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Spanish Pages [163] Year 1986
rector
Steve Stein es di de estudios de
post grado en Historia en la Universidad de Miami. Ph. D. de Stanford University, Stein viene estu
diando la realidad perua na desde 1979. Autor de
más de 10 artículos y dos libros
sobre
la
historia
del Perú, ha publicado lo que es considerado el
estudio más completo so bre los orígenes de APRA y el Sanchescerrismo. Sus
principales publicaciones
incluyen: Guía bibliográ fica para el estudio de la
historia social y política del Perú y Populism in Perú: the Emergencie of the Masses and the Poli-
tics
of Social Control.
Actualmente Stein está preparando un libro so
bre el impacto de la ac tual crisis en los secto
res populares y medios en que enfoca especial mente
las
variadas
res
puestas a ésta: La crisis y la polarización social
en el Perú: análisis y tes
timonio, que será publi cado próximamente por Ediciones El Virrey,com bina una investigación exhaustiva
de
la infor
mación más reciente so
bre el fenómeno con una extensa serie de testimo
nios directos de los más afectados. También está
Este libro
LIMA OBRERA 1900-1930, T. I de Steve Stein se terminó
de imprimir en Marzo de 1986
por Servicios Editoriales Adolfo Arteta — Cajamarca 239-C Barranco
en preparación otro tra bajo sobre la clase obrera
y política en el Perú. En los
últimos años
Steve
Stein se ha dedicado a la reconstrucción de la his toria social de Lima en
el siglo XX. La presente serie
de
"Lima
Obrera
1900-1930" que consta de tres tomos, está com puesta por sus primeras publicaciones en esta lí nea junto con los traba jos de los miembros del equipo que él formó en 1981 para estudiar los
cambios sociales y polí ticos en la capital, a co mienzos del siglo. Este primer
tomo
contiene
también un trabajo ela borado en conjunto con
José
Deústua y Susan
Stokes.
Diseño
de
la
José Alcalde M.
portada
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w.
ediciones
*£3cELcVIR8gcY
Colección
:
Historia Social y Cultura Popular en América Latina
Serie
Lima Obrera: 1900 - 1930
Director
. :
Steve Stein
PRIMERA EDICIÓN
FEBRERO, 1986 ©
Steve Stein
©
De esta edición Ediciones EL VIRREY
Miguel Dasso 141 Lima 27 - Perú, Telf. 400607
Impresión : Servicios Editoriales Adolfo Arteta IMPRESO EN EL PERÚ
PREFACIO
Esta obra está basada en una investigación que comencé en agosto de 1981 y cuya primera etapa terminó en julio de 1982. El contenido de estos tres tomos corresponde a esa primera etapa de un estudio que se seguirá haciendo a largo plazo. En términos de trabajo histórico y de relaciones humanas, mi año en Lima fue uno de los tiempos más ricos de mi vida. Fue la ayuda de muchas y va rias instituciones en Lima que hicieron que esta experiencia fuera tan grata y tan fructífera.
Cuando pienso en estos tiempos, pienso primero en la Uni versidad de Lima. Son las personas las que hacen a la Universidad y son algunas de ellas en especial que han hecho que mi estadía fuera tan provechosa. El Dr. Jorge Dubrovsky, Director de la Di rección Universitaria de Investigaciones Científicas, prestó un apo ialmente importante para el éxito del equipo de investi
Jorge Dubrovsky es un hombre de trabajo, de producción y de criterio. A la vez estimula y exige, y eso va llevando a resulta dos concretos. Es gracias a la ayuda infraestructural de la Direc ción Universitaria de Investigaciones Científicas que se ha podido elaborar los presentes tomos y ponerlos al alcance de los lectores peruanos. Merece una mención especial José Luis Huisa, quien ha venido cumpliendo un papel importantísimo desde la iniciación del proyecto. De su puesto en la Dirección, coordinaba el trabajo de más de veinte investigadores y facilitó enormemente el acceso a los varios mecanismos de apoyó dentro de la Universidad. Llevó a cabo él mismo una importante investigación sobre aspectos de mográficos de la Lima obrera que está publicada en el tomo tres de esta serie. José Luis personifica con entusiasmo sus conocimien tos tanto metodológicos como substantivos. También han cumplí-
do un papel fundamental en el proyecto Wilma Derpich y Cecilia Israel. Junto con José Luis Huisa han mantenido vivo el proyecto en los tres últimos años, prosiguiendo trabajos propios en la línea de Lima obrera. Además han constituido el punto de referencia y de aliento para las reuniones periódicas de investigadores que si guen expresando interés en estos temas.
En el curso de la investigación, Cristina Cóndor, Jorge Ocampo, Carlos Balbuena y Víctor Purilla nos auxiliaron en una variedad de aspectos.
También agradezco profundamente el constante aliento en la Universidad de dos de sus más destacados catedráticos, Dr. Desi derio Blanco y Dr. Fernando Silva Santisteban.
Merece una mención especial la Rectora de la Universidad
de Lima, Dra. Use WisotzkvSu interés, aliento y amistad hizo posi ble la conducción de la investigación a través de la Universidad.
Ella más que nadie facilitó mi incorporación a la Universidad y después me brindó un apoyo moral y material imprescindible para el desarrollo de mi labor.
Varios de los miembros del equipo de investigación tienen sus contribuciones publicadas en estos tomos. Además de ellos, personas que prestaron una colaboración muy valiosa fueron Alfre
do Tejada, Teresa Quiroz, Emilia Miaño, Eduardo Vargas, Julio Hevia, Richard Zimmerman y Sara Siff. El Arquitecto Juan Gunther, como ya lo había hecho du rante mi primera experiencia de investigación en el Perú hacia diez años, volvió a compartir sus enormes conocimientos sobre la histo ria de Lima.
También quiero agradecer la ayuda de los Dres. Carlos
Franco y Lucho Soberón y al Padre Hugo Bellido por su ayuda. Gran parte del trabajo de biblioteca fue llevado a cabo en la Biblioteca de la Municipalidad de Lima. El personal de la Biblio teca, en especial la Sra. Luzmila Tello de Medina, la Directora de la
División de Bibliotecas, nos recibió y auxilió con gran amabilidad y eficiencia. También quiero expresar mi agradecimiento especial
a Pedro Rostaing y a Eduardo Rada quienes facilitaron enorme mente la investigación sobre el fútbol.
Pude realizar mis investigaciones en Lima gracias a becas de la Comisión Fulbright y el Social Science Research Council, ade más de un año sabático de la State University of New York at Stony Brook. Agradezco al personal de la Comisión Fulbright de Lima, particularmente a su Directora, Dra. Marcia Paredes, por su apoyo moral tanto como material.
Esta obra se publica bajo mi entera responsabilidad y no refleja las opiniones de ninguna de estas instituciones.
Finalmente, quiero dar mis gracias muy especiales a mis suegros Alfonso Llosa y Aurelia León de Llosa por haberme dado grandes ánimos en ésta como en mi primera investigación en el
Perú. El poder compartir mis experiencias diarias con ellos signi ficó un gran estímulo. Mi esposa Pilar me asistió en todas las eta pas de esta investigación, desde la primera propuesta hasta la ver sión final. Ella fue y sigue siendo la mayor inspiración para mis es tudios peruanos. Y a mis hijos Mario y Alex, quienes me han acompañado en cuerpo y espíritu, dedico esta obra. Steve Stein
Coral Gables, Florida Junio de 1985
CAPITULO I LOS CONTORNOS DE LA LIMA OBRERA
11
La Lima de comienzos de siglo, aun hasta la época de la Primera Guerra Mundial, era todavía una serie de barrios algo inde pendientes, con sabor colonial.. Jal era la falta de integración de Lima como ciudad, que sus Habitantes se identificaban, más que como limeños, de acuerdo a su barrio o su calle; eran bajopontinos, o de Maravillas, o de la Calle de la Cruz. La desgregación de Lima se refleja en las experiencias cotidianas de las personas que vivían Abajo el Puente, por ejemplo, y que rara vez "subían" a Lima aunque hacerlo sólo significaba caminar una cuadra para cru zar el puente que conectaba el Rímac con el centro de la ciudad.
La vida giraba alrededor de la calle, el mercadito, la iglesia más próximos. Desde 1900, sin embargo, Lima había comenzado su trans
formación casi revolucionaria en una metrópolis moderna y ciu dad de masas. Había varias manifestaciones de este proceso. La multiplicación de calles nuevas y asfaltadas, los nuevos barrios co mo La Victoria, las nuevas casas para ricos y en menor escala para pobres, las nuevas plazas y edificios, todos combinaron para dar a la capital la imagen de una ciudad que cada día crecía en exten sión y en modernidad. Al mismo tiempo se notaba un importante crecimiento institucional. El gobierno, tanto a nivel nacional como
municipal, se ampliaba en funciones y en personal. Con esa amplia
ción vino una extensión de los servicios urbanos, luz eléctrica, agua y desagües a través del área metropolitana. Pequeñas industrias ¡ comenzaban a aparecer, sobre todo como respuesta a la demanda ;
local por bienes de consumo cuando hubo una disminución impor-; tante de las importaciones europeas durante la Primera Guerra 1 Mundial.
En términos humanos, el aspecto más importante de esta transformación fue el dramático crecimiento demográfico que ocu rrió entre 1900 y 1930. El número total de habitantes aumentó en
más de 125 por ciento de unos 165,000 en 1900 a 376,000 en 13
1931. Con respecto a las masas populares, el crecimiento fue mu cho más espectacular, alcanzando una cifra aproximada de 200 por ciento. Este crecimiento demográfico en general y especialmente
el de las masas populares fue producto, en su mayor parte, de la ola de migración provinciana sin precedente hacia la capital, sobre todo durante los años del oncenio de Leguía (1919-1930). Las no ticias de las novedades de una ciudad en proceso de modernización
llegaban al interior por el creciente número de carreteras construi das por el gobierno. Al mismo tiempo, la mayor inserción del Perú en el mercado mundial en estos años llevó a la consolidación y ex
pansión de las grandes haciendas a costa del campesinado. Inspira do por la visión de una vida mejor en Lima, hombres, mujeres y niños iniciaron ese movimiento masivo de población del campo ha cia la ciudad capital.
Fue en esta época que Lima se gestó como ciudad de ma sas. Los sectores populares se hicieron más y más visibles en el panorama urbano: trabajaban en los numerosos proyectos de cons trucción que ejemplificaban el crecimiento de la ciudad; llegaban a ser vendedores de todo, desde frutas en los mercados hasta huachitos de lotería frente a las numerosas iglesias de la ciudad; labo raban en las fábricas textiles, de cerveza y de jabón que habían
surgido como respuesta a la aumentada demanda del nuevo merca do de consumidores urbanos; vivían en crecientes números en los
callejones, en las casas de vecindad y en los antiguos solares colo niales que se iban subdividiendo para acomodar a esta nueva pobla ción; comenzaban a participar en la política, primero en las mani festaciones callejeras que precedieron a las elecciones y después como integrantes de los primeros partidos organizados con base popular.
El presente libro constituye una parte del extenso estudio sobre "Lima obrera, 1900-1930". El estudio intenta analizar a lar
go plazo las diversas facetas del proceso de masificación que expe rimentó la ciudad en esos años. Se pone especial énfasis en la re construcción de la vida cotidiana de los sectores populares urba
nos, concentrándose sobre todo en los aspectos menos formales, menos institucionalizados de esa vida. Ya tenemos algunos traba
jos pioneros sobre el proceso de sindicalización y la politización de estos sectores populares(l). Pero poco sabemos de sus experien(l)
14
Denis Sulmont, El movimiento obrero en el Perú: 1900-1956 (Lima, 1975); Sulmont, Historia del movimiento obrero peruano (1890-
cias diarias, sus valores, su cultura, su nivel de vida, sus relaciones sociales. Este libro y los dos tomos que le siguen constituyen sólo un primer paso para conocer esa realidad compleja. Mi preocupación por conocer lo popular de la ciudad na ció en mi primera investigación en el Perú (1969-71) sobre la in corporación política de las masas populares limeñas a los movi mientos "populistas", el Aprismo y el Sanchecerrismo(2). Al estu diar estos movimientos —su trayectoria, ideología, estilo de liderazgo, reclutamiento popular, etc.—, muy pronto me di cuenta que era necesario saber quiénes eran estos trabajadores que participa ban en las enormes manifestaciones por un Haya de la Torre o un
Sánchez Cerro; cómo vivían, y por qué apoyaban a un determi nado tipo de movimiento. Para esta última pregunta, tenía que saber algo de su "cultura política", o sea, su orientación objetiva y sobre todo subjetiva ai proceso político. A la vez, no se podía separar la cultura política de la cultura popular en general, es de cir, los valores y normas que regían a la vida popular. Y aún cono ciendo esta cultura popular, quedaba la cuestión de cómo se for maron estos valores, estas normas y no otros. Inicialmente no tuve el tiempo suficiente para desarrollar estos aspectos de mi trabajo. Llegué a Lima en agosto de 1981, a exactamente diez años del tér mino de mi primera investigación con el deseo explícito de seguir trabajando en esta línea.
¿Cómo abarcar un tema tan vasto como la reconstrucción de toda una sociedad? Antes de comenzar a trabajar, había deli neado las siguientes áreas de investigación: 1977); Peter Blanchard, The Origins of the Peruvian Labor Movement, 1883-1919 (Pittsburgh, 1982); James L. Payne, Labor and Politics in Perú (New Haven, 1965); Piedad Pareja Pflucker, Anarquis mo y sindicalismo en el Perú (Lima, 1978); Pareja Pflucker, Aprismo y sindicalismo en el Perú: 1943-1948 (Lima, 1980); César Lévano, La verdadera historia de la jornada de las ocho horas en el Perú (Li ma, 1967); Wilfredo Kapsoli Escudero, Luchas obreras en el Perú por la Jornada de las 8 horas (Lima, 1969) y David Chaplin, The Peruvian Industrial Labor Forcé (Princeton, 1967). A estas fuentes
secundarias, habría que añadir lo que es prácticamente una fuente primaria por los numerosos documentos, folletos y cartas que repro duce, Ricardo Martínez de la Torre, Apuntes para una interpreta ción marxista de historia social del Perú, 4 tomos (Lima, 1947). (2)
El libro que generó esta investigación es Populism in Perú: The Emergence of the Masses and the Politics of Social Control (Madison, 1980). 15
La composición étnica y social de los sectores populares. Aquí se intenta examinar en términos cuantitativos y cualitativos los diferentes grupos étnicos que componían las masas urbanas y los cambios en ellos a través de los treinta años del estudio. Como
parte de eso, hay que determinar los efectos demográficos y cul turales de la migración rural-urbana. En el caso específico de los
migrantes, se trata de descubrir la variedad de motivos por ir a la ciudad y los problemas de adaptación que habrían tenido a su lle
gada. Un área que este estudio enfoca y que ha suscitado poco in terés en trabajos anteriores es el impacto de la identidad étnica so bre las relaciones sociales. En otras palabras, se quiere determinar
el grado de conciencia étnica y de racismo existente en la Lima de la época y trazar su influencia, por un lado, sobre las relaciones en tre las masas populares y otros estratos sociales, y por otro, entre los grupos étnicos distintos que componían esas mismas masas. I La vida en el trabajo de los sectores populares. El panora
ma de empleos sufrió varias alteraciones durante el período, y hay que conocer estos cambios en relación a los tipos de oficios dispo nibles para los hombres, mujeres y niños de las masas urbanas. Existían además, diferencias entre las varias clases de trabajo popu lar con respecto a nivel de remuneraciones, estabilidad laboral, y status relativo. Dado estas distinciones, ¿cuándo, cómo y por qué se obtenía ciertos tipos de trabajo, con qué frecuencia se cambiaba de empleo, y por qué se cambiaba? Los integrantes de los sectores populares pasaban en muchos casos la mayor parte de su vida en el sitio de empleo, de ocho hasta dieciocho horas para algunos, y es
importante estudiar las condiciones de trabajo, incluso el ambiente del lugar donde se laboraba, los contactos con los jefes, gerentes o patrones, las relaciones con los otros trabajadores, y la participa ción en organizaciones sindicales o mutualistas. Las condiciones de vida de los sectores populares: la vivien
da y la cultura material. Las masas urbanas ocupaban varios tipos de vivienda durante el período que incluían callejones, casas de vecindad y casas subdivididas. Cada tipo presentaba diferentes características físicas y dentro de eso se nota variaciones substan ciales en la calidad de la vivienda manifiestas en términos de mate riales de construcción, espacio, densidad de población, luz, aire, y
salubridad. ¿Por qué se vivía en uno versus otro tipo de casa?
¿Con qué frecuencia se cambiaba de domicilio y por qué? Bajo cultura material se considera todo lo que es el interior del domici16
lio y las pertenencias del individuo y de la familia como muebles, ropa, etc.
La estructura de la familia popular. El estudio de la fami
lia incluye una variedad de elementos que son básicos para cono cer la vida de las masas urbanas. En primer lugar, ¿cómo estaba constituida esa familia? ¿Era más común vivir en una familia nu clear o extendida? Para evaluar la importancia y la estabilidad de la
familia popular hay que comparar la frecuencia de familias basadas en la institución del matrimonio con las que existían en torno al
arreglo menos formal de la convivencia, y al mismo tiempo el por
qué del predominio de una forma versus la otra. También, hay que tomar en cuenta que la familia obrera era víctima de fuertes pre siones como consecuencia de su pobreza. Quizás la expresión más dolorosa de esas presiones fue el grado extremadamente elevado de mortalidad infantil, algo que significó un golpe especialmente duro
para la mujer obrera. Para todos los casos, el proceso de socializa ción comenzó en la familia popular. Allí se aprendía cómo com portarse tanto con sus "iguales" como con sus mayores y con per sonas consideradas "superiores". Las lecciones aprendidas en los
primeros años dentro de la familia formaban la base de todo un sis tema de valores; serían ingredientes fundamentales de una cultura
popular emergente en la Lima obrera de 1900-1930. La escolaridad popular. Es común creer que los niños de las masas populares urbanas, especialmente en los primeros años del siglo, no asistían al colegio y por consiguiente eran analfabetos. Sin embargo, información extraída de los tres censos municipales y de otras fuentes revela una proporción de asistencia escolar sor prendentemente alta para este grupo (aproximadamente 70 por ciento). Aunque la escolaridad popular sufrió un descenso dramá tico en el segundo grado cuando los niños alcanzaban la edad de trabajar, para la juventud papular el aula de la escuela primaria constituyó el primer contacto formal con la sociedad urbana. Las lecciones allí aprendidas, o a través de los estudios formales o co mo respuesta al ambiente y estructura de la clase llevaron a la mo dificación y/o refuerzo de las lecciones aprendidas en la familia.
La religión popular. Se puede estudiar las prácticas religio sas de las masas populares desde varios puntos de vista. Dado que
la población urbana era casi en su totalidad por lo menos formal-
17
mente católica, la ideología y los rituales oficiales de la Iglesia tu vieron urí impacto significativo sobre la vida popular. La asistencia regular a la misa, la figura del cura, la lectura repetida de las nove
nas, todas contribuyeron a la formación de creencias culturalreligiosas que afectaron al proceso de socialización. Tanto o más importante que el catolicismo formal para conocer la religión po pular de la época, son los numerosos cultos y hermandades dedi cados a la veneración de un santo o virgen en particular. Las for mas de comportamiento estimuladas por éstos influyeron de ma nera importante sobre las normas de la vida cotidiana a la vez que constituyeron importantes expresiones del sentir popular. Tam bién la religiosidad actuó como un importante mecanismo de esca pe en un mundo donde la nota más saltante era la penuria apa,-" itemente irremediable.
La participación política de las masas urbanas. Los sectores populares de Lima llegaron a tener una participación formal en la política sólo al final del período 1900-1930 a través de su movili
zación por el Aprismo y el Sanchezcerrismó y"dé "su"voto "secreto en la elección de 1931. Pero esta participación no ocurrió en un vacío histórico. Desde el siglo XIX los sectores populares urbanos habían tenido un rol político a través de los clubes electorales, las manifestaciones callejeras y la venta de sus votos. Todas esas for mas de participación contribuyeron a la creación de una memoria
política que en alguna medida condicionaría la participación ma siva formal en 1931. Al respecto es particularmente importante estudiar el fenómeno del capitulerismo; era el capitulero quien
fojaba los primeros contactos entre la política electoral y los sec tores populares. Además de las manifestaciones visibles de la parti cipación popular, lo que se intenta conocer es la orientación subje tiva de las masas hacia el sistema político. ¿Cuáles eran las creen cias y los sentimientos internos de la población popular sobre el funcionamiento del sistema político sobre los beneficios que ese sistema podría ofrecer y cómo conseguir en mejor forma estos beneficios?
La vida social y la cultura popular de las masas urbanas. En cierto sentido el estudio de la vida social y la cultura popular es el estudio de la misma textura de la Lima obrera, y necesariamente tiene que proceder de todos los aspectos ya mencionados, por
ejemplo, la estructura familiar, la religión popular, las condiciones de vida, etc. Dentro de ésto se enfoca a la red compleja de relacio18
nes sociales verticales y horizontales de los miembros de los secto res populares, y las múltiples expresiones de cultura popular urba na tales como la música, las fiestas y los deportes. El compadrazgo fue una institución predominante de la Lima obrera, y es impor tante analizar los varios tipos de relaciones patrimoniales propicia das por él: en la fábrica entre el obrero y el maestro o el gerente; en la política entre el votante popular y el capitulero o el candida to; en la hermandad religiosa entre el suplicante y el mayordomo o.el santo. Los lazos verticales encerrados en estas relaciones se
contaban entre los pocos recursos que tenían los humildes para conseguir beneficios, aunque fueran marginales, a través de la "ma nipulación" de aquéllos que estaban por encima de ellos en la pirá mide social. También eran importantes los tratos más formales de los sectores populares en el contexto del sindicato, del club de pro vincianos o del equipo de fútbol. Y por debajo de todo ésto, hay que enterarse de la interacción cotidiana de las masas urbanas, en sus hogares, en el barrio y en sus lugares de trabajo. Es en el estu dio de la cultura popular donde se revela esta variedad de relacio nes sociales con particular claridad. Las expresiones populares en la jarana, en la letra de los valses que se cantaban allí, en la celebra ción de los carnavales o de un gol por la hinchada del barrio, todas éstas y más son las expresiones directas que han perdurado de las normas y valores de una sociedad en proceso de masificación. Nos
permiten un acercamiento a la Lima obrera desde adentro, una vi sión de la vida cotidiana íntima, privada cuyo estudio es el propó sito central de esta obra.
