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Spanish; Castilian Pages 609 [610] Year 2008
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BÁH
BIBLIOTECA ÁUREA HISPÁNICA Universidad de Navarra
Editorial Iberoamericana / Vervuert
Dirección de Ignacio Arellano, con la colaboración de Christoph Strosetzki y Marc Vitse. Secretario ejecutivo: Juan Manuel Escudero.
Biblioteca Áurea Hispánica, 53
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EDICIÓN E INTRODUCCIÓN DE JOSÉ FRADEJAS LEBRERO
Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2008
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Bibliographic information published by Die Deutsche Bibliothek Die Deutsche Bibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie; detailed bibliographic data are available on the Internet at http://dnb.ddb.de.
Agradecemos al Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) de la Universidad de Navarra, bajo el auspicio de la Fundación Universitaria de Navarra, la ayuda que posibilitó la publicación de este libro. Agradecemos al Banco Santander Central Hispano la colaboración para la edición de este libro.
Derechos reservados © Iberoamericana, 2008 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2008 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-382-0 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-415-1 (Vervuert)
Depósito Legal: Cubierta: Cruz Larrañeta Impreso en España por Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ............................................................................
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1. Anécdotas literarias del siglo XVI ............................................ Don Manuel Ponce de León. Siglos XV-XVI .......................... 2. Miscelánea de dichos .................................................................. El hombre que voló .............................................................. Formas de un refrán .............................................................. Velasquillo, condenado e insultado ........................................ 3. Paralelos .................................................................................. 4. Liber facetiarum ........................................................................ 5. Dichos famosos.......................................................................... 6. Selva de curiosos........................................................................
8 22 43 43 64 72 87 106 121 149
TEXTOS ...................................................................................... 157 Motes .......................................................................................... A. de Fuentes. Miscelánea de dichos .............................................. Pinedo. Liber facetiarum ................................................................ J. M. de Lerma. Paralelos ............................................................ Dichos famosos.............................................................................. A. Muñatones. Selva de curiosos....................................................
159 181 225 247 415 565
BIBLIOGRAFÍA .............................................................................. 599
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INTRODUCCIÓN Seis manuscritos, cuatro de la Biblioteca Nacional, uno de la Real Academia Española y otro que también perteneció a A n t o n i o Rodríguez Moñino, han dado lugar a esta colección de dichos y hechos, cuentecillos o facecias, que corrían, al parecer, en boca de las gentes durante el siglo XVI. No voy a definir el género o subgénero; que cada lector haga su composición de lugar y tome partido por lo risueño o gracioso, por lo histórico o por la formación y evolución de cada uno de los cuentecillos. No enseñarán mucho, pero sí son una muestra estupendamente numerosa para acompañar la Silva de Pero Mexía o la Varia historia de Luis Zapata, por situarnos en dos extremos que nosotros ampliamos. Algunos de estos episodios no figuran en las crónicas, ni en las vidas de sus protagonistas y se han conservado por tradición, las más de las veces novelescas. Fantasía que la realidad hizo posible. La historia no auténtica pero verosímil de aquellos seres de excepción. Los hemos situado en el orden más cronológico que hemos podido, pero nuestra posible certeza puede no ser la del lector y de antemano aceptamos las rectificaciones. Lo importante no es la cronología sino los sujetos en ella enmarcados. Llevan dos numeraciones: una particular de cada manuscrito y otra general: así, el cuento núm. 2 de Alonso de Fuentes lleva la numeración: (86) 2. La finalidad es que puedan citarse de forma general y no se presten a confusión entre los diversos manuscritos1. 1 Una apostilla añadida: se advertirán muchas numeraciones de distintas colecciones de cuentecillos. Se ha procurado que queden claras: el contexto precisará si nos referimos a las numeraciones de los testimonios originales o a las de esta edición, o a las de distintos editores de repertorios varios. Para localizar los textos citados se
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Y ahora tengo que pedir perdón por lo caprichoso de los ejemplos estudiados en el comienzo: podría dar muy diversas explicaciones, en algunos casos ya los había estudiado antes y los resumo ahora, en otros me fueron curiosos o familiares por muy variadas razones. Quizá a unos le habría gustado que estudiara éste o aquel. Pues bien a mí me pasó lo mismo me fui por mi trigal y escogí la espiga que más me plugo. Pido perdón por ello, y por no poder complacer a todos porque la extensión sería excesiva. Los manuscritos se ordenan de la siguiente manera: I. Manuscrito BNE, 18220. II. Manuscrito Alonso de Fuentes. III. Manuscrito BNE, 7412; Paralelos de Juan Martínez de Lerma. IV. Manuscrito BNE, 6960; Ludovici Pinedo et amicorum. V. Manuscrito E-I-4859 de la Real Academia Española. VI. Manuscrito BNE, 6041; Selva de curiosos de Antonio Muñatones.
1. ANÉCDOTAS
LITERARIAS DEL SIGLO XVI
El manuscrito 18220 de la Biblioteca Nacional de Madrid tiene dieciséis folios (de 31,5 x 22 cm., cuya caja es de 27 x 15,4 cm.), repartidos en dos cuadernillos de cuatro y doce hojas, respectivamente. La última está en blanco. Está encuadernado —mejor diríamos desencuadernado— en pergamino, y su portada tiene un índice de Relaciones de varios sucesos (todos ellos del siglo XVII) que continúa en la contraportada con media docena más, pero que no tienen ningún contacto con el contenido. Me atrevo a atribuir una fecha anterior a 1550 por las siguientes razones: refiriéndose a la emperatriz, dice: La infanta doña Isabel de Portugal, que después fue emperatriz y reina de Castilla, traía este mote: «O César o nada».
usan fórmulas también diversas que responden a distintos sistemas usados por dichos repertorios, o a distintas formas de fichar los datos que hemos ido acumulando durante la investigación y que sería fatigoso unificar, sin gran provecho: se indique por número, página, parte, capítulo, etc., se procura que el texto citado quede bien identificado. En algunos casos usamos número de cuento, en otros página de la edición manejada (recogida en la bibliografía)…
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De la utilización del imperfecto de indicativo creo que se deduce claramente que doña Isabel ya no vivía, y por tanto es posterior a 1539; además, refiriéndose al secretario Cobos (fol. 5), dice: «trae», en presente, luego aún vivía y, habiendo muerto en 1547, el manuscrito debió de escribirse entre 1539 y 1547. Lleva por título el primer folio, con tinta roja «Motes agudos» que ocupan los folios 1-72. Algunos de estos motes proceden de poemas del siglo XV; estos son del poeta Cartagena: Con merecello se paga (fol. 2). Esfuerce Dios el sufrir (fol. 2)3.
No todo son motes, hay algún epitafio: del duque Valentino, hijo del Papa Alejandro (fol. 4v), que repiten fray Antonio de Guevara, Julián del Castillo en la Historia de los reyes godos, las Crónicas del Gran Capitán, y en el siglo XVII Ambrosio de Salazar. Hay también intercalados algunos poemitas de don Rodrigo Ponce, duque de Arcos y de don Fadrique Enríquez, almirante de Castilla. A partir del folio 7v y hasta el 15v son cuentecillos: entre ellos se hallan unas anécdotas atribuidas a famosos escritores de los siglos XV y XVI: Diego de San Pedro (7v), Pero Mexía (7v), Garci Sánchez de Badajoz (8-9v) y Hernando del Pulgar (11v y 12).
2
Quisiera recordar aquí, para ratificar la fecha que propongo, el siguiente librito (5x9) y quizá nunca mejor dicho —por su diminuto tamaño—: Luis Milán, Libro de motes de damas y caballeros intitulado el juego de mandar. Dirigido a las damas, Valencia, Francisco Díaz, 1535. Manera como se ha de jugar este juego de mandar: «Teniendo un caballero el libro entre sus manos cerrado, suplicará a una dama que le abra y, abierto que le haya, hallarán una dama y un caballero pintados, cada uno con un mote delante. El de la dama será para mandar al caballero, el cual ha de ser muy obediente, pues por la obediencia que ha de tener en hacer lo que mandará la dama tiene mote a su propósito en el libro.Y el caballero que no será obediente sea condenado por las damas en lo que les pareciere y echado de la sala. Después otro caballero y otra dama harán lo mismo que los primeros han hecho y todos los otros después, por su orden, hasta que las damas manden cesar el juego». Este librito parece demostrar la existencia de una moda en relación con los motes en la Valencia de Doña Germana de Foix, aunque pudieran provenir del siglo XV como parece indicar Jaime Roig. 3 Dutton, Cancionero del siglo XV, vol. I, pp. 219 y 221.
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Diego de San Pedro Sobre Diego de San Pedro, poeta, autor de una excelente Pasión de Cristo, y novelista con la Cárcel de amor, a la vez sentimental, el llorado Keith Whinnom, tras estudiarlo meticulosamente llega a esta conclusión: No es imposible que el autor Diego de San Pedro fuese converso y tal vez tengan razón Márquez y Bataillon al percibir en su obra actitudes y preocupaciones típicas de los neocristianos4.
Sobre Diego de San Pedro Luis Zapata aduce tres anécdotas diferentes; estas que ahora publicamos son medio siglo anteriores e inciden en el mismo aspecto. He aquí todas cinco: I. Un caballero casó con una judía rica siendo muy enemigo de los que tocaban en este linaje. Encontró con Diego de San Pedro con quien él solía pasar muchos chistes y motes y como le vio venir dícele: —Por Dios, señor, que un tal como vos andaba yo agora a buscar. Respondió Diego de San Pedro: —Pues cómo, señor, ¿estáis caballero en la burra y andaisla a buscar? (fol. 7v). II. Descendían muchos por una escalera, y acaso fue el postrer Diego de San Pedro. Dijo uno de los que descendían: —Jurara yo a Dios que el del cabo había de ser marrano. Respondió Diego de San Pedro: —Andá, señor, que no hay cabo sin hebilla (fol. 7v). III. Al que trovó la Pasión dijeron, y no sin causa, que lo había dicho tan bien como testigo de vista. IV. Este prometió a otro de su jaez que haría cierta cosa, y añidió que le daba su fe y palabra dello. Tardábase en cumplir la promesa, y dijo el otro: —Señor, hacedlo, pues me distes vuestra fe de hacello.
4 Ver Whinnom
21.
en su edición de San Pedro, Obras completas, 1973, vol. I, pp. 17-
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—Señor —dijo aquel—, yo no puedo agora, y si os di mi fe fue para remendar la vuestra. Estaba allí otro hombre honrado, y por tenerlos en paz dijo: —Bien está, señores, que como sois ambos de un paño no se parecerá el remiendo. V. Dicen que entre los mismos envió a tratar el uno como el otro por carta de darle su hija en casamiento, y él le respondió: —Señor compadre, en merced os tengo la oferta, mas de judío harto tenemos acá, aunque no tan ruin como lo vuestro5.
Garci Sánchez de Badajoz Julia Castillo es autora de una excelente edición del poeta Sánchez de Badajoz, pero en relación con las anécdotas deja bastante que desear. Rechaza las anécdotas XIII y XIV de Gallagher6 que no se refieren propiamente a Garci Sánchez y aclara: Nosotros aquí hemos reproducido nueve de entre las conocidas y publicado dos inéditas que anotara el poeta Juan de Arguijo, IV y V de nuestro Cancionero.
Enumeramos las publicadas por Castillo, ampliando sus notas y las que de ella figuran en nuestro manuscrito. 1. Garci Sánchez subió al terrado y dice estar en terrado. Manuscrito 18220, XI; Santa Cruz, Floresta española, ed. Cuartero y Chevalier, p. 421; Timoneda, Buen Aviso y Portacuentos, cuento 2; Pinedo, Liber facetiarum, fol. 42. Ya ha perdido la identidad aunque se conserva el sentido7: Cortejaba un mancebo desde su terrado a una vecina vivaracha y le decía: —¡Ay, señorita, que estoy muerto por usted!
5 Ver 6 7
Zapata, Miscelánea, números III, IV y V. Castillo, ed. de Cancionero de Garci Sánchez de Badajoz, p. 31n; Gallagher, 1968. Robert, El mundo riendo, p. 5.
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—Es verdad, replicó ella con gracia, no solo está usted muerto sino en-terrado.
2. Hace malas coplas porque «no ando enamorado». Francisco de Portugal, Arte de galantería, p. 71. 3. Al caer del caballo la dama dice: «Los ojos…» y él responde: «Señora, y el corazón / vuestros son». Aragonés, núm. 12. 4. Fía la barba a la condesa de Palma, pero no el oficio. Manuscrito IV; Arguijo, Cuentos, ed. Chenot y Chevalier, núm. 34. 5. No bastaba hacer la Pasión, sino firmarla. Arguijo, Cuentos, ed. Chenot y Chevalier, núm. 41. 6. Juego de palabras entre cuento (millón) y yerro (error) y elección entre dos novios. Timoneda, Buen A v i s o, núm. 158; Zapata, M i s c e l á n e a, p. 268; Covarrubias, Tesoro de la lengua, s. v. contar; Fuentes, Miscelánea, núm. 157. 7. Hace 30 años te sigo necio y no me sufrís un hora loco. Manuscrito I; Pinedo, Liber facetiarum, p. 111; Zapata, Miscelánea, p. 266. 8. «A Garci Sánchez pedía». Lope de Vega, Quien ama no haga fieros, Nueva Edición de la Academia (N. Acad.), XIII, p. 405; Santa Cruz, Floresta española, ed. Cuartero y Chevalier, p. 391. El cuento es este que repiten Palacio y Rivera (1863-1865), p. 522: Había en una ciudad antiguamente la costumbre de que el día del Corpus se hiciese un regalo al sacristán que sacase una más rara invención en la procesión que, como todos sabemos, se celebra en aquella solemnidad. Entre los sacristanes que tenían que aspirar al premio, había uno
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que iba siempre muy remendado, y que con especialidad llevaba unas calzas tradicionalmente rotas y malparadas. Este sacristán fue casualmente el que se llegó a un tal Garci-Sánchez, hombre de peso, con el fin de preguntarle qué sería lo que él podría sacar que llamase mayormente la atención de las gentes. Garci-Sánchez, sin titubear, le respondió: —Unas calzas.
9. La calentura de su hermano, asno, va lenta. Zapata, Miscelánea, fol. 361v., ed. facsímil de Terrón, Badajoz, 1983. 10. Al morir, su hábito de San Francisco y Santiago, le dirá a Dios que murió en invierno. Melo, Hospital das letras, p. 371. 11. Garci Sánchez, el corregidor Jerez y la vihuela. Santa Cruz, F l o r e s t a, ed. Cuartero y Chevalier, p. 421; Román, Repúblicas del mundo, p. 304. Castillo se congratula por la recopilación de estas once anécdotas y me resulta muy extraña su afirmación: He reproducido las anécdotas que de Garci Sánchez se conservan casi en su totalidad.
Destaco las tres últimas palabras porque la extensa nómina de manuscritos e impresos utilizados en su edición parece avalar esta afirmación, pero me pregunto: ¿los leyó todos? Porque, a propósito de los números 1 y 11, cita a Melchor de Santa Cruz (ed. de 1598), pero da la casualidad que existen otras cinco anécdotas más que invalidan el sentido de las palabras que he destacado: 12. Todos meriendan a pie, y el moro Zaide a caballo. Santa Cruz, Floresta, ed. Cuartero y Chevalier, p. 389. 13. Pedís todavía por Dios. Santa Cruz, Floresta, ed. Cuartero y Chevalier, p. 101.
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14. Quitar se me fizo una cabeza, pero más difícil dos. Santa Cruz, Floresta, ed. Cuartero y Chevalier, p. 421; Pedro del Mercado, Diálogos de filosofía natural y moral, fol. 151; Lope, Angélica en Catay, pp. 354-355. 15. Vuestra merced es la gala, y ese caballero es la china. Santa Cruz, Floresta, ed. Cuartero y Chevalier, p. 448. Me he detenido en este aspecto porque en el número 11 incluye también al padre fray Jerónimo Román, Repúblicas del mundo (1595), que reproduce Menéndez Pelayo, de donde nuestra editora quizá tomara la anécdota, pero se le pasó a don Marcelino —y, por ende, a ella— esta otra curiosa cita del P. J. Román: Garci Sánchez de Badajoz, hombre noble en estos reinos y muy enamorado, por haber traído las cosas sagradas para sus amores, le privó Dios del juicio y murió sin él (lib. II, cap.VI, fol. 54c).
Algo más tarde diría don Luis Zapata en el mismo lugar citado: Príncipe de los trovadores de las coplas castellanas, enloqueció de amores, a lo que dicen, aunque yo pienso que porque profanó la Sagrada Escritura, que fueron las lecciones de Job.
Pues bien, hoy traemos otras trece anécdotas de las 18 enumeradas (digo mal, son doce, porque cinco las utiliza también Castillo y otras dos son poemas incluidos en su edición) inéditas y desconocidas; quizá no sean las únicas que de Garci Sánchez nos quedan y algún día aparezcan más: I.Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 11. (Castillo, núm.VII, con variantes, p. 29; Pinedo, Liber facetiarum, p. 111; Timoneda, Buen Aviso, pp. 287-288; Zapata, Miscelánea, p. 266, con variantes; Fuentes, Miscelánea, núm. 161 y en el número 111 atribuido a fray Íñigo de Mendoza). II.Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 12. III. Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 13.
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IV. Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 14. V.Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 15. VI. Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 16. (Castillo, 1980, pp. 30-31). VII. Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 17. VIII.Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 18. IX. Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 19. (Puede verse también en el Licenciado Vidriera de Cervantes) X.Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 20. XI.Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE, núm. 21. XII. Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 22. XIII.Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 23. XIV.Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 24. (Castillo, 1980, núm. 14, p. 83). XV. Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 25. (Castillo, 1980, núm. 13, p. 82). XVI.Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 26. (Ver Arguijo, núm. 669). XVII.Ver la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núm. 27. (Ver Castillo, 1980, núm. 39, pp. 124-125). XVIII. Háblale en algarabía, como aquel que bien la sabe. Con esto, que es de un romance viejo [Yo m’era mora moraima, / morica d’un bel catar8], motejó a uno de morisco Garci Sánchez de Badajoz9.
Una advertencia A propósito del poema núm. 8 (p. 77), afirma Castillo: «se trata de la composición final del Cancionero de Gallardo». Es una afirmación rotunda y sui generis, porque el Cancionero tiene, en la edición de Azáceta, ochenta y ocho poemas y este al que nos referimos, lleva el número ochenta y seis; es, pues, el antepenúltimo. Por cierto, Azáceta afirma que es inédito; tengo que disentir de tan buen y antiguo amigo, porque 8 9
Silva de romances (Zaragoza, 1550-1551), p. 218. Correas, Vocabulario de refranes, p. 230.
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está publicado desde 1859 (Gayangos), nuevamente en 1935 (Horsman) y 1949 (Montiel); es decir, en todas las ediciones la Varia historia (Miscelánea), de Luis Zapata de Chaves: cap. 9, fol. 10, del manuscrito 2790 BNE (ed. Montiel, I, p. 70): Mi amiga escogida en ciento y el ciento en mil escogidas y el mil escogido en cuento y el cuento entre las nacidas.
Es el hiperbólico resumen de la leyenda romana de Sulpicia, hija de Patérculo y esposa de Fulvio Flaco, elegida por los decenviros como la más casta de las romanas, acreedora a guardar la Venus Verticordia. Ver Plinio, Historia natural, lib. 7, cap. 35;Valerio Máximo, Los nueve libros de los ejemplos, trad. Diego López, Madrid, Imprenta del Reino, 1647, lib. 7, cap. 15, ejemplo último; don Álvaro Luna, Libro de las claras e virtuosas mujeres, p. 148; P. Baltasar de Vitoria: II Parte de los dioses de la gentilidad, p. 359. Pero Mexía Casi todas las anécdotas que no pican en lo satírico son rasgos de ingenio de los escritores: unas veces con reminiscencias literarias, otras con observaciones juiciosas. Sobre Pero Mexía tenemos pocos recuerdos de su ingenio, que son frecuentísimos en sus obras (Silva de varia lección y Coloquios). Sabido es que era astrólogo e hizo algunos buenos pronósticos, hasta el de «su mesma muerte, 20 años antes», dice Francisco Pacheco: I. Había adivinado Pero Mexía, por la posición de los astros de su nacimiento, que había de morir de un sereno [frialdad nocturna], y andaba siempre abrigado con uno o dos bonetes en la cabeza debajo de la gorra que entonces se usaba, por lo cual le llamaban «siete bonetes», sed non auguriis potuit depellere pestem; porque estando una noche en su aposento, sucedió a deshora un ruido grande en una casa vecina, y saliendo sin prevención al sereno, se le ocasionó la muerte, siendo de no muy madura edad10.
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Menéndez Pelayo, 1943, III, pp. 49-50.
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Pacheco afirma: «sobrevínole una grave enfermedad de la cabeza que le duró todo el tiempo que vivió». II. Estaban en conversación algunos caballeros y uno, un escribano, a meter su cucharada, y a lo que parecía venía borracho. Estando un poco callados preguntó uno a Pe ro Mexía que qué le parecía de ellos. Respondió que estaban en mortuorio, y el escribano, que estaba sentado en un costal de trigo, parecía la ofrenda. III. Estando comiendo muchos caballeros, y entre ellos un doctor marrano, trajeron un pernil de tocino cercado de romero. Dijo Pero Mexía: —A ello, doctor, que en figura viene de ro m e ro, no le conozca Galván11. IV. Estaba un enano en la plaza del duque de Medina en Sevilla, sacándose al sol aradores. Pasó Pero Mexía y díjole: —Una cosa veo en vos contra natura, allende de otras, y es que el arador suele estar en la sarna y agora la sarna está en el arador. (Fuentes, Miscelánea de dichos, núm. 9).
De las dos anécdotas existentes en este manuscrito (18220), la primera incide en el mundo judeo-converso: se disculpa Mexía de que el pernil del cerdo que han asado con romero viene disfrazado (algo así como el ajo y el perejil que cuentan de Isabel la Católica cuando afirmó que aquel, «el villano», venía vestido de verde)12.
Hernando del Pulgar Tres anécdotas aparecen de Hernando; dos eran inéditas cuando las di a conocer en una conferencia sobre él en 2004 y tienen la misma faceta judaica que las referidas de Diego de San Pedro. Helas aquí: I. Hernando del Pulgar y otro caballero motejábanse, el Pulgar al otro de puto y el otro a él de confeso.Vio un día a este caballero en una mula y la silla muy trasera y díjole: 11
Alvar, 1971, romance núm. 98, p. 88. Santa Cruz, Floresta española, II, cap. I, núm. 11. El intríngulis está en el villano, afirmaba Galeno y le sigue el Arcipreste de Talavera (I, cap. 16), que «el ajo e el vino atriaca es de los villanos», y aunque a doña Isabel no le gustaba, Fernando V decía «buena especia es el ajo». 12
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—Señor, al Carillo siempre cabalgáis trasero. Respondió el otro: —Señor, hágolo por no matarle en la cruz.
Esta anécdota la repite, como anónima y más explícita, el Galateo español: Pero aún más en hondo entran estos dichos satíricos cuando tocan en el linaje y en la honra, como hizo un cristiano nuevo a otro por motejalle de bujarrón, que como le viese ir caballero en un rocín, muy al cabo, le dijo: —Compañero, ¿por qué subís tan a las ancas? A lo cual le respondió: —Si subo tan atrás es por no matalle en la cruz. (Gracián Dantisco, Galateo español, pp. 148, 36-42, y también en Pinedo, Liber facetiarum, fol. 27).
Las otras se hallarán en la sección de Textos, Motes (manuscrito 18220 BNE), núms. 53 y 55. La última («parieron los reyes»), quizá simultáneamente, se encuentra en el Floreto: La reina doña Isabel mandaba a Hernando del Pulgar que le leyese la historia o crónica que escribía y mandábale que donde en un hecho o dicho mentase al rey, que la juntase también a ella que se hallaba en ello. Él, por guardar la fidelidad de buen coronista no lo hacía sino cuando pasaba así que la reina se hallaba en alguna cosa; con todo esto le importunó que no hiciese otra cosa. Pasó así que habiendo la reina parido, y escribiendo en día y hora, dijo: —En tantos de tal mes y tal año parieron los reyes nuestros señores. La reina, maravillada de haberlos puesto en tal caso juntos, mandábale que lo quitase, y él no lo quería hacer, pues que su alteza se lo había mandado tantas veces; en fin, el arzobispo de Toledo acabó con él que lo enmendase. (Floreto de anécdotas y noticias, p. 34).
Y lo repite Arguijo abreviadísimo: Culpó la Reina Católica a Hernando del Pulgar, su cronista, que refiriendo en su historia cierta acción del Rey Católico, su marido, no la puso en nombre de ambos como se le había ordenado. Parió poco después la reina a doña Juana, y escribió Hernando del Pulgar:
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—En tal día, a tal hora, parieron los reyes una hija. (Arguijo, Cuentos, ed. Chenot y Chevalier, p. 40. Lo repiten en el siglo XIX: Boira, Cuentos, III, p. 259; Palacio y Rivera, Museo cómico, II, p. 152). IV. Decía Hernando del Pulgar: «Cuanto esta vida más crece, más decrece, y cuanto más anda más va a no andar». (Fuentes, Miscelánea, núm. 129. Otra vez más aparece el carácter moralista). Hernando del Pulgar al tiempo que el príncipe fallesció traía luto por un su pariente que estaba ya algo mal tractado. Preguntole a un criado suyo, un vizcaíno, que tenía aquel luto para dar señal del sentimiento que era obligado por el fallecimiento del príncipe don Joan. Respondió el criado: —Paréceme, señor, que bastará bien este luto pues el parentesco que con el príncipe teníades no era muy cercano. (Pinedo, Liber facetiarum, fol. 75v).
No parece real e histórica esta anécdota, puesto que es sabido y creído por todos los estudiosos que Pulgar debió de morir inmediatamente después de que conste su último sueldo del 15 de enero de 1492 ya que su Crónica de los Reyes Católicos se interrumpe en 1490, y por tanto al haber vivido todavía cinco años la hubiera coronado, por lo menos, con la conquista de Granada. Y decimos cinco años porque el príncipe don Juan murió en 1497 y no parece lógico que quien dejó la narración en 1490 y cobró su último sueldo —documentado— en 1492, viviera aún en 1497. Se cree que Pulgar murió en 1493 y el príncipe don Juan sabemos que falleció en 1497: si vivió Pulgar después de 1493 ¿por qué no aparece en los libros de cuentas ni continuó la Crónica hasta la finalización de la guerra de Granada?
Nota final Otra anécdota no se refiere al aspecto tratado, pero es interesante porque demuestra la familiaridad entre Sancho de Rojas y el Rey Católico. Pulgar y Carillo —hombre de donaire que también menciona El Cortesano— se motejan: Pulgar a Carrillo de puto y Carrillo a Pulgar de judío.
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Dejando aparte el modo de motejar que expresa por extenso Castiglione, quiero relacionarlo en primer lugar con fray Pedro de Covarrubias que, en su Remedio de jugadores, afirma: A este linaje de jugar se reduce el gracioso decir, el donoso hablar los donaires, bien corregido motejar sin ofensa de Dios, sin injuria y afrenta del próximo, sin deshonestas palabras, del cual juego solos los muy discretos saben jugar porque ellos solos se saben gozar. Leemos de sanctísimos varones como Sant Juan evangelista con sus discípulos y Sant Antón con los suyos haber usado destos honestos pasatiempos y donaires13.
Pero con mayor precisión quiero referirme a la tacha de judío. En una breve biografía de Pulgar —expuesta en una conferencia— dudé de la afirmación casi categórica que se hace generalmente, refiriéndose a Pulgar como judío. No dudo que don Francisco Cantera tuviera razón en cuanto a su origen o abolorio último, pero sí dudo y mucho en cuanto al sentido religioso que ello implica. Que se imbrican ambos aspectos no hay duda, y por eso quiero traer a cuento unas anécdotas reales de don Fernando el Católico, nunca más necesarias y patentes por cuanto significan en el aspecto religioso y real. En el Liber facetiarum de Ludovico Pinedo et amicorum, manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, núm. 6960, fol. 54v, figuran las tres anécdotas siguientes14: I. Sancho de Rojas al Rey Católico. Dijo Sancho de Rojas al Rey Católico una noche que aportó a su casa en Cabia, después de haberle dado muy bien de cenar, y el rey pidió adrede una cosa que no era posible haberse para comer. —¿Cómo, estáis en casa ajena y pedís gullorías? (fol. 54v).
Las verdaderamente interesantes son las dos siguientes, donde afloran los aspectos judaicos: II. El mesmo Sancho de Rojas dijo al Rey Católico estándole cortando un vestido de monte:
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Fray Pedro de Covarrubias, Remedio de jugadores, 1519, parte I, cap. 6. Recogidas por Paz y Mélia en sus Sales españolas, p. 106.
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—Suplico a vuestra alteza que si sobrare algo de ese paño me haga merced de ello. El rey le dijo que de buena gana. Otro día dijo el Sancho de Rojas al rey: —Señor, pues ¿sobró algo? Dijo el rey: —No por vuestra vida, ni un tanto —y señalole una O, hecha con la mano en el pecho, la cual solían traer los judíos de señal, de paño en el pecho puesta. [Le dijo Sancho de Rojas] (tachado) —Hablome aquel morico en algarabía, como aquel que bien lo sabe. (fol. 54v). III. El mesmo Sancho de Rojas andando a caza con el rey lanzaron un halcón a una garza, y atravesando una paloma, fue a ella y dejó la garza. El rey, enojado del halcón, dijo a Sancho de Rojas: —¿Qué os parece? Respondió: —No sé que diga que aun hasta aquí no nos quiere dejar esta paloma. Porque el Sancho de Rojas y el rey eran primos hermanos, hijos de dos hermanas (fol. 54v).
La tacha de judío de esta última se aclara con otra versión del Memorial de algunos casos. Hagamos constar dos aspectos: 1º. Que Sancho de Rojas pasa a llamarse Martín de Rojas, quizá por efecto de la transmisión oral, porque al parecer es más moderna, segunda mitad del siglo XVI; y 2º. Fue ya utilizada, despreciando u olvidando las anteriores, por don Américo Castro en su «Español», palabra extranjera: razones y motivos. El rey don Alonso Onceno hubo en doña Leonor de Guzmán un hijo llamado don Fadrique Henríquez, el cual en doña Pa l o m a , judía de Guadalcanal, hubo a don Alonso Henríquez, primer almirante de su casa. Este don Alonso hubo en doña Juana de Mendoza, con quien casó (más por fuerza que por voluntad) tres hijos y nueve hijas, a todas las cuales casó con grandes señores de Castilla, y el hijo mayor don Fadrique
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casó cinco, y la una fue madre del rey don Fernando el quinto. De manera que en Castilla casi no hay señor que no descienda de doña Paloma. Supuesto esto, sucedió que andando el dicho rey don Fernando a caza, fue un halcón con una garza, y alejose tanto que el rey la dejó pasando adelante y siguiendo Martín de Rojas, hasta que le vio dejar la garza y tirar tras una paloma. En eso se volvió donde estaba el rey. El rey que le vido, preguntole por su halcón. Martín de Rojas dijo: «Señor, allá va tras nuestra agüela». Que este Martín era también descendiente de la misma Paloma.
Se aclaran así las alusiones judaicas y familiares entre parientes, amigos y conmilitones. Tanto más cuanto en este último texto se afirma «casi no hay señor que no descienda de doña Paloma», lo que nos da pie para intentar una justificación contra el judaísmo que se atribuye a unos u otros, según el concepto que tomemos. Don Fernando —y la mayor parte de los señores de Castilla— era descendiente de raza judía; los que creemos en la teoría trirreligiosa y trirracial de don A. Castro (cristianos, moros y judíos), recibimos de este hecho una ayuda importante. Pero cuando la transportamos al aspecto religioso, negamos la mayor. Judíos hubo a los que, como Mosén Diego de Valera, demostrado por José Simón Díaz en 1945, se les supuso posteriormente —casi como adivinación— judíos en virtud de no se sabe qué tendencias religiosas, como incluso se le han atribuido a otros poetas y personajes que no renegaron de su raza y tuvieron un sentido acrisoladísimo de su fe cristiana. No sé, pues, por qué Fernando de Rojas o Hernando de Pulgar fueron menos cristianos en sentido religioso y, sin embargo, ¿actuaron en sentido étnico nacional diferente? No veo claro el criptojudaísmo no religioso de estos personajes, pese al caso del abuelo de Santa Te resa quien, «cuando me place hágame cristiano, cuando me place hágame judío».
Don Manuel Ponce de León. Siglos
XV-XVI
Historia y novela Don Joan Ponce de León enviudó en 1441 de doña Leonor de Guzmán y se casó en segundas nupcias con doña Leonor Núñez. Fue el segundo conde de Arcos y tuvo tres hijos y cinco hijas: don Pedro,
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el primogénito, murió en la Vega de Granada en 1457; don Rodrigo Ponce de León, tercer conde de Arcos en 1469, por muerte de su padre, y «don Manuel Ponce de León [progenitor de los condes de Bailén] fue aquel valiente y valeroso caballero de quien se han contado y escrito tan grandes hechos de armas. Hallose en la conquista de el reino de Granada, y en muchas cosas que intervino su hermano, el gran duque de Cádiz» (manuscrito 3147, BNE, fol. 177v); casó en Valladolid con doña Guiomar de Castro. Don Manuel el Valiente, hijo segundo del conde de Arcos, don Juan Ponce de León, debió de nacer hacia 1447 en Torre de los Navarros, a una legua de Sevilla. Por cierto, con curiosos presagios, ya que cuando nació alguien le comentó a su madre doña Leonor Núñez: «Señora, todo el bien os viene junto, que habéis parido un hijo e seréis condesa», por la muerte del suegro don Pedro Ponce de León.Y además se decía, cuando don Manuel nació que «entró por una ventana de la huerta un pajarito y se le puso en la cabeza y en los pechos», y don Juan, su marido, comentó: «Con este me ha de venir el bien, porque con él tengo de heredar la casa». Enrique IV autoriza a don Joan, en 1461, a crear un segundo mayorazgo en don Manuel; en 1494, tras la muerte de don Rodrigo en 1492, pleitea con sus sobrinos por los títulos, quizá porque don Manuel no los consideraba legítimos, como cuenta el Tizón de España, que Don Rodrigo, marqués [duque] de Cádiz, no tuvo hijos legítimos, pero los hubo en una mujer llamada Francisca, sin sobrenombre, casada en Marchena, de bajo linaje, que fueron doña Francisca, mujer de don Luis Ponce de León, de quien vienen los duques de Arcos, y doña Leonor … y doña María (p. 9).
Y en 1522 un nieto suyo obtiene el condado de Bailén, por decisión jurídica de Carlos Primero de España15.
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«El conde don Manuel [Ponce] de León. El conde don Manuel [Ponce] de León, tratando con la duquesa [de Cádiz] doña Isabel Pacheco, mujer del duque don Rodrigo, que le diese a su hija doña Jerónima para su nieto, hijo de don Rodrigo, su hijo, que después fue conde de Bailén, respondiole que pidiese otra cosa al duque su señor, que aquello no había lugar; el don Manuel volvió a pedir ciertos lugares y fuerzas, y ella respondió que ni aun una almena le darían, y entonces le envió a decir: “—¿Cómo? ¿De mi melón no me daréis siquiera una pepita?”. Dando a enten-
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Palencia en sus Crónicas de Enrique III recuerda como hecho juvenil la hazaña relatada en el romance de los moros de Marruecos: enemigo encarnizado y vencedor en África de los moros, pues siendo joven hizo voto, que cumplió con gloria, de pasar a Marruecos y no regresar a su patria hasta haber dado muerte a tres de ellos en singular combate (II, p. 61).
Es don Manuel Ponce de León (o don Manuel de León) uno de aquellos héroes de tiempos de Enrique IV y los Reyes Católicos que se distinguió en la guerra de Granada, fiel reflejo de la personalidad de los vasallos de Isabel la Católica, que siguieron sus pasos de heroicos luchadores, sentido caballeresco de la vida, sindéresis, esclavos del honor y fidelísimos amadores, discretos y cortesanos sin tacha: son los adalides compañeros del Gran Capitán y su escuela. Murió en julio de 1515. Participó activamente en la toma de Cardela en 1472 y fue capitán de la Santa Hermandad de Sevilla los años 1478 y 1479, en que la reina Isabel le apartó del cargo. Haciendo caso al mundo novelesco de Ginés Pérez de Hita, participó en la guerra «por amor» que fue la conquista de Granada, aunque nada se refleja en los cronistas. Su personalidad está reflejada en multitud de aventuras y anécdotas populares que constituyen un ejemplo vital, a la vez que desader con esto, que el estado era suyo» (Floreto de anécdotas y noticias, p. 114). El editor Sánchez Cantón afirma: «No encuentro noticias complementarias. El Marqués de Saltillo supone que no tuvo realidad tal condado y que quizá se trate de los señores de Reugena». Sin embargo «siendo en su menor edad este duque don Rodrigo Ponce [segundo Duque de Arcos] se levantaron pleitos por don Manuel Ponce de León, su tío, hermano del dicho marqués de Cádiz, diciendo que, siendo él hijo de don Juan Ponce de León, conde de Arcos, y hermano legítimo del dicho marqués de Cádiz, que sin hijo legítimo murió, él había de heredar la casa y no el dicho, que era bastardo. Pero hubo gran pleito en el Consejo Real y en las cancillerías sobre ello; teniendo el duque don Rodrigo la posesión del señorío, quedose hasta hoy» (manuscrito 11430, BNE, fols. 386v-387). «Por el mes de julio murió don Manuel Ponce de León que se llamaba conde de Arcos. Sucediole su hijo don Rodrigo Ponce de León, que vino después a ser conde de Bailén, por conciertos que hubo entre él y el duque de Arcos, por el pleito que traían sobre el dicho ducado; por do le dio el dicho duque la villa de Bailén, con más de diez y siete cuentos [millones]» (Santa Cruz, Crónica de los Reyes Católicos, p. 324). Pero en realidad el anciano don Manuel seguía en sus aspiraciones, que fueron inútiles. Genio y figura.
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parecen de la faz de la historiografía por la abundancia de insignes y valerosos hechos que corrieron legendariamente incluso en romances de boca a oreja. Pero no todo era gloria, a veces se traslucen las luchas familiares en que predomina la ambición. Así le recuerda hacia 1555 un poeta sevillano, el magnífico caballero don Alonso de Fuentes: Preguntó un caballero a don Manuel de León que qué era la causa porque había unos hombres a quien querríamos dar de palos sin merecello por ser de mala fación y ruin arte, y otros querríamos servirles sin debérselo porque naturalmente sin conocerles les amamos. Respondió: —Porque estos postreros, a quien naturaleza dotó de este buen parecer, traen unas cartas comendaticias para todos diciendo habedlas allá por encomendados. (Miscelánea de dichos graciosos, núm. 70).
Por estas mismas fechas era recordado en el romancero viejo de «Cercada está Santa Fe»: Salga Gonzalo Fernández que es de Córdoba nombrado; o si no, Martín Galindo, que es valeroso soldado; salga ese Portocarrero, señor de Palma nombrado, o el bravo don Manuel Ponce de León llamado, aquel que sacara el guante que por industria fue echado donde estaban los leones, y él le sacó osado…
Y aún perdura en romances orales recogidos en pleno siglo XX, como «Ya salió el moro Muza», cantado por la vieja —de ochenta años en 1948— Mariuca Aluznayo (Polaciones, Santander). Es significativo —y lo corroboran tanto las noticias que vamos descubriendo como el carácter de don Manuel— este juicio de Gonzalo Fernández de Oviedo que, cuando escribe, se manifiesta así: muchos hay vivos que le conoscieron e que podrían más llanamente hablar en sus muchos esfuerzos […] muchas veces yo vi, e algunas le hablé,
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al muy esforzado e valiente caballero [al margen en un recuadro] don Manuel Ponce de León, hermano del primero duque de Cález, don Rodrigo Ponce de León, que ganó a los moros la cibdad de Alhama. El cual don Manuel era tenido en Castilla por un caballero áspero e robusto, e tan valiente de su persona que se decía públicamente que no sabía qué cosa era miedo, ni que por temor él mudara el pie de donde le pusiera.
Pocas noticias históricas he podido allegar procedentes de crónicas contemporáneas, pero su presencia legendaria está viva durante el siglo XVI, en obras manuscritas, recopilaciones de anécdotas, obras literarias y aun romanceros. Unas veces son relaciones reales con los reyes, otras ficticias, unas de su revoltosa juventud, otra de su madurez, otras de los hechos caballerescos, otras, en fin, de sus amoríos.
D. Manuel de León según el manuscrito 18220 Una muestra no solo de la familiar relación, sino del ingenio de don Manuel de León, nos lo ofrece esta anécdota (manuscrito 18220, fol. 13) que corría en el siglo XVI: Estando una vez comiendo, el rey don Fernando quejábase que no tenía dientes. Dijo don Manuel de León: —Antes, señor, me maravillo como vuestra alteza tiene alguno, porque un hombre que dio un bocado tan grande como el reino de Nápoles y otro como el de Granada, ¿cómo le ha de quedar diente en la boca?
Este otro caso hubo de ocurrir entre 1495 y 1507, ya un tanto mayor don Manuel: El rey don Fernando que envió a Italia por capitán a don Manuel de León, el cual después de partido fue revocado por ciertas causas que al rey movieron, y desque esto le notificaron, respondió: —Decid a su alteza que pues no se contenta con la bestia, que pierda la señal.
Las noticias nobiliarias extienden lo legendario y lo mezclan con lo histórico: En tiempo de estos católicos príncipes don Fernando V y doña Isabel, fue uno de ellos don Manuel Ponce de León, hijo tercero de don Juan
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Ponce de León, segundo conde de Arcos, y de la condesa doña Leonor Núñez Gudiel, su segunda mujer […] que hizo grandes y señalados servicios en todas las guerras de Granada […] fue uno de los esclarecidos varones en la disciplina militar que hubo en su tiempo, como lo mostró en todas las ocasiones que se le ofrecieron, de cuyas hazañas hay gran memoria, celebradas en las cantinelas y romances de aquellos tiempos, por los desafíos y trances de batalla que tuvo con valientes capitanes de los moros del reino de Granada entre los cuales escriben los coronistas uno de este conde que hallándose cercado de siete moros los venció y dio muerte, cortándoles las cabezas, las cuales metió en santa Fe en el arzón de su caballo. Fue de los caballeros cortesanos en gala y bizarría que se hallaban en la corte de este católico príncipe, del cual escriben que habiéndose traído de África un presente de leones muy bravos, con quien las damas de la reina se entretenían mirando desde un corredor que salía a la parte do estaban los leones, en cuyo sitio se hallaba don Manuel, a este tiempo sucedió que la dama a quien servía, por descuido, o por bizarría, dejó caer un guante en la leonera, dando muestras de queja de habérsele caído, y como don Manuel lo oyese abrió la puerta de la leonera con mucha presteza, entró dentro con grande ánimo y valor, donde los leones estaban, sacando el guante, y llevándole a la dama, cumplió con su obligación y ánimo generoso de caballero, de cuya hazaña hay gran memoria en el Infierno de amor, de Garci Sánchez de Badajoz. […] casó con doña Guiomar de Castro y Niño, hija del merino mayor de Valladolid (Alonso López de Haro, Nobiliario genealógico, II, pp. 118-119).
El manuscrito 1464 BNE afirma que «casó con doña Giomar Niño de Castro, hija de don Pero Niño, conde de Buelna, y señor de la villa de Cigales» (fol. 10). Este tipo de noticias legendarias y populares, al parecer corrían de boca en boca en variantes; he aquí cómo las cuenta el manuscrito 11430, BNE (fol. 381): Don Manuel Ponce de León, hijo de don Juan Ponce de León, conde de Arcos, undécimo nieto de don Reimundo, conde de St. Gil, primero de esta sucesión, fue valeroso y esforzado y de los insignes caballeros que hubo en su tiempo. Sirvió a los Reyes Católicos, hizo notables luchas contra los moros, en la guerra de Granada mostró su invencible ánimo en muchas cosas de armas y en cosas de caballería que le sucedieron. El Sículo del Libro de los claros varones dice de él que mandó hacer tres lanzas muy fuertes y cazando en África mató con ellas tres moros muy valientes y volvió a España con sus cabezas; y otro mató en
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Ronda de gran fortaleza y a otro moro que alabó su ánimo y valentía le dio sus despojos […]. Casó con doña Guiomar de Castro, y tuvieron entre otros a don Rodrigo, conde de Bailén…
Cinco anécdotas de él se conservan en el manuscrito 7412 de la Biblioteca Nacional, cuyo autor seguramente fue Juan Martínez de Lerma.Tienen la particularidad, como casi toda la obra, de poner paralela alguna hazaña grecolatina y se pueden dividir en dos aspectos: guerrero y caballeresco. Uno se refiere a su legendario origen (29) disfrazado de broma por un nigromántico; otro es guerrero (30), el único que tienen un cierto parangón o paralelo clásico, aunque más parecido, es el ocurrido a David (I Samuel, 18, 24-27); otros caballerescos (27, 28, 279). I (29). El mismo don Manuel dijo públicamente que era tan valiente hombre como Héctor. Sabido por un nigromántico acordó de hacerle una burla, y fue esta. Estando don Manuel él solo en casa, cerrada la puerta, oyó llamar a ella y respondió: —¿Quién está ahí? Dijo el de fuera: —Abrid, que soy Héctor. Abrió y entró un hombre muy grande, armado de todas armas, y con una hacha de armas en las manos, y dijo: —¿Sois vos don Manuel de León? Don Manuel dijo: —Sí, soy. ¿Qué me mandáis? Respondió: —¿Sois vos el que dijisteis que érades más valiente que no yo? Don Manuel echó mano a la espada y a la capa y dijo: —Más valiente no, pero tanto sí.Y yo os lo haré conocer. Héctor respondió: —Sobre eso no quiero yo matarme con vos. Y desapareció.
A esta anécdota hemos de hacer un par de comentarios: A. Sobre el origen de la familia Ponce Gracia Dei, en su Nobiliario, manuscrito 18053, BNE, afirma en verso:
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Fue el primero de Gascuña valeroso capitán, que sin meter otra uña viene su línea, y alcuña, de la casa de Roldán (fol. 107).
Y en prosa: «hobieron comienzo de un caballero que vino de Gascuña, llamado don Ponce; éste derechamente venía del linaje de Roldán» (fol. 107). El manuscrito 11859, BNE afirma lo siguiente: «Estos caballeros Ponces son de nación francesa, el primero que vino a España fue un hermano del conde de Minerva llamado Pierres Poncio» (fol. 247); mientras que el manuscrito 11464 asegura que «proceden de Francia, de los condes de Tolosa cuyo primer conde fue Torton» (fol. 4). B. Sobre las apariciones Este tipo de apariciones fantásticas tienen también otro representante en el manuscrito de Martínez de Lerma: el número 12, folio 4, un animal fantástico y feroz se aparece a don Íñigo Fernández de Velasco y su mujer, doña María de Tobar, duquesa de Frías cuando, acostados en un aldea, se oyó un bramido como de toro y don Íñigo se le enfrentó espada en mano; el animal llegó junto a la cama; el señor puso la mano ante el rostro de la duquesa…; el animal abrasó a uno de los pajes y el otro «quedó tan espantado que murió dende a dos meses». En la novela El soldado Píndaro (pp. 310-312), se nos cuenta la fantástica lucha entre el capitán Alonso de Céspedes y el barón de Ampurde, quien traidoramente le atacó en París. Muerto por el capitán se le aparece fantásticamente; luchan durante tres horas, consecuencia de lo cual el capitán estuvo todo un día como muerto. Otras apariciones fantásticas hay en varias comedias de Lope: El infanzón de Illescas, Las paces de los reyes, El duque de Viseo o Don Juan de Castro, El marqués de las Navas o El burlador de Sevilla, de Tirso. Martínez de Lerma da como texto paralelo a Plutarco, Vida de Cimón (caps. I y IV). Ginés Pérez de Hita (Guerras civiles de Granada, cap. XIV), nos pone en relación con esta anécdota:
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Don Manuel Ponce de León, duque de Arcos, descendiente de los reyes de Xérica y señores de la casa de Villagarcía, salidos de la casa real de León, de Francia, por señalados hechos que hicieron, los reyes de Aragón les dieron por armas las barras de Aragón, rojas, de color de sangre, en campo de oro, y al lado de ellas, un león rapante, que era su antiguo blasón, en campo bl a n c o, armas muy deslumbradas del famoso Héctor Troyano, antecesor suyo, como dicen las crónicas francesas. II (30). Mandole su amiga a don Manuel de León que fuese a la guerra de los moros; y si le trajere siete cabezas de ellos ella haría todo lo que él quería. Fue y las trajo, peleando con ellos uno por uno.
Es el único texto que tiene un comienzo al paralelo con el mundo clásico (Valerio Máximo, libro tercero; Marco Varrón y San Agustín) aunque sin duda está más próximo a I Samuel, 18, 24-27, cuando Saúl exigió a David: No necesita el rey dote; solo quiere cien prepucios de filisteos para vengarse de sus enemigos. Y salió David con los que estaban a su mando y mató cien filisteos, trayéndose sus prepucios y los entregó al rey.
Más verosímil o menos hiperbólica es esta otra versión, quizá más antigua, que nos ha conservado la felicísima memoria de Gonzalo Fernández de Oviedo: Lo segundo que oí notar muchas veces e aplicar a su esfuerzo, es que estando don Manuel muy enamorado de la dama que es dicho (o de otra), e acordándole sus servicios, acusándola de ingrata y no comedida remuneradora de sus deseos, ella le dijo: —Mirad, señor don Manuel, teneos por dicho, e sed cierto, que hasta que vais en África e hayáis allá muerto tres moros por mi servicio, es escusado pedirme mercedes, por tanto hablad en ál. Don Manuel le dijo e replicó: —Señora, si yo eso hiciere, ¿alcanzaré vuestra gracia? —Sí, por cierto —dijo ella. E él no atendió más y partiose para allende, e en Fez e otros reinos de África fue con una empresa e hizo armas con tres caballeros moros, cada uno por sí en diferentes partes e tiempos, e los venció e mató e trujo los testimonios, y aun testigos de sus batallas e volviose a Castilla e halló a aquella señora, que en tanto trabajo le puso, casada con un señor ilustre que tenía más que don Manuel, el cual yo sabría nombrar. E fue-
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se derecho a una villa de aquel caballero donde él y ella vivían.Y el caballero le recibió muy bien e le festejó como a huésped generoso e comieron juntos, e también la señora, e acabado de comer e levantados los manteles, dijo don Manuel: —Yo he complido mi palabra como caballero, e ved aquí los testimonios de cómo por serviros, señora, maté tres caballeros moros e valientes hombres en África.Yo me moví con locura, e vos, señora, os casastes con cordura, e con tan honrado caballero al cual yo siempre deseé contentar. A Dios doy muchas gracias por las mercedes que en eso e en todo me ha hecho.Y quedaos a Dios, y tened por cierto que me ternéis siempre pronto en todo lo que yo pudiere servir a vuestras mercedes. E aquel señor e su mujer se le ofrescieron con dulces e tales palabras como semejantes e ilustres personas suelen referir. E don Manuel se partió para el Andalucía, e aquel caballero e la señora se quedaron en una villa suya en el reino de Toledo (núm. 230, pp. 450-451).
La siguiente anécdota tiene un aspecto cíclico, el primer episodio es este: III (27). Don Manuel de León, hermano del conde de Arcos, saliendo de la iglesia mayor de Sevilla sin más armas de una espada que le llevaba un paje, le acometieron cuatro enemigos suyos armados de pies a cabeza. Diose tan buen maña con ellos que mató los dos, y a otro cortó un brazo y el otro le huyó.
Esta anécdota la repite Luis de Milán en El Cortesano, publicado en 1561, pero que debió de escribirse en la tercera década del siglo XVI, en la corte valenciana de don Fe rnando de Aragón y doña Germana de Foix, viuda de don Fernando el Católico. Por tanto, debía ser ya antigua en aquel momento: Muy bien mostró este caballero tener lo que aconsejaba, pues hallándose en Roma, asaltado de malhechores una noche, hizo tan maravillosas cosas en armas, que siendo los contrarios muchos, los hizo pocos, venciendo a todos, huyendo de su gran corazón (p. 84).
Como consecuencia de este episodio de Milán y Juan Martínez de Lerma, se narra el siguiente: IV (28). Sabida esta nueva por Sevilla vino a oídos de una principal señora, la cual enamorada de tan notable hecho, envió, con una criada
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suya, a llamar a don Manuel, el cual vino por cierta parte que la criada le guió. Y después de haberle besado las manos por la merced que le hacía en quererse servir de él, le preguntó quién había sido la causa de ello. La señora le respondió: —Mi marido me ha contado la gran valentía que hecistes con vuestros enemigos y ansí me pareció que por tal hombre como vos era de hacer esto tal mujer como yo.Ved aquí a vuestro mandar. Mas empero el don Manuel puso más el amor de la virtud que la fición del débito, y así le respondió: —Nunca Dios quiera que quien tanta honra me dio dé yo tan gran deshonra. Y así se fue y la dejó.
Lo que aparece como dos acciones diferentes, aunque ligadas entre sí y sin antecedentes, aparece ahora como un conjunto complejo y completo, muestra de la genial caballerosidad de don Manuel (a quien se atribuye un «cuento de liberalidad» en nota marginal): ver el núm. 67 de la sección de Textos. Muestra de la tradicionalidad de ese episodio y ejemplo del gavilán y los pajarillos es otro cuento, atribuido a un cierto Garci Laso de la Vega (núm. 69 de la sección de Textos). Esta nueva versión, atribuida a fines del siglo XV, con anterioridad a la conquista de Granada, parece quitar fuerza a la hipótesis de Crawford en relación con el cuento de Ser Giovanni que él creía solamente utilizado en Il Pecorone (giornata I, novella, I). También la repite Luis de Milán: Y viendo esta hazaña un romano, dijo a su mujer lo que don Manuel de León había hecho, y ella, enamorada de su gran valor, fuese a él y contole lo que su marido le había dicho, ofresciéndose para cumplir su voluntad si de ella se quería servir. A esto respondió él: —Íos, señora, que muy mala obra haría yo a quien me la hizo tan buena, que fue vuestro marido; que jamás está sin ley el agradescido.
Esta última anécdota tiene mayor trascendencia, por cuanto se incluye en la más bella novela corta renacentista: Abindarráez y Jarifa o El Abencerraje, aunque atribuida a Rodrigo de Narváez. Sin duda fue un añadido, por cuanto tiene una larga historia que fue estudiada por López Estrada.
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Existe desde el siglo XII (Walter Map), se canta en un lai biográfico del trovador Guilhem de Saint Didier y pasa a la novelística italiana, Il Pecorone de Ser Giovanni el Florentino, de donde algunos creen que procede la versión del Abencerraje. Pero, como estamos viendo, no carece tradición de España, porque ya de antiguo se hablaba de la ascesis de algún príncipe. Cuenta Plutarco de Alejandro: Al traerle a una joven a muy última hora de la tarde para que se acostara con él, preguntó que por qué a aquella hora. Ella respondió: —Esperé a que mi marido se fuera a la cama. Alejandro castigó severamente a sus esclavos, porque por ellos estuvo cerca de convertirse en adúltero.
Así como también se incluye en El cortesano este otro suceso que nos muestra a don Manuel, hombre de consejo honesto y sensato: V. También ha de ser varón con ley, como dijo un valeroso caballero castellano, en la guerra de Granada, nombrado don Manuel de León, que siendo muy amado por su gran valentía de un moro no menos valiente que él, que se decía Muza, que fue cativado en una escaramuza, y trabajando el rey don Fernando y la reina doña Isabel que se hiciese cristiano, viéndose muy importunado, dijo: —Yo no haré sino lo que me aconsejare don Manuel León, mi gran amigo. Fue a hablalle por mandado de los reyes y díjole: —Muza, si tú te pasas a nuestra ley y de corazón no fueres de ella, ni serás de la tuya ni de la nuestra, y quedarás hombre sin ley; no dejes de serlo, que no debe estar sin ley un momento el corazón para ser todo varón (pp. 83-84).
Su gloria, prestigio y fama fue la de uno de los grandes capitanes del siglo XV, hasta tal extremo, que Cervantes la percibió cuando vivía en Sevilla a fines del siglo XVI y la trasladó a sus obras. En El Quijote (1605) lo sitúa entre los héroes: «un don Manuel de León [tuvo] Sevilla, cuya lección de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeron» (I, 49); «don Manuel de León que fue gloria y honra de los españoles caballeros» (II, 17).Y aún en El gallardo español «Su don Manuel [Ponce de León] el gallardo» (p. 17).
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Y a pesar de tanta fama y gloria hoy la Enciclopedia de Andalucía, catálogo de ilustres andaluces de todos los tiempos, le ignora, aunque su nombre sonó en las bocas hispanas del siglo XVI. Quizá la anécdota más famosa de don Manuel, aunque pertenece al folclore universal, sea la titulada generalmente El guante: VI (279). Estando don Manuel de León, agüelo del conde de Bailén, que hoy vive, con ciertas damas en un corredor sobre un corral de leones, a una dama a quien él servía, acaso se le cayó un guante, o le dejó caer adrede, entre los leones y mandó a don Manuel que se le trajese. Don Manuel bajó por él y entró donde los leones estaban, y tomó el guante sin que se moviesen contra él, y le volvió a la dama (fol. 83v).
Aunque sin duda más antigua, detallada y precisa es esta otra versión de hacia 1556, de Gonzalo Fernández de Oviedo: En Segovia, en el palacio del rey don Enrique Cuarto, había un corral con ciertos leones bravos, e las damas de la reina tenían ventanas sobre el mismo corral. Y una de ellas, a quien don Manuel sirvía (gentil dama), por probar el esfuerzo de don Manuel, o por cualquier ocasión o descuido que lo hiciese, dejó caer (o se le cayó) un guante en el corral de los leones. Y en el punto se empezó a condoler por la pérdida de su guante e decir: «¡Oh mi guante! ¡Oh mi guante!», e mostrar mucho pesar de tal desastre. E don Manuel, que presente estaba, túvose por afrentado si no sacaba el guante de donde estaba, e díjole: —Señora, ¿seríades muy servida de quien os sacase vuestro guante de donde está? E ella le dijo: —Teníalo en tanto que no lo sé encarescer. Estonces don Manuel bajó, e hizo al leonero que le abriese la puerta del corral, e así como los leones sintieron abrir la puerta acudieron a salir de su espelunca, pensando que les traían de comer. E don Manuel entró en el corral con una espada e una capa, e como vido venir los leones echó mano a la espada e ellos pararon admirados, e don Manuel fue adonde el guante estaba e lo tomó e se salió, e el leonero cerró la puerta del corral. E en presencia de caballeros e de aquella señora e otras le dio a aquella cuyo era. E dándole ella las gracias, sin las atender, don Manuel alzó el brazo e diole una bofetada e dijo:
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—Tomad, señora, vuestro guante, y esta bofetada porque nunca pongáis la vida de ningún caballero en aventura por vuestro desvarío16.
Don Marcelino Menéndez Pelayo17 le dedicó la atención por dos veces: en la Antología de poetas líricos, y en El teatro de Lope. Hagamos, pues, una síntesis. Casi semejante cuenta otra vez este episodio Fernández de Oviedo; pero véalo el interesado en el núm. 71 de la sección de Textos. Otra versión de la bofetada en el núm. 2 de esa misma sección. Garci Sánchez de Badajoz, en el Infierno de Amor (Cancionero General, 1511), recuerda así a don Manuel: Y vi más: a don Manuel de León, armado en blanco […] los leones que domó.
Don Jerónimo de Urrea incluye en su traducción del Orlando furioso, de Ariosto (canto 34, fol. 19), estos cuatro versos: Mira aquel obediente enamorado don Manuel de León, tan escogido, que entre leones fieros rodeado, cobra un guante a su dama allí caído.
Tan famosa era ya la hazaña de don Manuel y los leones que, cuando en 1554 aparecen en Luca Le tre parti de le Novelle del Bandello, nos encontramos con la 39 de la tercera parte: Don Giovanni Emanuel ammaza sette mori ed entra nel serraglio dei lioni e ne esce salvo per amor di donna, donde se mezclan el número 30 y El guante. En alguna otra ocasión debió de ocurrir algo por el estilo, como también cuenta Fernández de Oviedo:
16 Como cuento sin protagonista determinado lo contará en el siglo XX Amós de Escalante, En la playa, pp. 15-126, para ejemplificar otro deseo femenino que será trágico en el mismo narrador. 17 Antología de poetas líricos castellanos, t. VII, pp. 135-136 y Estudios sobre el teatro de Lope, IV, pp. 245-254.
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En Segovia, en el palacio viejo del rey, había siempre en un corral leones, e de la una parte del corral había una ventana alta sobre él, que de la sala del rey salía sobre aquel corral de los leones, e en frente de aquélla había otra sobre el mismo corral en el aposento de las damas del palacio. Un día el leonero entró a dar de comer a los leones, e por ser poca la ración o querer más e se cebar en el pobre leonero, comenzaron a trabar de aquel pecador e maltractarlo, e la grita de las mujeres e damas de la una parte que acudieron a las voces que el leonero daba pidiendo socorro, e las voces de los caballeros e hombres de la otra sala amenazando a los leones, no pudieron hacer de manera que aquellos fieros animales no andoviesen ejercitando su ferocidad e uñas procurando de le matar para se lo comer. Bien creo yo que no le faltaran escriptores a este osado varón y más toviera si romano fuera (o de otra nasción) si concurriera con aquellos antiguos e comedidos, elegantes auctores del tiempo de Tito Livio o Plutarco, e otros historiales en que se leen muchas cosas notables, e que hicieran ésta una de ellas muy famosa en que sus estilos se mostraron más al propósito de este suceso peregrino, que no lo hará mi relación, pero direlo de aquella manera que llanamente lo entendí. Acerose Alonso de Barrasa en aquella sala con otros caballeros, e no pudo comportar su ánimo de ver así padescer a aquel hombre, e teniendo una espada e una capa, saltó desde la ventana dentro del corral de los leones, bien diez tapias de altura, o poco menos, e cayó de pies, arrimado a la misma pared e cayósele el bonete de la cabeza (el cual decía la marquesa de Cotrón que era amarillo), e muy presto echó mano a su espada, e tomó su bonete e fuese contra los leones, los cuales como vieron tan grande novedad dejaron el hombre e retiráronse atrás ocho o diez pasos, pero todos juntos e en son de apercibidos, e llegó Barrasa al hombre, que estaba bien herido de las uñas de los leones, e tomole del brazo e púsolo detrás de sí, retrayéndose hacia la puerta del corral paso a paso, e los leones asimismo viniéndose hacia Barrasa su poco a poco. El leonero salió fuera e Barrasa después, todavía el rostro mirando a los fieros leones, e apenas era salido de la puerta, e cerrádola tras sí, cuando todos siete leones que eran estaban asidos de ella. En fin, se salió con su hombre, el cual escapó e vivió, e Barrasa quedó honrado, e a vista de muchos caballeros e damas hizo lo que es dicho como denodado varón18.
Nuestra anécdota confirma su trayectoria en romance, seguramente viejo, retocado por Juan Timoneda en su Rosa gentil (fols. 55v-56v): «Ese conde don Manuel / que de León es nombrado» está «Con doña 18
Fernández de Oviedo, Batallas..., ed. Pérez de Tudela, t. II, p. 312.
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Ana de Mendoza, / dama de valor y estado», quien «Dejose caer el guante, / al parecer descuidado» y nerviosa pregunta: ¿Cuál será aquel caballero de esfuerzo tan señalado que saque de entre leones el mi guante tan preciado?
Pero aquí se quiebra la anécdota y se contamina con otra: Un criado del rey don Enrique el Cuarto que se llamaba Barrasa entrando descuidado en un corral, le acometieron siete leones que el rey allí tenía.Y él se dio tan buena maña que a cuchilladas les hizo retraer a todos y ansí le dejaron con mucha honra sin hacelle ningún daño (fol. 101v.).
Solo la primera parte recuerda Ginés Pérez de Hita en sus Guerras civiles de Granada: o el bravo don Manuel Ponce de León llamado, aquel que sacara el guante que por industria fue echado donde estaban los leones, y él le sacó osado.
Que en doble versión, legendaria y burlesca, cuenta don Juan de Arguijo (cuento 221): Don Manuel de Ponce, tan nombrado, que entró en la leonera con su espada en la mano a sacar un guante que su dama echó de propósito para probarle. Llego a dársele y con él diole una bofetada, diciendo que aprendiese a no poner por su antojo en tales riesgos a caballeros tales como él.
Lope de Vega tiene una comedia, El guante de doña Blanca, de hacia 1630-1635, donde el rey don Dionís de Portugal (1279-1325) «Sacar quisiera este guante», para ser alabado como aquel caballero que
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Sacó un guante que su dama dejó cautelosamente caer entre dos leones por probarle (Acto I).
Y en La portuguesa hace esta pregunta retórica: ¿Qué guante de la leonera habéis sacado por mí? (J. I.)
Antonio Mira de Amescua en Galán, valiente y discreto recuerda el episodio legendario: En Castilla sucedió que una dama arrojó un guante, en presencia de su amante, a unos leones. Entró al galán y lo sacó, y luego a su dama infiel le dio en el rostro con él. (vv. 2297-3303)
En 1797 se produce en Alemania la versión —a través del francés— más perfecta por obra de Federico Schiller: Der Handschuh (El guante). Pero alcanzó nueva vida teatral la segunda parte de la leyenda que nos contaba el romance de Timoneda: bofetada y matrimonio. Cuenta el P. Fernando Pecha en su Historia de Guadalajara (1635): Don Alonso Henríquez [hijo de don Fadrique Enríquez] aunque disfrazado, oyendo a doña Juana [de Mendoza, viuda, llamada la Ricahembra] poner dolo en él [hijo de una judía], arrebatado del ímpetu de la cólera, levantó a la mano y dio a doña Juana un bofetón [lo cual medró su honor y decide casarse con él] porque no se pueda decir «que hombre que no es mi marido, se atrevió a darme un bofetón» (fols. 106-107).
Y es el argumento de La Ricahembra, obra maestra de Tamayo y Baus y Fernández Guerra (1854). Es un héroe de la época de doña Isabel, como nos aseguran las noticias:
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VII. Un valeroso caballero castellano, en la guerra de Granada le desafía el alcalde de Ronda (conquistada en 1485) [fiel vasallo] de la reina Isabel (que falleció en 1504) y de «el buen rey».
Defensor del valor y honestidad castellanos en Roma (según una versión; en otra, quizá la primitiva y auténtica, en Sevilla y, sin duda, muerta la reina en Francia, con ausencia de don Fernando). Pero a la vez, hombre de buen consejo con un sentido religioso de la vida que antepone a todo la propia creencia, entre los suyos como entre los enemigos. Su concepto de la nobleza le impide ofender en la esposa del honesto y admirado caballero que, sin saberlo, incita a la mujer, e incluso superando su nobleza, es capaz de castigar la inconveniencia femenina. Todas estas virtudes: valor, sabiduría, fortaleza y honestidad le hacen reflejo de la gran reina que fue doña Isabel. Pero aún quedan otras anécdotas de don Manuel de León, como las del Romance de don Manuel de León «Cual será aquel caballero / de los míos más preciado» en que, incitado por «el buen rey», aunque convaleciente, se enfrenta y vence al moro Muza, almoradí, que ostenta en el pretal del caballo cuatro cabezas de cristianos, y cuya cabeza cortada hinca en su lanza y la presenta al rey, aunque Pedro de Padilla, en su Glosa, rectifica: VIII. Metida en gran confusión la reina Isabel está rodeada de pasión porque un moro muerto ha cuatro de nuestra nación y con ánimo alterado viendo este estrago tan fiero de esta manera ha hablado: ¿Cuál será aquel caballero de los míos más preciado?
El héroe vence a los moros y trae sus cabezas, costumbre ya en la antigüedad como recuerda fray Pedro de Valderrama: Los partos traían en los pretales de los caballos, cuando venían victoriosos las cabezas de los más valerosos y valientes capitanes y soldados que habían muerto en la guerra, colgados en las lanzas, para mayor ostentación de su gloria. (p. 273).
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IX. Hay otros romances que cantan el valor caballeresco de don Manuel, tal el Desafío del alcalde de Ronda, romances nuevos de Pedro de Padilla sobre hechos viejos fronterizos. Estos dos romances que vamos a ver ahora tuvieron lugar, sin duda, antes de 1485, fecha en que don Fernando conquistó Ronda: Al valiente don Manuel que de León se decía, el moro alcalde de Ronda un mensajero envía y este le lleva una carta por la cual le desafía…
Herido el moro, y vencido, promete someterse a prisión tan pronto cure, porque no es él quien le ha herido, sino la desamorada Fátima. Quien, como consecuencia, se enamora de él y le escribe cuando está en Sevilla en poder de don Manuel quien, excelente caballero, en este segundo romance le concede la libertad por su condición de enamorado: Desde agora quedas libre para que sin dilatallo, a Ronda te partas luego a gozar de buen estado que te ofreció la fortuna cuanto más desconfiado.
X. Incluye el sevillano Juan de la Cueva19 un Romance del conde don Manuel de León enteramente novelesco o, por mejor decir, donde se noveliza un hecho real y auténtico con toda la facundia sevillana que el autor puso a contribución. No necesitaba hipérboles don Manuel de León, bastaban sus hechos. Una muestra de ellos es su desafío con don Iarluin de Monfort, de la gran casa de Hungría, a quien vence en París, donde es agasajado por caballeros y damas, una de las cuales le mira con interés, por lo cual monsieur de la Lança, celoso, le desafía. Acepta don Manuel:
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Coro Febeo de romances historiales, fols. 151-158.
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El campo de nuestra lid, y el fin de nuestra porfía, yo como desafiado lo señalo que sea encima de este puente, de manera ni pretiles, que resistan. Las armas han de ser lanzas, y los caballos sin sillas, desnudos los dos, en carnes, sin adargas, ni lorigas y este lugar, y armas nombro, para el fin de esta conquista.
Acobardado el rival, abandona y don Manuel regresa junto a don Fernando el Católico con todo honor. Porque la realidad se encarga de simplificar los hechos auténticos. He aquí la narración del suceso real que sirvió a Juan de la Cueva para su construcción hiperbólica. El suceso, con nombres y apellidos, lugares y fechas, en plena juventud de don Manuel, nos lo ha conservado Gonzalo Fernández de Oviedo: La tercera cosa e muy pública que intervino don Manuel en que mostró su continuado ánimo, aunque no se concluyó la batalla, fue cosa muy notable e averiguada por una mocedad o liviandad sobre que se desafiaron don Fernando de Velasco e don Manuel. El cual don Fernando de Velasco fue hermano del condestable de Castilla don Pero Fernández de Velasco, padre de los condestables don Bernaldino y don Íñigo de Velasco. E de conformidad se concertaron estos dos caballeros para que desde Madrid, donde estaba el rey don Enrique Cuarto, se fuesen a la puente de Viveros del río de Jarama, e a caballo, en calzas e jubón, sin otras armas ofensivas ni defensivas sino sendas lanzas de puntas de diamantes de finos aceros, sobre la dicha puente el uno contra el otro las rompiesen en sus personas. E cada uno por su parte se fueron a la dicha puente, que está tres leguas de Madrid e otras tres de Alcalá de Henares. E como estos caballeros eran generosos e estimados e hijos de señores no pudo ser su desafío tan secreto que no viniese a noticia del rey, el cual mandó a su mayordomo mayor, don Andrés de Cabrera (que después fue primero marqués de Moya) que a toda diligencia fuese tras ellos e los trujesen presos. E el mayordomo cabalgó con ciento de caballo, y llegó a tiempo que ya que el uno de los desafiados estaba cerca de la puente lo prendió y
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diole en guarda a ciertos caballeros. E pasó la puente, e ya el otro venía bien cerca de ella, e arremetió con sus jinetes en tropel para prenderle e [lo prendieron]20.
El desafío no tuvo lugar, pero la fantasía de Juan de la Cueva lo consumó: quedan detalles de la realidad: 1. El puente. 2. A caballo. 3. En calzas y jubón. 4. Con solo lanzas. El cartel de Iarluin de Monfort invitando a un torneo en Francia creo que hay que ponerlo en la cuenta de la fantasía de Cueva, así como el cortejo de la francesita, de que, sin duda, era muy capaz don Manuel y el consiguiente real e histórico desafío, transportado a París y a los reinados de Luis XII y don Fernando el Católico. XI. Como colofón, recordemos otro romance que, aunque se titula Don Manuel, ni por el contenido ni por el estilo debe referirse a don Manuel Ponce de León. Es poema extrañamente legendario, difundido, aparece en Asturias y tiene versos e ideas comunes en Trasos-montes. «Una noche oscura / de relámpagos y agua», el apuñalado don Manuel acude a su amante Polonia porque ya Que yo vengo muy herido y las heridas son malas, Polonia, si yo me muero, no me entierres en sagrado; entiérrame en un pradito donde no paste ganado, y a la cabecera pongas un Cristo crucificado.
Solamente el último verso podría corresponder al espíritu vital de don Manuel; lo anterior y posterior no convienen al ser que fue don Manuel Ponce de León, que murió en 1515. Más cosas se podrían decir pero ya es muy extenso lo apuntado.
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Batallas y Quincuagenas, t. I, pp. 230-231.
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DE DICHOS
El hombre que voló Don Ángel González Palencia, en 1931, divulgó la siguiente noticia: A fines del siglo IX un hombre de ciencia y de letras, que vivía en Córdoba, y a ratos era poeta asalariado del emir Mohamed I (858-886), también era el tal Abulcasim Alabbas ben Firnás: a él se debe, según los cronistas, el descubrimiento de la extracción del vidrio de los minerales; él había fabricado un reloj por un sistema sin precedentes; él había construido en su casa un firmamento en el que por medio de un juego mecánico y automático se representaban las estrellas, las nubes, las tormentas (pp. 48-49)21.
Levi Provençal nos amplía las noticias22: Era un cliente Omeya de origen bereber, pertenecía a una familia que vivió en el distrito de Takronna (Ronda). Su imaginación y su vena inventiva no conocía límites. Dotado de una incomparable destreza física, sobresalía en los juegos de prestidigitación más complicados, y las ciencias ocultas no tenían secretos para él; cuando un mercader trajo a España el tratado de métrica árabe del Jadil, nadie comprendía nada […] [él] lo examinó, lo comprendió y se lo explicó a un auditorio pasmado. Sirviéndose de instrumentos inventados por él, descubrió la fórmula de
21
Parece como si existiera un recuerdo también de este invento en Ibn Firnás en est. 180-182 del Libro de Miseria: «Por ejiemplo: un pagano rey, que fui de grand afar, / como yaze en escripto así lo quiero probar; / Cosdroe hobo por nombre, quísolo Dios quebrantar, / porque más que non debía, él se quiso gloriar. / Fizo torre de argent e, a grandes maravillas, / en somo, cielo de oro pintado todo de estrellas; / las estrellas resplandecían como si fuesen candelas; / desende puso? el sol e la luna cerca ellas. / Esta torre fue, sepades, fecha con grand maestría, / así que toda la torre moviose por artería; / cuand la torre se movía sueno de trueno facía, / las aguas venían por caños por ende el cielo pluía». Luitprando, en su embajada en 968 a Nicéforo Focas (Basileus de Constantinopla), narra que en medio del salón de recepciones había un árbol de bronce dorado en cuyas ramas se posaban multitud de pájaros, también de bronce, que cantaban con el piar de sus naturales. Eran sus guardianes unos leones de metal o madera que golpeaban el suelo con la cola y rugían espantosamente y su tronco de oro emergía del suelo y se elevaba hasta casi el techo. 22 Levi Provençal, Historia de la España musulmana, 1950, t. I, p. 147.
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la fabricación del cristal, y construyó en vidrio un simulacro del cielo que a voluntad ponía claro o nuboso, añadiéndole relámpagos y ruido de truenos.
El más sorp rendente descubrimiento que mencionan González Palencia y Levi Provençal fue descrito así por Elías Terés en 1960: El historiador Ibn Hayyan puntualiza que el más audaz fue, sin duda, el que ideó para volar por los aires, y que consistió en lo siguiente: «Se cubrió el cuerpo con una pieza de seda revestida de plumas, se adaptó dos alas como los pájaros y se echó a volar, en la Rusafa de Córdoba; logró permanecer en el aire un cierto tiempo y, planeando, recorrió alguna distancia; pero en el momento de tomar tierra, no acertó a maniobrar adecuadamente y cayó con violencia en el suelo, lastimándose el trasero», porque —dice el cronista— no se había dado cuenta de que los pájaros al posarse, se valen de su cola, y él no se había fabricado cola23.
A este propósito Ibn Said le disparó una sátira con este verso24: Quiso aventajar al grifo en su vuelo y sólo llevaba en su cuerpo las plumas [de un buitre viejo.
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Terés, 1960, pp. 239-249. A pesar de la realidad histórica de Ibn Firnás son excesivas las coincidencias con Dédalo, quien «Realizó una serie de trabajos, todos los cuales revelan el máximo ingenio [la vaca para Pasifae, el laberinto de Creta, el hilo de Ariadna, un autómata de bronce]. Construyó entonces [para huir de Chipre] alas para sí y para su hijo, fijándolas al cuerpo con cera, y de este modo pudieron salir del encierro. Ícaro pereció en la travesía [voló demasiado alto, cerca del sol y se derritió la cera], pero Dédalo llegó sano y salvo a Cumas» (Diccionario de la mitología clásica, I, p. 168). Hagamos constar que en la invención del cielo con sus truenos y rayos puede haber también un recuerdo de Virgilio: «No menos donosa fue la [locura] de Salmoneo, hijo de Eolo, rey de Elis; el cual queriendo igualarse con la naturaleza, o conforme a sus vanas supersticiones, con el dios Júpiter, en el poder que le atribuían de tronar y echar rayos, mandó fabricar una grande fuente de metal, y por encima para imitar el estruendo de los truenos, hacía correr fuertemente poderosísimos caballos con carros, yendo dentro, arrojando hachas y tedas encendidas, porque pareciesen rayos.Y al que tocaba con la teda o fuego que arrojaba, luego lo mandaba matar, porque no escapase de la muerte, como herido de rayo; según Vergilio lo afirma, en el Sexto de La Eneida [585-594]» (Mondragón, Censura de la locura humana, fol. 5). 24
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A partir de este episodio, difundido burlescamente por historiadores y poetas, ha surgido una tradición que llega hasta hoy. El mismo don Ángel González Palencia nos ofreció, sin prueba documental, las dos más antiguas versiones, una oriental: Menos fortuna tuvo el intento de Abunasar el Chauharí, que en el año 1002 se arrojó desde el tejado de la mezquita de Nisapur con unos planos que se había atado al cuerpo a modo de alas; apenas se lanzó al vacío, cayó y pagó con la vida su loco atrevimiento25.
Y otra occidental, en el mismo siglo, en Inglaterra: el benedictino inglés Olivier de Malmesbury (1060), al arrojarse de una torre, habiéndose atado alas artificiales a los brazos y a las piernas, aparato con el cual no pudo sostenerse…
En el siglo XIII lo repite Vincent de Beauvais, y en el XV San Antonino de Florencia. Hemos encontrado un texto turco de tono humorístico, pariente lejano de nuestro texto y problema26: Nasreddin Hoca camina un día al lado de su burro por un camino estrecho sobre un acantilado. De repente resbala el burro y antes de que se incorpore su amo, el pobre animal se cae por el precipicio y se mata. Nasreddin Hoca le contempla por un momento y se dice: —¡Vaya, parece que ese burro mío aprendió a volar, pero no sabía como posarse!
La fuente de este cuentecillo se halla en el Sumario de las maravillosas cosas del mundo de Alvar Gutiérrez Torres (1524)27: Este monje [llamado Mero de Malberia] era hombre de letras e de madura edad que en su primera joventud se esforzó a facer una cruel osadía poniendo plumas en sus manos y también sus pies por cierta arte para volar, como dicen haber hecho Dédalo, creyendo la fábula ser verdadera.
25
González Palencia, 1931, p. 49. Alpay Kabacali, 1992, p. 28. 27 Sin paginar. Texto en fol. K5. 26
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Y tomando aire encima de una torre voló por espacio de más de un estadio, y es cantidad el estadio de CCXXV pasos, que son DCXXV pies en los nuestros. El cual, con la violencia del viento e torbellino, y también con el temor que su temerario hecho le ponía hobo de caer en tierra y quebrándose las piernas vivió siempre debilitado y decía él mismo la causa de su caída haber sido aquesta por «no se haber acordado de poner cola en la parte trasera».
Que pertenece, si no me engaño, a la difusión de Ibn Firnás, ya que fue la forma de criticarle, riéndose de él. Nuestro siguiente manuscrito perteneció a la colección de don Antonio Rodríguez Moñino y fue descrito por Víctor Infantes28 así: Nuestro manuscrito de tamaño folio se compone de 18 hojas sin numeración, título o cualquier otro dato de identificación o pertenencia. Contiene 250 textos, indicados por una rúbrica, aunque no mantiene una caja uniforme de escritura: a veces a doble o triple columna en el caso de los textos poéticos, en ocasiones en los márgenes. Se han enumerado correlativamente los Dichos con el fin de poder identificarlos por el dígito —sin entrar en los casos dudosos— en ningún tipo de posible orden, pues parece claro que el único existente es la cantidad y acumulación. Tras alguna que otra pelea paleográfica parece que es una sola mano la que escribe, eso sí, con vacilaciones, prisas o desgana ya que otra mano agrega comenta algunos pasajes con evidente posterioridad. La letra original es sin duda de hacia 1540-1550, aunque por alguna cita interna la suponemos circa 1545 la que corrige, por lo menos es posterior a 1580.
El texto fue minuciosamente transcrito y anotado por doña María Brey Mariño y la seguimos en un todo y por todo; a ella se debe la enumeración de los textos pero, lo mismo que en el manuscrito 18220, hemos suprimido los textos poéticos porque no nos concernían, pero conservamos la numeración primigenia. La primera noticia publicada sobre el manuscrito apareció en la obra sobre fray Antonio de Montesinos de Julio Rodríguez Puértolas, quien al publicar las anécdotas a él atribuidas dice que pertenecen a Alonso de Fuentes. No da razón de esta atribución ni tampoco de los números que las anécdotas tienen en el manuscrito. En consecuencia
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Infantes, 1991, p. 353.
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tuvo que ser el señor Rodríguez Moñino quien le facilitó las anécdotas, el autor y el título: Miscelánea de anécdotas y curiosidades, que el códice no tiene. Posteriormente, desde 1982 y 1983, lo ha utilizado el sabio y excelente amigo Maxime Chevalier y lo ha fechado en 1540. En 1991 Víctor Infantes utilizó el tal manuscrito, pero solo en relación con el «cancionerillo cortesano» (núm. manuscrito 8, 62, 72, 89, 90, 99, 100, 108, 43 poemas entre los números 156-197 y 219, 224, 241, 249, 250) en el incluido y la fecha aunque por alguna cita interna lo suponemos circa 1545. Las razones que quizá movieran a don Antonio Rodríguez Moñino a atribuir el tal manuscrito a Alonso Fuentes quizá sean las mismas que inquietaron a Víctor Infantes29 («necesitará aclaraciones este núm. 219»), donde tras el elogio al Rey Sabio se dice: El rey don Alonso viéndose desamparado de sus hijos, mujer y vasallos fuese a Sevilla, que aquella y Murcia le quedaron, que no se le rebelaron y hizo aquel romance […] Yo salí de la mi tierra, el que [tachado: está] puse entre otros en el libro de [tachado: los] mis romances viejos…
El romance Tres versiones conozco, que citó ya Menéndez Pelayo. I. Cuarta crónica general de hacia 1455 o poco más tarde, que en realidad no es más que una cuaderna vía de las de metro más irregular y en cuya parte final, cuatro últimos versos, cita al rey Apolonio de Tiro. Son cuatro grupos de versos de 13, 14, 16, 17, 18 sílabas: a) Tres versos rimados en -ir, -il, -is. b) Dos tetrástofos, rimados en -ar, e –ía. c) Ocho versos rimados en –ar, -an, -are, -al. II. Sumario de las maravillosas y espantables cosas que en el mundo han acontecido de Álvaro González Torres, Toledo, 1524. Está escrito como prosa y partido cada verso en dos hemistiquios con el mismo esquema y rima que el anterior con muy ligeras variantes léxicas y sintácticas.
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Infantes, 1991, p. 356, nota 8.
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III. Incluido en Cuarenta cantos de diversas y peregrinas historias, declaradas y moralizadas por el magnífico caballero Alonso de Fuentes, Sevilla, Domingo de Robertis, 1550. Solamente, pues, puede referirse a la obra de Alonso de Fuentes, ya que las otras dos versiones están en textos históricos, y los Cuarenta cantos es una colección de romances, cada uno de los cuales está compuesto por el texto poético, la declaración histórica y la moralidad. Consta de cuatro partes: la primera es de historia de la Sagrada Escritura; la segunda de hechos romanos; la tercera de casos de diversas naciones [falta el núm. 10]; la cuarta de historias de cristianos con los casos que acaecieron en la conquista de Málaga y Granada bajo la ficción de que alguien, que escribió los romances, le ruega los declare y moralice; pero habiendo muerto él haciéndose cargo de todo los edita a su propio nombre. Es el primer romancero historial hispano, anterior en un año a Sepúlveda, y contemporáneo del Cancionero de romances de Amberes. Podríamos decir de él que estando en el límite temporal de los romances viejos constituye un conjunto de romances trovadorescos con una doble finalidad autorizarlos históricamente y penetrar en su sentido moral. En total son treinta y nueve romances pues aunque cada parte consta de diez romances, la tercera sólo tiene nueve; aunque bien mirado si incluimos en el cómputo el romance atribuido a Alfonso X, son cuarenta. Por tanto la frase «puse entre otros en el libro de mis romances viejos» se refiere a la obra de Alonso de Fuentes, porque en ningún otro lugar (o romancero) lo encontraron Milá, Menéndez Pelayo o Menéndez Pidal. Queda así acreditada la sabiduría de don Antonio Rodríguez Moñino y la percepción crítica de Víctor Infantes.
Fecha Por las alusiones a obras o autores contemporáneos podemos intentar fechar este manuscrito. Se cita la Década de los césares cuya primera edición es de 1539, y la segunda de 1676, por tanto debe ser posterior a aquella fecha. Cita al maestro Ciruelo «en el Libro de las supersticiones» en el cuento núm. 36; la primera edición, al parecer, es de 1530, y hubo varias posteriores (1538, 1539, 1540, 1541, 1547, 1548…): a cualquiera de ellas, pues, pudo referirse A. de Fuentes. En
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el cuento núm. 43 se dice: «una mora vive hoy día, año de [15]40, en Benaoxán»: por tanto estaba escribiéndose por esa fecha.Y al parecer siguió durante años, a no ser que fuera copiado más tarde. A propósito de empreñarse las yeguas en Setúbal con el favonio, aunque recuerda a Plinio y Marco Varrón, da esta noticia: «De esto hace relación el maestre Florián [de Ocampo] en la Iª Parte de su gran Crónica», que se editó en el año 1543. En consecuencia debe ser posterior a estas fechas. Maxime Chevalier, una y otra vez apunta la fecha de 1540 al publicar algunos textos;Víctor Infantes lo coloca en el periodo de 1540-1550, acercándolo a 1545. Pero sabiendo, como sabemos ahora, que los Cuarenta cantos se publicaron en 1550 y el texto del cuento 219 afirma en pasado «puse»; es, pues, lógico pensar que deberíamos atribuirlo a la década 1550.
Título También debió de sugerir el señor Rodríguez Moñino el título que había puesto al manuscrito, Miscelánea de anécdotas y curiosos casos, pero quedó olvidado en el tiempo y el benemérito Maxime Chevalier le dio estos otros dos: Dichos graciosos de españoles y Dichos graciosos de españoles notables; y Víctor Infantes se queda con «nuestros Dichos», porque «miscelánea ha sido ocupada erasmistamente por otras misceláneas». Pe ro yo, respetuoso con la idea de don Antonio Rodríguez Moñino, lo abreviaría así: Miscelánea de anécdotas.
Vida de Alonso de Fuentes Muy poco o casi nada sabemos de Alonso de Fuentes: todas las noticias que podemos allegar proceden de su primera obra, Suma de filosofía natural, en la cual asimismo se trata de astrología y astronomía y otras ciencias [primero examinado por mandado de los muy magníficos y muy reverendos señores inquisidores], Sevilla, Juan de León, 1547. En el folio XXIV afirma: «Filiación y naturaleza que en esta ciudad tengo»; y, aún más, hace en el mismo lugar un elogio, seguido de una crítica de los caballeros de Sevilla, como quien bien los conoce y se codea con ellos, y aún hace un buen elogio de Pero Mexía y su Varia lectión (fol. LVII), sitúa los diálogos de la obra de «orillas del Betis»
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y él toma el nombre de Vandalio. En el colofón de esta obra, haciendo reseña de los años que mencionan diversos historiadores para el de 1547 «y de la edad del autor treinta y dos años». Luego había nacido en 1515. No podemos elucubrar sobre su familia, él se llama a sí mismo «magnífico caballero» y sin duda lo era. Al comienzo de la primera parte dice: «Nota, lector, el artificio de esta obra, que toda la prosa en que pregunta y habla Etrusco, es verso [endecasílabo] suelto italiano. Y la prosa en que responde y habla Vandalio, es verso [de romance, octosílabo] castellano». Obsérvese que es casi contemporáneo de fray Bernardino de Laredo (1482-1540) que en 1535 publicó La subida al monte Sión cuya prosa métrica (octosílabos sueltos) estudió Cristóbal Cuevas en su tesis doctoral. Está la obra dividida en seis partes que consisten en un diálogo entre Etrusco, que pregunta, y Vandalio, que contesta, aunque algunas veces el primero redarguye. Iª Parte, fol. VI: Qué es sustancia, átomos, los cuatro elementos. IIª Parte, fol. XXXVII: Creación del mundo. IIIª Parte, fol. XLIX: El firmamento: astrología. IVª Parte, fol. LXVIII: Astronomía. Vª Parte, fol. XCVI: El tiempo y los accidentes meteorológicos. VIª Parte, fol. CVIII: La tierra, el cuerpo, el alma, el cerebro. A partir del fol. CXXVIII está sin paginar y hay más preguntas que a veces son del mismo tenor de las de Ruescas (1546) o López de Corella (1546 y 1547); coincidiendo, pues, no solo en el tiempo sino en la forma, así: Por qué las rameras se empreñan poco. Por qué los sietemesinos sobreviven. De do vienen y nacen los cabellos. Cómo las mujeres y los niños cabellos tienen todos y no barbas. Por qué se cría la piedra en la vejiga.
Conciliar a Platón con el evangelio dentro de la filosofía de la naturaleza parece haber sido el norte del pensador andaluz. La substancia divina, según Fuentes, es la unidad que, sin ser número, contiene todo número. La creación no es arbitraria, es conforme a razón, pues el poder es inseparable del saber. Admite la creación de una materia informe donde todo se hallaba cual el árbol en la semilla.
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Bueno es advertir que no han sido Huarte y la señora Sabuco, es decir, su padre, porque, aunque ella firma la obra, su padre la escribió, los primeros que, adelantándose a la ciencia extranjera, pusieron en el cerebro el órgano material de la inteligencia, y explicaron la diferencia de ingenios por la diversidad de temperamentos. Fuentes lo había escrito mucho antes que ellos, llevándoles de ventaja su más profunda concepción, pues les supera al pensar que no son las potencias anímicas dependientes del organismo, sino su ejercicio, adelantándose al célebre símil de Leibniz. Incluye una serie de cuentecillos: «Los diversos platos del convite todo era carne de cerdo» (fol. XXIV); «el águila obliga a sus hijos a mirar al sol» (fol. XXVI); «Hipócrates considera que la blanca que parió un hijo negro fue por causa de una imagen que había en las cortinas» (fol. XXVII); «diversas anécdotas de Diógenes con Alejandro»; «el concepto del honor según Anaxe retes y Sócrates» (ambos en fol. XXX); «el infanzón que se ofende porque otro tiene también sus veros y concepto de la soberbia de don Alfonso de Aragón» (fol. XXXI); «Agesilao asegura que lo mejor es hablar bien y obrar mejor, mientras que Nerón prefiere que le teman» (fol. XXXIV); «Crates, según San Jerónimo, arroja su tesoro al mar» (fol. CXIV). Recordamos también su elogio de la Silva de Mexía y un cuento sobre la lectura, destacando como el mejor libro de caballerías el Palmerín de Oliva (fol. CXVV). A Fuentes le interesa la historia —de ahí sus romances— porque: La mayor parte de los hombres que leen las historias no se saben aprovechar de ellas, salvo los doctos, porque de continuo las aplican y moralizan y reducen a buenas costumbres y a ejemplos: como parece claramente en el libro que se intitula Gesta romanorum (fol. LII).
Por eso no es extraño que tanto en la declaración como en la moralidad aparezcan de cuando en cuando episodios notables como los de Don Diego López de Haro, Señor de Vizcaya (fol. LV), los hijos de Sancho el Mayor y la reina Beatriz calumniada (fol. LXVI) y los de don Pedro Atares y don Ramiro el Monje (fol. LVII) o el contemporáneo don Antonio de Leiva (fol. LXXIX) y cuentos 131, 132, 133. C u riosas también las citas del Marqués de Santillana (fol. CXXXVII) y Gómez Manrique (fol. CLIX).
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A partir de las dos obras importantes y conservadas, Alonso de Fuentes, en el cuerpo de los Cuarenta cantos, cita algunas obras que hoy desconocemos pero que sería importante hallar, como Hechos notables de las mujeres (fol. CLXXVIII; recuérdese que en el folio CXXI existen unas brevísimas biografías de mu j e re s : Zenobia, Policena, Simíramis, Hécuba, Agripina y Olimpia). Por otro lado él era poeta y aunque partidario de la asonancia, Resta agora por el auctor de estos cantos satisfacer a algunos que son más amigos del consonante con sayo y capa que les hincha los oídos que no del propósito de la historia […] el intento de este auctor fue querer mostrar estas historias con el origen de estos cantos viejos y así imitando estos cantos a los de nuestros antiguos, aquella rusticidad de vocablos y consonantes mal dolados les da la auctoridad y lejos que les quitara los consonantes trabados o limados.
He aquí el texto del manuscrito referente al tema del hombre volador: Un monje hubo en Alemania, llamado Mero, el cual en su juventud antes que en las letras estuviese maduro, determinó de ponerse plumas en las manos y en los pies para volar, como la fábula de Dédalo cuenta, creyendo ser verdadera y tomando aire por encima de una torre voló por espacio de más de un estadio [125 metros]. Mas, con la violencia del viento y torbellino, y con el temor, que su temerario hecho le ponía, hubo de caer en tierra y quebrándose las piernas quedó toda la vida debilitado. Después decía la causa de su caída haber sido por no haberse acordado de poner cola (núm. 220).
Por aquellas calendas en Castilla la Nueva existían moriscos que quizá conservaran en su memoria la invención burlesca de Ibn Firnás. No es menos notable, a este respecto, que un vecino de Malagón, se decidiese a repetir el vuelo. Figura en las Relaciones de Felipe II, Ciudad Real, y está fechado en 1576. Sin duda era tradición allí porque no atestiguan que el tal aún viviese: Pasó un cuento con un hombre del campo que se decía Diego Martín Asensio que se puso unas alas de buitre y se subió a una sierra que se dice Malagón el Viejo y desde lo más alto se echó a volar y vino volando hasta pasar la sierra y una dehesa y vino a dar en un zarzal muy gran-
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de donde no pudo salir si no fuera socorrido de unos pastores. Y sacándole de allí muy arañado de las zarzas preguntándole qué había sido aquello, contándoselo dijo que si se pusiera cola volara más de cuatro leguas. [En el margen: «Dícese por cierto haber cien años que pasó»].
Un discreto actor teatral, el madrileño Agustín de Rojas Villandrando, contó sus experiencias cómicas en su Viaje entretenido (1603). En él incluye, junto con sus aventuras y miserias, una deliciosa gavilla de loas: en una de ellas se repite el caso del hombre volador que dice habérselo contado un estudiante valenciano30: De aquesta ciudad sagrada, a quien el gran Aristóteles en ninguna ciencia iguala, me contó un cuento donoso que os ha de parecer fábula, no sucedido en la China, en la isla Trapobana, en los montes Pirineos, de Chipre o de Sierra Caspia, sí en el reino de Valencia, que me dijo ser su patria. Fue el caso, que hay de costumbre celebrar con muchas danzas mil diversas invenciones, autos divinos y farsas, aquel día tan solemne en que Jesucristo baja desde el cielo hasta la tierra a darse al hombre en substancia. Entre todas estas cosas me dijo sacan un águila, donde va metido un hombre, con unas muy grandes alas, la cual va haciendo camino cuando la procesión pasa, y juntamente con esto, 30
En Valencia había una gran población morisca y lo que es más curioso, un barrio de la ciudad se llama La Ruzafa, como aquel lugar cordobés donde Ibn Firnás practicó su vuelo en el siglo IX.
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entre otras figuras, sacan a dos ángeles vestidos, muchachos de buenas caras, con cabelleras muy rubias y con sus alas doradas. Viendo, pues, un labrador la fiesta, por su desgracia, al águila y a los ángeles y a las alas que llevaban, fabrica en su pensamiento la más peregrina traza, la invención más inaudita que el gran Sertorio inventara, ni en género de tormentos Perilo, ni el rey de Tracia, Progne, Scinis o Medea, que con ésta todos callan. Pues pareciéndole a él que con las alas volara, procura hacer experiencia de su imaginación vana, y habiendo de ir otro día al campo que acostumbraba, a un hijo suyo le dijo que llevase allá las alas. Llevolas, y a medio día, cuando del trabajo alzan un rato para comer, le dijo aquestas palabras: «Has de saber, hijo mío, que he pensado un gran traza para no venir a pie a la heredad desde casa. Y es que, si con gran fuerza aquestas alas me ataras a los brazos, pienso yo que, cual las aves, volara». Al hijo le pareció aquella invención no mala, y determínase al fin de hacer lo que el padre manda. Átaselas fuertemente,
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y en una peña muy alta el pobre viejo se sube a ejecutar su ignorancia. Empezó a mover los brazos, y con las alas trabaja para levantar el vuelo, y viendo que no bastaba, dijo al hijo que, entretanto que sus fuerzas le ayudaban y estuviese algo más diestro en el volar, que llegara y le diera un rempujón; obedece el hijo y calla, con el deseo de ver el fin de invención tan alta. Llega y dale, y por volar hacia el cielo, da en el agua, que era un pequeño arroyuelo que al pie de aquel monte estaba. Quebrose el mísero viejo los brazos y las quijadas, una pierna y la cabeza, y viendo lástima tanta, el hijo fue a buscar gente; vienen, llévanle a su casa, pónenle en cura, y al fin de más de cinco semanas, que estaba el triste mejor, dijo a los que le curaban que le pareció, sin duda, cuando cayó, que volaba, y que volara sin duda si no llevara una falta; y preguntando qué era aquello que le faltaba le respondió que la cola, que, a no faltarle, volara; pero que él se acordaría para otra vez de llevarla.
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Siete años más tarde el P. Luis de la Cerda, en sus Comentarios a Virgilio (1610) cuenta que un Plancentiae Hispanorum quidam ad asilum ecclesiasticum confugerat, ut solet fieri, metu saecularis potestatis: evadere iude cum vellet alas sibi aptavit humeris, ae se è summa turre coelo credidit; civitatem totum volando transmissit, ac longe a muris decidit fesus agitatione corporis. Nunc locus ruinae ostenditur: hujus facti testes oculi omnium Placentinorum, qui hominem viderunt (citado por Ponz).
Pero la cosa debía venir de más antiguo porque de la existencia de va riantes en el siglo XVIII nos enteramos que el protagonista fue Rodrigo Alemán, magnífico entallador del coro de la catedral placentina a quien el año 1497 llama el Cardenal don Gutiérrez Álvarez de Toledo31: Dicen unos (y son los del populacho) que lleno de vanidad el artífice de la sillería, prorrumpió en la blasfemia, de que Dios no podía ni sabía hacerla mejor: que habiéndole puesto preso por tal disparate en una de las torres de la fortaleza, aguzó el ingenio hasta encontrar el modo de salir volando, como lo ejecutó a mitad del día. Pasmados todos cuantos le vieron, le conjuraron, y cayó, haciéndose pedazos en la dehesa de los caballos, no habiendo permitido Dios que tal blasfemia quedase sin castigo (citado por Ponz, t.VII, pp. 129-133).
La razón del hallazgo del modo de volar es huir del castigo de una blasfemia, y es el mismo pueblo quien juzgando el tal vuelo diabólico «le conjuraron y cayó». No olvidemos aquella blasfemia segoviana 31 Son curiosas las deducciones históricas que se han derivado, regionalmente, de este cuento cuando en el siglo XVII, se le atribuye a Rodrigo Alemán: «¿Era Rodrigo Alemán un judío aparentemente converso? ¿Lo eran los oficiales? Algunos al menos creemos que sí […] ¿Era judío Rodrigo? Es misteriosa la leyenda de su muerte que afirma que Rodrigo, encarcelado por deudas o por una blasfemia, consiguió en la cárcel prepararse un artilugio con el que se lanzó volando, hasta morir desastrosamente d e rribado en campo próximo a las mu r a l l a s . ¿ Tu vo que ver Rodrigo con la Inquisición? Le acusaron de delito relacionado con la sillería asegurando que dijo que ni Dios la tallaría más perfecta? ¿Se ha deformado a través del tiempo la verdadera razón de su encarcelamiento? ¿Aseguró que si le encarcelaban sería capaz de evadirse volando y la imaginación popular convirtió la amenaza en realidad porque no se supo la verdad de su muerte?» (López Sánchez-Mora, 1970, sin paginar).
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atribuida a Alfonso X que dudando de que el mundo pudo haber sido más perfecto si él lo hubiera hecho, se desató una tan tremenda tormenta por lo cual don Alfonso se arrepintió. Pero existe una segunda variante: Otros (y son de los que suponen algo en la república) aseguran, que habiendo consumido muchos millares, más de los que debía percibir durante dicha obra, le citaron sus acreedores ante la justicia, y temeroso de que le prendiesen, se retiró a sagrado, en el que estuvo más de un año, siendo su habitación la torre de la iglesia, que entonces era uno de los cubos de la muralla, pues la presente aún no estaba hecha: que desde allí, cuando hubo compuesto su artificio, dio el famoso vuelo (ver Ponz).
Obsérvese que los cultos, hombres de la Enciclopedia, racionalizan los hechos: no hay tal blasfemia ni conjuro, solo una vulgar estafa de la que se libra acogiéndose a sagrado durante un año, espacio temporal que las constituciones sinodales del siglo XVI no autorizan, y por último se menciona, aunque no se especifica «su artificio». El vuelo es ahora ya por medio de un artificio lo que para los del pueblo era sólo «aguzó el ingenio hasta encontrar el modo de salir volando». Queda una tercera variante, la del hombre cultísimo: Cierto anciano de bastante autoridad, recogedor de papeles antiguos, que falleció no ha mucho, me aseguran, decía, que el Dédalo placentino para escapar determinó dos cosas, comer poco para adelgazarse, y que todo su alimento fuese de aves, las que mandaba llevar con sus plumas, hasta que juntó gran porción. Pesaban, según el viejo, la carne de las aves pesadas, y luego sus plumas, y sacaba por cómputo fijo que para sostener dos libras de carne eran necesarias cuatro onzas de plumas: así averiguó el peso de la gallina, perdiz, etc. con el respectivo de las plumas.Averiguada dicha proporción, sacó por consecuencia que tantas libras o arrobas que él pesaba, necesitaban tantas onzas o libras de plumas para mantenerse en el aire; y juntándolas las pegó con cierto engrudo a los pies, cabeza, brazos, y a todas las demás partes de su cuerpo, dejando hechas dos alas para llevarlas en las manos, y remar con ellas: así se arrojó este emplumado al viento, y después del trecho referido se precipitó, haciéndose pedazos (ver Ponz).
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Lo que nadie había hecho, ni el pueblo, ni los que valen en la república, es contarnos el artilugio, cómo se fabricó, qué pasos se dieron para lanzarse….Y el estrepitoso fracaso. Lo que un sapientísimo musulmán puso en ejecución en el siglo X, con escasa fortuna porque, según sus críticos, no se fabricó una cola, se ha convertido en un mártir de la ciencia para huir de sus deudas. Las tres versiones se complementan y vemos que se produjo el vuelo, ayudado de un artificio que se nos explica y el fracaso de la huida. En la tradición estaban las plumas y las alas pero la proporción del peso carne-plumas, procede de otro mundo. Pero antes, para acreditar aún más la relación y transmisión con el mundo morisco, tengo que traer aquí un episodio de la Vida del capitán Alonso de Contreras a quien detiene la Inquisición, siendo eremita en La Rioja, porque habiendo aparecido un arsenal morisco en Hornachos, se le quiere interrogar sobre su posible conocimiento o relación de aquel hallazgo, cuando estuvo por aquellos pagos años antes. Lo cual, siendo Plasencia ciudad extremeña, parece lógico deducir que había moriscos que oralmente podían transmitir la vieja noticia de la hazaña de Ibn Firnás, aunque ya no atribuida a él. A este propósito quisiera recordar que en La tragedia Josefina del placentino Michael de Carvajal se mezcla la Biblia y el Corán en la vida del patriarca José en Egipto. El P.Antonio de Fuentelapeña, en su El ente dilucidado (1676), analizando teórica y filosóficamente si el hombre puede artificiosamente volar, en la duda VI escribe: Para que un cuerpo sólido se pueda sustentar y volar sobre el cuerpo fluido de el aire, siendo más grave que él, es necesario que en el sólido concurran proporcionadamente tres cosas; v. gr. gravedad de cuerpo, extensión de alas y violencia del impulso; de modo que lo intenso del peso lo supla, o proporcione lo extenso de las alas y lo intenso del impulso […] un cuerpo medianamente grave y con medianas alas solo con mediano impulso se sustenta en el aire y vuela por él, como se ve en el cernícalo; un cuerpo medianamente grave y con alas cortas para navegar en el viento ha menester que el impulso sea grande, como se ve en la perdiz; un cuerpo poco grave, si las alas son muy grandes, con poco impulso tiene suficiente, porque lo leve de el cuerpo y lo excesivo de las alas lo suple, como se ve en el avión; mas si un cuerpo es sobradamente grave y son sobradamente cortas las alas, no le bastará ningún impulso para
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poder volar, pues falta a las alas la debida proporción: como se ve en el avestruz… Un águila y un buitre, son excesivamente más graves que el viento o el aire, y no obstante eso vuelan en él descompensadamente, porque lo grande de las alas, y del impulso, suplen o suspenden la gravedad (núm. 1791)…
Pero vayamos a la sentencia segunda: El ala para tener proporción ha de tener un palmo de latitud para cada libra de peso, poco más o menos: vemos que a cinco arrobas que pesa un hombre, le corresponden, según las libras, ciento y veinte y cinco palmos de ala (extensión muy disforme) luego es imposible que estas le puedan ayudar a volar (núms. 1821-1833).
Como se ha visto tenemos la afirmativa filosófica: el hombre puede volar, y la negativa práctica: el hombre no puede volar y si preparara cualquier artilugio más pesado que el aire (núms. 1810, 1812, 1813) «tengo por sin duda que algunos se harán pedazos… por la falta de experiencia… aún después de muy experimentados y de ser maestros, no le faltaran peligros» (núm. 1817). Dávila en la Respuesta al P. Fuentelapeña (1679) asegura: Las alas han de estar matemáticamente en tal proporción al cuerpo con ellas, que sin su debida igualdad no se podrá mover; violencia de impulso que vuestra reverencia dice no es necesario, porque en la región del aire nadie puede más que él, porque es dueño de los movimientos […] Para volar en la región del aire han de concurrir tres cosas, conocimiento elemental, que es lo mismo que decir inteligencia de la violencia en los aires del clima que se elige, proporción de cuerpo, simetría de alas. (pp. 152-153).
Nuestro sabio placentino en sus cábalas olvidó que si la perdiz vuela, la gallina no, y las proporciones ya tenían ese desequilibrio inicial que llevaba al fracaso. Dejemos, pues, estas disquisiciones filosóficas de los siglos XVII y XVIII y centrémonos en nuestro quehacer folclórico, con una versión vasca:
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El primer aeroplano. Un arratiano revolvió durante largo tiempo en su cerebro un gran proyecto: el de andar volando como los pájaros, de Aranatz al Gorbea y del Gorbea a Lekanda, y de montaña en montaña de aquellos alrededores. Para eso hizo dos grandes alas, atando una a otra cañas delgadas. Cuando pensó que tenía ya preparado todo cuanto necesitaba para volar, llamó a unos cuantos vecinos y amigos. Aunque las alas eran grandes, sin duda, por no ser pesadas, pudieron ser llevadas entre cuatro amigos a la cima de Aranatz. Allí, en cuanto al inventor le ataron bien las dos alas, le dijeron: —Esta es la tuya (literalmente, ahí mismo eres, pues). La nueva ave (ave humana) hizo con sus alas «pla, pla, pla», como veía hacer a las águilas, y se lanzó al viento desde la cumbre de Aranatz. El p o b re, en un santiamén cayó a tierra y, dando tumbos, llegó junto a Fuentefría (Iturrioz). Largo tiempo estuvo sin articular palabra, como quien había de morir. Aunque unos le sonreían, los más de sus amigos estaban acongojados. No se alegraron poco cuando vieron que abría ojos y labios. —¿Vives, Bartolo? —Muchachos— estas fueron las primeras palabras de Bartolo—… una cosa… olvidó… seme; y yo… yo… no podía volar bien. —¿Pues qué se te ha olvidado? —La cola… como que… todas las aves... Son colíferas. No sabemos si a Bartolo le quedaron enteros los huesos para el segundo ensayo. Muchos creen, por lo menos, que el primer aeroplano fue inventado por un arratiano (Azkue, pp. 230-232).
Lo mismo dice Iribarren de un señor de Alfocea: Se dice en Aragón, del que es muy terco, aludiendo a un señor de la villa de Alfocea, provincia de Zaragoza, que en tiempos lejanos se empeñó en volar, imitando a los cuervos, a cuyo efecto se ató dos alas de caña a los brazos y se arrojó desde un peñasco, quedando medio estrellado contra el suelo. Como alguien le aconsejara que no repitiese la prueba él replicó: —¿Que no? En cuanto pueda ponerme en pie. No he volado porque me faltaba la cola32.
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Iribarren, 1996, pp. 200-201.
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Todavía queda una versión novelesca del siglo XX, en Mazurca para dos muertos de Cela. Téngase presente que Cela y Rodríguez Moñino eran muy buenos amigos, y aquel fue el mentor y defensor de Moñino para su entrada —contra viento y marea— en la Real Academia. En sus ratos de tertulia a Moñino le gustaba hablar de sus joyas bibliográficas, y sin duda pudo contar la versión de su manuscrito a Cela. Si fue así, y no lo puedo asegurar, Cela recordó el vuelo y lo incrustó, modernizándolo, en su novela de forma impresionista. Las concomitancias son muchas e incluso la «falta de cola» para estribar al aterrizaje se achaca a «un fallo de la transmisión». Si Cela adopta el cuento es indudable que le da un ideal sentido grotesco que no tienen la mayoría de las versiones estudiadas. He aquí el texto: Mamerto Paixón inventó una máquina de volar a la que puso Anduriña de nombre, parecía un murciélago con pedales y piñón fijo pero le puso Anduriña. —Le llamo así porque es el pájaro que mejor vuela, da gusto verlo planear, ¿se da usted cuenta, señorita Jesusa, de que si Dios quiere muy pronto andaré yo por los aires como una anduriña? Lo mejor será que me tire del campanario de San Xoan de Barrán para coger pulso. —¡No lo hagas, Mamertito, que igual te deterioras! —No, señorita, ya verá usted como no. El domingo de pascuiña del año 1935, después de misa mayor, Mamerto se asomó al campanario de San Xoan, se calzó las alas de su máquina voladora y, ¡zas!, se lanzó al vacío, pero en vez de salir volando, cayó a plomo sobre el santo suelo… —¿Quedó algo de la Anduriña? —Poco, ¿por qué? —Por nada, porque estoy deseando ponerme bueno para probar otra vez, yo creo que fue un fallo de la transmisión. —Bueno, déjate de parvadas que ya libraste de buena, no se puede andar tentando a Dios todos los días (pp. 106-107).
Causa de la difusión La época del emirato y del califato andalusí proyectaba su influencia hacia Oriente. Viajeros y profesores andalusíes llevan noticias que no eran sino una réplica o respuesta al impulso inicial de Oriente hacia España: recuérdense la canción de Las tres morillas o la leyenda al-
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jamiada de El baño de Zarieb. No es, pues extraño que el intento de Ibn Firnás lo repitiera doscientos años después el Chauhari. Pero esa influencia cultural andalusí también se proyectaba sobre Europa: estudiosos como Pío II estuvieron en Cataluña, algún obispo alemán pasó por Córdoba —recuérdese el poema sobre San Pelayo de Roswitha de Gandersheim— y en el siglo X la astronomía y las matemáticas florecían en Toledo. El primer novelista europeo (comienzos del siglo XII), Pedro Alfonso, explicaba en Inglaterra, y su Disciplina clericalis se difundió en decenas de manuscritos por toda Europa. No es, por tanto, extraño que un monje benedictino inglés hubiera tenido noticias del invento de Ibn Firnás que terminó en burla; pero espíritus menos críticos y más crédulos vieron en ellos una posible realidad. En España —hemos visto la difusión de la población morisca— la tradición del ensayo de vuelo perduró entre los descendientes del AlAndalus y hubo de reaparecer en las largas veladas invernales y, sin duda, creyéndola idea propia algún campesino se lanzó a la aventura. Y es muy de tener en cuenta que casi todos los protagonistas —del siglo XVI al XX— lamentan aquello que criticó burlescamente el historiador Al Makkari: no haberse construido una cola. Por muy diversas razones tengo que plantear un problema. Hay quienes suponen que los cuentos recogidos en tal región, cualquiera que sea, son originales de aquellos pagos, por lo cual pretenden ensalzar la creación peculiar del lugar. Es lo que pretende López SánchezMora y es lo que no sucede, como en otro lugar he demostrado a propósito del andalucismo de los chascarrillos andaluces de don Juan Valera, que a pesar de sus afirmaciones no son tales pues los podemos encontrar en otros tiempos y lugares. No es óbice el aislamiento del País Vasco para que llegara la cultura andalusí, lo mismo que había llegado la latina, incluso en la lengua.Y este cuentecillo es sin duda ninguna andalusí y morisco en su repercusión oriental europea y española, incluso en un mundo tan impermeable como el vasco. Lo cual, por lo demás, es lógico y natural, conforme a las leyes folclóricas.
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Excurso Algunos casos más. Apuntaré la Cantiga CVII: «Cómo Santa María guardou de morte hua judea que espenaron en Segovia». La acusada, condenada a despeñar de las Peñas Grajeras desciende suavemente hasta llegar al fondo de la sima porque sus faldas ahuecadas por el viento en la caída le permite el descenso considerado milagroso. Como aspecto natural lo refiere el P. Fuentelapeña: No pocas veces cayendo mujeres de parte alta, resistiendo el aire en el hueco de las faldas, bajaron hasta el suelo tan poco a poco, que no recibieron lesión alguna (núm. 1816).
Pasan los siglos y don Miguel de Cervantes nos cuenta en El Persiles este episodio: Apartaos, señores, que no sé quién baja volando del cielo, y no será bien que os coja debajo. Alzaron todos la vista, y vieron bajar por el aire una figura, que antes que distinguiesen lo que era, ya estaba en el suelo junto casi a los pies de Periandro, la cual figura era de una mujer hermosísima, que habiendo sido arrojada desde lo alto de la torre, sirviéndose de campana y de alas sus mismos vestidos, la puso de pies y en el suelo sin daño alguno cosa posible sin ser milagrosa (lib. II, cap. 15).
Pero quizá Cervantes conociera oralmente lo ocurrido a don Diego Duque de Estrada, quien cuenta lo sucedido en una prisión toledana de la que huyó en 1613, cuando tenía 23 años: —¡Valor, don Diego! Arrójate, que la puerta está abierta […] cerrando los ojos saltando, pareciéndome abajaba al profundo y hallándome en tierra, fue todo uno.Yo tenía la capa de paño puesta, siendo mi intención si escapaba sin rumor, irme como paseando. Llevábala con fiador y la misma turbación me hizo asirme a la cabeza la cual haciendo pompa como una campana, me bajó derecho, y dando por buena fortuna en un muladarcillo los pies no me hice mal en ellos (pp. 152-153).
Parigual ocurrió al decir del P. Fuentelapeña con un preso madrileño, seguramente no mucho después: Y aun en esta corte hubo hombre, que haciendo bastidor de una sábana, se atrevió a echar de la cárcel de corte y logró el salto felizmente,
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pues con ese ingenio pudo caer sin hacerse mal, lo cual otras han logrado también con la misma felicidad (núm. 1816).
Formas de un refrán En un poema de Hernán García de Madrid del siglo XV, se halla el siguiente refrán: «le quitay de la horca como puta»33 que, si no me equivoco, quiere decir: «le quitas o evitas de la horca como puta». Contemporáneamente encontramos en el acto XV de La Celestina esta frase que le dice Areúsa a Centurio: «Tres veces te he librado de la horca» y nadie (Cejador, Severin, Russell, López Morales) hasta ahora, ha explicado cómo ha ocurrido. Nadie ha explicado tampoco esta frase que Juliana, la Cariharta, dirige al Repolido en Rinconete y Cortadillo: «¡Le he quitado más veces de la horca que pelos tiene en las barbas!»34. Estaba claro, y lo explicaban perfectamente Pedro de Padilla, el amigo de Cervantes, en uno de los primeros poemas en germanía: Sacaron ahorcar el otro día en Córdoba a Carrasco el afamado, y saliose la Pava del cercado y dijo que con él se casaría. La justicia cesó lo que se hacía y el rufo a las prisiones han tornado, y quedó el casamiento reservado a la primera fiesta que venía. Al desposorio fue la Salmerona, la Méndez y la Pérez y la Urbina, y la marca del chirlo colorado. No quedó en el corral una persona, y la madre de todas fue madrina, y fue padrino, el padre [de la mancebía], [Juan Cruzado35.
Y Liñán de Riaza, el amigo de Lope, en sus Quintillas de la Feria:
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Cancionero castellano, p. 260. Cervantes, Novelas ejemplares, ed. Schevill-Bonilla, I, p. 280. Padilla, Romancero, fol. 292.
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Y condénanle a ahorcar [a Ranchal]... Mas la Acevedo que ha oído la sentencia rigurosa, a los alcaldes se ha ido y convertida y llorosa se les pidió por marido. Otorgan lo que pedía dando al rufo libertad...
Pero no así como así: El chulo y la marca goda hicieron alegre encierro celebrándose la boda.
Lo que celebró Carrascales con esta seguida (seguidilla): Por librarse de muerte se casó Ranchal mas yo pienso que ha sido condenarse más36.
Concepto, sin duda, que corrobora Salas Barbadillo: Sabed que ya en la suerte hoy a Escarramán tenía para ser al otro día plato y manjar de la muerte. La Méndez, una mujer del público, le ha pedido por su cabeza y marido y húbelo de conceder por rescatar del pecado a una mujer atada del vicio (piedad honrada y de que yo me he pagado)37.
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Liñán de Riaza, Rimas, p. 161. Salas Barbadillo, El gallardo Escarramán, fol. 104r.
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Creo que queda claro, pues, el sentido: la ramera, pidiendo por marido al condenado a muerte, le salva. Era una obra de misericordia la que hacía la ramera con el rufián, como también éste, nos dice en El juez de los divorcios, se permitía hacer un voto en caso de grave peligro: «estando una vez muy enfermo de los vaguidos de Baco, prometí de casarme con una mujer errada»38. Sentado, pues, esto, pasemos a una breve narración que pronto se convertirá en tradicional (aunque para Chevalier comienza en Santa Cruz y llega solamente a Arguijo). El Cortesano (1528), de Baltasar de Castiglione, traducido por Boscán en 1530, dedica el libro II a los modos expresivos en la conversación. Así, sugiere cómo debe repentizar ingeniosamente una respuesta: Acaeció una vez que estando Alonso Carillo en la corte de España mandole el rey prender por algunas mocedades de poca importancia, y luego otro día le soltaron; y, así, yendo a palacio aquella mañana, entró en una casa donde había muchos caballeros y damas, y luego en viéndole la marquesa de Moya, burlando de aquella su prisión le dijo: —Por cierto, señor Alonso Carrillo, a mí me pesaba mucho de vuestra desdicha, porque todos los que os conocían pensaban que el rey os había de mandar ahorcar. Respondiole entonces Alonso Carrillo: —Yo también, señora, lo temí harto, pero tuve siempre esperanza de que vos me pidiérades por marido. [Perché in Spagna, usanza è che quando si mena uno alle forche, se una meretrice publica l’adimanda per marito, donazegli la vita]39.
La pudibundez de Boscán suprimió el trozo entre corchetes que hemos dejado en el italiano original. Pero tan importante lo consideró que, en el capítulo siguiente, lo repitió abreviadamente. Parece como si presintiera la difusión que había de tener:
Versiones Las versiones hasta ahora conocidas pueden agruparse en tres aspectos: 38 39
Cervantes, Comedias y entremeses, ed. Schevill-Bonilla, IV, p. 17. Castiglione, El Cortesano, lib. II, cap. 6, p. 144.
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Ausencia de la acción. Presencia de la acción. Por la protagonista. 1. Solo es un juego de palabras: la picardía está en responder ofensivamente a una mujer que antes ha insinuado un insulto. Ocurre en Castiglione, seguido textualmente por Asensio (en el XVIII) e ideológicamente por Villalón, Timoneda, Santa Cruz (en el siglo XVII) y Lope de Vega. 2. Hay acción: cabalga el individuo hacia el suplicio en un asno conforme a la costumbre de los siglos áureos: Dichos, D. Fernández, Lope de Vega, C. Monroy, Covarrubias, Arguijo, Ricardo Palma (I y II), La Mañana y Ricardo León. 3. La protagonista es unas veces una mujer: Noble: Castiglione, Asensio. Común: Villalón, Timoneda, Santa Cruz, Lope de Vega, Velázquez, Monroy, Ricardo Palma (II), La Mañana, Lugones, Nalé. Ramera (eufemísticamente o no): Aretino, Dichos, D. Fe rnández, Timoneda, Santa Cruz,Velázquez, Covarrubias,Arguijo, Palma I, León.
La ley Según el original italiano de Castiglione, era «in Spagna usanza»; para Villalón, «uso de Castilla y de otras muchas provincias» que Santa Cruz transforma en «ley muy antigua de los godos». Para Domenichi «tutta Italia», para Asensio «era antigua costumbre y uso»; Palma señala su antigüedad y extensión: «en aquella tierra era ley» y aún se debilita más en La Mañana: por «una peregrina disposición». En torno a esta ley, y en relación con su origen, se han sugerido múltiples versiones: para el guionista del Camino del Sur ya era uso entre los romanos;Víctor Hugo cita una ley gitana de la legislación inglesa: las Burlington’s Observations; en una sacra rappresentazione italiana sobre el milagro del ahorcado salvado, la abusadora Falconeta apela a la ley del país, España.
La negativa a aceptar el casorio En principio solo era un puro motejar de delincuente y de liviana; pasó a mayores con el condenado y su rasgo de desprecio por la dama o daifa: por la edad, los defectos físicos o la fealdad (da lo mismo, lo
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hemos visto, que sea hombre o mujer). Parece indudable que la cojera era muy frecuente —a pesar del refrán: «Quien no goza coja de Venus no goza»— pero la devaluación casi total se produjo en el folclore del siglo XX: era «chata» (Andalucía), «chata, china y chaparra» (Méjico).
Posible origen del motivo A tal propósito, cree Menéndez y Pelayo que nada puede decirse a ciencia cierta sobre esta fantástica ley, «tan traída y llevada por nuestros antiguos escritores». Luego intenta justificarla con una posible errónea interpretación de una cláusula del Fuero General de Toledo. Todo ello, ya lo ve el genial maestro, no es más que una hipótesis quimérica y, por tanto, el valor de la afirmación de Melchor de Santa Cruz es totalmente nulo40. Puede ser que esta ley se halle en algún Fuero provincial. Lo más próximo que he podido encontrar es una ley de Las Partidas (VII, título XX, ley III), sobre el forzador y la ofendida: Fueras ende si después de eso [el forzamiento] ella casase de su grado con aquel que la robó o la forzó.
Quizá sea recuerdo de esta brevísima mención de Anneo Séneca el Viejo41: «Rapta raptoris aut mortem aut indotadas nuptias optet». Como sucede en la Epístola de Madreselva a Mauseolo, de J. Rodríguez de Padrón, que recordaba la docta M. R. Lida: Hoy fue juzgado [Mauseol] a la muerte a recuesta de la reclamante Adelfa, por la fengida fuerza que contra nos había cometido; e tendido en la grand plaza el estrado de duelo para lo descabezar, pareció Artemisa, aquella malquista de vos doncella que él tanto amaba, en tal son razonando: —¡Oíd, oíd, padres conscriptos, oíd la querellosa forzada Artemisa! E tú, carnicero de la real sangre, detén el cuchillo. No contradigo, padre, a las nuevas leyes, antes os demando complimiento dellas. Mauseol me for-
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Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela, t. III, p. 103, y Alonso, 1949, pp. 65-66. Controversias, III, 5.
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zó, hijo del rey Anteón; Mauseol me robó el grand tesoro sin estima de mi castidat. Manda la ley que deba morir si la persona forzada por el matrimonio no lo quisiera salvar.Yo con la justa mano me puedo vengar, e a mi poder es la debida venganza. No es gran vitoria vencer al vencido; el alto corazón perdona las injurias… No muera Mauseol, viva por el matrimonio, la piadosa ley consiente sea marido mío42.
Sin embargo, flotaba en el ambiente barroco un recuerdo clásico que encontramos en el Padre Juan de la Cerda: Y si [las vestales] topasen por la calle a alguno que llevasen a justiciar, le daban por libre, por reverencia de la monja vestal…
Y algo más adelante se muestra más explícito: Aquellas vírgines consagradas a la diosa Vesta, a cuya purísima castidad la grandeza de los tribunos y censores de Roma no se desdeñaban de hacer acatamiento, y aquellas que con sola la majestad de su virginidad, si algunos condenados a muerte acaso encontraban, quedaban libres de pena, quebrantando la fuerza de las leyes y criminales sentencias43.
Y lo repite también A. de Villegas: Así como era ley entre los romanos que si llevando a justiciar a algún delincuente, y se atravesaba en el camino acaso alguna virgen vestal, por su respeto, de que era persona religiosa, era libre; y lo mismo es entre cristianos, si persona real se encuentra en el camino con el que va a morir, le concede la vida44.
Y aun el P.Vitoria: Y si cuando iban por la calle encontraban alguno que llevasen a ajusticiar, era libre de cualquiera pena, así de muerte como de otra más leve, como el tal encuentro se jurase no haber sido de industria, o de caso pensado, sino casualmente45. 42 Rodríguez de Padrón, Obras completas, ed. C. Hernández, Madrid, EN, 1982, p. 355; Lida, 1977, pp. 44-45. 43 Juan de la Cerda, Vida política de todos los estados de mujeres, fol. 390. 44 Villegas, Vitoria y triunfo de Cristo, fol. 37. 45 Vitoria, Primera parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, p. 32.
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El debilitamiento de la «ley» es, pues, progresivo y tomará unos caracteres especiales en América; tanto para Lugones como para Nalé, es una especial benevolencia de los tribunales: en Lugones, por conmiseración y simpatía a tan agradable joven; en Nalé, por temor a errar una sentencia que no está muy clara. De la «ley» y su debilitación se ha pasado a una arbitrariedad del Consejo de Guerra y a una excepción —por dudas— en el Tribunal Civil.
Situaciones Podríamos resumirlas en dos: Motejar (Castiglione, V i l l a l ó n , Timoneda, Santa Cruz, Lope y Asensio) o Morir (Dichos, Diego Fernández, Santa Cruz,Velázquez, Monroy, Covarrubias,Arguijo, Palma I y II, La mañana, León). En relación con éstos están el de Lugones, aunque algo debilitado porque no es más que el pregón de su destino, y el de Nalé que va camino de la horca también, en lo cual es como si dijéramos seguidor de la más rancia tradicionalidad (ya que también va sobre un asno). Es posible que este detalle en Nalé surgiera, como en Lugones, debido al recuerdo tradicional de La Celestina o El Buscón. Vemos, pues, que se hallan en conexión con los más auténticamente castizos, aunque en cierto aspecto —el asno— hayan podido llegar por diferente camino, también muy trillado.
Personajes La correspondencia de personajes es notable también. En el primer grupo de cuentos hallamos un escudero y un caballero que han sido encarcelados por causas «tenues», y en correspondencia nos hallamos con dos damas a quienes simultáneamente se podrá motejar de hetairas. La divergencia de personajes se acentúa a partir de este momento: el segundo grupo se halla integrado por un «hombre» de vida más o menos arriscada y por un declarado malhechor, y les corresponden dos damas de vida airada. Sin embargo, en Lugones es un soldado, un desertor, y su opuesto una vieja; en Nalé, un malhechor sui generis, que es un inocente, y una joven viuda. Se ha ido debilitando la tradición también; ya no es en
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sentido general una mujer de la mancebía, es una sencilla mujer, y por ello puede ser hasta hermosa y honesta. Lo mismo ocurre con el protagonista masculino: de forajido ha pasado a ser un soldado que ha abandonado las armas, y luego, en el último periodo, un «bocazas».
Recompensa En este sentido están conformes todas las versiones, excepto la de Lugones. Todos salvarán la vida y tendrán libertad, mientras que el joven soldado irá a prisión perpetua. Nalé tuvo que apartarse en esto de la versión de Lugones, porque de lo contrario se desharía la trama teatral que da lugar a su obra. Ahora bien, ¿lo hizo recordando viejos antecedentes o viendo la necesidad escénica? Más bien creo en esto último que en ningún otro aspecto. No hay que olvidar que el poeta recrea y, por tanto, pone de su parte cuanto informa la obra.
Solución Hasta ahora venimos viendo dos divisiones, pero en la solución final se nos presenta una nueva divergencia. No es la meramente material de la diferencia de procedimiento, sino una última debilitación al cumplir el giro evolutivo. El primer grupo de cuentos no tiene otro motivo que el de motejar de facineroso y de impúdica. Pero el segundo tiene por consecuencia la horca, es decir, la muerte; y Lugones (fusilamiento) se adhiere a este sistema. Mas Nalé tergiversa el sentido tradicional, aprovechando un movimiento teatral propio de la comedia, el fin feliz y, por ello su desenlace es el matrimonio. Nueva y última debilitación en la cual se consuma ya la evolución total del cuento primitivo, perdiendo la ingénita barbarie para convertirse en un episodio jocoso. Era un rasgo de hombría y se convirtió en una carcajada. Ha ido a menos el valor personal, es verdad, pero ha ganado en expansión, aunque no nos atrevemos a afirmar la bondad de la obra. Esta debilitación encarna un cambio ambiental de la fortaleza de las primeras versiones, hasta la pulcra —sólo hasta cierto punto— versión jocosa de Conrado Nalé Roxlo. Es indudable que el lazo de unión es fortísimo, pero no por ello debemos dejar de notar las característi-
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cas que ellos encierran; de lo que concluimos que aquellas corrientes soterrañas, que se van debilitando por la distancia y el tiempo, unen nuestro vivir y el de Hispanoamérica. Cuanto más nos acerquemos a ellos, más próximos los tendremos y no podrán, por tanto, olvidar ni debilitar nuestra tradición, que no afirmo en sentido general.
Final Hemos expuesto una evolución histórica que, partiendo de una frase —cuasi refrán— con raíces posiblemente latinas (siglo XV), nos ha llevado a dos mundos: Europa y América (toda) con un cuentecillo que se ha clasificado, según su perspectiva, con los motivos J 1189.1. «Punishment escaped by marrying», P 512. «Condemned woman may be freed by marrying a rogue», y que ha tomado asiento en muy diferentes tipos literarios: diálogo, facecia, noticia, teatro, narrativa46...
Velasquillo, condenado e insultado El cuentecillo del condenado que se salva por no hallar modo de morir a su gusto ha sufrido una serie de clasificaciones que vamos a enumerar. Childers al clasificar en 1948 los cuentos de Timoneda le asigna el número J 1181.3 «Condemned man wins pardon by clever remark»; Thompson le asigna el motivo K558 «Man allowed to pick out tree to be hanged on», pero también le asigna los tipos 1587 que coincidía el motivo K558 pero que ha sido sustituido por el 927D en la nueva reordenación de Uther. Rodríguez Adrados incluye en su clasificación de La fábula con la sigla M 128; pero solo se refiere al motivo K558 y tipo 927D. Antes de hacer la reseña histórica de su evolución hispánica hagamos un pequeño resumen. Un individuo es condenado a ser ahorcado en un árbol, y al permitírsele elegir el árbol de suplicio, no encuentra ninguno que le acomode. Condenado a sacarle los ojos con un clavo, no encuentra clavo para decidirse.
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La versión completa, Fradejas, De un refrán al cine, con los textos aquí suprimidos, puede leerse en Beltrán y Haro, 2006.
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A un amante que asegura metafóricamente ver todo el mundo le pregunta un bobo: «¿ves mi asno?». Hasta aquí son versiones simples, de un solo motivo: K558 (tipo 927D) y K1271.4 (tipo 1355 B). Pero en el siglo XVI se inician más versiones complejas 1355B+927D. Aunque en algún caso pervive el K 1271.4 (T. 927D). Generalmente el castigo fue de mentirijillas y al no encontrar árbol se soluciona con el gracioso perdón. Veamos pues la evolución histórica. Prueba de su difusión medieval son las variantes del siglo XIII. Eudes de Cheriton nos lo cuenta así: De quodam stulto ad suspendendum condemnato. Quidam stultus, condempnatus as suspendendum, impetrauit quod arborem eligeret ubi suspenderetur. Ductus per nemora, nunquam inuenit arborem in qua suspendi placeret, et sic liberatus est. (Hervieux, núm. 98).
Profundamente transformado lo hallamos en Jacques de Vitry: Demones siquidem assimilantur satellitibus viri potentes qui, cum ducerent hominem ad suspendium, tenientes ad silvam dixerunt illi: —Oportet quod suspendamos te sicut injunctum est nobis, sed hanc facimus gratiam ut, ex omnibus arboribus huius silve, eligas tibi aliquam quan malueris ut in illa suspendaris, multas enim pulcras et proceras invenies, que te bene sustentabunt et potreeis honorifice suspendi. Cum autem ducerent illum per diversas arbores dicebant: —Placet tibi arbor ista? At ille: —Non placet mihi, in ista nolo suspendi. Et cum per omnes transisset nunquam invenire potuit quam acceptaret (Vitry, núm. 62).
Ya observamos aquí algunas variantes: en Cheriton es un bufón que se libra de ser ahorcado porque no elige; en Vitry es un hombre que no se decide a elegir. Siguiendo la versión de Eudes de Cheriton aparece en el Libro de los ejemplos por a b c de C. Sánchez de Vercial (siglo XV), «Electio nulla debet esse in malis»: En el mal, segund paresce, escoger non pertenece.
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Un loco fue condepnado que lo enforcassen; e él rogó al juez que podiesse escoger un arbor en que le enforcassen. E fuele otorgado, e fue levado a los montes e nunca falló arbor en que le ploguiesse ser enforcado. E traxiéronlo al rey el qual demandó por qué non lo enforcaran, e respondieron porque nunca falló arbor en que le pluguiese ser enforcado; e en esta manera fue librado (núm. 130, 59).
Variante de este cuento la hallamos poco más adelante, la cual copiamos ahora no la hemos visto repetida: «Eligiere sibi nemo nocivum debet»: Cosa dapñossa non deves escoger, ca bien alguno della non puede aver. Uno fue condepnado por justicia que le sacasen los ojos, e él suplicó que le feziessen gracia e podiese escoger un clavo con que ge los sacassen, e fuele otorgado. E posiéronle muchos clavos delante e nunca falló alguno de que le ploguiesse, e assy fue librado que non le sacaron los ojos (núm. 151, 80).
Otro sucedido de Velasquillo, sobre el ver o no ver un asno perdido, lo cuenta ya en Italia Poggio Bracciolini: Sacerdos quidam meridie cum uxore rustici iacebat in lecto, sub quo latebat rusticus, ut sacerdotem deprehenderet. Cum sacerdos labore forsan nimio in quamdam leven vertiginem incidesset, nescius virus sub lecto absconditum: «Ho! Totum orbem terrarum mihi videor conspicere», inquit. Tum rusticus, que pridie asinum perdiderat, iniuriarum oblitus: «Ho! Respice, quaeso», ait «an sicubi asinum meum forsan videas (Facezie, CCXXXVII. Sacerdos laicum delusit secapere valentem).
En el mismo manuscrito inédito de Fuentes aparece la más antigua versión atribuida a Velasquillo, con mezcla del asunto del asno y el arrojarse por la peña: Casi esto mismo se cuenta de Velasquillo, truhán del rey don Fernando el Católico; había perdido una haca y no la podía hallar. Subiose acaso encima de un árbol de donde se descubría el rey y la reina que estaban burlando, y diciéndose el rey que le mostrase las piernas la reina lo hizo, y dijo el rey: —Paréceme, señora, que veo a todo el mundo. Oyéndolo Velasquillo, dijo desde el árbol donde estaba:
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—Decid: ¿vistes por allá mi haca? La reina recibió de esto gran enojo y teniéndolo por caso de traición mandolo ahorcar, y juntamente por otras cosas que de éste había semejantes, lo cual al fin más fue por ponerle miedo que por ejecutar en él sentencia de muerte, sigún era donoso y acepto al rey y a todos los de su corte. Estando así haciéndole que se echase de la escalera, acometiolo tres veces a hacer, y díjole el aguacil: —Acaba ya, que lo as acometido tres veces, y nunca acabas. Díjole él: —Pues tomadlo vos en cuatro (Fuentes, núm. 86).
Otra versión más inédita, del siglo XVI en el manuscrito de Rodríguez Moñino, Dichos y hechos, RAE-4859, núm. 380, localizado en Italia: Tenía el duque Francisco María de Urbino en la cárcel a un hombre facinoroso, que por grandes delictos estaba sentenciado a ahorcar. Suplicole al duque, que pues no querían de él otra cosa sino la vida, que le hiciese merced de que fuese dejándole arrojar de una torre abajo, porque con aquella muerte él iría muy consolado. Hízole la merced el duque, y llevándole al lugar que él señaló púsose a pique y tomando muy de atrás la carrera corría hasta llegar al despeñadero para arrojarse; mas en llegando deteníase. Hizo esto segunda y tercera vez y siempre se detenía en llegando. El duque le dijo: —¿Qué esperas? ¿No te arrojas? Que ya con esta has llegado tres veces. Respondió el desdichado: —Verdad es, señor, mas yo se lo doy a vuestra alteza en cuatro.
Algo más tarde, Juan Timoneda, edita dos versiones: I. Continúa la tradición del bufón, de Eudes de Cheriton, innominado, pero variando el lugar, ya no es un bosque ni un árbol del que colgará, sino un balcón de donde le arrojarán: Este mesmo truhán, habiendo enojado al mesmo príncipe en gran manera, dijo a sus pajes, estando en unos corredores: —Echádmelo de esas barandas abajo. En esto dijo el truhán: —Suplico a vuestra alteza que no me mande echar, que de un salto me echaré yo mismo. Dijo el príncipe:
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—Sea ansí. Pues como volviese el truhán atrás, y corriese hasta las barandas por tres veces diciendo: —A la una, a las dos y a la tercera—, y no se echase, dijo el príncipe: —Acabad, echadlo, pues a la tercera no saltó. Respondió el truhán: —Pues ¿qué? ¿De tres veces se maravilla vuestra alteza de este salto? Pues yo se lo doy a él en cuatro. En oílle la gracia, le perdonó el príncipe (Buen Aviso y Portacuentos, núm. 89, p. 190).
II. Siguiendo la tradición de Alonso de Fuentes, en relación con el t ruhán o bufón de la Reina Católica, Ve l a s q u i l l o, que publ i c ó Timoneda, con el número XI, entre los cuentos de Juan Aragonés: Habiendo hecho un enojo Velasquillo a la reina, mandole sentenciar a muerte. Él, viendo que determinadamente había de morir, suplicó a la reina que le dejase escoger la muerte, y que estuviese presente a verle morir: al fin ella se lo concedió. Entonces él escogió que quería morir despeñado; y estando toda la corte al salto que había de saltar, esperando lo que había de suceder, llegó siete u ocho veces Velasquillo al salto, y tornábase atrás; que no osaba arrojarse. Un caballero muy enojado porque hacía detener allí a la reina, díjole: —¡Oh, cuerpo de tal con el cobarde, que ha llegado al salto siete u ocho veces y no ha osado arrojarse de miedo! Volviose a él Velasquillo, y díjole: —Pues si tan esforzado os halláis, tomadlo vos en veinte saltos, que yo os lo doy. La reina, que aquello oyó, cayole tanto en gracia, que le perdonó la muerte, y aun le hizo mercedes (Timoneda, Aragonés, núm. 11, pp. 324325).
Puede observarse un mayor grado de novelización con la inclusión del caballero y la solución final, pero en esencia es el mismo. Julián Medrano lo copiará ad pedem literae en la Silva curiosa47. Que circulaba por Europa lo demuestra esta versión francesa de las Cent nouvelles del animal perdido:
47
Ed. Sbarbi, p. 148.
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Marido y mujer se divierten. Él quiere verla por delante y por detrás, se medio pelean y en el éxtasis él grita: —¡Santa María, cuantas cosas veo! El villano: —¿Veis por ahí mi choto? Parece que veo su cola. —Esta cola no es de tu ternero (núm. 12).
La tradición sigue en el siglo XVII, y he aquí dos versiones: una extensa de Lope de Vega sobre el despeño: REY
¡Oh perro! Llevadle presto y ahorcadle de una almena.
ALEJO
¡Señor!
REY
No hables.
ALEJO
No quiero hablar, si de mí te ofendes; sólo te explico y ruego, no por mi vida, que yo muero inocente y contento; por vida de Serafina, que me otorgues, ya que tengo de morir, sola una cosa.
REY
Por esa vida la aceto.
ALEJO
Que me dejen escoger la almena, en todo este lienzo del muro, que más me agrade.
REY
Digo que yo lo concedo.
ALEJO
Pues vamos, que de esto solo voy contento. […]
TANCREDO
Diez vueltas ha dado al muro por las almenas, Alejo, y dice que no le agrada ninguna de ellas, diciendo que una es alta y otra es baja; otra, que tiene agujeros; otra, hierba, y que se está
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otra, de antigua cayendo. En fin, ninguna le agrada. REY
Dejadle ir libre. (El poder del discreto, pp. 481-482)
Y otra breve, o más bien una alusión al rocín perdido: DON JUAN
Yo he visto todo el mundo en ese rostro.
LIMÓN
Así dijo Velasquillo, y estaba por preguntarte por un rocín que he perdido (Amar sin saber a quién, p. 306).
