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Spanish; Castilian Pages 295 [283] Year 2000
Clifford Geertz
Negara El Estado-teatro en el Bali del siglo
XIX
Título original: Negara Publicado en inglés por Princeton University Press, Nueva Jersey Traducción de Albert Roca Álvarez
Cubierta de Mario Eskenazi
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© 1980 Princeton University Press , © 2000 de la traducción, Albert Roca Alvarez © 2000 de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paidós, SAICF, Defensa, 599 - Buenos Aires. ISBN: 84-493-0806-2 Depósito legal: B-49.771/1999 Impreso en A & M Grafic, S. L. 08130 Sta. Perpetua de Mogoda (Barcelona) Impreso en España - Printed in Spain
ParaLa uristonTardy, GeorgeR. Geiger, yTalcottParsons,
maestros
SUMARIO
Lista de ilustraciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Introducción. Bali y el método histórico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 1. Definición política: las fuentes del orden . . . . . . . . . . . El mito del centro ejemplar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La geografíay el equilibrio de poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 2. Anatomía política: la organización interna la clase dirigente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
de
Grupos defiliacióny hundimiento de estatus Clientelas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Alianzas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Capítulo 3. Anatomía política: el pueblo y el Estado . . . . . . . . . . . . La polity pueblerina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El sistemaperbekel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La política del riego . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La sformas del comercio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
27 27 36 41
49 49 58 63 69 75 75 84 100 119 130
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Capítulo 4. La afirmación política: espectáculo y ceremonia La simbología del poder . . . . . . . . . El palacio como templo . . . . . . . . . Incineracióny lucha por el estatus Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Conclusión. Bali y la teoría política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
177 177 188 196 200
Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
217 233
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Glosario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Índice analítico y de nombres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
249 267 277
LISTA DE ILUSTRACIONES
Mapas
l. Bali . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 Casas reales de Tabanan y casas aliadas en la capital, alrededor de 1900 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86 3. Casas reales de Tabanan y casas aliadas en el campo, alrededor de 1900 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87 4. Puerto comercial de Kuta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
2.
Figuras 1. Modelo de la estructura del dadia 2. Ascendencia noble: el principio del hundimiento de estatus . . . 3. El linaje real de Tabanan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Diagrama esquemático del sistema preliminar de suministro de agua de una subak «típica» de Tabanan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Un modelo de cuadrícula de riego para la subak . . . . . . . . . . . . 6. Subak de las tierras bajas inferiores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7. Subak de las tierras bajas medias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8. Subak de las tierras altas superiores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9. Subak de las tierras altas medias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10. Subak de las tierras altas superiores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11. Plano del palacio del rey de Klungkung, alrededor de 1905 . . . .
53 55 89 102 104 109 109 110 110 110 190
PREFACIO
Este estudio pretende llegar a públicos diversos, y, en la esperanza de que efectivamente así lo haga, ha sido construido de tal forma que puede ser leído de distintas maneras. Particularmente, la disposición de las notas supone una segregación respecto al texto mucho mayor de la que es habitual en los trabajos mono gráficos: las claves de referencia remiten sólo muy vagamente a la página y línea en cuestión, en lugar de utilizar los precisos superíndices numera dos; 1 el texto de las notas toma una forma más bien expansiva, ya que mu chas de ellas son comentarios generales sobre temas suscitados en el texto, revisiones críticas y de una cierta extensión de la bibliografía relativa a uno u otro punto, o incluso miniensayos sobre cuestiones algo tangenciales a la narrativa central. En consecuencia, el texto ha sido escrito de tal manera que alguien -académico, estudiante o lector genérico- pueda leerlo prácticamente sin acudir a las notas, alguien interesado en los Estados tra dicionales, en la teoría política, en el análisis antropológico o en cualquier otra cosa, pero no particularmente preocupado por los dimes y diretes de los estudios indonesios. Por otra parte, otros lectores podrán conceder una importancia crítica a las notas, particularmente aquellos -indólogos, es pecialistas en el sureste asiático o en Bali- interesados en una visión cir cunstancial de la base sobre la que se construye el argumento del texto o en el desarrollo de puntos técnicos específicos; y esto es así, sobre todo, tanto porque el tema del Estado balinés tradicional nunca había sido tratado in tegralmente con anterioridad --en realidad apenas había sido tratado como tal-, como porque las materias relevantes para su estudio están muy des1. N. del t.: Esta disposición ha sido corregida en la edición en castellano, utilizando el sistema de superíndices numéricos, pero tratando de respetar el espíritu del autor.
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perdigadas y son extremadamente heterogéneas en la tipología y desigua les en la calidad. Muchos lectores se posicionarán en algún lugar interme dio en este continuum entre el generalista y el especialista; la distribución más bien poco usual entre texto y comentario ha sido diseñada para facili tarles el acceso a la porción de aparato académico que parezcan dictar sus propósitos respectivos. Un trabajo con una confección tan larga como el presente genera un gran número de deudas. Cito en notas a mis principales informantes bali neses y mi gratitud para con ellos es inconmensurable. De aquellos que han leído el manuscrito, debo dar las gracias específicamente a Hildred Geertz, que también me ayudó a recoger material, James Boon, Shelly Errington, F. K. Lehman y Peter Carey, aunque no sean más que una muestra signifi cativa de los muchos que me han ayudado y no asuman ninguna responsa bilidad particular por el hecho de ser nombrados. La señora Amy Jackson me proporcionó una asistencia secretarial de una amplitud poco usual, por la cual estoy muy agradecido. También me gustaría dar las gracias al señor William Hively, de la Princeton University Press, por sus consejos y su asistencia editorial. Finalmente, diversas instituciones han contribuido a la realización de este trabajo en aspectos distintos: la Fundación Rockefeller, el Comité para el Estudio Comparativo de las Naciones Nuevas de la Universidad de Chi cago, y el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton.
INTRODUCCIÓN
BALI Y EL MÉTODO HISTÓRICO
El pecado capital en la ciencia es hacer preguntas para las que no ves posibilidad de respuesta, como en política lo es dar órdenes que piensas que no serán obedecidas, o en re ligión rezar por aquello que no piensas que Dios vaya a dar. R.G.COLLINGWOOD
Hoy, cuando uno contempla Indonesia panorámicamente, ésta parece formar una sinopsis indatable de su propio pasado, como cuando, despa rramados encima de una mesa, los artefactos procedentes de distintos ni veles de un sitio arqueológico ocupado por largo tiempo resumen en un vistazo miles de años de historia humana. Todas las corrientes culturales que, una detrás de otra durante el curso de unos tres milenios, han fluido hacia el archipiélago -desde la India, China, Oriente Medio y Europa tienen su representación contemporánea en algún lugar: en el Bali hindú; en los barrios chinos de Jakarta, Semarang o Surubaya; en los bastiones musulmanes de Aceh, Makassar o las tierras altas Padang; en las regiones cristianizadas, calvinistas en Minahassa y Ambon, o católicas en Flores y Timor. La gama de estructuras sociales es igualmente amplia, igualmen te recapituladora: los sistemas tribales malayo-polinesios del interior de Borneo o las Célebes; los pueblos campesinos tradicionales de Bali, Java occidental y partes de Sumatra y las Célebes; los pueblos de proletariado rural «postradicional» del centro de Java y de las llanuras fluviales en el levante de esta misma isla; los pueblos pescadores y contrabandistas de mentalidad mercantil en las costas de Borneo y de las Célebes; las mar-
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chitas capitales provinciales y ciudades del interior de Java y de las Islas Exteriores; y las enormes, dislocadas y semimodemizadas metrópolis de Jakarta, Medan, Surabaya y Makassar. La variedad de formas económi cas, sistemas de estratificación u organizaciones del parentesco es igual mente grande: agricultores de roza en Borneo, castas en Bali, matrilinea lidad en Sumatra occidental. Sin embargo, en todo este vasto despliegue de patrones sociales y culturales, una de las instituciones más importantes -quizá la más importante- en el modelado del carácter básico de la ci vilización indonesia se encuentra prácticamente ausente, desvanecida de una forma tan completa que, en un sentido perverso, tal ausencia atestigua su centralidad histórica: el negara, el Estado clásico precolonial en In donesia. Negara (nagara, nagari, negeri), un préstamo del sánscrito que ori ginalmente significaba «ciudad», se usa en las lenguas indonesias para denominar, de manera más o menos simultánea e intercambiable, «pala cio», «capital», «Estado», «reino» y también «ciudad». En su sentido más amplio, es el término para civilización (clásica), para el mundo de la gran ciudad tradicional, para la alta cultura que la gran ciudad albergaba, y para el sistema de autoridad política jerarquizada que allí tenía su centro. Su opuesto es desa -también un préstamo lingüístico del sánscrito- que, con una flexibilidad referencial similar, quiere decir «campo», «región», «pueblo», «lugar», e incluso, en ocasiones, «dependencia» o «área gober nada». En su sentido más amplio, desa es el término para el mundo rural --organizado de forma tan variada en los distintos rincones del archipié lago-, para el mundo de los campesinos, de los arrendados, de los súbdi tos, del «pueblo», de la gente. Entre estos dos polos, negara y desa, 1 cada uno definido en contraste con el otro, y en el seno de un contexto general de cosmología índica transplantada, la polity2 clásica se desarrolló y tomó su forma distintiva, por no decir peculiar.3
2
Saber cuántos negara ha habido en Indonesia va más allá de cualquier intento de registro histórico, pero es seguro que el número debe contarse por centenares, probablemente por miles. 4 Desde el tiempo de las más an tiguas inscripciones en sánscrito --en la primera mitad del siglo v- en adelante,5 reinos de variadas dimensiones surgieron, intrigaron, lucharon y cayeron, en un flujo de crecimiento constante. Los nombres más ilustres -Mataram, Shailendra, Shrivijaya, Melayu, Singarasi, Kediri, Majapahit y, después de la conversión al Islam, Demak, Bantam, Aceh, Makassar y neo-Mataram- no son más que participantes prominentes en un proceso
INTRODUCCIÓN
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continuo de formación y disolución de Estados al que únicamente la domi nación holandesa puso punto final (en algunas partes del archipiélago sólo lo hizo en la presente centuria). El desarrollo político de la Indonesia pre colonial no consiste en un implacable despliegue de un «despotismo orien tal» monolítico, sino en una nube en expansión de pequeños principados, localizados, frágiles e interrelacionados laxamente.6 Un esbozo de este desarrollo -una tarea fundamental para cualquiera preocupado en entender las pautas políticas no sólo de la fase índica de la civilización indonesia, sino también de la islámica, la colonial o la republi cana que la sucedieron- se ve acuciado por una profusión de dificultades, buena parte de ellas manufacturadas artificialmente. No sólo los datos son equívocos, están desperdigados y, con demasiada frecuencia, se encuentran pobremente presentados, sino que, con algunas excepciones notables, el modo de interpretarlos -un asunto primordialmente en manos de los fi lólogos- ha adolecido de una falta extrema de realismo sociológico. Ana logías -habitualmente con Europa, clásica, feudal o incluso moderna-, crónicas inventadas -improbables, en principio-- y especulaciones a prio ri sobre la naturaleza del «pensamiento indonesio» han conducido a una imagen del período índico que, aunque no carente de elementos de plausi bilidad, quizás incluso de verdad, exhala ese aire inconfundible de fantasía sistematizada que deriva de intentar conocer aquello que no hay forma de conocer. Muchos estudiosos de la Indonesia índica han buscado escribir el tipo de historia para la cual no han dispuesto del material necesario -material del que, con toda probabilidad, jamás dispondrán-, descuidando precisa mente la confección de aquel tipo de historia para el cual sí cuentan con material o, al menos, tienen la posibilidad de obtenerlo. La historia de una gran civilización se puede representar como una serie de acontecimientos de importancia fundamental -guerras, reinados y revoluciones- que, modelen o no a dicha civilización, al menos marcan los cambios principa les en su curso. También puede ser representada como una sucesión no de fechas, lugares o personas prominentes, sino de fases generales de desa rrollo sociocultural. Un énfasis en el primer tipo de historiografía tiende a presentar la historia como una sucesión de períodos ligados entre sí, uni dades de tiempo caracterizadas por alguna significación propia: serían el Advenimiento de los Shailendras, el Desplazamiento hacia Oriente de la Civilización Javanesa, o la Caída de Majapahit. Sin embargo, el segundo enfoque presenta el cambio histórico como un proceso social y cultural re lativamente continuo, un proceso que apenas muestra rupturas abruptas -si es que lo hace-, sino que despliega una alteración lenta, aunque pau tada, en la cual, si bien se pueden discernir fases de desarrollo cuando se observa la evolución de dicho proceso como un todo, casi siempre resulta
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muy difícil, si no imposible, poner el dedo en el lugar en el cual las cosas dejaron de ser lo que eran para convertirse en algo distinto. Esta visión del cambio, o del proceso, no insiste tanto en la crónica «analística» de lo que las personas hicieron, como en los modelos formales, o estructurales, de actividad acumulativa. La aproximación «periodizante» distribuye agrupa mientos de eventos concretos a lo largo de un continuum temporal en el cual la principal distinción es «anterior» o «posterior»; la aproximación «procesual» distribuye formas de organización y patrones culturales a lo largo de un continuum temporal en el cual la principal distinción es «pre rrequisito» o «consecuencia».7 En ambas, el tiempo es un elemento crucial: en la primera, es el hilo a lo largo del cual se enristran los acontecimientos específicos; en la segunda, es el medio a través del cual se mueven ciertos procesos abstractos.8 Naturalmente, ambos tipos de historiografía son válidos y, cuando son posibles, resultan complementarios. El fluir de los sucesos específicos, re gistrado en detalle, confiere substancia al bosquejo esquemático del cambio estructural; las fases construidas de la historia procesual -ellas mismas marcos para la percepción histórica, no segmentos de la realidad histórica proporcionan una forma inteligible al flujo de incidencias realmente regis tradas. Pero cuando, como en la Indonesia índica, el grueso de las inciden cias es simplemente irrecuperable, sin importar lo minuciosamente que uno lea entre líneas en mitos e inscripciones o intuya paralelos entre artefactos distantes, un intento de reconstruir los hechos particulares lleva, en el mejor de los casos, a inacabables (por lo imposible de tomar una decisión) contro versias sobre cuestiones hipotéticas y, en el peor, a la invención de un «rela to»9 sobre los tiempos clásicos que, aunque parece historia, no es más que un vistazo retrospectivo a una bola de cristal. C. C. Berg ha señalado: «La historia hindojavanesa de Krom es un relato sobre reyes y sus logros en la cual encontramos apuntes dispersos sobre elementos culturales. Por una vez, habría preferido una historia de la cultura y de los elementos de civili zación en la cual el lector encontrara apuntes dispersos sobre reyes».1º Es justamente este tipo de historia la que nos permiten escribir los documentos, inscripciones y textos del período clásico, interpretados en términos de pro cesos ecológicos, etnográficos y sociológicos. Sin embargo, aparte de algu nos esfuerzos fragmentarios y abortados como los de B. K. Schrieke y J. C. van Leur, 11 dicha historia continúa sin ser escrita.