El estudio de la Lima obrera ha sido guiado por una serie
de propósitos universales que trascienden al análisis de cualquier lugar o tiempo específico. Quiero hacerlos explícitos antes de en trar a la consideración de la mecánica de este proyecto de investi
gación conjunta, las principales metodologías empleadas, y las fuentes más pertinentes. Una preocupación de extrema importan cia en el estudio ha sido llegar a un conocimiento de cómo vivían los sectores populares a nivel individual, familiar y de clase social. O quizás deba decir, ¿cómo sobrevivían, no sólo en términos físi cos sino también psicológicos? Si el crecimiento de estos sectores,
y por ello de la ciudad, fue la dinámica principal de la época, es igualmente importante observar a la vida popular desde la perspec tiva de otra dinámica: la miseria. La miseria de distintas maneras
en diferentes momentos actuaba como una especie de colador a través del cual pasaban todas las instituciones y los valores popu19
lares. Por ejemplo, si casi todos los ingresos de una familia obrera se dedicaban a la compra de alimentos, esta realidad de escasez
tenía varias consecuencias claras. Con respecto a la escolaridad, por ejemplo, significó que más del noventa por ciento de los niños de la Lima obrera recibían menos de dos años de educación for
mal simplemente porque se vieron forzados a ayudar con el soste
nimiento de sus familias tan pronto estaban en'edad de trabajar. Estas condiciones de miseria tenían un impacto igualmente pro fundo sobre la mujer obrera. El sueño de dedicarse al hogar, al ma
rido y a los hijos —un sueño propiciado por la iglesia y el Estado en sus enseñanzas formales sobre el rol de la mujer— estaba desti
nado a ser hecho pedazos por la dura realidad de días largos de los
trabajos más bajos dentro y fuera de la casa y por el aún más dolo roso espectro de la alta incidencia de mortalidad infantil como re
sultado de la falta crónica de recursos para la alimentación básica o la atención médica. Estas ideas no son nuevas, pero frecuente mente parecen perderse de vista en muchos de aquellos estudios que examinan a las masas desde arriba hacia abajo.
A la luz de esta miseria cotidiana, otra cuestión que me ha interesado es la definición de los elementos que daban cohesión a una sociedad fundamentalmente opresiva. Algunos de estos eran mecanismos de control social creados por las clases dominantes
mientras otros se generaban dentro de' las mismas masas populares. Los elementos externos son más fáciles de distinguir, desde los ac
tos de represión física hasta la difusión de ideologías que enseña ban valores conservadores tales como el fatalismo y la resignación frente al sufrimiento. Los elementos internos comprendían pautas más sutiles que incluían actitudes racistas entre los mismos com
ponentes de los sectores populares, conflictos entre trabajadores sobre empleos específicos, o sobre eventos deportivos o sobre mu jeres. Todos estos conflictos separaban a las masas populares ha ciendo más difícil su cohesión como clase pero a la vez más fácil su explotación, y por consiguiente más fácil la cohesión de la so ciedad limeña como conjunto.
Otro factor que dividía a los sectores populares y cuyo análisis ha sido central en este estudio fue la heterogeneidad pro funda que caracterizaba a esos sectores. En términos concretos, es to significa identificar las formas más comunes de diferenciación
dentro de las clases populares en torno a niveles económicos, expe riencias de movilidad e identidad étnica. También implica conocer las numerosas contradicciones que se generaban en la vida cotidiana 20
de la Lima obrera. No es mi intento tratar de resolver las con^dicciones de un individuo quien, por ejemplo, fue partícipe aettvo en las más importantes conquistas sindicales de la época, sufrió cárcel en numerosas ocasiones por sus actividades sindicales, y
políticas, mientras que al mismo tiempo sentía una admiración profunda por los gerentes gringos de la fábrica textil en donde trabajaba, sobre todo por el trato riguroso que daban a los obreros y atribuía a su devoción por el Señor de los Milagros todos los lo gros de su vida. Más bien, quiero llegar a reconocer estas contra dicciones y comprender sus efectos sobre el comportamiento de los sectores populares limeños. El estudio de la vida cotidiana de las masas urbanas que
pone énfasis en los valores, estilos de vida y formas de interacción social que perduraron a través de los años, tiende a subrayar lo estático versus lo cambiante en la vida de la Lima obrera. Sin
embargo, la premisa inicial de todo el proyecto es que los sectores populares y su ciudad estaban experimentando transformaciones profundas, si no revolucionarias, en la época del estudio. No sólo se trata de no ignorar el impacto de estos cambios en la vida de las masas urbanas, sino también se busca esclarecer la influencia de estas mismas masas en el amplio proceso de modernización que ocurría en el Perú. Es importante examinar las muchas manifesta ciones de la dinámica entre masificación y modernización como algunos ejemplos de los años veinte. En estos tiempos se hizo común ver a 10 o 15,000 espectadores, sobre todo de los sectores populares, asistiendo a un partido de fútbol. Una respuesta a esa situación fue la creación de la Federación Peruana de Fútbol para regular estos eventos. En las fechas de la Procesión del Señor de los
Milagros, las calles comenzaban a rebosar de suplicantes humildes, y respondiendo a los "peligros" que estas "turbas" representaban, miembros de la clase alta actuaron rápidamente para controlar a la
Hermandad, tomando los puestos de mayordomos. Y cuando la política de los años 1930-31 fue monopolizada por los nuevos par tidos con bases populares, las élites tradicionales se vieron obliga das a tratar de ganarse al candidato populista menos peligroso en vez de lanzar candidatos propios.
Ya se debe haber hecho evidente que un proyecto de esta amplitud sobrepasa los alcances de un solo investigador con tiem po limitado. ¿Cómo abordar un tema que parece tan vasto como interesante? Yo llegué a Lima en agosto de 1981 con un año para dedicar al proyecto. Antes había estado en contacto con la Univer sidad de Lima que me había invitado a ser profesor investigador 21
durante mi estancia en el Perú. Aproveché de la cooperación de la
Universidad para montar un equipo de investigación. Mi idea no era sólo de reclutar a varios auxiliares de investigación que se limi
taran a recoger datos para mí. Más bien, pensé que el tema era tan extenso que cada investigador podría escoger su propio tópico dentro del proyecto. Propuse hacer un simposio público y editar los trabajos más valiosos si nuestros logros fueran significativos. El simposio se realizó en julio de 1982 y los tres tomos de La Lima obrera, 1900-1930 son los productos de nuestra investigación con junta.
El término de "investigación conjunta" es particularmente
apropiado para describir la evolución del proyecto. Desde agosto hasta julio el cuerpo de investigadores, que oscilaba entre quince y veinticinco personas, se reunía a veces semanalmente, a veces cada dos semanas, para discutir metodologías, comparar hallazgos y a compartir ideas. Muy rápidamente los trabajos de cada uno se hi cieron los trabajos de todos ya que, en un ambiente de coopera ción plena, todos se ayudaban mutuamente, ya sea con el desarro llo de una técnica para hacer entrevistas, o con estrategias para el uso de varios tipos de fuentes estadísticas o simplemente para
sugerir nuevas hipótesis a un colega. En parte, la interacción tan fructífera entre todos nosotros fue resultado de que los miembros
del grupo venían de una diversidad de campos. Hubo representan tes de Historia, Antropología, Demografía, Sociología, Ciencias Políticas, Economía, Arquitectura, Ciencias de la Comunicación, Educación y Psicología. Y el grupo era heterogéneo en otros senti dos también. Alisté a estudiosos no sólo de la Universidad de Lima
sino también de la Universidad Católica, de la Universidad Nacio
nal Mayor de San Marcos, de la Universidad de Ingeniería y de va rias universidades norteamericanas. En el equipo había desde estu diantes universitarios hasta catedráticos.
Recurrimos a una gran variedad de fuentes para tratar la
gama de tópicos dentro del proyecto Lima obrera. Por supuesto utilizamos las fuentes tradicionales como los libros, los periódicos
y las revistas. También hicimos mucho uso de las fuentes demográ ficas como los censos, registros civiles, anuarios estadísticos, catas
tros, etc. La historia oral aportó material a casi todos los trabajos. El equipo de investigación realizó más de 120 horas de grabaciones de entrevistas históricas de inestimable valor. Además, empleamos
fuentes aún menos tradicionales para esclarecer áreas específicas de la Luna obrera. Entre ellas están los análisis de contenido de
fotografías, de las letras de valses criollos, y de novenas y sermoT">
narios de la época. Este primer tomo de trabajos míos está compuesto en su mayor parte de ensayos metodológicos. Pongo énfasis en lo meto dológico antes de entrar en el estudio substantivo de la Lima obre ra porque me parece importante discutir los planteamientos, las fuentes, y las formas de presentación de información que son factibles en los estudios de la historia social. Este último punto, el de la presentación de los datos, está enfocado en el siguiente capítulo de este tomo. En "La vida de Lucho Saldaña, o la recons trucción de una realidad histórica a través de su ficcionalización",
presento una variedad de aspectos dé la vida popular limeña en la forma de una biografía compuesta, semi-ficticia. Este capítulo crea una visión panorámica de la Lima obrera al mismo tiempo que intenta'meter al lector dentro de ese mundo por medio de personajes de carne y hueso y situaciones reales. Al final del ensayo incluyo comentarios detallados sobre los tipos de materiales consultados en esta reconstrucción semi-ficticia. Estos sirven como una nota
introductoria a las fuentes empleadas en todo el proyecto de Lima obrera.
El Capítulo 3, "Cultura popular y política popular en los comienzos del siglo XX en Lima", especula sobre, la interacción entre las normas culturales y la conducta política de las masas
populares. Trata de descubrir las fuerzas más significativas en la formación de la cultura popular —las relaciones familiares, la vida
escolar, las prácticas religiosas, la interacción con el sistema polí tico y la frecuencia de relaciones sociales patrimoniales— para
después examinar la influencia de estas fuerzas en la formación de una orientación subjetiva hacia la política y los políticos en las masas limeñas. Algunas de las fuentes más útiles para este ensayo son los relatos de José Antonio Encinas, el primer "psicólogo so
cial del Perú", sobre la estructura familiar y el medio ambiente es colar y el análisis de contenido de textos de colegio primario para
llegar a conocer a la ideología oficial sobre las características del buen ciudadano.
El Capítulo 4, "El vals criollo y los valores de la clase tra bajadora en la Lima de comienzos del siglo XX", sigue con el tema de la cultura popular. En vez de reconstruir el proceso de enculturación como el capítulo anterior, sugiere el uso de las letras de los más populares valses de la época para identificar los valores y nor mas más consecuentes de esta cultura. Una especie de folklore ur
bano escrito casi exclusivamente por y para los habitantes de los
barrios pobres de la ciudad, la letra de los valses es quizás la única 23
fuente disponible de expresión directa de las masas urbanas en las tres primeras décadas de este siglo. "Don Pedro Frías y la creación de los documentos histó
ricos: un ejemplo de la historia oral", el Capítulo 5, surge de la necesidad de examinar en algún detalle una fuente de primordial importancia para todo el proyecto de Lima obrera, la historia oral.
En el contexto del proyecto, comento sobre los usos más producti
vos de las entrevistas, sus limitaciones y el método para efectuar las. Estas observaciones están seguidas por una parte de una entre
vista con Don Pedro Frías, un obrero textil de la época, la que sirve como una muestra concreta de este tipo de material. El último capítulo de este primer tomo, "Entre el Offside
y el Chimpún: Las clases populares limeñas y el fútbol, 19001930", fue escrito conjuntamente con el Historiador José Deustua
del Instituto de Estudios Peruanos y la Politicóloga Susan Stokes
de Stanford University. En el trabajo tratamos de descubrir el papel que tenía ese deporte en la vida cotidiana de las masas urba nas. Encontramos dos dinámicas contrarias en el fútbol de estos
grupos: el fútbol como genuina manifestación popular, con la capacidad de forjar lazos solidarios entre sus participantes y así
contribuir a incrementar la conciencia de clase; y el fútbol como instrumento de control social que facilitaba la captación de secto
res obreros por el régimen jerárquico de la sociedad y, por su espí ritu de competencia, creaba divisiones entre los mismos obreros
—jugadores e hinchas— haciendo más improbable actitudes y accio nes solidarias. Además de entrevistar extensamente a jugadores e hinchas de la época, encontramos publicaciones deportivas de enorme valor para el estudio del fútbol histórico.
El segundo tomo comienza con el trabajo de Laura Miller, Historiadora de Wesleyan University, sobre "La mujer obrera,'
1900-1930". El capítulo de Miller es el primer estudio sociohistórico que tenemos de la mujer peruana. Basado en un número
considerable de entrevistas con mujeres humildes de la época ade
más del análisis de datos estadísticos y de publicaciones femeninas,
Miller ilumina múltiples aspectos de la vida de la mujer obrera. Ha ce contribuciones especialmente valiosas sobre el proceso de socia
lización en la niñez, las condiciones de trabajo enlos empleos más frecuentes, el contenido de las relaciones de convivencia y matri
monio, y el impacto del terrible espectro de la mortalidad infantil. El Capítulo 2 por Katherine Roberts, Historiadora de
Duke University, sigue el estilo de mi biografía compuesta en el
primer tomo. "El caso de Rosario" trata sobre una mujer humilde 24
que entra a trabajar en un prostíbulo. Introducido por un breve examen de la institución de la prostitución en Lima a comienzos de siglo, Roberts relata en su cuento las presiones en la vida de su personaje semi-ficticio que la llevaron a convertirse en prostituta y el efecto de esa decisión sobre su vida. Tanto en las entrevistas de
las mujeres obreras como en las fuentes impresas, Roberts fue im presionada por la tensión en la vida de la mujer obrera que a la vez fue exhortada a ser una esposa y madre modelo mientras que se
veía forzada a trabajar largas horas para sostener a su familia. Esta contradicción creaba serios estados de depresión emocional y en algunos casos, como el de Rosario, fue un motivo determinante para que adoptara la vida de prostituta. "Raza y clase social: los negros en Lima, 1900-1930" por Susan Stokes es otra contribución notable, esta vez sobre un grupo
étnico que ha sido generalmente ignorado en estudios de la Lima histórica o actual. El trabajo está basado en el uso intensivo de una variedad de datos demográficos provenientes de los censos, los re gistros civiles y otras fuentes estadísticas, además de un buen nú mero de entrevistas de historia oral y de fuentes periódicas y se cundarias. Establece las dimensiones y las tendencias de cambio
numérico de la población negra, examina la posición de este grupo relativa a los otros componentes de los sectores populares urbanos,
y descubre algunas de las matrices étnicas de la dominación histó rica en el Perú. Stokes describe la situación de los negros limeños
en torno a dos tipos de racismo, el estructural y el ideológico, que se daban simultáneamente en la Lima obrera. Encuentra que por estos racismos el grupo negroide se mantenía "cuantitativamente" en la parte más baja de la pirámide social limeña mientras que "cualitativamente" sufría desmesuradamente de las actitudes de
prejuicio y desprecio ocasionadas por su origen étnico. Para trazar la evolución de estos racismos en la época de 1900-1930, Stokes termina con dos estudios de caso sobre dos instituciones que tradi-
cionalmente han sido identificadas con la población negra de la capital, la Hermandad y la Procesión del Señor de los Milagros y el equipo de fútbol Alianza Lima. El Capítulo 4, "De la Guardia Vieja a la generación de Pinglo: Música criolla y cambio social en Lima, 1900-1940" presenta una interpretación algo distinta a la mía (Capítulo 4 del primer tomo) sobre el impacto de este "folklore urbano" sobre la Lima obrera. Su autor José Antonio Llorens, además de ser antropólogo del Instituto de Estudios Peruanos, es un guitarrista consumado,
así que trae a este estudio una sensibilidad doble de científico so25
cial y de músico. Llorens identifica tres etapas en el desarrollo de la música criolla antes de 1940: La Guardia Vieja desde 1900 hasta
1920, época caracterizada por una música "artesanal o preindustrial" que no salía de su propio barrio y que se mantuvo ajeno a cualquier medio de comunicación formal; El Período Crítico entre 1920 y 1930 cuando comenzó a haber una difusión intensa de for mas musicales extranjeras sobre todo de la Argentina y de Nor teamérica las cuales tuvieron un impacto notable sobre las formas
musicales criollas; y La Generación de Pinglo de 1930 a 1940 cu
yos integrantes logran asimilar ritmos y géneros extranjeros sin perder la esencia popular de la música criolla. Llorens también ana liza a la música criolla como expresión de los cambios socioculturales que experimentaba Lima en aquellos años. El último tomo de Lima obrera comienza con el trabajo
del Demógrafo de la Universidad de Lima, José Luis Huisa, "Lima 1900-1930: Aspectos demográficos". El autor presenta una visión de conjunto de una Lima que se transformaba demográficamente. Se ve los contornos de esta transformación en cuanto a la expan
sión geográfica de la ciudad, y los cambios en la población en términos numéricos, étnicos, educacionales, de las proporciones de los sexos y de las edades, y ocupacionales. Huisa no se limita a describir estos cambios sino que también analiza el impacto sobre ellos del crecimiento demográfico vegetativo, la incidencia de enfermedades contagiosas y la ola de migración provinciana. Ade
más, el autor hace un análisis sofisticado de la variedad de materia les estadísticos empleados por él y por el resto del equipo de inves
tigación en que explica su valor como fuentes históricas a la vez que señala sus limitaciones.
El Capítulo 2, "Las condiciones de vida de los sectores po
pulares de Lima: 1900-1930" es de dos Economistas de la Univer sidad de Lima, Augusto Cavassa e Isabel Hurtado. El enfoque cen tral de su estudio es el grado dé satisfacción de las necesidades físi cas de las masas urbanas. Para poder hacer conjeturas sobre eso,
Cavassa y Hurtado examinan a través de la época las variables de niveles y clases de empleo, ingresos y costo de vida. En cada una de ellas los autores nos demuestran con datos concretos los alcan
ces de la miseria de la Lima obrera que se traducía en términos de altas incidencias de enfermedades, la carencia casi total de asisten
cia médica, la inestabilidad laboral crónica, y el trabajo casi obli gatorio de las mujeres y los niños. Es más, ellos encuentran que existía un grave deterioro en las condiciones de vida de los sectores populares que, para el caso de muchos de ellos, ya estaba por de26
bajo de lo que se podría considerar un nivel de subsistencia. El Capítulo 3, "Los cambios en la población obrera de Lima entre 1900 y 1930: Su relación con decisiones gubernamen
tales", de Alejandro Caballero, experto en Educación de la Uni versidad de Lima, hace una correlación entre la masificación de
Lima, las presiones generadas por las nuevas masas urbanas, y las decisiones gubernamentales a los niveles del Estado y de la Munici palidad de Lima. Caballero ha realizado la dura tarea de recolectar todas las leyes nacionales y municipales que se relacionaban de al guna forma con los sectores populares. Al mismo tiempo ha traza do un esquema de las acciones más significativas de las masas po
pulares en los campos sociales, políticos, económicos y culturales. Encuentra una relación estrecha entre decisiones y acciones que se
demuestra con particular fuerza en sus fascinantes gráficas. El último capítulo, "Los obreros textiles: condiciones y contradicciones de un 'nuevo proletariado' ", es un estudio a fon do de uno de los sectores más destacados de la Lima obrera. Escri
to por la politicóloga Cynthia Sanborn de Harvard University, su pera a los análisis anteriores de este grupo los cuales se limitaban mayormente a recontar la historia política y sindical. Sanborn no ignora estas áreas; más bien, las analiza desde la perspectiva mucho más amplia de la vida cotidiana de los obreros textiles. Reconstru
ye esta vida en sus múltiples aspectos: el proceso de contratación
de los trabajadores, la estabilidad y movilidad laboral del sector; la estructura de la producción en las fábricas; las condiciones de trabajo; el trabajo de mujeres y niños; las relaciones "humanas" dentro de las fábricas tanto entre obreros como entre obreros,
maestros y gerentes; la evolución de las organizaciones obreras; la tensión entre "el arribismo" individual que producían los logros
materiales que alcanzaban los textiles por encima de todos los de más sectores obreros y la identificación con el proletariado explo tado; y la diversidad de expresiones culturales de los trabajadores desde el teatro obrero hasta el fútbol. Sanborn pone especial énfa
sis en el pueblo textil de Vitarte donde se observaba más claramen te los varios aspectos de la vida de los obreros textiles. Basándose en una gran variedad de fuentes que incluye la prensa obrera, in formes policiales y ministeriales, libros de actas de los sindicatos y numerosas entrevistas a obreros textiles de la época, entre ellos
algunos líderes sindicales, Sanborn presenta una abundancia de de talles sobre la vida de los textiles. Todo el capítulo está infundido
por el intento de mirar desde abajo, desde la fábrica, desde el
hogar textil. 27
Con tres tomos publicados sobre una diversidad de temas
dentro de un concepto llamado "Lima obrera" quizás parezca algo absurdo decir que esto sólo representa el comienzo y ciertamente
no el final del proyecto. En el curso de la investigación se creó el Instituto de Investigaciones en Historia Económica-Social dentro del CIESUL de la Universidad de Lima como instrumento para
ampliar este proyecto y para apoyar a otros proyectos similares.
Ha seguido trabajando un equipo de investigación en varios aspec tos adicionales de la Lima obrera con el mismo espíritu de apertu
ra, colaboración y compartimiento de información que ha carac terizado a todo el proyecto. El trabajo de Sanborn sobre los tex
tiles, por ejemplo, servirá como modelo para trabajos sobre otros sectores laborales como la construcción, el servicio doméstico, la
prostitución y el transporte. Siguen adelante estudios sobre la pre sencia andina en Lima, la participación política de las masas urba
nas entre la época de Piérola hasta 1930, la evolución de la vivien da popular, la religiosidad y la escolaridad en la Lima obrera. Espe ramos que estos tres tomos marquen sólo el inicio de una serie de
publicaciones sobre el tema de la Lima obrera y otras áreas simi lares.
CAPITULO II LA VIDA DE LUCHO SALDAÑA, 0 LA RECONSTRUCCIÓN DE UNA REALIDAD HISTÓRICA A TRAVÉS DE SU FICCIONALIZACION
Este capítulo representa un intento de utilizar la forma del cuento para presentar limeños entre 1900 y 1930. Basándome casi totalmente en fuentes primarias particularmente las estadísticas contenidas en los censos y catastros de la época, he creado a un personaje, una familia y una serie de circunstancias que reflejan las estructuras y modalidades de la existencia de las masas urbanas de
estos años. La historia de Lucho Saldaña es una biografía com puesta, semi-ficticia, que representa lo que se podría llamar un personaje "típico", como si realmente hubiera tal. De todos mo
dos, la descripción de una yida que puede haber sido relativamente representativa revela algo de los orígenes sociales y étnicos de las clases populares, la estructura de la familia obrera, los trabajos disponibles, la vivienda popular y aspectos de las relaciones socia
les de este grupo. La imagen creada está lejos de ser completa. Más bien, se enfocan las áreas tratadas con mayor detalle en las fuentes" consultadas. Al final del capítulo he escrito un extenso ensayo en que examino estas fuentes y explico en qué han sido basados los personajes y situaciones del cuento.