Mas no ha acabado aquí la evolución pues don Juan Ruiz de Alarcón recuerda el cuento en La cueva de Salamanca, pero de una manera escueta y refiriéndose al que no se decide en una elección femenina: ¡No digo yo! No hallará una almena que le cuadre,
que parece una derivación del cuento de Lope por la alusión a la almena. Si en los textos medievales no hay prólogo a la condena, en el siglo XVI se implica a los Reyes Católicos y a Velasquillo: una mirada indiscreta es la causa de la condena. En el siglo XVII, Ambrosio de Salazar crea a tenor del cuento del siglo XVI, un cuento complejo basado en un cuento del Arcipreste de Talavera (Parte II, cap. I) que resume Santa Cruz en su Floresta española (II, cap. V): y repitió, situándolo en la Inglaterra del siglo XVI, Oteyza en Cuestión de precio: A una señora de mucha calidad, preguntó un truhán, si tuviera veinte mil ducados de renta, si fuera su amigo. Respondiole, que aunque tuviera cien mil. Replicó él: —¿Y si tuviera doscientos mil? Dijo la señora: —Tanto pudiera tener que lo hiciera. Acudió el truhán, diciendo:
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—¡Oh, mal haya mi fortuna, qué puta que pierdo por no tener dinero! (Santa Cruz, II,V, I, p. 383).
La ofensa a la reina o gran señora será la causa de la condena que en su respuesta final coincide con la versión de Juan Aragonés: La reina doña Isabel se estaba jugando con un truhán, y entre otras pláticas le dijo el truhán: —¡Ay, señora mía, que vuestra majestad es una hermosa dama; si yo fuera gran señor, y tuviera cincuenta mil ducados, le había de servir que me amase! A lo que la reina respondió y dijo: —Aunque tuvieras cien mil. Replico el truhán: —¿Y si yo tuviera cincuenta mil y más cuatrocientos mil? A lo cual dijo la reina: —Va, bellaco, tanto podrías decir que no sé lo que haría. El truhán le respondió: —¡Ay, señora mía, que yo me pierdo una buena ramera por falta de dinero! A la cual palabra la reina se enojó de tal manera que le condenó luego a ser despeñado, y de hecho fue puesto en efecto. Pero al tiempo que la reina lo condenó se puso de rodillas diciendo: —A lo menos, mi señora, otórgame un don ante que yo muera: que vuestra majestad se halle presente a mi muerte. La reina se lo otorgó. Para este efecto había un montecillo a la orilla del río Esgueva, en Valladolid, que caía harto hondo, en el cual despeñaban a los que eran criminales de la majestad. Y venida la hora, llevaron al truhán con harta nobleza sabiendo que la reina se había de hallar. Quisiéronle vendar los ojos, pero no lo consintió. Subieron arriba algunos hidalgos para verlo mejor, y como fue cuatro o cinco veces al salto para arrojarse, se volvía siempre atrás, conocido el peligro. Pero uno de los circunstantes le dijo: —Acaba ya, que en cuatro o cinco veces no te has arrojado; la reina está cansada de esperar. A lo que respondió el truhán con mucha gracia: —Mi señor, si le parece mucho que no he saltado en cuatro o cinco veces, yo le doy a vuestra merced el salto en veinte. Todos se pusieron a reír y la reina le perdonó (Salazar, Cuentos, Libro curioso, núm. 252-7).
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Con variantes el tema del animal perdido lo adapta en 1671 el Señor de Ouville: El señor quiere ir a la ciudad. El caballerizo no encuentra las bridas y le pregunta a su amo si las trajo. Se indigna porque cómo podía haber venido sin bridas. Le obliga a buscarlas. Mientras, la esposa del caballero quiere despedirse de él, se complican las cosas, van a su alcoba y la contempla, una vez más extasiado grita admirado. A la vez el caballerizo oye y mira por un agujero, y ante las expresiones de lo que ve su amo exclama por el agujero. —Os ruego que miréis si entre tantas maravillas aparece la brida que no he sabido encontrar48.
Las versiones de unos y otros motivos continúan en el siglo
XVIII:
Prendieron a un infeliz, y por su mala vida fue condenado a muerte de horca. Él, vista la sentencia, suplicó al juez que, pues no se le pedía otra cosa que la vida, le dejasen arrojar desde una alta torre, cuya muerte le sería mucho más gustosa. Concedióselo el juez, y subiéndole a ella para que se arrojase, corrió por tres veces con gran ímpetu, pero en llegando al término de arrojarse se quedaba parado. Díjole el juez: —Parece que no te atreves a echar, pues de tres veces que has corrido no has dado el salto. Respondió entonces el infeliz reo: —Si tan fácil os parece, tomadlo vos a la cuarta. (Asensio, II P, cap.V, núm. 1629)
Es algo más inverosímil que las versiones anteriores pues no se produce, tras la gracia, el perdón: y no podía producirse porque el juez no es el príncipe o la reina que sí tenían poder para hacerlo. La variante, con el tiempo, ha evolucionado sin la recompensa, lo cual parece acercarlo a sus orígenes (Vitry).
48 Esta versión del Sr. de Ouville tiene una extraña conexión con el cuento que suele glosar el refrán: No ensillamos y ya cabalgamos que utilizan Mal Lara, Orozco y Correas. Ha sido estudiado casi exhaustivamente por Agúndez, 1999, pp. 233-234. El caballero ha enviado a un criado a un recado, y va comentando las etapas y cuando cree que ha llegado, asoma el criado diciendo: «Señor, no encuentro las riendas».
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En esta época pone en acción una variante Giulio Césare de Croce en su Bertoldo. El rey Alboino ha condenado a muerte a Bertoldo, por supuesta ofensa a la reina y este se dirige a él: —Señor, antes que yo muera te pido me concedas una gracia, que por ser la última, espero de tu piedad recibirla. —Di, que estoy pronto para concederte lo que me pidas y así despacha que ya que mueras, no quiero ser tan cruel que niegue lo último que pidas. —Pues te ruego solamente, que mandes a los ejecutores de tu sentencia, que no sea ejecutada sino en el árbol que yo elija y sea de mi gusto. Así moriré mas tranquilo. — Concedida la gracia que pides. Llevadle y ejecutadle en el árbol que el designe. ¿Quieres más? — Nada más; y te doy las gracias. — Ten paciencia; lo siento, pero he de hacer justicia. […] cuando llegaron los ministros al bosque vecino, para cumplir la sentencia del rey no halló nuestro héroe árbol de su gusto. Lleváronle a otro, con el mismo resultado. Así, de bosque en bosque molidos y fatigados los ministros, volvieron a palacio donde contaron al rey lo ocurrido. Pasmóse el monarca de tanta sagacidad y astucia y concedió su perdón. (Alegoría VI).
Y escribe el Padre Coloma en sus Recuerdos de Fernán Caballero: Erizábasenos el pelo al escuchar la sentencia de muerte de Bertoldo: manda el rey que sea ahorcado del árbol más de su agrado. Mas volvíanos el alma al cuerpo aquella feliz advertencia: pero Bertoldo es tan tuno que no le agrada ninguno. […] elegía al fin para ser ahorcado un perfumado tomillo que apenas levantaba un palmo del suelo.
El motivo del animal perdido va adquiriendo trascendencia en Francia porque La Fontaine le dedicó uno de sus cuentos, El villano que busca su ternero:
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Un villano pierde su choto.Va al bosque a buscarle, se sube a un árbol y otea.Viene una parejita que se recuesta bajo el árbol que en su deliquio grita el joven: —¡Veo y no sé lo que veo! Dice el aldeano: —Puesto que veis tanto ¿veis donde está mi ternero?
Del cual hizo una versión Juan Hermenegildo de Torres, El aldeano buscando un ternero (traducción de La Fontaine): Dejado perder había un ternero un aldeano, y al bosque va presuroso por ver si puede encontrarlo. El bosque recorre todo, y le busca con cuidado, mas por allí no parece, y el hombre se da a los diablos. Ya se le ocurre subirse a un árbol muy elevado, por ver si de allí vería el animal en el llano. Viene una dama bonita de allí a poco bajo el árbol, y con la dama viniera un joven muy agraciado. El paraje a entrambos gusta y en él se tienden ufanos; y después de mil caricias de mil lascivos halagos con la dama embiste el joven allí mismo muy lozano, y al ver ciertas quisicosas exclama todo inflamado; «¡Oh cielos, qué es lo que veo! ¡Qué de causas veo y palpo!». Pero el joven no nombraba lo que veía el cuitado. Entonces el lugareño que en acecho está en el árbol, le perturba de repente
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y me le queda parado. «¡Ah buen hombre!», le pregunta, «vos que veis dichoso tanto, decid pues: ¿a mi ternero habéis visto por acaso?».
El cuento sigue sus caminos y así nos encontramos una versión de Rafael Boira, en el siglo XIX, quizá siguiendo la versión dieciochesca de F. Asensio, El miedo de matarse no es miedo: Fue condenado un infeliz a ser ahorcado, y creyendo deshonrosa la muerte, rogó al juez que, conmutándosela le permitiese arrojarse desde la torre a la plaza. Accedió el juez a su deseo, subieron a la torre, marcaron el momento de arrojarse, tomó el reo la mayor distancia que pudo y marchó precipitadamente; pero cuando llegó se paró y se volvió atrás. Hizo lo mismo segunda y tercera vez, y entonces el juez le dijo: —Vamos, buen hombre, que eso es cobardía; tres veces se ha acercado vos y ninguna da el salto. —Si es tan fácil, contestó el reo, salte vos a la cuarta (Boira, Cuentos, t. III, pp. 200-201).
De estas variaciones, la del que no quiere elegir la recogió en 1923 Fritz Krüger en San Ciprián de Sanabria49: Al ver el rey que facía cuantu le mandaba, y que nada se le facía empusibre, determinou mandarlo ahurcar. Y él al ver esto, pedíenle al rey solu una cousa y díjule: —Ya que manda que m’ahorquen, quieru you escoger el árbul pa sez ahurcau. El Rey concedienselu.Y marchosen por las arbulaus él y lus qu’el rey mandou cun él pa qu’el ahurcaren.Y entonces él diba decindu: —Este árbul nu me gusta, éste tampoucu, aquel tampoucu, l’otru tampoucu. Y diben andando así, y cuando llegaben a un árbul, que le parecía a us que diben cun él que valía p’ahurcarlu, decíenle: —Este. Y decía él:
49 Ver
Cortés, 1981, pp. 41-42.
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—Este tampoucu me gusta. Y entonces eillus, a ver que nun le gustaba ningunu, volvionen a palaciu y deciónenle al rey que, cumu había concedieu qu’escogiera él el árbul p’ahurcarlu que nun le había gustadu ningunu, y que nun podíen ahurcarlu. Entonces el rey perdunoule a muerte.
Y desde entonces se ha recogido de múltiples informantes. Ora en Asturias (cuatro versiones): Una vez a unos que les faltara una yegua, y mandaron a un neno pequeño buscar la yegua, y nu la encontró. Y tenía miedo y se metió debajo la cama. A alta noche pues fueron los padres pa la cama, y sonaba la madre: —¡Ay Dios, veo el cielo, veo las estrellas! Y dice el neno desde debajo la cama: —¡Ah, mamá, mira a ver si ves la burra50!
Ora en Aragón: Un pastorcillo que busca su burro perdido se esconde bajo el lecho de los amantes (o recién casados). Cuando el amante ve a la mujer desnuda exclama: —¡Ya he visto todo el mundo! El pastorcillo entonces le pregunta si ha visto a su burro en algún lugar51.
Ora en el Poniente de Almería: Había un matrimonio y tenía ocho zagalillos. Al chiquitillo lo tenían guardando las cabrillas y a unas chotas también. Total, llega una noche a la casa y faltaba un choto. Le regañaron y le pegaron. Se acuesta el matrimonio y él se va y se mete debajo de la cama, asustadillo, y, claro, como es propio, el matrimonio después de hacer el amor: —Caballero, me he quedado que he visto todas las tierras del mundo.
50 51
Suárez, 1998, pp. 204-205. González Sanz, C., Catálogo, tipo 1355B, p. 117.
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Y dice el zagal: —Papa, ¿has visto la chotilla? ¿La chotilla la has visto52?
Cruce de tradiciones El cuento se refiere, en su versión más antigua, al stulto condenado a muerte —no se nos dice la causa— que ruega le permitan elegir el árbol donde morir y nunca lo encuentra, por lo que obtendrá el perdón. Si para Eudes de Cheriton —el más antiguo— es un truhán, o «loco» en la traducción de Sánchez Verdial, para J. de Vitry será un hombre y en las mismas circunstancias. Las variantes derivadas son numerosísimas desde el siglo XVI: manuscrito RAE, J. Timoneda, Juan Aragonés y Julián I. de Medrano; en el siglo XVII: Lope de Vega: El poder del discreto, Juan Ruiz de Alarcón; en el siglo XVIII: Francisco Asensio; en el siglo XIX: Rafael Boira, imitador de Asensio; en el siglo XX: versión folclórica recogida en Sanabria. El cuento consta, pues, de tres partes, aunque simple y con un solo motivo: condena a colgar de un árbol, elección y salvamento, entre los siglos XVIII y XX. En el siglo XVI encontramos una versión (Alonso de Fuentes) en que el bufón,Velasquillo, habiendo perdido una haca se sube a un árbol para oteando buscarla; entre tanto, bajo el árbol se regocijan los reyes don Fernando y doña Isabel y aquel entusiasmado de las piernas de ésta exclama: «paréceme veo todo el mundo». Por lo cual el bufón real,Velasquillo, inquiere: «¿y vistes por allá mi haca?». Desacato por el cual es condenado —¿ficticiamente?— a lanzarle por una escalera, pero tras tres intentos y reprendido por el alguacil, se lo deja a éste en cuatro.Y le perdonan en honor de la graciosa respuesta. Tenemos pues ahora un cuento complejo, en que se justifican la condena y el perdón. La primera parte, escenario, causa y condena tiene también origen medieval. Es la facecia 237 de Poggio Bracciolini: El necio marido que ha perdido un asno sospecha de la fidelidad de su mujer y cuando ésta se divierte con el preste y la contempla, entusiasmado exclama:
52
Gómez, 1998, p. 324.
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—¡Contemplo todo el universo! El panarra exclama: —¿Veis mi asno?
Esta primera versión compleja: Poggio + Eudes está representada por Alonso de Fuentes en la década de 1550 y a ella se atiene Lope de Vega en Amar sin saber a quién. Esta tradición que emana de Poggio tiene una amplia difusión temporal en Francia Cent nouvelles (siglo XVI) y La Fontaine, El villano que buscaba su ternero, y el Señor de Ouville con El criado que buscaba las riendas, ambos del siglo XVII. Pero lo más interesante es que entre los derivados de Poggio con el animal buscado, un ternero, que se había iniciado en las Cent nouvelles, es que nos lo encontremos de forma popular y tradicional en Almería a finales del siglo XX. Bien es verdad que no es el único caso en la región que puede proceder de los emigrantes almerienses que estudiaron el bachillerato francés en Argelia, aquellos pieds noirs, que retornaron cuando se produjo la tormentosa independencia. Todavía encontramos en el siglo XVII otra nueva versión compleja cuya primera parte procedente del Arcipreste de Talavera, resumida por Melchor de Santa Cruz, es continuada por la versión arcaica por Ambrosio de Salazar. En este caso la ofensa real no es anodina o estúpida —causa de una condena en broma— sino mal intencionada o maligna: tanto dinero pudiera tener el bufón que la reina fuera su coima.
Protagonista La más antigua versión del siglo XVI incorpora una identificación personal del stulto en el bufón real de los Reyes Católicos,Velasquillo cuya primera versión se produce en la década de 1550. Y fue productiva: así la encontramos en Alonso de Fuentes, J. Timoneda, Juan Aragonés y Julián I. de Medrano. Pero en alguna ocasión (manuscrito 4859, RAE), es un vulgar facineroso. Continuó en el siglo XVII pero sin identificar, con Lope de Vega, El poder del discreto, Ruiz de Alarcón y ya en el siglo XVIII Francisco Asensio (un infeliz) como su imitador R. Boira y finalmente un fiel criado: Bertoldo de G. C. de la Croce y
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en la versión folclórica re c ogida por Krüger en San Ciprián de Sanabria en 1923, reeditada por Cortés Vázquez en 1981.
Lugar del suplicio Desde Eudes a Cheriton el árbol, del cual debe ser suspendido el necio o bufón, es característico; solo conservan este aspecto arcaizante en San Ciprián de Sanabria. En todas las demás versiones es condenado a morir despeñado: de unas escaleras (Fuentes y Timoneda), de una torre (RAE, manuscrito 4859, Asensio, Boira) que puede identificarse también con una almena (Lope de Vega, J. Ruiz de Alarcón) o, en fin, una sima o barranco profundo (Salazar).
El animal buscado Partiendo del asno de Poggio hay una diversificación. En el mundo hispánico es un equino: Fuentes (jaca), Lope de Vega (rocín); en el mundo francés un bov i n o : Cent nouvelles ( c h o t o s ) , La Fo n t a i n e (ternero) y Almería (chotilla).Versión extravagante: las riendas, el Señor de Ouville.
3. PARALELOS Parece que Martínez de Lerma, harto de los elogios grecorromanos y viendo las grandes hazañas de los españoles se propuso parangonar éstas con aquellas, y así con bastante frecuencia se cita a Tito Livio, Valerio Máximo, Plutarco, Justino o Plinio para ilustrar la grandeza de las hazañas hispanas con los clásicos, y quizá por ello afirma que su libro debe llamarse «Paralelo como dice el título de este mi librillo». ¿Tuvo algo con el título de la magna obra de Plutarco: Vidas paralelas? No lo sé; pero sí que Martínez de Lerma era sin duda un humanista pertrechado de cultura latina.
Intencionalidad Muy adelantado el libro, en el folio 79v afirma Martínez de Lerma:
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Porque el fin principal que me movió a escribir este libro fue mostrar a todas las gentes cómo, en sola la nación española, ha habido cosas tan notables así en religión como en virtud, de fortaleza e de otros particularidades de quien los romanos y griegos hicieron notables libros…
Fecha En la primera narración se nos da una fecha como punto de partida; el Emperador Carlos I renunció toda su monarquía, reinos y señoríos en don Felipe, su hijo, merecedor de suceder a tal padre a principio del año del nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil y quinientos y cincuenta y seis años, y entendiendo de su real persona ser merecedor de todo ello, se redujo a un monasterio de la orden de San Jerónimo, que llaman Yuste, donde el recogimiento de su sacra persona, la sancta vida que hace es tal que en este mundo inmortal fama y en el otro perpetua gloria no le puede faltar.
Aún no ha fallecido, pues hacia el final, en la narración 293 (fol. 86) afirma: «Esto sucedió año de mil y quinientos y cincuenta y ocho años». En consecuencia, el manuscrito tiene 316 narraciones, por tanto poco después de 1558 debió terminarse. Es cierto que se citan bastantes fechas como el matrimonio de Felipe II con María Tudor (1554) y algunas otras, pero sin duda la más significativa es la que nos da a San Francisco de Borja como vivo y siendo así que murió en 1572, parece indudable que la obrita se escribió entre 1558 (293) y 1572, más próxima sin duda a la primera porque la obra finaliza veintisiete narraciones después.
Autor El comienzo de la obra dice así: Este libro es del señor don Juan de Velasco y Castaneda con que le sirvió Juan Martínez de Lerma, rescatándole de un tercero a quien se [lo] había dado en Ormaza.
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Analizando este comienzo deduzco que su autor, Juan Martínez de Lerma, se lo dio a cierto señor que residía en Ormaza, quizá con la intención de que lo leyera, o intentara hacer una copia o, lo más raro aún, una posible edición.Y considerando que ya había tenido tiempo para su lectura o copia y viendo que parecía haber posibilidad de edición, lo rescató. Se lo pidió al innominado residente de Ormaza y habiéndoselo devuelto se lo dio (le sirvió) —¿con los mismos fines?— a don Juan de Velasco y Castaneda. Nadie rescata lo que no es suyo y nadie sirve a otro como objeto que no sea de su posesión: me parece, pues, que el prestatario y donante es el autor Juan Martínez de Lerma. La obra tiene 91 folios sin numerar; también están sin numerar las anécdotas y cuentecillos. Su tamaño es el folio y en los márgenes están los paralelos y notas de las crónicas que ha utilizado como fuentes. El carácter es generalmente histórico y con frecuencia las anécdotas tienen un protagonista histórico pero la anécdota es novelesca (172). Bien es verdad que a menudo las anécdotas históricas que suelen proceder de una crónica se presentan un bloque para enaltecer al personaje: Hernán Cortés (94-109), aunque otras vayan algo diseminadas: Gonzalo Fernández de Córdoba (El Gran Capitán) 14, 15, 36, 56, 57, 60 y 284. A veces pone su atención en episodios terribles e impactantes, como un par de «justicias» de don Pedro I, 136 y 137, tomadas de la Crónica de López de Ayala; en otras ocasiones son una serie de personajes sacados de una misma crónica, la de Juan II de Castilla, 216 a 232. Dado su carácter, tiene predilección por el aspecto épico:Todmir; Batalla de Covadonga; Sancho Abarca; Hijos de Sancho el Mayor, dos versiones; Bernardo del Carpio; Fernán González; La campana de Huesca, dos versiones, una un tanto simplificada; y muy diversas leyendas referentes al Cid. Heroica también, pero eminentemente religiosa es la leyenda del Vado de Cascajares atribuida a un caballero, Pascual Vivas, o Fernán Antolínez. Otras veces sucedió en un torneo. Las versiones más antiguas que conozco son: en latín, la de Cesáreo de Heisterbach, en gallego la Cantiga LXIII de Alfonso X y en castellano la de la Estoria de España. Hay además media docena de obras teatrales del Siglo de Oro y una veintena de narraciones hasta el siglo XVIII. Un caso especialísimo es la constante presencia de la mujer en diversas situaciones vitales, pero siempre llamativas y admirables: María
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de Castilla, llamada «la baronesa», que perdona la muerte de su marido a condición que el asesino luche a muerte con ella (2); doña Sancha Carrillo y Osorio, viuda que lucha junto a sus hombres contra los enemigos porque «nunca Dios quiera que yo os deje, que más quiero morir aquí con vosotros que salvar la vida dejándoos en tanto peligro» que recuerdan los de don Pero González de Mendoza en la batalla de Aljubarrota en 1385 (4); María de Temiño que venga, ayudándose de una criada, a su marido muerto por un criado (5); la ingeniosa doña María de Guzmán se le escurre de las manos a don Pedro I (53); la anónima que con sola una alabarda mata a los cinco asesinos de su marido (120); la heroica condesa de Martos, esposa de Alvar Pérez de Castro, que defiende contra los moros el castillo de Martos acompañada de sus doncellas, a quien emulan doña Catalina García de Orejón (256) y doña Clara Castañeda (291). Si unas son esposas fidelísimas a las ideas de su propio marido como doña Sancha de Ugarte (237, 238, 239) protagonista de un magnífico episodio de las banderías del siglo XV, otras son de una fiel castidad a ultranza, como la asesinada violada (3), o violada y burlada que sabe esperar y vengarse (17), doña María de Marquina que mata al que intenta violarla; otras son prototipo de honestidad: doña Leonor de la Vega (290), o de fidelidad, la criada de doña Urraca Osorio que muere abrasada por componer la ropa de su señora cuando está en la hoguera por mandato de don Pedro I; o en fin las jóvenes de Loja (28) que se suicidaban y para evitarlo las exponen desnudas. A veces se incluyen variantes de un mismo aspecto: don Pero Ansúrez y la generosa comprensión de don Alonso de Aragón, esposo de doña Urraca de Castilla (146), o don Egas Núñez (Moniz) y la disputa entre Alejandro VII y Alfonso Enríquez. Un caso curioso es el núm. 57: habiendo subido la marea el Gran Capitán saca en brazos de un barco, con el agua al pecho, a la Reina Católica cuando la princesa doña Juana iba a Flandes para casarse con don Felipe. Fue el día 10 de agosto de 1496 en la playa de Laredo; pero la anécdota es variante de esta otra del manuscrito 18220, BNE (84): Yendo una princesa heredera de Aragón a Nápoles, queriendo desembarcar, un caballero de aquel reino, vestido de brocado, se arrojó al agua que le daba a la cintura diciendo: —Las hijas de nuestros reyes de esta manera se han de recibir.
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Ésta pudiera ser histórica, pero aquella es legendaria porque el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, no estaba en España por esas fechas, sino ocupado en la conquista de Nápoles y la expulsión de los franceses de aquel reino. Otro caso notable de variante y sin duda tradicional, es la exaltación militar de la leyenda del Ave María: Gonzalo Ruiz de la Vega lleva tales letras «en las sobrecubiertas del caballo»; en la batalla del Salado (46) es el ascendiente de los Mendoza que las traen en sus armas. Pues bien, don Antonio de Fonseca hincó con el hierro de su lanza, «en la puerta que llaman de Elvira» las letras de «Ave María». Esta hazaña corre como real atribuida a Hernando Pérez del Pulgar, el de las hazañas (1451-1531) y se dice «haber penetrado… en la mezquita principal de Granada, clavando en sus puertas el pergamino del Ave María. Pero en el romance Cercada está Santa Fe se narra así: Aqueste perro, con befa a la cola del caballo, la sagrada Ave María llevaba haciendo escarnio…,
y desafía a los mejores adalides del ejército de los Reyes Católicos. Se ofrece el joven Garcilaso de la Vega quien, al negarle el permiso real para luchar, sale subrepticiamente, y, a pesar de su edad, mata al moro en noble lid: Quitó el Ave María de la cola del caballo hincado de ambas rodillas con devoción la ha besado, y en la punta de su lanza por bandera la ha tomado.
Este romance lo utilizó Lope de Vega en su primera comedia, Los hechos de Garcilaso, escrita con 18 años, allá por 1580. Las dos hazañas son, pues, variantes de un hecho auténtico, aquel de la hazaña en el Salado, éste en la mezquita de Granada; pero la función genealógica es falsa: fue don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, quien usó constantemente en sus escudos y banderas el
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mote Ave María como «muestra de la especial devoción que tenía a la Virgen Santísima»53. Otras veces nos aproxima a un personaje extraordinario, don Pero Niño (1378-1453) cuya vida escribió Gutiérrez Díaz Games en El Victorial, que ignora estas dos escenas: El toro desmandado (70) y La muerte del león fiero (71) que exaltan el «recio cuerpo e muy grand fuerza que Dios le quiso dar» (cap. XXXI). Pero o es falsa la anécdota o hay que corregir la fecha de nacimiento de don Pero Niño en 1378. Doña Leonor murió de parto en 1382, luego para que don Pero tuviese 17 años tenía que haber nacido en 1365, trece años antes de lo que supone el Diccionario de Historia de España y por tanto al morir en 1453 tendría 78 años. Si no es histórica y sí fabulosa tiene dos datos en su favor: el nombre de la reina doña Leonor de Aragón, madre de Enrique III y de don Fernando el Honesto (luego rey de Aragón tras el Compromiso de Caspe) y el recordar que fue la primera esposa de Juan I que en 1383 se casó con la jovencísima doña Beatriz de Portugal. Pero es que además hay antecedentes legendarios: Algunos reyes se honraron adornando sus cabezas con cuernos de oro, como los trujo Lixímaco, uno de los sucesores del gran Alejandro, pegados a la diadema real, por trofeo de haber vencido un bravo toro asiéndole de los cuernos, en ocasión que queriéndole sacrificar se había escapado de las manos de los sacerdotes y sus ministros54.
Contenido Además de las 316 narraciones se hallan otras dos en el fol. 101v: Barrasa y fray Francisco Jiménez de Cisneros; en el fol. 114 hay una breve alusión a Garci Pérez de Vargas. Además y a continuación de la 316 hay otros 29 folios que contienen narraciones extraídas de: 1. Corónica de Aragón que escribió Lucio Marineo Sículo (7 fols.). 2. Corónica del rey don Fernando el Cuarto, que murió emplazado, hijo del rey don Sancho el Bravo (Cosas notables) (3 fols.). 3. Libro primero de Josefo De Antiquitate (2 fols.).
53 Ver 54
Menéndez Pelayo, Antología de poetas líricos castellanos, pp. 140-147. Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana, s. v. cuerno.
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Libro segundo (4 fols.). Libro cuarto. Libro quinto (13 fols.). Cierto es que a veces parecen haberse directamente sacado de las Crónicas de Juan II o Enrique IV, pero a veces aparecen variantes. A partir de aquí se estudian algunos cuentos. Sea el primero el núm. 3. Núm. 3. La violencia doméstica ha existido siempre, en las dos direcciones: hombre contra mujer y mujer contra hombre. Los casos, no sé si los contarían los ciegos con aquel su retablo, pero se hacían pronto famosos, así como la justicia, y pasaron a la literatura. Este texto nuestro no es de los primeros y más famosos pues ya en 1565 Francisco de Guzmán cuenta dos, y seguidos uno de otro (fols. 143-144). Veamos el caso francés55: En Francia sucedió la muy famosa hazaña que veréis, y caso grande, y que fue que una dama muy hermosa de cuyo nombre claro no se sabe, de su limpieza clara tan celosa, no menos que la griega de la nave, sufrió que un hombre la matase primero que viviendo la forzase. El cual con mil halagos atraerla buscaba, sus pasiones le diciendo, mas viendo no poder jamás vencerla con esto, ni con fuerza combatiendo, de rabia la matando por haberla, con ella se holgó difunta siendo. Dos actos fueron estos juntamente el más villano, sucio… y excelente.
Pocos años después Matías Escudero de Cobeña en su Relación de casos notables cuenta, como ocurrido en 1592 en el Rosellón, condado de Cataluña, que
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Fol. 143.
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Fue el Rezena a hablar con la mujer con palabras muy amorosas para que cumpliese con él su voluntad.Y ella, como buena mujer, le despidió. Y el Rezena, «no dudes de me hacer este placer, ni tienes que temer a tu marido, porque sabe que yo le he muerto».Y ella como esto oyó, cayó la mujer de pena amortecida.Y como este traidor la vido en el suelo, tal y traspuesta, cumplió con ella su voluntad, sin ella sentillo.Y como así la vido, echole un cordel al cuello y colgó a la mujer de una viga, y él atrancó la casa, y desquició una puerta secreta, y se salió de casa y se fue a su casa (p. 281).
Del año 1598 tenemos dos noticias: una de Jerónimo de Mondragón en Censura de la locura (1598): Acuérdome haber oído contar de un mancebo (locura por cierto terrible y maldita) que no teniendo orden de llegar a una que festejaba, la mató, y después tuvo abominable acceso con ella. Diógenes Laercio escribe también de otro de estos locos, que conoció carnalmente a otra mujer, siendo ya muerta (p. 73).
Y otra Bartolomé Villalba y Estaña, el Doncel de Jérica, que en El pelegrino curioso y grandezas de España (pp. 162-186) cuenta el caso del suegro enamorado de su nuera a quien mata y viola; pero llega la denuncia a Felipe II, envía a Salazar, alcalde de casa y corte, enérgico y famoso por haber intervenido con éxito otros casos graves, y ajusticia aunque era noble, a Fulvio, el asturiano suegro violador56. Otro caso extraño en que también intervino el alcalde Salazar se refiere al joven conde de Ribagoza: Como entendió o sospechó que se procedía contra él por [el pecado nefando]… a su mujer hácela asentar en una silla.Y hácela sangrar a un barbero de los brazos, y déjala de sangrar, hasta que ella dio el ánima a su criador (Escudero de Cobeña, Relación de casos, p. 209).
Núm. 37. Es curiosa y novelesca explicación del origen del primer villancico castellano que no solo es famoso hoy, sino que perdura hasta en canciones infantiles de corro. Se tergiversan las noticias de don
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Fradejas, 1985, I, pp. 98-105 y el texto completo, pp. 455-476.
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Lucas al Tuy en su Crónica de España, lib. IV, cap. XXXIX. He aquí el texto: Mas el conde Garci Fernández, siguiendo los moros que fuían, mató innumerable muchedumbre de ellos. Pero fue un maravilloso dicho en ese día [que] en Calatanasor fue vencido el rey [Almanzor] […] uno como pescador en la ribera del río Guadalquivir, como plañendo, voces en palabra caldea, e a veces en española, clamaba, diciendo: En Calatanazor perdió Almanzor el atambor. Que quiere decir que en Calatanazor perdió Almanzor el pandero, que es su alegría… (p. 330).
Sin duda la repetición oral del villancico dio lugar a la variante de que «Tambor» sea el nombre propio del hijo de Almanzor. Núm. 172. Don Íñigo López de Mendoza (1358-1458), marqués de Santillana, no está en estas anécdotas y paralelos por su condición de poeta sino por su carácter militar (núm. 111) conquista de Olvera; su sentido político (núm. 226) entre los conquistadores de Huelma (1444) haciendo introducir las banderas en un haz (núm. 226) para evitar disensiones por la precedencia; y su sentido de la unión familiar para constituir una fuerza política en el reino (núm. 172); recuérdese que El Eclesiastés dice: «una cuerda triplicada difícilmente se rompe», 4, 12. En esta última anécdota sigue la versión de Esciluro: estando próximo a morir dio a cada uno un haz de jabalinas y les ordenó partirlas. Cuando estos desistieron, cogió las jabalinas una por una y con facilidad las partió todas. Les enseñó así que si estaban unidos serían fuertes, pero que si se separaban y se peleaban serían débiles. (Plutarco, Obras morales, p. 24).
Pero el paralelo se refiere a los dos caballos (gordo y flaco) de Sertorio (Plutarco, Sertorio en Vidas paralelas XVI, 613 y V. Máximo, lib.VII, cap. III, 8).
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La leyenda del rey Esciluro se convierte en fábula (Esopo, Fábulas, núm. 5 y Babrio, núm. 471; repite Mal Lara en su Filosofía vulgar (1568), centuria VII, refrán 93; y lo utiliza fray Luis de Granada57). Sin embargo el ejemplo paralelo, el episodio de Sertorio lo encontramos en Fernández de Oviedo, Batallas. Quincuagenas, I, p. 33; Valderrama, Ejercicios espirituales, fol. 277; Arce de Otálora, Diálogos, I, p. 594; Lope de Vega, El ausente en el lugar, p. 407, y El poder del discreto, p. 472; Matías Duque, Flores, núm. 252. Núm. 17. Es otro caso de violencia doméstica pero en esta ocasión sin fuerza aparente, aunque con traicionera astucia. Tres son los aspectos a resaltar en este cuentecillo que repetirá a vueltas de otros Luis Zapata en Miscelánea (p. 65). 1. El enamorado entra subrepticiamente en el lecho de la dama. 2. El adúltero descubre a la dama en acción. 3.Venganza. La versión más antigua que conozco es la de Alfonso X el Sabio, Estoria de España, (Tiberio) cap. 157. Es el episodio de Mundus y Paulina en un templo que procede de Las antigüedades judías de Josefo, lib. XVIII, cap. 3, párrafo 4. Lo encuentro de nuevo en Clemente Sánchez Verdial, Libro de los ejemplos por ABC, núm. 385(329) y en el siglo XVI en el Dechado de la vida humana de Jacques de Cesoles, trad. por el licenciado Reina, Tercer tratado, cap. IV, fol. XXXIII, y Alonso de Villegas, Fructus sanctorum (ed. de 1603), fols. 302 y 452.Versión algo diferente pero concomitante hallamos en Cuentos de varios y raros castigos (pp. 317-318), como milagro ejemplar. Pero lo más curioso es que esta versión con el «frío venís» aparezca en Luis Zapata, Miscelánea, I, pp. 64-65, y en Constantino Cabal, Cuentos asturianos58. En todas las versiones el violador se burla de la dama y ésta se venga cruelmente sin que nadie más lo sepa, excepto en los Cuentos de varios y varios castigos que confiesa en público el delito y un demonio le entra en el cuerpo; h ay narración parecida de Mateo Alemán (Guzmán de Alfarache, Parte II, lib. II, cap. 8: el culpable es degollado).
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Obras completas, XLVII, p. 103. Fradejas, 1985, II, pp. 941-942.
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Núm. 137. Cuenta don Pero López de Ayala en su Crónica de don Pedro I: Allí acaesció que entre los de la cibdad que el rey mandó matar era un platero viejo que había ochenta años, e teniéndolo así para matar, llegó al rey un fijo del dicho platero que había fasta diez e ocho años, e pidiole merced que mandase matar a él, e escapar a su padre, e fue fecho así: e pluguiera a todos que el rey mandara que non matasen a ninguno de ellos, nin al padre nin al fijo. (Año X, cap. X).
En el siglo XIV hubo tres reyes llamados Pedro quienes rivalizan en crueldad: don Pedro el Cruel (o el Justiciero, para otros), don Pedro IV, el del Puñalet, de Aragón y don Pedro I de Portugal. Precisamente Fernão Lopes, cronista del rey portugués es el primero que se hace eco de este suceso tan escandaloso como significativo: Mandou matar en Tolledo vinte e dous homens boons do comun, porque foron em conselho de se alçar a cidade de Tolledo, por nom matáren en ella a rainha dona Branca, segundo todos daquella vez cuidarom: entre os quaaes mandava matar huum ourivez velho de oiteenta annos; e huum seu fiho de dezoito, teemdoo pera a matar, disse a el rei que he pedía por mercee que ante matar el que seu padre, e el rei mandouho así fazer: pero mas prouvera a todos que el rei non mandara matar hum nem outro. (Crónica de don Pedro I, pp. 75-76).
Y tanto que va a ser paradigma de crueldad y será ejemplo de eterna infamia para el rey que cerró su alma a la misericordia y piedad. Se contaba ya en la Sumario de las cosas maravillosas de Gutiérrez Torres en 1524, signatura h IV-V: Acaceció que entre los que el rey mandó matar de la ciudad: querían matar un platero viejo de ochenta años y teniéndolo así para lo matar llegó al rey un hijo del dicho platero que había fasta diez y ocho años, y pidió al rey por merced que mandase matar a él y soltase a su padre.Y el rey hízolo así, aunque quisieran todos que mandara el rey que no mataran al padre ni al hijo.
Y se incluye en las historias de Toledo, para exaltar el valor de los toledanos del siglo XVI, como la de Pedro de Alcocer, Historia de Toledo (1554), fol. 73:
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Fue preso un platero viejo, de más de ochenta años, y doliéndose de su muerte un hijo suyo, de diez y ocho años, con ánimo magnífico y entrañas de amor, se fue al rey, y le suplicó que matase a él, y dejase a su padre, porque en su postrimería no fuese tan cruelmente justiciado, y el rey lo hizo ansí, puesto que todos quisieran que perdonara al uno y al otro, y no apartara un amor tan entrañable de hijo a padre, en lo cual mostró el rey ser más amigo de venganza que de perdón.
Lo versifica Francisco Guzmán en sus Triunfos morales (1565) fol. 108: En tiempo que don Pedro, rey de España reinaba, y en Toledo residía, de quien sabemos clara ya la maña según su vida muestra, que tenía. No sé si con razón o fiera saña (que saña muchas veces le vencía) mandó matar a uno por justicia, quizá por merecerlo su malicia. Lo cual su hijo viendo piadoso al rey fue con gran valor, y fuerte, diciendo con el rostro lacrimoso: «suplícote me des a mí su muerte». Pudiendo ser, pues, menos criminoso el rey, sufrió pasar la triste suerte del padre que la muerte ya debía, al hijo que mercedes merecía.
El mismo sentido moral le da Alonso de Villegas en su Fructus sanctorum (1594), fol. 24: Estando el rey don Pedro en la ciudad [Toledo] mostró grande ira con los vecinos de ella por el servicio que intentaron hacer a la reina y prendiendo a treinta ciudadanos les mandó degollar. Entre estos presos y sentenciados a muerte estaba un platero viejo; tenía un hijo, mancebo de buena edad y disposición. Éste, con piedad que tuvo del padre, fue al rey y rogole que dejasen libre a su padre y le matasen a él. Muchos quisieron que el rey los perdonara a ambos vista la piedad de aquel tan buen hijo, mas, usando de ferocidad, mandó que se hiciese así. Dejó libre al pa-
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dre y degolló al hijo. Esto se refiere en diversas Historias de España y tráelo Fulgosio, libro quinto.
Y lo culmina el Padre Mariana, primero en latín, luego en su traducción al castellano de su Historia de España, p. 493. Núm. 161. Esta narración exalta la generosidad de Alfonso X el Sabio, digna de un emperador; y parece rasgo típico de la casa real de Castilla. En el siglo XIII don Alfonso consigue la liberación del emperador de Constantinopla, preso por los musulmanes en Babilonia (El Cairo), que exigen diez mil marcos de plata, que los paga íntegros don Alfonso, ahorrándose su parte el Papa y el rey de Francia59. En el siglo XIV don Juan I de Castilla consigue la libertad de León V, rey de Armenia la Menor, preso de los musulmanes en Babilonia (El Cairo), con solo unos regalos y una carta amable. Se diferencian ambas narraciones: primero, porque ni el Papa, ni el rey de Aragón —pariente próximo— ni el rey de Francia, más directo familiar, se dignan ayudar al ilustre preso. Y segundo porque ya liberado León V viene a Badajoz a presenciar las bodas de don Juan con doña Beatriz y a agradecer al rey de Castilla su libertad. Por lo cual el rey de Castilla, en albricias, le concede los señoríos de Madrid, Andújar y Villarreal (que al siglo siguiente se llamará Ciudad Real). Núm. 234. Es una versión ciertamente extravagante del Tributo de las cien doncellas: los protagonistas cristianos son un rey de León y un anónimo caballero, quien indignado por la petición del tributo aconseja al rey no pagar y luchar: Quitó un ramo de una higuera alzándola con la mano, como quien lleva bandera, salió del jardín e anduvo por toda la ciudad diciendo: —Todos los que quisieren libertar de tan feo tributo, como el rey Almanzor pide, síganme.
Es la causa de la batalla de Simancas y no la de Calatañazor. Realmente es una debilitada variante de la leyenda genealógica de la familia Figueroa. Hay versión poética del siglo XV «no figueiral, 59
Crónica de don Alfonso, p. 12.
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figueiredo» que repite Luis de Guzmán en El fuero de las cien doncellas (siglo XVII) contaminada con la leyenda de Vargas Machuca, que arrancó la rama de encina u olivo y «machucaba» a los moros, pero que aquí es incongruente: Porque arrancó de una higuera un bastón no basto y recio con que dio muerte a los moros.
La madera de higuera, como la del saúco, es débil y quebradiza60. Núms. 258-260. Un caso muy común de duplicación, históricolegendaria tenemos en estas dos narraciones protagonizadas por don Enrique IV (258) y el arzobispo Carrillo (260). Pero aparece en Italia: en Facezie (Florencia, 1564) de Ludovico Guicciardini se atribuye al «cardenal de Medici» y François Caillières (Des bons mots et de bons contes) lo aplica al duque de Guisa; siempre como se observa a un grande o príncipe. Poco tiempo después de haber escrito Martínez de Lerma estas dos versiones, aparece en Melchor de Santa Cruz: Floresta española (ed. Cuartero y Chevalier, p. 349); al arzobispo Carrillo también se lo atribuyen las glosas del Sermón de Aljubarrota (p. 62), quizá Fernández Troncoso, Cuentos e historias (1575), fols. 12v-13v, si no está tomado de tradición oral; y Louis Garon, Chasse-ennui, pp. 20-21; pero se lo atribuye a «un señor de salva» Juan Timoneda en el Buen Aviso, núm. 62; a una «señora viuda» Hermosilla en el Diálogo de los pajes de palacio, pp. 36-37; al «Gran Capitán» la Crónica manuscrita, p. 469; al «duque del infantado» Luis Zapata en su Miscelánea, núm. 195; a «cierto príncipe» Vicente Espinel en Marcos de Obregón, y a un «gran señor» Lope de Vega en Los hidalgos de la aldea, pp. 99 y 106-107. La primera versión española que yo conozco, la he hallado en el manuscrito RAE4859, núm. 157. En el siglo XVIII, resurge la de Enrique IV pero con una variante curiosa: Advirtió a Enrique IV, Arias, su tesorero, que tenía muchos criados con quienes se gastaba considerable cantidad.Y respondió que a unos daba
60 Ver
Fradejas, 1986.
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porque eran buenos, y a otros porque no fuesen malos (Asensio, Floresta, núm. 1543).
Y en el siglo XIX aparece un arzobispo don Pedro Carrillo, quizá por confusión, pues no nos dicen de qué diócesis: Siendo mayor el gasto que las rentas del arzobispo don Pedro Carrillo, le propuso un mayordomo despedir los empleados y dependientes más innecesarios, a fin de nivelar el ingreso con la salida. Al efecto hizo dos listas: una de los que debían conservar su empleo, y otra de los que debían ser despedidos. El arzobispo reunió a toda su familia y les dijo: —Hijos míos: para disminuir los gastos de mi casa, que parece son ya mayores que mis rentas, me proponen que despida a los criados que no me son necesarios. Enseguida leyó el secretario las dos listas. —Los primeros, ya veis, hijos míos, que no puedo despedirlos, puesto que los necesito. —Es cierto, es cierto —contestaron todos en coro. —En cuanto a los segundos… —Nos marcharemos contentos, ilustrísimo, señor —dijo uno en nombre de todos—, porque la reforma es justa. —¡No, hijos míos! Conservo a los primeros, porque los necesito yo; y que me quedo con los segundos, porque me necesitan a mí (Palacio, Museo Cómico, p. 508).
Según las versiones conocidas podemos conjeturar. A) La versión más antigua, hacia 1540, viene de Italia pero parece quizá tomada de fuente oral. B) Bien pronto apareció Enrique IV, contemporáneo de don Alonso Carrillo.Y debió pervivir oralmente para que se produjera la curiosa variante de F. Asensio. C) Creo que se puede hacer un cuadro cronológico de las más importantes colecciones:Timoneda, 1563; Hermosilla, 1573; Santa Cruz, 1574; Troncoso, 1575. Núm. 195. El 20 de agosto de 1467, víspera de la batalla de Olmedo entre Enrique IV y su hermano Alfonso, diez o doce caballeros se c o n j u r a ron para matar a don Beltrán de la Cueva , duque de Alburquerque y yerno del marqués de Santillana, y para ello enviaron
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un espía con el fin de que averiguase «la color del sayo y su caballo», lo cual sabido por don Beltrán, llamó al espía y le mostró «las armas y sobrevistas». Pero en el núm. 243 se ciñe a la Crónica de Enrique IV pues no hay tal espía, sino que el aviso procede de un rey de armas que le envía al arzobispo de Sevilla, don Alonso de Fonseca, según se cuenta en Crónicas de Enrique IV, de Enríquez del Castillo (pp. 162 y 164-165). Lo triste es que, tras el aviso y aprieto en que le pusieron los conjurados y la ayuda de su suegro el marqués de Santillana, mató a don Hernando de Fonseca, hermano de don Alonso de Fonseca, el arzobispo de Sevilla que le avisó de la conjura. De forma, pues, que la información unas veces es oral (195) y otras tomada casi literalmente de la Crónica (243) pues hay frases iguales. Lo que pretendía Martínez de Lerma era exaltar la nobleza, valentía y lealtad (245) de don Beltrán. Núm. 276. A veces se confunde ¿dónde morirás?, con ¿cómo morirás? Ambos se refieren a la ineluctabilidad del suceso, y es antiquísimo. María Rosa Lida61 dedicó un par de páginas al suceso en la Antigüedad y la Edad Media. Tras el cuento del agorador Talavera viene el paralelo que nos retorna a Filipo, padre del Magno Alejandro, pues los adivinos le pronosticaron que le había de matar una carreta… y cuando Pausanias le asesinó, en el puño de su espada había entallado un carro y lo repite Alonso de Villegas en su Fructus sanctorum (fol. 312). Además de lo expuesto por la sapientísima investigadora creo que debemos traer a colación unas cuentas versiones, además de esta que parece ser coetánea, esto es del siglo XVI. Es curiosa la forma de Valerio Máximo quien cuenta de Dafidas. He aquí una curiosa nota de T. Pinheiro da Veiga en 1605: De Epaminoridas leemos que tenía profecía que había de morir en piélago, o sea en el mar, y no entraba en él, y vino a morir en un lugar llamado de aquel modo (Fastiginia, pp. 164-165).
Casi lo mismo leemos de Cambises, F i l i p o, P i rro en A r g o s , Alejandro en Epiro, Dafidas (para burlarse del oráculo le preguntó si
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Lida, 1977, pp. 23-24.
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encontraría un caballo, el oráculo contestó que sí, y que caería de él y cuando Dafidas se iba mofando de su respuesta, dio de manos de Atalo, rey de Asia, que le hizo arrojar de una roca llamada Caballo), y Pompeyo junto al monte Casio huyendo de los Casios. Es famosa la identificación del lugar del deceso con Jerusalén, motivo M341.3.1, que atribuido al Papa Silvestre cuentan, tomándolo de una misma fuente el Recull de eximplis, I, núm. 44; y la Silva palentina de El arcediano del Alcor: Una vez preguntó el demonio que cuánto tiempo le duraría el pontificado; respondió el demonio: «Vivirás mientras no celebres en Jerusalén». El Papa se guardaba bien de no ir aquella peregrinación, mas, como un día fuese a decir misa en Roma a la capilla de Santa Cruz que llaman de Jerusalén, sintiose herido de muerte, y luego vio que no podía vivir, y cayendo en cuenta, se arrepintió de sus pecados, y públicamente, ante todo el pueblo, confesó su maldad (p. 78).
Lo repite Juan de Robles en El culto sevillano: Fue vuestra merced como cierto Papa, de quien se dice que tuvo pronóstico de que había de morir en yendo a Jesusalén, con que estaba muy contento, pareciéndole que sabría a poco más o menos el día de su muerte, pues no había de ser hasta ir a Jerusalén; y murió el día que dijo misa en la capilla de Santa Cruz en Jerusalén, que está en Roma: con que se cumplió el pronóstico (p. 175).
Y en el Fiel desengaño de jugadores de Luque Fajardo: Jura el otro de no jugar en tanto tiempo, pena de ir a Jesuralén, y con un sapo en la boca. Vase de allí a la confitería, compra una sabandija de alcorza; y con ella en la boca va de camino a un hospital o puerta de iglesia catedral llamada Jerusalén, y vuelve, afirmando haber cumplido su voto y romería (I, p. 263).
También lo recuerda Shakespeare en Enrique IV. A veces tiene un sentido irónico como en La dama boba de Lope de Vega:
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Oh infame, ¿no me dijiste que el dueño de mi deshonra estaba en Toledo?
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Padre, si aqueste desván se nombra «Toledo», verdad le dije (p. 633).
Y también Luque Fajardo: Juró Pedro no jugar hasta que le echasen la tierra encima, entendiendo con esto no jugar en toda la vida. Sucede que ciertos tahúres le llevan a una iglesia donde había abierta una sepultura; y allí le hacen entrar, de donde, como le echasen encima un puño de tierra, lo llevaron a jugar, con grande risa y pasatiempo de todos, afirmando estar ya cumplida la condición que le desobligaba en su promesa (p. 264).
Pero tomemos a don Álvaro de Luna: No dejaré de escribir lo que muchas personas afirman, aunque parezca hablilla y es que este condestable, siendo muy curioso por saber lo venidero, consultó a un astrólogo o necromántico, donde había de morir, el cual dice que le dijo, que cierto moriría en cadalso. Hay un lugar, cerca de Escalona, donde el condestable tenía su casa, que se llama Cadalso [de los Vidrios], y andaba a tanto recado de no entrar en aquel lugar, que aunque tuviese necesidad de pasar por allí se iba por defuera, como si las diligencias humanas bastasen a desconcertar los juicios divinos; mas como no se puede estorbar lo que Dios ordena, no porque lo dicen los astrólogos, sino porque es así su voluntad, mandó el rey que para degollar al condestable se hiciese un gran cadalso, donde al fin acabó su vida, y en este cadalso era donde el astrólogo quería atinar, puesto que todos ellos saben poco de lo que está por venir (pp. 303-304).
Que repite Lope de Vega en El milagro por los celos (p. 240), y Blas Fernández de Mesa en La fundadora de la Orden de la Concepción (1664) fol. 85v. En el siglo XVI se decía de don Fernando el Católico. Lo cuenta así el Arcediano del Alcor en su Silva palentina: En el año siguiente de 1516 el católico rey don Fernando, de gloriosa memoria, gobernador de estos reinos, murió en un lugar llamado Madrigalejo, cerca de Plasencia, a 22 de enero […] diz que un astrólogo ha-
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bía dicho al rey que sin duda moriría en Madrigal, y de verdad él se goardaba de entrar en aquella villa, puesto que tenía allí dos hijas bastardas, monjas de gran merecimiento; al fin sin ningún propósito yendo a Plasencia, se quedó en aquel lugar, que también se llama Madrigal, y allí le tomó la muerte (p. 389).
Y se contaba el caso de Antonio de Leiva62: Mereciera ciertamente Antonio de Leiva compararse con los grandes capitanes antiguos, si no fuera áspero, cruel, codicioso y agorero, como lo debe de contar Jacobo de Valgrana, que escribe su vida. Empero la rosa de las espinas nace, y por milagro hay gran virtud sin algún vicio. Sepultose en San Dionisio de Milán, y no en el de París, que no hay que creer en agüeros.
Y en siglo XVII escribe Juan Antonio Vera y Zúñiga en su Epítome de la vida y hechos del invictísimo emperador Carlos V: I. Había tenido pronóstico el Rey Católico que moriría en Madrigal, y excusó de entrar en el lugar de este nombre, que está en el obispado de Ávila, bien que él tenía monja una hija natural, a quien quería bien; últimamente vino a morir en Madrigalejo. II. El rey don Pedro le tuvo que moriría en la torre de la Estrella, y aunque por huirle el cuerpo procuró saber si había lugar de este nombre, no lo halló, y la mañana que le mataron, al salir del castillo de Montiel, alzó los ojos a la torre del homenaje y leyó un letrero que decía: «Esta es la Torre de la Estrella». III. Otro tuvo el emperador Federico de que moriría en Florencia: no quiso entrar en aquella ciudad, y murió en Florenzuela, que para la muerte de un hombre, el diminutivo basta. IV. A don Álvaro de Luna amenazó otro astrólogo que moriría en cadahalso, y siempre huyó de un lugar que este nombre que tenía, y últimamente murió degollado en cadahalso (25-26).
62
Ver por ejemplo fray Prudencio de Sandoval, Historia del emperador Carlos V, BAE, t. 82, p. 19.
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Encuentro otra versión en Hartcourt-Smith: «Un soldado sabe que morirá en la mar y así ocurre cuando sabe que el verdugo se llama La Mer»63.
4. LIBER FACETIARUM En 1890 don Antonio Paz y Meliá publicó Sales españolas o Agudezas del ingenio nacional, donde hace la crítica del Libro de los Chistes de Luis de Pinedo, conocido también con el título de Liber facetiarum… de Ludovico Pinedo et amicorum. Con el mismo título lo reeditó don Ramón Paz en la Biblioteca de Autores Españoles, tomo 176, sin variación alguna.Todos creímos a los señores Paz y, sin verificarlo, admitimos que habían publicado todos los chistes y cuentos existentes en el manuscrito 6960 de la Biblioteca Nacional de Madrid atribuido a Ludovico de Pinedo et amicorum. Todos conocíamos que FoulchéDelbosc había publicado un capitulillo de un Lazarillo de Tormes, repetidamente reeditado y citado, procedente del mismo manuscrito, y Maxime Chevalier nos había alertado de que era una «edición parcial». Por ello fuimos incitados a su lectura y he aquí el resultado. Enrique Miralles hizo una descripción del manuscrito y aún fue más allá, pero en relación con los cuentecillos solo citó algunos, que hoy, por su enorme interés en algunos casos, completamos. Tomamos sin embargo de él una abreviada descripción del manuscrito Conforme a la rúbrica, «et amicorum», «fue producto de varios recopiladores… [con] diferentes grafías», existe «un desorden en la paginación… [y tintas por lo cual] es un problema [resolver] las autorías». Miralles se refiere a la foliación —en total 139 folios aunque hay numerosas hojas en blanco—, no al tamaño —que es folio— asegurando con razón que hay por lo menos cuatro amanuenses64. En cuanto a las fechas parece haber una cierta concordia: en el folio 29 hay una cita referente a Jaén con relación al año 1511; en el fol. 16 otra, en relación con Toledo y sus monjas, referida al año 1536; en el fol. 76 se cita el Libro de las grandezas de España que se publicó en 1548; y finalmente en el fol. 78 refiere que Monegro hidalgo de Tierra de Campos «se murió habrán cinco años, poco más o menos 63 64
Hartcourt-Smith, 1943, p. 286. Miralles, 1996.
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que sería el año de 47, y murió de edad de cien años». Para Miralles la recopilación concluyó —quizá fuera mejor dicho, se interrumpió— el año 1552, o a lo sumo, el 1553. Sin embargo la presencia del cuento de El Lazarillo sobre la casa lóbrega y oscura (núm. 36, fol. 47) y las frecuentes menciones al buldero o echacuevos (fol. 14 y 56) así como el recuerdo divergente de dos de los mss. de Arce de Otálora unidos al capitulillo de un Lazarillo transformado en mujer, que parece, en cierta medida aludir la segunda parte del Lazarillo (Amberes, 1555) hace más verosímil la opinión de Caso González: el manuscrito ha exigido, sin duda, un largo período de redacción, que podemos situar, por las fechas citadas directa o indirectamente, entre 1540 y 156065.
Lo que coincide casi en un todo con la opinión de Menéndez Pelayo: La colección debió de ser formada en los primeros años del reinado de Felipe II, pues no alude a ningún suceso posterior66.
Recuérdese que Carlos V abdicó en 1556 y que la batalla de San Quintín fue en 1557. La estructura del libro es de diccionario, por orden alfabético. El primer autor o Pinedo suele escribir en latín o mezcla de latín y castellano. El contenido de cada letra suele expresarse en un lema temático latino al cual suele atenerse. A veces incluye algunos refranes, 20 o 25, muy curiosos: Hombre que vive contento o es bestia o es ángel (fol. 27). Araba uno con dos lobos y dijo: reniego del mejor (fol. 29). Queja y oveja, y piedra de trebeja (fol. 61). Amor de monja y fuego de estopa (fol. 77). A tu padre ámalo si bueno fuere, si no súfrelo (fol. 9). Todo buen lugar ha de tener tres erres: río, rey y regimiento (fol. 100).
65 66
Caso González, 1981, p. XLIII. Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela, III, p. 93.
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Algunas veces aparecen consejos y aforismos: En caso de amores, do sobra porfía y falta la resistencia no puede mucho tiempo conservarse la pudicia (fol. 26). Siempre comience por otro la rencilla y de ti la concordia (fol. 30). Castiga tus amigos en secreto y lóalos en público (fol. 30). No pongas a otro la carga que tú no podrías llevar (fol. 30). Peor es la cuchillada en la fama que la pedrada en la cabeza, porque la herida de la cabeza en un mes sana, mas la mancilla de la fama no saldrá en toda su vida (fol. 47). Usa más a menudo de las orejas que de la lengua (fol. 91)…
Con harta frecuencia se nos ofrecen ejemplos morales dignos de ser considerados. He aquí algunos: Dice Avicena que mejor es leche de la madre para criar su hijo que no la leche ajena, porque lo más propinco es lo más perfecto porque es de la propria sangre y da más perfectión de sustancia al niño, porque es su propia sustancia y le conviene más que lo ajeno y prestado. Mas los grandes crían sus hijos con leche ajena y no con la suya para dar a entender que desde que nascen los crían con sudores de los labradores y desde chicos los amuestran a cazar y vivir de rapiña como hace el águila o el halcón. La justicia de Dios es como el pescador, cuando sale de su casa lleva la caña para pescar muy derecha, mas cuando pone el cebo en el anzuelo y comienzan a picar los peces, luego se entuerta la caña. Moralidad: cuando la justicia sale de su casa y va para la Audiencia a pescar, lleva la caña derecha y justa, mas desque vuelve para su casa con el cebo de la Audiencia vúelvela muy tuerta (fol. 65).
A veces, pues, la crítica social es amarguísima: Entendí en Burgos que es refrán «que no se pueden criar ni conservar en Burgos escuderos y naranjos», ca por ser tierra fría cesa la granjería de los naranjos, y por ser tierra estéril no pueden los escuderos sustentarse un hábito y estado de hidalguía y por esto conviene que traten en mercadurías y sean mercaderes (fol. 14).
Y aun de crítica moral exempla doctrinales:
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Es la muerte con nosotros como el pájaro que está en el árbol que cuando le tira el ballestero salta de rama en rama diciendo: «aquí no me acertará», y cuando no se nota cae en el suelo. Los hombres cuando mozos no piensan que han de morir y andan saltando y riyendo de mata en mata, que es de vicio en vicio diciendo: —Mozo soy, no me acertarán— y cuando no se catan mueren con los otros (fol. 81). El ballestero cuando tira a los ánades en la laguna si mata una, todas las otras se espantan y huyen de miedo. Pero después otro día olvidando el temor de la que vieron morir tornan al mismo charco y reposan en él. Sic peccatores, cuando alguno muere se espantan y dicen que se enmendarán pero al tercero día se les olvida la muerte y tornan a los pecados. Ídem de los gorriones (fol. 97). Los perros de Zorita dicen que son muy buenos pero los ladrones son mañosos y para entrar en la fortaleza hacen unas mantecadas y a cada furia arrojan una, y con esto ocupados les dejan entrar y saquear la casa. Ansí son estos nuestros prelados que cuando amenazan y gritan los vicios de los súbditos se les arrojan unas mantecadas o marcos de plata, allí se ceban y les dejan pasar adelante (fol. 65).
A veces aparecen largos excursos como sobre las abejas (fols. 3-4) o narraciones históricas como esta de Calahorra en relación con el Cid Ruy Díaz: El rey don Fernando Primero de Castilla tenía contienda con su hermano, el rey don Ramiro de Aragón, sobre Calahorra, porque cada uno pretendía ser suya, y en tal manera acaesció que el rey de Aragón metió el negocio a desafío, atuviéndose en el esfuerzo y bondad, en hecho de armas de caballería, que en don Martín Gómez, su vasallo, había, porque en aquel tiempo sonaba su fama; y el rey don Fernando de Castilla lo aceptó y el Cid Ruy Díaz tomó la empresa.Y venido el tiempo del desafío salidor en el campo venció el Cid a don Martín Gómez y le cortó la cabeza y así quedó por el rey Calahorra hasta hoy (fol. 28).
Más significativa es la referencia del Carmen Campidoctoris cuando nos afirma que Rodrigo, todavía adolescente (1066? y 1667?), en su
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primer duelo singular, venció al caballero navarro [Jimeno Garcés] ganando el sobrenombre de «Campeador»67. Este fue su primer combate singular cuando, aún adolescente, venció al navarro. Desde entonces los más nobles varones lo llamaron Campeador.
Este duelo singular con un caballero navarro, la historia posterior revistió con el carácter de juicio de Dios o duelo judicial entre castellanos y navarros por la posesión de Pazuengos, y la juglaría por el señorío de Calahorra68. Cuentos de tesoros Dos cuentos de hallazgo de tesoros encontramos en Pinedo: Contaba una persona a otra que había hallado debajo de una cama un huevo. El adivino aconsejó a la persona que lo contaba que cavase debajo la cama y hallaría cantidad de oro y de plata: respondía a la clara del huevo la plata y a la yema el oro. El dueño de la casa cavó y halló cantidad de oro y de plata. Envió a su consultor un pedazo de plata.
De este cuentecillo, siento confesarlo, no sé nada. Jamás lo había leído y no conozco derivados de él. El simbolismo que el adivino da a la yema y la clara es fácilmente comprensible; como lo es también la localización del tesoro. Pero de ahí no paso. El otro cuento de tesoros: Ítem de otra que soñó que hallaba un tesoro en Sevilla a la Puerta de la Aceite. Fue y cavó, y visto por su vecino le dijo: —No busques, que yo he soñado en Mérida, en una huerta, en la pared, hallaba una cabra de piedra y debajo de ella tesoro. Oído esto, el que primero cavaba fue a su huerta y halló el tesoro debajo la cabra (fol. 131).
67
Carmen campidoctoris, Burgos, 1988, estrofa VII. Martínez Díaz, 1999, p. 39; Menéndez Pidal, 1969, I, pp. 157-158; II, p. 69; Crónica Geral de Espanha, pp. 302-305; Mariana, Historia de España, p. 252; Valerio Máximo, Los nueve libros de los exemplos, fol. 135; Bartolomé de las Casas, Apologética historia de las Indias, p. 237; Pedro de Medina, Las grandezas de España, p. 159. 68 Ver
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Es algo confuso, ¿será Macarena en lugar de Mérida? Viene a llenar un hueco en la transmisión del siglo XV al XVII, y tiene todos los condicionantes folclóricos de la transmisión oral. Folclóricamente consta de un solo motivo: N 531.1: Dream of treasure on the bridge (Sueño del tesoro en el puente) y Tubach, en el Index exemplorum, le asigna el núm. 4966: Treasure under bridge (Tesoro bajo el puente). Aarne y Thompson y Uther lo clasifican con el tipo 1645: The treasure at home (El tesoro en casa). Según mis noticias, existe una versión latina entre las Facetias of the mensa philosophica. No he podido verificar el dato porque no he hallado tal libro. Sin embargo, buscando en otra dirección, he encontrado versiones árabes en las 1001 noches estudiado por V. Chauvin69. Hay versiones españolas. Es la primera la de Lope García de Salazar, que la incluye en sus Bienandanzas y fortunas al referirse al linaje de Escalante: Pico de Casio, que moraba cabe la Peña e Castillo, que era un buen hombre, ganador que falló mucho oro e plata so la tierra, en un sepulcro, por grande ventura en esta manera: Que al tiempo que España fue conquistada de los moros fuyeron los cristianos a las montañas, vino un obispo de Granada a tierra de Santander, que trajo mucho oro e plata, e soterrolo allí, acerca donde agora es Santander, que entonces no era poblada, e porque morió sin confesión quedose allí como perdido porque no lo sabía ninguno sino un esclavo que gelo ayudó meter allí. E cuando [el obispo] morió fuese [el esclavo] a Castilla, e hobo fijos de uno en otro, en los cuales quedó la memoria de aquel algo soterrado. Aquel Pico de Casio soñó en que a la puerta de Triana, de Sevilla, fallaba mucho algo que se fue para allá. E llegando a Sevilla, e parándose a la puerta de Triana de Sevilla, púsose sentado, e cansado del trabajo del camino, e ya enojado vino un esclavo moro que iba a labrar, e díjole que de dónde era, e díjole que de Santander, e díjole: —Cristiano, si me quisieres sacar de cativo, porque me vaya a Granada, yo te mostraré como falles oro e plata cuanto quieras.
69 Chauvin, Rev. de traditions populaires, 1895, t. V. No sabemos cuándo entró en el corpus de las 1001 noches, no podemos decidir si es occidental (Mensa philosophica) u oriental. Sí sabemos que se difundió por Oriente y por Occidente, gracias a los estudios citados por Chauvin.
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E hobieron su convención, e juró de sacar e aderezar si lo fallase; e vínose con señales ciertas, e falló aquel tesoro sepultado, como el esclavo gelo dijo, sepultado entre dos piedras. E con ello casó dos fijas, la una con este de Escalante, e la otra con el de Caballos, por donde fueron ricos. E fue a Sevilla, e quitó el moro, e enviolo mucho guarnido a su casa (pp. 156-157).
Aquí se sitúa la versión del Liber facetiarum. Sigamos, pues, la evolución. Al incluir la versión de Ambrosio de Salazar en sus Orígenes de la novela, en el siglo XVII don Marcelino Menéndez Pelayo afirma: «más curiosa todavía es otra leyenda catalana sobre la casa de Marcus»: Hay también cuentos españoles que tienen interés folclórico. Todos deben encontrarse en otros libros, pero hoy por hoy no puedo determinar cuales70.
He aquí dos textos del siglo XVII que, junto, con dos anteriores verifican la intención de don Marcelino: Jerónimo Cortés, Libro y tratado de los animales terrestres y con la historia y propiedades dellos; Ambrosio Salazar, Cuentos. Para verificar la segunda afirmación de don Marcelino Menéndez Pelayo —«tienen interés folclórico»— nada como enumerar las versiones escritas y orales que yo conozco, lo cual no quiere decir que sean las únicas: Roza Llano de Ampudia, Cuentos asturianos, núm. 22: Juan Portal. Gutiérrez Macías, Relatos de la tierra parda: El tesoro de Santa Cruz de la Sierra, pp. 28-30. González Sanz, Catálogo tipológico de cuentos folclóricos aragoneses, p. 127. Hasta aquí las versiones publicadas, pero he de mencionar otras dos: El puente de Loja. Cedido por el Concurso «Fernández Olmo» de Leyendas y Tradiciones, Anécdotas y Curiosidades de la Axarquía. Singular, porque se inicia contando el sueño del antagonista, un tabernero aficionado a leer sobre sueños e interpretarlos. Sin título. Recogido en Tejeda (Las Palmas, Gran Canaria, en 1991), de boca de Cristóbal Sarmiento, en aquel instante de 94 años de edad 70
Menéndez Pelayo, Orígenes de la novela, III, p. 129.
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y que había viajado a Cuba en dos ocasiones. Fue su recolector el alumno Mario A. Castellano. Se caracteriza, fundamentalmente, por situar el lugar del tesoro en el sueño del protagonista en La Habana (uno de los tradicionales lugares de emigración de los canarios).
Conclusión El protagonista es un ascendiente de cierta noble familia; Pico de Casio, de los Escalantes (García de Salazar); un tal Marcus, barcelonés (Cortés,A. de Salazar); o un cabrero (Santa Cruz de la Sierra, Canarias, Axarquía) o un tal Juan Porta (Llano) (se observa una evolución desvalorizadora del protagonista).Y cada uno de los protagonistas tiene un sueño fortuito y también los antagonistas, por este orden; se singulariza la versión de la Axarquía porque el sueño inicial es del antagonista: un tabernero. El lugar donde el protagonista hallará el tesoro será: la Puerta de Triana (García de Salazar), un Puente en Narbona (Cortés, A. de Salazar), el Puente de Triana (Llano), el Puente de Loja (Axarquía), la Puerta del Sol (Santa Cruz de la Sierra), una calle de La Habana. El tesoro se encuentra en la propia casa del protagonista, debajo de la escalera (Cortés, A. de Salazar); en el campo, bajo una higuera (Llano); o bajo una piedra, cancho, picón o laja (Santa Cruz de la Sierra,Axarquía o Canarias), respectivamente, sobre la que duerme una cabra blanca (Santa Cruz de la Sierra), obscura (Axarquía), un cabrón negro (Canarias). Y consiste en un tesoro amonedado (García de Salazar, Canarias); unas estatuillas, una cabra y un cabrito de oro, metidas en un arca de hierro (Cortés, A. de Salazar, Llano); dinero contante y sonante en una olla de barro (Santa Cruz de la Sierra) o una tinaja tapada (Axarquía). Se singularizan García de Salazar, quien nos cuenta el origen del tesoro, y A. de Salazar, que supone que son idolillos paganos. Generalmente, todos los protagonistas mantienen el secreto del hallazgo (García de Salazar, Santa Cruz de la Sierra) y no dicen nada (Axarquía, Canarias), pero sí pagan el quinto al rey (Cortés y A. de Salazar) y de forma más novelesca (Llano). Solamente tres se muestran agradecidos: García de Salazar hace liberar al esclavo, antagonista
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informante; Cortés y A. de Salazar hacen una donación eclesial (instituyen cinco capellanías)71.
Nota Las versiones orientales de que tengo noticias son dos: la de Las 1001 noches (noche 351) y otra de Al-Matmari, en 150 cuentos sufíes (pp. 194-195), atribuida a Yalal Al-Din Rumí, prácticamente idénticas. Es curioso que Borges, Ocampo y Bioy Casares tuvieran que recurrir, para su Antología de la literatura fantástica a traducir la versión del alemán Gustav Weil. ¡Como si no tuvieran versiones hispánicas! Tomemos aún dos anécdotas más: Núm. 9. [La] casada al marido que le decía costaba caro, et quia caro coibat, respondió: —Sitis diligens et metis bono foro más barato os salira (fol. 29).
Procede de la facecia 128 de Poggio Bracciolini y tras este texto no vuelve a encontrarse hasta fines del siglo XVIII (Samaniego, El jardín de Venus, pp. 193-194). Hay otro que me llama poderosamente la atención y no por su valor faceto, antes por lo curioso: Núm. 83. En la Villa de Carrión había un cura de Sant Pedro que agora es monasterio de Santo Domingo que en toda una cuaresma no bebía gota del agua ni de vino (fol. 79).
Jerónimo de Huerta trae estos comentarios a propósito de no comer o beber: Poggio Florentino escribe entre sus elegantes y graciosos cuentos, haber conocido un hombre que vivió dos años sin comer siendo pontífice Nicolao Quinto (facecia 249).
Cita también varias doncellas que vivieron sin «sustento alguno doce años», otra tres años, otra treinta años, otra diez y ocho y otra treinta y seis… y trae a colación este curioso texto clásico: 71 Ver
Pedrosa, 1998; Fradejas, 2002.
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Laercio escribe que siendo Demócrito de ciento y nueve años, estando ya muy gastado con la vejez, y muy cercano a la muerte, viendo que lloraba su hermana, porque muriendo cuando las fiestas de Ceres se celebraban, ella no podía cumplir sus votos, le animó mandando que le trujesen cada día panes calientes, y poniéndolos a las narices, vivió hasta que pasaron las fiestas que duraron tres días72.
Otros casos: Julio Viator, estando en su juventud enfermo de una hinchazón entre cuero y carne, le prohibieron los médicos que no bebiese, y así se quedó en aquella costumbre, la cual guardó en la vejez sin beber cosa ninguna (Plinio,VII, cap. 18).
Fray Prudencio de Sandoval en su Historia del emperador Carlos V (t. III, p. 425) da noticia de este otro caso: Trajéronle en estos días al Pontífice [Clemente VII] un hombre notable, que no comía bocado en quince ni veinte días. Escribió estas memorias un español curioso que notó todo lo que vio y oyó en sus días, y dice luego, después de esto: «En el Moral, aldea de Maderuelo, hay un labrador rico que nunca comió carne, teniendo ganado, ni bebió vino, ni se puso calzas ni caperuza».
Unas observaciones ahora sobre los amores de monjas y sus variaciones folclóricas. R e c o rdemos que entre los refranes que Pinedo recoge aparece este: «Amor de monja y fuego de estopa».Y esta crítica y burlesca noticia: Núm. 72. Estando un caballero con una monja por unas rejas dicen que le dijo: —Señora, cada una de las monjas es un vaso de ponzoña con ceños de hierro. Vaso de ponzoña con ceños de hierro, por las rejas que tienen las monjas.
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Plinio, Historia natural, I, pp. 903-907.
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Núm. 74. Dicen que un monasterio de monjas había veinte monjas y veinte y cuatro cunas.
Y pongámoslo en relación con estas dos noticias de algunas Constituciones sinodales73: Contra cualquier que entrare en monesterio de monjas sin licencia o conosciere carnalmente alguna monja. Ninguno sea osado de entrar ni entre en monesterio de monjas sin tener expresa licencia para ello del prelado que gela pueda dar, ni de haber aceso carnal con ninguna monja so la dicha pena [excomunión mayor].Y más y allende si fuere clérigo in sacris o beneficiado o en menores órdenes, si la tal cópula le fuere probada que incurra en pena de sacrilegio allende de las otras penas en derecho establecidas. Prohibimos y defendemos que ningún varón, religioso, clérigo ni lego sea osado a entrar en los dichos monasterios de monjas de la ciudad de Toledo, ni de este nuestro arzobispado, so color ni causa alguna aunque sea de parentesco o amistad, u otro cualquiera deudo, y aunque para ello haya consentimiento de la abadesa y monjas del monasterio; y diga que entra por necesidad y provecho del monasterio. Pero por esto no entendemos vedar que puedan entrar confesor, médicos y personas necesarias con justa causa de necesidad, y con licencia del prelado y abadesa del monasterio74.
Leamos ahora el texto recogido por Pinedo: buena explicación para el refrán citado: «Amor de monja, fuego de estopa»75: Núm. 51. Contome un caballero que en Zamora en un monesterio de monjas concertó con una de ellas con un servidor suyo veniese a la una de la noche a su celda al dicho monasterio, que en la puerta de la celda hallaría la llave, que el hombre entrase y la esperase porque ella vernía acabados los maitines. Fue hecho ansí, y estando el gentilhombre esperando la dama, sucedió que una mona se había entrado en la cámara
73
Alonso de la Fuente del Saz, Constituciones sinodales, fol. XXIX. Cardenal Juan Tavera, Constitucional sinodal, fol. XVI. Bueno sería ahora recordar el tan difundido tema de Margarita la Tornera, de extraordinaria belleza en La buena guarda de Lope, o la de José Zorrilla, José María Pemán, o la ópera de Chapí con texto C. Fernández Shaw. 75 Pinedo, fol. 77. 74
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sin saber la monja. Y esta mona salió y saltó a los ojos al galán, el cual espantado sacó la espada. La mona con mayor alteratión saltó a los ojos del hombre et tandem pelearon un gran rato con tanta furia que el hombre quedó fatigado, cansado, sudado y arrepentido de haber venido a hablar con la monja. Tandem la mona vio cierto agujero en la cámara por donde entraba el rayo de la luna por el cual saltó y salió afuera desollados los cuadrilles dando gritos. Vino la monja dichos los maitines, halló al galán tan cansado y arrepentido de la entrada que tovo bien en qué entender para le volver en su acuerdo. Tandem el hombre se partió de la compañía infeta y haciendo voto de no volver a semejante lugar en toda su vida.Y no bastó que la monja le juró que no era diablo, como él pensaba, sino una mona que habían aquel día dado a una monja de aquel monesterio la cual se había acogido en aquella cámara huyendo de otras monjas que la perseguían.
Un tema recurrente es la presencia del diablo o demonio76: Núm. 18. Don Pero Vélez de Guevara, alcalde de Estella, contó que se levantó una noche a un ruido que había en el patio de su casa, y vio un niño caballero en uno de sus caballos dando carreras. Fue a su mujer, hízola levantar y a que viese lo dicho. Dijo al demonio: —Bellaco, vuelve mi caballo a la caballeriza, no le maltrates. Hízolo así. Levántase la gente de casa hallaron el caballo atado muy sudado y cansado. En Carrión una noche tomó a un hombre, que decían Sebastián de Aguilar, un mal repentino, tanto que sus vecinos, que eran un letrado que decían el bachiller Rabanal y otro, fueron a buscar quien le confesase y diese los sacramentos, porque no muriese sin ellos. Yendo ansí con gran prisa a Santo Domingo, que es un monasterio de fraires de la mesma orden, llegando a una calle que es encrucijada había aquella noche acaso caídose en medio de la calle un asno que estaba en el campo trabado y viniendo a casa de su amo trabose los pies con las manos de manera que cayó en el suelo y como trabajaba por se levantar, hacía gran ruido y daba grandes bufidos, que pareció cosa de temor. Los que venían de prisa oyeron el roido y parando y estando atentos cuanto más escuchaban tanto más se les confirmó ser fantasma o demonio, y como traían una linternilla, desde lejos, mirando y viendo un bulto grande y negro haciendo tanto ruido, y dando vueltas y gemidos y bufidos de todo creyeron ser
76
Pinedo, fols. 341 y ss.
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demonio. Y dejan la calle con gran temor y por otra van al monasterio, y llaman a gran prisa y dicen y afirman estar el demonio en la calle. Como era gente de autoridad y digna de dar crédito salen los frailes revestidos y con agua bendita y lumbre y, con luz, llegando al lugar hallan ser el diablo y haberse tornado un asno y el miedo ser asnal y borriqueño (fol. 58)77.
Un chiste antijudío se repite: Núm. 4. Uno pidió al beber a un paje, y el que lo pidía era converso; y el paje como lo supiese, respondió: —Quomodo tu cum pidens sis piscis a me bibere78.
Otro cuentecillo es la primera noticia literaria de una leyenda que al parecer corría por Madrid, seguramente como consecuencia de un proceso inquisitorial que se le incoó al doctor Eugenio Torralba en 1531: Núm. 19. El [demonio] de Torralba hizo salir de entre unas hierbas en Madrid, in domo Licenciado Vargas, un hombrecico muy penado y peinado con una espadica, y dio unas vueltas et euanuit inter herbas, a petición de un galán que le importunaba le mostrase el demonio.
Terrón79 siguiendo a Menéndez Pelayo resume así su historia: El doctor Eugenio Torralba había nacido en Cuenca, y pasó mozo a Italia como paje del obispo Volterra, estudiando filosofía y medicina. Un fraile dominico dedicado a las ciencias ocultas le cede a Zaquiel, «familiar» tan bueno que le acompañaba a misa y le reprendía mucho todos sus pecados, semejantes a los narrados por Torquemada, experto en nigromancia, quien le enseña secretos de hierbas y animales, y le regala un anillo con cabeza de etíope y un diamante labrado en Viernes Santo simulando un macho cabrío. En 1519 regresa a España teniendo como confidente a don Diego de Zúñiga, tahúr empedernido a quien Torralba, para que gane en el juego, entrega una tarjeta escrita con sangre de murciéla-
77 78 79
Pinedo, fol. 24.Ver Ayuso, 1996, p. 154. Pinedo, fol. 35.Ver Silverman, 1966. Introducción al Carlo furioso de Zapata, p. cxiii.
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go. Y fue precisamente Zúñiga quien le denunció a la Inquisición. Fue encarcelado en 1528.
En la Biblioteca Nacional de Madrid se conserva un manuscrito signatura 8252, cuyos folios 23-43 contienen un resumen del proceso. Era el tal un bocazas, loco pero sabio en medicina; médico de la reina viuda de Portugal, y después del proceso del Almirante de Castilla don Fadrique Enríquez. Fue sentenciado «dada su manifiesta locura el 6 de marzo de 1531 a sambenito y algunos años de cárcel» a arbitrio del Inquisidor que le indultó a los cuatro años. El aspecto causa de sus penas fue el viaje nocturno que Zaquiel y él hicieron a Roma para presenciar el asalto del duque de Borbón que contó Zapata en su Carlo famoso (cantos 30, 31 y 32) y Cervantes en el Quijote durante el viaje de Clavileño80. Cuentecillo grotesco de la tinta del monje: Núm. 51. Un monje de cierto monasterio, que yo conozco bien, tenía una noche en su celda y cama una mujer y estando hablando con ella, y teniendo luz de candela, tenía acaso el monje una redoma de tinta muy fina colgada a los pies de la cama. Preguntándole la moza qué tenía la redoma dijo el monje burlando que tenía un agua de rostro que lavándose con ella hacía muy buena tez. Calló la moza.Y como llamasen a maitines y se levantase a ellos el monje y llevase la candela, levantose la moza ascuras y alcanzando la redoma lavose con la tinta el rostro, creyendo lo que el monje la dijo, y tornando la redoma a su lugar acostose. Acabados los maitines el monje, que volvió a su celda con deseo de la dama; vio en la cama una cosa tan negra y tan fea que dio grandes gritos de temor pensando que era el diablo, a lo que acudiendo los monjes y el abad y con agua bendita y con temor y conjuros ya supieron lo que era. Fue el monje bien penitenciado (fol. 57).
El hecho fundamental de este cuentecillo es el embadurnarse con tinta creyendo hacerlo con agua de rosas o afeites. Que la protagonista sea una mujer casada o una mujer enamorada, sea normal o daifa, es indiferente, siempre ocurrirá el hecho esencial: embadurnarse. La primera versión en el tiempo la protagoniza una mujer casada a quien
80 Terrón, ed. de
Zapata, Carlo famoso (facsímil), p. CXI. Campoamor escribió un poema titulado El licenciado Torralba.
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su marido, que odia los maquillajes, gasta una broma que la escarmienta. Se debe a Cristóbal de Villalón y se halla en El escolástico (cap. XVII, pp. 224-225): Cómo aconteció que un sabio hombre burló a su mujer porque en ninguna manera la puedo apartar de que no se afeitase el rostro. Hizo de esta manera: que a ella la rogaron unos desposados que fuese madrina de su boda, y como ella lo aceptó rogáronle que se levantase antes que amaneciese porque se querían velar antes del día.Y así ella por no faltar a la mañana puso a punto todas sus salsericas y redomas de sus unturas y aguas a prima noche antes que se fuese a dormir; y mandó a la moza que dejase lumbre en la lámpara, y poniendo en esto mucho cuidado fuese a la cama acostar. Había estado el marido muy atento a todo lo que su mujer había hecho, y como sintió que ya dormía levantose y fuese a la redoma de las aguas y aceites y vaciando las unturas las hinchó de tinta muy fina que él tenía para su escrebir y dejó sin tocar al albayalde y color en las salseras; y matando la lámpara se volvió a dormir. Venida ya la hora que los novios habían de ir a misa vienen a llamar con mucha priesa a la madrina, y como no tuviese lumbre la lámpara quisiera se ahorcar; y como no se halló por todos los vecinos importunola el marido y los enviados por el novio que se ataviase lo mejor que pudiese y que fuese agora a cumplir. En fin desesperada ya de ver luz vistiose lo mejor que pudo: y después tomó de aquella tinta que estaba en la redoma y pensando que era su agua de rasuras o de limones lavose, o si mejor diré ensuciose, con ella el rostro y pechos por muchas veces, y porque con aquellas aguas les queda un lustre no le acostumbran limpiar sino déjanlo que se seque. Y después que pensó que estaba bien lavada tomó de la salsera del albayalde y untose sobre la tinta la mayor parte de su rostro y después puso el color en las mejillas y en otras partes de su rostro: y con la mucha priesa que le daban salió de casa descontenta y enojada.Y cuando llegó a casa de los novios y la vieron con la luz espantados de ver tal monstruosidad echaron todos a huir pensando que fuese el demonio que en tales tiempos suele mezclarse por estorbar semejantes obras que estas cristianas. Y cayendo algunos en la cuenta de sus afeites y porque el marido pareció luego allí que los avisó de la burla y la publicó haberlo hecho por castigar de los afeites a su mujer; luego se aseguraron todos y rieron mucho el donaire y fue más regocijada la boda por él.Y así recibió la mujer tan grande afrenta de aquella burla que nunca más se afeitó. Este género de burlas aunque es provechoso no debe acontecer sino con personas sobre quien tenemos mando; si siendo rebeldes y contumaces en la obediencia
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si sobre apartarse de algún notable vicio usan del remedio por vía de burlar, pero guardando el tiempo y sazón.
En 1554 se publican las Novelle de M. María Bandello quien en su parte II, novela 48 inicia con el mismo motivo una forma crítica: Piacevol beffa d’un religioso conventuale giacendosi nel monastero con una meretrice. Lugar: un convento; protagonista: un fraile disoluto y una daifa; motivo: una broma. Asegura el fraile que una redomilla de tinta es agua de rosas; durante su ausencia y faltando luz, la daifa codiciosa del perfume se embadurna. El fraile la cree diablo y alborota a la comunidad. Pero puede dulcificarse, como hace Cristóbal de Tamariz. Su novela núm. 8, en treinta y tres octavas reales se titula Novela de la tinta. Si el obispo Bandello nos sitúa en un convento donde subrepticiamente un fraile disoluto introdujo una cortesana, Tamariz, menos crítico y más humorista, nos sitúa en un colegio mayor donde un estudiante, también lozano y amoroso, introduce a su enamorada, más bien más que ligera de cascos. Reunidos en su habitación, ante el toque para la cena, toma de una alacena una redoma de olor y perfuma a su enamorada antes de dejarla para asistir al comedor, donde un dolor le produce un síncope que alarma a autoridades y compañeros. En el entretanto, ella, a obscuras, para que nadie se entere de su presencia, abre la alacenilla, codiciosa del perfume, toma la redoma, pero yerra y toma otra de tinta con la que creyendo perfumarse se embadurna. Cuando los compañeros regresan al adolecido estudiante a su celda acompañados de luz ven aquel monstruoso ser que toman por el diablo y huyen todos aterrorizados; incluso ella que abandona el colegio sin haber sido identificada. Tres tipos de mujer: la esposa (Villalón), la meretriz (Bandello), la licenciosa enamorada (Tamariz); tres caracteres masculinos: marido, frailes, estudiante; y un elemento deliciosamente femenino que produce el quid pro quo, solo varía el modo de embadurnarse, por error o por engaño burlesco (Pinedo).
5. DICHOS
FAMOSOS
Este manu s c rito de la RAE procede del Legado Rodríguez Moñino, lleva la signatura E-I-4859. Está encuadernado en pergamino
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y en su lomo lleva el título que adoptamos: Dichos famosos. Es un tomo de 15x10 y la caja se extiende a 11x7 y está sin foliar; no obstante hay una numeración a lapicero en la esquina inferior derecha de los folios. Son un total de 245 folios divididos en dos grandes bloques: los cuentos de los fols. 1-245 cuya parte final es el Testamento de Marcos Grunius Corocotta. A continuación hay otro bloque de diecinueve folios de «Diferentes cosas para los curiosos (dignos de saberse) contenidas en este cartapacio», descripciones de algunas ciudades, notas históricas, etc. El último cuento núm. 423 se extrae de este cartapacio. Es curioso que todos los cuentos están numerados correlativos y son 422, en buena letra de, al parecer, finales del siglo XVI. Están escritos en correcto castellano; parece, pues, obra de un español culto. No se qué pueda significar que veinticinco cuentos tengan un asterisco en el margen y a veces una sigla N3. No parece fuera escrito en España sino en Italia por cuanto se citan, además de Castilla (núm. 6) y Alcalá (núm. 103) diversas ciudades italianas como escenario de los cuentos: Florencia (4, 19, 128, 160, 194, 314, 315, 352, 367 y 369); Roma (8, 18, 184, 187, 323, 374, 375, 400); Sena (79, 123, 183, 195, 217 y 271); Pisa (21, 322, 351); Bolonia (109, 157, 332); Padua (5 y 12); Nápoles (2 y 73), Regio (156) y Módena (168). A este respecto es de notar la frecuente mención del rey Alfonso V de Nápoles. Los cuentos pertenecen al fondo de la narrativa internacional y aunque no localizados en España son incluso frecuentes en nuestra narrativa. Núm. 5. He aquí algunos «seleccionados» entre los muchos que merecen la pena de ser conocidos y estudiados. He aquí una facecia de la cual hay dos tipos: A) Positivo. Su discípulo solo hablará mal de Xenócrates «si no juzgara le convenía que los dijese» (Valerio Máximo, Dichos, lib. IV, cap. 1; le siguen Fernán Núñez, De amicitia, p. 50; Santillana, Proverbios, p. 346). B) Negativo. La más antigua versión en Poggio Bracciolini, Facezie, núm. 271. La versión, posiblemente, primera descendiente de Poggio, creo que está en el manuscrito 18220, núm. 44:
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El doctor Marte, yendo por una calle en Salamanca, encontró una vieja muy fea y díjole: —Por mi vida que es vuestra merced muy gentil dama. Dijo la vieja: —Eso no es vuestra merced, gentil hombre. Respondió Olarte: —Eso dícelo vuestra merced por no mentir como yo.
En la estela de Poggio se halla Arloto y el Doni en La zucca, p. 45; Timoneda, Sobremesa, p. 231, a quien plagia Íñiguez de Medrano, Silva curiosa, p. 153. Cambiando a personajes históricos, aparece en el Floreto de anécdotas, p. 65: El marqués de Pescara decía una vez a don Juan Sarmiento, hermano del arzobispo de Santiago, que por qué decía mal de él, que él no decía de él sino mucho bien, y díjole más: —Yo os juro a tal, señor don Juan, que todos dos mentimos.
Lope de Vega lo convierte así en un aforismo en La serrana de la Vera, p. 250: Que es noble diré, por Dios, pues dice que soy villano, porque así será muy llano que mentiremos los dos.
Variante curiosa, pues, nos aproximamos a Poggio pero con cierta originalidad, tenemos en Francisco Asensio, Floresta española, cuento 1453: Encontrando un doctor muy graciosa a una mujer, y queriendo darla lugar para que pasara, la dijo: —Esto hago porque sois hermosa. Ella, muy soberbia y descortésmente, respondió: —Sois bien bruto. A lo que añadió el doctor: —Señora, vos habéis dicho una mentira y yo otra. Pasad a vuestro placer.
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E incluso hay en el mismo autor una variante curiosa (núm. 1374): Reprehendía uno a un compañero suyo, diciendo: —Tú no dices jamás verdad alguna. Aquel respondió: —Hácesme agravio en decir eso, porque la mayor parte del tiempo la gasto en decir bien de ti.
Dos versiones he hallado en el siglo y otra popular:
XIX,
una atribuida a Voltaire,
Voltaire estaba haciendo grandes elogios de Haller, y uno de sus oyentes le interrumpió diciendo: —Vos tenéis formado muy alto concepto de Haller, y él anda diciendo que valéis muy poco. —Quizá los dos nos equivoquemos —replicó Voltaire81. Un sastre y un tejedor, que habían sido grandes amigos, vinieron a enemistarse. Desde entonces el sastre comenzó a decir herejías del otro; pero éste alababa a aquel de continuo diciendo: —Ya que él miente hablando de mí, yo también quiero mentir hablando de él82.
Más significativa y cruel es, sin embargo la atribuida a don Jacinto Benavente por Ruiz Contreras, Memorias de un desmemoriado, p. 220: Más adelante se habló de Valle-Inclán en la tertulia benaventina. Benavente hizo un elogio de su estilo. Uno de los presentes advirtió: —Usted dice que Valle-Inclán escribe muy bien y él dice que usted escribe muy mal. Benavente se llevó el puro a los labios, y después de soltar una bocanada de humo, dijo con absoluta indiferencia: —Es posible que los dos nos equivoquemos.
En la revista Mucho más (núm. 18, agosto de 1985) se premió una carta en que el tío contesta así a la sobrina desagradecida; de forma, pues, que parece que corre entre el pueblo de forma oral.
81 82
Robert, El mundo riendo, p. 95. Robert, El mundo riendo, p. 106.
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Núms. 34 y 204. Es el mismo cuentecillo en dos versiones diferentes que tiene distinta conclusión cuando el apaleado ha salido de temor. El primer breve cuento finaliza diciéndose: «Bendito sea Dios, que me ha sacado de tanto afán», mientras que el 204, más extenso dice: «Bendito sea Dios, y alabado, que a ti se te ha quitado el enojo y a mí el miedo». La narración procede de la obra de Guicciardini, L’hore di recreatione (1563). Plutarco en la Vida de César, se manifiesta así: «Más vale morir una vez que estando temiendo siempre», y Erasmo en sus Apotegmas, traducidos por Támara, cuenta lo siguiente en el folio 51: Estando ya en su imperio, de todas partes le ponían asechanzas para lo matar y como de esto fuese avisado respondió: —Más vale morir de una vez que andarse siempre recatado.
Como facecia aparece en la Scelta di fa c e t i e ( 1 5 3 6 , f o l . 8 1 ) . Posteriormente a estas dos versiones anónimas aparece en Alonso de Villegas, Victoria y triunfo de Cristo (1603, fols. 156-157); y más tarde en Ambrosio de Salazar, Las clavellinas de recreación, núm. (35) 20; sigue la misma anécdota en Juan de Arguijo, Cuentos, núm. 148, y en el siglo XVIII lo incluye Francisco Asensio en su Floresta, parte I, cap. IV, núm. 4. En el siglo XIX Hilario Pipiritaña, seudónimo del académico Felipe Monlau en sus Mil y una barbaridades (p. 267): Habiendo amenazado cierto sujeto a otro mucho tiempo hacía, de molerle a palos, llegó por fin a hacerlo, a lo cual dijo el apaleado: —¡Gracias a Dios que salí del susto!
Núm. 52. La mujer lo más pesado. La primera versión que conozco se halla en la Floresta española de Melchor de Santa Cruz (parte IX, cap. 4, núm. 6). Fue plagiada por Gerardo Tuningio, Apopthegmata (p. 68). Nuevamente la encontramos localizada en el viaje de Nápoles a Sicilia en La censura de la locura humana de Jerónimo de Mondragón: Oí contar en Bolonia que pasando acaso un loco de Nápoles a Sicilia con su mujer, moviose tal tempestad y borrasca en el mar que les fue forzado a los marineros aliviar el bajel del mucho peso que llevaba.Y como antes de echar cosa alguna en el mar se diese orden que se echase lo más pesado, no se hubo apenas acabado de decir cuando el loco se asió fuer-
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temente de su mujer, para haber de arrojarla al agua diciendo a los que por ello le reprehendían que no entendía él que hubiese cosa más pesada que la mujer en todo lo criado (p. 172).
Nuevo cambio de escenario en el mismo siglo de Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache:
XVI,
ahora por obra
Que no hay carga que tanto pese como uno de estos matrimonios.Y así lo dio bien a sentir un pasajero, el cual, yendo navegando y sucediéndole una gran tormenta, mandó el maestre del navío que alijasen presto de las cosas de más peso para salvarse y, tomando a su mujer en brazos, dio con ella en la mar. Queriéndolo después castigar por ello, escusábase diciendo que así lo mandó el maestre y que no llevaba en toda su mercadería cosa que tanto pesase y por eso lo hizo (vol. IV, p. 261).
La última versión que conozco se halla en una novela de 1626 cuyo único ejemplar, casi desconocido, se halla en la Biblioteca Nacional de España: Un hombre natural de la ciudad de Valladolid que teniendo una mujer insufrible y gastadora, viéndose pobre acordó de irse a las Indias, que es el paradero de todos los perdidos. Llegó a Sevilla, a ocasión que la flota de tierra firme estaba despachándose, y sacando licencia para él y su mujer se embarcaron en una de las naos que iban en conserva con la flota, y a pocos días de navegación sobrevino tal tormenta y golpe de mar, que el piloto o capitán mandó que se alijase la nao y todos fuesen echando en la mar la carga más pesada y ropa que tuviesen. Todos echaron sus mercadurías, fardos y otras cargazones, y este hombre cogió a su mujer y la arrojó a la mar, y preguntándole por qué había hecho aquello, respondió que él no tenía ni había tenido en su vida cosa más pesada que a su mujer, y que cumpliendo el bando la echó a la mar (Luis Álvarez, Noches entretenidas, novela I).
Núm. 84. El comilón náufrago. La primera versión de esta narración la encuentro hacia 1560 en los coloquios de Palatino y Pinciano de Arce de Otálora: Cuenta Merlino en Macharronea, que viendo que se iba la nao a hundir y todos se encomendaban a Dios, él se daba gran prisa a comer de un pernil de tocino, diciendo que él adivinaba que había de hartarse de beber y que no quería ir ayuno. (p. 402).
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A partir de esta narración hallamos cuatro direcciones: I. Textos en prosa: A) Sermón de Aljubarrota (p. 66). B) Melchor de Santa Cruz: Floresta española (parte IX, cap. 4, núm. 2). De él derivan, directamente, Tuningio y Chirchmair (Gramattica spañola, 1734). C) Ambrosio de Salazar: Libro curioso (251) 6. D) Francisco Asensio: Floresta, II parte, clase VII, núm. 1909. E) Rafael Boira, Cuentos, I, pp. 148-149. II. Textos que se resumen en unos versos: A) Juan Timoneda: Sobremesa y alivio, II, núm. 28. B) Ambrosio de Salazar, Clavellinas (18) 4. C) Roberto Robert, El mundo riendo, p. 109. III. Explican o aplican él a el refrán: «Muera Marta y muera harta»: Juan de Luna: Segunda parte del Lazarillo de Tormes, p. 119. IV. Se traslada al mundo animal: Y otro que fue y tenía un burro y se le iba, lo metieron en un barco y entonces, el burro se iba a pique. Y le dijo: —¡Ojú! ¿Le echo de comer? ¿Le echo mucha paja al borrico? Y le dijo: —Échale toda la que quiera, porque para el agua que va a beber, por mucho que coma no le pasa nada (Agúndez, Cuentos populares, II, pp. 250251).
Núm. 70. La col y la caldera, tipo 1960 D. Mencionemos un cuentecillo de los recogidos por don Juan Valera. Es una repentina andaluzada, es la hipérbole burlesca de carácter universal y no particular del pueblo andaluz. Tiene parentesco inmediato con el 1920 A, afirma Thompson (1972, p. 288): Este cuento no ha permanecido como literario, sino que ha formado parte del repertorio de los narradores de toda Europa. Se ha encontrado también en la India, Indochina, y en la tradición británica de Virginia.
Yo lo encuentro en España hacia 1550 en este manuscrito. Pudo ser contada por un andaluz tanto como por un aragonés o un caste-
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llano. De este mismo siglo conozco otras dos versiones, la de Luis de Pinedo de hacia, quizá, 1560: En Monzón de Campos estaba un hidalgo que había venido de las Indias, y un día, contando cosas de aquellas partes a otros vecinos, dijo: —Yo vi una berza en las Indias tan grande, que a la sombra de ella podían estar trescientos de a caballo sin que les diese ningún sol. Dijo otro, criado del marqués de Poza: —No lo tengo en mucho, porque yo vi en un lugar de Vizcaya que hacían una caldera en la cual martillaban doscientos hombres, y había tanta distancia del uno al otro, que las martilladas del uno no oía al otro. Maravillándose mucho el indiano, dijo: —Señor, ¿y para qué era esa caldera? Respondió el otro: —Señor, para cocer esa berza que acabáis de decir (Pinedo, p. 112).
Tiene mayor verosimilitud. Escenario: una aldea del reino de León; protagonistas: un indiano —del país de las maravillas y grandezas por excelencia— y un discreto y burlón criado. La verosimilitud burlesca está perfectamente encuadrada.Tiene trazos de enfrentamiento del viajero (indiano), del hispano acomodado a la industria nacional: el hierro vizcaíno. Pero no es la única versión; cuenta el toledano Melchor de Santa Cruz (Floresta, parte X, núm. 34): Contaba uno que se había hallado en una tierra donde había visto una berza tan grande que podían estar quinientos hombres de a caballo a su sombra. Uno de esos que lo estaba oyendo contó que había visto hacer una caldera, que andaban en la labor de ella trescientos hombres, que no llegaba el uno al otro con veinte varas. Preguntó el primero: —¿Para qué era caldera tan grande? Respondiole: —Para cocer esa berza que decís.
El arte narrativo de Pinedo ha quedado reducido al puro esqueleto chistoso. Pero por aquellas fechas lo contaba Domenichi en sus Fa c e c i a s (1566) en Italia. No era pues toledano, o palentino, ni italiano… era europeo y corría de boca en boca. René Basset en sus Mille et un contes, recits et legendes arabes (1924, I) lo re c og e, y también aparece en Argentina, Cuba y Chile, en
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Cataluña y en Lugo donde compite desventajosamente el andaluz con el gallego: Unha vez era un andaluz i un galego que iban xuntos no tren, meténdose pullas un ao outro, i o andaluz díxole ao galego: —En mi tierra vi un repollo tan grande que ocupaba una extensión de cuatro kilómetros cuadrados. Entonces díxolle o galego: —Pois na miña terra están facendo unha caldeira tan grande que traballan nela cen latoneiros e non se sinten unhos aos outros golpear cos martelos. —¿Y para qué iban haser una cardera tan grande? —Para cocer o teu repolo —contestoulle o galego con moita sorna. (Contos populares da provincia a Lugo, p. 161).
Aún he encontrado otras dos versiones del siglo y otra en verso:
XIX;
una en prosa
Decía un exagerador: —He visto en Murcia una berza tan grande que a su sombra descansaban, durante la siesta, varias cuadrillas de segadores. —Yo —contestaba otro que lo oía— he visto hacer una caldera tan colosal, que dentro de ella trabajaban cien jornaleros, y de uno a otro no se oían los martillazos. —Hombre, esa es grilla —dijo el de la berza—. ¿Con qué objeto podían hacer una caldera tan disforme? —Con el de cocer la berza que vio usted en Murcia (Boira, Cuentos, I, p. 285). Érase un viajante, ponderador eterno y sempiterno, que con trampa adelante, llenaría diez noches de invierno: contaba cierto día, que allá por el país de Cafrería son las tierras feraces en tal grado, que un día vio en un campo bien cuidado, una col con sus hojas especiales, que pesaría, dijo, seis quintales. Todo el mundo prudente la lengua se mordió pasmadamente; pero pasado un rato,
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uno que parecía mentecato, dijo que allá en Holanda el cobre tan barato, a mano anda, que en sola una caldera, vio él gastar mil arrobas, por quimera. —¿Cómo?, dijo al instante el incauto embustero viajante. —¡Estraña es la quimera! ¿Pues para qué querían la caldera? —¿Para qué? —dijo el otro— ¡Qué capricho! Para cocer la col que usted ha dicho. Santa paciencia, amigo, que el que miente, suele encontrar a alguno impertinente (Palacio y Rivera, Museo cómico, II, p. 568).
Núm. 112. Pagar con el sonido del dinero, tipo 1804 B. Este es quizá uno de los cuentos antiquísimos que confirman la idea de Gordon Childe sobre la comunidad cultural prehistórica de los tres grandes ríos: Nilo, Éufrates y Ganges y no podemos ni afirmar ni negar la poligénesis. Alguna versión antiquísima en Occidente supone que el olor de la fruta asada embriaga (Herodoto); y Estrabón (Geografía, XV, 1, 57) refiere que en Oriente algunos próximos a las fuentes del Ganges se mantienen de los vapores de las carnes asadas y del olor de las frutas. La Jataka 392 (Bhisspuppa-Jataka) nos cuenta que un brahmán fue acusado de haber robado el perfume de una flor. A este respecto véase Plinio (lib. X, cap. 54). Ya en el siglo XVI, Antonio de Torquemada en su Jardín de flores curiosas se hace eco de estas noticias: [Algunos son los hombres] que fueron en quebrar a Santo Toribio, obispo del Astorga, una caña en que traía reliquias, con cuyo olor casi se sustentaba (p. 132).
Y en Egipto, según cuenta Plutarco, Vida de Demetrio, se dio la sentencia de Bocoris por la cual la cortesana Tonis reclama el pago del que la gozó en sueños y cobró con el sonido del dinero, episodio que cuenta Erasmo (Apothegmas, fol. 288) si bien a la cortesana la llama Leonides. Con respecto a ello han surgido diversas narraciones que se pueden agrupar en dos títulos:
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1. Pagar con el sonido. 2. Con la ilusión basta. Con unas variaciones temáticas características83: comer del olor, tener un sueño o confesar un delito no cometido. Apuntaré cuatro versiones no mencionadas en los estudios citados. 1. Aconteció a un cura con un feligrés que viniéndose a confesar dijo que había hurtado un cabrito a su vecino y que se le volvió luego arrepentido y cree que pecó, pues tuvo voluntad. Dijo el cura: —Hermano, vos pecastes como si le comiérades; porque voluntad pro facto reputatur, que quiere decir que la voluntad se reputa como si fuese hecho. Dadme un real y restituírsele yo a vuestro vecino, porque satisfagais vuestro pecado. El penitente sacó de la bolsa un real y tendió la mano para dársela al cura.Y cuando el cura le iba a tomar, huyó la mano el penitente y díjole: —Señor, así agora en la restitución que a voluntad se reputará con el hecho; y así vos, señor, restituid con vuestra voluntad por mí (Villalón, El Scholástico, p. 227). 2. Juan Andrés, noble canonista, cuenta una historia graciosa de la cual hacen memoria Panormitano, Barbacio y Jasón en sus escritos: que un pobre se sentó en un bodegón a la lumbre a comer un pedazo de pan, y pareciéndole al bodegonero que al olor de las ollas le sabía mejor, le pidió la paga, y, como llegasen a porfías y voces y se juntasen los vecinos, un tosco dijo que bastaba para pagar el olor del humo de las ollas darle el sonido de algún dinero; y con tan buena sentencia se apaciguó la cuestión (Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana, IV, p. 51). 3. Se refiere de uno de esos que andan siempre oliendo dónde guisan y se hallan en todas partes, que al pasar por la puerta de una casa en un pueblo le dio en la nariz el olor de un buen guisado de conejos que estaban preparando en la cocina. Parose y empezó a decir: —Echar crudo para que haya cocido. De aquí tomó ocasión para introducirse dentro, aunque sin internarse mucho, promoviendo la conversación de los diferentes modos que ha-
83 Ver
para este cuento González Palencia, 1942, pp. 147-160; M. R. Lida, 1976, pp. 35-36; F. de la Granja, 1969; Chevalier, 1975, pp. 94-96; Cuentos populares sevillanos, pp. 165-168; Fradejas, comentario a Salazar, Cuentos, pp. 198-199.
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bía de guisar conejos, para venir a recaer en pedir una presa. Pero el dueño de la casa, que era algo más astuto que él, le contestó: —Conténtate con el olor, que las tajadas valen caras. Él repuso inmediatamente: —Pues, hijo —respondió aquél—, de la conversación no sacarás nada; puedes irte con la música a otra parte, que aquí ya estás perdiendo el tiempo. Entonces, queriendo ocultar la impresión que le habían causado aquellas palabras, y perdida la esperanza de lograr su deseo, sacó un pedazo de pan y empezó a llevárselo a la boca diciendo que se lo comía pringado con el olor que había robado. Al oír esto el dueño de que le había robado el olor del guiso, lo citó a juicio por semejante hurto y haber cometido un abuso de confianza. Habiendo comparecido ante el juez y referido el hecho tal como había acontecido, fue condenado al pago de las costas y satisfacer al dueño del olor que había robado. Al escuchar la pena impuesta por el juez, sacó un puñado de cuartos del bolsillo y colocándolos en el hueco formado con ambas manos empezó a sonarlos, repitiendo: —Contentarse con el son, como yo me contenté con el olor (Fernán Caballero, Refranero, pp. 91-92).
La intención de robar. Fue a confesarse un soldado que al pasar por una villa, por un pequeño agujero vio asomada una gallina. Quiso hurtarla, y su intención la hiciera, cierto, cumplida, si cuando la iba a coger ella atrás no se retira. «Restituye, hijo», le dice el padre. «No es conocida la dueña». «Pues bien, me das limosna para dar misas». Sacó el dinero el soldado, aunque no tan sin malicia; y a tiempo que codicioso el padre a tomarlo iba,
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el soldado retiró la mano con mucha prisa. Enojado dijo el padre: «¿Cómo la mano retira?». Y él respondió: «Padre mío, lo mismo hizo la gallina, que cuando quise cogerla huyó y me dejó per istam» (Boira, Cuentos, III, p. 169).
Es cuento característico de bufón, y así aparece entre las hazañas de Till Eulenspiegel (cap. 79) en Alemania; Pedro de Urdemalas o Malas Artes, en Brasil; y es típico de Yeha (Goha, Hoca) en todo el norte de África y Turquía: Tomás García Figueras84 recogió todas las anécdotas que pudo hallar y así escoge estas tres: 1. El acreedor, denunciante, ha soñado que el denunciado ha recibido dinero de él.Yehá, cadí, sentencia para el acreedor: el sonido. 2. El pobrecillo ablanda el mendrugo al vapor y cuando le exigen el pago: quien vende el vapor reciba el sonido del dinero. 3. Yehá, juez de las sombras, hace pagar con el sonido del dinero al que demandaba la paga por haberle animado al cortar la leña.
En resumen: los protagonistas suelen ser en España dos: el mesonero y el religioso; y los temas tres o cuatro: olor (vapor o humo85), tentativa de robo y la lujuria (polución nocturna o sueño e imaginación) y deseo, aunque a veces toma formas muy variadas: gritar alentando al partir leña, el pleito es por haber utilizado la sombra del burro alquilado… Núm. 127. El marido se hace el muerto. Tipo T 1350. Por dos veces, breve e incidentalmente me he acercado a este cuentillo86. Por los datos que hasta ahora he obtenido la primera versión que me es conocida es la de Poggio a quien sigue la Scelta de Facetie (Venecia, 1536, fol. 79) y Ludovico Guicciardini en L’hore de recreatione 84
García Figueras, 1989. propósito del humo léase el episodiode Turino en Lampridio, Alejandro Severo, XXXVI. 86 Ver Fradejas, 1985, I, pp. 111-112 y 1987, p. 58. 85 A
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(1564). Cuando la viudez es aparente o fingida se nos presentan diversas variantes: A. La mujer se conforma fácilmente con la resurrección del marido: Torres Naharro, B. Propalladia (1517), Comedia Calamita. B. En nuestro texto y los siguientes derivados de Poggio el marido que finge estar difunto presencia la comilona que su esposa se da, y cuando se pregunta «¿qué haré?» responde él: «beber»: Dichos y hechos, núm. 127; Mey, núm. 53; Asensio, Floresta, núm. 1430; Boira, II, pp. 151-152 y recogida oralmente en Sevilla por Agúndez, Cuentos sevillanos, núm. 140. C. El criado y el amo se apuestan a que el amor del ama es fingido: el marido llega metido en un saco como si fuera difunto; el criado le tira los tejos a la supuesta viuda y ella acepta. Ha perdido la apuesta el «difunto». P. Juan de Pineda: Diálogos de agricultura cristiana, Diálogo XXIX, cap. 7; Francisco de Castro, Entremés de los Chirlos Mirlos (siglo XVII) en Cómico festejo; recogido oralmente en Asturias por Llano Roza de Ampudia, núm. 40. Puede verse también en Teófilo Braga, Cantos tradicionais, I, pp. 202-203. D. La mujer amortaja al «difunto» con la ropa peor, más usada y vieja con la disculpa de que sirva para el siguiente marido: Cabal, Cuentos tradicionales asturianos, pp. 213-214; Azkue, 1942, núm. 36. E. La esposa o esposo amorosos.Ver González Sanz en su Catálogo tipológico, p. 116. Apuntaré dos versiones que no he visto señaladas anteriormente: la de Torres Naharro, Comedia Calamita, vv. 2398-2414, 2439-2450, 2463-2479 y 2495-2504, y una poco conocida del siglo XIX: El muerto fingido. Volviendo un labrador de su trabajo, no halló en casa a su mujer que estaba en el río lavando: el deseo de ver lo que haría cuando fuese muerto, le sugirió la idea de fingir que lo estaba; así es que se tendió en el suelo cuando la oyó abrir la puerta de su casa. La mujer, creyendo que verdaderamente estaba muerto, no sabía a qué resolverse, si a comer primero, por la mucha hambre que tenía, o a llorar al difunto marido; pero venciendo el hambre, empezó a comer a grande prisa, y apretándole la sed, tomó un jarro, y bajando la escalera para ir a la taberna halló que subía una vecina. La pobre mujer no tuvo más remedio que volverse, esconder el jarro y empezar a llorar a su marido a lágrima viva. Al alboroto concurrió la vecindad, y ella todo era decir:
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—¿Qué haré yo ahora, desdichada de mí? ¿Qué haré? Pareciéndole al marido que bastaba la burla, abrió los ojos y respondió: —Lo que has de hacer es ir a beber presto para que te haga provecho lo que has comido, porque si no te vas a ahogar (Boira, Cuentos, pp. 151-152).
La más bella versión moderna es un texto de títeres que incluye don Ciro Bayo en su Viaje entretenido, pp. 154-159, donde apostilla: Esta farsa, que bien pudiera titularse Muérete y verás, es una de tantas que se popularizó en Europa cuando la Edad Media. La representación de Arenas [de San Pedro] es una paráfrasis de Hans Sachs [1494-1573], maestro cantor alemán del siglo XV [sic].
Núm. 132. El hermano del emperador. Mi sabio amigo Maxime Chevalier ha estudiado este cuentecillo primero en 1990 en su edición de Juan Timoneda, Buen Aviso y Portacuentos, cuento núm. 85 (pp. 186-187) y algunos años más tarde en su edición, con Pilar Cuartero, de la Floresta española de Melchor de Santa Cruz; tengo algunos datos interesantes y nuevos que expongo aquí. Parece ser un ejemplo clasificado por Tubach con el núm. 2893: King, and false brother y remite a Étienne de Bourbon, Anécdotas, núm. 290 y Johannes Pauli, Schinff und Ernst, núm. 517. Pero en España aparece entre los siglos XIV y XV pues lo utiliza San Vicente Ferrer (Opera omnia, II, 2ª pars, p. 4): Cierta vez vino un pobre al rey de Francia, diciéndole que partiera con él la herencia, pues era su hermano, ya que eran hijos del mismo padre y de la misma madre, esto es, de Adán y Eva. El rey le dio un denario diciéndole que si a cada uno le diera lo mismo que a él, no le quedaría nada.Ved qué amor nos ha tenido el Padre, para que seamos y nos llamemos hijos de Dios.
La segunda versión hispánica la hallo en Juan de Arce de Otálora en Los coloquios de Palatino y Pinciano, p. 1179, seguido, sin duda, por el número 91 de Alonso de Fuentes. Tras la historia trazada por Chevalier aparecen, que yo sepa, esta versión de las Sales cómicas, agudezas y rasgos de imaginación (Valencia, Cabrerizo, 1831, pp. 227-228):
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Un sujeto que se hallaba en necesidad, logró, después de vencidas no pocas dificultades, una audiencia del duque de Newcastle, y habiendo dicho a su gracia (este es el tratamiento que tienen los duques ingleses), que el objeto que le traía a su presencia era el implorar su socorro, añadió que esperaba no se le negaría, puesto que pertenecían a una misma familia, como descendientes de Adán y Eva. —No por cierto —respondió el duque—, no le negaré yo mi auxilio; aquí tiene usted un par de cuartos, y si cada uno de los parientes que usted tiene le da otro tanto, va usted a ser más rico que yo.
Y otra de Hilario Pipiritaña (sinónimo de Pedro Felipe Monlau) Las mil y una barbaridades, en dos versiones: pp. 232-233 y 315-316: Un mendigo, partiendo de la incontestable verdad de que Dios es el p a d re común de todos los hombre s , pidió limosna al emperador Maximiliano, dándole el tratamiento de «hermano». El emperador, sin hacer caso de la osadía del pordiosero, mandó que le diesen una moneda. Mas viendo el mendigo que esta era de escaso valor, murmuró que aquello era una limosna harto pequeña para un emperador. —No te quejes —le dijo entonces bondadosamente Maximiliano—; que si cada uno de tus hermanos te da otro tanto, serás más rico que yo. Un alfarero se presenta a Schahroch, hijo de Tamerlán, y le dice: —¿Crees en la doctrina de Mahoma, la cual enseña que todos los musulmanes son hermanos? —Sí, creo —responde Schahroch. —Puesto que todos somos hermanos —repuso el alfarero— ¿no es una injusticia que tú poseas cuantiosos tesoros, y que yo viva en la mayor escasez? Dame, dame pues la parte que me corresponde como a hermano. El príncipe mandó que le dieran una pequeña moneda. —¡Es posible! —exclamó el alfarero—; ¿tan poca cosa es la que me corresponde de tan gran tesoro como tienes? —Retírate y calla —le contestó el príncipe—; calla, no digas a nadie lo que te he dado, pues sabe que no con mucho te tocaría eso, si todos los demás hermanos nuestros me viniesen a pedir su parte.
Al que sigue Rafael Boira, Cuentos, II, pp. 287-288:
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—Señor —decía un pobre a un caballero—; ruego a vos que me socorra y no eche en olvido que somos hermanos. —¡Hermanos nosotros! ¡Hermanos! ¿Cómo puede ser eso? —Como que tenemos un mismo padre y una misma madre, que son Adán y Eva. —Hermano —dijo el caballero—, tienes razón y debo socorrerte; toma un maravedí. —Poca es la limosna para socorrer a un hermano —dijo el pobre. —No juzgas bien, porque si cada uno de tus hermanos te diese otro tanto, vendrías a tener unos treinta millones de capital, que no es poco.
Núm. 184. Echar la cencerrilla al gato, tipo 11087. Baum88 publicó un artículo ambiciosísimo, porque abarcaba toda Europa. En un artículo mío89 citaba a Eudes de Cheriton (las dos versiones), el Libro de los gatos, Mey, Covarrubias, Lope, Samaniego, Rael, Aurora Lucero, Amades, Canino... Pero yo desconocía entonces estas dos versiones literarias que ahora añado por curiosidad (en realidad una versión plagiada con ligerísimas variantes treinta y cinco años después): Entraron en consejo los ratones por ver de qué manera vivirían seguros de las malas intenciones del gato, de quien siempre se temían. Después que dieron todos sus razones concluyeron, pues matarle no podían, que cierta campanilla le pusiesen a fin que desde lejos le sintiesen. Pues este buen acuerdo ya tomado
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La más antigua expresión procede de un refrán latino Nemo feli tintinabulum amnectare vult. Pero la narración explicativa procede de Eudes de Cheriton de quien en el siglo XIV-XV pasa al Libro de los gatos (núm. 55), «¿Quién atará la esquila al gato?» que en el Seniloquio reduce a «¿Quién echará el cencerro al gato?».Y Mey en 1609: «¿Quién se ofrezca de atar la campanilla al gato?». Pero es Covarrubias quien nos da la forma moderna consagrada: «¿Quién echará el cascabel al gato?», aunque había variantes como: «Osaba poner el cascabel al gato» que decía Pero Sánchez en su Historia moral, fol. 193. 88 Baum, 1919. En lo referente a España es decepcionante, solo recuerda dos versiones: Libro de los gatos y Mey. De Lope y Samaniego ni ha oído hablar. 89 Fradejas, 1981.
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queriendo que por obra se pusiese no fue ninguno de ellos tan osado que cargo del echársela quisiese. Sería gran varón cualquier letrado si bien como lo dice lo hiciese, mas y en conclusión, del dicho al hecho, según común proverbio grande trecho (Guzmán, Triunfos morales, fol. 121).
Los Triunfos morales del capitán leonés Guzmán, fueron leídos por el guadalajareño Diego Gutiérrez de Salinas, vecino de la villa de Brihuega quien, al publicar los Discursos del pan y del vino del Niño Jesús, la incluyó (fols. 106-107) con ligerísimas variantes excepto en la moraleja: Entraron en consejo los ratones por ver de qué manera vivirían, seguros de malas intenciones, del gato de quien siempre se temían; después de dadas todas sus razones acuerdan, pues matarle no podían, que cierta campanilla le pusiesen a fin de que desde lejos le sintiesen. Habiendo este consejo ya tomado, queriendo que por obra se pusiese, no hubo ninguno de ellos tan osado que cargo del echársela quisiese. Los hombres de este mundo han procurado vivir de su trabajo y interese, pero en llegando al premio del dinero no hay hombre que no sea peor que un Nero.
La versión de este manuscrito parece encabezar la presencia en el siglo XVI a través sin duda de una difusión oral, porque si se redacta en Italia tiene después una gran resonancia en España. ¿Quién echará el cascabel al gato? La pregunta deste [refrán] vulgar se repite a la fabulilla graciosa de los ratones, en que se finge que, hallándose perseguidos de este capital enemigo, entraron en consejo y se propuso, que supuesto los daños les provenían de la subtileza y blandura con que pisa el gato, y que sin ser de
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ellos sentido ejecutaba sus asechanzas, toda su defensa consistiría en que se le echase al cuello un cascabel, pues avisado al ruido, era facilísima con la fuga su defensa de los ratoncillos. Pareció bien al concejo la traza, y vinieron todos en el acuerdo. Pero uno de la junta replicó y dijo: —Bien estoy en que el remedio de la propuesta nos fuera saludable, mas ¿quién de nosotros ha de poner al gato ese cascabel? Porque la dificultad mayor veo en la forma de su ejecución y hay remedios que son más dañosos y graves que los peligros mismos. Con que los míseros ratones desistieron de lo tratado (Galindo, Sentencias, IV, fol. 29).
Es posible que desvaída la tradición hispánica a finales del siglo XVII la retomara La Fontaine (II, II) de donde la adaptó Samaniego (III, VIII) y luego, Ibáñez de Rentería: Fábula XVII El concejo de los ratones A los ratones daba Miauregato, enemigo mortal de su pellejo, tan inhumano trato, que fue preciso convocar concejo para tomar medidas los que quedaban de salvar sus vidas. Eran los pareceres diferentes: algunos más prudentes, conociendo del riesgo la importancia, decían se dejase aquella estancia; a otros atolondrados detenía el amor a los bocados. En esto un ratoncillo presumido dijo: yo he discurrido modo con que a lo menos por sorpresa no ha de lograr en adelante presa, el medio es muy barato, no hay más que echar un cascabel al gato. Oyose la propuesta, y sin examen siguió todo el congreso su dictamen: «Ejecútese», claman al momento; ¿Y a quién se ha de encargar? Aquí fue el cuento. Toditos se excusaron uno a uno, y en conclusión no se atrevió ninguno.
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¿Dónde está, pues, el que hizo la propuesta? Marchose a discurrir otra como ésta. En un ayuntamiento se verán más de ciento, que con las propuestas elocuentes, pero con la ejecusión poco valientes (Ibáñez de la Rentería, Fábulas en verso castellano, lib. I, XVI).
En la misma línea se recoge en Fábulas políticas, de Cristóbal de Beña, en páginas 31-32: Los ratones y el gato Perseguía en la casa de un ricote un marrullero gato al pueblo ratonil, que sin recato untaba en todas partes su bigote, y en todas partes lo roía todo; hizo el gato de modo, y con tanta destreza por fin llegó a tomarles los caminos, que apenas asomaba la cabeza el infeliz ratón en su guarida, cuando ya entre los dientes asesinos pagaba la imprudencia con la vida. Los ratones formaban su consejo para ver de tomar una medida con que tener a salvo su pellejo: y hubo quien propusiese que le debían embestir a una, porque además de que él estaba viejo, siempre al valiente ayuda la fortuna, pero como arriesgado pareciese lo de atacarle a rostro descubierto, esta proposición fue despreciada. «Nada de fuerza, nada», dijo un ratón de hocico colmilludo, a quien todos tenían por sesudo: «Yo he discurrido un medio portentoso, que es una friolera, y ha de darnos la vida y el reposo».
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«¿Cuál es? ¿Cuál es?» «Despacio si viniera no con tanto silencio ese maldito, pocos cayeran, cierto, en el garlito: pues bien: ¿hay más que atarle en una pata un grueso cascabel de bronce o plata cuyo son nos avise que viene? Así lugar sobrado el más cobarde ratonzuelo tiene para esconderse descansadamente, dejándole burlado». El gato, casualmente estaba haciendo entonces centinela, detrás del agujero agazapado; pudo escuchar la dicha bagatela y dando un maullido y echando por la boca espuma y hiel: «¿Quién —les gritó—, ha de ser el atrevido, que me venga a poner el cascabel?». Muchas veces sucede a una nación, que aquellos que la deben de guardar, si es algo peliaguda la cuestión en lo del cascabel vienen a dar.
Tiene un mayor sentido político y dramático, al ser el gato quien dirige la pregunta al congreso ratonil. El destino político final llegará a la literatura oral en Puerto Rico recogida por Camino. No se acaba, con el sentido político la evolución y trayectoria, por que todavía en 1820, Francisco Alvarado (El filósofo rancio) nos da otra versión: Los ratones tratando de poner el cascabel al gato. Tenía un gato tan acosados a los ratones que no podían salir del agujero sin exponerse a no volver jamás. Los ratones, a quienes por una parte urgía la hambre, y por otra amedrentaba el gato, juntaron consejo para ocurrir a un mal tamaño. Propuso el decano, hablaron casi todos, discutieron los más respetables vocales, y la resolución que de común acuerdo se tomó fue que al gato se le pusiese un cascabel, para que a proporción de lo lejos o cerca que éste sonase, se pudiera entender si amenazaba mucho peligro: —Conclamatum est, murmullo de aprobación (y ya iba a levantarse la sesión).
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Pero un ratón sin pelo de barba, que era el más moderno de la asamblea, suplicó a los padres conscriptos una sola palabrita para exponer cierto escrupulillo que le quedaba. Se le concedió la palabra; y después de haber alabado la sabiduría de la determinación, dijo que aun no estaba concluido el asunto, pues faltaba señalar la comisión que debería poner el cascabel al gato (t. IV, pp. 288-289).
En el siglo XIX incluye Boira una versión en verso que no es sino la versión de Lope de Vega incluida en La esclava de su galán, pero la tradición sigue actuando hasta tal extremo que Rodríguez Marín la recoge en un refrán de 1926 y se recuerdan las múltiples versiones hispanoamericanas y catalanas y explica, haciendo una breve e incompleta historia Iribarren (1996): ¿Quién echará el cascabel —o el cencerro— al gato? Es el final de aquella donosa fabulilla en que los ratones se reunieron en conciliábulo y acordaron por aclamación que era preciso poner al gato un cascabel al cuello, para saber por dónde andaba (Rodríguez Marín, 1926, p. 402).
Muy curiosa es la frase que incluye Jerónimo de Huerta en su anotación al cap. LVII (sobre los ratones) del libro VIII de la Historia natural de Plinio: «[Huyen todos los ratones] poniéndole un cascabelillo a [uno] al cuello». Núm. 157. El primero en estudiar esta facecia o chiste fue José María de Cossío90. Maxime Chevalier en varias ocasiones se ha referido a él y su estudio más completo se halla en la Floresta española de Melchor de Santa Cruz (p. 349).A los numerosos textos alegados debemos añadir los siguientes: A. Paralelos de Juan Martínez de Lerma: núm. 258, el protagonista es don Enrique IV de Castilla, y 260 que lo protagoniza el arzobispo Carrillo. B. El de los Dichos famosos, atribuido al cardenal Hipólito de Médicis que lo aproxima a la fuente propuesta por Chevalier de Domeniche,
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Cossío, 1929, pp. 54-55.
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Facezie. Esto refuerza nuestra suposición de que el autor es un español residente en Italia. C. Francisco Asensio, Floresta española (siglo XVIII), parte II, clase I, cap. 1, núm. 1543: Advirtió a Enrique IV Arias, su tesorero, que tenía muchos criados con quienes gastaba considerable cantidad.Y respondió que a unos daba porque eran buenos, y a otros porque no fuesen malos.
D. Rafael Boira: Cuentos, II p. 242. E. Palacio y Rivera, Museo cómico o tesoro de los chistes, I, p. 508. Estas dos últimas versiones tienen como protagonista al arzobispo Carrillo y son casi idénticas. Núms. 216 y 217. Son un antecedente obligado de Pánfilo, cuento de espantos, de quien Lope de Vega nos habla en El peregrino en su patria. La mención de «Los Osorios», vieja leyenda genealógica medieval con lleva a considerar el tipo 326: el joven que quiso saber lo que era el miedo, quizá descendiente de la narración de Pausanias sobre Eutymos (Descripción de Grecia, libro V, cap. 6) que unido al motivo H 1411.1, test del miedo (mientras está en una casa encantada un cadáver cae en pedazos por la chimenea), dan lugar a un cuento complejo que constituye «la novela» de los Osorio según la cuenta Gonzalo Fernández de Oviedo. El manuscrito, con letra posterior, nos llama la atención sobre la obra de Antonio de Torquemada, Jardín de flores curi o s a s, con una muy parecida historia ocurrida al estudiante Juan Vázquez de Ayala en Bolonia. La lucha con el muerto, a brazo partido, tiene su mejor expresión en la del capitán Céspedes en Granada según El soldado Píndaro. Núm. 269. Originariamente es una fábula clasificada por Rodríguez Adrados con el núm. H22 «La zorra y el leñador» y por Thompson, Camarena y Chevalier (Cuentos de animales) con el tipo 161. Aparece en Esopo, núm. 22; Babrio, núm. 50 y el Ysopet (fol. 73). Constituye también la facecia CLXIII de Poggio Bracciolini. La primera alusión que conozco es de Luis Zapata (Miscelánea, I, núm. 76, p. 178): Dicen que San Francisco disimuló con la justicia al haber visto un delincuente de muerte, diciendo y señalando sus mangas que no pasó por allí.
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Versiones fabulísticas: Sebastián Mey, «La raposa y el vendimiador», núm. 36; Cuentos asturianos, ed. Llano Roza, núm. 161, «El labrador y la zorra»; Cuentos populares de la provincia de Lugo, núm. 23, «O raposa, o cazador o rozador do monte»; Prieto, 1948, p. 145; Espinosa, Cuentos populares de Castilla, núm. 63; Amades, 1974, núm. 312; como refrán: Bien lo dices, pero mal lo señalas está glosado en Rodríguez Marín, 1926, pp. 56-57. En el siglo XIX parece resucitar la versión de Poggio: Preguntáronle a un fraile si había visto pasar a un bandido. El fraile, que le había visto, no quería venderle ni decir mentiras y ¿qué hizo? Metió la mano derecha en la manga izquierda, la mano izquierda en la manga derecha, y respondió: —Por aquí no ha pasado (Roberto, El mundo riendo, p. 67).
La adaptación histórica y humana se halla en Palma, Tradiciones peruanas, p. 60: Riquelme dijo a los almagristas: —No sé dónde está el señor Picado —y con los ojos les hizo señas para que lo buscasen debajo de la cama.
Núm. 262. Castillos en el aire. La lechera, tipo 1430. Diversos estudios se han escrito sobre la fábula de la lechera desde que Max Müller, en 1870, publicara su Emigración de las fábulas; entre los más sobresalientes recordemos el de Joly, 1877, pp. 91-108; Millé Jiménez, 1924, pp. 203-225, luego incluido en Millé, 1928, pp. 1-32; Entrambasaguas, 1975, pp. 83-84; Asensio, 1965, pp. 44-47; especialmente rico en información es el libro de Devoto, 1972, pp. 375-378, y es interesante Ayerbe Chaux, 1975, pp. 25-29 y 231-238, incluye (p. 25) un cuadro de semejanzas y diferencias entre las versiones de Panchatantra, Hitopadeza, Calila árabe, Stephanites, J. de Capua, Calila español, J. de Vitry, E. de Bourbon, Dialogus creaturarum y Conde Lucanor.También lo trato en Fradejas, 1978. Está perfectamente claro que este cuento se inicia en el Panchatantra indio y la historia del brahmán se extiende en múltiples variantes hacia Occidente, hasta el Calila y Dimna árabe y sus traducciones y derivados medievales.
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Como el sueño de la fortuna tiene un carácter, en muy diversas formas, universal, no es nada raro que aparezca también en el mundo clásico grecolatino, con protagonistas de todas clases sociales: del rey al esclavo. El protagonista, durante el siglo XIII, se transmite a una mujer con Etienne de Bourbon y al príncipe don Juan Manuel que la personaliza con el nombre de doña Truhana. A partir de aquí los «castillos» en el aire reciben un triple tratamiento: I. El de la fábula o cuento de la lechera derivado del Calila que, aunque anterior, recibe su nombre de la fábula de La Fontaine adaptada por Samaniego. II. El grupo del pleito imposible, adoptado por E. Asensio, expresado en diversos refranes que fueron glosados en un cuentecillo cuya expresión más feliz es el paso de Lope de Rueda en Las aceitunas (siglo XVI) que llega hasta La respondona (1660). III. El sueño que aparece en Plauto llega a su más alta expresión en el soneto de rey Artieda (siglo XVI) y llega, aunque parcamente al siglo XX con Buero Vallejo, Historia de una escalera y Miguel Delibes. En la bibliografía hay un buen número de versiones que han sido recopiladas desde el siglo XIX pero existen muchas versiones que no se habían señalado nada más que aisladamente, en obras particulares. Por esa razón incluyo a continuación una buena gavilla de versiones de no fácil acceso y casi desconocidas. He aquí las versiones no repertoriadas hasta ahora: I. Es que tenía como un huevo en la mano, y decía que de aquel huevo saldría una gallina, y de la gallina muchos pollos, y de ellos muchas gallinas, y de ellas muchos dineros, y estando en esta cuenta cayose el huevo de las manos y quebrose (Espinosa, Refranero, p. 89). II. San Ambrosio escribe de un rico muy avariento, que le sacaban a comer un huevo asado; dábale una vuelta y otra, hacíale bailar, y suspiraba diciendo: «Gran perdición es la mía, que me coma yo ahora este huevo, que le pudiera echar a una gallina, y saliera dél un pollo, pues ¿qué si fuera polla, y llegara a ser gallina? Que pusiera huevos y hinchera la casa de aves» (Villegas, Victoria y triunfo de Cristo, fols. 407-408).
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III. Es ciertísimo, muy pocas veces acaban de persuadirse los hombres a lo que hemos propuesto en este capítulo, pareciéndoles todo ha de ir por las máquinas y quimeras que allá forjan en su entendimiento, las cuales son como la redomilla de miel que tenía el otro ermitaño colgada sobre su lecho, que, estándola contemplando, pensaba cómo la presentaría a una señora poderosa, y que de la limosna compraría un par de ovejuelas, y le parirían, y le criarían, y vendrían a crecer y multiplicar, y él ser muy rico y señor de posesiones y ganados. Y al cabo de esto fuese a levantar y, al tomar el bordón, quebró la redoma y quedose sin nada (Juan Bautista de la Concepción, Obras,V, p.152). IV. Un ermitaño vivía en un monte, junto un lugar donde había alcanzado un muy gran crédito por su gran devoción y buena vida. Y le daban algunas limosnas para su vivir y entre las otras vino a juntar tres redomas de aceite y las tenía sobre una tabla, encima de su cama como tres pies. Y cada mañana antes de levantarse se ponía a especular en sus redomas y decía con una varilla en la mano, tocando cada una como les iba hablando: —Esta vale un buen dinero, porque el aceite es muy caro en estas partes. La venderé y compraré una oveja y un carnero, los cuales yo sustentaré aquí alrededor de mi ermita. No pasarán cuatro años que tendré una manada por lo menos de una veintena de reses, las cuales me harán con el tiempo un grande ganadero, y ganancia muy buena, y que me podré casar muy ricamente. Con la lana me haré hábitos, ahorraré mis limosnas y con el dinero de estas dos que quedan, podré comprar un par de caballos con que seré más estimado que no soy agora. Pero como tocó con su varilla a las otras dos la tabla donde estaban fue deshecha, o que los clavos no estuviesen bien, o que Dios lo ordenase así, y cayeron todas tres redomas con la tabla y con otros trastos sobre el pobre ermitaño. Las redomas se rompieron, el aceite se derramó, la cama se gastó, y él muy espantado se levantó y con gran dolor dijo: —¡Ay, desdichado de mí! Bien es verdad que dicen que el hombre propone y Dios dispone. Y así se quedó en estado de ermitaño y en cama gastada (Salazar, Cuentos, núm. 278). V. Llevaba sobre la cabeza una pobre aldeana un cantarillo de miel para vender a la ciudad vecina donde caminaba alegre. Comenzó a discurrir sobre el precio en que esperaba venderlo, y ella se hizo su postura. Pareció gananciosa y propuso comprar, de aquel dinerillo que hiciese, unas gallinas, y de los huevos y los pollos ya le pareció que podría en breve acaudalar para la compra de algunas ovejuelas. Pasó adelante tanto
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con su discurso que ya las contaba paridas y acrecentado un hato de ganado. Dejose llevar de sus imaginaciones, y púsose en el número de los ricos de su lugar. Tenía dos hijas casaderas y de camino ordenaba las dotes y los ajuares. Tanto se prometió a sus esperanzas que viniéndole a la memoria cuánta envidia la tendrían de su buena fortuna las otras sus vecinas, que olvidada del cantarillo se dio con la alegría y risa una grande palmada en la frente, con que dio con la miel y el cántaro en el suelo, y con sus vanas esperanzas en la tierra, envueltas en los pedazos de su cantarillo (Galindo, Sentencias filosóficas, fol. IV, p. 203). VI. Un ventero pedía a su huésped una exorbitante suma por salar dos huevos que le había gastado. —Estos huevos —decía—, los preparaba yo para echarlos, de ellos debían salir dos pollos que a los seis meses ya serían gallinas. Cada una haría una fortuna de doce o quince huevos que serían con el tiempo otras tantas gallinas; y por haberse vos comido los tales huevos, me ha privado de un gallinero el mejor quizá que habría en la España. (Alvarado, Cartas, IV, p. 284). VII. Érase una vez una campesina que iba por un camino que llegaría hasta el mercadillo de un pueblo. Ella llevaba un cántaro encima de la cabeza lleno de leche. Iba distraída pensando en lo que haría para tener más dinero y cómo podría gastarlo. Empezó que primero vendería la leche que llevaba en el cántaro y con el dinero que sacase compraría unos huevos y de ellos nacerían unos polluelos. Ella esperaría a que se hicieran unos buenos pollos y unas gallinas muy hermosas para venderlos y sacar unos buenos reales de ello. Con el dinero conseguido compraría unos corderillos, con lo que después los mataría y con la carne haría lo mismo que con los demás y sacaría muchísimo dinero para poder comprar unos terrenos. En esos terrenos plantaría toda clase de hortalizas y frutas, las volvería a llevar al mercadillo y se haría muy rica. Así y así fue pensando todo lo que haría, y por no fijarse bien dónde pisaba tropezó con una piedra y ella y el cántaro fueron al suelo. El cántaro se hizo añicos y la leche se desparramó por todo el camino. Ella se puso a llorar viendo cómo sus sueños se habían esfumado. Con este cuento se puede sacar la conclusión de que no te puedes hacer ilusiones sin tener una buena base. (Hernández Fernández, Cuentos populares de la provincia de Albacete, p. 234). IX. Comunicando un labrador con su familia de plantar una viña, y discurriéndose ya entre la suegra y la nuera, que estaban presentes a la plática, sobre la guarda del vino, riñeron amargamente en razón de cuál
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de las dos había de tener las llaves de la bodega (Galindo, Sentencias, III, fol. 17). X. […] Preguntando a la muchacha la causa de su dolor, contestó: —¡Ay, desgraciada de mí!, estoy pensando si tendré novio y me casaré, si tendré un hijo y le criaré, si le dejaré un día debajo del vasar, y si se caerá una cazuela y la cabeza le romperá. Procuraron los vecinos consolar a la desventurada joven inútilmente, porque ella derramando lágrimas en abundancia y levantando más el grito cada vez, continuaba sin escuchar a nadie: —¡Válgame Dios! ¡Si tendré novio y me casaré, si tendré un hijo y lo criaré, si le pondré debajo del vasar, y si cayendo una cazuela, la cabeza le romperá! ¿Dónde le enterrarán? ¿Si será en la iglesia o en el campo santo? ¿Le comerán los gusanos antes que le pudra la humedad, o le pudrirá la humedad antes que le coman los gusanos? (Martínez Villegas, 1991, p. 51).
Parece claro que de una difusa tradición plautina adoptó en la persona del esclavo Gripo el sueño de la libertad y el hiperbólico ascenso, del cual derivan, dentro de la tradición clásica occidental, el bien conocido y tantas veces publicado soneto al rey Artieda Como a su parecer, la bruja vuela. No tan conocida es la versión de Lope de Vega en El premio de bien hablar y más lo son las versiones de Buero Vallejo en Historia de una escalera, final del acto I, y Miguel Delibes en Diario de un cazador.
Nota final Otro texto de Plutarco tiene implicaciones sociológicas sobre la dañina ambición que Cíneas hace confesar a Pirro, y culmina el sentido corriente de la fábula de La lechera: —Dícese, ¡oh, Pirro!, que los romanos son guerreros e imperan a muchas naciones belicosas; por tanto, si Dios nos concediese sujetarlos, ¿qué fruto sacaríamos de esta victoria? Y que Pirro le respondió: —Preguntas, ¡oh, Cíneas!, una cosa bien manifiesta, porque vencidos los romanos ya no nos quedará allí ciudad ninguna, ni bárbara, ni griega, que pueda oponérsenos, sino que inmediatamente seremos dueños de toda
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Italia, cuya extensión, fuerza y poder menos pueden ocultársete a ti que a ningún otro. Detúvose un poco Cíneas y luego continuó: —Bien, y tomada Italia, ¡oh, rey!, ¿qué haremos? Y Pirro, que todavía no echaba de ver adónde iba a parar: —Allí cerca —le dijo—, nos alarga las manos Sicilia, isla rica, muy poblada y fácil de tomar, porque todo en ella es sedición, anarquía de las ciudades e imprudencia de los demagogos desde que faltó Agátocles. —Tiene bastante probabilidad lo que propones —contestó Cíneas— pero ¿será ya el término de nuestra expedición tomar a Sicilia? —Dios nos dé vencer y triunfar —dijo Pirro—, que tendremos mucho adelantado para mayores empresas; porque ¿quién podría no pensar después en África y en Cartago, que no ofrecería dificultad, pues que Agátocles, siendo un fugitivo de Siracusa y habiéndose dirigido a ella ocultamente con muy pocas naves, estuvo casi en nada el que la tomase? Y dueños de todo los referido, ¿podrá haber alguna duda en que nadie nos opondrá resistencia de los enemigos, que ahora nos insultan? —Ninguna —replicó Cíneas—, sino que es muy claro que con facilidad se recobrará la Macedonia y se dará la ley a Grecia con semejantes fuerzas; pero después que todo nos esté sujeto, ¿qué haremos? Entonces Pirro, echándose a reír: —Descansaremos largamente —le dijo—, y pasando la vida en continuos festines y en mutuos coloquios, nos holgaremos. Después de Cíneas trajo a Pirro a este punto de la conversación: —¿Pues quién nos estorba —le dijo—, si queremos, el que desde ahora gocemos de esos festines y coloquios? (Plutarco, Vidas paralelas, Pirro).