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El escribir este último tipo de historia depende críticamente de la posi bilidad de construir un modelo de proceso sociocultural apropiado, uno
INTRODUCCIÓ N
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que sea preciso conceptualmente y esté asentado empíricamente, que pue da ser empleado para interpretar los fragmentos del pasado arqueológico, inevitablemente ambiguos y dispersos. Hay distintas maneras de hacer esto.•Uno puede acudir a lo que se sabe de secuencias comparables, pero más profundamente estudiadas, en otros lugares --en el caso que tenemos entre manos, las de la América precolombina o las del antiguo Próximo Oriente, por ejemplo-. Sobre la base de una sociología histórica de am plio espectro, uno puede formular una serie de paradigmas ideales, típicos, que aíslen los caracteres centrales de la clase de fenómenos relevante -aproximación popularizada, naturalmente, por Max Weber-. O uno pue de describir y analizar en algún detalle la estructura y el funcionamiento de un sistema actual (o reciente) que presente -o que uno crea que presen ta- al menos un parecido familiar con aquellos que uno busca reconstruir, iluminando lo que es más remoto con lo que lo es menos. Utilizaré todos estos enfoques complementarios, en la esperanza de poder corregir las de bilidades de uno con los puntos fuertes de otro. Pero colocaré el tercero, el enfoque etnográfico, en el centro de mi análisis, tanto porque pienso que es el más adecuado al presente ejemplo, como porque, ya que soy antropólo go más que arqueólogo o historiador, es aquel sobre el que tengo un mayor control y en el marco del cual tengo más posibilidades de aportar alguna contribución novedosa. Específicamente, a partir de mi propio trabajo de campo y a partir de la bibliografía existente, construiré un retrato circunstancial de la organiza ción estatal en Bali durante el siglo XIX y, entonces, trataré de extraer un conjunto de líneas maestras, generales pero sustantivas, para la ordenación de material pre y protohistórico en Indonesia, y, más allá, en el sureste asiá tico índico en general. A menudo se ha resaltado la aparente relevancia de Bali, el último re fugio de la cultura «hindú» en el archipiélago, para una comprensión plena del período índico en Indonesia y, especialmente, en su centro, Java. Para aclarar de qué formas precisas puede recurrirse al Bali reciente para arro jar luz sobre el pasado distante de Indonesia (e, igualmente importante, de qué formas no se puede hacerlo), es esencial desprenderse en primer lu gar de una serie de falacias metodológicas ampliamente extendidas. Éste es un terreno tan traicionero que uno debe dar cada paso con una parsimo nia obsesiva, como una oruga que se arrastra sobre el agua, tal como reza un símil javanés. La primera de dichas falacias que se debe hacer estallar es la noción, quizá popularizada en origen por Thomas Raffles, 12 de que el Bali moder no es un «museo» en el cual se ha preservado intacta la cultura precolonial de la Indonesia interior. Pese al aislamiento de Bali respecto a la corriente principal del desarrollo de Indonesia desde la islamización del resto del ar-
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chipiélago -un aislamiento que en ocasiones se ha exagerado-, no hay razones para pensar que la isla no haya cambiado durante los trescientos cincuenta años que siguieron a la destrucción de Mahapajit (alrededor de 1520). Por tanto, se debe dudar muy seriamente de cualquier intento de ver en el Bali decimonónico una réplica más elaborada de la Java de los siglos x1v y xv. Sea cual sea la utilidad que un estudio sobre Bali pueda tener para la historia indonesia, dicho estudio no se puede asentar en la suposición de que, por una rara fortuna, la isla se había ahorrado una historia. En segundo lugar, se debe reconocer que la evidencia para la existencia de cualquier práctica social particular, forma cultural, costumbre específi ca, creencia o institución en Java o en otras partes del sureste asiático, no debe reposar en última instancia en una evidencia balinesa, sino en datos procedentes de cada región en cuestión, sea Java, Camboya o cualquier otra. El hecho de que los balineses tengan patrilinajes endógamos, sociedades de regantes y un culto a las brujas desarrollado no supone en sí mismo una prueba de que costumbres similares existieran en la antigua Java. Más bien, todos estos hechos pueden sugerir posibilidades que deben ser sondeadas en Java (o en Camboya, Tailandia, Birmania, etc.). Son úti les para derivar hipótesis, pero inútiles para apoyar dichas hipótesis una vez derivadas. Quizás, ésta sea una premisa elemental, pero ha sido igno rada más a menudo, y con efectos más perniciosos, que cualquier otra má xima metodológica de la reconstrucción antropológica, no sólo en Indone sia, sino en general. Y en tercer lugar, aun cuando se toma plenamente en cuenta la muta ción histórica de Bali y cuando se reconoce la falta de lógica en los inten tos de probar teorías sobre Java a partir de evidencias balinesas, también es necesario comprender que, incluso en el siglo x1v (por no hablar del siglo x o del v11), Indonesia estaba lejos de ser uniforme, social, cultural y, sobre todo, ecológicamente: pese a la «conquista» de Mahajapit, Bali continuaba difiriendo del este de Java, y todavía más respecto al conjunto de regiones del archipiélago englobables de una u otra manera dentro del ámbito índi co. Así, aun si se está satisfecho con la idea de que alguna pauta balinesa en particular se encontraba presente en toda la Indonesia índica ---diga mos, como muestra, un fuerte énfasis en la estratificación según el presti gio-, no se puede asumir que tomara la misma forma externa en todas partes. Por ejemplo, la escala de los Estados balineses, apiñados en las es trechas faldas montañosas del sur, fue, casi con seguridad, siempre menor a la de los Estados de la más espaciosa Java, con los efectos obvios que esto debía tener sobre su organización. Más aún, la orientación natural de la isla hacia el sur y el traicionero Océano Índico, en lugar de hacia el norte y el tranquilo Mar de Java, provocó su marginación casi absoluta en la elabora da economía comercial que jugó un papel tan crucial en la economía gene-
INTRODUCCIÓN
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ral del período índico. El soberbio drenaje natural de las tierras balinesas y su clima -tal vez el más adecuado de toda Indonesia para el cultivo sawah tradicional- hicieron que el riego resultara menos problemático técnica mente y menos incierto estacionalmente que casi en cualquier otro lugar en Java. Y, como éstas, mil. Los datos procedentes de Bali deben ser corregi dos y contrastados no sólo en el tiempo, sino también en el espacio, antes de que puedan ser usados como líneas maestras en la interpretación de la civilización índica en Indonesia y más allá.
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Entonces, ¿cómo puede la etnografía balinesa resultar útil en absoluto para dicha interpretación? En primer lugar, aunque la vida balinesa cambió significativamente entre los siglos XIV y XIX, el cambio fue en gran medida endógeno. Particularmente, en Bali, no se dieron dos acontecimientos revolucio narios que transformaron radicalmente el orden social y cultural en otros sitios, la islamización y una dominación holandesa intensa.13 Por tanto, aunque la historia de la isla no es menos dinámica que la de otras regiones del archipiélago que también habían experimentado algún grado de acultu ración índica, es una historia mucho más ortogenética y bastante más me surada. En la última mitad del siglo XIX, Bali podía no ser una réplica del Bali del siglo XIX, pero, al menos, mostraba una continuidad plena con él, un desarrollo razonablemente regular a partir de él. En consecuencia, en Bali permaneció mucho de lo que en Java o en las regiones costeras de Su matra se había borrado o se había alterado más allá de cualquier posibilidad de reconocimiento. Como el Tíbet o el Yemen, esta isla pequeña y apretu jada, sin ser un fósil cultural, era de todas maneras bastante conservadora culturalmente. En segundo lugar, renunciando a cualquier intento de escribir una cró nica del período clásico, nos liberamos del principal incentivo para generar fábulas históricas. Si no tratamos de emplear material etnográfico para re construir una secuencia conexa de incidentes particulares, un relato de los reyes y sus logros, la tentación de dar respuestas a lo que no las tiene dis minuye poderosamente. Si Kertanagara era un vulgar borracho o un santo intoxicado, si los Shailendra eran una dinastía javanesa gobernando Suma tra o una dinastía sumatresa gobernando iava, o si realmente se dio la divi sión del reino en tiempos de Airlangga (todas ellas controversias duraderas en la bibliografía analística del período índico), son el tipo de cuestiones para las cuales el análisis de la organización política en Bali no tiene nin guna pertinencia. Para lo que sí resulta pertinente es para un entendimien-
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to de la forma característica del Estado índico en Indonesia, es decir, de la estructura intrínseca de la polity clásica. Y esto es así porque, independientemente de qué alteraciones hubiera sufrido el Estado balinés hacia 1906, independientemente de lo específico que fuese su medio natural o de lo divergente que resultara su contexto cul tural, no dejaba de ser un ejemplo más de un sistema de gobierno que en un tiempo había estado mucho más extendido. En consecuencia, sobre la base del material balinés, uno puede construir un modelo del negara como una variedad distinta de orden político, un modelo que podrá ser usado consi guientemente para extender nuestra comprensión sobre la historia proce sual de la Indonesia índica (y también de Camboya, Tailandia, Birmania o del resto del sureste asiático que, en mayor o menor medida, podríamos considerar merecedor del adjetivo índico). Un modelo tal es abstracto en sí mismo. Aunque se construya a partir de datos empíricos, debe ser aplicado experimental, que no deductiva mente, a la interpretación de otros datos empíricos. Es, por tanto, una en tidad conceptual, no una entidad histórica. Por un lado, es una representa ción simplificada, necesariamente infiel y teóricamente tendenciosa de una institución sociocultural relativamente bien conocida: el Estado bali nés del siglo xrx. Por otro lado, es una guía, una especie de maqueta so ciológica, para la construcción de representaciones -no necesariamente, ni siquiera probablemente, idénticas a ella en su estructura- de todo un conjunto de instituciones similares -peor conocidas, pero presumible mente similares-: los Estados clásicos del sureste asiático índico de los siglos v al xv. 14
NOTAS l . Sobre negara, véanse Gonda, 1952, págs. 6 1, 73, 243, 423, 432; Juyngoll, 1923, pág. 3 10; Pigeaud, s.f., págs. 303, 309. Sobre desa, véanse Gonda, 1952, págs. 65, 8 1, 342; Juynboll, 1923, pág. 302; Pigeaud, s.f., pág. 66. En Bali, el término desa ya se encuentra en inscripciones de mediados del siglo
x,
y negara, al menos desde mediados del siglo
XI
(véa
se Goris, 1954, vol. 1, págs. 7 1, 106). Ambos vocablos aparecen repetidamente en los es critos javaneses clásicos, particularmente en el Nagarakertagama (véase Pigeaud, 1960-
1963, vol. 5, págs. 144, 205-206). El uso de desa en el sentido de «dependencia», «territorio gobernado por un sultán» (véase Gonda, 1952, pág. 8 1), se halla en la lengua dyak, en la que el verbo mandesa signi fica «someter», «pacificar». En algunas áreas -Sumatra occidental (Willinck, 1909) o Am bon (Cooley, 1962), por ejemplo--, parece haberse dado el reverso de este proceso, de tal forma que el término negeri es empleado para designar complejos de asentamientos locales políticamente autónomos, como expresión de su independencia. En Bali, el término puri («palacio») se usa más habitualmente que el de negara como tal, pero tiene esencialmente el mismo significado múltiple (Pigeaud, 1960- 1963, vol. 3, págs. 9, 13). Deriva del sánscri-
INTRODUCCIÓN
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to pura, que significa «castillo», «ciudad» (Gonda, 1952, pág. 219). Aunque hoy en día en Bali, pura --es decir, con una a final en lugar de una i- significa «templo», no parece que, en el pasado, se haya hecho tal distinción (Korn, 1932, págs. 10-11). En indonesio moderno, negara quiere decir «Estado», y negeri, «país» o «región», aun que a veces se intercambian. Sobre el uso del término desa en Bali [y otros términos alter nativos], véase capítulo 3, nota 20.
2. N. del t.: La palabra polity-«formación política», «sistema de gobierno»- es un neologismo no reconocido por la Real Academia, pero tan empleado en ciencias sociales, particularmente en antropología política, que nos ha parecido más adecuado mantenerlo en la traducción.
3. La denominación del «período clásico» en la historia de Indonesia ha sido una fuente continua de dificultades. Muchos estudiosos han usado «hindú» o «hindú-java nés», haciendo notar simplemente que se pretendía que el término «hindú» recubriera formas tanto de budismo como de brahmanismo (véanse Coedes, 1948; Krom, 1931). En un intento de evitar el problema, Harrison (1954) ha utilizado «indianizado» (compárese la traducción de Coedes, 1948; Coedes, 1968); sin embargo, este término sugiere un im pacto de la India sobre Indonesia más amplio y profundo del que parece haber tenido lu gar. He elegido «índico» [Jndic] (e «indicizado» [lndicized, Indicization]) para resaltar la naturaleza de la influencia india, predominantemente estético-religiosa, más que social, económica o política.
N. del t.: Si la distinción respecto a Hindu es clara, Geertz no acaba de justificar por qué elige lndic, en Jugar de lndian. Una razón, que parece subyacer en otras elecciones termi nológicas del autor, podría ser la menor frecuencia de uso de lndic -un cultismo sólo uti lizado en ciertos contextos-, que personalizaría la selección. También puede señalarse que el sufijo -ic es más genérico que el sufijo -an, que tiene a menudo una connotación locati va, lo que por contraste podría querer justificar la dudosa adscripción de indic a la esfera «estético-religiosa» (más genérico, «cultural», no forzosamente ubicado en la India, inclu yendo a ésta pero también a otras sociedades) y de indiana la «social, económica o políti ca» (territorializado en el Indostán, con una carga geopolítica más concreta que podría conferirle connotaciones «coloniales» totalmente desorientadoras). En cualquier caso, esta decisión comporta serios problemas en la traducción, no tanto respecto a «índico», sino a sus teóricos derivados, «indicizado» o «indicización». Mantener el criterio explícito del autor supondría tener que usar palabras nuevas de dudosa armonía fonética, que provocan una cierta confusión con la palabra «índice», y cuyo uso difícilmente podría llegar a generali zarse. Por tanto, respetando el criterio del autor respecto a la distinción que confiere a «Ín dico», se ha optado por sustituir los derivados de tal palabra («indicizado» o «indiciza ción») por perífrasis o por el propio término «índico» (como también hace el autor, que no vuelve a recurrir a los derivados que él mismo ha propuesto más allá de la introducción). Véase introducción, nota 15.
