 1997: 261). Este depósito estaba formado por tierra negra con materiales característicos de los siglos IV y III a.C., un paleosuelo de tipo húmico con restos de fibras entretejidas de origen vegetal, quizás liño o cáñamo en relación con algún tipo de envoltorio de objetos, como sucede en algunos exvotos de La Luz. Entre los materiales asociados al depósito destacan las fíbulas, anillos de oro y plata, laminitas de oro y plata, cuentas de collar de pasta vítrea, vaso de plata, fragmentos cerámicos recortados en forma de punta de flecha y alambres de plata y oro, fusayolas, fragmentos escultóricos en piedra arenisca, cerámicas ibéricas de carácter suntuario, etc. Este depósito tiene, en La Encarnación, una cronología en torno a la segunda mitad del siglo III o inicios del s. II a.C. (Ramallo, Brotons 1997: 261). En Collado, la memoria de 1917 describe un nivel de tierra muy oscura, de unos 25 cms. de potencia, donde se hallaron abundantes fíbulas hispánicas, dos de La Tène y muchos exvotos, sin que apareciesen materiales romanos. Nos interesa especialmente cómo se observó que «superpuesta a este lecho arqueológico había una capa de piedras de acarreo, pequeñas en su mayoría, muy lavadas, y sobre ellas una espesa capa de arcilla, muy endurecida» (Calvo, Cabré 1918: 17), descrito también en otro lugar como un «encanchado de piedras de pequeño y mediano tamaño» (Calvo, Cabré 1918: 26). Con todas las limitaciones de una documentación muy parcial podríamos plantear una estructuración del espacio, en esta zona inmediata al abrigo, en que se constata un espacio aterrazado y abierto junto al pozo ritual, al que se accedería mediante una rampa, en parte construida por el hombre. Una última estructura excavada en esta zona era un muro, paralelo a 1-2 y a una distancia cercana a los dos metros.18 Podría haber formado parte de un altar o, quizás, podría tratarse de un banco o plataforma para la colocación de exvotos. En cualquier caso, la parte gráfica disponible no constata la existencia de esta última estructura. De hecho, la única imagen conservada del interior de lo que denominarían el primer «edificio» es la figura 7. Volveré ahora a la importante cuestión de establecer si estas estructuras (1-2-3-4) estaban en uso al mismo tiempo que la plataforma (estructuras 10-9-87-5). Según las memorias, entre el nivel de uso que marca el último peldaño conservado de la escalera y el hallazgo del muro 1-2 existía una diferencia de cota de 3,57 m. (Calvo y Cabré 1918: 14 y 17), una dife18 La memoria correspondiente a la campaña de 1917 dice exactamente que la distancia, desde las caras externas de ambos muros, era de tres metros (Calvo, Cabré 1918: 15).

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rencia notable que se constata también en las fotografías. En la memoria de 1917 esta diferencia de cota se traduce en tiempo de trabajo de los obreros. Se relató, en efecto que, una vez «descubiertos los muros descritos (10-9-5), se procedió a abrir otra zanja que, diagonalmente, pusiera al descubierto todo cuanto existiera en el interior del perímetro comprendido por las construcciones mencionadas». Entonces, y hasta llegar a esa diferencia de cota de 3,57 m. «una brigada de seis obreros estuvo durante un mes trabajando con resultado negativo (…). Todo fueron materiales de acarreo y de relleno» (Calvo, Cabré 1918: 12). Propongo, como hipótesis, que los muros 1-4 parecen pertenecer a un momento anterior a la utilización de la plataforma exterior, al menos en la fase en que el nivel de uso viene marcado por el nivel de la escalera a-b. La diferencia de cota que he mencionado es importante pero, y a falta de poder establecer una relación estratigráfica entre los diversos elementos, me parece fundamental la pendiente destacada que permite ver, hacia el sur, el muro 3-4 (ver fig. 8), lo que me lleva a plantear que se construyó en un momento en que no existía el nivel de uso que marcan las escaleras a-b. La potencia y adaptación a la pendiente de esta estructura 3-4 me parece incompatible con una plataforma exterior que hubiese nivelado un amplio espacio, toda la superficie interior, de cara al desarrollo del culto o a la construcción de nuevas estructuras. Queda abierta la sugerente posibilidad de que la configuración del espacio adoptase una disposición de terrazas escalonadas, que marcarían el acceso al santuario. Terrazas sucesivas que estarían lejos de lograr un nivel uniforme, pero que proporcionarían un acceso escalonado al recinto. La rampa a la que se refirieron los investigadores en las inmediaciones de los muros 1-2-3-4,19 serviría a esta necesidad del acceso de una terraza a otra superior, en una disposición que nos recuerda a la constatada en Castellar (Nicolini et alii 2004). En todo caso, este sistema no podría funcionar con el nivel de uso que marcan la escalera a-b, muy probablemente pertenecientes a una reordenación del espacio posterior. Aunque no podemos determinar la forma del espacio configurado por los muros 1-2-3 y 4, subrayaré su disposición alrededor del abrigo y del pozo, lo que espacialmente me parece muy sintomático. Por otra parte, creo que los cambios de dirección en los muros 2-3 y 3-4 deben explicarse, en buena parte, por la necesidad de adaptarse a un terreno en fuerte pendiente. 19 En las memorias se menciona cómo: «ante los mismos aparece una rampa suave de tres metros de anchura obtenida sobre la peña artificialmente» (Calvo, Cabré 1918: 15).

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No puedo menos que hacer notar la existencia de una gran piedra, interesante, que aparece algo desplazada, ubicada en la intersección de las estructuras 12 y 2-3. De gran tamaño, un detalle de la misma se puede observar en el primer término de la Fig. 7, así como en las 6 y 8. También Calvo y Cabré consideraron importante señalarla en el plano (Fig. 1) con el punto m. Las memorias especifican su notable tamaño (2,45 x 2,70 m.) y comentan además que tenía «su superficie superior muy lisa» (Calvo, Cabré 1918: 16), un aspecto que, en efecto, podemos corroborar en las fotografías. Este alisamiento, sin duda intencional, marca su singularidad y tratamiento especial al que fue sometida. Un acabado especial que debió estar motivado para que sobre ella se dispusiera algún elemento, alguna piedra u objeto cuya forma no podemos señalar, y como de hecho aparece en la figura 7. Apuntaré la posibilidad de que sostuviera o fuese base de algo significativo, como una columna o un betilo, o marcase la entrada o umbral a un espacio, y como de hecho aparece en la figura 7. En cualquier caso, este nivel alisado marcaría posiblemente la cercanía de un nivel de uso, lo que nos parece igualmente significativo. Existe, así, la posibilidad de que marcase el nivel del pavimento descrito en las memorias y al que nos hemos referido antes, sobre el que se habría encontrado el nivel de amortización de exvotos.20 Más allá de estos elementos concretos, sin duda el entorno natural, el imponente abrigo, los bosques, el agua y el pozo ritual fueron elementos centrales en la religiosidad de Collado, de sus cultos y de la ideología subyacente (Fig. 9).21 Son igualmente elementos poco presentes en las fotografías antiguas, pero creo que es fundamental la figura 10, ya que muestra la zona inmediata al farallón rocoso, en cuya parte superior estaba el pozo artificial y, a su vez, es el único testimonio de una cueva artificial que mencionan las memorias y las cartas, dos elementos en los que me detendré ahora brevemente. La existencia de un pozo vinculado a la religiosidad de Collado resulta, sin duda, del máximo interés desde nuestro punto de vista actual. Pero, ¿con qué testimonios contamos hoy sobre la labor de las antiguas excavaciones, sobre los hallazgos en este pozo? La existencia del pozo parece haber sido rápidamente percibida por los excavadores. No se destaca como descubrimiento, sino que se utiliza como referencia de lugar o de cota. En la memoria de 1917 20 Señalaré igualmente la posibilidad, tal y como parece apreciarse en la figura 6, de que esta gran piedra hubiese sido algo desplazada, quizás para procurar la continuación de los trabajos. 21 Sobre la función curativa, sagrada y oracular de las aguas en el mundo ibérico ver Olmos (1992).

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se nos relata: «cotejando el desnivel de la abertura actual del pozo en relación con la altura del último peldaño de las escaleras, que sobre la misma abertura (…) hubo de haber un brocal de mampostería» (Calvo, Cabré 1918: 13-14). Ésta es una de las escasas menciones que encontramos en las memorias respecto al pozo, aunque sí aparece señalado en la planimetría general del yacimiento, publicada en 1918 (Fig. 1), donde aparece con el número 13. He obtenido, sin embargo, más datos de la correspondencia de los investigadores, que apuntan cómo los excavadores emprendieron, de hecho, la exploración arqueológica del mismo, aunque encontraron ciertas dificultades. Así, a los pocos días de comenzar la segunda campaña, de 1917, Cabré señalaba cómo «También tengo ya descubierto el emplazamiento del templo, el cual estaba situado sobre una meseta artificial a la misma altura que la abertura del pozo y de la gran cueva». Después Cabré mencionaba una «cueva casi cegada (…), al nivel de las aguas del pozo y profundiza mucho espero hallar en ella en esta semana grandes cosas. Quizá se logre por dicha cueva desaguar el pozo»22. Pocos días después Cabré comunicaba, también a Cerralbo, el progreso con dicha cueva: «El reconocimiento de la cueva con agua a la que se desciende por el pozo artificial no se podrá llevar a cabo este año porque requiere hacer una galería sobre la roca viva para desaguar la cueva y sacar luego las piedras y piedras que con el transcurso de los siglos recubren el lecho arqueológico»23. Este testimonio resulta importante porque corrobora la existencia de un punto con agua en el momento de estas exploraciones, a principios del s. XX. Igualmente conecta este punto de agua con un pozo que, además, caracteriza como artificial, construido por el hombre, seguramente tallado en la roca. Esta observación y caracterización del pozo se explica porque la excavación implicó el descenso por esta estructura, un aspecto de los trabajos en Collado que nos corrobora la siguiente carta: «En lo que queda de la terraza que sostenía el muro, la cual estaba a la misma altura del brocal del pozo que también hemos descendido a él, he principiado a desescombrar varios cimientos».24 Especialmente interesante resulta otra carta, fechada pocos días después, en la que Cabré relataba cómo «este año, por mucho que se adelante sólo se excavará una cuarta parte (sin contar el pozo del cual según me han afirmado han salido muy buenos 22 Correspondencia J. Cabré-Marqués de Cerralbo, 12.07.17. Signatura: 21-231, Museo Cerralbo, Madrid. 23 Correspondencia J. Cabré-Marqués de Cerralbo, 20-071917, Museo Cerralbo, Madrid. 24 Correspondencia J. Cabré-Marqués de Cerralbo, 5-081917. Signatura: 21-232, Museo Cerralbo, Madrid.

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objetos este año)»,25 un testimonio que nos confirma el hallazgo de materiales dentro del pozo y, por tanto, parece corroborar un cierto tipo de ritual. Estos testimonios son importantes por varios motivos. Frente a las muy escasas menciones de las memorias oficiales, nos permiten conocer que se trabajó en este pozo ritual, construido en la roca por el hombre, como bien subraya en sus cartas Cabré. Permiten suponer, especialmente cuando se constata que en las memorias no se prestó una mayor atención a este pozo-favissa, que quizás finalmente no pudieron excavarlo y vaciarlo completamente, ni acabar esa galería sobre la roca que creían necesario hacer para desaguar la cueva. Pudieron dejarlo reservado para esas posteriores campañas que Cabré le pedía a Cerralbo,26 o para esa otra publicación, más extensa, a la que hacían alusión en las memorias y que nunca llegaría. Sin embargo, el testimonio de la correspondencia resulta aquí vital porque corrobora el hallazgo de objetos dentro del pozo, lo que constata la existencia, en algún momento de la larga vida del santuario, de un ritual que conllevaría esta práctica. De hecho, espacialmente el lugar del pozo es central en el espacio sagrado de Collado. Inmediato al abrigo rocoso, habría sido eje vertebrador y justificador de las construcciones surgidas alrededor. 3.

CONSIDERACIONES FINALES

La primera conclusión me lleva a considerar, una vez más y como han señalado diferentes autores, el destacado papel que, durante estos años, desempeñó J. Cabré en la arqueología ibérica de la Alta Andalucía, con actuaciones como Toya en 1918 o, anterior incluso, en el caso de Castellar, donde el inicio de esta atención parece haberse producido durante sus búsquedas de arte rupestre junto a H. Breuil, cuando adquirió los exvotos que después cedería para su estudio a R. Lantier. En el caso de Collado resulta interesante la correspondencia consultada en el Museo Cerralbo, a partir de la cual podemos intuir una rivalidad o tensión entre H. Sandars y los delegados directores designados por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades.27 A la primera campaña de 1916 le seguiría, 25 Correspondencia J. Cabré-Marqués de Cerralbo, 28.07.17. Signatura: 21-237, Museo Cerralbo, Madrid. 26 Recordemos que Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII Marqués de Cerralbo, era entonces Vicepresidente de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. 27 Resulta interesante cómo describió Henri Breuil su encuentro con Sandars en 1913: «Fui recibido en casa de Horace Sandars el 5 de noviembre. H. Sandars era un tesorero

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como he mencionado, una excavación no autorizada, cuya actuación repercutió en la estratigrafía del yacimiento. Creo que hay que tener en cuenta que nos hallamos, con Collado, ante una de las primeras excavaciones reguladas por la Ley de 1911 y por la JSEA. Sandars había protagonizado anteriores búsquedas en el yacimiento y debía ser ciertamente difícil que toda la actividad arqueológica o anticuarista anterior se pasase a regir por la nueva Ley y los nuevos procedimientos, que conllevaban la solicitud y concesión de un permiso oficial. De hecho, resulta muy interesante el testimonio de Cabré, cuando declara refiriéndose a las excavaciones ilegales: «Los de la denuncia no dan señales de vida; permanecen sin molestarme y trabajando para obtener el permiso»,28 lo que nos podría estar indicando que Sandars —si era realmente él quien dirigió estas actividades— intentó obtener permiso oficial para excavar en Collado en 1917 y que, por tanto, se les retirase a I. Calvo y J. Cabré. De ciertas cartas de Cabré se desprende también una cierta «carrera» por excavar el yacimiento antes de que la consignación oficial se acabe, ya que tiene la certeza de que después llegarían los extranjeros, como los llamaba, también posiblemente para despertar el sentimiento «patriota» de Cerralbo.29 Cabré intenta, por todos los medios, obtener más medios para Collado, para acabar las excavaciones, para disponer de un guarda que vigile el yacimiento, para frenar a una sociedad minera y a un ingeniero francés a los que acusa de estar detrás de las rebuscas fraudulentas en Collado: «los socios de la mina (…) inspirados, más bien dicho, manejados y movidos por dinero y dirección de ingenieros extranjeros, particularmente por uno que es el cabecilla protegido a la vez por Sandars que se llama Nestor Guillet, francés, el cual tiene una regia colección de objetos de este Santuario (…). Todo ello se evita fácilmente dejando un guarda jurado (…) le indicaba al Sr. si se podría obtener una pequeña subvención de lo que no se emplearía en otras excavaciones». En cualquier caso, creo que es necesaria una mayor dedicación a estas tensiones entre la sociedad minera y los delegados directores de la JSEA, que nos presenta una actuación de esta sociedad minera ciertamente diferente a la que habitualmente aceptamos. pagador de las compañías mineras inglesas de España y había descubierto, en Sierra Morena, el gran santuario ibérico del desfiladero de Despeñaperros y me hizo conocer las pinturas rupestres de la región circundante. Era un hombre muy amable, que hablaba tan bien el francés como el español y sin pretensiones» (Breuil 1943: 13). La traducción, del original en francés, es nuestra. 28 Correspondencia entre J. Cabré y Marqués de Cerralbo, 20-07-1917. Museo Cerralbo, Madrid. 29 En este sentido ver, también, Tortosa, Mora (1996).

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Estas tensiones y problemas nos pueden estar transmitiendo una cierta carrera arqueológica entre extranjeros y nacionales en el descubrimiento y excavación del mundo ibérico en la zona, aunque también debemos analizar adecuadamente hasta qué punto este panorama no sería un argumento utilizado por Cabré y Calvo para obtener una mayor atención oficial, la correspondiente subvención, hacia Collado, apelando a la injerencia de los extranjeros en la arqueología nacional, una cuestión que había acicatado precisamente la redacción de la Ley de 1911 y la propia existencia de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades.30 Paralelamente a estas consideraciones, con el presente artículo he querido llevar a la práctica un presupuesto teórico que algunos autores han señalado (Moser 2001; Moser, Smiles (eds.) 2004; Burke 2001; Haskell 1993) y que he defendido en otras ocasiones (González Reyero 2006): cómo la esfera visual de la arqueología debe ser objeto de un análisis propio que incorpore su testimonio a la información y análisis que realizamos, más usualmente, a partir de restos materiales y de fuentes escritas. Todavía en estudio, este estudio presenta hipótesis preliminares de un acercamiento a Collado que quiere incorporar la información procedente de la parte gráfica antigua, testimonio a veces de excepción y en su mayoría inédito, a la discusión más general sobre tan importante yacimiento ibérico. A la hora de valorar las estructuras de Collado, su dilatado uso, no podemos sino constatar la historicidad a la que están sujetos los procesos religiosos e ideológicos que motivaron la existencia de Collado. Conviene recordar, por ello, los testimonios de una frecuencia antigua de la zona, de la que nos llega un thymiaterion chipriota del siglo VII, fíbulas tipo Alcores (Cuadrado 1963: 28, Fig. 5.d; Storch de Gracia 1989: 204, IV, 4, 459) y asadores votivos de tipo tartésico (Almagro-Gorbea 1974b: 375, 380, Figs. 7 y 8), materiales que han llevado a señalar una frecuentación del lugar ya a fines del siglo VII o inicios del siglo VI a.C. (Moneo 2003: 94). Posiblemente, esta fase tendría que ponerse en relación con un culto vinculado a los espacios naturales y, quizás, al pozo, sin que podamos argumentar la vinculación de ninguna estructura a esta etapa. Por su antigüedad, debo mencionar también el material cerámico que Juan Cabré describía en sus memorias como neolítico y cuyo lugar de hallazgo dibujó en el mapa de la excavación (Fig. 1). No disponíamos, hasta hoy, de 30 Resulta interesante, igualmente, que fuera al mismo Sandars a quien Cabré había adquirido, en 1914, los derechos para excavar en Collado, para donarlos inmediatamente después al estado (Ruiz 2006).

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ninguna mención, dibujo o fotografía de dicha cerámica. Sin embargo, en una carta fechada en 1917, Cabré comentaba de nuevo a Cerralbo este hallazgo de «un vaso entero neolítico de cuatro asas».31 Este conjunto de objetos indicarían, en definitiva, las tempranas visitas al sitio de Collado, los diferentes procesos religiosos que se dieron cita ante el imponente abrigo rocoso. Esta inspección y análisis de la parte gráfica me lleva a proponer que, correspondiente a la fase ibérica de los exvotos, no se conservaban testimonios, reconocibles por los investigadores, para hablar de un edificio templar relacionado con el culto y la religiosidad de Collado. Ciertamente no parece haberse documentado en el transcurso de sus excavaciones, lo que no cierra totalmente la posibilidad a que hubiera existido. Creo más bien, por la evidencia de la fotografía realizada en el momento de la excavación, así como por el relato que encontramos en las memorias, que sí documentaron ciertas estructuras arquitectónicas en piedra, atribuibles posiblemente a esta primera fase. Estas estructuras constaban, como hemos descrito, de un muro, posible parte de una terraza que proporcionaría el acceso a un área pavimentada. En este área pavimentada, con posible altar o con ciertas estructuras cuyo trazado hoy no podemos determinar con claridad (muro 1-2 y figura 7) se desarrollarían diversas actividades relacionadas con el culto. En cualquier caso, lo que me parece fundamental es su ubicación, en torno a lo que probablemente vertebraba y era origen de la religiosidad: el propio abrigo rocoso, el agua y el pozo inmediato a esta zona. La hipótesis que presento es que, en realidad, nunca se encontraron evidencias suficientes para hablar de este primer edificio templar de Collado. Lo que se documentó, de hecho, fueron las estructuras 1-2, 2-3 y 3-4, como de hecho aparecen descritas en las memorias de excavación. El único muro paralelo a 1-2 que mencionan las memorias es una estructura que apenas dista dos metros del 1-2, no apreciable en las imágenes de esta zona de la excavación, quizás porque Cabré no se hallaba presente, y que, hemos visto, puede explicarse de otras maneras, como parte de un altar, quizás un rebanco donde depositar exvotos, etc. Resulta interesante, en este sentido, el testimonio de Raymond Lantier quien, tras su estudio de Castellar, describía lo encontrado en Collado para el Bulletin Hispanique. Especificaba cómo I. Calvo «creía reconocer» en los restos más antiguos de Co-

llado, un templo: «M. Calvo croît y reconnaître les ruines d’un temple dont le plan présenterait certaines analogies avec celui du Cerro de los Santos» (Lantier 1920: 194). Más allá del escepticismo de Lantier, lo cierto es que eran escasos los datos para hablar de este primer edificio sacro. Creo que una explicación plausible nos la proporciona una valoración historiográfica de lo que ellos esperaban encontrar en un santuario es decir, prioritariamente, un templo. Así se observa en sus comentarios, ya sea en las memorias oficiales, pero más esclarecedoramente quizás en la correspondencia privada de ambos con el Marqués de Cerralbo. Ilustradora resulta, en este sentido, una carta en la que, apenas comenzadas las excavaciones oficiales en 1916, I. Calvo confesaba al marqués de Cerralbo cómo creía que el yacimiento era «de menor cuantía que el de Castellar, aunque esperamos llegar al edificio para formar juicio exacto. Por lo que vemos, el tal edificio debe estar derruido y sólo quedarán los cimientos, estamos casi tocando a ellos».32 También en las memorias de 1918 añadían: «con profundo sentimiento hemos de manifestar a continuación que no existe en este lugar ningún otro indicio arquitectónico que pudiera precisar concretamente el resto de la planta de tan antiguo templo» (Calvo, Cabré 1918: 15). A continuación indicaban los datos sobre los que, en realidad, se basó la planta plasmada en su plano de la excavación: «varias observaciones sugeridas a la vista de los niveles estratigráficos nos permiten deducir, con muchas probabilidades de éxito, el perímetro aproximado que tendría, el cual hemos representado en el plano por trazos de pequeñas líneas» (Calvo, Cabré 1918: 16). De hecho, y mientras que todas las estructuras se indicaron en la planta del santuario (Fig. 1) mediante números, en el perímetro del supuesto templo tan sólo el muro 1-2 fue señalado así, mientras que no se asignó número al trazo discontinuo que intentaba dar forma a un edificio templar que, fundamentalmente, se quería hallar. Existen muchos elementos de la religiosidad de Collado por esclarecer, una tarea importante y, creo, en absoluto agotada. En definitiva, creo que las diferentes fases del lugar de culto de Collado, que debería permitirnos constatar la arqueología, nos muestran una evolución y progresiva transformación, del binomio naturaleza-hombre, o naturaleza-estructuras humanas, cuya relación, a cada momento, estaba en el fondo y constituía además, la razón de la sacralidad del lugar, de su frecuentación socio-religiosa. La reli-

31 Un elemento más de la religiosidad de Collado cuyo paradero hoy se desconoce.

32 Correspondencia J. Cabré-Marqués de Cerralbo, 21-091916, Signatura: 21-163, Museo Cerralbo, Madrid.

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gión es una faceta más de ese proyecto político que tiene, en los grandes santuarios de ubicación estratégica, un referente fundamental para el desarrollo de su territorio político (Ruiz, Molinos 2001). Los diferentes rituales llevados a cabo en Collado contribuían a crear, en cada momento, una consciencia de pertenencia a la comunidad. Las fiestas y celebraciones son elementos que articulan y crean consciencia, que contribuyen a crear la identidad (Cohen 2004: 53). Por su parte, las estructuras y los elementos de culto modificaron el paisaje de Despañaperros, lo humanizaron, fueron en él signo cargado de significado. Pero también el paisaje influía, era el motivo de la elección del lugar sacro. En este sentido, los elementos de culto, visibles en el excepcional paisaje de Collado, conllevaban un sentido, o un conjunto de sentidos, para el visitante que se acercaba. Como la escultura o los diversos soportes de la iconografía, las estructuras son también signo, estructurados en un sistema no verbal de comunicación, comprensible para quien lo contemplaba. Nuestros esfuerzos, creo, deben ir encaminados a comprender cómo se formaron sus códigos, su estructura y su retórica, así como su incidencia social en cada una de sus sucesivas reformulaciones. 4.

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Fig. 1. Plano publicado por I. Calvo y J. Cabré con indicación de las estructuras excavadas e hipotéticas en el santuario de Collado de los Jardines (Santa Elena, Jaén). Según E. Guerrero a partir de Cabré y Calvo (1918, lámina IV).

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Fig. 2. Estructuras 10-9 y escalera en el santuario de Collado de los Jardines © IPHE, Archivo J. Cabré, Ministerio de Cultura, Madrid, n.º 4776.

Fig. 3. Nivel de conservación de la escalera a-b respecto a las estructuras circundantes en la excavación de Collado de los Jardines. © IPHE, Archivo J. Cabré, Ministerio de Cultura, Madrid, n.º 4783.

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Fig. 4. Las estructuras 15-5 en el santuario de Collado de los Jardines. © IPHE, Archivo J. Cabré, Ministerio de Cultura, Madrid, n.º 4758.

Fig. 5. Vista frontal de la estructura 15-5 en Collado de los Jardines. © IPHE, Archivo J. Cabré, Ministerio de Cultura, Madrid, n.º 4780.

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Fig. 6. Vista general de las estructuras más cercanas al abrigo rocoso de Collado (1-2, 2-3 y 3-4). © IPHE, Archivo J. Cabré, Ministerio de Cultura, Madrid, n.º 4748.

Fig. 7. Estructuras asociadas al primer «edificio» de Collado de los Jardines. © IPHE, Archivo J. Cabré, Ministerio de Cultura, Madrid, n.º 4760.

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Fig. 8. La rampa de acceso al abrigo, junto a las estructuras 1-2, 2-3 y 3-4. © IPHE, Archivo J. Cabré, Ministerio de Cultura, Madrid, n.º 4777.

Fig. 9. Vista general del santuario en su entorno geográfico. © IPHE, Archivo J. Cabré, Ministerio de Cultura, Madrid, n.º 4787.

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Fig. 10. Vista del montículo de la cueva, con el pozo en su parte superior y, en primer término, la estructura 15-5. © IPHE, Archivo J. Cabré, Ministerio de Cultura, Madrid, n.º 4786.

CONCENTRACIÓN DE LA POBLACIÓN Y DESARROLLO DE GRANDES NÚCLEOS URBANOS EN ÉPOCA IBÉRICA EN EL NE PENINSULAR* Francisco Gracia Alonso**

La mesa redonda de Ullastret (2000) sobre Territori polític i territori rural durant l’edat del Ferro a la Mediterrània occidental definió los diferentes modelos y sistemas de aproximación al análisis de la configuración de las estructuras sociales y políticas en el NE peninsular en época ibérica. Con posterioridad a la edición de las Actas (2001) las principales aportaciones en este campo corresponden a las tesis doctorales de Dolors Zamora sobre el territorio del valle de Cabrera (2005), David García sobre el poblamiento de la primera Edad del Hierro en el área de la desembocadura del Ebro (2005), y de Jaume Noguera que trató los procesos de ocupación ibéricos en el curso inferior del Ebro (2006). Pese a dichas aportaciones, notables, y otras más específicas aparecidas en los últimos años, no puede definirse todavía un patrón (ni aún con múltiples variantes) que permita la enunciación de los procesos concentracionarios y de colonización intensiva del territorio. En algunos casos, el problema radica en el territorio estudiado, demasiado limitado como para que sus resultados puedan ser considerados en modo alguno como un modelo generalizable; en otros, existe una clara tendencia a convertir un único yacimiento (en muchos casos sin haber sido excavado en su totalidad) en un modelo o fase que resulta único al faltar elementos comparativos y, así, una sucesión de poblados parcialmente excavados se convierte en una sucesión de modelos. Por último, del estudio de las publicaciones se desprende una clara tendencia a entroncar procesos históricos conocidos tan sólo mediante las fuentes clásicas (con los problemas que ello comporta) o a través de la importación metodológica de modelos válidos para el sur y sudeste peninsular, pero difícilmente reproducibles en el área de Cataluña con un registro arqueológico diferente que en muchas ocasiones es impreciso para corroborarlos. * Este trabajo se incluye en el proyecto HUM 200403121/HIST. ** Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología. Universidad de Barcelona.

En este resumen se plantea un balance, no exhaustivo, de las principales sistematizaciones realizadas. PRIMERA EDAD DEL HIERRO. PRIMERAS ESTRUCTURAS DE CONCENTRACIÓN DEL PODER Los procesos de concentración del doblamiento durante el Bronce Final y la primera Edad del Hierro en el NE peninsular son reducidos en número debido a la ausencia —aunque con excepciones concretas— de trabajos sistemáticos de prospección y excavación. De este modo, junto a las informaciones que en el futuro puedan derivarse del área de Empúries, donde a la documentación de tres fases de ocupación sucesivas en Sant Martí d’Empúries —la Palaià Polis ampuritana— entre el último cuarto del siglo VII y principio del siglo VI a.C. que marcan el tránsito entre las estructuras constructivas semi-permanentes a las unidades de habitación modulares seriadas, se une la revisión de los fondos de cabaña del sector de la Muralla NE, y la necrópolis de Vilanera (L’Escala) que cuenta con una tumba de cámara –inédita en el territorio- entre cuyo ajuar se incluyen materiales fenicios fechados en el 625-600 a.C., sin olvidar otros asentamientos relativamente próximos, tanto hábitats: La Fonollera (Torroella de Montgrí), como necrópolis. Can Bech de Baix (Agullana); y el estudio de la fortaleza de Els Vilars (Arbeca) cuya importancia como núcleo territorial se mantendrá inalterable desde el siglo VII a.C., tan sólo en la región del Ebro se dispone de datos suficientes para definir un modelo territorial. Desde 1985, dos equipos de la Universidad de Barcelona han trabajado en el curso inferior del Ebro y territorios limítrofes, cubriendo las comarcas del Montsià, Ribera d’Ebre, Baix Ebre y, en parte, la Terra Alta, con objetivos, metodología y propuestas diferentes pero convergentes. Así, el Grup de Recerca d’Arqueologia Protohistòrica, Clàssica i Egípcia, a partir de la excavación del punto de comercio de Al-

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dovesta (Benifallet) ha prospectado intensamente el territorio definiendo un elevado número de asentamientos con presencia de material fenicio (esencialmente ánforas del área del Círculo del Estrecho y, en menor medida del Mediterráneo central), tarea completada con las intervenciones en los poblados de Sant Antoni y Barranc de Gàfols (Ginestar), pero no se ha realizado ninguna propuesta de vertebración territorial global que permita avanzar en el conocimiento de las relaciones de poder, sociales y económicas entre los núcleos de hábitat, así como tampoco en las causas de los cambios –y del retroceso– que experimentan desde mediados del siglo VI a.C. coincidiendo con el fin del flujo del comercio fenicio –e ibérico del sur-sudeste–, un decaimiento que se prolongará hasta bien entrado el siglo V a.C., aunque las aportaciones, ampliamente publicadas son muy valiosas. Por contra, el Grup de Recerca d’Arqueologia Protohistòrica, a partir de la excavación de los poblados de La Moleta del Remei (1985-1997), Sant Jaume Mas d’en Serrà (Alcanar) (1998-2008), la prospección intensiva de la ruta del río Sénia –camino directo para el acceso al territorio del Bajo Aragón–, y la revalorización de los poblados de La Ferradura y La Cogula (Ulldecona), ha definido un modelo de organización socio-territorial para la cronología indicada: 625-575 a.C.: el Complejo San Jaume (CSJ). En función del análisis excluyente, funcional, y tipológico de los materiales, puede concluirse que el poblado de Sant Jaume sería la residencia del poder político del territorio. Pese a contar tan sólo con 600 m2 de superficie frente a los 2.800 de Moleta de Remei, el primero, formado esencialmente por almacenes, talleres y establos, puede caracterizarse como la residencia de un Big Man o aristócrata que habría alcanzado el nivel de prestigio-poder necesario para controlar el territorio, junto a su familia y personas con diverso grado de dependencia. El porcentaje de cerámica fenicia (35%) muy superior al de los otros enclaves; la acumulación de ánforas, contenedores cerámicos, y pondera (casi 600 hasta la campaña de 2005); de objetos de ceremonia (simpulum, clepsydra, vasos de pie alto calados); ítems de hierro (hachas, regatones de lanzas/jabalinas); y bronce (anillos, pendientes, colgantes) incluyendo puntas de flecha fenicias, avalan dicha hipótesis. La fortificación del poblado, así como su emplazamiento, tiene sentido en función del prestigio derivado de la construcción y también del control de las rutas de paso hacia el área de la depresión de Ulldecona. Hasta cierto punto, el concepto/sistema de residencia aristocrática podría relacionarse en tiempo y proximidad relativa de espacio, con las casas-torre del Bajo Aragón. Es evidente que la propuesta indicada subvierte las

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relaciones clásicas de rango entre asentamientos basadas en su tamaño, pero dichas ideas están basadas en un concepto de análisis apriorístico actual que no tiene porqué responder a la casuística de la época estudiada. La planificación urbana de La Moleta del Remei correspondería a un núcleo de hábitat que agruparía a la mayor parte de la población y, aunque existen elementos de cohesión social claros (espacios necrolátricos con enterramientos perinatales múltiples; ofrendas fundacionales; simpulum) no se constata la especificidad identitaria de rango/clase en ningún conjunto de ítem. Por la misma razón, en la Ferradura se desarrolla un tipo de arquitectura –el poblado de calle central- similar al de Moleta (y también al de sus modelos en el área Ebro-Segre desde el siglo IX a.C.) óptimo para las funciones de hábitat de campesinos y pastores que explotaban la depresión de Ulldecona, y garante del tránsito hacia la costa; mientras que en La Cogula, cuya misión es la de observación y control del territorio, el hábitat es más reducido, dado que es la altura y su capacidad de conexión visual con el resto de enclaves del CSJ la razón de su existencia. La definición de las áreas de captación, factor empleado frecuentemente para indicar el rango de un asentamiento, muestra una clara superposición: una misma zona podría asignarse a diversos núcleos, por lo que los modelos geográficos de dependencia simples no pueden emplearse tampoco en éste caso. La organización global del CSJ no puede entenderse por la aplicación de un sistema simple de jerarquización, sino como un elemento conjunto y global, dado que es imposible por distancia, tamaño y estudio de los recursos, entender el decurso de la ocupación de los hábitats de manera independiente, sino como parte de un todo con una dirección política centralizada. IBÉRICO ANTIGUO Y PRIMERAS TRANSFORMACIONES DEL IBÉRICO PLENO Tras la fase de distribución generalizada de materiales fenicios y las primeras importaciones foceas, los modelos de análisis aplicados a la estructuración del territorio ibérico coinciden en la existencia de un hiatus, o fase de de retroceso, definida más a partir de la ausencia de importaciones identificables para la fase 550-450 a.C., que por una desmembración o abandono del territorio. De hecho, los principales poblados (Ullastret, Vilars, Molí d’Espígol-Tornabous) mantienen su pulso vital durante el período, debiendo analizarse el peso real de su papel económico y social en el volumen de ítem aportados por el comercio ibérico, así como en un replanteamiento de las cronologías

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de las fases de ocupación Bronce Final-Ibérico Antiguo, marcadas hasta el presente por las cronologías relativas definidas en función de las tipologías materiales. La ausencia de concordancia entre las fechas asignadas a los yacimientos del área costera y prelitoral, y las obtenidas mediante dataciones físico-químicas en el valle del Segre (p.e. Genó-Aitona) para procesos y dinámicas estructurales, territoriales, arquitectónicas y económicas similares, muestra que el problema dista mucho de resolverse. Las aproximaciones realizadas, por ejemplo en la zona sur de la Laietania (cuencas del Llobregat y el Besós), han definido tipos de asentamientos (hábitat disperso, aldeas, y poblados) pero no un sistema de vertebración territorial, que se enuncia en la fase siguiente en base a la definición de un nuevo concepto de poblado: la ciudad o capital, a la que se suman otros de menor rango (núcleos urbanos de segundo orden, aldeas fortificadas, núcleos de actividad económica especializada, asentamientos agrícolas, y hábitat disperso), pero sin definir claramente los patrones político-sociales que generan su aparición y desarrollo. El caso más significativo es la modelización del territorio de la Cosetania. La ciudad (caracterizada por la densidad de población, existencia de fortificaciones complejas; edificios emblemáticos de carácter político o religioso; cercanía de grandes áreas de concentración de excedentes; y una situación estratégica que permita el desarrollo del comercio a larga distancia), se constituye en el vértice de un sistema piramidal basado en una fuerte jerarquización del control y explotación del territorio, definido en zonas dependientes de núcleos de rango inferior que, a su vez, están supeditados a otros de rango superior. De Kesse-Tarakon (Tarragona) con una superficie de 9 ha, dependerían núcleos como Darró (Vilanova i la Geltrú), Masíes de Sant Miquel (Banyeres del Penedès) y Sant Miquel (Olèrdola), puntos que, a su vez, controlarían amplios territorios mediante pequeñas ciudadelas controladas por un noble (Alorda Park). La función de éstas últimas sería garantizar la protección y organizar la producción de las explotaciones agrarias o industriales no fortificadas como Mas Castellar y Vinya d’en Pau (Vilafranca del Penedès), Les Guàrdies (El Vendrell) o Turó de la Font de la Canya (Avinyonet del Penedès), y las pequeñas aldeas como Fondo del Roig (Cunit). La categorización de los asentamientos en base a sus dimensiones y funciones económicas ha permitido también la definición de una serie de grandes territorios o proto-estados que surgirían en la segunda mitad del siglo V a.C. y cuyas capitalidades se sitúan en Kesse, Burriac y Ullastret.

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UN NUEVO SISTEMA. IBÉRICO PLENO Y TARDÍO Las intervenciones del último quinquenio permiten establecer un relativo nivel de comparación entre las formas de ocupación y explotación territorial a partir de tres centros de poder político situadas en el área norte (Ullastret), central (Burriac) y sur de Catalunya (Tivissa) entre el Ibérico Pleno y el Ibérico Tardío. En 2007 se cumplieron sesenta años del inicio de las intervenciones en el poblado del Puig de Sant Andreu-Ullastret, dirigidas por Miquel Oliva Prat en el período 1947-1974. Si bien las últimas intervenciones del MAC-Ullastret y de la Universidad de Barcelona han permitido resolver cuestiones clave de la evolución del poblado, como la datación estratigráfica de la primera fase de la muralla Frigoleta c. 550 a.C.; la presencia de un hábitat inicial en el área Vicente Sagrera-Subirana que permite dotar de contexto a los ítem procedentes del corte L5B estudiados por A. Arribas y G. Trías (poblamiento no permanente al que cabe añadir el coetáneo de Illa d’en Reixac y de Puig d’en Serra); o establecer la topografía urbana de la zona central del poblado durante el siglo III a.C. y la determinación en ella de edificios multi-compartimentados con funciones económicas, domésticas y rituales, e incluso político-militares, el mayor avance en el estudio del sistema territorial proviene de la prospección sistemática desarrollada por un equipo mixto del MAC-Ullastret y la Universidad de Pau. Durante la segunda mitad del siglo VI a.C. se constata un proceso de concentración de hábitat mediante un sistema dual: el emplazamiento en altura del Puig de Sant Andreu, y en falsa llanura de Illa d’en Reixac, integrantes ambos de la misma comunidad. El proceso se consolidaría durante el siglo V a.C. en cuyo tramo final empieza a constatarse un reducido número de asentamientos peri-urbanos, destacando especialmente el barrio artesanal situado cerca del sector del Istmo, sobre el denominado camino de Ampurias, cuya excavación indica se trataría de un centro metalúrgico y de fabricación cerámica. Tras la expansión que experimenta el Puig de Sant Andreu entre finales del siglo V y principio del siglo IV a.C., pasando de una superficie de 3 ha a casi 12 según los últimos cómputos, se produce también una clara multiplicación de los asentamientos rurales situados en un radio de entre 2,5 y 3 km del núcleo principal que actuaría como la capitalidad de una estructura fuertemente jerarquizada o preestatal, cuyas directrices de explotación intensiva del territorio para atender a la demanda de intercambios con los centros

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coloniales costeros provoca la ocupación efectiva del territorio circundante. Junto a los 200 silos identificados tanto en el interior como en las cercanías del poblado, destinados a la gestión de los excedentes agrarios, el número de enclaves en llano identificables como granjas (hábitat rural disperso) que se inicia ya en el siglo V a.C. (Puig de Serra, Puig Torrecuques), es creciente durante el siglo IV a.C. y aumenta en el siglo III a.C., aunque una parte de los identificados se relaciona con otros tipos de actividades económicas como la explotación de canteras. La jerarquía de las estructuras identificadas es clara. A pequeños centros de unos 600 m2 de extensión (en base a la dispersión de material) que pueden llegar a los 1.000 m2 se unen puntos en altura como Font Pascuala o Creu de l’Estany cuyas funciones podrían relacionarse con el control territorial, y núcleos sin estructuras estables correspondientes a un hábitat estacional o semi-permanente. En determinados casos, como Garriga Grossa, situado al sur del oppidum, podrían articular su propia red de núcleos dependientes, siendo en conjunto la densidad de poblamiento muy elevada, con presencia de estructuras de concentración de hábitat abiertas de más de 2.500 m2 de superficie a distancias inferiores a 1 km. El proceso de vertebración territorial culminaría en el siglo III a.C., cuando el Puig de Sant Andreu ejerciera funciones urbanas de control de un territorio densamente ocupado, entre las que primaría la dirección política de la obtención, redistribución y comercialización de los recursos hacia los circuitos interior y exterior. La organización territorial en la Laietania se estableció en el siglo IV a.C y desarrolló en el siglo III a.C. Aunque contaba con poblados cuya secuencia de ocupación se remonta al Ibérico Antiguo como Burriac y Cadira del Bisbe, se establece en la segunda mitad del siglo V a.C. (Castellruf o Torre dels Encantats) o incluso a finales del mismo (Puig Castellar, Turó del Vent) la modificación del sistema vigente desde el siglo VI a.C. basado en un número reducido de oppida en altura como Penya del Moro. A partir del 400 a.C. se definen tres líneas de poblados paralelas sobre las vertientes de costa (Turó de la Rovira, Puig Castellar, Turó d’en Boscà, Turó de Montgat, Cadira del Bisbe, Burriac, Torre dels Encantats, Puig Castell, Montpalau) e interior (Puig d’Olorda, Turó de Ca n’Olivé, Les Maleses, Sant Miquel, Castellruf, Turó Gros de Céllecs, Turó Cremat, Turó del Vent, Puig Castell) de la sierra litoral, y en la sierra prelitoral (Torre Roja, Turó Gros, Puig Alt, Castell de Montclús) que delimita la llanura. En conjunto configuraran un sistema muy cohesionado de control y explotación del territorio que ha sido calificado de estatal o preestatal. El núcleo principal de di-

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cho territorio el poblado de Burriac que en un diseño de proximidad define la ocupación del valle de Cabrera de Mar. El estudio de la evolución del poblamiento indica que tras la etapa de densidad apreciable pero con estructuras constructivas no permanentes que caracterizará el siglo VI a.C., hacia finales del siglo V a.C. se produce el inicio de la concentración política y de hábitat con la configuración definitiva del poblado de Burriac que llegará a alcanzar una superficie de 10 ha. Dicho proceso ha sido atribuido a la configuración de elites territoriales basadas en linajes como vertebradoras del proceso de cohesión social, un proceso que tendrá su punto álgido en el siglo III a.C. definido como sistema pre-estatal. Desde el núcleo-residencia del poder simbolizado por el sistema defensivo ampliado en el siglo IV a.C., se produce la ocupación del territorio periurbano desde el 400 a.C., definiéndose un modelo de granja o hábitat rural que se mantendrá vigente hasta el Ibérico Tardío. Campos de silos como Can MirallesCan Modolell y Can Bartomeu, situado este último en las cercanías de una de las granjas citadas, Can Segarra, permiten relacionar con la obtención de excedentes agrícolas la colonización del territorio. Entendido como una área político-tribal, el valle de Cabrera incluye también en esta fase necrópolis (Turó dels Dos Pins) y una cueva-santuario, Montcaber, la única de toda la Laietania, cuya proximidad a Burriac sirve para corroborar su capitalidad vinculando las relaciones entre el poder político y sus apoyos ideológico-religiosos. En fechas anteriores a la Segunda Guerra Púnica, otro tipo de enclaves, las torres de vigilancia (Turó dels Dos Pins) culminarán la definición de la explotación antrópica del territorio al controlar las vías de comunicación hacia la costa y el interior, y servir como defensa avanzada del poblado principal. La romanización impondría un cambio en la dinámica de ocupación del territorio. A la destrucción por razones militares de la torre de Turó dels Dos Pins, seguiría el abandono paulatino de los hábitat rurales y la remodelación urbanística de Burriac, enmarcada en un proceso de pérdida paulatina del poder político por las elites indígenas y cambios en el control y explotación de los medios de producción. Tras el hiatus del Ibérico Antiguo, el poblamiento a lo largo del siglo V a.C. en el área de la Ribera d’Ebre, se basa en poblados altamente fortificados pero de dimensiones reducidas como Castellot de la Roca Roja (siglos V-III a.C.) o Sant Miquel de Vinebre (siglos III-II a.C.), con una incierta actividad económica sobre el territorio circundante, y una interpretación supeditada a las directrices de la capi-

Anejos de AEspA XLV CONCENTRACIÓN DE LA POBLACIÓN Y DESARROLLO DE GRANDES NÚCLEOS...

talidad territorial, la Hibera de las fuentes con independencia de su ubicación definitiva; unas funciones relacionadas probablemente con el control de las rutas de comunicación. La distribución regular a lo largo del río indicaría una planificación conjunta del sistema de implantación, relacionado posiblemente con las jornadas de marcha a lo largo de la ruta de comunicación. La consolidación de las elites aristocráticas a partir del siglo V a.C. es también la explicación más asumida para la comprensión del proceso, que tenderá hacia la aparición de grandes centros de concentración de la población en el siglo IV a.C. Un caso significativo es el poblado del Castellet de Banyoles (Tivissa). Pese a contar con un nivel de ocupación correspondiente al siglo IV a.C., la fase principal se centra en la segunda mitad del siglo III a.C., período para el que las excavaciones en la zona 2 han permitido identificar tres viviendas multi-compartimentadas correspondientes al modelo de patio central identificado recientemente en múltiples asentamientos del área ibérica (Ullastret, El Oral, La Bastida de los Alcuses, Sant Miquel de Llíria). Con una fase de destrucción fijada a finales del siglo III a.C. en función de los hallazgos monetales, que coincide con las convulsiones de la Segunda Guerra Púnica, y una imprecisa ocupación a lo largo del siglo II a.C., el poblado, con 4,4 ha de extensión necesariamente tendría que interpretarse como un núcleo de poder en el área de la Ilercavonia, cuya importancia se constata con la identificación en las cercanías de la puerta de acceso defendida por dos torres pentagonales de un campamento romano relacionado con la expugnación del mismo. Sin embargo, no se han realizado avances significativos en la identificación de núcleos de hábitat asociados que permitan siquiera la enunciación de un modelo de vertebración territorial con excepción de una serie de atalayas o puntos de control. BIBLIOGRAFÍA ASENSIO, D. et alii (2001): «Formes d’ocupació del territori i estructuració econòmica al sud de la Laietània», en Territori polític i territori rural durant l’edat del Ferro a la Mediterrània Occidental. Girona, pp. 227-252. – (2001): «Les formes d’organització social i econò-

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L’EMERGERE DI STRUTTURE ISTITUZIONALI IN UN OPPIDUM ITALICO (IV-III SEC. A.C.): UN CASO DI STUDIO Maurizio Gualtieri*

1.

IL PROBLEMA DELLA CONTINUITÀ/ DISCONTINUITÀ ENOTRIO-LUCANA

È possibile affermare, senza mezzi termini, che il sito di Roccagloriosa (SA), a ca. 6 km in linea d’aria da Policastro Bussentino (il sito costiero identificabile con la Pyxous Micitea cui fa riferimento Strabone 6.1.3), e in posizione di comando nell’entroterra dell’omonimo Golfo, costituisce indubbiamente un punto di osservazione privilegiato per quelle forme di organizzazione insediativa ed i mutamenti dell’assetto territoriale che si verificano fra V e IV secolo a.C. in numerose aree dell’Italia centro-meridionale1 che siamo soliti denominare quali ‘sannitizzazione’ o ‘italicizzazione’ culturale. È chiaro che il termine piu’ generale di ‘sannitizzazione’, ancora correntemente adoperato per denotare tali trasformazioni culturali dell’hinterland magno-greco, implica l’apporto fisico di elementi italici (piu’ specificamente ‘sannitici’) dal centro della penisola, un dato che le fonti antiche descrivono in maniera molto piu’ enfatica, e forse con toni esagerati, quali vere e proprie «migrazioni» italiche dall’area centro-sannitica, e che indubbiamente devono avere implicato anche uno spostamento fisico di genti di lingua osca verso le zone piu’ a sud della penisola, sino al settore occidentale della Sici* Facoltà di Lettere e Filosofia, Università degli Studi, Perugia, Italia. 1 In questo senso si esprime N. Purcell, nel fondamentale articolo di sintesi sull’Italia meridionale nel IV secolo a.C., redatto per la Cambridge Ancient History. Sia pure basandosi su di una documentazione ancora preliminare, Purcell sottolinea il carattere emblematico del ‘caso’ Roccagloriosa: «... the formation of nucleated settlements like Roccagloriosa in Western Lucania, in their early stages seem to respond to purely local and short-term needs, until the arrival of a major fortified enceinte, which seems to hint that the whole process of nucleation might better be seen against the background of awareness of an urban ideal and the political institutions associated with it. In fact, a historical process can be seen at work which enables us to make sense of the whole of South Italy in the late fourth and early third centuries..» in J. Boardman e D.M. Lewis The Fourth Century, CAH 6/2, Cambridge 1994, pp. 395-396.

lia2. È sintomaticoil fatto che la prefazione ad una recente sintesi sulla nuova documentazione archeologica delle trasformazioni avvenute nel mondo enotrio-lucano fra VI e V secolo a.C. senta il dovere di sottolineare che «...un arrivo di genti sannitiche dalle montagne, che ha in qualche modo travolto un vecchio ordine enotrio, appare innegabile per piu’ di un motivo»3. Non è certamente possibile ignorare il fatto che la piu’ recente documentazione archeologica di V secolo a.C. ci mostra in piu’ di un caso una indubbia presenza di nuovi elementi non spiegabili in termini puri e semplici di fatti di ‘acculturazionè o di meri processi di trasformazione interni alle comunità indigene arcaiche4. D’altro canto, sono da consi2 In particolare sul problema delle rotte del mercenariato italico, si veda ora lo studio approfondito di G. Tagliamonte, I figli di Marte, Roma 1994 (specialmente le pp. 85-90). 3 Torelli in Enotri I, p. 24. Si considerino, tuttavia, allo stesso tempo i commenti di Poccetti in Enotri II, p. 193, a proposito della più recente documentazione epigrafica dall’area enotrio-lucana in questione (il lungo testo della stele arcaica rinvenuta a Tortora, alla foce del Noce, che ci permette di includere la lingua degli Enotri nel gruppo delle lingue denominate ‘italiche’), il quale sottolinea una importante implicazione di quella scoperta e cioè «....che la varieta’linguistica che si denomina come ‘osco’, basato su una koinè di tipo ‘sannita’, che si attesta successivamente nella stessa area, in concomitanza con l’autoaffermazione etno-politica delle popolazioni del gruppo ‘sannita’ di quelle regioni (Lucani e Brettii) si è impiantato su un terreno già precedentemente occupato da parlanti lingue dello stesso ceppo. Questa implicazione è di straordinaria importanza perche’obbliga a ridimensionare fortemente... la prospettiva ‘invasionistà dei fenomeni connessi alla sannitizzazione...». 4 I casi più eclatanti e meglio documentati sono quello segnalato da A.Bottini (Uno straniero e la sua sepoltura. La T. 505 di Lavello, in DdA 1985/1, pp. 59-68) e quello ancora in corso di studio (segnalato da Torelli in Enotri I, p. 27 e n. 121) della necropoli enotrio-lucana di S. Brancato nel comune di S. Arcangelo (PZ) in corso di studio da parte di S. Bianco, in cui l’analisi dei resti osteologici mostra che in molti casi le donne appartengono ad un tipo antropologico fisico diverso da quello dei maschi sepolti con esse: un probabile caso di intermarriage fra i vincitori (‘lucani’) e le donne dei vinti (‘enotri’), secondo un costume diffusissimo, non solo nell’antichita’; si veda anche l’analisi di Tagliamonte (1994: 87-90) sulla distribuzione dei bronzetti votivi ‘sabellici’ nel

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Maurizio Gualtieri

derare quali dati emblematici di queste trasformazioni della seconda metà del V secolo a.C. (particolarmente sul versante lucano-tirrenico, dove piu’ visibile è l’affermazione dei Lucani) il declino, ora ben documentato5, delle comunità enotrie (e di quelle greche), il sorgere del poderoso centro di Roccagloriosa, tema centrale di questo contributo. 2.

IL SITO DI ROCCAGLORIOSA NEL CONTESTO DELLA LUCANIA TIRRENICA

Sullo sfondo del quadro storico-culturale dell’area enotrio-lucana gravitante sul versante tirrenico della penisola italiana, il caso di Roccagloriosa (SA) occupa un posto di importanza primaria per chiarire il quadro dei risultati di tali trasformazioni, e per seguire la storia di una comunità lucana6 dalla sua prima affermazione nei decenni finali del V secolo sino al processo di destrutturazione che segue l’arrivo dei Romani sulla scena politica della Magna Grecia. Sono soprattutto la sistematicità ed estensione delle esplorazioni sinora effettuate, a cui si è già fatto cenno, che ci offrono la possibilità di poter studiare, nella loro reciproca connessione, elementi complementari della documentazione archeologica relativi ad una comunità lucana di IV secolo a.C.: le grandi abitazioni signorili a cortile all’interno di un contesto ‘urbano’, il tradizionale inserimento del culto nell’ambito di una struttura essenzialmente domestica, momento fondamentale per la fondazione dei rituali (soprattutto quelli degli antenati), necessari alla continuità del gruppo gentilizio, e, non ultime, le grandi tombe del ceto aristocratico, documentate in maniera eccezionale (sia a livello di rituale funerario che di organizzazione planimetrica), anche se, sinora, per un numero relativamente limitato di sepolture, nella necropoli collocata immediatemente all’esterno del muro di fortificazione . Il recente rinvenimento del frammento di iscrizione su tabula bronzea sembrerebbe confermare il salto di qualità nella organizzazione socio-politica che si realizza nella seconda metà del IV secolo in Lucania, soprattutto sul versante tirrenico, con l’emergere di vere e proprie strutture istituzionali all’interno di queste ‘oligarchie’ lucane. Tali nuovi, importantissimi dati sulla esistenza di una organizzazione istituzionale, sia pur in forma embrionale, configurano pertanto l’abitato fortificato di Roccagloriosa sul monsud della penisola italiana, testimonianza di fenomeni di ‘italicizzazionè culturale nel corso del V secolo ed indicazione delle principali traiettorie del mercenariato italico. 5 Si veda ora l’accurata sintesi di G. F. La Torre in Enotri I, pp. 29-75.

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te Capitenali ed il territorio circostante (Fig. 1), sistematicamente esplorati tra il 1976 ed il 1991, quale un tipo di organizzazione insediativa assimilabile ad una vera e propria ‘touta’ italica. 3.

EVOLUZIONE DELL’ABITATO

È senza dubbio significativo, per una comprensione dei fenomeni di rapido sviluppo del mondo oscolucano gravitante sul versante tirrenico della penisola, il fatto che, già a partire dalle piu’ antiche attestazioni cultuali nell’abitato di Roccagloriosa, nella seconda metà del V secolo a.C., le forme esterne della religiosità (l’apparato degli ex-voto) risulti mutuato dal mondo greco7. La poderosa cinta muraria di Roccagloriosa, costruita nella prima metà del IV secolo, se da un lato costituisce una linea di difesa della parte piu’ elevata dell’abitato (Fig. 2), naturalmente protetto verso la costa dal crinale del M. Capitenali, viene altresi’ a definire un’area insediativa (quella sul Pianoro Centrale) che mostra una piu’ rigorosa organizzazione dello spazio . Sono contemporanee a questo processo di monumentalizzazione dell’abitato di altura le grandi case a cortile, unitamente alla impostazione dei due grandi recinti funerari alle estremità dell’area di necropoli in località La Scala, utilizzata da gruppi elitari con un rituale funerario ben caratterizzato8. La presenza costante del cinturone di tipo ‘sannitico’ nelle tombe dei maschi adulti, pur in assenza di armi, ne sottolinea lo status di guerriero, in almeno un caso montato a cavallo, come mostrano gli elementi della bardatura equina rinvenuti in una tomba a camera del recinto nord (T. 19). Lungo un arco cronologico che va fra il 400 ed il 290/280 a.C., le tombe della necropoli in località La Scala, ci consentono di seguire nella sua gradualità il processo di strutturazione di gruppi socialmente egemoni9 che potremmo piu’ specificamente qualificare quali esponenti delle familiae illustres lucane (di Livio 8, 24, 4) o, utilizzando una felice definizione di E. Lepore, quale una vera e propria ‘oligarchià lucana. È interessante, a Roccagloriosa, osservare il fatto che, considerata la stretta relazione topografica fra le aree di necropoli monumentali e l’abitato fortificato, è legittimo ipotizzare 6 Un quadro esauriente della documentazione sia dall’abitato che dalla necropoli è in Fourth Century B.C., passim; si veda in particolare il capitolo di sintesi su «The community at Roccagloriosa:interpretations and hypotheses», pp. 325-345. 7 Roccagloriosa I, pp. 117-119. 8 Gualtieri 1990, passim. 9 Fracchia e Gualtieri 2004.

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L’EMERGERE DI STRUTTURE ISTITUZIONALI IN UN OPPIDUM ITÁLICO

che si tratti delle sepolture delle stesse elites stanziate nelle dimore signorili (spesso a cortile centrale)10 documentate nei nuclei abitativi all’interno della mura. Inoltre, alla luce della citata lex che ci documenta in maniera significativa il fenomeno di maturazione politica della comunità lucana di Roccagloriosa, sembra verosimile pensare che, proprio all’interno degli stessi gruppi elitari documentati dal Complesso A sul pianoro centrale e dai grandi recinti funerari della necropoli La Scala, il processo di differenziazione funzionale che porta alla definizione di uno o piu’ ‘meddes’ e di un’organo assembleare avrà enucleato le nuove cariche istituzionali che vengono a costituire la embrionale struttura politica della ‘touta’ di Roccagloriosa. Per quanto riguarda il territorio, a partire dalla metà del IV secolo a.C. è stato possibile documentare con chiarezza ed abbondanza di dati l’accentuarsi del fenomeno di occupazione sparsa del territorio mediante piccoli insediamenti rurali (Fig. 1, supra), fenomeno osservabile, sia pur in maniera assai piu’ rada, già nella prima metà del IV secolo11. Un tale quadro di densa occupazione della campagna, mediante fattorie a conduzione familiare con annesse aree cimiteriali (scaglionate lungo un arco cronologico di pochi decenni) ed un certo numero di piccoli agglomerati rurali (‘vici’), segnala l’emergere di gruppi intermedi all’interno della compagine lucana, evidenziando ulteriori aspetti delle rapide trasformazioni sociali che si verificano tra la seconda metà del IV ed i decenni iniziali del III secolo a.C.12. Nel caso specifico in esame, è stato possibile dimostrare, mediante una serie di surveys condotti nel comprensorio Mingardo/ Bussento e la sistematica raccolta dei resti Fracchia e Gualtieri 2004, pp. 322-323. Roccagloriosa II, pp. 97-116. 12 Si vedano a tal riguardo le fondamentali osservazioni di M. Torelli (1988, pp. 72-73) sulle trasformazioni sociali di IV secolo, in una più ampia prospettiva che abbraccia le società locali della penisola italiana. Con più specifico riferimento al territorio lucano, Torelli qualifica tale documentazione quale manifestazione, a livello archeologico, di una vera e propria «liberazione di servi», proiettandola nel più vasto ambito delle trasformazioni socio-economiche delle società italiche di IV-III secolo: «A ben vedere, il fenomeno che investe la Grande Lucania poco prima della metà del IV secolo a.C. è il prodotto delle stesse spinte sociali ed economiche che con un ‘effetto domino’ dall’Etruria fino alla Sicilia, passando attraverso la società di Roma tardo-repubblicana, hanno condotto al definitivo superamento delle società indigene arcaiche e all’allargamento dei corpi civici compressi dalle chiusure oligarchiche» (in L. de Lachenal, ed., Da Leukania a Lucania, Catalogo della mostra di Venosa, Roma 1992, pp. XIV-XV). Sulla nozione di ‘corpo civico’ in relazione alle comunità italiche si considerino anche i commenti, più generali, di M. Lombardo in P. Ruby (ed.): Les princes de la protohistoire et l’emergence de l’etat, Atti della Tavola Rotonda organizzata dal Centre Jean Berard e l’Ecole Francaise di Roma, Napoli-Roma 1999, 179-180. 10 11

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faunistici ed archeobotanici13 , un fenomeno di intensificazione agricola e soprattutto un crescente impatto della viticoltura nel periodo a cavallo fra IV e III secolo a.C. 4.

UN EDIFICIO ‘PUBBLICO’ SUL PIANORO CENTRALE

Ritornando nell’area del cosiddetto Pianoro Centrale (Fig. 3) all’interno del muro di fortificazione (quella che viene correntemente, anche se non del tutto appropriatamente, qualificata quale ‘acropoli’ del sistema insediativo di età lucana) è da segnalare un edificio «monumentale» a destinazione non abitativa (indicato quale VA-XA 85-86 sulla pianta). Purtroppo, lo stato di rinvenimento non ci consente di esprimere giudizi sulla pianta architettonica: la natura dei reperti, tuttavia, lo qualifica con molte probabilità quale sede di riunioni collettive con overtones di carattere militare, a giudicare dai rinvenimenti (del tutto eccezionali nell’abitato) di armi, nonostante la natura assai frammentaria dello scavo sinora eseguito. Di recente, esso è stato giustamente chiamato in causa a raffronto di un edificio porticato della Pompei sannitica, che funzionava quale sede di un ‘collegio’14. Senza dubbio significativi fra i reperti dell’edificio sul Pianoro Centrale di Roccagloriosa sono le armi (rinvenimento del tutto eccezionale, come già accennato, per un contesto abitativo: tre punte di lancia in ferro ed un frammento di cinturone in bronzeo), la quantità di phalerae (rinvenute anche altrove sul Pianoro Centrale, ma non in tale concentrazione)15 e , non ultimi, i depositi di ceramica fine (databili fra la fine del IV ed i primi decenni del III secolo). I reperti ceramici, fra l’altro, lasciano intravvedere una continuità d’uso dell’edificio almeno sino alla metà del III secolo e mostrano una quasi esclusiva concentrazione su vasi per bere e per offerte (coppe e patere)16 . 13 Roccagloriosa I, pp. 323-332 (S. Bökönyi, L. Costantini e J. Fitt) e Fourth Century B.C., cap. 7. 14 P. G. Guzzo in Sanniti 2000, p. 109. 15 Genericamente etichettate quali «appliques» di bronzo in una prima classificazione dei piccoli oggetti di metallo in Roccagloriosa I, p. 320, nn. 674-679, se ne sottolineava tuttavia la natura di decorazioni applicate ad un tessuto o a cuoio, dato il tipo si spillone/staffa di aggancio rinvenuto intatto in alcuni casi, come mostra l’illustrazione qui presentata. La forma è interpretabbile quale una stilizzazione delle phalerae a doppia pelta affrontata adoperate per la bardatura equina dei cavalieri romani (ma ve ne sono anche raffronti di IV sec. a.C.), mostrate in DarSagl, vol.4, 1907) s.v. ‘Phalerae’, p. 426, Fig. 5617. 16 Si veda l’analisi della ceramica a vernice nera di H. Fracchia in Roccagloriosa I, pp. 231-259: in particolare i nn. 77, 80 skyphoi; n. 97 coppetta-saliera; 106, 110-111, 117118 coppe emisferiche; 120, 126 coppe poco profonde; 135137 patere; 140 ‘piatto’/patera.

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Senza dubbio di interesse preminente, per una interpretazione della funzionalità dell’edificio stesso, è l’oggetto (manico?) sagomato (Fig. 4,a) in bronzo17 recante la scritta DH (delta/eta,) che si può sciogliere in de(mosion) o de(mosia), cioe di proprietà pubblica. Se l’analogia dell’ortografia e della disposizione delle lettere (Fig. 4b) con i bolli su mattoni velini della prima metà del III secolo aveva fatto inizialmente pensare ad un trofeo dalla vicina Velia (con cui del resto il centro è strettamente legato per la circolazione monetaria, sino ai primi decenni del III secolo), alla luce della più recente documentazione sul sito è possibile darne una ben diversa interpretazione. Si tratta molto probabilmente di un oggetto da parata o votivo, depositato in un edificio di uso collettivo ed iscritto, alla maniera greca, con bollo che ne identifica l’appartenenza alla sfera ‘pubblica’: si tratta di una pratica già documentata in ambito italico, anche se sinora su materiali di natura diversa. Nel caso dei numerosi bolli laterizi, rinvenuti soprattutto in area brezia ma attestati in area lucana, i bolli di tipo ‘touttor’ (= ‘tuticus’) sono stati giustamente interpretati come una forma di interesse/controllo della comunità (o entità ‘statale’ che sia) nella fabbricazione di mattoni e tegole. È inoltre da tener presente che, oltre ai casi di bollatura considerati, esiste una documentazione molto piu’ abbondante da numerosi siti dell’area brezio-lucana in cui i laterizi vengono bollati in osco con le lettere ‘Fe’(= vereia) o ‘Fereko’ (probabile derivato aggettivale da vereia)18. Una analoga interpretazione dell’iscrizione DE(mosion) sul probabile manico di ‘caduceus’19 e la sua associazione con il gruppo di armi rinvenute 17 Alt. ca. 21 cm. Ne sono stati rinvenuti due esemplari (di cui uno assai frammentario) apparentemente identici per tipo di modanatura e dimensioni, pubblicati in Roccagloriosa I, pp. 317-319, nn. 661-662 e fig. 318: inizialmente etichettati quali ‘sauroteres’ sulla base delle analogie con alcuni oggetti votivi da Crotone pubblicati da A. Ardovino «Nuovi oggetti sacri con iscrizioni in alfabeto acheo» ArcCl 32, 1980, pp. 50-66. Lo stesso Ardovino, tuttavia, che li qualifica quali «sauroteres» o «armi da parata» attira poi (p. 65 e n. 46) l’attenzione sul fatto che un analogo oggetto in bronzo da Olympia viene qualificato quale ‘caduceus’ dall’apposita iscrizione. 18 Su di una probabile corrispondenza funzionale tra i bolli con legenda Fe(=vereia) e quelli con legenda De (= demosion) si veda il recente contributo di Poccetti 2000, p. 204. È da segnalare anche un caso noto da Montescaglioso, di bollo laterizio con ‘touttor’, segnalato da M.G. Canosa, Tricarico, in M. Salvatore (ed.): Basilicata. L’espansionismo romano nel sudest d’Italia: il quadro archeologico, Venosa 1990, p. 116. Si vedano a tal riguardo i commenti di Poccetti 2000, p. 208, che non ne esclude una riconducibilità alla ‘touta’. 19 Con tale denominazione l’oggetto è stato ultimamente classificato da M. Crawford nella recentissima raccolta di iscrizioni italiche Imagines Italicae (s.v. Buxentum, n. 5). Sono molto grato a M. Crawford per la cordiale ed utilissima

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in tale edificio e con le numerose phalerae di bronzo, nonchè l’aspetto di ‘cerimonialità’ segnalato dalle classi della ceramica fine rinvenuta nell’edificio in questione, ci forniscono una documentazione significativa ed articolata non solo per qualificare la natura ‘collettiva’ o ‘pubblica’ dell’edificio stesso, pur in mancanza di una pianta sufficientemente leggibile, ma anche per ipotizzarne una probabile destinazione a sede di riunioni collettive, con overtones di carattere ‘militare’. A cio’ forniscono ulteriore supporto i vari raffronti, già citati, sia con l’ambiente con sala da banchetto ed armi rinvenuto nel santuario lucano di Satriano, che con la documentazione dalla Pompei sannitica20. 5.

L’EMERGERE DI FORME ISTITUZIONALI ED EDIFICI ‘PUBBLICI’

I dati di scavo ed i reperti di superficie provenienti dall’abitato extra-murano, di recente pubblicati in maniera analitica (Roccagloriosa II) sembrerebbero indicare che anche sui pianori al di fuori del muro di fortificazione (Fig. 2, supra) emergano fra la fine del IV secolo ed i primi decenni del III a.C. edifici di natura non abitativa. Sono proprio questi ultimi, pertanto, che lasciano intravvedere un processo di urbanizzazione ‘in progress’ (secondo una efficace definizione formulata da E. Lepore21 per qualificare le vistose trasformazioni insediative e socio-politiche delle comunità italiche della Magna Grecia) nella prima metà del III secolo a.C. È soprattutto la presenza di complessi non abitativi, purtroppo sinora solo parzialmente documentati, che ci lascia cogliere un processo di sviluppo in senso ‘urbano’ (proprio neldiscussione intrattenuta sul pezzo in questione e la relativa iscrizione, nonché per l’amichevole invio della scheda stessa da lui compilata (giugno 2005), prima della pubblicazione nel volume citato. Qualunque possa essere stata la funzionalità del ‘manico’ bronzeo in questione, è di indubbio rilievo il recentissimo rinvenimento (sett. 2006) di un caduceus in bronzo (alt. ca. 20 cm) nel corso di recenti lavori di restauro alla cinta muraria: significativamente quest’ultimo è stato rinvenuto in uno strato di materiale dilavato immediatamente più in basso dell’edificio ‘pubblico’ qui discusso. Devo alla cortesia della Dott.ssa A. Fiammenghi (Soprintendenza Archeologica), Direttore del progetto di restauro e dello scavo, la preziosa informazione. 20 P.G. Guzzo in Sanniti 2000, pp. 107-115. 21 Usando una lucidissima formulazione di Lepore, «...c’è dunque da chiedersi se l’emergenza nel linguaggio della fonte di Dionigi di Alicarnasso di una ‘pasa polis’... non indichi già forme federali più che cantonali nel primo decennio del III secolo e se queste non siano in diretto rapporto con una evoluzione da organizzazione pagano-vicanica con ‘oppidà a vere e proprie città o forme urbane ‘in progress’, sull’esempio dei koinà greci metropolitani» in M. Salvatore (ed.) Basilicata. L’espansionismo romano nel sud-est d’Italia, Venosa 1990, p. 340.

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L’EMERGERE DI STRUTTURE ISTITUZIONALI IN UN OPPIDUM ITÁLICO

l’accezione di Lepore, sopra citata) nella fase di massima estensione dell’abitato di altura: significativamente, un recente studio analitico dei materiali ceramici databili con sicurezza nell’ambito del III sec. a.C. segnala un fenomeno di estensione dell’abitato sui pianori all’esterno della fortificazione concomitante con l’apparire di edifici ed aree per uso ‘collettivo’ Questi dati, anche se ancora parziali sul piano architettonico, ci segnalano vari edifici, sia nell’abitato all’interno della fortificazione che nei nuclei abitativi sui pianori all’esterno di essa, e contribuiscono a fornire un quadro coerente di un abitato che, da un iniziale insediamento di limitate dimensioni, probabilmente ancora a livello di poche famiglie appartenenti al gruppo gentilizio ristretto che ne mantiene il controllo, secondo un modello delineatoci da A. La Regina per gli abitati di area sabellica, si va sviluppando nella seconda metà del IV secolo in un vasto agglomerato con forme di strutturazione socio-politica che includono spazi collettivi ed edifici che possiamo ben definire ‘pubblici’, pur nell’incertezza sulla loro specifica funzione. 6.

CONSIDERAZIONI CONCLUSIVE

È all’interno di questo sistema insediativo ed in relazione agli sviluppi socio-politici testè delineati che va considerato il testo (Fig. 5) della lex osca da Roccagloriosa22. Se è pur vero che il contesto archeologico di rinvenimento non ci permette di attribuire al manufatto una data più precisa che non quella di un (piuttosto generico) terminus ante quem della fine del III secolo, in cui si data l’abbandono dell’abitato fortificato, è da sottolineare il fatto che tutta una serie di argomentazioni paleografiche e testuali convergono a suggerirne un’inquadramento cronologico nei decenni iniziali del III secolo23, fra l’altro in perfetta sintonia con le varie considerazioni storico-culturali sopra esposte. Queste ultime, fondate sulla tradizione letteraria e, soprattutto, su di un complesso eccezionale di dati archeologici relativi all’akmè di un sito lucano sistematicamente esplorato, ci lasciano sospettare l’esistenza, di forme sia pur embrionali di una organizzazione istituzionale (quale quella che traspare dal testo a noi giunto) ad un momento compreso fra la fine del IV ed i primi decenni del III secolo a.C. Una datazio22 Siveda la presentazione del documento e l’analisi dell’iscrizione di G. Tocco in Sanniti 2000, pp. 224-229, nonché la successiva discussione del contesto archeologico in Gualtieri 2001. 23 Gualtieri e Poccetti in Roccagloriosa II, pp. 186-275; si vedano le puntuali considerazioni al riguardo di Musti 2003, pp. 323-324.

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ne intorno al 300 a.C. per l’esistenza di una organizzazione istituzionale, che includa una o piu’ cariche magistratuali (il/i meddes, ripetutamente menzionati nel testo epigrafico) ed un probabile organo deliberante assembleare (quello responsabile per la «agginoud», cioè sententia, menzionata nel primo rigo della faccia B), risulterebbe senza dubbio in perfetta armonia con i nuovi dati, recuperati dall’edificio ‘pubblico’ ai margini settentrionali del Pianoro Centrale, in particolare il manico di bronzo/caduceus con bollo DE(mosion). Un’ultima considerazione di rilievo ci viene suggerita da un esame parallelo della documentazione fornita dall’iscrizione (DH) sul manico di bronzo di un probabile ‘caduceus’ e quella che traspare dal testo, sia pur frammentario, della lex di recente rinvenuta. La configurazione di una situazione di bilinguismo osco-greco a vari livelli sociolinguistici della comunità lucana di Roccagloriosa, già postulata da Poccetti al momento della pubblicazione della prima iscrizione rinvenuta sul sito di Roccagloriosa (Roccagloriosa I, pp.141-150) , non solo viene confermata ma ulteriormente rafforzata dalla piu’ recente documentazione epigrafica. È senza dubbio sintomatico il fatto che per la definizione dell’appartenenza ‘pubblica’ di un oggetto ‘cerimoniale’ (quale il caduceus menzionato) la comunità facisse ricorso ad una formula greca. D’altro canto, il testo della citata lex, che si configura come la fissazione dei cardini istituzionali di una ‘touta’ lucana e, in piu’, sancisce il sostanziale passaggio da una forma di diritto consuetudinario, basato su di una tradizione orale, ad un ordinamento ancorato alla formulazione di leggi scritte, è stato (certamente non a caso) redatto nella lingua tradizionale della comunità stessa24. BIBLIOGRAFÍA BUGNO, M. y MASSERIA, C. (eds.) (2001): Enotri I e II Il mondo enotrio tra VI e V secolo a.C., Quaderni di Ostraka 1, Napoli. DE SIMONE, C. (2003): «Recensione a V. Scarano Ussari e M. Torelli, La Tabula Cortonensis: un documento giuridico, storico e sociale» in AION (StAntArch), n.s.8 2001 (2003), pp. 222-230. 24 Si vedano al riguardo le importanti considerazioni di P. Poccetti (Roccagloriosa II: 269-270 su di una tradizione giuridica italica che il testo della lex da Roccagloriosa permette di ipotizzare ed i commenti al riguardo di C. De Simone, il quale sottolinea (in completo accordo con Poccetti) come «… l’influenza giuridica romana sul mondo italico (tabula bantina ovviamente a parte) va fortemente ridimensionata, a favore dell’esistenza di una tradizione e storia locale autonoma….» (De Simone 2003: 222).

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Maurizio Gualtieri

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L’EMERGERE DI STRUTTURE ISTITUZIONALI IN UN OPPIDUM ITÁLICO

Fig. 1. Il sito fortificato di Roccagloriosa ed il territorio circostante (da Roccagloriosa II).

Fig. 2. Pianta generale del sito lucano di Roccagloriosa con indicazione dei principali nuclei insediativi (da Roccagloriosa II).

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Maurizio Gualtieri

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Fig. 3. Pianta dello scavo sul Pianoro Centrale (la freccia indica l’ edificio‘pubblico’ discusso) (da Roccagloriosa I).

A

B

Fig. 4: a) impugnatura bronzea di ‘caduceus’; b) dettaglio dell’iscrizione DE.

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A

B Fig. 5. a) Frammento di tabula bronzea dal pianoro centrale: faccia A. b) Lo stesso, faccia B.

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MESA REDONDA 3 de noviembre de 2005 (tarde, 18:30 h.)

Arturo Ruiz (Centro Andaluz de Arqueología Ibérica)

Helena Bonet (Servicio de Investigaciones Prehistóricas. Valencia)

«Simplemente resaltar el planteamiento que constituía la base del discurso que planteaba y que no es otro que las diferentes vías que conducen a la ciudad a través de la cultura de los iberos, lo que son fracasos en esas vías y la representación en cierta manera de dos modelos distintos, uno hacia el norte, en Cataluña fundamentalmente y otro en Andalucía. Diría que la clave quizás de ese modelo o de este planteamiento estaba en la separación, en la segregación del concepto de lo urbano y el concepto de lo ciudadano.»

«En el mes de mayo estuvimos aquí analizando el tema de la religión en la protohistoria. También en julio tuvimos la ocasión de estar viendo en Badajoz todo lo que es la organización, la explotación del entorno desde el punto de vista del mundo rural y hoy pues es un poco una conjunción de todos los oppidas, religión y también este concepto de lo urbano, de lo ciudadano y del campo. Como ustedes la mayoría saben, trabajamos en la zona de Liria con un equipo en torno a la ciudad de Edeta. Para los que no conocen el estudio de este territorio simplemente vamos muy rápidamente a decir que en los últimos trabajos estamos viendo nuevas interpretaciones. Si vemos el mapa que ha puesto Arturo en un principio donde se mostraba la nuclearización del sur a partir del siglo VI y luego la del norte que era Cataluña, al siglo IV, Edeta siempre queda en el medio. Había un vacío que no se tocan ambas zonas, que es digamos lo que nos toca del país valenciano y efectivamente estamos en una zona de contacto en la que los ríos Segura y sobretodo el Júcar están marcando una diferencia que ya comentó Arturo que son los iberos del norte y los iberos del sur. Digamos que a nivel territorial no es que no nos identifiquemos más sino que las estrategias son más similares a lo que sería la zona del valle del Ebro, del valle, o sea el norte. En este sentido también, yo lo que quería remarcar es que nosotros trabajamos sobre todo en la zona de Liria pero una compañera, Consuelo Mata, en el territorio de Kelin que es colindante, lo que se está viendo es que a partir del siglo VI ya hay grandes núcleos que nosotros ya identificamos con ciudades, puesto que ya tienen una organización del territorio, bien estructurada a partir por lo menos de mediados del siglo VI y que a partir del siglo V estas ciudades tienen una estructuración claramente ya definida. Hace ya tiempo definimos las cuatro categorías de asentamientos de que disponemos que son la ciudad, los asentamientos de superficies intermedias, sobre todo en torno a las tres, cuatro, cinco hectáreas y pasamos a una población que son las aldeas que están entorno a hectárea y media y cinco mil metros cuadrados. Luego están asentamientos que hemos llamado caseríos o granjas fortificadas y forti-

Francisco Burillo (Universidad de Teruel) «Yo creo que lo importante es resaltar que, sobre todo, el estudio que se hace de la celtiberia o de lo celtibérico se segrega, o se le quiere dar una identidad distinta del ámbito ibérico. En lo que aquí estamos analizando, que son procesos históricos, o en concreto la ciudad, o mostrar cómo emerge del estado a través de la ciudad, hay que plantearlo en un territorio que se llama celtiberia. No hay diferencia en lo que es modelo de ciudad con lo que hemos visto desde el punto de vista urbano. Tenemos dificultad de detectarlo en la celtiberia pero sí vemos la articulación de la ciudad con las aldeas, con el territorio. Insisto que no hay diferencia del modelo que hemos visto en Edeta o del modelo de la zona del noreste de la península ibérica. Quiero decir que se configura una articulación de lo que es el oppida con las aldeas, con bastantes aldeas dentro del territorio configurando un sistema poliado en el sentido de ciudad-estado, pero en el cual desconocemos (o al menos yo no me atrevo a hablar de lo que sería la esencia de la ciudad-estado desde el punto de vista del ámbito Mediterráneo), qué es el esclavismo como sistema de producción, como se está hablando y en este caso de lo que es ese ámbito de la celtiberia lo que no tenemos claro es la interrelación desde el punto de vista social de este modelo de estado.»

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nes, que ahora insistiremos más en ellos porque son los que nos están permitiendo estudiar este territorio. ¿Por qué precisamente en esta época hay ibérico pleno?: pues porque es una zona que desde los años treinta se está excavando y cuenta con excavaciones completas de las cuatro categorías de asentamientos. Se han hecho excavaciones en lo que es la ciudad que es el tosal de San Miquel, Edeta en cuanto a las aldeas y ahora se está excavando en el Tospelar que es otra de las categorías de las aldeas. Hay excavada una granja fortificada o caserío que es el Castellet de Bernabé completo y el Puntal dels Llops que sería la atalaya o el fortín. Entonces, apuntar que con todos estos temas de la ciudad y de lo urbano lo que queremos decir es que hemos podido entender cómo funciona la ciudad a través del campo, es decir, no se podría entender cómo funciona la ciudad de Edeta sin las excavaciones de estos puntos satélites que son las atalayas y los caseríos y además, en las publicaciones recientes tanto del Castellet como del Puntal estamos viendo lo que, sobre todo, más ha interesado, que es saber quiénes ocupaban estos asentamientos que están bien definidos cronológicamente, saber ¿quiénes eran los ocupantes?, ¿qué gente vivía allí? y ¿cuáles eran sus funciones? Lo que se ve es que en estos asentamientos la población que vive tanto en una granja fortificada como en un fortín es exactamente la misma clase social que vive en uno de los barrios excavados en la ciudad, es decir, en el barrio aristocrático de Edeta. La población que está ahí, es decir las familias que viven este barrio aristocrático tiene unos enseres domésticos, unos ajuares, unas soluciones arquitectónicas, incluso una escritura que es exactamente la misma que los ocupantes de estas pequeñas granjas. Lo que se ha dicho es que son las residencias aristocráticas o las atalayas que en el caso del Puntal de Llops también se ha visto es que es una familia extensa con un jefe que tiene además el rango de caballero, porque es un jinete y que por tanto bueno abrimos un poco la polémica de que esto es también lo que se había comentado de los señores del campo. Es decir, son residencias aristocráticas, pero luego además por debajo hay otra serie de asentamientos que son los que normalmente no sabemos clasificar, que no tienen muralla, no tienen estructuras defensivas, y que serían precisamente en donde están estas clases como el campesinado, los pobres, los que normalmente se llaman “los invisibles”.» Luis Berrocal (Universidad Autónoma de Madrid) «Quisiera aprovechar un poco las pautas abiertas por la doctora Bonet para extenderme un poquito más que los primeros que participaron. Se me encargó un

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poco profundizar o resumir o plantear unas pautas iniciales sobre la relación que podría haber entre la arquitectura sacra o sagrada y el origen de la ciudad en el mundo del suroeste, en el ámbito que a mí me gusta denominar extremaduro-alentejano y que para mí conforma como se sabe una macro región aunque sin identidad nacional por el momento. En este sentido mi ámbito geográfico abarcaría este territorio occidental de la provincia de Badajoz y gran parte del territorio alto y bajo alentejano entre finales del siglo V y comienzos del I d.C. El territorio y las gentes que suceden a Cancho Roano o a Fernão Vaz del que se nos ha hablado esta mañana. En términos generales podemos decir que todo este territorio presenta en este ámbito un mundo carente de ciudades fuera de lo que podríamos considerar emplazamientos coloniales o muy cercanos a las colonias como lo que podría ser la propia Mértola. Además se presenta un contexto general con una escasez, por no decir ausencia, de arquitectura sacra al menos desde conceptos tradicionalmente considerados como tales desde la óptica mediterránea. Incluso hay muy escasas necrópolis, las que se reconocen abarcan un número de individuos enterrados muy pequeño. Podríamos, para resumir, hablar de una religiosidad genérica asociada e ese mundo de castros y de oppida basada, sobre todo, en la relevancia de los espacios naturales y las creencias ambiguas en una divinidad omnipresente anicónica e ignota. En esas relaciones, la arqueología, en los últimos años al menos, presenta tres tipos de yacimientos escasos pero significativos. Los primeros aquellos que denominamos peñas de sacrificios, peñas rupestres al estilo de la conocida peña de sacrificio de Ulaca en el mundo vettón que reconocemos en Redondos, en Rosa da Mina y que reconocemos también en la Pepina en Fregenal de la Sierra. Los segundos, los llamados altares comunitarios o gentilicios como el que tuve el honor y el placer de excavar en Capote o como el que ha propuesto con bastante tino en mi opinión el profesor Carlos Fabião en el importante castro de Baiamonte. En tercer lugar, las llamadas cuevas de carácter tónico y salutífero como podrían ser las cuevas del Agua de Fuentes, de San Pedro y probablemente también cerca del propio Capote en época romana y ya mucho más alejado, aquello que estudió el doctor Sebastián Celestino en la Cueva del Valle de Zalamea. En cuanto al primer tipo de estos santuarios o espacios sagrados mejor dicho las peñas de sacrificio escalonadas, observamos que responden a una cronología supuestamente antigua. El profesor Almagro, por ejemplo, las emplazaba ya en el bronce final y se estudian como tal. Presenta un claro carác-

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ter rupestre en relación con la naturaleza, emplazamientos periféricos al habitat pero dentro del habitat misma. Ulaca también lo muestra así, una ausencia de manifestaciones relacionadas con una divinidad concreta y un protagonismo del sacrificio de los animales y del banquete colectivo así como, en mi opinión, la omnipresencia de la comunidad antes que otro criterio subyacente. Por el contrario los altares comunitarios como el de Capote datan claramente entre el siglo IV y el II a.C., presentan un carácter urbano y arquitectónico evidente hasta el extremo de que podríamos considerarlos como extradomésticos, algo más que los domésticos. Presentan emplazamientos centrales dentro de los habitats, pero a su vez vuelven a ser recurrentes en la ausencia de divinidades concretas, en dar un protagonismo al sacrificio y al banquete colectivo y por tanto hacen de ellos a la comunidad como el mayor protagonista. Apunto brevemente la posición de una neme trobiga en el sur de Galicia, en la frontera con Portugal, que vendría un poco a comprender cómo en época romana esa línea se refuerza o se consolida, citando un nombre celta como es el németo, en un lugar extraño al habitat, perdido en los parámetros naturales dentro de una briga, dentro de una ciudad fortificada. Por último, el tercer ámbito, el de las cuevas. Tendría una cronología tardía del siglo I antes al siglo II d.C., un carácter natural rupestre por la primera estructura pero, a diferencia de los anteriores, aparece fuera de la ciudad y además aparece con una multiplicidad de divinidades, de figuritas o de representaciones divinas, casi todas femeninas, aunque también algunas masculinas, con un protagonismo de la ofrenda individual y de la bebida, a diferencia de lo anterior, donde hay una paridad entre la comida y la bebida. La relevancia del individuo viene manifestada por la presencia por primera vez de exvotos, muchos de ellos anatómicos. En conclusión, la religiosidad prerromana en este territorio del suroeste se manifestaría en primer término entre el siglo IV y el III con ritos externos a las comunidades habitadas, por tanto, a los castros y a los poblados, excepto en aquellos que tienen como fundamento lograr la cohesión de la comunidad. La cohesión comunitaria irá tomando relevancia progresivamente hasta constituirse en el factor principal de la incorporación de los primeros espacios sagrados dentro del poblado. Sin embargo, a partir del siglo I a.C. este elemento de relevancia sagrado dentro del territorio ocupado dejará paso a una aparición relevante fuera del poblado en zonas cuyos ritos ya no responden a esa cohesión comunitaria sino que tienen una naturaleza fundamentalmente salutífera y protectora o fecundadora bajo, eso sí, advoca-

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ciones ahora conocidas, macroterritoriales, como son Ataecina y Endovélico. Sin duda ya no responden a lo que será el espacio sagrado dentro de las, ahora ya, ciudades, que será el que asumirán los templos en este caso ya romanos, ex novo, de nueva planta igual que las propias ciudades que vemos, que aparecen en este territorio del suroeste.» Alfredo Jimeno (Universidad Complutense) «Quisiera hablar de tres temas concretos. El primero es resaltar que, al menos en lo que es la celtiberia ulterior, en lo que es el alto Duero, podemos seguir bien el proceso de formación de los castros; hay ese modelo de castros, es decir, ese modelo de asentamiento pequeño, entre una y dos hectáreas, fuertemente defendido, que alterna con aldeas en las zonas bajas. Estos pequeños asentamientos, su patrón, van a cambiar a partir de la segunda mitad del siglo IV y a lo largo del siglo III. Cambian en el sentido de que encontramos un abandono de los castros en los rebordes montañosos y vamos a ver aparecer una frecuencia mayor de asentamientos mayores en torno a cuatro hectáreas en las zonas de aprovechamiento agrícola. Por tanto, empieza a tener sentido la complementareidad en esa zona la ganadería-agricultura de base tradicional siempre para la subsistencia. A partir de ese momento, creemos también que a través de las necrópolis que complementan justamente esos cambios de patrones de asentamientos. Las necrópolis se hacen más grandes y vamos a encontrar una mayor presencia de elementos armamentísticos. Todo ello nos está mostrando esos cambios, esas variaciones, que terminarán generando a partir de finales del siglo III lo que son las ciudades, ciudades como Numancia, como Sama o como Tiermes. Bien, en ese sentido, Numancia está relativamente fechada al inicio por la necrópolis que se acaba de excavar y que se acaba de publicar a finales del siglo III hasta el 133 a.C.; es el marco cronológico establecido por la necrópolis. A su vez tenemos también análisis de carbono 14 para una caída de la parte superior de la muralla que arroja fechas de finales del siglo III y principios del siglo II a.C. y estaríamos por tanto en un desarrollo del urbanismo tardío, comparado sobre todo con el marco ibérico. No tiene que ser lo mismo en toda la celtiberia, puede perfectamente ser mucho o más antiguo en la zona del valle del Ebro, pero aquí en la zona del Alto Duero yo creo que esas diferencias empiezan a poder constatarse. De las ciudades del Alto Duero, salvo Clunia, el resto de las ciudades más o menos siguen en el mismo sitio pero con diferencias, es decir, Numan-

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cia tiene superpuestas las dos ciudades por encima de la de la del 133, una del siglo I antes de Cristo y otra de época imperial romana pero sí que podemos distinguir a nivel de lo que queda de la urbanística perfectamente el perímetro de esas tres ciudades. Otra cuestión es la información que tengamos interna a nivel urbanístico, pero se puede perfectamente ver cómo esas ciudades siguen manteniendo la alineación de la muralla. La muralla primera de la primera ciudad es la que marca justamente la pauta para las ampliaciones de las otras ciudades y frente a lo que se ha planteado de una trama hipodámica no hay que perder de vista que Numancia es la ciudad con más superficie excavada: seis hectáreas. En ese sentido se ha hablado siempre como referente del impacto del mundo mediterráneo y de una urbanística claramente hipodámica. En realidad, en Numancia, yo cada vez pienso más que estamos ante un referente de urbanística indígena. Incluso en la Numancia de época imperial romana, las tres cuartas partes de la ciudad no tienen teja, siguen teniendo materiales utilizados en las ciudades anteriores y en las ciudades indígenas, con cubiertas vegetales. A su vez también la necrópolis de Numancia ha planteado claramente cómo a través del estudio de los enterramientos, de las tumbas, se puede ver un cambio en el concepto de riqueza entre lo que serían las tumbas más antiguas a las tumbas más recientes, un abandono de las armas y una preferencia, sin dejar las armas por completo, por los elementos de adorno. Eso se plasma también en aspectos de las diferencias en los enterramientos por la relación o la inclusión en las tumbas: por ejemplo, las tumbas más antiguas están en el centro, las modernas están alrededor; las tumbas más antiguas con caballo, a nivel de fauna, las tumbas más modernas con cordero. A su vez la dieta alimenticia también plantea cambios entre las tumbas más modernas y las más antiguas, sin olvidar el tema de género. La dieta alimenticia que se plantea para aquellos conjuntos con armas, es una dieta alimenticia con consumo de más cereal y aquellos que tienen más adornos se plantea una dieta alimenticia de frutos secos y de bayas y tubérculos. Ahora mismo se puede profundizar con todos los materiales que ofrece Numancia en ese sentido. Estamos haciendo un trabajo de recogida de todos los materiales antiguos depositados tanto en el museo numantino como en el museo arqueológico nacional con lo cual estamos ahora mismo informatizando absolutamente todo con toda la información que nos han dejado las excavaciones antiguas y por tanto se ofrece la posibilidad de poder acceder a estratigrafías parciales y completar esa estratigrafía con estratigrafías generales para poder encontrar lógicamente sen-

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tido y para contextualizar ese enorme caudal de materiales que hay. Para terminar, el tercer aspecto es el término del uso de oppidum, que yo veo que se está utilizando de distinta manera por supuesto en el mundo ibérico mediterráneo, que las connotaciones que puede tener en el mundo quizá continental. Oppidum se emplea siempre, es evidente, desde el punto de vista de la tipología arquitectónica pero también para vincularlo a estadios que se denominan preurbanos, ¿no? y lógicamente el término oppidum es un término también que viene no dado por los indígenas sino dado desde el mundo romano con lo cual el tema es que estamos utilizando ese término en función también de las distintas realidades arqueológicas que podemos encontrar en los distintos sitios. Creo que deberíamos de intentar en alguna medida establecer una cierta regularización para no llevar a confusión con estos términos.» Arturo Ruiz (Universidad de Jaén) «Creo que Helena Bonet ha dicho algo muy importante que es el encontrar lo que podemos definir como ciudadanos, sea como individuos de la misma categoría social viviendo en el campo, en las aldeas o en la ciudad. Creo que sería desde el punto de vista arqueológico la plasmación de que realmente estamos en el concepto de modelo estado o polis, en el modelo griego entendiendo el concepto de ciudadano no vinculado a lo que es el ámbito ciudad sino a todo el territorio, es un aporte muy importante. Luego hay otro aspecto sobre el cual me gustaría reflexionar: el tema de la categorización que hacéis en la zona del territorio de Edeta con lo que son asentamientos rurales configurando por ejemplo el concepto de atalaya o fortín para el Puntal dels Llops y diferenciándolo funcionalmente de lo que puede ser el castillo de Bernabé. Yo entiendo que lo distinguís esencialmente por la ubicación y no tanto por lo que es las características internas de estos modelos de poblado. Estos modelos de poblado responden al modelo evolutivo de los poblados de calle central que en el valle del Ebro tienen su plasmación en la misma época. El teatro de Herrera de los Navarros se configura como un modelo de calle central con una gran diferencia y es la aparición de lo que puede ser en el sistema defensivo además del foso, además del reforzamiento de la muralla, del torreón junto a las entradas. Este modelo es el que se repite también en el Puntal dels Llops y conservan del modelo (que es lo que hace la continuidad de estas comunidades campesinas) el aspecto igualitario de las viviendas y la ausencia de crecimiento de estas comunidades

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campesinas. Es decir, son poblados que se diseñan para una carga poblacional concreta. Esa carga poblacional concreta lo que hace es, a mi modo de ver, que no sean unos modelos de poblaciones iguales sino que podamos tener unas diferencias. Yo personalmente no veo inicialmente una diferencia funcional de lo que pueda ser el modelo del Puntal dels Llops del modelo del castillo de Bernabé. No entiendo que la población sea dependiente de la defensa del territorio sino que creo que es una población que tiene autoconsumo, una población campesina del medio que la rodea, a pesar de que esté un elemento de altura independientemente: no son soldados destinados a la defensa del territorio en este lugar. La otra reflexión es que, en lo que se ha visto en el castillo de Bernabé, hay un modelo evolutivo muy claro de lo que podría ser inicialmente un poblado igualitario en lo que son las casas a la generación dentro de un nuevo poblado de un proceso de jerarquía social, de aristocracia, con una aristocracia rural donde en una casa determinada va ampliándose y aparentemente todo lo que eran casas similares, a partir de un momento determinado cambia el modelo social. Yo he entendido que la lectura que hacéis del Puntal dels Llops es algo parecido pero lo que no sé, lo que no me ha quedado claro si desde el inicio se configura esa aristocracia que definís del Puntal dels Llops o si es un modelo evolutivo también como ocurre dentro del castillo de Bernabé.» Helena Bonet (Servicio de Investigaciones Prehistóricas. Valencia) «Todas las preguntas están relacionadas, es un poco todo lo mismo. Quiero decir, en el Puntal dels Llops las excavaciones las empezamos hace veinte años y las interpretaciones han ido variando e incluso digamos que la última es la reciente de la publicación. Efectivamente, los poblados de calle central son ciudades, son núcleos de comunidades igualitarias pero eso viene desde el bronce final. Esto no tiene nada que ver con el siglo III en que nos estamos moviendo ahora en el Puntal dels Llops o en el castillo de Bernabé. En el siglo III tenemos estos asentamientos de calle central, en el caso del Puntal dels Llops y en el caso del Castellet, pero tenemos Rochina que son todos exactamente igual y son de nueva planta. Lo que pasa es que siguen un modelo digamos más antiguo de calle central pero no por ninguna de las maneras hay que entenderlo como lo explica Moret que es una comunidad aldeana en que cada habitación o cada espacio es una familia, o sea, ahí no hay familias unicelulares. Eso digamos es lo que

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hemos estado mirando a lo largo de estos años y claro hubo un momento que es Castellet de Bernabé que se entendía bien con los estudios de Pierre Guerin que hace una excavación completa. Me estoy centrando en el momento final. Efectivamente hay una vivienda aristocrática, se hace el estudio de la población en la que habrá unas sesenta personas en la que se distingue la familia aristocrática que vive en esta casa que está diferenciada con un acceso independiente y también comunicada, separada del resto de la comunidad con un muro y el resto de la comunidad donde él habla que hay entre nueve y once familias. Sería una jerarquía donde estaría el capataz y digamos la servidumbre. Ahí se configura ese asentamiento que sería el Castellet de Bernabé que es la granja o la definición de caserío. Digamos que urbanísticamente se pueden parecer los dos pero está claro que las instalaciones que tiene el Castellet de Bernabé, es decir, está en el llano, explotando el llano en cuanto al entorno, los cultivos; y luego hay una serie de instalaciones como son los lagares, las almazaras, la entrada para carros grandes, es decir, toda una serie de elementos, de explotaciones agrícolas que en el Puntal no hay. No es simplemente la situación del Puntal en un punto de vigilancia y con una torre vigía sino que además la explotación del entorno es completamente distinta en el Puntal dels Llops que está en lo alto de la montaña. Ésta es una explotación del bosque, la caza y la minería. En la última publicación se ha hecho bastante hincapié que está toda la transformación está en relación con la copelación de la plata y también han salido una serie de lingotes de hierro. En el Castellet de Bernabé no hay lingotes de hierro, es decir, que la funcionalidad de los asentamientos es distinta, uno se dedica a la explotación digamos agrícola y ganadera, del entorno que está en el llano, y el otro lo que hace, sobre todo, es la explotación del entorno boscoso y de la montaña: caza, minería y el bosque. Por otra parte, el Puntal dels Llops tenía diecisiete departamentos que son iguales en torno a una calle central. Nosotros vimos desde un principio que aquello funcionaba como una unidad, es decir, no había forma de diferenciar viviendas como se podía hacer en el Castellet de Bernabé o en otros asentamientos como la Bastida, Lidia etc., basándose, sobre todo, en el hallazgo de los hogares que te iban definiendo el espacio central de una familia. En todo el Puntal dels Llops sólo había dos hogares, el del departamento catorce y el del departamento uno y encima el del departamento uno es un hogar «ritual». Con lo cual aquello se planteaba de una forma totalmente distinta y sólo se podía entender si veías todo el complejo como una unidad pero no como una unidad de campesinos como igualita-

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ria, como comentaba Moret sino todo lo contrario. Ahí lo que hay nosotros lo veíamos como un castillo , un núcleo encastillado y donde lo que hay es un personal de rango. En concreto el ajuar que ha salido en el departamento cuatro es el que nos ha permitido hablar de que ahí hay un caballero, un jinete, porque aparece la espada, el bocado de caballo, los acicates, los arreos para el caballo, toda una serie de elementos. También es el único sitio donde aparecen las monedas, los lingotes de hierro, es decir, toda una serie de enseres que nos ha hecho pensar que en esa habitación es donde estaría digamos el jefe, el aristócrata del Puntal dels Llops. Sería el equivalente al que está en la vivienda de mayores dimensiones del Castellet. En el caso del Puntal es mucho más difícil poder diferenciar en el asentamiento las distintas funcionalidades de cada estancia pero desde luego hay que entenderlo todo él como un conjunto desde el inicio. A la hora de ver los materiales y los ajuares, estamos otra vez con la misma polémica, tienen exactamente lo mismo, es decir, con algunas diferencias aparte de las instalaciones en cuanto a ajuares, mismo tipo de cerámicas, mismo tipo de almacenamiento, mismos molinos, quitando lo que comentamos de los lingotes de hierro que en la zona del llano no los tienen. Mirando la capilla doméstica que ya salieron en otras ocasiones en el Puntal, Castellet, digamos que la sociedad que está reflejando, es decir, la cerámica y todos los ajuares tanto de metal, de aperos, de armamento, es exactamente el mismo ajuar, los mismos enseres domésticos que aparecen en la manzana siete, o en la manzana ocho en la ciudad del Tossar de san Miguel de Liria, es decir, no hay diferencia. Hemos pasado de cuando se hacían los estudios de la Bastida en que se decía que toda la gente que vive allí son campesinos de una sociedad igualitaria a todo lo contrario, es decir, lo que estamos viendo en estos asentamientos es un poco como en las necrópolis: lo que estamos excavando es a la gente rica, a los pobres no los encontramos, no los excavamos. Nos estamos planteando un poco lo mismo en la Bastida, quiero decir, en las grandes viviendas que son ricas, que tienen mucho barniz negro, etc. Posiblemente no sean meros campesinos sino que son los propietarios también de las tierras porque todos tienen aperos de labranza, hay armamento, hay un ajuar que es rico y que en caso del Puntal dels Llops aparece en el departamento cuatro. Si apareciera en una necrópolis, en una tumba, no ofrecería ninguna duda, es decir, sería un ajuar principesco, una tumba principesca. Las pinzas de depilar que también aparecen, los vasos ricamente decorados, es decir, todo un ajuar que existe en una necrópolis. En la zona de Liria precisamente

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tenemos el handicap de que no tenemos necrópolis, es decir, que para ver la estratificación social nos tenemos que basar en los asentamientos. Lo que estamos viendo es que estos asentamientos fortificados son, pues eso, residencias aristocráticas que explotan el entorno boscoso con una función defensiva de control de territorio incluso de control de los campos y de los asentamientos del llano. Además están las explotaciones agrícolas tipo Castellet, lo que pasa es que la única que está excavada completa es el Castellet. Después tenemos esa serie de asentamientos que de momento no tenemos ninguno excavado que no tienen muralla, que tienen cerámicas, que es otro tipo a lo mejor más temporal, otro tipo de nivel en la escala social que todavía no tenemos documentada. Pienso que ha sido fundamental en los últimos años ver que efectivamente no está solamente la gran ciudad con toda la aristocracia, sino que también en esos asentamientos está la élite, con caballos, con jinetes, etc. En el caso de Liria está dando estos resultados, que no se pueden en absoluto generalizar a otros territorios porque estamos viendo por ejemplo que el sistema defensivo en la zona de Kelin o en la zona de la Bástida es totalmente diferente. Este tipo Puntal dels Llops no aparece, el tipo de fortín que tiene menos de mil metros cuadrados (en el caso del puntal la zona tiene seiscientos metros cuadrados y es muy pequeño). No se da al sur del Júcar, tampoco lo están viendo los estudios que se están haciendo por la zona de Albacete o los estudios de Soria también por la zona de La Serreta. Los estudios de Grau están viendo que el tema de la ciudad, están los oppida: el sistema de defensa de las fronteras se establece con estos oppida medianos entre tres, cuatro y cinco hectáreas, tipo Bástida, pero no aparece esta red de atalayas que sí que aparece bien configurada en la zona de Edeta o en la zona de Sagunto, quiero decir que varía mucho el modelo de unas zonas incluso colindantes.» Arturo Ruiz (Universidad de Jaén) «Planteaba Helena al principio su idea de que la zona de Valencia se ha quedado en medio. Yo no creo que se haya quedado en medio, porque lo que trataba de mostrar precisamente es que toda esa zona empieza con un proceso de nucleación muy temprana, de hecho Kelin prácticamente está definido con diez hectáreas desde el siglo VI y apuntáis en alguna ocasión que Edeta está funcionando, no decís nunca el tamaño, pero sí que está funcionando desde antiguo. Sí es verdad que a partir del siglo IV se inicia un proceso divergente respecto al sur de tal manera que va por otra vía, así que parece claro. En cuan-

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to al tema de los poblados de calle central, el problema es que no tiene nada que ver con éstos, porque cronológicamente estamos hablando de dos etapas completamente diferentes. El mundo de la calle central o de los espacios abiertos tipo plaza que hay en el Bajo Aragón no tiene nada que ver con lo que aparece con una cronología del IV y III fundamentalmente. Hasta ahí estoy prácticamente de acuerdo, lo que ya me resulta más difícil de entender es el tema de Castellet de Bernabé no porque no llegue a tener una estructura señorial. Digo «señorial» porque me da miedo utilizar la palabra «aristocrática». Tendríamos que empezar a medir la palabra «aristocrática» porque si eso es así, si los caballeros son aristócratas, Culchas va con quinientos aristócratas a la batalla de Ilipa y eso ya me resulta más difícil de entender. Yo creo que el problema es que habrá que empezar a matizar qué es un aristócrata, qué es un caballero, entender que la sociedad ibérica es una sociedad desarrollada y como es desarrollada tiene muchos matices. Y en ese sentido yo añadiría otro factor más, es que yo no creo que los guerreros sean distintos a los campesinos en la mayor parte de los casos que tenemos por delante. Es muy significativo que el aristócrata o señor de Castellet de Bernabé tenga unas habitaciones donde concentra, creo recordar, armas, instrumentos agrarios, etc; es decir, hay un dominio de los medios de producción que seguramente significa de alguna manera su papel de redistribuidor dentro del grupo. Desde ese punto de vista yo no creo que los campesinos estén fuera del sistema y lo que tengamos entonces sean solamente los guerreros, los guerreros es lo que le da el nivel social a cada individuo dentro de la estructura del lugar que ocupan en el espacio del oppidum o del espacio que ocupan en estos asentamientos, pero digamos que la relación del papel que tengan en la curia, por utilizar un término más clásico, con el papel que tengan dentro de la tribu rural está de alguna manera implicándose. Por tanto, yo considero que puede haber campesinos que estén fuera del propio sistema del que estamos hablando, ya hemos comentado muchas veces que no están todos los que son, pero yo creo que aquí en gran medida habría que pensar en una sociedad que todavía la función campesino-guerrero está asociada en gran parte. En este sentido, añadiría una cosa más, tú has dicho que Castellet de Bernabé sería entonces una familia extensa, pero claro, una familia extensa no puede al poco tiempo crear una casa separando al aristócrata y el resto convertirse en sirvientes. Quizá, yo lo planteaba al principio, la clave de todo este sistema que estamos analizando es el desarrollo de la familia nuclear, es decir, la clave del origen de todo este

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sistema de alguna forma, en términos de parentesco, es que ha surgido la familia nuclear que nosotros reconocemos en principio no como familia nuclear sino como unidad doméstica limitada a una casa y en esa casa vive el padre, la madre y muy poca gente, porque las casas son relativamente pequeñas. En ese caso yo creo que sería interesante valorar que posiblemente sobre la familia nuclear se está construyendo otro tipo de relaciones, de tipo parental seguramente, que ya no representan la familia extensa y que permiten en un momento dado que la relación que existiera entre ellos se pueda romper o crear una nueva relación que ya no sea de tipo parental. Una de las cuestiones que yo trataba de mostrar es que todo el proceso que va desde el siglo VI y fundamentalmente desde el IV en adelante es que las relaciones de vecindad se están convirtiendo en dominantes sobre las relaciones de parentesco y que las relaciones de parentesco son ficticias pero siguen utilizándose porque legitiman el sistema, pero que realmente ya son relaciones de vecindad. Eso es lo que puede hacer, entiendo yo, que el personaje de Castellet de Bernabé se segregue del grupo y construya un palacio, un palacio entre comillas pero un palacio. Lo del Puntal dels Llops ya me resulta más difícil porque, primero es un caballero, yo creo que un caballero no necesariamente tiene que tener el estatus aristocrático. En un trabajo vuestro que a mí me gustó mucho, que presentasteis en el congreso de microespacio en Teruel, resaltaba que Castellet tenía muchos elementos comunes en algunos espacios y que en realidad si tuviéramos que aislar familias, había muy pocas. Yo no descartaría tampoco la función de atalaya, creo que tiene una función de atalaya importante. Se añade el tema de la producción metalúrgica, es decir, efectivamente lo que estamos viendo es que todo el territorio de Edeta es muy complejo y van surgiendo especializaciones que empezamos a reconocer por la tipología de asentamientos que formalmente habíamos establecido, pero yo creo que todo ello forma un entramado en el que la mayor parte de la aristocracia, entiendo que está viviendo en Edeta. Otra cosa es que estén surgiendo estos señores agrarios que en todo caso son tardíos porque en el siglo III cuando se aísla la casa, están, en todo caso, apostando más por plantearnos que estamos ante la ciudad, que está naciendo la ciudad y eso entiendo que es la gran clave que da Castellet. De alguna forma nos está anunciando que la ciudad se está haciendo real no solamente porque en Edeta esté cambiando todo sino porque está cambiando el campo que es el mundo que tiene que transformarse para dar nacimiento a la ciudad.»