6. SELVA
DE CURIOSOS
Nada sabemos del capitán Antonio Muñatones quien en 1597 escribió esta obra, según afirma él. Pero del texto se deduce que algún tiempo permaneció en Italia, sin duda con los tercios, y es posible que allí o en Madrid tuviese conversación con Cervantes y Lope de Vega. El contenido de la Selva de curiosos y recreativos de virtuosos es en su mayor parte (17 capítulos de 39) una historia cronológica universal, coronada por otra de casos notables. Incrustados entre ellos (8 capítulos) de cuentos y dichos notables; y siete capítulos de varia sabiduría: sobre pobreza, (XI), avaricia (XIV), terremotos (XXIII), señales con que nacen las criaturas (XXXI). En total son doscientas hojas de 20,5x15,5 a las que siguen 40 ó 50 en blanco, excepto las dos últimas
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que se refieren al modo de formar comadronas. Podría ser considerado una de las últimas misceláneas o silvas, conforme a su título, cuya columna vertebral fuera la cronología histórica por edades. En plena difusión hispánica de textos italianos todos estos cuentos que el capitán Muñatones recoge en su selva de 1597, son tomados o inspirados en la obra del italiano Guicciardini, bien directamente o a través de la traducción de Vicente Millis Godínez, Horas de recreación, recogidas por Ludovico Guicciardino, traducidas de lengua toscaza (Bilbao, Mathias Mares, 1586). Raros son los que parecen originales. A veces duplica la narración: los cuentos 4, 57, 58 son repetición con variantes. El 4 tiene una parte en prosa y otra en verso (la sentencia), el 57 es la misma narración sin la sentencia, mientras que el 58 resume la narración e incluye la sentencia. Es un tema clásico, clasificado por Rotunda, Childers y Thompson con la sigla J 167. Tengo notas sobre esta anécdota histórica hasta el siglo XVII desde Herodoto (siglo V a.C.) al siglo XVII. Aparece en Los nueve libros de la historia, libro V, Euterpe;Valerio Máximo, Dichos y hechos, libro VI, cap. 3; Gesta romanorum, núm. 29; Sánchez Vercial, Libro de los exemplos, núm. 223; Recull de eximplis, I, núm. 354; Villalón, El Schcolástico, p. 74; Juan Sedeño, Suma de varones ilustres, fol. 85; Jacques de Cessoles, Dechado de la vida humana, fol. 13; Bernardo Pérez de Vargas, Sumario de las cosas acaecidas en el mundo, p. 6; Francisco de Guzmán, Triunfos morales, fol. 86). Este es de Murúa (Historia del Perú, II, p. 456): Cambises que reinó después del nieto del medo rey Astiages de Susa, con ser de condiciones imperfecto, de mente muchas veces muy confusa, el acto cierto hizo más discreto y justo, no según que hoy se usa, que fue jamás por hombre justo hecho celando la defensa del derecho. El cual, habiendo sido la justicia corrupta por algún juez malvado, mediante los favores de codicia que suelen ser amparo del culpado, queriendo castigar de tal malicia mandó que fuese vivo desollado,
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y silla del juicio se hiciese del cuero que del mal juez saliese.
Más testimonios en Timoneda, Buen Aviso y Portacuentos, núm. 46; Espinosa, Ginacepaenos (1580), p. 68; Alonso de Villegas, F r u c t u s Sanctorum, fol. 221; Covarrubias, Tesoro, s. v. desollar; Suárez de Figueroa, Plaza universal de todas las ciencias, p. 351, que se resume en una frase: «merece ser desollado como aquel juez de Cambises». Quizá el más original sea el núm. 5 que expone como autobiográfico siendo el creador de la astuta venganza contra la adúltera y que tiene un reposado y tranquilo estilo para precipitarse al final. Sin embargo procede de Guicciardini en cuyas Hore di recreazione lo encontramos en el folio 11, reducido como casi siempre a lo esencial. La primera versión que he hallado es más literaria: Lo que aprieta una mujer importuna y de mala digestión, dígalo el provenzal, que, cansado ya de sufrir la suya y no teniendo modo ni ciencia para corregirla, por escabullirse de ella sin escándalo, acordó de irse a holgar con toda su casa y gente a una hacienda que tenía en el campo, para la cual se había de pasar por una ladera de un monte que pasa por junto del Ródano, río caudaloso, que por aquella parte, por ser estrecha y pasar por entre dos montes, va muy hondo y con furiosa corriente. Acordó de tener tres días que no bebió gota de agua una mula en que su mujer había de ir. Y cuando llegaron a parte que la mula devisó el agua, no fueron poderosos de detenerla, que bajándose por la ladera debajo de una en otra peña, llegó al río. De donde, no siendo posible volver a subir ni tenerse, fue forzoso dar ambos dentro dél, quedando la mujer ahogada.Y la mula salió a nado con mucha dificultad lejos de allí tan cansada y sin tiento, que ya no podía tenerse sobre sus pies (Alemán, Guzmán de Alfarache,V, p. 165).
En el siglo
XVIII
se repite aunque algo abreviado:
Tenía un hombre rico la mujer muy deshonesta, y queriendo dar castigo a su lascivia sin escándalo, hizo tener una mula suya sin beber tres días, y para el siguiente dispuso ir a un cortijo suyo, repitiendo la voz de que era por divertirse algunos días, y haciendo montar la mujer sobre la mula sedienta, al pasar por las orillas de un río profundo, cuyo camino era preciso para su viaje, apenas la sedienta mula descubrió el agua, cuando sin que nadie pudiese detenerla, se arrojo dentro, que por su mucha
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profundidad, y ser rapidísima la corriente, brevemente se ahogó, a lo que el marido dijo: —A grande fuego, mucho agua. (Asensio, Floresta española, clase VII, cap.VII, núm. 5). Un caballero bastante rico de una población cercana al Ebro, tenía una mujer, más que persona humana, fiera, y en el carácter y en las costumbres, desenfrenada y loca. No queriendo llevarla a los tribunales para que la castigasen por sus excesos, trató de hacerse justicia por su mano, y al efecto ideó una traza que aunque perversa y mala, merece referirse por lo ingeniosa. Dispuso que la jaca en que acostumbraba a cabalgar su mujer estuviese sin beber tres a cuatro días, dándole al mismo tiempo toda la cebada y todo el salvado que quisiera. Así preparadas las cosas, mandó al cuarto día ensillar la jaca, hizo montar en ella a su mujer, y ambos, seguidos de sus criados, tomaron la dirección de un cortijo que tenían en la orilla del río. Pero la jaca, que se moría de sed, apenas divisó el agua se arrojó con la mayor violencia en medio del río, sin que nadie la pudiese contener. Con el empuje y furia del salto, la mujer perdió la serenidad, se balanceó y cayó en medio de la corriente, que la arrebató en el acto. El marido se volvió tranquilo a su casa, repitiendo entre sí: —A mucho fuego, mucho agua. (Boira, Cuentos, I, pp 91-92).
Y sin duda fue la fuente de Boira la que plagian Palacio y Rivera, Museo cómico o tesoro de los chistes, I, pp. 505-506. No así en el tercer caso (núm. 21). En El trato de Argel, ocurre el siguiente diálogo en el mercado de esclavos: MERCADER 2º Pregonero MERCADER 2º Pregonero MERCADER 2º HIJO MERCADER 2º HIJO
Desto otro, ¿cuánto dan dél? Doscientos escudos dan. Y ¿por cuánto le darán? Trescientos piden por él. Si te compro, ¿serás bueno? Aunque vos no me compréis seré bueno. ¿Serlo eis? Ya lo soy sin ser ajeno.
Está compuesto de dos partes:
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I. La venta. II. La estafa al judío. Nos interesa, pues, la I, no la estafa, aunque están al parecer emparentadas. Es posible que Cervantes conociera al capitán Muñatones, pero Cervantes no aprovechó el segundo episodio.Veamos el origen. Cuenta Plutarco (Moralia, III, p. 220): Otro [esclavo espartano] que está a la venta, cuando alguien le dijo: —Si te compro, ¿serás útil y honrado? Respondió: —Y aunque no me compres.
En el mismo volumen trata de las mujeres espartanas y en la p. 258 dice: «Al preguntarle uno a una mujer si sería honrada si la compraba, le respondió: —Y aunque no me compres», que copia así Manuel del Palacio en el siglo XIX: A una esclava lacedemonia, puesta en venta, le preguntó un hombre: —Si te compro ¿serás fiel y prudente? —Lo sería —respondió la esclava—, aún cuando no me comprases (Palacio y Rivera, Museo cómico, I, p. 436).
No lo incluye Mondragón en Ratos de ocio (1588) que contiene una selección de cuentos de Guicciardini junto a otros originales. Quizá el capitán Muñatones leyó su primera parte en Guicciardini o en Millis. Debido a mi desconocimiento de la primera edición de Guicciardini se nos plantea un pequeño problema el nombre del protagonista. Millis le llama Merino Zato; la traducción francesa, (Anvers, 1594, p. 77), Aimery Zati. El capitán Muñatones 1597: «un capitán» y el lugar: Constantinopla. Cervantes lo sitúa en Argel. ¿Sería posible que Muñatones y Cervantes fueran amigos y se contaran el episodio? La vida de este cuento siguió en España y lo encontramos en Ambrosio de Salazar, Clavellinas de recreación y Cuentos (p. 92). Como estas varias versiones vemos que no son copias literales, y que se han ido produciendo oralmente, acomodándolas más o menos a una situación; pero podemos concluir que quizá este cuentecillo, chiste o facecia, pudo tomarlo Cervantes de la tradición oral.
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Núm. (1187) 25. El albañil. Tipo 1534. Es un cuento que corre suelto o como episodio en obras complejas. Lo he hallado en Scelta di fa c e z i e, f o l . 6 6 ; E r a s m o, A p o t e g m a s, t r a d . T á m a r a , f o l . 3 3 9 ; G u i c c i a rd i n i , H o ras de recreación, trad. Millis, fols. 1-2; Fernández Trancoso, Contos e historias de proveito e exemplo, parte I, cuento 15; Medrano, Silva, p. 172; Salazar, Libro curioso, núm. (368) 120; Asensio, Floresta española, parte II, clase IV, cap. V, núm. 1; Calzada, Nueva floresta, p. 64; Romero Larrañaga, González Elipe, La vieja del candilejo, acto III; Boira, Cuentos, I, p. 156; Palacio, Museo, II, pp. 399-400; Barriobero y Herrero, La sonrisa de Themis, p. 175; Almendros, 1936, pp. 38-42; Casona, El Retablo jovial (Farsa, justicia del Corregidor); Contes populaires de la Vallée du Nil, pp. 234-235. Núm. (772) 37.Tenemos una narración legendaria compleja compuesta de dos partes: A) El parto múltiple: producido por haber acusado de adúltera a la pobre madre de mellizos y consiguiente deseo o maldición de que los cielos venguen a la insultada. La primera parte tiene, de forma general, un origen remotísimo: ora sean trillizos como los Horacios y Curiacios (Tito Livio) o quintillizos como cuenta Aulo Gelio en tiempo de Augusto. Incluso los septillizos eran frecuentes en Egipto (Plinio,VII, 3). Las leyendas familiares y genealógicas tienen su fundamento en estos partos como en los casos de Los siete infantes de Lara o don Rodrigo Porcelos (fundador de Burgos). A la vez, partiendo de su origen latino porcus>porcellum (cochinillo) por haber nacido muchos de un parto, cuyos descendientes se extienden por Provenza, Barcelona y Murcia. Tenemos como versión más antigua esta del capitán Muñatones localizada en Italia (1597). Otras aparecen en Los Porceles de Murcia (16041608) obra en la que Lope ofendió a la familia y se disculpó con cierta elegancia en el Serafín humano (1623); en 1613 Jerónimo Cortés en su Tratado de los animales (pp. 140-142) insiste en la versión murciana, así como Ambrosio de Salazar en el Libro del tesoro (1636) y aún Cristóbal Lozano en Los reyes nuevos de Toledo (1667) y un romance leonés: «En el palacio, la reina / hilando está con sus damas» y algún cuento asturiano recogido por Cabal, 1921, p. 217-219.
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Pero hay casos en que el parto es más numeroso, como los nueve hermanos de Santa Librada localizados en Bayona o Sigüenza y aún el más fantástico, en torno a 365 hijos de un parto, que aparece en el siglo XIII, con variabilidad numérica, en Holanda o Irlanda y diversa configuración: como pollitos, ratoncitos o abejas. En el siglo XVI lo cuentan A. de Torquemada en el Jardín de flores curiosas y Timoneda en un romance de La rosa gentil. Otros comentarios hace Fuentelapeña en 1676 en El ente dilucidado. Hoy también en narraciones folclóricas, cuentos (Asturias) y romances (León). B) El milagro: es una adición postiza que no siendo necesaria ni justificada destaca a uno de los siete hermanos como héroe religioso, mientras que en otros —como en El caballero del cisne— es el protagonista epónimo familiar, o el caso de Lamisio (rey de los longobardos) o Agibundo, rey de Lombardía.
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Presunción 1. Un caballero valenciano era tan fantástigo que se paseaba rezando y traía un mozo tras sí con unas cuentas en la mano, y acabando cada Ave María, decía: —Echa, mozo.
Atrevimiento 2.Acordó1 un caballero muy atrevido casarse con una dama, y determinose, sin intercesores, de decírselo él mismo. Hízolo así, fue a su casa y por la mejor manera que pudo diole a entender su propósito. Ella, pareciéndole cosa no usada que semejante negocio se tratase así, desnudamente, respondiole que no quería. Él se corrió tanto de la respuesta y de habelle así salido en blanco la suerte, que le dio una bofetada y fuese. Ella, quedando así afrontada, salió corriendo al escalera y llamole, diciendo: —Vení acá, que no quiera Dios que otro que mi marido sea merecedor de poner las manos en mí. Y casose con él.
3. El bachiller Rodrigo Suárez tenía puesto un diamante en un aposento suyo y decía una letra:
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Debajo está tachado: «aviso».
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Sola mi virtud me ofende que la ajena ni me prende ni condena.
4. Un comendador de Santiago era muy sucio y preguntando otro caballero que qué le parecía dél, respondió: —Paréceme que anda cercado de cruces porque no le meen.
5. Un caballero casó con una judía rica, siendo muy enemigo de los que tocaban en este linaje. Encontró don Diego de San Pedro con quien él solía pasar muchos chistes y motes y como le vio venir dícele: —Por Dios, señor, que un tal como vos andaba yo agora a buscar. Respondió Diego de San Pedro: —Pues cómo, señor, ¿estáis caballero en la burra y andáisla a buscar?
6. Descendían muchos por una escalera, y acaso fue el postre Diego de San Pedro. Dijo uno de los que descendían: —Jurara yo a Dios que el del cabo había de ser marrano. Respondió Diego de San Pedro: —Andá, señor, que no hay cabo sin hebilla.
7. Estando comiendo muchos caballeros, y entre ellos un doctor marrano, trajeron un pernil de tocino cercado de romero. Dijo Pero Mexía: —A ello, señor doctor, que en figura viene de romero, no le conozca Galván.
8. Estaban en conversación algunos caballeros y vino un escribano a meter su cucharada, y a lo que parecía venía borracho. Estando un poco callados preguntó uno a Pero Mexía que qué le parecía de ellos. Respondió que estaban en mortuorio, y el escribano, que estaba sentado en un costal de trigo, parecía la ofrenda.
Pica 9. Una dama muy hermosa estaba a una ventana y su marido par de ella, que era en estremo feo. Pasó don Enrique, el de Granada, y díjole: —No os aojarán, señora, que la higa tenéis par de vos.
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Toca 10. Preguntó un amigo a otro, viéndolo en su casa muy solícito, que qué andaba a buscar. Dijo que La destruición de España [al margen: «queriendo decir por la Historia del rey don Rodrigo»]. Tomole por la mano y llevole a la cancillería, y díjole: —Veis aquí la destruición de España.
Toca 11. Garci Sánchez de Badajoz besó las manos al emperador en Écija, y viéndole así, mal traído, dijo el emperador a su hermano, el jurado Ore l l a n a , que por qué le traía tan roto y descosido. Respondió su hermano, que era un perdido, que cuanto le daban hacía pedazos que no había quien le sufriese. Respondió Garci Sánchez: —¿Qué le parece a vuestra majestad que le he sufrido a éste treinta años de necio y no me quiere él a mí sufrir uno de loco?
Urbano 12. El mismo Garci Sánchez siendo visitado de la condesa de Palma decíale que por qué se dejaba crecer la barba. Respondió él: —Crezca, pues crecen mis penas. Dijo la condesa: —Pues estas uñas, ¿para qué son tan largas? Respondió él: —Déjelas vuestra señoría, que son mis cuchillos. Importunole la condesa que se hiciese la barba y demandó unas tiseras. Él rehusaba mucho y le decía que en ninguna manera lo haría. Dijo la condesa: —Pues, cómo; ¿no fiaréis de mí vuestra barba? Respondió él: —La barba sí, mas no el oficio.
Toca 13. Estaban el mismo Garci Sánchez y otro caballero al pie del púlpito y descendía fray Íñigo de Mendoza de predicar y preguntoles: —Pues, ¿en qué se va entendiendo? Dijo Garci Sánchez: —Vamos en gran confusión, que sois Dios en el sermón y el diablo en descindiendo. Aquí está el señor don Juan, que él se cisca y yo me cisco, que no casarán Francisca con San Francisco.
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Donaire 14. Andaba el mismo Garci Sánchez unas estaciones y díjole una dama que castigase a su hermano. Preguntada por qué dijo que porque le rezase un Ave María. Respondió: —Señora, no merece pena porque lo ha por el ventris tui.
15. Yendo a ver su amor Garci Sánchez, que estaba loco, díjole: —Señor Garci Sánchez, ¿cómo estáis? Y él: —Cual me dejastes.
Metáfora 16. Un corregidor de Écija fue a ver a Garci Sánchez y hallole tañendo una vihuela y él rogole mucho al corregidor la tomase. El corregidor no quería. Díjole él: —Tómela vuestra merced siquiera porque vea yo en poder de justicia a quien tanto mal me ha hecho.
17. Una dama hermosa fue a ver a Garci Sánchez y preguntole otro que venía con ella qué le parecía de esta dama. Dijo él: —Esta no es dama. Dijo el otro: —Pues ¿qué? Dijo él: —Serafín de mi vida bella.
Pica 18. Sacó uno un sayo de damasco blanco con unos fuegos de carmesí, y era confeso. Preguntándole a Garci Sánchez qué le parecía de aquellos fuegos, respondió que bien, sino que estaban sobre casa pajiza; o bien, si la casa no fuera pajiza.
Metáfora y pica 19. Estaban dos pajes en el palacio del príncipe don Juan porfiando cuál había de entrar delante.Y el uno de ellos era hidalgo y el otro confeso.Viéndolos así en esta porfía, Garci Sánchez trabó del confeso y dijo: —Sábado, deja pasar al domingo.
Pica 20. Fue a ver a Garci Sánchez un mercader rico y a pocas palabras que habló con él luego le conoció Garci Sánchez.Vínole aca-
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so, estando así sentados la hora en que se suele encerrar en una cámara a pasar su pasión, y levantándose dijo: —Señor, quedaos a Dios, que me voy al Padre. Dijo el mercader: —Pues, señor, encomendadnos lo allá. Respondió él: —Decirme ha Dios: «¿Traéisnos encomiendas de los que no nos conocen?».
21. Subiose a tomar aire Garci Sánchez en un terrado, y estando así solo salió una dama su vecina y díjole que qué hacía a tal hora en aquel lugar. Respondió él: —¿Dónde puede mejor estar el muerto que en terrado?
22. La condesa de Palma fue a ver a Garci Sánchez y sentose encima de la cama, que estaba acostado. Decíale Garci Sánchez que se sentase mejor. Decía la condesa que era la cama angosta y no cabrían. Respondiole él: —Pues en la angosta cama y largo camino se conoce el buen amigo.
23. Fue Luis de Guzmán una vez a ver a Garci Sánchez y rogándole que dijese alguna cosa con la vihuela, dijo Garci Sánchez: —Todo lo que dijere ha de ser sobre mí. Y dijo Garci Sánchez: García, uno de los que viven vida contenta, en poco cargo sois vos al día sancto en que Dios os ha de tomar la cuenta; que al tiempo del relatar la sentencia leda y triste podéis vos muy bien hablar qué cuenta te puedo dar de aquello que no me diste.
24. El mesmo Garci Sánchez viendo una mora muy hermosa llamada Aja dijo así:
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Como cuando el sol asoma por una montaña baja que con pura fuerza doma nuestra vista y la relaja, tal es vuestro rostro Aja, cruda lanza de Mahoma que las entrañas raja, como la piedra balaja que no la come carcoma.
25. El mismo Garci Sánchez hizo de sí una comparación a la culebra, la cual suele estar muy viciosa y ha de estar así: Aquella que por do va hace surcos con el pecho por las piedras donde da tiene tiempo pide o ha de sus heridas provecho2, pero yo que de tu mano soy herido, tal me hallo que ni tarde ni temprano nunca espero verme sano ni es posible deseallo.
Donaire 26. Iban dos caballeros a ver a Garci Sánchez y encontraron a la puerta con su hermano a quien ellos no conocían. Él les respondió que le perdonasen que no estaba para ver, que estaba ocupado en cierta pasión. Dijo el uno de ellos, como vio que aquella era escusa vana. —Vámonos, señor, que este debe ser por quien dijo el dicho [«secretas pasiones mías»].
27. Estaban don Íñigo Manrique y Garci Sánchez en Málaga. Dijo don Íñigo que hiciesen una copla sobre su partida. Porfiaron ambos sobre el comenzar, y en fin comenzó don Íñigo y dijo:
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Encima, tachado: «bien hecho».
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Ve do vas mi pensamiento envidia tengo de ti.
Acabó la canción Garci Sánchez y dijo: …y verás el bien que vi, sin sentir el mal que siento.
Presunción 28. Los venecianos son tan presumptuosos y locos que enviaron una vez a decir al rey don Fernando en respuesta de querer él pretender algún título en Venecia, que le harían gentilhombre de Venecia.
Cuento 29. Esta locura pagó el marqués de Cente, padre de esta señora que es hoy duquesa de Calabria, que fue primero mujer del conde de Nasao. Estando una vez en Venecia quiso ir a ver al príncipe y duque de los venecianos. Sabiéndolo el duque hizo aderezar muy ricamente una sala y subiose en un trono. Al tiempo que vino el marqués, como entrase por la sala y le viese sentado con tanta autoridad, vuelve la cabeza desde el principio de la sala y comienza a mirar las historias de la tapicería y poco a poco vino a parar al lugar por donde había entrado y saliose, sin hacer otro caso del duque.
Cuento 30. Reprehendía al rey católico don Fernando un confesor suyo porque leía en Amadís de Gaula, y como el rey le dijese que era un libro de mucho gusto importunó al fraile que leyese un poco en él. Él lo llevó a su celda como de burla y un día enviándole a llamar el rey fueron dos o tres pajes y no venía. Preguntando el rey la causa de su tardanza díjole un paje que lo había hallado leyendo en Amadís que no había quien le despegase dél.
Cuento 31. Casi semejante a lo dicho fue lo que le pasó a don Juan Manuel en Venecia, que como el duque le hiciese mostrar todas aquellas riquezas y grandezas que en Venecia hay, preguntole el duque que qué le había parecido mejor de todo lo viejo. Él teniendo en poco lo que ellos tenían en mucho y estimando en mucho lo que ellos tenían en poco, dijo que lo del vidro, que no había en España, tenía por mejor, de lo que el duque y los que con él estaban quedaron medio corridos.
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Donaire 32. Un cortesano en Valladolid rogaba a una dama que le diese lugar para hablalle; ella, muy importunada dél díjole que buscase él dónde, que en su casa no había lugar. Hízolo así, y estando hablando los dos entró un forastero y, preguntado qué mandaba, dijo que buscaba posada. Respondiole el cortesano: —Pues, cómo, señor, que de apretados estamos uno sobre otro y ¿buscáis aquí posada?
Toca 33. El conde de Urueña viejo, don Juan Téllez Girón, entrando en la sala del rey don Fernando, parece que por alguna ocasión dejaba a la puerta las armas. Pidiole el espada un portero que tenía una cuchillada por la cara. Y como el conde dijese que no se entendería por él la prohibición, decía el portero que así le era mandado del rey. El conde determinó de dársela y díjole: —Tomad, que juro a Dios, que no lo hizo ella. [Al margen: «Otros dicen ser de don Enrique este dicho y ha de estar de otra manera»].
Metáfora 34.Tenía el conde de Urueña una tía muy amiga de cecinas de cabras, y, estando enferma algunos días, trajeron nuevas al conde como era fallecida. Él, mirando al cielo, que era ya noche, dijo: —Ella era mujer sancta de razón ha de estar en el cielo…; pues no es posible, que si allá estuviera ya no hubiera cabrilla en el cielo.
Propiedades del hombre 35. Decía un viejo que el hombre cuando mozo es león, cuando desposado pavón y cuando casado asno.
Palabra de desposado 36 y 37. El almirante don Fadrique la primera palabra que dijo a su esposa fue: —Señora, estos caballeros están esperando la primera palabra que suele ser necedad. Decilda vos y no lo será.
Otra 38. Juan de la Parra, contador del marqués de Pliego, la primera palabra que dijo a su esposa fue: —Estos caballeros están esperando lo que tengo de decir y yo estoy esperando lo que tengo de hacer.
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Otra 39. El jurado Juan de Villalán la primera palabra a su esposa fue: —Beso las manos de vuestra merced por el sí. Respondió ella: —Yo las de vuestra merced por el recibillo.
Otra 40. Guajardo, natural de Córdoba, dijo: —Si la dije, no la hice. Por esta palabra se declara este refrán antiguo, que la primera palabra del desposado ha de ser necedad. Lo cual claramente se dijo por el sí otorgo que dice el esposo a la esposa, pues por él se ata y obliga a sufrir las importunidades de una, que no sabe cuál le saldrá; y a sobrellevar las faltas que en ella hallare, contrarias a su condición.Y como este refrán inventaron hombres mundanos así se ha de entender mundanamente, que si sigún la ley del espíritu se juzga, el más acertado hecho que un hombre hacer puede es sujetarse al estado que más bien para salvarse le arma. Así que si entendiésemos este refrán de otra manera caeríamos en mayor peligro, teniendo por opinión que cualquiera razón que a la esposa se dijere ha de ser necesariamente necedad, pues ha habido muchas que no lo son, puesto que las más lo sean. De manera que éste, si dijo la necedad en decir sí otorgo, como dicho es, dice que no la hizo en tomar para sí tal dama.
Otra 41. Otro desposado llamado Roque dijo la primera palabra: —Dichoso Roque pues dio jaque a tal dama.
42. Decía fray Bernardino Palomo que el arrope es manjar de niños y de necios3.
43. El comendador Hernán Núñez, catedrático de griego en Salamanca, yendo con maestre Paulo, catredático de hebraico, encontraron con otro griego y díjoles éste: —Señor comendador, agora paréceme que está Grecia contra Judea. Respondió el comendador:
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rior.
Estos dos últimos cuentos son de otra letra y tinta, y están en el margen infe-
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—Señor, pásese vuestra merced acá y seremos dos al mohíno.
44. El doctor Olarte, yendo por una calle en Salamanca, encontró una vieja muy fea y díjole: —Por mi vida que es vuestra merced muy gentil dama. Dijo la vieja: —Eso no es vuestra merced, gentilhombre. Respondió Olarte: —Eso dícelo vuestra merced por no mentir como yo.
Pica 45. El conde don Hernando de Andrada vio a una ventana una dama que en Galicia había sido muy devota4, y después viola en Toledo muy desenvuelta5, y díjole: En Galicia fuiste Marta, Marta de congojas llena, y en Toledo Madalena.
46. El mismo don Fernando, prendiendo al provincial Chaves, viendo la gente que le asía, dijo el provincial: —Paso, paso, que parece vuestra señoría Pilatos6. Dijo el conde: —A lo menos no me lavaré yo las manos de ahorcar a tan gran bellaco como vos.
Toca 47. Un judío rico tenía unas casas muy buenas y quísolas ver un caballero, y entrando por ellas vio que en cada puerta tenía puesta una Verónica. Preguntole el caballero que qué era la causa porque en cada puerta tenía puesta la Verónica y no otra imagen. Respondiole él que porque tenía gran devoción con ella. Dijo el caballero: —Hace vuestra merced como el buen cazador, pone la cabeza en la puerta.
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Tachado: «santa». Tachado: ¿«di[solu]ta»? 6 Debajo de esta frase hay otra tachada, de la cual no se lee nada. 5
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48. Un rústico, recién casado, estendiose con su esposa a más de lo justo y adoleció. Sabido por un clérigo, tío suyo, llevole de la presencia de su mujer a su tierra y yendo por el camino, reposando en una venta, vio un rocín que subía a menudo sobre una yegua, y dijo el rústico: —Guay de vos, rocín, si tenéis tío clérigo.
Pica 49. Hacíanse una temporada muchos licenciados en Salamanca, y hablando en esto con el doctor Peralta, catredático de Prima de Leyes, dijo que pasaban unos con otros como tarjas falsas.
Del negro 50. Hablando con fray Dionisio7 sobre la captividad del alma en el hombre necio, o la libertad en el discreto, dijo que el alma en el cuerpo del necio es como la sal en el tocino, que le detiene que no se dañe. Esto mismo hallé que decía Landino en el Ático 6, del Dante hablando del glotón.
Donaire 51. Íñigo López, natural de Valladolid, estando urinando, vio unas damas que se reían de verle, y estaba tan gordo que apenas llegaba con la mano a la bragueta. Como las vio reírse, díjoles: —Señoras, suplico a vuestras mercedes me den señas dél, que por Dios que ha más de veinte años que no le vi.
El historiador, no el soldado 52. Hernando del Pulgar y otro caballero motejábanse, el Pulgar al otro de puto y el otro a él de confeso. Vio un día a este caballero en una mula y la silla muy trasera y díjole: —Señor, al Carrillo siempre cabalgáis trasero. Respondió el otro: —Señor, hágolo por no matarle en la cruz.
53. Estaba éste mismo a la puerta de un herrador y llegó Pulgar y dijo: —Hermano, mostráme acá tres clavos para éste, que le chapea la crisma. Respondió Pulgar:
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Debajo hay una tachadura que no se puede leer.
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—Por Dios, que pensé que los queríades para la manta. Esto es por que en Córdoba las mujeres públicas se publican con una manta8.
54. Tenía un arzobispo dado cargo a uno de su casa de asentar todas las necedades que oyese, y venía de cuando en cuando a leérselas. Vino acaso allí uno que se decía ser alquimista y, hablando con él en los instrumentos que eran menester para hacer el oro, mandole dar trecientos ducados y partiose fuera de allí a comprallos; y viniendo un día a leer dijo: —Otra que hizo su señoría, que dio trecientos ducados a uno y se fue con ellos. Dijo el obispo: —¿Pues si viene? Respondió él: —Entonces quitarelo yo a vuestra señoría y pondrésela a él9.
Donaire 55. Importunaba mucho la reina doña Isabel a Pulgar que dondequiera que en la Historia mentase al rey, que hiciese también memoria de ella; y como él lo rehusase muchas veces por usar de la fidelidad del buen cronista, una vez mandándole la reina, que leyese cierta parte de la Crónica, llegó a un capítulo que decía, en tal día, a tantos de tal mes, «parieron los reyes nuestros señores». La reina reprehendiendo haberlos en aquel caso puesto juntos, respondió que su alteza se lo había mandado así y que no se podía revocar, y hasta el arzobispo de Toledo habló, y aun porfió en ello: no lo quiso quitar.
56. Un gentil hombre rogaba a otro mucho con una silla, y el rogado de necio íbase a sentar; como lo vio, el que rogaba dijo: —Esto, señor, hase de decir, pero no se ha de hacer.
57. Unos mojones entraban en una bodega a buscar el mejor vino, y tocaron en uno que no era bueno y dijo el uno: —Nullan in eo inuenio causam. Pasaron adelante y tocaron en otro muy malo, y dijo otro:
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En tinta y letra diferentes. En la parte inferior del folio, en el margen. Con letra y tinta diferentes.
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—Reus est mortis. Tocaron en otro y dijo otro: —Ape est, tenete sum.
58. Un gentilhombre era muy moreno y estaba hablando con una mujer tuerta y decíale que las tuertas no eran para parecer entre gentes, dijo ella: —Paréceme, señor, que sois como el cuervo que siempre va a picar en el ojo.
59. Reñían dos criados del conde de Ureña, y el uno era hidalgo y el otro era hijo de un carnicero y díjole este sigundo: —Mirá, señor, vos no os habéis de tomar comigo, que soy hidalgo de solar conocido. Respondió el otro: —Ya sé que sois hidalgo de desollar conocido.
60. Queriendo embarcarse la reina doña Juana, mujer del rey don Filipo, de Flandes, para España, despertáronla muy apriesa que se levantase para hacerse a la vela que bullía marea. La reina dijo que esperasen no le diesen tanta priesa. Dijo allí uno: —Señora, la muerte y la mar hase de tomar cuando podéis y no, señora, tomar cuando queréis. Dijo entonces la reina: —Pues luego, si eso es así bien será ensayarnos desde agora10.
61. Un caballero azotó muy cruelmente a un paje, y como le mandase muchas veces que se vistiese, dijo: —Pensé, señor, que mi ropa venía al verdugo.
62. Andaba un paje tras su amo importunándole que le pagase, y el amo enojose tanto una vez que dijo que no se lo pidiese, sino que juraba a Dios que le daría un puntapié que le echase cien leguas adelante del cielo. Dijo el paje: —Pues deme vuesa merced para la vuelta.
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En el margen inferior.
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63. Iba un recuero con unos cofres de moneda y porque el uno de ellos iba mal aderezado díjole a un escudero que se fuese detrás para ver si se caía algo.Yendo un poco adelante halló el recuero una tarja en el suelo, y dijo: —¿Qué os parece del recaudo que lleváis en ver si se cae algo? Respondió el otro: —Pues ¿cómo vos no veis que hallando vos esa tarja ahí delante que no se puede caer de este cofre que va atrás? Yo os prometo de asentar en mi libro esa necedad. Dijo el recuero: —Andá, que siempre vi al que toma la renta pagar más de ella.
Pica 64. Sentábanse a cenar el deán de Placencia y otros caballeros, y era tan tarde que se dudaba si era ya después de media noche, y como sirviesen carne y algunos tuviesen escrúpulo de comerla, dijo el deán: —Comelda sobre mi ánima. Respondió uno de ellos: —Señor deán, poné otra piedra que ya esa está rematada.
Disimulación 65. El rey de Francia, padre del rey Francisco, que hoy es, cayó malo de una grave enfermedad y entre otros médicos que llamaron, fue uno el doctor Torres, médico famoso de Sevilla, y como los otros no le conociesen la enfermedad al tiempo que el doctor Torres llegó dijo el rey: —Doctor, yo os he enviado a llamar para que me curéis. Si me sanáis daros he treinta mil escudos, y si no mandaros he cortar la cabeza. Respondió él: —Con cualquiera de esas dos [condiciones] saldré yo de necesidad11.
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De otra tinta y letra, y en el margen inferior. Dedúcese de lo que dice de Francisco I: «que hoy es», que es anterior a 1547, fecha de la muerte del rey, y tiene que ser el texto anterior.
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66. Estando una vez comiendo el rey don Fernando quejábase que no tenía dientes, dijo don Manuel de León: —Antes, señor, me maravillo cómo vuestra alteza tiene alguno porque un hombre que dio un bocado tan grande como el del reino de Nápoles y otro como el de Granada, ¿cómo le ha de quedar diente en la boca?
Cuento de liberalidad 67. El mismo don Manuel andaba en Sevilla de amores con una mujer casada. Una noche, paseando la calle donde ella tenía su casa, pasaron unos rufianes y creyendo que era otro acometiéronle, diose tan buena maña que uno dejó la capa, otro el broquel y al fin huyéronle. Al gran ruido salieron los vecinos con lumbre y entre ellos salió el marido de aquella dama a quien él servía. No pudo tanto don Manuel disimu l a rse que no fue conocido. Entrando en casa el marido de aquella dama, preguntole qué cosa fuese aquella; díjole que don Manuel de León era el mejor caballero del mundo y gloria de los de su tiempo, que había hecho un estrago en unos rufianes que a todos dejó qué decir. Una noche, viniendo a hablar a su dama, trájole ella a propósito la plática del hecho pasado y díjole cuánto le había loado su propio marido. Oyendo esto don Manuel dijo: —Pues no quiera Dios que a hombre que de mí dijo tanto bien le haga yo tanto mal. Y así se despidió de su mal pensamiento en sazón que pudiera ofender la honra de aquel buen hombre.
Liberalidad 68. Semejante es a esta liberalidad la que Bacacio cuenta en lengua toscana en El laberinto en la cuestión 3, de un galán que andaba de amores con una mujer casada y ella por apartarse de su importunidad pidiole una cosa imposible que fue una güerta con toda su fruta por enero, y él con la fuerza del amor, que las cosas casi imposibles hace posibles, anduvo por el mundo a buscar quien por algún arte lo hiciese, para partir con él su hacienda, que era grande. Halló un pobre, en unos desiertos, de mucha edad y luengo trabajo que se mantenía de solas unas raíces que cogía y vendía y a diversas medicinas, y contándole su demanda, y prometiéndole granjearse de su hacienda, ordenó por mágica como la huerta se hizo donde la dama mandó y como la quiso. Ella viendo cosa tan imposible sigún natura-
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leza, contó a su marido el partido que había hecho con aquel caballero, y él oyendo cosa tan increíble y asimismo tan estraña de poderse hacer sin grandísimo misterio, y sabidos los caminos y carreras que había andado por hacer este hecho, después de reprehender gravemente a su mujer por haber prometido tal cosa, aunque pareciese imposible la condición de ella, en que se pusiese a riesgo la honra de su marido, diole licencia para cumplir su palabra. Sabido todo este negocio por el enamorado, viendo la gran liberalidad del marido, quiso antes perder su deseo que ofender a marido tan liberal, lo cual sabiendo el pobre viejo, no menos quiso usar de liberalidad con el caballero, remitiéndole toda la gran suma que por hacer aquel huerto le había prometido. Aquí se duda cuál fue mayor de estas tres liberalidades.
Liberalidad 69. Asimismo se cuenta que Garci Laso de la Vega andaba de amores con una dama en Écija, y estando una vez su marido y ella en un jardín mirando unos pajaricos que dulcemente cantaban, vieron venir un gavilán a asentarse en aquel árbol, y huir todos los pajaricos de su presencia. Maravillada la dama de tan súbita huida de una sola ave, díjole el marido: —Así como habéis visto vos a estos huir y meterse en sus nidos de una sola ave, así es Garci Laso en la Vega de Granada, que en saliendo al campo le huyen todos los moros y se encierran en la ciudad. Viniendo una noche a hablar Garci Laso con esta dama, por cierto lugar secreto, contole lo que aquel día había pasado con su marido, díjole: —Pues no permita Dios que quien en tanto ha tenido mi honra le eche yo a perder la suya.
70. El rey don Fernando que envió a Italia por capitán a don Manuel de León, el cual después de partido fue revocado por ciertas causas que al rey movieron, y desque esto le notificaron, respondió: —Decid a su alteza que pues no se contenta con la bestia, que pierda la señal.
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Atrevimiento 71. Este mismo caballero fue el que estando las damas de la reina mirando los leones en el corral de palacio en Segovia, una de ellas dejó caer un guante y dijo: —Yo veré entre tanto caballero como aquí está quién me osa traer aquel guante. Don Manuel oyéndolo entendió que por él decía, y bajó, y hizo llamar el leonero para que le abriese la puerta, sacó su espada y revolvió la capa al brazo y tomó su guante sin ser ofendido de ninguno, y dándolo a la dama, cuyo era, le dio una bofetada, diciendo: —Tomad, porque por tan pequeño interese, no aventuréis otra vez las vidas de tan buenos caballeros como aquí están.
72. Un letrado en Salamanca halló unas Horas que una dama había dejado olvidadas en la iglesia, y halló escrito de su mano: «estas horas son de doña fulana, quien las hallare vuélvaselas». Mandoselas volver y escribió allí debajo: Pues mandáis restituir vuestras Horas por perdidas ¿por qué no volvéis las vidas de los que hacéis morir?
73. Estando un caballero hablando con una dama, dábale a entender lo mucho que por ella penaba.Y ella díjole, no creyéndole que le dijese qué tanto le quería y respondió: Quiéroos tanto, tanto os quiero que no sé sino quereros; ni pienso si en solo veros y en no os viendo yo me muero, y en viéndoos temo perderos, porque temo que resbale ventura que tanto vale; y si tal me aconteciese el alma se me saliese que en pensallo se me sale.
74. Acompañaban dos galanes a una dama, acaso quiébransele las cintas del chapín. Cada uno lo más presto que pudo sacó una cinta,
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y el uno de ellos sacó la suya con un cabo. Ella tomó la cinta del uno y hízola poner en el chapín, y la del un cabo diola al que le había dado la otra, lo cual viendo el galán que dio la del cabo, escribiole esta copla: Mándoos yo que déis mi cabo que al cabo todo se acaba. Yo soy el que en piedra cava pues que nunca hallo cabo, y pues el cabo que os dí pusistes en otro cabo, digo que de ver acabo que es al cabo contra mí la que nunca tendrá cabo12.
75. Ángelo Policiano [1454-1494], varón el más señalado de su tiempo en Italia, grande orador y gran poeta, tuvo por su mal dos discípulos, hijos de un secretario del rey de Portugal, a quien escribió muchas cartas, como parece en sus epístolas. Enamorose de uno de ellos y como el mozo no consintiese diole cierta confacción con que se durmiese y pudiese usar mal de su intención, de lo cual murió.Y visto por el Policiano el mal recaudo desesperado se mató a sí mismo.
Queja contra un visorrey 76. Un rey de Aragón envió por visorrey de Sicilia un varón prudente, el cual por cierta enfermedad secreta había sido capado, y la capadura teníala en un cofrecico con llave, y mandándole el rey aceptase el cargo, escusábase cuanto podía, y visto que no bastaba suplicole mandase guardar aquel cofrecico en su recámara y hizo su jornada. A cabo de pocos días vinieron quejas dél diciendo que era un hombre perverso, que gozaba doncellas y casadas.Y el rey airado de ello envió por él, y como le reprehendiese ásperamente de los insultos que los cicilianos le acusaban, díjole que suplicaba a su alteza que, antes que re s p o n d i e s e, mandase traer el cofrecico que dejó en la recámara de su alteza, y traído, abriolo y mostró el secreto. El rey entonces conoció la maldad de aquellos cicilia-
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Este folio es de otra mano y tinta.
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nos y mandó volver al visorrey a Cicilia con más honra que fue la primera vez.
77. El emperador Adriano, dice Esparciano, que si leían en su presencia un libro que no había visto ni oído en su vida, en acabándolo de leer lo tornaba a decir de memoria, y que al que alguna vez llegaba a le suplicar algo, o a negociar con él, nunca dejaba de le conocer jamás.
78. Cicerón en el libro 2 de Fin decía de Temístocles que aprehendía cuanto quería, y que algunas cosas que había tomado no buenas las deseaba olvidar y no podía, y preguntándole Simónides si quería arte para tener memoria le respondió que para olvidar la quería, que para no olvidarse no la había menester.
79. El rey Mitridates era de tan gran memoria que llamaba por sus nombres a todos sus soldados.
80. Del rey Ciro se lee que Cinias, embajador del rey Pirro contra los romanos, de dos días llegado a Roma, sabía los nombres de los senadores, que eran muchos, y todos los nombres de los caballeros de Roma y los nombraba por sus nombres.
81. Entre los ejemplos de gran capacidad se puede anotar lo de Julio César que a un mismo tiempo escribía cuatro cartas a cuatro personas, con cuatro secretarios. Esto escribe de Orígenes el autor de su vida, y lo mismo Beato Renano que escribió la de Erasmo.
82. Sant Jerónimo, Sobre los profetas, dice que se acuerda que siendo él niño fue desbaratado Juliano el Apóstata en una batalla, y que decían los paganos «no sé cómo dicen que el Dios de los cristianos es piadoso que bien se ha vengado de éste que le fue contrario». Al cabo nos mata13.
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La última frase de otra letra.
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83. El rey don Fernando el Católico era muy aficionado al juego de la pelota, tanto que la reina venía algunas veces a sacarle del juego.Y una vez, no acertando bien a la pelota, dijo: —¡Oh!, cortada la mano [vea] que tal pelota sacó.
84.Yendo una princesa heredera de Aragón a Nápoles, queriéndose desembarcar, un caballero de aquel reino, vestido de brocado, se arrojó al agua que le daba a la cintura diciendo: —Las hijas de nuestros reyes de esta manera se han de recibir.
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A. DE FUENTES MISCELÁNEA DE DICHOS
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(85) 1. El doctor Olarte daba consejo a un caballero su amigo, sobre la conversación de otro caballero que con él y en su casa trataba, y como este caballero ni hiciese caso de los consejos de Olarte, teniendo a su mujer por casta y aun mejor que otra, convidole un día a cenar al doctor y estando así entró un paje de aquel caballero con una gentil trucha en empanada. Dijo entonces Olarte: —Paréceme señor que por esta se puede decir «no se toman truchas a bragas enjutas».
(86) 2. Un negro era buen cantor y fue a asentar con un obispo. Después de haber hablado en lo que le tocaba dijo el obispo: —Hermano, vos me habéis de dar fianzas de vos. El negro respondió: —Mas démelas vuestra señoría de sí que me dará lo que me promete.
(87) 3. El marqués de Cáliz mandó en Rota que cerrasen una hoya grande en que caían muchos de noche y mandolo muchas veces y jamás se hacía. Pasando un día a caza, puso pena a los del pueblo si no lo hiciesen. A la vuelta que vino, corrieron ciertos villanos al hoyo y echáronse dentro como el marqués pasó. Preguntó qué era aquello que allí estaba.Yéndolo a ver un paje, díjoles: —¿Qué haceis ahí vosotros? Respondiéronle ellos:
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—Dejadnos, pese a tal, que somos estiércol.
(88) 4. Pasando un rey de Aragón por un lugar, vio que estaban ciertos hombres y mujeres llorando un difunto, y acaso preguntó: —¿Cuándo murió? Dijéronle que el día pasado. Maravillado cómo no le habían enterrado, dijéronle que el cura no le quería enterrar porque no tenía dineros para pagar el entierro. Hizo llamar el cura, y mandó abrir una sepultura y hízolos enterrar entrambos juntos.
(89) 5. El maestre don Álvaro de Luna estaba muy afrontado que el alcaide de Trujillo le hubiese faltado la palabra. Enviole a rogar para que se viese con él donde quisiese que quería hablarle, y concertose que subiese solo a la fortaleza, y allí a la puerta se verían. El maestre hablando con él y no cumpliéndole lo prometido arremetió con él y déjase caer por la cuesta abajo hasta donde su gente estaba y un caballero de los de Alvarado le dio al alcaide un golpe de que murió.
(90) 6. Roma fue registrada por mandado de Trajano emperador y halláronse en ella docientas y ochenta mil casas de hombres casados, y cuarenta y dos mil mancebos por casar, y siete mil sacerdotes de templos, y treinta y dos mil mujeres públicas, y doce mil casas de mesones y sesenta y cinco mil negociantes extranjeros.
(91) 7. Los moros tienen por costumbre cada vez que pasan por el sepulcro donde fue enterrado Absalón tirarle piedras. Preguntados por qué hacen esta cerimonia, responden que porque Absalón fue desobediente a su padre, en odio de su desobediencia le apedrean.
(92) 8 y 9. Estaba un enano en la plaza del duque de Medina en Sevilla sacándose al sol aradores; pasó Pero Mexía y díjole: —Una cosa veo en vos contra natura, allende de otras, y es que el arador suele estar en la sarna y agora la sarna está en el arador.
(93) 10. En Granada tenía un licenciado por mujer una dama muy fea y por vecinas unas damas muy hermosas. Estando a la ventana él, y sus vecinas en las suyas, dijo don Enrique que con otros caballeros pasaba:
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—Estas son las gafas con que arma el señor licenciado14.
(94) 11. Fue un galán a conversación de una putana la cual era pobre, y a la despedida diole dos reales; ella corriose por lo mucho que dél esperaba y de lo poco que vía. Díjole: —Señora, en ley de buen juego vos no podeis ganar más que vuestro resto.
(95) 12. El rey don Pedro el Cruel pasando por una calle oyó a una mujer dar gritos y hacer muy gran regocijo y dijo: —Aquella mujer, o está loca, o cría.
(96) 13. Don Juan de Velasco y Manuel de Villena motejábanse siempre el uno al otro de chico y el otro de sucio. Entrando una vez Manuel dijo don Juan: —Beso las manos de mi señor Manuel de Villena. Respondió él: —Yo las de mi señor don Juan de Aver-asco.
(97) 14. Un gentil hombre era donoso y era quebrado15. Dijo otro, loándole: —Este caballero es como una plata. Respondió Manuel de Villena: —Y aun quebrada.
(98) 15. Estando uno a la mesa con unas señoras jurando y afirmando una cosa dijo esta necedad: —Esto es verdad por éste, que es pan; si no él me falte a la hora de mi muerte. —Oyendo esta necedad, otro dijo otra mayor, diciendo: —¡Ah hi de puta y qué cuento16 de renta pedía!
14 Las gafas son un artilugio para tensar o armar la ballesta, y armar es, en sentido sexual, ‘arrechar’. 15 Quebrado es herniado. 16 Cuento es millón.
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(99) 16. Preguntado Cosme de Médicis cómo se hizo rico dijo que con dos cosas; la primera comprando caro y vendiendo barato, y la otra cosa no dejar para mañana lo que podía hacer hoy.
(100) 17.Yendo don Enrique una vez ruando17 por Granada, tiró la gorra a uno que era tenido por muy presuntuoso, y mirando en ello vio que no se la tiró él del todo, y díjole: —Maravíllome, siendo de viento, saltar tan poco.
(101) 18. Estando uno hablando en la grandeza del mundo dijo que le parecía que en el cabo del habría unas paredes y que allí se acabaría.
(102) 19. Otro porque otro día había de haber eclipse en el sol dijo que se había de levantar a vello a la campana del alba.
(103) 20. El doctor Olarte, catredático en Salamanca, no era acostumbrado a jurar. Y reprehendiéndole algunos ruines de esta buena costumbre, apretáronle tanto que, pasando por una calle muy lodosa, resbaló y dijo: —¡Voto a Dios con estos lodos! Item lo de la chimenea.
(104) 21.Yendo Manuel de Villena por una calle tirole uno la gorra y díjole: —Manténgaos Dios. Respondió él: —¡O que boa palabra isa para el año de veinte y uno!
(105) 22. El doctor Olarte yendo por la calle de los Cerrajeros en Salamanca, vio a un amigo suyo que escupía en un pedazo de hierro que en el suelo estaba y preguntole que por qué lo escupía. Respondió el otro que para ver si quemaba. Estando los dos sentados a la mesa sirvieron manjar blanco18 y el doctor escupió en su escudilla pregun-
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ruando: paseando. manjar blanco: un plato de pechugas de gallina, con arroz, azúcar y almendras, muy apreciado. 18
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tole el amigo que para que la escupía. Respondió el doctor que para ver si quemaba como el hierro.
(106) 23. Convidó un caballero a un confeso a comer, y cuando sirvieron lo cocido pusiéronle un pedazo de puerco gordo delante.Y él como le vio así temblando, dijo: —¿De qué tiemblas? No hayas miedo que te llegue.
(107) 24. Doña Ana de Castilla viendo el monumento de Sevilla que se suele hacer muy sumptuoso, un año tras otro, preguntáronle que qué le parecía dél. Dijo que bien, sino que le parecía que se echaba vestido.
(108) 25. La reina doña Isabel, sabiendo que el doctor Vargas había caído de un escala de un monasterio de monjas en Burgos y se había hecho pedazos, dijo: —Bienaventurado él si era de vuelta.
(109) 26. Fray Íñigo de Mendoza tenía una dama en su cama y otra dueña vino muy de mañana a visitarle y a comunicar cierto negocio. Él, así de sobresalto, hizo que se escondiese su dama cubierta con la ropa.Y entrando la otra dejose olvidada la dama la basquiña a la entrada de la cama, y viéndola dijo: —Padre, y ¿cúya es esta almática? Él no pudiendo encubrirla, descubrió toda la cama y dijo: —Señora de este subdiácono.
(110) 27. Mandábale la reina que pasase adelante yendo camino diciendo que le ofendería el polvo. Respondió él: —El polvo de la oveja alcohol es para el lobo.
(111) 28. Estaba una dama pegando unos botones a un jubón y entró el mismo fray Íñigo y preguntó que qué hacía allí. Dijo ella: —Aquí estoy que de diez puntadas no acabo de poner este botón. Dijo él: —Pues qué me daréis y mostraros he a poner dos de una puntada.
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(112) 29. Un beneficiado andaba las estaciones un jueves de cena, y hallando un criado suyo a puerta de una iglesia pidiendo para la obra díjole: —¡Válate el diablo y quien te hizo lapidario!
(113) 30. Dando las gracias un comendador a los que le acompañaron en unas obsequias dijo: —Plega a Dios, señores, que en semejantes honras pague otro tanto, que le pague yo en la misma moneda.
(114) 31. Como un labrador al hablar a un caballero y díjole un criado suyo: —Esperad que […. ilegible] acabara de comer que ya le quieren llevar la paja. —Respondió el labrador: —¡Válale el diablo! ¿Y paja come?
(115) 32. Decía un labrador a unos frailes convidados: —Coman vuesas reverencias de lo que tuviéredes más despechos.
(116) 33.Tenían los moros cercado un lugar de cristianos y un juez letrado, entrando en cabildo con los regidores para ver lo que se debía hacer, que allí era de aquel lugar, hizo traer unas Decretales y mostroles un texto y díjoles: —Veis aquí un texto que dice que no lo pueden hacer de derecho; por eso decildes que se vayan.
(117) 34. El amor desciende y no sube; por esto dicen que los padres quieren más a los hijos que los hijos a los padres, y así dice el derecho que más se atormenta el padre en el hijo que en sí mismo. Esto se prueba bien por una cosa de gran memoria que pasó en Flandes. Que como estuviesen presos un padre y un hijo diose por sentencia en caso de duda si lo había hecho el uno o el otro que cualquiera de los dos que matase al otro fuese libre. Como el padre por ninguna manera quisiese matar al hijo vino al fin el hijo, por quedar libre, de matar a su padre.Y por cosa memorable lo mandaron esculpir en piedra y está puesto hoy día en una puente de la villa de Gante en Flandes. De otra manera lo hizo otro hijo que mandando en Toledo
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el rey don Pedro el Cruel que matasen veinte y dos hombres que él señaló del común, aconteció que entre ellos estaba un platero hombre de ochenta años, y estando ya para matalle llegó un hijo suyo, mozo de diez y ocho años, al rey y suplicole que mandase matar a él y dejasen a su padre, y el cruel rey lo hizo así, bien contra voto de todos los que allí estaban que quisieran que el rey diera vida al uno y al otro.
(118) 35. Dice singularmente Rabi Moisén de Egipto en la 27 partícula de sus aforismos de los Dichos de los filósofos, se sabe que vienen al ánima enfermedades así como al cuerpo, entre las cuales viene una de que ninguno se escapa sino por luengo tiempo, la cual es variada con augmento y diminución, y ésta es que cada uno cree que su ánima es más sabia de lo que es; y ésta también han tenido muchos que han sido sabios en la ciencia mecánica, así como en la liberal; y crece en tanta manera en algunos, mayormente si felicidad de señorío o mando alguno tienen que cree que cuanto dice es sobre todo lo que oye y que fuera de lo que él sabe no hay saber. De estos muchos escribieron cosas contrarias a las sciencias que no saben. Galeno cuenta de sí esta enfermedad, los pigios y sus secuaces ni más ni menos, Pico Mirandulano, a quien un sabio llama Psítaco19 Mirandulano, que impugnó la astrología siendo teólogo, y otros muchos.
(119) 36. Las fantasmas de noche aunque las más veces son burlas que el lugar y hora y temor tienen consigo, mas las que realmente son fantasmas, son sombras de ánimas dañadas o de inmundos o malos espíritus cuya naturaleza es espantar, como dice Hierónimo, a los pequeños de edad y gorjear en los escuros lugares y pequeños rincones. Así lo refiere Vincencio, libro 8 y escribe el maestre Ciruelo en el libro de las supersticiones. Que haya estas transformaciones de hombres en animales como también los poetas cuentan que son con historia aprobadas dícelo el mismo Vincencio, libro 4, capítulo 95 y Sant Isidro, lib. II, De las etimologías. Antonio de Torquemada en el tercero tractado de Jardín de Flores [Esto de letra posterior].
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Psítaco: loro.
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(120) 37. Pasando el emperador Carlos Quinto de este nombre por Calatayud, llevaba muy abierta la boca, como de su natural la tiene; díjole un villano: —Monseñor, cerrá la boca, porque la gente de esta tierra20 es muy traviesa. Respondió el emperador: —Que me place, que del necio el primer consejo.
(121) 38. Don Francés21 vio a unas dueñas muy viejas y dijo que las echasen en paja22 porque no se pudriesen.
(122) 39. El mismo, motejando a uno de muy chico dijo que era menester si se podía esperar que lloviese para hallallo como alfiler.
(123) 40. Diciendo uno que había trabajado mucho un día dijo aquel refrán «no son los judíos para trabajo». Respondiole otro: —Pues, señor, no trabajéis vos tanto.
(124) 41. Una dama llamada Gualdrada, madre que fue del conde Guido, siendo doncella muy hermosa estaba entre otras muchas damas florentinas a una gran fiesta que se hacía al emperador Oto en Florencia, día de San Juan Baptista que es la fiesta más principal de aquella ciudad. El emperador puso los ojos en aquella doncella y maravillado de su estremada hermosura, preguntó que quién era y cúya hija. Estaba cerca del emperador Vellinción Vesti, padre de aquella doncella, ciudadano muy principal, y, respondiole que ella era hija de tal padre que le bastaba a él el ánimo de hacer con la doncella que besase a su majestad. Oyendo la doncella que cerca estaba las palabras del padre se avergonzó tanto que se tornó de color de una rosa. Y movida de vergüenza de la liviandad de su padre se levantó en pie y dijo: —Padre mío, no seáis tan liberal y prometedor de mi honestidad, que por cierto nunca otro besará mi boca sino aquel que fuere mi legítimo esposo.
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Otras versiones más lógicas atribuyen la travesura a las moscas de la tierra. Don Francesillo de Zúñiga, bufón de Carlos V. Como se conservaba la fruta.
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El emperador quedó espantado de ver junta tanta hermosura y honestidad con ánimo tan generoso y respondiole que si él no fuera casado que él fuera aquel ligítimo esposo que ella decía, mas que él le daría muy presto otro más hermoso y más convenible a su edad que no él.Y luego hizo llamar un caballero suyo muy gentil hombre y de buen linaje y estado, llamado Guido, y le mandó que se desposase con ella, el cual lo hizo teniéndola por muy señalada merced, y el Arzobispo de Florencia los desposó luego con mucha alegría de su padre y madre y de toda Florencia; y el emperador fue el padrino y dioles en dote el Casentino y mucha parte de la Romania con otras muchas joyas y riquezas.
(125) 42. Como preguntase uno al rey Agesilao por qué razón los esparciatas se ejercitaban al son de unas flautas cuando querían dar batalla respondió: —Porque cuando andaren en ordanza se parezcan los esforzados y los cobardes. Y así dice Erasmo en la Apopthema 37 de Agesilao que naturalmente los golpes de los instrumentos a los esforzados confirma el ánimo y a los medrosos los toma amarillos. De manera que no correspondiendo el pie del soldado al compás de los instrumentos se manifestaba la flaqueza de los apocados. Mucho le va al capitán en saber la suficiencia de sus soldados para conoscer los que no son para la guerra, y los que son para poner en cierto lugar de ella. Valerio Máximo [Al margen: Li. 2] cree que las flautas tocan en la guerra para matar los corazones de los soldados. Aunque Tucídides, sigún refiere Aulo Gelio, dice que los lacedemonios usaron en la guerra de flautas en lugar de trompetas y cuernos por moderar la fuerza y ímpetu de los soldados, porque no entrasen furiosos y sin orden en los enemigos y así se escribe que los cretenses llevaban ante las haces harpas sonando. Ejemplo es para esto muy notable cuando el rey Búcar vino sobre Valencia donde el Cid Ruy Díaz hubo con él batalla que movieron los moros a gran priesa contra los cristianos, haciendo grandes alaridos sus trompetas, añafiles y atambores, y, con la priesa que traían venían todos desordenados, y hubieron grandísima batalla en que los moros quedaron vencidos.
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(126) 43. Los moros dicen que entre ellos no ha de haber saludadores, ni entre los cristianos quien saque mota. Una mora vive, hoy día año de 40, en Benaoxán que donde pone la mano saca cualquier paja o mota, por secreta que esté en el cuerpo del hombre, y es cosa averiguada y vista por muchos.
(127) 44. Setúbal, en Portugal, escriben los historiadores que es de aires tan sustanciosos que por experiencia se ha visto muchas veces las yeguas empreñarse del aire, solamente con los embates que saltan de la mar, y parir sin ayuntamiento de machos, y aun esta naturaleza dura hasta en nuestro tiempo y Plinio y Marco Varrón lo afirmaron del suyo, certificando que los potros así nacidos salen tan ligeros que parecen más volar que correr, a cuya causa los poetas fingían que los vientos enamorados de las yeguas españolas salían de la mar. De esto hace relación el Maestre Florián [de Ocampo] en la I parte de su gran Crónica, cap. 4.
(128) 45. Estando el rey don Pelayo en la cueva encerrado por el gran poder de los moros que con Alcaman venían combatiendo la cueva, las piedras, saetas y tragaluces se volvían, por virtud de Dios, contra los mismos moros y se mataban a sí mismos, y allí murieron sobre veinte mil moros, y Alcaman con ellos; y los otros, que huyeron al monte o sierra de Liébana, y el monte se dejó caer con ellos en el río Ena, que por lo bajo pasaba, y así fueron todos muertos y ahogados, como que el mismo Dios libró a los hijos de Israel del poder de Faraón y ahogó a él y a los suyos en el mar. Y de aquel río Ena se dice que cuando crece mucho en tiempo de aguas y sale de madre, que parecen muchos güesos y otras señales de los moros.
(129) 46. El rey don Alonso el Sexto, que llamaron el Bravo, casó con una mora llamada Zaida por mejor haber a Toledo, y al tiempo que la iba a bautizar dijo el rey que no le pusiesen por nombre María, porque Dios naciera de ella y ella, cuando la quisieron baptizar, no quiso que le pusiesen otro nombre sino María, diciendo que después que le llamase el rey como quisiese, y pusiéronselo y dijeron al rey que le habían puesto Isabel.
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(130) 47. Siete maravillas del mundo pone Plinio y Solino: la estatua de Apolo de oro en Delfos, la torre de Alejandría con el hacha encendida en el puerto marino, Gadez de Hércules, el templo de Salomón en Jerusalén, el templo de Diana en Éfeso, el sepulcro de Mauseolo. [Al margen: Son todas xii: refiérelas Pedro Mexía en su Silva].
(131) 48. Muchas cosas hay señaladas en cada provincia. Puente la de Polonia, soldado el austral, devoción la de Italia, fraile de Bohemia, monja de Suecia, religión la de los prutenos, ayuno el de los teutónicos, constancia la de los franceses.
(132) 49. Cartago tenía al derredor veinte y dos mil pasos y el muro tenía cuarenta pies en alto y treinta en grueso y lo más de ella era cerca de mar. Tenía una torre llamada Birsa edificada sobre una peña que tenía dos mil pasos de cerco y era de canto de muy hermosa labor. Era el mejor puerto aquel que había en toda África. Esta ciudad edificó la reina Dido.Y para el sitio de ella engañó a los africanos, que al derredor vivían, pidiéndoles que le diesen de sitio cuanto tornase un cuero de un buey el mayor que hallasen.Y hízolo estender y hacer correas muy delgadas y cosellas unas con otras de manera que toda fuese una, y mandole poner como cerco, y desembarcó ella y su gente y poblaron allí. Ésta destruyó después Cipión, el mancebo, que llaman el Africano.
(133) 50. Jerusalén se escribe que fue ganada por el emperador Vespasiano por industria y consejo de Jasel, judío, que como no pudiese allí sufrirse muchos días el cerco, porque la gente perecería de sed por haberse de proveer de agua de lejos, dijo Jasel al emperador: —Señor, manda que se maten muchos camellos y vacas y se enjuguen los cueros, y se hagan botas, y acarreen con todas las bestias y carros del real agua hasta que hinchan este valle de Josaf; y de esta manera se proveerá la necesidad que tenemos y durará el cerco hasta que se den los contrarios. Esto se hizo así y cuando Pilato que era gobernador de Jerusalén vio el campo lleno de agua dijo sin duda este inge [… falta del resto].
(134) 51. Gonzalo Mariño, capitán que fue de Melilla, estando en la corte, trájole uno la nueva como su mujer era muerta, y diciéndo-
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selo por muchos rodeos teníalo muy suspenso, y cuando acabó de decírselo, respondiole: —Acabárades ya, que me teníades sin resuello creyendo que Melilla era entrada de moros.
(135) 52. A este propósito parece que respondió García de Aguilar, criado del conde de Feria, que como una vez afease el conde un casamiento de un su criado, habiendo enterrado su mujer pocos días había, vino a decir que merecía grave pena el que se casaba dos veces. Respondió García de Aguilar no merece pena el que se casa dos veces, sino el que se casa una.
(136) 53. Contome un ginovés que conoció un moro en Berbería, llamado Zuca, que en su estilo remedó mucho a Esopo, y entre otras cosas me contó que le dio su madre un poco de lienzo que vendiese a cristianos y porque se recelaba no le negasen mandole que lo vendiese al hombre que de menos palabras viese.Yendo por su camino adelante vio estar pintado un sant Cristóbal y diciéndole si le quería comprar aquel lienzo, pareciole que un tal hombre como él había él menester. Determinose el moro en el precio que le había de dar y díjole que otro día vendría por los dineros, y dejole el lienzo.Y a pocos pasos era hurtado del primero que pasó. Sabido de la madre a quién había vendido su mercaduría, y queriendo castigar por ello díjole el moro: —Vos me mandastes que lo vendiese al hombre que de menos palabras viese, yo no vi cristiano de menos palabras que éste.
(137) 54. Diego Bejarano, sacó al duque de Béjar una muela, y mandole dar un cahiz de cebada por una cédula, el cual, tomándola, dijo: —Muchas de éstas saque yo a vuestra señoría. Pensando que decía muelas, dijo el duque: —Nunca Dios quiera, Bejarano. Dijo él: —Cédulas digo.
(138) 55. Yendo el mismo Bejarano por una calle en Sevilla, llegose un caballero a un oficial que vendía, entre otras cosas, manos de
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morteros que llaman majaderos, y tomó una en la mano y llamó a Bejarano. —Respondió él: «No vale, que son dos a uno».
(139) 56. El mismo, entrando con otros huyendo de un toro, ya que se fue mostráronle a un caballero de Sevilla que se había escondido tras una albarda. Dijo él: —Dejadle, que quiere morir en el hábito.
(140) 57. El mismo preguntado de uno qué hora era, díjole: —Por qué me lo preguntáis vos a mí. Dijo el otro: —Porque vivís cerca del reloj. Respondió él: —Más cerca vivís vos, que moráis dentro.
(141) 58. El mismo, acabando de afeitar al duque de Béjar, mandó secretamente a un paje que le diese una blanca. Hízolo así; sacó Bejarano una nueva y diósela al duque y dijo. —He aquí la vuelta.
(142) 59. El duque de Arcos, don Rodrigo mi señor, dio un puñal a Bejarano para que le sacase filos, el cual había hecho micer Gilio en Sevilla; y cuando le trajo el puñal afilado hállase micer Gilio delante, y mostrole el duque el puñal. Como le vio el micer Gilio que le habían afilado dijo: —¿Quién tocó en este puñal que le ha echado a perder? Dijo el duque: —Bejarano, que lo suele hacer muy bien. Dijo el micer Gilio: —¿Qué sabe Bejarano? Es un albardero. Respondió él: —Dice la verdad, que yo le hago de vestir.
(143) 60. Había en un lugar carestía de pan y vendíase más barato en casa de un caballero. Hallose allí un hombre con un ojo menos, que traía un costal al hombro; preguntole otro:
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—Hermano, ¿a cómo vale la hanega de trigo? Dijo él: —Vale muy caro, a ojo. Dijo el otro. —¿Pues para qué traéis tan gran costal, pues no podéis llevar más que una?
(144) 61. El doctor Faría embajador de la infanta doña Catalina, hermana del emperador Carlos V, traía en el blasón de sus armas: —Faría, que non faría cosa que non debía.
(145) 62. Un galán pidió por mujer una dama, que era de menor linaje que él, y ella no quiso, por casar con otro más rico puesto que fuese villano. Sabido de este galán sacó un sayo de terciopelo negro y un capirote de luto y hizo una letra que decía: Por mostrar mayor tristeza lo suelen otros traer, yo con sobra de placer.
(146) 63. El gran poeta Dante, florentino, era crespo y negro y pasando en Ravena por donde estaban unas damas, dijo la una: —Aquel fue al infierno y tornó de allá. Respondió otra: —Bien se le parece, que por eso trae el rostro ahumado y el cabello enrizado.
(147) 64. Tuliola, hija de Cicerón, príncipe de los oradores, fue hallada en el año de 1489, primer año del pontificado de Inocencio 8, en la sepultura, incorrupta. Tenía una costra de cierta confación de que estaba toda cubierta con la cual fue conservado su cuerpo. Trajéronla como cosa milagrosa a Roma de un lugar que está cerca del monasterio de las Tres Fontanas y pusiéronla en el Capitolio. Cosa maravillosa de ver que en casi mil y seiscientos años no se le hubiesen mudado el color, ni tuviese mal olor. Quitáronle aquella confación y luego otro dia comenzó a oler mal. Decían que así estuviera hasta el día del Juicio.
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(148) 65. Enviáronme a preguntar unas damas que ¿cuál es la cosa que más presto descubre a quien la tiene? Yo les respondí que eran seis, amor, desamor, riqueza, dolor, fuego y la tose.
(149) 66. Otra vez me preguntaron las mismas que cuál es la cosa que más vale y menos cuesta. Respondí que la hermosura de la mala mujer, y la fortaleza del bellaco, y el consejo del pobre.
(150) 67. Decía uno que había venido y había muerto la sed, riñó con él un gran glotón florentín diciendo que no había de haber muerto tan buena cosa como era la sed.
(151) 68. El duque de Arcos don Rodrigo Ponce de León mi señor, llegando una noche [tachado e interlineado: a Málaga, fue a posar a casa de don Luis Manrique que era casado con doña Madalena Pacheco] de camino a casa de un vasallo suyo, trajéronle agua de piernas y lavábaselas una esclava blanca [t a chado e interlineado: de doña Madalena Pacheco su tía, mujer de don Luis] de este su vasallo, y retozando el duque con ella entró el huésped con las toballas para enjugar. Como le vio el duque entrar a tal tiempo díjole: —Habeisme hecho tan buenas obras que no sabía con que pagároslas, sino con haceros un hijo esclavo.
(152) 69. Estando este mismo señor a la puerta de su casa y con él su hermano don Pedro Ponce, el duque traía un sayo negro de paño y don Pedro de terciopelo con el hábito de Santiago, llegó [tachado: a él un pobre a pedirle por Dios] un vasallo suyo a dar una petición y fuese derecho a don Pedro Ponce y don Pedro díjole: —Dalda ahí a su señoría. Dijo el duque: —¡Oh, qué hace un sayo de terciopelo, señor don Pedro! Respondió don Pedro. —Más que hace un año más.
(153) 70. Preguntó un caballero a don Manuel de León que qué era la causa porque había unos hombres a quien querríamos dar de palos sin merecello por ser de mala fación y ruin arte, y otros que-
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rríamos servirles sin debérselo, porque naturalmente sin conocerles les amamos. Respondió: —Porque estos postreros, a quien naturaleza dotó de este buen parecer, traen unas cartas conmendaticias para todos diciendo «habeldos allá por encomendados».
(154) 71. Hernandarias de Savedra, padre del conde de Castellar que es hoy, estando comiendo en un banquete trájole un paje una copa con poco vino; y como bebió y se le acabó más presto de lo que quería no le supo bien, y tomando la copa el paje le hizo una gran reverencia, díjole el señor: —Hacéme esta merced, que esa reverencia que me la deis otra vez de vino.
(155) 72. Luis de Monsalve como anduviese de amores con una dama y no cumpliese su deseo, supo que lo había cumplido a otro caballero, y en unas fiestas sacó una dama con el medio cuerpo de fuera y decía la letra: Aquesta dama padesce porque dio al uno lo que paresce y al otro lo que escondió.
(156) 73. Don Pedro Pimentel, hermano del conde de Benavente, estando con otros señores delante del emperador mandoles el emperador cubrir, y el conde decíale y porfíabale a su hermano que se cubriese, díjole él: —Moríos vos y cubrirme he yo23.
(157) 74. Decía un viejo en Sevilla que en los casamientos había de haber tres cosas: oír y ver y contar. Oír lo que las gentes dicen, ver la persona que le traen y contar el dinero que le dan.
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Porque se podían cubrir los grandes y si el hermano mayor muere el menor queda heredero de la grandeza y se podrá cubrir delante del emperador.
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(158) 75. Un caballero era sordo y en dando el Ave María apeábase y hincábase de rodillas. Pasó un día por una calle y estaban tres caballeros en conversación y como le vieron venir destocáronse dando a entender que tocaban al Ave María. El caballero como se apeó, y ellos se reían de la burla, dijo: —Señores, hasta aquí un solo badajo me hacía apear, no es mucho que agora me hagan apear tres.
(159) 76. Traía uno unas pestañas de martas sudadas y preguntándole un portugués que qué aforro era aquel dijo que de martas. Replicó el portugués: —Por Dios, vos digo, señor Figueroa, que ese vuestro aforro más parece miércoles de la ceniza que martes de Carnestollendas.
(160) 77. Rogaba uno a un juez que le despachase su pleito y le hiciese justicia. El juez le prometió de despachar y de guardarle su justicia. Respondió el pleiteante: —Señor, yo os tengo en merced el quererme despachar, mas cuanto al guardarme la justicia, yo no ando tras vos porque me la guardéis, sino porque me la déis.
(161) 78. Juan del Encina cuando oía alguna necedad, decía «bien vengas, si vienes sola».
(162) 79. Llegó al emperador Adriano un caballero a pedirle cierta merced y era viejo y traía la barba y cabellos canos. Él no se la concedió. Otra vez llegó al emperador a pedirle la misma merced teñida la barba y cabello; el emperador por motejalle, díjole que de voluntad hiciera lo que le pedía, pero pocos días había que a su padre le había negado la misma merced, que no sería razón que negándola al padre se la concediese al hijo.
(163) 80. Paseábanse por una iglesia un confeso con un amigo suyo, y un caballero que tenía fama de ladrón, con otro amigo. Preguntó el uno al caballero quién era el otro que se paseaba, porque iba muy aderezado. Díjole él: —De illis est. Oyólo el confeso y respondió por sí y dijo:
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—Hodie mecum eris in paradiso.
(164) 81. Fray Tomás de Guzmán, un teólogo famoso, estaba en un lugar muy a su placer, y mandáronle ir a predicar a Va l e n c i a . Escribiendo una carta a un amigo suyo y diciéndole cuan contra su voluntad iba dijo: —Yo llevo por divisa una higa para mí y la letra que dice andar a Valencia.
(165) 82. Estaba una señora recién casada mal dispuesta, y no le sabía la enfermedad el médico. Preguntó a una dueña suya que qué había comido el día antes, díjole que unos hongos o turmas. Dijo el médico: —Pues si comió hongos está mala, y si turmas24 está preñada.
(166) 83. Venían dos truhanes a servir al rey y queriéndolos examinar Velasquillo como principal, preguntoles si sabían nadar. El uno dijo que sí, y el otro que no. Preguntándole el rey que qué le parecía de ellos dijo: —Señor este nada y estotro no nada.
(167) 84. Un cosario estranjero prendió unos españoles y mandábales dar a cada uno un poco de pan y echábalos en la mar. Dándole el pan a uno dijo: —Señor, poco comer es éste para tanto beber. Y por este donaire le otorgó la vida.
(168) 85. Semejante fue este donaire al otro, que hacía un cosario a los que cativaba echar de una peña abajo.Y mandándole una vez a uno que saltase, dijo el cativo: —¿De cuántos saltos? Y por esto le concedió la vida.
(169) 86. Casi esto mismo es lo que se cuenta que Velasquillo, truhán del rey don Fernando el Católico, había perdido una haca y no la podía hallar. Subiose acaso encima de un árbol de donde se descu-
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turmas: una especie de trufas, y también testículos.
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bría el rey y la reina que estaban burlando y diciéndole el rey que le mostrase las piernas, la reina lo hizo y dijo el rey: —Paréceme , señora, que veo a todo el mundo. Oyéndolo Velasquillo dijo desde el árbol donde estaba: —Decí ¿vistes por allá mi haca? La reina recibió de ésto gran enojo y teniéndolo por caso de traición mándalo ahorcar, y juntamente por otras cosas que de éste había semejantes. Lo cual al fin más fue por ponerle miedo que por ejecutar en él sentencia de muerte, sigún era donoso y acepto al rey y a todos los de su corte. Estando así haciéndole que se echase de la escalera, acometiolo tres veces a hacer, y díjole el alguacil: —Acaba ya, que los has acometido tres veces y nunca acabas. Díjole él: —Pues tomaldo vos de cuatro.
(170) 87. Don Francés, estando una vez delante del emperador encareciendo una cosa dijo una herejía. Dijo el emperador: —Mira que has dicho una herejía, no te quemen. Respondió él: —¿Seréis vos testigo? Dijo el emperador: —Sí seré. Respondió don Francés: —Tacharvos he yo. Dijo el rey: —¿Por qué? Respondió él: —Por pobre.
(171) 88. Una doncella dio queja ante un juez de un mancebo diciendo que le había forzado.Y como el negocio tomase entre manos un sabio juez, el reo negó que hubiese hecho fuerza, y como no hubiese información de testigos, temía por una parte la condenación del inocente y por otra rehusaba dejar el delito sin pena. Pero en fin dio sentencia que el acusado diese a la doncella cincuenta ducados para su casamiento y dijo a la doncella:
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—Toma, hija, estos dineros para tu casamiento con condición que si de aquí a tu casa alguno te los tomare los pierdas, y si los guardares bien serán tuyos. Y dijo al mancebo por otra parte en secreto: —Mancebo, ve por otra calle y salle al encuentro y tomáselos, que yo te los do si se los pudieres tomar. El mancebo se fue y encontrándola arremetió a tomárselos por fuerza.Y ella a bocados y gritos [y] golpes los defendió y se fue. Sabido esto por el juez, mandolos llamar, y dijo a la moza: —Hermana, en mejor y más escondido lugar puso Dios tu virginidad que tu pusiste el dinero. Como defendiste el oro pudieras defender tu tesoro, mas pues lo perdiste señal es que no fuiste forzada y pues así es, saca luego sus dineros y dáselos. [Añadido de letra mas pequeña:] [Para que este juicio sea dado por bueno, conviene que se entienda que este mancebo acusado no solo negó la fuerza mas el ayuntamiento, y así no habiendo información bastante justamente pudo el juez usar de esta cautela, porque si solamente negara la fuerza, quedaba el ayuntamiento sin pena; que es contra derecho muy ordinariamente, o que el juez no por eso dejó de sentencialle en la pena por haber habido aquella doncella aunque no en la fuerza. Y de este escrúpulo creí que me quitaba fray Francisco de Osuna en aquel su libro llamado Norte de estados, en el prólogo, donde hallé después a la letra este cuento].
(172) 91. Hizo un gentilhombre saber al rey Luis de Francia, que le dijesen como estaba allí un hermano suyo. El rey, aunque maravillado de oíllo, pensó que pudo ser que su padre en las guerras que anduvo, hubiese habido algún hijo bastard o, y mandole que entrase. Entrado, hízole la cortesía que pudiera hacer a su hermano, y preguntole que le dijese de qué manera era su hermano. Él le comenzó a derivar su generación desde Adán y diciendo que Adán fue padre de todos necesariamente eran todos sus hijos y, siendo así, él era su hermano, que le mandase dar de comer. Llamó a su camarero y díjole: —Dale a este mi hermano un sueldo, porque, si a todos los hermanos que tengo, soy obligado a dar un sueldo, no me bastará todo mi estado.
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(173) 92. La condesa de Urueña, doña Leonor, como tuviese muy enfermo a su yerno el duque don Enrique, vino un moro a decille como estaba enhechizado y que él lo daría sano, si le diese lugar para metelle en un cerco consigo. Respondió ella: —Cristianamente bien está el duque en las manos de Dios, sin entregallo en las del demonio.
(174) 93. Dijo un summo pontífice a Santo Tomás: —Magistri, nos non posumus dicere illud que beati Petri argentum et aurum non est mihi. Respondió: —Ita, santisime pater, et ideo nec illud quod seguit.
(175) 94. Un romano pontífice dijo a abad Panormitano: —Vos estis monachi nigri semper garrulantes similes corvis. Respondió: —Ita, santisime pater, ideo corvi accedunt ad cadaver.
(176) 95. Un Papa dijo a un alemán: —Vos, germani, estis superbi, et habetis malum, caput. —Quid hoc dicitis sanctisime Pater non ne vos estis caput … [¿?]
(177) 96. Decía el vizconde de Altamira, «la mesa de mi suegro parece taza de vesiones»; porque estaban sentados a ella malos gestos.
(178) 97. Don Juan de Ulloa viendo ir un caballero entre dos jueces díjole así: —Así, señor, agora vais en vuestro lugar, entre dos ladrones.
(179) 98. Diciendo una vez de uno que no estaba aún maduro en la ciencia, dijo: —Si no está maduro échenle en paja.
(180) 99. Juan del Encina por un gentil hombre grande de cuerpo, dijo: Los que tienen cuerpos largos para cargos y para alcanzar morcillas, y los que somos amargos para otras mil cosillas.
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(181) 100. Enviando un caballero a una dama unas cuentas, dijo: Pues las cuentas han de ser de las obras que hacemos vayan siempre sin estremos.
(182) 101. Dando el rey don Fernando a fray Antonio el obispado de Tuy díjole (porque aquella sazón estaba vaco el de Cáliz): —Suplico a vuestra alteza no me mande tomar obispado de tres letras. Respondió el rey: —Ahora, pues, tomalde de cinco, Cáliz.
(183) 102. Dijo un gran señor a don Bernardino: —Oh, señor don Bernardino, cómo venís almodrotado. Respondió él: —Y vueselencia amostazado.
(184) 103. Pasando unas damas por un lugar estrecho donde estaba fray Jorge, díjoles: —Señoras, como el cazador, que se pone en lo mas angosto, porque no se le escape la liebre.
(185) 104. Decía un caballero que cuál era el hombre que no daba contento a su mujer. Díjole fray Jorge: —Contentadla vos y no haréis poco.
(186) 105. Preguntado un truhán, llamado Ribera, que decía mucho mal de clérigos, dónde se quería enterrar, que estaba a punto de muerte, respondió: —En lo más alto del chapitel, porque no hieda a los canónigos.
(187) 106. Decía un caballero: «La casa de don Pedro Puertocarrero parece a Jerusalén, que está en poder de moros».
(188) 107. Salazar por […] va el diablo a asirle y como topa en las cruces quédase dentro.
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(189) 108. Sacó un justador unas espigas y dijo: Yo bien quisiera sembrar y enviáronme a espigar.
(190) 109. Sacó otro dos damas en unas balanzas de un peso y dijo: Esta, que más pesa viva, aunque muera la de arriba.
(191) 110. Decía un fraile: «Manda nuestro padre Panucio que ninguno hinque el ojo en la mujer».
(192) 111. Perico de Ayala dijo al emperador en la Coruña que daría viento para veinte leguas.
(193) 112. Otro truhán, llamado Santillos, escribió a un cardenal que enviase el viento de los de su casa a Flandes y luego navegarían.
(194) 113. Dijo una vez fray Íñigo: «No es harta desventura la que tenemos los frailes, que vemos nuestros hijos en los brazos de vuestras mujeres y no les osamos hablar».
(195) 114. Diciendo un caballero a una dama en una estación que le dijese un Ave María, dijo fray Íñigo: —A la mi fe, hija, no lo has sino por el frutus ventris tui.
(196) 115. Diciendo mal de un portero del rey, fray Íñigo dijo: —Si allí estuviera por portero Mansilla, hasta agora el Verbo Divino no hubiera encarnado.
(197) 116. Abajando de predicar fray Dionisio, el augustino, dijo fray Ambrosio Montesino: —Jesucristo ¿para qué naciste acá hasta que yo me muriese?
(198) 117. Estando una mujer cortesana en una iglesia hacía un poco de ruido y dijo fray Ambrosio: —Oh, rechinante mujer, cese ya vuestro rechinar.
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(199) 118. Predicando un sermón de la Magdalena dijo el mismo: «La Magdalena era la marquesa de Moya».
(200) 119. Estando predicando dijo a un mancebo de mal gesto: —Vete de ahí, que mejor estuvieras a los pies de San Bartolomé25 que no ahí haciendo ruido.
(201) 120. Dijo fray Íñigo: —Si en mucho es de estimar santa Elena, porque halló la cruz, en mucho la reina nuestra señora que halló tres: Alcántara, Santiago y Calatrava.
(202) 121. Decía un portugués que cuando murió el príncipe don Miguel estuvieron en Lisboa un año que no creyeron en Deus.
(203) 122. Una monja en Toledo hablando con un servidor suyo díjole que a él mostraba todo su verdadero amor, ceteris autem in parabolis.
(204) 123. Decía un caballero que la más dulce palabra de la misa es el Ite misa est; dijo otro, «más es el Deo gratias».
(205) 124. Decía un caballero que su caballo estaba en la más perfeta edad, que había 30 años26.
(206) 125. Preguntó uno a un mozo de espuelas si sabía escribir. Respondió él: —Señor, que no soy algún judío marrano que tengo de saber escribir.
(207) 126. Deshonraba de badajos la infanta a sus pajes porque no respondían cuando llamaba tan presto como ella quería, y dijo uno: —Señora no hay aquí badajos, que todos se pasaron a San Francisco.
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San Bartolomé es santo dominador de demonios: son los diablos los que están a sus pies. 26 Para caballo, muy avanzada; es un caballo decrépito.
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(208) 125. Dijo una vez el hermano de Hernando del Pulgar: —De reprehender errores ajenos más veces se sigue odio al castigador que emienda al castigado.
(209) 126. Decía el marqués de Santillana: —Si deseamos bienes al que bien nos hace, habémoslos de dar al que bien nos desea.
(210) 129. En el Concilio de Basilea, apartó por fuerza don Juan de Silva, conde de Cifuentes, embajador de España al embajador de Inglaterra, del lugar donde estaba y se puso en él.
(211) 130. Decía don Alonso de Santa María, obispo de Burgos: —No puede ser alegre con sus bienes el que se atormenta con los ajenos.
(212) 131. Decía don Tello, obispo de Córdoba: —Al hombre virtuoso más le mueve la caridad para distribuir que la cudicia para ganar.
(213) 132. Decía Hernando del Pulgar: —Cuanto esta vida más crece más descrece y cuanto más anda tanto más va a no andar.
(214) 133. Dijo una vez al arzobispo de Toledo un su amigo: —Hora es ya, señor, de mirar do vais y no dónde venís.
(215) 134. Dijo una vez al rey de Portugal uno: —Repugnar lo divino es querer con flaca vista repugnar los rayos del sol.
(216) 135. Dijo un sabio que al alcahueta le ponen rocadero27 porque aborrezca la rueca.
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Rocadero es la coroza.
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(217) 136. Dijo uno por el que edificó las casas de las veneras28 de Salamanca: —Estas casas hizo él con los romeros que ha hecho en el reino.
(218) 137. Preguntó uno en qué se tiene el elemento de la tierra. Respondió, otro: —En un gran majadero de hierro hecho a manera de mano de almirez de boticario.
(219) 138. Dijo una vez fray Jorge contando un cuento: «dio conmigo el ángel en Masarancón y Hernán Cebolla y allí estaban los frailes en sus ejercicios loables». (219b) 139. Decía un caballero: —La vida con rufianes, la muerte con frailes, con monjas ni vida ni muerte, que siempre piden.
(220) 140. Dijo Pedro Mártir a una dama: —Señora, entre tantos inocentes ¿no cabrá un mártir?
(221) 141. Un predicador dijo una vez que vendía bula para descasarse las mal casadas, con tal que lo manifestasen allí.
(222) 142. Dijo un caballero a unos cantores que habían cantado mal el Credo: —Si no lo creéis mejor que lo habéis cantado, con mal va.
(223) 143. Decía uno que ningún casado se puede condenar, porque non judicabit de bis judicum, dando a entender que la una pena de serlo le basta.
(224) 144. Dijo un astrólogo el sol es 166 veces mayor que la tierra.Y quien no lo creyere puédelo mandar medir.
(225) 145. Dijo un caballero porque vio la urina de una dama: —En la fuente donde mana esta agua querría yo bañar mi caballo.
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De las Conchas.
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(226) 146. Llevaban a ahorcar a un escudero de Córdoba y salió una mujer del partido a pedille por marido y como la vio tan fea dijo que no quería29 y dio priesa al asno porque andase.
(227) 147. Dijo un fraile que las mujeres no ayudan a misa por amor de el Kirieleyson.
(228) 148. Dijo don Martín a fray Juan de Salamanca que los hijos de este tiempo habían borrado honrarás y puesto robarás.
(229) 149. Hablando un aldeano con fray Diego de Argote, prior de San Jerónimo, dijo: —Hablando con reverencia de las narices de vuestra reverencia.
(230) 150. Hortigosa, un cantor, alababa la gente de Castilla que nunca le había dicho mal de sus narices, como la del Andalucía.
(231) 151. El bachiller Olmos dijo por uno que cantaba mal la Pasión: «Muy peor lo dice que pasó».
(232) 152. Estando un clérigo enfermo en tiempo de Cuaresma, díjole el médico que ordenase su ánima como buen cri s t i a n o. Respondió: —Oh, gracias a Dios, que se acabarán ya estas maitinadas.
(233) 153. Un mochacho de un ciego asaba un torrezno y su amo díjole que le diese de él y comióselo todo. El mochacho le preguntó que quién le dijo del torrezno. Respondió que lo había olido.Y yendo por una calle dejole encontrar con una esquina, y comenzole a dar de palos. Díjole el muchacho: —Oliérades vos esa esquina como olistes el torrezno.
(234) 154. En Sancto Domingo el Real que es un monesterio de monjas, en Madrid, está en la capilla mayor sepultado el rey don Pedro el Cruel, y está el edificio hecho entre seis pilares de mármol pardo,
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El reo que aceptaba casarse con una prostituta recibía el perdón.
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un chapitel de su mazonería de oro, y debajo de él está el rey, hincado de rudillas armado y con sus espuelas de oro calzadas; tiene puesto delante sí un libro en su atril, y vuelto el psalmo de Miserere mei, Deus, y en derredor de la capilla están estas letras: «El Santo rey don Pedro, reinó en el mes de marzo año de 1350 y finó en 23 de marzo de 1369, y fueron trasladados sus huesos a este monesterio en 24 de marzo de 1440 por mandado del muy alto y poderoso nuestro señor el rey don Juan a suplicación de soror doña Costanza, su nieta, priora inútil de este monasterio».
(235) 155. Íten, está, a la mano izquierda de este sepulcro, don Juan, su hijo, con unos hierros a los pies y un libro en las manos, todo de alabastro en la pared; con unas letras que dicen: «Aquí yace el muy excelente señor don Juan, su hijo del muy alto rey don Pedro, cuyas ánimas nuestro Señor haya, y de tres hijos suyos. Su vida y fin fue en prisiones en la ciudad de Soria. Fue enterrado por mandado del rey don Enrique en San Pedro de la misma ciudad; trasladados en 24 de diciembre año de 62, aquí, en esta sepultura, soror Doña Constanza, su hija, priora de este monesterio, cuya ánima tenga en su gloria».
(236) 156. Íten encima de la pared tenía el dicho don Juan un crucifijo y este rétulo debajo de él: «Los que miráis conoced el poder grande de Dios. Él me hizo nacer de muy alto rey, mi vida y fin fue en prisiones sin lo merecer, toda la gloria de este mundo es nihil. Bienaventuranza cumplida es amar y temer a Dios».
(237) 196. El doctor Villalobos al tesorero Alonso Gutiérrez siendo enamorado de una dama de palacio: Bastara ser tesorero y basta ser contador en tiempo que no hay dinero, y bastara ser grosero para no tratar de amor. Bastará ser hombre anciano para no entrar en la red que amor tiene con su mano, y bastara ser marrano si manda vuestra merced.
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(238) 197. Un caballero de los de Benavides hizo una gorra de terciopelo en que echó un pedazo de terciopelo de unos zapatos, y don Diego Caravajal hizo un mote que dijo: Venir de cabeza a pies caso de ventura es, mas ir de pies a cabeza no lo vi sino en Baeza.
(239) 198. Fue don Enrique, el de Granada, a visitar a otro que estaba malo de unos palos que le dieron, y tenía colgada a su cabecera un espada y dijo: —Atravesáronos el basto y no triunfastes con el espada.
(240) 199. Traían en Écija un casamiento a un caballero y pidió consejo a Garci Sánchez sobre el negocio, diciendo que con una señora de daban un cuento30 y que era buena de linaje y persona; y con otra cuento y medio y que se había dicho de ella no se qué yerro. Respondió García Sánchez: —Si os diesen con una lanza ¿cuál querríades más que os diesen con el cuento o con el yerro? Dijo aquel: —Con el cuento. Pues eso os aconsejo, dijo Garci Sánchez.
(241) 200. Estaban ciertos caballeros hablando sobre un negocio importante y un truhán estaba par de ellos callando, y era tuerto de un ojo. Dijo uno de ellos: —Esto no le entenderéis vos, que estáis medio durmiendo.
(242) 201. Un portugués estando oyendo la Pasión un viernes sancto, estaba enhadado de oílla cada año y dijo: —¡Corpo de Deus, no se fugirá un año este home!
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Un cuento o millón de dote. Cuento es también el extremo de la lanza opuesto a la punta o hierro. El juego de palabras es obvio.
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(243) 202. Un gentil hombre hubo una doncella, y ella estaba muy turbada de lo hecho, y él por consolalla díjole: —Señora no os turbéis, que yo diré que lo hice.
(244) 203. Sacó un caballero en Écija una vez por servicio de una dama, con quien andaba de amores, una capa con el Ave María por la guarnición. Preguntó la dama a Garci Sánchez por qué traía en la guarnición Ave María. Dijo: —Señora por llegar al ventris tui.
(245) 204. Estando puesto a una cátedra el doctor Tapia en Salamanca prestó dineros a uno de que hizo una portada de piedra. Dijo otro pasando por su casa: —Aunque le veis de piedra tapia es.
(246) 205. Un portugués mandó que pusiesen sobre su sepultura estas letras: Aquí yace fulano, que se fachó en la toma de Azamor, y si no se fachó, quisiérase fachar.
(247) 206. Refrán: «Carilamido como buey de boda», esto se dice porque antiguamente cuando se hacía boda en algún pueblo, la gente vulgar traía un buey y lavábanle el hocico, y componíanle lo mejor que podían y llevábanlo de casa en casa a que ofreciesen para la boda. Y las roscas que daban puníanselas en los cuernos y lo demás cargábanselo sobre el cuerpo, y dijeron de allí este refrán, queriendo decir que así como a aquel buey le lavaban la cara, así el que es desvergonzado llamamos carilavado porque ha perdido la vergüenza: carilamido como buey de boda.
(248) 207. Un francés estando podando su viña, decía a los peones que traía: «fatè, fatè, fatè, e non parlè».
(249) 208. El doctor Morales decía que si tuviese por convidado al diablo le daría a comer huevos fritos; y si a Jesucristo cabrito cocido con perejil.
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(250) 209. Decía el mismo doctor que de Francia salían los Doce Pares, y agora salen caldereros; y de Córdoba salían hombres muy sabios, y agora salen muy grandes necios.
(251) 210. Don Lorenzo Suárez de Figueroa, hermano del duque de Arcos, vio un día al conde de Ureña en Sevilla con una ropa de tafetán larga, y encima un capote, y tocado un birrete de lienzo y un sombrero y dijo que parecía que venía vestido de día de purga.
(252) 211. Un soldado en Italia oyó a dos que se concertaban sobre que matase el uno a un hombre, y que le daría treinta ducados; el otro pedía cincuenta y en fin no se los quiso dar. Llegó a él este soldado y díjole: —Señor vos le dábades a aquel gentil hombre treinta, dame a mí veinte que yo lo haré. Preguntole éste: —Soldado hermano ¿de dónde sois? Respondió el soldado: —Señor, de Estremadura. Dijo este: —Pues vos lo haréis por menos.
(253) 212. Decía el licenciado Aguirre a la reina doña Isabel, hablando de los jueces descomedidos, que el juez mal criado enflaquece la justicia.
(254) 213. Decía un viejo que este mundo los locos lo ganan, y necios lo gozan, y cuerdos lo lloran.
(255) 214. Decía una señora de Sevilla, porque era mal casada con un caballero de los de Carrillo: «No suene carrillo31 en mi casa, sáquese el agua a brazos».
(256) 215. Estaba uno contando cierto caso al Marichal de Navarra, siendo asistente en Sevilla, y unas veces le decía vuestra alteza y otras
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carrillo: es también la roldada para subir agua del pozo.
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vuestra merced. Dijo el Marichal: «Este necio, unas por altas otras, por bajas, nunca me acierta».
(257) 216. Viniendo un soldado de Italia pasó por una ciudad y quiso holgar en ella algún día y como entrase en un hostal y allí hubiese mucho concurso de gente, rogó al huésped le buscase alguna buena posada y que le sería satisfecho. El huésped le dijo que si él osase estar solo en una que él le daría, que le haría dar en ella aposento. El soldado dijo que sí, que aunque fuese en el infierno osaría estar. El huésped se fue al obispo y pidiole las llaves de aquella casa para aquel soldado. El obispo le mandó que antes que se las diese avisase al soldado de lo que allí sonaba de noche y como por aquella ocasión era hecha inhabitable aquella morada, acaso no le aconteciese algo de que peligrase. El huésped dijo que lo haría y avisó al soldado de lo que el obispo mandó muy a la larga; cuanto más el huésped le decía, tanto más deseaba el soldado verse en ella. El tomó sus llaves y entró en la casa y pusiéronle la mesa y su lumbre y muy bien de cenar y fuese el huésped y dejole. El soldado paseándose un poco por la casa parecíale muy bien y de gentil edificio, y haciéndose hora de cenar se sentó y comenzó a cenar. Estando a media cena oyó sonar unos grillos y pasos que subían por la escalera arriba, y vio entrar por la puerta de la sala donde estaba un hombre vestido de luto, el rostro descubierto, y parose delante dél. Desde a poco moviose y dio una vuelta alrededor de la mesa donde cenaba y tornose a salir. El soldado como vio que no le había hablado palabra tomó el candelero en la mano y fuese descindiendo por el escalera tras él para ver donde iba a parar, y vio que en un hoyo que estaba al pie del escalera se había sumido.Volviose a su cena y acabola y acostose. Venido el día fueron el huésped y otras personas a él y contoles todo lo que pasaba, hiciéronlo saber al obispo, y cavaron en aquel lugar donde el soldado les mostró que aquel cuerpo se sumió y hallaron un cuerpo de un hombre hecho huesos. Comenzaron a hacer pesquisa sobre quién fuese aquél y hallaron que era un mayordomo de un señor o que había muerto su propio señor y enterrádole allí. Sacáronle y enterráronle en la iglesia y dijéronle sus misas y sufragia y desde entonces nunca más oyeron cosa en aquella casa. [Al margen, de letra posterior:Ve a Torquemada en el Jardín de flores, li. 3. ]
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(258) 217. Cuéntase de un Tomé de Uceda una cosa casi como la del primero de los Osorios.Yendo su camino llegó muy noche a una venta y llamó y no le respondió nadie. Tomó una lumbre que en medio de la casa estaba y buscó su cebada y paja y echola a su caballo, y sacó de su alforja una perdiz y su pan y su bota. Y puso a asar la perdiz, y entró en una camarilla a buscar si hallaría algunos manteles y lo demás, y halló un hombre muerto en una cama. Tuvo por cierto que sería el ventero y que su compañía sería ida a llamar algún clérigo para llevalle a enterrar. Y como ya su perdiz estuviese asada pareciole que era bien cenar con compañía, aunque fuese de un muerto, y hízolo así. Estando aparando su perdiz levantó el muerto la cabeza y díjole: —Dame de esa perdiz. El Tomé de Uceda, puesto que se alteró mucho de oír hablar un hombre difunto, al fin diole una pierna. Tornó, otra vez, y pidiole más. Diole otra posta. Otra vez pidiole más, y díjole: —Ya no hay más. Levántase el muerto y comienzan a luchar ambos, y el Tomé de Uceda procuró de echalle fuera de la puerta por cerrar la puerta y hízolo así, y cerrola tras sí, y echó el aldaba. El muerto trabajando de derrocar la puerta no pudo, y arañando con las uñas hizo un hoyo por que pudo entrar el medio cuerpo y estando en esto, cantó el gallo y quedose allí, que nunca más se meneó. Estando así descansando el Tomé de Uceda llega la mujer y un hijo y un clérigo, con una cruz y agua bendita, y como vieron cerrada la puerta y aquel cuerpo allí tendido dieron voces. El Tomé de Uceda se levantó bien cansado y fatigado de lo pasado y les abrió y contó todo lo que había pasado, y dio gracias a Dios de haberle librado de aquel demonio, que en aquel cuerpo había estado.
(259) 218. En el año de 741 vinieron los moros cartagineses que son los de Túnez por mar a España y destruyeron gran parte de ella y toda el Andalucía, toda Castilla y parte de Portugal y del reino de León hasta las Asturias de Oviedo, sigún lo cuenta Mateo Palmerio y otros historiadores, y fue vencido el desdichado rey don Rodrigo, último rey que fue de los godos, y en la huída murieron cien mil hom-
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bres de guerra que estaban en su ejército, que eran muy ajenos del ejercicio de las armas por la gran hambre y pestilencia que dos años continuos les había perseguido. Después en la era de 752, y de los árabes 92, fue eligido por rey don Pelayo, que fue hijo de don Pedro, duque de Vizcaya, que había un hermano llamado Froila, o Fabila. Este duque fue del linaje glorioso de los godos, de aquel gran rey Recaredo, sigún don Rodrigo de Tuy, arzobispo de Toledo, al cual más crédito se le debe dar que a Enciso, escritor de la Historia de las Indias, que dijo nuestro César Carlos Quinto de este nombre, no haber descendido de la sangre de los godos, y que es más honra venir de los castellanos reyes, sus antepasados, que cobraron a España que no de lo de los godos que la perdieron, no mirando que los godos con grandes batallas la ganaron primero de los que la poseyeron y con ella mucha parte de Francia y África.
(260) 219. El rey don Alonso que llamaron el Sabio, fue sucesor del rey don Fernando Tercero que ganó a Sevilla y a toda el Andalucía, el cual, partido de Toledo en 29 de marzo año de 1275, y 13 de su reinado, para ir a coronarse de emperador, y dejando a su hijo don Fernando, su primogénito, jurado por rey, para después de sus días casó este Infante con la hija de San Luis de Francia, llamada doña Blanca, de la cual hubo dos hijos, don Alonso de la Cerda y don Fernando. Estando el electo don Fernando en Ciudad Real cayó malo y murió. El infante don Sancho, su hermano, movido por consejo de muchos grandes de Castilla, habiendo venido en ello mucha gente de [….] toda la tierra, llamábase hijo mayor, heredero del rey don Alonso, y así se nombraba en sus cartas. Viniendo el rey don Alonso de Belcaire, que es en Francia, por ver que en lo del imperio había gran dilación, comenzó a tener por bueno lo del infante don Sancho su hijo y hizo que fuese así tenido por su primogénito heredero. Un día hubo palabras de enojo con el rey su padre, sobre la prisión de don Alonso de la Cerda, hijo del Infante don Fernando, nieto del rey don Alonso y sobrino del don Sancho, que el don Sancho hizo prender en Játiva, en poder del rey de Aragón, sobre haberle privado de la ligítima succesión. La cosa se encendió tanto que movidos los del reino por la gran prodigalidad del rey don Alonso y habiendo entonces ocasión para ejecutar el enojo, los del reino con su hijo y su hijo con ellos, ayudándoles el rey de Aragón y la reina doña Violante, madre de don
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Sancho, mujer del rey don Alonso, viniendo contra la buena ley marital, fue don Alonso privado del reino y condenado públicamente por pródigo y descompuesto en la plaza de Valladolid. El rey don Alonso viéndose desamparado de sus hijos, mujer y vasallos fuese a Sevilla, que aquella y Murcia le quedaron, que no se le rebelaron y hizo aquel romance que cantaba «Yo salí de la mi tierra», el cual [tachado: está] puse entre otros en el libro de [tachado: los] mis romances viejos. El rey don Alonso envió a empeñar su corona al rey Abenjúcar, en sesenta mil doblas, haciéndole saber su desventura, y él se las envió y vino con gran gente a le ayudar, y fue restituido en todo su reino, y en su testamento desheredó a don Sancho su hijo, a quien después de muerto sucedió el infante don Fernando, su nieto del dicho rey don Alonso. Y así fue justa su sucesión y conforme a la de la ley nueva de Toro 45, en que se prefiere el nieto al tío aunque el padre no haya heredado.
(261) 220. Un monje hubo en Alemania llamado Mero, el cual, en su juventud, antes que en letras estuviese maduro, determinó de ponerse plumas en las manos y en los pies para volar, como la fábula de Dédalo cuenta, creyendo ser verdadera, y tomando aire de encima de una torre voló por espacio de más de un estadio. Mas con la violencia del viento y torbellino y con el temor que su temerario hecho le ponía, hubo de caer en tierra y quebrándose las piernas quedó toda la vida debilitado. Después decía la causa de su caída haber sido por no haberse acordado de poner cola.
(262) 221. Reprehenden algunos, y más agramente el comendador Hernán Nuñez, un lugar de don Antonio, obispo de Mondoñedo, en la Década de los Césares, porque dice que repartiendo una vez Alejandro Magno unos despojos, dejó solo para sí un caballo verde y un papagayo blanco. A mi parecer no merece reprehensión, porque podría ser estar viciosa la letra y que, por decir un caballo blanco y un papagayo verde, que son cosas que todos vemos a cada paso, el impresor se descuidase como acontece muchas veces aun en lo que más va. Y si acaso esto no fuese así, no se debrían tanto maravillar de estos dos animales que en la ciudad de Sevilla habemos visto papagayos todos pardos, y todos azules y todos verdes, y otros que de todas estas colores juntas son matizados, que de las Indias vienen.Y otras aves y
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animales de tan diversos colores que a no vellas pudiéramos dudallo, como lo de don Antonio, pues lo del caballo no hay más razón porque haya de ser todo blanco, o todo morcillo, o todo castaño o todo bayo o todo alazano o overo, o […. ]illo, o tordillo que verde; sino porque los unos hemos visto y el verde non y como los de su tiempo no vieron los papagayos pardos y esotros nuestros, no es mucho que nosotros no viésemos los blancos. En la historia del rey don Alonso el Sabio se cuenta que el Gran Can, rey de Egipto, en un rico presente, que envió al rey don Alonso, entre otras cosas vino una asna blanca y negra.Yo vi en Valladolid una mula blanca y negra.Y en Zahara un [roto… m]itad negro y la mitad blanco.
(263) 222. Predicando un fraile en París tomó por tema […] male fit. Su compañero tirole de la falda y díjole […] ha de decir vuestra reverencia. Respondió el predicador: —Padre, si así dijese ya mi oración sería bien hecha y mi tema falso.
(264) 223. La reina doña Isabel mandó a don Manuel que le mostrase su amiga. Él le mostró unas horas que traía y en la tabla dellas estaba un espejo.Y dijo que aquella era.
(265) 224. Un gentil hombre andaba de amores con una dama, la cual, aunque le quería bien, no se lo mostraba; él andábase tan desesperado de sus disfavores que un día puso de carbón donde ella lo vio este mote: «Olvidé y desconocí». Preguntando ella qué quería decir pensando otra cosa aquel mote, díjole: Hase de entender así, que siendo yo enamorado después que una vez os vi, olvidé y desconocí todas cuantas he mirado.
(266) 225. Del rocío que cae en el verano y en el otoño hacen las abejas la miel y de las briznas que están en medio de la flor hacen los vasillos de cera, así que, cuando decimos miel de jara o de romero dícese porque se envasa en esta vasija de aquella brizna de flor de jara, o de la de romero.Y como en el estío se consume el vapor sutil por
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el gran resistidero, y en el invierno suben vapores gruesos y decienden en pluvia, nieve o granizo y en estos dos tiempos no cae aquel rocío, por eso las abejas con el instinto natural que tienen, a manera de las hormigas, hacen los vasillos de cera para hinchillos de aquel rocío que traen en sus piquillos, en los cuales sin metellos en sus corpezuelos se les torna miel, y así en el verano guardan para el estío y en el otoño para el invierno.
(267) 226. Llover sangre, leche y aceite decían los gentiles que era cosa contra natura y así cuenta Julio Obsecuente estas maneras de pluvias por prodigios y monstruosos de naturaleza, y en la verdad esto es muy natural, que así como las aguas de las fuentes toman el sabor y el color de las tierras por donde pasan, así los vapores que suben a lo alto toman la color de las tierras de adonde subieron. Hay una tierra muy bermeja como es la tierra de almagra y bermellón, y el vapor que de esta tierra subiere será de color de sangre. Hay otra muy blanca, el vapor de la cual imita la leche, hay otra oleaginosa el vapor de la cual tira a la pringue del aceite.Y aun otras evaporaciones hay terrestres secas frías, las cuales son subidas en alto y apretadas con vientos que corren contrarios caerán a manera de tierra y de esta manera no será contra razón neutral llover tierra. Así es también natural llover ranas o sapos que se engendran en la media región del aire, así como del calor y el humor se suelen engendrar en la tierra. Todas estas son maravillas de Dios ya que por ellas vengamos en admiración de Dios omnipotente, hacedor de todas las cosas, y de la admiración en conocimiento, y del conocimiento en estimación, y de la estimación en obediencia, y de la obediencia en humiliación y de la humiliación en la fe y de la fe en la esperanza y paremos en la caridad con que amemos a Dios por Dios y a nos en Él y con Él y por Él. Esto hace declaración de muchos autores y especialmente para lo que cuenta el historiador de la vida del emperador Marco Aurelio, cap. 28.
(268) 227. Diego García de Paredes decíale una vez al Gran Capitán que se excusase de dar una batalla donde estaban cercados de piezas de artillería y grandísimo riesgo de la vida. Respondió el Gran Capitán: —Señor Diego García, pues vos no tenéis miedo no nos lo pongáis.
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Tornó a importunalle Diego García porque vía el peligro evidente. Respondió el Gran Capitán: —Más vale dar tres pasos hacia la sepultura que seis hacia la vida.
(269) 228. Preguntó la reina doña Isabel al maestre don Alonso de Cárdenas quién había sido el primer maestre de su orden de Santiago. Respondió: —Señora, el primero no lo sé, mas sé quien ha de ser el postrero. Esto decía por él, que lo fue.
(270) 229. El rayo de su natural es subir, porque es fuego, mas algunas veces revienta la nube de donde sale por la parte de abajo y viene culebreando y da en lo más alto que halla, huyendo de lo bajo. Así como quiso Dios hacer al rayo ajeno de lugares bajos, así quiso que no tocase a los hombres humildes de corazón. Ejemplos tenemos antiguos y modernos de muchos hombres soberbios que murieron de rayos, y no leemos, ni habemos visto ni oído que hombre humilde y siervo de Dios haya muerto de rayo.
(271) 230. Las rosas de Alejandría son de su natural purgativas, sigún Dioscórides y otros médicos, y por experiencia lo hallamos ser así.Y es de saber que esta virtud les nace de ser aquellas rosas injerto de mosquetas, que es flor purgativa, y así huelen estas rosas a las mosquetas. Esta causa no pone ninguno de los médicos que han hasta hoy escrito. Muchos acostumbran a dar esas rosas en cualquiera enfermedad para purgar, mas opinión es de otros más sabios que se dé en las enfermedades que proceden de flegma.
(272) 231. Los halcones suelen morir muchas veces de una enfermedad que se llama filomeras que son unos gusanillos que les nacen y les comen poco a poco el corazón y mueren. Para remedio de esta enfermedad se han de purgar las tales aves con leche y dándosela a beber muchas veces sanarán.
(273) 232. Decía uno que había tanta calor que no quisiera traer capa ni sayo, y que antes trajera una albarda porque no le cubría más de la mitad del cuerpo. Respondió otro: «Por cierto, señor, esa os estaría más bien a vos que un sayo de terciopelo».
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(274) 233. Mariano Sucino, padre de Bartolomeo Sucino, que fueron doctores juristas muy singulares, era muy chico de cuerpo y fue a besar el pie al Papa.Y diciéndole un cardenal al Papa quién era, díjole surge, surge, creyendo que estaba de rodillas. Respondió el cardenal: —Santisime Pater, stat, sed Zacheus est.
(275) 234. Antonio de Lebrija, yendo camino, preguntáronle unos caminantes si aquel camino para Sevilla si se podía errar, respondió: —Sí, puede. Dijéronle: —¿Dónde? Respondió él: —Echá por esas aradas.
(276) 235. Don Diego Hurtado de Mendoza, duque del Infantazgo, saliéndose a desenfadar por el río, en Guadalajara, encontró una moza que venía de lavar paños y díjole: —¡Oh, cómo venís como una rosa! Dijo la moza: —Antes, señor, vengo hecha un fuego. Dijo el duque poniéndose la mano en la bragueta: —Pues encendeme esta candela. Respondió la moza poniendo la suya en las nalgas: —Pues sóplame este tizón. Cayole tanto en gracia la desenvoltura de la moza que le hizo mercedes.
(277) 236. Vendió uno en Roma una calongía y gastola en banquetes y fiestas.Y estando comiendo dijo un romano, al que hacía las fiestas. —Amice, rogo […. ] Respondió un español: —Hacéis bien de bebelle pues que le habéis comido.
(278) 237. Estaba en Salamanca, a su puerta, una mujer de amores y entonces sacaron estiércol de su casa, pasó un estudiante y dijo: —Señora, sacan-os el estiércol.
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Dijo ella: —No me lo sacan a mí, que no tengo de qué. Respondió el estudiante: —Como a vuestra merced no le faltan cabalgaduras, no era mucho que le hiciesen estiércol.
(279) 238. Echaban un caballo a unas yeguas y el caballo no las subía. Dijo el conde de Ureña que delante estaba: —Si el caballo no arma, echalde un hábito de San Francisco, y luego armará32.
(280) 239. Tenía uno una mujer algo liviana y su marido hablando con un amigo suyo díjole que se quería velar. Respondió el amigo: —Menester es que os veléis y aun que os rondéis.
(281) 240. Preguntado el duque don Juan, bisabuelo de don Juan Alonso y don Alonso Pérez de Guzmán, duques de Medina, cómo mandaba a Sevilla, respondió: —Con dos bonetes más por año.
(282) 241. El bachiller Rodrigo Juárez traía por divisa un diamante y decía la letra Sola su virtud le ofende, que la ajena ni le prende ni condena.
(283) 242. El refrán que dice «Allá van leyes a do quieren reyes» se levantó cuando el rey don Alonso contradiciendo el pueblo, porfió por consejo de su mujer, la reina doña Constanza, que era de Francia, que en Toledo y su comarca se rezase el oficio francés y no el toledano.Y porque hubo en favor del pueblo y del rey muchos milagros como fue la batalla entre dos en que fue vencido el de la parte del rey, y el milagro del fuego, donde estando dos psalterios de ambos oficios, el uno, que fue el francés, saltó del fuego quemándose, y el to-
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armar: ponerse en erección; es un chiste sobre la potencia sexual de los frailes, tópico ya en la Edad Media.
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ledano quedó en el fuego sin lisión, y el rey todavía porfió, por esto se dijo este refrán.
(284) 243. Preguntó el rey don Alonso el Sexto, que ganó a Toledo, a sus sabios qué era la causa porque sus caballeros no podían sufrir las armas. Respondiéronle ellos que porque entraban muy a menudo en los baños y se daban mucho a los vicios. El rey mandó entonces derribar todos los baños de su tierra y hizo a los caballeros trabajar en muchas huestes.
(285) 244. Estando comiendo tres hermanos a mesa de un caballero pusiéronle un pescado que dicen matajudíos, y presupuesto que ellos lo eran, comiendo del pescado sabíale al uno tan bien que preguntó muchas veces como se decía aquel pescado; el hermano mayor, que era más avisado y conocía el pescado, como vía que su hermano insistía mucho en la pregunta dijo: —Dice a mí, y dice a ti, y dice a vos, cuerpo de Dios.
(286) 245. Al labrador come el rey, al rey el soldado, al soldado el usurero, al usurero el clérigo, al clérigo la manceba, a la manceba el rufián, al rufián el tabernero, al tabernero el chocarrero, al chocarrero la vejez.
(287) 246. El que no puede beber entre en el baño, quien no puede dormir oya sermón, quien no puede rezar entre en la mar, el que no puede fornicar métase fraile.Y por esto último dijo una vez el conde de Ureña viejo, don Juan Téllez Girón, echando un caballo muy bueno a unas yeguas y no las subiendo: —¿No puede subillas?, pues échale un hábito de Sant Francisco.
(288) 247. Atrevido es el que no teme al lobo por Navidad, al rústico por Carnestollendas, y al clérigo en la Cuaresma.
(289) 248. La verdad es como el agua bendita, que todos la desean y cuando les toca la huyen.
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(290) 249. El conde de Benalcázar al tiempo que se metió fraile francisco, en el monesterio de los descalzos que se llama San Francisco del Monte, hizo esta canción: Mundo, quien discreto fuere cierto soy que no te alabe, quien te quiere no te sabe, quien te sabe no te quiere. No me despido de ti partiéndome alegre y ledo a las tierras do nací donde cobraré sin ti lo que contigo no puedo.
(291) 250. El almirante de Castilla don Fadrique llevó a don Juan de Velasco a ver unos reposteros muy galanes que hacía, con los cuatro vientos cada uno en su punta. Don Juan, secretamente, envió al maestro que los hacía, en nombre del almirante, esta letra que pusiese en la cenefa de cada uno, que fue burla muy sonada en corte: Todos cuatro me soplaron como a hito y no me ven de chiquito.
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(292) 1. Contaba una persona a otra que había hallado debajo de una cama un huevo. El adivino aconsejó a la persona que lo contaba que cavase debajo la cama y que hallaría cuantidad de oro y de plata: respondía a la clara del huevo la plata y a la yema el oro. El dueño de la casa cavó y halló cuantidad de oro y de plata. Envió a su consultor un pedazo de plata.
(293) 2. Contaba uno que un veedor33 en Roma, en casa del cardenal de Aragón, siguió, corriendo a un contino34 de la casa, con gran furia, la espada desenvainada, porque pidió vinagre para la ensalada.
(294) 3. Las madres de los bastardos son como las yeguas mostrencas en el prado, que tan bien están al asno como al caballo.
(295) 4. Uno pidió de beber a un paje, y el que lo pidía era converso; y el paje, como lo supiese, respondió: —Quomodo tu cum judeus sis piscis a me bibere.
(296) 5. «Caponad o encapad a un mozo grande de los meninos de la emperatriz», dijo una dama al conde de Miranda, mayordomo mayor.
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veedor: el encargado de supervisar las compras del despensero. contino: un cargo de la guardia de palacio.
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(297) 6. El doctor Villalobos tenía un acemilero mozo y vano porque decía ser de la montaña y hidalgo. El dicho doctor por probarle le dijo un día: —Ven acá, hulano, yo te querría casar con una hija mía, si tú lo tuvieses por bien. El acemilero respondió: —En verdad, señor, que yo lo hiciese por haceros placer, mas ¿con qué cara tengo de volver a mi tierra sabiendo mis parientes que soy casado con vuestra hija? Villalobos le respondió: —Por cierto tú haces bien como hombre que tiene sangre en el ojo, mas yo te certifico que no entiendo esta tu honra, ni aun la mía.
(298) 7. Un caballero íbase paseando en las ancas de una mula con otro, y preguntado por qué cabalgaba tan trasero (motejándole de bujarrón), respondió motejándole de judío. [en el margen]
(299) 8. Dijo el rey don Fernando Católico a la cristiana reina doña Isabel, veniendo el Gran Capitán a besar las manos: —Señora dad la mano a quien tanta honra ha dado a padres e hijos.
(300) 9. La casada al marido que le decía costaba caro et quia caro coibat, respondió: —Sitis diligens et metis bono foro más barato vos salirá.
(301) 10. El castellano dice mal de su señor, mas no lo quiere oír.
(302) 11. El duque de Nájera cercado en cierta parte en el reino de Granada dijo a los que le decían «podremos salir de aquí, si place a Dios, por tal parte». Decía él: —No vos pregunto si le pesa por dónde saldremos.
(303) 12. Sedme testigos que descubre la confesión, dijo un seglar a un clérigo que le dijo: —Andá para n. [cornudo].
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(304) 13. El conde Grillo hizo derribar una casa que le había costado mucho y dijo en consejo: «Quien bien está no se mude». Asentado primero en una silla buena pasose a otra que por su mandado se había puesto desbaratada y cayó con el castellano.
(305) 14. A una casa compuesta de guadamecís dijo que fuera buena para lechón.
(306) 15. Uno sacó una justa por cimera un fénix que iba a dar con el pico en la cola del caballo, con una letra que decía: Tibi soli picaui35.
(307) 16. En Palencia ahorcaban un hombre y al tiempo que el verdugo subió en los hombros para ahogalle quebrose la soga y cayó el hombre en el suelo.Y los frailes que iban allí quisieron escaparle si pudieran, mas la mujer del verdugo, como viese el pleito mal parado (que a la sazón estaba allí), arremetió al hombre y poniéndole el pie sobre el cuerpo, tirándole de la soga que tenía al cuello, le ahogó.
(308) 17. El condestable don Bernardino de Velasco era hombre que no se contentaba de pocas cosas, y un día en Burgos estando allí el rey Católico y en misa, en la capilla del condestable, dijo: —A lo menos, condestable, de esta capilla no tenéis qué decir ni qué tacharla. Respondió: —Tiene vuestra alteza razón si no estuviera en capuz ajeno.
(309) 18. Don Pero Vélez de Guevara, alcaide de Stella, contó que se levantó una noche a un ruido que hacían en el patio de su casa, y vio un niño caballero en uno de sus caballos dando carreras. Fue a su mujer, hízola llevantar y a que viese lo dicho. Dijo al demonio: —Bellaco vuelve mi caballo a la caballeriza, no le maltrates. Hízolo así. Levántase la gente de casa y hallaron el caballo atado muy sudado y cansado.
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Juega con el salmo 51, 6 «Tibi soli peccavi», ‘contra ti solo pequé’.
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(310) 19. El demonio de Torralba hizo salir de entre unas hierbas en Madrid, in domo Licenciado Vargas, un hombrecico muy penado y peinado con una espadica, y vio una vueltas et evanuit inter herbas, a petición de un galán que le importunaba le mostrase el demonio.
(311) 20. E s c o b a r, médico va l e n c i a n o, dijo que Ulches en Mompeller le dijo: —No estés triste que mañana habrá letra de tu madre, hecha en cada. Y el Ulches nunca había estado en el reino de Valencia, et sic evenit.
(312) 21. En la casa de los Barradas, en Valencia, llamaron un fraile dominicano que viniese a confesar la señora de casa.Vino, la señora dijo que estaba desmayada, que esperaba un poco de caldo confortativo.Tráenlo portauit et ipsa ac ancille evanecerunt, religioxus mansit attonitus.
(313) 22. «Enterrado estoy entre los vivos» dijo Garci Sánchez de Badajoz a su dama, hablando desde un terrado. Porque le preguntó que hacía allí.
(314) 23. En Salamanca seguían los muchachos a un camarero de Sancho de Paredes diciendo «el entredichero».
(315) 24. La reina doña Isabel dijo que quisiera ser más el Príncipe don Joan de Portugal que quedó en el campo cuando la batalla de Toro que ninguno de los reyes, don Fernando y don Alonso, el primero entró en Toro, el segundo se fue a Castronuño.
(316) 25. Don Álvaro de Isorna, obispo de Cuenca, mandó el rey don Juan que no le respondiesen cuando daba la bendición.Y él sintiólo, y dijo: «Pater», y dio una higa36, «et filius», dio otra. Cantaba muy mal.
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higa: gesto obsceno para burlarse de los otros.
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(317) 26. D. N. de la Campaña, deán de Cuenca, fue muy gentilhombre, daba higas a uno de Teruel que le hablaba sub transparente superpelitico; quejose el otro: —Señor, ¿por qué me maltratáis? Bien veo que me dais una higa. Sacó la mano y dijo: —Tomad dos y tomad tres.
(318) 27. El alcaide de Antequera cuando los moros le llevaron su mujer rescatábala en gran suma. Los otros creyendo que daría mayor suma encarecíanla y andaban. Decía: —Juro a Dios si pasáis de aquel cerro de no daros un maravedí.
(319) 28. Sócrates dixit a Apolodario, que decía «qué sin razón te han sentenciado a muerte»: —¿Más quisieras tú que con razón?
(320) 29. Traía uno un escudero y no otro familiar alguno dijeron que había trocado moneda menor por mayor.
(321) 30. El nuevo criado es como la sardina fresca, que sabe bien y cuesta poco. Decíalo el rey don Joan de Portugal.
(322) 31. De las mujeres se dice que la más cuerda es de lana.
(323) 32. La mujer siempre es mala, si la tratan mal, peor. Muy mala si la tractas bien. Buena si se muere. Mejor si muere en la vida, mucho mejor si luego y presto.
(324) 33. Dos horas buenas tiene la mujer, la de la muerte y la del acto venéreo.
(325) 34. Poca necesidad tuvo Júpiter de volar cisne ni hacerse toro, pues por dos óbolos pudiera comprar la mujer.
(326) 35. Quedam femina deplorabat virum sui dicens: —¿Dónde os llevan, señor, amigo mío, a la casa escura, casa triste, casa sola, casa sin ajoar, casa honda, amigo? Respondió el otro:
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—Corre, cierra mi casa, ¡cuerpo de tal! Que allá lo llevan.
(327) 36. Dijeron a un portugués que Hétor tamblaba cuando le armaban porque no sabía el corazón donde le llevarían los pies. Respondió el portugués que más cierto era que temblaría de amohinado porque los suyos eran judíos y cobardes y no acertaban a poner las agujetas con miedo.
(328) 37. Uno contó todos los frailes por uno, y dio la cátedra a otro, que tuvo menos votos de clérigos y legos.
(329) 38. El hermano del conde de Sevilla, fraile loco, dijéronle: «Mándalo el guardián, el provincial, el general, el Papa, Dios». —Y ¿si no creo en Dios?
(330) 39. Dijo una mujer: —Deja este fraile, váyase conmigo, que el padre de este fraile, padre era del mío. Respondió que aquella mujer era hija de aquel fraile y así el padre del fraile, etc.
(331) 40.Valeriano, peleando en Mesopotanea por los romanos contra los partos, fue preso y vivió en captividad y servidumbre mucho tiempo con tanta injuria y subjectión que cuando Pacoro, rey de los persas, había de subir en el caballo ponía los pies en el dicho emperador Valeriano. Atribúyese a juicio de Dios porque este fue gran perseguidor de cristianos.
(332) 41. Contome uno en Valencia que mosén Ferrer el Viejo, descendiendo de hablar al visorrey en el real, no halló su mula porque los mozos se habían ausentado. El dicho Ferrer buscó la mula y subió en ella y fuese a su casa. A un amigo que le acompañaba y le dijo por qué no reñía con aquellos mozos. Respondió: —Callá, cuerpo de tal con vos, que si supiesen la necesidad que tenemos de ellos peor nos tratarían.
(333) 42. El emperador Maximino bebía en una cena una cántara de vino. Fue de tan disforme estatura que traía por anillo la manilla
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de su mujer, eccedía ocho pies a la estatura común de los hombres y ansí vino en refrán decir «la calza de Maximino» motejando alguna persona de flojo y desmalazado.
(334) 43. Dicen en Francia que en tres cosas se conosce el gentilhombre: en los grandes juramentos, en escribir en la pared grandes letras y en orinar en la chimenea.
(335) 44. El rey Católico decía, por el doctor Lilio, que se atenía a los que jugaban no ludens neque loquens.
(336) 45. En tierra de Ledesma, que es un lugar, representaban una cuaresma la resurectión de Lázaro.Y el Lázaro había comido tanto pescado que le tomaron cámaras en la tumba, y no pudo menos de hinchir la mortaja vaciando el vientre. Al tiempo de salir, cuando le dijo el Cristo «Exi foras», salió oliendo de tal manera que dijo el Cristo tapándose las narices: —¡Oh, pese a tal la carne, como hiedes! Y huyeron todos.
(337) 46. En Salamanca yo conocí un colegial del Colegio de Cuenca que se decía Francisco Hernández, natural de Salamanca. Este leía en las escuelas y era hombre desaliñado y no nada aseado.Yendo un día a leer cayósele la bragueta en la calle y metiola en la manga. Y estando leyendo en la cátedra y sudando echó mano a sacar un pañizuelo y sacó la bragueta y limpiose con ella y como vio lo que era sonrieron. Dijo: —Perdonen vuesas mercedes, que pensé era pañizuelo.
(338) 47. Un portugués andaba enamorado de una dama y, como fuese de ella tenido en poco, rogó a un paje que le hubiese las hormas de la señora.Y habidas agitó genital membro. Dixi: —¡Corpo de Deus!, pos non coméis la carne, sorbé el caldo.
(339) 48. En Salamanca yo conocí un estudiante y clérigo porcionista que después fue catredático de Prima de Gramática, que, se llamaba el maestro Aguilar, que siendo pobre porcionista y andando a decir misas, servía una señora en Salamanca que tenía tres hijas ho-
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nestas y buenas.Y diciendo un día misa en su casa de la señora y vistiendo para la decir, habíase perdido la cinta de la túnica y a falta della prendiéronsela con alfileres a la hopa que traía y camisa. Dicha la misa se desnuda, y como no tuviese calzas atacadas sino medias, pensando que desnudaba la túnica por la cabeza echó las faldas de la hopa junto con la túnica por encima de la cabeza y dejó de fuera las partes anteriores y posteriores como libros de Aristóteles. Las doncellas espantadas dieron a huir y dejaron al sacerdote escapado como toro que tengo bien que reír un rato.
(340) 49. Un monje de cierto monasterio, que yo conozco bien, tenía una noche en su celda y cama una mujer y estando hablando con ella y teniendo luz de candela, tenía acaso el monje una redoma de tinta muy fina colgada a los pies de la cama. Preguntole la moza qué tenía la redoma. Dijo el monje burlando que tenía un agua de rostro que lavándose con ella hacía muy buena tez. Calló la moza,y como tañeron a maitines, y se levantase a ellos el monje y llevase la candela, levantose la moza a escuras y alcanzando la redoma lavose con la tinta el rostro, creyendo lo que el monje la dijo, y tornando la redoma a su lugar acostose. Acabados los maitines el monje que volvió a su celda con deseo de la dama vio en la cama una cosa tan negra y tan fea que dio grandes gritos de temor, pensando que era el diablo; a los cuales acudiendo los monjes y el abad, y con agua bendita y con temor y conjuros y así supieron lo que era. Fue el monje bien penitenciado.
(341) 50. En Carrión una noche tomó a un hombre, que decían Sebastián de Aguilar, un mal repentino, tanto que sus vecinos, que eran un letrado que decían el bachiller Rabanal y otro, fueron a buscar quien le confesase y diese los sacramentos, porque no muriese sin ellos. Yendo ansí con gran prisa a Santo Domingo, que es un monasterio de fraires de la mesma orden, llegando a una calle que es encrucijada había aquella noche acaso caídose en medio de la calle un asno que estaba en el campo trabado y viniendo a casa de su amo trabose los pies con las manos de manera que cayó en el suelo y como trabajaba por se levantar, hacía gran ruido y daba grandes bufidos, que pareció cosa de temor. Los que venían de prisa oyeron el roido y parando y estando atentos cuanto más escuchaban tanto más se les
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confirmó ser fantasma o demonio, y como traían una linternilla, desde lejos, mirando y viendo un bulto grande y negro haciendo tanto ruido, y dando vueltas y gemidos y bufidos de todo creyeron ser demonio, y dejan la calle con gran temor y por otra van al monasterio, y llaman a gran prisa y dicen y afirman estar el demonio en la calle. Como eran gente de abtoridad y digna de dar crédito salen los frailes revestidos y con agua bendita y lumbre y, con cruz, llegando al lugar hallan ser el diablo y haberse tornado en asno y el miedo ser asnal y borriqueño.
(342) 51. En Valladolid andaba un fraire de la merced enamorado de una mujer de un oficial, hermosa, y como la mujer fuese honesta y no se pudiese defender del fraire díjolo a su marido. El cual para coger al fraire concertolo con la mujer le hiciese buen rostro y aceptase con él para una noche señalada. Hízolo ansí la mujer, como el fraire era astuto y avisado, viendo la conversión de la mujer tan presta y sin fundamento, entendió lo que podía ser y prevenido con aquel dicho, a grandes cautelas, cautelas mayores. Llamados dos grandes amigos y dando parte del secreto van todos a punto, y llamando a la puerta o haciendo la seña concertada, abre la señora y diose a conoscer y echándola mano el fraire para le meter en casa, asióla el fraire y, que quiso que no, sacola y puesta una pella en la boca, llevóla donde la tuvo hasta que le paresció estar satisfecho y por buen concierto de paz la tornó a su marido.
(343) 52. A un prior de la Orden de Predicadores dijo un provincial: —Tengo tantas informationes contra vos que no puedo dejar de absolveros37 y quitaros el priorazgo.Y por esto pedidme vos que nos lo quite porque ganes honra. Fuit factum sic, que el dicho prior pidió ser absuelto. Respondió el provincial que le placía y ansí lo ejecutó. El prior absuelto daba voces y querellas contra el dicho provincial. El provincial se escusaba que había absuelto al dicho prior a su petición. El prior decía que aunque se lo jurara solemnemente no le había de creer ni quitalle aquella honra.
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En el sentido de liberar, separar de un cargo.
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(344) 53. Dijo Lazarico, un truhán del almirante don Fadrique, porque Diego de Rojas decía que Buitrón, una guarda de su monte del rey, era muy buen hidalgo y loaba mucho su genealogía: «¿Sabéis qué me paresce, Diego de Rojas, desta hidalguía de Buitrón? La casa santa en poder de paganos».
(345) 54. Fue Nuestra Señora huéspeda de Nuestro Redentor y él se hobo como buen huésped porque partió de la posada dejando la huéspeda contenta sin lesión ni daño.
(346) 55. Son las justicias de estos tiempos como los niños, que cuando riñen unos con otros quéjanse a su madre que fulano les firió.Y ella pone la mano y dice: «Escopid, hijo, escopid, que él me lo pagará». Pero nunca más se acuerda de ello. Ansí cuando los pobres piden justicia de quien les maltrata o afrenta dicen los jueces: —Escopid aora, vos, tanto de la demanda y tanto de la acusación. Y en fin, no hay otro castigo.
(347) 56. Justicia de Dios es como el pescador cuando sale de su casa lleva la caña para pescar muy derecha, mas cuando pone el cebo en el anzuelo y comienzan a picar los peces luego se entuerta la caña. Moralidad: Cuando la justicia sale de su casa y va para la Audiencia a pescar, lleva la caña derecha y justa, mas desque vuelve para su casa con el cebo de la audiencia vuélvela muy tuerta.
(348) 57. La vara de Justicia es a veces tan delgada que un par de guantes la hacen inclinar, o un poco de papel, que es carta de ruego, o de merced o socorro.
(349) 58. Un tabernero juraba que había puesto agoa en el vino. A otros juraba que no.Y preguntado y reprendido por qué juraba cosas contrarias, respondió: —Creed cual quisiéredes.
(350) 59. Un hijo de Serna dijo que matasen un ansarón; otro que lo vendiese; otro que lo guardase. El primero fue caballero, segundo mercader, tercero clérigo.
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(351) 60. Díjome el señor obispo de Palentia, don Luis Vaca, que vio un español, natural de Segovia, que se llamaba Diego Coronel, que sabía 18 lenguajes y un juego con los naipes, y decía a cada uno la carta que tenía y cuantos punctos sin haberlo visto, y con este secreto ganó algunos dineros de apuestas.
(352) 61. No ha de aceptar personas el juez ni tener38 la raposa, que seyendo juez de los animales perdonó a los lobos, osos, etc., que destruían a todos los animales y mandó matar al asno que comió un poco de paja de una albarda.
(353) 62. El condestable Miguel, re q u e rido por don Fadrique Manrique para que siguiese el partido del infante don Alonso, a instancia del maestro don Pero Girón, después que salió de su casa envió muchos muchachos tras él que decían: —Enrique, Enrique y cagajón para don Fadrique.
(354) 63. En Burgos estaba un loco que se llamaba N. de Gumiel; éste fue un día a Sant Pablo a rescebir el Sancto Sacramento, y no se lo quisieron dar. Saliose dando voces y diciendo mil males de los frailes, y en esto encontró con el canónigo Soto, y preguntole que qué había. Díjole que no le querían dar los frailes el Sancto Sacramento porque había dicho que la muerte de Cristo no había sido sino un tránsito. Respondió el canónigo: —Pues yo, os juro a tal, que no le comáis si vos eso tenéis y creéis.
(355) 64. El mesmo subiose un día, todo untado de liga, a unos tejados, y desnudo en cueros; la madre subió dando voces pensando que se quería echar de allá a bajo, y él como la vio comenzó a decir, puesto el dedo en la boca: «Chit, chit, ¡calle, cuerpo de tal, con la puta vieja! Que me espantáis los pájaros».
(356) 65. El conde de Aranda y los de Urrea se precian que descienden de Sant Jorge, o de un caballero compañero suyo. Un labrador donoso, rico y atrevido prestaba dineros al conde, para pagar a los
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Deben de faltar algunas palabras.
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porteros que venían a le hacer ejecución. Mostraba un día el conde a este labrador la sala a donde tenía pintado a Sant Jorge y a su compañero. Dijo el vasallo al conde: —Señor, más valdría que Sant Jorge y su compañero estovisen pintados encima la puerta para vos defender de estos porteros, que no en esta sala donde los tenéis.
(357) 66. Hernando del Pulgar al tiempo que el príncipe falleció traía luto por un su pariente. Estaba ya algo tractado, preguntó a un criado suyo, vizcaíno, que tenía aquel luto para dar señal del sentimiento que era obligado por el fallecimiento del príncipe don Joan. Respondió el criado: —Paréceme, señor, que bastará bien este luto pues el parentesco que con el príncipe teníades no era muy cercano.
(358) 67. En un lugar de Campos, que llaman Cuenca, había un hombre honrado que cuando tenía con qué daba limosna liberalmente y cuando no tenía si el pobre le importunaba llevábale hasta su casa y llamaba a los mozos y decíales: «Bajá una prenda y dalda a este pobre porque no me deja entrar». El pobre que pensaba le iba a dar limosna decía: «Señor, no quiero prenda», y queríase ir. No le dejaba ir sin que la llevase diciendo: —Juro a tal, que la habéis de llevar y esperarme que yo os pagaré cuando tenga. Y ansí, quería que no, hacía llevar al pobre la prenda hasta que le daba limosna.
(359) 68. Fue el emperador Tito tan magnífico que acordado no haber dado un día, dijo: —Amici, diem perdidi.
(360) 69. «Macho, macho es», respondió don Diego de Mendoza estando en un mesón, a un caballero que le preguntó dónde era su posada.
(361) 70. El secretario Urrías sabiendo que el cardenal Loaisa venía a Zaragoza y había de entrar de mañana porque era verano, saliole a rescebir y detóvose en una iglesia en el camino oyendo misa, era
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fiesta, y la misa de réquiem. Paresciole que no cumplía y así acordó de oír segunda misa, de la fiesta o del día entretanto el cardenal entró y se fue a comer a su posada. El secretario fue a la tarde a visitar al cardenal y suplicó que le perdonase porque se había detenido oyendo dos misas. Respondió el cardenal: —Señor secretario, perdóneos Dios, que por oír una misa de aquí a Roma habíades de ir y por no oír dos habíades al huir hasta Jerusalem.
(362) 71. Estando un caballero con una monja por unas rejas dicen que le dijo: —Señora, cada una de las monjas es un vaso de ponzoña con ceños de hierro. Vaso de ponzoñas con ceños de hierro, por las rejas que tienen las monjas.
(363) 72. Contome un caballero que en Zamora en un monesterio de monjas concertó con una de ellas con un servidor suyo veniese a la una de la noche a su celda al dicho monasterio, que en la puerta de la celda hallaría la llave, que el hombre entrase y la esperase porque ella vernía acabados los maitines. Fue hecho ansí, y estando el gentilhombre esperando la dama, sucedió que una mona se había entrado en la cámara sin saber la monja.Y esta mona salió y saltó a los ojos al galán, el cual espantado sacó la espada. La mona con mayor alteration saltó a los ojos del hombre et tandem pelearon un gran rato con tanta furia que el hombre quedó fatigado, cansado, sudado y arrepentido de haber venido a hablar con la monja. Tandem la mona vio cierto agujero en la cámara por donde entraba el rayo de la luna por el cual saltó y salió afuera desollados los cuadiles dando gritos. Vino la monja dichos los maitenes, halló al galán tan cansado y arrepentido de la entrada que tovo bien en que entender para le volver en su acuerdo. Tandem el hombre se partió de la compañía infeta y haciendo voto de no volver a semejante lugar en toda su vida.Y no bastó que la monja le juró que no era diablo, como él pensaba, sino una mona que habían aquel día dado a una monja de aquel monesterio, la cual se había acogido en aquella cámara huyendo de otras monjas que la perseguían.
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(364) 73. Dicen que un monesterio de monjas había veinte monjas y veinte y cuatro cunas.
(365) 74. En Valencia, en el monasterio de la Esperanza, que es de la Orden de Sanct Agustín, contenció que ciertos frailes entraron de noche, dicen que al salir cayó uno y morió.
