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Spanish Pages [95] Year 2011
Matrimonio abierto Flora Kidd
Matrimonio abierto (1983) Título Original: The open Marriage (1981) Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Bianca 2068 Género: Contemporáneo Protagonistas: Alun Gowery y Jessica Martin
Argumento: Ella quería que él le pidiera que se quedara. Habían aceptado darse la suficientemente libertad para hacer cada uno lo que quisiera antes de su matrimonio. Y les había ido bastante bien, hasta que Jessica había descubierto que Alun se veía con otra mujer. No lo había visto ni tenido noticias de él desde su pelea de hacía dos años, pero Jessica nunca había dejado de quererlo. Quería compartir su vida y no separase nunca otra vez de él, no le importaba lo desesperadamente egoísta que parecía… Pero Alun nunca le preguntaría… —Puedes hacer lo que quieras —le dijo él como respuesta—. Divórciate de mí, si eso es lo que quieres.
Flora Kidd – Matrimonio abierto
Capítulo 1 —Así que quieres saber en dónde está Alun? ¿Por qué? La que hablaba era Margian Gower, una mujer de baja estatura y rostro de expresión cambiante, que recordaba ligeramente el de un mono, con cabello negro, sedoso y rizado. Estaba sentada frente al espejo iluminado de un vestidor de teatro en el West End de Londres y se preparaba para interpretar su papel en la reposición de la espeluznante obra de Emlyn Williams: "La noche tiene que llegar". Suspendiendo por un momento el trazo de arrugas en la frente, Margian miró en el espejo la imagen de la mujer que estaba de pie detrás de ella. Jessica Martin, alta y esbelta, vestida con un traje de lino verde, el espeso cabello dorado cortado de forma atractiva a nivel de las orejas. —Quiero hablar con él —respondió la joven con frialdad al mismo tiempo que se encogía de hombros, como si no le importara mucho conocer dónde estaba viviendo Alun, el esposo de quien estaba separada y que era el hermano más joven de Margian. —¿Y no tienes idea de en dónde se encuentra ahora?—preguntó Margian. —No. —Pero sin duda…—Margian se interrumpió asombrada. —Alun no me ha escrito ni lo he visto desde… desde…—Jessica se calló también, mordiéndose el labio inferior. —¿Desde que lo dejaste?—concluyó Margian con sarcasmo. —Yo no lo dejé, fue él quien me abandonó —replicó Jessica, mientras sus ojos, de un encantador color azul oscuro, miraban la imagen de Margian en el espejo—. Un día salió dando un portazo del apartamento, y se fue a Nueva York y ni siquiera sé si ha regresado al país. —Eso ocurrió hace casi dos años, tengo entendido que discutiste con él y lo hiciste enfurecer antes que se fuera. —Sí, discutimos —admitió Jessica a regañadientes. —Imagino que lo acusaste de ser infiel y se ofendió. Esto es muy típico de Alun —murmuró Margian, inclinándose hacia adelante para mirarse en el espejo mientras añadía más maquillaje. Lentamente el aspecto de su cara cambió, aparentando más edad; con el rostro arrugado y pálido, comenzaba a parecerse a la mujer mayor, de clase alta, que pronto representaría en el escenario, excepto por los rizos alborotados negros en su cabeza. El cabello de Alun era semejante al de ella, pensó Jessica, aunque era lo único en que se parecía a su hermana y en la negrura había destellos dorados y plateados. Apretó el puño al recordar la sensación de los rizos de él en su mano.
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—¿Cómo sabes lo que sucedió? —demandó ella—. ¿Has visto a Alun? ¿Te lo dijo él? —Sí, lo vi, pero no me contó nada sobre ustedes. Como lo conozco tan bien, lo adiviné —Margian miró con algo de lástima a Jessica—. Imagino que trataste de atarlo a ti. —No, no lo hice —Jessica se dejó caer en una silla—. El nuestro era un matrimonio abierto. Antes de casarnos aceptamos darnos mutuamente la libertad de ir y venir como quisiéramos. Estaba dando resultados o al menos eso pensé, hasta que…hasta…—se detuvo de nuevo, mirándose las manos y frunciendo el ceño. —¿Hasta qué?—le preguntó Margian, contemplando el rostro de Jessica con ojos entrecerrados. —Hasta que alguien me contó que Alun tenía una aventura con otra mujer. —¿Quién te dijo eso? —Sally Fairbourne. —¿Y tú le creíste?—exclamó Margian con incredulidad, mientras se ponía con cuidado una peluca de pelo blanco y ondulado. —Sally y yo hemos sido amigas durante años, desde que éramos muy pequeñas, ¿por qué no debería creerle? —replicó Jessica a la defensiva—. Incluso conoció a Alun antes que yo; fue en casa de sus padres donde nos vimos por primera vez. —Lo sé —suspiró Margian—. Así que confías más en ella que en Alun, porque la conociste hace más tiempo que a él. ¿Para qué quieres verlo? ¿Para sugerirle el divorcio? —Quizá. ¿Vas a decirme en dónde está? Margian se dio vuelta en la silla hasta quedar frente a Jessica, los ojos inteligentes estudiaron a su cuñada. Jessica estaba más delgada que la última vez que la vio, había desaparecido aquel aspecto de colegiala inglesa. Ahora era una mujer muy atractiva, de casi veinticinco años, muy segura de sí misma, bien vestida y tal vez acostumbrada a todas las buenas cosas de la vida; los mejores hoteles donde hospedarse cuando viajaba por cuenta de la compañía de muebles en la que trabajaba; la mejor comida y la mejor ropa; todas las comodidades del mundo. —Muy bien, te diré dónde está Alun —respondió—. Pero si llegas a verlo, no le cuentes que fui yo quien te lo informó. Está en Whitewalls, en la casa donde nuestro padre vivió la mayor parte de su vida y donde nació él. La casa donde vivimos Alun y yo cuando éramos niños, la casa donde los Gower han vivido durante generaciones, criando ovejas y escribiendo poesía. ¿Qué otra cosa se puede hacer en el agreste Gales?—había un tono de burla en la voz de Margian. ;? —¿Por qué vive allí?—le preguntó Jessica. —Está escribiendo la biografía de nuestro padre, uno de los poetas y hombres de letras más distinguidos de Gales —contestó su cuñada,
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mientras se le oscurecían los ojos por la tristeza—. ¿Llegaste a conocerlo? ¿Alguna vez conociste a Huw Gower? —Sí, lo conocí cuando vino a Londres para declamar sus poemas en un recital de la BBC. Alun y yo fuimos a esperarlo cuando llegó en tren y lo llevamos a su hotel —explicó Jessica, recordando a un hombre alto con cabello blanco y revuelto enmarcando un rostro tosco. Él la había mirado con ojos bondadosos y le dijo algo a Alun en gales. —¿Qué te dijo tu padre en la estación?—le preguntó ella más tarde esa misma noche—. Era algo sobre mí, ¿no es cierto? —Estaba citando parte de un poema de Dafydd ap Gwilym, un poeta gales que vivió en la Edad Media —le contestó Alun. En esos momentos se encontraban en la cama, haciendo el amor y él le había quitado el camisón para acariciarle el cuerpo con las manos—. Papá me dijo que le recordabas unos versos que había escrito Dafydd. —¿Qué versos? ¿Puedes traducírmelos? —Lo intentaré: Dulce joven con el cabello dorado, dorada es la carga que llevas en la cabeza. Blanco es tu cuerpo y esbelto. Y brillas con él. ¡Qué don has recibido! Después de una pausa, Alun continuó: —Papá tenía razón. Eres dulce, tu cabello es dorado y tu cuerpo blanco, esbelto y brillante. ¡Qué don he recibido! Resonante y melodiosa, la voz de Alun había tejido un romántico encanto alrededor de Jessica mientras se inclinaba sobre ella, quien como siempre, respondió a sus caricias con timidez, sintiéndose halagada y feliz por lo que le había dicho, buscando su cuerpo con el suyo, excitada por el contacto. Con sobresalto, regresó a la realidad del vestidor, al olor del maquillaje, el calor de las luces y el rostro de Margian arrugado y lleno de polvos, que le sonreía. —Lo siento —murmuró—. ¿Qué decías? —Estabas muy lejos de aquí, ¿no es cierto?—se burló Margian—. Me pregunto dónde. —Me encontraba pensando en tu padre —respondió Jessica—. Me agradaba y me gustaban sus poemas. —Y sin embargo, no fuiste a su entierro —le reprochó Margian. —Yo…no supe de su muerte hasta después y Alun y tú no me invitaron al entierro —Jessica seguía rígida, aún a la defensiva—. ¿Quieres darme, por favor, la dirección de la casa en Gales donde vive Alun?
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—Se llama Whitewalls y está cerca del pueblo de Dolgelkü —Margian lo pronunció de la forma como lo hacían los galeses—. No sé el código postal. ¿Piensas escribirle o irás a verlo? —Creo que le escribiré —contestó Jessica, anotando la dirección en una libreta que sacó del bolso—. No creo que tengan teléfono, ¿no es así? —No hay teléfono, a papá no le gustaba y nunca permitió que instaláramos uno. Decía que tenerlo representaría una invasión de su vida privada —Margian frunció el ceño—. Sabes, Jessica, sería mejor que fueras a verlo. Es posible que te pases la vida esperando su carta, ya que nunca las contesta. ¿Tienes coche? —Mamá y yo compartimos uno. —Bien, si decides ir a verlo, la mejor ruta es tomar la carretera MI hacia el norte y salir de ella en la M6. Sigue hasta Cannock y de allí toma la ruta a Telford Shrewsbury, Welshpool y Dinas Mawddwy, el siguiente pueblo es Dolgellau. Cualquier lugareño te dirá dónde se encuentra la casa de Huw Gower, era algo parecido a un héroe local desde que lo nombraron "el bardo de Eisteddfod en Llangollen". —Gracias —Jessica se levantó—. No te quitaré más tiempo porque sé que estás a punto de comenzar la obra. Has sido muy gentil al recibirme. —No, gentil no. Los Gower nunca somos gentiles, al menos Alun y yo nunca lo hemos sido —pudo ver un brillo malicioso en los ojos oscuros de Margian—. Tenía curiosidad de verte; deseaba saber si habías cambiado desde la última vez que nos vimos. La verdad es que parece que te ha ido muy bien después de la separación de Alun, lo que me hace difícil creer que en una ocasión estuviste locamente enamorada de él. Te encaprichaste, ¿no es cierto? Tanto que lo seguiste hasta Londres y lo perseguiste hasta que se rindió y aceptó casarse contigo. —¡Eso no es cierto! —replicó Jessica con violencia—. Oh, por lo que dices parece que yo… que yo… —¿Lo hubieras acosado?—terminó Margian con frialdad—. Bueno, ¿no fue así? Al menos eso nos pareció a los que estábamos mirándolos desde afuera. Te apareciste en el lugar donde vivía, sin un centavo y sin un lugar donde vivir y le dio tanta pena que permitió que vivieras en su apartamento e incluso te buscó un empleo. Después de eso, dijiste a tu padre que Alun te había seducido, por lo que él insistió en que se casará contigo —la voz de Margian estaba llena de desprecio. —¡Eso no es cierto!—exclamó Jessica—. ¡Yo no hice eso! Nunca le dije a mi padre que Alun me había seducido. Alun y yo éramos amigos, al menos eso creí, por lo que fui a buscarlo para que me ayudara —se detuvo, suspiró con fuerza y se dirigió hacia la puerta—. Oh, ¿qué objeto tiene explicártelo? No vas a creer nada de lo que te diga. Nunca te agradé porque tu hermano se casó conmigo, estás celosa de mí. —No, no estoy celosa —replicó Margian en un murmullo y llena de dignidad—, sólo preocupada por Alun. Verás, lo quiero mucho y deseo que sea feliz. Siempre pensé que eras demasiado joven para él, que te faltaba
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madurez, que esperabas demasiado al confiar en que resolvería, todos tus problemas. Debes reconocer, Jessica, que siempre lo imaginaste como al caballero de brillante armadura, protegiéndote, rescatándote de situaciones peores que la muerte, hasta que te diste cuenta de que, después de todo, sólo era humano, no mejor ni peor que cualquier otro hombre. —Hasta que supe que no me amaba como yo lo amaba —repuso Jessica con voz ronca, mirando hacia la puerta para que la otra mujer no viera las lágrimas que brillaban en sus ojos. —Y ahora has conocido a otro que sí te ama, ¿es eso?—le preguntó Margian, sarcástica—. Alguien confiable que pueda mantenerte con las comodidades a las que estás acostumbrada. Alguien más apropiado para ser tu esposo que un escritor, amante de la vida y de espíritu libre, como Alun. —Quizá lo haya encontrado —replicó la joven y abrió la puerta—. Adiós, Margian y gracias de nuevo. Al salir, se detuvo un instante en la penumbra del pasillo, secándose las lágrimas que le corrían por las mejillas. Cuando recuperó la compostura, salió del teatro por la puerta de los artistas, recibiendo el aire húmedo de la tarde de junio. De inmediato, Chris Pollet vino a su lado, tomándola del brazo para llevarla hacia la avenida Shaftesbury. —¿Cómo resultó?—le preguntó—. ¿Se comportó de forma amigable? —Sí, me dio la dirección de Alun. —Bien; así podrás escribirle o mejor aún, que tu abogado lo haga. Pensé que podríamos comer en el Soho. ¿Te apetece algo italiano? Ella estuvo de acuerdo y dieron la vuelta en la siguiente esquina, entrando a una calle estrecha con restaurantes en arribos lados. Pocos minutos más tarde entraron en el que había elegido Chris y un camarero los condujo a la mesa. Después de la cálida humedad exterior, el restaurante era fresco y estaba en penumbra. Recibieron los menús y el camarero fue a buscar el vino blanco que pidió Chris. Jessica se puso a observar la carta sin verla. Las palabras se borraron ante sus ojos mientras pensaba en la coincidencia que hizo que Chris escogiera este restaurante en particular, al que asistió con tanta frecuencia acompañada por Alun, cuando vivían juntos. Dejó el menú sobre la mesa y miró a Chris. Era un hombre alto, fuerte y rubio, su rostro tenía una expresión que demostraba que se trataba de una persona decidida y testaruda. Él suponía que conocía los deseos de ella; imaginaba que se casaría con él si se divorciaba de Alun. Él le sugirió que se pusiera en contacto con Alun, que le escribiera o que lo hiciera un abogado. Suponía demasiado, se dijo, desdeñosa. —No tengo abogado —informó Jessica sin emoción.
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Él alzó la vista y la miró. Sus ojos de color gris pálido reflejaban la llama de la vela. —Estoy seguro de que el abogado de tu compañía te puede dar el nombre de alguno especializado en divorcios —le contestó—, alguien que sepa cómo hacerlo con rapidez. Además, tienes buenos motivos para divorciarte, Gower ha estado separado de ti desde hace casi dos años. Imagino que eso indica con claridad cuáles son sus sentimientos por lo que no vacilará en aceptar el divorcio. Es posible que esté esperando a que tú lo pidas. —Creo que sería mejor que fuera a verlo, ahora que sé dónde vive — murmuró, recogiendo de nuevo el menú. Algunas veces, cuando empezó a vivir con Alun, tuvieron tan poco dinero que sólo comían espagueti. El espagueti a la primavera era uno de sus preferidos, servido con verduras poco cocidas y cubiertas con salsa de queso—. Su hermana me dijo que casi nunca contesta las cartas. —Contestará la carta de un abogado —replicó Chris con firmeza. —No estoy muy segura de eso, es un hombre muy especial. —Sí, eso tengo entendido —comentó él, oprimiendo los labios—. ¿Por qué te casaste con él?—le preguntó de repente, inclinándose sobre la mesa y observándola como si pensara que le faltaba inteligencia—. ¿Fue por qué tu padre insistió? ¿Por qué descubrió que Gower te había seducido? Jessica abrió mucho los ojos azules y después comenzó a reír. La risa cambió su aspecto por completo; hizo desaparecer la tristeza de su rostro, iluminándolo. —Oh, no, ¿de dónde sacaste esa idea?—le preguntó. Después se desvaneció la risa y lo miró de forma acusadora—. Has estado escuchado chismes sobre mí —lo reprendió—. Imagino que te has enterado de que viví con Alun durante un tiempo antes que nos casáramos. Bien, eso es cierto, viví en su apartamento varias semanas. Verás, mi padre quería que me casara con Arthur Lithgow y ya lo tenía todo preparado. En esa época estaba tratando de conseguir que Arthur se asociara con su compañía y que invirtiera algún dinero. Yo era la carnada que él usaba para atrapar a Arthur y nada que pudiera decirle lo convencería de que no quería casarme con él. Por eso me escapé de casa y vine a Londres con Alun — calló mientras el camarero colocaba las copas sobre la mesa y servía el vino—. Él era la única persona conocida que podría comprender cómo me sentía. Hacía años que nos conocíamos. No creo que sepas que está emparentado con los Fairboume; cuando vine a Londres fue: muy bondadoso conmigo, me encontró un empleo en las oficinas de una compañía editorial y permitió que me alojara en su apartamento. La mayor parte del tiempo Alun no estaba allí y no era necesario que papá se comportara como lo hizo: como el padre de un melodrama pasado de moda. Llegó furioso a Londres, acusando a Alun de seducirme —tomó un sorbo de vino y sonrió—. ¡Debiste ver el rostro de papá cuando Alun le dijo que nos íbamos a casar! Se puso rojo, rojo escarlata; ¡Yo también estaba bastante sorprendida por lo que decía Alun!
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—Pero a pesar de eso, te casaste con él. —Sí, lo hice. —¿Y tu padre te perdonó? —No, hasta que le dio el primer infarto cuando Alun y yo teníamos un año de casados. Fui a verlo y me pidió que volviera a trabajar con él en la compañía. Lo hice, todos los días iba en el metro desde Londres a Uxbridge y después tomaba un autobús hasta la fábrica. Fue entonces que me di cuenta de los problemas financieros en que se encontraba Martin Limited, casi estaba en la bancarrota —lo miró, pensativa—. Chris, ¿de veras piensas quedarte con la empresa? —Claro que sí, aunque sólo sea para evitar que mis competidores, los Lithgow, se queden con ella. Pero quiero que tú sigas en la compañía, como socia. No quiero comprarla, sólo deseo fusionar mi empresa con la tuya. Pollet y Martin Limitada, diseñadores y fabricantes de muebles de calidad. ¿Cómo te suena? .—Me parece muy bien —reconoció—. Además creo que papá se hubiera sentido muy contento de tenerte como socio. Es una lástima que no hubieras llegado antes que él muriera. —Se lo ofrecí, pero nunca aceptó que fuéramos socios con igualdad de derechos, él quería seguir siendo el mandamás. No aceptaba eso de Pollet y Martin Limitada —Chris sonrió con tristeza—. Pero, ¿qué me dices de Alun Gower, quien sigue siendo tu esposo? No me agradaría que se apareciera ahora reclamándote a ti y a tus acciones de la empresa. —Oh, no lo hará le dijo Jessica, convencida—, Alun no tiene el menor interés en el negocio. Es un explorador y escritor y nunca se interpondrá, estoy segura de eso. Acordamos que cada uno haría lo que deseara. Chris no hizo comentario alguno porque en ese momento regresó el camarero para tomar las órdenes, pero tenía el ceño fruncido y tan pronto como el mozo se retiró, se inclinó hacia adelante de nuevo, tocándole una manía la joven. —Sin embargo, me gustaría que se separe de ti, Jess, que se aleje de tu vida para siempre —insistió—. Mientras estés unida a él legalmente siempre existirá el peligro de que aparezca y haga alguna reclamación. Me gustaría que estuvieras libre de cualquier relación con Alun para que algún día yo pueda tener la oportunidad de pedirte que te cases conmigo. ¿Me prometes que le escribirás o que conseguirás que lo haga un abogado, sugiriéndole el divorcio? Apartó la vista de él, evitando su mirada. No quería hacer lo que le había sugerido, pero comprendió que si se negaba Chris comenzaría a discutir y en ese momento no podría soportarlo. ¿No era suficiente haber ido a Londres con él y que hubiera visto a Margian? —Está bien —prometió con un suspiro—, haré lo que me pides —lo miró sonriente—. ¿Podemos hablar de otra cosa? Me dijiste que saldrías en viaje de negocios durante varios días, ¿cuándo?
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—Mañana iré a Alemania, pero regresaré el viernes. —Ese es el día en que el banco nos embargará la empresa. —Y es el día en que tendrás que darme una respuesta a mi oferta dé fusión. Te llamaré por teléfono tan pronto como regrese, el jueves, ¿te parece bien? Ella hizo un ademán afirmativo con la cabeza, pero estaba pensando. "Tres días; se irá durante tres días completos. Podría ir a Gales, ver a Alun y regresar mientras esté ausente y no lo sabrá. Sí, quizá sea eso lo que haga. Lo iré a ver en lugar de escribirle y el jueves por la noche sabré si está de acuerdo o no con el divorcio. Así aclararé mi situación y decidiré si debo aceptar la oferta de fusión de Chris". Aún había un ligero resplandor en el cielo cuando llegaron a la casa de ladrillos rojos en las afueras de Beechfield, un pequeño pueblo de Buckinghamshire, conocido durante más de doscientos años por sus fabricantes de muebles. Jessica nació allí y vivió en ese lugar hasta que se marchó a Londres a buscar a Alun, para después regresar a su hogar cuando él la abandonó. Ella siguió viviendo en ese pueblo después de la muerte de su padre, acompañando a su madre en la viudez. Chris no la besó al despedirse y ella no lo invitó a que lo hiciera, sin embargo, él insistió en que le prometiera que le escribiría a Alun y Jessica volvió a hacerlo. Después bajó del coche y se quedó de pie unos instantes, observando cómo se alejaba, hasta que se perdió en la distancia. El jardín, orgullo y alegría de su madre, estaba lleno de aromas y vio brillar la luna por encima de la casa situada frente a la suya, el hogar donde antes vivieron los Fairbourne y donde conoció por primera vez a Alun, hacía ocho años, cuando ella apenas tenía diecisiete. Se dio vuelta y entró en su casa, estaba silenciosa y oscura y al llegar al segundo piso se alegró de no ver luz filtrándose por debajo de la puerta del dormitorio de su madre. Anthea ya estaría dormida y por lo tanto, no tendría necesidad de entrar a verla y contestar las muchas preguntas con que siempre la bombardeaba cada vez que salía con Chris. Entró en su dormitorio y cerró la puerta. Se desvistió y al acostarse, trató de redactar en su mente una carta para Alun. ¿Cómo debía escribirle a un hombre al que había conocido durante siete años y que no lo veía desde hacía dos? ¿Al marido que era casi un desconocido? En varias ocasiones comenzó: "Querido Alun, ¿cómo estás?… " sin embargo, no pudo seguir pues comenzaba a recordarlo y se distraía. En su mente veía a Alun, tal como lo había contemplado la primera vez, con pantalones de mezclilla, el cabello rizado revuelto y largo, los dorados ojos de águila brillando con burla mientras bebía cerveza en el patio de la casa de los Fairbourne, una tarde de verano, con su primo Bill Fairbourne, el hermano mayor de Sally.
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Ella y Sally acababan de regresar de montar a caballo y se encontraban vestidas con pantalones de montar ajustados, blusas blancas, chaquetas negras y sombreros también negros. Tan pronto como lo vio, Sally corrió a abrazarlo. —¡Alun, Alun! ¿Dónde has estado? ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? Con cuidado él se soltó del abrazo de Sally y evitando sus besos, contestó las preguntas. —Estuve en África, reuniendo material para un artículo sobre un parque de animales salvajes en Kenya. Sólo me quedaré hoy —miró a Jessica—. ¿Quién es tu amiga? —preguntó con un brillo malicioso y burlón en los ojos—. "¿Ricitos de oro?" En esa época Jessica tenía el cabello largo, casi hasta la cintura. Para montar, se lo recogió en una cola de caballo, pero las cintas se le habían soltado y el cabello le caía sobre los hombros y las mejillas. —Oh, ella es Jessica —contestó Sally con indiferencia—. Vive en la casa de enfrente. Jess, él es mi primo favorito, Alun Gower. ¿Recuerdas que te he hablado de él? Viaja a los lugares más maravillosos y escribe artículos que se publican en una revista de Geografía en los Estados Unidos. —¡Hola, Jessica!—el tono de voz de él se suavizó al hablarle y su mirada no se apartaba del cabello dorado. Siempre tímida ante la presencia de los jóvenes que conocía con frecuencia en la casa de los Fairbourne, en su mayoría amigos de Bill, sólo le hizo un ligero ademán de saludo. Había aparentado no estar interesada en él, pero en su interior sí lo estaba. De cabello oscuro, la piel bronceada por el sol africano, ojos color topacio brillando con inteligencia y los labios llenos de irónico humor cada vez que hablaba, Alun la había cautivado esa misma tarde. Pasaron dos años antes que lo viera de nuevo, pero en ese tiempo había pensado en él con frecuencia e incluso hizo un esfuerzo para buscar y leer alguno de sus artículos. Pero nunca le mencionó a Sally, o cualquier otra persona, que estaba interesada en él. Deseaba mantener inviolable lo que sentía por él, era un secreto que no compartiría con nadie. ¡Ni siquiera con Alun! Él regresó inesperadamente a la casa Fairbourne una tarde, justo en el momento en que ella llegaba de la fábrica de muebles de su padre, donde había estado trabajando para aprender el negocio, desde que salió del colegio. Tenía diecinueve años, había perdido su timidez y se había cortado el cabello, que ahora le enmarcaba el rostro como si se tratara de una dorada capucha. Era un día frío y húmedo, típico de noviembre y en el momento en que estacionaba frente a la casa el pequeño coche que le regaló su padre, observó que un hombre con un impermeable se acercaba a ella desde la casa Fairbourne. Lo reconoció de inmediato e incluso ahora podía recordar
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el violento latir de su corazón cuando lo vio y volvió a sentir la onda cálida que la había recorrido por completo. Él, su héroe secreto había regresado. Se bajó del coche y fue corriendo adonde estaba él. —Se han ido —le dijo—. Los señores Fairbourne han ido a Birmingham a pasar el fin de semana para ver a Sally, que se encuentra estudiando en la universidad y Bill está trabajando en Escocia. Con las manos en los bolsillos del impermeable, él permaneció mirándola en silencio y Jessica se preguntó si recordaría quién era ella. Tenía el rostro pálido y lo veía cansado; los ojos dorados estaban rodeados de ojeras y apretaba los labios con fuerza. —¿Por qué te cortaste el cabello? —le preguntó con brusquedad y de nuevo sintió un vuelco en el corazón. ¡La había recordado! —Quería cambiar. Además, era un problema en el trabajo —le explicó y entonces añadió con tono agresivo—. Después de todo, ¿por qué te interesa? Casi pudo Verlo retractarse al oír sus palabras y con una ligera sonrisa desdeñosa, Alun contestó: —Nada, por supuesto —se encogió de hombros—. Tienes todo el derecho a cortarte el cabello si quieres. ¿Sabes cuándo sale el próximo tren para Londres? —No habrá otro hasta las ocho y media, pero puedes tomar el autobús que llega a Uxbridge y después el metro a la ciudad —sintió la necesidad de detenerlo a su lado, de demorar su partida—. Imagino que te habrá desilusionado no encontrar a nadie en casa. Si quieres te invito a pasar —con una mano le señaló su puerta—, te prepararé una taza de té y después puedo llevarte a la estación del autobús. Había una invitación en su mirada y él la estudió con frialdad. Jessica pensó que se negaría y estaba tratando de encontrar otra forma de evitar que se fuera cuando, de repente, se produjo un cambio brusco en él y le sonrió: * —Gracias, me agradará pasar a tomar una taza de té contigo. Tengo mucho frío; acabo de llegar de Australia y aún no me acostumbro a la temperatura de Inglaterra en noviembre. Temo que me olvidé de tu nombre, quiero decir, tu verdadero nombre. Para mí siempre eres "Ricitos de oro" —su mirada le recorrió el cabello y para su sorpresa levantó una mano y lo tocó, murmurando—: ¡Qué lástima que lo cortaras! Desde luego, dejó que le creciera de nuevo, pero sólo para él. La había deslumbrado y cegada por el primer amor, le escribió interminables cartas a la dirección que Alun le anotó en un papel cuando se fue y algunas veces, él le contestó. Tenía el cabello largo hasta los hombros cuando, agotada por la insistencia de su padre en que se casara con Arthur Lithgow, salió de la oficina de la fábrica Martin, hacía cuatro años y tomó el primer autobús que llevara a Uxbridge; escapó al fin y buscó a la única persona que la
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había comprendido, sin saber a ciencia cierta si Alun se encontraba en Londres o no. Al llegar a Bloomsbury no lo halló en su apartamento, pero la dueña de la casa, quien la había convertido en pequeños apartamentos que alquilaba le dijo que estaba segura de haberlo visto. Por lo tanto, la joven lo esperó, sentada en el suelo frente a su puerta, ya que no tenía otro lugar adonde ir. Jessica dio vueltas en la cama intranquila, tratando de interrumpir el flujo de recuerdos. Nunca podría olvidar la expresión en el rostro de Alun cuando la encontró sentada frente a su puerta, medio dormida y a punto de desmayarse por falta de comida, a la una de la mañana. Se había puesto furioso. —¿Qué demonios haces aquí? —preguntó mirándola con el entrecejo fruncido. Ella se levantó con dificultad reclinándose en la pared. Parpadeó al verlo y sorprendida por la brusquedad de su tono, cuando había esperado ternura, se dio cuenta, por primera vez, de que apenas lo conocía, que era mayor que ella, no sólo en años, diez años en realidad, sino también en experiencia. —¿Por qué?—le preguntó furioso. —Yo… yo…—hizo un gran esfuerzo para contestarle, pero por algún motivo, ahora comprendía que había sido la falta de comida, se sintió enferma, mareada y por primera y única vez en su vida, se desmayó. Cuando recobró el conocimiento se encontró acostada en una cama y vio a Alun sentado en el borde de la misma, mirándola. —¿Qué sucedió? —murmuró ella. —Te desmayaste o eso pareció —le contestó cortante—. ¿Qué tiempo hacía que estabas allí? —Unas seis o siete horas —susurró. —¿Así que no comiste? —No. —Ese debió ser el motivo por el que te desmayaste —murmuró seco torciendo los labios—. Iré a buscarte algo de comer. Le llevó pan, mantequilla y un vaso de leche, sentándose en la cama para observarla comer. Cuando terminó de beber la leche, Alun dijo: —Creo que ya es hora de que me digas qué haces aquí. —Yo… no tengo a nadie más —susurró—. Eres el único a quien se lo puedo contar. Verás, no puedo obedecerlo, no puedo hacer lo que mi padre quiere… no puedo y por eso me fui. Salí de la oficina esta tarde y vine aquí directamente. —¿Qué es lo que no puedes hacer? —No puedo casarme con Arthur Lithgow.