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Luis Berrocal (Universidad Autónoma de Madrid) «No quería alargarme más en el tema porque creo que es denso de por sí, pero sí echo de menos a Paco Gracia, seguramente disfrutaría con esto porque le gustaría mucho y además aportaría un contrapunto interesante. Ratificar sencillamente que esa idea paritaria de Pierre Moret derivada de los trabajos de Michel Py para la Provenza y el Rosellón francés, para Languedoc, es una idea que no va más allá de finales del VII, comienzos del VI, lo que aparece en Chulilla o en Puntal dels Llops es otra cosa, evidentemente. Hay una tradición probablemente en las plantas pero no en la función, en la forma, en el símbolo ni en quienes los habitan. Yo estoy en consonancia con lo que ha dicho el profesor Arturo Ruiz que ese mundo que Arturo Ruiz o que la propia doctora Bonet nos plantea sobre estas pequeñas residencias señoriales o caballerescas mejor dicho, en cierto sentido agrarias, no es un mundo urbano, no es un mundo estatalizado, no es un mundo en el que aparezcan fortines como tal ocupados por soldadesca, es decir, individuos dedicados a la defensa del territorio de Kelin o de Edeta, pagados para ello, profesionalmente dedicados a ello. Sin embargo a finales del siglo III sí sabemos que en esa zona hay una verdadera ciudad, al menos así reconocida por las fuentes clásicas, que es Sagunto. Por tanto, hay ahí una disarmonía que insisto si estuviera Paco Gracia aquí estoy seguro que sí penetraría en ese mundo, en esa falla, pero que no concuerda entre el V y el III, ahí hay algo que falla y probablemente sí hubiera algo más, algo más que esas entidades clientelares que el profesor Ruiz nos explicaba anteriormente.» Victorino Mayoral (Instituto de Arqueología de Mérida) «A mí me interesaba este tema que habéis empezado a tocar que es el de las entidades menores de población como un fenómeno que, por ejemplo en el alto Guadalquivir, parece que se desarrolla en el entorno de determinados oppida en los últimos momentos del mundo ibérico, solapándose ya con la conquista romana. Me interesaba saber cómo ven los participantes de la mesa la cuestión de a qué obedece el surgimiento de esta ocupación dispersa dentro del territorio que explotan esos grandes centros de población. A propósito de esto recuerdo los trabajos que ha hecho Luis Gutierrez sobre el territorio del / oppidum/ de Giribaile en los cuales plantea la existencia de un importante poblamiento disperso en torno a una serie de arroyos secundarios, que parece estar

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articulado por pequeños poblados a los que se les atribuye un papel de control de la explotación agrícola. Podría tratarse de puntos de concentración de poder de tipo digamos señorial, que en alguna medida están estableciendo un nuevo foco en la organización del territorio. En cierta manera parece que una de las razones de su surgimiento sería un incremento de presión en la explotación de esos territorios, ante nuevas circunstancias políticas y sociales. Me interesa ver cómo ven esta cuestión.» Arturo Ruiz (Centro Andaluz de Arqueología Ibérica) «Hay un problema por medio que el propio Luis Gutiérrez plantea en los últimos trabajos relativos a Giribaile y es su final; es decir, si Giribaile realmente lo situamos como el Giri de Plutarco al que Roma destruye para ejemplarizar y que Castulo tome un poco posición respecto a la actitud que había tenido. Si es así, Giribaile llega al siglo I, con lo cual convive con ese poblamiento disperso que se desarrolla, según Luís Gutiérrez, a partir del siglo II. Pero también puede ocurrir que Giribaile no sea el Giri de Plutarco, que sea entonces otro oppidum distinto y que su finalización fuera un poco anterior, en cuyo caso el desplazamiento de la población fuera del oppidum en realidad estaría respondiendo casi más a una operación de castigo consecuencia de la segunda guerra púnica que es el desmantelamiento del oppidum. En ese caso sí que podría ser porque Castulo como sabemos había jugado a favor de los cartagineses durante bastante tiempo. Pero bueno, lo que está estudiando en este momento Gutiérrez es un caso muy puntual y ahí es donde yo quería incidir, yo no creo precisamente (y en un territorio como es el alto Guadalquivir que es relativamente pequeño) que los comportamientos de cada grupo o de cada linaje sean los mismos. Eso se ve muy bien en el siglo II después de la llegada de Roma, en cómo funcionan ante determinadas situaciones nuevas, por ejemplo en la zona que contacta con Córdoba y con Granada al suroeste de la provincia de Jaén. La colonización que se hace en el siglo II es una colonización con oppida, es decir, el planteamiento que tienen de cómo ocupar un territorio es todavía el mismo del Pajarillo del siglo IV, mientras que en el planteamiento que se da en otras zonas más orientales del alto Guadalquivir aparece este poblamiento disperso. Yo creo que la Bética en el ámbito del valle del Guadalquivir, alto Guadalquivir, está respondiendo más con los modelos de oppida. Sabemos por ejemplo a través de las tesis de Marcelo Castro que la salida de la población del

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oppidum de Atalayuela se hace ya justo con los flavios y mientras tanto se mantiene una estructura firme y dura viviendo en el interior del oppidum; mientras que seguramente un poco más allá algunos de los oppida como Castulo o el propio Jiris, o Tugia, tienen un poblamiento disperso ya desde el siglo II. Desde ese punto de vista yo creo que las respuestas van a ser muy diferentes y van a depender de los pactos particulares que cada aristócrata con su correspondiente linaje y todo su poder territorial haga con Roma. La misma Roma se puede observar cómo en un momento determinado hace un determinado pacto con un oppidum porque en cierta manera todo lo que es el siglo I y II hasta que verdaderamente Augusto no impone, al menos yo lo veo así, el imperio como tal, la verdad es que el comportamiento de los oppida es bastante autónomo en general en todo el alto Guadalquivir.» Manuel Bendala (Universidad Autónoma de Madrid) «Quería hacer algún comentario sobre la base de las dos ponencias iniciales del profesor Arturo Ruiz y del profesor Burillo pero quizás más incluso de la primera. En relación al modelo propuesto de interpretación y lectura que va madurando con el tiempo, con la posibilidad de acercarnos con él a cosas que cada vez quedan más claras como esa diferenciación muy interesante del tipo de ciudad o la formulación que se da en el Sur en el ámbito del mediodía; la que se da en el este y nordeste distintas, que empieza a construir un modelo cada vez más complejo que trata, y creo que eso es su gran virtualidad, de aclarar la propia complejidad de la realidad que quiere iluminar. En ese sentido yo me hago algunas preguntas más sobre algunos conceptos o algunas ideas básicas de respuesta. Por ejemplo, yo me pregunto, una cosa que se ha insistido mucho para entender el proceso de formación de la ciudad sería el de la contrastación como se ha dicho entre lo opuesto a la ciudad entendida como opuesto a lo rural, o lo urbano entendido como opuesto a lo rural. Claro, yo entiendo eso de otra manera porque creo que la ciudad antigua tanto en el mundo Mediterráneo como en el mundo ibérico también es profundamente rural, en eso estamos de acuerdo. Lo que pido es una aclaración de qué se quiere decir exactamente con eso porque es igual que en el mundo romano: la sociedad romana es profundamente fundiaria, rural. Lo que si ocurre es que hay digamos el campo, o la explotación del campo, la integración en el campo se dinamiza por un factor distinto o por factores distintos entre los cuales juega una baza importante por ejemplo el comercio. Me refiero al comer-

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cio como dinamizador y en eso sigo estando de acuerdo en una parte con las tesis de Wells o de otros que consideran que un factor esencial de lo que significa desde el punto de vista económico en la ciudad es el papel determinante del comercio, que a su vez determina en la estrategia territorial. Los territorios han sido siempre los mismos lo que ocurre es que en la ciudad controla el territorio o mira el territorio de una manera distinta que la sociedad preurbana. Es aquella que privilegia la vialidad, es decir, el control de los caminos por los que discurren las mercancías del comercio o el contacto comercial en general. Con lo cual son dos categorías, la del comercio y la de la intensificación del campo u otras que no veo tan claramente incluidas en el modelo. Otras que sí se dicen a veces oscurecen el modelo según lo veo al cabo de un análisis más o menos largo. Lo que pido es una aclaración porque seguramente puede contribuir a que otros entiendan mejor y yo mismo algunas de las cuestiones que se proponen en cuanto a modelo y también, por ejemplo, una cuestión que se dice bastante y que por supuesto la tradición ha trabajado mucho, y el profesor Ruiz creo que ha puesto muchos elementos de aclaración, en concebir la estructuración interna de la sociedad ibérica. Por ejemplo, las estructuras clientelares, yo no veo tan claro esa idea de la distinción entre el poder dinástico en época orientalizante y en época ibérica es solamente clientelar, fundamentalmente clientelar y no dinástico porque los poderes dinásticos creo yo que perduran. Es una de las claves justamente de la sociedad ibérica que hasta época romana están los dínastes que están ahí interviniendo en la vida política y que todavía cuando se habla de los funerales de los escipiones en Cartagena, se menciona que asisten dínastes como Corbis y Orsua que disputan entre sí el dominio de una ciudad, etc,. O sea, que son aristócratas cuya legitimación, y seguramente cuyo poder, descansa en líneas dinásticas y que por tanto dentro de la sociedad clientelar siguen siendo poderes dinásticos. No creo yo que lo uno elimine lo otro. En cualquier caso, lo que pedía era una mayor aclaración de estas dos ramas porque da para mucho evidentemente la posible discusión de términos de esta naturaleza. Por lo demás, muchas gracias.» Arturo Ruiz (Universidad de Jaén) «Solamente una cuestión más. En la forma de la sociedad antigua se caracteriza por algo, porque es fundamentalmente rural, porque vive del campo y en eso yo me siento profundamente marxista. Creo que en eso tenía una enorme razón, lo que no quiere decir que el tema de lo urbano frente a lo rural valo-

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rado desde el punto de vista de transformación de la naturaleza no genere una contradicción. Es decir, cuando en el Pajarillo se está oponiendo el héroe enfrentándose al lobo lo que se está oponiendo es lo urbano a lo rural, es decir, lo civilizado a lo no civilizado, o a lo salvaje. Esa es la posición que yo trataba de mostrar, que no es la ciudad porque la ciudad la entiendo en términos políticos, en términos de ciudadanos que tienen que estar allí, que tienen unos derechos y unos deberes y una condición de hombres libres fundamentalmente. En segundo lugar, el tema del comercio yo creo que efectivamente es una cuestión que hay que matizar, sobre todo dependiendo del área donde se esté trabajando. Por ejemplo, toda la zona de Alicante, toda la zona de Tarragona, etc, estos pequeños enclaves como la isleta de Campello, como la propia ciudadela de Calafell, creo que se explican a partir del posicionamiento en la costa de estos sitios, de estos puntos claves que explicarán otro marco de relaciones sociales que sin duda modifican lo que estamos viendo en término general, pero creo que las sociedades que estamos estudiando son profundamente interiores y desde luego donde el peso de lo aristocrático o del concepto de la sociedad aristocrática es muy fuerte. Quizás no sirvan tanto para reflejar lo que son estos grupos más costeros desde el punto de vista económico y el tema de los clientes quizás no lo haya hecho claro como yo pretendía, lo que yo quería de alguna forma mostrar es que en el mundo orientalizante y el mundo que se abre fundamentalmente a partir de Porcuna, ha cambiado algo en la mentalidad del aristócrata. El aristócrata no mira para arriba como referencia de poder sino que mira para abajo como referencia de poder, es decir el aristócrata ha empezado a construir una teoría del héroe que seguramente es común al Mediterráneo, no se la inventa él y la clientela es la que le da el fundamento de su poder y por lo tanto se ve obligado a tener clientes y a facilitar el acceso a los clientes. La llegada masiva de kilix por ejemplo al alto valle del Guadalquivir no se entiende, y sobretodo su presencia en las tumbas de gente normal si no es porque esta gente está participando de alguna forma del poder en estas migajas que de alguna forma se le están dando, pero participa. Desde ese punto de vista, el sistema, cuando yo hablo de dinástico no estoy hablando de que no exista la clientela en el ámbito dinástico, sino que el fundamento del poder no está en la clientela, está en una relación dinástica y por eso he sacado a colación el caso del plan cónico porque el plan cónico legitima por sí mismo, sin necesidad de la clientela, el papel del aristócrata en el marco político en el que se mueve. Lo dejo aquí porque si no ya me lío yo.»

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Francisco Burillo (Universidad de Teruel) «Respondiendo la pregunta del profesor Bendala, nosotros en el valle de Ebro tenemos, por ejemplo, cogemos el caso del Contrebia Belaisca donde tenemos que es una ceca, que emite documentos públicos, por ejemplo, la tessera Froehner, con su nombre como elemento de identidad, pero luego tenemos un documento importantísimo como es el bronce latino de Contrebia donde nos habla de un senado, de un pretor, de una estructura de magistrados. Tenemos a nivel de lectura arqueológica un horreum, un sitio necesariamente de almacenaje de gran cantidad de grano, de cereal, de la fiscalización del territorio. Eso es el modelo de lo que se configura una ciudad-estado desde el punto de vista político, que trasladado luego al elemento de dimensión que nos da de tamaño pues es el tamaño de Sagunto, de Edeta, es decir, unas diez o doce hectáreas no más. Que esto es pequeño, indudablemente, o sea que puede haber una ó dos mil personas viviendo, indudablemente es pequeño si lo comparamos con la magnitud de las ciudades de la Magna Grecia o del ámbito itálico. Es el concepto de ciudad como una estructura de estado, totalmente autónoma y en la cual, con esa población, el proceso de reproducción pueda darse dentro de la propia ciudad. En la aldea no hay suficiente elemento demográfico para que la reproducción pueda hacerse con las relaciones sociales dentro de la aldea, es decir, que necesariamente tienes que contar con habitantes de otra aldea, de generación de las parejas. El elemento de lo que es la producción sí que hay una implicación con la aldea en el sentido de que la aldea, o por lo menos la lectura que damos, fiscaliza a ese campesino que produce o esos metalúrgicos que están en las aldeas están produciendo no solamente un autoconsumo sino para una aristocracia. Entonces yo creo que es un elemento de magnitud, que son ciudades pequeñas pero no por eso dejan de ser ciudades, o sea puede ser como el caso de Teruel actual: Teruel tiene treinta mil habitantes pero se configura como ciudad en este sentido.» Juan Antonio Santos «A propósito de la intervención de Helena Bonet. En realidad, una de las cosas que viene a constatarse con esta residencia, entre comillas, aristocrática, de Castellet, es algo que se empezó a plantear en Barcelona y ocho años después afortunadamente empezamos a tener respuestas, que es quiénes viven en cada uno de los diferentes tipos de oppida o de asentamiento de los que estamos hablando en época ibérica. Primero se recogieron, después se tipificaron,

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después se jerarquizaron y ahora empezamos a saber quiénes viven y si hay diferencias o no, entre unos habitantes y otros del mismo lugar o si es solamente una familia. Los datos que arroja el Castellet son importantísimos en el sentido de que me parece que aquí a lo mejor hemos estado hablando en términos de que un modelo es contradictorio con otro cuando en realidad lo que estamos haciendo ahora es descubrir la diversidad de modelos de trasformación del mundo ibérico desde el siglo VI y el siglo III. Me refiero a propósito de esa especie de tierra de en medio que tiene modelos clarísimos y estupendos como el de Edeta. A propósito de Edeta y trayendo la pregunta al ámbito más concreto del coloquio que es la cuestión de lo sagrado. En Castellet hay una capilla, digamos doméstica; teniendo en cuenta que tienes ya el templo de Edeta en la capital con sus exvotos (esa serie de vasos que todo el mundo conoce donde hay una serie de representaciones sobre lo colectivo a la comunidad aristocrática y a sus juegos y todo lo demás; sean representaciones de lo heroico, en representaciones de lo sagrado-natural, en representaciones de la realidad transcedida o de la realidad cotidiana de la aristocracia), qué diferencias y qué similitudes hay entre el registro arqueológico de ese templo de la capital y entre la capilla doméstica en el plan arquitectónico, en el ajuar sacro, por decirlo de alguna manera. ¿Qué vinculación espacial tiene con la famosa vivienda aristocrática y a su vez con el resto de estructura de habitación de Castellet?» Helena Bonet (Servicio de Investigaciones Prehistóricas. Valencia) «Bueno voy a intentar ser breve pero es complicado. Precisamente cuando vinimos en mayo para el tema de las capillas domésticas lo primero que dije es que es un término que acuñamos nosotros y que no nos gusta nada. Sería mejor decir espacios cultuales domésticos o espacios sacros domésticos. El tema de san Miguel de Liria sabéis que está publicado, se trata de unas excavaciones antiguas de los años treinta y vamos digamos que no tiene mayor duda y creo que mañana el profesor Bendala también lo va a comentar. Hay unas estancias que ya se definieron como sancta sanctorum por el tipo de ajuares que ahí habían y tenía un pozo votivo de donde salieron todos los vasos pintados, alguno de los vasos más famosos de San Miguel de Liria. Tenía un patio y tenía también un betilo en el centro que no hemos visto nadie pero que lo describen en los diarios de excavaciones. Entonces, también comentábamos que arquitectónicamente era difícil de diferenciar y que únicamente re-

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leyendo así la configuración del espacio y sobretodo los enseres, son los que más nos están diciendo que estás en un espacio sacro en la ciudad. Pero es que luego en los pequeños asentamientos, cuando tuve que mirar esto de los espacios domésticos de culto, yo creo que en todos los asentamientos hay espacios, hay recintos y hay espacios cultuales. Como me tocaron los espacios domésticos me puse contentísima porque empecé a eliminar todos los temas dudosos de templos, santuarios, etc. Quiero decir que es un tema conflictivo y únicamente se podían considerar los que estaban dentro de espacios domésticos, es decir, de una vivienda. Ahí se añadía la dificultad de ir definiendo las viviendas, ya que teníamos desde viviendas tipo el famoso Mas Castellá de Pontós o la Illa d’en Reixac que se pueden considerar santuarios o grandes viviendas de mil metros cuadrados nada menos y entonces serían unos espacios digamos cultuales pero de ámbito doméstico. Entiendo que en casi todas las casas, aunque sea el hogar, el hogar donde se cocina, el hogar central, es donde se hacen los ritos domésticos. En todas las casas se hacen ritos domésticos, por ejemplo, las incineraciones, los sacrificios de cabras, etc., no se puede identificar un espacio como capilla doméstica o santuario sólo porque haya enterramientos infantiles, eso esta visto, porque sólo en el ámbito del juego para arriba, casi todos los asentamientos tienen enterramientos infantiles. Sacrificios de animales también hay muchos pero no es posible identificar cada habitación que tenga enterramientos infantiles o que tenga sacrificios de animales como un lugar sacro. En el caso del Puntal es la mitad del departamento uno que ya se publicó y tiene sobretodo los enseres, es decir, hay un hogar, un hogar también que se ha definido como un hogar que se diferencia totalmente del resto porque es un endosado de piedra y hay presencia de barniz negro, los pebeteros o terracotas de cabeza femenina en los vasos de libaciones, en el asador, en fin, un montón de vasos que vamos que estaban indicando que ahí se estaban realizando por lo menos en el momento final de un poblado ritos de carácter religioso. Pero también en el departamento catorce de ese mismo asentamiento estaban las cabezas votivas, que te están indicando que hay un culto a los ancestros, quiero decir, esos espacios pueden variar, el año anterior pueden estar ubicados en otro sitio. En el caso del Castellet de Bernabé no, ahí hay una habitación que sí que es una estancia que es permanente porque tiene un hogar ritual decorado con una cuerda, tiene también una hornacina y, cerca en la puerta, un pebetero de cabeza femenina y los ajuares digamos litúrgicos. Es decir, que lo que estoy definiendo, sobre todo, son unos equipamientos básicos: tiene que estar el hogar y sobre todo los enseres de carácter litúrgico.»

GLI SPAZI SACRI DELLA CITTÀ REPUBBLICANA IN ITALIA Filippo Coarelli

Per affrontare il tema della città repubblicana in Italia il punto di partenza obbligato è Roma, e questo per una serie di motivi: 1) la documentazione letteraria ed epigrafica è di gran lunga la più abbondante; 2) le informazioni di cui disponiamo sulle popolazioni italiche dipendono direttamente dalle fonti letterarie romane e, come sappiamo, la storia la fanno i vincitori. L’archeologia può solo in parte ovviare a questa situazione, almeno nel caso di cui dobbiamo occuparci: in effetti, è necessario conoscere in modo esauriente i contesti urbani, se vogliamo identificare la ratio che presiede alla disposizione spaziale dei culti all’interno di essi. Gli esempi utilizzabili sono sostanzialmente Pompei, Ostia e ora Falerii Novi (Keay 2000), cui si possono aggiungere le colonie latine sufficientemente esplorate, come Paestum, Cosa e Alba Fucens; 3) una parte notevole delle popolazioni italiche non aveva ancora raggiunto (popolazioni dell’area appenninica) o stava appena raggiungendo, al momento della conquista da parte di Roma, lo stadio di sviluppo urbano. Di conseguenza, la loro urbanizzazione è quasi sempre determinata (tranne che nei casi della Magna Grecia, dell’Etruria e in parte dell’Umbria) dall’acquisizione – diretta o indiretta – del modello romano. Ciò è ovvio nel caso delle colonie latine, come affermava già Adriano nella nota lettera agli Italicensi, riportata da Gellio (XVI 13). Nel caso delle zone appenniniche (Sabina, Sannio, popoli dell’Abruzzo attuale, della Lucania e del Bruzio: sostanzialmente, III e IV regio) dobbiamo riscontrare, come si è detto, l’assenza quasi totale della città prima della conquista romana. Dando per scontata la definizione socio-economica di «città» (fondata sul dominio strutturale del centro urbano sul territorio), dovremo soprattutto tener conto nel nostro caso della definizione giuridico-religiosa, che del resto non è alternativa alla prima. Ciò impone di privilegiare come punto di partenza il momento originario dell’urbanizzazione. La complessità della sfera religiosa romana arcaica ne rende problematica la comprensione, che del re-

sto sfuggiva in gran parte alla stessa antiquaria tardo-repubblicana (Varrone). Si pensi soltanto alla tripartizione antica del «sacro» (in senso moderno) nei tre ambiti di sacer, sanctus e religiosus (Fugier, 1963) oppure alla definizione giuridica del luoghi di culto, fana, templa, delubra, ai quali si devono aggiungere i luci e le aedes (probabilmente da interpretare come termini correnti, non specializzati, inclusi nei precedenti). La competenza determinante, almeno in prima battuta, per la definizione «religiosa» dello spazio è la scienza augurale (Catalano 1978): la stessa fondazione di Roma consiste per gli autori antichi nella definizione di un’area inaugurata, corrispondente al pomerio (e la ripetizione sistematica di questo modello nella fondazione delle colonie ne attesta l’importanza). Ciò serve a definire il rapporto e la correlazione necessaria tra urbs e ager (in termini socioeconomici, tra città e campagna) come egemonia della prima sul secondo, come risulta chiaramente dal diverso statuto delle due nozioni: l’urbs è uno spazio auspicatus, ma anche inauguratus; l’ager è solo auspicatus: ambedue sono effati et liberati, ma solo la prima richiede la presa preliminare degli auspicia, come illustra il mito della fondazione romulea. Conseguenze di queste premesse sono l’interdizione funeraria (non si può cremare né seppellire un morto all’interno dell’urbs), ma soprattutto la distinzione tra imperium domi e imperium militiae – anche se il limite sarà posto, forse solo in un secondo tempo, all’altezza del primo miglio. In definitiva, sia l’urbs che l’ager sono esattamente delimitati, sul piano rituale, dagli auguri, tramite il pomerio e il limite dell’ager Romanus antiquus: il primo si modificherà nel tempo, ampliandosi, ma solo in presenza di precise condizioni; il secondo rimarrà immutato, fossilizzato. Strabone (V 3, 2) testimonia la persistenza ancora al tempo di Augusto di questo limite, segnato da una serie di luoghi di culto collocati tra il quarto e il sesto miglio. La datazione che si può stabilire per alcuni di questi (non posteriore al VII secolo a.C.) e le stesse dimensioni molto ridotte dell’area che essi delimitano impongono di attribuirli

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all’epoca stessa della fondazione dell’VIII secolo a.C.: si tratta quindi dell’ager corrispondente alla città «palatina», al pomerio «romuleo», non al pomerio «serviano», che corrisponde necessariamente a un territorio ben più ampio (Colonna 1991; Coarelli 1988, 113, 416). Si potrebbe pensare a una città che includeva, oltre al Palatino, la Velia, il Foro e il Campidoglio, pari a una superficie di circa 40 ettari (la Roma «serviana» ne includeva non meno di 420, 480 con l’Aventino). Il terzo limite cui abbiamo accennato, quello corrispondente al primo miglio, anch’esso segnato da santuari (Colonna 1991), viene in genere considerato relativamente tardo: in realtà, il fatto che esso sia misurato a partire dalle mura di VI secolo a.C. induce a collegarlo con la Roma «serviana». Un esempio indicativo di questa cronologia si può forse ricavare dai dati tradizionali relativi alla fondazione di tre santuari limitanei, dislocati lungo l’asse privilegiato della via Campana. Coerentemente con la tradizione, che collega la via con la fondazione di Ostia, attribuita ad Anco Marcio, quest’ultimo avrebbe fondato, al sesto miglio (dove si trovava anche il santuario di Dea Dia, officiato dai fratres Arvales) un tempio di Fors Fortuna (Champeaux 1982), da interpretare verosimilmente come il limite dell’ager, ampliato rispetto al limite «romuleo» con l’annessione di un tratto dell’ager Veientanus: I due santuari che, lungo la stessa via, corrispondevano alla linea del primo miglio e al pomerio (rispettivamente, l’altro tempio di Fors Fortuna e quello di Fortuna e Mater Matuta) sono dovuti, secondo la tradizione, a Servio Tullio (Coarelli 1983: 279; Coarelli 1988: 257 s), e attestano di conseguenza l’attribuzione del sistema complessivo di limitazione al VI secolo: cronologia che è stata confermata in entrambi i casi dai dati archeologici (NSc 1888: 229). Almeno in questo caso, di conseguenza, è possibile ricostruire una precisa strategia storica di strutturazione dello spazio. Si tratta di una strategia governata sostanzialmente da una scelta umana, e quindi artificiale («umanistica», per dirla con Catalano) (Catalano 1978) o per meglio dire «politica», anche se il suo aspetto, arbitrario sul piano religioso, era corretto dalla preliminare autorizzazione augurale. Anche da questo punto di vista emerge la sostanziale distinzione tra insediamento urbano e insediamento preurbano, tribale, che si può leggere come un’opposizione tra templa/aedes («templi», il cui impianto è conseguenza di una decisione umana, politica) e fana/luci (i «santuari», scelti dalle stesse divinità, sedi dell’attività «politica» e testimonianza della centralità della campagna). Una carta complessiva che illustri la dislocazione dei luoghi di culto all’interno dell’area urbana e

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che raccolga l’intera documentazione letteraria e archeologica non è ancora disponibile, anche se non sarebbe difficile realizzarla, utilizzando in particolare i numerosi trovamenti di depositi votivi e di terrecotte architettoniche e tenendo conto naturalmente della fondamentale distinzione tra culti intrapomeriali ed extrapomeriali (ma comunque situati all’interno del primo miglio). Quest’ultima corrisponde, come è noto, alla natura indigena o peregrina delle divinità, nel secondo caso regolarmente collocate al di fuori del pomerio (con l’unica eccezione del tempio della Magna Mater, situato sul Palatino, probabilmente per la provenienza «troiana» della dea, che permetteva di assimilarla a una divinità indigena). L’imponente fenomeno dell’importazione di nuove divinità, realizzato tramite evocatio, consultazione del libri Sibyllini o voto, che costituisce una delle caratteristiche più rilevanti della religione romana, è esso stesso un risultato dell’imperialismo, con gli dei che finiscono per costituire essi stessi una preda accanto alle altre. L’insieme dei culti indigeni e peregrini, stratificati nell’area urbana e nell’immediato suburbio, si traduce in una sorta di topografia funzionale complessiva, all’interno della quale si possono enucleare alcune grandi zone: 1) Foro-Campidoglio. Qui si concentrano i grandi culti «politici», come la triade capitolina (preceduto, con funzioni parzialmente analoghe, da Iuppiter Feretrius), Saturno, Iuno Moneta, Vulcanus, Concordia, Castores ecc. 2) Campo Marzio. Centrale è qui, accanto all’aspetto «politico», quello militare (ara Martis), confermato da una nutritissima serie di templi «dimicatori» (Aberson, 1994) e «trionfali». Marginalmente emerge l’aspetto della sanatio, nei culti di Apollo Medicus e di Aesculapius in insula (Coarelli 1997). 3) In altre zone periferiche si collocano culti di carattere funzionale, come quelli di Diana sull’Aventino (area extrapomeriale, e quindi privilegiata per l’insediamento di culti peregrini), di Iuno Lucina (protettrice delle nascite) e di (Venus) Libitina (dea della morte), ambedue sul Cispio, ma la prima all’interno del pomerio, la seconda fuori di esso, in collegamento con la necropoli: non mi senbra infatti accettabile la posizione ipercritica di J. Scheid, che esclude la stessa esistenza di un culto e di un tempio di Libitina (Scheid 2004). Si tratta solo di brevi accenni, che non possono sostituire l’indispensabile studio sistematico dell’aspetto spaziale dei culti romani, che resta da fare. Se ne può comunque ricavare uno schema che, anche se in forma del tutto preliminare e sommaria,

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GLI SPAZI SACRI DELLA CITTÀ REPUBBLICANA IN ITALIA

permette di gettare un raggio di luce su alcuni aspetti della topografia religiosa delle città dell’Italia antica, altrimenti non comprensibili. E questo sia che si tratti di colonie latine (parva simulacra urbis, secondo la definizione di Adriano in Gellio) (XVI, 13, 9), sia che si tratti di città autonome, federate e non (a causa del più o meno intenso fenomeno di autoromanizzazione che investe il territorio conquistato da Roma almeno a partire dal III secolo a.C., fenomeno che si conclude con la guerra sociale e con la municipalizzazione generalizzata). In altre occasioni (Coarelli 1995) ho già avuto modo di occuparmi della divisione in quartieri delle colonie latine, e di notare che per essi vengono sempre impiegati nomi derivati dalla topografia di Roma, con una particolare predilezione per le zone e gli edifici di carattere plebeo, ciò che non può meravigliare. Ma il fenomeno sembra attestato anche per le priscae coloniae Latinae, come si può riscontrare, ad esempio, nel caso di Signia, dove sull’Arx si conservano i resti di un tempio di Iuno Moneta, collegato probabilmente a un auguraculum, databile ai primi anni del V secolo a.C., e quindi contemporaneo della fondazione: è indubbio che il modello utilizzato in questo caso è certamente l’Arx di Roma (Cifarelli 2003). Ancora più interessante è il caso di Norba, colonia del 499 (Coarelli 1995). Qui possiamo riconoscere addirittura la presenza di una sistemazione spaziale complessiva, ispirata al modello romano. Sull’Arx, che corrisponde al centro più antico, arcaico, si conservano i resti di due templi, ambedue attribuibili alla prima metà del V secolo a.C.: il più grande va probabilmente attribuito, come suggerisce il confronto con Signia, al culto di Iuno Moneta. In seguito, l’ampliamento dell’abitato con una nuova cinta urbana, databile ai decenni iniziali del IV secolo a.C., determinò una sistemazione spaziale chiaramente ispirata, ancora una volta, alla situazione urbanistica di Roma. L’allineamento che dal tempio principale dell’acropoli segue la via principale della città, che dall’Arx doveva raggiungere il Foro (da identificare con la Sacra via locale, e quindi con l’asse della spectio augurale) lascia sulla destra (a nord) e sulla sinistra (a sud) due sommità: sulla prima, più alta, si trovano i resti di un edificio, identificato da iscrizioni con il tempio di Diana; sulla seconda si trova un secondo tempio, la cui divinità titolare è Iuno Lucina (anch’essa identificata da iscrizioni). Sembra evidente che l’intera orografia del sito è stata letta come una replica della situazione di Roma, con l’Aventino disposto a destra e l’Esquilino a sinistra rispetto all’Arx. Ciò farebbe pensare alla presenza di tre regiones (Capitolina, Aventina e Esquilina?), secondo il modello della città romulea.

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Non conosciamo a sufficienza la topografia religiosa di altre colonie arcaiche per poter verificare l’esistenza di situazioni analoghe. Tuttavia, nel caso di Cora, la presenza nel Foro di un tempio dei Dioscuri fin dai primi decenni del V secolo a.C. (Palombi, 2003: 44) costituisce un esempio evidente di imitatio Urbis, per di più in forma precocissima, immediatamente dopo la costruzione del tempio dei Castores nel Foro di Roma (Nielsen 1993). Anche l’esistenza di templi di Concordia nei fori delle colonie latine (attestata con certezza a Cosa, con grande probabilità a Fregellae) (Brown 1980: 31; Coarelli 1998) sembra di nuovo confermare la presenza del modello urbano. Per le città non coloniali la documentazione, scarsa e poco coerente, rende spesso impossibile ricostruire quadri urbanistici sufficientemente estesi, indispensabili per un’indagine globale: praticamente, l’unica eccezione è Pompei, per la quale possediamo una serie di dati praticamente completa, per quanto riguarda sia la dislocazione spaziale sia la cronologia (Coarelli 2002). In età arcaica, subito dopo la fondazione della città —databile ormai con sicurezza nei primi decenni del VI secolo a.C.— si riconosce la presenza di due poli principali, corrispondenti al Foro e al cosiddetto Foro Triangolare. Il primo è caratterizzato dalla presenza di un santuario di Apollo, in cui si deve riconoscere il santuario poliade. All’altro capo della città, il grande tempio dorico, attribuibile con certezza a Minerva, probabilmente associata con Ercole, assume certamente le funzioni di santuario emporico, strettamente associato con il porto sottostante. In ambedue i casi, siamo in presenza di modelli greci: il culto di Apollo a Cuma nel primo caso e il culto di Minerva di Punta della Campanella nel secondo, mediati dalla cultura della popolazione locale, etrusca o fortemente etruschizzata. Conosciamo inoltre, all’interno dell’area urbana, almeno due santuari minori: quello cui appartiene la «colonna etrusca», situato nel quadrante nord-ovest (corrisponmdente alla VI regio), databile anch’esso al VI secolo a.C. e attribuibile a uno Iuppiter, forse lo stesso Iuppiter Vesuvius, attestato a Capua (Coarelli, 2002: 36, 40); e quello cui appartiene un’altra colonna arcaica, situata all’incrocio tra via di Nola e via di Stabia, forse di Dioniso. Dopo un periodo di crisi, coincidente con la «sannitizzazione» della Campania, che vide l’abbandono di gran parte dell’area occupata in precedenza (Coarelli-Pesando, 2006: 19), la città conosce una fase di ripresa e di rinnovamento intorno al 300 a.C., dopo la fine della seconda guerra sannitica, quando tutti i centri della lega nocerina entreranno a far parte, come

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socii, della confederazione romano-italica. E’ in questi anni che la città si dota di una nuova cinta muraria e soprattutto di un nuovo impianto urbanistico, che si conserverà invariato fino alla fine. Si è già osservato che si tratta di una pianta desunta direttamente da quelle delle contemporanee colonie latine (Coarelli 2002: 40, 44): siamo certamente in presenza di un fenomeno di precoce romanizzazione. Lo stesso fenomeno è probabilmente all’origine di altre trasformazioni nell’ambito cultuale: forse già nella prima metà del II secolo a. C. vediamo apparire nell’area del Foro un grande altare, cui alcuni decenni più tardi si aggiungerà il grande tempio di Giove (Coarelli, 2002: 68 s.). Non è forse casuale che tali interventi siano contemporanei alla scomparsa del santuario, anch’esso probabilmente di Giove, cui apparteneva la «Colonna Etrusca»: si potrebbe pensare a una sorta di trasferimento, che determinò la sostituzione dell’originario culto poliade, quello di Apollo, che allora venne separato dal foro mediante un apposito muro di temenos. La realizzazione di un culto di Giove in posizione dominante rispetto al Foro non può non dipendere da un modello romano-latino: con la costituzione della colonia sillana il processo si concluse con la trasformazione del tempio di Giove in Capitolium. All’altro capo della città, il Foro Triangolare conserva la sua natura «marginale»: alla funzione emporica si affianca, in età sannitica, quella legata all’iniziazione atletica e militare delle classi giovanili, determinando la sua trasformazione in una struttura analoga a quella del campus romano (o, in parte, del ginnasio greco). Tale marginalità è confermata dai nuovi culti introdotti in quest’area nel corso del II secolo a.C., di natura peregrina, secondo una pratica che non può non rimandare, ancora una volta, a Roma, e più in particolare al modello del Campo Marzio. Si tratta infatti del culto greco di Esculapio (cui si deve ormai attribuire il cosiddetto Tempio di Giove Meilichio) (Coarelli 2002: 90-92) e di quello egiziano di Iside. Appare così, in tutta la sua evidenza, il ruolo determinante esercitato nelle città italiche (e non solo nelle colonie romane, che comunque si pongono come agenti di mediazione del fenomeno) dal modello romano: ruolo che, iniziato al momento stesso della conquista, assumerà via via una funzione sempre più

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decisiva, conclusa - e non iniziata, come in genere si pensa – dalla guerra sociale e dalla municipalizzazione dell’Italia. BIBLIOGRAFÍA ABERSON, M. (1994): Temples votifs et butin de guerre dans la Rome républicaine, Rome. BROWN, F. E. (1980): Cosa. The Making of a Roman Town, Ann Arbor. CATALANO, P. (1976): «Aspetti spaziali del sistema giuridico-religioso romano», ANRW II 16, 1, pp. 440-553. CHAMPEAUX, J. (1982): Fortuna. Le culte de la Fortune à Rome et dans le monde romain I. Rome. CIFARELLI, F. M.: Il tempio di Giunone Moneta sull’acropoli di Segni, Roma. COARELLI, F. (1983): Il Foro Romano. Periodo arcaico, Roma. – (1988): Il Foro Boario, Roma. – (1995): «Vici di Ariminum», Mélanges R. Chevallier 2, 2, pp. 175-180. – (1997): Il Campo Marzio. Dalle origini alla fine della repubblica, Roma. COARELLI, F. y MONTI, P. G. (1998) (cur.), Fregellae I. Le fonti, la storia, il territorio, Roma. COARELLI, F. et al. (2002): Pompei. La vita ritrovata, Udine. COARELLI, F.-PESANDO, F. (2006): Rileggere Pompei. L’insula 10 della Regio VI, Roma. COLONNA, G. (1991): «Acqua Acetosa Laurentina, l’ager Romanus antiquus e i santuari del primo miglio», Scienze dell’Antichità 5, pp. 209-232. FUGIER, H. (1963): Recherches sur l’expression du sacré dans la langue latine, Paris. KEAY, S. et al. (2000): «Falerii Novi: a new survey of the walled area», PBSR 68, pp. 1-93. NIELSEN, I. (1993): «Castor, aedes, templum», Lexicon Topographicum Urbis Romae I, pp. 242-245. PALOMBI, F. (2003): Cori. Museo della città e del territorio, Cori. SCHEID, J. (2004): «Libitina, Lubentina, Venus Libitina et les morts», Libitina e dintorni, Atti dell’XI Rencontre franco-italienne sur l’épigraphie, Roma, pp. 13-19.

ARQUITECTURA SACRA Y FUNDACIONES URBANAS EN LAS HISPANIAS TARDO-REPUBLICANAS. CORRIENTES CULTURALES, MODELOS EDILICIOS Y BALANCE DE NOVEDADES DURANTE EL SIGLO II A.C. Joaquín Ruiz de Arbulo

«Estos tipos arquitectónicos deben sus modificaciones a los usos litúrgicos. No conviene en efecto edificar para todos los dioses templos que respondan a principios idénticos, ya que, debido a la diversidad de ceremonias, cada uno requiere un diferente cumplimiento de los actos cultuales» (Vitrubio 4, 8, 6).

En el año 197 a.C. Roma convertía en dos provinciae los territorios que había pasado a dominar en Hispania desde el año 218 a.C. al iniciarse la Segunda Guerra Púnica. En esos momentos, difícilmente podemos considerar que tal cosa significara la realización de aportes culturales o artísticos de cierta significación. Para Roma, una provincia significaba tan solo una conquista, un espacio de dominio sometido al pago de tributos bajo el mandato anual de un magistrado dotado del imperium, el poder total y único de decisión.1 Sin embargo, el azar de la conservación de los restos arqueológicos ha provocado que solamente bajo la dominación romana, a lo largo del siglo II a.C., podemos realmente empezar a conocer como era la arquitectura de los grandes templos de piedra en suelo hispano y por ello su estudio adquiere una mayor trascendencia. EDILICIA SACRA EN LA ROMA TARDO-REPUBLICANA A fines del siglo III a.C. la arquitectura helenística había alcanzado el esplendor de sus formas, vo1 El aumento del número de los pretores de cuatro a seis como gobernadores fue la única iniciativa política tomada por Roma tras unir las Hispanias citerior y ulterior a las provinciae de Sicilia y Corsica /Sardinia. Livio 32, 27, 6; 32, 28, 11. Cf. Crawford, M.H., Origini e sviluppi del sistema provinciale romano, Storia di Roma, 2.1. L’Impero Mediterraneo, Ed. Einaudi, Turín, 1990, 91-122; Ruiz de Arbulo, J., Tarraco, Carthago Nova y el problema de la capitalidad en la Hispania citerior republicana, Miscel.lania Arqueologica a J.M. Recasens, Tarragona, 1992, 115-130; Salinas, M., El gobierno de las provincias hispanas durante la Republica romana (218 - 27 a.C.), Salamanca, 1995.

lúmenes y proporciones2. En esos años estuvo activo por ejemplo el arquitecto Hermógenes de Alabanda, al que Vitrubio considera el codificador de las proporciones «perfectas» del estilo jónico.3 Pero todo esto ocurría en el refinado Mediterráneo oriental de las monarquías helenísticas. En Roma la situación era bien diferente. Entre los años 264 y 173 a.C. se levantaron en la ciudad un mínimo de 28 templos citados por las fuentes escritas; todos ellos fueron edificios construidos con la piedra local, el tufo, techos de madera y revestimientos cerámicos exteriores en 2 En el anterior siglo IV a.C. había trabajado entre otros Piteo de Priene más tarde considerado el teórico de la nueva revalorización monumental helenística del orden jónico inspirada en los viejos e impresionantes templos arcaicos de Efeso o Samos hacia nuevas formas simplificadas y con proporciones cuidadas en extremo. Piteo fue constructor junto a Sátiro de Paros del innovador y majestuoso mausoleo de Halicarnaso, también del templo de Atenea en Priene y escribió un libro sobre sus principios arquitectónicos conocido por Vitrubio. La reconstrucción helenística del Artemision de Efeso incendiado por un tal Eróstratos en el 356 a.C. y las construcciones de los nuevos templos gigantescos de Apolo en Dídima o de Artemis en Sardes, prolongadas durante generaciones, fueron realizadas desde esta nueva tradición arquitectónica. Cf. Lauter, H., Die Architektur des Hellenismus, Darmstad, 1986. 3 Hermógenes fue el inventor, segun Vitrubio, del sistema «pseudodíptero» con 8 columnas de fachada y 15 laterales y unas proporciones «eústilas» en la separacion entre las columnas de fachada con un intercolumnio de dos diámetros y cuarto y un intercolumnio central de tres diámetros. Vitrubio, 3, 3, 6-9; 7, praef. 12. Cf. Gros, P. (ed. y trad.), Vitrube, De l’Architecture, livre III, Les Belles Lettres, París, 1990, introd. LXV y ss; ver también las actas de la reunión Hermogenes und die hochhellenistische Architektur (Berlin 1988), Mainz, 1990.

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la vieja tradición arcaica.4 En el 179 a.C., la restauración del viejo capitolio por los censores M. Fulvio Nobilior (un reconocido admirador de la cultura griega) y M. Emilio Lépido consistió simplemente en estucar de nuevo en blanco sus columnas y retirar el exceso de estatuas, escudos y enseñas acumulados en el pronaos y los intercolumnios.5 Uno de los cónsules de ese año 179 a.C. fue Q. Fulvio Flaco. El año anterior, como propretor en Hispania, Fulvio había sido sorprendido con su ejército por los celtíberos en un desfiladero, pudiendo salvar la situación gracias a una carga heroica de la caballería legionaria que contagió su valor a las tropas aliadas. En agradecimiento, Fulvio decidió entonces dedicar en Roma un templo a la Fortuna Equestre y unos ludi a Júpiter.6 De regreso a la Urbs, una vez celebrado el triunfo y elegido como uno de los nuevos cónsules, el botín de la guerra hispana debía permitir a Fulvio emprender los juegos y el templo comprometidos, pero el Senado no quería permitir derroches excesivos en un momento en que Roma estaba siendo castigada por la peste y cuando ya los censores habían iniciado ese mismo año todo tipo de grandes obras públicas. Las obras del templo de la Fortuna, que Fulvio quería convertir en el más grande y magnífico de Roma, continuaron lentamente durante varios años bajo su supervisión directa. En el 174 a.C., Q. Fulvio Flaco sería elegido censor juntamente con A. Postumio Albino. Ambos iniciaron por primera vez el enlosado de las calles de Roma y adjudicaron igualmente diversas obras públicas en algunas colonias (pórticos y tiendas en los foros, templos, acueductos, murallas, cloacas y arcos) recurriendo al nuevo sistema de la locatio o subasta pública.7 Fulvio decidió entonces que «su» templo, todavía inacabado, debía contener algún tipo de material nunca visto en Roma y partiendo él mismo para 4 Pais, E., Fasti Triumphales Populi Romani II, Roma, 1920, 489 ss.; Aberson, M., Temples votives et butin de guerre dans la Rome Republicaine, Roma, 1994. 5 Livio, 40, 51. No obstante, las demás obras emprendidas en Roma durante este año 179 a.C. significaron el inicio de la gran reforma urbana de la Urbs, con la construcción de los gigantescos almacenes en el puerto fluvial (porticus Aemilia), un nuevo mercado público del pescado (forum piscatorium), los pilares del nuevo puente Emilio sobre el Tíber, una nueva basílica forense (la Fulvia-Emilia), un teatro y proscenio junto al templo de Apolo, un templo de Hércules, diferentes pórticos y la propuesta de un nuevo acueducto. 6 Livio, 40, 39-40. Champeaux, J., Fortuna. Le culte de la Fortune dans le monde romain, II. Les transformations de Fortune sous la République, Roma, 1987, 132-133. Sobre el templo v. LTUR, 1995, II, 268 (F. Coarelli). Vitrubio 3, 3, 2 lo menciona como un templo «sístilo» con un intercolumnio equivalente a dos diámetros de columna. 7 Livio, 41, 27. Cf. Mateo, A., Manceps, redemptor, publicanus. Contribución al estudio de los contratistas públicos en Roma, Santander, 1999.

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la Magna Grecia hizo destejar la mitad de la techumbre marmórea del famoso templo de Hera Lacinia, el santuario costero extraurbano de Crotona, de fama internacional.8 Aunque nadie se opuso a la autoridad del censor, el escándalo estalló a su llegada a Roma al conocerse la procedencia de las tejas y el sacrilegio cometido.9 No resulta extraña una reacción así en una ciudad que no había dudado en abrazar a los propios dioses del enemigo tras la victoria final sobre los mismos.10 El Senado juzgó el caso como sacrílego y de abuso de poder.11 Se decidió que las tejas fueran devueltas a Crotona junto a sacrificios expiatorios (piacula), pero cuando el cargamento llegó de nuevo al santuario fue imposible encontrar un maestro de obras que pudiera hacerse responsable de su colocación y las tejas simplemente se dejaron 8 Santuario federal de la Liga Italiota en el siglo V a.C., donde el propio Aníbal había renunciado a apoderarse de su famosa columna de oro macizo temiendo la venganza de la diosa según una anécdota narrada por Cicerón, div. 1, 48. En el 205 a.C., Aníbal reconocería a la diosa como la equivalente itálica de la Tanit púnica, dedicando en el santuario un altar que contenía un largo texto en griego y púnico con la narración de sus gestas militares que más tarde pudo consultar Polibio (3, 33, 18; 56, 4). Ver igualmente Livio, 28, 46, 16. Sobre el santuario v. I Greci in Occidente. Il Tesoro di Hera. Scoperte nel santuario di Hera Lacinia a Capo Colonna di Crotona, (Catal. expos. Roma), Milán, 1996. 9 Livio, 42, 3, 7: «Quien tenía a su cargo, de acuerdo con la tradición, la tarea de comprobar el buen estado de los edificios destinados al culto público y de adjudicar su conservación, ese precisamente recorría las ciudades de los aliados destruyendo los templos y dejando al descubierto los techos de los edificios sagrados. Y lo que podría parecer indigno si lo hiciera en los edificios privados de los aliados, lo hacía demoliendo los templos de los dioses inmortales, y convertía al pueblo romano en cómplice de un acto sacrílego edificando unos templos con los materiales de otros, como si los dioses inmortales no fueran los mismos en todas partes, y hubiera que honrar y embellecer a unos con los despojos de los otros…». 10 El rito romano de la evocatio permitía al magistrado invitar a los dioses del enemigo a residir en Roma. Así ocurrió con Juno Regina trasladada por el cónsul Camilo tras la destrucción de la etrusca Veies al santuario del Aventino en el 396 a.C., y el Vertumno de Volsinii llevado por M. Fulvio Flaco en el 264 a.C. La consulta de los libros sibilinos para conjurar momentos de grave peligro motivó la llegada de la Afrodita / Venus siciliana de Eryx a la que se construyó un templo en la colina capitolina en el 217 a.C., y el envío de una embajada a Pérgamo en busca de un simulacro de la Magna Mater de Pesinunte trasladada al Palatino en el 204 a.C. Cuando en el 146 a.C. fue arrasada Cartago, todos sus dioses fueron acogidos simbólicamente con una fórmula ritual transmitida por Macrobio, Saturnalia, 3, 9, 6. 11 La Rocca, E., «Le tegole del tempio di Hera Lacinia ed il tempio della Fortuna Equestre: tra spoliazione e restauri in età tardo-republicana», I Greci in Occidente. Il Tesoro di Hera, cit. n. 8, 89-98, recuerda sin embargo la lucha política que en esos momentos enfrentaba a las diferentes facciones senatoriales con la expulsión por indignidad de 9 senadores por los censores del 174. La actitud del censor Fulvio proporcionaba ahora un magnífico argumento a sus enemigos políticos.

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en el suelo.12 A pesar del escándalo, el censor pudo inaugurar su templo ese mismo año con una techumbre tradicional, pero al año siguiente se suicidaría, ahorcándose en su habitación, tras conocer la muerte y grave enfermedad de sus dos hijos combatientes en Iliria. Una prueba pues evidente, pensó la tradición piadosa, de la venganza airada de la diosa insultada.13 La actitud del censor Fulvio refleja bien los cambios sociales y las nuevas aspiraciones de una nobleza romana que tras la Segunda Guerra Púnica estaba dominada por el afán de poder, con la conciencia de representar a una potencia vencedora frente a cualquier enemigo y por ello merecedora de riqueza y ornato. Así, la década de los años 180 significó una época de cambios significativos tras los triunfos sobre los gálatas y sobre Antíoco III que llevaron a Roma riquezas sin fin en lo que pasó a denominarse Luxuria asiatica, y la llegada a la ciudad de los primeros artistas y artesanos greco-asiáticos y también artistas griegos de prestigio invitados poco después por Fulvio Nobilior.14 La construcción del primer templo de mármol en Roma no sería iniciada hasta el 146 a.C. por el arquitecto chipriota Hermodoros de Salamina a cargo de Q. Cecilio Metelo, para celebrar su triunfo sobre Macedonia con un templo dedicado a Júpiter Stator junto a un templo anterior de Juno Regina (ofrendado por Emilio Lépido en el 179 a.C.) y rodeándolos ambos con un amplio cuadripórtico a la moda helenística.15 En la ornamentación del templo trabajaron diversos artistas neoáticos como Timarchides, Polycles o Dionisos mientras que Cicerón recordaba las obras de arte griegas expuestas en el cuadripórtico.16 Su construcción se inserta en el nuevo

período a partir del año 156 a.C. que Plinio denominó del «renacimiento del Arte» tras 150 años de estancamiento;17 pero que en realidad representó esencialmente la explotación por Roma de aquellos nuevos territorios y sus pobladores que ahora estaban bajo su dominio. Los historiadores del arte denominan a esta fase artística el Helenismo Tardío, con el paulatino traslado hacia Roma de las obras maestras del arte griego clásico en forma de botín (praeda) por las legiones conquistadoras y sus sucesivos imperatores victoriosos, como simbolizó la destrucción y saqueo de Corinto en el 145 a.C. Surgió entonces en Roma un auténtico «mercado del arte antiguo» con magistrados que llenaban los templos de piezas emblemáticas como ofrendas votivas, senadores ansiosos por decorar con obras célebres sus nuevas mansiones, y una pléyade de publicanos y negotiatores dispersos por los territorios dominados por Roma comprando a bajo precio o simplemente requisando cuanto pudiera ofrecerse de valor artístico.18 A pesar de la «advertencia» sobre lo que le había ocurrido al censor Fulvio, Sila no dudaría cien años después (82 a.C.) en llevarse de Atenas las columnas gigantescas de mármol del mismísimo Olimpieion para restaurar el capitolio romano incendiado un año antes.19 Se iniciaba así en Roma una época de auténticos «excesos» arquitectónicos20 prolongados hasta época de Augusto. A la hora de reconstruir lujosamente el viejo templo de Apolo Médico en los años previos al cambio de Era, C. Sosio actuaría exactamente de la misma forma que el pretor Fulvio un siglo y medio atrás, trasladando a Roma las esculturas marmóreas del frontón de un templo magno greco del siglo V a.C.;21 pero

12 En realidad, buena parte del escándalo pudo surgir por el hecho de que Crotona era una colonia romana desde el 194 a.C. Resultaba pues inadmisible que el propio censor provocase la ruina de su templo más famoso. La Rocca, Le tegole, cit. n. 11, 93, señala como hecho significativo la extrema pobreza de la ciudad en las décadas posteriores a la Guerra Púnica y su escasa población (Livio, 34, 45). Quizás el censor se limitó a «comprar» las tejas a los crotoniatas. Poco después del suceso, la ciudad ni siquiera disponía de un maestro de obras preparado para volver a restaurar el templo. 13 Livio, 42, 28, 10-12: «Corrían rumores de que después de la censura no andaba del todo en sus cabales: la gente comentaba que la ira de Juno Lacinia por haber expoliado su templo le había quitado la razón». 14 Livio, 39, 6, 7-9; Plinio, Nat., 33, 148; 34, 14; Livio, 38, 22, 1-2. 15 Gros, P., «Les premieres generations d’architectes hellenistiques à Rome», L’Italie preromaine et la Rome republicaine. Melanges J. Heurgon, Roma, 1976, 386 y ss; Id., «Hermodoros et Vitrube», MEFRA, 90, 1978, 687 y ss; LTUR, s.v. Porticus Metelli, (Viscogliosi, A.), Roma, 1999. El uso del mármol importado de Grecia confirmaba su nuevo carácter como provincia romana y con ello la explotación de todos sus recursos naturales. 16 Plinio, Nat. 36, 35; Cicerón, Ver. 4, 126.

17 Plinio, Nat. 34, 52: «El Arte murió (en Roma) en la Olimpiada 121 y revivió en la Olimpiada 156…» Cf. Gros, P., «Vie et mort de l’art hellenistique selon Vitruve et Pline», Revue d’Etudes Latines, 56, 1978; Coarelli, F., Architettura e arte figurative in Roma: 150-50 a.C., Hellenismus in Mittelitalien (Göttingen 1974), Göttingen 1976, 21-35. 18 Este proceso continuó durante los siglos II y I a.C. Cuenta Plinio, Nat. 33, 82, que un veterano de la campaña de Marco Antonio en Armenia en el 36 a.C. ofreció una cena a Augusto en Bononia y al preguntar éste por una famosa estatua de oro macizo del dios de la ciudad de Anaitis y si era verdad que el primero en violar la estatua había muerto paralizado le respondió el veterano «que Augusto era su máximo violador porque estaba cenando de una pierna de aquella estatua, que él mismo era el que lo había hecho por primera vez y que todos sus bienes procedían de aquella rapiña...» 19 Plinio, Nat. 36, 45. La restauración corrió a cargo de Q. Lutacio Catulo y el edificio sería finalmente de nuevo inaugurado en el 69 a.C. V. infra nota 25. 20 Recordemos por ejemplo los excéntricos y espectaculares teatros de Escauro y de Curión que describe un escandalizado Plinio, Nat. 36, 113. 21 A lo largo del siglo II a.C. los templos votivos se multiplicaron en el area del Campo de Marte vecina al Circo Flaminio (construido en 221 a.C.) junto a los que Pompeyo

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este hecho ya no tuvo la más mínima repercusión cívica ni religiosa. La sociedad de Roma ya no era la misma que un siglo y medio atrás. En los siglos II y I a.C. la actividad de los grandes talleres de construcción helenísticos se trasladó a la propia Roma y las ciudades de su entorno como Ostia, Terracina, Fregellae, Praeneste o Tibur, donde las «burguesías» locales enriquecidas con el comercio de ultramar, la banca, la minería y el tráfico de esclavos, empezaron a construir santuarios en ocasiones gigantescos para sus divinidades tradicionales. Seguían para ello esquemas arquitectónicos y decorativos plenamente helenísticos,22 pero que debían ser adaptados a una tradición religiosa itálica muy dilatada y extremadamente compleja en sus detalles cultuales. Por ello, a la hora de estudiar la construcción de los templos romanos e itálicos tardo-republicanos hemos de valorar la existencia de estas dos corrientes culturales y arquitectónicas bien definidas: la tradición cultual itálica, rigida y secular, unida a la nueva influencia de los materiales marmóreos y los diseños arquitectónicos y urbanísticos del Helenismo Tardío. En primer lugar, existía ante todo en la sociedad romana una corriente «itálica» con los templos que Vitrubio (4, 7) describió a continuación de los tres grandes ordenes arquitectónicos clásicos, denominánconstruiría su gigantesco templo/teatro y la gran porticus anexa. En el 34 a.C. la reconstrucción integral por C. Sosio del viejo templo de Apolo Médico dedicado en el 431 a.C. y varias veces restaurado convirtió su cella, ricamente decorada con mármoles, en un auténtico muestrario de pinturas y esculturas griegas de primer nivel como correspondía a un edificio en el cual el Senado acostumbraba a reunirse. La decoración escultórica del frontón (se conservan fragmentos de siete estatuas marmóreas hoy expuestas en la Centrale Montemartini) mostraba una amazonomaquía en torno a la figura de Atenea procedente sin duda de un templo de la Magna Grecia del siglo V a.C. según demostró el estudio de La Rocca, E., Amazzonomachia. Le sculture frontonali del tempio di Apolo Sosiano, Roma, 1985. Ver igualmente La Rocca, E., Der Apolo-Sosianus-Tempel, Kaiser Augustus und die Verlorene Republik, Catal Expos., Berlin, 1988, 121-136. El templo de Apolo sosiano es estudiado como el primer ejemplo conservado del nuevo entablamento corintio romano. 22 Gros, P., Architecture et Societé à Rome et en Italie centro-meridionale aux deux derniers siecles de la republique, col. Latomus, Bruxelles, 1973, 84 y ss. (Trad italiana, Ed. Curzio, Roma, 1987); Coarelli, F., «Architettura sacra e architettura privata nella tarda Repubblica», Architecture et Societé. De l’Archaisme Grec à la fin de la République Romaine (1980), CNRS, París, 1983, 191-217. La componente social y económica de este proceso histórico ha sido estudiada en dos famosas reuniones dirigidas por Cebeillac-Gervasoni, M. (ed.), Les Bourgeoisies municipales italiennes aux II et I siecles av. J.C, (Nápoles 1981), Coll. JCB, 6, Nápoles, 1983; Cebeillac-Gervasoni, M. (ed.), Les Élites municipales de l’Italie Péninsulaire des Gracques à Néron (ClermontFerrand 1991), Coll. JCB, 13, Nápoles-Roma, 1996. Sobre los grandes santuarios del Lacio v. Coraelli, F., I santuari del Lazio in età repubblicana, NIS, Roma, 1987.

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dolos toscanos (tuscanicae dispositiones) y describiéndolos como edificios con tres cámaras o cellae (o bien una cella central y dos alae o pasillos laterales) precedidos por una doble columnata de cuatro columnas y una techumbre de madera con recubrimiento cerámico.23 Hoy existe un acuerdo sobre que la arquitectura de estos templos toscanos correspondía a unas necesidades de culto propiamente itálicas y que la religión oficial romana generalizó, basadas en la purificación ritual de los espacios (la inauguratio realizada por los augures) que generaba un templum o espacio consagrado con unas determinadas proporciones que tendían hacia el cuadrado, donde se levantaba una aedes o casa de la divinidad que era aislada del entorno mediante el recurso a la presencia de un podio elevado que permitiera dominar el espacio circundante en las prácticas augurales, la frontalidad y la axialidad.24 Las diferentes variantes conocidas de esta fórmula arquitectónica «etrusca» se iniciaron en el siglo VI a.C. con el capitolio de Roma inaugurado en el 509 a.C., un edificio del todo gigantesco, instalado sobre una plataforma de sillería de 53,50 x 65,25 metros que en buena parte desaparecería durante el incendio que hemos mencionado del año 83 a.C. El templo sería entonces restaurado manteniendo no obstante una planta períptera sinepostico rodeando la triple cella que debía ya corresponder al proyecto inicial.25 Los templos de Ardea y Veio 23 Ver como ediciones recientes de Vitrubio con amplio aparato crítico la francesa de Gros, P., Vitruve, De la Architecture. Livre IV, Les Belles Lettres, Paris 1992, 176-194; y la italiana de Gros, P., Corso, A. y Romano, E., Vitrubio, De Architectura, Giulio Einaudi Ed., Turín, 1997. 24 Los estudios tradicionales son los de Boethius, A., «Vitrubio ed il tempio tuscanico», Studi Etruschi, 1955-56, 137 ss; Andrén, A., Origine e formazione dell’architettura templare etrusco-italica, Rendiconti della Pontificia Accademia di Archeologia, 32, 1959-60, 21 ss.; Castagnoli, F., Sul tempio italico, RM, 73-74, 1966-1967; Id., Il tempio romano: questioni di terminologia e di tipologia, PBSR, 52, 1984, 3-20; Catalano, P., «Aspetti spaziali del sistema giuridico-religioso romano», Aufstieg und Niedergang der Römischen Welt, II, 16, 1, Berlín-Nueva York, 1978, 441 ss. Personalmente recurrimos siempre a la breve pero clara y erudita síntesis de P. Gros, L’Architecture Romaine du debut du III siecle av. JC à la fin du Haut-Empire, Paris, 1996, 123-126; v. también las síntesis de Coarelli, F., Cultura artistica e società, Storia di Roma, vol.2. L’Impero mediterraneo, Roma, 1990, 159-185 espec. 162 y ss.; Torelli, M., Il tempio romano, Settis, S. (a cura di), Civilta dei Romani. Un linguaggio comune, Ed. Electa, Milán, 1993, 31-60; 25 LTUR, 3, s.v. Iuppiter Optimus Maximus Capitolinus, aedes, templum, (Tagliamonte, G.), Roma, 1996, 144-148; Sommella, A.M., Le recenti scoperte sul Campidoglio e la fondazione del tempio di Giove Capitolino, Rendiconti della Pontificia Accademia di Archeologia, 70, 1997-98, 70ss. Ver también los estudios de Stamper, J.W., «The temple of Capitoline Jupiter. A new Reconstruction», Hephaistos, 16-17, 1998-99, 107-138: Id., The architecture of Roman Temples. The Republic to the Middle Empire, Cambridge, 2005, espec.

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(Portonaccio), con la triple cella prolongada con muros corridos laterales muestran en el siglo VI a.C. la disposición tradicional de los templos etrusco-itálicos que seguirán en el siglo IV a.C. (o quizás a inicios del siglo III a.C.) los templos gemelos de la Fortuna y Mater Matuta en la gran reforma sacra del Foro Boario en su variante de cella central con alae. Pero en realidad, estas disposiciones toscanas siempre coexistieron con diferentes fórmulas perípteras de influencia helénica. Los templos A y B del santuario de Pyrgi muestran en los inicios del siglo V a.C. las dos variantes de esta fórmula «etrusco-itálica» con planta de tres cellae (templo A dedicado a Ilizia/Leucotea) o como una cella con pronaos rodeada por una perístasis de 4 por 6 columnas con doble columnata de fachada en el vecino templo B (dedicado a UniAstarté), análoga a la que tambien presenta el templo grande de Vulci con una estrecha y profunda cella, mientras que las dos fases del templo de la Mater Matuta en Satricum muestran su transformación desde una primera planta períptera sinepostico para convertirse en un nuevo templo con cella alargada con pronaos al modo dórico rodeada por una perístasis simple de 4 x 8 columnas.26 Existe pues un acuerdo en distinguir como templos toscanos aquellos edificios de tres cellae con fachada tetrástila que describe explícitamente Vitrubio y como templos «etrusco-itálicos» a las diferentes variantes documentadas arqueológicamente en una larga tradición que se prolonga desde los siglos VI al I a.C.27 A partir del siglo IV a.C. la influencia helenística provocaría paulatinamente la cubrición de los 19-29 proponiendo una nueva reconstrucción del templo capitolino como un edificio de menor tamaño elevado sobre la gran plataforma de sillería de base. Parte de esta plataforma es ahora visible en la nueva adecuación museográfica de los Museos Capitolinos y resulta francamente espectacular. 26 Ardea y Portonaccio: Colonna, G., «I templi nel Lazio fino al V secolo compreso», Archeologia Laziale, 6, 1983, 396 y ss., Colonna, G. (ed.), Santuari dell’Etruria (Catal. expos. Arezzo), Milán, 1985; Rowe, P., Etruscan Temples: a study of the structural remains, origins and development, Michigan, 1991; Para la discusión estratigráfica y cronológica sobre la gran excavación de S. Omobono y los templos de Fortuna y Mater Matuta, ver Coarelli, F., Il Foro Boario dalle origine alla fine della Repubblica, Roma, 1988, 205244, proponiendo o bien una fase atribuible a la actividad edilicia del mítico Camilo en torno al 396 a.C. o bien una cronología mucho más tardía en los inicios del siglo III a.C. con un terminus post quem marcado por el donario circular dedicado por M. Fulvio Flaco en el 264 a.C. Satricum: DeWaele, J.A., «I templi dela Mater Matuta a Satricum», Medelingen Nederlands Institut Rome, 43, 1981, 7-68; Colonna, I templi, ibid. 27 Gros, cit. n. 24, 123-126. Para abreviar las citas remitimos al lector a las láminas con las plantas a escala de los principales templos itálicos entre los siglos VI y I a.C. reunidas en Pensabene, P., Il tempio della Vittoria sul Palatino, Bolletino di Archeologia, 11-12, 1991, 11-54, figs. 4 a 6.

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frontones abiertos de los templos toscanos y etrusco-itálicos con grupos estatuarios realizados en terracota policromada o placas con altorrelieves. Los ejemplos conocidos en los templos romanos de la Victoria en el Palatino y del templo de vía S. Gregorio junto al Esquilino, el precioso y casi completo frontón del templo de Talamone o las imágenes frontonales del templo de la Atenea troyana en el Bellvedere de Lucera (Puglia) atestiguan de forma magnífica este proceso.28 Al mismo tiempo se produjo la paulatina sustitución en las bases y la coronación de los podios de las molduras simples semicirculares de tradición etrusca por las molduras de doble curvatura de origen helenístico documentadas en la Campania, el Lacio y los grandes templos federales del Samnio de los siglos II y I a.C.29 28 Del templo de la Victoria en el Palatino proceden las cabezas policromadas en terracota de Zeus y Dionisos aparecidas en una favissa vecina correspondientes a la decoración frontonal del templo del 294 a.C., un exástilo aeróstilo con dinteles de madera, v. Pensabene, cit. n. 27, figs. 41 y 42. En la vía S. Gregorio se encontraron en 1878 los restos de un magnífico frontón en terracota casi completo con una escultura central de Marte rodeado por dos Fortunae y animales llevados al sacrificio, en un templo quizás dedicado a la Fortuna Respiciens, cf. Ferrea, L., Gli Dei de terracota. La ricomposizione del frontone da via di S. Gregorio, Roma, 2002. Sobre la posición de ambos templos en la topografía historica del Palatino ver ahora la síntesis histórica y arquitectónica de Mar, R, El Palatí. La formació dels palaus imperials a Roma, Tarragona, 2006, 39-58. En lo más alto de la costera Talamone, al norte de Vulci, se conservan los restos de un templo sobre podio de planta etrusco-itálica cuyo frontón se cerró con una espectacular serie de placas con altorelieves policromados representando episodios de la saga de los Siete contra Tebas, obra probable de un taller de Volterra que ha podido ser reconstruida de forma magnífica. El templo se data en torno a los años 175-150 a.C. y M. Torelli lo relaciona con la vecina fundación romana de la colonia Saturnia (183 a.C.) mejor que con la batalla vecina que enfrentó al ejército romano contra los galos en el 225 a.C. como también se había supuesto; AA.VV., Talamone, il mito dei Sette a Tebe, Catalogo della mostra, Firenze, Museo Archeologico, Roma, 1982; Torelli, M., Etruria, Guid. Archeol. Laterza, Bari, 1982, 178-179. Por su parte en Lucera, el gran depósito votivo del colle de Belvedere contenía junto a casi 1500 terracotas figuradas (oferentes, animales, anatómicos, niños, etc.) fragmentos de figuras de terracota de un busto femenino y una cabeza barbada correspondientes al frontón de un templo cuya construcción podría relacionarse con el establecimiento de una colonia latina en Luceria en el 314 a.C. y que estuvo en uso hasta mediados del siglo II a.C. v. D’Ercole, M.C., La stipe votiva del Belvedere a Lucera, Roma, 1990. 29 Shoe, L.T., Etruscan and Republican Roman mouldings, MAAR, 28, Roma, 1965; sobre la edilicia sacra de los samnitas pentri y frentani en su gran santuario federal de Bovianum/Pietrabbondante, o en los templos de S. Angelo de Vastogirardi, Schiavi d’Abruzzo, S. Giovanni in Galdo y Trebula/Quadri ver La Regina, A., «Il Sannio», y Morel, P., «Le sanctuaire de Vastogirardi», ambos en Hellenismus in Mittelitalien (Göttingen 1974), Göttingen 1976, 219 y ss. Ver ahora también Tagliamonte, G., I Sanniti, Biblioteca di Archeologia, Milano, 1996.

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Surgirían así tradiciones decorativas mixtas. En la colonia latina de Paestum, instalada en el 273 a.C. sobre la griega Poseidonia, con un área central dominada por la presencia imponente de los tres templos dóricos de Hera a ambos lados del ágora, el nuevo foro de la colonia ocupó el área central organizándola en torno a un nuevo comitium y un espacio ritual anexo en torno a una gran piscina.30 A fines del siglo II a.C. parte del comitium fue demolido para construir en su lugar un gran templo de piedra que presidiera la plaza forense. El edificio, con orientación sur/norte perpendicular a los tres templos griegos, fue levantado sobre un podio revestido en sillería con molduras superior e inferior en cyma reversa. Sostenía un templo superior de planta itálica periptera sine postico, con capiteles monolíticos corintios trabajados con cabezas humanas surgiendo entre las volutas y un friso dórico con metopas relativas a una galomaquía en Delfos.31 Junto a este templo híbrido, los cuatro templos republicanos que hoy forman en Roma la llamada área sacra de Largo Argentina, en el Campo de Marte, resultan también un buen ejemplo de estas transformaciones y de la mezcla de los dos lenguajes arquitectónicos itálico y helenístico.32 Alineados entre la porticus Minucia Frumentaria y el gran pórtico del teatro de Pompeyo, se situaban cuatro templos votivos de diferentes plantas y tipologías. El más antiguo (templo C, fin IV-inic. III a.C.) era un períptero sine postico sobre podio de tufo con moldura superior de gola recta y decoración de terracota en la techumbre. Le siguió a poca distancia el templo A (c. 250 a.C.), un períptero canónico y al otro lado el templo D (inicios II a.C.), un templo de mayor tamaño que fue totalmente restaurado un siglo 30 Greco, E. y Theodorescu, D., Poseidonia-Paestum III. Forum Nord, París-Roma, 1987; Torelli, M., Paestum Romana, Atti del XXVII Convegno di Taranto, 1987, 33-115 (reed. por M. Cipriani con igual título y nuevas ilustraciones, Roma, 1999). 31 Kraus, F. y Herbig, R., Der korinthisch-dorische Tempel am Forum von Paestum, Berlín, 1939; restitución problemática para Gros, Architecture, cit. n. 16; cf. Greco y Thedorescu, cits. n. 31; Torelli lo considera el templo de la Mens Bona, divinidad documentada profusamente en la numismática y la epigrafía pestanas. 32 Coarelli, F. et alii, L’Area Sacra di Largo Argentina, Roma, 1981. Vitrubio (4, 8, 5) sería consciente de esta tradición ecléctica cuando recordaba que «ciertos arquitectos, no obstante, tomando al orden toscano la disposición de las columnas, la aplican a ordenes de edificios corintios y jónicos, colocando, en el lugar donde en el pronaos se avanzan las antas, columnas repartidas dos a dos alineadas con los muros de la cella; obtienen así un sistema mixto que procede de prácticas etruscas y griegas». En otro apartado Vitrubio (3, 2, 5) recuerda el templo de Honos et Virtus encargado por Mario al arquitecto romano Mucio que había diseñado un templo jónico de columnata períptera canónica de 6 x 11 columnas pero a la que había eliminado sin embargo la parte trasera para adaptarlo al ritual itálico.

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más tarde con la nueva planta pseudo períptera popularizada en el siglo I a.C. Innovación, tradición y eclecticismo fueron las tres constantes culturales de este proceso. En la década del 120 a.C., M. Octavio Herreno, un simple pero rico negotiator en aceites activo en Delos, hizo levantar en el Foro Boario, junto al puerto fluvial, una tholos griega, un templo de planta circular rodeado por una columnata de 20 columnas corintias en mármol pentélico que quizás contenía una estatua de Hércules olivarius obra del escultor griego Scopas el menor, cuya basa apareció en la zona.33 Y sin embargo en esos mismos años (117 a.C.) Metelo restauraba oficialmente el templo forense de los Dioscuros utilizando los materiales tradicionales: piedra local estucada, maderamen y terracotas, materiales que también se utilizaron en el vecino templo forense de la Concordia.34 Pocos años más tarde, se levantaría entre los templos de Largo Argentina el llamado templo B, un nuevo templo circular con columnata corintia circular de tufo, basas y capiteles de travertino destinada a albergar una estatua colosal de la Fortuna del día presente (Fortuna Huiusque Diei). Pero esta nueva tholos fue levantada sobre un podio y provista de una escalera de acceso axial, motivos ambos inexistentes en el modelo griego primigenio y que también utilizará en la misma época de tránsito entre los siglos II y I a.C. el pequeño templo circular de la acrópolis de Tívoli.35 Una novedad importantísima para las grandes construcciones públicas en Italia se produjo a lo largo del siglo II a.C. con la generalización de la técnica constructiva del opus caementicium u hormigón de cal.36 Catón (1, 14) y Vitrubio (1,12) describen este hormigón que tomó su nombre de su contenido en piedras troceadas y fragmentos de terracota (caemen33 Estudio arquitectónico en Rakob, F., Heilmeyer, W.D., Der Rundtempel am Tiber in Rom, Mainz, 1974; identificación del donante en Coarelli, F., Il Foro Boario, Ed. Quasar, Roma, 1988. Ziolkowski, A., en Phoenix, 42, 1988, 309 ss, propondría identificar el templo con el dedicado a Hercules Victor por el cónsul L. Mummio el destructor de Corinto, pero esta opción es menos probable. Este templo es hoy famoso por ser el más ejemplo más antiguo conservado de una obra marmórea en la Urbs ya que el templo de Júpiter de Hermodoros fue desmontado en las reformas de época de Augusto. 34 La contemporánea contraposición entre las dos corrientes artísticas como evidencias del ambiente social fue ya señalada por Gros, Architecture et Societé, cit n. 22. 35 Gros, P., Architecture et Societé, cit. n. 22. Para ambos conjuntos v. las síntesis siempre precisas y completas de Coarelli, F. en los volúmenes Roma y Lacio de las Guide Archeologiche Laterza. 36 Delbrück, R., Hellenistische Bauten in Latium, 1912; Rakob, F., Hellenismus in Mittelitalien. Bautypen und Bautechnik, Hellenismus in Mittelitalien (Göttingen 1974), Göttingen 1976, 366-385.

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ta) dispuestas en capas sucesivas alternadas con una argamasa (materia) formada por cal, arena y agua. El origen campano de esta innovación técnica documentada como primeros ejemplos en las termas de Cumas y en las termas Stabianas de Pompeya se trasladó a Roma a partir del 193 a.C. con la restauración a cargo de los ediles M. Emilio Lepido y M. Emilio Paulo del nuevo puerto fluvial de la ciudad, el emporium, construyéndose un gigantesco almacén trasero, la porticus Aemilia, construido con está nueva técnica: un rectángulo de 487 x 60 m con naves paralelas abovedadas apoyadas en 294 pilares.37 La utilización como arena de la puzzolana volcánica habitual en el golfo de Nápoles permitía a la mezcla fraguar incluso bajo el agua siendo una solución magnífica para la construcción de diques y muelles portuarios de la que se beneficiaron en Hispania las nuevas infraestructuras portuarias de Tarraco y Carthago Nova.38 ARQUITECTURA SACRA PRERROMANA EN HISPANIA Valorar la componente propiamente hispana en la nueva arquitectura de época tardo-republicana resulta difícil ya que, desgraciadamente, casi nada sabemos sobre los grandes templos anteriores a la llegada de Roma. Estrabón reconoce que la fama alcanzada en su época por varios santuarios hispanos de origen colonial griego y fenicio derivaba precisamente de su gran antigüedad. Su texto, junto al de Mela, algunas citas de Plinio, el poema tardío de Avieno y los elencos de Ptolomeo describen o simplemente mencionan una serie de importantes santuarios repartidos por toda la costa oriental y meridional de la Península, desde el templo de Afrodita en los Pirineos hasta el fin del mundo en el «Cabo Sagrado» o Hieron Acroterion del Cabo de S. Vicente. Un capítulo aparte merecerían los orígenes «míticos» descritos por Estrabón de las evidencias cultuales del paso de uno u otro de los héroes de la epopeya troyana en una Odysseia / Ulisi situada en las montañas junto a Abdera con un templo de Atenea albergando «explícitos» dones votivos vistos por Poseidonio, Artemidoro y Asklepiades, o en el oráculo del héroe Menesteo en el 37 Gros, P., Architecture et Societé, cit. n. 22, 13-15. FUR, Frags. 23-24; Rodríguez Almeida, E., Il Monte Testaccio, ambiente, storia, materiali, Roma, 1984, 28-33; LTUR, s.v. Porticus Aemilia (F. Coarelli), Roma, 1999. 38 Carthago Nova: CIL II, 3434, v. infra nota 130. De pilares fue también el nuevo muelle construido en Tarraco y ambos debían imitar el famoso muelle sobre pilares de Puteoli, el opus pilarum representado en los vasos puteolanos, cf. Ruiz de Arbulo, J., Eratostenes, Artemidoro y el puerto de Tarraco. Razones de una polémica, Revista d’Arqueologia de Ponent, 11-12, 2001-2002, 87-110.

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Guadalquivir39. En realidad, los estudios recientes están situando con precisión estos relatos en una corriente de pensamiento helenística que intentaba demostrar la importancia del factor «griego» en Iberia como precedente a la nueva dominación romana.40 Pero es cierto que la sola posibilidad de su existencia ya excita inevitablemente nuestra imaginación hacia unas posibles navegaciones micénicas y cananeas en el segundo milenio, todavía no documentadas con seguridad más allá de Cerdeña.41 Ciertamente, si algo ha demostrado con claridad la investigación arqueológica, es que, en sus orígenes, la Hispania Graeca fue en realidad precedida de una Hispania Phoenissa que tuvo en Gadir (Cádiz) y Aiboshim (Ibiza) sus fundaciones primigenias.42 En espera de poder o no comprobar la veracidad de las tradiciones míticas, durante los siglos VIII y VII a.C. toda la costa mediterránea peninsular al igual que la costa atlántica meridional aparecen como una sucesión repetida de factorías fenicias a lo largo de la costa malagueña y de enclaves indígenas en las costas levantinas, el bajo Ebro y toda la costa catalana hasta los Pirineos a los que llegaban en abundancia los materiales fenicios arcaicos desde los grandes puertos de Gadir y Aiboshim. Las excavaciones recientes en la propia Palaiapolis de Emporion documentan esta situación con un primer asentamiento indígena de la Edad del Bronce que recibe materiales fenicios y etruscos a finales del siglo VII a.C., una generación antes de recibir un primer contingente poblador foceo-massaliota en torno al 575 a.C.43 La misma evidencia nos es transmitida por los 39 Estrabón, 3, 2, 13 y espec. 3, 4, 3 (Odysseia y su templo de Atenea); 3, 1, 9 (oráculo de Menesteo), ver la descripción clásica de este ciclo hispano de los nostoi en García y Bellido, A., Hispania Graeca, vol. 1, Barcelona, 1948, 15-28. 40 Salinas, M., «Sobre las fundaciones de héroes griegos en Iberia en el libro III de la geografía de Estrabón», Sáez, P., y Ordóñez, S. (eds.), Homenaje al profesor Presedo, Sevilla, 1994, 203-215; Cruz Andreoti, G., Le Roux, P., Moret, P. (eds.), La invención de una geografía de la Peninsula Iberica, I, La época republicana (Madrid 2005), Málaga, 2006. 41 A diferencia de todo lo documentado profusamente en las costas de Italia, Sicilia y Cerdeña. Ver p.ej. las actas de las reuniones Bronze Age Trade 1991; Emporia. Aegeans in the central and eastern Mediterranean Univ. Liege / Univ. Austin, Aegeum. Annales d’archeologie egeenne de l’Université de Liege, 25, Liege, 2005; y el catálogo de exposición Stampolidis, Chr. (Dir.), Ploes. Sea Routes... From Sidon to Huelva. Interconnections in the Mediterranean, 16th-6th c. BC (Athens 2003), Catal. Expos. Museum Cycladic Art, Athens 2004. 42 Aubet, M.E., Tiro y las colonias fenicias de Occidente, Barcelona, 1994; López Castro, J.L., Hispania Poena. Los fenicios en la Hispania Romana (206 a.C.- 96 d.C.), Barcelona, 1995. 43 Aquilué, X. (dir.), Intervencions arqueologiques a Sant Martí d’Empuries (1994-1996). De l’assentament precolonial a l’Empuries actual, Monografies Emporitanes, 9, Barcelona, 1999.

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ajuares de las necrópolis indígenas del entorno emporitano.44 Las respectivas divinidades nacionales habrían ya acompañado a las expediciones coloniales –tiria en Gadir, tiria y luego púnica en Aiboshim, massaliota en Emporion, púnica en Qart-Hadasch– para pasar a presidir las nuevas fundaciones desde sus nuevos témene o recintos sacros inviolables.45 Las fuentes y la arqueología nos muestran la importante componente sacra de sus paisajes urbanos respectivos presididos ya fuera por la Artemis efesia en la foceas Emporion y Rhode o por la triada Melkart / Baal / Astarté en Gadir y las demás fundaciones feno-púnicas.46 Sin embargo, el azar ha querido que no sepamos casi nada sobre la arquitectura de los templos hispánicos monumentales de los siglos VI al III a.C. Como en el resto de las costas mediterráneas, otros santuarios debieron ya surgir en época arcaica como mecanismos de control visual para la navegación y puntos de contacto comercial hacia las poblaciones próximas amparados por la neutralidad sagrada de la divinidad y sus poderes benefactores. En el 217 a.C., el ejército expedicionario de los Escipiones en marcha hacia Sagunto acampó a 40 estadios de la ciudad junto a un templo costero de Afrodita del que Polibio destaca su situación favorable para la defensa y el aprovisionamiento marítimo.47 En lo alto de Hemeroskopeion o en las 44 Graells, R., «Indicis d’emergencia aristocratica al registre funerari del nord-est peninsular. La tomba Agullana 184», Revista d’Arqueologia de Ponent, 14, 2004, 61-84. Al sur de Emporion, en el término de Vilanera junto a la desembocadura del Ter Vell se excavó en los años 1998-2000 una necrópolis tumular y de fosas con más de 90 enterramientos correspondientes a una población local que comienza a recibir el vino fenicio y los productos orientalizantes antes de la llegada de los foceos. Ver Santos, M. et alii, «Noves evidencies del comerç fenici amb les comunitats indigenes de l’entorn d’Empuries», Contactes. Indigenes i fenicis a la Mediterrania occidental entre els segles VIII i VI a.C. (Alcanar, 2006), en prensa. 45 Ruiz de Arbulo, J., «El papel de los santuarios en la colonización fenicia y griega de la Peninsula Iberica», Santuarios fenicio-punicos en Iberia y su influencia en los cultos indígenas. XIV Jornadas de Arqueología fenicio-punica (Eivissa 1999), Eivissa, 2000, 9-56. 46 Ruiz de Arbulo, J., «Santuarios y fortalezas. Cuestiones de indigenismo, helenización y romanización en torno a Emporion y Rhode (s. VI-I a.C.)», Formas e imagenes del poder en los siglos III y ii a.C. modelos helenísticos y respuestas indigenas (Madrid 2004), CPAUAM, 28-29, 2002-2003, 161-202. Para los cultos en las ciudades feno-púnicas ver las reuniones De Oriente a Occidente. Los dioses fenicios en las colonias occidentales. XII Jornadas de Arqueologia fenicio-púnica (Eivissa 1997), Eivissa, 1999; Santuarios fenicio-púnicos en Iberia y su influencia en los cultos indígenas. XIV Jornadas de Arqueologia fenicio-púnica (Eivissa 1999), Eivissa, 2000; Ferrer E. (ed.), Ex Oriente Lux. Las religiones orientales antiguas en la Península Ibérica, SPAL Monografías, 2, Sevilla, 2001; López Castro, J.L., Astarté en Baria. Templo y producción entre los fenicios occidentales, AEspA, 78, 2005, 5-21. 47 Polibio, 3, 97, 6-8.

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faldas de la colina saguntina, los templos greco-foceos de la diosa Artemis imponían respeto por su sola presencia a los viajeros de la Antigüedad según confirman los relatos de Estrabón y Plinio pero ningun vestigio arqueológico se ha conservado de los mismos.48 Lo mismo ocurrió con el templo y altar dedicados a Astarté / Hera que Mela y Ptolomeo sitúan en el cabo Trafalgar, el promontorium Iunonis49 y otro tanto pasó en el otro extremo peninsular con el importante Afrodision pirenaico, que a pesar de haber servido como marca fronteriza durante toda la época romana para separar las provincias Hispania citerior y narbonense, hoy ni tan siquiera conocemos con seguridad el lugar preciso de su ubicación.50 Tan sólo en la griega Emporion las excavaciones de los años 1986-1992 en el santuario suburbano de la Neápolis permitieron encontrar los únicos restos arquitectónicos hispanos atribuibles con seguridad a un gran templo de piedra de época prerromana. Se trata de tres antefijas, dos decoradas con palmetas y una con una flor de loto, marcadas con letras griegas phi, psi y omega/iota como numerales de colocación y fragmentos de un gran acroterio de tipo vegetal con volutas, además de varias piezas de una techumbre de tipo corintio con tejas planas (keramoi) de bordes recubiertos por tejas triangulares (kalipteres).51 Como la pie48 Estrabón, 3, 4, 6: «Entre el (río) Sucro y Carthago Nova, no muy lejos del río hay tres fundaciones de los massaliotas, de ellas la más conocida es Hemeroskopeion que tiene sobre el promontorio un santuario dedicado a Artemis efesia muy venerado... su nombre es Dianion, es decir Artemision»; Plinio, Nat. 16, 79, 216: «...En Hispania Sagunto, el templo de Diana, deidad traida de Zacyntho con los fundadores 200 antes de la caída de Troya segun asegura Bocchus. El templo está al pie de la ciudad y Aníbal lo respetó llevado de su religioso temor, sus vigas de enebro también duran todavía...». 49 Mela 2, 96; 3, 4. 50 Estrabón, 4, 1, 3; 4, 1, 6. Cf. Riu, E., L’Afrodision o Venus Pirinea. El santuari antic, Sant Pere de Rodes i la partió de Catalunya entre Espanya i França, Revista d’Arqueologia de Ponent, 14, 2004, 287-298. 51 Sanmartí, E., «Massalia et Emporion: une origine commune deux destins differents», Marseille Grecque et la Gaule, (Marseille 1990), Études Massaliètes, 3, Aix-en-Provence, 27-41, figs. 5-9; Sanmartí, E., Castanyer, P., Tremoleda, J., «Nuevos datos sobre la historia y la topografía de las murallas de Emporion», Madrider Mitteilungen, 22, 1192, 101112; ver también las piezas en el catálogo de la exposición Els Grecs a Iberia. Seguint les passes d’Heracles, Barcelona, 2000, núm. 65 (Castanyer, P.). Como publicación más reciente v. Dupré, X., «Terracotas arquitectónicas prerromanas en Emporion», Empúries, 54, 2005, 103-123, espec. 114-118 y fig. 7. Los fragmentos del gran acroterio emporitano remiten tipológicamente al ejemplar encontrado en el templo de Poseidón del cabo Sunion, en mármol de Paros, hoy en el Museo Arqueológico de Atenas, datado a mediados del s. V a.C. Sobre las letras de marcaje de bloques en la arquitectura griega y sus problemas de interpretación v. Guarducci, M., Epigrafia Greca, III, Roma, 1975, 377-389 y el nuevo manual de Hellmann, M.Ch., L’Architecture Grecque. 1. Les principes de la construction, ed. Picard, Paris, 2002, 88-91.