(366) 75. Estando un día en Burgos comiendo con el condestable, don Pero Fernández de Velasco, Rojas, capitán de artillería vecino de Peñafiel, que había estado en Indias muchos años, perdido, según él decía, porque perecieron sus compañeros todos.Y contando cosas de gran admiración, entre otras dijo tres o cuatro maravillosas. La una que había allá ansarones como acá, salvo que criaban en los árboles y alturas, como bravos, y que cuando criaban los hijos es en lugares apartados de agua diez leguas y que los llevan los padres a dar agua dos veces al día y que son tan tiernos que si los toman por un ala o pierna se la sacan; sobre cómo y por dónde los llevaban a dar agua hubo allí gran disputa sin que se diese cierta resolución, en fin dijo el mesmo que los llevaban asidos del pico. Fue la segunda que había allá peñas de diamante fino como acá las hay de piedra o canto. Item que había él visto y primero conoscido al otro norte y que fue el primero que le puso en la carta de navegar. Item que le adoraban los indios por hijo del Sol y que había hecho muchos milagros sanando enfermos de repente. Item que había muerto al diablo el cual anda familiarmente entre los indios y que donde quiera que él entraba huía el demonio, y no atormentaba ni hacía daño como solía.Y como le mató fue de cierta manera fingida una noche que sería largo y prolijo el referir.
(367) 76. En un lugar del condestable, que dicen Villalba del Alcor, hay un escribano tirador de arcabuz y hay buen monte y en él caza, cuando va fuera le lleva cargado. Acaesció un día que un vecino del lugar andaba huido por deudas, y acaso estaba en el monte, y vio venir al escribano y pensó que ansí mesmo venía allí el alguacil y de presto metiese en una mata espesa junto al camino. El escribano, como venía mirando por caza y vio negrear en la mata, tuvo por cierto que era algún lobo o raposo, y poniendo su arcabuz a punto rodea la mata
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para tomar el aire, y esto viéndolo todo el hombre. Ya que le paresció que estaba a tiro, suelta y hiere al hombre por un brazo, y pasándole le metio la pelota en el cuerpo, y dio voces diciendo: «¡Que soy muerto!». Como el escribano vio el hierro tomole y llevole al lugar y huyó. Este hombre herido sanó, y es hoy vivo, con la pelota en el cuerpo que es cosa de harta admiración.
(368) 77. En un lugar de Tierra de Campo, que dicen Monegro, había un principal hidalgo que decían Pero González de Quelana. Este murió habrá cinco años poco más o menos que sería el año de 47, y murió de edad de cien años. Y después de muerto de ahí cuatro o cinco días, la cámara donde el morió, en la cual había estado enfermo sin se levantar algunos años, olía tan mal que vino a inficionar toda la casa y aunque la limpiaban y sahumaban no aprovechaba. Andando con diligencia buscando donde procedía aquel mal olor, abrieron acaso una tina pequeña que estaba a los pies de su cama y hallaron dentro dos criaturas pequeñas, macho y hembra, ambas muertas, serían de edad de dos años. El hijo del muerto lo fue luego a decir a la Justicia y corregidor del rey, que está y reside en Reinosa. Hízose toda la inquisición posible sobre el caso y hasta hoy no se ha hallado qué cosa sea, ni cuyas, ni de dónde las criaturas.
(369) 78. Un caballero aragonés anduvo muchos días enamorado de una hermosa y principal doncella, y al cabo de muchos trabajos, y con palabra de casamiento, sacola una noche y llevola a una fortaleza de un su amigo.Yendo en el camino llevábala en ancas de una mula, y acaso encotrose con un fraire de cierta orden que caminaba en una buena y gran mula.Y fuéronse platicando en compañía porque el fraire era harto avisado, y al parecer de buena dotrina y vida. Llegando a un vado de un río quebrosele al caballero la una rienda de la mula y la señora tomó miedo del agua que iba crecida; y como al caballero le paresció que pasaría mejor en la mula del religioso, por ser mayor, rogole pasase la dama en tanto que él adobaba la rienda a la mula. Aceptó el fraire su ruego, suben a la señora a las ancas de la mula del religioso y pasa la señora de la otra parte.
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Estaba de la parte de la ribera donde pasaron una traspuesta y luego un monte grande y espeso.Y el caballero tenía ojo en los que pasaban y vio como el fraire se traspuso la cuesta, y diose prisa, y pasando el río y la traspuesta, y buscando todo el monte y toda España y Italia y Cristiandad, nunca, hasta hoy, halló nueva ni rastro de ellos puesto que no dejó monasterio de la orden donde uno se informó: tal día, tal mes, tal año que fraire había o faltó con tales señas.Yo lo vi al cabo de seis años que esto había pasado.
(370) 79. En la Fuensanta en un monasterio que el conde de Osorno, don García Manrique hizo en Galisteo, hay un minero de piedras que por gruesa y larga que sea la piedra se dobla a una parte como lo haría una vara larga y delgada, aunque la piedra no se quiebra, que es cierto cosa maravillosa.
(371) 80. En la Villa de Carrión hay un hombre, que hoy vive y yo conozco, llamado Joan Arrayaz, es morisco, que se está treinta días sin hacer cámara y dicen que más, y esto de ordinario, que es cosa admirable.
(372) 81. En la villa de Villalpando, que es en Campos, lugar del condestable, estuvo una mujer casada encerrada cinco años en una casa, metida en un cancel de madera.Todo cerrado sino sola una ventanita por do la daban de comer por honzas. Y en todo este tiempo ni se desnudó ni mudó vestido ni salió a cosa alguna. Y estuvo esto secreto todo este tiempo con estar en la más principal casa y de más parlerías y trabacuentas de todo el lugar. Hasta que una moza lo descubrió y la justicia fue y la sacó de donde estaba, y salió con tal gesto y tan mal oler que fue gran lástima, que según sus obras ella lo merecía. Hoy en día es viva y está en el mesmo lugar, y su marido que es harto conocido tray con ella pleito. Hala acusado de adulterio y aun probado más de uno.
(373) 82. En la Villa de Carrión había un cura de Sant Pedro que agora es monasterio de Santo Domingo que en toda una cuaresma no bebía gota de agua ni de vino.
(374) 83. Dijo Páez que estaba en el lodo por no estar en su casa.
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(375) 84. La reina doña Isabel dijo, por las casas de Madrid, que los vecinos de Madrid eran como los niños que de su aguinaldo compraban una bolsa et post no tenían ni quedaba caudal para meter en la bolsa.
(376) 85. Los privados son con los señores como nos habemos con el fuego. La persona que mucho se allega se quema, y la persona que se aparta y desvía se enfría. Sic. Los privados si se allegan quémanse con el fuego de las envidias, embiciones y voluntad mudable de los señores, si se absentan resfríanse en la memoria porque a muertos y a idos...
(377) 86. Las personas astutas siempre procuran en los negocios que tratan de haber utilidad. El Papa Clemente Séptimo, según me contó el señor de Castillo, preguntado por el dicho señor, enviado a él en nombre de Francisco, rey de Francia, por qué no había enviado socorro al dicho rey en algunas guerras que había emprendido en Italia, siendo amigos y aliados, respondió que él tenía dos parientes mercaderes: el uno en Florencia y el otro en Londres, y el uno de ellos aunque respondía a las letras de cambio de gran suma y no a las letras de poca suma, porque en las primeras cuentas sintió que el de Florencia no partía con él la ganancia de las letras de poca suma. Y preguntando por qué no respondía y qué regla tenía con él para saber si había de responder a sus letras, respondió: —Cuando yo sintiere que en las contradicciones gano tanto como vos y vos ansí lo entendiéredes sed cierto que responderé a vuestras letras.
(378) 87. Don Antonio dijo al Almirante que veniendo a la Corte le dijo que había crescido. Respondió: —En venir vuestra señoría, todos los medianos crescemos. Alludens que por ser tan chico el almirante hacían grandes a todos.
(379) 88. El rey de Francia Carlos Quinto vino a Roma al tiempo del Papa Alejandro y quiso ver a Cicimo, hermano del Turco, que estaba preso en el castillo de Sanct Angel, y entró en su aposento, el cual le mandó poner unas almohadas de goadamecí en que se sentase, como él estaba, y el rey no se quiso sentar, sin que el Papa se sen-
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tase, y a Cicimo dijo que se sentase él que de tales como el Papa no hacía él caso porque su padre tenía doce alphaquíes que cada uno de ellos era mejor que el Papa. Este Cicimo fue levado en Francia y murió de enojo por el mal tracto que recebió.
(380) 89. Ruy Díaz de Rojas a su hijo dijo: —Si tienes, tente, si no tienes, vente.
(381) 90. Alonso de la Caballería preguntado por el Ruy qué forma se tenía para abreviar los pleitos, respondió: —Haced que vuestros súbditos sean de buena consciencia y paguen lo que deben, o que los acreedores perdonen lo que se les debe.
(382) 91. El conde de Montamarta se dice que hizo tres locuras: una de oro, otra de plata, otra de piedra. La de oro fue una cadena de mil castellanos, la de plata un achero de seiscientos marcos de plata, la de piedra la torre de Fuentes.
(383) 92. Uno estaba detrás de una puerta de una casa con una mujer negociando lo que Dios les ayudaba, y el dueño de la casa como entrase y los viese detóvose afuera y dijo a boces: —Señores, ¿hay posada? Respondió el que estaba detrás de la puerta: —Señor, ¿veis que estamos unos sobre otros para no haber lugar y pedís posada?
(384) 93. Comían con el cardenal Loaysa (un día de pescado) un obispo y el prior de Palencia, y un médico.Y entre las otras cosas que sirvieron fue pulpo, y estaba tan bien aderezado que el obispo lo comenzó a loar y que estaba lo mejor del mundo, y que suplicaba a su señoría mandase a su cocinero se lo enseñase guisar al suyo. Pasado esto el médico comienza (que no debiera) a loar su pulpo, y que era lo mejor que en su vida había comido. El cardenal le respondió: —Mira, médico, callá que a vos el pulso os dan, que no el pulpo.
(385) 94. El primer pavo visto, admirado Alejandro, mandó por edito público que ninguna persona fuese osada de matar aquel ave. Los
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griegos procuraron de levar casta a Grecia y ganaron dineros a la mostrar. Ortensio fue el primero de los romanos que la sirvió en un banquete. Conciben el 3º año. Viven 25 años, es ave golosa y envidiosa.
(386) 95. Sant Barthomé fue desollado y no se le dio nada por perder el pellejo que era librea del invierno, porque tenía que le habían de dar otra mejor de verano.
(387) 96. Dijo un paje del obispo de Segovia don A n t o n i o Remírez: «No hay peor sordo que el que no quiere oír», porque dándole cierta respuesta le dijo el obispo: —Habla alto que no lo entiendo.
(388) 97. Al duque de Alba, escribieron otro: «Al ilustrísimo», el duque de Alba respondió: —Mayordomo mayor en ausencia, capitán general en la paz, solicitador de Cobos y escudero de su mujer.
(389) 98. (Testimonio falso). «Quien levanta pelo a la grana levantará cuanto quisiere», dijo don Antonio de Belasco a una dama que le dijo que el conde don Bernardino había dicho que don Antonio dijo ciertas cosas.
(390) 99. Item de otra que soñó que hallaba un tesoro en Sevilla a la Puerta de la Aceite. Fue y cavó, y visto por su vecino le dijo: —No busques, que yo he soñado en Mérida, en una huerta, en la pared, hallaba una cabra de piedra y debajo de ella tesoro. Oído esto, el que primero cavaba fue a su huerta y halló el tesoro debajo la cabra.
(391) 100. Tu tractas a tus vasallos como quien eres y el rey mi Señor como quien es, consejo.
(392) 101. A unos panes de azúcar con esmalte blanco y el galán vestido de luto: —Las cuitas visten de blanco este dulzor y a mí de negro color.
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(393) 102. El conde de Benavente levaba de la mano un día en palacio a una dama que él servía, iba vestido de la librea de la dama que era de verde. Díjole un caballero: —Señor, si con esta verde no hiciere vuestra señoría, se deshaga de ella.
(394) 103. Cenete: Al moro que le guiaba de noche en tiempo de la Germanía: —Anda que juro a Dios de te llamas siempre Maomath.
(395) 104. Item: A la dueña: —Andad, señora, con Dios, pues habéis hecho de mí lo que habéis querido.
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(396) 1. Don Carlos Quinto, emperador de Alemania, rey de España, de Nápoles, de Cecilia, etc, después de haber imperado y ser monarca de la cristiandad treinta y siete años y haber domado las rebeliones de España, Italia, y Flandes, y sojuzgado al duque de Sajonia y Lazgrave con los otros potentados y rebeldes a su imperio de Alemania, y después de haber restituido al rey de Túnez en su reino, y haber defendido al rey de Hungría, don Fernando, su hermano, de las entradas que el Gran Turco hacía en sus reinos, y después de los días de la cristianísima emperatriz, doña Isabel, su mujer: habiendo casado a la muy excelente infanta doña María, su hija, con el rey de Bohemia, y siendo la serenísima infanta doña Juana, su hija segunda, princesa de Portugal; y últimamente habiendo casado a don Felipe, su hijo, digno por su gran valor y virtud de tales padres, con María Tudor39, excelentísima reina de Ingalaterra, habiendo reducido infinitos bárbaros y rebeldes, ansí con premáticos y sanciones como el Sacro Concilio, que mandó celebrar en la ciudad de Trento; puesta por su mano en el mundo paz y justicia renunció toda su monarquía, reinos y señoríos40 en don Felipe, su hijo, merecedor de suceder a tal padre a principio del año del nascimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de
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De otra letra. Enjemplo, aunque no se le iguala, de Diocleciano, emperador de Roma, que dejó el Imperio y se volvió a la vida privada que antes tenía. [Léase lo que de él escribe Pero Mejía en su Césares]. 40
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mil y quinientos y cincuenta y seis años, y entendiendo de su real persona ser merecedor de todo ello, se redujo a un monesterio de la orden de San Jerónimo, que llaman Yuste, donde el recojimiento de su sacra persona y la sancta vida que hace es tal que en este mundo inmortal fama y en el otro perpetua gloria no le puede faltar.
(397) 2. Una mujer llamada María de Castilla41 que después por la hazaña que hizo llamaron María la Baronesa, natural de un lugar de Vizcaya llamado San Vicente42 de la Barquera matole otro hombre a su marido y teniéndole condenado a muerte la justicia ella perdonó la muerte de su marido con la condición que él se matase con ella, con espadas y capas, y que si la matase ella perdonaba su muerte y la de su marido. Acetándole este partido, como por cosa de burla, salió a matarse con él y ella tuvo tanto ánimo, y Dios que favoreció a su buena intención, que a los primeros golpes le dio una estocada de que luego cayó muerto43.
(398) 3. Cerca de la villa de Dueñas, de un lugar que se llama Tariego, hubo una moza labradora de la cual fue tan enamorado un mozo rústico, pastor de un vecino de Dueñas, que guardaba ganado, que osó acometer la maldad que ahora diré.Visto que ella no quería conceder a su voluntad que de muchas y diversas veces se lo había rogado y importunado y amenazado sobre ello, determinó el malvado de aguardarla una noche escura, que supo que ella venía de vender pan de Palencia, porque de día no osaba ir de miedo del pastor. Tomándola en parte como él la deseaba rogole muy ahincadamente quisiese conceder a su voluntad. Ella respondió que en ninguna manera haría tal cosa en perjuicio de su alma y de su honra. Viendo él que no bastaban ruegos, juró de matarla y hacer por mal lo que no quería hacer por bien. Ella estuvo tan firme en su propósito que él sacó un cuchillo y la degolló, y muerta cumplió su maldito deseo, no queriendo aquella ánima bienaventurada hallarse presente en aquel acto con tan bruto animal.
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«M. de Castilla» de otra letra y encima del renglón. «San Vicente de la Barquera» de otra letra. 43 Ejemplo de la esposa de Sinovir cuando mató a[se]sinato compon coma. Léase en Marco Aurelio. 42
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Todo esto confesó él ser ansí verdad en el palo donde fue asaeteado dende a pocos días.
(399) 4. Doña Sancha Carrillo y Osorio, mujer de don Hernán Sánchez de Velasco,Adelantado mayor de Castilla, viniendo con su hijo en brazos desde un lugar que llaman Bisueces a Medina de Pumar, y con poca compañía, vio muchos enemigos suyos que la aguardaban en el camino con intención de matalla o prendella.Y aunque los suyos le aconsejaron, por estar en peligro notorio44, que se volviese a Bisueces que ellos pelearían y entreternían los enemigos para que ella tuviese lugar de ponerse en salvo con su hijo, respondió estas palabras: —Yo os agradezco el consejo que me dáis, pero si mi marido fuera vivo o mi hijo fuera hombre ellos no volverían atrás. Nunca Dios quiera que yo os deje que más quiero morir aquí con vosotros que salvar la vida dejándohos en tanto peligro. Y con estas palabras y otras tales les dio tanto ánimo que vencieron a sus enemigos, matando la mayor parte de ellos.
(400) 5. María de Temiño, mujer de un fulano de Campo, alcaide de Trujillo por don Pedro de Velasco, habiendo muerto un criado suyo al dicho alcaide, de ella, por mejor se vengar, disimuló el enojo que dél tenía diciendo, que su marido era tan recio que le dio ocasión a lo que hizo. Con esto el criado se aseguró y tornó a servir a su ama como de antes. Tomándole solo en una cámara, ayudándole una criada suya, le sacó un puñal de la cinta y le dio con él tantas puñaladas que le mató.
(401) 6. De un mancebo de Lusitania45, que es en Portugal, escribe Trogo Pompeyo que yendo dos hombres de caballo, a Erbajal, de
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Ejemplo de Cenobia, reina de los palmaines [palmirenos]. Ejemplo de cuando conquistando Julio César la ínsula de Bretaña que ahora se llama Ingalaterra un romano llamado Lucio Cebaestena [Marco Celsio Esceva] pasó con cuatro compañeros en un pequeño barco a una pequeña isleta de cerca de la costa de Bretaña, donde saltando en tierra halló tantos enemigos que sus compañeros le desampararon e se retrajeron al barco dejándolo solo entre tanta multitud de enemigos de quien sola su valentía le pudo salvar peleando tan esforzadamente que los romanos y ingleses se maravillaban de ello. Y habiendo hecho gran matanza en ellos, 45
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Sexto Pompeyo46 que allí cerca tenía su real, pidieron a aquel mancebo les diese una cuerda, para atar la yerba, con que él estaba atando un haz de leña.Y como él no se la quisiese dar, uno dellos le quiso dar con la lanza, mas él se guardó del golpe y le asió de ella con tanta fuerza que la sacó de las manos y le dio con ella tal herida al caballo, que sin podelle tener, se fue huyendo con su amo por el campo adelante. El otro vino a darle y aunque él se guardó del golpe de la lanza diole con los pechos del caballo tan recio que le hizo poner una mano en el suelo; mas él se levantó tan presto que sacando un pequeño cuchillo, que tenía en la cinta, dio tan grande herida al caballo en una pierna que caído con su señor, le tomó debajo, estando el mancebo desarmándole la gola para degollalle, llegaron otros cuatro de a caballo, que también andaban a erbajar, y comenzaron a acometerle por todas partes. Mas el mancebo se dio tan buena maña que con una lanza que tenía en las manos mató los dos, y los otros dos le huyeron y llegando a su real dando voces y pidiendo socorro, diciendo que no era hombre sino diablo el que habían topado, fueron con ellos diez de a caballo y comenzando a pelear con el mancebo aunque le dieron algunas pequeñas heridas. Él se dio tan buena maña que les mató dos hombres y tres caballos, peleando de tal manera que ninguno se osaba llegar a él. Llegado a oídos de Sesto Pompeyo, fue a ver lo que pasaba y viéndole pelear tan valientemente mandó apartar los suyos y le rogó que se fuese con él, prometiéndole de hacerle mercedes. El mancebo se fio de su palabra y Pompeyo le mandó curar con toda diligencia y le hizo centurión.Y de allí adelante fue el más señalado hombre de su ejército.
(402) 7. Don Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro, de edad de cincuenta y siete años se refujó al monasterio de Sancta Clara de la su Villa de Medina de Pumar, donde vivió doce años retirado de la
atravesada una pierna estaba herido en la cara y otra en la cabeza, se vino para Julio César tiñiendo el agua de la sangre que de sus heridas salían. E le pidió perdón por servar doctrina de caballería que no fue menos la virtud de esta templanza que la de fortaleza con que había peleado. Julio César lo recebió muy bien e le hizo centurión, que es capitán de cien caballeros. [Valerio Máximo, Libro tercero, (cap. II, De fortaleza 23) Comentarios de César]. 46 Encima del renglón.
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Corte, e dejó otros negocios mundanos en hábito humilde y bajo, teniendo en paz y justicia sus vasallos e descargando su conciencia y haciendo grandes limosnas. Feneció sus días en gran felicidad, dejando notables memorias. Vivió en tiempo del rey don Juan el Segundo, y de don Enrique el Cuarto.
(403) 8. Don Francisco de Borja, [1510-1572] duque de Gandía, viéndose viudo, entendiendo servir a Dios más libremente con la pobreza que con la grandeza de su estado, le renunció en su hijo y seguiendo la orden de los teatinos resplandece en obras de sanctidad y vida e buen ejemplo.
(404) 9. Don Bernardino Pimentel renunció su estado en su hijo, y vive tan recojida y observantemente que sin haber mudado hábito da grande ejemplo y testimonio de su sancta vida a todos los que lo conocen.
(405) 10. condes de Benalcázar, renunciando el estado, se metieron en la orden de los frailes menores, donde murieron y vivieron tan sanctamente que son tenidos por sanctos y con mucha razón.
(406) 11. En un lugar, en la ribera de Pisuerga, que se llama Melgar de Yuso, viven hoy dos hermanos que el uno se llama Juan de Aguilar, y el otro el maestro Aguilar, graduado en Santa Teolugía. Sobre ciertas diferencias que tenían el Juan de Aguilar juró que el maestro se la pagaría; y como desapareció dende nos ha pocos días, la justicia de Melgar de Fernamentales, cuya es aquella juredición, de oficio hizo información sobre ello. Entre los otros testigos, que juraron que Juan de Aguilar le había muerto, fueron dos hijos suyos de edad de quince o diez y seis años. Tomándole los dichos a cada uno por sí juraron contestes que estando aquel día que se probaba haberle muerto escondidos debajo de una escalera vieron venir a su padre con un martillo en la mano y subió por la escalera a una cámara adonde el maestro dormía la siesta y oyeron un golpe y dende a un poco vieron que el Juan de Aguilar bajaba arrastrando a el maestro muerto, con una gran herida en la cabeza, y ansí lo metió en un pajar, y le cubrió de paja y en anocheciendo él y su mujer se llevaron y enterraron en un palomar y la noche siguiendo dos vecinos de aquel pueblo toparon a
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la dicha mujer tres leguas de allí, con una bestia cargada y un bulto que llevaba metido en un costal y iba destilando sangre y queriendo ellos ver lo que era, ella no les dejó. Haciendo información la justicia sobre ello, hallaron el martillo y la cama llena de sangre y la paja en que primero le pusieron, y el hoyo que hicieron en el palomar para enterralle, y yendo por el camino que la mujer le había llevado, llegaron a un lugar que se llama Hornillos del Camino, donde hallaron un hombre muerto, clérigo de la misma edad y disposición que el maestro Aguilar y muerto de una martillada en la cabeza, y el dedo pequeño de la mano derecha, manco, como el Maestro le tenía en tanta manera que todos los que le conocieran vivo le conocieran muerto. Teniendo la Justicia el caso por tan notorio, que no había necesidad de dalles tormento, aunque siempre negaron, condenó a muerte al dicho Juan de Aguilar y a su mujer, sacándolos de la cárcel para ejecutar la justicia.Vino un vecino de un lugar de allí cerca que llaman Hosornillo y dijo a los alcaldes que no hiciesen tal cosa porque el Maestro Aguilar estaba vivo y sano, comiendo en su casa, e ansí los tornaron a la cárcel47, y fueron muchos a saber si aquello era verdad y trujeron consigo al dicho maestro Aguilar y conociendo todos ser él mismo, soltaron los presos y se fueron con él y dende a pocos días se fue él, y nunca más pareció. Fue este caso de tanta admiración que es indigno de creerse, pero los que lo vimos pasar ansí sabemos que es verdad y por tal lo escribo.
(407) 12. Viniendo de camino una noche de verano el condestable don Íñigo Hernández de Velasco y su mujer, doña María de Tobar, duquesa de Frías, acordaron de quedarse a dormir en una aldea. Hecha su cama en un portal que salía a un corral, después de todos sosegados, el condestable oyó dentro del corral un gran bramido como de toro48, y luego otro más cerca de su cama, y alzando la cabeza y tomando la espada en la mano, y sentándose en la cama, por saber lo
47 Enjemplo del cónsul Rufo que después de muerto vino dos años continos al Senado. Plinio, [Libro VII, cap. III] Lampridio, [Césares de Frai Antonio [de Guevara], Valerio Máximo, IX, 12. 48 Enjemplo de Timón. Léase Plutarco, Vida de Timón, [I y VI].
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que era, vio un bulto de fuego a manera de un gran toro muy espantable. El condestable, porque la duquesa no se espantase, le puso el brazo delante de su rostro. La visión, dando cada vez mayores bramidos, llegó hasta junto de la cama, y quemó un pedazo de un cobertor y volviéndose por junto a la cama de dos pajes de cámara, que allí cerca dormían, quemó al uno todo un lado de que luego murió y el otro quedó tan espantado que sin poder tornar en sí murió dende a dos meses.
(408) 13. Estando el condestable don Íñigo Hernández de Velasco en su casa de Burgos, cercado de la comunidad, tres hombres, plebeyos, con arcabuces armados, sin ser vistos entraron por los tejados para matalle y topáronle solo, y sin armas en el cuarto que llamaban de las ermitas49, y como él los vio fuese para ellos diciendo: —¿Qué hacéis aquí, bellacos? ¡Salíos de mi casa, si no certifícoos a Dios de os hacer ahorcar! Y así se fueron espantados.
(409) 1450. Estando en Nápoles Gonzalo Hernández de Córdoba que por sus merecimientos mereció el renombre de Gran Capitán fue avisado que en cierta iglesia donde él había de ir a misa estaban muchos armados con determinación de matarle. No por eso dejó de ir a misa sin llevar más compañía que otras veces. Entrado en la iglesia, puesto en medio de sus enemigos alzó uno dellos una alabarda para matarlo, y él alzó el brazo diciendo: —¡Aparta allá! ¿No miras lo que haces? Con tanto ánimo que el otro no osó descargar el golpe, ni los que con él estaban, secutar su determinación y así se fueron y le dejaron.
(410) 15. Estando el Gran Capitán en Córdoba, un criado suyo el suplicó le diese una cédula en que dijese que tenía en su cámara ocho mil ducados, porque con esto le darían en casamiento una doncella
49 Valerio Máximo: Plutarco. Ejemplo de cuando Gallo Mario estando en la cárcel le mandó Sila matar y llegando el verdugo a hacerlo no osó poner las manos en él, viendo su venerable persona. 50 Repetido en el núm. 60.
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con gran dote, prometiéndole que en casándose le volvería su cédula. El Gran Capitán lo hizo como se lo pidió, y el criado se casó. Sabiendo después la mujer y los parientes de ella la cautela51, vinieron a quejarse al Gran Capitán del engaño que su criado les había hecho. El Gran Capitán respondió que no tenían de qué se quejar, porque él tenía en su cámara los ocho mil ducados de su criado, y ansí se los mandó luego pagar.
(411) 16. Hernando de Ávalos, marqués de Pescara, teniendo cercada [con don García de Santángel]52 cierta tierra tan fuerte que no parecía posible ganarse, estando los enemigos descuidados llegó con un solo soldado que iba con él a cierta parte donde la batería había hecho un agujero, y asomando en él una gorra descargaron en ella gran número de arcabuces, se arrojó por el agujero53 y comenzó a pelear con los de dentro, con tanto ánimo que los suyos tuvieron tiempo de llegar y entrados por el agujero socorrerle.Y así se ganó la tierra, sin haber orden de ganarse de otra manera.
(412) 17. En un lugar de Campos que se llama Val de Unquil andaba un labrador enamorado de una labradora casada, y por mucho que la siguió nunca pudo acabar nada de lo que él quería. Viendo una mañana salir al marido de ella de su casa, entró en ella y hallando a la mujer en la cama, pensando ella que era su marido consintió su voluntad54 y le dijo: —Frío venís. Después, topándola él en la calle le dijo: —Frío venís. Donde ella concibió el engaño, la cual lo disimuló con tanta cordura, aguardando tiempo para vengarse que salió con su intención, porque siendo en tiempo de agosto y estando él, con otros muchos, 51 52 53
De otra letra sobre el renglón. Entre líneas y de otra letra. Ejemplo de cuando Alejandro se echó en la ciudad de los subdratas del muro
abajo. 54
Ejemplo en Josefo Antiquitati[s] [Judías, Libro XVIII, cap. 3] de cuando Mundo engañó a Paulina, mujer de Paulino, romano…
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en las eras, arremetió a él y con un cuchillo, que llevaba debajo de la saya, le dio tal golpe que le cortó la cabeza.
(413) 18. Juan González de Avellaneda, muy principal caballero, casado con doña Catalina de Zúñiga, estándole ella mirando sin partir los ojos dél, dijo: —¿Qué me miráis, señora? Déboos parecer muy feo, o que soy tuerto y vos sois muy hermosa. Pues yo os digo que en la batalla en que me quebraron este ojo, gané yo harta honra. Ella respondió: —Por que veáis cómo os engañáis en eso, y cuán bien me parecéis, quiero yo pareceros en todo… Y dándose en un ojo con el aguja [con] que estaba labrando se lo quebró55.
(414) 19. Don Gutierre de Castañeda, llevando preso al rey cuatro caballeros salió de la batalla y los alcanzó y mató los tres y huyó el uno, y así libró a su rey de la prisión, el cual, por tan señalado servicio le dio el condado de Asturias y de allí adelante lo llamaron el conde de las cuatro manos.
(415) 20. El Cid Rui Díaz, en la batalla que el rey don Alonso de Castilla, llamado el Sesto, hubo con don García, su hermano, rey de los de León, los castellanos prendieron al rey don García, y los leoneses al rey don Alonso. El Cid Rui Díaz los alcanzó y rogó, a doce caballeros leoneses que le llevaban, que le diesen a su rey y que él les daría el suyo. Ellos burlándose no quisieron hacerlo; el Cid les dijo: —Pues si yo tuviese una lanza pensaría quitárosle. Los caballeros riéndose dél se la dieron. Él la tomó y se dio tanta buena maña que mató los siete y con ayuda del rey, que tomó otra lanza de los muertos, mataron y hicieron huir los otros56.
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Enjemplo de Porcia, mujer de Bruto [tachado]. Esta extravagante y curiosa narración está cruzada por cinco rayas oblicuas de derecha a izquierda, lo que indica haberla excluido. «Enjemplo de Clito cuando libró al Alejandro, su señor, que le tenían cercado los atenienses en la batalla de Rivo Grande». 56
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(416) 21. En una batalla que el rey don Fernando, que ganó a Sevilla, hubo con los moros del Andalucía, habiéndosele quebrado el espada a Garci Pérez de Bargas tomó un ramo de un olivo y daba con él tan grandes golpes en los moros que mató muchos de ellos y viendo el rey las maravillas que hacía, díjole: —Así, así, Garci Pérez, machuca, machuca. Y de allí adelante se llamó este buen caballero Garci Pérez de Bargas Machuca57.
(417) 22. Estando el mismo rey sobre Sevilla viniendo Garci Pérez de una escaramuza pidió a un criado suyo un bonetillo de lienzo que se acostumbraba a poner cuando quitaba el capacete porque era muy calvo. El criado le dijo que se le había perdido en la escaramuza. Garci Pérez tornó a subir en su caballo y tomando su lanza se fue a buscar y le halló entre muchos moros, y viéndole ir sólo se habían juntado para matarle, y conociendo ser Garci Pérez no osaron acometelle, que tanto miedo le habían, y así ganó su bonetillo y mucha honra con él58.
(418) 23. Diego García de Paredes [1466-1530] peleando en estacada con el coronel Palomino se le quebró la espada y tomando un gran pedazo de una tapia le dio tal golpe en los pechos que le derribó en el suelo y así le rindió.
(419) 24. Juan de Urbina, siendo padrino de un desafío, pasando el Po en una barca, con su ahijado y otro criado suyo, a una isla donde se había de combatir con su contrario, la barca se hundió con ellos y Juan de Urbina tuvo tanto ánimo que él los tomó debajo de los brazos y, armado él y ellos, anduvo más de treinta pasos debajo del agua y ansí los sacó en salvo de la otra parte.
57 Este se llamó Diego Pérez, y el que le llamo Machuca fue el conde Albar Pérez de Castro. [De otra letra al margen]. 58 Esta conocida narración tiene cuatro líneas oblicuas de derecha izquierda, indicando su supresión.
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(420) 25. Don Diego de Guevara hallándose en una batalla con el duque Charles, su señor, en la batalla que hubo con … [en blanco] … viéndole caído y cercado de sus enemigos, y no pudiendo defender se dejó caer encima dél y así le mataron59.
(421) 26. Don Pero Vélez de Guebara, hijo del suso dicho, andándose paseando orilla de un calce de agua, sin armas ningunas, vio venir cuatro enemigos suyos a caballo y con lanzas. No teniendo otro remedio para salvarse, saltó de la otra parte del agua, veinte y siete pies de ancho. Sus enemigos le echaron sus lanzas y, guardándose don Pero Vélez que no le hiriesen, las recogió y les tornó a tirar con ellas, y mató los tres y el otro huyó.
(422) 27. Don Manuel [Ponce] de León, hermano del conde60 de Arcos, saliendo de la Iglesia Mayor de Sevilla sin más armas de una espada que le llevaba un paje, le acometieron cuatro enemigos suyos armados de pies a cabeza, diose tan buena maña con ellos que mató los dos, y a otro cortó un brazo y el otro le huyó.
(423) 28. Sabida esta nueva por Sevilla vino a huidos de una principal señora, la cual enamorada de tan notable hecho, envió, con una criada suya, a llamar a don Manuel, el cual vino por cierta parte que la criada le guió. Y después de haberle besado las manos por la merced que le hacía en quererse servirse dél le preguntó, quién había sido la causa dello. La señora le respondió: —Mi marido me ha contado la gran valentía que hecistes con vuestros enemigos y ansí me pareció que por tal hombre como vos era de hacer esto tal mujer como yo.Ved aquí a vuestro mandar. Mas empero en don Manuel pudo más el amor de la virtud que la fición del débito, y así le respondió:
59 Ejemplo de la Historia de Jenofón, cuando en la batalla que Ciro el Menor hubo con el rey de Armenia. Estando caído el Ciro en el suelo se echaron sus privados encima dél por morir primero que él viendo que no le podían defender y ansí murieron él y ellos. 60 Tachado «duque» y, encima, «conde».
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—Nunca Dios quiera que quien tanta honra me dio dé yo tan gran deshonra. Y así se fue y la dejó.
(424) 29. El mismo don Manuel dijo públicamente que era él tan valiente hombre como Héctor. Sabido por un nigromántico acordó de hacerle una burla, y fue esta. Estando don Manuel él solo en cama, cerrada la puerta, oyó llamar a ella y respondió: —¿Quién está ahí? Dijo el de fuera: —Abrid, que soy Héctor. Don Manuel abrió y entró un hombre muy grande, armado de todas armas, y con una hacha de armas en las manos, y dijo: —¿Sóis vos don Manuel de León? Don Manuel dijo: —Sí soy. ¿Qué mandáis? Respondió: —¿Sóis vos el que dijísteis que érades más valiente que no yo? Don Manuel echó mano a la espada y a la capa, y dijo: —Más valiente no, pero tanto sí.Y yo os lo haré conocer. Héctor respondió: —Sobre eso no quiero yo matarme con vos. Y desapareció.
(425) 30. Mandole su amiga a don Manuel de León que fuese a la guerra de los moros; y si le trujere siete cabezas de ellos ella haría todo lo que él quería. Fue y las trajo, peleando con ellos uno por uno61.
(426) 31. Consejándole un privado suyo al emperador nuestro señor, cuando las guerras de Alemania, que se viniese a España donde todos eran sus vasallos, y leales, y le deseaban servir, y los de allá no le querían obedecer y le hacían guerra. Respondió:
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Ejemplo […] de valentía que hizo combatió ocho veces en desafío y mató al enemigo.Valerio Máximo, Libro Tercero; Marco Varrón y San Agustín [tachado].
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—Más quiero señorear a estos, que tienen ánimo para hacerme guerra, que no a esos otros, que no tienen poder ni ánimo para ello.
(427) 32. Un caballero de Córd o b a , llamado Alvar Núñez de Herrera, siendo mayordomo del condestable don Rui López de Ábalos, fue preso con él cuando le [1357-1428] acusaron sus enemigos [un secretario suyo llamado Gonzalo García de Guadalajara] haciendo cartas falsas en su nombre.Y siendo el condestable condenado en todos sus bienes y desterrado del reino. Su mayordomo vendió su hacienda para sostenerle y para averiguar la maldad que le habían levantado. Y así quedó don Rui Lopez de Ávalos limpio de aquella culpa, y el dicho fulano de Herrera por muy bueno y muy leal caballero.
(428) 33. Pedro de Baeza, alcaide de Escalona por el marqués de Villena, teniéndole los reyes católicos cercado y en grande estrecho y nunca la quiso entregar, aunque le daban un cuento de renta, y hacían que el marqués de Villena, su señor, que a la sazón era mochacho, le mandase entregársela y le diese por libre y quito del pleito homenaje. Con todo eso no bastó para que él lo quisiese hacer diciendo que era mochacho y que no sabía lo que le convenía. Y ansí ganó mucha honra y defendió el estado para su señor.
(429) 34. Siendo desbaratado el rey don Alonso el Octavo en la batalla de Alarcos, vino a Burgos y haciendo juntar los hijosdalgo pidió que cada uno le prestase cinco maravedís62. Don Diego López de Haro respondió que él era contento de hacerlo, así él luego dio a rey sus cinco maravedís. El conde don Nuño de Lara que entonces era el segundo voto en las Cortes, dijo: —Nos ni aquellos donde nos venimos nunca pagaron fuero ni pecho alguno ni nos lo pagaremos. Quien quisiere ser libre sálgase conmigo y el que quisiere ser pechero finque ende.Y ansí defendió la libertad de los hijosdalgo.
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Ejemplo de Camilo cuando libertó a Roma, su patria, del tributo que pagaban a los galos. Plutarco, Justino,Valerio Máximo.
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(430) 35. Pero González de Agüero, noble hidalgo, mandándole el rey que le pidiese mercedes por los muchos servicios que le había hecho, ninguna cosa pidió más de que fuese libre de pecho y alcabala e otro cualquier tributo de todos los vecinos y moradores de su tierra que él pudiese rodear en un día, en un macho, e así le fue concedido y aunque dejó a sus herederos pobres de patrimonio quedaron ricos de buena fama.
(431) 36. Don Diego de Mendoza, hijo del Cardenal don Pedro González de Mendoza, hallándose con el Gran Capitán en el saco de Nápoles, entrando en casa de una viuda tan rica que le dio veinte mil ducados porque no consintiese que le forzasen y deshonrasen dos hijas doncellas que tenía, y aunque era en tiempo que había bien menester los dineros, no se los defendió, mas dioselos en dote y casólas con hombres conforme a su calidad63.
(432) 37. Peleando el conde Fernán González con Almanzor, rey de Córdoba, cerca de Caltañazor, fue muerto en la batalla un hijo del rey Almanzor, que se llamaba Tambor, y a la mesma hora vieron en Córdoba un hombre en un barco, entre muchos barcos que andaban en el río, mesándose y diciendo: En Caltañazor perdió Almanzor su atambor64.
(433) 38. El día que su majestad tomó la goleta, en el reino de Túnez, lo dijo un hombre en un lugar de Castilla, que se llama Magaz, tan certificadamente y hicieron alegrías por la buena nueva.
(434) 39. Don Juan de Velasco, hijo de don Verlandino Hernández de Velasco, condestable de Castilla, siendo capitán de las galeras de
63 Enjemplo de cuando Escipión prendió a su esposa del príncipe de los celtíberos y después se la dio por mujer con todo su estado. Plutarco,Apiano,Valerio Máximo. 64 Ejemplo de cuando los atenienses perdieron la batalla de Platea y siendo muy lejos de allí a la mesma hora corriendo y no se supo quién era. Léase la vida de Temístocles. Lo dijo un hombre en Atenas.
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España, estando herido de pestilencia y a punto de muerte, vio seis fustas de moros, y se levantó de la cama, y armó y peleó con ellas más de cinco horas y al fin los venció, y muertos gran número de moros, y libertados más de trecientos cristianos que llevaban cativos, dio el ánima a Dios65.
(435) 40. Diego García de Paredes, natural de [Trujillo] Cáceres, estando en el ejército de España, a las riberas de Cirio y de la otra parte el ejército del rey de Francia, sin comparación muy mayor que del de España, y queriendo pasar una puente que en él había, este valentísimo hombre les defendía el paso de la puente solo con sus armas más de tres horas hasta que los españoles se recogieron en lugar seguro66.
(436) 41. Estando el conde de Arcos de León cercado del rey de Granada, en Halama, y gran infinidad de moros a punto de perderse, sabido por el duque de Medina Sidonia, don Enrique de Guzmán67, su capital enemigo, deponiendo la enemistad por hacer caso tan señalado con su persona y mucha gente de pie y de caballo le socorrió, y dejándole libre y los moros desbaratados, tornaron a ser enemigos como de antes68.
(437) 42. Teniendo el infante don Juan y los moros del Andalucía cercado en Tarifa a Alonso Pérez de Guzmán, visto que se defendía tan valientemente que no era posible tomalle, acordaron de amenazalle que si no les entregaba la Villa le degollarían un hijo suyo que el infante don Juan tenía consigo. Y él solo no la quiso entregar, mas echó un cuchillo por encima del muro para que degollasen y ansí fue degollado.Y el inocente goza en el Cielo de gloria perpetua, y el padre en la tierra de fama inmortal como lo merece caso tan señalado.
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Léase en Plutarco la vida de Epaminundus de cómo peleó con Pelópidas y todo el tiempo que vivió venció y en […] le vencieron sus enemigos. 66 Ejemplo de Horacio Cocles, que defendió solo la puente de Roma al ejército del rey Corsena. Tito Livio [II, 10],Valerio Máximo [III, 2, 2]. 67 «D. E. de Guzmán» de otra letra sobre el renglón. 68 Ejemplo de Fabio Máximo y Marco Minucio en la guerra contra Aníbal. Tito Livio en la Segunda guerra púnica, Valerio Máximo, Plutarco. [Tito Livio].
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(438) 43. En este tiempo hubo en el reino de León dos hidalgos que el uno llamaban Plácido Robres y el otro Villafaña, fueron tan grandes amigos que en todas las travesuras y trabajos que tuvieron siempre se hallaron juntos, ayudándose y socorriéndose el uno al otro hasta la muerte. Fue el caso que viniendo entrambos escondidamente sin saber el uno de otro a la ciudad de León, de donde estaban ausentados por temor de la Justicia. Andando el corregidor a rondar acertó a topar con el Robres y queriéndole tomar la espada Robres reusó de dársela con todo buen comedimiento. El corregidor quiso llevarle a la cárcel. Rogole mucho Robres que no lo hiciese porque él tenía enemigos y no sería después en su mano soltalle aunque él quisiese. En fin el corregidor porfió tanto a prendelle que él acordó de defenderse y ansí lo hizo del corregidor y de otros diez hombres que consigo llevaba peleando tan valientemente que el corregidor tuvo necesidad de llamar favor; y venidos otros veinte hombres o más, a ayudalle con lanzas y alabardas que Robres tuvo necesidad porque no le tomasen, el medio de ponerse entre dos pilares donde está una imagen de Nuestra Señora a la puerta de la Iglesia Mayor donde estuvo peleando con todos toda la noche con tanto ánimo que aunque tenía muchas heridas en especial, al corregidor que de una cuchillada que le dio en la cabeza murió dende a dos días.Venido el día vinieron sobre él la mayor parte de los vecinos de la ciudad, y con lanzas y piedras le fatigaban tanto que no parecía posible sufrir un hombre tanto trabajo tuviendo el suelo lleno de sangre de las heridas que le han dado. Estando en este peligro vino a noticia de Villafaña, su amigo, el cual, propuesto todo temor, tomando una lanza le fue a ayudar, y le ayudó tan valientemente que bastaron entrambos a defenderse de una infinidad de gente, más de cinco horas que ya no procuraban prendellos sino matarlos. Ha este tiempo abrieron las puertas de la iglesia y ellos se metieron dentro, peleando sin volver las espaldas y así subieron a la torre de la iglesia donde peleaban más su salvo. En fin los dejaron, pero ellos, viendo que los tenían cercados de manera que no podían escapar de morir de las heridas, o de la hambre, dijeron que ellos querían morir como cristianos y pagar de aque-
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lla manera lo que sus pecados merecían y ansí se entregaron a un caballero para que los llevase a la cárcel a donde murieron tan como buenos cristianos, como habían peleado como buenos caballeros69.
(439) 44. En tiempo del rey don Alonso Undécimo, Juan Núñez de Leyba, que llamaron «Brazos de yerro», tenía en tenencia la fortaleza de Yscar, cerca de Valladolid.Yendo el rey allí, pidiola un escudero suyo, a quien Juan Núñez le había dejado en guarda, que se la ent re g a s e. El escudero no quiso hacerlo. El rey le mandó cercar y combatir. Él se defendió tan bien que el rey tuvo necesidad de inviar a Juan Núñez de Leyba, que se la mandase entregar, del cual se decía que había mandado a su criado que aunque el rey viniese70 a pedille la fortaleza no se la entregase, pero como le alzó el pleito homenaje y el rey le aseguró que ningún mal le haría, entregose al rey, y él lo mandó traer a Valladolid y dar muy grandes tormentos, asegurándole que si confesase ningún mal le harían. Y él fue tan leal que siempre negó, diciendo que su mala ventura tenía la culpa y ansí murió por ser leal.
(440) 45. Un español, llamado Hernando el Barbudo, el día que Borbón entró en Roma, dijo que quien fuese osado de pasar el Tíber y traer un barco de los muchos que estaban a la orilla del río por aquella parte para defensa de la ciudad, porque aquella parte que Roma no tenía cerca, teniendo por cosa imposible que nadie se atreviese a hacerlo. El dicho Hernando el Barbudo se echó a nado y con la espada en la boca pasó el Tíber; en tiempo que el agua estaba muy fría somorjujeándose algunas veces para valerse contra la infinidad de arcabuces que le tiraban.Y ansí llegó a un barco donde había tres hombres, los dos con arcabuces y el uno con un montante para defenderle, y asiendo el barco por el borde trastornó el uno en el agua, y subido en él mató los dos que quedaban y trajo el barco a los suyos libre de más
69 Los ejemplos de esto se han de buscar en el diálogo de Luciano que trata de La amistad y en los amigos que se cuentan en la vida de Dionisio, tirano, y en los Comentarios de César. 70 Al margen: «lealtad».
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de dos mil arcabuces que le tiraban, no sin gran admiración de todos los que lo vieron, en ver tan buen suceso de caso tan temerario71.
(441) 46. Gonzalo Ruiz de la Vega, de quien vienen los señores de la casa de Mendoza, estando el rey de Castilla con su ejército ribera de un río que llaman Salado, cerca de Sevilla, y de la otra parte los moros que sin comparación eran muchos más que los cristianos, el dicho Gonzalo Ruiz de la Vega puestas en las sobrecubiertas del caballo las letras del Ave María, y con el estandarte real en la mano, y dio en los moros con tanto ánimo que todos los de su parte le siguieron y mataron gran infinidad de ellos, y los demás huyeron. Y después acá traen, los señores que dél subcedieron en la casa de Mendoza, y de la Vega, en sus armas el Ave María72.
(442) 47.Tratando el condetable don Ruiz López de Ábalos [13571428] cierta concordia entre el rey de Castilla, su señor, y el rey de [en blanco] e llegando el día en que se había de firmar, el rey [en blanco], que se había arrepentido de ello, metiose en sus galeras porque el condestable no le pudiese pedir la palabra. Entendió lo que era y que l’ora se pasaba sin tener él en que pasar a efetuarse el negocio, se echó en el agua y nadó gran trecho de mar con las escrituras en la mano y le hizo su requerimiento, y concluyó el negocio con gran ánimo y cordura73.
(443) 48. Teniendo Cipión cercada a Numancia, una ciudad cercada, la ciudad que ahora se llama Soria, y peleando los numantinos tan valerosamente que Cipión determinó de no combatir con ellos,
71
Ejemplo de cuando Julio César estando en el puerto de Alejandría, se echó en la mar y nadando gran rato se salvó en la torre del Faro, llevando la una mano ocupada con el Libro de los comentarios que escribía.Véase en el fin de La Farsaria y César en sus Comentarios. [Tachado en dos rayas verticales]. 72 Ejemplo de un Astino, centurión de César, que fue el primero que comenzó la batalla entre César y Pompeyo aunque algunos quieren decir que también fue español. 73 Ejemplo en Lucano cuando Julio César se echó, desde la torre del Faro, en la mar y llevando los Comentarios en la una mano hasta su armada. [En la parte superior del margen dice: «Hase de buscar otro enjemplo»].
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sino cercarlos por todas partes, porque la falta de bastimentos los rindiese. Viéndose ellos en tal estremo muchas veces dieron en el real de los enemigos queriendo morir peleando pero viendo que esto no había efecto porque los romanos, por el gran temor que les tenían, o por tener entendido que la hambre los consumiría, no querían pelear con ellos, determinaron de morir en libertad.Y cerrando las puertas de su ciudad se quemaron vivos con sus mujeres y hijos y hacienda. Pidiendo Cipión en Roma el triunfo de esta victoria, por no haber sido tal le fue denegado. Acordó de buscar un muchacho de doce u catorce años, natural de aquella ciudad, que no se había hallado dentro cuando la destruición, y le hizo subir encima de la torre de una puerta, que el fuego había dejado menos arruinada, con las llaves de la puerta en la mano, y desde abajo le requirió que le abriese las puertas y le entregase aquella ciudad que él le otorgaría la vida y le prometía de hacer muchas mercedes. Pero el muchacho, espirado de algún secreto misterio, sin responder palabra a las que Cipión le decía, en voz que todos lo oyeron, dijo: —Nunca los dioses permitan que por salvar yo mi vida haga cosa en tanta mengua y afrenta de mi patria, ni que tú goces, Cipión, de tan mal ganada victoria. ¡Furias infernales, recebid el ánima de este numantino y ponedla donde tenéis las de sus pasados, que murieron por la libertad de su patria! Y dicho esto, con las llaves en la mano, se arrojó de la torre abajo y murió. Esto no se escribe en Historias romanas, porque ellos no fueron amigos de escribir los hechos notables de las otras naciones mas de en cuanto aquellas que pudieron hacer inferiores a los suyos. Léese en escrituras antiguas de España y tal es la pública voz y fama deducida de gentes en gentes74.
74 Ejemplo de Marco Curcio cuando fue despeñado en la sima que se abrió en Roma. Ejemplo en Tito Livio de cuando se abrió en Roma aquella profundísima sima en que se iba consumiendo la ciudad y consultando los oráculos sobre ello les fue respondido que no se cerraría si no echaban dentro la más hermosa y preciada cosa de todas. Echaron doncellas hermosas, oro, plata, trigo y otras grandes riquezas,
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(444) 49. Estando Juan de Urbina con la infantería española cerca de los enemigos, un atambor de zuizos vino a él y le dijo que dos gentiles hombres le suplicaban que les inviase a otros dos con quien combatiesen, los cuales venían armados de infantes con sus espadas y alabardas y muy gallardos de disposición y plumajes. Juan de Urbina mirando entre sus soldados vio uno de los de menos estima y peor tratados que se llamaba Escamilla, natural español, y le dijo: —Por tu vida, que vayas a ver que es lo que quieren aquesos gentiles hombres y les satisfagas. Escamilla fue con sola su espada y sin capa porque no la tenía, y peleando con el uno de los suizos hurtándole un golpe de alabarda, le dio tal revés en un muslo de que le derribó en el suelo, sin poderse más levantar y señaló con la mano al otro soldado, que viniese, que se había apartado para dejar combatir los dos solos. Combatiendo Escamilla con él se dio tan buena maña que a la segunda cuchillada le cortó en la mano derecha con el hasta de la alabarda, y de otro golpe dio con él en el suelo; muertos los dos a vista de entranbos ejércitos. Limpiando su espada se volvió a Juan de Urbina y le dijo: —Ya hice lo que vuestra excelencia me mandó y haré lo que más me mandare. Juan de Urbina le respondió: —Tú lo hiciste bien75.
(445) 50. Retando don Diego Ordóñez de Lara a los vecinos de Zamora de traidores, por haber muerto Vellido Dolfos al rey don Sancho, respondieron por la ciudad tres caballeros hijos de Arias Gonzalo.
mas no se cerró.Visto esto por un mancebo de noble sangre y gran hermosura, llamado Marco Curcio, armado de todas armas y encima de un poderoso caballo, diciendo que se ofrecía en sacrificio a los dioses por la salud de su patria, se arrojó corriendo a toda furia dentro de aquella espantable sima y ansí desaparecía para siempre y la boca se cerró. 75 Ejemplo de Dionisio Alicarnasio y otro cuando peleando tres hermanos llamados Horacinos, romanos, con tres hermanos llamados Curacios, albanos, mataron los tres albanos a los dos romanos. El que quedó vivo, fingiendo que huía por débil de ellos, peleó con cada uno por sí que iban siguiéndole y ansí los mató a todos. Este ejemplo vendría mejor para don Diego Ordóñez.
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Y don Diego Hordóñez peleó en un día con todos tres, cada uno por sí, porque ansí era obligado hacerlo según los Fueros de España, y los venció y mató.
(446) 51. Estando el rey don Juan el Primero cercado de sus enemigos en la batalla de Aljubarrota le socorrió Pero González de Mendoza.Y dándole su caballo en que el rey se salvase se volvió a la batalla. Diciéndole el rey que se fuese con él, viendo que los enemigos ganaban la jornada, respondió Pero González: —Yo quiero morir aquí peleando; porque nunca Dios quiera que las mujeres de Guadalajara me pregunten por sus maridos y hijos quedando ellos aquí muertos y volviendo yo vivo. Lo que os suplico, Señor, es que tengáis memoria de Diaguito, mi hijo, pues muero aquí en vuestro servicio. Y ansí se volvió a la batalla y murió peleando valientemente. El rey hizo muchas mercedes a su hijo y entre las otras darle título de almirante de Castilla, de quien decienden los duques del Infantazgo.
(447) 52. Siendo ganado por los enemigos en la batalla de Aljubarrota el estandarte real un caballero, que se llamaba Rodrigo de Tobar, peleando valientemente tornó a ganar de los enemigos tres veces el estandarte, y otras tantas rehizo la batalla que ya iba desbaratada.Y al fin murió abrazando con el estandarte peleando.
(448) 53. Estando el rey don Pedro en Sevilla supo que había allí una señora muy hermosa que se llamaba doña María de Guzmán, mujer de un caballero que llamaban Arnao de Solier. Sabiendo doña María que el rey la quería ver, sospechando que era con mala intención determinó salir de Sevilla, y por poderlo hacer más disimuladamente, un día, que los negros y negras andaban danzando y bailando por las calles, tiznose la cara y metiose entre ellos.Y ansí se salió de Sevilla y se fue a un lugar de su marido que llaman Gandul, donde estuvo escondida todo el tiempo que el rey estuvo en Sevilla, y por esto la llamaron después Doña María la Tizona.
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(449) 54. Siendo don Pero Fernández de Velasco virrey de Vizcaya76 por cierta justicia que hizo, el común de la villa de Bilbao, con la ayuda de otros pueblos, se levantaron contra él, y peleando la mayor parte del día, él con solos sus criados, contra todos ellos, fue herido en la mano izquierda, y cercado de sus enemigos aunque peleaba muy valientemente estuvo en tanto peligro que se tiene por cierto que le mataran, si no fuera por un criado suyo que se llamaba Juan Sánchez de Bañuelos el cual peleó tan valientemente que librando a su señor de la muerte, murió dejando de su lealtad y esfuerzo fama inmortal.
(450) 55. Estando don Pedro Fernández de Velasco en la villa de Mongía, que es en Vizcaya, enfermo, fue su gente a correr a Plasencia. Sabido por don Pedro Manrique, conde de Trebiño, con ayuda de los vizcaínos salió a los del condestable y desbaratolos y siguiolos hasta la dicha Villa de Mongía. Sabido por don Pero Fernández, que dentro estaba aunque muy flaco y enfermo, salió a favorecer a los suyos como se halló, a pie, con una espada en la mano y un zamarro revuelto al brazo, y peleó tan valientemente que haciendo retraer los enemigos, recogió los suyos en la villa.
(451) 56.Teniendo el rey Católico cercado el castillo de Montefrío, que es en el reino de Granada, viendo Gonzalo Hernández, Gran Capitán, que los suyos, escarmentados de algunos combates que habían dado en vano, peleaban perezosamente debajo de la muralla, Gonzalo Hernández, echado un escudo a las espaldas y un capacete puesto, esforzando a los suyos para que le siguiesen, subió por una escala y asiose a una almena, y muertos los que le defendían hizo huir a los otros que estaban por allí alrededor y ansí ganó el castillo77.
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Encima del primer renglón: «que después fue condestable de Castilla». Ejemplo de Cipión Africano el cual, estando en España con Lucio Lúculo combatiendo un castillo muy fuerte, subió el primero por la escala, e peleando con los que se lo defendían entró en el castillo e ansí se ganó por su grande esfuerzo, aunque sin perjuicio de su honra pudiera dejar de ponerse en tan gran peligro y también por la necesidad que a su compañía y consejo tenía el capitán. [De otra letra:] No era Castillo, sino la ciudad de Jaén, en España, que se llamaba Iliturgi. Léase adelante en la Corónica de Aragón, donde está esta señal. [En el margen izquierdo: «Crónica del Gran Capitán»]. 77
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(452) 57.Yendo la reina Católica con su hija doña Juana que se iba a embarcar para pasar a Flandes, a casarse con don Felipe, conde de Flandes, viendo la reina embarcada su hija en un batel, fue a irla a ver a la armada a donde estaba al tiempo que dio la vuelta para la tierra, creció tanto la marea que el barco con gran dificultad se podía llegar a la orilla demandando los marineros cuerdas y clavos necesarios para ello. Gonzalo Hernández pareciéndole desacato que la reina fuese venida a manos de marineros, ansí como estaba en cuerpo, vestido un sayo de brocado y terciopelo carmesí, se metió en el agua hasta los pechos y tomó en brazos a la reina y con muchas voces y regocijo de los que lo veían la sacó a la tierra78.
(453) 58. Entrando Diego García de Paredes en una venta vio el fuego tan cercado de siete o ocho echacuervos y bulderos que aunque hacía gran frío no tuvo por dónde llegar a calentarse y andábase paseando. Uno de los que le conocían dijo a los otros: —Este es García de Paredes, aquel valiente soldado. Otros respondieron: —Pues aunque sea más valiente no se calentará a este fuego ni comerá de nuestras perdices (que tenían a asar). Diego García que lo oyó fue a ellos y rogoles, pues le habían conocido, que le dejasen calentar. Pero como ellos no quisieron él echó mano de la espada y les dio tantos espaldarazos que, aunque ellos tenían espadas, los echó del fuego y aun de la venta, y cerrándoles la puerta los dejó en el campo hasta la mañana.Y él, y sus criados, se calentaron y cenaron las perdices que los echacuervos tenían a asar muy a su placer.
(454) 59. El conde Gonzalo de Guzmán llegando solo a una venta halló cinco o seis rufianes que, pensando que era algún judío, como tenía las narices grandes, porfiaban a jugar con él «a pasa Gonzalo». Él disimuló lo mejor que pudo hasta que llegaron algunos criados suyos y acémilas; y descargando sus armas se armó de punta en blanco y mandó salir, al ventero y a su mujer y hijos, fuera de la venta, y
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En el margen de la izquierda: «Crónica del Gran Capitán».
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pagoles por ella todo lo que dijeron que valía; y hízola poner fuego por cuatro partes.Y porque la puerta no se podía bien cerrar, él sólo defendió la salida a los rufianes y ansí los quemó a todos vivos. Otros dicen que hizo esto un caballero que se llamaba don Hernando de Velasco.
(455) 60. Amotinándose los soldados contra el Gran Capitán, teniendo las picas caladas contra él, sin tener ningunas armas los esperó; y llegando uno más desvergonzado, regañando los dientes, hasta ponerle la pica en los pechos, el Gran Capitán, muy sosegado, la apartó con la mano diciendo: —Aparta allá. ¡Parécete que habrías hecho buena necedad si me matases!
(456) 61. Entrando Antonio de Leiva79 a pelear con poca gente con gran número de franceses (que estaban en él). Después de haber muchos de ellos, no pudiendo los suyos resistir a tantos enemigos, porque para cada español había más de quince franceses, íbanse retirando. Antonio de Leiva, que siempre era el primero que comenzaba a pelear y el postrero que salía de la batalla, viendo que no podía retener los suyos, dejose caer de una yegua en que iba y echado en el suelo, porque la gota no le dejaba tener en pie, dando voces a los enemigos que le matasen, y pues los suyos le desamparaban iba rodando hacia ellos. Viendo esto sus soldados volvieron a dar en los enemigos con tanta furia que matando muchos de ellos los hicieron encerrar en las iglesias y casas y ansí salvaron a su capitán.
(457) 62. Un soldado español, llamado G[u]evara80 andando forajido del campo de Antonio de Leiva, estando allí cerca Musiur de Sampo, con más de treinta mil franceses. G[u]evara con otros tres ami-
79 Ejemplo de cuando Lucio Sila: viendo huir los suyos de los griegos y no los pudiendo detener, se arrojó en medio de los enemigos.Viendo esto los suyos volvieron a la batalla y venciéronla. Léase en Plutarco, en la Vida de Sila. 80 Encima del primer renglón y al margen: «fue maestre de campo y hoy vive en Monserrate», en el margen izquierdo: «Corríjase y sépase como fue».
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gos suyos, a las diez de la noche entraron a caballo en el real de los enemigos, y preguntando por la tienda del general se fueron a apear a ella, y creyendo todos que eran espías que venían a tratar con él cosa de importancia, los dejaron entrar hasta donde él estaba haciendo de señas que se saliesen todos porque le querían hablar. Viéndose con él solo le asieron por la garganta, metiéndole una pella de sebo en la boca, sin que pudiese dar boces, le ataron las manos y le sacaron de la tienda y poniéndole a las ancas de un caballo, sin que nadie entendiese lo que era, se salieron del real de los enemigos, y le llevaron al Antonio de Leyba y se lo entregaron. Antonio de Leiva perdonó a G[u]evara y le hizo maese de campo, el cual después de haber hecho cosas muy señaladas, hace ahora muy santa vida en Monserrate.
(458) 63. Teniendo el Gran Capitán cercada una tierra de franceses había en su ejército dos soldados españoles que el uno se llamaba [Cristóbal] de Villalba, noble hidalgo, natural de Plasencia y que después fue coronel; y el otro soldado se llamaba Pedro Navarro, natural de Navarra, que después fue conde. Estos dos se concertaron de hacer un caso muy señalado; y fue que con la escuridad de la noche, sin ser vistos de nadie, entraron en la villa por una tronera y se fueron derechos a la posada del capitán que le tenían guerra, y diciendo que venían a avisalle de cierto negocio importante. Entraron a hablar con él, el cual creyendo lo que le decían les convidó a cenar y bebió tanto que de borracho se durmió. Finjiendo ellos que también lo estaban andábanse arrimando a las paredes y dando caídas. Los criados que los habían servido viéndoles así, los dejaron solos y se fueron a cenar teniendo los españoles tan buen aparejo para lo que querían hacer, mataron al francés a puñaladas y bajándose por donde habían subido, dijeron a los criados que no le hiciesen ruido porque quedaba durmiendo su señor. Y ansí se volvieron al Gran Capitán a quien otro día se entregó la villa.
(459) 64. Teniendo el dolfín, que ahora es rey de Francia, cercado a Perpiñán con más de sesenta mil hombres, teniendo la batería muy cerca de los muros, porque dentro no había pelotas del molde de una culebrina que estaba puesta en un caballo en lo alto del castillo, qui-
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so la buena fortuna del emperador que en la primera batería echaron los franceses en la muralla más de docientas pelotas del molde de la culebrina con la cual, y con el esfuerzo y buen diligencia de don Juan de Acuña, que estaba dentro por capitán general, los enemigos alzaron el real y se fueron.
(460) 65. Pasando su Majestad el río Albes en seguimiento del duque de Sajonia, y por la gran hondura del río no pudiendo pasar la infantería en once barcas que habían traído, porque el río iba muy crecido y de las barcas se había de hacer puente, hallaron de la otra parte seis barcas de los enemigos las cuales, ganadas por los españoles y trabadas con las suyas, justamente se hizo la puente que convenía y ansí pasaron.
(461) 66. Estando el Gran Capitán en Nápoles y teniendo el conde Pedro Navarro por su mandado cercado el Castilnovo, estando peleando en la puente levadiza los principales capitanes y soldados, los franceses, que tenían cerrada la puerta por la parte de dentro, tiraron una muy fuerte culebrina, teniendo por cierto de aquel golpe matar la mayor parte de los que estaban en la puente, quiso su buena fortuna que la pelota se quedó metida en la puerta sin pasar adelante81.
(462) 67. Combatiendo el conde Pedro Navarro a Castilnovo fue a socorrerle el Gran Capitán con una espada y una rodela y un paje suyo, llamado Juan Peláez Berrio, subió primero en el muro y aunque peleando perdió una mano, fue causa de ganar el castillo.
(463) 68. Estando el Gran Capitán para pelear con musiur de Nemos, capitán general del rey de Francia en aquella batalla que él venció, que llaman de la Chiriñola, siendo de gran importancia para aquella jornada el artillería, sin saber como se encendió toda la pólvora. Diciéndolo al Gran Capitán, creyendo que haría sentimientos o dejaría por entonces la batalla, respondió con rostro alegre:
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En el margen izquierdo: «Historia del Gran Capitán, Libro segundo».
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—Peleemos con la gracia de Dios que todas esas son iluminarias que hoy habremos de nuestros enemigos. Y ansí, peleó y venció82.
(464) 69. Estando el conde Fernán González para pelear con el rey Almanzor, que en número de gente era muy más poderoso, cerca de Acinas, un dragón dando espantables aullidos andaba por el aire encima de los cristianos; y un caballero cristiano arremetió el caballo y abriose la tierra y sorbiole. Diciéndole al conde que dejase de pelear por entonces porque aquellos eran tristes agüeros, dijo: —A mí me parecen buenos, que pues la tierra no nos sufre es señal que no nos sufrirán nuestros enemigos83.
(465) 70. Llegando una poderosa armada de franceses a dar en algunas galeras españolas que estaban recogidas y descuidadas en el puerto de Isohia, doña Costanza de Ábalos, natural española, de muy noble linaje, que tenía la roca de aquella ciudad por el rey Federico, en protección y amparo del rey don Fernando de España, les dio tal ruciada con el artillería con tanto esfuerzo y diligencia que haciendo notable daño en la armada francesa los hizo huir, y ganando fama inmortal para sí libró del notorio peligro a sus españoles.
(466) 71. Viniendo la reina doña Leonor, mujer del rey don Juan [Primero] de Castilla, por la puente de Valla[dol]id, acertó a entrar por ella un toro muy bravo, que se había soltado del corral, de los que aquel día tenían para correr.
82
Pasando Cipión su ejército de Italia en África al tiempo que salió de su nao cayó, e viendo que sus caballeros se turbaban con temor de aquel siniestro agüero, con grandeza de ánimo y alegre rostro les dijo: «Alegradvos, caballeros, ya pues que ya habéis tomado África». Frontino: Libro primero. [En el margen derecho: «Historia del Gran Capitán, Libro segundo». De triste agüero alegre suceso]. 83 Estando Ipaminundas, capitán de los tebanos, para pelear con los lacedemonios, vio muy tristes a sus caballeros porque el viento les había llevado de las puntas de las lanzas el ornamento que de allí dependía, a manera de velo sagrado y había dado con ello al sepulcro de un lacedemonio, Epaminundas les dijo: «Caballeros, no queráis temer, porque este agüero significa destrucción a los lacedemonios pues las sepulturas con los muertos se adornan».
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El cardenal don Juan de Frías, que llevaba la rienda de la mula de la reina, y los más que allí venían, viendo el toro huyeron y dejaron a la reina sola. Un paje suyo, de edad de diez y siete y diez y ocho años, que le traía los chapines, arremetió a el toro y asiole por los cuernos y túvole quedo con tanta fuerza que no le soltó hasta que la reina y las damas pasaron adelante. Queriendo el cardenal tornar a tomar la mula de la rienda diciendo que no había podido tener su mula, que se había espantado del toro, la reina mandó que la tomase Pero Niño diciendo al cardenal que aquel la llevaría mejor porque la defendería si otro toro viniese. Y por aquel señalado servicio le hizo luego merced de una casa en Vall[ado]lid que llamaban de la Torre, y del aguacilazgo mayor de aquella villa, y de tres mil florines de renta en las rentas del pescado salado de Sevilla.
(467) 72. Habiendo enviado el rey de Portugal al rey don Juan de Castilla un animal mayor que un gran lebrel, más bravo y más fiero que ningún león, porque con gran peligro le osaban traer siete hombres con sus siete cadenas tirando de todas partes, maravillado el rey don Juan de tan fiero animal y diciendo, por cosa de burla, si habría algún hombre que osase pelear con él; el conde don Pero Niño dijo que él osaría si su alteza era servido dello. El rey no creyendo de nadie tan gran osadía le dijo que holgaría mucho de verle pelear con él. Don Pero Niño dijo que él se iba a comer y que luego volvería. El rey y la reina y las damas y todos los más principales caballeros de la corte se pusieron en los corredores de palacio a ver la estraña batalla que había de ser en el patio, creyendo todos que don Pero Niño vendría armado de punta en blanco. Entró por el patio de Palacio vestido un sayo y una loba abierta, fresada, sin otras armas más de un puñal en la cinta. El rey le dijo que se fuese a armar si había de pelear con aquella bestia, creyendo que no cumpliera lo que había dicho. Don Pero Niño respondió que le mandase su alteza soltar, que ansí esperaba en Dios de vencerle. El rey mandó soltar aquella bestia, la cual, porque aquel día no había comido, se vino bramando, la boca abierta aguzando los crueles dientes contra don Pero, mas él revolviendo un cabo de la loba en el
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brazo izquierdo se le metió por la espantable boca y le asió de la lengua con tanta fuerza que primero le mató a puñaladas que le soltase no sin gran admiración del rey y de cuantos lo vieran84.
(468) 73. Un español, aragonés, llamado Nicolás de Prades, saliendo solo de Guadalajara topó en el camino un muy fiero león que se había soltado de los que allí tenía el duque del Infantazgo. El león le acometió y él le esperó con tan buena maña que aunque recibió algunas pequeñas heridas y la pelea duró gran rato, con sola su espada dio con el león muerto a sus pies.
(469) 74. Rodrigo Mantilla, noble hidalgo, natural español, de un lugar que llaman Fontible, fue de tan grandes fuerzas que llegando cerca de un río de Rioja que llaman Najerilla, por ser el agua mucha y muy recia, no se confió del caballo que llevaba; para pasar el vado apeose y tomó el caballo a cuestas y ansí pasó el vado de la otra parte85.
(470) 75. Don Pero Fernández de Velasco, conde de Haro, fue tan gran señor y tenido en tanta reputación en su tiempo que el rey don Juan el Segundo, y los infantes, sus cuñados, con todos los grandes y caballeros que lo seguían para haberse de tratar en concertarse, se pudieron debajo de la fe e confianza del dicho conde de Haro, y para las vistas el rey don Juan le alzó la subjeción que como vasallo le debía, y le entregó la villa de Tordesillas donde se había de tratar el concierto. Y el conde de Haro con muchos caballeros, deudos y criados y quinientos hombres de armas de su casa, y mucha gente de [a] pie de sus vasallos, estuvo en Tordesillas todo el tiempo que los dichos conciertos se trataron, asegurando a los unos de los otros y a los otros, de los otros, con tanto ánimo y cordura que ni de obras ni de palabras hovo entre ellos ninguna diferencia y fue caso muy señalado siendo tan mortales enemigos. 84 Ejemplo de esto será Hércules, griego, cuando peleó con la sierpe hidra de las siete cabezas, aunque aquello se tiene por fábula. Ejemplo del león que mató Lisímaco, léase en Quinto Curcio. 85 Ejemplo de Milón cuando corría apuesta con otro llevando un toro a cuestas.
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(471) 76. Tratando el rey don Pedro de verse con el rey don Enrique86 en un castillo de Juan Ramírez de Arellano, que era un caballero muy principal, natural de Navarra, por ser persona de gran lealtad y confianza el rey don Pedro le ofreció la villa de Yanguas con más de cincuenta lugares alrededor dél porque le dejase matar o prender al conde don Enrique. Pero aunque Juan Ramírez no contenía mucho, tanto como merecía, fue tan leal que no lo quiso hacer. Muerto el rey don Pedro, el rey don Enrique, que le mató y le heredó, hizo mercedes de los dichos lugares y de otros más al dicho Juan Ramírez de Arellano.
(472) 77. En la sangrienta batalla de Garellano, en que el Gran Capitán acabó de quebrantar las fuerzas de los franceses y echarlos de Italia, un soldado español llamado Yllescas, alférez de una compañía de españoles, metiendo su bandera en lo más peligroso de la batalla, de un golpe de culebrina le llevaron el brazo a cercén con que tenía la bandera y asiéndola con la otra mano estuvo firme hasta el fin de la batalla87.
(473) 78. Yendo el Gran Capitán en seguimiento de los franceses y viendo que con el gran calor no podía seguirle un alférez tudesco, buen soldado, tomole a las ancas de su caballo y a su ejemplo hicieron lo mesmo todos los otros caballeros que con él iban y ansí hubo buen efecto la jornada88.
86
El rey don Enrique y el rey don Pedro y el rey de Navarra, corríjase. De un griego escribe Plutarco cuasi otro tanto. Léase la Vida de Temístocles.Y la batalla del mar de Marsella, cuando Bruto la tenía cercada por mandado de César (César, XVI, p. 756). Lucano en La Farsaria. Cfr. núm. 52 y 123. [Cayo] Atilio, soldado de la Décima Legión de Julio César en una batalla naval asió con la una mano cierto barco de Marsella. Sus contrarios cortáronsela. Asiola con la otra, y pudo tanto que la trabucó y echó al fondo. Dícelo Val. Máximo, Libro II, cap. II, De fortaleza, fol. 47. 88 Ejemplo en Quinto Curcio de cuando caminando Alejandro por la India saliendo a recoger los soldados que quedaban, recogidos vio uno que venía muerto de frío y de hambre; hízole asentar en su silla al fuego y allí le mandó dar de cenar. [En el margen derecho: «Corónica del Gran Capitán, Libro Segundo»]. 87
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(474) 79. Habiendo el conde Fernán González vencido y muerto al rey don Sancho de Navarra y al conde de Tolosa en batalla campal que vino a vengar su muerte y prendidos muchos de los suyos los mandó soltar y poniendo al conde en un ataúd, cubierto de brocado, les tomó juramento que le llevarían al lugar donde había de ser sepultado e dioles con que lo llevasen muy honradamente e más, les dio quinientas hachas de cera89.
(475) 80. Habiendo el rey Almanzor desbaratado al rey don Bermudo Segundo de León y teniendo cercada la ciudad de León con gran poder y derribando gran parte del muro a la parte de oriente, el conde Guillén Gómez de Galicia que por mandado del rey se había metido en la ciudad para defenderla, aunque estaba doliente de grave enfermedad se armó y se hizo llevar en andas al portillo, y estuvo allí tres días peleando de día y de noche, donde murieron gran infinidad de moros, mas eran tantos que al fin entraron la ciudad e mataron al conde e a todos los suyos90.
(476) 81. Juan Carrillo de Hormaza fue en tiempo del rey don Juan el Segundo, habiendo de ir con el infante don Fernando a la guerra de los moros del Andalucía dejó encomendada la guarda de su casa a un caballero su vecino. Cuando volvió supo que aquel caballero, no guardando la lealtad que era obligado, había tenido amores con una amiga suya. Sospechando el caballero que el dicho Juan Carrillo lo supiese, salió a recebirle armado de unas corazas secretas. Juan Carillo, que ya estaba avisado de lo que pasaba, agradeciéndole con buenas palabras el cuidado que de la honra de su casa había tenido, el abrazó y apretó con tanta fuerza que le metió las [láminas] de las corazas por el cuerpo y quebrados los huesos espiró en sus brazos.
(477) 82. De un caballero gallego que se llamaba el mariscal Pedro Pardo se dice que hacía lo mismo.
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Al margen derecho: «Corónica del conde Fernán González». Ejemplo de Epaminundeas, tebano, cuando salió a pelar con Pelópidas, ateniense. Léase en La vida, de Plutarco. 90
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(478) 83. Teniendo el rey don Sancho cercada a doña Urraca, su hermana, en la ciudad de Zamora, que el rey don Fernando, su padre, le había dado, y echado maldición a sus hijos, el rey don Sancho y el rey don García y el rey don Alonso, si se la tomasen, porque la dicha ciudad había cabido al dicho don Alonso en el reino de León, donde él era rey, y con su consentimiento el rey don Fernando, su padre, la había dado a la dicha doña Urraca. Teniéndola cercada el rey don Sancho, según que dicho es, un caballero, natural de Asturias, de Oviedo, llamado Vellido Dolfos, salió de Zamora y, finjendo ir quejoso de doña Urraca, se fue al rey don Sancho, se hizo su vasallo, e asegurado el rey de esta manera, fuese solo con el dicho Vellido Dolfos a cierta parte que él dijo que le amostraría por donde ganase la ciudad. Estando solos cerca del muro el rey dio a Vellido un venablo, que llevaba, para cierta cosa que tuvo necesidad de hacer. Vellido le dio con él tal golpe que le mató y se acogió a la ciudad91.
(479) 84. Los siete infantes de Lara fueron hijos de un noble caballero llamado Nuño Bustos. Entre las cosas notables que hicieron fue que, llevándolos por engaño Ruiz Velázquez su tío al campo de Arabiana a hacer cierto asiento con los moros dieron sobre ellos más de seis mil, y ellos peleando valientemente mataron más de quinientos moros y al fin murieron dejando de su esfuerzo inmortal fama92.
(480) 85. Cuando Ruiz Velázquez llevó por engaño a los siete infantes de Lara, sus sobrinos, para que los moros los matasen, Nuño Salido, su ayo, les rogó muy ahincadamente que se volviesen, diciéndoles que sospechaba mal de aquella jornada, porque había visto malos agüeros. Ellos, sospechando que lo decía de temor, decíanle que se volviese, que ellos no podían dejar de ir a donde iban, mas Nuño Salido no quiso hacerlo diciendo, que él quería ir y morir el primero y ansí lo hizo peleando valentísimamente93.
91 Enjemplo en la vida de Adriano Antonino, emperador romano, cuando yendo desde Antioquía a visitar el templo de Luna, queriendo hacerlo mas uno le mató con una lanza, uno de su guarda que se llamaba Marcial. 92 Se toma de Los siete infantes de Lara. 93 Historia de Los siete infantes de Lara.
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(481) 86. De las primeras Indias, que se conquistaron por don Diego Colón y el Adelantado don Bartolomé Colón, fue la isla del Yerro en la cual poblaron la ciudad, que se llamó la Isabela, y pasando a descubrir más adelante dejaron en ella por alcaide a Mosén Pero Margarite, el cual, estando muy fatigado de enfermedad y hambre, con todos los cristianos que con él habían quedado, por la mudanza del aire y falta de mantenimientos trájole un indio presentadas dos tórtolas. Él las recibió y agradesció al indio y en recompensa le dio ciertas cuentas de vidrio que el indio preciaba mucho y se las puso al cuello y ansí muy dichoso con su sartal se fue para los suyos. Vuelto el alcaide a los cristianos que con él estaban les dijo que aquellas tórtolas les parecía poco para comer todos de ellas y que para él solo bastaban para aquel día.Todos lo tuvieron por bien porque estaba tan enfermo que las había más menester que otro ninguno.Agradesciéndoles el alcaide su buena voluntad, les dijo: —Nunca plega a Dios que ello se haga como decís, que pues me habéis aconpañado en la hambre y trabajos de hasta aquí, en ella y con ellos quiero vuestra compañía, muriendo o viviendo hasta que Dios quiera. Y diciendo aquesto soltó las tórtolas desde una ventana y fuéronse volando94.
(482) 87. Entrando Francisco Sarmiento, coronel de infantería española, con setecientos hombres en tierra del duque de Ferrara por donde llaman La Grafa, salieron a defender la tierra tres mil infantes y trecientos de caballo. Determinados los españoles de romper con todos ellos, pasaron un vado, el agua a la barba, con tanto trabajo y pe-
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Español. Enjemplo del gran Pompeyo que estando tan enfermo que de no poder comer nada le dieron los médicos licencia para que comiese de lo que se le antojase dijo que le parecía que comería de un zorzal. Buscáronle en Roma y fuera de ella, pero no lo pudieron hallar, sino en casa de Lucio Lúculo que era un romano tan goloso que los hacia engordar para comérselos. Trayéndosele a Pompeyo preguntó dónde le habían habido. Dijéronle que le traían de casa de Lúculo porque no le habían podido haber en otra parte. Mandoles soltar diciendo: «Nunca los dioses permitan que la vida de Pompeyo tenga necesidad para vivir de los regalos de Lúculo». Ejemplo de cuando Catón Uticense caminando por los desiertos de Libia muriendo de sed él y los suyos le trujeron un capacete de agua, y viendo que no había harto para todos, no quiso beber y le derramó. Lucano en La Farsaria.
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ligro que apenas pasaron de la otra parte docientos soldados que pudiesen pelear. Estos dieron con tanto ánimo en los contrarios que los desbarataron y ganaron el real donde hubieron muchos caballos y gran despojo.
(483) 88. Combatiendo setecientos españoles un castillo del duque de Ferrara y siendo el sitio tan fuerte que no podían llegar a la tierra sino por un callejón tan angosto que no cabían más de dos hombres y estando dentro sesenta para defenderlo. Un español llamado Quesada, con un arcabucero detrás de sí, llegó a la puerta que tenían abierta los de dentro, teniendo por imposible que nadie se atreviese. Al llegar allí el dicho Quesada, tomando a la mano izquierda un banquillo que halló a la puerta, amparándose con él, con la espada en la mano entró dentro y se dio tan buena maña que con poca ayuda del arcabucero, que consigo llevaba, los encerró a todos a cuchilladas, entretanto que los suyos llegaban y ansí se rindieron, y los españoles ganaron la fuerza.
(484) 89. Rui Díaz de Rojas, noble hidalgo español, entre otras cosas muy señaladas, que hizo en la guerra del reino de Granada, fue que en una escaramuza yendo por un recuesto abajo a caballo tras un moro, viendo que no lo podía alcanzar, le arrojó la lanza con tanta fuerza que le pasó el adarga que el moro llevaba sobre las espaldas y la cota de malla por dos partes con el cuerpo y el arzón delantero de la silla y el pescuezo del caballo y salió el yerro con él hasta dos palmos por los pechos del caballo95.
(485) 90. Estando los cristianos en la isla de Cumaná, en un lugar que se llama Sancta Fe, un mozo que tenía mal de costado no hallaron vena para sangrarle, dejáronle por muerto. Teniendo de noche el pie descubierto, un murciégalo le mordió en el tobillo y sacole tanta sangre que el enfermo sanó96.
(486) 91. Juan Sebastián [Elcano] rodeó todo el mundo.
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Ejemplo en Virgilio, la lanzada que Eneas dio al Heptimeno. Historia de Indias de [López] de Gómara, P. I, p. 131. La caza y pesca de los cumaneros. 96
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(487) 92. Estando Atabaliba, poderosísimo rey del Cuzco, con grande ejército para pelear con Francisco Pizarro y sus hermanos, que no tenían ciento y cincuenta hombres de pelea, mandole Atabaliba matar ciertos cristianos que estaban en una torrecilla. Un dominico llamado fray Vicente de Valverde, con una cruz en la mano y un breviario en la otra, con grande ánimo, se fue para él y le santiguó con la cruz y le dijo muy buenas palabras tocantes a su salvación, mas fueron de ningún efecto para el Atabaliba y de grande honra y virtud para fray Vicente97.
(488) 93. Domingo Pascual entró con una cruz grande con un crucifijo y la imagen de Nuestra Señora por el medio del ejército del Miramamolín en que había más de docientos mil moros y ni le mataron ni le hirieron.
(489) 94. Estando Buxía cercada del rey de Argel con gran infinidad de turcos y moros, un clérigo, que era cura de una iglesia que estaba cerca del castillo, con favor de cuatro frailes dominicos salió del castillo y por en medio de aquella nefanda gente fue a la iglesia y consumió el sacramento y volvió libre sin que nadie osase poner las manos en él, y hizo esto porque no viniese el sacramento en poder de sus enemigos98.
(490) 95. Estando Hernando Cortés en la isla de Cuba y siendo oficial del tesoro y escribano del ayuntamiento, Diego Velázquez, gobernador de aquella isla, le echó preso en un cepo porque no se quería casar con una que llamaban Catelina Juárez. Cortés se dio maña para salir de la prisión, y metiose en la iglesia y andándose paseando a la puerta descuidado le tornaron a prender y metiéronle en una nave, en la bomba, y el pie en un cepo porque estuviese más seguro.También se soltó y trocó los vestidos con un criado suyo, saltó en un barco y soltó un barco de otro navío porque no le siguiesen en él y, viendo que no podía tomar fuerza por la corriente
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Historia de Indias de [López] de Gómara. Enjemplo de cuando salió el sacerdote del Capitolio a hacer los sacrificios estando cercado de los galos. Léase Tito Livio y Valerio Máximo. 98
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de un poderoso río, que allí entraba, desnudose y echose al agua, atadas en la cabeza con un paño ciertas escrituras tocantes a su oficio y que eran contra Diego Velázquez, su enemigo y ansí llegó a tierra con increíble trabajo y se salvó99.
(491) 96.Viniendo Hernán Cortés de las bocas de Bani de ver unos pastores y indios que traían las minas por mar a un lugar donde él vivía, que llaman Barucoa, siendo de noche y con gran tempestad se le trastornó la canoa en que venía y nadó más de media legua al tino de una lumbre de pastores que vió en la tierra y así se salvó por su grande ánimo100.
(492) 97. Llevó Cortés a la conquista de Cuzamil quinientos y cincuenta hombres, y sin dineros antes adeudado, en que había trece de caballo, y seis tiros de artillería, que llaman falconetes.Y con no más compañía ganó toda la Nueva España con otras muchas islas en que había más de mil y quinientas leguas de tierra; peleó muchas veces con tanto número de enemigos que para cada uno de sus quinientos había otros quinientos; venció tantas batallas y ganó tantos lugares que se puede decir por él lo que por Catón Censorino, que ganó más lugares en España que días estuvo en ella. Y no me sabría determinar quien fue mayor parte para tan grandes victorias: su esfuerzo, o su diligencia, o su discreción, o su buena fortuna y ansí se ha de tener por cierto que fue todo guiado de Dios por la mano de aquel que tan valeroso y prudente se mostró en todo101.
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Enjemplo de cuando Julio César se echó de la torre del faro [de Alejandría] en la mar llevando en la una mano alzada Los comentarios que escribía y ansí nadando llegó a su armada salvo. Este ejemplo está en don Ruiz López de Ábalos. Véase en donde vendrá mejor. En el margen izquierdo: Historia de Indias, de [López] de Gómara. 100 Enjemplo de cuando Julio César se metió en la barca con Amiclas el barquero. Léase su Vida en Plutarco y en Lucano. Historia de Indias, de [López] de Gómara, P. II, p. 17. 101 Enjemplo de Alejandro de cuando con pequeño ejército ganó a Persia y a la India. Léase en Plutarco y Quinto Curcio. Historia de Indias, de [López] de Gómara, P. I.
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(493) 98. En la batalla que Cortés dio a los pontochanos que llaman de Cintla, desbarató a más de cuarenta mil con cuatrocientos soldados y trece de caballo102.
(494) 99. En la batalla que Cortés dio a los pontochanos que llaman de Cintla fue visto un hombre armado, en un caballo rucio, pelear contra los indios en favor de los cristianos y romperlos él solo tres veces. Unos dicen que era el apóstol Santiago, patrón de España, Hernando Cortés decía que no era sino el apóstol San Pedro de quien él era muy devoto103.
(495) 100. Estando Cortés hablando con el señor de Chauisclán vinieron los recaudadores de Motezuma a pedirle el tributo. Cortés le aconsejó que los prendiesen; él lo hizo ansí, aunque con harto miedo que tenía de enojar a Motezuma. Cortés tuvo manera que los de ellos se soltasen y viniesen delante dél y haciendo que no los conocía les preguntó que quiénes eran y qué querían. Ellos dijeron que eran de Motezuma y que venían a cobrar los tributos que allí se le debían y que se maravillaba de haberlos prendido entonces, porque otras veces los salían a recebir al camino y hacerles todo placer y servicio pero que creían que con su favor habían osado prenderlos y se atreverían a matar los que estaban presos porque aquella gente era muy revoltosa y amiga de novedades, por tanto que le suplicaban que hiciesen de manera que ellos, ni sus compañeros no muriesen porque eran criados viejos de Motezuma, y recibiría gran pesar en ello. Cortés les respondió que le pesaba mucho de que se hubiese hecho ningún enojo ni deservicio donde él estaba al señor Motezuma porque él había de mirar por sus criados como por los suyos propios y que diesen gracias a Dios y a él que los mandó soltar en gracia y amistad de Motezuma, mandoles dar de comer y enviar su camino secretamente encomendándoles que dijesen a Motezuma, su señor, lo
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Historia de Indias, de [López] de Gómara. Ejemplo de cuando peleando los de Delfos en defensión de su templo contra el rey Breno y los galos que los tenían cercados, vieron andar en el aire un mancebo y una mujer a lanzadas derribaban cuantos enemigos subían. Creyeron que eran Apolo y Diana, sus dioses. Léase Justino. Historia de Indias, de [López] de Gómara, P. II, pp. 40-41. 103
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mucho, que lo deseaba servir por ser tan gran príncipe y tan valeroso que se había holgado mucho en hallarse allí en tiempo que pudiese salvar la vida a los otros y así hizo soltar luego a los que quedaban presos y envioselos a Méjico. Fue este un grande aviso para la prosecución de su negocio, porque con haber hecho aquel delicto el señor de aquella tierra contra Motezuma; lo necesitó haber menester su favor a rebelarse con esto contra su señor Motezuma y ganó la voluntad y amistad de Motezuma con hacerle soltar sus criados que él mismo había mandado prender fue esta cautela una de las principales que a él le ayudó para ganar él aquella tierra, por la gran discordia que puso entre los unos y los otros104.
(496) 101. Combatiendo Cortés en la [...] de Méjico que era una tierra fuerte que llamaban, digo Culluhua, como los de dentro salieron a campo y vieron los españoles, volvieron viendo a meterse en la fortaleza, y por priesa que se dieron Cortés y los otros cuatro se apearon y entraron en la fortaleza a vueltas dellos y ansí ganaron la fuerza105.
(497) 102. Estando Cortés escarmentado de un motín que los suyos hicieron contra él, aunque bien los castigó, acordó, como prudente capitán que era, de quitalles la esperanza de salvarse ni de mediar por otro camino del que llevaban siguiendo, acordó de quebrar los navíos, cosa de gran pérdida y temeraria, al parecer de muchos, y
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Enjemplo en Tito Livio, Libro segundo; en Valerio Máximo, Libro sétimo. De Tulio, capitán de los hubolscos, porque teniendo muy grande moverlos a la guerra contra los romanos e porque no lo podía acabar con ellos porque les había mal de haberlo probado otras veces, acordó de hacer el ardid que se sigue: Habiendo en Roma unos muy solemnes juegos aconsejó a los hubolsclos que fuesen a vellos y él se fue secretamente a los cónsules y les avisó que dentro de la ciudad estaban muchos de los hubosclos que debían proveer, que no les viniese algún peligro de ello. Los cónsules hicieron saber a los senadores los cuales proveyeron que todos los hubosclos saliesen de Roma dentro de aquel día, quedando ellos afrentados de esto, juntáronse con su capitán, Tulio, para hacer guerra a los romanos, como él lo deseaba, la cual se hizo tan cruel y sangrienta que ningunos enemigos pusieron a los romanos en mayor estrecho que estos. 105 Historia de Indias, de [López] de Gómara. [Hay un texto en tinta tan borrosa que es ilegible sin reactivos. No me atrevo a usarlos].
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fue la más necesaria que se pudo hacer, según después pareció, por el buen efecto que hizo. Pero porque los suyos no se amotinasen sabiendo que él lo mandaba tuvo manera que algunos pilotos echasen fama que viniese a sus oídos que los navíos no estaban para más navegar de cascados y roídos de broma.Todos los creyeron por haber estado allí más de tres meses, entendido que ya los tenían por de poco provecho secretamente mandó darles barreno y ansí se hundieron sin poderlos remediar106.
(498) 103. Venció Hernando Cortés un día tras otro dos batallas en la Nueva España a los de Chasclán, teniendo Cortés cuatrocientos españoles y siendo los enemigos ciento y cincuenta mil bien armados, de infantes107.
(499) 104. Estando Cortés enfermo y purgado en la cama vinieron gran multitud de indios sobre él. Levantose de la cama y peleó sin cesar hasta la noche.Venciolos y mató muchos de ellos. Tornose a acostar y purgó otro día y sanó de esta enfermedad porque su buena fortuna y buena intención en todo le ayudaba.
(500) 105. Estando Fernando Cortés en la isla de Acazamil de camino para la conquista de la Nueva España y pareciéndole que no le faltaba más de una lengua fácil, que fuese intérprete entre él y aquellos bárbaros, quiso su buena fortuna que vino a él un Gerónimo de Aguilar, cristiano y español, que yendo con el capitán Balboa muchos días antes, había aportado a aquella India, y aprendido su lengua como si desde pequeño fuera crido entre ellos. Fue tan provechoso para la jornada de Cortés que paresció ser venido de la mano de Dios.
(501) 106. Estando Hernando Cortés en México con solo cuatrocientos españoles prendió a Motezuma, rey de México, que tenía más 106
Historia de Indias, de [López] de Gómara, P. II, p. 71. Ejemplo de Omich Barbarroja que llamaron el Brazo Cortado que pocos años antes de esto, estando sobre Bujía, quemó siete galeotas en que había venido, porque los suyos no tuviesen esperanza de salvarse de otra manera que ganando la tierra, aunque no le dio Dios tan buen fin como a este otro. Hanse de poner otros ejemplos sin éste. 107 Ejemplo de Lucio Lúculo que con veinte y cinco mil hombres de a pie desbarató cinto y cincuenta mil de caballo de Tigranes, rey de Armenia. Léase en Plutarco.
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de quinientos caballeros y cincuenta mil indios de pelea dentro de la ciudad108.
(502) 107. De cuando Hernán Cortés y prendió por su industria y gran valentía con docientos y cincuenta españoles y cinco de a caballo a Pánfilo de Narváez que venía contra él con ochenta de caballo y nuevecientos españoles y diez y siete piezas de artillería.
(503) 108. Estando Cortés cercado en México en la casa de Motezuma, y peleando cada día de la mañana a la noche; visto que le hacían gran daño de una torre de un templo donde estaba gran infinidad de indios que con flechas y dardos y piedras hacían gran daño en los suyos, y aunque Cortés estaba herido en la cabeza, y en el brazo izquierdo atada en él una rodela, con su espada en la mano subió por una escala a la dicha torre donde habían caído muertos cuatro o cinco españoles que habían probado subir, con algunos que le siguieron peleó tan valientemente que aunque los indios se defendían con grande ánimo, y muy a su ventaja, matando y forzándolos a echarse de la torre, se la ganó.
(504) 109. En estos días vieron muchas veces los indios, según después confesaron, un caballero muy grande en un caballo rucio que con una espada en la mano y el caballo con la boca y con los pies mataba cuantos indios se le ponían delante y confesaron ver una mujer con un niño en los brazos, ni más ni menos que una imagen de Nuestra Señora, que allí había puesto Hernán Cortés, la cual andaba en el aire cegando con tierra los ojos de los indios y que ansí no veían por donde pelear y huyendo dejaban la vitoria a los cristianos109.
(505) 110. Dende a pocos días que Hernando Cortés salió de México con cuatrocientos españoles, y los más heridos y cuatorce de caballo de más de haber peleado en todo el camino, de día y de no-
108 Historia de Indias, de [López] de Gómara. Ejemplo de cuando Julio César teniendo preso en Alejandría al rey Tolomeo, peleaba cada día con los egicios, dentro de la ciudad, sus vasallos. Lucano y Plutarco. 109 Aquí vendría mejor el ejemplo de Justino que está puesto de cuando los galos combatían a Delfos.
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che en un valle cargaron sobre él más de docientos mil indios. Después de haber esforzado a los suyos a que muriesen muerte dina, despóneles a la batalla. Se comenzó tan cruel por todas partes y con tan gran alarido de los indios, que ponía gran temor aun a los muy esforzados, porque los enemigos eran todos hombres de guerra y de la costumbre de haber peleado otras muchas veces con españoles, sabían mejor defenderse y ofender los enemigos que hasta allí.Viéndose Hernando Cortés a punto de perderse con todos los suyos determinose de ser tan señalado en la muerte como lo había sido en la vida, y arremetió y rompió por gran número de enemigos con su espada en la mano y llegó hasta donde tenían el estandarte real de Motezuma y muerto cayó el estandarte en el suelo lo cual visto por los indios dejando la batalla se fueron unos por un cabo y otros por otro, dejando a los españoles muertos y heridos la mayor parte dellos y los vivos tan cansados que apenas se podían tener en pie110.
(506) 111. El día que los españoles ganaron a Roma, en vida del Papa Clemente Sétimo, de los primeros que subieron a la muralla fue un español, valenciano, el cual, no contento con lo que había hecho, saltó del muro abajo entre un escuadrón de suizos y peleó tan valientemente que, con ayuda de los que después dél entraron, salvó la vida y ganó mucha honra.
(507) 112. Teniendo don Íñigo López, marqués de Santillana, cercada la villa de Olvera, en el Andalucía, y defendiéndola los moros que estaban dentro tan esforzadamente que parecía imposible ganarla, el marqués y cuatro hijos suyos, aunque contra voluntad de todo el ejército, subieron por las escalas y él delante de ellos, y otros que lo siguieron, y así ganaron la villa peleando valentísimamente.
(508) 113. Estando Antonio de Leiva en Milán con setecientos españoles y mil alemanes, estando sobre él cincuenta mil infantes y tres mil caballos de la Liga, y la ciudad levantada contra él, supo que venían mosior de San Po, capitán general del rey de Francia, con trein-
110
Enjemplo de cuando Sila, peleando con los griegos, viendo huir los suyos se arrojó en medio de los enemigos y habiendo los suyos ido a favorecelle venció la batalla. [Está tachando con dos líneas pseudo paralelas oblicuas de derecha a izquierda].
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ta mil infantes y dos mil caballos, a juntarse con los enemigos. Saltó de noche, tan escondidamente que en en la ciudad no fue sentido, y púsoles tal emboscada que a la primera ruciada de la arcabucería mató muchos de los de a caballo que venían delante y los demás volvieron huyendo por el camino que venían, y desbarataron su infantería, porque el camino estaba cercado de acequias tan hondas que no podían ir por otra parte.
(509) 114. Dos españoles, que el uno se llamaba Guzmán y el otro Espinosa, soldados de Antonio de Leiva, combatieron y diéronse tantas heridas que de la mucha sangre que les salió cayeron desmayados sin tener fuerza para poder sacar el uno al otro la espada que le tenía metida por el cuerpo.Y estando tendidos por muertos se tiraban puños de arena a los ojos, hasta que los jueces sacaron del campo a Espinosa y Guzmán quedó muerto111.
(510) 115. Figueroa, soldado de Antonio de Leiva, estando una noche en su posada descuidado, entraron tres valietnes soldados a matalle. El primero le dio una puñalada en el hombro por detrás. Figueroa se levantó y le dio una estocada de que luego cayó muerto, y con otra estocada derribó al otro, y al que quedó solo, dio tantas heridas que se le rindió.
(511) 116. Don Carlos de Arellano, mariscal de Borobia, estando en Bolonia cuando la coronación del emperador, su güésped, teniendo alguna sospecha de que al mariscal le parecía bien su mujer, con cinco o seis hombres armados de partesanas y montantes, y espadas y rodelas, entró a matarle a una sala donde estaba bien descuidado, pero él se dio tan buena maña que por presto que sus criados subieron a ayudalle ya había muerto los dos, y con el favor de los suyos se libró de los demás, y fuera en su mano matarlos a todos si quisiera aunque no se halló más armas que sola una espada.
111
Enjemplo del romano que hallaron muerto en la batalla de Cana sobre un africano. Y le tenía con la boca en él arrincadas las narices y la cara. Tito Livio y Polibio. Este Guzmán murió en pie.
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(512) 117. Estando el Gran Capitán en Sena hablando con unas damas desde la calle, pasó un lacayo en una mula de priesa y salpicole todo. El Gran Capitán dijo: —Mal haya la puta perra que te parió allá donde vas. El lacayo lo oyó y, apeándose de la mula, hechó mano a la espada y respondió: —La madre que a mí me parió era tan buena como la vuestra, y yo os lo haré conocer. El Gran Capitán se estuvo quedo y le dijo: —Gentilhombre, ¿con quién lo habéis? Que yo no hablaba con vos, sino con vuestra mula. Y el lacayo se fue y él se quedó muy sosegado hablando con las damas112.
(513) 118. Francisco Hernández de Salinas, noble hidalgo natural de Medina de Pumar, siendo hombre de armas en la guerra de Navarra, teniendo los franceses cercada a Pamplona, salió de la ciudad a escaramuzar. Y viendo dos franceses a caballo, que salían a lo mesmo, y no podían llegar a donde el dicho Francisco Hernández de Salinas estaba, por un gran foso que había entre ellos, Francisco Hernández de Salinas arremetió a ellos y saltó el foso con su caballo, y del primer encuentro mató uno de los franceses. Y dejando en el uno metida la lanza, mató el otro con el estoque.
(514) 119. Don Luis de la Cueva, comendador de Velmar, estando en la fortaleza de aquella villa solo, porque los criados que tenía habían ido con su madre a la iglesia, siete enemigos suyos vinieron a matallo, y como habían sido criados suyos y de su padre mandoles abrir la puerta; y estando el dicho don Luis solo, con un paje que era en la traición, descuidado de ello, vio que el paje les hizo ciertas señas como señalándoles que entonces era tiempo, levantose don Luis y echó mano a la espada y ellos para él. Y diose tan buena maña que muertos y heridos quedaron allí los cinco y siguió los otros hasta la
112 Enjemplo de cuando Cipión desbarató [a] Aníbal cerca de Cartago y yendo en su seguimiento salió un soldado al camino y díjole: «Cipión, si eres tan valiente, apéate y mátate aquí conmigo». Cipión le respondió: «Mi madre me parió emperador y no combatidor».Y pasose adelante su camino.
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puerta de la fortaleza, donde le halló su madre, cuando vino, caído y desmayado de la mucha sangre que se le iba de las heridas, pero no murió de ellas.
(515) 120. Combatiendo los españoles la Goleta, el año de quinientos y treinta y cinco, duró el combate más de una hora porque los turcos y jenízaros que dentro había peleaban desesperadamente. Un alférez español llamado Mendoza, natural de la ciudad de Toledo, peleando con grande ánimo, se metió por los enemigos que defendían la batería y puso la bandera encima de la muralla.
(516) 121. Una mujer […] principal, llamada […], habiéndole muerto a su marido cinco enemigos suyos, salió con una alabarda a una calle por donde venían y peleó con ellos tan esforzadamente que los mató a todos, sin dejar ninguno de ellos vivo.Y volvió a enterrar a su marido y vivió lo restante de su vida con muy grande honra y santa vida.
(517) 122. Estando la Liga del Papa, y venecianos y franceses sobre Milán, un clérigo español, que estaba dentro de la ciudad, salió a combatir con un esguízaro que venía a desafiar a quien quisiese salir a matarse con él. El clérigo le mató y ansímismo mató otros dos de la misma manera.
(518) 123. Habiéndose casado doña Urraca, reina de Castilla, con el rey don Alonso, de Aragón, y habiéndose apartado dél y vuelto a Castilla, a la ciudad de Burgos, [como] el rey, su marido, con grande e j é rcito entrase en Castilla y llegase al campo del Espina, cabo Sepúlveda, salieron los castellanos contra él llevando por su capitán al conde don Gómez de Gormaz que pretendía casar con la reina. Pero desamparado el conde de los que le seguían, no queriendo vivir perdida la batalla murió peleando muy valientemente y muchos de los suyos con él.
(519) 124. Entrando el rey don Alonso de Aragón poderosamente en Castilla saliendo los castellanos a darle la batalla del campo que llaman del Espina, cerca de Sepúlveda, y llevando por su caudillo y capitán general al conde don Gómez de Gormaz, por defecto de algu-
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nos que con dañado fin le desampararon perdió la batalla y la vida. Un alférez del conde, caballero de linaje, de apellido De Oca, después de haberle muerto el caballo, teniendo el pendón de el conde, a pie le cortaron las manos y con los brazos, sin manos tuvo el pendón abrazado nombrando su apellido, De Oca, hasta que murió113.
(520) 125. Entrando el infante don Alonso, hijo del rey don Fernando el Cuarto, a correr tierra de moros en la batalla que hubieron con el rey Abeniud que traía tan gran poder de moros, que de pie no se podían contar fácilmente y de caballo veinte y cinco mil, de manera que los cristianos no podían dejar de ser vencidos, si Dios milagrosamente no los socorriera con inviarles, como les invió en su favor, el apóstol Santiago con gran compaña de caballeros vestidos de blanco.
(521) 126. En la batalla que el infante don Alfonso, hijo del rey don Fernando el Cuarto, con el rey Abeniud y con gran infinidad de moros el conde don Albar Pérez de Castro, que con el infante iba, esforzando con grande ánimo a los cristianos a la batalla, entró delante de todos peleando valientemente; desarmado, tan solamene una espada en la mano y una marlota vestida porque siendo como era grueso y en día de calor no podía sufrir otras armas.
(522) 127. En la batalla que el rey don Sancho el Segundo hubo con el rey don García de Portugal e de Galicia, su hermano, cerca de Guimaranes, siendo el rey don Sancho vencido y preso con los condes don Nuño de Lara y don García de Cabra, el rey don García, con la cobdicia de seguir el alcance, dio en guarda al rey don Sancho a cuatro caballeros que le llevasen preso. En esto llegó don Albar Añez de Amaya, que otros llaman Mynaya, y díjoles: —Dejad a mi señor.
113 Guerreando Julio César con Pompeyo cercó la ciudad de Marsella que tenía la parte de su enemigo; en una batalla que hubieron por mar un romano llamado Atilio, de linaje de Marco Atilio Régulo, teniendo con su mano derecha asido por el borde la nao de los enemigos, se la cortaron, pero luego asió la nave con la mano izquierda la popa fasta que del todo fue sumida. Plutarco.
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Y diciendo esto los 25 fue a herir, e derribó los dos de ellos, e venció los otros. Y de los dos caballos que ganó dio el uno al rey, y él tomó el otro e fuéronse a una montaña, donde estaban algunos de sus caballeros que huyeron de la batalla, e díjoles: —Ved aquí a nuestro señor, véngaos mientes del buen prez que siempre los castellanos hubieron, e queredlo cobrar. En estos llegaron al rey trecientos que de sus caballeros y el Cid, con otros trecientos, que no había sido en la batalla, e con este socorro el rey volvió a pelear con el rey don García, que venía de seguir el alcance, e le venció, e prendió, e mató al infante don Sancho, su amo, con trecientos caballeros, e prendió otros muchos.
(523) 128. En la batalla que el rey don Fernando Primero de este nombre hubo con el rey don García de Navarra, su hermano, en la Vega de Atapuerca, tres leguas de Burgos, requeriéndole el rey don Fernando con la paz y perdonándole los daños que en su reino había hecho, con que se saliese dél, e pidiéndole sus caballeros que les confirmase sus fueros, e les diese los heredamientos que les había tomado, el rey don García no quiso facer lo uno ni lo otro, por mucho que su ayo, que era un noble caballero, se lo suplicó. El cual viéndole tan obstinado en menospreciar su provecho, y en no querer ganar la voluntad de sus caballeros en tiempo que tanto los había menester, con gran saña dijo: —Hoy morirás en esta batalla, e porque yo no vea tan gran pena, moriré primero. Y echando de sí el escudo y la lóriga e capacete, con solo la lanza y espada, entró por las haces de los castellanos en comenzándose la batalla e murió peleando valientemente, e después dél fue vencido y muerto el rey don García, su señor, como se lo había adevinado. Y ansí murió como esforzado e leal caballero.
(524) 129. Peleando el rey don Sancho de Castilla con el rey don Alonso de León, su hermano, el rey don Sancho perdió la batalla y yendo huyendo de ella encontró con el Cid Rui Díaz, el cual le detuvo y hizo recoger toda la gente que iba huyendo. E otro día dio en el real del rey don Alonso, e mató muchos de los suyos, y el rey se acogió a una iglesia y allí fue preso.
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Los leoneses se recogieron muchos de ellos e dieron en los castellanos con grande ánimo. El rey don Sancho, que andaba por la batalla nombrándose, prendiéronle cuatorce caballeros. El Cid cuando vió que le llevaban preso fue tras ellos aunque no llevaba lanza. Alcanzólos y díjoles: —Dadme a mi señor y daros [he] el vuestro. Los leoneses respondieron: —Don Rui Díaz, torna vos en paz, si no sabed que vos llevaremos con él. El Cid les dijo: —Pues dadme una lanza de esas vuestras, e yo solo a todos vosotros os tomaré a mi señor. Ellos, burlándose dél por ser un solo caballero, diéronle una lanza y combatiose con ellos tan esforzadamente que mató los once e venció los otros, e cobrando al rey, su señor, tornose con él para los castellanos. E de allí se fueron a Burgos y llevaron preso al rey don Alonso de León.
(525) 130. Estando para pelear el rey don Alonso de León con el infante don Fernando, su hijo, y de la reina Berenguela, su mujer, por enojo que dél tenía de haberle alzado por su rey los castellanos, muchos religiosos fueron a decir al rey de León la gran sinrazón que hacía a su hijo habiéndole sido siempre muy obediente, tanto que fuese cierto que si con él pelease sería vencido porque Dios sería contra él.Y tantas buenas razones le dijeron que dejó de pelear y ansí se tornaron los reyes a su tierra. Y cuando el conde don Álvaro de Lara vió esto pesole de corazón porque se quería vengar en aquella batalla de la afrenta que le hicieron en prenderle, don Gonzalo Ruiz Jirón e don Alonso Téllez, e don Lope Díaz de Haro, en las vistas que tuvieron cabe Palencia con el rey y con la reina doña Berenguela.Y viendo que no había orden de vengarse de otra manera, envió a decir a los dichos don Gonzalo Ruiz Jirón, e don Alfonso Téllez y a don Lope Díaz de Haro, e a los ricos hombres y caballeros que allí estaban, que habían sido en su prisión, que escogiesen seiscientos caballeros y que él, con trecientos que tenía, lidiaría con ellos, y que a quien Dios quisiese dar la honra que la tomase. Los otros dijeron que les placía.
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Acetado el día que había de ser la batalla, ordenadas sus haces comenzaron a pelear, y aunque fue muy reñida(s) de ambas partes a la fin fueron vencidos los seiscientos por los trecientos, y el conde don Álvaro de Lara y los suyos fueron en su seguimiento hasta que los encerraron en Castrejón y el conde don Álvaro dio con el cuento de la lanza en la puerta y dijo: —Ya por el mundo sabrán que el conde don Álvaro de Lara, con trecientos caballeros encerró a los Jirones y Téllez y a don Lope Díaz de Haro con seiscientos caballeros, en Castrejón. Diciendo él estas palabras arrojaron por encima de la puerta un canto que le dio en el honbro tan gran golpe que le quebró los güesos. Los suyos lo tomaron e pusiéronse en un prado cubierto con una capa. En esto llegó el conde don Gonzalo de Lara, su hermano, que venía de seguir el alcance, e como lo vió así, preguntole ¿qué había? El conde mostrole la herida e díjole: —Bien sabéis que mientras pude nunca dí la delantera a vos ni a otro ninguno, y pues, ya no puedo, no dejéis vos de seguir el alcance hasta que los matéis o prendáis. E don Gonzalo ansí lo hizo y al conde llevaron en andas a Toro donde luego murió114.
(526) 131. Habiendo ganado el rey de Castilla, don Fernando el Tercero, la Peña de Martos, diola en tenencia al conde don Alvar Pérez de Castro, el cual, yendo a Castilla a pedir al rey que proveyese las fronteras, dejó en la fortaleza a la condesa, su mujer, y a don Tello, su sobrino, con cincuenta y cinco de a caballo. Entrando con don Tello a hacer cabalgada en tierra de moros vino el rey de Granada con gran poder y cercó a Martos, y combatiola tan reciamente que por poco la tomaron, mas la condesa, con sus dueñas y doncellas, dejando las tocas y tomando las armas y hechando piedras dende los adarves se defendieron con ánimo varonil.
(527) 132.Viniendo don Tello de hacer cabalgada en tierra de moros que había quedado en el castillo de Martos, con la condesa, mu-
114
Enjemplo: en cuanto a la muerte de don Álvaro de Lara; de Pirro que habiendo combatido la ciudad de Argos y entrádola por fuerza le mató una mujer desde una ventana con una teja. Plutarco y otros.
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jer del conde don Alvar Pérez de Castro, y viendo cercado el castillo de gran multitud de moros y combatiéndolo por todas partes, hubo gran pesar temiendo que el castillo se perdiese y la condesa fuese presa de los moros. Viéndole de esta manera Diego Pérez de Vargas Machuca dijo: —Caballeros, ¿qué estáis aquí pensando? Arremetamos de tropel por medio de los moros e socorramos el castillo, que yo espero en Dios que socorreremos el castillo, que no puede ser que alguno de nos no pase adelante, y los que quedaren muertos salvaremos nuestras ánimas y haremos nuestro deber como todo hijodalgo es obligado. Y en diciendo esto, haciéndose de todos un tropel entraron por medio el real de los moros e pasaron por ellos hasta la puerta del castillo con pérdida de algunos pocos que se desviaron. Y ansí entraron por la Peña y subieron al castillo. Y los moros cuando le vieron tan bien socorrido entendieron que los que así se habían aventurado serían hombres para defender el castillo y ansí dejaron de combatir y se fueron.
(528) 133. Teniendo el rey don Hernando cercada a Sevilla, entre los caballeros que salieron del real en guarda de los que iban a hacer escolta fue Garci Pérez de Bargas aunque no salió tan presto como los otros quedose detrás con un caballero que iba con él y, viendo en el camino por donde habían de pasar siete caballeros moros, el caballero dijo a Garci Pérez que se tornasen, diciendo: —Aquellos son siete y nosotros dos, y no parece cosa razonable acometerlos. Garci Pérez respondió ansí: —Es más, vayamos nuestro camino, que no nos atenderán. El otro dijo: —Cierto, yo no haré eso. E volviose alrededor del real por no ser conocido y como el rey viese esto dende su tienda, mandó que socorriesen a Garci Pérez. Don Lorenzo Suárez de Figueroa que estaba con el rey dijo: —Señor, aquel caballero que queda con los moros es Garci Pérez de Bargas y para tantos como ellos son no ha menester ayuda que si los moros le conocen no le osarán acometer y si le acometieren veréis las maravillas que hace.
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Garci Pérez, llegando cerca de los moros, tomó las armas que le traía su escudero y mandole que no se desviase a ninguna parte, sino que fuese tras él. Los moros le conocieron en las armas, que muchas veces le habían visto, e no osaron esperalle aunque hacían ademanes de acometelle y ansí pasó Garci Pérez por ellos e tornó a dar las armas a su escudero. E como quitó la armadura de la cabeza e no halló la cofia que solía traer debajo, preguntó al escudero por ella y él dijo que no la había visto. Garci Pérez tornó a tomar las armas para volver a buscarla, creyendo que la había perdido donde los moros. Esteban, el escudero, le dijo: —¿Cómo, Garci Pérez, por una cofia de lino queréis tornar al peligro en que estuvísteis? ¿No entendéis que estáis bien librado pues tan sin daño vos partistes de ellos, siendo vos solo y ellos siete? Garci Pérez le respondió: —No me hables en eso, mas pues ves que no tengo cabeza para andar sin cofia. Esto decía él porque era muy calvo y tornó por el camino que había venido. Don Lorenzo Suárez que lo vió dijo al rey: —Agora veréis como torna Garci Pérez a pelear con los moros si le osaren esperar. E cuando los moros lo vieron volver tanto miedo hubieron que se fueron de allí. Garci Pérez llegó al lugar donde la cofia se le cayera e hallola e mandó a su escudero que se apease por ella. E como se la dio púsosela en la cabeza y fue su camino.
(529) 134. Saliendo Garci Pérez de Bargas y otro caballero con él del real que el rey don Fernando tenía sobre la ciudad de Sevilla, el caballero, que iba con Garci Pérez hubo tanto miedo de siete moros de a caballo que vio en el camino, que se quiso volver al real pero no lo pudiendo acabar con Garci Pérez, volvíase a su tienda y dejole. Siendo después Garci Pérez preguntado ahincadamente por el rey quién había sido aquel caballero nunca se lo quiso decir diciendo que no lo había conocido. Ganó Garci Pérez aquel día muy grande honra con los moros y usó de gran virtud con el desventurado caballero.
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(530) 135. Concertándose el rey de Granada con los moros del reino de Murcia de quebrantar las treguas que tenían puestas con el rey don Alonso Décimo, pusiéronlo por obra y ganaron todas las fortalezas del reino de Murcia y algunas del Andalucía. El rey de Granada vino sobre Jerez e ganó la Villa, que estaba poblada de moros, e combatió al alcázar que tenía un caballero, Garci Gómez Carrillo, e como los moros eran muchos y los cristianos muy pocos y estaban descuidados, entráronla por fuerza y mataron cuantos cristianos estaban en ella. Solo el alcaide, peleando muy esforzadamente, defendía la torre del homenaje, e hizo cosas tan señaladas que el rey de Granada, viendo su gran valentía, mandó que no le matasen y lo tomasen vivo y para esto hicieron garfios de yerro con que asían dél mas dejábase romper las carnes queriendo morir antes que ser preso; pero, en fin, no pudiendo más hacer hubo de ser tomado y llevado al rey de Granada, el cual loó mucho su gran fortaleza y le hizo curar con gran diligencia, y después de guarido hízole grandes mercedes y enviole honradamente a Castilla.
(531) 136. Muerto Recisundo, rey de España, sin dejar hijo mayor que a don Teodoredo, que era niño de un año, queriendo los godos elegir rey que los gobernase e habiendo sobre ello diferentes pareceres, por escusar los inconvenientes que de ello se podían seguir, acordaron de inviar al Sancto Padre los nombres de algunos que a ellos les parecían por suficientes para la gobernación del reino, para que él señalase el que debiese reinar. El Papa, aunque teniéndose por indigno para que Dios espirase en él lo que en tal caso debía hacer, hizo sus oraciones y sacrificios para que Dios le guiase para acertar en el mejor. Al fin le fue revelado que un hombre que vivía en las partes más bajas de España, cerca de la mar, que había nombre Bamba. E ansí mandó a los enbajadores que tornasen para su tierra y que a este hombre tomasen por su rey, que a Dios placía que lo fuese.Y que cuando le hallasen le hallarían arando con un buey blanco y otro bermejo. Vueltos los embajadores a España e dando tal respuesta a los perlados e grandes del reino, acordaron de inviar a buscar por todas partes aquel hombre. Yendo unos de ellos cerca de un lugar que es en Portugal que se llama Hircana la Vieja, oyeron una voz de un casar, de una mujer que decía:
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—Bamba, dejad los bueyes y venid a comer. Oyendo ellos esto y viéndole andar arando con los bueyes de aquellas señales que ellos traían, fuéronse para él y preguntáronle cómo se llamaba, y él les dijo que Bamba. Decendieron de sus caballos e con grande reverencia e acatamiento le contaron la causa de su venida. Cuando Bamba lo oyó pensó que aquello era sueño o fantasma, díjoles: —Amigos, si sois hombres e no fantasmas, bien debéis entender que las grandes hazañas que los godos siempre hicieron no fueron con tales reyes como yo. Y aunque ellos le tornaron a certificar de la verdad, él no lo creyendo hincó en tierra el aguijada que tenía en la mano y dijo: —Cuanto esta vara tuviere hojas y fructo entonces seré yo rey de los godos. E luego que esto dijo la vara se tornó verde con hojas y fructa. Cuando él y ellos vieron esto, fueron muy espantados entendiendo ser milagro de Dios. Bamba hincó las rodillas en tierra y dio muchas gracias a Dios, e fuese con ellos a Toledo; y allí le alzaron por rey, e Quiricio, el arzobispo, lo consagró y ungió. E fue un caso maravilloso que a vista de todos estándole ungiendo le salió una abeja volando, por la boca, significando el gran provecho que dél había de venir a la república. Y ansí fue el rey Bamba muy amado de los suyos, clemente y justiciero, y muy católico cristiano; y entre muchas cosas notables que hizo fue señalar los términos que debían tener los obispados y venció al duque Lope que con gran ejército de franceses había entrado en España; y venció y mató por justicia a Ilderico y a Paulo, que se le habían alzado con las ciudades de Nemes y Narbona y con otras muchas villas y castillos; desbarató y quemó docientas y ochenta galeotas de cosarios que aportaron en los puertos de España y hacían gran daño en la tierra; y después de haber hecho otras cosas muy notables, de prudente y valeroso príncipe, fue entosigado por el malvado de Eringo, su sobrino, y aunque no bastó la ponzoña para matalle, bastó, por los pecados del pueblo, para turbarle el juicio en la gobernación, y conociendo él su defecto retrújose en un monesterio
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de la orden de San Benito, cerca de la villa de Panpliega, ribera del Arlanzón, donde vivió y murió sanctamente115.
(532) 137. Habiendo ganado el rey don Pedro la Villa de Aguilar, después de cuatro meses que la tuvo cercada, porque don Alfonso Fernández Coronel, que estaba dentro, la defendía valientemente. E como Gutier Fernández de Toledo que venía con el rey y era gran amigo suyo y le viese andar con gran diligencia, requiriendo las barreras y baluartes, díjole: —Compadre, amigo, mucho pesa de esta porfía que habéis tomado. Respondió don Alfonso Fernández: —Gutierre Fernández, ¿hay algún remedio? Gutierre Fernández de Toledo dijo: —En tal estado están ya vuestros fechos que no le veo. Don Alfonso Fernández dijo: —Pues que ansí es, yo veo el remedio. Gutierre Fernández de Toledo respondió: —¿Cuál es ese remedio que vos pensades haber? Alfonso Fernández Coronel dijo: —Amigo Gutierre Fernández, el remedio de aquí adelante es morir lo más apuestamente que yo pudiere como caballero. E dicho esto, armose de un gambax e de una capellina, e así fue a oír misa.Y estándola oyendo llegó a él un escudero suyo y díjole: —¿Qué facedes don Alfonso Fernández? que sabed que la villa se entra por el portillo que cayó.Y don Estébanez Carpentero es ya entrado con mucha gente. E don Alfonso Fernández le dijo: 115
Enjemplo en Suetonio: antes que Vespasiano fuese alzado por emperador de Roma, estando en la guerra de Judea, un ciprés que estaba en una su heredad se cayó en el suelo arrincado de todo punto sin que el aire ni otra cosa le derribase, y otro día se levantó más verde y más hermoso que de antes estaba.Autor: Suetonio Tranquilo en la Vida de Vespasiano. Otro enjemplo de cuanto al bajo nacimiento de Bamba, de Tulio Ostilio, tercero rey de Roma, que fue nacido de tan pobre familia que gastó su juventud en guardar ganado. Y venido a ser rey de Roma, hizo en ella notables leyes y costumbres, e dobló el imperio, porque destruyó a la ciudad de Alba Longa que era el antiguo solar de los reyes latinos. Autores:Valero Máximo en el Tercero y Sétimo Libro; San Agustín, en el Tercero de la Ciudad de Dios; y Tito Livio, en el Primero de la Fundación de Roma.
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—Como quiera que sea, primero veré a Dios. Y ansí aguardó a que acabasen la misa. E después salió de la iglesia e vio cómo las gentes del rey eran ya entradas en la villa. En fin, fue preso e desarmado, salvo el gambax; y así lo llevaron ante el rey dos escuderos de su guarda e viéndole así don Juan Alfonso de Alburqueque, que era un gran señor, y privado del rey, díjole: —¿Qué porfía tomastes tan sin pro, siendo tan bienandante en este reino? Don Alfonso Fernández le respondió: —Don Juan Alfonso, esta es Castilla, que face los hombres y los gasta. En fin el rey le mandó matar y murió con ánimo digno de español.
(533) 138. En el año sesto del reinado del rey don Pedro de Castilla fue a Toledo y faciendo justicia y venganza de algunos que en aquella ciudad le habían sido rebeldes, entre los otros mandó matar a un platero viejo, de más de ochenta años y teniéndole para cortar la cabeza un hijo del platero, de edad de diez y ocho años, suplicó al rey que mandase matar a él y soltase a su padre. Y el rey lo hizo así. De manera que la crueldad del uno fue honra y gloria para el otro.
(534) 139.Teniendo el rey don Pedro cercado a Burguillos, que estaba por don Alfonso Fernández Coronel, el alcaide, que por él le tenía, que se llamaba Juan Fernández Cabedo, le defendió cuanto pudo, pero al fin, siendo preso, el rey le mandó cortar las manos. Y después que fue sano fuese para Aguilar, cuando el rey tenía cercada en ella a Alfonso Fernández Coronel, y suplicó al rey que lo mandase poner dentro de la Villa, para que allí pudiese morir con su señor, don Alfonso Fernández, (su señor) y él lo mandó así.
(535) 140. Siendo muerto en Medina del Campo don Juan Alfonso de Alburqueque, que era un gran señor en Castilla, por mano de un médico italiano del infante don Fernando que llamaban maese Pablo por mercedes que le prometió de hacer el rey don Pedro si le matase.
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Y los vasallos del dicho don Juan Alfonso fueron tan leales a su señor después de muerto como cuando era vivo, trayéndole en un ataúd cubierto de un paño de oro, con el infante don Fernando y el conde don Enrique y los otros grandes señores que con ellos estaban contra el rey don Pedro, y ansí trujeron al dicho don Juan Alfonso de Alburqueque sus vasallos hasta que en la ciudad de Toro. El rey don Pedro y la reina doña María, su madre, estando en la ciudad de Toro trataron de concertarse y después le sepultaron en el monesterio de la Espina, como él lo había mandado en su testamento.
(536) 141. Entrando el rey don Enrique el Segundo con grande ejército en Castilla contra el rey don Pedro, su hermano, llegando a la ciudad de Nájera, mandó matar los judíos por dos cosas: lo uno por contentar a los suyos que lo hacían de muy buena voluntad y porque habiendo hecho esto temiesen más la ira del rey don Pedro y no osando se pasar a él sirviesen con mayor felicidad al conde don Enrique116.
(537) 142. La reina doña Urraca, hija del rey don Alonso el Sesto, fue casada, la primera vez con el conde don Remón; muerto el conde, casó segunda vez con el don Alonso de Aragón, y por defectos de su persona, el rey la echó presa en un castillo, de donde se soltó y se vino a Castilla y aunque los grandes y señores del reino la tornaron al rey su marido, él, no pudiendo sufrir su mala condición y poca honestidad, trájola hasta la ciudad de Soria y dejola allí, y volviose a Aragón. Viéndose la reina libre usó tan disulutamene de su voluntad que en dejándola, el conde don Gómez de Gormaz la tomó, e el conde don Pedro de Lara e otros algunos. El conde don Gómez de Gormaz hubo en ella un hijo que llamaron don Fernando Hurtado y de este vienen los Hurtados.Viendo los grandes del reino la disulución de la reina, alzaron por rey a don Alfonso, su fijo, e otro su fijo del conde don Remón, su primer marido, que después fue llamado Emperador. La reina ajuntó muchas gen-
116 Ejemplo de cuando Lucio Catelina, en la conjuración que hizo contra Roma, hizo que los conjurados matasen un hombre y le bebiesen la sangre, porque de temor que se supiese tan gran delicto y de ser castigados por él guardasen mayor secreto. Salustio en el Catilinario.
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tes contra él, pero atajó la muerte su mal deseo y mala vida; y fue ansí que entrando ella en Sant Esidro de León que es de canónigos reglares, robó cuantas plata y oro y dineros allí tenían, y saliendo muy contenta con la presa reventó a la puerta del dicho monesterio.
(538) 143. Habiendo sucedido el rey don Alonso el Sesto el rey don Sancho, su hermano, en los reinos de Castilla supo que el rey de Córdoba tenía cercado a Alimaimón, rey de Toledo, acordándose de las buenas obras que dél había recebido estando desterrado de Castilla, por el rey don Sancho su hermano, ayuntó grande ejército y fuese para Toledo. El rey de Córdoba dejó el cerco y fuese para su tierra. El rey Alimaimón quedó en Toledo con gran miedo del rey don Alonso, que venía a tomarle la ciudad, acordó de enviarle mensajeros acordándole del juramento y promesa que le había hecho cuando le tenía en su poder de nunca le facer guerra ni daño alguno. Los mensajeros hallaron al rey en Olías, dos leguas de Toledo, e oída su embajada hízolos detener allí, y con algunos caballeros de los que con él venían fuese para Toledo. Cuando el rey moro lo supo saliolo a recebir e llevolo a su palacio donde le tuvo aquella noche haciéndole todo el servicio y placer que pudo; otro día el rey don Alonso rogó al rey de Toledo que se fuese a holgar con él a su hueste; el rey de Toledo lo hizo así. E como estuviesen comiendo cercaron la tienda por mandado del rey quinientos hombres de armas. El rey moro hubo gran miedo, e preguntó al rey don Alonso que quería ser aquello y él le dijo que comiese, que después lo sabría. Cuando hubieron comido dijo el rey don Alonso al rey de Toledo: —Vos me hicistes jurar y prometer teniéndome en vuestro poder que nunca de mí os vendría mal ni daño y pues agora os tengo en mi poder, quiero que me déis por libre del juramento que vos fice. El rey moro dijo que le placía, e dio por libre e quitó del juramento, una y dos y tres veces.Y esto hecho mandó el rey don Alonso traer el libro de los Sanctos Evangelios e dijo al rey moro: —Agora que soy yo libre del juramento que yo vos fice, aunque no era tenido a guardarle por estar como entonces estaba en vuestro poder, e agora vos estáis en el mío, juro e prometo, sobre este libro de los Sanctos Evangelios, de nunca ir contra vos ni contra vuestro
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fijo, e de vos ayudar contra todos los hombres del mundo que mal o daño vos quisieren facer. Esta gran nobleza y virtud que el rey don Alfonso fizo con el rey de Toledo fue una de las principales causas para que, después de muerto el rey Alimaimón y su hijo, ganase la ciudad.
(539) 144. En la tercera batalla que el Cid Rui Díaz venció a don Remón, conde de Barcelona, habiéndole muerto y prendido muchos de sus caballeros y ricos hombres, hubo el conde de ello tan gran pesar que aunque viendo se había puesto en salud contra voluntad de los que con él se habían escapado de la batalla se volvió a meter en poder del Cid diciendo que no quería vivir faltándole tan leales vasallos sino irse a morir con ellos. El Cid lo recibió muy bien y lo hizo mucha honra y soltó a él y a los suyos con muy pequeño rescate.
(540) 145. Muerto el rey don Fernando de León, sucedió en el reino don Alfonso su hijo, y por malas obras que había recebido de la reina doña Urraca, su madrasta, tomole las villas y castillos que su padre, el rey don Fernando, le había dado exceto el castillo de Guiar, el cual tuvo cercado siete años. Teníale un escudero hijodalgo, llamado Marco Gutiérrez de Benavente, por don Diego de Haro, señor de Vizcaya, que era hermano de la reina. Mas, al fin se le acabaron los bastimentos, e la gente que tenía, unos muertos de hambre y otros huidos, dejaron solo al alcaide y él solo le defendió, comiendo las bestias, los cueros y los ratones, y aun las yerbas. En fin, cayó desmayado atrevesado en las puertas del castillo con las llaves en la mano. Viniendo los de fuera a combatir el castillo, como solían, y no hallando quien le defendiese, escalaron el muro. E llegando para abrir la puerta hallaron al alcaide atrevesado en ella, sin ningún acuerdo, y las llaves en la mano. Tomáronle en brazos y echáronle en una cama, e diéronle con agua en el rostro, y abrió los ojos e diéronle de comer e tornó en sí y el rey don Alonso, que le tenía cercado le hizo muchas mercedes e honra porque lo había fecho tan esforzada e lealmente.
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(541) 146. Habiendo el rey don Alfonso de León, fijo del rey don Fernando, ganado un castillo que tenía en guarda un hidalgo llamado Marco Gutiérrez de Benavente por don Diego de Haro, señor de Vizcaya, a cabo de siete años que le tuvo cercado, combatiéndole cada día y al fin tomándole por hambre, siendo el alcaide desamparado de los suyos, e hallándole caído desmayado a la puerta del castillo, con las llaves en la mano, loando este fecho tan señalado a don Diego López de Haro que estaba desterrado de Castilla e de León en África, dijo don Diego de Haro: —Es verdad que él lo hizo como buen caballero, mas yo querría mi castillo si él me lo diese. El Marcos Gutiérrez cuando esto oyó túvose por afrontado y vínose para el rey de León vestido de buriel negro y sentose a comer con los perros. Venido a noticia del rey mandó venir ante sí y preguntole que por qué hacía aquello. Contole lo que había pasado con don Diego y suplicole que no permitiese que él viviese traidor en el mundo. El rey le dijo que él le libraría de aquel trabajo e diole su carta y un portero que le fuese a entregar el castillo e mandosele bien bastecido e que le tornase a don Diego e salvase su verdad, prometiendo que él le ganaría a don Diego. El caballero recibió el castillo, e, bastecido, envió a decir a don Diego que viniese a recibirle. Él lo envió a decir que lo diese al rey de León, que él le alzaba el pleito homenaje que le había fecho.
(542) 147. Siendo casada la reina doña Urraca, hija del rey don Alonso el Sesto, con el rey don Alonso de Aragón siendo desagradecida al conde don Pero Anzures, que la criara, quitole el estado que el rey su padre le había dado. Enojándose de esto el rey, su marido, echola presa en un castillo, y tornole el estado al conde don Pero Anzures y le hizo homenaje dél. Pero después que la reina fue apartada de su marido y venida en Castilla pidió la tierra e fortalezas al conde don Pero Anzures, y él, como leal que era, dióselas, y fuese para el rey de Aragón bien acompañado. E cuando llegó donde el rey estaba subió en un caballo blanco y púsose una soga al pescuezo como si fuese preso y entró donde el rey estaba con sus altos hombres y díjole:
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—Señor, yo tenía de vos tierra en Castilla por la cual vos hice homenaje y agora la reina doña Urraca, mi señora natural, pidiómela por cortes. E yo entendiendo que no podía dejar de cumplir su mandado, dísela e por esta razón vengo a vuestra real señoría, con esa soga, e entrógovos el cuerpo, e las manos, e la cabeza con que os hice el homenaje para que tomedes de mí la enmienda que por bien tuvieredes e vuestra Corte mandare. El rey, aunque tenía gran queja y enojo del conde, porque lo que había fecho, pero con acuerdo de sus ricos hombres usando de clemencia le perdonó, e dio por libre e quitó del homenaje que le había fecho, e hízole muchas mercedes e inviole muy honradamente a Castilla. E por este fecho fue el conde muy loado de todos.
(543) 148. Teniendo el emperador don Alfonso cercado en Guimaranes al príncipe don Alonso Enríquez, su primo, ansí por la guerra e daño que había hecho en su tierra como porque no le quería reconocer señorío en venir a sus Cortes como era obligado. Un caballero llamado Egas Núñez, amo del príncipe viendo el peligro en que su señor estaba, salió de la villa solo, a caballo, e fuese para el emperador que andaba mirando por do la podría mejor combatir, e besole las manos. Y el emperador le recibió bien, e le preguntó a qué venía. Don Egas Núñez dijo que le quería hablar en poridad cosas de su servicio. El emperador le dijo que dijese lo que quería. Don Egas Núñez le preguntó que le dijese a qué era allí venido. El emperador le respondió que por vengarse del daño que le había fecho en sus tierras su primo, el príncipe, e porque no le quería reconocer señorío. Don Egas Núñez le dijo: —Señor, fuistes mal aconsejado en venir acá, porque esta villa está bastecida para más de diez años, e tan llena de caballeros que es imposible salir con lo que queréis; e deteniéndoos aquí mucho es cierto que los moros farán gran daño en vuestra tierra. En cuanto al señorío que vuestro primo os debe reconocer é yo a vuestras Cortes, e donde vos mandáredes yo vos faré homenaje de ello, e así seredes cierto que lo cumplirá. El emperador le respondió:
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—Don Egas Núñez, yo quiero creer vuestro consejo faciéndome homenaje que hagades ir al príncepe a mis Cortes a Toledo. Don Egas Núñez fizo el homenaje según que el emperador se lo pidió, e firmando su pleitesía, don Egas Núñez se tornó a la villa, y el emperador hizo levantar el real y fuese para Castilla. Cuando el príncepe supo lo que don Egas Núñez había fecho hubo muy gran pesar e dijo, que antes quisiera ser muerto de mala muerte. Don Egas le dijo: —Señor, non vos acuitéis que yo vos fice gran servicio, pues aquí no teníades mantenimiento ni gente para poderos defender, y ansí érades cierto de ser muerto, e preso, e perder el señorío. En cuanto al homenaje que yo fice vos sois libre dél, pues lo hice sin vuestro consentimiento. Llegado el plazo en que el príncepe había de ir a las Cortes, el príncepe se aparejó de todo lo necesario para librar a don Egas del homenaje que ficiera, mas don Egas se lo estorbó, diciendo que él no era obligado a cumplir lo que él no había prometido. El príncepe se quedó, oyendo esto. Y don Egeas tomó a su mujer y a sus hijos y fuese para Toledo, e llegó el día que había puesto, e desnudose en camisa, e su mujer con solo un pelote vestido, e descalzos, pusiéronse sendas sogas a las gargantas y ansí entraron por el palacio de Galiana, donde estaba el emperador con muchos nobles e ricos hombres e pusiéronse ante él de rodillas. E don Egas dijo: —Señor, teniendo vos en Guimaranes cercado al príncepe don Alfonso, mi señor, yo vos fice homenaje que él vendría a vuestras Cortes porque en otra guisa yo no le pudiera librar del peligro en que vos le teníades puesto. E por ser mi señor e haberle yo criado, era yo tenido aventurar mi vida por salvar la suya. Señor, estas manos con que fice el homenaje vedlas aquí, y la lengua con que os lo dije, y a esta mi mujer, y a estos dos hijos míos, para que de mí e de ellos podáis tomar la emienda que fuera la vuestra merced. Cuando el emperador esto oyó, con grande enojo que hubo, diciendo que le había engañado, le quería mandar matar. Pero movido a clemencia, y con acuerdo de sus caballeros e ricos hombres, le perdonó viendo que don Egas Núñez hiciera todo su deber como bue-
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no e leal caballero que era. E ansí le dio por quito del homenaje que le había fecho, e hízole muchas mercedes e inviole a su tierra117.
(544) 149. Severino, duque de Cartagena, hijo de Teodorico, rey de España e de Italia, fue casado con doña Teodora e hubo en ella una hija llamada Florentina, la cual guardando perpetua virginidad, cuando desta vida pasó fue canonizada por Sancta e llamada Sancta Florentina, Virgen, e con mucha razón, porque en vida e en muerte hizo grandes milagros, pagándole Dios en esta vida y en la otra el menosprecio que tuvo de tan grande estado como tenía por poderle servir más libremente.
(545) 150. Por ganar el amistad del rey Audalla de Toledo el rey don Alonso Quinto de León diole a su hermana la infanta doña Teresa por mujer mucho contra su voluntad. Pero entregada a su marido ella le dijo: —Cata que haces mal. No llegues a mí, que yo soy cristiana e tú eres moro, e harás gran pesar a Dios, y el ángel suyo te matará. El moro no se curó de eso e corrompiola, e apareciole un ángel que le hirió de muerte.Y él sintiéndose en tal dispusición, con grandes riquezas envióla a León donde ella permaneció en hábito de monja, viviendo y muriendo sanctamente. Ni tampoco el rey don Alfonso, su hermano, quedó sin castigo, porque teniendo cercada a Biseo, en Portugal, un moro mató con una saeta.
(546) 151. La reina doña Berenguela de Castilla, hija del rey don Alfonso el Octavo, fue casada con el rey don Alfonso de León, su primo en tercero grado, e hubieron al infante don Fernando, que después fue rey de Castilla, e otros tres fijos. E viviendo con su marido
117 Enjemplo en Marco Actilio Régulo, romano, que teniéndole preso los cartaginenses le dejaron ir a Roma, sobre su palabra, para que tratase entre ellos de concordia, e de rescatar los prisioneros africanos que allá estaban.Y pidiéndole el Senado su voto sobre la dicha concordia fue de parecer que no se hiciese. Y porque la República quedase libre del crimen que le podrían poner si él se quedase en Roma, se volvió a África, contra voluntad de todos los romanos, donde lo mataron cruelmente por cumplir su palabra, sabiendo cómo le habían de matar, donde le mataron cruelmente. Tito Livio,Valerio Máximo, Dionisio Alicarnasio.
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en gran prosperidad el Sancto Padre, Inocencio, la fizo apartar de su marido por haberse casado en grado prohibido. E ansí doña Berenguela se vino para Castilla con el infante don Fernando, su fijo mayor, e como entonces muriese don Enrique el Pri m e ro, rey de Castilla, que era su hermano de la dicha doña Berenguela, fue alzado por rey el infante don Fernando. Sabido esto, el rey don Alfonso de León vino, con grande ejército contra Castilla, pidiendo que la reina doña Berenguela tornase a su compañía, pues era su legítima mujer. Mas ella no quiso hacerlo diciendo que pues había sido apartada dél con justa causa nunca más a él tornaría, ni con otro casaría. E ansí vivió muy casta e continente e astinentemente hasta que murió. E rigió e gobernó los reinos de Castilla con mucha justicia e tranquilidad todo el tiempo que su hijo estaba ocupado en la guerra de los moros del Andalucía.
(547) 152. Doña María, hija del rey don Enrique el Tercero de Castilla, fue casada con el rey don Alfonso, rey de Aragón, hijo del rey don Fernando. Fue dotada de tantas virtudes que ninguna de las más virtuosas le hizo ventaja, e muy pocas se le pueden igualar. El rey don Alfonso, su marido, ocupado en las guerras estuvo treinta años sin verla; y aunque la dejó de veinte años vivió con tanta cordura e honestidad que en todo parecía ser regida por la mano de Dios. Disimulaba tan discretamente los disfavores de su marido que no parecía que le tocaban. Fue tan amiga de serville y hacerle placer que aun de los amores que él tenía con otras mujeres mostraba que le placía. Concertó las discordias e diferencias que había entre el rey don Juan su hermano y el rey de Navarra, su primo, y otros grandes caballeros de Castilla, porque todos de un acuerdo y voluntad pusieron sus fechos y diferencias en sus manos conociendo su gran prudencia e limpia conciencia, e guardaron lo que ella mandó e juzgó [...] y ansí por esto como por todas las otras reales virtudes que en su real persona tenía no inmérito sino con muy justa causa se llamó y llamará perpetuamente la virtuosa reina doña María de Aragón118.