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—¿No?—la miró con expresión burlona—: ¿Por qué no? ¿Qué problema tiene? —En realidad no mucho, sólo que es viudo y me lleva casi veinte años, además no me gusta lo suficiente para casarme con él. Papá lo tiene todo preparado; si me caso con Arthur, él le prestará el dinero que necesita para liquidar su adeudo con el banco, pero si no, no se lo prestará. —¿Estás bromeando?—exclamó Alun. —No, no bromeo es verdad. —¡Pero ningún padre en esta época puede hacer que su hija se case con un hombre si ella no quiere! —No conoces a mi padre —murmuró Jessica—. Es… es muy persuasivo. Puede hacerte parecer un gusano si no lo obedeces, haciéndote sentir que lo has defraudado. Además, él no acepta que no pueda casarme con Arthur; la única forma de que pudiera convencerlo es… escapando y no regresar. Sólo que no lo hice muy bien; no tengo dinero y gasté lo que me quedaba para venir aquí y ahora no tengo dónde hospedarme —se olvidó de su orgullo y le suplicó—. ¿Alun, por favor, me ayudarás? No puedo regresar, al menos todavía no. No hasta que lo haya convencido de que estoy decidida y que no pretendo casarme con Arthur. Alun se levantó de la cama y fue hasta la ventana para contemplar la calle. Después de un rato regresó y la miró. —Está bien, trataré de ayudarte —le dijo—. Puedes pasar aquí la noche y mañana veré si te puedo conseguir un empleo. ¿Qué sabes hacer? —He trabajado como secretaria y además, sé mucho sobre la fabricación de muebles, las maderas que se deben usar, dónde obtenerlas y también tomé un curso de diseño y fabricación de mobiliario en el colegio. Muy pronto me graduaré de diseñadora. —¿Cuántos años tienes? —Veintiuno, casi veintidós. —Ya tienes edad suficiente para vivir tu propia vida. ¿Por qué no te fuiste de casa antes? —Porque papá hizo que me resultara muy difícil. Verás, soy la única de sus hijas que vive. Tuve un hermano mayor, Timothy, quien siempre fue su preferido; la compañía se llama Martin e Hijo Limitada y por supuesto, papá siempre dio por sentado que Tim entraría al negocio con él, de la misma forma que él lo había hecho con su padre. Tim comenzó a trabajar en la fábrica, pero murió en un accidente de motocicleta cuando tenía diecinueve años. Papá quedó destrozado y fue a partir de entonces que comenzó a pensar que yo podría ocupar el lugar de Tim. Por lo tanto, empecé a trabajar con él tan pronto como terminé la escuela; en realidad no me importó, pues me gusta diseñar muebles. —¿Qué me dices de tu madre? ¿Nunca te respaldó frente a tu padre?
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_No, nunca lo haría, ella lo apoya y siempre ha sido así. También trabaja para él, como su secretaria. Tampoco podía decirle que no quería casarme con Artuhr, pues si lo hacía comenzaría a discutir conmigo, señalándome todas las ventajas que tendría al casarme y entrar a formar parte de la familia Lithgow. Arthur es muy rico —Jessica miró a su alrededor—. Tu apartamento no es muy grande —comentó. —Sólo tiene una habitación, una pequeña cocina y un baño —fue su respuesta—. Es todo lo que puedo pagar por ahora. —Pero, ¿en dónde dormiré si sólo hay una cama? —Por esta noche, la usarás tú, yo me acostaré en el sofá.
Jessica se movió de nuevo, intranquila, después se sentó y encendió la lámpara junto a la cama, para mirar el reloj. Las dos y media, la hora de la noche más inadecuada para estar despierta, recordando; el momento en que todo ofrecía su peor aspecto, cuando los pensamientos eran deprimentes. Vivió seis meses en el pequeño apartamento de Alun y siempre durmió sola en la cama. Él casi nunca estaba en la casa, tal como ella había dicho a Chris, pero se encontraba allí el día en que llegó su padre, a quien los Fairbourne le informaron que ella estaba viviendo con Alun. Eso era algo que nunca podría olvidar, la forma como Alun escuchó las acusaciones de su padre, con toda calma, una ligera sonrisa en los labios y los ojos brillando de burla. Cuando Charles Martin se cansó de hablar, entonces él le dijo: —Jessica no puede casarse con Arthur Lithgow porque se casará conmigo. —¿Es cierto eso? ¿Es verdad lo que dice?—demandó Charles Martin y, aunque ella también estaba muy sorprendida por lo que acababa de decir Alun, comprendió que ésta era su oportunidad para negarse a cumplir los deseos de su padre. —Sí, es cierto —le contestó—. Amo a Alun y voy a casarme con él. Aturdido, su padre se fue y entonces ella se volvió a Alun, preguntándole vacilante. —¿Es cierto lo que acabas de decir? —¿Te gustaría que fuera en serio? —¡Sí! Oh, sí, ¡Me gustaría mucho! Me encantaría casarme contigo — exclamó emocionada y con toda sinceridad. —Entonces así será —le dijo acercándose a ella y tomándola entre sus brazos, la besó por primera vez desde que se habían conocido, de la forma como siempre deseó que la besara, con pasión y al mismo tiempo con ternura.
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Se casaron al estilo moderno. Ella no se cambió el apellido y ambos estuvieron de acuerdo en que los dos quedarían en libertad de ir y venir sin restricciones. Había dado resultado, incluso después que regresó a trabajar con su padre. Dio resultado hasta que Sally Fairbourne comenzó a hacerle insinuaciones de que había otra mujer en la vida de Alun; una mujer en Nueva York que trabajó como editora para la revista que publicaba los artículos de Alun. —¿Cómo lo sabes?—le preguntó Jessica, tratando de ignorar los celos que la dominaban. —Porque él solía hablarnos de ella, por supuesto —contestó Sally. Ese día se encontraban comiendo juntas en Beechfield, en un nuevo restaurante. Sally acababa de graduarse de idiomas y estaba buscando un empleo. —Entonces conoces su nombre —insistió Jessica. —Sí, se llama Ashley King. Su padre fue uno de los fundadores de la revista y Alun tiene una gran intimidad con ella. Fue Ashley quien convenció al consejo de la revista a que aceptara su primer artículo y desde entonces se ha asegurado de que no le falten reportajes. ¿Por qué no se lo preguntas la próxima vez que vuelva a casa? Y la ocasión se presentó la semana siguiente cuando, después de regresar de un trabajo, Alun se quedó en casa sólo una noche, diciéndole que tendría que ir a Nueva York al día siguiente. —¿Para ver a Ashley King? —le preguntó Jessica con el tono más indiferente que pudo, mientras él guardaba alguna ropa en la maleta, listo para ir al aeropuerto. —Es posible, entre otras cosas —contestó con tranquilidad, pero al mismo tiempo dirigiéndole una mirada penetrante—. Ellos, los de la junta directiva, me pidieron que vaya al Ártico canadiense este verano, para cubrir la última parte de una expedición que ha estado siguiendo la ruta utilizada por los esquimales para emigrar desde el estrecho de Bering a la bahía de Baffin. Wallis Grove, a quien habían designado originalmente para este viaje, se ahogó el mes pasado. Estaré ausente hasta septiembre —la miró frunciendo el ceño—. ¿Cómo te enteraste de Ashley? ¿Te la he mencionado alguna vez? —No, pero Sally me habló de ella la semana pasada —contestó y en ese momento, cometió su gran error. Le preguntó si él y Ashley King eran amantes. Si hubiera deseado conservar a Alun debió callarse, después de todo, ella había estado de acuerdo en que ese matrimonio sería abierto. Tampoco debió enfrascarse en una discusión con él. Por último, Alun, .burlándose de ella por ser infantil y posesiva, salió del apartamento dando un portazo y se marchó al aeropuerto sin contestar su pregunta. —Alun se casó contigo porque tu padre estaba furioso —comentó Sally cuando Jessica le contó, casi un año después, que llegó a la conclusión de que Alun la había abandonado para siempre. En esa época
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ella trataba de averiguar si Sally sabía por dónde andaba Alun—, Y además, porque tu padre lo amenazó con llevarlo a los tribunales por haberte secuestrado y seducido. El matrimonio no es para Alun; a él le gusta su libertad e imagino que desde que se casó, ha estado buscando la forma de escapar. Lo más probable es que permanezca separado de ti para que puedas pedir el divorcio sobre la base de abandono de hogar. ¿Por qué no lo haces? —Yo… yo… oh, porque ni siquiera sé en dónde está —balbuceó Jessica—. Antes de hacer algo así tendría que hablar con él. ¿Sabes en dónde puedo encontrarlo? —No —contestó Sally, negando con la cabeza—. Ha desaparecido y nadie lo ha vuelto a ver desde que murió su padre.
Dejando la cama, Jessica se dirigió a la ventana y miró la luna. Aún pensaba divorciarse de Alun como le dijo a Sally el año anterior. Pero no podría hacer nada hasta que lo viera de nuevo y supiera si había alguna forma de salvar su matrimonio. Tendría que ir a buscarlo. —¿Cuándo?—le preguntó a la luna. Escuchó la respuesta en su interior. "Ahora, ahora mismo. Sabes muy bien que no vas a poder dormir. Prepara una maleta, escríbele una nota a tu madre diciéndole que irás a ver a Alun en Gales y que regresarás el miércoles o jueves. Si sales en seguida, estarás en Dolgellau hoy mismo, por la tarde y podrías verlo esta noche. Vamos, hazlo; sabes que estás deseando verlo". En sólo media hora, recogió la ropa que necesitaba para un día y una noche, se vistió y escribió una nota a su madre, que dejó junto a la tostadora de pan en la cocina y mientras conducía por los caminos vecinales, buscando la autopista MI que se la llevaría al norte, comenzaron a aparecer las primeras luces del amanecer.
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Capítulo 2 Sintiendo los efectos de una noche sin dormir y cansada de conducir, Jessica no llegó hasta Dolgellau ese día, sino que decidió quedarse en Dinas Mawddwy, donde pasó la noche en un pequeño hotel y durmió doce horas sin que la interrumpieran sueños o pesadillas. Cuando despertó la mañana siguiente, caía una fina llovizna y la niebla ocultaba los montes que rodeaban el pueblo. La dueña y administradora del hotel le sirvió el desayuno, preguntándole si pensaba permanecer algún tiempo en la zona y alabó las bellezas naturales del pueblo. —Me parece muy agradable —contestó Jessica—, pero voy a Dolgellau. ¿Conoce esa zona? —¿Qué si la conozco? Nací y me crié allí —respondió la dueña del hotel, cuyo nombre era Eira—. Mi tía Bessie sigue siendo la dueña de la tienda de abarrotes. También alquila unos cuartos que tiene sobre la tienda, incluyendo el desayuno en el precio. Se encuentra en la calle principal, por lo que sin duda podrá encontrarla. Dígale que estuvo hospedada conmigo y le puedo asegurar que le buscará una habitación cómoda. —Gracias —sonrió Jessica—. ¿Conoce una casa llamada Whitewalls? Creo que está cerca de Dolgellau. —¡Y me pregunta por ella! —exclamó Eira, sentándose frente a ella en otra silla—. Cuando era una niña solía ir a Whitewalls. Era amiga de Margian Gower; imagino que habrá oído hablar de ella. Es actriz y vive en Londres. —Sí, la he visto actuar. ¿Está lejos de Dolgellau?, me refiero a la casa —insistió Jessica, pensando que visitaría a Alun y de ser posible, regresaría de inmediato a Dinas Mawddwy o quizá hasta Weshpool, ese mismo día. —A unos quince o veinte kilómetros —contestó Eira—. Pero está lejos de la carretera, en un valle rodeado por montes. Tiene que atravesar Dolgellau, tal como si fuera a Penmaenpool y después debe tomar la segunda desviación a la izquierda. No la primera, pues esa la conduciría a Lyn Gwernan, recuerde, la segunda desviación. Hay un pequeño letrero, aunque quizá no lo vea. La carretera es muy estrecha, con muchas curvas y cuando llueve, suelen ocurrir deslaves —los ojos azules de Eira la miraron con curiosidad—. Pero, ¿por qué quiere ir a Whitewalls? ¿Es amiga de los Gower? "¿Qué haría si le digo que soy la esposa de Alun Gower?", pensó Jessica. —Sólo quiero ver la casa donde vivía Huw Gower. Siempre admiré sus poemas.
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—Nunca pude comprenderlos —reconoció Eira con sinceridad—, pero no soy aficionada a la literatura. Además, gran parte de lo que él escribió lo hizo en galés y no puedo leer ni hablar ese idioma. Vaya, ¿qué utilidad tiene? Ya está desapareciendo, lo enseñan en las escuelas pero no se habla en las casas. Todos los turistas hablan inglés y ellos son nuestro principal medio de vida. —Si usted acostumbraba visitar Whiterwalís, con toda seguridad se habrá encontrado con Huw Gower —le dijo Jessica. —Muchas veces. Era un hombre agradable, de modales suaves y muy bondadoso. En realidad era un criador de ovejas, aunque escribía poesías y fue coronado como bardo de Gales. Pero no tenía control sobre sus hijos; tanto Margian como Alun abandonaron el valle —Eira frunció el ceño—. Pero ahora, pensándolo bien, tía Bessie me dijo que Alun está viviendo en la hacienda en estos momentos. Es uno de esos lugares donde se pueden pasar las vacaciones de verano, escalando montañas y paseando en canoa. A mí no me atrae eso, me gusta divertirme cuando voy de vacaciones —Eira rió y se levantó—. Bueno, tengo que seguir con el trabajo, pero no lo olvide, si desea hospedarse en Dolgellau, vaya a la tienda de abarrotes Rowland y tía Bessie se encargará de que esté cómoda. Una hora más, tarde, Jessica entraba en Dolgellau. Sólidas casas de piedra oscura brillaban bajo la lluvia y no tuvo dificultad alguna en encontrar la tienda Rowland. Pero no se detuvo; cruzó el pueblo y tomó el camino a Penmaenpool. Cuando llegó al final del sendero que llevaba a Lyn Gwernan, comenzó a buscar con cuidado la segunda desviación y el letrero que indicaba dónde se encontraba Whitewalls, sintiéndose repentinamente emocionada. Pronto estaría allí y volvería a encontrarse con Alun. ¿Qué diría al verla? Se mordió el labio inferior, imaginando que él haría algún comentario hiriente e irónico, pero de inmediato alzó la cabeza en un movimiento desafiante. No permitiría que la dominara, no podía dejar que la derrotara en una batalla verbal, como hizo la última vez. Debía actuar con calma y frialdad. Iría de inmediato al grano y le preguntaría si estaba de acuerdo con el divorcio. En medio de la lluvia vio algo blanco que brillaba a la izquierda y disminuyó la velocidad. Al final de un estrecho camino había un letrero. En él estaba escrito un nombre gales y debajo las palabras: "A Whitewalls". Despacio, Jessica condujo el automóvil para tomar el estrecho sendero en el que sólo cabía un vehículo. La superficie del camino estaba sin terminar y el coche daba tumbos sobre las piedras. A un lado corría un río y del otro ascendían las laderas de las colinas. El camino seguía el cauce del arroyo, ascendiendo y, en algunas partes parecía convertirse en parte del río, debido al agua que lo cubría. Cuando empezaba a preguntarse si ese camino la conduciría a algún lugar, sintió un fuerte tirón y el coche se detuvo. Pensando que había apagado el motor sin querer, intentó arrancarlo de nuevo pero no pudo.
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Observó los marcadores en el tablero y dejó escapar un suspiro irritado. Claro, no tenía gasolina, recordó que había pensado que debía detenerse en Dolgellau para llenar el depósito, pero era tanta su prisa por encontrar el camino a Whitewalls y estaba tan deseosa de que se llevara a cabo y terminara el encuentro con Alun, que olvidó hacerlo. Ahora se encontraba allí, sola, a muchos kilómetros de cualquier lugar habitado y sin saber a dónde iba. Durante un rato se quedó sentada, pensando en las alternativas que tenía. Podía dejar el coche allí y caminar hasta la casa, confiando en poder encontrarla en medio de la niebla. O podía regresar a la carretera principal y caminar a Dolgellau, esperando que pasara algún coche que la llevara a la próxima estación de servicio para poder comprar un bidón de gasolina y encontrar a alguien que la llevara de regreso. Al fin salió del coche y cerró la puerta. Caía una lluvia muy fina, por lo que sacó una bufanda del bolsillo de su impermeable y se la sujetó alrededor de la cabeza. Si volvía a la carretera principal y trataba de regresar a Dolgellau, se empaparía. Era mejor continuar el camino a Whitewalls. La casa no podría estar muy lejos y allí encontraría refugio; además, con toda seguridad, Alun tendría gasolina. No podía vivir tan lejos de cualquier pueblo sin tener alguna clase de vehículo. No fue fácil caminar por el sendero empedrado con los zapatos de tacón alto y deseó llevar consigo unos más cómodos, pero nunca imaginó que caminaría por esos lugares cuando salió el día anterior. Sólo había pensado en un rápido encuentro con Alun para preguntarle si estaba de acuerdo con el divorcio y una vez que tuviera su respuesta, volvería a casa. Flotando en la niebla, escuchó el balido de las ovejas y el ruido del agua del río y también le pareció oír el ruido de un motor. ¿Sería un auto? Se detuvo para escuchar con atención. El ruido no se alejaba, iba hacia ella. Miró al camino que había recorrido y divisó la silueta de un vehículo que se acercaba en la niebla. No era un automóvil, sino un Land Rover, ideal para esa clase de camino. Hizo un ademán con la mano y el vehículo se detuvo a su lado. Sintió cómo se le paralizaba el corazón cuando se abrió la puerta y vio que Alun la miraba, sonriente. —¿Es tuyo el automóvil que está allá atrás? —le preguntó, como si no hubieran estado separados durante casi dos años. —Sí, me quedé sin gasolina. —Imagino que vienes a verme —comentó él. —Así es —ahora que se encontraba frente a su marido, no encontraba las palabras adecuadas. Sólo podía mirarlo, sintiendo que la vieja y familiar atracción que sentía por él, le recorría todo el cuerpo. —Entonces sube —le dijo, colocándose de nuevo detrás del volante—. Aún faltan dos kilómetros y medio para llegar a la granja y te resultará difícil caminar con esos zapatos.
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Jessica se sentó a su lado, cerró la puerta y trató de hablar con calma. —Si me llevas de regreso a Dolgellau para buscar un bidón de gasolina, podríamos hablar en el camino. Alun la miró de reojo. —Preferiría ir primero a casa, quiero bañarme, cambiarme de ropa y comer algo antes de hablar —replicó con frialdad—. Desde el amanecer he estado en la montaña, ayudando a buscar a dos montañeras que no regresaron ayer al lugar donde se hospedaban. —¿En qué montaña? —preguntó ella mientras el vehículo se ponía en movimiento de nuevo. Comprendió que no tenía objeto pedirle otra vez que la llevara a Dolgellau. Harían lo que él deseaba. —En Cader Idris. Si no fuera por la nieve, podrías verla en aquella zona —con la cabeza le indicó el lado derecho del Land Rover. —¿Las encontraron? —Sí, una de ellas resbaló y se lastimó la pierna y la otra tuvo el suficiente sentido común para quedarse cuidándola hasta que las encontráramos. Ahora las llevan al hospital y espero que, después de esto, les tengan más respeto a la montaña y al clima. Al escuchar el tono áspero de su voz, recordó que él nunca había tenido paciencia para la gente que escalaba montañas, acampaba o salía a explorar, sin la adecuada preparación. Lo miró y adivinó que tal vez estaría pensando lo mismo de ella, ya que había ido tan lejos sin tomar la precaución de llenar el. depósito de gasolina. —¿Por qué fuiste a buscar a las montañeras? —le preguntó. —Pertenezco al equipo de rescate de montaña en esta zona. —¿Pero cómo te avisaron? Margian me dijo… —se interrumpió, avergonzada, dándose cuenta de que acababa de decirle que había visto a su hermana. —¿Fue Margian quien te dijo en dónde podías encontrarme? — preguntó furioso. —Sí, pero le prometí que no te lo diría. Así que, por favor que no se sepa que lo hice. Te habría llamado por teléfono en vez de venir, pero me dijo que no tenías teléfono. Por eso me extrañó que te hubieran avisado del rescate. —Nos mantenemos en contacto por radio —contestó él mirándola de nuevo de reojo—. En vez de venir, pudiste haberme escrito. —Lo sé, pero pensé que debía verte primero. Alun, ¿por qué nunca me escribiste? ¿Por qué no fuiste a verme? —él no le contestó ni se volvió a mirarla. Poco después llegaron a una reja, él se bajó para abrirla y regresó de nuevo al Land Rover y una vez que estuvieron adentro, se apeó de nuevo a cerrarla, siguiendo después por una vereda hasta la casa. En el campo, a un lado del camino, observó un grupo de piedras, algunas
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colocadas de forma vertical y, otras horizontales apoyadas sobre las anteriores, formando una especie de pequeño albergue. —Una cámara funeraria de piedra —le dijo Alun, dándose cuenta de su mirada—. Hay muchas de ellas en el norte de Gales. A mi padre le encantaba pensar que ésta, en particular, había sido erigida por sus ancestros, gente de cabello oscuro que vino del continente en la edad de piedra y en la de bronce, mucho antes que los celtas. Su propia tumba se encuentra allí, debajo de aquel viejo manzano. Deseaba que lo enterraran cerca de las cosas que amaba: la casa, el lago, la montaña que está detrás. Sintiéndose intranquila al recordar que Gales era una tierra de leyendas, donde muchos años antes se habían llevado a cabo extraños rituales, Jessica miró hacia el manzano. Bajo sus ramas brillaba una cruz blanca, demasiado lejos para leer lo que estaba escrito en ella. El Land Rover avanzó con dificultad por el barro que cubría la vereda y Alun lo estacionó detrás de la casa, apagando el motor y bajó del auto. Al ver que él salía, Jessica abrió su puerta y miró hacia el suelo, mordiéndose el labio inferior al pensar en sus elegantes zapatos de piel. Quedarían arruinados si lo seguía. En ese momento se encontró con los ojos de Alun, que brillaban de burla. —¿Piensas entrar en la casa? —le preguntó—. ¿O prefieres quedarte aquí y esperar a que regrese después de bañarme, cambiarme y comer? —Quisiera entrar —le dijo—, pero no voy a caminar sobre el fango. ¿No pudiste estacionar el auto en otro lugar? ¿En algún sitio más seco y cercano a la puerta? —No, no pude hacerlo —le replicó—. No hay un camino que llegue hasta la puerta principal y de todas formas ésta no se abre. Ven, te llevaré. Se volvió de espaldas a ella y comprendió que la iba a llevar cargada a horcajadas. Después de vacilar un momento, colocó las manos sobre sus hombros y se arrodilló en el asiento. —¿Lista? —le preguntó. —Sí —murmuro, apretando las rodillas contra su cintura. Él echó hacia atrás los brazos y tomándola por debajo de las rodillas, la alzó sobre la espalda, levantándose después. Jessica entrelazó las manos bajo la barbilla de Alun y se dirigieron hacia el portal de la entrada trasera. La dejó en el porche y le hizo un ademán para que entrara. —Bienvenida a Whitewalls, Jess —le dijo, arrastrando las palabras. —Gracias —contestó y entró en la cocina, una gran habitación con techo bajo, de madera. —¿Ya cenaste? —preguntó Alun, mientras se dirigía hacia una estufa eléctrica, colocada junto al viejo fogón de piedra gris.
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—No, aún no. Él le quitó la tapa a una gran cacerola y miró lo que había en su interior. —Ayer preparé sopa de cordero y quedó bastante. Puedes calentar un poco y, además, en la despensa encontrarás suficiente pan y queso. Sírvete, mientras subo a cambiarme esta ropa mojada —mientras le decía esto comenzó a quitarse la chaqueta forrada que llevaba puesta. —Alun, no puedo quedarme mucho tiempo —comenzó a decirle. —Qué lástima —respondió él al dirigirse hacia la puerta. Después salió y ella oyó el ruido de las botas sobre la escalera de madera. Jessica suspiró y miró a su alrededor; todo parecía muy viejo y más bien descuidado. Lo único moderno eran la estufa eléctrica y el fregadero de acero inoxidable. Este estaba repleto de platos y parecía que Alun no los había lavado por lo menos en un mes. Se quitó el impermeable y la bufanda, colgándolos de un gancho detrás de la puerta. Se despojó luego de la chaqueta del traje, arremangándose las mangas de la blusa y se dirigió al fregadero, dominada por sus instintos de ama de casa. No era posible sentarse a comer antes que lavara y limpiara todo. De todas formas, no creía que hubiera platos limpios, se dijo con ironía. Abrió las llaves pero no salió agua y comprendió que seguramente Alun se estaba bañando, por lo que tendría que esperar hasta que terminara, ya que tal vez no había suficiente presión en el sistema para dar servicio, al mismo tiempo, al baño y la cocina. Se acercó al fogón y revisó la sopa. Aunque de color pálido y fría, le pareció apetitosa, con muchos trozos de carne y verduras, Jessica encendió una de las hornillas y colocó la sartén para calentarla. Tan pronto como empezó a salir el agua, no le tomó mucho tiempo lavar y secar los platos. Después preparó la mesa para dos y revisó la sopa, ya estaba comenzando a hervir por lo que apagó la hornilla. Como no había señales de Alun, Jessica decidió recorrer la planta baja de la casa, saliendo al pasillo estrecho y oscuro. En apariencia, sólo había dos habitaciones al frente, una de ellas era la sala, un lugar de aspecto solemne, aún amueblada con grandes sillones de estilo Victoriano. Todo el salón constituía lo que podría ser el sueño de un coleccionista de antigüedades y la pesadilla de un ama de llaves; parecía que no había sido utilizado en muchos años. La otra habitación estaba amueblada con más sencillez. Había una mesa rústica frente a la ventana, llena de papeles y en un extremo de la misma, descansaba una máquina de escribir eléctrica de apariencia muy nueva. Un librero repleto de ejemplares, muchos de los cuales parecía que eran usados con frecuencia. Sólo encontró dos sillas, una de ellas fue sacada de la cocina y la otra, un viejo sillón, necesitado de reparación. Pedazos de papel arrugado yacían en el suelo, alrededor del cesto de desperdicios adonde los habían tirado. Varias fotografías adornaban la
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pared, sobre el librero, una era de Margian, otra de Huw Gower con una mujer pequeña y de cabello oscuro que imaginó sería su esposa, vio una foto de una mujer alta y de cabello oscuro y, para su sorpresa, también encontró una de ella, tomada cuando era más joven. Tenía puesta su ropa de montar, pero sin el casco y su cabello resplandecía. La niebla casi no la dejaba ver el paisaje desde la ventana, pero a pesar de ello pudo divisar el lago. Era un paisaje tranquilo pero siniestro, cubierto de niebla y rocas grises, y muy misterioso. De repente, Jessica fue consciente del silencio, no había movimiento alguno en la casa. No escuchaba pasos en la escalera. Alun aún no bajaba. Observó su reloj y se sorprendió al ver que eran casi las dos. Si Alun no se daba prisa, tendría que pasar la noche en Dolgellau. Regresó al pasillo y se dirigió hacia la escalera. —Alun, la comida está servida —llamó—. Por favor, apresúrate, no me puedo quedar mucho más. Debo regresar a casa mañana y aún tengo que conseguir gasolina. Él no contestó y Jessica no esperó por su respuesta. Fue a la cocina, se sirvió un poco de sopa en uno de los platos y sentada a la mesa, la tomó con pan. Cuando terminó de comer, Alun aún no había aparecido por lo que salió de la cocina y subió por la estrecha escalera. Lo vio acostado en la amplia cama de un dormitorio, vestido con una bata de casa y profundamente dormido. —¡Oh, Alun!—susurró. Al verlo así, acostado en el lecho y sumergido en un profundo y tranquilo sueño, recordó la época cuando había vivido con él en el pequeño apartamento de Londres. Con frecuencia, Alun regresaba de algún trabajo, lo encontró así, recuperando el sueño que había perdido mientras se encontraba lejos. Sin hacer ruido, se acercó a la cama. Sí, estaba dormido. Jessica se sentó en el borde del lecho y le tocó un hombro. —Alun, por favor, despierta, tenemos que hablar. Oh, por favor, despierta —murmuró mientras lo sacudía con suavidad. Él despertó de inmediata, como sabía que lo haría y abriendo los ojos, la miró. —Alun, no puedo quedarme más tiempo. —¿Por qué no? —Debo regresar a mi empleo. Desde la muerte de papá, mamá y yo hemos estado dirigiendo el negocio o al menos tratamos de hacerlo… —se interrumpió al darse cuenta de que no la estaba escuchando. Pudo notarlo al ver la expresión de su mirada, por el brillo profundo y sensual de sus ojos. ¡Oh, conocía muy bien esa mirada! Sabía que sólo pensaba en una cosa en ese momento: hacerle el amor. El problema era que ella sentía el calor del deseo sexual que le recorría el cuerpo, ya que no había nada que deseara más en ese momento, que acostarse a su lado, acariciarle el
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pecho desnudo y sentir las manos de él en sus senos y los labios de su marido sobre los suyos. Se movió intranquila e intentó levantarse. —Ya comí —le estaba diciendo cuando Alun la sujetó por los brazos y la obligó a acostarse sobre él—. —¡Alun, no! —intentó apartarse. —Me alegró de que hayas venido, necesitaba un poco de bienestar físico —susurró, mientras sus dedos largos y fuertes le sujetaban la nuca, forzándola a inclinar la cabeza para besarla con pasión. Siempre que hacían el amor, había sido algo tierno y dulce, pero ahora no. Su beso le lastimó los labios, mientras sus dedos le abrieron con violencia la blusa y se curvaron sobre sus senos, acariciándolos hasta que su cuerpo se arqueó involuntariamente contra el suyo, respondiéndole. Desesperada, apartó los labios de los de él. —¡No, no! —gimió—, ¡No quiero! No vine a verte para esto. —¿Estás segura? —susurró él, aprovechándose de su fuerza y haciéndola acostarse por completo, colocándose sobre ella. La mirada de sus ojos lanzaba fuego y pudo ver una mueca cruel en su boca—. —Entonces voy a darte un poco más de lo que esperabas —añadió burlón, mientras la oscura cabeza bajaba en busca de un seno que ya estaba desnudo. Sintió el aroma del cabello húmedo y su cuerpo, que no había recibido caricias durante tanto tiempo, se estremeció, pero de todas formas luchó para huir de él y dándose vuelta, cayó al suelo. Se levantó y corrió hacia la puerta. —Te veré en la cocina cuando… cuando recuperes la cordura — balbuceó indignada y salió huyendo al ver que Alun venía en su busca. En la cocina, se cerró la blusa con dedos temblorosos y se sentó a la mesa, pues las piernas ya no parecían poder sostenerla más. Se llevó las manos frías a las ardientes mejillas, tratando de dominar la pasión que la recorría. No podía creerlo, no podía creer que Alun se hubiera comportado así, excitándola, pero al mismo tiempo, deseando atemorizarla. Aún estaba sentada a la mesa cuando él entró en la cocina ya vestido, se sentó frente a ella y comenzó a comer. —Aquí estoy, tranquilo de nuevo —informó con una mueca burlona en los labios—. Me pregunto qué me pasó para hacerte una sugerencia como esa. Después de todo, sólo eres mi esposa y debí darme cuenta de que era una tontería esperar que cooperaras conmigo, en algo de tan poca importancia como hacer el amor. La amargura en su voz la lastimó y lo miró, herida, pero él no estaba viéndola, se encontraba demasiado ocupado comiendo.