4. Naturalmente, semejante cuantificación depende en buena medida de lo que uno considera como un Estado propiamente dicho y de la visión que cada uno tenga sobre la naturaleza de la organización política clásica. Así, Krom (1931 ), con su visión altamente integradora de la estructura del Estado tradicional -«modelo Imperio Romano»-, puede reducir el número de «reinos» [ «kingdoms»] de la Java precolonial a unas pocas docenas como mucho, mientras que Schrieke (1957, págs. 152-217), con una aproximación socio lógica más realista, puede listar más de doscientos «reinos» [ «realms»], de varios tipos, descripciones y grados de autonomía. Para el archipiélago en conjunto, Purnadi (1961) se
ñala que, a principios del siglo xx, todavía existían por lo menos trescientos cincuenta principados independientes o semiindependientes, virtualmente todos fuera de Java por aquel entonces.
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NEGARA
N. del t.: La dudosa distinción entre kingdom y realm utilizada por el autor, sin explici tar su naturaleza, es de difícil traducción en castellano y juega con formas distintas debidas a etimologías distintas, pero ambas relacionadas con el concepto de realeza. En todo caso, puede señalarse que el uso de realm en inglés suele ser más genérico, más frecuentemente asimilable en ciertos contextos a «ámbito, dominio, campo».
5. Sobre las inscripciones más antiguas, véanse Krom, 193 1, págs. 7 1-80; De Caspa ris, 1956. Informes chinos sobre Estados índicos en el archipiélago aparecen algo más tem prano, pero no son del todo seguros (véase Krom, 193 1, pág. 62). Además, hoy está fuera de toda duda que el proceso de formación de Estados ya estaba en marcha cuando se inició Ja «indicización» ([N. del t.] un proceso de inculturación/aculturación más o menos pro funda, con foco original en la India y aplicación en el sureste asiático en sentido amplio, que dará lugar al «universo índico» del que habla C. Geertz) (véase Van Leur, 1955, págs. 92 y sigs.). Para una revisión general de los problemas historiográficos indonesios, véase Soed jatmoko y otros, 1965.
6. Para una caracterización similar, véanse Stutterheim, 1932, págs. 3 1-33; Wertheim, 1965. La referencia al «despotismo oriental» alude a las teorías del «Estado hidráulico» de Wittfogel ( 1957; para sus referencias sobre Bali, véanse págs. 53-54). 7. N. del t.: En esta oración todos los entrecomillados son del traductor. En el caso de las distinciones en el tiempo generadas por ambas aproximaciones, las comillas responden a un afán de clarificar el texto para el lector. En el caso de la apelación de las aproxima ciones -«periodizante» o «analística» y «procesual»-, las comillas quieren singulari zar -únicamente en esta primera aparición- el uso que de tales términos hace el autor y que puede no coincidir con otros a los que el lector puede estar habituado. El término «pro cesual» es el que se utiliza corrientemente en castellano para denominar lo que Geertz lla ma developmental; el uso de «procesual» viene aconsejado además por la dificultad de derivar adjetivos de la palabra «desarrollo» y la confusión que supondría utilizar un térmi no como «desarrollista» -término que ha adquirido un significado especial en el estudio de las llamadas «sociedades en desarrollo», y que deriva de «desarrollismo» más que de «desarrollo»-. Por lo que se refiere a la expresión «analística», baste recordar que deriva de «anales» -«crónicas, registros»-, y no de «análisis».
8. Para una explicación metodológica y una aplicación en el Nuevo Mundo de la apro ximación «procesual» ([N. del t.] developmental, en el original) o «estructural», véanse Phi llips y Willey, 1953; Willey y Phillips, 1955. Para una argumentación coactiva sobre la uti lidad (prospectiva) de la aproximación anterior en el sureste asiático, junto con una multitud de sugerencias sobre los problemas que dicha aproximación podría empezar por confrontar,
véase Benda, 1962. Con mucho, las síntesis «analísticas» de la historia del período índico que resultan más comedidas, útiles y legibles son la de Coedes ( 1948) -traducción ingle sa, Coedes, 1968-, para un tratamiento global, y la de Krom ( 193 1 ), para un tratamiento circunscrito a Indonesia. Hall ( 1955) contiene el mejor resumen en inglés. La fiabilidad de las historias «analísticas» de Indonesia puede mejorar cuando se sondean sistemática mente fuentes chinas y del sureste asiático continental, algo que raramente se ha hecho. Para una revisión sobre los escasos intentos de escribir una historia procesual, véase Wert heim, 1965 --que la denomina historia «sociológica»-. Sobre mi propio intento, desde una perspectiva local y reciente, véase C. Geertz, 1965 (compárese con C. Geertz, 1956). Koentjaraningrat ( 1965) revisa las aproximaciones «antropológicas» al estudio general de la historia indonesia.
9. N. del t.: El texto utiliza la expresión story, «relato», «anécdota», «cuento». La dis tinción gráfica unida a la relativa homofonía y la etimología común de story y history per miten juegos conceptuales y de palabras de difícil traducción al castellano, dada la polise mia de «historia».
INTRODUCCIÓN
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10. Véase Berg, 1961 b. El trabajo de Krom al que se refiere es Krom, 1931. 11. Véanse Schrieke, 1955; Van Leur, 1955; véase también Bosch, 1961 b. Tanto Bur ger (1948-1950) como Wertheim ( 1959) adoptan un enfoque general de la historia indone sia más bien procesual que analístico, pero ninguno de ellos está interesado en el período índico más que de forma incidental.
1 2. Véase Raffles, 1830, vol. 2, pág. cxliii. De todos modos, lo que Raffles dijo real mente es que Bali conformaba «una especie de comentario de las antiguas condiciones de Java», una formulación mucho más aceptable. Como ejemplo de este tipo de uso acrítico de la etnografía balinesa en la reconstrucción de la vida social y religiosa de la Java índi ca --completado por pinturas a cargo de Walter Spies que se pretendían imágenes de los tiempos de Majapahit o, incluso, de los Shailendra-, véanse los capítulos sobre «De Maat schappij» y «De Godsdient» en Stutterheim, 1932.
13. Para un resumen general de la historia de Bali, véanse Swellengrebel, 1960; Hanna, 1976. Van Eck ( 1878-1880) ofrece un excelente repaso esquemático del curso de los acon tecimientos hasta cerca de 1840, y Shastri (1963) ofrece un relato a modo de anales del pe ríodo pre-Mahapajit, basándose principalmente en fuentes y tradiciones balinesas. Para una historia excelente de la confección de la historia balinesa, véase Boon, 1977, parte 1. El gobierno directo de Holanda en el corazón del sur balinés sólo se inició en la pri mera década de este siglo. El Bali septentrional fue sometido entre 1846 y 1849, insta lándose una administración efectiva en 188 2. Las áreas balinesas de Lombok -para su historia, véase Van der Kraan, 1973- fueron puestas bajo control administrativo en 1894. Naturalmente, la «soberanía oficial» de Holanda sobre las Indias Holandesas en conjunto, así como el control holandés sobre las relaciones entre las islas, había tenido un marcado efecto sobre Bali mucho antes. Las interferencias holandesas significativas en los asuntos internos de Bali datan de finales del siglo XVIII, en relación con el tráfico de esclavos, y, en
1839, varios reyes y príncipes de Bali meridional firmaron los primeros contratos que con cedían la soberanía nominal a Holanda (véase Van Eck, 1878-1880). Para una descripción del aspecto militar de la actividad holandesa en Bali durante el siglo XIX, véanse Nypels,
1897, y Van V lijman, 1875; para una perspectiva balinesa sobre el mismo tema, véanse Ge ria, 1957; para un tratamiento particular del área de Lombok, véase Cool, 1896. Breves resúmenes de la toma de Bali por los holandeses pueden encontrarse en Tate, 1971, págs. 307-311; Hanna, 1971. Pese a todo esto, y al menos en comparación con su impac to en Java, el gobierno holandés no tuvo más que un efecto marginal en la vida interna de Bali hasta el presente siglo.
14. El uso del término «índico» [lndic] en el presente trabajo remite exclusivamente al hecho de que los Estados implicados estaban conspicuamente marcados por algunas ideas, prácticas, símbolos e instituciones procedentes de la India; su uso no implica ningún juicio sobre la importancia relativa de las influencias de la India, China u Oceanía (sobre todo de la Polinesia), ni en la formación de Estados, ni en sus formas decimonónicas. En particular, no se trata de una visión «colonialista-india», y resulta equivalente a la denominación de «clásico», término con el que se intercambia de forma indistinta a lo largo del estudio.
CAPfTULO 1
DEFINICIÓN POLÍTICA: LAS FUENTES DEL ORDEN
EL MITO DEL CENTRO EJEMPLAR
En 189 1, el que iba a resultar el último de la docena aproximada de re yes de Mengwi -un palatinado del interior de Bali, situado a unos quince kilómetros al norte de la capital actual, Den Pasar-1 se encontró con que su capital había sido asediada por sus dos enemigos más habituales, Tabanan y Badung, aliados al fin en su contra. Con su ejército en desbandada, sus no bles huidos o muertos, y las tropas de Badung --encabezadas por una com pañía de fusileros bugis2 mercenarios, pequeña pero terriblemente eficiente frente a defensores armados únicamente con lanzas y dagas- esperando en el linde de la ciudad, era como un rey de ajedrez al final de la partida, sin ga rras ni piezas. Viejo, enfermo, incapaz de caminar, ordenó a sus sirvientes que lo transportaran desde el palacio hacia los invasores en su palanquín real. Los tiradores bugis, que habían estado esperando tal aparición, dispa raron sobre los porteadores y el rey rodó por el suelo sin que nadie le ayu dase. Las tropas de Badung -mayoritariamente sudras de casta baja- se avanzaron para prenderlo, pero él rechazó ser capturado y, en razón de de bido respeto, se vieron obligados a matarlo. Los siete principales reinos del corazón de Bali meridional -Tabanan, Badung, Gianyar, Klungkung, Ka rengasem, Bangli y Mengwi- se vieron, por tanto, reducidos a seis.3 Pero los vencedores sólo pudieron disfrutar su gloria momentáneamen te. En 1906, por razones propias, el ejército holandés apareció en Sanur, en la costa sur, y se abrió camino luchando hasta Badung, donde el rey, sus mujeres, sus hijos y su séquito marcharon contra el fuego directo de sus ri fles en un espléndido suicidio colectivo. En el plazo de una semana, fueron capturados el rey y el príncipe heredero de Tabanan, pero, durante su pri mera tarde bajo custodia holandesa, ambos consiguieron poner fin a su
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vida, el uno con veneno, el otro con un cuchillo.4 Dos años más tarde, en 1908, este extraño ritual se repitió en el más ilustre de los Estados, Klung kung, la «capital» nominal del Bali tradicional. Nuevamente, en parte en estado de trance, en parte aturdidos por el opio, el rey y su corte desfilaron desde el palacio hacia el fuego renuente de las tropas holandesas, que por aquel entonces se encontraban absolutamente perplejas. Era, de forma totalmente literal, la muerte del antiguo orden. Expiró tal como había vivido: absorto en el espectáculo ceremonial.