118 Tiene
cinco líneas más o menos verticales, indicando que está tachado, lo mismo que el folio 37r.
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(548) 153. La reina doña María, hija del infante don Alonso de Molina, nieta de la muy virtuosa reina doña Berenguela, muerto el rey don Sancho el Cuarto, heredó don Fernando, su fijo, de edad de nueve años. E dende a veinte días le inviaron a desafiar en un día, los reyes de Aragón y Portugal y Granada y don Alonso de la Cerda, que se llamaba rey de Castilla, y el infante don Juan, que se llamaba rey de León, y aunque todos le hacían cruel guerra, la reina se dio tan buena maña que a unos desbarató e a otros hizo salir huyendo del reino, e con otros tomó honesta concordia y ansí reinó su hijo pacíficamente y con gran prosperidad, y por mejor poder sustentar los gastos de la guerra, la muy virtuosa reina comía en madera e tierra, e bebía en vidrio. Y ansí gobernó en paz y en guerra estos reinos de Castilla todo el tiempo que tuvo la tutela de su hijo, con gran justicia y prudencia. Fundó el monasterio de Sant Francisco de Valladolid y otros siete monasterios, vivió largos días y murió sanctamente.
(549) 154. Don Ramiro, hijo tercero del rey don Sancho de Aragón, deseando servir a Dios apartado de los bullicios y desasosiegos del mundo se metió monje. Pero muerto don Pedro e don Alfonso, sus hermanos mayores, los grandes del reino le sacaron del monesterio, aunque mucho contra su voluntad, ganando dispensación del Sancto Padre, porque ya era preste de misa, e lo casaron con hija del conde don Remondo Putieres. E después que hubo hijos en ella retrájose a la religión que había principalmente escogido para sosiego de su vida, e seguridad de su conciencia, y allí vivió y murió sanctamente.
(550) 155. Min Peláez fue un caballero de noble linaje de Asturias de Santillana, vino a servir al Cid en la guerra que tenía con los moros de Valencia. El Cid que ya tenía nuevas dél, pesole con su venida, aunque no se lo dio a entender, creyendo que peleando en su compañía sería esforzado, aunque no quisiese. Pero como un día siguiendo el Cid los moros llegase hasta los arrabales de la ciudad, este Min Peláez, aunque muy bien armado iba, huyó y volviose a su tienda. Cuando el Cid y los suyos volvieron a su real, Min Peláez se fue a su tienda del Cid pensando que no le habían echado menos.
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El Cid tenía por costumbre de comer a mesa alta, asentado a su estrado. Don Albar Añez y Pero Bermúdez y otros esforzados y nobles caballeros comían en otras mesas altas muy honradamente; e los otros, que no eran probados en hechos de caballería, comían en estrados e en mesas de cabezales, y con esta orden cada uno sabía el lugar donde se había de asentar a comer, y ansí cada uno pugnaba por ganar tanta honra que mereciese asentarse a la mesa de don Albar Añez e de los otros caballeros que comían con él. Min Peláez lavose las manos a vuelta de los otros e quísose asentar a la mesa con ellos, mas el Cid, que sabía la gran cobardía en que había caído, fuese a él y díjole: —No sois vos tal que merezcáis vos asentarvos con esos que valen más que vos, ni que yo, mas quiero que vos asentedes conmigo, y asentole a su mesa. Y él creyó que esto hacía por honrarlo más que a los otros. Escaramuzando otro día el Cid e los suyos con los moros Min Peláez, que iba de los primeros, volvió la rienda y tornose a su tienda. Encerrados los moros en la ciudad, tornose el Cid a la ciudad, e como se asentó a comer, tomó a Min Peláez e asentole a comer consigo e díjole que comiese en su escudilla, que más merecía aquel día que no el primero. Min Peláez hizo lo que le mandó, pero bien entendió por qué se lo mandaba, e que por sus faltas no lo dejaba asentar con los otros caballeros que tan preciados eran en armas, e tovo tan gran vergüenza que propuso en su voluntad de hacer de allí adelante su deber. Otro día salió el Cid como solía e hovo gran escaramuza con los moros, y Min Peláez salió en los primeros, e derribó luego un caballero moro, e allí perdió luego todo el miedo, e fue aquel día uno de los mejores caballeros que hubo en aquella batalla, porque nunca cesó matando y heriendo en los moros hasta que los encerraron en las puertas de la ciudad, y ellos se maravillaban tanto que decían que dónde viniera aquel diablo que nunca lo habían visto. El Cid estaba en lugar que lo vio todo muy bien, y hubo gran placer porque tan bien olvidara Min Peláez el miedo que había tenido. Vuelto el Cid con los suyos a su real, sentándose a comer, tomó por la mano a Min Peláez e díjole: —No sois vos tal que merezcáis ser asentado conmigo de aquí adelante mas yo uso asentaré con don Albar Añez e con los otros caba-
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lleros, que a los vuestros buenos fechos que hoy fecísteis vos hacen ser compañero de ellos. De allí adelante fue metido en la compaña de los buenos, e fue después muy esforzado caballero e hizo grandes hechos119.
(551) 156. Siendo gobernadores de España el condestable don Íñigo Fernández de Velasco y el Almirante don Fadrique Enríquez, y siendo capitán general por el emperador don Carlos, contra las Comunidades, don Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro, hijo primogénito del dicho condestable don Íñigo Hernández de Velasco, yendo con mucho gente, de [a] pie e de [a] caballo, a poner en libertad a la Serenísima doña Juana, reina de España, que estaba en poder de los comuneros en la su villa de Tordesillas, llegando una noche el dicho conde de Haro a un lugar que llaman Peñaflor, como hubiese falta de posadas, un capitán de infantería metiose en la iglesia, y como los clérigos se quejasen al general que se la habían robado, mandó hacer gran diligencia para que los soldados volviesen lo que habían tomado a la iglesia. Y ansí se hizo, de manera que no faltó más que un cáliz de plata, y porque éste pareciese el capitán dio tratos de cuerda a algunos soldados, pero no pareció porque era el capitán el que le tenía hurtado. Otro día, combatiendo a Tordesillas fue el primero que murió, de un arcabuzazo por la cabeza, con su cáliz en la manga.
(552) 157 120. Tratándose casamiento entre el conde Hern á n González, Señor de Castilla e la infanta doña Sancha, hermana del rey don García de Navarra, concertaron de verse en la Villa de Cervera de Aragón, el rey don García y el conde. El rey, teniéndole en su poder, prendió al conde y echole preso en hierros en el castillo de Castroviejo, a dos leguas de Nájera.
119 [Al margen del fol. 38:] Enjemplo del rey Pirro, rey de los epirotas, que preguntándole sus capitanes qué soldados escogería para la guerr a , re s p o n d i ó : «Buscádmelos grandes, que yo los haré valientes».Valerio Máximo y Plutarco. [Al margen del fol. 38v:] Podía decir el Cid Rui Díaz lo que [dijo] el rey Pirro al que escogía entre los suyos, los que más dispuestos le parecían para la guerra: «Escoge los caballeros grandes que yo los haré valientes». [Se repite, pues]. 120 Tachado: «habiendo prendido el rey don García de Navarra». Línea anterior al comienzo de la narración.
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La infanta, doliéndose de que el conde hubiese sido ansí engañado por casar con ella, creció el amor que le tenía e tuvo maneras de irlo a ver al castillo do estaba preso, e diose tan buena maña que le sacó de la prisión e vínose con él para Castilla. E como venían a pie y el conde traía grandes cadenas, aunque la infanta le ayudaba cuanto podía, y como venían fuera de camino, por no ser conocidos, caminaban muy poco. Pasando por un monte, en término que ahora llaman Valpierre, entre Nájera y Santa Sendio, topolos un acipreste que por allí andaba a caza; e como la infanta le pareció hermosa requiriola de amores tan determinadamente que, con consentimiento del conde, ella dijo que haría lo que el acipreste quería.Y ansí el acipreste se apeó de su macho, e queriendo abrazar a la infanta ella le sacó una daga, que traía en la cinta, e diole con ella tantas heridas, que con ayuda del conde que luego llegó a darle con la cadena, mataron al acipreste y subidos en su macho fueron su camino, y dende a poco rato toparon con los castellanos que iban en busca de su señor, el conde.
(553) 158. Yendo el conde don Fernán González a las Cortes de León con seguridad que el rey don Sancho le dio y promesa de hacerle grandes mercedes, llegado a León echole preso en una torre de lo cual hubieron gran pesar los castellanos, e mucho más la condesa, su mujer, que luego que lo oyó cayó amortecida y estuvo ansí la mayor parte del día. E tornando en sí no se desmayó como mujer apocada, antes con grande ánimo pensó cómo libraría al conde, su marido. E para hacerlo tuvo esta manera.Vistiose de paños de luto con su bordón y un sombrero en la cabeza fuese para León con solos dos caballeros, fingendo que iba en romería para Santiago; cuando el rey don Sancho lo supo saliola a recebir y hízole gran honra. E yendo hablando con él díjole que iba en romería a Santiago, que le suplicaba que le dejase ver al conde, su marido. El rey le dijo que le placía y ansí entrados en la ciudad fue el rey con ella hasta la torre donde el conde estaba preso e dejola ahí, e fuese a su palacio. La condesa subió a ver al conde, e como lo vio fuelo a abrazar llorando muy de corazón. El conde la confortó diciendo que no se congojase tanto que de sufrir era todo lo Dios daba a los hombres, e que tales cosas como estas pasaban entre los reyes e grandes señores. La
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condesa le envió a decir al rey que le rogaba, como buen rey mesurado, que mandase sacar al conde de los yerros, que caballo trabado no podía haber hijos. El rey dijo entonces: —¡Ansí Dios me vala! que tengo que dice verdad. E mandó luego quitarle los yerros y llevar buenas camas (sic) de comer. Después que hubieron cenado durmieron e holgaron aquella noche e concertaron lo que había de hacer como la condesa lo tenía pensado. Cuando fueron maitenes levantose la condesa y vistió al conde todos sus paños, y el conde desconocido de esta manera fuese a la puerta y la condesa cerca dél.Y llegados dijo al portero que abriese. Él dijo que lo sabría primero el rey. La condesa, con blandas palabras le dijo cierto tú ganas nada en que yo aquí tanto tarde que no pueda cumplir mi jornada. El portero, cuidando que saldría la condesa e quedaría el conde, abrió la puerta, e fue al contrario, que el conde salió e la condesa quedó tras la puerta, encubriéndose del portero, de guisa que no lo entendió. Salido el conde fuese para un portal donde le atendían los dos caballeros que habían venido con la condesa. E como ellos le conocieron diéronle un caballo que le tenían ensillado. E salieron de la ciudad tan encubiertamente, que primero fueron en salvo que fueron sentidos. Cuando la condesa entendió que el conde sería puesto en salvo envió a decir al rey lo que pasaba. El rey cuando lo supo pesole de corazón, pero no quiso vengarse de la condesa. E fuela a ver e preguntole cómo había sido, y ella se lo contó e díjole que ella se aventuraba a cualquier peligro que le pudiese venir por librar al conde, su marido, que lo veía hacer en peligro de muerte. El rey se lo loó mucho, e le dijo: —Ciertamente vos hecistes como virtuosa y noble dueña que sois, y siempre este fecho será loado sobre todas las otras dueñas del mundo. E entonces mandó traer muchos e muy ricos paños con que fuese vestida. E diole muchos doblones e inviola muy rica e honradamente al conde, su marido, a Castilla121.
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Enjemplo de las mujeres de los Minos, las cuales habiendo sido echados por los griegos de la ínsula de Lemnos, se habían acogido a una montaña, cerca de Lacede-
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(554) 159. Siendo desposada segunda vez la infanta doña Sancha, hermana del rey don Bermudo de León, con el infante don Fernando Primero, rey que fue de Castilla, hijo del rey don Sancho, acabados de dar las manos, la infanta dijo al rey don Sancho, su suegro, que si no la vengase del traidor del conde don Fernán Laínez, que fuera principal en la traición y muerte del infante don García, su primer esposo, que nunca casaría con su fijo. El rey, visto su buen deseo loóselo mucho, e mandó luego cercar las montañas, e prendieron a don Fernán Laínez, e trajéronlo preso ante la infanta, y el rey mandó que ella ficiese en él como ella quisiese. La infanta tomó un cuchillo en la mano e mandó que cortasen las manos, con que hiriera al infante don García; e los pies con que anduviera tratando aquella traición; e la lengua con que lo ordenara; e sacarle un ojo con que viera todo esto; e ponerlo en una acémila, e llevarlo por cuantas villas había en el reino de Castilla e de León, con un pregón que dijese que aquel traidor padecía tales tormentos por la traición que hiciera en ordenar la muerte, y ser en ella, al infante don García, su señor. Después que ansí fue muerto don Fernán Laínez, hizo bodas la infanta con el infante, su esposo, como estaba concertado.
(555) 160. Habiendo el Cid Rui Díaz vencido y prendido al conde don Remón de Barcelona, e ganado en esta batalla, demás de los
monia, llamada Cayaserta, que según Papías es en Licaome, condoliéndose los lacedemonios de su desventura y acordándoles que en el tiempo que los Minos habían acompañado a Jasón en el viaje que hizo a la isla de Colcos a conquistar el Vellocino de oro, habían sido dignos de llevar en su navío a Cástor y Pollux de quien los Lacedemonios numeraban entre sus dioses, lleváronles a su ciudad y los Minos como desagradecidos de él de a poco tiempo intentaron de levantarse contra ellos, dándose a entender que fácilmente se harían señores de la ciudad y de todo lo que ella señoreaba. Entendida su traición los Lacedemonios prendieron a los cabezas de tan malvado consejo para que fuesen castigados como merecían. Entendido por sus mujeres el peligro en que sus maridos estaban y que otro día habían de ser degollados con licencia de los guardas, entraron aquella noche a vellos, diéronles sus vestidos con que ellos salieron tan disfrazados que las guardas las dieron lugar, no entendiendo en engaño, e las mujeres se quedaron en la cárcel, vestidos los vestidos de sus maridos. Valerio Máximo, Libro cuarto.
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grandes despojos que hovo, la su buena espada llamada Colada, vínose a dormir en su tienda. Otro día mandó el Cid sentar al conde a su mesa, e darle agua manos, y él no la quería recebir. El Cid por le consolar díjole: —Conde, tomad y bebed y sed seguro. El respondió: —Comed y bebed vos, que sois hombre de buena ventura. El Cid, como era hombre muy mesurado e franco, díjole: —Comed y bebed, que luego vos faré soltar, que vayades libre a vuestra tierra, e más, vos daré dos caballeros de los vuestros que tengo presos cuales vos quisiéredes. El conde cuando esto oyó: —Cid, ¿será verdad? —El dijo, yo vos lo otorgo. El conde fue muy alegre, y acabado de comer nombró dos de sus caballeros que le diesen. E hizo así; e luego cabalgaron el conde e sus dos caballeros.Y fue el Cid con ellos gran pieza, e cuando se hubieron de despedir dijo el Cid al conde: —Yo vos agora, a guisa de bueno e franco, e agradézcovos mucho lo que nos distéis, pero si acá quisiéredes volver, enviádnoslo a decir o dejáredes lo que trujéredes, o lleváredes lo que agora vos tomamos. El el conde dijo al Cid: —En salvo decides vuestros juguetes, que bien pagado vo por este año, e a vuestras compañas, por ende no he en corazón de vos buscar tan cedo. Entonces se dispidieron el conde para su tierra, y el Cid para su hueste.
(556) 161. Habiendo el rey don Alfonso el Octavo de Castilla, en uno con los reyes de Aragón, e de Navarra, vencido al Miramamolín de Marruecos, en la gran batalla de las Navas de Tolosa, el rey mandó a don Diego López de Haro, Señor de Vicaya, que partiese todo el despojo como él quisiese. Don Diego López fízolo así, e al rey tan solamente le dio la honra de la batalla, como le era debido, y el rey fue muy contento dello122. 122
Enjemplo del emperador Severo que en una gran batalla que venció, ninguna cosa tomó para sí más de un caballo verde y una sortija de unicornio. Léase los Césares, de [Lampridio].
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(557) 162. Estando el rey don Alonso el Décimo en Burgos casando al infante don Fernando, su hijo primogénito, con la infanta doña Blanca, hija del rey Sant Luis de Francia, estando ahí don Felipe, primogénito del dicho rey, y don Iduardo, hijo primogénito del rey de Ingalaterra, que era sobrino del rey don Alonso, hijo de su hermana, y el infante don Pedro, primogénito hijo del rey de Aragón, y el infante don Sancho, hijo del rey don Pedro de Aragón, arzobispo de Toledo, y el infante don Fadrique, y el infante don Felipe, hermanos del rey, y el infante don Sancho, y el infante don Pedro, y el infante don Juan, y el infante don Jaimes, hijos del rey don Alfonso e otros arzobispos e obispos, duques, condes e grandes hombres del reino de Castilla, e fuera dél. Estando el rey don Alfonso de esta guisa supo que venía la emperatriz de Constantinopla, la cual traía treinta dueñas e doncellas, vestidos de duelo. E el rey, con todos los príncepes y infantes, e ricos hombres, la salió a recebir, e trájola a posar a su palacio. Y como las mesas fueron puestas, la reina doña Violante, mujer del rey don Alfonso, rogó a la emperatriz que se asentase a comer. La emperatriz le dijo que no comería a manteles. La reina le preguntó por qué, ella le dijo: —Tú estás en tu honor y tienes tu marido sano y rico y magnífico. Dios te lo guarda. Mi señor y mi marido está preso y cautivo en poder del Soldán de Babilonia. ¿Cómo podré yo honestamente comer a manteles hasta que sepa si mi marido tiene alguna esperanza de redención? La reina hízolo saber al rey, y él fue a la emperatriz e confortola diciendo que tuviese buen corazón e que comiese. E preguntole por qué sus súbditos no lo redimían, e qué cantidad costaba el rescate. La emperatriz le dijo que sus vasallos no tenían por costumbre de rescatar a sus señores, antes dicían que se habían bien con él, pues en su vida no tomaban otro por emperador, y por esto fui a buscar quien me ayudase para su rescate. Cuesta diez mil marcos de plata. Fui al Santo Padre, mandome dar la tercia parte. Dende vine al rey de Francia, y mandóme dar la otra tercia parte, e como viese el resplandor e nobleza de tu real Majestad, como seas uno de los más magníficos príncepes del mundo, vine a ti por ver lo que en tu merced hallaría.
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El rey la tomó por la mano e hízola asentar a la mesa e díjole que hubiese alegría e comiese, que dentro de diez días le daría todos los diez mil marcos de plata. E hízolo ansí. E tomó de ella seguridad que tornaría al Papa e al rey de Francia lo que le habían dado. E la emperatriz cumpliolo ansí e rescató a su marido, el emperador, y él y su mujer publicaban la gran manificencia, liberalidad y franqueza de el rey don Alfonso, el cual con esta gran liberalidad adquirió tan gran fama por todo el mundo que dende a poco tiempo fue elegido por emperador de Alemania.
(558) 163. Habiendo prendido el Cid Rui Díaz en batalla campal al rey don Pedro de Aragón, y al rey de Denia, que venía con él, y el obispo don Remón Lucas y al conde don Sancho Sánchez de Pamplona, y al conde don Nuño de Ponte, y a don Agustín Méndez, don Nuño Sánchez de Galicia, don Pero Suárez, don Sancho García de Alcázar y el abad de Segorbe, Ejimén Sánchez de Teruel, e don Pero Anzures, e don Sancho Gómez, mayordomo mayor del rey, e más de mil hombres de alta sangre y otros muchos, muy honrados caballeros, pero como el Cid fuese muy clemente e piadoso soltó al rey de Aragón e a todos los suyos con él, e dioles con que se fuesen, y ansí se fueron, loando su gran clemencia y liberalidad.
(559) 164. Entrando el rey don Alonso el Onceno poderosamente en Portugal por vengarse del rey don Alonso de los grandes daños que le había fecho, mandó a los suyos que ningún daño ficiesen en los comunes del pueblo diciendo que aquellos no tenían culpa. E los portugueses que eran presos o rendidos por los suyos, el rey mismo los ponía en salvo. E guerreando de esta manera fue tan amado de sus enemigos que todos le bendecían, e maldecían a su rey que había dado causa a tanto mal, y esta su clemencia fue causa para que el rey de Portugal viniese en la concordia que el rey de Castilla quiso, antes que saliese de Portugal.
(560) 165. La reina doña Elvira, hija del conde don Sancho de Castilla, mujer del rey don Sancho de Navarra el Mayor, estando en Nájera en ausencia de su marido pidiole el infante don García, su hijo, un caballo del rey, su padre, que allí había quedado, para pasearse en él, y ella no se lo quiso dar.Y el infante movido con gran saña con-
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certó con el infante don Fernando, su hermano, que acusasen a la reina, su madre, de adulterio con un caballero, criado dél, que había aconsejado a la reina que no le diese el caballo, e ficiéronlo así. Cuando el rey lo oyó a don García, e que lo probaba con su hermano, creyólo, e mandó prender a la reina e al caballero, e meterlos en el castillo de Nájera. E después fizo Cortes, e propuso en ellas este fecho. Fue determinado que ella diese un caballero que lidiase con los infantes don García e don Fernando. Y esta sentencia fue publicada en las Cortes, en presencia de los ricos hombres e caballeros, empero no hubo ahí alguno que por la reina tal aventura osase tomar. Cuando esto oyó don Ramiro, hijo bastardo del rey don Sancho, dijo que él quería lidiar por la reina e poner él su cuerpo a sus hermanos. El rey juzgó al rie[p]to, e como el plazo fue venido viendo los infantes, que les convenía lidiar con su hermano, fuéronse al monesterio de Nájera, e confesáronse a un monje de sancta vida, e cómo habían levantado aquello a su madre con falsedad, no pensando que allí hubiese rie[p]to. El sancto hombre luego que los hubo oído fuese al rey e contole como la reina era libre de culpa, e pidiole que la mandase soltar, e perdonar a los infantes. El rey creyó luego al buen hombre e soltola luego y el rie[p]to fue partido por esta guisa: fue la reina doña Elvira librada de tal peligro e disfamia y el rey muy alegre por ello e todos los de su Corte. La reina dijo al rey: —Señor, el infante don García, mi hijo, que debiera guardar mi honra a todo su poder, levantome falso testimonio porque yo muriese a traición, por ende yo lo desheredo del reino de Castilla, que heredé de mi padre, el conde don Sancho, e del reino de Aragón que vos me distéis en arras. Dicho esto llamó a don Ramiro e díjole: —Vos sois mi antenado, e de razón más me debiérades buscar daño que pro, e por vuestra bondad me librastes de muerte. Por esto vos tomo por hijo e vos hago heredero del reino de Aragón a vos, e a vos e a todos los que de vos vinieren, e de todo lo demás que mis arras valieren y eso mismo faría del reino de Navarra si mío fuese.
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E dicho esto, metiolo por una manga de la piel que tenía vestida y sacólo por la otra, según era costumbre de tomar los hijos adotivos. Este don Ramiro fue el primer rey de Aragón, e don García hubo mala fin, porque murió en la vega de Atapuerca a manos de don Fernando, su hermano123.
(561) 166. Muerto el rey don Sancho sobre Zamora, sin hijos herederos, heredó el rey don Alonso, su hermano, y aunque todos le dieron la obediencia como a su rey e señor natural en los reinos de Castilla y de León, el Cid Ruiz Díaz nunca le quiso besar la mano ni recebir por señor ni rey de Castilla e de León hasta que el rey don Alonso y doce caballeros, que con él vinieron de Toledo, juraron sobre el cerrojo de Sancta Gadea de Burgos, que era en aquel tiempo un solene juramento. A lo que Cid le preguntó diciendo: —Vos jurades por Dios e por los Santos Evangelios que non fusteis en la muerte del rey don Sancho, mi señor, ni supistes parte ni arte de ello. El rey e los otros dijeron que no. El Cid replicó diciendo: —Pues ende supisteis parte o mandado tal muerte murades como él murió.
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Enjemplo en Tito Livio, noveno libro de la Segunda Década, yValerio Máximo, Libro Octavo. De Claudia, romana, mujer de noble linaje, la cual por andar muy galana e ser de suelta e graciosa conversación fue juzgada de muchos por no muy honesta. Quiso Dios que a todos fuese notorio su limpia conciencia y la falsedad y malicia de los que tal crimen la levantaban y porque habiendo traído los romanos a la diosa Cedelis, madre de los dioses, no pudieron mover el barco en que traían el simulacro del Tíber para meterle en la ciudad, aunque muchos hombres tiraban dél con maromas y todos se lo pidían con grandes plegarias. Esta doncella confiada en la limpieza y honestidad de su vida invocando el augilio divino, hizo esta oración diciendo: —Santa Madre de los dioses, recibe los humildes ruegos de una mujer que te suplica.Yo soy tenida por mala, y si tú me condenas por tal yo confesaré que lo merecí y me daré la muerte, ven, da oportuno juicio, pero si en mí no hay el ánimo de que me infaman, tú me darás la vida, haciendo notoria a todos mi inocencia con que tú, muy casta, digas a mí que soy casta. Y hecha la oración, tomó una delgada cuerda y atola al barco donde la Deesa estaba, e levola consigo sin ninguna dificultad. E todo el pueblo fizo de ello grande alegría y así cesó la mala opinión que la dicha Claudia se tenía.
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El rey fue muy sañudo contra el Cid e díjole: —Rui Díaz, ¿por qué me afincáis tanto? que hoy me tomaredes la jura e cras me besáredes la mano. Entonces dijo el Cid: —Señor, como vos no me hiciéredes merced que en otras tierras soldada dan a los hijosdalgo y ansí harán a mí, quien me quisiere por vasallo. Ansí que este buen caballero, en vida y en muerte, fue leal y agradecido al rey don Sancho, su señor, aventurando la vida y el estado por hacer su deber.
(562) 167. El rey don Alfonso el Octavo de Castilla, teniendo cercada a Cuenca y Alarcón e túvolos cercados nueve meses hasta que los moros se lo entregaron. E por en esta jornada le acompañó el rey don Pedro de Aragón con muchas gentes. En remuneración de tan buena obra quitole e diole por libre del feudo e tributo que los reyes de Aragón eran tenidos de pagar en cada un año a los reyes de Castilla.
(563) 168. Muerto el rey don Amalarico de España, en una batalla que hubo con el rey Childeverto de Francia, quedó el reino de España a su madre la reina dona Malasunta, mujer del rey don Alarico, la cual viendo su hijo muerto y que ella por ser mujer no sería tan estimada en el reino envió a Italia por un sobrino suyo que llamaban don Teudio e venido a España tuvo tal manera con los grandes e pueblos de ella que le hizo alzar por rey y ansí mismo le dio el reino de Italia, que la reina heredó por haber muerto su hermano mayor sin hijos. El malvado de don Teudio fue tan desagradecido a tan grandes beneficios, que en viéndose rey de España e Italia, desterró a la reina doña Malasenta, y luego la hizo matar en un baño do fuera a bañarse, pero no quiso Dios suspender el castigo de tan gran delicto, antes espiró en un criado de la reina para que vengase su muerte, el cual fingendo ser loco, estando el rey don Teudio hablando con sus ricos hombres, le dio con una porra, que traía, en la cabeza, e le mató. Y antes que muriese llamó a los principales de sus vasallos e díjoles que les rogaba que no hiciesen mal ninguno a aquel hombre, porque él
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con gran derecho merecía tal muerte en haber muerto sin causa ni razón a la reina doña Malasenta, su señora124.
(564) 169. El rey don Alfonso Onceno de Castilla, no mirando los muy grandes e señalados servicios que el maestre de Alcántara, don Gonzalo Núñez, le había hecho, y al rey don Fernando, su padre, por consejo de don Alfonso Fernández Coronel, que quería mal al maestre, el rey cercó en un castillo de su maestrazgo.Y teniendo el rey manera de entrar en el castillo, el maestre, desconfiado de poderse salvar de otra manera, salió de la torre de homenaje rodeado de los pendones y banderas que en las batallas de los moros había ganado, con que había alargado en gran parte los términos de la corona de Castilla. Pero el rey, estando sujeto a su ira y al mal consejo que don Alfonso Fernández Coronel le había dado, hizo matar al maestre. Pero no quedó sin pena quien tal consejo le dio, porque de la mesma manera el rey don Pedro, hijo deste rey don Alonso, cercó al dicho don Alfonso Fernández Coronel en Aguilar de la Frontera, e le prendió e le mató.
(565) 170.Teniendo preso el rey don Alfonso Cuarto de León, llamado El Magno, al conde don Sancho Díaz de Saldana según que le había dejado preso el rey don Alfonso el Casto en el castillo de Luna, por los amores que había tenido con la infanta doña Jimena, hermana del rey, vino a noticia de Bernardo del Carpio, su hijo, el cual fue tan buen caballero e hizo tan grandes e tan señalados servicios al rey que el menor de ellos merecía mucha mayor merced que era soltarle a su padre, porque teniendo el rey moro cercada a Zamora, yendo el rey a socorrerla, por el grande esfuerzo de Bernaldo del Carpio fue descercada.Y en la batalla que el rey hubo con los moros en Benavente, habiendo muerto al rey el caballo, Bernaldo el Carpio le dio el suyo en que se salvase y él quedó a pie a peligro de muerte, y en pago de estos servicios y otros muchos nunca pidió otra cosa más de la liber124
El arzobispo don Rodrigo. Enjemplo de Junio Bruto que siendo de los más principales romanos se hizo bobo adrede y por eso le llamaron Bruto, porque el rey Tarquino, que entonces reinaba en Roma, había muerto a su tío y otros principales barones, porque sufrían de mala gana su tiranía, y con este ardid Bruto se libró de la muerte y consiguió el efecto que deseaba, que era echar de Roma a Tarquino y destruir aquella soberbia estirpe de su linaje, y ansí lo hizo y fue el primer Cónsul de Roma.
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tad de su padre, y el rey se lo prometía cada vez, y acabada la necesidad era olvidada la promesa. Al fin el rey vino en decirle que no le soltaría y que si más en ello porfiase le hecharía preso con él. Oyendo esto don Bernardo determinó de procurar por mal lo que no había podido acabar por bien y despidiose del rey con muchos caballeros e ricos hombres sus parientes, e de allí hizo gran daño en tierra de León, e de allí se fue a tierra de Salamanca e robola, e pobló el castillo del Carpio. El rey envió contra él su hueste. Don Bernaldo salió a ellos e venciolos, e prendió al conde don Teobaldo e a don Arias, godos, capitanes del rey, e a otros muchos caballeros y enviólos al rey encargándoles que le suplicasen que soltase al conde, su padre, ellos lo hicieron, mas el rey no lo quiso hacer. Don Bernaldo le hizo tan cruel guerra, viendo que no quería soltar a su padre, (que) hacía tan cruel guerra que los grandes del reino y ricos hombres se juntaron a suplicalle que, por escusar tanto mal como don Bernardo hacía en la tierra, soltase a su padre. Él dijo que le placía de hacerlo, con que don Bernardo entregase el castillo del Carpio. Asentado así don Bernardo se vino a Salamanca para el rey, que ya había enviado a León por su padre, e los que iban por él halláronle muerto, e avisaron de ello al rey e mandó que ansí le trujesen, saliendo, el rey e Bernardo del Carpio con él, de Salamanca a recebirle. Llegando Bernardo a besar las manos a su padre viole muerto, y comenzó a hacer el mayor llanto del mundo por su muerte. E por haber entrado el castillo del Carpio sobre tan gran engaño. El rey indinado de las palabras que decía, dijo: —Don Bernardo, no es tiempo de mucho hablar, salíos luego de mi tierra. Bernardo lo hizo así, e fuese para el rey Carlos de Francia, llamado el Calvo, donde hizo grandes fechos en armas porque en todo le daba Dios buena ventura, por lo mucho que había trabajado por libertad de la prisión a su padre125. 125Aunque este ejemplo es de español, pues él se apartó de nuestra religión cristiana a bien se podrá contar por extranjero. Una mujer española, natural de la ciudad de Sevilla, con piadosa y devota intención se determinó de ir a visitar la iglesia sancta de Jerusalén, y ansí lo hizo, con un hijo que tenía en los brazos, nacido de pocos días. Llegada de Jerusalén estuvo ocho a diez años sirviendo en el templo sancto, de
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(566) 171. Siendo muerto el rey don Fernando Quinto de Castilla, llamado el Católico, año de mil y quinientos y diez y seis años, fue gobernador de España el cardenal don frai Francisco Jiménez, arzobispo de Toledo, el cual temiendo que el reino de Navarra no estaría tan sosegado e pacífico como debía, por la guerra que cada día amenazaba el rey de Francia por aquella parte, en favor del rey don Juan que no había más de cuatro años que había perdido aquel reino, el cardenal, como gobernador de España, mandó a todas las villas e lugares de aquel reino eceto la ciudad de Pamplona, que en tal día, que les señaló, derribasen los muros.Y ansí se hizo, porque de esta manera entendió que ternían menos confianza en el favor de sus amigos e serían más obedientes al rey de Castilla126.
barrer y de tener cuidado de las lámparas, como otros pelegrinos lo suelen hacer. El Soldán de Babilonia que era señor de todos aquellos reinos y provincias vino acaso [a] aquella ciudad, donde viendo el hijo de aquella pelegrina se agradó tanto dél que le tomó para su servicio, haciéndole, ante todas cosas, dejar nuestra sancta fe católica y seguir su malvada seta. El mozo se dio tan buena maña en servirlo que vino a ser tan privado que llegó a ser gobernador del Cairo. En aquella sazón el Gran Mahometo, agüelo del que hoy vive, entró poderosamente por aquellas provincias y ganó a Egipto, Caldea, Mesopotamia, Palestina, Arabia Felix, Arabia desierta, Arabia Pétrea, hasta el Mar Bermejo.Y prendió al dicho Soldán; el gobernador del Cairo que, mudándose el nombre que tenía siendo cristiano, se llamaba Cahariel, vino con las más gentes que pudo contra el Gran Turco, por poner en libertad al Soldán, su señor, y hizo tan cruel guerra al Turco, matándole tantos de los suyos, que le puso en tal estrecho que le prometió de entregarle al Soldán, su señor. Con esta palabra el Cahariel se confió y vino a ponerse en poder del Turco, para llevar a su señor, el cual le recibió muy bien y le mandó luego entregar al Soldán, muerto, porque primero le mandó dar un garrote.Viendo esto el Cahariel túvose por engañado y diciendo muy lastimosas palabras sobre el cuerpo de su señor, se despidió del Turco que por muy grandes mercedes que le prometía de hacer nunca con él quiso quedar, y ansí tornó con ocho o diez mil hombres que pudo allegar a hacer tanta guerra que el Turco le pareció que no había ganado nada, quedando vivo Cahariel, pero al fin fue vendido por traición de los suyos. Corrígase este ejemplo con la Historia antigua de los Turcos y con la moderna que escribió Paulo Iobio. 126 Enjemplo en Julio Sesto Frontino, libro primero. Marco Porcio Catón, habiendo sojuzgado las ciudades de España, temiendo que en algún tiempo se rebelarían en confianza de los fuertes muros que tenían, escribió a cada una que los derribase, amenzándolos con la guerra si luego no obedeciesen.Y mandó que las cartas se diesen a todas en un mismo día. Cada una creyó que a ella sola le era mandado e
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(567) 172. Muertos los siete infantes de Lara el rey Almanzor de Córdoba, de lástima que hubo de Nuño Bustos de Lara, padre de ellos, soltole de la prisión donde le tenía y inviole para Castilla e quedó con el rey un hijo que el dicho Nuño Bustos había habido, estando en la prisión, en una infanta, mora, hermana del rey Almanzor. Éste se llamaba Mudarra González e porque parecía mozo de buenos pensamientos el rey le facía buen tratamiento. Caeció que jugando un día Mudarra al ajedrez con un rey moro, de Segura, delante de Almanzor hobieron palabras y el rey de Segura llamó a Mudarra hijo de ninguno, e Mudarra sentiéndose por injuriado dio con el tablero al rey en la cabeza de que le mató. E fue luego con la spada sacada a su madre amenazándola que si no le dijere quién era su padre que la mataría. Ella con miedo que hubo díjole lo que habéis oído. Mudarra sabiendo la traición con que sus hermanos habían sido muertos e que por ellos su padre Gonzalo Bustos vivía con gran dolor, con gran piedad que dél hubo fuese al rey Almanzor, su tío, y pidiole en merced que le diese como fuese honradamente a buscar a su padre. Almanzor como le amase por el deudo que con él había, como porque él lo merecía, mandó soltar todos los cristianos que en su tierra eran cautivos e dioles caballos e grande haber para que fuesen con Mudarra e pasaron de trecientos de caballo. Y ansí llegó a Salas, que es una villa cerca de Lara, donde fue recebido de su padre e madastra con gran gozo e alegría; e fue adoptado de su madrasta por hijo legítimo. E de allí vino a Burgos a besar las manos al conde Garci Fernández de Castilla y él lo recibió muy bien. E Mudarra se tornó cristiano e fue llamado Mudarra González de Lara. Fueron sus padrinos el conde Garci Fernández e otros nobles caballeros. Fue muy buen cristiano e honró mucho a su padre e a su madre e sostúvolos en grande honra todo el tiempo que vivieron; mató a Rui Velázquez e a doña Lambra, su mujer, hizo despedazar y echar sobre ella un gran montón de piedras por memoria de la traición que hicieron en la muerte de los siete infantes de Lara, hermanos de Mudarra González e de la justa venganza que él de ellos tomó.
obedeció. E si supieran que a todas se mandaba es cierto que se conjuraran para no lo hacer.
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(568) 173. Estando el rey don Fernando Primero, rey de Castilla deste nombre, para morir, llegaron a él las infantas doña Urraca y doña Elvira, sus hijas, haciendo gran duelo e diciendo así: —Rey don Fernando, padre y señor, ¿cómo repartístes los reinos y a nos dejastes desamparadas? Quien tal vos consejó hizo gran pecado. Pedímosvos por merced que vos acordedes de ello. El rey aunque estaba muy debilitado, que apenas podía hablar, hizo llamar a sus hijos don Sancho, e don Alonso, e don García e díjoles: —Hijos, vuestras hermanas doña Urraca e doña Elvira quedan desamparadas, si alguno de vosotros les quisiese dar algo en que viviesen harían en ello mesura e habría mi bendición. Don Sancho e don García no respondieron nada, antes mostraron que le non darían ninguna cosa. Desque esto vido don Alfonso, movido con gran piedad y amor que hubo al rey, su padre e a sus hermanas, díjole: —Señor, paréceme que mis hermanos no quieren mirar por lo que vos dijísteis, por ende quiéroles yo dar a mis hermanas de mis tierras en que vivan por cumplir vuestra voluntad porque vos no seáis de ella pecador. E dio luego a doña Urraca a Zamora, con sus términos hasta Sanabria, y a doña Elvira dio a Toro, con la mitad del infantazgo. Cuando el rey esto oyó fue muy pagado de aquel fijo e dijo: —Hijo, Dios te dé la su gracia e bendeción, e la mía; e ruego a Dios que así como hoy son partidos los reinos entre vosotros tres que así los hayas tú todos tres ayuntados e seas de ello señor, e Dios te dé mi bendición, e seas bendito sobre todos tus hermanos, e aquel que intentare de quitar a tus hermanas lo que tú ansí les das, haya la mi maldición. Y ansí se cumplió en el rey don Sancho, que murió sobre Zamora a manos de Vellido Dolfos y al fin vino el rey don Alonso a ser rey de todos tres reinos.
(569) 174. Estando don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, cercano a la muerte, llamó a sus hijos que tenía, muy honrados caballeros e hizo tomar a uno de ellos un manojo de saetas en las manos, e mandole que las quebrase todas juntas.
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Él las probó a quebrar, más no pudo; e tanpoco pudieron quebrarlas los otros sus hermanos a quien el marqués mandó que lo probasen. Preguntáronle qué quería decir por aquello. Él les respondió: —Quiero que entendáis que siendo vosotros como sois hermanos e os dejo con estados e rentas, que si juntos e hermanados estuviéredes nadie será parte para enojaros, y si os devidís y apartáis del amor cualquiera será parte para faceros todo el mal que quisiere, como cualquiera de vosotros lo será para quebrar esas saetas una a una e probándolas a probar cada una por sí. Fallaron ser verdad lo que su padre les dijo, e ansí después dél muerto siguieron su consejo de lo cual les siguieron grande honra y provecho127.
(570) 175. Llegando a Córdoba el rey Católico e la reina doña Isabel, reyes de España, el capitán Gonzalo Hernández, con los principales de la ciudad salió a la puerta a tomarles juramento que guardarían los previlegios y costumbres de la ciudad con las solenidades que en semejantes autos se acostumbran. El rey dijo que entrados en la ciudad se entendería en aquello. El Gran Capitán respondió que no se abrirían las puertas hasta que sus altezas hiciesen aquel juramento, como eran obligados. La reina se enojó y mandó abrir las puertas, diciendo que se marauillaba de Gonzalo Hernández, siendo un escudero, osar hacer aquello.
127 Julio Sesto Frontino en su cuarto Libro de los Extratajematas [7,6] p. 10. Plutarco en la Vida de Sertorio, § XVI, p. 614a. Guerreando Quinto Sertorio, romano, en España, contra los romanos, conociendo no ser igual su ejército al de los enemigos, por quitar a lo suyos el agonía que tenían de dar la batalla, mandó traer ante sí dos caballos, uno muy gordo e otro muy flaco. E mandó a un mancebo recio que sacase toda la cola junta al caballo flaco, y al delicado mandó que cerda a cerda sacase la cola del grueso. E valiente, el primero no hizo nada, que no bastó toda su fuerza para sacar la cola toda junta del caballo flaco, y el segundo con toda su flaqueza peló la cola cerda a cerda del caballo recio. Estando todos esperando qué quería significar aquello, díjoles: —E os puesto este ejemplo para que mejor entendáis lo que os quiero decir: los caballeros romanos con quien vosotros queréis pelear son invencibles estando todos juntos, y divididos son muy fáciles de vencer, como nosotros faremos muy presto.
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Mas el rey no consintió que se abriesen las puertas por fuerza y ansí hicieron el juramento el rey e la reina, e entraron en la ciudad. La reina mandó a Gonzalo Hernández que, por el atrevimiento que había tenido, saliese luego, otro día, desterrado de la ciudad, e no volviese a ella sin su licencia. El Gran Capitán cumpliendo su mandado salió otro día, por delante del rey e de la reina, acompañado de mucha gente de pie, escopeteros y piqueros, y cinco mil de caballo con lanzas y adargas. Viendo esto el rey y la reina mandaron que se volviese diciendo que no era de tener en poco tal escudero.
(571) 176. El rey don Alfonso el Décimo entre las otras villas y ciudades que ganó fue la ciudad de Murcia e pareciéndole bien el sitio de ella para tener su asiento, poblola de cristianos e diole grandes previlegios. Y después, cuando el infante don Sancho, su hijo, se levantó contra su padre e le desheredó de todos los reinos que tenía, sola la ciudad de Murcia estuvo en servicio del rey don Alonso e mantuvo su voz sin que las amenazas del infante don Sancho y trabajos y guerras en que cada día la ponía bastase a mudar su leal intención y así la guardó hasta que el rey don Alonso murió, el cual vista su gran lealtad le dio seis coronas de reyes por armas, e mandó en su testamento que después de muerto le sacasen el corazón y lo enterrasen en la iglesia de Sancta María de Gracia del alcázar de la dicha ciudad128.
(572) 177. Estando el rey don Alfonso el Sesto enfermo en la ciudad de Toledo supo cómo los moros tenían cercada la villa de Uclés y envió al infante don Sancho, su hijo, a socorrerla, e con él al conde don García de Cabra, su ayo, y a otros condes y ricos hombres, caballeros de su señorío. Cuando llegaron cerca de Vclés los moros, levantaron el cerco, y ordenadas sus haces, dieron batalla a los cristianos lo cuales por la mala orden que tuvieron, fueron desbaratados e vencidos. E como matasen el caballo al infante, y el conde don García le viese caído en tierra, decendió del suyo, e con su espada y el escudo le defendió cuanto más pudo; mas los moros eran tantos que no los
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Enjemplo de la ciudad de Marsella que siempre guardó lealtad a Pompeyo que seguía la parte de los romanos contra Julio César.
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pudieron sufrir, e sin poderse tener, porque le habían cortado un pie, dejose caer sobre el infante, porque le matasen a él primero. E como ansí lo viesen los condes, don García el Crespo de Grañón e don Min, acorriéronlos e tomaron al infante y lleváronlo a un lugar que llaman Siete Puertas, cuidando escapar allí, mas los moros pasaron adelante e matáronlos todos, e al infante con ellos, e por esto llamaron aquel lugar Siete Condes, porque fueron allí muertos el infante e siete condes. Los que volvieron [vivos] de la batalla llegaron a Toledo, do estaba el rey don Alonso el cual salió a ellos faciendo gran duelo por la muerte del infante su hijo, y diciendo lastimosas palabras: —Dadme a mi hijo. A esto respondió el conde don Gómez de Gormaz: —Señor, ¿por qué nos demandades vuestro hij ca non lo distes a nos? El rey le dijo: —Sí, yo lo dí a otro, a vos envié con él para le guardar e defender, y aquel a quien lo dí, prendió allí muerte y ansí cumplió su deber.
(573) 178. El rey don Alonso de León, hijo del rey don Fruela, reinó cuarenta e un años, murió virgen, porque ni nunca se quiso casar, ni tuvo aceso a mujer, e por esto mereció el renombre de don Alonso el Casto. Por esta virtud tan excelente y otras muy grandes que tuvo, vinieron dos ángeles del cielo a hacer aquella cruz tan famosa que está en la iglesia de Sant Salvador de Oviedo que el fundó.
(574) 179. En el tiempo del rey don Fernando Primero de Castilla reinaba en Toledo un moro llamado Aldemón, el cual tenía una hija llamada Casilda, dotada de grandes virtudes y hermosura, y aunque le traían grandes casamientos, nunca se quiso casar.Visitaba e hacía grandes limosnas a los cristianos, que su padre tenía cautivos, de lo cual él hubo grande enojo, y acechándola un día para ver si era verdad preguntole qué llevaba en la falda, y ella respondió: —Rosas. E como el rey lo miró vio que eran rosas blancas y coloradas. El rey creyó que no era verdad de lo que su hija le habían dicho.
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Casilda fue a contar este milagro a los cristianos cautivos, y ellos, y ella, dieron por ello muchas gracias a Dios. En fin ella tuvo manera que su padre la inviase a Castilla a curarse de cierta enfermedad que tenía, y el rey le dio licencia y escribió al rey don Fernando, y enviole los cristianos que tenía con su hija Casilda. El rey la recibió muy bien e le hizo mucha honra. E dende fue a buscar el lago de San Vicente que es en Bureba, cerca de Birbisca y bañose en él, e luego fue sana; tornose cristiana e hizo su morada en una ermita que está cerca del lago y allí vivió toda su vida muy sancta y castamente hasta que murió129.
(575) 180. Doña Constanza, hija del rey don Alonso el Octavo, e doña Costanza, hija del rey don Alonso de León, nieta del dicho rey don Alonso el Octavo, hija de la reina doña Berenguela, su hija, e la Infanta doña Berenguela, hija del rey don Fernando que ganó a Sevilla, no se quisieron casar, e metidas en religión guardaron perpetua virginidad e murieron sanctamente.
(576) 181. Estando el rey Fernando el Cuarto en Martos acusaron ante él a dos escuderos llamados Pedro Carabajal y el otro Juan Alonso de Carabajal, su hermano. Acusándolos que, estando el rey en Palencia, una noche mataron a un caballero llamado Gómez de Benavides, privado del rey, dando muchos indicios de ello. El rey, usando de rigurosa justicia, mandolos prender y despeñar de la Peña de Martos. Antes que los echaran dijeron, que Dios era testigo y sabía la verdad, que ninguna culpa tenían en lo que les acusaban y que, pues el rey los mandaba matar sin justicia que lo emplazaban, de aquel día que ellos morían en treinta días que pareciese ante Dios a estar con ellos a juicio. Y ansí fueron despeñados. El rey se vino a Jaén e dos días antes, que se cumpliese el plazo, se sintió mal dispuesto; e queriéndose partir el día postrero de los
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Ejemplo de Claudia, hija de Camilo, que nunca se quiso casar y murió virgen, y de Cloella, virgen vestal que para probar su limpieza, llevándola [a] ajusticiar trujo una criba llena de agua sin que se le vaciase gota. Tito Livio y otros.
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treinta días, para Alcaudete, comió temprano y acostose a dormir la siesta, e cuando fueron a despertalle halláronle muerto en la cama130.
(577) 182. Viéndose los aragoneses sin rey sacaron a don Ramiro de un monesterio donde estaba monje profeso, e como se había criado en él desde pequeño, estaba poco informado de las cosas del mundo. Estando un día para pelear con los moros armáronle y cabalgó en un caballo e pusiéronle el escudo en la mano izquierda, y la espada en la derecha, y dijéronle que tomase la rienda en la siniestra y él díjoles: —Con esa tengo el escudo, mas metédmela en la boca. Y ellos ficiéronlo así. E entró en la batalla e venció los moros. E con esta simpleza e otras tales todos se burlaban dél, y él lo disimulaba por la necesidad que él de ellos entonces tenía. Pero viendo que no se podía sufrir la burla y mal tratamiento que le hacían, estando en la ciudad de Huesca metió a once de ellos en un corral y hízoles cortar las cabezas e cuando los vio muertos comenzose a reír de ellos y dijo: —No sabe la vulpeja, con quien trebeja. E desde allí adelante todos sus vasallos le hubieron tanto miedo que no se osaban burlar dél como de antes.
(578) 183. Viendo el rey Miramamolín de Marruecos desbaratada su gente por el rey don Alonso e los otros tres reyes que estaban con él, bajó del cadalso donde estaba mirando la batalla e tales palabras les dijo que los hizo volver sobre los cristianos con tanto ánimo que les hicieron volver las espaldas e perder muchas banderas. Viendo esto el rey don Alonso, con una lanza en la mano fue para los cristianos que huían y díjoles: —¿Qué es esto, vasallos y amigos? Tornad a la batalla. No perdáis tan gran vitoria como Dios os quiere dar el día de hoy. Entonces, oyendo esto, los cristianos volvieron tan esforzadamente sobre los moros que los arrincaron del campo, e matando gran infinidad de ellos ganaron aquella gran victoria tan nombrada de las Navas de Tolosa.
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Está tachado con cuatro rayas más o menos verticales.
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(579) 184.Teniendo el Cid Rui Díaz cercada la ciudad de Valencia y aunque le movían muchos partidos los de dentro ninguno quiso tomar si primero no le entregaban a un moro que llamaban Abemaffa, adelantado de la dicha ciudad el cual había muerto al rey de Valencia, su señor, e a muchos moros principales de la dicha ciudad, e les había robado cuanto tenían. Al fin los de Valencia prendieron al dicho moro, e lo entregaron al Cid, con otros treinta moros, sus amigos.Y ansí el Cid entró en la ciudad e díjoles: —Vedes aquí a Abemaffa, ved al adelantado el cual mató al rey, vuestro señor e suyo, e a muchos principales parientes vuestros, e roboles lo que tenían. Por ende mando que luego escuchedes en él la pena que merece según vuestra ley. E fue hallado que merecía ser apedreado y ansí le apedrearon con treinta de sus parientes, que fueron en la traición.
(580) 185. Cuando el rey don Alonso el Octavo fue desbaratado en la batalla de Alarcos, don Diego de Haro, Señor de Vizcaya, acogiose al castillo de Alarcos con los condes don Nuño e don Álvaro de Lara, sus yernos, e otra mucha gente que escapó de la batalla. El Miramamolín cercó el castillo e, como supiese que no tenían vitualla para tres días, juró sobre el Corán que si luego don Diego no le diese el castillo que él sería descabezado, y cuantos con él estaban. Pero si lo entregase y diese doce caballeros en rehenes que a cierto día sería en Marruecos a entrar en su prisión que le dejaría salir con todos los otros, salvo los condes don Nuño y don Álvaro de Lara, porque eran enemigos de don Pero Fernández de Castro que entonces estaba con el Miramamolín, desterrado de Castilla. Don Pero Fernández fue a don Diego con esta embajada e díjole el juramento que el rey Miramamolín le había hecho. Habido su consejo con todos los caballeros que en el castillo estaban, todos fueron de parecer que pues no podían salvarse de otra manera que le entregasen al Miramamolín. Don Diego dio los rehenes e rogó a don Pero Fernández que pues todavía quería que los condes, sus yernos, fuesen sus prisioneros, y él, de mancilla no quería ver la entrada del castillo, que tuviese manera con el Miramamolín que le dejase llevar otros dos caballeros consigo, porque no fuese solo.
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Don Pero Fernández se lo otorgó de parte del Miramamolín, e le hizo homenaje que después que él se fuese con aquellos dos caballeros, él le inviaría libres cuantos en el castillo quedaban, excepto los condes de Lara. Hecho esto don Diego se armó e hizo armar los condes con armas de otros caballeros, e cabalgaron en sus caballos e dijo a los del castillo secretamente que no le entregasen el castillo hasta que entendiesen que él había andado una legua; e de allí fuese donde estaba don Pero Fernández de Castro e tomole por la mano, e fue fablando con él hasta salido del real e don Diego le dijo que se tornase e que se remembrase de la fe de Jesucristo e del homenaje que le ficiera. Don Pero Fernández dijo que todo lo que él prometiera guardaría, ca era un noble hidalgo simple e verdadero. Don Diego e sus yernos anduvieron tanto que fueron puestos en salvo. Don Pero Fernández se fue para el Miramamolín e díjole que fuese a recebir el castillo, e contole el homenaje que ficiera. Fue de ello contento e se lo otorgó, e ambos fueron a recebir el castillo. Don Pero Fernández se puso a la puerta por prender los condes, sus enemigos, e poner todos los otros en salvo. Cuando todos fueron fuera e no hallaron a los condes, y preguntó qué fuera de ellos. Dijéronle que eran los dos caballeros que fueron con don Diego. Cuando esto oyó, pesole de corazón e dijo: —Cierto, engañome don Diego, e pésame mucho, pero por todo esto no dejaré de guardar la fe e homenaje que le yo hice. E llevó los cristianos a su tienda e hízoles mucha honra, e luego, otro día, fue con ellos e púsolos en salvo.
(581) 186131. Habiendo la infanta doña Sancha, hermana del rey don García de Navarra, sacado de la prisión, donde el rey, su hermano tenía al conde Hernán González en el castillo de Castroviejo, e viniéndose para Castilla después de haber muerto un acipreste que en el monte de Valpierre quiso forzar a la infanta […].
(582) 187. Sabiendo los castellanos que el conde Hernán González, su señor, había sido preso, por engaño, por el rey de Navarra, don García, juntáronse todos los caballeros e hidalgos e otros para dar or-
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den en librar a su señor de la prisión levantose un noble y esforzado caballero que había nombre don Nuño Laínez, bisagüelo que fue del Cid Rui Díaz e dijo: —Lo que a mí me parece es que hagamos una imagen de piedra a semejanza del conde, nuestro señor, le besemos la mano ansí como haríamos a él. E la pongamos encima de un carro e andemos tanto como anduviere el carro e no más, e así guardaremos aquella imagen como si el conde mismo fuese, haciéndole jura e homenaje que nunca tornaremos en nuestras tierras fasta que cobremos a su señor e muramos en su demanda, e por cosa que nos avenga nunca huiremos si esta imagen de piedra no viere, e quien de otra manera tornare, que quede por traidor; e a la imagen meteremos la señal del conde en la mano, y si el conde es fuerte e recio, la piedra fuerte e recia será; o traeremos a nuestro señor el conde o quedaremos allá todos, y cuanto más en esto tardamos tanto más facemos nuestro daño e nuestra vergüenza. A todos plugó mucho de esto que don Nuño Laínez dijo, e pusiéronlo luego por obra. Fecha la imagen pusiéronla en el carro, con bandera en su mano, e partieron de Burgos. El primer día llegaron a Arlanzón, y otro día pasaron los Montes de Oca e llegaron a Bilforado, y otro día por día de mañana partieron para Navarra. E cuando hubieron andado una legua toparon con el conde su señor, e con la infanta doña Sancha, su esposa que lo había soltado de la prisión e se venía con él; cuando los castellanos lo conocieron hubieron grande alegría y placer, y el conde con ellos, e de allí se tornaron con él para Burgos.
(583) 188.Teniendo Cipión cercada a Numancia, que era una ciudad cerca de donde ahora es Soria y teniéndolos tan apretados de hambre que aun a los numantinos no les era permitido morir peleando porque él tenía avisado a los suyos que aunque los de la ciudad saliesen, como lo hacían muchas veces, no peleasen con hombres desesperados. Viendo los numantinos que la mayor venganza que podían tomar de los romanos era no les entregar sus vidas ni hacer herederos de sus haciendas, acordaron especialmente por consejo de Aejonos que en linaje y en hacienda era el principal de la ciudad. Amontonada
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toda la riqueza que tenía y púsole fuego, e puso allí cerca su espada e dijo: —Combatamos unos con otros y al vencido se le corta la cabeza y póngase en el fuego, y cuando todos fueron ansí feridos e abrasados él se echó en el fuego, y ansí fue toda la ciudad abrasada que ninguna cosa quedó de que los romanos pudiesen gozar132.
(584) 189. Estando el emperador nuestro señor en Madrid, saliendo a comer, en el antecámara, antes que se sentase, llegó a besarle las manos un caballero que llamaban […]133 de Mercado, natural de la villa de Madrigal, cerca de Medina del Campo, que era castellano de Milán y estando su majestad en pie oyéndole más de una hora. Un caballero que presumía de privado preguntó al emperador quién era aquel que tan importuno había estado. Su Majestad la respondió: —Aquel es un hombre de bien y sabéis que (tanto que) a veinte y dos años que está en Italia y en cuanto estuvo hoy conmigo no me habló palabra italiano134.
(585) 190. Teniendo el rey don Alonso el Octavo cercado en el castillo de Zurita a un caballero que llamaban Lope de Arenas, que le había hurtado. Lope de Arenas le envió a decir que se quería venir a su merced, y que para tratar su pleitesía enviase a los condes don Nuño de Lara e don Osorio.
132 Enjemplo en Lucano, en su Farsaja, de cuando Bolteya, capitán de Julio César, de una nao y estaba cercado de los que seguían la parte de Pompeyo, en el mar Adriático y él consejó a todos que se matasen unos a otros por no venir a manos de sus enemigos y ansí murieron él y ellos. 133 Espacio en blanco en el original. 134 Enjemplo en Valerio Máximo, libro segundo, donde dice que después que Cayo Mario hobo vencido a los alemanes e muerto docientos mil, e prendido ochenta mil, pasó los Alpes siguiendo los teutónicos y los cimbros que eran pasados en Lombardia e hobo muerto de ellos cinto y cuarenta mil e presos sesenta mil, habiendo vencido Augusto, rey de Numidia, e metiole en Roma preso en el triunfo, al fin, Sila, su enemigo le hizo ir viendo en África pero con cuan perseguido estaba de la fortuna nunca dejó de hablar su propia lengua latina por honra de su patria.
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Los condes fueron al castillo por mandado del rey, e como entraron dentro fueron luego presos. El rey túvose por burlado y acaeció que salió del castillo un hombre que se llamaba Dominguejo y vínose al rey y díjole que si le hiciese merced que él haría cómo se tomase el castillo. El rey se lo prometió, Dominguillo le dijo: —Señor, dadme un hombre principal de vuestra casa a quien yo dé una herida que no sea de muerte e huiré al castillo.Vos enviad en pos de mí diciendo: prendedlo. Y yo diré a Lope de Arenas que herí a un caballero que os estaba diciendo mucho mal dél, e por esta manera tornaré en su privanza e terné modo como vos dé el castillo. El rey dijo: —¿Cómo podré yo haber hombre, que ansí se deje herir? Un caballero de Toledo llamado Pero Díaz que ende estaba: —Señor porque vos cobredes el castillo yo esperaré una herida. Dominguillo entonces diole una cuchillada con un puñal en rostro de guisa que no muriese, e huyó para el castillo. Los del rey, en pos dél dando voces que lo prendiesen, lo siguieron fasta la puerta. Lope de Arenas le preguntó qué hiciera, por qué ansí ve n í a . Dominguillo respondió que matara un caballero honrado que decía mal dél al rey. De esto holgó mucho Lope de Arenas, e hízole Guarda Mayor sobre todos los veladores. Acaeció así que un día Lope de Arenas se estaba afeitando, solo, en una cámara con el barbero. Entró Dominguillo con un venablo en la mano. Lope de Arenas le preguntó por qué andaba así. Díjole que aquella noche se cayera una vela e la hiciera adobar y en diciendo esto, diole con el venablo tan gran golpe que nunca más habló. E saliose del castillo por un agujero que tenía hecho. E fuese para el rey y díjole: —Señor, cumplido he lo que vos prometí. E contole cómo había muerto a Lope de Arenas e luego salió un sobrino suyo del castillo e entregole al rey135.
135 Teniendo Darío, rey de Persia, cercada a Babilonia, desconfiado de tomarla, un privado suyo llamado Zópiro quiso quedarse él a do por hacerle tan señalado servicio cortose las narices y las orejas. Fuese huyendo a la ciudad y quejándose al rey dijo que porque él aconsejaba al rey, su señor, que alzase el cerco que tenía sobre la ciudad le había tratado de aquella manera el rey de Babilonia le creyó y le fiaba la guar-
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(586) 191. Un caballero del reino de Galicia, llamado Alvar Núñez de Sarriá, fue tan privado del rey don Alonso el Onceno que le hizo conde de Trastámara, e le dio tantas villas e castillos que llegó a ser uno de los mayores del reino y ansí presumió de casar con la Infanta doña Leonor, hermana del rey. El rey arrepentido de haberle hecho tanta parte en el reino y de haber muerto por su consejo a don Juan, Señor de Vizcaya, y a su primo, enviole a demandar los castillos y fortalezas que tenía dél, pero don Alvar Núñez no se los quiso dar e alzose contra el rey y hizo su proceso e juzgolo por traidor. Acaeció que Alvar Núñez entró en su villa de Velver que es cerca de Toro y había sido del dicho don Juan Núñez, que él hiciera matar. Tenía el castillo por él un escudero llamado Ramiro Flores, y entrando en el castillo diole con una maza en guisa que luego murió y echole del muro abajo, como él hiciera echar al dicho don Juan cuando el rey lo mató, e después pusiéronlo encima de un asno, la cabeza ancia la cola, e lleváronlo al rey, el cual le mando luego quemar como a traidor, e confiscole todos sus bienes para su corona real. Fue justo juicio de Dios que a Alvar Núñez de Sarriá muriese la muerte que él había hecho dar a don Juan, Señor de Vizcaya.
(587) 191bis. Entre las otras crueldades que el rey don Pedro hizo fue matar al maestre don Fadrique, su hermano, y ansí permitió Dios que el conde don Enrique, su hermano, le matase a él.
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(588) El rey don Fernando Primero de Castilla hubo gran felicidad; fue hijo del rey don Sancho de Navarra, el Mayor, e de la reina doña Elvira, hija del conde don Sancho, señor de Castilla, fue de hermosa dispusición e muy sano. Fue el primer rey de Castilla, casó con la infanta doña Sancha, muy noble e muy fermosa doncella, hermana del rey don Bermudo de León, e porque no le pagara el dote, que le había prometido con su hermana, el rey don Fernando da de la ciudad de día y de noche. En fin, él abrió una puerta al rey Jerges, según que con él había concertado, y entrado por allí con todo su ejército ganó la ciudad. Tuvo en tanto el rey Jerges este servicio que muchas veces decía que quisiera más ver a Zópiro sin aquella fealdad que ganar una ciudad como Babilonia. Plutarco, en Las Apotemas. 136 Al margen: «De buenaventura».
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le desafió e pelearon en la vega de Carrión en batalla campal y el rey don Bermudo fue vencido e muerto, e por esto el rey don Fernando heredó el reino de León por su mujer; y venció y mató al rey don García de Navarra, su hermano, que le había entrado en el reino, y fue rey de Navarra. Otrosí venció al conde de Saboya que, con todo el poder del rey de Francia vino a pedirle el tributo de parte del emperador Enrique, y España fue libre de tributo como antes lo era. Otrosí venció muchas batallas de moros y ganó a Coimbra y otras muchas villas y castillos y vivió mucho e reinó cuarenta y siete años. Este hubo el señorío ansí de toda España, ca lo que no conquistó todo le era tributario; y hobo nobles hijos; y en su vida les repartió los reinos, a don Sancho, el mayor, a Castilla y a Navarra; y a don Alfonso el reino de León; y a don García el reino de Galicia con lo que ganara en Portugal.Y en su vida vio a todos sus hijos reyes. E hobo dos hijas muy nobles e muy virtuosas señoras, doña Urraca, señora de Zamora, y doña Elvira, señora de Toro. Después que fue fundada la iglesia de Sant Isidoro de León y hecho trasladar de Sevilla en León el cuerpo del glorioso Sant Isidoro arzobispo, y hecho otras muchas iglesias y monesterios enviole Dios a llamar en fin de sus días, y sintiéndose agraviado de la dolencia rescibió los santos sacramentos de mano del cardenal don Fernando, su hijo, que hubo en la hija del conde de Saboya, e cuando le trajo el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, luego que le vido hízose decender de la cama donde estaba y poner en tierra y adorólo diciendo: —¡Oh, mi Dios y Señor Jesucristo, que tú vienes a mí, hombre mortal y lleno de podrimiento y de hedor! ¡Oh, luz verdadera que alumbras a todo hombre y veniste en este mundo, pan vivo que descendiste del Cielo para hartar el que ha hambre! ¡Oh, redentor y salud de los pecadores, líbrame, Señor, de la muerte eternal, y libra mi ánima y perdona mis pecados! Dichas estas palabras e otras de gran devoción, con fuertes lágrimas, recibió al cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, y desque lo hubo recebido pusiéronlo en la cama. Entonce echó la bendición al cardenal, su hijo, e quedaba por su testamentario, e puso la cabeza en su regazo e pidió la candela, e dio el ánima a Dios. Fue sepultado en la dicha iglesia de Sant Isidro que él fundó, e fue hecho por él gran llanto por todos los reinos de Castilla e de León
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ca era muy amado de todos los pueblos, y otrosí de todos los caballeros hidalgos. Este rey don Fernando, de gloriosa memoria, primero rey de Castilla, se puede decir bienaventurado de bienaventuranza mundana ca fue muy esclarecido rey por linaje, sin contrariedad alguna, e alcanzó en su vida gran señorío y hobo hijos e hijas, los cuales vio en su vida reyes, grandes señores y hubo maravilloso fin. No se puede decir qué príncepe tan grande sin adversidad alguna tanto señorease e tan buen fin hobiese espiritual y temporal.
(589) 193. Después que el rey don Pedro de Aragón el Cuarto, ganó el reino de Secilia a los franceses, porque había sido de su suegro, el rey Monfre, hijo del emperador don Fadrique, el Papa lo descomulgó porque no quería dejar el reino de Secilia que pertenecía a la Iglesia y dio la conquista del reino de Aragón y de Secilia al rey Felipe de Francia, el cual, juntando grande ejército en París, quería venir con aquella demanda. El rey de Aragón metiose en un castillo llamado Monte de Aragón, e de allí se partió secretamente a París, solo con tres criados: el uno era Harnal de Figueras, mercader rico y muy conocido en Francia, y éste iba por señor; y otro que llamaban don Pelegrín, por despensero, e don Martín de Bolea, por cocinero; y el rey, por mayordomo. Y así fueron desconocidos hasta que llegaron a París y el rey vio otro día hacer el alarde.Y escribió una carta para el rey de Francia diciéndole como había sido presente en París a ver su alarde, y que se maravillaba mucho dél en quererle tomar su tierra sin razón, siendo amigos y deudos, pero que si él quisiese que aquel hecho se librase por ellos dos e cada dos caballeros que él sería muy contento de ello porque se escusasen los daños y muertes que se siguieran de la guerra y que si el rey de Francia le venciese quedase por señor del reino de Aragón y de Cecilia, y si fuese vencido renunciase en el rey de Aragón todo el derecho que el Papa le había dado en Aragón y en Cecilia. Escrita y sellada esta carta dejola a dos caballeros para que la diesen al rey de Francia en presencia del condestable [y partiose] los cuales se la dieron así. El rey de Francia mandó ir en pos del rey de Aragón, mas no le alcanzaron porque les llevaba cuatro días de ventaja.
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El rey de Francia acetó el desafío como el rey de Aragón se lo pidió, desde aquel día en un año en los llanos de Burdeos, y el que no fuese allí quedase por rey de poca verdad y perdiese los reinos. E de esto hicieron carta con los sellos de ambos reyes tal una como otra. Hecho esto el rey de Francia apercibió toda su gente de armas; el rey de Aragón no curó de apercebir ni hacer novedad ninguna. El de Francia entendió por esto que el rey de Aragón no vendría como había puesto y ansí no curó de ir a Burdeos para el día del plazo. El rey de Aragón hízose doliente, e tomó juramento a los físicos que lo visitaban que dijesen que estaba muy enfermo, y como no quería que nadie le viese tuvo lugar de partirse secretamente con sus tres caballeros, y, llegado a Burdeos, Arnal de Figueras fizo grandes aparejos diciendo que quería convidar algunos señores de los que venían con el rey de Francia, e algunos creyeron que hacía esto porque como el rey de Aragón no venía al plazo que había puesto, y Aragón había de ser del rey de Francia e por eso quería tenerles ganada la voluntad. Otro día, siguiente, que se cumplía el plazo, armose el rey don Pedro y sus dos caballeros y fuéronse al campo donde habían de pelear. Arnal de Figueras fuese con algunos hombres honrados de la ciudad, e dos notarios que conocían al rey de Aragón. El rey se quitó el yelmo y díjoles: —Amigos ¿conocéis si soy yo el rey don Pedro de Aragón? Ellos dijeron: —Señor, sí conocemos. E besáronle la mano. E díjoles el rey: —Ya habréis oído las condiciones que pusimos entre mí y el rey de Francia e cómo habíamos de combatir hoy día en este campo y porque de esto seáis ciertos id a leer las cartas del asiento a los notarios e pidioles testimiento signado de cómo estaba allí con sus caballeros a cumplir su palabra. Dicho esto fuéronse todos con el rey a la ciudad y hizo pregonar que todos los que quisiesen comer con él fuesen a su posada. Y en llegando a ella dijo que quería reposar y entró por una puerta y saliose por otra, e cabalgó en un caballo e fuese para Bayona, en los caballos que secretamente había hecho poner en paradas, y de Bayona entró en Castilla y fuese para Aragón.
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(590) 194. Léese del rey don Fernando Tercero de Castilla, que fue muy virtuoso príncepe y puédese llamar bienaventuado, que como él fuese hijo del rey don Alonso de León y de la muy virtuosa reina doña Berenguela, hija del rey don Alfonso el Bueno, que fundó el monesterio de Las Huelgas de Burgos. Este rey don Fernando siendo de edad de diez y ocho años fue alzado por rey de Castilla, que la heredó de parte de su madre, la reina doña Berenguela, por la muerte del rey don Enrique, que murió de la teja en Palencia, e no dejó hijos; e otrosí heredó el reino de León de parte de su padre, el rey don Alfonso. E fue casado en alto lugar con la reina doña Beatriz, hija del emperador de Alemania, e hobo en ella nobles, hermosos y virtuosos hijos, conviene a saber: a don Alfonso, que reinó después de sus días e fue electo por emperador, e a los infantes don Fadrique, y don Enrique, y a don Miguel, e a don Felipe, e doña Leonor, reina de Ingalaterra, e doña Berenguela que fue monja en las Huelgas de Burgos. Este rey don Fernando fue muy gran guerrero e bienaventurado en batallas, y conquistó las muy nobles ciudades de Córdoba y Sevilla con toda el Andalucía según más largamente es dicho. No se halla cosa que comenzase que no la acabase, y después de bien regidos y gobernados sus reinos, los cuales regió y gobernó la muy noble e muy virtuosa reina doña Berenguela, su madre, que estaba en Castilla, en veinte y cinco años que este rey don Fernando, su hijo, estuvo en la frontera, haciendo guerra a los moros. Fechas estas conquistas y otros grandes fechos, estando el rey don Fernando en la ciudad de Sevilla, después que la hubo poblado de cristianos, enviole Dios a llamar en fin de sus días, y al tiempo que hubo de dar el ánima a Dios, muy santa y devotamente, como fiel católico y devoto príncepe, que él era, recebido los Sanctos Sacramentos, y después que los hubo recebido hizo venir ante sí todos sus hijos, siendo presentes los perlados y ricos hombres, señores e caballeros de su corte, alzó su mano y echoles su bendición y dijo a don Alfonso, su primogénito fijo: —Ruégote que allegues a tus hermanos e los mantengas y lleves adelante, e hayas por encomendado al infante don Alfonso de Molina, mi hermano, y a todos los ricos hombres e caballeros de mis reinos, e les fagas bien e merced e ampares justicia a todos los pueblos, e si
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lo hicieres así, hayas mi bendición, y si así lo non cumplieres, hayas mi maldición. Él respondió: —Amén. Díjole más: —Hijo, rico quedas de tierras y de muchos buenos vasallos, más que rey ha en la cristiandad, trabaja de ser buen caballero, esforzado, ca bien tienes con qué. Señor te dejo de toda la tierra del gran mar Océano hasta el gran mar Mediterráneo, así como lo perdió el rey don Rodrigo. En tu poder queda España, de ella conquistada e la otra tributaria; e si en este estado supieres gobernar que te la dejo serás tan buen rey como yo, e si desto menguares no serás tan buen rey como yo. Dicho esto, llegábase el tiempo en que su ánima bendita se había de partir del cuerpo e sintiéndose desfallecer las fuerzas del cuerpo, alzó las manos e los ojos al cielo e dijo: —Señor Jesucristo, rey de los reyes e señor de toda la tierra: dísteme reino a mandar, que yo no había, y ensalzásteme en honra que yo no merecía. E agora te entrego el reino que me diste con aquel aprovechamiento que yo pude hacer. Pídote por merced que recibas la mi ánima. E pidió la candela e tomóla en las manos e alzóla para el cielo e dijo: —Señor, desnudo salí del vientre de mi madre, e desnudo me tornaré a la tierra; Señor, en las tus manos encomiendo la mi ánima muy simplemente. Inclinó sus ojos e dio el espíritu a Dios.
(591) 195. Muerto el rey don Sancho Tercero de Castilla, llamado El Deseado, hijo del emperador, fue alzado por rey don Alfonso, su hijo, que era muy niño, de edad de un año. Como esto supiese el rey don Fernando de León, hermano del dicho rey don Sancho, con gran hueste entró en Castilla e tomó la mayor parte del reino. Los condes, don Manrique e don Nuño de Lara, que tenían el rey en su poder, en Soria. Fueron en tanta afrenta con el rey de León que, constreñidos con necesidad, le hicieron homenaje que le darían el rey, su sobrino, por vasallaje.
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El rey de León vínose luego a Soria por recebir al rey, su sobrino, por vasallo, según los condes prometieron. Los de Soria, que tenían el rey por los condes, lleváronlo a su tío, el rey de León, el cual cuando lo vio, comenzolo de halagar, y el niño lloraba fuertemente, entonces dijo el conde don Manrique de Lara: —Señor, el mozo llora por mamar, llevarlo he a su ama que mame, e después que lo acallare traérvoslo han. Tomólo el conde en los brazos y llevolo a su ama, y cuando hubo mamado tomolo un caballero de Fuente Almejí, llamado Pedro Meléndez, por mandado de los condes e cubriólo con su manto y cabalgó encima de un caballo e fuése con él cuanto más pudo de guisa que ese día llegó a Santisteban de Gormaz. El rey de León con todos los ricos hombres estaban atendiendo en uno con el consejo de Soria. Como el rey viese que tanto tardaba, enojose e invió por él, cuando fueron al ama dijeron, que un caballero lo llevara a su tío; e como lo supo el rey fue muy sañudo e hízose grande alboroto en la villa. Los condes viéronse en gran vergüenza, dijeron que lo querían ir a buscar, e que lo traerían como con él habían puesto. E partiéronse luego y esa noche llegaron a Santisteban y el conde don Nuño de Lara adelantose de los otros y fue a tomar el rey, y fuese con él a Atienza.Y por librar a su señor no paró mientes el homenaje que hiciera. El rey de León túvose por engañado y hubo gran pesar, y envió a retar al conde don Nuño, llamado el Alevoso. El conde no respondió cosa alguna a lo que fue dicho y vínose luego para el rey de León y él denostolo, ca lo llamó traidor y el conde respondió que dijese lo que tuviese a bien, ca lo que hiciera fue por librar su señor de servidumbre, y que tomase enmienda en su cuerpo, la que por bien tuviese. El rey puso esto en consejo y respondiole Fernán Ruiz de Castro, llamado el Castellano. —Señor, no podéis de derecho prenderlo ni decir mal dél por esta razón ca él hizo bien y derecho y lealtad, y de aquí adelante no tengáis fiuza de cobrar al rey vuestro sobrino, ca la lealtad de los castellanos os lo defendió. Entonces todos los condes y ricos hombres, que ahí estaban, otorgaron que don Fernán Ruiz decía la verdad y por esto el rey de León le dio por quito del homenaje que le hiciera. Muy
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entendido y astuto, fue don Manrique que viendo al niño llorar dijo que lo llevasen a su ama que le diese a mamar porque callase y el rey a aquel fin dio lugar que le llevasen. Entendidos fueron ambos condes, hermanos, en aquel niño fuese llevado después que hubiese mamado y el caballero que lo llevó fue bienaventurado porque lo puso en salvo. Mucho fue astuto y sabio el conde don Manrique, que se adelantó de los otros y lo llevó a Atienza, e muy leal que cuando vio a su señor en salvo dejándolo puesto en salvo se vino para León por el homenaje que le había hecho que hiciese dél lo que le pluguiese. Los nobles del consejo dijeron que había bien hecho este conde don Nuño por salvar a su señor de sujeción e hacer lo que hicieron fueron discretos e son mucho de loar.
(592) 196. Don Beltrán de la Cueva, duque de Alburqueque, que fue muy esforzado y muy discreto gran privado del rey don Enrique el Cuarto, estando para darse la batalla de Olmedo entre el rey don Enrique y el infante don Alonso, su hermano, a quien don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, e otros grandes y caballeros habían alzado en Ávila por rey de Castilla, el dicho don Veltrán de la Cueva, que estaba en servicio del rey don Enrique, fue avisado que algunos caballeros, enemigos suyos, que seguían la parte del rey don Alonso, habían enviado una espía para que supiese la color del sayo y del caballo que don Veltrán de la Cueva había de llevar a la batalla porque estaban diez u doce juramentados para matarle. Venido a noticia de don Veltrán hizo venir la espía delante dél y metiole a su cámara y díjole: —Yo he sabido a lo que venís y porque mejor cuenta podáis dar a esos caballeros que acá os inviaron ved aquí las armas y las sobrevistas con que mañana tengo de entrar en la batalla. Decildo a esos caballeros para que me conozcan, que yo también holgaré de toparme con ellos. Y dicho esto dio algunas cosas a la espía y dejólo ir. Otro día don Veltrán de la Cueva fue conocido en la batalla de sus enemigos por las señas que llevaba y cercáronle diez u doce y pusiéronle en grande estrecho, mas él se defendió tan valientemente que se
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libró de todos ellos con grande daño y mengua de los que tan feamente le querían ofender137.
(593) 197. Teniendo el conde don Manrique e don Nuño de Lara en su poder al rey don Alonso el Octavo que quedó muy niño después de la muerte del rey don Sancho el Tercero, llamado el Deseado, su padre, requirieron a don Fernán Ruiz de Castro, que era un gran señor en Castilla, que les entregase a Huete y las otras villas y castillos que del rey tenía. Don Fernán Ruiz respondió que no las daría porque el rey don Sancho había mandado en su testamento que no diesen ninguna tierra a su hijo hasta que fuese de edad de quince años. Los condes le desafiaron sobre ello y él acetó el desafío, estando para pelear don Fernán Ruiz trocó con un su caballero, llamado Rui Páez, y esto hizo porque, según decían el conde don Manrique, tuvo tal virtud, que a cualquiera que hiriese con la lanza había de morir de la herida, e don Fernán Ruiz tenía tal virtud que, en cualquier lid que entrase, había de vencer. Después que la batalla se comenzó el conde don Manrique andaba buscando a don Fernán Ruiz y viendo aquel que traía sus armas diole tal golpe con la lanza que dio con él muerto en tierra, y en alta voz dijo: —A ellos, amigos, que muerto es don Fernán Ruiz. Don Fernán Ruiz salió de través y dijo: —No decís verdad. Y diole tal golpe que dio con él en tierra y antes que se levantase fue muerto, y preso el conde don Nuño de Lara, su hermano y llevado a Huete.
(594) 198. Siendo muerto el conde don Manrique y preso con él el conde don Nuño de Lara, su hermano, en la batalla que hubieron con don Fernán Ruiz de Castro, que era muy ardiz y esforzado caballero. El conde don Nuño Lara trató con don Fernán Ruiz que le soltase, para llevar a enterrar al conde don Manrique a su tierra, y que
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Esta narración está tachada con algunas líneas —3 ó 4— oblicuas, de derecha a izquierda.
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en enterrándole se volvería a meter en la prisión, y que de esto le haría homenaje él y otros dos caballeros con él. Don Fernán Ruiz, no sospechando el engaño que el conde tenía pensado, túvolo por bien. El conde y los otros hicieron el homenaje, y suelto llevó consigo el cuerpo de su hermano, mas no le quiso enterrar por no ser obligado a cumplir el homenaje que ficiera. Metiole en un ataúd y púsole encima de una torre que llaman el castillo de Tariego. Cuando don Fernán Ruiz vio que no quería volver a la prisión, enviole a decir que lo retaría por ello. El conde dijo que él no era tenido de cumplir el homenaje, pues no había enterrado a su hermano, que si sobre esto le quería desafiar que él le respondería. Don Fernán Ruiz se tuvo por engañado.
(595) 199. Desbaratado el rey don Rodrigo en la batalla de Sigonera, cerca de Tarifa, los moros ganaron con otras muchas ciudades, e dende vinieron con gran hueste sobre Murcia. Los de la ciudad, como fuesen esforzados caballeros, salieron a ellos e diéronles batalla, mas los moros eran tantos que, aunque todos los cristianos murieron peleando valientemente, quedó el campo por los moros que solo escapó el señor de Murcia y algunos pocos con él. Entrado en la ciudad, porque los moros venían en seguimiento de la victoria, no llegasen a combatirla y entendiesen los pocos hombres que dentro había para defenderles hizo poner encima de las torres y muralla las mujeres destocadas, con cañas y varas en las manos para que los moros de lejos pensasen que eran hombres con lanzas e se detuviesen. Fue así como él lo pensó y ansí el señor de Murcia salió a ellos desconocido a tratar de concierto, e fue que los cristianos quedasen en la ciudad libres con sus faciendas por vasallos de los moros e les entregasen el alcázar e la ciudad e quedasen por sus vasallos e les acudiesen con las rentas e tributo. Entrados los moros en la ciudad con tal asiento viendo que no había hombres sino mujeres, tuviéronse por engañados pero no por eso quebraron el juramento y postura que habían fecho por entonces y dende se partieron a tomar a Toledo138.
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Arzobispo don Rodrigo.
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(596) 200.Teniendo el Cid Rui Díaz cercado el castillo de Alcocer, cerca de Calatayud, habiendo estado sobre él quince semanas, viendo que no le podía tomar, mandó salir las banderas con todo el ejército y caminar a gran priesa dejando el real, e las tiendas puestas. Viendo esto los moros del castillo pensando que iban huyendo por falta de mantenimientos a gran priesa salieron tras ellos porque no les ganasen la jornada los de Teruer (¿Terrer?) y Daroca. El Cid hizo que huía hasta que los vio bien apartados del castillo y entonces volvió sobre ellos y los desbarató, matando y haciendo en ellos entraron los cristianos a vuelta de los moros en el castillo y ansí le ganó.
(597) 201. Estando el conde don Remón de Barcelona lastimado del Cid porque lo había vencido, queriendo se vengar ayuntó grande ejército de catalanes y franceses, e vino con él el rey de Zaragoza con gran poder de moros hallaron al Cid en un valle cerca de un lugar llamado Morilcorto y enviáronle a decir que saliese a pelear con ellos. El Cid entendido el gran poder que traían, pensó cómo los dividiría en partes, porque viniendo juntos eran tantos, que no era posible valerse con ellos, púsose en un valle en medio de dos sierras que tenía estrecha entrada y hizo ciertos baluartes para que los enemigos no pudiesen entrar a él sin su voluntad y envió ciertos hombres, que fuesen a dar en manos de los enemigos, avisados de lo que habían de decir. E cuando los del conde los vieron ir huyendo fueron en pos de ellos y trajéronlos presos al conde, el cual les preguntó qué hacía el Cid, e qué pensaba facer. Ellos le dijeron que querían huir por esas montañas e que si lo quisiesen prender que le tomasen los pasos. El conde139 con aquestas nuevas fue muy alegre, e partió su gente en cuatro partes y enviolos a aquellos pasos por donde entendía que el Cid había de pasar. El conde quedó con gran compañía de caballeros donde estaba el Cid e los moros comenzaron a subir la sierra. El Cid dio en ellos tan esforzadamente que venció al conde, e mató
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Enjemplo en Sexto Frontino, Capítulo VIII de Didio, romano. Enjemplo en Plinio Segundo, de Pompeyo Telesino.
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e prendió muchos de los suyos que según se escribe fueron más de mil hombres de cuenta.
(598) 202. Diego Laínez fue un caballero más rico de linaje y de virtudes que de hacienda; vivía en un lugar que es cerca de Burgos, que llaman Vivar. Andando un día a caza vio venir una liebre huyendo de unos galgos, la cual mataron junto a él. Apeose y tomola, luego llegó un caballero acompañado de otros muchos y pidiole la liebre porque la habían muerto sus galgos. Diego Laínez no se la quería dar, el caballero, que se llamaba el conde Lozano, con soberbia se la tomó e le dio con ella un golpe en el rostro. Diego Laínez se volvió a su casa muy triste, teniéndose por afrentado del conde, e aquella noche no quiso cenar ni acostarse, maldiciendo su mala ventura e no quería decir la causa de su tristeza, fasta que otro día, un hijo que tenía, llamado Rodrigo, le importunó tanto que le dijese su cuita que se lo hubo de decir. El hijo lo consoló con muy sesudas palabras, aunque era de tan poca edad que no llegaba a veinte años; prometió de vengar a su padre y ansí lo fizo, porque secretamente se fue para Burgos donde el conde Lozano estaba en la corte del rey don Fernando, y estando cenando con muchos caballeros en su casa Rodrigo entró en la sala e fuese para él e matole en presencia de todos tan esforzadamente que cuantos allí estaban no fueron parte para defender al conde, ni ofender a Rodrigo. Otros cuentan esto de otra manera diciendo que estando el conde con otros caballeros en la plaza el Cid entró en ella en un caballo y con una lanza en la mano e que allí le dio de lanzadas. Como quiera que fuese fue un hecho muy señalado y digno de tal hombre, porque este fue aquel famoso español llamado Cid Rui Díaz.
(599) 203. Queriendo el rey don Felipe de Francia vengarse de la burla, que el rey don Pedro de Aragón le había hecho en el desafío de Burdeos, ayuntó gran hueste y entrando por Aragón cercó la ciudad de Girona. E porque no fuese socorrida por mar puso en ella grande armada de naos y galeras. El rey don Pedro envió su armada, con don Rugel de Aloira, su almirante, contra la armada del rey de Francia, que estaba en el puer-
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to de Los Mendas, e antes que llegase echó muchos hombres, buenos nadadores, que con taladros fuesen a la armada del rey de Francia, e cada uno barrenase su navío y ansí lo ficieron, con tanto tiento que no fueron sentidos. Vueltos al almirante, contáronle lo que habían fecho. En siendo de día ambas armadas tendieron las velas e hicieron muestra de pelear, mas el almirante de Aragón, como plático en la mar, hizo que huía; el armada del rey de Francia fue en pos dél. Los navíos barrenados hinchéndose de agua se iban quedando poco a poco, cuando el Almirante don Rogel de Loira entendió lo que era, e los que le seguían eran tan pocos, que a su salvo podían pelear con ellos, tornó con su armada sobre ellos tan esforzadamente que desbarató la armada del rey de Francia, e mató e prendió cuantos en ella venían. E como por esta causa faltasen los mantenimientos hubo tanta hambre en el real del rey de Francia que se murían de hambre los hombres y las bestias, y del mal olor se engendró tal pestilencia que murió el rey de Francia y los más principales de su hueste e los que escaparon se volvieron a Francia huyendo.
(600) 204. Habiendo desterrado el rey don Alfonso el Sesto al Cid Rui Díaz por el enojo que le había hecho en el juramento que le tomó [de la muerte] del rey don Sancho, su hermano, pero hallándose sin dineros envió a llamar a Vivar dos judíos de Burgos e rogoles que sobre dos arcas que allí les dejaba cerradas porque no las pudía llevar consigo le prestasen seiscientos marcos de plata la mitad de oro. Los judíos, fiándose de su palabra sin ver lo que las arcas tenían, se los dieron con tal condición, que si dentro de un año no se los pagase, que ellos pudiesen abrir las arcas y entregarse de su deuda. Con este socorro el Cid partió de Vibar muy aconpañado de amigos, parientes y criados; y pasó por Burgos sin que nadie le saliese a recebir porque ansí lo había el rey mandado, e puso sus tiendas en la glera de Burgos. E otro día mandó tomar cuanto ganado había fuera de la ciudad y también los ánsares, y al paso de ellas llegó a Sant Pedro de Cardeña, donde dejó a doña Jimena, su mujer y a sus hijas, y dentro de nueve días salió del reino, como el rey se lo mandó. Y entró en tierra de moros e ganó el castillo de Alcocer, e venció dos reyes moros que con grandes ejércitos vinieron a cercarle en él.
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E de los despojos que hubo en la batalla envió a pagar a los judíos de Burgos los trecientos marcos de oro, y los trecientos de plata que le habían prestado. Los que se lo llevaron les rogaron de parte del Cid les perdonasen el engaño que les había hecho. Porque es de saber que las arcas no tenían dentro sino arena. Los judíos le dijeron que le perdonaban y se tenían por muy bien pagados dél. Cuando esto se supo en Burgos e por la comarca fueron todos maravillados de la bondad y lealtad del Cid.
(601) 205. Dos grandes señores del reino de León, llamado el uno don Fernán Diáñez y el otro don Diego Núñez, fuéronse a un rey moro muy poderoso llamado Acefa, y con gran ejército vinieron a correr tierra de cristianos. El rey don Ramiro el Segundo salió a pelear con ellos, e venciolos, e prendió aquellos dos ricos hombres, sus vasallos, teniéndolos sentenciados para degollar juntáronse los ricos hombres e caballeros del reino e suplicaron al rey que los soltase e el rey les fizo aquella merced y hiciéronle homenaje por ellos que de allí adelante le serían leales y ansí lo fueron.
(602) 206. En tiempo del rey don Pedro de Castilla hubo gran diferencia entre el deán y cabildo de la iglesia de Burgos sobre elegir obispo, y viendo que no se concertaban dieron poder que hiciese la eleción un canónigo de la iglesia llamado don Domingo, natural de un lugar cerca de Frías llamado Arroyuelo, porque le tenían por hombre de muy buena conciencia. Él, viendo que si elegía obispo de una parcialidad ofendería a la otra, y si de la otra, a la otra. Por escusar estas diferencias dijo: —Obispo por obispo, séalo don Domingo. Y ansí fue elegido en concordia de todos, e fue muy buen perlado140.
140 Enjemplo en Frontino de cuando Felipo no pudiendo navegar. Léase el ejemplo en el Libro primero, capítulo primero, si no se hallase otro más cómodo. [Al margen derecho:] Corónica del rey don Pedro. Este enjemplo es lo mismo por ser de españoles. Enjemplo est’ el emperador nuestro señor en haber vencido y prendido al duque de [...] grave que se levantaron contra él.
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(603) 207. Estando el rey don Fernando el Católico en Logroño, año de mil y quinientos y doce, el don Juan de Labrid, rey que había sido de Navarra y el Dolfín de Francia y [en blanco] con tres poderosos ejércitos tenían cercada la ciudad de Pamplona, la cual defendía esforzadamente, e con gran prudencia, don Fadique de Toledo, duque de Alba, que en la conquista de aquel reino había sido capitán general, y porque tenían gran falta de batismentos, y por ninguna parte podían ser socorridos, estaban a punto de perderse. El rey Católico, que no se descuidaba de socorrer al duque y a los que con él estaban, por cuantas vías podía hizo un ardid que consiguió su deseo. Mandó escrebir tres cartas una para don Juan de Labrid que decía cómo él había proveído que luego se le diesen los cient mil ducados que le había inviado a pedir disistiéndose, como estaba capitulado, de todo el derecho que tenía al reino de Navarra. La otra, que escribió al Dolfín, contenía la confirmación de las paces entre el reino de Castilla y el reino de Francia, y que el rey Católico le dejase libre las ciudades que tenía en Lombardía, con que luego alzase el cerco de sobre Pamplona como se lo había prometido. La otra carta decía que él inviaría cinco mil españoles al emperador Maximiliano para servirle en la guerra que tenía con venecianos sobre la ciudad de Verona, que es en Lombardía, si le ayudase contra el rey don Juan de Navarra, y le hiciese alzar el cerco que tenía sobre Pamplona, e otras palabras conforme a este efecto. Estas cartas envió el rey Católico firmadas de su real nombre trocados los sobreescritos, porque cada uno de aquellos capitanes, que estaban descuidados de tratarse tal cosa, tomase sospecha de los otros. Creyendo que el sobreescrito se había puesto así por hierro e estas cartas llevaron tres clérigos gascones sin saber el uno del otro y muy secretamente las dieron a quien las llevaban. E luego partió de Logroño por mandado del rey Católico, don Pedro Manrique de Lara, duque de Nájara, era un caballero muy discreto y muy esforzado con gran compañía de caballeros e otra mucha gente de pie e de caballo a socorrer a Pamplona y al punto que llegó en lo alto de la sierra de Reniega, a vista de la ciudad, vio que los tres campos de los enemigos, ordenadas sus batallas comenzaban a caminar la vuelta de Francia, porque las cartas dadas con la cautela que se ha dicho causaron en ellos tan gran discordia que cada uno tenía por sospechoso a los otros.
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El duque don Pedro Manrique de Lara fue siguiéndolos e haciéndoles mucho daño en la retaguardia, y envió por un atajo al capitán Valdés e a otros capitanes con quinientos españoles arcabuceros para que se pusiesen en un valle en emboscada muy espeso de arboledas que llaman Val de Roncal, para que diesen de través en los enemigos, e también proveyó de quinientos azadoneros para que cortasen y arrincasen grandes árboles de muchos que en aquella montaña había para que caídos estorbasen el paso al artillería de los enemigos; lo uno y lo otro que el duque imaginó porque los enemigos fueron desbaratados e perdieron el artillería, y el duque volvió con gran vitoria y despojo de los enemigos.
(604) 208. En la guerra que el emperador tuvo por la parte de Flandes con el rey de Francia dos soldados españoles, que el uno se llama Sabastián de Lamadriz, vecino de Valdáliga, cerca de Asturias de Santillana, y el otro Pedro de Cos, vecino de Paredes de Nava, salieron del escuadrón de la infantería española con picas y coseletes y salieron a ellos dos caballeros franceses a caballo, armados de hombres de armas, y enristrando sus lanzas arremetieron para los dos soldados y ellos los esperaron con sus picas con tanto ánimo y esfuerzo que se las metieron por los pechos de los caballos y cayeron con sus señores, y los españoles fueron luego sobre ellos y les cortaron las cabezas y con ellas se volvieron a su escuadrón.
(605) 209.Teniendo en Italia cercado, ocho o diez villanos con lanzas y partesanas a un soldado español, que hallaron desmandado, acertó a pasar por allí un capitán español, llamado Juan de Urbina, a pie y con la espada y rodela, y diose tan buena maña a pelear con los villanos que matando a algunos y hiriendo a otros, defendió al soldado de todos ellos.
(606) 210. Un soldado español llamado Juan Calderón, natural de Asturias de Santillana, en la guerra de Hungría cuando el turco llegó a Viena, defendiendo muchos turcos un castillo, él solo se adelantó de los otros y les ganó una puerta y peleando con todos ellos. Muy gran rato tuvieron tiempo los españoles de llegar y ansí ganaron el castillo.
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(607) 211.Teniendo Enrique, dolfín de Francia, con más de setenta mil combatientes cercada la villa de Perpiñán, que es en el condado de Ruisellón, habiendo plantado el artillería para dar la batería, después de haberla tenido cercada más de cuarenta días, salieron por una puerta falsa del castillo dos capitanes españoles, que el uno se llamaba Becerra y el otro Machuca, vizcaíno, con trescientos españoles, entre las once y las del día, y dieron con tanto ánimo en los enemigos que eran más de cuatro mil y un escuadrón de gentiles hombres franceses a caballo que llegaron en su favor, que mataron muchos de ellos y les enclavaron el artillería y trastornaron los cestones y se volvieron a Perpiñán con solo pérdida de un soldado, habiendo muerto tantos franceses, que ellos mismos tornaron a henchir los cestones con los muertos, y ansí el dolfín, recebido tan gran daño, al segundo día alzó el real y se volvió a Francia.
(608) 212. Juan Guillén, e s p a ñ o l , vecino de Sant Lúcar de Barrameda, es un hombre tan animoso y tan plático en la lengua arábiga como si fuese nacido y criado en Berbería. Tiene un bergantín, porque su caudal no basta para otra fusta mayor, en éste con algunos amigos suyos, que en él lleva, pasa muchas veces a Berbería.Y dejando sus compañeros en emboscada, vestido a la morisca se mete la tierra a dentro y tiene tan buena habilidad que hace creer a los moros que en la costa hay una fusta de cristianos, desamparada de gente, y así vienen con él a manadas, como se hallan, hasta la costa. Llegados allí, sus compañeros salen de través con sus arcabuces y matan y prenden los que quieren, y de esta manera, y con otros ardides que tiene, ha prendido más de dos mil moros sin que jamás haya engañado de cuantos los engañan.
(609) 213. El año de mil y quinientos y treinta y nueve entrando el Cala Mami y el Alí Amate en Gibraltar, cosarios turcos cubiertos con escuridad de la noche donde, habiendo hecho gran presa se volvían a sus fustas. Un mancebo español, vecino de aquella ciudad, sabiendo que le llevaban cautiva a su madre, y a su esposa, con un jaco de malla vestido y una espada y una rodela, solo, acometió a más de docientos turcos y peleando bravísimamente mató cuatro o cinco de ellos y los entretuvo tanto tiempo que hubo lugar de salir de la ciudad socorro y ansí el grande esfuerzo de este mancebo fue librada su
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madre y esposa y otros muchos cristianos que los turcos llevaban cautivos.
(610) 214. En el año de mil y quinientos treinta y nueve el Carmani y Alí Amate, cosarios turcos, entraron una noche en Gibraltar y el alboroto y ruido fue tan grande en la ciudad que llegó a oídos de un ventero que vive dos leguas de allí, en la venta que dicen de los Espadañales, el cual, tomando sus armas fue luego allá e halló muchos cristianos, mujeres, niños y viejos, recogidos en un callejón por donde suben de la ciudad al castillo, defendiéndose de los turcos, aunque muy flacamente, porque ni tenían armas ni edad para poderse valer de ellas. El ventero se puso delante de ellos y peleando valientísimamente, con gran infinidad de turcos que cargaron sobre él, tanto tiempo que hubo lugar de venir socorro de la ciudad y de la tierra que forzaron a los turcos a tornarse a las fustas, en que habían venido.
(611) 215. Llegando ocho o diez rufianes con sus amigas para azotarlas en la venta de los Espadañales, el ventero les rogó muchas veces que no lo hiciesen, mas no lo pudo acabar con ellos, antes luego comenzaron a desvalijallas para justiciallas. El ventero, habiendo lástima de ellas, con una espada de a dos manos dio tantos espaldarazos y cuchilladas que los echó de la venta y llevó las mujeres consigo a Gibraltar, a ponellas en salvo sin que los rufianes le osasen acometer a la ida ni a la venida, tanto miedo le habían cobrado.
(612) 216. [Este cuento está incompleto y tachado con cinco líneas oblicuas. Se repite completo a continuación:] En el año sétimo del reinado del rey don Juan el Segundo salieron los moros de la Sierra de Algazaren y Montecopto e dieron en el real de los cristianos con que el infante don Fernando los tenía cercados en Setenil e hallándolos descuidados mataron a algunos hombres principales q […].
(613) 216b. En el año sétimo del reinado del rey don Juan el Segundo, los moros de la Sierra de Algrazarlpinar y Monte Corto salieron a robar los bastimentos que por Zahara venían al real que el infante don Fernando tenía sobre Tenil, el cual le envió al pendón de
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Jerez y a Rodrigo de Ribera, hijo mayor del Adelantado Pero Afán de Ribera, para que viniesen con bastimentos al real, e con ellos a Juan Melgarejo, e como estos caballeros se adelantaron e los moros vieron que eran tan pocos dieron en ellos, e matáronlos a todos, e robaron e derramaron los bastimentos que no pudieron robar. El infante don Fernando fue muy triste de esto, e fue a consolar al Adelantado, el cual le respondió que le tenía en gran merced todo lo que decía, pero que él estaba muy consolado en ser su hijo muerto en servicio de Dios y del rey y suyo. E para aquello eran los caballeros e hijosdalgo eran allí venidos, para morir en su servicio. E no por eso dejó de vestirse como antes solía ni mostró ningún sentimiento por la muerte de su hijo aunque en el corazón lo tenía. Solamente dijo que le pesaba por se haber muerto su hijo y los otros por su mala orden y poco saber141.
(614) 217. En el año décimo del reinado del rey don Juan el Segundo teniendo el infante don Fernando, su tío, su real cerca de Antequera y los moros allí junto, donde dicen La Boca de la Asna, trabose entre los unos y los otros una tan brava escaramuza que cargando de la una parte y de la otra los moros volvieron viendo a su real y aunque los moros que allí habían quedado pelearon con los cristianos, al fin desampararon el real y huyeron, los unos camino de Málaga, y los otros de coche (?) y por entrambos caminos fueron seguidos de los caballeros cristianos hasta que los caballos no los pudieron más llevar. El infante salió a recebir los que venían del alcance, y a recoger el campo donde hubo gran despojo y de todo no quiso tomar para sí más de la honra de la victoria y un caballo bayo que se halló en la tienda de los infantes moros. Murieron en esta batalla más de quince mil moros y cristianos ciento y veinte142.
141
Enjemplo en Plutarco, lo que dijo Tenichio poniendo en el fuego a su hijo Trasíbulo que habían muerto los argibos peleando por la patria. [De otra letra:] Nótese lo que el duque de Alba viejo dijo al rey Católico cuando la muerte de su hijo don García. 142 Enjemplo de Severo, emperador de Roma, que en una gran batalla que venció en Arabia ninguna cosa del despojo tomó para sí, más de un caballo verde y un papagayo y una sortija de unicornio.
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(615) 218. El año décimo del reinado del rey don Juan el Segundo ciertos caballeros que estaban por fronteros en Jaén entraron a hacer cabalgada en tierra de moros, e volviendo con ella apeáronse a combatir el castillo de Montejícar donde acudieron más de dos mil moros de caballo, e cercaron por todas partes a los cristianos que no eran más de ciento y veinte de caballo e docientos y cincuenta peones. Viéndose así cercados, dos caballeros de los que habían podido cabalgar en sus caballos, que se llamaban don Fernando de Torres e Pedro Moñiz de Torres, con veinte y cinco de caballo acordaron de morir peleando. De tropel rompieron por los moros e matando a algunos de ellos se salvó Pero Moniz con cinco de caballo; e don Diego, hijo de conde don Alonso, hizo lo mismo por otra parte e salvose con siete de caballo, e los que ansí no se determinaron todos fueron muertos o presos143.
(616) 219. En el año décimo del reinado del rey don Juan el Segundo teniendo el infante don Fernando, su tío y su tutor, cercada la villa de Antequera que tenían los moros siendo necesario cegar una cava para combatir una torre y viendo que los de la villa con ballestas e azagayas e otros tiros mataban los peones que en esta obra entendían por ir mal armados mandó que lo hiciesen los hombres de armas y viendo que estos lo hacían flojamente, con grande enojo se apeó de su caballo e con un pavés delante de sí llevó una espuerta de tierra y echóla en la caba diciendo a todos, habed ahora vergüenza de no facer lo que yo fago e con estas palabras los caballeros que ahí estaban se dieron tanta priesa que en poco espacio cegaron la caba144.
(617) 220. En el año décimo del reinado del rey don Juan el Segundo, teniendo el infante don Fernando, su tío, cercada la villa de
143 Enjemplo de cuando los romanos que fueron desbaratados por Aníbal en la batalla de Canas, viendo que no se podían salvar de otra manera por estar cercados de los enemigos, quitaron los frenos a sus caballos y dándoles de las espuelas rompieron por medio de ellos y ansí se salvaron. Tito Livio. 144 Enjemplo de cuando Julio César tenía cercado a la ciudad de Marsella y faltando la madera para hacer los pertrechos que llamaban viñas y arietes y catapultas, porque nadie osaba cortar de un bosque que allí cerca estaba consagrado a los dioses, Julio César tomó una hacha y cortó una encina diciendo: —Faced todos como yo, y el pecado vaya sobre mí que lo comencé.
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Antequera, y dándole combate por muchas partes, un escudero que se llamaba Gutierre de Torres, criado de Álvaro camarero, y un ballestero con él, entraron por una ventana de una torre, la más fuerte de la villa, e pelearon muy valientemente con los moros que en ella estaban y como los combates que los cristianos daban por otras partes aflojaron, cargaron sobre ellos tantos moros que viendo que no eran socorridos y que solos no podían hacer ningún buen efecto tornáronse a salir por la ventana que habían entrado.
(618) 221. En el año trece el reinado del rey don Juan el Segundo teniendo guerra el infante don Fernando, su tío, alzado rey de Aragón, con el conde de Urgel, su vasallo, que no le quería obedecer, viendo el rey tan poderoso acordó de ayudarse del rey de Ingalaterra, duque de Guiana, el cual le envió quinientos hombres de armas con un capitán llamado Basilio, e porque estos no se juntasen con los del conde de Urgel ciertos caballeros españoles y aragoneses con el Adelantado don Diego Gómez de Sandoval saliéronles al paso por donde habían de venir y aunque eran menos que los ingleses, dieron en ellos tan fuertemente que a todos los ingleses, o los más de ellos fueron muertos y presos y en especial peleó bien en esta batalla fue Juan Carrillo de Hormaza, el cual prendió a Basilio, capitán general de los ingleses145.
(619) 222. El año veinte y nueve del reinado del rey don Juan el Segundo, el almirante don Alonso Enrríquez, nieto del maestro don Fadrique, hijo del rey don Alonso el Onceno, re nunció en don Fadrique Enriquez, su hijo, su estado con todos los títulos y mercedes que del rey tenía, y el rey se los confirmó para que el dicho su hijo, juntamente con doña Juana de Mendoza, su mujer, lo gobernase e gozase e redújose en Guadalupe dejando el mundo en sus placeres e pesares donde vivió y murió como católico cristiano.
145
Enjemplo de cuando Mario Atilo Grabión se partió del real que tenía junto con el de Aníbal y sin ser sentido dél vino a grandes jornadas a juntarse con el otro cónsul su compañero y juntos entrambos pelearon con Asdrúbal que venía de Cartago con grande ejército con Aníbal su hermano y allí fue desbaratado y muerto. Llamábase el otro cónsul Lidio Salinator. Léase este ejemplo en Polibio y en Los Triunfos de Plutarcho.
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(620) 223. En el año veinte y nueve del reinado del rey don Juan el Segundo, el condestable don Álvaro de Luna por su mandado se partió de Peñafiel con gente de armas para ir a Estremadura a estorbar los robos e daños que los infantes don Enrique, e don Pedro facían. Llegado a Trujillo fue muy bien recebido en la ciudad porque los asegurase de los infantes. Aposentado en la ciudad trabajó por hablar al alcaide que se llamaba Pero Alonso de Rellana y a un bachiller, que con él estaba, Garci Sánchez de Quincoces, que los infantes habían dejado allí por alcaide y corregidor, pero el alcaide no quiso salir a hablar con el condestable hasta que él mandó prender dos hijos suyos e ponellos en tanto estrecho que ellos escribieron al alcaide y a su madre que demás de hacer traición de no entregar el castillo al rey fuesen ciertos que ellos serían degollados. Temiendo esto el alcaide acordó de verse con el condestable, e por muchas amonestaciones e amenazas que le hizo no le pudo convencer a que le diese la fortaleza diciendo que él tenía hecho pleito homenaje a la infanta doña Catalina y que no podía dar la fortaleza sino ella o el infante don Enrique, su señor, y con esto el alcaide se volvió al castillo, aunque el bachiller no le quería abrir hasta que él le aseguró de la sospecha que tenía. Después de esto, el condestable trató de hablar con el bachiller que en aquel caso era más parte que no el alcaide y, aunque él lo rehusó, al fin esforzándose en ser mozo y de gran fuerza envió a decir al condestable que, pues tanto le placía de hablar con él que él saldría a un postigo que la fortaleza tiene hacia la parte del campo donde hay una cuesta muy agra, y en aquella parte tiene el castillo torres, las mejores que hay en él; y encima de ellas mandó poner el bachiller gente para que descubriesen el campo. El condestable vino en una mula, con su espada y su daga, y trajo por mozo de espuelas al alférez Juan de Silva, que era un muy buen caballero, hijo del Adelantado Alonso Tenorio, y el condestable le dejó con la mula al pie de la cuesta y el bachiller decendió armado de corazas y espada y puñal al lugar asignado. El condestable le amonestó y requirió que diese la fortaleza al rey y a él en su nombre, mostrándole los males y daños que se le siguirían de no lo hacer, e prometiéndole grandes mercedes más si lo hiciese. El bachiller todavía respondía que por cosa del mundo no lo facía ni sería en que se entregase, salvo si la infanta, su señora, y el infante don Enrique, su señor, e des-
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pués que el condestable tornó a porfiar en ello, el bachiller le dijo que no se trabajase en tal cosa, porque le certificaba que antes recibiese la muerte que entregar la fortaleza salvo a quien tenía hecho pleito homenaje. El condestable, viendo esto y que la fortaleza era tan fuerte y estaba tan bien bastecida y reparada que no se podría tomar sin largo cerco de mucha costa y trabajo abrazose con el bachiller de tal manera que ambos a dos fueron rodando la cuesta abajo, y Juan de Silva dejó la mula y vino a muy gran priesa ayudar al condestable, los cuales ambos a dos llevaron preso al bachiller tan presto y con tan gran osadía que antes que pudiese ser socorrido de la fortaleza le pusieron entre cien hombres de armas del condestable a buen recaudo. E otro día siguiente, la fortaleza fue entregada, e puesto en él alcaide y en la ciudad el corregidor se partía para Montánchez.
(621) 224. En el año de treinta y uno del reinado del rey don Juan el Segundo, el mariscal Pero García de Herrera, capitán en Jaén, y don Juan Carrillo de Hormaza fueron sobre la villa de Jimena con trecientos hombres de armas y jinetes e docientos e cincuenta peones, y el mariscal se quedó a dos leguas de Jimena. E Juan Carrillo de Hormaza con cincuenta de caballo e cien peones, e un escudero que llamaban Juan Rodríguez de Borbón, que era gran escalador, y un adalid, que llamaban Juan Viudo, pasaron adelante, e llegados a media legua de Jimena dejaron los caballos y se fueron a pie.Y con el gran viento y oscuridad de la noche no fueron sentidos e llegáronse al tiempo que se mudaban las velas y escalaron la barrera y pusieron la escala de madera al muro del castillo entre dos torres, la cual tenía siete trozos, y en cada trozo cinco escalones. El primero que subió fue un peón, que se llamaba Juan de Jerez, y el segundo el adalid, y el tercero Juan Carrillo de Hormaza, y el cuarto Juan Rodríguez de Borbón, e siendo sentidos de las velas, dieron grandes voces, e Juan Carrillo de Hormaza y el adalid pelearon tan fuertemente que aunque los moros eran muchos los encerraron en la torre del homenaje, e de allí Juan Carrillo de Hormaza decendió abajo e quebró las cerraduras de la puerta del castillo, no sin gran trabajo y peligro, e abiertas las puertas entraron los cristianos en el castillo. El mariscal llegó luego con su gente, y entró en la villa e juntándose con la que Juan Carrillo había traído, pelearon con los mo-
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ros de la villa que se defendían valientemente y eran muchos, porque la villa es de más de quinientos vecinos, e ciento y treinta de caballo. Al fin vinieron los moros en partido de salvar las vidas e dejar el despojo a los cristianos que fue muy grande el que allí hubieron.
(622) 225. Habiendo ganado Rodrigo Manrique de los moros la villa de Huésca[r] por su grande esfuerzo y prudencia, otro día, en amaneciendo, habiendo peleado Rodrigo Manrique todo el día y la noche pasada y estando a la sazón peleando con los que defendían el castillo, llegó un moro llamado Cabcani con quinientos de caballo y asaz peones e pusieron escalas al castillo e metieron por ellos muchos ballesteros para defendelle de los cristianos. Rodrigo Manrique viendo el gran daño y peligro que de esto se recrecía, y que no tenía gente con que lo poder resistir porque la pelea pasada había sido tan larga y tan peligrosa que todos los suyos eran muertos o malamente heridos y él mismo tenía atravesado con un pasador el brazo derecho, pero determinándose de morir tan honradamente como había vevido, tomó diez hombres de armas de los menos heridos y dio en los moros tan valientemente que les tomó por fuerza la puerta del castillo e los hizo desviar de la villa. A este tiempo llegó peleando por las calles Álvaro de Madrid e Manuel de Benavides e con la gente que tenían, y encerraron muchos moros en una torre, p e ro eran tantos que fue necesario inviar a llamar al Adelantado de Cazorla y a Garci López de Cárdenas por señas de una sortija y una caperuza que les invió, porque no tuvo lugar de escrebir y ansí le vino socorro y la villa y castillo quedó por el rey de Castilla. (En el año de treinta y cuatro del reinado del rey don Juan el Segundo).
(623) 226. En el año de treinta y seis del reinado del rey don Juan el Segundo, don Enrique, conde de Niebla, juntó dos mil peones e mucha gente de caballo, e con grande armada de naos y galeras fue sobre la ciudad de Gibraltar e mandó a don Juan de Guzmán, su hijo, fuese con los de caballo a cercarla por tierra. Llegando el conde cerca de Gibraltar saltó en tierra con cuarenta caballeros que con él iban e comenzó a escaramuzar con los moros que se entretenían en la escaramuza porque la marea creciese y el con-
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de no pudiese volver a su armada. E de que la vieron crecida los moros cargaron al conde de manera que con algunos de los suyos aunque con gran peligro le forzaron a entrarse en una galera. E viendo el conde el peligro en que quedaban algunos de los que con él habían salido entre la mar y el muro de la ciudad peleando con los moros, por socorrelos volvió a tierra y entre tanto creció la mar de manera que se hubo de recoger a una barca para irse a su galera aunque iban tantos en ella que con gran trabajo los podía sostener, estando en esta confusión vio un caballero, criado suyo, metido en la mar hasta los pechos dando grandes voces pidiéndole socorro.Viéndole el conde en tal peligro quiso aventurar su vida por librarle de la muerte e mandó volver la barca para recogerlo e como llegó cerca de él, otros muchos cristianos que estaban en el agua llegaron por meterse en la barca y trabaron del borde tan recio que la trastornaron y así perdió el conde la vida por socorrer a los suyos e cuarenta caballeros que con él venían en la barca.
(624) 227. En el año treinta y ocho del reinado del rey don Juan el Segundo, estando Íñigo López de Mendoza, que después del marqués de Santillana, sobre la villa de Huelma, vino el pendón de Jaén e de otras ciudades de la comarca con mucha gente de pie y de caballo, para ayudalle a tomar la villa, e como fuese entrada por los cristianos hubo entre ellos gran diferencia sobre cual bandera entraría en la villa primero. E Íñigo López , como era discreto, por escusar los inconvenientes que de aquella porfía se podrían seguir mandó tomar todas las banderas e juntas las mandó meter dentro de la villa.
(625) 228. Año de cuarenta y cinco del reinado del rey don Juan el Segundo, en la batalla en que el dicho rey don Juan venció al rey de Navarra y al infante don Enrique, sus primos, cerca de Olmedo, los de parte del rey don Juan prendieron a algunos señores y caballeros entre los cuales fue preso Pedro de Quiñones, que malherido vino a dar en manos de un escudero el cual llevándole preso, Pedro de Quiñones le rogó que le quitase la celada que le mataba. A las heridas el escudero, que debía ser tan necio como bien criado, dio su espada a Pedro de Quiñones que se la tuviese. Entretanto que le des-
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enlazaba la celada Pedro de Quiñones le dio con ella una gran cuchillada por la cara y puso las espuelas al caballo y fuese146.
(626) 229. En el año cuarenta y ocho del reinado del rey don Juan el Segundo, teniendo el castillo y villa de Atienza por el rey don Juan de Navarra un caballero, que se llamaba Mosén Rebolledo, el cual la defendió tan bien de los combates, que el rey don Juan de Castilla le mandó dar, que no se la pudieron ganar. Antes, los que con él estaban, saliendo de la dicha villa, hacían cruel guerra a toda la comarca en tal manera que ganaron por engaño la fortaleza de la Peña de Alcázar, que es en tierra de Soria. El alcaide que la perdió, aunque la Corónica no le nombra, debía de ser tan hombre de bien que hizo lo que ahora diré: sintiéndose corrido de haberle hurtado la fortaleza, reparó su honra de esta manera: Entendido que la fortaleza de Berd e j o, que es en el reino de Aragón, en la frontera de Castilla, era de muy grande importancia para el rey de Castilla, por ser muy fuerte e porque con tenerla se atajaba que los robos y aragoneses que hacían en Castilla no se pasasen a Aragón, y así el alcaide siendo avisado que para cierto día el alcaide de Berdejo había de salir a ciertas bodas, él se puso en parte con los suyos y en saliendo el alcaide se metió en la fortaleza sin ninguna resistencia e ganó el castillo para el rey de Castilla, el cual lo tuvo en muy señalado servicio.
(627) 230. En el año cuarenta y nueve del reinado del rey don Juan el Segundo, estando el príncepe don Enrique, su hijo, en la ciudad de Toledo, por tener de su parte a Pedro Sarmiento, que a la sazón era alcaide del alcázar e las torres e puentes de la ciudad, y era Justicia Mayor de ella. Aunque muchos se querellaron al príncepe y le dieron información de los robos y muertes contra justicia que dicho Pedro Sarmiento hacía, le dio perdón de todos ellos e de otros que serían
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Enjemplo de Lucio Cebaestena centurión de César que en los reales de Dirachio de Pompeyo defendió una torrecilla peleando valentísimamente y después de haber muerto muchos le dieron una saetada por un ojo y él mismo se sacó el ojo con la saeta y fingendo que se quería rendir sus enemigos le recibieron de buena gana por llevarle vivo a Pompeyo, y él viendo que se le llegaban cerca mató dos o tres de ellos y fue para Julio César. Comentarios de César.
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largos de contar y vergonzosos de escribir habiendo de todos ellos partes quejosas y agraviadas147.
(628) 231. El año cincuenta y uno del reinado del rey don Juan el Segundo, estando el rey sobre Palenzuela paseándose a pie cerca de la villa con el maestre don Álvaro de Luna e con otros caballeros que con él estaban, salió de la villa Hernando de Temiño, que era un valiente caballero, y la tenía por el almirante, su señor, con fasta treinta hombres, pensando prender o matar al maestre, pero como él era muy esforzado caballero, echando mano a su espada y capa, él y los que con él estaban se dieron tan buena maña para que la intención de Fernando de Temiño y hubo tiempo para que del real viniese gente a socorrerlos y ansí mismo de la villa cargó mucha más donde se trabó una muy reñida escaramuza, donde fueron muchos heridos y muertos. Mas como la gente del rey era mucha más los del almirante se fueron retrayendo a la villa. El que más se señaló en esta escaramuza de la parte del rey fue Gonzalo Chacón, camarero del maestre, hijo de un caballero de Ocaña llamado Juan Chacón, el cual, entrando animosamente por la puente peleando con los de la villa, dio una lanzada a uno ya que él por no caer de la puente asiose a otro que cerca estaba e aquel de otro y ansí cayeron todos tres en el río donde se ahogaron.
(629) 232. En el año cuarenta y seis del reinado del rey don Juan el Segundo el infante cojo, que se llamaba rey de Granada, con gran poder de moros a pie y a caballo, vino sobre la villa de Benamartel que tenía un criado del conde don Fernando Suárez de Toledo, que se llamaba Juan de Herrera, a cabo de veinte días que estuvieron sobre ella combatiéndola cada día, diéronle un combate tan fuerte que la entraron por fuerza e mataron e prendieron cuantos cristianos dentro estaban, y entre ellos al dicho Juan de Herrera, alcaide, e de allí le 147
Enjemplo de Alejandro cuando murió Efestión, su privado, que entre otros disparates que mandó hacer por honrarle escribió a [...] el gobernador de Egipto que le hiciese hacer templos donde fuese reverenciado por Dios e que todos los contratos y escrituras que de allí adelante se hiciesen comenzasen en nombre de Efestión prometiéndole que si de esto tenía particular cuidado que le perdonaría y perdonaba todos los crímines y delictos que hubiese hecho y hiciese de allí adelante. Quinto Curcio.
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llevaron los moros a la villa de Venzulema y hicieron que hablase con el alcaide, que se llamaba Álvaro de Pecellín, y que le aconsejase que diese a los moros la villa e castillo.Y Juan de Herrera hízolo así, pero Alvaro de Pecellín muy enojado le dijo: —Nunca Dios quiera que por miedo de la muerte, ni por cudicia de la vida, yo venda mi honra ni entregue la villa a los enemigos de la fe de Jesucristo; que mucho más quiero la muerte honrosa que la vida abiltada y vergonzosa. E dicho esto maltrató a Juan de Herrera que tal consejo le daba, e comenzó a pelear tan valientemente con los moros que él y los suyos mataron y firieron muchos de ellos. Pero los moros eran tantos que aunque los cristianos fueran muy muchos no bastaron a defenderse y ansí murió Álvaro de Pecellín, como valiente caballero y católico cristiano, sin quererse dar a prisión aunque muchas veces los moros se lo requirieron; y con él murieron otros treinta cristianos cudiciosos de morir tan honrada muerte que los hace dignos de perpetua fama.
(630) 233. En el año de mil y quinientos y cincuenta dos vecinos cristianos de la ciudad de Orán, hermanos, que el uno se llamaba Juan de Santa Cruz, y Franciso de Santa Cruz, estaban cabtivos en la ciudad de Argel. Viendo la miserable vida que allí padecían determináronse de morir en libertad antes que sufrirlo, y así, saliendo un domingo a lavar sus camisas, como tienen de costumbre hacerlo los otros cautivos, y quebrándose los yerros el uno al otro, tomaron su camino la vía de Orán, que es sesenta leguas de Argel. A poco trecho que caminaron salió a ellos un león muy espantable pero haciendo señas con la cola e con las orejas, aseguráronse del miedo que con razón le debían tener. Porque no solamente les hizó ningún daño, mas antes se fue en su compañía, guiándolos. Los cristianos, ser inviado de la mano de Dios, por mucho que la hambre y la sed les fatigaba, se esforzaron a proseguir su camino, yendo así con harto trabajo. Salieron a ellos de lo espeso de un monte, una honza y un oso y los acometieron determinadamente, pero el león que tan buen conpañero era, que entre tanto que ellos mataban el oso hizo él pedazos la onza.Y ellos dando gracias a Dios que los había librado y dado favor para librarse de tan grande peligro siguieron su camino y el león con ellos. A cabo de seis días llegaron a Orán una
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noche y hablando con las velas de la Torre Gorda se dieron a conocer y rogándoles que les echasen la escala para subir y un pan para el león que venía con ellos, se le echaron por las almenas y el león le comió allí delante de ellos y se fue donde nunca más pareció y ellos subiendo por las escalas a la torre fueron alegremente recibidos de sus amigos.
(631) 234. Estando el rey […] de León en León paseándose en un jardín llegaron dos moros del rey Almanzor de Córdoba a pedirle cient doncellas vírgenes que de tributo le daba cada año. Estando el rey dudoso en lo que respondería, un caballero de los que estaban con él dijo: —Señor, ¿en qué estais dudando sobre facer cosa tan desaguisada en deservicio de Dios, e vuestro, e de todo vuestro reino? El rey le respondió que no podía al facer, porque no era poderoso contra el rey Almanzor para dejar de cumplir lo que le había prometido. El caballero le dijo: —Yo espero en Dios de vos quitar de este trabajo. E dijo a los moros: — Volvedvos, e decid al rey Almanzor, vuestro señor, que el rey no es obligado a le dar ningún tributo en perjuicio de su alma e de su honra. Y diciendo estas palabras quitó un ramo de una higuera e alzándola con la mano, como quien lleva bandera, salió del jardín e anduvo por toda la ciudad diciendo: —Todos los que qusieren libertarse de tan feo tributo, como el rey Almanzor pide, síganme. Fueron tantos los que le siguieron, y de tan buena voluntad, que el rey siguió su consejo e salió a pelear con Almanzor que, con gran poder de moros, venía sobre él. E diose la batalla cerca de la villa de Simancas donde le venció o mató ochenta mil moros en menos de una hora148.
148 Corríjase esto con Valerio de las Historias escolásticas [de Rodríguez de Almela] o con La Corónica general de España. Valerio Máximo, Libro Tercio. Ejemplo, siendo Tiberio Graco, romano, tribuno del pueblo, teníale tan subjeto con dádivas e con hacerles entender que ellos debían gobernar, que no el Senado, que los senadores re-
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(632) 235. Estando a punto de muerte don Bernandino Fernández de Velasco, condestable de Castilla, duque de Frías, en la ciudad de Burgos, año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil y quinientos y doce, después de haber recebido los sacramentos y hechas todas las otras cosas necesarias a su ánima y descargos de su conciencia, estuvo con tanto ánimo y con tan entero juicio que el mismo se igualó la ropa, y peinó muy venerables canas, tomó la cruz con una mano y con la otra la candela y diciendo el Credo muy devotamente dio el ánima a Dios149.
(633) 236. Entre las otras cosas notables que el maestre don Álvaro de Luna hizo de hombre de gran valor y ánimo fue cuando echó en el repostero a aderezarse y igualarse muy bien la ropa que tenía vestida según se lee en la Corónica del rey don Juan el Segundo, que lo mandó degollar150.
(634) 237. Doña Sancha de Uguarte, hija del señor de la Casa de Olaso, en la provincia de Lipuzcua, vivió en tiempo del rey don Juan el Segundo, fue casada con un noble hidalgo que llamaban Gonzalo
quirieron al cónsul Mucio Cébola remediase e castigase aquella rebelión con las armas, y porque era ley inviolable que ninguno podía dentro de la ciudad recurrir a las armas, el cónsul se excusó de facer lo que el Senado le pedía. Viendo esto Cipión Nasica dijo: —Pues que el cónsul por mucho guardar la ley de Roma pone en peligro el imperio romano con todas sus leyes, yo me ofrezco a Servio, capitán, e [a] ejecutar vuestra voluntad. E diciendo esto sacó su espada e revolvió la toga en el brazo e salió de la casa del Senado, que era llamada casa de la fe porque en ella se trataba del bien común, e con el brazo alto diciendo: —Quien quisiere que la república sea salva, sígame. Y ansí fue seguido de muchos nobles e buenos ciudadanos, e ansí fizo que Graco fuese costreñido a padecer la pena que debía, e la ciudad fue libre de la destrucción del Senado y de la República. 149 Enjemplo de Octaviano, emperador de Roma, que estando a punto de muerte se peinó los cabellos. Suetonio Tranquilo. 150 Enjemplo de cuando viéndose Julio César en el Senado cercado de los conjurados que le herían por todas partes, desconfiado de poderse defender por caer muerto más honestamente se igualó la ropa que tenía vestida estirándola hasta los pies.
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Ibáñez de Uguarte, vecino de la villa de Marquina, que es en Vizcaya. Muerto su marido vivió lo restante de su vida tan honesta y valerosamente que no solamente dio grande enjemplo a las viudas de su tiempo, pero de los varones, viéndola pelear muchas veces a pie y a caballo con sus enemigos, que lo habían sido de su marido, con tan grande esfuerzo y destreza que aunque ellos le hacían ventaja en el número, ella se les hacía a todos en el corazón; y entre las otras cosas notables que hizo fue hallándolos en una casa fuerte que en la dicha villa de Marquina tenían, peleó con ellos tan valientemente que se la ganó y se la quemó hasta los cimientos. Vuelta a su casa con esta vitoria, dende algunos días, estando sola y descuidada, fue avisada que sus enemigos venían sobre ella y viendo que eran tantos, que era imposible defenderse de ellos, saliose de su casa sin sacar más de un perrillo de cuanto dentro tenía, aunque valía mucho, y le puso fuego por cuatro cantones porque sus enemigos no se pudiesen satisfacer de la afrenta que ella les había hecho.
(635) 238. Doña Sancha de Uguarte, hija del señor de la casa de Olaso que es en la provincia de Lipúzcoa, cabeza del bando de los gamboinos fue casada con un noble hidalgo, llamado Gonzalo Ibáñez de Uguarte, vecino de la villa de Marquina, que es en Vizcaya, uno de los principales del bando de los oñacinos, y aunque antes que se casase fue en estremo apasionada por los gamboinos, y en casándose fue en tan enemiga de ellos que ninguno hubo en su tiempo quien más los persiguiese. Diciéndole que hacía cosa fea en tomar armas contra el bando de su padre y sus parientes, respondió: —Yo hago lo que debo en seguir la opinión y voluntad de aquel que ellos me dieron por marido151.
151 Enjemplo de una doncella florentina que requiriéndola de amores el emperador Otón, y habiendo acabado con sus padres que se la diesen, ella, que era desposada, respondió: —Cuando yo estaba en poder de mis padres mi honra era suya, y ansí podían hacer de ella a su voluntad, pero después que me dieron marido mi honra es dél y no de ellos, y ansí no son parte para disponer de ella, ni yo soy libre para dejar de obedecer la voluntad de mi marido. Léase para el enjemplo puesto Los Triunfos de Petrarca en el comento.
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(636) 239. Doña Sancha de Uguarte, hija del señor de la casa de Olaso que es en Lipúzcua, estando oyendo misa le dieron con una saeta a las espaldas que le salió a los pechos; y sin dar gemido ni muestra de la herida mortal que tenía mandó a sus hijos que la llevasen a su casa de los brazos como la habían traído y que aunque luego se muriese no la enterrasen dende a cuatro días y que en este tiempo publicasen que estaba mala de otra enfermedad porque sus enemigos no se vengasen en haberla muerto.
(637) 240. Estando los reyes Católicos don Fernando y doña Isabel sobre la ciudad de Granada, un caballero muy principal que se llamaba Antonio de Fonseca, señor de dos villas de Coq(u)a y Alaejos, aventurando su vida por hacer caso tan señalado, fue solo en su caballo a la dicha ciudad por entre infinidad de moros, que andaban escaramuzando entre los cristianos, y en la puerta que llaman de Elvira hincó con la punta de su lanza las letras del Ave María; y aunque más saetas y azagayas los moros le tiraron, volvió al real sin herida, que al parecer de los que lo vieron fue milagro.
(638) 241. Yendo el príncepe don Alonso, hermano del rey don Enrique el Cuarto, de Arévalo a la ciudad de Ávila acompañado de algunos grandes y caballeros, que le habían alzado por rey, llegando a una aldea que se dice Cardeñosa, dos leguas de Ávila, el príncepe se sintió herido de pestilencia y murió al cuarto día; y tres días antes que muriese se publicó que era muerto, por todo el reino, certificadamente, sin que nadie supiese decir quien se lo había dicho152.
(639) 242. Habiendo entrado el rey don Enrique el Cuarto por consejo de don fray Pedro de Silva, obispo de Badajoz, en la ciudad de Toledo, que estaba levantada contra él, y estando secretamente en la casa del obispo. Sabido en la ciudad vino sobre él gran muchedunbre de gente popular con fin de prender al rey, pero el mariscal Fernando de Riba que había entrado con él, con hasta cincuenta hombres, que de presto pudo allegar, peleó con todos los que venían contra el rey y como leal y valiente caballero. Entre tanto el rey tuvo tiempo para irse de la ciudad, y ansí lo hizo por consejo de Pero López
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de Ayala, que era el que más en ella mandaba. El rey por librar al mariscal del peligro en que quedaba le invió a mandar que se fuese con él. El mariscal respondió que su alteza perdonase porque él estaba determinado de quedar allí muerto o preso peleando por su servicio con sus deservidores153.
(640) 243. El día antes que el rey don Enrique el Cuarto pelease con el Príncepe don Alonso, su hermano, cerca de Olmedo, don Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, que era de la parte del príncepe don Alonso, envió secretamente un rey de armas a don Beltrán de la Cueva, duque de Alburqueque, que estaba con la gente del rey don Enrique en el monte de Iscar, avisándole cómo cuarenta caballeros de la casa del príncepe y del arzobispo de Toledo se habían juramentado, en manos del dicho arzobispo, de buscarle en la batalla, e matarle o prenderle o perder la vida en su demanda. Por tanto que le suplicaba que no saliese a la batalla con armas conocidas porque le serían causa de perder la vida y la honra. El duque respondió al rey de armas: —Decid al señor arzobispo que le tengo en gran merced el aviso que me da, porque me paga la deuda que de buen amigo me debe; pero que le hago saber que en tales tiempos conviene a los caballeros salir señalados e mostrarse a sus enemigos, porque la honra siempre cuelga del peligro. Por tanto vos requiero de digáis a esos caballeros, que juraron de matarme en la batalla, las armas y ensignia con que he de salir a pelear son las aquí veis, por ello cumple que las conozcáis y se las sepáis blasonar para que por ellas me conozcan y sepan quien es el duque de Alburqueque. Y dicho esto mandole dar una ropa de seda y dineros con que se tornase e lo notificase a los caballeros que habían jurado de matarle. Rompida otro día la batalla, como el duque iba tan señalado como lo había prometido al rey de armas, luego fue conocido y cercado por todas partes de sus enemigos con tanta enemistad que, aunque él se defendía y los ofendía valientísimamente, estaba en peligro de muerte, si don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, agüelo de su mujer, no le socorriera.
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Librado de este peligro tornó a pelear tan esforzadamente que ent re otros que mató, mató un principal caballero que se llamaba Fernando de Fonseca154.
(641) 244. Estando el rey don Enrique el Cuarto en Salamanca súpitamente se levantó un torbellino que arrebató el tablado que estaba encima de la picota y le echó gran trecho de allí. Y como aquel es árbol de Justicia fue pronosticado el detrimento que luego padeció la justicia por la remisión y descuido del rey y poca lealtad de algunos vasallos suyos155.
(642) 245. Habiendo el rey don Enrique el Cuarto dado a don Beltrán de la Cueva, conde de Ledesma, el maestrazgo de Santiago y teniéndole y gozándole días había, le tornó a renunciar en el rey, que se le pidió para darlo al príncepe don Alonso, su hermano, aunque después no le hubo, porque se le salteó don Juan Pacheco, marqués de Villena. Tanta fue la lealtad de este caballero que por servir a su rey dejó de gozar el mayor estado sin corona de toda España, y el rey se lo agradeció tan bien que, sin haberle pedido el conde Ledesma ninguna satisfación, le dio las villas de Alburqueque, Cuéllar y Roa, Molina y Atienza e la Peña de Alcázar, e más tres cuentos de maravedís de renta situados en Baeza y Úbeda, donde era su naturaleza, todo por juro de heredad156.
(643) 246. Entre las otras mañas y cautelas que don Juan Pacheco, marqués de Villena, usaba contra el rey don Enrique, su señor, fue una hacerle tener por sospechosos a todos sus criados y leales servidores. Especialmente hizo esto con don Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, haciendo creer al rey que era su deservidor, y como el rey tenía tanto crédito del marqués envió luego a Juan Fernández Galindo,
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Enjemplo de cuando Julio César peleó con doce caballeros que le tenían cercado en la batalla de Mandona, donde él dijo que había peleado veinte y tantas veces por la honra y aquel día por la vida. Léase este ejemplo en sus Comentarios y en Plutarco. Este enjemplo. 155 Corónica del rey don Enrique el Cuarto. 156 Corónica del rey don Enrique el Cuarto.
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su capitán de gente de armas, a Santillana, donde a la sazón estaba el obispo, para que le prendiesen. Pero no le halló porque el marqués de Villena, secretamente le había inviado avisar que se guardase, porque el rey le inviaba a prender. Y de esta manera el rey perdió un leal servidor y otros muchos, que estaban dudosos, que por aquella causa se declararon contra él, y el marqués hizo amigo de su enemigo a lo menos entre tanto que se descubrieron sus tramas.
(644) 247. Carlos de Arellano, mariscal de Castilla, señor de Ciria y Borobia, hallándose en una escaramuza de moros, en el reino de Granada en servicio de los reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, fue herido de una lanzada en el vientre, por donde se le salían todas las tripas; y por no perder tiempo para tornar a pelear, con la punta de un puñal se hizo agujeros en los labrios de la herida y, recogiendo las tripas dentro, se las cosió con una agujeta y tornó a la escaramuza, donde peleó valientemente.
(645) 248. Teniendo el rey Enrique de Francia cercado con grueso ejército la villa de Bulpian, que es del marquesado de Monferrán del emperador nuestro señor, don Hernand Álvarez de Toledo, duque de Alba, virrey de Nápoles, y su capitán general de Italia, queriendo proveer a los cercados, mandó a don Hernando de Acuña, capitán de infantería, hijo de don Pedro de Acuña, y a Garcilaso de la Vega, hijo de Garcilaso de la Vega, que murió maestre de Campo, que socorriesen a los cercados con algunos bastimentos, como mejor pudiesen. Aunque parecía cosa imposible ellos lo hicieron tan esforzadamente que, con solos cuatrocientos arcabuceros, rompieron por medio del real de los enemigos y se metieron en la villa con el bastimento que a cuestas le pudieron llevar.
(646) 249.Vieniendo a noticia de don Verlandino de Mendoza, capitán de las galeras de España, el gran daño que el Cara Mami y Alí Amate, cosarios turcos, habían hecho en la ciudad de Gibraltar, fuelos a buscar con sus galeras, y hallolos, cuando amanecía, a la costa de una isla que llaman Arbolancha, y por sacarlos de allí metiose a alta mar fingiendo que se huía.
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Los turcos lo creyeron ansí; porque su armada era mayor, y de mucha más gente que la de don Berlandino, salieron en su seguimiento, y como don Verlandino los vió desviados de tierra volvió sobre ellos, la batalla se comenzó por ambas partes tan cruel y dudosa que duró la mayor parte del día. Al fin, muerto el Cara Mami y rendido Alí Amate, fueron muertos y presos con sus fustas toda la armada, excepto dos fustas que se escaparon huyendo. Fueron libres gran número de cristianos que llevaban cautivos. Don Verlandino fue malherido en esta batalla en que ganó gran despojo y honra de prudente y esforzado capitán.
(647) 250. Estando el rey don Enrique el Cuarto en la su villa de Ágre d a , le vinieron nu evas que los capitanes, que había inviado a Cataluña, habían señoreado y pacificado aquel principado a su servicio; y don Juan de Guzmán, duque de Medina Sidonia, con su gente y la de Jerez, había ganado de los moros la ciudad de Gibraltar; y que don Pedro Girón, maestre de Calatrava, había ganado, de los moros, la fuerte villa de Archidona; otrosí, le vinieron embajadores del rey don Fernando de Nápoles, su primo, suplicándole le recibiese por suyo, porque con su favor fuese anparado y defendido de sus enemigos; e otro embajador del Papa Pío, e del Colegio de los Cardenales, rogándole quisiese hacer perpetua confederación con la Sede Apostólica; e otro embajador de veneciano pidiéndole amistad perpetua para que siempre fuesen amigos de amigos, y enemigos de enemigos, e otro embajador de la ciudad de Génova en que se ponían debajo de su amparo y señorío157.
(648) 251. Estando la reina doña Juana, mujer del rey don Enrique el Cuarto, en Segovia puesta al sol, que entraba por una ventana, súpitamente se le encendió una llama de fuego encima de la cabeza que le quemó parte de los cabellos y aun se cree que la matara, sino fuera presto socorrida de sus damas158.
157 Corónica del rey don Enrique el Cuarto. Enjemplo de Felipo, rey de Macedonia, que en un día le vinieron nuevas que sus capitanes habían vencido una gran batalla; y sus caballos habían ganado el precio en el certamen olímpico; y que le había nacido un hijo que fue el Magno Alejandro. 158 Crónica del rey don Enrique el Cuarto.
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(649) 252. En el año de mil y cuatrocientos y sesenta y dos salió de Granada el infante Alobacén de Ronda con dos mil y quinientos de caballo y diez mil peones a correr la villa de Estepa, donde mató y cautivó muchos cristianos y llevó gran cabalgada. Sabido esto por don Rodrigo Ponce de León, hijo mayor del conde de Arcos, salió a ellos con ciento de caballo e otros cientos que trajo Luis de Pernía, alcalde de Osuna, e sesenta de caballo, y seiscientos peones, que de los lugares de la comarca les vinieron. Con esta poca compañía enprendieron tan grande hazaña, alcanzando los moros cerca de Peña Rubia dieron en su retaguardia e mataron algunos de ellos, y ansí los siguieron hasta el río de las Yeguas subiendo los moros por la ladera de la atalaya, que dicen del Madroñal, donde los moros, viendo a los cristianos, apartáronse dos mil y trescientos de caballo, los más esforzados y mejor armados que entre ellos iban para esperar los cristianos; e los demás siguieron su camino con la cabalgada. Viendo los cristianos, tan doblada ventaja desmayaban, pero don Rodrigo Ponce e Luis Pernía les dijeron tales palabras que les hicieron cobrar nuevo corazón y osadía; y ansí desplegando la bandera de don Rodrigo Ponce, e tocando sus trompetas con gran denuedo, hirieron en los moros donde la batalla fue tan reñida que, por gran pieza, ninguna mejoría se mostraba de los unos a los otros, pero al fin los cristianos hirieron tan de recio en los moros que los desbarataron y a rienda suelta los arrincaron del campo.Y siguiendo el alcance toparon con trescientos moros de caballo, que se habían apartado para dar en los cristianos por las espaldas, y también los desbarataron. Murieron en esta batalla treinta de caballo y ciento y cincuenta peones cristianos y mil y cuatrocientos de caballo, moros, sin otros muchos que fueron cautivos. Hubieron los cristianos muy gran despojo y la cabalgada que los moros llevaban se volvió a los cristianos cuya era, porque los moros por huir la desampararon159.
(650) 253. Llegando ciertos ladrones en hábitos de hombres de bien al aparador del rey don Enrique el Cuarto, y viéndolos solo el rey
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hurtar muchas piezas de plata, y cuando los reposteros lo hallaron menos dijeron al rey y él respondió: —Los que lo tomaron eran personas que lo habían menester, y pues lo hicieron con necesidad menos mal es que se aprovechen de lo mío que de otro ninguno.Y no curéis de buscarlo que yo les hago gracia de ello. Otro tanto se cuenta del rey Católico160.