Pero antes de comenzar, ¿por qué recurrir a la ficcionalización para presentar lo que es esencialmente un estudio de historia social? Hubiera sido probablemente más fácil y más lógico simple mente indicar los porcentajes de los diferentes grupos étnicos, de los tipos de vivienda, de las formas de empleo, etc. que regían para los sectores populares. Tengo varios motivos para sugerir esta forma alternativa de
exponer la historia social. En primer lugar, como gran proporción del material del historiador social consiste en datos estadísticos, la
exposición tradicional de éstos tiende a girar alrededor de núme ros, porcentajes, tablas y su explicación. Los trabajos resultantes son muchas veces difíciles de leer, y en parte por eso parecen ser
tan esotéricos que sólo son consultados por otros profesionales de la historia y de las ciencias sociales. Francamente me siento pertur31
bado por esta especie de incesto intelectual. Nos esforzamos mu
cho en nuestras investigaciones y en presentar nuestros resultados, y no debemos sentirnos conformes con la idea de que nuestros; trabajos queden en los estantes de las bibliotecas para estar rara vez abiertos.
La historia es en su esencia comunicación; la historia que no comunica bien pierde gran parte de su valor. Si pensamos que lo que escribimos es importante —y si no, por qué estamos escri
biéndolo— entonces debemos desear que ún gran número de perso nas lo lean. El uso del cuento constituye una manera de hacer lle
gar la historia social a un público más amplio. Es interesante que en años recientes en Latinoamérica los escritores de novelas y cuentos no han titubeado en utilizar a la historia como base sus
tantiva de sus obras. Los casos de Mario Vargas Llosa, Carlos Fuen tes, Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias, Ernesto Sábato, y Jorge Amado son algunos de los ejemplos más obvios. Y ellos siguen una larga tradición que tiene sus comienzos en los albores
de la literatura occidental. Uno solo tiene que pensar en Homero, Virgilio, Cervantes o Shakespeare. Y en tiempos más recientes te nemos a Dickens, Tolstoy y Zolá. Teniendo como base el relato
histórico, todos ellos han captado y mantenido el interés de innu merables lectores. Sin embargo, pocos historiadores han hecho este mismo salto entre la historia y la literatura.
Yo propongo la ficcionalización como una modalidad, por supuesto no la única, para llegar a un público más grande. En otras
palabras, sugiero la forma del cuento o de la novela para populari zar la historia en el mejor sentido de esa palabra. Para los literatos, la distancia entre el contenido de la literatura y la historia está conscientemente minimizada. El historiador profesional serio pue de hacer lo mismo. Los historiadores con estas metas pueden y deben hacer uso de las metodologías más sofisticadas de investi
gación. Pero no es sólo aceptable sino deseable separar la investi
gación del acto de comunicación. Demasiados científicos sociales, los historiadores entre ellos, se han olvidado de esta distinción entre establecer los resultados de un estudio y comunicarlos. En términos de la comunicación, la ficcionalización tiene otra ventaja igualmente impqrtante: nos permite presentar las es feras más subjetivas de la hisf oria, de la existencia humana. Cual
quier historia con pertinencjyá cultural tiene que necesariamente tratar con las intenciones subjetivas de la gente. En efecto, es ine vitable tocar lo subjetivo cuahdo buscamos las causas y efectos de 32
eventos y procesos históricos. Al hacer eso tenemos que dar nues tros propios saltos especulativos que no siempre están completa mente respaldados por los datos. Quiero decir que la subjetividad es ineludible tanto en la esencia de la historia como en su interpre
tación. Por eso, criticar el recurso a la ficción como demasiado subjetivo es algo ingenuo. Más bien lo que logra la ficcionalización, y lo que la hace particularmente valiosa, es que permite tanto al escritor como al lector penetrar la realidad histórica, la concien cia de las personas tratadas. Así el escritor y el lector pueden expe rimentar esa realidad al nivel emocional de los mismos seres histó ricos.
A través del cuento o de la novela, podemos reconstruir lo
que alguien en el pasado puede haber dicho, pensado o sentido. Lo que da valor histórico a esta creación es la veracidad y la efectivi dad de la imagen presentada. Su mérito depende de su capacidad para reproducir la gama de sensaciones y pensamientos del pasado y su ingenio para hacer que el lector participe en ellos. En este sen tido, la distinción entre la historia y la literatura desaparece. La historia es literatura.
No debe extrañar que termino esta breve introducción con la referencia de un literato. Mario Vargas Llosa comienza su obra de teatro La Señorita de Tacna con un ensayo titulado, por coinci dencia, "Las mentiras verdaderas". Su definición de la forma del
cuento no está muy lejos de la forma aquí propuesta de hacer his toria social:
En este sentido, ese arte de mentir que es el cuento es, también, asombrosamente, el de comunicar una recón dita verdad humana. En su indiscernible mezcla de cosas
ciertas y fraguadas, de experiencias vividas e imaginarias, el
cuento es una de las escasas formas —quizá la única— capaz de expresar esa unidad que es el hombre que vive y el que sueña, el de la realidad y el de los deseos.
33
Lucho Saldaña nació en Lima en 1897. Fue el segundo de
dos hijos. Su madre había dado a luz cuatro veces, pero uno de los hermanos murió al nacer, y una hermana vivió sólo hasta los nueve meses, víctima de una enfermedad intestinal. Como su hermano, Lucho fue hijo ilegítimo. Su padre y madre convivieron hasta que él tuvo ocho años, y nunca se casaron. Después de que su padre los abandonó para ir a vivir con "su otra familia", Lucho apenas lo veía.
Con una mezcla de sangre española e india corriendo por sus venas, Lucho era como la mayoría de sus amigos y vecinos que residían en el barrio del Rímac. En sus andanzas diarias por las calles del Rímac, Lucho observaba la gran variedad racial que era una característica distintiva de la Lima obrera. Estaba el frutero
mestizo, el verdulero chino con su puesto en la esquina, el barbero
japonés, la negra tamalera, la india que vendía pollos vivos, y los mendigos mestizos que tocaban la guitarra y cantaban con la espe ranza de recibir alguna moneda. Ahora, con cuarenta años cum plidos, Lucho recordaba que en su niñez veía mayor cantidad de
negros y chinos que en los años posteriores. También notaba que con el paso del tiempo había menos y menos blancos y más y más mestizos.
En su juventud Lucho y su hermano Miguel tuvieron dos años de escuela primaria. Aprendieron a leer y escribir pero no
pudieron continuar sus estudios porque tenían que buscar trabajo para ayudar con las necesidades económicas de su casa. Antes de cumplir los trece años Lucho había tenido una diversidad de tra bajos eventuales. Lustraba zapatos a lo largo de la Plaza de Toros de Ácho, hacía diligencias para el farmacéutico del barrio, y ayu daba a una amiga de su madre que iba de casa en casa comprando botellas y periódicos usados. Con la esperanza de aprender un ofi cio, Lucho se hizo aprendiz de un carpintero, y comenzó a traba jar en uno de los muchos pequeños talleres artesanales que emplea ban a una gran proporción de las clases populares de Lima. Al igual que la mayoría de sus compañeros de trabajo, Lucho se mudaba de un taller a otro durante los próximos tres años sin conseguir un
puesto fijo. Su más larga permanencia fue de 18 meses cuando tra bajó en un taller de carpintería. Al comienzo, sus obligaciones para el maestro carpintero
diferían poco de sus experiencias de trabajo previas. No recibía nada de instrucción en carpintería; más bien se le exigía efectuar labores domésticas en la casa de su patrón. En verdad, el ambiente
patriarcal del taller le hacía recordar la vida anterior de su casa. 34
Después de un año de tareas domésticas, Lucho finalmente se gra duó al taller. Comenzaba a trabajar a las siete de la mañana y mu chas veces no terminaba hasta las diez u once de la noche. Lucho
sobrellevaba silenciosamente los rigores de esta existencia con la esperanza de algún día convertirse en maestro carpintero. Admira ba la situación de su patrón a quien consideraba poseer una vida envidiable. El maestro carpintero había trabajado duramente para poder ahorrar el dinero suficiente para comprarse sus propias he rramientas, y había' finalmente podido establecer su propio taller,
A los ojos de Lucho, parecía tener pocas preocupaciones económi cas. Aunque claramente era un miembro de las clases trabajadoras, el maestro carpintero tenía ingresos suficientes para alquilar cuatro cuartos en una quinta y tener a una empleada doméstica para ayu dar en el lavado, la cocina y la limpieza general. Justo cuando Lucho comenzaba a pensar que sería posible convertirse en el pa trón de un taller de carpintería, vio todos sus sueños para el futuro deshechos. Una súbita baja en la economía y en la demanda de trabajo de carpintería hizo que el maestro carpintero redujera su 'personal. Lucho fue el primero en ser despedido. ' Después de dejar el servicio de carpintero, fue aprendiz por corto tiempo de un pintor, un zapatero, y un sastre, pero no
pudo permanecer en ninguno de los trabajos por más de ocho me ses. Finalmente decidió dejar el sector artesanal y buscar otra for ma de empleo. Durante los próximos años trabajaba en diferentes oficios como mozo, cargador de maletas, ayudante de plomero,
conductor de tranvía y finalmente obrero de construcción en va rios proyectos por todo Lima durante la década de los veinte. A través de la mayor parte de su vida en el trabajo hasta la Depresión de 1930, había una constante demanda de trabajadores en Lima. Lucho tenía poca dificultad en cambiarse de empleo, encontrando
siempre algo nuevo. Aunque nunca llegó a realizar su meta original de convertirse en maestro carpintero, Lucho no se lamentaba. Sen tía cierto orgullo por haber logrado una posición económica mejor que la mayoría de sus vecinos a quienes les había sido imposible conseguir cualquier forma de trabajo regular, siendo relegados a la condición de barrenderos de calles, sirvientes domésticos, ambu lantes o vendedores de "huachitos" de lotería.
Un trabajo que Lucho nunca había tenido era el de obrero industrial. Cuando comenzó en el taller de carpintería en 1910, sólo una pequeña porción de los sectores populares urbanos traba
jaba en el sector industrial; una excepción importante consistía en aquellos empleados en las industrias de artes y oficios representa35
dos por los talleres de artesanía. Con la llegada de la Primera Gue rra Mundial y sus efectos en la economía peruana, las industrias manufactureras, particularmente la industria textil, crecieron y pu dieron emplear a un número cada vez mayor de trabajadores. El crecimiento industrial vino acompañado de una expansión en el
tamaño y el poder de las organizaciones sindicales que llevó a un desnivel cada vez más pronunciado entre los trabajadores organi
zados y los no-organizados. Lucho se quejaba frecuentemente del hecho de que nunca hubiera podido conseguir un empleo que le hubiera dado la oportunidad de ser miembro de un sindicato. Veía
que a través de la actividad sindical los obreros organizados habían podido obtener logros concretos no compartidos por los no-organi zados. Los sindicatos habían ganado para sus miembros la jornada
de ocho horas, mejores condiciones de trabajo en las fábricas y protección de los excesos de los gerentes. Donde más se veía las diferencias era en los sueldos. Los sindicatos habían sido relativa
mente exitosos en lograr convenios favorables para sus miembros
al punto que los trabajadores organizados ganaban casi el doble que los no-organizados.
A pesar de todos sus logros, aún los obreros sindicalizados vivían en la pobreza, siendo la situación peor para la mayoría de los trabajadores no-sindicalizados que formaban las masas popula res de Lima. Lucho siempre comentaba a Margarita, la mujer con
la que convivía desde los veinte años, que nunca podía ganar sufi ciente dinero para sentir alguna medida de seguridad económica, aun después de obtener un trabajo de construcción regular y bien remunerado. El aumento constante en el costo de vida, especial
mente después de 1920, hizo que su sueldo fuera escasamente ade cuado para cubrir sus necesidades mínimas diarias. En 1928, por ejemplo, Lucho ganaba 3 soles diarios, lo que significaba 75 soles mensuales. Gastaba el 60% de su sueldo en comida y el 25% en vi vienda. El resto era apenas suficiente para pagar ropa y otras nece sidades de su familia de cinco. Siempre se encontraba endeudado
con el bodeguero, el sastre, el farmacéutico y el zapatero. Temía muchísimo que llegara el día que por accidente, enfermedad o cri sis económica perdiera su trabajo. Le repetía siempre a Margarita aue estarían perdidos si esto les llegara a suceder. Los límites sobre la vida de Lucho y su familia se refleja
ban mejor en el tipo de vivienda que podían ocupar. Soñaba con el día en el cual pudiera comprar un pequeño lote de tierra para
construir su propia casa, pero los 16 a 18 soles que él dedicaba 36
cada mes para alquiler eran apenas suficientes para proporcionarle uno o dos cuartos en un callejón. Los callejones de la época de Lucho eran de diferentes formas. El más común se conformaba de un largo pasadizo saliendo de la calle, con edificios estrechos de una planta a los dos lados, divididos en apartamentos de uno o dos dormitorios. Estas filas apretadas de cuartos por lo general abarcaban el largo de toda una manzana con entradas de dos calles, o sólo abarcaban media cuadra, terminando abruptamente en una
pared de adobe. Existían también callejones en que las filas de cuartos se desviaban de un lado a otro dentro de la manzana.
Dos otros tipos comunes de vivienda de los sectores popu lares eran las casas subdivididas y casas de vecindad. Una casa sub-
dividida era un solar colonial o de comienzos de la República que había sido abandonado por sus propietarios de la clase alta y subdividido en una serie de pequeños cuartos para convertirse en vi vienda de familias pobres. Por lo general tenían dos plantas y dos o tres patios interiores. La elegancia exterior de estas residen cias escondía un caos interno de cuartuchos minúsculos con menos
espacio aun que los apartamentos de los callejones. Las casas de vecindad ofrecían condiciones algo mejores. Habiendo sido origi nalmente construidas como edificios de alquiler para las clases pobres, sus dos plantas tenían departamentos de dos o tres dormi
torios que se extendían alrededor de un patio central. El resultado de la concentración del mayor número de ha bitantes en el menor espacio posible fue un terrible problema de
sobrepoblación en la Lima obrera. Una familia típica de clase po pular —formada de una madre, a veces de un padre, abuela y/o abuelo, y de niños grandes y pequeños— casi siempre vivía en una sola habitación estrecha. Los que vivían en callejones y casa de vecindad generalmente tenían más espacio que los que vivían en casas subdivididas. En cuanto la familia crecía, el espacio físico de cada miembro de la familia disminuía. En todos estos tipos de vi vienda había poca relación entre el tamaño de la casa y el tamaño de la familia. Lucho se acordaba, por ejemplo, que en uno de los
callejones en el que él había vivido, había un grupo de 14 personas apiñadas en dos cuartos pequeños. En sus moradas de uno o dos
dormitorios, algunas veces divididas por cartones y hasta sábanas, familias grandes y pequeñas veían nacer a sus hijos y velaban a sus muertos. Aunque muchos se mudaban por lo menos tres o cua
tro veces durante sus vidas, consideraban a sus cuartos de callejón, de casa subdividida, o de casa de vecindad como sus viviendas per37
manentes.
Durante su vida Lucho Saldaña residió en cuatro diferentes
callejones y en una casa subdividida. Cuando niño vivió con su ma dre y hermano en un callejón llamado San José. Al lado del río Rí mac, se hallaba en suelo extremadamente húmedo; el aire del calle jón estaba cargado de humedad del río y del fuerte olor de dos excusados abiertos. El corredor central de la vivienda bordeado de
25 pequeñas habitaciones a cada lado, había sido originalmente pavimentado con ladrillos y piedras pequeñas, pero el continuo uso y la falta de mantenimiento durante años había llevado al de terioro de mucho del pavimento. En los días lluviosos, o cuando las mujeres colgaban sus ropas mojadas para secarse al sol, charcos de barro aparecían en el piso desigual del corredor. El callejón te nía dos grandes botaderos con dos caños de agua que suministra ban las necesidades de los 127 habitantes. Cada apartamento de
paredes de adobe tenía pequeñas puertas y ventanas que permi tían solamente una mínima ventilación y luz. Cuando a la edad de veinte Lucho comenzó a vivir con
Margarita, pasaron su primer año juntos con su madre. Después de eso, se mudaron a un callejón llamado La Alegría. Un pequeño complejo con sólo 7 cuartos y 24 habitantes, sus habitaciones te nían aun menos espacio que aquellas del Callejón San José y reci bían luz sólo a través del tragaluz que había por encima de cada puerta. Para obtener algún alivio de las condiciones estrechas, los residentes vivían la mayor parte de sus vidas en el pasillo de dos
metros de ancho que se extendía a lo largo del callejón, llenándolo de sillas, lavaderos, ollas de cocina, y animales domésticos. Miran do desde la calle, La Alegría parecía un laberinto de animales, gen te y muebles viejos. Y lo que era peor, estaba situado delante de un establo; el olor del excremento de los caballos y muías que cu
bría la calle inundaba la atmósfera de La Alegría. Después de vivir cuatro años allí, Lucho comenzó a buscar una casa mejor. Había conseguido un trabajo fijo y Margarita ha bía tenido dos hijos. Los dos sentían que podían pagar algo mejor y que necesitaban más que el pequeño cuarto de La Alegría. Des
pués que Lucho buscó por varias semanas, la familia se mudó al Callejón Roberto. Sus 18 cuartos proporcionaban vivienda a 44
personas. El Callejón Roberto tenía cuartos ligeramente más gran des que los de La Alegría, pero sus residentes también vivían bajo condiciones de estrechez y confusión. La luz del sol nunca entraba por su estrecho corredor central que estaba cruzado por sogas llenas de ropa secándose. En el cuarto de Lucho, por ejemplo, aun 38
al medio día, no había suficiente luz natural para distinguir las imágenes de Jesús y de Santa Rosa que Margarita había colgado en
la pared con tanto cuidado. Al fondo del callejón había un sólo caño con botadero que proveía un chorrito escaso de agua a las mujeres que diariamente hacían cola con bandeja en la mano. Lucho y su familia vivieron en el Callejón Roberto durante siete años. Una enfermedad prolongada que había mantenido a Lucho sin trabajo durante varios meses finalmente los obligó a bus car vivienda más barata. Se mudaron a una gran casa colonial sub dividida conocida como la Casa del Pescante cuyos 172 cuartos al
bergaban a 353 personas. Era evidente por los restos de los delica dos balcones de madera y grandes portales adornados que en su día La Casa del Pescante había sido una mansión suntuosa. Pero
para Lucho y su familia cuando llegaron les pareció un infierno de pequeños corredores cubiertos, escaleras irregulares en varios esta dos de deterioro, más corredores oscuros, y cuartos diminutos es
parcidos por todas partes. Alojándose en uno de estos cuartos en el segundo piso, la familia tenía aún menos espacio que en su primera casa de La Alegría. Al comienzo, Margarita se asustaba por las no ches del sonido de las pisadas de los que subían las escaleras cru
jientes. Y Lucho maldecía cada vez que se tropezaba en algún hue co del piso de madera agujereada afuera de su cuarto. Cuando Mar garita o sus hijos se quejaban, Lucho trataba de apaciguarlos insis tiendo en la conveniencia de tener una bodega, una sastrería y un
zapatero en el primer piso de la casa. Pero Margarita no se ablanda ba y seguía quejándose de los animales pestíferos, de la suciedad de las cocinas de carbón, de las sillas destartaladas, de los niños
hambrientos y llorosos y de las mujeres escandalosas que llenaban los corredores ruidosos.
Tan pronto como Lucho pudo encontrar de nuevo un tra
bajo relativamente seguro y bien pagado en la construcción, él, Margarita y sus dos hijos se mudaron de la Casa del Pescante a un callejón llamado Montañón. Esta residencia fue la mejor que Lu cho había jamás tenido. Con 36 cuartos y 135 habitantes era ex tremadamente sobrepoblada como sus viviendas anteriores, pero tenía la ventaja de poseer un gran patio bien ventilado en la parte
delantera, un corredor central de 4 metros de ancho y cuartos más amplios con corrales pequeños atrás para el cultivo de legumbres o el mantenimiento de animales domésticos. El estado general del
Montañón era muy superior a las otras casas de Lucho. El corredor central y los pisos de cada apartamento estaban pavimentados con
grandes piedras redondas y todas las paredes habían sido reciente39
mente pintadas con cal. Este callejón contaba con bastante luz en el corredor y en los patios, pero como sólo tenía ventanas peque ñas, cada cuarto quedaba oscuro. A pesar de tener un sólo caño para 135 personas, Margarita quiso aprovechar del mayor espacio en el Montañón para tomar lavado de la calle y así incrementar los ingresos de la familia. Lucho agradecía sus esfuerzos y sabía
ciertamente que el dinero extra del lavado sería una ayuda para afrontar el constante aumento en el costo de la vida, pero malde cía cada vez que se tropezaba con la bandeja grande de madera
de Margarita y con la ropa mojada que ella había colgado en su cuarto para secarse en los días lluviosos de invierno. Además de tener que soportar vivir siempre en espacios muy limitados, Lucho y su familia también padecían con la alta incidencia de enfermedades reinante en las viviendas de las clases
populares. La mayoría de lo» que construían callejones o que di vidían sus viejas casonas daban mayor consideración a la ganancia que a la higiene. En muchas de estas viviendas existía un sólo caño con botadero para el uso en algunos casos de 500 habitantes. Este era utilizado día y noche, obligando a muchos a salir al exterior a un espacio abierto para hacer sus necesidades. El excremento hu mano que se acumulaba era la causa mayor de las enfermedades intestinales que abundaban en estas viviendas. Los desagües que atravesaban por el medio de muchos de los callejones intensifica ban el problema de las enfermedades. Al mismo tiempo que se utilizaban para arrojar basura y como reservados, sus aguas tam bién eran empleadas para lavar ropa, para cocinar y a veces para beber. Además, las apretadas habitaciones y la limitada ventila ción de la mayoría de las viviendas de las clases populares aumen taban el índice de tuberculosis y de otras afecciones respiratorias.
La falta general de salubridad junto cqn la construcción defectuo sa de las casas —se utilizaba adobes confeccionados con excremen
to de animales— estimulaban la proliferación de ratas e insectos, portadores de toda clase de enfermedades. En suma, el exceso de población y la falta casi absoluta de facilidades sanitarias llevaron a un alto porcentaje de mortalidad entre las masas urbanas afec tando particularmente a la niñee. Casi no pasaba un año sin que la familia de Lucho no fuera atacada por alguna enfermedad seria, y
dos de sus hijos fallecieron con djsentería y tifoidea.