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La naturaleza expresiva del Estado balinés fue aparente durante la to talidad de su historia conocida, ya que siempre estuvo dirigido no hacia la tiranía --cuya típica concentración sistemática de poder fue siempre inca paz de conseguir-, ni siquiera demasiado metódicamente hacia el gobier no -que persiguió dubitativamente y con indiferencia-, sino más bien hacia el espectáculo, hacia la ceremonia, hacia la dramatización pública de las obsesiones dominantes de la cultura balinesa: desigualdad social y or gullo de rango.5 Era un Estado-teatro, en el que los reyes y príncipes eran los empresarios, los sacerdotes los directores, y los campesinos el reparto secundario, los tramoyistas y la audiencia. Las estupendas incineraciones, empastes dentales, dedicaciones de templos, peregrinaciones y sacrificios sangrientos -que movilizaban a cientos, incluso a miles, de individuos y suponían el gasto de grandes cantidades de riqueza-, no eran medios para fines políticos: eran fines en sí mismos, eran aquello para lo que servía el Estado. El ceremonialismo de la corte era la fuerza conductora de la políti ca de dicha corte; y los rituales de masas no eran un invento para apuntalar el Estado, sino que más bien el Estado, incluso en su último aliento, era un invento para la promoción de los rituales de masas. El poder servía a la pompa, no la pompa al poder. Detrás de esta relación --extrañamente invertida a nuestros ojos- en tre la substancia y la parafernalia del gobierno, subyace una concepción general de la naturaleza y el fundamento de la soberanía, concepción que, meramente para simplificar, podríamos denominar como la doctrina del centro ejemplar. Es decir, la teoría según la cual la corte-y-capital es a la vez un microcosmos del orden sobrenatural -«una imagen del ( ...) uni verso en una escala menor»-6 y la encamación material del orden políti co. No es simplemente el núcleo, el motor o el pivote del Estado, es el Es tado. El concepto de negara expresa una ecuación de la sede del gobierno con el dominio del gobierno que es más que una metáfora accidental: es una afirmación de una idea de control político -a saber, que por el mero
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acto d e proporcionar u n modelo, u n parangón, una i magen intachable d e l a exi stencia civilizada, l a corte modela el mundo que l a rodea, a l menos como una ruda aproximación de su propia excelencia-. Así, la vida ritual de la corte -y, de hecho, la vida de la corte en general- es paradigmáti ca y no un simple reflejo del orden social . Como declaran los sacerdotes, de lo que sí es reflejo es del orden sobrenatural -«el intemporal mundo in dio de los dioses ».7 en e l cual , y en proporc ión estricta con el estatus de cada uno, los hombres deben buscar las pautas de sus vidas . La tarea crucial de la legitimación -la reconci l iación de esta metafísi ca política con la di stribución del poder exi stente en el B al i del siglo x1x se efectuaba por medio del mito; de forma harto característica, por medio de un mito colonizador. En
1 343,
los ejércitos del gran Estado de Mahapa
j it, en el este de Java, habrían derrotado supuestamente, cerca de Pejeng, a los del «rey de B al i » , un monstruo sobrenatural con cabeza de cerdo .8 Los balineses ven en este acontecimiento sin par la fuente de toda su civiliza ción, incluso su propio origen, ya que, con un puñado de excepciones, se consideran a sí mismos descendientes de los invasores j avaneses, no de los defensores indígenas .9 Como el mito de los Padres Fundadores en los Es tados Unidos, o el de la revolución en Rusia, el mito de l a Conquista de M ahapajit se convirtió en el cuento de origen mediante e l cual se explica ban y justificaban las relaciones reales de mando y obediencia. «En el prin cipio era Mahapajit; lo que se encuentra antes, es un caos de demonios y 0 villanos sobre el cual el bali nés no sabe prácticamente nada. » 1 S i n embargo, aquello que viene después lo conoce de forma verdadera
mente preci sa, aunque no siempre demasiado sistemática. 11 Tras la con quista, Gaj ah Mada, el famoso primer ministro de Maj apahit, pidió ayuda espiri tual a un sacerdote brahmana1 2 j avanés para pacificar su isla vecina -B ali-, sumida entonces en el caos debido a la ausencia de dirigentes. Este sacerdote tenía cuatro nietos semidivinos (su hij o había desposado un ánge l ) . Al primero de éstos, Gaj ah Mada lo nombró -rey de B l ambagan, un rei no insignificante en el extremo más oriental de Java ; al segundo, lo estableció como dirigente en Pasuruan, un reino portuario de l a costa nor deste de Java; a la tercera, una mujer, la casó con el rey de Sumbawa. Al cuarto, Ida Dalam Ketut Kresna Kepakisan, lo despachó para gobernar B a l i . En
1 352,
este rey fabricado, acompañado por un séquito de altos no
bles j avaneses, estableció su corte y su palacio -su negara- en Sampran gan, a unos pocos kilómetros del lugar donde el diri gente balinés con ca beza de cerdo había hal l ado su destino. Pronto hizo surgir el orden de la anarquía con la ayuda tanto de su fuerza cari smática innata como de varios obj etos sagrados que había traído como reliquias desde Maj apahit. El rela to continúa diciendo que, en
1 380,
estallaron disensiones en el grupo go
bernante cuando el heredero de Kepakisan demostró ser un demente (casó
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a su hermana con un caballo) y tuvo que ser depuesto en favor de su her mano menor, que solamente era disoluto. Por razones espirituales, la cor
te debi ó mudarse a Gelge l , inmedi atamente al sur de Klungkung, y se inauguró lo que los balineses consideran el período más grande de su his to ria. S e dice que, hacia comienzos del siglo XVII, una rebelión más seria provocó la disolución de la unidad de la clase gobernante, haciendo añicos el reino. La corte principal recorrió la milla aproximada que separaba su antiguo emplazamiento de Klungkung, el lugar donde la encontraría la his to ria, y las otras cortes i mportantes -B adung, Karengasen, Tabanan y de más- se esparcieron por el país, estableciéndose con una independencia substancial respecto a la primera, pero sin dejar, de todas maneras, de re c onocer formalmente su superioridad espiritual . Cualesquiera que sean los elementos de historicidad que encierra --que probablemente son bien pocos aparte de algunas fechas redondeadas, cier
tos acontecimientos esquematizados y unos pocos personajes reputados-, 13
esta leyenda expresa, a través de las imágenes concretas de un relato anec dótico, la visión balinesa de su propio desarrollo político. A oj os de los ba lineses, la fundación de una corte j avanesa, primero en Samprangan y luego en Gel gel (donde, según se mantiene, el palacio fue diseñado hasta el míni mo detalle como una imagen especular del palacio del más ejemplar de los centros ejemplares, el propio Maj apahit), no supuso simplemente la crea ción de un centro de poder --que ya había existido antes-, sino más bien
el
establecimiento de un estándar de civilización. La conquista por parte de
M aj apahit fue, y es, considerada como e l principal hito de l a hi stori a ba li nesa porque separa taj antemente el B al i antiguo -de un barbarismo ani mal- del Bali renaciente -de una elegancia estética y de un esplendor litúrgico-- . El traslado de la capital fue el traslado de la civilización, como, más adelante, la dispersión desde la capital fue la dispersión de la civiliza ción. A pesar del hecho de que, en un cierto sentido, ambos son mitos co loniales, ya que empiezan con asentamientos procedentes de costas extran
jeras más cultivadas, la concepción balinesa del desarrollo político propio se distingue de la americana por no presentar dicho desarrollo como la for ja de la unidad a partir de una diversidad original , sino como la disolución de una unidad original en una diversidad creciente ; no se trata de un pro greso incesante hacia una sociedad mejor, sino de un desvanecimiento gra d ua l, un lento fundido en negro, de un modelo clásico de perfección.
3 Los balineses conciben el mencionado desvanecimiento tanto en el es pa c io como en el tiempo. Se dice que, durante el período de Gelgel ( 1 400-
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1 700
aprox . ) , los disti ntos gobernantes d e las regiones d e B ali (B adung,
Tabanan, B l ahbatuh, Karengasem, B angli, Kapal y demás) , supuestos des cendientes de alguno de los nobles del séquito que había acompañado al rey inmigrante , vivían en palacios secundarios que, ordenados adecuada mente, rodeaban e l del rey supremo, e l descendiente directo del propio Kepakisan . Así -en teoría, aunque, casi con seguridad, no de hecho-, B al i era gobernado desde una sola capital cuya organización interna era una expresión de la estructura del reino, una expresión plasmada no sólo en términos espaciales, sino también ceremoniales, estratificadores o admi nistrativos . 14 Cuando se produjo la revuelta liderada por el señor de Karen gasem, el rey supremo huyó al interior, a la región conocida como B angl i ; l o s distintos señores, que se mantuvieron leales con la obvia excepción del señor de Karengasem, se retiraron a otras regiones diversas . Tal como se ha señalado, cuando l a revuelta fue aplastada, e l rey -o, más bien, su su cesor- no volvió a l a espiritualmente desacreditada Gelgel , sino que se dirigió a Klungkung para empezar de nuevo, mientras los señores, otrora adyacentes a la residencia real , permanecieron en sus dominios regiona l e s . 1 5 Se considera que, con e l tiempo, y no necesariamente de forma v iolenta, e l mismo proceso -segmentación y separación espacial aparej a da a una deferencia formal continuada respecto a la línea parental- tuvo l ugar en cada una de dichas regiones y subregiones, produciendo como consecuenci a l a profusión de cortes -grandes, pequeñas, minúsculas e ín fi mas- que puntean e l paisaje histórico conocido. El resultado final -es decir, el observable durante el siglo XIX- fue una acrobática pirámide de reinos con distintos grados de autonomía subs tancial y de poder efectivo. Los señores importantes de Bali sostenían al señor supremo sobre sus hombros y se mantenían a su vez sobre los hom bros de aquellos señores cuyo estatus derivaba del suyo propio, y así suce sivamente en sentido descendente. En aparente paradoja, toda l a estructura se basaba primariamente en la ceremonia y en el prestigio, convirtiéndose el dominio político real de los reinos en más frági l y tenue a medida que uno ascendía en la pirámide ; esta constatación evoca el sími l del castillo de naipes, levantado fila por fila hasta su temblorosa cima. El centro ejemplar de todos los centros ej emplares continuaba siendo Klunkung, heredero di recto de S ampragan, Gelgel y, a través de ellos, Maj apahit; una imagen que se difuminaba a medida que se difundía por un medio progresivamente más burdo, más ordinario. No sólo se borraba al tiempo que se extendía «horizontalmente» sobre los campos, sino también como resultado de un proceso intrínseco de co rrosión cultural que podríamos l l amar modelo o patrón de hundimiento de estatus, ya que se prolongaba «verticalmente» a través de las genera ciones.
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El modelo d e hundimiento d e estatus reposa sobre la noción d e q u e l a humanidad desciende d e l o s dioses, no sólo genealógicamente, s i n o tam bién en el sentido de que posee una valía intrínseca menor que la de éstos . El decl ive se ha producido a ritmos di stintos a lo largo de distintas l íneas
y a través de diversos acontecimientos mundanos y sociales, arroj ando como resultado la mera humanidad con su presente y extraordinariamen te complej o sistema de ranking de prestigio. 16 Debido a su parafernalia ín dica, se alude a menudo a este sistema como un sistema de castas, aunque en Bali sería más exacto referirse a él como un si stema de títulos o de gru p o s d e títulos. Al menos en teoría, dicho si stema confiere a cada balinés (o, más preci samente, a cada familia balinesa) un estatus inequívoco que
lo adscribe dentro de
una j erarquía honorífica, y que, por lo que se refiere
a los individuos, no puede cambiarse. La posición de cada hombre o mu
jer, indexada por su título, es un reflejo de l a historia mítica de la l ínea pa terna de dicha persona, del hundimiento constante desde su origen ances
tral divino a su menos augusto estado actual . 1 7 La diferenci a cualitativa en el prestigio de diversas l íneas -y, consiguientemente, distintos títulos es el resultado de los diferentes ritmos de declive: no todas ellas se han hundido hasta el mismo nivel . A diferencia de l a casta de cada cual en la I ndia, e l rango balinés no es la consecuencia de las acciones de cada indi viduo en encarnaciones previas, sino de los simples accidentes de una his toria caprichosa. 1 8 Por lo que respecta a la l ínea real balinesa, la expresión de este modelo es manifiesta y percibida de forma bastante consciente . La línea empieza, como empiezan todas las l íneas humanas, con un dios, cuyo título es, por lo tanto, B alara. Entonces, desciende a través de di versas figuras semidivinas, que detentan el título de Mpu, hasta el padre del p rimer rey j avanés de Bali, un sacerdote brahmana con e l título de Dan
giang . El propio rey, Kresna Kepakisan, no continuó siendo un brahmana tras su viaje a Bali, sino que bajó un punto hasta el estatus de satria, con lo que su título -así como el de todos los reyes de Gelgel que le sucedie ron- ya no fue el de Dangiang, sino el de Dalem. 19 Pero, mientras que, a su muerte, los seis primeros de entre estos reyes ascendieron directamente
al
mundo de los dioses sin dej ar un cadáver tras ellos -un proceso cono
c ido como moksa, «desencamación», «liberación»-, el séptimo, preci sa mente aquel durante cuyo rei nado estalló l a guerra civil que significó la caída de Gelgel, tuvo una muerte ordinaria, mundana. Más aún , fue el últi mo soberano que recibió el apelativo de Dalem. S u sucesor, el fundador de Kl ungkung, fue l lamado Déwa Agung, un título todavía más bajo por el c ual iban a ser conocidos todos los subsiguientes reyes de Klungkung. Algo similar ocurrió con los reyes « secundarios», regionales. Como no e ra n descendientes de Kepakisan -brahmana en origen-, sino de los sa-
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trias javaneses de s u séquito --que también cayeron u n punto e n e l tránsito a la isla-, empezaron desde más abajo y se fueron hundiendo en grados di versos y debido a distintas razones, incluyendo su «error» inicial de dej ar Gelgel para establecer sus propios negara. Los protagonistas de las fisiones terciarias, que supusieron el abandono de los palacios regionales para fundar otros en las proximidades, detentaron títulos aún más bajos. Y así sucesiva mente, descendiendo hasta los niveles inferiores de la pequeña nobleza. 20 Luego -si dej amos a un lado los detalles etnográficos, no siempre comple tamente coherentes ni uniformemente perceptibles-, el cuadro general es el de un declive global del estatus y del poder espiritual, no sólo de las líneas periféricas a medida que se alejaban del núcleo de la clase dirigente, sino también del propio núcleo a medida que dichas líneas periféricas se distan ciaban de él. Durante el curso de su desarrollo, la fuerza ejemplar del otrora unitario Estado balinés se debilitó en su corazón al tiempo que se diluía en sus extremos . O, al menos, eso es lo que piensan los balineses.
4 S i n embargo, esto no era sentido como un deterioro i nevitable, como una decadencia predestinada desde una edad de oro . Ciertamente, un pu ñado de i ntelectuales sofisticados i nvocan con una c ierta desgana e l siste ma índico de «eones» o M ahayuga, considerando el presente como un Ka l iyuga, la última y peor de las cuatro edades, que precede e l reinicio del ciclo; pero no parece que ésta haya sido una concepción particularmente i mportante a nivel general . 2 1 Para muchos balineses, el declive es la forma en que la historia ha acabado ocurriendo, no la forma en que tenía que ocurrir. Consecuentemente, los esfuerzos de los hombres --especialmente de sus l íderes políticos y espirituales- no han de encaminarse hacia la re versión de dicha historia -imposible, dado que los acontecimientos son incorregibles- ni hacia su celebración -sin sentido, ya que aquélla se com pone de una serie de alej amientos acumulados respecto a un ideal-, sino hacia su anulación, hacia la reexpresión directa, i nmediata, y con la mayor fuerza y viveza posibles, del paradigma cultural que, en su tiempo, había guiado l as vidas de los hombres de Gelgel y Maj apahit. Como ha señala do Gregory B ateson, la visión balinesa del pasado no es en absol uto histó rica en el sentido propiamente dicho de esta palabra.22 Su recurso explica tivo a los hitos míticos sugiere que los balineses no buscan en el pasado las causas del presente, sino el estándar que permita juzgar el tiempo actual ; es decir, buscan el patrón inmutable sobre el que se debería modelar e l pre sente, aunque tan a menudo no se haga, debido a accidentes, i gnorancia, in disciplina o negligencia.
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Preci samente, con s u s grandes retablos ceremoniales, los señores esta ban intentando efectuar esta corrección casi estética del presente para con formarlo con una visión de lo que alguna vez había sido el pasado . Desde el más insignificante al más grande, cada uno en su propio nivel , estaban luchando continuamente para establecer un centro ejemplar más verdade ro, un auténtico negara, que, si no podía equipararse o simplemente apro ximarse a la brillantez de Gelgel -y unos pocos de los más ambiciosos in
cluso aspiraron a ello-, podía al menos intentar imitarla y, así, recrear hasta cierto punto la imagen radiante de civilización que había encamado el Estado clásico y que el Estado posclásico había oscurecido. En este sentido, la política balinesa en el siglo XIX se puede considerar como una tensión entre dos fuerzas que tiran en direcciones opuestas : l a centrípeta, propia del ritual del Estado ej emplar, y la centrífuga, propi a d e la estructura d e dicho Estado. Por un lado, existía el efecto unificador de las ceremonias de masas, baj o el liderazgo de uno u otro señor. Por otro, se daba el carácter intrínsecamente dispersor y segmentario de la polity con siderada como una institución social concreta o, si así se quiere, como un si stema de poder compuesto por docenas de dirigentes independientes o semiindependientes en mayor o menor grado. Como hemos visto, e l primero, el elemento cultural, iba desde la cima hacia abajo, y del centro hacia afuera. Como veremos, el segundo, e l ele mento de poder, crecía desde el fondo hacia arriba, y desde la periferia ha cia adentro. A resultas de esto, cuanto más amplio era el alcance a que as piraba el liderazgo ejemplar, más frágil era la estructura pol ítica que debía sostenerlo, ya que se veía más y más obligado a apoyarse en la alianza, l a i ntriga, la adulación y el engaño, el camelo y el farol . Los señores, atizados por el ideal cultural de u n Estado consumadamente expresivo, se esforza ban constantemente por extender su capacidad para movilizar gentes y re cursos a fin de poder auspiciar ceremonias más grandes y espléndidas, y c onstruir templos y palacios más grandes y espléndidos que las albergaran .