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—Tengo que irme dentro de unos minutos —murmuró Jessica—. Alun, debemos hacer algo, sobre nosotros. No… no podemos seguir viviendo separados, como hasta ahora. —Estoy de acuerdo —repuso él con frialdad—. Entonces, ¿qué sugieres? —Pensaba que quizá… bien, es posible que estés de acuerdo en que nos divorciemos —susurró. Él no alzó la vista y siguió comiendo, tranquilo, pero una vez que terminó, apartó su plato vacío, bebió un poco de agua y la miró a los ojos. —¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué Buckinghamshire sólo para preguntarme eso?
has
venido
desde
La pregunta tan directa la desconcertó y evitó su mirada. . —Alguien debía hacer el primer movimiento —respondió a la defensiva. —Es cierto; tú tenías que efectuar el primero —replicó con frialdad—. Pero podías haberlo hecho mediante un abogado que siguiera tus instrucciones, no era necesario que vinieras. —No estaba segura de que me contestarías las cartas que te enviara —repuso Jessica, enfurecida de pronto porque sintió que estaba jugando con ella—. Me pareció más rápido venir y hablar contigo —se interrumpió y después de una pausa, le preguntó de nuevo—. Alun, ¿por qué te separaste de mí? ¿Por qué no fuiste a verme? Ahora fue él quien evitó sus ojos. Se dibujó una mueca desdeñosa en sus labios, mientras miraba por la ventana situada sobre el fregadero. —Pensé que no querías que lo hiciera —murmuró—. Nuestro matrimonio ya había cumplido su objetivo para ti, te ayudó a evitar casarte con un hombre que te disgustaba, así que no era necesario seguir adelante con él. Creí que te divorciarías tan pronto como me abandonaste. —Yo no te abandoné —replicó ella—. Tú fuiste quien lo hizo. Saliste furioso del apartamento y te fuiste a Nueva York, a ver a esa mujer, ¡Ashley King! —¡No fui a verla a ella! —exclamó, ya sin poder controlar su temperamento gales—. Iba a ver a todos los editores de la revista. —Y no regresaste —insistió Jessica. —Sí, lo hice y tú no estabas en el apartamento. Te habías mudado, llevándote todas tus cosas. Eso me dejó bien claro lo poco que deseabas seguir casada conmigo. Te fuiste mientras yo estuve ausente, no te encontré para recibirme al volver. —Pudiste adivinar que no me había ido lejos. Con toda seguridad sabías que me encontraba en casa de mis padres. Estoy segura de que Sally te lo dijo, o Bill.
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—Sally lo hizo —reconoció Alun, con una sarcástica sonrisa—. Me dijo que no querías volver a verme, pero de todas formas me resultó imposible buscarte, mi padre murió y tuve que venir a enterrarlo. Jessica recorrió la cocina con los ojos, preguntándose por qué Sally le habría informado qué no quería verlo. No recordaba haberle dicho eso a su amiga. Es más, estaba segura de ello. —¿Has vivido aquí desde la muerte de tu padre? —No todo el tiempo. Sólo desde que comencé a escribir su biografía, hace diez meses. Me pareció correcto hacerlo en el lugar donde había vivido, donde nació, rodeado por sus libros y admirando el paisaje que amaba tanto. —¿Cómo va eso? —Ya estoy terminando el último capítulo y atando todos los cabos. Sólo me faltarán las notas al pie y el índice —se levantó—. Creo que voy a seguir escribiendo ahora, pues mientras estaba en las montañas me vino a la mente… —murmurando, se dirigió hacia la puerta que conducía al pasillo y Jessica reconoció los síntomas. La había olvidado, se encontraba sumergido en el mundo privado de un escritor, ese sitio al que nunca pudo seguirlo. Se puso de pie y trató de alcanzarlo, intentando hacerlo regresar al mundo real donde ella estaba esperando su respuesta; lo detuvo en el pasillo, sujetándolo por el brazo. —¡Alun; espera! ¿Qué me dices de nosotros? ¡Aún no sé qué deseas que haga! Él la miró lanzando destellos de ira por los ojos y con un violento movimiento, la obligó a soltarlo. —Puedes hacer lo que quieras. Si así lo prefieres, puedes divorciarte de mí —replicó con desdén—. ¡Dios sabe que durante los dos últimos años, no me has servido mucho como esposa, así que puedo seguir muy bien sin ti! —¡Oh, eres… muy poco amable!—exclamó, apartándose de él. —Nunca lo he sido —reconoció, dirigiéndose hacia el estudio y dio un portazo. Jessica lo siguió, abrió la puerta y lo encontró, estaba sentado a la mesa, colocando papel en la máquina de escribir. —¿Pero cómo puedo conseguir gasolina para irme? —Toma el Land Rover, ve al pueblo y después regresa —ordenó Alun con frialdad, sin mirarla—. Puedes dejarlo donde está tu coche ahora; cuando lo necesite, iré a buscarlo. ¡Ahora lárgate y déjame en paz! — murmuró entre dientes. —Oh, lo haré, lo haré —replicó furiosa y dándose vuelta salió, cerrando la puerta con violencia.
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Hirviendo de rabia, subió por la escalera hasta el dormitorio para buscar sus zapatos y después bajó de nuevo. En la cocina se puso la chaqueta, se echó sobre los hombros el impermeable y tomando el bolso, salió al patio. Había olvidado el barro, hasta que lo sintió, frío y húmedo, cubriéndole los zapatos y deslizándose dentro de ellos. —¡Oh! —exclamó—. ¡Oh! —se volvió hacia la casa y alzó el puño cerrado diciendo—. ¡Animal, cerdo, malvada bestia! Habiendo desahogado parte de su ira, caminó con dificultad en el fango hasta llegar al Land Rover y entrar en el auto. Como esperaba, Alun dejó las llaves puestas. Cuando llegó a un lugar desde el que podía ver su coche, su furia había disminuido, sustituida ahora por una sensación de desamparo. ¡Cómo deseaba no haber venido a ver a Alun! Debió imaginar que nada resultaría como supuso. Pero, en realidad, ¿qué esperaba de él? Como siempre, había idealizado la situación, pensó con tristeza mientras pasaba junto a su auto. Se imaginó que, cuando Alun se encontrara con ella, le pediría que lo perdonara por haber estado alejado tanto tiempo y le rogaría que volviera a vivir con él. Llegó a creer que él sufrió tanto como ella durante el tiempo que llevaban separados y que querría que regresara de inmediato a su lado. Incluso lo imaginó arrodillado a sus pies, suplicándole que no se divorciara de él. ¡Dios, qué tonta había sido!, apretó los dientes, furiosa. En vez de comportarse de forma civilizada, Alun había tratado de violarla, intentó grabar esa palabra en su mente diciéndose que ella no lo deseaba, olvidando cómo sus besos la habían excitado y cómo quiso acariciarlo y estimularlo a su vez. Algo estaba sucediendo. El Land Rover se deslizaba hacia un recodo, saliendo de la carretera y dirigiéndose hacia el arroyo sin que ella pudiera hacer otra cosa para detenerlo, más que apagar el motor. Entró lentamente en el río y se quedó allí, volcado. Con gran, esfuerzo abrió la puerta y luchó para salir y al fin lo logró, con las medias rotas, la ajustada falda, abierta en un costado. Lastimada y sin aliento, subió por el borde del arroyo hasta llegar al camino. La lluvia le caía sobre la cabeza descubierta y se quedó inmóvil varios minutos, observando el Land Rover. ¿Qué haría ahora? ¿Caminar hasta la carretera principal, a más de cuatro kilómetros de distancia, según sus cálculos, confiando en que allí alguien la llevara a Dolgellau? ¿Con ese aspecto? Estudió sus zapatos estropeados y el impermeable roto. ¿O regresaría como pudiera los dos kilómetros que la separaban de Whitewalls, para decirle a Alun lo que había ocurrido con el Land Rover y enfrentar su ira? En; ese momento se dio cuenta de que no tenía el bolso de mano, lo había dejado en el auto. Miró hacia el vehículo otra vez y comprendió que no podría volver a entrar en él, pues le sería imposible salir de nuevo. Eso decidía todo. No le quedaba alternativa más que regresar a Whitewalls, pues incluso si llegaba a Dolgellau, no tendría dinero para comprar la gasolina, ni las llaves para abrir su propio coche.
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Con un suspiro comenzó a caminar hacia Whitewalls. Lo que acababa de suceder le enseñaría a no volver a perder el control de su temperamento, pero entonces pensó que en realidad la culpa había sido de él, por la forma en que se comportó. Era tan endemoniadamente impredecible. Oh Dios, ¿por qué se casó con Alun? Lo sabía muy bien; se casó con él porque estaba enamorada y Margian tenía razón. Lo había visto como al caballero de resplandeciente armadura que la rescataría de un destino peor que la muerte, creyendo que él estaba tan enamorado como ella. Sin embargo, no fue así. Él sólo había deseado una compañera de cama cuando regresara de sus viajes. En realidad, no quería una esposa, sino una amante. Al pasar junto a la vieja tumba, leyó en la cruz las palabras: "En recuerdo de Huw Gower", así como las fechas de su nacimiento y muerte. Jessica llegó a la casa y abrió la puerta de la cocina, sintiéndose aliviada al escapar de la lluvia fría y penetrante y encontrarse en el interior seco y cálido. Después de quitarse los zapatos, se dirigió al pasillo, abrió la puerta del estudio y entró. Al oírla, Alun dejó de escribir y se volvió a mirarla. —Yo… tuve que regresar —murmuró Jessica—, lo siento, pero sufrí un accidente con el Land Rover. Se… se… bien, no sé cómo, pero se deslizó hacia el río cuando estaba pasando junto a mi coche y pensé que sería mejor regresar a decírtelo. Alun siguió mirándola como si se tratara de una aparición y después, sorprendiéndola como siempre, se reclinó en la silla y rompió a reír a carcajadas. —¡Oh, no fue nada divertido! —gritó Jessica, golpeando furiosa el suelo de madera con el pie—. ¡Deja de reírte de mí, cruel demonio! — atravesó el salón y comenzó a golpearlo con los puños hasta que él la sujetó por las muñecas deteniéndola—. Pude haberme matado —sollozó—. ¡No hay nada de qué reírse, nada! —Si pudieras verte, mojada y sucia de barro, sabrías porque me río — le explicó, apretando sus muñecas con más fuerza cuando intentó liberarse. —¡Quisiera nunca haber venido! Si hubiera recordado lo cruel que puedes ser, tan… tan despiadado, jamás habría venido —gimió—. ¿Por qué nada me resulta como lo deseo? ¿Por qué? —Quizá porque tienes metas inalcanzables y esperas demasiado de la gente —replicó él con frialdad—. Ahora escúchame bien, jovencita. Todo este alboroto y estos gritos no te van a llevar a ninguna parte, debes quitarte esa ropa mojada y bañarte. Así que sube al dormitorio. Aún sujetándola por una de las muñecas, la llevó hacia la puerta y Jessica tuvo que seguirlo, quisiera o no. —Pero, ¿qué me pondré después de bañarme? —protestó—. Toda mi ropa está en la maleta que se quedó en el coche y las llaves están en el bolso, en el Land Rover. ¿Qué voy a hacer?
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—Harás lo que yo te diga —respondió Alun con firmeza, obligándola a caminar hacia la escalera—. Ahora tomaras un baño y yo te dejaré algo junto a la puerta para que te cambies. —Oh, de acuerdo —Jessica se rindió y después de mirarlo una última vez subió por la escalera furiosa.
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Capítulo 3 Menos de una hora después, vestida con el pijama de Alun y su bata de casa de lana, Jessica se encontró sentada en un viejo sillón junto a la chimenea, en la cocina, bebiendo el ponche caliente que él le había preparado. Junto al calor del fuego, se sintió aliviada, cómoda y agradablemente relajada. —Te preparé la cama en la habitación de Margian —informó Alun entrando en la cocina—. También tienes allí una bolsa de agua caliente, así que puedes acostarte cuando lo desees. —Gracias —lo vio servirse una buena cantidad de whisky. En la última hora su esposo había hecho más por ella que en todo el tiempo que vivieron juntos en Londres, aunque en realidad no pasaron mucho tiempo juntos, pues siempre él estaba de viaje—. Has sido muy bondadoso. —Decídete de una vez —le dijo con tono irónico, mientras se sentaba en una silla frente a ella—. No hace mucho que me acusabas de ser desalmado y cruel. —Bueno, en ocasiones lo eres —contestó. Alun la miró con desdén y después tomó un trago de whisky. Reclinó la cabeza en el alto respaldo de la silla y cerró los ojos; Jessica lo contempló, deseando saber en qué estaba pensando. Nunca había podido penetrar en sus pensamientos; al igual que Gales, su país natal, la mente de Alun era un lugar secreto y escondido. Ahora tendría treinta y cinco años, pensó, admirándolo; bien parecido, moreno y de aspecto melancólico, estaba más delgado que cuando lo conoció y aunque lo veía saludable, adivinaba que se encontraba bajo presión. Había algo que lo molestaba. ¿Sería el libro que estaba escribiendo sobre su padre? ¿Le costaba trabajo terminarlo? —Alun, siento haberte interrumpido cuando estabas escribiendo. Por favor, no te quedes aquí conmigo si prefieres escribir. Me siento bien, iré a acostarme tan pronto como termine de beber esto —rió—. ¡Y me hará falta! Le has puesto mucho whisky y comienzo a sentirme mareada. —Bien —murmuró él. —¿Qué quieres decir con "bien"? —Quiero decir que está bien que te sientas más relajada —le contestó abriendo los ojos. Bebió el resto del whisky que quedaba en el vaso, lo dejó sobre ¡a mesa y apoyando los codos en las rodillas se inclinó hacia ella—. Jess, sobre lo que sucedió allá arriba esta tarde… —¿Sí? —apartó la vista con rapidez, sintiendo cómo se le aceleraba el pulso. —No tenía idea de que pensaras divorciarte y al tenerte allí, tan cerca de mí en la cama, me excitaste —confesó con voz ronca—. Te deseé mucho, siempre has tenido ese efecto en mí, desde la primera vez que te
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vi en casa de los Fairbourne, vestida con ropa de montar y con el cabello suelto sobre los hombros. Todavía te deseo. —Oh —lo miró sorprendida, sintiendo que le hervía la sangre en las venas—. Pero tú dijiste… dijiste… que estabas de acuerdo con el divorcio. —No, no lo hice —contestó Alun con frialdad—. No escuchaste con atención mi respuesta; nunca lo has hecho. Te dije que hicieras lo que te plazca, si deseas divorciarte de mí, adelante, divórciate. Eso no quiere decir que estoy de acuerdo con tu decisión —se reclinó en la silla de nuevo con expresión sombría en el rostro—. ¿Por qué me pides el divorcio? —la pregunta la confundió pues en realidad no estaba segura de su decisión. No ahora, mientras lo observaba. —Hay… alguien más. Él… quiere casarse conmigo. —Ya veo. ¿Y tú? ¿Quieres casarte con él? —se inclinó hacia adelante de nuevo, mirándola con fijeza. —Yo… no lo sé —contestó evasiva y recogiendo la taza tomó el resto del ponche para no tener que mirarlo. —¿No estás enamorada de él? Jessica puso la taza sobre la mesa y negó con la cabeza, contemplando al mismo tiempo las rojas llamas que ardían en la chimenea. —Entonces, ¿por qué demonios? … —explotó Alun, levantándose—. Creo que el ponche se te ha ido a la cabeza —añadió desdeñoso y cortante—. Lo que dices no tiene sentido. —Quizá deba casarme con él —repuso la joven. Tenía dificultad para verle el rostro, pues ahora, todo estaba borroso. —¿Por qué? —Para que invierta en la empresa Martin. Estamos casi en bancarrota de nuevo —explicó—, él dice que aportará dinero para la compañía, pero que no hará compromiso alguno mientras esté casada contigo. Le aseguré que tú no interferirás, pero no quiere escucharme. Dice que debo divorciarme de ti y que entonces invertirá el dinero. Quiere que seamos socios a partes iguales. —¿No se trata de Arthur Lithgow? —No… oh, no. ¡Sería ridículo que fuera el mismo! —Jessica sintió deseos de reír—. Te casaste conmigo para que yo no tuviera que hacerlo con él, ¿no es cierto? —murmuró mirándolo—. ¿No resultaría gracioso que ahora tuviera que divorciarme de ti, para poder casarme con Arthur? —Sería hilarante —comentó Alan con sarcasmo. —Ahora sé que en realidad no querías casarte conmigo —continuó Jessica, hablando con un poco de dificultad—. Margian me lo dijo. Me aseguró que a ti no te gustaba el matrimonio. No, no fue Margian quien dijo eso, ella aseguró que no debí casarme contigo, porque tú deseabas permanecer libre, que no debí tratar de atarte a mi lado. Entonces, ¿quién
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dijo que a ti no te gustaba el matrimonio? —frunció el ceño intentando recordar. —¡Oh, ya sé! —exclamó al fin, sonriendo—. Fue Sally, ella dijo que tú estabas buscando la forma de escapar de este matrimonio. Que ese era el motivo por el que te mantenías separado de mí, para que yo me divorciara. Pero no pude hacerlo porque no sabía dónde encontrarte —se puso de pie y se tambaleó un poco, teniendo que sujetarse del respaldo de la silla para no caer—. ¿Qué pusiste en ese ponche caliente? —preguntó mareada y con voz pastosa. —Aparentemente demasiado whisky para alguien que no está acostumbrado a beber, como tú —contestó Alun, divertido. —Te burlas de mí otra vez —se quejó Jessica—. Siempre te ríes de mí, nunca sé a qué atenerme contigo. ¿Qué harás ahora? —preguntó sorprendida cuando él la levantó en sus brazos. —Voy a llevarte a la cama, mi ebria esposa —murmuró riendo y ella sintió cómo sus labios le rozaban la mejilla.
Despertó al amanecer, consciente de encontrarse en una cama desconocida, de que alguien se movía a su lado y cuando pudo abrir los ojos, vio una espalda musculosa y desnuda. Alun estaba acostado con ella. Sobresaltada, despertó por completo y trató de recordar cómo llegó a esa cama, al dormitorio. Sabía que él la dejó allí y que ella había protestado: —¡Dijiste que me preparaste la cama en el cuarto de Margian! —Te mentí —reconoció su marido con toda franqueza—. Buenas noches y que duermas bien. Antes que pudiera protestar de nuevo, él salió de la habitación, apagó la luz y cerró la puerta, dejándola sola en la oscuridad. Durante unos instantes trató de pensar, diciéndose que debería levantarse y buscar la habitación de Margian, pero eso le pareció un esfuerzo excesivo, por lo que se acurrucó entre las sábanas y ya no supo nada más hasta este momento. Volvió la cabeza de nuevo y miró a su marido. Hacía mucho tiempo que no despertaba por las mañanas con él a su lado… demasiado tiempo. Había estado sola y sin un hombre durante dos años y eso se debía a que nunca quiso tener otro amante más que a él y lo esperó, segura de que Alun regresaría a buscarla. Sin embargo, lo que pensó no se parecía en nada a lo que había ocurrido. Habiendo perdido la costumbre de hacer el amor, se quedó paralizada cuando Alun la tocó y se había comportado como una virgen puritana, rechazándolo como si se tratara de un seductor, negándole todos los derechos de esposo, pero ante todo, negándose a sí misma sus derechos de esposa.
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Ahora, acostada a su lado, relajada después de un buen descanso, lo deseaba. Lo deseaba con tanta intensidad, que sentía dolor por querer estar junto a él, besarlo y tocarlo, rodearlo con sus brazos, entrelazar sus piernas y entregarse a él. Sin darse cuenta, extendió la mano y con la punta de un dedo le recorrió la espalda, con mucha suavidad, como acostumbraba hacerlo con frecuencia en el pasado; la forma en que ella le hacía saber lo que sentía. Él no se movió, por lo que repitió la caricia, esta vez con varios dedos, disfrutando de la suavidad de su piel caliente y de las sensaciones que le recorrían el cuerpo, haciéndola desear estar más cerca de Alun. Al fin él se movió en respuesta a su contacto y se dio vuelta, quedando frente a ella. Tenía los ojos aún cerrados y le puso una mano sobre la cintura, pero la sonrisa burlona en sus labios le indicó que estaba despierto. Jessica alzó la mano y le tocó el cabello, mientras que con la otra mano le acariciaba el hombro deslizándola, poco a poco, hasta llegar a la nuca. Despacio, la mano que estaba en su cintura comenzó a moverse y los dedos se deslizaron por una abertura entre los botones de la camisa del pijama. Uno de ellos se soltó y Alun pudo deslizar toda la mano a través de la abertura. Pronto sus dedos comenzaron a acariciarle la suave piel de la cintura, provocando que la recorrieran deliciosas sensaciones. Al no encontrar resistencia en sus caricias, los dedos de Alun se volvieron más audaces y descendieron por la cintura de los pantalones para acariciarle el vientre, al mismo tiempo que sus labios, duros y ardientes, la besaban apasionadamente en el cuello. El cuerpo femenino, suave y sensible, respondió de inmediato a la conocida magia de ese contacto. Con un trémulo gemido de placer, Jessica lo abrazó oprimiéndose contra él, sus labios abiertos buscaban los de Alun, mientras deslizaba los dedos con sensual lentitud por su espalda. —Vaya, esto es mejor, mucho mejor —murmuró él con voz ronca—. Ahora, fuera ese estorbo. Junto con el pijama desaparecieron sus últimas defensas, pero no le importó. Le recorría las venas un deseo que nunca había sentido hasta ahora y pronto la esbelta desnudez de Alun se encontraba sobre ella, sus muslos oprimían los de Jessica al mismo tiempo que su boca buscaba, hambrienta, la suya. Su unión fue violenta y repentina, la satisfacción de su pasión, explosiva y sintiendo que la habitación giraba a su alrededor, Jessica lanzó un grito al experimentar el éxtasis de la culminación, para después caer, riendo y llorando al mismo tiempo, mientras se mantenía aún apretada contra él, como si no quisiera soltarlo nunca. Se quedaron acostados en silencio, muy juntos, con la cabeza de ella sobre su hombro mientras su marido le acariciaba el cabello y escuchando los fuertes latidos del corazón de Alun, Jessica trató de creer que todo se
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había solucionado entre ellos y que nunca ocurrió la triste separación de dos años. Feliz, imaginó que se encontraban en el apartamento que compartieron en Londres y que Alun acababa de regresar de algún trabajo en el extranjero y que no debían apurarse ya que tenían toda la mañana para ellos, para pasarla en la cama si lo deseaban, haciendo el amor. Se encontraba tan contenta, envuelta en sus sueños, que cuando él se apartó de su lado, se sobresaltó y trató de retenerlo, sujetándolo por el brazo, pero Alun ya se había levantado. Abrió los ojos por completo y lo vio desnudo, dirigiéndose hacia la ventana. Esta estaba entreabierta y a través de ella escuchó el balido de las ovejas. Murmurando una maldición, Alun regresó a la cama y recogiendo la ropa interior y sus pantalones, se los puso. Abrió un cajón de la cómoda, sacó un jersey y cubrió con él su musculoso pecho. Impresionada por la rapidez de sus movimientos, Jessica se sentó en la cama, cubriéndose con las sábanas. —¿Qué sucede?—le preguntó. —Nos han invadido las ovejas —replicó cortante mientras se dirigía a la puerta. En el momento de abrirla, se volvió a mirarla y frunció el ceño—. ¿Dejaste abierta la reja? —¿La reja? —repitió ella—. ¿Qué reja? —alzó un brazo y apartó del rostro su cabello dorado. La mirada del hombre siguió ese movimiento y la expresión de sus ojos cambió de fría indiferencia a una. intensa sensualidad. Por un momento pareció que saltaría sobre ella y la tomaría de nuevo, contra su voluntad si era necesario. Al verlo, Jessica bajó el brazo con rapidez y se cubrió con las sábanas, ocultando así su cuerpo y en ese instante, la expresión de los ojos de Alun se endureció de nuevo. —La reja de la cerca —murmuró—. La reja que separa mis tierras de las del vecino y que evita que sus ovejas entren aquí. La única reja que hay entre esta casa y la carretera, por la que entramos ayer y que me viste abrir y después cerrar. Seguramente la dejaste abierta cuando saliste en el Land Rover. —Yo… yo no sabía que tenías ovejas —murmuró Jessica. —¿Cerraste la maldita reja? —ahora el tono de su voz era amenazador y ronco, haciendo que se sobresaltara. —No lo recuerdo —gimió—. Estaba tan mojada, cansada y me dolían tanto los pies, que… —Que la dejaste abierta —la interrumpió, su voz era un susurro acusador—. Y ahora las ovejas de Dai Jones han entrado y se mezclaron con las mías —su mirada la recorrió—. Dios, eres una maldita nulidad, chiquilla —continuó con ira galesa—. Primero te quedas sin gasolina, después dejas la reja abierta y por último lanzas el Land Rover al río. ¿No sabes que en este país existe una ley no escrita? ¡Todas las rejas tienen que cerrarse!
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No esperó respuesta, salió a toda prisa de la habitación y ella lo oyó bajar corriendo por la escalera. Jessica cubrió su desnudez con la bata de casa y lo siguió. En la cocina, encontró a Alun poniéndose las botas. —¿Qué vas a hacer? ¿Puedes separar a tus ovejas de las otras? —No sin ayuda y no tengo un perro ovejero. El de mi padre murió poco después que él y no he traído otro. Ahora tendré que ir hasta la granja de Dai para decirle lo que ocurrió. Él vendrá con sus perros y éstos separarán a las ovejas. —¿Vive lejos? —En el siguiente valle. Es una buena caminata a través de los pantanos y tendré que hacerlo, ya que estropeaste el Land Rover —le lanzó una última mirada furiosa y salió. —Alun, lo siento —murmuró siguiéndolo, no deseando que se fuera tan enfadado. —Siempre dices lo mismo —replicó él con frialdad. —Me… me iré tan pronto como pueda. Esta misma tarde, te dejaré tranquilo. No quería molestarte. Él se volvió para mirarla con expresión sombría. —Claro, puedes hacer lo que quieras. Te irás si tienes que hacerlo — respondió despacio—. Eso fue lo que acordamos, ¿no es cierto? ¿Que los dos seríamos libres de hacer lo que quisiéramos? Por unos momentos Jessica se quedó inmóvil en el porche, observándolo cruzar el patio y ascender por la vereda estrecha que subía la colina situada detrás de la casa. Habría dado cualquier cosa por acompañarlo, pensó con dolor, por caminar con él bajo el sol de la mañana a través de los pantanos, para demostrarle que le gustaba vivir en el campo tanto como a él. Pero Alun no se lo pidió, nunca le había pedido que lo acompañara, jamás. Muchas veces a ella le hubiera gustado acompañarlo en alguno de sus. trabajos en África o Sudamérica, pero él nunca la invitó. Como acababa de decirle, ese fue su convenio, los dos eran libres de ir adonde quisieran cuando lo desearan; esto lo habían acordado cuando se casaron. Él estaría en libertad de irse durante tanto tiempo como quisiera y ella podría continuar con su vida como lo deseara. Suspirando, regresó a la cocina y buscó una tetera para llenarla de agua y preparar el té. Fue una tonta al dejarse dominar por la fantasía, pensando que todo se arreglaría entre ellos si hacían el amor; creyó que si hacía lo que Alun deseaba y se entregaba a él para satisfacer sus deseos sexuales, al igual que los de ella, la situación se resolvería. A pesar del éxtasis que compartieron esa mañana, nada había cambiado y ahora Alun se alejaba de ella, cruzando los pantanos, considerándola como un estorbo al que podría dejar si lo deseaba y que se divorciaría de él si quería hacerlo.
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Preparó el té y comió pan con mermelada sentada a la mesa, reconociendo que se encontraba en la misma situación del día anterior a esta hora, cuando salió de Dinas Mawddwy. Es más, estaba hecha un desastre, su ropa empapada y rota, los zapatos destrozados, el coche cerrado y abandonado en el camino y las llaves en su bolso, en el Land Rover. No podría irse aunque quisiera, se encontraba atrapada allí hasta que Alun regresara de la granja de Jones e hiciera algo con el vehículo, pues sin las llaves del auto, no podría abrirlo para cambiarse de ropa y sin dinero con qué pagaría la gasolina para irse. Por otra parte, pensó que podría intentar regresar al Land Rover, subirse y sacar el bolso y sus llaves. ¿Caminar con esa ropa mojada y sin zapatos? Miró hacia donde Alun había colgado su ropa, sobre la chimenea. Bajó las prendas y las tocó. Aún estaban mojadas y lo más seguro era que permanecieran así, a menos que encendiera el fuego. Después miró hacia la ventana y vio el patio lleno de sol. ¿Y si la colgaba afuera? Tomó la ropa y buscó un par de botas para salir al barro. Encontró unas demasiado grandes, pero de todas formas se las puso y guardando sus prendas mojadas en un cesto que encontró en el porche, salió al patio. El sol. le calentó y el barro estaba comenzando a endurecerse. El aire estaba perfumado con el aroma de las flores silvestres, del césped y los árboles. Cuando terminó de colgar la ropa, rodeó la casa para llegar al frente. Más allá del pequeño jardín, el terreno se extendía hasta el lago, con sus aguas tranquilas y azules que tenían un ligero tinte amarillo. En la orilla opuesta, el terreno se elevaba hacia las cumbres de los montes cubiertos de hierba. Este era el paisaje que tanto amaba Huw Gower. "¿Y Alun también?", se preguntó Jessica. ¿Pensaría Alun quedarse allí, criar ovejas y escribir poemas durante el resto de su vida? ¿Viviría solo en la tierra de sus ancestros? ¿Estaba asentado al fin? ¿Se habrían terminado sus días de recorrer el mundo? Caminó por el sendero y se detuvo para contemplar el lago tranquilo, las colinas distantes y cubiertas por la niebla. Este era el lugar donde Alun nació, donde él y Margian habían crecido fuera del control de su padre, de acuerdo con lo que le dijo Eira Thomas, debido a que How Gower no pudo dominarlos. Pero no era así como Alun describía su niñez: —Mi padre cree en la libertad —le dijo una vez—, libertad absoluta para desarrollarse y crecer. Le desagradan las, instituciones. Quería que tanto Margian como yo tuviéramos esa libertad para comportarnos como deseáramos, por lo que no nos envió a la escuela, hasta que teníamos trece años. Nos crió en casa y él mismo nos educó. No sólo nos enseñó a leer, escribir y la aritmética, sino también a escalar montañas, remar, a saber los nombres de los árboles y flores silvestres, cómo buscar a los animales, vivir con lo que nos ofrece la tierra que nos rodea, aprender a apreciar y respetar los fenómenos naturales.