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dra utilizada fue una caliza del Languedoc debemos suponer que al menos las piezas decorativas de la techumbre del templo procedieron directamente de Massalia y que fueron llevadas a Emporion por un taller itinerante que recibió el encargo de levantar el templo.52 Cerca de la desembocadura del Ebro, la reciente publicación por X. Dupré, tristemente ausente, de una magnífica antefija de piedra de yeso de tipología griega arcaica procedente de Hospitalet de l’Infant (Tarragona), señala con seguridad la presencia de otro de estos templos arcaicos costeros ignorado por las fuentes.53 Este posible templo significa la única presencia atribuible a los foceos en un bajo Ebro repleto actualmente de hallazgos fenicios arcaicos y que nos indica quizás los inicios de la exploración comercial massaliota-emporitana ya en pleno siglo VI a.C. hacia las tierras levantinas, en rivalidad con Aiboshim. Cuando en esta isla realmente feno-púnica contemplamos la riqueza y variedad de los exvotos figurados de terracota conservados en los santuarios extraurbanos de Illa Plana y Es Cuiram, los ajuares funerarios del Puig des Molins y las tanagras de su vecina fosa votiva, apreciamos por igual la mezcla de elementos semitas y helénicos que debieron caracterizar igualmente buena parte del imaginario figurado de la propia cultura ibérica.54 El celebérrimo y antiquísimo templo gaditano de Melkart forzosamente tuvo que influir en los santuarios empóricos nacidos en las orillas de aquel enorme golfo (el sinus tartesius o ligustinus) que llegaba hasta Sevilla y que los estudios geomorfológicos han podido restituir con total nitidez;55 santuarios 52 Sobre las fases del santuario suburbanos emporitano v. infra n. 146 y 147. 53 Dupré, X., «Un santuario foceo junto al río Oleum: la antefija arcaica del Hospitalet de l’Infant (Vandellós, Tarragona)», Vaquerizo, D. y Murillo, J.F. (eds.), El concepto de la provincial en el mundo antiguo. Homenaje a Pilar León, Córdoba, 2006, 55-88. 54 Almagro, M. J., Corpus de las terracotas de Ibiza, Madrid, 1980; Aubet, M.E., El santuario de Es Cuieram, Ibiza, 1982; Ramón, J., Guia historico-arqueologica. Els monuments antics de les illes Pitiuses, Eivissaa, 1985; Gómez, C. et alii, La colonización fenicia de la isla de Ibiza, Madrid, 1990; Fernández, J.H., Excavaciones en la necrópolis de Puig des Molins (Eivissa), Eivissa, 1992; Costa, B., Fernández, J.H., «Ebusus Phoenissa et Poena. La isla de Ibiza en época fenicio-punica», Espacio, Tiempo y Forma. Prehistoria y Arqueologia, 10, 1997, 391-445. 55 Gavala, J., La geología de la costa y Bahía de Cádiz y el poema Ora Maritima de Avieno, Madrid, 1959, ed. Facsímil, Cádiz, 1992. Remitimos a otros trabajos presentados en este mismo volumen. En general v. Van Berchem, D., «Sanctuaires d’Hercules-Melquart. Contributions à l’etude de l’expansion phenicienne en Mediterranee», Syria, 44, 73-109 y 307-336; Bunnens, G., «Aspects religieux de l’expansion phenicienne», Studia Phoenicia IV. Religio Phoenicia (Namur 1984), 1986, 119-125.

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como La Algaida, Lebrija o El Carambolo donde las ofrendas de ultramar se mezclaban necesariamente con la piedad de las poblaciones locales tartésicas y más tarde turdetanas con evidencias magníficas que hoy están siendo estudiadas de forma detallada.56 Por último, en el lejano cabo Sagrado, donde terminaba el mundo conocido, la piedad religiosa descrita por el visitante Artemidoro y transmitida por Estrabón (3, 1, 4) exigía únicamente mover de sitio unas simples piedras...57 La misma paradoja la encontramos en las distintas sociedades ibéricas. Las tumbas monumentales ibéricas han dejado preciosos testimonios arqueológicos de los ritos complejos y las diversas divinidades funerarias del imaginario ibérico en Pozo Moro, Porcuna y en las numerosas tumbas turriformes o pilares-estela dispersas por los territorios ibéricos.58 Los estudios sobre la gran escultura ibérica muestran claramente el carácter heroico y aristocrático de las grandes tumbas de los siglos V y IV a.C. con imágenes de combates al modo de las maquías griegas (Porcuna) y luchas individuales contra fieras (santuario de El Pajarillo), simbolizando en ambos casos a los ancestros de las estirpes dominadoras como nuevos héroes «epónimos», y también con la explícita representación ecuestre del aristócrata heroizado dominando eternamente el paisaje comunal desde lo alto de su túmulo (Los Villares, Hoya de D. Gonzalo, Alba56 De nuevo remitimos a los trabajos presentados en este mismo volumen. V. también Ruiz, D., Celestino, S. (eds.), Arquitectura oriental y orientalizante en la Península Ibérica (Madrid 1998), Madrid, 2001; Corzo, R., «El santuario de La Algaida (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz) y la formación de sus talleres artesanales», Santuarios fenicio-púnicos en Iberia y su influencia en los cultos indígenas. XIV Jornadas de Arqueologia fenicio-púnica (Eivissa 1999), Eivissa, 2000, 147-184; Perea, A., «Tecnología atlántica para dioses mediterraneos. Los candelabros de oro tipo Lebrija», Trabajos de Prehistoria, 60, 1, 2003, 99-114; Fernández, A. y Rodríguez, A., «El complejo monumental del Carambolo Alto, Camas (Sevilla). Un santuario orientalizante en la paleodesembocadura del Guadalquivir», Trabajos de Prehistoria, 62, 1, 2005, 111-138. 57 Salinas, M., «El Hieron Akroterion y la geografia religiosa del extremo occidente según Estrabón», Pereira, E. (dir.), I Congreso Peninsular de Historia Antigua (Santiago 1986), vol. 2, Santiago, 1988, 113 ss. 58 Sobre la arquitectura funeraria ibérica v. Almagro-Gorbea, M., «Las necrópolis ibéricas en su contexto mediterráneo», Congreso de Arqueología Iberica. Las necrópolis (Madrid 1991), Madrid, 1992, 37-75; también Olmos, R. y Santos, J.A. (eds.), Iconografía Iberica, Iconografía Italica: propuestas de interpretación y lectura (Roma 1993), Madrid, 1996; Aranegui, C. (coord.), Los Iberos. Principes de Occidente. Estructuras de poder en la sociedad ibérica (Barcelona 1998), Barcelona, 1998; Los Iberos, Catal. Expos. (Barcelona/Paris/Bonn 1998), Barcelona, 1998; Blánquez, J. (ed.), El mundo ibérico: una nueva imagen en los albores del año 2000, Catál. Expos. Toledo, Toledo, 2000; Olmos, R. (ed.), La sociedad ibérica a través de la imagen, Madrid, 1992.

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cete), en un imaginario mítico dominado por lobos, toros, toros androsopos, esfinges, grifos, sirenas, leones y caballos.59 Por el contrario, las evidencias de templos en los numerosísimos oppida ibéricos hasta ahora excavados suelen limitarse a espacios cultuales de tipo doméstico, o pequeñas estancias sin tratamiento monumental alguno.60 Por lo general, nuestro conocimiento de los santuarios ibéricos en época prerromana se limita a los exvotos dispersos y las fosas votivas.61 Entre las estructuras ibéricas de La Illeta dels Banyets de Campello, en el llamado «edificio singular» de La Escuera y (quizás) en La Alcudia de Elche, se han documentado edificios de culto de tipología semita pero muy arrasados y por ello de difícil valoración.62 Tan sólo en Ullastret, cerca de Empo59 Porcuna: Negueruela, I., Los monumentos escultóricos ibéricos del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén), Madrid, 1990; Olmos, R., «Los grupos escultóricos del Cerrillo Blanco de Porcuna. Un ensayo de lectura iconográfica convergente», AEspA, 75, 2002, 107-122; Molinos, M. et alii, El santuario heroico de El Pajarillo, Huelma (Jaén), Jaén, 1988; Blánquez, J., La formación del mundo ibérico en el sureste de la Meseta. Estudios arqueológicos de las necrópolis ibéricas de Albacete, Albacete, 1990; Izquierdo, I., «Seres híbridos en piedra. Un recorrido a través del imaginario de la muerte en Iberia», Izquierdo, I. y Le Meaux, H. (coords.), Seres Hibridos. Apropiación de motivos míticos mediterraneos, Semin.- Expos. Madrid 2002, Madrid, 2002, 261-292. 60 La numerosa y variada documentación disponible es ahora cómodamente accesible gracias a diferentes trabajos de M. Almagro Gorbea y T. Moneo, v. en último lugar Moneo, T., Religio Iberica. Santuarios, ritos y divinidades (s. VII- I a.C.), Real Academia de la Historia, Madrid, 2003; v. también la miscelánea dirigida por Gusi F., Espacios y lugares cultuales en el mundo Ibérico, Quaderns de Prehistoria i Arqueologia de Castelló, 18, 1997. 61 Prados, L., «Los santuarios ibéricos. Apuntes para el desarrollo de una arqueología del culto», Trabajos de Prehistoria, 51, 1, 1994, 127-140. 62 Aranegui, C., «Iberica sacra loca. Entre el Cabo de la Nao, Cartagena y el Cerro de los Santos», Revista de Estudios Ibericos, 1, 1994, 115-138; Ramallo, S., La realidad arqueológica de la influencia púnica en el desarrollo de los santuarios ibéricos del sureste de la Península Iberica, Santuarios fenicio-punicos en Iberia y su influencia en los cultos indígenas. XIV Jornadas de Arqueología fenicio-punica (Eivissa 1999), Eivissa, 2000, 185-217. La Illeta: Olcina, M., (Ed.), La Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante). Estudios de la Edad del Bronce y Época iberica, Alicante, 1997. La Escuera: Abad, L. y Sala, F., Sobre el posible uso cúltico de algunos edificios en la Contestania iberica, Quaderns de Prehistoria i Arqueologia de Castelló, 18, 1997, 91-102. No sabemos valorar los hallazgos arqueológicos de La Alcudia, especialmente de su «templo ibérico» publicado por R. Ramos, «Vestigios cultuales en el templo ibérico de La Alcudia (Elche, Alicante)», Quaderns de Prehistoria i Arqueologia de Castelló, 18, 1997, 211-229; Id., El templo iberico de La Alcudia. La Dama de Elche, Elche. Nos preocupa la utilización de una metodología de trabajo muy arriesgada con restauraciones inmediatas y del todo excesivas. Actualmente sin embargo se ha hecho cargo de la gestión del yacimiento la Univ. de Alicante. Ver como estudio reciente dentro de esta nueva etapa Lara, G., El culto a Juno en Ilici y sus evidencias, Villena, 2005.

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rion, se han conservado restos de una acrópolis sacra presidida por un pequeño templo en sillería pero la instalación de un castillo medieval dificulta absolutamente su estudio.63 También resulta evidente que el rico oppidum de La Serreta de Alcoi estaba presidido en lo más alto por un santuario repleto de ofrendas votivas que perduró hasta la romanización pero sin que tengamos ninguna evidencia sobre su arquitectura.64 Nuestro conocimiento del gran templo en piedra que presidía el famoso Cerro de Los Santos, un santuario repleto de magníficas esculturas ibéricas ofrendadas como exvotos, se limita a una planta rectangular del todo esquemática dibujada sin más precisiones por Saviron en 1875 y que daría lugar a todo tipo de especulaciones gratuitas.65 Afortunadamente, las excavaciones de la Universidad de Murcia en el santuario de La Encarnación en Caravaca de la Cruz presidido por un impresionante templo helenístico al que luego nos referiremos, han permitido a S. Ramallo enfocar de forma novedosa su estudio e interpretación.66 También en el santuario murciano de La Luz, las excavaciones del malogrado P. Lillo a fines de los años ochenta han podido interpretar la última fase del mismo como un conjunto de terrazas en torno a un pequeño templete in antis con columnas de orden toscano situado en la parte más alta, desgraciadamente muy arrasado y por ello difícil de datar con precisión.67 En torno al mismo aparecen un conjunto de terrazas en las que abundan las ofrendas enterradas de exvotos votivos de bronce con guerreros, damas y caballos y como pieza del todo singular un cabeza de diosa en caliza marmórea (h: 22,4 cm) que pudo ser la divinidad venerada en el templete superior.68 Representa, creemos, la plasmación en piedra de una divinidad ctonia en la misma actitud de ánodos o surgimiento de la tierra que también imitan en terracota las conocidas cabezas de 63 V. Ruiz de Arbulo, «Santuarios y fortalezas», cit. n. 46, 184-189. 64 Olcina, M. et alii, «Nuevas aportaciones a la evolución de la ciudad iberica: el ejemplo de La Serreta», Los Iberos. Principes de Occidente. Estructuras de poder en la sociedad ibérica (Barcelona 1998), Barcelona, 1998, 35-46. 65 Las dimensiones del edificio serían de 15,60 x 6,90 m; cf. Saviron, P., «Noticia de varias excavaciones del Cerro de los Santos (I, II, III y III cont.)», Revista de Archivos Bibliotecas y Museos, 8, 10, 12, 14, 1875, 125-130 y ss. Sobre el santuario v. Ruiz Bremón, M., Los exvotos del santuario ibérico de Cerro de los Santos, Albacete, 1989. 66 Ramallo, S., «La monumentalización de los santuarios ibéricos en época tardo-republicana», Ostraka. Rivista di Antichità, 2,1, Nápoles, 1993, 117-144. 67 Lillo, P., El santuario iberico de La Luz, Cuadernos de Patrimonio Hist. Artist. de Murcia, Murcia, 1999. 68 Imagen de la pieza con escueta descripción en el catálogo Los primeros pasos... La Arqueología Iberica en Murcia, Museo de la Universidad, Murcia, 2006, 64-65 (V. Page del Pozo).

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Coré, mal llamadas pebeteros o quemaperfumes, tan frecuentes entre los dones votivos ibéricos y púnicos de los siglos III y II a.C.69 LOS NUEVOS TEMPLOS ROMANOS EN HISPANIA En los dos primeros siglos de la dominación romana de Hispania deberemos tener en cuenta todo este complejo contexto arquitectónico y social para valorar correctamente las componentes «romana», «itálica», «ibérica», «púnica» o «helenística» de las nuevas construcciones.70 Las corrientes artísticas del Helenismo Tardío y el estricto ritual religioso romano se superpusieron a las tradiciones locales anteriores y comenzaron a presagiar, lentamente, la nueva realidad ideológica que significaba la paulatina «romanización». Esto ocurría por igual en la arquitectura pública de las nuevas fundaciones coloniales romanas, en los templos de las grandes ciudades ahora aliadas de Roma o sometidas a ella, y en la actividad edilicia de los grandes santuarios ibéricos extraurbanos. La amiticia con la que una Emporion grecoibérica o una Gadir feno-púnica recibieron a los romanos a fines del siglo III a.C. facilitaría sin duda los procesos de adaptación mientras que poco a poco el factor humano itálico se fue extendiendo en todos los ordenes sociales, ya fuera a través de la confraternización entre legionarios romanos, socii itálicos y auxilia ibéricos en la vida rutinaria de los castra durante las permanentes guerras fronterizas y de conquista en Lusitania y Celtiberia; por el dominio militar permanente garante de la nueva fiscalidad provincial basada en el stipendium o tributo anual; y sobre todo por el control paulatino de las principales actividades económicas (concesiones mineras, recogida de impuestos, tráfico marítimo, actividades 69 Ruiz de Arbulo, J., Los cernos figurados con cabeza de Coré. Nuevas propuestas en torno a su denominación, función y origen, Saguntum, 27, 1994, 155-171. Una reciente reunión de la Casa de Velázquez (2004) se ha dedicado monográficamente a este tipo de materiales. 70 Cf. una problemática muy similar al analizar la arquitectura tardo-republicana de la Galia Narbonense en el siglo I a.C. valorando una influencia directa de los talleres pergamenos o bien su intermediación itálica en Gros, P., «La Gaule Narbonnaise», Hellenismus in Mittelitalien (Gottingen 1974), Gottingen 1976, 300-311 y discusión 311-314. La documentación epigráfica para este tema en la Hispania republicana es muy reducida y se limita a los letreros sobre mosaico que luego comentaremos. Para la época imperial contamos sin embargo con el completo análisis de Andreu, J., El comportamiento munificente de las elites hispano-romanas en materia religiosa: la construcción de templos por iniciativa privada en Hispania, Lo sagrado en el proceso de municipalización del occidente latino, Iberia, 3, 2000, 111-128.

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bancarias) por parte de negotiatores itálicos y publicanos romanos.71 A todo ello sumaremos la progresiva instalación en las nuevas propiedades agrarias de los legionarios licenciados individualmente o asentados como contingentes de colonos en las nuevas fundaciones y los emigrantes llegados al amparo de las rutas militares de suministro.72 Se trata de un fenómeno complejo, que se expresa arqueológicamente con múltiples matices en la arquitectura, la escultura y la epigrafía de los hábitats y las necrópolis y que por ello ha sido estudiado en diversas reuniones y síntesis recientes precedentes de nuestra actual reunión.73 Queremos ahora referirnos únicamente a uno de los aspectos de este proceso, a los nuevos templos monumentales que pasaron a dominar con claridad los paisajes urbanos y también los espacios agrarios a través de su nueva presencia presidiendo los santuarios tradicionales urbanos, suburbanos y extraurbanos. Como veremos, en los nuevos templos hispanos del siglo II a.C. se reproducirán las dos tradiciones etrusco-itálica y helenística características de la contemporánea edilicia sacra en Italia. CARTEIA La colonia Carteia libertinorum fue el resultado de la famosa instalación de un contingente de 4000 hijos de legionarios romanos y mujeres indígenas peninsulares que en el año 171 a.C., según Livio, reclamaron al Senado una ciudad para vivir.74 A estos hispanos les fue concedido registrarse ante el pre71 Una visión de esta temprana «romanización» vista desde el noreste hispano se verá en Mar, R. y Ruiz de Arbulo, J., Ampurias Romana. Historia, Arquitectura y Arqueología, Ed. Ausa, Sabadell, 1993; y una visión «meridional» en Marin, M.A., Emigración, colonización y municipalización en la Hispania republicana, Granada, 1988; ver también como síntesis reciente Roldan, J.M. y Wulff, F., Citerior y Ulterior. Las provincias romanas de Hispania en la era Republicana, Madrid, 2001. Personalmente siempre nos ha resultado muy útil releer a Muñiz, J., El sistema fiscal en la España romana (República y Alto Imperio), Zaragoza, 1982. 72 Gabba, E., Esercito e società nella tarda republica romana, Florencia, 1973. 73 Jiménez, J. L. y Ribera, A. (eds.), Valencia y las primeras ciudades romanas de Hispania, Valencia, 2002; Abad, L. (ed), De Iberia in Hispaniam. La adaptación de las sociedades ibéricas a los modelos romanos (Soria 2001), Alicante, 2003; Ramallo, S. (ed.), La decoración arquitectónica en las ciudades romanas de Occidente (Cartagena 2003), Univ. de Murcia, Murcia, 2004; Abad, L., Keay, S., Ramallo, S., (eds.), Early Roman Towns in Hispania Tarraconensis, JRA Suppl. Series, 62, Portsmouth, Rhode Island, 2006. 74 Livio, 43, 3. Bendala, M., Roldán, L., Blánquez, J., «Carteia. De ciudad púnica a colonia latina», Jiménez, J. L. y Ribera, A. (eds.), Valencia y las primeras ciudades romanas de Hispania, Valencia, 2002, 157-172.

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tor L. Canuleyo para incorporarse a una ciudad púnica ya existente en el golfo de Algeciras a orillas del mar y del río Guadarranque, junto a los pobladores anteriores que quisieran permanecer en ella, siendo dado a la ciudad el estatuto de colonia latina y el apelativo libertinorum «(ciudad) de los libertos». Las excavaciones sucesivas realizadas en los años sesenta y setenta en el interior del pomerium amurallado de Carteia pudieron excavar los restos de un amplio podio de sillería rematado por una cornisa moldurada en cyma reversa con muros de cimentación correspondientes a un templo superior con una triple cella y por tanto considerado un capitolio datable en época de Augusto.75 En torno al gran podio, reaprovechados en estructuras de la época visigoda, aparecían elementos arquitectónicos realizados en piedra calcárea local estucada: basas, fustes, capiteles corintios, cornisas de modillones y sillares con bellos prótomos de toros sobresaliendo de los bloques en bulto redondo. Recientemente, el desarrollo de un proyecto arqueológico de larga duración sobre la ciudad de Carteia dirigido desde la UAM a partir de 1994 ha proporcionado respuestas para muchos de los problemas estratigráficos planteados, proporcionando una imagen coherente de la evolución de la ciudad desde su fase púnica inicial y magníficas publicaciones con aspectos especialmente interesantes relativos a la datación y fases de este gran templo sobre podio.76 Sabemos así que Carteia era una ciudad púnica ya amurallada en el siglo IV a.C. con diferentes fases constructivas bien definidas. En el siglo II a.C., las construcciones de la nueva colonia se fueron asentando sobre esta ciudad anterior. Especialmente interesante para el tema que ahora nos ocupa es la evidencia estratigráfica de que debajo de los restos del templo se situaba una gran estructura cuadrangular de barro limitada por una banda de opus signinum, identificada por los excavadores como un gran altar plano de tipo púnico (equivalente a una eschara griega). En un cierto momento, que los materiales cerámicos de los contextos estratigráficos permiten situar a fines del siglo II a.C., se levantó sobre estas estructuras cultuales precedentes, quizás ya fuera de uso, un templo levantado sobre podio que debía presidir una primera plaza forense. Este podio, de 22,46 x 17,85 m, aparece revestido de sillería desigual unida en seco, incluyendo sillares reutilizados de la ciudad púnica, sin moldura inferior y coronado por una moldura en cyma reverTrabajos de los años sesenta: Woods, D. E., Collantes de Teran, F., Fernandez Chicarro, C., Carteia, EAE, 58, Madrid, 1967. Años 70: Presedo, F. J., Muñiz, J., Santero, J. M., Chaves, F., Carteia I, EAE, 120, Madrid, 1982. 76 Roldán, L., Bendala, M., Blánquez, J., Martínez, S., Carteia, Madrid, 1998; Roldán, L., Bendala, M., Blánquez, J., Martínez, S., Bernal, D., Carteia II, Madrid, 2003. 75

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sa. Si el uso del podio apunta ya claramente a una tradición itálica desconocida en los usos locales, esta imagen se refuerza con la planta del templo superior que puede deducirse de los muros de cimentación insertados en la obra. Sobre el podio, de planta más cuadrada que rectangular, se construyó un templo peripteros sine postico con una cella retrasada, precedida por una columnata probablemente exástila y una escalera frontal de su misma anchura.77 Todos los elementos arquitectónicos recuperados en torno al podio fueron realizados en una caliza fosilífera local estucada. Su estudio estilístico permite sin embargo relacionarlos, según los excavadores, con una reforma probablemente ya de época de Augusto: basas áticas con dos toros desiguales separados por una estrecha escocia, capiteles corintizantes realizados en dos piezas incluyendo entre las hojas imágenes de daimones y victorias aladas, dinteles adovelados como solución técnica para contrarrestar la fragilidad de la piedra local, un particular friso formado por prótomos de toros alternados y una cornisa superior de modillones con hojas de acanto y nuevos prótomos de toro.78 Desconocemos por ello el aspecto del primer templo que pudo quizás estar construido todavía al modo itálico tradicional, quizás con fachada tetrástila, arquitrabes de madera y revestimientos de cerámica pero del mismo no ha quedado ninguna evidencia. El templo itálico de Carteia nos proporciona pues un primer ejemplo hispano de cambio cultural. Sobre los restos de un altar púnico ya abandonado, los ritos semitas dejaron paso a los auspicia romanos con un templo itálico destinado a servir de marco arquitectónico a las nuevas actividades públicas. Un templo con estas características tuvo que ser realizado por una officina procedente de Italia, a instancias ya fuera de los magistrados fundacionales, como acto evergético de algún miembro destacado de la elite local implicado en negocios marítimos, o bien como una donación por parte de un patronus externo que en esta época solo pudo ser alguno de los gobernadores provinciales.

NUEVOS TEMPLOS MONUMENTALES PARA LOS SANTUARIOS IBÉRICOS. LOS EJEMPLOS DE LA ENCARNACIÓN (CARAVACA DE LA CRUZ) Y S. JULIA DE RAMIS (GIRONA) Los trabajos realizados en los años ochenta y noventa por la Universidad de Murcia y el Ayunta77 Roldán et alii, «Carteia», cit. n. 76, 167 y ss, 180 y ss; Roldán et alii, «Carteia II», cit. n. 76, 221 ss. 78 Roldán et alii, «Carteia II», cit. n. 76, 234-239. El elemento cronológico principal sería el estilo de las cornisas de modillones.

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miento de Caravaca en el santuario ibérico de la ermita de La Encarnación, nos permiten hoy contemplar los restos de uno de los conjuntos sacros más destacados de todo el Occidente mediterráneo, tanto por el estado de conservación de los restos como por su singularidad. Se trata de un conjunto excepcional, que se ha dado a conocer en diversos e importantes trabajos pero del que todavía esperamos su publicación monográfica y global.79 La ermita de la Encarnación está situada junto al pequeño río Quípar, afluente del Segura, en la ruta de penetración desde la costas alicantina y murciana hacia la serranía de Cazorla. El río pasa encajonado entre dos cerros (Villares y Villaricos) el primero de ellos rodeado por una cinta muraria ibérica, el segundo ocupado por una necrópolis y un hábitat romano posterior. La ermita se encuentra vecina al primero de los cerros. Al iniciarse tareas de desescombro y restauración de la ermita a principios de los años ochenta se evidenció claramente su instalación sobre una amplia plataforma de sillería precedente. Además, múltiples elementos arquitectónicos (fustes, cornisas, basas, capiteles) aparecían reutilizados en los muros de habitaciones y dependencias anexas a la ermita. La catalogación de todos estos elementos, los estudios planimétricos y la excavación estratigráfica a lo largo de varias campañas permitieron evidenciar la instalación de la iglesia sobre la cella de un templo de piedra monumental rodeado por una peristasis columnada. Junto a los restos del gran templo se situa un segundo y pequeño templete de sillería, ambos en una colina boscosa salpicada de restos arqueológicos, entre ellos un número significativo de fragmentos de placas de terracota y antefijas con cabezas de silenos y ménades, cerámicas ibéricas, figurillas votivas y una amplia serie de ídolos cilíndricos en piedra local. Todo ello permite definir la presencia de un santuario ibérico, como tantos otros característicos de la arqueología murciana, monumen79 Ramallo, S., «Un santuario de época tardo-republicana en La Encarnación, Caravaca, Murcia», Templos Romanos en Hispania, Cuadernos de Arquitectura Romana, 1, Univ. de Murcia / Col. Of. Arquitectos de Murcia, Murcia, 1992, 39-65; Id., «La monumentalización de los santuarios ibéricos en época tardo-republicana», Ostraka. Rivista di Antichità, 2,1, Nápoles, 1993, 117-144; Id., «Terracotas arquitectónicas de La Encarnación (Murcia)», AEspA, 66, 1993, 71-98; Ramallo, S. y Brotons, F., «El santuario ibérico de La Encarnación (Caravaca de la Cruz, Murcia)», Quad.Preh.Arq.Cast., 18, 1997, 257-268; Ramallo, S., Noguera, J. M., Brotons, F., «El Cerro de los Santos y la monumentalización de los santuarios ibéricos tardíos», Revista de Estudios Ibericos, 2, 1995, 137-189; Ramallo, S., «Decoración arquitectónica, edilicia y desarrollo monumental en Carthago Nova», La Decoración Arquitectónica en las Ciudades Romanas de Occidente (Cartagena 2003), Murcia, 2004, 153-218. La planta general del templo principal permanece todavía inédita.

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talizado en época tardo-republicana con la superposición de dos templos excepcionales. Estratigráficamente, la ocupación de la colina parece iniciarse con un área de necrópolis a partir de tres tumbas de incineración en urnas aparecidas en torno al templo, la presencia de pequeños agujeros circulares excavados en la roca y, debajo del pronaos del templo, la presencia de un pozo o silo recortado en la roca junto al que se situaba, a modo de favissa, un recorte de la roca con depósito de cenizas conteniendo diversos fragmentos escultóricos. Este depósito votivo estaba cubierto por un pavimento de cal que nos recuerda al altar / eschara púnico que acabamos de describir bajo el templo de Carteia y que fue cortado para cimentar las columnas de un primer templo realizado en piedra cuyos restos han podido individualizarse con dificultad debajo de una importante restauración posterior ab fundamentis que lo convirtió en un elegante, espectacular y sorprendente templo períptero octástilo helenístico. La presencia de un primer templo se puede plantear a partir de la presencia de dos apoyos de cimentación de la columnata frontal del templo helenístico, precisamente las alineadas con las paredes de la cella, que presentan la forma de semicolumnas adosadas. Ello quiere decir que fueron piezas reaprovechadas in situ de un primer templo que tenía una planta in antis. Otras evidencias interiores permiten dibujar de forma aproximada un primer templo con una estrecha cella interior y dos alae cuyas paredes laterales se prolongaban hasta la fachada con semicolumnas adosadas y dos columnas centrales seguidas por dos nuevas columnas interiores. Una planta que remite a la edilicia de los templos etrusco-itálicos desde los ejemplos de Juno Sospita en Lanuvium (s. V a.C.), Talamone (s. IV a.C.), Foro Boario (s. IVIII a.C.), y Fiesole (s. III a.C.). Con este primer templo deberíamos relacionar, creemos, la presencia de un gran conjunto de lastras (de 23,2 x 24,9 cm) con decoración floral de palmetas, semipalmetas y flores de loto y antefijas de terracota con cabezas de jovenes satiros y ménades (22 cm de altura) ya publicadas por S. Ramallo, con una cronología situable con precisión en el siglo II a.C. y procedentes con toda seguridad de un taller lacial o etrusco meridional.80. Todo ello quiere decir que este santuario ibérico, emplazado sobre una importante ruta de comunicación, fue monumentalizado en un momento determinado del siglo II a.C. con la construcción de un templo de planta itálica (aunque sin podio elevado), incluyendo todo el aparato decorativo tradicional trai80 Ramallo, «Terracotas arquitectónicas», cit. n. 79; La monumentalización de los santuarios ibéricos, cit. n. 79.

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do expresamente desde Italia a través del cercano puerto de Carthago Nova. En un segundo momento, este primer templo de planta itálica fue completamente sustituido por una nueva plataforma de sillería de 27,30 x 17,20 m sobre la que se levantó un templo helenístico octástilo, pseudo díptero, con diez columnas en los laterales cuyo ritmo puede situarse con precisión por las huellas de las basas de la columnas sobre los bloques de cimentación y por una de estas basas todavía in situ en uno de los laterales. La piedra procedía de la propia colina y la cantera ha podido ser también excavada a corta distancia de la obra final. La cella central, de sillería, se encuentra rodeada por un banco exterior de sillares que se prolonga también en el interior de las antas y en los laterales de la cella junto a la puerta, quedando toda ella rodeada por una perístasis que generaba un ancho ambulacro de 3,90 m, en el que podemos imaginar se situaban los exvotos de piedra alineados sobre los bancos o encajados quizás en diversos agujeros circulares, en ocasiones por parejas, que perforan la plataforma de sillares. Los elementos arquitectónicos reutilizados en torno al templo muestran basas áticas, sin plinto, con gruesos toros y una estrecha escocia al modo tardo-republicano, columnas de fustes lisos estriados a partir de una cierta altura y magníficos capiteles de tipo jonico-itálico, con las volutas emplazadas en las esquinas del ábaco generando cuatro caras con friso de ovas y saetas sobre un collarino de perlas y astrágalos labrado en el propio capitel y que enlaza con la parte superior del fuste. Los bloques conservados de la cornisa jónica muestran dentículos estrechos y alargados que concuerdan plenamente con el estilo de basas y capiteles definiendo una obra de estilo itálico tardo-republicano. En su primera presentación de este material arquitectónico excepcional, S. Ramallo señaló ya como paralelos más próximos para la planta helenística de este templo (octástilo, sin opistodomos y con columnas in antis tras la fachada) con las que presentan el templo de Hekate en Lagina y el de Apolo en Alabanda, ambos relacionados con la gran corriente helenística protagonizada por Hermógenes y datables entre los siglos II y I a.C., cuyas famosas proporciones eustilas para la columnata frontal sigue tambien este templo.81 El santuario ibérico de La Encarnación 81 Ramallo, «Un santuario», cit. n. 76, 62; «Monumentalización», cit. n. 76, 133-138. El templo de Hekate en Lagina, datado a fines del siglo II – inicios del I a.C., está rodeado por una peristasis de 8 x 11 columnas corintias sobre una krepis de 5 escalones. Estudio de capiteles y cornisas: Ramallo, «Un santuario», cit. n. 76, 55-64; «Decoración arquitectónica», cit. n. 79, 162-170.

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fue pues monumentalizado en el siglo II a.C. con un primer templo etrusco-itálico que luego fue sustituido en un momento indeterminado del siglo I a.C. por un templo de planta helenística pero realizado segun los nuevos criterios artísticos aplicados al orden jónico en la Italia meridional tardo-republicana. Todo ello, adaptado lógicamente a una tradición cultual y votiva ibérica que precisaba de bancos y espacios específicos destinados a la colocación de los exvotos de piedra, por lo general rústicas imágenes cilíndricas talladas con rasgos humanos.82 Las excavaciones en el interior del templo a principios de los años noventa han proporcionado ricos depósitos votivos entre capas de cenizas que rellenaban los recovecos de la roca bajo el pavimento interior de opus signinum. Aparecen cerámicas, fíbulas anulares de plata y bronce, y una amplia selección de pequeños elementos de oro: anillas, láminas, láminas oculadas, hojas, engarces, etc. Bajo la puerta de entrada aparecía un profundo agujero rellenado simplemente con tierras cuyo análisis mostró la presencia de glúcidos lácteos y fragmentos de cera de panal que remiten necesariamente al melicraton, la ofrenda de leche y miel característica del mundo griego para las divinidades ctonias y que aquí deberá interpretarse desde una perspectiva ibérica.83 Vecino al gran templo y enfrentado con el mismo aparecen en posición angular los restos de un delicado templete realizado en sillería directamente sobre la roca con planta próstila tetrástila o bien con dos antas laterales. Fue construido sustituyendo a un edificio anterior realizado en madera, con postes anclados sobre agujeros recortados en la roca que aparecen siguiendo las paredes del templete posterior allí donde los bloques de su pared han sido robados y también en el centro del naos. Este segundo templete, cuyas dimensiones son equivalentes sin embargo a los del santuario emporitano que luego comen82 Esta opinión deberá no obstante ser contrastada con la publicación definitiva de las excavaciones en el santuario a cargo de S. Ramallo y F. Brotons con los que tuvimos ocasión de colaborar en las excavaciones efectuadas en los años 91 y 92. Ambos colegas se han mostrado siempre muy prudentes respecto a la datación del gran templo helenístico ya sea en época tardo-republicana o en fechas posteriores por las dificultades que presenta una datación estilística en el ámbito provincial cuando se trabaja con piedras locales ya que pueden manejarse tradiciones arquitectónicas que perduran en el tiempo y eso dificulta las comparaciones con Italia o el Oriente Helenístico. Otro problema diferente sería el de las sucesivas restauraciones del edificio. No obstante cualquier investigador remarcará la importancia excepcional de este templo caravaqueño. Agradecemos a F. Brotons, director-arqueólogo del Museo de la Soledad de Caravaca de la Cruz, su autorización para reproducir materiales del museo en nuestras figuras 17, 18 y 19. 83 Ramallo y Brotons, cit. n. 79, 257-268.

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taremos, aparece realmente como una especie de thesauros o almacén de ofrendas votivas vecino al gran templo principal del santuario o quizás también como contenedor de una ofrenda concreta de carácter excepcional. Su cronología desgraciadamente es del todo imprecisa pues no se han conservado elementos arquitectónicos decorados ni existe estratigrafía asociada a los restos. Las evidencias del templo de La Encarnación permitieron a S. Ramallo reinterpretar los restos arquitectónicos conocidos en el Cerro de los Santos como los de otro templo monumental equivalente al caravaqueño, probablemente con la misma cronología tardo-republicana y otro tanto pudo ocurrir quizás en el santuario del Collado de los Jardines en Despeñaperros.84 Igualmente han podido señalarse en el Cerro de los Santos las evidencias tempranas de la romanización a partir de la presencia como nuevos exvotos de imágenes de palliati vestidos con la ceñida toga republicana que envolvía el brazo izquierdo,85 en uno de los casos refrendado por el nombre latino del donante, L. Lic(i)ni(us), grabado sobre el pecho mientras que otro exvoto, de idéntica tipología, ostenta un nombre escrito en letras ibéricas.86 En Torreparedones será de nuevo una inscripción latina grabada sobre la frente de una pequeña cabeza votiva en piedra caliza la que mencionará el nombre de la divinidad: Dea Caele(s)tis, la Tanit púnica, expresando el sincretismo que permitía al itálico comprender el mito y expresar su devoción.87 84 Ramallo, «Monumentalización», cit. n. 76, 138-140; Ramallo, S., Noguera, J. M., Brotons, F., «El Cerro de los Santos y la monumentalización de los santuarios ibéricos tardíos», Revista de Estudios Ibéricos, 2, 1995, 137-189. 85 Cuatro ejemplares en el Cerro de los Santos: Ruiz, M., «Los exvotos del santuario ibérico de Cerro de los Santos», Albacete, 1989; Noguera, J. M., «La escultura romana de la provincia de Albacete», Albacete, 1994; uno en Torreparedones: Morena, J. L., El santuario ibérico de Torreparedones. Castro del Río-Baena, Córdoba, Córdoba, 48-49; núm. 14, fig. 26. Cf. Noguera, J. M., «La escultura hispanorromana en piedra en época republicana», Abad, L. (ed.), De Iberia in Hispaniam. La adaptación de las sociedades ibéricas a los modelos romanos (Soria 2001), Alicante, 2003, 154-208; 86 Olmos, R., «Formas y prácticas de la helenización en Iberia durante la época helenística», Hispania Romana. De tierra de conquista a provincia del Imperio (Catal. Expos. Roma), Ed. Electa, Madrid, 1997, 20-30, espec. 22; Noguera, La escultura romana, cit. n. 85, núms. 25 y 26; Noguera, La escultura hispanorromana en piedra, cit. n. 85, 181, notas 97-98 y espec. 187-188. La importancia de miembros de la gens Licinia en el gobierno de las provincias hispánicas durante el siglo II a.C. y la posible formación de clientelas son elementos a tener en cuenta a la hora de valorar estas ofrendas. En época imperial el gentilicio Licinius será uno de los más comunes en Hispania. 87 Morena, J.L., El santuario ibérico de Torreparedones. Castro del Río-Baena, Córdoba, Córdoba, 48-49; núm. 36 y fig. 42. El grafito es de lectura imprecisa, tomamos la lectura de Marín Ceballos, M. C., «Dea Caelestis en un santuario

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Al otro extremo de los territorios ibéricos, en el noreste peninsular, el río Ter significaba la principal ruta de penetración desde las colonias de Emporion y Rhode en el golfo de Rosas hacia las tierras del interior. A poca distancia de Girona el río queda encajonado en un estrecho desfiladero presidido por la colina de S. Juliá de Ramis, un estrecho esperón de 500 m de longitud y 80 m de anchura. En lo alto de la misma se situaba desde el siglo V a.C. un oppidum ibérico destinado lógicamente a controlar el interés estratégico del lugar.88 Desde 1996, los trabajos del equipo de la Universidad de Girona han permitido documentar en la cima de la colina sobre los restos del oppidum ibérico la presencia de un singular castellum de la Antigüedad Tardía y de un vecino mausoleo que más tarde dio lugar a una pequeña ermita románica.89 Nos interesa ahora destacar que entre la piedra utilizada para formar los muros del castellum y la iglesia románica aparecen hasta 40 bloques tallados en piedra arenisca local procedentes del desmonte de un templo: arquitrabes, cornisas, fustes de semicolumnas y ortostatos de revestimiento de un podio. Las dimensiones de la semicolumna, con un diámetro de 0,85 m, nos describen un templo pseudo períptero con columnas quizás de orden toscano (no se han conservado basas ni capiteles) con alturas en torno a los 6 m. y arquitrabes de 0,51 m. Un templo que estuvo levantado sobre un podio forrado con ortostatos de 0,63 m de altura a los que habría que añadir sus correspondientes sillares moldurados inferiores y superiores formando la basa y cornisa del podio hasta una altura total de 1,26 m. Estas proporciones permiten acertadamente a los excavadores rechazar la posibilidad de que estos bloques pertenecieran a un monumento funerario en favor de un templo monumental de piedra construido sobre podio al modo itálico.90 Las excavaciones han documentado que a fines del siglo II a.C. el oppidum de S. Juliá destruyó una parte importante de sus barrios de habitación para, en la ibérico», El mundo púnico. Historia, sociedad y cultura (Cartagena 1990), Murcia, 217-225. La publicación de la inscripción en HEp, 3, 1993, núm. 161 se limita a recoger tres posibles variantes ofrecidas por el editor J. L. Morena: Dea Caelius, Dea Caele(stis) v(otum) s(solvit), Dea Caele(stis) ius(sit). 88 Agustí, B., Burch, J., Merino, J., Excavacions d’urgencia a Sant Julia de Ramis. Anys 1991-1993, Girona, 1995; Agustí, B., Burch, J., Carrascal, C., Merino, J., Navarro, N., «El reompliment de les sitges del Bosc del Congost», Cypsela, 12, 81-98. 89 Burch, J., Nolla, J.M., Palahí, Ll., Sagrera, J., Sureda, M., Vivó, D., Excavacions arqueologiques a la muntaya de S. Julià de Ramis. 1. El sector de l’antiga esglesia parroquial, Girona, 2001. 90 Burch, et alii, cit. n. 89, 98-108, v. especialmente fig. 57: inventario con medidas y figs. 58 y 59: restituciones de alzado y vista ideal del templo (D. Vivó).

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parte central del esperón, levantar una importante obra de aterrazamiento que sustituyó las casas ibéricas por un gran espacio delimitado por un doble muro de 5 m de anchura con tirantes interiores. El arrasamiento de la superficie no permite nuevas precisiones pero resulta posible relacionar esta obra con los bloques reutilizados proponiendo la presencia de un nuevo templo elevado y dominante que pasó a presidir el desfiladero fluvial del Ter y el paso de la vía Heraclea. El lugar continuó siendo intensamente habitado durante varias décadas ya que los niveles superficiales muestran un conjunto cerámico característico, bien datado en la primera mitad del siglo I a.C. pero más tarde la vida del poblado se detuvo bruscamente. Aparentemente, esta última fase urbana se condensó en torno al nuevo templo monumental. El oppidum de S. Julià presidido por el nuevo templo jugaría durante varias décadas un papel importante en la organización territorial de los poblados indicetes y en la gran transformación vivida en esta zona en el ultimo cuarto del siglo II a.C. pero finalmente la creación de Gerunda en la confluencia de los ríos Ter y Onyar ocasionaría su abandono como núcleo habitado en torno a la década de los años 60-50 a.C.91 El templo, no obstante, continuaría existiendo, ahora como un simple santuario suburbano. Para valorar el por qué de la construcción de este templo en S. Julià de Ramis debemos tener en cuenta la interpretación funcional del poblado ibérico preexistente. A dos kilómetros de distancia del oppidum, a la entrada del desfiladero fluvial y en el lugar conocido como Bosc del Congost fue excavado en los años 1991-1992 un yacimiento formado por más de 119 silos amortizados en fechas variadas; 15 de ellos lo fueron en los siglos IV-III a.C. y más 60 a lo largo de los siglos II y I a.C. Los excavadores han valorado este yacimiento exclusivamente en función de su utilización como un centro fiscal de recogida de excedentes agrícolas para el pago del impuesto anual a Roma a lo largo del siglo II a.C., pero resulta evidente que los silos existían ya en este mismo punto en época prerromana. En otros trabajos hemos defendido que el campo de silos del Bosc del Congost al igual que otros yacimientos empordaneses de la misma tipología como Perelada y sobre todo Mas Castellar de Pontós han de ser interpretados como puntos de mercado destinados a la exportación de los excedentes cerealísticos hacia los puertos griegos de Emporion y Rhode. Lugares de concentración de excedentes que surgieron probablemente en torno a santuarios que permitían asegurar la necesaria neutralidad y convocaban a los pobladores del entorno a las distintas fies91

Burch et alii, cit. 89, 139-143.

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tas anuales. En este sentido sacro apuntan tanto las numerosas evidencias cultuales aparecidas en Pontós como un excepcional kalathos ibérico con decoración en relieve de Triptolemos y otros personajes del ciclo eleusino encontrado en Bosc del Congost.92 De esta forma, el templo de piedra tardo-republicano construido en lo alto del oppidum de S. Julià de Ramis no haría sino continuar la misma política que contemplamos en los grandes santuarios ibéricos del sureste: las ofrendas votivas dejadas por los primeros visitantes romanos serían poco a poco convertidas en actividades evergéticas de prestigio que crearon una nueva «escenografía monumental» de los santuarios ibéricos recordando a las poblaciones del entorno tanto el poder de los nuevos dominadores políticos como la fortuna de las elites locales que habían abrazado su causa. Resulta difícil en el caso de S. Julià incluir nuevas precisiones cronológicas o interpretaciones sobre la tipología de un edificio cuya sola existencia y reconstrucción parcial ya puede calificarse como un éxito de la pericia de los excavadores. CIUDADES, TEMPLOS TUSCÁNICOS Y CAPITOLIOS. SAGUNTO, POLLENTIA, TARRACO A imitación de la Urbs, presidida por el venerable capitolio del 509 a.C., una fundación colonial como Cosa, en el 273 a.C., separó claramente la nueva área forense situada en el centro de la ciudad del punto más alto de la misma donde se delimitó un área sacra a modo de acrópolis. Desde esta acrópolis se dirigiría visualmente la centuriación del territorio después de realizar las imprescindibles observaciones rituales desde un auguraculum junto al que se levantó un primer templo de Júpiter. Tras una nueva llegada de colonos en el 197 a.C. este primer templo fue transformado en un templo capitolino de triple cella y planta de proporciones «tuscánicas». Por su parte, el foro de la ciudad de Cosa quedó presidido por un comitium / curia de graderío circular con una plaza rodeada de atria publica a semejanza de lo que ocurría en el propio foro romano.93 Este esquema de imitación de la topografía forense de la Urbs debió de ser popular pues también los foros de Alba Fucens (303 a.C.) y Paestum (fundada como Cosa en el 273 a.C.) aparecen presididos por comitia de graderías Ruiz de Arbulo, J., «Santuarios y fortalezas», cit. n. 46. Brown, F. C., Cosa II. The temples of the Arx, Roma, 1960; Id., Cosa. The making of a roman town, Michigan, 1980. Cf. Ruiz de Arbulo, J., «El templo del foro de Ampurias y la evolución de los foros republicanos», Cuadernos de Arquitectura Romana, 1, 11-37. 92

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circulares sin presencia de grandes templos coetáneos. Pero también conocemos pequeñas colonias que fueron fundadas estrictamente como asentamientos militares de vigilancia de costas y vados fluviales como Ostia (c. 338 a.C.), Terracina (329 a.C.), Minturnae (296 a.C.) o Pyrgi (c. 247 a.C.) que muestran plantas regulares de tipo militar y en las que aparecerá como elemento destacado central la presencia de un templo sobre podio que tendremos que relacionar con el culto a Júpiter o a la tríada capitolina.94 A lo largo del siglo II a.C., la actividad legislativa y judicial del comitium se trasladó a la plaza forense y paralelamente dejaron de construirse comitia en las colonias romanas. En Paestum el gran templo sobre podio que antes hemos mencinado sustituyó al comitium en la escenografía de la plaza y en los nuevos foros de Minturnae (post. 191 a.C.) o Luna (177 a.C.) las plazas forenses pasaron a ser presididas por grandes templos capitolinos rodeados por tripórticos de doble nave.95 Esta misma escenografía se trasladó a las ciudades hispanas en las que conocemos tres templos de planta capitolina construidos a fines del siglo II e inicios del siglo I a.C.: Sagunto, Pollentia y ahora también Tarraco. La identificación como un capitolio de un templo tuscánico o etrusco-itálico con triple cella se apoya lógicamente en el modelo del capitolio romano del 509 a.C. y en la necesidad de valorar funcionalmente el uso de la triple cámara de culto. Cuando un templo de estas características se sitúa presidiendo una plaza forense sin duda esta posibilidad resulta la más lógica y aceptable, aun cuando falten, como suele ocurrir en Hispania, evidencias epigráficas, escultóricas o citas textuales. No falta entre los estudiosos la discusión sobre si debe admitirse o no la presencia de un capitolio en ciudades que no gozaran del estatuto de colonias romanas.96 Pero no siempre la identificación de un edificio público de planta tripartita como un capitolio resulta suficiente. En los años setenta, los nuevos trabajos arqueológicos emprendidos en el amplio solar de la ciudad de Itálica, bajo la vecina Santiponce, permitieron documentar toda la secuencia estratigráfica del yacimiento. En aquellos años, las ceramicas turdeta94 Von Hesberg, H., «Zur Plangestaltung der coloniae maritimae», Römische Mitteilungen, 92, 1985. 95 Ruiz de Arbulo, «El templo del foro de Ampurias», cit. n. 93. 96 Para la identificación y simbolismo de los templos capitolinos ver los trabajos «clásicos» de Cagiano di Azevedo, M., I capitolia dell´Impero romano, MemPontAcc, 5, 1941, 19-95; Bianchi, U., «Disegno storico del culto capitolino nell´Italia romana e nelle province dell´Impero», Memorie della Accademia dei Lincei, 346, 1949, 349-415; Barton, I. M. (1982): «Capitoline temples in Italy and Provinces», ANRW, II, 11, 1, 239-334.

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nas presentes en los niveles más antiguos, todavía mal conocidas, eran datadas exclusivamente en función de considerar todo el yacimiento como una creación ex novo de Escipión en los años 206-205 a.C. según la cita de Apiano.97 Entre los hallazgos, llamó la atención un edificio singular, de grandes dimensiones y con tres naves paralelas, excavado por M. Bendala en el Pajar de Artillo que fue considerado el capitolio republicano de la ciudad.98 Estudios posteriores han permitido revisar esta hipótesis gracias a un mejor conocimiento de los materiales cerámicos aparecidos que deben fecharse en el siglo IV a.C.99 Aun así, la presencia de uno o varios templos públicos que presidieran la Itálica republicana puede ser defendida en primer lugar por la famosa acrotera de terracota con una itálica Potnia Theron que publicara Laumonier en 1921,100 en una ciudad que debió recibir dones prestigiosos como documenta un famoso epígrafe italicense, copia adrianea de un monumento del siglo II a.C., en el que un imperator tardo-republicano dedicaba en la ciudad un elemento suntuario (ya fuera una escultura o una pieza decorativa tipo crátera o candelabro marmóreos) procedente del saqueo de Grecia.101 Necesariamente hemos pues de imaginar que el foro tardo-republicano de Itálica debía estar «preparado» para recibir ofrendas tan preciadas. En Sagunto, la plaza forense que monumentaliza97 Apiano, Iber., 37: «Los romanos enviaron magistrados anuales a los pueblos de Hispania sometidos, y esta costumbre comenzó ahora poco antes de la 104 Olimpiada... Escipión, dejándoles un pequeño ejército, como correspondía a tiempos de paz, estableció los heridos en una ciudad que, pensando en Italia, llamó Itálica, patria de Trajano y de Adriano, que más tarde obtuvieron el imperio romano». 98 Bendala, M., «Un templo en Itálica de época republicana», XIII CNA (Huelva 1973), Madrid, 1975, 861-868; id., «Excavaciones en el Cerro de los Palacios», AA.VV., Italica (Santiponce, Sevilla), EAE, 121, 29-74. La investigación de este edificio llevó a M. Bendala a revisar el tema de los capitolios hispánicos, tanto desde la vertiente epigráfica como en las novedades arqueológicas de ciudades como Carteia, Pollentia, Sagunto, Emporiae, Clunia, etc., v. Bendala, M., Capitolia Hispaniarum, Anas, 2-3, 1989-1990, 11-36. 99 Keay, S., «Early Roman Italica and the romanisation of western Baetica», Caballos, A. y León, P. (eds.), Italica MMCC (Sevilla 1994), Sevilla, 1997, 28-30 (traducción castellana: 183-195). 100 Laumonier, A., «Une antefixe en terre cuite provenant d’Italica», Revue des Etudes Anciennes, 23, 1921, 273-280. 101 ILLRP 331 / CIL I, 630=546 / CIL II, 1119: [L(ucius) Mumm]ius L(ucii) F(ilius) Imp(erator) / [ded(it) Co]rintho capta / [vico ital]icensi. El donante pudo ser el propio cónsul L. Mummio con materiales procedentes del saqueo de Corinto en el 146 a.C. según la lectura «clásica» del epígrafe propuesta por Mommsen para el CIL I. También se ha propuesto con una lectura algo más arriesgada que se tratara de Paulo Emilio con materiales procedentes de Zacynthos, Canto, A., «Un nuevo documento de Paulo Emilio en la Hispania ulterior: CIL I, 546=CIL II, 1119», Epigrafía Hispánica de época romano-republicana, (Zaragoza 1982), Zaragoza, 1983, 227-234.

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ría la familia local de los Baebii en el siglo I d.C. estaba ya presidida como mínimo desde fines del siglo II a.C. por un magnífico templo de planta tripartita que presidía la acrópolis saguntina y su plaza pública tardo-republicana con la nueva ciudad situada a sus pies.102 En esas fechas, Sagunto era una civitas foederata reconstruida a expensas del Estado Romano tras la destrucción anibálica según recuerda Livio (28, 39) y más tarde convertida por Augusto en municipio. El edificio se encuentra muy arrasado ya que estaba colocado en el límite de la explanada, junto a la gran pendiente que descendía hacia la ciudad y sólo se han conservado del mismo las primeras hiladas de su cimentación, habiendo desparecido del mismo toda obra de sillería y aparato decorativo. Delante de sus restos pudo documentarse la presencia de una cisterna transversal, con paredes revestidas de opus signinum y rellenada con un vertedero votivo de cerámicas datables en torno al año 100 a.C. que proporciona una fecha ante-quem para la construcción del edificio. La posición axial del templo respecto a la plaza forense, su planta canónica con triple cella trasera, pronaos delantero, dos antas para encajar la escalera de acceso y sus dimensiones con tendencia a un cuadrado (11,90 x 14,28 m) definen claramente un templo tuscánico de proporciones vitrubianas. La mayor anchura de la cella central respecto a las laterales (2,5 y 2 m, respectivamente) cuadra bien con la disposición del edificio cuya planta superior correspondería probablemente a un templo próstilo con fachada tetrástila simple y triple cella trasera, pero sin que pueda excluirse una solución in antis, mediante una prolongación de los muros laterales hasta el inicio del pronaos o incluso con una cella central provista de dos alae laterales. De cualquier forma, todas estas soluciones se insertan directamente en las características propias de los templos tuscánicos y etrusco-itálicos. La dispersión de los hallazgos de época ibérica en la acrópolis saguntina –hoy ocupada por la gran ciudadela de época moderna– ha permitido ubicar con cierta precisión el recinto ocupado por la ciudad ibérica de Arse en los siglos IV-III a.C., es decir la Sagunto atacada por Aníbal, en el centro de la colina saguntina. Pero en la ladera sobre la que se levantó 102 Aranegui, C., Sagunto, Stadtbild und Ideologie. Die Monumentalisierung hispanischer Städte zwischen Republik und Kaiserzeit (Madrid 1987), Munich, 1990, 241-250; Id., «Un templo republicano en el centro cívico saguntino», Templos Romanos en Hispania. Cuadernos de Arquitectura Romana, 1, Murcia, 1992, 67-82; Sobre la ciudad v. también Aranegui, C., Sagunto, oppidum, emporio y municipio romano, Barcelona, 2003. Emisiones monetales en Ripollés, P.P. y Llorens, M. M., Arse-Saguntum. Historia monetaria de la ciudad y de su territorio, Sagunto.

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el templo romano, y a los pies del mismo, han aparecido igualmente contextos estratigráficos asimilables con un lugar de culto prerromano, un santuario suburbano situado en este sector.103 La ubicación pues de este templo saguntino no fue casual sino que podemos interpretarla ciertamente en el contexto de una nueva urbanización de la ciudad a expensas de Roma en un sector vecino al que hasta entonces había ocupado la ciudad. Un templo de estas características, con una datación del siglo II a.C. y en una ciudad emblemática cuya reconstrucción había sido asumida por el propio Senado debía responder a patrones muy precisos. Al igual que ocurriera en Carteia, y en las reconstrucciones forenses de la propia Roma, los gobernadores provinciales surgidos de la clase senatorial preconizaban en Hispania la construcción de templos itálicos tradicionales en lugar de novedades edilicias de patrones helenísticos. Esta tradición «romana» se mantuvo hasta finales del siglo II a.C. según podemos ver en el ejemplo del templo forense de Pollentia. En el año 123 a.C., coincidiendo con el mandato tribunicio de C. Graco, Q. Cecilio Metelo ocupaba la isla de Mallorca para acabar con el problema endémico de la piratería. Dos años después, en el 121 a.C., Metelo triunfaba en Roma ex baliaribus y en la isla se fundaban dos ciudades portuarias que pasaban a controlar las dos bahías principales con una población inicial según Estrabón (3, 5, 1) formada «por tres mil colonos sacados de entre los romanos de Iberia».104 La topografía urbana de la Palma romana, oculta bajo la ciudad contemporánea nos resulta todavía poco conocida pero no así la de Pollentia cuyo solar en La Alcudia de Mallorca ha podido ser excavado de forma casi continua desde los años cincuenta.105 En los años ochenta, la posición del foro pudo ser deducida a partir de los hallazgos epigráficos y sus restos localizados bajo una densa necrópolis tardo-romana.106 Actualmente el foro de Pollentia se dibuja como una plaza alargada con dos 103 Aranegui, C., «Nuevos datos sobre el templo republicano de Sagunto (Valencia)», Theorie et Pratique de l’Architecture Romaine. Etudes offerts à Pierre Gros, Aixen-Provence, 2003, 133-140. 104 Ver en general García Riaza, E. y Sánchez, M. L., Roma y la romanización de las Baleares, Palma de Mallorca, 2000; Orfila, M., Chavez, M. E., Cau, M. A., «Pollentia and the cities of the Balearic Islands», Early Roman Towns in Hispania Tarraconensis, JRA Suppl. Series, 62, Portsmouth, 2006, 133-145. 105 Arribas, A.; Tarradell, M., Woods, Pollentia I. Excavaciones en Sa Portella. Alcudia, Mallorca, EAE, 75, Madrid, 1973; Ids., Pollentia II. Excavaciones en Sa Portella. Alcudia, Mallorca, EAE, 98, Madrid, 1978. 106 Arribas, A.; Tarradell, M., «El foro de Pollentia. Noticias de las primeras investigaciones», Los Foros Romanos de las Provincias Occidentales (Valencia 1986), Madrid, 1987, 121-136.

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pórticos laterales entre insulae de habitación, presidida en uno de sus lados menores por un gran templo sobre podio, desgraciadamente muy expoliado, cuyas cimentaciones dibujan una triple cella y un amplio pronaos con doble columnata frontal tetrástila.107 Junto al templo se construyeron otros templos más pequeños, uno en posición paralela junto a su esquina derecha trasera y otro en posición perpendicular algo más adelantado.108 Un artículo reciente de R. Mar y M. Roca ha estudiado las estructuras fundacionales de este foro de Pollentia.109 Llama la atención en la disposición de este templo forense la ausencia de pórtico trasero ya que el podio del templo limita con una calle trasera perpendicular sirviendo la propia mole del edificio como fachada del espacio forense. El podio rectangular mide 23,4 m de longitud por 18,2 m de anchura. La planta del templo superior que puede dibujarse a partir únicamente de esta cimentación conduce una vez más a las diferentes variantes tuscánicas o etrusco-itálicas, ya fuera un templo de triple cella con doble pronaos tetrástilo, bien como una solución in antis en el pórtico interior y fachada tetrástila, o quizás también como un templo in antis con doble columnata interior y paredes laterales prolongadas hasta la fachada. De cualquier forma, para una cronología de fines del II a.C., la primera de estas tres disposiciones parece la más probable. Delante del gran podio, en posición lateral y perfectamente orientada respecto a los puntos cardinales se ha documentado una plataforma rectangular de sillares (5,20 x 3,40 m) que ha podido ser identificada como el auguraculum fundacional desde el que se realizaron las primeras observaciones rituales imprescindibles para la fundación110. Una vez más contemplamos la adopción directa de un modelo de la edilicia sacra romana aquí unido a la más pura tradición religiosa itálica. Tarraco, la fundación de los Escipiones no ha proporcionado demasiadas evidencias de su fase tardo-republicana más allá de la magnífica conservación del circuito murado del castrum romano del siglo II a.C., a su vez levantado junto a un oppidum iberico prerromano que dominaba la vaguada portuaria desde la parte inferior de la colina tarrconense. En este sector se construiría el foro de la ciudad imperial del que conocemos una gran basílica jurídica con triple nave, ambulacrum perimetral y tribunal axial excaArribas, Tarradell, cit. n. 105, figs. 2 y 3. Orfila, M., Arribas, A. y Cau, M. A., «El foro romano de Pollentia», AEspA, 62, 1999, 99-118. 109 Mar, R. y Roca, M., «Pollentia y Tarraco. Dos etapas en la formación de los foros de la Hispania romana», Empuries, 51, 1998, 105-124. 110 Mar y Roca, Pollentia y Tarraco, cit. n. 109, 110, fig. 4 y 112-114. 107

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vada por Mn. Serra Vilaró en los años treinta. En el marco de un nuevo proyecto de investigación hemos realizado en los años 2003 y 2004 dos campañas de limpieza, dibujo y excavación en el recinto arqueológico del Foro de Tarraco que han permitido la identificación del capitolio de la ciudad.111 Se trata de los restos de un gran podio vecino a la basílica forense que en la actualidad permanecían semiocultos en uno de los límites del recinto arqueológico. Una vez efectuada su cuidadosa limpieza y dibujo podemos ahora definir estos restos como la parte posterior del podio de un templo tardo-republicano de tipo peripteros sine postico, sin columnata de fondo y con dos columnatas laterales, flanqueando una triple cella central; un templo que a su vez fue levantado con muros de sillería sobre los restos precedentes de un edificio formado por una hilera de cuatro cámaras pavimentadas en opus signinum, cuyo uso nos resulta todavía difícil de precisar. En época imperial, el templo tardo-republicano sería reformado ab fundamentis, respetando el perímetro de su podio pero construyendo ahora sobre el mismo un nuevo templo de triple cella sin columnatas laterales, de planta cimentada sobre gruesas banquetas de opus caementicium. Todo este conjunto de cimentaciones aparecen hoy superpuestas en el interior de un podio ya desprovisto de su forro de sillería exterior y colindante con un eje viario decumano enlosado. Antes de la construcción del gran podio existía aquí un edificio compuesto por un mínimo de cuatro cámaras o habitaciones contiguas, todas ellas pavimentadas con opera signina y construidas sobre rellenos homogéneos de tierra de entre 1 y 2 m de potencia. Hemos podido ver estos rellenos cortados limpiamente por las trincheras posteriores pero lógicamente no nos ha sido posible excavarlos por estar situados bajo los pavimentos de opus signinum. La limpieza cuidadosa de los perfiles de las trincheras tampoco nos ha permitido distinguir en ellos materiales arqueológicos. Aparentemente, la anchura de este primer edificio (aprox. 19 m) no sobrepasó las dimensiones del podio posterior. La alineación de los muros coincide también en ambos casos. ¿Se trata simplemente de una gran casa o pudo tratarse quizás de un primer edificio público? No podemos de momento responder. Si se hubiera tratado de cuatro cámaras independientes cada una con sus propios muros hubiera sido muy fácil identificar

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111 Ruiz de Arbulo, J., Vivó, D., Mar, R., «El capitolio de Tarraco. Identificación y primeras observaciones», Vaquerizo, D. y Murillo, J. F. (eds.), El concepto de la provincial en el mundo antiguo. Homenaje a Pilar León, Córdoba, 2006, 391-418. Reproducimos literalmente a continuación algunas observaciones contenidas en este trabajo.

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cuatro templetes o edículos pero aquí las cuatro cámaras comparten los muros que las separan y estos son de obra muy sencilla. La ausencia total de elementos arquitectónicos relacionables tampoco ayuda a defender ninguna posibilidad, aun cuando resulta inevitable recordar modelos semejantes en la edilicia ibérica y tardo-repúblicana, como el edificio ibérico de tres cámaras aparecido en el Pajar de Artillo de Santiponce, el supuesto capitolio de la Italica vetus que hemos comentado anteriormente;112 el magnífico edificio tardo-republicano de cinco cámaras con pórtico toscano delantero de la acrópolis de Contrebia Belaisca (Botorrita)113 o el edificio monumental de sillería con cuatro naves paralelas construido en torno al 100 a.C. en el primer foro de Valentia, ambos edificios interpretados por igual como grandes horrea o almacenes públicos.114 Los pavimentos que observamos en el interior del podio tarraconense pueden corresponder perfectamente a una domus pero también son característicos de cellae de templos. Con la construcción del gran podio en sillería la situación cambió radicalmente. Los pavimentos de este primer edificio con cuatro cámaras fueron cortados limpiamente por una serie de trincheras regulares destinadas a los muros de cimentación de lo que ahora sí que podemos definir ya como un primer gran templo. A lo largo de la calle adyacente aparece una larga banqueta formada por piedras pequeñas pero muy bien unidas entre sí que regularizaba el desnivel de la roca sobre la que se levantaba un muro de sillares cuyas improntas han quedado marcadas en la banqueta posterior de opus caementicium adosada al mismo. De este muro longitudinal arrancan en los extremos dos grandes muros que han conservado todavía los sillares que los formaban. Uno de ellos es un magnífico muro de aterrazamiento con sillares de 2 m de longitud colocados de través y adosados a la roca recortada verticalmente. En el interior del podio, arrancan cuatro nuevos muros de sillería construidos en el interior de trincheras abiertas en el edificio anterior. En el fondo de estas trincheras se colocaron banquetas de piedras irregulares idénticas a las halladas en el perímetro exterior para lograr superficies de base horizontales para apoyar muros de Ver n. 98. Beltrán, A., «El gran edificio de adobe de Contrebia Belaisca (Botorrita): hipótesis y estado de la cuestión», MZB, 1, Zaragoza, 1982, 95-108; Beltrán Lloris, M., «El valle medio del Ebro y su monumentalización en época tardo-republicana y augustea», Stadtbild und Ideologie. Die Monumentalisierung hispanischer Städte zwischen Republik und Kaiserzeit (Madrid 1987), Munich, 1990, 179-206. 114 Ribera, A., La fundació de València. La ciutat a l´època romanorepublicana (segles II-I a.C.), Valencia, 1998, 450-469. 112

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cimentación formados por alineaciones de grandes sillares de talla irregular. La anchura total de este podio, medida de extremo a extremo, es de 29,79 m. Las anchuras entre-ejes de sus muros transversales muestran una disposición claramente regular. Se trata de cinco espacios organizados en torno a una cámara central de 5,5 m de anchura, seguida por dos cámaras de 4,83 m de anchura y dos espacios en los extremos también de 4,90 m de anchura cada uno. Una planta que conduce de forma inmediata a definir la parte posterior de un templo de triple cella, pórticos laterales y muro corrido trasero (peripteros sine postico), un templo orientado N / S y abierto hacia el vecino puerto. El templo quedaba enmarcado por un muro de sillería que se prolongaba lateralmente provisto de pilastras de base moldurada cerrando una plaza en torno al mismo y siriviendo de separación a una calle trasera adyacente pavimentada con pequeñas losas. Parece así definirse la presencia de un area sacra abierta en torno al templo definida por un muro perimetral decorado con pilastras pero sin la presencia inmediata de pórticos, al menos contra el muro de fondo. Resulta importante resaltar que la planta del templo, con la triple cella rodeada por las columnatas laterales era hasta ahora propia, por lo que sabíamos, únicamente del gran capitolio de Roma y desconocida en el resto de la edilicia sacra tardo-republicana en Italia, cuyos tipos adoptaban otras variantes diferentes de la tradición etrusco-itálica. Un hecho que sin duda resulta significativo y sobre el que tendremos de nuevo que reflexionar. Este templo republicano fue completamente reformado en los inicios de la época imperial, en un momento que no podemos datar estratigráficamente, siendo sustituido por un nuevo edificio asentado sobre grandes banquetas de opus caementicium. La planta original fue completamente reformada pero se mantuvieron la anchura y dimensiones originales del podio. El muro trasero de sillería que delimitaba con la vecina calle fue complementado con una banqueta adosada interiormente de opus caementicium de 1,30 m de anchura. El viejo muro de fondo actuaría ahora únicamente como obra de forro del nuevo podio. En el interior del podio, se construirían a distancias regulares dos nuevas y gruesas banquetas de hormigón (1,70 y 2 m de anchura). Con esta reforma, el edificio pasó a ser un templo de triple cella, próstilo y pseudo períptero, manteniendo una planta de 29,79 m de anchura total de extremo a extremo, definida por cuatro grandes muros paralelos con una cella central de 8,82 m de anchura enmarcada por dos cellae laterales de 6,89 m. Podemos así afirmar que a fines del siglo II a.C.

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/ inicios del siglo I a.C. la plaza forense de Cese / Tarraco pasó a estar dominada por un imponente templo en la más pura tradición itálica, un templo levantado sobre un podio, con triple cella y planta períptera de seis columnas frontales pero sin columnata trasera, es decir un templo peripteros sine postico.115 Un capitolio que mantiene bien las proporciones «antiguas» con una sala central de mayor anchura para Júpiter flanqueada por dos cellae algo más estrechas destinadas a Juno y Minerva. Su posición y orientación permitían que este templo presidiera no tan solo la plaza forense sino también el vecino puerto de la ciudad y la llegada a Tarraco desde el mar. Su situación al fondo de la plaza, sin el marco arquitectónico helenístico de un tripórtico de doble nave como los existentes rodeando los templos forenses republicanos de Minturnae o Luna recuerda la situación del templo de Júpiter presidiendo el foro de Pompeya o la ordenación muy simple del primer foro de Pollentia que acabamos también de mencionar. Al definir este templo tarraconense como un capitolio parece que deberíamos a priori relacionarlo directamente con la formación de la colonia cesariana en fechas inmediatamente posteriores al 48 a.C.116 Sin embargo, el pavimento situado en la plaza entorno al templo, junto al muro de pilastras, proporciona una fecha más antigua, de fines del siglo II a.C. El primer templo presenta también un carácter «antiguo» tanto en su planta como en la utilización exclusiva de sillería en los muros de cimentación incluidos en el podio, una técnica idéntica a la utilizada en los capitolios de Cosa y Minturnae y que a mediados del siglo I a.C. debería haber ya dejado paso a la utilización del opus caementicium al menos para las cimentaciones. En Tarragona esta nueva técnica se utilizó únicamente en la segunda reforma del templo. Una ciudad provincial del siglo II a.C. de la importancia de Cese / Tarraco tenía que poseer templos importantes, y ahora queda probado que uno de ellos, situado en la principal plaza pública y presidiendo la vaguada portuaria poseía una explícita planta monu115 Hemos de señalar la excepcionalidad de este tipo concreto de planta entre los templos itálicos. Tan sólo el gran capitolio de Roma tras su restauración por Catulo en el 69 a.C. utilizando las columnas del Olimpieion ateniense adoptó esta planta particular con una amplia pars antica ocupada por tres hileras sucesivas de seis columnas cada una, prolongadas con dos columnatas laterales que rodeaban la triple cella de la pars postica y un gran muro de cierre trasero. Normalmente, los templos itálicos con triple cella carecían de columnatas laterales. 116 Cf. Ruiz de Arbulo, J., Mar, R., Domingo, J., Fiz, I., «Etapas y elementos en el desarrollo monumental de la ciudad de Tarraco (s. II a.C.- I d.C.)», Ramallo, S. (ed.), La decoración arquitectónica en las ciudades romanas de Occidente (Cartagena 2003), Universidad de Murcia, Murcia, 2004, 115-152.

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mental sobre podio y con triple cella. El problema radica en considerar que esta planta sea suficiente para asegurar el carácter capitolino del templo, ya que en esas fechas Cese / Tarraco era una ciudad «mixta», con estatuto libre o federado, que todavía no había alcanzado el título de colonia, por muy importante que fuera el conventus civium romanorum instalado en la misma. EL FORO REPUBLICANO DE AMPURIAS A fines del siglo II a.C., Emporion / Untica, la vieja ciudad focense e ibérica instalada en el golfo de Rosas vió levantarse a poca distancia de la misma una ciudad de nueva planta, con retícula ortogonal y limitada por una muralla de paramentos de opus caementicium sobre un zócalo de bloques en disposición poligonal.117 Sustituía a un castrum anterior rodeado por una extensa área ocupada por silos. Esta nueva ciudad tenía una planta doble, ya que constaba de dos barrios diferenciados separados por una muralla transversal interior y ha de ser interpretada como el resultado final de la política romana respecto a los asentamientos ibéricos indicetas –Ullastret, Mas Castellar de Pontós, Perelada–, paulatinamente abandonados a lo largo del siglo II a.C. en un proceso que se inició con la represión por el cónsul Catón de la rebelión ibérica del 197 a.C. y se prolongó probablemente otorgando a la aliada Emporion el control sobre un extenso territorio que incluía a la vecina Rhode y alcanzaba las vertientes pirenaicas.118 La construcción de esta nueva ciudad convirtió durante varios decenios a «las Ampurias» en una singular tetrápolis compuesta por dos ciudades dobles, ya que junto a la nueva ciudad ahora descrita, la vieja Emporion unía su recinto doble de Palaiapolis y Neápolis.119 Posteriormente, la llegada de un nuevo contingente de veteranos cesarianos tras la batalla de Munda (45 a.C.) provocaría la unificación de los núcleos en un único municipium Emporiae. Esta nueva ciudad emporitana de fines del siglo II a.C., probablemente construida para albergar una población heterogénea de elementos itálicos e ibéri117 Ver como trabajo general sobre la ciudad Mar, R., Ruiz de Arbulo, J., Ampurias Romana. Historia, Arquitectura y Arqueología, Sabadell, 1993, 203 y ss. 118 Ruiz de Arbulo, J., «Emporion. Ciudad y territorio (s. VI -I a.C.). Algunas reflexiones preliminares», Revista d’Arqueologia de Ponent, 2, 1992, 59-74. 119 Ruiz de Arbulo, J., «La evolucion urbana de Emporion en epoca tardo-republicana. La complejidad de una tradición», De les estructures indigenes a l’organització provincial romana de la Hispania citerior. Homenatge a Josep Estrada (Granollers 1990), Itaca. Annexos, 1, Barcelona, 1998, 539-554.

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cos, contó con una plaza forense sistematizada en posición central respecto a la retícula urbana. En su primera fase, tal como pudimos comprobar en las excavaciones de 1982, el foro estaba presidido por un templo axial sobre podio de sillería con molduras de cyma reversa rodeado por un tripórtico de doble nave y en su extremo opuesto por una hilera de tabernae con las puertas abiertas a la plaza.120 El estudio metrológico de este podio, construido con pies itálicos de 27,5 cm frente a los pies romanos utilizados en la retícula urbana con insulae de 1 x 2 actus, el estilo de la moldura de base y las columnas toscanas finamente talladas en piedra local del tripórtico que rodeaba al templo conducen necesariamente por criterios metrológicos, estilísticos y compositivos tanto a los modelos de la edilicia forense itálica del siglo II a.C. en Minturnae y Luna como a las molduras de los grandes santuarios documentados en el Samnio en la segunda mitad del siglo II a.C. y nos permitió en su momento imaginar que fuera una officina campana la encargada de su realización.121 Frente a los casos citados en Saguntum, Pollentia y Tarraco, el foro de la ciudad republicana de Ampurias presenta ya una mezcla articulada de elementos itálicos y helenísticos, con la utilización del tripórtico de doble nave como marco arquitectónico del templo central sobre podio, un templo de cella única que lógicamente debía estar consagrado a Júpiter.122 120 Aquilué, X., Mar, R., Nolla, J. M., Ruiz de Arbulo, J., Sanmartí, E., El Forum Roma d’Empuries (Excavacions de l’any 1982), Barcelona, 1984; Mar y Ruiz de Arbulo, Ampurias Romana, cit. n. 117, 203 y ss. 121 Mar, R. y Ruiz de Arbulo, J., «El foro republicano de Empúries. Metrología y composición», Protohistoria Catalana. 6e Col.loqui Internacional d’Arqueologia de Puigcerdà (1984), Puigcerda, 1986, 367-374; Mar, R. y Ruiz de Arbulo, J., «El foro de Ampurias y las transformaciones augusteas de los foros de la Tarraconense», Stadtbild und Ideologie. Die Monumentalisierung hispanischer Städte zwischen Republik und Kaiserzeit (Madrid 1987), Munich, 1990, 145-164; Cf. Mar y Ruiz de Arbulo, Ampurias Romana, cit. n. 117, 203 y ss. 122 Estas fueron las conclusiones resultantes de los trabajos arqueológicos realizados a principios de los años ochenta y basados en una única campaña de excavación realizada en el año 1982. Pero en los años noventa los trabajos en el foro emporitano han continuado de forma continuada hasta conseguir delimitar la planta completa del recinto. Aquilué, X. y Monturiol, J. (coords.), Forum Emporiae MMIV. El Forum Romà d’Empuries, 2004 anys d’historia (Catal Expos. Empuries 2004), Girona, 2004, 32 y ss. En este proceso han surgido una gran cantidad de nuevas evidencias que todavía y desgraciadamente permanecen inéditas en su práctica totalidad. De lo único publicado hasta ahora emergen como datos esenciales la importancia del campo de silos situado bajo la plaza forense y en su entorno inmediato y una nueva propuesta de datación del templo forense emporitano en época cesariana a partir de nuevos materiales cerámicos aparecidos en el relleno del podio, pero también se propone una construcción en fases distintas del tripórtico perimetral del templo que nos

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SEDES COLEGIALES PARA LOS NEGOTIATORES La romanización, entendida como el dominio permanente por Roma de una nueva provincia, implicaba en primer lugar la fijación del tributo anual exigido a los provinciales y el control de los grandes recursos naturales como minas, canteras y pesquerías de aguas dulces. A lo largo del siglo II a.C., bajo la dominación romana, surgiría así una nueva categoría social en el ámbito de las provincias hispanas que sabemos por ejemplo plenamente activa y dominante en las ciudades mineras como Carthago Nova o Corduba. En Cartagena, familias como los Aquinii, los Messii, Planii o Atellii sellaban con sus nombres los lingotes de plomo procedentes de las minas de La Unión y otro tanto ocurriría más tarde en Córdoba con las grandes familias propietarias de minas en Sierra Morena como los Persini Marii, los Annaei o el monopolio formado por la societas sisaponensis, responsable única de la extracción y envío a Roma para su refinado del mercurio de Almadén. Bajo el control judicial y militar del gobernador provincial, las societates publicanorum integradas mayormente por personajes del orden ecuestre constituían grupos financieros que pugnaban en subasta ante el censor de Roma por conseguir los contratos quinquenales de aprovisionamiento del ejército, recogida de impuestos y peajes o realización de nuevas obras públicas en las provincias.123 Junto a ellos operaba un censo importante de cambistas y banqueros que poco a poco fueron controlando las principales actividades financieras en las provincias.124 Un grupo diferenciado fue el de los grandes mercaderes marítimos, los negotiatores, implicados en el importante tráfico de esclavos, el comercio del grano y la exportación de los vinos y aceites itálicos acompañados de artesanías cerámicas desde las costas de Etruria, Lacio, Campania y Apulia hacia todos los puntos del Mediterráneo, teniendo en el puerto franco de Delos uno de sus principales enclaves externos. En este grupo participaban por igual las elites itáliresulta incomprensible y no podemos de ninguna manera compartir. La corrección o matización de las hipótesis hasta ahora defendidas deberá esperar pues esta publicación emporitana que nos permita entender correctamente las evidencias arqueológicas. 123 Polibio, 6, 17, 2-4; Cimma, M. R., Ricerche sulle società di publicani, Milán, 1981; Mateo, A., Manceps, redemptor, publicanus. Contribución al estudio de los contratistas publicos en Roma, Santander, 1999. 124 Es el ambiente que Cicerón describe en la Galia en la década de los años 80-70 a.C. al defender al pretor Fonteyo: «La Galia está llena de comerciantes... ningún galo hace un negocio sin la intervención de una ciudadano romano, ningún sextercio cambia de mano en la Galia sin que conste en los registros de los ciudadanos romanos» (Cicerón, Font. 1, 12).

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cas procedentes de un buen número de ciudades pero separados de los publicanos por no poder acceder a los privilegios reservados a la ciudadanía romana lo que finalmente provocaría la Guerra de los Aliados del 90-89 a.C. Sólo entonces Roma adoptaría las necesarias medidas correctoras a través de las leyes Julia y Calpurnia sobre ciudadanía a los aliados. En las principales ciudades provinciales comenzaron a desarrollarse los conventus civium romanorum, agrupaciones que designan a los ciudadanos romanos residentes, normalmente banqueros, tratantes de esclavos y comerciantes marítimos.125 Junto a ellos también aparecieron las sodalitates sacrae o corporaciones económicas de base religiosa documentadas epigráficamente en Minturnae y Capua pero sobre todo en Delos.126 A partir del 166 a.C., bajo la fórmula jurídica de un puerto franco bajo la administración ateniense, Roma convirtió a Delos en el gran mercado de esclavos del Egeo. Negociantes de todos los orígenes llegaron en tropel y con ellos sus dioses nacionales. En la lápida CIG 2271, los Herakliastai de Tiro (Melkart / Heracles era la divinidad nacional tiria), agradecían los servicios de Patrón por las gestiones realizadas ante la autoridad ateniense para conseguir delimitar y consagrar un témenos a Melkart, reuniéndose con anterioridad la asociación en el gran templo de Apolo. Los hombres de negocios itálicos actuaron de la misma forma y bajo los epítetos de Apoloniastas, Hermaistas o Poseidoniastas aparecen en Delos listados de miembros de origen libres y servil integrados en distintas sodalitates sa125 Plutarco, Cat. min. 40-41, describe esta agrupación en Utica, la ciudad rendida a Roma en el 149 a.C. con ocasión de la Tercera Guerra Púnica convertida en capital de la nueva provincia de Africa. Fue una de las plazas fuertes de los pompeyanos en la guerra contra César en el 45 a.C. bajo el mando de Catón el menor. Ante la división de facciones que se vivía en la ciudad, con unos sufetes adictos a Pompeyo y una plebe procesariana, Catón pidió ayuda al conventus civium romanorum local, una asamblea de 300 miembros, descritos por Plutarco como «ciudadanos romanos ocupados en el Africa en el comercio y en el cambio, gentes de mar y de negocios cuya riqueza consistía en esclavos en su mayor parte». Al llegar ante la ciudad las tropas cesarianas al mando de Curión había en el puerto de Utica más de 200 naves (César, Civ. 25) lo que nos confirma la importancia económica de la ciudad y del tráfico marítimo tardo-republicano. Ver este y otros ejemplos en Mar y Ruiz de Arbulo, Ampurias Romana, cit. n. 117, 258-263. 126 Minturnae: CIL I-2 2678-2707; Capua: CIL I-2, 672691; CIL I-3, 2944-2949; Cf. Flambard, J. M., «Les colleges et les elites locales à l’époque republicaine d’apres l’exemple de Capoue», Les bourgeoisies municipales italiennes aux II et Ier siecle av. J.-C., Nápoles, 1981, 75-89; Id., «Observations sur la nature des magistri italiens de Délos», Delo e l’Italia, II, Roma, 1982, 67-77. Para los casos hispanos y su contextualización ver ahora el completo trabajo de Diaz, B., «Heisce magistreis. Aproximación a los collegia de la Hispania republicana a través de sus paralelos italianos y delios», Gerion, 22-2, Madrid, 2004, 447-478.

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crae en las que hemos de reconocer a los delegados de auténticas empresas dedicadas a la exportación / importación marítimas127. Pero sobre todo ha sido la excavación de la sede de los Poseidoniastas de Beritos (Beirut) la que ha permitido conocer con detalle la organización helenística de una de estas sedes nacionales.128 El edificio, construido en torno al 110 a.C., incluía un patio con peristilo dórico y cisterna inferior, salas de almacenaje, gran sala de reuniones y en un lateral una estructura de culto con cuatro capillas dedicadas a Herakles/Melkart, Afrodita/Astarté, Poseidón y la Diosa Roma. Las funciones del edificio parecen claras: residencia, sede colegial, lonja de contratación, altares garantes de los juramentos y almacenes. La voluntad por parte de los mercaderes de rendir culto a sus respectivos dioses nacionales pueden ser entendida simplemente como un sentimiento patrio pero también como un mecanismo de relación social y comercial que conocemos desde el arcaísmo griego y denominamos «de los santuarios empóricos»: la divinidad que garantizaba con su presencia y poder los juramentos realizados ante su altar en los tratos a crédito, el sacerdocio que actuaba como juez y testimonio, los depósitos sacros convertidos en autenticas reservas bancarias y sobre todo, como factor esencial –entonces y ahora– del trato comercial, la necesidad de encontrar un «gancho» para atraer al público comprador. Esta sería la función de la divinidad cuyos poderes oraculares, sanadores o simplemente mágicos atraían a los devotos pero también a curiosos y población en general para participar o contemplar las grandes fiestas anuales.129 La actividad de estas casas comerciantes está bien documentada epigráficamente en Hispania tardo-republicana a través de la actividad de los magistri responsables de la ejecución de cada una de las obras. Las nuevas obras públicas, por ejemplo el nuevo muelle sobre pilares de opus caementicium construido en el puerto de Carthago Nova fueron encomenda127 Hatzfeld, J., Les trafiquants italiens dans l´Orient hellénique, París, 1919. Durrbach, F., Choix d’inscriptions de Délos, París, 1922 (reed. 1976), núms. 95 y ss; Delplace, C., «Publicans, trafiquants et financiers dans les provinces d’Asie Mineure sous la republique», Ktema, 2, 1977, 233-252. 128 Bruneau, Ph., «Les cultes de l´etablisement des Poseidoniastes de Berytos à Delos», Hommages à M. J. Vermaseren, I, EPRO, 68, Leiden, 1978, 160-190. 129 Ruiz de Arbulo, J., «El papel de los santuarios en la colonización fenicia y griega de la Península Ibérica», Santuarios fenicio-punicos en Iberia y su influencia en los cultos indígenas. XIV Jornadas de Arqueología fenicio-punica (Eivissa 1999), Eivissa, 2000, 9-56; Id., «Cuestiones económicas y sociales en torno a los santuarios de Isis y Serapis. La ofrenda de Numas en Emporion y el Serapeo de Ostia», Entre Dios y los hombres. El sacerdocio en la Antigüedad (Sevilla 2004), SPAL Monografías, 7, Sevilla, 2006, 197-229.

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das a societates que actuaban por medio de estos magistri o delegados, ya fueran clientes, libertos o esclavos de confianza de las grandes familias integrantes de cada societas.130 Además de las lápidas relativas a las obras por ellos realizadas, a los dones votivos y quizás también a sus colegios funerarios, la costumbre de pavimentar las casas aristocráticas con opera signina incluyendo inscripciones salutatorias, bien documentada en las casas tardo-republicanas de la Neápolis de Emporion, en Tarraco y Carthago Nova131 se extendió también a templos y a los recintos corporativos de estas asociaciones. En 1984 apareció bajo una de las calles de Santiponce, solar de la Italica vetus republicana, un magnífico pavimento de opus signinum, hoy en el Museo de Sevilla, correspondiente a un ámbito de 5 x 7,5 m que ostentaba una inscripción en dos líneas restituida por M. Caballos como M. Trahius C(aii) f(ilius) Pr(aefectus o –aetor?) Ap(ollini) [templum?] / de stipe idemq(ue) caul(as) [d(e) s(ua) p(ecunia) f(acienda?) c(uravit?)].132 Este texto se situaba enmarcado a modo de umbral separando los dos cartones del mosaico, uno con líneas entrecruzadas a modo de entrada o vestíbulo y una cámara central con decoración teselada de grecas. El personaje, al que Caballos identifica como un posible antepasado del emperador Trajano, fue probablemente un prefecto delegado en un momento determinado por el gobernador de turno como responsable de la ciudad, una 130 La lápida CIL II, 3434 / Abascal, J.A. y Ramallo, S., La ciudad de Carthago Nova: la documentación epigráfica, Murcia, 1997, núm. 1, de Carthago Nova, menciona a una lista de 5 libertos y 5 esclavos como magistri concesionarios de una obra pública descrita como pilas III et fundamenta ex caemento faci(undas) coeravere, es decir que dirigieron la construcción de tres grandes pilares con sus cimientos realizados enteramente en hormigón. Como los muelles sobre pilares eran denominados simplemente opus pilarum o pilae la obra debe referirse a la construcción de un muelle portuario. A no ser que la obra hiciera referencia, nos podemos preguntar también, al nuevo puente descrito por Polibio sobre el canal de salida del estero. 131 Y también en las singulares y aristocráticas domus de fines del siglo II a.C. de Caminreal (Teruel) y Andelos (Navarra) con pavimentos de opus signinum con letreros redactados en ibérico likinete ekiar usekerteku (Caminreal) y likine abuloraune ekien bilbiliars (Andelos), probando la adopción por las élites ibéricas y celtibéricas de los nuevos modelos domésticos de prestigio social importados de Italia. Sobre sus problemas de interpretación v. Silgo, L., «Las inscripciones ibéricas de los mosaicos de Caminreal (Teruel) y Andelos (Navarra)», Studia Paleohispanica et indogermanica J. Untermann ab amicis hispanicis oblata, Barcelona, 1993, 281-186; De Hoz, J., «Escrituras en contacto: ibérica y latina», Beltrán F. (ed.), Roma y el nacimiento de la cultura epigrafica en Occidente (Zaragoza 1993), Zaragoza, 1995, 57-84. 132 Seguimos la restitución de Caballos, A., M., Trahius, «C.F., magistrado de la Italica tardorrepublicana», Homenaje a J. M. Santero, Habis, 18-19, 1987, 1988, 299-317.

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presencia frecuente en las Hispanias republicanas133. En la Loma de Herrerías, un yacimiento minero y metalúrgico del entorno de Carthago Nova vecino a Mazarrón (Murcia), ocupado a fines del siglo II y siglo I a.C. apareció a fines de los setenta una estancia pavimentada con un opus signinum con hileras de teselas blancas entrecruzadas formando rombos y en el perímetro una inscripción enmarcada entre teselas negras en la que se lee Heisce Mag(istris) Cur(averunt) Sele[ucus?] - ... Caeli[us] - ...m Fac[iundum Curaverunt].134 Una estancia singular que pudo ser un lugar de culto o un centro de reunión y que tiene su equivalente en otro hallazgo semejante en este caso con texto votivo más preciso aparecido en sobre uno de los cabezos en las inmediaciones de Carthago Nova: M(arcus) Aquini(us) M(arci) l(ibertus) Andro / Iovi Statori de sua p(ecunia) qur(avit) (sic) / l(ibens) m(erito).135 La dedicatoria al Júpiter que mantiene firmes a las tropas delante del enemigo, divinidad arcaica venerada en el foro de Roma, resulta un hallazgo excepcional fuera de la Urbs,136 pero quizás podría explicarse por la situación suburbana y costera de un pequeño sacellum por parte de un liberto de la poderosa familia metalúrgica de los Aquinii, habitantes de una ciudad que había sido conquistada por Roma al asalto en el 209 a.C. y reconvertida en un enorme taller bélico. De nuevo la actividad cultual de unos magistri se documenta en el yacimiento aragonés de La Cabañeta (El Burgo de Ebro, Zaragoza), un asentamiento dominante sobre el cauce del Ebro, a 17 km de Zaragoza, fundado por Roma en el curso del siglo II a.C. y que por haber sido destruido durante las guerras sertorianas ha proporcionado importantes hallazgos de época tardo-republicana incluyendo unas termas y un horreum o sede colegial.137 Se trata en este caso de una estancia integrada en este último edificio construido en la segunda mitad del siglo II a.C., pavimentada con opus signinum y conteniendo en tres líneas la inscripción [L(ucius?) Sca?]ndilius L(uci) l(ibertus) Licinus / P(ublius) Manilius C(aii) l(ibertus) [—] / [—]ir[.]us, magistreis, aram, pauimen[t]u(m), / 133 Caballos, cit. n. 132, 308 y ss., examinando también otras posibilidades. 134 Ramallo, S., Mosaicos Romanos de Carthago Nova (Hispania citerior), Murcia, 1985, núm. 67. 135 Abascal, J. M. y Ramallo, S., La ciudad de Carthago Nova: la documentación epigráfica, Murcia, 1997, núm. 204. 136 Cf. Arce, J., Iuppiter Stator en Roma, La ciudad en el mundo romano. Actas del XIV CIAC (Tarragona 1993), Tarragona, 1994, 79-90; Mar, R., El Palatí. La formació dels palaus imperials a Roma, Tarragona, 2005. 137 Ferreruela, A. y Mínguez, J. A., «“La Cabañeta” (El Burgo de Ebro, Zaragoza)», Jiménez, J. L. y Ribera, A. (eds.), Valencia y las primeras ciudades romanas de Hispania, Valencia, 205-214.

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c[ell?]a, [o]pere tectorio faciendu(m) cura[verunt].138 En este caso el texto hace referencia con claridad a instalaciones de tipo cultual –ara, pavimento, cella y enlucido de paredes y techos– pero aparece en una estancia que no reviste unas características especiales. Una vez más debemos encontrarnos, como piensan los editores, ante la sede de una corporación. CULTOS ORIENTALES EN CARTHAGO NOVA Y EMPORION Qart-Hadasch, la ciudad nueva fundada por Asdrúbal Barca en los años 230-228 a.C., ocupaba un lugar topográfico privilegiado, al fondo de una profunda bahía de aguas remansadas y ocupando una lengua de tierra con cinco colinas que separaban el mar abierto de un gran estero o laguna interior, todo ello rodeado por una amplia llanura agrícola. Conquistada por Escipión en el 209 a.C., Polibio recuerda que la ciudad siguió manteniendo –ahora bajo el dominio de Roma– su intensa actividad productiva. Con la llegada de la paz, la nueva Cartago pasó a convertirse en un centro dinámico que tendría en la actividad minera de su entorno, las pesquerías y el salazón y el tráfico marítimo portuario los tres pilares de su actividad económica. La topografía de la ciudad antigua que conocemos gracias a la precisa descripción de Polibio a mediados del siglo II a.C. se ha conservado de forma nítida en el perfil urbano de la ciudad actual y nos resulta cada vez mejor conocida gracias a una intensa actividad arqueológica.139 Las distintas colinas de la ciudad estaban presididas por templos dedicados inicialmente a las distintas divinidades del panteón púnico que fueron descritas por Polibio desde sus sincretismos griegos: Cronos, Hefesto, Asklepios, el héroe Aletes y una última colina (el Cerro del Molinete) donde se situaría la ciudadela palacial de Asdrubal. Junto a esta última colina, Roma construiría un canal de desagüe de la gran laguna interior que a su vez sería atravesado por un puente para facilitar el acceso a las vías en dirección al sur (hacia Cástulo) y oeste (hacia SegóFerreruela, A., Mesa, J.F., Minguez, J.A., Navarro, M., Una inscripción republicana de la sede de una posible corporación en La Cabañeta (Burgo de Ebro, Zaragoza): nuevos datos sobre la ocupación romana del valle del Ebro, AEspA, 76, 2003, 217-230. 139 Polibio, 10,10,1-12. Ver como síntesis recientes con bibliografía y planimetrías Ramallo, S., La ciudad romana de Carthago Nova. La documentación arqueológica, Murcia, 1989; Ruiz Valderas, E. (coord.), Patrimonio de Cartagena, I, Cartagena; Ruiz Valderas, E., Murcia, A., Madrid, M.J., Carthago Nova. Estado de la cuestión sobre su patrimonio arqueológico, Simulacra Romae (Tarragona 2002), Tarragona, 2004, 89-107. 138

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briga). El arx Asdrubalis se convirtió así en el centro neurálgico de la nueva ciudad romana y a sus pies se levantaría el nuevo foro.140 Los trabajos arqueológicos realizados en distintos puntos de la colina del Molinete durante los años 70 han proporcionado elementos arquitectónicos dispersos –sillar de cornisa con cyma jónico, fragmento de friso de estilo dórico, gran capitel jónico itálico– y sobre todo permitieron documentar en la cima del cerro los restos de un gran podio monumental de tipo itálico, con un basamento de sillería de 11,20 por 16,75 m y junto al mismo los restos de un pequeño edículo lateral pavimentado en opus signinum que ostentaba en su parte central una cartela rectangular conteniendo la inscripción A[t]ar[g]ate / a[ram] / sa[lut]e et / eo melius, una explícita dedicatoria pues a Atargatis, la Diosa Siria.141 También del cerro del Molinete procede una pequeña lápida con letras capitales sobre piedra local con texto T(itus) Hermes [— S]arapi et / Isi in suo man[ns(ionem)] d(onavit) l(ibens) m(erito) d(e) s(ua) p(ecunia); en este caso la dedicatoria privada de una ofrenda por parte de un liberto a los dioses alejandrinos Serapis e Isis, cuyo santuario también debió pues situarse en algún punto de la colina.142 Estos hallazgos del Cerro del Molinete resultan de gran importancia por varias razones. En primer lugar, la presencia del fragmento de gran capitel jónico-itálico nos permite entender el origen o como mínimo el camino seguido por el taller helenístico encargado de la gran reconstrucción del templo de La Encarnación de Caravaca que hemos descrito en páginas anteriores. En segundo lugar, la presencia sobre el Cerro del Molinete de un edículo dedicado a la Dea Syria vecino a un gran templo sobre podio y la proximidad de un segundo santuario dedicado a Serapis e Isis nos hacen recordar necesariamente los hallazgos de Delos, donde en la llamada terraza de los dioses extranjeros, las divinidades sirias compartían su enorme recinto cultual con un vecino templo anterior dedicado a Hera, un gran Iseo y hasta tres Serapeos diferentes.143 Cartagena nos muestra pues, 140 Noguera, J. M. (ed.), Arx Asdrubalis. Arqueología e Historia del cerro del Molinete (Cartagena), Murcia, 2003. 141 Abascal y Ramallo, cit. n. 114, núm. 205; Ramallo, S. y Ruiz Valderas, E., «Un edículo republicano dedicado a Atargatis en Carthago Nova», AEspA, 67, 79-102. Sobre los cultos a Atargatis ver Blétry, S., «Problemes et problematiques liés à l’etude d’Atargatis, la deese syrienne», Brun, J. P. y Jockey, Ph. (eds.), Technai. Techniques et societés en Mediterranee, Paris, 2004, 721-734. 142 Abascal y Ramallo, cit. n. 114, núm. 38. 143 Roussel, P. Les cultes egyptiens à Delos du III au I siecle av J.-C., Nancy, 1916; Bruneau, Ph., Recherches sur les cultes de Délos à l’epoque hellenistique et à l’epoque imperiale, Paris, 1970. Cf. Ruiz de Arbulo, J., «Cuestiones econó-

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de nuevo, el mundo de las divinidades protectoras de las casas comerciantes del Mediterráneo Oriental y en general de los comerciantes marítimos cuyas navegaciones estaban siempre encomendadas a la protección explícita de Isis y Serapis. EMPORION El mismo ambiente urbano y cosmopolita que encontramos en Carthago Nova es también evidente en la Emporion tardo-republicana. Las elites comerciantes de la ciudad, convertida por Roma como explicamos anteriormente en núcleo rector y principal puerto fiscal del noreste hispano, supieron sacar provecho de la nueva situación potenciando el comercio de ultramar. Sabemos que en época tardo-republicana Emporion actuó como el gran puerto de llegada del tráfico marítimo itálico de vinos, aceites y vajilla cerámica procedentes de las costas de la Campania. A lo largo del siglo II a.C. la ciudad levantó nuevas murallas, reformó totalmente su ágora construyendo una gran stoa monumental de doble nave con locales anexos, reformó sus grandes casas construyéndolas «a la moda itálica» con atrios y atrios / peristilos y por último reformó totalmente sus áreas de culto.144 Los emporitanos, orgullosos de sus orígenes, construirían también, según nuestra hipótesis, un pequeño gimnasio en la más pura tradición helénica.145 A lo largo de los siglos V a.C. y IV a.C., el amurallamiento y progresiva urbanización del núcleo portuario emporitano en el sector de la Neápolis había mantenido un importante santuario periurbano extramuros. Aquí se situaba un primer templo de piedra que hemos mencionado anteriormente como la única evidencia segura conservada en Hispania de arquitectura templar prerromana. A principios del siglo II a.C., al producirse la nueva y casi total renovación urbanística de la Neápolis, este santuario pasó a ser integrado en el interior del recinto murado, los edificios anteriores fueron enterrados ritualmente bajo un gran manto de tierras y se construyeron nuevos templos, cisternas, altares y pórticos. Excavado entre 1908 y 1912, sobre el pavimento de uno de los micas y sociales en torno a los santuarios de Isis y Serapis. La ofrenda de Numas en Emporion y el Serapeo de Ostia», Entre Dios y los hombres. El sacerdocio en la Antigüedad (Sevilla 2004), SPAL Monografías, 7, Sevilla, 2006, 197229. 144 Mar y Ruiz de Arbulo, Ampurias Romana, cit. n. 66, 155 y ss.; 324 y ss. 145 Ruiz de Arbulo, J., «El gimnasio de Emporion», Butlleti Arqueologic, 16, Tarragona, 1994, 11-41. Correspondería al edificio tradicionalmente denominado «santuario de Serapis» a la derecha de la puerta de entrada a la ciudad.