Haciendo esto, sin embargo, trabaj aban directamente en contra del germen
de una organización política cuya tendencia natural era la fragmentación progresiva, sobre todo bajo la i ntensificación de presiones unificadoras. Pero, en contra de dicho germen o no, combatieron hasta el final contra es ta paradoj a entre megalomanía cultural y pluralismo organizativo, y no siempre sin algún grado de éxito pasajero. No hay duda de que, si el mun do moderno no hubiera acabado por alcanzarlos, todavía continuaría lu chando contra ella.
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LA GEOGRAFÍA Y E L EQUILIBRIO DE PODER Como en todas las laderas al pie de las montañas o en todos los litora les, la forma en que contemples el paisaje del sur de Bali depende de si te yergues en las pendientes volcánicas y miras hacia el mar o si, desde la pla ya, miras hacia dichas pendientes. S i te colocas a medio camino, puedes, desde muchos lugares, mirar en los dos sentidos y ver, inmediatamente por encima, los conos que se alzan de cinco a diez mil pies, directos hacia las nubes, e, inmediatamente por debajo, la playa negra como el azabache que describe suavemente un arco, como el borde manchado de holl ín de una gi gantesca pava. 23 La escena, una cascada de arrozales en terraza y de repisas naturales cubiertas de palmeras, resulta de una escala liliputiense: íntima, confortable mente envolvente. No hay más que unas veinticinco millas desde el gran lago del cráter del Monte B atur hasta Gianyar, aproximadamente en el centro de la región y unos tres mil pies por debajo del primero (véase mapa
1 ).
Desde la l ínea más alta de cultivo intensivo y regado de arroz (alrededor de dos m i l pies) hasta la costa sólo hay de quince a veinte millas en el oeste (Tabanan), de veinte a veinticinco en el centro (Den Pasar), y de diez a quin ce en el este ( Klungkung) . La carretera construida por los holandeses que atraviesa l a región --desde Tabanan a Karengasem, pasando por Den Pa sar, Gianyar y Klungkung- apenas recorre unas sesenta mi llas, pese a su trazado serpenteante y pese al hecho que no evita l as numerosas hondona das del terreno; a vuelo de páj aro, la di stancia se reduce a treinta y cinco millas . 24 Hoy en día ( 1 97 1 ) , en esta área compacta --de unas
1 .350 millas 80 % de los 2. 1 00.000 habitantes de 1 5.000 personas por milla cuadrada. Hay
cuadradas en conj unto-, se aprieta el Bali, arroj ando una densidad de
pocas razones para creer que este patrón de concentrac ión demográfica -naturalmente, no puede decirse lo mi smo del nivel de poblamiento fuera significativamente distinto en el siglo XIX o incluso durante la mayor parte de la historia de Bali. 25 S i en algún momento hubo un escenario obli gado para el creci miento de una civilización singular, tuvo que ser este pe queño y acogedor anfiteatro ; y quizá no deberíamos sorprendemos si lo que surgió resultó ser una orquídea más bien particular. No sólo la región en su conjunto tiene las dimensiones de una sombre rera, sino que además está fraccionada por una serie de gargantas fluviales muy profundas que, abriéndose paso desde las montañas hasta el mar, di viden el completo sistema de drenaj e26 meridional en algo así como una se rie de porciones de tarta. Y, dado que los asentamientos se enristran en los estrechos espolones de terreno que se extienden entre las gargantas, las co municaciones este-oeste, transversales, resultan mucho más difíci les que las norte-sur, longitudi nal e s . Incluso hoy en día, un hombre que viva en
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uno de dichos ramales de terreno preferirá -sobre todo si, como suele ser el caso, está transportando algo- descender hasta la carretera, viaj ar una milla o dos bien hacia el este bien hacia el oeste, y entonces subir por el si guiente espolón, antes que tratar de pasar directamente de la una a l a otra. Y esta preferencia se transformará en obligación si viaj a en automóvil, bi cicleta o carro . En el siglo XIX, cuando la carretera no existía, este movimiento trans versal era todavía más arduo, aunque estaba lejos de ser imposible. En el B angl i de
1 876,
por ej emplo, para viaj ar las ocho millas hasta Klungkung
era necesario atravesar no menos de siete profundos barrancos y en ningu no de ellos había un puente ; era más fáci l exportar mercancías a través de B uleleg, unas setenta millas al norte más allá de las montañas, que a través de Karengasem, alrededor de veinte millas al este en l ínea recta. 27 Más al sur, cerca de la costa, el terreno es menos accidentado, nivelándose en una estrecha l l anura, aunque ni siquiera allí es totalmente plano. Pero incluso así, un señor que se dispusiera a visitar a un vecino, en lugar de ir directa mente, encontraba más sencillo viaj ar hasta la playa, pilotar una barca pes quera a lo largo de la costa hasta el l ugar de atraque adecuado, y entonces dirigirse de nuevo hacia el interior. Por lo que respecta a la organización es tatal, el efecto de este tipo de paisaj e fue el establecimiento de un campo de fuerzas geopolíticas extremadamente intrincado y heterogéneo cuya ac ción era cualquier cosa menos integradora.
2 Simplificando este cuadro de una forma más bien drástica, existía una c ontinua lucha longitudinal entre los señores ubicados arriba, hacia la mon taña, y los asentados abajo, hacia el mar, por el control de cualquier con junto particular de ramales de terreno ; paralelamente, los participantes más ex itosos en estas contiendas locales se enzarzaban en un conflicto trans versal , compitiendo por la preeminencia en e l sistema de drenaje en su in tegridad . Para complicar más las cosas, estos dos tipos de procesos -el uno primario, a pequeña escala y continuo, el otro, secundario, a gran es cala y esporádico- no eran simplemente concurrentes, sino que se in
fluenciaban mutuamente . La política «internacional» de combates interre gi on ales se superponía, y a menudo se fundía, a la pol ítica «doméstica» de ri vali dad intrarregional ; no se desarrollaban en el seno de una serie de Es t ados encapsulados, imperios en miniatura, sino más bien a través de un red in i nt errumpida de alianzas y oposiciones que se desplegaba irregularmen te por todo el paisaj e . Desde la base hasta el vértice del sistema, la política difería en cuanto a l a escala, pero no en cuanto a su naturaleza. Incluso re-
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aj u stes políticos marginales podían tener implicaciones de ampl io alcance, y cualquier cambio significativo en el equilibrio de poder en la isla se re flej aba casi instantáneamente en la mayor parte de los contextos provincia nos, locales. La primacía, desde un punto de vi sta sociológico, de la lucha longitu dinal por el poder -a pequeña escala- sobre la lucha transversal tenía di versas implicaciones en el carácter de la política balinesa. La primera, y la más obvia, significaba que los reinos del sur de Bali, en la medida en que podían ser considerados como unidades territoriales, se orientaban siempre de norte a sur en lugar de hacerlo de este a oeste, lo que les confería una forma alargada, generalmente más bien estrecha, similar a tiras o franjas. En segundo lugar, quería decir que la altitud, es decir, la posición relativa a lo largo de las pendientes, era el factor más significativo en el modelado de las nociones señoriales sobre lo apropiado de una estrategia política deter minada. Y, en tercer lugar, significaba que el centro de gravedad política de cada región tendía a situarse alrededor del punto en que las colinas empe zaban a transform arse en llanuras . En esta dimensional idad de arriba y abaj o , la política consi stía en un esfuerzo i nfatigable por parte de los señores situados hacia la costa para controlar -domesticar podría ser una palabra más adecuada- a aque llos situados más arriba, hac ia las montañas, y en los igualmente i nfati gables esfuerzos de aquellos situ ados en lo alto, en las montañas, para permanecer independientes y para recortar el poder de aquellos situados por debajo de ellos mismos . Así, a corto plazo, el interés de los señores de las tierras altas era siempre l a fragmentación, al menos de l a región en su conj unto ; el de los de las tierras bajas era l a integración. O, dicho de otra forma, la preoc upación por l a unidad regional y por su anverso -la independencia local o subregional- variaba a medida que lo hacía l a al tura respecto al nivel del mar. Con una posible excepción,
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todas las cor
tes verdaderamente importantes del Bali deci monónico se encontraban en los extremos meridionales de sus espolones o conj unto de espolones particulare s ; y, aparte de B adung --que, un tanto en desventaj a, se en contraba más hacia el mar, en las tierras bajas propiamente dichas-, to das se local izaban casi exactamente en la l ínea de los
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pie s , es decir,
j usto por encima de los lugares en que se podía decir razonablemente que empezaban las l lanuras . El resultado era, por tanto, un conjunto de formaciones oblongas e incli nadas, paralelas las unas a las otras, cada una de las cuales fluctuaba cons tantemente entre un Estado de integración política cl aramente definido -aunque, como veremos, extremadamente complej o-, cuando los seño res de las tierras baj as tenían la situación bajo control, y un Estado cercano a la anarquía, no menos complejo y al menos tan frecuente como el ante-
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rior, cuando dicha situación se les escapaba de las manos. El mayor poder de las tierras bajas no reposaba en ningún gradiente acusado en el control de los excedentes agrícolas . Aunque en los llanos había más bancales y más densidad demográfica, las terrazas de las colinas estaban mucho mejor irri gadas y eran más productivas . En el mejor de los casos, la correlación en tre l a riqueza de una región y el poder de su señor supremo siempre fue baj a ; y, como veremos, la naturaleza de la organización política tendía a se parar la «propiedad» de la tierra de la «propiedad» sobre las personas, con lo cual la correlación entre poder y riqueza en el i nterior de cada uno de los reinos no era habitualmente más alta que la que se podía observar compa rando los unos con los otros. En realidad, en una situación que siempre fue muy fluida, lo que otorgaba a los señores de las tierras baj as una cierta ven taja era su ubicación crucial en las redes de comunicación . Dada la topografía, el borde de la llanura era el punto estratégico para controlar el tráfico que circulaba en la dirección este-oeste. La ventaja de los señores situados a lo largo del arco virtual descrito entre Tabanan, Gian yar y Klungkung era que podían establecer y mantener tanto lazos trans versales como longitudinales y, a través de la diplomacia o la guerra, arti cular las dos dimensiones en algún tipo de unión, frágil y habitualmente temporal . Como más arriba en la pendiente se encontrara la corte, mayor sería su aislamiento geográfico; como más abajo se situara, más se desa rrollarían sus contactos transversales. En su nivel más general , la política balinesa era más una cuestión de geometría -geometría de sólidos- que de aritmética. En el combate por mantener la independencia --o una i ndependencia parcial, ya que no es posible distinguir una hegemonía genuina en ningún punto del sistema-, los señores de las tierras altas tenían un puñado de ar mas propias. En primer lugar, se encontraban situados estratégicamente por lo que respecta al sistema de irrigación y podían perturbar, o amenazar co n perturbar, el suministro de agua de aquellos que vivían l adera abaj o . 29
En segundo lugar, ubicados en un territorio más accidentado, los señores de las tierras altas gozaban de una ventaj a natural cuando se trataba de re sistir presiones militare s ; de hecho, en las cotas más altas, algunas comu nid ades de campesinos -habitualmente practicando una agricultura de se cano- subsistían fuera del alcance de los señores.30 Y, en tercer lugar, lo
más
importante, un señor principal estaba habitualmente encantado de
ofrecer ayuda y apoyo a cualquier rebelión de las tierras altas que pudiera debi litar a alguno de sus vecinos rivales de las tierras baj as . 3 1 En conse
cue ncia, el equi librio en el interior de cada reino era siempre de lo más de li cado, ora inclinándose hacia la capital de las tierras baj as y la integración,
o ra alej ándose de la primera y deslizándose hacia l a fragmentación. Como to do lo relac ionado con la organización del Estado balinés, este j uego de
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equilibrios era u n asunto relativo; y durante l a mayor parte del tiempo, en c ada una de las regiones se podía distinguir algo definible mínimamente como un reino con un centro. Pero, en tanto que
polity, dicho reino nunca
era más que una alianza inestable, un arreglo temporal contra el que ma quinaban tantos como los que trabaj aban para mantenerlo . S i la competencia longitudinal se acercaba y se alej aba d e l margen de las l l anuras, la competencia transversal se movía a lo largo de él. En este úl timo eje, el centro de gravedad política -que lo era de todo el B ali meri dional- tendía a migrar hacia el punto medio del arco trazado entre Taba nan y Karengasem --es decir, en los alrededores de Gianyar-Kungkung-, produciéndose la misma oscilación entre fragmentación e integración según el proceso político fluyera hacia la zona focal o refluyera desde ella. En esta dimensión, sobre este ej e, el nivel de integración j amás alcanzó grandes alturas, al menos durante el siglo XIX. Una apuesta verdadera por la supremacía sobre l a isla entera estimulaba inmediatamente un poderoso movimiento contrario por parte de otros señores de las tierras baj as, y los problemas políticos que debía afrontar el pretendido unificador eran infini tamente más complejos que aquellos que encaraba quien mantuviera sus ambiciones dentro del ámbito regional . Los príncipes establecidos más cer ca del centro estaban siempre i nteresados en extender el control --en este caso, el control interregional-, mientras que los ubicados en áreas más al este o al oeste estaban más ocupados en mantener la independencia. El gra do en el que, en un momento determinado, prevalecía una u otra tendencia era un reflejo del grado en que los príncipes regionales eran capaces de ga rantizar la firmeza del control sobre sus propias áreas . Cuando los principa dos centrales eran más fuertes, se producía una multiplicación de las rela ciones transversales; cuando los periféricos eran más fuertes, se producía una reducción de tales relaciones . Pero, si intrarregionalmente el equilibrio se inclinaba levemente en favor de los unificadores, interregionalmente se inclinaba, y más que levemente, en contra de ellos.