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Más tarde, How Gower permitió que sus hijos asistieran, como internos, a un colegio privado, donde el director era un amigo suyo y tenía los mismos principios de libertad y desarrollo. En esa escuela, Alun ganó una beca para Cambridge, donde estudió Ciencias Naturales y tomó parte en expediciones organizadas por la universidad a lugares lejanos, para estudiar a los animales salvajes y los efectos que el clima y la geografía tenían en las personas. Margian asistió a la Real Academia de Arte Dramático. —¿Y tu madre no tuvo que ver con la educación de ustedes? —le preguntó Jessica un día. * —No, ella no vivía con nosotros. —¿En dónde vivía? —insistió. —Donde quería vivir —contestó él encogiéndose de hombros—. Ella también creía en la libertad —y después de esto, él cambió de tema. Entonces, debido a la diferencia de crianza y antecedentes, ¿por qué le resultó extraño que ella y Alun tuvieran problemas cuando se casaron?, se preguntó Jessica mientras regresaba al patio. Tenían muy poco en común, ella era la hija de unos padres dedicados y cariñosos que nunca vivieron separados y que siempre trabajaron juntos. Había crecido en un pequeño pueblo, rodeada de casas habitadas por personas de clase media. Desde los cinco años formó parte del sistema escolar inglés, hasta los dieciocho y era muy poco lo que sabía acerca de cómo vivir en el campo. Tenía más en común con Chris Pollet que con Alun. Tanto ella como Chris descendían de artesanos ingleses, los dos amaban la madera, les agradaban las líneas sencillas en el diseño de los muebles y ambos tenían una meta, que también había sido la de sus padres: hacer posible que las personas de bajos ingresos tuvieran muebles bien hechos; una meta que había llevado a Martin e Hijo, Limitada, casi hasta la bancarrota en más de una ocasión, debido al aumento del precio de la madera y la mano de obra, a través de los años. Sin embargo, no podía imaginarse casada con Chris, aunque se divorciara de Alun. No le atraía de la misma forma que éste, no representaba un reto para ella. No podría casarse con él, ni siquiera para salvar a Martin e Hijo, Limitada. Pensando que debía existir otro medio para salvar el pequeño negocio, entró de nuevo en la cocina. Miró el reloj en la pared, eran casi las doce y media e imaginó que Chris ya debía haber regresado de su viaje a Alemania. Con toda seguridad se encontraba en la oficina de su fábrica y quizá hasta la hubiera llamado para invitarla a comer y preguntarle si le había escrito a Alun. Su madre habría contestado el teléfono diciéndole que se encontraba en Gales visitando a Alun y que aún no había regresado. En ese momento decidió buscar un teléfono para llamar a Chris y explicarle por qué se demoró, para que no llegara a conclusiones
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erróneas. Caminaría hasta Dolgellau, aunque tuviera que hacerlo con esas botas. Salió al patio de nuevo y tocó la ropa, aún estaba húmeda, pero tendría que ponérsela. La recogió y entró en la cocina, registrando los cajones en busca de una aguja e hilo para coser la rasgadura de la falda. Diez minutos más tarde, se encontraba sentada en la cocina, remendándola, cuando se abrió la puerta del porche escuchó una voz juvenil con acento gales. —¿Alun? ¿Estás aquí? ¡Alun, Alun!—se abrió la puerta por completo y una joven entró. De baja estatura, estaba vestida con pantalones de montar, una blusa blanca de seda y un sombrero negro. En una mano tenía un látigo de cuero; al ver a Jessica, se detuvo y la miró con unos ojos de color gris violeta que revelaban su sorpresa—. —¿Dónde está Alun? —le preguntó—. ¿Está bien? Hubo un accidente, ¿no es cierto? Vi el Land Rover volcado en el río, imagino que iba conduciéndolo y el coche que está estacionado allí lo hizo salir de la carretera. Oh, ¿Dónde está? ¿Se encuentra muy lastimado? ¡No podría soportar que estuviera herido! —No, no está lastimado —contestó Jessica, aparentando calma pero sorprendida en su interior por la forma como la joven, que no tenía más de diecisiete o dieciocho años, había entrado en la casa como si fuera una pariente de él. —¡Gracias a Dios!—la joven se dejó caer en una silla y se quitó el sombrero. El cabello negro, suave como el satén, estaba recogido en la nuca con una cinta—. ¿A dónde fue entonces?—preguntó con voz autoritaria. —Fue a ver a Dai Jones —respondió Jessica, cortante, en el momento en que terminaba de coser. No había quedado perfecta, pero al menos podría ponerse la falda. Miró a la joven y añadió—: Ahora, quieres decirme quién eres tú? —Soy Gkynis Owen. ¿Quién es usted y qué hace aquí? —los ojos gris violeta la miraron fijamente al darse cuenta de que la bata de casa, demasiado grande para Jessica, estaba entreabierta y mostraba gran parte de sus senos—. ¿Por qué no está vestida de forma apropiada? —Soy Jessica Martin —contestó, cerrándose la bata—. Jessica Gower. —¿Gower? —la joven pareció sorprendida al oír el nombre—. Entonces, ¿es pariente de Alun? ¿Acaso una de sus primas inglesas? —No, soy su esposa. —¿Su esposa? —los ojos de la chica se abrieron sorprendidos—. ¡Pero no es posible que usted sea esa tonta bruja! —Por favor, ten cuidado con lo que dices —replicó Jessica, lanzando destellos de ira por los ojos.
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—Bueno, usted es lo que acabo de decir —repuso la joven—. Al menos, eso asegura mi madre. Dice que usted es una tonta bruja porque abandonó a Alun. —Yo no lo hice —contestó Jessica—. De todas formas, mi relación con Alun no es asunto que les interese a ti ni a tu madre. —Oh, sí lo es —insistió la joven—. Mi madre es amiga de Alun; fueron juntos a la escuela y mi padre también era su amigo, sólo que se mató hace tres años en un accidente escalando montañas. Mamá administra ahora una escuela de equitación cerca de aquí, pero eso no nos produce muchas ganancias y papá no nos dejó dinero alguno. Mamá y Alun piensan hacer lo que él y mi padre siempre habían planeado. Pretenden abrir una escuela deportiva ahora que Alun es propietario de todas estas tierras. Son más de trescientas hectáreas de bosques y montañas. Tendrán paseos a caballo, montañismo y viajes en canoa, pero mamá dice que primero es necesario que Alun se divorcie de usted, pues no le agradaría que algún día regresara y le exigiera cosas a Alun, o interfiriera en el manejo de la escuela. —Supongo que no le agradaría —comentó Jessica con frialdad. Parece que la señora Owen compartía las ideas de Chris Pollet: fusionarse primero y después tomar el control del negocio. —Va a estar muy molesta cuando le diga que la encontré aquí — continuó Glynis—. ¿Piensa quedarse mucho tiempo? —No estoy segura —contestó Jessica con tono cortante—. Hace bastante tiempo que Alun y yo no vivimos juntos y, bien, debemos recuperar todo lo perdido —logró sonreír y después ansiosa por cambiar el tema, le preguntó—: ¿Viniste hasta aquí a caballo? —Sí, con Dusty, mi yegua gris —Glynis perdió parte de su arrogancia de adolescente y la miraba asombrada, frunciendo el ceño—. No se parece en nada a lo que había imaginado —añadió, sorprendiéndola. —Oh, ¿cómo curiosidad.
me
habías
imaginado?
—preguntó
Jessica
con
—Mayor, de la misma edad que mi madre, quien tiene casi los mismos años que Alun. No tan bonita, gruñona y protestando todo el tiempo como algunas de esas mujeres de edad mediana a quienes sus esposos ya no les hacen el amor. —¿Vienes a menudo a ver a Alun? —preguntó Jessica, conteniéndose para no replicarle con violencia. —Cada vez que puedo. Me agrada mucho y hoy vine a ver por qué no nos visitó anoche, como prometió. Mamá lo había invitado —Glynis le dirigió una mirada llena de hostilidad—. Imagino que no fue por culpa de usted. —Nunca evitaría que Alun haga lo que desee —repuso Jessica con tranquilidad—. Esa siempre ha sido la regla entre nosotros.
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—¿Entonces le permitirá divorciarse para que él y mamá puedan comenzar juntos este negocio? —preguntó Glynis sin rodeos—. Y así también podrá casarse con ella después. —¿Casarse con ella? ¿Por qué querría casarse con ella? —exclamó Jessica. —Estaría mucho mejor casado con ella que con usted. Mamá nunca lo abandonaría —contestó Glynis mientras se levantaba—. Tengo que irme, pues Dusty se pone intranquila y suele regresar a casa sin mí —al llegar a la puerta la miró con malicia—. Espero que cuando regrese de nuevo a ver a Alun, ya no la encuentre aquí. —Yo no estaría muy segura de eso —replicó Jessica. Al salir, Glynis dio un portazo. Jessica recogió la ropa, dejó la cocina y subió para lavarse y vestirse. Sally, Sally Fairbourne. Glynis le recordaba a Sally cuando tenía la misma edad. También actuaba de forma muy posesiva con Alun, mostrando mucho más afecto hacia él de lo normal en una prima y dejando que la dominaran los celos cada vez que Alun le había prestado más atención a Jessica. Sally, siempre insinuando que Alun no se había casado por amor. Sally, sugiriendo que tenía una aventura con otra mujer, con Ashley King. Sally, haciéndola pensar que ella, Jessica, debía dejarlo libre de ese matrimonio, pues él sólo se había casado para ayudarla cuando su padre se puso furioso. Sally, fingiendo ser una amiga, cuando todo el tiempo destruía con astucia su frágil relación con Alun. "¿Así que confías más en ella que en Alun, porque la conociste hace más tiempo que a él?", le había dicho Margian con tono burlón. Jessica se mordió el labio, mientras se ceñía el cinturón de la falda, recordando que siempre confió en Sally. ¿Se había equivocado al creer en ella? ¿Había cometido un gran error? ¿En realidad no existió nada entre Alun y Ashley King, tal como él había insistido? Pero si ella cometió un error, él hizo que pagara al mantenerse alejado de ella, evitándola siempre. Quizá durante ese tiempo hubo alguna otra mujer; no podía imaginar que él permaneciera fiel como ella lo hizo. Otra mujer; quizá la señora Owen, la viuda de su amigo; quizá la joven Glynis. ¡Oh, no! Frunciendo el ceño, Jessica se miró en el espejo mientras se cepillaba el cabello con el cepillo de Alun. Detrás de ella pudo ver reflejada la cama con las sábanas arrugadas y revueltas, las almohadas aún mostrando la huella de sus cabezas. Se sentó en el borde del lecho y lanzó un profundo suspiro. Oh, ¿qué haría ahora? Le dijo a Alun que se iría esa tarde y él contestó que hiciera lo que deseara. Desde su llegada sólo le había ocasionado problemas. En ese instante escuchó de nuevo el balido de las ovejas y se asomó por la ventana. Un rebaño pasaba por el jardín, balando en protesta mientras dos hermosos perros ovejeros las hacían avanzar en grupo bajo
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la dirección de un robusto hombre de edad mediana, con un bastón. ¿Dai Jones? se preguntó. ¿Dónde estaría Alun? Bajó corriendo por la escalera, se puso las botas y salió al patio, caminando junto a la casa hacia el frente. Al llegar a la esquina, se detuvo al no poder seguir adelante debido al rebaño de ovejas que se dirigía hacia la reja. Cuando el hombre mayor llegó a su lado, se sacó la pipa de la boca y quitándose la gorra le dijo: —Buenas tardes, usted debe ser Jessica, la esposa de Alun. —Así es, ¿Dónde está él? —Me dio un mensaje para usted. Llamó por teléfono desde mi casa al garaje de Evans para contarle lo del Land Rover y Evans le dijo que enviaría la grúa para que lo rescataran. Alun fue allá para estar con ellos cuando traten de sacarlo y revisar los daños que sufrió. Soy David Jones y quiero asegurarle que es un placer conocerla al fin —le tendió la mano derecha. —Gracias —contestó Jessica, estrechándola—. Yo también estoy muy contenta de conocerlo, señor Jones, pero me temo que dejé abierta la reja y le ocasioné todo este problema —miró al ruidoso rebaño—. ¿Cómo sabe cuáles son las suyas? —Por la marca que tienen en el vellón —usando el bastón curvo, tomó por el cuello a una de las ovejas que pasaban junto a ellos y la atrajo mostrándole dónde le habían grabado la letra J. Después soltó al animal para que se reuniera con las demás—. Entre nosotros, los perros y yo, pudimos separar las mías de las de Alun que llevan una G, ¿la ve? Jessica asintió y observó, admirada, a los dos perros que se movían de un lado a otro entre el rebaño, persiguiendo a las ovejas que se quedaban rezagadas, y separándose del grupo. —Son muy inteligentes y hermosos, me refiero a los perros. ¿Tardó mucho tiempo en entrenarlos para cuidar ovejas? —Buscar ovejas es algo natural en ellos, son perros de caza. El secreto es entrenarlos desde jóvenes y refrenar sus instintos naturales de cazadores para ponerlos al servicio del pastor. Lo más difícil es enseñarlos a que dejen en paz a las ovejas; si no están bien entrenados, podrían destruir un rebaño. Hay que hacerlos obedecer las órdenes básicas antes de permitir que se acerquen á las ovejas. —¿Cuáles son las órdenes? —Son cinco: "Camina, adelante, a la izquierda, a la derecha" y la más importante de todas: "acuéstate". Esto significa que deben interrumpir cualquier cosa que estén haciendo. La mayoría de los pastores pueden silbar sus órdenes colocándose dos dedos entre los labios, un buen silbido llega muy lejos impulsado por el viento. Observe ahora a Capitán, el perro que está más cerca de nosotros; voy a silbar para que se mueva a la derecha y detenga a aquella oveja que quiere escapar. Se llevó dos dedos a la boca, lanzó un agudo silbido y de inmediato el mayor y más viejo de los dos perros se apartó del grupo y acechando entre la hierba, fue en busca de la oveja extraviada.
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—El año pasado, un criador de ovejas de Australia me ofreció dos mil libras por Capitán en la feria de Bala —continuó Dai con su suave acento —, pero no lo acepté porque Capitán vale más para mí en la granja, que cualquier otra cosa que posea; sin él no podría cuidar de forma adecuada a mis ovejas y estaría perdiendo muchas de ellas constantemente. —Alun dice que él no tiene perro —comentó Jessica. Las ovejas ya habían llegado a la reja y estaban saliendo, azuzadas por los perros. —No, pero conseguirá uno —aseguró Dai, apoyándose en su bastón—. Es decir, si se queda. Aún no sé qué hará e incluso, creo que ni él mismo sabe lo que desea —la miró de forma penetrante—. Quizá todo depende de usted, señora Gower. —¿Oh? —Jessica de inmediato se puso a la defensiva. ¿Qué le habría dicho a este hombre sobre ella?—. ¿De qué forma? —Depende de que usted pueda vivir todo el tiempo en un lugar tan apartado como éste. La madre de Alun no lo soportó y ese es el motivo por el que no se quedó aquí. Los inviernos pueden ser muy duros. Huw y yo perdimos varias ovejas hace dos inviernos en estas montañas y el invierno pasado, Alun y yo enviamos algunos corderos y ovejas a pastizales más cálidos, pero eso cuesta dinero. El Departamento de Estudios Agronómicos de la Universidad de Gales analizó nuestro problema y recomienda, que para una mayor eficiencia, debemos fusionar las dos granjas, pero Huw no estuvo de acuerdo con esto. —¿Por qué no? —Él era un hombre de la vieja generación, estaba atado a la tierra que perteneció a su familia durante cientos de años; pertenece a una cultura de gente testaruda que, aún hoy en día, produce poetas como lo ha hecho durante muchos siglos, conformándose con vivir una vida sencilla y sin desear nada más. —¿Y usted piensa que Alun no es uno de ellos? —le preguntó. —Sé que no lo es —repuso Dai con tono misterioso—. Se casó con usted, ¿no es cierto? En sus venas corre la sangre de su madre —todas las ovejas ya habían salido y el hombre las siguió, cerrando la reja para mirarla desde el otro lado—. Piénselo, señora Gower. El gobierno le ofrece incentivos para que los granjeros como yo se fusionen con otros y cuando lo hagamos, ya no será necesario que exista una reja como ésta entre nuestras tierras. Ahora me despido y creo que lo mejor es que regrese a la casa, lloverá muy pronto. Cuando entró, tenía el cabello y los hombros mojados por la lluvia. Escuchó las campanadas del reloj desde la cocina; era la una, había pasado la mañana y aún seguía allí. Ahora la lluvia caía con fuerza sobre el valle y la niebla llegaba hasta la parte superior de los árboles, ocultándolo todo. Si caminaba hasta Dolgellau, quedaría empapada otra vez; sería mejor esperar aquí hasta que escampara, esperar que Alun regresara.
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Capítulo 4 Jessica estaba preparando algo de comer cuando al fin se abrió la puerta trasera y entró Alun. Tenía el cabello empapado por la lluvia y el delgado jersey pegado al cuerpo. En una mano llevaba su bolso, el cual dejó en la mesa de la cocina y sentándose en una silla, comenzó a quitarse las botas. —Aún estás aquí —comentó él con frialdad. —Bueno, ¿dónde más podría estar? —replicó. —Dijiste que te irías esta tarde —miró el reloj y después a ella, con expresión burlona—. Ya pasó el mediodía. —No podía irme hasta que arreglara la falda y hubiera encontrado un par de zapatos. —Eso pareces haberlo resuelto, pero aún sigues aquí. ¿Por qué? —¡Oh, sabes muy bien por qué! No podía irme hasta que recuperara mi bolso —lo tomó—. ¿Ya sacaron el Land Rover del arroyo? —Así es y ya se lo llevaron a Dolgellau para secarlo. No pude encenderlo porque el sistema eléctrico estaba mojado. Tiene el lado izquierdo dañado —la miró con resentimiento—, espero que puedas pagar las reparaciones. —¿Y qué me dices de mi coche? —preguntó ella—. ¿Le pediste al empleado del garaje que le pusiera gasolina? —Lo hice —se levantó y se dirigió hacia la puerta. —¿Entonces dónde está ahora? —En la carretera. —Pero, ¿por qué no lo trajiste? ¿Por qué lo dejaste allí? —le reclamó. —No pude hacerlo —contestó con frialdad—. Verás, no tenía las llaves —dándose vuelta de nuevo, abandonó la cocina. —Pero… pero… —Jessica se dio cuenta de que estaba balbuceando y murmurando incoherencias mientras abría su bolso. Alun había subido a su dormitorio, quizá para quitarse la ropa mojada. Empezó a buscar las llaves y no las encontró, por lo que vació sobre la mesa todo el contenido del bolso; billetera, peine, maquillaje pero no halló el llavero. Sacudió con fuerza la cartera, pero ya estaba vacía. Estaba sirviendo en dos platos el puchero que había preparado cuando regresó Alun vestido con ropa seca. —Huele muy bien —comentó—. Espero que hayas hecho suficiente para dos, ¡estoy muerto de hambre después del trabajo de esta mañana! —acercó una silla a la mesa y se sentó—. ¿Vino Dai a recoger sus ovejas? —Sí —contestó Jessica, cortante, poniéndole un plato de comida en la mesa y después se sentó, mirándolo—.
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—¿Alun, dónde están las llaves de mi coche? —¿Cómo puedo saberlo? —replicó él fingiendo inocencia. —No están en mi bolso. —Ya lo sé; si hubieran estado allí, habría traído tu coche para que te pudieras ir… esta tarde, ¿no lo crees? Pensé que tú sabrías dónde estaban. —Yo sabía dónde estaban —contestó—. Las puse en mi bolso después que cerré el coche, ayer por la tarde. Estoy segura de que lo hice. —Quizá lo imaginaste. —¿Imaginarlo? —exclamó—. No imaginé que las puse en mi bolso, estoy segura de que lo hice. Siempre guardo mis llaves allí cuando cierro el automóvil. Alun la miró con ironía. —¿Estás segura de que las guardaste? —le preguntó con suavidad—. ¿No querrás decir que supones que lo hiciste por costumbre? —Está bien —replicó, enfurecida por la tranquilidad con que él lo había tomado—. Supongo que las metí en mi bolso. ¿Dónde están ahora? ¿Dónde las pusiste? —¿Yo? —Alun miró hacia el techo con fingida sorpresa—. Yo no las he puesto en ningún lugar. No las he visto; de ser así habría abierto el coche y lo hubiera traído aquí para que te pudieras ir esta tarde, como habías dicho. Debiste guardarlas en alguna otra parte quizá en el impermeable o en un bolsillo del traje. Tal vez las dejaste en algún lugar de la casa en esta habitación o en el dormitorio. —No están en mis bolsillos y no las dejé en la casa —replicó mirándolo con ira—. Alguien las sacó de mi bolso. Alguien pudo haberlas robado mientras estaban en el Land Rover, en el río. De nuevo, él le dirigió una mirada burlona, pero en esta ocasión no contestó y terminó de comer. Jessica, demasiado irritada para seguir comiendo, apartó su plato. —¿Qué voy a hacer ahora? —murmuró—, ¿sin las llaves, cómo voy a entrar en el coche para buscar la ropa limpia y regresar a Beechfield? —se produjo otro silencio que fue interrumpido sólo cuando Alun, después de terminar de comer, se levantó y caminó al fregadero para servirse un vaso de agua. Jessica se puso de pie también, recogió los platos que habían usado y los llevó al fregadero. —Alun, por favor, devuélveme las llaves. Él bebió el agua, dejó el vaso en el mostrador y sin mirarla o decirle algo, se dirigió hasta la alacena; tomó una manzana y comenzó a comerla mientras se acercaba a la silla donde había dejado las botas y se las puso de nuevo.
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—Te sugiero que te quedes hasta mañana —dijo él, arrastrando las palabras y sin mirarla—, hasta que Evans traiga el Land Rover;, quizá él sepa cómo abrir tu automóvil y encenderlo. —Pero… debo estar de regreso en casa esta noche. Mamá me estará esperando. ¡Oh, si tan sólo tuvieras un teléfono para llamarla! —¿Ella sabe que estás conmigo? —le preguntó, levantándose y caminando hasta la puerta del porche. —Sí. —Entonces no se preocupará —contestó de forma enigmática mientras se ponía una chaqueta impermeable. La miró antes de continuar —. Por supuesto, podrías ir caminando hasta el pueblo para pedirle a Evans que te lleve a tu coche y lo abra —miró el reloj en la pared—, aunque no creo que esté dispuesto a hacerlo, ya que juzgando por la hora, cuando llegues a su garaje ya habrá cerrado y no le gusta trabajar fuera de su horario normal —se volvió de nuevo y ella vio un brillo divertido en los ojos entrecerrados—. Es mejor que te quedes a pasar la noche aquí y esperes a ver qué te depara la mañana —añadió abriendo la puerta. —Pero… ¿no puedes… no quieres ir al pueblo y pedirle a ese hombre que venga? —le preguntó Jessica, siguiéndolo al exterior. —Oh, no —Alun negó con la cabeza—, hoy he caminado bastante. Tengo otras cosas que hacer, como alimentar las gallinas, contar las ovejas y después, terminar el libro —volvió a observarla y lanzó un exagerado suspiro—. El trabajo de un campesino nunca termina —añadió con tono burlón y salió al patio, cerrando la puerta.• Hirviendo de indignación porque no dudaba de que Alun se burlaba de ella y sabía muy bien dónde estaban sus llaves del coche, Jessica regresó a la casa, atravesó la cocina y subió al dormitorio. Tomó la ropa mojada que había dejado en el suelo y revisó los bolsillos. Estaban vacíos, ¿en dónde habría puesto su llavero? Estaba segura de que él lo sacó del bolso. Dejó caer los pantalones y registró los cajones, todos los lugares donde pensó que él pudiera haberlas escondido, pero no las encontró; incluso miró debajo de la cama. Bajó al estudio y revisó los estantes de libros, los cajones del escritorio, miró debajo de los papeles y no las encontró. ¿Por qué?, se preguntó mientras regresaba a la cocina. ¿Por qué le había quitado sus llaves fingiendo que no las tenía? ¿Por qué quería que se quedara otra noche? ¿Si deseaba que se quedara, por qué no se lo había pedido directamente? De inmediato comprendió la respuesta. No se lo pidió, porque sin duda imaginaba que se negaría a aceptar su invitación, por eso buscó la forma más adecuada para impedir que se marchara. Sorprendida por su comportamiento, comenzó a lavar los platos que habían usado cuando escuchó el sonido del motor de un automóvil que se acercaba y en ese momento entró en el patio un coche de color café y
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crema. Se abrió la puerta del mismo y salió una mujer con un impermeable y un pañuelo en la cabeza. Cerró de golpe la puerta y caminó hasta el porche. Cuando escuchó que llamaban a la puerta, Jessica se secó las manos y le abrió. Los ojos verdes de la mujer parpadearon sorprendidos. —Oh, esperaba ver a Alun —comentó—. ¿No está en casa? —Sí, pero… —Jessica miró hacia el cobertizo de las gallinas, pero no lo vio y se volvió de nuevo a la mujer—. Me dijo que iba a alimentar las gallinas y revisar las ovejas. ¿Quiere que le dé algún mensaje? La mujer sonrió, mostrando unos dientes pequeños y perfectos. Su piel era delicada, aunque ligeramente curtida por los elementos, que le daban un color bronceado. Las pestañas negras hacían que sus ojos parecieran más claros de lo que eran en realidad. —Soy Mavis Owen, mi hija estuvo aquí esta mañana y me habló sobre el accidente del Land Rover, por lo que vine a ver si Alun estaba bien y si necesitaba ayuda. "Y también para verme", pensó Jessica, observando cómo la revisaban los ojos de gata. —Alun está bien —murmuró—. Soy Jessica Gower —añadió, evitando mencionar el apellido Martin de forma deliberada. —Esperaba que Alun fuera a verme ayer para discutir un proyecto que estamos planeando. ¿No le importaría que lo aguardara a que regrese? —la sonrisa de Mavis se hizo más amplia—. Así podremos conocernos mejor mientras lo hacemos —sugirió. Jessica vaciló, tenía el intenso deseo de cerrarle la puerta en la cara a Mavis, pero no podía comportarse con tanta rudeza. —Si quiere, pase, pero quizá deba esperarlo bastante tiempo — contestó de mala gana—. No tengo la menor idea de cuándo regresará. —Soy muy paciente —aseguró Mavis, entrando en el porche—. Con frecuencia he tenido que esperarlo. Somos viejos amigos, fuimos juntos a la escuela. —Eso me contó su hija —contestó Jessica siguiéndola a la cocina—. También me dijo que su difunto esposo era amigo de Alun. —Mi esposo Gareth y Alun solían escalar juntos —informó Mavis quitándose el pañuelo de la cabeza y dejando que le cayera sobre los hombros su cabello castaño oscuro—. Es agradable estar otra vez en esta vieja casa —añadió mirando a su alrededor—, no ha cambiado mucho y aún siento envidia por esta colección de utensilios de cocina de cobre — miró a Jessica con curiosidad—. ¿Nunca había estado aquí, no es cierto? —No, nunca. ¿Quisiera una taza de café mientras espera? —le preguntó con cortesía. —No, gracias —Mavis se sentó en la misma silla que había ocupado Glynis esa mañana y miró a la joven inglesa con una expresión muy
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parecida a la de su hija—. Tengo que reconocer que me sorprendió saber que estaba aquí —continuó Mavis con franqueza—. Me dijeron que usted abandonó a Alun y que estaban separados. —¿Él se lo dijo? —No —Mavis frunció el ceño ligeramente—. Pero cuando le pregunté por usted, me dijo que no le resultaba posible venir a vivir aquí con él debido a que trabajaba en el negocio de muebles de su padre. Alun me contó que ustedes siempre habían tenido un matrimonio muy abierto y permitían que cada uno tuviera su propia vida, haciendo lo que deseaban y sin tener que estar siempre juntos —Mavis la observó con expresión más bien crítica—. En mi opinión, eso no se puede llamar un matrimonio — terminó con desaprobación. Jessica fingió que no la había escuchado; no permitiría que la provocara a iniciar una discusión sobre su relación con Alun, como tampoco lo hizo con su hija. —Me dijo que deseaba discutir un proyecto que usted y Alun tienen. ¿Puedo saber de qué se trata? —Por supuesto, es muy importante que usted lo conozca. Gareth y Alun solían hablar de ello todo el tiempo. Tenían la idea de iniciar una escuela deportiva aquí, entre las colinas. Ambos eran expertos en escalar montañas y navegar en canoas y tenían muchos conocimientos para sobrevivir en lugares inhóspitos, por lo que pensaba que podrían enseñar estas habilidades a otras personas. —¿Sería una especie de escuela para personas que quisieran aprender a vivir al aire libre? —preguntó Jessica. —En cierta forma sí, pero además, habría otras cosas menos arriesgadas, como por ejemplo pasear a caballo. Todo dependía de que Alun heredara esta granja y las trescientas hectáreas y valle que le corresponden a la propiedad. Desde luego, Huw Gower rechazó el proyecto, él no quería que un montón de desconocidos recorriera sus terrenos, molestando a las ovejas —se dibujó una sonrisa irónica en los labios de Mavis—. A él le desagradaba Gareth, y yo también. Por desgracia Gareth murió antes que Alun heredara esta propiedad, pero no veo por qué yo no pueda tomar su lugar y ser socia de Alun en el proyecto. Sé escalar montañas y soy una buena instructora de equitación. Le sugerí esto varias veces a Alun, desde que llegó a vivir aquí, ¿ya le habló de sus planes? —No, no lo hizo. ¿Cuándo le gustaría comenzar la escuela? —Bien, esperaba empezar en la primavera, pero no he logrado convencerlo. Primero me dijo que debía terminar el libro que estaba escribiendo sobre su padre, después… —Mavis se interrumpió y frunció el ceño, mirando directamente a Jessica de nuevo—. No sé cómo decirle esto, pero parece que él necesita encontrarse libre de su compromiso con usted antes de poder asociarse conmigo. —¿A qué se refería él? —exclamó Jessica, sorprendida—.