Lucho encontraba poca Comodidad física o espiritual en el cuarto obscuro y húmedo que ¡compartía con su mujer, sus dos hi jos, su suegra y su abuelo. Muebles de todas las edades y estilos que él y Margarita habían cuidadosamente juntado a través de los 40
años llenaban el departamento. Un sofá, testigo de mejores tiem pos, con su tapiz de seda desteñido y sus resortes crujientes, rete nía lo suficiente de su elegancia anterior para parecer fuera de sitio entre sillas burdas de madera —algunas con patas rotas— una vieja mesa, dos camas de segunda mano con colchones de paja y un ar
mario sin puerta lleno de ropa raída. Al regresar a casa después de un día de mucho trabajo, Lucho trataba sin éxito de cerrar sus oídos a las interminables quejas de su mujer y de su suegra sobre toda clase de asuntos desde las enfermedades de sus hijos hasta la
constante escasez de agua del único caño del callejón. En voz baja Lucho agradecía a Dios que por lo menos su abuelo era un hombre callado que daba pocos problemas.
Lo que más le disgustaba a Lucho sobre la vida de callejón eran las constantes discusiones y peleas que se entablaban entre los
residentes que vivían en condiciones tan estrechas. Parecía que ningún día pasaba sin que hubiera alguna pelea entre las mujeres, y los niños nunca se cansaban de pegarse el uno al otro. El caño que
era el centro de la vida social del callejón era también por lo gene ral el centro de los conflictos. Las mujeres se empujaban para ser
las primeras en la cola, y frecuentes luchas verbales y físicas hubie ron. Lucho se acordaba mucho del día en que una Margarita lloro sa le salió al encuentro para contarle que cuando había salido a enjuagar su ropa, la mujer del No. 12 le había colocado una bacenica sucia encima de su ropa limpia. Cuando Margarita comenzó a
insultarla, la mujer cogió una piedra pesada y se la tiró golpeándole en la espalda. Mientras Margarita buscaba como defenderse, las otras mujeres presentes pararon la pelea. A la mañana siguiente
Lucho, con toda la cólera encima, se despertó a las 5:00 a.m., vació un gran barril que usaba para guardar artículos de la casa y lo llevó al caño. Pacientemente esperaba mientras que el agua goteaba llenando el barril lentamente. Durante las dos horas que duró este procedimiento, Lucho no permitió a nadie llenar ni siquiera la olla más pequeña. Finalmente regresó soberbiamente a su casa, sin importarle los insultos murmurados de las mujeres que esperaban. Aun de noche cuando las peleas y las discusiones habían cesado afuera, los chismes más severos fueron el tema de la con
versación detrás de la puerta cerrada de cada habitación. Margarita siempre comentaba a Lucho que sus vecinos no eran "gente de buenas costumbres". Se quejaba que el hijo de la mujer del No. 10 siempre estaba pegando a los niños menores: "El debería estar trabajando, ayudando a su familia y no juntándose con todos esos
palomillas." Un tema favorito de los chismes de todo el callejón 41
era la mujer que vivía en el No. 16 que siempre estaba peleándose con su marido. Todos podían oír sus gritos cuando él le pegaba al I
regresar a casa y encontrar hombres extraños en su habitación to mando cerveza. Muchas veces ella se escapaba al corredor central
del callejón y allí, delante de todos, recibía los golpes de su marido enfurecido. Después de estos incidentes, ella comentaba con las
mujeres que le escuchaban ávidamente que tenía que ver a otros hombres, porque la cantidad miserable de dinero que aportaba su marido como vendedor ambulante no era suficiente ni para pagar
la comida de sus tres hijos. Aun así usualmente sólo comían dos veces al día: una taza de café con un pedazo de pan por la mañana,
y arroz con frijoles o papas y más café a las 2 p.m. Cuando tenía un poquito de dinero adicional, salía por las tardes para comprar algunos bizcochitos para sus hijos. A pesar de que los residentes del callejón siempre se referían el uno al otro en sus chismes dia rios, y las mujeres conversaban horas de horas delante del caño de agua, pocas familias hacían amistades duraderas. La desconfianza mutua reinaba entre las familias del callejón. Las experiencias de Lucho Saldaña, su trabajo y sus con diciones de vida, eran las mismas de la mayoría de la población de la Lima obrera. Su historia es la historia de un hombre —o de un
grupo de hombres— quienes percibieron relativamente pocos cam
bios en sus vidas durante las primeras décadas de este siglo. Ellos afrontaban diariamente los mismos problemas, las mismas penu rias, las mismas inseguridades. Sin embargo, mientras Lucho y sus
compañeros tal vez no se hubieran dado cuenta, el período de 1915 a 1930 marcó una era de cambio casi revolucionario en la
ciudad capital. Lima se extendió geográficamente y demográfica mente a un paso acelerado. Y más importante, las masas urbanas crecieron durante estos años a números sin precedente. Transfor mados en tamaño, composición e importancia, como grupo ellos comenzaron a asumir un nuevo rol en la vida política, social y eco nómica de la nación.
FUENTES Y METODOLOGÍA
Existe una gran diversidad de fuentes valiosas para el estu dioso de la historia urbana-social de América Latina. En el caso
particular de Lima de comienzos del siglo veinte, los materiales dis42
ponibles que incluyen los censos de 1908, 1920, y 1931 muestran que el tamaño promedio de la familia limeña era relativamente pe queño. El promedio del tamaño familiar aumentó sólo ligeramente
de 4.1 en 1920 a 4.57 en 1931 mientras que en ese último año la familia de las áreas más pobres de la ciudad contaba, en términos promedios, con 4.29 miembros. Véase: Perú, Ministerio de Hacienda, Resumen del censo de las Provincias de Lima y Callao levantado el 17 de di ciembre de 1920 (Lima, 1927), pp. 183-185; y Perú, Censo de las Provincias de Lima y Callao levantado el
13 de noviembre de 1931 (Lima, 1932), p. 40.
También es notable el número de familias de clase popular afectadas por la mortalidad infantil y por enfermedades en general.
En 1908, por ejemplo, de 2,839 madres que declararon haber dado a luz a 3 niños, sólo 905, o aproximadamente un tercio, tenían tres hijos sobrevivientes. Las proporciones de niños sobrevivientes disminuían aún más en cuanto el tamaño de la familia aumentaba. Véase:
Perú, Dirección de Salubridad Pública, Censo de la Provincia de Lima (26 de junio de 1908), (Lima, 1915), Vol. II, pp. 990-91. Los censos de Lima de 1908 y 1930 indican que aproxima
damente 2/3 de los niños de los sectores populares eran ilegítimos, uno entre muchos indicadores de la gran frecuencia de relaciones informales entre hombre y mujer y el poco recurso al matrimonio formal. Véase:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, p. .232; Perú, Cen so de Lima 1931, pp. 130-131; y Boletín municipal de Lima, 1900-1930, que contiene registros muy de tallados sobre matrimonios.
Las estadísticas sobre los cambios en la composición étnica de Lima en la época deben ser tratadas con cuidado, ya que el mar gen de error es muy alto. En el censo de 1931, por ejemplo, los cuestionarios fueron llenados por los encuestados y no por los que tomaban el censo. Con gran frecuencia los mestizos y los indios se autodenominaban blancos. Es dudoso que los resultados fueran mucho más acertados si los cuestionarios hubieran sido llenados
por los que tomaban el censo, quienes encontraban extremada mente difícil juzgar características raciales. Los materiales que fue ron consultados para la composición racial de los sectores popula43
res de Lima fueron:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, pp. 90-97; Perú, Censo de Lima 1920, pp. 118-25; y Perú, Censo de
Lima 1931, pp. 92-94. Véase también: Enrique León García, Las razas en Lima (Lima, 1909), especialmen te pp. 14-15, 40 y 69; Pedro M. Benvenutto Murrieta, Quince plazuelas, una alameda y un callejón (Lima, 1932), p. 137; José G. Clavero, Demografía de Lima en 1884 (Lima, 1885), p. 29; José Luis Caamaño, Apuntes limeños, (Lima, 1935); y Eleuterio Vigil Peláez, El Callao de ayer y de hoy (Callao, 1946).
En,términos de empleo, la población mestiza se agrupaba en ocupaciones manuales como artesanía, trabajo industrial y transporte. Muy pocos mestizos, negros o indios eran propietarios en Lima, y las ramas de comercio, abogacía, medicina y educación fueron dominadas por los blancos: "Esas profesiones que ganan el
más alto ingreso o producen el más alto prestigio social son preferencialmente-ejercidas por blancos." León García, Las razas, p. 20. Entre 1900 y 1930 el alfabetismo era notablemente alto en
las áreas urbanas de Lima. En 1908 la proporción de alfabetismo de la población masculina y femenina de la ciudad mayor de 6 años fue de 76% con un total de analfabetismo calculado en 18.3% (el otro 5.7% era constituido por las categorías de semialfabetizados y sin datos). Hacia 1920 el analfabetismo había disminuido a
9.6%. En 1931 se elevó ligeramente a 11%, llegando a 13.6% en el barrio popular del Rímac. Este aumento parece haber sido el resul tado de la migración a la ciudad de una población rural menos edu cada. Si la edad mínima es aumentada de 6 a 10 años, el analfabe tismo declina a 9.6% en 1931. Una de las razones del alfabetismo
significativo fué la alta proporción de asistencia escolar. En 1931, por ejemplo, 72% de los niños limeños en edad escolar había reci bido algo de educación formal. Véase:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. I, pp. 370-76 y Vol. II, pp. 894-900; Perú, Censo de Lima 1920, pp. 13946; y Perú, Censo de Lima 1931, pp. 150-66. Un excelente examen de las condiciones de trabajo de las masas urbanas a comienzos de siglo se encuentra en Joaquín Cape lo, Sociología de Lima (Lima, 1895), Vol. II, pp. 39 y 43-45. Las descripciones de Capelo paralelan estrechamente otras posteriores de 1920.y 1930 de: 44
Ricardo Martínez de la Torre, Apuntes para una inter
pretación marxista de historia social del Perú, (Lima, 1947), pp. 74-75; José Carlos Mariátegui, Temas de educación (Lima', 1930) pp. 138-39; y Magali Sarfatti Larson y Arlene Eisen Bergman, Social Stratification in Perú (Berkeley, Calif., 1969), p. 105. Datos sobre la estructura general de empleos de Lima pue den ser encontrados en:
Perú, Censo de Lima 1908, Vol. II, pp. 906-43; Perú, Censo de Lima 1920, pp. 163-82; Perú, Censo de Li ma 1931, pp. 192-207; David Chaplin, The Peruvian Industrial Labor Forcé (Princeton, N.J., 1968), p.
279; y Federico Debuyst, La población en América Latina (Madrid, 1961), pp. 125 y 128. Material sobre las categorías económicas de empleos para clases populares es derivado de:
Santiago Basurco y Leónidas Avendaño, "Informe emitido por la comisión encargada de estudiar las con diciones sanitarias de las casas de vecindad en Lima,
primera parte", Ministerio de Fomento, Dirección de Salud Pública, Boletín, III: 4, (30 de abril, 1907), 33-
35; Pedro Reyes, A la Capital (Lima, 19 ?), p. 46; El Perú, enero 20, 1931, p. 1; Hugo Marquina Ríos, "Cincuenta casas de vecindad en la Avenida Francisco
Pizarra", en Carlos Enrique Paz Soldán, Lima y sus suburbios (Lima, 1957), p. 78; y Benvenutto Murrie ta, Quince plazuelas, p. 318. Los cambios frecuentes de empleo eran muy comunes y
parece que no era muy difícil encontrar trabajo durante la mayor
parte del período entre 1900 y 1930. Como Arturo Sabroso señaló en una entrevista con el autor: "Para cambiar de trabajo lo único
que teníamos que hacer era revisar los anuncios", (26 de febrero 1971). Véase también El Comercio, 10 de diciembre, 1931, p. 2. Aparentemente el mercado laboral comenzó a saturarse a media dos de los años veinte debido al flujo a la ciudad de grandes núme ros de migrantes rurales, y por consiguiente, la demanda de trabajo en sectores como la industria de la construcción bajó estrepitosa mente. Véase:
Alberto Alexander, Las causas de la desvalorización
de la propiedad urbana en Lima (Lima, 1932), pp. 1213. 45
Las diferencias entre los trabajadores sindicalizados y los no-sindicalizados se describen en:
El obrero textil, V: 62, (Junio, 1924), 2. Arturo Sa broso, Réplicas proletarias (Lima, 1934), pp. 38-39; Leoncio M. Palacios, Encuesta sobre presupuestos fa miliares obreros realizada en la ciudad de Lima en
1940 (Lima, 1944) pp. 112-14; Martínez de la Torre, Apuntes para una interpretación, Vol. II, p. 353; y Enrique Echecopar, Aptocracia, (Lima, 1930), p. 79. Información sobre los ingresos de la clase trabajadora y los gastos puede ser encontrada en:
Martínez de la Torre, Apuntes para una interpreta ción, Vol. I, pp. 22 y 108-109; Federico Ortiz Rodrí guez, "Páginas del pueblo", Mundial, VI: 251, (3 de abril, 1925), 32; Basurco y Avendaño, "Casas de ve cindad", 35; Ernesto Galarza, "Deudas Dictadura y
Revolución en Bolivia y el Perú", Foreign Policy Reports, (13 de mayo de 1931), 116; y Lawrence Dennis, "What Overthrew Leguia: The Responsibility of American Bankers for Peruvian Evils", The New Republic, LXIV: 824, (17 de septiembre 1930), 117118.
Que la mayoría de las clases populares de Lima vivía en ca llejones, casas de vecindad o casas subdivididas en las primeras dé cadas del siglo XX está demostrado en: Basurco y Avendaño, "Casas de vecindad", passim; Jorge Basadre, Historia de la República del Perú, 6ta. edic, (Lima, 1968-69), Vol. XII, p. 249; Benven-'to Murietta, Quince plazuelas, p. 209; Alberto Ale>?.nder al Director de Salubridad en Boletín de la D i c
ción de Salubridad Pública, Segundo Semestre, (1926), 185; J.P. Colé, Estudio geográfico de la gran Lima (Lima, 1957), pp. VII-18; y José Muñoz y Die go Robles, Estudio de tugurios en los distritos de Je sús María y La Victoria (Lima, 1968), p. 68.
La descripción de los rasgos arquitectónicos de los callejo nes está derivada de:
El Tunante (Pseud.) Abelardo Gamarra, Lima: unos
cuantos barrios y unos cuantos tipos (Lima, 1907), pp. 22-23; Benvenutto Murrieta, Quince plazuelas, 46
p. 270; Basurco y Avendaño, "Informe emitido por la comisión encargada de estudiar las condiciones sanita rias de las casas de vecindad en Lima, segunda parte", Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad Pú
blica, Boletín, III: 5 (31 de mayo, 1907), 55-57; Marquina Ríos, "Cincuenta casas de vecindad", p. 79; y
Óscar Romero Fernández, "Un espacio urbano libre: La Alameda de los Descalzos", en Paz Soldán, Lima, p. 100. También una serie de conversaciones con el conocido ar
quitecto e historiador de Lima Juan Gunther en Mayo de 1971, y observaciones personales de las viviendas actuales de las clases po
pulares en Lima —muchas de ellas son las mismas que aquellas des critas en las fuentes del período 1900-1930— fueron inmensamen te útiles para el entendimiento de la estructura de estas casas. Mu ñoz y Robles, Tugurios, es un estudio excelente en dos zonas, La Victoria y Jesús María, de la Lima más reciente. Es interesante no tar los paralelos sobresalientes entre los callejones del tiempo en que esto fue escrito y aquéllos que existieron 70 años atrás. Su comparación demuestra la mínima evolución sufrida por este tipo de vivienda en el transcurso del tiempo. Véase especialmente pp. 50-51. Para los planos de ios varios tipos de callejones véase: Alberto Alexander, Los problemas urbanos de Lima y su futuro (Lima, 1927), Tabla VII; y Pedro E. Paulet, Directorio anual del Perú, Vol. I, Provincias de Li ma y El Callao (Lima, 1910-11), p. 190.
La proliferación de callejones, casas subdivididas y casas de vecindad no fue un fenómeno nuevo en la Lima de principios del siglo XX. Los primeros callejones de la ciudad crecieron a lo largo de las grandes mansiones de las familias adineradas durante el siglo XVIII. Estimulados por un aumento general de la población urba na y una escasez de vivienda en el área metropolitana, muchos pro pietarios de grandes casas coloniales construyeron una serie de
cuartos pequeños en terrenos desocupados al lado de y atrás de sus viviendas en tierras que anteriormente habían sido utilizadas para el cultivo de legumbres. Después, la forma de callejón fue adopta da a través de todo Lima como la manera más económica de amon
tonar a cuantiosos números de personas en las grandes cuadras que dividían el área central de la ciudad. La diseminación de las casas
subdivididas y de las casas de vecindad fue particularmente visible
en la última parte del siglo diecinueve cuando se hizo cada vez más 47
aparente a las clases propietarias que la construcción de vivienda de alquiler barato prometía ser una inversión lucrativa. Un produc to del renovado interés en este tipo de construcción fueron las ca sas de vecindad de las cuales el "entrepreneur" norteamericano
Henry Meiggs fue uno de los primeros promotores. Una forma más común de vivienda que estos primitivos edificios de apartamentos
para los sectores populares fueron las casas subdivididas que cre cieron en número especialmente después de 1900 cuando las clases altas de Lima comenzaron a mudarse de la parte central de la ciu dad a los suburbios cercanos. Ellos subdividieron sus viejas casas en
viviendas minúsculas para las familias de las clases pobres. El alqui ler obtenido de un callejón, de una casa subdividida, o de una casa de vecindad proporcionaba un ingreso constante y seguro para su propietario. Información sobre la historia de la vivienda de los sectores
populares de Lima fue obtenida de: José Gálvez, Estampas limeñas, 2da. ed. (Lima, 1966), pp. 109-110; Juan Günther, entrevista, mayo 18, 1971; Tunante, Lima barrios, pp. 21-22; Marquina Ríos, "Cincuenta casas de vecindad", p. 79; y El Perú, 12 de enero, 1931, p. 1.
Basurco y Avendaño en su estudio admirable sobre las vi viendas de la clase baja de Lima en 1907 estimaban que en toda la ciudad un 66.7 por ciento de la población vivían en viviendas so-
brepobladas e insuficientes. Ellos también afirmaban que su inves tigación demostraba que, "la sobrepoblación y la vida de callejón coexisten". Véase: Basurco y Avendaño, "Casas de vecindad, pri mera parte", 24-27. Datos má6 recientes sobre densidad de pobla ción reafirman sus conclusiones. Véase:
Colé, Estudio geográfico, pp. V-16-17; Romero Fer
nández, "Espado.urbano libre", p. 100; y Muñoz y Robles, Tugurios, pp. 52-53. De acuerdo a Muñoz y Robles, p. 53, aquéllos que en los años sesenta vivían en casas subdivididas tenían aun menos espacio
que los habitantes de callejones. Para más información sobre las condiciones de hacinamiento características de las viviendas popu lares limeñas, véase:
Rómulo Eyzaguirre, "Influencia de las habitaciones de Lima sobre las causas de su mortalidad", Boletín
del Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad Pública, II: 1, (31 de enero, 1906), 23-52; Tunante, 48
wmSmm
IWIV1RSIDAD N. M. Dg SAN MARCOS
EHfiEC DE BIBLIOTECA Y PUBLICACIONES
Lima barrios, p. 23; Richard W. Patch, "Life in a
Callejón", American Universities Field Staff Reports
(West Coast South America Series), VIII: 6, (junio, 1961), 1; Martínez de la Torre, Apuntes para una in terpretación, Vol. I, pp. 77-78; y Basurco y Avenda ño, "Casas de vecindad, primera parte", 113-120.
Las descripciones de las diversas residencias de Lucho Saldaña fueron destiladas de la encuesta detallada hecha casa por casa
de las viviendas populares de Lima por Basurco y Avendaño, "Ca sas de vecindad, primera parte", 38-107. Sobre las condiciones ge nerales de vivienda de las masas urbanas véase también: Gálvez,
Estampas limeñas, p. 109; Muñoz y Robles, Tugurios, p. 7; y El obrero textil, III: 36, (julio del 1-15, 1922), 3-4.
Muñoz y Robles, Tugurios, pp. 54-64 y 69, que contiene datos específicos sobre los materiales empleados en la construc ción de tugurios, afirman que con el transcurso de los años el
único cambio ha sido el reemplazo de pisos de piedra y de tierra
por pisos de concreto. Las paredes de los callejones, las casas
subdivididas y las casas de vecindad continúan siendo de adobe, y la madera sigue predominando en la construcción de los techos. También demuestran que ha habido poco progreso en el área de la instalación de cañerías, con los residentes en siete de cada diez
callejones aún teniendo que compartir el agua, el desagüe y los re
servados. Véase pág. 56.
Información general sobre las condiciones de salud entre
los pobres de Lima se encuentra en:
Basurco y Avendaño, "Casas de vecindad, primera
parte", 6-7, 58-59 y 108-111; La Tribuna, 5 de julio de 1931, p. 4; Patria, 2 de julio, 1931, p. 2; Tunante, Lima barrios, pp. 20 y 22; y Romero Flores, "Espacio urbano libre", p. 99.
Un estudio detallado sobre la correlación entre la vivienda
de los sectores populares, las enfermedades y la alta mortalidad es el de Eyzaguirre, "Influencia de la habitación", véase especialmen te 44-48.
Información sobre los rasgos internos de la vivienda pro viene de:
Basurco y Avendaño, "Casas de vecindad, primera
parte", 109-10; Marquina Ríos, "Cincuenta casas de vecindad", pp. 79-80; Enrique León García, "Aloja49
8735W
mientos para la clase obrera en el Perú", Boletín del Ministerio de Fomento, Dirección de Salubridad Pú blica, II: 1 (31 de enero, 1906), 57-58; y Emilia de la Barrera, Estampas del ambiente (Lima, 1937), p. 35.
Varios observadores han recalcado el más alto grado de desorganización social y desconfianza entre los residentes de los tugurios de Lima. Véase: Gálvez, Estampas limeñas, pp. 110-12; Tunante, Lima barrios, p. 23; y Basurco y Avendaño, "Casas de ve cindad, primera parte", p. 68. Las descripciones en estos primeros trabajos son sorpren dentemente similares a las observaciones de autores posteriores in cluyendo a:
Patch, "Life in Callejón", especialmente 4-5, 7, 12, 15-16 y 19; y Humberto Rotondo, "Psychological and Mental Health Problems of Urbanization Based
on Case Studies in Perú", in Phillip M. Hauser, ed., Urbanization in Latin America (New York, 1961), pp. 250-51 y 255.