3 En resumen, una panorámica a vuelo de páj aro sobre la organización política del Bali clásico no revela un conj unto nítido de Estados indepen dientes estructurados jerárquicamente, taj antemente demarcados y enfras c ados en «relaciones exteriores» a través de fronteras bien dibuj adas. To davía menos revela alguna dominación global por parte de un «aparato estatal centralizado» alrededor de un déspota absoluto, hidráulico o de otro tipo . Lo que revel a es un extenso campo de relaciones políticas altamente desiguales, que se espesan -hasta constituir nódulos de fuerza y tamaño
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variables en puntos estratégicos del paisaje- y s e vuelven a aclarar, aca bando prácticamente por conectar, de forma maravillosamente enrevesada, cada cosa con todas las demás. Aunque existían franj as fronterizas entre al gunos de los principados regionales --en ocasiones dej adas deliberada mente sin habitar, pero más a menudo infiltradas de espías y agentes pro vocadores-, las fronteras no eran « l íneas claramente definidas, sino zonas de mutuo i nterés» , no eran « las precisas líneas MacMahon de la geografía política moderna» --que aíslan un «país» de Jos demás-, sino que eran áreas de transición, ecotonos políticos a través de Jos cuales sistemas de
poder vecinos se «interpenetraban dinámicamente».32
En cada punto de este campo diverso y móvil , la lucha era más por Jos
hombres -por su deferencia, su apoyo y su lealtad personal- que por la tierra. El poder político era menos inherente a la propiedad que a las per sonas ; era un asunto de acumulación de prestigio, no de territorio. Regis trados en edictos, tratados y leyendas o tal como eran recordados por los informantes, los desacuerdos entre los diversos principados prácticamente nunca se ocupaban de problemas fronterizos, sino que atañían a las delica das cuestiones del estatus relativo, de la cortesía mutua adecuada (la causa inmediata de una guerra importante fue una carta descortés sobre un tema insignificante), y de los derechos a movilizar grupos de gentes -o incluso individuos concretos- para rituales estatales y para l a guerra, lo que venía a ser una misma cosa.
V. E. Kom relata una anécdota sobre las Célebes meridionales -donde la articulación política se aproximaba a la de Bali- que expresa Ja situa c ión comentada con la grave ironía del ingenio tradicional.33 Los holande ses, debido a las habituales razones administrativas, querían establecer de una vez por todas el l ímite exacto entre dos pequeños principados. Así pues, llamaron a los príncipes involucrados y les preguntaron dónde se si tu aba verdaderamente la frontera. Los dos acordaron que la frontera del
pri ncipado A se situaba en el punto más lej ano desde el cual un hombre era aún capaz de divisar los pantanos, y que la frontera del principado B se si
tu aba en el punto más lej ano desde el cual un hombre aún podía divisar el mar. Así pues, ¿nunca habían luchado por la tierra medianera, desde la cual u no no podía ver ni el mar ni el pantano? «Mijnheer» , respondió uno de los vi ejos príncipes, «tenemos razones mucho mejores para luchar el uno con t ra el otro que esas gastadas colinas.»
NOTAS 1. La tradición balinesa sitúa la fundación de Mengwi en 1 728 (véase Simpen, l 958a). Sob re guerras anteriores de Mengwi y sus vecinos, véase Friederich, 1 959, págs. 1 3 1 - 1 32. Para un a breve descripción de Mengwi y sus gobernantes por parte de un doctor militar
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e n 1 8 8 1 , véase Jacob, 1 88 3 , págs. 1 98 y sigs . ; compárese con Van den Broek, 1 834, pág s . 1 78- 1 80, que realizó una visita de un día en Mengwi, alrededor de 1 820. La gue rra de 1 89 1 es descrita brevemente, desde el punto de vista de Tabanan, en Tabanan, s.f. , págs. 1 04- 1 06. 2. N. del t.: Nombre que reciben los miembros de un pueblo de las islas Sulawesi (Cé lebes) y la lengua que hablan . 3. También existían otros dos reinos i mportantes, Buleleng en el norte, y Jembrana en el oeste, pero, por aquel entonces, ambos se encontraban ya baj o directo control ho landés. 4. En Badung, al igual que en Mengwi, el rey fue llevado a hombros por sus criados. Las marchas suicidas (puputan, literalmente «fin») son descritas en Covarrubias, 1 956, págs. 32-3 7 ; Hanna, 1 976, págs. 74-75. Baum ( 1 936, págs. 337-4 1 7) presenta un relato no velado, pero convincente, de las mismas, y Nieuwenkamp ( 1 906- 1 9 1 0, págs. 1 69- 1 76, 20 1 -203) proporciona algunas breves descripciones de testigos oculares. Van Geuns ( 1 906) describe el aspecto de Badung y Tabanan justo después de las marchas suicidas. Para algunas perspectivas balinesas, véanse Simpen, I 858b; Mishra, 1 973- 1 976; Tabanan s . f. , págs. 1 1 4- 1 26. De hecho, en Badung hubo dos puputan separados, ya que había más de un rey ; y aún parece ser que un tercer gobernante fue asesinado por su sacerdote supremo mientras avan zaban las tropas holandesas. Mishra ( 1 973), a partir de un manuscrito balinés, estima que «no menos de» 3 . 600 balineses murieron en los puputan de Badung. Las bajas holandesas (de un ejército de 5.000 hombres para arriba) son desconocidas, aunque con seguridad fue ron muy escasas. El puputan es una vieja tradición en Bali. Friederich ( 1 959, pág. 24) in forma sobre uno en la parte balinesa de Lombok durante la primera mitad del siglo x1x: el rey y toda la familia real, excepto dos miembros, se suicidaron al ser derrotados por un Es tado rival de la misma área balinesa de Lombok (Mataram) . Véase Worsley, 1 972, pág. 23 1 , para un ejemplo en Buleleng. 5. Aparte de la literatura citada, la descripción y el análisis que siguen se basan en una prolongada serie de entrevistas, concertadas principalmente con gentes de edad avanzada, efectuadas entre 1 957 y 1 958. Los tres principales informantes eran 1 Wayan Gusti Puma de Tabanan, Ida B agus Putu Maron de Ubud, y Cakorda Gdé Oka ljeg (lyeg) de Klungkung. Gusti Puma, un wesia nacido alrededor de 1 880, era un funcionario de bajo rango (perbe kel) del Estado de Tabanan a principios de siglo, sucediendo a su padre que había luchado en las guerras de Mengwi. Después de la conquista holandesa en 1 906, fue nombrado «jefe oficial de pueblo» (bendesa) de la ciudad de Tabanan -una nueva unidad administrativa-, posición que detentó hasta su retiro en 1 937. Ida Bagus Maron, un brahmana, nació en 1 885 en Mengwi, donde su padre era sacerdote de la corte. Tras la conquista de Mengwi por Ba dung y Tabanan, huyó a Pliatan, donde su padre volvió a ser asociado a la corte, mientras el propio Ida Bagus Maron se convirtió en recaudador de impuestos e inspector de riego (se dahan gdé) durante el período holandés. Fue uno de los informantes de V. E. Korn sobre la «ley adat» durante los años veinte y treinta (véase J. Grader, s.f. , págs. 29 y sigs.). Cakorda Gdé ljeg, un satria, nació en 1 895 . Miembro de rango de la familia real de Klungkung par ticipó en el puputan [suicidio ritual] de 1 908, siendo primero herido por arma de fuego y, al sobrevivir al disparo, apuñalado después por su madre. De todas maneras, se recobró y fue exiliado por los holandeses a Lombok, durante veintidós años. Transcurrido este tiempo, fue enviado a buscar para encabezar el departamento de obras públicas, responsabilidad que mantenía en 1 958. Junto a estos individuos, otra treintena de personas me proporcionaron informaciones de mayor o menor extensión; naturalmente, material de mi trabajo general de campo ha sido incluido cuando resultaba relevante para la descripción. Probablemente éste es el lugar adecuado para reconocer que una buena parte del material sobre el que se basa
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este estudio fue recogido por mi mujer y colaboradora, Hildred Geertz, como también otra p arte lo fue por E. Rukasah, un asistente indonesio. 6. La cita ha sido extraída de Heine-Geldern, 1 942. 7. La cita es de Swellengrebel, 1 960. Véase más sobre el mismo tema en C. Geertz, J 968, l 973c, J 973g, l 977a. 8. La fecha de 1 343 procede de fuentes javanesas --es decir, del Negarakertagama (véase Pigeaud, 1 960- 1 963, vol. 3, pág. 54) y estas fuentes sugieren no uno, sino varios re yes balineses (véase Pigeaud, 1 960- 1 963, vol. 4, pág. 1 43). La tradición balinesa localiza la conquista algo antes y relata dos expediciones (véase Swellengrebel, 1 960, pág. 22). 9. En contra de lo que se ha afirmado en ocasiones, no es sólo la clase dirigente la que reclama ser wong Majapahit [«hombres de Mahapajit» ), sino que toda la población lo hace, un hecho que ya fue percibido por Van Eck a mediados del siglo XIX (citado en Korn, 1 932, p ág. 1 60). Los pocos -hoy en día, probablemente menos del 1 %- que no lo hacen, son denominados Bali Aga, un término generalmente desdeñoso y burlón que vendría a signifi car «balineses indígenas» (véase Goris, l 960c). Algunos plebeyos bali neses se ven como descendientes de los «pioneros» que inmigraron a Bali desde Java antes de la invasión de Mahapajit (véase Sugriwa, 1 957b). N. del t.: La expresión utilizada por Geertz es ur-Balinese, siendo ur- un prefijo de eti mología germánica que significa «primitivo, temprano, anterior, original». Más adelante (pág. 75), Geertz habla de «indigenous ur-Balinese culture»; la perífrasis elegida en la tra ducción, «la más arcaica cultura balinesa i ndígena», pretende reflejar esa connotación de anterioridad que alude a los tiempos previos a la invasión de Majapahit (s. XIV) -y que se tiñe en el texto de la idea de «autenticidad», dando pie a una crítica posterior del autor. 1O. La c ita ha sido extraída de Swellengrebel, 1 960, pág. 23. Los estudiosos saben poco más. La primera inscripción datada -sobre el establecimiento de un monasterio y de una residencia real de reposo-- se remonta al final del siglo 1x (véase Goris, 1 954, vol. 1 , pág . 6; vol. 2, págs. 1 1 9- 1 20; sobre inscripciones balinesas, véanse también Stein Callen fels, 1925 ; Stutterheim, 1 929; Damais, 1 95 1 - 1 969; De Casparis, 1 956); y las fuentes escri tas más antiguas no van más allá del 600 d.C. (véase Goris, s.f., pág. 25). A principios del siglo x1, aparece el primer rey del que se especifica el nombre, y el lenguaje de los edictos cambia del balinés antiguo al javanés antiguo (véase Goris, 1 954, vol . 2, págs. 1 29- 1 30). Las relaciones históricas con Java se conocen desde el siglo XI, y hay informes de expedi ciones javanesas contra Bali desde el siglo xm (véanse Swellengrebel, 1 960; pág. 20; Pi geaud, 1 960- 1 963, vol. 3 , pág. 48). Pero, a partir de todo esto, poco de lo que emerge tiene alguna substancia, exceptuando el dato interesante de que Bali ya podía ser considerado una región «índica» antes de desarrollar un contacto intensivo con Java, así como el hecho de que algunas costumbres actuales parecen muy antiguas (ciclos de tres días para los merca dos, sociedades de regantes, corbea ritual). Para una periodización -mayormente arbitra ria- de la historia balinesa en cinco estadios -prehistórico, indígena antiguo, hindobalinés antiguo, hindobalinés reciente, moderno-- , véase Goris, s.f. Para algunas especulaciones so bre el Bali anterior a Majapahit, véase Quaritch-Wales, 1 974, págs. 1 05- 1 1 5. 11. No sólo prácticamente todos los nobles y sacerdotes varones pueden relatar la si gu iente leyenda, sino que quizá la mayoría de los plebeyos también puedan hacerlo. Como con todas las leyendas, los detalles del relato varían significativamente de acuerdo con la posición social del narrador, que se preocupa en justificar o recortar este o aquel aspecto concreto de la variante que propone. En Bali, las principales versiones son regionales, y la Versión que aquí se ofrece sigue a la de mis informantes de Klungkung. Para una versión es cr ita (en lengua indonesia), diseñada para la enseñanza en las escuelas primarias, véase Njoka, 1957 ; para una versión en lengua balinesa, Regeg, s.f. (a) ; para un resumen en ho landés, Kersten, 1 947, págs. 99- 1 0 1 ; para un texto balinés clásico procedente de Gelgel,