(651) 254. Estando el rey don Enrique Cuarto en Jaén hubo en Sevilla un torbellino tan grande que entre otras cosas increíbles que hizo fue que arrebató una campana del monesterio de Sant Agustín y echóla gran trecho de allí y derribó grandes pedazos de muro de la ciudad, y algunos arcos de los Caños de Carmona y arrincó muchos naranjos y echolos fuera de los cercados de cinco o seis tapias en alto, y llevó por el aire muy gran trecho dos bueyes uncidos con su arado y en el aire vesiblementes parecían batallas de hombres armados peleando con grandísimos estruendos161.
(652) 255. Siendo el rey don Enrique el Cuarto informado que don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, con algunos grandes caballeros del reino le habían descompuesto de rey en la ciudad de Ávila y alzado por rey de Castilla al príncepe, su hermano el menor, con mucho reposo, sin ninguna alteración dijo: —Agora podré yo decir lo que dijo el profeta Esaías en persona de Dios contra el pueblo de Israel, cuando idolatrando se apartaron de Él: Púselos en grande estado y ellos menospreciáronme, mas yo espero en la soberana bondad de mi Señor Jesucristo, justo juez, que su maldad será castigada y mi limpia inocencia será manifestada. E otras tales palabras.
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Corónica del rey don Enrique el Cuarto. Este capítulo se podrá dividir en dos partes. Lo primero ejemplificarlo, con el terremoto que acaeció en Antioquía estando allí el emperador Trajano. Lo segundo de las batallas en el aire ejemplo [que] se hallará conforme a ello mismo. Entre los otros prodigios, que Josefo pone en sus Bello Judaico, y que precedieron antes de la destrucción de Jerusalén fue que vesiblemente vieron en el aire, por toda aquella región, carros armados en batallas ordenadas de gentes de armas peleando con espantable ruido. [Al margen derecho:] Corónica del rey don Enrique el Cuarto. 161
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(653) 256. En tiempo de los reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, fue alcaide de la fortaleza de Gama que es de don Pedro Manrique, conde de Osorno, señor de Galisteo, un noble hidalgo que se llamaba Juan de la Guerra. Estando ausente de la dicha fortaleza, el marqués de Aguilar, que quería mal al conde de Osorno, don Pero Fernández Manrique, abuelo del que ahora es señor de aquel estado, cercó con mucha gente la fortaleza y como dentro no estuviese el alcaide, sino su mujer, que se llamaba Catelina García de Orejón, que allí había quedado con dos hijas, niñas y una moza, se defendió tan varonilmente que aunque muchos combates le dieron en que fue herida, peleando, de tres saetadas, nunca la pudieron ganar la fortaleza.Y aunque no esperaba socorro jamás trató de hacer partido, ni le quiso oír, aunque se le ofrecieron mucho a su provecho; y viendo que nada bastaba para que ella doblase su valiente virtud, acordaron de traer un hermano suyo, a quien ella mucho quería, y ponerle delante; y así llegaron a poner fuego a la puerta de castillo pensando que, por no matar a él, no tiraría a ellos.Y así llegaría seguros, pero ella teniendo su honra en tanto, que ninguna mujer le hizo ventaja, hirió a él, y a los otros.Y matando más de veinte de ellos, y hiriendo muchos más con piedras y ballestas, y otras armas arrojadizas, los hizo desviar del castillo y desconfiar de podérsela ganar. Y ansí la dejaron libre y honrada, como hoy vive en la dicha fortaleza.
(654) 257.Yendo el rey don Enrique el Cuarto cayendo de su prosperidad, más por su flojedad y descuido que por la malicia y codicia de sus súbditos, fue avisado que la mayor parte de sus grandes y caballeros, y las principales ciudades de sus reinos, estaban levantadas contra él y tenían la voz del príncepe, su hermano menor, a quien nuevamente habían alzado por rey. Y siendo tan grande esta caída cuanto más alta había sido su fortuna sin ninguna alteración, con ánimo igual dijo: —Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo me espera la tierra, no puede ninguno vivir tan pobre como nace; si agora me azota Dios por mis pecados después les dará remedio y salud, porque su infinito poder es el que mata y resucita, el que yere y el que sana y el que da los señoríos y los quita, y el que hace los reyes y los deshace cuando quiere.
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(655) 258. Era tan grande la grandeza del rey don Enrique el Cuarto en su prosperidad que, demás de traer ordinariamente de su guardia tres mil y seiscientas lanzas, hombres de armas y jinetes, continuo andaban en su corte muchos hijos de Grandes y caballeros, y otras personas notables y generosas a quien no solamente daba sueldo mas ayudas de costa, y hacía otras muchas mercedes de manera que siempre andaban tan en orden que bien representaban quienes eran y a quien servían. Pero como es ordinario querer los criados lisonjear a sus amos para que a costa de la hacienda ajena puedan acrecentar la suya, Diego Arias, contador mayor y tesorero del rey, le dijo: —Vuestra alteza tiene muchos a quien da de comer que ni le sirven ni lo merecen, y sería cosa justa que solo los que sirven fuesen pagados y no los que no sirven. El rey respondió: —Vos habláis como Diego Arias, y yo tengo de obrar como rey, en quien como espejo todos sus súbditos se han de mirar y tomar doctrina y ejemplo porque Dios hizo la dignidad real para gobernar en el mundo por el bien universal de todos. Y el que ansí no usare de ella más se podrá llamar tirano que no rey. Y ansí quiero dar de comer a unos porque me sirvan y a otros porque la necesidad no les dé ocasión de hacer vileza ni cosa fea, y a todos pues me dio reinos y tesoros para poderlo hacer162.
(656) 259. Entre los grandes privados que el rey don Enrique tuvo fue don Juan Pacheco a quien él hizo en vida del rey don Juan, su padre, conde de Santisteban y marqués de Villena, y después duque de Escalona y maestre de Santiago; y demás de esto le hizo merced de la ciudad de Trujillo y Sepúlveda y otras principales villas y lugares, y con todo esto no se hartaba la cobdicia de don Juan Pacheco. Entendido esto por el rey dijo: —¡Oh! ¡quién fuera ocho días señor de todo el mundo! 162
Enjemplo en Quinto Curcio de cuando Parmineon aconsejaba Alejandro que se casase con hija del rey Darío por el gran dote que con ella le prometía, y Alejandro respondió: —Por los grandes dioses juro que yo lo hiciera, si como soy Alejandro fuera Parmineo. Véase en Quinto Curcio.
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Preguntándole para qué lo quería por tan poco tiempo, respondió: Por poder hartar la cobdicia del marqués de Villena163.
(657) 260. Diciéndole su mayordomo a don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, que no bastaba su renta para dar de comer a tantos criados como tenía, mandó que le diesen un memorial de ellos y señalase los que podía escusar, y había menester.Y dado el memorial por el mayordomo, mandolos juntar a todos, creyendo el mayordomo que luego despidiría los que le sobraban y él había señalado.Y el arzobispo visto los unos y los otros dijo: —Yo quiero dar de comer a estos porque los he menester, y a estos otros por que me han menester.
(658) 261.Yendo por un camino un vecino de la villa de Marquina, que se llamaba Pedro de Adorriaga, salieron a matarle tres enemigos suyos con espadas y lanzas, y él solo con tres dardos, que llevaba, los mató de tres tiros.
(659) 262. Una hija de un hidalgo vizcaíno que, se llamaba María de Marquina, durmiendo sola en un molino, vio entrar por un agujero un mancebo que andaba enamorado de ella; y como ella le vio saltó de la cama y rogole y requiriole muchas veces que no llegase a ella. Pero el mancebo que no había venido a otra cosa con todas sus fuerzas probó a forzarla y ella se desasió de él lo mejor que pudo, y tomando un peso de yerro que allí estaba le dio con el tan gran golpe que le mató. Y tornose a su cama.Venido el día se fue a un monesterio donde se metió beata, y hoy día vive muy honesta y recogidamente.
(660) 263. Saliendo el conde Garci Fernández de Castilla de Santisteban de Gormaz a pelear con los moros el día que venció aquella gran batalla que llaman de Cascajares, un caballero español que an-
163 Enjemplo en Suetonio Tranquilo de Tito, emperador de Roma, que era tan liberal y franco que por un día que se le pasó sin hacer merced, con un gran sospiro dijo a los que estaban con él: —Amigos, perdido habemos el día de hoy, pues se me ha pasado sin hacer ninguna merced.
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daba con él, llamado Vides Pascual, cuando el conde salió a la batalla se quedó en la villa oyendo misa en una iglesia que llaman de Sant Martín, donde hoy día parece su sepultura; e como desde allí se viese cómo el conde y los suyos peleaban con los moros, un criado suyo, que le tenía el caballo a la puerta, le llamó muchas veces diciéndole le parecía muy mal que no fuese a la batalla porque todos creerían que lo hacía de cobarde. Pero Vides Pascual que tenía en costunbre de no salir de la iglesia hasta que todas las misas fuesen acabadas, sin responderle palabra estuvo firme en su devoción hasta que el conde y los suyos volvieron con muchos cautivos y gran victoria que habían habido. El conde preguntó luego por Vides Pascual para dalle las gracias de lo bien que había peleado, pero él se andaba escondiendo, creyendo que lo facía por motejarlo de cobarde, mas al fin cuando pareció ante el conde, él y todos sus caballeros le dieron muchas gracias por lo que aquel día había fecho, pero él, creyendo que se burlaban, se desculpaba jurando que no se había quedado en la iglesia por cobardía, sino porque pensó que la batalla no se acabara tan presto, e por cumplir la devoción que tenía en no salir de la iglesia hasta ser acabadas todas las misas. Viendo esto el conde y los suyos, e cómo tenía en sus armas señales de los golpes que le habían visto dar en la batalla, entendieron ser milagro que Dios había querido mostrar por aquel su devoto caballero164.
(661) 264. Habiendo los moros pasado en España por consejo del conde don Julián e vencido al rey don Rodrigo, e ganado toda España fasta el fin de las Asturias que llaman de León, donde hay una gran concavidad entre las peñas que llaman la Cuevadonga en la cual se retrujo el infante don Pelayo, decendiente de la real sangre de los godos e duques de Cantabria, con mil hombres que de la total destruición habían quedado.
164 [En el margen derecho:] Hestoria general de España. Enjemplo en Cipión Africano que nunca hizo jornada por sí o por la República, ni entendió en negocio de importancia, sin que primero estuviese un gran rato en el Capitolio encomendándose a Júpiter o en las otras partes donde él estuviese y que hubiese su simulacro. Autores, Tito Livio,Valerio Máximo, Plutarco.
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Sabido esto por el malvado obispo don Opas y su compañero [en blanco] con más de cient mil moros de pie y de caballo fueron a cercar la cueva donde el infante y los suyos estaban. Pero el infante tomando a Dios ante sus ojos, y sus armas en las manos, salió a ellos y pelearon tan valientemente los cristianos que los moros no lo pudieron sufrir y se retrujeron a lo alto de una montaña desde donde pensaban con saetas e otros tiros acabar aquellos pocos cristianos que habían quedado fácilmente pero no permitiendo Dios que su ira pasase adelante, ni que aquella nefanda gente prevaleciese en España y ansí mostró un fermoso milagro que fue que todos los tiros que los moros lanzaban contra los cristianos se volvían contra ellos mismos, o los mataban lo cual visto por los cristianos fueron a herir en ellos con el ánimo que debían tener, teniendo a Dios de su parte, pero no fue menester, porque antes que llegasen toda aquella montaña donde los moros estaban con infinitos millares de ellos se trastornó en la mar y de allí se fueron al Infierno. Léase la Crónica de España165.
(662) 265. En tiempo del rey don Enrique el Cuarto hubo en Jaén un almogábar, que se llamaba Juan Abarca, muy diestro en espías y engañar a los moros. Acertó un día a ser preso, y el moro que le llevó a su cargo atole los pies e las manos, e por la garganta a un pie de la cama donde el moro dormía, e ya cerca de la mañana preguntó el moro al adalid que le dijese qué agüeros había visto el día de antes, cuando salió de su casa, que tan mal le había subcedido la jornada. El adalid le dijo que lo primero había visto pasar una liebre corriendo sin ir nadie tras ella por la parte de su mano izquierda. El moro, le respondió: 165 Ejemplo en Teodosio, cristiano y emperador de Roma, viniendo contra él Máximo, tirano, con grandísimo poder de alemanes y otras gentes quería bajar en Italia. Teodosio salió [a] aguardarles en el paso de las montañas, donde le dio la batalla, tan reñida, que hasta entonces ninguna se vio más dudosa, pero al fin, favoreciendo Dios a los suyos, mostró un fermoso milagro. E fue que todas las saetas, lanzas e dardos que los de Máximo tiraban contra los cristianos se volvían contra ellos mismos, e cruelmente los mataban. E la tormenta e torbellino que se levantó fue tan grande que a los de Máximo que, por más seguro lugar habían escogido el más alto, los arrincaba a las armaduras de las cabezas, e las lanzas de las manos y ansí fueron vencidos e rendidos a la merced de Teodosio. Léase en los Césares de Mejía y autores de esta historia: Sant Agustín en la de la Ciudad de Dios, Sant Ambrosio, escogiendo a Teodosio, Sant Jerónimo en el De Temporibus, Paulo Orosio, Claudiano, poeta.
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—Si yo hallara tal agüero volviera a mi casa. El adalid dijo: —Pues aun vi otro peor, que dos palomas, que venían volando juntas de hacía el oriente, e llegando cerca de mí se dividieron e pasaron adelante dejándome en medio. Oyendo esto el moro dijo: —O tú eres el más ignorante hombre del mundo, o el más desdichado, pues avisándote los hados con tan siniestros agüeros no supiste librarte de la mala ventura que te estaba aparejada. —Bien lo entendí —respondió el adalid—, pero asegurome mucho un agüero que vi después. —¿Cuál fue ese? —dijo el moro. Respondió el adalid: —Vi venir dos águilas, una de hacia la parte de los vuestros y otra de los nuestros, las cuales se juntaron encima de nuestras cabezas y aunque al principio la que vino de vuestra parte traía muy sojuzgada la que vino de la nuestra, al fin fue vencida y toda desplumada se acogió a las montañas huyendo de su enemiga. Oyendo esto el moro dijo: —Por esa cuenta suelto estás tú. Y saltó de la cama con una espada y una adarga.Y el adalid, que ya estaba suelto porque se había cortado las ataduras con un cuchillo que había hallado, huyó por la puerta afuera y el moro tras él e otros muchos que se llegaron a las voces que él daba. Pero el adalid, que les llevaba alguna ventaja, aunque no tanta que se pudiese escapar de los de caballo que ya salían tras él, quiso Dios que halló una yegua en que saltó ligeramente y se salvó166.
(663) 266. En un lugar de Castilla, que se llama Iglesias, en la merindad de Can de Muñón, se encendió tan gran fuego en la iglesia que se quemó toda, y un clérigo que se llamaba [en blanco] benefi166
Enjemplo estando Otaviano y Marco Antonio en los campos filípicos para romper con su batalla con Marco Bruto y sus gentes sobre la venganza de la muerte de Julio César, dos águilas, la una de hacia la parte de Bruto y la otra de Otaviano, vinieron volando a juntarse en medio de los ejércitos, mas la que vino de la parte de Bruto fue vencida de la otra, e huyendo de ella desapareció dando miserables gritos que, según Valerio Máximo, que fue agüero que había de ser vencido aquel día Bruto, como de hecho lo fue.Valerio Máximo, Apiano Alejandrino, Plutarco.
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ciado en la dicha iglesia, entró por las llamas del fuego con el sacramento, sin recebir lesión. Esto acaeció en vida del autor167.
(664) 267. Un príncipe de Portugal, llamado don Pedro el Justiciero, hijo del rey don Alfonso, tuvo por amiga a doña Inés de Castro, hija de Fernández de Castro, que llamaron de la Guerra, e de doña Berenguela Llorenca de Balladares, y estuvo tan ciego en sus amores que ni el rey, ni el reino, fueron parte para apartarle de ella hasta que el rey, por consejo de algunos privados suyos, pensó un cruel remedio. Aguardó que el príncepe no estuviese allí, e fuese a Santa Olaia de Cohimbra donde ella estaba, e como ella supo que el rey venía salió a él con dos hijos que del príncepe tenía e hincose de rodillas e díjole: —Señor, vos me queredes matar, sin culpa porque yo no podía dejar de hacer la voluntad del príncepe tuviéndome en su poder. Lo que vos suplico es que, pues estos niños inocentes nunca vos ofendieron, que no permitáis que padezcan por mis pecados. Con todo esto el rey mandó que la matasen, y asi lo ficieron dos caballeros que con él venían, llamados Juan Fernández Pacheco y fulano Cuello, los cuales no osaron esperar en el reino de Portugal, e se vinieron a Castilla. Cuando el príncepe vino, y supo lo que pasaba, pasolo con gran disimulación todo el tiempo que el rey vivió. Muerto, siendo él recebido por rey y señor, como de derecho lo era, mandó hacer a su amiga las honras e obsequias de reina, e criar a los hijos el lugar de infantes, e demás de esto se concertó con el rey de Castilla, don Enrique el Segundo, de entregarle dos caballeros castellanos que estaban huidos en Portugal porque de entregarse los dos matadores de su amiga, que se habían acogido a Castilla. Concertados los reyes en este caso tan observitante, el rey de Portugal le invió los dos caballeros que allá estaban y el rey de Castilla 167
Enjemplo en Metelo, romano, sumo sacerdote de los dioses, que quemándose en Roma el templo de Vesta, él solo osó entrar en el fuego y sacó en brazos la imagen de Minerva, que llamaban el Paladión, sin recibir lisión ninguna, aunque Paulo Orosio dice, en el Octavo capítulo de su Cuarto libro, que no se escapó Metelo tan sano de la jornada como Valerio Máximo dice, porque se le quemó medio brazo. Fue esto año de la Fundación de Roma de quinientos y ocho.Autores:Tito Livio y Valerio Máximo.
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no le invió más de fulano Cuello, porque el otro fue avisado, viniendo de caza, de un pobre a quien cada día daba limosna, y no pudo ser habido. Llegado aquel a poder del rey de Portugal entre otras crueldades que en él mandó hacer fue que delante dél mismo le hizo sacar el corazón por las espaldas. Crónica de Barrantes168.
(665) 268. En tiempo del rey don Juan el Segundo, cerca de la villa de Sepúlveda cayeron de las nubes muy gran cantidad de piedras huecas, muy livianas, tan grandes como almohadas pequeñas, y aunque daban en la cabeza no hacían mal, tan livianas eran. Al margen derecho: Crónica del rey don Juan169.
(666) 269. Porque el fin principal que me movió a escribir este libro fue mostrar a todas las gentes cómo, en sola la nación española, ha habido cosas tan notables así en religión como en virtud, de fortaleza e de otras particularidades de quien los romanos y griegos hicieron notables libros. Acordé de escribir un crimen disimulado en nuestra religión cristiana sin saber la causa dél, porque he hallado en Plinio, autor de grande autoridad, su paragón, como dicen los italianos, o su paralelo como dice el título de este mi librillo. Y es una desventurada suerte de gente que llaman corredores de bestias, porque su oficio es ser tercero entre los que compran y venden, mintiendo a los unos y mintiendo a los otros; y no así livianamente, sino con granvísimos juramentos y con estrañas maldiciones, que sobre sí y sobre sus cosas echan, y esto no lo hacen por revender
168
Enjemplo: Después que Otaviano y Marco Antonio y Lépido, señores del Imperio Romano, se concertaron sobre las discordias y guerras civiles que entre ellos había, entre los otros capítulos hicieron uno tan cruel como extraño, y fue que cada uno de ellos entregase al otro los que más les habían ayudado en aquella discordia, para que el otro se vengase de ellos. Y así lo hicieron y fueron muertos muchos y muy valorosos varones, y entre ellos Marco Tulio [Cicerón] que siendo el mayor amigo que Otaviano tenía le entregó a Marco Antonio, su mayor enemigo.Autores:Apiano Alejandrino en Las guerras civiles y en Los Triunfos y Plutarco. 169 Enjemplo en Valerio Máximo en que dice cómo en la Marca de Ancana cayeron de las nubes piedras de extraña grandeza.
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su mercadería, como los regatones y otros que viven de revender lo que compraron, sino lo ajeno. Y es estraño caso que permitan nuestras leyes que el que jurare tal juramento haya tal pena, y por la segunda vez, doblado, y por la tercera, muy mayor; y el que jurase falso en juicio sea por la primera vez, azotado y quitado los dientes. Y que estos juren falso de la mañana a la noche, y que no sean castigados, no lo entiendo, cuanto más en oficio tan poco necesario y que tan bien se podría pasar sin él170.
(667) 270. Llegada la galeota con el presente que el rey de Argel acostumbra inviar cada un año con presente, en señal de vasallaje, al Gran Turco, a Costantinopla, aguardando ocasión para volverse a Argel, después de haber hecho su jornada, estando en el muelle donde los cristianos cautivos trabajaban, y como es costumbre, entraban a visitar algunos de ellos a los cristianos, que en la galeota venían forzados, llevándoles algún refresco, de lo poco con que ellos los podían socorrer. Entre los cautivos que estaban en Costantinopla había dos nobles hidalgos, cristianos, españoles, que el uno se llamaba Periche de Cabrera, natural de la ciudad de Úbeda, y el otro se llamaba Luis de Godoy, natural de Baeza, los cuales, con consejo y acuerdo de otros caballeros y hidalgos, que con ellos estaban, emprendieron una notable hazaña, que es la siguiente: Estando la galeota sobre la áncora de proa en tierra, por una tabla que se pasaba a ella, pasó Periche de Cabrera con achaque de llevar el refresco que otras veces habían llevado a los cristianos cautivos de la galeota y, aunque había dentro de ella veinte y cinco o treinta turcos, entró en ella, y descargó lo que llevaba a cuestas, y queriéndole echar de la galeota los turcos, que dentro estaban, se abrazó con uno de ellos y le mató con un cuchillo que escondido llevaba, y en esto le socorrieron Luis de Godoy e otros tres o cuatro, que venían con él de concierto para lo que se hizo.
170 Enjemplo en el Segundo Libro de Plinio, De la Natural Historia donde habla de las religiones que entonces se usaban; y mofando de ellas dice que había una suerte de hombres que se mantenían de jurar falso por el alto Júpiter y por los otros dioses, y que vivían de esta mercadería. Plinio. De Natural Historia, Libro Segundo.
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Los cuatro, metidos en la galeota, se dieron tan buena maña que con las mismas armas, que los turcos tenían para defenderla, pelearon contra ellos, e matando la mayor parte hicieron los otros saltar en el agua y recogiendo otros siete o ocho cristianos cautivos, que acudieron al nombre de Santiago y de España, que ellos invocaban, se metieron con ellos en la galeota, e luego, cortando la gumera con que la galeota estaba a la áncora, se dieron al remo y velas. Atando a los turcos, que dentro habían quedado vivos, y soltando los cristianos, que dentro estaban cautivos, siguieron su viaje con mayor peligro que había sido la empresa, porque luego cargó sobre ellos parte de las galeras de Barbarroja, que estaban allí junto, y los siguieron, con golpes de cañón y otros tiros de pólvora, hasta llegar a las torres e castillos, que el Gran Turco tiene a la entrada de aquel estrecho, donde de nuevo fue menester nueva industria para salvarse. Porque fingiéndose turcos se arrimaron a uno de los dichos castillos y así se libraron del peligro, que no se escaparan de otra manera, por los muchos cañones y lombardas que de los castillos les tiraron. Pero pasados de aquel trance, y entendido que no eran turcos, salieron en su seguimiento cuatro galeras de refresco, de las que el Gran Turco tiene de guarda en aquel estrecho, las cuales los siguieron y persiguieron con golpes de artillería todo aquel día y noche siguiente. Librados de este peligro dieron en otro mayor; si mayor podía ser que haber pasado los susodichos tres días continuos sin comer ni beber, o tan poco que no bastaba para sostenerse un día. Dieron en fustas de cosarios turcos de los cuales se escaparon con increíble trabajo, pero a Dios, que los guiaba y todo es posible, les deparó en tan gran necesidad el necesario remedio, porque peleando de pura hambre, lo que pocas veces se ha visto, rindieron a otros bajeles que en la mar encontraron, de los cuales comieron de buena voluntad y les sobró para venirse en España, cumplida romería que habían prometido en Nuestra Señora de Loreto.
(668) 271. Gárgoris fue rey en cierta provincia de España, que se llamaban los Curetos, tuvo sola una hija la cual parió un hijo de adulterio; el rey hubo tanto enojo de ello que le mandó echar en los montes para que lo comiesen bestias. E dende a muchos días envió a saber qué fuera del niño, e falláronle vivo e sano porque las bestias que tenían leche le habían alimentado.
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El rey le mandó traer ante sí e poner en un camino por donde pasaba el ganado del pueblo a fin que pisándole le despedazasen, mas no le ficieron mal ninguno. Mandole echar a los perros e a las puercas, mas no tocaron a él, mas antes le dieron a mamar de la leche de sus tetas. Mandole echar en la mar e las ondas lo echaron a la orilla, e vino allí una cabra e llevolo consigo e con su leche lo crió hasta que fue grande e tan gran corredor fue que alcanzaba por pies las bestias salvajes y al fin fue preso en un lazo, e llevado al rey, el cual le reconoció por las señales que le había fecho facer, e por parecer a los de su linaje y en pago de los males que le había fecho le hizo su heredero, e le puso nombre Avides, e después de muerto su agüelo él fue rey de aquella provincia; e fue tan esforzado y discreto que bien mostró no haber sido en balde el cuidado de la naturaleza tuvo de salvar su vida; enseñó al pueblo cómo habían de cazar las bestias salvajes e hízoles dejar las yerbas e otros rústicos mantenimientos que comían, e comer otros más naturales manjares171.
(669) 272. Viriato fue un mancebo español que guardaba ganado en la ribera de Guadiana; fue tan prudente y animoso que, con los pastores y otros que ansí allegó, defendió toda aquella provincia de Estremadura del señorío de los romanos, venciendo y desbaratando sus capitanes todas las veces que con ellos venía a las manos.
171 Enjemplo de Ciro, rey de Persia, que le crió una cabra. Léase en Jenofonte y en Justino. Para comparación de lo que tengo escripto del nacimiento del rey Abides tórnese a leer en la Primera parte de la Corónica Genera y Justino en los Treinta y cua tro libros y póngase por comparación lo que escribe Josefo del nacimiento de Moisés, y lo que Jenofonte dice del nacimiento de Ciro, rey de Persia; y lo que Josefo escribe de Nabucodonosor y Nicolao de Lira que cuenta que en naciendo fue echado en un bosque y una cabra salvaje le dio la teta debajo de un árbol, en cuyas ramas cantaba un búho a medio día, y maravillándose de este cantar un gafo que por allí pasó allegose al árbol e vio el niño, e le tomó, e le llevó poniéndole el nombre del caso que acaesciera porque en lengua caldea Nabuq quiere decir búho, Codo quiere decir cabra, Nosor quiere decir gafo. Y así se llamó Nabucodonosor. Léase lo que escribió Nicolao Maquiavelo en la Vida de Castrucio Contracanio de su nacimiento. Enjemplo en Rómulo y Remo que le crió una loba. Léase en Dionisio Alicarnasio. Tórnese a corregir la historia de Abides e con Justino en los Cuarenta y cuatro libros y con el principio de la Corónica General de España. En cuanto al bajo nacimiento en Plutarco la Vida de Sertorio, romano.
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Y si ellos no le mataran con veneno, como lo mataron, puédese creer que en breve tiempo echara todas sus legiones de España. Entre las cosas notables que dél se escribe es que siempre traían los suyos calzados zapatos de plomo, porque cuando fuese menester huir o alcanzar los enemigos o pelear se hallasen más ligeros quitándoselos172.
(670) 273. El año de mil y quinientos y cincuenta y cinco años se levantó en el Perú un español llamado Francisco Hernández, y fueron tantos los que le siguieron que fue necesario castigarse con mano armada. Y ansí el Audiencia Real que su Majestad tiene en aquel reino proveyó de capitanes y de gente contra el dicho Francisco Hernández el cual, estando tan cerca de ellos que no se podía escusar de pelear, otro día hizo un ardid que, a no ser descubierto por algunos fugitivos, que se pasaron al real de sus enemigos, no pudiera dejar de hacer muy grande efecto y peligroso suceso para la pacificación de aquella tierra. Hizo juntar gran número de bueyes y púsoles en cada cuerno una mecha encendida, y metió entre ellos algunos pocos arcabuceros que tiraban de rato a rato. Y con la escuridad de la noche, que encubría el engaño, paso a paso, bajó por una ladera abajo con tan buen concierto que parecían más de mil arcabuceros. Llegando cerca de sus enemigos que ya estaban avisados diéron en él y en sus bueyes y ansí les desbarataron y prendieron y justiciaron173.
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Ejemplo en Demóstenes, orador griego y filósofo, que acostumbraba traer en la boca unas pedrezuelas pequeñas porque dejándolas cuando había de orar hablaba más libremente. Autores Valerio Máximo y Plutarco y Plinio Segundo en sus [...]. 173 Enjemplo de cuando Aníbal en la Segunda Guerra Púnica hizo atar haces de leña seca a los cuernos de gran infinidad de bueyes y ponelle fuego, guiándolos hacia el real de los romanos, y como era en noche escura y los bueyes se quemaban discurrían por todas partes dando espantables bramidos. Léase este ejemplo en Polibio, Tito Liv i o, Plutarco en la Vida de Aníbal. En lugar del ejemplo de Francisco Hernández, se ha de escrebir lo que Sexto Frontino escribe, que los españoles estando para dar la batalla, Amílcar padre de Aníbal y padre de los cartagineses, uñeron muchos bueyes e pusiéronles arados untados con cera y pez y azufre, y poniéndolos
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(671) 274. Estando el duque Valentín, hijo segundo del Pa p a Alejandro, en Roma en una casa, donde había entrado a hablar a su amiga, queriéndose ir vio que tenían cercada la casa sus enemigos. Temiendo la salida por ser el peligro notorio y la estada, porque tomándole el día en aquella casa sería publicada la infamia de aquella dama a quien tanto amaba, estando en esta confusión preguntó a un paje, español, natural de Santo Domingo de la Calzada, solo, que había traído, qué le parecía que debía hacer. El paje, como leal y valiente le respondió: —Lo que me parece que vuestra excelencia debe hacer es darme ese capote blanco, e tomar esta mi capa negra, e yo saldré delante e como ellos os traen espiando, pensarán que yo soy vuestra excelencia, por llevar el capote con que aquí os vieron entrar, e como ellos me acometieren yo espero en Dios de defenderme tan bien que vuestra excelencia tenga tiempo de salvarse.Y si me mataren habré hecho mi deber e vivirá mi señor, el duque. Tomó su consejo y en saliendo a la calle cargaron tantos sobre el paje, y él les dio tanto que hacer que el duque tuvo tiempo de ir a su casa, y volver con sus criados. Cuando llegó halló al paje hincada la una rodilla en el suelo porque lo habían desjarretado, y amparándose con una rodela de sus enemigos, que estaban encima dél con alabardas y partesanas e otras armas con que le tenían a punto de muerte.Y él había muerto tres de ellos y herido más de diez, y ansí como estaba herido por veinte partes peleaba valentísimamente. Al tiempo que el duque llegó, con cuya venida sus enemigos huyeron dejando el paje más muerto que vivo. El duque lo llevó a su casa y le hizo curar con tan gran diligencia que en breve tiempo fue sano de todas sus heridas.
(672) 275.Yendo el duque Valentín una noche en Roma, a casa de su amiga, pasando por un ciminterio, donde había unos sepulcros antiguos, vió abrirse uno de ellos y salir dél un hombre de estraña grandeza con una espada en la mano, conforme a su dispusición, el cual se vino derecho para el duque.Y él, viéndole venir hacia sí, retrújose
enfrente de los enemigos pusiéronles fuego e con la rabia que de ellos sintieron rompieron la batalla, y así fueron los enemigos vencidos.
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a una calle escura por donde había salido a la plaza, la visión se tornó a meter en el sepulcro donde había salido. El duque tornó a querer atravesar por la plaza para ir su camino, la visión tornó a salir como de primero y el duque a retirarse a la calle escura donde estuvo pensando un rato lo que debía hacer, al fin acordó de volverse a su casa, que de temor que por parecerle que aquella visión que le había aparecido fuese algún siniestro agüero. Vuelto a su casa escribió una carta a la dama, desculpándose de no poder ir allá aquella noche, y enviosela con un paje suyo, español, de la ciudad de Santo Domingo de la Calzada, y fuese tras él, sin que el paje lo viese, por ver si le salía la visión, como a él había salido y fue ni más ni menos. Mas el paje se dio tan buena maña que a cuchilladas la trujo por entre aquellos sepulcros hasta que la hizo encerrar en aquel donde había salido y pasó adelante con su carta.Y el duque se volvió a su casa y dende a poco el paje vino con la respuesta de la dama.Y el duque le preguntó si le había acaecido algo en el camino; el paje respondió que no, pero tornándoselo a preguntar, dándole el duque las señas de lo que había visto, y él confesó, teniendo en todo ello tan buena disimulación que el duque tuvo aquello por mayor esfuerzo de que lo que había hecho.
(673) 276. Un cristiano nuevo que se llamaba Talavera, en tiempo del rey don Hernando el Católico, fue tan grande adevino que en muy pocas cosas de las cosas que decía dejaba de acertar. Preguntándole […] conde de Ribadeo que le dijese en dónde había de morir, le dijo que en Benavente, y el conde tuvo cuidado de no entrar en la villa de Benavente. Y dende a muchos años pasando el conde de camino por […] se apeó en un mesón, y arrimándose a una baranda de un corredor, cayó por ella al patio e murió.Y diciendo a todos que había sido falso el pronóstico de Talavera vinieron a saber que aquella casa se llamaba el mesón de Benavente por que ansí se llamaba su dueño174. 174
Enjemplo de cuando Filipo, rey de Macedonia y padre del Magno Alejandro, preguntó a los adevinos quién le había de matar dijéronle que una carreta, por esto hizo echar de su reino cuantas carretas y carros en él había y con esto se tuvo por seguro de morir de aquella manera. Dende algunos años le mató un mancebo, su vasallo, llamado Pausanias y hallaron que en el pomo de la espada con que le mató [había] entallado un carro. Léase en Justino.
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(674) 277. De don Sancho Abarca, primero rey de Navarra, se escribe que habiendo sus enemigos alanceado a su madre y dejándola muerta en un camino, pasó por allí un caballero, que se llamaba fulano de Guevara, y vio que por una lanzada que la madre tenía en el vientre, tenía sacado el bracito la criatura. Apeose del caballo y sacó el niño que aun estaba vivo en el vientre de su madre.Y vivió y fue rey de Navarra, y muy valeroso175.
(675) 278. Los más del tiempo después que el emperador nuestro Señor salió de Agusta en seguimiento del duque Joan de Sajonia e del Lazgrave de Esen, anduvo, con la mala dispusición de su gota y siendo la más trabajosa de todas las enfermedades y en el corazón del invierno, y en Alemania, que es de las más frías tierras del mundo, nunca por eso dejó de estar en campaña peleando de día y de noche con su enfermedad y con la gran pujanza de sus enemigos, que eran cuatro veces más que los suyos. Puesto muchas veces, por animar a los suyos, a las bocas de su artillería, de quien algunas veces fue rompida su tienda e aposentos que en ella tenía. Mas al fin hubo de todos ellos glorioso triunfo rindiéndolos a su misericordia, y perdonándolos por su clemencia con tanta benenigdad y largueza de su poderosa mano que más arrepentidos quedaban sus contrarios de haber ofendido a tal emperador que no del daño y afrenta que en sus personas y hacienda habían recebido176.
175 Ejemplo en Julio César que nació de la misma manera. Léase su vida en Suetonio y Plutarco. [Está tachado con varias, cuatro, rayas oblicuas de derecha a izquierda. Entre este texto y el siguiente, en otra letra dice: «Otro enjemplo como este»]. 176 Enjemplo en César Augusto, llamado Otaviano, que estando para pelear con Casio e los otros matadores de Julio César, aunque estaba enfermo de su persona, no por eso dejó de pelear y vencer; aunque con tanta dificultad que su tienda vino a poder de sus enemigos, y como tenían aviso de su grande enfermedad, creyendo que estaba en su cama atravesaron por ella muchas espadas. Mas al fin salvó su vida peleando, la cual perdiera durmiendo. Suetonio Tranquilo, Plutarco y Apiano Alejandrino. [Hay el comienzo de otro hecho, tachado, y narrado de forma diferente a continuación:] Don Diego Ramírez, un caballero de Madrid, que hoy vive, estando en la plaza de Valladolid viendo correr toros, oyó que una dama de la princesa nuestra Señora dijo: —Hoy, quien me diese aquella garrocha [...].
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(676) 279. Estando don Manuel de León, agüelo del conde de Bailén, que hoy vive, con ciertas damas en un corredor sobre un corral de leones, a una dama a quien él servía acaso se le cayó un guante, o le dejó caer adrede, entre los leones, y mandó a don Manuel que se la trajese. Don Manuel bajó por él y entró donde los leones estaban, y tomó el guante sin que se moviesen contra él, y le volvió a la dama.
(677) 280. Estando la princesa nuestra señora viendo correr toros en la plaza de Valladolid, una dama de su alteza arrojó una garrocha a un toro muy bravo y hincósela en el pescuezo.Y dijo: —¡Oh, quién me diese aquella garrocha! Oyolo un caballero de Madrid que se llama don Diego Ramírez, que hoy vive, que estaba debajo de las ventanas en un cadalso, bajó a la plaza y con su capa y espada fue para el toro, el cual a toda furia se vino contra él. Don Diego le hurtó el cuerpo y al pasar le quitó la garrocha y la invió a la dama, que se la había tirado, lo cual hizo con tan buen tiempo y osadía que fue loado de todos.
(678) 281. En tiempo de los reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, hubo en la ciudad de Loja, en el reino de Granada, una estraña enfermedad, y fue que muchas doncellas se mataron sin que se pudiese entender qué les movía a tan gran desventura.Y era tan forzado aquella a quien le daba esta intrínsica enfermedad que muy pocas horas antes que se matasen no se le podía entender, y ninguna diligencia bastaba para estorbarse a la que lo quería hacer. Porque a una muy principal, que con gran cuidado se le quitaron todas las ocasiones, al fin se mató tragando el aguja con que labraba. Visto esto por los médicos y otros hombres sabios, que ningún remedio natural se podía poner contra enfermedad tan incónita y tan fuera de naturaleza, acordó un médico de buen juicio de hacer una expiriencia, que aunque fue muy extraña fue muy provechosa.Y fue que por su consejo el regimiento de la dicha ciudad mandó pregonar que todas las doncellas que se matasen fuesen traídas desnudas encima de una bestia por toda la ciudad a mediodía, y después echadas en un pozo. Y como este pregón se ejecutó en la primera que se mató fue tan grande la vergüenza que las otras hubieron de pensar que matándose
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habían de ser traídas de aquella manera, que, o por vergüenza o porque aquel venenoso humor se acabó, ninguna se mató desde allí adelante177.
(679) 282. En el año de mil y quinientos e diez e nueve años, estando la comunidad de Valencia levantada e peleando cada día dentro de la ciudad con don Rodrigo de Mendoza, marqués de Ceñete, e con los otros caballeros e leales servidores del emperador nuestro señor, acaeció que peleando un día el marqués con los comuneros, llevándolos de vencida por una calle, de una ventana lanzaron una piedra de muy grande peso e dieron con ella al marqués en la cabeza tan gran golpe que la celada que traía no lo pudo defender que no cayese por muerto en el suelo, y teniéndole todos por tal le metieron en una casa, e dende a gran rato, que tornó un poco en sí, oyó que decían: —El marqués es muerto. Y él respondió como leal y esforzado caballero: —Si el marqués es muerto el rey es vivo. Y esto dijo porque aquel día habían peleado él y los otros servidores del rey que casi habían echado de la ciudad a todos los que no lo eran178.
177 Enjemplo de Aulo Gelio [Noches áticas] que da por autor a Plutarco, en el libro de Las dolencias maravillosas, dice de una enfermedad que hubo en las doncellas vírgenes de la ciudad de Milesia, donde fue aquel famoso filósofo Tales Milesio; la cual enfermedad era que se ahorcaban e se mataban de cuantas maneras podían, sin que, por medicina ni por otro remedio, se pudiese remediar. Viendo esto los gobernadores de la ciudad mandaron que aquellas que ansí se matasen las enterrasen desnudas con el cabresto al pescuezo. E con el temor de padecer esta vergüenza cesaron de matarse dende allí adelante. 178 Enjemplo de Epaminundas capitán de los tebanos, que siendo herido en una batalla que hubo con Peolópidas, capitán de los lacedemonios, a los que le consolaban y esforzaban de la mortal herida que tenía ninguna cosa respondía, mas de preguntar si los enemigos eran vencidos e como le dijesen que sí dijo Epaminundas: —Nace agora, pues,Tebas por mi suerte e trabajo, es fecha cabeza de toda Grecia, e la fuerte ciudad de Lacedemonia es ya debajo del yugo.Yo muero sin hijos, empero dos fijas vos dejo. Esto decía por dos ciudades, la una llamada Lantraela, otra Nantunia, que eran de las más poderosas de Grecia a las cuales él había sojuzgado a su patria. E dicho esto
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(680) 283. Hase de escribir lo que se escribe en la primera parte de la Corónica de España, de un mancebo español, llamado Tago, que mató al que había muerto a su amo y fue muy contento de la muerte que por ello le dieron179.
(681) 284. Pidiendo cuenta al Gran Capitán, Gonzalo Hernández de Córdoba, de los gastos que había fecho en la conquista del reino de Nápoles, dio por descargo: doscientos y tantos mil ducados que había gastado en España, y nuevecientos mil ducados e nueve reales en limosnas; visto esto cesó la cuenta. Hase de corregir esto con su Corónica, para que mejor se entienda180.
(682) 285. Estando el rey don Enrique el Cuarto muy poderoso en la su villa de Ágreda le vinieron embajadores de los reinos de Aragón,Valencia y Cataluña suplicándole los recibiese por suyos y enviase su gente a tomar la posesión. Porque el rey don Juan, su señor, les trataba muy mal, haciendo en ellos grandes cru e l d a d e s . Especialmente había muerto con yerbas al príncepe don Carlos, su hijo, e que por estas razones él debía perder, el reino. E demás de esto le ofrecían setecientos mil florines para ayuda de los gastos de la gente que inviase a tomarlos por suyos. Pero el rey era tan magnánimo, tan poco cudicioso que aunque a la sazón tenía grandes diferencias con el rey don Juan de Aragón, no quiso aceptar el servicio tan se-
mandó quitar la lanza que tenía atravesada por el cuerpo e ansí murió, al cual llamaba Valerio Máximo luz y felicidad de Tebas y pestilencia de Lacedemonia.Valerio Máximo, Libro tercero. 179 Enjemplo de un esclavo que habiendo muerto Asdrúbal a su amo, el esclavo mató [a] Asdrúbal, e fue preso e atormentado con infinito género de tormentos, hasta la muerte, los cuales recibió con tanta constancia de ánimo que en el más crudo tormento mostraba más y sí alegría de haber vengado la muerte de su señor.Valerio Máximo. Libro tercero. 180 Enjemplo de Cipión Africano cuando respondiendo la cuenta en Roma de los gastos que había fecho en la conquista de África. Y él la escribió de su mano y la dio al tribuno que se la pidía, y viendo que se ponía duda en ello, dijo: —Padres concritos, yo no doy cuenta a vuestro tesorero de cuarenta sextercios pues yo lo he enriquecido de dos mil. Este ejemplo le saqué de Plutarco en la Vida de Cipión y de Valerio Máximo en el Cuarto Libro, capítulo sétimo.
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ñalado que le hacían, y ansí los despidió agradeciéndoles su buena voluntad y haciéndoles muchas mercedes. Y aunque después, por importunidad, envió a tomar la posesión, y la tomó del principado de Cataluña y condado de Ruisellón, luego lo dejó al rey don Juan sin otro partido más de que perdonase a los que allí habían seido sus deservidores181.
(683) 286. Teniendo el rey don Fernando el Tercero de este nombre cercada la ciudad de Sevilla por la parte de tierra y queriéndola combatir por la parte del río, no pudo subir su armada, porque les atajaba el paso una gruesa cadena que desde la Torre de Oro atravesaba el río a la otra parte. E como el rey e los de su consejo tratasen de buscar remedio para esto y no le hallase, un caballero natural de la ciudad de Burgos, que la Corónica llama burgués, que se llamaba don Remón Bonifaz, se ofreció a romper la dicha cadena. E ansí fizo poner una sierra de muy fino acero en la popa de una gruesa nao que allí tenía, la cual ayudada del viento e de las muchas velas que le pusieron, fue a dar con tanta fuerza en la cadena que la rompió e luego siguió tras ella toda la otra armada y fue este ardid tan provechoso que se cree haber sido una de las principales causas de ganarse tan presto aquella tan famosa ciudad. Y el rey tuvo en tanto este servicio que fizo su almirante al dicho don Remón Bonifaz el cual está enterrado en el monesterio de Sant Francisco de Burgos182.
(684) 287. Llevando el rey de Granada muy gran cabalgada de tierra de cristianos, Cristóbal de Pernía alcaide de la villa de Castellar, 181
Enjemplo en Fabio Máximo, romano, que habiendo sido cinco veces cónsul e consideró que aquel estado había sido en su padre e agüelo e bisagüelo, rogó al pueblo que ellos no continuasen aquella honra todavía en su linaje, en especial empidió cuanto pudo que su hijo no fuese cónsul ca el pueblo lo deseaba y el padre no lo facía, porque él pensase que el fijo fuese indigno de aquella (in)dignidad, que noble e valiente era por cierto, mas porque el gran honor no fuese continuado en su familia y porque fuese más común e más eficaz y esta fue moderación la cual sobrepujó e venció la gran afición del padre que es muy fuerte e poderosa.Valerio Máximo Libro cuarto. 182 Enjemplo en Gayo Tulio que temerariamente entró con una nao en el puerto de Zaragoza de Cecilia e levantando con gran maña y fuerza la cadena, e cuando
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sabiendo que había de volver por allí, con veinte y siete de caballo que pudo allegar salió a dar en los delanteros, que llevaban los ganados, en tan buen punto que los derrotó y con ayuda de los ganados que ató dio fiuza porfiando volver por donde habían venido. Desbarató al rey con más de doce mil moros de pie y de caballo que traía. Y con veinte de caballo se volvió con esta hermosa vitoria a su castillo, y los ganados se volvieron a su dueños. El rey fue después a hablarle y a ofrecerle que si quisiese irse con él le haría el principal de su corte, más él no lo quiso hacer.
(685) 288. Queriendo el rey Alincato de Granada entrar a correr tierra de cristianos envió a pedir licenza, el conde de Cabra don […] porque había sostenido de pasar por su tierra, el conde no se la quiso dar. El rey vino tan poderoso que trajo cinco mil de caballo con que le pareció que podía pasar por do él quisiera.Viéndolo el conde porque no tenía más de cuatro cientas lanzas ni tienpo para allegar más, tomando el pendón de Jerez y de otras ciudades y villas de su comarca, púsose en un recuesto junto al camino por donde el rey moro había de pasar; y como el rey vió la gente y reconosció los pendones, creyendo ver mucha más quísose retraer. Entendiendo el conde su temor bajó del recuesto donde estaba y dio en los moros tan esforzadamente que los desbarató y mató muchos de ellos y prendió el rey.
(686) 289. Cuando quemaron en Sevilla por mandado del rey don Pedro a doña Urraca Osorio, estando en la hoguera, como el fuego alzase las faldas, una criada suya se metió por la llamas a bajárselas y se quemó con ella.
(687) 290. Doña Leonor de la Vega y de Blasco, hija de don Pero Fernández de Velasco, condestable de Castilla, y doña Mencía de Mendoza, su mujer, fue casada con don Juan Téllez Girón, conde en Urrueña, fue tan grande su honestidad que por mucho que regalaba a sus
la vio dentro hizo volver la proa hancia la cadena y la popa hacia tierra y luego hizo cargar toda su gente a la popa y así la proa se levantó encima de la cadena y haciendo ir toda la gente a la proa la popa se levantó e con esta industria, y pasó la nave por encima y escapó de aquel peligro.
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hijos e hijas, y jamás se los vieron besar. Preguntándole por qué no les besaba queriéndolos tanto respondió: —Porque eso es de sólo mi marido183.
(688) 291. Siendo el capitán Juan de Vallejo Pacheco alcaide del castillo de Beogia (¿Bujía?) en África, estando ausente, su mujer doña Clara de Castañeda con solas dos esclavas quedó en el castillo donde fue cercada de tres o cuatro mil moros de la tierra que fueron avisados que no estaba dentro el alcaide. Su mujer se defendió tan valerosamente que con ayuda de sus dos criadas en tres días y noches que la combatieron muchas veces no le pudieron entrar el castillo, antes ella herió y mató muchos moros. En este tiempo lo supo su marido y vino con gente y socorriola.
(689) 292. […] como los de Sagunto quien es cerca de donde ahora es Monviedro, en el reino de Valencia.
(690) 293. En la guerra del Piamonte, estado del duque de Saboya, en una ciudad que se llama Quier, estando ocupada de gente de guerra francesa, vino sobre ella el marqués del Gasto, capitán general del emperador Carlos Quinto, rey de España, con gente de guerra alemana e italiana y española y cercó y batió la dicha ciudad de Quier y en la defensa, que se hizo por los de dentro a los españoles que fue a quien cupo dar el salto, fue tal que comenzaron los españoles a aflojar de la furia con que peleaban, y viendo la tibieza que los españoles tenían y la gran resistencia que los de dentro hacían, un capitán español llamado Ruy Sánchez de Vargas, caballero, vecino de la ciudad de Trujillo, viejo ya, en edad de más de sesenta, dijo a grandes voces: —Soldados, habed vergüenza de ser tan para poco que se os defienden los enemigos: tomadme y echadme dentro, que yo no tengo fuerza por mi edad para poder entrar. Los enemigos tenían por de dentro de la batería un muy gran fuego que era lo que hacía aflojar a los de fuera, y allí en el medio dél se hizo tomar y arrojar, y de esta manera los enemigos comenzaron a
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Enjemplo de lo que respondió aquella dama florentina requeriéndola de amores el emperador Otón. Léase en Petrarca en Comento en el Triunfo de Castidad.
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huir, porque se arrojaron tras él, de vergüenza de ver lo que había hecho este caballero, muchos soldados y capitanes.Y esta hazaña fue causa de la vitoria, y tomada de esta ciudad.Y el dicho Ruy Sánchez de Bargas escapó, aunque muy quemado y herido. Esto sucedió año de mil y quinientos y cincuenta y ocho.
(691) 294. En África, en la ciudad de Monesterio, dejó don Fernando de Gonzaga al maestre de campo don Álvaro de Sande con hasta dos mil y setecientos soldados españoles, después de haber conquistado la ciudad de Susa y la de Monesterio y la Villa de la Mahometa y la Villa de los Esfaques y entregadas todas al rey de Túnez, cuyas ellas eran de antes que se las tenían tomadas los turcos. Fue necesario después de ido el dicho don Fernando de Gonzaga en Cecilia donde era visorrey que la gente que dejó en la ciudad de Monesterio acompañasen al rey de Túnez hasta sacalle de una estrechura que hacía la tierra, por causa de ciertas ciénagas que hacían las vertientes de la mar porque a la boca de ellas tenía puesto su campo Cidi Arfa y su fijo Cidi Armete, reyes de Carván con veinte y dos mil alárabes de caballo y quince mil moros de guerra de pie, y seicientos escopeteros turcos con Baali, su capitán, de nación española, renegado, vecino de la ciudad de Málaga. Los españoles que se hallaron en esta jornada fueron dos mil y quinientos soldados, novecientos picos y mil y seiscientos arcabuceros, que los otros doscientos soldados quedaron en el lugar, eran dolientes y viejos para guardalle con toda la ropa y carruaje del ejército.Y el rey de Túnez, Muleacén, tenía consigo hasta seis mil caballos y dos mil moros de guerra de pie y con este número de gente quiso el rey Muleacén pasar a Túnez y sus enemigos se le pusieron delante y le presentaron la batalla, y estando el escuadrón de los españaoles hecho alto viendo como los enemigos venían y a sus haces tendidas a romper con ellas. Un soldado arcabucero estaba arrimado sobre el arcabuz de manera que se deparó y le mató delante de todo el escuadrón. Los soldados viendo esto comenzaron con un murmurio harto desanimado a decir «mala señal, mala señal». Estaba delante del escuadrón un capitán llamado Luis Bravo de Lagunas y volvió al escuadrón airadamente y dijo:
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—Soldados, no habéis vergüenza de tomar por mala señal la que es tan buena que pues nos matamos a nosotros mesmos mejor mataremos a nuestros enemigos. Y diciendo esto caló la pica y arremetió al escuadrón. De los soldados españoles se llevantó gran murmurio diciendo: —Dice la verdad. Y diciendo esto cerraron con tanto ánimo tras el mesmo capitán que rompieron a los enemigos. Fue causa esta palabra, dicha a tan buena coyuntura, de restaurar el ánimo de los soldados que estaban en aquel escuadrón, que se les había refriado con el acaescimiento de la muerte de aquel soldado y causa de la vitoria. Y después de rotos los quince mil moros de pie y los seiscientos turcos escopeteros, la caballería del rey del Carván rompió a la del rey de Túnez que era en favor de los españoles, y huido el rey de Túnez y su campo rompido volvieron todos los veinte y dos mil de caballo y los quince mil peones y turcos que estaban rompidos de los españoles. Rehechos con el favor de su caballería sobre los españoles, dejando de siguir a los moros del rey de Túnez que iban huyendo, y los españoles se retiraron de toda esta multitud cuatro lleguas de una vega llana como la palma, sin perder artillería y en todas cuatro leguas no dejó de jugar la arcabucería de una parte y de la otra, hasta que llegaron a la ciudad de Monesterio adonde tenían su aposento. Ha de notar vuestra merced aquí dos cosas: Lo que dijo este capitán que fue en coyuntura que hizo el efecto que vuestra merced ve sus buenas palabras; la otra la hazaña que tan pocos españoles hicieron en romper tanta multitud de enemigos y estar tan en sí que se retirasen sin perder ninguna cosa de bagajes y artillería tanta tierra y tan llana, teniendo tanta caballería como tenían los enemigos. Esto sucedió junto a un lugar de Berbería llamado Jamel que es de un jeque muy principal, llamado Badiarfe, hombre muy principal, que se halló en la batalla con el mesmo rey de Túnez; está este lugar entre Monasterio y el Carván. Fue año de mil y quinientos y treinta y nueve años. La calidad de este capitán podrá vuestra merced poner como fuere servido pues le conoce.
(692) 295. Estando el rey don Juan el Segundo para pelear con sus coñados cerca de Olmedo, entre los otros grandes y ricos hombres
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que con él se hallaron se halló don Álvaro de Cuíñiga, duque de Arévalo, aunque tan enfermo de la gota que apenas podía tener la espada en la mano y queriendo su caballerizo calzarle espuelas dijo: —No me pongáis espuelas que, pues no tengo manos para pelear, no quiero tener espuelas para huir.
(693) 296. Doña Juana Enríquez, reina de Aragón, madre de don Fernando el Quinto, llamado el Católico, saliendo a la posta de la mar a rescibir al dicho su hijo, que venía de Nápoles, recertificado que era muerto sintiendo de tal nueva en pesar que era razón, vio venir vivo a su hijo y sano en la cubierta de una galera. Fue tan grande el placer, y tan súpito, que bastó a quitarle la vida en pocos días.
(694) 297. Teniendo don Juan Alonso de Guzmán la ciudad de Córdoba por el rey don Manrique el Bastardo, el rey don Pedro con grande ejército de cristianos, con la ayuda del rey de Granada, cercó la ciudad y al primer combate que por descuido o nigligencia de dentro que por esfuerzo y diligencia de los de fuera, la ciudad llegó a punto de ser perdido. Las señoras y mujeres principales y de allí abajo todas las otras del pueblo reprehendieron tanto a sus maridos y parientes la flojedad que habían tenido en pelear con sus enemigos, que ellos afrontados de esto, y ayudado de su buen consejo y diligencia, repararon el daño rescibido, y las torres y muros de la ciudad, y de allí adelante la defendieron varonilmente y ansí con verdad se puede decir haber sido aquella noble ciudad librada de venir a las manos de sus enemigos al buen esfuerzo y consejo de las mujeres.
(695) 298. Estando la reina doña Isabel en la ciudad de Sevilla dijo a un caballero, principal vecino de aquella ciudad, que se llamaba Monsalbe: —Monsalbe, a mí me han certificado que sois mi hermano, hijo del rey don Juan, mi padre. Holgarme hía yo dél mucho por ser vos tan buen caballero y haceros mercedes, decidme la verdad, Monsalbe. —No lo crea vuestra alteza, porque mi madre era muy buena mujer.
(696) 299. Queriendo un hombre muy rico que yo bien conoscí prohijar a un mancebo que se llamaba Leyba, rico de nobleza y vir-
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tud, aunque pobre de hacienda; y queriendo el rico darle a entender que era su hijo, porque ninguno tenía que le heredase, el mancebo respondió: —Por la voluntad que mostráis en quererme dar vuestra hacienda, os perdono la afrenta que me hacéis en levantar a mi madre tan gran testimonio. Dad vuestra hacienda a quien quisierdes, que yo no la quiero. Y ansí menospreció este noble mancebo cient mil ducados de hacienda, por no poner mácula en la honra de su madre.
(697) 300. Dos españoles, el uno se llamaba Guzmán y el otro Espinosa, estando en Italia combatieron en estacada, después de haber peleado la mayor parte del día y dádose muchas y muy grandes heridas, atravesando las espadas por el cuerpo al fin Espinosa mató a Guzmán, el cual, sin caer de su estado, murió en pie184.
(698) 301. España, según dicen las Corónicas, se perdió por los amores que el rey don Rodrigo tuvo con la Cava, hija del conde don Julián.Y se tornó a ganar por los amores que Munuza, Adelantado de Gijón, tuvo con una hermana del infante don Pe l ayo. E porq u e Monuza se había entregado a Tarif, principal caudillo de los moros, el infante don Pelayo estaba muy mal con él, por lo cual Munuza entendió que no la daría su hermana, aunque se la pidiese; e por gozar de ella más a su salvo fingió que convenía, que Tarife enviase a don Pelayo a tractar con los caudillos de los moros de Córdoba cierto negocio de grande importancia. Partido don Pelayo, Munuza tuvo amores con su hermana prometiéndole de casarse con ella. Cuando don Pelayo volvió y supo, disimuladamente tomó a su hermana y fuese con ella a lo áspero de las montañas. No pudiendo sufrir Munuza la ausencia de quien tanto quería, por vengarse de don Pelayo hizo creer a Tarife que se quería alzar contra él. Dando Tarife crédito a sus palabras envió un capitán moro con
184 Enjemplo en Calímaco, atiniense, que murió en pié atravesado con las lanzas de sus enemigos. Plutarco en el Primer Capítulo de sus Paralelos. Primera parte de la Corónica General de España escripta por el doctor Per Antón Veuter maestro en Sacra Teología. [En el margen derecho].
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buen número de caballeros para que le prendiesen. Don Pelayo fue avisado y se salvó a uña de caballo y de allí se comenzó la nueva guerra y primera restituición de España. Puso el rey don Pelayo por armas un león bermejo en campo de plata, no como algunos piensan por la ciudad de León, porque ésta se llamó así por ser poblada de una legión de romanos en tiempo del emperador Nerva Cocerio llamándose en otro sitio cerca del que agora tiene Sublancia. Y aunque otros le dan diferente principio y causa llamarse León, cierto se engañaron en ello porque esta es la verdad. La causa porque el infante don Pelayo puso el león por armas fue porque así como aquel animal después de encarnizado no halla resistencia, así los españoles cebados en sangre de infieles, como bravos leones, peleaban cobrando su tierra.
(699) 302. Don Sabastián, eleto de Salamanca, escribe en sus Historias que viéndose los turdetanos, que son españoles andaluces, perdidos después de la muerte de su rey Argantonio, por no tener caudillo elegieron por su capitán a un valiente español llamado Bocio Capeto. Éste tomando una buena compañía de turdetanos dio tal mano a los cartaginenses que señoreaban aquella comarca que apenas dejó vivo quien pudiese llevar la nueva, y luego combatió una población marítima y hizo en ella tal destrozo que no dejó persona a vida, y tras esto dio en los cartaginenses y lugares de los gayetanos con tanto esfuerzo que todos se rindieron a su amistad185.
(700) 303. Estando los españoles para pelear con los cartaginenses y Amílcar, su capitán, unieron muchos toros bravos en carretas llenas de leña seca y piedra zufre y pez, y pusiéronles fuego, teniendo encarados los toros hacia los enemigos. Y como sintieron el fuego no se puede pensar la furia con que arremetieron, que fácilmente desbarataron e desconcertaron los cartaginenses atropellándolos con los carros, e los españoles, que luego llegaron, e dieron en ellos tan bravamente que no dejaron hombre a vida.
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Enjemplo de Lucio Mancio que, después de muerto Cipión el Mayor, recogió el ejército romano y dio una noche en los reales de los cartaginenses y los desbarató e mató muchos de ellos. Léase en Tito Livio.
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Murió Amílcar, y murió la flor de los africanos, y perdiese todo su campo, sin salvarse hombre de cuantos en él venían. Estos españoles en aquel tiempo se llamaban veterores, moraban en los pueblos que había entre Sagunto y Denia.
(701) 304.Viniendo Asdrúbal, cartaginés, de Cartagena a la ciudad de Denia, topole en el camino un español, llamado Tago, que era un principal señor en aquellas partes, y como Asdrúbal tenía reciente en el corazón la saña contra los saguntinos por haberse mostrado amigos de los romanos contra los cartaginenses, y la muerte de Amílcar fuese aun fresca en su memoria, mandole arrebatar a los suyos e ahorcarle de una encina, y por más denuesto de los españoles mandó que nadie le quitase de allí so pena de muerte. De esto se sintió tanto un español, criado de Tago, que procurando de llegar a donde estaba Asdrúbal, cercado de soldados, le dio con un estoque, que era arma española, tantas estocadas que lo mató sin poderle valer toda la guarda que al derredor de sí tenía. Fue luego preso y puesto en muchos tormentos, mas no por eso le oyeron queja ni dar gimido alguno, antes mostraba gran contentamiento, burlándose de los tormentos, porque había vengado la muerte de su señor; otros dicen que le mató yendo en una procesión186.
(702) 305. Lo dicho ha de ser ejemplo escripto después de lo que se sigue. Siendo tercero emperador de Turquía Amurate, primero de este nombre; teniendo guerra con todos sus comarcanos, Lázaro Dispoto, señor de Serbia, y Marco Grayo, señor de Bulgaria, y otros señores de Albania, se juntaron para darle la batalla y por la mala orden de los cristianos fueron desbaratados e muertos e presos muchos, y entre ellos Lázaro Dispoto de Serbia, al cual mandó luego matar. Sintió tanto un esclavo cristiano, que el turco tenía, vasallo que había sido del Dispoto de Serbia, que se determinó de hacer una notable hazaña, y fue que hallándose sólo con el Gran Turco, por vengar
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Livio, el doctor Per Antón Veuter en la Primera parte de su Crónica General y el Maestro Florián de Ocampo.
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la muerte de su señor le dio siete puñaladas con que le envió al infierno187.
(703) 306. En la batalla en que el Gran Turco Selín, hijo de Bayaceto Segundo, desbarató al Gran Safí Ismael, rey de Persia, en los campos de Calderán, cerca de la ciudad de Tayris, año de mil y quinientos y quince, fueron halladas muchas mujeres persianas muertas, que seguían a sus maridos en la guerra188.
(704) 307. El enjemplo de este se ha de buscar en la Corónica ge neral de España, y en la Tercera parte de la Corónica general de España que escribió el maestro Florián de Ocampo, donde se escribe en una batalla que hubieron los españoles con los cartaginenses, murieron muchas mujeres españolas peleando a favor de sus maridos y defensión de su tierra.
(705) 308. Vayaceto, hijo de Amurate, emperador de Turquía, fue tan diligente y determinado en proseguir sus propósitos, que era llamado Eldrín Bayaceto, que quiere decir relámpago o rayo del cielo189.
(706) 309. Opato, tirano entre los acetanos, que son los pueblos que caen detrás de Monsarrate, hacia el norte, mató a un principal varón de aquella comarca, llamado Paciato, casetano. Dos mancebos españoles, viéndose tan pobres que no podían mantener a un padre viejo que tenían, determinaron de hacer una notable hazaña. Fuéronse a los hijos que quedaron de Paciato casetano e dijiéronles que ellos matarían a Opato, tirano, que había muerto a su padre, si se obligaban que haciendo ellos esto daría a su padre y madre, para sostener su vejez, doce mil dineros de oro. Los hijos de Paciato se obligaron de dárselos si matasen al tirano. Hecho el concierto, los mancebos se fueron por las guarniciones e gente de guarda que Opato tenía alderredor de su casa y entrando 187
Paulo Jobio, obispo de Nocera, en la Historia de los turcos. Vasco Díaz Tanco en su Palinodia y otros. 188 Paulo Jovio, Obispo de Nocera, en la Historia de los Turcos.Vasco Díaz Tanco en su Palinodia y otros. 189 Enjemplo de este ha de ser en lo que se escribe en la Corónica de Aragón de Íñigo Arista.
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en ella, en medio de los suyos, le mataron… y ellos fueron luego muertos190.
(707) 310.Teniendo Aníbal cercada Sagunto, un capitán saguntino, llamado, según dice Silio Itálico, se puso en un portillo que los cartaginenses habían hecho en el muro y con una espada y cetra, que era como adarga, defendió valentísimamente aquel portillo todo el día, a gran número de enemigos que le combatían, hasta la tarde que fue muerto con los ballesteros191.
(708) 311. Entrada Sagunto por los cartaginenses yendo matando y robando la ciudad, llegaron al templo de Hércules; un sacerdote del templo revestido con las vestiduras sacerdotales, revestido con la maza, que tomó de la ídola de Hércules, el medio de una plaza, que estaba delante del templo, hizo tan gran matanza en los enemigos, que tenía al derredor de sí un gran montón de muertos. A la fin fue muerto, habiendo caramente vendido su vida192.
(709) 312.Volviendo de Cartago los embajadores romanos de romper la paz con los cartaginenses vinieron por España a solecitar el amistad de algunos pueblos de ella. La primera tierra donde probaron su intención, siendo desembarcados, fue la de los vargusios, que decimos pertuces, junto a los Perineos, e halláronlos de buena voluntad para favorecer a los romanos; pasando de allí vinieron a un gran pueblo de Aragón, que decían de los galgios, proponiendo su embajada en el Senado levantose un anciano de ellos y con mucha gravedad y sentimiento les dijo: —¿Qué poca vergüenza es esta vuestra, oh Romana, que andáis solicitando nuestros pueblos, que antepongamos vuestra amistad a la de los cartaginenses, siendo verdad que los tristes de los saguntinos han sido más cruelmente vendidos por vosotros que destruidos por ellos? Andad, idos allá donde no se sabe la destruición de Sagunto, que a los pueblos de España enjemplo miserable les será, y de llorar la per-
190 Valerio 191 192
Máximo, Libro Quinto, capítulo cuarto. Silio Itálico. Silio Itálico, Libro segundo.
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dición de tal ciudad. Salíos presto de nuestros términos si no queréis perder vuestras vidas. Oyendo esto los romanos bajaron sus cabezas y llenos de confusión y miedo, salieron de la tierra193.
(710) 313.Teniendo los africanos cercada la ciudad de Iliturgis, que agora llamamos Jaén, con sesenta mil hombres repartidos en los capitanes, es a saber: Asdrúbal, Magón, su hermano y Amílcar, hijo de Vomílcar. Vinieron a socorrerla Cornelio Cipión y Neo Cipión con diceséis mil infantes y pasaron por medio de los tres reales y socorrieron la ciudad de gente y provisiones, y luego combatieron el real de Asdrúbal, que era el mayor; y viniendo a socorrerle los otros dos reales fue muy reñida y confusa la pelea, mas al fin los romanos vencieron a los africanos, matándoles veinte mil hombres y prendiendo tres mil194.
(711) 314. Habiéndose rebelado la ciudad de Iliturgis, que agora llamamos Jaén, contra los romanos, Cornelio Cipión el Africano, llamado el Grande, vino con su ejército sobre ella y combatiéndola fue el primero que subió por el muro y entró en la ciudad195.
(712) 315. Teniendo los romanos cercada la ciudad de Ástapa, en España, y conosiéndose esta ciudad ser muy culpada contra ellas hizo una granidísima crueldad y fue que desconfiando de poderse defender, hicieron un montón de todas las ropas y riquezas comunes y particulares en medio de la plaza y pusieron encima sus hijos y mujeres y alredor allegaron mucha leña seca, e aparejaron fuego e dejaron allí cincuenta mancebos juramentados que si viesen que ellos, que salían a pelear, iban de vencida, tuviesen por cierto que allí habían de morir, e luego matasen a todas las mujeres y niños e pusiesen fuego a la leña, para que se quemase todo lo demás e después se matasen ellos mismos, porque los romanos no fuesen señores de cosa alguna de la ciudad de Estapona; y si viesen que ellos habían lo mejor de la batalla no ficiesen cosa alguna de lo suso dicho.
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Tito Livio, Década tercera, libro primero. Para este enjemplo de romanos se ha de buscar otro de españoles. 195 Corríjase con Tito Livio. 194
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Hecho esto salieron a la batalla, y como luego diese muestra de ser vencidos de los romanos los de dentro hicieron lo que les habían mandado, matando las mujeres y niños y poniendo fuego a todo lo demás, quemando con ello a los que no eran acabados de morir. E luego se mataron los cincuenta unos a otros, y cuando los romanos entraron en la ciudad, después de muertos todos los que salieron a pelear, no hallaron otra cosa sino los ríos de sangre que peleaban con el fuego y quemaban los cuerpos y riquezas de aquel pueblo, y muchos romanos que arriscaron a sacar del fuego lo que relucía fueron quemados vivos.
(713) 316. Escribe Paulo Orosio una cosa de notar y Clauro hace memoria de ella y fue que guerreando los romanos con los españoles en Lusitania, que agora se llama Portugal, trecientos portugueses salieron de un bosque a mil romanos e pelearon tan valientemente que con morir de ellos solos sesenta les mataron trecientos y veinte romanos, y al fin de cansados, dejaron los unos y los otros la batalla; los portugueses, como vencedores, iban de su espacio a recogerse, quedando uno de ellos muy rezagado arremetieron muchos de caballo romanos a él, pensando matarle muy a su salvo. El portugués muy esforzadamente volvió a ellos, e de una lanzada mató al caballo al que más cerca llegó, e de un golpe cortó a cercén la cabeza del romano. Los otros de que vieron esto atónitos se pararon y sin osar el más a cometer, le dejaron ir muy de espacio a juntarse con los suyos.
(714) 317. En el año de novecientos y doce, viéndose los aragoneses sin rey, eligieron para su rey a un varón excelente llamado Íñigo, por sobrenombre Arista, porque así se encendía en viendo los enemigos como la arista en el fuego. Fue de linaje de los godos y sigún otros natural del condado de Vigorra que es en Navarra. Este se puede comparar a Flaminio romano que según escribe en Tito Libio y Plutarco así se inflamaba con la ira como una llama de fuego196.
196 También
se puede comparar al Gran Turco Vayaceto, hijo de Amurate, que fue tan diligente y determinado en ejecutar sus propósitos, e por sobrenombre fue llamado Eldin que quiere decir relámpago o rayo del cielo.
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(715) 318. Siendo elegido Íñigo Arista por rey de los aragoneses fuele revelado que donde quiera que viese una cruz en el aire, allí se parase. Estando un día en el llano, que se hace entre los montes de Sobrarbe y los Perineos, vio en el aire una cruz blanca y esta devisa trajo siempre en sus banderas197.
(716) 319. Habiendo muerto los moros a don García Íñiguez, rey sexto de Aragón e de Navarra, y a su mujer, la reina doña Urraca, acertó a pasar por donde ella estaba muerta un caballero de la casa del rey llamado Guevara. Vió que por una lanzada que la reina tenía en el vientre tenía sacado un brazo la criatura, apeose y sacándole del vientre le envolvió lo mejor que pudo y llevándole a su casa, donde se crió, llegando edad de cuatorce años y sabiendo que los aragoneses se habían juntado en la ciudad de Jaca a elegir rey, les dio información de todo lo suso dicho, e así le alzaron por rey e se llamó después el rey don Sancho Abarca. Y también dicen que este caballero Guebara, por este notable hurto que hizo, se llamó después Ladrón de Guebara, como hasta hoy se llaman sus descendientes198.
(717) 320. Don Alonso Cuarto de Aragón reedificó la ciudad de Soria que Cipión había destruido cuando se llamaba Numancia.Y ansí mismo edificó Almazán y a Verlanga, y a Velorado. Fue muy desacertado a las iglesias y lugares sagrados, y así permitió Dios que, estando en el combate de Fraga, cayó en tierra súpitamente, en presencia de muchos y nunca más paresció, ni muerto ni vivo, otros dicen que sí199.
(718) 321. Estando doña […] marquesa de Villena, en sus casas que tiene en Toledo, estando ausente el marqués, su marido, un regidor de aquella ciudad que llamaban Juan Terrín, muy privado y favoredo del marqués, hallándose sola la marquesa se atrevió a decir tales palabras
197
Enjemplo en el emperador Costantino el Grande. Léase en Los Césares de Pero Mexía. 198 Enjemplo en el nacimiento de Julio César. Léase en Plutarco y en Los Césares de Pero Mexía. 199 Enjemplo en Artud, rey de Inglaterra. Léase en las corónicas de Inglaterra y Caída de Príncipes de Juan Bacacio.
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que ella, con grande alteración, le mandó ir de su casa; y dijo delante de los suyos: —Si yo tuviese criados, matarían a Juan Torrín. Un mayordomo suyo que lo oyó, tomando dos negros con dos porras, otro día de mañana se fue a casa de Juan Torrín y le hizo matar a porradas200.
(719) 322. Doña […] marquesa de Astorga, siendo el marqués su marido salido a caza, un alcalde mayor suyo le dio ciertas coplillas de amores que le había hecho. La marquesa, sin más aguardar, le hizo luego ahorcar. E cuando el marqués volvió de caza halló a su alcalde mayor ahorcado, y sabida la causa holgó mucho de ello201.
(720) 323. Dice Lucio Marineo Sículo, en la recopilación que hizo de los reyes de Aragón, que el rey don Sancho el Segundo, hijo del rey don Ramiro el Primero, venció al Cid Ruy Díaz. El coronista miente, mas pues entrambos fueron españoles póngase enjemplo el que está en la margen, aunque en la verdad el Cid Ruy Díaz nunca fue vencido ni preso202.
(721) 324.Viniendo el rey don Pedro el Tercero, rey de Aragón, de este nombre, a poner cerco sobre Huesca, vino a servirle un caballero desterrado del rey de Castilla, que llamaban don Fortunio Lizana, con trecientos lacayos gascones, todos con mazas de hierro y con ellos peleó tan bien que fue gran parte para que el rey venciese los moros y paganos. La ciudad, entrado el rey vencedor en Huesca, llamó a don Furtunio de Lizana don Furtunio de la Maza, de quien vienen hoy los caballeros valencianos que se llaman de la Maza203.
(722) 325. Siendo rey de Aragón don Ramiro, Quinto rey, llamado El Monje, hizo muchas cosas muy señaladas en paz y en guerra, 200
No es de la Corónica. No es de la Corónica. 202 Tito Livio y Plutarco en la Vida de Marco Marcelo escribe que aquel fue el primero que peleando con Aníbal le vio las espaldas a Aníbal. 203 Búsquese para éste y para don Rodrigo García de Cisneros, que después se llamó de Girón, y para el de Vargas, que se llamó Machuca, y para el de Guevara, que se llamó Ladrón. 201
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pero como no estaba acostumbrado al ejercicio de la caballería, por haber sido monje muchos años, burlábanse dél los grandes y caballeros de su reino, y no le tomaban en el grado que a su estado pertenecía. Entendido por el rey lo poco que sus vasallos le temían, envió un criado suyo de quien mucho se fiaba al abad de Sant Ponce de Tomerio, a saber sobre tal caso qué debía hacer. El abad vista la embajada del rey, como hombre prudente, metió consigo al mensajero a un jardín, y con un cuchillo andaba cortando los puntos de las hierbas más altas, y de esta manera los igualaba con las bajas, y sin más respuesta despachó al mensajero. Viendo el rey que ningún despacho traía le preguntó qué viera hacer al abad después que le dio su embajada. Dijo que se había entrado a un jardín y se andaba con un cuchillo cortando las puntas de las hierbas más altas. El rey, que lo entendió, sin decir nada a ninguna persona echó fama que quería hacer una campana tan grande que el sonido de ella se oyese en todo el mundo. Y para ver esta maravilla envió a llamar todos los grandes y caballeros del reino y ellos vinieron luego, creyendo dél cualquiera disparate. Juntado que los hubo en su Corte, mandolos llamar uno a uno a cierta parte secreta de su palacio y allí los hizo cortar las cabezas; y teniéndolos juntos degollados mandó llamar a sus hijos y mostrándoles a sus padres les amenazó que haría otro tanto de ellos si tales fuesen. Otros dicen que dijo, viéndolos degollados, riéndose de ellos: —No sabe la vulpeja con quien trebeja204.
(723) 326. Don Remón Berenguel, octavo conde de Barcelona, fue de muy hermosa dispusición y doctado de todas las virtudes que en un príncipe se deben desear. Tenía tantos y tan rubios cabellos que por sobrenombre le llamaban Cabeza de Estopa. Fue muerto de envidia por su hermano, don Berenguer, yendo de Barcelona a Girona. Mostró Dios milagro, porque súpitamente el matador perdió el habla y ansí murió desaventurado205.
204
Enjemplo en Tarquino en [el] Superbo. Tito Livio, Diolisio Alicarnasio. Enjemplo en Cómodo, emperador de Roma que tenía muy rubios cabellos. Autores, Herodiano, Pero Mexía en sus Césares y otros. 205
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(724) 327. Don Alonso Décimo, rey de Aragón y conde de Barcelona, fue hijo del rey don Pedro, que dotado de muy grandes virtudes, en especial fue tan liberal que nunca se mostraba tan alegre como cuando hacía alguna gran merced y que cuanto aquella era mayor otro tanto era muy mayor su alegría, ansí comúnmente fue llamado el rey don Alonso el Largo206.
(725) 328. Queriendo la duquesa de Villa Alba prender por engaño al mariscal Pero Pardo que era un caballero gallego y muy valiente, enviole a llamar a una fortaleza suya, y puso gente escondida para que a cierta seña que ella hiciese saliesen a prendelle y si se defendiese, le matasen. Venido el mariscal muy descuidado de sospechar tal cosa, entró donde la duquesa estaba, ella hizo la seña que ella había dicho a los suyos. Ellos salieron como estaba concertado.Viéndose el mariscal cercado de sus enemigos arremetió a la duquesa y tomole el hijo mayor que allí tenía, y sacando un puñal juró de matalle si a él llegasen; y así se libró de ellos, porque temiendo que le matase, la duquesa mandó que le dejasen ya libremente207.
(726) 329. Cuando los numantinos se vieron desesperados de poderse librar de Cipión, que los tenía cercados para osar acometer la crueldad, que Tito Livio y otros escriben, se hartaron de carnes medio crudas y bebieron de cierto zumo llamado celia que tenían en el lugar divino con que casi salieron fuera de su juicio y así consumieron a sí y a su ciudad que en cierta manera que no quedó con que se pudiese llevar en el triunfo. Cuenta Oracio que preguntando Apión a un príncipe español de gran prudencia, llamado Lieso, cómo se había perdido Numancia que le habían dejado llegar a ponerle cerco, respondió:
206
Enjemplo en el emperador Tito. Léase en Suetonio y en Cornelio Tácito y en Los Césares de Pero Mexía. 207 Enjemplo en Julio César cuando los egicios le tenían cercado en Alejandría, que siempre tenía el rey, que era mochacho, de la mano, amenazándoles que le mataría si osaban tirarle. Comentarios de César, Lucano, Plutarco, Apiano Alejandrino en Las guerras ceviles.
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—El español con la concordia venció y por la discordia fue vencido208.
(727) 330. Para ganar Apión la voluntad de los españoles y tenellos más obligados a su servicio tomó los principales niños que en los pueblos que les siguían halló y enviolos a Huesca de Aragón donde fundó un Estudio General de letras latinas y griegas, y situó salarios para grandes maestros que trujo para enseñar.Y con esta cautela obligó a sus padres a servirle y a no poder hacer otra cosa por las prendas que de ellos tenían.
(728) 331. En España era costumbre que en muriendo un capitán todos sus familiares y amigos habían de morir con él, y no ostante esto muy muchos quisieron ser sus familiares por las honras y mercedes que siendo vivo les hizo. Este fue Cipió, y aunque era capitán romano guardose cuando murió esta costumbre por haber muerto en España209.
(729) 332. Un criado del rey don Enrique el Cuarto, que se llamaba Barrasa, entrando descuidado en un corral le acometieron siete leones que el rey allí tenía.Y él se dio tan buena maña que a cuchilladas les fizo retraer a todos y ansí le dejaron con mucha honra sin hacelle ningún dapño.
(730) 333. Fue tan grande la templanza de fray Francisco Jiménez, arzobispo cardenal de España, que en ninguna cosa mejoró su cama, ni su vestir, ni su comer después que fue arzobispo de cuando estaba en el monesterio de San Francisco, puesto caso que los arreos de su casa y abundancia de sus mesas y gastos ordinarios fueron conformes a su grandeza y dinidad.
(731) 334. Estando los hebreos muy fatigados con los trabajos que los egicios daban porque ya habían olvidado las buenas obras que del Josefe habían rescibido, un egicio adivino muy estimado del rey le avi-
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Lucio Floro. El enjemplo de esto se hallará en muchas partes, en las Corónicas de las Indias que escribieron Gómara y Enciso y otros. 209
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só que en aquel tiempo había de nacer entre los hebreos un varón de gran virtud y que en gran manera afligiría las cosas de los egicios y ensalzaría las de los israelitas.Atemorizado el rey con esto dio un mandamiento que todo varón que naciese muriese echado en el río, e mandó a las parteras de Egicio que tuviesen gran cuenta con los partos de los hebreos, so pena de muerte a quien lo encubriese y a toda su casa. Teniendo los hebreos este por el último trabajo y fin de su generación se afligían gravemente, mas como ninguno puede resistir a la voluntad de Dios, aunque para ello invente infinitas artes, el niño de quien aquel adivino había dicho, sin embargo de los guardas del rey, fue criado y escondido210.
(732) 335. Una [ciudad] hacía los términos de Arabia, llamada Besorra; y en tierra de Galaz otra, llamada Arimán; y en Betania otra, llamada Gaula de Man; y otras tres ciudades mandó poblar en tierra de Canán de las de los levitas, las cuales seis ciudades fuesen tenidas por sagradas, donde se acogiese para valerse solamente aquellos que matasen a uno acaso y no sobre hecho pensado. Muerto el pontífice en cuyo tiempo acaesciese el tal delito, ordenó que libremente el tal delincuente volviese a su tierra211.
(733) 336. Llevando sus enemigos preso a Sansón y atado para entregarle a los palestinos, viéndolos Sansón venir muy alegres por su prisión, Sansón rompiendo las ataduras y arrebatando una quijada de asno que acaso halló a sus pies, salió en medio de sus enemigos y hiriendo con ella a todos cuantos pudo alcanzar, mató casi mil y los demás huyeron.Y el lugar donde esto acaesció de allí adelante se llamó Quijada212.
(734) 337. Muerto Saúl, Admer, hijo de Ner, capitán general de Saúl, hizo alzar por rey de los hebreos, ecepto del tribu de Yudá, a 210
Enjemplo en Avides, rey de España. Léase la Corónica general Enjemplo: el templo asilo de los griegos que después edificó Rómulo en Roma.Y la preminencia que el rey Sisisbuto, godo, otorgó en España a las iglesias. 211 Enjemplo: el templo asilo de los griegos que después edificó Rómulo en Roma. Y la preminencia que el rey Sisisbuto, godo, otorgó en España a las iglesias. 212 Enjemplo en Garci Pérez de Vargas que con una rama de oliva mató muchos moros. Corónica del rey don Fernando que ganó a Sevilla.
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Ysboseteh, hijo cuarto de Saúl, porque los otros habían muerto con su padre en la batalla, y señalándoles su asiento en un lugar, que en hebraico se llama manal y en castellano castillo.Y de allí partió Adner con los más escogidos a hacer guerra al tribu de Judá, porque habían alzado por rey a David. A este salió al encuentro Joab, sobrino de David con Avisaí y Asael, sus hermanos, y todo el ejército de David. Llegando a vista de sus enemigos Joab ordenó sus batallas, Adner dijo que deseaba saber cual de las dos partes tenía más valientes hombres y ansí, por concierto, fueron escogidos doce de cada parte para combatir. Salidos estos en medio de ambos ejércitos se arrojaron las lanzas y echando mano a las espadas y trabándose de las cabezas se hirieron por los pechos y hijadas. Murieron todos a uno (sic)213.
213
Enjemplo en los pajes de Puertacarrero o del duque de Medina que saliendo ocho con su maestresala a matarse con el Trinchante y otros ocho pajes de su amo, murieron todos, sin quedar más de uno [que] vino (vivo) cortada una pierna.
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(735) 1. Habiendo dado cierto poeta a un Papa un soneto para que lo viese confiado en que era famoso leyéndolo el Papa, al segundo o tercer verso halló una sílaba de menos y díjole: —Mirad, fulano, que a este verso le falta una sílaba. Respondió tan presto: —Sanctísimo Padre, no se maraville vuestra sanctidad que leyendo adelante habrá otro verso que tenga alguna sílaba de más, y se puede ir la una por la otra.
(736) 2. Habíasele muerto su madre a cierto gentilhombre, esto no obstase iba a visitar a una dama suya, y llevaba los aderesos de la mula de terciopelo. Encontrándole un su amigo le dijo: —Vergüenza y a fiesta vuestra es que habiéndose muerto vuestra madre váis con los aderezos de la mula de terciopelo. Respondiole el gentilhombre que: —Señor, perdonadme que no sabía yo que la mula era parienta de mi madre.
(737) 3.Yendo un día de fiesta cierta dama a la iglesia a misa, reparó en que un gañán algo aliñado se paseaba por delante de la puerta haciendo piernas y ella, por motejarlo de villano, le preguntó si se había acabado la misa de los villanos. Le respondió al punto: —Sí, señora, y se comienza ya la de las putas, por eso entrad presto para que la oigáis con vuestras compañeras.
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(738) 4. Estando un embajador del duque de Milán en Florencia en tiempo de Lorenzo de Médicis, el Lorenzo, por festejarlo y divertirlo, hizo venir a su palacio un rapaz de hasta cinco o seis años agudísimo por todo estremo; y habiéndose señalado entonces con aplauso y maravilla de todos, el Médicis preguntó al embajador que ¿qué sentía de la agudeza de aquel rapaz? Respondió: —Por estremo bien, mas este niño en siendo mayor será un asno, que así suele succeder cuando siendo pequeños son tan agudos y decidores. Entonces el muchacho, mirando al embajador, dijo: —Qué agudo debía de ser vuestra excelencia cuando era niño.
(739) 5. Un cierto doctor en filosofía por la Universidad de Padua fue muy galán y gracioso y en decir agudos dichos muy prompto. Encontrando, pues, con una dama en una calle hízola lugar para que pasase, diciéndola: —Esta cortesía os hago porque lo merece vuestra buena cara y bizarría. Ella, soberbia con el favor, le respondió descortés diciendo: —Sois un zafio, grosero y descomedido. Respondió el doctor: —Confieso, señora, que entrambos hemos mentido.Vos en lo que me habéis dicho, y yo en llamaros hermosa; ahora pasad como quisiéredes que la calle tenéis por vuestra.
(740) 6. Dos caballeros en Castilla, el uno viejo y muy discreto, y el otro muchacho de poca experiencia, escribieron ciertas cartas a una dama a quien entrambos servían. Y en un mesmo tiempo se ofreció después hallarse juntos en casa de la tal dama, y el caballero mancebo, queriendo motejar de viejo al anciano delante de la señora, le preguntó que: —¿Cuántos años tendría? Él respondió: —Cierto, señor, que no lo puedo verificar, porque no me acuerdo, mas de lo que puedo dar fe muy bien, porque lo sé, es que un asno de veinte años es más viejo que un hombre de setenta.
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(741) 7.Yendo camino un buen hombre en un caballo muy flaco se encontró con otro pasajero, el cual por hacer burla dél le dijo: —Buen hombre, ¿a cómo vendéis la vara de ese vuestro caballo? Entonces el del caballo levantándole la cola le respondió: —Amigo, llegad a la tienda a comprar, que yo os la daré bien barata, haciéndoos la cortesía que a vos os diere gusto.
(742) 8. Habiendo sido creado sumo pontífice Pío Segundo, un hombre natural de Sena, llamado Pinciarelo, se partió luego a Roma a verse con el nuevo pontífice, con esperanza de alcanzar alguna gran merced de Su Sanctidad, por haber tenido sus correspondencias con él cuando estaba en menor fortuna. Y aunque es verdad que el Papa le conoció en viéndole, mas no se pudo acordar de su nombre, porque había mucho tiempo que no lo había visto, y así se lo preguntó. Respondiole: —Beatrísimo padre, ¿no me conocéis, que soy Pinciarelo? Dijo el Papa: —Cierto que entendí que después de tantos años habías mudado de nombre. Y no obstante le envió con las manos en el seno. Vuelto a su patria respondía (a los que le preguntaban que qué había negociado en Roma): —Pardiez, señores, que nada; porque tan Pinciarelo me torno como Pinciarelo me fui.
(743) 9. Puso uno en un sobrescrito habiendo de ir a aposentarse en casa de un pariente cuyo nombre se le había olvidado: «A mi amado amigo y pariente, el marido de fulana, y hermano de zutano, en tal parte, y en su ausencia a fulano, mi aficionado y bienhechor».
(744) 10. Habiendo ido el duque Juan de Angio con un grueso ejército, pensando apoderarse de Nápoles, hizo poner en sus banderas un cartel que decía así: «Fuit homo misus, cui nomen erat Joannes». El rey Alfonso de Aragón en contraposición puso en las suyas: «Ipse venit, et non receperunt eum».
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(745) 11. Un cierto hombre llevaba a un hijo suyo a las ancas de una mula y al subir de una cuesta díjole que se agarrase bien del arzón porque no cayese. El chicuelo, haciéndose mal en las asentaderas dijo: —Padre mío, cuando vos os muriéredes ¿llegarame mi tanda de ir yo también caballero en la silla, como vos vais ahora? Respondiole el padre: —¡Ah!, enemigo, tu día se te llegará, en que hagas lo mesmo que ves hacer a tu padre. «Filius ante diem patrios inquirit in annos» (Ovidio).
(746) 12. Estando en una conversación en Padua un gentilhombre ginovés que era estudiante, le dijo a otro que se picaba de gran decidor, y de motejar a otros: —Señor fulano, vuestra merced era pintiparado para peón de ajedrez, porque es pequeñito y cosa poca. Respondió el ginovés: —Tenéis mucha razón, más para que no le falte nada al juego, vuestro hermano, que está presente, y tiene buen cuerpo y grande, puede servir de roque, y vos de caballo.
(747) 13. Un cierto hombre tenía amistad con la mujer de un panadero, y estando una noche con la tal señora llegó el marido. Ella aconsejó al adúltero que se metiese en la pocilga con los lechones; hízolo, gruñía como ellos, mas de manera que reparó en ello el marido, y preguntó: —¿Quién eres tú que gruñes entre mi ganado? Él, con una voz extraordinaria, respondió: —Soy un desdichado lechón. Cobró el pobre panadero tan grande horror y espanto que sin averiguar más escapó por la puerta a fuera, dando lugar a que el adúltero se fuese libre riyéndose de la simplicidad y poco saber de aquel honrado y buen hombre.
(748) 14. Un mercader veneciano tenía grandes tratos y contratos en Nápoles, y la avaricia le hizo que reparase en otro mercader natural de Rávena porque le veía cada día ir a la iglesia, oír muchas misas, rezar siempre en sus horas.Y engañado de semejantes acciones le
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tenía por sanctísimo hombre, y así por de muy buena conciencia, con lo cual le confió gran cantidad de dineros para que traficase con ellos partiendo las ganancias, mas el mercader hipócrita apoderado del dinero lo malbarató, y llegado el tiempo de las cuentas no solo no le dio nada, sino que negó el dinero que había recibido, y aún dijo que ni sabía quién era, ni le conocía, ni sabía qué se pidiese. Reprehendiendo al veneciano de su facilidad de fiarse de quien no conocía, respondió: —Señores, a mí no me engañó este hombre, sino sus hocicos, y los salmos y oraciones que en ellos rezaba. Como si dijera que solo hipocresía le había engañado.
(749) 15. El arriero de Nápoles pasando por cierta ciudad vio una mujer que estaba lavando un poco de ropa, y por estar más desocupada y desembarazada se había enfaldado los vestidos sobre las asentaderas, y como tenía la camisa mojada se le había metido entre las piernas, díjola el arriero: —Señora, mirad que las asentaderas os roban la camisa. Respondió ella: —Antes se limpian la boca para besaros.
(750) 16. Riñendo dos mercaderes en una ocasión sobre sus tratos y contratos, muy enojado, dijo el uno al otro: —¿Tú me quieres engañar? Voto a tal que me obligo a venderte en buen mercado. Respondió el otro: —Pues yo no a ti, porque no hallaré por ti una blanca.
(751) 17. Durmiendo un cierto galán con una dama pobre, sacó después medio escudo y dioselo. Ella, muy enojada, no lo quiso, pareciéndola poco, y levantó algo la voz. Díjola el galán: —No os alteréis, señora, ¿podéis vos querer más que vuestro resto? Dándola a entender que no valía más cuanta hacienda ella tenía.
(752) 18. La calle de Nuestra Señora del Pópulo, en Roma, se enladrilló a costa de los tributos que las mujeres cortesanas daban. Succedió, pues, que una de ellas iba por ella y encontró en un paso estre-
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cho con una matrona romana, y al pasar la cortesana no hizo la cortesía que debía, por lo cual la matrona romana, sentida y enojada, la dijo algunas pesadumbres. La cortesana respondió: —Señora, perdonad mi descortés proceder, que bien reconozco que vos tenéis mucha más acción y derecho en esta calle, que no yo.
(753) 19. Andando por Florencia dos amigos, el uno de ellos caminaba muy apriesa, el otro, que no lo quería ir tanto, le asió de la capa, y le dijo: —Señor, no caminéis tan apresuradamente, que no le está a un hombre grave como vos sois ir de esa manera.Y aun dice Aristóteles que el caminar de espacio es señal de autoridad en la persona, y andar a priesa de liviandad. El otro, mirando al rostro de su amigo, le respondió: —Si Aristóteles tuviera que hacer la mitad de lo que yo tengo, corriera como un loco por toda la ciudad, y cuando lo hubiera hecho esto no negociara la mitad de lo que yo negocio.
(754) 20.Tenía un ciudadano una mujer poco honesta, por lo cual estaba muy descontento y harto de ella; y así se determinó de dar parte de esto a su suegro, protestándole que si no daba orden de que se enmendase que no haría vida con ella, sino que se la enviaría a su casa. El suegro, consolando al yerno, le dijo: —Tened un poco de paciencia, hijo mío, y sufridla un poco de tiempo, que cuando menos os penséis cairá en la cuenta y se enmendará, como hizo también su madre, y mi mujer, que cuando era muchacha recién casada hizo algunas niñerías, como loquilla, mas ahora, que ya es mujer mayor y de juicio, es la mejor mujer de todo aqueste pueblo, y lo mesmo vendrá a ser últimamente la atronadilla de su hija.
(755) 21. Un curioso ciudadano de Pisa solía decir que esta era una ciudad marítima sin pesca, que tenía una real iglesia mayor sin sacristía, un campanario tuerto que nunca se caía, una casa pública sin damas cortesanas, una universidad sin doctores. Esto último no tiene lugar hoy porque hay muchos y muy doctos.
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(756) 22. Preguntándole a un gallardo ingenio qué medio se podría tomar para que dos casados estuviesen siempre en paz, respondió que dos medios: el uno, que el marido fuese sordo y la mujer ciega, para que ella no viese los disparates del marido, y el marido no oyese todo el día gritar a la mujer por la casa.
(757) 23. Litigaba un cierto mercader con otro en un corrillo de otros de su trato, y habiendo dicho el primero su razón, saltó el otro y dijo: —Señores, no creáis nada de cuanto os ha dicho fulano porque no ha hablado palabra de verdad. Escuchadme que yo os diré el evangelio.Y comenzo a decir. Entonces el otro quitose el sombrero y púsose a escuchar muy atento. Preguntáronle los presentes por qué se descubría. Respondió: —Porque éste está diciendo el evangelio.
(758) 24. Yendo un gentilhombre una jornada, llegó a un mesón donde pidiendo de comer le sirvieron casi toda la comida con yerbas, y con el vino muy aguado, y en efecto todo muy a lo medicinal. Acabada la comida dijo el caballero que le llamase al médico que quería pagarle. El mesonero respondió: —Señor, no pidáis médico porque no le hay en este lugar. Acudió el caballero: —¿Cómo no? No os conocéis a vos por tal: señal es que no queréis ser bien pagado, y como médico, pues como tal me habéis dado la comida, como a enfermo. Tomad este dinero que se os debe. Y pagole como a médico y partiose.
(759) 25. Un pobre hombre natural de la ciudad de Parma tenía un hijo de buen ingenio y muy aficionado a las letras y no teniendo posibilidad de doctorarlo, vendió para ello una pequeña posesión que tenía, y con aquel dinero le tuvo en Bolonia siete años, hasta que se doctoró con esperanza que a su vejez le sustentaría, más el buen hijo, cuando había de sacar algún fruto de su trabajo y gasto que había hecho a su padre, se hizo religioso de San Francisco. Lamentándose el padre con él por su desamparo, le respondió: —Padre, yo deseaba vivir pobremente.
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Replicó el padre: —Pues, loco, dónde pudieras vivir con más pobreza que conmigo, pues me has dejado en el hospital.
(760) 26. Un criado de Ludovico, rey de Francia, vio un piojo en la capa del rey, y hincándose de rodillas y alzando la mano le dio a entender que quería hacerle una gran lisonja y servicio, ocasión de que el rey se inclinase un poco, y quitándole el piojo lo arrojó como a escondidas. Preguntándole el rey que qué había quitado, con vergüenza le respondió que un piojo. Dijo el rey (agradeciéndoselo): —Buena señal que semejantes animalejos no acuden sino en la florida juventud, cuando uno es mozo y gallardo. Y mandó que por aquel servicio le diesen cuarenta escudos. Succedió, pues, de allí a muchos días, que con la fama de tan gran merced otro fue a palacio, y haciendo el mesmo estratagema con el rey que el primero, fingió que le había quitado al rey una pulga. El rey advertida la malicia y adulación le dijo: —¿Qué dices, desvergonzado, luego quieres tú hacerme perro a mí? Y mandole dar, en lugar del dinero que esperaba doblado, los azotes doblados y enviarle con Dios.
(761) 27. Un pobre pedía cada día limosna a un caballero muy rico, y no solo no se la daba sino que le trataba mal de palabra. Succedió que al tal caballero le sobrevino cierto mal en una pierna, y desde entonces se sentaba a la puerta de su casa, y cuando pasaba el pobre dábale limosna, y aun le llamaba cuando acaso no quería llegar y le decía: —Amigo, rogad a Dios que me quite este mal que tengo en esta pierna. Mas el pobre rogaba a Dios no que le quitase el dolor, sino que le diese otro peor en la otra pierna, para que así haciéndose más devoto siempre le acudiese con limosna para remedio de su trabajo y necesidad.
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(762) 28. Un cierto hombre de condición alegre y de buen gusto aposentó en su casa a un forastero amigo suyo, el cual llevaba mal el oír a la señora de la casa siempre riñendo con las criadas y alborotando la casa, y no pudiendo callarla se lo dio a entender al señor como mejor pudo, y él le dijo: —Pardiez, amigo, que tenéis poca experiencia de cosas del mundo; treinta y dos años ha que sufro yo esta vida, y vos os habéis enfadado de solo un cuarto de hora que ha que entrastes en mi casa. Tened pacienda, que mayor la he menester yo. Con esto quedó satisfecho el amigo, la barahunda cesó, y todo se convirtió en cenar, risa, placer y bureo.
(763) 28. b. Estando un truhán en cierta lonja vio venir hacia palacio a un hombre conocido con un ropón de damasco, venía cansado, afanado y sudando. Y no faltó quien dijo al truhán: —¡Hola! ¿no veis a fulano con el ansia y angustia que viene trasudando? Responió el truhán: —No os maravilléis que sude, porque trae una viña a cuestas. Y es el caso que el tal había vendido una viña para comprar el ropón.
(764) 29. Un gentilhombre iba muy a menudo a comer en casa de cierto amigo suyo que no se holgaba mucho con el güésped, lo uno por el gasto continuo, lo otro porque no podía cumplir con la calidad del tal hidalgo. Sucedió que yendo un día como lo acostumbraba, el amigo fue dilatando la hora del comer para ver si la tardanza le despedía; mas ni por eso, ni por esotro, antes pareciéndole ya tarde, dijo: —Amigo, ¿cuándo será hora de comer? Respondiole: —Señor, cuando vos os hayáis ydo.
(765) 30. Estando un cierto presumido delante de un juez dando y tomando sobre cierto litigio, pareciole que el juez no le trataba conforme a su calidad y díjole:
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—¿Señor, cómo me tratáis de esta manera? A mí de otra manera me suelen respectar, porque sabed, si no lo sabéis, que soy doctor graduado. Respondió entonces el juez: —Pues querría saber en qué lo estáis. Dijo el doctor: —Yo no me acuerdo, mas en casa tengo la carta y privilegio, aguardad que yo os lo enseñe para vuestro daño y pesadumbre.
(766) 31. Supo uno que un acreedor suyo se había muerto y dijo: —Cuerpo de Dios con el bellaco que por no pagarme se ha dejado morir.
(767) 32. Un cierto hombre escribió una carta a un amigo suyo, y no hallando quien se la llevase se la llevó él en persona, y en llegando en casa de su amigo se la puso en las manos y, sin hablarle palabra, volvió las espaldas y se fue.
(768) 33. Daban de palos a uno en cierta noche, y comenzó a dar grandes voces diciendo: —Favor, señores, favor. Salió otro amigo suyo y díjole: —¿Qué es menester? ¿Qué tenemos? Respondió él, no dándose por entendido: —No, nada, que era yo que daba ciertos palos.
(769) 34. Un hidalgo de miedo que cierto enemigo suyo no le cogiese entre puertas y le zamarrease, anduvo más de un año a sombra de tejados. No obstante, en una ocasión, se los asentó muy bien asentados. Dijo entonces el hidalgo: —Bendito sea Dios, que me ha sacado de tanto afán y cuidado.
(770) 35. Un soldado que estaba con el marqués de Mantua en el cerco de una ciudad, (teniéndose sospecha de alguna traición o tramoya de los contrarios) le dejaron por centinela en la vanguardia; y oyendo pasar un carro cargado de heno, pensando que era algún escuadrón de enemigos, dejó las armas diciendo: —Rendido estoy, aquí me tenéis por vuestro prisionero.
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(771) 36. Un gentilhombre recién casado, estaba con su mujer a una ventana y vio pasar una gallarda y hermosa muchacha y díjole a su mujer: —¿Queréis alegraros un poco? Pues oídme. ¿Véis aquella rapaza? Antes que se casase tuve yo largo tiempo amistad con ella y fue tan mentecapta y poco cuerda que se lo dijo a su madre, ocasión de sucederme a mí una gran desgracia. Entonces su mujer le dijo: —Por cierto, señor, que en su traza se conoce su poco talento, que yo me revolví mil veces con el carretero, con los criados de casa, y con otros muchos de fuera, y jamás dije nada a mi madre, ni tal pudo sospechar.
(772) 37. Un francés, dejando preñada en dos meses a una dama suya, se fue a Italia a la guerra, y volviendo de allí a dos años halló que se había revuelto con otro, y le había hecho creer que el hijo era suyo, si bien sietemesino. El francés, estando muy cierto de que era su hijo, y no del otro porque ella se lo había certificado así en muchas ocasiones, quiso tomar enmienda haciendo cierta equivalencia, más ella se le echó a los pies con muchas lágrimas rogándole que le dejase el hijo al otro, y que ella le daba su fe y palabra que el primero que pariese se lo daría en trueco y recompensa. Cayole al francés la oferta tan en gracia que desenojándose se fue y la dejó.
(773) 38. A un cierto hombre que había entrado en una hostería a comer, le pusieron en la mesa una ánade pequeña, mas lindamente aderezada. Llegó en aquella ocasión un español que al punto clavó los ojos en ella, que parecía que quería comérsela con ellos, y díjole: —En verdad, señor, que me parece que admite bien aquese plato compañía de un amigo. Díjole entonces: —Sí, mas querría que me dijésedes por cortesía vuestro nombre. Él respondió: —A mí me llaman don Fulano de Tal y de Tal, etc. Entonces el que comía dijo, como maravillándose:
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—No es posible que una avecilla tan pequeña pueda bastar para tantos, y más siendo españoles. Y así le dejó burlado y se la comió.
(774) 39. Cierto hombre tenía un grande amigo el cual cayó en una grave enfermedad.Visitolo el médico y mandole echar una ayuda, entre otros remedios, y no pudiéndose acabar con él que la recibiese, díjole el tal hombre viendo su obstinación: —Pues no queréis recebir el ayuda, por la amistad que entrambos profesamos, yo quiero recebirla por vos, mas con tal condición: que habéis de imaginar que os la echan a vos, para que por lo menos, si no la ayuda, os aproveche la imaginación de que os la echan. Y poniéndose a punto recibió la ayuda en presencia del enfermo con grandísima risa de todos los circunstantes.
(775) 40. En una conversación de hombres doctos se comenzó a disputar sobre cuál era la parte más noble y principal del hombre. Unos decían que los ojos, otros que la lengua, otros que la boca, alegando cada cual de su derecho.Y sucedió después de haber altercado mucho que de entre todos se levantase uno que dijo así: —Amigos y compañeros, por fuerza me habéis de confesar que cuando se junta una cuadrilla y tropa de hombres graves y honrados a aquel reputan por más digno y mejor que entre todos ocupa mejor lugar, y se sienta primero. Respondieron todos que decía muy bien. —Pues si esto es así, las asentaderas serán las mejores y más honradas, que son las que primero se asientan. Movió a todos a gran risa y diéronle la corona y palma del vencimiento y victoria.
(776) 41. Estaban a la mesa de un cierto caballero muchos hidalgos convidados a cenar, y entre ellos un francés. Acabada la cena se trujeron unos mondadientes, cada uno echó mano del suyo; el francés, comenzó a mascujar el que le había cabido, creyendo que era alguna cosa regalada para postre, y hallándolo muy duro, comenzó a dar voces, diciendo: —¿Qué diables la [son]?
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(777) 42. Querían llevar a ahorcar a uno, y mientras los religiosos le animaban a pasar su trabajo, él estaba con los ojos bajos, mirando al suelo, como que estaba muy atento, devoto y contrito, pensando en sus pecados y miserias y de allí a un buen rato, dijo: —Miren, por amor de Dios, el poco saber y discurso del oficial que enladrilló esta sala, pues dejó fuera de escuadra aquel ladrillo.
(778) 43. Un padre reprehendía a un hijo suyo ciertas desenvolturas y bellaquerías, mas haciendo poco caso estaba muy divertido mirando unas hormigas que iban entrando en un agujero, y diciéndole su padre: —Tonto, mentecato. ¿En qué piensas ahora? ¿No tienes miramiento y vergüenza de tu poco saber y discurso? Respondiole: —Oh, padre mío, si una sola entrara habían entrado quinientas justamente.
(779) 44. Queriendo un labrador saber lo que su mujer confesaba, tuvo modo de esconderse detrás del confesor sin ser visto ni sentido.Y habiendo ella confesado un adulterio, entre otras cosas, acabó su confesión y queriéndola él mismo absolver, salió el labrador y dijo: —Señor, vos la podéis absolver de tal y tal pecado, y dejadme a mí el del adulterio, que yo tendré cuidado de absolverla dándola la penitencia saludable que ella ha menester.
(780) 45. Un gentil hombre había de dar cincuenta ducados a cierto judío que le debía; sucedió encontrarle en una tienda de un barbero haciéndose la barba. Citolo delante del juez pidiéndole su deuda, rogole el gentilhombre que le esperase hasta que le acabasen de afeitar. El judío lo tuvo por bien, dijo entonces el gentilhombre al barbero: —Dejadme así, no paséis adelante. Y quedose de aquella manera a medio afeitar y el judío burlado sin su dinero.
(781) 46. A un gran bebedor le dio una fiebre muy grande, ocasión de que le sobreviniese una sed insaciable y mortal; fueron los médicos a visitarle y platicando en razón de darle algún remedio para
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que se le quitase la sed, y juntamente limpiarle de las calenturas.Tenían muchos dares y tomares, lo cual visto por el enfermo les dijo: —Señores, señores, traten de quitarme la calentura, que para la sed yo tengo remedio eficaz con que se me quite.
(782) 47. Pedían a su rey con grande instancia unos grandes señores que un hidalgo que había gastado mucha hacienda pródigamente, y en cosas de su gusto (por lo cual estaba muy adeudado), que no le obligasen a pena corporal, ni fuese por ello castigado. Respondioles el rey: —Si este hidalgo no ha gastado esta hacienda en servicio de su rey, ni en beneficio de su patria, ni en utilidad de su familia y parientes, ni en provecho de sus amigos, sino toda en gustos y entretenimientos del cuerpo, razón será, que pues el cuerpo cometió la culpa, que pague la pena, dicen los legistas: qui non habet in ore luat in corpore.
(783) 48. Uno navegando dio al través con la nave que llevaba cargada de higos secos, y apenas él se pudo salvar. Al fin sentose a enjugar en la playa, y volviendo los ojos vio que la mar estaba ya muy sesga y serena, que parecía que le convidaba a embarcarse otra vez. Mas escarmentado dijo: —Oh, mar, oh, mar, buscas más higos secos, pues no me engañarás otra vez, si yo puedo.
(784) 49. Un mancebo noble estaba enamorado de una bellísima y honestísima doncella, la cual entre los ruegos, requiebros y adulaciones que el enamorado mancebo le decía, le respondió que no se cansase, porque ella quería que estuviese cierto que había encontrado con otra Lucrecia. Respondió entonces el mancebo: —Tú harás como ella hizo, y conocerás otro Tarquino.
(785) 50. Llevaban a ahorcar a un truhán y uno de los que le animaban le dijo: —Ea, amigo, buen ánimo, que esta noche irás a cenar con los otros moradores del otro mundo. Respondió él entonces: —Hacedme merced de ir vos por mí, porque yo no ceno, que ayuno hoy.
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(786) 50. b. Un soldado pobre, después de muchos servicios, quedó cojo e inhábil, pretendió representar al rey su servicio. Para lo cual esperó ocasión de ver en su casa al secretario del rey, dándole el memorial.Venía tan sofocado de las cosas del gobierno que le respondió: —Dejadme que aun me falta tiempo para cagar. El soldado que no era bobo le dijo: —Pues limpiadme el culo con este Memorial. Lo cual efectuó muy bien. [En los márgenes].
(787) 51. Estando cierto personaje en la cárcel, habiendo confesado muchos delictos, por los cuales estaba condenado a ahorcar, le fue persuadido por un ministro, que se desdijese de lo que había confesado, y que él se obligaba a sacarle a paz y a salvo, librándole de la horca. Respondió: —Eso no, juro a tal, porque en materia de que se atraviese un solo pelo de mi honra, no me tengo de desdecir, porque es de hombres infames y así a lo dicho me atengo.
(788) 52. Habiéndose levantado una gran borrasca en la mar, mandó el capitán que todos echasen al agua las cosas más pesadas para aligerar el navío; fue entonces uno corriendo y agarrando a su mujer dio con ella en la mar, diciendo que la cosa más pesada era la mujer, y la que le causaba más pesadumbre.
(789) 53. Habíasele ahogado a un hombre su mujer en un río, y iba buscándola agua arriba; díjole un su amigo muy maravillado que la había de buscar agua abajo, si la pensaba hallar. Respondiole: —Hermano mío, vos os engañáis, porque como vos decís será imposible el hallarla, que cuando ella vivía era tan estraña, y su condición tan contraria a las de todos, que no puedo creer sino que tenga la mesma después de muerta que tuvo cuando era viva.
(790) 54. Habiéndose casado uno que era tuerto de un ojo con una que él siempre creyó que era doncella, halló después que no era así, con lo cual la trataba muy mal dándola en cara con el defecto. Respondió ella: —¿Qué? ¿Doncella me queríades, siendo vos tuerto de un ojo?
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—Por cierto que sí —dijo entonces el marido—, a mí mis enemigos me pusieron así. Saltó ella tan presto: —Pues a mí, mis amigos.
(791) 55. A un cierto hombre atronado (habiéndose casado con una gallarda doncelleja) se le ofreció hacer una jornada, y después de algunos días volvió a su casa una noche con sospechas de que su mujer no era la que debía. Quiso hacer alguna prueba; entró en casa y tropezó luego con un par de zapatos, cogiolos, y sin hablar palabra (sospechando que el adúltero estaba en casa) volvió las espaldas y fuese. En amaneciendo encontró con unos amigos y dándoles parte del caso, les dijo que él había experimentado que los hombres con una cólera repentina suelen hacer cosas de que después les pesa, y que le tuvo Dios de su mano, pues habiendo cogido los zapatos no los había hecho tres mil pedazos; que lo había dejado de hacer por aconsejarse, y saber qué pena y castigo daría al adúltero en venganza y satisfacción de su deshonra.
(792) 56. Estando un inglés en un banquete le dieron a beber en un gran tazón lleno de vino, con el cual se brindaban en rueda los convidados, y queriendo beber vio dentro una mosca muerta, sacola y bebió, y en bebiendo la volvió a echar en el tazón; preguntándole que por qué lo había hecho, respondió: —Yo en cuanto a mí no soy amigo de moscas, y por eso la saqué, mas ¿qué sé yo, si entre vosotros hay alguno que las apetezca?
(793) 57. Un villano mozo y gallardo se había revuelto con la mujer de un soldado que estaba en la guerra, el cual habiendo vuelto, sabido el caso, ofrecida ocasión de verse con el villano, desafiole; echó mano y fue tras él (que iba huyendo) para matarle, y ya que le alcanzaba parose el villano, y armado de piedras encarose con el soldado el cual también se paró, y le dijo con muchas voces y cólera: —¡Ah! Poltrón, holgazán, enemigo, ¿vos os atrevistes a llegar a mi mujer, y a desonrarme? ¿Decid? El villano entonces con no menos colera le respondió: —Sí, yo soy el que vos decís, ¿qué tenemos ahora?
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Dijo entonces el soldado con mucha paciencia: —En efecto, ¿confesáis la verdad? Dad gracias a Dios, que por haberla dicho os perdono. Mas yo os juro, por vida del rey, que si me lo negárades, que os había de meter esta espada por el cuerpo hasta la cruz.
(794) 58. En cierta ciudad en tiempo de Cuaresma estaba un buen hombre junto a la tienda de una mujer muy gorda, y no teniendo dinero para comprar se consolaba con mirar las zarandajas de la tienda, ella (como es costumbre) le preguntó si quería algo de lo que allí había, alabándole sus mercaderías y chucherías, y reparó en que miraba con más ahínco unos higos secos que estaban allí en una cestilla. Y preguntole si quería de aquellos higos, que eran de granillo y estremados. Él dijo que sí. Preguntó ella si quería que le pesase cinco libras, él a todo respondía que sí. Pesados pues y echados en un lado de la capa, mientras la tendera acomodaba el peso, él se fue su paso a paso comiendo los higos. La mujer reparando para cobrar su dinero vio que se iba sin hablar palabra, comenzó a dar gritos corriendo tras él, mas el hombre no dándose por entendido caminaba comiendo sus higos sin volver, ni aun la cabeza ni pararse. Juntándose, pues, mucha gente (con las voces de la mujer) se detuvo, y relatado el caso lo echaba en risa todos, porque ella pedía la pagase los higos, el decía que de su bella gracia ella se los había ofrecido sin pedírselos, que si quería sobre el caso que fuesen ante el corregidor, muy en buen hora. Ella entonces, que vio el pleito mal parado, tuvo por bien de volverse a su tienda dejándolos a todos meándose de risa.
(795) 59. Estaban unos soldados del rey Antígono junto a la tienda del mesmo rey echándole sus faltas en la calle, diciendo muchos males dél, pensando que dormía, mas él que lo oía todo, sacó fuera un bastón y dijo: —Apartáos un poco más allá, si es que queréis decir mal de mí.
(796) 60. Enojose mucho Alfonso, rey de Nápoles, con un mozo de caballos, y haciendo llamar a su mayordomo le dio orden para que por diez días no le permitiese beber vino, lo cual oído por los presentes se comenzaron a reír, porque todos sabían que aquel mozo no bebía vino, y aunque es verdad que el rey lo sabía también, mas fue
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tan grande su indignación y enojo, que en aquella ocasión le hizo perder la memoria.
(797) 61. Viendo el mesmo rey un soldado que iba huyendo con temor de los enemigos, y preguntándole: —¿A dónde vas huyendo, cobarde? Respondió muerto de miedo: —Señor, busco a donde esconderme. Riyose el rey y díjole: —Ves ahí lo que buscas —señalándole una taberna.
(798) 62. Un buen hombre vivía en una casilla vieja pobremente, que aun apenas tenía cama en que dormir, y así no se le daba mucho por cerrar la puerta; sucedió, pues, que hallándola abierta un ladrón se entró una noche dentro, buscando si había algo que poner en cobro, y como estaba a escuras, llegó tentando hasta donde dormía el pobre hombre, que aunque lo sentía disimuló un buen rato, y díjole después: —Buscad, buscad que querría ver si lo que yo no hallo de día con la luz, vos podéis hallarlo de noche y a escuras.
(799) 63. Habiéndose sentado el rey Alfonso de Nápoles a dar audiencia, se le puso delante un loco riyéndose y dijo que cuando su majestad hiciese justicia se acordase de su clemencia. El rey le preguntó que en qué quería que diese muestras de su clemencia. Respondió el loco: —Sepa vuestra majestad que Clemencia, mi mujer, la noche pasada me hizo (a pesar mío) saltar de la cama, y afrentándome muy mal dio conmigo en medio de la calle, y cerrándome la puerta me dejó a dormir al sereno, lo que suplico a vuestra majestad solo es que me haga justicia.
(800) 64. Un grueso tratante en vino vendía siempre lo mejor, y las heces y lo peor guardaba para beberlo él. Preguntole uno en una ocasión a un criado del tal tratante, que qué hacía su amo. Respondió que andaba buscando el mal teniendo sobrado el bien.
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(801) 65. Un cierto fanfarrón decía que cuando se acuchillaba, cerraba los ojos por no ver volar por el aire los pedazos de los hombres.
(802) 66. Otro semejante decía que de mala gana se acuchillaba, porque temía que en cualquier parte que le hiriesen le matarían, por ser todo corazón.
(803) 67. Una discreta y hermosa dama enviudó. Aconsejábala su padre que se casase, porque era muy niña y de buena cara; respondíale ella: —Y vos, padre, ¿por qué no os casáis? Dijo él: —Porque no tengo esperanza de hallar otra mujer como la que perdí. Acudió ella luego: —Pues ni yo otro marido como el que también a mí me faltó.
(804) 68. Un cierto pastor muy tosco, vio una gruesísima cuba y comenzó a llorar; preguntole un hombre docto que por qué lloraba. Respondió que porque no había dado gracias a Dios de tan gran beneficio como le había hecho en hacerle hombre, y no bestia como aquella. Reparó el hombre docto (viendo la sencillez del pastor) en las palabras del evangelio que dice: —Beati mundo corde quoniam ipsi Deum videbunt.
(805) 69. Acuchillándose dos en cierta ocasión después de dos idas y venidas en vacío retirose el uno y dijo al otro: —Ríndeteme que soy hombre de bien. Respondió que no quería.Volvió a decirle: —Ríndete: si no yo me rendiré. Díjole: —Pues ríndete. —Alto, pues, ríndome. Arrojó la espada, cesó la pendencia y quedaron amigos.
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(806) 70. Había en cierta ciudad dos hombres muy habladores, y todo su fin y felicidad era contar patrañas y mentiras, y así hallándose juntos en un corrillo dijo el uno: —Yo he visto en un país donde acaso me hallé una berza a cuya sombra estaban mil y quinientos hombres a caballo. Dijo el otro: —Yo vi en otro país una caldera que trabajaban en ella cien oficiales, y era tan grande que los golpes que el uno daba, no los podía oír el otro (que tan apartados estaban): Dijo entonces el primero: —¿Y qué diablos querían hacer con caldera tan grande? Respondió: —Cocer vuestra berza.
(807) 71. Entreteniéndose ciertos mozuelos en un juego, hicieron rey a uno, y pusiéronle en la mano por ceptro una vara sucia, empringose la mano y dijo: —Por Dios que está contaminada la vara. Dijo otro: —Por mi vida que es adivino. Respondió él antes: —No, que si lo fuera no la huviera tocado.
(808) 72. Tratábase un pleito de grande importancia, delante de cierto juez, sobre cierta herencia, y disputándose sobre cuál hubiese sido la voluntad del testador, el uno de los letrados decía su parecer, y el otro el suyo; y no conformándose las partes dijo el juez: —Yo no sé para qué nos cansamos. Parezca mañana ante mí el difunto que él nos declarará su voluntad sin tanta barahunda ni barajas.
(809) 73. Iba un cierto hombre en compañía del arriero de Nápoles, y tocole de ir en una mula, y habiendo caminado todo el día llegaron al anochecer a un río, a donde todos dieron de beber a sus cabalgaduras; el buen hombre entró también en el río con su mula, la cual quería beber como las demás, más él la tiraba las riendas inadvertidamente de manera que no la dejaba bajar la cabeza ni beber aunque ella hacía sus diligencias, porque iba muerta de sed; y viendo el buen hombre que no bebía, dijo:
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—Juro a tal que esta mula es tan corta de pescuezo que no puede alcanzar el agua. Y persuadido de esto la arrimó las espuelas y la sacó del río sin que bebiese. Tonto graduado.
(810) 74. Habiendo traído una labradora a vender a un mercado un par de capones, llegose a ella un hidalgo, y preguntola el precio de ellos. Respondió: —Señor, yo querría por ellos diez reales. Y pareciéndole al hidalgo excesivo el precio, enojose, y haciendo burla la dijo: —De mejor gana os diera yo diez bofetadas. Respondió la labradora, que era ladina y no la espantaban fieros: —Señor, cierto que hasta ahora no ha habido quien me ofrezca otro tanto, mas los capones no son míos, sino de una dama a quien yo sirvo. Direle lo que dáis por ellos y quizás os los querrá dar. Avergonzose el gentilhombre con la respuesta de la labradora, tan cuerda, y volvió las espaldas y fuese.
(811) 75. Estando un truhán comiendo con ciertos caballeros, pusiéronle un plato con unos pececillos muy pequeños, y a los otros con peces muy grandes. El truhán cogió algunos de los peces de su plato y unas veces se los llegaba a la boca, otras a los oídos, como que los estaba diciendo o oyendo algunas cosas secretas, y de importancia.Y de allí a un rato comenzó a llorar. P re g u n t á ronle que qué le había sucedido, que así lloraba. Respondió: —Señores, mi padre fue pescador, y se ahogó por su desgracia en cierto río, y preguntando yo a estos pececillos, si habían visto o sabían de mi padre, me responden que ellos son muy mozos para dar razón de esto, que se lo pregunte a esotros peces, que son más viejos y mayores. Cayoles en gracia la astucia del truhán, y así mandaron traerle peces de los grandes a quien, como él decía, pudiese preguntar.Taimado.
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(812) 76. Estaba un labrador muy enfermo y ya desahuciado de los médicos, muy cercano a la muerte, le dijo el que le ayudaba a bien morir: —Hermano mío, preveníos para entrar en la felicidad eterna, que hoy habéis de ser llevado de los ángeles al paraíso. Respondió entonces el enfermo: —A gran dicha tendré que me lleven, porque si el camino es muy largo tengo por imposible el caminarlo a pie, que tan flaco y cansado me siento como todo eso.
(813) 77. Fue un gentilhombre a pedir a Ludovico Undécimo, rey de Francia, un oficio que vacaba en el lugar donde él era morador y asistente. Oído por el rey, le respondió: —Sí diera, más no me parecéis a propósito para semejante plaza, y así daos por despedido, para que ni os canséis ni me canséis. Echose a sus pies el gentilhombre, besole la mano por la merced que le hacía, volvió las espaldas y fuese. El rey confuso volviole a llamar y díjole: —¿Entendisteis la respuesta y despacho que os dí? Respondió: —Sí, señor, muy bien. —Pues, ¿por qué me besastes la mano por la merced? Respondió: —Vuestra majestad me desengañó diciéndome que no quería hacerme aquella merced, con lo cual me escuso de estarme en esta corte gastando mi hacienda, siempre con la esperanza dudosa. Yo tenía otras cosas que hacer que por estarme aquí perdiendo tiempo no las hiciera, y así por esto, y otros muchos casos, me partí tan agradecido. Entonces el rey conociéndolo por sujeto suficiente, le hizo la merced, mandando a su secretario que luego le diese los despachos para que se fuese a su casa y no perdiese el tiempo esperando.
(814) 78. Oyendo decir un cierto mancebo discreto, y gran humanista, que un amigo suyo se quejaba mucho de la gota y de los pies, porque de ninguna manera se hallaba remedio para menearse, dijo:
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—Otros se quejan de que andan siempre sin descansar, otros de muchas pesadumbres que tienen y cuales de los continuos trabajos, y aun tales hay que se enfadan de mil negocios, que se les ofrecen, y este mi amigo sin tener nada de esto, sino estándose en la cama ocioso y descansado se queja. Si no está contento, levántese de la cama y ande y trabaje, y si no lo quiere hacer calle, estése quedo y no se queje.
(815) 79. Vivía en Sena un cierto ciudadano agudo y gracioso, si bien satírico y mordaz, en tiempo del duque de Amalfi, príncipe conocido de la casa y solar de los Picolominos. Este señor tenía puesto todo su gusto y entretenimiento en salir a horas extraordinarias disfrazado, no reparando en el traje por vil que fuese para no ser conocido; no obstante, jamás volvía a casa sin dejar de serlo, de lo cual enfadado preguntó a aquel ciudadano que qué haría para no ser notado ni descubierto. Acaso se halló presente allí otro de la mesma ciudad, marcado de todos por hombre doblado y de dos caras, y así respondió: —Si vuestra excelencia no quiere ser descubierto ni conocido de nadie, póngase la máscara de fulano, señalando al que acabamos ora de decir.
(816) 80. Un carnicero napolitano llamado por sobrenombre «el rico», tenía una mujer muy hermosa, mas mucho más cortés de su persona, y así con cierta ocasión que se trataba de sus cosas, dijo uno: —Aquella señora vende la carne bien barata. Respondió otro: —¿Qué hay que maravillarse que puede hacerlo teniendo al marido rico?
(817) 81. Habiendo el duque Galezo de Milán escrito una carta a un gentilhombre agradeciéndole mucho algunas cosas que había hecho por él, entre otras decía estas palabras: —Conozco que cuanto yo tengo me lo habéis dado vos. Respondiole: —No me hagáis ese agravio, señor, que si aquí se supiese que yo era tan rico me dejarían pobre, cargándome de tributos. Aludió con esto a los tiempos tan miserables en que hoy estamos.
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(818) 82. Sannazaro hombre de raro ingenio, docto y gracioso. Habiéndose en presencia del rey Federico disputado una cuestión entre algunos médicos, sobre lo que era más provecho para la vista, y dicho uno que el hinojo, otros que otras cosas dijo que la envidia. Riyeron todos de esto, y entonces él acudió y dijo: —¿No reparáis vosotros que la envidia hace ver en los otros todas las cosas mayores, y más colmadas? Luego conforme a esto la envidia es el remedio más eficaz, pues hace la vista más gallarda y aguda. Y tras esto alegó estos dos versos: Fertilior seges est alienis semper in agris Vicinumque pecus grandius vber habet.
(819) 83. Un galán había pretendido tres años a una dama sin poder jamás alcanzar un solo favor. Sucedió que, estando ya con la esperanza perdida, ella le llamó y llevó a su casa una noche diciendo que quería lograrle sus desvelos y trabajos. Agradecióselo él mucho y estando ya para acostarse, la dijo: —Señora, pues sois tan cortés en cosa tan importante, suplícoos me déis licencia para que me llegue por un tocador a mi posada, porque no podré cerrar los ojos en toda la noche sin él. Fuese, y cuando volvió quedose a dormir a la luna; pena justa y castigo de su grosería y necedad.
(820) 84. Habiéndose levantado una gran borrasca en la mar, un marinero, entre otros que iban en el navío, comenzó con grandísima priesa a comer mucha cecina. Preguntado que por qué se embarazaba en aquello siendo mejor tratar de escaparse como mejor pudiese. Respondió que habiendo de beber de allí a poco tanto, era menester comer bien porque no le hiciese mal el agua.
(821) 85. Un mancebo discreto, y muy amigo del cardenal de Pavía, fue una vez a visitar a Su Santidad en ocasión que estaba en la mesa con el dicho cardenal, y con el cardenal de Sena. Preguntole el de Sena que por qué le había olvidado y no le visitaba ya. Respondiole que cómo había de olvidarle, atento a que era todo de su señoría ilustrísima. Acudió entonces el cardenal de Pavía y dijo:
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—Luego, ¿vuestra merced, señor fulano, no es cosa mía? Respondió: —Yo me llamo Juan Antonio. El Juan es de vuestra señoría, y el Antonio del ilustrísimo de Sena. —¿Conforme a eso —dijo el Papa—, a mí no me queda de donde pueda hechar mano? Respondió el mancebo: —En tal caso todo el Juan Antonio viene a ser de vuestra santidad.
(822) 86. Celebraba Fernando, rey de Nápoles, las bodas de Hipólita Sforza, su nuera, y de su hijo Alfonso, con la grandeza y pompa que se puede imaginar, y entre otras cosas se hizo una justa famosísima en ocasión que hacía grandísimo calor, no obstante se juntó a verla y gozar de ella infinidad de gente, y habiendo muchísimos que admiraban y alababan los juegos que se hacían, en medio de tanta multitud que tanto se alegraba comenzó un tudesco a dar grandes voces y decir malditas sean tales invenciones y juegos donde no interviene ninguno en que se beba ni se brinde.
(823) 87. Un cierto personaje había pretendido largo tiempo a una mujer y llegándose la ocasión no se pudieron acomodar en otra parte sino en una caballeriza, y díjola él entonces: —Señora, por vida vuestra, que si tenéis a mano una alfombra que la echéis aquí, que no querría ensuciar este vestido que me lo he puesto nuevo esta mañana.
(824) 88. En cierta ciudad había dos hombres muy enemigos, y cada uno buscaba ocasión de matar al otro. Sucedió, pues, que en una ocasión se encontraron, y el uno estaba descargando el vientre, díjole su contrario: —Acaba de hacer ese ministerio, poltrón, que te quiero matar. Respondió el otro: —En efecto, ¿no me quieres matar hasta que acabe? —No —dijo—, mas despacha presto. Esotro estúvose quedo trazando como se escaparía. Díjole su enemigo: —Follón, ¿qué haces que no acabas?
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Respondió: —Con el miedo me he estriñido de manera que si no te vas será imposible acabar jamás. Tuvo por bien de irse y dejarlo para otra ocasión.
(825) 89. Siendo reprendido un gentilhombre porque había dicho algunas palabras desenvueltas delante de unas doncellas, dijo: —Si las doncellas son muy niñas esles algarabía, porque no lo entienden; si son mujeres corrientes no importa, atento a que no pueden perder más de lo que han perdido. Con todo eso, la modestia es alabanza, la desenvoltura vituperio.
(826) 90. Un hombre docto, y grande de cuerpo se casó con una dama muy bizarra y hermosa, mas muy pequeña; y habiéndoselo afeado sus amigos, dijo: —Ya que me determiné a escoger lo peor, tuve por más acertado tomar del mal el menos.
(827) 91. Un cierto personaje en un banquete hizo una señal con los ojos a un criado para que le trujese de beber, el cual al punto cogió un jarro de vino, y muy cubierto y escondido se lo llevó y dijo: —Señor, aquí traigo lo que vuestra merced me ha pedido. El señor le dijo: —¿Qué es lo que traes? Respondió muy pasito: —¿Gusta vuestra merced que lo sepan todos? —Pues, ¿por qué no? Dijo entonces el criado: —Pues, señor, como vuestra merced me pidió de beber por señas, con tanto secreto, creí que no lo había de saber nadie, y por eso lo traía de esta manera. Y descubrió al punto el jarro.
(828) 91 bis. Un hombre entró en una barbería a que le afeitasen, vio que el barbero se orinaba dentro de la tienda. Preguntole por qué hacía aquel desorden. Respondió:
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—Porque yo tengo de estar poco en ella, y así no me da nada de dejarla sucia. Notando esto el tal hombre en habiéndose afeitado, se puso a descargar el vientre en la mesma tienda. Preguntole el barbero que por qué hacía aquel desaire. Y respondió: —Porque yo tengo de estar en la tienda menos que vos.
(829) 92. Preguntó cierto príncipe a un truhán que de qué oficio le parecía que había más maestros en tal ciudad. Respondió que de ningún arte ni profesión había tanto número como de médicos. —Bien se ve —dijo el príncipe—, la poca experiencia que tienes de las cosas de esta ciudad, pues a lo más largo hay en ella no más de tres o cuatro médicos, y de los demás oficios y artes muchos más. —Bien se ve —respondió el truhán—, que vuestra excelencia está divertido en ocupaciones de más importancia, pues no sabe bien las cosas de esta ciudad ni de sus ciudadanos. —Pues yo probaré que lo que dices es mentira. —Pues yo que es verdad —dijo el truhán. Pusiéronse jueces para el caso, y su pena al que perdiese. Fuese el truhán y otro día en amaneciendo púsose a la puerta de la iglesia mayor, muy entrapajada la cara, y a todos los que le preguntaban respondía que tenía un terrible dolor de muelas y dientes, y cada uno le daba algún remedio. El truhán escribía el nombre y el remedio de cada uno. Luego se fue por toda la ciudad buscando remedios, y ya que no halló a quien preguntar hizo una lista de más de trecientas personas. Con esto se fue a palacio en ocasión que el tal príncipe se sentaba a comer, y llegose cerca, toda la cara llena de trapajos dando señales de su gran dolor y trabajo. El príncipe lastimado del mal del truhán le dio también su remedio, el truhán cogió la receta, fuese a su casa, hizo su lista poniendo en la cabecera y primer lugar al príncipe. Y de allí a tres días se fue a palacio y enseñó el papel, y pidió le pagasen la apuesta, pena de que si no le pondría una demanda. El príncipe visto el cartel, y considerada la razón, viéndose a sí en el primer lugar, y tantos caballeros después, no pudiendo sufrir la risa, mandó que le pagasen dándose por vencido.
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(830) 93. Mandando dar Cosme de Médicis colación a un labrador, le dieron unas peras moscateles entre otras cosas. El buen hombre como no estaba enseñado sino a comer ajos y cebollas, dijo: —¡Oh!, ¡oh!, esta fruta en mi lugar la damos a los lechones. Entonces Cosme, volviendo el rostro al criado, dijo: —Pues nosotros, no. Quítaselas de ahí. Por eso se dijo que no es la miel para la boca, etc.
(831) 94. Cierto letrado, después de haber aprobado muy bien en su facultad y ganado muchos pleitos y ducados con gloria y alabanza suya, se metió religioso.Y habiéndole el convento hecho su procurador, jamás salió con cosa que intentase, preguntándole que qué sería la ocasión de aquello, respondió: —Porque después que me vestí este santo hábito no me atrevo a mentir como solía antes, y por esto vengo a perder todos los pleitos del convento. Y así poned otro en mi lugar que trate de cosas del mundo frágiles y quebradizas, que a mí no me está bien sino tratar de las eternas y celestiales.
(832) 95. Un cortesano muy avariento probaba cada día el vino que habían de beber sus criados al tiempo que se sentaban a comer, por ver si estaba bien aguado; y decía que lo hacía por ver si era buen vino. Habiendo, pues, algunos reparado en la estratagema, con acuerdo común pusieron en la mesa un jarro con orines, en lugar del vino, a la hora que solía venir su amo que entrando como solía, se echó el jarro a pechos. Hallándose burlado comenzó a reñir amenazándolos y fuese, quedándose ellos riyendo con la burla que le habían hecho.
(833) 96. En cierta conversación se trataba del orden y estado de las personas, y de cuan trocado y adulterado estaba ya todo, así en los tratos y usos como en otras cosas, y de cómo la malicia estaba ya tan en su punto, y diciendo algunos que solamente los labradores en sus aldeas conservaban la bondad y trato llano y sencillo, acudió uno y dijo que aquello era falso, porque solamente los que daban baños se ajustaban con la sencillez y justicia que daban igualmente el agua templada así al rico como al pobre.
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(834) 97. El rey don Pedro de Aragón entre otros de su consejo tuvo uno que se llamaba Queraldo, el cual era feísimo mas muy docto y agilísimo para cualquier ministerio, pues habiéndole el rey enviado por embajador a Túnez, el rey le convidó a comer y prevenido un real y sumptuoso banquete a la usanza de España con mesas altas (porque los moros acostumbran comer sobre alfombras tendidas en el suelo) comenzaron su fiesta habiendo convidado muchas personas de calidad por honra del huésped.Y el rey, que era hombre alegre y decidor, amigo de hacer burlas, hizo secretamente coger todos los güesos, y echarlos a los pies del embajador. Acabada la comida, y levantadas las mesas, parecieron los huesos, el rey, como al descuido, preguntó: —¿Qué cáfila de güesos es aquella? Por cierto que parece que ha comido ahí algún lobo, y no hombre racional. Entonces Queraldo miró al rey y dijo: —Lo que a mí me parece, señor, es al contrario, porque según juzgo he comido con lobos, que acostumbran a comerse no sola la carne sino también los güesos, que yo, como racional, he comido la carne y arrojado los güesos para que coman y se entretengan los perros.
(835) 98. El mesmo Queraldo por hacer una lisonja al rey, habiéndole el mesmo rey llevado a su cámara, que estaba toda hermosamente aderezada de alfombras finísimas, de ricas tapicerías y brocados, sin haber palmo de tierra descubierto, ni aun para escupir, habiéndose llegado cerca de él un criado del rey de feísimo aspecto, le escupió en la cara. El hombre espantado dio un grandísimo grito y vuelto al rey se quejó de la afrenta. Queraldo entonces dijo: —Señor, maravillado yo de tanta grandeza y aparato de vuestra cámara, por no ensuciar cosas tan excelentes y ricas escupí en el rostro por parecerme que en toda la cámara no había lugar más a propósito, creyendo que vuestra majestad le había reservado para semejante ministerio.
(836) 99. Habiéndole dado en rostro un amigo a otro que había sufrido que le diesen de palos, respondió:
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—No es cosa de cuidado, que si yo recibí los palos por eso el que me los hizo dar se ve que es hombre de pecho y sangre en el ojo, pues supo vengar su agravio.
(837) 100. Habiendo el rey don Pedro de Aragón enviado por embajador al rey de Túnez a Queraldo, hombre docto, mas de rostro fierísimo, un cierto criado del rey de Túnez le encontró, y por motejarlo de feo le dijo: —¿No veis el monstruo que nos ha enviado a nuestra ciudad el rey don Pedro? Respondió el Queraldo: —Bien sabía el rey a quien me enviaba. Y era porque el de Túnez era también feísimo.
(838) 101. Tratándose en una conversación de un mozuelo, que se enseñaba a cantar, hijo de una mujer de no muy buena fama, dijo uno: —En verdad que tiene buena voz el muchacho. Respondió otro: —Verdad es que la tiene mejor que su madre.
(839) 102. Una mujer poco honesta habiendo tenido un hijo adulterino confesó su pecado y el sacerdote la dijo que no la perdonaría Dios aquel pecado si no desengañaba a su marido. La mujer, como las que mamaron en la leche enredos, imaginó uno notable, y fue que rogó al marido que enmascarándose él con otro, que en cierta fiesta habían de enmascararse, viniese con todos a casa. Venidos, pues, la mujer tomando en sus brazos al bastardo le dijo: —Hijo mío, ¿quién piensas tú que es este hombre? Pues sábese que es el tal que viene enmascarado como loco, y mirando a su marido dijo: —Quítateme delante mala visión, que éste que tengo en los brazos no es tu hijo, sino del otro. Y con aquello le pareció que había cumplido con el intento del confesor y quedó muy contenta.
(840) 103. Semejante a éste fue el que succedió a otro en Alcalá de Henares, que habiéndole mandado el confesor en penitencia que subiese a la Vera Cruz con unos garbanzos dentro de los zapatos, co-
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ció los garbanzos y subió creyendo que había cumplido con su obligación.
(841) 104. Tratando de hacer las amistades un español y un italiano, que habían reñido, tomó la mano para concluirlas otro cierto caballero, el cual envió a decir al español como quería ser el instrumento de esta amistad. El español respondió que, atento a que el tal italiano le había agraviado, él quedaría satisfecho dándole de palos, porque le parecía que los tenía bien merecidos, y que él gustaba de hacer las amistades, mas con condición que los palos que merecía los tuviese por bien recibidos, y que él estaba prompto y aparejado de pedirle perdón por los que le diese de más, a más porque le pesaría mucho de habérselos dado.
(842) 105. Dándole el pésame un gentil hombre milanés a un amigo suyo de la muerte de sus padres, que en pocos días Dios se los había llevado, dando un gran sospiro dijo: —Si no me hubiera sucedido otra desgracia mayor esto fuera fácil de llevar. Díjole el gentil hombre: —¿Qué mayor puede ser que ésta? Respondió: —¿Qué? Que esta mañana me han venido nuevas que todo el ganado que tenía en la montaña se me ha muerto. Mirad cuanto mayor desgracia es ésta, que no esotra.
(843) 106. Un hombre rico vio a un miserable a la puerta de una iglesia, y diole una blanca de limosna, y dándole el pobre muchísimas gracias deseándole grandes felicidades, entre otras cosas dijo: —Plega a su divina majestad que los ángeles lleven vuestra alma a los cielos. El rico volvió a él y le dijo: —Hermano, rogad a Dios que sea lo más tarde que sea posible.
(844) 107. El rey Arrigo Séptimo de Ingalaterra echó un pecho en su reino, y por procurador dél a un obispo bien diligente, y nada lerdo; hacía sus diligencias con todo cuidado acerca de la clerecía. No obstante, muchos con estratagemas procuraban escaparse, o pagar lo
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menos que podían, y para conseguir esto usaban particularmente de dos géneros de astucias, la una que unos se vestían costosamente, como que en aquello consistía todo su caudal, otros se vestían muy pobremente para hacer creer que lo estaban. Mas el obispo entendió la trampa, y así les dijo: —Vosotros, que vais tan bien vestidos, dais muestra del mucho dinero que tenéis, y vosotros que pobremente, del que tenéis atesorado. Y con esto sacó de los unos y de los otros todo lo que quiso, sin que les aprovechasen sus trampas, astucias, ni embelecos.