También una entrevista con Alcides Carreño el 4 de mayo de 1971, fue muy reveladora acerca de los muchos aspectos de la vida diaria de los pobres de Lima durante este período. Parece que las circunstancias de las masas urbanas comen zaron a deteriorarse a partir de 1920, un proceso que se extendió
hasta la Depresión. Un aumento significativo en el tamaño de 1;< población de Lima, producto en parte de la extensa migración rural-urbana, llevó a una aglomeración aún mayor en los domicilios de clase popular durante este período. Un desmejoramiento de las viviendas populares acompañó a la creciente sobrepoblación de las mismas durante los años vein te. Bajo las circunstancias de una aumentada demanda para nuevas urbanizaciones para las clases medias y altas y con el subido costo de los materiales de construcción, poco capital fue destinado al mejoramiento o aun al mantenimiento de los callejones, casas sub divididas y casas de vecindad existentes. Estos tipos de vivienda
decayeron gradualmente en esta década al punto de que, según un registro de propiedad urbana compilada entre 1927 y 1929, apro ximadamente el 53 por ciento de todos los domicilios de Lima
eran considerados inaceptables para la habitación y 40 por ciento de éstos estaban totalmente irreparables. 50
Para información sobre las fluctuaciones en la población de Lima entre 1908 y 1940, véase: Alberto Alexander, Estudio sobre la crisis de la habi
tación en Lima (Lima, 1922), especialmente pp. 8-12; Perú, Censo de Lima 1931, pp. 28-31; Juan Bromley y José Barbagelata, Evolución urbana de la ciudad de Lima (Lima, 1945), pp. 117-18; The West Coast Leader, 3 de mayo de 1932, p. 3; Ricardo Tizón y Bueno, El plano de Lima (Lima, 1916), p. 54; y Emi lio Harth-Terré, "Lima contemporánea", en Lima en el IV centenario de su fundación (Lima, 1935). Muñoz y Robles, Tugurio, p. 88, presenta datos sobre la evolución de la densidad demográfica en las viviendas populares entre 1961 y 1967. Un estudio valioso de la relación entre la esca
sez de viviendas obreras y el auge de la industria de la construc ción en los años veinte se encuentra en Alexander, Crisis de la ha bitación, pp. 1 y 34-35. Véase también: Alexander a Dirección de Salubridad, 186-87; Alexan der, Causas de la desvaJorización, p. 4; M. Montero Bernales y Alberto Alexander, "Contemplando la si
tuación de los desocupados y la crisis de la vivienda", El Perú, 23 de enero de 1931, p. 2; Bromley y Barbagelatta, Evolución urbana, p. 105; Martínez de la To rre, Apuntes para una interpretación, Vol. I, p. 77; y Harth-Terré, Lima contemporánea. Las cifras para comparar la sobrepoblación de las viviendas en 1907 y 1931 provienen de: Basurco y Avendaño, "Casas de vecindad, primera
parte", 24; Eyzaguirre, "Influencia de la habitación", 27, 30, 32 y 34-37; y Montero Bernales y Alexander, "Contemplando la situación", p. 3.
Aun cuando se toma en cuenta estas fluctuaciones tempo-( rales, la comparación de descripciones de las condiciones de vida de las masas urbanas hechas a comienzos de siglo con las que se
han hecho después demuestra que estas condiciones no han varia do mucho a través de los años. Una excepción evidente a esta regla ha sido el crecimiento de los barrios marginales, especialmente des de 1945. Sin embargo, la vida de los tugurios en los barrios tradi cionales ha cambiado poco. Existen paralelos pronunciados entre los datos recogidos por Basurco y Avendaño en 1907, "Casas de vecindad, primera parte", y los estudios hechos en los años 50 y
60 como los de Muñoz y Robles, Tugurios, y Colé, Estudio geográ5]
fico. Aparentemente, aun las serias epidemias de enfermedades contagiosas que desde el comienzo de siglo eran percibidas como consecuencias en parte de las pésimas'condiciones de vivienda po
pular, provocaron solo mínimos esfuerzos para aliviar esas condi ciones.
La información sobre las condiciones de vivienda popular en los años veinte fue encontrada en:
Perú, Dirección de Salubridad Pública, Ministerio de Fomento, Inspección Técniea de Urbanizaciones y Construcciones, "Primer informe anual sobre el re
gistro sanitario y catastro de la propiedad urbana de Lima", Ciudad y campo y caminos, V: 38, (marzoabril, 1928), 25-26 y 28; Perú, Dirección de Salubri dad..., Segundo informe sobre el registro sanitario y catastro de la propiedad urbana de Lima (Lima, 1928), p. 4 y Tablas I-III; Perú, Dirección de Salubri dad..., "Catastro del Distrito de La Victoria", Ciudad y Campos y Caminos, VI: 44, (1929), 45-46; y Perú, Dirección de Salubridad..., Cuarto informe sobre el registro sanitario de la vivienda y catastro de la pro piedad urbana de Lima, (Lima, 1929), pp. 4-5 y Ta blas I-III.
Una explicación de la manera en que se recopiló ese regis tro se encuentra en Alexander a Dirección de Salubridad, 184-85. Sobre el deterioro de la vivienda popular en los años veinte, véase: Alexander, Crisis de la habitación, especialmente pp. 38-41; Alexander, Causas de la desvalorización, p. 9; Basadre, Historia de la República Vol. XIII, p. 300; y El hombre de la calle, I: 13, (12 de diciembre de 1930), 2.
52
CAPITULO III CULTURA POPULAR Y POLÍTICA POPULAR EN LOS COMIENZOS DEL SIGLO XX EN LIMA
Este ensayo intenta encontrar una vía preliminar para comprender la interacción entre las normas culturales y la conduc
ta política de los sectores populares de Lima en las primeras déca das del siglo XX. Numerosos observadores en esos años y más tar de han hecho hincapié en el alto grado de personalismo que parece penetrar el sistema político del momento, un personalismo que en cuentra su expresión política más importante en dos movimientos, el Sanchezcerrismo y el Aprismo que emergieron para dominar la Bscena política en 1930-31. Para comprender la especial atracción de esos movimien tos y la notable importancia del personalismo, este ensayo pone
énfasis en el desarrollo de una orientación subjetiva hacia la políti ca y los políticos en las masas limeñas. Sugiere algunos de los más importantes elementos que debieron intervenir en la formación de
esa orientación subjetiva. Es al mismo tiempo una mirada intro ductoria al interior de algunas de las instituciones y estructuras que contribuyeron a la formación de los valores culturales popu lares. Y como las actitudes políticas son simplemente una faceta del más amplio universo cultural del pueblo, cualquier análisis de cultura es implícitamente también un análisis de política. Al mismo tiempo que podemos hacer uso de un estudio de la cultura y de la formación cultural para estudiar la política, po. demos también entender mejor las normas culturales de un sector social particular analizando su participación política formal o su apoyo a un movimiento político definido. Los valores culturales
jio pueden ser cuantificados. Pero la conducta política, desde la participación en una manifestación por un candidato, hasta el acto de sufragio puede, aunque frágilmente, medir las normas subjetivas que caracterizan a cualquier grupo político. Antes de considerar a
la cultura como alguna especie de entidad integrada debemos pri mero descubrir esas fuerzas que jugaron los principales roles en su .55
formación. No existió un solo factor preponderante en la creación de un sistema de valores en las masas de Lima a comienzos del si
glo XX. Más bien, ese sistema fue el producto de la interacción de una serie de influencias del medio ambiente, las cuales pueden ser agrupadas bajo los dos rubros generales de experiencias de sociali_, zación y restricciones estructurales. Las relaciones familiares, la vi-1 da escolar, las prácticas religiosas y la interacción con el sistema político fueron elementos fundamentales del proceso de socializa
ción de los sectores popularen de Lima. Los valores aprendidos en , esas áreas fueron reforzados por la confrontación diaria del indivi duo con las relaciones estructurales de la sociedad urbana. Los ele• mentos estructurales que afectaron particularmente la formación
de valores incluyeron la distribución del poder y la riqueza entre los varios estratos sociales y la prevalencia de ciertos tipos de rela ciones sociales tradicionales.
Una premisa básica de este enfoque para el desarrollo de
un conjunto específico de valores es que las creencias que la for man fueron aprendidas por cada individuo a través de un ajuste personal a las realidades de la existencia cotidiana. Cada miembro
de las masas urbanas experimentó un proceso de "enculturación"
con el cual, en respuesta a los estímulos generados por su propia experiencia, obtuvo una manera de ver y enfrentarse al mundo. Muy importante para adquirir disposiciones hacia la con ducta política fueron las lecciones aprendidas en la vida acerca
de la autoridad y la relación propia con personajes que la repre
sentaban. Su contacto inicial con la autoridad vino de la realidad
íntima de la familia. Al interior de ésta los integrantes de los sec tores populares limeños aprendieron primero a definir un rol so cial propio y a hacer distinciones entre los estatus de subordina
dos y superiores. El sistema dominante en el hogar conformado con premios y castigos enseñó los modelos de conducta que suscitaban aprobación y las que merecían un juicio contrario.
Hacia los inicios del siglo XX el sistema de premios y cas tigos en las familias de clases trabajadoras tenía preponderancia en cuestiones "relacionadas con la obediencia de los hijos. Corriente mente los padres demandaban absoluta sumisión de su descenden
cia a su autoridad en todos sus aspectos. Un crítico agudo de la familia peruana, José Antonio Encinas, caracterizaba esta situa ción como una en la cual: "El padre es todo; sus gustos, tenden cias, preferencias y ambiciones deben imponerse. El hijo es na56
die" (1). Una importante faceta de la buena educación era mostrar respeto a los mayores a través de manifestaciones exteriores de humildad.
Cómo se creía generalmente que la obediencia no viene na turalmente sino que puede ser producida por ciertas formas de
coerción, varias formas de castigo se tenían a la mano para asegu rar el mantenimiento de normas aceptables de conducta y de he cho el castigo tomó primacía sobre el premio como modalidad en
la mayoría de los hogares. El interés de un miembro joven de la familia a participar en una conversación de sobremesa, un pasa
tiempo estrictamente reservado a los adultos, podía ser literalmen te destruido con una reprimenda verbal, como en la sarcástica des
cripción de Manuel González Prada: Cuando uno de esos jóvenes sentía (por suerte o mila gro) el impulso a expresarse con orgullo y dignidad, a toda
la familia le tomaba por sorpresa de la más extraordinaria manera, haciéndola sentir en un estado de inequívoca ame naza, como si hubiesen visto que una libra esterlina se transformaba en un centavo... Por suerte, la madre estaba allí para reprimir el escándalo y ella salvaría el honor del hijo. La experimentada e inteligente señora no pronuncia discursos interminables, ni tampoco ofrece consejos espon
táneos; recurre a una parquedad espartana. Ahoga el malig no impulso del joven con una abracadabra supersacramental de un indiscutible efecto mágico: "Tonto, come y calla"(2).
Paralelamente a la censura verbal, los padres comúnmente
recurrían a emplear el temor para corregir una mala conducta diciéndoles a sus hijos que el espíritu de una persona muerta o el "cuco" vendría a jalarles los pies o llevárselos. Si los otros métodos no daban resultados, el castigo físico era empleado frente a los ni ños que no alcanzaban las estrictas reglas familiares (3), (1)
José Antonio Encinas, Higiene Mental, 2da. ed. (Santiago, 1946),
(2)
Manuel González Prada, Bajo el oprobio (París, 1933), pp. 114-15.
p. 259.
(3)
La más valiosa fuente de información sobre la estructura de la fami
lia peruana comienzos del siglo XX hasta 1940 es el trabajo del sicó
logo-educador José Antonio Encinas. Sus estudios siguientes pueden ser consultados: Higiene Mental, especialmente pp. 15-16, 31, 45, 62 y 105; y La educación de nuestros hijos (Santiago, 1938), pp. 57 y 92.
57
La estructura autoritaria y de jerarquía rígida en estos ho
gares debió haber dejado una huella indeleble en sus miembros jó venes. La continua conformidad a la poderosa y muchas veces arbi
traria autoridad paternal produjo un estado de inseguridad y temor en estos niños fijando una tendencia a retraerse frente al conflicto
con personas a las cuales se les percibía formando parte de un "staLus superior". González Prada describe esta exagerada sumisión de sus compatriotas más pobres a las autoridades que los gobiernan como una demostración extrema de la mentalidad del "come y calla" que fuese embebida durante su juventud: La mentalidad del come y calla ha sido difundida de
tal manera que merece colocarse en el anverso de nuestras monedas. Esto revela un rasgo básico de carácter... El asno,
trabajador y sufrido, no busca comprender la sicología de su amo; él mastica su pasto y permanece callado; las mas; aún más miserables y quizás más pacientes que la muía no indagan acerca del valor moral o intelectual del muletero: ellas desayunan y se callan la boca.(4)
González Prada insinúa que el tutelaje1 autoritario que ca racterizaba las relaciones familiares también creó un individuo con
poca confianza en su habilidad para influenciar significativamente o controlar su medio ambiente. En su lugar, la excesiva dependen
cia en el hogar pudo haberlo llevado a la búsqueda de gratificacio nes a través de la sumisión a los hombres, de "arriba". Estas experiencias iniciales con la autoridad pueden haber sido transferibles más tarde a las percepciones acerca del funciona miento del sistema político y acerca de los atributos de sus dirigen tes. El sistema del "come y calla" que excluía la participación en la toma de decisiones en el hogar pudo haber llevado a esperar un rol pasivo similar en el proceso político. Y los padres estrictos de la juventud trabajadora pudieron convertirse en su mayor punto de referencia para elegir a los dirigentes políticos en su madurez. En el contexto de la política populista de los años 30, Luis M. Sán chez Cerro y Víctor Raúl Haya de la Torre exhibían muchas carac
terísticas de un padre ideal de las masas. La participación de las .clases laborales urbanas en esos movimientos dirigidos por hom
bres con estilos políticos a la vez protectores y autoritarios quienes
(4) 58
González Prada, Bajo el oprobio, pp. 116-117.
proclamaban que ejercerían el poder en beneficio de sus seguidores pero sin la activa participación de éstos, fue un tipo de retorno político a las formas de dependencia y protección experimentadas en sus primeros años. El dirigente populista podría tomar el rol de un padre sustituto.
Para muchos —aparentemente la mayoría— de las masas li meñas, los verdaderos padres no formaban parte del hogar. Más bien la forma más común de uniones conyugales era la conviven cia. Datos de los censos de Lima de 1908 y 1930 indican que apro ximadamente dos tercios de los hijos de las clases trabajadoras fue
ron ilegítimos y que, en términos comparativos, Lima tenía uno de los porcentajes más bajos del mundo de personas casadas en el total de su población. De este modo, una alta proporción de las relaciones familiares populares no fueron entre padres e hijos sino entre madres e hijos (5).
Es posible que es,os hogares matriarcales aumentaran la tendencia de los hombres de bajos estratos a buscar más tarde la zos dependientes en la política y en otros dominios. En estudios sobre diferentes orientaciones políticas de los hombres y hogares de padre y madre versus hogares cuya única figura era la madre en otros lugares del mundo, se encontró que estos últimos producían (niños) "Más infantiles, dependientes y sumisos que aquéllos de hogares en los cuales el padre estuvo presente" (6). En parte estos patrones se derivan de las características de "sobreprotección, dominación y exigencias" adscritas a las madres de familia de pa dre ausente, particularmente en los rangos inferiores de la escala social.
Los sectores populares, como el resto de la sociedad, co menzaron el aprendizaje de valores sociales en la familia, pero el proceso no terminó allí. El impacto relativo de los valores aprendi-
(5)
Perú, Censo de la Provincia de Lima (26 de Junio de 1908) (Lima, 1915). Vol. I, p. 232; Perú, Censo de las Provincias de Lima y Callao levantado el 13 de Noviembre de 1931 (Lima, 1932), pp. 130-131;
Enrique León García, Las razas en Lima (Lima, 1909), pp. 26-29; y Richard Patch, "Life in a Callejón", American Universities Field Staff Reports (West Coast South America Series), VIII: 6 (Junio, 1961), 20-21.
(6)
Kenneth P. Langton, Political Socialization (New York, 1969), p.31. Langton basa sus conclusiones sobre datos de encuestas llevadas a cabo en Estados Unidos y Jamaica. 59
dos en el hogar sobre la vida posterior dependió en gran medida del grado en que la experiencia posterior modificó o reformó las lecciones aprendidas en el seno familiar. Para la mayoría de los niños de las clases bajas de Lima, el contacto formal inicial con la
sociedad en su conjunto llegó en la escuela primaria. En las tres primeras décadas del siglo XX aproximadamente el 70% de los niños de la capital en edad escolar asistieron a la escuela primaria en algún momento. El aprendizaje, de los, valores en la escuela ocurrió de dos maneras. Primero, los estudiantes asimilaron a tra vés del ambiente y estructuras del aula, conocimientos implícitos acerca de las normas básicas de estratificación social y los modelos aceptables de conducta. Con respecto al aprendizaje político, a menudo el profesor fue el primer representante de la autoridad
política que el niño encontraba. La relación entre el profesor y el alumno tuvo un efecto profundo más tarde en el enfoque que este último adquirió hacia los políticos. Segundo, la escuela primaria dio. lecciones explícitas tanto sobre la "moral" apropiada como sobre la conducta política, el enseñar temas que iban desde urbani dad hasta Historia del Perú. Los roles, las relaciones, y los materia les curriculares aprendidos en la escuela fueron extremadamente
importantes en la formación de la personalidad. Como afirmó un prominente educador peruano "todo el mundo grande" se refleja en este "mundo pequeño" del aula(7). Las enseñanzas formales e informales del aula fueron posteriormente legitimadas por el he cho de que la educación publica constituía una de las únicas for mas aceptables de conseguir alguna movilidad, aunque marginal, para el sector popular.
Como en el hogar, la obediencia fue la norma principal de "la sociedad" representada en el aula de la escuela primaria. Mu chos de los esfuerzos de los profesores estaban dirigidos al mante nimiento de un ambiente apropiado de orden y silencio. En la típica escuela de los distritos más pobres de Lima:
Los niños deberán permanecer sentados, con las espal das rígidas, atentos a la voz y a las órdenes del profesor. Ningún movimiento es posible, ninguna pregunta es permi tida, debe reinar el silencio de los cementerios (8). (V)
José Antonio Encinas, Un ensayo de escuela nueva en el Perú (Lima,
(8)
1932), p. 197. Encinas, Educación de hijos, p. 169.
60
A la luz de estas condiciones, la descripción de estas escue
las por Francisco García Calderón como "pequeños cuarteles don de debía marchitarse la juventud popular" (9), no parecía inapropiada. Varios factores facilitaban a los profesores el logro de esta disciplina estricta. Estaban investidos con el rol de padres sustitutos por la administración de la escuela y por los verdaderos padres de los alumnos quienes de costumbre presentaban a sus hijos a los profesores declarando: "Profesor, señor, con todo el debido res
peto, vengo a traerle a su segundo hijo. Usted será su segundo pa dre de ahora en adelante" (10). Cuando faltaba en la clase el "respe to filial" los profesores recurrían con frecuencia al castigo corporal para mantener su autoridad suprema. "La letra con sangre entra", una máxima comúnmente usada para simbolizar el proceso educa cional en la escuela primaria peruana, tuvo una aplicación más que
figurativa. Los estudiantes que quebrantaban las reglas rígidas de conducta, o que no alcanzaban a recitar sus lecciones apropiada
mente, eran usualmente objeto de una corrección con una regla, y en algunos casos con un látigo. Aquellos alumnos en cambio que demostraban un alto grado de obediencia y aun de servilismo eran objeto de frecuente aprobación por parte del profesor. Para la mayoría de los profesores que entendían la educación como la dis ciplina y dominación de sus alumnos, los valores supremos de la sociedad representados en el aula eran la buena conducta y la obe diencia a sus órdenes. Medían a los niños en relación a estas cuali
dades dentro de una escala de pasividad y sumisión; los mejores
alumnos eran aquellos que no sólo obedecían sin protestar sino que exteriorizaban constantemente su deferencia hacia el profesor al lustrar diligentemente la manzana profesoral. Un crítico particu larmente sensible a los aspectos autoritarios de la escuela primaria de inicios del siglo XX describe sin omitir detalles en su agrio in forme de la conducta de los profesores: Cerrado dentro de un absurdo criterio de autoridad...
más drástico que en el hogar... el profesor se considera con vertido en policía o en juez, transformándose con frecuen-
(9)
(10)
Francisco García Calderón, En torno al Perú y América (Lima, 1954), p. 76.
Esta situación fue detallada al autor por Próspero Pereyra, Entrevis ta, Marzo 4, 1971 y ha sido repetido casi al pie de la letra en un nú mero de entrevistas subsiguientes con otros individuos. 61
cia en un dictador que posee todas las peculiaridades de los que se erigen en amos de un pueblo o de los que se creen "providenciales": Les gusta ser obedecidos, halagados; sienten fruición cuando todos se consideran sus subordi
nados; a diario están en espera de alguna lisonja, de alguna dádiva, de algún obsequio, de alguna pleitesía; se rodean de su corte que, generalmente, son los muchachos serviles, o que se entrenan para serlo; éstos son los encargados de
pronunciar discursos laudatorios... Engreído y ensoberbe cido, juzga que la escuela es su patrimonio, \ que los niños han sido llevados allí para ponerlos a su entero servicio.(11) Los valores de obediencia y sumisión aprendidos por los niños de la clase trabajadora, primero en la atmósfera del hogar, eran fuertemente reforzados por la dictadura profesoral en la escuela. El alumno descubrió en el salón de clase, por ejemplo, que el escape seguro a un castigo arbitrario se encontraba en el servilis mo. Por lo tanto, la escuela contribuyó significativamente a la internalización de la conducta servil como la fórmula favorita para la confrontación con personas a las que se consideraba portadoras de gran poder. Actuando directamente en contra del logro de autoconfianza por parte del alumno, el ritual diario del salón de clase de la escuela primaria alentó, por el contrario, una búsqueda constante de aprobación y apoyo de las figuras autoritarias. Du rante el proceso los alumnos aumentaban su respeto básico por las jerarquías sociales preexistentes. El ámbito de la enculturación política las condiciones opresivas del aula en el que la crítica y el cuestionamiento no eran atendidos y más bien generalmente castigados por el maestro auto ritario, desalentaban el posterior cuestionamiento y crítica de los
hombres poderosos y de las instituciones de la política nacional. Un dirigente aprista de las décadas de 1920 y 1930 que atacaba amargamente el "pesimismo político" generado por el pro ceso educacional se lamentaba así:
Podemos aún testimoniar las consecuencias de i'na
educación diseñada para formar espíritus débiles, inde~i os y sumisos, a través del período del gobierno civilista... .:n-
(11) 62
Encinas, Escuela nueva, p. 196; Higiene Mental, p. 48.
contramos espíritus que constituyen un receptáculo de de sesperanza y que creen que todo está perdido porque juz gan al enemigo sobre la base de su complejo de inferiori dad, viéndolo a éste enorme y poderoso.(12) Igualmente, la terrible competencia en la escuela por los fa vores del dictador-preceptor trabajaba directamente contra la creencia de que las formas de acción colectiva podrían usarse con
éxito para el progreso individual o grupal. Por el contrario, la situa ción del aula estimularía al niño de la clase trabajadora a conside rar la sociedad y la política simplemente como una competencia más grande por los favores de los poderosos. Al mismo tiempo, se buscaba alguna recompensa dentro de esa a través de la sumisión
al tutelaje de un líder superior con atributos similares a aquellos del profesor autoritario. Más aun, las relaciones de dependencia personal que caracterizaban el gobierno del aula podrían alentar a los alumnos a ver al gobierno nacional en términos personalistas si milares. Las entrevistas con miembros de los sectores populares de Lima con relación a sus experiencias en la escuela primaria son es pecialmente demostrativas de la formación en el aula de una per cepción personalista del Estado. La siguiente identificación del go bierno con la persona del Presidente José Pardo hecha por un en trevistado al explicar cómo se distribuían libros y materiales en las escuelas es característica de las descripciones de la relación de la persona de Pardo con las escuelas. "Don José Pardo nos enviaba
los libros de segundo grado donde aprendíamos los poemas de memoria. El Presidente don José Pardo daba de todo a las escuelas
hasta materiales de escritorio; para el segundo año daba compases.