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dos templos aquí situados apareció un gran lote de mármoles blancos troceados incluyendo la parte inferior del cuerpo de la famosa estatua de Asklepios, cuyo busto aparecería en el relleno de la cisterna delantera, permitiendo la definición del recinto como un Asklepieion.146 Actualmente, sin embargo, tanto esta dedicación del santuario como la propia atribución de la estatua están en revisión. En nuestra interpretación de las estructuras que formaban parte del primer santuario periurbano antes de su reforma en el siglo II a.C. reconocíamos con claridad dos recintos de culto independientes y un pozo sagrado.147 Uno de los recintos es un espacio descubierto delimitado por un períbolos, presidido por un altar elevado dotado de dos aras paralelas en su coronación, culminado al oeste en un graderío. Un altar, sin presencia de templo y presidiendo un espacio descubierto con gradas, invita también a pensar en los recintos abiertos organizados en torno a altares característicos del mundo semita. El carácter doble, compartido, de este altar monumental dotado de dos aras superiores es, por lo que nosotros sabemos, un caso excepcional entre los altares de tipo griego para el que no hemos sabido encontrar paralelos convincentes. Este recinto acompaña a un segundo altar monumental de tipo helenístico y un pozo sacro. La reforma final del santuario en los inicios del siglo II a.C. obliteró ritualmente ambos conjuntos con grandes aportaciones de tierras y los sustituyó por dos pequeños templos gemelos uno de los cuales acogió en su pronaos el pozo anterior transformado en cisterna. Los dos templos son pequeños edificios pavimentados en opus signinum, con fachadas tetrástilas y sin presencia de podios elevados. Unas escaleras de acceso, un nuevo altar, un pórtico lateral y una gran cisterna delantera conformaron el resto del conjunto, presidido por un gran templo muy arrasado en la parte superior. En 1987, G. Fabre, M. Mayer e I. Rodà presentaban la nueva interpretación de dos lápidas emporitanas conservadas respectivamente en el MAN de Madrid y en el Museo de Ampurias como fragmentos de un mismo epígrafe bilingüe greco-latino realizado en mármol gris, mencionando en griego y la146 Ver historiografía en Mar y Ruiz de Arbulo, Ampurias Romana, cit. n. 117, 171 y ss. 147 Fases del santuario: Mar y Ruiz de Arbulo, Ampurias Romana, cit. n. 117, 171 y ss. Diferente interpretación a partir de las nuevas excavaciones de los años ochenta: Sanmartí, E., Castañer, P., Tremoleda, J., Emporion. Un ejemplo de monumentalización precoz en la Hispania republicana. Los santuarios helenísticos de su sector meridional, Stadtbild und Ideologie. Die Monumentalisierung hispanischer Städte zwischen Republik und Kaiserzeit (Madrid 1987), Munich, 1990, 117-144; contra Ruiz de Arbulo, El gimnasio, cit. n. 130; id., el Santuario, cit. n. 135.

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tín que un tal Numas, hijo de Numenio, de Alejandría, había hecho levantar a Serapis (e Isis), un templo (naos, aedes), con imágenes de culto (xoana, simulacra) y un pórtico (stoa, porticus).148 De los tres fragmentos recuperados de esta lápida el conservado en Madrid fue un hallazgo indeterminado del siglo XIX, el segundo y más pequeño apareció junto a la puerta de entrada de la Neápolis pero el tercero fue encontrado por E. Gandía en 1909 en el interior de la cisterna de dos departamentos vecina al santuario. A partir de esta evidencia arqueológica, en otro trabajo hemos presentado las distintas evidencias que permitirían interpretar la última fase del santuario (s. II a.C. - I d.C.) como un témenos compartido por Asklepios, Isis y Serapis.149 Pero recientemente, S. Schroeder ha demostrado de forma convincente que la iconografía del Esculapio emporitano tal como la habíamos imaginado desde el estudio de M. Almagro y E. Kukhan no corresponde a ninguno de los modelos canónicos del dios sanador griego.150 En realidad, nuevas observaciones nos han permitido mejor interpretar la imagen como una representación alzada de Serapis.151 Del conjunto de mármoles proceden igualmente dos pies y una garra que habían sido puestos en relación con una imagen entronizada de Serapis acompañado del can Cerbero; pero creemos por el contrario que estos dos pies, calzados con sandalias de una tira y cortados por la parte posterior pertenecen, con toda seguridad, a una imagen femenina, probablemente de Isis, mientras que la serpiente tradicionalmente relacionada con una imagen de Asklepios nunca estuvo enroscada en un bastón sino que constituye una imagen independiente, muy pro148 IRC III, 15: [Isidi Sara]pi aedem / [simulacr]a porticus / [Numas / N]umeni f(ilius) / [alexandri]nus / [devot]us faciu / [ndum cur(avit)] / (hedera) / [Eisidi S]arapi / [naon xoa]na / [sto]an Noymas / [Noyme]nioy ale / [xan]dreys / [eys]ebes epoei . 149 Ruiz de Arbulo, J., «El santuario de Asklepios y las divinidades alejandrinas en la Neapolis de Ampurias (s. II-I a.C.). Nuevas hipótesis», Verdolay, 7, 1995, 327-338. 150 Schroeder, S. F., «El “Asclepio” de Ampurias ¿una estatua de Agathos Daimon del 130-120 a.C.?», II Reunión de Escultura Romana en Hispania (Tarragona 1995), Tarragona, 1996, 223-238, veía en la imagen una divinidad masculina tardo-helenística, provista de cornucopia, en la que reconocía una imagen monumental –y por ello un tanto excepcional– de un Agathos Daimon; nuevas precisiones en Roda, I., «Datación e iconografía del “Asclepio” de Emporiae», Actas de la IV Reunión sobre Escultura Romana en Hispania (Lisboa 2002), Madrid, 2004, 307-320. Por nuestra parte y en compañía de D. Vivó hemos vuelto a revisar el conjunto de los hallazgos marmóreos interpretándolos conjuntamente como ofrendas de un santuario alejandrino. 151 Ruiz de Arbulo, J. y Vivó, D., «Serapis, Isis y los dioses acompañantes en Emporion: una nueva interpretación para el conjunto de esculturas aparecido en el supuesto Asklepicion emporitano», Revista d’Arqueologia de Ponent, 18, 2008, 71-140.

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bablemente del agathos daimon. Queda abierta por tanto la atribución final del santuario pero con un enfasis mucho mayor dedicado a las divinidades alejandrinas.152 Tradición, innovación y eclecticismo. Las tres variantes que veíamos vigentes en la edilicia sacra de Roma en el tránsito de los siglos II y I a.C. pueden aplicarse por igual a la situación vivida en las provincias hispanas, donde la tradición quedará representada por el sustrato ibérico y colonial anterior a la llegada de Roma y serán por igual los modelos edilicios sacros de tipo tuscánico y las influencias helenísticas las innovaciones externas que lentamente irían generando la aparición de un auténtico arte provincial hispano-romano. Pero antes, desgraciadamente, todavía tenían que tener lugar las interminables guerras civiles a lo largo del siglo I a.C. El pequeño templo de sillería descubierto en las excavaciones del solar del Círculo Católico en Huesca remite por primera vez al urbanismo de Osca, la capital sertoriana, donde en los años setenta a.C. un taller introducía en las tierras del interior hispano la arquitectura templar sobre podio, con moldura de base de doble curvatura, siguiendo el modelo ya documentado en el gran templo forense emporitano.153 A MODO DE EPÍLOGO. EL EDÍCULO DE AZAILA Para acabar este repaso de novedades y como caso singular queremos recordar de nuevo uno de los ejemplos «clásicos» de la edilicia sacra tardo-republicana en Hispania, el templete o edículo del Cabezo de Alcalá de Azaila.154 Este pequeño edificio rectangular, de 7 x 4,1 m, con muros de piedra y adobe integrados en las construcciones vecinas, consistía en un pequeño vestíbulo in antis que conectaba con una sala interior ocupada casi en su mitad por un amplio podio que conservaba todavía las huellas de un grupo estatuario de bronce compuesto por un caballero de 152 Ruiz de Arbulo, J., «Cuestiones económicas y sociales en torno a los santuarios de Isis y Serapis. La ofrenda de Numas en Emporion y el Serapeo de Ostia», Entre Dios y los hombres. El sacerdocio en la Antigüedad (Sevilla 2004), SPAL Monografías, 7, Sevilla, 2006, 197-229. 153 Juste, M. N., «Excavaciones en el solar del Círculo católico (Huesca): un fragmento de la ciudad sertoriana», Bolskan, 11, 1994, 133-171, espec. 142 y ss. 154 Beltrán Lloris, M., Arqueología e Historia de las ciudades antiguas del cabezo de Alcalá de Azaila (Teruel), Zaragoza, 1976; Id., Azaila. Nuevas aportaciones deducidas de la documentación inedita de Juan Cabré, Zaragoza, 1995; Id., La ciudad clásica en Aragón, Lacarra, M.C. (Coord.), Difusion del Arte Romano en Aragón, Zaragoza, 1996, 37104.

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pie junto su caballo. Cubrían las paredes pinturas murales imitando un muro de sillería en la más pura tradición del I estilo pompeyano y los suelos opera signina con un rectángulo con retícula entrecruzada en el vestíbulo y una decoración de grecas en la sala interior. Delante del podio, en el interior de la sala, se situaba un altar de pulvinos bien trabajado, con molduras en base y coronación. Caídos entre las ruinas del edificio y entremezclados con un nivel de destrucción conteniendo abundante material cerámico aparecieron fragmentos de las columnas de la fachada atribuibles según el excavador J. Cabré al orden toscano y sobre todo dos magnificas cabezas de bronce masculina y femenina de tamaño natural, fragmentos de una coraza y diversas partes anatómicas de un caballo, principalmente los cascos. Es ante todo la posición absolutamente inusual del altar en el interior de la cámara y las grandes dimensiones otorgadas al conjunto escultórico lo que nos permite definir este edificio mejor como un gran edículo que como un pequeño templo. A diferencia de todos los ejemplos que hemos presentado hasta ahora, el edículo de Azaila posee casi todos los elementos deseables para una investigación arqueológica: nivel de destrucción, planta prácticamente completa, pavimentos y pinturas murales in situ y, como caso excepcional, incluso fragmentos de las estatuas de culto. Y sin embargo su interpretación ha resultado en extremo compleja. Excavado por J. Cabré a principios de los años veinte, el yacimiento sería de nuevo estudiado en profundidad por M. Beltrán que dataría los contextos ceramológicos de destrucción a principios del siglo I a.C., en una fecha que podría históricamente ponerse en relación con la guerra sertoriana y con la destrucción que la misma provocaría en diversos yacimientos del valle medio del Ebro en la violenta campaña de los años 77-76 a.C.155 Esta cronología permitiría por tanto situar este edículo y sus imágenes de culto en el contexto que 155 Beltrán Lloris, M., Azaila. Nuevas aportaciones, cit. n. 154; Beltrán Lloris, F., «La pietas de Sertorio», Gerion, 8, 1990, 211-226; Pina, F. y Pérez, J. A., «El oppidum Castra Aelia y las campañas de Sertorius en los años 77-76 a.C.», JRA, 11, 1998, 245-264.

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estamos estudiando en nuestro trabajo. Sin embargo, el estudio de las dos cabezas de bronce, especialmente la masculina, condujo a los especialistas a datarlas en el ámbito de la retratística de la época de Augusto. W. Trillmich ha situado con precisión la cabeza masculina en el contexto iconográfico de los retratos de Octaviano (40-30 a.C.), aun reconociendo que no se trata de ninguno de los personajes de la domus Augusta.156 M. Beltrán por su parte ha propuesto con acierto restituir el conjunto escultórico como un caballero con coraza y paludamentum sosteniendo de la brida a su caballo enjaezado atribuyendo la cabeza femenina –que no ha dejado ninguna huella sobre el podio estatuario– a una Victoria voladora (podemos imaginar que anclada al muro de fondo) que coronaría al personaje según un modelo iconográfico que popularizarían por ejemplo los áureos de Sila.157 El edículo de Azaila podría ser entonces considerado como un pequeño heroon al modo helenístico donde un dinasta local, tras su fallecimiento y apoteosis, recibiría reconocimiento y culto públicos por parte de su comunidad.158 Pero resulta evidente que para entender la lógica de este excepcional hallazgo la cronología estilística de la escultura masculina y los contextos estratigráficos han de coincidir.159 Los estudios deben pues, cómo no, continuar. 156 Trillmich, W., «Apuntes sobre algunos retratos en bronce de la Hispania romana», Los Bronces Romanos en España, Catal. Expos., Madrid, 1990, 37-50. 157 Beltran Lloris, M., Azaila. Nuevas aportaciones, cit. n. 154, fig. 92. 158 Olmos, Formas y prácticas de la helenización en Iberia, cit. n. 86, 23. 159 Al presentar en Mérida nuestra ponencia, comentamos el caso de Azaila sin añadir ninguna nueva precisión. En la discusión posterior, F. Coarelli manifestó que en su opinión no había duda de que la cabeza masculina de Azaila era una cabeza de buen estilo helenístico semejante a otros ejemplos por él estudiados en Delos e Italia con cronologías de fines del siglo II e inicios del I a.C. Pero Albert Ribera, también participante en el debate, manifestó entonces que se estaban estudiando de nuevo los materiales de abandono del oppidum de Azaila y que, de acuerdo con las nuevas precisiones cronológicas demostradas por las excavaciones urbanas de Valentia, tales contextos debían avanzarse hasta el tercer cuarto del siglo I a.C. La cuestión pues, es seguro, continuará siendo objeto de discusión…

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Fig. 1. Izq. Restitución volumétrica y planta del templo tuscánico descrito por Vitrubio, según J. Martha. Der. Planta del capitolio de Roma según G. Colonna (de R. Bianchi Bandinelli y M. Torelli, Arte Romana, schede 6); vista del templo en el reverso de un sextercio de Vespasiano.

Fig. 2. 1. Planta del llamado «Templo Grande» de Vulci (de Santuari dell’Etruria, cit. n. 26). 2. Restitución en planta del santuario de Leucotea / Ilizia en Pyrgi con los templos de Thesan/ Leucotea (A) y Uni/Astarté (B) (de Santuari dell’Etruria, cit. n. 26). 3a y 3b. Santuario de Mater Matuta en Satricum. Superposición de fases y plantas comparadas de los dos templos sucesivos (de G. Colonna, I templi nel Lazio, cit. n. 26).

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Fig. 3. Izq. Planta y alzado del Templo de Portonaccio en Veii, según J.W. Stamper, The architecture of roman temples, cit. n. 25, fig. 29. Der. Templo del Colle della Noce en Ardea (de G. Colonna, I templi nel Lazio, cit. n. 26).

Fig. 4. Planta de los templos de la Fortuna y Mater Matuta en el Foro Boario (plano de base G. Ioppolo, Rend. Pont. Acc, 44, 1972, fig. 9).

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Fig. 5. Planta del capitolio de Cosa (de Brown, Cosa II, cit. n. 93) y detalle de la moldura de base de su podio (foto autor).

Fig. 6. Templo itálico del foro de Terracina, planta y reconstrucción (según S. Aurigemma en F. Coarelli, Lazio, Guid. Arch. Laterza, 1985, 316-317). Detalle del podio (foto autor).

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Fig. 7. Templo sobre podio superpuesto al comitium del foro de Paestum, restitución de su fachada (de E.Greco, Magna Grecia, Guid. Archeol. Laterza, Bari, 1981, 29) y vista lateral del podio (foto autor).

Fig. 8. Los cuatro templos del Área Sacra del Largo Argentina (Roma) en el siglo I a.C. (de J. W. Stamper, The architecture of roman temples, cit. n. 25, fig. 62).

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Fig. 9. Arquitectura sacra en la Hispania tardorepublicana. Situación de las ciudades y yacimientos tratados en el texto.

Fig. 10. Izq. Antefija de piedra de yeso policromada y tipología griega arcaica procedente de Hospitalet de l’Infant (de Dupré, Un santuario foceo, cit. n. 53). Der. Antefijas, fragmentos de un gran acroterio y piezas de techumbre corintia realizadas en piedra del Languedoc procedentes del santuario suburbano de la Neápolis de Emporion (de Dupré, Terracotas arquitectónicas, cit. n. 51).

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Fig. 11. Cabeza de diosa en caliza marmórea (h: 22,4 cm) procedente del Santuario de La Luz (Murcia), excavaciones del prof. P. Lillo (del catálogo Los primeros pasos... La Arqueología Ibérica en Murcia, cit. n. 68, 64-65).

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Fig. 12. Carteia Libertinorum. Planta topográfica de la ciudad tras la campaña de 1997 con trazado de la muralla y situación del foro romano, viviendas del sector púnico, termas, teatro y castillo medieval (de Roldán, Bendala, Blánquez, Martínez Lillo, Carteia, cit. n. 76, fig. 153).

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Fig. 13. Vista general y planta del templo republicano de Carteia, levantado sobre podio y con planta periptera sine postico. Detalle estratigráfico de la superposición del podio del templo a los restos de un altar púnico anterior (de Roldán, Bendala, Blánquez, Martínez Lillo, Carteia, cit. n. 76, figs. 188 y 190; planta de Carteia II, fig. 61).

Fig. 14. Planta esquemática de los yacimientos del complejo arqueológico de La Encarnación (Caravaca de la Cruz, Murcia) y vistas de la ermita superpuesta a los restos de un gran templo de sillería (dibujo del autor sobre planta topográfica publicada por S. Ramallo, Un santuario de época tardo-republicana, cit. n. 79, fig. 2).

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Fig. 15. Santuario de La Encarnación. Abajo. Detalle de las cuatro columnas centrales del pronaos del templo mostrando un tratamiento in antis en los sillares de cimentación de las columnas alineadas con las paredes de la cella. Arriba, izq. Propuesta de restitución en planta de un primer templo de planta in antis etrusco-itálica imaginando una cella de iguales dimensiones a la siguiente fase. Arriba, centro. Restitución en planta del templo helenístico, un pseudo díptero de 8 x 10 columnas (dibujos esquemáticos y foto del autor). Der. Planta del Hekateion de Lagina (de A. Schober, reprod. en W. Hoepfner, Bauten und Bedeutung des Hermogenes, Hermogenes und die Hochhellenistische Architektur [Berlín 1988], Mainz, 1990, fig. 12).

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Fig. 16. Santuario de La Encarnación. Planta del templo helenístico (templo B) y posición angular y enfrentada de otro templete de menores dimensiones a modo quizás de un tesoro de ofrendas de tipo helénico. (templo A) La foto vertical muestra que este pequeño templo fue construido en sillería sobre una estructura anterior de iguales dimensiones realizada con postes de madera (planta topográfica de Ramallo, Terracotas arquitectónicas de La Encarnación, cit. n. 79, fig. 1).

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Fig. 17. Santuario de La Encarnación. Antefijas y placas de revestimiento de fabricación itálico / lacial pertenecientes con toda probabilidad al primero de los templos superpuestos (vitrina del Museo de la Soledad en Caravaca de la Cruz, montaje expositivo de F. Brotons).

Fig. 18. Santuario de La Encarnación. Materiales arquitectónicos del templo helenístico. Izq. Abajo. Basa de columna in situ; Izq. Arriba. Capitel de volutas diagonales del tipo conocido como jonico-itálico; Der. Arriba. Bloque de cornisa jónica con dentículos estrechos y alargados, Der. Abajo. Grapas de plomo para el montaje de los bloques (Museo de la Soledad de Caravaca de la Cruz, montaje expositivo de F. Brotons).

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Fig. 19. Santuario de La Encarnación. Exvotos de piedra ibéricos de cuerpos cilíndricos (Museo de la Soledad de Caravaca de la Cruz, montaje expositivo de F. Brotons).

Fig. 20. Situación del oppidum de S. Julià de Ramis y de los principales yacimientos de época ibérica junto a las grandes unidades físicas del paleoambiente empordanés en los siglos III a I a.C.

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Fig. 21. S. Julià de Ramis. Planta topográfica con situación del oppidum ibérico, el castellum tardo-antiguo y el sector de la iglesia románica. Bloques pertenecientes a un templo sobre podio reaprovechados en el castellum y la iglesia. Alzado ideal del templo con la posición de las piezas recuperadas y restitución de la imagen del templo (dibujos de D. Vivó en Burch et alii, Sant Julià de Ramis, 1, cit n. 89, figs. 16, 56, 58, 59).

Fig. 22. Izq. Planta del foro de Sagunto. En trama las estructuras de época republicana. Der. Vista de las cimentaciones del templo de cella tripartita y planta de las mismas (de Aranegui, Un templo republicano, cit. n. 102, figs. 6 y 15).

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Fig. 23. Pollentia. Izq. Planta de los restos conservados en el sector septentrional de la plaza forense. Der. Restitución de la plaza forense en su disposición inicial (de Mar y Roca, Pollentia y Tarraco, cit. n. 109, figs. 2 y 3).

Fig. 24. Tarraco. Izq. Arriba. Planta con los principales restos conservados de la ciudad antigua sobre la planat de la ciudad actual. Izq. Debajo. Planta con los restos conservados en el sector del foro de la colonia. Der. Restitución de las dos plazas del foro de la colonia y del vecino teatro (de Ruiz de Arbulo, Vivó, Mar, El capitolio de Tarraco, cit. n. 111. Infografías de I. Fiz).

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Fig. 25. Capitolio de Tarraco. Principales fases arquitectónicas. Arriba. Conjunto precedente compuesto por cuatro locales yuxtapuestos con pavimentos de opus signinum. Enmedio. Parte posterior de un podio con paredes de sillería destinadas a un templo superior con triple cella y planta periptera sine postico. Abajo. Reforma del templo con su sustitución por un nuevo templo de triple cella sobre grandes banquetas de opus caementicium (de Ruiz de Arbulo, Vivó, Mar, El capitolio de Tarraco, cit. n. 111. Infografía de D. Vivó).

Fig. 26. Capitolio de Tarraco. Izq. Vistas generales con los restos de la parte trasera del gran podio adyacente a un eje viario decumano restaurado de forma erronea en el año 1969. Der. Arriba. Trincheras de cimentación del primer templo de sillería cortando las estructuras precedentes de los cuatro locales yuxtapuestos. Der. Abajo. Límite lateral derecho del gran podio formado por sillares situados de través y adosados a la roca recortada (fotos aéreas MRW y autor).

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Fig. 27. Magistrados y corporaciones. Izq. Arriba. Epígrafe CIL 2, 3434 de Carthago Nova con lista de magistri encargados de la construccion de tres pilae de opus caementicium. Izq. Abajo. Italica Vetus. Opus signinum con dedicatoria a Apolo(?) del prefecto M. Trahius. Der. Arriba. La Cabañeta (Burgo de Ebro). Epígrafe en opus signinum relativo a las obras realizadas en la sede de una corporación. Der. Centro. Cartagena. Cabezo Gallufo. Inscripción de pavimento con dedicatoria a Júpiter Stator por un liberto de los Aquinii, formando parte de las estructuras de una posible sede colegial. Der. Abajo. Loma de Herrerias (Mazarrón). Pavimento de opus signinum rodeado por inscripcion relativa a la actividad de unos magistri probablemente en su propia sede colegial.

Fig. 28. Neápolis de Emporion. Estructuras del santuario meridional en su fase más reciente, contemporánea a las nuevas murallas ciclópeas de inicios del siglo II a.C. que lo convirtieron en un santuario intramuros. Los números 1 y 2 señalan los lugares de aparición de los fragmentos de esculturas marmóreas mostrados en la figura siguiente. El número 3 señala la aparición de uno de los fragmentos del epigrafe grecolatino IRC III, 15 por el que Numas de Alejandría dedicó un templo, imágenes de culto y un pórticado a los dioses Isis y Serapis (dibujo autor).

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Fig. 29. Neápolis de Emporion. Hallazgos estatuarios del año 1909. Diferentes tipos de mármol. Cuerpo drapeado, torso y brazos pertenecientes a una gran estatua de divinidad masculina. Fragmentos de una escultura aislada con forma de serpiente. Cabeza y pies de una imagen de Apolo. Extremo de pequeña cornucopia. Extremo de garra sobre su base. Pies pertenecientes a una estatua femenina drapeada y estante. Parte superior de una estela con decoracion de esfinge en altorelieve. Perirranterion / labrum labrado en orden jónico.

Fig. 30. Edículo del Cabezo de Alcalá de Azaila. Planimetría y vista general durante la excavació (de M. Beltrán, Arqueología e Historia, cit. n. 154). Cabezas de bronce masculina y femenina (de F. Beltrán, M. Martín-Bueno, F. Pina, Roma en la cuenca media del Ebro, Zaragoza, 2000, figs. 30 y 44). Restitución según M. Beltrán de la imagen del caballero (reprod. en F. Beltrán, M. Martín-Bueno, F. Pina, Roma en la cuenca media del Ebro, Zaragoza, 2000, fig. 31).

FUNDACIONES MILITARES EN EL ORIGEN DE LA CIUDAD LUSITANA: NUEVOS DATOS PARA LA REFLEXIÓN Francisco Javier Heras Mora

INTRODUCCIÓN «La nueva estrategia tras la ocupación progresiva del territorio lleva consigo la creación de nuevos centros de poblamiento que ya poseen los caracteres específicos propios de una ciudad» (Cerrillo, Fernández y Herrera, 1990: 55). Roma, sin duda, era consciente de la necesidad de configurar un racional entramado urbano para lograr el dominio efectivo sobre el territorio recién conquistado, sin embargo, hasta bien avanzado el proceso no debió tener un diseño definitivo de la trama. El mapa de ciudades y vías de comunicación que llegó a los momentos de la conformación de la provincia romana Lusitania fue el resultante de coyunturas diversas y múltiples factores y supuso, respecto a los esquemas de ocupación y explotación del territorio prerromanos, un substancial cambio en los «paisajes», en la forma de entender los espacios rural y urbano (Cerrillo, 2003). El punto de partida en cada caso constituye un elemento de suma importancia: la densidad de la población preexistente, la existencia de centros anteriores y su grado de «urbanización» (Salinas, 1990: 262-263). Las regiones no son en este aspecto uniformes; se probará ahí también la capacidad de adaptación del ocupante a la situación de cada área en particular. Los resultados de algunos trabajos realizados recientemente en un yacimiento próximo a una de esas «ciudades lusitanas», la Colonia Metellinensis (Medellín, al norte de la provincia de Badajoz), en concreto, un posible campamento militar republicano en un sector del extrarradio de la localidad de Valdetorres, sugirieron la posibilidad de matizar algunos de los hitos más destacados que marcan la conquista romana al oeste peninsular. Medellín, en este orden de cosas, ofrece uno de los campos más interesantes en relación con el estudio del origen de las ciudades en la Lusitania. Sin duda, las características que le son propias al yacimiento, como una importantísima tradición de hábitat que se remonta al menos a época prehistórica y que vive un gran esplendor en

la Protohistoria, constituye un argumento decisivo para valorar el surgimiento de la ciudad en ese mismo solar. Resulta sugestivo comprobar la existencia de situaciones de partida que en apariencia son semejantes: ciudades que nacen a partir de más de una entidad poblacional previa y una consecuente acción relocalizadora de emplazamientos. El caso considerablemente próximo de Cáceres es uno de ellos. Desde hace décadas viene suscitando un vigoroso debate centrado en su origen. En él se han arbitrado argumentos arqueológicos y fuentes textuales: las ruinas de uno o dos campamentos, una incipiente arqueología urbana, pruebas epigráficas y unas alusiones parcas y ambiguas en los escritos clásicos a una colonia y dos campamentos. En las próximas líneas se acometerá brevemente el análisis de las pruebas más representativas de que disponemos referidas a un hipotético mecanismo de fundación de centros urbanos. Esto parece suceder en las postrimerías de la pacificación y dominio romanos en esta región oriental de la que deberá ser en época imperial la provincia Lusitania. Para ello, se han tomado como eje comparativo los casos antes aludidos de Cáceres y Medellín. UN MAPA DE LA LUSITANIA MILITARIZADA 1.

CONFLICTOS

MILITARES: CAMPAÑAS EN SUELO

LUSITANO

Se han cargado las tintas en innumerables ocasiones acerca de la belicosidad de los lusitanos. La pluma del vencedor se ha encargado bien de caracterizarlos como gentes dadas a la guerra, la rapiña o el bandolerismo, cierto es que justificándolo por la miseria de sus tierras. Sea como fuere, pronto supusieron para Roma un obstáculo hacia los intereses económicos en la Hispania que controlaba, y que se iba acrecentando rápidamente hasta que a mediados del siglo II a.C.

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era ya un problema inadmisible para la potencia itálica (Sayas, 1993: 205). Hasta entonces, parece ser, los ejércitos romanos defendían las ciudades y territorios «amigos» del sur y este y puntualmente se adentraban en el interior en maniobras de represalia. No es éste el lugar para una exhaustiva enumeración de campañas, ejércitos, sus mandatarios, sus nombres, heroicidades y conquistas, sí, en cambio, hemos de traer a colación en este breve estudio algunas acciones que por su relevancia en la explicación de los acontecimientos en la Lusitania no pueden faltar, ni tampoco sus más estrictos protagonistas que a veces han dejado su huella en la toponimia esencial de este espacio. Se viene aceptando por la historiografía arqueológica contemporánea una serie de fases o sucesión de pautas de comportamiento en el decurso de la conquista romana de estas tierras al interior (Alonso y Fernández, 2000: 90-94; Berrocal, 1990: 119-120). Ya se ha adelantado que Roma se defendía mientras se consolidaba y explotaba los recursos naturales y, por qué no, también humanos en las tierras del sur y este, y reprendía con mayor o menor dureza a quienes se atrevían a poner en peligro lo conseguido. Esto sucedía a lo largo de la primera mitad del siglo II, tanto en cuanto estuviera involucrada en otros frentes mediterráneos que distraían su atención y sus esfuerzos económicos y militares (Sayas, 1993: 207). Una vez encontró cierto desahogo en este sentido y fue consciente del problema lusitano y de la necesidad de combatirlo con decisión, debió diseñar un cambio perentorio y drástico en la estrategia militar y en la propia concepción territorial del mismo imperio (Sayas, 1993: 205). Saltan a la palestra con el endurecimiento de la política romana hacia los lusitanos personajes como Sulpicio Galba, Licinio Craso, Q. Fabio Máximo Serviliano o Q. Servilio Cepión, romanos, que encuentran oposición del otro lado encabezada por figuras como Púnico o Viriato. Los primeros, se movieron en campañas de castigo, acampando y afianzando bases estratégicas. Desde las maniobras de D. Junio Bruto con que finalizarán las guerras lusitanas (138 a.C.) en adelante, se suceden maniobras de pacificación, una secuencia bélica ya de menor intensidad que las precedentes. Aquí deben entenderse hitos argumentales de primer orden como la conocida deditio de Alcántara del 104 (López, Sánchez y García, 1984). De que no se logró rápidamente este último objetivo de apaciguamiento da buena muestra lo que acontecerá a comienzos del siguiente siglo, nuevamente en terreno lusitano. Los conflictos internos de Roma se trasladarán en parte al escenario hispánico. Aquí, el bando no oficialista encontrará valiosos

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apoyos justificados quizás por la latente y patente resistencia a la imposición y excesos de los ejércitos y fisco romanos. Sertorio, representante en Hispania de una facción política de Roma, ahora condenada por el entonces vencedor, Sila, es esta vez también quien guíe a lusitanos contra los ejércitos recién llegados de aquélla para combatirlo. Q. Cecilio Metelo combatirá la rebelión sertoriana no sin antes dejar tras de sí algunas plazas estratégicas, atribuidas fundaciones, militares o civiles. Después de la conclusión de éstas y otras campañas a lo largo de prácticamente todo el siglo I a.C., se comienza a esbozar un primer diseño urbano del territorio, que cuenta con una connotación militar evidente y necesaria para el afianzamiento romano en los espacios recién conquistados (García y Bellido, 1959: 304). Se asentarán en la futura Lusitania a veteranos de las guerras que tienen lugar en suelo hispano en nuevas colonias «militarizadas» fundadas con tales fines: Scalabis, Norba, Metellinum o Augusta Emerita (García y Bellido, 1959: 300). 2.

HUELLAS

EN LOS TEXTOS

Las fuentes antiguas no han sido, de todos modos, demasiado prolijas a la hora de aportar topónimos de locales militares, precisión explícita de sus artífices o fundadores o apuntes claros de su ubicación concreta. Esto resulta un importante handicap a la hora de argumentar de forma más o menos sólida el correcto proceso de conquista romana en el territorio que estudiamos. Para este último, resulta elocuente la escasez de testimonios y la precariedad de su referencia, sobre todo si lo comparamos con otros espacios incluso dentro de la Península Ibérica. En el caso de la toponimia militar, lugares como Metellinum, Castra Servilia, Castra Caecilia, Liciniana, Caeciliana, Caepiona, Praesidium, entre otros, son algunos de los mencionados directa o indirectamente en los textos clásicos y objeto durante décadas de aventuras léxico-históricas que les pusieran en relación con los artífices Caecilio Metello, Servilio Cepión o Licinio Craso (Sayas, 1993: 216-220). Una buena parte de las correspondencias recreadas entre topónimo y fundador romano se debe al autor alemán A. Schulten, quien con un buen conocimiento de los tratados geográficos y testimonios históricos, buenas dosis de intuición y un importante apoyo institucional para intervenir en los yacimientos arqueológicos de España (Morillo, 1991: 142; 2003: 43), fue confeccionando un mapa de la conquista romana que aún hoy pesa quizás demasiado en la investigación sobre esta temática. Probablemente, uno de los párrafos más in-

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teresantes y que más han contribuido al debate de los campamentos romanos en el origen urbano de lo que será la futura provincia lusitana es el de Plinio: [117] (...), Norbensis Caesarina cognomine; contributa sunt in eam Castra Servilia, Castra Caecilia. (...). Plinio: Naturalis. Historia, Lib. IV.

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les, que complican más aún el panorama de la identificación arqueológica de los sitios con la toponimia romana de época republicana y rellena el mapa militar surgido de las Guerras Lusitanas y Civiles. 3. CAMPAMENTOS, CIUDADES, ESTRATEGIAS Y LÍNEAS DE FRENTE

Este pasaje ha sido interpretado desde perspectivas distintas y hacia consideraciones en ocasiones contradictorias, aunque hoy es aceptado como la reproducción de un concurso de realidades de origen militar para la creación de un centro urbano de carácter eminentemente civil (Tovar, 1993: 154). En otra línea de este mismo fragmento pliniano, tenemos también la primera referencia a la colonia Metellinensis, que se cita, como la anterior de Norba Caesarina, dentro del conventus emeritense. Otras alusiones en este sentido, vienen de mano de geógrafos y en listados de caminería antiguos. Por ejemplo, la colonia metelinense aparece recogida por Ptolomeo en su Geographias Hypphegesis (lib. II) como Kaikilia Metellina; por otro lado, bajo la fórmula Metellinum, quizás un municipium, es aludido en el Itinerario de Antonino, en el Iter a Corduba Emeritam, o la similar Metelinon, del Ravennatis Anonymi Cosmographia (Anónimo de Rávena). Todo ello, nos hace suponer, primero, una doble acepción del topónimo, entendido uno como colonia y otro como municipium, y, segundo, un origen probable para la raíz, su supuesto fundador Metellus. Del otro gran grupo toponímico que ahora debemos estudiar, Norba y su origen castrense, tampoco las fuentes han sido en modo alguno generosas (Salas, 1996). Así, contamos, además de con la referencia pliniana antes aludida, la mención en el tratado geográfico de Ptolomeo como Norba Kaisarea, siendo cuanto menos llamativa su ausencia en los itinerarios antoniniano o ravenano, donde sí se recogen en cambio acepciones de sus contributa, Castris Caecili (Iter ab Emerita Caseraugustam, nº 24 del It. Ant.) o Castris (An. Rav.). Además, surge un nuevo hito geográfico en la geografía de Ptolomeo, Liciniana, que por sus coordenadas debió estar próximo a Norba y que se ha sugerido semejante, aunque improbablemente vinculada, a la Leuciana del Alio Itinere ab Emerita Caesareaugusta, nº 25 del Itinerario Antoniniano, de cronología y autoría imprecisas por ser varios los «Licinios» que intervinieron en estas mismas tierras en diferentes momentos de la conquista romana (Sayas, 1993: 217). Completan este listado, topónimos como Caepiona, Vicus Caecilius, Caeciliana, Scalabis Praesidium Iulium, Aritium Praetorium, aparecidos en las mismas fuentes documenta-

Los datos proporcionados por las fuentes clásicas deben contar irremisiblemente con el concurso de la información arqueológica a lo largo de todo el proceso de estudio, más aún si se pretende desarrollar cualquier tipo de análisis del territorio o su evolución. Desde el punto de vista metodológico, al cuidado examen arqueológico de los restos de edilicia militar, los materiales y sus fases, el proceso debe continuar haciéndolo entender dentro de una coyuntura histórica determinada conocida a través de los textos (Morillo, 2003: 45). Una parte de los problemas surgen cuando las referencias históricas son escasas y ambiguas en muchos casos, otra, cuando las lecturas arqueológicas son limitadas, desafortunadas o se encuentran dirigidas por prejuicios difíciles de salvar. Volviendo a nuestros topónimos antiguos, hemos de reconocer el importante esfuerzo desarrollado para asociarlos a sitios arqueológicos conocidos en la región lusitana, aunque bien es verdad que en alguno de los casos esa tarea resulta aparentemente sencilla. El Cerro del Castillo de Medellín (Badajoz) y su entorno más inmediato, donde se incluye el propio suelo urbano de la localidad, se ha convertido desde hace ya cuatro décadas en referente importante de la Protohistoria peninsular: primero los trabajos de Almagro Gorbea en la necrópolis orientalizante de El Pozo habrían servido para sistematizar el Hierro Antiguo extremeño (1977) y otras comprobaciones en la cima del Cerro del Castillo que preside el área urbana o la ladera sur, para intentar valorar las características del hábitat; después, su continuación en la década de los noventa del siglo pasado (Almagro y Martín, 1994) y la interesante intervención en un solar ubicado al pie de la falda, Portaceli (Jiménez y Haba, 1995), mostrarán la amplia extensión y secuencia del yacimiento. Sobre su ocupación posterior, es sabida la existencia de una fase prerromana, quizás emplazada en el lugar que hoy ocupa el castillo medieval, y que sólo conocemos lamentablemente por materiales sin contexto claro, aparecidos en las excavaciones del teatro romano (Haba, 1998: 48) y otras zonas de la cima y la falda (Almagro, 1977; Almagro y Martín, 1994). Conocidas las fases protohistóricas del sitio que, parece ser, se sucedieron hasta

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época romana, puede resultar paradójico el hecho de que las huellas de la ocupación republicana se enrarezcan sobremanera, más aún cuando debiera ser este espacio local del campamento fundado por Metelo. Los elementos materiales más claros de su existencia se reducen a un pequeño conjunto numismático recogido en diferentes puntos del Cerro del Castillo y del actual solar de Medellín, siendo interesante la observación de F. García (1993: 389) y S. Haba, quienes destacan la exigüidad de uno de los fósilesguía más frecuentes en estos momentos, la cerámica de barniz negro (1998: 44). Norba Caesarina es otra de las colonias lusitanas del conventus emeritense. Sobre su ubicación en la actualidad parece no haber hoy día demasiadas incertidumbres. Las últimas intervenciones en el casco antiguo de Cáceres han puesto de manifiesto contundentes evidencias sobre la categoría urbana de la ciudad en época romana. Se trataron de excavaciones de urgencia, por desgracia aún no dadas a conocer en profundidad, en las que se reconocieron los restos de unas termas y construcciones que pudieron tener que ver con parte del foro o plaza pública de la colonia (Jiménez y Chautón, 2003). De su identificación con la Norba Caesarina de Plinio, ya antes de estos descubrimientos arqueológicos parecía probada a raíz de las muestras epigráficas (Floriano, 1966) y otros testimonios arqueológicos hallados en las proximidades (Callejo, 1980). El problema surge cuando hemos de ubicar los castra de la contributio a que aludía Plinio y el supuesto mantenimiento del topónimo castris en lugar de Norba, su nombre oficial, en fuentes documentales posteriores como el Itinerario de Antonino o el Anónimo de Rávena, o en la actualidad, en tanto que es bastante aceptada la evolución Castris-Qazris-Cáceres (Callejo, 1980). Los castra Caecilia de Plinio, del Itinerario de Antonino y con probabilidad del Anónimo de Rávena, pudieran encontrarse en el paraje hoy conocido como «Cáceres el Viejo», a apenas tres kilómetros al norte de la capital cacereña. Son las ruinas de un campamento de planta rectangular, que encierra aproximadamente 24 hectáreas, elevado con un doble muro de pizarra (roca autóctona) y emplecton con tierra, y rodeado por dos líneas de foso. Las excavaciones de Schulten y los posteriores estudios de G. Ultbert, han aportado a fecha de hoy valiosa información acerca de la estructuración interna, los sistemas constructivos, tipos materiales y la tan traída y llevada cronología del campamento que concluyen con la identificación de Castra Caecilia de Cáceres el Viejo (1984; contra, p. e. Beltrán, 1974: 298; 1976: 3). Quizás a causa de la imprecisión de la referencia, muchas veces se ha obviado el hallazgo, a medio

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camino entre Cáceres el Viejo y el casco antiguo de la ciudad, de una serie de estructuras rectangulares pavimentadas con ladrillos romboidales, de las cuales tan sólo nos queda una somera descripción y un sencillo croquis (Bueno, 1988: 21), sin más indicación material o cronológica. Acaso la alusión a este tipo de solera, muy frecuente en los recintos militares de época tardorrepublicana, entre ellos el próximo antes referido, serviría de alguna manera para proponer una fecha similar. Resulta tentativo especular con la ubicación de alguno de esos campamentos que forman todo aquel puzzle; no obstante, debemos ser en este sentido prudentes en tanto no se obtengan pruebas más firmes sobre su naturaleza militar y datos contrastados de fechas. Parece claro, a estas alturas, que cada construcción campamental responde a un momento, a una campaña o coyuntura militar concreta. Es bien cierto también que las estrategias sobre el suelo lusitano fueron diferentes en función de los objetivos generales, las fuerzas con que se cuentan, las características del enemigo y de la propia forma del espacio en que transcurre la acción bélica. Juegan en este sentido un papel fundamental las vías que sin duda ya existían en el territorio y también que se trazarían entonces (Alonso y Fernández, 2000: 90-94), que marcan hitos de paso o enclaves estratégicos, recurrentes puntos de población a lo largo del tiempo. Los elementos geomorfológicos suponen agentes pasivos que condicionan de forma relevante las tácticas; los ríos y los vados debieron ser los más importantes en el movimiento de las tropas y las marcas de frente. La seguridad de la línea del Guadiana, por ejemplo, significó un relevante ítem en la estrategia de Metelo, tanto en la ofensiva como en la defensiva, complementada quizás con otras posiciones distintas como la traza norte-sur, encaminadas ambas conjuntamente a aislar al contrincante. Hemos de entender, no obstante, la dificultad manifiesta de hallar pruebas de esas estrategias en el terreno material de la evidencia arqueológica, donde estacionalidad, superposición e interacción con enclaves anteriores y posteriores y, otras veces, falta de intervenciones sistemáticas lo hacen muy difícil. El campamento de Valdetorres Durante los meses de primavera de 2003 realizamos las primeras intervenciones arqueológicas en el sitio de El Santo, en el mismo casco urbano de Valdetorres (Badajoz). En el lugar ya se tenía constancia de una supuesta ocupación del Bronce Final, puesta de manifiesto por el hallazgo casual de una

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estela de guerrero en el transcurso de unas obras (Enríquez y Celestino, 1984). Antes de aquella fecha, ya habíamos realizado prospecciones que demostraron con datos de superficie una ocupación notablemente más dilatada de la que se venía mostrando: Neolítico, Calcolítico, el Bronce Final antes referido, Hierro Antiguo, Pleno y Final. Las excavaciones de urgencia justificadas por la construcción de una vivienda en el lugar aportaron ahora datos más fiables sobre la estratigrafía del yacimiento, al menos en ese sector. Sobre los niveles y estructuras prerromanas (ss. IV y III) se hallaron hasta tres estratos superpuestos asociados a muros y pavimentos que abarcan una cronología comprendida entre mediados del siglo II y principios del I a.C. De estas tres últimas fases, la inferior y más antigua sería también la mejor conservada, cuyos muros y suelos de tierra apisonada reproducirían espacios de planta rectangular. Sobre éstos, se montan los restos muy desdibujados de muros de piedra trabada en seco y diversas superficies de tierra endurecida, alguna de las cuales con una interesante solera de fragmentos cerámicos, entre los que destacan diversas anforae de origen egeo, grecoitálico e itálico y surpeninsular de ascendencia púnica (Heras, 2004, e.p.), también ingentes cantidades de elementos de vajilla doméstica de clara filiación itálica; todo ello pudiera emplazarse en el tercer cuarto del II a.C. La última ocupación registrada se compone tan sólo de una superficie de tierra parcialmente pavimentada con ladrillos romboidales, de la que no se han conservado otros restos estructurales a causa de los trabajos agrícolas y explanaciones previas, y que a tenor de los materiales asociados, anforae de tipología itálica Dressel 1A y B, y otras cerámicas comunes igualmente de origen itálico, pudiera fecharse a comienzos del siglo I a.C. Las primeras valoraciones de los resultados, sería justo reconocer, provocaron cierta extrañeza por los importantes, y raros en estas regiones del interior, porcentajes de material importado en las tres fases, en su mayoría anfórico y común de cocina y mesa, entre los que no faltan diversos tipos de cerámica de barniz negro, lamentablemente muy fragmentada. Unos trabajos de seguimiento arqueológico que llevamos a cabo años después, en 20051, vinieron en cierta medida a arrojar luz sobre el tipo de asentamiento a que correspondieran las construcciones de 1 El proyecto de seguimiento arqueológico comprendía diversas actuaciones de mejora en los cruces del ferrocarril a lo largo de la vía Badajoz-Madrid. Desde aquí, agradezco sinceramente a Juan Antonio Aranda Cisneros, director del seguimiento arqueológico, colega y amigo, su gran aporte, colaboración y paciencia para enfrentar con la mayor dignidad la tarea compartida de documentación y negociación, a veces fallida, en unas condiciones no siempre favorables.

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las últimas fases. El trazado de un vial de 35 metros de ancho máximo y algo más de 250 de longitud, en un extremo de la plataforma muy suavemente elevada en que se enclava el yacimiento, motivó el descubrimiento de una vasta cimentación de guijarros y cantos rodados. La planta describía un doble muro totalmente recto de 4,60 m de ancho total, unidos por otros transversales dispuestos a intervalos de longitud desconocida. Dadas las características de la intervención, sólo se lograron constatar 200 m lineales de esta estructura, de la que además sólo se nos permitió conocer a través de sondeos de limpieza regularmente repartidos a lo largo de su extensión. Sin la oportunidad de comprobar la existencia de vanos o fosos, se procedió a su cubrición y replanteo de la obra civil. Lamentablemente, la conservación de los restos del muro, arrasados hasta los cimientos y la carencia de una excavación metodológica de toda su anchura y longitud y de un hipotético sistema de fosos impide cualquier tipo de consideración sobre su correcta cronología, a pesar de que los únicos materiales recuperados en el transcurso de la limpieza, muy fragmentados y rodados, puedan ser fechados, sin más precisión, entre los siglos II y I. Teniendo presentes los datos disponibles hasta el momento, las estructuras excavadas antes aludidas, repartidas en varias fases sucesivas, y una gran construcción lineal, separadas entre sí por una distancia de escasamente 20 m, parece bastante factible la conexión de unos y otros restos. Planteo entonces la identificación de aquel doble muro como una muralla que, por sus dimensiones y trazado, perfectamente rectilíneo a pesar de la variación topográfica, perteneciera al sistema defensivo de un campamento militar romano, en el seno del cual se debiera entender aquella ocupación republicana documentada con anterioridad, que además mantiene con él orientaciones semejantes. Medellín, Valdetorres, Cáceres, nuevos datos para debates antiguos. Reflexiones finales Lo urbano en las tierras del interior fue un fenómeno tardío si lo comparamos con lo que sucedía en otras áreas peninsulares, a pesar de lo cual se puede aceptar existencia de un «proto-urbanismo», fruto de la propia evolución interna de los hábitats, antes de que Roma participara activamente en la aceleración de este proceso. La propia presencia de la potencia itálica, su interés por facilitar los intercambios y su acceso a los recursos, la necesidad de afianzar sus avances en el control del territorio, hace posible que antes del cambio de era exista ya un importante en-

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tramado urbano en estas regiones hispanas. Los mecanismos de creación de ciudades a la sombra de Roma debieron ser tan variados como los casos, respuestas a particulares coyunturas políticas, la existencia o no de enclaves preexistentes, la densidad de ocupación de los territorios, los recursos o las comunicaciones. Algunas son producto de fundaciones ex novo (Cerrillo, Fernández y Herrera, 1990: 55), otras, también resultado de relocaciones por sinecismo o contributiones (Bendala, 2003: 28). De este último instrumento de génesis urbana se ha hablado más arriba, refiriéndonos al caso de Norba Caesarina, consecuencia de la participación de dos realidades previas, los castra Servilia y castra Caecilia. No volveremos sobre la cuestión de la identidad de las ruinas conocidas, baste sólo traer como ejemplo el surgimiento a partir de sendos acuartelamientos, en principio los dos habitados en el momento de la contributio, de la colonia que se convertirá en foco irradiador de la cultura y modo de vida romanos. Parece admitirse como fecha de su fundación un momento impreciso entre los años 36-34 a.C., por P. Cornelio Balbo, tras la muerte de César, en cuyo honor se le otorgaría el apelativo de Caesarina. A pesar de que se le dota a la nueva entidad con los servicios y cualidades propias de una ciudad romana, su esplendor debió ser transitorio, eclipsado quizás por el surgimiento de Augusta Emerita pocos años después. Cuestión aparte es el nombre, su uso efectivo o permanencia, en tanto que se silencia en los tratados camineros posteriores, donde sin embargo en su lugar se refiere uno de sus contributa, Castris, probablemente la raíz de su denominación actual. El origen de la otra ciudad que nos ha ocupado, la colonia mentelinense, aún nos sugiere más dudas. En este caso, las fuentes eluden referencia alguna sobre algún «praesidium metellinensis» o «castra metellina» como pudiéramos esperar; a cambio, la autoría de Metelo o de alguno de sus sucesores o lugartenientes debió quedar clara en la inauguración de la ciudad. El muy somero repaso arqueológico que se ha hecho más arriba sobre Medellín, nos muestra un enclave muy importante como centro urbano, referente comercial, económico, político, cultural y quizás religioso, a lo largo del primer milenio a.C. Sin embargo, nos crea algunas dudas el hecho de que no se hayan localizado muestras claras de la existencia en el lugar de un campamento, no ya sólo en las fuentes textuales, sino en la propia arqueología del yacimiento. Bien es verdad, en cambio, que aún se pueden encontrar las pruebas que nos faltan bajo las actuales construcciones modernas y contemporáneas, pero, así y todo, nos queda analizar el papel del campamento de Valdetorres en este puzzle. Inscrito so-

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bre un poblado indígena anterior, el origen de este último como referente militar romano pudo remontarse a las Guerras Lusitanas y, sin tener que ser necesariamente un campamento estable, permaneció esporádicamente ocupado a lo largo de las coyunturas bélicas que se sucedieron hasta entrado el siglo I antes de la era. Su emplazamiento topográfico encaja bien en los criterios de ubicación de este tipo de recintos: sobre una amplia plataforma ligeramente sobreelevada, proximidad a un río de caudal permanente y a una importante vía de comunicación (Alonso, 1985: 199). Pudiera parecer, con todo ello, bastante extraño la coexistencia de dos campamentos, el de Valdetorres y el de Medellín, a tan corta distancia el uno del otro, apenas 10 km. Algunas interpretaciones sobre el nacimiento de Medellín, vendrían de mano de un mecanismo conocido de fundación urbana, la creación de «dípolis» (Haba, 1998: 410). Esto supondría aceptar el hecho de la coexistencia junto al enclave indígena de una nueva ciudad de corte romano, como sucede en otros ejemplos de la Bética (Rodríguez Neila, 1977; Bendala, 2003: 27-29) con la que debió mantener importantes relaciones (Haba, 1998: 410). Otras explicaciones que elaboremos sobre el papel del campamento de Valdetorres junto a Medellín, coetáneos ambos en un momento de su existencia, suponiendo que aceptemos el hecho de que en solar de la posterior colonia metelinense se hubiera erigido un campamento en época republicana, no implica desechar aquéllas y futuras argumentaciones. En este sentido, aunque ciertamente me parece poco probable por la reducida distancia entre ambos, pudiera concluirse que estos dos enclaves formaban parte de un sistema de múltiples plazas fuertes jalonando la línea del Guadiana. Es más lógico pensar que de ser así, se hubiera erigido un solo campamento reforzado con otras instalaciones secundarias: torres, fortines, etc. C. Fabião ha reflexionado para la Lusitania portuguesa sobre un modelo de ocupación del territorio presumiblemente ensayado por Roma tras las acciones militares que acabaron en cierta medida por pacificar la región. Alude para ello a los casos de Chões de Alpompé, el Alto do Castelo de Alpiarça y de Santarem, la colonia Scallabis Praesidium Iulium, a partir de lo cual conforma un esquema de comportamiento en la génesis urbana, donde dos realidades militares, los dos primeros, correspondientes a distintas coyunturas bélicas languidecen o son abandonadas tras la reocupación del oppidum scalabitano, esta vez inaugurado con entidad urbana, colonia (2004: 60). La similitud con Norba Casarina y sus contributa, es evidente. La repetición del esquema en los territorios de las Estremadura portuguesa y Ex-

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tremadura española, permitiría analizar ese fenómeno de «substituição», bien conocido en otras áreas (Bendala, 2003) y en el vecino caso cacereño, donde los enclaves militares son «sacrificados» a favor de una posición estratégica para el control del territorio y de los ejes de comunicación, creando un cierto paralelismo entre los emplazamientos de Norba y de Scallabis (Fabião, 2004: 60). La repetición del modelo en los territorios lusitanos nos sugiere acertada la idea de extrapolar ese comportamiento al caso de Medellín. Aquí, una plaza estratégica con importante tradición como centro urbano pudo ser reinaugurada por Metelo tras su victoria y antes de regresar a Roma (Haba, 1998: García, 1993: 389), sin necesidad de haber sido antes campamento romano. Independientemente de si se le otorgaría desde entonces el grado de colonia, aquí se debieron establecer veteranos de las Guerras Sertorianas, buscándose con ello asegurar la lealtad de este punto tras su marcha (García, 1993: 389). Para ello, se escogió un lugar clave con miras a las comunicaciones, con uno de los vados más relevantes en el Guadiana, con buenas condiciones para el control visual del espacio y una óptima situación para la explotación de unos importantes recursos agrícolas. Significaba también un enclave de notable tradición e importancia durante la Protohistoria, referente socioeconómico y cultural de primer orden en los contactos con el Mediterráneo. Antes de que se fundara como colonia romana, desde el punto de vista urbano debió encontrarse en un avanzado grado de desarrollo. El Santo de Valdetorres, en este esquema hipotético, debió significar el punto fuerte de la vanguardia o retaguardia romana (según el momento político-militar en que se analice) en el Guadiana, eje esencial de la estrategia de Metelo, junto al norte-sur, con un amplio pasado como acuartelamiento, que es abandonado definitivamente una vez «pacificada» la región tras la muerte de Sertorio y el fin del conflicto. Con pruebas fidedignas de ocupación en el transcurso de las Guerras Lusitanas y de la contienda civil de principios del siglo I, es sin duda un referente militar importante en la pugna por el control del territorio en el valle del Anas, una área geográfica indudablemente activa en las conexiones económicas, culturales y militares entre el Baetis y las regiones del interior en los dos últimos siglos antes del cambio de era. Su relación con las fases anteriores, bajo la estratigrafía del propio campamento, que ascienden a un supuesto poblado prerromano que hunde sus raíces aún más allá en el tiempo, aún no se aprecia de forma clara. Si se trató de una imposición constructiva del recinto militar romano sobre el solar de un caserío recientemente abandonado, o si fue arrasado y

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desplazada forzosamente su población antes de ser erigido, a la luz de los datos, aún preliminares, poco se puede concluir. Sobre lo que aconteció tras su abandono como recinto militar, sólo se han obtenido referencias de prospección y de hallazgos aislados en otros sectores de la localidad de Valdetorres, alejados ya del área intervenida, consistentes en fragmentos rodados de terra sigillata y tegulae romanas. Respecto a este último apunte, su examen nos lleva a plantear una doble explicación, bien una reocupación, tipo villae romana, del solar del antiguo campamento, o bien el mantenimiento de una población residual, restringida a un sector minoritario de aquel recinto militar. BIBLIOGRAFÍA ALMAGRO GORBEA, M. (1977): El Bronce Final y el periodo Orientalizante en Extremadura, Biblioteca Praehistorica Hispana, XVI. Madrid. ALMAGRO GORBEA, M. y MARTÍN BRAVO, A. (1994): «Medellín 1991. La ladera norte del Cerro del Castillo», Complutum Extra, 4, Madrid, pp. 77-127. ALONSO SÁNCHEZ, A. (1985): «Los campamentos romanos como modelo de asentamiento militar: «Cáceres el Viejo». Actas de las II Jornadas de Metodología y Didáctica de la Historia, Prehistoria y Arqueología. Cáceres, pp. 195-208. ALONSO SÁNCHEZ, A. y FERNÁNDEZ CORRALES, J. M. (2000): «El proceso de romanización de la Lusitania Oriental: la creación de asentamientos militares». Sociedad y cultura en Lusitania romana. IV Mesa Internacional sobre la Lusitania Romana. Mérida, pp. 83-100. BELTRÁN LLORIS, M. (1974): «Problemas de Arqueología cacereña: el Campamento romano de Cáceres el Viejo (Cáceres). Estudio numismático». Numisma, 120-131, pp. 255-310. – (1976): La cerámica del campamento romano de Cáceres el Viejo (Cáceres). V Congreso de Estudios Extremeños, Badajoz, pp. 1-21. BENDALA GALÁN, M. (2003): «De Iberia in Hispaniam: el fenómeno urbano». En L. Abad Casal (ed.): De Iberia in Hispaniam. La adaptación de las sociedades ibéricas a los modelos romanos, Murcia, pp. 15-35. BERROCAL RANGEL, L. (1990): «Cambio cultural y romanización en el suroeste peninsular». Anas, 23 (1989-990). Mérida, pp. 103-121. – (2003): «Poblamiento y defensa en el territorio céltico durante época republicana». Defensa y territorio en Hispania. De los Escipiones a Augusto. Salamanca, pp. 185-217.

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Fig. 1. Mapa comparativo de situación de Cáceres, Medellín y Valdetorres.

Fig. 2. Situación de los restos de la muralla en el casco urbano de Valdetorres.

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Francisco Javier Heras Mora

Fig. 3. Sondeo de limpieza. Detalle del doble muro más el transversal.

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L’AREA SACRA SULL’ACROPOLI DI POPULONIA Cynthia Mascione*

Posta su un promontorio di fronte all’isola d’Elba, alle isole dell’arcipelago Toscano e alla Corsica, Populonia è l’unica città che gli Etruschi costruirono sul mare, là dove si incrociavano le rotte che solcavano il Mediterraneo da est a ovest e da sud a nord. Nota fino a non molto tempo fa per le ricche necropoli etrusche, dal 1998 ha preso avvio un articolato programma di ricerca sull’acropoli della città, che vede compartecipi la Soprintendenza ai Beni Archeologici per la Toscana, gli Enti Locali, le Università di Pisa, Siena e Roma Tre.1 Il progetto ha usufruito negli ultimi anni di finanziamenti pubblici finalizzati all’apertura del Parco Archeologico dell’acropoli, che dal 30 marzo 2007 si è aggiunto all’offerta già strutturata del Parco di Baratti e del Museo del Territorio di Populonia, gestiti dalla Società Parchi Val di Cornia. La strategia degli interventi, commisurata anche alle esigenze di valorizzazione, ha portato alla progettazione di grandi aree di indagine che hanno consentito di riportare in evidenza il tessuto urbanistico di un settore monumentale della città, databile fra il II e i primi due decenni del I secolo a.C., dunque in un periodo successivo alla penetrazione romana nell’Etruria settentrionale. La zona centrale dell’acropoli (Fig. 1), posta sulla sella interposta fra le due alture che dominano il colle di Populonia –i poggi del Castello e del Telegrafo–, è organizzata secondo una topografia ortogonale, con due vie basolate che la collegano con la sommità del poggio del Telegrafo. Il dislivello è risolto, a lato delle * Università di Siena. 1 Le ricerche sull’acropoli sono iniziate negli anni Ottanta del secolo scorso ad opera della Soprintendenza ai Beni Archeologici per la Toscana (Romualdi 1994-1995; Ead. 2002) che mantiene tuttora la direzione del progetto, con il coordinamento sul campo e delle attività di studio di M. Letizia Gualandi (Università di Pisa), Daniele Manacorda (Università di Roma Tre) e Cynthia Mascione (Università di Siena). Alla disponibilità e comunità di intenti dei funzionari che si sono susseguiti in questi anni Antonella Romualdi, Anna Patera e Andrea Camilli, si deve la continuità nella realizzazione del progetto. Le campagne di ricerca sono seguite annualmente da seminari, che si svolgono nelle tre sedi universitarie e a Firenze, nei locali del Museo Archeologico; gli elaborati dei seminari sono editi nei volumi Materiali per Populonia 1-4, che raccolgono i risultati delle campagne di scavo 1998-2003.

strade, con terrazzamenti più o meno monumentali, sui quali trovano spazio edifici di varia natura. Nell’area della sella un primo muro di contenimento in opera poligonale, datato dalle ricerche precedenti nella prima metà del II secolo a.C.,2 rettifica nella zona nord-occidentale il profondo avvallamento originario e delimita un’area pubblica a carattere sacro, sulla quale si impostano tre templi. Il primo (il tempio A), scavato interamente nel corso del ventennio scorso dalla Soprintendenza ai Beni Archeologici della Toscana,3 è a cella unica ed è orientato sud-nord, mentre gli altri due (templi B e C), individuati nelle ultime campagne di scavo, si impostano alle estremità del terrazzamento occidentale ed hanno un orientamento est-ovest. Il tempio B ha proporzioni notevoli (81 x 124 piedi), presenta tre celle e un pronao tetrastilo con doppia fila di colonne. Lo scavo delle terre che nascondevano l’edificio è appena terminato e i dati sono assolutamente preliminari, ma sembra di poter assegnare la sua fondazione tra la fine del III e gli inizi del II secolo a.C.4 Le dimensioni e la tipologia dell’edificio si pongono in continuità con i maggiori templi di area etrusca costruiti tra V e IV secolo (ad esempio il tempio A di Pyrgi, la cosiddetta ‘Ara della Regina’ di Tarquinia o il tempio di Celle a Faleri5) e mostra grandi similitudini con il tempio B dell’acropoli di Volterra.6 Le pesanti e ripetute azioni di spoglio dell’elevato impediscono di realizzare una ricostruzione certa dell’altezza del podio, mentre i pochi elementi superstiti della scalinata di accesso mostrano che questa, almeno per la prima serie di gradini, si estendeva su tutta la fronte. Il terzo tempio, denominato C (larghezza 16,08, lunghezza 22,87 m), è anch’esso a tre celle, con un vano maggiore al centro e due minori ed arretrati ai lati. Il pronao, chiuso lateralmente, è articolato con due file di due colonne. L’alto grado di conservazione della struttura mostra un tempio su podio piuttosto 2 3 4 5 6

Romualdi 2002: 15. Romualdi 1994-1994; Ead. 2002. Bartoli, Ghizzani Marcía, Megale 2007. Mascione 2005: 16; Ead. 2007. Bonamici 2003: 64-73.

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alto, che si elevava per almeno 2 m rispetto al piano di calpestio circostante (Mascione c.s.). Dall’area sacra della sella ha inizio la via basolata occidentale, al di sotto della quale corre un capillare sistema di canalizzazioni che convoglia l’acqua piovana raccolta dagli edifici circostanti verso una grande cisterna a doppia camera dislocata ad occidente della via, immediatamente a monte dell’area sacra. La strada risale il pendio del Poggio del Telegrafo in direzione dell’edificio monumentale noto come ‘Le Logge’ (Fig. 2) per il suo prospetto ad arcate cieche. La struttura si sviluppa su più terrazzamenti sul pendio del poggio del Telegrafo e si affaccia scenograficamente in direzione dell’area sacra della sella e della rada di Baratti, dov’era –ed è tuttora– il porto. Lo scavo in questa area è tuttora in corso e ancora non sono chiari gli accessi alle terrazze e i collegamenti fra i vari livelli. Attualmente sono da attribuire al complesso almeno due terressamenti. Quello inferiore, profondo circa 18 piedi, sembra funzionare da raccordo fra le due vie basolate e dà accesso ad un ampio vano posto a est che, insieme alla parete ad arcate, serve da sostruzione all’ampio terrazzo superiore (125 x 175 piedi). Indagato finora solo in piccola parte, il terrazzo superiore ha restituito alcuni ambienti sontuosamente decorati. Sulla fronte vi era un vano, forse un loggiato, crollato in modo brusco nell’ambiente sottostante, dove è stato scavato un consistente deposito che ne conteneva le varie parti strutturali e l’intero apparato decorativo.7 Una prima ricostruzione della sintassi decorativa delle pareti in ‘primo stile’ avanzato mostra nella parte inferiore finte bugne in rilievo ad imitazione di marmi e alabastri, intervallate da cornici in stucco di stile ionico con modanature a ovuli, kyma recta e reversa, dentelli e nella parte superiore un finto porticato composto da semicolonne plastiche, leggermente rastremate e scanalate, sormontate da capitelli corinzi.8 Il soffitto a falsa volta era a cassettoni profilati da una doppia scanalatura dipinta di rosso, mentre il pavimento era in mosaico bianco a ordito obliquo, bordato da una fascia rossa e impreziosito, al centro, da un riquadro con motivo a cubi prospettici.9 La decorazione parietale ha confronti illustri in ambito civile, come la Casa del Fauno (VI, 12, 2),10 ma pitture di ‘primo stile’, sebbene meno elaborate, decoravano ambienti correlati al culto nei santuari di Fregellae,11 Palestrina12 e TerCavari, Donati 2004; Eaed. 2005; Eaed. 2006. Bartali 2005. 9 Cavari 2007. 10 PPM V, pp. 80-141. Confronti pertinenti vi sono anche a Delo, Cnido, Eretria (Cavari, Donati 2004: 90-94). 11 Caputo 1986: 65-74. 12 Fasolo, Gullini 1953: 79-83. 7 8

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racina13 e nel vicino complesso di Volterra.14 Il soffitto con volta a cassettoni, infine, si inserisce fra contesti di II stile iniziale; l’esempio più antico sembra essere la volta dell’ambiente 1 della Casa dei Grifi,15 datata tra la fine del II e gli inizi del I a.C., che presenta una sola scanalatura rossa e un’articolazione più piatta, confronto al quale rimanda anche il pavimento. Sempre sul terrazzo superiore è stato possibile individuare la struttura in cui era inserito il mosaico con soggetto marino recuperato fortuitamente nel 1842 e ora esposto al Museo del Territorio di Populonia. Si tratta di due piccole esedre, inserite in un insieme architettonico articolato con vani ipogei, accessibili da una stretta scala laterale, nei quali scorreva probabilmente acqua condotta attraverso canalizzazioni poste davanti al lato lungo delle esedre: in ipotesi un qualche apprestamento sacro16. Nel mosaico sono coniugate una scena usuale nel panorama iconografico –il fondale marino pullulante di pesci e molluschi di vario genere– e una seconda raffigurazione del tutto originale e rappresentata capovolta rispetto al naturale punto di vista: l’immagine di un naufragio17. Il mosaico, accostato da Meyboom all’officina che lavorò a Pompei, alla Casa del Fauno, e a Palestrina18 –seppure con una cronologia troppo bassa, stando ai dati che ora provengono dallo scavo– porta all’attenzione Populonia come punto di arrivo di maestranze specializzate, come del resto lasciavano già intravedere le decorazioni parietali. L’ipotesi è ulteriormente avvalorata da un secondo mosaico, rinvenuto in un’altra piccola nicchia appartenente ad un complesso di ambienti posti lungo il lato meridionale del terrazzo (Fig. 3) e indagati solo in parte, in cui va forse individuata un’area termale19. Il mosaico presenta una decorazione a cerchi concentrici disposti intorno ad un fiore a 12 petali: tre bande rosse sono alternate ad una fila di coppie di delfini affrontati e ad una fascia con motivo ad onde correnti. Nei triangoli di risulta verso l’ingresso dell’esedra, in posizione opposta rispetto al presumibile punto di vista, sono rappresentati due busti di etiopi affrontati, con caratteri somatici finemente caratterizzati. I due personaggi indossano una Fasolo Gullini 1953: 329-331. Bonamici 1997. Cavari 2006. 16 Mascione 2003. 17 Shepherd 1999; Ead. 2002; De Tommaso, Patera 2002; Manacorda 2003. 18 Meyboom 1977: 72; Id. 1995: 91. 19 Camaiani, Nerucci, Rizzitelli 2003: 37-48; Santoni, Casola 2007. Per il mosaico: Gualandi, Patera 2001; Gualandi 2002; Ead. 2003. 13 14 15

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L’AREA SACRA SULL’ACROPOLI DI POPULONIA

tunica fermata sulla spalla da una fibula in oro: due schiavi quindi, ma non impegnati in lavori vili. A valle del terrazzo inferiore del complesso delle ‘Logge’ è in corso di indagine un’ampia area (Fig. 2) composta da una zona aperta, ad est, e sul lato opposto da una domus con accesso dalla via basolata occidentale. Non è ancora ben comprensibile la natura pubblica o privata di questo edificio, né la sua correlazione con i terrazzi superiori. Anche se non è ancora del tutto chiara la funzione dei singoli ambienti, è però possibile anticipare che nella parte occidentale vi è un balneum, di cui per il momento è stato individuato soltanto il caldarium, provvisto di alveus per il bagno caldo (Figg. 4-5) (Coccoluto, Gasperi 2007; id. 2008). Il riscaldamento dell’acqua per il bagno e dell’ambiente avveniva attraverso un prefurnio, posto nell’ambiente attiguo; l’aria calda passava sotto il pavimento sorreto da pilae in laterizi e era poi diretta all’esterno attraverso due camini collocati nella parete opposta alla vasca, secondo un sistema simile a quello che si riscontra nei caldaria dei balnea di Cabrera del Mar (metà del II secolo a.C.)20, di Musarna (seconda metà del II secolo a.C.)21 e di Valencia,22 dove il riscaldamento interessa soltanto l’alveus. La terma populoniese sembra porsi fra gli esempi precoci, insieme alle terme di Fregelle (secondo puerto II secolo a.C.) (Tsiolis 2001 e 2006). Le pareti dell’ambiente e l’alzata dello scalino di ingresso alla vasca sono rivestiti da un fine coccipesto rosso, impreziosito da tessere di mosaico bianco che formano motivi geometrici diversi. Il pavimento della stanza, in tessellato bianco a ordito obliquo, prevede una larga fascia semicircolare nera che delimita una piccola abside, destinata probabilmente ad ospitare un labrum, e un ‘tappeto’ centrale con un meandro; l’accesso alla vasca è decorato con un motivo a torri, anch’esso realizzato in bianco e nero e delimitato da una fascia di tessere rosse, mentre la pedata del gradino della vasca e la soglia sono decorati con motivi a scacchiera, ancora realizzati in bianco e nero. I rivestimenti parietali trovano un diretto confronto con gli ambienti termali tardorepubblicani delle ville di Sperlonga23 e di Ciampino24 e del balneum di via Sistina a Roma,25 al quale rimanda anche il motivo a torri arricchito da porte laterali, dettaglio che potrebbe essere significativo per una 20 Bains de Ca l’Arnau (Barcellona): Martín 2000; Broise, Jolivet 2004: 108-110. 21 Broise, Jolivet 2004, in part. pp. 57-63. 22 In questo caso l’alveus è su ipocausto: Marín, Ribera 2000; Ribera 2002: 307-311. 23 Villa Prato: Broise, Lafon 2001, in part. pp. 79-91, 144145. 24 Lafon 1991: 112-113. 25 Fiorini 1988.

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datazione del complesso populoniese agli inizi del I secolo a.C.26 La tipologia del complesso delle Logge, disposto a terrazze digradanti lungo il pendio collinare, la sua posizione dominante nel tessuto urbano dell’acropoli e la cronologia, circoscrivibile fra i decenni finali del II secolo a.C. e gli inizi del I, contribuiscono a suggerirne una funzione pubblica, piuttosto che privata. L’edificio e l’area sacra della sella sono inoltre evidentemente collegati –fisicamente, ma forse anche ideologicamente– dalla via basolata occidentale ed è possibile che siano da considerare come due poli di un unico complesso, la cui costruzione è avviata negli stessi decenni. Sia il terrazzamento della sella27 –costruito con tutta probabilità in funzione dell’edificazione dei templi– sia il primo nucleo delle Logge sono, in base ai dati recuperati a tuttoggi, databili nei primi decenni del II secolo a.C.28 E’ possibile dunque riconoscere nell’edificio delle ‘Logge’ un santuario, tipologicamente affine a quelli ampiamente conosciuti del Lazio e del Sannio, la cui architettura scenografica, con ampio uso di sostruzioni ad arcate cieche o con fornice, si collega e si ispira a realizzazioni della Grecia ellenistica insulare, quali i santuari rodii di Lindos e Camiro e di Asclepio a Cos.29 Allo stato attuale delle ricerche non sono noti resti dell’edificio di culto, che tuttavia, stando alle tipologie note, doveva sorgere ancora più in alto, dove l’indagine archeologica, appena avviata, lascia intravedere la presenza di resti di strutture murarie di notevole consistenza, certamente da mettere in relazione con quelle poste sui terrazzi inferiori.30 Per quanto riguarda la divinità alla quale era dedicato il santuario delle Logge, una serie di indizi induce ad ipotizzare che possa trattarsi di Venere/ Afrodite euploia, protettrice dei naviganti . Innanzitutto vi è la collocazione topografica a distanza, ma in contatto visivo e a dominio dell’area portuale di Baratti, che ricalca quella dei più noti santuari di Afrodite a Cipro (Amathunte e Palaipaphos), sul26 L’edificio in cui è il balneum appartiene ad una fase costruttiva successiva al complesso superiore delle ‘Logge’. Inoltre, l’allestimento del caldarium, nella sua articolazione finale, appartiene all’ultima fase di ristrutturazione dell’edificio. Non vi sono ancora dati puntuali per una cronologia delle varie fasi edilizie ed è possibile che il caldarium sia da attribuire, come sembrano suggerire le decorazioni pavimentali, ai primi decenni del I secolo a.C. 27 Romualdi 2002. 28 La porzione orientale dell’edificio è precedente rispetto alla parete ad arcate (Mascione 2002; Pais 2003), che si aggiunge nei decenni finali del II secolo a.C. o negli anni immediatamente successivi. La cronologia del settore orientale è data dai materiali recuperati nello scavo dell’area del terrazzo superiore (Camaiani, Nerucci, Rizzitelli 2003: 37). 29 Mascione 2002. 30 Acconcia et alii 2006.

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l’Acrocorinto, a Cnido, a Erice, a Terracina.31 Poi vi sono le raffigurazioni presenti sui due mosaici: la singolare scena di naufragio sul mosaico con soggetto marino, che sembra connotare l’intero pavimento come ex voto, dedicato da un mercator o da un navicularius a una divinità forse identificabile con Venere, la cui epifania salvifica sembra manifestarsi cripticamente attraverso la conchiglia/colomba che compare sopra l’imbarcazione in procinto di essere travolta da una grande onda.32 Anche i due schiavi etiopi raffigurati sul secondo mosaico rimandano a Venere e, più precisamente, ai rituali legati al culto orientale della dea. Alle testimonianze iconografiche va poi aggiunto il rinvenimento di un buon numero di tegole con bollo retrogrado VE.33 L’ipotesi è naturalmente suggestiva perché porrebbe Populonia all’interno di una rete di santuari strettamente correlati con il mercato marittimo, veicolo privilegiato della diffusione di culti orientali nel Mediterraneo occidentale. Quel che è certo è che sull’acropoli di Populonia si assiste nella seconda metà del II secolo a.C. ad un’opera di ristrutturazione urbanistica imponente, unitaria e coerente, che prevede la costruzione di infrastrutture, templi e edifici lussuosamente allestiti. Si tratta di opere che devono aver comportato un forte investimento in termini di progettazione, di investimenti e di maestranze, il cui spessore è confrontabile con le monumentalizzazioni coloniali tardo-repubblicane, prime fra tutte quelle delle vicine Cosa e Luni. Dello status di Populonia nel II secolo a.C. ben poco possiamo dire in assenza di nuovi dati che chiariscano il rapporto intercorrente con Roma e il ruolo che personaggi appartenenti alla classe dirigente urbana possono aver rivestito nella gestione economica e politica della città e quindi nella realizzazione del rinnovamento urbanistico e architettonico dell’acropoli e nella costruzione degli edifici sacri. Se il quadro fornito dall’epigrafia populoniese è a dir poco sconfortante, una traccia in tal senso potrebbe essere fornita dal bollo IPAAP, presente su tegole attestate in numerosi esemplari nell’area delle ‘Logge’.34 Letto da destra a sinistra, il bollo propone il nome PAAPI, riferibile forse alla famiglia degli Aemili Paapi, un esponente dei quali aveva operato come console sulla costa dell’Etruria all’epoca del bellum etruscum del 282, mentre un altro console aveva guidato la battaglia di Telamone del 225 contro i 31 32 33 34

Mascione 2003: 126-127. Manacorda 2003. Manacorda 2002. Manacorda 2005; Id. 2006

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Galli. L’ultimo esponente della famiglia di cui abbiamo notizia aveva infine rivestito in Sicilia la carica di questore a Lilibeo nel 205, finendo la sua carriera come sacerdote nel collegio dei decemviri sacrorum. I reperti ceramici attestano che nel II secolo a.C. Populonia è una città ricca35 poiché svolge ancora, forse con una parziale autonomia, ma più probabilmente sotto il diretto controllo romano, una funzione eminente nella gestione dei giacimenti minerari, delle officine di raffinamento e del commercio del minerale raffinato, di cui Puteoli è probabilmente il punto di arrivo privilegiato. A ciò si aggiunge la possibilità che Populonia rivesta per Roma un punto di forza strategico anche per la felice posizione che le consentiva il controllo del ponte naturale costituito dalle isole dell’arcipelago toscano, ma anche del ricco entroterra, a metà strada fra i territori delle colonie di Cosa e Luni. Questo almeno fino all’età sillana, cioè fino ai drammatici eventi della guerra civile che hanno coinvolto anche Populonia, causando una cesura pressoché definitiva che i dati archeologici stanno documentando. BIBLIOGRAFÍA ACCONCIA, V. et alii (2006): Scavi alla sommità del Poggio del Telegrafo: campagne 2003-2004, in Materiali 5, pp. 13-78. BARTALI, L. (2005): Pittura di I stile a Populonia: repertorio delle imitazioni marmoree, in Materiali 4, pp. 135-142. BARTALI, L.; GHIZZANI MARCÍA, F. y MEGALE, C., Il saggio XXI, in Materiali 6, pp. 39-63. BONAMICI, M. (1997): Un affresco di I stile dal santuario dell’Acropoli, in Aspetti della cultura di Volterra etrusca fra l’età del ferro e l’età ellenistica, Atti del XIX Convegno di studi Etruschi ed Italici (Volterra 1995), Firenze, pp. 315-332. BONAMICI, M. (2003): Volterra. L’acropoli e il suo santuario, Pisa. BROISE, H. y LAFON, X. (2001): La Villa Prato de Sperlonga, Rome. BROISE, H. y JOLIVET, V. (2004): Musarna 2. Les bains hellénistiques, Rome. CAPUTO, M. (1986): La decorazione parietale dipinta di primo stile, in Coarelli F. (a cura di), Fregellae. Il santuario di Esculapio, Roma, pp. 65-74. CAVARI, F. (2006): Un ambiente di I stile dall’acropoli di Populonia (saggio III): i rinvenimenti della campagna del 2004, in Materiali 5, pp. 207-233. 35

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L’AREA SACRA SULL’ACROPOLI DI POPULONIA

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L’AREA SACRA SULL’ACROPOLI DI POPULONIA

Fig. 1. Planimetria dell’area indagata sull’acropoli di Populonia; in riquadro il promontorio su cui sorge la città, con l’indicazione dell’area di scavo.

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Fig. 2. La sostruzione ad arcate del terrazzo delle ‘Logge’ e, in primo piano, l’edificio a valle con il balneum.

Fig. 3. Planimetria del terrazzo delle ‘Logge’ e, a destra, la parete di fondo del complesso e la piccola abside che conserva il mosaico con delfini e busti di etiopi.

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L’AREA SACRA SULL’ACROPOLI DI POPULONIA

Fig. 4. Dettaglio dell’edificio a valle del complesso delle ‘Logge’ visto dal terrazzo superiore.

Fig. 5. Modello tridimensionale del caldarium realizzato con i software AutoCad e 3D Studio Max. Le texture dei rivestimenti sono state ottenute da prese fotografiche elaborate con il software di fotoraddrizzamento Archis (elaborazione di Elena Vattimo e Giulia Grassi).

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MESA REDONDA 4 de noviembre de 2005 (mañana, 12:00 h.)

Filippo Coarelli (Università di Perugia) «La carne al fuoco è molta, forse troppa però disponiamo di una serie di dati, nuovi in parte, molto interessanti, Papi pone il problema della romanizzazione. I modelli post coloniali sono molto interesanti per la storiografia moderna nel senso che reppresentano inconsciamente forse un rimorso, il tentativo di eliminare un problema reale. I problemi moderni si risolvono con soluzioni moderne, il mondo antico ha dei modelli, ma questi modelli non sono astratti. I modelli sono construiti su precedenti dati empirici verificti. La romanizzazione esiste, ha ragione Papi forse va definita, modulata, articolata però existe. Se no mi dovete spiegare perchè appunto voi parlate in una lingua neolatina, è una forma di romanizzazione culturale di cui magari ci vogliamo anche sbarazzare. Si parla pochissimo di Roma in Spagna, specialmene di Roma repubblicana. È un’altra rimozione che ci sia stata una conquista romana della Spagna. Sono d’accordo con tutto quello che ha detto Papi, quasi tutto. Su un piccolo punto interverrei. Partiamo dei signini, i pavimenti in cocciopesto probabilmente hanno un’origine punica pero è chiarissimo che a un certo punto diventano un fatto di koinè italica. Per esempio Delo in Grecia non ci sono, non esistono tranne un caso che chiaramente è la casa di un’italico. L’importante è il médium che è lo stesso in Africa e in Spagna. Il punto di partenza, lo zoccolo duro su tutti questi fenomeni è ovviamente la conquista romana. Faccio un altro caso: i templi. È significativo che questi elementi non hanno il podio, se fossero templi romani avrebbero il podio, non c’è inauguratio, quelli non sono culti romani, sono culti locali; il contenuto è locale. Quando i romano importano i templi di forma greca li mettono su podi, non per un fatto formale come credono gli architetti sempli per un fatto religioso perchè il podio reppresentava una struttura non formale ma sostanziale che non si può eliminare. Quel vaso a rilievo che mi è stato mostrato mi pare di tipo apulo è molto antico, una cosa di terzo secolo. L’ultima cosa che volevo dire su quel tempio che è datato archeologicamente al 70, e c’è una testa augustea. In questi casi la veritá è sempre una, se ci sono due veritá o una delle due è falsa o le due sono

false, vere tutte e due, no! Quale dobbiamo buttare via? Voi forse avete avuto l’impresione ascoltandomi che io sia un feroce sostenitore delle fonti literarie, della storia tradizionale contro l’archeologia. Io sono un’archeologo, però sono anche uno storico dell’arte perchè la formazione di noi vecchi dinosauri, ormai 70 anni, è quella, siamo stati formati nella storia dell’arte. L’idea che la storia dell’arte si possa buttare via sostituirla qualche altra cosa e sbagliata. Le statue vanno raccolte perchè sono documenti esatamente quanto i cocchi, qualche volta di più, qualche volta di meno. In questo caso, qual è il momento determinante?, l’elemento stilistico o l’elemento arqueologico? L’elemento archeologico certamente perchè quel tipo di scultura è un tipo di scultura neoclassicista di stile tardo ellenistico che comincia alla metà del II e.C., fino ad Augusto. Non c’è nessuna contraddizione. In questo caso le due lezioni coincidono Trillmich dice che è Augustea. Io come storico dell’arte parlo adesso allo stesso livello assolutamente. Se credete a Trillmich dovete credere anche a me, credete a che vi sta più simpatico. Non ci sono gerarchie. Ormai da quaranta anni inutilmente vado contro la scienza normale, che è una sorta di mafia e se le conclusioni entrano in quell’ambito va bene ma se escono fuori uno è radiato dalla communitá scientifica. Cio’ ha portato elle a eliminazione totale del tardo ellenismo. Tutto scivola verso il basso. Questa operazione va avanti da molti anni e confonde classicismo e neoclassicismo con arte augustea. Vi faccio un esempio e poi chiudo. A Pergamo è stata trovata una testa molto simile a quella che abbiamo visto, immediatamente datata in età Augustea o Tiberiana. Poi si sono accorti che era un personaggio conosciuto, ci sono decine discrizioni che lo confermano e quindi si data fra 80-70. Stilisticamente era stato datato in età augustea.» Joaquín Ruiz de Arbulo (Universidad de Lleida) «Esta vez voy a continuar como telonero, pero ahora sí que ya no voy a añadir nada a lo dicho por el profesor Coarelli, sino que prefiero dejar la palabra a Simon Key y luego comentaremos, gracias.»