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—¿A qué compromiso? —Su matrimonio. Me dijo que pensaba que a usted no le agradaría que se asociara con otra mujer mientras aún estuvieran casados. —Oh —murmuró la joven. Esta era una forma muy distinta de escuchar la misma historia que le había contado Glynis. Según ella, era Mavis la que no quería asociarse con Alun si él permanecía casado con Jessica—. ¿Está segura de que él dijo eso? —Sí, muy segura —contestó Mavis con frialdad. La miró con fijeza. "¿Con demasiada fijeza quizá?", se preguntó la chica. ¿Sería posible que esa mujer estuviera mintiendo? —Voy a tomar una taza de té aunque usted no lo desee —informó Jessica levantándose y caminó hacia el fregadero, buscando cualquier cosa que la alejara de la fría mirada felina de Mavis—. Todo esto es nuevo para mí —continuó diciendo mientras llenaba la tetera—. ¿Cree que estar casado conmigo, es lo único que le impide a Alun asociarse con usted? —Sé que es así —replicó Mavis—. Siempre ha sido su sueño organizar esta escuela y ahora tiene el terreno y el dinero para hacerlo. Sólo lo detiene este matrimonio tonto y quijotesco. —¿Tonto y quijotesco? ¿Qué quiere decir con eso? —exclamó Jessica volviéndose para enfrentarla. —Me refiero a que sólo se casó con usted para ayudarla a resolver una situación difícil —contestó Mavis y en esta ocasión, su mirada fue mucho más crítica y despectiva al contemplar a Jessica—. Lo que quiero decir es que usted no es el tipo de mujer que lo atraiga, ¿no le parece? No es el tipo de mujer que disfruta de la vida al aire libre; no podría sobrevivir a una de esas expediciones a las que Alun va para cumplir con trabajos que le encarga la revista para la que escribe. No podría vivir en un lugar apartado como éste, durante todo el año sin las comodidades modernas. —¿Quién le dijo que él se casó conmigo sólo para ayudarme a salir de una situación difícil? —preguntó Jessica, colocando la tetera en la estufa y encendiéndola. —Fue Margian, cuando vino para el entierro de su padre. Entonces me dijo que usted había abandonado a Alun y que vivían separados. Margian, por supuesto. ¿Cómo pudo haberse olvidado de ella, quien también asistió al colegio con Mavis?, se preguntó Jessica con ironía, mientras se volvía para quedar frente a Mavis. —Margian nunca comprendió la relación entre Alun y yo —repuso con toda calma—. Creo que debe saber que nunca me interpondría en el camino de Alun, si él desea asociarse con usted, pero antes, él tiene que decírmelo. Quiero estar segura de que él realmente desea organizar esta escuela en asociación con usted. —Él quiere hacerlo —insistió Mavis con seguridad, levantándose y poniéndose de nuevo el pañuelo en la cabeza—. ¿Lo dejaría divorciarse? —Si me lo pide, sí —susurró Jessica.
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—Entonces confío en que lo haga mientras está aquí —sonrió mientras se ataba el pañuelo—. Verá, hace años, cuando aún íbamos al colegio, Alun y yo nos enamoramos, sólo que él se fue a estudiar a Cambridge y… bien, Gareth se quedó aquí por lo que me casé con él. Sin embargo nunca nos hemos olvidado, y en los últimos nueve meses que ha estado aquí, nuestro amor… nuestra amistad ha revivido —Mavis le dirigió una fría mirada a Jessica—. ¿Comprende que si usted no se interpusiera en nuestro camino nos habríamos casado? —Sí, comprendo —murmuró Jessica. —Creo que no lo esperaré —añadió Mavis mientras se dirigía a la puerta del porche—. Sólo dígale que vine, por favor; además, dígale lo que me acaba de confirmar, que usted no se interpondrá en su camino. Adiós. Una vez que salió Mavis, Jessica fue a la ventana y miró hacia afuera. Mavis se quedó de pie junto a su coche, con la mano en la puerta, estudiaba sus alrededores y después fijó la mirada en la ladera de la colina envuelta por la niebla. "Si va hacia el monte a buscar a Alun, la seguiré y la obligaré a regresar", pensó Jessica furiosa. Estaba llena de odio hacia Mavis Owen. Ella, siempre tranquila y por lo general amistosa con todos, ¡en estos momentos odiaba a alguien! Nunca pensó que fuera capaz de sentir una emoción tan violenta y destructiva. Mavis dudó por un instante y después subió al coche. Unos segundos más tarde desapareció en el auto. Jessica dejó escapar un suspiro de alivio y regresó adonde la tetera comenzaba a hervir. La apagó y se quedó inmóvil un momento, pensando qué haría después. Irse, tenía que irse, llegaría a Dolgellau de alguna forma para llamar por teléfono a su madre. Fue hasta la silla donde había dejado la chaqueta de su traje y se la puso. La estaba abotonando en el momento en que se abrió de nuevo la puerta y al darse vuelta, vio a Alun que entraba con un cesto lleno de huevos. —No estuvo mal hoy —comentó él mientras dejaba el canasto sobre la mesa. —Acaba de irse, hace un momento, tu amiga Mavis Owen —informó Jessica en tono seco. —¿Oh? ¿Qué deseaba? Verte a ti… y a mí también, supongo. Estuvimos charlando. Alun le dirigió una mirada de inquietud. —¿Sobre qué? —Me habló del proyecto que ustedes tienen, de la escuela para deportistas. —Así que sigue pensando en eso —murmuró mientras se sentaba en el borde de la mesa—. ¿Qué dijo? —Me aseguró que tú no te asociarías con ella mientras estuvieras casado conmigo. ¿Es cierto?
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—Más o menos algo así —se encogió de hombros. —¿Por qué? ¿Por qué le dijiste eso? —exclamó indignada. —Porque imaginé que a ti no te agradaría participar en un proyecto como ese. —Me dijo que yo estaba interfiriendo —añadió Jessica—, por lo tanto le prometí que yo nunca lo haría si de veras deseabas organizar esa escuela y me pidió que te lo dijera. Yo… yo también prometí que… que si deseabas el divorcio, estaría dispuesta a concedértelo. Después se fue. Sus ojos lanzaron una mirada tan fría y dura como el mármol. —Gracias, muchas gracias —contestó Alun, sarcástico—. ¿Si son tan amigas, por qué no te fuiste con ella? Estoy seguro de que hubiera estado encantada de llevarte a Dolgellau. También te habría ayudado a abrir el coche y lo hubiera encendido, para que te fueras lo antes posible a Beechfield. —Oh Jessica se llevó la mano a la boca—. No pensé en eso. —¿No lo hiciste? Me sorprendes —le dijo con burla. —¡Y dices que estás ansiosa de irte! ¿No has encontrado aún las llaves? —No, no las hallé a pesar de que lo registré todo. Incluso los bolsillos de tus pantalones y los cajones de tu dormitorio. —replicó. No las pude encontrar, porque te las llevaste contigo cuando saliste a alimentar a las gallinas, ¿no es cierto? —¿Eso hice? —preguntó él con burla y bajándose de la mesa fue a. donde ella estaba. Alzó los brazos. Puedes registrarme si quieres —ofreció con un brillo malicioso en los ojos. —Muy bien, lo haré. Jessica se acercó y hundió las manos en los bolsillos de los pantalones buscando las llaves. Los dos se encontraban vacíos pero sus dedos de repente tocaron la dureza de los músculos de la pelvis y los muslos y se sintió tentada de dejarlas allí. —Imagino que sabes lo que haces —provocó Alun—. La zona que estás tocando es muy sensible y espero que estés dispuesta a sufrir las consecuencias de tus actos. Comprendiendo lo que quería decir, intentó sacar las manos de los bolsillos, sólo para encontrarse que los dedos de él se habían cerrado alrededor de sus muñecas y la estaba obligando a tocarle el cuerpo. Protestando, irguió la cabeza, pero él le cubrió la boca con los labios. Furiosa consigo misma y con él, por haber permitido que la engañara para que se aproximara tanto a él que, sin querer, provocó que se excitara, Jessica hizo todo lo posible por liberarse, pero sin éxito. Soltándole las muñecas, Alun la abrazó y sus manos le recorrieron el cuerpo.
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A pesar de ello trató de luchar contra la ola de sensualidad que la inundaba, pero el deseo pudo más que ella. Arqueándose hacia Alun, invitándolo, alzó los brazos y los posó por detrás de su nuca, devolviéndole los besos con ardor, dominada por completo por su excitación. Despacio, él apartó su boca y colocándole las manos en la cintura, la separó un poco. —¿Por qué no reconoces que deseas quedarte otra noche conmigo? —susurró ronco. —¡No, no lo deseo, no puedo! —balbuceó temblorosa—. Ya te dije ayer que no vine aquí para… para esto. —¿Entonces por qué viniste? —insistió él con voz seca y mirándola, furioso. Asiéndola por los hombros la sacudió—. ¿Qué demonios te sucede? ¿Para qué tenías que venir aquí a atormentarme? —Yo… antes que nos separáramos para siempre. Alun por favor, suéltame, ¡me estás lastimando! —¿Lo estoy haciendo? No finjas que te sorprende que lo haga — replicó con los dientes apretados—. ¡Dios, parece que no puedo hacerte comprender lo que quiero con palabras, así que debo recurrir al tacto!—la apretó con fuerza y sus dedos se enterraron en la delicada piel haciéndola lanzar un grito de dolor y él se sonrió con desdén—. Cuando te toco así, quiero decir que estoy furioso pero cuando lo hago así… —las manos descendieron por su espalda, acariciándola hasta el trasero, estrechándola contra él y moviendo sus caderas contra las suyas, haciéndola sentir su excitación—. Y así… —le besó el lóbulo de la oreja y después se lo mordisqueó—, quiero decir que te deseo. ¡Por Dios, cuánto te deseo! — gimió—. Te quiero toda, entera en mi cama, cerca de mí. Quiero el regalo que recibí en una ocasión y que perdí, aunque no fue mi culpa. —¡Fue tu culpa! —gritó Jessica, encontrando la fuerza suficiente para separarse de él y luchó para controlar sus emociones—. No me amabas lo suficiente; en realidad nunca te interesé lo suficiente para pedirme que me fuera contigo, no lo suficiente para pedirme que te acompañara aquí. No me amabas; si me hubieras amado, no habrías tenido una aventura con esa mujer en Nueva York… —¡Yo no tuve una aventura con Ashley! —la interrumpió, gritando. Estaba pálido y sus ojos lanzaban destellos—. ¡Cuántas veces tendré que decir que lo imaginaste! —¡No lo imaginé, no lo imaginé! —gimió apartándose de él y poniendo la mesa entre los dos, asustada por su enojo—. Sally me lo dijo, Sally me dijo por qué siempre viajabas a Nueva York. ¡Ibas a ver a esa mujer! —¿Sally? —Alun se detuvo y la miró con incredulidad—. ¿Por qué tendría que decirte Sally algo como eso? —No lo sé, pero lo hizo.
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—¡Y le creíste! ¡Te atreviste a creerle! —la acusó, acercándose de nuevo—. No confiaste en mí, dices que yo no te amaba lo suficiente, pero, ¿qué me dices de ti? —su voz descendió hasta convertirse en un susurro amenazador—. Tú no me amabas o nunca le hubieras creído a esa tonta y celosa prima mía. Habrías permanecido en nuestro apartamento esperando a que regresara, como siempre lo hice durante los años que estuvimos juntos. Pero no aguardaste, no me amabas lo suficiente para esperar. La alcanzó junto a la puerta y se inclinó hacia ella. Jessica sintió el aliento caliente en su mejilla y sus ojos enfrentaron de nuevo, furiosos, los de Alun. "Nunca me amaste, no realmente, no de veras —susurró él—. Sólo fui un capricho para ti, al igual que para Sally. Igual que sucede ahora con Glynis. No tenías la madurez necesaria para amarme, chiquilla mimada. ¡Eso no es cierto! —gritó—. Te amaba, lo sé. Si tú me hubieras amado, no habrías permanecido alejado de mí por casi dos años. Hubieras venido a Beechfield o me hubieras escrito, pero no me amabas y ahora tampoco me amas. —¿Entonces, por qué te deseo tanto?—murmuró Alun con los ojos brillantes de deseo, mientras sus manos le recorrían los hombros hasta el cuello. —Oh, no me toques, por favor, no me toques —gimió ella—. La atracción física… el deseo… no es amor. Sólo lujuria y eso no significa nada. No es suficiente, al menos para mí. —¿Quieres decir que lo de esta mañana, lo que hicimos esta mañana no significó nada para ti? —le preguntó Alun con voz ronca. De repente dejó caer las manos a los costados y se apartó de ella. Aprovechando su momentánea vacilación, comprendiendo que lo había lastimado de alguna forma y deseando no haberlo hecho, Jessica tomó el impermeable que estaba colgado detrás de la puerta y comenzó a ponérselo. —¿Qué vas a hacer?—quiso saber Alun. Cruzó los brazos sobre el pecho y la observó con el ceño fruncido. —Tengo que ir a Dolgellau de cualquier manera —respondió, cortante —. Debo hablar por teléfono con mi madre. Mañana será cuando el banco nos embargue por el préstamo que tomó papá y le prometí que yo estaría allí, le aseguré que podría evitar el embargo. Estará preocupada pensando en qué me ha sucedido, por qué no he regresado a Beechfield. También tengo que llamar a Chris Pollet. —¿Quién.es él? —inquirió Alun. —El hombre que está dispuesto a invertir en la compañía Martin para evitar la quiebra —murmuró dirigiéndose hacia la puerta y la abrió—. Iré caminando hasta el pueblo, pasaré la noche en la casa de huéspedes allí y haré que por la mañana alguien me busque el coche —se volvió hacia él—.
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A menos que me des las llaves —añadió con tono suplicante—. Por favor, Alun, por favor, compréndeme. ¡Tengo que irme! Vio algo en los ojos sombríos, algo que pudo ser un destello de dolor, pero fue demasiado breve para que pudiera estar segura. De inmediato, se le endureció la expresión del rostro y su mirada fue otra vez fría e impersonal. Sin decir una palabra, salió al patio y Jessica lo siguió, observando que se dirigía hacia el cobertizo de las gallinas. Segundos después regresó y le entregó el llavero. —Gracias —murmuró sin mirarlo, temerosa de que, si lo hacía, se debilitaría su decisión de partir. —¿Regresarás una vez que hayas hablado por teléfono? —No. Conduciré hasta donde pueda esta noche. Quizá lo haga toda la noche para estar en la fábrica por la mañana. Debo ir, Alun, tengo que intentar salvar el negocio —murmuró y apartándose de él, cruzó el patio hacia la reja. La abrió y cerró despacio, mirando por última vez las paredes blancas de la casa que relucía a través de la niebla. Alun no la siguió. Ni siquiera estaba allí para hacerle un último ademán de despedida. Con una exclamación de dolor, Jessica dio la vuelta y comenzó a alejarse por la carretera. Caminó decidida a través de la lluvia, con la cabeza inclinada, las manos en los bolsillos del impermeable y se sorprendió al llegar al coche antes de lo que había esperado. Estaba estacionado bajo un árbol a sólo unos metros de la reja. Era obvio que Alun lo había llevado hasta allí, para ocultarlo y fingir después que no pudo abrirlo porque no encontró las llaves. ¿Por qué? Porque había deseado que se quedara otra noche más, porque quería hacerle el amor. Pero eso era todo lo que buscaba de ella, pensó con amargura, mientras abría la puerta del auto. Sólo fue su compañera de cama, nunca había querido que fuera su compañera en alguna otra cosa. Jamás le había permitido compartir su vida de escritor; eso lo hizo otra mujer, Ashley King. Ahora tampoco quería que compartiera su vida en la escuela, Mavis Owen, de quien estuvo enamorado en una ocasión, lo haría. Por lo tanto, ¿por qué debía seguir casado con ella? Se sentó detrás del volante y cerró la puerta. Le costó un poco de trabajo arrancarlo porque estaba húmedo, pero al fin el motor comenzó a funcionar. Revisó el medidor de la gasolina; tenía la necesaria para llegar al pueblo. Mientras conducía, pensó en qué le diría a su madre y a Chris. Les contaría que había visto a Alun y que decidieron divorciarse. Dé esta forma Chris estaría de acuerdo en fusionarse con Martin y salvar a la compañía de la bancarrota. No deseaba divorciarse de Alun, pero no tenía alternativa. De todas formas, ninguno de los dos podría hacer lo que deseaba si permanecían casados. Él no podría iniciar su escuela con Mavis
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Owen y ella no lograría salvar de la bancarrota a su empresa. Tenía que evitar la ruina de cualquier forma, por la memoria de su padre muerto, por el bienestar de su madre y de las personas que trabajaban en la pequeña compañía, por los hábiles artesanos que hacían los hermosos muebles. Al fin encontró un teléfono en el pueblo e intentó llamar primero a su madre, pero no obtuvo respuesta y tampoco respondieron en el número de Chris. Preguntándose qué haría después, abandonó la cabina telefónica mirando el reloj; eran las seis. Buscaría una estación de servicio para llenar el depósito de gasolina del auto y conduciría hasta Dinas Mawddwy, desde donde llamaría de nuevo. Una vez que lograra hablar con Chris y le dijera que había visto a Alun y que decidieron que lo mejor sería divorciarse, la fábrica se salvaría y podría quedarse a descansar esa noche en un hotel para continuar el viaje la mañana siguiente. En Dinas Mawddwy llamó primero al número de Chris; tampoco obtuvo respuesta. Comió en un hotel distinto a aquel en el que se había hospedado antes, pues no deseaba encontrarse con la curiosa Eira. Deliberadamente se demoró en la comida y a las ocho y cuarenta y cinco intentó hablar con Chris primero y después con su madre sin resultados; ninguno de los dos se encontraba en la casa, que decidió seguir conduciendo toda la noche para llegar a 3eechfield por la mañana. Cuando ya se encontraba en la carretera MI, a sólo unos kilómetros de la desviación que conducía a Aylesbury y después a Beechfield, cuando comenzó a amanecer, y el cansancio de una noche en vela empezó a afectarla. Se quedó dormida al volante; el coche salió de la carretera y dando un salto quedó volcado en la cuneta. Jessica resultó muy mal herida y pasó mucho tiempo antes que se recuperara lo suficiente para recordar dónde había estado y adonde se dirigía cuando ocurrió el accidente.
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Capítulo 5 Abrió los ojos y miró a su alrededor. Era una habitación pequeña y muy sencilla, las paredes estaban pintadas con un agradable color rosado y los marcos de las ventanas y las puertas eran blancos. Se encontraba acostada en una cama alta y ancha, con sábanas blancas, sobre su cabeza pendía un frasco lleno ce un líquido incoloro, del cual descendía un tubo que desaparecía bajo la amplia manga de la bata blanca que tenía puesta; le parecía, que el tubo estaba sujeto a su brazo izquierdo. Junto a la cama había una mesa en la que había un jarrón con flores, una jarra de agua y un vaso, y en la pared frente a ella, un aparato de televisión. A través las ventanas asomaban las copas de los árboles agitados por el viento y el cielo estaba gris y nublado. Sorprendida, intentó incorporarse sin lograrlo, trató de mover las piernas y tampoco pudo. Dominada por el pánico, gritó: —¡Auxilio! ¡Ayúdenme! —su voz era ronca y débil, como si hiciera tiempo que no la había utilizado y esto hizo que aumentara el pánico que la embargaba. Estaba en un lugar desconocido, sentía la cabeza Como si la tuviera llena de algodón y no tenía la menor idea de quién era y cómo había llegado allí. De nuevo intentó gritar y esta vez el ruido fue más alto. De inmediato, se abrió la puerta y apareció una mujer. Estaba vestida con un uniforme de enfermera y llevaba una bandeja en la mano. Se acercó a la cama, sonriendo. —¿Qué lugar es éste? —le preguntó Jessica. —El hospital del condado —contestó la enfermera, dejando la fuente sobre la mesa. —¿Qué hago aquí? —Se está recuperando, al menos eso espero —repuso la mujer, sonriendo—. Es agradable escucharla hablar; ha estado en silencio demasiado tiempo. —¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí? —Más de seis semanas. —Oh —Jessica frunció el ceño; ahora le parecía que su cerebro estaba envuelto en una espesa niebla. —¿Por qué? No puedo recordar nada. ¡Sabe usted… es decir… puede usted decirme quién soy? —¡Oh, Dios!—exclamó la mujer y salió rápidamente de la habitación. Cuando regresó, apareció acompañada de otra enfermera, una mujer mayor, con un uniforme un poco diferente. En su rostro largo y delgado se veían impresas las líneas de autoridad, los ojos fríos eran de color azul y la mirada penetrante. —¿Cómo nos sentimos hoy? —le preguntó.
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—No estoy segura, parece que no me puedo mover y no sé quién soy —se le llenaron de lágrimas los ojos—. ¿Por favor, quiere decirme mi nombre? —Usted es Jessica Martin —le contestó la enfermera mayor. La otra, más joven, estaba de pie detrás de ella, mirándola con curiosidad—. Sufrió un accidente automovilístico muy grave que le ocurrió cuando regresaba a su casa desde Gales. Durante algún tiempo ha estado en coma, pero afortunadamente, en esta última semana ha mostrado señas de recuperar el conocimiento. Nos sentimos muy contentas y tan pronto como sea posible, le quitaremos el suero intravenoso y podrá comer de nuevo con normalidad y comenzará a hacer ejercicios de fisioterapia. Eso fortalecerá sus músculos para que pueda caminar de nuevo. —Gracias —Jessica se quedó en silencio durante un rato, mientras pensaba en lo que la enfermera le acababa de decir, tratando de comprender su significado. Había reconocido su nombre y comenzaba a recordar algunas cosas; a sus padres, su casa en Beechfieid. —Yo soy la hermana Leyland —añadió la enfermera mayor—, y ella es la enfermera auxiliar Blewitt. La hemos atendido en esta unidad de cuidado intensivo mientras estaba en coma —la miró con fijeza—. ¿Recuerda algo ahora? —Algunas cosas; recuerdo a mis padres y mi casa en Beechfield ¿Dónde está este hospital? —Cerca de Aylesbury, la trajeron aquí después del accidente. —No recuerdo nada del accidente o de lo que ocurrió antes ¿Qué estaría haciendo yo en Gales? —murmuró Jessica. —Bien, no se preocupe por eso ahora. Estoy segura de que al recuperarse, empezará a recordar —la tranquilizó la hermana Leyland—. Pronto vendrá a visitarla su madre y podrá hacerle más preguntas. Quizá al verla recupere la memoria. Esperamos que así sea. Después que le tomaron la temperatura, se quedó acostada, tranquila, observando los árboles a través de la ventana, pensando una y otra vez en lo que le había dicho la enfermera, temerosa de olvidarlo. Gales. ¿En dónde se encontraba Gales? Bien, esa parte de su memoria trabajaba bien; sabía dónde estaba Gales. Situada al oeste de Inglaterra, era una región hermosa, un lugar de montañas, valles y lagos, todo envuelto en una misteriosa niebla. ¿Qué hacía ella allá? Desesperada, trató de recordarlo, pero al igual que las montañas de Gales, su mente estaba envuelta en una bruma, oscura y el esfuerzo que hizo para penetrar en esas sombras, le provocó un terrible dolor de cabeza. Se sintió muy cansada, cerró los ojos y se quedó dormida. Cuando despertó de nuevo, había una mujer junto a la cama, colocando rosas en un jarrón. Era una mujer alta, de cabello canoso, corto y tenía puesto un traje de lana azul con una blusa blanca.
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Cuando terminó de colocar las flores, retrocedió para contemplarlas. En ese momento se dio cuenta de que Jessica la miraba y sonrió, mostrándole unos dientes perfectos y en sus ojos grises vio , afecto y buen humor. —Hola, querida —saludó, sentándose en una silla junto al lecho—. —¿Dormiste bien? —Sí, gracias —Jessica le devolvió la sonrisa y levantando una mano, se la tendió con debilidad—. —Hola, mamá —murmuró. —No sabes cuánto me alegra oírte hablar de nuevo —respondió Anthea Martin, tomando entre las suyas la delicada mano de Jessica. Pudo ver el brillo de las lágrimas en sus ojos grises—. Ha pasado mucho tiempo desde el accidente y estuviste muy grave. Hubo momentos en que… en que pensé que nunca te recuperarías, que tendrías que pasar el resto de tu vida en una de esas máquinas. Sin embargo, los cirujanos y las enfermeras se han portado de maravilla. Hoy me dijeron que había pasado lo peor y que dentro de poco podrás caminar de nuevo y regresar a casa. —No puedo recordar —susurró Jessica—. No puedo recordar mucho de mi vida antes de despertar y encontrarme aquí, esta tarde. Ni de mi nombre me acordaba. Tuvieron que decírmelo. —¡Oh, pobrecita mía! —Anthea la miró, preocupada—. Debió ser terrible para ti, pero sí me recuerdas, ¿no es cierto? —Sí, te recuerdo y también a papá… y creo que recuerdo la casa, pero todo lo demás está envuelto en sombras. Tengo la mente llena de bruma y no puedo ver a través de ella. Es igual que aquella niebla… —¿Qué niebla, querida? —La niebla en las colinas —Jessica cerró los ojos y de inmediato se vio en un jardín lleno de flores frente a una casa de paredes blancas. Abrió los ojos y sonrió a su madre—. Te hubiera gustado el jardín —aseguró—, pero necesitaba de cuidados. —¿Qué jardín?—preguntó Anthea, asombrada. —No lo sé, no puedo recordarlo —Jessica frunció el ceño. Le dolía la cabeza—. No puedo acordarme de nada —gimió—. ¿Oh, qué voy a hacer? La enfermera me dijo que tuve un accidente y que ocurrió cerca de aquí. —Así es, en la carretera MI. El auto salió del camino y la policía piensa que sin duda, te quedaste dormida al volante. Sucedió temprano por la mañana; sufriste heridas en la cabeza, las costillas y la columna vertebral y estuviste en estado de coma hasta esta semana. Todos hemos estado muy preocupados por ti —la voz de Anthea tembló un poco y sacando un pañuelo del bolso, se limpió la nariz y cerró los ojos. Después intentó sonreír—. Pero ahora vas a recuperarte y cuando estés más fuerte y puedas caminar, estoy segura de que recobrarás la memoria. Pero lo que Anthea Martin esperaba, no ocurrió. Aunque Jessica se fortaleció, le retiraron los sueros y pudo comenzar el tratamiento de
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fisioterapia, permaneció la niebla en su mente, escondiéndole todo lo que había hecho o sucedido durante los dos años anteriores al accidente. Sabía quién era, que estaba casada; sabía que había trabajado en la compañía de muebles de su padre, pero no recordaba nada del tiempo transcurrido desde que Alun regresó de un trabajo en Sudamérica dos años antes. No recordaba la discusión, su separación y que se habían visto en Gales. En varias ocasiones la visitó una psiquiatra, una pequeña mujer india, llamada doctora Mehta, quien se sentó a su lado y charló con ella sobre el problema de la pérdida de memoria. —Con frecuencia ocurre cuando una persona sufre una fuerte conmoción, como la suya —le explicó. Usted padece una interrupción temporal de la memoria que está actuando como una especie de protección. Es posible que hayan ocurrido cosas en su vida que no desea recordar; problemas que le ocasionaron inquietud y dolor. Pero no quiero que se esfuerce intentando revivir el pasado, sólo acepte cada día como viene y concéntrese en recuperar la salud y la fuerza. Hablaremos de lo que vaya recordando cada día y quizá, poco a poco, comenzará a acordarse de más cosas. Los músculos de Jessica fueron fortaleciéndose con lentitud, hasta que al fin pudo sentarse sin ayuda y comer sola. Después comenzaron los viajes al departamento de fisioterapia en una silla de ruedas. Pasaron los días y pudo ver cómo las hojas de los árboles frente a la ventana comenzaron a cambiar de color mientras pasaba septiembre y llegaba octubre. Anthea la visitaba todos los días. —Me dijeron que hoy pudiste dar varios pasos sola —comentó su madre una húmeda tarde en que soplaba el viento con fuerza—. ¿Cómo va esa memoria? ¿Ya pudiste recordar a qué fuiste a Gales? —No, aún no. —¿Recuerdas que trabajabas en la fábrica de muebles? —le preguntó Anthea, fingiendo indiferencia mientras arreglaba las flores que le había llevado. —De forma muy vaga, mamá. ¿Existía algún problema relacionado con la compañía? Me parece que estaba preocupada por la empresa y pensaba hacer algo para salvarla. Anthea la miró con fijeza. —Sí, había un problema, pero no te lo voy a mencionar porque la doctora Mehta insiste en que no te diga demasiado. Es mejor que lo vayas recordando poco a poco, tú misma. Sólo te diré que el problema fue resuelto y que ya no tienes nada por qué preocuparte. Le vendí el negocio a los Lithgow, quienes ahora son los propietarios de la compañía. Es lo que tu padre hubiera deseado. Se agitó la niebla en la mente de Jessica y se levantó un poco. El nombre de Lithgow significaba algo para ella; recordó un hombre llamado Arthur Lithgow.
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—Arthur —susurró—, Arthur Lithgow, lo recuerdo. Papá quería que me casara con él. —¡Maravilloso! —sonrió Anthea—. ¡Has recordado algo más! ¿Fue el nombre, no es cierto? Fue el nombre lo que atravesó la bruma de tu mente. —Pero, ¿por qué le vendiste el negocio? Había otra persona interesada, ¿no es cierto? Estoy segura de que había alguien más que quería ayudarnos; había alguna otra cosa que podíamos hacer. —Escúchame —intervino Anthea con tono firme—, cuando no regresaste de Gales y después la policía vino a verme y me dijo que estabas gravemente herida y en estado de coma, tuve que tomar una decisión. El banco nos hubiera embargado si no lo hacía y Martin e Hijo Limitada se habría perdido. Por lo tanto, fui a ver a Arthur y él estuvo de acuerdo en quedarse con la compañía y que tú y yo siguiéramos trabajando para él. —Pero… pero —Jessica trató de apartar la niebla que de nuevo lo cubrió todo—. Oh, no tiene objeto. No puedo recordar lo que iba a hacer, ¿por qué estaba viajando a Beechfield? Sé que no quería volver, no quería dejar Gales, pero tenía que regresar para salvar el negocio. Estoy segura de que tenía algo que hacer. ¿Oh, mamá, qué me va a suceder? No puedo caminar bien y no puedo recordar. Soy una inútil… En ese instante quedó agotada y dos enfermeras entraron de inmediato en la habitación. Durante un rato todo le resultó confuso más tarde le dijeron que había sufrido una recaída. Durante tiempo, no hubo más ejercicios ni la visitó la doctora Mehta, tan sólo descanso y sueño inducido con calmantes hasta que se tranquilizó de nuevo. Cuando se recuperó, las pocas hojas que quedaban en las ramas de los árboles eran de color marrón, estaban secas y en los siguientes días desaparecieron por completo. Había llegado noviembre. Comenzaron de nuevo los ejercicios de fisioterapia, pero no hizo intento alguno por caminar; se conformaba con permanecer sentada en la silla de ruedas leyendo novelas de misterio. Un día, cuando Anthea la visitó, le llevó rosas; rosas cojas aún en capullos, un ramo arreglado por un hábil florista, con las flores venía una tarjeta y Jessica la sacó del sobre. Había sólo un sencillo mensaje escrito en ella: "Te veré pronto, Alun". Se quedó contemplando el nombre. Alun. De nuevo la niebla se agitó en su mente y se despejó un poco. Vio el rostro de un hombre, delgado, con el ceño fruncido, una sonrisa burlona en los labios y ojos de águila de color dorado. Alun, su esposo. Miró a su madre. —¿En dónde está Alun ahora?—le preguntó. —Sigue en Gales, querida, pero vendrá a verte tan pronto como pueda —contestó Anthea, Observándola con atención. Jessica estudió las rosas que había colocado sobre su regazo y tocó una de ellas con la punta de un dedo.