¿Cuánto cree Ud. que cuesta un compás? Es bien caro, por supues to ". Cuando le preguntaba si José Pardo sacaba de sus recursos personales para proveer esos implementos esta persona respondió: "No, no. El gobierno d,el señor Pardo distribuía. Cada provincia te nía su representante y ellos venían por su provincia". (13) T Otra faceta de la educación popular masiva en los comien zos del siglo XX en Lima que estimuló la formación de valores so
ciales y políticos conservadores era el extenso uso del aprendizaje de memoria como método de enseñanza. De acuerdo a un crítico
del sistema, "desde el comienzo de la escuela el estudiante debe (12) (13)
Juan de Dios Merel, Principios del Aprismo (Santiago, 1936), p. 64. Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971. 63
desarrollar su memoria y su humildad. La memorización es la prin cipal obsesión del profesor y el alumno" (14). En el aula típica, el maestro asignaba una o dos páginas de un texto a sus alumnos para ser memorizados. Después de dos o tres horas de "absoluto silen cio" durante el cual esta memorización se realizaba, el maestro examinaba a sus alumnos haciéndoles recitar palabra por palabra el pasaje memorizado. El rendimiento de un niño era evaluado por el número de palabras, incluso de sílabas olvidadas. En algunos ca sos los errores llevaban al castigo inmediato, usualmente en la
forma de aplicar golpes a la mano del alumno con una regla según el número de errores que,tuviera en el recitado. En cualquier caso, los estudiantes que olvidaban frecuentemente partes de sus leccio nes eran objeto de abuso verbal por parte del maestro que los ca talogaba como ociosos y estúpidos innatos. Las reglas incontestadas de este sistema era la veneración de la frase y la aceptación cie ga de las palabras del profesor que eran, en muchos casos también, el producto de su lectura en un texto en voz alta. Una canción memorizada comúnmente por los alumnos del primer año a los co mienzos de siglo en las escuelas públicas, señalaba este fenómeno: Cuando en mi banco querido, padre me pongo a estu diar, se me figura la escuela transformada en un altar. Los libros son un tesoro, y los maestros la luz, De Dios la cien
cia es imagen que ella salvará al Perú. Es tu mansión Un edén, y tus claustros benditos en los que hallaremos el bien.(15)
El análisis o esceptisismo de parte de los alumnos que hu
biera podido conducir a cierta conciencia de que las cosas podrían ser distintas a lo presentado, no entraba por definición en el proce so educacional y se consideraba por cierto subversivo. En lugar de estimular a los alumnos a observar y experimentar, el sistema de
aprendizaje de memoria los acostumbraba a escuchar pasivamente y a aceptar la "Verdad" que venía desde arriba. Los padres presen taban a menudo apoyo efectivo al aprendizaje memorístico al juz
gar el trabajo de los niños en la escuela sobre la base del número
(14) (15) 64
Carlos Enrique Paz Soldán, De la inquietud a la revolución: diez años de rebeldías universitarias (1909-1919) (Lima, 1919), pp. 13-14. Relatado al autor por Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.
de lecciones memorizadas que ellos le repetían. La conversación imaginaria presentada en un texto de la época entre una madre y un niño ilustra muy bien la medida cuantitativa paternal de logro escolar:
— Madre: El Perú es grande, hijo mío, tiene muchas ciuda des... cuyos nombres estás ahora aprendiendo en geogra fía.
— Hijo: Tienes razón mamá, y escúchame : "El territorio del Perú está dividido en veinte departamentos, subdivi-
didos en provincias, de allí en distritos... Los departa mentos son: Amazonas, su capital Chachapoyas; Loreto, su capital Moyobamba; Lambayeque, su capital Chiclayo..."
— Madre: Está muy bien, hijo mío, es suficiente. Ahora puedo ver que tú estás muy avanzado en el estudio de la
Geografía. (16) El material real que se presentaba en clase para la memori
zación respaldaba ampliamente los valores aprendidos a través de la estructura autoritaria y estilos de enseñanza de la educación pri maria urbana masiva. Los cursos expresamente diseñados para for mar un conjunto de creencias políticas y sociales eran aquellos que enseñaban moral, urbanidad y buenas maneras. En las mentes de muchos maestros y alumnos por igual estos cursos eran la parte más importante del curriculum de la escuela primaria. Los maes tros, ponían énfasis especial en las lecciones de buena conducta, a fin de aumentar la disciplina del aula, y los alumnos hallaban que la conducta enseñada en las clases de moral tenía más aplicación directa en su vida diaria en el hogar y en la escuela que cualquier otra materia. La instrucción en urbanidad que trataba de todo, desde modales en la mesa hasta principios éticos elementales, acentuaba dos preceptos básicos: obediencia hacia, respeto por, y la confianza en las figuras superiores; y la aceptación pasiva del sufrimiento en la vida. El libro de texto más ampliamente usado en esos asuntos, el Manual de urbanidad y buenas maneras de Ma nuel Antonio Carreño, resumía su perspectiva jerárquica y básica-
(16)
José Luis Torres, Catecismo patriótico y los mártires (Lima, 1885), p. 9. 65
mente conservadora en esta descripción del supuesto básico de la urbanidad:
La urbanidad respeta ampliamente aquellas catego rías establecidas por la naturaleza, por la sociedad y el mis mo Dios, y por tanto nos obliga a darle tratamiento preferencial a algunas personas sobre otras de acuerdo a su edad,
a su posición social, a su rango, su autoridad y su carácter.(17)
Los profesores de curso de moral decían, además, que la
jerarquía esencial de una sociedad organizada se mantendría sola mente si los hombres de menor rango adquiriesen el hábito de
ceder a aquellos de mayor rango. Lecciones específicas sobre ejer cicios diarios de esas reglas fundamentales eran definidas en térmi nos de personas "superiores" e "inferiores". En la calle, por ejem
plo, los "inferiores" estaban obligados siempre a darle el paso a los "superiores", excepto en casos de circunstancias urgentes. En la casa los niños "inferiores" estaban obligados a obedecer dócilmen te las órdenes de sus familiares "superiores", y la misma regla se
aconsejaba en la escuela tratándose de los profesores "superiores". Además, los jóvenes "inferiores" no debían nunca intervenir en una discusión entre mayores como mencionaba un individuo que
aparentemente internalizó estas enseñanzas: "Eso era ilógico e inmoral. ¿Qué podíamos saber de los asuntos y costumbres de nuestros padres? Cuando se decidían a llamarnos, nosotros estába mos allí, listos y dispuestos a servirlos" (18).En los cursos de moral se enseñaba también a los "inferiores" que tanto en la casa como
en la vida en general un fiel servicio a los "superiores" podía traer recompensas tangibles:
El pobre debería considerar que.., la expiación de sus aflicciones depende en gran parte, directa o indirectanu -.
(17)
Manuel Antonio Carreño, Manual de urbanidad y buenas maneras
(Lima, 1966), p. 39. El trabajo de Carreño fue publicado por prime ra vez' en las últimas décadas del siglo XIX y desde ese tiempo y a través de gran parte del siglo XX ha permanecido en uso como el libro de texto de moral más popular en las escuelas de Lima. Gran
parte de esta sección está basada sobre un análisis de su contenido.
(18) 66
Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971.
te, de las empresas creadas y fomentadas por el rico, y que en muchos casos esa expiación depende de la generosidad con la cual él da parte de sus ingresos para ayudar en tiem pos de necesidad... el pobre debería honrar y respetar tales nobles atributos del rico prodigándole todas las atenciones a las que sus virtudes lo hace merecedor.(19)
El objetivo establecido de esta educación moral era la for mación de individuos inicuos, a los cuales se hace alusión en un texto, de primaria como "buenos árboles", cuyas personalidades retraídas y pacientes serían placenteras para todos aquellos que los rodeasen, y especialmente para aquellos de los cuales depen
dían (20). En tiempos de adversidad ya sea mayor o menor, la cóle ra o el resentimiento eran juzgados totalmente inaceptables. Aque llos "malos árboles", que exhibían señales de disconformidad con su suerte eran considerados como seres desesperados y lastimosos
que no adoptaron la actitud correcta "resignación afectuosa" cuan do sufrían las aflicciones que marcaban cada momento de la exis tencia humana:
•
Finalmente el niño nace a costa de crueles sacrificios
y su primer signo de vida es un quejido, como si el destino estuviera presente listo para recibirlo en sus brazos e impri mir en su frente la marca del dolor que arde acompañarle en su peregrinaje desde la cuna hasta la tumba.(21)
Las clases de historia peruana constituían los agentes más directos de la socialización política en la escuela primaria limeña. Como la introducción de un texto de historia anunciaba, estos
cursos eran planeados para proveer a los alumnos "ejemplos prác ticos de moral cívica".(22)
(19)
Carreño, Manual de urbanidad, p. 342. A los "superiores" se les ense ñó que parte de su servicio en la vida era proporcionar ayuda pater nal para los menos afortunados. De acuerdo a Carreño, p. 24, en res puesta a sus actos caritativos, "nuestro corazón siempre siente tal inmenso placer, tan intenso y tan indefinible, que no podría ser des crito ni por las más poderosas expresiones del sentimiento".
(20) (21) (22)
Torres, Catecismo patriótico, pp. 44-45. Carreño, Manual de urbanidad, p. 11. F.F. Brenner en Ismael Portal, Lecturas históricas comentadas (Li ma, 1918); p. 138. 67
Dedicadas casi exclusivamente a la vida y muerte de los héroes de la nación, las clases de historia y los textos enseñaban a
los alumnos considerar el pasado de su país como una serie de acontecimientos grandes realizados por un grupo de hombres casi
sobrehumanos y predestinados. De acuerdo con la visión de la his toria inculcada en el colegio ni presiones sociales ni procesos polí ticos y económicos jugaron un rol en la evolución del Perú. Más bien, "héroes providenciales", trabajando a la sombra de Dios y del destino parecían haber sido los principales modeladores y orientadores de los hechos históricos:
Los hombres que nos dieron la libertad en el mejor
momento (así se tiene que decir) ¡nos dieron también la Patria!... hombres de carácter, hombres de principios, hom bres determinados y aparentemente enviados de lo Alto
con objetivos "superiores"...(23) Por sus grandes obras, profesores y textos declaraban que merecían gratitud eterna y admiración de todos los peruanos.(24) Este énfasis en el rol preponderante dado a los héroes indi viduales en la historia que llevó a un comentador a señalar, "Un pueblo sin héroes es un pueblo sin Patria" (25), contribuía a una visión personalista de la política y del estado. Al mismo tiempo, la propagación de este culto al héroe llevó rápidamente a considerar a las personas con autoridad como las únicas capaces de generar cambios, tanto a nivel personal como nacional. Las cualidades per sonales atribuidas a estos héroes por los autores de los libros de historia los hacían aparecer no solamente como hombres podero sos sino, además como hombres de los cuales se podía aceptar de pender, especialmente en momentos de crisis. Las palabras más fre-
(23) (24)
Portal, Lecturas históricas, p. 58. El autor saca estas conclusiones concernientes al culto del héroe en
los cursos de historia peruana de la escuela primaria de un análisis de contenido de libros de texto usados en esas instituciones y de co mentarios de observadores de ese fenómeno. Los textos consultados
(25) 68
incluyen: Portal, Lecturas históricas, Torres, Catecismo Patriótico, David Constantino Ferrer, Compendio de Historia del Perú para el primer grado de instrucción primaria (Lima, 1934); J. Vitalicio Berroa, La epopeya de Arica (Lima, 1916); y Manuel G. Abastos, Bolognesi y su hazaña (Lima, 1916). Javier Prado y Ugarteche, La educación nacional (Lima, 1899), p.20.
cuentemente usadas en estos libros para describir a los "grandes
hombres" de la historia peruana, desde San Martín y Bolívar hasta los héroes de la guerra del Pacífico, incluían: valeroso, generoso,
afectuoso, humano, noble, puro, virtuoso, orgulloso, sacrificado. En pocas palabras, reunían las cualidades del patrón ideal. A tra vés de la memorización de sus nombres y hazañas, los niños del
colegio asimilaban ejemplos de carne y hueso de paternalismo posi
tivo, que más tarde podrían ser aplicados a'los líderes de la políti ca nacional.
Aun cuando la confianza en estos héroes paternales no
conducía al éxito, como aconteció, por ejemplo, en la derrota pe ruana a manos de los chilenos en la guerra del Pacífico, los textos
de historia predicaban una "resignación necesaria" (26). El hecho de que, exceptuando a los líderes de la independencia, los princi pales héroes de la historia del Perú participaran en la causa perdida
de la guerra con Chile, llevó a los popularizadores del culto al hé roe a dar un énfasis particular a la aceptación pasiva de la adversi
dad. Un tema recurrente en los cursos de historia peruana era el
sentimiento de reverencia por aquellos hombres que por propia vo luntad se sacrificaron al servicio de la nación. Eran representados
como "ejemplos dignos de admiración y a ser imitados... nos lega ron lecciones sublimes... que elevan el espíritu en las horas solem
nes de prueba... hoy su recuerdo, no debemos dudarlo, es un con suelo frente a la adversidad" (27). Estos héroes nunca fueron cri
ticados por haber fallado en sus esfuerzos. Más bien, la explicación de haber perdido la guerra, giraba alrededor de las implacables fuerzas del Destino: "la suerte decidió no darnos sus favores.
¡Misterios de los Cielos!".(28) Se atribuyó al destino un rol importante en los aconteci mientos humanos y en muchas de las historias parece haber traba
jado contra los protagonistas; de allí esa sorprendente virtud del pueblo peruano de "tolerar", "ser silencioso" y "sufrir con resig nación".^)
Una fuerza que probablemente tuviera mayor influencia
que la escuela primaria en la formación de actitudes fatalistas en
(26)
Ver por ejemplo Portal, Lecturas históricas, (Lima, 1899)
(27) (28) (29)
Torres, Catecismo patriótico, pp. 262-63. Portal, Lecturas históricas, p. 250. Portal, Lecturas históricas, p. 173.
p. 20.
69
las masas limeñas fue el catolicismo popular. Indujo a los miem bros de los sectores populares a considerar su sufrimiento y su po breza como la inevitable e inalterable condición de sus vidas, como producto de la voluntad divina. La escuela primaria era el mayor auxiliar del catolicismo popular. Religión e Historia Sagrada eran
materias obligatorias y la educación moral enfatizaba que las bases de la sociedad eran dadas por Dios. Estas creencias fueron centra les en el catolicismo popular peruano, tanto en las áreas rurales como urbanas. Una larga y asentada subtradición de la creencia católica popular, por ejemplo, enfatizaba la imagen de Cristo como el sufrido hijo de Dios coronado de espinas y clavado en la cruz,
esperando una muerte dolorosa con resignación. Sacerdotes, pa dres de familia y profesores de escuela quienes compartían esta doctrina a menudo señalaban paralelos entre el largo sufrimiento de Cristo y el sufrimiento del hombre en la tierra. Como Cristo cargó su cruz los menos afortunados aprendieron a llevar sus cru ces a través del "valle de lágrimas" que parecía constituir sus vidas. Muchos de los que hablaban en nombre de la religión exaltaban el carácter redentor de la pobreza y la humildad especialmente para
los desposeídos. Un corolario importante a esta concepción era que la propia miseria de uno nunca debía estimular el deseo para obtener el mayor bienestar y la posición de otros. En su énfasis de adaptarse a las circunstancias difíciles, el catolicismo popular im plícitamente permitía una poderosa colaboración para la existen cia de modelos de una estratificación social extrema en la capital.
Mientras la siguiente cita dirigida por un sacerdote a un grupo de trabajadores muestra el rechazo por parte de al menos un c'•'••, 3o de la corriente principal de las visiones más progresistas sobro las relaciones sociales que venían de Roma en forma de la Rerum Movarum y otras encíclicas papales, refleja también una afirmarían que tuvo eco en los círculos religiosos populares por la cual la di visión jerárquica de la sociedad peruana era justa y correcta y que cualquier cambio radical en el statu quo debía ser condenado: Pero la desigualdad social entre clases, dado el presen te estado del pecado del hombre, es necesaria; es esencial
en una sociedad que no puede ser concebida sin ésta. La sociedad es un verdadero cuerpo moral que muestra increí bles paralelos con el cuerpo físico del hombre... ¿A qué se parecería el cuerpo humano si todo fuese cabeza? Y qué si todo fuera sólo pies, manos u ojos. Una verdadera monstruosidad, o mejor dicho, una aberración 70
imposible. Más aún, vemos que la cabeza es la parte más alta de nuestro cuerpo, como el supremo director de nues tras acciones, que los pies, las manos y los ojos obedecen sumisamente a las órdenes del cerebro... si todo el mundo
diese órdenes no habría nadie para obedecer, la sociedad sería un caos. Si todo el mundo fuese rico no habría nadie
para efectuar algunos trabajos y quehaceres que incluso si son bajos son necesarios a la sociedad. Si, de otro lado, todo el mundo fuese pobre no habría nadie por facilitarle el capital necesario para dar pan y dinero a los trabajadores, y ellos son el alma de las grandes empresas...ven, mis ama
dos trabajadores que es necesario que existan desigualdades en el cuerpo social...esto es para decirles mis amados traba jadores que debemos aceptar la sociedad como la hemos encontrado y no caer en el absurdo del socialismo que no
quiere reconocer la ley de Dios. (30) Individualmente muchos sacerdotes intentaron asegurar la obediencia a estos modelos de comportamiento, previniendo las
consecuencias que provocarían su desviación. El miedo a Dios se inculcó frecuentemente a edad muy tierna. De acuerdo a respues tas ofrecidas en entrevistas tomadas en la década de 1920 a nume
rosos alumnos de escuela primaria, estos creyeron que no obedecer la palabra de Dios equivaldría a ser enviado al infierno, ser acecha do por el diablo, o simplemente sufrir una muerte prematura. Se gún la misma investigación, una aceptación de estas enseñanzas religiosas se pensaba como el camino más seguro hacia la felicidad en la otra vida. Puesto que todos los actos humanos eran atribuibles al deseo de Dios, la humilde aceptación de la fatalidad divina parecía el mejor medio para hacer la existencia diaria más tolerable y así alcanzar la máxima felicidad en el cielo.(31) En el marco de estas creencias populares y dentro de esta
resignación el rezo constituía el único medio válido para lograr algún éxito. En la mayoría de los casos el creyente encomendaba sus ruegos a uno o más santos y vírgenes. En la esfera de la religión
(30)
Francisco Cabré P.F.M., La unión de la c.„oe obrera (Arequipa,
(31)
1918) pp. 8-11. Los relatos de niños de seis a nueve años de edad son transcritos tex
tualmente por Encinas, Escuela nueva, p. 128 y pp. 130-31. 71
popular estas entidades actuaban como intermediarios, relativa mente accesibles, entre el hombre y Dios. Eran generalmente vistos y tratados como figuras con atributos casi humanos con los cuales una relación personal era posible. Era común que individuos iden tificasen su fortuna con la benevolencia de un santo particular, de
la misma manera que en política podían contar con la benevolen cia de un líder político específico. Había varios signos de la impor tancia de los santos en la vida de los sectores populares. Raro era,
por ejemplo, el callejón que no tuviera una estatua de algún santo patrón o virgen rodeada de velas, colocada en la pared del fondo. Muchos de estos callejones llevaban el nombre de la virgen o del santo patrón. La mayoría de las hermandades religiosas de Lima, a pesar de ser cada vez más subvencionadas por los miembros de las clases altas, estaban esencialmente formadas por gente de extrac ción popular. Dedicadas a la veneración de un santo particular, o de una virgen, estas hermandades eran responsables de organizar procesiones, preparar las festividades de la celebración del día del santo y generalmente de "cuidar con afecto" a sus patrones espiri tuales. Sin lugar a dudas, el santo más popular de la capital era el Señor de los Milagros, llamado también el Cristo de los Pobres: El Cristo de los Milagros es el Cristo que ha aparecido
en el corazón de la tristeza. Allí, en el oscuro rincón de la pobreza, en el tugurio de los descalzos sin Pascua ni Do
mingo, allí, en la Choza sin pan ni leche para aquellos que vienen al mundo sin la estrella de Belén, el Cristo de los
Milagros es el Cristo de los pobres. El Cristo de los desvali dos. El Cristo de una mano que pide pan... El Cristo de los
Milagros es el Cristo de los esperanzados sin esperanza... Es el Cristo de las masas que apuestan su último centavo con los ojos fijos en el cielo, siempre esperando el milagro im posible.^) Todos los años durante tres días en octubre una multitud
bulliciosa y devota, principalmente de origen pobre, llenaba las ca
lles para acompañar al Señor de los Milagros en una procesión a través de Lima, una práctica que sigue hasta ahora. Muchos de
aquéllos que creyeron haber recibido un favor especial del Señor a (32)
72
Aurelio Collantes, 'A tí... señor de los pobres" Expreso, octubre 18, 1970, p. 9.
través de su devoción seguían su imagen, algunos descalzos o de rodillas, proclamando en alta voz el favor recibido. Peticiones po pulares al Señor de los Milagros incluían curación de enfermeda
des, éxito en el trabajo, suerte en la lotería, y protección general contra el daño.
.,
.
El común recurso de la humilde postración frente a las fi
guras de los santos en busca de ayuda contribuyó a la noción de
que cualquier beneficio que un individuo recibía en la vida era el
resultado de un favor otorgado por una figura o fuerzas superiores
y que no tenía ninguna relación con sus esfuerzos personales, excepto cuando éstos eran dirigidos a solicitar servicios de los po
derosos En vez de provocar una acción afirmativa, las practicas y
creencias religiosas de la Lima pobre acentuaron la importancia de
lazos espirituales con personas más poderosas. En la familia, en el colegio y en las prácticas religiosas del
pueblo las masas urbanas asimüaban un sistema de valores funda mentales que premiaban la adaptación pasiva y la dependencia personal Este sistema de valores actuaba como una base de refe
rencia a partir del cual se podía evaluar la experiencia subsecuen te en todos los aspectos de la vida, incluyendo el universo cié la
política nacional. Mientras los valores pre-políticos y no políticos
formaban las bases de la cultura política de las masas, mucho de o
que se llegó a creer sobre el sistema político era resultado de la observación y de contacto directo con la política real. Los encuen
tros personales con el proceso político además del conocimiento sobre la interacción con el proceso de sus semejantes y de anterio
res generaciones contribuyeron al desarrollo de una "memoria
política" sobre las reglas del juego político. La experiencia con la política en el pasado, inmediato ydistante, marco en los miembros de las masas populares una serie de espectativas sobre las formas
legítimas de participación política, la forma en la cual el sistema político funcionaba, qué beneficios este sistema podría proveer y la mejor forma de obtenerlos.