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Simon Keay (University of Southhampton) «En primer lugar quiero agradecer a los organizadores del congreso su invitación a participar en esta mesa redonda. Yo tengo muchísima suerte de haber trabajado tanto en Italia como en la Península Ibérica. Me gustaría hablar sobre un tema que me interesa y que es el tema de los espacios sagrados, en un caso de ciudad itálica y en un caso de ciudad hispánica. El tema metodológico que me interesa es una cosa de la cual ya ha hablado Filippo Coarelli, o sea que nosotros tenemos el problema a la hora de hablar de santuarios y lo sagrado en un contexto urbano y es que en la mayoría de los casos los paisajes urbanos son incompletos. Yo personalmente creo después de mis experiencias, especialmente en el caso de Falerii Novi, del cual hablaremos en un momento, que al hablar de los templos en el sentido justo de la palabra arqueológica o espacios sagrados, es muy importante estructurar el uso y la articulación del espacio urbano. En el caso itálico, que yo quería hablar rápidamente de Falerii Novi del cual ha hablado Fillipo Coarelli ya, es como ha dicho él, el más completo caso del uso de espacio urbano en la península itálica y uno de los mejor conocidos en el mundo romano. Hay que decir en primer lugar que esto es fruto de prospecciones geofísicas, por lo cual significa que lo que vemos es un palimpsesto que son cuatrocientos años de ocupación, han consolidado en un horizonte que puede observarse en la imagen. Esto plantea muchísimos problemas para comprender el desarrollo de la ciudad, pero obviamente a parte de la densidad de las estructuras que se ven, la presencia del foro y el uso generalizado del espacio, se nota muy bien la presencia de la cuadrícula octogonal urbana y la presencia de los monumentos como el foro, el teatro, las casas, etc. etc. Una cosa que nos ha llamado la atención desde el principio del trabajo ha sido la presencia de una strada que en cierto modo rompe el esquema estrictamente octogonal de la ciudad. Se observa el sistema octogonal y una strada que va en dirección del porto de Giove, pasando por un templo que nosotros hemos identificado como capitolio (seguramente equivocado), que después entra por debajo del claustro medieval y después sube y se dirige, nosotros pensamos, un poco fuera de la línea del pomerio marcada por la calle y que después va justamente a la puerta pretoriana. Para nosotros lo interesante hasta ahora ha sido la presencia en muchos cruces de calle, de un templo. Se ve un templo con la cella, las columnas y los muros en un cruce. Hay en otro que no hay porque es la salida de la ciudad, pero hay varios en los cruces, en la entrada, y finalmente hay otro al final de

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la puerta puteana. Entonces en este sentido yo creo que se puede decir que este es un elemento muy singular, no sabemos si esto es muy corriente, porque no tenemos espacios urbanos tan completos como el caso de Falerii Novi, pero yo creo que por lo menos se puede decir que la presencia de los templos en cierto modo estructura la articulación urbana marcada por los ejes octogonales. Lo que significa que esto es más complicado, pudiera ser, que estos templos de los Lares compitales en los cruces de calle. Es que no tenemos elementos epigráficos, no tenemos elementos documentales. Otra posibilidad como ha dicho Filippo esta mañana, es que ha sido fundada deliberadamente por Roma después de la destrucción de Falerii veteres. Esto implica el movimiento de la gente de los faliscos de Falerii veteres a Falerii Novi, pero es una población falisca que está reestablecida en Lugano, por lo cual seguramente esta gente tenía una memoria de su propio pasado y a lo mejor hay que pensar que esta calle en cierto modo podría ser lo mismo de lo que habla Ovidio en los Fastos de la famosa procesión del santuario de Juno. A lo mejor esta podría ser la trama urbana de una larga procesión que va por los barrios históricos distintos de la ciudad y en cierto modo da conexión entre Falerii Novi y Falerii veteres. Entonces en este sentido la gente vive en su pasado por la organización topográfica sagrada de la ciudad, pero como ha dicho Filippo esto es un caso muy particular, no sabemos si esta práctica de la presencia de templos estructurando el paisaje urbano sea una cosa muy común o en la península itálica o fuera. Pasamos ahora rápidamente al caso hispánico, creemos aún más grave que el caso itálico, a pesar de la presentación esta mañana de Joaquín Ruiz de Arbulo de los problemas de la parcialidad del registro arqueológico en época republicana. Pregunto si también en cierto modo si es legitimo buscar lo itálico o lo romano o son la misma cosa como dice Filippo para centros de raigambre indígena, o tenemos que esperar la presencia de lo indígena mezclado con lo itálico y lo romano. Quiero centrarme en el caso Bético del cual tengo más conocimiento inmediato. Joaquín ya ha pasado rápidamente por los casos bien conocidos de los templos en la provincia Bética, el famoso capitolio o no de Itálica, el templo de Carteia, los nuevos descubrimientos de Córdoba, etc. Yo quiero centrarme en un caso, en una ciudad, que es muy mal conocido pero para mí es muy interesante, no solamente porque es mal conocido obviamente, pero es el yacimiento del Gandul que está en la cornisa de los Alcores, a unos kilómetros de Carmona. Carmona siendo el gran encuentro cultural del bajo Guadalquivir, una de las ciudades más importantes

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durante la época protohistórica, romana, etc. se sabe todo sobre ella. El Gandul es un yacimiento que no se conoce muy bien y en cierto modo descubrió Jorge Bonsor a finales del diecinueve cuando le interesaba mucho más a él lo calcolítico. Nosotros hemos tenido la suerte de trabajar en esta ciudad haciendo prospecciones topográficas y geofísicas más que nada y hay una publicada. No tengo imágenes pero lo que quiero decir es que esta ciudad está encima de la cornisa de los Alcores, tiene unas defensas que delimitan la parte del oeste de la ciudad, la entrada del oeste desde Hipalis. Es muy interesante porque esta ciudad tiene sus orígenes en la época calcolítica y sigue hasta la época visigoda, incluso hay un poblado medieval, lo que implica que hay una ocupación continua de este sitio y se nota la presencia, en época republicana se conoce mal, hay presencia de campanienses etc., etc., pero adentro sí que hay mosaicos, mal conservados pero están. Hay indicios de edificios públicos, pero lo interesante es primero que está la muralla que cierra la parte occidental de la ciudad. No es una muralla romana pero es una muralla que tiene sus orígenes o en la edad de bronce o en la edad de hierro ibérico, que además tiene integrada un gran túmulo que se llama el “terruño” bien conocido desde Bonsor. Se presenta la pregunta de si la muralla de la ciudad es verdaderamente defensiva o es simbólica. Tiene una antigüedad muy remota de la época romana pero los ciudadanos de la ciudad en la época romana la respetaban y la usan para delimitar la ciudad. Otra cosa es que en la franja norte de la ciudad hay una zona de enterramientos, el sur no se puede por la cornisa, y esta franja consiste en muchísimos túmulos que son todavía visibles de la ciudad, hay una visibilidad clara, es como un cinturón de túmulos del periodo calcolítico (se sabe porque Bonsor los excavó), de la edad de bronce, tartésicos y de la edad de hierro, pero incluso hay mausoleos romanos que respetan los túmulos y hay enterramientos más tardíos que el mausoleo del siglo I. Hay enterramientos que a veces rehúsan algunos de los túmulos de la Edad de Bronce, lo que implica en cierto modo que estamos en una situación por lo cual hay una convivencia activa de lo romano en el contexto del pasado y lo sagrado, que en cierto modo podría ser lo mismo que está pasando en Falerii Novi, pero es un contexto indígena y de las influencias romanas reutilizadas, en cierto modo expresadas dentro de un contexto indígena. Quiero subrayar para terminar dos cosas solamente: en primer lugar, que es muy importante en este sentido a lo mejor se pueden proponer ideas, piruetas intelectuales, perfecto, pero en cierto modo nos indica que hay que pensar en la contextualiza-

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ción cultural y espacial de lo sagrado en lo urbano y en segundo lugar, yo creo que tenemos que estar vigente de lo que dicho Emanuele Papi: detrás de todo este debate en cierto modo estamos hablando de la famosa palabra prohibida “romanización”, o como ha dicho Emi provincialismo, y también tenemos que estar los problemas por detrás son las influencias y la fluidez de las corrientes culturales que van fra Roma, las provincias, Roma, etc., etc. Pues nada más, gracias.» Enrique Cerrillo (Universidad de Extremadura) «Yo también quiero agradecer al Instituto de Arqueología de Mérida la invitación a participar en esta mesa redonda. Después de oír las anteriores intervenciones pues lo que se me ocurre pues es una reflexión desde la periferia, siempre que por periferia entendamos el corazón de Lusitania, es decir, hemos oído comunicaciones del Mediterráneo, perimediterráneas y ahora desde el interior todo nos parece distinto aunque estemos en Mérida pero yo todavía quisiera hablar más, en lugar de hablar desde Mérida, hablar desde un poco más al centro de la provincia romana de Lusitania donde Mérida empieza a perder la onda difusoria, la ola de difusión empieza a diluirse poco a poco, y ahí es donde quisiera incorporar un poco no el debate, sino simplemente otro concepto más a romanización. Yo creo que nunca nos cansaremos de hablar sobre este tema, como recuerda el profesor Bendala, hace no mucho tiempo estuvimos también en Soria y salió este mismo concepto porque creo que nunca lo podremos soslayar siempre que nos reunamos gente que trabajemos sobre romano en distintas partes. A todo lo dicho de romanización y lo que hemos oído esta mañana yo quisiera añadir otro concepto que me preocupa desde hace mucho tiempo que es el concepto de tiempo. Es decir, muchas veces romanización lo hemos entendido simplemente como contacto, como llegada o lo que acaba de decir el profesor Torelli, la provincialización. Yo quisiera añadir el concepto temporal y la no consideración de romanización simplemente como un acto, un acto de llegada sino como una redundancia informativa, una continua aparición de elementos novedosos que están incidiendo efectivamente en la provincia; provincialización sobre todo dotándole de un concepto procesual más que actualista. Sobre eso quisiera entrar un poco en el origen de las ciudades en esta zona de Lusitania donde todo es distinto, es decir, acaso estemos un poco preocupados por la globalización y queramos hacer una situación mimética con Roma como si se tratara de

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otra fase de romanización y sin embargo tenemos que tener en cuenta esa fragmentación provincial de muchos territorios engranados a través de comunicación y a través de procesos de difusión, pero con sus peculiaridades propias. En el caso más próximo a nosotros, donde estamos, yo veo que existe una diversidad de orígenes en las ciudades; no todas proceden del mismo tronco común, hay unos conceptos romanos efectivamente pero hay algunos que son fundaciones ex novo, otras son transformaciones de antiguos centros de poder que todavía aquí no los tenemos bien definidos, indígenas. También tenemos diversidad, existe diversidad de situaciones jurídicas, no todos nacen de la misma situación, los oppida stipendaria aunque salga el término de oppidum, en este caso aparece como una situación jurídica previa a la municipalización flavia, o el caso que se ha planteado rápidamente, que yo quisiera si el autor pudiera aclararnos algo más el de este posible asentamiento republicano. Este asentamiento republicano qué características, qué morfología le concede él aunque parece ser que no está excavado enteramente, en las proximidades de Medellín. Creo que ahí tendremos el origen también de otros modos de surgir ciudades; en el caso de Norba con esa famosa frase de Plinio, de los dos campamentos el Castra Servilia y el Castra Caecilia que están en sus inmediaciones. Podríamos tener aquí un posible origen también en aspectos de asentamientos militares, que dan lugar a un urbanismo posterior. Para terminar, señalar algo que también se habló ayer y esta mañana sobre los lugares de culto posiblemente privados situados en las zonas rurales. Yo me tengo que acusar de haber entendido la ciudad desde el campo también, he intentado salvarla, el campo como una versión de la ciudad, por eso he estudiado territorios rurales. Se puede observar como a través de los paisajes romanos posiblemente ya de época posterior a todas las luces imperiales, se observa un determinado tipo de paisaje en los que existen concentraciones de inscripciones dedicadas a diversas divinidades tanto del panteón romano como el caso famoso ya de santa Lucía y otros similares que siempre responden a un mismo paisaje. No son el clásico latifundio llano, con unas características que se repiten en todo el asentamiento rural de la zona, sino que son asentamientos en zonas más resguardadas, en valle. Tienen una morfología totalmente distinta, es decir, ahí existe una asociación entre lugar de culto, no me declino por ninguna formula específica de denominación, sino espacio de culto, no necesariamente construido con una determinada fórmula de paisaje como esta mañana también se decía. Nada más.» Antonio Póveda (Universidad de Alicante)

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«En primer lugar quiero agradecer a la organización la oportunidad que se me ha dado de poder intervenir en un tema que para mí tiene bastante interés. Yo había preparado algo directamente relacionado con el tema del Simposio pero antes quería hacer algunas preguntas o aportar alguna información sobre cosas que han salido en el debate. La primera es el tema de Azaila. Contrariamente a lo que se cree, voy un poco a la contra y yo creo que la destrucción de Azaila es imposible llevarla antes del 40, es decir, sobre todo por los materiales que da. Los materiales que arroja son típicos del 50, del 40 a.C. y de hecho el mismo Miguel Beltrán en el año 73 cuando hizo un estudio de la cerámica de barniz negro lo fechó en esa época: posteriormente ha habido otros datos que parece ser llevan a la gente que estudia el yacimiento de Azaila a época sertoriana. Yo lo puedo decir y me inmiscuyo en otros yacimientos que he estudiado porque el yacimiento que yo estudio ahora es Valentia. Allí tenemos la suerte que no se tiene en Azaila de haber hecho las excavaciones, bueno de estar haciéndolas continuamente, de tener una fecha histórica de la destrucción de la época sertoriana, del año 75 a.C. y luego, sobre todo, tener la gran suerte de encontrar unos enormes niveles de destrucción fechados por la cerámica pero también por tesoros de denarios y por hallazgos sueltos de denarios que nos dan el 77 antes de Cristo. Con todo este paquete pues hemos podido reconstruir lo que sería el contexto sertoriano del año 75 antes de Cristo de lo cual ya se han publicado cosas desde hace tiempo pues en el Journal Roman Archeology, ahora acaba de salir la semana pasada en la revista la casa de Velázquez un estudio de este contexto y precisamente tenemos en prensa un artículo sobre la fecha de destrucción de Azaila que saldrá en la revista Kalathos creo que este año. Entonces habiendo podido identificar el nivel de destrucción de Valentia lo que, comparándolo simplemente con los materiales de Azaila que son numerosísimos, no estamos hablando de cuatro trozos de cerámica, estamos hablando de grandes cantidades de barniz negro, de ánforas, desde luego hay un parecido con los niveles de Valentia pero luego hay una serie de materiales, de barniz negro, de ánforas de Azaila que son totalmente parangonables con pecios del año 40, del año 50 antes, o sea, yo desde luego tengo muy pocas dudas en asegurar que los grandes contextos de materiales de Azaila que son de excavaciones antiguas, pues yo creo que permiten bastante fácilmente, sin forzar las cosas para nada decir que la última fase de Azaila podemos llevarla al 44 antes de Cristo, más o menos cuando César estuvo por allí con la batalla de Ilerda

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¿no?. He dicho esto para aportar un poco al coloquio que habíamos empezado; a lo mejor no incide mucho en las fechas de las esculturas, yo no voy a entrar en eso, sino lo que quiero aportar es que a mi modo de ver hay que llevar el final del yacimiento de Azaila a esa época. Luego hay otro detalle, pues por ejemplo las pequeñas termas de Azaila son unas termas con hipocausto, son pequeñas pero muy bien dotadas y en Valentia tenemos unas termas romanas con unas fases constructivas que el hipocausto no lo conocen, es decir, ese sería otro dato a lo mejor a considerar. Yo simplemente aportar que la fecha final es esta: los edificios duran y se mantienen, pero yo creo que podemos decir inmodestamente que el momento final más coherente, sobretodo por algo tan socorrido como es la cerámica, nos lleva a ese momento. Dicho esto ya puedo hablar de Valentia. La exposición de Ruiz de Arbulo también me ha sugerido algunas cosas, algunas de las cuales las podrán ver en la comunicación que presentamos que se comentará esta tarde, porque es un edificio de edad republicana imperial. Entonces Valentia yo creo que es un caso bastante claro, digamos, de una implantación itálica casi directamente en la península ibérica. Es una ciudad de diez-doce hectáreas, podríamos hablar aunque no lo voy a hacer, de varios edificios públicos como el foro, etc, pero de casas, no hemos encontrado ninguna casa en las numerosas excavaciones desde hace veinticinco años y otro dato importante es que bueno, no conocemos tampoco lo que pasa fuera de la muralla, porque los niveles republicanos están a cuatro cinco niveles de profundidad. Es decir, cuesta mucho dentro de la ciudad conocer estas épocas. En el campo lo poco que se ha podido excavar a veces en una zona aluvial es una villa romana que está ahora bajo el nivel freático, entonces es bastante difícil llegar a saber algo. El horreum que ha puesto Joaquín nosotros siempre hemos creído que es un horreum y entre otras cosas porque está cerrado, está al lado del foro pero no da al foro y da a una calle que es un decumanos, que está dándle la espalda totalmente a lo que es el foro de la ciudad republicana que ahora también, creo que no lo hemos publicado aún, podemos decir ya con seguridad que está en el mismo lugar que el foro de la ciudad imperial, seguramente sea un poco más grande. Luego, sobre el templo de Sagunto, lo que se conserva son los cimientos, yo creo que decir que tenía tres cellas con los cimientos que tiene es un poco aventurado. Después eso que has hablado de que la Valencia imperial es una ciudad, no me lo tomaré como algo personal, simplemente decir que a nivel jurídico pues era más importante que Sagunto. Valencia era una colonia romana, tenía su circo, tenía veintidós

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hectáreas. Yo lo explico de otra manera, la ciudad republicana es mucho más interesante de estudiar que la ciudad imperial, que es una ciudad más. Tenemos tantos ejemplos de ciudades imperiales que yo mismo llevo mucho años estudiando la ciudad romana y a la ciudad imperial pues la verdad es que no le hago mucho caso, porque está la otra ciudad que siempre crea mucho más interés. Para terminar, después de ver lo que ha sacado Simon de Falerii Novi pues voy a decir que la comunicación que presentamos de un santuario de culto a las aguas tiene la misma ubicación lateral, está entre la muralla y el cardo, es decir, que a mí también me sonaba raro ver una zona sacra en ese sitio, pues ahora he visto que es un poco lo mismo a nivel de ubicación topográfica.» Emanuele Papi (Università di Siena) «Vorrei intervenire brevemente a propósito della relazione di Arbulo facendo prima una brevissima considerazione di carattere generale che è questa: la storiografia contemporanea ha creato numerosi falsi, il più eclatante forse l’Africa romana. Ci sono volumi di convegni, una bibliografia che non finisce più. L’Africa Romana non esiste, non è mai esistita, non ci sono al’interno cosí tanti contesti, cosí tante varietá, una unitá non c’è mai stata, c’è stata solo in epoca recente quando l’Africa settentrionale è diventata l’Africa francese, dunque l’Africa romana. Questo per dire a proposito della relazione di Arbulo che non è necessario per spiegare i templi guardare forzatamente a Roma. Può essere pregiudiziale e forse si capisce meglio quel tipo di struttura se si guarda al passato punico-iberico. Coarelli ci ha spiegato sufficientemente che cosa significa ma ci sono casi in cui si trata di templi con più celle, quindi con più divinitá, spesso si tratta di tre celle. Mi sembra cioè che la storiografia spagnola contemporanea è molto legata a Roma. Forse vale la pena guardare verso il basso e non verso ovest.» Filippo Coarelli (Università di Perugia) «Questa è una delle cose su cui io non ero d’accordo con Papi e continuo a non essere d’accordo perché giustamente gli spagnoli guardano verso l’Italia vista la storia della Spagna. Il problema è capire come funzionano i templi in rapporto al periodo storico de appartenenza visio che in Spagna il periodo republicano è conosce poco. Purtroppo i templi sono studiati dagli architetti i quali credono che queste forme architettoniche vadano in giro per conto loro senza

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avere una idea delle funzioni. I templi servono a una funzione religiosa. Spesso se lo scordano ed è evidente che le funzione religiose sono diverse e si possono rivestire di varie forma architettoniche. Credo ci sia un motivo di fondo ma veramente credo che l’Africa sia una cosa diversa, le Afriche sono una cosa diversa. A volte il tempio so che è un tempio perchè me lo dici tu, perché c’è la statua, se no potrebbe essere qualsiasi cosa. Qui sono templi riconocibili e con modelli chiaramente italici che però non significa che i culti siano italici.» Joaquín Ruiz de Arbulo (Universidad de Lleida) «No sé si se encuentra en la sala Fernando Prados, yo querría pues cederle la palabra ya que se ha planteado el tema de la arquitectura púnica y puesto que él es ahora uno de los investigadores que está en este tema pues sencillamente invitarle también a participar en la conversación.» Fernando Prados (Universidad Autónoma) «Al hilo de lo que se estaba comentado, yo conozco mucho más el tema funerario que el tema religioso en sí. Sí que es cierto que a la luz de las nuevas investigaciones, de lo que se está estudiando hoy día, estamos presenciando como hay una influencia púnica tremenda en algunos aspectos, sobre todo en el tema de los templos en el mundo ibérico, pero sobre el tema de los templos tampoco puedo aportar mucho porque lo desconozco, pero yo creo que el profesor Bendala quizá me pueda ayudar un poco en este tema.» Manuel Bendala (Universidad Autónoma) «Bueno, no sé, acabo de salir un momento pero estoy dispuesto aunque sea a adelantar algo de lo que voy a decir en mi conferencia de esta tarde. Sin duda estamos investigando hace tiempo acerca de cómo el sustrato púnico está presente en época romana con una fuerza enorme tanto en el Sur como en el Este y determina cosas que tienen que ver con la configuración de eso que llamamos cultura hispanorromana, eso es evidente. La convivencia que se está viendo en muchos casos entre la cultura prerromana, no sabemos como llamarla bien, indígena que es una palabra que detesto, u otras formas de expresión, es evidente y estamos justamente en un proceso en el que yo propondré incluso una lectura distinta de la

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que puede ser la clásica sobre el capitolio de Baelo. Me gustaría decir alguna cosa sobre el concepto de romanización, palabras que han surgido continuamente y tal vez se ha tocado para muchos casos. Evidentemente como decía el profesor Coarelli la romanización existe, eso es evidente, quién duda que exista romanización, lo que llevo mucho años es tratando de encontrar una fórmula que satisfaga la necesidad de incorporar la idea y la realidad de la romanización al discurso científico sobre la Hispania romana. Es que la romanización no es ni todo el proceso que experimenta por ejemplo Hispania, que es lo que a veces se entiende, es decir, se intenta explicar la realidad cultural de España a partir, no digo de la época de los Escipiones, pero bueno, de entonces acá como un proceso determinado sólo por el proceso de romanización. Eso no es verdad ni es posible explicarlo así y hay muchas maneras de acercarse al fenómeno de la romanización. Una de ellas es pensar que cuando por ejemplo Hispania se incorpora al Imperio, Roma está en proceso de formación definitiva de su propio cuerpo cultural. Con lo cual, no hay un modelo, primero que Roma nunca se propuso exportar y segundo que ya estuviera definido a la hora de entender el resultado de lo que ocurre por ejemplo en la Hispania romana. En buena parte es así, según creo, con matices que podemos discutir, pero digamos que Roma está creando, está desarrollando una estructura cultural con una serie de factores itálicos viejos de proceso de helenistización y que en cierta manera la propia conquista del Imperio, entre ellos de Hispania, está configurando lo que también Roma va añadiendo como cuerpo cultural en su propio proceso. Yo escribí hace muchos años, en el año 79, que Hispania se romaniza a la vez que se romaniza Roma, es decir, que España se incorpora al proceso de liderazgo que de hecho existe de Roma a la vez que Roma está definiendo definitivamente su propio cuerpo cultural. Bueno, es una forma de entender como decía el profesor Enrique Cerrillo la visión del proceso en una justamente posición procesual digamos, un proceso determinado. Algunas de las cosas que suelen decirse que son resultado de la romanización, por ejemplo un tipo de agricultura, de economía de las salazones, etc., justamente son cosas que Roma incorpora de fuera adentro, es decir, que adopta y que no tiene inicialmente con esa formulación y que por tanto en cierta manera hace suyo cosas que ya forman parte del acerbo de otras culturas y que como el proceso de helenistización yo defendí con muchos. Aprendí mucho el congreso de Gettisbourg, de Tallín y de otros que hay un fenómeno fantástico que engloba mucho de lo que significa la romanización y que podríamos llamar con

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una palabra, neologísticamente hablando, la helenistización (palabra que no podemos del todo exponer bien en castellano). En ese proceso de helenistización, Hispania ya estaba incorporada previamente de alguna manera por la vía, por una parte, de la cultura propiamente griega presente y también por un proceso de helenistización liderado inicialmente en Hispania por los Barca, que incluso con su propio desarrollo en la península pudo dar impulso a ciertas cosas que luego también Roma hizo suyas en este diálogo, en esa interacción cultural entre Roma y el conjunto del Imperio. De modo que insisto la romanización da lugar a una serie de procesos en el que sin duda el liderazgo político, cultural y económico, etc., va a estar marcado fundamentalmente por Roma pero que eso no se puede entender como un ciclo cerrado sino como un ciclo abierto, con muchos ingredientes que están interactuando unos con otros. Más o menos mi charla de esta tarde volverá a insistir sobre estos puntos pero hay aspectos que tienen que ver con esa realidad complejísima que no es un proceso ni unilateral ni que es igual en el siglo II antes de Cristo que en el I antes de Cristo que en el I después de Cristo y que es un proceso muy complejo para definirlo con una sola palabra, esa es quizá una de las cuestiones.» Pierre Gros (Université de Provence) «Questa è forse la forza di Roma ed è uno degli elementi del suo modello universale, cioè la non coincidenza tra la realtà giuridico-religiosa, l’urbe e la realtá materiale della città. Questo può creare un modello, si puó transferire sotto forme evidentemente differenti. Si è parlato molto della romanizzazione, ma mi stupisce che nessuno abbia finora preso come esempio di romanizzazione totalmente autonoma il forum Vetus di Letiis Magna dove in una città totalmente punica, libico-punica, diciamo non integrata per niente nelle strutture sia instituzionali sia giuridiche di Roma, l’elite di questa comunità voglia farsi un foro con un capitolio o tempio di Roma, con strutture evidentemente romanizzate. Quale uso ne faceva la popolazione? L’ultimo punto a proposito della comunicazione di Ruiz de Arbulo. Sono contento che ci sia un tempio tardo repubblicano; forse il capitolio, perchè no? Il fatto che abbia presso questo tempio il posto dell’altare iniziale di epoca Augustea prova la radicalitá, la novitá radicale di ciò che si è voluto voluto fare col culto imperiale, cioè si fa scoppiare totalmente il quadro repubblicano iniziale e questo è a parere mio molto importante.

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Filippo Coarelli (Università di Perugia) «Scusate ma credo che alla fine potremmo essere tutti d’accordo. C’è un pasaggio che riguarda un po’tutto quello che si sta dicendo qui e forse io non sono stato abbastanza chiaro. Ci sono varie tipi di romanizzazione. Noi abbiamo anche inventato un altro termine ”autoromanizzazione”. Non é che la romanizzazione è una imposizione dall’esterno, anzi i romani probabilmente non intendevano affatto imporre la loro cultura interessava il potere e il denaro. Quindi, se c’stata romanizzazione è una scelta degli indigeni. Noi questo lo vediamo già in Italia molto presto e voglio dire che questo sdrammatiza il problema. Non è l’imperialismo cattivo romano che impone questi modelli, sono gli indigeni che li vogliono. Il caso di Leptis, non lo dico io llo dice Tacito, “volevano farsi case romane, volevano vestirsi alla romana, volevano andare a farsi il bagno alle terme romane” come i cosidetti gallo-romani, cioè volevano essere romani ma non per scelte culturali, per scelte di potere. La conquista di Roma e il governo di Roma è durato tanto tempo non per una imposizione solo militare, attraverso le aristocrazie locali. Aquesto punto io voglio parlare del’imperio spagnolo, cioè una invasione demograficamente dominante daa dai piccoli gruppi, Cortés o Pizarro hanno conquistato con trecento persone, hanno integrato molto di più e non hanno distrutto anche perché il livello sociale, economico e culturale degli indigeni del Messico e del Peru era molto più altodegli indigeni di America ma sopratutto hanno inventato la figura del cacique cioè l’indigeno ispanizzato che funziona da indigeno con gli indigeni, e da spagnolo con gli spagnoli. Sappiamo benissimo che la storia della conquista è fatta da questi personaggi. Se voi siete archeologi e andate a scavare la situazione per esempio delle campagne del Peru o del Messico prima e dopo la conquista non cambia assolutamente niente. Archeologicamente no si distingue, allora questo significa continuità? L’America spagnola é la stessa della America dei Maya? Certamente no. I contadini indigeni che conservavano culti, tribu, matrimoni, societá, technique assolutamente identiche, lavoravano per il re di Spagna. Quindi cominciamo a distinguere chi si romanizza e chi no e perché e sopratutto dov’è la egemonia. Questa è la cosa che interesava ai romani epoi vi domando, quante parole puniche ci sono nello spagnolo moderno? In castigliano? Mi potete citare una parola punica? E questo non significa niente? Ci sono moltissime parole arabe. È chiaro che non è soltanto acculturazione nel senso di imposizione culturale c’è intercambio. Riguardo alla cronologia del tem-

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pio io dubito di due cose, prima che si possa datare un frammento di ceramica qualsiasi senza data consolare sopra al 70 invece che al 50; secondo che si possa datare una scultura di quel periodo al 70 oppure al 50. Volevo ricordare un’altra cosa, si citano sempre le terme di Valencia, e si dimentica Fregelle dove ci sono delle terme di circa un’isolato intero, gigantesche, la cui fase più tarda é del 190, 180 ma che ricoprono delle terme ancora più grandi o della stessa grandezza, comunque del III a.C. Joaquín Ruiz de Arbulo (Universidad de Lleida) «Me van a permitir un recuerdo, yo estudié en Barcelona a finales de los setenta. Era una época, los más mayores de la sala la recuerdan, en la cual no era una buena época para el estudio, pero sí era una época muy vital, pero hacíamos arqueología y luego íbamos la biblioteca y buscábamos libros. Yo recuerdo que entonces a los que nos gustaba la época republicana y excavábamos época republicana en España cuando no estaba de moda, la romanización empezaba, sobre todo, con César y Augusto. Buscábamos bibliografía y entonces claro pensaba yo, “cuando sea mayor querré escribir tanto como Filippo Coarelli”. En aquellos años Filippo Coarelli publicaba, yo creo, un artículo cada quince días y un libro cada dos meses, era un momento en el cual cuando iba a Italia venía y decía «tengo el último», pero no existían las fotocopias, he de decirlo también, en aquellos años empezó a haber fotocopias. No es lo mismo y te lo explico Filippo, teníamos también un libro maravilloso en Barcelona, el aura templa, solamente el título siempre nos parecía fascinante, lo leíamos con precaución porque era complejo, era difícil de leer pero sabíamos que allí estaba todo, la arquitectura helenística, esta idea del helenismo tardío… Bueno, pues nosotros teníamos que seducir a la bibliotecaria, entiéndanme en el buen sentido: “qué guapa está hoy, ¿qué se ha puesto?”, para lograr que nos dejara sacar el libro para poder fotocopiarlo. Una vez lo habíamos fotocopiado se convertía en un ex sacra: “lo tengo fotocopiado”, y era una estructura de poder. Lo leíamos con dificultad y lo comento, si me permitís, como un pequeño homenaje a los profesores que todavía están presentes entre nosotros y participando en los debates, por recordar la importancia de las épocas, porque esta época creo de finales de los setenta y años ochenta en los cuales todo este periodo se vivía y se estudiaba con interés, luego ha tenido creo en los noventa una especie de decalaje, de bajada de nuevo otra vez hacia los modelos imperiales por decirlo de alguna forma, mientras que en la arqueología ha continuado propor-

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cionando gran cantidad de información. Yo en este sentido si de algo estoy contento al menos, es de demostrar que la Hispania republicana tiene mucho que decir en este sentido y no es casualidad que nosotros éramos romanos cuando en Milán estaban todavía cortando cráneos y matando al pobre cónsul. La romanización es así, luego Milán es la Padania, perfectamente, no lo voy a discutir, pero yo creo que aquí si que podemos reivindicar como mínimo a nivel de contextos arqueológicos, la importancia que significa esta idea del Mediterráneo. No es casualidad que en Pompeya haya tal cantidad del número de monedas de una ciudad que no sea itálica como es Ibiza, es decir, existe un tráfico marítimo intensísimo y todo lo que viene después.» Manuel Bendala (Universidad Autónoma) «Sí, quería comentar primero que estoy de acuerdo con lo que dice Filippo Coarelli. Yo creo que lo que decía antes era justamente para estar de acuerdo con él entre otras cosas. Por ejemplo, creo que es muy creativo y lo tengo por propio también, o por asimilado yo mismo, el concepto de autoromanización. En Hispania antigua hay un caso magnifico de romanización que es muy equivalente a lo que se decía a propósito. Lo decía el profesor Gros a propósito de Leptis Magna, que es el hecho de que por ejemplo Balbo el menor regala para Cádiz o construye para Cádiz una ciudad nueva, construye una doble ciudad, una Didime, sin duda de modelo romano para, digamos, prestigiar a su propia ciudad y sintonizarlo digamos con lo que era la potencia dominante, evidentemente, Roma. Hay un proceso de autoromanización y la epigrafía por fortuna, aunque no tan abundante como quisiéramos, documenta muy bien ciudades del Sur, Sávora y otras, cómo dos personajes de las élites dominantes, uno con nombre indígena, Urjair por ejemplo y un romano o itálico con los tria nomina construyen ambos una puerta para la ciudad con arco de lo que se tienen documentos claros. O sea, por una parte, la idea de la autoromanización, la sintonía, no por imposición sino por conveniencia en relación con lo que significaba el triunfo progresivo del modelo de Roma, eso es evidente, y por supuesto con un proceso claro de autoromanización. Creo incluso, lo diré esta tarde también, que en una ciudad como Baelo no se puede explicar si no es también por una especie quizá de imitación del modelo de Cádiz, es decir, de hacer una ciudad nueva que en cierta manera duplica con modelos romanos la propia ciudad, pero insisto creando un burgo nuevo, creando una ciudad nueva. Eso creo que es así. En lo que me refería a la cuestión de

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ese proceso en el que Roma está un poco haciéndose, me refería no solo a la helenización, que eso por supuesto arranca de tiempos más antiguos, del siglo IV, eso no voy a dudarlo en absoluto. Me refiero a la creación de una forma de poder, de matriz helenística que está forjándose, sobre todo, en la época tardorepublicana y en la que incluso me refiero desde los Escipiones para acá. Hay un proceso de construcción político económica en la que Roma está creciendo justo en ese momento. Por ejemplo, cuando Roma se enfrenta a Cartago, no tiene tradición de dominio del mar. Hay un proceso de copia, de tradiciones no romanas, entre ellas helénicas y púnicas para poder luchar contra sus propios enemigos y se convierte en una potencia. Me refiero a que está creando una forma que vamos a llamarla de poder, de impostación general en el que Roma está añadiendo elementos de cultura, lo mismo la explotación de la tierra, muchas cosas, a eso me refiero. En cualquier caso, insisto en que hay un proceso en el que Roma está integrando cosas que son también culturas ajenas a la propia Roma y que intervienen, eso es evidente. Una cosa que quería comentar también en relación a lo que decía el profesor Ruíz de Arbulo en relación con ese viejo capitolio, tanto viejo como antiguo, de época romana, como por ser una aportación de un trabajo que yo hice, podemos decir que appena nato nel mondo científico en el año 1973, leyendo un posible capitolio. Hace tiempo que vengo pensando y en alguna publicación ya se ha ido reflejando, aunque quería contrastarlo con excavaciones nuevas, la posibilidad de que esta estructura de lo que se ve como tres espacios, uno más grande y otros posibles más pequeños, uno más seguro, el otro no documentado, podían tal vez ser los principia del campamento de Escisión. No lo sé, lo digo porque habiendo tantos sabios como aquí hay, y que saben de esto mucho más que yo, podíamos tenerlo como una referencia. Se conoce por una excavación antigua de Blanco que nunca se publicó, un foso que podría corresponder al campamento romano que se instala junto al antiguo campamento turdetano, indígena, que está en el otro Cerro de los Palacios que podía haber sido, como digo, una especie de duplicación en el que esa parte correspondiente a la parte antigua de la itálica fuera eso, unos posible principia. No me extrañaría también que siendo un depósito sagrado, un lugar sagrado en el campamento, diera lugar después a un templo de época imperial, tardorepublicana imperial, que es al que corresponde el fragmento del muro de hormigón que hay encima, pero digamos que es es una hipótesis que me gustaría contrastar no sólo con los datos antiguos, sino con nuevas excavaciones, pero que no hemos podido llevar a cabo nunca.»

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Antonio Poveda (Universidad de Alicante) «Bien, yo quiero un poco cambiar la discusión, un poco parafraseando algo que ha dicho al principio Ruíz de Arbulo de lo que es la arqueología urbana, de los problemas que lleva. Podemos acabar todos un poco locos haciendo arqueología urbana y luego intentando darle una vertiente científica, pero esto en fin para los que lo hacemos suele ser un poco duro, pero a veces te da satisfacciones. Yo ahora quiero hacer un breve comentario de un hallazgo inesperado reciente y me gustaría lanzar una pregunta, espero que no sea al vacío. El año pasado encontramos una vía a un kilómetro y medio al norte de Valencia que la hemos podido fechar hacia el doscientos a.C., repito doscientos, ciento noventa, a.C., en una excavación muy grande y se pudo documentar bien. Tenía ocho metros de ancho y hubo la suerte de que había materiales debajo y había materiales arriba. Evidentemente piensas en la vía Heraclea que es lo que luego será la vía Augusta. El problema que nos dio, bueno una de las cosas extrañas que nos dio la vía es que no iba hacia Valencia, fundada cincuenta años después de la datación de la vía, sino se iba, bueno venía, del noreste y se iba hacia el sudoeste. Valencia queda digamos al Sur y de hecho la vía parecía amortizada hacía el momento más o menos de la fundación de Valentia. Es decir, se hizo un gran trabajo de hacer un eje viario relacionado con los inicios de la romanización o de la época del dominio político romano en una época en la que no había una ciudad cerca. La ciudad de carácter romano más cercano eran Cartagena y Tarragona que están a doscientos cincuenta kilómetros al norte y al sur, Valencia queda al medio, y yo creo que no casualmente porque está totalmente equidistante. El caso es que está vía parece amortizada, y luego en las excavaciones de la Almoina hemos encontrado lo que en un principio pensamos que era un cardo, luego encontramos la puerta Norte y la puerta Sur del mismo cardo, que es el que pasa al lado del foro. Suponemos que es el cardo maximo por una serie de cosas y que también es el tramo urbano de la vía Augusta, y debajo de la calle imperial está la calle republicana pero es calle, digamos de la segunda mitad o del segundo antes de Cristo. Por lo tanto, hay otra excavación que prolonga un tramo de esta vía extraña que llevaba otra dirección. Parece que aquí, a lo mejor, los fundadores de Valentia en el ciento treinta y ocho, desviaron la vía. Porque siempre pensamos al revés creo yo, que primero están las vías importantes y no estamos hablando de una vía cualquiera, estamos hablando de la vía Herculea que luego es la vía Augusta. Quizá el hecho de estar en un ambiente palustre con mu-

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chos ríos, barrancos, aluvial, etc., condiciona que en un principio la antigua vía Heraclea se desviaría al sudoeste para buscar un vado y al crear Valentia hacen un puente. Pero eso es una pregunta, es un hallazgo reciente que aún no está publicado. Entonces, al socaire de los inicios de la romanización, también vemos que los mismos romanos hacen un trazado viario, que es algo muy importante, y luego fundan un ciudad y al final desvían el trazado viario orinal. Yo no sé si hay algún otro ejemplo de esto, simplemente es contar este nuevo hallazgo y lanzar una pregunta a todo el mundo.»

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Filippo Coarelli (Università di Perugia) «Allora bisogna andare alla radice, e Emanuele Greco parliamo di classi e di classi subalterne. Voi parlate di iberi, punici e magari anche celtiberi. È chiaro che esistono però sono formi mentali, sono cultura, niente altro. Allora a questo punto è importante la autocoscienza, ma quando entrano in contrasto modelli diversi della romanizzazione e modelli locali, qual è il modello dominante? Cioè che, chi cosa devono essere gli aristocratici potenti e cosa sono poi gli altri, cosa è la struttura che ne deriva. È diversa?»

LE RÔLE DE L’ARCHITECTURE SACRÉE DANS LA DÉFINITION ET LA HIÉRARCHISATION DES ESPACES DE LA VILLE ROMAINE IMPERIALE Pierre Gros

Longtemps centrée sur les questions d’identification et de définition liturgique, la problématique relative à l’implantation des édifices du culte impérial dans les centres monumentaux des villes occidentales s’avère aujourd’hui plus complexe qu’on ne l’a dit, dès lors qu’on envisage la globalité de l’espace urbain. Les modifications qui en résultent ne sont pas en effet ponctuelles; elles ne se limitent pas à un élargissement plus ou moins temporaire des lieux de la convergence populaire. Elles reflètent en réalité, dans beaucoup de cas, ou génèrent, un profond bouleversement des hiérarchies et du fonctionnement des espaces publics, dont les incidences sur le développement ultérieur de la ville peuvent être décisives. Pour l’Italie romaine, les recherches ont beaucoup progressé au cours de ces dernières décennies: des études thématiques sur les forums et leur évolution, des monographies consacrées à des sites exemplaires, comme la frange orientale du forum de Pompéi1 ou le groupe cultuel de celui de Pola2 permettent aujourd’hui de mieux comprendre le phénomène et d’en mesurer certaines des conséquences. Les enjeux n’ont cependant pas toujours été appréciés à leur juste valeur, car les querelles suscitées par la destination de tel ou tel édifice religieux ont parfois fait perdre de vue l’ampleur de la conversion, dans les deux sens, topographique et idéologique du mot, impliquée par certaines des solutions retenues. Le débat en effet ne saurait se circonscrire à la concurrence potentiellement conflictuelle entre le temple poliade traditionnel, capitolium ou sanctuaire jovien, et le ou les temples dédiés aux empereurs régnants ou divinisés; il engage, selon la situation accordée aux uns et aux autres, une série de transformations irréversibles, qu’on ne peut pas lire seulement en termes 1 K. Wallat, Die Ostseite des Forums von Pompeji, Francfort, Berlin, 1997. 2 G. Fischer, Das römische Pola. Eine archäologische Stadtgeschichte, Munich, 1996, pp. 70-96. Voir aussi W. Letzner, Das römische Pola. Bilder einer Stadt in Istrien, Mayence, 2005, pp. 36-49.

de topographie, car ils suscitent à plus ou moins longue échéance des formes nouvelles de vie collective. Emblématique de cette situation nous paraît être le cas, de notre point de vue non encore résolu, de Terracina: le grand temple marmoréen situé sur l’axe longitudinal de la place du forum, qu’il clôt à son extrémité occidentale, longtemps assimilé dans la tradition locale à celui de Rome et Auguste, a été identifié par F. Coarelli comme le capitole de la ville3 (Fig. 1). Pour séduisante qu’elle soit l’hypothèse n’a pas fait l’unanimité, du fait que ses substructions ne suggèrent pas le plan d’une cella tripartite, mais seulement un quadrillage technique, destiné à raidir les fondations du podium; de surcroît, la frise de rinceaux , dont Coarelli souligne justement la parenté avec le décor acanthisé de l’enclos de l’Ara Pacis de Rome, conviendrait mieux , en raison de la sémantique dont ce motif est porteur depuis le début du Principat, à un sanctuaire du culte dynastique; quant à l’emploi du marbre, dans un édifice datable d’une phase immédiatement antérieure à celle du temple de Rome et Auguste d’Ostie, il est en général considéré comme caractéristique des créations officielles. Le temple nord, plus petit, continue de ce fait d’apparaître aux yeux de plusieurs spécialistes comme un excellent candidat au statut de capitolium. A proximité du forum, sur lequel il ouvrait directement avant l’empiètement du «grand temple», de facture plus ancienne avec ses murs en opus quasi reticulatum, il se présente comme un véritable édifice «toscan» à trois cellae et pronaos hexastyle. On a parfois pensé, et H. J. Schalles s’en est fait l’écho, que le temple le plus récent pouvait avoir remplacé simplement le précédent, sans changer de définition cultuelle; ce serait un cas unique, et l’on conçoit mal ce pivotement du capitole, passant de l’ancien au nouveau.4 Ce qui, en 3 F. Coarelli, Lazio, Guide archeologiche Laterza, Rome, Bari, 1982, pp. 314-319. 4 H. J. Schalles, «Forum und zentraler Tempel», dans Die römische Stadt im zweiten Jahrhundert n. Chr., Cologne, 1992, pp. 191-193. H. Hänlein- Schäfer, Veneratio Augusti.

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revanche, indépendamment des présomptions dont nous avons fait état ci-dessus, semble plaider en faveur d’une définition «impériale» du sanctuaire marmoréen, c’est sa position qui, pour la première fois, oriente impérieusement la place et lui confère sa cohérence monumentale. La contemporanéité, démontrée par M. R. Coppola, et confirmée par G. Mesolella, du dallage du «foro emiliano» et de l’implantation du temple est caractéristique de la réorganisation radicale imposée par l’urbanisme augustéen5 .La nouvelle ordonnance ne modifie pas seulement la relation entre le «grand» et le «petit» temple, elle affirme en termes hégémoniques la prééminence du premier sur l’ensemble de l’espace civique; sa domination est confirmée par la répartition des bases d’autels, de statues ou de monuments honorifiques, identifiables par leurs empreintes sur le dallage, qui s’alignent sur son axe ou dans son voisinage, comme autant d’actes d’allégeance à l’égard du pouvoir. Pour autant, la discussion n’est pas close, car un troisième édifice cultuel, dessiné par Peruzzi, et dont subsistent peu de vestiges au nord-est du forum, pourrait lui aussi prétendre à une dédicace officielle: périptère à abside axiale, si l’on en croit l’architecte du XVIème s., il présente tous les caractères planimétriques de ce type de sanctuaire, quoiqu’en position moins remarquable.6 Les difficultés rencontrées par les archéologues face à de tels complexes ont évidemment une signification épistémologique; sans doute, elles tiennent d’abord aux lacunes de notre information, mais elles reflètent aussi, indirectement, les ambiguïtés concertées d’une organisation qui, sans rompre totalement avec les traditions de la fin de la République, tendait à les modifier sur le terrain par des hiérarchies subtilement déstabilisatrices. D’autres cas pourraient être évoqués, comme celui du temple dit d’Auguste à Pouzzoles, dont l’attribution a longtemps balancé entre le Princeps et Apollon pour finalement, avec la reprise récente des travaux, se fixer sur la notion de capitole; l’acquis scientifique est important, mais il pose en termes nouveaux la question de l’ordonEine Studie zu den Tempeln des ersten römischen Kaisers, Rome, 1985, pp. 135-140, avait déjà souligné les difficultés d’une telle identification. 5 M. R. Coppola, «Il Foro Emiliano di Terracina: Rilievo, analisi tecnica, vicende storiche del monumento», dans MEFRA, 96, 1984, pp. 325-377; G. Mesolella, Architettura e decorazione architettonica nell’edilizia pubblica dei centri costieri del Lazio meridionale (Minturnae, Formiae, Tarracina): l’età augustea e giulio-claudia, pp. 168-205, à paraître dans les Monografie della Rivista Archeologia Classica. 6 Voir en dernier lieu sur la question les observations de P. C. Innico, «Contributo alla definizione dell’assetto monumentale del Foro Emiliano: un antico edificio in vicolo Pertinace», dans Studi in onore di Arturo Bianchini, Formia, 1998, pp. 61-82.

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nance du forum sur le Rione Terra.7 Il n’en va pas autrement dans le registre de la statuaire, comme le démontrent les discussions toujours vives concernant l’imago clipeata de bronze en provenance du forum de Zuglio (Julium Carnicum), dont l’appartenance à un cycle d’images impériales, indépendamment du problème chronologique, si elle se confirmait, rouvrirait le débat sur la nature et la fonction de l’édifice auquel appartenait cette pièce exceptionnelle.8 La rencontre de Mérida sur le rôle de l’architecture sacrée en milieu urbain vient à point nommé élargir le débat en nous conviant à prendre en considération les expériences relativement bien connues dont de nombreuses villes de la Gaule Narbonnaise et des provinces hispaniques ont été le théâtre au cours des deux premiers siècles de l’Empire. Les solutions mises en oeuvre correspondent pour beaucoup d’entre elles à des tentatives inédites, parfois sans lendemain, parfois appelées à servir d’exemple à l’échelle de la civitas, voire de la provincia. A des titres divers, elles posent toutes le problème de la référence au modèle romain, lequel ne peut qu’être imparfaitement transposé, et cela pour trois raisons essentielles: la première est la relative précocité de certaines fondations dynastiques dans ces régions occidentales où, de Nîmes à Tarragone, des temples sont élevés qui anticipent sur les sanctuaires consacrés aux divi dans l’Urbs elle-même.9 La seconde tient au fait que les schémas d’implantation en milieu provincial étaient soumis à des contraintes qui rendaient difficile la reproduction, fût-elle partielle et à une échelle réduite, des ensembles édifiés dans le centre du pouvoir, la volonté d’assimilation dont ces opérations sont censées témoigner se limitant le plus souvent, sauf dans le cas des capitales hispaniques, à la reprise plus ou moins allusive du plan de certains édifices ou décors figurés.10 La troisième raison consis7 F. Zevi, G. Cavalieri Manasse, «Il tempio cosidetto di Augusto a Pozzuoli», dans Théorie et pratique de l’architecture romaine. Etudes offertes à P. Gros, Aix-enProvence, 2005, pp. 269-294. Voir aussi Cl. Valeri, Marmora Phlegrea. Sculture del Rione Terra di Pozzuoli, Rome, 2005, particulièrement pp. 15 sq. et pp. 31 sq. 8 G. Cavalieri Manasse, «L’imago clipeata di Iulium Carnicum», dans Splendida civitas nostra. Studi archeologici in onore di A. Frova, Rome, 1995, pp. 293-310; Ead., «L’imago clipeata di Iulium Carnicum. Aggiornamento», dans Iulium Carnicum. Centro alpino tra Italia e Norico dalla protostoria all’età imperiale, Rome, 2001, pp. 319-348; M. VerzàrBass, «Il ritratto bronzeo di Iulium Carnicum (Zuglio)», ibid., pp. 297-318. 9 Voir sur ce point H. Hänlein-Schäfer, op. cit. et, plus précisément pour la Narbonnaise, A. Viscogliosi, Il Tempio di Apollo «in Circo» e la formazione del linguaggio architettonico augusteo, Rome, 1996, pp. 202 seq. 10 Sur cette question en général, P. Gros, «La ville comme symbole. Le modèle central et ses limites», dans H. Inglebert, dir., Histoire de la civilisation romaine, Paris, 2005, pp. 155-232.

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te en l’absence fréquente de temples consacrés à la triade capitoline, dans ces villes de l’occident romain. Le cas est patent en Gaule Narbonnaise, où les capitolia s’avèrent plus rares qu’on ne l’a longtemps cru; de ce fait les problèmes de coexistence rencontrés en Italie ne s’y posent pas dans les mêmes termes. Il en va certes différemment en Espagne, où des sanctuaires de la triade capitoline, de fondation ancienne, ont été recensés, à Empurias, Saguntum, Tarraco, et, pour une date plus tardive sans doute, à Clunia; sur ce thème les recherches de M. Bendala Galàn ont mis en évidence les difficultés de leur intégration et les modalités de leur marginalisation, même si, dans beaucoup de ces villes, on éprouve quelque difficulté à retrouver des fondations antérieures à l’époque augustéenne dans des centres monumentaux qui rapidement se modifient, voire se déplacent: le cas du capitole d’Italica est de ce point de vue exemplaire, et les discussions auxquelles il donne encore lieu mériteraient un examen approfondi.11 Notre propos n’est pas d’énumérer les cas de figure qui, de Narbonne à Cordoba, d’Arles à Mulva, ont être identifiés et souvent étudiés avec précision. Cela nous conduirait à reprendre la description de structures bien connues, sans autre perspective que celle de comparaisons plus ou moins légitimes entre des situations historiques, juridiques et topographiques tout de même très différentes. Il nous a paru plus utile d’essayer de dégager de ces expériences diverses, urbanistiques et religieuses, placées sous l’égide du culte impérial, les constantes qui témoignent de la nouveauté radicale du système qui s’élabore ainsi progressivement. Trois aspects nous ont paru, de ce point de vue, mériter réflexion: la sacralisation de l’espace public; la structuration de la ville à travers la «fête impériale»; enfin la signification du recours souvent observé mais plus rarement expliqué aux schémas planimétriques et aux thèmes iconographiques du Forum d’Auguste ou du temple de Mars Ultor, dont la récurrence dépasse largement le règne du premier empereur. Premier thème, donc, celui de la sacralisation globale. Il ne semble pas que toutes les conséquences aient été tirées d’une donnée fondamentale dont on commence seulement à s’aviser, à savoir la différence de fonction et nous dirions volontiers d’ambition qui existe entre les temples poliades traditionnels et les sanctuaires du culte dynastique ou impérial. Les observations de H. J. Schalles et de P. Zanker, dans des contextes différents, méritent d’être développées et ouvrent dans cette perspective un vaste champ d’in11 M. Bendala Galán, «Capitolia Hispaniarum», dans Anas, 2-3, 1989-1990, pp. 11-36; R. Hidalgo, «En torno a la imagen urbana de Italica», dans Romula, 2, 2003, p. 91.

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vestigation.12 Les temples capitolins ou consacrés à des divinités topiques appartiennent à l’équipement de base de toute agglomération de la fin de la République, qui regroupe en un lieu central les institutions et les édifices garants de l’autonomie de la collectivité avec, dans le cas du capitolium, son appartenance effective ou revendiquée à la communauté romaine. Mais du fait même de leur fonction, ces édifices gardent une emprise limitée;13 loin de s’imposer comme le symbole de la ville, destinés à être vus d’aussi loin que possible par le visiteur, ils s’ouvrent ordinairement sur le forum ou dans sa proximité immédiate et ne dominent, au sens matériel et symbolique du terme, que la partie de la place qui s’étend devant eux. Vitruve a bien décrit cette situation dans la colonie de Fano où, comme sur tant d’autres sites, l’aedes Jovis fait face à la basilica, de part et d’autre de la place publique.14 Cette clôture du complexe juridico- religieux sur lui-même est l’une des caractéristiques de la ville préimpériale; elle s’accentue d’ailleurs dans les premières décennies du Principat avec ce qu’on a appelé la surdétermination par le contexte architectural, et l’enfermement des pouvoirs municipaux ou coloniaux dont seul l’empereur assure la légitimité.15 L’intégration fréquente de la curie à la basilique, ellemême placée sous l’invocation du Princeps, en est une autre manifestation. Or la finalité des temples du culte d’Auguste et plus tard des divi apparaît au contraire, dès les premières fondations, comme celle d’étendre leur domination sur l’ensemble de l’espace urbain. Il leur faut donc, dans la majorité des cas, briser le carcan «républicain» du centre administratif. Quand les temples de la triade capitoline deviennent eux aussi, en raison de l’assimilation du pouvoir des empereurs à celui de Jupiter, des édifices de la religion impériale, ils témoignent de cette conversion, comme on l’observe par exemple à Dougga (Thugga): dédié à Antonin-le-Pieux dont l’apothéose est représentée sur son fronton, le capitolium de cette ville d’Afrique proconsulaire, flanqué en façade des statues colossales de Marc Aurèle et de Lucius Verus, rompt ostensiblement 12 H. J. Schalles, loc. cit ., pp. 183-211; P. Zanker, Augustus und die Macht der Bilder, Munich, 1987, pp. 85 sq. et p. 107 sq.; Id., «Veränderung im öffentlichen Raum der italischer Sdädte», dans L’Italie d’Auguste à Dioclétien, CEFR 198, Rome, 1994, pp. 259-284. 13 I. Barton, «Capitoline Tempel in Italy and the Provinces (especially in Africa)», dans ANRW, II, 12, 1, 1982, pp. 259342. 14 De Architectura, V, 1, 7. Voir le commentaire de A. Corso, dans Vitruvio de Architectura, I, Turin, 1997, pp. 652-655. 15 J.-M. David, «Le tribunal dans la basilique: évolution fonctionnelle et symbolique de la République à l’Empire», dans Architecture et société de l’archaïsme grec à la fin de la République romaine, CEFR 66, Rome, 1983, pp. 219-245.

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avec les contraintes traditionnelles (Fig. 2); établi perpendiculairement à l’axe du forum et à celui de l’esplanade, postérieure, de la «rose des vents», il règne du haut de son podium sur une area qui lui est propre et s’affirme à la fois comme l’un des points focaux de l’agglomération et comme un lieu autonome de la convergence populaire.16 Si nous retenons les récentes observations de P. Pensabene, l’exemple le plus démonstratif, et sans doute l’un des plus précoces, de cette tendance serait celui de Tarragone;17 la découverte des principales composantes du forum de la ville basse n’a pas permis de localiser dans cette zone le fameux temple consacré à Auguste dont Tacite nous apprend que la construction avait été autorisée par Tibère et dont les dupondii du même empereur, avec la légende divo Augusto, fournissent au revers une image fidèle. Jusqu’à ces toutes dernières années, la communis opinio, partagée par les archéologues et les historiens du culte impérial, était que l’édifice en question avait trouvé place dans la zone du vaste forum qui occupe quatre îlots, et plus précisément sur l’area sacra située à l’est de l’esplanade dominée par la basilique judiciaire. Il est vrai que sous le règne d’Auguste le centre administratif et religieux de la colonie avait pris une extension remarquable: la basilique déjà nommée et son aedes Augusti en sont la preuve, non moins que le théâtre construit à proximité, dont la première phase semble même remonter aux années 30-15 av. J.-C. Il est donc légitime de localiser dans ce secteur l’autel augustéen mentionné par Quintilien, et construit du vivant même du Princeps. A partir de là l’idée s’est imposée que le temple tibérien avait en quelque sorte constitué le développement normal de cette première fondation dans la ville basse18 (Fig. 3). La difficulté tenait cependant au fait qu’aucun élément architectural n’y avait jamais été retrouvé, alors que dans la partie la plus élevée, sur la prétendue «acropole», colonnes, frises et corniches marmoréennes ont été recueillies en abondance; elles proviennent des carrières impériales d’Italie, mais aussi d’Asie Mineure et d’Afrique. Or il a été possible d’y distinguer 16 F. Dohna, «Gestaltung öffentlichen Räumes und Imperiale Ideologie am Beispiel des Kapitols von Thugga», dans Römische Mitteilungen, 104, 1997, pp. 465-476. 17 P. Pensabene, «Nuovi ritrovamenti di frammenti marmorei dall’Acropoli di Tarraco e i complessi monumentali di culto imperiale»,dans Théorie et pratique de l’architecture romaine, op. cit., pp. 233-246. Voir maintenant J. Ruiz de Arbulo, «Bauliche Inszenierung und literarische Stilisierung: das “Provinzialforum” von Tarraco», dans S. Panzram, editr., Städte in Wandel, hamburg, 2007, pp. 149-212. 18 Sur cette localisation traditionnelle, voir encore X. Aquilué Abadias, «Arquitectura oficial», dans X. Dupré Raventos, édit., Tarragona, Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco, Rome, 2004, pp. 41-46.

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deux séries d’après le matériau et le style, l’une, en «marmor lunense», d’époque julio-claudienne, et l’autre d’époque flavienne. Reprenant donc, en en tirant toutes les conséquence, une idée déjà émise par P. Gimeno en 1991,19 et réactualisée sous une forme différente par W. E. Mierse en 1999,20 P. Pensabene considère comme très probable l’édification de ce premier temple tibérien, sans doute encore strictement colonial, à l’emplacement qui sera plus tard occupé par le grand sanctuaire provincial, au point le plus haut de l’agglomération (Fig. 4). Son argumentation emporte la conviction, car d’une part l’emploi massif du marbre, à date aussi haute, ne peut se concevoir que pour un édifice du culte officiel qui tranche ostensiblement avec les constructions publiques de la ville basse, pourtant presque contemporaines, où l’on ne trouve que de la pierre locale (arenisca), revêtue ou non de stuc, et d’autre part les trouvailles récentes, rapprochées de celles du XIXème s., permettent d’attribuer les fragments de frise à un grand édifice dont les colonnes atteignaient 13 ou 14 m de hauteur. Leur décoration de rinceaux acanthisés, outre qu’elle autorise une datation assez précise, correspond là encore aux conventions adoptées dans la première moitié du Ier s. pour l’ornementation symbolique des sanctuaires consacrés aux divi. Ainsi le plus ancien temple consacré en Occident au divus Augustus a été établi dans la position urbanistique la plus significative; il s’agit d’une véritable prise de possession de l’ensemble de la ville par un édifice imposant, visible de partout et radicalement distinct des constructions publiques antérieures par son luxe et ses dimensions. Toutes proportions gardées, le choix qui a présidé à la mise en place du sanctuaire tibérien de Tarragone anticipe sur celui qui, près d’un siècle plus tard, sera celui retenu pour le Trajaneum de Pergame.21 Et de même que dans la métropole micrasiatique les axes du développement de la ville «romaine» seront désormais déterminés par l’orientation de ce temple qui occupe sur l’antique acropole des Attalides une situation dominante qu’aucun monument hellénistique n’avait avant lui jamais obtenue,22 de même à Tarragone la 19 P. Gimeno, Estudios de arquitectura y urbanismo en las ciudades romanas del nordeste de Hispania, Madrid, 1991, pp. 271-290. 20 W. E. Mierse, Temples and Towns in Roman Iberia, Berkeley, 1999, pp. 132-149. 21 W. Radt, Pergamon. Geschichte und Bauten einer antiken Metropole, Darmstadt, 1999, pp. 209-220. 22 W. Höpfner, «Von Alexandria über Pergamon nach Nikopolis. Städtebau und Stadtbilder hellenistischer Zeit», dans Akten des XIII. Internazionalen Kongresses für klassische Archäologie, Berlin, 1990, pp. 282-284; H. Halfmann, Städtebau und Bauherren im römischen Kleinasien, Tübingen, 2001, pp. 51-54.

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création ultérieure du grand complexe provincial, véritable ville dans la ville, reprendra en les amplifiant les potentialités déjà contenues dans le temple colonial. Ce type d’opération ne pouvait évidemment être reproduit dans les villes qui ne présentaient pas de dénivellation suffisante pour autoriser une implantation du même genre. Mais le phénomène des fora adiecta qui se développe dans le même temps et jusqu’à la fin du Ie s. au moins répond, en dépit des apparences, à des impératifs analogues, et d’abord à la volonté de sortir du cadre étroit du forum traditionnel. La stratégie, si l’on peut dire, consiste en général à exploiter la situation centrale de l’ancienne place publique en ouvrant des annexes monumentales qui vont avoir elles aussi pour vocation d’orienter et de valoriser des axes majeurs. Les deux autres capitales hispaniques offrent de ces choix urbanistiques des exemples trop bien étudiés à travers de nombreuses publications récentes pour que nous nous y attardions. Nous noterons seulement que le temple dit de Diane à Mérida, consacré sans doute à Rome et Auguste lors de la création de la province de Lusitanie, domine le forum colonial à caractère strictement municipal. Ce forum, si l’on en juge par les découvertes récentes, comportait des structures plus complexes qu’on ne l’avait imaginé jusqu’à présent, dont l’étude devrait permettre de préciser rapidement la destination du temple, mais on peut admettre d’ores et déjà que son aménagement avait été conçu dès la fondation de la ville dans la perspective de l’exaltation programmée du pouvoir augustéen. Il est cependant bientôt doté d’une place latérale, le «Foro de marmol», probable Augusteum selon la suggestion de J.M. Álvarez Martínez et Tr. Nogales Basarrate: sur cette esplanade annexe ont été retrouvés, lors des fouilles des années 80, une masse d’éléments qui, du point de vue de l’ordonnance architecturale et des programmes iconographiques, constituaient des citations plastiques extrêmement précises du Forum d’Auguste de Rome.23 Il est toujours en pareil cas difficile de faire la part du symbolique et du fonctionnel; on peut toutefois affirmer, sans grand risque d’erreur, que l’ouverture de cette seconde place ne fut pas un redoublement tautologique de la première: le mimétisme «urbain» dont elle témoigne procède de la volonté de créer dans la capitale lusitanienne une séquence d’espaces publics capable d’évoquer la suite déjà prestigieuse des «forums impériaux» de Rome, comme l’a 23 J. M. Álvarez Martínez, Tr. Nogales Basarrate, Forum Coloniae Augustae Emeritae. El «Templo de Diana», Mérida, 2003; Id., «Foros de Augusta Emerita: espacios simbolicos en el urbanismo emeritense», dans Théorie et pratique de l’architecture, op. cit., pp. 213-231.

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justement souligné W. Trillmich.24 Mais ce qui retiendra notre attention ici, c’est la continuité qui s’établit très vite, dès la fin du règne d’Auguste ou l’époque tibérienne, le long du cardo maximus, la voie principale qui traverse, rectiligne, la ville dans sa plus grande extension, avec le temple marmoréen de Calle Holguin, sans doute voué au culte provincial des divi, et dont l’accès est solennisé par l’arc dit de Trajan. Pour la mise en place de ce nouveau sanctuaire, la destruction de plusieurs quartiers d’habitation et le blocage d’un tronçon important du cardo maximus témoignent de l’aspect impérieux du projet, évidemment non prévu dans le plan régulateur augustéen, et donc, une nouvelle fois, de la confiscation, si l’on peut dire, des espaces les plus significatifs de l’aire urbaine.25 A quoi s’ajoute, dans ce cas spécifique, le puissant arc d’entrée déjà nommé; son volume et sa hauteur exceptionnels, ainsi que son probable revêtement marmoréen le désignaient comme un signal plastique visible de tous les points de la cité, et à ce titre le rendaient comparable aux obélisques placés à l’entrée du Caesareum d’Alexandrie ou à la «Tour Magne» de Nîmes, en relation avec l’Augusteum sousjacent, au pied du Mont Cavalier. Le cœur de Mérida se trouve ainsi dès lors divisé en deux pôles, ouverts sur le même axe; ils n’ont certes pas exactement le même rôle mais appartiennent à un complexe «éclaté» dont la complémentarité ne pouvait échapper aux contemporains. Les mêmes observations peuvent être faites à Córdoba, avec le forum adiectum ouvert sur quatre îlots, au sud du forum colonial (fig. 5). Les dimensions du temple qui en occupait le centre, si l’on en juge par les vestiges de son podium, étaient à peine inférieures à celles de Mars Ultor, et le modèle romain y apparaît fidèlement suivi jusque dans les chapiteaux corinthiens dus, comme le relève P. Pensabene, à des ateliers italiques et taillés dans le marbre de Carrare.26 Dans la capitale de la Bétique la conti24 W. Trillmich, «Gestalt und Ausstattung des Marmorforums in Mérida. Kenntnisstand und Perspektiven», dans Madr. Mitt. 36, 1995, pp. 269-291; Id., «Il modello della metropoli», dans Hispania Romana. Da terra da conquista a provincia dell’impero, Milán, 1997, pp. 131-141. 25 W. Trillmich, «Los tres foros de Augusta Emerita y el caso de Corduba», dans P. Leon, éditr., Colonia Patricia Corduba. Una reflexion arqueologica, Cordoba, 1993, pp. 175195; A. Velázquez, «Colonia Augusta Emerita», dans Hispania, el legado de Roma, Mérida, 1999, pp. 441-447; P. Mateos Cruz, F. Palma García, «Arquitectura oficial», dans X. Dupré Raventos, édit., Mérida. Colonia Augusta Emerita, Rome, 2004, pp. 41-53. Voir maintenant P. Mateos Cruz, «El conjunto provincial de Culto Imperial de Augusta Emerita», dans Tr. Nogales, J. González, Culto Imperial: política y poder, Roma, 2007, pp. 369-393. 26 J. L. Jimenez Salvador, «La moltiplicacion de plazas publicas en la ciudad ispano-romana», dans Empuries, 51, 1998, pp. 18 sq.; P. Pensabene, loc. cit., dans Théorie et pratique de l’architecture romaine, op. cit., p. 240.

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nuité axiale entre ce sanctuaire colonial et le forum provinciae centré sur le temple de Calle Claudio Marcelo apparaît encore plus nettement qu’à Mérida, déterminant, depuis l’entrée orientale de la ville jusqu’en son centre une véritable via sacra qui, joignant deux sanctuaires de la religion officielle, marginalisait l’ancien forum dont on ignore à l’heure actuelle quels édifices cultuels l’encadraient ou le dominaient.27 C’est en fait une nouvelle définition de la ville qui s’élabore ainsi, d’une façon trop rigoureuse pour qu’elle ne soit pas concertée, où les itinéraires principaux sont jalonnés par des structures sacralisantes, temples, bien sûr, mais aussi autels monumentaux, comme à Mérida, et effigies impériales,28 elles aussi sacrées, comme l’indique du reste explicitement une inscription d’Espagne datant de la période antonine.29 Hors de ces capita provinciae où la nécessaire spécialisation des espaces publics, imposée par la multiplication des fonctions, peut contribuer à expliquer la multiplication des places et des sanctuaires, d’autres cas de duplication des forums ont été depuis longtemps relevés. Moins significatifs en apparence, parce que souvent moins riches en témoignages iconographiques, épigraphiques ou architecturaux, ils n’attestent pas moins la même tendance à ordonner la ville autour des monuments du culte impérial. Sans sortir de la Bétique, il serait facile de montrer comment par exemple le site d’Italica pose en termes analogues, quoique sur un arc temporel plus large, des questions du même ordre, avec la mise en place, au cœur de la ville nouvelle, du Trajaneum.30 Mais si nous nous rendons en Narbonnaise, région dont les liens avec la Bétique ont souvent été soulignés, ne serait-ce que du fait de son statut de province sénatoriale et de ses relations commerciales avec la Péninsule ibérique, le phénomène se vérifie aisément: le second forum d’Arles, ouvert sur la frange ouest du forum colonial, présente, avec ses exèdres latérales, un aspect qui l’apparente, à une échelle évidemment très réduite, au plan du Forum

d’Auguste, même si nous savons aujourd’hui que celui-ci comportait initialement, avant que les fondations adjacentes de Domitien et de Trajan ne les suppriment, quatre exèdres au total.31 Quelle que soit la date que l’on veut lui assigner, julio-claudienne ou flavienne,32 il témoigne lui aussi de la volonté, à travers l’évocation de la première architecture impériale de l’Urbs, de se rattacher directement aux mythes fondateurs et aux programmes du début du Principat. Les masques d’Ammon qui ornaient les orthostates de son temple plaident sans ambiguïté pour une appartenance de celui-ci à la nébuleuse des édifices du culte officiel des divi, et il n’est pas indifférent de noter que cette annexe prestigieuse s’ouvrait, comme le forum lui-même, le long d’un axe important de la cité. A Nîmes, le dédoublement du centre urbain est encore plus net, avec le forum dominé par le temple dédié aux Caesares, la «Maison Carrée», et l’Augusteum ou sanctuaire de la Fontaine.33 Ces deux ensembles, de fondation augustéenne, le second plus ancien que le premier, ne se répartissent pas, dans cette vaste colonie de droit latin, sur des voies rigoureusement orthonormées, mais la «patte d’oie» qui rompt le rythme normal des îlots d’habitation pour établir une communication directe entre les deux sites, manifeste clairement la cohérence du programme en dépit de son éclatement chronologique et topographique. Là encore l’ordonnance de la ville augustéenne se révèle dominée par le souci de joindre les hauts lieux du consensus, en relation avec les cultes dynastiques.34 Si la référence au Forum Augustum est ici, en première analyse, moins évidente, on n’oubliera pas cependant que l’ordre corinthien de la «Maison Carrée» propose en Narbonnaise la première tentative accomplie, quoique non marmoréenne, de reproduction de celui de Mars Ultor.35 Et la continuité de ce type de politique, quels que soient les statuts ou l’importance administrative des villes, est en quelque sorte matérialisée par la parenté formelle, depuis longtemps observée, entre le temple de Calle Claudio Marcelo

27 J. F. Murillo et alii, «El templo de la c/ Claudio Marcelo (Córdoba). Aproximación al foro provincial de la Bética», dans Romula, 2, 2003, pp. 53-88. 28 I. López, J. A. Guariguet, «La decoración escultórica del foro colonial de Córdoba», dans Actas de la III Reunión sobre escultura romana en Hispania, Madrid, 2000, pp. 47-80; J. A. Guarriguet Mata, El culto imperial en la Córdoba romana: una aproximación arqueológica, Córdoba, 2003, pp. 107 sq. Voir maintenant Á. Ventura Villanueva, «Reflexiones sobre la arquitectura y advocación del templo de la calle Morería en el forum adiectum de Colonia Patricia Corduba», in Culto Imperial: política y poder, op. cit., pp. 215-237. 29 CIL II, 1643: les statues d’Antonin le Pieux, Marc Aurèle et Commode y sont dites sacrae. Voir Dig. 48, 5, 2. 30 P. Leon, Traianeum de Italica, Séville, 1998; R. Hidalgo, loc.cit., dans Romula, 2, 2003, pp. 89-126.

31 P. Gros, «Le centre monumental de la colonie d’Arles», dans JDAI, 102, 1987, pp. 357-363. 32 Cette dernière hypothèse chronologique a été récemment proposée, avec des arguments qui ne sont pas tous convaincants, par CL. Kleinwächter, «Tiberius in Arles ?», dans Studia Honoraria, Hommages à Kl. Fittschen, Rahden , 2001, pp. 145-166. 33 P. Gros, «L’Augusteum de Nîmes», dans Revue archéologique de Narbonnaise, 17, 1984, pp. 123-134. 34 Sur ces problèmes de la viabilité interne à la ville antique de Nïmes, voir maintenant, J.-L. Fiches, A. Veyrac, Nîmes, Carte archéologique de la Gaule, 30,1, Paris, 1996, pp. 241-296. 35 R. Amy, P. Gros, La Maison Carrée de Nîmes, XXXVIII° Suppl. à Gallia, Paris, 1979, pp. 132-145.

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de Córdoba et celui des Caesares à Nîmes où, indépendamment d’un parti architectural identique, celui d’un édifice pseudopériptère à pronaos hexastyle dérivé du temple romain d’Apollon in Circo, l’implantation au centre d’une porticus triplex encadrant une terrasse surélevée procède de la même recherche de domination36 (Fig. 6); celle-ci est d’autant plus nette dans la capitale hispanique que le sanctuaire, empiétant sur l’enceinte, est tourné vers l’extérieur comme pour manifester l’emprise sur le territoire et symboliser par sa seule présence les prestiges de l’urbanitas, à l’œuvre dans la nouvelle ville impériale.37 De telles situations, dont la finalité première est de manifester l’omniprésence d’un pouvoir sacralisé, ne doivent cependant leur efficacité qu’à la fréquence de ce que M. Wörrle a appelé la «fête impériale» et de ses liturgies, qui impliquent toutes les catégories professionnelles et toutes les classes de la population.38 Nous abordons là le deuxième moment de notre réflexion. La dispersion plus ou moins grande des lieux de la convergence ritualisée –auxquels il faudrait ajouter les théâtres et plus tard les amphithéâtres– le long de vecteurs processionnels qui traversent, dans les meilleurs des cas, la totalité de l’agglomération, est caractéristique de ces temps où la vie collective est davantage rythmée par les cérémonies officielles que par les activités politiques ou judiciaires. Autrement dit ces nouveaux itinéraires ne se comprennent que si l’on y restitue virtuellement les manifestations populaires et très contrôlées qui reliaient chacun de leurs jalons à tous les autres. Il se trouve qu’un mot, qui désigne précisément les lieux de ces rencontres de la population avec le pouvoir, exprime assez bien cette idée, c’est celui de «panègyris». Nous le trouvons dans la description du sanctuaire d’Ankara, lequel comporte les mêmes composantes que le complexe flavien de Tarragone; malgré le sens traditionnel qui est le sien dans la plupart des textes, celui de réunion solennelle de tout le peuple, il semble désigner ici la place réservée aux cérémonies qui s’étend devant le temple lui-même. Cet emploi a suscité quelque perplexité chez les hellénistes. Or Philostrate, dans le discours qu’il prête à Apollonius de Tyane, à Olympie, en bon connaisseur d’un Empire désormais deux fois séculaire, donne la clé de l’énigme; malgré une terminologie néo-platonicien-

ne qui embrouille un peu le propos, il finit par dire clairement: «La panègyris consiste autant dans le rassemblement des hommes que dans l’endroit où se déroule ce rassemblement».39 Apollonius ne sépare donc pas la pratique collective de son cadre monumental. En d’autres termes, la place publique sacralisée n’existe que par les liturgies qui s’y déroulent; mais alors elle devient l’élément organisateur, autant de l’espace urbain que de la vie des citoyens. L’apparente ambiguïté de l’inscription augustéenne d’Ankara prend ici toute sa valeur en ce qu’elle définit, au moyen d’un seul terme, l’un des concepts centraux de la ville impériale. Nous n’en connaissons pas d’équivalent latin, mais il est permis de ranger les «fora adiecta» de Mérida ou de Cordoba dans la catégorie des «panègyreis», sans parler de la place de l’autel monumental de l’Augusteum de Nîmes, où se déroulaient les jeux en l’honneur des empereurs régnants sur le modèle des Sebasta de Naples, ou de la grande esplanade portiquée qui, à la limite sud-est de Narbonne, semble avoir fait partie, avec l’amphithéâtre, d’un complexe provincial du culte officiel; c’est de fait à cet endroit que fut retrouvée la lex de flamonio provinciae Narbonensis.40 Dans tous ces cas, la construction en tant que telle compte moins que l’aire qu’elle englobe, et celle-ci ne prend son sens que lorsqu’elle accueille les foules ordonnées dans des procédures cérémonielles. R. Taylor l’a bien compris, qui souligne avec raison que les architectes romains ne sont jamais aussi créatifs que lorsqu’ils réalisent «des espaces négatifs», c’est-à-dire des volumes ou des cadres où la vision interne prévaut sur l’enveloppe extérieure:41 la splendeur des portiques d’encadrement du «forum de marbre» de Mérida, aujourd’hui partiellement restitués sur toute leur élévation, en offre une démonstration éloquente. Mais cette organisation elle-même est conçue comme le décor de la fête, et trouve en elle sa raison d’être. C’est ce qu’expriment du reste, sous une forme de plus en plus nette, les images d’édifices qui se multiplient au revers des médaillons et des monnaies à partir de la fin du Ie s. apr. J.-C., et qui fonctionnent comme des «Versatzstücke», selon le mot de G. Egger: les sesterces de Titus qui représentent le Colisée, les deniers de Septime Sévère qui mettent en scène le Stade de Domitien, les médaillons de Gordien III ou de Philippe l’Arabe qui montrent le Circus Maximus proposent

W. E. Mierse, Influences in the Formation of Early Roman Sanctuary Design on the Iberian Peninsula, Ann Arbor, 1991, pp. 307-310. 37 F. Murillo et alii, loc. cit, dans Romula, 2, pp. 79-86. 38 M. Wörrle, Stadt und Fest im kaiserzeitlichen Kleinasien, Munich, 1988; Id., «La festa», dans I Greci. Storia, cultura, arte, società, 2, III, Turin, 1998, pp. 1168-1181.

39 Philostrate, Vie d’Apollonius de Tyane, VIII, 18. Voir M. Galli, Die Lebenswelt eines Sophisten. Untersuchungen zu den Bauten und Stiftungen des Herodes Atticus, Mayence, 2002, pp. 248-250. 40 D. Fishwick, The Imperial Cult in the Latin West, III, 2, Leyde, 2002, pp. 3-15. 41 R. Taylor, Roman Builders. A Study in Architectural Process, Cambridge, 2003, pp. 92 sq.

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tous des monuments remplis de spectateurs et animés par des manifestations diverses42. Il est même un médaillon de bronze de Laodicée du Lycos qui à l’occasion de l’accession de la ville à la néocorie, sous Caracalla, évoque une cérémonie dans un quadriportique dominé par un temple, véritable «panègyris» dans les deux sens du mot, où la foule encadrée par des soldats définit par sa présence les limites et l’étendue de l’espace43 (Fig. 7). Il n’est pas de meilleure illustration de cet investissement de la ville par la fête impériale, dont témoignent, en Espagne et en Narbonnaise, de nombreux vestiges archéologiques.44 Il est toutefois une difficulté à laquelle on ne saurait se dérober quand on traite de ces questions dans le domaine occidental: le pouvoir central n’a pas pu ou pas voulu s’appuyer sur les souvenirs légendaires ou historiques des populations concernées. Pour éveiller ou entretenir la conscience civique, il ne suffisait pas de réactiver la mémoire de la «polis» classique, comme cela se faisait dans la partie orientale de l’Empire. On sait en effet, et les travaux de F. Gasco l’ont encore récemment montré, que dans les villes de Grèce propre ou d’Asie Mineure, la «fête impériale» n’a dû son ampleur et son durable succès qu’au fait qu’elle était, en même temps qu’un acte d’allégeance et de loyalisme, une commémoration historique et culturelle:45 à la faveur de liturgies complexes, dont S. R. F. Price a montré naguère la valeur structurante pour l’ensemble de l’espace urbain, les mythes de fondation se trouvaient réactualisés, et son prestige était rendu au plus lointain passé des communautés par son intégration aux thèmes et aux images de la religion officielle.46 Dans ces régions, la politique du pouvoir et des évergètes qui le relayaient a toujours consisté à «reconceptualiser» comme les signes d’une mémoire vivante les monuments et les rites où s’exprimaient les formes les plus ac42 G. Egger, «Die Architkturdarstellungen im spätantiken Relief», dans Jahrbuch der kunsthistorischen Sammlung in Wien, 55, 1959, pp. 14 sq. 43 E. Babelon, Inventaire sommaire de la Collection Waddington acquise par l’Etat en 1897 pour le Département des médailles et antiques de la Bibliothèque Nationale, Paris, 1898, p. 431, n° 7072, pl. XX, fig. 5. La cérémonie a lieu à l’occasion de la Néocorie obtenue sous Caracalla par la ville de Laodicée; elle est dirigée par l’Asiarque L. Aelius Pigrès. 44 Nous devons l’illustration de ce médaillon à l’obligeance de Madame la Conservatrice du Département des Monnaies, médailles et antiques de la BNF, que nous remercions ici. 45 F. Gasco, «Vita della «polis» di età romana e memoria della classica», dans I Greci, 2, III, op. cit. pp. 1147-1164. Voir aussi les études rassemblées dans le volume collectif intitulé Patris und Imperium. Kulturelle und politische Identität in den Städten der römischen Provinzen Kleinasiens in der frühen Kaiserzeit, Louvain, Paris, 2002. 46 S. R. F. Price, Rituals and Power. The Roman imperial cult in Asia Minor, Cambridge, 1986.

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tuelles de la présence romaine. Pour les monuments, il suffit de songer à l’agora de Corinthe; la lecture qu’a proposée M. Torelli de la répartition des sanctuaires y a mis en évidence une étonnante procédure de «repêchage» des divinités ancestrales dans un système entièrement remodelé par l’idéologie du Principat.47 Il en va de même, sous une forme encore plus explicite, au Sébastéion d’Aphrodisias de Carie, où la geste de Romulus répond à celle de Télèphe, et où les conquêtes des Julio-Claudiens sont placées sur le même plan que les exploits des héros de la mythologie.48 Pour les rites, nous rappellerons seulement la liturgie fondée à Ephèse en 104 par C. Vibius Salutaris, dont le détail est conservé par la plus longue inscription jamais retrouvée dans cette ville: dans une procession périégétique, les effigies d’Artémis, la divinité ancestrale, et d’Androclos, le fondateur mythique, voisinaient avec celles de Trajan et de la domus imperatoria; les stations du parcours étaient les anciens et les nouveaux lieux de rassemblement religieux, civiques ou ludiques. La finalité d’une telle cérémonie, qui n’impliquait aucun sacrifice, consistait en la mise en scène de l’identité historique de la métropole et de la place qu’elle occupait dans l’Empire.49 Rien de tel ne pouvait être envisagé en Occident, en raison de la pauvreté et plus encore de l’étrangeté culturelle des traditions régionales. Rome d’ailleurs a tout fait pour éradiquer les thématiques locales, quand elles présentaient encore quelque vitalité au début de l’Empire, comme l’a montré W. Trillmich pour le monnayage d’inspiration punique de certaines villes hispaniques, rapidement submergé par l’iconographie impériale.50 Les manifestations officielles ne pouvaient donc pas y revêtir l’aspect ou l’apparence identitaires que le pouvoir cherchait à préserver, avec une habileté d’autant plus efficiente qu’elle était en général secondée par les notables locaux, dans les agglomérations grecques ou hellénisées. Même si la récupération d’anciens lieux de culte «indigènes», comme on l’observe par exemple au sanctuaire de la Fontaine de Nîmes, apparaît comme une 47 Pausanias, II, 2, 6-8 et 3, 1-2, avec le commentaire de M. Torelli, dans Pausania. Guida della Grecia, II, Fondazione Lorenzo Valla, 1986, pp. 217-222.Voir aussi, du même auteur, «Pausania e Corinto. Un intellettuale greco del secundo secolo e la propaganda imperiale romana», dans D. Knoepfer, M. Piérart, éditt., Editer, traduire, commenter Pausanias en l’an 2000, Genève, 2001, pp. 135-184. 48 R. R. R. Smith, «Myth and Allegory in the Sebasteion», dans Aphrodisias Papers, Suppl. 1 au JRA, 1990, pp. 89-100. 49 G. M. Rogers, The Sacred Identity of Ephesos. Foundation Myth of a Roman City, Londres, 1991. 50 W. Trillmich, «Überfremdung einheimischer Thematik durch römisch-imperiale Ikonographie in der Münzprägung hispanischer Städte», dans O. Noelke, edit., Romanisation und Resistenz, Mayence, 2003, pp. 619-633.

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pratique constante de leur politique, les responsables romains s’efforçaient d’effacer les traces de ce qui aurait pu être un «paysage commémoratif» en les immergeant dans des structures radicalement différentes, qui interdisaient toute continuité, fût-elle allusive, avec les croyances et les pratiques antérieures.51 En réalité, si l’on en juge par le décor des sanctuaires du culte impérial et de leurs annexes, l’usage des médaillons ornés de masques d’Ammon, depuis les régions de l’Adriatique jusqu’au détroit de Gibraltar et, dans les programmes iconographiques,52 le recours aux thèmes de la fuite de Troie ou du triomphe de Romulus, depuis les provinces germaniques jusqu’à la Bétique témoignent du caractère universel du modèle du Forum d’Auguste et de l’extrême diversité des emplois qui en ont été faits.53 La chose est bien connue, et a donné lieu à de multiples études. Mais si l’on dépasse le recensement des occurrences pour chercher à en définir le sens et la finalité, les difficultés commencent. Nous abordons ainsi la dernière des questions que nous avions posées en commençant. Si chacun en effet s’accorde à reconnaître l’extraordinaire fidélité de certaines de ces transpositions, qui permettent d’ailleurs dans beaucoup de cas de restituer les originaux des décors et des statues qui animaient le grand monument romain, dont souvent seuls les textes nous ont conservé la trace,54 si la liste est sans cesse tenue à jour de toutes les représentations ou imitations des groupes statuaires des exèdres du Forum Augustum qui ont été retrouvées, sous des formes plus ou 51 Sur ce problème, voir l’étude suggestive de E. Subias Pascual, «Sobre la conmemoracion de los origines de la ciudad», dans Mites de fundacio de ciutats al mon antic ( Mesopotàmia, Grècia i Roma), Monografies 2, Musée archéologique de Catalogne, Barcelone, 2001, pp. 291-300. 52 M. Verzar, Aventicum II. Un temple du culte impérial, Avenches, 1977, pp. 33-46; S. Ensoli, «Clipei figurati dei Fori di età imperiale a Roma e nelle province occidentali. Da sigla apotropaica a simbolo di divinizzazione imperiale», dans Hispania Romana, op. cit., pp. 161-169; P. Casari, Iuppiter Ammon e Medusa nell’ Adriatico nordorientale. Simbologia imperiale nella decorazione architettonica forense, Rome, 2004. En dépit des divergences d’interprétation et de chronologie qui peuvent être relevées dans ces diverses études, la documentation rassemblée témoigne de l’extraordinaire diffusion de ces thèmes symboliques. 53 Sur les représentations d’Enée en ronde bosse dans les provinces occidentales, voir maintenant le catalogue dressé par M. Spannagel, Exemplaria Principis. Untersuchungen zur Entstehung und Ausstattung des Augustusforums, Heidelberg, 1999, pp. 162-205; pour les représentations de Romulus, pp. 396-397. 54 Exemplaire de ce point de vue est l’étude de J. L. de la Barrera, W. Trillmich, «Eine Wiederholung der AeneasGruppe vom Forum Augustum samt ihrer Inschrift in Mérida», dans Röm. Mitt., 103, 1996, pp. 119 sq. Voir maintenant J. L. de la Barrera, La decoración arquitectónica de los foros de Augusta Emerita, Rome, 2000.

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moins fragmentaires, dans les villes d’Occident,55 si l’on s’attache à expliquer la qualité de certains de ces objets par la présence active et prolongée d’ateliers venus d’Italie, sinon même de Rome,56 on se pose plus rarement la question, pourtant fondamentale, de la raison de ces choix, de leur fréquence et de leur longévité (Fig. 8). Car il est permis de se demander, sans jouer les esprits chagrins, ce que les collectivités urbaines de ces provinces, fussent-elles issues de déductions coloniales, pouvaient avoir de commun avec cette thématique proprement romaine et latiale, et en quoi de telles images pouvaient contribuer à ancrer dans les esprits la conviction d’appartenir à une communauté politique et religieuse. L’interrogation est d’autant plus prégnante que la greffe semble, dans beaucoup de cas, avoir réussi, à en juger par les nombreuses statues de notables locaux qui, sur le schéma de celui des summi viri du Forum d’Auguste, sont venues peupler ces places dont les portiques reprenaient les rythmes et les éléments symboliques du monument romain; c’est bien la preuve que les élites voulaient s’associer à ces programmes et trouver leur place dans ces lignées prestigieuses en établissant une sorte de continuité avec un passé proprement romain.57 Il n’en reste pas moins que de telles mises en scène architecturales et iconographiques, quelque récupération qu’on en voulût faire, ne renvoyaient à aucun mythe de fondation propre et n’évoquaient aucune divinité topique. Quant à l’usage festif qui pouvait occasionnellement être fait à Rome même de la séquence des forums impériaux, et dont I. Köb a récemment proposé une évocation intéressante, il ne pouvait que très imparfaitement être adapté à ces contextes provinciaux.58 On peut certes toujours arguer de la vitalité des modèles italiques pour certai55 Voir aussi, par exemple, P. Noelke, «Aeneasdarstellungen in der römischen Plastik der Rheinzone», dans Germania, 54, 1976, pp. 409 sq. 56 Pour Cordoba, voir W. Trillmich, loc. cit, dans P. Leon, édtr., Colonia Patricia Corduba, pp. 185-188. 57 Sur le nombre et la répartition des statues honorifiques sur les fora et les places du culte impérial, et pas seulement en Espagne, G. Alföldy, Römische Statuen in Venetia und Histria.Epigraphische Quellen, Heidelberg, 1984; G. Zimmer, Locus datus decreto decurionum. Zur Statuenaufstellung zweier Forumsanlagen in römischer Africa, Munich, 1984; W. E. Mierse, Temples and Towns, op. cit., pp. 234236; Tr. Nogales Basarrate, «Autorrepresentacion de las elites provinciales: el ejempio de Augusta Emerita», dans M. Caballero, S. Demougin, edit., Elites Hispaniques, Bordeaux, 2001, pp. 121-139; A. U. Stylow, «Las estatuas honoríficas como medio de autorrepresentacion de las elites locales de Hispania», ibid., pp. 141-155; P. Stewart, Roman Statues in Roman Society. Representation and Response, Oxford, 2003, pp. 179-183 (pour l’Espagne). 58 I. Köb, Rom. Ein Stadtzentrum im Wandel. Untersuchungen zur Fonktion und Nutzung des Forum Romanum und der Kaiserfora in der Kaiserzeit, Hamburg, 2000.

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nes communautés, fussent-ils relativement anciens, comme le prouve l’adoption, dans la petite ville de Munigua (Mulva), d’un type de sanctuaire latial où les références à Praeneste et à Gabii sont manifestes et s’expliquent , selon toute vraisemblance, comme l’a montré F. Coarelli, par l’acquisition du droit latin sous le règne de Vespasien;59 la distance de près de deux siècles qui sépare les monuments originaux de leur reproduction partielle mais explicite, au cœur d’une agglomération relativement modeste, procède évidemment de la volonté de s’inscrire dans une tradition antique, non régionale assurément, mais, aux yeux des populations concernées, juridiquement et politiquement gratifiante. Mais dans le cas des allusions au Forum d’Auguste, les références doivent avoir une autre portée. On ne saurait expliquer leur récurrence par des raisons générales, comme celles qui présentent, selon la formule d’Aulu-Gelle, les colonies comme des reproductions à une échelle réduite (effigies parvae) de Rome, ou plutôt d’ailleurs, de la dignité du populus Romanus, ou comme celles, récemment encore avancées, de l’exhibition programmée de l’ordre impérial.60 D’abord parce que les villes où l’on relève ces citations n’étaient pas toutes des colonies, et d’autre part parce que même dans cette hypothèse resterait à expliquer la prédilection durable, jusqu’à au moins la fin du Ier s., pour les images et les thèmes du Forum édifié par le premier empereur, et du temple de Mars Ultor, quand d’autres complexes auraient pu susciter des transpositions du même type, surtout au moment de la création des grands sanctuaires provinciaux d’époque flavienne. Certes, on a pu retrouver, à Tarragone, des signes assez clairs de l’emprise des modèles de cette période, la situation du temple, sur l’axe du «recinto», apparaissant comparable à celle du Templum Pacis par rapport au Forum de Vespasien; et la frise du même édifice, ornée de bucrânes à guirlandes associés à des objets ou instruments sacerdotaux (apex, aspergillum, culter) a été justement rapprochée de celle de l’aedes Divi Vespasiani du Forum romain.61 Mais l’essentiel de l’ornementation symbolique et des programmes iconographiques reste ostensiblement inspiré du Forum Augustum. Deux raisons, nous semble-t-il, peuvent être avancées de cette permanence, indépendamment de la pesanteur, souvent invoquée, des ate59 F. Coarelli, «Munigua, Praeneste e Tibur. I modelli laziali di un municipio della Baetica», dans Lucentum, 6, 1987, pp. 91-100. 60 Aulu-Gelle, Nuits Attiques, XVI, 13, 9. 61 R. Mar, dans Els Monuments Provincials de Tarraco. Noves aportacions al seu coneixment, Tarragone, 1993, pp. 137-156.

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liers régionaux et de leur propension à reproduire des schémas éprouvés. La première doit être cherchée dans le caractère œcuménique de la fondation augustéenne, bien attestée par une notice de Velleius Paterculus selon laquelle le Forum Augustum contenait les tituli de toutes les gentes constitutives de l’Empire.62 Si l’archéologie n’a pas encore retrouvé la trace des ces inscriptions, leur présence, sous une forme qui reste à préciser, s’accorde pleinement avec le projet du Princeps, tel que récemment G. Cresci Marrone l’a défini.63 L’entrée des peuples de l’ouest européen dans la communauté romaine a de fait représenté pour beaucoup d’entre eux la projection dans un monde qui était celui de la potestas, en même temps que l’accession à une dignitas qu’ils ne trouvaient plus dans leur propre histoire. L’exemple des autels élevés par L. Sestius Quirinalis à l’extrémité occidentale de la Péninsule ibérique est caractéristique de cette attitude qui a d’abord été celle du conquérant avant d’être, à plus ou moins long terme, intériorisée par les populations conquises; la conviction exprimée à ce propos par Pomponius Mela est claire: les arae Sestianae du lointain Finistère, consacrées au nomen d’Auguste, ont rendu illustres par leur seule présence des terres jusqu’alors ignorées; celles-ci désormais font partie du monde habité qui est celui de la cité romaine.64 En ce sens les masques d’Ammon et de Méduse qui règnent sur l’attique des portiques latéraux du Forum d’Auguste représentent la «totalisation cosmique» du pouvoir romain avec pour fonction essentielle, même si d’autres contenus sémantiques ont pu en être proposés,65 d’évoquer, pour les premiers, les limites orientales de l’«oikouménè», et pour les seconds les limites occidentales. Mais cela ne suffit assurément pas à expliquer le retour constant des images tirées de ce même Forum. Il y a à cela d’autres raisons. L’une des principales nous paraît devoir être cherchée dans l’évocation plastique et fonctionnelle de l’atrium gentilice, dont il constitue la métaphore somptueuse. En le 62 Velleius Paterculus, II, 39,2. Voir CL. Nicolet, L’inventaire du monde, Paris, 1988, pp. 61 sq. et p. 66 sq. et P. Liverani, «Nationes et civitates nella propaganda imperiale», dans Röm. Mitt., 102, 1995, pp. 222-223. 63 G. Cresci Marrone, Ecumene Augustea. Una politica per il consenso, Rome, 1993, particulièrement pp. 169 sq. 64 Pomponius Mela, III, 13. Voir G. Cresci Marrone, op. cit., pp. 127-128, et tout récemment, A. A. Grüner, «Die Altäre des L. Sestius Quirinalis», dans Madr. Mitt., 46, 2005, pp. 247-266. 65 Voir les analyses profondes de G. Sauron, Quis deum ? L’expression plastique des idéologies politiques et religieuses à Rome, BEFAR 285, Rome, 1994, pp. 285 sq., 525 sq. et du même auteur, «Le forum et le théâtre: le décor du culte impérial d’arles à Mérida», dans Culto Imperial: política y poder, op. cit., pp. 105-123.

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transposant sur une échelle monumentale et en y inscrivant toute l’histoire, il incorpore pour l’éternité les summi viri du passé ancien ou récent, ainsi que le Princeps, aux ancêtres qui ont fait la gloire de Rome. Ce lien savamment entretenu entre la vaste place portiquée où se pressent des effigies prestigieuses, et le lieu de mémoire de la domus traditionnelle explique que le Forum d’Auguste soit rapidement devenu le centre du culte des Lares de l’Etat en même temps que celui du Genius Augusti. Dès lors la statue du Princeps qui, sur son quadrige, occupait le milieu du Forum, dédiée au pater patriae, pouvait aux yeux des provinciaux être assimilée à une sublimation du pater familias; l’idée est d’ailleurs suggérée par Auguste lui-même, qui rappelle dans son Testament que la même inscription avait été placée in vestibulo aedium suarum, c’est-à-dire sinon dans l’atrium, du moins dans l’entrée de sa demeure du Palatin.66 On peut comprendre dans ces conditions que les «Zeremoniell- und Denkmalplätze», pour reprendre les mots de P. Zanker, des sanctuaires du culte impérial, qu’ils fussent municipaux, coloniaux ou provinciaux (au sens fédéral du terme) aient si fréquemment reproduit une portion significative de ce complexe augustéen:67 la multiplication des citations, mais aussi, et plus encore peut-être, l’adjonction, dont nous avons déjà dit un mot, des effigies des notables locaux, les domi nobiles, avec éventuellement les elogia qui mentionnaient les étapes de leur carrière et les bienfaits dont ils avaient gratifié leurs concitoyens, ne constituaient pas une forme amorphe et simplement répétitive de l’imitatio Urbis. Elles proposaient une image vécue, si l’on peut dire, de l’intégration, véritable acte de naissance des collectivités, qui entraient ainsi dans la domus commune de l’imperium romanum, d’autant que cette imitation des structures «urbaines», dont nous ne retrouvons, au mieux, que quelques bribes, favorisait de surcroît, particulièrement dans les capitales provinciales, l’installation des principaux services administratifs. La multiplicité des fonctions assumées par le Forum d’Auguste, d’après les analyses de M. Spannagel, est de ce point de vue très éclairante, et l’on doit imaginer qu’indépendamment de leur aspect cultuel et festif, la plupart de ces complexes provinciaux abritaient d’importants officia auxquels était ainsi 66 G. Sauron, op. cit., pp. 527-528. Sur ce lien métaphorique entre le Forum d’Auguste et la domus gentilice, P. Zanker, op. cit., pp. 213-217; D. Favro, The Urban Image of Augustan Rome, Oxford, 1996, pp. 126-128; S. Carey, Pliny’s Catalogue of Culture. Art and Empire in the Natural History, Oxford, 2003, pp. 148-151. 67 P. Zanker, «Veränderungen im öffentlichen Raum der Italischen Städte», loc. cit., dans L’Italie d’Auguste à Dioclétien, pp. 259-284.

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donné le moyen de fonctionner sous l’égide de Rome.68 La relation avec le décor de certains théâtres augustéens, quand on peut le restituer, confirme l’importance de cette référence à la notion de demeure impériale, conçue à la fois comme celle du Princeps et comme celle du populus: dans la colonie d’Arles, le fameux autel de l’Apollon delphique, qui ornait le centre du pulpitum, présente sur ses montants latéraux les lauriers qui, au dire d’Auguste lui-même, encadraient l’entrée de sa maison du Palatin; l’allusion était complétée par la corona civica, la couronne de chêne, sur deux petits autels symétriques, qui n’était autre que celle placée par décret du Sénat en 27 av.J.C. super ianuam. Sans insister ici sur la valeur de ces magnifiques réalisations d’ateliers néo-attiques de la période médio-augustéenne, parfaitement définie naguère par G. Sauron, nous nous bornerons à souligner leur complémentarité sémantique avec les thèmes tirés du Forum Augustum: l’image du Palatin, placée sous l’égide d’Apollon, divinité du retour de l’Age d’or, ne pouvait que répondre, en l’enrichissant, à celle de l’Ultor, le Mars garant de la paix civile.69 Dans le même temps, la souplesse du système, en dépit de l’apparente rigidité du cadre, permettait tous les développements sur la longue durée, et les ajouts successifs au programme iconographique manifestaient le caractère évolutif et, du point de vue des bénéficiaires du régime, la réalité de plus en plus tangible de leur participation à cet Empire. Un tel faisceau de significations contribue sans aucun doute à rendre compte, s’il ne l’explique pas totalement, du choix presque exclusif des signes contenus dans l’immense répertoire de symboles qu’était le Forum Augustum, de la part d’un grand nombre de villes occidentales. Il reste évidemment hors de la portée de l’archéologue d’évaluer la profondeur ou l’assise sociale du phénomène, et sur ce point des jugements différents, voire opposés, peuvent être formulés. Il entre, nul ne saurait le contester, dans la dynamique de ce que C. R. Whittaker a appelé récemment «la mystification de la culture», désignant ainsi tout à la fois la récupération abusive de l’histoire par l’idéologie et la destruction irréversible des cultures régionales70. Mais on peut admettre aussi, sans céder à un irénisme béat, que les M. Spannagel , Exemplaria Principis, op. cit. G. Sauron, «Les autels néo-attiques du théâtre d’Arles», dans L’espace sacrificiel dans les civilisations méditerranéennes de l’Antiquité, Paris, 1991, pp. 205-216. 70 C. R. Whittaker, «Imperialism and culture: the Roman initiative», dans Dialogues in Roman Imperialism, Suppl. 23 au JRA, 1997, pp. 146-147. 68 69

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responsables politiques et les autorités civiques, sensibles à la richesse sémantique de la fondation augustéenne et aux potentialités de son exploitation, ont cherché à rendre, par ces allusions répétées, le sentiment qu’au moins certaines couches de la population étaient en mesure de ressentir, à savoir que, selon la formule de R. Bianchi Bandinelli relative au portrait augustéen de via Labicana où s’expriment l’apaise-

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ment et la compréhension d’un pouvoir pacifique sinon totalement pacifié, quelque chose s’était réalisé là qui n’existait pas auparavant et qui était porteur d’un contenu éthique, où s’exprimait un monde nouveau71. 71 Rome. Le centre du pouvoir, Paris, 1969, pp. 200-201. Voir à ce sujet, J.-Ch. Balty, D. Cazes, Sculptures antiques de Chiragan. Les portraits romains. I,1. Epoque julio-claudienne, Toulouse, 2005, p. 95.

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Fig. 1. Le forum de Terracine avec le grand temple à son extrémité ouest.

Fig. 2. Le centre civique de Dougga, d’après M. Khanoussi et L. Maurin.

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Fig. 3. Tarragone. Le «forum colonial» de la ville basse.

Fig. 4. Tarragone. Le «forum provincial» de la ville haute, d’après R. Mar et P. Pensabene.

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Fig. 5. Principales places publiques du secteur septentrional de la Colonia Patricia, d’après J. F. Murillo et alii.

Fig. 6. Hypothèse de restitution du temple de calle Claudio Marcelo à Córdoba, d’après García y Bellido.

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Fig. 7. Médaillon de Laodicée du Lycos, daté du règne de Caracalla. Cliché aimablement concédé par Mme la Conservatrice du Département des Monnaies, médailles et antiques de la Bibliothèque nationale de France, Paris.

Fig. 8. Répartition des statues dans les exèdres et sous les portiques du Forum d’Auguste, d’après P. Zanker et M. Spannagel.

CONTINUIDAD Y RENOVACIÓN EN LOS CENTROS SACROS DE LAS CIUDADES HISPANORROMANAS Manuel Bendala Galán*

La idea de este simposio parte de la conciencia compartida de la importancia de la religión y de los centros de culto en la consolidación y la configuración de las ciudades antiguas. En efecto, la compleja y delicada estructura de la ciudad antigua en los principales ámbitos mediterráneos, en lo sustancial un proyecto comunitario sustentado en la fuerte cohesión de sus protagonistas y depositarios de la esencia misma de la ciudad, requería de poderosos nexos que cementaran su casi innata inestabilidad o vulnerabilidad. Sin duda que los nexos ideológicos y, en su marco, los religiosos, jugaron un papel principal. Hago, pues un exordio que no pretende convencer a convencidos, sino partir de este escueto recordatorio para subrayar cómo, sobre la base de esa convicción, trataré de acercarme personalmente a nuestro tema con uno de los posibles planteamientos adecuados al caso. Es decir, tratar –sobre la base de ejemplos representativosacerca de la incidencia en los centros principales de culto en las ciudades hispanas de la conquista romana y los cambios derivados de la integración en el Imperio. Fiel a una línea de investigación altamente prestigiada y necesaria en nuestros días, que trata de entender más adecuadamente las bases, los mecanismos y los resultados de lo que, en la órbita de la historia y la arqueología romana provincial, suele girar en torno a la romanización, un concepto y un término tan lógico y habitual como controvertido y perturbador,1 me ocuparé de casos que pueden resultar expresivos de los fenómenos de continuidad y de cambio que experimentaron los centros de culto urbanos de Hispania. Fenómenos de continuidad y de cambio fundamentales en el proyecto político que las ciuda* Universidad Autónoma de Madrid. 1 Es una cuestión que ha merecido amplia atención en los últimos años, con aportaciones que tratan de esclarecer la repercusión del uso del concepto romanización desde el punto de vista historiográfico, para lo que me limito a remitir ahora a dos trabajos propios (Bendala, 2002 y 2005) en los que abordo la cuestión desde el punto de vista de la Arqueología funeraria y del urbanismo en Hispania, con discusión de las diferentes posturas y planteamientos sobre el particular.

des –cada una de ellas– representaba, y que en las más asentadas se ofrecen con rasgos particularmente significativos a la hora de convertirlas en laboratorio de nuestra indagaciones históricas. Por ello, y también en relación con mis propias líneas de trabajo, me centraré en centros urbanos propios del ámbito púnico o iberopúnico en Hispania, el que más pronto y profundamente sintonizó y se integró en el Imperio, en una dinámica de extraordinario interés en la que ni todo desapareció en el marco de una romanización sin fisuras que sustituyera las realidades anteriores por las romanas, ni fueron escasos o poco significativos los cambios, como resulta evidente a la más superficial observación. Podrá verse que precisamente en el ámbito que aquí nos ocupa, esos fenómenos se insertan en una dinámica enormemente atractiva si se la contempla en toda su complejidad, sin orillar datos y fenómenos que algunos tópicos y presunciones históricas se empeñan en postergar en beneficio de horizontes de proyección cultural y científica supuestamente más reconfortantes, solventes o seguros. Debe tomarse como punto de partida el hecho de la existencia de ciudades, de estructuras urbanas, en la España antigua antes de la conquista de Roma y la conciencia de que ello es así a la hora de abordar procesos como el que nos ocupa. Viene al caso recordar aquí que todavía bien avanzados los años setenta del siglo pasado, el reconocido y recordado especialista Miquel Tarradell, interesado en los fenómenos urbanos y partidario de entender la acción romana y el desarrollo urbano asociado a la romanización en términos de «transformación» de la evolucionada realidad preexistente, consideraba que el mundo ibérico no llegó alcanzar cotas de madurez verdaderamente urbanas por la simplicidad de las estructuras urbanísticas conocidas y, entre los factores fundamentales, la ausencia de edificios públicos religiosos o civiles (Tarradell, 1976).2 2 Partía de esta misma consideración en una reflexión de hace unos años sobre la ciudad en el mundo ibérico: Bendala, 1998.