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—Fui a Gales a verlo —murmuró—. Pero no puedo recordar por qué lo hice —miró de nuevo a su madre—. ¿Sabes por qué? —No, querida, no lo sé. Decidiste ir y sólo me dejaste una nota diciéndome adonde habías ido y cuándo regresarías. —¿Sabe él que sufrí un accidente? Por un instante Anthea pareció sentirse incómoda, como si la hubieran atrapado haciendo algo que no debía. —Ahora lo sabe. Yo…yo le escribí diciéndoselo cuando tuviste aquella recaída. Hoy recibí estas flores y una carta. Vendrá mañana. La niebla lo cubrió todo de nuevo, haciéndose más espesa. Jessica contempló el nombre escrito en la tarjeta, confiando en que pudiera traerle más recuerdos de Alun, pero nada sucedió. Sin embargo, lo reconoció tan pronto como entró en su habitación al día siguiente y sintió cómo se aceleraban los latidos de su corazón. Vestido con un traje de pana, color beige y una camisa color crema, parecía sombrío y tenso. Se acercó despacio y de repente se arrodilló junto a su silla. —Jess… oh, Jess, lo siento tanto —murmuró y la besó en la mejilla—, no sabía que estabas herida. Todos estos meses y yo lo supe, hasta la semana pasada. No me lo dijeron, ¿por qué no lo hicieron? —No lo sé —susurró, tomándole las manos y mirándolo—. Pero me alegra que hayas venido, he deseado mucho que vinieras. Por favor, bésame otra vez.. Él inclinó la cabeza y besó los labios que se le ofrecían. Jessica cerró los ojos y dejó que recorriera su interior el cálido afecto de la dulce caricia. Cuando terminó, él se levantó y acercó una silla para sentarse a su lado. —¿Te han dicho… quiero decir, te ha dicho mamá que tengo amnesia y no puedo recordar mucho sobre mi vida antes del accidente? —le preguntó ella—. No puedo recordar por qué fui a Gales. Mamá me dijo que había ido a visitarte, ¿es cierto? —Sí, pero te acordaste de mí al verme entrar. ¿Recuerdas que estábamos casados? —Oh, sí. Recuerdo la mayor parte de mi vida antes del accidente — contestó sonriendo—. Me acuerdo que nos casamos y que vivíamos en un apartamento juntos. ¿Qué hacías en Gales? —Escribía un libro sobre mi padre. Ya lo terminé y se lo entregué al editor —los ojos de Alun se entrecerraron al mirarla con fijeza—. ¿No recuerdas a qué fuiste a verme allá? —No —repuso Jessica, negando con la cabeza y el cabello, espeso y largo, brilló bajo la luz que entraba por la ventana. Lo miró a los ojos—. No me acuerdo de nada desde la última vez que te vi. —¿Y cuándo fue eso? —ahora era él quien fruncía el ceño.
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—En el apartamento. Habías regresado de un trabajo, creo que de Sudamérica —arrugó la frente tratando de concentrarse—. Recuerdo que me sentí contenta cuando volviste; creo que no quería que te fueras de nuevo, pero … —se detuvo, moviendo la cabeza otra vez—.Yo… no puedo recordar más y me canso mucho al intentar adivinar lo que se ocultaba detrás de la niebla que nubla mi mente —lo miró suplicante, buscando su ayuda, como siempre lo había hecho—. ¿Oh, Alun, qué haré? No puedo recordar dos años completos de mi vida. —Quizá no vale la pena recordar esa parte —murmuró él, tomándole las manos—. Es posible que sea mejor olvidarlo. No trates de forzar tu memoria, deja que las cosas sigan su camino normal y concéntrate en ponerte lo bastante bien para salir de aquí. Quiero que dejes el hospital lo más pronto posible para llevarte conmigo. Nos iremos lejos, a un lugar donde sé que puedo cuidarte; pasaremos unas vacaciones juntos. —Pero… pero… no me dejarán salir de aquí hasta que… hasta que pueda caminar bien —balbuceó, mirándolo con adoración. Había regresado el caballero errante que siempre venía en su auxilio, el que siempre la ayudaba cuando tenía algún problema. —Lo harán cuando sepan que yo voy a cuidarte. Me han dicho que no pueden hacer mucho más por ti; físicamente estás saludable; es algo mental lo que evita que camines y recuperes la memoria —Alun se detuvo y la miró, preocupado—. Te gustaría ir conmigo, ¿no es cierto? —Oh, sí, me encantaría acompañarte, pero, ¿adónde iremos? —Ya lo verás cuando lleguemos allí —contestó Alun con tono de burla mientras se levantaba y Jessica se sintió dominada por el pánico. Él se iba, la dejaría y sabía que no podría soportar el dolor de separarse de él. Extendió los brazos y lo tomó de la mano sin soltarlo. —No te vayas —suplicó. —Tengo que hacerlo, ya terminó la hora de visita. —Pero, ¿volverás de nuevo? ¿Mañana? —¿Quieres que venga? —Sí, sí quiero. Por favor, ven todos los días hasta que pueda irme contigo. —Haré todo lo posible —prometió Alun e inclinándose, la besó de nuevo, con mucha suavidad, en los labios. Cuando Jessica abrió los ojos después que terminó el beso, él ya se había ido. Permaneció sentada e inmóvil durante largo rato, pensando en él. Le parecía extraño que pudiera recordar cuándo lo conoció, cuándo se enamoró de él y su matrimonio, pero cada vez que trataba de pensar en lo que había ocurrido después de su regreso de Sudamérica, todo lo encontraba envuelto en una espesa niebla. Al día siguiente, cuando se reunió con la doctora Mehta, le contó a la psiquiatra lo que le sucedió al ver a Alun el día anterior; le dijo que lo
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reconoció de inmediato y que recordaba los dos primeros años de su matrimonio. La doctora la escuchó, como siempre, con mucha atención y los grandes ojos de color castaño llenos de compasión. —Algo debió suceder en ese momento que no le agradó —informó la doctora Mehta después de un rato—, fue algo que la lastimó y ahora su mente se niega a enfrentarse con esa dolorosa realidad. ¿Cómo reaccionó su marido ante la amnesia que padece usted? —Me dijo que no intentara recordar demasiado, que dejara que las cosas siguieran su curso. —Es un buen consejo. ¿Vendrá a verla? —Sí, quiere llevarme de vacaciones con él, si el hospital lo permite. —No tendrá ningún problema para obtener la autorización. Ya hemos hecho todo lo que podíamos para ayudarla y puesto que él ha mostrado el deseo de cuidarla, creo que lo mejor es que su marido continué con su rehabilitación. Pero tengo que hablar con él en relación a la pérdida de memoria, pues es importante que no le cuente nada de lo que ocurrió durante los dos últimos años de su vida y de su visita a Gales. Debe tener la oportunidad de recordar por sí misma lo que sucedió, sólo de esa forma estará segura de que en realidad su memoria está funcionando con normalidad y no se producirá otra recaída. ¿Me comprende? —Sí, creo que sí. Con el paso de los días, verá con más frecuencia a su esposo es posible que recuerde cada vez más y más. Fue una buena idea que su madre lo llamara —la doctora Mehta se levantó—. La veré pasado mañana, si algo no hace necesario que hablemos antes. La doctora abandonó la habitación y Jessica se quedó sola, inmóvil, mirando las ramas de los árboles agitadas por el viento. Su madre había enviado a buscar a Alun, él no había venido por su propia voluntad. ¿Por qué? Esa noche se sintió intranquila, pensando en Alun, preguntándose por qué no había ido a visitarla antes. Le atormentaban las preguntas que se hacía sobre su relación y que permanecían sin respuesta, debido a que su mente se negaba a proporcionárselas. Debía haber algo envuelto en aquella niebla que le impedía recordar. Estaba decidida a interrogar a Alun sobre el estado de su matrimonio, pero se sintió decepcionada porque él no fue a verla al día siguiente; cuando su madre llegó a la hora de visita, en vez de saludarla con el mismo placer de siempre, le preguntó irritada: —¿Dónde está Alun? —Tuvo que ir a Londres para ver a un editor de la compañía que va a publicar el libro sobre su padre. Me pidió que te enviara su cariño y te dijera que mañana vendrá sin falta —Anthea se sentó—. No sé si lo sabes, pero fue idea mía enviar por él, pues tenía la certeza de que comenzarías a mejorar tan pronto como lo vieras. Hoy te veo mucho mejor, más parecida a ti misma, no tan retraída y distante.
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—Pero aún no puedo recordar por qué fui a Gales para verlo y qué sucedió allí —gruñó Jessica—. ¿Por qué no vino a verme antes? ¿Acaso no sabía que sufrí un accidente? ¿Por qué no se lo dijiste? ¿Por qué la policía no le avisó a él en vez de a ti? —Bueno, ellos me lo dijeron primero porque en tu licencia de conducir estaba la dirección de Beechfield, lo que les hizo suponer, acertadamente, que vivías allí —fue la respuesta evasiva de Anthea—. No tenías ningún documento que indicara que eras la esposa de Alun, sabes que cuando te casaste no cambiaste el apellido. —¿Oh, no lo hice? —esto era algo que no había recordado—, ¿Por qué no? —Porque parece que ahora la moda es que las mujeres conserven su apellido cuando se casan, en especial si tienen una carrera que desean continuar —contestó Anthea con frialdad—. No puedo decir que me agraden mucho estas nuevas ideas sobre el matrimonio… eso de estar casado pero mantener sus propios trabajos… es algo que siempre les ha parecido agradable a Alun y a ti —se interrumpió, llevándose la mano a la boca—. ¡Oh Dios! —murmuró—, ¡ya lo hice! La doctora Mehta me dijo que no debería mencionarte cosas que tú no pudieras recordar por ti misma — miró preocupada a Jessica—. Al principio no le conté a Alun que habías tenido el accidente porque no estaba segura de cómo iban las cosas entre ustedes. Era una relación que me parecía tan extraña —añadió con un suspiro—. Cuando se lo dije, me escribió diciéndome que mientras me mantuviera en contacto con él y lo tuviera informado de cómo te desenvolvías, se quedaría en la granja para atender algunos asuntos que tenía pendientes en Gales. —Ya veo —de repente Jessica se sintió muy triste. Sus negocios habían tenido más importancia para Alun que ella—. Así que cuando fui a verlo a Gales, no vivíamos juntos. —No, no estaban viviendo juntos. —¿Por qué no? —No puedo contestarte esa pregunta, querida —repuso Anthea—. Tu y él tienen sus propios acuerdos, siempre fue así. en una ocasión, aunque no estoy segura de lo que querías decirme con eso, me hablaste de la libertad de ir y venir con tranquilidad, algo muy necesario cuando se está casada con una persona como Alun. Para mí la libertad llegó cuando me casé con tu padre y al fin pude hacer todas aquellas cosas que siempre deseé. Su amor y su apoyo liberaron mi espíritu, sin embargo, no creo que puedas comprenderme —se levantó—. Ya no puedo quedarme más; Alun vendrá de nuevo mañana. Gracias a Dios que se ha hecho cargo de tu cuidado; él es un hombre mucho más sensible que lo que yo hubiera pensado, más responsable y maduro. Te llevará de vacaciones por un tiempo —Anthea sonrió—, es lo mejor que pudo ocurrirles y esto demuestra lo mucho que él te quiere y cómo desea que te mejores. —Sí, imagino que así es —contestó Jessica, pero sin sentirse muy segura de que todo estuviera bien entre ella y Alun.
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Al día siguiente, cuando su marido la visitó, dominó la urgencia de hacerle preguntas sobre su matrimonio, sabiendo de forma instintiva que la verdad podría resultar dolorosa. Aunque no lograba recordar lo que sucedió durante los dos últimos años, podía fingir que su matrimonio había sido feliz y normal. Durante la última semana de su estancia en el hospital, se fue convenciendo, cada vez más, de que Alun sólo venía a verla porque era lo que se esperaba de un hombre cuando su mujer se encontraba enferma. Sintió que estaba con ella sólo porque tenía dificultad para aprender a caminar y porque había perdido la memoria. Una vez que pudiera caminar, que lograra recordar perfectamente, que no necesitara apoyo, él la dejaría de nuevo. Por eso no hizo esfuerzo para caminar o recordar. Se hicieron todos los preparativos para su salida del hospital y el día anterior, su madre le llevó ropa de calle. —Alun vendrá a buscarte y de aquí irán al aeropuerto, para volar a Nueva York —le informó. —¿Nueva York? —exclamó Jessica. El nombre de la ciudad la sobresaltó, por algún motivo no le gustaba y de nuevo se aclaró un poco la niebla en su mente. Se vio con Alun en una habitación y le •estaba gritando: "Siempre vas a Nueva York, vas a verla, ¿no es cierto? A esa mujer. ¡Tienes una aventura con ella!"—. ¿Por qué vamos á Nueva York? No me parece un lugar apropiado para unas vacaciones. Alun me dijo que iríamos a algún lugar tranquilo, donde pudiéramos estar solos. —Así es, en Nueva York tomarán un avión para volar a una isla del Caribe. Un amigo de Alun le prestó una villa. Por lo que he oído, es maravillosa, está situada en un farallón desde donde se domina una hermosa playa. Según me dijo, es un lugar muy solitario e incluso tiene una piscina donde podrás nadar y fortalecer tu columna vertebral y las piernas. —Oh —Jessica se sintió más tranquila—. Eso me parece mejor pero, la ropa, ¿cómo resolveré ese problema? No tengo prendas que sean adecuadas para el trópico. —Puse en una maleta todos tus vestidos de verano y los trajes de baño. Alun dice que irán a la parte francesa de Saint Martin y que en Marigot, la capital del lado francés de la isla, hay tiendas donde podrás comprar lo que desees. Parece maravilloso, una pequeña porción de Francia en el Mar Caribe. Te traje el vestido verde de lana para que te lo pongas mañana durante el vuelo a Nueva York. —Pero… ¿cómo podré subir al avión?—preguntó Jessica dominada por el pánico—. No… no puedo caminar mucho. —No te preocupes por eso, todo está solucionado. Te darán un trato preferencial, te llevarán en silla de ruedas hasta el avión y allí te cargarán o te ayudarán a caminar hasta el asiento. Alun ya lo ha arreglado todo, puedes confiar en él. Vendré por la mañana para ayudarte a vestir y después los acompañaré al aeropuerto. Buenas noches, querida —Anthea se inclinó y la besó—. Que descanses.
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Jessica no pudo dormir bien, pues estaba demasiado excitada. Tenía los nervios en tensión y le dolía la cabeza mientras dejaba correr libremente su imaginación, pensando en el vuelo a Nueva York, el viaje a Saint Martin, la llegada a una lujosa villa en una roca, sobre una hermosa playa, estaba segura de que nunca había estado en el trópico, ya que jamás llegó más al sur que la isla de Wight. Al fin se quedó dormida y sus sueños estuvieron llenos de ondulantes palmeras y de la espuma blanca de las olas.
—Será muy distinto a Gales —le dijo a Alun, al día siguiente mientras estaban sentados en el avión, volando sobre el Atlántico. —¿Qué lo será? —preguntó él y aunque lo hizo con tono indiferente, pudo sentir su repentina tensión al oírla mencionar Gales. —La isla de Saint Martin, adonde vamos —contestó, mirando por la ventana las nubes y el cielo azul que los rodeaba. —¿Te acuerdas de Gales entonces? —inquirió Alun con voz baja. —Un poco, no mucho. Recuerdo la niebla, unas paredes blancas que brillaban a través de la bruma gris y una planta que crecía en el jardín. Hay un jardín en la granja, ¿no es cierto? —Uno pequeño. —Necesita que le arranquen las hierbas porque no lo cuidas muy bien —lo amonestó—. Imagino que estabas demasiado ocupado escribiendo — lo miró y sonrió con ternura—. Dai Jones me dijo que sería mejor que se fusionara tu granja con la de él. Así podrían administrarlas de forma más eficiente y… —se interrumpió y lo contempló con los ojos muy abiertos—. Alun —susurró—, ¿escuchaste lo que dije? Recordé algo de Gales, recordé a un hombre llamado Dai Jones, muchas ovejas y dos perros. ¿Existe ese hombre? ¿No lo habré imaginado? —No, Dai Jones existe y lo conociste cuando estuviste en Gales. Su granja está junto a la mía. —¡Oh, gracias a Dios por eso!—Jessica se reclinó en el asiento, aliviada y cerró los ojos. El esfuerzo la agotó y ahora, de nuevo, su mente estaba en blanco. Se hundió en un sueño intranquilo. Unas horas más tarde observaba desde el avión la gran ciudad americana, con sus edificios grises y blancos brillando bajo el pálido sol de noviembre. Le sorprendió ver muchos árboles entre los edificios, los puentes cruzaban el agua azul-gris, uniendo la isla de Manhattan con la tierra firme y Long Island. Por debajo de los puentes pasaban, despacio, grandes barcos de carga. Una hora y media después se encontraba en otro avión, despegando de nuevo. Durante un rato pudo ver tierra a través de la ventana, campos verdes y amarillos, espesos bosques y ríos brillantes. Después, las nubes envolvieron el avión y todo se perdió de vista.
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Jessica se sentó tensa, evitando mirar a Alun. Desde que había mencionado á Dai Jones, desde que se quedó dormida en el otro avión, recordó mucho más sobre Gales. Ahora sabía por qué fue allá. Había ido a pedirle el divorcio para poder casarse con otro. Aún no lograba recordar quién era ese hombre, ni la respuesta que le había dado Alun a su petición. Quería decirle lo que había recordado, pero no se atrevía. Si él sabía que pudo acordarse de Gales y de todo lo que sucedió allí, quizá pensara que ya no tenía que quedarse con ella. Podría cambiar de idea sobre las vacaciones en un paraíso tropical. Por ese motivo permaneció en silencio, guardando para ella todo lo que había recordado sobre su visita a Gales y, además, porque no quería saber lo que él respondió a su petición de divorcio. No quería divorciarse de Alun, quería vivir con él el resto de su vida, porque ahora comprendía que lo amaba y que siempre lo amó. Mientras viviera, no habría otro hombre para ella. Alun era su primer y único amor.
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Capítulo 6 El cielo formaba un arco azul brillante y en el lejano horizonte había pequeñas nubes que se movían muy despacio. El aire era cálido, pero no húmedo, impregnado del aroma de las plantas exóticas y del olor salado del mar. Abajo, en una playa, las olas susurraban acariciando la arena bañada por el sol caliente. Reclinada en un sillón, en una terraza de piedra que parecía colgar entre el cielo y el mar, Jessica estaba tomando el sol, con la piel clara cubierta con loción bronceadura y la cabeza protegida por un sombrero de paja. Estaba acostada boca abajo, tratando de leer un libro. Pero no lograba concentrarse y con un suspiro que revelaba su aburrimiento, lo cerró y dándose vuelta se incorporó para mirar el mar. Era de color azul brillante y aunque tenía puestos lentes oscuros, tuvo que cubrirse los ojos con una mano debido al reflejo del sol en el agua. Al fin localizó la forma de la pequeña vela, un triángulo sobre la silueta brillante de una tabla. Mientras lo observaba, la vela .aumentó de tamaño al acercarse a la playa y pudo distinguir los colores: naranja con una doble franja amarilla. También pudo ver la figura de la persona que controlaba el velero. Sabía que se trataba de Alun, disfrutando de uno de los deportes al aire libre que dominaba tan bien. Lo perdió de vista al quedar oculto por una roca que sobresalía unos cuantos metros debajo de la terraza y donde una piscina brillaba como una joya de color turquesa. Se reclinó de nuevo y cerró los ojos, suspirando. Pronto iría a verla Alun a la terraza para preguntarle cómo se sentía. Después que ella le contestara, se sentaría un rato a su lado mientras crecía la tensión entre ellos, de forma lenta pero inevitable, hasta que uno de los dos decidía moverse, buscando una disculpa para dejar al otro y entrar en la casa o ir a la playa. Con una ligera exclamación de disgusto, Jessica se incorporó contemplando el Mar Caribe, azul bajo los rayos del sol. Ella y Alun llevaban dos semanas en el Capricho del Rey, que era el nombre de la villa. Otra semana más y tendrían que regresar a Inglaterra, terminarían las vacaciones que planearon para que Jessica recuperara por completo la salud. Ella regresaría a trabajar a Lithgow Limitada como diseñadora de muebles y Alun, ¿adónde iría él? ¿Regresaría a Gales? ¿Volvería a Whitewalls para poner en marcha la escuela con Mavis Owen? No lo sabía, pues él no le había mencionado cuáles eran sus planes y porque ella tampoco le preguntó qué pretendía hacer. No lo hizo ya que no quería decirle que había recordado todo lo que sucedió en Gales y durante los dos años de su separación. Temía confesar la verdad porque creía que, tan pronto como él supiera que había recuperado la memoria, la dejaría. Mientras creyera que seguía enferma, permanecería a su lado, desempeñando el papel del esposo considerado y atento. Dejó escapar un gemido y escondió el rostro entre las manos. Esa estancia en un paraíso tropical, las vacaciones en las que puso tantas esperanzas, se habían convertido en un infierno para ella. Todo por su culpa, al no atreverse a decirle la verdad a Alun.
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Dos semanas de estar juntos y al mismo tiempo sin estarlo, pues él la había tratado con mucho cuidado, sin mostrar nunca su deseo de hacerle el amor. Los besos que se dieron fueron breves muestras de afecto intercambiadas al encontrarse y despedirse, por la mañana cuando se reunían a desayunar y por la noche, cuando se iban a sus habitaciones separadas. Al principio, ella comprendió el motivo por el cual Alun no compartía su dormitorio. Aún estaba recuperando su fuerza y le agradeció que se contuviera, pero ahora le parecía que él no deseaba hacerle el amor. ¿Por qué? Conocía muy bien la respuesta. Porque ya no la amaba, no quería que siguiera siendo su esposa y una vez que todo esto terminara y no hubiera duda alguna de que estaba recuperada por completo, le hablaría del divorcio. Era bondadoso, mucho más que lo que había imaginado, pero en algunos momentos encontraba cruel esa bondad y deseaba que se comportara con naturalidad, que la atormentara con palabras, que se riera de ella, pero ante todo, anhelaba que le hiciera de nuevo el amor. Estaba deseosa de que la tocara, de sentir su posesión. Ya estaba sana de nuevo, cada parte de su cuerpo funcionaba perfecta mente y necesitaba expresar sus emociones. Alun llegó, descalzo y vestido con unos pantalones cortos, el torso desnudo, fuerte y bronceado, llevaba dos vasos de jugo de naranja con un poco de ron. Le entregó uno a Jessica y acercando uno de los sillones, se sentó. Hizo un ademán con su vaso, como brindando y tomó un largo sorbo. —¿Qué hiciste esta tarde?—le preguntó. —Estuve leyendo. —¿No has nadado? —No. —Deberías hacerlo todos los días. —Ya estoy cansada de nadar, sobre todo, sola. —Pudiste acompañarme a navegar. —No sé hacerlo. —Te podría enseñar. Se produjo un breve y tenso silencio. Estaban a punto de discutir, podía adivinar la irritación que sentía Alun hacia ella. En otras circunstancias, si su comportamiento fuera normal, ya habría explotado y le hubiera dado una demostración de su violento temperamento gales. La inactividad era algo que él nunca pudo comprender y que jamás practicó. Siempre necesitaba hacer algo: escalar, montar a caballo, nadar, cualquier cosa que lo mantuviera en movimiento. Las últimas dos semanas que había pasado con ella, ayudándola a recuperarse, con toda seguridad fueron un infierno para él. —¿Alun?
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—¿Sí? —no la miró y pareció estar más interesado en el líquido que contenía su vaso. Tenía las piernas estiradas y Jessica sintió un intenso deseo en su interior, tragó con dificultad y sujetó con fuerza sus rodillas con las manos. —Suponiendo… suponiendo murmuró—, que nunca recupere por completo la memoria, que jamás pueda recordar lo que ocurrió desde… desde tu regreso de Sudamérica, ¿qué harás? Alun lo pensó con calma antes de contestar. Terminó de beber y jugueteó con el vaso como si se tratara de un muchacho. Jessica cerró los puños, su comportamiento la molestaba y deseó quitarle el vaso de las manos y obligarlo a mirarla, insistiendo en que contestara su pregunta. Al fin él se incorporó, dejó el vaso vacío sobre su mesa que se encontraba entre ellos y apoyando los codos en las rodillas y posando el rostro en sus manos, la miró. —¿Estás segura de que no has recordado nada más sobre esa época? —le preguntó con frialdad—. Cuando veníamos en el avión, me pareció que te acordaste de muchas cosas sobre Gales. ¿No has tenido más recuerdos? Ante una pregunta tan directa, Jessica se reclinó en el asiento, observando su propio vaso. —¿No crees que te lo hubiera dicho en ese caso? —respondió temblorosa. —No lo sé. ¿Lo habrías hecho? —Aún no has contestado mi pregunta —insistió ella—. ¿Te importaría que nunca recordara lo que sucedió en los últimos dos años? —¿No es mejor que digas que si me importaría que decidieras no recordarlo?—inquirió Alun, cortante y desdeñoso—. No estoy seguro, tendré que pensarlo —añadió, levantándose—. ¿Quieres otro trago? —No, gracias. —Yo sí —informó alejándose hasta desaparecer detrás de los arbustos que cubrían la entrada a la sala. Sola en la terraza de nuevo, Jessica tomó otro sorbo y esperó a que regresara. Aún no sabía qué haría él si le confesara que había recordado lo sucedido en los últimos años, si le decía que sabía que estuvieron discutiendo sobre el divorcio durante su visita a Gales. Cuando terminó su bebida, Alun aún no había regresado a la terraza, por lo que también entró en la casa. No estaba en la sala y atravesó un corredor que tenía ventanas que podían ser cerradas con persianas de madera en caso de mal tiempo, algo que sólo ocurría en el verano, cuando llegaban las lluvias y los huracanes, según le habían dicho. El corredor conducía a las habitaciones que ocuparan desde llegada, dos dormitorios y un cuarto de baño, además de una pequeña sala. Ninguna de las habitaciones tenía vidrios en las ventanas, sólo persianas,
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tampoco había puertas y los colores eran claros, imitando los tonos del mar. Las dos alcobas estaban separadas por el cuarto de baño. Se dirigió a la habitación de Alun, pero tampoco estaba allí. Sólo vio en el suelo los pantalones cortos que había usado, lo que indicaba que estuvo allí, se cambió de ropa y salió, pero, ¿adónde? Mordiéndose el labio inferior y reprendiéndose por sentirse molesta ya que él no había regresado a la terraza para charlar o acompañarla, porque salió a algún lugar sin ella y no le dijo a donde iba, Jessica se dirigió a su propio dormitorio y se dejó caer en la cama. Más deprimida que nunca, desde que estuvo internada en el hospital en Inglaterra, se quedó acostada durante largo rato, sintiéndose demasiado desdichada para moverse. Se encontraba atrapada en una situación de la cual sólo ella tenía la culpa, engañó a Alun durante casi dos semanas y él lo había adivinado. Al principio, la amnesia fue provocada, de acuerdo con lo dicho por la doctora Mehta, debido a su temor por enfrentarse con algo que la había lastimado. Ese algo fue su separación de Alun y saber que él aceptaba divorciarse para poder asociarse con Mavis Owen. Esto seguía provocándole una intensa molestia y dolor y comprendía que aún continuaba negándose a enfrentar la realidad, fingiendo que no recordaba con la esperanza de que Alun llegara a olvidarlo también. Pero en vez de que su relación volviera a ser como antes de separarse, había empeorado. No estaban más cerca el uno del otro, eran como dos desconocidos, corteses extraños que vivían bajo el mismo techo, compartiendo una mentira, una farsa que cada vez los separaba más. La habitación se oscureció al ponerse el sol y comenzó a escucharse en el exterior el ruido de las ranas. Se iniciaba la noche tropical, misteriosa y excitante. Jessica se levantó y fue hasta el cuarto de baño, tomó una ducha y después regresó al dormitorio para ponerse un vestido sencillo de algodón rojo. Eran casi las siete de la n0che, la hora en que siempre servían la cena. ¿Regresaría Alun a tiempo? No lo encontró en la sala ni en la terraza y tampoco había llegado cuando la sirvienta entró para informarle a Jessica que la cena estaba lista para servirla, si quería pasar al comedor. Al igual que la sala, el comedor estaba abierto en dos lados, de modo que el aire pudiera circular. Las velas encendidas lanzaban destellos en las jarras de vidrio y sobre la mesa había pequeños manteles de encaje sobre los cuales relucían los cubiertos de plata. —Llamó el señor Gowe desde el aeropuerto —informó la doncella—. Dice que no le espere a cenar, pues el avión que fue a esperar está retrasado y llegará en media hora. —Oh, de acuerdo, gracias —repuso Jessica, sintiéndose aliviada. Eso quería decir que Alun no se había marchado para siempre. Se preguntó a quién esperaba en el aeropuerto.