(845) 108. Preguntando a un criado de un cierto personaje por qué habiéndose hallado en una pendencia que su amo tuvo no echó mano para ayudarle, respondió: —Yo no quise meter mano a la espada porque en el punto que la toco me encolerizo tanto que no es en mi mano el no matar a cuantos se me ponen delante.
(846) 109. Estando en Bolonia para ahorcar a ciertos ladrones, el ministro a cuyo cargo estaba el mandar hacer la horca díjoselo a un oficial que la levantase para en Dios amaneciendo el día siguiente. Respondió el tal que no quería, porque la había levantado muchas veces, y jamás le habían pagado su trabajo. El ministro, muy enojado, le amenazó y se fue. Llegado el día de la justicia como no estaba levantada la horca, mandó el corregidor parecer al que la había de levantar ante él, y díjole: —¿Eres tú el que te atreviste a no obedecer lo que te fue mandado? Dí, mal hombre. El pobre, entonces, temblando respondió al señor: —Perdonadme por esta vez, que no sabía yo que la horca se me había mandado hacer para vos, que si tal entendiera de valde la hubiera hecho, sin un solo maravedí de interés, que creí que era para algún otro ladrón, y para el tal no la quise hacer porque nunca me pagan mi trabajo.
(847) 110.Trabajando un buen hombre en casa de una mujer cortesana de buena cara, se enamoró de ella, y animándose se lo dio a entender, y ella comenzó a burlarse dél, reprehendiendo su atrevi-
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miento. Él tenía paciencia, echando la culpa al amor.Viendo, pues, la señora su perseverancia, le dijo: —Ven acá, yo te quiero hacer ese gusto, mas, supuesto que quiero corresponder a tu deseo, ¿qué piensas darme? Respondió él: —Daré lo que pudiere. —Dame pues un escudo de oro —dijo ella. El buen hombre lo arañó de donde pudo, y venido al punto, ella dijo: —¿Qué es lo que yo pretendo hacer? ¿Estas mis carnes tan bellas, blancas y hermosas se han de emplear en gente tan vil, grosera y miserable? De ninguna manera. Y no quiso. Entonces el buen hombre también, reparando en el exceso y disparate que venía a hacer, abrió la mano donde traía el escudo y mirándolo dijo: —¿Y este resplandeciente escudo merece que se emplee en persona tan soez y de tan bajo porte y quilate? No, por el sol de agosto. Y volviendo las espaldas la dejó y se fue.
(848) 111. Preguntándole uno a Lorenzo de Médicis por qué se levantaba tarde por las mañanas. Le volvió Lorenzo a preguntar qué era lo que él había hecho aquella mañana pues había madrugado tanto. Contole algunas cosillas de poca importancia. Díjole entonces el Médicis: —Lo que yo estaba soñando a esa hora era sin comparación de mucho mayor peso que cuanto vos hacíades.
(849) 112. Alojose cierto pasajero en una venta y, por haber llegado tarde, no pudo ir a la parte con otros en lo poco que había que cenar, de manera que hubo aquella noche de quedarse a diente, y acostose.Y en amaneciendo púsose en camino; el ventero, que no era nada lerdo, le detuvo hasta que le pagase diciéndole: —Bueno es esto, qué, ¿os váis sin pagarme? Respondió esotro: —¿Cómo pagar, si me voy en ayunas?
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—No —replicó el ventero—, que buen hartazgo os habéis dado con el olor de lo que los demás han cenado. —Así —dijo el forastero—; ahora digo que tienes razón. Y sacando un escudo de oro echolo sobre la mesa; preguntándole al ventero si le parecía bueno aquel escudo, respondió el ventero: —Conforme el sonido no me parece malo. Dijo entonces el forastero: —Pues contentáos vos ahora con el sonido del escudo, como yo con el olor de las viandas. Y con tanto le dejó, y se fue.
(850) 113. Un grande hablador y charlatán alababa mucho al emperador Gismundo cuando se hallaba en su presencia, llamándole felice, dichoso y bienafortunado. Al emperador pareciéndole mal aquel modo de adular diole un día un gran bofetón. Díjole el adulador: —¿Por qué me trata así vuestra majestad? Respondiole el emperador: —¿Por qué me muerdes tú, también, así?
(851) 114. Un doctor en leyes había vendido un horno para hacer un vestido de terciopelo; y estando un día muy galán con su vestido en un corrillo de hidalgos, se quejaba de que se abrasaba de calor, siendo verdad que no hacía demasiado; limpiábase a menudo el rostro, y hacía otros ademanes. Al cual uno de aquellos señores que sabía bien de donde habían venido los dineros para el vestido, le dijo: —Señor doctor, cierto que no es maravilla que vuesa merced tenga tan excesivo calor, pues está todo cercado de un horno.
(852) 115. Habiendo un gentilhombre boloñese (de no muy buena fama) ido a visitar a cierto estudiante muy entendido, cortés, y de buena cara, hallolo a la lumbre (que era invierno) y en viéndolo el estudiante mandó a un criado suyo que muy apriesa echase más lumbre. El gentilhombre dijo: —No necesita de eso, que yo no traigo frío. Replicó el estudiante:
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—¿Cómo, señor? ¿No obstante que tanta lumbre se puede hacer que por más que se haga vuestra merced no la merezca toda? Aludió a que, por su mal trato, merecía pena de fuego.
(853) 116. Cantaban ciertos músicos unos villancicos a cinco voces, y habiendo uno perdido el compás, sin acertar a cogerlo, dejó de cantar. Los demás, habiendo pasado un poco adelante, como vieron que no entraba callaron también y preguntáronle por qué había dejado de cantar. Respondió: —Por oír como sonaba el villancico a cuatro voces.
(854) 117. Besando un mancebo a cierta dama que tenía la nariz algo larga, por mostrar que despuntaba de agudo y gracioso, la dijo: —Niña mía, por cierto que tienes tan larga la nariz que aunque quiera no alcanzo a besarte. A la doncella se le encendió el rostro de vergüenza, y enojada le respondió: —Pues que la nariz no te deja llegar a mi boca, bésame en tal parte, que no tiene nariz. Y fuese, dejándole para necio, descortés y malmirado.
(855) 118. Había uno comido unos puerros y preguntándole a otro qué haría para no oler a ellos, le respondió: —Come un poco de cebolla. Replicó él: —¿Y si huelo a cebolla? Añadió el otro: —Come unos ajos, y si no quisieses oler a ajos —respondió—, come unos quisquiliones, y olerás a ellos, y no a ajos, ni a lo demás. Y dejole para impertinente.
(856) 119. Un cierto panadero, estando muy cercano a la muerte, se confesaba con un clérigo, y no queriendo perdonar a un su enemigo, le dijo el confesor: —Hermano mío, si no perdonáis, cierto tenéis el infierno. —Pues si eso ha de ser así —dijo el panadero—, vuestra merced señor se vaya con Dios, y déjeme que no quiero recibir la extre-
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maunción, que quiero que el diablo me coma, aunque le pese, crudo, sin sal, y sin aceite. Palabras de bruto, y de hombre desalmado.
(857) 120. Una dama recién casada persuadida de un su amante le dio cuanto él pudo desear; solo le negó la boca, que aunque en diferentes ocasiones, durmiendo juntos, no fue posible darle ni favorecerle con un solo beso. Preguntándola la ocasión, respondió: —Cuando yo me casé, juré por mi boca, y prometí a mi marido de guardarle inviolable fe y lealtad, y lo que ella entonces prometió lo ha de cumplir y guardar fielmente, y con toda puntualidad. Y así por ese camino no hay que esperar, aunque me mates. De lo demás haz a tu gusto, que toda soy tuya. Mas la boca ha de guardar su fe y palabra. Riyose el mancebo de oír tal simplicidad, y de allí adelante no la importunó más.
(858) 121. Un obispo tenía un rico aparador de plata, y, entre otras piezas muy bellas y subtiles, tenía un jarro y por tapador dél un tigre, y un salero, hecho a modo de cangrejo. Pues un caballero aficionado del jarro se lo pidió prestado diciendo que quería mandar hacer otro como él. Túvoselo allá más de dos meses en su poder con intento de quedarse con él. El obispo se lo envió a pedir, y así lo hubo de volver. Vuelto, pidió el salero prestado, mas con intención de no restituirlo jamás sino quedarse con él. Sospechando el obispo no se lo dio, mas enviole a decir que si el tigre, con ser un animal tan veloz y ligero, había tardado dos meses en tornar a casa, el cangrejo que era tan lerdo y espacioso, conforme a buena razón tardaría muchos años, y que por ese miedo no se atrevería a dejarlo salir de casa.
(859) 122. Un príncipe español tenía un hijo, de lengua muy maldiciente, ocasión de que muchos le aborreciesen, por lo cual habiéndole mandado su padre que jamás hablase, él le obedeció; en este tiempo sucedió que fueron a un banquete que el rey hacía, asistiendo también a él la reina. Servía el mancebo a su padre (como mudo) con mucho desenfado, gracia y puntualidad, que era estremado en todo, si
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no en la lengua. La reina que era algo desenvuelta, y no tan casta, persuadida a que el mancebo era de veras mudo, y sordo, y por esa ocasión a propósito para su servicio, pidióselo a su padre. Dado, ella no recelándose dél hacía sus cosas sin ningún recato. Sucedió, pues, que de allí a dos años, el padre del mozo se halló en otro banquete semejante al pasado. Había el rey, en ocasiones reparado en la agilidad del mancebo, a quien todos tenían por mudo verdadero, pues mientras él servía a la reina muy solícito, preguntó el rey a su padre si su hijo había enmudecido por algún accidente o si había nacido así. —Ni por lo uno ni por lo otro —respondió el padre—, sino que calla por expreso mandamiento mío por poner freno a su maldita lengua. El rey entonces le pidió que le diese licencia para que hablase; obedeció, y el mancebo mirando al rey le dijo: —Vuestra majestad tiene una mujer la más libre y deshonesta de toda esta ciudad. El rey turbado entonces y arrepentido le mandó callar. Quien malas mañas ha, etc.
(860) 123. Habiendo el Papa Julio Segundo puesto (por justas causas) un entredicho en la ciudad de Sena, fue un embajador a Roma de parte de la ciudad para que Su Santidad se le alzase, y no queriendo el Papa, dijo el embajador: —Beatísimo padre, mire V. Santidad lo que hace que por mi vida que si los deja estar mucho así, se regosten, y tengan a gran ventura el quitarse de cuidados de ir a la iglesia a oír misa porque se hallarán mejor así que de esotra manera. Dicho perverso y de mal cristiano.
(861) 124. Un labrador supersticioso y impertinente dijo a un garzón suyo que cuando fuese por leña al monte, si viese alguna liebre lo dejase todo, y se volviese luego a casa porque, decía, que aquella era mal señal, y siniestro agüero; mas que si viese algún lobo que no dejase lo que hacía, porque aquel animal prognosticaba buenos sucesos. Vio pues el mozo un lobo en el monte, y prometiéndose con esto toda felicidad y buena dicha fuese a cortar su leña, y mientras él es-
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taba muy divertido en este ministerio, sin otro cuidado, se comieron una mula los lobos, de dos que llevaba. Quedose aturdido viendo el caso, mas luego se animó, y dijo: —Mi patrón me advirtió que el lobo era buen agüero, y pues es así quiérome ir a casa. Y con la mula que le quedaba se volvió. Preguntole su amo que qué se había hecho de la otra, respondió que se había quedado en el monte. —Pues, ¿por qué no la trujiste? Replicó: —Porque lo tiene en el cuerpo la buena ventura —entendiéndolo por el lobo que se había comido la mula. El amo, viendo que él había sido el necio, calló y quedose sin la mula.
(862) 125. Un mayordomo de un cardenal habiéndose revuelto con una tusona, se hinchó de bubas, y eran tantas las señales y pupas que tenía en su cuerpo que apenas se hallaba lugar donde no las tuviese. Paseábase de esta manera por Roma y acudía a las lonjas a sus conversaciones y negocios, mas tan desfigurado que no parecía el que solía ser, díjole un amigo suyo: —¿Es posible que no os corréis de parecer por estas calles públicas, estando como estáis? Respondió: —No, por cierto, que el mal que tengo no lo he hurtado yo, que mi sangre, y mi dinero me ha costado.
(863) 126. Hallándose Luis Undécimo, rey de Francia, en Borgoña, en ocasión de cierta guerra, andando a caza en una aldegüela trabó amistad con un labrador, persona de ánimo sencillo y sin malicia (que es cosa muy ordinaria los grandes señores y príncipes inclinarse a hombres de semejante condición). Iba, pues, el rey muchas veces, cuando cazaba, en casa de este labrador y solía comer algunas comidas toscas y viles que el buen hombre le presentaba. Y comía con él nabos y otras cosas semejantes, alegrándose con el labrador. Y volviéndose a Francia el rey, de allí a poco tiempo la mujer del labrador persuadió a su marido que fuese a Francia a visitar al rey, y le llevase presentado algún grueso y hermoso nabo.
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Dijo él que era perder el trabajo y el tiempo, porque los príncipes luego se olvidaban de semejantes servicios. Mas tanto porfió ella que se determinó a complacer a su consorte, buscó algunos nabos, los mayores que pudo haber, y púsose en camino. Sucedió que se comió los nabos que llevaba, excepto uno que se reservó, que era el mayor y mejor. Con el cual llegó a la corte, púsose en parte donde el rey le pudo ver, y le conoció luego y le llamó. Llegose, hizo su cortesía como supo y presentole el nabo. El rey lo recibió con muestras de mucho amor y agradecimiento, mandando a un criado que lo guardase entre sus más ricas y estimadas joyas, y convidó a comer al labrador. Y acababa la comida, diole muchas gracias por el presente, y cuando se quiso volver a su aldea, mandole dar mil escudos en oro. Habiéndose, pues, publicado por la corte semejante liberalidad y grandeza, sucedió que otro cierto cortesano, más codicioso que sencillo, presentó al rey un bellísimo y poderoso caballo. El rey lo recibió con el agradecimiento que a tal presente se le debía, y juntándose su consejo quiso saber con qué se le podría pagar a aquel hidalgo un caballo de tanta estima. En el entretanto el que se lo había presentado hacía estos discursos entre sí, y decía: —Si el rey ha hecho a un pobre aldeano una merced tan señalada por un nabo que le presentó, ¿qué tan grande me la hará a mí, que, fuera de que soy una persona tal, le he presentado un tan hermoso caballo? Pues entre los consejeros habiendo uno propuesto un premio, y otro otro, estando el caballero suspenso, entretenido con una vana esperanza, dijo el rey: —No más, baste, que ya yo he hallado premio para tan grande presente. Y llamando a su guardajoyas, le dijo al oído que trujese de cierta parte una cosa que hallaría envuelta en un cendal. Trújola, y de las manos del criado se la puso en las del gentilhombre, diciéndole: —Tomad esta joya en recompensa de vuestro caballo, y, por mi corona, os juro que me costó mil escudos de oro. El cortesano, en apartándose de la presencia del rey, desenvolvió su joya y halló un nabo casi seco.
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Publicose la burla, que fue bien celebrada y reída; y la ambición de aquel caballero quedó también bien castigada.
(864) 127. Un cierto hortelano, habiendo vuelto de donde trabajaba a su casa halló fuera de ella a su mujer, que había ido a lavar su pobre ropa, y antojado de oír y ver lo que su mujer haría y diría cuando él muriese, fingiose muerto, tendiéndose en el suelo, y estando así entró la mujer con sus trapos a cuestas y hallando a su marido muerto (según ella pensaba) púsose muy suspensa y dudosa, no acabando de resolverse si lloraría la muerte del marido primero que comiese, porque ya veía que era ya medio día, y estaba la pobre en ayunas. Al fin apretándola el hambre, se determinó a comer. Echó un torrezno sobre las ascuas, y comioselo muy apresuradamente, y a medio mascar, estaba también con mucha sed sin acabarse de determinar qué medio tomaría. Al fin agarró de un jarro, y comenzó a bajar con él por la escalera de la bodega para sacar vino. Sucedió entrar entonces en casa una vecina a buscar lumbre, bien descuidada del caso, y como la señora la vio arrimó el jarro y comenzó a dar gritos y llorando decía: —¿Hay desgracia igual? ¡Mi marido, la lumbre de mis ojos, que se ha quedado muerto! Con el alboroto despertó toda la vecindad.Y él hacía su papel tan bien que todos le juzgaban por muerto. Mas al fin, cuando a él le pareció que estaba bien satisfecho de lo que tenía en su mujer, abrió los ojos y levantose diciendo: —Mujer mía, no os canséis, pues os engullístes el torrezno, razón será que matéis también la sed, subid el vino antes que le suceda alguna desgracia al jarro.
(865) 128. Viniendo a Florencia un cardenal enviado por el emperador Maximiliano para componer las cosas de Italia, fue recibido con grande aplauso, y acudieron (entre otros) a celebrar la fiesta y su venida, los añafiles, y otros muchos con diferentes instrumentos por coger algún dinerillo; entre otros fue un buen hombre, que era tamborilero, muy gracioso y entretenido, mas era corcovado, patituerto y de mala cara, sin otras muchas tachas que tenía, de manera que parecía monstruo de naturaleza, el cual después de haber dicho muchos
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donaires al cardenal para hacerle reír, añadió entre otros, uno, y fue que le dijo: —Señor ilustrísimo, una merced que vuestra ilustrísima me otorgase. Dicen todos en Florencia que vuestra ilustrísima ha venido de Alemania a enmendar y concertar todas las cosas de Italia mal hechas: suplico a vuestra ilustrísima que me concierte a mí, pues veo cuanto lo he menester.
(866) 129.Tornose loco un gentil hombre florentín, mas al fin vino a sanar, sucedió que cierta buena mujer, sencilla y sin malicia, pidió remedio a ciertos conocidos suyos para que un hijo suyo sanase de otra locura. Ellos maliciosamente la enviaron al loco que había ya sanado para que la diese el remedio; ella, buscándole, le dijo: —Señor, yo he sabido que estuvistes loco, y habéis sanado, hacedme merced de decirme el remedio con que sanastes, porque tengo un hijo loco y querría aplicárselo. Reparando el gentilhombre en la bondad y sencillez de la mujer, la respondió: —¡Oh, pobre de mí! Señora, no os pase por el pensamiento hacer tal, porque en mi vida gocé de mejor tiempo que cuando lo estuve.
(867) 130. Preguntándole a uno que por qué se había casado a la vejez, respondió: —Porque a los viejos les comienza a faltar el juicio. Mientras yo fui mozo discurrí y guardeme, mas cuando envejecí comenzé a caducar y caseme.
(868) 131. Estando dos ciegos junto a una iglesia cierto día antes de amanecer, esperando a que fuese de día para acudir con sus banquillos a su lugar acostumbrado, comenzaron a tratar de sus limosnas. Dijo el uno al otro: —Amigo y camarada mía, ¿cómo te va de limosnas? ¿Qué traza y arbitrio tienes para sacarla? ¿Qué grangearás cada día? —Poco —decía el otro—, porque la gente está ya tan acabada y consumida, que no hay quien dé un maravedí.
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—La verdad es que están todos muy gastados y pobres —respondió el primero—, y si no fuera por lo que yo tenía antes adquirido y ahuchado muriera de hambre. —Y yo también —repitió el segundo. —Mas, dime amigo, por vida tuya, ¿qué tanto dinero tendrás? —Yo tendré —respondió— hasta unos cincuenta ducados. —Yo tendré otros tantos —dijo el otro— y téngolos a guardar en tal parte. —Yo no —decía el compañero—, que los traigo cosidos en mi caperuza y los tengo por más seguros, y todos los tengo en oro. Estábalos escuchando en aquella ocasión un pobre hombre, que acaso se había quedado a dormir aquella noche allí, y oyendo decir del dinero que llevaba en la caperuza, se llegó al descuido a él y aunque la caperuza estaba bien atada con una tranzadera por la garganta tiró de ella con tanta fuerza que se la arrancó, y se acogió con ella. Comenzó el ciego a dar voces, y agarrando del ciego, su compañero, decía: —Ladrón, daca mi caperuza, dame mis dineros. Tú me los has robado. El otro ciego, que estaba inocente, le respondía: —¿Qué dices? ¿Qué diablo de caperuza? ¿Qué dineros? —Dámela, traidor, tú me la has quitado. Y diciendo y haciendo, le tenía valientemente porque no se le escapase; el otro, que no lo entendía, procuraba desasirse, y negaba a pie juntillas. Y entre estos dares y tomares echan mano de los palos que llevaban y andaban a palo de ciego, de manera que los hicieron pedazos en sus costillas y cabezas. Luego que dieron tras los banquillos y hicieron lo mesmo, y ya que no pudieron más, con las uñas y con los dientes se pusieran tales que si no hubieran acudido al ruido unos religiosos que estaban allí cerca, sucediera alguna muy gran desgracia. Al fin los metieron en paz, y oídas las partes, y hallándolos a entrambos inocentes, echaron de ver de dónde vino el principio del engaño, y del daño, que ya no tenía remedio. Últimamente el uno se quedó sin su dinero y entrambos tuvieron qué llorar largo tiempo.
(869) 132. Haciendo el emperador Enrico Tercero una dieta en Norinberg, vino cierto pobre a la corte pidiendo con grande instan-
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cia que le dejasen hablar al emperador, diciendo que era su hermano, y porfiando un día y otro día, vino a oídos del emperador que, admirado de semejante novedad, mandó que entrase el pobre, y preguntándole de qué manera sabía que era su hermano, respondió: —Señor, solo porque todos los hombres del mundo somos hijos de unos comunes padres que fueron Adán y Eva. El emperador (a quien no había caído muy bien en gracia la retórica y argumento del pobre) mandó que le diesen un cuartillo sólo, de limosna, diciendo el pobre: —¿Pues cómo, señor, siendo vos tan rico mandáis dar tan poco a un hermano vuestro? —Vete con Dios, que si cada uno de los demás tus hermanos te dan otro tanto, vendrás a ser mucho más rico que yo.
(870) 133. Decía uno que la mayor parte de los pobres se moría de comer mucho, y de los ricos por comer poco, y de los clérigos de frío. Preguntado por qué, respondió: —Porque en enfermando un pobre todos le llevan algo de comer, y así tanto como engullen los mata. Los ricos que están acostumbrados a comer mucho y bueno, en la enfermedad guardan tanto la boca que tanta dieta los mata, porque se enflaquecen mucho, y así con dificultad vuelven en sí. A los clérigos, como no tienen mujer ni hijos, cuando están con la fatal enfermedad más apretados el ama tiene cuidado de aliviarles de ropa, que va recogiéndola con tiempo por si después no lo hubiere para ello, y así o muere de frío, o no con tanto abrigo como pudiera.
(871) 134.Yendo un caballero a visitar a otro enseñole su camarín y en él, entre otras cosas curiosas, muchas perlas, zafiros, diamantes y rubíes finísimos; mirándolas admirado le preguntó que en cuánto estimaría aquellas joyas, y qué provecho sacaba de ellas. Respondió que su valor era infinito, mas que el provecho ninguno. Dijo entonces el primero: —Pues, señor, yo os quiero enseñar dos piedras solas que tengo y no me costaron más que diez escudos, y me dan de renta cada año docientos ducados.
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Y llevándole a un molino suyo le enseñó dos piedras que molían diciéndole: —Estas son, que su virtud y valor sobrepuja a todas cuantas vos tenéis en vuestro camarín.
(872) 135. Un señor cogió a un criado suyo en cierto hurto, quísolo hacer ahorcar, y en efeto lo intentó; mas estando ya al pie de la horca se llegó a él y le dijo: —Fulano, por vida tuya, que me digas si sabes de algún criado, hombre de bien y fiel, que quede a mi servicio en lugar tuyo. El hombre respondió: —Yo os juro, señor, para el paso en que estoy que no sé de ninguno. —Pues que es así —dijo su amo—, vuélvete tú a mi casa que yo te perdono, que quiero servirme de ti más que de otro, que quizá será peor que tú.
(873) 136. Encomendando cierto cura en un sermón a sus feligreses a un molinero para que le favoreciesen, por moverles a compasión les decía: —Fieles cristianos, mirad en esto, veréis que este molinero es muy bueno y virtuoso en que pudiendo enriquecer con su oficio está pobre, que si quisiera hurtar pudiera sustentarse con él, y así favorecedle con lo que cada uno pudiere.
(874) 137. En una aldea cierto cura haciendo el oficio divino un Jueves Santo se volvió al pueblo que hacía gran ruido y estruendo, y le dijo reprehendiéndole muy colérico: —Señores, yo me vine a este lugar a sujetar a una gente muy incorregible. Y muy enojado se volvió el rostro al altar, y desembarazándose el brazo del ornamento que tenía revestido, hizo una gran cruz sobre el ara diciendo: —Pues por esta señal de cruz y el día santo de hoy, gente desalmada, que si os hubiera conocido antes, que no me hubiérades cogido acá. Y con tanto fue adelante con su misa.
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(875) 138. Fue un pobre a pedir limosna a un panadero diciéndole que había tenido un oficio pariente del que él entonces ejercitaba. Preguntole el panadero que cuál era. Respondiole que molinero. Preguntole otra vez: —Dime ¿cuántos habrán ido a tu molino a moler? Respondió: —Muchos. —Pues eres loco —replicó—, que si tú les recorrieras los costales a ellos no tuvieras necesidad de pedirme limosna a mí.
(876) 139. Un cierto personaje que tenía una mujer no menos enfadosa que soberbia, de manera que por cualquier cosita siempre gruñía y gritaba, ni jamás le parecía bien acción que el marido hiciese, no obstante él tenía cuidado de cuando en cuando de visitarla las costillas, mas, viendo que no aprovechaba, imaginó un remedio, y fue que cuando ella comenzaba a reñir, tomaba él unas sonajas y con mucha flema las tocaba muy apriesa. La mujer, muy colérica, con tal estratagema, tomábala el diablo y decíale cosas que no se las dijeran a un negro. Él dalle que dalle con sus sonajas y callar; arrebatóselas de las manos volviolas a tomar y dio en ellas con más porfía. La mujer rematada saliose a la calle dando voces como loca, y él tenérselas tiesas. Fuese la mujer y no volvió hasta otro día, que entró en casa cantando las mesmas canciones. El marido volvió a dar en sus sonajas, hasta que últimamente la buena mujer viendo el pleito mal parado se dio por vencida, y prometió a su marido de no reñir más de allí adelante, y le dio su fe y palabra de estarle muy obediente, mas con condición que no había de tomar las sonajas en las manos ni tocarlas más en su vida.
(877) 140. Un mancebo tenía conversación con la mujer de un labrador, hombre sencillo, y nada malicioso, el cual por deudas andaba a sombra de tejados y así ordinariamente dormía fuera de casa. La señora que estaba acomodada con el tal hallose una noche con él descuidada de que en aquella ocasión viniese su marido, que a deshora llamó a la puerta. Alborotáronse, mas acudió ella al remedio, y hizo meter al galán debajo de la cama, tomando el pleito con el marido en entrando le dijo riñendo:
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—Hombre del diablo, vos debéis de tener deseos de veros y desearos en una cárcel, testigos son de esto los alguaciles del corregidor que han venido a buscaros, y no han dejado rincón en toda la casa que no hayan mirado muy bien, y con muchas amenazas que hicieron, volvieran después según que yo entendí. El pobre atajado, que ya entendió que los tenía a cuestas, buscaba dónde esconderse y así dijo a su mujer: —Pues, hermana ¿qué haré que las puertas de la ciudad están cerradas? Díjole su mujer, entonces: —Aguija y métete en el palomar y allí te puedes quedar esta noche; y yo taparé la entrada de manera que quite toda sospecha. Púsolo por obra al punto, y ella tapó bien la entrada y quitó la escalera con que quedó el campo seguro. Sacó al amigo, hicieron un poco de ruido, como que la justicia había vuelto, que como la oía el marido en el palomar se moría de miedo. Ellos cerraron y se acostaron, y el otro pobre tuvo su cama desvelado toda la noche en el palomar con los palomos entre el estiércol y la basura.
(878) 141. Decía un loco esta sentencia, conviene a saber que había cuatro madres buenas que tenían cuatro hijos malos.Y decíala en latín: s c i l i c e t: Veritas, odium; Prosperitas, superbiam; Securitas, periculum; Familiaritas, comtemptum (videlicet) parit.
(879) 142. Alfonso, rey de Nápoles, respondió a un amigo suyo (que le aconsejaba que mientras pudiese se desahogase gastando el tiempo ociosamente sin poner su persona en tantos peligros) habiendo aquellos antiguos romanos (no acaso sino con muy gran consejo y acuerdo) edificado el templo de la Virtud junto con el de la Honra, de manera que ninguno podía entrar en este si no era pasando por esotro. Solo lo hicieron para que los hombres entendiesen que no se podía subir a lo sublime de la Honra por el camino de los placeres que está lleno de pasatiempos y gustos, sino por el de la Virtud que está lleno de trabajos y asperezas.
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(880) 143. Un cierto hombre andaba con unas botas bien trabajadas y nuevas con ánimo de presentárselas al primer hombre que no tuviese miedo de su mujer y habiéndose pasado algunos días, que en efecto no hallaba, encontró con un villano mocetón rollizo y muy desahogado que los tomó, dándoselos, pues, le dijo: —Tomá juntamente con ellos este licor para que si se pusieren tiesos los puedas domar, y doblarlos para meterlos en el pecho. Respondió el villano: —En el pecho, eso no, que se me ensuciará la camisa que me he puesto limpia esta mañana y tendré pleitos con mi mujer. Entonces el de las botas se las quitó, y dándole un golpe con ellos le dijo: —Pues, bárbaro, villano, ¿por qué me queríais llevar mis botas si temes a tu mujer? Y con tanto se las llevó, por no hallar a quien dárselas por aquel respecto.
(881) 144. Un viejo muy experimentado, y por esto elegido por consejero, reprehendía al rey, porque se determinaba a ir a cierta guerra contra el parecer de todos los del Consejo, al cual dijo el rey Alfonso con aquella realeza y discreción de que era dotado: —Los consejeros de los reyes, o han de ser reyes, o tener bríos y talento de reyes porque si no muchas veces juzgan (los que no lo son, sino hombres particulares) cosas que no son tales ni frisan con la grandeza de un rey. Y trujo este ejemplo porque si a Pármen[i]o le era lícito y permitido recibir presentes y dinero al decoro y grandeza del Magno Alejandro, no.
(882) 145. Habíanle robado a un doctor trecientos escudos en oro, que solos le habían quedado de la dote de su mujer, y así andaba muy rostrituerto, y tanto más porque aún le vivía la mujer, que tenía una cara de un demonio. Habiendo venido este caso a oídos del rey, dijo: —Mucho mejor hubiera sido que los ladrones le hubieran llevado la mujer que no los dineros.
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(883) 146. En un corrillo alababan algunos a cierto famoso capitán, o ya por su grandeza de ánimo, o ya por su consejo y experiencia en las cosas de la paz y de la guerra, o ya por su autoridad y valerosas hazañas, no faltó un émulo que dijo entonces: —Verdad es que tienen todas esas partes adquiridas, mas no se puede negar que es hombre bajo y malnacido —aludiendo a que era hijo de un carnicero, y esto decíalo públicamente. El rey Alfonso de Nápoles que estaba presente acudió diciendo: —Por mi corona, que quisiera ser más fulano aunque fuera hijo de carnicero que hijo de algún rey, porque el parentesco no es mancha de la gloria, antes juzgo que aquel ha de ser más alabado que se levanta del polvo de la tierra, y vuela con su fama y gloriosas hazañas por las esferas encumbradas haciendo instrumento de sus grandezas las bocas de todos los hombres, pues se sabe que de muy bajos principios se han levantado linajes famosos y casas muy señaladas.
(884) 147. Una cierta señora, que había enviudado de un doctor, quería volverse a casar, y aconsejándose con sus parientes la dijeron que mirase bien con quién se casaba pues no la iba menos que su reputación casándose con hombre de menores prendas que el que había perdido, y con esto se trataba de buscar otro doctor con quien casarla, mas ella sabiéndolo, oyendo decir de doctor dijo: —No me los mienten, malditos sean todos ellos, mas que se los lleve el diablo, ya estoy harta de doctor; ni oírlos ni verlos. Los parientes alababan las partes de un doctor, su autoridad, la cabida y favor para con todos, lo que era estimado de los reyes y grandes señores, con que venían a enriquecer y ennoblecer sus linajes y casas. Ella entonces acudió: —Verdad es todo eso, porque ellos son famosos, doctos, agudos y entendidos acerca de su medicina; y todo lo que hacen lo hacen cabeza, donde confieso que tienen toda la ciencia, vigor y substancias, mas cuán poca virtud les quede a los demás miembros del cuerpo, no hay quien mejor os lo pueda decir que yo, que lo he experimentado a mucha costa mía.
(885) 148. Decía uno que los florentines siempre tuvieron tres razones de estado en el gobierno de su república.
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La una es que los unos dan la reputación, la otra que los otros prestan el dinero, la tercera es que los otros ponen las sonajas. Preguntando qué significaba esto de poner las sonajas, contó esta fábula: —Ciertos ratones entraron en consejo para determinar qué harían para librarse de las burlas tan pesadas que el gato les hacía; salió de la consulta determinado que atasen unos cascabeles o sonajas a la cola del gato, y llegando a la ejecución se quedó así, porque no hubo ninguno que se atreviese a echárselos.
(886) 149. Persuadiendo un amigo a otro que se casase, le respondió: —Amigo, yo os quiero contar lo que me sucedió esta otra noche: yo soñaba que me había casado y fue tan grande el susto que me dio soñándolo solamente, que salté de la cama y me fui de casa, y me anduve toda la noche paseando por la ciudad como si fuera loco, solo por no volverme a dormir, y ponerme en otro tanto peligro.
(887) 150. El rey Alfonso de Nápoles a un tudesco, que era hijo de judíos, mostrándole una figura de relieve de oro de San Juan, y le pedía por la hechura al rey quinientos ducados, le dijo: —Por mi corona, que no sois lerdo, y que tenéis hasta más inteligencia de cosas que vuestros antepasados, pues pedís tanta cantidad por el discípulo no habiendo ellos vendido el maestro de ese San Juan por más de por treinta dineros, siendo el Señor y rey de los judíos.
(888) 151. Preguntándole a uno que qué género de navíos era más seguro respondió que el que llegaba a puerto.
(889) 152. Un cierto hombre solía decir que las cosas injustas y mal hechas no pueden durar mucho, y que la justicia era como lo corriente del agua, que cuando le ponen estorbo y la atajan, o rompe cualquier máquina, o crece tanto que revienta y sube por encima; algunos comparan la justicia a las telas de las arañas.
(890) 153. Decía Cosme de Médicis que cuando uno volvía de algún gobierno y le preguntaban dónde había estado era buena señal
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porque se presumía, que había cumplido cristianamente con su obligación, y que no había nadie quejádose dél.
(891) 154. El rey Alfonso de Nápoles dijo a un caballero muy gastador que cada día le pedía muchas cosas: —Si yo te hubiese de dar cada día lo que pides remediando tu necesidad me pongo yo antes a peligro de quedar pobre, que no de hacerte a ti rico.
(892) 155. En Roma ciertos ladrones atrevidos y diestros en su ministerio anduvieron ausmando muchos días la casa de un mercader rico que tenía muchas correspondencias y cambios; y ofrecida ocasión en una noche se determinaron a robarlo y habiendo con sus instrumentos y ganzúas abierto la puerta y tienda, comenzaron muy de espacio a mirar lo que había que robar. Sucedió que mientras ellos trataban de sacar la mercadería que pasase por allí un alguacil de ronda, con la demás cáfila que suele acompañarle, y viendo aquella tienda abierta a la media noche y que entraban y salían en ella aquellos hombres, maravillado se paró y preguntando qué novedad era aquella, se asomó uno a la puerta con una escoba en la mano, y dándole a entender que limpiaban la tienda le dijo: —Señor, el patrón de esta casa es muerto, y se trata de desembarazarla por ciertos respectos. Respondió entonces el alguacil: —Está bien; mas si es muerto ¿cómo no oigo llorar a nadie? Dijo el ladrón: —No os dé eso cuidado, señor, porque por la mañana lo llorarán todo junto.
(893) 156. A Galeazo Florimonte de Sesa, obispo de Aquino, persona doctísima y muy sancta, estando entonces el Papa Paulo Tercero con su corte en Lombardía, se le antojó una mañana de verano que hacía grandísimo calor de ir desde Parma a Regio. Sucedió también que aquella mesma mañana había partido para Parma un cierto gentilhombre cuyo nombre callo por algunos respectos, porque era un hombre tan malo y vicioso, que por su vida tan profana, descortesías y malos términos nadie le quería bien.
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Llegando, pues, el obispo a Regio, apeose en casa de un amigo suyo que solía aposentarle, y apenas hubo desembarazádose cuando pidió que le diesen un poco de agua para refrescarse y lavarse los ojos. Preguntándole su güésped en el interín si había encontrado en el camino al tal gentilhombre, respondió: —Sí, señor, que por eso pedí agua para lavarme los ojos por haberle visto.
(894) 157. El cardenal Hipólito de Médicis [1511-1535] fue un príncipe en nuestros tiempos liberalísimo y en todo género de virtudes excelente. Tenía una casa real, servíase de muchos y bien nacidos criados y teniendo en esto tan excesivos gastos que sobrepujaban sin comparación a todas sus rentas, si bien tenía muchas. Sucedió que estando en Bolonia con el Papa Clemente [su tío], cuando su Sanctidad coronó al invictísimo emperador Carlos Quinto [1530] que en esta ocasión usase de extraordinario exceso y magnificencia correspondiendo en esto con la realeza de su ánimo tan real y generoso, pues un día que iba con extraordinario acompañamiento y pompa se le antojó a Su Santidad (que muchas veces había reprehendido en su sobrino aquestos excesos) de poner efectivamente remedio en ellos, y así mandando llamar al mayordomo del dicho cardenal, le pidió una lista de los criados que tenía en su casa, y ni más ni menos el cómputo del gasto que tenía cada día, y leyéndolo, admirado de semejante exceso, comenzó a borrar con su propia mano todos los criados que le pareció que estaban sobrados y que eran sin provecho para el servicio de su sobrino, y dándole la lista al mayordomo, le dijo: —Decilde de mi parte a Hipólito, mi sobrino, que despida luego a todos los criados que van ahí borrados, que los demás le sobran para su servicio. A la noche entrando el cardenal en su casa diole la memoria el mayordomo y el recaudo de su tío. Leyola, y dijo: —Bien dice Su Santidad, que no he menester los criados que aquí envía con señal, mas porque ellos me han menester a mí, te mando que pena de mi desgracia no despidas a ninguno. Y así se quedó la casa como estaba al principio.
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(895) 158. Llegaron dos mancebos en casa de un figón a comer, de los cuales el más mozo viendo de dos güevos que le pusieron delante, quebró el uno y halló dentro un pollo casi entero, y habiéndoselo enseñado a su compañero, le dijo el otro: —Calla, y comételo sin que lo sienta el güésped, que te hará pagar diez tanto de lo que vale el güevo. Comioselo. Pues acabada la comida y hecha la cuenta del gasto, llegose al oído el mayor de los dos mancebos y díjole al otro que había comido el pollo: —Amigo, bien podéis pagar también mi parte porque si no diré al güésped que os haga pagar el pollo. El otro pobre, muy temeroso por no pagar tanto, pagó la comida de entrambos, y quedose para necio, yéndose el otro riyendo de su bobería y poco saber.
(896) 159. Fuese a confesar un pastor, abrucese y hincándose de rodillas a los pies del confesor, dijo con muchas lágrimas: —Padre mío, perdonadme porque yo soy muy gran pecador, y particularmente he cometido un pecado muy enorme. Animándolo el confesor y él repitiendo siempre esta mesma palabra, vino a decir finalmente que, un día de ayuno, haciendo quesos en la majada, se le habían entrado algunas gotillas de leche en la boca y se las había tragado. El confesor entonces (que sabía bien las costumbres y trato de la gente de aquella tierra) le preguntó si se acordaba de otra cosa. Respondiendo él que no le tornó a preguntar si por ventura se había acompañado con otros pastores a saltear y matar por los caminos a los pasajeros, como acostumbraban en aquella tierra. —Muchas veces —respondió— me he hallado en semejantes lances, mas esto es ya tan común y ordinario entre nosotros que pocas veces hacemos caso de ello, porque no lo tenemos por pecado. Entonces el confesor le dio a entender lo uno y lo otro, si bien el pastor se contentaba de que solo le absolviera de lo primero, pensando neciamente que lo segundo no era pecado.
(897) 160. Habiendo venido a Florencia un embajador del rey de Aragón, en tiempo de Cosme de Médicis, que pedía a los florentines un halcón de tributo cada año, ofreciéndose defenderles y ampararles
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sus estados, remitieron la resolución del caso a un caballero llamado Antonio Puci, persona prudente y de mucho consejo, que respondió que aunque era verdad, que el conde Juan Galeazo había (por vía de buena conformidad) pedido (en tiempos pasados) un halcón a los florentines, con el ofrecimiento arriba referido, mas que ellos no habían salido al partido, y así al que ahora lo pedía no solo se lo negaban también, mas ni aun a que mirase un cernícalo, que era mucho menos, le dejarían, pero que si por ventura su rey quería tirar sueldo de los florentines y ser su capitán, le darían cuarenta o cincuenta mil escudos, haciéndole saber que no habían ellos tenido capitanes menos fuertes, esforzados y valerosos.
(898) 161. Estando el dicho Antonio Puci en Milán por embajador (siendo duque entonces de aquel estado Filipo) no le dieron audiencia en muchos días. La causa fue porque el tal príncipe era inclinado a supersticiones y agüeros y tenía puesta su razón de estado en semejantes embelecos. Sucedió, pues, que se llegó la hora de oírle en cierto día, y llamado para darle audiencia, respondió que no le estaba bien ir por entonces, porque si estaba en aquel día el puncto fatal del duque, que no lo estaba el suyo.
(899) 162. Un embajador veneciano dijo a un cardenal (que había ido con cierta legacía, y quería ya partirse): —Señor ilustrísimo, decidle al Papa que comience la guerra a su gusto, que nosotros la acabaremos en su casa al nuestro.
(900) 163. Habiendo el rey Alfonso (siendo aún muy muchacho, y de pocos años) tomado la posesión de su reino, después de la muerte de su padre, sucedió que una esclava (preñada de su mesmo amo) vino a parir, y pidió su libertad y franqueza conforme a las leyes del reino, mas el amo (por no quedarse sin la esclava) negaba el tal hijo. Ella siempre aclamaba, la dificultad era muy intrincada, sin que se pudiese dar salida ni averiguarse con certidumbre. Mas el rey, inspirado de Dios, usó de una estratagema y astucia, y fue mandar que el niño se vendiese a pregones para dárselo por esclavo a quien más diese por él. El padre entonces movido de la piedad natural, sin poder detener las lágrimas, confesó que era hijo suyo, y así el rey lo dio, y a la esclava, libertad.
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Caso semejante al de Salomón en el juicio de las dos mujeres.
(901) 164. Diciendo uno a un cierto abad que había aprendido de él a ser hipócrita respondiole el abad: —Tú mientes, que yo no te he enseñado tal cosa (como dijo el otro diablo) —y contole la siguiente novela: —Un monje ayunaba de muy mala gana, y forzábanle a que ayunase.Ya, pues, que no podía más, encerrábase en su celda y asaba los huevos al candil, volviéndolos y revolviéndolos muchas veces. Acechándole en una ocasión el abad por una hendedura de la puerta, cogiéndole con el hurto en las manos, le reprehendió mucho; escusose el monje con decir que el demonio le había enseñado aquella invención. El diablo entonces, que estaba escondido debajo de la mesa salió y dijo: —Eso es mentira, que antes yo he aprendido de ti el asar los güevos al candil.
(902) 165. Un cierto caballero, vasallo del rey Alfonso, habiéndose escapado de una prisión en que sus enemigos le tenían, luego se presentó al rey y en un momento le pidió y alcanzó, y habiéndolo ya el rey despedido, escapándose de sus importunidades, dijo: —Por Dios que tuve miedo, entre tantas cosas como me pidió, no se le hubiera antojado también de pedirme la mujer.
(903) 166. La gota y la mosca habiendo caminado un día juntos, al anochecer cada una se acogió donde la cogió la noche, si bien las posadas no fueron a su propósito, porque la gota se aposentó en casa de un labrador pobre, quería descansar en los pies del labrador llenos de callos y enlodados; por el contrario la mosca se acogió en casa de un hombre rico donde no pudo matar la mucha hambre que llevaba. La razón y causa era porque con los amoscadores no la dejaban llegar los criados. Al fin pasada la noche volvieron las dos a su comenzado camino y contándose la una a la otra sus infortunios y trabajos quedaron de acuerdo entrambos que de allí adelante trocasen las suertes en cualquiera tiempo y ocasión.
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(904) 167. Prendió un señor a un famoso ladrón el cual tenía parientes muy ricos, los cuales ofrecieron al tal señor grandísima suma de ducados porque le diese libertad. Díjoles el señor: —Eso es escusado, sin ningún interés ni gasto os le quiero dar libre y de gracia, haciendo lo que me rogáis, mas con tal condición que me de su fe y palabra de que no hurtará más. Muy contentos todos le dieron las gracias de la merced que les quería hacer, y con las esperanzas de verle pronto libre se consolaban. Mas de allí a pocos días le hizo ahorcar. Sabido de los parientes se quejaron mucho dél y de la palabra que no les había cumplido. Él respondió que sí había cumplido, porque había sacado al ladrón de la cárcel con condición que no robaría más, y que porque supiese bien cómo lo había de hacer le había señalado un maestro que le enseñase, y que éste era el verdugo porque no había hallado otro mejor.
(905) 168. Un mancebo de Módena no muy rico, aunque noble, deseando no desdecir de quién era, procuraba, por lo menos en lo exterior, conservar el grado de su nobleza, para esto recibió un criado, hombre materialísimo, el cual fuera de muchas imperfecciones, que tenía, interiores y exteriores, se le conocía un defecto notable y era que nunca se hartaba de dormir. Sucedió, pues, que habiendo un día de fiesta este gentilhombre ido a visitar un amigo suyo que se había retirado a una granja muy cerca de la ciudad, en llegando se apeó, dejando la cabalgadura al criado (que se llamaba Martín) para que tuviese cuenta con ella, el cual apenas hubo vuelto su amo las espaldas, cuando se quedó como una piedra, habiéndo primero revuéltose las riendas del caballo al brazo. Dormido al fin de allí a un poco, pasó por allí un soldado a pie, destrozado y muerto de hambre, vio la ocasión y asióla del copete. Él iba sin dineros, y así el cansancio y la necesidad le obligaron a que se llegase al mozo, violo dormido con las riendas revueltas al brazo, y sacando un cuchillo se las cortó con gran tiento, y cogiendo el caballo se acogió más que de paso; de allí a un buen rato despertó Martín, y hallose con las riendas revueltas al brazo, y no halló el caballo. Quedose un poco suspenso y luego dijo:
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—O yo soy Martín, o no soy Martín. Si yo soy Martín a mí me han hurtado el caballo, y si no soy Martín yo me he hallado estas riendas, que tengo revueltas al brazo.
(906) 169. En cierta elección de una dignidad estaban muy desavenidos los electores, porque había algunos que querían elegir a un sujeto indigno, como en efecto lo hicieron. Preguntáronle a uno que qué sentía de semejante elección, respondió que los tales electores habían hecho como el moscón, que anda volando de una parte a la otra, y después se viene a asentar sobre un montón de basura.
(907) 170. Llegando un loco a cierto corrillo de hidalgos, que estaban en la plaza de San Marcos de Venecia, les pidió a cada uno un sueldo y en recompensa prometió de darles un bueno y saludable consejo, y tal que le estimarían en más que el valor de los dos escudos. Los hidalgos sonriyéndose le dieron luego lo que pedía, diciendo que le agradecían el consejo tan barato y provechoso; y muy atentos atendían a lo que haría y diría aquel atronado, el cual sacó un ovillo de hilo, y descogiendo dél cada cuatro varas se las iba dando a cada uno diciéndoles que el consejo era que jamás se llegasen al loco más cerca de lo que tenían de largo cada una aquellas hebras que les había dado, porque el que más lejos estuviese de un loco, ese estaría mejor.
(908) 171. Un cierto hidalgo pobre tomó fiado un poco de paño para vestirse hasta valor de cien ducados, con pacto y convenencia que dentro de un año los había de pagar. Llegado, pues, el término y no hallándose con posibilidad de pagar retirose en su casa por algunos días sin salir por la ciudad, desvelábase imaginando siempre qué arbitrio tendría para pagar al mercader, y no hallándolo, harto ya de estar encerrado, comenzó a volver a sus acostumbradas conversaciones y corrillos en las plazas y lonjas. Pasaba muchas veces por la tienda del mercader sin mentarle la deuda. El mercader calló y disimuló por algunos días, mas viendo finalmente que su acreedor no solo no le pagaba, más que ni aun le mentaba la deuda, díjole un día:
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—Señor, ¿háseos olvidado, por ventura, que me debéis cien escudos? Porque ya se han pasado más de dos meses y ni os acordáis, ni aun hacéis caso de mí. Respondió el acreedor: —Vuestra deuda la tengo y he tenido en la memoria, y ha muchos días que me desvelo buscando manera cómo os pudiese pagar, y no la he hallado, y así me he resuelto en dejaros pensar a vos de qué manera los podréis cobrar.
(909) 172. Una mujer de cierto mercader no teniendo hijos y deseándolos tener, con orden de un médico enviaba cada mañana a un jardín de un convento a una criada suya por unas hierbas que diz que tenían virtud de purgar y confortar la madre; pasados algunos meses la tal señora reparó que le crecía la barriga a su criada, y díjola: —Fulana, paréceme que te crece el vientre mucho, cosa que me hace sospechar no hayas hecho algún desacierto. —En verdad, señora —respondió ella—, que es grandísimo engaño eso, porque yo estoy muy fuera de todo lo que imagináis, sino que yo me quité unas faldetas de lienzo delgadas que traía y me puse otras de invierno; y es error pensar que una mujer como yo (que mis padres fueron fulano y zutano, y mis agüelos y bisagüelos citano y citano gente toda de buena fama, etc. ) había de hacer una ruindad semejante. Con lo cual la señora perdió algo de su sospecha, mas de allí a pocos días vio que iba creciendo la barriga de manera que no pudiendo la criada ya encubrir, dijo: —Yo os hago promesa de ser quien soy, mi señora, que me podéis creer, que no sé qué cosa es el haber tratado con hombre alguno, y que si estoy preñada, como vos imagináis, no puede por otra cosa sino porque me comía yo las hierbas que a vos os sobraban, que hicieron en mí el efecto, que en vos no pudieron hacer, por ser yo de más robusta complexión; y si os acordáis, el médico os dijo algunas veces que a unos aprovechaban y a otros no, y soy una loca yo aunque de buena memoria, que si yo reparara en las palabras del doctor no las hubiera comido, conque no me hallara tan afligida y desconsolada, hecha blanco de todos, expuesta a que imaginen y digan lo que quisieren, teniéndome por mala y deshonesta mujer.
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(910) 173. Repasando un secretario de un cardenal las cartas de su señor, las que eran de provecho ponía a un lado para guardarlas, las demás a un rincón para quemarlas después. Llegose a él un criado, buen hombre, y con muchas sumisiones y cortesías le pidió que le diese dos o tres de aquellas cartas que no eran de provecho, pues las tenía para quemar. Preguntole que para qué las quería. Respondió que para enviar a su madre, que cuando se despidió de ella le había pedido que la enviase alguna carta desde donde estuviese, y añadió a esto que todos los demás criados, sus compañeros, enviaban cada día cartas a sus tierras, a los padres, parientes y amigos, y que él jamás había podido enviar ninguna por no tenerla.
(911) 174. Estando cierto hombre enamorado de una mujer determinó de escribirla una carta, dándole en ella a entender lo que por ella padecía. Hízolo, cerrola y sellola, y fuese una noche a la casa de la tal señora y con gran secreto metió la carta por una gatera que estaba en la puerta del aposento de la tal dama. Y retirándose un poco afuera comenzó a dudar si la señora acertaría con la carta, o no, pues determinose, y escribe la otra carta en que decía: —Señora, la carta hallaréis en la gatera de vuestro aposento y creedme que la hallaréis sin duda ninguna allí. Y puso la carta junto a la otra habiendo añadido: —Y advertid que entrambas las dejo en un mesmo lugar.
(912) 175. En tiempo de León Décimo hubo en Roma un poeta, de nación griego, estimado en su profesión por hombre docto y entendido. Teniendo, pues, este tal aviso de que en su tierra había vacado una abadía, fuese al sacro palacio a pedir la gracia a Su Santidad, y queriendo entrar no le dejaron. Temiendo, pues, que otro no le ganase por la mano, usó de una astucia famosa; y fue que éste sabía que un camarero de Su Santidad tenía orden para meter en la cámara a cualquier hora que fuese truhanes o locos, porque el Papa se entretenía y gustaba de semejante género de hombres; y así el griego se llegó al camarero y comenzó a decirle semejantes razones. —¿Sabéis vos que ha dos meses que el Papa, nuestro señor, hizo coronar de laurel al abad de Gaeta, y fuera de esto le ha hecho mer-
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ced que así laureado entró triunfando por toda la ciudad sobre un elefante? ¿Paréceos a vos que mis versos son menos valientes ni hinchados, cabales, ni de menor alabanza que los otros? ¿Pues, por qué me defraudan a mí de aquel triunfo, laurel y palma que merezco mejor que esotro? Yo vengo aquí para que me presentéis ante Su Santidad, que quiero yo también que se me guarde justicia, y alegar de mi derecho. Como oyó esto el camarero juzgándolo por un solemne y apacible loco, no vio la hora de meterlo a la cámara del Papa, y pareciéndole hombre de extraordinario humor al punto dio con él allá dentro, que así como se vio en la presencia del Papa se arrojó a sus pies y dijo las siguientes razones: —Beatísimo padre, siquiera yo sea o cuerdo o sea loco, suplico humilmente a vuestra santidad me haga la gracia de tal abadía, que ha vacado en mi lugar. El Papa entonces habiéndosele encendido el rostro un poco, considerando la astucia y engaño con que aquel había hecho su negocio, vueltos los ojos al camarero, le dijo: —Pardiez amigo, que nos la ha pegado. Y haciéndole la gracia, le envió. Éste fue después electo arzobispo de Candía y murió de pesadumbre porque no le dieron un capelo [cardenalicio] que pretendió.
(913) 176. Estando en Roma cierto cardenal a una ventana de su palacio detrás de una celosía, reparó en que un gentilhombre suyo había quitado el sombrero a Ángela del Mozo, que era la más antigua de las mujeres cortesanas que se conocían en aquella ciudad, de que quedó el cardenal muy maravillado por tenerle por hombre muy recogido y bien mirado en semejantes acciones con personas de aquel trato y calidad. Calló, y llegada la hora del comer donde estaban juntos todos los criados de su palacio mirándole, le dijo juntamente: —Fulano, ¿quién era aquella dama a quien quitastes el sombrero junto a nuestro palacio? Él, que no era lerdo, respondió al punto: —Señor ilustrísimo, a quien yo quité el sombrero fue a Ángela del Mozo.
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El Cardenal. por picar en lo vivo a un hermano suyo, que estaba allí, y andaba muerto por la tal, replicó: —Pues ¿vos honráis a semejante mujer (con tanta publicidad) con tanto menoscabo de vuestra honra y reputación? El gentilhombre viendo que todos habían puesto los ojos en él, púsose muy colorado, y respondió así: —Señor ilustrísimo, uno de los preceptos y documentos principales que mi maestro me dio cuando yo era muchado fue que semper veneranda senectus. Con la cual respuesta, tan a propósito y tan a punto, el cardenal comenzó a reírse, y mirando a su hermano le dijo: —Ahora es menester, hermano, que pongáis remedio en la llaga que os ha hecho este golpe. Queriendo darle en cara con su mal empleo, particularmente, siendo ella una mujer pública y sobre todo muy vieja.
(914) 177. El Dante, poeta famoso y bien conocido, fue estimado en su tiempo por hombre de promptísimo ingenio y en responder de repente en particular muy agudo. Sucedió, pues, que viniendo un día de fuera encontraron con él tres hidalgos florentines y volviendo las riendas de los caballos hacia donde venía, cada uno sucesivamente le hizo su pregunta por solo hacer experiencia de lo que habían oído, y así el primero le dijo: —Buenos días, señor Dante. El segundo: —¿De dónde viene vuestra merced? El tercero: —¿El río viene muy crecido? Y respondió a todos tres sin pararse: —Buenos días y buenos años; de la feria; hasta la cintura.
(915) 178. Llegó un vagamundo todo desarrapado a una hostería, el cual teniendo más hambre que dineros se sentó a la mesa haciendo que le trujesen bien de comer, haciéndose su cuenta que cuando llegasen a hacella le estaba mejor hallarse harto que muerto de hambre, que al fin preso por mil, etc.
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Ya, pues, que acababa de comer, comenzó a imaginar cómo podría escaparse, y con este pensamiento preguntó a su huésped lo que sigue: —Señor huésped, decidme, por vuestra vida, ¿qué pena tiene en esta tierra el que da a otro una bofetada a mano abierta? Respondió el huésped: —La pena que tiene es que pague un escudo de oro. Entonces dijo el pícaro: —Pues amigo, dadme vos a mí un bofetón y pagaros heis de la comida, y lo que sobrare me lo volveréis. El güésped, que era taimado y no se pagaba de gracias, le respondió con mucha cólera y voces diciendo: —¡La paga la he menester yo en dinero que no en truhanerías! El pícaro viendo que había dado el salto en vago, echole la red por otra parte diciéndole: —Güesped, vos me habláis con tantos fieros y amenazas como si fuérades un Roldán, y yo un vil echacuervos, pues tal cual me veis, si me determino os haré correr más de lo que vos pensáis. A quien el güésped mucho más enojado respondió: —¡Ni tú ni hombre en este mundo será bastante para hacerme mover un solo pie de donde lo tengo! Y sobre ¿si será? ¿si no será? apostaron que pagase o no la comida, y el güésped ciego de cólera aceptó la condición. Pues como el picarón acabó de comer, levantose, y escapó fuera de la hostería, y comenzó a correr lo más que podía, el güésped quedándose un rato suspenso, dudoso de lo que haría, viendo que iba de veras el negocio, escapó tras él, y ya casi que le alcanzaba, parose el pícaro y dijo: —Pardiez, huésped, que habéis perdido la apuesta, pues os he hecho correr tan larga carrera. Oyéndolo el huésped y parado, viendo que no tenía remedio la paga dijo, conociendo la burla y engaño, que tenía mucha razón.Tuvo por bien de echarlo todo en risa y dejar ir al otro sin que pagase blanca ni maravedí.
(916) 179. Un pastor entrando con un hato de ganado una mañana muy temprano con ánimo de no pagar el alcabala, fue cogido de los ministros que le embargaron el ganado. Perdida la esperanza de co-
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brarlo acudió a un letrado, que se llamaba Lucas Gallina, para que le dijese lo que había de hacer. El letrado le encareció el negocio; no obstante le prometió, si se lo pagaba bien, sacarle a paz y a salvo. Conviniéronse en veinte ducados, y así le dijo el letrado: —Mira bien, si tú tienes deseo de cobrar tu ganado conviene que tú te finjas loco, y cuando te presentaren al juez has de hacer acciones y meneos de loco, silbando y haciendo cosas semejantes en lugar de responder. El pastor dijo que eso lo tenía él por excelencia. Llegada, pues, la hora del audiencia y juntos todos delante del juez alegó el letrado que el dueño de aquellas cabezas no las debía perder por cuanto el que las guardaba era loco, de lo cual el amo no tenía culpa. Los alcabaleros alegaban otras razones en su favor contra el letrado diciendo que el amo debía mirar a quien daba su hacienda, y no darlo a un loco, a esto replicaba el doctor que este hombre no estaba siempre loco sino a tiempos, y que era muy cuidadoso y servicial, que no siempre se hallaban hombres de bien y de fiar como aquel lo era. Estas y otras razones movieron al corregidor a juzgar a favor del letrado, mas quiso primero enterarse si el pastor estaba loco de veras, o era fingido y embeleco. Preguntole y examinole, mas su respuesta era silbos y visages y acciones tosquísimas, y de reír, y mirando unas pinturas comenzó a silbar muy recio haciendo muchos meneos, de manera que todos creyeron que verdaderamente era loco, y así riyéndose todos dél y haciendo burla le mandó el juez echar de la sala y también que le restituyesen el ganado a cuyo era. El letrado en apartándose de allí el hombre se llegó a él muy secretamente y le pidió los veinte ducados del concierto, mas el pastor malicioso, teniendo ya su ganado puesto en cobro y arrepentido de lo que le había prometido imaginó aprovecharse de las mesmas armas contra el letrado que le había dado para defenderse de los otros y así sucedió que comenzando a silbar y hacer locuras, al paso que le pedía el letrado los dineros, tuvo por bien de dejarle habiéndole tratado mal de palabra al loco porque, viendo que sin infamia suya no podía pedírselos por justicia, hubo de tener paciencia, y maldiciendo la maldad y engaño del pastor le dejó repitiendo muchas veces aquel dicho: Maledictus coruus qui tam melos genuit pullos. De otra manera: Mallus corvi malam ouum.
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(917) 180. Un caballero viejo se casó con una mujer muy moza, y habiéndose entretenido con ella los primeros días de las bodas, ya que comenzaba el verano se cansó de dormir con su nueva mujer en una mesma cama, y así tomando por ocasión los calores que entraban la dijo de esta manera: —Mujer y señora mía, entre la gente noble y granada de esta ciudad está recibido entre los casados el apartar cama por causa del calor que suele apretar excesivamente. A ella se le hizo novedad y no le pareció buena la tal costumbre, y así no quiso consentir con semejante condición. Él replicó: —Mirad, señora, que esto no quita que nos veamos y juntemos de noche muy a menudo, por cuanto de mi cámara a la vuestra no hay más de una puerta que será común quedándose siempre abierta, y yo daré un silbito cuando quisiere que os paséis a mi cama, o ir a la vuestra. Convenidos en esto la señora estaba siempre alerta; pasábase una noche y otra noche, y nunca oía silbar, y cansada ya de tanta espera se levantó una vez y llegose a la cama del marido que dormía a sueño suelto y despertólo diciendo: —Marido mío, ¿habéis silbado? Respondiendo él que no. Replicó ella: —Pues a mí me parece que sí. Y negando él, dijo ella: —Pues, marido, si vos no habéis silbado yo sí he silbado. Y con tanto metiose en la cama con él, obligándole a que había de ser sí, aunque él siempre había dicho de no.
(918) 181. La gran pestilencia del año 1528 que no perdonó a ciudad ninguna de Italia, oprimió particularmente a la ciudad de Venecia, habiendo consumido en ella inumerable multitud de gente común. Sucedió, pues, que habiendo muerto entre otros el criado del organista de la iglesia de San Marcos, no hallando quien le sonase los fuelles para tocar el órgano, recibió un ganapán bergamasco, que aprobó muy bien en aquel ministerio, y así le persuadió el organista que dejase su trato de ganapán, y le sirviese en aquello y en lo demás que le mandase. Acomodose con aquello de buena gana porque era cosa de menos trabajo, y más provecho. Pues después de haber servido al-
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gunos años, pareciéndole que estaba ya muy medrado pidió a su amo licencia y el salario que se lo debía, para volverse a su patria, Bérgamo, a ver a sus parientes como en efecto bien despachado lo hizo.Y como sus compatriotas le vieron tan lucido, le preguntaron que cómo había medrado en aquel tiempo tanto. Él respondió que estando ya muy cansado del oficio tan vil y bajo de ganapán, se había querido aplicar a la virtud y había aprendido a tocar órgano, y que tocaba el de la iglesia de San Marcos de Venecia. No obstante no podían persuadirse a que un hombre tan material y tosco hubiese podido aprender cosa tan delicada y dificultosa.Y deseando saber la verdad, todos de común consentimiento le rogaron que tañese en ciertas vísperas una festividad el órgano de su ciudad; dio la palabra y llegado el día señalado para la prueba se juntó toda la ciudad en la iglesia para ver lo que todos juzgaban por gran maravilla, diciendo que el organista de San Marcos de Venecia tocaba el órgano de su iglesia en aquellas vísperas, y era tanto el concurso de la gente que se ahogaban unos a otros. Llegada la hora el ganapán subió donde estaba el órgano y no viendo a nadie que tocase las teclas asomose a las barandas y dijo, en su lengua bergamasca: —O lá mande su un che batti i tolei, et che faghi birliri, birliri perche mi sono de dre vía. Persuadiéndose a que la ciencia de tañer el órgano no consistía en el tocar las teclas (que él llamaba tolei) sino en el sonar los fuelles. Entonces el pueblo, viendo la simplicidad del buen hombre, fue tanto lo que riyó, y tal rumor y ruido se levantó entre todos, que no se pudo oír palabra de las vísperas ni de otra cosa en todas ellas.
(919) 182. En una ciudad había un boticario muy experimentado en el conocimiento de las hierbas simples y de todas sus virtudes, de manera que por este camino hacía curas casi imposibles, y tanto que sobrepujaba en este ministerio a cuantos hombres se conocían de su facultad. En sus tiempos su fama llegó a términos que muchos se servían de su sciencia como si verdaderamente fuera médico. El pobre, con este aplauso común, dio en que había de graduarse de doctor en medicina. Púsolo en ejecución dejando del todo su arte de boticario y herbolario, ejercitanto solamente la medicina, de lo cual
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grangeó que él era en aquel ministerio único y en la medicina era de los menores el menor. Tratándose, pues, en cierto corrillo de sus cosas, dijo uno: —El señor doctor es como la hormiga, que mientras se contenta con su estado la tienen todos por animalejo solícito, industrioso y aplicado, y verdaderamente con razón es tenida por símbolo de la Providencia, mas el punto que se arma de alas y presumpción, luego se pierde y queda del todo inútil y sin provecho.
(920) 183. Viendo un gentilhombre de Sena que todas las veces que otro caballero de aquella ciudad hacía alguna acción (como si decía que tenía frío o calor, o hacía otra cosa) un adulador afirmaba que él padecía todas aquellas pasiones. Le dijo un día al tal caballero (no pudiendo llevar la insolencia del adulador) cierto señor fulano: —Me holgara de veros con unos lamparones. Preguntole qué por qué. Respondió: —Por solo que este adulador y truhán infame los tuviera también.
(921) 184. Un cierto señor, que asistía en Roma (cuyo nombre se calla por respectos convenientes), habiendo un día convidado a comer a ciertos embajadores por el mes de enero, haciendo frío estaban algo apartados de la lumbre, díjoles el tal señor (queriéndoles hacer una lisonja): —Domini accedetis ad ignem, quia facit magnum frigum. Acudió un su capellán al oído y díjole: —Monseñor, decid […] gus. El cual por enmendar el barbarismo, replicó: —Per Deum domini accedetis ad ignem, quia facit magnum frigum, gus.
(922) 185. El año 1538 cuando el Papa Pablo Tercero se determinó de ir a Niza de Provenza, a hacer las paces entre el emperador Carlos Quinto y Francisco, rey de Francia, Primero de este nombre, un médico muy amigo y familiar del Papa le dijo: —Sanctísimo Padre, no quisiera que a vuestra santidad le sucediese en este particular, lo que le sucedió a un ermitaño, el cual quiso
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hacer las paces entre Dios y el Diablo, y comenzó su novela de esta manera: Vivía un ermitaño en una soledad tan sencillo y tan sancto que permitió Dios que el Demonio (para más merecimiento suyo) le tentase y persiguiese, y así se le aparecía (como a San Antonio) en varios disfraces y formas, haciéndole cruel guerra, como dicen, a fuego y a sangre; pues como santo, en fin, comunicando con Dios y con el Demonio con su sencillez y buena intención dijo un día a Nuestro Señor de esta manera: —Señor, vos no echáis de ver que el Demonio, vuestro contrario, con la enemistad que os tiene no se cansa jamás de engañar a los hombres simplecillos, casi arrebatándolos de vuestras manos con mil astucias y cautelas. Si os parece, yo soy de parecer que sería mejor que vos le perdonásedes todos los yerros pasados, y que le admitiésedes en vuestra amistad y gracia para que acabe ya de hacer tanto mal que resulta en perjuicio y daño de tantas almas. Entonces le respondió Dios: —Yo soy contento de perdonarle mas con condición que, reconociendo el mal que ha hecho, me pida perdón. Al buen ermitaño le pareció que ya estaba todo hecho, y así en la primera ocasión que se ofreció comenzó a persuadir al Demonio de esta manera: —Ven acá, perdido, desventurado de ti, ¿qué ganancia sacas tú de llevar las almas al Infierno? Dime, ¿qué provecho te viene de esto? Haces mal a los hombres, sin que te venga bien a ti; ¿qué te han hecho estas desdichadas criaturas que así las persigues? ¿Cuánto mejor te está hacer las amistades con Dios y te ahorrarías de tantos trabajos y pesadumbres como tienes? El Diablo muy atento a las razones del ermitaño, en acabando su arenga le respondió así: —Yo bien querría, y con mucho gusto, salir a ese partido, mas es menester que yo sepa cómo podrá efectuarse lo que me has propuesto. El ermitaño le respondió: —Eso con grandísima facilidad, que con solas cuatro palabras que digas está todo concluido y estas son: Paccaui domino, miserere mei. Dijo el Diablo: —Está muy bien, más querría saber… ¿estas cuatro palabras téngoselas yo de decir a Dios, o Dios hámelas ha de decir a mí? —Tú a Dios —respondió el ermitaño—, no tome otro. —¡Guarda!, eso no —dijo el Demonio. Y muy enojado contra el ermitaño desapareció.
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(923) 186. Decía uno que queriendo Júpiter enviar la muerte al mundo, ella no quería venir haciendo gran resistencia, y alegaba que atento a que ejercitaba un ministerio un aborrecible y odioso como era quitar la vida a los hombres, todos la aborrecerían y tirarían lanzas y saetas. Respondiola Júpiter: —Bien puedes ir seguramente sobre mi palabra, que yo haré de manera que los mortales crean que la privación de la vida no procede y se origina de ti, sino de sus desórdenes, excesos y maldades, y así siempre echarán a otra cosa la culpa, y no a ti. Los médicos hacen así que nunca les faltan escusas paliadas para el mal que hacen ordinariamente.
(924) 187. Estando en Roma cierto personaje llegaron a la ciudad unos amigos suyos, a los cuales convidó a comer un día, y habiéndolos esperado más de lo ordinario, cuando entendió que ya vendrían y que no podían tardar, le enviaron a decir que se les había ofrecido cierta ocupación, que los perdonase que en otra ocasión les haría merced. Pidioles que viniesen el siguiente día. Llegado el tiempo fueron tempranísimo diciendo que pues le habían hecho gastar dos veces la comida, no le querían hacer esperar dos veces; llegaron, pues, y llamaron, preguntáronles que a quién buscaban. Respondieron que venían a comer con fulano, su amigo, que los había convidado. Él salió diciendo: —Amigos, yo os convidé ayer y no venistes, hoy venís temprano, con todo la comida ya está aderezada, entrad y sentáos a la mesa. —Pues ¿cómo? —dixeron ellos— ¡si está la puerta cerrada! —Ese es el caso —respondió riyéndose. En fin, con estas y otras chufetas los detuvo un rato en la calle, en recompensa de la burla que le habían hecho el día antes. Al fin les abrieron y se sentaron a comer con mucha risa, bureo, gusto y entretenimiento.
(925) 188. Habiendo un labrador rico enviado a un hijo suyo a una universidad para que estudiase medicina, gastó todo el tiempo en aprender sofisterías, solo para dar a entender que sabía y entendía algo entre sus compatriotas los labradores. Sucedió, pues, que viniendo a su tierra en el tiempo de las vacaciones, cada día tenía dares y tomares con los villanos sobre darles a
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entender cosas imposibles y sucedió que un día halló a la hora de comer cuatro güevos sobre la mesa, y mirando a su padre, le dijo: —Padre mío, yo quiero hacer siete güevos de estos cuatro que veis en este plato. Y comenzó a argumentar de esta manera: —Donde hay cuatro güevos ¿no me negaréis que hay tres también? Y diciendo todos que era verdad, acudió el estudiante: —Pues ¿cuatro y tres no son siete? Pues veis ahí güevos de cuatro que había solos. Lo cual notado del labrador, aunque zafio y ignorante, se persuadió a que la ciencia de su hijo se fundaba en imaginaciones y burlerías, y así le dijo: —Pues hijo, estos cuatro güevos me comeré yo, y vos los tres que habéis augmentado. Y hízolo así, dejando al hijo sin comer; para un gran asno, burlado a diente, y le envió a que arase y destripase terrones.
(926) 189. Aposentábanse, en un convento de San Francisco, religiosos de otra cierta religión por no tener convento en aquella ciudad de su orden, entre los cuales fueron dos religiosos franceses y con capa de ciertos negocios se detuvieron mucho más tiempo del que era razón, y viendo el guardián que no tenían pensamiento de acabar, ni de irse, creyendo que no estaba en su mano sino en la de un cardenal que los había de despachar, acudió al mayordomo de tal señor, contole la pobreza del convento y rogole, por amor de Dios, que los despachasen lo más presto que ser pudiese. El mayordomo hecha información, halló que la culpa la tenían los dichos religiosos, llamolos delante del guardián y pesuadiolos que se fuesen, pues estaban ya despachados, y diesen lugar a otros huéspedes. No aprovechó nada por lo cual el guardián se quejó otra vez. Entonces el mayordomo le dijo: —Padre guardián, vuestra paternidad sabe muy bien que hay dos maneras de espíritus inmundos: la una que se expele y son echados con conjuros y exorcismos, y otros no, sino con ayunos y oraciones. Y pues estos padres no se han ido con el primer remedio, no dudo sino que deben de ser de la segunda especie y así creo que sin duda saldrán con el ayuno, y de esto me parece que vuestra paternidad se tendrá el cuidado.
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Entendiendo el padre guardián la cifra, hizo aquella noche darles contumacia, dejándolos sin cenar; y con tal escarmentados, otro día tomaron las de Villadiego, y dejaron al guardián en paz, contento, sin pesadumbre y desembarazado.
(927) 190. Antes que Armelino fuese cardenal era bravamente aborrecido de todo el estado eclesiástico, estando recibido de todos y siendo fama común que él era la causa de que Su Santidad pusiese muchos pechos y alcabalas en la república. Sucedió, pues, que tratándose un día delante del Papa Clemente del modo que se tendría para sacar algún dinero sin agravar demasiado a los vasallos de la sede apostólica, uno de los presentes, por motejar al Armelino, que estaba presente, dijo: —Santísimo Padre, yo quiero dar un arbitrio para que vuestra santidad saque dineros en cantidad sin daño ni perjuicio de sus súbditos. Preguntado cómo, respondió: —Haga vuestra santidad que desuellen a Armelino, y que se lleve su piel por todos los castillos, aldeas y ciudades de todo el estado eclesiástico, que yo os aseguro que no haya ninguno sin que acuda con mucho gusto, y con mucha moneda, como acuden a los que llevan el pellejo del lobo (que tanto es lo que aborrecen como esto), y así se remediará esta necesidad, sin motín ni alboroto de los pueblos. A lo cual el Armelino, muy sesgo (sin enojarse) respondió: —Tú, pensando que me agraviabas, vienes a confesar que yo no solamente vivo, mas que aun muerto soy de mucho provecho para algo, más asegúrote que tú ni vivo ni muerto (según que lo experimentamos) puedes aprovechar.
(928) 191. Cierto gentilhombre de un cardenal entró un día de viernes en la cocina, poco antes de la hora de comer, y halló que el cocinero estaba haciendo cantidad de hojuelas y que iba asentando las unas sobre las otras, para después, a su tiempo, repartirlas entre los convidados. El gentilhombre cogió un guijarro y dejolo caer a plomo sobre las hojuelas de manera que las hizo todas una plasta, con que se alborotó el cocinero y todos los que estaban presentes, afeándole aquel atrevimiento por ser en perjuicio de tantos caballeros como estaban comiendo a la mesa.
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Él se escusaba con decir que no había hecho aquello con ánimo de hacer mal, sino porque le pareció que eran tan delicadas que corrían gran peligro, si por ventura algún pequeño ventecillo se levantase, de que no quedase ninguna y se quedasen todos burlados habiendo costado tanto trabajo, sudor y dineros el hacerlas.
(929) 192. Habiéndole puesto a cierto hidalgo en un banquete un plato con un poco de carne durísima y muy negra, levantose muy apriesa y alborotado, y saliendo hasta la puerta de la calle, no más. Volvió después a entrar muy sesgo, sereno y alegre. Preguntaron que qué le había succedido, y respondió: —Amigos, cuando vi la carne de este plato tan dura y negra creí que era algún pedazo de mi mula, y salí a ver si era así, mas como la hallé entera volví sin aquel susto; alegre, consolado y contento.
(930) 193. Vivía en casa de un cierto cardenal un organista de la iglesia de San Pedro in Vaticano de Roma, el cual, asistiendo un día a la comida del tal cardenal, le preguntó que qué motete había tañido aquella mañana. Salió tan presto un criado del organista que servía de menear los fuelles y dijo: —Monseñor, nosotros hemos tañido un motete de Jusquino. Ocasión para que todos se riyesen y tanto más cuanto era notorio que aquel mozo solo servía de sonar los fuelles. El cardenal viendo muy suspenso al organista le dijo: —Fulano, buen criado tenéis que al fin os quita el trabajo de responder. Al fin levantada la mesa, el organista se fue a su casa, a donde muy enojado riñó a su criado, afeándole la libertad en la presencia del cardenal, y suya, y causa que había dado para que se riyesen y burlasen dél diciendo que había tocado el órgano siendo su oficio solo el sonar los fuelles. Con esto se quedó el negocio así, aunque él muy picado de la reprehensión al mozo del tal organista. Pues otro día habiéndose de tocar el órgano al tiempo de celebrar los oficios, nunca quiso el criado alzar los fuelles aunque más señas le hacía su amo. Llegose a él, hallólo muy embotijado y rostrituerto, preguntole que por qué no sonaba los fuelles, respondió:
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—Señor, ¿no dijistes ayer que no habíamos entrambos tañido el órgano, y me reñistes sobre el caso? Pues id ahora y tocaldo sin mí, si podéis. El organista viendo la simplicidad del buen hombre, le dijo desenojándole: —Mi querido amigo mío, yo soy un tonto, conozco la razón que te sobra, vamos entrambos a tocarlo. Desenojose entonces. Y fue más con condición que había de decir al cardenal y a todos que no solo él sino que entrambos habían tocado el órgano.
(931) 194. Cierto médico de Florencia hombre valiente en su facultad, mas muy fantástico y más presumido, fue a visitar a una señora, enferma y habiéndola preguntado algunas cosas tocantes a su mal, la tomó el pulso y hallándola con una gran calentura la preguntó que qué años tendría. Ella respondio que tenía sesenta y tres, y apenas lo acabó de decir cuando el médico dejándola el brazo y levantándose para irse la dijo: —Si vuesa merced tiene esa edad ¿de qué se congoja? ¿Hasta cuándo piensa que ha de vivir? Y volviendo las espaldas se fue y la dejó.
(932) 195. Un villano del partido de la ciudad de Sena tenía un grandísimo dolor en un diente, y determinado de hacérselo sacar se fue a la ciudad, llegó a la plaza en casa de un sacamuelas, que tenía su tienda junto al cuerpo de guardia de la ciudad y llegando al concierto no se efectuó, por pedirle el sacamuelas más de lo que él pudiera dar.Y así se fue muy melancólico y triste y púsose a mirar con mucho ahínco a uno que hacía hojuelas para vender, que estaba en frente de la casa del sacamuelas, y estando así muy divertido llegose a él un soldado de la guardia, que andaba por allí: baldío y era burlón y amigo de dar matracas, y díjole: —Buen hombre, decidme, por vida vuestra, ¿qué tantas hojuelas os atreviérades a comer de las que aquí estáis mirando? Respondió el villano: —Muchas, con tal que me las pagasen.
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—Pues oblígate a comer no más de ciento —dijo el soldado— que yo te las quiero pagar, mas si no las comieres, ¿a qué pena te pones? —Señor mío —respondió—, yo no tengo dineros, mas obligáreme a que me saquen un diente de esta boca si no las comieres todas. Asentadas, pues, las condiciones, comenzó el villano a espetar hojuelas muy a priesa, mas en comiendo diez de ellas empalagado dijo que no podía pasar adelante, que se daba por vencido, con lo cual el soldado muy alegre quería sacarle el diente. El villano dijo eso no; el sacamuelas me lo ha de sacar, que lo entiende, y como estaba cerca acudieron a él, y pidiendo al villano que le pagase, respondió: —Yo no tengo blanca. Somitido todo al soldado que solicitaba que le sacasen el diente, hubo de pagar al sacamuelas su trabajo, el cual le sacó el diente dolorido que sabía ya cuál era, y aun había oído y visto todo lo que entre el soldado y el villano había pasado. Fuéronse el uno sin dolor y harto de hojuelas; el otro con su dinero menos por burlarse del villano; y el sacamuelas riyéndose de todos con su dinero en la bolsa a costa del soldado necio, que como dicen vino por lana y volvió trasquilado.
(933) 196. Un gentilhombre romano estaba enamorado de una señora muy hermosa y casada, y ella ni más ni menos se moría por él, y no hallando remedio ni orden por donde se pudiesen ejecutar sus deseos, por cuanto el marido de la tal señora por ser celosísimo la había dado por aya y guardiana a una vieja de quien él se fiaba mucho, la cual andaba con mas ojos que Argos, y la guardaba más que el dragón las manzanas espéridas. Sucedió, pues, que deseosos los amantes de poner en ejecución sus deseos hallaron un arbitrio notable, y fue que la dama fingió que quería hacer una estación a San Juan de Letrán, iglesia que es fuera de Roma buen trecho y en lugar despoblado, pues cuando estaba bien lejos de su casa pasando por un barrio despoblado, solitario y casi muy cerca del campo, llegando por debajo de una ventana la embistieron con un gran caldero de agua que la pusieron de pies a cabeza como así me lo quiero, y tan apriesa como sucedio salió a la puerta una buena mujer muy marchita y afligida y casi llorando, diciendo que la perdonase, que no había mirado por ser barrio que jamás se veía gente
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en él, y en fin que había sucedido acaso y sin malicia; la señora, ya que la necesidad la obligaba, y que también era lo que ella se quería, metiose en el zaguán de la casa,y quitándose el manto de la cabeza comenzó a sacudirla, y viéndose tal dijo a la vieja: —Madre mía, ni el enojarse ni el reñir con esta buena mujer ni el afligiros vos y llorar remedia mi trabajo, ni mi necesidad; pues el volver yo a casa de esta manera fuera de que causaría escándalo a todos, para mí sería cosa muy vergonzosa y aun ocasión de risa a cualquiera que nos en contrase por el camino, pues esperar a enjugarme aquí podría dar qué sospechar a mi marido la tardanza, siendo tan celoso como sabéis, y así lo más acertado será que os lleguéis a casa y me traigáis otros vestidos (con la mayor presteza que sea posible) para remediarme, y entre tanto que volvéis me enjugaré la cabeza que ya veis cual está. La vieja, aunque se le hizo muy cuesta arriba el dejarla en casa no conocida, no hallando otro remedio, se partió con la priesa que los años de su vejez la dieron lugar, y llegando a casa revolvió mil veces los baúles y arcas para sacar lo que buscaba porque todo lo había puesto la señora lo de arriba abajo a posta, para que la vieja se tardara más. Al fin de largo tiempo, hecha un lío se volvió a donde había dejado a su ama, la cual había estado en apacible conversación con su galán, que estaba allí escondido, y en llegando la vieja comenzó su ama a reñirla diciéndola que en qué se había detenido. Y con tanto se tornaron a su casa, sin hablar la una ni la otra más que si fueran mudos ni tal las hubiera sucedido.
(934) 197. Sabiendo un cierto príncipe que un gentilhombre de su casa había forzado a una dama que era respecto suyo, juró que había de hacer en él un ejemplar castigo, no obstante esta amenaza al gentilhombre no dejó de acudir a palacio, que como lo vio el tal príncipe le dijo muy colérico muchas y muy pesadas razones, que el gentilhombre oyó sin responder ni hablar palabra, mas en acabando se llegó al príncepe, y le dijo: —¿Cómo vuestra señoría me riñe ahora y me afea esta acción? Fuera bueno que se acordara también de que, cuando era mancebo como yo soy ahora, se revolvió con mi madre, y con una tía mía, sin reparar en respecto ninguno; y quiso después hacer lo mismo con mis hermanas, y yo lo disimulé todo, y ahora porque yo me he servido
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una sola vez de esta mujercilla se encoleriza tanto vuestra señoría sin mirar la razón que tengo de mi parte. Entonces el príncipe, reportándose viéndose convencido, calló y perdonole la culpa que al principio le había parecido tan exorbitante y criminal. Dicen los juristas que Paria delicta mutua compensatio ne tolluntur.
(935) 198. Cuando Carlos de Austria, que después fue emperador, era pequeñuelo, en tiempo que ya le habían sacado de entre damas y gobierno de las ayas, le dieron diez pajes de su mesma edad que le sirviesen, y para el gasto de sus niñerías le señalaron cada mes veinte ducados.Y la primera vez que los cobró los repartió por iguales partes entre sus pajes, los cuales como muchachos los gastaron en chucherías, cosa que Carlos notó curiosamente no obstante sus pocos años y experiencia. Ocasión de que llegándose el otro mes, y traídos los veinte ducados mandó a uno de los pajes con un ducado le comprase una bolsa, y metió dentro los diez y nueve ducados restantes, y diolos en depósito a un criado suyo, confidente, dejando defraudadas las esperanzas de los pajes que esperaban otra vez aquel socorro si bien pequeño, para ellos de grande inportancia. Lo mesmo hizo otro y otros más meses; dio con esto motivo a unos de murmurar, a otros de admiración, y en particular a aquellos príncipes y grandes señores que tenían a su cargo a aquel señor, heredero de tan grande monarquía, juzgándolo por demasiadamente avariento y cudicioso. Sucedió, pues, poco tiempo después que sabiendo Carlos que se le había muerto a uno de sus pajes un caballo, mandó al que tenía en depósito el dinero que diese al tal paje la bolsa con todo lo que estaba en ella, para que comprase otro caballo. Principios verdaderamente dignos de un valerosísimo emperador, como después lo fue. Dice bien el refrán: Che il buen giorno si conosce dalla la matina: conforme a la mañana se adivina el día que quiere hacer.
(936) 199. Siendo Paulo Tercero Papa, y sabiendo que había en la ciudad de Ancona (donde su santidad se hallaba entonces) un cierto hombre de muy buen entendimiento y corriente en todo género de cosas, mandó que se le llamasen, y habiendo discurrido con él en diferentes materias le preguntó que cuántos años tenía.
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Respondiole,que sesenta y uno. Reparó luego que su santidad parece que estaba algo incrédulo, y así se quitó de la cabeza un bonete, o tocador, y descubrió los cabellos todos muy blancos. Maravillándose el Papa, dijo: —Cierto que por la barba no os juzgaba por más que de cuarenta años. Dijo entonces él: —Sanctísimo Padre: verdad es que la barba tiene cuarenta años, más los cabellos tienen veinte y un años más que la barba, que vienen a hacer los sesenta y uno que he dicho.
(937) 200. Decía uno que las doncellas tienen el pico, las matronas el fuego de Venus, y las viejes la rabia y el escozor.
(938) 201. Un cierto personaje que se picaba de poeta dio a leer un soneto suyo a un su amigo, y habiéndole leído le preguntó que qué había de hacer dél. Respondió que enmendase lo que le pareciese que no estaba tal. Díjole entonces el amigo: —Por vuestra vida que no me metáis en tanto aprieto, que os doy la palabra que si bien se mira, no hay sílaba en él que no tenga que enmendar.
(939) 202. A Francisco Filelfo (tenido en su tiempo por hombre docto) acudían muchos importunándole, quien a que le hiciese algunos versos, quien algún epitafio, quien otras cosas doctas y elegantes en materias diferentes, pues ya o que la edad, o que con las importunaciones de tantos, cansado se retiró, no queriendo dar entrada para uno ni para otro, no obstante un amigo le importunó que le hiciese un epitafio para un mancebo pariente suyo ya difunto. El Francisco se escusó una y muchas veces, mas porfió tanto que hubo de hacerlo, y preguntándole cómo se llamaba el difunto respondió que Juan Viteli, y que había muerto de diez y siete años. Con esta relación quedándose el Filelfo un rato suspenso tomó la pluma, y hizo el epitafio del tenor siguiente: Jupiter omnipotens vitule miserere Ioannis quem mors praeveniens non finis ese bobem.
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Omnipotente Señor acordáos de Juan Becerro, que murió muchado en cerro, de su edad en la mejor. La muerte con fiera ley lo ordenó de tal manera, que no quiso (aunque él quisiera) que viviese hasta ser buey.
(940) 203. Un capitán enamorado de los donaires y gracias de una dama cortesana que vivía en Roma llamada Vicencia Capista, sin reparar en inconvenientes, ni de honra ni de otra cosa, se determinó a desposarse con ella, y llevándola a su tierra la tenía como si fuera su propia mujer, tratándose ella y comunicando como tal con todas las señores de aquella ciudad. Sucedió que estando un día en la iglesia en los oficios se hincó de rodillas junto a una señora muy principal, la cual como vio junto así a la Vicencia se levantó de allí y se pasó a otro lugar lejos de ella, como dando a entender que no se preciaba de estar al lado de una mujer de menos fama; pues entonces la Vicencia volviéndose a ella la dijo: —No os apartéis de mi lado, señora mía, porque yo os certifico y aseguro que esta enfermedad pocas veces se pega sino solamente a aquellas personas que ni la buscan ni la desean.
(941) 204. Un cierto hombre había agraviado a otro, el cual queriéndose vengar buscaba ocasión, que no podía hallar por ser su contrario muy sagaz y prevenido, no obstante esto le cogió una vez entre puertas (como dicen) y diole una tanda de palos, como para él, al fin, pasada la furia y tempestad, el paciente comenzó a limpiarse y componerse la capa y los vestidos como si tal no hubiera pasado, y miró luego alrededor muy bien si parecía su enemigo, y como no lo vio, pareciéndole que se había escapado de un gran peligro, comenzó a hablar con él como si estuviera allí presente y dijo: —Bendito sea Dios, y alabado, que a ti se te ha quitado el enojo y a mí el miedo.
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(942) 205. Estaban en Roma muchos caballeros un día de verano pasando tiempo en casa de una cierta señora de título, que por entonces en aquella ciudad no se conocía otra hembra ni más hermosa, ni más discreta y honesta, y diciendo los unos y los otros que hacía insufrible calor (como en efecto era así verdad) salió uno de los presentes y dijo: —No os maravilléis de eso, señores, si estáis todos en los reales palacios del Sol. Aludiendo poéticamente que aquella dama era otro sol así por su admirable belleza y hermosura, como por sus raras virtudes y excelencia.
(943) 206.Vivía en cierta ciudad de Italia un hombre que se llamaba Tomasón, y si bien por una parte era muy maldiciente, por otra era sobremanera decidor y gracioso; pues habiendo este tal dicho no se qué de un gentilhombre de los principales de aquella ciudad, dándose por afrentado le hizo dar una cuchillada por la cara en satisfacción de su agravio, con lo cual el Tomasón no salió de su casa en muchos días por curarse. Mas ya que estuvo bueno pareció con el persignum en el rostro. Preguntole un su amigo que qué señal era aquella, respondió: —Señor, esta fue una imaginación de Fulano. Aludiendo con esto a las señales con que suelen nacer las criaturas por la vehemente imaginación con que sus padres los han engendrado.
(944) 207. Alabándose un barbero a un gran príncipe que había librado a una ciudad de los bárbaros, le respondió, jugando del vocablo, y dijo: —Verdad es que la libré de los bárbaros, pero no de los barberos.
(945) 208. Estando un caballero de Venecia en casa de una dama cortesana (la cual un tiempo fue maravilla de aquella ciudad) aunque por cierto achaque había ya caído de la estimación antigua, quiso ella por hacer alarde, por ventura de sus pasadas gracias y donaires, motejarlo de viejo (no siendo ella muy moza), y así le dijo: —Malas nuevas, señor fulano, que está nevando en la sierra.
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—¿Así que está nevando? —respondió él— Luego no hay que maravillarse de que las viejas también se bajen abajo. Motejándola con esta burla agudamente de la declinación de su estado primero, a otro malo y aborrecible.
(946) 209. Siendo un cura persuadido de ciertos amigos suyos que renunciase un beneficio que tenía, contó la novela siguiente: —Un ermitaño iba cierta jornada y llegó a una posada donde fue aposentado juntamente con otro hombre; pues estando todos los del mesón en silencio al primer sueño, sintió que el tal hombre se llegaba a su cama muy pasito con ánimo de quitarle no sé qué poco de dinero que le había olido en la bolsa, el ermitaño escupió para que reparase en que estaba despierto, con lo cual el bergante se detuvo y retiró, mas de allí a un rato hizo otro acometimiento, y el ermitaño otra señal de manera que le fue necesario estar toda la noche en vela con semejantes asaltos por guardar su dinero. Llegose la segunda noche y no quiso poner la bolsa debajo del almohada, sino púsola en medio del aposento, pareciéndole que le estaba mejor perder la bolsa con el dinero que tener otra mala noche, y así durmió lindamente a sueño suelto, y el ladrón se llevó la bolsa. Así —dijo el cura— haré de mi beneficio, que lo pondré en manos de Su Sanctidad, suplicándole les hiciese la gracia de los aprovechamientos dél, si bien —añadió— que por entonces no estaba resuelto de hacerlo porque no estaban los tiempos para ello.
(947) 210. Necesario es untar las manos a los jueces porque de otra manera no hay que esperar, y esta unción les enseña el camino real (sin error) a su parecer para todo, porque ella es el norte de los letrados con que defienden las causas; el aguja de marear de los jueces con que sentencian los pleitos en sus tribunales. Mas esta unción no se hace de cualquier aceite, sino solo de aquel que proviene y mana de una durísima piedra, es a saber, de la hermosísima plata y oro cendradísimo que ya se sabe que estos metales tan amables salen de las entrañas duras de los peñascos; y este misterio aun no lo había penetrado una pobre y desdichada mujer, la cual advertida de un hombre, su conocido, que si quería salir con un pleito que traía entre manos largo tiempo había en cierto tribunal que untarse al juez las manos con algo. Ella inocentemente trujo un poco de manteca y llegándose
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al juez en una ocasión comenzó a untarle las manos creyendo que le hacía una gran lisonja y servicio, y que con aquello le ablandaba y disponía para que la guardase su justicia. Dice Ovidio: Munera crede mihi placant homines Deosque. Placatur donis Iuppiter ipse deus. Gran fuerza tiene un favor si es de un privado u de un rey, mas también hallo una ley que está cerca de un temor. ¿Quiés que te guarden decoro? negocia con mi consejo, y el experiencia de un viejo, que no hay favor como el oro.
(948) 211. Siendo uno convidado a comer de otro amigo suyo, y poniendo en su plato delante una gallina muy dura, volviéndose al que la había trinchado le dijo: —Por cierto que nos hemos sentado antes de tiempo a la mesa, no habiéndonos convidado mi amigo a comer, sino a cenar.
(949) 212. Habiéndose determinado en el concejo de un lugar de jurisdicción, en ausencia del señor que el que jurase maliciosamente que fuese gravemente castigado. Sucedió que en esta ocasión viniese el señor, y diéronle cuenta de lo que se había hecho, y entonces él juró que le agradaba la buena determinación de sus vasallos, y su justo decreto, mas los que estaban presentes que le oyeron jurar comenzaron a mirarse los unos a los otros, y ni más ni menos a reírse; el señor entonces echó un gran juramento diciendo que juraba por tal y tal que había de hacer un grande y ejemplar castigo en cualquiera que de allí a delante jurase o blasfemase en confirmación de lo que se había decretado, no reparando en que quebrantaba la ley que quería que guardasen los otros y así que Non videbat trabem in oculo suo festucam autem im oculo alterius maxi me videbat.
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(950) 213. Llegándose el tiempo de dar cuentas a un cierto agente de un señor de cosas del gasto y gobierno de la casa, y no habiendo jamás escrito nada de lo que había gastado, ni recibido, ocasión de que se hallase muy atajado, imaginó una cosa para escaparse, y fue que llegando a dar sus cuentas, puso la primera partida de esta manera: —Lo primero, gasté en mostaza cuarenta ducados. La cual leída por el señor le dijo sonriyéndose: —Por cierto, que habéis hecho cuerdamente en haber comenzado por esta partida, para atajarme los pasos, que juzgo por ella que si leyese las demás no tendría hacienda para pagaros el alcance. Y con tanto rompió el papel y despidiólo.
(951) 214. Preguntándole a uno que por qué los gotosos hablaban tanto, respondió graciosamente que como tienen los pies impedidos, lo que no pueden andar con ellos lo andan con la lengua. Y dijo a este propósito que cuando el poeta Ennio estaba con la gota, solía componer muchos más versos, si bien, otro dijo, que mejor cuando había bebido bien. Ennius ipse pater, numcuam, nisi potus ad arma. Ennio gran poeta fue mas yo para mí imagino que le hizo mayor el vino.
(952) 215. Había enloquecido un gentilhombre napolitano por causa de ciertos hechizos que le habían dado, este tal tenía plazas y oficios superiores de que el rey Alfonso le había hecho merced no faltó quien aconsejase al rey que se los quitase atento a que estaba de aquella manera, y esto con ánimo de que se los diesen a ellos, o para cosas suyas, respondió el rey cuerda y cristianamente: —Por cierto que me parece gran crueldad y sin justicia quitar su hacienda al que por una desgracia casual y no maliciosa perdió el juicio y así me parece que no es razón, y con tanto despidió. Dicen los legistas que: Non est addenda afflictio afflicto.
(953) 216. Decía uno que aquellos habían de ser tenidos por locos de todos cuatro costados que cuando la mujer se les huya de casa,
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o se iba por otro cualquier accidente hacían diligencia por volverla a ellos, porque no buscaban sino menoscabo y desánimo.
(954) 217. Tres mancebos tratantes se concertaron de poner cambio de conformidad en la ciudad de Sena, y en él de presente pusieron cuarenta mil ducados diciendo que no había de haber entre ellos diferencia alguna ni otro pacto ni concierto sino que el cajero se obligase a no dar dinero alguno sino en conformidad y presencia de todos tres. Sucedió, pues, que uno de ellos marcado, malicioso y astuto se determinó de engañar a los compañeros y cogerles toda la cantidad. Para esto les dio a entender que había hallado ocasión en que emplear el dinero con conocido provecho y augmento de su trato y compañía; persuadiolos a que avisasen el cajero tuviese a punto y de manifesto todo el dinero para que cuando fuese menester y se lo pidiesen. Y un día en que sus compañeros iban a caza con otros sus aunque sucedió que estando ya a caballo para partirse se llegó a ellos y díjoles que había menester cincuenta ducados para cierto ministerio común. Los mancebos entonces con la priesa inadvertidos llegaron a la caja, y dijeron al cajero: —Daréis a nuestro compañero lo que os pidiere. Apenas hubieron vuelto las espaldas cuando cargó con todo el dinero y se acogió. Vueltos los mancebos de su caza y sabido el caso pusieron pleito al cajero diciendo que no debía dar tanta suma si no en conformidad y presencia de todos tres, como estaba asentado. El cajero afligido no sabía qué se hacer, mas al fin buscó su remedio, y fue que tuvo noticia de un cierto letrado, no muy docto, si bien muy discursivo, y bien mirado en sus pareceres. Fuese a él, diole cuenta del caso, y pidiole su consejo en este particular. El letrado mirándose bien en ello le dijo: —Mirad, confesad de plano (como es verdad) que errastes en dar la cantidad sin estar todos tres presentes, y que pues os la piden, estáis presto a entregarla, mas que para el efecto se junten los tres compañeros, y que él cumplirá muy a satisfacción, mas que sino que él queda eximido de la obligación.
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Como no pudo ser hallado el compañero hubieron de tener paciencia y quedarse sin la cantidad, y el cajero que estaba sin culpa quedó también libre y sin deuda.
(955) 218. Estaba enamorado un mancebo de una hermosísima doncella y habiéndola requerido y importunado en diversas ocasiones, jamás había podido alcanzar de ella el menor favor del mundo no obstante porfiando él, parece que comenzó a humanarse tanto cuanto; con esto, animado el galán, en una ocasión que halló después de ella recogida se le entró en su aposento y escondiose detrás de las cortinas de la cama, y cuando le pareció buen tiempo salió de la emboscada. Turbose ella y enojada algo, levantada la voz, le dijo: —¿Qué atrevimiento es éste, sin mi licencia en mi cámara? Él entonces, muy humilde, la dijo: —Señora, callad, os suplico porque si os he dado pesadumbre y gustáis al punto me volveré a ir. Ésta entonces le dijo: —Yo no digo que os vais, mas he sentido mucho este exceso sin mi licencia. Por esta noche yo os perdono. Y con tanto la acompañó aquella noche en que quedó preñada, y después se vinieron a casar y contaron el suceso el día de la boda y del banquete.
(956) 219. Decía uno que aquellos que mentían mucho ordinariamente habían leído mucho, o andado mucho mundo, o vivido largo tiempo.
(957) 220. Decía uno que había sido canciller de tres emperadores, que ninguno había de ser rey ni emperador que primero no hubiese sido pobre, o hombre particular, porque el que no lo ha sido por maravilla se compadece de los pobres y miserables. Virgilio: Non ignora mali, miseris sucurrere disco. Porque sé por experiencia (que es pena y necesidad, hago al pobre caridad).
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(958) 221. Este mesmo blasfemaba de los hipócritas delante del emperador Federico, y decía que deseaba irse a donde no hubiese memoria de hombres semejantes, a lo cual respondía el emperador: —En balde te cansas porque si te desterramos a los fines de la tierra, a la Sarmacia, de la otra parte del mar helado allí has de encontrar hipócritas, mientras tu fueras hombre como los otros, y no Dios, porque no hay nadie en esta vida que no tenga alguna acción disimulada y fingida.
(959) 222. Satanás hizo un ejemplar castigo en un diablillo porque había perdido el tiempo persuadiendo a uno que había hecho un hurto a que no restituyese diciendo que bastaba el haberlo hecho robar porque una vuez robado cada uno se guarda de restituir por su mesma persona y si restituye y confiesa es porque no puede más, gracias al potro.
(960) 223. Preguntole uno al emperador Federico a qué personas era más aficionado y afecto. Respondió: —Cristianamente a aquellas que no me temen a mí más que a Dios. Este buen emperador no se conformaba con lo que ordinariamente se dice que: Mituis agitur cum Deo cuam eum hoie.
(961) 224. Unos villanos cogieron un lobo vivo y siendo, como son ellos, capitalísimos enemigos de estos animales (no solamente cuando están vivos, más aún cuando están muertos) entraron en consulta qué género de muerte le darían con que más se pudiesen vengar, y cada uno decía su patochada. Al fin de entre todos se levantó uno, que había sido casado dos veces y dijo: —Si os queréis bien vengados de este animal, vuestro capital enemigo, tratad de darle dos mujeres, que os hago juramento que no hay ni se puede imaginar género de tormento mayor ni que más hincha vuestros buenos deseos. Y yo digo que él fue un loco porque si no se halló bien con la primera mujer, ¿quién le forzaba a tomar la segunda?
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(962) 225. Oyendo Federico Tercero que algunos decían mal dél, respondió a uno que se lo dijo: —¿No sabéis vos que los príncipes son el blanco donde se tiran y enderezan las saetas de las lenguas, que los rayos dan antes en las encumbradas torres que en las humildes cabañas? Y otro príncipe dijo al propósito: —No es maravilla que digan de nosotros si damos la ocasión nosotros y hacemos por qué.
(963) 226. Un cierto potentado de Bohemia (en destetando a algún hijo suyo) luego le daba a beber vino, y no vino común, sino de lo mejor y más valiente que hallaba. Preguntándole una vez el emperador Federico que qué le movía a aquello, respondió: —Porque acostumbrándose desde pequeño a beberlo, no le hará daño cuando grande. Dijo entonces el emperador: —Bien decís, que esto mesmo hizo el rey Mitrídates con el veneno; más si a mí me diese Dios algún hijo, y no aborreciese el vino, yo le aborrecería a él. Sentencia del príncipe sabio y modesto.
(964) 227. Había un villano traído a vender trigo a una ciudad de Austria, y entretanto que fue al mesón le hurtaron un caballo del carro; fuese a quejar al emperador Federico, el cual le dijo poco más o menos: —¿No sabes tú quién te pudo llevar el caballo? Respondió: —Lo que sé es que me lo han hurtado, mas quién, no lo puedo saber. Entre tanto que esto pasaba se estaba tratando en el consejo este negocio haciendo conjeturas y echando juicios conforme a la relación del villano, y el emperador dijo: —Maravíllome, cómo a este hombre le llevaron el un caballo y le dejaron el otro, que según hay de caballeros en este ciudad que tienen necesidad de caballos no fuera mucho. Acudió al punto el villano y dijo: —Sacra majestad, la que me dejaron no era caballo sino yegua, y así no era de provecho para la caballería.
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Entonces el emperador dijo: —Pues súbete sobre tu yegua y paséate por todas las calles de la ciudad, porque el caballo que te han robado está escondido en alguna parte de ella, y en sintiendo pasar a su compañera comenzará a relinchar. Hízolo el villano y pareció su caballo y el ladrón fue preso y castigado.
(965) 228. Tenía uno en el vestido que traía una gran mancha de aceite y dándole grande pesadumbre de que cada uno que la veía le preguntase que qué era aquello, dio en decir, cualquiera que se le llegaba a hablar con él, antes que le preguntase nada: —Sabed, señor, que esta que traigo en el vestido es una mancha de aceite. Ahora decid lo que quisiéredes. Esto está ya recibido como refrán que se dice en toscano: Era prudente à preuenire altrui.
(966) 229. Sentían mal algunos de la mala costumbre que tienen los alemanes de murmurar de sus emperadores y príncipes. Y esto lo dijeron delante del emperador Federico, y él les respondió: —No os parezca mal que ellos digan mal, si nosotros hacemos mal.
(967) 230. Pedía un soldado al emperador Gismundo que le cumpliese cierta promesa que le había hecho, respondiole: —Lo que me pediste ni fue lícito ni honesto, y así ni tampoco lo será el cumplirlo. Repitió el soldado: —Vuestra majestad pudiera negar mi petición entonces, sin empeñar su palabra, y pues ya la empeñó no es justo quebrantarla. Dijo entonces el emperador: —Pues si de las dos cosas se ha de hacer la una por fuerza por mejor tengo que se pierda la hacienda que no la fama. Dicen los legistas que: Quod semel placuit amplius displicere non potest. Y esto es lo que este soldado daba a entender al emperador.
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(968) 231. Este mesmo emperador Gismundo dio de bofetadas a uno porque adulándole decía que era en sus cosas muy semejante a Dios. Preguntole el paciente: —¿Por qué me abofetea vuestra majestad? Respondiole el emperador: —¿Por qué me muerdes a mí? Este cuerdo y cristiano príncipe aborrecía notablemente a los aduladores.
(969) 232. Decíale al emperador Gismundo un grande príncipe de Hungría que no hacía bien en perdonar la vida a los enemigos vencidos como ni tampoco en hacerlos grandes y admitirlos por sus amigos. Respondiole el emperador: —A ti te está bien el matar al enemigo, porque dicen que hombre muerto no hace guerra, mas a mí no, porque cuando le perdono le mato, y cuando le hago grande le hago mi amigo. Palabras verdaderamente reales.
(970) 233. Un cierto personaje que se había graduado de doctor deseaba subir a otro grado más superior. Y así suplicó al emperador Gismundo que le hiciese caballero. Cumpliole su deseo. Pues succedió después que yendo éste al concilio de Basilea, donde el emperador había mandado juntar su consejo para negocios de importancia, que habiéndose de sentar entre los principales no acababa de resolverse si sería con los doctores de leyes, o con los caballeros. Finalmente se determinó a sentarse entre los caballeros. Ocasión para que el emperador le dijese: —Vos habéis hecho neciamente en anteponer las armas a las letras, porque yo bien podré en un día hacer mil caballeros, mas no en mil años un doctor. Dijo Cicerón: Cedant arma togae.
(971) 234. Quejándose un amigo con otro de un pecho que le habían echado, y encareciéndole demasiado, le respondió: —Tú encarecerás tanto este pecho y alcabala, que no habrá hombre que después la quiera.
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(972) 235. Un sastre había hecho un par de calzas a un labrador, las cuales por detrás no le llegaban más que hasta las rodillas de manera que se quedaban descubiertas las corvas, y viendo el labrador que le venían cortas dijo: —Yo no estoy contento con estas calzas que están echadas a perder. Pagadme mi paño. Respondió el sastre: —Hombre de Dios, ¿qué dices? Baja esa cabeza y cuerpo hacia la tierra y tienta las calzas por detrás. Hízolo, halló cumplidas las calzas como bajó el cuerpo, y contentose. Entonces el sastre dijo: —Ahora, pues estás contento págame mi trabajo, que yo no te había hecho calzas para pasear ni para bailar, sino para trabajar.
(973) 236. Un conde de Goricia tuvo dos hijos en una señora noble, de nación húngara, y mientras eran niños los tuvo siempre en su cámara, y cuando dormían al mejor sueño se llegaba a ellos y los despertaba preguntándoles si tenían sed. Ellos o por no estar del todo despiertos o por otro accidente no respondían, no obstante les ponía el vino a la boca, si no querían beber se volvía como un león contra su mujer y la decía —¡Puta, mala mujer! ¡Estos no son mis hijos, tú te has empreñado de otro y no de mí, que si fueran mis hijos no durmieran toda la noche sin tener sed! Gentil borracho.
(974) 237. Estando un cierto gentilhombre retirado en su estudio entretenido en leer algunos libros curiosos se llegó a él un amigo suyo y le dijo: —Fulano, ¿qué hacéis aquí escondido entre los muertos? Venid a tratar un rato con vuestros amigos, que estamos vivos. —Antes —respondió él—, estos viven con la fama, y tú con los demás estáis muertos, así con la fama como con vuestros hechos, y si vivís es vida irracional, bruta y sin camino. Motejolo de hombre perdido y ocioso.
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(975) 238. Un cierto truhán de los que ordinariamente son continuos en los banquetes, y que hablan más que siete, de manera que no hay hacer baza donde ellos entran con la suya, fue a confesarse. Como el confesor (que le conocía) le vio dio gracias a Dios, alegrándose de confesar a un hombre tan elocuente, que no le martirizaría con «padre, pregúnteme». No obstante, el confesor dio el salto en vago (como dicen) porque apenas se hincó de rodillas el bufón, cuando dijo: —Padre, pregúnteme. El confesor, colérico, le dijo entonces: —¿Qué es «padre pregúnteme»? ¿Tú, que eres maestro de bachilleres y charlatanes buscas quien hable por ti? Respondió el bufón: —Padre mío, mi intención no fue jamás buscar la comida y vestido por medio de la confesión, que si eso fuera yo mirara muy despacio cómo la había de hacer bien, que el arte con que yo grangeo lo que tengo muchos años ha que la aprendí, que tiene su fundamento en saber hablar bien, y mucho más de lo necesario, y así no te maraville que sepa aquella, y esta no.
(976) 239. Había en una ciudad un cierto viejo tan enfadoso y estraño en todas sus acciones, que se tenía por imposible que un criado le durase en casa ni pudiese sufrir, no digo meses ni años, sino muy pocos días, porque, o por tratarlos mal de palabras o de obras, luego se iban y le dejaban. Sucedió, pues, que habiéndose concertado un día con un criado, más bellaco que hermoso, fue con esta condición, que el criado le dijo: —Señor, a mí no me está bien que apenas se hayan pasado quince días, que yo asista a vuestro servicio y sin causa suficiente vos me despidáis de vuestra casa como habéis hecho a otros.Y así querría, si vos gustáredes de ello, que de conformidad hagamos una escritura y obligación; vos, diciéndome con qué condiciones queréis que os sirva, y yo con serviros muy a vuestro gusto y voluntad, pena de que me despidáis cuando os pareciere. Aceptó el viejo la condición y hizo una memoria muy larga, con muchos capítulos que debía guardar el tal criado.
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Sucedió, pues, que un día pasando el buen viejo por una calle muy llena de lodo, y sucia, resbaló y dio con todo su cuerpo en un lodazar; y no bastando sus flacas fuerzas a levantarle ni sacarle dél, alargó el brazo pidiendo favor a su criado, mas él, suspendiéndose un poco, al fin le dijo: —Patrón, si yo no me acuerdo mal, bien sé que la escritura me obliga a que os acompañe por la ciudad, mas no sé que diga, ni me obligue, a que os saque del lodo adonde estáis, tened paciencia mientras voy a ver lo que reza la obligación, y con tanto fuese y dejolo.
(977) 240. Diciendo cierto personaje a Lorencio de Médicis que un conde quería dar al rey una ciudad en recompensa de la cual el rey le había prometido un ducado en su reino, respondió: —Está muy bien, mas mire bien ese ducado que le ha de dar, que no sea falso.
(978) 241. Estando un villano con una grave enfermedad ya muy al fin de su vida llamó a sus hijos y díjoles: —Hijos míos, yo me muero y os dejo en mi testamento tales y tales dineros, en fulano tanto y tanto en zutano. Comenzaron a mirarse los unos a los otros y decir: —¿Qué dineros son estos que nuestro padre nos deja? Acudió el mayor de los hijos y dijo: —Estos son unos dineros que nuestro padre debe a estas personas. Y luego dijo el villano muy apriesa: —Pues qué, hijos, ¿no os parece que son estos dineros? Andad, que a su tiempo lo experimentaréis con buen daño, y menoscabo de vuestros bolsos.
(979) 242. Preguntando el emperador Gismundo a Teodorigo, arzobispo de Bolonia, príncipe y elector del imperio, hombre de gran prudencia y autoridad, cómo se podría alcanzar la felicidad. Le respondió: —Cosa es, la que vuestra majestad cesárea busca difícil de hallar en este mundo. Preguntó más: —Pues, y ¿por qué camino se puede ir a la celestial Jerusalén? Respondió que por el derecho.
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Acudió tercera vez preguntándole que cuál era el derecho. Le respondió: —Señor, el derecho camino es regular y concertar nuestra vida de la manera que lo promete hacer el que tiene algún gran trabajo, o algún dolor o muy penosa enfermedad. Dijo Cristo nuestro Señor: —Si autem ad vita ingredi serva mandata [San Mateo, 19, 17].
(980) 243. Diciendo uno en presencia de una cierta señora muy entendida y de agudo ingenio que no había hombre que quisiese ejercitar el arte que no sabía, y no obstante todos querían ser señores y mandar, siendo el arte más dificultosa de todas, acudió ella y dijo: —Eso que decís es verdad, mas por eso ¿dejará de ser loco el que manda, aunque él no lo confiese ni conozca?
(981) 244. Decía uno que se maravillaba particularmente, y era de que los animales jamás admitían rey que no los sobrepujase en fortaleza y otras cosas conocidamente superiores, y que solos los hombres (que se precian de racionales) obedecían muchas veces a príncipes y señores más bárbaros y irracionales que las mismas bestias.
(982) 245. Un doctor en leyes, famoso en su tiempo en aquella facultad, que se volvía de la corte del emperador a su tierra y casa, encontró con un amigo suyo que le dio nuevas cómo su mujer estaba con salud y viva, y él dijo entonces: —Si mi mujer es viva, yo soy muerto.
(983) 246. Diciéndole uno a cierto truhán que por qué hacía cosas de loco teniendo tan buen entendimiento.Y respondió: —Esa es mi mayor desdicha que cuanto más procuro parecer loco tanto menos soy tenido por tal, al contrario de un hijo, que Dios me dio, que cuanto procura parecer sabio, discreto y cuerdo tanto más es tenido de todos por ignorante, loco y necio.
(984) 247. Teniendo aviso un cierto príncipe estranjero que un su palacio se había quemado, preguntó si los barriles del vino habían quedado libres del fuego. Dijéronle que sí. Dijo él entonces:
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—Pues si el vino se salvó, todo lo demás que se quemase poco va a decir.
(985) 248. Decía uno a cierto juez: —Si no hace vuestra merced lo que le pido me obligará a hacer un disparate. Respondiole el juez: —Si tú lo hicieres, yo lo remediaré con mi prudencia.
(986) 249. Preguntáronle a uno que a cuál tenía por el mayor de los locos. Respondió que a aquel que se embarazaba con ellos.
(987) 250. Un cierto letrado fue a visitar a Cosme de Médicis, el cual iba muy desarrapado y roto, preguntole a Cosme que cómo iba de aquella manera, respondió que en el camino le habían salteado bandoleros y dejádole en aquel estado. Replicó Cosme: —Mira, ¡no sea que lo hayas jugado y perdídolo! —Si fuese así —respondió—, vos, señor, habríades llevado vuestro pedazo, como, ni más ni menos, cada uno de los otros la suya (sic). Dando a entender con esta razón que las riquezas no eran más que un juego de la fortuna. Reparando entonces Cosme en la agudeza del dicho, vistió al letrado y diole dineros para el camino.
(988) 251. Siendo echado del señorío de Milán Mateo Visconde por Guido de Latorre, y otros enemigos suyos; como hombre particular, perseguido de la fortuna y desamparado de todos sus amigos, se retiró a un lugarcillo en el condado de Verona, que se llamaba Nogarola pasando, pues, allí su vida el Mateo; su contrario, Guido de Latorre, por darle pesar, como burlándose dél, le envió unos embajadores, los cuales le hallaron paseándose por la ribera del río con una varilla en la mano. Diéronle su embajada que fue preguntarle tres cosas; la primera que le dijese que en qué entendía. La segunda si tenía esperanza de tornar a ser señor de Milán en algún tiempo. La tercera, respondiendo que sí, que para cuándo.
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Oyó Mateo lo referido, y quedándose un poco suspenso, respondió. A lo primero, que ya ellos veían en lo que entendía; a lo segundo que aún no tenía perdidas las esperanzas; y a lo tercero que cuando los pecados de Guido y de sus aliados excediesen a los que él tenía cuando fue echado de aquel señorío.
(989) 252. Antonio Lunato, natural de la ciudad de Pavía (en el tiempo que Juan Galeazo Vizconde, que era príncipe de Milán, adquirió el señorío de Perugia) fue enviado por gobernador de aquella ciudad. Sucedió, pues, que prendió a un hombre por cierto homicidio, y condenándole a degollar se le opusieron los regidores, intimándole un privilegio suyo muy antiguo en que por semejante delicto solo se le debía castigar en la suma de doscientas libras de moneda usual. No obstante esto y otras alegaciones, sin más apelación hizo que le ahorcasen. Con semejante agravio quejosos los principales del quebrantamiento de sus fueros, no obstante que ya no tenía remedio mandó que trujesen allí sus privilegios y visto el tenor, mandó pagar de su bolsillo la cantidad diciendo, que pues él tenía la culpa, él quería pagar la pena; y con esto les quitó la ocasión de las quejas. Vino esto a oídos del duque, y no solo no culpó al gobernador, sino que para en adelante anuló semejante privilegio.
(990) 253. Habiendo acabado sus estudios en Padua un gentilhombre tudesco, sin haber sacado de ellos otra cosa que perdición del tiempo; y queriendo volverse a su tierra, estando ya a caballo para partirse hizo llamar un escribano para que le diese por fe y testimonio como su intención era no sacar cosa de buenas letras, ni de ciencia alguna (por poca que fuese) de aquella universidad, y que así lo juraba, y que si desde aquel punto en que se partía sucediese que por descuido, o por otro cualquier accidente le hubiesen quedado algunas reliquias de buena doctrina, o cosa scientífica, que él protestaba que sería acaso, mas no por culpa suya; y con tanto se partió.
(991) 254. Habiendo Júpiter convidado a ciertas bodas a todos los animales no faltó alguno, sino sola la tortuga, por lo cual muy enojado quiso informarse de la ocasión. Y haciéndola parecer, se lo preguntó.
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Ella respondió: —Yo, señor, he oído siempre decir que no hay cosa como estarse cada uno en su rincón. Dijo entonces Júpiter: —Pues que así es, yo te condeno a que te estés en tu casa continuamente, y que jamás salgas de ella. Y desde entonces anda la tortuga con su casa a cuestas.
(992) 255. Decía un villano a cierta persona: —Basta que vos, señor, me déis un poco de crédito y de fe, aunque sea muy poca. Respondiole: —No te puedo dar tan poca que no te dé cuanta tú tienes.
(993) 256. Pedía uno a otro amigo suyo que le diese algún gato, y respondiole: —Yo os prometo uno. Replicó el otro. —Pues dadme tres o cuatro. Dijo el amigo: —¿Para qué diablos queréis tanto gato? Respondió: —Porque a uno solo se lo comerán los ratones. Con que significó los muchos que tenía en su casa.
(994) 257. Un mancebo pedía el gobierno de Toledo al rey don Alonso el Octavo de Castilla, que despedido del rey, por muy mozo y de pocos años, no pudo dejar de decirle cuando se quería ir: —Señor, cuando a vuestra majestad su ama le daba leche rey era, y hoy día vemos a muchos que se criaron con vuestra majestad con cargos y plazas superiores; y a mí porque no fui uno de ellos me juzgáis por mozo de menos talento, prendas y juicio. Hicieron estas palabras, tan cuerdas y bien consideradas, tal impresión en el ánimo real, que fuera de lo que le había pedido le hizo otras muchas y muy señaladas mercedes.
(995) 257 bis. [Son tres cuentos de barberos y una coda de Marcial].
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I. Habiendo entrado cierto pobre en una barbería, rogó al maestro que le afeitase por amor de Dios, porque no tenía dineros con que pagarle. El barbero tomó una navaja mal amolada, y comenzó a hacerle la barba y, aun, cada vez que asentaba la navaja, a sacarle un pedazo de manera que le hacía saltar las lágrimas a pesar suyo. En el interín entró en la tienda un perro, que quizá en la cocina donde había entrado a poner a recaudo algo le dieron mucho palo, y salió gritando con mucha priesa. Díjole entonces el pobre, movido a compasión: —¿Qué tenéis amigo? ¿Hacenos a vos la barba también por amor de Dios como a mí? II. A otro haciéndole la barba y llevándose tras la navaja los pedazos de la carne dijo: —Maestro, yo me concerté con vos para que me hiciésedes la barba, y no para que me desollásedes. III. Otro a quien se le saltaban las lágrimas por la crueldad con que pasaba la navaja el barbero, dijo: —Esta hacienda se hace al revés de lo que se había de hacer, porque bañáis la barba después de haber echado la navaja, habiéndose de bañar primero. Decíalo por la sangre que le salía. IV. Marcial floreándose y burlándose graciosamente de semejante género de hombres dijo que el cabrón era el más cuerdo animal de todos, atento a que se había resuelto a querer traer de barba crecida, y jamás quitársela por no ponerse en manos de barberos, a quien da epítecto de crueles.
(996) 258. Habiendo un cierto juez hecho tutor de unos menores a un buen hombre sucedió que gastase éste tal en comer todos los bienes. Pidiéronle cuenta de la tutoría, él respondió: —¿Qué diablos de cuenta me pedís? Ni yo sé lo que es ni lo que no. Dijéronle que presentase los libros de la entrada y de la salida, esto es del gasto y del recibo, respondió (enseñándoles primero la boca y después las antífonas) y dijo: —Véis aquí lo que pedís, que es la entrada y la salida; por la boca entra y por esotra parte salió. Y era que había gastado toda la hacienda en comer y beber.
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(997) 259. Tenía cierto hombre una candiota pequeña llena de un vino excelente, y habiéndole un amigo suyo enviado un gran frasco para que se lo diese del vino, tomolo en la mano, y llegóselo a las narices y comenzó a olerlo, y dijo: —Jesús, este frasco hiede que encalabrina. Cargo de conciencia será echar en él el vino de mi candiota. Y dióselo al que lo había traido diciéndole: —Vuélvesele a su dueño, y dile que envíe otro frasco que no huela tan mal.
(998) 260. En cierta guerra un hombre, que servía de guía en los ejércitos por la ocasión que él se supo, se huyó con la paga, que había recibido de su príncipe, adelantada. Sucedió que estando otro príncipe en casa de Cosme de Médicis comenzaron a tratar del fugitivo, y este príncipe le alababa mucho diciendo una y otra vez que era hombre muy ágil, muy solícito y para todo; y volviendo más y más a repetir y a alabar su cuidado y promptitud, dijo Cosme: —No nos exagere y encarezca mas vuestra señoría eso, que ya experimentamos su solicitud y cuidado pues se acogió con el dinero antes que se lo rogasen.
(999) 261. Un capitán francés (reinando Carlos Séptimo en Francia) dijo en una ocasión un mote, no menos mordaz que libre y también gracioso; y fue el caso que siendo enviado en nombre del ejército al rey (a cuya instancia se hacía cierta guerra, con mucho menoscabo de los franceses, perdiéndose el tiempo solo porque el rey no trataba de otra cosa sino de sus gustos y entretenimientos, ocasión de que la guerra fuese muy a la larga) digo que fue enviado a pedir socorro para pasar adelante con la guerra o dejarla. El rey en lugar de despacharle se puso muy despacio a enseñarle los instrumentos de sus gustos, los juegos, las damas, los banquetes y otras cosas de este jaez, y últimamente preguntándole que qué le parecía de todo aquello, le respondió que jamás se acordaba de haber leído, ni oído decir de rey que con mayor gusto, placer y entretenimiento dejase perder su corona y estado. Entonces el rey reparando en el toque de la palabra, abrió los ojos y dando de mano a todo lo dicho, trató de despachar al capitán dán-
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dole muy cumplidamente todo lo que había pedido y era necesario y conveniente.
(1000) 262. Una labradora tomó una cesta de güevos y poniéndosela sobre la cabeza se fue a venderlos a la ciudad.Y comenzó a discurrir entre sí, diciendo: —Yo espero en Dios de enriquecer muy presto, porque vendiendo estos güevos, y otros, a buen precio cada día, se me irán augmentando los dineros, y siendo adinerada y rica estareme ociosa, holgando y entreteniendo; seré tenida y estimada en más que las otras labradoras, mis iguales, y si se me antojare estarme en la ciudad nadie me irá a la mano, y viéndome en ella los de mi lugar me honrarán y reverenciarán, como a una de las más principales señoras de ella. Sucedió, pues, que mientras iba divertida con semejantes quimeras tropezó y se le cayó la cesta, y se le hicieron los güevos tortilla, de donde con semejante suceso en un punto la faltaron y engañaron todas sus esperanzas.
(1001) 263. Habiendo nacido un chiquillo después de casada su madre aun no un mes cumplido dijo un cierto personaje al agüelo del niño: —Por vida vuestra, que criéis con cuidado aqueste chiquillo, porque es bueno para correo, que caminará la mitad de camino más que otro.
(1002) 264. Habiendo un cierto cortesano, hombre alegre y decidor y pequeño de cuerpo, contado en una conversación algunas cosas graciosas, dijo uno, que era muy miserable: —Por vida mía, fulano, que sois tan alegre y sazonado en todo, que parece que la naturaleza os hizo así pequeñuelo y acomodado para que cualquiera os pudiera llevar a su gusto, aunque fuera en un rinconcillo pequeño de la bolsa para no perderos. Y aun yo me determino de meteros en la mía para teneros en toda ocasión a la mano. —No, no, señor —respondió el otro—, que os pondréis a peligro de no sacarme de ella jamás.
(1003) 265. El Gran Capitán, Gonzalo Fernández, había dado una gran rota a los franceses. Sabida la nueva por el embajador de España,
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fue a dar la nueva de la victoria al gran duque de Venecia, que entonces era el señor Leonardo Loredano, y a los senadores, alegrándose con ellos del buen suceso. Estaba entonces en Venecia también el embajador del rey de Francia, y por razón de estado hubo de hallarse en la junta; el uno muy alegre, y el otro muy melancólico. Sentados, pues, y el duque en su lugar volvió el rostro mirando a entrambos y dijo: —Yo, señores, me aprovecharé en esta ocasión de las palabras que dice San Pablo, y pues no hay quien pueda resistir a la voluntad de Dios yo lloro con los que lloran, y me alegro con los que están alegres. Con tan cuerdo, discreto y bien imaginado pensamiento de aquel príncipe magnánimo se borró de tal manera la ocasión de la invidia y enemistad que, así los españoles como los franceses igualmente agradecidos, se despidieron alabando su singular discreción y prudencia.
(1004) 266. Entró en un jardín de cierto caballero viejo y bien entendido, alguna gente de esta que llaman de leva y monte, y comenzó a coger, y destrozarlo todo a diestro y a siniestro. Encontró la cuadrilla con el patrón del jardín y uno de ellos le dijo: —Señor fulano, por mi vida, que es este jardín uno de los curiosos que he visto en mi vida, y que lo habíades de hacer guardar de día y de noche. Respondió al punto muy sereno: —Tarde me lo habéis avisado.
(1005) 267. Quedando cierto gentil hombre probando unos gavilanes con la fuerza del sol, encontró con un amigo suyo, el cual le afeó dos cosas; la una, el comunicarse y tratar con cualquiera no siendo su igual; la otra andar fuera de su casa en tiempo que todos los animales estaban encerrados en sus grutas y cuevas. A la primera respondió que él se iría a la mano si ofrecida la ocasión no se le pasaba de la memoria. A la segunda que no era así atento que él, que se lo reprehendía, andaba también fuera.
(1006) 268. Entrando un barbero alemán en su casa halló a su mujer desenfadándose con un galán suyo, y díjola:
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—Mujer mía, si vos queríades desenvolveros de esa manera, ¿no os metiérades más adentro en otra parte más secreta? ¿No echáis de ver cuánta vergüenza fuera que como entré yo entrara algún forastero? Y con tanto envió al galán, y quedose con su mujer en mucha paz y conformidad.
(1007) 269. Huyendo la raposa de unos perros, llegó a donde estaba un villano aventando el trigo en una era, y rogole que la escondiese donde no pudiesen cogerla los perros, y diole su fe y palabra de jamás hacerle daño en sus gallinas ni en cosas que le tocasen. Aceptó el villano las condiciones y cubriéndola con la paja la escondió. Llegaron los cazadores poco después y preguntando por la zorra el villano respondió que la había visto ir huyendo, y que no sabía más; pero por señas les decía que estaba escondida entre la paja. Los cazadores, atendiendo más a las palabras que a las señas, pasaron adelante a buscarla. Entonces el villano sacó a la zorra de donde estaba escondida, la dijo: —Mira, que no se te olvide de guardarme la palabra, pues yo te he guardado la vida. Mas la zorra que había visto y notado las acciones engañosas del villano le dijo: —Tus palabras fueron bonísimas, mas tus hechos no pudieron ser peores. Así hacen los amigos de nuestros tiempos.
(1008) 270. El emperador Carlos Quinto se paseaba un día con ciertos caballeros españoles, y viendo muchos soldados tudescos, que se brindaban (como entre ellos se usa) dijo a uno de aquellos señores: —¿No os parece que los soldados de la nación tudesca son hombres valerosos, gallardos, de lindos talles y de singular fortaleza? —Nadie niega eso —dijo el español—, mas no estoy bien con tanto brindis y beber. Acudió el emperador: —Decís bien, mas advertid que los españoles también tienen su faltilla,y es que no se ven hartos de nada, y querrían ser señores de todos. Sentencia de Catón: Nemo sine crimine vivit.
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Nadie por justo que sea jamás deja de tener algo que reprehender.
(1009) 271. Un ciudadano de la ciudad de Sena llamado Paulo, muy noble y juntamente muy pródigo y gastador, envió al gobernador de la ciudad un muy cumplido presente de faisanes y de otras cosas muchas y buenas porque supo que tenía convidado a un cierto capitán amigo suyo, y junto con esto fuele a hacer una visita a la hora del cenar, y estando ya para sentarse a la mesa, dijo el gobernador así: —¿Sabe vuestra merced, señor Paulo, que en esta ciudad tenemos una ley que decide que el que cena con el gobernador ha de pagar docientos escudos, y yo, si no se lo notifico, mil? Respondió entonces el señor Paulo: —Sentémonos a cenar, que en más estimo el gusto de una buena conversación que a toda mi hacienda. Y sentáronse, cenaron y pagó. A este tal con tan excesivos gastos como hacía, por tiempo le vino a faltar el dinero y hacienda para poder dar tan magníficamente como solía; y para poderlo hacer se vendió a sí mesmo, y estando para morir no había religión que no quisiese llevarlo a enterrar a su casa, y así se lo pedían que lo dejase en su testamento, y él daba a todas sin dejar a nadie sin alguna manda; y afeándole sus parientes tan grande desperdicio y prodigalidad hasta que dio el alma a Dios repetía estas palabras: —Lo que dí tengo, lo que guardé perdí, y me pesa de lo que negué.
(1010) 272. Llegando un cierto gentilhombre a una ciudad, se fue a aposentar a un mesón donde le dieron una cama muy llena de chinches y pulgas; y apenas hubo cerrado los ojos cuando le despertaron con sus penetrantes picadas. Levantose y pidió al mesonero muy apriesa una hoz. Preguntándole que para qué, respondió: —Para segar con ella este bosque y malezas donde me has metido.
(1011) 273. Un caballero que se llamaba Rostio, que servía en cierta guerra al rey Alfonso, acostumbraba a ponerse un bonete colorado hecho al modo de una cresta de un gallo. Sucedió que una noche le
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cupo hacer su centinela, el rey salió a visitar y ver lo que pasaba en el campo; y encontrando con Rostio queriendo hacerle una burla, tomando la ocasión del bonete como cresta, y del nombre del caballero, porque rostro en latín quiere decir pico, le dijo: —Hola, gallo ¿a qué hora pensáis cantar esta noche? Respondió el caballero: —Mal podrá cantar quien no cenó anoche. Cayole tan en gracia al rey la respuesta que le dio un vestido de diferentes colores par que con el bonete de cresta de gallo, con su nombre rostro, que es pico de ave, fuese en todo semejante al gallo, fuera de otras mercedes y liberalidaes que usó con él y le hizo.
(1012) 274.Volviendo un mercader de una jornada o viaje que había hecho ultramarino, llegó al puerto de una ciudad con gavilanes, donde los vendió todos excepto uno solo que quiso comprar el gobernador de ella. Dióselo y pidiole el dinero dél, enviole a su mujer a que se le diese. Ella le volvió a enviar al marido, y así lo trujeron algunos días. Al fin, el mercader como vio el pleito mal parado, y que hacían burla dél, fuese por las calles de la ciudad dando gritos y diciendo: —Pobre y desdichada de esta tierra, que huele en ella mal el sol. Repararon todos en esto. Súpose el caso, y fue condenado el gobernador en que pagase el precio doblado.
(1013) 275. Cerca de una ciudad de Alemania andaba un oso muy grande el cual hacía grandísimo daño en toda aquella comarca. Sucedió, pues, que tres mocetones naturales de la tierra fueron a una hostería a donde pidieron de comer, prometiendo dentro de dos días pagar todo cuanto quedasen a deber, por cuanto decían ellos: —Pensamos matar al oso, vender el pellejo por mucha cantidad, fuera de los intereses que esperamos sacar de los ciudadanos y gente de la comarca por el bien y provecho que de la muerte de tan feroz bestia se les recrece. El mesonero aceptó la condición y habiendo comido y bebido lindamente se fueron hacia donde andaba la fiera, y hallándose más presto de lo que ellos quisieran muy cerca de ella, así como vieron su monstruosidad y grandeza, echaron a huir; el uno se escapó en un árbol, el otro a más correr echó hacia la ciudad, y al tercero alcanzó el
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oso, el cual cogiéndolo entre sus brazos lo dejó tendido en el suelo como muerto. Y llegándosele al oído a olerlo viendo que ni respiraba, ni tenía movimiento de hombre vivo, lo dejó y se fue, que este distincto natural tiene el oso (según dicen los naturales) que cuando siente o le parece que la presa está muerta, la deja y se va. Pues ido de allí a un gran rato volvió en sí el buen hombre muy maltratado, y íbase como mejor podía hacia la ciudad. El que se había escapado en el árbol saliole al camino y le preguntó qué le había dicho el oso cuando se le había llegado a hablar al oído. —Sábete —le respondió— que me dijo que no me atreva jamás a vender ninguna piel de oso hasta que la tenga segura en mi poder.
(1014) 276. Acostumbraba un buen hombre, siempre que pasaba o veía algún alguacil o a otra persona con instrumento de justicia, decir a su hijo: —Mira, ¿ves aquel que va allí? Es la justicia y aquel que va detrás es el ladrón. Sucedió, pues, que en una procesión que se llevaba cierta ofrenda a una ermita de Santo Juan iban los pendones como de costumbre delante y los demás ciudadanos tras ellos, y acordándose el muchacho de lo que había oído a su padre, comenzó a dar voces: —¡Oh!, ¡oh!, ¡oh!, ¡padre!, ¡padre!, ¡mirad qué de ladrones que pasan!
(1015) 277. Decía uno alabando a un médico: —¡Por mi vida! Que fulano hace hazañas de un Roboán.Y otro, él hace por donde le metan triunfando en la ciudad. Y era porque mataba a muchos, que así como no podía entrar triunfando en Roma sino el que había muerto tantos millares de hombres, así se daba el tal médico a matarlos como si le hubiera de suceder eso mesmo.
(1016) 278. Un cierto gentilhombre jamás se quería sentar a la mesa entre los últimos porque decía que temía quedarse sin comer, o alcanzar lo peor y lo menos.
(1017) 279. Estando cierto loco en una iglesia oyó comenzar una misa cantada a un clérigo, y que los demás le respondían.
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Y llegándose al clérigo diole un encontrón diciendo: —Si tú no hubieras comenzado a gritar, callaran los otros.
(1018) 280. Preguntándole a un loco que por qué andaba siempre por los vericuetos y dejaba el buen camino, respondió: —Porque por el camino van las bestias O también: —Porque no quiero yo ir por el camino de las bestias.
(1019) 281. Un tudesco cuando bebía con alguna taza pequeña, en bebiendo la dejaba caer en el suelo para que se quebrase. Preguntado que por qué, respondió que porque no le diesen otra vez a beber en vasija tan pequeña, y también porque él la dejaba, cuando ella le dejaba a él.
(1020) 282. Iban dos amigos paseándose por una calle y dijo el uno al otro: —¿Queréis que os enseñe mi dama? Respondió esotro que sí. —Harelo —dijo—, mas advertir que no habéis de hacer seña que ella pueda notar. Con tanto le dijo: —Pues aquella es. El otro, al punto, alargando el brazo hacia ella dijo, señalándola: —¿Aquella de tal ventana? Escondiose ella entonces y dejolos a la luna, hechos matachines.
(1021) 283. Siendo el emperador Gismundo reprehendido en el concilio de Constanza del cardenal de Piacenza porque había dicho un mal latín contra las reglas de la gramática, respondió no menos aguda que prontamente: —Si nosotros somos superiores a las leyes, ¿por qué no lo seremos a la gramática?
(1022) 284. Fue un hombre a Roma porque tenía necesidad del favor de un cierto cardenal. Fuele a buscar y díjole:
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—Monseñor ilustrísimo: yo os traía presentada una hermosísima hacanea, y he sido tan desgraciado, que se me ha quedado por el camino. En estando que esté buena yo os la trairé al momento. Respondió el cardenal: —No te dé eso tanto cuidado porque si no te hubiera sucedido esa desgracia fuera para mí solo la hacanea, mas pues está en ese estado, la puedes presentar a los demás cardenales.
(1023) 285. La señoría de Venecia envió dos embajadores al emperador, muy mozos, y de pocos años. Sentido de esto, no acababa de darles audiencia. Quisieron ellos saber la causa, y fueles respondido que nunca se acostumbraba a semejante majestad enviar por embajadores mocitos barbiponientes sino hombres mayores de sciencia y experiencia. Sabida la causa de no ser oídos, pidieron por merced al emperador les oyese una sola palabra, y que esa no sería en materia de la embajada. Dióseles licencia, y estando delante del emperador dijeron de esta manera: —Sacra majestad, si la serenísima y excelente señoría de Venecia creyera que el consejo, sciencia y buena razón de estado consistía en las barbas, no nos hubiera enviado a nosotros, mas en nuestro lugar hubiera enviado dos buenos cabrones que suplieran nuestras faltas y cumplieran con aquesta embajada.
(1024) 286. Entre unos florentines y españoles hubo en una ocasión una porfiada contienda sobre cuáles fuesen más perfectos cristianos, o los unos o los otros. Éstos decían: —Nosotros hacemos al cuerpo de Cristo la mayor y más célebre fiesta que se hace en parte del mundo. Dijeron [los otros, los florentinos]: —Qué maravilla es que vosotros le hagáis esa fiesta y honra, pues nosotros honramos sumamente a los forasteros en nuestra ciudad con ser tan grande la diferencia.
(1025) 287. Preguntándole a un tal, que era señor de la ciudad de Luca, un amigo suyo, que por qué no admitía en la ciudad ciertas familias y linajes que andaban desterrados de ella, atento a que desea-
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ban volver a ella y reconciliarse con él, y que era para la ciudad honra, y para él provecho, respondió entonces y dijo: —Porque esta ciudad es muy pequeña para que quepan ellos y yo.
(1026) 288. Después que un fulano tal hubo mandado matar algunos caballeros de Luca porque se habían conjurado contra él, se ofreció cenando con él un amigo suyo que le dijo: —Señor, muchos os quieren mal y dicen mucho mal de vos ¿por qué tratáis tan mal a los amigos viejos? Respondió él: —Hanos engañado (sic), que yo no mal trato a los amigos viejos, sino castigo a los enemigos nuevos.
(1027) 289. Reprehendían a este mesmo señor de Luca porque había desterrado de la ciudad a un cierto personaje señalado, y confiscádole la hacienda, al cual siempre había tenido por su amigo, y por hombre discreto y prudente. Él, entonces sonriyéndose dijo: —Yo no persigo la prudencia, sino la avaricia, no la fe sino la traición de fulano, que yo siento que ningún avariento puede ser hombre de bien; mientras ignoré sus defectos siempre le truje a mi lado, túvele por mi amigo, mas después que experimenté que estima en más el dinero que a mí, hame sido fuerza tener yo en más el dinero y hacienda que no a él.
(1028) 290. Motejaban a uno de que era bastardo, por afrentarle, y él respondió: —Vos mentís, porque mi padre me hizo legitimar, y soy más legítimo que vos, y veis aquí la carta, la cual vos no me podréis enseñar.
(1029) 291. Quejábase de que le habían prestado un caballo que no había quien le hiciese dar paso, y que el que se lo prestó le había certificado que caminaba como una galera. Hallose en aquella ocasión otro no muy sancto y cogió una estaca y dio tras el caballo, de manera que le hizo salir de harón y caminar más de lo que él quisiera. Y dijo que había el otro dicho verdad, que caminaba como una galera, porque la galera volaba con estacas, esto es, con los remos, y así lo había hecho el caballo visitándole las costillas.
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(1030) 292. Decía uno que era algo atronado: —No sé qué me diera por tener cien lenguas. Respondió otro: —Tú pides lenguas y tienes la mitad más de las que has menester. ¡Pobre de ti! Pide juicio, que no tienes pizca.
(1031) 293. Cierto hombre bonazo y de buena masa, después de la ausencia de once meses de su casa, volvió a ella y halló que su mujer estaba de parto. Y preguntando si era posible que aquella criatura pudiese ser suya, le respondió la comadre: —Pues, ¿por qué no? Si una borrica está preñada un año, ¿por qué no puede estarlo una mujer once meses?