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Una treintena de años después, el panorama del que partía Tarradell ha cambiado radicalmente. Está bien documentada la existencia de estructuras urbanas desde tiempos que remiten, al menos, al desarrollo de la civilización tartésica, mientras la época ibérica puede ya caracterizarse por una fuerte personalidad urbana y, en buena medida urbanística, y está igualmente bien detectada la incorporación a la órbita helenística, y a sus modelos urbanos y urbanísticos, de un sector importante de la Península antes de la conquista romana, por la influencia colonial griega y, sobre todo, por el desarrollo del programa imperial púnico promovido por los Barca (Bendala, 1989 y 2003). En ese panorama, la constatación de numerosos templos y lugares de culto en centros de la Hispania prerromana ha sido el fruto maduro de una investigación arqueológica más desarrollada, con muchos nuevos hallazgos y una enriquecedora revisión de antiguos no tenidos en cuenta o no bien diagnosticados. Sería imposible –y espero que también innecesario– evocar aquí todo ese rico panorama. He de limitarme a destacar algunos de sus rasgos, básicos para mis propósitos. Junto a la riqueza de manifestaciones se hace evidente una gran diversidad en los centros de culto conocidos y una tipificación limitada de sus elementos constitutivos básicos. Se trata de una muestra más de la heterogeneidad de las culturas ibéricas, aunque no falten tampoco rasgos comunes, y seguramente también de una escasa consolidación de la semántica urbanística, tal vez por la particular tibieza de la vida cívica en las sociedades ibéricas en comparación con la desarrollada en las ciudades griegas, fenicias o la propia Roma por su desarrollo político y sociológico. En virtud de ese desarrollo, la urbanística, con sus concreciones arquitectónicas y artísticas, comportaba la articulación de complejos paisajes urbanos, escenarios de una rica ritualidad colectiva, en la que los templos y otros edificios principales desempeñaban un papel relevante. El tipo de sociedad urbana que parece propio de las culturas ibéricas privilegió muy generalizadamente los ambientes suburbanos de las necrópolis, donde se concentraron los mayores esfuerzos arquitectónicos y, sobre todo escultóricos, al servicio de dirigentes que encontraron allí el lugar adecuado para escenificar sus virtudes de clase y las relaciones de parentesco, fundamentales en una sociedad aristocrática, de base clientelar, a lo que parece bastante rígida y conservadora (Ruiz, 1998; Bendala, 1998). Es cierto también que dentro de la diversidad de tipos templarios, alguna tipificación se percibe en algunos de los lugares de culto conocidos, que en bastantes casos, sea en centros estrictamente púnicos

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o turdetanos o ibéricos muy influidos por ellos, apuntan a la propagación de modelos templarios claramente semitas, propios del mundo feniciopúnico. Recordaré, en primer lugar, el interesante edificio de culto de un centro ibérico como la capital de los edetanos, Edeta, identificada en el asentamiento del Tossal de Sant Miquel de Liria (Valencia). En su cuidadoso reestudio reciente, Helena Bonet identifica como templo una construcción situada en un sector principal del núcleo habitado, donde se hallaron, sobre todo en una especie de fosa o favissa, la mayoría de los vasos ricamente decorados y justamente famosos del lugar (Fig. 1). Es un edificio de construcción muy modesta, de planta rectangular alargada, ligeramente irregular, conformada por un vestíbulo anterior a cielo abierto, donde, a la izquierda de la entrada, se halla la mencionada favissa; desde él, por una puerta desplazada hacia la derecha, se accede a la cámara principal y más amplia de la construcción sacra, una especie de cella o sancta sanctorum, a la izquierda de cuya entrada queda un pequeño departamento enlosado, separado del resto de la cella por un tabique, que servía, seguramente, de depósito votivo. El rasgo más destacado de la amplia cella alargada (3,7 m de ancho por 7,2 m de profundidad) era la existencia en el centro de una estructura en forma de obelisco aplastado (0,43 m de base y 0,57 m de altura), que en el momento de la excavación conservaba restos de enlucido. Se trata, con pocas dudas, del betilo de la divinidad, en una manifestación de clara raigambre feniciopúnica, como también lo es la forma misma del edificio sacro, que remite a los templos semitas de planta rectangular alargada (el de Liria suma un total aproximado de 13 por 3,7 m) con cella al fondo de un vestíbulo o patio a cielo abierto, dotado de uno o más pozos para depósitos votivos (Bonet 1995: 364-366, fig. 177). Cronológicamente, el templo de Edeta debe situarse a fines del siglo III o inicios del II a.C., en los comienzos de la considerada como baja época de la cultura ibérica, contemporánea de la primera presencia romana en la Península. Aparte de que el templo más caracterizado del interesante conjunto de la Isleta de los Baños de Campello, en Alicante, el llamado «templo B», de planta cuadrangular con dobles columnas en el centro y un betilo en representación de la divinidad, remite igualmente a prototipos feniciopúnicos (Olcina y García i Martín 1997; Abad y Sala 1997), más interesante, en relación con el tipo templario de Edeta, es el recientemente excavado en Torreparedones (Castro del Río, Córdoba), un ámbito situado en el corazón de la actual Andalucía, en el área turdetana, intensamente influida y poblada por gentes de raigam-

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bre púnica como los textos y los estudios arqueológicos acreditan. Se trata aquí de un santuario extramuros, construido junto a la muralla, seguramente en las inmediaciones de una de las puertas del oppidum y junto a un manantial de agua (Cunliffe y Fernández Castro 1999; Moneo 2003: 56-62 y 285 ss.). El templo de Torreparedones, oppidum identificable, tal vez, con la ciudad de Ituci Virtus Iulia, tuvo una primera fase que remite al siglo IV a.C., con un importante remodelación algo posterior, situable en el siglo III a.C., aunque para estas fases primeras se tienen pocos datos sobre la conformación de la estructura arquitectónica del templo. La mejor documentada, bastante bien conservada y recuperada en la excavación moderna, corresponde a una reconstrucción ya de época romana –hacia el cambio de los siglos II al I a.C.–, con un proyecto más ambicioso que los precedentes, hasta obtener una notable dignidad arquitectónica. Pero la reconstrucción sigue atenida a prototipos templarios y expresiones de culto no romanos, propios de la tradición púnica preexistente. De nuevo se trata de un edificio de planta rectangular alargada (Fig. 2), compuesto por un patio a cielo abierto (de 4,2 m de ancho y 7 de profundidad) desde el que se accede, por una puerta ligeramente desplazada hacia la derecha, a la cella, también de planta rectangular, menos profunda que el vestíbulo (4,2 x 5 metros); todo queda antecedido por otro espacio a manera de vestíbulo inicial, de la misma anchura y menor profundidad y peor definido arqueológicamente, que alargaría el conjunto del templo unos cuatro metros más. En conjunto, pues, estaríamos ante un edificio con medidas totales de 4,2 m de ancho por casi 17 de profundidad, no mucho más grande que el de Liria/Edeta y con sus mismas proporciones. Responde, como han subrayado sus propios editores, al tipo tripartito semita ulam-hekal-debir habitual en el mundo feniciopúnico, como el templo de Salomón o el de Melkart en Gadir. El templo de Torreparedones, por otra parte, aporta datos de extraordinaria relevancia sobre sus contenidos estructurales, iconográficos y votivos. Así, en la cella del fondo, una columna centrada soportaba la cubierta y otra, sin función arquitectónica, se hallaba en el centro de la pared de fondo, inscrita en una pequeña plataforma de piedra delimitada con lastras verticales a la manera de un alcorque. Tenía esta última columna fuste de piedra compuesto por varios tambores y remataba en un sencillo capitel floral de hojas apuntadas (Fig. 3). No se corresponde estrictamente con las fórmulas propias de los capiteles corintios o corintizantes, aunque se acerca esquemáticamente a la concepción del característico

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capitel de hojas, y se añade la posesión, seguramente en la parte superior del fuste, de un cordón en relieve con motivo de sogueado que, ajeno a lo habitual en las columnas romanas republicanas, se documenta en contextos norteafricanos de tradición neopúnica (Seco Serra 1999: 142). Por su forma y su ubicación, la columna ha de interpretarse como el betilo de la divinidad, en este caso en su versión estiliforme, o de forma de columna, una de las más características de la tradición cultual semita (aunque no exclusiva de ella); sirve con particular énfasis al propósito de representar anicónicamente a una divinidad femenina, señora de la naturaleza y símbolo de la vida, que se hace materia en un prestigiado símbolo de floración: columna rematada por un sencillo capitel de formas vegetales estilizadas, en la que se concentran los significados de axis mundi y de árbol de la vida petrificado (Seco Serra, 1999), en una asociación con la diosa de la naturaleza que nos remite de nuevo a la fusión de la divinidad con una esquemática armadura vegetal tal como la vemos presente en el excepcional monumento orientalizante de Pozo Moro.3 Resulta una circunstancia tan afortunada como excepcional el hallazgo en la zona del templo de una cabecita femenina (6,5 cm de altura) con una inscripción grabada en la frente en la que se lee DEA CAEL IVS, seguramente abreviatura de Dea Cael(estis) ius(sit), que en todo caso alude a la divinidad venerada en el templo (Marín Ceballos 1994) como sugieren los otros rasgos arquitectónicos y, sobre todo, el betilo estiliforme; es decir, la Tanit o Tinnit cartaginesa, advocada en latín como Dea Caelestis. Los rasgos escultóricos y epigráficos apuntan a que la esculturilla puede fecharse hacia fines del siglo I a.C., asociable a una última fase del templo, que recorre aproximadamente todo el siglo I d.C. hasta ser destruido por un incendio algo después. Por otra parte, junto a dos bancos situados a izquierda y derecha de la entrada a la cella se hallaron numerosas esculturillas de tosca factura, exvotos 3 Como argumenta pormenorizadamente Irene Seco Serra (1998: 135-158), la asociación del betilo estiliforme y el árbol, que en el templo de Torreparedones se acentúa con la existencia de una especie de alcorque donde apoya el fuste de la columna, tiene perfecta documentación en el ámbito fenicio. Por ejemplo, en Biblos se veneraban dos diosas hermanas asociadas al supremo El, entendibles como diosas locales, que tenían nombres distintos según las localidades y los santuarios, y se identificaban ambas con un sacrum consistente en un tronco de árbol. El tronco era una ashéra, y cuenta Plutarco en relación con ello que en Biblos había un templo consagrado a Isis en el que había un tronco de árbol que parecía una columna, objeto de gran veneración, considerado, efectivamente, el sacrum de la diosa local. Véase también lo que escribe al caso R. du Mesnil du Buisson 1970: 58-59.

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con forma de figuras humanas de ambos sexos, una de ellas parece que con cabeza leonina, miembros humanos, sobre todo pies, y otros betiliformes del tipo de fustes con sogueados al estilo del betilo principal del templo. Son expresiones de un culto que parece prestar especial atención a prácticas salutíferas relacionadas seguramente con el agua del manantial inmediato al templo, y a otros ritos y prácticas –sortilegios, incubationes, etc.– que no es el caso pormenorizar ahora. Sí cabe añadir, sin pretender agotar los muchos detalles de interés de este conjunto excepcional, el hallazgo en Torreparedones de un relieve de buena factura, fechable en el siglo I a.C., que representa a dos figuras al parecer femeninas que sostienen o se pasan de una a otra un vaso caliciforme, en un marco arquitectónico del que se conserva, a la derecha del observador, una columna de fuste estriado y basa sin plinto rematada en capitel teriomorfo (de león echado); reposa sobre la columna un arquitrabe con palmetas, y debió de tener, seguramente –pues el relieve está incompleto– otra columna en el lado izquierdo, tal vez del mismo tipo que la conservada (Morena López 1989; León Alonso 1998: 80). A la vista del templo descrito y de sus características cabe pensar que el relieve reproduzca lo que pudo ser la entrada del mismo, según la tradición arquitectónica semita de situar dos columnas a la entrada de sus templos, como bien se sabe. El capitel leontomorfo se acomoda a la conocida asociación de Tinnit/Caelestis con el león, y las figuras protagonistas de la escena podrían estar representadas como dispuestas a celebrar un rito de libación como debería ser práctica habitual en relación con el betilo/árbol del santuario y sus aguas benéficas y salutíferas. No pretendo agotar el tema ni a los lectores acerca de un fenómeno ya bien constatado: la permanencia en la Hispania ibérica y púnica de lugares de culto que en época romana se perpetuaron, a menudo con importantes reconstrucciones y una tendencia propia de la época a dignificar los edificios principales. Y así se hizo, unas veces respetando los tipos arquitectónicos originarios, como en el caso acabado de comentar y otros conocidos, en otras ocasiones sobre la base de modelos romanos –como en el santuario de Caravaca (Murcia)– con más o menos concesiones a la tradición heredada (Ramallo, 1992; Ramallo, Nogueras y Brotóns, 1998). En esto, el ejemplo más sobresaliente, aunque tengamos tan limitada información arqueológica, lo constituye precisamente el templo de Melkart de Gadir/Gades/Cádiz, uno de los grandes santuarios de la Antigüedad mediterránea por su importancia, influencia y duración. Los textos acreditan su fama y su larga perduración, de modo que todavía en el Bajo

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Imperio, cuando ya la ciudad había pasado sus mejores momentos de gloria, Avieno la recuerda como un campo de ruinas del que sólo destacaban las solemnidades del viejo Herakleion. Todos los datos apuntan a que, con cambios evidentes, el templo mantuvo siempre su estructura fenicia y lo esencial de sus formas de culto (remito al estudio clásico de García y Bellido, 1964). Entre ellas el que la imagen principal fuera un betilo, que representaba al dios según la tradición anicónica semita, aunque también estuviera asociada a la del Heracles por su equiparación con el héroe-dios griego. Por las descripciones y las correspondencias con el tipo general al que pertenece, se supone que el templo sería semejante al famoso templo de Salomón, de planta alargada y con su rasgo más destacado en la presencia de las dos características columnas flanqueando la entrada, que no eran meros soportes arquitectónicos.4 Aparte de haber alimentado una ambigua equiparación con las «Columnas» o montañas que señalaban el Estrecho de Gibraltar, las referencias dejan claro que no se trataba de meras columnas arquitectónicas, sino los típicos betilos estiliformes que flanqueaban el acceso de los templos en la tradición cultual semita. Según Posidonio (en Estrabón, III,5,5), las del Herakleion gadeirita eran de bronce y medían ocho codos de altura (3’70 m); para Filóstrato (V. Apoll. V, 1 ss.), de una aleación de oro y plata, y con forma de bigornia o yunque alargado, a lo que añadía que tenían inscripciones incomprensibles que debían de ser cuentas o dedicaciones del santuario. Es interesante a este propósito traer a colación la forma en que se recoge formalmente la apariencia del santuario en tipos monetales de época de Adriano5 (Fig. 4). En una época bien avanzada en la que, por razones bien conocidas, el santuario y el dios de Gadir alcanzaron un enorme prestigio, venerado en Roma con la denominación específica de Hercules Gaditanus, vemos en las monedas una representación del templo, con la imagen del dios a la manera del He4 En un trabajo reciente, W.E. Míerse (2004) trata de buscar apoyos a una reconstrucción más apropiada a la que debió de ser la estructura del templo gadeirita y, con argumentos no demasiado convincentes, se inclina por una forma de templo con pórtico en «pi» griega y sancta sanctorum al fondo, distinta de la planta alargada con dos columnas en la fachada, como se sostiene, sobre todo, desde las propuestas de García y Bellido, y a lo que apuntan los templos citados de Edeta y Torreparedones, en la medida en que pudieron estar influidos por el prestigioso templo de Gadir, los datos aportados por las fuentes literarias y los testimonio monetales de época romana acerca del propio templo gaditano. 5 Cf. M. Mattingly, RIC II, p. 321. Se tienen espléndidas muestras en áureos del Museo Arqueológico Nacional; p.ej.: Alfaro Asins, 1993, núm. 234.

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rakles griego. El templo, en el que se enmarca la figura del dios, sola o en compañía de dos divinidades o ninfas, queda representado según una fórmula tan sintética como expresiva de su caracterización tipológica. Queda claro su apartamiento de los modelos romanos y la adscripción a la tradición feniciopúnica propia del templo gaditano. El templo carece de frontón y subraya la importancia referencial de las dos columnas de la entrada, sea mediante la imagen de un templo dístilo o la configuración con cuatro soportes, pero de manera que no resulta una fachada tetrástila, sino un sencillo marco arquitectónico con las dos columnas a uno y otro lado de la entrada que definen el tipo arquitectónico que se pretende evocar. Puede comprobarse que, en algún cuño, las columnas adoptan la forma peculiar de yunque o bigornia a que se refieren los textos, haciendo ver su condición peculiar de betilos estiliformes y no de meras columnas de sostén. Por lo demás, a la enorme influencia del templo en los tiempos de mayor pujanza de la ciudad –desde la fundación y con una alta cima en la época helenística y romana– cabe atribuir la preferencia por el tipo de templo semita que hemos citado, con una proyección geográfica tan amplia como la investigación última demuestra para la presencia y la influencia feniciopúnica en el conjunto de la Península. Con todo, a lo que ahora interesa en función de nuestra temática, cabe partir de la idea de la existencia de paisajes urbanos configurados según un rico hibridismo cultural, en el que ciertos elementos tenían la vocación de representar las innovaciones, las modas o convenciones triunfantes aportadas por Roma como potencia dominante –como puede significar la proliferación de teatros, termas u otros edificios representativos de las formas de vida romanas– mientras otros podían ser mirados como representativos de algo tan importante también en los fenómenos de identificación urbana como las mores antiquae, las tradiciones propias, particularmente alentadas en fenómenos de etnicidad activa cada vez más reveladores y actuantes en el seno de las sociedades urbanas, como argumento con mayor detenimiento en otro lugar (Bendala 2005: 25-28). En esto, las necrópolis y las tumbas y, como no, los centros de culto jugaron un papel determinante. Muchos textos antiguos y datos arqueológicos nos avisan de esa realidad. Recordaré someramente un texto muy expresivo, poco tenido en cuenta hasta su desempolvamiento en la última investigación (Ruiz de Arbulo 2002), referido a una ciudad tan emblemática de la Hispania romana como Tarraco, la capital de la Provincia Tarraconensis. Me refiero al «Virgilio, ¿orador o poeta?», un breve texto que la crítica

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atribuye con pocas dudas a Annio Floro, en el que se refiere, también con casi toda certeza, en efecto, a la ciudad de Tárraco. Dice en su parte final, tras resaltar la bondad de la ciudad, de su clima y de su entorno, la hospitalidad de sus gentes, que «se fundó bajo los más nobles auspicios, ya que, además de los estandartes de César que ella conserva, y los triunfos a los que debe su nombre» –recordemos el nombre oficial de Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco–, «su nobleza tiene también un origen extranjero (adest etiam peregrina nobilitas). Si miras en efecto sus viejos templos es aquí donde se adora al ladrón encornado que, llevándose a la virgen de Tiro, después de haber recorrido todos los mares, la abandonó aquí, deteniéndose, y olvidándose a la que llevaba, se enamoró acto seguido de nuestra costa». No es fácil explicar la presencia de un templo en Tárraco en el que se adorara al «ladrón encornado de la virgen de Tiro», una alusión inequívoca al rapto de Europa que ha tratado de explicarse por la africanitas de Floro, como alusión al Júpiter Ammón venerado en el África romana, o, desde una perspectiva colonial greco-semita, porque no resultaría imposible imaginar en Tárraco la presencia de templos de orígen mediterráneo de carácter empírico (Ruiz de Arbulo 2002: 137-139). He tenido, sin embargo, ocasión de proponer recientemente que la peregrina nobilitas perceptible en sus templos, independientemente de que pudiera pensarse en una relación con la tradición propia de Kesse, pudo tener su raíz en la existencia, previa a la instalación del gran centro fortificado romano en la parte alta de la ciudad, de un castrum púnico al que pueden corresponder restos de una muralla de gran aparejo helenístico y al que aluden los textos que tratan de los primeros conflictos en Hispania entre cartagineses y romanos al estallar la Segunda Guerra Púnica. Sobre esa base, con sólidos argumentos para ser tenida en cuenta, como hemos tenido ocasión de contrastar en algunos encuentros científicos (Bendala y Blánquez 2002-2003), tendríamos en la Tárraco romana indicios de una continuidad muchas veces comprobada, seguramente aquí con ingredientes del contrastado afán romano de salvaguardarse de la ira de los dioses de sus poderosos rivales. Sin ir aquí más allá, y a propósito del «toro encornado que raptó a la virgen de Tiro», puede recordase la relación con el toro de Baal Hammón, el dios principal de los cartagineses, o con otros dioses del panteón feniciopúnico, y la asociación que se ha propuesto de la divinidad cornuda de Tárraco con Júpiter Ammón, muy venerado en África romana (cf.: Ruiz de Arbulo 2002: 139); pero, sobre todo, la significativa presencia del tema del «rapto de Europa por el toro» en

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acuñaciones monetales con fuerte presencia del factor púnico como algunas de Cástulo (García-Bellido y Blázquez 2001: vol. II, 232). Parece admitida la lectura como Astarté de esta Europa con el toro, por una asociación que parece basada en las representaciones del tema en el templo mismo de Astarté de Sidón, y su difusión en monedas de la misma ciudad (López Monteagudo y San Nicolás, 1996). La cuestión es tan sugestiva como compleja para su cabal explicación. Es cierto que para Tárraco carecemos de pruebas arqueológicas que permitan sustentar la hipótesis con argumentos contrastables. La duración de la posible instalación púnica, muy limitada en el tiempo, no parece suficiente como para resultar depositaria del tipo de tradiciones urbanas que creemos soporte de propensiones a la perduración de signos de identificación colectiva tan importantes como los representados por los escenarios cúlticos y las ceremonias y actividades que le son propias. Tampoco sabemos que hubiera continuidad entre el posible contingente púnico y la población del lugar a partir de la temprana presencia romana. Sólo la citada actitud de respeto a las prestigiosas divinidades de sus poderosos enemigos, o ciertas pulsiones originadas en el seno de la compleja realidad social que se originó a partir de la antigua Kesse, sus contactos con el mundo púnico y la primera población romana, pueden explicar, con razones que se nos escapan, las claves de esa sorprendente perduración en una ciudad que pronto se destacará como faro de romanidad. Otro es el caso de una ciudad de vieja tradición feniciopúnica, como Carteia, que en nuestras propios trabajos de excavación y estudio nos ha aportado pruebas de una interesante continuidad en el uso de un espacio principal de culto antes y después de la conquista romana, con una decidida transformación en temprana época romano-republicana. Tampoco es el caso pormenorizar los datos y los resultados de la excavación. Baste recordar que se trata de una ciudad de origen fenicio que, a partir de un asentamiento aguas arriba de la ría que era en origen el tramo bajo del río Guadarranque, fue refundada en época púnica, en el siglo IV a.C., a orillas de la gran bahía de Algeciras, con vocación de gran centro portuario en un lugar privilegiado para aprovechamiento y control del Estrecho de Gibraltar. Las excavaciones permiten comprobar una gran monumentalización de la ciudad en el siglo III a.C., con bastante seguridad por aplicación de los planes imperiales y urbanísticos de los Barca, cuya mejor expresión material la constituye el refuerzo de la muralla con un acceso de gran aparato, con el uso de aparejos de gran nobleza en la mejor tradición púnico-helenística. Tras la conquista romana, la ciudad se

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convirtió en la primera colonia latina fuera de Italia, creada en el 171 a.C. por la incorporación los famosos liberti, que se sumaron a la población púnica preexistente, dando lugar a una población redobladamente híbrida, fundida ahora por la recepción conjunta del privilegio colonial. Pero lo que interesa es cómo las últimas excavaciones (Roldán et alii, 2006) han demostrado que bajo el templo romano conocido de antiguo, existió un santuario púnico (Fig. 5). De él se han documentados los restos de una estructura que puede interpretarse con fundamento como los restos del altar o uno de los altares del santuario, situado en contexto y niveles correspondientes a la etapa bárquida de la ciudad (Fig. 6). Los vestigios conservados demuestran que fue objeto de una o más remodelaciones y la asociación a su momento inicial de un depósito votivo: restos de cenizas y elementos orgánicos, dientes de hoz de sílex. Recuérdese el carácter de dios asociado a la agricultura de Melkart y el hecho principal de que en uno de los altares de su templo principal de Gadir estaban, según la tradición, las cenizas mismas del dios. Y es más que probable que el santuario principal de Carteia, que, según Estrabón (III,1,7), tuvo primitivamente el nombre de Herakleia, estuviera dedicado a Melkart. Debe de tratarse, pues, de un característico altar de los templos semitas, altares escalonados, «ziguráticos», de estructura sencilla y generalmente carentes de decoración, de los que se tiene amplio conocimiento acerca de su relevancia en los santuarios feniciopúnicos, de su concepción y asociación al fuego sagrado y de muchos otros detalles. De entre los testimonios hispanos acerca de ellos, aparte de las descripciones de los dos que se hallaban en el santuario principal de Cádiz, cabe destacar su representación en las monedas de la ceca ‘libiofenicia’ de Lascuta (en las cercanías de Alcalá de los Gazules, Cädiz), ases en los que aparece el característico altar escalonado en los reversos, adornados con ramas simbólicas, asociados al culto de Melkart, que figura en los anversos (García-Bellido 1987; García-Bellido y Blázquez 2001: vol. II, 265-266). Tras la conquista romana y la temprana conversión de la ciudad en colonia latina, el centro de la ciudad púnica, hasta lo que ahora sabemos, no experimentó cambios detectables arqueológicamente. El nuevo contingente debió de situarse junto a la vieja urbe, formando una especie de dípolis, e iniciándose una etapa de gran ampliación de la ciudad que acabaría en la urbe más extensa de época romana (cercana a las treinta hectáreas). Pero el casco urbano púnico experimentó una profunda remodelación dos o tres generaciones después de la deductio colo-

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nial, hacia finales del siglo II a.C., que afectó de manera determinante al que parece santuario principal de la ciudad púnica. El correspondiente al citado altar escalonado, en lo alto de la loma ocupada por el centro urbano de la Carteia púnica, fue amortizado con la construcción de un templo de tipo itálico (Fig. 7), del que se conserva el podio, construido casi por entero, por cierto, con sillares extraídos de la muralla púnica, desmontada también entonces (Fig. 8). El muro del podio del nuevo templo corta la estructura del altar, aunque mantiene estrictamente su misma orientación. El nuevo templo, con planta rectangular de 24 x 18 m, responde al típico templo romano republicano peripteros sine postico, con podio de 1’90 m de altura, rematado solo por arriba con una sencilla moldura de cyma reversa. Iba cubierto de una gruesa capa de enlucido, de la que se conservan restos, y se accedía a su parte superior, con cella centrada al fondo, adosada al muro, por una escalinata frontal inscrita en el podio que se cubría de un magnífico hormigón hidráulico de color rojizo. No es posible determinar cómo eran la estructura aérea, porque los grandes tambores, capiteles, cornisas y toros de piedra fosilífera estucada, asociados tradicionalmente al podio republicano, corresponden a una remodelación posterior de la zona, cuando el templo al que aquél correspondía quedó amortizado en el cuadro de un proceso complejo de trastornos y remodelaciones urbanas que no es el caso detallar ahora (vid. Roldán et alii, 2006). Por lo demás, las características de los muros que conforman el podio del templo republicano, de mampostería y piedras cogidas con argamasa de escasa consistencia, conforman una estructura que no parece adecuada para soportar la enorme carga del robusto orden arquitectónico citado de roca fosilífera, asociado además, por contexto arqueológico, tipología arquitectónica y rasgos estilísticos a la gran remodelación llevada a cabo en la zona en época augustea (una discusión específica en: Bendala y Roldán, 2005). Carteia, pues, nos ofrece la oportunidad de comprobar, en un caso destacado por la particularidad de su historia prerromana y romana colonial, la evolución y los cambios de un centro sacro urbano que, en síntesis, mantuvo un tiempo, tras la conversión de la ciudad en colonia latina, su estructura originaria y fue después, todavía en fechas tempranas de tiempos de la República, completamente remodelado para dotar a la ciudad, en el corazón de su viejo centro cívico y religioso, de un referente arquitectónico acorde con su condición de ciudad privilegiada en el seno del Imperio romano, algo hacia lo que debieron presionar las nuevas elites urbanas vinculadas a la latinidad. Pero la problemática que tratamos –acerca de la

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continuidad y los cambios en los centros sacros urbanos, su configuración formal y sus referentes religiosos– puede ser proyectada a una de las ciudades y conjuntos monumentales más relevantes y significativos de Hispania, y más elocuentes para la contrastación de las pulsiones historiográficas y las tradiciones científicas que pueden alimentar nuestra visión en un sentido u otro. Me refiero al caso de Baelo Claudia y su extraño y supuesto Capitolio, foco principal de referencia para la vida cívica y la ritualidad colectiva de esta interesante ciudad del sur de Hispania. Desde que se descubrió en las excavaciones acometidas por Pierre Paris a comienzos del siglo pasado (Paris et alii, 1923) fue interpretado como Capitolio (Fig. 9), basándose en su estructura triple (que no tripartita) y en el apoyo que daban otros posibles Capitolios, como el de Sufetula (Fig. 10), en Túnez, excavado en el siglo XIX por Cagnat y Gauckler (Bonneville et alii 2000: 179). Era la forma de subrayar la romanidad de la ciudad, algo que parece siempre una meta esperable en cualquier estudio de las ciudades antiguas hispanas. Pero existen dificultades, y pese al robustecimiento de la hipótesis por su inserción en el status quaestionis desde fecha bastante antigua y partir de un estudio de indudable solvencia para su época, la identificación como Capitolio es muy problemática, según se ha señalado alguna vez y tuve ocasión de argumentar con algún detalle hace una veintena de años.6 Recientemente se ha publicado un buen estudio del conjunto monumental (Bonneville et alii, 2000), con un riguroso análisis de la arquitectura y la recuperación de todos los datos antiguos. Y se vuelve al problema de la caracterización del conjunto, tras el que se concluye que puede defenderse la hipótesis del carácter capitolino de los tres templos (Bonneville et alii 2000: 179-190). Pese a que no falte algún elemento de apoyo a la hipótesis, hasta ahora la más sólidamente argumentada y aceptable en opiniones tan autorizadas como la de P. Gros (1996: 154; también, en el prefacio a Bonneville et alii 2000: 910, aunque subraya algunos problemas que dejan abierta la cuestión), sigo creyendo que muchos argumentos están en contra de tal confirmación y que otros, apenas tenidos ahora en cuenta, abogan por otras posibles explicaciones. 6 Manifestaba, por ejemplo, sus dudas el investigador francés, ocupado en las excavaciones de Belo, D. Nony (Domergue et alii 1974: 62-63). Mis propias observaciones fueron expuestas en un congreso sobre arquitectura religiosa de la Hispania romana celebrado en el Museo nacional de Arte Romano de Mérida en septiembre de 1985, publicado después en la revista Anas: Bendala, 1989-90 (lo correspondiente al «Capitolio» de Baelo: 14-17).

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Partamos de un hecho tan obvio como a menudo soslayado: se trata del conjunto monumental de una ciudad inicialmente no romana, sino púnica, aunque su integración urbanística en las pautas de la romanidad y, por tanto, su romanización sea evidente. Experimentó un proceso urbanístico bastante repetido, según el cual el núcleo urbano originario, situado con bastante probabilidad en un lugar alto más al interior, en la «Silla del Papa», mal conocido y que debía de tener unas 3 hectáreas de superficie, se trasladó a la costa para convertir en centro urbano principal lo que en principio debió de ser un pequeño asentamiento costero y portuario dedicado a la pesca y las salazones; aquí, al menos desde época de Augusto, se configuraría como un núcleo urbano central, estructurado según las pautas urbanísticas romanas.7 El cambio urbanístico no significaba, sin embargo, que la ciudad hubiera olvidado su raigambre púnica, que se perpetuaba, entre otras manifestaciones principales, en el nombre púnico que mantenía –Baelo–, y se expresaba de manera clara en documentos tan oficiales de la ciudad como sus propias monedas, de patrón e iconografía púnicos y con la indicación en púnico, junto a la versión latinizada, del nombre de la ciudad (García-Bellido y Blázquez, 2004: vol. II, 51-52). Como ciudad peregrina quedó englobada en el seno del Imperio romano, sujeta, por supuesto, a la influencia de la poderosa potencia dominante y, sin duda, inmersa en un proceso de progresiva intervención de élites itálicas o romanas en el juego de su vida cívica y económica por la importancia de la ciudad en el control de un sector estratégico principal en la pujante economía del Imperio, el representado por la pesca y las industrias del pescado. Un juego al que se vieron impelidos, o al que se debieron prestar en busca de ventajas, los dirigentes de la propia ciudad con acuerdos y acercamientos culturales, cívicos y económicos, en un proceso que bien podemos situar en el ámbito de la llamada autorromanización. La vecina e influyente Gadir fue modélica en este sentido: la alianza de las elites locales, representadas por los Balbo, y las romanas constituyó un caso extremo por la proximidad de los famosos gaditanos a César y a Augusto y por el papel desempeñado por aquéllos en la misma Roma (últimamente: Rodríguez Neila, 2006). Una consecuencia principal, desde el punto de vista material, fue la construcción por parte de Balbo el Menor de una nueva urbe a la roma7 Sigo las conclusiones obtenidas por el amplio equipo de investigadores asociado a la francesa Casa de Velázquez, responsable largos años de las excavaciones en la ciudad, como sintetiza el libro reciente de P. Sillières, 1997.

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na junto a la antigua y fenicia de Gadir, lo que dio lugar a una dípolis, a la ciudad doble o Didyme de la que habla Estrabón (III,4,5). Dado el indiscutible liderazgo de Gadir/Gades en el ámbito en que se halla la ciudad de Baelo, cabe sospechar que la iniciativa de dotarse de una urbe a la romana ejerciera en los baelonenses una influencia que impulsara a la profunda renovación urbanística que dio por resultado la urbe de traza romana que nos ocupa. Quizá a partir de Augusto adquirió Baelo los privilegios del derecho latino, como oppidum latinum, y la plena ciudadanía, como municipium civium romanorum, desde época de Claudio, según acreditan los pocos epígrafes hallados en la ciudad (Sillières 1997: 28-30). Pero es su carácter de ciudad púnica, progresivamente romanizada jurídica y culturalmente, el que ha de tenerse en cuenta como cuestión principal de la que partir a la hora de estudiar su centro cívico y religioso, que es lo que no suele hacerse cuando las singularidades de la ciudad se abordan como si se tratase de una ciudad puramente romana, y sin que baste recordar, como se sostiene en la argumentación del libro último sobre el Capitolio, que tuviera sustrato púnico y estrechas relaciones con África (Bonneville 2000: 184). Como subrayó en la reseña del libro M.ª Paz García-Bellido,8 se echa en falta la consideración de lo que la ciudad originariamente era, una ciudad púnica, de modo que la explicación a partir de los modelos romanos –culturales, arquitectónicos, etc.– quedan forzados en una argumentación unilateral, y afloran como anomalías lo que pudieran ser simples consecuencias de la pertenencia a pautas no debidamente contempladas en el análisis. Es, dicho ahora en síntesis, juzgar realidades híbridas a partir de uno de los ingredientes que las conforman, en este caso de una ciudad hispanorromana (o púnicorromana). La hipótesis del Capitolio sigue chocando con dificultades casi insalvables. Es una de ellas la primera evidencia de tratarse de tres templos distintos en batería (denominados de izquierda a derecha, según se miran desde el frente de sus fachadas, como templos A, B y C), y no del todo unitarios ni arquitectónica ni temporalmente (Figs. 11 y 12). Recor8 Escribe la citada investigadora: «La ciudad es considerada como romana sin paliativos ni matices, e interpretada según unos parámetros canónicos de romanidad. No se tiene en cuenta suficientemente el carácter todavía púnico de su población en tiempos augústeos si consideramos que todas la emisiones monetarias de la ciudad, hasta mediados del siglo I a.C. en que se cancelan, son testimonio de un gobierno púnico, con sólo algunos indicios de latinización: las fórmulas administrativas, la metrología y la iconografía son, como digo, púnicas, y la epigrafía es todavía bígrafa» (García-Bellido 2001: 326).

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demos que, según el último y cuidadoso estudio arquitectónico, serían coetáneos y arquitectónicamente homogéneos el A y el B, de hacia el 50 d.C.; y distinto en su molduración el C, también algo posterior, fechable hacia el 65 d.C. Cf.: Bonneville et alii 2000: 37-42). Es también importante la carencia de un pórtico común, como sí tiene el de Brescia, con las tres cellas separadas, pero adosadas e insertas en un edificio unitario como resulta del pórtico unificado y de su proyección en fachada (Gros 1996: 168-169). En ésto radica una de las rarezas, a lo que se añade un rasgo de los tres templos baelonenses que, para la interpretación como capitolio representa un obstáculo casi infranqueable: la menor dimensión del templo central, dos pies más estrecho que los laterales (Bonneville et alii 2000: 167). Por otro lado, a falta de datos probatorios en la epigrafía o en la iconografía, se han tenido como posibles argumentos a favor de la idea del Capitolio los restos escultóricos encontrados en los templos A y B: fragmentos prácticamente irreconocibles de una escultura femenina hecha «mil pedazos», según P. Paris, en el templo A y, sobre todo, la estatua de mármol de una posible Juno hallada en el templo C. Se conservaban dos grandes fragmentos de esta última, correspondientes al torso (hoy perdido) y a las piernas, propios de una imagen sedente de casi dos metros de altura, que para P. Paris se trataba, sin duda, de una Juno sedente. Era la mejor prueba para la identificación en los templos de un Capitolio, suponiendo que los fragmentos de la estatua del templo A podrían corresponder a Minerva, a lo que había que añadir la suposición de la presencia de Júpiter en el central, propuesta de P. Paris que sería seguida después y considerada aceptable hasta el último estudio general del conjunto templario baelonense (Bonneville et alii: 189-190). Resulta, sin embargo, menos integrable en la hipótesis capitolina la aparición de uno (o dos) togados en el templo B, el supuestamente dedicado a Júpiter. La que se halló en mejor estado (aunque sin cabeza ni brazos) y única conservada (Fig. 14), de tamaño algo mayor que el natural (hoy en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid), podría corresponder a un alto magistrado o a un emperador, y su fecha parece ajustarse a la época de Claudio, cuando se llevó a cabo la reconstrucción de la ciudad, sobre la base de edificios, como los templos, de época augustea. Recordemos que, según la propuesta de interpretación más reciente acerca de la evolución constructiva de la ciudad, que explicaría, entre otras cosas, la fecha julioclaudia de los contextos asociados a los templos y las principales construcciones del foro

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y su apariencia formal cercana a prototipos y técnicas tardorrepublicanas o augusteas, consiste en pensar que lo principal de la monumentalización de la ciudad fue fruto de un programa constructivo acometido en época de Augusto; pero debió de quedar casi completamente arruinado poco tiempo después a causa, seguramente, de un terremoto, tras el cual se procedió a una reconstrucción de la ciudad manteniendo lo principal de las estructuras augusteas. En esto debió de contar la directa protección del emperador Claudio, quien al tiempo concedería a la ciudad el privilegio municipal, en un gesto que sería recordado con la nueva denominación de la misma como Baelo Claudia (Sillières 1997: 56-57). El togado, pues, del templo B podría corresponder a un emperador divinizado, tal vez el mismo Claudio, un hecho que haría del «Capitolio» un templo de culto imperial. Pero la presencia directa de un emperador en la cella misma de Júpiter Capitolino es algo insólito, con el dato añadido de que la estatua esté inacabada, de modo que la parte inferior está poco más que esbozada. W. Trillmich, en el estudio del togado incorporado al estudio general último (Bonneville et alii: 205-209), aparte de confirmar la datación en época de Claudio y la caracterización como togado apropiado a la representación de un magistrado o del emperador, muestra su extrañeza por su aparición en la cella de Júpiter Óptimo Máximo, a lo que se suma su carácter de inacabada. Sólo se le ocurre como solución que con otra cabeza (no la emperador o magistrado inicial), fuera colocada en el templo en un momento posterior. Es, en cualquier caso, otra «anomalía» principal en el esquema interpretativo propuesto. A la búsqueda de una explicación que otorgue sentido a las «anomalías» o apartamientos de lo que cabe esperar en la estructura y los ingredientes iconográficos y cultuales de un Capitolio, parece obligado contemplar el conjunto baelonense con otras hipótesis de partida. Podemos tener en cuenta, para buscar una que se adecue al carácter específico de la ciudad, que, si se trata en principio de una ciudad de origen púnico, de Baelo, el centro principal de culto no estuviera dedicado sino a sus mismos dioses originarios, aunque los templos que los cobijan en la nueva urbe se hubieran adecuado a la tipología romana, hecho que, por otra parte, como se verá, pudo hacerse sin abdicar del todo de las propias tradiciones en términos de referentes formales y arquitectónicos. La continuidad cultual en el marco de la continuidad urbana es perfectamente explicable, una continuidad que tiene factores específicos en el marco de las sociedades y las ciudades púnicas. Frente a otras

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tradiciones culturales, semitas o no semitas, que desarrollaron sistemas religiosos en torno a divinidades nacionales, ligadas al pueblo y no a un territorio (es el caso hebráico), el mundo feniciopúnico se cohesionó en torno a religiones de una profunda connotación urbana y territorial, con panteones en los que ocupaba una posición hegemónica una divinidad puesta en estrecha relación con la ciudad y el estado –y la autoridad que lo rige– de la que es tenida por «señor/a» y «propietaria». Es el concepto del dios baal de la ciudad (o diosa baalat), que determina una radical preeminencia de una divinidad políada, cuyo prestigio se asocia al de la ciudad que le es propia: Melkart en Tiro, Eshmún en Sidón, Adonis en Biblos… La estrecha relación entre ciudad y religión lleva a la conclusión de los especialistas de que más que hablar de religión feniciopúnica hay que hablar de religión de cada una de las ciudades (Xella 1995: 144). Es cierto también que la expansión colonial y la importancia del papel desempeñado por algunas metrópolis, multiplicó la presencia y el papel supraurbano de determinadas divinidades tutelares, como fue en toda la órbita occidental el caso del Melkart de Tiro y de Gadir. Pero esta fuerte cohesión entre ciudad y su o sus dioses tutelares es una advertencia sobre la importancia de la continuidad de los cultos urbanos que debería fortalecer hipótesis de partida a la hora de explicar las peculiaridades de casos específicos como el de Baelo. Todo induce a pensar que allí tuviera un lugar principal el culto a su dios o a sus dioses originarios, entre los que debió de figurar Melkart, venerado sin duda en Baelo como acreditan las monedas y su pertenencia, más general, al círculo de Gadir. Y si, en efecto, partimos de la hipótesis de que los templos del supuesto Capitolio pudieran resultar de una continuidad con los cultos políados de la ciudad en función de su propia tradición cultural, cultual y urbana, quizá aparezcan como normales las supuestas rarezas que resultan de superponerles modelos que le son, en principio, ajenos. Cabe empezar por un aspecto formal generalmente no tenido en cuenta, que puede tener algún sentido a la vista de lo contemplado a propósisto de los templos de Edeta/Liria y de Torreparedones y, sin duda, de Gadir. Se trata de la presencia y la vigencia en época romana del tipo de templo de planta alargada, con dos columnas en el frente, de tradición feniciopúnica, que se configura como uno de los prototipos asentados en la tradición perromana en Hispania del ámbito feniciopúnico y su área de influencia. En Baelo es bastante notoria la planta desmesuradamente alargada de los templos, inusual en la tradición romana, y agudizada en el templo B, el central de los

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tres, por su mayor estrechez (el podio mide 8’37 m. por 19’46 de profundidad, una relación de 1 a 2’32). Tal vez no sea impropio pensar en la preferencia feniciopúnica por las plantas alargadas en virtud de su propios modelos templarios, que en el caso de Baelo tendrían una traducción a formas romanas sin perder del todo su propio carácter (como el templo romano hizo revistiéndose de formas griegas, sin abandonar su personalidad etruscoitálica). Algo así ocurrió con el templo de Torreparedones, y resulta ilustrativo de lo mismo lo ocurrido con el templo de Antas, en Cerdeña. Aquí se levantó un templo dedicado a Sardus Pater, advocación latinizada del púnico Sid, que a su vez debió de ser la versión púnica de un dios más antiguo, perteneciente a la tradición local, nurághica, del lugar. La consolidación cultual y arquitectónica del templo corresponde a la época púnica, a fines del VI/comienzos del V a.C., con un edificio mal conocido de planta rectangular alargada, reestructurado a fines del IV/comenzos del III a.C., que debió de tener planta alargada y fachada con las dos características columnas flanqueando la entrada (dos columnas de tipo dórico realizadas en piedra arenisca estucada). En época romana, ya en tiempos de Augusto, que mostró no poca atención al dios sardo, el templo se reconstruyó manteniendo la orientación del púnico y con una planta que seguía traduciendo la típica organización longitudinal con vestíbulo, cella y adyton, y rasgos que hacían evidente la perpetuación del culto a la manera púnica (Fig. 15). Ahora la planta resultaba un rectángulo alargado de 9’30 m por 23’25 de profundidad (una proporción de 1 a 2’5), muy cercano en dimensiones y proporciones a los de Baelo (Barreca, 1969; Zucca, 1989).9 9 S. Moscati, en sus reflexiones sobre la civilización feniciopúnica, tuvo particularmente en cuenta la significación del templo de Sardus Pater, tenido inicialmente como un particular templo romano de advocación desconocida, que las excavaciones y estudios más rigurosos restituyeron en su verdadero carácter de templo de viejas raíces nurághicas y, sobre todo, un profundo arraigo en época púnica vinculado al dios Sid. El hallazgo de numerosas inscripciones votivas púnicas permitían la identificación del dios, aludido a menudo como ‘babay’ (‘padre’), que anticipaba la designación latina de Sardus Pater (expresamente indicada en el frontispicio del templo en una restauración llevada a cabo en época de Caracalla). La continuidad en época romana se hacía evidente, con reestructuraciones determinadas por lo que Moscati calificaba de «condicionamiento púnico», evidente en el mantenimiento de la orientación originaria del templo y su disposición en planta alargada distribuida en las tres partes clásicas en los templos semitas de pronaos, cella y adyton, éste último doble en este caso para permitir la ubicación de la estatua de culto y el altar para sacrificios, o para otra imagen de culto, dada la frecuente asociación de Sid con otras divinidades (Sid-Tinnit, Sid-Melkart). Cf.: Moscati 1993: 69-76.

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Es difícil determinar la importancia de estos datos, pero no son seguramente irrelevantes. La fachada tetrástila, como en el caso de Antas, al frente de un templo de planta alargada, puede entenderse como apropiada traducción a las fórmulas romanas de la tradición templaria púnica, como también se advierte en la sumaria representación del Herakleion en las citadas monedas de época de Adriano. Por otra parte, resulta también que la organización a la manera de tres templos en batería parece adecuada a la tradición cultual púnica. No se trata de explicar la disposición de los templos sobre la base de un culto triádico. Bien se sabe que, aunque durante mucho tiempo se ha sostenido que era consustancial a la tradición feniciopúnica (diosa madre –dios padre– dios niño hijo de ambos), modernamente se tiende a pensar que ello no es así (Moscati 1995: 12; Bonnet y Xella 1995: 320). Pero sí es habitual la asociación en el culto de dioses emparejados o agrupados en tres, un fenómeno de asociación cultual que tiene una perfecta expresión en las estelas votivas (Fig. 16), con frecuentes asociaciones de betilos en grupos tres, y manifestaciones sobre su importancia en documentos tan solemnes como el célebre juramento de Aníbal con ocasión del tratado firmado en el 215 a.C. con Filipo V de Macedonia, en el que, según el testimonio de Polibio (VII, 9) se invocan a los dioses por tríadas: Zeus, Hera y Apolo; el daimôn de los cartagineses, Heracles y Iolaos; Ares, Tritón y Poseidón. Evidentemente, los nombres griegos traducen los púnicos invocados por Aníbal (Baal Hammón, Tinnit, Reshef…), con dificultades de identificación y las dudas de si corresponden al panteón cartaginés o al más específicamente bárquida (Lancel 1994: 195196); pero la enumeración es expresiva, en cualquier caso, del gusto por la asociación en tríadas divinas. Es lo que, con la particular contundencia de la arquitectura y la urbanística se traduce, tal vez, en la presencia de tres templos agrupados en ambientes principales de ciudades romanizadas de tradición púnica, como Sufetula, con el foro que ha sido siempre citado como el paralelo más cercano al de Baelo, o Leptis Magna, con los tres templos que presiden su forum vetus (últimamente: di Vita y Laviadotti 2005), en una ciudad cuyo poderoso sustrato púnico aflora en numerosos detalles muy atentamente observados en la investigación moderna a la hora de estudiar fenómenos de continuidad y de cambios como los que ahora nos ocupan10. 10 Se ha señalado cómo, entre otras cosas, la población y la elite social de la ciudad, todavía en el siglo I d.C., según acreditan los testimonios epigráficos, es fundamentalmente la púnica del lugar, con el mantenimiento de una constitución propia, aludida como senatus populusque Lepcitanorum. A

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En clave de traducción –nominal o iconográfica– de los dioses púnicos venerados hipotéticamente en el «Capitolio» de Baelo, la imagen encontrada en el templo C convendría perfectamente con Tinnit, cuya traducción iconográfica a la manera de Juno está bien atestiguada (se la invocaría como Juno Caelestis o Dea Caelestis, según ya vimos). Por otra parte, puede suponerse por bastantes indicios que el templo central estuviera dedicado a Melkart. Debió de ser el dios principal de la ciudad, a juzgar por las acuñaciones monetales, y bien se sabe del éxito de su culto en Gadir y las ciudades de su ámbito en época romana, de modo que el primer candidato a la hora de dibujar una hipótesis operativa debería ser el célebre dios de Gadir y del conjunto de las colonias fenicias de occidente. A este propósito, cabe recordar que la asimilación de Melkart a Heracles desde muy antiguo, cobró en época helenística un profundo significado político con la asociación a Alejandro y a su obra, de modo que la percepción de las empresas heracleas en época helenística, tal como se ofrece por ejemplo en la obra de Diodoro, resulta una suerte de proyección mitológica sobre la carta alejandrina de la ecumene (cf. J. Gagé, 1940: 426). La asociación de Alejandro a Heracles y su valor de referencia simbólica a los propósitos de evocar un orden civilizador extendido a los dos extremos de la ecumene, otorgó una extraordinaria proyección al Heracles griego con su presencia en occidente –el héroe de las Hespérides, de la victoria sobre Gerión– y a su asimilación con el Melkart/Heracles de occidente, el venerado en el viejo y prestigioso templo de Gadir. En efecto, en la pugna por la extensión del Imperio o por su creación en Occidente, cartagineses y romanos, encabezados por principes que en ambos casos se perfilaron sobre la imitatio Alexandri (últimamente: Bendala, 2006), relanzaron el papel referencial y simbólico del Herakleion. Bien se sabe que, entre otras muchas cosas extraordinarias, en el templo de Gadir había una estatua de Alejandro, ante la que César se sintió desolado por no haber logrado a esta burguesía local se deben, incluso, gestos evergéticos claramente perceptibles como de «autorromanización», que contribuyeron a la transformación del paisaje arquitectónico y urbanístico de la ciudad con patrones romanos, como representó el patrocinio por un tal Annobal Tappapius Rufus, de nombre y raigambre indígena, de un mercado y el teatro en fechas del cambio de era. Pero la población, de la gran burguesía al pueblo llano, se mantuvo ligada al sustrato púnico local hasta incluso la época de máxima brillantez y romanización de la ciudad bajo los Severos (Bénabou 2005: 511-540), con consecuencias de muchos rasgos y matices propios en la apariencia de la ciudad y sus comportamientos sociales y culturales.

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su edad las gestas del macedón (Suetonio, Caes. 7). La estatua pudo ser ubicada en el santuario a instancias de un príncipe de los Barca, lo que no resulta probable, o, lo que parece más seguro, por un imperator romano antecesor de César en su interés por establecer una asociación entre su obra imperialista, Alejandro y Heracles/Melkart. Pudo ser Pompeyo, como propuso J. Gagé (1940: 421-32), emulador consciente de Alejandro, o algún otro en el marco de la proyección militar, ideológica y política de los imperatores romanos de fines de la República –antes del propio César– en el extremo occidental del Imperio. En estos hechos descansa una estrecha vinculación entre el Melkart/Heracles de Gadir, Alejandro y la exaltación o heorización de los imperatores romanos como herederos o beneficiarios de esa herencia. Es la que hizo suya definitivamente Augusto, en cuya consolidación ideológica y política como Princeps jugó un importante papel la conquista y pacificación de Occidente. Y tras él otros emperadores, con la importancia que también se sabe para esa relación en casos como Trajano, por su origen hispano, y su sucesor Adriano, ambos grandes protectores, como bien se sabe, del culto al Hercules Gaditanus (García y Bellido, 1967: 152-166; en particular, 164). El caso es que entre el culto a Melkart/Heracles, la veneración de Alejandro divinizado y equiparado al primero y la heroización del emperador existen nexos muy a considerar al analizar las manifestaciones cultuales de una ciudad propia de la órbita religiosa de Melkart/Heracles como Baelo. Debe añadirse que su papel en la tradición religiosa de una ciudad específica se robustece por obra del fuerte sentido políado, ciudadano –ya señalado– de la religión y el culto en las ciudades de tradición feniciopúnica. Parece corroborarlo un fenómeno ya percibido por Toutain en su estudio de los cultos paganos del Imperio de 1907: el hecho de que el culto a los genios locales tuviera particular arraigo en las provincias africanas e hispánicas, mientras era raro en otras provincias del Imperio. Claude Lepelley, en un estudio reciente, ha vuelto sobre la cuestión para poner de relieve ese fenómeno y cómo, en efecto, el culto al genius civitatis gozó de gran predilección en las provincias africanas, en ciudades con estatuto privilegiado o peregrino; también que, a diferencia de Roma, en África se puede asimilar a una divinidad, de modo que se da la fusión o la confusión entre genio y dios cívico, un hecho particular y de gran significación (Lepelley, 1992). Por ejemplo, en la citada Leptis Magna, Hércules es denominado en algunas inscripciones genius municipii y, después, el mismo Hércules y Liber Pater aparecen como genii coloniae (tras la obtención del

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estatuto colonial con Trajano) o dii patrii; y los ejemplos podrían extenderse a otras divinidades. De haber estado el templo B de Baelo dedicado a Melkart, como vengo argumentando, su proximidad por su profundo sentido local en tanto que genius municipii, su carácter heroizante, por sus orígenes como dios de la ciudad y de la realeza que sufrió muerte y resurrección, su asociación a Alejandro y a los principes-imperatores romanos, explicarían bien la incorporación a la cella misma del templo de una imagen imperial. Si fue de Claudio, como sugiere su datación estilística, nada convendría mejor a su papel como protector de la ciudad en su reconstrucción y el otorgamiento a la misma del estatuto privilegiado como municipium civium romanorum. Quedó así Claudio asociado a la ciudad, a su nombre oficial –Municipium Claudium Baelo–, un hecho que, en el marco de las tradiciones propias de las ciudades púnicorromanas, se compadece bien con su presencia en el templo junto a Melkart/Heracles como un verdadero genius civitatis (unido, en tal condición, al anterior y prístino de la ciudad) Melkart/Hercules en el templo central, con un fuerte contenido de culto imperial subrayado con el tiempo, quedaría flanqueado por el templo de Caelestis/Tinnit, en el templo C –a la derecha del espectador– y por el de otra divinidad desconocida (¿Eshmun?...) en el templo A, a la izquierda, en virtud de la propensión de las ciudades feniciopúnicas a esta clase de agrupaciones cultuales, cuyas mejores pruebas fuera de nuestra ciudad la proporcionan el reiterado caso de Sufetula o los tres templos situados en la cabecera del foro viejo de Leptis Magna. Cabría añadir, sin pretender aquí entrar en una argumentación detenida de la cuestión, que el preeminente lugar que ocuparía en Baelo el templo de Isis, a la derecha de los tres templos y en la terraza alta que domina la recoleta plaza del foro, se explica mejor por su asociación, en los ambientes de tradición púnica, con Astarté, la gran diosa de la naturaleza de la antigua tradición tiria y fenicia, consagrada en la expansión colonial como protectora de la navegación y como tal muy venerada en Gadir/Gades en época romana bajo la advocación de Venus Marina. A esta diosa asociada a la navegación, al mar, debe referirse con su particular iconografía, como Afrodita Anadiomene, la adrianea Venus de Italica (León 1995: 118-122). Tradición púnica y romanización debieron convivir en Baelo sin que sea posible determinar los detalles y el alcance de cada factor o cada proceso. Lo que resulta más evidente es el peso enorme de los modelos de Roma que, por otra parte, como estoy argumentando, no debe hacernos olvidar el carácter inicial de

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la ciudad, el mismo que, en otra esfera muy propia de la identificación y la tradición colectivas, la correspondiente a las necrópolis (Bendala, 2002), otorga también a Baelo la personalidad característica de sus tumbas. Los famosos cipos funerarios conocidos como «muñecos» asociados a las mismas, una especie de bustos muy sumarios y toscos, a menudo sin ninguna proximidad a las formas naturalistas de un busto humano, pueden ser tenidos por una emanación más del sustrato púnico de la ciudad, por apego a sus tradiciones anicónicas de tradición semita, independientemente de que puedan detectarse confluencias con expresiones parecidas en el mundo itálico y otros matices perceptibles en una manifestación tan propia y tan compleja del hibridismo cultural de los baelonenses (una discusión última: Jiménez Díez, 2007). No nos extrañemos, en fin, de la perduración de las viejas tradiciones religiosas en las ciudades hispanorromanas, nicho ecológico de los ambientes urbanos en el que vivieron más a sus anchas las más viejas tradiciones al servicio de una identificación colectiva que resultaba, frente a los cambios, imprescindible para el equilibrio y la persistencia misma de la ciudad. Y por ello, no nos extrañemos, decía, de que aunque sepamos poco o casi nada de los templos y de las formas de culto de una ciudad como Hispalis (Sevilla), fundación fenicia según la investigación última, una noticia relevante de una actividad cultual de importancia en la ciudad tiene que ver con una procesión en la que se aprecia claramente la vigencia, a fines del siglo III o comienzos del IV d.C., de su pertenencia a la órbita púnica. En efecto, se trata de los acontecimientos que condujeron a la muerte de las santas mártires Justa y Rufina, patronas de la ciudad. En el curso de una bulliciosa procesión de la diosa Salambó, hipóstasis de la Astarté-Venus oriental, diosa de la naturaleza asociada a Adonis (el dios joven que muere y resucita), las jóvenes alfareras sevillanas se negaron a dar la limosna que se les pedía –seguramente tiestos para plantar los «jardines de Adonis»–, se opusieron como cristianas a rendir culto a la diosa y originaron un tumulto en que cayó al suelo y se rompió la imagen que trasportaban en la procesión. Lo curioso es que las actas martiriales, siempre tenidas como reflejo bastante fidedigno de lo que debió de ocurrir, ponen en boca de las mártires una alusión soprendente al tipo de idolum lapideum que servía de imagen de Salambó: «Nos Deum colimus, non manu factum istud idolum quod nec oculos, nec manus, nec pedes habet, neque spiritum viventem in se».

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La descripción y la insistencia del Pasionario en que se trataba de un ídolo de piedra –y sin ojos, ni manos, ni pies– hacen evidente que la imagen de la procesión era un betilo, algo que tuve ocasión de poner de relieve hace años (Bendala, 1982), como una prueba más de la tradición anicónica semita y su fuerte perduración en las ciudades hispanas de abolengo púnico. La investigación ha ido poniendo de relieve después su importancia y hecho ver que, sobre todo en las tradiciones religiosas, las etapas formativas de las ciudades, las de su adscripción a determinado horizonte cultural, determinan realidades que quedarán profundamente arraigadas en la vida de la ciudad, en los ritos y prácticas comunitarios, entre otras cosas por la necesidad colectiva de perpetuarlas y, con ellas, perpetuarse. Pueden quedar ocultas o ensombrecidas por nuevas realidades o nuevas modas, pero una mirada atenta puede descubrirlas y mediante ellas penetrar en las realidades profundas que dan sabor propio a cada ciudad, a cada colectividad urbana. Termino haciendo mías las reflexiones que hace años daban a la imprenta F. Decret y M. Fantar a propósito de ciudades norteafricanas de tradición púnica fuertemente romanizadas en el norte de África –Leptis Magna, Sabratha, etc.–, propias del mismo ambiente que Baelo y con sus mismas o parecidas circunstancias, para las que la tradición investigadora había subrayado el hecho de constituirse, como conjunto de ciudades antiguas muy bien conservadas, en un extraordinario museo al aire libre de romanidad, sin que se prestara la debida atención a lo que tienen de local, de especifico en virtud de sus propios sustratos culturales. Puede resumirse su reflexión, y su demanda, que hago –como decía– mías, en el párrafo que sigue: «En effect, à l’image des hommes de la cité, l’œuvre est symbiose. Et, de même que l’étude à la fois diachronique et synchronique d’une societé fait apparaître des influences reçues, mais aussi des traditions et des continuités dans les formes de religiosité et dans les mécanismes économiques, de même en va-t-il dans les techniques et dans l’art. Il convient donc, pour l’étude de cette entreprise sociale que fut l’urbanisme –qui n’a pas commencé en Afrique avec Rome– de chercher aussi à considérer les choses de l’intérieur et de ne pas ramener systématiquement tout à une prétendue ‘romanisation’ créatrice de nihilo des formes culturelles et cultuelles» (Decret y Fantar 1981: 203).

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Fig. 1. Planta del asentamiento del Tossal de Sant Miquel, la antigua Edeta, según propuesta de H. Bonet. En la trama, el edificio alargado con las estancias número 12, 13 y 14 corresponde al templo. Puede verse la indicación del lugar del betilo obeliscoide, en la cella del templo.

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Fig. 2. Visión en perspectiva del templo de Torreparedones, según B. Cunliffe y M. C. Fernández Castro. A la derecha, indicación detallada en planta de la cella con la indicación de la columna de soporte central y la situada al fondo como betilo estiliforme de la divinidad objeto de culto.

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Fig. 3. A la izquierda, betilo estiliforme de Torreparedones (según B. Cunliffe y M. C. Fernández Castro). A la derecha, estela votiva de Cartago, con la representación de una palmera como árbol de la vida y materialización de la divinidad, en un marco arquitectónico formado por dos columnas protojónicas con arquitrabe, habitual como frente o fachada de los templos de tradición semita (imagen tomada de E. Acquaro, Cartagine, Roma, 1988, fig. 5).

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CONTINUIDAD Y RENOVACIÓN EN LOS CENTROS SACROS

Fig. 4. Áureo de Adriano con la representación de Heracles/Melkart y su templo de Gadir. Cortesía del Gabinete Numismático del Museo Arqueológico Nacional (Madrid).

Fig. 5. Planta del sector correspondiente al templo romano republicano y su entorno, centro principal de la ciudad púnica de Carteia, perpetuado en época romana (según L. Roldán et alii, 2006).

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Fig. 6. Fotografía de los sondeos efectuados en el interior del podio del templo romano-republicano, en la que puede observarse la estructura correspondiente al altar púnico (fot. proyecto Carteia).

Fig. 7. Planta del templo republicano de Carteia, según L. Roldán et alii, 2006.

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Fig. 8. Templo de Carteia. Puede verse, parcialmente, la composición del podio, donde se integran sillares obtenidos del arrasamiento de la muralla púnica (según L. Roldán et alii, 2006).

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Fig. 9. Planta del centro monumental de Baelo Claudia (A, B y C, los tres templos del «Capitolio»; 1, santuario de Isis; 9, plaza del foro; 11, basílica; 12, macellum). Según, J.-N. Bonneville et alii, 2000.

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Fig. 10. Foro de Sufetula, según A. Merlin, Forum et églises de Sufetula, París, 1912).

Fig. 11. Planta de los tres templos del foro de Baelo (las medidas expresadas en módulos; según J.-N. Bonneville et alii, 2000).

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Fig. 12. Perfil de los tres podios de los templos baelonenses (según J.-N. Bonneville et alii, 2000). Obsérvense las diferencias entre ellos, sobre todo el C.

Fig. 13. Ubicación de los restos escultóricos hallados en los tres templos de Baelo (según G. Bonsor, reproducido en J.-N. Bonneville et alii, 2000).

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Fig. 14. Togado hallado en el templo central (B) del foro de Baelo. Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Cortesía del MAN.

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Fig. 15. Planta del templo de Sardus Pater en Antas, Cerdeña, en época romana (según R. Zucca).

Fig. 16. Estela de Cartago, con doble tríada de betilos, símbolos astrales y signo de Tinnit. Museo del Louvre, París (tomado de A. Parrot, M.H. Chehab y S. Moscati, Los fenicios y la expansión fenicia. Cartago, Aguilar, Madrid, 1975, fig. 169).

EL CONJUNTO PROVINCIAL DE CULTO IMPERIAL DE AUGUSTA EMERITA* Pedro Mateos Cruz** Antonio Pizzo**

Esta comunicación es una síntesis de los resultados obtenidos por el equipo de Investigación que ha desarrollado desde 1999 hasta 2005 un proyecto en el llamado «foro provincial de Augusta Emerita».1 Como ya hemos señalado, el proyecto se inicia en 1999 abordando el estudio historiográfico que, en esta zona, resultaría determinante para el desarrollo de la investigación. Las primeras referencias «arqueológicas» que poseemos de esta zona se remontan a mediados del siglo XVII con la aparición de la inscripción CONCORDIA(E) AUGUSTI,2 cuya cronología no pone de acuerdo a los epigrafistas que se inclinaban por fecharla entre finales del s. I y el s. III, a la que siguieron nuevos hallazgos.3 La concentración de hallazgos en la zona de la plaza del Parador a lo largo de estos tres últimos siglos, llevaría a Almagro Basch a postular, a mediados de los setenta, la idea de la ubicación en esta zona de un segundo foro destinado a los asuntos y cultos provinciales.4 * Esta comunicación fue presentada en el IV Simposio Internacional de Arqueología de Mérida en noviembre de 2005, casi al unísono con la preparación de la monografía sobre este conjunto monumental y en el mismo contexto temporal que el Congreso sobre Culto Imperial desarrollado meses después Mérida. Este hecho explica que los argumentos expuestos en ambas intervenciones sean los mismos y puedan considerarse un resumen de lo ya publicado en la monografía: P. Mateos (ed.), 2006. ** Instituto de Arqueología de Mérida. 1 Proyecto de investigación –«Estudio, documentación y catalogación del llamado foro provincial de Augusta Emerita» (2PR01A016)– dirigido desde el Instituto de Arqueología de Mérida El resultado ha sido la monografía: P. Mateos (ed), 2006, en la que han participado los investigadores que formaban parte de dicho equipo. 2 Para la cronología de este pedestal se han planteado varias fechas: en la segunda mitad del s. II y comienzos del s. III (CIL II, 465), desde la segunda mitad del s. I hasta el s. III (García Iglesias, 1976). Ramírez Sádaba la sitúa a mediados del siglo II d.C. o muy poco después (Ramírez 2003: 95). Un último estudio en Mateos (ed), 2006, A. Stylow, 300, fig. 286. 3 Para el estudio historiográfico de la zona, en P. Mateos (ed.), 2006; R. Ayerbe 2005: 29-54 4 Almagro Basch 1976: 189-212.

La aparición con motivo de una intervención arqueológica de urgencia, en el año 1983, dirigida por Álvarez Martínez y su equipo, de un colosal edificio público en la calle Holguín,5 confirmó las hipótesis de la existencia en esta zona de un segundo foro dedicado a los temas de la provincia lusitana y de un templo relacionado con el culto imperial. Tambien se desarrollaron diversas intervenciones de seguimiento en la década de los ochenta en la zona, concretamente en el arco de Trajano, así como intervenciones de urgencia como la desarrollada en 1989, en un solar de la C/ Alvarado, donde se documentó un muro realizado en opus incertum de 2,40 m de anchura. Cuando iniciamos el trabajo historiográfico y tras una primera inspección del solar, pudimos observar que en realidad, las huellas, eran las improntas de las placas de mármol que recubrirían un canal. También documentamos un sillar en el que se apreciaba todavía la marca circular donde apoyaría una columna, por lo que parecía probable que este muro conformaría realmente la base de un pórtico con un canal ornamentado con placas de mármol, que delimitaría el espacio que rodeaba al templo. Además se comprobó la existencia de dos muros, situados a una cota menor, que conservaban restos de sus revestimientos murales, y que estaban cortados por la construcción de la cimentación del pórtico. Este hecho abrió nuevas perspectivas cronológicas y urbanísticas, nunca planteadas hasta ese momento, e hizo necesaria la realización de una nueva documentación arqueológica de este solar ya que era evidente que la realizada en el año 1989 había sido insuficiente, lo que supuso un punto de inflexión en el proyecto por tres razones fundamentales: De un lado, planteaba la existencia de estructuras anteriores al propio conjunto monumental cuya construcción se había relacionado siempre con el proyecto fundacional de la ciudad al igual que la construcción de los principales edificios que lo conformaban (templo y arco); además definía el cierre de la plaza con un pórtico y por último configuraba un límite para esta área pública. 5

Álvarez Martínez 1985: 35-49.

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A partir de aquí decidimos realizar la documentación arqueológica de todas las intervenciones practicadas en la zona hasta 1999, de la que no se conservaba ni un solo informe, realizando planimetrías de todas las estructuras y ubicándolas en una planta arqueológica de esa área de la ciudad. EL PÓRTICO La intervención realizada en el solar ha aportado cronologías concretas a partir de los materiales obtenidos en los contextos vinculados con la construcción del pórtico. Así hemos confirmado la presencia de algunas estructuras de época romana previas a la construcción del pórtico que formarían parte de un hábitat doméstico anterior, así como de los restos del cardo máximo, amortizado por la construcción del pórtico en su lado norte (Fig. 1). Tras la amortización de estas primeras estructuras se procedió a la construcción de un edificio porticado del que hemos podido documentar en este solar buena parte de sus lados occidental y Norte. La plaza aumentó su cota de altura, constituyéndose como una plataforma sobreelevada con respecto al resto de la ciudad, mediante la incorporación de material de aportes. Las dimensiones de sus cimientos (2,35 m la cimentación corrida de las columnas) hacen viable y bastante probable la existencia de una segunda planta en el pórtico. El abudante material aparecido en los rellenos constructivos fechan la formación del contexto en época tiberiana avanzada, en torno, según el estudio de X. Aquilué, al año 30.6 El pórtico (Fig. 2) se constituía en inicio en una sola nave de 9 m de ancho, distancia entre el muro de cierre y las cimentaciones corridas de una columnata, de la que se conservan los asientos de los pilares cada 2,70 m, que conformaría la fachada del edificio hacia la plaza. También sabemos que el edificio poseería, al menos en su lado norte, contrafuertes exteriores coincidiendo con la colocación de las columnas en la cimentación interior. Además de en este solar pudimos realizar otros sondeos en zonas puntuales para definir la planta definitiva del pórtico. EL ARCO DE TRAJANO El estudio del arco de Trajano se ha desarrollado en diferentes fases de intervención. En primer lugar, 6 El estudio de materiales realizado por X. Aquilué y R. Dehesa se incluye en la monografía anteriormente citada Mateos (ed.) 2006: 157-170.

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se ha realizado un nuevo soporte gráfico para la documentación de las características constructivas del edificio, utilizando la rectificación fotográfica a partir de la fotogrametría realizada al edificio (Fig. 3). La lectura de los detalles arquitectónicos del monumento ha planteado una serie de problemáticas sobre la reconstrucción de su fisonomía original. Se han efectuado dos campañas de excavación en el sector Este del arco con el objetivo de incluir, definitivamente, la totalidad de las evidencias que caracterizan la morfología del conjunto. Finalmente, el estudio de la modulación del edificio ha permitido solucionar interesantes cuestiones sobre el aspecto original y, sobre todo, indicar las justas proporciones de los elementos destruidos respecto a los conservados, como por ejemplo el caso del ático. Así hemos podido llegar al conocimiento de las características formales del arco, de su posible fisonomía original y de su inserción urbanística a partir del completo estudio desarrollado por A. Pizzo.7 El edificio presenta una planta rectangular con dos vanos laterales internos; se adscribe a los arcos con apertura central y accesos laterales secundarios. Durante las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo se han documentado cuatro hiladas más de sillares que completan la estructura en la parte inferior. La zona a contacto con la pavimentación marmórea conserva un revestimiento de placas verticales igualmente de mármol, a las que se superpone una moldura. Estos restos ya se conocían gracias a las excavaciones practicadas hace años en la base del arco aunque no poseíamos ninguna documentación al respecto. La nueva visión de los restos hace que hoy podamos observar el arco en toda su monumentalidad, así como las características fundamentales de su inserción urbanística como acceso al Conjunto monumental: también hemos confirmado la amortización en este punto del cardo máximo y un decumanus durante la construcción del conjunto. La zona externa al arco presenta una plazoleta de granito cuyas dimensiones reales no podemos establecer a causa de la limitación del área explorada. Desde el vano central se accede al nivel de la plaza a través de una serie de cinco escalones que compensan el desnivel natural entre la zona norte y sur del conjunto. De estas escaleras se conservan dos peldaños de los cinco posibles, coetáneos con la obra de las jambas del arco y la huella del nivel de uso de la estructura de delimitación de la escalera (Fig. 4). Desde el punto de vista formal, los restos conservados del edificio originario, se relacionan con muchas de las puertas que, sobretodo en territorio itáli7

En Mateos (ed.) 2006, A. Pizzo: 207-250.

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EL CONJUNTO PROVINCIAL DE CULTO IMPERIAL DE AUGUSTA EMERITA

co y en época republicana y tardo republicana, configuraban el acceso a ciudades o a complejos religiosos de diferentes tipologías y que continúan documentándose a lo largo del período altoimperial. Con respecto a su cronología, si se considera simplemente el aspecto formal de la estructura en el ámbito de las cronologías tradicionales atribuidas a los arcos o, más exactamente, a la parte del fornix, podríamos considerar el edificio no solamente de época augustea, sino probablemente de época anterior. Las conclusiones sobre la cronología que se proponen, desde este análisis, forman parte del mosaico de elementos arqueológicos desarrollados a lo largo del proyecto. Estratigráficamente la construcción del arco no responde al momento fundacional de la ciudad. Para su construcción fue amortizado el kardo máximo así como otras estructuras anteriores documentadas en las excavaciones. De otro lado, parece claro, a partir del estudio de modulación del edificio así como de su técnica constructiva, que arco, templo y pórtico responden a un mismo proyecto arquitectónico desarrollado durante el reinado de Tiberio. EL

TEMPLO

En 1983 se realizó, por parte del equipo del MNAR, una excavación en los números 37-39 de la calle Holguín.8 La importancia del hallazgo sirvió para confirmar las teorías sobre el segundo foro de la capital de la Lusitania. Veinte años después de su descubrimiento y, dentro del proyecto de investigación iniciado en la zona, procedimos a desarrollar nuevas intervenciones arqueológicas, tanto dentro como fuera del solar, para desarrollar una planimetría real del edificio, poseer estratigrafías que fecharan su construcción y su amortización y estudiar sus características arquitectónicas y funcionales. Desde el año 2003, hemos realizado diversas campañas de excavación en el interior del solar donde se hallaron los restos del podio. Durante estas intervenciones pudimos confirmar la hipótesis de que el Conjunto Monumental se realizó previa amortización de estructuras anteriores, documentándose un canal de desagüe de ladrillo, que confluía en una canalización central más amplia, con orientación este-oeste, de la que se conserva parte de la bóveda de cubrición de una cloaca que correría bajo un decumanus amortizado por la construcción del templo (Fig. 5). Además, durante el transcurso de estas intervenciones pudimos fechar arqueológicamente tanto la construcción como el abandono del edificio a partir

del material arqueológico aparecido. Según el estudio de Aquilué y Dehesa, el estudio de estos materiales concluyen nuevamente una datación de época de Tiberio avanzada, similar a la de la construcción del conjunto. En cuanto a su abandono, los materiales fechan ese momento en la primera mitad del siglo V d.C., aunque el espacio continuó usándose como espacio doméstico a lo largo de época tardoantigua, hallándose dentro de una de las casas adosadas al podio del templo, un tesoro de tremises de oro de época de Leovigildo.9 A partir de todos estos datos, las intervenciones realizadas, su planta arquitectónica y el estudio de su estructura podemos definir más claramente las características del edificio (Fig. 6). Los restos conservados forman parte del podio de un templo definido como de «cella barlonga», en el que la cella está dispuesta de forma transversal en relación con el pronaos, de menor anchura.10 Para entender la monumentalidad del templo basta citar algunas de las dimensiones de su podio. El podio posee una longitud máxima de 38 m y una anchura de 32 m de su lado corto (el ancho de la cella). Sus columnas conservan un diámetro de 1,50 m. El espacio intermedio entre columnas de la fachada lateral es de 2,25 m. El intercolumnio central, de mayores dimensiones, posee un ancho de 3 m, es decir, 4,5 m de intercolumnio a eje de las columnas centrales, coincidiendo posiblemente con la anchura de la puerta de la cella. En cuanto al alzado del templo, parece claro que los límites laterales de la cella se cerrarían mediante un muro corrido como lo confirma la línea recta en la que finaliza en esa zona el núcleo de opus caementicium al unirse con el triple forro de sillares. Por el contrario, en el pronaos, el núcleo de hormigón ofrece una serie de entrantes y salientes al encontrarse con los sillares que definen, a la perfección, la ubicación de los asientos de las columnas que caracterizarían el lateral y el frente en alzado del edificio. En ese juego de entrantes y salientes, los asientos para las columnas coinciden con la existencia de una plataforma de sillares, trabados entre sí, que estaban cosidos con grapas de las que se conservan las huellas en forma de «doble cola de milano». Gracias a esta forma constructiva hemos podido definir la ubicación de las columnas del lateral del pronaos, así como en el frente –recordemos los sillares con huellas de grapas hallados, fuera del solar, al otro lado de la calle– y que coincide con la línea que ocupaMateos, Pizzo, Pliego 2005: 251-270. Sobre las características del templo, Mateos 2004a: 129-147. 9

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Álvarez Martínez, J. M.1984: 209-210.

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ría la hilada frontal de columnas que constituiría la fachada del templo. Estos datos sirven para confirmar la planta del edificio, así como las características generales de su alzado. Se trataría de un templo hexástilo, con columnas rodeando el pronaos, mientras que la cella es cerrada mediante un muro corrido (Fig. 7). El pronaos avanza hacia el Sur en los extremos del edificio por la existencia de dos antas de aproximadamente dos metros de anchura y dos de longitud que enmarcan una escalera que avanza una vez finalizados los antas. Se trataría, por tanto de un templo de cella transversal y grandes dimensiones que guardaría un claro paralelismo, entre otros, con el templo de la Concordia, en su fase augustea (Fig. 8). También conocemos otros edificios que formarían parte de los templos denominados de «cella barlonga», aunque no es el momento de detallar sus características, como los casos ya conocidos del templo de Veiovis o el templo de Castor in Circo flaminio11 conocido gracias a su aparición en la forma urbis antiquae donde se encuentra representado con todo detalle. También a este tipo de construcciones se han vinculado los del templo de Diana nemorensis y una construcción anterior a la fase adrianea del Panteón fechados ambos en época augustea.12 Por último, también en época augustea se produce la reforma del templo de la Concordia que da origen a la planta que hoy conocemos. La relación de este edificio con el culto imperial se plantea así evidente como bien se señala recientemente en el análisis de los restos epigráficos aparecidos en la zona desarrollado dentro del proyecto por el profesor Stylow. Sin embargo, a pesar de todos los argumentos expuestos, aún no se ha podido definir su dedicación. El epígrafe que recoge el nombre del emperador TIB(erio). CAESARI / DIVI. AVGVSTI. F(ilio) y que podría darnos pistas sobre su dedicación, aparece muy cerca del solar donde se encuentra el templo, en la zona del actual Parador Nacional de Turismo. Según Stylow el culto inicialmente se dirigía sin duda alguna a Divus Augustus (igual, posiblemente, que en la primera fase del culto provincial en Tarraco), como se desprende de los títulos de los flamines que lo atendían.13 En cuanto al discutido carácter provincial del edificio de culto imperial así como del recinto que lo 11 Castagnoli 1985: 33, 206 y ss; Coarelli 1991: 65 y ss. Tucci 1994: 123 y ss. Rodríguez Almeida 2002: 44 y ss. 12 Beltrami 1897. 13 Un estudio en profundidad de este epígrafe y del resto de los vinculados al Conjunto provincial es realizado por Stylow en la monografía del complejo.

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engloba, solo existe en ese momento un argumento que explicara el enorme esfuerzo de amortizar cuatro manzanas de casas y construir un complejo monumental de Culto Imperial: el establecimiento del culto imperial provincial de la Lusitania, que requería la creación de un nuevo conjunto monumental en la capital, realizado lógicamente por las propias autoridades provinciales. Estaríamos ante la misma política que impulsó a los tarraconenses a erigir el templo de Tarraco en el 15 d.C. marcando así el comienzo del culto Imperial Provincial en Hispania.14 Únicamente desde la óptica de un culto amparado en la autoridad de la provincia se explica la presencia de estatuas imperiales en el entorno del Templo, en algún caso encargadas por parte del propio gobernador, como en el caso del epígrafe de Sulpicius Rufus. Con idéntica vinculación debemos relacionar también las erigidas en este lugar y en los alrededores por la propia provincia Lusitana que esculpe estatuas monumentales como la erigida en plata, dedicado por la provincia al gobernador y al flamen provincial en uno de los epígrafes aparecidos en las últimas excavaciones, analizados por el propio Stylow. EL CONJUNTO PROVINCIAL DE CULTO IMPERIAL (Fig. 9) Como ya hemos indicado, el templo emeritense se enmarcaba urbanísticamente en un conjunto monumental del que hemos llegado a conocer sus características generales. Como observamos en la reconstrucción esquemática de la planta que aquí presentamos, el arco «de Trajano» daba acceso a una plaza porticada en cuyo centro se sitúa el templo. La construcción de esta plaza y de los edificios existentes en su interior, supuso la amortización de cuatro manzanas de casas en la zona y de parte del recorrido del kardo maximus, así como labores de aterrazamiento para la construcción de la nueva plaza y el consiguiente aumento de la cota de altura de los niveles de ocupación, por lo que debemos desestimar que formara parte del proyecto urbanístico fundacional como aseguraban categóricamente algunos autores. Hasta ahora, el debate sobre el llamado «foro provincial de Augusta Emerita» se ha centrado, en la existencia o no de argumentos suficientes para definir el carácter provincial del nuevo foro. Acabo de plantear nuestros argumentos a favor de la vinculación de este espacio con el culto de la provincia. La aparición en los alrededores de epígrafes como los 14

Pensabene, P.-Mar, R. 2004: 73-86.

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EL CONJUNTO PROVINCIAL DE CULTO IMPERIAL DE AUGUSTA EMERITA

anteriormente citados o el dedicado probablemente a algún emperador de época tetrárquica por el praeses provinciae Gaius Sulpicius Rufus es otro argumento a favor de este carácter provincial. Sin embargo, aun existe otro punto para la reflexión aunque nuevamente, ante la brevedad exigida, no podremos abordarlo en profundidad: la consideración de este espacio como foro provincial. A la vista de los datos arqueológicos con los que contamos, nos encontramos ante un conjunto monumental del que únicamente podemos verificar la existencia de una plaza en la que se inscribe un templo de culto imperial y que se encuentra delimitada por un triple pórtico que cierra el conjunto; es decir, un Conjunto Monumental de Culto Imperial. No conocemos, por tanto, mas edificios o estructuras urbanas vinculados con aspectos administrativos, políticos o económicos, ni dentro ni en los alrededores del Conjunto. La únicas estructuras documentadas en esta zona objeto de numerosas intervenciones es una piscina ovalada aparecida en el parador de Turismo y una bóveda situada transversalmente al conjunto cuya técnica constructiva guarda tremendas similitudes con la del arco de Trajano y el templo. La llamada basílica de Laborde, que podría cumplir alguna función pública –se ha interpretado incluso como la sede del Concilium Provinciae– ha sido hallada, creemos, en recientes excavaciones efectuadas en el solar en el que Laborde sitúa el hallazgo y que ha sido publicado recientemente por Rocío Ayerbe.15 Los restos, aunque parciales, responden a la planta hallada y dibujada por el pintor francés de la que se ha podido documentar los restos de una escalera de acceso directo desde el cardo máximo a un podio del que se conserva su alzado meridional. La fecha de construcción del edificio se sitúa, en torno al s. III, tras amortizar las estructuras que componían una vivienda anterior. Este dato estratigráfico es fundamental pues anularía el uso público de ese edificio en época altoimperial y nos dejaría de nuevo sin una sola estructura de carácter administrativo, político o económico en la zona. La hipótesis que debemos barajar, a la luz de los datos con que contamos en la actualidad, es la interpretación de este espacio como el Conjunto Provincial de Culto Imperial de Augusta Emerita, fechado en época tiberiana y construido probablemente coincidiendo con el establecimiento del culto imperial provincial de la Lusitania. Esta construcción sitúa el culto imperial de la provincia y el de la colonia en dos zonas de la ciudad perfectamente definidas y separadas, pero no implica necesariamente la existencia en cada área de 15

Ayerbe, R. 2005: 89-120.

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edificios administrativos. De hecho, con los datos con los que contamos en la actualidad resulta más factible la existencia de los edificios públicos civiles de carácter provincial –entre ellos el praetorium o la sede del concilium provinciae– en el área del foro de la Colonia o, quizás más concretamente, en la zona donde se localiza el llamado forum adiectum o pórtico del foro. Ahora más que nunca se comprende la relación de estos proyectos urbanísticos tiberianos en las tres capitales provinciales que creo debe vincularse con el mismo fenómeno: el establecimiento del culto imperial de la provincia en Hispania. BIBLIOGRAFÍA ALMAGRO BASCH, M. (1976): «La topografía de Augusta Emerita», Symposium de ciudades Augusteas, pp. 189-212. ÁLVAREZ, J. M. (1984): «Memoria de las excavaciones practicadas en 1983», Arqueología 83, pp. 209-210. ÁLVAREZ, J. M. (1985): «Excavaciones en Augusta Emerita», Arqueología de las ciudades modernas superpuestas a las antiguas (Zaragoza, 1983), Madrid, pp. 35-53. AYERBE, R. (2005): «La llamada “basílica de Laborde”: identificación, ubicación y cronología. Intervención arqueológica en la c/ Calvario, 8». Memoria, 8, pp. 89-120. BELTRAMI, L. (1897): Il Pantheon, coi rilievi e disegni dell’architetto P. O. Armanini. CASTAGNOLI, F. (1985): «Un ccid documento per la topografía di Roma Antica», Studi Romani, 33, 206. COARELLI, F. (1991): «Le plan de Via Anicia, un nouveau fragment de la forma marmórea de Rome, Rome, l’espace urbain et ses representations, 65. DE LA BARRERA, J. L. (2000): La decoración arquitectónica de los Foros de Augusta Emerita. L’erma di Bretschneider. Roma. ÉTIENNE, R. (1958): Le culte imperial dans la Péninsule Ibérique d’Auguste à Dioclétien, París. FISHWICK, D. (1995): «‘Provincial Forum’ and ‘Municipal Forum’: Fiction or Fact?», Homenaje a Sáenz de Buruaga, Anas, 7-8, pp. 169-186. GARCÍA IGLESIAS, L. (1976): «Epigrafía romana en Mérida», Actas del Simposio Conmemorativo del Bimilenario de Mérida, Madrid, pp. 63-74. MATEOS, P. (2004a): «El templo de culto imperial de Augusta Emerita», en J. Ruiz de Arbulo (ed.): Simulacra Romae. Roma y las capitales provinciales del Occidente Europeo. Estudios Arqueológicos (Tarragona, 2002), Tarragona, pp. 129-147.

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Fig. 1. Restos del cardo máximo amortizado por la construcción del pórtico.

Fig. 2. Vista general de las estructuras pertenecientes al pórtico del conjunto monumental.

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Fig. 3. Arco llamado «de Trajano».

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Fig. 4. Reconstrucción ideal de la puerta de acceso al conjunto.

Fig. 5. Excavación efectuada en la zona delantera (escalera y antas) del podio.

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Fig. 6. Restos documentados del podio del templo sobre la que se inserta la reconstrucción de su planta.

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Fig. 7. Reconstrucción de la planta del templo.

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Fig. 8. Vista general del podio del templo.

Fig. 9. Reconstrucción de la planta del Conjunto Provincial de Culto Imperial.

BANDUA Y LOS ROUDENSES: LECTURAS ACERCA DE UNA INSCRIPCIÓN LUSITANA Jesús Acero Pérez*

1.

INTRODUCCIÓN

Si es importante el hallazgo de nuevos epígrafes para acercarnos al conocimiento de la religión, la sociedad y la cultura hispanorromana, no menos relevancia tiene la localización de inscripciones que se creían perdidas, dado que ello supone un medio de revisión de hipótesis de lectura e interpretación que se gestaron sin el trato directo del monumento en cuestión. No es el caso de la inscripción contenida en el ara que aquí presentamos, pues ha sido, en general, bien leída por los diferentes autores que la han tratado, a pesar de que se desconocía su paradero y tan sólo se había publicado un dibujo de la misma. Pese a ello, juzgamos importante este hallazgo concreto, debido a que se recupera para el conocimiento científico un patrimonio histórico-arqueológico que se creía perdido, incluyendo su correspondiente documentación gráfica. Además, este hallazgo nos brinda la oportunidad de tomar parte en relación a las diferentes formas en que ha sido entendido el epígrafe hasta el momento.

2.

LOCALIZACIÓN

En la actualidad el ara se localiza en la casa «Betania», propiedad de la familia Suero-Turégano,1 en las proximidades del Santuario de la Virgen de la Montaña (Cáceres). Está adosada a una de las paredes del porche de la casa, donde desempeña la «misión» de soporte de una maceta de grandes dimensiones. Según nos informaron sus propietarios, el monumento había sido regalado en los años ochenta del pasado siglo por don Carlos Tovar al difunto señor * Becario predoctoral I3P. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Instituto de Arqueología (CSICJunta de Extremadura-Consorcio Mérida). 1 Resulta obligado agradecer a la familia las facilidades brindadas para estudiar y fotografiar el monumento, agradecimientos que hacemos extensivos al Prof. J. Salas Martín por las indicaciones dadas durante los planteamientos previos a la hora de abordar este trabajo.

Casiano Suero López, quien lo trasladó hasta allí procedente de El Casar de Cáceres, población situada a 11 km al Norte de la capital cacereña. En efecto, gracias a Sánchez Paredes (1967), primer editor de esta inscripción, sabemos que el ara se encontraba embutida en la pared de una cochiquera, propiedad de la familia Tovar, en el término municipal de El Casar de Cáceres.2 No obstante, desconocemos si éste es el origen primigenio del monumento epigráfico, pues Madruga Flores y Salas Martín (1995: 354, nota 52) indican que, al parecer, procedía del entorno de Trujillo. Además, estos autores ya conocían que la inscripción, en la fecha de redacción de su trabajo, se encontraba en Cáceres, aunque sin explicitar su paradero concreto. En cualquier caso, es muy posible que la inscripción no permaneciera por mucho tiempo visible una vez que fue descrita por su primer editor, pues no aparece incluida en el Corpus Provincial de Inscripciones Latinas de Hurtado de San Antonio (1977), a pesar de que este último sabía de la recopilación de inscripciones que había publicado periódicamente Sánchez Paredes. Por otro lado, hay quienes sitúan la inscripción en Coria,3 aunque en estos casos se trata sin lugar a dudas de una confusión derivada de un error en la transmisión de la información. Finalmente, en uno de los últimos trabajos en que se menciona esta inscripción, Andreu Pintado (2004: 204) reconoce que su paradero era desconocido. 3.

DESCRIPCIÓN

Se trata de un ara realizada en granito gris de grano medio que muestra en general un buen estado de conservación. En su globalidad el monumento mide 2 Debemos señalar que la inscripción era conocida desde principios del siglo XX, dándose la primera noticia de su aparición en la sesión que celebró la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Cáceres el 20 de diciembre de 1919 (Sanguino, 1920: 91). 3 García Fernández-Albalat (1990: 143), Marco (1994: 342), Pedrero (2001: 551) y Prósper (2002: 266-267).

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L . AEMI LIVS . PROC [V]LVS . VICA NIS . ROVD . [D] . S . F . C

Lusitania sino también en el contexto más amplio de la Península Ibérica y en la propia Roma, al igual que sucede con el cognomen Proculus. No obstante, aunque el tria nomina avala su ciudadanía romana, la ausencia de filiación y la onomástica tan corriente que porta no ayudan a dilucidar la posición social y la procedencia de este personaje, si bien se podría pensar en un origen autóctono debido a lo habitual de su cognomen en los ambientes indígenas de la provincia lusitana (Navarro y Ramírez, 2003: 410). Si nos centramos a continuación en la traducción de Roud, juzgamos conveniente comenzar por la interpretación mayoritaria, que es la que identifica este término con la abreviatura de un topónimo o etnónimo, admitiéndose comúnmente el de los Roudenses, por lo que el texto se podría leer de la siguiente manera: «Lucio Emilio Próculo se preocupó de que fuera hecho (el monumento) para los aldeanos Roudenses». Esta interpretación arranca del mismo Sánchez Paredes (1967) y se consolida en los trabajos de Encarnação (1976: 144), Albertos (1977: 22 y 26) y Curchin (1985: 330 = HEp 2, 211), autores en los que se fundamenta el resto de investigadores posteriores.4 La inscripción se engloba, por tanto, en el fenómeno de evergetismo que caracterizó a las elites de la sociedad romana. En el caso que nos ocupa, el donador, Lucio Emilio Próculo, tiene una liberalidad indeterminada (de suo faciendum curavit) con el pueblo de los Roudenses, que para Curchin (1985: 335-336) y Andreu (2004: 204) sería probablemente una obra de carácter edilicio. A este respecto Curchin considera que podría tratarse del patronus del vicus, dignidad que a nuestro juicio resulta un tanto excesiva, debiéndolo considerar más bien como un mero evergeta, tal vez un rico propietario local. Por otra parte, el tipo de soporte empleado constituye a priori un inconveniente que podría dificultar la inserción de este epígrafe en el contexto de la munificencia romana, pues se trata de un ara, un monumento más propio para sustentar inscripciones funerarias o votivas que epígrafes honoríficos como es el caso. Sin embargo, no resultaría extraño este tipo de formato

Del mismo modo, su lectura tampoco ofrece grandes dificultades, excepto a la hora de desarrollar el término Rovd, que ha sido objeto, hasta el momento, de dos líneas de interpretación diferentes, las cuales quedan reflejadas en la lectura que se presenta a continuación: L(ucius) Aemi/lius Proc/[u]lus vica/nis Roud(ensibus? –eaeco?) / [d](e) s(uo) f(aciendum) c(uravit). Refiriéndonos primeramente a la onomástica del dedicante, hemos de señalar que L. Aemilius Proculus posee un nomen bien representado no sólo en

4 La nómina de autores que se refieren a este epígrafe es extensa: García Fernández-Albalat (1990: 143), Guichard y Lefebvre (1992: 176), Le Roux (1992-1993: 153), Marco Simón (1994: 341; 2005: 295), Sánchez y Vinagre (1998: 15), Andreu Pintado (1999: 465; 2004: 204), Gómez-Pantoja (1999: 106), Olivares Pedreño (1999: 101-102; 2002: 34 y 153; 2003: 302 y 309; 2005: 623), Pedrero (2001: 551), Prósper (2002: 266267), De Bernardo (2003: 204) y Blázquez (2004: 266 y 270). Es necesario señalar, no obstante, que la mención que aparece de esta inscripción en la mayoría de los trabajos no corresponde con un desarrollo o estudio de su texto íntegro, sino que se reduce únicamente a la expresión Vicanis Rovd(—), objeto del interés tanto de filólogos e historiadores interesados en la lengua y la religión prerromana, como de estudiosos del poblamiento durante época romana en Lusitania.

73 x 26 x 13 cm, aunque la profundidad original es difícil de determinar debido a que el ara se encuentra cementada y empotrada en la pared de la casa. El coronamiento se compone de dos molduras lisas transversales de 26 cm de largo y 7 cm de alto, separadas mediante un plano hundido de 25 cm de largo y 6 cm de alto. Sobre la moldura superior se hallan dos pulvini con forma semicilíndrica, que alcanzan los 6 cm en su altura y vienen separados entre sí por un espacio liso de 12 cm, sin presencia de foculus. En su parte inferior el ara presenta un zócalo de planta rectangular de unos 10 cm de alto, que sobresale 2 cm. del plano del fuste. En el campo epigráfico, de 42 x 24 cm, aparecen capitales cuadradas algo rústicas y signos de interpunción redondos. El texto no ocupa totalmente dicho campo, agrupándose en cinco versos que van progresivamente disminuyendo en su tamaño. Así, en el primer de ellos las letras alcanzan los 6 cm, en el segundo se reducen a 5 cm y a 4 en las restantes líneas. Por su formato, además de los caracteres paleográficos y el formulario epigráfico (que a continuación veremos), cabría ubicar cronológicamente este ara en el siglo II d.C. 4.

TRANSCRIPCIÓN, LECTURA E INTERPRETACIÓN

La trascripción del epígrafe no presenta dudas, salvo en la primera letra de la tercera línea, borrada por una fractura reciente pero identificable con una V, así como la primera letra del último verso, que se halla ligeramente borrada, si bien no parece haber problemas en reconocerla como una D, debido a la fórmula de clausura en la que se incluye.

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(altar) si la obra donada por el personaje a la que hace referencia la inscripción fuese un edificio de tipo cultual o sagrado. Una interpretación alternativa a la anteriormente expuesta es la que ofrecen Madruga Flores y Salas Martín (1995: 354, nota 52), si bien hasta el momento no ha tenido eco entre los especialistas. Estos autores desarrollan Roud entendiéndolo como abreviatura de Roud(eaeco), en alusión a uno de los epítetos que acompañan en la epigrafía a la deidad lusitano-galaica Bandua. Recordemos brevemente que Bandua5 es una de las divinidades indígenas más conocidas del occidente peninsular, a la que se le han asignado diferentes funciones: de naturaleza acuática (Cocco, 1957; Blázquez, 1991: 65), guerrera (García, 1990), asociado a los pactos y juramentos (Holder, 1961-1962; Michelena, 1962), a los vados y pasos (Prósper, 2002: 272276), o vinculado a otras divinidades,6 aunque la mayoría de los autores coincide en atribuirle un carácter protector y, por ende, vinculado con Genio o Tutela.7 Ello explica que Bandua aparezca seguido de epítetos que se refieren a indicaciones de lugar, es decir, a las comunidades humanas sobre las que el dios ejerce su amparo. Es el caso de los terminados en –brigo, como Bandua Lanobrigae o Bandue Aetobrico. Sin embargo, se desconoce si el resto de adjetivos que acompañan a Bandua están dotados de este mismo carácter tópico (ya sea aludiendo a lugares o a tribus y gentilidades), o si, en cambio, pueden estar haciendo referencia a funciones específicas del dios o a peculiaridades de su culto. Por otra parte, hay ocasiones en las que los adjetivos aparecen aislados, sin presencia del teónimo Bandua. Uno de estos últimos parece ser el apelativo Roud(e)aeco, atestiguado en dos inscripciones halladas en las localidades cacereñas de Madroñera y Trujillo, ambas dadas a conocer por Beltrán (1975-1976: 88-93, n.º 60 y 64):8 5 El nombre propio de esta divinidad es, por el momento, desconocido, dado que aparece epigráficamente adoptando diversas formas y declinaciones, como Bandi, Banda, Bande, Bandue o Bandua. De igual manera, no existe acuerdo en cuanto a su género, aunque los estudios filológicos más recientes apuntan al carácter masculino del dios (Marco, 1994: 342; Pedrero, 1999: 536) o incluso a la dualidad masculino/ femenino (De Bernardo, 2003). 6 Olivares (1997) relaciona Bandua con el culto al toro y con Mars indígena y Cosus. 7 Una actualización de los significados de Bandua puede consultarse en el trabajo reciente de Hoz Bravo y Fernández Palacios (2002). Otro estado de la cuestión, a la vez que una nueva propuesta etimológica, es realizado por Prósper (2002: 266-267). 8 Se trata de los dos únicos epígrafes en los que se constata con seguridad el epíteto teonímico Roudaeco. Existen otras inscripciones extremeñas donde se ha conservado el sufijo – (de)aeco y que han sido entendidas por sus editores como dedicaciones a Roud(e)aeco, a pesar de que en la práctica resulta difícil comprobar que se trate de alusiones a esta divinidad

BANDUA Y LOS ROUDENSES

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Bandv(e) / Rovd(e)a/co A(nimo) L(ibens) P(ossuit) (hallada en Madroñera) Rovd/aeco V(otum) S(olvit) / A(nimo) L(ibens) (localizada en Trujillo) Como vemos, si en la primera de estas inscripciones el teónimo Bandue figura acompañado de Roudaeco, en el epígrafe trujillano aparece únicamente el mencionado epíteto. La existencia de esta última inscripción, donde aparece el epíteto Rovd(e)aeco aislado, posibilita que Madruga y Salas (1995: 354, nota 52) juzguen de igual manera la inscripción objeto de análisis. Estos autores presentan en su trabajo una nueva lectura que trasladamos aquí literalmente: «Lucio Emilio Próculo, con su dinero, se preocupó de hacer el monumento, en homenaje a un dios Roud(aeco), en nombre de los habitantes de su vicus». Para llegar a esta reinterpretación, que difiere de la lectura más convencional y anteriormente expuesta, se apoyan en otro descubrimiento epigráfico que presenta un paralelismo en su estructura con la nuestra: Cereri / L(ucius) . Iulius / L(uci) . f(ilius) . Afer / vicanis / d(edit) d(edicavit) En esta inscripción, bien estudiada por Guichard y Lefebvre (1992 = HEp 5, 113), el dedicante, L. Iulius Afer, efectúa una dedicación a Ceres en favor de unos aldeanos (vicanis), sin que aparezca especificado el nombre del vicus en cuestión. Esta omisión, según sus editores, indicaría que el vicus se encontraría en el mismo lugar donde se halló el ara, por lo que la indicación del topónimo resultaría redundante e innecesaria. En similares términos entienden Madruga y Salas la inscripción de El Casar de Cáceres. A diferencia de la interpretación más generalizada, que agrupa Rovd con vicanis y le otorga un valor toponímico, estos autores rompen la vinculación entre ambos términos y los entienden por separado (uno en alusión a unos aldeanos indeterminados, y otro en referencia al calificativo de la divinidad), siguiendo el ejemplo que les proporciona la dedicatoria a Ceres. A pesar de que ambas interpretaciones aquí expuestas son perfectamente asumibles en cuanto a significación y corrección gramatical, somos partidarios de aceptar la propuesta más generalizada, que entiende Roud como la abreviación de un topónimo o etnóniconcreta o a otra con sufijo final similar, como Vordeaeco, Apulusaeco, etc. El propio Beltrán (1975-1976: 89-91, nº 61) incluye otra inscripción en Trujillo, de lectura bastante insegura, que posteriormente ha sido reinterpretada en varios estudios (Albertos, 1977: 26; Madruga y Salas, 1995: 354, nota 52; Olivares, 2002: 34, nota 102) como una alusión a B/ a(n)^du(e) Ro/[ude]aec/o, si bien no la tendremos en cuenta porque la lectura a nuestro juicio carece de garantías.