Mientras 1931 señaló la primera vez en la historia peruana
en que las masas urbanas escogieron libremente por medio del voto secreto al candidato de su gusto en una elección presidencial, du
rante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras decadas del si glo XX las clases populares sostuvieron un contacto extensivo con la política electoral. La forma más común en que las masas urba nas participaron en política durante este período fue a través de los clubes políticos que se formaban justo antes de la votación para promover la elección de un candidato determinado. Hasta la 73
reforma electoral de 1895, estos clubes sirvieron como una frágil base de organización para la captura por la fuerza de las mesas
electorales. El motivo principal de ser miembro de un club político era la recompensa material inmediata en forma de dinero, comida
y/o licor, distribuidos por los candidatos por intermedio de capituleros. Tal era la violencia que acompañaba los actos de sufragio en el siglo XIX que la "profesión" de elector se volvió rápidamente dominio de las masas limeñas. Como señaló el periodista peruano Manuel Atanasio Fuentes, quien se apodaba "el Murciélago", con respecto a la elección de 1855:
He notado, sin embargo, yo el Murciélago, que las mesas estaban rodeadas solamente de gente de color de lu to y que un pequeño número de personas de tonos más cla ros permanecían detrás, a una cierta distancia, más como espectadores de la gran celebración.(33)
Con la reforma electoral de 1895 la violenta captura de las mesas electorales, que había sido patrimonio de los clubes políti cos, llegó a su fin. Sin embargo, esos clubes y capituleros sobrevi vieron, transformando sus actividades en la compra de votos y en la subvención de turbas para llevar a cabo manifestaciones ca^pras como un medio de mostrar las capacidades de poder de sus
candidatos respectivos. Como antes, la remuneración concreta ;- or servicios rendidos era el único estímulo de la participación de'las clases trabajadoras. Y la única opción real ejercida por los miem bros de las masas urbanas la encontramos más en el campo econó mico que en el político: cuál candidato o capitulero sería más ge neroso.
Esta visión "comercial" de la política fue más allá de los
casos específicos de participación de masas, penetrando hasta las
raíces del sistema político. Tradicionalmente, una función primor dial del Estado peruano era el otorgamiento de favores políticos en
la forma de trabajos, servicios personales y a veces pagos directos
(33)
Manuel A. Fuentes, Aletazos del Murciélago, 2da. ed. (París, 186), Vol, I. p. 97. Fuentes es una excelente fuente sobre los comienzos de los clubes electorales en la política peruana. La mayoría de las deta lladas descripciones de la formación y funcionamiento de esos clubes
fueron escritos por Clemente Palma bajo el seudónimo de Juan Apapucio Corrales, Crónicas político-doméstico-taurinas (Lima, 1938). 74
en especie. Debido a que la mayoría del pueblo no tomaba parte directa en la conducción del país, la política parecía esencialmente un asunto de favores individuales y los gobiernos en el poder eran
a menudo comparados a organizaciones de "caridad". Según un di cho popular, el Perú no era una república sino una "res pública, una res que ha ido al matadero y de la que todos pueden coger ta jada" (34). Los cambios de gobierno inevitablemente provocaban casi una invasión del Palacio de Gobierno por gente que competía por un pedazo de la torta. Según el secretario personal de un pre sidente peruano, al asumir el poder, la carrera emprendida por la gente para obtener su favoritismo era inmediata y abrumadora:
A veces digo que lo peor que le puede pasar a uno en política es ganar. Porque al día siguiente el ganador es la primera víctima. Porque uno tiene la casa llena de gente, pidiéndole su tarjeta, llamándolo por teléfono: "recomién dame a este hombre, recomiéndame a aquél; yo quiero esto, usted es mi amigo".(35)
Algunos políticos podían haber encontrado esta práctica desagradable, sin embargo reconocían que esto constituía una par te fundamental del proceso político. Para aquellos que recibían los favores del gobierno, el uso de la política para obtener beneficios personales no sólo era ventajoso materialmente, sino también bas tante lógico. Un votante popular en la elección de 1931 explicó su adhesión a esta modalidad política en lenguaje bastante sencillo: "Una vez que los políticos llegan arriba las masas van a pedir traba jos y toda una serie de cosas.' Nadie ha regado el árbol para que se quede allí no más, nadie. Todo el mundo fue a participar en la co secha. Eso es todo".(36)
La figura central y más visible en los mecanismos de la pro tección y el favoritismo era el presidente de la república. Especial mente en la mentalidad popular, alejada de los procedimientos co
tidianos de la administración burocrática, el presidente era el go bierno. Ver al presidente como la autoridad suprema y, por lo tan to, como el distribuidor máximo de favores no era irreal dado el
(34)
Alberto Guillen, El libro de la democracia criolla (Lima, 1924), p.98.
(35) (36)
Pedro Ugarteche, Entrevista, Febrero 13, 1971. Próspero Pereyra, Entrevista, Marzo 4, 1971. 75
alto grado de centralismo que caracterizaba a los gobiernos perua nos desde fines del siglo XIX, los considerables poderes reservados por ley y costumbre al primer mandatario, y la inclinación de va rios de ellos por intervenir en asuntos tan banales como "el contra
to de un portero o el despido de un empleado... porque la sicolo gía nacional requiere que se haga así".(37) Algunos presidentes pusieron mucho énfasis en su rol de
patrón político consagrando mucho tiempo a las audiencias perso nales con sus fieles partidarios. La accesibilidad relativa de los
mandatarios peruanos, su aparente omnipotencia y su atención al más humilde de sus "clientes" inspiraron la creencia que la benevo lencia presidencial resumía la mejor parte del sistema político, la parte más sensible a las necesidades del hombre común. Las rela
ciones políticas generadas no eran diferentes al tipo ideal de rela ciones entre padres e hijos, profesores y alumnos, santos y supli cantes. Aunque la autoridad estaba claramente concentrada en el
hombre de arriba, los de abajo podrían esperar que la muestra ade cuada de deferencia y apoyo podría persuadirlo a utilizar su poder en beneficio de ellos. Esta expresión elaborada de humildad hacia
el político poderoso se volvió una forma importante de comporta miento político de las masas, especialmente en situaciones en que se pedía favores de aquellos que ocupaban posiciones de liderazgo. Como un escritor insistió ácidamente, "el pueblo fue a ver a los de arriba con elogios zalameros saliendo de sus labios y con sus manos abiertas, a la espera de recibir una ayuda, una propina, un ofreci miento" (38). En la sombría estimación de otro, la política perua na era esencialmente un ejercicio de suplicar la caridad de arriba: Este sentimiento singular de caridad en el Perú se ex
tiende a todas las áreas de la lucha por la existencia. Aquí se ruega por todo, desde puestos en las oficinas del Estado hasta el talento y la gloria... Nada es conquistado. Todo el
Perú es un pueblo de mendigos... Nadie hace otra cosa que mendigar favores y protección del Estado y el Estado está reducido a un hombre... y de esta persona que constituye
(37)
Pedro Dávalos y Lissón, La primera centuria (Lima, 1919-26), V. 1 p. 60.
(38)
Gastón Roger, "Fuegos fatuos", Mundial, IX: 532 (Agosto 29, 1930), 14.
76
todo el gobierno se espera todo.(39) El contexto estructural en el cual vivieran las masas lime
ñas de principios de siglo reforzó los valores que ellos habían ad quirido gradualmente en la casa, en el colegio, en la iglesia y en el proceso político. La sumisión y dependencia hacia las figuras de autoridad junto con la sensación de impotencia que caracterizaba sus relaciones con individuos de estratos más altos, eran el resulta do del contacto cotidiano de las masas con las realidades de su existencia tanto como el producto de creencias aprendidas. El mo
nopolio tradicional de todas las formas de poder por los de arriba y la escasez resultante de los recursos de los de abajo tuvo un im pacto decisivo sobre el desarrollo de la cultura política popular. La omnipotencia de la presidencia era simplemente el ejemplo más importante de la acumulación incesante del poder en el Perú. Una consecuencia de esta situación era el alto grado de domina
ción ejercida por el más poderoso sobre el más débil en todos los niveles de la sociedad nacional. En el taller el artesano dominaba al
aprendiz. En la fábrica el maestro dominaba al trabajador. En el campo, el lugar de origen de un gran porcentaje de población ur bana, el hacendado dominaba al peón. Las condiciones de gran de sequilibrio en la distribución del poder inducían al dominado a reconocer que su vida dependía en una gran medida de las inicia tivas de los hombres que ejercían un gran control s»bre los recur sos de la sociedad.
Dos tipos de actitudes emergieron de esta aguda división de la sociedad entre poderosos y desposeídos. Primero, los indivi duos de las clases populares faltos de poder vieron que su débil po sición les impedía ejercer efectivamente control sobre su medio. Esta sensación de impotencia en un universo difícil y esencialmen te hostil era un ingrediente primario en el desarrollo de una visión fatalista de la vida que a menudo podía llevar a una conformidad con la penuria. Segundo, las influencias dominantes ejercidas por las clases superiores hicieron que las masas dependieran de indivi duos de élite para lograr algún éxito en una amplia variedad de asuntos. La tendencia a esperar que iniciativas y recursos vinieran
de arriba provenía en parte de la reflexión acertada que éstos eran, en realidad, dispuestos en su mayor parte desde arriba. Bajo condi ciones de amplio dominio, la deferencia y sumisión a las figuras de
(39)
J. Eugenio Garro,''Caridad humana", Claridad, 1: 4 (Enero 1, 1924), 18.
77
autoridad constituían una postura racional a adoptar. Por consi guiente, el individuo de las clases populares a la vez que reconocía su propia impotencia dirigía sus esfuerzos hacia la creación de la zos con personas de un status superior con la esperanza de que en el futuro éstas pudieran interceder a su favor. En la búsqueda de lazos con los de arriba los miembros de las masas urbanas acepta ron implícitamente las grandes desigualdades del statu quo y su posición subalterna en la jerarquía social. Además, muchos pare cían haber sentido que les favorecía la altamente estatificada es tructura social por el hecho de que las ventajas más tangibles que
recibían venían a través de su adhesión personal a los representan tes influyentes de esta estructura. En suma, el conocimiento de estos severos límites a su poder llevó a los componentes de las cla ses populares a concluir que lo mejor que podían obtener era un grado de protección paternalista en un mundo hostil. La escasez de poder en los estratos bajos de la sociedad ur bana era una limitación importante para la formación de lazos
horizontales con otros miembros de las clases populares para la acción colectiva por mejores condiciones de vida. El mismo senti miento de carencia de poder que proscribía manifestaciones de agresión contra figuras dominantes causaba a veces hostilidades entre miembros de la misma clase social, los que se vieron enfren tados unos a otros por la obtención de una cantidad limitada de servicios provenientes de arriba. González Prada denunció fuerte
mente la veneración al "superior" y la noción de que el provecho personal para un hombre significaba necesariamente la pérdida personal para otro en sus mismas circunstancias:
Da grima ver... el respeto servil a hombres huecos e instituciones apolilladas... Aquí no vivimos como herma nos, a la sombra del mismo techo, respirando el mismo ambiente i amando las mismas cosas, sino disputándonos un rayo de Sol, como gitanos en feria; tratando d'engañar-
nos sórdidamente, como tahúres en mesa de garito; odián donos interiormente...(40) Ejemplos de esta hostilidad abundaban en la vida de las
masas limeñas. Habitantes de callejones mostraban un alto grado
(40)
Manuel González Prada, Páginas libres (Lima, 1966), V. II, pp. 15657.
78
de desconfianza entre sí. Eran comunes los insultos a los vecinos
y a menudo se llegaba a golpes por el uso de caño o algún otro objeto de contienda. Inmigrantes de clase baja, especialmente los chinos, eran a menudo el blanco de ira y violencia física, víctimas de hombres que temían que su llegada empeorara las condiciones de trabajo y aumentara la dificultad de encontrar empleo. Los lí deres laborales se quejaban constantemente de la dificultad de pre sentar un frente unido en su lucha por salarios más altos y menos horas de trabajo, porque, de acuerdo a la declaración de un sindi cato, "las posibilidades de lucha por nuestro sindicato están res tringidas por prejuicios, falta de confianza y una completa confu
sión sobre su rol social, lo que podemos comprobar por el absurdo criterio colaboracionista que gobierna las acciones de muchos miembros..."(41) Otro obstáculo a la creación de movimientos de acción
colectiva era la represión por parte de las autoridades políticas. Manifestaciones de protesta, ya sea contra el alto costo de los ali mentos, las malas condiciones de trabajo o las imposiciones des
póticas o impopulares del régimen político, acababan generalmen te en choques con la policía y derramamientos de sangre. El fichar y encarcelar eran procedimientos comúnmente empleados contra los líderes de los movimientos de las clases po pulares, a fin de desalentar cualquier acción que podría atentar contra el "legítimo" orden establecido. El extenso uso de encarce lamientos y deportaciones practicado por Leguía y la severa repre sión de las huelgas mineras por parte de Sánchez Cerro fueron dos ejemplos del recurso habitual a la fuerza para sofocar la formación y las actividades de las organizaciones populares.
La propensión de los individuos de las clases populares a buscar lazos verticales, como medio de sostenerse dentro del con
junto social, era estimulada por la existencia, desde el período colonial, de una extensa red de relaciones patrón-cliente. Estas re laciones exhibían tres características principales: involucraban a gente de estratos sociales y económicos desiguales; eran recíprocas; y eran llevadas cara a cara sobre bases comparativamente informa les. Para el patrón, las relaciones conllevaban protección a sus clientes en las formas de ayuda económica —especialmente en mo-
(41)
Comisión Gráfica de Organización y Propaganda Sindical
Manifiesto
a los obreros gráficos (Lima, 1930), p. 1. 79
mentos de crisis— ayuda en disputas legales, defensa contra la excesiva explotación por otros hombres poderosos, recomendacio nes para trabajos y otros favores y consejos Sobre la prudencia de acciones proyectadas. El patrón reunía, en esencia, los atributos de un guía y un protector que actuaba en amparo de su "humilde" cliente en el mundo social "superior". Los mejores patrones eran
esos hombres o mujeres que tenían considerable poder y eran lo
bastante "generosos".para usarlo en la protección de sus depen dientes.
Los clientes de las clases populares recompensaban a sus
patrones tratándolos con deferencia. En presencia del patrón, el cliente adoptaba una respetuosa postura y a menudo declaraba su sólida lealtad hacia su protector "amado". El célebre ensayista Abelardo Gamarra bosquejó los términos de un intercambio entre un patrón y su cliente en su cómica descripción de una matrona de alta sociedad a quién llamó doña María Campanillas: La señora doña María Campanillas es alta personali dad en el mundo filantrópico: hace muchas caridades, di cen las gentes... la señora de las caridades tiene una cliente la especial, cierta categoría de gentes a la que socorre o ha ce socorrer por las instituciones en las que tiene influjo.
Para pertenecer a esa clientela se necesita tantas y más re comendaciones que para conseguir un puesto en la adua na... Conseguido, eso sí, el influjo, ya no queda otra cosa que entregarse a la tarea de alabanzas para merecer... el auxilio en las premiosas necesidades de la vida... "Qué buena es", "Una santa". "No hay como la señora de Cam panillas", "Qué matrona!" Tales son las exclamaciones de su casería socorrida... Ella no socorre a los pobres sino a
sus pobres...(42)
Específicamente en la esfera de la política, los clientes eran capaces de.ofrecer formas más tangibles de retribución a sus pro tectores. Mediante el voto, la asistencia a manifestaciones y la par
ticipación en otras actividades de apoyo a un movimiento político, contribuían directamente al ascenso político de su patrón.
Los tipos más comunes de relaciones patrón-cliente en la (42)
El Tunante (pseud.) Abelardo Gamarra, Rasgos de pluma: primera serie (Lima, 1911), pp. 138-40.
80
sociedad limeña eran aquéllos que involucraban compadrazgo. Es
cogiendo un padrino para un bautismo o un matrimonio, el indi
viduo de las clases populares escogía al mismo tiempo un patrón a través del cual él podría fortalecer su posición en la comunidad. El acto de "honrar" a una figura superior nombrándolo padrino
tenía el propósito de ganar su confianza y por medio de eso indu
cirlo a dar trato preferencial a la persona que era su nuevo compa
dre o su ahijado. A través de la institución del compadrazgo, los estratos inferiores de la población urbana podían manipular sutil mente los mecanismos de patronazgo y buscar así a aquellas perso
nas más apropiadas para tomar el rol de compadre, en otras pala bras, los más generosos. La importancia de la generosidad en las relaciones entre compadres aparecía claramente en un dicho popu lar sobre la elección de un padrino:
Indigno padrino, con los bolsillos cerrados... no tiene dinero y quiere tener ahijado... Padrino feo, padrino arrui nado, no tiene dinero y quiere tener ahijado... ¡Desgracia do...!^)
Para los integrantes de las masas urbanas, los padrinos más comunes incluían los dueños de talleres artesanales, gerentes de fá
bricas, médicos, abogados, burócratas, políticos y hasta el presi
dente del país. Los únicos límites para escoger a un padrino eran aquellos de posible accesibilidad y generosidad. Esos lazos de patrón-cliente se extendían más allá de las relaciones entre determinados individuos para permear la sociedad
entera de arriba abajo. Como Víctor Raúl Haya de la Torre señaló en una ocasión. "Todo es hecho en Lima por medio de argo
llas" (44), y efectivamente, la primacía de las relaciones clientelistas hizo que la vida de la capital pareciera girar alrededor de una extensa red de vínculos patrón-cliente. Para los hombres de todos los estratos sociales, la seguridad y el progreso parecían depender
principalmente de quienes conocían, o, en otras palabras, los con tactos con personas de posiciones superiores en el sistema. Cuando alguien deseaba algo, se comunicaba con un patrón particular, su (43)
(44)
Néstor Gambetta Bonatti, Cosas de Callao (1936), p. 123.
Víctor Raúl Haya de la Torre a Julio R. Barcos, Londres, Junio 20, 1925, en Haya de la Torre, Ideario y acción aprista (Buenos Aires, 1930), pp. 77-78. 81
compadre quizás, el cual, si no era capaz de ayudarlo en su necesi-5 dad, podía a su vez llamar a una persona asociada a él para resolver el problema. Esta estampa clientelista en la vida era especialmente evidente en el dominio político. En el contexto de la política pa-" trimonial, los líderes políticos estaban casi forzados a asumir el rol de patrón por el gran número de seguidores que les pedían favores personales. Un autor resumía la supremacía del clientelismo en el proceso político al afirmar:
Todos hemos puesto nuestra esperanza en el Mesías en nuestra maldición en el Canalla... ¿Quién es el Mesías? Nuestro amigo o el amigo de nuestro papá, o de nuestro compadre, o de nuestro amigo, o de nuestro tío Don Pe-
rensejo. ¿Quién es el canalla? El canalla es el enemigo, el olvidadizo Presidente que no dio destinillo a nuestro amigo o al amigo de nuestro papá o a nuestro compadre o a nues tro tío Don Perensejo.(45) O, como otro analista declaraba, la más alta figura del mundo político, el presidente, era en efecto, "El padrino número uno del pueblo está allí para dar una mano a sus ahijados..."(46) Para las masas de Lima, la importancia de esos lazos crecía enormemente en momentos de crisis. Un factor fundamental en la
profusión de relaciones clientelistas en todo momento era la per cepción de las masas de que disponían de escasos recursos con los cuales enfrentarse a su medio ambiente esencialmente hostil. Las
situaciones de crisis actuaron para hacer los recursos aún más esca sos y por consiguiente acentuaron la tendencia de los más necesita
dos a buscar vínculos de dependencia con patrones potenciales. Se mejante situación de crisis se produjo en el Perú por la gran Depre sión de los años 30. En parte la respuesta entusiasta de las masas a los dos movimientos populistas que surgieron en estos años se de bió al empobrecimiento creciente de los sectores populares urba nos. Esto los llevó a ver en los líderes de esos movimientos, en
Sánchez Cerro y en Haya de la Torre, dos poderosos y aparente-
(45) (46)
Guillen, Libro de democracia criolla, p. 40. El Tunante (pseud.) Abelardo Gamarra, Algo del Perú y mucho pelagatos (Lima, 1905), p. 50.
82
mente generosos patrones con los cuales era posible forjar lazos valiosos de dependencia personal, al menos a nivel simbólico. Por esto, lejos de radicalizar a las clases populares, la Depresión las in dujo a responder a esas alternativas populistas materializando los
modelos de dependencia personal en la esfera política.