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—¿Quiere que sirva la comida?—le preguntó la sirvienta. —Sí, por favor —de pronto se dio cuenta de que tenía apetito y pensó que gran parte de su depresión se debía al hambre. Se lo diría a Alun esta noche, decidió, mientras probaba el delicioso coctel de camarones. Le confesaría que había recordado todo o al menos casi todo, lo que sucedió durante los dos últimos años. No entraría en muchos detalles, tan sólo le diría: "Lo recuerdo" y esperaría su reacción. Sí, eso era lo mejor; no podía seguir en esas condiciones. Tenía que abrir las puertas de la comunicación entre ellos, de alguna manera. Si no lo hacía la situación se volvería más tensa. Con el apetito estimulado por esa decisión, comió todo lo que le sirvieron en el plato; el coctel de camarones, ensalada, un pescado asado con pequeñas patatas y bróculi, fresas a la Romanoff y también bebió dos copas de vino blanco. De repente se sintió contenta, como si estuviera festejando algún acontecimiento… la recuperación de su memoria. Sonrió con algo de ironía al pensar en esto y fue dominada por un súbito deseo de tener a Alun allí, con ella, para celebrarlo. Había terminado de comer y estaba sentada en la sala, tratando de leer, cuando escuchó voces. Una era profunda y femenina y la otra, ronca y sensual, le pertenecía a Alun. El sonido llegó de la terraza y Jessica alzó la vista, sintiendo acelerarse los latidos del corazón, como siempre le sucedía cuando su marido estaba cerca. Llegaron juntos, la mujer alta, tenía puesto un sombrero de paja delicadamente tejido, que le cubría la cabeza, escondiendo el cabello y Alun, un poco más alto que ella, estaba muy atractivo con el profundo bronceado de su piel contrastando con la camisa blanca y los pantalones del mismo color. Los dos reían y parecían íntimos amigos, pensó Jessica, embargada por los celos. La mujer, que era delgada y también elegante, vestía unos pantalones blancos y ajustados que realzaban las suaves curvas de sus largas piernas y una blusa rosada de mangas largas y amplias. El cuello abierto de la blusa descubría unas brillantes cadenas de oro y en una de las muñecas usaba brazaletes, también de oro. Al llegar a la puerta, sus ojos recorrieron el lugar y vio a Jessica. Se dirigió directamente hacia ella, caminando con pasos elásticos que, de cierta forma, le recordaban los de una pantera. Con cortesía, Jessica se levantó y sonrió insegura. Una mano larga y delicada se extendió hacia ella, un rostro con algunas arrugas le sonreía y al estudiarla, unos hermosos ojos dorados lanzaron destellos de interés. La mujer era mucho mayor de lo que había pensando, de más de cincuenta años y quizá cerca de los sesenta. —¡Tú debes ser Jessica!—exclamó la mujer—. Estoy encantada de conocerte al fin, soy Ashley King. La última capa que cubría la mente de Jessica se desvaneció con violencia y una luz cegadora inundó su cerebro. —Mucho gusto —murmuró, mientras sentía cómo le estrechaba la mano—. Usted… usted es de Nueva York, Alun la visita con frecuencia —se
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detuvo sorprendida al darse cuenta de lo que acababa de decir. Había recordado algo nuevo, algo que estuvo bien escondido en la profundidad de su subconsciente. Se acordó de que ella y Alun discutieron por esa mujer. Cubrió sus labios con una mano y miró a Alun, quien estaba de pie detrás de Ashley King. La miraba con fijeza y un suave destello de sarcasmo iluminaba sus ojos. Retirando con rapidez la mano de la de Ashley, se dio la vuelta y salió corriendo hacia la terraza, bajó los escalones y siguió por la vereda que conducía a la playa. Pudo percibir que la arena suave cedía bajo sus pies mientras caminaba junto al agua, tratando de sobreponerse a la terrible sorpresa que recibió cuando le presentaron a Ashley King. ¿Cómo pudo Alun hacerle eso? ¿Cómo podía ser tan cruel para enfrentarla con la mujer que fue su amante? Ahora él sabía, sin lugar a dudas, que ya no sufría de amnesia. Ella misma se había delatado al reconocer el nombre de Ashley King y hacer el comentario de que venía de Nueva York. Alun hizo eso para descubrirla, de forma deliberada no le informó esa tarde que Ashley iría a visitarlos. ¿Se quedaría Ashley en la villa?, esperaba que no. No creía que pudiera soportar un ménage á trois: ella, Alun y su amante. Se sintió enferma cuando sus instintos puritanos se revolvieron ante la idea de esa perversión. Tendría que irse, debía marcharse ahora mismo, preparar las maletas y pedirle a Pierre que la llevara a Marigot para hospedarse allí en algún hotel. Mejor aún, que la llevara a Philipsburg a pasar la noche. Era un pueblo mayor, de más movimiento y le resultaría sencillo ocultarse allí. Al día siguiente haría todos los preparativos para regresar a Inglaterra, de alguna forma; por suerte tenía dinero, su madre se lo había dado. Una vez tomada la decisión, regresó a la casa, dirigiéndose a los dormitorios por una vereda que serpenteaba entre los arbustos con el fin de no tener que encontrarse de nuevo con Ashley King y Alun. En su cuarto, comenzó a preparar las maletas; ya había terminado una y estaba haciendo la otra, cuando Alan entró en la habitación. Se reclinó contra la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho. —Te comportaste de forma muy descortés al dejarnos sin decir una sola palabra —informó él con frialdad—. ¿Adónde fuiste? —Me sentí mal y salí a dar un paseo por la playa, para aclarar la mente —replicó, cortante, mientras seguía guardando su ropa. —¿Y qué haces ahora? —¿No puedes verlo? —contestó con deliberada brusquedad—. Estoy recogiendo mis cosas; no puedo permanecer aquí más tiempo, no puedo quedarme mientras esa… esa mujer de Nueva York esté en la casa —le tembló un poco la voz al pensar en cómo la había insultado él, al invitar a Ashely King y hospedarla en la misma casa con ella; ¿cómo era posible que él, a quien amaba tanto, pudiera ser ; tan depravado?
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—Esa mujer, como la llamas tú, resulta ser la dueña de esta casa — contestó Alun, arrastrando las palabras—, y yo no la invité. Siempre viene aquí en esta época del año. —Oh —sus manos comenzaron a moverse de nuevo, doblando una y otra vez la ropa interior. Apenas sabía lo qué hacía por lo alterada que estaba—. Eso no cambia nada, me voy de todas formas. —¿Porque has recuperado la memoria? —preguntó él con tono burlón —. ¿Porque has recordado que vivimos separados durante dos años antes que vinieras a verme a Gales? ¿Porque te acordaste de que querías divorciarte de mí para casarte con otro? ¿Es por eso que te marchas? —el tono amenazador de su voz le indicó que estaba a punto de explotar y Jessica lo miró, preocupada. Alun se estaba acercando y sus ojos lanzaban destellos de ira y de algo más, algo que se parecía mucho al odio—. Estabas mintiéndome, ¿no es cierto? Todo el tiempo, desde que llegamos, has estado engañándome, .fingiendo que no podías recordar. Te aprovechaste de mi compasión y al mismo tiempo me mantenías a raya… —Yo… yo iba a decirte la verdad esta noche —susurró, alejándose de él—. Te lo aseguro, pensaba hacerlo, Alun, yo… yo lo recordé todo, pero… no me acordaba de Ashley. La había olvidado y cuando la vi, fue como una luz cegadora que me cruzó la mente y yo… recordé que tenías una aventura con ella y que ese fue el motivo por el que peleamos, por lo que permaneciste separado de mí todo este tiempo. ¿Oh, cómo pudiste hacerlo, Alun? ¿Cómo pudiste tener una aventura con ella? ¡Es lo bastante vieja para ser tu madre! —¡Ella es mi madre, pequeña estúpida! —replicó entre dientes y sujetándola con fuerza, la atrajo hacia su cuerpo duro y esbelto, obligándola a levantar el rostro; él inclinó la cabeza y le quemó los labios con el calor y la dureza de los suyos, haciéndola gemir. —¡Alun, no! Por favor, espera, déjame explicarte. No sabía que tu… nunca me hablaste de tu madre. —No quiero más explicaciones ni disculpas —jadeó, con los ojos lanzando destellos dorados—. ¡Eres mi mujer y voy a hacerte mía ahora mismo! ¡No podrás mantenerme a raya más tiempo con tus mentiras! Se había vuelto loco y estaba arrastrándola en su locura, pensó Jessica mientras los labios de Alun buscaban los suyos de nuevo. ¿Cuál era la mejor forma de hacer frente a un loco? ¿No era seguirle la corriente? ¿Hacer en parte lo que deseaba? Pero él la obligó a cumplir con todos sus deseos y ella no pudo resistir sus besos ni las caricias de los dedos largos en sus brazos, tocándole las piernas y el cuerpo. Con la mente nublada por la sensualidad, estaba ansiosa de recibirlo cuando la tomó y la temblorosa explosión final de la pasión fue un alivio que los dos buscaban. Jessica se quedó gimiendo, incapaz de hablar con coherencia. Comenzaba a amanecer cuando Jessica se movió, al fin, regresando del profundo sueño en que había caído y comprendió que un ruido la había
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despertado. Sobre su cabeza giraba, muy despacio, el abano 1; durante un rato permaneció acostada, dándose cuenta de que estaba sola, de que alguien había dormido junto a ella y la cubrió con una sábana y entonces, lentamente, comenzó a recordar lo que sucedió la noche anterior. Bueno, obtuvo lo que quería, ¿no era cierto? Había deseado a Alun y lo consiguió, aunque fuera dominado por la furia y la desilusión. Suspirando, se pasó la lengua por los labios; los tenía lastimados y adoloridos, pensó que debería sentirse avergonzada e indignada por la forma como ocurrió, porque la había tomado motivado por la ira y no por el amor. Sin embargo, no fue así porque ella sintió lo mismo que él: furia y desilusión por la situación en que ambos estaban atrapados. Por otra parte, deseó que se hubiera quedado con ella para que pudieran hablar y darle las explicaciones que él le pidió y que ahogó en su garganta al tomar su boca con aquellos besos apasionados. A su vez, ella lo habría interrogado sobre Ashley King. Quería preguntarle por qué Sally nunca le dijo que era su madre. Quizá pudieran hablar ahora, pensó Jessica dándose vuelta y mirando hacia la ventana abierta. El cielo estaba cada vez más claro y tenía un ligero tinte rosado. Apartó las sábanas, se levantó y de la maleta que había preparado la noche anterior, sacó una bata de casa de algodón y se la puso. Echándose hacia atrás el cabello, pasó junto al baño y entró en la habitación de Alun. La cama estaba sin tocar, él no se encontraba allí y en apariencia, no pasó la noche en su cuarto. Se sintió dominada por el pánico. ¿En dónde estaba? ¿Se habría ido? Corrió hacia el ropero y lo abrió. Vio que aún había alguna ropa, pero pensó si sería toda la que llevó consigo en el viaje. ¿En dónde estaba su maleta ligera, la que siempre usaba cuando volaba a algún lugar a hacer un trabajo? Aunque registró con cuidado toda la habitación, no pudo encontrarla. Tampoco halló parte de su ropa, como los pantalones de mezclilla, camisas y sus botas de campamento. Preocupada, entró en el cuarto de baño. El espejo aún estaba empañado por el vapor y la ducha goteaba. No hacía mucho tiempo que estuvo allí, quizá aún no se hubiera ido. Tal vez estuviera desayunando y pensaba regresar a su habitación más tarde para despertarla y decirle adónde iba antes de partir. Recorrió el pasillo a toda prisa; no lo encontró en la sala ni en el desayunador y no había nadie en la cocina. Regresó a la sala y salió a la terraza. El mar y el cielo estaban teñidos de un color intenso y a la distancia, el horizonte era una línea de color violeta. Los pájaros cantaban entre los arbustos exóticos y de dulce aroma y vio que algunos revoloteaban en el interior de la casa. Alun no estaba allí.
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Abano: Abanico colgado del techo.
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En el momento en que pensaba regresar a su habitación, escuchó el sonido del motor de un coche y vio un automóvil que entraba en la propiedad. Bajó los escalones hasta el sendero y llegó en el momento justo en que se detenía el Cadillac azul oscuro. Se apagó el motor, se abrió una puerta y salió Pierre, alto y musculoso. Caminó hacia la casa, silbando alegre y al ver a Jessica se detuvo bruscamente, con los ojos muy abiertos. Una amplia sonrisa que mostró sus dientes blancos, iluminó el rostro moreno. —Buenos días, señorita —saludó despacio—. Despertó temprano hoy, ¿se siente mejor? —Buenos días. Sí, ya me siento mucho mejor, gracias. ¿De dónde viene? —Fui a llevar al señor Gower al aeropuerto para tomar un avión a Miami —escuchó con atención y miró hacia el cielo—. Creo que su avión es el que está despegando en este momento. ¿Escucha el rugido de los motores? Jessica pudo oír con claridad el ruido de un avión de propulsión a chorro que despegaba y volvió la vista hacia el cielo. Unos segundos más tarde, apareció el avión plateado en pleno ascenso. Dándose cuenta de que Pierre entraba en la casa, Jessica permaneció inmóvil, observando el avión hasta que desapareció de vista. Después regresó a la casa, pensativa. No encontró nota alguna en el tocador. Alun se había marchado sin decirle una palabra, sin darle un beso de despedida. Al descubrir que había recobrado la memoria y sabiendo que recuperó su fuerza por completo y que podía cuidar de sí misma, se había ido, tal vez para cumplir con algún trabajo de la revista en la que trabajaba su madre como editora. Ashley King era su madre y la dueña dé esta casa, el Capricho del Rey. ¿Pero cómo es que nunca lo supo? ¿Por qué no se lo había dicho? ¿Por qué Sally la hizo pensar que Ashley King era más joven y la amante de Alun? ¿Por qué Alun nunca le habló de su madre? Sabía bien la respuesta a esa última interrogante, se dijo mientras caminaba hacia su dormitorio. Las preguntas sobre la familia fueron un tema prohibido en su relación, eso formó parte del convenio. Se habían casado entre ellos, no con sus parientes, aseguró Alun en una ocasión. La familia era algo de lo que él nunca quiso hablar y al parecer, ahora tampoco pensaba hacerlo. Jessica tomó un baño y se puso unos pantalones cortos, una blusa sin mangas y colgó la ropa que puso en la maleta la noche anterior Ya no tenía que marcharse con tanta precipitación, podía hacer preparativos para su regreso a Inglaterra con más calma, ahora que Alun se había ido. —Buenos días, Jessica —Ashley King, vestida con tanta sencillez y elegancia como la noche anterior, se encontraba sentada a una mesa en la terraza donde Pierre le estaba sirviendo el desayuno—. ¿Cómo te
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sientes hoy? —sonrió, mostrando que aún tenía unos dientes hermosos y sanos. —Buenos días —murmuró Jessica, sintiéndose, de súbito, tímida e incómoda ahora que sabía quién era Ashley. Se sentó en la silla que Pierre le acercó—. Me siento muy bien, gracias, señora King. —Por favor, llámame Ashley. No soy la señora King, ni quiero que me llames señora. King es el apellido de mi familia, igual que Martin es el tuyo. —Está bien. Entonces, Ashley, yo… yo sólo quería decirte que siento mucho mi actitud de anoche. Fue una verdadera sorpresa para mí conocerte tan de repente. Verás, había olvidado… —Jessica se interrumpió, sonrojada al recordar lo que olvidó o más bien, aquello que de forma deliberada borró de su mente. En una ocasión había pensando que Alun tenía una aventura con una mujer llamada Ashley King y se separó de él por eso. —Alun me lo explicó —repuso Ashley sonriéndole—. Me dijo lo de la amnesia después del accidente —desapareció la sonrisa y la miró con afecto—. Debió ser algo terrible para ti, pero me alegro de que ya te encuentres mejor. Sé que Alun ha estado muy preocupado por ti y bastante desilusionado por el hecho de que la estancia aquí no te haya ayudado a recuperar la memoria. Él sabía que no se podría quedar contigo hasta el fin del mes, pero no quería dejarte sola; por ese motivo me llamó por teléfono y me pidió que viniera a quedarme contigo por un tiempo, mientras él iba a Nueva Guinea para reunirse con Bruce Kerowski. Bruce es uno de nuestros mejores fotógrafos y los dos han estado reuniendo información sobre bosques tropicales donde llueve todo el año, para publicarla en la edición de marzo de nuestra revista. —Oh, ya veo —murmuró Jessica con cierta rigidez. Pierre le sirvió jugo de naranja y le llevó una jarra de café. Jessica le pidió croissants y mermelada de fresa, después de lo cual el hombre se retiró. La joven tomó un sorbo de jugo y enseguida, para no cambiar de idea, comentó—: No supe, hasta anoche, que eras la madre de Alun. —¿No lo sabías? —pudo ver la sorpresa en la mirada de Ashley, quien después rió—. ¡Es típico de Alun no habértelo dicho! Es una persona reservada, como estoy segura de que ya te has dado cuenta en todos estos años, eso es lo que tiene de gales. Huw también era así, muy orgulloso e independiente, no permitía que nadie conociera sus pensamientos y emociones, excepto en la poesía —Ashley se detuvo y después añadió—: Esa encantadora poesía lírica suya que ninguno de nosotros podrá entender, excepto leyendo una traducción, pues todo lo escribió en gales —miró a Jessica—. ¿Tú llegaste a conocerlo? —Sí, en una ocasión, aunque no por mucho tiempo —llegó Pierre con los croissants y la mermelada; Jessica se sirvió un poco de café y abrió un croissants, preguntándose cómo podría plantear la siguiente pregunta sin parecer demasiado curiosa—. ¿También estuve en su casa el pasado junio. Alun se encontraba viviendo allí.
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—¿En Whitewalls? —inquirió Ashley con expresión soñadora—. Yo también estuve en la casa, antes y después del nacimiento de Alun. Es un lugar muy bonito, pero yo no podría vivir allí. Para mí era demasiado alejado, con mucha niebla y misterio —sonrió con ironía—. Soy un pájaro de ciudad y para mí, la ciudad debe ser Nueva York. Sólo puedo quedarme aquí un poco tiempo. ¿Es… ese el motivo por el que lo dejaste, me refiero, por supuesto, a Huw Gower? Interrogó Jessica, vacilante. ¿Porque no podías vivir donde él quería? Ashley observó su rostro con ojos entrecerrados. —Alun no te ha contado nada, ¿no es cierto? —repuso—.Él piensa que lo puedes comprender sin conocer su pasado —dejó escapar un suspiro y se reclinó en su silla—. Entonces creo que es mejor que te enteres de algunas cosas —sonrió de nuevo, con cierta ironía. Jessica reconoció esta sonrisa, pues Alun la había heredado de su madre. —Después de todo, ¿para qué son las suegras? —en esta ocasión, Ashley rió a carcajadas—. No lo creerás, pero nunca pensé que me convertiría en suegra. Me sorprendí mucho cuando Alun me dijo que se había casado; el matrimonio no ha sido nunca su estilo de vida. —Otras personas me han dicho lo mismo —respondió Jessica. —¿Qué personas? —Su hermana Margian y Sally Fairbourne, su prima. —Vaya. Bien, Margian lo conoce muy bien, después de todo crecieron juntos en Whitewalls. Pero esa prima Sally, ¿quién es? Creo que nunca oí hablar de ella. —En realidad, no estoy segura del parentesco, pero su familia vivía cerca de mi hogar en Beechfield. Fue en casa de los Fairbourne donde conocí a Alun. —No sé quiénes son. Verás, nunca me casé con Huw —confesó Ashley con frialdad. —¿No estaban casados?—murmuró Jessica, asombrada. —Él estaba casado con otra persona, la madre de Margian y quizá fuera una Fairbourne. Por desgracia, su mujer murió poco después que naciera Margian. Conocí a Huw cuando asistí a una universidad en Inglaterra, para tomar un curso de posgrado. Él fue a darnos una conferencia sobre la influencia del ritmo y las imágenes galesas sobre los poetas que habían escrito en inglés —de nuevo vio una expresión de ensueño en los ojos de Ashley mientras revivía el pasado—. Aún ahora puedo recordar la impresión que me causó. En esa época tenía unos cuarenta años, era alto, de cabello negro, con el rostro demacrado pero bien parecido. Aún se encontraba deprimido por la muerte de su esposa. Imagino que se parecía a un poeta romántico y lo era en realidad. Me enamoré de él e hice todos los esfuerzos posibles por conocerlo. Para mi
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sorpresa, Huw respondió a mis indirectas y me invitó a que lo visitara en Gales. Llegué a Whitewalls y me hospedé allí durante un tiempo. Fuimos muy felices juntos. —Entonces, ¿por qué no te quedaste con él para siempre? Nunca me lo pidió contestó Ashley, supongo que aún estaba enamorado de su esposa. En cuanto a mí, también soy muy independiente y tenía mi vida bien planeada. Quería regresar a Nueva York para trabajar en la revista que había fundado mi padre y no estaba interesada en la vida hogareña —sonrió con ironía—. Me sentí muy molesta cuando descubrí que estaba embarazada. Por supuesto, pude haberlo ocultado a todos y abortar, pero ese pensamiento nunca me pasó por la cabeza. El niño que había concebido era resultado de mi amor por Huw, así que cuando Alun nació, le escribí y se lo dije. Se sintió encantado de tener un hijo y me pidió que le llevara a Alun para que viviera con él y creciera en Gales. Así fue, le entregué a Alun; en esa época, Margian tenía tres años. Creo que no sabe que Alun es su medio hermano. Sólo hay una persona en Gales que está enterada de que yo soy la madre de Alun; un íntimo amigo y vecino de Huw, se llama David Jones. Y ahora tú también conoces la verdad. ¿Representa eso alguna diferencia para ti? —Sí, así es. Verás, en una ocasión Sally Fairbourne me dijo que Alun tenía una aventura con una mujer llamada Ashley King; Creí lo que me decía y me puse furiosa. Alun y yo discutimos por ese asunto y él se fue; hemos estado separados durante casi dos años hasta que resulté herida en aquel accidente. —Eso me dijo él; también me contó que habías ido a verlo a Gales para pedirle el divorcio. ¿Aún lo deseas? —Si él lo quiere, aceptaré —murmuró Jessica—. No quiero interponerme entre él y lo que desea hacer. Lo amo demasiado para hacerlo sufrir. —Pero tenía la idea de que en realidad eras tú quien deseaba el divorcio, para poder casarte con otro hombre; alguien que sería un mejor esposo, que se quedaría contigo todo el tiempo, que te daría seguridad e hijos. ¿Es eso lo que quieres? inquirió Ashley, sorprendida. Jessica frunció el ceño y se mordió el labio inferior mientras jugaba con el resto del croissant en su plato. Después de un rato, alzó la vista y enfrentó la mirada de Ashley. "Es una mujer atractiva", pensó. "Y debió ser muy hermosa hace treinta y siete años, cuando conoció a Huw Gower. Es fuerte también, más que yo. Lo suficiente para vivir su vida sin el hombre amaba. Tuvo el valor necesario para renunciar a su hijo. No es que yo pudiera hacerlo; soy demasiado posesiva, ahora me doy cuenta de ello. Quiero que Alun sea siempre parte de mi vida, y de seo ser la madre de sus hijos. Imagino que estoy chapada a la anti gua". —Di lo que sientes, Jessica —insistió Ashley con suavidad—. No temas enfrentarte con la verdad.
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—Yo… yo quisiera tener siempre a Alun a mi lado —confesó Jessica—, pero temo que si… que si le demuestro ser posesiva, se marchará de nuevo para nunca regresar. Lo amo y quisiera tener a sus hijos. No quiero casarme con ningún otro hombre y no necesito hacerlo ahora. —Entonces, tienes que decírselo a Alun cuando regrese de Nueva Guinea, porque no creo que él sepa lo que piensas —aconsejó Ashley con ternura. —Pero… quizá no vuelva a mí cuando termine su trabajo. No estoy segura de que regrese. Verás, anoche no estaba muy contento conmigo y se fue esta mañana sin decirme a donde iba, sin despedirse. —Sé que lo hizo y me molesté mucho con él por irse sin hablarte. Vino a verme antes de partir hacia el aeropuerto y me dijo que dormías tan profundamente, que no quiso molestarte. Él se había quedado dormido y temía perder el avión; me pidió que te lo explicara y aseguró que te llamaría tan pronto como pudiera. Regresará cuando él y Bruce tengan la información y las fotografías necesarias para terminar la serie de artículos. Eso será en Navidad —se detuvo y después añadió—. Si lo deseas, puedes quedarte aquí hasta que vuelva, te lo ofrezco con mucho gusto. —Oh, no, este lugar es precioso, me gusta la casa, la isla y su gente, pero debo regresar a Beechfield ahora que ya estoy bien. Quiero volver a mi trabajo. También yo tengo un empleo, como diseñadora de muebles — contestó Jessica. —Sí, lo sé y comprendo tu deseo de regresar. Pero, por favor, quédate otra semana. Así tendremos tiempo para conocernos mejor y considero que ya es hora de que lo hagamos, Jessica. —Gracias, me encantaría quedarme contigo —repuso Jessica con gran sinceridad.
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Capítulo 7 Una semana más tarde Jessica abandonó Saint Martin y Ashley fue a despedirla al aeropuerto. Temprano, la mañana del día siguiente, llegó a Heathrow donde la esperaba su madre. —¡Te veo mucho mejor! —exclamó Anthea—. Pero tienes que ponerte un abrigo antes que salgamos a buscar el coche. Está helando allá afuera por una inesperada onda fría. Los árboles, campos y arbustos aparecían cubiertos de una capa de hielo que lanzaba destellos bajo los rayos de un pálido sol amarillento. Mirando por la ventana del coche mientras su madre conducía, Jessica se sintió como si hubiera estado ausente durante años, en vez de sólo tres semanas. Entonces recordó que antes de ir al Caribe, en realidad no había estado ni en Buckinghamshire ni en Beechfield; se encontraba en el limbo, así fue su vida en el hospital, sin memoria. Ya habían pasado seis meses desde que inició el viaje a Gales par ver a Alun y en ese tiempo, ella cambió. Antes era una joven insegura e indefensa que se dejaba influir con facilidad por lo que decían otras personas sobre Alun, pues ni siquiera se conocía a sí misma. Entonces no supo qué deseaba de la vida o de él. Ahora lo sabía y estaba dispuesta a ser paciente con Alun a esperar a que regresara y cuando lo hiciera, le confesaría sus sentimientos. La semana que pasó con Ashley en Saint Martin fue maravillosa. Tranquila e informal, Ashley demostró ser una acompañante ideal; la llevó a visitar a otros neoyorquinos dueños de lujosas villas, uno de ellos, era un músico de jazz muy famoso que vivía en un lugar llamado La Ensenada de la Ostra; otro, un productor de televisión y después conoció al autor de varios libros muy vendidos, algunos de los cuales habían sido llevados al cine con gran éxito. A dondequiera que iban, Ashley la presentaba, simplemente, como a una joven inglesa amiga suya. Ninguno de ellos tiene por qué conocer nuestra relación le dijo su suegra. Después de todo, nadie sabe que Alun es mi hijo y, además, no es asunto tuyo. Yo no les pregunto si los jóvenes que viven en sus villas son sus hijos o sus nietos, ni me interesa saberlo. Mi vida privada es algo sagrado para mí e igual le sucedía a Huw. Espero, Jessica, que tú la respetes también y no digas a nadie en Inglaterra que soy la madre de Alun. —¿Ni siquiera a mi madre? —preguntó la joven. —Ni siquiera a ella. ¿Podrás hacerlo? —Sí, lo prometo. En ese momento, miró de reojo a Anthea. Nunca se lo diría, pues no dudaba de que se sentiría turbada al enterarse de que Alun era hijo ilegítimo. Además, Anthea nunca comprendería a Ashley. Saber que la mujer había entregado a su hijo, permitiendo que creciera en el ambiente de las montañas de Gales, protegido durante esos años de formación por
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un poeta que criaba ovejas y vivía alejado de todos, sería algo incomprensible para su madre. Ya que era una persona convencional hasta la médula, estaría en total desacuerdo con el estilo de vida de Ashley. Tal vez tampoco le daría su aprobación a Alun y quizá deseara que su única hija nunca se hubiera casado con él. Su casa en Beechfield le pareció igual que siempre, con los ladrillos rojos reluciendo bajo la luz del sol invernal y los rosales del jardín aún florecían a pesar de la helada. —Me imagino que hoy querrás descansar —comentó Anthea mientras preparaba el té en la cocina—. Yo iré a trabajar como siempre, ¿estás bien? —Te acompañaré a la fábrica. Ya es hora de que sepa exactamente qué clase de trabajo quiere Arthur Lithgow que yo haga. Mamá, ¿has visto a Chris Pollet? —¿Oh, te acordaste de él? —murmuró Anthea sintiéndose incómoda. —Claro que sí, ya, recuerdo iodo. Sé que estaba interesado en ayudarnos cuando nos encontrábamos en aquel problema del embargo del banco. —¿Quería ayudarnos? Nunca me lo dijiste. —Sé que no lo hice. Él, bien, Chris ponía ciertas condiciones que yo debía aceptar y no estaba muy segura de poder hacerlo. —Así que esa es la razón por la que me trató con tanta frialdad cuando lo encontré un día en una reunión de la Asociación de Fabricantes de Muebles —contestó Anthea, frunciendo el ceño. —¿Cuándo fue eso? ¿Cuándo lo viste? —Hace dos semanas. Me preguntó por ti y le dije que estabas de vacaciones en el Caribe. Parecía sorprendido y quiso saber cuándo regresarías a trabajar. Ya sabes, Jessica, que nunca me agradó mucho tu relación con él —añadió su madre—. Siempre he considerado que no es tan sincero como parece. Por cierto, ¿en dónde está Alun? ¿Por qué no regresó contigo? —Está en Nueva Guinea, terminando un trabajo. Volverá a casa para el Año Nuevo. —¿Qué quieres decir con "volverá a casa?" ¿Regresará a Gales, o vendrá aquí? —Vendrá aquí o adonde quiera que yo esté —repuso Jessica con convencimiento. Eso era algo más que había aprendido: a estar convencida y comportarse como tal. Sabía que existen más probabilidades de que las cosas resulten como uno las desea si se toma una actitud positiva ante la vida. —¿Quieres decir que de nuevo están juntos? —preguntó Anthea—. ¿Ya no vivirán separados excepto, desde luego, cuando él tenga que salir a un trabajo?
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—Sí, así es. —Me alegro; me agrada Alun, sentía pena por él cada vez que tu padre gruñía porque te había seducido. Siempre pensé que, a pesar de tener un estilo de vida tan extraño, en realidad es una persona fuerte, capaz de superar cualquier crisis. Y así fue, vino tan pronto como supo que estabas en problemas y se hizo cargo de todo, salió de vacaciones contigo y te dio todo el apoyo que necesitabas para recuperarte por completo. Espero que sigas casada con él, Jess. —Lo intentaré susurró Jessica. Ahora…ahora que, en realidad, depende de él que sigamos casados. Regresar a su trabajo en la fábrica, de muebles, fue más fácil de lo que pensó. Aunque ahora era una sucursal de Lithgow, Martin e Hijo, Limitada, no había cambiado. Seguía trabajando la misma gente que estuvo allí cuando su padre murió y nadie ocupaba el puesto de Jessica en el departamento de diseño. En poco tiempo empezó a adaptarse de nuevo y a sentirse como si nunca se hubiera ido. Los días se volvían cada vez más cortos y oscuros. Llegó y pasó la Navidad con las acostumbradas fiestas en la oficina, reuniones de vecinos y entregas de regalos. Jessica pasó el día de Navidad tranquila, en casa con Anthea y recibió una tarjeta de Ashley con una nota en la que le decía que el trabajo de Alun iba bien y de acuerdo con lo programado. No supo de él y según pasó el tiempo, llegó el Año Nuevo y los días se fueron alargando; pronto se encontró en febrero y al no tener noticias del regreso de su esposo, comenzaron a atormentarla de nuevo las viejas dudas y temores. ¿Y si no volvía a ella? ¿Y si ya había regresado y se marchó a Gales, junto a Mavis Owen y sus planes para abrir la escuela? ¿Y si no la hubiera perdonado por fingir que no había recuperado la memoria, mientras estaban juntos en Saint Martin? ¿Y si no quería seguir casado con ella? ¿Y si?… ¿y si?… se sentía a punto de enloquecer de tanto pensar y tuvo que hacer un esfuerzo decidido para apartar todas estas ideas de su mente. A principios de febrero, se mudó a un agradable apartamento en uno de los pocos edificios altos de Beechfield. Lo hizo ella para alejarse de la influencia de su madre, y para tener algo en qué ocupar su mente mientras amueblaba el apartamento, tratando de engañarse al decirse que tenía que preparar un hogar para el regreso de Alun. Llevaba una semana en el apartamento, cuando se encontró con Chris Pollet en un centro comercial cercano. —Me agrada verte de nuevo, Jess —la saludó con afecto, estrechándole la mano—. Veo que ya te has recuperado, le diste un gran susto a tu madre. —¿Oh, sabías del accidente? —Por supuesto. Te envié flores pero imagino que no te diste cuenta. Estuviste en coma bastante tiempo, ¿no es cierto?