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mo. En primer lugar, porque la inscripción comentada aparecida en Trujillo corresponde a la base de un ara, de ahí que pueda plantearse la posibilidad más que probable de que en este caso Roudaeco también fuese precedido del nombre del dios Band-, pudiéndose concluir entonces que el epíteto Roudaeco no aparece en ningún caso aislado. En segundo lugar, debemos señalar la existencia de una placa honorífica de granito localizada en la aldea de São Cosmado (Mangualde, junto a Viseu, en Portugal) y conservada actualmente en la Asamblea del Distrito de Viseu, cuyo epígrafe presenta el mismo esquema compositivo que nuestra inscripción objeto de análisis:9 C(aius) Caielianus Modes/tus castellanis / Araocelensibus / d(edit) d(edicavit) En este caso no hay dudas para entender la inscripción como una dedicación de Cayo Caieliano Modesto a los habitantes de un castellum, llamados Araocelenses. Como vemos, el esquema es prácticamente igual al de nuestra inscripción objeto de interés: nombre del dedicante, nombre de la comunidad (los habitantes de un vicus en un caso y los de un castellum en otro) y fórmula de clausura. Se podría aceptar, por tanto, el mismo tipo de lectura de castellanis Araocelensibus para vicanis Roud(ensibus). Pero volviendo a la inscripción portuguesa a la que acabamos de referirnos, no podemos olvidar que el mismo nombre de la comunidad de los Araocelenses aparece como epíteto del teónimo Bandua en la conocida pátera de la colección Calzadilla (hoy en el Museo Provincial de Badajoz), en cuyo medallón central la divinidad viene representada en forma de figura femenina con la iconografía de una FortunaTyché (Blanco, 1959). Dicha figura se encuentra rodeada por las letras Band Araugel, existiendo unanimidad entre los investigadores a la hora de desarrollar el nombre que acompaña a Band como Araugelensi(s). Por tanto, la existencia de una comunidad lusitana (los Araocelenses) y un epíteto de Bandua (Araugelensis) que parece responder al mismo nombre, permite afirmar con casi total seguridad que el mencionado epíteto está marcando algún tipo de relación entre una comunidad y la divinidad, seguramente de tipo protector o tutelar.10 En conclusión, en este mismo sentido hay que interpretar otros epítetos de carácter tópico que acom9 Se trata de una inscripción bien conocida y repetidamente citada en la bibliografía especializada (FA 1953, 5022 = AE 1954, 93; Albertos, 1977: 22; Le Roux, 1992-1993: 154; Hoz y Fernández, 2002: 47). 10 Esta vinculación fue ya expresada por Albertos (1977: 21-22).

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pañan a Bandua, como los ya referidos terminados en –brigo, y en nuestra opinión, también el epíteto Roudeaeco, vinculación ya expresada por otros autores.11 En efecto, al igual que sucede con Araugel, para el caso de Roudeaeco también contamos con un epíteto acompañante de Bandua (atestiguado en las inscripciones de Trujillo y Madroñera) que responde al mismo nombre que el de comunidad mencionada en nuestro epígrafe: vicanis Roud(ensibus). Bandua sería, por tanto, una divinidad protectora de diferentes comunidades o grupos de población (Araocelenses, Roudenses...), de los que toma su nombre en cada caso concreto como epíteto propio. Ahora bien, una vez expuesto el valor como referencia toponímica que tiene la expresión vicanis Roudenses, una nueva problemática se plantea a la hora de intentar realizar una aproximación a este grupo poblacional del cual nada más se sabe. En primer lugar, el nombre real de la comunidad y su localización, pues aunque la mayor parte de los autores lo han desarrollado como Roud(enses), también es cierto que se pueden barajar otras posibilidades, como el gentilicio Roud(ianos), planteado por García Fernández-Albalat (1990: 143) o vicanis Roud(ae), en alusión directa a un vicus llamado Rouda, opción expuesta ya en su día por el propio Sánchez Paredes (1967). Siguiendo esta última opinión, tanto Curchin (1985: 330) como GómezPantoja (1999: 106) han sugerido la posibilidad de que la inscripción esté mencionando a Rauda, actualmente Roa, en la provincia de Burgos, ciudad citada por Ptolomeo dentro del territorio vacceo. Sin embargo, entendemos que no hace falta recurrir a fenómenos de inmigración para explicar la presencia de este topónimo en Extremadura, sobre todo si tenemos en cuenta que en un contexto geográfico mucho más inmediato al lugar de hallazgo de la inscripción se conoce la existencia de una localidad de nombre Rodacis.12 Este lugar es mencionado sólo por el Anónimo de Rávena (312.15) 11 Entre ellos cabe citar a Albertos (1977: 21 y 26), Le Roux (1992-1993: 154), Marco (1994: 341); Pedrero (2001: 551-552), Hoz y Fernández (2002: 47), Olivares (2002: 34) y Blázquez (2004: 266-268). El propio Olivares Pedreño (2002: 34-35) cita en los alrededores de El Casar de Cáceres la existencia de un lugar denominado «Bando del Monte», dominado por una pequeña colina de nombre también «Bando», así como un «arroyo Bando», topónimos que pueden estar poniendo de manifiesto la estrecha relación existente entre el citado vicus, el nombre de la divinidad Bandua y el epíteto Roudaeco. 12 La posible correspondencia de los vicanis roudenses con Rodacis ya fue sospechada por Sánchez Paredes (1967) y más recientemente también por Pedrero (2001: 552). Por otra parte, resulta significativo que en un artículo ya clásico de Javier de Hoz (1986: 40), a pesar de no conocer la inscripción de El Casar de Cáceres, se plantee una relación entre Roudaeco y Rodacis (si bien es cierto que a modo de conjetura).

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en la vía de Complutum a Emerita, ubicándola entre las poblaciones de Turcalion y Lacipea. Los problemas para esclarecer el trazado de esta vía y localizar muchas de sus mansiones ha hecho que la ubicación de Rodacis haya oscilado entre diferentes emplazamientos (en Rena, en Ruanes, en el entorno del río Ruecas o en la «Dehesa de Roa» en La Cumbre). Lo único cierto es que Rodacis debe ubicarse en un punto determinado entre Lacipea (con una localización igualmente dudosa en Santa Amalia o en Navalvillar de Pela) y Turcalion (Trujillo), y muy posiblemente en las proximidades de esta última población, correspondiendo precisamente con el mismo entorno donde se han encontrado las dos inscripciones dedicadas a Bandua Roudaeco. Si a todo ello añadimos, además, que los estudios filológicos hacen derivar tanto el epíteto teonímico (Roudaeco) como el nombre de esta mansio (Rodacis) de la misma raíz del indoeuropeo *reudh-, *roudh-, *rudh-, ‘rojo’, la interpretación de los vicanis roudenses como habitantes de un núcleo llamado Rodacis se hace aún más probable.13 5.

CONCLUSIÓN

En definitiva, creemos que el epígrafe localizado en Cáceres debe ser entendido como un acto de evergetismo en materia de construcción pública (probablemente un edificio religioso) por parte de un munificente romano a los habitantes de un vicus llamados Roudenses. Por otra parte, el nombre de esta comunidad posee la misma raíz que Roudaeco, uno de los epítetos que acompaña a la divinidad lusitano-galaica Bandua y que aparece atestiguado en las dos inscripciones halladas en Trujillo y Madroñera, pudiéndose establecer algún tipo de relación entre dicho grupo de población y la divinidad, seguramente de carácter protector. Por último, consideramos que puede ser factible identificar a los Roudenses como los habitantes de la mansio Rodacis, estación citada en el Anónimo de Rávena y cuya ubicación debería encontrarse en el entorno de Trujillo, precisamente la zona donde se concentran los epígrafes dedicados a Bandua Roudaeco. Será necesario el hallazgo de nuevas inscripciones, así como la revisión de aquellos epígrafes con lecturas dudosas, para poder corroborar las hipótesis aquí expuestas y profundizar en el panorama de la religión indígena en Lusitania de forma aún más completa y fiable. 13 La etimología de Roudaeco procedente del indoeuropeo *re/oudh-, «rojo», ha sido puesta de manifiesto, entre otros, por García Fernández-Albalat (1990: 143-146) y Pedrero (2001: 551-552). La misma derivación es la propuesta por García Alonso (2001: 400) para el topónimo Rodacis.

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Fig. 1. Ubicación actual del ara.

Fig. 2. Vista frontal.

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Fig. 3. Detalle del campo epigráfico.

Fig. 4. Dibujo de Sánchez Paredes (1967: 11).

URBANISMO Y ARQUITECTURA AL SERVICIO DEL PODER IMPERIAL: EL FORO COLONIAL DE EMERITA* Elena Castillo Ramírez**

Es difícil precisar en qué momento se comenzaron a identificar con el denominado «culto imperial» determinadas estructuras urbanas de la ciudad de Emerita Augusta. Sin embargo, su vinculación parecía evidente a aquellos que consideraban la extracción de «colosales» restos escultóricos en la colonia y en sus alrededores como «esfuerzos dignos de patriotismo».1 Antonio Barrientos, por ejemplo, asoció un grupo escultórico hallado en el pueblo romano de Percejana con un templo dedicado a Augusto y los restos de una casa romana por él excavada con una villa imperial perteneciente, según él, a Tiberio. Cuando comenzaron las excavaciones del foro colonial de Mérida en el siglo XIX, no faltaron propuestas para bautizar las ruinas del templo que allí se levantaba: su primer nombre fue el de «Palacio de los Pretores»; Mariano de Vargas prefirió ver en él un paralelo del templo de Artemisa Efesia y lo llamó «templo de Diana» y Hübner fue el primero en considerarlo «templo de culto imperial». La última propuesta, basada en argumentos poco fiables e incluso erróneos, tuvo sin embargo éxito; Fita se refería al templo como el «de los Augustos divinizados»; R. Etienne lo incluyó en su estudio monográfico sobre el culto imperial en Hispania y, en publicaciones posteriores, lo comparó con los templos de Barcino y de Évora, que consideraba igualmente templos consagrados al culto del emperador. La bibliografía posterior defiende la misma opinión sin cuestionar su veracidad o su fundamentación científica. Hübner presentó como primera prueba para sostener su propuesta la existencia de un anaglyphum de * La presente comunicación forma parte de uno de los capítulos de mi tesis doctoral: Propaganda política y culto imperial en la Hispania romana (de Augusto a Antonino Pío): reflejos urbanísticos. Por el reducido espacio disponibles, no es posible incluir el estudio de la epigrafía y escultura del foro, que sí aparece en el correspondiente capítulo de la tesis. ** Universidad Complutense de Madrid. 1 Así lo declaraba Vicente Pérez, inspector de los monumentos históricos y artísticos de la provincia de Badajoz, a la Comisión de Monumentos en el año 1845 (RABASF, Comisión de Monumentos, Mérida, 44. 4/2. 1-3; 44. 5/2; 49. 1/4).

plata perteneciente a la colección Gayangos, en el que aparecía representado un templo con una inscripción grabada sobre su epistilo en la que se leía: Divo Antonino Pio Aug(usto). Curiosamente, en los addenda al CIL II, el mismo autor expresaba sus dudas sobre la procedencia emeritense del medallón. J. M. Álvarez demostró años después que las piezas de la Colección Gayangos habían sido adquiridas en Italia y en Oriente, y que la identificación del relieve del templo con el emeritense debía quedar descartada.2 El padre Fita, que consideraba también que el anaglifo procedía de Emerita, publicó una inscripción que decía procedente de las inmediaciones del templo y en la que leía el nombre de P(ublius) Atennius Afer.3 R. Etienne aceptó la lectura de Fita y relacionó el epígrafe con otro existente en Montoro, en el que se mencionaba la condición de flamen de un Attenius Afer,4 patrono de Epora.5 Al dar por válida la identificación, restituyó en la lectura del epígrafe emeritense la palabra que definía el cargo, flamen, e interpretó las letras que seguían, augu., como un determinante en genitivo del núcleo restituido del sintagma. Es decir, desarrolló la inscripción emeritense como P(ublius) Attennius Afer [flamen] Augu(usti). Cuando, años más tarde, la placa apareció en los fondos del MARM, se pudo constatar que el nombre y el cargo habían sido leídos incorrectamente y que P(ublius) Attenius Afer se llamaba en realidad P(ublius) Attenius Ama/-/ 6 y que augu. podía refe2 CIL II, 480 = J. L. Ramírez Sádaba, Catálogo de las inscripciones imperiales de Augusta Emerita, «Cuadernos emeritenses» 21, Mérida 2003, n. 90, lám. LXXI; J. M. Álvarez y T. Nogales, Forum Coloniae Augustae Emeritae, vol. I, Mérida, 2003, p. 284, notas 19 y 20. 3 F. Fita, «Excursiones epigráficas», BRAH 1894, 99-100 y 63, p. 104. Ramírez, cit. (n. 3) 2001, p. 17; Eph. Epig. VIII, 29. 4 CIL 02 07, 00144 = CIL 02, 02159 (Montoro / Epora): P(ublio) Attennio C(ai) f(ilio) / Gal(eria) Afro / flamini August(i) / d(ecreto) d(ecurionum) patron[o]. 5 R. Etienne, Le culte imperial…, o.c., p. 203, nota 2. Se preguntaba si P. Attenius había emigrado a Emerita.

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rirse al cargo de augu(r) o al de augu(stalis). R. Etienne, convencido de la adscripción al culto imperial del templo emeritense en base a dos testimonios interpretados incorrectamente (el anaglifo de plata y la inscripción de Attennius), tomó dicho monumento como paradigma de la instauración del culto imperial colonial en la Península Ibérica en tiempos de Augusto.7 Se basaba para ello en el parecido arquitectónico entre los templos de Barcino, Evora y Emerita, fechados en el último cuarto del siglo I a.C., todos ellos de época augustea, construídos en piedra local, hexástilos, perípteros, con accesos laterales, elevados sobre un podium de 3 m, con basas áticas sin plinto, capiteles corintios y situados en el lugar más importante de la ciudad.8 En efecto, son reflejo, como él afirma, de las características recomendadas por Vitrubio en I. 7.1, aunque no tomó en consideración que el arquitecto romano refería tales características a los templos dedicados a la tríada capitolina: aedibus vero sacris, quorum deorum maxime in tutela civitas videtur esse, et Iovi et Iunoni et Minervae, in excelsissimo loco, unde moenium maxima pars conspiciatur, areae distribuantur. Por último, J. M. Álvarez y Trinidad Nogales se han adherido a la teoría y consideran que «la adscripción al culto imperial (del templo) no ofrece ya la menor duda».9 La hipótesis, para ellos indiscutible, se basa en el análisis arquitectónico y decorativo del templo. Los argumentos propuestos son los siguientes: – Varios epígrafes «de alguna manera relacionados con el culto imperial» que hacen innecesaria, 6 EE VIII, 29. Véase J. L. Ramírez Sádaba, «Panorámica religiosa de Augusta Emerita», Religio Deorum, Actas del Coloquio AIEGL, Barcelona, 1988, p. 394 y en J. C. Saquete, Las élites sociales de Augusta Emerita, «Cuadernos emeritenses» 13, Mérida, 1977, p. 146, nota 587; J. M. Álvarez y T. Nogales, cit. (n. 3), pp. 358-360, lám. 117A. Se desconoce el contexto en el que apareció la placa y la restitución del cargo augustal es una simple hipótesis. La fecha de la inscripción tampoco puede darse por el gran deterioro de la placa. 7 R. Etienne, «Du nouveau sur le début du culte impérial colonial dans la Péninsule ibérique», en: A. Small, Subject and Ruler: the cult of the ruling power in classical antiquity, JRA. Supl. 17, Ann Arbor 1996, pp. 153-163. Sostiene la hipótesis de que el culto provincial se desarrollaría en un altar simple, levantado con permiso de Augusto y, añade más adelante, que el templo de culto provincial se construyó en el año 15 d.C., dedicado a la Aeternitas Augusta, según testimonia la moneda tiberiana grabada con la imagen de un templo tetrástilo. 8 R. Étienne, «Du nouveau sur le début du culte impérial municipal dans la Péninsule ibérique», en A. Small, Subject and Ruler: the cult of the rulling power in classical antiquity, JRA. Supl. 17, Ann Arbor 1996, pp. 153-163. 9 J. M. Álvarez y T. Nogales, «Programas decorativos del foro colonial de Augusta Emerita. El templo de Diana-templo de culto imperial», en: S. F. Ramallo (ed.), La decoración arquitectónica en las ciudades romanas de Occidente, Murcia, 2004, p. 311, y se repite en p. 312: «su inequívoca vinculación con el culto imperial».

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desde su punto de vista, la aparición de la inscripción fundacional del templo para saber a quién estaba dedicado.10 – La existencia de una tribuna en la pars antica, a semejanza del templo cesariano de Venus Genetrix, supuesto modelo del edificio emeritense. – El aparato decorativo del templo, que cuenta, sin embargo, con la dificultad de ser parcial, carente de contexto y de haber sido reutilizado en su mayor parte. Llama la atención, en primer lugar, la ausencia de restos epigráficos y escultóricos relacionados con el momento de erección del templo. No hay rastro de auto-celebración de los primeros colonos y apenas quedan testimonios de iniciativas evergéticas en la ciudad, lo que ha hecho pensar que los edificios principales del primer proyecto urbanístico de Emerita – edificios de espectáculos, foro, termas y acueducto– fueron sufragados por el tesoro imperial. Esto quiere decir que la erección del templo municipal no fue producto de la iniciativa privada ni de una decisión del senado municipal, en cuyo caso sería posible plantearse que tal edificio hubiese sido concebido en honor y alabanza del princeps. El templo era uno más de los edificios indispensables con los que debía contar una ciudad que estaba naciendo y, como tal, cumplía con las características arquitectónicas exigidas para tales monumentos. La creación de una imagen grandiosa de Roma y el embellecimiento del resto del Imperio constituían un punto fundamental de la reforma política de Augusto, aunque el engrandecimiento de las ciudades no debía conllevar el gasto de elevadas y frecuentes sumas de dinero (Dión Casio, LII. 30). Para fundamentar una nueva estabilidad, era necesario levantar al Estado sobre los altares, sacralizar la política.11 Los veteranos de las guerras cántabras ponían la mano de obra necesaria, tal como obligaba la ley (Lex Ursonensis XCVI.98), a cambio del premio concedido. Augusto no hacía más que cumplir uno de los consejos dados por Mecenas (según relata Dión Casio LII.19): enviar a las colonias más alejadas de Italia a cuantos habían defendido la causa de Marco Antonio, entre los que se contaban los veteranos emeritenses. Soldados cansados de luchar por ampliar los límites de un imperio en el que no creían, confinados en tierras lejanas, obligados a trabajar en la construcción de una nueva ciudad, poseedores únicamente de unas tierras que no sabían cultivar, no parecen, en principio, individuos dispuestos a participar en un acto de adulación colectiva, en un ritual de sumisión del J. M. Álvarez y T. Nogales, cit. (n. 3), pp. 281 ss. Thomas Mann, en Consideraciones de un impolítico, afirmaba que sin la religión, la política social era imposible. 10

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que no lograrían nada a cambio.12 Si en tales circunstancias fue construido el primer foro de Emerita y el templo colonial, cabría preguntarse a qué divinidad fue consagrado en su origen y, para ello, es necesario considerar el programa religioso conservador potenciado por la política augustea. La implantación en todos los lugares del imperio de un culto a los dioses del panteón romano era la garantía de la conservación de un poder teocrático que tenía por lema la pietas augustea. Las fuentes literarias ofrecen numerosos ejemplos de la devoción de Augusto y del cumplimiento riguroso de los rituales que definían el espíritu tradicional romano. E insisten en el aborrecimiento del princeps hacia cualquier manifestación exaltada de devoción hacia su persona. Cito un pasaje que me parece fundamental al respecto: «No permitas ni siquiera que se edifique un templo en tu honor, puesto que es inútil un gasto de tan enorme suma de dinero para obras de tal tipo; es mejor gastarlas para las labores necesarias (una riqueza productiva viene acumulada no sólo con grandes ganancias, sino con grandes ahorros); por otro lado, de los templos no deriva ninguna gloria particular. Es, quizá, la virtud la que convierte a muchos hombres semejantes a los dioses, mientras que ningún hombre se ha convertido jamás en un dios por votación popular. Así, si eres un hombre de gran talla moral y si eres un buen administrador del poder, toda la tierra será tu recinto sacro, todas las ciudades serán tus templos, todos los hombres tus estatuas… Mientras, a quienes ejercitan la autoridad del poder de otro modo, no sólo tales monumentos no les dan prestigio alguno, ni aunque se erijan en su honor templos votivos en todas las ciudades, sino que ellos mismos se hacen odiosos y se transforman en trofeos de su maldad y en recuerdo de su iniquidad. Ciertamente, cuanto más resisten en el tiempo, tanto más perdurará también su mala fama. Por ello, si deseas hacerte inmortal en el verdadero sentido de la palabra, debes tomar las medidas que te aconsejo; no sólo debes venerar igual que siempre los cultos divinos según las costumbres paternas, sino que debes después actuar de modo que los honren también los demás; y ante todo, después, castiga y penaliza a quienes contaminan algunos aspectos de los ritos religiosos, no sólo para salvaguardia de los cultos divinos (pues si uno los despreciase en cuanto tales no veneraría otros), sino también porque ellos, sustituyendo a los dioses

tradicionales por nuevos dioses, inducen a muchos a adoptar cultos extranjeros que provocan el surgimiento de conjuras, de sediciones y de asociaciones ilícitas: todo ello no se adapta mínimamente a la monarquía. No permitas, por tanto, ni que alguno se abstenga de los cultos divinos, ni que se entregue a prácticas mágicas».13 Éstas son las palabras que debían resonar en la cabeza de Augusto en la época en la que se construía el templo de Emerita. La revitalización de la religiosidad tradicional, en la óptica de una alianza entre el trono y el altar, era la garantía de la estabilidad y perpetuación del Imperio y de la gobernabilidad de un Estado integrado por pueblos heterogéneos. Los restos escultóricos y epigráficos postaugusteos del foro colonial de Emerita Augusta se explican por la funcionalidad de los espacios públicos, convertidos en lugares de representación del poder central y de las élites, llamadas a participar del gobierno imperial. Los ciudadanos que habían destacado por su liberalitas, que habían actuado a favor del desarrollo de la ciudad, de la provincia y del imperio, eran recompensados con la celebración pública de su nombre y de sus méritos. Los miembros de la familia imperial, que garantizaban la posición privilegiada de las minorías más poderosas, formaban parte de la representación de este sistema de clientelismopatronato. Puesto que el valor que primaba en la sociedad era el reconocimiento público, la alabanza colectiva y la obtención de una fama perpetua, las imágenes de la cúspide del poder se incluyeron en los lugares más frecuentados de la ciudad, sacros o profanos:14 templos, curias, foros, teatros, anfiteatros y termas. Pongamos algunos ejemplos: el santuario de Asklepios en Kos se convirtió en espejo de la evolución política de la isla, de las relaciones personales establecidas entre miembros singulares de la élite koa con los exponentes del poder republicano, primero, e imperial, después. Desde mediados del siglo II a.C., ciudades extranjeras pagaban la erección de estelas en las que se agradecía la labor jurídica de determinados personajes de la isla, monumentos que eran levantados en el santuario de Asklepios y en el lugar más prominente del ágora, donde todo el mundo pudiera verlos;15 eran honrados también los médicos como euergetes por su epimeleia, areta y eunoia y el decreto que determinaba los honores era colocaCassius Dio Hist. 52.35.1 - 52.36.3. Véase J. L. Jiménez Salvador, «Los escenarios de representación en las ciudades romanas de Hispania», en: S. Ramallo (ed.), La decoración arquitectónica…Murcia 2004, pp. 379-403. 15 Ch. V. Crowther, «Aus der Arbeit der «Inscriptiones Graecae» IV. Koan Decrees for Foreign Judges» Chiron 29, 1999, pp. 251-319 E. 13 14

12 Sobre la vinculación de las legiones licenciadas con la causa de M. Antonio, véase J. C. Saquete, cit. (n. 7), p. 42; sobre la recompensa «envenenada» del reparto de tierras entre los soldados retirados y su vinculación a éstas, véase A. Giardina (ed.), L’uomo romano, Roma-Bari 2003, cap. IV, «Il soldato», pp. 99-142.

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do «en to epiphanestato topo». Después de la institucionalización del poder romano en Asia, se añadieron inscripciones que anunciaban el nacimiento de relaciones de patrocinium publicum. Se dedicaron estatuas al hijo del procónsul de Asia Q. Mucius Scaevola, a la mujer del procónsul C. P. Sercilius Isaurikos; al legado de M. Antonius, C. Cocceius Balbus, a T. Statilius Taurus, praefectus urbis en el 16 a.C. y legado de Augusto en Asia. Lo mismo ocurrió en el santuario de Zeus en Olimpia16. Los espacios en torno al templo y especialmente aquéllos en torno a la vía sacra, que se dirigía al gran altar, fueron ocupados por grupos estatuarios que representaban a la cerrada aristocracia elea, que había acaparado la gestión de los principales cargos del santuario. Entre ellos se pueden destacar dos parejas (una, la formada por Glaukos, hijo de Theotimos, y Charonís, hija de Telémachos; la otra, la formada por Nikeas, hijo de Agilóchos, y Damó, hermana de Glaukos) representadas sobre un basamento circular situado frente al templo de Zeus, en la vía sacra. También el foro de Filipos, en Macedonia, fue un lugar de auto-celebración de la élite municipal.17 Del mismo modo que los santuarios griegos se poblaban de imágenes y epígrafes que ensalzaban la gloria de los más destacados ciudadanos, involucrados en la administración del Imperio, así también los centros sagrados de Roma y de las provincias occidentales se convirtieron en escaparate de las principales familias asociadas al poder central.18 Se sabe por referencias literarias que Fabio Máximo y posteriormente Sila erigieron en el Capitolio estatuas de sí mismos en bronce; que los familiares de Escipión el Africano colocaron su máscara mortuoria en el templo de Júpiter (App. 6; Hisp. 23); que en tiempos de Domiciano resplandecieron las estatuas de oro y de plata en la escalinata, los ingresos y el interior del templo de Júpiter Óptimo Máximo y que en época de Trajano se veían dos estatuas en bronce del emperador en el vestíbulo (Plinio, Pan. 52.1-7). El Panteón estaba presidido por dos estatuas de Augusto y Agri16 A. Lo Monaco, «L´élite elea ad Olimpia nel I secolo a.C.», en M. Cébeillac-Gervasoni et alii, Autocélébration des élites locales dans le monde romain. Contexte, images, textes (IIes. av. J.-C./ III e s. ap. J.-C.), Collection -7, Clermond-Ferrand 2003, pp. 287-305. 17 M. Sève, «Le forum de Philippes, lieu d´autocélébration de l´élite municipale?», en M. Cébeillac-Gervasoni et alii, Autocélébration des élites locales dans le monde romain. Contexte, images, textes (IIes. av. J.-C./ III e s. ap. J.-C.), Collection -7, Clermond-Ferrand 2003, pp. 107-119. 18 Un ejemplo excepcional de representación epigráfica de la élite municipal se encuentra en el recién excavado yacimiento de Labitolosa. Véase: M. A. Magallón, P. Sillières, M. Fincker, M. Navarro, «Labitolosa, ville romaine des Pyrénées espagnoles», Aquitania XIII 1995, pp. 75-103.

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pa, que flanqueaban la entrada a un espacio adornado con las imágenes de todos los dioses (Dion Casio LIII. 27.3). En el templo de la Concordia se exponía una imagen de Vesta-Livia regalada por los habitantes de Paros (Cassius Dio Hist. 55. 9. 6). En el de Venus, en el foro, se dedicó una estatua a Drusilla del tamaño de la imagen sagrada de la diosa. Fueron erigidas estatuas e imágenes de Gneo Pisón padre por doquier (S.C. de Gneo Pisón Padre. 75), de Sejano, de Germánico… Miembros de la familia imperial y de las élites provinciales y municipales, benefactores de la vida pública, garantes del estado de paz y prosperidad de los pueblos, presidían todos los espacios públicos de las ciudades y especialmente aquellos en los que se reunían las asambleas. No debe olvidarse la tendencia romana a desarrollar las actividades cívicas y políticas bajo la mirada de los dioses.19 El templo, fuera cual fuera su advocación, era un espacio sagrado donde se podían tomar los auspicios y, por tanto, donde se podían sancionar leyes. Las reuniones del senado tenían lugar, en numerosas ocasiones, en las escalinatas, pórticos y edificios integrados en cualquier templum: en las bibliotecas del templo de Apolo Palatino (Ov. Trist. III 1, 63-64; Suet. Aug. 29.4), en su pórtico (S.C. de Gneo Pisón Padre. 120) o en la propia cella del templo, «en aquél en el que el Senado acostumbra a reunirse, entre las estatuas de los varones de ilustre condición (…)21»; pero también en la tribuna del templo de Venus Genetrix, donde César recibía al Senado (Suet. Caes. I. 78), en el templo de Bellona, en el de Júpiter capitolino, en el de Cástor en el foro republicano, en el templo de Marte del foro de Augusto, etc. Por otro lado, hay que subrayar la insistencia expresa en los propios decretos del senado de fijar las tablas inscritas celeberrumo loco.22 Por todo ello, la aparición de un togado acéfalo, de un torso masculino Hüfmanteltypus, de un tronco femenino con stolla, de un posible retrato de Antonia Minor o de un pedestal con el nombre de Agrippina en el foro de la colonia de Emerita, no demuestra que el edificio estuviera consagrado al culto imperial, sino que da testimonio de que este espacio fue usado para la representación del poder, para potenciar la relación entre la divinidad, la patria, el princeps y la élite que participaba del sistema de recompensas y premios propuesto. No puede resultar tampoco extraño, según lo visto, la aparición de una representación del genius 19 J. E. Stambaugh, «The functions of Roman Temples», ANRW, II, 16.I, pp. 554-608. 20 A. Caballos, W.Eck y F. Fernández, El senadoconsulto de Gn. Pisón Padre, Sevilla 1996. 21 Tabula Hebana. 1-2, en Habis 9, 1978, pp. 323-350. 22 Tabula Siarensis, fr. II.b.25, en: «Estudios sobre la tabula siarensis», AEspA IX, 1988, pp. 307-315.

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senatus, ni de una tribuna en su pars antica, pues su propia funcionalidad justifica su presencia, sin que sea necesario recurrir a paralelos arquitectónicos con el templo de Venus Genetrix o del divus Iulius en el foro romano. En resumen de todo lo dicho, el foro colonial de Emerita fue un espacio concebido en el primer plan urbanístico de la ciudad, promovido directamente por la política augustea, subvencionado con dinero público y concebido como centro político-religioso de la colonia. El espacio pudo servir desde un primer momento como valla publicitaria de los acontecimientos más relevantes de la Urbe, lugar de exposición de las leyes decretadas por el senado romano, centro de reunión del senado local y lugar de representación de la clase que apoyaba y participaba del sistema político imperante; símbolo, por tanto, de la co-

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lonia en su concepción abstracta y del poder imperial, personificado en la figura del princeps y de la domus augustea. Tras la concesión de la capitalidad de la Lusitania, Emerita recibió mayor afluencia de gentes venidas de diferentes lugares de Hispania. La necesidad de una ampliación urbanística que diera cabida a las nuevas necesidades administrativas obligó a la construcción de nuevos espacios públicos, que se convertirían paulatinamente en nuevos centros de representación de una minoría selecta residente en la capital. Uno de ellos debió ser el templo del llamado «foro provincial», que adaptaría a las características topográficas de Emerita la planta de un edificio emblemático en la política augusteo-tiberiana: el templo de la Concordia, restaurado por Tiberio en el año 7 a.C. a propuesta de Augusto (Dión Casio LV, 8. 2).

OS ESPAÇOS FORAIS DE CONIMBRIGA Virgílio Hipólito Correia*

Pode hoje dar-se por adquirido que, na evolução dos centros monumentais das cidades romanas peninsulares, em especial das capitais provinciais mas também de outras cidades jurídica e socialmente privilegiadas, se difundiu um modelo poli-nucleado, multi-foral, que respondeu às necessidades locais de desempenho das obrigações do culto imperial, à preocupação com a scaenographia em que esse culto deveria ter lugar, à intenção mais geral de promover um urbanismo erudito e desenvolvido e que deu ainda lugar com amplitude aos desejos evergéticos das elites coloniais. O modelo, independentemente do seu grau de desenvolvimento e eventual completude, inspira-se obviamente nos foros imperiais da urbs, mas não será nessa escala que nos vamos demorar (nem talvez o pudéssemos fazer com competência), mas sim numa escala mais reduzida: na indagação da existência de um desenvolvimento ulterior do movimento na direcção de cidades menos privilegiadas jurídica, administrativa ou socialmente (Jiménez 1998). Preocupa-nos particularmente essa situação no caso de Conimbriga, onde a evolução do fórum, apesar das polémicas recorrentes que sobre ele surgem, levanta questões do máximo interesse, que só podem ser resolvidas no quadro dessa problemática mais geral e que, quando por sua vez clarificadas, contribuem para traçar um cenário da situação peninsular em moldes mais abrangentes que a simples análise das três capitais provinciais e de mais algumas colónias. OS PRECEDENTES Façamos aqui uma revisão da situação de Conimbriga. O oppidum Conimbriga, grandemente desenvolvido entre as cidades romanas da fachada ocidental da Península por um possível momento de contributio ocorrido algures no tempo que mediou entre a expe* Museu Monográfico de Conimbriga.

dição de Decimus Junius Brutus (138-136 a.C.) e o Principado (Bendala 2004, 26-29), recebe, cerca de 10 a.C., um programa de beneficiação urbana que, aparentemente, é composto por um fórum, umas termas e o indispensável aqueduto e uma muralha que incorpora ao velho oppidum um largo espaço adequado ao crescimento da cidade (Correia 2004a, 52; 2004b, 265-267, com toda a bibliografia anterior). A implantação urbana deste fórum é extraordinariamente interessante: – localizado sensivelmente no centro do perímetro urbano definido pela muralha alto-imperial, o fórum abre para um eixo de circulação fundamental no urbanismo pré-romano que nunca deixou de ser determinante em Conimbriga, respeita pré-existências significativas e insere-se, através das suas portas e dos acessos ao seu criptopórtico, como uma placa giratória nodal na circulação urbana (Alarcão e Etienne 1977, I 27-28). A reconstituição das arquitecturas deste momento é difícil, leia-se impossível no actual estado de avanço do conhecimento,1 em especial no que diz respeito ao mais importante, o edifício monumental do topo norte do fórum (em último lugar Correia 2004a, 53). Conhece-se com rigor apenas a planta do nível inferior do edifício, que se pode reconstituir como um criptopórtico em duas naves divididas por uma fiada de pilares, abrindo-se a norte uma cripta, ligeiramente deslocada do centro do edifício, também ela com pilares (Alarcão e Etienne 1973, id. 1977, I 28-34). Os escavadores reconstituíram essa estrutura como a substrucção de um templo, de que o pronaos se abria numa esplanada, ladeada por dois pórticos laterais (de que as colunas assentariam sobre os pilares) precedidos pela continuação da esplanada (em especial Alarcão e Etienne 1977, I 33 e II pl. XI e XIII). A outra interpretação avançada foi a de uma basílica de duas naves com um aedes a um lado, numa 1

Com este volume já no prelo: Correia e Alarcão 2007.

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simplificação do modelo vitruviano da basílica de Fano (Gros 1979). Todavia a questão tipológica é bem mais complexa e perturbada por interpretações alternativas pouco fundadas (Congés 1987). Recentemente, W. Mierse (1999, 85-91) criticou a possibilidade de existir em data tão alta um fórum desprovido de templo. Por outro lado, em segunda leitura, talvez o templo proposto por J. Alarcão e R. Etienne possa encontrar paralelos lusitanos em Mirobriga (Biers 1988) e Santana do Campo (Schattner 1997), na medida em que os templos se apresentam como protuberâncias relativamente aos limites do temenos. Já o caso de Beja (Alarcão 1992, 79) parece militar contra esta hipótese, sendo que aí o elemento protuberante do temenos é a cúria um ou aedes. Em qualquer caso, a ênfase arquitectónica posta numa esplanada elevada é, claro, algo muito compatível com o que conhecemos na província. Sem embargo, a simplicidade da restituição de uma basílica de duas naves, proposta originalmente por P. Gros, ainda parece especialmente convincente; o argumento de W. Mierse é um argumento exsilentio e não o devemos seguir sem mais exame. Há uma terceira posição, a de J.Alarcão (apud Correia 2004a, 53), a que talvez estejamos condenados: não nos é possível fazer uma restituição fiável do fórum de Conimbriga até que o avanço da ciência nos mostre um modelo que o explique e conduza essa reconstituição. Já o restante programa arquitectónico parece de mais fácil reconstituição: uma teoria de lojas do lado oeste, precedidas de um pórtico que corria também a sul e leste da praça central (Alarcão e Etienne 1977, 34-9). A entrada do fórum alinhava com o eixo excêntrico do edifício do lado norte. Este facto é talvez argumento para o restituir como um templo, hipótese que justificaria essa escolha arquitectónica; pode julgar-se que, se de um aedes se tratasse, elemento sem expressão plástica no exterior do edifício, sem marcação exterior da sua presença na fachada virada à praça, o alinhamento da entrada do fórum com ele não jogava qualquer papel arquitectónico de relevo e seria mais lógico encontrar essa entrada no eixo da praça central. Este eixo prolongava-se no exterior, na praça a sul do fórum, regendo a disposição de uma rua e de uma platea que corria a fachada entre duas insulas (Correia 2004b, 275-6). É já consensual a correcção introduzida na interpretação original das Fouilles de Conimbriga, no sentido de dissociar o momento da primeira construção do fórum, com os elementos que mencionámos,

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e a adição de uma basílica com três naves e tribunal e uma cúria anexa no lado leste da praça central (Alarcão et al. 1997). O momento desta adição cai provavelmente em datas claudianas, época em que Conimbriga assiste a um importante movimento de enriquecimento urbano, com a construção do anfiteatro, de um horreum e com uma importantíssima conjuntura de renovação dos edifícios domésticos por toda a cidade (Pfanner 1989). No fórum tem lugar a instalação de um significativo conjunto escultórico júlio-cláudio (Augusto – remodelado a partir de um Caio [Etienne et al. 1976, n.º 1, p. 237-8; Souza 1990, n.º 30]–, Agripina Minor [Etienne et al. 1976, n.º 2, p. 238-9; Souza 1990, n.º 36], um imperador divinizado que pode ser Cláudio [Etienne et al. 1976, n.º 3, p. 240; Souza 1990, n.º 37]2) e já propusemos (Correia 1999, 21-22) que a instalação deste conjunto está intimamente ligado à construção da basílica de três naves, sendo de distinguir, portanto, um programa de intervenção no fórum, cláudio-neroniano (cf. Nogales e Gonçalves 2005, 302-304), distinto em natureza, âmbito e objectivos do anterior programa augustano. No terceiro quartel do séc. I, Conimbriga atinge assim um patamar urbano de relevo: uma cidade amplamente dotada de monumentos essenciais à vida municipal, com um enquadramento artístico condigno, produto do contributo do Império e das elites locais, cujo papel emergente se começa a fazer sentir na epigrafia (Correia 1999, 21-22). Esta situação pode ser entendida de forma algo paradoxal quando contrastada com a caracterização jurídica da cidade, que em Plínio (Nat. Hist. IV, 21 - 113) não passa de oppidum stipendiarium, mas cremos haver boas razões para não valorizar o paradoxo e atender às razões de facto que a topografia urbana de Conimbriga demonstra: a cidade oferecia todas as condições normais de uma vida administrativa regular, o que sem dúvida acontecia por razões históricas ligadas ao papel central que a cidade desempenhou na região desde o séc. VII a.C. (Correia 1993), a muito provável contributio que os romanos cedo promoveram e que veio ainda a favorecer essa centralidade, e isto independentemente da fórmula jurídica encontrada para a cidade nos inícios da era. Este facto é importantíssimo para colocar no justo contexto o problema da construção do fórum flaviano e do impacto urbano que essa construção provocou. 2 Com este volume já no prelo: Gonçalves 2007; n.os 2, 8 e 45, respedivamente, e, entre outras peças, devendo também assimilar-se os n.os 10, 19 e 39-40.

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O programa urbano flaviano de Conimbriga é contemporâneo da concessão do direito latino às cidades hispanas (Alarcão e Etienne 1986, 126-127) e, no contexto que mencionámos a discussão acerca do estatuto municipal dessas cidades perde relevância: se Conimbriga, como vimos, funciona dotada de todas as condições de um municipium e se os seus cidadãos se vêm beneficiados com o ius latii, não tem muito sentido indagar se a cidade é técnico-juridicamente classificada como tal ou se não chega a gozar desse estatuto (Richardson 1995, 348); os efeitos práticos são de todas as maneiras precisamente os mesmos. A questão que se coloca com a construção do fórum flaviano é outra, e de duplo sentido: — como se justifica a construção de um santuário do culto imperial em substituição do fórum cívico? — como pôde a cidade continuar a funcionar sem os edifícios públicos destinados ao seu governo? A resposta à primeira pergunta vamos encontrála na apropriação das funções urbanas pelo culto imperial e podemos ilustrá-la com o culto de Marte. A resposta à segunda pergunta, que é o ponto essencial desta nota, obrigar-nos-á a precisar a conjectura da existência em Conimbriga de um segundo fórum de características propriamente municipais. O CULTO DE MARTE A primeira das dedicatórias a Marte encontradas em Conimbriga, infelizmente perdida (CIL II, 365, Etienne et al. nº 15, p. 35), é um texto interessante a vários títulos: em primeiro lugar demonstra a concentração urbana das funções religiosas, pois os declarantes declaram a sua gente e a sua origo (de vicus Baedoro); em segundo lugar demonstra o sincretismo entre Marte e um deus indígena, Neto, verdadeiramente um deus do panteão lusitano; em terceiro lugar mostra a participação na dedicatória das famílias, Turranii e Valerii, que são as famílias dominantes na cidade ao longo do Alto Império. A segunda dedicatória (Etienne et al. 1977, n.º 14, pp. 34-35), de novo feita por um membro dos Valerii (ainda que de origem provavelmente libertina), é feita a Marte Augusto. Datado da primeira metade do séc. II, o monumento é um altar cuja localização original foi indiscutivelmente o fórum. Podemos dizer que o culto de Marte em Conimbriga, sob as suas várias expressões, era sobretudo um culto cívico –eminentemente político– progressivamente absorvido pela reinterpretação imperial (como outro, o dos Remetes Augustos, cultuados também num edifício público, as termas do aqueduto [Etien-

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ne et al. 1977: n.º 18, p. 38-39]) e num quadro provavelmente foral. A substituição do fórum tradicional pelo santuário de culto imperial pode, neste caso, ter sido uma mudança pouco significativa na topografia religiosa da cidade. O problema é, como mencionámos, saber se a cidade, com uma vida político-administrativa plenamente desenvolvida em meados do séc. I, beneficiando de tal forma pela munificência vespasiânica que adopta para si o praenomen Flavia, consegue continuar a viver como ente político depois de demolir a sua basílica, a sua cúria e um conjunto do que foi indubitavelmente o principal comércio da cidade (Balty 1991, 618; Alarcão et al. 1997: 57-8). A resposta é, necessariamente, não. UM FÓRUM MUNICIPAL POST-FLAVIANO? Parece evidente que a cidade teve de criar, noutra zona do seu perímetro urbano, que sabemos ser à partida muito vasto, uma outra área monumental que recebesse as funções administrativas, judiciárias e comerciais que foram exiladas do fórum central na sua exclusiva rededicação ao culto imperial (Alarcão e Etienne 1977, 111). Este fenómeno não seria novo. Já postulámos que a renovação do fórum em momentos pré-flavianos foi sobretudo conduzida pelo crescimento da importância do culto da família imperial júlio-cláudia. Mas, neste novo contexto, aqueles princípios que levaram Júlio César a isolar o templo de Vénus Genitrix por pórticos que o isolavam do trânsito entre Forum e Suburra, cristalizaram finalmente na necessidade de segmentar o espaço urbano de acordo com a importância percebida das suas funções. Por isso mesmo a «revolução flaviana» vai, mais além da remodelação dos edifícios públicos, ser tão marcante na renovação dos espaços viários em geral (Correia 2004b: 273-7). Parece-nos, para além disso, possível enunciar uma conjectura plausível quanto à localização do segundo espaço foral de Conimbriga; a sua explicação, todavia, necessita de um excurso: — a adição ao espaço do oppidum pré-romano de Conimbriga de uma extensão pelo menos sua igual em área, delimitada pela muralha alto-imperial, criou uma situação bipolar, em que a uma zona «velha» da cidade em que só lentamente o cadastro indispensável a um urbanismo clássico se ia implantando, se contrapunha um vicus novus onde, ainda que respeitando realidades cadastrais porventura incontornáveis, o parcelar permitia outra linguagem urbana e arquitectural (Cor-

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reia 2004b, 269-75). Naturalmente é nesta segunda área que é construído o novo fórum municipal; parece-nos, aliás, ter encontrado a sua localização exacta, abonada por elementos suficientes. O cadastro indígena de Conimbriga nunca foi obliterado pela cidade romana. Isto levou a que a intervenção urbana de grande fôlego fosse, frequentemente, condicionada pela pré-existência, com o resultado final de a cidade não ter nunca adoptado uma tessitura regular, muito menos uma estrutura hipodâmica, mas ter sempre, como Ostia mas de maneira ainda mais marcada, respeitado a estrutura triangular do urbanismo herdado do momento pré-romano e das vias que lhe davam acesso. Por isso é significativo poder encontrar na zona oeste da cidade a evidência de uma evolução urbana significativa em datas imperiais plenas, na mesma época em que sobreviviam ainda traços cadastrais antigos. Do ponto de vista construtivo, propomos iniciar a nossa revisão das evidências pelo facto de, nas traseiras das casas dos esqueletos e da cruz suástica, préexistir um espaço (que cremos pertence a um único monumento) delimitado por um longo muro cego, que interpretamos como muro de fundo de um pórtico monumental. Este possível monumento faria parte de um programa, como a sua orientação indicaria, que é a mesma da casa atribuída a Cantaber (flaviana. Cf. Correia 2001) e das termas da muralha (de que a semelhança do programa decorativo com o fórum atesta a cronologia. Correia e Reis 2000); a sua pertença ao programa edilício flávio-trajânico seria a conclusão a tirar. Como noutros pontos da cidade noutros momentos da sua vida, a delimitação dos lotes necessários aos monumentos deixou partes arcifiniae, espaços residuais ocupados sob fórmulas diversas e com destinos variados; estão neste ponto, precisamente, as referidas casas da cruz suástica e dos esqueletos, residências de um estrato social médio-alto, capazes de aproveitar as consequências de um programa público sem que, à partida, a sua modesta predominância social permitisse projectar ex novo em completa liberdade. No quadro desta conjectura, supomos que para este local se transferiram as funções urbanas político-administrativas que foram arredadas do fórum. A criação de uma nova centralidade urbana, especialmente notável pois, para além do fórum se construíram as novas termas da muralha e a iniciativa privada aproveitou o movimento com a instalação de cauponae particularmente bem situadas, consagrou a dualidade vicus-novus/vicus-vetus. (Correia 2004b: 269-

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75; Alarcão et al.1979, 253) Infelizmente o nosso conhecimento em extensão da tessitura urbana de Conimbriga é ainda insuficiente para uma análise pormenorizada desta situação. A insuficiência dos nossos conhecimentos permite, ainda assim, alguma averiguação da questão da difusão na cidade de um modelo de organização segmentada dos espaços destinados às funções políticoadministrativas e do seu aspecto religioso ligado ao culto imperial. Aparentemente, em Conimbriga escolheu-se um distribuição espacial em que os espaços forais se organizavam, a alguma distância, a ambos lados de uma via decumana para onde abriam também, directamente, as principais residências da cidade (estrategicamente desenhadas à imagem do fórum, com uma única entrada monumental e, indirectamente, outros espaços e monumentos públicos de relevo. O esqueleto da cidade, as suas vias, é desta forma transformado numa via sacra, ladeada de pórticos, monumentos públicos e privados e espaços cultuais, percurso indispensável de toda a vida urbana. O temenos do culto imperial consegue desta forma, por obra do seu próprio isolamento, impor a toda a área limítrofe a afirmação da sua importância e sacralidade; a residência do aristocrata faz o mesmo no acto de imitar a sua implantação urbana: um insula completa com uma só entrada. Desta forma toda a actividade não revestida da dignitas requerida é relegada para as ruas laterais, diverticula, onde a conformação das arquitecturas se pauta pela luta pelo espaço disponível (Laurence 1994: 78-87). Mas o que acontece então no quadro arquitectónico onde decorre a actividade política, a jurídica e administrativa e parte da actividade comercial de prestígio (esta última de especial relevo, pois sabemos que em datas coevas muitos espaços artesanais e comerciais são eliminados dos edifícios domésticos)? A nossa proposta é de que a transferência se faz para um espaço regido pelo mesmo eixo principal e que, se não goza do privilégio da centralidade, tem ainda uma posição de excepção, na imediata vizinhança das residências de maior prestígio da cidade. Este espaço está localizado à margem da via decumana, numa insula previamente desocupada, de que apenas a margem faceira à via tinha, desde um primeiro momento, sido ocupada por um edifício comercial e artesanal. Esta insula reunia várias virtualidades: esta localização privilegiada; um cadastro pré-existente de características provavelmente rurais, dado o facto de se situar no exterior do núcleo urbano pré-romano; a possibilidade de, no esquema de gestão dos recur-

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sos hídricos, construir próximo umas termas; a virtualidade de libertar, para a construção de residências de algum aparato e prestígio, lotes adequados em extensão e localização. Quais são as evidências arqueológicas desta construção, para além da plausível localização? — Pode identificar-se um longo muro cego a que se encostam, em relação clara de posterioridade estratigráfica, os muros das residências. — As características construtivas do muro evidenciam a sua pertença a algo de maior dimensão que a simples delimitação de um espaço livre. — Verificou-se recentemente que o espaço em questão estava servido por um sistema de canalizações de esgoto, solidárias das evacuações das termas da muralha. — Faz sentido, segundo esta hipótese, acreditar que as aberturas existentes não são apócrifas, mas sim que correspondem a antigos eixos de circulação e acesso a um edifício que, pela sua natureza, era certamente alvo de fortes solicitações (contra DGEMN 1948, figs. 2 e 3). CONCLUSÃO Conimbriga depara-se, como é sabido, com o problema da completa inexistência de fontes históricas para o período áureo da sua vida e com a drástica escassez de fontes epigráficas que permitissem de alguma forma corroborar esta (e outras) hipóteses (Alarcão et al. 1979: 243-7). Para além disso, e apesar de há mais de meio século o essencial dos problemas estar diagnosticado por J. M. Bairrão Oleiro (1952), existem ainda hoje condicionantes sérias ao avanço de uma investigação arqueológica em moldes abrangentes e dotados das indispensáveis condições a uma investigação moderna. Temos portanto de avançar em moldes porventura insuficientes, como esta conjectura. Mas o problema essencial da indispensável relocalização das funções políticas do fórum no período flávio-trajânico, causado pela construção do santuário do culto imperial no centro da cidade, subsiste (Alarcão e Etienne 1977, I 111; Balty 1991: 618). A conjectura espacial acerca do local exacto onde se dá essa relocalização é apenas auxiliar no momento de centrarmos as questões. Parece especialmente significativo observar que o modelo urbano pluri-foral não esteve reservado a capitais provinciais e a cidades especialmente favorecidas como Itálica, onde o fenómeno, eco dos foros imperiais da capital do império, releva da concepção dessas cidades como specula urbis e está

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manifestamente ligada às administrações provinciais e às importantes famílias de origem romana ou itálica. Não é essa a estrutura político-administrativa ou social em Conimbriga, de onde devemos concluir pela maior profundidade do fenómeno, recusar uma distinção que por vezes há tendência a fazer entre uma arqueologia «clássica» que chega de Roma às capitais provinciais e uma arqueologia «provincial» que trata do remanescente, recusar ainda uma leitura biunívoca da relação entre estatuto citadino e programas urbanos (Richardson 1995; Correia 2004b, 267) e indagar dos significados que os modelos urbanos têm para o processo de romanização. BIBLIOGRAFIA ALARCÃO, A. M.; ETIENNE, R. e GOLVIN, J.-C., 1997: «Le fórum de Conimbriga: réponse à quelques contestations». In Etienne, R. e Mayet, F. (ed.) Itinéraires Lusitaniens. Trente années de collaboration archéologique luso-française (Paris, De Boccard), 49-70. ALARCÃO, J. e ETIENNE, R. 1973: «L’architecture des cryptoportiques de Conimbriga (Portugal)». In Les cryptoportiques dans l’architecture romaine (Roma, Collection de l’Ecole Française de Rome 14) 371-406. – 1977: Fouilles de Conimbriga I, L’architecture (Paris, M.A.F.P./M.M.C.). – 1986: «Archéologie et idéologie impériale à Conimbriga». Comptes Rendus de l’Académie des Inscriptions et Belles-Lettres - 1986 ( Paris, De Boccard), 120-132. ALARCÃO, J.; ETIENNE, R.; ALARCÃO, A. M. e PONTE, S., 1979: Fouilles de Conimbriga VII, Trouvailles diverses. Conclusions Générales (Paris, M.A.F.P./M.M.C.). BALTY, J.-C., 1991: Curia Ordinis (Bruxelas, Academie Royale de Belgique). BENDALA, M. 2004: «Conimbriga en la transformación urbana de la Hispania protohistorica a la romana». In Correia, V. H. Perspectivas sobre Conimbriga (Lisboa, Ed. Âncora/Liga de Amigos de Conimbriga), 13-33. BIERS, W. (ed.) 1988: Mirobriga (Oxford, British Archaeological Reports, International Series 451). CONGÉS, A. R., 1987: «L’hipothése d’une basilique à deux nefs à Conimbriga et les transformations du fórum». Mélanges de l’Ecole Française de Rome - Antiquité, t. 99 (2), 711-751. CORREIA, V. H. 1993: «Os materiais pré-romanos de Conimbriga e a presença fenícia no baixo vale do Mondego». In Tavares, A. A. (ed.) Os fenícios no

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Fig. 1. Conimbriga. Urbanismo augustano.

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Fig. 2. Conimbriga. Urbanismo júlio-claudiano.

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Fig. 3. Conimbriga. Urbanismo post-flaviano. Assinalada a localização proposta para o fórum municipal post-flaviano.

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SANTUARIOS Y EPIGRAFÍA EN LAS CIUDADES HISPANORROMANAS: UNA APROXIMACIÓN M.a Cruz González Rodríguez*

1. La epigrafía es una fuente directa y un testimonio fidedigno de la existencia de un edificio o lugar de culto1 y resulta imprescindible cuando los restos y materiales arqueológicos son escasos y no pueden resolver, por sí solos y con total seguridad, la identificación y, sobre todo, la finalidad de una construcción.2 Además, el caso hispano constituye en este campo un lugar privilegiado por haberse encontrado excelentes ejemplos de leyes que regulan diversos aspectos de la vida de las comunidades romanas, entre ellos el ámbito de la religión pública. Estas leyes recogen ciertas disposiciones que nos ponen en relación con los loca sacra y, por tanto, son un marco de referencia obligado, pues, como se sabe, en la religión romana la comunidad de culto por excelencia es la ciuitas, la res publica. Es precisamente dentro de este ámbito, el de la ciuitas, cuadro institucional y político donde se practica la religión pública romana, en el que se enmarca esta comunicación. Partiendo de este contexto cívico nos interesan los santuarios de carácter público de Hispania en época * Departamento de Estudios Clásicos.Facultad de Filología, Geografía e Historia. Universidad del País Vasco/ Euskal Herriko Unibertsitatea. 1 Este trabajo se ha llevado a cabo en el marco del Proyecto de Investigación HUM 2005-02850/Hist. Financiado por el MEC y con cofinanciación de los fondos FEDER. 2 Como muestra clara de lo básicas que en este campo resultan las fuentes epigráficas baste citar el ejemplo del llamado «templo de Diana» en Mérida que, en realidad, se ignora a quien estaba consagrado (Hauschild, Th., 2002: 216). Sobre los restos materiales de los santuarios documentados en las inscripciones latinas véase Oria y Mora, 19911992 y Oria 1993. Para los santuarios hispanos conocidos hasta ahora por la abundancia de epígrafes véanse, entre otros: Abascal, J. M., «Las inscripciones latinas de Santa Lucía del Trampal (Alcuéscar, Cáceres) y el culto de Ataecina en Hispania», AEspA, 68, 1995, pp. 31-105; Guerra, A., Schattner, Th., Fabião, C. y Almeida, R., «Novas investigações no santuário de Endovélico (S. Miguel da Mota, Alandroal): a campanha de 2002», Revista Portuguesa de Arqueología, vol. 6, nº 2, 2003, pp. 415- 479; Schattner, Th., Suárez Otero, J. y Koch, M., «Monte do Facho, Donón (O Hío / Prov. Pontevedra), 2003. Informe sobre las excavaciones en el santuario de Berobreo», AEspA, 77, 2004: 23-71.

romana, aquellos en los que se celebraban los cultos públicos (sacra) en nombre de la comunidad (Scheid, J.,1997: 54) tomando como base las inscripciones que aluden de forma segura y expresa a un santuario bajo variada denominación3 y para los que, en algunas ocasiones, podemos conocer el nombre de la divinidad a la que ha sido dedicado e incluso –las menos– las condiciones jurídicas de la dedicación, (Scheid, J.,1997: 56) tal y como sucede, por ejemplo, en el caso de la expresión L(ocus) D(atus) D(ecreto) D(ecurionum), constatado en un ejemplo de Barbesula (Torre y Cortijo de Guadiro, Cádiz) (IRPCádiz 75). Respecto al ámbito cronológico, éste viene determinado por la datación de los propios epígrafes –que en su gran mayoría fueron realizados a lo largo del s. II –lo que nos sitúa en un amplio marco temporal comprendido entre el s. I a.C., época en la que se pueden fechar las inscripciones más tempranas y que corresponden a dos hallazgos de la provincia Tarraconense– de Ampurias (IRC III 15) y dos fragmentos de mármol de Cartago Nova (Abascal, J. M., y Ramallo, S. F., 1997, n.º 29)– y la primera mitad del s. III, momento en el que se puede datar el texto hallado en Ulisi (Cortijo de la Camila, Archidona, Málaga ) (CIL II, 2/5, 718). 2. En la epigrafía hispana, al igual que en todo el occidente del imperio, para aludir a un santuario se encuentran las expresiones templum, aedes –con su diminutivo aedicula– y fanum.4 Se trata de térmi3 Se excluye el análisis de los capitolia hispanos ya que no hay ninguna inscripción que de forma inequívoca informe sobre su existencia. El único testimonio peninsular seguro sería (Vid. Blutstein-Latrémoliere, E., 1991) un epígrafe de Hispalis (CIL II 1194) con la expresión capit(olium). No obstante, incluso también en este caso existen dudas sobre su lectura. Véase al respecto Blanco Freijeiro, A., Historia de Sevilla. La ciudad antigua, Sevilla 1984 (2.ª ed.), 135 ss. 4 Sobre las expresiones crypta e hypaetros –documentadas en un texto de Lacippo (Casares, Málaga = AE 1981, 504)– relacionadas con la escenografía del culto imperial, véase Étienne, R., 1981: 135. Acerca de la posible alusión a un porticus –asociado al término ara– en un epígrafe de Trujillo, véase Beltrán, F., 2001-2002, n.º 15.

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nos complementarios y con un contenido, en ocasiones, difícil de precisar en la práctica, tal y como se puede comprobar en el definitivo estudio de Dubourdieu y Scheid. El vocablo TEMPLUM alude, en el lenguaje técnico a un espacio definido por un ritual llevado a cabo por los augures: la inauguratio (Varrón, L.L, VII, 8; VI, 53) si bien en la práctica, según se desprende de su uso epigráfico y literario, hace referencia a «le lieu de culte, le bâtiment, en tant qu’il est inscrit sur le sol et dans l’espace» (Dubourdieu, A. y Scheid, J., 2000: 71). En Hispania contamos con un total de 18 menciones seguras del término templum5 de las cuales 9 corresponden a la Bética; 6 a la Tarraconense y 3 a Lusitania (vid. apéndices). La distribución de los hallazgos indica que la provincia senatorial de la Bética es la que ofrece más información epigráfica sobre estos loca sacra, lo que está en clara relación con la mayor o menor presencia de ciuitates organizadas al modo y manera romanos6 y con el grado de urbanización de las distintas provincias. Al mismo tiempo, el hecho de que la documentación corresponda a municipios o colonias es un dato que debemos destacar ya que nos permite poder extraer el máximo provecho de las fuentes epigráficas que se ven «iluminadas» por los datos transmitidos por las leges templorum (FIRA 105-107) y, en particular, por la legislación relativa a las comunidades hispanas. En este sentido cabe pensar que en cada una de estas comunidades, municipios y colonias, se daban para los lugares sagrados o santuarios públicos las mismas pautas y características que recogen las leyes de Urso o de Irni (Scheid, J., 1999). 5 Dado el tema de esta reunión nos centramos en los epígrafes en los que templum alude a edificio, pero, no hay que olvidar, que existen otros (también en el alto imperio) en los que este vocablo se refiere a un área natural. Son los tres santuarios rurales de la prouincia Tarraconense: el templum Ninphanum de Edeta (San Miguel de Liria, Valencia = CIL II, 2/14, 121); la Cueva Negra de Fortuna (Murcia): González Blanco, A. et alii (eds.), El Balneario romano y la Cueva Negra de Fortuna (Murcia). Homenaje al Profesor Ph. Rahtz, Murcia 1996; Antigüedad y Cristianismo, 20, 2003 y el de Panoias (Vila Real, Portugal), un ejemplo interesante y claro de sincretismo religioso: Alföldy, G., «Inscripciones, sacrificios y misterios: el santuario rupestre de Panóias/Portugal. Informe preliminar», MM, 36, 1995, pp. 252-258. 6 Un interesante ejemplo de las transformaciones que trae consigo la conversión de una ciuitas peregrina en municipium lo proporciona, en la Bética, la ciudad de Munigua (Castillo de Mulva, Sevilla) donde fuentes epigráficas fechadas a fines del s. I-comienzos del s. II (CILA SE 1076 y 1077) y arqueológicas configuran un perfecto maridaje que permiten deducir que las santuarios del foro materializan el establecimiento de las relaciones oficiales entre los habitantes del flamante municipio y los dioses del panteón local. Para todo lo relativo a la epigrafía de Munigua véase Gimeno, H., 2003 y para la arqueología Schattner, Th., 2003.

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Por otra parte, en el caso de las dos provincias imperiales debemos señalar un dato muy significativo y relativo a la distribución geográfica y es que la práctica totalidad de los textos epigráficos que hacen mención del término templum se reducen al ámbito de los conuentus Tarraconense y Cartaginense mientras que en el caso de la prouincia lusitana los escasos hallazgos son obra de un mismo evergeta7 y se reducen al conuentus Emeritensis. Por su parte la expresión AEDES sirve en el uso epigráfico para indicar la casa de una divinidad, el edificio en el que mora y del que puede, al mismo tiempo, ser propietaria (Dubourdieu, A., y Scheid, J., 2000: 68-69) y, a diferencia de lo que ocurre con el empleo técnico de templum, para la aedes son suficientes las ceremonias de la consecratio y la dedicatio. De la misma manera aedicula,8 diminutivo de aedes (Livio XXXV, 9) es una construcción de formas y dimensiones más modestas, una especie de pequeño templete. Este término se documenta en una inscripción de la Bética, concretamente de Barbesula (Torre y Cortijo de Guadiro, Cádiz) y hoy desaparecida, fechable, en época de Trajano y nos informa de una donación realizada en honor del flaminado de Sex. Fuluinus Lepidus (IRPCádiz 75). En esta ocasión la construcción se llevará a cabo, con la autorización de los decuriones, en un lugar público. Igualmente, bajo la variante aedeolu se documentaría, probablemente, una edícula destinada a 7 Estas donaciones son, igualmente, una muestra de la expansión del sistema ciudadano y municipal en la Lusitania y pueden relacionarse, tal y como señaló Gil Mantas, con el proceso de promoción municipal como consecuencia de la concesión del Ius Latii por parte de Vespasiano. Posiblemente el mismo evergeta pudo haber sufragado un cuarto templum dedicado a Marte en la misma ciuitas pero dado el estado fragmentario del epígrafe resulta arriesgado asegurarlo. De la misma manera, de ser correcta y segura la propuesta de Alarção y recogida en AE 1982, 471, habría que añadir otro templum dedicado a Minerva en el territorio de Collippo (S. Sebastião do Freixo). Véase Alarcão, J., «Alfidii e Aufidii de Collippo e Sellium», Humanitas, 45, 1993, pp. 193198; AE 1993: 884. Sobre los restos arqueológicos de los templos romanos de Lusitania:Id., Portugal romano, Lisboa 1983 (3.ª ed.): 108 y Hauschild, Th., 2002: 215 ss. 8 Se excluye CIL II 1980 de Abdera (Adra, Almería) que menciona también el término aedicula porque en esta ocasión se trata de una dedicación de carácter privado referida a los Lares y el Genio de la familia: Silva Ruivo, J. Da, L. «Antonio Urso liberti et familia», Conimbriga, 31, 1992: 119-154 (131); Rodríguez Oliva, P., «Materiales arqueológicos y epigráficos para el estudio de los cultos domésticos en la España romana», Actas del VIII Congreso Español de Estudios Clásicos, vol. III, Madrid, 1994, pp. 8-9. Tampoco se toma en consideración un fragmento de Hispalis (Sevilla) con una posible mención de este mismo vocablo, dado lo inseguro de las lecturas (AE 1987: 497; HEp. 3, 1993: 355 e HEp. 4, 1994: 806). Igualmente, por los problemas de reconstrucción, no se tiene en cuenta CIL II, 2/5, 738 de Osqua.

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SANTUARIOS Y EPIGRAFÍA EN LAS CIUDADES HISPANORROMANAS

albergar la estatua de la divinidad9 y fechable entre los ss. II-III, dedicada al dios Endovellicus en el santuario de S. Miguel de Mota, Terena, Alandroal (Portugal). Respecto a aedes, son ocho los epígrafes seguros10 repartidos por igual entre la Bética y la Tarraconense. Como para las inscripciones referidas al vocablo templum, también esta expresión se limita en la Tarraconense a hallazgos de los conuentus cartaginense y tarraconense siendo significativo igualmente que la mayoría se concentre en Emporiae. Además en esta ciudad es precisamente donde la arqueología ha comprobado la existencia de buena parte de estos edificios (vid. El forum) y es una de las pocas en las que se nos informa del coste de una de estas aedes. También, al igual que en la Bética, los hallazgos se circunscriben en esta prouincia a ciuitates con estatuto colonial: Emporiae, Tarraco y Carthago Nova lo que, de nuevo, nos pone en relación con el desarrollo de la vida ciudadana al estilo romano. En cuanto a FANUM11 se trata de una expresión mucho menos usual en la epigrafía que las dos anteriores. Se suele utilizar en sentido genérico y alude al lugar, y por extensión a los edificios, que por medio del acto de la consecratio han sido puestos al margen de todo uso profano (Castagnoli, F., 1984: 4) tal y como puede comprobarse en la lex Furfensis (FIRA 105). En plural se aplica, a menudo, a los santuarios que son dedicados y funcionan sin seguir las reglas tradicionales ( Dubordieu, A., y Scheid, J., 2000: 71-74). En el caso hispano sólo contamos con un epígrafe seguro12 aparecido recientemente (Carbonell, J.y Gimeno, H., e.p.) en la actual Trujillo y para el que resulta difícil establecer el nombre de la divinidad a la que estaba dedicado. 9 Alves, M.ª M. y Coelho, L., «Endovélico: caracterização social da romanidade dos cultuantes e do seu santuário (S. Miguel de Mota, Terena, Alandreoal)», O Arqueólogo Português, Série IV, Vol. 13/15, 1995-1997, pp. 233-266 (251). 10 No incluimos las dudosas aedes de Córdoba y Alameda (Málaga) dedicadas, respectivamente, a Silvano y a Isis (CIL II, 2/ 7, 240 y CIL II, 2/5, 912) por presentar serios problemas de lectura. 11 Las expresiones templa y fana (y delubra) se repiten en la epigrafía jurídica (rúbrica CXXVIII de la ley de la Colonia Iulia Genitiva) bajo el término genérico de loca sacra para aludir a los santuarios en general de las ciudades romanas. La información proporcionada por todas las fuentes jurídicas permite conocer la categoría jurídica de los santuarios (Castillo, P., 2000) y las condiciones de su dedicación y consagración. 12 Compárese con el caso galo en el que se atestiguan cinco ejemplos: Van Andringa, W., 2002: 106-107. Sobre el único epígrafe hispano en el que aparece por primera vez este término remitimos al trabajo inédito de Carbonell y Gimeno (e.p.) a quienes agradecemos el habernos permitido consultar el texto original.

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3. Respecto a los dedicantes se observa que, salvo en los ejemplos de Regina (Casas de Reina, Badajoz) y Lucentum (La Albufereta, Tossal de Manises, Alicante) son siempre individuos particulares los que se encargan de la financiación de estas obras. Se trata de personajes destacados de la comunidad según se desprende de los cargos que desempeñan en la misma: magistraturas y/o sacerdocios. Este hecho demuestra que las elites locales hispanas manifiestan un comportamiento acorde con los valores cívico-religiosos romanos. Cabe subrayar, además, que algunos testimonios constatan la asociación de varios miembros de una misma gens en una clara intención de enaltecer ésta y favorecer, tal y como ya ha sido señalado (Rodríguez Neila, J. F. y Melchor Gil, E., 2003: 224-229), su consolidación en la vida municipal. Son los testimonios de Ipolcobulcula, Barbesula, Ulisi y Cisimbrium (vid. apéndices). Por lo que respecta al estatus jurídico de estos santuarios, el mero hecho de contar con un epígrafe que conmemora su dedicación ya nos sitúa en el ámbito de la publica religio y de los cultos celebrados directa o indirectamente en nombre de la comunidad. Si a ello se añade el estatus de los dedicantes su carácter público en sentido genérico tampoco ofrece dudas, lo que ya resulta más difícil es concretar algo más su condición jurídica. No obstante, tomando como referencia las fórmulas dedicatorias explícitas en los textos (vid. apéndices) podemos decir que contamos con siete ejemplos en los que su carácter público en el sentido pleno del término es claro. Son los casos de Ulisi; Barbesula; Regina; Lucentum; Italica; Castulo y Nescania. En todos ellos su pertenencia y «gestión» directa por parte de la ciudad no presenta dudas. Como se puede comprobar, el vocablo más frecuentemente empleado en la epigrafía hispana para aludir a un santuario público es el de templum, al igual que en otras partes del imperio como, por ejemplo, en el África romana (Dubourdieu, A., y Scheid, J., 2000: 64) y en Britannia donde se constata también su mayor presencia epigráfica.13 Respecto a las DIVINIDADES a las que se dedican los templa y aedes se observa (vid. apéndices) que, al igual que en otras zonas del imperio (Dubourdieu, A., y Scheid, J., 2000: 66 ss.), templa aparece relacionado, mayoritariamente, con dioses romanos pero 13 Blagg, T. F. C., «Architectural Munificence in Britain: The Evidence of Inscriptions», Britannia, XXI, 1990, pp. 1331. Por su parte en la epigrafía de Roma e Italia el empleo de aedes es «nettement plus fréquent» y en la Galia ambos términos son más o menos proporcionales: Dubordieu, A., y Scheid, J., 2000: 64.

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sin excluir las divinidades de origen oriental, como sucede en los ejemplos de Vellica y Mago. Aedes, por su parte, se asocia a divinidades romanas –como es habitual en todo el imperio (Dubourdieu, A., y Scheid, J., 2000: 70)– pero no es totalmente exclusiva de éstas y aparece vinculado en las inscripciones más tempranas, s. I a. C., a divinidades orientales como constata de forma segura un texto de Ampurias (IRC III 15) o, incluso, indígenas como es el caso del aedeolu dedicado a Endovellicus en un texto más tardío. Entre los dioses romanos destacan el Genius y Tutela, divinidades tutelares de la comunidad ciudadana a los que hay que añadir otros dioses protectores, como Júpiter, Minerva, Hércules, Apolo y Diana y en segundo lugar, aquellos relacionadas, en ocasiones, con el culto imperial, la Piedad y Victoria Augustas. Estas divinidades son una clara muestra de que la pietas de las elites de las ciudades romanas de Hispania –los nuevos ciudadanos romanos– se orienta hacia los dioses del panteón romano que ahora han pasado a ser los nuevos dioses benefactores de los recién creados municipia. Al mismo tiempo esta pietas se manifiesta en una doble dirección complementaria, por un lado, hacia los dioses cívicos, aquellos que, a partir del momento en el que se crea una colonia o una comunidad peregrina se transforma en municipio, se invocan como protectores de la pequeña patria local. Por otro, se expresa también hacia la religión oficial del imperio tal y como demuestran las abstracciones divinizadas con el epíteto de Augustae, es decir, que la pietas ciudadana materializada en la dedicación de los loca sacra combina perfectamente la devoción local, cívica y la imperial. En la mayoría de los casos se trata de santuarios de nueva creación relacionados –como acabamos de señalar– con la nueva constitución de municipios y ciuitates con derecho latino y la necesidad de que éstas se doten de todo lo necesario para una existencia de acuerdo con los usos y costumbres de la religio y, por eso, a los nuevos «ciudadanos» divinos (que pueden proceder, en ocasiones, del antiguo panteón indígena) se les dota de un patrimonio del que los santuarios o loca sacra examinados son un magnífico testimonio pero no el único (piénsese, por ejemplo, en las estatuas y relieves de divinidades ubicadas tanto en lugares de culto como en otros espacios urbanos). Por ello no debe extrañar que la mayor parte de las comunidades en las que se encuentran las alusiones epigráficas a un lugar sagrado público provengan de municipios y colonias. No obstante, aunque la gran mayoría de los loca sacra examinados se constatan en municipios y colonias, esto no significa que estos santuarios estén

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ausentes en las ciuitates con derecho latino simplemente –tal y como comprueba el ejemplo de la ciuitas de Vellica (Monte Cildá, Olleros de Pisuerga, Palencia) comunidad para la que no tenemos atestiguado el estatus de municipium–. Ello quiere decir que, si bien puede resultar problemático trasponer mecánicamente a este tipo de comunidades lo que se conoce y es válido para las ciudades romanas, parece que no nos equivocamos demasiado al suponer que en Hispania la concesión del ius latii por Vespasiano vino unida a la difusión del modelo religioso romano que dio a conocer, también entre los habitantes de estas comunidades, los deberes y obligaciones de la publica religio. BIBLIOGRAFÍA AA. VV.,1984: El fòrum romà d’Empúries. Una aproximación arqueológica al procés històric de la romanització al nord-est de la Península ibèrica, Monografies Emporitanes VI, Barcelona (= El fòrum). AA. VV., 1992: Templos romanos de Hispania. Cuadernos de arquitectura romana 1, Murcia (= Templos romanos). AA. VV.,1993a: Colloqui Internacional d’epigrafia. Culte i societat en Occident, Religio Deorum, Sabadell (= Religio Deorum). AA. VV., 2000: Lo sagrado en el proceso de municipalización del Occidente latino, Iberia, 3 (= Lo sagrado). AA. VV., 2003: Sanctuaires et sources dans l’Antiquité. Les sources documentaires et leurs limites dans la description des lieux de culte. Actes de la table ronde organisée par le Collège de France, l’UMR 8585 Centre Gustave-Glotz, l’École Française de Rome et le Centre Jean Bérard, Nápoles. ABASCAL, J. M. y GISBERT, J. A. (1992): «Epigrafía romana de la villa d L’Almadrava (Setla-MirarosaMiraflor). Apéndice: Nuevas aportaciones a la epigrafía de Dianium (Denia, Alacant)», en III Congrés d’Estudis de la Marina Alta, Alicante, pp. 76-77, fig. 3. ABASCAL, J. M. y RAMALLO, S. F. (1997): La ciudad de Carthago Nova: la documentación epigráfica. 2 vols. Murcia, pp. 204-205. ÁLVAREZ MARTÍNEZ, J. M. y NOGALES BASARRETE, T. (2003): Forum Coloniae Augustae Emeritae. «Templo de Diana». 2 vols. Mérida. BELTRÁN, F. (2001-2002): «Ivppiter Repulsor(ivs) y Ivppiter Solvtorivs: dos cultos provinciales de la Lusitania interior», Veleia, 18-19, 117-128 (= Die

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APÉNDICES TEMPLUM BÉTICA

14 En esta misma ciudad contamos con una inscripción de época republicana y sobre mosaico en la que se menciona un posible templum (o aedes), pero ante lo hipotético de la reconstrucción preferimos no incluirla en nuestro corpus. (Véase: J. Gómez Pallarès, Edición y comentario de las inscripciones sobre mosaico de Hispania. Inscripciones no cristianas, Roma, 1997, pp. 126-128, SE 1, lám. 51 con toda la bibliografía anterior).

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TARRACONENSE15

LUSITANIA16

En esta provincia no incluimos, por lo inseguro de la lectura, dos hipotéticas menciones de templa: A.- CIL II 2/14, fasc. 1, 11 de Valentia donde presumiblemente se alude a un templum restaurado en el s. I. B.- IRAlmería, n.o 31 de Baria (Villaricos, Almería) de problemática y difícil reconstrucción. 16 En los tres ejemplos el dedicante es el mismo: C. Cantius Modestinus. 15

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AEDES BÉTICA

TARRACONENSE

17 En este caso es la nieta y heredera la que hace la dedicatoria y culmina la actividad evergética de su gens: véase Rodríguez Neila y Melchor Gil, 2003: 229. 18 Sobre el significado de este vocablo vid. J. Scheid, Romulus et ses frères. Le collège des frères arvales, modèle du culte public dans la Rome des empereurs, Roma 1990, pp. 117-129. 19 Un tercer epígrafe de Ampurias ( IRC III, 72) roto en seis fragmentos –el último de ellos hallado en 1965 en el sector NO del foro–, corresponde a una placa de mármol del siglo I que, muy probablemente, informa de la construcción de otra aedes (de la que no se indica la divinidad a la que estaba dedicada) cuyo precio ascendió a unos 45.495 sestercios. Para todo lo relacionado con la correspondencia entre hallazgos epigráficos y restos arqueológicos vid. El fòrum.

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AEDICULA BÉTICA

LUSITANIA

FANUM LUSITANIA

EL AGUA SACRA Y SU VINCULACIÓN CON EL ORIGEN Y EL DESARROLLO URBANO DE UNA FUNDACIÓN ROMANA. EL SANTUARIO (¿ASKLEPEION?) DE VALENTIA (HISPANIA) Rosa Albiach Descals e Israel Espí Pérez* Albert Ribera i Lacomba**

Valentia se encontraba en medio de una llanura aluvial, a 3 km del mar y junto al río Turia. A lo largo de sus más de 2.100 años de existencia, tanto el núcleo urbano como el río y todo su entorno natural han experimentado continuos cambios, de manera que se ha modificado en gran medida la situación geomorfológica existente desde la fundación de la ciudad en el 138 a.C. Estos cambios han motivado que la primera ciudad se encuentre ahora por debajo de la actual, a 4 m de profundidad y que el mar haya retrocedido a 4 km del antiguo núcleo urbano romano, empujado por los aportes sedimentarios del río. Un fenómeno más reciente, muy acelerado en los últimos años, ha sido el rápido descenso del nivel freático. A principios de la década de los ochenta, en las excavaciones que por esa época empezaron a realizarse sistemáticamente en Valencia, el referido nivel freático solía aparecer entre los 3 y los 4 m de profundidad, lo que motivaba que las capas más profundas se presentaran siempre muy embarradas. El uso y el abuso del agua en la actual ciudad y su entorno ha provocado, en los últimos años, un considerable descenso de la capa freática, de tal manera que, en la actualidad, incluso cuando se procede a la excavación arqueológica de los numerosos pozos que se encuentran, desde la época romana, ya no se alcanzan las capas freáticas. Pero en época romana la situación sería muy distinta. Tanto en el entorno como en el subsuelo de la nueva ciudad, el agua debió ser un elemento omnipresente. El nuevo núcleo urbano estaba asentado sobre una pequeña elevación, tal vez una isla o península, rodeada por los canales fluviales del Turia (Carmona 1990 y 2002). La extensión y la forma ur* SIP. Diputació de Valencia. ** SIAM. Ajuntament de Valencia.

bana de la nueva fundación estarían muy condicionadas por la situación de estos lechos fluviales, que al tiempo que la delimitaban también la protegían (Ribera 1998). El devenir de la ciudad siempre estuvo muy vinculado al de su río, cuya evolución geomorfológica aún parece que ha de deparar no pocas sorpresas (Ruiz y Carmona, 1999). En este contexto, también habrá recordar la mayor extensión y cercanía del lago de l’Albufera (Carmona y Ruiz, 1999), por lo que el ambiente lacustre y los marjales se extenderían hasta los mismos pies de la ciudad (Ribera, 2002). Desde la época fundacional, y hasta hace muy pocos años, el principal sistema de abastecimiento de aguas en Valencia habían sido los pozos. De la etapa romana se conocen pocos: 4 en el periodo republicano (2 en la excavación de la calle Roc Chabás y otros 2 de l’Almoina), sólo uno en el imperial y 2 de la antigüedad tardía, ambos en l’Almoina. Para los tiempos medievales y modernos son numerosísimos y prácticamente no faltan en ninguna excavación. Hay que señalar que durante el Alto Imperio hubo abastecimiento por medio de un acueducto, conocido de siempre, junto al castellum aquae, por la epigrafía, y más recientemente documentado por la arqueología (Serrano, 2005). Un fenómeno detectado en algunos lugares de la ciudad, en el entorno cercano al núcleo romano, son los «ullals» o manantiales de agua, conocidos de hace tiempo en el registro arqueológico de la ciudad (Gómez Serrano 1933: 102 y 116) y que incluso se han encontrado en alguna excavación reciente por debajo de niveles constructivos de época islámica (Guerin, 1990). Junto a otras consideraciones, como las estratégicas o políticas, el entorno medio ambiental sobre el que, en el s. II a.C. se asentó la nueva ciudad romana, debió ser considerado el más propicio para instalarla allí.

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Tanto las posibilidades de protección y comunicación que ofrecía el entorno fluvial y lagunar, como la fácil disponibilidad de agua para el consumo humano, debieron pesar en la elección del lugar. Sólo en los últimos años se está empezando a disponer de información sobre la entidad e influencias que las afloraciones acuáticas tuvieron en el desarrollo urbano y en sus aplicaciones salutíferas y religiosas. Con anterioridad, sólo unas pocas inscripciones podían hacer pensar en algo. Es el caso de sendas dedicaciones a las ninfas (CIL II2, 14, 8), a las Hadas (CIL II2, 14, 3) y, por partida doble, a Asclepios (CIL II2, 14, 1 y 2). Las 3 últimas aparecieron muy cerca de las excavaciones de l’Almoina, en el centro de Valencia, donde estuvo el núcleo monumental romano. En este gran solar, totalmente excavado, de 2.500 m2, por la tipología edilicia de los hallazgos arqueológicos de época romana, se pueden apreciar dos partes bien diferenciadas, separadas por el cardo maximus, que corresponde al tramo urbano de la Via Herculea/Augusta. La occidental corresponde a una zona de edificios públicos, limítrofe con el foro. La oriental esta definida, desde la fundación de la ciudad a la época islámica, por construcciones directamente relacionadas con el agua, que se originarían por la presencia de afloraciones de agua, que son las que vamos a examinar, sin olvidar su relación con el entorno más inmediato. LA FASE REPUBLICANA (138-75 A.C.) Durante este periodo, la mayor parte de los edificios de la excavación de l’Almoina, ubicados entre el foro, al oeste, y la muralla, al este, se relacionan con el agua. Al oeste del cardo existían unas termas, que es uno de los casos más precoces que se conoce de esta clase de baños (Marín y Ribera 1999 y 2000). Al este de esta calle, frente a las termas, se extendía lo que llamaremos el santuario de las aguas, del que solo conocemos su parte occidental, en la que se encuentran una piscina y un pozo. El edificio mejor conservado de la ciudad republicana son esos baños públicos, erigidos unos pocos años después de la creación de Valentia en el 138 a.C. Este edificio termal es de planta rectangular orientado norte-sur, y con las tabernae administrativas u oficinas públicas, situadas al oeste, compartían una ínsula, entre el santuario hídrico y el foro. A las termas se accedía desde el cardo maximo, por su fachada oriental, donde había un pórtico de pilares de madera (Escrivà 2005). Termas semejantes sólo se han descubierto recientemente, y se puede decir que estos baños republica-

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nos de Valencia han permitido reconstruir el modelo arquitectónico inicial de esta clase de edificios, que se formaría a lo largo del s. II a.C. entre el sur del Lacio y la Campania (Nolla, 2000). El exponente más antiguo de lo que serán las termas romanas, se ha encontrado cerca del foro de la colonia latina de Fregellae. Su destrucción en 125 a.C., permite disponer de un claro tope cronológico (Tsiolitis, 2001). En Hispania sólo se conocen unas pocas termas que puedan tener la misma antigüedad, las de Cabrera de Mar, cerca de la ciudad romana de Iluro (Mataró) (Martín 2000) y las de la Cabañeta, cerca de Zaragoza (Ferreruela y Mínguez 2002). El área sacra vinculada al culto de las aguas está al este de las termas, al otro lado de la calle. Sólo conocemos dos elementos determinantes, un gran pozo y un estanque descubierto o lacus, para abluciones rituales, además de tramos de los muros perimetrales del norte y oeste. El muro de fachada del santuario, por su lado occidental, estaba hecho de un mampuesto de piedras calcáreas irregulares, de tamaño mediano, trabadas con mortero. Se conservaba una longitud de 12,20 m, un ancho de 60 cm y un alzado que no iba más allá de los 20 cm. Su cimentación era de piedras calcáreas irregulares, de tamaño mediano, trabadas con mortero. El tramo norte del muro fue expoliado y rellenado con materiales de finales del siglo I d.C. Adosada al ángulo noroeste de este muro perimetral se encontraba la piscina de planta rectangular, con su lado largo en dirección norte-sur y unas medidas exteriores de 6,88 x 4,94 m e interiores de 6,18 x 3,72 m, llegando a conservarse en una altura de 1,40 m, que es la original de esta construcción. Sus paramentos estaban hechos de un mampuesto de grandes piedras irregulares trabadas con mortero. La superficie interior estaba enlucida con una capa de cenizas y carbones, sobre la que se extendía un revestimiento de opus signinum de color rosado, semejante a la que aparece recubriendo el alveus de las termas. El acabado final de los muros por la parte superior era convexo. El área al sur de la piscina, entre ésta y el pozo, estaba subdividida en dos espacios por un paramento de mampuesto de piedras calcáreas pequeñas y medianas trabadas con tierra y arena que conservaba una longitud de 1,12 m y un ancho de 60 cm. El pozo, situado a 10 m al sur de la piscina, es de planta cuadrangular (1,82 x 1,54 m), conserva sus cuatro paredes, siendo la norte la que mantiene su mayor alzado (5,30 m), mientras la meridional fue parcialmente arrasada por una fosa del s. XV. Está construido con sillares de piedra caliza travertinica, de grandes dimensiones aunque de variada morfolo-

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gía pues los hay cuadrangulares y rectangulares (57 x 60 cm; 98 x 38 cm; 38 x 38 cm), trabados en seco con pequeñas lajas de piedra rellenando los intersticios. Esta estructura hidráulica estaría cubierta con una bóveda, a modo de gruta, para preservar impoluta el agua. Su acceso, dada la profundidad a la que ha sido constatado, se realizaría mediante una escalera. El resto del edificio se extendía hacia el este, donde se supone habría algún templo, pero la gran reforma del siglo I impide conocerlo. La gran calle, el cardo, que de fachada a fachada mide 8,90 m y que separa las termas del santuario, es el tramo urbano de la Vía Hercúlea, como indicaría existencia de una puerta a 150 m hacia el sur y otra hacia el norte (Ribera, 2003). Además, esta calle ha perdurado en el viario actual en toda su mitad norte, llegando al cauce del río, que era superado por un puente, que es el más antiguo que se conoce en la ciudad, documentado ya a inicios del s. XI (Guichard, 1981). Este eje viario, pues, de siempre ha sido importante, como indicaría también que en la época imperial estuviera jalonado por un sinfín de construcciones públicas, como ésta, el macellum y otros dos edificios más que han aparecido en l’Almoina, o las termas que se han encontrado un poco más hacia el norte (Calvo et alii, 1998). El decumanus, que delimita las termas y el santuario por el norte, también era una calle importante, el decumanus maximus, que comunicaba las puertas oriental y occidental y continuaba al otro lado del foro, tal como se ha comprobado para la etapa imperial y ha perdurado en el viario actual, la Calle Cavallers. En todo caso, el santuario republicano estaba muy bien comunicado, cerca del foro y junto a las principales vías de la ciudad. De hecho, la puerta oriental, la que llevaba al mar, se encontraría junto a la esquina nordeste del santuario y el lado oriental de éste debería estar al lado o sobre las murallas de esta parte. Esta aparente anómala ubicación de un santuario, junto a una puerta, no lo es tanto, aunque lo tópico sería su situación en la zona forense. Sin embargo, cuando, en el raro caso que la topografía de una ciudad romana se conoce bien, se observa que una normal localización de los templos y santuarios puede ser tanto junto a las puertas como pegados a la muralla. Así sucede en Falerii Novi, tal vez la única ciudad romana de la que disponemos una planta prácticamente completa, gracias a un intenso estudio con magnetómetro, donde, además de en el foro, se han identificado dos santuarios junto a sus puertas este y oeste y otros adosados a la muralla (Keay et alii, 2000). La existencia de santuarios vinculados a las aguas, en los centros monumentales de las ciudades romanas

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de la época republicana, a primera vista no parece un fenómeno muy frecuente. Pero el nivel de conocimiento que se tiene de este momento no es muy alto. No obstante, en Italia conocemos algunos casos. En la colonia latina de Paestum, justo al norte del foro, desde el s. III a.C. se extendía una amplia plaza con una gran piscina de 950 m2. Su función se ha relacionado con los ritos que, por las fuentes escritas, se sabía que tenían lugar en Roma, al pie del Aventino, cerca del Circo Máximo, en la zona del santuario de Venus Verticodia, donde existió también una gran piscina. La divinidad a la que se dedicaban estas ceremonias de culto, que precisaban de una piscina, debió ser la Fortuna Virilis. Su estatua y los mismos fieles se purificaban con el baño en agua de las fuentes que emergían del Aventino. Esta piscina de Roma subsistió hasta mediados del s. I a.C. La de Paestum se considera como un posible ejemplo de una de estas piscinas rituales, similares a las que las fuentes escritas mencionan en Roma para este culto. Además, junto a esta gran piscina de Paestum, había una zona termal y un gimnasio. En este caso tendríamos la asociación de una natatio, un ludus y un santuario de Venus. En la época imperial la zona se convirtió en el centro del culto imperial, enlazando el culto de Venus con el de sus descendientes los Julios (Greco y Theodorescu, 1987: 60-62. Torelli 1988: 74-85). Similar asociación se ve en el área del foro triangular de Pompeya, con la palestra samnítica y el templo Dórico, junto a los cuales, y, tal vez desde una etapa más antigua, pero en todo caso anterior a la colonia silana, había un pequeño tholos que albergaba un profundo pozo excavado en la lava que era objeto de veneración. Además, enfrente se encontraban también unas termas (Gros 1996: 424. De Vos y De Vos 1982: 62). En otras ciudades de Italia también se conocen piscinas de época republicana en pleno centro monumental, aunque, como sería el caso de la gran cisterna de Hatria, situada bajo la catedral y hecha de opus quadratum, se desconoce el resto de su entorno (Coarelli y La Regina 1984: 44-46), por lo que tal vez sólo sea un deposito de aguas pluviales más que un lugar de afloración de las mismas. Distinto es el caso de Glanum, al norte de Marsella, donde los orígenes urbanos se relacionan con las fuentes, que se monumentalizan y sacralizan ya en la etapa helenística y en donde encontramos los mejores referentes para el gran pozo de sillares de l’Almoina (Roth Congès 1992; Salviat 1990). Para la etapa republicana en Hispania cabe señalar el santuario de la Neapolis de Emporion, situado junto a la puerta meridional, en una ubicación urbanística similar a la de Valentia. Su origen parece remontarse al s. V a.C., cuando, alrededor de un pozo,

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se erigieron varios altares y un templo. En el s. II a.C. hubo una gran reforma, convirtiéndose en una plaza elevada con dos pequeños templos gemelos al oeste, un gran altar al sur, un pórtico al norte y una alargada cisterna al pie de los templos, en cuyo interior se encontró la famosa estatua atribuida a Asklepios. El antiguo pozo se conservó en el pronaos de uno de los templos. El agua de la gran cisterna vertía a la entrada de la ciudad, como dando la bienvenida con agua sacra a los que entraban a la ciudad. Otra construcción ligada a este complejo sería la también famosa cisterna con su filtro de 23 ánforas tubulares cartaginesas de la forma Maña D, situada unos pocos metros al norte. Su función, como la otra cisterna, sería la de permitir la purificación con agua, previa a la ceremonia de la incubatio. Estos conjuntos salutíferos, Asklepieia, solían incorporar la terapia termal, junto a la ayuda divina, además de dotarse de varias fuentes y depósitos de aguas. Pero no era sólo Asklepios el detentador del monopolio de las curas divinas asociadas a fuentes o emanaciones de agua, ya que dioses ancestrales, como Isis, o más recientes, del Egipto ptolemaico, como Serapis, también participaban de estas prácticas. El culto a estas divinidades salutíferas, además, podía coincidir en el mismo recinto, con la expansión de los cultos egipcios a partir del s. II a.C, ligados a la actividad comercial, como parece suceder en Emporion, gracias a la conjunción de datos arqueológicos, epigráficos y escultóricos, con lo que se trataría de un caso muy similar a otros lugares costeros del Mediterráneo (Ruiz de Arbulo, 1995). En la Carthagonova republicana también se han identificado estos cultos salutíferos relacionados con templos e instalaciones hidráulicas del cerro del Molinete, que se han puesto en relación con epígrafes de Isis, Serapis y Atargatis (Uroz, 2003). Como hemos visto, los datos que tenemos para Valentia no son muchos, pero el conjunto, tal vez no diferiría, siempre a la escala local, del de estos lugares. Aunque sólo se dispone de la piscina de 19 m2, del pozo de sillares de opus quadratum y de las termas, hay que recordar que de este santuario solo conocemos su parte occidental, que tal vez solo represente el 25% del total, por lo que, hacia el este, habría espacio más que suficiente para edificios e instalaciones de cualquier clase. LA EVOLUCIÓN DEL CONJUNTO ARQUITECTÓNICO (SIGLO I A.C. – I D.C.) Tal como citan varios historiadores antiguos y ha sido corroborado y constatado reiteradamente por los

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hallazgos arqueológicos (Ribera y Calvo, 1995) y numismáticos (Ripollès, 2005), Valentia fue destruida por Pompeyo en el 75 a.C., siendo ésta una de las mejores y más claras muestras de conexión entre las fuentes históricas y arqueológicas, si bien en cada área de la ciudad los efectos de la destrucción se manifestaron de manera diversa. La mayor parte de los edificios, tanto de carácter público como privado, aparecen destruidos y cubiertos de escombros a partir de la década de los 80-70 a.C., tras la cual la ciudad permaneció abandonada y cubierta de ruinas durante un lapso de tiempo considerable. Sin embargo, el paso de la Vía Herculea haría que siempre fuera una lugar frecuentado y que su nombre no cayera en el olvido. Aunque la ciudad fue gravemente destruida, algunos elementos pudieron quedar indemnes. Este sería el caso del santuario, que sería respetado, tal como indica la evidencia arqueológica. La amortización de su pozo indica una etapa posterior. De hecho, su agua sería utilizada por una pequeña alfarería instalada a mediados del s. I a.C. sobre las termas semiderruidas. Pero la existencia de este tipo de industria artesanal en lo que fue el pleno centro urbano parece demostrar que en este período no existía aún ninguna ciudad (Ribera y Marín, 2005). Sólo a finales del siglo I a.C. se puede asegurar que Valentia empezó a ser poblada de nuevo, acondicionando toscamente los nuevos pobladores los antiguos edificios públicos de época republicana. En este contexto urbano se debe entender la amortización del pozo perteneciente al santuario de culto acuático, cuya colmatación de 5 m de potencia ha proporcionado un conjunto cerámico muy rico, variado y cronológicamente homogéneo, que claramente indica que fue llevado a cabo de una sola vez, en un momento indeterminado entre los años 5 a.C. y 5 d.C., cuando fue rellenado con lo que debieron ser las ofrendas de vasijas y alimentos relacionadas con celebraciones rituales de los nuevos pobladores. En este singular depósito se han individualizado 677 piezas, muchas en buen estado de conservación. El conjunto se componía de 90 recipientes de sigillata aretina, 111 vasos de paredes finas, 22 lucernas, 33 ánforas, 78 recipientes de cerámica ibérica, 211 de cerámica común: en su mayoría jarras, 39 cazuelas de cerámica común importada y 77 de común de cocina: ollas, jarras, tapaderas y patinas. Este conjunto ofrecía un variado servicio de mesa, sobre todo copas, platos y vasos para beber, entre los que hay algunos cálices y vasos de libaciones en diversas producciones (sigillata aretina, paredes finas o cerámica ibérica), así como una abundantes jarras, probablemente relacionadas con el escanciado de líquidos, y numerosos contenedores, tanto de vino (Dr. 2-4,

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Oberaden 74, Hal. 70) como de garum o salazones (Dr. 7, 8, 7-11, 12). El sedimento de colmatación del pozo estaba compuesto por sucesivas capas de carbones y tierra cenicienta que, además de este heterogéneo conjunto cerámico, ofrecía una buena representación de restos faunísticos, entre los que predominaban las especies domésticas sobre las silvestres, con una evidente preferencia del cerdo sobre todas ellas. A su vez el hacha de hierro recuperada en los estratos iniciales de la colmatación, junto a esta abundancia de cerdos y una lucerna que representa el sacrificio de un suido, indican el carácter intencionado del depósito (Albiach et alii, 1998). No se puede precisar si el pozo quedó totalmente rellenado en este momento, ya que su parte superior estaba muy alterada por niveles medievales y de la antigüedad tardía. En todo caso es interesante destacar que, cuando a fines del siglo I d.C., se construyó sobre este lugar un gran ninfeo, no sólo se respetó la gran cisterna del área sacra acuática, en recuerdo de una primigenia función religiosa, sino que éste hizo coincidir su línea de fachada meridional con la pared norte del pozo. La presencia de edificios públicos relacionados con fuentes y pozos es algo frecuente en el interior de muchas ciudades y en muchas su mismo origen estaba relacionado con estos pozos o nacimientos de agua, que solían ser objeto de especial veneración. En nuestro caso nos quedaría la duda sobre si el objeto de la ofrenda fue venerar las aguas del lugar o un acto propiciatorio iniciático de los nuevos pobladores, ya que estos ritos inaugurales están ampliamente documentados en la fundación de la primitiva Valentia republicana (Marín y Ribera 2002; Ribera 1995), o si por ende estos ágapes se celebraron por ambas cosas a la vez. El resto del santuario acuático perduraría en su uso durante el siglo I d.C., hasta la construcción del ninfeo, entre finales del siglo I o inicios del II d.C. Se conoce muy mal la disposición del edificio en esta época previa a la construcción del ninfeo, en la que se mantendrían elementos más antiguos, como la piscina y, tal vez, el pozo, y se añadirían otros nuevos, como algunos muros enlucidos con signinum, bastante mal conservados, que se asocian con pavimentos de mortero de cal, que se han detectado al nordeste y sudoeste de la piscina. La construcción del ninfeo significó la anulación de estas dependencias a fines del s. I d.C. o inicios del s. II d.C., ya que en estos rellenos se encontró sigillata hispánica y sudgálica. Pero esta nueva fase, que anuló y dejó fuera de la vista a las construcciones de la etapa republicana,

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no se hizo arrasándolas sino que éstas fueron bastante respetadas. El buen estado de conservación de la piscina se debe a que fue cubierta por el pavimento de la época Flavio, que se apoya directamente sobre su parte superior. El gran depósito de agua del periodo imperial se asienta directamente sobre el piso de la piscina, aunque tuvo que arrasar su muro meridional. Esta continuidad arqueológica entre el santuario republicano y el denominado ninfeo posterior, la única registrada en Valentia, implicaría también la perduración de la misma función cultica, ligada a emanaciones de aguas. Llegados a fines del s. I d.C., podemos recurrir a otro tipo de datos de ese momento, los epigráficos. No debe ser casual ni ajeno a este edificio, que cerca de él hayan aparecido dos inscripciones dedicadas a Asclepios. Una (CIL II2, 14, 1), en cumplimiento de un voto, se encontró muy cerca de lo que sería su fachada sur en época imperial, y la otra (CIL II2, 14,2), un pedestal, apareció a 50 metros al oeste. Habría elementos, pues, para proponer que este conjunto fuera, al menos, una Asklepeion desde sus orígenes y perdurara como tal. El registro epigráfico de Valentia relacionado con otros cultos acuáticos y salutíferos no acaba aquí. Una dedicación (CIL II2, 14, 8), también un exvoto, dedicada a las ninfas, se encontró bastante más lejos, a 350 m al sur, junto a un antiguo brazo del río. De muy cerca de nuestro edificio, junto a su fachada sur, es otro exvoto dedicado a las Hadas, Fatis (¿¿Hados??) (CIL II2, 14, 3). Del interior de la basílica, a 40 m. al oeste, pero de un nivel tardoantiguo, es una dedicatoria a la Fortuna, deidad que también se relaciona con cultos salutíferos, santuarios y termas (Uroz, 2003). Mucho más alejadas son otras dedicatorias a Serapis (CIL II2, 14, 9) e Isis (CIL II2, 14, 6). La realidad epigráfica, en todo caso, nos habla de una amplia aceptación de las tradicionales divinidades curativas, que, por nuestra parte, sería imperdonable que no asociáramos al gran complejo arquitectónico que se levantó en el lado oriental de las excavaciones de l’Almoina, al este de la Vía Herculea/Augusta y que, como tal, estuvo en funcionamiento durante cuatro siglos. LA ÉPOCA IMPERIAL (SIGLOS I-III D.C.) Un gran edificio, que se ha venido llamando ninfeo, se levantó sobre el santuario, ampliando su extensión hacia el oeste, ganando espacio al cardo, del que ocuparía su acera oriental, y también hacia el norte, invadiendo lo que sería la acera meridional del decumanus maximus. Debió esta dividido en dos partes. De su mitad norte conocemos su longitud total

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norte-sur, de 20,77 m, pero sólo 12,20 m de su anchura. Los muros perimetrales por el norte, sur y oeste fueron localizados, pero el límite este quedaba fuera del solar. Se construyeron sobre una potente y sólida cimentación de piedras irregulares trabadas con mortero. Su alzado sólo se conoce en unos pequeños tramos de la parte norte, pero suficiente para reconocer la técnica de opus vittatum, con sillares medianos de piedra caliza trabados con mortero. Su ancho es de 0,65 m. En la zona norte, por detrás del muro de fachada, se encontraba una fuente de planta rectangular, que constaría de dos cuerpos simétricos, de los cuales se ha conservado el occidental. En la zona central estaba el espacio para ubicar el surtidor. Se construyó con un mampuesto de piedras irregulares trabadas con mortero y un revestimiento de opus caementicium. Sus medidas totales serían de 6,70 x 3,46 m y las conservadas de 5 x 3,10 m. Estas fuentes tienen una muesca en la parte media de su lado este para encajar algún tipo de pilastrilla, relacionada con el abastecimiento de agua, de la que tal vez surgía un caño o una estatua con caño. Están revestidas de opus signinum y una moldura semicircular une pared y pavimento. En el centro del complejo estaba el depósito, una sólida construcción de piedras irregulares trabadas con mortero y con un revestimiento interior de una gruesa capa de opus caementicium, que en total formaba una pared de 90 cm de espesor. Las medidas conservadas de su perímetro son de 7,7 m por su lado occidental, el único conocido en su totalidad, por 2,10 m al norte. El pavimento que cubría el interior del edificio se hizo con losetas cerámicas romboidales de 5,5 x 5,5 x 2,8 cm y en él se apreciaba una clara pendiente de desagüe hacia el noroeste, siguiendo la topografía natural. Si fuera un clásico ninfeo, sobre la zona meridional de su mitad norte, se extendería la fachada escenográfica, de la que sólo se conoce un pequeño tramo de muro en su extremo occidental. El resto se encuentra debajo de construcciones de la época islámica. En la actualidad, pues, apenas persisten vestigios parciales de lo que fue la monumental construcción, ya que el frente escénico que se desarrollaría en el flanco sur, con nichos profusamente decorados, a modo de grutas, con estalagmitas de alabastro y estatuas alegóricas, ha desaparecido. Numerosos fragmentos y placas del recubrimiento de mármol, de la decoración original del edificio aparecieron en un vertedero muy próximo de cronología tardoantigua, donde también se recuperó la mitad de una pila tallada en un bloque de mármol local, con decoración

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floral en el borde interno y doble moldura en la parte inferior externa. Esta fuente se situaría en la parte delantera del frente escénico, como se ha reconocido en otros ejemplos y alimentaría la alberca central y su agua fluiría constantemente por diversos caños instalados en su fachada norte, sobre el decumanus maximus. El agua que surgía de los caños era recogida en una pileta estrecha y alargada, que aunque no se haya conservado es un elemento habitual en estos tipos de edificios. Esta es la única zona donde la gente tenía acceso a la distribución del agua que proporcionaba esta fuente monumental. Recientes excavaciones (2005), al sur de este complejo, que se había considerado un ninfeo, han sacado a la luz un espacio contiguo meridional que, o era otro edificio, también relacionado con el agua, separado por un potente cimiento de opus caementicium, o formaba parte del mismo complejo que, en este caso, abarcaría un espacio aproximado de 45 m de largo por 25 de ancho. Pero sólo se conoce la esquina nordoccidental de una estructura hidráulica porticada de entidad, de planta cuadrangular o rectangular. Sus muros, en bastantes tramos conservados íntegramente, eran de mampuesto irregular con traba de mortero de arena, gravas y cal, posteriormente recubiertos con un enlucido de opus signinum. En su base era un muro perfectamente liso y vertical, de 96 cm de anchura, pero en su parte superior, y hacia el interior, presentaba una de sección escalonada. Sobre el tramo superior, de una anchura en torno a 68 cm, se apoyaban las columnas que conformarían su porticado. A través de una moldura de media caña, seguía un segundo escalón abierto al interior de la piscina, a modo de asiento, de una anchura aproximada de 0,20 m. La unión del fondo, que se encontraba a una profundidad total de 1,55 m, con las paredes interiores de los muros que lo limitaban se volvió a resolver mediante una moldura de media caña de opus signinum. Por los escasos restos de pintura rojiza sobre sus paredes, estaría pintada, como es habitual en esta clase de construcciones acuáticas. Se piensa en una piscina porticada por el hallazgo de una base de columna situada en su ángulo nordoccidental, aunque es un capitel toscano del s. I d.C. reutilizado,1 colocado de manera invertida y cubierto de signinum. Nuevamente la unión de este elemento arquitectónico con el resto de la estructura se hacía a partir de una moldura de media caña de opus signinum. A 1,15 m de esta columna, hacia el este, había una impronta de tierra compactada con puntos de cal indicando el lugar donde se alzaría otra 1 Agradecemos a Isabel Escrivá y José Luis Jiménez en la identificación de este elemento arquitectónico.