83
CAPITULO IV EL VALS CRIOLLO Y LOS VALORES DE LA CLASE TRABAJADORA EN LA LIMA DE COMIENZOS DEL SIGLO XX*
El estudio de la historia es, inevitablemente, el estudio del
comportamiento de las personas. Y en el núcleo del comporta miento, trátese de un individuo o de una sociedad, se halla aque llas ideas y creencias, adquiridas a través del contacto con el am biente, acerca de cuáles métodos y objetivos para la acción son de seables o indeseables. Al pertenecer más al ámbito del sentimiento
y pensamiento subjetivos que al de la acción abierta, los valores del hombre siempre son difíciles de determinar, especialmente en un contexto histórico. El problema se agudiza cuando los sujetos
de la investigación son los valores proletarios; es decir, aquéllos de un grupo que generalmente carece de una historia escrita. Una visión parcial de los valores populares en el Perú de comienzos del siglo veinte, específicamente en Lima, puede obte nerse consultando los trabajos de ensayistas y científicos sociales
de ese tiempo, quienes describieron la cultura y los estilos de vida de la clase trabajadora. Un primer tema de esos trabajos es que los miembros de la clase trabajadora consideraban a la vida como ine vitablemente difícil, y creían que el conformismo y la resignación eran casi las únicas respuestas disponibles a las constantes penalida
des y crisis. Se aceptaba el status quo social, económico y político, y las sugerencias de cambio eran por lo general rechazadas sobre la base de que, muy probablemente, sólo traerían más problemas. Esta mentalidad otorgaba gran valor al acomodamiento en el me dio ambiente. Según el juicio de un comentarista quien, mientras criticaba esta tendencia, admitía sin embargo su fuerza y utilidad entre los miembros del proletariado urbano: "El conformismo es
una fuente inagotable de felicidad; los grandes retrocesos en la vida no vulneran los corazones de aquéllos que saben conformarse; la
(*)
Publicado en Socialismo y Participación / No. 17. 87
conformidad ofrece los mayores beneficios, porque le permite a
uno evitar inquietantes preocupaciones y tenebrosas irritaciones".(l)
Un segundo y relacionado valor atribuido a las masas popu lares limeñas era que tenían una estimación muy baja de su poder sobre sus propias existencias y, concomitantemente, una visión fa talista de sus asuntos. La impotencia personal y el inmovilismo eran simplemente aceptados como hechos incambiables de una vi da preordenada. Un observador citó el siguiente dicho popular
para ilustrar el punto de vista fatalista de los pobres urbanos: "Qué quieren ustedes, así me ha hecho Dios, con este geniecito. Genio y figura hasta la sepultura".(2) Finalmente, estos escritores daban considerable énfasis a la
aceptación por parte de la clase trabajadora de la jerarquía social junto con la creencia de que la única mediación para aliviar las cir cunstancias adversas era la confianza en los poderosos. Aún cuan do el individuo concluía que las cosas no eran como deberían ser, la pasividad y la subordinación a los situados más arriba en la esca la social eran vistas como formas necesarias de comportamiento,
dada la naturaleza fija del bajo peldaño de las masas en la escalera de la sociedad. Bajo estas condiciones, las esperanzas de mejoría del hombre de clase baja se centraban en su cultivo de buenas rela ciones con aquellos "por encima" suyo. "Al dominio de aquellos de alta posición, los de la baja posición siempre han respondido con un encogimiento de hombros" (3), se burlaba un comentarista, y la acida pluma de Manuel González Prada comparaba este "espí ritu de servilismo" con la ética de una prostituta:
"Nuestra geometría moral no incluye líneas vertica les. La posición horizontal es la favorita de las prostitutas y de muchos peruanos; las primeras sobre la espalda y abra
zando al hombre que paga, los segundos sobre su estómago y lamiendo los pies del pequeño tirano que les arroja li mosnas".^)
(l) (2)
(3) (4)
El Obrero textil, V: 81. Mayo 1, 1925. 4.
Eudocio Carrera Vergara, El gran doctor Copaiba, protomédico de la Lima jaranera. Lima, 1953, p. 221. Bedoya, Otro Caín, p. 54.
González Prada, Bajo el oprobio, p. 84. González Prada expresa simi
lares opiniones sobre la prevalencia de estos valores en: Páginas li bres, Vol. I, pp. 61-62 y Vol. II, p. 155; y Anarquía, p. 20. Otros co-
Sin otra confirmación por otros tipos de materiales historí
eos estas observaciones tienen una utilidad limitada por la distan
cia'social entre sus autores, generalmente de clase alta, y los indi viduos de clase trabajadora analizados.
r
La única fuente fácilmente disponible de expresión directa
de la masa urbana durante las tres primeras décadas de este siglo, de la cual pueden extrapolarse valores populares, apoya sin embar
go muy de cerca las citadas interpretaciones. Esa fuente es el vals
criollo la forma principal de música popular de clase baja de Lima
practicada desde 1900 a la década del treinta. Como expresión de
la cosmovisión de sus compositores proletarios, las letras de estas canciones suministran una excepcional corroboración de la prima cía de la resignación, del fatalismo, del respeto a las jerarquías y
de la dependencia personal en el sistema de valores de las masas urbanas.
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El vals criollo se originó en Lima entre 1900 y íyiu y se
convirtió en la tendencia principal de la música de la clase trabaja dora urbana en los años 20 y comienzos de los 30 (5). Se tocaba y mentarlos sobre el conjunto devalores mencionado por observadores
peruanos de fines del siglo 19 y del 20 incluyen: Capelo, Sociología
de Lima Vol. III, p. 21; El Tunante (seud.), Abelardo Gamarra, Algo Loayza Llamaradas (Lima, 1912), p. 9; Ulloa Sotomayor, La organi zación social, p. 13;Ulloa Sotomayor, Reflexiones de un cualquiera, pp 252-54; Pedro Dávalos y Lissón, La primera centuria (Lima
del Pelú y mucho de pelagatos (Lim*. 1905), p. 49; Francisco A.
1919) Vol I pp 73-74; Pedro Cisneros en El obrero textil, 111: 38
(15 de agosto' 1922), 2; Félix Pereyra, Problemas políticos y sociales Lima 1923), p. 121; Mundial, IX: 549 (diciembre 26, 1930), 34 y 36- Modesto Málaga, El sermón de mi montana (Tacna 1933), pp. 13-15- Partido Aprista Peruano, Proceso Haya, pp. 28-29; Caceres,
Pasmo de Insurgencia, pp. 39-40; Juan Carlos Federico Blume y Cor: bacho Sal y pimienta (Lima, 1948), p. 241; Eudocio Carrera Verga ra Gran doctor p 138. Un científico social que ha escrito extensa
mente acerca de estos valores es Richard Stephens, Riqueza y^poder
en el Perú (ingl.) (Metuchen, N. J., 1971), especialmente pp. 30, 41-
(5)
Varias autoridades en el vals criollo del Perú consideran los años de 1920 v comienzos de los 30 como la era más productiva y afirman que después de 1935,con la introducción de la radio y mayores ven tas de discos, el comercialismo concomitante lo destruyo como una
forma de expresión autóctona. Este es el punto de vista de vanos 3 de abril de 1971; y Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo de 1971. Gran cantidad de información para esta sección sobre música criolla,
compositores conocidos, incluyendo a Filomeno Ormeno, entrevista, 89
cantaba valses casi exclusivamente en los callejones proletarios de la ciudad. Eran el acompañamiento siempre presente en las ocasio nes festivas de los pobres urbanos, llamado por un compositor criollo de la guardia vieja "la orquesta del pueblo" (6). Realizadas en el estrecho recinto de las viviendas proletarias, las fiestas o jara
nas, en las que esta música se tocaba, eran por lo general un asunto simple. Según las describía un prominente intérprete y compositor de valses, que asistió a muchas jaranas: "Un grupo de muchachos se juntaba, compañeros de trabajo, vecinos. La jarana era muy po bre. Era un cuarto, una caja de madera/para el ritmo, una guitarra, una banca y pisco. Y ahí bailaban" (7/Los compositores, intérpre tes y oyentes que asistían a estas jaranas eran casi siempre de ex tracción obrera. La estrecha identificación de la música criolla con
las masas populares llevó al total rechazo de tal música por parte de las clases alta y media de Lima/La antipatía exhibida por estos últimos grupos hacia la expresión popular alcanzó tal virulencia que los músicos de clase baja a menudo sufrieron agresiones verba les y, en ocasiones, físicas, cuando llevaban abiertamente sus guita rras en vecindarios aristocráticos. En las pocas ocasiones en que el vals criollo se deslizó fuera del callejón a un área de clase alta, los que lo tocaban o cantaban trataban a la música casi como un obje to subversivo, y se aseguraban de confinar su "impropiedad" a los cuartos traseros de la casa para evitar ser escuchados por los vecinos.(8) *
Pese al estigma social vinculado al vals criollo por algunos
un área de la cual sólo hay escasos datos publicados, fue obtenida p" una serie de extensas entrevistas con compositores e intérpretes de la
guardia vieja. Sin su ayuda, su redacción no habría sido posib'e También hay información sobre los orígenes de este estilo music;:'
(6) (7) (8)
en: Aurelio Collantes, Historia de la canción criolla (Lima, 195?), passim; Collantes, "Así nació el criollismo", Expreso, 1° de noviembre, 1970, pp. 18-19; y Sergio Zapata, Psicoanálisis del vals peruano (Li ma, 1969), p. 9.; Alcides Carreño, entrevista, 5 de mayo, 1971. Filomeno Ormeño, entrevista, 13 de abril, 1971.
Rosita Ascoy, la famosa Limeñita del dúo La Limeñita y Ascoy, re cordó sus intentos de mantener secreto su interés por la música crio lla ante su madre de clase media, en entrevista con el autor el 18 de
mayo, 1971. Otros que comentaron la naturaleza estrictamente pro letaria de la música criolla incluyen a Alcides Carreño, entrevistas, 4 de mayo y 12 de mayo, 1971; Filomeno Ormeño, entrevista, 13 de abril, 1971; Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo, 1971; José Diez90
sectores de la sociedad, quienes escribían e interpretaban esas com posiciones encontraron en ellas un valioso medio para comunicar sentimientos individuales fuertemente percibidos. Parece que la mayoría de compositores criollos utilizaron las letras de sus can ciones para contar sus propias experiencias en la vida y como vehí culos de verbalización de emociones profundamente sentidas. Un
conocido compositor, Pablo Casas, al ser preguntado por qué él y otros componían valses, respondió que satisfacían una necesidad de liberar tensiones internas y era sincera expresión de creencias personales. Al comentar, por ejemplo, el tenor pesimista de su más célebre composición, "Anita", Casas afirmó: "Siempre he sido así, es decir siempre he sido un po co pesimista. ¿Por qué negarlo? Así que nunca pensé te
ner éxito o que triunfaría o que saldría adelante. Siempre lo que salía, como dice en "Anita", eran mis dudas. Ahí encuentro la base, y escribo el verso... Usted me pregunta si mi canción se basa en la realidad. Yo digo que sí. Y co mo esta canción, todas mis canciones, inspiradas por cosas reales básicas, muy sentidas".(9)
En adición a las afirmaciones de los compositores mismos, las letras del vals criollo parecerían ser sinceros enunciados de sen timientos personales considerando que, hasta la aparición de la radio y la distribución masiva de discos, los autores no recibían re
muneración por su trabajo. Por lo tanto, nadie sugería que acomo daran sus canciones a un mercado que podría no ser consistente con o estar fuera de su propia circunstancia. Si había un mercado
a tomar en cuenta, éste lo constituían los amigos y vecinos del
Canseco, Lima, coplas y guitarras (Lima, 1949), pp. 15-19; José Gál vez, Una Lima que se va, 3a. ed. (Lima, 1965), p. 152; Eudocio Ca rrera Vergara, La Lima criolla de 1900 (Lima, 1940), especialmente p. 38; Marquina Ríos, "Cincuenta casas de vecindad", p. 79; Ugarte Eléspuru, Lima y lo limeño, p. 111; Ricardo Mariátegui Oliva, El Rímac: barrio limeño de abajo el puente (Lima, 1956), p. 147; Blu me y Corbacho, Sal y pimienta, pp. 211-12; y Zapata, Vals peruano, p.9. (9)
Pablo Casas, entrevista, 6 de mayo, 1971. Todos los compositores e intérpretes entrevistados estuvieron de acuerdo con Casas en que la mayoría de compositores criollos utilizaron sus composiciones para expresar sentimientos reales y para describir situaciones reales.
compositor, que eran también integrantes de la clase trabajadora urbana. La amplia popularidad de las canciones criollas en precisa mente este segmento de la sociedad indica aún más su importancia como mediación de los valores de la clase trabajadora. El vals se convirtió en el modo dominante de expresión musical para los po
bres de Lima, al menos parcialmente, porque transmitía imágenes que concordaban con la temática emocional de la existencia de las clases bajas. Más que el producto de un compositor individual, el vals criollo constituía la manifestación musical de la sensibilidad
colectiva de todo un grupo social o, como dijo un observador, una serie de "mensajes del pueblo".(10) Las historias relatadas por estos "mensajes" generalmente
giraban en torno a las relaciones de individuos en conflictos. Aun que las líneas específicas de la trama siempre diferían en los deta
lles, la mayoría de los valses más populares (11) constituíanvaria ciones sobre un tema único. Ese tema está bien ilustrado por un vals de Manuel Covarrubias, "Zoila Rosa":
¿Cómo olvidarte si eres vida mía? Cómo olvidarte si por tí yo muero, si en mi existencia, lúgubre agonía, con todo mi espíritu, te quiero. Y mientras más me olvides, más te adoro.
Y mientras me desprecies, más te miro. En el fondo del alma siempre lloro, en el fondo del alma siempre respiro, ¡ay!
(10) (11)
Zapata, Vals peruano, p. 110. Ver también pp. 8, 9 y 13. Por medio de entrevistas con Filomeno Ormeño, Alcides Carreño,
Pablo Casas y Rosita Ascoy, y una extensa revisión de ejemplares dis ponibles de El cancionero de Lima y La lira limeña, las dos revistas que publicaron canciones criollas a partir de los años 30, el autor pudo recopilar una lista tentativa de los valses más populares entre 1910 y 1940. Fechando y estimando la popularidad relativa de los valses, se intentó establecer un conjunto representativo de letras para el análisis. El orden de los valses seleccionados es enteramente arbi
trario: "ídolo", "Celaje", "Cadenas", "Hermelinda", "Envenenada",
"Adiós, adiós", "Idolatría", "Lamentas", "El guardián", "La tísi ca", "Luis Pardo", "Alejandrina", "Hortensia", "La palizada", "Ani ta"; "Rosa Elvira", "Zoila Rosa", "Angélica", "Cruel destino", "Amargura", "Optimismo", "El interés", "Perdón", "El plebeyo", 92
Sí, el eterno llorar, tal es mi suerte. Nací para sufrir y para amarte. Sólo el hacha cortante de la muerte
podrá de mis recuerdos, Zoila Rosa, arrancarte.(12)
"Zoila Rosa" reproduce la clásica situación del vals en la
que un hombre se enamora de una mujer y es rechazado. La mujer es siempre la figura más poderosa en la canción, debido a su belle
za o al embrujo que ejerce sobre el hombre. Aunque el macho se siente profundamente herido por no ser su amor correspondido, su
dolor rara vez se convierte en ira o rebelión. Y en vez de culpar a la
hembra por su desdeñoso rechazo, parece adquirir mayor respeto por su superioridad, echándose la culpa a sí mismo o al destino por
el fracaso de su relación. Al final de la canción, el hombre general mente se encuentra buscando su propia muerte como la única ma nera de acabar con su agonía, una muerte que trae consigo la in
consciencia pero no el cielo. En suma, confrontado por una situa ción de conflicto con un individuo de status superior al suyo pro
pio, el protagonista del vals se niega a enfrentar su problema. Inca
paz'de ignorarlo, busca aquella retirada total que sólo la extinción física puede suministrar.
Las fantasías populares presentadas en el vals a primera vis
ta no parecerían iluminar mayormente el sistema de valores de las clases trabajadoras urbanas. Sin embargo, tras un análisis más cui dadoso, los conflictos interpersonales pintados en estas composi
ciones poseen profundas implicancias para la vida proletaria en
general, y son particularmente valiosas por revelar las pautas de
comportamiento vigentes para los individuos de clase baja en tiem
pos de crisis. Un elemento conspicuo de casi todo vals tradicional es la predominante atmósfera depresiva. El vals parece ser el medio
con el cual el compositor o cantante pone en palabras la sensación
"Victoria", "Desavenencia", "Quejas", "La pasionaria", "La ventanita" "Rosa Luz", "Oración del labriego", "El huerto de mi ama
da", '"Desprendidas", "Desengaño", "Infiel", "La faz marchita", "Adela", "La fe verdadera", "Nunca me faltes" y "Alma herida".
También fueron de ayuda para compilar esta lista y encontrar letras:
Collantes, Historia de la canción criolla, passim, Osear Flores Calde rón y Alberto Balbuena Pacheco, Ayer y hoy del criollismo (Lima, 1970), passim; y 200 valses criollos (Lima, 1971), passim.
(12)
La letra fue suministrada por Alcides Carreño al autor. 93
de sufrimiento interno que acompaña a su existencia cotidiana.
Una canción que claramente expresa esta idea es "Amargura" de Laureano Martínez Smart. En el vals, el protagonista lamenta que su felicidad haya terminado al hacerse adulto y que ahora, "muy tristemente voy por ahí delirante, soñando con la infancia que
nunca volverá". Añade que está solo y no tiene a quien contar de su dolor y desesperación, excepto: Tan sólo mi guitarra me acompaña por el mundo, con ella las tristezas
siempre suelo disipar. Porque ella noble y buena la que nunca me abandona y juntos por el mundo seguiremos hasta el fin, ni de rencor una obsesión.(13)
La última frase de "Amargura" contiene otro tema cumbre en el vals: que uno acepta pasivamente su estado infortunado sin protesta. La idea de queja pero con sumisión frente a las dificulta
des se diseña agudamente en otro popular vals, "Adiós, adiós": Adiós, adiós, ensueño de mi vida, el corazón lo siento desmayar... Viviré llevando con dolor
la cruz de mi destino que tan cruel pusiste en mis hombros con rencor...
Dejaré tan sólo de sufrir el día que te olvide, sólo así... pero eso nunca he podido conseguir.
Adiós, adiós, mujer que en mi camino hizo caer la piedra del dolor; yo ya me voy a cumplir con mi destino sin un reproche y sin guardar rencor.(14)
(13) (14) 94
La lira limeña, XI: 513 (agosto 4, 1940). El cancionero de Lima, No. 1027 (enero, 1935).
Relacionado con el tema de la sumisión en "Adiós, adiós" está el concepto de que las dificultades del hombre son causadas
por el destino, y que escapardel propio hado es una propuesta casi imposible. La creencia de que el poder del destino sobre la vida de
las personas hace infructuoso todo recurso a la lucha o a la adop ción de otros tipos de acción positiva para cambiar condiciones
desfavorables, es expresada enérgicamente en un vals apropiada mente llamado "Cruel destino". El protagonista de la canción apa
rece manipulado, más allá de su control, por las fuerzas del destino
que siempre parecen deseosas de aumentar sus penas: Es culpa del destino que separa el cariño que nació de nuestras vidas, no niegues ni maldigas el momento,
confórmate si el destino lo depara; bien comprendes ese abismo nos divide, resígnate al destino amargo y cruento...(15) En la música criolla, la impotencia del. hombre no sólo convierte a la resignación frente al cruel destino en la única alter
nativa viable, sino que se considera ridículo todo intento de mejo rar la situación, porque sólo traerá mayores frustraciones y proba blemente más sufrimiento. Como decía una canción criolla escrita a principios de este siglo:
No quiero dichas, no quiero, con mi mal estoy contento, que el subir para bajar
sirve de mayor tormento.(16)
Aquí el autor muestra una terca reticencia aun para con templar la posibilidad de una mejoría limitada, debido a su convic
ción de que cualquier alteración de su tradicional situación de po breza será ciertamente temporal y llevará, finalmente, a una angus tia mayor.
Una interesante faceta de casi todas las canciones criollas
es que la gente en ellas descrita, confronta sus pesares sola, y en la mayoría de casos el único alivio al dolor procede de la muerte. Los cantantes en muchos valses literalmente claman por el fin de sus vidas, como en el caso de la famosa composición "ídolo". (15) (16)
El cancionero de Lima, No. 951 (mayo?, 1933).
Transcrito por Carrera Vergara, El gran doctor, p. 268. Una impor95
¿Por qué quitarme quieres, la pena de no matarme?
¿Por qué mujer, ¡oh ídolo!, quieres martirizarme?
Deja que yo muera
y que en paz descanse...(17)
Un espíritu colectivo, y más aún una acción colectiva que olucre compartir o superar dificultades de consumo con sus
ales, es algo claramente ausente del vals. De hecho con excep-
n de la muerte, las únicas personas presentes en estás canciones i pueden ayudar a aliviar las aflicciones del protagonista tienen
asombroso parecido con los caudillos paternalistas que en la 3ra política eran los recipientes de las esperanzas de sus seguíes. En el vals "Perdón", por ejemplo, el desconsolado cantante enta^ haber abandonado el ámbito protector de la casa paterna nierda que fue un "día fatal" aquel en el que se independizó y dmente decide que la única esperanza para aliviar su infeliz conon es volver a someterse abyectamente a la autoridad de sus Cansado de rodar en mi camino, ¡pobre ay de mí! a la casade mis padres regresé y al verme desgraciado me dijeron: ¿por qué tanto nos haces padecer?
Ven acá, hijo mío, pídenos PERDÓN, que sólo en los padres existe el amor.(18)
Aprendida la lección gracias a la experiencia, el hijo pródi—
.
.
(
tanto excepción a la regla de la sumisión en el vals es el famoso "El
plebeyo de Felipe Pinglo, que destaca como el casi único e^Jo
de protesta social en la música criolla de los años treinta. En el vals de Pmglo, el obrero Luis Enrique se enamora de una chica de clase avañ/ ""f ° lT preJulcuios socia1^ ^ ella le hacen rechazar sus avances el se vuelve un rebelde contra el privilegio social: su corazón
que ve destrozado su ideal reacciona, y ello se refleja enla franca re
Se deVA6 h,UmÍlde aPariencia; es el reEl belde de hoyCambla que enSU.todas partes proclamaellaP^beyo igualdaddeenayer el amor
cancionero de Lima, No. 1027, (enero, 1935) 200 valses, p. 140.
El cancionero de Lima, No. 1154 (junio, 1937)
go retorna al hogar a tiempo. Se asume que su pasada "rebeldía"
le sera perdonada cumpliendo con los deseos de sus padres v pi
diéndoles perdon.(19)
La resignación como respuesta a la adversidad y la crisis la aceptación fatalista de la propia suerte infortunada, y la deferencia hacia -combinada con la dependencia de-figuras "superiores"
emergieron como valores primarios de las masas populares en las
letras de los valses, asi como de otras fuentes de evidencia sobre la
existencia de las clases trabajadoras.
Un aspecto importante en relación con la utilidad del vals como indicador de los valores populares en Lima, es cómo se dife
rencia del lenguaje idiomático popular de otras áreas según su men saje. En su énfasis en las relaciones amorosas y su tono de generali zada melancolía, el vals parecería ser muy similar a otras formas de
música popular, y por tanto quizá no tan representativo del caso
singular de la Lima proletaria. Dos estilos musicales latinoamerica nos para los que se ha encontrado información comparativa son el
tango argentino y la ranchera mexicana. Aprimera vista, abundan
las similitudes. Los tres tratan del amor entre hombres y mujeres
Los tres a menudo se refieren a situaciones trágicas. Los tres mu chas veces conciernen al poder del destino sobre las vidas humanas
Pero allí terminan los parecidos, y las diferencias entre ellos pue
den constituir fascinantes comentarios acerca de las diferencias
sico-culturales básicas entre la gente trabajadora de estos tres paí mina el vals peruano se halla casi totalmente ausente del tango En ses. En Argentina, por ejemplo, el amor no correspondido que do
el tango es la mujer el objeto pasivo que debe aceptar su destino y no el hombre. En contraste con la triste figura vagabunda del
vals, el hombre es descrito como el conquistador por excelencia de
hembras. Finalmente, cuando el tango examina la situación en la
que la mujer abandona al hombre, a diferencia del vals donde el
ultimo reacciona retirándose y deseando la propia muerte el pro tagonista argentino culpa a la hembra por lo que ha pasado y a me
nudo termina matándola en venganza (20).La superioridad del ma-
(19)
(2)
vals que 1lega w" a dlSCTon sobresimilares si