(1032) 294.Vivía en Moscovia un cierto oficial tudesco que se llamaba Jordán, que estaba casado con una mujer de nación rusia, la cual hallándose en una ocasión con su marido le dijo desta manera: —Marido mío, ¿qué razón hay para que, queriéndoos yo como os quiero, no correspondáis como debéis? Respondió el marido: —¿Qué decís, mujer? ¿Tengo yo otro ídolo ni otro bien más que a vos? —Hasta ahora yo no he experimentado eso que vos decís. —Pues ¿qué tengo que hacer para que lo experimentéis? —respondió él. Entonces ella: —Mirad, hasta ahora veo lo poco que me queréis en que jamás habéis puesto las manos en mí, ni aun para darme un solo bofetón. Dijo el marido: —¿Que los palos y castigo es señal de amor? Pues yo te aseguro que ahora que lo sé, que de aquí adelante yo te quiera más de lo que tú querrás que te quiera. Y así de allí a un rato la meneó las costillas lindamente, y lo menudeaba tanto que ya ella no quisiera tanto amor, hasta que últimamente la vino a matar a puros palos.
(1033) 295. Un hombre muy rico estaba casado con una mujer muy buena, honesta y de buenas costumbres, y sobre todo muy her-
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mosa; la cual era espejo de virtud no solo a los domésticos, sino a todos los de fuera de casa. Sucedió, pues, que el marido dio en tener celos de ella achacándola que miraba a un tal, fulano, decíala que no faltándola nada, así de galas como de regalos, no era la que debía. Ella, agraviada, negaba diciendo que era falso testimonio en menoscabo de su honra, reputación y buena fama, porque ni aun por el pensamiento le había pasado, cuantimás por la obra. No obstante, no aprovechaba porque él la decía malas palabras, la acechaba, atendía a sus meneos y acciones; y por maravilla salía de casa por ver si encontraba con alguna sombra de algo que le diese motivo de reñirla. Pues como él apretase cada día más, y ella se viese oprimida, echose con la carga y quiso hacer verdadero lo que en realidad de verdad era falso.Y así se revolvió con el que su marido había imaginado, y finalmene desesperada se fue con él. Donde en seis meses el marido no supo de ella ni muerta ni viva. Últimamente, pasado este tiempo, tuvo por bien de reconciliarse con ella, mudando de condición y quedando por blanco de las necedades de todo el pueblo.
(1034) 296. Servía un tudesco en una casa y viendo que encendían lumbre en la chimenea y que salía el humo por el cañón, fuese de casa diciendo que no había de servir el amo en cuya casa se encendía lumbre en la ventana.
(1035) 297. Preguntándole a un judío que si se hallase en un día de sábado diez mil ducados si los tomaría o alzaría del suelo. respondió: —Ni hoy es sábado ni parecen los dineros.
(1036) 298. Muchos bárbaros fueron al ejército de Gofredo, rey de Jerusalén, los cuales habitaban por aquellas montañas y desiertos cercanos, trayendo muchos presentes a aquel rey, y viéndolo sentado en el suelo sin ningún ornamento real, se maravillaron de que un capitán tan invencible, que había llevado sus vencedoras banderas por todo el Oriente y hecho tan famosas y inauditas hazañas, estuviese así en la tierra, sin otro adorno ni aderezo ninguno, y habiéndoselo dado a entender por medio del intérprete, él se comenzó a reír y dijo:
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—Ninguno, por grande que sea, o monarca o rey o emperador, se debe avergonzar de llegarse a la tierra, porque ella es su primera y más antigua madre, y en cuyos brazos últimamente todos los mortales han de volver a fenecer y acabar.
(1037) 299. Un hijo de un cónsul de una alquería o aldea se fue a confesar un día de cuaresma con su cura, y comenzó a acusarse diciendo que había pecado gravemente contra Dios y contra el prójimo con todos sus siete sentidos de la cual le pesaba de todo corazón. Díjole el cura: —¿Cómo dices que has ofendido a Dios con tus siete sentidos, que ellos no son más que cinco? Respondió el mancebo: —Yo sé que no me engaño; bien sé que los demás aldeanos no tienen más de cinco, mas yo soy hijo del cónsul (¿no me conocéis vos, señor?). ¿No veis el vestido tan rozagante que el conde me ha dado? Tengo dos sentidos más que mis compatriotas. Preguntole el cura que cuáles eran. —Son —dijo—, el del sueño y el de la ociosidad, porque yo duermo cuando los demás velan, y huelgo cuando ellos trabajan. El cura comenzó a reírse de la simplicidad del penitente y enviolo con Dios.
(1038) 300. Un gran condestable, hombre excelente en razón de estado, si bien nada inteligente en letras, ni divinas ni humanas, pues aun apenas sabía leer, preguntó en una ocasión a su canciller, o a su secretario, qué era lo que quería decir aquella partícula: et cetera, que se solía poner en las cartas. Respondiole el secretario: —Señor, esta es una cifra que resulta en mucho augmento de la honra y reputación de vuestra señoría. Y esto díjoselo porque no le cansase porque era muy impertinente. Pues desde entonces todas las veces que veía escribir cartas o otra cosa, se llegaba al secretario y le decía: —Fulano, por vida vuestra, que pongáis muchas veces etcétera, pues tanto importa para mi reputación y grandeza.
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(1039) 301. Decía uno que tres cosas inanimadas había que eran más firmes y constantes que todas las demás de que usamos: la sospecha, el viento y la lealtad; porque la sospecha jamás la concibe ninguno que se le pierda; el viento jamás entra en parte que no busque por dónde ha de salir; la lealtad jamás vuelve allí de donde una vez salió.
(1040) 302. Un judío cayó un día de sábado en una necesaria, o secretos, de manera que sin ayuda de tercero no podía salir de allí. Pidiosela a otros judíos, sus amigos, respondiéronle que perdonase que era sábado, y no le habían de quebrantar. Vino a noticia del obispo de aquella ciudad y mandoles, pena de la vida, que pues guardaban el sábado con aquella puntualidad, que era su fiesta, con la mesma guardasen el domingo que era la fiesta de los cristianos.
(1041) 303. Un gentilhombre tudesco iba a cierta ciudad y en entrando por la puente tropezó el caballo en que iba y hincó las rodillas en el suelo.Violo una mujer y comenzó a darle matraca riyéndose y haciendo burla del gentilhombre. Entonces él acudió y díjole: —Hermosa, no os maravilléis de lo que ha hecho mi caballo, que siempre hace esto cuando encuentra con alguna puta. Respondió la mujer: —Pues por vida vuestra, señor, que os guardéis de entrar con él en la ciudad si no queréis que os despeñe, porque cuantas mujeres hay en ella lo son.
(1042) 304. Respondió un gentilhombre a otro su amigo que le decía que un tal fulano era muy rico y patrón de tantos navíos: —Mirad, yo no hago cuenta de dicha felicidad y riqueza, que consiste y está pendiente, tiene su arrimo y apoyo en cuerdas, gúmenas y cáñamos, porque en un tris se desilachan y queda burlada la esperanza.
(1043) 305. Al entrar en un lugarejo vio un gentilhombre una labradora con un niño llorando en sus brazos, y que le estaba rogando con un poco de papilla y no quería comerla; y que ella hacía y decía lo que suelen las madres o amas.
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—Comed mi rey, tomad la papa, ¿no la queréis? Pues tómala tu, fulanico. Y puso el papero sobre una ventana y dijo: —Venid acá vos, buen hombre, coméos esta papilla que el niño no la quiere. Apenas lo hubo oído un baladrón que pasaba, cuando agarra el papero y escapa con él. Ella deja a su muchacho dando gritos y siguiendo al hombre decía: —Tengan al ladrón, ahorcado, glotón, que me lleva la comida de mi hijo. El otro, ni por esas ni por esotras; andaba y comía hasta que dejó limpia la vasija, y confesaba que jamás había comido cosa más de su gusto, y más a la música de las injurias que aquella labradora le iba diciendo.
(1044) 306. Galeoto de la Rovere, cardenal de San Pedro in Víncula, sobrino del Papa Julio Segundo, fue un mancebo de grandes esperanzas, muy cortés y magnánimo, no obstante cuando la fortuna le tuvo entronizado en lo más encumbrado de su mudable y inconstante rueda con más aplauso, mostrándole el rostro cariñoso, risueño y alegre, la cruel y inexorable Parca le cortó el hilo de su mal lograda vida para sustituir y poner en su lugar a otro, porque muriendo él en lo verde y más florido de su edad, fue su muerte la vida de Sixto, sobrino también del mesmo Papa, y si bien le heredó en la dignidad y grandeza, mas no en la excelencia de la virtud y loables costumbres, y así solía decir el cardenal de Lusitania que Su Sanctidad, en semejante acción y trueco había imitado al villano que, habiendo perdido algún cuchillo que tenía en su vaina, en lugar dél metía y ponía otro de palo porque la funda no se le echase a perder.
(1045) 307. Había escrito Galeoto de Narni un libro por el cual fue condenado por hereje, y sobre el caso fue llevado en Venecia a la plaza de San Marcos a un tribunal entre las dos columnas para que se desdijese y pidiese perdón de su yerro. Sucedió que entre la gente popular se levanto un ruido y estruendo de repente, que el tribunal se alborotó de manera que todos, unos y otros, andaban confusos y revueltos; y averiguado el caso fue que entró por la plaza un gentilhombre tan alto de cuerpo que parecía gi-
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gante, y tan flaco y delgado que parecía deshollinador de iglesia, y era tan conocido de todos por su mujer, que no era tan casta como Penélope, que pudiera callar, y no lo hizo porque así como vio a Galeoto, haciendo burla dél le dijo: —¿No veis el lechón gordo y cuál está? El otro que no era lerdo, ni menos estaba arrobado, mirándole con rostro risueño y alegre, le respondió: —Yo quiero más ser puerco gordo que cabrón flaco. Y es de saber que el Galeoto era gordo y grueso que no había mula, ni caballo, por valiente que fuese, que le bastase a llevar y así siempre caminaba en algún carretón.
(1046) 308. Al rey Ludovico Undécimo de Francia le había cierto pueblo traído de presente diez mil escudos y cuando en poder de algún príncipe entran dineros nuevos, todos los criados le cercan, adulan y andan muy solícitos para ver si pueden agarrar algo de la presa, de lo cual estaba muy bien enterado el rey Ludovico. Para esto mandó poner todo el dinero sobre un bufete, alegrando las esperanzas de los circunstantes y dijo: —¿Qué os parece, amigos? ¿No me tenéis con tanto dinero por rey muy rico y bien afortunado? ¿En qué puedo yo emplear tanto dinero? Estos que veis me han presentado, y como los he recibido, conviene a mi grandeza que los distribuya y haga merced dellos. ¿Adónde están mis amigos ahora? ¿Aquellos que en las ocasiones me han servido como buenos y fieles vasallos? Con esta acción acudieron muchos llenos de buenas esperanzas. Entre otros reparó el rey en uno que parecía estar más apasionado y díjole: —Amigo, relata tus servicios muy largamente. El otro animado comenzó a decir: —Yo, señor, os he servido tantos años regalando vuestros sacres, gavilanes y demás volatería con gran fidelidad, y aún muchas veces a costa de mi sudor y hacienda. Salió entonces otro y dijo: —Yo os he servido en esto y en lo otro —añadiendo a una verdad muchas mentiras.Y así otro y otro, y muchos.
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El rey oía a todos con apacible y alegre rostro, y alababa los servicios y retórica del uno y del otro. Con esto se les alargaba la esperanza, el tormento de esperar. Pues entre todo este concurso estaba el primer canciller del reino, a quien el rey había mandado llamar; éste, más cuerdo y advertido oía y callaba, como quien está en algún teatro oyendo alguna representación o acto público. Mas el rey, mirándole, le dijo: —Pues y vos, mi canciller, ¿no pedís algo? ¿No alegáis vuestra parte? Respondió él entonces: —Yo, señor, he recibido de la cortesía y ánimo real de vuestra majestad mucho más de lo que mis servicios han merecido, y así solo me divierto ahora en pensar por qué camino echaré para poder corresponder a tantas y tan señaladas mercedes, como de la liberal mano de vuestra majestad he recibido. Y así estoy muy lejos de pedir donde tengo necesidad de pagar. Dijo entonces el rey: —Luego, ¿vos solo entre tantos no tenéis necesidad de dinero? Respondió él: —Vuestra liberalidad y cortesía ha hecho, señor, que yo no lo haya menester. Entonces el rey volviose a los circunstantes y dijo: —Por cierto, yo soy el más felice y afortunado rey de todo el mundo, pues alcanzo a tener un canciller tan rico. A todos les creció entonces la esperanza creyendo que ya el dinero le tenían de su parte, mas habiéndose ya el rey entretenido un rato, siendo tiempo y hora de acabar el ensayo y la comedia, tomó todo el dinero y dioselo a su canciller, diciendo a los demás: —Amigos, otra ocasión habrá en que os haré una y muchas mercedes, y así los despidió. Dice un refrán: «Harto pide quien bien sirve».
(1047) 309. Una señora boloñesa no solo rica sino también sobremanera discreta, apacible, honesta, noble y hermosa, estando una noche de invierno a la lumbre en una conversación con otras damas y caballeros, propuso, tratando de cosas amorosas, si aquel soneto del Petrarca que comienza: «Tennemi amore anni vent’uno ardendo», en que da a entender que había amado a madona Laura, y celebrádola vi-
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viendo veinte y un años, y después de muerta diez, sin otro fruto sino solo amándola con amor casto y limpio. Sobre esto comenzaron a litigar los unos con los otros, si se podría creer y compadecer juntamente que se hallase alguno que estuviese tan largo tiempo enamorado sin más provecho, utilidad, ni gusto. Y todos decían y afirmaban que era imposible, y que de ninguna manera se podría hallar alguno, si bien algunos afirmaban que el Petrarca habría tenido muchas veces algunos gustos en tanto tiempo con su Laura, si bien él, como amante cuerdo, honesto y advertido niega esto en sus poesías siempre, alabando a su dama en todas las ocasiones de muy mirada, cuerda, y, sobre todo lo demás, sobremanera honesta. Entonces la dama boloñesa dijo: —Bien puede ser lo que el Petrarca dice, porque yo certifico que hoy puedo dar otro ejemplo semejante, porque yo conozco un caballero de mi patria, Bolonia, el cual por lo menos ha estado enamorado veinte años de una dama su compatriota, y no solamente no la ha gozado, mas ni aun habládola en público, ni en secreto sino con mucha cortesía y mucho recato y muy raras veces. Entonces todos, maravillados, la rogaron les dijese quién podía ser persona tan singular y peregrina. Mas ella lo rehusó escusándose cuerdamente. No obstante como entre muchos nunca falta algún bachiller que se adelante, se levantó uno y dijo: —Por Dios, que ose yo afirmar que es vuestra merced esa mesma que nos a referido y pintado. Comenzaron todos a reírse y a mirarla, porque creyeron que con aquello ella confesaría la verdad ser aquella, o que había contado alguna cosa fabulosa y increíble. Mas, mientras que todos estaban suspensos esperando a que ya oprimida había de confesar, o que ya atajada se había de quedar en la red, ella, con una respuesta prontísima y aguda los dejó hechos a todos matachines: —Yo —dijo— una cosa quiero, señores míos, que sepáis por muy cierta, y es que no quiero yo que me tengáis por tan loca, ni de tan mal gusto que había de consentir que un mancebo tan gallardo, galán y enamorado padeciese tanto tormento y tiempo tan largo y prolongado con daño mío tan conocido, y más siendo yo la interesada.
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Con esto que dijo, mirándose los unos a los otros sin saber qué responder se obligaron a creer no solo lo que había dicho primero sino lo que entonces también acababa de decir.
(1048) 310. Queriendo un cierto hombre enfadoso y importuno acompañar a otro gentilhombre muy discreto y elocuente, porfiando siempre en que le había de acompañar, porque decía que no era razón que fuese solo, le respondió: —Vuestra merced se quede, señor, que le certifico que entonces entenderé que voy solo cuando fuere acompañado de vuestra merced.
(1049) 311. Un señor muy avariento aguaba mucho el vino a sus criados y aún creo que les sacara los dientes a trueco que no pudieran comer. Pues un día, entre otros, sucedió que se halló el tal señor a su comida y vio que uno de los criados comía con lindas ganas, y díjole: —¡Qué bien que muele ese tu molino! ¿Cuándo ha de dejar de moler? Respondió él: —Jamás, señor, mientras vos no le quitáredes el agua.
(1050) 312. Un cierto hombre iba a una feria caballero en un jumentillo y llegando cerca de la plaza tropezó y dio con un hombre en tierra, el cual muy enojado cogió una estaca y diola un palo entre oreja y oreja que dio con él muerto a sus pies, y dijo: —A fe que si te cogiera de lleno que otro gallo te cantara.
(1051) 313. Al cardenal de Monte (habiendo sido creado Papa, que fue Julio Tercero) calzándole un zapatero los zapatos pontificales y no viniéndole bien, le dijo pareciéndole que venían estrechos: —Beatísimo padre, no vienen bien estos zapatos al pie de vuestra sanctidad. —Calzadlos —respondió el Papa— no obstante eso, que jamás me calzaron zapato que me estuviese más al justo.
(1052) 314. Haciéndose en Florencia ciertas fiestas quiso un tejedor de lana hacer una gala extraordinaria para salir a ellas.
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Su mujer comenzó a reñir con él diciendo que tenía traza de consumir toda su hacienda en invenciones. Ocasión de que después quedasen a puertas pidiendo limosna. Respondióla él entonces: —Callad, mujer, que a trueco de salir hombre lucido y como quien es, si fuese necesario, haría la gala de vuestro pellejo.
(1053) 315. Fue acusada una cierta mujer en el tribunal de la honestidad en Florencia de que era pública ramera, y esta tal era de la jurisdicción del gobernador de otra ciudad. Pues el presidente del primer tribunal avisó al gobernador diciendo: —A fulana han acusado de tal cosa. Hágase la información. El gobernador la mandó llamar, y sin más ni más entró donde la tal estaba, queriendo tener acceso con ella, la cual se resistió varonilmente. Entonces el gobernador escribió al presidente lo que se sigue: Queriéndome informar de la buena fama y honestidad de fulana, no hallé más fiel información de la que hice por mi mesma persona, que fue requerirla, mas ella se las tuvo tiesas, sin querer consentir, y así fallo que fue testimonio falso el que la levantaron.
(1054) 316. Entró cierto galán a parlar con la mujer de un amigo suyo. Sucedió que en aquella ocasión entró el marido. El galán entonces muy disimulado se puso en el descanso de una escalera a atacar las calzas, y viendo que subía el marido dijo: —Compadre, buenas tardes. Diome una priesa y quíseme servir de vuestras secretas.
(1055) 317. Andando un judío por su recreación un sábado por una heredad suya cayó en un hoyo muy hondo, y oyéndole dar voces un labrador, que era cristiano, acudió para ayudarlo a salir. Mas el judío no habiéndose hecho mal dijo: —Dejemos pasar el sábado. Y no quiso salir. Pasó el sábado y el judío llamó al labrador que le ayudase a salir. Mas el labrador le dijo: —Hermano, a ti no te fue lícito salir el sábado, pues ni a mí el sacarte el domingo, y así ten paciencia, hasta que nos esté bien a entrambos.
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(1056) 318. Un estudiante había requerido de burlas muchas veces a una dama cortesana, dándola a entender que se moría por ella, mas la señora jamás le había querido admitir, pues el estudiante viendo que no podía por otro camino ofreciola un escudo. Alegrósele el ojo a ella con la moneda y dijo: —¡Ea! Pues que tanto mostráis amarme no quiero ser desconocida y ingrata.Venid esta noche a tal hora. Quedó así aplazado el negocio, mas el estudiante hizo dorar un escudo de otro metal, y hizo que le hiciesen en él un agujero y echóselo al cuello pendiente de un listón y a la noche fuese a cumplir lo concertado, y halló que le tenía prevenida una muy buena colación de cosas dulces y lindo vino griego. Comió y regalose y luego acomodose con la señora aquella noche, y por la mañana mucho antes que amaneciese saltó de la cama y dijo: —Un negocio de grandísima importancia tengo que hacer y así perdonad, señora, que os dejo tan de mañana. Y haciendo y diciendo se quitó el escudo del cuello y se le dio y la dijo: —Señora, la merced que me habéis de hacer es que me guardéis esta joya que traigo al cuello por mi devoción, que está tocada a todas las reliquias que hay en Roma, que ahora no me hallo con dineros, que antes de dos días los espero y os cumpliré la palabra, y quitaré la joya. Y os suplico no la enseñéis a nadie porque la conocen muchos y no me está bien a mí que nadie la vea, por lo que pueden decir. La buena señora la tomó y la guardó, prometiendo de no enseñarla. Pasados los dos días y tres, y aun cuatro, como vio que no volvía el amigo, sacó la prenda, y mirándola a lo claro conoció el engaño, y muy despechada se fue a un juez a quejarse. Él la mandó contar toda la historia, la cual después de celebrada con mucha fiesta y risa, la respondió: —La decisión de este negocio, señora, no toca a mi tribunal; será necesario que vais con esa demanda a su rector o maese de escuela. Y aseguráos que la tal joya dorada, escudo o lo que era vale muchos reales y no tenéis conforme a esto de qué quejaros, porque en mi tiempo cuando yo era estudiantillo no se daba a las mujeres de vuestro porte a más que a diez y seis maravedís.
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(1057) 319. Perseguido un villano de su mujer (que era una muy gentil pieza) para que le fuese a comprar a la ciudad unos zapatos, y la priesa era que la tal había apalabrado a un su amante para tal hora de aquella mañana. Al fin tal batería le dio que el buen hombre sin reparar en más se fue, y con tanta priesa por volver presto a su trabajo, que se olvidó la bolsa y la piqueta que había de hacer amolar, y así con tanta priesa cuanta se partió con esa, y aun mayor, dio la vuelta a su casa, y en entrando encontró a su mujer en la caballeriza revuelta con el amigo, y díjola: —Por Dios, Clara, que si tú caminas de esa manera que rompas bien pocos zapatos.
(1058) 320. Oyendo decir una cierta señora de otra que era, según decían, muy virtuosa, siendo así que por debajo de cuerda, tenía ciertos malos resabios, dijo: —Pecado es que no la quemen y guarden sus cenizas para reliquias.
(1059) 320 bis.Y en otra ocasión, la mesma, dando a entender que un caballero tenía los cascos lucios, esto es que era algo atronado, dijo: —Las casas grandes de la mitad arriba pocas veces se viven.
(1060) 321. Siendo la mujer de cierto barbero muy maltratada de su marido, desesperada se ahorcó de una higuera que tenía en su jardín. Lo cual sabido de un pintor amigo del barbero fue a visitarlo, y en lugar de darle el pésame, le dijo: —Amigo, por vida vuestra, que deis una postura de vuestra higuera para plantarla en mi jardín, pues tiene virtud de que se ahorquen las mujeres, porque acaso se le antojara también a la mía.
(1061) 322. Disputaban en Pisa, en las escuelas públicas, dos lectores concurrentes en metafísica, los cuales estaban tan coléricos que no sabían de sí ni a dónde estaban. Decíanse palabras muy pesadas y afrentosas. Quiso componerlos otro, amigo de entrambos, alegando cierta decisión común, de lo cual más enojado el uno de los dos, pareciéndole que era contra lo que él porfiaba se volvió a él, y mirándole, le dijo:
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—¿Quién os mete a vos donde nos os llaman? Como si aquí os estimáramos en más de lo que traemos debajo de los pies. Respondió entonces el amigo: —No es maravilla que no hagáis caso de mí porque tampoco la mosca, con ser un animalejo tan vil, lo hace del cielo … Dándole a entender en esto que no era la miel para la boca del asno, atento a que había puesto dolo en la decisión traída a propósito para conformarlos a entrambos.
(1062) 323. Encontrándose cierto gentilhombre una mañana en unos cambios en Roma con un florentín, cuyo nombre se calla por dignos respectos, el cual, según lo más cierto, era tenido por espía; preguntándole si había alguna cosa de nuevo, respondió él: —¿Por qué me preguntáis vos ahora eso? ¿Por ventura sois secretario? Entendiendo por secretario cierto género de hombres de menos valer, que su oficio en las cortes es solo espiar y atisbar lo que se hace y se dice en ellas para avisar a sus señores, que para solo este efecto los tienen asalariados. El gentilhombre, aprovechándose del mote del otro, el cual era como espía y había el oficio que he dicho, le dijo: —¿Qué? ¿Querías tú hacer que me escribieran en la matrícula? Sintiolo el florentín, y al punto mudó de plática, dando de mano a la primera.
(1063) 324. Razonábase en cierta conversación en la casa de una ilustre matrona donde concurrían algunos caballeros de cómo el Petrarca, como hombre de tan agudo y delicado ingenio, había sabido aprovechar tan galanamente de algunos poetas antiguos, provenzales y toscanos, con lo cual se había hecho estimar por todos caminos, dijo uno entonces: —Verdad es, mas no por ese camino. Litigándose sobre el caso, llegó un cierto boloñés, conocido por muy decidor y gracioso hombre y maniático, y como tal se quitó el ferreruelo, y lo acomodó en un rincón, y se sentó entre los demás, y habiéndole dado cuenta los presentes del sujeto, fundamento y materia de la conversación, le pidieron su parecer en semejante caso. Entonces, dijo él:
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—Señores, lo que yo siento es que el Petrarca, siendo un hombre tan discreto y ingenioso supo hacer los versos de los poetas antiguos que suelen hacer los españoles de la ropa que quitan capeando de noche, que porque no sea conocida y los castiguen la disfrazan y así se sirven de ella. Estaba acaso en el cónclave un gentilhombre español, el cual oyendo decir mal de su nación, volviendo los ojos muy graves a el tal, le dijo: —Decidme, señor, por vuestra vida, ¿qué es lo que murmuráis de los españoles? Respondió él como que se había quedado con grande susto: —Jesús, luego ¿vos sois español? Y diciendo y haciendo, cogió su capa y revolviéndose muy bien el cuerpo, y apartose buen trecho del español. Riyéronse todos, no porque él quisiese agraviar a aquel caballero, sino por el donaire con que volvió al mote primero con que le dio más gracia y le hizo más agudo.
(1064) 325. En cierta conversación de damas y galanes se ofreció tratar de una señora senese comúnmente estimada no solamente por hermosa, sino también por muy discreta, recatada y honesta, la cual, si bien de todos en general, fue muy alabada, en esta ocasión, como persona que por sus loables partes lo tenía bien grangeado, con todo eso no faltó quien, o por su mal natural o por ser menos favorecido de la tal, dijo: —Verdad es que tiene mucho bueno la señora fulana, mas no se me negará que es algo vana y presuntuosa. Entonces, una de las damas que allí se hallaron respondió defendiéndola: —No tenéis razón, caballero, porque si quitáis a las mujeres la presumpción y vanidad, ¿qué cosa buena les queda?
(1065) 326. Fue una señora de título a visitar a cierta marquesa, y acabadas las cortesías ordinarias, dijo la marquesa a esotra señora: —Por vida vuestra, que me digáis qué pensáis hacer de tanta carnaza — (el caso es que la tal era gruesísima). Riyose la señora, y sin detenerse la respondió:
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—Yo querría cubrir y vestir vuestros huesos con ella, que están totalmente despojados de carne y de jugo. Y era porque la marquesa no tenía más que los huesos y el pellejo. Lo uno y lo otro extremos viciosos, y así dijo Cornelio Galo: Maior enim mediis gratia rebus in est. La gracia mayor está en un medio virtuoso, si es el estremo vicioso.
(1066) 327. Tenía el duque Alejandro un valiente y bravo lebrelazo, al cual estimaba sobre manera; llamábalo «Amor mío». Este perro era muy arriscado y muy traidor, y que no esperaba al segundo envite para hacer pedazos al que cogía. En suma, por semejantes gracias, era aborrecido de todos, si bien le guardaban el decoro por respecto del duque. Murió, pues, este tal lebrel con gran sentimiento de este príncipe, y sucedió que en aquella ocasión vino a la corte un cierto poeta amigo del duque, el cual le dijo: —Fulano, el Amor mío es muerto, por vuestra vida, que le hagáis un epitafio sobre su sepoltura. Púsose un rato suspenso el poeta, y luego dijo: —Señor, ya está hecho. —Pues decidlo —repitió el duque. Y el poeta, que sabía muy bien las manchas del perro, dijo ansí: Giace sepolto in questa oscura bucca un canagnaccio ribaldo et traditore, ch’ere il dispetto, et fui chiamato Amore, non’ebbe altro di buon, fu can del Duca. En este hueco escondido yace un perro (dicho Amor) que (si no de su señor) de todos fue aborrecido. Fue del duque y solo aquesto tuvo de famoso y bueno de malo si fuera ajeno todo lo demás del resto.
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(1067) 328. Llamado cierto hombre a juicio porque había hurtado un bellísimo perrillo de falda, pareció ante el juez y preguntado, confesó que era verdad, y sobre todo, dijo al juez que le afeaba el hurto: —Verdad es, señor, que yo lo tomé y descuidándome me lo hurtaron también a mí. Mas el caso no es tan criminal como a vuestra merced se lo han relatado, porque él era un perrillo que cuando tuviera un palmo era todo lo del mundo. Y volviéndose a un mastinazo lanudo que traía consigo, añadió: —Yo, señor, no quiero más que la razón, y así, si a vuestra merced le parece, tome este hombre honrado un pedazo de este mi perro, tanto cuanto tenía su perrillo y quedará muy bien pagado. Riyéronse todos y enviáronlo con Dios diciendo que había hecho bien de ser el juez de su causa siendo él el reo y acusado.
(1068) 329. Preguntó un criado a su ama si después de esta vida los que se iban al cielo habían de ser todos iguales en la dignidad y asientos. Conviene a saber si un labrador se sentaría igualmente con un doctor y cualquier hombrecillo ruin con un capitán honrado y valeroso. Respondiole su señora: —Mira, en el cielo no reina la ambición, mas los grados son según los merecimientos y cada uno está contento, con tanto, si un labrador merece más que un doctor y un hombre particular más que un capitán, serán colocados en asientos más superiores. Como el buen hombre oyó esto comenzó a escandalizarse y decir: —Advertid, señora, que eso sería grande inconveniente, porque un capitán no consentirá que un hombrecillo de agua y lana le preceda, y si sucediere así (acordáos de lo que os digo) que oiréis que ha habido algún gran desastre y alboroto. Riyose la señora de la ignorancia de semejante bruto y volvió la espaldas y dejole para quien era.
(1069) 330. Un caballero, hombre entretenido y de alegre natural, tenía amistad con un gentilhombre florentín que era un Alejandro en puño, era en resolución la mesma miseria. Hombre de los que dejan sus casas y se van a meter de gorra en las ajenas por no gastar.
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Este, pues, sustentaba su familia y casa con poco más que con espléndidas ensaladas de borrajas (que él llamaba alegra corazón) y era de manera que ya daban todos al diablo tanta ensalada, si bien nadie se atrevía a decírselo. Supuesto esto, vino a noticia del caballero lo que pasaba, y determinose a remediarlo si pudiese; y así un día juntó a ciertos amigos suyos y con un disfraz se fueron una noche poco antes de cenar en casa del gentilhombre y entraron cantando y bailando y tañendo con un laúd. El tal gentilhombre aturdido preguntó que qué novedad era aquella, a quien todos a una voz respondieron: —De aquesto, señor, es la causa y novedad el alegra corazón que vos hacéis comer tan a menudo a vuestros criados. Quedó mudo sin saber qué responder y de allí adelante trató a los criados algo mejor.
(1070) 331. Un truhán estaba en la cama con gota, y llamando a un criado suyo le dijo: —Morgante, ven acá. Descríbeme aquel pie, y mira bien mirado qué tiene. Mirólo y dijo: —Señor, esta parte de aquí está colorada. —¿Colorada? —repitió el truhán—. Pues tapa, tapa, que sin duda, ahí debe de estar el mal que me está matando.
(1071) 332. El mesmo truhán yendo a Roma desde Bolonia y estando ya cerca de una puerta para entrar mandó que le acortasen uno de los estribos. Díjole un criado: —Ya, señor, no es menester, que estamos casi dentro la ciudad. —¿Dentro? ¿Dónde está? —Veisla ahí, ¿no la veis? —Así que ¿aquesta es? Pues volvámonos, que ya la he visto. Y dio la vuelta y tornose a Bolonia.
(1072) 333. Queriendo uno hacer pedazos un cartel en Roma, que estaba fijado en una esquina de una calle, llegó otro y diole un gran bofetón.Volvió a ver quién había sido y sin enojarse le dijo: —Sin duda que el que puso aquí este cartel debe de ser grande amigo vuestro.
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(1073) 334. Iba uno en una mula con otros amigos suyos a caballo, y al volver de una esquina terció las riendas a otra parte. Llamándole los demás, dijo: —Perdonadme, señores, que mi mula quiere echar por este camino.
(1074) 335. Tenía uno una hija ya para casar, y no sabiendo a cuál escoger de dos que se la pedían a un mesmo tiempo, el uno hidalgo y bien nacido, mas iba empobreciendo, y el otro plebeyo y no tan bien nacido, que iba enriqueciendo, pidió consejo a un su amigo que le respondió: —Amitid al que viene y dejad al que se va.
(1075) 336. Escribió un ermitaño santurrón a dos grandes príncipes que si llegasen con su ejército a mirar solamente los muros de cierta ciudad, él les aseguraba que al punto se les rendiría.Y ellos creyéndolo lo pusieron en ejecución, mas cuando menos pensaron, cayendo en una emboscada el uno de los dos quedó muerto, y el otro preso, y sus soldados desbaratados. Súpose luego la nueva en Roma, y el Papa Julio Tercero muy colérico dijo: —¡Oh! ¡Locos! Ellos no creen en Dios y han querido creer a un sancturrón hipócrita, pues llévense lo que les vino. El caso es que por orden del ermitaño se hizo la emboscada.
(1076) 337. Pleiteaba un mercader con otro su consorte sobre sus inteligencias y mercancías. Y, ordinariamente, en saliendo de la sala y tribunal reñían diciéndose palabras muy pesadas. Sucedió, pues, que una vez sintiéndose el uno alcanzado de cuenta dijo al otro alzando algo la voz: —Tú eres un loco, y te está mejor callar. ¿Quiéreslo ver? Basta que por serlo te dejó tu padre encomendado a doce tutores siendo de bien pocos años. Oyendo esto, el otro respondió muy sereno: —También me hubiera dejado veinte y cuatro si él adivinara que yo había de pleitear contigo.
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(1077) 338. Estaba cierto hombre arrimado a una librería debatiendo con otros mancebos en cosas de entretenimiento, y por juego hizo que le pusiesen en las espaldas unos trapos. En aquella ocasión cierta persona decidora y burlona (cuya mujer no era muy santa ni honesta) y sabiendo que éste traía pleito con un hombre corcobado de Pisa, le dijo: —Fulano, desde lejos no parecistes al tal como os vi la corcova, mas ahora echo de ver que no sois él, si bien parece que le queréis remedar en la corcova. Entonces el otro le respondió mirándole al rostro: —Amigo, vos me mirastes por detrás y por las espaldas, y así no me maravillo. Pero si yo os mirase a vos por delante sé que os vería en la cara cosa que os haría bien sonrosar, y callo. El otro bajó también sus orejas y callando le dejó y se fue.
(1078) 339. Habiendo cierto mercader adquirido tanta hacienda y dinero que se atrevió a prestar a Francisco Primero, rey de Francia, quinientos mil ducados. Queriendo dejar alguna gran memoria para después de sus días, trató de hacer en León un hospital para recoger y curar en él los enfermos, semejante al de Santa María la Nueva de Florencia.Y habiéndole ya sacado los cimientos y puéstolo en tal perfección que ya se podía ver su forma y grandeza, convidaba cada día a los unos y a los otros para que lo viesen, pidiéndoles su voto y parecer. Sucedió, pues, que un día llevó a un su amigo corredor de cambios, hombre corriente y decidor y, sobre todo, inteligente en materia de trazas y arquitectura; y considerada la traza y circunstancias de toda la obra, le dijo: —No me parece mal en cuanto a la semejanza de nuestro hospital de Sancta María la Nueva, mas paréceme muy sobradamente de pequeño. —Pues, ¿cómo? —replicó el mercader. —Porque si han de venir —respondió— a él todos aquellos que habéis hecho empobrecer para haceros vos rico, vendrá a ser tan pequeño que no cabrán en él todos, ni aun la mitad. Motejolo de ladrón.
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(1079) 340. Un cierto hombre prometió meterse en una religión por cierto trabajo que le sobrevino, y cumplió su voto. Mas de allí a pocos días arrepentido dejó el hábito y saliose del conve n t o. Reprehendiole un amigo suyo, diciéndole: —¿Es posible que hayáis dejando el hábito dando que decir a todo el mundo? Respondiole: —Sí, por cierto, no me avergüenzo de eso, porque no había yo prometido de quedarme allá para siempre, sino de tomar el hábito.Y eso ya lo cumplí. Riyose el amigo de la escusa, mas bien conoció que era necedad y locura.
(1080) 341. Quedándose un gentilhombre (poco entremetido) a comer en casa de un su amigo, acaso se sentó a la mesa enfrente de una dama gran comedora. Pues habiéndole traído al tal gentilhombre una escudilla de caldo, la cual él empedró de sopas, la dama quiso darle un picón, como a novato, y así le dijo: —A fe, señor, que os habéis fortificado bien. Viéndose el gentilhombre picar, replicó al punto: —Conviéneme así, señora, que tengo en frontera un bravo y terrible enemigo.
(1081) 342. Estaban unos mancebos en una hostería comiendo, y habían mandado aderezar unas ánades.Y en el entretanto hacían traer otras viandas más comunes, porque un florentín, su camarada, hinchase la barriga de ellas y cuando llegasen los ánades no las pudiese comer. Ellos, pues, para divertirle (sobre concierto) comenzaron a contar historias de sus padres, gracias y sucesos acaecídoles y en el ínterin trujeron las ánades, y era ocasión que tocaba al florentín contar su historia. Mas en poniéndolas en la mesa él comenzó a comer de ellos muy a priesa. Requiriéndole que contase los sucesos de su padre; él entonces sin dejar de comer dijo: —Señores, mi padre murió de repente.
(1082) 343. Un cierto mercader veneciano de singular cualidad y de generosas costumbres dijo a unos amigos suyos que en una ocasión había ido a visitar al capellán de la guarda de los esguízaros, de
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la guarda del duque de Urbino, y que le halló en una hostería, y que le vio comer como un lobo, y beber como un buey, y después quería pagar como si no hubiera comido ni bebido más que una oveja. Llegando a la cuenta, el güésped le pedía dinero de doce jarros de vino, que por lo menos hacían doce azumbres. Dijo entonces el capellán: —¿Cómo doce jarros de vino? Es imposible. Y afirmando el güésped que eran tantos y probándoselo con él mesmo que los había medido, respondió: —Vos mentís, porque cuando bebo por allá no caben en mi cuerpo más de diez jarros de vino, y son menores que estos. Mirad vos cómo es posible que haya bebido aquí doce jarros, y más siendo los vuestros tanto mayores.
(1083) 344. Andando unos turcos robando en cierto país, un gentilhombre se retiró a una granja suya con un villano, criado suyo. Y estando atalayando el campo desde una parte alta vio venir un turco por el camino a caballo, solo, si bien muy bien apercebido. El gentilhombre, hallándose seguro, dijo al villano: —Fulano, flecha el arco y mátale con esa saeta y serán tuyas las armas y caballo del turco muerto. El villano se puso a pensar si tiraría o no. Apretándole el patrón a no perder la ocasión, dijo el villano: —Por los sanctos avangellos que no le tengo de tirar, que las flechas no me las dan a mí de balde, que cada una me cuesta a mí en Venecia un sueldo. Pareciole que no saneaba la costa con los despojos de aquel turco.
(1084) 345. Paseándose dos amigos a caballo, el uno de ellos grande usurario y logrero, en una ocasión dijo este tal al otro reparando en la mula que llevaba, que estaba muy flaca. —¡Hola! Fulano, muy flaca y macilenta lleváis esa vuestra mula, no la hagáis ayunar tanto. Respondió el otro: —Verdad es que está flaca, mas no os maravilléis, que yo la sustento de mi hacienda. Dicen los legistas que nemo praeseumitur iactare sum.
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(1085) 346. Habiendo un cierto gentilhombre (entre otros testamentarios que dejó a su hijo) dejádole uno que, según fama pública, tenía poca fe con nada del tejado arriba, sucedió que un día dando y tomando este tal con su menor en cosas, dijo: —Por cierto, señor fulano, que el testamento de vuestro padre yo no lo entiendo. Respondió él entonces: —No es maravilla que no lo entendáis, pues no entendéis los otros dos que importan un poco más que aqueste. Decíalo por Testamento Viejo y Nuevo.
(1086) 347. Un cierto personaje jugaba y malbarataba a gran priesa toda la hacienda que sus padres le habían dejado.Y un amigo suyo, que lo había hecho peor que él en tiempos pasados, reñíaselo y reprehendíale muy a menudo; mas el otro ofreciéndose ocasión le respondió con mucha paciencia: —Por cierto, amigo, que os agradezco la buena voluntad y el consejo, y tanto más cuanto yo conozco y echo de ver que jamás os podré yo dar otro semejante. Y era porque esotro había ya destruido su hacienda antes que él y quedádose a puertas.
(1087) 348. Enseñando un amigo a otro un excelente soneto de una gallarda señora, le dijo: —¿Qué os parece de aqueste soneto? Respondió el otro: —Paréceme tan bien que casi no me puedo persuadir sino que ella ha hecho que otro se le haga.
(1088) 349. Dijo uno que por ser espía era tenido en mal predicamento, tratándose de cierto hombre que estaba preso por un delicto: —No sé como encarezca la lástima que tengo a los que por algún accidente o desgracia vienen a dar en las manos de la justicia y a estar encerrados y detenidos en la miseria de las cárceles y prisión, porque me acuerdo que, hallándome yo en semejante trabajo, experimenté los agravios que se hacen a los tales, y aun a fe que en semejantes
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lugares se corta bien de vestir, y que entonces ¡sabe Dios lo que de mí dijeron! Saltó uno y dijo tan presto: —No está en lo que entonces dijeron, sino en lo que dicen ahora las gentes.
(1089) 350. Pasaba un señor de Milán por las riberas del río Po y encontrose con un villano que llevaba un jumentillo delante de sí, y siendo el camino muy estrecho, el villano dio un envión al borriquillo y echolo en el río porque hubiese lugar por donde pasase su señor, y haciendo su cortesía, como mejor supo, dijo a su señor: —Pasad ahora en hora buena. El viconde entonces, en agradecimiento del agasajo del buen hombre, mandó a uno de sus criados que le echasen en el río y dijo: —Yo no quiero que tú solo, entre tantos villanos, te alabes que has sido cortés, bien criado y agradecido. Fue crueldad de este príncipe.
(1090) 351. Un cierto astrólogo en su tiempo excelentísimo y rarísimo matemático leía en la universidad de Pisa la astrología con grande aplauso y aceptación de todo el mundo.Y un día queriendo en su mesma casa enseñar a ciertos estudiantes siete planetas, que ellos llaman las estrellas errantes, un mancebo señalado por sus buenas letras, erudición y doctrina, haciendo burla de aquella su ciencia le dijo: —Señor maestro, no queráis hacernos entender bernardinas, porque estas estrellas que nos enseñáis no yerran, sino nosotros que estamos creyendo lo increíble que nos estáis haciendo creer.
(1091) 352.Yendo un ciero canónimo de San Lorenzo de Florencia, persona apacible, graciosa y aguda, a ver a un su amigo, hallolo que estaba retraído en la mesma iglesia por muchas deudas. Por ella se andaba la mayor parte del tiempo paseando muy melancólico y pensativo.Y viéndolo así le dijo: —¿Qué tenéis, señor fulano, que parece que os veo no sé cómo? El otro respondió: —¿Cómo queréis que no esté así, pues como sabéis estoy sin culpa mía falido en tan grande cantidad de dinero, y mis acreedores no contentos con haberme quitado y usurpado toda mi hacienda, me
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amenazan también con otras pesadumbres si pudiesen hacerse señores de mi persona; y no quieren pacto ni concierto conmigo. Certifícoos que me he visto tal en ocasiones que he estado por desesperarme, y si no fuera por lo que me ha animado un libro que he leído estos días, que trata doctísimamente de la paciencia, ya lo hubiera hecho, y no me puedo persuadir sino que este libro ha sido dictado por boca de la mesma verdad, que es Dios, que tan única ha sido su eficacia para mi consuelo. Replicó entonces el canónigo: —Decidme, por vida vuestra, ¿habéis acabado de pagar a vuestros acreedores del todo? —No, señor —respondió. —Pues agora digo que ellos eran los que habían de leer ese libro de la paciencia, que no vos, pues no pudiendo quedar pagados ni satisfechos a pesar suyo, que quieran o no, es forzoso que la tengan.
(1092) 353.Vio cierta persona a un buen hombre que andaba recogiendo cáscaras de melón y cosas semejantes con gran cuidado, para dárselos a un jumentillo con que ganaba su pobre comida, y díjole: —¿Por qué pierdes el tiempo en cosas semejantes? Respondió: —¡Oh! Si vos supiésedes lo que come aquesta bestia os espantaríades. Cierto que ando yo (según ella es) con temor de que algún día no me coma a mí en lugar de paja. Acudió entonces el otro y dijo: —Pues, mi hermano, si vos no queréis que coma tanto, no le deis tanto.
(1093) 354. Había uno comprado una mula por sesenta escudos y, aunque él no las veía, con algunas faltas.Y pareciéndole que en su vida había empleado mejor su dinero, fuese a un su amigo muy alegre y díjole: —Por Dios, amigo, que yo he comprado una buena bestia. Entonces él, cogiéndole de la mano, como entre los amigos se suele hacer, le respondió: —Yo también, al presente, traigo otra para feriarla entre las manos.
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(1094) 355. Un cierto tahur, persona escandalosa y de poco juicio, jugando en una ocasión muy poco dinero y perdiendo, se arrojó a decir una blasfemia. Fue acusado.Y sin más apelación le condenaron en dos escudos, que la ley mandaba. Hubo de pagar no pudiendo escusarlo, y partiéndose de allí colérico y despechado se fue hacia su casa, y encontrándolo un su amigo le preguntó que qué tenía que iba tan endemoniado. Él le contó el caso y luego añadió: —La verdad es que pagué dos escudos por la blasfemia que dije, mas con ellos he rescatado muchos más, que ellos no saben, que si se hace la cuenta, no me sale cada una a maravedí.
(1095) 356. Estaban en una iglesia dos galanes oyendo unas solemnísimas vísperas, y viendo la infinidad de gente que había en ellas dijo el uno: —Por Dios, fulano, que creo que la música, tapicería y otras cosas que estos reverendos padres tienen prevenidas, traen aquí tanto concurso y multitud de gente, ¿no os parece que tengo razón? —Antes yo —dijo el otro— soy de diferente parecer y opinión; y tengo para mí que ni la música, ni los villancicos, ni otras, la junta en este lugar; sino los órganos, compostura, belleza y hermosura de tantas damas, y serafines como aquí acuden, y vos veis. Son las que tienen fuerza de traerlo. Aprobó el otro esta opinión por ser la más verdadera. Y es cierto que cada día lo experimentamos.
(1096) 357.Yendo cierto gentilhombre a visitar a un conde, su amigo, llegando a la casa se apeó y ató el caballo a una armella, y luego se puso a hacer lo que otro no podía por él. Entre tanto salieron los criados del conde y desatando el caballo lo acomodaron en la caballeriza. En esta ocasión llegó allí un labrador con otro caballo muy parecido en todo al otro del gentilhombre, y apeándose atolo en la mesma armella. Sucedió que de allí a un rato llegaron los dos juntos a donde estaba la cabalgadura; y el labrador porque se quiso ir llegó a desatar su caballo; como esotro vio que se le llevaba dijo: —¡Hola! Hermano, dejad ese caballo que no es vuestro.
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Y pareciéndole que el labrador no hacía caso (como era la verdad porque no entendía que hablaba con él) se llegó cerca, y amenazándole le quiso quitar el caballo. Reparando el labrador, le respondió: —Señor, mirad que este que decís no es caballo, sino yegua. Respondió el gentilhombre: —O caballo o yegua él es mío, y no vuestro; ni de nadie. Y fue a echarle la mano. Reparó y conoció su engaño y dejolo con mucha risa de todos, y más cuando supo la verdad de todo el caso.
(1097) 358. De este mesmo gentilhombre se cuenta que habiendo estado cuatro días en Bolonia y diciendo que le enseñase alguna cosa señalada de las que había que ver en la ciudad, y particularmente una torre llamada del Asinele, porque la había oído nombrar, y tenía deseo de verla, le dijo uno: —¿Es posible, señor fulano, que viniendo de Módena tantas veces a esta ciudad no habéis visto esta torre que se descubre antes de entrar, muchas millas? Respondió: —No, por cierto, y no os maravilléis de esto, porque mi caballo, yendo por el camino llano como la palma, suele tropezar muchas veces, y así tengo por mejor mirar adonde él pone los pies, que no quebrarme la cabeza por mirar a la torre, aunque sea tan señalada como me encarecéis.
(1098) 359. Un cierto caballero, cuyo nombre se calla por buenos respectos, estaba a la mesa en medio del invierno trasudando gracias al mucho y buen vino que tenía en el cuerpo, y volviéndose a un criado que estaba a sus espaldas sirviéndole, le dijo: —Quitáos de junto a mí, pedazo de asno. ¿No veis que me ahogáis? Respondió el criado tan presto: —No soy yo, señor, el que os congojo, sino la bota que se va acabando.
(1099) 360. Convidó una cierta persona (si bien alegre, también algo tronada y de cascos lucios) a comer a otra también entretenida y burlona, y queriendo darle un como hizo que en lugar de una pie-
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za de anguilla le diesen de cordel de cáñamo cocido. Comenzó el convidado a mascarla y no pudiendo más tragósela entera. Preguntole que cómo le había sabido la anguila. Respondió: —Bien, por cierto, sino que estaba dura. Desengañole luego diciéndole cómo había comido el cáñamo cocido. Dijo estotro: —¡Qué bien hicistes en cocer la cuerda, para que no pudiendo correr no ate los locos como vos!
(1100) 361. Había un gentilhombre dado las ancas de su caballo (por cortesía) a otro, y habiendo acabado su camino, ya que llegaban al lugar, díjole que se apease. El otro, pareciéndole que no era razón, y que si tal hiciese era menos cortesía de la que él había recibido, respondió: —No, señor, yo había de hacer esa grosería que vuestra merced a de bajar primero. Volvió el primero a porfiarle porque él iba en la silla y era fuerza que hiciese algún desaire. No aprovechó y echando de ver la simplicidad de éste, le dijo: —Pues que me queréis hacer esta honra que yo no merezco, habréos de obedecer. Y con tanto echó la pierna por encima del que iba a las ancas y apeose, y de camino dio con mi buen señor en el suelo, patas arriba, a pesar de toda su cortesía o necedad.
(1101) 362.Tenía un caballero en su casa un pícaro de cocina, gran pícaro y glotón, el cual siendo reprehendido de este mal vicio por otro, que deseaba su bien y provecho, después de haberle el pícaro escuchado y dejádole decir cuanto quiso, le respondió: —Señor, tened paciencia, que no es en mi mano hacer otra cosa, porque mi gaznate no tiene orejas. Dice el refrán que «quien malas mañas ha…», etc.
(1102) 363. A un cierto hombre en su tiempo reputado no solo por agudo, sino también por mordaz y maldiciente, le dio gana de salir de su casa vestido a la ligera, y con chinelas de terciopelo, no obstante que era invierno y había muchos lodos.
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Púsolo en ejecución, y encontrándose con él un gran personaje en una buena mula, que se volvía del camino por ser imposible pasarlo, dijo en voz baja: —¿Dónde irá este loco ahora de esta manera? Esotro, que no guardaba a nadie decoro, ni respecto, respondió: —Señor reverendísimo, en boca cerrada no entra mosca, y si vos tenéis mala lengua, yo tengo buenos oídos.
(1103) 364. Tenía cierto hombre de prendas un vecino cuya casa tenía un balcón que le quitaba a la suya mucha parte de la luz, y también del desenfado y buen parecer; el balcón estaba carcomido, viejo y aun para caerse, y no obstante ni ruegos, ni dineros habían sido bastantes a que le quitase de allí. Enojado el tal hombre comenzó a echar retos y amenazarle diciendo que cuando menos pensase lo hallaría rodando por el suelo. La parte más flaca dio una querella delante del juez, a quien tocaba esta causa, de la fuerza y agravio que aquel hombre tenía determinado de hacerle. Fue citada la parte y pareciendo preguntó que para qué habían llamádole, respondiéronle que fulano tal se querellaba de esto y esto, y pedía se le hiciese justicia. Entonces el gentilhombre haciéndolo todo bulla, respondió: —Señores, por Dios, que me perdonen, que este no es el tribunal donde yo tengo de parecer, sino el tribunal del miedo, y este no lo es. Cítenme ante él, que entonces yo daré mi descargo.
(1104) 365. Preguntó cierto cardenal a un gentilhombre muy docto y bien entendido si tenía hijos, y cuántos. Suspendiose un poco y estúvose así, sin responder nada, como que reparaba en lo que había de decir; más tardándose volvió el cardenal a preguntárselo, creyendo que no le había entendido la primera vez, respondió el gentilhombre y dijo: —Monseñor reverendísimo, casi estoy por deciros que no tengo ninguno, porque tres hijos que tengo, son como si no los tuviera, porque el uno presume de docto y entendido, y es el mayor idiota del mundo; el otro se tiene por muy bravo y valiente, y es un grandísimo lebrón; el otro se alaba de más hermoso y agraciado que Narciso, y es más feo que Tersites.
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(1105) 366. Hallándose en cierto banquete dos capitanes, el uno francés y el otro español, habiendo el francés bebido gallardamente, de manera que la cabeza andaba haciendo pinicos, y por esta ocasión hablando más de lo necesario, adelantose a tomar el jarro, y haciendo un brindis, al español le dijo: —Monsignore Gibet, a vous. El español, que entendía algo la lengua francesa, sentido porque con aquella palabra le había picado, porque gibet, en su lengua, significa un lugar público donde ahorcan a los malhechores, se levantó en pie muy colérico y dijo: —Esa será para vos que la merecéis —entendiéndolo por la horca. Apaciguáronlos que, si no por ventura, el francés viniera por lana y volviera transquilado.
(1106) 367. Paseándose un duque de Florencia por la ciudad con otros príncipes y señores, y pasando por San Pedro Mayor, cerca del matadero, vieron venir hacia ellos, trotando en un mal rocín, a gran priesa, a un capitán florentín, reputado por hombre de poco juicio y de menos valor.Y llegado al acompañamiento, se mezcló con los demás caballeros, llegose a él otro capitán y díjole: —Pues señor, ¿de dónde con tan priesa? Respondió: —Yo, amigo, vengo de la plaza. Acudió el capitán: —Y ¿habéis pasado por San Pedro? Esto dijo haciendo un acto de admiración. —Pasé —dijo el otro. Entonces acudió el capitán: —¿Es posible que os atrevistes a pasar seguro por el matadero, donde no hay castrado que no corra notable y conocido peligro? Motejólo muy de vil y cobarde.
(1107) 368. Un gramáticon presuntuoso como los más de ordinario lo son, estaba en conversación con ciertos mancebos nobles porque gustaban mucho de oír sus arrogancias, y él, creyendo que hacían gran estima de sus cosas, se iba ensanchando dándoles a entender que hasta lo que escupía iba revuelto con versos de Virgilio y sen-
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tencias de Cicerón. Pues en una ocasión sucedió que, estando no para declarar, no para hacer gigote de Virgilio, uno le dijo: —Señor licenciado, ¿no me dirá vuestra merced cómo se halla tan a la mano los versos y sentencias de Virgilio? Respondió: —¿Es posible que no ve vuestra merced que jamás le dejo de las manos, siendo mi mayor amigo? Acudió entonces el gentilhombre y dijo: —Pues si es así como vuestra merced dice, suplícole me dé una hoja para limpiarme el culiseo.
(1108) 369. Había cierto personaje no demasiadamente limpio, aseado ni casero; recibido en servicio suyo un villano, muchacho y tosco, para labrar el campo y para otros ejercicios materiales y caseros, al cual, habiéndole visto un amigo del tal personaje, le dijo: —Por vida vuestra, señor, me digáis, ¿qué pensáis hacer con semejante espantajo? Respondió: —A este hombre le saqué de su aldea, que guardaba un hato de lechones, para lo que veis. Volviose el amigo a otros que le acompañaban, y díjoles muy pasito: —Lo cierto es que del primer ejercicio al segundo no ha sido grande el salto. Diciéndonos en esto lo del refrán: que entre ruin ganado poco hay que escoger.
(1109) 370. Habiendo escrito cierto hombre a dos amigos suyos a cada uno de por sí pidiéndoles consejo acerca de cierta impertinencia, sucedió que acaso los dos se encontraron y comunicaron el caso, y, considerando la necedad, respondiéronle cada uno de por sí diciendo: «Fulano os avisa de lo que queríades saber de mí».Y el otro dijo lo mesmo, añadiendo «porque entrambos lo hemos conferido entre nosotros». Habiendo, pues, el tal recibido las cartas de entrambos, viendo que entrambos le escrebían una mesma cosa, perdía el juicio, y más en ver que ninguno le enviaba la resolución de su duda. Quejose a otro amigo contándole el caso, él le respondió:
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—No tenéis razón de quejaros, porque si vos les pedistes cosa sin jugo, ¿qué maravilla es que os hayan respondido sin sustancia? Dicen que «conforme canta el sacristán, responde el monaguillo».
(1110) 371. Estaban dos galanes en una entretenida conversación, y entre otros casos vinieron a dar en las etimologías de las provincias de todo el mundo y de los lugares más notables, con cuya ocasión el uno dijo al otro: —Dadme la etimología de este nombre,Venecia. Respondiole que en latín era lo mesmo veni etiam, que es decir vine también, o vine otra vez, y añadió: —Porque yo estuve una vez en esa ciudad y quedé tan aficionado a su belleza y sumptuosidad, que me convidó a ir otra y otras veces a gozar de su amenidad y hermosura.
(1111) 372. Esperando cierto caballero muy miserable en su casa a un español, mandó (fuera de su costumbre) a su despensero que comprase muchos pollos y otras cosas de regalo, las cuales fueron entregadas al que cocinaba para que las aderezase para cenar.Y de parte del señor le dijo el despensero: —Mirad que viene esta noche a casa el señor López a aposentarse. Él, turbado, viendo tanta prevención y regalo, cosa tan nueva en aquella casa y cocina, y atolondrado de oír el nombre del español forastero, cogió cuanto le habían entregado, y sin más aderezo lo embutió a cocer en una gran caldera, sin quitar plumas ni tripas. Pues llegándose la hora de sentarse a la mesa, entró el maestresala a ver en qué términos estaba la cena y preguntó al cocinero si podrían sentarse a cenar. Mientras le acababa de responder, reparó en la hacienda que había hecho, y muy colérico le dijo: —¡Hombre del diablo! ¿Qué has hecho? ¿Has enloquecido? Respondió entonces y dijo: —¿Cómo, señor? ¿No me dijeron que cenaba acá Lobo de Boscán? —Verdad es —dijo el maestresala. Acudió el otro y dijo: —Pues ¿qué pedís? Conforme a eso lo que aquí se ha cocido bueno está, si lo ha de comer una bestia. Díjole el maestresala:
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—¡Oh! Traidor, que era para aquel español que poco ha vino a casa y tú has visto ya. Respondió: —Pues si ello es para cumplir con aquel hombrecillo, yo lo remediaré con dos hojaldres o otra cualquiera cosilla. Díjolo así porque era pequeño de cuerpo. Lupo en latín es «lobo» y en italiano lupo es lo mesmo que en español: «López». Jugose con el vocablo.
(1112) 373. Proponíase en cierta junta entre ciertos capitanes de hacer una traición en una guerra, tomando por instrumento a cierto soldado perversísimo, así en el nombre como en los hechos, y oyéndolo nombrar uno de los presentes dijo: —Señores, no os fiéis de semejante hombre, porque es grandísimo bellaco y taimado. Respondió otro y dijo: —Engañaisos, que él es el que ha de ser, porque si fuera bueno no lo fuera para este efecto.
(1113) 374. Discurriendo en una conversación ciertos gentileshombres con harto dolor y lástima suyo del daño que Roma había recibido pocos días había con el crecimiento y inundación del río Tíber, dijo uno: —Cierto que los romanos habían de rogar a Dios que el río estuviese siempre enfermo. Saltó riyéndose otro y haciendo burla y preguntó: —Pues, ¿por qué? —Señor —respondió—, porque cuando el Tíber se levanta de su cama es grande el daño que hace. Quiso decir cuando crecía y salía de madre como entonces sucedió.
(1114) 375. Quejábase un gentilhombre a otro de su desgracia y corta suerte, pues había llegado a tanta miseria que ya estaba en Roma sin esperanza de poder vivir, y que se podía decir, por el que ya le habían ayudado con la recomendación del alma, por el último vale.
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Mirole el otro entonces la capa que (siendo de terciopelo) se había convertido en raso, y vio en ella una gran mancha de aceite y dijo: —No solo con la recomendación del alma os han ayudado, sino también con el olio sancto. Echó la soga tras el caldero. Dicen que aflictis non est afligendum.
(1115) 376. Habíanle dado a uno una gentil cuchillada, que le habían abierto la cabeza, por haber querido meter paz entre dos que reñían, y estándole curando, el cirujano buscaba con la tienta si acaso la herida hubiese llegado a los sesos. Llegose a él un médico al oído y díjole muy pasito: —Más loco sois vos que él en buscarle los sesos, que si él los tuviera no se hubiera metido en poner paz, y así escusara el daño, que tiene entre las manos, bien merecido.
(1116) 377. Estando un día un arzobispo de Toledo a una ventana vio un villano que con un grueso bastón daba muy a menudo a un miserable jumentillo que llevaba, y comenzó de lástima a dar voces: —¡Déjale, déjale! ¡No le des, no le des, villano inadvertido! ¿No ves que le matas? Respondió entonces el villano: —Perdonadme señor, que no entendí yo que mi borrico tenía parientes en Corte.
(1117) 378. Había prometido un caballero, que por nombre se llamaba Capelo, a otro amigo suyo, que le haría dos sonetos para una dama a quien servía.Y pasósele de la memoria por ocupaciones que se le ofrecieron. Sucedió, pues, que un día el Capelo encontró con su amigo y preguntole cómo le iba, y respondió: —Señor, mal, porque mi sol todavía me abrasa como suele, y mi capelo no me hace sombra. Capelo en italiano es lo mesmo que «sombrero» en español. Jugó del nombre del amigo por motejarle de descuidado. Eso es «capello de cardenal».
(1118) 379.Acostumbraba una señora muy pequeña de cuerpo ponerse unos chapines de cerca de media vara, y aunque es verdad que había cinco años que era casada, nunca el marido lo había echado de
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ver, porque ella tenía una camarera tan diestra que en el aire se los calzaba o descalzaba al entrar o salir de la cama sin que nadie advirtiese en ello. Sucedió, pues, que habiéndose puesto un día a retozar los dos casados, se quedaron dormidos y, descuidándose la camarera, se le cayeron a la tal dama los chapines de los pies. Entró en aquella ocasión en la cámara un hijo suyo y, viendo los chapines, llegose al padre y despertole diciendo: —¡Padre, padre! ¡mirad, mirad!, que a madre se le han caído la mitad de las piernas en el suelo.
(1119) 380. Tenía el duque Francisco María de Urbino en la cárcel a un hombre facinoroso, que por grandes delictos estaba sentenciado a ahorcar. Suplicole al duque que pues no querían de él otra cosa sino la vida, que le hiciese merced de que fuese dejándole arrojar de una torre abajo, porque con aquella muerte él iría muy consolado. Hízole la merced el duque.Y llevándole al lugar que él señaló, púsose a pique, y tomando muy de atrás la carrera corría hasta llegar al despeñadero para arrojarse, mas en llegando deteníase. Hizo esto segunda y tercera vez, y siempre se detenía en llegando. El duque le dijo: —¿Qué esperas? ¿No te arrojas? Que ya con esta has llegado tres veces. Respondió el desdichado. —Verdad es, señor, mas yo se lo doy a vuestra alteza en cuatro.
(1120) 381. Riñendo dos soldados, uno napolitano y otro español, en Castelnovo, el napolitano sacudió una gentil cuchillada al español, de manera que le derribó una quijada. Y yéndose así a quejar al rey Alfonso, dijo en suma que aquella herida no se la habían dado a él, sino a su majestad, por ser, como era, español, y también por haber sido el atrevimiento dentro de su castillo y casa. Respondió entonces el rey agudamente: —Amigo, si os la han dado a vos o a mí, al comer del bizcocho se parecerá. Porque el soldado, sin quijada, mal comiera, y el rey con ella bien.
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(1121) 382. Alegando de su derecho cierta persona delante de un juez, díjole el juez: —En eso no decís verdad. Respondió el pleiteante: —Aquí está el señor fulano, que dará fe de lo que digo, como testigo que es bien abonado. Y preguntole si era aquella la verdad, respondió que sí. —Conforme a eso —dijo el juez— yo he menester restituiros vuestra honra. Mas, esotro, respondió: —No os dé eso tanta pesadumbre, señor mío, porque si hubiérades de restituir la honra a cuantos se la habéis quitado, haced cuenta que no os quedaría nada para vos.
(1122) 383. Comenzó un viejo a servirse de un bordón y dijo otro: —Este buen hombre va tan de buena gana a morirse que no se contenta con dos pies.
(1123) 384.Viendo uno que llevaban preso a Roma a un obispo, que había salido de ella por gobernador de una ciudad, dijo: —Este hombre a tenido la mayor ventura del mundo, porque él salió de Roma gobernador, y vuelve Legato. Quiso decir ligato, atado o preso, que eso quiere decir en toscano aquella palabra legato.
(1124) 385. Hallándose un español en una ciudad de Italia un día del Corpus a la procesión, comenzó a murmurar de los ciudadanos porque no la acompañaban diciendo que en España se hacía la tal procesión con mucho acompañamiento y fiesta.Y tanto lo encareció, casi motejándolos de poco devotos y malos cristianos, que un gentilhombre enfadado le dijo: —Hermano, aquí no tiene necesidad de acompañamiento, porque va por tierra de amigos.
(1125) 386. Decía uno que la enfermedad era principio de la muerte, y la muerte fin de la enfermedad.
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(1126) 387. Un desventurado hombre se daba al diablo y quería ahorcarse porque se le había huido la mujer, y andaba haciendo grandes diligencias por saber de ella. Reparando en esto, otro amigo suyo le dijo: —Pobre de ti, ¿para qué te afliges tanto? Ahora sabes que las mujeres son como los dolores del mal francés, que sin buscarlos se vienen y aun quizá entonces, cuando uno ni los querría ni los espera.
(1127) 388.Vio un gentilhombre a uno que apenas podía caminar por una gran corcova que llevaba y díjole a otro su amigo: —Este corcovado, aunque parece que va tan rendido, le juzgo por más fuerte y gallardo que Hércules. Sonriyose esotro, y preguntó que por qué. Respondió: —Porque Hércules (según los poetas) sustentó con mucho trabajo, por un corto rato, la esfera celeste, mas este hombre lleva siempre (sin cansarse) a cuestas todo un Mapa mundi.
(1128) 389. Preguntáronle a cierto hombre que qué haría uno para que se acordasen mucho de él después de muerto. Respondió que dejar muchas deudas.
(1129) 390. Dijo un gentilhombre recién casado a su esposa: —Mujer mía, ¿queréis que hagamos primero aquello, o que comamos? Respondió ella: —Señor mío, como vos quisiérades, y después comeremos.
(1130) 391. Decía uno de cierta gente que hay habladora (hombres que parece que tienen aquello por oficio): —Estos primero hablan y lo piensan después.
(1131) 392. Un hombre muy pobre cayó en una peligrosísima enfermedad y díjole muchas veces a un hijo suyo que le matase una gallina. El hijo lo fue dilatando hasta que el mezquino enfermo no pudo comer. Entonces el hijo trújole la gallina cocida, y díjole: —Padre mío, veis aquí la gallina, comedla. Respondiole su padre: —Hijo, pónmela ahora en el culiseo para que me dé calor.
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(1132) 393. Preguntáronle a uno que cuál era mejor, o tener la mujer muy hermosa o tenerla muy fea. Respondió filosóficamente: —Quien la tiene hermosa tiene dolor de cabeza, y quien la tiene fea dolor de hijada.
(1133) 394. Díjole un caballero a cierto criado suyo: —Ven acá, tuno, ¿eres mentiroso? Dí la verdad. Respondió él: —¡Cómo, señor! ¿queréis que diga la verdad si soy mentiroso?
(1134) 395. Preguntáronle a uno que por qué los hombres de pequeña estatura eran más animosos que los otros. Respondió: —Porque tienen poco que guardar.
(1135) 396. Una reina de Polonia estaba cantando en una ocasión aquellos versos de Ovidio donde dice: Pauper ubique iacet, que quieren decir: «el pobre donde quiera se acomoda y cabe». Llegó en aquella ocasión un secretario suyo, para despachar ciertas provisiones, y oyéndola acudió con los versos siguientes: Im Thalamis ego saepe tuis Regina iacerem si foret hoc verum pauper ubique iacet. En castellano: Si fuera aquesto verdad (reina mía), mi pobreza gozara vuestra belleza siempre y sin dificultad.
Dicho prompto, más atrevido y indiscreto por la calidad de la persona y más siendo su reina y señora.
(1136) 397. Comiendo cierto caballero en un banquete con otros, cúpole la suerte de sentarse en medio de dos que, según fama común, eran valientes comedores. Díjole una dama que estaba allí cerca: —¿Cómo os va, señor fulano? Respondió él: —Mal, señora mía, porque yo estoy metido entre Scila y Caribdis.
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(1137) 398. Motejábanse dos en una ocasión, y el más mozo arrojábase a diestro y a siniestro a decir muchas necedades; y a este tal le faltaban muchos dientes que reparando en ello el otro le dijo: —Amigo, vos decís tantas cosas sin pies ni cabeza que los dientes, de vergüenza, por no oirlas, se los han huido de la boca.
(1138) 399. Discurrían tres caballeros acerca de las costumbres de los romanos antiguos, y llegaron a tratar, entre otros, de Furio Camilo, que fue un famoso capitán romano, y así dijo uno de aquellos caballeros llamado Mucio: —Si Dios me diese algún hijo varón le había de llamar Furio Camilo. Lo cual oyendo una hija suya bellísima criatura, de edad de hasta diez años, llamada Camila, dijo: —Padre mío, vestidme a mí de hombre y llamadme Furio, y así tendréis a Furio Camilo. Acudió el padre jugando del vocablo y dijo: —Vosotros, sin esos y con eso, sois tales todas que siendo furias y llamándoos vos Camila, sin que yo os lo llame, seréis furia y Camila.
(1139) 400. Habiéndole dado a un valentón en Roma un per signum crucis por la cara, respondió (cuando le preguntaron que qué era aquello): —Señores, aquesto es un Datum Romae.
(1140) 401. Habiendo desembarcado ciertos cosarios en tierra de Calabria, junto a Pavía, saquearon una villa llevándose cuanto pudieron haber. Sucedió que un villano con su mujer se escaparon y aseguráronse en una torre, que estaba en un peñón. Viéndolos un turco y no pudiendo haberlos a las manos, tiraba cuchilladas al aire contra la torre, que visto por el villano creyendo que la torre había de venir al suelo con aquellos ademanes. Muy temeroso y acobardado comenzó a dar voces: —No cortéis, no cortéis, señor turco, que yo me pondré en vuestras manos en paz. Y así se bajó y se entregó al turco, dejándose llevar cautivo con los demás.
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(1141) 402. Oyendo decir cierta persona que un gentilhombre se había casado tres veces, y que de cada mujer tenía un hijo, y no obstante se casaba la cuarta vez de nuevo, dijo: —Con otro hijo que tenga en esta cuarta mujer podrá hacer una buena primera.
(1142) 403. Estando un gentilhombre con un calabrés, hombre aborrecido de todos por importuno, como tal comenzó, impertinentemente, a preguntar al gentilhombre de qué tierra era, de qué nación, cuyo hijo, y otras cosas a este tono. Él le respondió a todo con mucha paciencia y cortesía, mas el calabrés, más enfadoso que hasta entonces, le preguntó de nuevo si era legítimo o bastardo. El gentilhombre enfadado de tantas necedades le respondió: —En respuesta de cuanto me habéis preguntado digo: que ni yo soy tuerto, ni cojo, ni corcovado como vos. Y volviéndole las espaldas le dejó para necio descortés y mal criado.
(1143) 403 bis. Un estudiante presumido enseñó a un hombre muy docto cierta obrilla (trabajo de sus estudios) que había hecho, y preguntole que qué le parecía.Y notando que no daba muestras de agradarle nada, le dijo: —Mire y advierta vuestra merced que todo esto se hizo en una noche no más. Respondió entonces él: —Cierto, señor, que eso ya yo me lo había imaginado: dice el refrán que lo que de noche se hace, de día se parece.
(1144) 404. Preguntándole a una dama cortesana que vivía en Roma y estaba preñada, de quién había de ser el hijo que pariese, respondió agudamente que del Senado y el pueblo romano.
(1145) 405.Trataban en cierta conversación unos caballeros de cuán abominable cosa es la murmuración, y particularmente el decir mal de los ausentes, y dijo uno: —Después de electo obispo en una plaza de importancia, yo antes haría cualquier honra y buenas obras al que lo mereciese que decir mal de nadie, aunque fuese enemigo mío conocidamente.
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Dicho generoso y cristiano.
(1146) 406. Diciendo uno que se había de quejar delante del juez de cierta mujer que, de una ventana, le había echado una olla de caldo a cuestas, le respondió otro su amigo. —Vos os quejaréis sin razón de este agravio habiéndoseos hecho in iure. Ius en latín significa el caldo, y también el derecho, le jugó del vocablo.
(1147) 407. Fue cierta persona a pedir unos dineros a un amigo suyo, el cual se los dio muy de buena gana, y en recibiéndolos la tal persona se despidió, diciendo: —Vuestra merced, señor, se quede con Dios, y vea si me manda algo en que le sirva. Entonces acudió estotro y díjole sonriyéndole: —¿No os bastaba, cuerpo de tal con vos, sacarme el dinero de la bolsa, sino que queréis también sacarme las palabras de la boca?
(1148) 408. Tratábase en Roma en casa de cierto cardenal de la venida de un gran sujeto a la ciudad y hombre doctísimo. Preguntó uno: —¿Qué letras son las que este señor tiene, que tan alabado es? Respondiéronle que griegas, latinas y toscanas. Volvió a preguntar: —¿Tiene otras letras más ese señor? Dijéronle: —¿Qué otras letras queréis vos que tenga? Y respondió: —Letras de cambio.
(1149) 409. Dando la baya un gentil hombre a ciertas damas que iban a santa Margarita, en su día, por ser abogada de las mujeres preñadas, les dijo: —Estas señoras andan esta estación por parir los hijos muy hermosos. Respondió una:
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—Cierto, señor, que a vuestra madre se le olvidó de andar esta estación cuando estaba preñada de vos. Acudió él, y dijo: —Bien puede ser; mas también creo que le sucedió lo mesmo a la vuestra, y si la anduvo por lo menos nunca la sancta la oyó.
(1150) 410. Habíanle dado a uno un per signum que le cruzaba de oreja a oreja, y el cirujano le consolaba diciendo que haría de manera que no le quedase señal. Respondiole el herido: —No hagáis tal, señor, porque el que me la dio lo hizo para que quedase señalado, y si me viese sin señal por ventura se le antojaría de hacerme otra.
(1151) 411. Una dama danzando en un sarao la danza de la hacha había sacado a danzar a un mancebo, el cual con el favor, presumiendo que la tal señora estaba muerta por sus pedazos, acabada la danza acomodose junto a ella a parlar, como los otros con las demás. Y en lugar de entretenerla la cansaba preguntándola la ocasión por qué le había convidado antes a él que a otro. Ella, enfadada, le respondió: —Señor, hícelo porque mi marido me ha mandado que, en casos semejantes, siempre dance con persona que a él no le dé celos ni sospecha. Él tuvo su merecido, pues fue tan necio.
(1152) 412. Hacía fabricar un famoso palacio un cierto personaje muy rico, soberbio y muy poco cortés; y estando un día deleitándose en su obra sucedió que pasaron por allí dos mancebos y el uno de ellos, muy buen arquitecto, cuando vio la fábrica, dijo: —Esta obra fuera excelente si no tuviera tal y tal defecto. Oyolo el señor, y llegándose a él le preguntó: —¿De qué tierra sois, hermano? Respondió: —Señor, soy de tierra de Pulla a servicio de vuestra merced. Replicó el dueño muy descortés: —Vos debéis de entender excelentemetne de castrados. ¿Engáñome o no?
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Respondió entonces el otro viendo su mal término: —Lindamente, señor, pues apenas puse los ojos en vos, cuando al instante os conocí.
(1153) 413. Había un cierto doctor mandado que le hiciesen una cachera de raso negro aforrada en pellejos ordinarios y de poco valor, mas muy aseadamente puestos, de manera que exteriormente parecía cosa mucha; no obstante reparó en el engaño un estudiante de los que no dejan pasar nada por alto, y encontrándolo en una ocasión con otros amigos, le dijo: —Sea para bien, señor doctor, la ropa, que es excelente; deseo saber si lo que no se ve es como la muestra. Respondió el doctor: —Amigo, el resto está aforrado de zamarras, como vos véis. Con esto le cerró la boca, y le envió para curioso necio. Dice, que vino por lana… etc.
(1154) 414. Quejábase un hombre avariento de otro porque murmuraba dél, de que vendía los zapatos viejos que desechaba, y así le respondió en una ocasión que mentía: porque no vendía él los zapatos viejos, sino que antes los compraba.
(1155) 415.Yendo a comer un día cierto capitán con otro amigo suyo, entrambos hombres entretenidos y burlones, estando ya sentados a la mesa, comenzada la comida, cuando el capitán veía algún buen bocado en el plato lo cogía, y tomando alguna ocasión de decir algo decía: —Amigo, si esto que digo no es verdad este bocado que como me ahogue —y engullíaselo. Hízolo dos o tres veces, y el otro, entendida la maula, cuando lo quiso hacer otra vez quitole el plato de delante y díjole: —No juréis, fulano, por vida vuestra, que sin jurar os creo, y si habéis de jurar sea de que en la guerra seáis atravesado con el primer mosquetazo o culebrina, porque este juramento es más conforme a vuestra profesión de soldado.
(1156) 416. Llamado Antipo, gramático siracusano, con otros homb res doctos para que viesen cierto poema que había compuesto
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Dionisio, tirano, después que todos lo hubieron alabado, él sin temor dijo que no hallaba en los tales versos cosa digna de gloria ni alabanza, de lo cual enojado Dionisio, le mandó encerrar en una penosa prisión, de donde pocos salían vivos, y allí lo detuvo muchos meses. Al fin, por ruegos de amigos, le sacó de allí y le envió a su casa. Sucedió, no mucho después, que habiendo el mesmo Dionisio compuesto una tragedia, juntó todos los que habían de ser jueces en tal caso, y entre ellos el filósofo Antipo; leyose la tragedia y todos (fuera de Antipo) comenzaron a aclamarla, igualándola a las más excelentes particularmente a una famosísima que sacó Eurípides a luz. Mas Antipo, enfadado de tanta y tan conocida adulación, sin más hablar se fue hacia la puerta su paso a paso. Maravillados todos, le preguntaron que a dónde iba. Respondió: —Señores, a la cárcel. Que con esto me ahorro de los malos tratamientos que los alguaciles me hicieron la primera vez por ocasión semejante.
(1157) 417. Un gobernador de una ciudad daba de buena gana licencia de traer armas a todos aquellos que se la pedían, mas con una cortapisa: que no habían de traer puñal.Y así añadía siempre en lo último de la licencia esta palabra: «sin puñal», y luego firmaba. Sucedió, pues, que vivía fuera de la ciudad un cierto señor el cual escribió a un amigo suyo para que le negociase una licencia para sacar fuera de su estado un hato de carneros. Hecha la licencia la tomó el secretario, y sin más reparar la mezcló con las licencias de las armas. El gobernador firmó como acostumbraba, poniendo en su lugar: «sin puñal». Enviaron la licencia, y leyéndola con mucha risa, escribió aquel señor a su amigo lo siguiente: —El gobernador merece muchas gracias por la advertencia y por la cortesía que a usado conmigo, porque si diera licencia a mis carneros de llevar puñal todo mi estado se perdía.
(1158) 418. Dijo uno a otro que llevaba unas sortijas de oro en las orejas (uso antiguo en la provincia de Libia): —Creo que este no debe de tener dedos en las manos. Preguntáronle que por qué. Respondió:
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—Porque trae las sortijas en las orejas.
(1159) 419. Había venido un villano a traer ciertas cosas a su señor; pidió después que le diesen de comer. El patrón mandó sacarle pan y vino. El labrador, no viendo sacar otra cosa, quedose suspenso como quien no se atreve a comer. Preguntole su amo: —¿Qué haces, que no comes? Respondió: —Señor, este vuestro pan y vino son tan corteses y discretos, que no quieren comenzar hasta que lleguen los demás compañeros.
(1160) 420. Habíanse desafiado dos y señalada la hora y el lugar del desafío; el uno acudió con tiempo, el otro no vino hasta más de dos horas después. Reprehendido de la tardanza, dijo: —No os maravilléis porque yo dejo en cobro toda mi hacienda para que en habiendo quitado la vida a este pobretón yo me acoja también, más seguramente. Cobró tanto miedo el contrario con esto que se dio por vencido, y se fue sin reñir.
(1161) 421. Reñían dos y dijo el uno al otro: —Callad, que sois un ganapán. Sí, que yo bien conocí a vuestro padre, que fue albañil. Respondió el otro: —Tenéis razón. Mas nadie os lo puede haber dicho sino vuestro padre, que fue su peón.
(1162) 423. Reprehendiendo un maestro de novicios a un novicio porque la había visto hablar con una mujer, replició el novicio: —Padre, es mujer muy buena. Respondió el maestro: —Hijo mío, la tierra es muy buena, y el agua es muy buena, y si se juntan hacen mucho lodo.
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Muñatones de Lara, Antonio: libro llamado Selva de curiosos y recreation de virtuosos. En el cual se hallaran todo espíritu relevado y animo valeroso, diversidad de plantas y fructos según fuere el gusto del lector. Hállanse en él las cosas muy notables sucedidas desde la creación del mundo hasta el año de noventa y dos, en el principio de reinos y señoríos y la fundación de algunas ciudades y los nombres de Papas y emperadores, reyes de Francia y dujes de Venectia por el capitán Antonio Muñatones de Lara. Recopilado. año 1597. Manuscrito 6041.
CAPÍTULO SÉTIMO DE CUENTOS DE RECREACIÓN Y AVISOS Y ALGUNAS SENTENCIAS Y PROVERBIOS
(1163) 1. Andando un lebrel de caza con un collar de oro y una cadena o laja de plata, el cual era de un príncipe, y le estima mucho y siempre le tenía atado delante de sí, dándole a comer de las cosas regaladas, tanto que no estimaba pasto que no fuese regalado. Topó este lebrel con león flaco y algo cansado en un monte, al cual el vicioso y arrogante can le dijo: —¿Dónde vas corriendo, mísero y hambriento león, por estas selvas ásperas y lugares desabridos, tan flaco y maltratado? Mírame a mí que si no como estoy graso, fresco, vicioso. Al cual el león respondió cuasi enojado:
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—¡Oh! Mísero de ti que si hinches la panza como loco, tienes la cadena. Sirve tú como can, que yo libre soy. No lo puedo hacer ni quiero.
(1164) 2. Un labrador tenía a su parecer gran amistad con un abogado porque le llevaba gansos, quesos, cecinas y otras cosas. Tenía mandado este letrado que cuando viniese con manos vacías dijesen que estaba ocupado. Ofreciósele a este labrador un pleito y como confiado fue a tomar consejo o parecer de lo que había de hacer, y le dijeron que estaba ocupado, que tornase; tornó a manos vacías diversas veces confiado en la amistad y siempre le halló ocupado. Tomó un cordero y a la puerta torciole la cola y el cordero gritó. Salió a la voz el criado y el amo le hizo, con frase muestra de alegría, entrar. Oyole y diole una espedición muy buena con que le aseguró el pleito. El buen labrador se dirigió alegremente y dijo en alta voz: —Dejadme dar las gracias a mi cordero, pues él ha negociado presto y bien en la primera vista.
(1165) 3. Un soldado prudente el cual que, habiendo sido rogado en tiempo que el glorioso Carlo Quinto tenía guerra con el rey Francisco de Francia, en Piamonte, los franceses tomaron una tierra que se les dio y rogáronle a éste que entrase de presidio en ella por cabo.Y él respondió: —Si viene el ejército imperial por tomar esta tierra, ¿quién la defenderá? Dijeron los compañeros. —El rey de Francia. Y él respondió: —¿Dónde está? —En París —dijeron. Él se subió en una torre y comenzó a llamarlo tres veces con gran voz, y no respondiendo se bajó y dijo: —Entrá vosotros que yo no me encierro donde no hay quien me ayude a defender por estar lejos y no oírme.
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Fuese y dentro de tres días fue tomada la tierra y degollados los soldados, y éste dijo que la prudentia le había salvado la vida y que la quería alabar sirviendo a Dios, y se metió fraile capuchino.
(1166) 4. Cambises, el cual habiendo entendido que un juez que él había nombrado, juzgaba no por razón, sino por mejor oferta, le mandó desollar vivo y con su piel hizo guarnecer la silla judicial donde se sentaba. Y en ella hizo sentarse a su propio hijo del juez y le dio el mismo oficio, y encima la silla real hizo poner estos versos: El rey con gran rigor debe observar y mandar que la ley no quede coja, porque como rompe o tuerce un poco la justicia y razón vuelven la hija.
(1167) 5. Un caballero, en una ciudad de Italia, español, se casó con una dama rica y de muchos parientes. Y su mujer, con más libertad de la que se debía, no sólo con los criados mas con algunos fuera de casa, usaba viciosamente la libídine y deshonesta lujuria. El pobre caballero aunque conoscía la ofensa de su mujer, másimamente viéndola andar a rienda suelta, y no estimándole en nada. Acaso pasó el que hace compendio de este libro por allí y dándosele a conocer, este caballero le contó su desgratia y le dijo como tenía un hijo y una hija, y que por no infamalos disimulaba. Que le diese su parecer. Habiendo entre los dos muy bien considerada la cosa, y el güésped vista la libertad con que aquella señora se gobernaba tan a lo libre, le dijo: —Señora, vuestra señoría tome placer que agora tiene buen tiempo. Y ella, ciega de su pecado, no entendiendo el frasis de las palabras, entendió ser dichas con intención de que el güésped estaba picado de su deshonesto cuerpo, y como aquel vicio sea insaciable, ella, holgándose de la conversación del güésped con más mucho aplauso suyo, máxime que ya doliéndose del agravio que aquel pobre caballero recebía, le dio a entender querelle decir un secreto de mucha importancia. Y ella, que ya entendía que el fin de este negocio fuese usar de su conversatión, amorosamente le dijo que se fiase della que por todo el haber del mundo no descubriría cosa que le fuese dicha.
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En secreto, antes con algunas razones mal fundadas dijo que era traición descubrir semejantes puridades y que alegremente dijese lo que quería, que ella le ofrecía todo su posible, por la amistad que tenía con su marido, y estar dél informada que era persona hijodalgo. A las cuales razones se mostró gratísimo, ofreciéndosele esclavo para su servicio. Ella le replicó le dijese lo que quería, mas el buen homb re disimulando daba algunos suspiros fingiendo no tener atrev imiento.Y ella le incitó y abrió el camino de manera que con alguna manera de empacho fingido le dijo: —Señora mía, fiándome de vuestra nobleza y cortesía, y que la causa de mi atrevido ánimo nace de la única vuestra beldad, gracia y gentil proceder, digno del mérito de un muy poderoso príncipe me ha esforzado a suplicaros os doláis de lo que padezco por vos, usando conmigo, no de la pena que mi atrevido pensamiento merecía, mas de la clemencia que de vuestra hermosura se espera, y del mismo generoso uso se ha de esperar habiendo repartido con vos la natura pródigamente sus gracias. Ella, mostrando en sí alguna alteración, respondió que se espantaba del atrevimiento que había tenido, pero que pues ella le había dado primero la carta, de seguro que por su honra disimularía. Él, fingido, se arrodilló y no con mucha fuerza le besó la mano, haciendo tales muestras de alegría que ella se dejó ir del apetito guiada y así se concertó que, para más libremente gozar de sus voluntades, se fuesen a holgar dos millas lejos de la ciudad, a una su casa de recreación.Y habiéndose concertado con el marido y parientes de ella, porque mejor se pudiesen holgar, un día antes ella invió provisión de lo necesario allá, y porque el camino era algo áspero para carrozas tomaron caballos y ella tomó una su mula que tenía. Antes de llegar a la casa había un gran foso de agua que era […] que por allí pasaba, justamente a la muralla de la casa, y para evitar escándalo y quitar una carga tan pesada como es la infamia de las espaldas, que al amigo le dijo que era bien tres días antes, que era el plazo del día que se había de partir al banquete, hizo que se diese muy bien de comer a la mula y que no se le diese a beber agua ni otra cosa, y mandó que se echasen alguna sal molida. En la […] que le daban todo a fin de curalle cierta enfermedad secreta, y así el mozo sin entender. Mas adelante hacía lo que le era mandado.
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El día de la ida la señora, bien compuesta, con el deseo de mudar yerbanueva, que era aficionada, iba lozanísima y a ratos el marido y otros, el güésped, la iban entreteniendo hasta un cuarto de milla de la casa, o menos, y allí la dejaron ir con un su hermano de hasta trece años. Mas como la mula reconoció el agua, sin mirar lo alto del navío, caminó a beber y saltó con la dama en el agua. A las voces de ella y del hermano su marido la fue a socorrer, y cuando se echó al agua, por cumplimiento, ya la mula derribada en lo hondo la había pisado de modo que atendiendo a salvar la mula ella perdió el apetito y se le resfrió el calor natural. Premio digno de sus hazañas, por manera que no es tanto el emprender los casos cuanto el saber salir con ellos.
(1168) 6. Se cuenta que Antonio Min, natural de Belorado, en Castilla la Vieja, habiéndose perdido en la Goleta, siendo soldado del capitán Min de Eraso, le llevaron a Constantinopla, y habiendo muerto un guardián, renegado, genovés, le condenaron a empalar y dada la sentencia llegó a él otro renegado y le dijo que gustaba de podelle ayudar, por haber muerto aquel super can. Al cual respondió: —Pues tú me quieres ayudar, dile al Gran Señor que si me da la vida yo le enseñaré a hablar el elefante. Este renegado era griego y fuese al baján de la guardia de los jenízaros y se lo contó. El cual fue al Turco y se lo dijo y él luego le mandó librar y que comenzase a ser maestro. Éste pidió algunas cosas de que gustó aquel animal y dábaselas; y con palabras lisonjeras le comenzó a acariciar y hacer halagos, tanto que tres indios conocieron que el animal se le inclinaba, y se lo dijeron al Gran Señor que, muy contento, le vino a ver y le dijo al maestro que se holgaba mucho, pero que tomase término de tiempo para cumplir su promesa, al cual respondió que no, porque no sería antes, mas por ser animal rudo había menester diez años. El Turco los concedió y riendo dijo este cristiano: —Anda en razón. Y hízole preguntar por qué prolongaba tanto tiempo. Respondió que por la oportunidad de gozar del tiempo. Replicole el Turco que cuál era la oportunidad, y él respondió: —O yo, o el elefante, o el Gran Señor, en estos diez años feneceremos, y yo seré, en cualquiera manera libre de mi obligación.
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Por lo cual el turco le asolvió la promesa y dándole dineros y libertad su suerte quiso que en Rodas muriese de tabardillo, el año 86 viniéndose a su casa.
(1169) 7. En un convite que hizo Dionisio en Cicilia y mandó que Aristipo, filósofo, fuese puesto por fin de mesa, al cual Aristipo dijo: —Tú, oh, Dionisio, has querido hacer este mi asiento el más ilustre.
(1170) 8. Lo mismo se cuenta de Damonide, lacedemonio, que le sucedió en otro convite que le dijo: —Tú has hallado manera de honrar lo más bajo.
(1171) 9. Alejandro saliendo huyendo cansado y muerto de sed se apeó y bebió agua turbia y de color de sangre de sus gentes, y dijo que jamás en su vida había bebido licor más gustoso ni preciado.
(1172) 10. También Artagerges, hermano del rey Ciro, más mozo, salió huyendo de una batalla y habiéndose metido en un bosque, pidió a un pobre pastor le diese algo que comer.Y el pastor le puso delante pan negro y higos secos, y él se lo comió y dijo: —¡Oh! Dioses inmortales, ¿cómo me habéis hasta agora tenido escondido tan sabroso pasto?
(1173) 11. Temístocles cuando fue interrogado con cuál es mejor casar una hija de los dos, ¿de un rico o de un pobre?, respondió: —Yo quiero más que el hombre haya menester la hacienda, que no la hacienda al hombre.
CAPÍTULO DUODÉCIMO QUE TRATA DE SENTENCIAS, CUENTOS,Y ACABA EN PROVERBIOS
(1174) 12. Dice el mismo Alcibíades que habiéndose partido de su Atenas porque le acomulaban un caso grave, habiéndole citado el Senado de Atenas para que pareciese y se purgase de lo que le pedían, a la cual citactión respondió, que él no quería meter en peligro ni al beneplácito o la opinión de un juez mal intencionado.
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Respondiole un caballero siciliano: —¿De manera que no os fiáis de vuestra patria y amigos? Respondió: —Ni de mi propia madre me fío.
(1175) 13. Rutilio, capitán, mancebo, noble y severo en sus cosas, un su amigo muy querido y fiado al parecer le pidió una cosa no honesta y él se la negó diciendo que no la podía hacer. Al cual su amigo le dijo con ira: —¿Para qué quiero yo tu amistad si no has de hacer lo que te ruego? Y él, severamente y sin mostrar sentimiento le respondió: —¿Qué necesidad tengo yo de tu amistad si por ella he de obligarme a hacer cosa deshonesta?
(1176) 14. Lo que le sucedió a César Augusto, emperador, el cual era en sí tan llano, doméstico y afable, que cualquiera que le convidaba se holgaba de ir a comer a su casa, por probar las maneras de aderezos, así del pobre como del rico, y hacía las mercedes. Conoscía los corazones limpios o fingidos y a este propósito un senador romano que no le quería bien, antes fingidamente le lisonjeaba y detrás le vendía, que de César no hacía lo que él con fingido engaño le pedía. Y si bien Agusto César conocía su mala inclinación, jamás mudó de su acostumbrada bondad hasta que un día haciendo primero este senador del criado y muy familiar, pidió a César, más para menosprecialle que honralle, que comiese con él un día. El con su continua afabilidad lo acetó.Venida la comida en tabla, César conoció por las viandas que se le presentaron no ser la comida conforme a su calidad ni a la posibilidad del que le convidó, sino un ordinario de pobre plebeyo. Calló, y mostrando no echarlo de ver, comió con mucho regocijo y por postre invió a llamar el centurión de justicia y mandó que sin que nadie se moviese le fuese al senador cortada la cabeza, y ante todos dijo: —Tan confiado vive el que dice mal de otro que para ejecutar su malictia y menosprecialle toma por instrumento de su dañada intención la bondad y llaneza del bueno. Para que otro no se me atreva, luego ejecute la justicia.
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La mujer deste que era una noble matrona de los Gracos, casa noble, se le puso a los pies con dos niños pequeños llorando. A la cual hizo gracia de la vida de su marido, diciendo: —Supla tu nobleza la falta del convite y la pena del atrevimiento.
(1177) 15. Gonella, bufón gracioso, un día se halló en un convite que hizo el duque de Ferrara, Hércules Segundo, y este loco se sentó el último a la mesa. Un maestresala no conociéndolo que era truhán le dijo: —Señor, vuestra señoría se levante porque sobra el número de los convidados. Y él con mucha disimulación dijo: —Os engañáis. Contá otra vez y comenzad en mí y hallaréis quien no ha de comer a la mesa. El escalco, que era nuevo, contó y halló que el duque era el postrero y turbose. De lo que recibió grandísimo placer y díjole: —Llevalde este servicio mío, que dobló la risa y el truhán tomó ocasión de decir muchas cosas de gusto, hasta que se acabó la comida.
(1178) 16. Cuentan de Dionisio, tirano de Sicilia, que le vino una queja que su hijo había violado una hija de un caballero por fuerza. Al cual, llamando a su hijo, le dijo: —¿Cómo cabe en ti tan gran maldad que siendo hijo de un rey hagas tal violencia? ¿Tú has entendido de mí que tal haya hecho? Respondió su hijo: —Señor, vos no sois hijo de rey como yo lo soy. Entonces airado dijo: —Ni yo tampoco tendré hijo rey tan violento, porque no puede durar la señoría de aquellos que con maneras tan malas reinarán. Y después le mandó perdonar. Codro, último rey de los atenienses, quiso de su propia voluntad que le matasen porque los de su ciudad alcanzasen victoria de los lacedemonios sus enemigos.
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CAPÍTULO DÉCIMO QUINTO QUE SIGUEN LOS CUENTOS Y DICHOS CON SUBIDAS SENTENCIAS
(1179) 17. En Ingalaterra hubo un Tomás Moro, que fue canciller del reino, hombre que por sus virtudes fue celebrado por el mundo. El cual en tiempo que el rey Enrique Otavo de Ingalaterra se quiso hacer cabeza de la Iglesia Angelicana. Este Tomás no quiso consentir, antes le contradijo y le reprobó tal election, y jamás quiso dar su voto en tal aprobación, por lo cual fue sentenciado a morir, dándole tiempo para salvarse, si consentía, de la noche a la mañana que mudase de parecer. Mas venida la mañana, antes de ejecutar la sentencia, un gran personaje, amigo del rey, le fue a hablar y le dijo cómo estaba aparejado el suplicio de su fin, mas que habiéndose mudado de parecer y opinión lo dijese, porque en tal caso él le traía del rey la gractia. Entonces, el constantísimo caballero respondió no sólo despreciando la gracia de la vida, más burlándose del rey y de aquel que le hablaba, no estimando la muerte, dijo: —Señor, yo me he mudado de parecer. De lo cual alegrándose aquel señor y todos los circunstantes, él dijo: —Señor yo había primero pensado de cortarme la barba antes de morir, y ahora he mudado de parecer y opinión y quiero que me corten la barba y cabeza juntamente y todo a un tiempo, por eso no tardemos más, vamos. Y volviéndose a un su caro amigo, que lloraba en su presencia, le consoló con estos versos del Petrarca, y dicen: Que más de un día es la vida mortal un nublo frio cargado de enojos que muestra que es muy buen y hace mal.
(1180) 18. [Fábula] Las aves se hallaban inferiores a los animales y para venir a batalla hicieron confederatión y se colegaron con los peces del mar y ríos, y fundando en este socorro señalaron el día de la batalla. Mas venido el tiempo del efecto desafiaron a los animales a la batalla. Como los pescados vieron que la batalla era en tierra inviaron a decir que ellos
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combatirían en la mar, pues no podían en la tierra.Y así quedó el negocio por los pájaros o aves, no habían bien considerado donde se había de dar la batalla.
(1181) 19. Un mercader, llamado Bernardo Amidei, se quejaba que decían que un hijo que tenía de un año, lindo y gracioso, no fuese suyo. Aconteció que un día su mujer jugaba con el niño como es costumbre, y le decía: —Llama el papá.Vesle allí, llámale. El padre, Bernardo, con la fantasía que tenía, dio un sospiro grandísimo, del cual la mujer se alteró mucho y le dijo: —Y de qué, marido, os desgustáis de que el Señor os haya dado un tan lindo hijo, ¿qué le falta? Él, algo turbado dijo: —Sí le falta. Y ella respondió: —¿Y qué, marido? —El ser —respondió él, algo alterado y suspirando. De nuevo le miraba de tal manera que su mujer con mucha instancia le rogó que le declarase aquel ser, y también la causa por qué ansí en su presentia sospirase. Él, vencido de la pasión, dijo: —Yo, y con nuevos sospiros, pagaría la mitad de mi hacienda para ver que este hijo fuese mío como lo es vuestro. La mujer, que discretísima era, sin hacer movimiento en el rostro, con mucha serenidad le dijo: —Marido, yo no quiero que vos me deis tanto, sino mil ducados para que yo los emplee a mi gusto, que yo os haré cierto y seguro, y os certificaré que es vuestro este niño. Mas el marido, pareciéndole caso imposible certificarse, prometió de darle los mil ducados y para la sentencia llamaron los parientes del uno y parientes del otro, y por juez al celebrado poeta Petrarca. Y llegado el día después, todos juntos, la mujer con un aire donosísimo y afable dijo: —¿Es posible que más pueda la malictia humana con mi marido que la verdad que yo le digo? Pues yo le desengañaré. Y así hablando, tomó el niño en los brazos que le había puesto limpio y adornado, y besándole, dijo, vuelta a su marido:
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—Bernardo mío, confesaréis queeste niño es mío. ¿Es verdad o no? Y el respondió: —Sí, que es vuestro. Entonces ella se le puso en los brazos y dijo: —Yo os le doy a vos todo y quiero que sea vuestro, y así seréis cierto y seguro que lo es. Entonces los parientes, con grandísima risa, estimaron más su parienta y la tuvieron por sabia. El juez, Petrarca, condenó al marido y dijo: —Mira, Bernardo, los que dan crédito al vulgo maligno más que a sus mujeres es como el que busca María por Ravena y no la halla porque no la conoce.
(1182) 20. Diógenes, preguntándole uno cuáles se pueden llamar más nobles entre los hombres ilustres, respondió así: —Aquel se podrá llamar más noble y perfecto entre los hombres es el que desprecia las riquezas, los vicios, los placeres y no estima la vida mortal.
(1183) 21. Un capitán de los que fueron presos en los Gelves, llevándole vendiendo por esclavo en Constantinopla, llegó un judío de los que se echaron de España y en español le dijo: —Ven acá, ¿si yo te compro serás bueno? Al cual prontamente dijo: —Sí, aunque te pese, que no puedo hacer menos, aunque no me compres. El judío se contentó de la respuesta y le compró por ochenta cequíes, y lo llevó a su casa y le dijo: —Mira, si tú me pagas la usura de un año, por Moisén te juro de hacerte franco. Y él respondió: —Aceto tu palabra, pero hazme llevar hasta la torre del Mar Negro para hablar con mi amo. Estaba allí don Álvaro de Sande, maese de campo, y otros muchos que por capitanes conocidos para rescate los pusieron allí.Y así como llegó dio de ojo a don Álvaro que ya se levantaba para recebille, porque era un valeroso capitán, y se detuvo. El habló y dijo:
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—Señor don Álvaro, pues siendo vuestro criado me han cautivado, rescátame por cien cequíes que ha dado este patrón por mí. Y él, como lo entendió, que no era conocido, y dijo: —Yo los prometo, con tres mil que ofrezco por mí. El judío, viendo la buena presenctia suya, le dejó sobre su palabra y así fue libre. Contaba el judío a don Álvaro las palabras de su esclavo, y el mismo don Álvaro contó el cuento el año de 71 en Aste, que iba visitando los presidios, al maestre de campo don Juan de la Cueva.
(1184) 22. Mostruosa y tiránica cuéntase de Calígula, emperador, que había ordenado que cualquiera hombre rico del imperio romano que no tuviese hijo ligítimo fuese obligado a dejalle heredero de sus poderes a él. Aconteció que en Roma morían muchos del tabardillo, que ellos llamaban peteche oseynos, y dos ricos, un cónsul y otro dictador, estaban muy malos y en su testamento le hacían heredero. Pero después se libraron de la enfermedad, y él, fingiendo que lo habían hecho por menosprecio, los mandó matar y dijo que no quería consentir que se burlasen dél.
CAPÍTULO DECIMO OTAVO QUE SE SIGUEN OTROS CUENTOS Y DICHOS MUY SABIOS
(1185) 23. Dicen de un pastor arrogante que estimaba tan poco a sus vecinos, que se atrevía con todos, un día le faltó en su rebaño de vacas, que guardaba, una ternera.Y él, considerando el tiempo y presteza con que se la había tomado, determinó, donde su fuerza no valía, acudir al sacrificio, y así ofreció un cordero a Júpiter. El cual caminando la banda del bosque donde consideraba estar escondidos los ladrones, vio un león que estaba comiendo su vitella, y como le vio dijo: —De tan gran ladrón no es poco salvarse. Y con un gran miedo comenzó hacer voto a Júpiter y decille: —Pues que por mostrarme el ladrón te ofrecí un cordero, líbrame agora dél pues es tan poderoso, y te ofreceré un toro.
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(1186) 24. Cuentan que andaba la Fortuna por el mundo para ver quien la loaba o la vituperaba.Y acaso, pasando por un lugar sombrío en una campaña, siendo el tiempo caloroso, vio que sobre el brocal de un pozo dormía un muchacho. Llamó a su madre y le dijo: —No echeis en vuestras malas considerationes culpa a la Fortuna, sino a vuestra inorantia y descuido.Ve y despierta a tu hijo, si no cairá en el pozo. Ella fue y halló el hijo que si se volvía con el sueño era para caer, y tomándole por la mano dijo: —Yo te lo agradezco, Fortuna buena. Y ella se fue.
(1187) 25. Un murador que andaba haciendo una pared de una casa; estaba debajo durmiendo un hombre viejo, y él, por miralle y decille «apartaos de debajo», fuésele el pie y cayó sobre aquel hombre y le mató. El murador se atormentó y estuvo muchos días malo. Mas un hijo del muerto le pedía la muerte de su padre ante el juez.Y el juez le preguntó lo qué respondía. Él lleno de colera dijo: —Vuestra merced venga conmigo. Y fue, y puestos todos tres: el hijo del muerto, el juez y el murador, se puso debajo donde había muerto el otro y dijo: —Señor juez, su merced mande a ese mancebo que me aparte y si no me aparto de debajo, déjese caer sobre mí, que yo le perdono mi muerte, y si no, haga justicia su merced. Entonces, viendo la caída el juez, y la desgracia, le dijo: —¿Qué os parece? Respondió el mozo: —Yo lo perdono y no quiero arrojarme, que si mi padre murió fue su fortuna.
(1188) 26. Cuentan del valor del capitán Leónida que, hallándose una vez a punto de pelear con sus enemigos, supo que en el puesto donde estaba con su poca gente que tenía se podía defender y si se movía perderse por la mucha pujanza de sus enemigos. Y puesto a punto se estuvo quedo, lo cual conocido por el capitán enemigo comenzó a marchar a la vuelta de Leónida.Y él quedo, y ya se comenzaba a llegar cuando uno de sus soldados aprisa llegó y dijo:
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—Ea, señor, los enemigos están cerca. Y él, sin mostrar entender el miedo del soldado, dijo: —¿Están muy cerca? —Sí, señor —dijo él. —Pues andad y decildes que yo no estoy lejos. Luego a grandísima priesa llegaron otros dos capitanes de los suyos y le dijeron: —Señor, ¿qué hacéis? Que la multitud de los enemigos, con las astas de los dardos quitan la vista del sol. Él los miró severamente y les dijo: —Andad, no partáis de vuestros puestos, que si quitan la multitud de ellos la vista al sol, vosotros y yo a la sombra pelearemos, y los venceremos. Y así fue que entendiendo los enemigos lo hacía el miedo temerariamente le acometieron en los alojamientos y él, cuando le pareció tiempo dio en ellos con tanto valor y buena orden que los venció.
(1189) 27. Una raposa entró un día en una cámara donde acaso, en una ventanica, estaba cobando una gallina una nidada de güevos, y aunque estaba en alto tenía a la vista suya. Mas la raposa, con su acostumbrado engaño, la saludó amorosamente y le dijo que cómo estaba. A quien la gallina respondió: —Hermana, yo estaré mejor si te quitas de mi presencia, que me das enojo. Sucedió que la raposa disimuló, y otro día cuando le pareció tiempo, que estarían ya los pollos de comer, tornó y a la entrada de la puerta a un rincón vio unos perrillos recién nacidos, llegó y los degolló y dijo: —De vosotros no tendré más temor. Y pasó adelante y halló la gallina, la cual como la vio se subió en un alto y hizo tremor. Acudió el gallo; la raposa cogió dos pollos y fuese. La gallina la siguió gritando hasta donde la vio meter en un agujero. Tornose y cuando llegó halló la pobre madre de los perros haciendo grande lamento por la muerte de sus hijos, y el gallo le contaba cómo la raposa había hecho el daño, y asimismo a su compañera la gallina le había llevado dos pollos.
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Estando tratando la venganza llegó la gallina y fueron de acuerdo que todos tres, el perro, y el gallo y la gallina fuesen a hacer venganza luego; y así caminaron cerca de lugar donde estaba la raposa, la cual con el pasto de los pollos dormía y cuando llegaron al puesto era ya tarde y de noche. Concertaron de dormir allí hasta la mañana, y para hacer mejor la guardia la gallina se puso en lo alto de un árbol, y el gallo más abajo, y el perro al pie del árbol entre unas yerbas. Cuando fue media noche, el gallo haciendo su acostumbrado oficio comenzó a cantar. La raposa lo sintió y salió fuera, y al segundo canto llegó cerca el árbol y con sus astutas mañas comenzó a adular el gallo, y a decille: —Por cierto, sois linda criatura, y cantáis muy dulcemente, yo me holgaría de que me enseñásedes a cantar; yo os lo pagaré bien. El sereno os hará mal, andad acá, a mi cueva, que os hospedaré con mucho amor. El gallo fingió ser contento y dijo: —Pues si tengo de ir es menester no dejar mi compaña, que yo abajo ahora. Dijo la golpeja: —¿Dónde está? —Ahí, al pie del árbol duerme. La malvada acudió pensando fuese otro gallo o gallina, y como era escuro asió del perro el cual no así presto se sintió tocar que la enviste y la mata.Y así quedaron él y la gallina vengados por la astucia del gallo.
(1190) 28. Dicen que Diógenes era tan mordace que no le llamaban por sobrenombre el filósofo cínico, que quiere decir canino.Y él mismo solía decir, burlando, de los que así le llamaban: —Los otros canes muerden a sus enemigos por hacerles mal, mas yo muerdo a mis amigos por hacelles bien y por su salud.
(1191) 29. Dice el gran sabio Séneca que Alejandro Magno preguntaba a un corsario que le habían traido preso, por qué causa él hubiese tenido atrevimiento de robar y andar molestando el mar. El cual corsario con gran constancia le respondió: —Yo, señor, lo hago por mi provecho. Como lo haces tú, señor, ansimismo. Mas yo porque solo lo hago con una galera, solo, soy lla-
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mado corsario, y tú, porque lo haces con toda una armada, te llaman rey. De esta audace y animosa respuesta se contentó tanto Alejandro que luego le hizo libre, y le hizo merced de otras diez galeras, que anduviese en su servicio.Y lo hizo y sirvió muy lealmente.
(1192) 30. Cuéntase que Alejandro habiendo vencido a Darío en la batalla de los Campos Calderanos, los plasancenos tenían su ciudad c e rca y habían favo recido la parte de Darío, lo cual, sabido por Alejandro, iba con grandísima voluntad de hacer un castigo grande en ellos, mas Anasamene sabida la determinación de Alejandro, y confiando en su amistad, salió tres millas adelante para remediar la destruición de su ciudad, si podía. Alejandro, entendido a lo que venía y por cual ocasión, se volvió al ejército y juró por todos sus dioses que haría todo en contrario de lo que Anasamene le pediría, porque estaba indignadísimo contra aquella ciudad. Como llegase Anasamene, y fuese advertido del juramento de Alejandro, con la cara alegrísima se fue para Alejandro y le saludó humilmente, el cual de Alejandro fue recebido benignísimamente, y casi estaba arrepentido del juramento que había hecho, viéndose delante de su caro amigo, al cual preguntó qué nuevas traía y qué venía a hacer. Él dijo: —Vengo, invictísimo rey, a suplicar a tu majestad que hagas arruinar y destruir Lansaco, mi ciudad, hasta los fundamentos y saquéala toda y no tengas respeto a cosa ninguna, ni al templo, ni a las personas, hombres ni mujeres, ni tengas respecto a niños ni viejos, ni edad ninguna, ni sesu femenino ni masculino, metiéndolo todo a fuego y sangre. Alejandro, conocida la prudenctia de Anasamene y holgándose de tal engaño de palabras, perdonó humanísimamente aquella ciudad y la puso so su amparo y guardia.
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CAPÍTULO DÉCIMO NONO EN EL CUAL SIGUEN LOS CUENTOS, EJEMPLOS Y BURLAS Y DICHOS Y SENTENCIAS
(1193) 31. Los cónsules de Florencia habían de hacer una estatua, y para ello llamaron ante sí un tal Donatello, famosísimo y excelente escultor y pintor, el cual pidió por la hechura cincuenta escudos. Los cónsules cargados de avaritia se enojaron y con ira le mandaron se fuese a su casa, y ellos dieron a hacer la estatua a otro su émulo del arte, mancebo honestamente plático. Éste lo mejor que supo la hizo. Después, venido el tiempo de llevalla le pre g u n t a ron que cuanto quería por la hechura, demandó ochenta escudos. Maravillándose los cónsules dijeron que Donattello, que era el mejor escultor que se sabía en Italia, no había demandado más de cincuenta por hacella. El pintor estuvo firme en que quería ochenta y no menos. No se pudiendo concertar y tampoco dalles la estatua, fue menester que se remitiese al juicio del primero: Donattello. El cual oídas las partes, condenó a los cónsules que pagasen al pintor sesenta escudos. Alterándose mucho los cónsules de tal sentencia le dijeron: —¿Vos no tenéis en memoria que os contentábades con cincuenta de la hechura? El Donattello con mucha risa les dijo: —Es verdad que yo me contentaba con cincuenta, y me podía bien contentar, porque habría hecho esta estatua en un mes, por la plática que tengo. Pues este pobre hombre habrá estado más de cuatro por ser la primera que ha hecho, y en hacer estatuas puede ser mi dicípulo. Aquí con una piedra mató dos pájaros, trató a los cónsulles de avaros por habelle a él dejado por otro, y a su enemigo le trató de hombre de poca suficientia, y a sí mismo atribuyó la virtud y la loa.
(1194) 32. La reina Semíramis de Babilonia, la cual con falsas lisonjas trujo a su marido, el rey Nino, a que consintiese que ella tuviese el cetro y mandato un día; y esto nació de un deseo ambicioso y lujurioso, como se pareció, porque llegado el día de su mando lo primero que ordenó fue que matasen al rey Nino, su marido. Lo se-
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gundo que su hijo Nino, del mismo nombre, no reinase hasta tanto que ella muriese. La muerte del marido fue luego ejecutada y al hijo le metió en un castillo. Era de edad de 17 años y tan lindo que la madre por podelle gozar libremente usó la crueldad con el marido; y siendo como era, ya apoderada del reino, lo tiranizó y tuvo el dominio mucho tiempo, durante el cual procuró atraer al hijo para que con ella tuviese ayuntamiento. Mas el hijo, conocida la ambición de la madre y el desenfrenado apetito de lujuria, la engañó y dijo que dormiría con ella para haber heredero. Y ella, ciega de su vicio la noche que había de dormir con su hijo libidinosamente se compuso y lavó odoríferamente y en camisa le fue a buscar. El cual, ya preparado para hacer venganza de la ofensa que su madre quería hacer a los dioses, y juntamente la muerte del padre, había hecho hacer una chapa de oro, cuadrada, pequeña, y en ella puesto cinco puntas de acero muy bien templadas, de un palmo la una, las cuales ceñidas en el pecho y encima una ropa de telilla de oro, esperó a su madre, la cual, con el deseo de cumplir su voluntad, no echó de ver su propio pecado habella traído a la fin de sus días, porque, no pudiendo tener sufrimiento, corrió a abrazar al hijo, y él la acetó en sus brazos, y la apretó de manera que le traspasó el ambicioso y encendido en lujuria corazón, y así en sus propios brazos del hijo quedó muerta, por manera que semejantes fines hacen los que se dejan vencer del vicio desenfrenado.
(1195) 33. Habiendo un caballero ciego de un ojo pedido por mujer una moza hijadalgo y pobre, en fin la hubo, y casado con ella, la noche primera teniéndose venturosísimo de haber alcanzádola porque era hermosísima, graciosa y discreta, teniendo por cosa cierta que ella fuese virgen, llegó a coger el fruto de su matrimono, y halló que el postigo estaba hecho puerta principal, por lo cual se comenzó a quejar della ásperamente y a reprendella diciendo que cómo le había engañado, que él pensaba que estuviese entera. Ella, algo desdeñada, le dijo: —¿Por qué me quieres tú a mí entera pues no lo eres, que a ti te falta un ojo? El esposo respondió airadamente: —Al menos, si yo perdí un ojo, fue causa de que me lo han causado las heridas de mis enemigos.
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Y ella respondió: —A mí me lo han causado las dulces heridas de mis amigos, y así no tenéis de qué quejaros, pues me habéis buscado vos a mí, y no yo a vos.
(1196) 34. Dicen que en la ciudad de París un abogado excelente, el cual habiendo tomado a defender un hombre de mala vida y cuando se halló delante el juez, el fiscal pronunció y dijo que aquel tal fuese puesto en la horca, porque lo merecía. Entonces este abogado dijo: —Señor fiscal, ¿no os contentaréis que yo defienda a este hombre de bien? —Yo me contento —dijo el fiscal. Entonces el abogado se volvió al juez y dijo: —Señor, notad bien que este hombre ha de ser libre de la horca porque el propio fiscal, que le ha acusado y que demanda sea quitada la vida a este hombre, ha consentido y dicho que yo le defienda como a hombre de bien, y vos señor juez sabéis que uno que es hombre de bien no ha de ser puesto en la horca. Consintió el juez a la opositión del abogado y se contentó el fiscal de conmutar la sentencia. Por qué se dijo quien todo lo quiere, todo lo pierde.
(1197) 35. Dicen que un cierto amigo de tener dineros se halló con cierta cantidad de ellos y se fue a un bosque, que allí secretamente los enterró no dando parte de ello a nadie sino a un su compadre, de quien todos sus secretos confiaba. De allí a algunos días fue a visitallos y no los halló porque se los habían hurtado, y estuvo pensando quién podría habellos hallado. Al fin consideró que nadie sabía su secreto sino el compadre, y pensó cómo engañallo, y así se hizo encontradizo con él y le dijo: —Compadre, como siempre me he fiado de vos os quiero descubrir un secreto. Habéis de saber que mis cosas van de bien en mejor. Mañana quiero poner otros quinientos ducados, con los del otro día serían mil y docientos. Si antes que los sotierre habéis menester algo avísame que os lo daré.Y pensad lo que queréis hasta mañana. El compadre le agradeció y pensando de cogelle los otros, pensó sería bien ponelle los que había hurtado, y así lo hizo.
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De allí a dos días el dueño tornó y halló su dinero, y lo tomó y se fue alegremente a su casa diciendo: —¡Oh!, compadre, guarda. Y así quedó el proverbio.
CAPÍTULO TREINTA Y TRES. EN EL CUAL SE CUENTA UN CASO MARAVILLOSO QUE SUCEDIÓ EN LA CIUDAD DE LODI EL AÑO DE [MIL QUINIENTOS] TREINTA Y NUEVE
(1198) 36. En el año de la Encarnación de Nuestro Señor de mil y quinientos treinta y nueve sucedió un caso digno de ser manifiesto, ansí para quitar la vanagloria mundana como para acrecentar la devoctión. En la ciudad de Lodi, en el estado de Milán, estaba casada una señora cuyo nombre era Laburgaza, casada con un gentil hombre llamado Modignano, de su apellido. Este caballero era devoto de la Santísima […] Virgen María. Su mujer estaba preñada y era tan profana que se sentaba a la puerta de su casa para curiosamente juzgar lo que veía en la calle. Acaso, como es costumbre, llegó a ella una pobre mujer montañina, de muchas que acuden en aquel estado, y llevaba en los brazos dos niños recién nacidos de un solo parto que ella había parido.Y como dijese: —Señora, dadme limosna para ayudar a criar estas dos criaturas de un parto. Esta señora, como si hubiera dicho una herejía, no se escandalizara más.Y con palabras ásperas le dijo que no era posible que ella hubiese guardado lealtad a su marido sino que había adulterado, pues había parido más de un niño. A las cuales palabras la pobreta respondió que se levantaba falso testimonio y que ella veía que estaba preñada, que Dios la podría castigar por ello. Mas la señora, con más alteración y palabras injuriosas, la lanzó de sí. Ida esta pobreta, de allí a pocos días le vino la hora del parto a la señora y parió siete hijos varones. Tomó tanta pesadumbre que sin considerar el daño que hacía en perder seis ánimas redimidas por la sangre preciosa de Cristo Nuestro Señor, mandó a una criada suya
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que llevase de los siete los seis a echallos en un río caudaloso y nombrado, que pasa por junto a la dicha ciudad, que se llama Ada. Pero la divigna Majestad, que no quiso permitir tan inorme crueldad, ordenó que el marido venía a caballo de la campaña y como vio la criada suya caminar a la banda del río con una cesta en la cabeza la llamó. Mas la criada turbada fue a él y llegando le interrogó dónde iba y ella le dijo que su mujer había parido un niño y ella llevaba a lavar ciertos paños. Mirando el caballero a la cesta vio que se movían dentro la cubierta de los niños por lo cual le replicó: —Dime la verdad, ¿qué llevas ahí que se menea? Muestra la moza alterada, descubrió, y el buen padre vio seis hijos que le querían ahogar. Preguntó la causa y la moza contó todo el caso y lo de la pobreta montañina y todo. El caballero, sagaz, le dijo a la moza que callase, que dijese habellos echado en el río, y llevolos a una comadre que les diese amas a todos.Y así se criaban. Él, porque la moza no se partiese, le comenzó a hacer buenas obras y a dalle cosas sin que le tocaba del salario. Y fuese a su casa y entrando luego le dijeron: —La señora ha parido un niño. Y él le besó y mostró alegrarse disimulando el engaño hasta que los niños eran de igual vestidura adornados y de edad de cuatro años. Un día de Sant Basan que es la advocactión de aquella ciudad, convidó al padre y madre y hermanos y parientes cercanos de su mujer a comer consigo.Y habiendo comido con gran regocijo mandó llevar el niño fuera, a un aposento donde había hecho dar de comer a los otros seis con sus amas.Y luego los hizo venir en su presencia y dijo a los parientes de su mujer: —Señores, ¿qué pena merecería una mujer que pare siete hijos y manda anegar los seis? Todos respondieron: —Ser quemada en su horno. —Luego haced vosotros justicia de vuestra hija. Y contó el caso, de que todos quedaron llenos de admiración. Y él la perdonó, y tomó sus siete hijos en su casa. Cuando llegaron a siete años llevándoles a la escuela sucedió que uno de ellos fue a una cabina a purgar el cuerpo y cayose dentro sin ser visto. Cuando se iba a lo hondo topó con la punta del pie en una
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piedra o ladrillo y allí, solamente teniendo los dedos del pie en ella se sostuvo espacio de tres días. Y el padre le encomendó a Nuestra Señora devotamente. No sabiendo nueva dél, a cabo de tres días dio voces, fue sentido y le sacaron y dijo que una mujer le traía de comer y le ayudaba a sostenerse y que le decía que fuese casto. Quedó este niño, en memoria del milagro, cojo del pie, llámase el zopo Modignano.
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO DE LOS CASOS SUCEDIDOS EN LA CIUDAD DE LUCA, EN LA TOSCANA, MILAGROSOS
(1199) 37. Un jugador, habiendo perdido todo su dinero, comenzó a jugar la espada, y se la ganaron; luego la capa, también la perdió, perdió el jubón, el capello, los calzones, las calcetas y zapatos, y luego jugó la camisa.Y jugaba con otros bellacos, malos cristianos, los cuales le quitaron todo cuanto tenía y después burlaban dél viéndole desnudo. Este malaventurado se vio tan desesperado que se entró en el monasterio de Sant Agustín, donde en una capilla de Nuestra Señora entró con una piedra en la mano de guijarro, y volviéndose contra la imagen, que era hecha de bulto, le tiró la piedra, y la Virgen, que tenía el Niño Jesú en un brazo le volvió al otro milagrosamente. Y en el lugar donde dio la piedra comenzó a salir sangre viva, y el malvado pecador, estando así desnudo, un fraile que estaba en el coro vio como la tierra se abrió y le tragó dentro, el cual fraile fue y dio cuenta al prior del monesterio y fueron a ver el milagro y se a divulgado por toda Italia, para espanto de los malos y ejemplo de los buenos. Recogiose la sangre santísima y se tiene por reliquia en el monasterio, y ha quedado la boca delante del altar abierta donde fue profundado. Adviertan los jugadores y blasfemos y guárdense de la ira divina no les alcance.
(1200) 38. El otro caso fue, que estando jugando a la pelota, que ellos llaman a la valla, junto a la iglesia de la bienaventurada Sancta Julia, uno perdió todo lo que tenía y con ira rabiosa tomó otra pie-
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dra y fuese dentro la iglesia donde en medio de ella está un crucifijo de bulto, devotísimo. Y este bellaco le tiró la piedra y le dio en la cara, debajo el ojo y salió luego gran sangre caliente que ahumaba como si saliera de un cuerpo humano, y si bien Cristo fue servido de sufrir tal injuria y afrenta, para mayor milagro no por eso quiso dejar de darle el castigo de tal atrevimiento porque se abrió un pilar de la iglesia y metió dentro este pecador y se tornó a cerrar. Cayó la sangre obre la fuente o pila hecha de mármol, donde está el agua bendita, y así es visto el milagro de todos, y está fresca siempre la herida y la sangre, y la piedra propia, manchada de la sangre está colgada del pie del Santo Crucifijo para mayor admiración, y están todos dos milagros escritos en carta pecurina, para ser leídos y vistos de todos cuantos entraran en la iglesia.
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE DONDE SE CUENTAN ALGUNOS CASOS Y ASIMISMO DICHOS NOTABLES Y PROVERBIOS
(1201) 39.Viniendo nuevas en Atenas, aunque fueron falsas, de haber ganado los de aquella ciudad cierta vitoria que era en su provecho, Stratocle, ciudadano grave y honrado, las dijo al pueblo y con prontas palabras los incitó para que hiciesen fiesta y alegría. Venidas después las nuevas verdaderas en contrario, como el ejército suyo había sido roto y vencido, los de la plebe comenzaron con furia, teniéndose burlados, se quejaban de Stratocle y decían con voz ser digno de la muerte. Mas él viendo sus amenazas se puso en medio de todos ellos y, sin mostrar temor, sino ánimo valeroso, dijo al pueblo: —¿De qué os quejáis? ¿De mí? Ingratos. ¿Qué malas obras habéis recebido de mí? ¡Oh! ¿Qué mal me atribuís o cuál delito he yo cometido? Sino mostrar el contento que debía de la buena nueva y haceros que estuviésedes contentos vosotros. Fueron dichas con tanto afecto estas palabras que el pueblo se aquietó.
(1202) 40. Fue en tiempo de Justiniano, emperador, el tan nombrado y valeroso capitán Bellisario que fue el que venció los vánda-
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los y triunfó de los persas, y libró muchas veces a Italia del poder de los bárbaros. Al cual por envidia de su valor tomó el propio emperador sospecha, porque tantas prosperidades le venían y tan dichoso fin daba en sus cosas, por lo cual en lugar de pagalle con junto premio sus virtudes le mandó sacar los ojos, y le quitó todo cuanto tenía, en tal forma que el buen Bellisario fue menester hacer una campana y ella pedir por amor de Dios, en una de las más frecuentes calles de Roma y decía estas palabras: —Dad una limosna al pobre Bellisario, por amor de Dios. Este hombre que con su virtud se hizo claro y estimado, y por la envidia de otros es ciego y ha venido a tan gran miseria; y a esta causa dijo el Petrarca sendos versos italianos: Non comincia fortuna may pero poco cuando che un mortal piglia a sarno e fuoco.
(1203) 41. Gratiosa respuesta de una mujer púdica a su marido. Bernardín de Rezo estaba casado con una mujer discreta y agudísima. Sucedió que un día se sentó a la puerta de su casa como es costumbre sin tener el pensamiento en lo que hacía. Acaso abrió las piernas un poco más de lo ordinario. Acaso pasó su marido, y como la vido, porque ella era rediculosa y placentera, por hacelle decir algo, le envió un amigo a decir que cerrase la botica, porque era día de fiesta y le llevarían la pena. A la cual razón dicha por el amigo de su marido prontamente respondió: —Andá, noramala, decid de que él pagará, pues tiene la llave y no la cierra.
42. El águila hizo juntar todas las otras aves y siendo juntas dijo: —Yo soy la más linda ave de todas. Cada una de las demás consintieron. Más el pavón, no pudiendo sufrir tal cosa, respondió: —No eres tú más hermosa de pluma, más seráslo de pico y uñas, por miedo de lo cual nosotras todas no osamos contradecirte.
(1204) 43. Decía el rey Alfonso de Aragón, de Nápoles, tan nombrado, que Júpiter y Netuno y Plutón hicieron tres partes de las co-
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sas del mundo y su imperio y del cielo. A Júpiter tocó el cielo. A Netuno el agua y a Plutón la tierra. Contentáronse entre ellos, cada cual con su porción o parte, y el uno no procuraba ocupar la juridición del otro. Mas ¿cómo puede ser que tan gran maravilla y mayor vergüenza que sea tal la sed de los hombres, hermanos, que teniendo un tal ejemplo de los dioses y conociendo que al fin son mortales no se contentan con su parte, mas con grandes industrias y diligencias por ocupar los bienes ajenos pongan el mundo en eterna discordia hasta echallos del mundo?
(1205) 44. Dicho de sabio es que no se puede llamar uno felice sino acaba la vida con felicidad. Llegó un caballero con palabras de mucha admiración ante Agesilao, rey. Y comenzole a encarecer la felicidad de Creso, rey de Persia, porque siendo tan mozo le sucedían las cosas con tanta prosperidad. Al cual Agesilao respondió: —Tanbién el rey Príamo de Troya fue felicísimo de mozo. Dando a entender que la felicidad consiste en la muerte felice, cosa que no lo fue la muerte de Creso, ni menos de Príamo como cuentan las historias.
(1206) 45. Parcere subjetis et debellare superbos. Este es el modo del buen capitán: audactia contra rebeldes y clemencia contra rendidos. Y así lo decía Agesilao, y cuando iba a la guerra no pedía jamás el paso a los príncipes por donde pasaba, sino solo hacía esto: inviaba delante sus enbajadores a los potentados a decilles que si querían que pasase como amigo o como enemigo.Y era tan presto en el viaje que cuando pensaban que estaba lejos, cuatro o cinco jornadas ya estaba con ellos, y así no teniendo tiempo de repararse para defendelle el paso se inclinaban a recebir y acompañar por sus estados como amigo y le daban vituallas. Sucediole una vez que los pueblos troadenses le inviaron a decir que si quería pasar por su tierra les inviase cien talentos de plata y les diese cien mujeres, como hizo el rey Jerjes cuando pasó por su tierra. A los cuales burlando de ellos les invió a decir que por qué no venían a tomar la plata y mujeres. Y comenzó a caminar, y ellos ha-
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biéndose puesto en arma, él de noche les tomó un paso para él peligroso, y el día siguiente dio sobre ellos y los rompió y puso en huída, y pasó por ellos.
(1207) 46. Sin otro daño también otra vez invió a decir al rey de Macedonia que le diese paso como amigo o como enemigo por su tierra. Respondió el rey que tomaría su consejo. Mas Agesilao dijo: —Tiene razón de aconsejarse despacio y yo la tengo de pasar aprisa. Y así mandó caminar con buena orden su gente.Y fue tan presto a hallarse con él que aquel príncipe vista tal audactia tuvo por bien de dalle el paso y bastimentos para su ejército como amigo y así pasó.
(1208) 47. Dícese, en la vida de este rey Agesilao, que amaba tanto a sus hijos que jugaba con ellos como niño y cabalgaba encima una caña y comía con ellos. Acaso vio que un privado suyo le había visto jugar, y salió a él, y rogole que no dijese nada a persona hasta tanto que se casase y tuviese hijos.
(1209) 48. Humanísima reprehensión contra un maldiciente: cuento de gusto. Había un maldiciente en Lacedemonia el cual no perdonaba a nadie. Un día dijo mucho bien de un ciudadano llamado Alejandro; y fuele dicho al mismo Alejandro como Plistonace, que así tenía nombre el maldiciente, decía bien dél. A esto con mucha severidad, pareciéndole caso imposible en un hombre tan malo, le invió a decir que mirase lo que hacía porque no era muerto. Fue tanto el enojo que tomó el maldiciente que un día, en una plaza, comenzó a injuriarlo con malas palabras y afrentosas. A las cuales, sin alterarse, le decía riyendo: —Di cuanto te place. Continúa tu oficio y no te canses. Mira que te lo mando porque con eso te aliviarás algún tanto de la maldad y malictia de que estás lleno. Fue esta reprehensión de tal importanctia que jamás le oyeron más decir mal de ninguno, y en particular decía mucho bien de Alejandro.
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(1210) 49. Dicen que la raposa la primera vuelta que vio al león tomó grandísimo espanto, y estuvo para morir del miedo. Otra vez fue llamada a su presentia y fue con grandísimo temor, mas no tanto como la primera vez. La tercera que le vio ya perdía el miedo y se hacía más afable. Mas a la cuarta ya no le estimaba, antes conversaba y hablaba y trataba con él.
(1211) 50. Una señora, llamada Camilla de Arnolfini, mujer de grandísimo ánimo y calidad y de ejemplar vida y honestísima y buena, oyó tratar de una mujer y hablar de cómo era buena compañera y daba lo suyo por amor de Dios de puro bien acondicionada, y todos decían sus casos generosos y cómo era liberal de su cuerpo y generosa. Otros caballeros, que también estaban en la conversación, la loaban y ensalzaban por virtuosísima y de gran valor por sus méritos, digna de grande premio, los cuales, juntamente con las señoras, acudieron a la señora Camilla para que ella nombrase el más justo galardón que merecía. Respondió prontamente: —Mujer de tal calidad, para que de ella hubiese memoria y ser eternizada, la habían de quemar y guardar la ceniza de su cuerpo por memoria eterna. Esta mesma señora. Le preguntaron qué propiedad podía tener un caballero, que le nombraron, que era grande de cuerpo y liviano y profano, tanto que le tenían por falto de entendimiento. Ella dijo: —No es de maravillar, si tiene tal calidad, porque las cosas grandes del medio arriba suelen estar vacías y no se habitan, y a ese caballero le podría acontecer como a Leontichida de Lacedemonia que era apropiado al camaleón, porque fácilmente mudaba de voluntad y opinion, y el hombre no lo ha de hacer si no según el tiempo y la ocasión, y no por inconstancia y ligereza de entendimiento.
(1212) 51. Un hombre del buen tiempo trató de casar una su hija con un mancebo su vecino, el cual viniendo a tentar de hacelle acaricias ella se guardaba hasta ser concluso el matrimonio.Venidos al último concierto el padre de ella con testigos, el buen mancebo dijo:
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—Señor, yo no la quiero, porque está para mí muy dura y no me ha querido ni aun tocar la mano. A esto respondió el padre muy airado: —Anda, vete noramala, no le levantes falso testimonio, que es más blanda que tú no piensas, y si no, pregunta al sacristán de la igreja que ha tenido tres hijos en ella. Y con esta rústica simplicidad se concertó el matrimonio y se hizo luego.
(1213) 52. Un Rainer, físico, se quejaba de su mujer porque le había hecho gastar muchos ducados en un vestido. Y comenzó a decille: —A la fe, Martina —que así era el nombre de ella—, si hacemos la cuenta de las veces que hemos usado el matrimonio, no lo he hecho vez ninguna que no me cueste más de un ducado de oro. Ella, con pronta respuesta le dijo: —Por cierto, Rainer, vos tenéis la culpa, pues que no lo hacéis tantas veces y tan a menudo que no os saliese a cuatrín o maravedí de España.
(1214) 53. Un doctor, ya de edad de sesenta años, se casó con una dama de quince, y, concluso el matrimonio, la noche de la boda la señora no se quiso acostar, y él anduvo un rato jugando hasta que la desnudó, y como ella no era usada a verse delante de hombres desnuda, se comenzó a esconder, tanto que el buen doctor cansado se fue a la cama y se durmió. Era por el mes de diciembre y como se resfrió la señora comenzó a reír y decir: —Señor dotor, ¿mas que no me halla? Él le respondió: —¿Mas que no la busco? Ella tornó a replicar: —Pues a fe, que no me halle. Él, considerando que era la primera noche y que no se había de mostrar desmotivado, a la fin la buscó y la llevó al lecho y queriendo correr lanza ella se mostró un poco rebrosa y algo áspera, aunque él con el tocalla la tenía ya a caballaje. Mas aflojose la ballesta porque había estado un rato armada. Y él le dijo:
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—Señora, que tiene sueño. Ella, sonriendo le dijo: —A mí me duele la cabeza. Y él que ya había desarmado, con aquella ocasión la dejó y volviose del revés. Mas la buena señora, aunque se astenía al principio, por su honestidad, todavía con el tocalla, el tacto fue causa de despertalle el apetito, y como el marido se tardaba de tornar a armar la ballesta, por causa que a las ballestas duras se suelen armar con gafas [...]. Ella impaciente y con la comezón, le dijo: —Señor, tres veces. Hasta que le despertó y él dijo: —¿Qué manda? Ella dijo: —Ya no me duele la cabeza. Él le respondió: —A ella no le duele la cabeza y a mí me duele la cola, tómela en la mano y enderece este virote si quiere que tire, que es muy melindrosa. Ella, algo turbada, aunque con un poco de asco, corrió su carrera y decíale a su marido después que tomó la primera lección: —Señor, si se durmiere déjeme ahí el puntero a mano, que yo lo tomaré y asi quedó maestra, y sin más lecciones y respeto.
(1215) 54. Un hombre natural de Roma se fue y estuvo ausente quince años, al cabo de ellos volvió a su patria y en todas las congregationes donde se hallaba y corros que se hacían con su tornada, él se loaba tanto de cosas que había hecho, y con tanta vanagloria decía haber hecho cosas más que posibles, y pruebas de su persona. Y entre otras un día en un convercio de gente dijo que en la isla de Rodas había gastado el precio y honor y palma de la victoria con gran ventaja de todos los de la isla en un salto estupendo y grande, y ofreció de dar testigos de lo que decía. Uno de los circunstantes, no pudiendo sufrir su vanagloria y vanidad, y que lo que decía era tratar de lo imposible, para hacelle callar le dijo: —De qué sirve buscar testigos, sino que para mayor vituperio o crédito de vuestra jactanctia hagáis otro salto semejante a ese que de-
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cís, y confirmaréis vuestro negotio; y si no de todo lo que dijéredes traed una fe auténtica de notario para ser creído, o callá.
(1216) 55. Dicen que el rey Agesilao de quien hemos hecho, por sus virtudes y valor, muchas veces mención, era no menos pronto en el decir que virtuoso y de gran valor en sus obras. Dicen dél que los de la ciudad de Thasis le cobraron tan gran temor, que para hacérsele grato hacían sacrificios divinos en los templos, lo cual, venido a sus orejas, no estimando tal vanagloria, le invió a decir que viniesen, fuera de la ciudad, doce, los más principales y los sacerdotes, los cuales, como lo mandó fue obedecido, porque venía con grandísimo ejército y él les dijo: —Venir acá, señores. ¿Vosotros tenéis autoridad de hacer los hombres, dioses? Y ellos respondieron que sí. Entonces, él, no pudiendo sufrir tal profanidad, riendo les dijo: —Pues haced que os vea yo a vosotros primero, y después me haréis a mí. Y volviéndoles las espaldas se fue de su presencia, luego.
(1217) 56. En el reino de Nápoles, reinando Alfonso de Aragón, un caballero era tan glotón y goloso que había comídose gran renta y patrimonio y demás de esto enpeñó su palabra en gran cantidad. Los acreedores fueron a quejarse al rey, el cual le mandó prender, y queriéndole sentenciar llegaron unos caballeros a suplicarle que no padeciese su cuerpo, sino que le librase. El sabio rey, respondió: —Mirá, si este hombre hubiera allegado o aquistado tanta hacienda en utilidad de su rey o de la república, o para sí, honestamente hubiese perdido en defensa de su patria o por remediar algunos amigos o pobres o en otros beneficios su sustantia, vosotros pedís razón. Mas habiendo gastado y desipado su hacienda y la de otros en solo dar placeres al cuerpo viciosamente, es muy justo que el cuerpo lo padezca. Y así le condenó en que hasta pagar sus deudores comiese por tasa y estuviese en un camuzón preso.
(1218) 57. Dicen que la raposa entró en un lugar donde una gallina estaba cobando sobre los güevos, pero estaba en un lugar alto, de
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manera que no la podía alcanzar, y así la astuta raposa la comenzó a lisonjear y a preguntalle si quería alguna cosa, que lo dijese y bajase abajo. La gallina se lo agradeció. Tornó a preguntalle cómo se hallaba y cómo estaba. A la cual respondió la gallina: —Yo estoy mala, mas estaré buena como vos, comadre, os partáis de mi presencia.
(1219) 58. Se cuenta de Cambise, rey severísimo, que a uno de los mayores amigos suyos hizo desollar porque juzgaba y daba sentenctia a favor de quien más le daba y no del que tenía más razón. Y de el pellejo de este juez cubrió la silla judicial.Y llamó un hijo que tenía y le hizo sentar en ella, y le hizo juez, como su padre.
(1220) 59. De este mismo rey se lee que hizo poner escrito con letras de oro en un dosel, donde se sentaba a juzgar y dar audientia, estos versos: El rey con gran rigor debe observar las leyes, y que no se rompa alguna, porque si se comienzan a doblar, razón, ni honestidad habrá ninguna.
(1221) 60. Decía el valeroso capitán Alcibíades, ateniense, que en los casos peligrosos y capitales se ha de guardar el hombre y no fiarse de nadie, ni ponerse en poder de sus enemigos.Y así a él, viniéndose huido de Atenas a Zaragoza de Sicilia, fue llamado de su ciudad para que se presentase y purgase de una sentenctia, que le habían dado con pena capital por acusación de ciertos sus enemigos falsa. Mas no quiso ir ni parecer. Diciéndole algunos amigos suyos que confiase, que el pueblo le quería bien y que por sus hazañas le tenían obligación, tanto amor que le defenderían. Él respondió: —En el ínter que se sabe la verdad yo he de estar en continuo peligro, y no me fío de mi madre propia, porque podría ser tomasen lo negro por blanco, y yo no pudiese probar la verdad. Más vale vivir lejos que fiarme de mis patricios.
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(1222) 61. A Dionisio, tirano de Sicilia, le vinieron a dar queja de su hijo, diciendo que había forzada una doncella. Mandole llamar y airadamente le reprehendió y dijo: —¿Has tú oído que tu padre haya usado semejante violencia? Respondió el hijo: —Señor, vos no tuvistes padre rey, como yo. Respondió Dionisio: —Pues tampoco yo tendré hijo que sea rey con violencias. Y así le mandó matar secretamente. Hecho fue este no de rey tirano, sino de príncipe justísimo, y así lo debrían hacer los príncipes cristianos como él, siendo gentil.
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