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—Sí, pero… —frunció el ceño, confusa—. ¿Por qué no fuiste a visitarme cuando me estaba recuperando, cuando salí del estado de coma? —Bueno, esa es una larga historia —contestó él con una sonrisa irónica en los labios—. Por un lado, tu madre te estaba protegiendo demasiado y no dejaba que me acercara —miró a su alrededor—. No podemos hablar aquí, ¿qué te parece si cenamos esta noche? —Me encantaría, ¿dónde? —Hay un lugar pequeño y agradable en Winkleford, se llama Waggoner’s Arms y es muy viejo. Según dicen, parte de la construcción pertenece a la época Isabelina. Tiene pocas mesas y la comida es maravillosa. ¿Vives aún en Wordsworth Glose? ¿Quieres que vaya a recogerte, como a las siete? —No, ahora vivo en la ciudad —repuso Jessica—. En el seiscientos catorce del edificio Beechfield. —¿Sola?—la miró con fijeza y preocupado. —Por ahora sí —contestó con frialdad—. Estaré esperándote en el vestíbulo del edificio a las siete. Nos veremos más tarde. Como siempre que regresaba al apartamento, abrió el buzón en la planta baja esperando encontrar una carta o una tarjeta de Alun, pero sólo había cuentas. ¿Por qué se preocupaba?, se dijo mientras entraba en el apartamento. Él no tenía el menor interés en ella; de lo contrario, habría hecho todo lo posible por mantenerse en contacto de alguna forma, a través de las oficinas centrales de la revista en Nueva York, o por conducto de su madre. Es probable que estuviera perdiendo el tiempo siéndole fiel, esperándolo, confiando en que se resolvería su problema y que después vivirían felices para siempre. Quizá era mejor que se divorciaran y se casara con alguien como Chris Pollet. Tal vez ella no fuera la persona adecuada para el tipo de matrimonio que deseaba Alun, una situación abierta, en la cual ambos estuvieran libres paira ir y venir a su antojo; libre para salir o incluso tener una aventura con otra persona. Quizá, para empezar, nunca debió casarse con él. "¿Qué era el matrimonio, si no un compromiso legalizado?", pensó mientras se cambiaba de ropa, poniéndose un vestido rojo de lana, muy sencillo, que realzaba su esbelta figura. ¿Cómo era posible que un matrimonio fuera abierto? El compromiso significaba la promesa de ser leal y fiel a la persona con la que se deseaba vivir, con la que se quería estar; la persona que se amaba. Eso significaba poner a la persona amada en primer término, incluso antes que uno mismo. Bien, intentó hacerlo, ¿no es cierto? Pero, ¿lo había hecho Alun? Con un abrigo negro de lana sobre el vestido y un pañuelo de seda alrededor del cuello, bajó al vestíbulo del edificio y Chris llegó poco después. Parecía encantado de verla de nuevo y la saludó con una radiante sonrisa.
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—Te veo diferente de cierta forma —comentó él—. Pareces más segura de ti misma. ¿Puedo darte un beso? —Creo que sí —contestó ella riendo y le ofreció la mejilla. Después del breve abrazo, Jessica tomó su mano y caminaron juntos hacia la puerta—. Creo que voy a disfrutar esta velada, hace una eternidad que nadie me invita a cenar. Pronto se encontraron conduciendo por las mojadas carreteras del campo. Winkleford era un pequeño pueblo situado en un cruce de caminos, formado por un grupo de viejas casas alrededor de una iglesia normanda con una alta torre. Frente a la iglesia se encontraba la posada, sus paredes de piedra brillaban bajo los faroles de la calle. Por las ventanas salía una luz de color rosada. En el interior, la suave iluminación lanzaba destellos sobre las paredes cubiertas de madera oscura, en las pequeñas mesas redondas y las viejas sillas estilo Windsor. Un agradable fuego en la enorme chimenea de piedra. —Es encantador —comentó Jessica después de quitarse el abrigo y sentarse a la mesa que les habían preparado—. ¿Desde cuándo sirven comidas aquí? —Abrieron el comedor a principios de julio —contestó Chris—. Tuvieron un buen verano aunque, desde luego, los ayudó el clima. Hizo mucho calor, ¿no te parece? —No lo sé… —susurró—, no estuve aquí. —Cielos, lo siento, había olvidado lo grave que estuviste. El accidente ocurrió cuando regresabas de Gales, ¿verdad? ¿Qué hacías allá? —Fui a ver a Alun. ¿No lo recuerdas? Tú me sugeriste que me pusiera en contacto con él, así que fui a visitarlo. Él no contestó de inmediato porque en ese momento llegó una camarera, vestida con atuendo de campesina para traerles los menos y preguntarles si querían beber algo. Cuando se fue, Chris le dijo: —Recuerdo que te sugerí que te pusieras en contacto con él sobre el divorcio, pero no me acuerdo de haberte sugerido que fueras a verlo —se detuvo y frunciendo el ceño, fingió estudiar el menú—. ¿Le hablaste del divorcio? —Sí, y él me dijo que podía hacerlo si quería, yo… se me hizo tarde cuando salí de su casa y tuve que conducir toda la noche para regresar, pues sabía que el banco nos embargaría si mamá y yo no les presentábamos algún plan de pago. Te llamé por teléfono desde Dolgellau para comunicarte que había decidido aceptar tus condiciones si salvabas a Martin. Sin embargo, no estabas en casa, no contestaste mi llamada. —¿Cuándo llamaste? —Poco después de las seis, fue el jueves por la noche. Me dijiste que estarías de regreso para esa fecha.
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—No pude volver hasta el sábado; hubo una huelga de consoladores de tráfico aéreo. Las compañías de aviación estaban trabajando con muchas dificultades y se demoraron los vuelos —le explicó—. Cuando regresé tu madre ya había vendido el negocio a Lithgow —hizo una mueca —. Fue mejor que lo hiciera, porque de todas formas no hubiera podido ayudarlas a salir del problema que tenían. —Oh, ¿por qué? —Mi propia compañía se vio en problemas financieros y tuvimos que reducirnos, despedimos a mucha gente y empezamos a planear de nuevo nuestras operaciones, así que no hubiera podido fusionarme con ustedes. Por suerte, ya estamos saliendo de esa situación. Ordenaron la comida y la camarera se alejó de nuevo. Chris sirvió vino en las copas. —¿Y qué haces ahora? —preguntó interesado—. ¿Trabajas para Lithgow? —Sí, en las oficinas de Martin. —¿Cómo te va? —No muy bien. —¿Por qué no? —Arthur no me da libertad para diseñar por mi cuenta —explicó Jessica—. Tengo que seguir sus lineamientos en todo momento y en ocasiones, siento que sólo me conserva como una especie de soborno, ¿comprendes lo que quiero decir? —Creo que sí —contestó Chris con una sonrisa maliciosa—. No quiere que vayas a trabajar para otra compañía porque quizá seas buena en tu trabajo. ¿Qué te parecería venir a trabajar con Pollet? Ella lo contempló, preguntándose qué habría detrás de su oferta. —¿Puedes pagar lo que gano? —Te ofreceré más de lo que te paga Lithgow —aseguró, arrogante—. No mucho, pero sí más. Precisamente en estos momentos Pollet necesita de un nuevo diseño para llevar a la compañía al punto más alto. —¿Quieres decir, para ganarle a Lithgow? —Exactamente —se inclinó sobre la mesa y los ojos grises se clavaron en los suyos—. Ven a Pollet, Jess y tendrás toda la libertad que quieras para diseñar. Se sintió tentada, pero él la preocupaba. —¿Puedo pensarlo? —Claro, tómate tu tiempo. Recuerda que viniste para disfrutar la velada, así que no hablaremos más de negocios. —Pero, antes que dejemos de hablar de negocios, ¿puedo hacerte una última pregunta?
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—Adelante. —¿Tu oferta lleva consigo alguna condición? —¿Condición? —Sí, la última vez que me ofreciste algo, cuando pensabas fusionarte con Martin y convertirme en tu socia, dijiste que lo harías si… si me divorciaba de Alun, porque no querías que después él apareciera y me reclamara. ,¿lo recuerdas? :—Por supuesto que lo recuerdo contestó con cierta irritación. Pero eso ya no tiene importancia ahora —la miró con fijeza de nuevo—. ¿No querrás decirme con eso que aún estás con él? —él estudió su mano izquierda, con la que sostenía la copa. La luz se reflejaba en el ancho anillo de oro en el dedo—. Maldición, no me había dado cuenta —murmuró y después la observó, frunciendo el ceño—. ¿Sigues casada con él? —Sí, sigo casada con él. —Pero me dijiste que vivías sola en el apartamento. —Así es. Alun está de viaje, haciendo un trabajo para la revista. —Pero te estás divorciando de él, ¿no es verdad? ¿Ya solicitaste el divorcio? —inquirió Chris con tono seco. —No. —¿Por qué no? —Yo… bueno… aún tenemos que discutir eso. —Pensé que habías ido a Gales para hacerlo. —Así fue, pero desde entonces, cuando me recuperé del accidente él y yo… vivimos juntos durante un tiempo. —Ya veo —habló con los dientes apretados, la mirada sombría y se reclinó en su silla. —No contestaste mi pregunta, Chris. ¿Insistirás en que me divorcie de Alun si acepto el trabajo que me ofreces? La contempló con detenimiento un rato, antes de contestar, despacio y pensativo. —No, no insistiré en esta ocasión. ¿Te facilita eso tomar una decisión? —Sí —respondió, mostrando su alivio al sonreír—. Lo facilita mucho. Ahora dejemos de hablar de negocios y vamos a divertirnos. Eran poco más de las diez cuando el coche se detuvo frente al edificio de apartamentos. Durante el viaje de regreso desde la posada, habían hablado sobre el diseño de muebles y antes que ella abriera la puerta del coche, se volvió hacia Chris y le dijo: —¿Quieres subir al apartamento para ver los dibujos de que te hablaba? ¿Los diseños que he hecho para las sillas que me gustaría tener en el apartamento, si pudiera conseguir que las hicieran?
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—Sí, será un placer —accedió él de inmediato. Chris estacionó el auto y subieron juntos en el ascensor hasta el sexto piso. Cuando entraron, Jessica fue a la cocina y encendió la cafetera mientras él se sentaba en el comedor, estudiando los dibujos que ella había hecho. —¿Y bien? ¿Qué te parecen?—preguntó mientras pasaban a la sala, llevando una bandeja con las tazas, crema, azúcar y la jarra del café. Entonces ella se sentó en el sofá y comenzó a servir el oscuro líquido. —Pienso que eres una diseñadora muy inteligente —respondió Chris, sentándose a su lado—, y si te dan la libertad para crear de acuerdo con tu propio estilo, podrías convertirte en una diseñadora de muebles famosa —tomó la taza de café que ella le ofrecía y la puso en la mesa, volviéndose a mirarla; en ese instante Jessica se dio cuenta de que se encontraba muy cerca de ella—. También creo que eres hermosa, Jess — susurró él—, y no puedo prometer que si comienzas a trabajar conmigo, podré mantener mis manos alejadas de ti. ¿Qué piensas sobre las insinuaciones sexuales en el trabajo? Se aproximó aún más, mirando de forma deliberada y sugestiva sus labios. Él deseaba besarla, hacerle el amor. "¿Por qué no? ¿Por qué no?", preguntó una voz en el interior de Jessica. "Déjalo, ya eres un adulto y lo que hacen por su propia voluntad dos adultos, es asunto suyo". Entonces abrió los labios, invitándolo. Tan pronto como sus bocas se tocaron, ella cerró los ojos e imaginó que era Alun quien la besaba, que los brazos de su marido la rodeaban, que los dedos de Alun estaban bajando la cremallera de su vestido. Sonó el timbre con insistencia y Chris se apartó de ella. —¿Esperas a alguien? —No —se apartó de él, arreglándose el cabello—. Quizá sea en el apartamento vecino. Sonó el timbre de nuevo, varias veces, como si alguien estuviera impaciente. —Es el tuyo —aseguró Chris, levantándose—. ¿Quieres que abra? —No, está bien. Lo más probable es que sea alguno de los vecinos. Quédate aquí mientras yo voy a abrir. Jessica salió al vestíbulo en el momento en que sonaba de nuevo el timbre. Abrió la puerta, consciente de que Chris la había seguido y deseó que no lo hubiera hecho. No quería que la persona que se encontraba frente a su apartamento lo viera. La puerta se abrió de golpe. —Comenzaba a pensar que no te encontrabas en casa o que me había equivocado de apartamento —protestó Alun entrando en el vestíbulo como si fuera el dueño del lugar.
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—¡Oh! —Jessica se sintió embargada por la felicidad al pensar que había vuelto a ella, que se encontraba allí, en su vestíbulo—. No te esperaba —añadió de inmediato al darse cuenta de que Alun miraba con expresión ceñuda a Chris. —¿No? —se volvió a ella de nuevo, frunciendo más el ceño. Tenía el rostro bronceado y el cabello revuelto; una incipiente barba le cubría las mejillas y el mentón. Parecía que hubiera llegado directamente de la selva de Londres, incluso tenía puesta la ropa verde que usó en el trabajo—. Te envié una tarjeta en la que te decía que llegaría hoy. —¿Cuándo? ¿Cuándo la enviaste y desde dónde? —La semana pasada, desde Nueva Guinea. —No ha llegado aún, pero, ¿cómo supiste mi dirección? —No la sabía; envié la tarjeta a Wordsworth Close. Vengo de allí, tu madre me habló de este lugar. Miró de nuevo al joven. —Él… es Chris Pollet, un amigo mío —balbuceó Jessica apresurada—. Chris, él es Alun Gower. —Hola —saludó Alun con tono indiferente, entrando en la sala con su bolsa de viaje—.Discúlpenme, pero quiero dejar mis cosas en algún lugar, afeitarme y tomar un baño. Cruzó la habitación y se dirigió hacia el pasillo que conducía al dormitorio y el cuarto de baño, como si hubiera vivido allí antes. Chris y Jessica permanecieron inmóviles, mirándose con sorpresa. —Me iré para no ser un estorbo —murmuró Chris, recogiendo su grueso abrigo de lana y se lo puso—. ¿Me avisarás si decides trabajar conmigo? —Sí… sí, lo haré —susurró ella, siguiéndolo hasta la entrada del apartamento—. Muchas gracias por la cena, la disfruté mucho. Buenas noches, Chris. —Buenas noches, Jess. Una vez que cerró la puerta, Jessica se quedó de pie un momento, escuchando el alocado latir de su corazón y sintiendo el calor de sus ruborizadas mejillas. Alun había regresado y la encontró con otro hombre. ¿Qué sucedería ahora? Entró en la sala, recogió la taza que usó Chris y la puso en la bandeja. Después la llevó a la cocina, vació las dos tazas y las lavó. Entonces se dirigió al dormitorio, la puerta del cuarto de baño estaba cerrada e imaginó que Alun se encontraba adentro. La ropa que llevaba puesta estaba tirada en la alfombra gruesa de color claro en el dormitorio, en el mismo lugar donde él la dejó caer. Jessica la recogió, arrugando la nariz con desagrado ante el olor que despedía y la metió al cesto de la ropa sucia. Procedió a desnudarse y colgó su vestido en el armario. Puso las prendas íntimas con el resto de la
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ropa sucia y, tomando una bata de seda, de color azul oscuro, se la puso y después se calzó unas zapatillas. Todo el tiempo su corazón le latía feliz, por el regreso de Alun. Fue a verla antes de marcharse a Gales. —¿Jessica? —la puerta del cuarto de baño se abrió y él empezó a llamarla a voces—. ¿Esta toalla es lo mejor que tienes? ¿No hay una más grande? ¡Esta no serviría para secar a un pigmeo! Había olvidado que quitó la toalla que ella usó y no puso otra limpia. Con rapidez buscó una y se acercó a la puerta del baño que se encontraba abierta y por donde escapaba una gran nube de vapor. Entró, pensando que Alun se estaba bañando en la ducha. —Te la dejé colgada —le dijo. —Gracias —contestó él a su espalda y antes que pudiera darse vuelta, Alun la rodeó con los brazos, estrechándola contra su cuerpo. —Oh, ¿qué haces? —exclamó—. ¡Suéltame! —No, hasta que me digas que hacían tú y Pollet —gruñó, acariciándole la mejilla con la suya y haciéndola sentir su aliento cálido en la oreja, mordiéndole después el lóbulo, con tanta fuerza que la hizo gritar. —No… no hacíamos nada —balbuceó, aturdida—. Él… él también se dedica al negocio de muebles y estaba estudiando algunos diseños míos. —Oh, claro —se burló—. Entonces, ¿por qué tenían esa expresión culpable en el rostro, como si los hubiera atrapado en el acto? —¿Qué acto? —preguntó Jessica con inocencia. —Oh, vamos, Jess —había un tono de irritación en la voz de Alun—. Sabes bien a lo que me refiero, no he perdido la memoria. Ese es el tipo que quería casarse contigo. Es tu amante, ¿no es cierto? —¡No! No lo es —negó Jessica con violencia mientras intentaba escapar de los musculosos brazos—. ¡Alun, suéltame, por favor! ¡Oh! ¿Qué me haces? —Te desvisto. Sabes que tengo el derecho de hacerlo —contestó él con arrogancia. A pesar de su lucha, Alun logró soltarle la bata—. Terminaremos esto en la ducha —informó después, alzándola por la cintura. —¡No!—gritó Jessica, sintiéndose muy indefensa y agitando las piernas con desesperación, hizo que se le cayeran las pantuflas—. ¡Bájame, bájame ahora mismo! —Por supuesto —contestó Alun, sarcástico, dejándola dentro de la tina. Entonces él también se metió y la sujetó con un brazo, mientras cerraba la cortina y abría la ducha. —¡Oh, no! —gritó ella—. ¡Me arruinarás la bata! ¡Demonio, malvado rufián! ¿Qué supones que estás haciendo? —Tratando de averiguar algo más sobre Pollet y tú —replicó, haciendo que la bata cayera a sus pies y obligándola a darse vuelta para que quedara frente a él mientras el agua tibia les caía encima.
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Sus dedos se clavaron en la suave piel de los brazos femeninos mientras la miraba con fijeza—. ¿Te estaba haciendo el amor cuando toqué el timbre de la puerta? —le reclamó. —Él… sí… me estaba besando. Alun, quedarnos aquí, mojándonos es una tontería. —¿Te parece? Yo lo encuentro excitante —acercándola contra sí frotó su cuerpo contra el de ella, haciendo que el deseo la inundara—. ¿Y si no hubiera llegado, no habrían hecho nada más que besarse? —preguntó con voz ronca y continuó apretándola con fuerza contra su cuerpo, dejando que los largos dedos le recorrieran la piel cálida. Jessica sintió que la invadían sensaciones deliciosas y aturdida, dejó escapar un gemido de placer y dolor, deseando sentir más. —Estás celoso —murmuró sin poder creerlo, pero encantada de que fuera así. —Reconoceré que estoy celoso cuando sepa si tengo motivos para ello —susurró él con tono sombrío—. Ahora contéstame la pregunta —sus manos se deslizaron por los hombros, amenazándola con apretarla por el cuello—. ¿Habrían ido más lejos si no hubiera llegado en ese momento? —No lo sé —gimió—. Me sentía muy sola y te deseaba, pero él no me besó como tú. Nadie me ha besado como tú y nadie hace las cosas que tú me haces —las manos de Alun se deslizaron desde el cuello para cubrirle los senos—. ¡Oh! por favor acaríciame de nuevo —suplicó cuando su lengua le tocó los pezones—. Por favor, bésame otra vez, me haces sentir tan… —¿Tan qué.? —Tan feliz de estar contigo de nuevo —Jessica se frotó contra él hasta que le arrancó un gemido de placer—. ¿Vamos a hacerlo aquí? —Si quieres —la voz de Alun estaba ronca de pasión. —Quiero… ahora —suspiró, arqueando su cuerpo y entregándose a él.
Más tarde, cuando se habían secado y estaban acostados en la cama, hablaron en la oscuridad. —Me sentía preocupada por si ibas a Gales primero, imaginando que quizá no regresarías a mi lado —confesó Jessica. —¿Por qué iría a Gales primero? —Para… para ver a Mavis Owen. —¿Y por qué demonios querría verla? —ahora el tono de su voz era más cortante. —Antes que se casara con Gareth, tú estabas enamorada de ella. Me dijo que ustedes se habían enamorado de nuevo y que querían comenzar juntos una escuela.
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—Idioteces —contestó Alun con brusquedad. —¿Qué dijiste? —Dije idioteces, tonterías. Nunca me enamoré de Mavis Owen y jamás me sentí atraído hacia ella. Además, no quería abrir esa escuela teniéndola a ella como socio. —Pero ella aseguró que tú decías que sólo podrías asociarte con ella si no estuvieras casado conmigo —protestó Jessica—. Y cuando pregunté si era cierto, lo reconociste. —Le dije que no podría ser su socio mientras estuviera casado contigo, para que dejara de molestarme —rugió él—. Ya estaba cansado de que me insistiera sobre la maldita escuela y lo maravilloso que sería que nos convirtiéramos en socios. Eso no quería decir que yo no estuviera casado contigo; sólo utilicé mi matrimonio como protección contra esa mujer. —Oh. Yo… yo creí que deseabas el divorcio —balbuceó Jessica. —Fuiste tú quien me lo pidió. —Y tú contestaste que podía divorciarme si lo deseaba —replicó a su vez—. Por eso, cuando supe por Mavis lo que le habías dicho, pensé que estar casado conmigo te molestaba, porque te impedía hacer algo que, según ella, siempre había sido tu sueño: crear esa escuela. —Ese fue el sueño de ellos, pero nunca el mío —aseguró Alun—. Nunca se me ocurriría asociarme con Mavis y su esposo; no son de fiar. —¿No piensas abrir esa escuela? —No, no lo haré. —Entonces, ¿qué harás con la granja? —Ya lo hice. Mientras estabas en coma, en el hospital, arreglé que la granja se fusionara con la de Dai Jones y él se quedará a cargo de la administración de las dos —se detuvo y después preguntó despacio—. ¿En verdad creíste lo que te dijo Mavis, que nuestro matrimonio me molestaba? —No fue difícil creerlo. Sabía que nunca habías querido casarte y que sólo lo hiciste por ayudarme para convencer a mi padre de que no quería casarme con Arthur Lithgow. —¡Ay! Alun, deja de tirarme del cabello, ¡me lastimas! —Estoy tratando de evitar que sigas diciendo tonterías —murmuró inclinándose sobre ella—. Ahora, óyeme. Escúchame bien y presta atención a lo que voy a decirte, porque quizá no vuelva a repetirlo jamás. Me casé contigo porque deseaba hacerlo, quería que fueras mía y sólo mía. Reconozco que me costó un poco de trabajo renunciar a mi libertad, pero parecías estar dispuesta a permitirme salir a realizar mis trabajos con frecuencia y todo iba muy bien, hasta que comenzaste a escuchar a Sally.
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—Bien, ¿cómo suponías que yo debía saber que Ashley King era tu madre y no tu amante? —le espetó—. Nunca me contaste nada sobre tu familia. —Ese fue mi error —la amargura en su voz estaba dirigida contra sí mismo—, ahora lo comprendo. Debí habértelo explicado, pero en vez de ello, enfurecí. Pero me sentí muy lastimado porque no confiabas en mí como yo en ti; porque estabas dispuesta a escuchar los cuentos maliciosos de Sally sobre mí y le creíste. Creo que no lo sabes, pero ella se puso celosa porque té elegí a ti. Alun se dejó caer en la almohada y se produjo un largo silencio. El único sonido que escuchaban era el de los latidos acelerados de sus corazones. Después de un rato, Jessica murmuró con tristeza: —¡Si tan sólo hubieras regresado a mí, cuando volviste del viaje al Ártico canadiense! Si me hubieras escrito o llamado por teléfono o hubieses hecho algo para comunicarte conmigo… —Si tan sólo tú hubieras estado en nuestro apartamento cuando regresé —contestó él con un gruñido—. Pero no te encontré y volví a sentirme lastimado al creer que ya te habías cansado de nuestro breve matrimonio. —Te extrañé tanto durante esos dos años —susurró Jessica, apretándose contra él. Alun alzó un brazo y se lo pasó alrededor de los hombros, acercándola hacia su cuerpo, para que descansara la cabeza en su musculoso hombro. —Yo también te extrañé —repuso su marido—, cuando apareciste en Whitewalls, me sentí tan emocionado que hice y dije todo lo contrario a lo que debía, asustándote y provocando que te fueras. —No fuiste tú quien me asustó y me hizo partir, fue Mavis. Además, debía irme, no podía quedarme pues tenía que regresar para ayudar a mi madre. —Sé que lo hiciste y lo comprendí así, pero al recordar el pasado, me doy cuenta de que debí acompañarte y quizá no hubieras sufrido ese accidente… —Alun se detuvo y su brazo la apretó con más fuerza—. Si supieras cómo me sentí cuando recibí la carta de tu madre, en la que me decía que estabas gravemente herida, que no podías caminar y que habías perdido la memoria, no volverías a dudar de lo que siento por ti — continuó en un murmullo tembloroso—. Me alegro de que tu madre no me lo haya dicho en persona, pues creo que la habría golpeado por no comunicármelo antes. Durante todo el tiempo que estuve esperando recibir tu demanda de divorcio, te encontrabas en el hospital, en estado de coma y yo no lo sabía —suspiró con fuerza—. Si te hubieras cambiado el nombre cuando nos casamos, si hubieses tenido alguna identificación que demostrara a la policía que yo era tu esposo, tu pariente más cercano, me habrían informado del accidente. Me hubiera enterado antes que tu madre. —¿No te dijo por qué no te avisó antes? —preguntó Jessica.
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—Me confesó que había dudado porque no sabía cómo se encontraban las cosas entre nosotros y también, porque no estaba segura de dónde vivía en Gales. Se disculpó por no informármelo antes y después me dio un verdadero sermón sobre mis responsabilidades como esposo, que debería cuidarte y permanecer contigo mientras estuvieras aprendiendo a caminar de nuevo, ayudarte a recuperar la memoria. Es una dama muy dulce, así que seguí sus consejos y te llevé a la isla, donde, quién sabe por qué motivo, fingiste seguir padeciendo amnesia. —Tenía miedo —susurró—. Tenía miedo de que sólo estuvieras conmigo porque era lo que correspondía a un esposo y no porque de verdad quisieras hacerlo. —Pequeña embustera —se burló Alun, dándole un fuerte abrazo. —Bien, aparentemente ya no me deseabas. Dormías en otra habitación y no me hiciste el amor. —Porque pensé que tú no querías —contestó y de nuevo pudo escuchar un tono de amargura en su voz—. La última vez que lo intenté, me rechazaste y me pediste que no te tocara de nuevo, dándome la impresión de que, hacer el amor era lo último que deseabas. Lo llamaste lujuria y que eso no tenía significado alguno para ti. —Dije eso porque no tenía la seguridad de que me desearas por amor —confesó. —Te amaba y aún te amo. Te amo desde el día en que nos conocimos en la casa de los Fairbourne y te vi allí con tu ropa de montar, con el cabello sobre los hombros; ese día, cuando me miraste con desprecio. —¡Yo nunca hice eso! —exclamó, sorprendida. —Oh, sí, es cierto. Me mirabas como si fueras la princesa de un cuento de hadas y yo el mendigo. Ese siempre ha sido el reto que representas para mí. —No lo sabía —murmuró Jessica, abatida. —Tuve que esperar unos años hasta que maduraras y después viniste a entregarte en mis manos —prosiguió Alun con una nota de triunfo en la voz—. ¿Por qué crees que te recibí, que te di albergue y te busqué un trabajo? Porque te amaba y deseaba. Si no hubiera sido por eso, no habría hecho nada por ti; sabes muy bien que no soy uno de esos caballeros errantes. No ayudo a cualquier dama en desgracia que venga en busca de apoyo; sólo a. ti. —¡Cómo quisiera haberlo sabido antes! Desearía que me lo hubieses dicho —gimió—. Imagino que ahora piensas que me comporté como una tonta. —Hubo momentos en que no pude comprenderte —reconoció Alun con frialdad—, en que me pregunté si alguna vez llegarías a conocerte a ti misma. —¿Te gustará saberlo ahora? —le preguntó, acariciándole el rostro con la mano.
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—Siempre que no te tome demasiado tiempo —respondió arrastrando las palabras—. Estoy comenzando a sentir deseos lujuriosos de nuevo. —Yo nunca estuve segura de que me amaras —murmuró—. Jamás pude comprender que era lo que tú…o alguien como tú. tan fuerte, inteligente y animoso podía ver en mí, una mujer común y corriente a quien le gustan las casas, los muebles y las flores. A quien le encantaría tener hijos, al menos dos de ellos, y quedarse en casa, cuidándolos. —¿Nunca se te ocurrió pensar que te amo por ser así? ¿Porque eres tan distinta a todas las mujeres que he conocido? ¿Porque eres generosa, bondadosa y porque tienes sentido del humor? —dándose vuelta, la apretó contra su cuerpo—. Te amo, te deseo —susurró con voz ronca—. Para mí, las dos emociones van unidas, no puedo separarlas. Sólo logro hacerte el amor, porque te amo. ¿Entiendes lo que quiero decir? —Creo que sí. ¡Oh, Alun, cuánto me alegro de que hayas regresado hoy! Si no hubieras llegado, quizá habría hecho algo muy tonto. —¿Como qué? —inquirió él, con voz suave pero al mismo tiempo amenazadora.. —Yo… te lo contaré en otra ocasión —balbuceó Jessica, decidiendo que no le contaría que estuvo a punto de permitir que Chris Pollet le hiciera el amor—. No tiene importancia —añadió, comprendiendo que él no quedó satisfecho con su respuesta—. No es tan importante como lo que siento por ti —arqueó el cuerpo al sentir el contacto de sus manos—. ¡Alun, por favor, dime que siempre regresarás a mí cuando te vayas! —Siempre emocionado.
regresaré
a
ti,
si
es
que
me
recibes
—prometió
—Te recibiré, siempre lo haré. Quiero que seas parte de mi vida para siempre —suplicó—, deseo tener a tus hijos y no los de otro hombre. Quiero crear un hogar para nosotros y para ellos, adonde puedas regresar siempre. —Y eso es lo que yo también deseo, mi joven dorada, mi brillante regalo —susurró—. Siempre lo he deseado y siempre lo haré. Y mientras desaparecía la última niebla que ocultó su amor, evitando que se diera cuenta de lo que sentían el uno por el otro, su amor se incendió, volviéndose una llama que consumió todas las dudas e inhibiciones, iluminando el camino hacia la completa realización de todos sus deseos.
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Fin
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