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de las columnas del porticado. Piscinas porticadas al aire libre se encuentran en ninfeos y termas, como en Leptis Magna (De Vita-Evrad, 1999: 88). Al norte de esta estructura hidráulica se extendía un área pavimentada, que sólo se ha conservado en un reducido espacio de 0,90 m2, de losetas cerámicas romboidales (6 x 3 cm) dispuestas en espiga, muy afectada por estructuras islámicas. Entre la superficie de este pavimento y la parte superior de la piscina había una diferencia de 23 cm, que se superaba con un escalón para acceder al interior de la piscina A esta parte del edificio pertenecería el muro de opus vittatum, paralelo a la Vía Augusta, situado bajo las paredes del baptisterio, que formaría parte de su perímetro occidental. También es probable que el antiguo pozo republicano aun estuviera visible e integrado en todo el conjunto, al menos en su mitad meridional. El descubrimiento de esta piscina monumental, situada al sur del considerado ninfeo, obliga a replantear la interpretación del mismo, que ahora, con estos nuevos datos, pecaba de un exceso de minimalismo. Con esta nueva información, hay que imaginar que el edificio ocuparía doble espacio que el inicialmente previsto (Marín, Pià y Rosselló, 1999), ya que la nueva piscina porticada debió ser el centro de la mitad meridional de todo este gran conjunto, que vería así doblada su extensión, abarcando una insula alargada (44 x 24 m) paralela al cardo maximus. Este gran edificio hidráulico se enmarca con otros semejantes, cercanos a los foros, que van apareciendo a lo largo de la geografía hispana, como los de Valeria (Fuentes, 1993) o Baelo Claudia (Ponsich, 1974). Aunque provisionalmente nos decantemos por asociar los nuevos hallazgos con el ninfeo, cabe la posibilidad de otra interpretación, como sería que este nuevo conjunto formara parte de un edificio distinto, también relacionado con el agua y que se abriría hacia el sur. La existencia del potente cimiento, que divide de oeste a este esta insula alargada y que, anteriormente, sirvió para fijar el límite meridional del ninfeo y situar aquí su fachada escenográfica, incidiría en esta opción, que contempla, pues, dos edificios distintos en esta misma insula. Esta característica no es precisamente anómala, porque también la encontramos al oeste, con el macellum y el collegium y, tal vez, en el conjunto edilicio situado al norte del macellum, donde también pudo haber dos unidades constructivas anexas. En época republicana sucedió lo mismo con las termas y las tabernae. Esta nueva zona, presidida por la piscina porticada en el centro, también estaría evidentemente vinculada con el agua, por lo que podría tratarse de una gran fuente monumental, de otro ninfeo, más o menos si-

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métrico al septentrional, o, incluso, vista la evidencia epigráfica, continuaría la función cultual de la etapa republicana, ¿Asclepios?, que ahora se llevaría a cabo en esta nueva piscina, una vez cubierta la de la fase anterior. Lo que sí parece bastante descartable, por obvias cuestiones de espacio, es su relación con algún conjunto termal, ya que las reducidas dimensiones de la media insula meridional y de las buenas medidas de la piscina, no dejan apenas lugar para muchas más instalaciones. Si para la etapa republicana había algunas dudas sobre la posición urbanística de esta zona sacra, en este periodo los datos son más concluyentes. Conocemos bastante bien su entorno. Este edificio seguiría enmarcado hacia el norte y oeste por las dos calles más importantes de la ciudad. Al norte, el decumanus maximus llevaba a la entrada del foro, al oeste, mientras que hacia el este se dirigía al circo (Ribera 1998b), estando a mitad camino de ambos conjuntos edilicios. El gran ninfeo de Leptis Magna también se encontraba en medio de una importante encrucijada viaria de la ciudad (Di Vita-Evrad, 1999), acorde con la relevancia urbana de estos edificios en plena época imperial. Al otro lado del decumanus, al norte, se extendía una amplia zona enlosada, seguramente una gran plaza, desde la cual se tendría una inmejorable vista frontal del conjunto edilicio. No en balde, la concepción de este edificio acuático, situado, además, en una posición un poco más elevada, debió estar coordinada con la existencia de esta plaza, sobre la cual, y sobre la Vía Augusta, que discurría junto el lado occidental de la plaza, se dirigió su contenido escenográfico y, tal vez, ritual. Es a partir de época Antonina cuando estos edificios acuáticos se empezaron a dotar de un mayor contenido decorativo y monumental (Gros 1996: 423). Una placa de mármol con una inscripción dedicada a Antonino Pío (CIL II2, 14, 93a) apareció destrozada sobre el decumanus maximus, frente al muro norte del supuesto ninfeo, en un nivel de destrucción de la época tardoantigua. Esta placa pudo estar colocada en este edificio hidráulico. Las aguas que descendían del edificio hacia esta plaza, también es posible que discurrieran por ésta hacia el norte. En esta dirección no debe ser casual la existencia de unas termas (Calvo et alii, 1998), también junto a la Vía, que pudieran ser las receptoras últimas de esta agua que venían de la zona un poco más elevada. Un problema aún no resuelto es la procedencia de estas aguas. Se pueden suponer dos opciones, sin que ambas sean excluyentes. La primera sería suponer un aprovisionamiento por pozos, como el que había en la etapa republicana, aunque ahora no disponemos de

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su evidencia material para este periodo, aunque si existe para el macellum, situado el oeste, al otro lado de la vía. La otra posibilidad sí que se basa en la evidencia material, como la que nos da la existencia de un castellum aquae sobre la Porta Sucronensis, la meridional, recogida por una inscripción (CIL II2, 14, 33 y 34), que también menciona el acueducto que llevaba el agua a ese depósito. Además, también se ha constatado la existencia de este acueducto, que viene desde el oeste, cuyo trazado ya se puede seguir por algunos km, aunque permanece la duda de su tramo final con la ciudad, hasta enlazar con el castellum aquae (Serrano, 2005). La ubicación de este castellum aquae en la puerta meridional, significa que estaría sólo a unos 100 m al sur del edificio y a una cota más alta que éste, por lo que el discurrir natural de las aguas sería bastante sencillo. Sin embargo, no se conoce información para suponer como se podría efectuar el supuesto enlace con el castellum. EL FINAL DEL EDIFICIO (SIGLOS IV-XI) En un momento indeterminado del s. IV, el ninfeo vio reformas en su estructura, ya que un nuevo pavimento de losetas romboidales de cerámica, muy parecido al inicial de la época flavia, cubrió toda su superficie. La aparición, en un relleno que colmata la trinchera del expolio que sufrieron las piedras de los muros de este edificio a fines del s. V, de un fragmento de sigillata hispánica tardía, de los siglos IVV, con un grafito en el que se puede leer una especie de dedicatoria al dios de las aguas (Pascual et alii, 1997), testimonia también el mantenimiento del uso original de este edificio hidráulico y, al tiempo, la perduración de los cultos paganos. El santuario, al igual que sucede en algún otro edificio romano, como la curia, no se cubrió de sedimentos hasta una época avanzada del periodo islámico, de lo que se podría deducir que estuvo despejado, y en uso, hasta esas fechas. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del s. V, se pueden señalar indicios que hablan de profundos cambios en su estructura, pero que, al mismo tiempo, parecen demostrar su perduración, aunque con algún indudable cambio funcional. El indicio más evidente es el expolio sistemático del muro perimetral del ninfeo, cuyo lado occidental fue totalmente desprovisto de sus piedras. Este trabajo se llevó a cabo a partir de la segunda mitad del s. V, como señalan los numerosos materiales cerámicos, que se recuperaron en el relleno de la larga trinchera de expoliación (Pascual et alii 1997) que se formó cuando las piedras fueron robadas.

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Los primeros deterioros pudieron venir de la destrucción que afectó a la ciudad en las primeras décadas del s. V (Ribera y Rosselló, 1999 y en prensa). Paradójicamente, fue más afectado por el momento constructivo que se inició en esta zona a partir de fines del s. V o de inicios del s. VI, que está directamente relacionado con la erección o ampliación del grupo episcopal. La catedral del s. VI se levantó a unos 12 metros, al sur y sudoeste de la antigua zona acuática. Al otro lado de la Vía, frente el muro occidental del ninfeo, a partir de mediados o de fines del s. VI, apareció un gran cementerio. Esta gran proximidad a la zona episcopal sugiere claramente, pues, que el antiguo ninfeo, reconvertido a otra función, debió estar integrado dentro del conjunto episcopal, aunque no tenemos datos directos sobre su posible utilidad. Pero sí que los hay, aunque muy escasos, sobre modificaciones menores de su estructura general. Sería el caso del muro de mampostería irregular que, por esta época, se levantó sobre la trinchera de expolio en su lado occidental, y que volvió a delimitar el espacio del edificio. También se ha detectado otro muro de opus caementicium que cruza de este a oeste la zona central. Estos muros, por su ubicación estratigráfica serían posteriores al pavimento del s. IV y al relleno del expolio y anteriores a los rellenos de la época islámica, por lo que se podrían datar entre los s. V y VII. Es clara la perduración de la piscina porticada en la etapa tardoantigua, ya que los rellenos que la cubren se remontan al s. XI, con lo que se uniría a la perduración hasta ese mismo momento de las restantes construcciones hidráulicas de la etapa visigoda, caso de un gran pozo y una noria (Ribera y Rosselló, 2000). La aparición de una tumba de tegulas junto al lado oeste de la piscina porticada indicaría la perduración de la sacralización, ahora cristiana, de este edificio. No se conoce la evolución del depósito central de la parte norte, al estar totalmente cubierto por una gran alberca del periodo islámico, lo que ha impedido comprobar la existencia de posibles reformas en la larga etapa tardoantigua, aunque la superposición directa de estas estructuras islámicas estaría más a favor de su perduración, como el resto del conjunto. El último episodio constructivo que se ha detectado tuvo lugar en un momento indeterminado, posterior al s. IV. Son una serie de agujeros de poste que se abrieron sobre el piso de ladrillos romboidales y que denotan la ocupación de este espacio, en un principio concebido para permanecer al descubierto y cubierto por agua y que en ese momento se debió ocupar por construcciones ligneas, tal vez pequeñas cabañas o simples tenderetes. Su datación es muy problemática, en todo caso entre los siglos IV y X.

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Parecería más lógico suponer su desconexión con los muros tardoantiguos, que más bien tenderían a mantener el perímetro del espacio original y a subdividirlo por el interior. A modo de hipótesis, y visto que hacia el s. X, al oeste, ha aparecido una amplia zona comercial y artesanal (Martí y Pascual, 2000) y a que, curiosamente, sobre el espacio ocupado por este edificio romano no hay ningún vestigio de esta fase, ampliamente documentada en el resto de la excavación, podríamos sugerir que estas construcciones de madera pudieron funcionar coetáneamente con el barrio comercial del s. X. Tal vez pudiera formar parte de un pequeño mercado, en el centro del cual aún se encontraría el depósito de aguas, que se pudo usar en este caso para las necesidades del mercado. Ante la falta de información cronológica más precisa, este esquema de funcionamiento también se podría aplicar a la fase tardoantigua, para la que disponemos de fenómenos semejantes de ocupación de espacios abiertos, normalmente las plazas de los foros, que se supone se cubrieron de cabañas, como en Luni (WardPerkins 1981) o se convirtieron en mercados, como en Caesarea de Mauritania (Potter, 1995). Siguiendo con el agua, para esta misma época, el s. X, el hallazgo más destacado ha sido una gran y monumental canalización, acueducto o cloaca, que desde el oeste atraviesa todo el solar de l’Almoina hasta llegar a la parte central del antiguo santuario romano, por lo que podría muy bien haber abastecido al antiguo depósito romano, si éste no obtenía su suministro directamente del subsuelo de la zona. Concluyendo la dilatada evolución de esta zona de Valencia, tan relacionada de siempre con el agua, solo nos restaría señalar que en el s. XI, sobre ella se construyeron una serie de edificios que formaban parte del Alcázar de la ciudad, que fue el conjunto palatino de los reyes y gobernadores árabes de Valencia. No deja de ser significativo que justo sobre el antiguo depósito se levantó una gran alberca, rodeada por canales y andenes, que recibiría el agua a través de éstos, a los que llegaba desde una gran noria, la más grande que se conoce en la ciudad, que fue construida precisamente al mismo lado del antiguo pozo republicano, que es el de mayor tamaño y monumentalidad de todos los que se han encontrado en Valencia. BIBLIOGRAFÍA ALBIACH, R.; MARÍN, C.; PASCUAL, G.; PIÀ, J.; RIBERA, A.; ROSSELLÓ, M. y SANCHÍS, A. (1998): «La cerámica de época de Augusto procedente del relleno de un pozo de Valentia (Hispania Tarraco-

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Fig. 1. Valentia en la época republicana.

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Fig. 2. Vista de l’Almoina desde el norte, con el santuario (a la derecha) y las termas (a la izquierda).

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Fig. 3. Vista de l’Almoina desde el oeste, con la piscina del santuario republicano y el depósito y pavimento de la fase imperial.

Fig. 4. La fase republicana (100 a.C.) de la excavación de l’Almoina.

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Fig. 5. Sección y planta del pozo de sillares.

Fig. 6. El pozo de sillares desde el norte.

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Fig. 7. La piscina del santuario.

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Fig. 8. Sección de la piscina republicana y del depósito imperial.

Fig. 9. Reconstrucción infográfica de la zona de las termas y el santuario republicano.

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Fig. 10. Superposición de pavimentos: el inferior (I d.C.), el intermedio (6869) de fines del s. I d.C. y el superior (6056) del s. IV.

Fig. 11. Valentia en la época imperial (100 d.C.).

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Fig. 12. La fase imperial (100 d.C.) de la excavación de l’Almoina.

Fig. 13. Reconstrucción hipotética del gran complejo de la época imperial.

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Fig. 14. Vista aérea de la piscina porticada.

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Fig. 15. Piso del s.

IV.

Fig. 16. Trinchera de expolio del muro occidental del ninfeo.

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MESA REDONDA 4 de noviembre de 2005 (tarde, 18:30 h.)

Pierre Gros (Universidad de Provence) «Non voglio parlare del mio intervento perchè ho parlato potrei soltanto finire ciò che non ho potuto dire. Ogni volta che ci troviamo qui o in un´altro posto della Spagna per lavorare insieme con i colleghi spagnoli ciò che mi colpisce è la vitalitá e la novitá di tutto ciò che esce dalla terra. La Spagna archeologica di questi ultimi anni il laboratorio di riflessione sulla città antica più importante. Questo suscita un acerrimo dibattito, si sviluppa tutta un´architettura urbana e sacra che non trova elementi veramente paragonabili alle altre.» Manuel Bendala (Universidad Autónoma de Madrid) «Quisiera decir que las palabras del profesor Gros resultan muy animadoras en el sentido de sentir no como un elogio sino como la realidad de la comprobación de un mundo vivo que en la Península Ibérica resulta muy acentuado acerca del estudio de la ciudad, del estudio de su realidad en general. Simplemente subrayar que acaso el ofrecimiento para el debate, algo que decía el profesor Coarelli, es la visión cada vez más próxima de una realidad de la ciudad como proyección sobre un paisaje natural, de un paisaje renovado, antropizado, profundamente ideologizado, en el que por supuesto la presencia de lo religioso o de la religión mejor dicho y su función social, económica, política, etc. le otorga un papel sin duda relevante. Podríamos ver, según se han mostrado ejemplos de ciudades hispanoromanas y de otras que del norte de Hispania, del norte de África, de otros lugares… , cómo hay casos en los que la organización de ese paisaje construido, de ese paisaje antrópico resulta de una clara traslación de modelos romanos que son los que en definitiva van a ir siendo triunfantes en un proceso evidente de romanización. Hay ciudades como Mérida u otras que no sólo se convierten en un simulacra Romae sino que a veces, por las novedades que aporta, está permitiendo comprobar incluso algunos detalles perdidos de cómo era la metrópolis originaria y por otra parte ciudades en las que se ve muy bien un fenómeno que también nos está

interesando mucho siempre y últimamente que es el «hibridismo», en el que hay realidades a veces muy evidentes, a veces no tanto, que resultan de la fusión, de la convivencia de ritos, de planteamientos religiosos o de religiones, que era lo que nos interesaba en este caso, que enlazan a veces alguna ciudad con lo que yo mismo comentaba antes, o en otros casos otros intervinientes, de una etnicidad activa que la ciudad recrea de una manera muy acusada. Incluso como hipótesis de trabajo, estamos siempre planteándonos la posibilidad de notar cómo en el campo de la vivencia de la religión y de lo que significa, y en otros parecidos, el mundo funerario, el mundo menos perceptible de las costumbres, las formas de vida, de comidas, etc. que son tan importantes, determinan esa realidad de lo que llamaríamos una etnicidad activa en el marco de la ciudad, que se convierte también desde el punto de vista conceptual y metodológico en una forma muy creativa a la hora de crear hipótesis, de desarrollar hipótesis de trabajo para entender eso que llamamos en una palabra la ciudad.» José Luís Jiménez Salvador (Universidad de Valencia) «Ante todo agradecer a los organizadores de este cuarto simposio internacional de arqueología la deferencia de haberme permitido asistir a esta reunión tan interesante y además con verdaderas personalidades, máximas autoridades en la materia. El hecho de estar aquí y compartir una mesa por ejemplo con el profesor Pierre Gros es algo que nos llena siempre de un orgullo especial, el estar aprendiendo continuamente con una disponibilidad para facilitar una información como una moneda de la neocoria de Nodikea que no conocíamos y que inmediatamente ha puesto a nuestra disposición, algo que es digno de agradecer, esa humildad del que más sabe. Causa una cierta prevención hablar del papel de la arquitectura religiosa en la jerarquización de los espacios urbanos en un medio como el de las provincias hispanas, que no hay que olvidar que fue uno de los últimos reductos en pacificarse y que eso debió tener un peso importantísimo en lo que es el soporte

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Santuarios, oppida y ciudades

ideológico del principado de Augusto. La propia presencia física de Augusto durante dos ocasiones en Tarraco debió tener un reflejo que por desgracia la arqueología es muy parca por el momento para mostrar, no así como pueden ser las fuentes literarias o las fuentes numismáticas. Se abre un pequeño rayo de esperanza cuando nos encontramos con unos restos arquitectónicos tan importantes como los que han estudiado recientemente Patrizio Pensabene y Ricardo Mar en la zona alta de la ciudad, con esa secuencia de dos frisos arquitectónicos monumentales de un gran módulo, de una construcción muy aparatosa y que bajo mi modesta opinión van a marcar una posible vía de ordenación de toda esta avalancha de datos que afortunadamente está proporcionando la investigación arqueológica en España en los últimos veinticinco o treinta años. Bastaría comparar las plantas de las ciudades que se publicaron en el simposio de ciudades augusteas en el año 1976 y las plantas de ciudades que hoy podemos disponer y la prueba más evidente de este cúmulo, de este volumen ingente de información, la ha proporcionado el relator de las comunicaciones que así como el que no quiere la cosa, ha desgranado toda una serie de novedades que inmediatamente tendremos que procesar. Ayer lo estabamos comentando en una especie de «mesa redonda» con cubiertos, que ahora mismo la información arqueológica disponible, lo que son las evidencias materiales y la publicación inmediata están desbordándonos en todos los aspectos y llega un momento en que es difícil disponer en todo momento de esa información. Aquí se ha presentado lo que es el resultado de una investigación que creo que va a tener una repercusión muy significativa para esa ordenación de los espacios públicos en las ciudades de las provincias hispanas como es el santuario o el conjunto de culto imperial-provincial. Yo quisiera destacar el modelo arquitectónico adoptado que no es ni más ni menos que un cuadripórtico, en el que el elemento principal de la composición es el templo, y que remite inequívocamente a lo que se está produciendo en ese momento en Roma con los foros imperiales. El hecho de que se haya podido identificar el templo como una réplica diríamos del templo de la Concordia de Roma, con una implicación de en este caso muy probable de un gobernador de Lusitania como es Fulcinius Trio, como pone en evidencia Stylow en la parte correspondiente de su trabajo en esta publicación, como la persona que ha podido influir a la hora de escoger ese modelo. Es un modelo metropolitano que se incorpora a las referencias que para el caso de Colonia Patricia Carlos Márquez ya tendrá ocasión me imagino de extenderse, pues lo ha podido identificar con una minuciosidad y con una pre-

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cisión casi milimétrica. Esas referencias a Marx Ultor en ese espacio, y por lo tanto estamos en el caso de Émerita Augusta ante un recinto, un cuadripórtico en el que el templo domina esa composición con esa entrada monumental que dejaría ya entrever la imagen majestuosa del templo como más o menos sería la imagen de culto entre el intercolumnio central y recordaríamos ese famoso relato de Julio César recibiendo a los senadores en su templo. Por lo tanto estamos ante un componente cargado de una fuerte ideología y con una repercusión urbanística, porque no olvidemos que estamos hablando de una amortización de unas viviendas, de una amortización nada menos que del cardo máximo y eso desde luego significa algo muy importante y como dice el propio Stylow lo más importante que se puede estar realizando en época de Tiberio es asistir a lo que es el comienzo, el embrión del culto a Divus Augustus. Ese fragmento, esos fragmentos que han aparecido en Tarraco y que han permitido una línea de interpretación muy sugerente por parte de Ricardo Mar creo que benefician en gran medida lo que estamos comentando para el caso de Augusta Emerita porque la imagen que ha incluido Ricardo Mar en la publicación de simulacra Romae nos muestra un edificio religioso bajo la actual catedral integrado en una especie de temenos del que se conserva una trinchera de cincuenta metros de longitud y esa trinchera no corresponde como se pensaba generalmente a un replanteamiento del proyecto flavio sino que es resultado de la demolición, del desmontaje del recinto que protegía al templo de Divus Augustus que estaría en la catedral y que posteriormente se vería ampliado cuando ya el proyecto flavio en el que se instala esa gran aula que como decía el profesor Gros remite al templum pacis, etc, etc. Por lo tanto, creo que ahí se está marcando una referencia importante, estamos en época de Tiberio, un momento en el que tiene que reforzarse el culto dinástico y ese reforzamiento bajo esta perspectiva podría mostrar una cierta equiparación para los casos de Augusta Emérita y de Tarraco, con un recinto en el que el templo domina ese espacio y no es que tenga mucha importancia pero es significativo que la anchura del recinto que propone Ricardo Mar, en torno a noventa metros, es la misma del recinto que en este caso en Augusta Emérita se constata por evidencias arqueológicas. Con esto no pretendemos decir que haya una equivalencia del modelo en cuanto a sus dimensiones pero sí hay desde luego una importancia en el aspecto dimensional. A eso habría que añadir el papel que desempeña el otro gran recinto en el caso de Augusta Emérita que es el foro, lo que llamamos el foro colonial presidido por el llamado templo de Diana y con las incorporaciones

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sobresalientes que hemos tenido la oportunidad de apreciar hace unos minutos. Ahí hay que enfatizar también el modelo al que corresponde este foro, estamos hablando de un foro de una fundación augustea. El templo es evidentemente el elemento principal de nuevo, además con un estudio que han realizado José María Alvárez y Trinidad Nogales admirable, exhaustivo, con una gran cantidad de referencias y que como todo estudio arqueológico lo que hace es abrir vías de interpretación, vías de discusión porque no olvidemos que ese es el desarrollo de la ciencia arqueológica. Ahí hay un trabajo que hay que tener muy en cuenta en el que nos está dando una clave monumental de cómo se concibe, cómo se configura un foro en una fundación colonial que además es capital de provincia. En ese foro hay también claramente elementos que van en la línea de enfatizar la importancia de estos espacios públicos como escaparates, como estandartes. Cuando Pierre Gros habla de que la ciudad en época imperial es una ciudad volcada hacia la exaltación imperial en casos como Augusta Emérita se hace cada vez más patente. Y quedaría también hacer una breve alusión a lo que sucede con el llamado forum adjectum, a este fenómeno de los fora adjeta presentes en el caso de Augusta Emérita y de Colonia Patricia y que desde mi modesta opinión, considero que se trata de una política de ir dotando de una mayor dimensión tanto en lo monumental como en lo funcional e ideológico a esa promoción de la ideología imperial. En el caso de Colonia Patricia es evidente que estamos hablando de una fase tiberiana que se podría equiparar con lo que sucede en el caso de Augusta Emérita o de Tarraco. En Emérita Augusta parece que estamos hablando de época de Claudio y de Nerón, sería por lo tanto una fase ligeramente más avanzada. Yo creo que los sucesores de Tiberio lo que hacen es también intentar anclar y reforzar esa ideología y de nuevo estamos también ante modelos si, en el caso del posible augusteum de Emérita Augusta, podríamos remitirnos, por ejemplo, al pórtico de Livia que es un cuadripórtico con un altar inscrito en el centro del espacio, es decir, que seguimos con esa tipología monumental que tiene un lugar de origen que es Roma. Quedaría un aspecto que creo que también es importante, el aspecto administrativo. Porque hasta este momento estábamos hablando de foros provinciales como un complejo, un conjunto en el que se asocia por un lado la religión, por otro lado la administración, etc. Eso es evidente pero es evidente a partir de un determinado momento. Para el caso de Augusta Emérita también comparto la opinión de Stylow al decir que lo que tenemos en el recinto

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del templo de la calle Holguín es el santuario del culto provincial con las dedicatorias a los emperadores correspondientes, pero que no hay ninguna estructura por el momento que nos ponga ante un aspecto administrativo, no hay edificios para la administración. En el caso de Tarraco se daría la misma situación, ese primer templo bajo la catedral sería un templo de culto provincial, municipal con ascendencia digamos a provincial, y cuando en Tarraco se asiste ya al verdadero complejo provincial es ya en la época flavia donde evidentemente se necesita un nuevo soporte administrativo, ideológico, con la concesión del iux lati, etc. Todo esto también lo explicó en su día Joaquín Ruíz de Arbulo en un artículo de la revista Empuries del año 1998. Creo, para concluir, que esta reunión va a significar un camino a seguir pero que se han aclarado o por lo menos se despejan algunos puntos que estaban oscuros y no es que lleguemos a la situación ideal, a la solución ideal, porque creo que nunca estaremos en condiciones, pero sí que se van dando ya pasos importantes en esa línea.» Virgílio H. Correia (Museu de Conímbriga) «Pues con esta responsabilidad de en poco tiempo ser brillante, inteligente, en esta compañía es difícil, ¿no?, pero gracias por la invitación. Creo que no puedo hacer otra cosa que ofrecer las reflexiones que en las ponencias de la mañana y los otros datos que hemos oído me han sugerido, sobre todo, sobre el sitio en cuya investigación estoy más ligado, el de Conímbriga, y algo que hemos oído por ahora me ha traído una manera nueva, una oportunidad nueva de mirar a eso que ya se ha llamado como la paradoja del foro de Conímbriga. Desde su momento original y no voy a entrar en la revisión de la polémica sobre el foro, pero basarme sólo en el consenso que se va generando sobre cómo el foro de Conímbriga evoluciona desde un momento original, augustano, con una plaza, una serie de tabernae en un extremo y un edificio que por ahora a lo mejor su reconstrucción no está muy segura en el ala norte. En su día se proponía un templo con los pórticos al lado. El profesor Gros ha propuesto interpretar una basílica de dos naves con un Aedes. Más recientemente William Biers vuelve a preferir la hipótesis de un templo pero lo que parece seguro es que hay esta estructura sencilla, se añade en época julioclaudia una basílica de tres naves sobre el lado lungo y una curia y que es también el momento en el que la ciudad recibe un importante programa iconográfico con Calígula remodelado como Augusto y una Agripina minor. Sería esta la

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situación a finales de la época julioclaudia. En el periodo flavio, cuando la promoción jurídica de la ciudad es más necesaria, todo esto es amortizado por completo y es sustituido por un gran complejo de culto imperial bien conocido. La hipótesis que se plantea es que este movimiento urbano presupone la construcción de otro espacio foral, de un espacio público donde se ubique basílica, área comercial privilegiada, y lo interpretamos como la mejor hipótesis posible, en contraste con este santuario de culto imperial que se queda ubicado en el centro de la ciudad vieja donde está el viejo poblado de la edad del hierro. Este nuevo espacio público se viene a ubicar en el espacio añadido a ese poblado indígena en el periodo romano donde se ubican las grandes referencias, las grandes domus y entonces se imaginarían que se ubicarían ahí y también en ese nuevo espacio público y todo esto en una situación donde la trama urbana no hipodámica, muy orgánica, se mantiene. El problema y lo más sugerente me parece siempre, es que esto ocurre no en estas ciudades privilegiadas de que, sobre todo, se habló, como siempre pasa, sino en una ciudad, en un oppidum que es uno de los últimos oppida y parte de una ciudad de un rango político administrativo muy modesto. Eso, creo, que viene en la línea de lo que mi predecesor ha dicho de los caminos que se abren hasta la investigación en toda la gama de las ciudades de España desde las grandes colonias de España hasta esos pequeños centros dispersos por toda la península que sin embargo han tenido un papel crucial y absolutamente primordial en la romanización general del espacio, ya que sobre todo son esas que tienen vectores de romanización hacia las comunidades indígenas más alejadas de la urbe.» Carlos Márquez (Universidad de Córdoba) «En aras a la brevedad, voy a plantear y dirigirme fundamentalmente a los jóvenes investigadores que todavía con una paciencia admirable continúan en esta sede para plantearles, como muy bien se ha dicho, aquí se han cerrado algunos temas, se han relativamente concluido algunas cuestiones, pero a la vez se están abriendo otras de una importancia verdaderamente considerable. En dos o tres de estas cuestiones me tomo la libertad o el atrevimiento de centrarme, empezando por los fora adjecta, es decir, estas nuevas plazas donde el culto imperial tiene una plasmación arquitectónica extraordinaria. Parece claro que el modelo nace en Roma y que de Roma se difunde a las capitales de provincia y parece también claro, pero es un tema que hay que seguir investigan-

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do, que de estas capitales de provincia pasa de forma capilar a ciudades de menor rango, entonces sería cuestión de saber si es la capital de la provincia la que actúa de mediadora o son influencias, en el caso de algunas ciudades, directas de la propia capital. Por otro lado, si nos ponemos a imaginar el costo que esto suponía para la propia ciudad, no solamente la realización de estos complejos sino que de forma previa, como muy bien ha expuesto Pedro Mateos, en el caso de Mérida parece que también como intentamos demostrar en su momento ocurre en el caso de Córdoba, son cuatro manzanas del centro de la ciudad adosados a los foros lo que se destruye, se tira, se amortiza el espacio privado, las casas más ricas seguramente de la ciudad, al menos en el caso de Córdoba, el caso de Mérida lo conozco menos, eso tiene un costo extraordinario, ¿quién sufraga eso?. Y luego, ¿quién levanta el modelo arquitectónico, estos pórticos, estos templos?, no olvidemos, con mármoles italianos, con mármoles de todo el Mediterráneo decorando el interior. Acudir al evergetismo me parece que sería una solución poco convincente, no creo que haya nadie que sea capaz de sufragar esto de forma privada, pero tampoco acudir a la ayuda imperial, el emperador no tenía dinero evidentemente para eso. Es posible que este último emperador cediese parte del mármol de canteras imperiales para llegar a la construcción, pero insisto, eso no explica del todo el fenómeno. En cuanto a la funcionalidad de estos centros, quiero decirle a mi colega y amigo, el queridísimo José Luís Jiménez Salvador, que no voy a recoger el guante de hablar del forum adjectum de Córdoba. Aquí ya el profesor Gros lo ha hecho de forma magistral y en consecuencia sería un atrevimiento por mi parte el reiterar o el completar algo que ha quedado manifiestamente claro, pero sí en cuanto a la funcionalidad de estos centros que, como muy bien se ha dicho con anterioridad, mi colega Ángel Ventura ha publicado recientemente una inscripción de un tabularius que ha aparecido, parece claro, formando parte de este forum adjectum de Córdoba. Esta mañana el colega Joaquín RuÍz de Arbulo también hacía alusión a la aparición de un tabularius, Joaquín corrígeme si me equivoco, entonces empezamos ya también a darle más funciones a este centro, a estos centros de representación. La segunda idea o el segundo punto que yo lanzo a todos ustedes como elemento de reflexión y ojalá de futuros trabajos, es lo que se ha venido denominando durante muchas décadas como el «arte provincial». Aquí estamos en una ciudad que, al igual que en Córdoba, tiene unos influjos extraordinarios de Roma, qué duda cabe, pero si aludo al tema quiero hacer alusión sobre todo al concepto casi peyo-

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rativo que del mismo se tiene. Yo planteo directamente el arte romano provincial según y cómo, es decir, en Mérida en determinados puntos es tan urbano como en la propia Roma. Hay zonas de Ostia, que está a veinte kilómetros de Roma, que es tan provincial como la propia Mérida. El caso de Córdoba, tres cuartos de lo mismo, quiero decir, vamos a definir con exactitud, sin grandes conceptos que encierren, creo, que de forma excesiva la realidad urbana y vamos a analizar que efectivamente hay ciudades cuyas realidades las vinculan más a la capital, a la urbs, que otras. Íntimamente vinculado con esto está naturalmente el papel de la transmisión de esos modelos, aquí vienen claramente, y no me parece que sea necesario demostrarlo más, la presencia de talleres urbanos en las ciudades antes citadas y de nuevo se presenta la figura del emperador como posible factotum de esta realidad, es decir, que sea el propio emperador el que le interese mandar a estos talleres. Alguna vez, seguramente de forma equivocada, se ha publicado que talleres imperiales han actuado incluso en Córdoba. Sigo manteniendo esa idea, pero vamos a dejarlo en talleres urbanos, el que sea el emperador el que de algún modo facilite el trasvase de estos talleres para que en estas ciudades capitales y luego a nivel local se vea ese mismo modelo que en Roma tuvo ese origen. Concluyo ya querido amigo Pedro agradeciendo enormemente, no solamente la invitación con muchísimo gusto sino felicitándote sencillamente a ti y a todo el equipo fantástico que te ha rodeado para este congreso. Muchas gracias..» Filippo Coarelli (Università di Perugia) «Due cose brevissime. Una a proposito di quest’ultimo intervento. Ovviamente le sculture del foro aggiunto di Mérida non sono provinciali, questo é evidente, sono urbane, é lo stesso livello di Roma, non c’è differenza. Ricordavo la lettera di Plinio a Traiano quando era proconsule nella provincia orientale e chiede architetti, “mandami un’architetto da Roma”. Queste cose possono avvenire anche per richiesta esplicita di un proconsole romano che chiedeva di mandare soltanto un architetto, anche chi lavora quel marmol.» Manuel Bendala (Universidad Autónoma de Madrid) «Sólo decir que gracias, no quiero decir que los vínculos que podrían establecerse. Más claro es la región en el ámbito del santuario de Melkart, de

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Gadir. En el caso de Baelo al menos era una sugerencia posible y los datos exactos y los datos que me aportas me parecen muy importantes, ya te los pediré con más detalle. Muchísimas gracias.» Pierre Gros (Universidad de Provence) «A proposito degli architetti si ha ragione Filippo Coarelli, si può pensare quando si vede il livello di esecuzione subargo di questi complessi si può pensare che squadre intere mandate da Roma, cauzionate insomma dal potere sono state mandate al meno nelle città capitale. Rimane il fatto che cè una modulazione molto vasta, non cè mai una ripetizione all´identico dei modelli tranne per i motivi iconografici per esempio naturalmente il tema di Romolo o di Edea questi ci lo ha mostrato molto bene Trimisch sono veramente paradigmi che sono molto utili o che per reconstruire quelli di Roma stessa. Poi cè l’integrazione urbanistica che richiede veramente una non solo una conoscenza profonda della organizacione, della città ma una vista prospettiva se si può dire del suo sviluppo e questo può essere fatto soltanto con i notavili più adonizzate e poi non vorrei mettermi in un brutto passo insomma rispetto ai miei amici catalani però devo dire che ci sono delle differenze della trasposizione dei motivi decorativi o simbolici del foro di Augusto, per esempio le tre diverse capitali. Devo dire che a ciò che ho potuto vedere è Cordoba che mi pare veramente il più perfetto del livello di scalpalatura, di scultura per i capitelli, etc. e forse perché sará la più precoce tra le capitali. Merida e anche buono, a volte forse perché ci sono elementi più numerosi conservati evidentemente. Si vede che a Tarragona ci sono alcuni elementi che non sono resi e che sono stati forse affidati a elementi regionali. Comunque una cosa che non si deve mai dimentichare che è che il foro di Augusto a Roma è stato il primo cantiere dove il marmo sia stato utilizzato su questa scala, è una cosa incredibile, è hanno mostrato molto bene tutte le archeologue dico che lavorano da parecchi anni dal cuadro del scavo del Giubileo sull l´inmenso archivio lapideo se si può dire del foro de Augusto che sono veramente disgustosi, che sono indegni delle modelature peró non sono rifuiti perché hanno la prova di che sono stati utilizzati, messi lá, vuol dire che a quel’epoca medio augustea insomma non c’erano a Roma, a Roma stessa delle squadre sufficienti, abbastanza numerose per lavorare di manera rapida perchè si doveva fare le cose rapidisimo, in maniera rapidisima per elaborare allo stesso livello le cose in maniera perfetta, invece il foro di Traiano che è ancora più esigente possono limitare al kilometro elementi perfetti quasi di maniera mecanica e vuol dire qualcosa

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di importanti sul qualle dobbiamo rifletere per giudicare delle operazioni importantisime per loro evidentemente più modeste delle grande città occidentali perché lo stesso problema si è posto naturalmente in termini molto più accuti ancora.»

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yo hace cinco años en Madrid en un coloquio aún ví un estudio del territorio de Extremadura que aparecía Valentia puesta por aquí. En fin, sin comentarios.» Joaquín Ruiz de Arbulo (Universidad de Lleida)

Luis Berrocal (Universidad Autónoma de Madrid) «Primero quería agradecer la excelente calidad de las ponencias y de las contribuciones que hemos recibido, que nos han regalado esta tarde y segundo quería felicitar también y especifícamente el apartado de las comunicaciones, me han parecido de gran calidad. Un trabajo novedoso, incluso para mí, que no soy un especialista en arqueología romana, del mundo romano, verdaderamente a destacar y que me ha resultado realmente simpático, como extremeño y descendiente de los lusitanos supongo, es una aportación que no es precisamente los magníficos trabajos del Consorcio de Mérida, sino que es la realizada por nuestros colegas valencianos. Hace años, cuando la arquelogía valenciana demostró la existencia de una Valentia del siglo segundo, los extremeños nos quedamos sorprendidos. Gracias a los trabajos de ellos, ahora podemos hablar de una Valentia del siglo segundo y de una Valentia del primero con Sertorium, pero después de haber visto estas termas y estos materiales uno llega a la conclusión de que poco, mejor dicho de que nada de lusitanos tenían esos primeros pobladores de Valentia, con lo cual probablemente haya que remover ciertos tópicos de la historiografía y es que el ciento treinta y ocho a lo mejor puede ser un ciento cuarenta o un ciento treinta antes de Cristo. Nada más, muchas gracias.» Albert Ribera «Una de las cosas que siempre desde hace más de veinte años hemos rechazado es que los que se instalaron allí fueran lusitanos precisamente y bueno, lo de las fechas pues igual, que hemos podido comentar que la fecha de la destrucción la arqueología la ha confirmado, la fecha de la fundación la arqueología la ha confirmado yo creo que exactamente igual. O sea, todos tenemos la suerte de disponer de fechas y de muchas excavaciones, de muchos materiales bueno, ciento treinta y ocho, ciento cuarenta, ciento treinta, es un poco ya hilar mucho, pero en muchos coloquios y publicaciones ya hemos presentado, bueno y lo debes conocer, todas estas cosas. Entonces, lo de los lusitanos bueno ya vosotros sabréis donde buscarlo de nuevo. Allí en la costa, está claro que no. De todas maneras

«Quisiera comentar que cuando comentamos las diferentes capitales provinciales y esta arquitectura monumental, como además podemos ir viendo ya los matices. Yo que trabajo en Tarragona cuando hace dos años nos reunimos en Cartagena para hablar de la arquitectura pública y yo presenté un poco la arquitectura pública de Tarragona, presenté, por ejemplo, el teatro construido en torno al cambio de era, poco después del cambio de era en época tardoaugustea, con una piedra local, un taller que estaba trabajando todavía con el estilo tardorepublicano y antes o después Sebastián Ramallo iba pasando con sus mármoles maravillosos del teatro de Cartago Nova con una presencia evidente probablemente del propio Juba segundo, demostrando la llegada de un taller úrbico para construir el teatro. Uno se da cuenta realmente de esas diferencias, claro, Tarragona y Mérida es que eran propiedad del emperador y ¿qué hace el emperador?, pues manda a sus amigos, a sus esclavos, a sus libertos. El gobernador gobierna, el procurador administra y los evergetas qué hacen, pues en una primera etapa la munificencia, la liberalitas de los ricachones de la costa, pero, ¿dónde se ve esta liberalitas?. Tarragona era una ciudad de funcionarios en época romana, literalmente no hay dinero, pero Cartagena o Córdoba, yo cuando los compañeros de Córdoba, le escuché hace poco a Ángel Ventura, que tenemos aquí con nosotros, una conferencia haciendo los stemna de las grandes familias cordobesas con una preciosidad de detalles, pero claro es que detrás están las minas, el mons marianus. Es el dinero a expuertas y yo reflexionaba sobre esto ahora cuando Carlos nos hablaba sobre esa gran necesidad de la arquitectura pública y se me iba la cabeza hacia arriba, digo necesidad de la gran arquitectura pública en las capitales que curioso, ¿no?, necesidad de que los templos sean los más grandes y lo que generó de dinero, ¿también pensaban esto? Ahora que estamos viviendo, que hemos vivido estos años de los fondos FEDER y que tenemos autovías en todas direcciones, el dinero público, el dinero que ha venido de Europa que ha permitido generar trabajo, que representó en las ciudades romanas la formación de esos enormes recintos pagados, probablemente, por esos evergetas que primero intervienen. El profesor Alfredi que estudió este tema ya hace muchos años ya demostró como eso va cambiando, primero son los ciudadanos

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de las propias ciudades de la costa los que pagan y quieren ser flamines y poco a poco dejan de serlo y son los ricachones que vienen del interior los que los sustituyen en ese proceso, porque ellos también quieren lo mismo que quería el alcalde de Mérida, con perdón, cuando buscó, lo digo en este sentido, este edificio un poco exagerado porque en todas nuestras ciudades ahora ocurre exactamente lo mismo. No puede haber un nuevo museo, no, el nuevo museo tiene que ser el Guggenheim y si no es el Guggenheim y cuesta cinco mil millones no puede ser, pero oiga, no llegaremos a los cinco mil millones, pues no. Es decir, seguimos todavía hoy, en una sociedad que no tiene nada que ver con aquélla, con los mismos pa-

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rámetros de búsqueda del ornato, de participación del poder a través de esta autorepresentación monumenta,l por así llamarlo, que yo no se ver diferencias con lo que representó ese proceso. Sí sabemos a dónde condujo, llegó un momento en que ya esa y munificencia, esa liberalitas privada desaparece literalmente y es sustituida por las intervenciones directamente llegadas desde Roma y son los praesides los que al final tienen que hacer las restauraciones personales o el propio emperador Adriano que tiene que restaurar el templo de Augusto después de haber dedicado en Nimes la basílica de Plotina y asistimos ya a ese proceso de transición. Creo que son datos que van enriqueciendo este proceso de la monumentalidad.»

CUESTIONES FINALES SOBRE LA ARQUEOLOGÍA DE LA CIUDAD Y DE LO SAGRADO EN EL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL PRERROMANO Y ROMANO Trinidad Tortosa Rocamora* Juan A. Santos Velasco**

La definición y el análisis de los espacios sagrados y sus modelos arquitectónicos conforman uno de los pilares del debate sobre la génesis y ulterior desarrollo de las ciudades y estados en Europa entre el final de la Prehistoria y el inicio del mundo antiguo. Este debate que cuenta ya con una cierta tradición historiográfica, especialmente intensa desde mediados de los años ochenta del siglo XX, que ahora se enriquece al profundizar en cuestiones como los estrechos vínculos entre ciertas manifestaciones de los poderes político y religioso durante aquel período de tiempo. A lo largo de estos tres días hemos asistido a una ardua discusión sobre cuáles son los elementos que caracterizan aquel fenómeno y cómo interpretar sus evidencias arqueológicas en el Mediterráneo occidental, en su diversidad política y cultural de la segunda mitad del primer milenio a.C., pero también durante la romanización, y posterior relativa homogeneidad en época imperial romana. Acorde con el título del Coloquio el protagonismo ha recaído en los sitios de culto y de hábitat, en cómo se articulan cierto tipo de asentamientos prerromanos y romanos, ya sean oppida o ciudades, con sus espacios y lugares sagrados, y todos ellos con sus territorios. Estas páginas intentan aunar temáticamente las intervenciones de forma genérica, aglutinando en lo posible los diferentes ámbitos cronológicos y culturales abordados durante las jornadas. Precisamente de aquí surge la primera reflexión, tan obvia que parece innecesaria hacerla, pero la existencia o no de fuentes literarias es una diferencia que marca problemáticas y resultados, lo que ha quedado patente entre las dos primeras sesiones, dedicadas a la arqueología prerromana, y las dos àultimas sobre época romana. Cuestión de fondo que aparecerá reiterada* Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma (CSIC). ** Departamento de Ciencias Humanas, Universidad de La Rioja.

mente a lo largo de estas páginas, como lo hiciera durante los debates. Uno de los temas clave ha sido el de la gran variedad de términos que utilizamos, que en muchas ocasiones no coinciden en sus significados. Usamos los conceptos de oppidum, poblado amurallado, ciudad, polis o urbs, unas veces con un mismo contenido y otras no, tanto para referirnos a ámbitos cronológicos y culturales dispares como para hablar de tipos de hábitat semejantes, y localizados en los mismos espacios culturales y temporales. A esto se suma que, en muchos casos, especialmente entre los que trabajamos en la Edad del Hierro, nos servimos de nombres griegos o romanos para referirnos a tipos de asentamiento muy diversos en contextos no clásicos. A lo que habría que añadir los conceptos de ‘preurbano’ y ‘protourbano’. Lo que viene a complicar un poco más la situación. No obstante, somos conscientes de que, si bien todo esto refleja un cierto grado de indefinición, los problemas pueden salvarse aceptando que debemos movernos inevitablemente en el terreno de un cierto convencionalismo que permita entendernos. Del mismo modo que, incluso, explicamos en nuestros discursos el contenido que damos a esos términos con objeto de evitar problemas de comprensión. Salvados los primeros obstáculos, la discusión continúa enriqueciéndose con la amplia gama de matices vertidos en aportaciones tan esclarecedoras, como la propuesta de diferenciar entre urbano y ciudadano para distinguir, por un lado, todo aquello que se vincula al desarrollo arquitectónico y urbanístico de un asentamiento, sin menoscabo de otras connotaciones económicas o políticas, y por otro lo relacionado con la situación jurídico-política de los individuos y grupos sociales que habitan la ciudad, que compartiendo un mismo espacio urbano pueden ser hombres libres, ciudadanos, o carecer de ese estatus jurídico-político. Ya en el ámbito de lo sacro, observamos otra vez aquella falta de precisión terminológica y la necesi-

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dad de ciertas convenciones. Por ejemplo a la hora de definir arquitecturas como las de santuario o templo. Unas veces distinguimos entre aquellos lugares que tienen un marcado carácter rural frente a los que tienen una condición urbana, o los diferenciamos por los distintos tipos de rito o culto que se desarrollaron en ellos. A sabiendas de que esto refleja sólo una parte de la cuestión. Otras veces, sin embargo, aceptamos cierta sinonimia sin establecer límites precisos entre ambos vocablos, en ocasiones debido a la naturaleza parcial de la documentación arqueológica. Uno de estos casos es el del palacio-santuario de la Protohistoria del Suroeste de la Península ibérica. Hemos visto que existen notables dificultades para definirlo con precisión, en una época para la que carecemos de fuentes literarias y en la que todo apunta a la existencia de unos vínculos tan estrechos entre política y religión, que es posible hablar de una sacralización de las elites dominantes y del ejercicio de su poder. En este sentido cabe destacar las reiteradas llamadas que se han hecho a entender la multifuncionalidad de los espacios, en general, y de los espacios altamente simbolizados, como los sagrados, en particular. A propósito de la terminología, se señaló un punto importante que la mayoría de las veces nos pasa desapercibido, la palabra santuario es un neologismo que aparece con el desarrollo del Cristianismo en la Antigüedad tardía. A partir de ahí podríamos ir encadenando argumentos sobre la conveniencia o no de su uso en contextos anteriores o para denominar ciertos sitios sagrados. En cualquier caso, no deja de ser una llamada de atención sobre hasta que punto nos movemos entre convencionalismos, generalmente admitidos y, a veces, consensuados, inevitables para poder aprehender fenómenos tan complejos y heterogéneos como los de la religiosidad a partir del registro arqueológico. Volvemos a las sustanciales diferencias entre trabajar o no con fuentes escritas cuando nos movemos en el ámbito de las ideas y del pensamiento, de lo no tangible. Lo sagrado es un terreno resbaladizo por su propia esencia, por lo que se convierte en una fuente inagotable de inconvenientes y retos a la hora de intentar sistematizarlo. En primer lugar la definición de religión como fenómeno cultural varía según desde qué perspectiva o Escuela se aborde, funcionalismo, materialismo u otras. Pero el estudio de cómo se materializa en cada cultura puede ser para el arqueólogo un problema aún mayor, debido al tipo de documentación que manejamos. Ceremonial, cultos, seres sagrados se rastrean a través de evidencias de muy diversa índole, arquitecturas, exvotos e imágenes que, aunque pertenezcan a un mismo sistema de

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creencias, no dejan de ser vestigios dispares de manifestaciones también dispares. Ritos individuales o colectivos. De carácter público, en donde prevalecen los sentimientos de solidaridad e identidad colectivos, o adquiere peso la legitimación del poder establecido, consustancial a toda religión. Ceremonias privadas e íntimas, en las que se da una relación directa de lo sobrenatural con el individuo, sus emociones e incluso su personalidad. ¿Cuántas variables más podríamos añadir si habláramos de cultos a diferentes divinidades, a los antepasados o a elementos de la Naturaleza?. Una vez más habría que distinguir entre las particularidades de las épocas prerromana y romana, ya que en este último caso la institucionalización de la religión fue más profunda. En nuestra cita han surgido otras muchas cuestiones, una buena serie de comentarios han girado en torno a una de las esencias del análisis arqueológico, la Analogía. Podríamos comenzar refiriéndonos al problema de la escala como se hizo el primer día de la reunión, de las muy notables diferencias de tamaño y proporciones entre las penínsulas itálica e ibérica, tanto por lo que se refiere a las ciudades como a los santuarios. Quedó claro que el uso de un único criterio, la medida, de naturaleza cuantitativa y tomado de forma aislada, carece del mismo alcance que utilizar el conjunto variables que acompañan a las evidencias arquitectónicas y urbanísticas, y que la analogía debe establecerse teniendo en cuenta la totalidad del contexto arqueológico, en cuya globalidad el método comparativo adquiere valor, al agregar aspectos cualitativos y estructurales que permiten una mejor comprensión de los significados simbólicos que se esconden tras los restos materiales. Asimismo se ha mencionado la necesidad de establecer distintos planos o grados en el método analógico, atendiendo a otras tres variables, además de a los contextos. La primera es que cada grupo cultural puede dar significados diferentes a un mismo elemento formal o técnico. Lo que entronca con la segunda variable, las diferencias de significado que tienen ciertos rasgos culturales, semejantes morfológicamente, pero situados bien en un contexto cultural creador bien en otro receptor, tema que nos lleva a la cuestión del difusionismo, que comentaremos más adelante. La tercera variable englobaría los espacios y territorios a largo alcance, ya que el análisis comparativo nos puede trasladar a lugares muy distantes entre sí. Es el caso de muchos rasgos, técnicas e imágenes cuyo origen se encuentra en el Mediterráneo oriental, en ambientes greco-fenicios, pero que también hallamos en el Mediterráneo central y occidental, unas veces en contextos de colonización y otras en contextos indígenas. Las diferen-

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tes áreas geográficas y culturales deberían marcar los planos sobre los que ir estableciendo analogías de distinta intensidad. Pensemos, por ejemplo, en la gran cantidad de elementos arquitectónicos e iconográficos compartidos en zonas tan lejanas como el Mar Negro o el Suroeste atlántico ibérico, y cuyos focos originarios se sitúan en el Egeo y Próximo Oriente. El análisis comparativo debería hacerse de manera gradual. Entre los distintos centros de un mismo grupo cultural. Entre grupos culturales diferentes, próximos entre sí y con estructuras sociales semejantes, entre grupos vecinos pero con sistemas sociales diferentes. Entre grupos alejados con estructuras sociales análogas, o no, que han recibido el rasgo cultural de un tercer lugar común, y que ni siquiera están en contacto directo sino que pueden recibirlo a través de intermediarios. La cantidad de variables que se podrían enumerar es una multitud. Eso sin contar con el factor tiempo, pues sabemos que algunos elementos permanecen en uso durante períodos dilatados y pueden no ser coetáneos entre sí. Sin embargo, es en esta complejidad en la que encontramos el extraordinario valor de la Analogía, al tiempo que establecemos mecanismos correctores a cierta tendencia al mecanicismo comparatista con el que trabajamos en ocasiones. Unos párrafos más arriba mencionábamos que había hecho aparición en el debate el difusionismo, uno de los grandes modelos historiográficos que tratan de explicar los procesos de aculturación y cambio cultural, lo que ha servido para advertir sobre la idoneidad de concretar expresiones como contacto cultural, hibridación o frontera, y sobre todo de la necesidad de evitar caer en un difusionismo de nuevo cuño. Asimismo, ha permitido constatar los buenos resultados de la actual posición mayoritaria de la investigación, lo que podríamos denominar la perspectiva indígena en el análisis de los vestigios culturales griegos y fenicio-púnicos, que documentamos en el Mediterráneo occidental prerromano. Los pueblos occidentales han dejado de ser meros receptores o imitadores, sabemos que recrean y pueden dotar de otros significados a los rasgos importados. Esta visión nos permite contestar nuevas preguntas como qué es lo que se elige para ser asimilado y qué es lo que no, y por qué. O quiénes han hecho esa selección y para qué. Pero volviendo al eje del encuentro, la religión y la ciudad. Sabemos que a través de la Arqueología conocemos la cultura material de una sociedad, en realidad una pequeña parte de aquella, los vestigios recuperados en las excavaciones. Sólo a partir de ellos, mudos, los sistemas de creencias se hacen tangibles. Otra vez, las fuentes escritas marcan una di-

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ferencia sustancial, pues de gran parte de la Protohistoria europea ignoramos datos tan elementales como los nombres de sus divinidades. Sin embargo, una de las conclusiones del Coloquio ha sido que, aun siendo conscientes de que una parte importante de la religiosidad de aquellos pueblos escapa a nuestro conocimiento, no debemos renunciar a su estudio. Y ello por muchas razones. Hoy comprendemos que conocer una sociedad no sólo pasa por el análisis de sus estructuras económica y social sino que es imprescindible reconocer y tratar de comprender su mundo simbólico, del que forma parte la religión, en la que los pueblos encuentran los sentimientos más fuertes de cohesión, solidaridad e identidad. La propia definición de Sociedad para la moderna Antropología incluye la estructura de los grupos sociales y los símbolos que los identifican y representan. Y no olvidemos que parte del materialismo europeo asume en la actualidad que la esencia de los cambios históricos no sólo se encuentra en las transformaciones socioeconómicas sino en los procesos de legitimación que las acompañan, en los cuales la religión juega un papel fundamental, sobre todo en las sociedades preindustriales. En ese ambiente de reivindicación del estudio de lo sagrado hemos escuchado valiosas aportaciones. En el ámbito de las ideas, la religión sirve para explicar y comprender el mundo, para integrar la comunidad y proporcionar legitimidad. Hemos comprobado cómo los santuarios y lugares de culto se configuran como centros de cohesión social, y podemos entenderlos como una de las señas de identidad de las etnias, los linajes o de una clase social. Son centros protectores de un territorio o de una empresa económica, y demarcadores de fronteras. En ocasiones se monumentalizan como expresión del poder y riqueza de una dinastía o de un linaje, adquiriendo una vertiente de propaganda política, ya que mediante su impacto en el paisaje y el territorio adquieren una nueva dimensión, más allá de lo estrictamente religioso, para convertirse en una forma de representación del poder, contribuyendo a fijar su memoria en la colectividad de forma imperdurable a través del tiempo. Hemos oído como la emulación se convierte en un recurso de legitimación mediante los grandes proyectos constructivos y decorativos que acompañan la idea de Simulacra Romae en época imperial. Y como estos mismos ingredientes sirven para entender ciertas circunstancias que intervienen en los procesos de aculturación de las elites en época prerromana, a través de aquellas preguntas ¿qué se copia o incorpora, quiénes lo hacen y para qué? Llegado este punto, habría que recordar una ausencia, la Iconografía. Las imágenes que relacionan lo sagrado con

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la ciudad, las que son objetos sacros y exvotos, las que narran los mitos en un soporte visual, o las que acompañan a los proyectos arquitectónicos. Ha sido una gran satisfacción comprobar la capacidad de sugerencia que tienen la Arquitectura con la Arqueología de lo religioso, y conocer de primera mano los avances que se han producido en la última década tanto sobre el tema central del Coloquio como sobre los otros que se han ido solapando. Y poder compartir e ir desentrañando algunas de las claves y mecanismos ideológicos que intervinieron en el nacimiento de las ciudades, en su acepción más amplia, en el Mediterráneo occidental, antes, durante y después de la conquista romana. Esta reunión ha sido una gran oportunidad para debatir entre representantes de diferentes escuelas y líneas de investigación de Francia, Italia, Portugal y España, y contrastar problemas, pareceres y perspectivas. Probablemente éste haya sido uno de los aspectos más estimulantes de la cita, haber congregado ámbitos regionales y cronológicos dispares, itálicos e ibéri-

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cos, afectados por problemas comunes. Al fin y al cabo en todas las sociedades existen, de una u otra forma, las creencias en lo sobrenatural con las que elaboramos diferentes representaciones del cosmos, que se materializan en una determinada manera de entender y simbolizar el territorio, de transformar la naturaleza y construir los espacios, a través de cuyos vestigios la religión del pasado se hace visible para nosotros, y a partir de los cuales los arqueólogos trataremos con mayor o menor acierto, pero siempre con el mismo entusiasmo, de reconstruir nuestro pasado. Una manera de comprendernos a nosotros mismos y a nuestra realidad social y cultural. No podemos terminar sin mencionar que estas páginas debieran haber contado con las aportaciones de Xavier Dupré i Raventós, lo que no fue posible en aquellos momentos por su delicada salud. La enfermedad acabó pocos meses después en el triste desenlace que todos conocemos. Sus conocimientos y entrega por la Arqueología permanecerán siempre en nuestro recuerdo.

ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA (AEspA) NORMAS PARA LA PRESENTACIÓN DE MANUSCRITOS

Dirección.—Redacción de la revista: calle Albasanz 26-28 E-28037 Madrid. Teléfono +34 91 602 23 00; Fax +34 91 304 57 10. E-mails: [email protected] o [email protected] Contenido.—AEspA es una revista científica destinada a un público especializado en Arqueología, Epigrafía, Numismática e Historia Antigua y de la alta Edad Media. Los artículos aportarán novedades de carácter documental, fomentarán el debate entre nuevas y viejas teorías y aportarán revisiones generales. Su ámbito cultural abarca el Mediterráneo y Europa. Se divide en tres secciones: Artículos, Noticiario y Recensiones. Además edita la serie «Anejos de AEspA» que publica de forma monográfica libros concernientes a las materias mencionadas. Los trabajos serán originales e inéditos y no estarán aprobados para su edición en otra publicación o revista. Los textos no tienen que ajustarse, salvo excepciones como números monográficos, a un tamaño determinado, aunque se valorará especialmente la capacidad de síntesis en la exposición y argumentación. Aceptación.—Todos los textos son seleccionados por el Consejo de Redacción y posteriormente informados, según las normas de publicaciones del CSIC, por dos evaluadores externos al CSIC y a la institución o entidad a la que pertenezca el autor y, tras ello, aceptados definitivamente por el CR. De todos estos trámites se informará a los autores. En el caso de ser aceptado, el tiempo máximo transcurrido entre la llegada del artículo y su publicación será de un año, aunque este periodo puede dilatarse en función de la programación de la revista. Texto previo 1. Se presentará en papel, precedido de una hoja con el nombre del trabajo y los datos del autor o autores (nombre, institución, dirección postal, teléfonos, e-mail, situación académica) y fecha de entrega. 2. El texto previo se entregará en soporte informático, preferentemente en MS Word para Windows o Mac y en PDF para enviarlo por e.mail a los informantes; acompañado de dos copias imprimidas en papel, completas, incluyendo toda la parte gráfica. Las figuras deben de venir numeradas correlativamente. No se utilizarán negritas y para el formato de edición del manuscrito se tomará como modelo AEspA nº 80, 2007. 3. Al inicio del texto se incluirá un Resumen y una lista de Palabras Clave, ambos en español y traducidos al inglés como Summary y Key words. De no estar escrito el texto en español, los resúmenes y palabras clave vendrán en el idioma original y traducidos al español. Las palabras clave no deben de contener los términos incluidos en el título, pues ambos se publican siempre conjuntamente. 4. Las listas bibliográficas (por orden alfabético de autores y siguiendo el modelo de AEspA 2008) y los pies de figuras se incluirán al final del mismo texto, no en archivos separados. Correcciones y texto definitivo 1. El Consejo de Redacción podrá sugerir correcciones del original previo (incluso su reducción significativa) y de la parte gráfica, de acuerdo con estas normas y las correspondientes evaluaciones. Por ello, el compromiso de comunicar la aceptación o no del original se efectuará en un plazo máximo de seis meses. 2. El texto definitivo se deberá entregar cuidadosamente corregido y homologado con AEspA para evitar cambios en las primeras pruebas. El texto, incluyendo resúmenes, palabras clave, bibliografía y pies de figuras, en CD regrabable; y la parte gráfica en originales o en CD. Acompañado de una copia imprimida, que incluya la parte gráfica completa. 3. Los autores podrán corregir primeras pruebas, aunque no se admitirá ningún cambio en el texto. Citas bibliográficas 1. Podrán presentarse de acuerdo al sistema tradicional de notas a pie de página, numeradas correlativamente, o por el sistema «americano» de citas incluidas en el texto, indistinta o simultáneamente. Los nombres de los autores constarán siempre en minúsculas, tanto en texto como en nota y no se pondrá como entre autor y año; en versalitas en listado bibliográfico. 2. Los detalles de las citas y referencias bibliográficas pueden variar siempre que su contenido sea completo y uniforme en todo el texto. 3. Siempre que en el sistema de citas a pie de página se vuelva a mencionar un trabajo, se ha de indicar el número de la primera nota en que se ofrece la referencia completa. 4. En las citas bibliográficas, los lugares de edición deben recogerse tal como aparecen citados en la edición original. Documentación gráfica 1. Toda la documentación gráfica se considera FIGURA (ya sea a línea, fotografía, mapa, plano, tabla o cuadro), llevando una numeración correlativa simple. 2. Se debe indicar el lugar ideal donde se desea que se incluya, siempre dentro del texto. 3. Debe de ser de calidad, de modo que su reducción no impida identificar correctamente las leyendas o empaste el dibujo. Toda la documentación gráfica se publica en blanco y negro.

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Varia 1. 2. 3. 4.

El formato de caja de la Revista es de 15x21cm; el de columna, de 7,1x21 cm. Los dibujos, planos y cualquier tipo de registro (como las monedas o las cerámicas) irán acompañados de escala gráfica y las fotografías potestativamente; todo ello debe de prepararse para su publicación ajustada a la caja y de modo que se reduzcan a una escala entera (1/2, 1/3, 1/10, ... 1/2.000, 1/20.000, 1/50.000, etc.). En cualquier caso, se debe sugerir el tamaño de publicación de cada figura (a caja, a columna, a 10 centímetros de ancho, etc.). Se debe enviar en soporte digital, preferentemente en fichero de imagen TIFF o JPEG con más de 300 DPI y con resolución para un tamaño de 16x10 cm. No se aceptan dibujos en formato DWG o similar y se debe procurar no enviarlos en CAD a no ser que presenten formatos adecuados para su publicación en imprenta. Derechos: la publicación de artículos en las revistas del CSIC no da derecho a remuneración alguna; los derechos de edición son del CSIC. Los originales de la revista Archivo Español de Arqueología, publicados en papel y en versión electrónica, son propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, siendo necesario citar la procedencia en cualquier reproducción parcial o total. Es necesario su permiso para efectuar cualquier reproducción. Entrega de separatas y volúmenes: los evaluadores recibirán gratuitamente un ejemplar del volumen en el que hayan intervenido; los autores, gratuitamente 25 separatas de su artículo y el volumen correspondiente. Devolución de originales: los originales no se devolverán salvo expresa petición previa del autor.

ANEJOS DE «ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA» ISSN 09561-3663 I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX XXI XXII XXIII XXIV XXV XXVI XXVII XXVIII XXIX XXX

F. LÓPEZ CUEVILLAS: Las joyas castreñas. Madrid, 1951, 124 págs., 66 figs.—ISBN 84-00-01391-3 (agotado). A. BALIL: Las murallas romanas de Barcelona. Madrid, 1961, 140 págs., 75 figs.— ISBN 84-00-01489-8 (agotado). A. GARCÍA Y BELLIDO y J. MENÉNDEZ PIDAL: El distylo sepulcral romano de Iulipa (Zalamea). Madrid, 1963, 88 págs., 42 figs.—ISBN 84-00-01392-1. A. GARCÍA Y BELLIDO: Excavaciones y exploraciones arqueológicas en Cantabria. Madrid, 1970, 72 págs., 88 figs.— ISBN 84-00-01950-4. A. GARCÍA Y BELLIDO: Los hallazgos cerámicos del área del templo romano de Córdoba. Madrid, 1970, 84 págs., 92 figs.—ISBN 84-00-01947-4. G. ALFÖLDY: Flamines Provinciae Hispaniae Citerioris. Madrid, 1973, 114 págs., más 2 encartes.—ISBN 84-0003876-2. Homenaje a D. Pío Beltrán Villagrasa. Madrid, 1974, 160 págs., 32 figs.—ISBN 84-7078-377-7 (agotado). J. ARCE: Estudios sobre el Emperador FL. CL. Juliano (Fuentes Literarias. Epigrafía. Numismática). Madrid, 1984, 258 págs.—ISBN 84-00-05667-1. Estudios sobre la Tabula Siarensis (eds. J. GONZÁLEZ y J. ARCE). Madrid, 1988, 332 págs.—ISBN 84-00-06876-9. G. LÓPEZ MONTEAGUDO: Esculturas zoomorfas celtas de la Península Ibérica. Madrid, 1989, 203 págs., 6 mapas y 88 láminas.—ISBN 84-00-06994-3. R. JÁRREGA DOMÍNGUEZ: Cerámicas finas tardorromanas africanas y del Mediterráneo oriental en España. Estado de la cuestión. Madrid, 1991.—ISBN 84-00-07152-2. Teseo y la copa de Aison (coord. R. OLMOS ROMERA), Actas del Coloquio celebrado en Madrid en octubre de 1990. Madrid, 1992, 226 págs.—ISBN 84-00-07254-5. A. GARCÍA Y BELLIDO (edit.): Álbum de dibujos de la colección de bronces antiguos de Antonio Vives Escudero (M. P. GARCÍA-BELLIDO, texto). Madrid, 1993, 300 págs., 190 láminas.—ISBN 84-00-07364-9. M. P. GARCÍA-BELLIDO y R. M. SOBRAL CENTENO (eds.): La moneda hispánica. Ciudad y territorio. Actas del I Encuentro Peninsular de Numismática Antigua. Madrid, 1995, XVI + 428 págs., 210 ilustr.—ISBN 84-00-07538-2. A. OREJAS SACO DEL VALLE: Estructura social y territorio. El impacto romano en la cuenca Noroccidental del Duero. Madrid, 1996, 255 págs., 75 figs., 11 láms.—ISBN 84-00-07606-0. A. NÜNNERICH-ASMUS: El arco cuadrifronte de Cáparra (Cáceres). Madrid, 1997 (en coedición con el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid), 116 págs., 73 figs.—ISBN 84-00-07625-7. A. CEPAS PALANCA: Crisis y continuidad en la Hispania del s. III. Madrid, 1997, 328 págs.—ISBN 84-00-07703-2. G. MORA: Historias de mármol. La arqueología clásica española en el siglo XVIII. Madrid, 1998 (en coedición con Ed. Polifemo), 176 págs., 16 figs.—ISBN 84-00-07762-8. P. MATEOS CRUZ: La basílica de Santa Eulalia de Mérida: Arqueología y Urbanismo. Madrid, 1999 (en coedición con el Consorcio Monumental de la Ciudad de Mérida), 253 págs., 75 figs., 22 láms. y 1 plano.—ISBN 84-00-07807-1. R. M. S. CENTENO, M.a P. GARCÍA-BELLIDO y G. MORA (eds.): Rutas, ciudades y moneda en Hispania. Actas del II EPNA (Oporto, 1998). Madrid, 1999 (en coedición con la Universidade do Porto), 476 págs., figs.—ISBN 84-0007838-1. J. C. SAQUETE: Las vírgenes vestales. Un sacerdocio femenino en la religión pública romana. Madrid, 2000 (en coedición con la Fundación de Estudios Romanos), 165 págs.—ISBN 84-00-07986-8. M.a P. GARCÍA-BELLIDO y L. CALLEGARIN (coords.): Los cartagineses y la monetización del Mediterráneo occidental. Madrid, 2000 (en coedición con la Casa de Velázquez). 192 pp. y figs. ISBN: 84-00-07888-8. L. CABALLERO ZOREDA y P. MATEOS CRUZ (coords.): Visigodos y Omeyas. Un debate entre la Antigüedad tardía y la alta Edad Media. Madrid, 2000 (en coedición con el Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida). 480 pp. y figs. ISBN: 84-00-07915-9. M.a MARINÉ ISIDRO: Fíbulas romanas en Hispania: la Meseta. Madrid, 2001. 508 págs. + 37 figs. + 187 láms.—ISBN 84-00-07941-8. I. SASTRE PRATS: Onomástica y relaciones políticas en la epigrafía del Conventus Asturum durante el Alto Imperio. Madrid, 2002.- ISBN84-00-08030-0. C. FERNÁNDEZ, M. ZARZALEJOS, C. BURKHALTER, P. HEVIA y G. ESTEBAN: Arqueominería del sector central de Sierra Morena. Introducción al estudio del Área Sisaponense. Madrid, 2002. 125 págs. + figs. en texto y fuera de texto.ISBN 84-00-08109-9. P. PAVÓN TORREJÓN: La cárcel y el encarcelamiento en la antigua Roma. Madrid, 2003. 299 págs. + 18 figs. En texto, apéndices e índices. -ISBN: 84-00-08186-2. L. CABALLERO, P. MATEOS y M. RETUERCE (eds.): Cerámicas Tardorromanas y Altomedievales en la Península Ibérica. Instituto de Historia e Instituto de Arqueología de Mérida. Madrid, 2003. 553 págs. + 277 figs.- ISBN 84-00-08202-8. P. MATEOS, L. CABALLERO (eds.): Repertorio de arquitectura cristiana: época tardoantigua y altomedieval. Mérida, 2003. 348 págs. + figs en texto. ISBN 84-00-08179-X. T. TORTOSA ROCAMORA (coord.): El yacimiento de la Alcudia: pasado y presente de un enclave ibérico. Instituto de Historia. Madrid, 2004., 264 págs. + figs. en texto.- ISBN 84-00-08265-6.

ANEJOS DE «ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA» (Continuación) XXXI

V. MAYORAL HERRERA: Paisajes agrarios y cambio social en Andalucía Oriental entre los períodos ibérico y romano. Instituto de Arqueología de Mérida, 2004, 340 págs. + figs. en texto.- ISBN 84-00-08289-3. XXXII A. PEREA, I. MONTERO Y O. GARCÍA-VUELTA (eds.): Tecnología del oro antiguo: Europa y América. Ancient Gold Technology: America and Europe. Instituto de Historia. Madrid, 2004. 440 págs. + figs. en texto.- ISBN: 84-0008293-1. XXXIII F. CHAVES Y F. J. GARCÍA (eds.): Moneta Qua Scripta. La Moneda como Soporte de Escritura. Instituto de Historia. Sevilla, 2004. 431 págs. + figs., láms. y mapas en texto.- ISBN: 84-00-08296-6. XXXIV M. BENDALA, C. FERNÁNDEZ OCHOA, R. DURÁN CABELLO Y Á. MORILLO (EDS.): La arqueología clásica peninsular ante el tercer milenio. En el centenario de A. García y Bellido (1903-1972). Instituto de Historia. Madrid, 2005. 217 págs. + figs. En texto. ISBN 84-00-08386-5. XXXV S. CELESTINO PÉREZ Y J. JIMÉNEZ ÁVILA (edits.): El Periodo Orientalizante. Actas del III Simposio Internacional de Mérida: Protohistoria del Mediterráneo Occidental. Mérida 2005, dos volúmenes, 1440 págs. + figs., láms., gráficos y mapas en texto. ISBN 84-00-08345-8. XXXVI M.ª RUIZ DEL ÁRBOL MORO: La Arqueología de los espacios cultivados. Terrazas y explotación agraria romana en un área de montaña: la Sierra de Francia. Instituto de Historia. Madrid, 2005. 123 págs. + 30 figs. en texto. ISBN 84-00-08413-6. XXXVII V. GARCÍA-ENTERO: Los balnea domésticos -ámbito rural y urbano- en la Hispania romana. Instituto de Historia. Madrid, 2005. 931 págs. + 236 figs. en texto. ISBN 84-00-08431-4. XXXVIII T. TORTOSA ROCAMORA: Los estilos y grupos pictóricos de la cerámica ibérica figurada de la Contestania. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2006. 280 págs. ISBN 84-00-08435-1. XXXIX A. CHAVARRÍA, J. ARCE Y G. P. BROGIOLO (eds.): Villas Tardoantiguas en el Mediterráneo Occidental. Instituto de Historia. Madrid. 2006. 273 págs. + figs. en texto. ISBN 84-00-08466-7. XL M.ª ÁNGELES UTRERO AGUDO: Iglesias tardoantiguas y altomedievales en la Península Ibérica. Análisis arqueológico y sistemas de abovedamiento. Instituto de Historia. Madrid 2006. 646 págs. + figs. en texto + 290 láms. ISBN 97884-00-8510-0. XLI L. CABALLERO y P. MATEOS (eds.): Escultura decorativa tardo romana y alto medieval en la Península Ibérica. Actas de la Reunión Científica «Visigodos y Omeyas» III, 2004. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida 2007. 422 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08543-8. XLII P. MATEOS CRUZ: El «Foro Provincial» de Augusta Emerita: un conjunto monumental de culto imperial. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2006. 439 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08525-4. XLIII A. JIMÉNEZ DÍEZ: Imagines Hibridae. Instituto de Historia. Madrid 2008. 410 págs. +150 figs. en texto ISBN 97884-00-08617- 6. XLIV F. PRADOS MARTÍNEZ: Arquitectura púnica, Instituto de Historia. Madrid 2008. 332 págs. +328 figs. en texto ISBN 978-84-00-08619-0. XLV P. MATEOS, S. CELESTINO, A. PIZZO y T. TORTOSA (eds.): Santuarios, oppida y ciudades: arquitectura sacra en el origen y desarrollo urbano del Mediterráneo Occidental. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida, 452 págs. + figuras en texto. ISBN 978-84-00-08827-9. XLVI J. JIMÉNEZ ÁVILA (ed.): Sidereum Ana I. El río Guadiana en época postorientalizante. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida. 2008, 480 págs. + 230 figs. en texto. ISBN 978-84-00-08646-6. XLVII M. P. GARCÍA-BELLIDO, A. MOSTALAC y A. JIMÉNEZ: Del Imperium de Pompeyo a la Auctoritas de Augusto. Homenaje a Michael Grant. Instituto de Historia. Madrid 2008, 318 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08740-1. XLVIII Espacios, usos y formas de la epigrafía hispana en épocas antigua y tardoantigua. Homenaje al doctor Armin U. Stylow. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida, 406 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08798-2. XLIX L. ARIAS PÁRAMO: Geometría y proporción en la Arquitectura Prerrománica Asturiana. Madrid 2008. 396 págs. + 234 figs. + 57 fotos + 26 cuadros. Instituto de Historia. Madrid 2008. ISBN 978-84-00-08728-9. L S. CAMPOREALE, H. DESSALES, A. PIZZO (eds.): Arqueología de la Construcción I. Los procesos constructivos en Italia y en las provincias romanas. I. Italia y las provincias occidentales. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida (en prensa). LI L. CABALLERO, P. MATEOS y M.a Á. UTRERO (eds.): El siglo VII frente al siglo VII: Arquitectura. Madrid 2009. 348 págs. + figs. en texto. ISBN 978-84-00-08805-7.

HISPANIA ANTIQVA EPIGRAPHICA (HispAntEpigr.) Fascículos 1-3 (1950-1952), 4-5 (1953-1954), 6-7 (1955-1956), 8-11 (1957-1960) y 12-16 (1961-1965).

ITALICA Cuadernos de Trabajos de la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma (18 vols.). Monografías de la Escuela (22 vols.).

CORPVS VASORVM HISPANORVM J. CABRÉ AGUILÓ: Cerámica de Azaila. Madrid, 1944.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. XI + 101 págs. con 83 figs. + 63 láms., 32 × 26 cm. (agotado). I. BALLESTER, D. FLETCHER, E. PLA, F. JORDÁ y J. ALCACER. Prólogo de L. PERICOT: Cerámica del Cerro de San Miguel, Liria. Madrid, 1954.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. y Dipu-tación Provincial de Valencia.—XXXV + 148 págs., 704 figs., LXXV láms., 32 × 26 cm.—ISBN 84-00-01394-8 (agotado).

ANEJOS DE GLADIUS CSIC y Ediciones Polifemo M.ª Paz García-Bellido: Las legiones hispánicas en Germania. Moneda y ejército. Instituto de Historia. 2004. 354 págs. + 120 figs. ISBN 84-00-08230-3. M.ª Paz García-Bellido (coord.): Los campamentos romanos en Hispania (27 a.C.-192d.C.). El abastecimiento de moneda. Instituto Histórico Hoffmeyer. Instituto de Historia. Ediciones Polifemo. 2006. 2 vols. + CD Rom. ISBN (10) 84-00-08440-3; (13) 978-84-00-08440-0.

TABVLA IMPERII ROMANI (TIR) Unión Académica Internacional Editada por el C.S.I.C., Instituto Geográfico Nacional y Ministerio de Cultura Hoja K-29: Porto. CONIMBRIGA, BRACCARA, LVCVS, ASTVRICA, edits. A. BALIL ILLANA, G. PEREIRA MENAUT y F. J. SÁNCHEZPALENCIA. Madrid, 1991. ISBN 84-7819-034-1. Hoja K-30: Madrid. CAESARAVGVSTA, CLVNIA, edits. G. FATÁS CABEZA, L. CABALLERO ZOREDA, C. GARCÍA MERINO y A. CEPAS. Madrid, 1993. ISBN 84-7819-047-3. Hoja J-29: Lisboa. EMERITA, SCALLABIS, PAX IVLIA, GADES, edits. J. DE ALARCÃO, J. M. ÁLVAREZ, A. CEPAS, R. CORZO. Madrid, 1995. ISBN 84-7819-065-1. Hoja K-J31: Pyrénées Orientales-Baleares. TARRACO, BALEARES, edits. A. CEPAS PALANCA, J. GUITART I DURÁN. G. FATÁS CABEZA. Madrid, 1997. ISBN 84-7819-080-5. Fall K-J31: Pyrénées Orientales-Baleares (edición en catalán). ISBN 89-7819-081-3.

VARIA A. GARCÍA Y BELLIDO: Esculturas romanas de España y Portugal. Madrid, 1949, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2 volúmenes de 28 × 20 cm.: I, Texto, XXVII + 494 págs.—II, Láminas, 352 láms. (agotado). C. PEMÁN: El pasaje tartéssico de Avieno. Madrid, 1941, 115 págs., 26 × 18 cm. (agotado).

A. SCHULTEN: Geografía y Etnografía de la Península Ibérica. Vol. I. Madrid, 1959. Instituto Español de Arqueología (C.S.I.C.), 412 págs., 22 × 16 cm.—Contenido: Las fuentes antiguas. Bibliografía moderna y mapas. Orografía de la meseta y tierras bajas. Las costas (agotado). Vol. II. Madrid, 1963, 546 págs., 22 × 16 cm.—Contenido: Hidrografía. Mares limítrofes. El estrecho de Gibraltar. El clima. Minerología. Metales. Plantas. Animales (agotado).

M. PONSICH: Implantation rurale antique sur le Bas-Guadalquivir (II) (Publications de la Casa de Velázquez, série «Archéologie»: fasc. III).—Publié avec le concours de l’Instituto Español de Arqueología (C.S.I.C.) et du Conseil Oléicole International.— París, 1979 (27,5 × 21,5 cm.), 247 págs. con 85 figs. + LXXXI láms.—ISBN 84-600-1300-6.

HOMENAJE A A. GARCÍA Y BELLIDO Vol. I Madrid, 1976. Revista de Vol. II Madrid, 1976. Revista de Vol. III Madrid, 1977. Revista de Vol. IV Madrid, 1979. Revista de

la la la la

Universidad Universidad Universidad Universidad

Complutense Complutense Complutense Complutense

de de de de

Madrid, Madrid, Madrid, Madrid,

XXV, 101. XXV, 104. XXVI, 109. XXVIII, 118.

VV.AA.: Producción y Comercio del Aceite en la Antigüedad. Primer Congreso Internacional.—Universidad Complutense.— Madrid, 1980 (24 × 17 cm.), 322 págs.—ISBN 84-7491-025-0. VV.AA.: La Religión Romana en Hispania. Simposio organizado por el Instituto de Arqueología «Rodrigo Caro» del C.S.I.C. (17-19 diciembre 1979).—Subdirección General de Arqueología del Ministerio de Cultura.—Madrid, 1981 (28,5 × 21 cm.), 446 págs.—ISBN 84-7483-238-1. VV.AA.: Homenaje a Sáenz de Buruaga.—Diputación Provincial de Badajoz: Institución Cultural «Pedro de Valencia».—Madrid, 1982 (28 × 19,5 cm.), 438 págs.—ISBN 84-500-7836-9. VV.AA.: Producción y Comercio del Aceite en la Antigüedad. Segundo Congreso Internacional.—Universidad Complutense.— Madrid, 1983 (24 × 17 cm.), 616 págs.—ISBN 84-7491-107-9. VV.AA.: Actas del Congreso Internacional de Historiografía de la Arqueología y de la Historia Antigua en España (siglos XVIII-XX), 13-16 de diciembre de 1988, C.S.I.C., Ministerio de Cultura, 1991.—ISBN 84-7483-758-8. VV.AA.: Ciudad y comunidad cívica en Hispania (siglos II y III d.C.). Cité et communauté civique en Hispania. Actes du Colloque organisé par la Casa de Velázquez et par le Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 25-27 janvier 1990. Collection de la Casa de Velázquez, 38. Serie Rencontres. Madrid, 1992, 220 pp.—ISBN 84-86839-46-7.

BIBLIOTHECA ARCHAEOLOGICA ISSN 0519-9603 I II III IV V VI VII

A. BLANCO FREIJEIRO: Arte griego. Madrid, 1982, 396 págs., 238 figs., 19 × 13 cm. (8.a edición, corregida y aumentada).— ISBN 84-00-04227-1. Cf. en Textos Universitarios. A. GARCÍA Y BELLIDO: Colonia Aelia Augusta Italica. Madrid, 1960, 168 págs., 64 figuras en el texto y 48 láms., y un plano, 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01393-X (agotado). A. BALIL: Pintura helenística y romana. Madrid, 1962, 334 págs:, 104 figs. y 2 lám. 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-005732 (agotado). A. BALIL: Colonia Julia Augusta Paterna Faventia Barcino. Madrid, 1964, 180 págs., 69 figs. y un plano, 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01454-5. 2.a ed. 84-00-01431-6 (agotado). A. GARCÍA Y BELLIDO: Urbanística de las grandes ciudades del mundo antiguo. Madrid, 1985, XXVIII + 384 págs., 194 figs. en el texto, XXII láms. y 2 cartas, 19 × 13 cm. (2.a ed. acrecida).—ISBN 84-00-05908-5. A. M. DE GUADÁN: Numismática ibérica e iberorromana. Madrid, 1969, XX + 288 págs., 24 figs. y varios mapas en el texto y 56 láms., 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-01981-4 (agotado). M. VIGIL: El vidrio en el mundo antiguo. Madrid, 1969, XII + 182 págs., 160 figs., 19 × 13 cm.—ISBN 84-00-019822. 2.a ed. 84-00-01432-4 (agotado).

TEXTOS UNIVERSITARIOS 1.

A. GARCÍA Y BELLIDO: Arte romano.—C.S.I.C. (8.a ed.).—Madrid, 1990 (28 × 20 cm.), XX + 836 págs. con 1.409 figs.— ISBN 84-00-070777-1. A. BLANCO FREIJEIRO: Arte griego.—C.S.I.C. (8.a ed.).—Madrid, 1990 (21 × 15 cm.), IX + 396 págs. con 238 figs.— ISBN 84-00-07055-0. M.P. GARCÍA-BELLIDO y C. BLÁZQUEZ: Diccionario de cecas y pueblos hispánicos. Vol. I: Introducción. Madrid, 2001, 234 pp. y figs. ISBN: 84-00-08016-5. M.P. GARCÍA-BELLIDO y C. BLÁZQUEZ: Diccionario de cecas y pueblos hispánicos. Vol. II: Catálogo de cecas y pueblos. Madrid, 2001, 404 pp. y figs. ISBN: 84-00-08017-3.

2. 35. 36.

CORPVS DE MOSAICOS DE ESPAÑA I II III IV V VI VII VIII IX X XI XII

A. BLANCO FREIJEIRO: Mosaicos romanos de Mérida.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1978 (28 × 21 cm.), 66 págs. con 12 figs. + 108 láms.—ISBN 84-00-04303-0 (agotado). A. BLANCO FREIJEIRO: Mosaicos romanos de Itálica (I).—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1978 (28 × 21 cm.), 66 págs. con 11 figs. + 77 láms.—ISBN 84-00-04361-8. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de Córdoba, Jaén y Málaga.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1981 (28 × 21 cm.), 236 págs. con 32 figs. + 95 láms.—ISBN 84-00-04937-3. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de Sevilla, Granada, Cádiz y Murcia.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1982 (28 × 21 cm.), 106 págs. con 25 figs. + 47 láms.—ISBN 84-00-05243-9. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de la Real Academia de la Historia, Ciudad Real, Toledo, Madrid y Cuenca.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1982 (28 × 21 cm.), 108 págs. con 42 figs. + 50 láms.—ISBN 84-00-05232-40. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ y T. ORTEGO: Mosaicos romanos de Soria.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.— Madrid, 1983 (28 × 21 cm.), 150 págs., con 22 figs. + 38 láms.—ISBN 84-00-05448-2. J. M. BLÁZQUEZ y M. A. MEZQUÍRIZ (con la colaboración de M. L. NEIRA y M. NIETO): Mosaicos romanos de Navarra.— Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. Madrid, 1985 (28 × 21 cm.), 198 págs. con 31 figs. + 62 láms.—ISBN 84-00-06114-4. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO, M. L. NEIRA y M. P. SAN NICOLÁS: Mosaicos romanos de Lérida y Albacete. Madrid, 1989. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm.), 60 págs., 19 figs. y 44 láms.—ISBN 84-00-06983-8. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO, M. L. NEIRA y M. P. SAN NICOLÁS: Mosaicos romanos del Museo Arqueológico Nacional. Madrid, 1989. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm.), 70 págs., 18 figs. y 48 láms.—ISBN 84-00-06991-9. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO, T. MAÑANES y C. FERNÁNDEZ OCHOA: Mosaicos romanos de León y Asturias. Madrid, 1993. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 116 págs., 19 figs. y 35láms.— ISBN 84-00-05219-6. M. L. NEIRA y T. MAÑANES: Mosaicos romanos de Valladolid. Madrid, 1998. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 128 págs., 10 figs. y 40 láms.—ISBN 84-00-07716-4. G. LÓPEZ MONTEAGUDO, R. NAVARRO SÁEZ y P. DE PALOL SALELLAS: Mosaicos romanos de Burgos. Madrid, 1998. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 170 págs., 26 figs. y 168 láms.—ISBN 84-00-07721-0.

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Editada bajo la supervisión del Departamento de Publicaciones del CSIC, esta obra se terminó de imprimir en mayo de 2009 en los talleres de Imprenta Taravilla. Madrid.

ANEJOS AESPA

XLV 2009

Pedro Mateos Sebastián Celestino Antonio Pizzo Trinidad Tor tosa

ANEJOS

DE AESPA

XLV

SANTUARIOS, OPPIDA Y CIUDADES: ARQUITECTURA SACRA EN EL ORIGEN Y DESARROLLO URBANO DEL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL

(eds.)

SANTUARIOS, OPPIDA Y CIUDADES: ARQUITECTURA SACRA EN EL ORIGEN Y DESARROLLO URBANO DEL MEDITERRÁNEO OCCIDENTAL

ISBN 978 - 84 - 00 - 08827 - 9

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