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Berg, 1 929; para textos primarios procedentes de otras regiones, Worsley, 1 97 2 ; Tabanan, s.f. ; Berg, 1 922. 1 2. N. del t.: El Diccionario de la Real Academia admite dos transcripciones castellanas -«brahmán» y «brahmín» para la palabra de origen sánscrito que designa a los miembros de la «primera de las cuatro castas tradicionales de la India»-; también lo hace -«cha tria»- para los miembros de la segunda que califica de nobles o guerreros, pero prescinde de las dos últimas castas . Podría proponerse una castellanización bastante aceptada: «Vai sia» y «sudra». Sin embargo, el autor elige una transcripción que pretende «balinesa» -su puestamente distinguible de otra «hindi»- con el fin de hacer notar que -pese a su comu nidad etimológica e ideológica- el uso de los términos en Bali y las instituciones o categorías a las que se refieren no son exactamente las mismas que en la India; de hecho, cuando el autor se refiere al pensamiento indio en esta materia, así como al papel de los «sa cerdotes» en la India, habla de «brahminismo». Es por esto que, en la castellanización pro puesta, hemos respetado la transcripción elegida por el autor, aunque también ella presente algunas incoherencias (como el uso de la angloindia «Vama» en vez de la balinesa «wama», única con entrada propia en el glosario). Sobre las palabras «brahmana», «satria», «wesia», «sudra» y «Wama», véase el glosario. 1 3. Sobre la opinión según la cual los materiales literarios del período índico son más útiles para comprender los conceptos político-religiosos indonesios que como registros his tóricos fiables, véanse Berg, 1 927, 1 939, 1 95 l a, 1 96 1 a. A pesar de esta percepción y de la fiabilidad superficial de dichos materiales, Berg ha intentado «reinterpretarlos» ( 1 950, 1 95 1 b, 1 965), arrojando como resultado una historia analística hasta entonces oculta, un es fuerzo algo criptográfico que no me siento inclinado a seguir. Para críticas a algunos de los argumentos y conclusiones históricas más substanciales de Berg, véanse Bosch, 1 956; De Casparis, 1 96 1 ; Zoetmulder, 1 965. 1 4. El Bali de dicho tiempo es i maginado como un Estado unitario involucrado en combates casi perpetuos con B lambagan en el oeste y Lombok en el este, y, más allá de és tos, y de forma menos continua, con Pasuruan, Makassar y Sumbava. Tras la disolución de Gelgel -hacia el mismo momento en que el poder holandés empezaba a establecerse sóli damente en el archipiélago--- , la leyenda se concentra enteramente en conflictos restringi dos al interior de Bali, entre señores y entre regiones. 1 5. N. del t.: La palabra empleada por Geertz es «bailiwick», «jurisdicción o distrito de un bailijf» (baili.ff designa a varios cargos menores dentro de la monarquía inglesa y del sistema de administración de tierras, compartiendo origen etimológico latino con el caste llano «baile» o el catalán «batlle»; wick, palabra de probable origen latino, que designa «al dea, pequeña ciudad, distrito ... »). En diversas ocasiones, y para denominar a formas socio políticas o administrativas balinesas, el autor recorre a términos propios del régimen dominial o del sistema administrativo de las monarquías europeas (particularmente de In glaterra y Francia). Estas «traducciones» se deben considerar sin más como Iaxamente ilus tradoras, si no metafóricas, y nunca estrictamente analógicas; de ahí que su «retraducción» al castellano no tenga por qué ser puntillosa (lo cuál resultaría muy difícil, dada la variación en el tiempo y en el espacio del contenido de estas categorías, variación que sólo podría res tringirse haciendo referencia a un contexto de uso concreto, algo que, naturalmente, Geertz no menciona). 1 6. El extraordinariamente complejo y altamente irregular sistema balinés de estratifi cación de prestigio todavía no ha sido adecuadamente descrito, pese a que Korn ( 1 932, págs. 1 36 y sigs.) ofrece una gran cantidad de datos útiles, aunque desorganizados y exen tos de análisis. Dado que, en el presente trabajo, yo me ocupo únicamente de la relación en tre el pensamiento político y los conceptos sobre estratificación, no hago ningún intento de delinear el sistema como tal. Para algunos comentarios sobre la estratificación, o la jerar-
D EFI N I C I Ó N POLÍT I C A : L A S F U E N T E S D E L O R D E N
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quía, en el ámbito de la aldea, comentarios que sugieren mi punto de vista general sobre su naturaleza, aun sin desarrollarlo, véanse Geertz, 1 959, I 963b, 1 964; Geertz y Geertz, 1 975. Compárese con Boon, 1 977, págs. 1 45- 1 85; Boon, 1 973, págs. 1 73-246; Kersten, 1 947, págs. 99 y sigs. Para algunas perspectivas balinesas, véase Bagus, l 969b. 1 7. Así, de Ja misma forma que cada región en Bali tiene una leyenda para explicar Ja ramificación espacial continua del poder real a partir de un centro único original, virtual mente cada grupo de título posee una leyenda propia para dar cuenta de su presente rango, en términos de genealogía y de hundimiento de estatus. Para algunos ejemplos publicados, véanse Sugriwa, 1 957b, 1 95 8 ; Regeg, s.f. (b), s.f. (c); Berg, 1 922. Para ejemplos «reales», en Jos que naturalmente convergen mitos «geográficos» y mitos «genealógicos», véanse Regeg, s.f. (a) y, especialmente, Worsley, 1 972. Algunos otros ejemplos se conservan en forma de manuscritos, como es el caso de Tabanan, s.f. 1 8. En Bali, la doctrina de Ja reencarnación ---co nocida de una forma vaga, general y más bien idiosincrásica- es relativamente poco importante; por otro lado, toda la doctrina dharma-karma-samsara está ausente en tanto que creencia efectiva socialmente. Compáre se con C. J. Grader, s.f. , págs. 66-69. 1 9. La aplicación de sistema de vama [grandes «castas»] indio a Ja jerarquía de títulos balinesa es, y parece haber sido siempre, una materia irregular y muy laxa sobre Ja que Jos propios balineses no son siempre capaces de alcanzar un acuerdo. El concepto de varna -wama en balinés- tiene sus utilidades, tanto para Jos balineses como para Jos académi cos, a Ja hora de ofrecer un esbozo muy general de la situación estratificatoria en la isla. Sin embargo, sólo se puede alcanzar un entendimiento circunstancial del ranking de prestigio balinés mediante Ja reflexión en torno a Jos valores literales de todos Jos títulos reales, una materia de estudio amplia y diversa en Ja que Ja mayor parte de Ja investigación detallada está por hacer. Para un esquema completo del patrón de pensamiento sobre Jos warna entre los intelectuales balineses ---completado con las subcategorías «alto», «medio» y «bajo» en cada una de las categorías generales-, véase Korn, 1 932, págs. 1 46 y sigs. El propio Korn contempla todo esto como «de alguna forma artificial», arguyendo que, a partir de Ja colo nización, se había producido una sistematización de dicho patrón de pensamiento mayor que Ja que había existido en cualquier momento anterior, sistematización generada por el deseo holandés de preservar el sistema de castas como la «base fundamental de Ja sociedad balinesa» y de usarlo con finalidades administrativas y legales (págs. 1 75- 1 76). Sobre la deificación balinesa de sus antepasados de Majapahit (Batara Maospait), véa se Worsley, 1 972, págs. 54-55, 96. Sobre cambios recientes en el funcionamiento del siste ma de títulos y de warna, véanse Boon, 1 977, parte 2; Boon, 1 973, cap. 4; Bagus, 1 969b. 20. N. del t.: La palabra utilizada por Geerti es gentry, un término un tanto ambiguo que viene a significar «de alto nacimiento», pero que progresivamente ha pasado a designar en inglés a la pequeña nobleza (a Ja que en castellano se designa a menudo como «hidal gos») o a Ja alta burguesía. Pese a que, en el índice analítico, Geertz distingue entre gentry y nobility, Jos relaciona con un mismo término vernáculo, triwangsa (véase glosario), y, en el t exto, no Jos utiliza para distinguir dos grados de nobleza o de estatus (Geertz apenas uti liz a el término gentry, y prácticamente sólo en esta ocasión lo hace en referencia explícita a la «pequeña nobleza»). 2 1 . Sobre el sistema de Mahayuga, véase Basham, 1 952, págs. 32 1 -322. Los niveles más altos del sistema --el ciclo kalpa de cuatro mil millones de años o el ciclo manvantara de tres millon es de años- no parecen tener ninguna importancia en Bali. Sobre la percepción bali ne sa del tiempo, véanse Covarrubias, 1 956, págs. 3 1 3-3 1 6; Goris, l 960b; Geertz, l 973h. 22. Véanse Bateson, 1 937; y también Worsley, 1 972, págs. 75-82. 23 . N. del t.: La palabra utilizada por el autor es kettle, que designa al aparato, extra ordinariamente común en las cocinas anglosajonas, empleado para hervir el agua de las in-
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fusiones y que distinguen del util izado para servirlas -habitualmente tea-pot-. La traduc ción de «pava» es más específica, por tanto, que la de «tetera» y remite a esa familiaridad doméstica que el autor utiliza estilísticamente para contrastarla con un paisaje que resulta rá exótico para muchos de los lectores. 24. Karengasem, algo separado del corazón de la región por un área seca y plagada de colinas, forma una especie de bolsa ligeramente aparte en un lado, pero la distancia de la lí nea de rizicultura irrigada a la costa es más o menos la misma que en Klungkung. Sobre la distribución de la rizicultura irrigada en Bali, véase Raka, 1 955, pág. 29. 25. Las cifras sobre población proceden de la Oficina Indonesia del Censo. El por centaje total de la población que habita en el sur permanece prácticamente inalterado en los censos de 1 920, 1 930, 1 960 y 1 970. Aun siendo muy aproxi mativas y nada fiables, las estimaciones de Raffles a principios del siglo XIX daban las mismas proporciones sobre una población que se suponía menos de la mitad de la actual (véase Raffles, 1 830, vol. 2, pág. cxxxii). En 1 900, Van Erde ( 1 9 1 0) estima la población de Bali en unos 750.000, aña diendo otros 20.000 en las áreas de Lombok con asentamientos balineses. La antigüedad de la centralidad meridional de la civilización balinesa se revela también por el hecho de que virtualmente todas las viejas inscripciones (Goris, 1 954) proceden del sur de la isla (un cierto número se encontraba en la montañosa región central, pero habían sido erigidas por señores sureños), así como por el nombre tradicional que recibía el Esta do norteño de Buleleng, Den Bukit, que significa literalmente «en el otro lado de la(s) mon taña(s)». 26. N. del t.: La palabra drainage hace referencia a la acción y sistemas de evacuación de tierra, tanto naturales como artificiales. En castellano, «drenaje» -y de forma aún más específica «avenamiento»- suele referirse sobre todo a sistemas artificiales, pero se man tiene en la traducción, dado que su aplicación a sistemas naturales es comprensible y utili zable en geografía y geología, ha sido explícitamente explicada en el texto y las alternativas --como «cuencas hidrográficas»- no acaban de resultar fidedignas respecto al tipo de des cripción del relieve balinés ofrecida por Geertz. 27. Véase Liefrinck, 1 877. 28. Dicha posible excepción es B angli. Sin embargo, la preeminencia de B angli fue sólo un fenómeno temporal, un reflejo de la presencia holandesa en Buleleng. De hecho, su papel, que nunca fue crucial en contexto panisleño, era más el de la más poderosa corte de las tierras altas que el de la menos poderosa de las tierras bajas. De todas formas, constitu yó una especie de caso marginal durante unos pocos años hacia la mitad del siglo pasado (véase Liefrinck, 1 877; y la pág. 1 2 1 de la presente obra). 29. Véanse algunos ejemplos en Korn, 1 932, pág. 40 1 ; Friederich, 1 959, pág. 1 23. 30. Para una división, demasiado tajante y algo malinterpretada, entre «áreas de appa nage» (es decir, regiones influenciadas por los señores) y «áreas de los viejos balineses», véase Korn 1 932, passim. Lansing ( 1 977, cap. 1 ) resume las teorías de Korn y las aplica a algunos ejemplos contemporáneos. Para una crítica al modelo de Korn, véase C. Geertz, 1 96 1 . N. del t.: Appanage o apanage, forma derivada del francés apanage (con las formas ar caicas appanage o appennage). Designa la herencia o provisión --en especias, rentas, me tálico, tierras ... - hecha para el mantenimiento de los hijos menores, hermanos o parientes del rey que no lo sucederán en su cargo. Geertz --que sólo recurre a la expresión en notas e índice analítico, pero no en el texto-- no le confiere un significado tan preciso, sino que se trata de un calificativo equivalente a «tierras con señores» (probablemente «tierras seño riales o dominiales» en Korn). De todas formas, la elección concreta de la expresión -no tanto de Geertz como de otros autores- no aparece del todo clara, en parte porque el autor apenas se ocupa de las tierras de « no appanage». En vista de esto, se ha preferido mantener el
DEFI N I C I Ó N P O L ÍT I C A : L A S FU E N T E S D E L O R D E N
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término original en lugar de tentar una traducción al castellano, dificultosa de por sí y más desorientadora que otra cosa. 3 1 . Véanse algunos ejemplos en Gunning y Van der Heijden, 1 926. 32. Las referencias al «despotismo», y demás, se dirigen nuevamente contra Wittfogel ( 1 957) y los trabajos que se han derivado de él (por ejemplo, Hunt y Hunt, 1 976). Sobre el problema de las fronteras en los Estados «índicos» , véase Leach, 1 960, del que he extraí do la cita sobre la «línea MacMahon». Su trabajo es en Birmania, pero, en este aspecto, se conforma precisamente con el caso balinés. Sobre las «zonas neutrales» (kewalonan) en Bali, véanse Korn, 1 932, pág. 437 ; De Kat Angelino, 1 92 1 a. Para una pequeña excepción a la generalización según la cual las fronteras no eran asuntos que concernieran a la política «interestatal», véase Korn, 1 922, pág. 63. Sobre la base del Hadad Buleleng, Worsley ( 1 975, pág. 1 1 2) argumenta la existencia de lindes definidos para Den Bukit, pero parece tratarse de una ilusión óptica literaria. 33. Véase Korn, 1 932, pág. 440. Una descripción de las principales «familias princi pescas» en el sur de Bali alrededor de la mitad del siglo XIX puede encontrarse en Friede rich, 1 959, págs. 1 1 9- 1 36.
CAPÍTULO 2
ANATOM Í A POLÍ TICA : LA ORGANIZACI Ó N INTERNA DE LA CLASE DIRIGENTE 1
GRUPOS DE FILIACIÓN Y HUNDIMIENTO DE ESTATUS 2 Lo i ntrincado del equilibrio de poder en el sur del Bali tradicional riva lizaba con la complej idad de las instituciones sobre las que reposaba. La más elemental de éstas era la radical distinción adscriptoria entre nobleza
y campesinado: entre aquel los cuyos títulos les conferían un derecho in trínseco a recl amar una autoridad supralocal y aquellos, alrededor del 90 % de la población, cuyos títulos no comportaban dicho derecho. Los prime ros, conocidos colectivamente como en las tres «castas» (es decir,
triwangsa («tres gentes»), consistían varna) superiore s : brahmana, satria y wesia.
Los últimos constituían l a cuarta «casta», sudra. De los primeros -tam bién apel ados
wong }ero, es decir, aproximadamente, «los de dentro»-, -wong jaba, « los de fue
procedían los líderes de B ali . De los últimos ra»-, procedían los seguidores.
Sin embargo, como es habitual , la situación real era mucho más irregu lar que lo que sugiere este resumen simplista. En primer lugar, no todos los
tri wangsa con títulos, incluso con títulos muy altos, representaban algún
papel pol ítico significativo en un momento determinado. Se establecía una di s tinción taj ante entre los triwangsa que «poseían el poder» (es decir, te n ían control sobre los instrumentos reales de gobierno) y aquellos que no lo te nían ; mientras los primeros obtenían deferencia y obediencia por par te de los sudras, los segundos sólo obtenían deferencia. El crecimiento na tural de la población tendía a incrementar el número de individuos con un de rec ho nominal al poder, pero sin acceso a é l ; así, bien antes del siglo XIX, la cl ase gobernante efectiva no debía conformar más que una minoría en el
co nj unto de la nobleza. 3 De todas formas, ser un
triwangsa, un wong }ero,
N EGARA
50
a l menos significaba que uno era potencialmente u n rajá. E n consecuencia, todos los hombres pertenecientes a «castas» superiores -con indepen dencia de lo políticamente insignificantes que pudieran ser- trabaj aban para hallar un lugar en el Estado, un lugar desde el cual -mediante la adu lación, la utilidad de los servicios prestados o si mplemente la suerte- po drían alcanzar la autoridad para la cual su legado patricio los hacía teórica mente elegibles. Pero incluso este esbozo no acaba de ser completo . Aunque los sudras no podían converti rse en señores, prínc ipes o reyes propiamente dichos -dadas sus incapacidades de nacimiento, no podían ser figuras verdadera mente ej empl ares-, sí podían representar papeles centrales en la política supralocal, y un cierto número de ellos así lo hizo .4 En el otro extremo, y con unas pocas excepciones cuidadosamente delimitadas, se excluía siste máticamente a los brahmanas del acceso a la ejecución concreta del man do -y ello pese a que eran los únicos susceptibles de ser elegidos para el estatus más prestigioso de la cultura balinesa dej ando aparte la realeza, el de sacerdote de Siva o
padanda.
En términos weberianos, los sudras podían alcanzar el poder necesario para establecer una autoridad efectiva, pero carecían inevitablemente de los símbolos de calificación moral que eran igualmente necesarios para semej ante establecimiento ; por el contrario, los brahmanas, que poseían dicha calificación en grado sumo --de hecho, constituían l a más pura en c amación de la excelencia cultural-, no podían conseguir el poder que requería dicha autoridad efectiva. Sólo los satrias y los wesias poseían uno y podían adquirir el otro, de tal forma que podían acceder a una auto ridad genuina, a una legitimidad su stancial, convirtiéndose en el pivote sobre el que giraba todo el si stema -sacerdotes, plebeyos y nobleza ve nida a menos.
2 La segunda institución sobre la que reposaba la organización estatal -y, sin duda, la de mayor trascendencia- era un tipo de sistema de parentes co inusual, tal vez incluso único. 5 Todos los miembros de las castas supe riores se aglutinaban en grupos de ascendencia agnaticia de tamaño y fuerza diversos, grupos que se podrían denominar linajes si no fuera porque, es tructuralmente, diferían bastante de l a descripción de linaje habitual en la moderna literatura antropológica. En primer lugar, estos grupos no eran exógamos, sino preferencial mente endógamo s ; el matrimonio preferido era el que se contraía con el pri mo patri lateral (es decir, para un ego masculino, con l a hij a del herma-
LA O R G A N I Z A C I Ó N I N T E R N A D E LA C L A S E D I R I G E N T E
51
no de su padre ) . En segundo lugar, la formac ión de grupos nuevos a partir de los viejos no tenía lugar a través de la fisión de los segundo s: los nue vos aparecían en el interior de los viejos. En un sentido global , este proce so -que, más que segmentación, sería adecuado llamar diferenciación dej aba i ntactos e inalterados a los grupos antiguos, pese a los cambios que se habían dado en su interior. En tercer lugar, las subpartes diferenciadas del todo más grande se clasificaban j erárquica y explícitamente según el orden de su nacimiento. Es decir, su rango se «corría» con el tiempo y con la creación de grupos nuevamente diferenciados; el estatus rel ativo de los subgrupos viejos se hundía a medida que aparecían otros nuevos. El resul tado era que los grupos de fi l i ación se articulaban en una estructura jerár quica, muy flexible pero bastante sistemática, sobre la cual podía descan sar la distribución real de autoridad política. El si stema de títulos confería legitimidad; el sistema de parentesco configuraba las formas sociales con cretas . La unidad básica de este sistema --el «casi-linaje» que los balineses suelen denominar
dadia-6 incluye a todos aquellos individuos que su
puestamente son descendientes agnaticios de un ancestro común (en el caso de l a nobleza, uno u otro de los más ilustres inmigrantes de Majapahit). Sea pequeño -como en e l caso de los
triwangsa sin poder- o grande dadia es una entidad corporativa autónoma. Los dadia nunca se reagrupan en uni
-como en el caso de las l íneas políticamente puj antes-, cada
dades más grandes, ni sobre la base de las «castas», ni sobre l a del paren tesco o de l a territorialidad. Y, pese a que, como veremos, están muy di ferenciadas internamente , son indivisibles en un sentido fundamental ( aunque, de todas formas, teórico ) : nunca se fragmentan en segmentos in dependientes. En cada región, subregión o localidad concreta -y, por lo que respec ta a este asunto, en Bali en su conj unto-- , eran los
dadia mencionados los
que competían por el poder y, una vez asegurado éste, los que se implica ban en la reclamación ritual de la autoridad legítima. Tanto si incluían a vei nte personas como a doscientas, eran a un tiempo irreductibles e indivi sibles como unidades de la organización estatal . Podían expandirse o con trae rse, crecer o menguar, conquistar o colapsarse, pero no podían fisio
narse ni combinarse, excepto en alianzas inciertas. Así, la inclinación del s iste ma de dadia era hacia el particulari smo político . Los mismo factores
que hacían fuertes a los grupos ---e n dogamia, indivisibilidad, capacidad de desarrollo interno-- hacían difícil su integración hasta el límite de lo im posible, fraccionando la polity balinesa en una serie de facciones rivales de di sti nto tamaño, fuerza y complej idad estructural . Internamente, los dadia estaban modelados de una forma mucho menos s i mp le y, fuera cual fuese la autoridad política potencial del grupo en con-
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junto, dicha autoridad se hal laba distribuida desigualmente en su interior, de una manera intrincada y precisa a la vez. Cuanto más poderoso llegaba a ser un
dadia, más diferenciada devenía su estructura interna. Cuanto más di
ferenciada era su estructura interna, más complicados y exigentes eran los problemas de integración que debía confrontar. El éxito político hacia el exterior generaba tensión política hacia el interior. Cuando un
dadia pode
roso entraba en dec live, se debía más a menudo a una debilidad interna que a una presión externa. A medida que crecían, los
dadia desarrollaban en su seno subgrupos de
la misma naturaleza general que ellos mismos, es dec ir, conjuntos discre tos de agnatos preferencialmente endógamos construyendo entidades cor porativas ritual y políticamente ambiciosas. Pero, aunque corporativos e independientes los unos de los otros, estos subgrupos no eran considerados independientes del
dadia «paterno», que mantenía explícitamente su supe
rioridad j urídica, moral y religiosa sobre todos ellos. En caso de conflicto, se suponía que los intereses del grupo más amplio eran los que tenían pre cedencia; se consideraba que la pertenencia a los subgrupos derivaba de la pertenencia al
dadia y era secundaria respecto a ésta, de tal forma que, le
galmente, los subgrupos no tenían derecho a tratar directamente con gru pos externos al
dadia. Aún más, nunca todos los miembros de un dadia es
taban englobados en algún subgrupo --en muchos casos, la mayoría no lo estaban-. A di ferencia de l o que s ucede en u n a estructura segmentarí a -donde cada individuo pertenece a un segmento en cada nivel de seg mentación-, la pertenencia a lo que podríamos llamar afectaba a todos los miembros del
«sub-dadia» no dadia ; en consecuencia, un dadia era un
conj unto tanto de miembros afiliados a tal o cual subgrupo, como de otros que no pertenecían a ninguno. Finalmente, en los
dadia más grandes e im
portantes, se daba en ocasiones un tercer nivel de diferenciación, por el cual se formaban subgrupos ( «sub-sub-dadias», por así decirlo) en el inte rior de los
sub-dadia ; estos subgrupos mantenían con los sub-dadia el mis mo tipo general de relación que estos últimos con respecto a los dadia. La
estructura completa se asemej aba más a un conj unto de «cajas chinas»7 en castradas que a un árbol genealógico (véase figura
l ).
Sin embargo, aunque en teoría los grupos menores estaban subordi nados a los mayore s , de hecho, la autoridad se di stribuía a lo l argo de las líneas definidas por los subgrupo s . Al igual que los
dadia competían por sub-dadia -más pequeños y tupidos, buscando cada uno convertirse en el foco i nterior de l a grandeur8 del grupo de ascendenc ia- competían por el poder en el seno del dadia . La diferencia estribaba en que l a competencia e n e l interior del dadia esta el poder en una región, así, los
ba cuidadosamente regulada por i nstituc iones de parentesco, mientras que la competencia inter-dadia no lo estaba, ya que, a e ste nivel, los
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L A O R G A N I Z A C I Ó N I N T E R N A D E LA C L A S E D I R I G E N T E
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Figura l . Modelo de la estructura del dadia.
competidores no mantenían ningún lazo de parentesco. Las rei v i ndica c i ones de l a autoridad en un
dadia no podían dej arse al l i bre j uego del
combate político -una s i mple lucha por el poder entre facciones autó nomas- si el
dadia tenía que ser capaz de actuar con alguna unidad y
efectividad en un escenario político más amplio. Tal como se pre senta
ba, la i n tegración i nterna siempre era una cuestión incierta y arriesgada: las partes siempre amenazaban con tragarse e l todo. Pero, sin la aplica ción global de un si stema de jerarquización de los subgrupos basado e n
la
fi l i ac ión, es difíc i l v e r c ó m o podría haber exi stido en absoluto dicha in teg ración.
3 El sistema que permitía i ntegrar i nternamente los dadia era la contra parti da i nstitucional de lo que en un nivel cultural general ha sido l lamado
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NEGARA
«patrón d e hundimiento d e estatus», expresado aquí e n el lenguaje socio lógicamente más concreto del parentesco agnaticio y l a sucesión a través del primogénito.9 Cada
dadia de casta superior poseía supuestamente una l ínea nuclear
de hijos mayores de los hijos mayores, estirándose con una pureza inque brantada hasta el fu ndador originario del período de M aj apahit; el repre sentante actual de dicha l ínea era considerado como la figura de más alto rango del
dadia. En todo momento, el sub-dadia de más alto rango era
aquel al que pertenecía el descendiente contemporáneo de la l ínea n u clear; el
sub-sub-dadia d e más alto rango era esencial mente su familia ex dadia para l a realeza
tensa patril ateral ; y él mismo era el candidato del ej emplar.
Entonces, ya que en cada generación solía haber un cierto número de hermanos menores del señor supremo, además de la perpetuación de la lí nea nuclear, tenía lugar l a génesis de un cierto número de l íneas periféri cas o cadetes, cada una fu ndada por alguno de dichos hermanos menore s . Estas líneas eran continuadas en lo sucesivo según patrones d e primoge nitura propios, formando diferentes
sub-dadia, pero su estatus relativo
respecto a l a l ínea nuclear decl inaba firme y automáticamente a medida que pasaba el tiempo . Así, en l a primera generación, se consideraba que las líneas cadetes habían caído un «punto» respecto a l a l ínea nuclear, en virtud simplemente de su formación ; luego, si debiéramos conceder un « valor de estatu s » arbi trario de, digamos, diez a l a línea nuclear, las lí neas periféricas formadas por los hermanos menores del señor de l a l ínea nuclear tendrían un valor de nueve . Sin embargo, en la siguiente genera ción, se repetiría el mismo proceso. La l ínea nuclear continuaría teniendo un valor de diez; las nuevas l íneas formados por los hermanos menores del señor supremo de la segunda generación -primogénito y heredero del se ñor supremo de l a primera generación- tendrían u n valor de nueve ; las lí neas cadetes que se hubieran formado en la generación previa se hundiría hasta un valor de ocho, siendo superados en rango por las líneas cadetes re cién nacidas y los
sub-dadia que crecerían a partir de ellas. Y así sucesiva
mente en la tercera, en la cuarta y, en teoría, en la enésima generación 1 0 (véase figura
2).
Naturalmente, esta descripción es un modelo ideal muy esquematizado (un ejemplo concreto es desarrollado más adelante, en el capítulo
3).
El
punto más importante es:
la proximidad respecto al señor supremo reinan te, el cabeza de la línea nuclear contemporánea, determinaba el estatus re lativo en el seno de los dadia gobernantes. Cuanto « más viej a» era la l ínea de la que brotó un sub-dadia, más atrás en el tiempo habría cristalizado en tanto que entidad social y, consecuentemente, más bajo sería el estatus for mal de sus miembros. Era este principio general, y no ningún proceso ge-
LA ORGAN IZACIÓN I NTERNA D E L A CLASE D I R IGENTE
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Sub-dadia real
Sub-darlia
Estatus -----
Alto
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-
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-
-
Bajo
nobles
Dadia
Figura 2. Ascendencia noble: el principio del hundimiento de estatus.
nealógico autónomo, el que era importante, ya que --como en otros siste mas políticos basados en la filiación- las genealogías se podían manipu lar con el objeto de racionalizar realidades de poder de hecho, y de j ustifi car las correspondientes reivindicaciones de prestigio, algo que se hacía de continuo . Era l a noción d e hundimiento d e estatus l a qu e configuraba interna mente el
dadia proporcionando las formas socioestructurales a través de
las cuales se expresaban las diferencias en autoridad; dicha noción consis tía en una correlación positiva entre el rango y l a proximidad al cabeza vi v ie nte de línea nuclear, una correlación completamente ausente en los da
dia plebeyos, donde ni se conservaban las genealogías ni se ordenaban jerárquicamente los sub-dadia. Sin embargo, las verdaderas razones de las di fe rencias en autoridad dentro de los dadia nobles no residían tanto en l a l óg ica d e l parentesco como en los manejos d e l a política. El resultado concreto de l a operación simultánea de todos estos princi pi os organizadores de los grupos de filiación -si así se pueden llamar-
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NEGARA
era que cada
dadia políticamente importante venía a componerse d e una
serie jerarquizada de casas «reales» y «nobles» . 1 1 Cada casa poseía un
quantum determinado de autoridad, pero, supuestamente, todas las casas estaban ligadas entre sí por vínculos agnaticios ; en consecuencia, y fuera cual fuese la intensidad de su rivalidad en un momento dado, eran vi stas como partes inseparables de un todo más grande, que constituía el grupo de ascendencia. Las diferentes casas eran denominadas
puri o jera, dependiendo de su puri» (puri
rango. La casa de l a l ínea nuclear se conocía como «el gran
gdé) ; las casas nobles «más cercanas» , «más recientes», se denominaban «puri tal» o «puri cual», siendo el mismo nombre más o menos arbitrario ; l a s casas más distantes genealógicamente s e llamaban